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BIBUPlECA MI5irCA (ARMElflANA

OBRñS DE STñ. TERESA DE JESÚS

BIBLIOTECA MÍSTICA CARMELITANA

OBRAS

DE

STA. TERESA DE JESÚS

EDITADAS Y ANOTADAS POR EL

P. SILVERIO DE SANTA TERESA, C. D.

TOMO II

RELACIONES ESPIRITUALES

BURGOS: Tipografía de «Bl Monte Carmelo» 1915.

ES PROPIEDAD

r?

<í^-.

Véí

APROBACIONES

Imprimi potest-

Fr. Ezechiel a S. C. Jgsu, Provine ialis

Prou. S. Joachim Navanae.

Imprimatut.

f JosEPHUs, Archp. Burgensis.

CARTA DE SU SANTIDAD

Oy7y4;^^/^(y'

-<0eíict>íctii6

Cki:>/Ceptiiiii <K U. ia,iu><xviuUz <.oi,toiiuiMi ii|pi:>^í)cit« ^ cLcuúoxxuti tu¿ 6\x>'iiti/:> Vl/totiitii octipta. 7>c zc ^Mnoti <i<x <xtauc cx?ccUcíX, a<u3iin/m Datic cxat te ixcyxtcd'v^^^

atiente tai ti coptooc <>\^czx}it ,{cL\n <xJCt(^ . <^\y,^ ?cMMi -p<yl'^eaiuxtlta iiiixatHieí) <)4.s?4'nctc oytatictc^o 4 11 i u ? toid 1114 <xt ti vil i ? OLCvcciioi «JMieo , 'ttí ¿II De 1 1 laivot^a 1 1 . <)a. v'i^tu^io V.ei txtUoiÁí» vía. cetcxio ^^ Diuiím -pia.^^>tet^j> <xc niaaiottO/wt . ^^Ikitaiíaiic íoiítut ttíñ <Yiatiaa^uc)/tiU') íkuMtuii?, \\o\\ 'vi4'Cx>'io<7tt? uxüoii:» optt:? i i>ct^i ai t,c 102 o üa tv:>í)inii:> vctic ctuopicatitm nioiuiuicvitio. (pttt ^itt » <Wut uxiiiXi >i tit utíit/itttti cotirt<)iiuu?, c<x aiioqtic uccco, oeaU civtOLC iD aewu-;» co<;ptio coiitcaí 7>\\\\.\.vC ptiic)eno Viti . OjA.\\í><xrx^\x\\\ i<:/utiu O^lecUi?, ^illnll iittiíD advtotatioiitt'Vtt

VIII CARTA DE SU SANTIDAD

M^uo M,í</it U CH/Wi/i ftuxtu uUii^tcc pzoj:>oyito -ac>faJi>

^vtlO|0^i4 oO íCLid c ?culevitt<X cxSo<?fv?c4^4i.tii :>. ^5tpooto&c<xi 1 1 c)6 ct tcc) Ictioi LC u u cae feo ti uvit co t uri .

Rl amado hijo Silverio de Santa Teresa, sacerdote de la Ordejj de Carmelitas Descalzos.

BENEDICTO PñPfl XV

Amado hijo: Salud y Bendición Apostólica.

Es ciertamente mii\' justo que al emprender la meritlsirna labor de editar las obras de los autores ascéticos y místicos más esclare- cidos de tu Orden, hayas comenzado por los escritos de la Santa Madre y Legisladora^ Teresa de Jesúo. Porque ésta es aquella Virgen avilesa que trata tan colmadamente de la perfección de la vida cris- tiana, y con tan profundo sentido sigue las maravillosas ascensiones de la gracia divina en las almas justas, que se presenta como guia y maestra en el camino de la virtud más encumbrada. Te felicitamos efusivamente, asi por haber emprendido una obra de tanto empeño, como por los valiosos documentos que publicas. Y si a esto se añade, como esperamos, una moderada elegancia en el decir, que tan bien parece en este género de escritos, a la vez que con oportunas anota- ciones que los ilustren, juzgaremos desde luego que has trabajado con provecho en la consecución de ambos fines, que son el bien espi- ritual de los prójimos y la gloria de tu Orden religiosa. Te damos las gracias de corazón por el primer tomo de la obra que te dignaste enviarnos, amado hijo. Y a fin de que continúes con ánimo hasta ter- minarla según tus propósitos, te enviamos cariñosamente la Bendición Apostólica, prenda de auxilios celestiales.

Dado en Roma, junto a San Pedro, a 8 de Mayo de 1915, año primero de nuestro Pontificado (1).

Benedicto, Papa XV.

1 La Carta de Su Santidad venia acompañada de lo siguiente de Su Eminencia el Carde- nal Secrelario fie Estado.

SECRETARIA DE ESTADO DE SU SANTIDAD

Del Vaticano, 9 de Mayo de 1915. Muy Rdo. Padre: fígradeciendo el Padre Santo el primer volumen de ta Biblioteca Mística Carmelitana, que comprende la Vida de Santa Teresa de Jesús, ofrecido por V. R. como homenaje de veneración ñlial a Su Santidad, se ha dignado darle las gracias en una venerada Carta autógrafa.

Me es muy grato remitirle el dicho documento pontiñcio, y aprovecho con agrado la ocasión para manifestar a V. R. los sentimientos de mi sincera estimación.

De V. R. afmo. en el Señor.

f Pedro, Cardenal Gasparri.

R. P. Silverio de Santa Teresa, de la Orden de Carmelitas Descalzos.

INTRODUCCIÓN A LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE SANTA TERESA

Santa Teresa en el Libro de la Vida, como se ha podido observar por su lectura, se detiene particularmente en dar a conocer el estado de su alma y los grandes favores recibidos de Dios. Extremadamente hu- milde, hacía mucho caudal de sus faltas, y no acertaba a compren- der cómo a una persona tan ruin (calificativo que con mal disimu- lada fruición se aplica a cada momento), podía Dios otorgar tan levantadas mercedes. De ahí sus dudas de espíritu, que apenas la de- jaron hasta descender al sepulcro, y su empeño constante en darse a conocer a los hombres más doctos y santos de su tiempo. Viene a comprender la Autobiografía casi los primeros cincuenta años de su vida, y como en los restantes no cesaron los favores del cielo, pródigamente concedidos a esta alma portentosa, se vio en la nece- sidad de escribir nuevas relaciones para sus confesores, y someter a su juicio aquellos dones divinos. Por lo mismo, las Relaciones son prolongación de los admirables capítulos de su Vida, donde nos ha descrito, con la sencillez de la verdad misma, el interior de su alma, hermosa.

A este precioso diamante le faltaban aún nuevas lumbres por des- cubrir, cada vez de más subido valor, a medida que se aproximaba la fecha en que había de ser engastado en la primorosa corona que los grandes siervos de Dios labran diariamente al Cordero inmaculado.

En las Relaciones, se observan la misma ingenuidad y gracia de narración que en la Vida^ las mismas opulentas manifestaciones de la gracia, el mismo candoroso temor de no ser engañada por ar- dides demoníacos, las mismas vigorosas pinceladas ascéticas y místi- cas, los mismos abrasamientos de caridad, que terminaron por con- sumirla y transportarla al cielo en un suspiro inefable de amor a Jesús, que el corazón fué incapaz de soportar.

Lógico es que se publiquen a continuación de su Vida. Así lo comprendió Fr. Luis de León, que dio a la luz algunas de estas Reía-

Xn INTRODUCCIÓN

clones y mercedes de Dios, aunque posteriormente los editores no han tenido criterio fijo en la colocación de ellas, distribuyéndolas entre las cartas, muy separadas unas de otras, privándonos así de la grata impresión de conjunto que nos producen seguidas, como su argumento reclama. Además, se omitieron muchas, y otras se imprimieron mutiladas.

Las que publicamos en este volumen, comprenden desde el año 1560 hasta el 1581, poco antes de su muerte. Cinco son las Rela- ciones dirigidas, a sus confesores, que se han conservado. La primera, que comienza: «La manera de proceder en la oración que ahora tengo», es de 1560 y ise ha creído que fué escrita a San Pedro de ñicántara, aunque la misma Santa parece contradecirlo cuando dice: «Esta Rela- ción que no es de mi letra, que va al principio, es que la di yo a mi confesor, y él, sin quitar ni poner cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual y teólogo, con quien trataba todas las cosas de imi alma, y él las trató con otros letrados; entre ellos, fué el P.Man- cio». Estas palabras inducen a creer que el confesor de quien aquí habla es el P. . Ibáñez, hombre muy docto y virtuoso, como la Santa afirma en diversos pasajes de su vida. Sabemos por Ycpes (1) que Ibáñez consultó al P. Mancio las cosas de Santa Teresa, y por medio de él se puso en comunicación espiritual con el célebre catedrático de Prima de la Universidad salmantina. Fué escrita hacia mediados del año 1560, fecha en que consta ciertamente comunicaba la Santa su conciencia con el P. Ibáñez. Pudo, sin embargo, San Pedro de Al- cántara conocer esta Relación, porque en estos años trató mucho a la M. Teresa, la consoló y dio seguridades de buen espíritu; y aun con- certaron entrambos que ella le escribiese cuanto le ocurriera en adelante, lo cual no impidió que el mismo Santo le aconsejase que «de lo que tuviese alguna duda, y por más siguridad de todo, diese parte a el confesor» (2). Lo más probable es que la Relación fué escrita y dirigida al P. Ibáñez y que el Sanio tuvo conocimiento de ella.

La segunda, continuación de la primera, fué escrita, según dice la misma Santa, algo más de un año después, en el palacio de D.« Lui- sa de la Cerda (Toledo), como claramente da a entender en varios pasajes de ella. Permaneció allí Santa Teresa desde principios de 1562 hasta los primeros días de Julio, que volvió a Avila. Estaba en- tonces en la ciudad imperial su buen amigo el P. García de Toledo, quien seguramente la vio antes de enviarla al P. Ibáñez, a quien la destinaba (3).

1 Vida de S. Teresa, Próloflo.

2 Vida, c. XXX, p. 240.

3 También de esta Relación pudo tener conocimiento S. Pedro de í'Mcantaia. Según el P. Lorenzo, en la Vidn de este Santo, hallándose Santa Teresa con D.a Luiso de la Cerda,

INTRODÜCCTOK XÚI

Ambas Relaciones se completan por otra tercera, escrita en el convento de la Encamación, nueve meses después que terminó la se- gunda, hacia la primera mitad del año 1563. También parece compuesta para el P. García de Toledo o el P. Báñez, con quienes por esta fecha se confesaba, según presumimos (1).

Ribera y Yepes en sus vidas respectivas de Santa Teresa, fueron los primeros en publicar estas Relaciones. En 1615, las publicó el padre Tomás de Jesús, y lo mismo hicieron el padre Jerónimo de San José y el padre Francisco de Santa María. Por primera vez aparecieron, aunque fraccionadas, en la edición de las Obras de la Santa hecha en ñmberes, año de 1630, por Baltasar Moreto, y en las siguientes se publicaron como cartas. Antonio de San José, en las notas a las Cartas de la Santa de la edición de 1778, dice que los originales de estas Relaciones estaban en poder del intendente del Duque de Béjar, en la villa del mismo nombre. No sabemos dónde paran hoy, si es que se conservan todavía estos venerandos originales. Según noticias que nos han dado de ese lugar, allí no hay vestigio de ellos, por desgracia.

Otras tres Relaciones han llegado hasta nosotros, hechas por la Santa a sus confesores. Dos dirigidas al P. Rodrigo Alvarez, de la Compañía de Jesús, y la tercera a D. Alonso Velázquez, canónigo de Toledo, y íobispo después de Osma. Padeció muchos trabajos la Santa en la fundación de Sevilla, principalmente por las falsas acusaciones de una monja enfermiza (histérica la llamaríamos hoy) (2), que no contenta con traer afligida a la Comunidad por sus rarezas y estrafa- larias veleidades, salió del convento que la Santa acababa de fundar e hizo denuncias tan graves a la Inquisición, que hubo ésta de tomar cartas en el asunto. Quien más sufrió en este negocio fué la M. Fun- dadora. De nuevo se puso en tela de juicio la bondad de su espíritu, para salir de nuevo también más acrisolado y hermoso. Gozaba fama de discreto y avisado director de almas el P. Rodrigo Alvarez, de la Compañía de Jesús, y a él le encomendó el Santo Tribunal el

concertando la fundación de su primer monasterio de Descalzas, tenía algunas dificultades acerca de la pobreza absoluta en que quería fundarlo, o para consultarlas a S. Pedro de Alcántara, le suplicó fuese a Toledo, donde D.a Luisa le hospedaría con mucho gusto en su palacio. El Santo se determinó a ir, h pasó allí algún tiempo con grande contento y provecho de Santa Teresa y de D.a Luisa, que le cobró singular cariño y le ofreció lo necesario para dos fundaciones de sus religiosos, una en Paracuellos y otra en Malagón. (Cfr. Dortentum poeni- tentiae sive Vita S. Detri de Hlcantara, aucthore Fr. Laurentio a D. Paulo Sueco, lib. III, c. XIV, p. 126).

1 El P. Jerónimo de San José (Historia del Carrren Descalzo, 1. V, c. VI, p. 807), se inclina por e! P. García de Toledo, fundado en que el P. Báñez era poco amigo de que se escribiesen e.stas cosav.

2 Cfr. Ramillete de Mirra, por María de S. José, primera priora de las Carmelitas Des- calzas de Sevilla.

XIV INTRODUCCIÓN

examen de la M. Teresa. Para ello le escribió la Santa una Relación por los meses de Febrero o Marzo, y otra algunas semanas más tarde, aunque ésta última, no como a calificador del Santo Oficio, sino como a director de su alma, según había hecho antes con otros directores. El P. Rodrigo consultó a varones discretos, y aprobó el espíritu de la Santa (1).

En la primera de las Relaciones al P. Rodrigo Alvarez, habla Santa Teresa en tercera persona y enumera muchos de los directores espirituales que había tenido. Dos veces debió de redactar este escrito, con alguna leve diferencia. El que trae Ribera, que dice haber tenido el autógrafo delante (2), que se halla en los Códices de Avila y Toledo, de que luego hablaremos, y el que se conserva original en los Carmelitas Descalzos de Viterbo (Italia), no publicado todavía en nin- guna de las adiciones españolas de las obras de Santa Teresa.

De la atenta lectura de ambos documentos, parece inferirse, que el autógrafo de Viterbo fué el primer escrito de la Santa, que luego, algo modificado, le ísirvió para la redacción definitiva, que había de re- mitir al P. Rodrigo. Existiendo el original de esta Relación, claro es que hemos de preferirle a las copias que de la segunda redacción nos quedan, por autorizadas que sean, que lo son mucho; por eso, publica- remos el de Viterbo como texto de lectura, dejando para los Apén- dices la última redacción de él, según se halla en los antiguos men- cionados Códices de ñvila y Toledo.

De la otra Relación al Padre Rodrigo, no se conserva el original, pero copias contemporáneas de la Santa, que nos han servido para editarla. Publicadas estas Relaciones por Ribera, se han reproducido después en las ediciones de las Obras de Santa Teresa, entre las Cartas.

La última Relación fué escrita en el mes de Mayo de 1581, es- tando en la fundación de Palencia. Dirígela al doctor Velázquez, obispo de Osma, grande amigo de la Santa, a la que había confesado es- tando en Toledo (3). El Obispo de Osma siempre había sentido bien del espíritu de la Madre Teresa, a quien tenía singular veneración, y deseando en su diócesis un convento de Carmelitas Descalzas, escri- bió para conseguirlo a la M. Fundadora, ñntes de salir para esta nue- va fundación, la Santa dio cuenta al Prelado de su espíritu en un her- moso documento, que puede ser considerado como la última bellísima manifestación del estado de su alma, ya en plena madurez.

1 Pueden verse acerca de esto las Declaraciones del P. Hennquez, S. J., en el Proceso de canonización de la Santa hecho en Salamanca, ano de 1590, y la del licenciado Femando de Mata en Sevilla, año de 1596.

2 Vida de S. Teresa, lib. I, c. VII.

3 Habla la Santa con giande elogio del Di. Velázquez en su correspondencia epistolar.

INTRODUCCIÓN XV

Salió a luz por primera vez este escrito, como carta de Santa Teresa, en Bruselas, año de 1647, y entre las Cartas ha venido publicán- dose en las ediciones castellanas, sin exceptuar las de La Fuente. En ésta saldrá en el lugar que le corresponde, corregida conforme a dos extensos fragmentos autógrafos que se veneran en las Carmelitas Descal- zas de Santa ñna de Madrid,

Hdemás de estas Relaciones dirigidas a los confesores, existen otras de corta redacción, que declaran gracias o mercedes recibidas de Dios, hablas interiores y algunas revelaciones. Gran parte de ellas están escritas después de la comunión. Son interesantes y completan el cuadro incomparable en que campea este espíritu, tan lleno de carismas. Estas Mercedes divinas, lindamente narradas, semejan a las pequeñas partículas que se desprenden de la piedra preciosa al enta- llarla el lapidario, diminutas ciertamente, pero de facetas no menos brillantes y hermosas que la piedra misma de que formaron parte. Algunas hacen referencia a su alma; otras a distintas personas, muy conocidas de la Santa, entre las cuales está en lugar preeminente el P. Jerónimo Gracián. No faltan algunas que han debido de ser re- laciones escritas para sus confesores, pero o porque la Santa no las completó, o porque se han perdido, se hallan hoy en estado muy fragmentario.

De la existencia de estos escritos sueltos no cabe dudar. R más de afirmarlo Fray Luis de León, lo testimoniaron muchos testigos oculares en los Procesos para la canonización de la Santa. Dice a este propósito María de San José, hermana del P. Gracián, en las Informaciones de Madrid: «Conoció en la M. Teresa de Jesús y lo sabe porque ha tenido muchos papeles y cartas suyas escritas a la M. María Bautista, con quien ella comunicaba más en particular, y otras cartas escritas al P. Fray Domingo Báñez, su confesor, en que le daba cuenta de algunas cosas particulares de su espíritu y avisos que Nuestro Señor le daba. Y sabe esta testigo que muchas cosas dejó escritas de su mano, que después de muerta, esta testigo las trasladó (1), y el P. Fray Luis de León y otras personas doctas fueron de parecer que algunas de ellas se imprimiesen, que son las que están al cabo de la Vida de la dicha Madre. Y otras, por ser muy subidas de espíritu y que no todos las alcanzarían, no se imprimieron; y otras que tocaban a personas particulares que, por ser vivas las personas a quien tocaban, no se imprimieron, y algunas

1 Memorias Historíales, letia R, núm. 50. El traslado de María de S. José, inserto en diversos parajes del /Iño Teresiano, se conserva en las Carmelitas Descalzas de Consuegra, donde la venerable .V.adre pasó la mauor parte de su vida religiosa.

X\l INTRODL'CXICN

de ellas tocaban a profecía, y parte de ellas ha visto cinnplidas, como era que estando un hennano de esta testigo muy malo, y dándole pena a la dicha Madre pensar si le había de faltar, dijo después, que ella había de morir primero que él, como fué ansí, que ella murió y él es vivo» (1).

Lo mismo aseguran en las Informaciones hechas para la cano- nización de la Santa muchas primitivas Descalzas que la conocieron, vivieron con ella, y hasta copiaron algunas de estas mercedes. Parece que Santa Teresa, terminada su primera fundación de San José, gozó de relativa tranquilidad de espíritu y no se curaba de escribir los fa- vores que iba recibiendo de Dios, hasta que el mismo Jesús se lo avisó, sobre todo desde 1571 en que conoció al P. Gradan y tuvo sobre él no pocas revelaciones, ilsí nos lo asegura María de San José, que en sus Recreaciones dice: «Y como ya por la fundación de este monasterio y por verse cumplidas clara y manifiestamente todas las cosas, así la misma Madre como los confesores, satisfechos del ver- dadero espíritu de Dios, y con esto contenta, no se curaba de ir es- cribiendo muchas grandezas que el Señor le manifestaba, como yo lo entendí de la misma Aladre; hasta que después se lo mandó Nuestro Señor, y comienza a decir otras revelaciones en un cuader- nito, y dice: «Año de mil y quinientos y setenta y uno...» (2).

Las palabras transcritas explican el número escaso de Relaciones que se conservan del año 1562 al 1571, abundando en cambio desde esta fecha, principalmente del año 75 hasta el año penúltimo de su vida. Las Relaciones anteriores al 71 debían de andar en hojas sueltas aimque ordenadas; pero desde esta fecha comenzó a escribirlas en cuadernos, como hemos visto en María de San José, y afirma la misma Santa en ima de las últimas mercedes donde dice: «Ahora, tomando a leer este cuadernillo, he pensado si ha de ser ésta la fiesta».

El cuadernillo donde la Santa apuntaba las mercedes de Dios, debió de perderse muy pronto. Las religiosas primitivas hablan de él g lo tuvieron algimas en sus manos. También lo tuvo el P. Francisco de Ribera, como veremos luego. Otras relaciones aisladas de su letra, las vieron y copiaron biógrafos primitivos de la Santa y muchos escri- tores de los primeros tiempos de su Reforma. Los pocos autógrafos conservados hasta nosotros, se indicarán en sus lugares propios. Sólo añadimos, como prudente precaución, que las mercedes veneradas en algunos lugares como originales de la Santa, están compuestas con letras de la ínclita Doctora, cortadas, por lo regular, de cartas suyas.

1 Véas« la Rc'.acón LV, p- 78.

2 Recreación rictima.

INTBODt'CClON S\,Ü

y puestas en forma que reproduzcan un aviso, relación o pensamiento de sus escritos. Hemos visto algunos casos de estos, y es necesario proceder con no poca diligencia y cautela antes de calificar de autó- grafo de la Santa lo que es solamente arreglo infortunado de letras suyas. Por ejemplo, los cuatro avisos a los Superiores de la Reforma, que recibió en San José de H;-ila en 1579, se hallan de letra de la Santa en las Carmelitas Descalzas dsi Corpus Christi de Rlcalá de Henares, pero no es un original suyo, sino un papel en que se fue- ron pegando letras de Santa Teresa hasta componer los mencionados avisos. Los editores, sin embargo, los han dado como autógrafos. Casos parecidos habremos de citar bastantes en esta edición.

Fray Luis de León fué d primero que publicó cierto numero de estas relaciones en la edición de las Obras de la Santa hecha en Sa- lamanca (1). Maria de S. José nos ha dicho las razones que tuvo el fa- moso agustino para no publicar todas las que tenía a la vista. Los Padres Ribera, Yepes, Jerónimo de San José y Francisco de Santa María dieron a conocer algunas nuevas, y otras han venido editándose como cartas incompletas, avisos o fragmentos sueltos en las ediciones de estos escritos, pero en número harto limitado, hasta que D. Vicente de la Fuente tuvo el buen acuerdo de publicarlas casi todas, valiéndose de un Códice que los diligentes Carmelitas que trabajaban en la segimda mitad del siglo XV'III en una nueva edición de las Obras de Santa Teresa, tenían preparado (2).

A pesar del orden truculento y embrollador y de las innumerables faltas de texto y notas con que las Relaciones salieron, hemos de agradecerle todavía que las publicase juntas y desglosase de las cartas las que con ellas andaban mezcladas. La citada copia es trasunto de dos Códices que se conservan en las Carmelitas Descalzas de Avila y Toledo. Entrambos contienen la colección más numerosa de Relaciones de Santa Teresa que se conoce, y son de absoluta necesidad para la ajustada publicación de ellas.

El Códice de las Carmelitas Descalzas de Anla hace un cuaderno en cuarto, que se compone de las Relaciones de Santa Teresa y de otros documentos debidos a distintas plumas. El manuscrito es del tianpo

1 En la página 545 de esta edición salmantina se lee: «El .Waesao Fr. Lais d€ León al lector. Con los criginales dcste libro vinieron a mis manes unos papeles escritos por las de !a santa madre Teresa ce Jesús, rn ene, o para metcoiia snga, o paia dar necia a sas confesores, tenia puestas cosas qne Dios !• d?cía g mercedes ane le hada, demás de las que en este libro se contienen, gce me pareció ponerlas con el, por ser de macha ediñcacioa. Y ansi las puse a la letra como la madre las escribe, q'je dice aas;». Pobiicalas Fr. Luis de L«ón con notables alteraciones g cambio de palabras, g corresponden, según vienen ec la e<iición principe, a las que en el texto lle\-an los números .XX.X\1. .XX\1, XXX. XI, .XII. V^UTII,

XXV, XV. IX. xvi-xvu g xxn. xlx, xx, xxui. xxrv, .xx\\ vin. .xiv. lxvu.

2 Guáidase en la Bibücieca >iacioaeI, .\^s. 1.400.

XVltl INTRODUeaON

de la misma Santa o poco después. Comparando la letra de las Rela- ciones con la de las primitivas religiosas de S. José, nos ha parecido que €s de Rna de S. Pedro, que profesó en esta casa el día 15 de ñgos- to de 1571 y murió el año de 1588 (1). Fundo mi opinión en que las profesiones extendidas hasta el año 1585 en el Libro primitivo de San José, están redactadas por la misma mano que el Códice de las Rela- ciones, y aquéllas ¡son de letra de la Madre ñna. De 1585 a 1589 no hubo ninguna profesión ¡en Avila. El 28 de Octubre de este año, pro- fesó la M. ñna de la Madre de Dios, y ya la fórmula extendida en el registro es de otra letra, lo que da más firmeza a mis conjeturas. La transcripción está hecha con mucha fidelidad en cincuenta y cinco hojas y media, y es el Manuscrito que más Relaciones copia de Santa Teresa. Algo difiere su ortografía de la empleada por la Santa, en determinadas palabras; pero el respeto de la M. Ana a los autó- grafos que hubo de trasladar es grandísimo. No se advierte ningún cambio de palabras por otras que pudieran parecer más propias, como alguna vez se ¡nota en lotros manuscritos, ni se altera el hipérbaton, ni se hace mutación alguna. No habiendo salido la M. Ana de S. Pedro del Convento de San José de Avila, es muy verosímil que la Santa Fun- dadora, aprovechándose de la letra hermosa y clara de esta religiosa, la mandase sacar una copia de todas las mercedes de Dios que había escrito, ya en papeles sueltos, ya en cuadernillos. La autoridad de esta copia es muy grande, y la seguimos en la presente edición en todas las Relaciones de que no se conservan autógrafos, a no ser que otra cosa advirtamos en nota (2). A sesenta llegan, sin contar las dos al P. Ro- drigo Alvarez, las de este Códice, y están separadas unas de otras con suficiente espacio para significar que son distintas. Los números de orden puestos a cada Relación, no los creo de la M. Ana, sino del P. Manuel de Sta. María, que le manejó hacia el año 1786 (3), y escribió al margen algunas indicaciones con respecto al Códice de Toledo y a las Adiciones de Fr. Luis de León.

1 Ana de S. Pedro fWasteels), natural de Flandes, casó con el hidalgo Matías de Guzmán, oriundo de Avila, y se establecieron en esta vieja ciudad castellana, cerca del mO'- nasterio de San José. Habiendo enviudado joven aún, se hizo Carmelita descalza en la misma ciudad, donde profesó el 15 de Agosto de 1571. Falleció el 8 de Mayo de 1588, a los cin- cuenta años de edad, según dice el Libro de Profesiones del convento.

2 En las palabras que la Santa escribe por modo uniforme como perfeto, efeto, Josef, ecesivo, otava. fe, ecelencia, etc., etc., no seguimos a la copia cuando usa diferente orto* grafía, sino que las reproducimos según las empleaba su autora.

3 En la primera hoja escribe el P. Manuel: tpavores de Su Magestad a N. Gloriosa M. Sta. Teresa, en los últimos 20 aiíos de su vida. Documento apreciable de el Archivo del primitivo Convento de San Joseph de Avila: Que comoquiera que se le notan freqüentlsimos variantes y discrepancias de como la Santa se explicaba y lo escribía comunmente, se tuvo a la vista y sirvió de mucho el año de 1786 para un asunto grave de las Obras de la misma Santa, confiado a Religiosos de esta Provincia de N. P. S. Elias por los Prelados superiores de Nuestra Sagrada Religión».

INTRODUCCIÓN XIX

Otra copia importante de las Relaciones de Sta. Teresa guardan las Carmelitas Descalzas de Toledo, a continuación de un Manuscrito antiguo que traslada el libro de las Fundaciones de Santa Teresa (1). Ocupan las Relaciones del folio 132 al 158, de muy buena letra, que parece de fines del siglo XVI. Es tan completo este Códice como el de Avila, si bien no transcribe con tanta fidelidad los originales (2). En las Re- laciones se notan algunas variantes que el copista hizo atendiendo al rigor teológico del significado de ciertas palabras, y sospecho que al- guna vez también al mejor giro literario. En algún caso suprime pá- rrafos que no le parecen oportunos; así, en la segunda Relación al P. Rodrigo Alvarez, de los cuatro finales, omite los tres, dejando sólo el último. También corrige a Santa Teresa las faltas ortográficas de latín de los pocos textos que cita. Tanto estas correcciones como las mencionadas más arriba, indican que el autor de esta copia era per- sona culta y de no escaso saber teológico.

Por la fidelidad del trasunto es inferior a la copia abulense. ñlguna diferencia hay en el orden de las Relaciones. El Códice de Toledo copia al principio las dos al P. Rodrigo que el de ñvila re- produce al fin, y en las Relaciones cortas también hay alguna discrepan- cia levísima. La primera de Avila es la última en el de Toledo. Casi todas las demás siguen el mismo orden. Esto parece indicar que los copistas sacaron sus traslados de documentos análogos, aunque no los mismos, y que las Relaciones de la Santa debían de estar reunidas y ordenadas, no sólo las referentes a Gracián, sino casi todas las que hoy conocemos. De otro modo no se explica que, copias hechas en diversos tiempos y por distintos ejemplares, coincidan en el número y orden de documentos trasladados, de correr las Relaciones en hojas suel- tas y desperdigadas por España y otros países. Quizá a esto se deba también el número cortísimo de autógrafos que se conserva de estos escritos. Si se juntaron todos en cuaderno, y éste se ha perdido, como hmdadamente creemos, nada tiene de extraño, que no demos con los autógrafos, si se exceptúan los de Consuegra, que, según Gracián, los escribió dos veces la Santa, el de San Egidio en Roma' y cuatro líneas en Lucena. Las demás Relaciones, que pasan por originales, como las de Alcalá de Henares, la del Convento del Puig, en el antiguo reino de Valencia, la de Jupille, en Bélgica, y muchas otras, son composiciones, según es dicho, de letras de la Santa, tomadas de escritos suyos.

1 «Libro de las Fundaciones y los Monasterios que fundó la M. Theresa de Jesús, de la primera regla, que llaman Descalzas de N. Sra. del Carmen». Un volum. en 4. o, de letra de fines del siglo XVI.

2 Dos Relaciones echamos de menos en esta Copia, que trae la de Avila bajo los números XIV y XLV, que corresponden en el presente tomo al XIV y XLIV, págs. 47 y 72.

XX INTRODUCC'.nM

En el Manuscrito 1.^00 de la Biblioteca Nacional se halla un traslado de estas Relaciones, sacado bajo la dirección del P. ñndrés de la Encarnación, en Febrero de 1579, para el Archivo general de los Car- melitas Descalzos. El P. Manuel de Sta. María, puso al margen algu- nas citas útiles y muy oportunas. De este religioso y del P. Jacinto de Sta. Teresa son las ocho hojas y media de variantes entre los Có- dices de Avila y Toledo que publicaron en el mismo Manuscrito, según cotejo de ambos Códices hecho por orden de sus Superiores en Segovia (Febrero de 1787). Nosotros, omitiendo la reproducción de estas va- riantes, preferimos publicar íntegro el Manuscrito de Toledo para que los lectores por mismos puedan apreciar las diferencias con el de Avila, que publicamos en el texto.

En las Carmelitas Descalzas de Salamanca tuvimos años pasados la buena fortuna de tropezar con un manuscrito completamente ignorado has- ta el presente, que al verlo nos pareció de letra de Teresita, sobrina de la Santa e hija de D. Lorenzo de Cepeda. Examinado más despacio y compulsado con otros originales suyos, nos hemos confirmado en la opinión primera. Es un Cuadernillo, con cubierta de papel, de veinti- siete hojas útiles. Contiene treinta y ocho Relaciones, casi con el mismo orden de colocación que el Códice de Avila (1). Sin embargo, copia una que no se halla ni en éste ni en el de Toledo, aunque ya la publicaron Fr. Luis de León y el P. Ribera (2).

Al decir de la Santa, su sobrina tenía muy linda letra, y no fué ésta la única vez que la escogió para amanuense. En la página cxxix de los «Preliminares» vimos cómo Teresita había sacado una copia del Libro de la Vida por mandato de la Santa (3), y seguramente que otras muchas cosas le copiaría, las cuales no han llegado hasta nosotros. Del presente traslado no parece que haya lugar a duda. La letra es idéntica a la de dos cartas suyas, que tenemos en nuestro poder, de 31 de JiÜio y 18 de Agosto de 1610, y a la que la misma M. Teresa escribió en 2^ de Mayo del mismo aña a su buena amiga Ana de San Bartolomé, que entonces estaba en el Carmelo de Tours, y que luego llevó consigo al de Amberes, donde hoy se guarda. Los rasgos son muy parecidos; más seguridad y firmeza se nota en las cartas y hasta más perfección en el trazado, porque las Relaciones debió de escribirlas muy joven, y se conoce que las iba trasladando

El cuaderno mide exactaniente 147 por 103 milímetros. El orden de las Relaciones con respecto al Códice de Avila es el siguiente: !, 2, S, 5, 3, 6, 7, 8. 9, 10, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 11, 22, 23, 21, 25, 26, 27, 30, 36, 37, 38, 39, 32, 33, 31, 35, 31.

2 Es la Relación VIII del texto, p. 41.

3 Véase la página 330 del presente tomo, donde la misma religiosa lo declara en su De- posición del nfto 1610.

INTRODUCCIÓN XXI

letra por letra, ñparte de estas pequeñas e inevitables diferencias, el trazado general es idéntico. La forma peculiar de los puntos sobre las íes de esta copia, persevera en las cartas.

También la encontramos semejante a la del manuscrito antiguo que guardan las Carmelitas Descalzas de Hvila, el cual contiene una re- lación de las virtudes de la Santa hecha por su prima María de San Jerónimo (1), y las últimas acciones de la misma contadas por Ana de San Bartolomé (2). Para no cabe duda que este Códice es de letra de la M. Teresa, y lo mismo sienten las religiosas de San José.

R mayor abundamiento, la copia de la firma de Santa Teresa al pie de la Revelación que tuvo en la ermita de San José da ñvila, año de 1579, es igual a la que la misma copista puso en su profesión hecha el 5 de Noviembre de 1582, que puede verse en el Libro de Profesiones de dicho Monasterio. La semejanza de la firma, no sólo nos cerciora de la procedencia de la copia, sino que nos advierte, que ésta debió de hacerla en vida de la Santa, o poco después de muerta, porque su sobrina, más adelante firmaba Theresa, con hache, y con esta letra viene asimismo en el citado Códice de Avila, debido a la pluma de la misma religiosa. Nuestros lectores verán en los Apén- dices este hermoso trasunto de la sobrina de Santa Teresa de Jesús. ¿Copió más Relaciones la sobrina de la Santa? Bien pudo hacerlo, juntas vivieron en San José la M. Ana de San Pedro y ella; pero go no he podido dar con otros manuscritos que las contengan. En el de Salamanca, la última hoja lleva únicamente cuatro líneas escritas. No es inverosímil que continuase trasladando en otros cuadernos las demás mercedes divinas de su santa Tía.

Del P. Ribera existe otro traslado bastante completo y fiel de las Relaciones de Santa Teresa en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. Recientemente le han dado a conocer D. José Gómez Centurión y el P. Fidel Fita (3). Contiene este Códice un traslado del Libro de las Fundaciones (págs. 1-214). A continuación copia algunas Relaciones precedidas de este epígrafe: «Relación que hizo la AVadre Teresa de Jesús de con quien había tratado y comunicado su espíritu. Oración de la Santa Madre Teresa de Jesús» (págs. 217-227) (4).

1 Véase la página 291.

2 La reproducimos en los Apéndices, página 232. No estábamos seguros entonces del autor de la copia, Pero hou, hechos nuevos estudios de compulsa, no tememos aftnnai, que tanto la relación que firma la M. María de S. Jerónimo, como el otro escrito de la V. Ana de S. Bartolomé, son de letra de la M. Teresa, sobrina de la SantH.

3 Véanse los números del Boletín de la Real ñcademía de la Histona. correspondientes a los meses de Marzo, Abril y Septiembre-Octubre de 1915. El Códice lleva esta signatura: Estante 11, grada 5.a, número 132,

4 Son las dirigidas al P. Rodrigo Alvarez, que nosotros publicamos en los núms. IV ü V.

XXII INTROnurri'^N

Con el título «Todo esto que se sigue saqué de catorce papeles, todos escritos de mano de la Madre Teresa de Jesús, salvo uno», con- tinúa trasladando nuevas Relaciones (págs. 227-2'10). Por fin, de la página 245 a la 252, copia las Relaciones, que publicamos en los Apéndices. Todos estos traslados, en parte de letra del mismo P. Ri- bera, son de grande importancia y arguyen el exquisito esmero que puso, así en la biografía de la Santa, como en la reproducción de textos de sus escritos. Bien podemos asegurar, que no hay relación, ni mer- ced de Dios, de las que conocemos, que él ignorase, y muchas están citadas en su Vida de Santa Teresa, publicada en 1590, como notaremos al reproducirlas.

Sobre las mercedes que hacen referencia al P. Jerónimo Gracián, además de los Manuscritos de ñvila, Toledo y del P. Ribera, tene- mos otras muchas fuentes de indiscutible autenticidad. Juan Vázquez del Mármol, notario apostólico, sacó copia autorizada de los originales que él mismo asegura tener a la vista, cuando dice: «Por la presente Yo, Juan Vázquez del Mármol, doy fe como notario apostólico, que he visto algunas veces, y tenido en mi poder y leído muchas y diversas veces, un pliego de papel de letra de la M. Teresa de Jesús, la cual conosco ser suya, per (sic) muchas carta/s y otros papeles que he visto de la mesma letra y firma en poder de las personas a quien las en- viaba y de personas de su Religión; de (sic) sobrescrito decía: Es cosa de mi alma y conciencia; nadie Las vea aunque me muera, sino desse al Padre Maestro Gracián. Y allí de la mesma letra que lo di- cho, y la carta está firmada Teresa de Jesús*. Traslada a continuación el contenido de los dichos papeles, que fué el día 30 de Septiembre de 1603. Esta copia, que se guarda en el archivo de los Carmelitas Descal- zos de Hvila^ y de la que tengo un ejemplar fotografiado, estuvo en po- der del hermano del P. Jerónimo, Fray Lorenzo Gracián, quien al mar- gen de las palabras de Mármol que acabamos de trasladar, puso: «Los originales tiene al presente Tomás Gracián». «Este papel, de letra de nuestra Santa Me. Teresa, vi yo y conocí ser letra suya, por cartas que tiene mi madre de letra de la Santa. Fr. Lorenzo de la Madre de Dios». Estas notas no hay duda que son del hermano del P. Jeró- nimo, cuya letra conozco por escritos suyos que he visto en varios archivos de la Descalcez (1).

Existe además de estos mismos papeles, según es dicho, una copia en el Convento de Carmelitas Descalzas de Consuegra, de letra de la M. María de S. José, hermana de Gracián, de la que trasladó gran par- te el P. Antonio de S. Joaquín, en el tomo VIII de su Año Teresiano.

OUa copia análoga, se contiene en el Ms. 2.711 de la Biblioteca Nacional.

INTRODUCCIÓN XXHI

María de San José también las menciona en su Libro de Recreaciones. En sus lugares respectivos damos más pormenores acerca de estas copias.

En la presente edición, las Relaciones se insertan cada una de por sí, con entera independencia, y en cuanto sea posible, según el tiempo en cfue fueron recibidas, no escritas. K ciencia fija se sabe de muchas el lugar, día y año en que acaecieron; de otras es más dudoso, y no faltan tampoco cuya fecha es de muy difícil averigua- ción. En esta tarea han hecho labor meritísima las Carmelitas Des- calzas del primer Monasterio de París en su conocida edición de las Obras de Santa Teresa, y muchos otros escritores desde el siglo XVIII. Algún orden de tiempo se nota también en los Códices antiguos, aun- que no muy severo, y a veces con notables quebrantos o excepciones de cronología.

Para mayor claridad, publicaremos primero las Relaciones a sus con- fesores y a continuación las mercedes y favores divinos, que para su go- bierno iba escribiendo la Santa en papeles sueltos o cuadernillos. Si no hay entre ellas la necesaria división de argumento para publicarlas se- paradas, porque todas tratan de favores que Dios concedía a su alma, todavía hallamos la suficiente diferencia para que las Relaciones a sus confesores vayan las primeras y no mezcladas con las Mercedes divinas. No nos satisface tampoco el agrupamiento caprichoso y desordenado con que en la edición de Rivadeneyra se incorporan bajo el nombre de una Relación, por ejemplo, la III, IV, V y IX, mercedes que fueron escritas y recibidas en distintos tiempos y lugares, sin más nexo o lazo de unión, que el común de ser mercedes del cielo. R imitación de los Códices antiguos, se reproducirán en ésta separadamente, y de esta suerte conservarán la independencia que les es propia y será más clara y fácil su lectura (1).

Llamar a este conjunto de escritos sueltos de Santa Teresa Libro de las Relaciones, como hace D. Vicente de la Fuente, es muy impropio, atendiendo al significado que se da a la palabra libro. Basta la de- nominación de Relaciones de espíritu, que no son libro nuevo de Santa Teresa, sino complemento, como dejamos escrito, de su Autobio- grafía, la cual no comprende los últimos veinte años de su vida. Con tal procedimiento podrán presentarse con método estos escritos de Sta. Teresa, indispensables en absoluto para conocer las grandes mara- villas que la gracia obró en su alma y obligado complemento de su vida interior. Las enmiendas hechas a las anteriores ediciones, prin-

1 Dejamos para la sección de Escritos sueltos, cuatro pensamientos de la Santa, que los manuscritos antiguos copian entre las Relaciones, no siendo éste su lugar propio. Co- mienza el primero: Le confesión es para decir culpas...

XXIV INTRODUCCIÓN

cipalmcntc a la de Rivadeneyra, son tan numerosas, que si las fué- ramos a notar todas, el texto quedaría abrumado por ellas, con per- juicio de los lectores y de la misma Santa. Nos limitamos, según las normas que nos hemos propuesto observar en esta edición, a notas meramente históricas, cronológicas y algunas más. Ni siquiera ad- vertiremos las variantes que hay en las copias antiguas sobre una mis- ma frase. Adoptamos la más autorizada, y para que los curiosos y aficionados a estos pormenores críticos de textos, no se nos quejen, verán en los Apéndices fielmente reproducidas las copias de Toledo, y las demás inéditas que conocemos y pueden tener alguna importancia. Preferimos esto, a no estar interrumpiendo a cada momento la lectura con observaciones y correcciones.

Para evitar desproporción en los volúmenes, publicamos en éste los documentos relacionados con los dos primeros tomos de esta Bi- blioteca, limitándonos a los que tienen relación más directa con Santa Teresa y dejando para otro lugar los pertenecientes a sus padres y parientes, que no son pocos. Muchos de los que insertamos son iné- ditos, y algunos tan importantes como el Dictamen del P. Ibáñez sobre el espíritu de la Santa, que por vez primera se publica íntegro, tal como lo trae Fray Jerónimo de S. José, las Deposiciones de Teresa de Jesús en el Proceso de Avila, las Relaciones espirituales que esta misma religiosa copió de su santa Tía, y muchísimos más, que verá el curioso lector. De gran parte de ellos tenemos copias fotográficas, y de otros nos hemos procurado reproducciones fieles. En su publi- cación, es muy difícil observar pleno rigor lógico o cronológico, por la misma índole de las materias que contienen. Algún orden de tiem- po, aunque muy laxo, se ha tenido presente, trasladando orimcro los que atañen a Santa Teresa en la Encarnación, y continuando por los de su Reforma en San José de Avila, muerte, canonización, patronato e im- presión de sus escritos. Por último, se insertan algunas copias antiguas de sus Relaciones, en atención principalmente a los eruditos.

Fr. Silverío de Santa Teresa, C. D.

RELACIONES ESPIRITUALES

DE

STH. TERESR DE JESÚS

A SUS CONFESORES Y MERCEDES QUE RECIBIÓ DE DIOS

II

RELACIONES ESPIRITUALES

DIRIGIDAS POR

SANTA TERESA DE JESÚS

A SUS CONFESORES

RELACIÓN PRIMERA

EN ENCARNACIÓN DE AVILA, AÑO DE 1560 (1). JESÚS

La manera de proceder en la oración que ahora tengo, es la presente. Pocas veces son las que estando en oración, puedo tener discurso de entendimiento; porque luego comienza a recogerse el alma, y estar en quietud u arrobamiento, de tal manera que ninguna cosa puedo usar de las potencias y sentidos; tanto que, si no es oir, y eso no para entender, otra cosa no aprovecha.

1 Dirigida, como hemos dicho en la Introducción, al P. Pedro Ibáñez, desde la Encarna- ción de Avila hacia mediados o fines de 1560. Primeramente fué impresa por Ribera y Yepes ü reproducida por el P. Fray Tomás de Jesús. En la edición de Amberes por Baltasar Moreto (1630), publicóse de nuevo, dividida en dos partes. El P. Pedro de la Anunciación la editó entre las cartas, y asi ha venido imprimiéndose hasta la edición de Rivadeneyra. En muchos manuscritos antiguos de la Biblioteca Nacional la hemos visto copiada. El P. Manuel de Santa María le puso algunas enmiendas al margen de la edición de 1752 que hemos tenido en cuenta para la corrección del texto. Dejamos apuntado que la aprobación en treinta y tres razones de este escrito, que se ha publicado en algunas ediciones españolas y extranjeras, no es de San Pedro de Alcántara, sino del P. Ibáñez.

H LAS RELACIONES

Acaéceme muchas vec€s, sin querer pensar en cosas de Dios, sino tratando de otras cosas, y pareciéndome que, aunque mu- cho procurase tener oración, no lo podría hacer por estar con gran sequedad, ayudando a esto los dolores corporales, darme tan de presto este recogimiento y levantamiento de espíritu, que no me puedo valer, y en un punto dejarse con los efetos y apro- vechamientos que después tray. Y esto sin haber tenido visión, ni entendido cosa, ni sabiendo dónde estoy, sino que, parecién- dome se pierde el alma, la veo con ganancias, que aunque en un año quisiera ganarlas yo por fuerzas, me parece no fuera posible sigún quedo con ganancias.

Otras veces me dan unos ímpetus muy grandes, con un des- hacimiento por Dios que no me puedo valer. Parece se me va a acabar la vida, y ansí me hace dar voces y llamar a Dios, y esto con gran furor me da. Algunas veces no puedo estar sen- tada sigún me dan las bascas, y esta pena me viene sin procu- rarla, y es tal, que el alma nunca querría salir de ella mientras viviese. Y son las ansias que tengo por no vivir y parecer que se vive, sin poderse remediar; pues el remedio para ver a Dios, €s la muerte, y esta no puede tomarla; y con esto parece a mi alma que todos están consoladísimos, sino ella, y que todos ha- llan remedio para sus trabajos, sino ella. Es tanto lo que aprieta esto, que si el Señor no lo remediase con algún arrobamiento, donde todo se aplaca, y el alma queda con gran quietud y satis- fecha, algunas veces con ver algo de lo que desea, otras con entender otras cosas, sin nada de esto parece era imposible salir de aquella pena.

Otras veces me vienen unos deseos de servir a Dios con unos ímpetus tan grandes, que no lo encarecer, y con una pena de ver de cuan poco provecho soy. Paréceme entonces que ningún trabajo ni cosa se me pornía delante, ni muerte ni martirio, que no los pasase con facilidad. Esto es también sin considera- ción, sino en un punto, que me revuelve toda, y no de dónde me viene tanto esfuerzo. Paréceme que querría dar voces, y dar a entender a todos lo que les va en no se contentar con cosas pocas, y cuánto bien hay que nos dará Dios en dispuniéndonos

RELACIÓN PRIMERA 5

nosotros. Digo que son estos deseos de manera, que me deshago entre pareciéndome que quiero lo que no puedo. Paréceme me tiene atada este cuerpo, por no ser para servir a Dios en nada, y al estado ( 1 ) ; porque a no le tener, haría cosas muy señaladas, en lo que mis fuerzas pueden; y ansí de verme sin ningún poder para servir a Dios, siento de manera esta pena, que no lo puedo encarecer: acabo con regalo y recogimiento y consuelo de Dios.

Otras veces me ha acaecido, cuando me dan estas ansias por servirle, querer hacer penitencias, mas no puedo. Esto me aliviaría mucho y alivia y alegra, aunque no son casi nada, por la flaqueza de mi cuerpo; aunque si me dejase con estos deseos, creo haría demasiado.

Algunas veces me da gran pena haber de tratar con nadie, y me aflige tanto, que me hace llorar harto, porque toda mi ansia es por estar sola; y aunque algunas veces no rezo, ni leo, me consuela la soledad, y la conversación, especial de parientes y deudos, me parece pesada, y que estoy como vendida, salvo con los que trato cosas de oración y de alma, que con éstos me consuelo y alegro, aunque algunas veces me hartan y querría no verlos, sino irme adonde estuviese sola, aunque esto pocas veces, especialmente con los que trato mi conciencia siempre me con- suelan.

Otras veces me da gran pena haber de comer y dormir, y ver que yo, más que nadie, no lo puedo dejar. Hágolo por ser- vir a Dios, y ansí se lo ofrezco. Todo el tiempo me parece breve y que me falta para rezar, porque de estar sola nunca me can- saría. Siempre tengo deseo de tener tiempo para leer, porque a esto he sido muy aficionada. Leo muy poco, porque en tomando el libro, me recojo en contentándome, y ansí se va la lición en oración, y es poco, porque tengo muchas ocupaciones, y aunque buenas, no me dan el contento que me daría esto. Y ansí ando siempre deseando tiempo, y esto me hace serme todo desabri- do, sigún creo, ver que no se hace lo que quiero y deseo.

Todos estos deseos y más de virtud, me ha dado nuestro

1 Al estado religioso a que por su profesión pertenecía.

b LñS RELACIONES

Señor después que me dio esta oración quieta con estos arroba- mientos, y hallóme tan mijorada, que me parece era antes una perdición. Déjanme estos arrobamientos y visiones con las ga- nancias que aquí diré; y digo que si algún bien tengo, de aquí me ha venido. Hame venido una determinación muy grande de no ofender a Dios ni venialmente, que antes moriría mil muer- tes que tal hiciese, entendiendo que lo hago. Determinación de que ninguna cosa que yo pensare ser más perfeción y que haría más servicio a nuestro Señor, diciéndolo quien de tiene cui- dado y me rige que lo hiciese, sintiese cualquiera cosa, que por ningún tesoro lo dejaría de hacer. Y si lo contrario hiciese, me parece no ternía cara para pedir nada a Dios nuestro Señor, ni para tener oración, aunque en todo esto hago muchas faltas e imperfeciones. Obediencia a quien me confiesa (1), aunque con imperfeción; pero entendiendo yo que quiere una cosa o me la manda, sigún entiendo, no la dejaría de hacer; y si la dejase, pensaría andaba muy engañada.

Deseo de pobreza, aunque con imperfeción; mas paréceme que aunque tuviese muchos tesoros, no ternía renta particular, ni dineros ascendidos para sola, ni se me da nada; sólo querría tener lo necesario. Con todo, siento tengo harta falta en esta virtud; porque aunque para no lo deseo, querríalo tener para dar, aunque no deseo renta ni cosa para mí.

Casi con todas las visiones que he tenido me he quedado con aprovechamiento, si no es engaño del demonio; en esto remítome a mis confesores.

Cuando veo alguna cosa hermosa, rica, como agua, campo, flores, olores, músicas, etc., paréceme no lo querría ver ni oír: tanta es la diferencia de ello a lo que yo suelo ver, y ansí se me quita la gana de ellas. Y de aquí he venido a dárseme tan poco por estas cosas, que si no es primer movimiento, otra cosa no me ha quedado de ello, y esto me parece basura.

Si hablo u trato oon algunas personas profanas, porque no puede ser menos, aunque sea de cosas de oración, si mucho lo

1 Confesábala pór este tiempo el P. Baltasar Alvaiez.

RELACIÓN PRIMERA 7

trato, aunque sea por pasatiempo, si no es necesario, me estoy forzando, porque me da gran pena. Cosas de regocijo, de que solía ser amiga, y de cosas de el mundo, todo me da en rostro y no lo puedo ver.

Estos deseos de amar y servir a Dios y verle, que he dicho que tengo, no son ayudados con consideración, como tenía antes, cuando me parecía que estaba muy devota y con muchas lágrimas; mas con una inflamación y hervor tan ecesivo, que torno a decir, que si Dios no me remediase con algún arrobamiento, donde me parece queda el alma satisfecha, me parece sería para acabar presto la vida.

A los que veo más aprovechados, y con estas determinacio- nes, y desasidos y animosos, los amo mucho, y con tales querría yo tratar, y parece que me ayudan. Las personas que veo tími- das g que me parece a van atentando en las cosas, que con- forme a razón acá se pueden hacer, parece que me congojan, y me hacen llamar a Dios y a los santos que estas tales cosas, que ahora nos espantan, acometieron. No porque yo sea para nada, pero porque me parece que ayuda Dios a los que por El se ponen a mucho, y que nunca falta a quien en El solo confía, y querría hallar quien me ayudase a creerlo ansí, y no tener cuidado de lo que he de comer y vestir, sino dejarlo a Dios.

No se entiende que este dejar a Dios lo que he menester, es de manera que no lo procure, mas no con cuidado, que me cuidado digo (1). Y después que me ha dado esta libertad, vame bien con esto, y procuro olvidarme de cuanto puedo. Esto no me parece habrá un año que me lo ha dado nuestro Señor.

Vanagloria, gloria a Dios, que yo entienda, no hay por qué la tener; porque veo claro en estas cosas que Dios da, no poner nada de mí; antes me da Dios a sentir miserias mías, que con cuanto yo pudiera pensar, me parece no pudiera ver tantas ver- dades como en un rato conozco.

Cuando hablo de estas cosas, de pocos días acá, paréceme son como de otra persona. Antes me parecía algunas veces era

1 Al margen de la copia de esta Relación, sacada por su confesor, puso la Santa las cláusulas aclarativas que compienden estas dos líneas.

8 LAS RELACIONES

afrenta que las supiesen de mí, mas ahora paréceme que no soy por esto mijor, sino más ruin, pues tan poco me aprovecho con tantas mercedes. Y, cierto, por todas partes me parece no ha habido otra peor en el mundo que go; y ansí las virtudes de los otros me parecen de harto más merecimiento, y que yo no hago sino recibir mercedes, y que a los otros les ha de dar Dios por junto lo que aquí me quiere dar a mí, y suplicóle no me quiera pagar en esta vida; y ansí creo que de flaca y ruin, me ha llevado Dios por este camino.

Estando en oración, y aun casi siempre que yo pueda consi- derar un poco, aunque yo lo procurase, no puedo pedir descan- sos, ni desearlos de Dios; porque veo que no vivió El sino con trabajos, y estos le suplico me dándome primero gracia para sufrirlos.

Todas las cosas de esta suerte, y de muy subida perfeción, parece se me imprimen en la oración, tanto, que me espanto de ver tantas verdades y tan claras, que me parecen desatino las cosas del imundo; y ansí he menester cuidado para pensar cómo me había antes en las cosas del mundo, que me parece que sentir las muertes y trabajos de él es desatino, a lo menos que dure mucho el dolor u el amor de los parientes, amigos, etc. Digo que ando con cuidado, considerándome la que era y lo que solía sentir.

Si veo en algunas personas algunas cosas que a la clara parecen pecados, no me puedo determinar que aquéllos hayan ofendido a Dios, y si algo me detengo en ello, que es poco u nada, nunca me determinaba, aunque lo vía claro: parecíame que el cuidado que yo traigo de servir a Dios, traen todos. Y en esto me ha hecho gran merced, que nunca me detengo en cosa mala, que se me acuerde después, y si se me acuerda, siempre veo otra virtud en la tal persona. Ansí que nunca me fatigan estas cosas, sino es lo común, y las herejías, que muchas veces me afligen, y, casi siempre que pienso en ellas, me parece que solo esto es trabajo de sentir. Y también siento si veo algunos que trataban en oración y tornan atrás; esto me da pena, mas no mucha, porque procuro no detenerme. También me hallo mijo- rada en curiosidades que solía tener, aunque no de el todo, que

RELACIÓN PRIMERA 9

no me veo estar en esto siempre mortificada, aunque algunas veces sí.

Esto todo que he dicho, es lo ordinario que pasa en mi alma, sigún puedo entender, y muy contino tener el pensamiento en Dios. Y aunque trate de otras cosas, sin querer yo, como digo, no entiendo quién me despierta; y esto no siempre, sino cuando trato algunas cosas de importancia; y esto, gloria a Dios, es a ratos el pensarlo, y no me ocupa siempre.

Viénenme algunos días, aunque no son muchas veces, y dura como tres u cuatro u cinco días, que me parece que todas las cosas buenas y hervores y visiones se me quitan, y aun de la memoria, que aunque quiera no que cosa buena haya habido en mí. Todo me parece suefíoi, u a lo menos no me puedo acordar de nada. Apriétanme los males corporales en junto; túrbaseme el entendimiento, que ninguna cosa de Dios puedo pensar ni en qué ley vivo. Si leo no lo entiendo; paréceme estoy llena de faltas, sin ningún ánimo para la virtud; y el grande ánimo que suelo tener queda en esto, que me parece a la menor ten- tación y mormuración de el mundo no podría resistir. Ofré- ceseme entonces que no soy para nada, que quién me mete en más de en lo común. Tengo tristeza, paréceme tengo engañados a todos los que tienen algún crédito de mí; querríame asconder donde nadie me viese; no deseo entonces soledad para virtud, sino de pusilaminidad. Paréceme querría reñir con todos los que me contradijesen: trayo esta batería, salvo que me hace Dios esta merced, que no le ofendo más que suelo, ni le pido que quite esto, mas que si es su voluntad que esté ansí siempre, que me tenga de su mano para que no le ofenda, y conformóme con El de todo corazón, y creo que el no me tener siempre ansí, es merced grandísima que me hace.

Una cosa me espanta, que estando de esta suerte, una sola palabra de las que suelo entender, u una visión, u un poco de recogimiento, que dure un Avemaria, u en llegándome a comul- gar, queda el alma y el cuerpo tan quieto, tan sano y tan claro el entendimiento, con toda la fortaleza y deseos que suelo. Y tengo expiriencia de esto, que son muchas veces, al menos cuando co-

10 LñS RELACIONES

mulgo, ha más de m^dio año que notablemente siento clara salud corporal, y con los arrobamientos algunas veces. Y dúrame más de tres horas algunas veces, y otras todo el día estoy con gran mijoría, y a mi parecer no es antojo, porque lo he echado de ver y he tenido cuenta de ello. Ansí que, cuando tengo este recogimiento, no tengo miedo a ninguna enfermedad. Verdad es que cuando tengo la oración, como solía antes, no siento esta mijoría.

Todas estas cosas que he dicho, me hacen a creer que estas cosas son de Dios; porque como conozco quien yo era, que llevaba camino de perderme y en poco tiempo, con estas cosas es cierto que mi alma se espantaba, sin entender por dónde me venían estas virtudes: no me conocía, y vía ser cosa dada y no ganada por trabajo. Entiendo con toda verdad y claridad, y que no me engaño, que no sólo ha sido medio para traerme Dios a su servicio, pero para sacarme de el infierno, lo cual saben mis confesores, a quien me he confesado generalmente.

También cuando veo alguna persona, que sabe alguna cosa de mí, le querría dar a entender mi vida; porque me parece ser honra mía que nuestro Señor sea alabado, y ninguna cosa se me da por lo demás. Esto sabe El bien, u yo estoy muy cie- ga, que ni honra, ni vida, ni gloria, ni bien ninguno en cuerpo ni alma hay quien me detenga, ni quiera, ni desee mi provecho, sino su gloria. No puedo yo creer que el demonio ha buscado tantos medios para ganar mi alma, para después perderla, que no le tengo por tan necio. Ni puedo creer de Dios, que ya que por mis pecados mereciese andar engañada, haya dejado tantas ora- ciones de tan buenos (1), como dos años ha se hacen, que yo no hago otra cosa sino rogarlo a todos, para que el Señor me a conocer si es esto su gloria, u me lleve por otro camino. No creo primitirá su divina Majestad que siempre fuesen adelante estas cosas si no fueran suyas. Estas cosas y razones de tantos santos me esfuerzan cuando trayo estos temores de si no es Dios, siendo yo tan ruin. Mas cuando estoy en oración, y en los días

1 Cfr. Vida, c. XXV.

RELACIÓN PRIMERA 11

que ando quieta y el pensamiento en Dios, aunque se junten cuantos letrados y santos hay en el mundo, y me diesen todos los tormentos imaginables, y yo quisiese creerlo, no me podrían hacer creer que esto es demonio, porque no puedo. Y cuando me quisieron poner en que lo creyese, temía viendo quien lo decía, y pensaba que ellos debían decir verdad, y que yo, siendo la que era, debía de estar engañada. Mas a la primera palabra, u recogimiento u visión, era deshecho todo lo que me liabían dicho: yo no podía más y creía que era Dios.

Aunque puedo pensar que podía mezclarse alguna vez demo- nio, y esto es ansí, como lo he visto y dicho, mas tray diferentes efetos; y a quien tiene expiriencia, no le engañará, a mi parecer. Con todo esto digo, que, aunque creo que es Dios ciertamente, yo no haría cosa alguna, si no le pareciese a quien tiene cargo de mí, que es más servicio de nuestro Señor, por ninguna cosa; y nunca he entendido, sino que obedezca y que no calle nada, que esto me conviene. Soy muy ordinario reprendida de mis faltas, y de manera que llega a las entrañas; y avisos, cuando hay u puede haber algún peligro en cosa que trato, que me han hecho harto provecho, traycndome los pecados pasados a la me- moria muchas veces, que me lastima harto.

Mucho me he alargado, mas es ansí, cierto, que en los bie- nes que me veo cuando salgo de oración, me parece quedo corta; después, con muchas imperfeciones y sin provecho y harto ruin. Y por ventura las cosas buenas no las entiendo, mas que me en- gaño; pero la diferencia de mi vida es notoria, y me hace pen- sar en todo lo dicho, digo lo que me parece que es verdad haber sentido. Estas son las perfeciones que siento haber el Señor obrado en tan ruin e imperfeta. Todo lo remito al juicio de vuestra merced, pues sabe toda mi alma (1).

1 Aquí añade Ribera, 1. IV, c. XXVI: 'Esta Relación estaba escrita de mano ajena, aunque después, como veremos, la misma Madre dice que está como ella la escribió. Lo que se sigue, todo estaba de su misma mano».

RELACIÓN II

EN EL PALACIO DE D.a LUISA DE LA CERDA, AÑO DE 1562 (1).

JESÚS

Paréceme ha más de un año que escribí esto que aquí está. Hame tenido Dios de su mano en todo él, que no he andado peor, antes veo mucha mijoría en lo que diré. Sea alabado por todo.

Las visiones y revelaciones no han cesado, mas son más su- bidas mucho. Hame enseñado el Señor un modo de oración, que me hallo en él más aprovechada, y con muy mayor desasi- miento en las cosas de esta vida, y con más ánimo y libertad. Los arrobamientos han crecido, porque a veces es con ímpetu y de suerte, que, sin poderme valer exteriormente, se me conoce, y aun estando en compañía, porque es de manera que no se puede disimular, si no es con dar a entender, como soy enferma de el corazón, que es algún desmayo. Aunque trayo gran cuidado de resistir al principio, algunas veces no puedo.

En lo de la pobreza, me parece me ha hecho Dios mucha merced, porque aun lo necesario no querría tener, si no fuese de limosna; y ansí deseo en extremo estar adonde no se coma de otra cosa. Paréceme a que estar donde estoy cierta que no me ha

1 Escrita en el palacio de D.a Luisa de la Cerda en Toledo, donde estuvo la Santa, por indicación de su P. Provincial, desde principios de 1562 hasta el mes de Julio del mismo año. La escribió, probablemente, para el P. Ibáñez, como Ib anterior, aunque no dejaría de verla el P. García de Toledo, que a esta sazón se hallaba en la ciudad imperial. Tiene muchos puntos de referencia esta Relación con el capítulo XXXIV de la Vida.

14 LñS RELACIONES

de faltar de comer y de vestir, que no se cumple con tanta per- feción el voto ni el consejo de Cristo como adonde no hay renta, que alguna vez faltará; y los bienes que con la verdadera pobreza se ganan, parécenme muchos y no los querría perder (1), Hallóme con una fe tan grande muchas veces en parecerme no puede faltar Dios a quien le sirve, y no tiniendo ninguna duda que hay ni ha de haber ningún tiempo en que falten sus pala- bras, que no puedo persuadirme a otra cosa, ni puedo temer, y ansí siento mucho cuando me aconsejan tenga renta, y tornó- me a Dios.

Paréceme tengo mucha más piadad de los pobres que solía, tiniendo yo una lástima grande y deseo de remediarlos, que, si mirase a mi voluntad, les daría lo que trayo vestido. Ningún asco tengo de ellos, aunque los trate y llegue a las manos; y esto veo es ahora don de Dios, que aunque por amor de El hacía limosna, piadad natural no la tenía. Bien conocida mijoría siento en esto.

En cosas que dicen de de mormuración, que son hartas, y en mi perjuicio, y hartos, también me siento muy mijorada; no parece me hace casi impresión más que a un bobo. Pa- réceme algunas veces tienen razón, y casi siempre. Siéntolo tan poco, que aun no me parece tengo que ofrecer a Dios, como tengo expiriencia que gana mi alma mucho, antes me parece me hacen bien. Y así ninguna enemistad me queda con ellos en llegán- dome la primera v€z a la oración; que luego que lo oyó, un poco de contradición me hace, no con inquietud ni alteración, antes, como veo algunas veces otras personas, me han lástima. Es ansí que entre raí me río (2), porque me parece todos los agra- vios de tan poco tomo los de esta vida, que no hay que sentir; porque me figuro andar en un sueño, y veo que en despertan- do será todo nada.

Dame Dios más vivos deseos, más gana de soledad, muy

1 En el capitulo XXXV de la Vida habla la Santa de la visita que le hizo en Toledo la venerable María de Jesús, y de cómo aprendió de ella que la Regla del Carmen mandaba no se tuviese propio.

2 Así lo trae Ribera, y me parece en este pasaje más propio de la Santa que no el me deshago, que viene en algunos manuscritos antiguos.

RELñCIOM II 15

mayor desasimiento, como he dicho, con visiones, que se me ha hecho entender lo que es todo, aunque deje cuantos amigos y ami- gas y deudos; que esto es lo de menos, antes me cansan muy mucho parientes. Como sea por un tantico de servir más a Dios, los dejo con toda libertad y contento, y ansí en cada parte ha- llo paz.

Algunas cosas que en oración he sido aconsejada, me han salido muy verdaderas. Ansí que de parte de hacerme Dios mer- cedes, hallóme muy más mijorada; de servirle yo de mi parte harto más ruin; porque el regalo he tenido más, que se ha ofrecido, aunque hartas veces me da harta pena. La penitencia es muy poca; la honra que me hacen, mucha; bien contra mi voluntad hartas veces. Mas, en fin, me veo con vida regalada, y no penitente (1). Dios lo remedie como puede.

1 De estas palabtas se infiere con evidencia que escribió esta Relación en el casa de Dofia Luisa.

RELACIÓN III

EN SAN JOSÉ DE AVILA, AÑO DE 1563 (1).

Esto que está aquí de mi letra, ha nueve meses, poco más u menos, que lo escribí. Después acá no lie tornado atrás de las mer- cedes que Dios me ha hecho. Me parece he recibido de nuevo, a lo que entiendo, mucha mayor libertad. Hasta ahora parecíame había menester a otros, y tenía más confianza en ayudas de el mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de ro- mero seco, y que asiéndose a ellos no hay siguridad, que en habiendo algún peso de contradiciones u mormuraciones, se quie- bran. Y ansí tengo expiriencia que el verdadero remedio para no caer, es asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso. Hallóle amigo verdadero, y hallóme con esto con un señorío, que me parece podría resistir a todo el mundo, que fuese contra mí, con no me faltar Dios.

Entendiendo esta verdad tan clara, solía ser muy amiga de que me quisiesen bien. Ya no se me da nada, antes me parece en parte me cansa, salvo con los que trato mi alma u yo pienso aprovechar; que los unos porque me sufran, y los otros porque con más afición crean lo que les digo de la vanidad que es todo, querría me la tuviesen.

En muy grandes trabajos, y persecuciones y contradicio-

I Dirigida al Padre García de Toledo, o quizá al Padre Báñez, que los dos la confesaban en 1563, cuando fué escrita, en el primitivo monasterio de San José de Avila. En el original, esta tercera Relación estaba separada de las precedentes por una taya.

II 2

18 LñS RELACIONES

n€s que he tenido estos meses (1), hame dado Dios gran ánimo; y cuando mayores, mayor, sin cansarme en padecer. Y con las personas que decían mal de mí, no sólo no estaba mal con ellas, sino que me parece las cobraba amor de nuevo; no cómo era esto, bien dado de la mano de el Señor.

De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuo- sa en desearla. Ahora van mis deseos con tanta quietud, que cuando los veo cumplidos, aun no entiendo si me huelgo. Que pesar y placer, si no es en cosas de oración, todo va templado, que parezco boba, y como tal ando algunos días.

Los ímpetus que me dan algunas veces, y han dado de ha- cer penitencias, son grandes, y si alguna hago, siéntola tan poco con aquel gran deseo, que alguna vez me parece, y casi siempre, que es regalo particular, aunque hago poca, por ser muy enferma.

Es grandísima pena para muchas veces, y ahora más ecesiva, el haber de comer, en especial si estoy en oración. Debe ser grande, porque me hace llorar mucho y decir palabras de aflición, casi sin sentirme, lo que yo no suelo hacer. Por gran- dísimos trabajos que he tenido en esta vida no me acuerdo ha- berlas dicho, que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio corazón.

Deseo grandísimo, más que suelo, siento en de que tenga Dios personas que con todo desasimiento le sirvan, y que en nada de lo de acá se detengan, como veo es todo burla, en especial letrados; que como veo las grandes necesidades de la Ilesia, que estas me afligen tanto, que me parece cosa de burla tener por otra cosa pena, y ansí no hago sino encomendarlos a Dios; porque veo yo que haría más provecho una persona de el todo perfeta, con hervor verdadero de amor de Dios, que mu- chas con tibieza. '

En cosas de la fe me hallo, a mi parecer, con muy mayor fortaleza. Paréceme a que contra todos los luteranos me pornía yo sola a hacerles entender su yerro. Siento mucho la per-

1 Habla de los que tuvo en la fundación de S. José de Avila.

RELACIÓN III 19

dición de tantas almas. Veo muchas aprovechadas, que conozco claro ha querido Dios que sea por mis medios; y conozco que por su bondad, va en crecimiento mi alma en amarle cada día más.

Parécemc que aunque con estudio quisiese tener vanaglo- ria, que no podría, ni veo cómo pudiese pensar que ninguna de estas virtudes es mía; porque ha poco que me vi sin ninguna muchos años, y ahora de mi parte no hago más de recibir merce- des, sin servir, sino como la cosa más sin provecho de el mundo. Y, es ansí, que considero algunas veces cómo todos aprovechan sino yo, que para ninguna cosa valgo. Esto no es, cierto, humildad, sino verdad, y conocerme tan sin provecho, me tray con temores algunas veces de pensar no sea engañada. Ansí que veo claro que de estas revelaciones y arrobamientos, que yo ninguna par- te soy, ni hago para ellos más que una tabla, me vienen estas ganancias. Esto me hace asigurar y traer más sosiego, y póngo- me en los brazos de Dios, y fío de mis deseos, que estos, cierto, entiendo son morir por El, y perder todo el descanso y venga lo que viniere.

Viénenme días que me acuerdo infinitas veces de lo que dice S. Pablo (1), aunque a buen siguro que no sea ansí en mí. Que ni me parece vivo yo, ni hablo, ni tengo querer, sino que está en quien me gobierna y da fuerza; y ando como casi fuera de mí, y ansí me es grandísima pena la vida. Y la mayor cosa que yo ofrezco a Dios por gran servicio, es cómo siéndome tan p2- noso estar apartada de El, por su amor quiero vivir. Esto querría yo fuese con grandes trabajos y persecuciones; ya que no soy para aprovechar, querría ser para sufrir; y cuantos hay en el mundo pasaría por un tantico de más mérito, digo en cumplir más su voluntad.

Ninguna cosa he entendido en la oración, aunque sea dos años antes, que no la haya visto cumplida. Son tantas las que veo, y lo que entiendo de las grandezas de Dios, y cómo las ha guiado, que casi ninguna vez comienzo a pensar en ello que

1 Gal. II, 20.

20 LñS RELACIONES

no me falte el entendimiento, como quien ve cosas que van muy adelante de lo que puedo entender, y quedo en recogimiento. Guárdame tanto Dios en no ofenderle, que, cierto, algunas veces me espanto, que me parece veo el gran cuidado que tray de mí, sin poner yo en ello casi nada, siendo un piélago de pecados y maldades antes de estas cosas, y sin parecerme era señora de para dejarlas de hacer. Y para lo que yo querría se supiesen, es para que se entienda el gran poder de Dios. Sea alabado por siempre jamás. Amén.

Jesús. Esta Relación, que no es de mi letra, que va al principio, es que la di yo a mi confesor (1), y él, sin quitar ni poner cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual y teólogo, con quien trataba todas las cosas de mi alma, y él las trató con otros letrados, y entre ellos fué el Padre Mancio (2). Ninguna han hallado que no sea muy conforme a la Sagrada Escritura. Esto me hace ya estar sosegada, aunque entiendo he menester, mientra Dios me llevare por este camino, no me fiar de en nada; y ansí lo he hecho siempre, aunque siento mucho. Mire vuestra merced que todo esto va debajo de confesión, como lo supliqué a vuestra merced.

1 P. Ibánez.

2 Nació este célebre hijo de Sto. Domingo en Becerril de los Campos (Palencia), por los aflos de 1497. Tomó el hábito en los Dominicos de Salamanca, y muy pronto llegó a ser uno de los más profundos teólogos de su tiempo. De él decía el P. Báñez «que sólo su nombre oprimía a los más doctos». Después de haber regentado cátedras de Prima en Alcalá y Sala- manca, murió santamente el 9 de Julio de 1566.

RELACIÓN IV

EN. SEVILLA AÑO DE 1576 (1). JESÚS

Esta monja ha cuarenta años que tomó el hábito, y desde el primero comenzó a pensar en la Pasión de Nuestro Señor por los misterios y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas u cosas de que sacaba cuan presto se acaba todo, y en esto gastaba algunos ratos dej día sin pasarle por pensamiento desear más, porque se tenía por tal, que aun pensar en Dios vía que no merecía. En esto pasó como ventidós años con grandes sequedades, leyendo también en buenos libros. Había como deciocho, cuando se comenzó a tratar del primer monesterio que fundó en Avila de Descalzas, como tres años antes que comenzó a parecerle que le hablaban interiormente algunas veces y haber algunas visiones y tener re- velaciones. Esto jamás vio nada, ni lo ha visto con los ojos corporales, sino una representación como un relámpago; mas que- dábasele tan imprimido y con tantos efetos, como si lo viera con los ojos corporales, y más. Ella era temerorísima, que aun

1 Escribió la Sania Madre esta Relación el año de 1576, estando en Sevilla, para el Padre Rodrigo Aivarez, de la Compsnía de Jesús, calificador del Santo Oficio. Nació el P. Rodrigo en África año de 1523, y por los de 15Ó8 recibió la solana de la Compañía. Murió en 1587. Docto, discreto y virtuoso, ayudó mucho a la Santa con su consejo y favor en las difíciles circunstancias en que hubo de verse por la persecución que en mal hora se suscitó en aquella ciudad contra las Carmelitas Descalzas. Hace en este escrito un resumen interesante de su espíritu, y enumera los diversos directores a quienes se había confiado hasta aquella fecha. Por lo regular, habla en ella en tercera persona. La Relación se publica conforme al autógrafo que se venera en el convento de Carmelitas Descalzos de Viterbo, del que poseemos copia fotográfica.

22 LAS RELACIONES

algunas veces de día no osaba estar sola. Y como aunque más hacía no podía excusar esto, andaba afligidísima, temiendo no fuese engaño del demonio. Y comenzó a tratar con personas espirituales de la Compañía de Jesús, entre los cuales fué el Pa- dre Araoz que acertó a ir allí, que era Comisario de la Compa- ñía (1); y el Padre Francisco, que fué duque de Gandía trató dos veces (2); ya un provincial de la Compañía que está ahora en Roma, de los cuatro, llamado Gil González (3); y aun al que ahora lo es en Castilla, aunque a éste no tanto (4); a Baltasar Alvarez, que es ahora Retor de Salamanca, la confesó seis años (5); al Retor de Cuenca (6) llamado Salazar (7); ya el de Segovia llamado Santander (8); éste no tanto tiempo; al Re- tor de Burgos que llaman Ripalda (9); y aun estaba harto mal con ella hasta que la trató; a el dotor Pablo Hernández de Toledo, que era Consultor de la Inquisición (10); a otro Ordó-

1 Antonio Aráoz, pariente de San Ignacio, g uno de los primitivos padres de la Compa- ñía que más trabajaron por su crecimiento y buen gobierno. Natural de Vergara, donde había nacido en 1516, murió en Madrid, después de haber desempeñado importantes cargos, en 30 de Enero de 1573. Verosímilmente habló a Santa Teresa cuando trataba de la fundación de San José de Avila, siendo Comisario general de la Compañía (1562-1565). (Cfr. Astrain, Historia de la Compañía, t. I, 1. II, c. I y IV, y t. II, 1. I, c. VIII).

2 Véase el tomo I, c. XXIV, p. 186.

3 Hombre muy influyente en la Compañía durante los generalatos de los Padres AAercurian y Aquaviva, trató a la Santa durante doce años, aunque más frecuentemente de 1571 a 1574, siendo ella Priora de la Encarnación. De carácter dulce y comunicativo, fué uno de los hombres más eminentes de gobierno que por entonces tuvo la Compañía de Jesús. Había nacido en 1532 en Burujón (Toledo) y murió en 15%. (Cfr. Astrain, t. I, 1. II, c. IX, y t. II, 1. II, c. IV).

4 En Valladolid, fundando el monasterio de las Descalzas en 1568, conoció Santa Teresa al P. Juan Suárez, Provincial que había sido de Castilla. Había nacido en Cuenca el año de 1525 y murió en Valladolid a los setenta años de edad. Consérvase una carta de la Santa a este Padre, de 1578, con quien tuvo un disgusto de consideración por algunas cosas del P. Salazar.

5 Cfr. Vida, c. XXVIII, p. 224.

6 Primero escribió la Santa Cigüenza, pero luego borró algunas letras, leyendo Cuenca (Cuenca), donde, efectivamente, era rector.

7 Cfr. Libro de la Vida, c. XXIV, p. 188.

8 Conoció la Santa al P. Luis de Santander en Segovia, siendo rector de la casa que la Compañía tenía en esta ciudad, cuando fué a fundar un nuevo monasterio de Descalzas en 1574. Escribiendo Santa Teresa a D. Teutonio y María Bautista, habla con grande estima de este Padre. (Vid. Astrain, t. II, 1. I, c. III, y 1. III, c. V).

9 Yendo a fundar a Salamanca tomó por confesor la Santa al célebre autor del Cate- cismo, que lleva su nombre, durante el tiempo que permaneció allí. Antes de esta fecha (1573), ya había tratado al P. Jerónimo Ripalda en Avila. El aconsejó a la Santa que con- tinuase el Libro de las Fundaciones. Murió el ilustre jesuíta en Toledo, año de 1618. Era natural de Teruel, donde había nacido en 1535. Fué rector de los Colegios de Villagarcía, Salamanca, Burgos y Valladolid.

10 Desde 1568 pertenecía este Padre a la Residencia que la Compañía tenía en Toledo. Frecuentó mucho por este tiempo el trato con la M. Fundadora, a quien ayudó no poco a levantar aquélla casa de Religiosas Descalzas. Escribiendo la Santa en 1578 a Gracián, llama a este Padre «mi buen amigo».

RELACIÓN IV 23

ñez, quG fué R^tor en Avila (1); como estaba en los lugares, ansí procuraba los que de ellos eran más estimados (2).

A Fray Pedro de Alcántara trató mucho, y fué el que mucho puso por ella (3). Estuvieron más de seis años en este tiempo ha- ciendo hartas pruebas, g ella con hartas lágrimas y afleción; y mientra más pruebas se hacían, más tenía, y suspensiones hartas veces en la oración y aun fuera de ella. Hacíanse hartas oraciones y decíanse misas porque Dios la llevase por otro ca- mino; porque su temor era grandísimo cuando no estaba en la oración, aunque en todas las cosas que tocaban al servicio de Dios se entendía clara mejoría y ninguna vanagloria ni so- berbia; antes se corría de los que lo sabían, y sentía más tra- tarlo que si fueran pecados, porque le parecía que se reirían de ella y que eran cosas de mujercillas.

Habrá como trece años, poco más a menos, que fué allí el Obispo de Salamanca, que era Inquisidor, creo en Toledo, y lo había sido aquí (4). Ella procuró de hablarle para asegurarse más, y dióle cuenta de todo. El le dijo que todo esto no era cosa que tocaba a su oficio, porque todo lo que vía y entendía siempre la afirmaba más en la fe católica, que ella siempre estuvo y Cotá firme, y con grandísimos deseos de la honra de Dios y bien de las almas, que por una se dejara matar muchas veces. Díjole, como la vio tan fatigada, que escribiese a el Maestro Avila, que era vivo, una larga relación de todo, que era hombre que enten- día mucho de oración, y que con lo que la escribiese, se sosega- se. Ella lo hizo ansí, y él la escribió asegurándola mucho (5). Fué de suerte esta relación, que todos los letrados que la han visto, que eran mis confesores, decían era de gran provecho para

1 Mantuvo relaciones espirituales muy íntimas con este Padre de la Compafiía, como puede verse en la carta que le dirigió en 1573, siendo Priora de la Encarnación, cuando él tenía la residencia en Medina del Campo.

2 Entre otros, fueron el P. Domenech en Toledo, Enrique Henríquez en Sevilla, Bar- tolomé Pérez Nueros en diversos lugares y Juan del Águila, Rector de Burgos, Gonzalo Dávila, Diego de Cetina y el venerable Padre Juan de Prádanos, de quien hicimos mención en el t. I, p. 186.

3 Cfr. t. I, c. XXX, p. 238.

4 D. Francisco Soto de Salazar, de Bonilla de la Sierra, canónigo de Avila, inquisidor en Córdoba, Sevilla y Toledo, fué obispo de Albarracín, Segorbe y Salamanca. Murió el 29 de Enero de 1578.

5 En los Apéndices veremos las cartas del B. Avila.

24 LAS RELACIONES

aviso de cosas espirituales, y mandáronla que lo trasladase y hiciese otro librillo para sus hijas, que era priora, adonde las diese algunos avisos (1). Con todo esto, a tiempos no le faltaban temores, y parecióle que a gente espiritual también podían estar engañados como ella, que quería tratar con grandes letrados, aunque no fuesen muy dados a oración, porque ella no quería sino saber si eran conforme a la Sagrada Escritura todo lo que tenía. Y algunas veces se consolaba pareciéndole que, aunque por sus pecados mereciese ser engañada, que a tantos buenos como deseaban darle luz, que no primitiría Dios se engañasen.

Con este intento comenzó a tratar con padres de Santo Do- mingo en estas cosas, que antes que las tuviese, muchas veces se confesaba con ellos. Son estos los que ha tratado: Fray Vicente Barrón la confesó un año y medio en Toledo, yendo a fundar allí, que era consultor de la Inquisición y gran letrado (2); éste la aseguró mucho, y todos le decían que como no ofendiese a Dios y se conociese por ruin, que de qué temía. Con el Maestro Fray Domingo Bañes (3), que es consultor del Santo Oficio ahora en Valladolid, me confesé seis años, y siempre trata con él por cartas, cuando algo de nuevo se le ha ofrecido. Con el Maestro Chaves (4). Con el segundo fué Fray Pedro Ibáñez, que era enton- ces letor en Avila, y grandísimo letrado (5) ; y con otro dominico que llaman Fray García de Toledo (6). Con el P. Maestro Fray Bartolomé de Medina, catedrático de Salamanca (7); y sabía que

1 El Camino de Perfección.

2 Cfr. t. I, págs. 29 y 50. El P. Barrón fué uno de los confesores que por los años de 1568 ü siguientes tuvo la Santa en Toledo, cuando trataba de aquella fundación. En su juventud ya se había confesado con él en Santo Tomás de Avila.

3 Vid. t. I, p. 347.

4 Afamado teólogo dominico, confesor de Felipe II. Favoreció mucho la Reforma de los Descalzos con el gran prestigio de que gozaba en la corte. Conoció a la Santa en el tiempo que fué rector del Colegio de Santo Tomás de Avila. Murió el 17 de Junio de 1592. (Cfr. Padre Felipe Martín, Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores, p. 666).

5 Cfr. t. I, p. 271.

6 Cfr. t. I, p. 286.

7 Bartolomé de Medina, de la Orden de Predicadores, y profesor de las Universidades de Alcalá y Salamanca. Mal dispuesto contra la Santa antes de conocerla, la cobró parti- cular estima después que la trató. Estando la Santa en Alba (1574), iba todas las semanas de Salamanca a confesarla el P. Bartolomé. Murió en 1580. Acerca del cambio que experimentó el P. Medina, así que hubo tratado a la Santa, he aquí lo que dice en el Proceso de Avila D. Francisco Mena, beneficiado de la parroquia de San Vicente: «Al artículo 17 dijo: que el Padre Maestro Fray Bartolomé de Medina de la Orden de Santo Domingo, catedrático de Prima de Teología en la Universidad de Salamanca, cuyo discípulo fué este testigo, al prin-

RELACIÓN IV 25

estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y pa- recióle que éste la diría mejor si iba engañada que nenguno; esto ha poco más de dos años; y procuróse confesar con él, y dióle larga relación de todo, lo que allí estuvo, y procuró que viese lo que había escrito para que entendiese mejor su vida. El la asiguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo. También se confesó algún tiempo con el Padre Alaestro Fray Felipe de Meneses (1), que estuvo en Valladolid a fundar, y era el Prior u Retor de aquel Colegio de San Gregorio; y habiendo oído estas cosas, la había ido a hablar en Avila con harta caridad, quirien- do saber si estaba engañada, y que si no era razón porque la mormurasen tanto; y se satisfizo mucho. También trató parti- cularmente con un Provincial de Santo Domingo, llamado Sali- nas, hombre muy espiritual y gran siervo de Dios (2) ; y con otro letor que es ahora en Segovia, llamado Fray Diego de Yanguas, harto de agudo ingenio (3).

Otros algunos, que en tantos años y con temor ha habido lugar para ello, en especial como andaba en tantas partes a fuxi- dar, lianse hecho hartas pruebas, porque todos deseaban acertar a darla luz, por donde la han asegurado y se han asegurado. Siempre jamás estaba sujeta y lo está a todo lo que tiene la santa fe católica; y toda su oración y de las casas que ha fun- dado, es porque vaya en aumento. Decía ella que cuando al-

cipio recibió mal las cosas de la Santa Madre, en tal forma, que públicamente en su cá- tedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus casas rezando e hilando, u sabido esto por la Santa Madre, deseó mucho hablarle u comu- nicarle su espíritu y el fin de sus fundaciones; y habiéndole comunicado, le satisfizo de suerte, que públicamente en la mesraa cátedra alabó y aprobó el espíritu de la Santa Madre, y entre otras palabras que de ella dijo, fueron estas: «Señores, el otro día dije aquí unas palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas Descalzas y hablé mal. Hela comunicado y tratado, y sin duda tiene el espíritu de Dios y va por muy buen camino».

1 Aventajado escritor ascético y ejemplar religioso, después de haber desempeñado una cátedra en Alcalá, fué regente del Colegio de San Gregorio de^ Valladolid. Murió el año de 1572 en su convento de Santa Marta (Galicia).

2 Juan de Salinas, provincial durante varios años, conoció a la Santa en Toledo, y la confesó muy amenudo durante el tiempo que permaneció en aquella ciudad. Murió el Padre Salinas en 1569.

3 Diego Yanguas, de extraordinaria capacidad g virtud y célebre por sus comentarios de cátedra a la Suma de Santo Tomás, confesó a la Santa Madre en Segovia cuando hizo aquella fundación en 1574. Con el P. Jerónimo Gracián examinó, entre otros escritos de la Santa, Las Motadas. Otros muchos Padres de la gloriosa Orden de Santo Domingo trataron a la Santa, como puede verse en la citada obra del P. Felipe Martín, Santa Teresa y la Orden de Piedicadores y en ¡a del P. Paulino Alvarez, Santa Teresa y el A Báñez.

26 LAS RELACIONES

guna cosa de estas la enducicra contra lo que es fe católica y la ley de Dios, que no hubiera menester andar a buscar pruebas, que luego viera era demonio.

Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes si le decían sus confesores al contrario, lo hacía luego y siempre daba parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era Dios con cuanto le decían que sí, que lo jurara, aunque por los efetos y las grandes mercedes que le ha hecho, en algunas cosas le parecía buen espíritu, mas siempre deseaba virtudes, y en esto ha puesto a sus monjas, diciendo que la más humilde y mor- tificada sería la más espiritual.

Esto que ha escrito dio al Padre Maestro Fray Domingo Bañes, que está en Valladolid, que es con quien más ha tratado y trata. Piensa que los habrá presentado al Santo Oficio en Ma- drid (1). En todo ello se sujeta a la correción de la fe católica y de la Ilesia. Nenguno la ha puesto culpa, porque son estas cosas que no están en mano de nadie, y Nuestro Señor no pide lo imposible.

Como se ha dado cuenta a tantos por el gran temor que traía, hanse divulgado mucho estas cosas, que ha sido para ella harto grandísimo^ tormento y cruz (2). Dice ella que no por hu- mildad, sino porque siempre aborrecía estas cosas que decían de mujeres. Tenía extremo a no se sujetar a quien le parecía que creía era todo de Dios, porque luego temía los había de engañar a entramos el demonio. Con quien vía temeroso, trataba su alma de mejor gana, aunque también le daba pena con los que de] todo despreciaban estas cosas; era por probarla; porque le pare- cían algunas muy de Dios, y no quisiera, que pues no vían causa las condenaran determinadamente, tampoco como que creyeran que todo era de Dios, porque entendía ella muy bien que podía haber engaño, y por esto jamás le pareció asegurarse del todo en lo que podía haber peligro. Procuraba lo más que podía en ninguna cosa ofender a Dios y siempre obedecer; y con estas dos cosas se pensaba librar, aunque fuese demonio.

1 Cfr. t. I, Preliminares, págs. CXVII y CXXV.

2 La Santa expresa esta palabra por una "f.

RELACIÓN IV 27

Desde que tuvo cosas sobrenaturales, siempre se inclinaba su espíritu a buscar lo más perfeto, y casi ordinario traía gran- des deseos de padecer; y en las persecuciones, que tuvo hartas, se hallaba consolada, y con amor particular a quien la perseguía, Gran deseo de pobreza y soledad, y de salir de este destierro por ver a Dios. Por estos efetos y otros semejantes, se comenzó a asosegar, pareciéndole que espíritu que la dejaba con estas vir- tudes no sería malo, y ansí se lo decían con los que lo trataba, aunque para dejar de temer no, sino para no andar tan fatigada. Jamás su espíritu la persuadía a que encubriese nada, sino a que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada, como está dicho, sino con una delicadez y cosa tan inteletual, que algunas veces pensaba a los principios se le había antojado, otras no lo podía pensar. Tampoco oyó jamás con los oídos corporales, si no fueron dos veces, y éstas no entendió cosa de las que decían, ni sabía qué.

Estas cosas no eran continas, sino en alguna necesidad al- gunas veces, como fué una que había estado algunos días con unos tormentos interiores incomportables y un desasosiego in- terior de temor si la traía engañada el demonio, como más lar- gamente están en aquella Relación, y también están sus pecados, que ansí han sido públicos, como estotras cosas, porque el miedo que traía le ha hecho olvidar su crédito. Y estando ansí con aflición que no se puede decir, con sólo entender esta palabra en lo interior: Yo soy; no tengas miedo, quedaba el alma tan quieta y animosa y confiada, que no podía entender de dónde le había venido tan gran bien; pues no había bastado confe.sor, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras para ponerle aquella paz y quietud que con una se le había puesto. Y ansí otras veces que con alguna visión quedaba fortalecida; porque a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos y contradiciones y enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa; que jamás anda sin algún género de padecer. Hay más y menos, mas lo ordinario es siempre dolores con otras hartas enferme- dades, aunque después que es monja la han apretado más.

Si en algo sirve al Señor, y las mercedes que le hace pasa

28 LñS RELACIONES

de presto por su, memoria, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda; mas no puede detenerse allí mucho, como en los pecados, que siempre están atormentándola como un cieno de mal olor. El haber tenido tantos pecados y servido a Dios tan poco, debe ser causa de no ser tentada de vanagloria. Jamás con cosa de su espíritu tuvo persuasión, ni cosa sino de toda lim- pieza y castidad; y sobre todo un gran temor de no ofender a Dios Nuestro Señor y de hacer en todo su voluntad. Esto le suplica siempre, y a su parecer está tan determinada a no salir de ella, que no la dirían cosa en que pensase servir más a Dios los que la tratan, confesores y perlados, que la dejase de poner por obra, confiada en que el Señor ayuda a los que se determinan por su servicio y gloria.

No se acuerda más de sí, ni de su provecho, en comparación de esto, que si no fuese, a cuanto ella puede entender de sí, y entienden sus confesores. Es todo gran verdad lo que va en este papel, y lo puede probar con ellos v. m. si quiere, y qon todas las personas que la han tratado de veinte años a esta parte. Muy ordinario la mueve su espíritu a alabanzas de Dios, y que- rría que todo el mundo entendiese en esto, aunque a ella le costase muy mucho. De aquí le viene el deseo del bien de las almas; y de ver cuan basuras son las cosas exteriores de este mundo y cuan preciosas las interiores, que no tienen compara- ción, ha venido a tener en poco las cosas del.

La manera de visión que v. m. me preguntó, es que no se ve cosa ni interior ni exteriormente, porque no es imaginaria; mas sin verse nada, entiende el alma quién es, y hacia dónde se le representa más claramente que si lo viese, salvo que no se le le representa cosa particular, sino como si una persona sintiese que está otra cabe ella, y porque estuviese ascuras no la vemos, cierto entiende que está allí, salvo que no es comparación esta bastante; porque el que está ascuras, por alguna vía, u oyendo ruido, u habiendo visto antes la persona, entiende que está allí, u la conoce de antes; acá no hay nada de eso, sino que sin palabra exterior ni interior entiende el alma clarísimamente quién es, y hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere

RELACIÓN IV 29

sinificar. Por dónde u cómo, no lo sabe; mas ello pasa ansí; y lo que dura no puede inorarlo; y cuando se quita, aunque más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se ve que es imaginación y no presencia, que esta no está en su mano; y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no tenerse en nada a quien Dios hace esta merc€d, porque ve que es cosa dada y que ella allí ni puede quitar ni poner; y esto hace quedar con mucha más humildad y amor de servir siempre a este Señor tan poderoso, que puede hacer lo que acá no po- demos aún entender, cómo, aunque más letras tengan, hay cosas que no se alcanzan. Sea bendito El que lo da. Amen, para siem- pre jamás (1).

1 Además de los códices de Avila y Toledo, conservaban copias antiguas de esta Reln- ción las Carmelitas de Consuegra, Valladolld, Málaga y Oporto.

RELACIÓN V

EN SEVILLA, AÑO DE 1576 (1). JESÚS

Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pue- dan entender estas cosas de el espíritu interiores, cuanto más con brevedad pasan, que si la obediencia no lo hace, será dicha atinar, especial en cosas tan dificultosas. Mas poco va en que desatine, pues va a manos que otros mayores habrá entendido de mi. En todo lo que dijere, suplico a vuestra merced que en- tienda que no €s mi intento pensar es acertado, que yo podré no entenderlo; mas lo que puedo certificar es, que no diré cosa que no haya expirimentado algunas y muchas veces. Si es bien u mal, vuestra merced lo verá y me avisará dello.

Paréceme será dar a vuestra merced gusto comenzar a tra- tar del principio de cosas sobrenaturales, que en devoción, y ternura, y lágrimas y meditaciones que acá podemos adquirir con ayuda de <¿\ Señor, entendidas están.

La primera oración que sentí, a mi parecer sobrenatural, que llamo yo lo que con idustria ni deligencia no se puede adquirir, aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí, y debe de hacer mucho al caso, es un recogimiento inte-

1 Esta Relación, como la anterior, es para el P. Rodrigo Alvarez, a quien da cuenta de su espíritu, como a su director, a diferencia de la anterior que le dirigió como a califi- cador del Santo Oficio, y por eso habla en ella en tercera persona, como hemos visto. Esta Relación fué publicada ya por Ribera, 1. IV, c. III.

32 LAS RELACIONES

rior que se siente en el alma, que parece ella tiene allá otros sentidos, como acá los exteriores, que ella en parece se quie- re apartar de los bullicios exteriores; y ansí algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos y no oír, ni ver ni entender sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que es poder tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún sentido ni potencia, que todo está entero; mas estálo para em- plearse en Dios. Y esto a quien Nuestro Señor lo hubiere dado será fácil de entender; y a quien no, a lo menos será menester muchas palabras y comparaciones.

De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que no le parece le falta nada; que aun el hablar le cansa, digo el rezar y el meditar, no querría sino amar: dura rato y aún ratos.

Desta oración suele proceder un sueño que llaman de las potencias, que ni están asortas, ni tan suspensas que se pueda llamar arrobamiento. Aunque no es del todo unión, alguna vez, y aun muchas, entiende el alma que está unida sola la voluntad, y se entiende muy claro, digo claro, a lo que parece. Está empleada toda en Dios, y que ve el alma la falta de poder estar ni obrar en otra cosa; y las otras dos potencias están libres para negocios y obras de el servicio de Dios. En fin, andan juntas Marta y María. Yo pregunte al Padre Francisco si sería engaño esto, porque me traía boba; y me dijo, que muchas veces acaecía (1).

Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente; porque ninguna cosa puede obrar, porque el entendimiento está como espantado. La voluntad ama más que entiende; mas ni entiende si ama ni qué hace de manera que lo pueda decir la memoria, a mi parecer, que no hay ninguna, ni pensamiento, ni aun por entonces son los sentidos despiertos, sino como quien los perdió para más emplear el alma en lo que goza, a mi pa- recer; que por aquel breve espacio se pierden: pasa presto. En la riqueza que queda en el alma de humildad y otras virtudes y deseos, se entiende el gran bien que le vino de aquella mer-

1 San Francisco de Borja. (Cfr. t. I, c. XXIV, p. 186).

RELACIÓN V 33

ced; mas no se puede decir lo que es; porque, aunque el alma se da a entender, no sabe cómo lo entiende ni decirlo. A mi parecer, si esta es verdadera, es la mayor merced que Nues- tro Señor hace en este camino espiritual, a lo menos de las grandes.

Arrobamientos y suspensión, a mi parecer, todo es uno, sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arro- bamiento, que espanta; y verdaderamente, también se puede lla- mar suspensión esta unión que queda dicha. La diferencia que hay del arrobamiento a ella, es ésta: que dura más y siéntese más en esto exterior, porque se va acortando el huelgo, de ma- nera que no se puede hablar, ni los ojos abrir; aunque esto mesmo se hace en la unión, es acá con mayor fuerza, porque el calor natural se va no yo adonde, que cuando es grande el arro- bamiento, que en todas estas maneras de oración hay más y me- nos, cuando es grande, como digo, quedan las manos heladas y algunas veces extendidas como unos palos; y el cuerpo, si toma en pie, ansí se queda, u de rodillas; y es tanto lo que se emplea en el gozo de lo que el Señor le representa, que parece se olvida de animar en el cuerpo y le deja desamparado, y, si dura, quedan los niervos con sentimiento.

Paréceme que quiere aquí el Señor que el alma entienda más de lo que goza, que en la unión, y ansí se le descubren al- gunas cosas de Su Majestad en el rato muy ordinariamente; y los efetos con que queda el alma son grandes, y el olvidarse a por querer que sea conocido y alabado tan gran Dios y Se- ñor. A mi parecer, si es de Dios, que no puede quedar sin un gran conocimiento de que ella allí no pudo nada y de su miseria y ingratitud de no haber servido a quien por solo su bondad le hace tan gran merced. Porque el sentimiento y suavidad es tan ecesivo que todo lo que acá se puede comparar, que si aquella me- moria no se le pasase, siempre habría asco de los contentos de acá; y ansí viene a tener todas las cosas del mundo en poco.

La diferencia que hay de arrobamiento y arrebatamiento es, que el arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exteriores, y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios. El arre-

II 3

34 LñS RELACIONES

batamiento viene con una sola noticia que Su Majestad da en lo mug íntimo de el alma, con una velocidad que la parece que la arrebata a lo superior della, que a su parecer se le va de el cuerpo; y ansí es menester ánimo a los principios para entregar- se en los brazos de el Señor, que la lleve a do quisiere, porque, hasta que Su Majestad la pone en paz adonde quiere llevarla, digo llevarla que entienda cosas altas, cierto, es menester a los principios estar bien determinada a morir por El; porque la pobre alma no sabe qué ha de ser aquello, digo a los principios. Quedan las virtudes, a mi parecer, de esto más fuertes; porque deséase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios para temerle y amarle. Pues ansí, sin ser más en nuestra mano, arrebata el alma, bien como Señor de ella; queda gran arrepen- timiento de haberle ofendido, y espanto de cómo osó ofender tan gran Majestad, y grandísima ansia porque no haya quien le ofenda, sino que todos le alaben. Pienso que deben venir de aquí estos deseos tan grandísimos de que se salven las almas, y de ser alguna parte para ello, y para que este Dios sea alabado como merece.

El vuelo de espíritu es un no cómo le llame, que sube de lo más íntimo de el alma. Sola esta comparación se me acuerda, que puse adonde vuestra merced sabe, que están largamente de- claradas estas maneras de oración y otras, y es tal mi memoria, que luego se me olvida (1). Paréceme que el alma y el espíritu debe ser una cosa; sino que como un fuego, que si es grande y ha estado dispuniéndose para arder, ansí el alma de la dispusición que tiene con Dios, como el fuego, ya que de presto arde, echa una llama que llega a lo alto, aunque tan fuego es como el otro que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de que- dar el fuego. Ansí acá en el alma parece que produce de una cosa tan de presto y tan delicada, que sube a la parte supe- rior y va donde el Señor quiere, que no se puede declarar más, y parece vuelo, que yo no otra cosa como compararlo. que se entiende muy claro y que no se puede estorbar.

1 Vida, c. XVII, p. 132.

RELACIÓN V 35

Parece que aquella avecica del espíritu se escapó de esta miseria de esta carne g cárcel deste cuerpo, g ansí puede más emplearse en lo que le da el Señor. Es cosa tan delicada y tan preciosa, a lo que entiende el alma, que no le parece hag en ello ilusión, ni aun en ninguna cosa de estas, cuando pasan. Después eran los temores, por ser tan ruin quien lo recibe, que todo le parecía había razón de temer, aunque en lo interior de el alma queda una certidumbre g siguridad, con que se podía vivir; mas no para dejar de poner deligencias para no ser engañada.

ímpetus llamo go a un deseo que da el alma algunas veces, sin haber precedido antes oración, g aun lo más contino, sino una memoria que viene de presto de que está ausente de Dios, u de alguna palabra que oge, que vaga a esto. Es tan poderosa esta memoria g de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina; como cuando se da una nueva de presto mug penosa, que no sabía, o un gran sobresalto, que parece quita el discurso a el pensamiento para consolarse, sino que se queda como asorta. Ansí es acá, salvo que la pena es por tal causa, que queda a el alma un conocer, que es bien empleado morir por ella. Ello es que parece que todo lo que el alma en- tiende entonces, es para más pena, g que no quiere el Señor que todo su ser le aproveche de otra cosa, ni acordarse es su voluntad que viva, sino parécete que está en una tan gran soledad g desamparo de todo, que no se puede escribir; porque todo el mundo g sus cosas le dan pena, g que ninguna cosa criada le hace compañía, ni quiere el alma sino al Criador, g esto velo imposible si no muere, g como ella no se ha de matar, muere por morir, de tal manera que verdaderamente es peligro de muerte, g vese como colgada entre cielo g tierra, que no sabe qué se hacer de sí. Y de poco en poco dale Dios una noticia de para que vea lo que pierde, de una manera tan extraña, que no se puede decir; porque ninguna hag en la tierra, a lo menos de cuantas go he pasado, que le iguale; baste que de media hora que dure, deja tan descoguntado el cuerpo g tan abiertas las ca- nillas, que aun no quedan las manos para poder escribir g con grandísimos dolores.

36 LflS RELACIONES

De esto ninguna cosa siente hasta que se pasa aquel ímpetu. Harto tiene que hacer en sentir lo interior, ni creo sentiría graves tormentos; y está con todos sus sentidos, y puede hablar y aun mirar; andar no, que la derrueca el gran golpe de el amor. Esto, aunque se muera por tenerlo, si no es cuando lo da Dios, no aprovecha. Deja grandísimos efetos y ganancia en el alma. Unos letrados dicen que es uno, otros otro; nadie lo con- dena. El Maestro Avila me escribió era bueno (1), y ansí lo dicen todos. El alma bien entiende es gran merced de el Señor: a ser muy a menudo, podo duraría la vida.

El ordinario ímpetu, es que viene este deseo de servir a Dios con una gran ternura y lágrimas por salir de este destierro; mas como hay libertad para considerar el alma que es la voluntad del Señor que viva, con eso se consuela, y le ofrece el vivir, suplicándole no sea sino para su gloria; con esto pasa.

Otra manera harto ordinaria de oración, es una manera de herida que parece a el alma como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella mesma. Ansí causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga material, sino en lo interior de el alma, sin que parezca dolor corporal; sino que, como no se puede dar a entender sino por comparaciones, pónense estas groseras, que para lo que ello es lo son, mas no yo decirlo de otra suerte. Por eso no son estas cosas para escribir ni decir, porque es imposible entenderlo, sino quien lo ha expirimentado, digo adonde llega esta pena, porque las penas del espíritu son diferentísimas de las de acá. Por aquí saco yo cómo padecen más las almas en el infierno y purgatorio que acá se puede entender por estas penas corporales.

Otras veces parece que esta herida del amor sale de lo íntimo de el alma; los efetos son grandes; y cuando el Señor no lo da, no hay remedio aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de tener cuando El es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivds y tan delgados, que no se pueden decir; y como

1 Lleva la carta fecha de 12 de Septiembre de 1568.

RELACIÓN V 37

el alma se ve atada para no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo, y paréoele como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces, a su parecer, que goza en sí, sin embarazo del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad.

Esta oración antes de los arrobamientos y los ímpetus gran- des que he dicho, se tuvo. Olvídeme de decir, que casi siempre no se quitan aquellos ímpetus grandes, si no es con un arroba- miento y regalo grande de el Señor, adonde consuela el alma y la anima para vivir por El.

Todo esto que está dicho, no puede ser antojo, por algunas causas, que sería largo de decir. Si es bueno u no, el Señor lo sabe. Los efetos y cómo deja aprovechada el alma, no se puede dejar de entender, a todo mi parecer.

Las Personas veo claro ser distintas (1), como lo vía ayer, cuando hablaba vuestra merced con el Provincial (2) ; salvo que ni veo nada, ni oyó, coraio ya a vuestra merced he dicho ; mas es con una certidumbre extraña, aunque no vean los ojos de el alma, y en faltando aquella presencia, se ve que falta. El cómo, yo no lo sé, mas muy bien que no es imaginación; porque aunque después me deshaga para tornarlo a representar, no puedo, aunque lo he probado; y ansí es todo lo que aquí va, a lo que yo puedo entender, que como ha tantos años, hase podido ver para decir- lo con esta determinación. Verdad es, y advierta vuestra merced en esto, que la Persona que habla siempre, bien puedo afirmarla que me parece que es; las demás no podría así afirmarlo. La una bien que nunca ha sido; la causa jamás lo he entendido, ni yo me ocupo más en pedir de lo que Dios quiere, porque luego me parece me había de engañar el demonio, y tampoco lo pe- diré ahora, que habría temor de ello.

La principal paréceme que alguna vez; mas como ahora no me acuerdo bien, ni lo que era, no lo osaré afirmar. Todo está

1 Este y los dos párrafos siguientes, faltan en el códice de Toledo.

2 Alude al P. Rodriao Alvarez y a' P- Diego de Acosta, Provincial de la Compañía en Andalucía.

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escrito adonde vuestra merced sabe, y esto muy largamente que aquí va, aunque no se si por estas palabras. Aunque se dan a entender estas Personas distintas por una manera extraña, entiende el alma ser un solo Dios. No me acuerdo haberme parecido que habla Nuestro Señor, si no es la Humanidad, y, ya digo, esto puedo afirmar que no es antojo.

Lo que dice vuestra merced del agua, yo no lo ni tam- poco he entendido adonde está el Paraíso terrenal. Ya he dicho que lo que el Señor me da» a entender, que yo no puedo excusar, enticndolo porque no puedo más; mas pedir yo a Su Majestad que me a entender ninguna cosa, jamás lo he hecho, que lue- go me parecería que yo lo imaginaba, y que me había de engañar el demonio, y jamás, gloria a Dios, fui curiosa en desear saber cosas, ni se me da nada de saber más. Harto trabajo me ha costado esto, que sin querer, como digo, he entendido, aunque pienso ha sido medio que tomó el Señor para mi salvación, como me vio tan ruin, que los buenos no han menester tanto para servir a Su Majestad.

Otra oración me acuerdo, que es primero que la primera que dije, que es una presencia de Dios que no es visión de nin- guna manera, sino que parece que cada y cuando, al menos cuando no hay sequedades, que una persona se quiere encomen- dar a Su Majestad, aunque sea rezar vocalmente, le halla. Ple- ga a El que no pierda yo tantas mercedes por mi culpa y que haya misericordia de (1).

1 La inteligencia de este párrafo, como tantos otros de la insigne Doctora, ha dado ocasión a muchas controversias, y aun actualmente se discute en libros y revistas científicas, nacionales y extranjeras. No es de incumbencia del editor terciar en ellas, ni es posible siquiera, ya que exigen prolijas exposiciones de doctrina mística, incompatibles con una nota, que necesariamente ha de ser breve. En cambio, procuraremos dar un texto esmerado, que es nuestro deber principal, a fln de que los Doctores católicos discutan sobre la base firme y segura de una lección ajustada en todo al pensamiento de la gran Mística avilesa.

RELACIÓN VI

EN PñLENCIA, AÑO DE 1581 (1). JESÚS

¡Oh quién pudiera dar a entender bien a V. S. la quietud y sosiego con que se halla mi alma! ; (2) porque de que ha de gozar de Dios tiene ya tanta certidumbre, que le parece goza el alma que ya le ha dado la posesión aunque no el gozo. Como si uno hubiese dado una gran renta a otro con muy firmes escrituras para que la gozara de aquí a cierto tiempo y llevara los frutos; mas hasta entonces no goza sino de la posesión que ya le han dado de que gozará esta renta. Y con el agradecimiento que le queda, ni la querría gozar, porque le parece no lo ha merecido, sino servir, aunque sea padeciendo mucho; y aun algunas veces parece que de aquí a la fin del mundo cería poco para servir a quien le dio esta posesión. Porque, a l.i verdad, ya en parte no está sujeta a las miserias del mundo como solía; porque aunque pasa más, no parece, sino que es como en la ropa; que

1 Va dirigida a su antiguo confesor en Toledo, ahora obispo de Osma, D. Alonso Ve- lázquez. En el cap. XXX de las Fundaciones, habla de él la Santa con particular estima, lo mismo que en algunas cartas. De canónigo de Toledo, pasó a obispo de Osma, g por fin, a la Sede compostelana, de donde fué nombrado arzobispo en Mayo de 1583. Murió el H de Enero de 1587.

La mayor parte de esta Relación, publicada por vez primera en el tomo II, carta IV, de la edición de 1671, ha sido reproducida en las demás del mismo modo. El autógrafo, que se halla bastante deteriorado, se venera en las Carmelitas Descalzas de Santa Ana de Madrid. Poseemos de él una reproducción fotográfica.

2 Aquí comienza el original de Madrid. Sobre esta primera línea del autógrafo se lee: Parte de una relación que la M.e me embió consultando su spu. y manera de proceder. La letra es de la época, y, a lo que parece, del mismo doctor Velázquez. También parece infe-- rirse de las palabras transcritas, que a la Relación falta bastante para estar completa, si bien la lectura de lo que de ella se conserva inclina el ánimo a creer lo contrario.

40 LñS RELACIONES

el alma €stá como en un castillo con señorío, y ansí no pierde la paz, aunque esta seguridad no quita un gran temor de no ofender a Dios, y quitar todo lo que le puede impidir a no le servir, antes anda con más cuidado. Mas anda tan olvidada de su propio provecho, que le parece ha perdido en parte e] ser, según anda olvidada de sí. En esto todo va a la honra de Dios y como haga más su voluntad y sea glorificado.

Conque esto es ansí, de lo que toca a su salud y cuerpo, me parece se tray más cuidado, y menos mortificación en comer, y en hacer penitencia, no los deseos que tenía, mas, al parecer, todo va a fin de poder más servir a Dios en otras cosas, que muchas veces le ofrece como un gran sacrificio el cuidado del cuerpo, y cansa harto, y algunas se prueba en algo; mas a todo su parecer no lo puede hacer sin daño de su salud, y ponésele delante lo que los perlados la mandan. En esto, y el deseo que tiene de su salud, también debe entremeterse harto amor propio; mas a mi parecer, entiendo me daría mucho más gusto, y me le daba, cuando podía hacer mucha penitencia; porque siquiera pa- recía hacía algo, y daba buen ejemplo y andaba sin este tra- bajo que da el no servir a Dios en nada. V. S. mire lo que en esto será mejor hacer.

Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que siempre se anda esta visión inteletual de estas tres Personas, y de la Humanidad, que es, a mi parecer, cosa muy más subida; y ahora entiendo, a mi parecer, que eran de Dios las que he tenido, porque dispunien el alma para el estado en que ahora está, sino como tan miserable y de poca fortaleza, íbala Dios llevando como vía era menester; mas, a mi parecer, son de pre- ciar cuando son de Dios mucho.

Las hablas interiores no se han quitado, que cuando es me- nester, me da Nuestro Señor algunos avisos; y aun ahora en Palencia se hubiera hecho un buen borrón, aunque no de pe- cado, si no fuera por esto (1).

1 Véase lo que dice la Santa en el capítulo XXIX de Las Fundaciones sobie la adquisi^ ción de unas casas junto a Nuestra SeBora de la Calle, en esta ciudad.

RELACIÓN Vi

Los atos y deseos no parece lleva la fuerza que solían, que aunque son grandes, es tan mayor la que tiene el que se haga la voluntad de Dios y lo que sea más su gloria, que como el alma tiene bien entendido que Su Majestad sabe lo que para esto conviene y está tan apartada de interese propio, acábanse presto estos deseos y atos, y a mi parecer no llevan fuerza- De aquí procede el miedo que trayo algunas veces, aunque no con inquietud y pena como solía, de que está el alma embobada, y yo sin hacer nada, porque penitencia no puedo. Atos de padecer y martirio y de ver a Dios, no llevan fuerza, y lo más ordinario no puedo. Parece vivo sólo para comer y dormir y no tener pena de nada, y aun esto no me la da, sino que algunas veces, como digo, temo no sea engaño; mas no lo puedo creer, porque a todo mi parecer, no reina en con fuerza asi- miento de ninguna criatura ni de toda la gloria del cielo, sino amar a este Dios, que esto no se menoscaba, antes, a mi pa- recer, crece y el desear que todos le sirvan.

Mas con esto me espanta una cosa, que aquellos sentimien- tos tan ecesivos e interiores que me solían atormentar de ver perder las almas y de pensar si hacía alguna ofensa a Dios, tam- poco lo puedo sentir ahora ansí, aunque, a mi parecer, no es menor el deseo de que no sea ofendido.

Ha de advertir V. S., que en todo esto ni en lo que ahora tengo, ni en lo pasado, puedo poder más ni es en mi mano; servir más podría si no fuese ruin; mas digo que si ahora con gran cuidado procurase desear morirme, no podría ni hacer los atos como solía, ni tener las penas por las ofensas de Dios, ni tam- poco los temores tan grandes que traje tantos años, que me parecía si andaba engañada, y ansí ya no he menester andar con letrados ni decir a nadie nada, sólo satisfacerme si voy bien ahora y puedo hacer algo. Y esto he tratado con algunos que había tratado lo demás, que es Fray Domingo y el Maestro Me- dina y unos de la Compañía (1). Con lo que V. S. ahora me

1 Puede referirse a los PP. Baltasar Alvarez y Jerónimo Ripalda, a quienes el aflo ante- rior (1580) había hablado en Toledo g Valladolid, respectivamente.

42 LAS RELACIONES

dijere, acabaré por el gran crédito que tengo de él; mírelo mu- cho por amor de Dios. Tampoco se me ha quitado entender están en €l cielo algunas almas que se mueren, de las que me tocan, otras no (1).

La soledad que hace pensar no se puede dar aquel sentido a €l que mama los pechos de mi madre. La ida de Egito (2).

La paz interior y la poca fuerza que tienen contentos ni descontentos por quitarla, de manera que dure, esta presencia, tan sin poderse dudar de las tres Personas, que parece claro, se experimenta lo que dice S. Juan (3), que haría morada con el alma, esto no sólo por gracia, sino porque quiere dar a sentir esta presencia g tray tantos bienes, que no se pueden decir, en especial, que no es menester andar a buscar consideraciones para conocer que está allí Dios. Esto es casi ordinario, si no es cuando la mucha enfermedad aprieta; que algunas veces parece quiere Dios se padezca sin consuelo interior, mas nunca, ni por primer movimiento, tuerce la voluntad de que se haga en ella la de Dios. Tiene tanta fuerza este rendimiento a ella, que la muerte, ni la vida se quiere, sino es por poco tiempo cuando desea ver a Dios; mas luego se le representa con tanta fuerza estar presentes estas tres Personas, que con esto se ha remedia- do la pena de esta ausencia y queda el deseo de vivir, si él quiere, para servirle más; y si pudiese ser parte que siquiera un alma le amase más y alabase por mi intercesión, que aunque fuese por poco tiempo, le parece importa más que estar en la gloria (4).

Teresa de Jesús.

1 Una sería la de su hermano D. Lorenzo de Cepeda, muerto en 1580, cuando la Santa se hallaba en Segovia. En el original estas dos líneas están escritas al margen.

2 Estas dos líneas envuelven pensamientos para nosotros incomprensibles. Quizá la Santa empleó este lenguaje emblemático para ocultarlos a los indiscretos. El Sr. Velázquez segura- mente que los entendería muy bien. Puede ser también que Santa Teresa expresase en cifra estos conceptos, que luego pudo exponer de palabra al piadoso Obispo al ir a la fundación de Soria. Advertimos que la Santa pone la acostumbrada línea, equivalente al punto, antes de las palabras: La ida de Egipto, formando distinto período, y no uno sólo, como se ve en Rivadeneyra u muchos manuscritos antiguos. Tampoco vienen en adición marginal, como dicen las Carmelitas de París (Oeuvres, t. II, p. 32'i), sino en el texto.

3 Joann, XIV, 23.

4 Al terminar la Relación, y en sentido inverso, había escrito la Santa: <tjhs. La gracia del Espíritu Santo sea con v. m.», comienzo, sin duda, de alguna carta que se proponía escribir.

MERCEDES DE DIOS

VII (1)

A diecisiete días de Noviembre, otava de San Martín, año de mil y quinientos y sesenta y nueve, vi, para lo que yo sé, haber pasado doce años para treinta y tres, que es lo que vivió él Señor. Faltan veinte y uno.

Es en Toledo, en el monesterio del glorioso San Josef del Carmen.

Yo por ti y tu por mí. Vida (2).

Doce por mí, y no por mi voluntad, se han vivido.

1 Estando en la fundación de Toledo escribió la Santa este señalado favor, en el que parece habérsele revelado la fecha de su muerte. No se ha descifrado nunca el sentido enig- mático de las palabras de esta revelación. El P. Antonio de San José discurre largamente en el tomo IV de las Cartas, página 386 y siguientes, de la edición de 1793, sobre el significado de ellas; pero, a mi juicio, más que aclararlas las embrolla. María de San José, en una de sus Deposiciones jurídicas para la canonización de la Santa, asegura que su hermano, el P. Jeró- nimo Gracián, poseía la clave del misterio. Se nos antoja que no debió de conocerlo tampoco, poi lo menos de una manera completa y clara. Hablando de esto en los Diálogos sobre la muerte de la Madre Teresa (Burgos, 1915, p. 19), dice el P. Gracian: «Sé yo de esta Madre que más de diez años antes que muriese, sabía el tiempo dt su muerte y lo traía escrito en su breviario; y aunque no se colige con claridad, porque hay algunas cifras suyas, pero sácase de la edad que dicen algunos que subió al cielo María Santísima, le reveló Cristo que había de morir, que fué sesenta y ocho años». No es más explícita al hablar de esta revelación la sobrina de la Santa, Teresa de Jesús, hija de D. Lorenzo, eíi la declaración del Proceso de Avila: tEn una o dos partes halló esta declarante, escrita de su letra, esta cifra, leyéndola algu- nas veces con harta advertencia: Octava de San Martín, treinta y tres; yo por ti e por mi. No decía más; pero, a lo que esta declarante ha podido entender, fueron estas palabras dichas de Cristo Nuestro Señor en la oración a la dicha santa Madre Teresa de Jesús, con excesivo amor, mostrándola la activa unión que tenía ya con su alma, y que por ella de nuevo la ofre- cía su vida santísima, e que la que ella había de vivir en retorno de la suya, serían otros treinta U tres años, contados desde el día que la hizo esta merced hasta el de su muerte». Como se ve, la explicación es inexacta en cuanto al tiempo y nada aclara los demás puntos. Publicada entre los fragmentos de la Santa en el tomo IV del Epistolario, la reproducimos nosotros aquí como lugar más propio. El original se venera en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo.

2 Separa la Santa esta última palabra de las anteriores por dos líneas verticales. No deben unirse, pot consiguiente, como se ha hecho hasta ahora, leyendo por vida, y alterando com- pletamente el sentido.

44

LñS RELACIONES

VIII (1)

Estando en el monesterio de Tokdo, y aconsejándome algu- nos que no diese el enterramiento de el a quien no fuese caballero, díjome el Señor: «Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él: ¿por ventura serán los grandes del mundo, grandes de- lante de mí, o habéis vosotras de ser estimadas por linajes u por virtudes?»

IX (2)

Acabando de comulgar, segundo día de Cuaresma en San Josef de Malagón, se me representó nuestro Señor Jesucristo en visión imaginaria como suele, y estando yo mirándole, vi que en la cabeza, en lugar de corona de espinas, en toda ella, que debía ser adonde hicieron llaga, tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy devota de este paso, consoléme mucho y comencé a pensar qué gran tormento debía ser, pues había hecho tantas

1 Recibió esta merced en Toledo en 1569 o 1570. Hablando de ella el P. Ribera en el libro II, c. 14 de la Vida de Santa Teresa, dice que estaba en un papel que él vio y tenía escrito pot defuera: «Esto era sobre que me aconsejaban que no diese el enterramiento de To" ledo, de que no era caballero». Por este tiempo, Alonso Alvarez, no muy hacendado, pero muy virtuoso y devoto de la Santa, pretendía de ella enterramiento en la capilla mayor del convento para y sus descendientes, y muchas personas aconsejaban a la Fundadora que no se lo concediese, porque no era noble ni caballero. Habla de esto mismo en el capítulo XV de Las Fundaciones. Esta merced es una de las que publicó Fr. Luis de León; los códices de Avila y Toledo no la traen. Las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Alcalá de Henares poseen un papel antiguo en el que se halla esta merced, compuesta con letras cortadas de algún escrito de la Santa, aunque el P. Fidel Fita (Boletín de la Real Academia de la Histsria, Noviembre de 1914), le tiene por autógrafo. Otro papel como el de Alcalá poseen las Carmelitas Descalzas de Lucena.

2 No recibió este favor el año de 1568, como opinan algunos escritores, porque la pose- sión del nuevo monasterio se tomó el Domingo de Ramos de este mismo año, y mal pudo reci- birlo el segundo día de Cuaresma, cuando aun no vivía en él. Probablemente, sería hacia el año de 1570, en que andaba la Santa por tierras de Toledo. De todas suertes, hubo de recibirla antes del 73, año en que dio comienzo al Libro de las Fundaciones. Es la primera revelación que trae el códice de Avila. Publicáronla Fr. Luis de León y Ribera, lib. II, c. XI.

I

MERCEDES DE DIOS 45

heridas y a darme pena. Díjome g1 Señor, que no le hubiese lás- tima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le da- ban». Y yo le dije qué podría hacer para remedio de esto, que determinada estaba a todo. Díjome «que no era ahora tiempo de descansar, sino que me diese priesa a hacer estas casas, que con las almas de ellas tenia él descanso. Que tomase cuantas me diesen, porque había muchas que por no tener adonde no le servían, y que las que hiciese en lugares pequeños fuesen como ésta, que tanto podían merecer con deseo de hacer lo que en las otras, y que procurase anduviesen todas debajo de un go- bierno de perlado, y que pusiese mucho que por cosa de man- tenimiento corporal no se perdiese la paz interior, que El nos ayudaría para que nunca faltase. En especial tuviesen cuenta con las enfermas, que la perlada que no proveyese y regalase a las enfermas era como los amigos de Job, que El daba el azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la paciencia; que escribiese la fundación de estas casas». Yo pen- saba cómo en la de Medina nunca había entendido nada para escribir su fundación. Díjome «que qué más quería de ver que su fundación había sido milagrosa». Quiso decir, que haciéndolo solo El, pareciendo ir sin ningún camino, y determinarme yo a ponerlo por obra.

X (11

Estando yo pensando cómo en un aviso que me había dado el Señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo suplica- ba y pensaba debía de ser demonio, díjome: «Que no era, que El me avisaría cuando fuese tiempo».

1 Año de 1570 o 1571. Cfr. Vida, c. XXXIV.

46 LAS RELACIONES

XI (1)

Estando pensando una vez con cuanta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo andar mal y con muchas faltas, entendí: «No puede ser menos, hija, procura siempre en todo reta intención y desasi- miento, y mírame a Mí, que vaya lo que hicieres conforme a lo , que yo hice».

XII (2)

Estando pensando qué sería la causa de no tener ahora casi nunca arrobamientos en público, entendí: «No conviene ahora, bastante crédito tienes para lo que Yo pretendo; vamos mirando la flaqueza de los maliciosos».

XIII (3)

Estando un día muy penada por el remedio de la Orden, me dijo el Señor: «Has lo que es en y déjame a y no te inquietes por nada; goza de el bien que te ha sido dado, que es muy grande. Mi Padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama».

1 Esta merced, con las dos siguientes, fueron hechas a la Santa hacia el 1570. Muchos escritores dicen que el autógrafo se conserva en las Carmelitas Descalzas de Calahorra. No le tengo por tal, sino, como tantos otros, compuesto de letras de la Santa, cortadas de alguna carta suya. En él se separan las cláusulas e incisos con puntos y comas y se escribe con c la palabra recta, contra la costumbre de la Santa. Cfr. adiciones de Fray Luis de León, Ribera, 1. II, c. XVIII.

2 Cfr. ñdiciones de Fr. Luis de León.

3 Hállase únicamente en los códices de Avila y Toledo.

MERCEDES DE DIOS 47

XIV (1)

Un día me dijo el Señor: «Siempre deseas los trabajos, y por otra parte los rehusas; Yo dispongo las cosas conforme a lo que d€ tu voluntad, y no conforme a tu sensualidad y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: he querido que ganes esta corona. En tus días verás muy adelantada la Orden de la Virgen». Esto entendí de el Señor mediado Febrero, año de 1571.

XV (2)

Todo ayer me hallé con gran soledad, que si no fué cuando comulgué, no hizo en ninguna operación ser día de la Resu- rreción. Anoche estando con todas dijeron un cantarcillo de cómo era recio de sufrir vivir sin Dios (3). Como estaba ya con pena

1 Probablemente en Alba de Termes, poco antes de salir para Salamanca. Las Agustinas de jupille (Bélgica) conservan, según algunos escritores, el autógrafo de esta Relación. Por la fotografía que de él poseo, no me atrevo a juzgar si está compuesta de letras cortadas de la Santa, como ocurre con la que se venera en las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Al- calá, en el mismo papel que la Relación VIII, o si es verdadero autógrafo. Por lo demás, el có- dice de Avila está conforme con el de las Agustinas de Bélgica y con las Hdiciones de Fray Luis de León.

2 Consérvase el original casi entero, en las Carmelitas Descalzas de San Egidio de Ro- ma. Se conoce que debió de llegar a ellas fraccionado en varias pyrtes, que después no se se unieron con el orden debido.'. En los códices antiguos, lo mismo que en la edición principe, viene muij incompleta esta Relación. Al .W. R. P. Elias de San Ambrosio, secretario de N. M. R. P. General, debo una excelente fotografía de este precioso autógrafo. Parece pro- bable que este escrito lo destinaba la Santa al P. Martín Gutiérrez, rector de la Compañía en Salamanca, por el mes de Abril de 1571. El P. Martín cayó en mano de los hugonotes en Francia cuando regresaba de Roma de elegir sucesor en el generalato a San Francisco de Boria. Murió por la fe el 21 de Febrero de 1573.

3 La autora del cantarcillo que así arrobó a la Santa Fundadora, fué la M. Isabel de Jesús, siendo novicia en las Carmelitas de Salamanca. Ella misma nos da los siguientes pormenores de esta escena amorosa en las Deposiciones jurídicas de aquella ciudad: «Digo que conocí y traté a nuestra Santo Madre por espacio de once aftos, y anduve con ella algunas jornadas, y vi en ella resplandecer todas las virtudes en superior grado. Resplandecía especialmente en ella una continua oración y presencia de Dios, como lo manifestaban los continuos arrobamientos que tenía, en los cuales la vi muchas veces; y especialmente me acuerdo, que siendo yo no- vicia, estando en la recreación, canté una letra que trataba de lo que siente un alma el ausen- cia de su Dios, y estándola contando, se quedó arrobada entre las demás religiosas. Y habien-

i

48 LAS RELACIONES

fué tanta la operación que me hizo, que se me comenzaron a ento- mecer las manos, y no bastó resistencia, sino que como salgo de por los arrobamientos de contento, de la mesma manera se suspende el alma con la grandísima pena, que queda enajenada, y hasta hoy no lo he entendido; antes de unos días acá, me pa- recía no tener tan grandes ímpetus como solía, y ahora me pa- rece que es la causa esto que he dicho, no yo si puede ser. Que antes no llegaba la pena a salir de mí, y como es tan intole- rable, y yo me estaba en mis sentidos, hacíame dar gritos gran- des sin poderlo excusar. Ahora, como ha crecido, ha llegado a términos de este traspasamiento, y entendiendo más el que Nues- tra Señora tuvo, que hasta hoy, como digo, no he entendido qué es traspasamiento. Quedó tan quebrantado el cuerpo, que aun esto escribo hoy con harta pena, que quedan como descoyuntadas las manos y con dolor. Diráme vuestra merced de que me vea, si puede ser este enajenamiento de pena, y si lo siento como es, u me engaño.

do esperado un rato, como no volvía en sí, la llevaron tres o cuatro a la su celda en peso, que lo que allá pasó no lo sé; sólo que la vi salir al otro día, después de comer, de su celda, y parece que estaba todavía absorta y como fuera de si. Y por un escrito que después vi de ella, hallamos otras y yo que en aquel arrobamiento le había hecho Dios Nuestro Señor una muy señalada merced, porque cotejamos el día y hora en que le sucedió con lo que ella escri- bía, y hallamos ser así. Esto fué en Salamanca».

El P. Ribera, después de copiar esta Relación, añade: «Esto pasó en Salamanca el primer año después de aquella fundación, y lo mismo sabía yo de quien se halló delante, y lo vio y cantó el cantar, el cual era: «Véante mis ojos— Dulce Jesús bueno», con sus coplas. Y como la tocaron en el deseo mayor de su alma, quedó tan sin sentido, que la hubieron de llevar como muerta a la celda y acostarla, y duróla mucho, y aun al día siguiente andaba como fuera de sí. (Cfr. 1. IV, c. X). El cantarcillo y sus coplas, que hicieron caer en tan dulce éxtasis a la Santa, según un antiguo códice de las Carmelitas Descalzas de Cuerva, del que hay un trasunto en el Ms. 1.400 de la Biblioteca Nacional y otros, es como sigue:

Véante mis ojos, ¿Cuándo vendrá el día

Dulce Jesús bueno. Que alcéis mi destierro?

Véante mis ojos. Véante mis ojos

Muérame yo luego. Muérame yo luego.

Vea quien quisiere No quiero contento,

Rosas y jazmines, AVi Jesús ausente.

Que si yo te viere Que todo es tormento

Veré mil jardines. A quien esto siente.

Flor de serafines. Sólo me sustente

Jesús Nazareno, Tu amor y deseo;

Véante mis ojos, Véante mis ojos,

Muérame yo luego. Dulce Jesús bueno.

Véome cautivo Véante mis ojos.

Sin tal compañía Dulce Jesús bueno,

Muerte es la que vivo Véante mis ojos.

Sin vos, vida mía. Muétame yo luego.

MERCEDES DE DIOS 49

Hasta esta mañana estaba con esta pena, que estando en oración tuve un gran arrobamiento, y parecíame que Nuestro Se- ñor me había llevado el espíritu junto a su Padre y di jóle: «Esta que me diste te doy», y parecíame que me llegaba a sí. Esto no es cosa imaginaria, sino con una certeza grande y una delicadez tan espiritual, que todo no se sabe decir. Díjome algunas pala- bras, que no se me acuerdan, de hacerme merced eran algunas. Duró algún espacio tenerme cabe sí.

Como vuestra merced se fué ayer tan presto y yo veo las muchas ocupaciones que tiene para poderme yo consolar con él, aún lo necesario, porque veo son más necesarias las ocupaciones de vuestra merced, quedé un rato con pena y tristeza. Como yo tenía la soledad que he dicho ayudaba, y como criatura de la tierra no me parece me tiene asida, dióme algún escrúpulo, te- miendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era anoche, y respondióme hoy Nuestro Señor a ello, y díjome que no me maravillase, que ansí como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sensuales, ansí el alma la desea cuando haya quien la entienda, comunicar sus gozos y penas, y se entris- tece no tener con quien. Díjome: «El va ahora bien y me agradan sus obras». Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que había yo dicho a vuestra merced que pasaban de presto estas vi- siones. Y díjome «que había diferencia de esto a las imaginarias, y que no podía en las mercedes que nos hacía haber regla cierta, porque unas veces convenía de una manera y otras de otra».

Un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se sentó cabe Nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díjome, entre otras cosas: «Vesme aquí, hija, que yo soy; muestra tus manos», y parecíame que me las tomaba y lle- gaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas; no estás sin mí; pasa la brevedad de la vida». En algunas cosas que me dijo, entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, sino es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie (1).

I Estas ocho líi eas forman una Revelación en un papel que se venera en las Carmelitas del Corpus Christi de Alcalá, y que el P. Fita, en el lugar anteriormente citado, tiene equivo- cadamente por autógrafo. No conozco más autógrafos de ella que el de San Egidio de Roma. El

II 1

50 LñS RELACIONES

Díjome «que en resucitando había visto a Nuestra Señora, por- que estaba ga con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aun no tornaba luego en para gozar de aquel gozo. Por aquí entendí esotro mi traspasamiento, bien diferente. Mas ¡cuál debía ser el de la Virgen! y que había es- tado mucho con ella; porque había sido menester hasta con- solarla.

XVI di

El martes después de la Ascensión, habiendo estado un rato en oración, después de comulgar con pena, porque me devertía de manera que no podía estar en una cosa, quejábame al Se- ñor de nuestro miserable natural. Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la Santísima Trinidad en visión inteletual, adonde entendió mi alma por cierta manera de representación, como figura de la verdad, para que lo pudiese entender mi torpeza, cómo es Dios trino y uno; y ansí me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representaban dentro de mi alma distintamente, diciéndome «que desde est€ día vería mijoría en en tres cosas, que cada una destas Personas me hacía merced: la una en la caridad y en padecer con contento, en sentir esta caridad con encendimiento en el alma. Entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que estarán con el alma que está en gracia las tres divinas Perso- nas, porque las vía dentro de por la manera dicha». Estando yo después agradeciendo a el Señor tan gran merced, hallándome indina de ella, decía a Su Majestad con harto sentimiento, que,

códice de Avila conforma con él, lo que aumenta grandemente su fidelidad y autoridad para las Relaciones de las cuales no se conservan los originales. Acababa de recibir una merced muy tierna cayendo en dulce anobo místico al canto de unas encendidas estrofas el tercer día de Pascua de Resurrección, según ella declara en el capítulo XI de la Morada VI, y poco después, el día de la Octava, a cuyo evangelio evidentemente alude, fué favorecida con esta segunda. Por eso se halla escrita a continuación de la anterior, y es del mismo año que ella.

1 En el monasterio de San José de Avila, a 29 de Mayo de 1571, donde se había reti- rado por orden del provincial de los Calzados, P. Alonso González.

MERCEDES DE DIOS 51

pues me había de hacer semejantes mercedes, que por qué me había dejado de su mano para qu€ fuese tan ruin, porque el día antes había tenido gran pena por mis pecados, tiniéndolos presentes. Vía claramente lo mucho que el Señor había puesto de su parte, desde que era muy nina, para allegarme a con medios harto eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por donde claro se me representó el ecesivo amor que Dios nos tiene en perdonar todo esto, cuando nos queremos tornar a El, y más conmigo que con nadie, por muchas causas. Parece que- dó en mi alma tan imprimidas aquellas tres Personas que vi, siendo un solo Dios, que a durar ansí, imposible sería dejar de estar recogida con tan divina compañía. Otras algunas cosas y palabras que aquí se pasaron, no hay para qué escribir.

XVII í»

Una vez, poco antes de esto, yendo a comulgar, estando la Forma en el relicario, que aun no se me había dado, vi una ma- nera de paloma que meneaba las alas con ruido. Turbóme tanto y suspendióme, que con harta fuerza tomé la Forma. Esto era todo en San Josef de Avila. Dábame el Santísimo Sacramento el Padre Francisco de Salcedo. Otro día, oyendo su misa, vi a el Señor glorificado en la Hostia. Di jome que le era acetable su sacrificio.

XVIII í2)

Esta presencia de las tres Personas que dije a el principio, he traído hasta hoy, que es día de la Comemoración de San

1 En Avila como la anterior.

2 Probablemente recibió este favor en Medina del Campo el 30 de Junio de 1571, adonde se habia trasladado por indicación del P. Pedro Fernández, Visitador Apostólico, para ejercer el cargo de priora.

52 LñS RELACIONES

Pablo, presentes en mi alma muy ordinario, y como yo estaba mostrada a traer sólo a Jesucristo, siempre parece me hacia algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un solo Dios, y dijome hoy el Señor, pensando yo en esto: «Que erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo; que entendiese que era muy diferentes y que era capaz el alma para gozar mucho. Parecióme se me represen- tó como cuando en una esponja se encorpora y embebe el agua, ansí me parecía mi alma que se hinchía de aquella divinidad, y por cierta manera gozaba en y tenía las tres Personas. También entendí: «No trabajes de tenerme a encerrado en ti, sino de encerrarte en Mí». Parecíame que de dentro de mi alma, que estaban y vía yo estas tres Personas, se comu- nicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo.

XIX (1)

Estando pocos días después desto que digo, pensando si tenían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y que estaría yo mijor empleándome siempre en oración, entendí: «Mientra se vive no está la ganancia en procurar gozarme más, sino en hacer mi voluntad». Parecíame a mí, que pues San Pablo dice del encerramiento de las mujeres (2), que me lo han dicho poco ha, y aun antes lo había oído, que ésta sería la voluntad de Dios, di jome: «Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos».

1 En Medina por el mismo tiempo que la anterior. Algunas líneas de esta merced se vene- ran en la iglesia de Puig (Francia). Cfr. Hdiciones de Fr. Luis de León y Ribera, 1. II, c. XVIII.

2 Bd Tit., II, 5.

MERCEDES DE DIOS 53

XX (1)

Estando yo un día después de la Otava de la Visitación en- comendando a Dios a un hermano mío en una ermita de el Monte Carmelo, dije al Señor, no si en mi pensamiento, porque está este mi hermano adonde tiene peligro su salvación. Si ijo viera. Señor, un hermano vuestro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Parecíame a que no me quedara cosa que pu- diera por hacer. Díjome el Señor: «¡Oh, hija, hija, hermanas son mías estas de la Encarnación, y te detienes! Pues ten ánimo, mira lo quiero Yo, y no es tan dificultoso como te parece, y por donde pensáis perderán estotras casas, ganará lo uno y lo otro; no resistas, que es grande mi poder» (2).

1 Julio de 1571, en Medina, cuando fué llamada por el Visitador Apostólico a desempeñar el cargo de priora en la Encarnación ij socorrer el convento, que se hallaba en grande pobreza. Habla aquí de su hermano Agustín de Ahumada, entregado al cuidado de los bienes temporales en Chile, con detrimento de los eternos. Cfr. Pólit, La familia de Sta. Teresa en Hméríca, c. II.

2 María de San José en el Libro de Recreaciones, después de copiar esta merced con leves diferencias del texto que publica3iios, añade: «Bien se vio claro en esta obra este poder grande del Señor, porque resistiendo las monjas y ayudando los frailes a impedir esta reforma que se quería hacer, al fin el Visitador la llevó al monasterio, y usando de todo el poder que tenía y el que el Rey para la reforma daba, que el uno y el otro fué bien menester segtin la fuerza que pusieron para no recibirla, no porque no fuese de todos amada y bien recibida por su persona, como aquella que era allí bien conocida su gran discreción y suavidad, mas este nombre de reforma que por nuestros pecados es el día de hoy tan temido, y el demonio que ayuda temiendo los bienes que de entrar allí aquella Santa .■^c habían de seguir, levantó tan grande escándalo y ruido, que se hundía el monasterio, y las más conocidas y amigas en aquel tiempo, no la conocían, y todas la resistían, que no fué esta pequeña guerra. Y acon- teció una cosa muy graciosa que nuestra Madre me contó, riéndose de su poca memoria; y fué, que habiendo entrado en el monasterio con la fuerza que habernos dicho, llevándola el mismo Visitador y ayudando la justicia para aquietar las grandes voces que daban y resis- tencia que se hacía, y unas deshonrándola y otras maldiciéndola, al fin la llevaron al coro, y entrando por él, olvidósele a lo que iba, y fuese a su silla, a donde se solía sentar cuando era monja de allí, sin se acordar que iba por priora; y así, disimulando su risa, que era más que pena, se fué a su silla donde puso una imagen de Nuestra Señora, diciéndoles que aquella era Superiora y no ella; y con esto y con su gran discreción y gracia, que Nuestro Señor le dio, las aquietó y puso en estado». María Pinel, hablando de esta merced en su Historia manuscrita del Convento de la Encarnación, añade: «Vino con esto la Santa a ser prelada, y aunque las religiosas por ser sin votos (la había nombrado el Visitador Apostólico Fray Pedro Fernández) resistían, pareciéndolas juzgarían habían cometido alguna culpa, no obstante, con el mandato que traía de Dios y palabra de que había de ayudarlas, envió a decir desde S. José, que si no echaban antes las seglares, había muchas, que no había de ir a ser priora. Aunque la resistían, por la razón dicha, las echaron al punto».

54

LAS RELACIONES

XXI

El deseo y ímpetus tan grande de morir se me han qui- tado, en especial desde el día de la Madalena que determiné de vivir de buena gana por servir mucho a Dios, si no es algunas veces; que todavía el deseo de verle, aunque más le desecho, no puedo (1).

XXII

Una vez entendí: «Tiempo verná que en esta ilesia se ha- gan muchos milagros: llamarla han la ilesia santa». Es en San Josef de Avila, año 1571 (2).

XXIII

Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más, sigún los deseos que me ha dado alguna vez el Señor de hacerla, si no fuera por obedecer a los confesores, que si sería mijor no los obedecer de quí adelante en eso, me dijo: «Eso no, hija, buen camino llevas y siguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia» (3).

1 Ribera, 1. IV, c. X, dice haber tenido el original de estas líneas.

2 El mismo P. Ribera, lib. IV, c. V, vio esta profecía escrita de mano de la Santa.

3 Catalina de Cardona nació en Ñapóles en 1519. Vino a España con la Duquesa de Calabria, y en la corte llegó a ser aya del príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, g de D. Juan, hijo de Carlos V. Retiróse a la edad de cuarenta y cuatro años a un desierto cerca de La Roda (Albacete), donde hizo extraordinaria penitencia. Cedido el desierto a la Reforma del Carmen,

MERCEDES DE DIOS 55

XXIV (1)

Una v€z, estando en oración, me mostró el Señor por una extraña manera de visión inteletual, cómo estaba el alma que está en gracia, en cuya compañía vi la Santísima Trinidad por visión inteletual, de cuya compañía venía a el alma un poder que señoreaba toda la tierra. Dicronseme a entender aquellas palabras de los Cantares que dice: Venial dilectas meas in hor- tuní suum el comedat (2). Mostróme también cómo está el alma que está en pecado, sin ningún poder, sino como una persona que estuviese de el todo atada y liada, y atapado los ojos, que aunque quiere ver, no puede, ni andar, ni oír y en gran escuri- dad. Hiciéronme tanta lástima las almas que están ansí, que cualquier trabajo me parece ligero por librar una. Parecióme, que a entender esto como yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer ninguno perder tanto bien ni estar en tanto mal (3).

tomó el hábito de carmelita en las Descalzas de Pastrana el d de Mayo de 1571, establecién- dose luego en una caverna próxima al monasterio, donde murió el 11 de Mayo de 1577. De esta penitente habla extensamente la Reforma de los Descalros, t. I, lib. IV, c. 2-20, y mu- chos de nuest.os escritores primitivos. En las Carmelitas de Consuegra y otros lugares hemos visto retratos muy antiguos de ella en hábito de religioso cí;rmelita. Véase también el elogio que hace de su penitencia Santa Teresa en el capítulo XXVlll de Las Fundaciones, y Gradan en el Diálogo XIII de la Peregrinación de JJnastasio. No se sabe dónde ocurrió esta merced a la Santa el año de 1571. Cfr. Bdiciones de Fr: Luis de León y Ribera, 1. IV, c. XVIIL

1 Esta merced es de 1571.

2 El códice de Avila, fiel seguramente a la ortografía del original, escribe: Veni dilectas meus in hortum meo et comeded.

3 Cfr. adiciones de Fr. Luis de León. Sobre el alma en pecado, véase lo que escribió en el capítulo I de las Moradas VII.

56 LAS RELACIONES

XXV (1)

La víspera de San Sebastián, el primer año que vine a ser Priora en la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prio- ral, adonde está puesta Nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí (2). A mi parecer, no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Parecióme se parecía algo a la imagen que me dio la Condesa (3), aunque fué de presto el poderla determinar, por suspenderme luego mu- cho. Parecíame encima de las comas de las sillas, g sobre los antepechos ángeles, aunque no con forma corporal, que era vi- sión inteletual. Estuvo ansí toda la Salve, y díjome: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré». Después de esto quédeme yo en la oración que trayo de estar el alma con la San- tísima Trinidad, y parecíame que la persona de el Padre me llegaba a y decía palabras muy agradables. Entre ellas me dijo, mostrándome lo que me quería: v<Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿Qué me puedes dar a mí?» (4).

XXVI

El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera que aun no podía pasar la Forma, y te-

1 En el monasterio de la Encarnación de Avila, el 19 de Enero de 1572, de donde era priora desde el mes de Octubre del año precedente.

2 Aun se conserva esta silla afortunada, ü 'as religiosas cantan Completas todos los años, con gran solemnidad, la víspera de San Sebastián, en conmemoración de este favor de la Reina de los cielos. De él hablan la Madre María Bautista en las Informaciones de Valladolid y María Pinel.

3 El cuadro fué regalado a la Santa por D.a María de Velasco y Aragón, Condesa de Osorno, el cual se venera hoy en San José de Avila.

4 Cfr. adiciones de Fr. Luis de León, y Ribera, 1. III, c. I, y 1- IV, c. X.

MERCEDES DE DIOS

67

niéndomcla €n la boca, verdaderamente me pareció, cuando tor- né un poco en mí, que toda la boca se m€ había hinchido de sangre; y parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces acabara de derramarla el Señor. Me parece estaba caliente, y era ecesiva la suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo lo derramé con muchos dolores, y gózaslo con tan gran de- leite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día». Esto dijo, porque ha más de treinta años que yo comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar a el Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, sigún ahora veo. Y ansí hacía unas consideraciones bobas, y debíalas admitir el Señor; porque esta es de las visio- nes que yo tengo por muy ciertas, y ansí, para la comunión, me ha quedado aprovechamiento (1).

Antes de esto había estado, creo tres días, con aquella gran pena, que trayo más unas veces que otras, de que estoy ausente de Dios, y estos días había sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir, y habiendo estado ansí harto fatigada, vi que era tarde para hacer colación y no podía,, y a causa de los vómi- tos, háceme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y ansí con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela para comer- lo, y luego se me representó allí Cristo, y parecíame que me partía del pan y me lo iba a poner en la boca, y díjome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame d€ lo que padeces, mas

1 En la iglesia de la Encarnación de Avila, sobre el antiguo comulgatorio, se venera un cuadro que reproduce este favor divino, y en él se lee que la Santa lo recibió en aquel mismo lugar. Lo mismo asegura María Pinel en su Historia manuscrita del convento por estas palabras: «En el coro bajo, el Domingo de Ramos, se halló toda bañada en la sangre de Jesús y llena la boca de aquel néctar soberano, pagándole Nuestro Señor el hospedaje que le hacía; porque además de comulgar, no comía hasta las tres de la tarde, y se estaba acompañando a Su Majestad, y dando la comida a un pobre. Y a su imitación, se hace así en esta casa, no comiendo aunque vayan a refectorio para cumplir con aquel acto». No por qué las Carmelitas de París (Oeuvres, t. II, p. 229), y otros escritores, afirman que el caso ocurrió en Salamanca, en Abril de 1571. El año en que recibió este regalado favor fué, a lo que se me alcanza, el de 1572, siendo priora del monasterio de la Encarnación.

58 LAS RELACIONES

Gsto t€ conviene ahora». Quedé quitada aquella pena y conso- lada, porque verdaderamente me pareció se estaba conmigo, y todo otro día, y con esto se satisface el deseo por entonces. Esto decir pésame, me hizo reparar, porque ya no me parece puede tener pena de nada.

X X ^'^ I í

«¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu Dios? ¿No ves cuan mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te dueles de mí?» (1).

XXVIII

Sobre el temor de pensar si no están en gracia (2) : «Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel; nadie se perderá sin entenderlo. Engañarse ha quien se asigure por rega- los espirituales. La verdadera siguridad es el testimonio de la buena conciencia; mas nadie piense que por puede estar en luz, ansí como no podría hacer que no viniese la noche, porque depende de la gracia. El mejor remedio que puede haber para detener la luz, es entender que no puede nada y que le viene de mí; porque aunque esté en ella, en un punto que yo me aparte, verná la noche. Esta es la verdadera humildad, co- nocer lo que puede y lo que yo puedo. No dejes de escribir los avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres por escrito los de los hombres, por qué piensas pierdes tiem- po en escribir los que te doy; tiempo verná que los hayas todos menester».

1 Mayo de 1572, en la Encarnación.

2 Siempre se había escrito erróneamente este título diciendo: «Sobre el temor de pensar si estou en gracia». Del contexto de la revelación parece deducirse que se refiere a otras personas, por quienes la Santa se interesaba. Recibióla en la Encarnación, año de 1572.

MERCEDES DE DIOS 59

XXIX (1)

Sobre darme a entender qué es unión. «No pienses, hija, que es unión estar muy junta conmigo, porque también lo están los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos y gustos de la oración, aunque sea en muy subido grado, aunque sean míos, medios son para ganar las almas muchas veces, aunque no estén en gracia». Estaba yo cuando esto entendía en gran manera le- vantado el espíritu. Dióme a entender el Señor qué era espíritu, y cómo estaba el alma entonces, y cómo se entienden las pala- bras de la Magnifica: Exultavit spiritus meus (2), no lo sabré decir; paréceme se me dio a entender que el espíritu era lo su- perior de la voluntad.

Tornando a la unión, entendí que era este espíritu limpio y levantado de todas las cosas de la tierra, no quedar cosa de él, que quiera salir de la voluntad de Dios, sino que de tal ma- nera esté un espíritu y una voluntad conforme con la suya, y un desasimiento de todo, empleado en Dios, que no haya memoria de amor en ni en ninguna cosa criada. He yo pensado si esto es unión, luego un alma que siempre está en esta determinación, siempre podemos decir está en oración de unión, y es verdad que ésta no puede durar sino muy poco. Ofréceseme que cuanto a an- dar justamente, y mereciendo y ganando hará, mas no se puede decir anda unida el alma como en la contemplación, paréceme entendí, aunque no por palabras, que es tanto el polvo de nues- tra miseria y faltas y estorbos en que nos tornamos a enfoscar, que no sería posible estar con la limpieza que está el espíritu cuando se junta con el de Dios, que vaya fuera y levantado de nuestra miserable miseria. Y paréceme a que si esta es unión, estar tan hecha una nuestra voluntad y espíritu con el de Dios, que no es posible tenerla quien no esté en estado de gracia, que me habían dicho que sí. Ansí me parece a será bien dificulto-

1 La Encamación, 1572.

2 El Códice de Avila: Exultabit espíritus meus.

60 LAS RELACIONES

SO entender cuando es unión, sino por particular gracia de Dios, pues no se puede entender cuándo estamos en ella.

Escríbame vuestra merced su parecer y en lo que desatino, y tórneme a enviar este papel (1).

XXX (2)

Había leído en un libro que era imperfeción tener imagines curiosas, y ansí quería no tener en la celda una que tenía. Y también antes que leyese esto, me parecía pobreza no tener ninguna sino de papel, y como después un día de esto leí esto, ya no las tuviera de otra cosa. Y entendí esto estando descuidada de ello: «Que no era buena mortificación; que cuál era mijor: la pobreza u la caridad. Que pues era lo mijor el amor, que todo lo que me despertase a él no lo dejase, ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas en las imagi- nes decía el libro, que no la imagen. Que lo que el demonio hacía en los luteranos, era quitarles todos los medios para más despertar, y ansí iban perdidos. Mis cristianos, hija, han de ha- cer ahora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen». Entendí que tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora y a san Josef, porque muchas veces, yendo perdida de el todo, por sus ruegos me tornaba Dios a dar salud.

XXXI (3)

Otava de el Espíritu Santo, me hizo el Señor una merced y me dio esperanza de que esta casa se iría mijorando; digo las almas de ella.

1 Cfr. Ribera, 1. IV, c. XX. Estas palabras parecen indicar que había entregado la Rela- ción a uno de los confesores que entonces tenía.

2 En la Encarnación. 1572.

3 Refiérese esta merced a las monjas de la Encarnación. La mejoría de que en ella se

MERCEDES DE DIOS 61

XXXII H)

Día de la Madalena, me tornó el Señor a confirmar una merced que me había hecho en Toledo, eligiéndome en ausencia de cierta persona en su lugar.

XXXIII (2)

Un día después de san Mateo, estando como suelo, des- pués que vi la visión de la Santísima Trinidad y cómo está con el alma que está en gracia, se me dio a entender muy clara- mente, de manera que por ciertas maneras y comparaciones por visión imaginaria lo vi. Y aunque otras veces se me ha dado a entender por visión la Santísima Trinidad inteletual, no me

habla fué muy notable, como se infiere de una carta de la Santa, escrita en el mes de Marzo de 1572, donde dice: «Es para alabar a Nuestro Señor la mudanza que en ellas ha hecho... Verdaderamente hay aquí grandes siervas de Dios, y casi todas se van mijorando».

1 En el mismo monasterio, 22 de )ulio de 1572. Para la inteligencia de estas palabras, dice Yepes en el libro I, c. XIX de la Vida.- «Como un día de la Magdalena estuviese la Madre con una envidia santa de lo mucho que el Señor la había amado, le dijo: /I esta tuve por mi amiga mientras estuve en la tierra, y a ti tengo ahora que estoy en el cielo. Y esta merced le confirmó el Señor después por algunos años el mismo día de la Magdalena».

2 Hay una copia de esta Relación en el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional. Allí se dice que el original estuvo en poder de Fray Diego de Guevara, que profesó en el convento de San Agustín de Madrid, y murió en San Felipe el Real año de 1633. El mismo Padre, en su Deposición jurídica para la canonización de la Santa en Salamanca, dice: «Yo tengo un papel escrito de su mano que me dio la Madre Ana de Jesús cuando se iba a Francia; y en él refiere una merced que Nuestro Señor la hizo un día después de S. Mateo, infundiéndola altísimo conocimiento de la Santísima Trinidad. El cual papel venero y reverencio como reli- quia de Santo, y le tengo para mi consuelo; y una persona bien grave, el tiempo que le leía, estuvo descaperuzado; y le han vi.sto las personas más doctas de España. Estando en Alcalá le mostré al doctor Luis de Montesinos, catedrático de Prima de aquella Universidad, y se consoló mucho de verle, y le tuvo algunos días ij alababa a Dios de ver la propiedad y expe- dición con que una mujer sencilla declaraba un misterio tan profundo. Y el mismo juicio ha hecho el P. M.o Fray Agustín Antolínez, catedrático de Prima desta Universidad; y el Padre Francisco Guirón, Rector que fué del Colegio de la Compañía de Jesús, le tuvo muchos días en su poder, y le vieron personas graves deste colegio, y aun me parece se trasladó». (Véase la Deposición íntegra en el Ms. 13.229 de la Biblioteca Nacional). Según se lee en la pág. 223 del Ms. 12.763 antes citado, el autógrafo que contenía esta Relación de la Santa pasó a poder de D. Antonio de Paz, residente en Salamanca. La Relación es de 22 de Septiembre de 1572.

62 LñS RELACIONES

ha quedado después algunos días la verdad, como ahora digo, para poderlo pensar y consolarme en esto. Y ahora veo que de la mesma manera lo he oído a letrados, y no lo he entendido como ahora, aunque siempre sin detenimiento lo creía, porque no he tenido tentaciones de la fe.

A las personas inorantes parécenos que las Personas de la Santísima Trinidad todas tres están, como lo vemos pintado, en una Persona, a 'manera de cuando se pinta en un cuerpo tres ros- tros; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa imposible y que no hay quien ose pensar en ello; porque el entendimiento se em- baraza, y teme no quede dudoso de esta verdad y quita una gran ganancia.

Lo que a se me representó, son tres Personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he pensado que sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se ve esta verdad. Estas Personas se aman y comunican y se conocen. Pues si cada una es por sí, ¿cómo decimos que todas tres son una esencia, y lo creemos, y es muy gran verdad y por ella mo- riría yo mil muertes? En todas tres Personas no hay más de un querer y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de cuantas criaturas hay, es sólo un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, que es todo un poder, y lo mesmo el Espíritu Santo, ansí que es un solo Dios todopoderoso, y todas tres Personas una Majestad. ¿Podría uno amar al Padre sin querer al Hijo y al Espíritu Santo? No, sino quien contentare a la una de estas tres Personas divinas, contenta a todas tres; y quien la ofen- diere, lo mesmo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo y sin el Espíritu Santo? No, porque es una esencia, y adonde está el uno están todas las tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo vemos que están divisas tres Personas, y cómo tomó carne hu- mana el Hijo, y no el Padre ni el Espíritu Santo? Esto no lo entendí yo; los teólogos lo saben. Bien yo que en aquella obra tan maravillosa, que estaban todas tres, y no me ocupo en pensar mucho esto. Luego se concluye mi pensamiento con ver que es Dios todopoderoso, y como lo quiso lo pudo, y ansí

MERCEDES DE DIOS 63

podrá todo lo que quisiere; y mientra menos lo entiendo, más

lo creo y me hace mayor devoción. Sea por siempre bendito, amen.

XXXIV (•)

Si no me hubiera nuestro Señor hecho las mercedes que me ha hecho, no me parece tuviera ánimo para las obras que se han hecho, ni fuerzas para los trabajos que se han padecido, y contradiciones y juicios. Y ansí, después que se comenzaron las fundaciones, se me quitaron los temores que antes traía de pensar ser engañada, y se me puso certidumbre que era Dios, y con esto me arrojaba a cosas dificultosas, aunque siempre con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como quiso Nuestro Señor despertar el principio de esta Orden, y por su misericordia me tomó por medio, había Su Majestad de poner lo que me faltaba, que era todo, para que hubiese efeto, y se mos- trase mijor su grandeza en cosa tan ruin.

XXXV (2)

Estando en la Encarnación el segundo año que tenía el priorato, Otava de San Martín, estando comulgando, partió la Forma el Padre Fray Juan de la Cruz (3), que me daba el Santí-

1 El original de esta Relnción se veneraba a fines del siglo XVIII en el Desierto de la Isla, cerca de Bilbao, que para su recogimiento tenían los Carmelitas Descalzos de la Provincia de San Joaquín.

2 En la Encarnación, a mediados de Noviembre de 1572.

3 San Juan de la Cruz c-;! confesor del convento desde mediados de Mayo del mismo año. Hablando de este nombramiento dice Ycpcs (líb. II, c. XXV); *Ya que la Madre tenía tan bien pertrechada su casa por de fuera, y cerradas las puertas de los locutorios por donde entran de ordinario los ladrones que roban las almas y quietud de las pobres religiosas, acordó para remediar más de raiz lo interior y más secreto del alma, que viniesen a la Encarna-

64 LñS RELACIONES

simo Sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba mucho cuando eran grandes las Formas; no por- que no entendía no importaba para dejar de estar el Señor en- tero, aunque fuese muy pequeño pedacico. Di jome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí». Dándome a entender que no importaba.

Entonces represénteseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjo- me: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía. Mi honra es ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dije al Señor, que o ensanchase mi bajeza, o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve ansí todo el día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor con- fusión y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes ( 1 ) .

XXXVI (2)

Esto me dijo el Señor otro día: «¿Piensas, hija, que está el merecer en gozar? No está sino en obrar y en padecer y en amar. No habrás oído que San Pablo estuviese gozando de los

ción confesores Descalzos de la nueva Reformación, que ija se había fundado; porque algunas, deseando comenzar nueva vida, querían hacer confesiones generales y estaban con grande ansia de tener personas que las tratasen de espíritu y oración. La Santa pidió al Visitador dos reli- giosos Descalzos para confesores de su convento, y él señaló al P. Fray Juan de la Cruz, y a otro Padre llamado Fray Germán, ambos de singular virtud y religión».

1 Cfr. Fr. Luis de León, Ribera, lib. IV, c. X, y la Deposición de María Bautista en Valladolid.

2 Probablemente recibió esta merced en la Encarnación, año de 1572. De esta visión se han compuesto, de letras de la Santa, algunos ejemplares. Las Carmelitas Descalzas de Alba poseen uno. Ténga-se presente esta observación, porque algunos escritores, como las Carme- Utas de París, lo consideran autógrafo.

fflERCEDES DE DIOS 65

gozos celestialGs más de una vez, y muchas que padeció, y ves mi vida toda llena de padecer, y sólo en el monte Tabor habrás oído mi gozo. No pienses, cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin grave tor- mento. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que Yo había de padecer. Los grandes santos que vivieron en los desiertos, como eran guiados por Dios, ansí hacían graves penitencias, y sin esto tenían gran- des batallas con el demonio y consigo mesmos; mucho tiem- po se pasaban sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor. ¿En que te le puedo más mostrar que querer para ti lo que quise para Mí? Mira estas llagas, que nunca lle- garán aquí tus dolores. Este es el camino de la verdad. Ansí me ayudarás a llorar la perdición que train los del mundo, enten- diendo tú esto, que todos sus deseos, y cuidados y pensamientos se emplean en cómo tener lo contrario». Cuando empece a te- ner oración, estaba con tan gran mal de cabeza, que me parecía casi imposible poderla tener. Di jome el Señor: «Por aquí verás el premio de el padecer, que como no estabas con salud para ha- blar conmigo, he Yo hablado contigo y regaládote». Y es ansí cierto, que sería como hora y media, poco menos, el tiempo que estuve recogida. En el me dijo las palabras dichas y todo lo demás. Ni yo me divertía, ni adonde estaba, y con tan gran contento, que no decirlo, y quedóme buena la cabeza, que me ha espantado, y harto deseo de padecer. Es verdad que al menos yo no he oído que el Señor tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni San Pablo. También me dijo que trajese mucho en la memoria las palabras que el Señor dijo a sus Apóstoles, «que no había de ser más el siervo que el Señor» (1).

1 Joan,, XIH, 16.

II

66 LñS RELACIONES

XXXVII

Vi una gran tempestad de trabajos, y que como los egicios perseguían a los hijos de Israel, así habíamos de ser persegui- dos; mas que Dios nos pasaría a pie enjuto, y los enemigos serían envueltos en las olas (1).

XXXVIII

Estando un día en el convento de Beas, me dijo Nuestro Señor, que, pues era su esposa, que le pidiese, que me prometía que todo me lo concedería cuanto yo le pidiese. Y por señas, me dio un anillo hermoso, con una piedra a modo de amatista, mas con un resplandor muy diferente de acá, y me lo puso en el dedo. Esto escribo por mi confusión, viendo la bondad de Dios y mi ruin vida, que merecía estar en los infiernos. Mas

1 Explicando esta visión, que se refiere a los grandes trabajos de la santa y sus hijas en Sevilla, dice María de San José en el Libro de Recreaciones, pág. 94: «Pasaron desde la fundación de éste hasta la de Villanueva de la Jara, que fué el doceno, un mar tempestuoso de persecuciones, como la misma Madre lo había profetizado cuatro años antes, como yo lo vi es- crito en un papel de su mano que enviaba al Padre Elíseo (Gracián), donde decía que había visto un gran mar de persecuciones, donde, así como los egipcios, viniendo persiguiendo a los hijos de Israel, se habían ahogado en el mar, y los del pueblo de Dios pasaron en salvo, así serían nuestros enemigos ahogados y pasaría el ejército de la Virgen libre. Y así fué, que usando el demonio de las armas que suele, que son mentiras y testimonios, comenzó a divulgar abominaciones, primeramente de aquellas dos purísimas almas de la Madre Angela y el Padre Elíseo (Santa Teresa y Gracián), y juntamente de toda la Congregación de religiosas y religiosos, ü como nunca falta quien crédito a semejantes cosas, y aun por ventura antes que al bien, comenzóse una persecución tal que el demonio la había trazado y nuestro gran Dios permitido para que se hiciesen fuertes los fundamentos en este edificio. Y así fué que, pensando el demo- nio deshacernos y anegarnos, nos dio el Señor por este medio paso enjuto y firme, porque nuestro invictísimo y católico rey y señor, D. Felipe II, estando, como dice el Sabio, su cora- zón en las manos de Dios, no fué engañado, antes tomando la protección de esta manadita de la soberana Virgen, impetró y alcanzó del Sumo Pontífice aquel tan favorable Breve con que se hizo la separación de la Provincia, que fué año de mil y quinientos y ochenta y uno, a seis de Marzo, día del glorioso San Cirilo, de que la felicísima Angela no poco se alegró, y decía, con el santo viejo Simeón, que la llevase el Señor en paz, habiéndole muchos años antes Su Ma- jestad divina prometido que no la llevaría de esta vida hasta que viese todas las coshs de su Religión en gran prosperidad, como con esto nos quedaban. Teniendo en cuenta que esta reve- lación ocurrió cuatro años antes de su cumplimiento, la hubo de recibir la Santa de 1573 a 1574.

MERCEDES DE DIOS 67

¡ay, hijas! Gncomiéndcnm^ a Dios y sean devotas de San Josef, que puede mucho. Esta bebería escribo.... (1).

XXXIX (2)

Año de MDLXXV, en el mes de Abril, estando go en la Fundación de Beas, acertó a venir allí el Maestro Fray Jeróni-

1 Por primera vez publicó esta merced el P. Fací en su libro Gracias efe la grada de Sania Teresa, pág. 371, (Zaragoza, 1757). La Comunidad de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa de Zaragoza conserva un papel antiguo en que se halla, de donde la copió Faci. Existe la tradición entre las religiosas de que la escribió la secretaria de la Santa y la firmó ella. La letra bien puede ser del último tercio del siglo XVI, pero la firma de Santa Teresa no se lee en este documento. Fundó la Santa en Beas en el mes de Febrero de 1575, tiempo en que pudo recibir esta merced.

2 Venérase el original en las Carmelitas Descalzas de Consuegra. La diferencia del autó- grafo ü la Relación publicada por el señor La Fuente y otros escritores es muy notable, como puede ver cualquiera que guste de compararlos. En cambio, sólo hemos notado pequefias y muy leves variantes con el publicado por Mármol en Excelencias, vida y tr.ibajos del P. Jerónimo Gradan de la Madre de Dios, Carmelita, Parte I. a, c. XVII. Del mismo Mármol se conserva en el archivo de los Carmelitas Descalzos de Avila un traslado auténtico que de varias Relacio- nes referentes a Gracián hizo en Valladolid el día 30 de Septiembre de 1606. El traslado comien- za así: «Visiones de N. Mdre. S.a Theresa de Ihs. de el P. Gracián. Por la presente, Yo, Juan Vázquez del A\ármol, doy fee, como notario apostólico, que he visto algunas veces y tenido en mi poder, y 'leído muchas y diversas veces en pliego de papel, de letra de la Madre Teresa de Jesús, la qual conozco ser suya por muchas carta.s y otros papeles que he visto de la mesma letra y firma en poder de las personas a quien las enviaba, y de personas de su Religión, que las tenían y tienen por suyas. El qual estaba doblado como carta, y en lugar de sobrescrito, dezia: Es cosa de mi alma y conciencia, nadie lo lea aunque me muera, sino dése al Padre maestro Gracián. Y allí, de la mesma letra que lo dicho, y la carta está firmada Teresa de Jesús. Del qual dicho papel tresladé (sic), fiel y verdaderamente, la presente copia, que es del tenor si- guiente». R\ margen, el P. Lorenzo de la Madre de Dios, hermano del P. Gracián, puso dos notas. En una dice, que él mismo, que conocía bien la letra de la Santa, vio el papel; y en la otra, que los papeles estaban en poder de su hermano, el secretario de Felipe II, Tomás Gracián. Después de copiar Mármol con mucha fidelidad la Relación, añade: «En la otra hoja del dicho papel, dice deste tenor>, y traslada con no menor exactitud la que nosotros publica- mos a coninuación de ésta.

En Peregrinación de ñnastasio, Diálogo XVI, da el P. Ciracián pormenores muy curiosos acerca de estas Relaciones. Preguntado Anastasio la razón de mandar In Madre Teresa se las entregasen, que las habría bien menester, responde:^'>Lo que en eso entiendo, es que yo me vi en un tiempo tan afrentado, deshonrado y abatido, que no había nadie que volviese por mí, y algunos mostraban este papel, para que dándose crédito a la M. Teresa, no cayese de todo punto de la reputación, que también alguna.s veces es necesario para el servicio de Dios; aunque, a la verdad, algunos de mis émulos negaban ser letra de la M. Teresa; otros daban tal sentido a esto que dice de tomarnos las manos, que era mayor afrenta. Y a mi parecer, eso de las manos fué profetizar la Madre lo que después sucedió, que desde que la vi en Beas y ella tuvo esa revelación hasta que murió, en todos los negocios que se me ofrecieron a o a ella, así de la Orden como de otros particulares, siempre fuimos conformes... Y una vez, tomando mi dicho el Patriarca de Valencia para la canonización del santo Padre Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesú.s, porque dicen en una pregunta: «si el testigo está Infamado», mostrándole este papel y reconociendo el Patriarca la letra de la Madre, me aceptó por suficiente testigo; y entonces vi cumplido lo que ella dijo, que habría tiempo en que le hubiese menester».

68 LAS RELACIONES

mo de la Madre de Dios Gracián, y habiéndome yo confesado con él algunas veces, aunque no tiniéndok en el lugar que a otros confesores había tenido, para del todo gobernarme por él. Estando un día comiendo sin nengún recogimiento interior, se comenzó mi alma a suspender y recoger, de suerte que pensé me quería venir algún arrobamiento, y represénteseme esta vi- sión con la brevedad ordinaria, que es como un relámpago. Pa- recióme que estaba junto a Nuestro Señor Jesucristo, de la forma que Su Majestad se me suele representar, y hacia el lado derecho estaba el mesmo Alaestro Gracián y yo al izquierdo. Tomónos el Señor las manos derechas, y juntólas y díjome: «Que éste quería tomase en su lugar mientra viviese, y que entramos nos conformásemos en todo, porque convenía ansí». Quedé con una siguridad tan grande de que era de Dios, que aunque se me ponían delante dos confesores que había tenido mucho tiempo y a quien había seguido y debido mucho, que me hacían re- sistencia harta; en especial el uno me la hacía muy grande, pa- reciéndome le hacía agravio. Era el gran respeto y amor que le tenía. La seguridad con que de aquí quedé de que me convenía aquello, y el alivio de parecer que había ya acabado de andar a cada cabo que iba con diferentes pareceres, y algunos que me hacían padecer harto por no me entender, aunque jamás deje a ninguno, pareciéndome estaba la falta en mí, hasta que se iba y yo me iba. Tornóme otras dos veces a decir el Señor que no temiese, pues El me le daba con diferentes palabras, y ansí me determiné a no hacer otra cosa, y propuse en llevarlo adelante mientra viviese, siguiendo en todo su parecer, como no fuese notablemente contra Dios, de lo que estoy bien cierta no será. Porque el mesmo propósito que yo tengo de siguir en todo lo más perfeto creo tiene, según por algunas cosas he en- tendido y quedado con una paz y alivio tan grande, que me ha espantado y certificado lo quiere el Señor. Porque esta paz tan grhnde del alma y consuelo no me parece podría ponerla el demonio. Paréceme queda ansí en de un arte que no lo decir, sino que cada vez que se me acuerda, alabo de nuevo a Nuestro Señor. Y se me acuerda de aquel verso que dice: Qu¿

MERCEDES DE DIOS 69

posuit fines siios pacem (1). Y querríame deshacer en alabanzas ÚG Dios. Paréceme ha de ser pa gloria suya, y ansí lo torno a proponer ahora de no hacer jamás mudanza.

XL (2)

El segundo día de Pascua de Espíritu Santo, después de esta mi determinación, viniendo yo a Sevilla, oímos misa en una ermita en Ecija, y en ella nos quedamos la siesta (3). Estan- do mis compañeras en la ermita y yo sola en una sacristía que allí había, comencé a pensar la gran merced que me había hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua (4), y dié- ronme grandes deseos de hacerle un señalado servicio, y no ha- llaba cosa que no estuviese hecha, y recordé que, pues puesto que el voto de la obediencia tenía heciio, no de la manera que se podía hacer de perfeción, y represénteseme que le sería agradable prometer lo que ya tenía propuesto con el P. Fray Jerónimo Y por una parte me parecía no hacía en ello nada, por otra se me hacía una cosa muy recia, considerando que con los perlados no se descubre lo interior, y que, en fin, se mu- dan y viene otro, si con uno no se halla bien; y que era quedar sin nenguna libertad, interior y exterior mente, toda la vida.

Y apretóme un poco, y aun harto, no lo hacer. Esta mesma resistencia que hizo a mi voluntad, me causó afrenta y parecer-

1 Psalm. CXLVII, 3. La Santa escribe: Qui posuy fines saos in pace.

2 23 de Mayo de 1575. El autógrafo en las Carmelitas Descalzas de Consuegra. De este y del anterior poseemos copia fotográfica, conforme a la cual se han corregido. En uno de sus Diálogos, dice Gracián hablando de este voto, que la Santa dejó dos traslados, uno que poseía él, y otro que tenía su hermana María de San José en las Carmelitas Descalzas de Consuegra. Este es el que ha llegado hasta nosotros. El segundo quizá pasase a poder de To- más Gracián, como nos ha dicho su hermano el P. Lorenzo. Este mismo Padre pone al margen de esta Relación, en la citada copia de Mármol, la siguiente nota: «Este papel de la S. M. ley yo de su letra propia conocida. Fr. Lorenzo de la Madre de Dios». No me cabe duda que son del hermano del Padre Gracián ésta y otras anotaciones que se hallan en esta copia, porque he visto letra suya en diversos archivos. »

3 Siesta, y no fiesta, como escriben algunos, se lee en el original. Quiere decir la Santa, que estuvieron en la ermita todo el tiempo que duró el resistero o mayor fuerza del sol.

1 Vida, c. XXXVin, p. 332.

LAS RELACIONES

m€ ya había algo que no hacía por Dios, ofreciéndoseme de lo que yo he huido siempre. El caso es' que apretó de manera la dificultad, que no me parece he hecho cosa en mi vida, ni el hacer profesión, que me hiciese más resistencia, fuera de cuando salí de casa de mi padre para ser monja. Y fué la causa, que no se me ponía delante lo que le quiero; antes entonces, como a otro, no le consideraba, ni las partes que tiene, sino sólo si sería bien hacer aquello por el Espíritu Santo.

En las dudas que se me representaban si sería servicio de Dios u no, creo estaba el detenerme. A cabo de un rato de ba- talla, dióme el Señor una gran confianza, pareciéndome que yo hacía aquella promesa por el Espíritu Santo, que obligado queda- ba a darle luz para que me lo diese, junto con acordarme que me la había dado Jesucristo Nuestro Señor. Y con esto me hinqué de rodillas y prometí de hacer todo cuanto me dijese por toda mi vida, como no fuese contra Dios, ni los perlados a quien tenía obligación. Advertí que no fuese sino en cosas graves por quitar escrúpulos, como si importunándole una cosa me dijese no k hablase en ello más, en algunas de mi regalo u el suyo, que son niñerías, que no se quiere dejar de obedecer; y que de todas mis faltas y pecados no le encubriría cosa a sabiendas, que tam- bién es esto más que lo que se hace con los perlados. En fin, tenerle en lugar de Dios, interior y exterior mente.

No si merecí más; gran cosa me parecía había hecho por el Espíritu Santo, al menos todo lo que supe. Y ansí quedé con gran satisf ación y alegría, y lo he estado después acá; y pen- sando quedar apretada, con mayor libertad y muy confiada le ha de hacer Nuestro Señor nuevas mercedes por este servicio que yo le he hacho, para que a me alcance parte y en todo me luz. Bendito sea el que crió persona que me satisficie- se de manera que yo me atreviese a hacer esto.

MERCEDES DE DIOS 71

XLI ")

Jesús. Una persona, día de Pascua de Espíritu Santo, es- tando en Ecija, acordándose de una merced grande que había recibido de nuestro Señor una víspera desta fiesta, deseando ha- cer una cosa muy particular por su servicio, le pareció sería bien prometer de no encubrir ninguna cosa de falta u pecado que hiciese en toda su vida, desde aquel punto, a un confesor a quien tenía en lugar de Dios, porque esta obligación no se tiene a los Perlados, aunque ya esta persona tenía hecho voto de obedien- cia, parecía que era esto más. Y también hacer todo lo que le di- jese como no fuese contra la obediencia que tenía prometida, en cosas graves se entiende. Y aunque se le hizo áspero al principio, lo prometió. La primera cosa que la hizo determinar, fué enten- der hacía algún servicio al Espíritu Santo. La segunda, tener por tan gran siervo de Dios y letrado a la persona que escogió, que daría luz a su alma y la ayudaría a más servir a Nuestro Señor. Desto no supo nada la mesma persona hasta después de algunos días que estaba hecha la promesa. Es esta persona el Padre Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (2).

1 Es casi igual que la anterior. Después de haber trasladado las dos Relaciones preceden- fes, dice Mérmol en el manuscrito citado: «Assi mesmo doy fee, yo el dicho notario Apostó- lico, que he visto y tenido en mi poder, y leydo y trasladado fielmente otros papeles de la mesma letra de la madre Teresa de Jhs., sin firma, del tenor siguiente, ñ. las espaldas dice: Promesa,- y dentro: «Una persona, día de Pascua etc.» Aquí copia esta Relación tal como nosotros la publicamos. Al terminar la Relación, pone el siguiente testimonio: «Todo lo cual doy testimonio que está escrito de una misma letra, la qual, como dicho es, conozco ser de la madre Teresa de Jhs.; y por serme pedido, di éste que es hecho en la ciudad de Va- lladolid, último día del mes de setiembre, de mil y seiscientos y tres años. Y lo signé con mi acostumbrado signo... En testimonio de Verdad Juan Vázquez del Mármol».

2 En la vida del P. Gracián, después de copiar esta Relación, añade el mismo Mármol: «He querido referir aquí esta promesa, aunque se hacía relación delía en lo que está escrito antes, sólo por ponderar aqueiids pobireras palabras donde dice que esta persona era el Padre Fr. Jerónimo Gracián, que no vaca de misterio». Reproduce también esta merced, la M. María de San José en su Libro de Recreaciones, p. 103.

72 LAS RELACIONES

XLII (1)

Estando €l día de la Madalena considerando la amistad que estoy obligada a tener a Nuestro Señor conforme a las palabras que me ha dicho sobre esta Santa, y tiniendo grandes deseos de imitarla, y me hizo el Señor una gran merced y me dijo: «Que de aquí adelante me esforzase, que le había de servir más que hasta aquí». Dióme deseo de no me morir tan presto, porque hubiese tiempo para emplearme en esto, y quedé con gran de- terminación de padecer.

XLIII (2)

Estaba un día muy recogida encomendando a Dios a Elí- seo (3). Entendí: «Es mi verdadero hijo, no le dejaré de ayu- dar», o una palabra de esta suerte, que no me acuerdo bien.

XLIV ('')

Acabando la víspera de San Laurencio de comulgar, estaba el ingenio tan distraído y divertido, que no me podía valer, y comencé a haber envidia de los que estaban en los desiertos.

1 En Sevilla, 22 de Julio de 1575.

2 En Sevilla. Mármol, en el traslado ya varias veces mencionado, escribe antes de repro- ducir esta Relación: «Copia de algunos extiaordinarios sucesos de oración que tuvo la A\adre Teresa de Jhs. acerca del P. Fr. Jerónimo Qracián de la Madre de Dios, recopilados de un cuaderno de letra de In misma madre Teresa de Jhs., que tiene en su poder el mismo Padre Gracián, donde hay otros muchos más. Los que hablan del son estos». Entresaca y copia las mercedes que nosotros publicamos bajo los números XLIII, XLIV, LV, LVTII, LIX y LX.

3 Así llama al P. Gracián.

4 En el mismo monasterio de Carmelitas, 9 de Agosto de 1575.

MERCEDES DE DIOS 73

parcciéndome que como no oyesen ni viesen nada, estaban libres deste divertimiento. Entendí: «Mucho te engañas, hija, antes allí tienen más fuertes las tentaciones de los demonios; ten paciencia, que mientras se vive no se excusa». Estando en esto, súbitamente me vino un recogimiento con una luz tan grande interior, que me paresce estaba en otro mundo, y hallóse el espíritu dentro de en una floresta y huerto muy deleitoso, tanto, que me hizo acordar de lo que dice sn los Cantares: Venial dilectas meas in hortam saam. Vi allí a mi Elíseo, cierto nonada negro, sino con una hermosura extraña; encima de la cabeza tenía como una guirnalda de gran pedrería, y muchas doncellas que anda- ban allí delante del, con ramas en las manos, todas cantando cánticos de alabanzas de Dios. Yo no hacía sino abrir los ojos para si me distraía, y no bastaba a quitar esta atención, sino que me parecía había una música de pajaritos y ángeles, de que el alma gozaba, aunque yo no la oía, mas ella estaba en aquel deleite. Yo miraba cómo no había allí otro hombre ninguno. Di- jéronme: «Este mereció estar entre vosotras, y toda esta fiesta que ves habrá en el día que estableciere en alabanzas de mi Madre, y date priesa si quieres llegar a donde está él». Esto duró más de hora y media, que no me podía divertir, con gran deleite, cosa diferente de otras visiones. Y lo que de aquí saqué, fué amor a Elíseo, y tenerle más presente en aquella hermosura. He habido rniedo si fué tentación, que imaginación no fué posible.

XLV (1)

Una vez entendí cómo estaba el Señor en todas las cosas y cómo en el alma, y púsoseme comparación de una esponja (2) que embebe el agua en sí.

1 En Sevilla, aflo de 1575.

2 Esta misma comparación viene en la Merced XII.

74 LAS RELACIONES

XLVI

Como vinieron mis hermanos, y yo debo al uno tanto (1), no dejo de estar con él y tratar lo que conviene a su alma y asien- to, y todo me daba cansancio y pena; y estándole ofreciendo a el Señor y pareciéndome lo hacía por estar obligada, acordóseme que está en las Costituciones nuestras, que nos dicen que nos des- viemos de deudos (2), y estando pensando si estaba obligada, me dijo el Señor: «No, hija, que vuestros Institutos no son de ir sino conforme a mi Ley». Verdad es que el intento de las Costituciones son porque no se asgan a ellos, y esto, a mi pa- recer, antes me cansa y deshace más tratarlos.

XLVII í5)

Habiendo acabado de comulgar el día de San Agustín, yo no sabré decir cómo, se me dio a entender, y casi a ver, sino que fué cosa inteletual y que pasó presto, cómo las Tres Perso- nas de la Santísima Trinidad, que yo trayo en mi alma esculpidas,

1 Sus hermanos Lorenzo de Cepeda y Pedro de Ahumada llegaron de Indias a princi- pios de Agosto de 1575. Desembarcaron en Sanlúcar de Barrameda y continuaron el viaje a Sevilla, donde los esperaba Santa Teresa. A Sevilla vinieron a saludarles, desde Alba de Tormes, D.a Juana de Ahumada y su marido Juan de Ovalle. La Santa debía mucho a su hermano D. Lorenzo por lo que la ayudó en la fundación del primitivo monasterio de San José, como dijimos en el tomo I, p. 279. Su -llegada a Sevilla, no pudo ser mes oportuna para la compra de la casa de la nueva fundación de Descalzas que proyectaba. (Cfr. Funda- ciones, c. XXV). Con D. Lorenzo vinieron sus hijos Francisco, Lorenzo y Teresita, más adelante carmelita descalza, con el nombre de Teresa de Jesús, como su santa tía. En varias cartas habla la Santa de esta llegada de sus hermanos, pero principalmente en la escrita a dofla Juona en 15 de Agosto de 1575. El limo. Sr. Pólit da interesantes pormenores del viaje de los hermanos de Santa Teresa a E.spaña en su obra La familia de Santa Teresa en üméríca, c. III. Cfr. Ribera, lib. IV, c. X.

3 En las Constituciones que dio la Santa a sus monjas se lee a este propósito: «Capí- tulo IV, núm. 5. De tratar mucho con deudos se desvíen lo más que pudieren, porque, de- jado que se pegan mucho sus cosas, será dificultoso dejar de tratar con ellos alguna del siglo».

3 Según Ribera, 1. IV, c. IV, ocurrió en Sevilla. La fecha es de 28 de Agosto de 1575.

MERCEDES DE DIOS 75

son una. Por una pintura tan extraña se me dio a entender g por una luz tan clara, que ha hecho bien diferente operación que tenerlo por fe. He quedado de aqui a no poder pensar ninguna de las Tres Personas Divinas, sin entender que son todas tres, de manera que estaba yo hoy considerando, cómo siendo tan una, había tomado carne humana el Hijo solo, y dióme el Se- ñor a entender cómo con ser una cosa eran divisas. Son unas grandezas que de nuevo desea el alma de salir de este embarazo que hace el cuerpo para no gozar de ellas, que aunque pa- rece no son para nuestra bajeza, entender algo dellas, queda una ganancia en el alma, con pasar en un punto, sin comparación mayor que con muchos años de meditación, y sin saber entender cómo.

XLVIII í')

El día de Nuestra Señora de la Natividad tengo particular alegría. Cuando este día viene, parecíame sería bien renovar los votos, y queriéndolo hacer, se me representó la Virgen Se- ñora nuestra por visión iluminativa, y parecióme los hacía en sus manos, y que le eran agradables. Quedóme esta visión por algunos días, como estaba, junto conmigo, hacia el lado izquierdo.

XLIX (2)

Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del Señor, cuya presencia se me representó y hízome gran operación y aprovechamiento.

1 En Sevilla, 8 de Setiembre de 1575.

2 Probablemente en Sevilla, año de 1575.

76 LAS RELACIONES

L ID

Estaba una vez pensando si me habían de mandar ir a reformar cierto monesterio, ij dábame pena. Entendí: «¿De qué teméis? ¿Qué podéis perder sino las vidas que tantas veces me las habéis ofrecido?» Yo os ayudaré. Fué en una ocasión (2) de suerte que me satisfizo el alma mucho.

LI (3)

Habiendo un día hablado a una persona que había mucho dejado por Dios y acordándome cómo nunca yo dejé nada por

1 En Sevilla, 1575.

2 Se trata de las Carmelitas Calzadas de Paterna, a quien Graciún quiso reformar u librar de algunas calumnias que contra ellas corrían. En Peregrinación de Rrmstasio, Diá- logo I, escribe: «Por defender de infamia las religiosas Calzadas de Paterna, enviando al convento dellas tres Descalzas que las reformasen, las mesmas Calzadas a quien defendí me levantaron tan falso testimonio consigo mesmas, que es horror decillo". Estando Paterna cerca de Sevilla, es fácil que el P. Gracián se acordara de la Santa para este negocio, si bien no llegó a efectuarlo. Más largos pormenores nos da de esta reforma de Paterna María de San José en el Libro de Recreaciones, p. 121, por estos términos: «Estuvimos con el trabajo g soledad que he diclio desde que nuestra Madre se fué hasta Octubre, que nuestro Padre Gracián, deseando reformar el monasterio de las monjas de Paterna, que era de las Calzadas, u quitar una mala fama que de ellas con falsedad de sus mismos frailes se había sembrado, y deseando saber la verdad, acordó de enviar, y escogió para presidenta, a la madre Isabel de San Francisco y a Isabel de San Jerónimo, mis dos buenas compañeras, que no fué menos trabajo, o por mejor decir, el mayor; porque quedamos tres solas de las que habíamos ve- nido a fundar. Y por mucho que diga, no acabaré de decir con qué quedamos y los trabajos que ellas en un año que estuvieron padecieron, como se puede entender habiéndolas puesto el Visi- tador para la reforma de la casa. Bastará decir sola una cosa, y es que ni aun de comer las querían dar, y así era necesario que de otraj partes las socorriesen. Las malas palabras que a cad<i paso oían no hay para qué decirlas; basta que hubo noche que las dos, con la H.a Margarita de la Concepción, lega, que las fué a ayudar, se alteraron tanto, que aquella noche se encerraron las tres pobres monjas en un aposentillo, y sentadas en un peldaño de estera en que apenas cabían, es- tuvieron toda la noche sin dormir ni salir de allí, porque toda ella estuvieron desde afuera ame- nazándolas que las habían de matar, y haciendo diligencias para entrar.

»Con todas estas contradicciones estuvieron un año entero, y aunque con harto trabajo, no de- jaron de hacer fruto; y tanto, que las mismas monjas lo confesaban y que eran santas, jj las de- jaban confundidas; y aunque aborrecían sus casas, después de ellas vueltas, lle\'aron adelante muchas de las que habían reformado. A lo menos pusieron con forma de convento, e introdujeron seguir formando comunidad en coro y refectorio, que ni de esto ni cosa de iglesia sabían, con otros incon- venientes, que quitaron no pocos. Andando las cosas de la visita como ya hemos dicho y cesando la que el Padre Gracián hacía, volvieron las hermanas, saliendo de allí día de Santa Bárbara».

3 En Sevilla. 1575.

MERCEDES DE DIOS 77

El, ni en cosa le he servido como estoy obligada, y mirando las muchas mercedes que ha hecho a mi alma, comencéme a fatigar mucho, y díjome el Señor: «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo, y ansí te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia.» Aunque yo he oído decir que somos participantes de esto, ahora fué tan de otra manera, que pareció había quedado con gran señorío, porque la amistad con que se me hizo esta merced, no se puede decir aquí. Pare- cióme lo admitía el Padre, y desde entonces miro muy de otra suerte lo que padeció el Señor, como cosa propia, y dame gran alivio (1).

LII (2)

Estando yo una vez deseando de hacer algo en servicio de Nuestro Señor, pensé qué apocadamente podía yo servirle, y dije entre mí: ¿Para qué. Señor, queréis Vos mis obras? Díjome: «Para ver tu voluntad, hija».

Lili (5)

Dióme una vez el Señor una luz en una cosa que yo gusté de entenderla, y olvidóseme luego desde a poco, que no he podido más tornar a caer en lo que era; y estando yo procurando se

1 Por Ribera, 1. IV, c. X, sabemos que recibió este favor la Santa en Sevilla. Habla de él también en Las Aloradas, Morada VI, c. V. María Bautista en las Deposiciones de Valla- dolid, reproduce esta merced y a continuación añade: «Una noche del día del Santísimo Sacra- mento vio nuestra Santa salir a Cristo Nuestro Señor de la custodia y se vino a ella, toda la cabeza corriendo sangre, y muij fatigado le dijo: «Que las cabezas de su Iglesia le tenían de aquella manera; que no lo hiciese, porque sería señal de que también lo encubriría a Su Ma- (estad si pudiera». Y así tuvo siempre gran claridad con sus confesores y prelados».

2 En Sevilla, ano de 1575.

3 En el mismo convento y el mismo año.

78 LAS RELACIONES

me acordase, entendí esto: «Ya sabes que te hablo algunas ve- ces; no dejes de escribirlo, porque, aunque a ti no aproveche, podrá aprovechar a otros». Yo estaba pensando si por mis peca- dos había de aprovechar a otros y perderme yo. Di jome: «No hayas miedo».

LIV (11

Estaba una vez recogida con esta compañía que trayo siem- pre en el alma, y parecióme estar Dios de manera en ella, que me acordé de cuando San Pedro dijo: «Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo» (2), porque ansí estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras visiones, porque lleve fuerza con la fe, de manera que no se puede dudar que está la Trinidad por presen- cia y por potencia y esencia en nuestras almas. Es cosa de gran- dísimo provecho entender esta verdad, y como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: «No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen». También en- tendí algunas cosas de la causa porque Dios se deleita con las almas más que con otras criaturas, tan delicadas que, aunque el entendimiento las entendió de presto, no las sabré decir.

LV (5)

Habiendo estado con tanta pena del mal de nuestro Pa- dre (^), que no sosegaba, y suplicando a el Señor un día aca- bando de comulgar muy encarescidamente esta petición, que pues El me le había dado, no me viese yo sin él, me dijo: «No hayas miedo».

1 En Sevilla, año de 1575.

2 Matth., XVI, 16.

3 En Sevilla, 1575. Corregida por la copia de A\árniol.

4 P. Jerónimo Gracián.

MERCEDES DE DIOS 79

LVI (lí

Estando una v€z con esta presencia de las Tres Personas que trayo en el alma, era con tanta luz, que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a en- tender cosas que yo no las sabré decir después. Entre ellas era cómo había la F^ersona del Hijo tomado carne humana y no las demás. No sabré, como digo, decir cosa de esto, que pasan algunas tan en secreto de el alma, que parece el entendimiento entiende como una persona que, dormiendo o medio dormida, le parece entiende lo que se habla. Yo estaba pensando cuan recio era el vivir que nos privaba de no estar ansí siempre en aquella admirable compañía, y dije entre mí: Señor, dadme algún medio para que yo pueda llevar esta vida. Díjome: «Piensa, hija, cómo después de acabada no me puedes servir en lo que ahora, y come por y duerme por Mí, y todo lo que hicieres sea por Mí, como si no lo vivieses ya, sino Yo, que esto es lo que decía San Pablo» (2).

LV^II ">

Una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este Sacratísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro de nuestra alma. Como yo entiendo y he visto están estas Divinas Personas, y cuan agradable le es esta ofrenda de su Hijo, por- que se deleita y goza con El, digamos acá en la tierra, porque su Humanidad no está con nosotros en el alma, sino la Divinidad, y ansí le es tan aceto y agradable y nos hace tan grandes mer-

1 Sevilla, 1575.

2 Cfr. Ribera, 1. IV, c. IV.

3 Sevilla, 1575.

80 LflS RELACIONES

cedes, entendí que también recibe este sacrificio aunque esté en pecado el sacerdote, salvo que no se comunican las mercedes a su alma como a los que están en gracia; y no porque dejen de estar estas influencias en su fuerza, que proceden de esta comunicación con que el Padre recibe este sacrificio, sino por falta de quien le ha de recibir; como no es por falta del sol no resplandecer cuando da en un pedazo de pez, como en uno de cristal. Si yo ahora lo dijera, me diera mijor a entender; importa saber cómo es esto, porque hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga. Es lástima que estos cuerpos no nos lo dejan gozar.

LVIII d'

Otava de Todos Santos, tuve dos o tres días muy traba- josos de la memoria de mis grandes pecados, y unos temores grandes de persecuciones, que no se fundaban sino en que me habían de levantar grandes testimonios, y todo el ánimo que suelo tener a padecer por Dios me faltaba. Aunque yo me quería ani- mar y hacía atos ij vía que sería gran ganancia a mi alma, apro- vechaba poco, que no se me quitaba el temor y era una guerra desabrida. Tomé con una letra adonde dice mi buen Padre (2). que dice San Pablo que no primita Dios que seamos tentados más de lo que podemos sufrir (3). Aquello me alivió harto, mas no bastaba, antes otro día me dio una aflición grande de verme sin él, como no tenía a quien acudir con esta tribulación, que me parecía vivir en tan gran soledad. Y ayudaba el ver que no hallo ya quien me alivio sino él, que lo más había de estar ausente, que me €s harto gran tormento.

1 En Sevilla, año de 1575. Recuérdese lo que dejamos dicho en la Introducción sobre la denuncia que hizo la novicia a la Inquisición contra la Comunidad de las Carmelitas Des" calzas, estando allí la santa Fundadora. Véase también el capítulo XXV de Las Fundaciones. La publicamos conforme a la copia de Mármol.

2 Gracián.

3 ! ad Cotinth., X, 13.

MERCEDES DE DIOS 81

Otra noche después, estando leyendo en un libro, hallé otro dicho de san Pablo, que me comenzó a consolar, y recogida un poco, estaba pensando cuan presente había traído d€ antes a Nuestro Señor, que tan verdaderamente me parecía ser Dios vivo. Pensando en esto, me dijo y parecióme muy dentro de mí, como al lado del corazón, por visión intelectual: «Aquí estoy, sino que quiero que veas lo poco que puedes sin Mí» (1). Luego me asiguré y se quitaron todos los miedos, y estando la misma no- che €n Maitines, el mesmo Señor, por visión inteletual, tan gran- de que casi parecía imaginaria, se me puso €n los brazos a manera de como se pinta la «Quinta angustia» (2). Hízome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo pensar si era ilusión. Di jome: «No te espantes de esto, que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima». Máseme ansí quedado esta visión hasta ahora representada. Lo que dije de Nuestro Señor, me duró más de un mes. Ya se me ha quitado.

LIX O

Estando una noche con harta pena porque había mucho que no sabía de mi Padre (4), y aun no estaba bueno cuando me es- cribió la postrera vez, aunque no era como la primera pena de su mal, que era confiada y de aquella manera nunca la tuve des- pués, mas el cuidado impedía la oración, parecióme de presto, y fué ansí que no pudo ser imaginación, que en lo interior se me representó una luz, y vi que venía por el camino alegre, y rostro blanco, aunque de la luz que vi, debió hacer blanco el

1 Hasta aquí copia Mármol. Lo siguiente tráenlo solamente los Códices de Avila y Toledo.

2 La Virgen de los Dolores, llamada también de las Angustias, principalmente en An- dalucía, que representa a María teniendo en sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo. Propia- mente, no es la Quinfa, sino la Sexta Angustia a la que se refiere Santa Teresa.

3 En Sevilla, Noviembre de 1575.

-1 'Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.

II 6

82 LAS RELACIONES

rostro, que ansí me parece lo están todos en el cielo; y he pensado si de el resplandor y luz que sale de Nuestro Señor les hace estar blancos. Entendí: «Dile que sin temor comience luego, que suya es la Vitoria» (1).

Un día después que vino, estando yo a la noche alabando a Nuestro Señor por tantas mercedes como me había hecho, me dijo: «¿Que me pides que no haya yo hecho, hija mía?».

LX í2)

El día que se presentó el Breve (3), como yo estuviese con grandísima atención, que me tenía toda turbada, que aun rezar no podía, porque me habían venido a decir que Nuestro Padre estaba en gran aprieto, porque no le dejaban salir, y había gran ruido, entendí estas palabras: «¡Oh mujer de poca fe, sosiégate, que muy bien se va haciendo!» Era día de la Presentación de Nuestra Señora, año de mil y quinientos y setenta y cinco. Pro- puse en mi si esta Virgen acababa con su Hijo que viésemos a nuestro Padre libre destos frailes, y a nosotras de pedirle orde- nase que en cada cabo se celebrase con solenidad esta fiesta en nuestros monesterios de Descalzas. Cuando esto propuse, no se me acordaba de lo que entendí que había el Padre de establecer fiesta, en la visión que vi. Ahora, tornando a leer este cuader- nillo he pensado si ha de ser esta la fiesta (4).

1 Dice Gracián en la Deregrínación de Hnastasio, Diálogo XVI, después de tepio- ducir esta merced divina: «Esto era al tiempo que yo había sacado el Breve del nuncio Ormaneto con cartas del Rey para la visita de los Calzado.s de Andalucía y venia a Se- villa a presentarle, que había tenido una enfermedad, aunque no muy grande». Es la última de la copia de Mármol, por la cual va corregida.

2 Sevilla, 22 de Noviembre de 1575.

3 Después de copiar esta Relación, añade por su cuenta Gracián, que presentó el Breve a los Calzados de Sevilla el día de la Presentación. Cír. Peregrinaciones de Mnastasio, Diá- logo XVI.

4 Recibió Santa Teresa esta merced en ocasión en que el P. Gracián comenzaba la visita lie los Carmelitas Calzados de Andalucía por encargo del Nuncio de Su Santidad. Recordando María de San José este favor de la Santa, escribe: «Comenzó su visita, la cual tomaban los Padres tan mal, que el día que hubo de ir a tomar la obediencia, estaban los frailes armados para defenderse, y hubo tal ruido, que vinieron a decir a nuestra Madre, que estaba en ora-

MERCEDES DE DIOS 83

LXI ")

Estando un día en oración, sentí estar el alma tan dentro de Dios, que no parecía había mundo, sino embebida en el. Dióscme aquí a entender aquel verso de la Magnifica: Et exul- iavit spirltus, de manera que no se me puede olvidar (2).

LXI I ^^

Estaba una vez pensando sobre el querer deshacer este mo- nesterio de Descalzas, si era el intento poco a poco irlas acabando todas. Entendí: «Eso pretenden, mas no lo verán, sino muy al contrario» (4),

ción con todas sus monjas, que había muerto el Padre Gracián, u lue estaban las puertas del monasterio cerradas; g había tan gran grita y ruido, qi'e la Santa se turbó harto, y ento ees fué cuando le dijo nuestro Señor: «¡Oh mujer de poca fe, sosiégate que bien se va haciendo!» Era víspera de Nuestra Señora de la Presentación, y prometió nuestra A\adre, si le libraba el Señor u 'e sacaba Iiien, que le celebraría aquella fiesta con gran solemnidad».

Hablando Mármol en la Vida del P. Gracián acerca de la institución de esta fiesta, dice: «Por este propósito que dice aquí nuestra Santa Madre, que tuvo de pedir se ordenase la fiesta de la Presentación, habla el mismo Padre Maestro Gracián en una carta que escribió desde Roma a la hermana .'Wariana de Christo, monja descalza, en el Convento de las Descalzas Car- melitas de Barcelona, y hermana de la Duquesa de César, por estas palabras: «Y ya que vues- tra caridad e."< profesa, sea mil veces de norabuena, y el particular de haber hecho los vo- tos día de la Presentación de Nuestra Señora, me es para mi particular motivo de encomen- dársela cada día, como a mi propia alma, porque ese día estuve bien cerca de perder la vida por la Orden, cuando andábamos en los primeros golpes de las fundaciones, y viendo la Madre Teresa de Jesús que me tenían a puerta cerrada cercado cien personas (que si entonces me mataran hubiera ahorrado tiempo tan mal gastado como después acá lie tenido), hizo voto que si Nuestra Señora me escapaba de aquel trago, celebrar aquella fiesta con mucha soleni- dad y ella y sus hijas, y en un tiempo se guardaba esto, ahora no se nada».

1 En el mismo monasterio y por la misma época.

2 Véase la A\erced XXIX.

3 En el mismo monasterio.

4 Para la inteligencia de estas palabras, reproduciremos lo que escribe María de San José en su citado Libro de Recreaciones, recordando lo hecho por el Capítulo general de los Carmelitas Calzados celebrado en Plasencia de Italia en 1575; tMandóse también en este Ca- pítulo, que se le quitase a nuestra Madre las patentes y comisiones que tenía para fundar, y estuviese reclusa en un monasterio sin salir de é!, u que los Descalzos y Descalzas se cal- aasen, y cantasen por punto u otras cosas asi. Escandalizarse ha cualquleía que oyere decir,

84 LAS RELACIONES

LXIII (1)

Habiendo comenzado a confesarme con una persona en una ciudad que al presente estoy, g ella con haberme tenido mucha voluntad y tenerla después que admitió el gobierno de mi alma, se apartaba de venir acá (2). Estando yo en oración una noche, pensando en la falta que me hacía, entendí que le tenía Dios para que no viniese, porque me convenía tratar mi alma con una perso-

que un varón tan santo, como de verdad lo era nuestro Padre General, y tantos Padres gra- ves ü siervos de Dios, hiciesen un acto tan contra razón y mandasen deshacer los conventos que con autoridad apostólica se habían fundado. Mas cuando no se oye sino a una parte, y esa apasionada, como lo estaban en aquella coyuntura los Padres que de España iban al, Ca- pítulo, es cosa ordinaria errar el juicio y tener por crimen lo que no lo es, y más cuando el demonio atiza, como aquí debía de atizar, por deshacer a los Descalzos, como Nuestro Señor lo mostró a nuestra Santa Madre, estando en esta coyuntura en oración, y pidiéndole que no permitiese se deshiciesen aquellas casas de Descalzos, dijo el Señor: Eso pretenden, mas no lo verán, sino muy al contrarío*.

Ya por el mes de Agosto de 1573 había recibido el P. Jerónimo Gracián, cuando sólo contaba veinte u ocho años de edad, del Padre Francisco de Vargas, dominico. Visita- dor Apostólico de los Carmelitas Calzados de Andalucía, la comisión de sustituirle, la cual expiró con la muerte de San Pío V. De nuevo volvió a recibir el mismo encargo por orden del nuncio Ormaneto en Agosto de 1575, como escribe el mismo P. Gracián por estas pala- bras: «Acaeció, pues, llegando yo a Madrid, que viendo el rey don Felipe II ser necesario continuar la visita de los Calzados Carmelitas, y de los Trinitarios, Mercenarios, Mínimos, y Calzados Franciscos de Andalucía, que estaba comenzada con Breve de Pío V, envió al Padre Olea, de la Compañía de Jesús, para que informase cuan necesaria era esta continuación de visita, y decíase que la quería hacer por mano de los Padres de la Compañía. Ellos por no meterse en este conflicto con frailes, insistieron en ser mejor que se hiciese por frailes de las mismas Ordenes, y así con nuevas comisiones del nuncio Ormaneto, que tenía facul- tad de Gregorio XIII para ello, me enviaron a por Visitador Apostólico de todos los Carmelitas Descalzos y de los Calzados de Andalucía. La primera parte de esta comisión bien me agradó, porque no estando sujetos los Descalzos a los Calzados no los podían deshacer, y podía yo fundar, como fundé, más de veinte conventos de ellos, con que la Con- gregación de los Descalzos echó raíces. Mas en la segunda, rehusaba mi flaqueza, temiendo la muerte, que infamias y afrentas yo las tenía tragadas, y diciendo yo este temor al car- denal Quiroga, para que intercediese con el Rey me descargase de los Calzados, me dijo con cólera santa: Mátenos: ¿a quién hemos de fiar esto sino a hombres de sangre y no- bleza y conocido como vos, que no tema la muerte?; y así con esta resolución de perder la vida y con el Breve del nuncio Ormaneto y cartas del Rey, torné a cnminar la vuelta de Andalucía». (Peregrinaciones de Rnastasio, Diálogo I, pág. 27).

1 Toledo, Agosto de 1576.

2 El P. Diego de Yepes, de la Orden de San Jerónimo, autor de una piadosa vida de la Santa y más tarde obispo de Tarazona. Por la declaración del P. Yanguas en las Informaciones de Segovia, sabemos que este Padre aconsejó a la Santa se confesase en Toledo con Yepes, Prior en aquel tiempo del convento de la Sisla. Dice el P. Yepes que en varias ocasiones, al disponerse para subir a confesarla, se le ofrecían en el momento trabajos y negocios que se lo impedían. A lo que parece, todo era ordenamiento de Dios para que comunicase su espíritu con el doctor Vclázquez, como ya lo notó el P. Gracián, conocedor de esta revelación de la Madre. La Santa, sin embargo, continuó confesándose algunas veces con el P. Yepes.

MERCEDES DE DIOS 85

na del mismo lugar. A me pesó por haber de conocer condi- ción nueva, que podía ser no me entendiese y inquietase y por tener amor a quien me hacía esta caridad; aunque siempre que vía u oía predicar a esta persona, me hacía contento espiritual, y por tener muchas ocupaciones esta persona, también me parecía inconveniente. Díjome el Señor: «Yo haré que te oya y te en- tienda. Declárate con él, que algún remedio será de tus traba- jos». Esto postrero fué, sigún pienso, porque estaba yo entonces fatigadísima de estar ausente de Dios. También me dijo entonces Su Majestad, «que bien vía el trabajo que tenía; mas que no podía ser menos mientra viviese en este destierro, que todo era para más bien mío», y me consoló mucho. Ansí me ha acaecido, que huelga de oírme, y busca tiempo y me ha entendido y dado gran alivio. Es muy letrado y santo.

LXIV (1)

Estando un día de la Presentación encomendando mucho a Dios a una persona, y parecíame que todavía era inconvi- niente el tener renta y libertad, para la gran santidad que yo le deseaba, púsoseme delante su poca salud y la mucha luz que daba a las almas, y entendí: «Mucho me sirve, mas gran cosa es siguirme desnudo de todo como yo me puse en la cruz. Dile que se fíe de Mí». Esto postrero fué porque me acordé yo que no podría con su poca salud llevar tanta perfeción.

1 Toledo, Agosto de 1576.

86 LAS RELACIONES

LXV

Estando una vez pensando la pena que me daba el comer carne y n¡o hacer penitencia, entendí, «que algunas veces era más amor propio que deseo della» (1).

LX (2)

Estando una vez con mucha pena de haber ofendido a Dios, me dijo: «Todos tus pecados son delante de como si no fueran; en lo porvenir te esfuerza, que no son acabados tus trabajos».

LXI (3)

Estando en San Josef de Avila, víspera de Pascua del Es- píritu Santo, en la ermita de Nazaret, considerando en una gran- dísima merced que nuestro Señor me había hecho en- tal día como éste, veinte años había (4), poco más a menos, me comenzó

1 Los prelados i) confesores, atendiendo a las enfermedades que con harta frecuencia padecía la Santa, la prohibían hacer muchas <Ie las penitencias que su fervor pedía, y hasta le mandaban en ocasiones comer de carne. Dice Mana del i^iacimiento en las Informaciones de Madrid, que «estando en Toledo mala nuestra Santa, le mandaron los médicos comiese carne, lo cual ella repugnó mucho. Y al fin, convencida, dijo que no la comería si no era dándole li- cencia primero su confesor, que era el P. Fray Diego de Yepes, y estaba media legua de allí (en el monasterio de la Sisla), y al fin le hubieron de traer».

2 En Toledo, 1576 o 1577.

3 En San José de Avila, afio de 157'), 6 de Junio. El original de esta interesante merced está en el Libro de las Fundaciones, en una hoja pegada al fin del capítulo XXVIl. El de las Descalzas del Corpus Christi de Alcalá de Henares, no es autógrafo, sino que está compuesto de letras cortadas de otros escritos de la Santa. Las Carmelitas Descalzas de Ñapóles poseen otro ejemplar que pasa por autógrafo.

k Habla de este favor en el capítulo XXXVIII de la Vida.

MERCEDES DE DIOS 87

un ímpetu y hervor grande de espíritu, que me hizo suspender. En este gran recogimiento entendí de nuestro Señor lo que ahora diré: «Que dijese a jestos Padres Descalzos de su parte, que pro- curasen guardar estas cuatro cosas, y que mientra las guardasen, siempre iría en más crecimiento esta Relisión, y cuando en ellas faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. La primera, que los cabezas (1) estuviesen conformes. La segunda (2), que aunque tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos frailes. La tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La cuarta, que enseñasen más con obras que con palabras. Esto fué año de MDLXXIX. Y porque es gran verdad, lo firmo de mi nombre. Teresa de Jesús.

1 Así lo escribe la Santa y con mucha propiedad, por cierto, aunque en las ediciones pu- blicadas hasta ahora siempre se dice las cabezas».

2 Santa Teresa escribe en cifra esta palabra en la forma siguiente: La ¡I, que aunque etc.

APÉNDICES

AL LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA DE JESÚS

APÉNDICES

DOCUMENTOS REFERENTES R LA SANTA Y A SUS OBRAS (1).

CÉDULA EN QUE D. ALONSO SÁNCHEZ DE CEPEDA TENIA APUNTADA LA FECHA UtX NACIMIENTO DE SU HIJA TERESA.

En miércoles, veinte y ocho días del mes de marzo de quinientos y quince años, nació Teresa, mi hija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fué el dicho miércoles, casi amanecido. Fueron su compadre Vela Núñez, y la madrina doña María del Águila, fija de Francisco de Pajares (2).

1 Para la publicación de documentos, en cuanto nos sea posible, seguiremos el orden cronológico en relación con los hechos sucesivos de la biografía de la Santa, A no ser en casos excepcionales, adoptamos la ortografía moderna por las razones que dejamos cosignadas en las páginas CXIll y CXIV de los Preliminares.

2 La hoja donde el padre de Santa Teresa apuntaba el nacimiento de sus hijos estuvo en poder de la M. María de San José, como ella misma dice en el Libro de Recreaciones, ha- blando de los hermanos de la Santa: «Esto que yo aquí he puesto está sacado de escrituras antiguas, que dicen de sus abuelos ser parroquianos en S. Juan, adonde echan suerte los hijos- dalgos, y así las echaron sus hijos y abuelos, y no he hallado más hermanos, ni están escritos en el libro donde su padre escribía los nacimientos de sus hijos, porque la hoja de esto tengo ÜO en mi poder de la letra, como he dicho, del padre de nuestra madre».

Esta hoja vino a parar más tarde a nuestro convento de Pastrana, como dice el P. Antonio de S. Joaquín en el Mño Teresiano, día 28 de Marzo, La Santa solía llevar en su breviario la fecha de su nacimiento, que por cierto le pone un día más tarde: «Miércoles, dice, día de San Bertoldi, de la Orden del Carmen, a 29 días de Marzo de 1515, a las cinco de la mañana, nació Teresa de Jesús, la pecadora'. El breviario donde estaba escrita esta nota, venerábase en las Carmelitas Descalzas de Lisboa desde los tiempos del P. Gracián, quien tal vez lo regalaría a aquellas religiosas. Este Padre puso en él la siguiente nota. «Este breviario era de la Madre Teresa de Jesús, que rezaba en él cuando Nuestro Señor la llevó al cielo desde Alba, y purque es así verdad, lo firmé de mi nombre.— Frsi/ Jerónimo Gracián de la Madre de Dios». La fe-

92 APÉNDICES

II

ESCRITURA DE DOTE HECHA POR LA SANTA AL TOMAR EL HABITO EN LA ENCARNACIÓN (1).

Entrada, pues, en el convento la santa doncella (2), no luego le die- ron el hábito, sino que primero avisaron a su padre; el cual, vista la de- terminación tan firme de su hija, aunque por amarla mucho quisiera te- nerla siempre consigo, no quiso impedirla su santo propósito, sino ayudarla en todo lo que fuese menester. Trataron luego de la dote, y lo demás que era necesario para el sustento y ajuar de la novicia», y se hicieron los conciertos y obligaciones de una y otra parte ante escri- bano y testigos, como consta de las Escrituras auténticas que el año de mil seiscientos y once se hallaron en poder de Juan González, escribano público, y uno de los cinco del número de la villa de ñlba de Tormes y su jurisdicción. Las cuales Escrituras pondré aquí, como en el ori- ginal se contienen, en lo que hacen a nuestro propósito, por conservar

cha de la Santa está equivocada; además, el 29 de Marzo de aquel año no fué miércoles sino jueves. Quizá se copiase mal el texto de la Santa; pero como se ignora donde para actualmente el breviario de Lisboa, no es posible compulsarlo con las versiones publicadas.

Fué bautizada Santa Teresa el día 4 de Abril, Miércoles de Semana Santa, y día en que se dijo la primera misa en el monasterio de la Encarnación, como observa María Pinel en un escrito que publicaremos más adelante. Aun se conserva en la parroquia de San Juan, a la que pertenecían los padres de Santa Teresa, la pila en que fué bautizada, cerrada hoy por un en" verjado, que costeó, según el Año Teresiano, t. IV, p. 59, D.a Teresa Farfán, con una pintura que representa a la Santa y una inscripción que dice así:

VIGÉSIMA OCTAVA MARTII

TERESIA OBORTA

APRILIS ANTE NONAS EST

SACRO FONTE RENATA

M. D. X. V.

Francisco Vela Nuñez fué quien, con D. Blasco Vela Núñez, su hermano y primer virrey

del Perú, dio la famosa batalla de Iñaquito cerca de la capital del Ecuador, en Enero del

1546, contra Gonzalo Pizarro. Al lado de los Velas luchaban cinco hermanos de Santa Teresa,

según dejamos escrito en nota al capítulo IV de la Vida, p. 19. Doña María del Águila, era

hija de Francisco de Pajares, deudo y grande amigo de D. Alonso y a quien la Madre de Santa

Teresa nombró testamentario suyo.

1 No están de acuerdo los biógrafos de la Santa en señalar el día que tomó el hábito. El P. Ribera, lib. I, c. IV, Yepes, 1. I, c. IV, y María Pinel en la Historia manuscrita de la Encamación, dicen que fué en 2 de Noviembre de 1535. Los Bolandos, ñcta S. Teresiae, n. 82, D. Vicente de la Fuente, en Casas y Recuerdos de Sta. Teresa en España, c. III, p. 76, lo retrasan al año de 1533. En cambio, los historiadores del Carmen asignan el de 1536; así el P. Francisco de Santa María, Reforma de los Descalzos, lib. I, c. VIII, y el P. Jerónimo de San José, como puede verse en los documentos que de él copiamos y que dirimen la cuestión definitivamente. Santa Teresa tomó el hábito el 2 de Noviembre de 1536, a los veintiún años, siete meses y seis días de edad. A la escritura de dote que transcribimos y a la renuncia de su legítima en su hermana D.a Juana, añadiremos luego una prueba más, que nos da el Padre Andrés de la Encarnación.

2 Copiado de la Historia del Carmen Descalzo, lib. II, cap. VIII.

APÉNDICES 93

algo de la venerable antigüedad y estilo de aquel tiempo, dejando algunas cláusulas que solamente son formulares y cauciónales. La pri- mera escritura dice así: «la Dei nomine Amen. Sepan cuantos este pú- blico instrumento vieren, cómo estando en el monasterio de Nuestra Señora, Santa María de la Encarnación, extramuros de la noble ciudad de ñvila, de la Orden del Carmen, a treinta y un días del mes de Otubrc, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, de mil e quinientos e treinta e seis años; estando las muy reverendas señoras, priora, monjas e convento del diclio monasterio juntas a su Capítulo, a el locutorio del dicho monasterio, tras las redes, a campana tañida, según que lo lian de uso e de costumbre, para las cosas tocantes al dicho monasterio, conviene a saber: la muy reverenda y magnífica señora doña Francisca del Águila, priora del dicho monasterio, doña María Cimbrón, supriora, e doña María de Luna, e Isabel Valle, e Inés de Ceballos, Ana Múñez, e Catalina de la Concepción, e Inés de Oliva, e Mari-Bonal, y Elvira de Saona, y Ana de la Purificación, e Beatriz Bautista, e doña Aldonza Loarte, e Francisca Briceño, e Ana de Vergas, e Fran- cisca de Vergas, e María de Vega, e doña Ana Girón, e Juana Suárez, e doña Beatriz Chacón, e doña Isabel de Avila, e doña Beatriz Juárez, e doña Juana del Águila, e Catalina de Valdivieso, e Francisca Bullón, e María Juárez, e María Bautista; monjas profesas del dicho monasterio e otras monjas: estando presente en el dicho monasterio con las dichas señoras religiosas, tras las redes del la señora doña Teresa de Ahumada, hija de los señores Alonso Sánchez de Cepedaí e doña Beatriz de Ahu- mada, su mujer, ya difunta, que sea en gloria; estando asímesmo pre- sente en el dicho locutorio, fuera de las redes, por la parte de afuera, el dicho señor Alonso Sánchez de Cepeda, en presencia de el no- tario público, e testigos infraescritos. Luego la dicha señora priora, monjas e convento, dijeron, que por cuanto ellas tenían concertado con el dicho señor Alonso Sánchez de Cepeda de recebir en el dicho mo- nasterio por monja e religiosa de velo, y del coro del dicho monasterio a la dicha doña Teresa de Ahumada su hija, que presente estaba, con el dote y según que adelante hará mención. Por ende, todas unánimes y conformes, e nemine discrepante, por sí, e por el dicho monasterio, e por las otras religiosas del, e por sus sucesores, dijeron que recebían c recebieron desde agora por monja de vela y del coro del dicho mo- nasterio, a la dicha doña Teresa de Ahumada, para la tener y alimentar en el dicho monasterio todos los días de su vida e dar los alimentos e sustentación que oviere menester, como a las otras religiosas del coro del dicho monasterio, por razón que el dicho Alonso Sánchez da con ella al dicho monasterio e convento de la Encarnación de la dicha ciudad de Avila, en dote, y para su alimento y sustentación, veinte u cinco fanegas de pan de renta, por mitad trigo e cebada, en heredad que lo rente en el lugar e término de Goterrendura, jurisdición de la dicha ciudad. La cual heredad les ha de dar que rente el dicho pan, sin aboyo alguno, para el día que la dicha doña Teresa hiciere profesión, e recibiere el velo, que será después que haya pasado, e cumplido año e día que haya estado con el liábito en el dicho monasterio. Y en defeto de no les dar el dicho pan de renta para el dicho termino, que les de en lugar dello, e por ello, dozientos ducados de oro, en que montan

94 APÉNDICES

setenta y cinco mil maravedís; cual mas quisiere dar el dicho Rlonso Sánchez, o el dicho pan de renta, o los dichos docientos ducados de oro, cumplido el dicho año y dia de noviciado. E que para el día de Nuestra Señora de Agosto del año venidero de mil quinientos e treinta y siete años, les el dicho Alonso Sánchez las dichas veinte y cinco fanegas de pan, por mitad trigo e cebada, puestas en el dicho lugar de Goterrendura, para los alimentos de la dicha doña Teresa del año del noviciado; e más les ha de dar una cama para la dicha doña Tere- sa, que tenga una colcha, e unos paramentos de raz e una sobrecama, e una manta blanca^, e una frazada, e seis sábanas de lienzo, e seis al- mohadas, e Idos colchones, e una alombra, e dos cogines, e una cama de cordeles. E vestir a la dicha doña Teresa de los vestidos e hábitos necesarios para su entrada y profesión: en que le ha de dar para todos hábitos, uno de helarte y otro de veintidoseno; e tres sayas, una de grana, e otra blanca e otra de Palencia; e dos mantos, uno de grana e otro de estameña; e un zamarro, e sus tocados, e camisas c calzado y los libros, como se da a las otras religiosas.

E mas ha de dar de presente, a la entrada, una colación para todo el convento e velas de cera. E más para el día que recibiere el velo, ha de dar al dicho convento una colación e una comida, e a cada religiosa un tocado o su valor, según es costumbre del dicho monasterio. Esto por razón de las legítimas herencias que a la dicha doña Teresa c al dicho monasterio e convento en su nombre, por razón de su ingreso le pertenecen c pueden pertenecer de los bienes y herencias y sucesiones, así de la dicha doña Beatriz de Ahumada, su madre, difunta, como del dicho Alonso Sánchez, su padre, como de Hernando de Ahumada, y Rodri- go y Lorenzo, e Antonio, e Pedro, y Jerónimo, e Agustín, e doña juana de Ahumada, sus hermanos, hijos de los dichos Alonso Sánchez e doña Bea- triz de Ahumada, u de cualesquier dellos, después de sus días, ex testa- mento, o ab intestato, o en otra cualquiera manera, con tal que si los dichos sus hermanos hicieren alguna manda particular por donación o otra última voluntad al dicho monasterio e convento, o a la dicha doña Teresa, que lo puedan gozar c haber, conforme a derecho e leyes destos Reinos, demás desta dicha dote; no obstante la renuncia- ción que de los dichos bienes e legítimas adelante harán en el dicho Alonso Sánchez. La cual dicha dote de las dichas veinte y cinco fanegas de pan de renta, u de los dichos docientos ducados, por el haber, cama, e vestidos, e gastos de entrada e profesión, e velo, confesaron ser suficiente e competente para la sustentación e alimentos de la dicha doña Teresa, e por tal la habían e tenían, según la cantidad y calidad desta hacienda de los dichos Alonso Sánchez y doña Beatriz de Ahumada, su mujer, y el mucho número de hijos que tienen. E habida considera- ción a ser la dicha doña Teresa hija de nobles padres y deudos, y persona de loables costumbres, etc.» Lo restante de la dicha escritura, son cláusulas prolijas, de aceptaciones, renunciaciones y cauciones de una y otra parte. Testificóla Vicente de San Andrés, Notario público de la ciudad de Avila, y fueron testigos Jerónimo Xuárez y Diego Mcxía, y Francisco de la Cena, vecinos de la mesma ciudad».

APÉNDICES 95

III

RENUNCIA LA SANTA SU LEGITIMA EN FAVOR DE SU HERAIANA D.a JUANA.

Continúa el P. Jerónimo: «ñquel mismo día se iiizo otra escritura en que otorgó la Santa una cesión y renunciación de la legítima de su hermano Rodrigo de Cepeda, que se la dejaba por su testamento. De la cual escritura también trasladaremos otro pedazo, que dice y em- pieza así: «Sepan cuantos esta carta de cesión y renunciación vieren, como yo doña Teresa de Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de doña Beatriz de Ahumada, su mujer, ya difunta, que Dios haya en gloria, mis señores padres, vecina de la noble ciudad de Avila, con licen- cia e autoridad, y expreso consentimiento, que para lo que de yuso se hará mención, pido e suplico a vos el dicho Alonso Sánchez de Cepeda, mi señor e padre, que presente estáis, e yo el dicho Alonso Sánchez de Cepeda, que presente estoy, así lo otorgo, e conozco que doy e otorgo la dicha licencia a vos la dicha doña Teresa de Ahumada mi !iija, para lo de yuso contenido, e para cada cosa dello, e consiento en ello; la cual licencia me obligo de no revocar, ni contradecir, ahora ni en tiempo alguno, so obligación que hago de mi persona e bienes. Por ende, yo la diclia doña Teresa, aceptando, como acepto, la dicha licen- cia, e usando della digo: que por cuanto yo estoy determinada, si plu- guiere a la voluntad de Dios nuestro Señor, de entrar en Religión, e recebir el hábito de Nuestra Señora en el Monasterio c casa de la Encarnación, extramuros desta dicha ciudad, y dejar este mundo, y las cosas del como vanas y transitorias, como siempre por ha sido deseado, para la cual entrada ha muchos días que pedí licencia al dicho Alonso Sánchez, mi señor; la cual él me ha dado con su ben- dición, y me dota suficientemente, según lo tiene concertado con la señora priora e convento del dicho monasterio. E por cuanto Rodrigo de Cepeda, mi hermano, que está alísente, en un testamento que hizo c otorgó ante Alonso de Segovia, escrtbano público y del número desta dicha ciudad, me mandó la legítima que a él le pertenecía de la dicha doña Beatriz de Ahumada, nuestra madre ya difunta: por ende, otorgo, e conozco por esta presente carta, que cedo, e renuncio, e traspaso para siempre jamás en doña Juana de Ahumada, mi hermana, que está ausente, bien así como si estuviese presente, para ella y para sus herederos y sucesores, la legítima que de la dicha nuestra madre per- tenece al dicho Rodrigo de Cepeda, nuestro hermano, según e de la manera quel dicho Rodrigo de Cepeda me lo mand'ó, e manda por su testamento, &». Las demás cláusulas son como las de la escritura pa- sada, formulares y cauciónales. Su fecha es, como se ha dicho, el mismo día y año; el escribano que la testificó Francisco de Triviño, de el número de los de la dicha ciudad de Avila. Los testigos el bachiller

% APÉNDICES

Cosme Martínez, cura de Santiago, Vicente de San ñndrés y Diego Mcxía, vecino de la misma ciudad.

»Hechas estas escrituras y conciertos se trató de dar el hábito a la novicia; el cual recibió con grande fiesta y solemnidad a los dos días del mes de Noviembre del año de 1536, siendo la santa de edad de veinte y un años y siete meses, y Pontífice Paulo III, emperador y rey de España Carlos V, General de la Orden de Nuestra Señora del Carmen Nicolao Audet, y Provincial de Castilla el Padre Fr. Anto- nio de Lara (1).

»La causa deste yerro fué, que como hallaron que tomó el hábito aquel día de las Animas, y la Santa en su libro cuenta seguidamente eslo, con el salir de casa de su padre y tomarle, creyeron que había sido todo en un mismo día. El en que salió no es cierto; pero, sivalen conjeturas, parece sería el de la fiesta de San Simón y Judas, que es a veinte ¡j ocho de Octubre y la más próxima al día en que se hicieron las escribirás, que fué, como dicho es, a treinta y uno; porque algo habemos de dar de intervalo, para la novedad del caso, para el des- consuelo de su padre, para el concierto de la dote, y lo demás que se presume antecedería al acto de tomar el hábito, que se hizo con solemnidad. Pero en esto va poco; y lo que importa, que es el día y aíío en que le tomó, es cierto, como queda asentado».

1 Adei:iás de la Escritura de dote u renuncia de la legítima, aprobadas por el Provincial de los Calzados con fecha 11 de Octubre de 1537, el P. Andrés menciona otra tercera que con ellos estaba hecha por D. Alonso Sánchez de Cepeda, a 23 de Octubre del mismo año, en la que se lee: «Que po; cuanto su hija era de próximo para hacer profesión ij quedó en su licencia darla, o 200 ducados o 25 fanegas de pan de renta, determinaba darla esto segundo». Existía en tiempo del P. Andrés copia notarial de todas estas escrituras en nuestro convento de Segovia, pero se perdió en los saqueos de la Francesada, o quizá cuando la exclaustración del año 35. Lástima que el inteligente investigador de las cosas de la Santa no sacase un traslado. Mientras vivió D. Alonso pagó las fanegas de dote convenidas, g después de su muerte el cufiado de la Santa, D. Martín de Guzmán Barrientos, como veremos en el Epistolario. (Cfr. Memorias His- toriales, 1. R, n. 288).

APÉNDICES 97

IV

FECHA DE Lft MUERTE DE LOS PADRES DE SANTA TERESA Y LUGAR DE SU ENTERRAMIENTO (1).

En el capítulo primero del Libro de la Vida habla la Santa de su buena madre, y dice que cuando murió tenía ella «doce años, poco menos». Ni Ribera (libro I, c. 4), ni Ycpes, (libro I, c. 2), pu- sieron ningún reparo a estas palabras de la inmortal Fundadora. De ser cierto que Santa Teresa tenía doce años solamente cuando murió su madre, la muerte hubo de ocurrir, lo más tardei, a fínes de Marzo de 1527. La fecha es evidentemente equivocada, porque el testamento de D.a Beatriz, del que sacó en 1762 una copia el P. Manuel de Santa María de otra que se conservaba en el hospital de la Misericordia, de Avila, lleva fecha de 2^4 de Noviembre de 1528.

¿Murió poco después D.a Beatriz de Ahumada? Pudiera ser que la madre de la Santa se hubiese resuelto a otorgar testamento en vista de una muerte próxima; este peligro, sin embargo, no se con- signa en él. Nada se puede sacar de los archivos parroquiales de Gota- rrendura ni de San Juan de Avila, porque no se guardan en ellos do- cumentos de aquella fecha; todos son bastante posteriores.

Por otra parte, las declaraciones de los testigos que en 15 de Octubre de 1544 se tomaron en los autos del pleito acerca de la cu- raduría de los bienes de D. Alonso de Cepeda, no están concordes al señalar la fecha de la muerte de D.a Beatriz. Mientras los testigos Juan Ximénez y Alonso Bengrilla (Venegrilla), aseguran que haría como trece o catorce años que había muerto, Sebastián Gutiérrez afir- ma textualmente: «A la cuarta pregunta dixo: que lo que sabe es que este testigo estuvo presente al tiempo que fálleselo la dicha Beatriz de Ahumada, que avra diez e seis o diez e siete años; e este testigo la traxo a enterrar a esta ciudad de Avila, e la enterraron en San Juan». Si la fecha de Sebastián Gutiérrez es la verdadera, bien pudo morir D.a Beatriz poco después de haber hecho el testamento. Por el contrario, si nos atenem- a las declaraciones de Venegrilla, D.^ Bea- triz no murió hasta 1530 o 1531. De todas suertes, su muerte es pos- terior a la señalada por la Santa y sus primeros biógrafos.

De los mismos autos de este pleito se deduce por afirmación uná- nime de los testigos, que D. Alonso Sánchez de Cepeda, padre de la Santa, murió a fines de 1543. A pedimento del hermano del difunto,

1 Si bien no tenemos proDÓsito en los Apéndices al tomo primero de traer documentos pertenecientes a los padres y parientes de Santa Teresa, sino ceñirnos a los que tienen relación más directa con ella, hacemos esta excepción para aclarar dos extremos de los que se habla en el Libio de la Vida con alguna vaguedad e imprecisión cronológica.

II 7

98 APÉNDICES

D. Lorenzo de Cepeda, se procedió a la apertura del testamento el dia 26 de Diciembre de 1543. «E yo, el dicho escribano, doy fe que el dicho testamento de el dicho Alonso Sánchez, ante el señor licenciado Barrio- nuevo, Teniente que a la sazón era de Corregidor de la dicha ciudad en veynte e seys días de Diciembre, segundo día (de Pascua), de el año de mili c quinientos e quarenta c quatro (cuarenta y tres es la verdadera fecha), ante el dicho señor Teniente e en presencia de el dicho escribano e testigos de yuso escritos, de pedimiento del señor maestro Lorenzo de Cepeda, testamentario del dicho Alonso Sánchez- Testigos que a ello fueron presentes: Diego de Tapia, e Antonio del Peso, e Pedro Rengilfo, vecinos de Avila &». Llamábase el escribano, Hernando Manzanas. Don Alonso murió el día 2^ de Diciembre, dos antes de abrirse el testamento (1).

Sobre el lugar del enterramiento de los padres de la Santa, se ha escrito no poco. De D.a Beatriz no cabe dudar que lo fué en San Juan, según hemos visto por las palabras de Sebastián Gutiérrez, antiguo sacristán de Gotarrendura, quien acompañó al cadáver hasta dejarlo sepultado en la dicha parroquia de Avila. ¿Lo fué también allí su esposo D. Alonso? No parece inverosímil. Las excavaciones hechas en el convento de San Francisco de la misma ciudad en 1641, donde según algunos escritores estaba enterrado D. Alonso, no dieron ningún resultado. Sobre esto escribe el P. Juan del Espíritu Santo bajo el título: «Razones que se ofrecen para entender que los huesos que se sacaron del convento de San Francisco de esta ciudad de Avila en el mes de Diciembre de 641 no son de los padres de nuestra Madre Santa Teresa (2):

»N. Madre Sta. Teresa dice en el capítulo 38 de su Vida que vio a sus padres en el cielo, y sería de gran consuelo para toda la Religión encontrar con sus cuerpos, para tenerlos con la debida re- verencia. Pero esto mismo obliga a que se haga diligencia para sa- berse con certeza; porque en duda no será razón se veneren por cor- tesanos del cielo a los que quizá no están allá, ni se salvaron. El

] Cfr. Ms. 8.713 de la Biblioteca Nacional.

2- La exhumación fué hecha por el P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, de la que dio cuenta por estos términos en unas observacione.s al Padre l-rancisco de Santa María, un año antes de la muerte de éste: «Dice V. R. que los padres de nuestra Santa Madre están enterrados en San Francisco de Avila. La verdad es que la fama comiiri es esa, y que guiado de ella, es.- tando yo en aquella ciudad el año de seiscientos cuarenta v uno, hice granees instancias para que se trajesen sus cuerpos a nuestro convento y se pusiesen en él con decencia, que la Santa dice que vio sus almas en el cielo. Y iiabiéndolo negociado con los prelados y con el Guardián de San Francisco con mucho secreto, el mismo día de Navidad del afto cuarenta y uno, a las diez de la noche (que aquel día en que en el convento de San Francisco, por estar más cansa- dos, se acostaron más presto, pareció más a propósito), estando prevenido el P. Guardián y sacristán solamente, fui r.] convento con dos oficiales y un hermano donado; y después de haber ayudado a levantar la losa de la sepultura, donde es fama que estaban, estuve más de una hora de rodillas, sacando los huesos uno por uno y echándolos en una sábana, y después en un cofre; cerrada la sepultura, los llevamos al convento». Cfr. P. .Wanuel de Stinta María en el Espicilegio Historial, (Ms. 8.713). Análogas noticias se hallan en el Archivo de los Carmelitas Descalzos de Avila y en el del Sr. Marqués de San Juan de Piedras Albas.

APÉNDICES 99

P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, lector en este nuestro convento de Avila, en 25 de Diciembre de 641, hizo las diligencias para sacar unos huesos del convento de San Francisco de una sepultura que dijeron ser de los padres de nuestra gloriosa Madre; y con efecto, los trujo a este nuestro convento dicho de Avila. Pero después, reparando en algunos papeles auténticos que hay, y se han leído, se ofrecen muchas razones para dudar si son estos huesos de los padres de la Santa. La primera razón y muy fuerte es, que los padres de N. Madre Santa fueron Alonso Sánchez de CepeÜa y D.a Beatriz de Ahumada, como consta de la vida de la misma Santa, que escribieron el Sr. Obispo de Tarazona y el P. Ribera, y consta del testamento de D.b Beatriz de Ahumada, que entre los hijos nombra a N. Madre Santa Teresa, y en esto no hay duda; y el título y inscripción de la sepultura, de donde el dicho P. Fr. Antonio sacó los huesos en el dicho convento de San Francisco, dice así: Aquí yacen los muy ilustres señores Fran- cisco Alvarez de Cepeda y D.^ María de Ahumada, su mujer. De suerte que la sepultura y entierro era de Francisco de Cepeda, tío de N. Ma- dre Santa, y hermano de su padre, y de D.a María de Ahumada, prima de la Santa, hija de Juan Alvarez Cimbrón y de D.a Fulana de Ahumada (1), como consta del testamento original de la dicha D.a María de Ahumada, que le vio y leyó el dicho P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, y se llama D.a María de Ahumada por su madre, y así no era de los padres de la Santa.

»Diránme que se enterraron los padres de la Santa en el entierro de su tío Francisco de Cepeda; pero esto no es verdad (y sea la se- gunda razón no menos fuerte que la primera). D.s Beatriz de Ahumada, madre de nuestra Santa, en el testamento que hizo en Goterrendura, a 24 de Noviembre de 1528 (este testamento auténtico ha visto el dicho P. Fr. Antonio), se manda enterrar en San Juan, en la parte que a Alonso Sánchez de Cepeda su marido le pareciere. Luego no está enterrada en San Francisco, donde sacaron los huesos.

vLa tercera razón, porque entre los muchos huesos que se sacaron de la sepultura de Francisco Alvarez de Cepeda, no se halló más que una calavera de mujer, entre muchas de hombres, como consta de las comisuras, por ser diferentes que las de los hombres (2), y esta calavera no es de D.a Beatriz de Ahumada, madre de N. Madre Santa Teresa: lo uno, porque esta señora se mandó enterrar en San Juan; lo segundo, porque esta calavera es de D.s María de Ahumada, prima de la Santa, como consta del testamento original de esta señora, en que se manda enterrar en dicha sepultura de San Francisco, y del

1 Llamébase Catalina de Tapia, hija de Diego de Tapiñ y María Alvarez de Aliumaria, hermana de Juan de Ahumada, abuelo materno de Santa Teresa.

2 El P. Manuel de Santa María, que copia este documento, pone aquí esta nota: «Si lo dice por la comisura sagital, igualmente se halla u se echa de menos en ellas que en nosotros, de quf tengo hechas experiencias varias, cuando no dijeran lo mismo los de la facultad, u no se demostrara con lo que sucede en esta misma sepultura, donde, como cons- ta del testamento de doña María, cuya cláusula también yo he visto, y del de su hijo don Vicente, cura de Villanueva del Aceral, que también se enterró en ella, estaban con los cuerpos de su abuelo, padre y marido, también los de su madre Catalina de Tapia, y con todo, no bailaron por donde distinguir de las otras esta cabeza^.

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árbol de la casa; lo tercero, porque la inscripción de la sepultura dic€ que yace allí D.^ María de Ahumada. Conque cesa toda duda que no puede ser D.a Beatriz de Ahumada. Y el haberse dicho y corrido que estaban los padres de la Santa en la sepultura de San Francisco, puede ser porque como los sobrenombres de marido y mujer de Cepeda y Ahumada eran los mismos que los apellidos que tenían los oadres de la Santa, por ser todos tan parientes, no reparando en los nombres propios, fácilmente se podían equivocar, pues siendo tan antiguo el entierro, eran pocos y raros los que sabían los nombres propios de los padres de N. iW. Sta. Teresa.

^También dicen en San Francisco, y está recibido, que la sepul- tura de Francisco Alvarez de Cepeda es de los Cepedas; y no es ver- dad, porque aquella era de los Cimbrones, y D.a María de Ahumada, mujer que fué de Francisco Alvarez de Cepeda, dice que la heredó de su padre Juan Alvarez Cimbrón. Consta del testamento original de la dicha D.§ María de Ahumada. Y así, en esta parte, al dicho y voz del vulgo debe dar poco crédito habiendo razones tan eficaces en contrario. Y dado que estas razones no prueban del todo no ser estos los huesos de los padres de la Santa, por lo menos hacen el caso muy dudosio, y mucho más inclinado a que no son dichos huesos. Por lo cual será cordura buscar el testamento del padre de la Santa, a ver si da más luz de lo dicho; que podría ser por allí se ave- riguase la verdad. Entre tanto, me parece sería acertado no innovar, ni divulgar que dichos huesos son de los padres de N. Santa Madre Teresa» (1).

1 En el Libro de Difuntos de la iglesia parroquial de San Pedro extramuros de la ciudad de Avila, que dio principio en 6 de Enero de 1705, se hacf notar en su primera hoja, que el cadáver del Excmo. Sr. D. Francisco Ponce de León Spínola, Duque de Arcos, «se depositó en el convento de religiosas de Carmelitas Descalzas de N. M. Sonta Teresa, en la capilla suya propia, que tienen en dicho convento, de donde son patronos de él u donde están enterrados los padres de N. M. Santa Teresa de )esús». Publicó este documento en el cuaderno de Marzo de 1915 del Boletín de la Ucademia de la Historia, D. Leonardo Herrero, teniente mayor de la parroquia de San Juan de Avila. El enterramiento del Duque en S. José es cierto, como consta en documentos del Archivo de las Carmelitas Descalzas, pero la afirmación de reposar allí los padres de Sta. Teresa, está fundada en una tradición que hasta el presente, por desgracia, no tiene ningún valor histórico.

Del testamento de D. Alonso Sánchez de Cepeda, tenemos solamente la cláusula que transcribió el P. Manuel su Espicilegio, con otras piezas pertenecientes al pleito que Juan de Ovalle siguió contra D.a Maria ds Ahumada, y que terminó gracias a la intervención de Santa Teresa. De la citada cláusula nada se saca respecto del lugar donde deseaba ser enlerrado. El mismo P. Manuel, después de copiarla, pone esta nota marginal: «¡Que lástima que el secretario no hubiese escrito un par de renglones más! Esto digo, porque habiendo buscado en Avila les papeles de Hernando Manzanas, ante quien se otorgó dicho testamento, sólo consta haber habido alli un escribano de este nombre, pero no instrumento alguno suyo, hallándose parte de los de su sucesor inmediato, que fué Juan de Santo Domingo. Puede ser que el tiempo los descubra y así sabremos dónde está enterrado. Lo que yo tengo por más verídico, es haberse f-nterrado con su mujer en San Juan, como el que los papeles de dicho secretarlo perecieron en un incendio que dicen hubo en Avila en las casas n oficios de Agun- tamiento». Tomándolos del Ms. 8.713, publicó la cláusula del testamento de D. Alonso y demás instrumentos justificativos del pleito citado, Seirano y Sanz en sus Hpuntes para una biblioteca de escritoras españolas, tomo II, págs. 479-500. Esperamos que los trabajos del P. Manuel se completen en breve, principalmente con los documentos que se guardan en el archivo de las Carmelitas Descalzas de Alba de Termes.

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S.1NTA TERESA EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA (1).

No es mi intención pedir al que leyere este breve compendio, le mire con pía afección, porque mi ignorancia no es digna de ningún aprecio, que desde luego concederé a todos la razón en contrario. Sólo digo que este trabajo no es hijo del entendimiento, porque es muy corto el mío, como en cada cláusula se reconocerá; sino parto de la voluntad y entrañable amor y veneración con que miro este sagrado convento, de quien tan sin méritos míos ss sirvió Muestro Se- ñor de hacerme hija, por bien varios rodeos y estorbos; que unos dis- puso Su Majestad y otros facilitó para que yo consiguiese el ser hija de mi Señora del Carmen. No caen sobre crecidos méritos, por muchos que sean, el Iser bastantes para pisar este santo solar tan santificado con las mercedes que Nuestro Señor y su Santísima Madre se sirvieron de hacer a mi Madre Santa Teresa en él; cuánto más los cortos míos, y que menos que ninguna he sabido corresponder al agradecimiento de tan gran beneficio, ni imitar a la menor de las religiosas que han exis- tido y hoy visten este santo hábito.

Y aunque uno y otro reconozco la fuerza del amor a la Santa y al convento, me motivan a que publique al mundo que aquí fué donde recibió las mayores mercedes que Nuestro Señor se sirvió de hacer- la en su santa vida. De sesenta y siete años que la duró, vivió los veinte en casa de su padre y en el religiosísimo convento de Santa María de Gracia, en cuya entrada en él dijo con espíritu profético Santo Tomás de Villanueva, que a la sazón estaba en Avila: «Hoy

1 Del excelente Manuscrito de D.a Meria Pinel de Monroy, que contiene la historia del monasterio de la Encarnación de Avila, entresacamos los siguientes párrafos, que dan a co- nocer muchos pormenores de la vida de Santa Teresa durante cerca de treinta anos que vi- vió en él. Düña A\aiia Pinel, hiiii de una ilustre familia de Avila, entró en la Encarnación, donde ya vivía una hermana suya llamada Manuela, el año de 1640, n murió en 1707. Am- bas hermanas llegaron a ser prioras del monasteiio. Recogió D.a María durante su vida mu- chas noticias referentes a la historia de su comunidad, en particular de Santa Teresa, sobre la cual, la tradición, pura todavi-i y sin mcz.clas de leyenda, conservaba muy rica información, y hacia el ocaso de su vida, con sencillo y animado estilo y candoroso entusiasmo y devo- ción, la trasladó a este Códice que guarda aún el convento.

Con esta religiosa, no debe confundirse otra del mismo monasterio, llamada María Espinel, autora de la Carta a un Prelado de su Orden, que publicamos a continuación, página 113. Esta mon)a entró en la Encarnación en 1590, a los once años de edad, y murió en ÍMl. No llegó a ver a la Santa, pero trató a muchas religiosas que la habían conocido, y de sus labios reco- gió las noticias que da en la citada epístola. Aunque muchos escritores, y aun las monjas de la Encarnación, la apellidan Pinel, y así lo hacemos nosotros, no hay duda que su verdadero nombre patronímico es el ya indicado.

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ha entrado en este santo convento una gran lumbrera de la Iglesia de Dios», En él la empezó Nuestro Sefior a dar las primeras alda- badas en su corazón, que después, con soberano impulso, acabó de con- quistar. Treinta años vivió en la Encarnación, con los tres en que vino a ser priora; los diecisiete vivió en la Descalcez; en ellos poco la logró cada convento; sólo en su primogénito San José estuvo cinco años, no cabales; aunque siempre que se ofrecía pasar por Avila se detenía allí lo que podía, dando de ellos un par de días a este con- vento, diciendo al entrar: «Vuélveme a mi madre».

Y una vez que tuvo más tiempo, estuvo once días, y queriendo los prelados que fuese a /Aalagón a examinar el espíritu de la venerable virgen Ana de San Agustín, que juzgo que fué el año 81, en que se detuvo algunos meses en San José, dice en una carta: «No qué le liace esta pobre vieja, que no me dejan descansar, y quieren que vaya a Malagón; como gran cosa sienten en la Encarnación el que me vaya de aquí, que todavía tienen esperanza de verme allá». Como gran cosa, dice, que lo sienten en la Encarnación; ¿qué cosa mayor que tenerla tan cerca para su consuelo?

Por lo diciio se conocerá, cómo la mayor parte de su vida estuvo en la Encarnación, y que en San José sólo estuvo cinco años y algunas muy breves temporadas. Un año en Sevilla, que fué en la fundación en que más se detuvo, por los grandes trabajos de ella; en Toledo otro, cuando estuvo presa; con que en las demás se detenía muy poco tiempo, que de unas a otras solía haber ya cuatro meses, ya tres, gastándose de estos días en sacar la licencia y buscar casa.

Parece que este divino sol de Teresa obraba como este sol natu- ral, que dando los doce meses del año vuelta a todo el zodíaco, sólo un mes se detiene en cada uno, dejando que los astros menores per- feccionen sus influencias. Así que fundaba en uno, decíase la primera misa, repartía los oficios de priora, supriora, maestra, sacristana y portera, que para todos los ocho primeros sacaba cuatro de la Encar- nación, y dejando por su cuenta el plantar la observancia, detenién- dose en esto un mes o poco más, pasaba a otro, con la experiencia de cuan llenamente sabían perfeccionar los principios que dejaba ya entablados. Lo mismo hizo después del priorato en los conventos que fundó, satisfecha de ver desempeñarse a las hijas de la Encarnación, y seguir las huellas de su capitana, no como bisoñas en la Descalcez, sino como soldados muy expertos en aquella sagrada milicia... (1).

NOTICIAS DEL SANTO CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA, CASA PRIMERA DE MI SANTA MADRE TERESA DE JESÚS.

Queriendo la divina Sabiduría adornar con ornato hermosísimo la Iglesia en estos postreros siglos y renovar la Orden de la Madre de Dios, restituyéndola aquel lustre primitivo, quiso que esta obra, así como la de la restauración del género humano, fuese por ima mujer, porque las obras de la gracia, tanto cuanto más valientes, piden y nece-

1 Continúa en algunas hojas lo que parece introducción o prólogo de este A\anu,\crito.

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Sitan más flacos instrumentos, para que campee más el valor del brazo que la obra. Quiso asimismo que, siendo en honra de la Virgen Santísima y siendo reparación del mundo para mejorarle en costumbres, fuese me- diante la Encarnación, pues sólo el nombre de este soberano misterio es bastante para obrar prodigios admirables y soberanos portentos. Dispuso, pues, que deseosas de recogerse a vida virtuosa unas personas de esta ciudad, se determinasen a hacer un Beaterío donde vivir reco- gidas, siendo la primera que se movía a esta santa resolución doña Elvira González de Medina, para lo cual trajeron un Breve en que se las daba licencia para ser beatas, o dominicas o carmelitas.

Escogieron lo último y erigióse el Beaterío año de 1479, a 25 de Junio, con votos simples y no más que una casa particular adonde tendrían su oratorio. Y habiendo consagrado en iglesia el señor Don ñlonso de Fonseca, obispo de esta ciudad, una sinagoga de judíos cer- cana al Beaterío, se la dio, y tomando un solar de judíos que los di- vidía, se hizo todo uno. Era el designio ser catorce beatas, las doce en nombre de los doce Apóstoles, y las dos en nombre de Jesucristo nuestro Bien y su Santísima Madre.

Entre las que entraron en el Beaterío fué una D.3 Beatriz Higuera, hija del señor de Orígüelos, la cual, habiendo estado algunos años en el Beaterío, no se llevando bien con la madre y mayor del Beaterío, se fué a 'las Dueñas de Alba, y habiendo muerto la Madre que le era opuesta, se volvió y la eligieron por mayor, de 26 años de edad. Esta sierva de Nuestro Señor, llamándola Su Majestad a más perfeción de vida, las animó a que fuesen monjas, prometiéndose a dar forma a la vida religiosa. Y para solicitar medios para fundar el convento, puso pleito a su padre y le sacó su legítima, con que compró un osario de judíos que estaba extramuros de la ciudad, donde edificó un convento capaz; pero todo a teja vana, cercado de tapias de tie- rra, y con sumas incomodidades, pues faltando el sustento, no puede haber ninguna. Sólo tenían pan por haberlas anejado unos préstamos pequeños que tenía en este obispado el señor D. Gutiérrez de Toledo, hijo del señor primer duque de Alba, Don García Alvarez de Toledo, y agua de una fuente que compró la venerable D.a Beatriz Higuera. Esto parecía bastante al aliento y fervor de las que empezaron hazaña tan grande, sin saber los altos fines que en esto tenía Nuestro Señor, y como todos los ignoraban, culpábanla la locura y contradecían la eje- cución, pero todo lo venció la gracia...

Dispúsose el convento, y ordenó Nuestro Señor que se dijese en él la primera misa el día que se bautizó gran Madre, Santa Te- resa de Jesús, a ^1 de Abril del año de 1515, en la parroquia de San Juan, que como fué el gran Presursor el que bautizó en el Jor- dán a Cristo Nuestro Bien, quiso que su amada esposa se bautizase en casa del Bautista, y porque fué el primer reformador del Orden del Carmen, que vino en espíritu y virtud de Elias, encaminando sus dis- cípulos a la ley de gracia, siendo San Andrés el primero que siguió a Cristo nuestro Bien amador de la cruz...

Dióla, pues, esta piedra preciosa para corona de su edificio, que hiciese en los ojos de Diols y de las gentes glorioso el solar de donde descendía, y quiso que, como la reparación del mundo se obró por

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María Santísima, Señora nuestra, mediante la Encarnación, así me- diante el convento de la Encarnación, dedicado a honra de este santo misterio, se iiiciese la reparación de la Orden de la Virgen. Y como nació su precioso Hijo en el portal de Belén en tan suma pobre- za, así naciese esta Reforma de un convento tan pobre, cercado de pa- redes de tierra y con un coro y iglesia a teja vana, como lioy lo está, y el coro lo estuvo ciento diez años, nevándoles a las religio- sas sobre los breviarios en el invierno, y entrando el sol en el verano; de forma que, cerradas las ventanas, se veía a leer, con gran daño uno y otro de las saludes. Pero la iglesia no ha habido con que po- der remediarla como otros muchos sitios de la casa. Y así, siempre que en sus cartas habla la Santa del convento, dice: «las pob recitas de la Encarnación».

Creció tanto con la devoción del hábito de la Virgen en tanto el nú- mero del nuevo convento, que sin acobardarlas el que no les daban más que pan, llegaron en breve a ser 180 religiosas, viniendo a que- dar de dos maneras estrecho, por la falta de hacienda, y por no ser capaz la fábrica a tanta multitud. Pero la divina Sabiduría, que sabe por líneas torcidas escribir derecho, dispuso este al paracer desorden para que pudiesen criarse y salir de este convento treinta religiosas selectas y consumadas en la virtud a ser primeras piedras de nues- tra sagrada Reforma, y las que corriesen con la esposa tras los olores suavísimos del Soberano Esposo.

Entre las religiosas que había en el convento, estaba ima íntima amiga de mi gran Madre, que se llamaba Juana Suárez, por cuyo ca- riño (ya que ,se resolvió a ser monja), vino la Santa a tomar en éste el santo hábito, siendo alta providencia de Dios lo que a la Santa le parecía desordenado afecto de una criatura. Tomóle a 2 de Noviem- bre del año 1535, día de la Conmemoración de las Hlmas (1); o porque, como la Santa dijo, le tomaba para tener en esta vida el purgatorio que merecía por sus pecados, y aquel día parece nos representa las penas de este santo lugar, o porque la Virgen Santísima y todos los Santos apadrinasen estos gloriosos principios.

Esta, pues, tan gloriosa hazaña se quiso persuadir mi Madre Santa que la hizo sin amor de Dios, como ella lo dice en su Vida, c. IV, ¿qué pudiéramos decir si la hubiéramos de dar crédito en esto? Que sin amor de Dios venció al mundo y se negó a misma; no era milagro que después, con tanto amor de Dios, triunfase de todo el infierno y emprendiese tan admirables portentos, siendo uno mesmo emprender y conseguir.

Vivió Nuestra Madre en este santo convento 25 años y medio; porque, como hemos dicho, tomó el santo hábito año de 1535, no como quiere el P. Cronista el de 36, porque la escritura de la dote se hizo al tiempo de la profesión, y así mismo la renuncia; y así profesó el dicho año dfe 36 y estuvo hasta el de 1563 por la cuaresma, que fué cuando el P. Provincial la dio licencia para que se fuese al nuevo convento de S. José, que son los 25 años y medio. Las virtudes que

1 Ya dejamos dicho, pág. ''3, que !a Santa tomó el hábito el 2 de Noviembre de 1556.

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en este tiempo ejercitó, las mercedes que recibió en él, ¿quién po- drá enteramente saberlas? Sólo Dios, por cuyo amor las obró, podrá, saberlas y sólo plumas de ángeles, que fueron testigos, podrán escri- birlas. No obstante, muchas se saben por los libros que la Santa escribió, muchas por lo que de ella escribieron sus tres cronistas, el el P. Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús, y el Sr. Obis- po de Tarazona, D. Fr. Diego de Ycpes sus confesores, y el P. Fran- cisco de Santa María, historiador general de la Orden, y no pocas por las religiosas ique la conocieron y trataron, que la última, que fué la venerable D.a María Suárez, murió año 1638, que a esta religiosa y a otras muchas que hay hoy en el convento, religiosas, que la al- canzaron mucho tiempo. Lo primero es de saber, que todo el libro de su Vida le escribió antes de salir a la fundación del convento de S. José, porque lel libro se acabó año de 1561, en Julio, y la Santa salió el Agosto ique se siguió en el mismo año, y sólo lo que añadió después fué la fundación de S. José, y en esto concuerdan todos los autores dichos; materia que no admite duda, porque por las que la Santa tenía de si iba bien o no y si eran ciertas las mercedes, lo es- cribió para enviar al P. M. Avila, aquel apóstol de la .Plndalucia, y después ya estaba asegurada en sus dudas. Y como seguía camino se- guro escribió el de Perfección por orden de sus confesores, y des- pués de éste las Moradas.

Asentando, pues, que todas aquellas cosas pasaron en casa, digo que en la portería vio a Cristo a la Columna en visión imaginaria, como lo dice la Santa; y en el mismo le hizo pintar años después, así para recuerdo de aquella misericordia, como para muestra de cómo se debe obrar en las porterías de sus esposas. En el primero y segundo lo- cutorio vio el sapo, que éstos están sin división por la parte de aden- tro, santificados, además de la asistencia de la Santa, con la de San Francisco de Borja y San Pedro de Alcántara, adonde, dándole de comer un día, ivió que Nuestro Señor entraba al Santo los bocados en la boca, favor que después manifestó Su Majestad a la Venerable María Díaz en casa de Diego de Avila Velázquez. Y viendo la Santa esta tiernísima muestra de amor de la Soberana Majestad, quedó la Santa arrobada. En la iglesia de este convento, diciendo misa este Santo, vio que le ayudaban como diácono y subdiácono San Francisco y San Antonio. En el tercer locutorio, que hizo la Santa para su despacho cuando fué priora, (y por eso se llama siempre el de Nues- tra Santa Madre), fué donde muchas veces se arrobaron la Santa y nuestro P. San Juan de la Cruz. De una de las cuales fué testigo la M. Beatriz de Jesús, sobrina de la Santa, que era portera y la iba a pedir una licencia. Estaba la Santa de rodillas asida a la reja, y el Santo, con silla y todo, junto al techo, en una pieza después de la portería, que está en el claustro. Hablando otra vez los dos, fué a suceder lo mismo', y el Santo se levantó en pie para resistir el ímpetu del espíritu, que fué cuando dijo la Santa: «No se puede hablar de Dios con mi P. Fr. Juan, porque luego se traspone o hace trasponer».

En los claustros la acompañaba Cristo con la cruz a cuestas, y en el de su celda, para avivar la ternura de su consideración, arrodi- lló Cristo nuestro Bien como cuando llevaba la cruz en Jerusalén. En

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SU celda fueron infinitas las mercedes, porque en viéndose perdida, o por mejor decir, ganada toda y engolfada en el mar de las misericordias, se iba a recoger a su celda, y especialmente, se sabe la merced del día de Pentecostés en que bajó el Espíritu Santo sobre su cabeza, la pri- mera vez. Que otra, veinte años después, acordándose de ésta, se la repitió Su Majestad en la Descalcez, como la Santa dice en su Vida, donde están -Jambas. En una celda del corredor alto, donde estaba, después de fundado San José, cuando la envió a llamar la prelada, vio a San Pedro de Alcántara ya glorioso y la dijo: «Dichosa penitencia que tal premio ha ¡merecido»; está con toda decencia el sitio. En el coro bajo, el domingo de Ramos, se halló toda bañada en la sangre de Cristo, y llena la boca de aquel néctar soberano, pagándola Nuestro Señor el hospedaje que le hacía aquel día; porque además de comul- gar, siempre no comía hasta las tres de la tarde, estándose acompa- ñando a Su Majestad hasta aquella hora, y en reverencia suya daba de comer ja un pobre; y a su imitación se hace en esta casa así, no comiendo, aunque vayan a refitorio, no más de las que basten para cumplir con aquel acto de comunidad. Y ansí las que han comido, como las que están en ayunas, se van desde el refetorio al coro, de- jando a la puerta la comida todas las que pueden por mismas para el pobre que tienen [prevenido, y solicita cada una a las porteras no falte pobre para ella.

La merced del dardo, fué en el coro alto; y es menester entender que no fué una vez sola, sino muchas las que el Serafín hirió este amoroso pecho, y así lo siente el Sr. Obispo de Tarazona que dice: «Los días que le duraba esta visión, que fueron algunos, porque no fué sola una vez lo que el ángel la hería y sacaba el corazón, andaba enajenada y fuera de sí, y no quería ver ni hablar, sino abrazarse con aquella sabrosa pena*. Hasta aquí el Sr. Yepes. Pero cuando él no lo dijera, lo afirmaban las * religiosas de aquel tiempo; así, una de estas veces fué siendo priora, en un aposento de la celda prioral. Dormía en otro sobre aquél la venerable ñna María de Jesús, su tiernísima hija; oyó los gemidos y bajó a ver si quería algo, y dí- jola: «Vayase, mi hija, y tal la suceda». A poco rato, abrasándose en fuego divino, de que también quiere Nuestro Señor que participen los cuerpos, la llamó para que la quítase el pelo, y estándoselo quitando, pensaba entre guardarle por reliquia de su querida madre; pero la Santa, entendiendo lo que dentro de discurría su hija, la dijo: «¿Para qué piensa boberías? mire que la mando que Jo eche en el muladar». Obediencia que decía la sierva de Dios que la había costado terrible dolor de su corazón.

Cuando Nuestro Señor dispuso que viniese a ser priora de esta Santa casa para que gozase el fruto y la luz de la oliva que había producido, resistiendo la Santa, como está en las adiciones de su vida y en los tres autores referidos, la dijo Nuestro Señor: «¡Oh hija, hermanas son mías estas de la Encamación, y te detienes! Pues ten ánimo, mira que lo quiero yo, y no es tan dificultoso como te parece, y por donde piensas perderán esotras casas, ganará lo uno y lo otro; no resistas que es grande mi poder». Vino con esto la Santa a ser prelada, y aunque las religiosas, por ser sin votos,

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resistían, pareciéndolas juzgarían habían cometido alguna culpa, no obstante, con el mandato que traía de Dios y palabra de que había de ayudarlas, envió a decir desde San José, que si no echaban antes las seglares, que había muchas, no había de ir a ser priora.

Y aunque la resistían, por la razón dicha, las echaron al punto, obedeciendo antes de haberla dado la obediencia; una de las cuales fué la venerable D.a María Juárez. La tía que la tenía, le envió a Nuestra Santa Madre para que se doliese de ella por no tener padre ni madre. Compadeciéndose la Santa, la dio la licencia por escrito para que quedase en nombre de criada, y así volvió, diciendo: «Cédula trai- go de moza de mi tía». Y queriendo valerse del ejemplar otra reli- giosa, se la volvió a enviar su tía, agradeciendo a la Santa la ca- ridad, pero no quería que por ella quedase otra más. Y entonces la Santa pidió a un caballero de esta ciudad se la tuviese en su casa, y después la buscó obras pías para el dote, y la dio el hábito, y salió tan hija de la Santa, que guardó en esta santa casa muchos años la Regla primitiva, haciendo en todo vida de Descalza, en co- mida, cama y vestido, y fué alma muy favorecida de Dios.

Llegó, en fin, el día en que la Santa había de venir a ser priora, y fué en 6 de Octubre de 1571. Vino abrazada con una imagen de San José, mi padre, el que había traído consigo en todas las funda- ciones que había hecho hasta aquel día, del cual diremos adelante. Protestaban las religiosas que las dejasen votar; el P. Provincial decía: «pues, en fin, no quieren a la M. Teresa de Jesús». Pero en medio de la resistencia, D.a Catalina de Castro levantó la voz y dijo: «la queremos y la amamos; Te Deum landamiis^. Palabras que hasta hoy se repiten en esta santa Comunidad con la fuerza del amor.

Con esto la siguieron muchas, y todas le dieron la obediencia, y como en todo la ¡guiaba Nuestro Señor y gobernaba sus acciones, se valió de un medio grande para allanar los interiores de las que tuvieran al- guna repugnancia. Puso ten la silla prioral una imagen de Nuestra Se- ñora, hermosísima, que tendrá vara y cuarta de alta, (es vestida y no sabemos si lestaba en la iglesia o la Santa la tenía en su oratorio) ; en la silla suprioral puso a mi Padre San José, que tal había de ser el Suprior donde la Reina de los ángeles y hombres era la Priora. La Santa puso las llaves del convento en las manos, y tocó a capítulo, y sentóse la Santa a sus pies; y hizo el capítulo que refieren los tres autores citados y trae también el Sr. D. Juan de Palafox, al fin del libro de las cartas de nuestra Santa Madre, con que los corazones de todas quedaron derretidos como la cera en la fuerza del sol. Y porque Jesucristo nuestro Bien y su Santísima Ma- dre se esmeraban en favorecer esta santa Comunidad, quiso la So- berana Reina bajar a aceptar lel oficio perpetuo de priora de su con- vento, principalmente por los méritos de su sierva Teresa y por los de tantas que ayudaban a sus hazañosas obras, siguiendo como sol- dados esforzados a tan animoso capitán, a su capitana para reformar la Orden de esta Soberana Señora. Y en manifestación de que acep- taba el oflcio, la víspera de S. Sebastián (como lo cuenta la Santa en las Adiciones de su vida, empezando la Salve cantada de Com- pletas, vio la Santa, bajar a esta Soberana Señora acompañada de

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los espíritus celestiales, y que se ponía en la silla prioral. Y dice la Santa: «No vi la imagen, por todo el espacio de la Salve, sino a la del cielo en ella. Estaban todas las sillas, coronamientos y antepe- chos llenos de ángeles, y díjome Su Majestad: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que en este coro se hicieren a ;ni Hijo y se las presentaré». Después de esto, quedando la Santa en el coro recogida (como lo cuenta el P. Fr. Francisco de Ribera): «Después de Jesto quédeme yo, dice la Santa, en la ora- ción que traigo de estar el alma con la Santísima Trinidad y pareció- me que la Persona del Padre me illegaba a y decía palabras muy agradables, entre ellas me dijo, mostrándome lo que me quería: «Yo. te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿qué me darás tu a mí?» en que se verá el aprecio que se debe hacer de la primera merced. Pues el Padre le hace cargo de haberla dado esta Virgen, ¿en cuánto la debemos venerar y apreciar sus esclavas y hi- jas, no mereciendo estar continuamente a sus pies?

El mismo P. Ribera y el Sr. Obispo de Tarazona dicen ambos: Otro favor recibido en esta casa. Octava de Pascua de Es- píritu Santo, que cuenta con palabras también de la Santa. «Octa- va, dice, de Espíritu Santo me hizo Nuestro Señor una merced y me dio esperanza que esta casa iría en aumento, digo las almas de ella; también afirmó la Santa que nunca faltarían en esta santa casa almas que agradasen a Dios; y que entonces había más de ca- torce, que si las hubiera cuando destruyó el mundo con agua, por su respeto no le destruyera». Cuando la daban quejas que sacaba muchas y las más aventajadas, decía la Santa: «Más de cuarenta quedan que podrían fundar una Religión».

Salieron para la Reforma, como he dicho, treinta religiosas, y por falta de salud de algunas, y otras porque hacían falta en la casa, vol- vieron hasta ocho, quedando allá las veintidós, y éstas sin tres segla- res, que una de ellas fué la celebradísima M. María Bautista, sobrina de nuestra Santa Madre. Para S. José salieron el año 1562, cuando se fundó el primer convento: 1. Ana de S. Juan, a quien hizo priora mi M. Santa Teresa, y no queriendo aceptarlo por conocer no era justo que la Santa lo fundase y ella le gobernase, y el Sr. Obispo hizo que mi madre Santa le tomase. 2. Ana de los Angeles, a quien hizo supriora. 3. María Isabel, 'i. Isabe! de San Pablo, que era novicia en la Encarnación, y profesó en San José. Y otras fueron saliendo tam- bién adelante para S. José. Para Medina del Campo, Agosto de 1567: 5. Doña Inés de Tapia, allá Inés de Jesús, a quien hizo la Santa priora nueve años, y Idespués fué catorce en Palencia y otros conven- tos; volvió a Medina donde murió. 6. Doña Ana de Tapia su hermana, allá de la Encarnación, fué allí supriora, y eran ambas primas her- manas de la Santa; padres hermanos y madres hermanas. Fué a la fundación de Salamanca, y ,fué priora trece años, donde murió, y su hermana en Medina; ambas en un día. 7. D.a Isabel Arias, allí de la Cruz, fué después priora de Valladolid. 8. Doña Teresa de Quesada. A Malagón, año de 1568, a 15 de Abril: 9. Isabel de Jesús, donde fué priora y maestra de novicias muchos laños, y donde murió. Fué hija de Nicolás Gutiérrez, grande amigo de mi Madre Santa Teresa, natural

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de Salamanca; fueron seis hermanas y todas siguieron a la Santa. 10. Su hermana Ana ¡María de Jesús y después la pidieron en Salamanca para que fundase las Madres Recoletas Agustinas.— fl Valladolid, a 15 de Agosto 1568: 11. Su hermana Juliana de la Magdalena; fué allí priora, después en Segovia y Soria; volvió a Valladolid, donde murió en un éxtasis grande de amor de Dios. 12. María del Sacramento fué priora después en Alba, donde murió muy anciana. Toledo, a 14 de Mayo, año 1569: 13. Doña Catalina Yera. 11. Doña Juana Yera, allá del Espíritu Santo, fué priora lallí y ¡después en Alba, donde murió. 15. Doña Antonia del Águila, de allí a Pastrana y después a Segovia. 16. Doña Isabel Juárez. Pastrana, a 9 de Julio de 1569: 17. Jerónima de San Agustín; después vind a Segovia, cuando se trasladó allí el Convento de Pastrana. Segovia, 19 de Marzo del año 157^1: 18. la M. Juana Bautista, de las seis hijas de Nicolás Gutiérrez, y de allí a Soria; desde donde volvió a Segovia por priora, y desde allí por fundadora a Calahorra, y después a Pamplona, donde murió priora. 19. María de San Pe- dro, su hermana, fué también en adelante a Segovia. 20. Antonia del Espíritu Santo la llevó la Santa a Valladolid una de las veces que volvió allá, donde murió. 21. Isabel de San José también fué a Va- lladolid donde murió, que como de los conventos ya fundados iba sa- cando para otros, sabiendo los deseos de otras de la Encarnación y sus grandes virtudes, cuando pasaba por Avila las iba llevando. 22. María de la Visitación, también cuando volvió a Toledo el año de 70 la llevó allá, donde murió. Ocaña, 23. La A\. Beatriz de Jesús, parienta de la Santa, fué la que la vio arrobada en el locutorio y a raí P. San Juan de la Cruz en la Encarnación. Salió a S. José, que la llevó consigo cuando acabó el priorato y después salió a la fundación de Ocaña, donde murió. Las que se siguen salieron después del año de 77, que como no la pudieron conseguir por priora, como io solicitaron a costa de tantos trabajos, prisiones y descomuniones, la fueron a buscar allá, siguiendo ¡el olor de sus virtudes, que como dice el P. Francisco de Ribera, refiriendo las palabras que Cristo nuestro Bien la dijo, cuando la mandó que fuese a ser priora: «Ve, que por donde piensas perderá esto, ganará todo», y que se verificó; que con el asistencia de la Santa se perfeccionaron tantas en la virtud, que la siguieron muchas, que la ayudaron en adelante a las demás fun- daciones, y la una de ellas fué: 24. D.a Beatriz Juárez, que íué tam- bién a Ocaña, que se fundó después de muerta la Santa. 25. D.a Qui- tcria Dávila fué a ser priora de Medina, año de 77 y también la acom- pañó a 'Salamanca cuando las alumbraron los ángeles. 26. María Mag- dalena. 27. doña María de Cepeda, prima de la Santa. 28. María Juá- rez. 29. María Vela. 30. Isabel López. Estas fueron las treinta reli- giosas que salieron, sin las dos que estaban seglares, ambas sobrinas de la Santa, que una fué la M. María Bautista, que ofreció su dote para la fundación de S. José. Fué después priora de Valladolid, donde murió. Y D.a Beatriz, a quien la Santa crió en su celda y la llevó consigo, y en traje de seglar la trajo en su compañía en algunas fundaciones, y después tomó el hábito y fué a la de Madrid, donde murió antes de la Santa, con que logró el tenerla por cronista escri- biendo su vida en el Libro de las Fundaciones.

lio

APÉNDICES

De las treinta que salieron, volvieron ocho: 1. Doña Quiteria de Hvila, acabado el priorato de Medina, como queda dicho, porque la eligieron en la Encarnación, y el P. Provincial la obligó a que le aceptase. Fuélo cinco veces, como se dirá adelante, y lo que debió a mi Madre Santa Teresa, y a mi Padre San Elias, a la hora de su muerte. 2. Doña María de Cepeda volvió por sus grandes enfer- medades, de que resultó estar tullida en la cama veinte años y vio beatificada a su prima. 3. D.a Catalina Ycra, también por su falta de salud. ^. Por lo mismo volvió D.a Beatriz Juárez. 5. D.a Teresa de Quesada también, y aunque no perseveraron en la Descalcez, las amó mucho la Santa y fueron muy observantes religiosas. 6. La V. Ana M.a de Jesús la pidieron en Salamanca para que fundase las iV\M. Re- coletas Agustinas de aquella ,€iudad, las participase el espíritu de mi Madre Santa; plantando aquella fundación con el que la Santa ha- bía fundado las suyas, como le conserva aquella santa Comunidad; allí perseveró hasta el año 1615, y volvió a la Encarnación y murió el de 18. 7. D.a ¡Antonia del Águila, y la 8 M. Isabel López.

Volvieron a la Encamación desde Segovia después de haber es- tado en tres fundaciones, porque como habían salido tantas y habían muerto muchas de unas tercianas pestilenciales, fué forzoso el que viniesen, y fen la Encarnación guardaron la Regla primitiva hasta morir entrambas en su primitivo nido.

El P. Fr. Francisco de Santa María, y el P, Ribera y el Sr. Obis- po de Tarazona traen una Relación que se halló en poder de la M. M.a Bautista, de mercedes que tenía escritas nuestra Sta. Madre del tiem- po que fué Priora en esta casa. En una dice: «Estando en la En- carnación el segundo ano ique tenía de Priorato, sobre cierta ocasión, acabando de comulgar, me dijo Su Majestad: «No hayas miedo hija, que nadie sea parte para quitarte de mi», que dicen muchos fué con- firmación de la gracia. Otra merced dice la misma Santa que es- tando recogida con la presencia de la Santísima Trinidad, manifestán- dola Nuestro Señor cosas altísimas y viendo tan gran Majestad (dice la Santa): «En cosa tan baja como en mi alma entendí: VV^ es hnja ¡mes está hecha, a mi imagen^.

Otra vez, lamentándose la Santa como David de que se alargaba su destierro y duraba tanto la vida, la dijo: Piensa hija mía, como después de acabada no me puedes servir lo que ahora; come por mi, duerme por mí, y todo lo que hicieres sea por mí, como si no vivieras ya, si no 'es yo, que esto es lo que decía San Pablo. La misma relación dice, que estando en el coro una noche del Santísimo Sacra- mento, vio salir nuestra Santa Madre a Cristo de la misma custodia y que se vino a ,ella, toda la cabeza corriendo sangre y como fatigado, la dijo: «Que las cabezas íde la Iglesia la tenían de aquella manera», y que se lo dij0( a una que le hizo harto provecho...

Después de esto, vino N. S. Padre a ser confesor, conque dán- dose la mano el uno en el gobierno y el otro en el confesonario, cria- ron espíritus admirables y mujeres insignes, las cuales, entregadas a la virtud, pasaban su pobreza con suma alegría, y la Santa hacía lo que podía por su socorro. Daba a ochenta un real cada semana, de las más pobres, y solicitó después con D. Francisco de Guzmán, her-

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mano de la V. D.^ Francisca de Bracanionte, de las más finas hijas de mi M. Sta. Teresa y gran imitadora suya, de la casa de los Marqueses de Fuente el Sol (llamaban a este caballero en casa, Ven- tura de Bracamente; pudo ser se llame D. Francisco Ventura de Bra- camente y Guzmán, y su santa y humilde hermana, le llamase sólo el nombre de Ventura), que las diese este mesmo socorro, y lo hizo hasta que murió. Y estando en Salamanca la Santa rezando Maitines con la V. D.9 Quiteria Dávila, se arrobó la Santa, y instada de D.a Quiteria le dijese lo que había visto, la dijo: «murió D. Francisco de Guzmán». Y consolando a su hermana D.a Francisca, la dijo: «no tenga pena, que en buen lugar está, que yo vi un cuerpo glorificado muy her- moso; y aunque él no lo era, reconocí ser él». Así lo cuenta el P. Ribera, libro 2, cap. 5, conque a un tiempo solicitaba la Santa el ciclo a sus amigos en sus limosnas y los socorros a sus hijas.

En la carta 'tó, que es a la M. Maria Bautista, la dice que le busque unos dineros prestados, porque va a la Encarnación y no se sufre ir sin dineros, mostrando en todo amor de madre. Pagábala N. Señor con finezas grandes lo que trabajaba en su viña, y guardó para esta ocasión la mayor de las mercedes. Octava de S. Martín, segundo año del priorato, que por haber comenzado a Octubre del 71 hemos de decir fué a 18 de Noviembre, año de 72, dice la Santa que fué el desposorio del clavo por arras ea el comulgatorio de esta santa casa, dándola la comunión mi padre S. Juan de la Cruz, en que le dijo aquellas tan tiernas palabras que la Santa refiere: «Toma este clavo en señal de que serás mi esposa desde hoy; hasta ahora no lo habías merecido; de aquí (adelante, no sólo como Criador y romo tu Rey y tu Dios mirarás por mi honra, sino como verdadera esposa mía, mi honra es tuya y la tuya es mía». ¡Oh Dios mío! ¿cómo las que lle- gamos a recibiros en este comulgatorio, tálamo dichoso de tales des- posorios, no nos abrasamos en vivo amor tuyo? Y ¿qué se admira el mundo de que sean cada día mayores las honras que Dios da a esta Esposa suya, si es la honra de Dios la de Teresa?

Otras muchas veces se Je manifestó la SSma. Trinidad, conforme suele hacerlo a los viadores, que ya nos enseñan no será con la vista clara de aquella divina Esencia, pero en la más superior forma y manera que se sufre a los que están en carne mortal. Aquí, llegán- dola el Hijo al Padre Eterno, le dijo: «Esta que me diste te doy». Aquí, acabando de comulgar la tomaba S. M. la mano, y llegándola a su costado, le dijo: «Mira mis llagas, no estás sin Mí; pasa la brevedad de la vida». Otra vez la dijo: «^Ya sabes el desposorio que hay entre y Tú; y habiendo éste, lo que yo tengo es tuyo. Y así te doy todos los dolores y trabajos que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia». Otra vez, estando dando gra- cias a N. Señor por una merced, la dijo: «¿qué me pedirás tu a Mi que no haga yo, hija mía?» (1).

Todas estas mercedes recibió en ©1 coro bajo, y otras infinitas que guardó la relación de ellas la M. Maria Bautista, con el amor

1 En cuanto al lugar donde la -Santa recibió estas y otras mercedes de que habla este Có- dice, nos atenemos a lo dicho en las notos del texto de las Relaciones.

112 APÉNDICES

de haberse criado en casa y saber el que su Sta. Tía y Madre tenía a su convento. Cuando iba y venia, o pasaba por la ciudad, siempre venía a ¡estarse algunos días en casa, y decía: ¿qué les parece?; vuél- veme a mi madre. Y en estos tiempos consolaba a unas, alentaba a otras y enseñaba a todas.

Estando priora del convento murió una sobrina de la Santa, que se llamaba D.a Leonor de Cepeda, religiosa en casa, hermana -de la M. María Bautista, y fué Octava de Corpus. La Santa hizo la en- terrasen con la Misa del Santísimo y que anduviese la procesión con Su Majestad alrededor del cuerpo, que entonces entraba acá den- tro por una puerta que había del coro bajo a la iglesia (a que gus- taba venir hartas veces el Sr. D. Alvaro de Mendoza), y hizo esto la Santa porque un día antes que muriese, vio la Santa el dichoso fin que había de tener y que no había de llegar al purgatorio. Y cuando las religiosas llevaban el cuerpo en el féretro, vio que los án- geles la ayudaban a llevar, y dijo así: «porque se vea cuanto honra Dios los cuerpos donde estuvieron almas buenas». También estando en S. José murió en casa Ana de S. Pablo, y afirmó también no ha- bía pasado por el Purgatorio (1). También siendo priora, la partía <el pan N. Señor, y se le dio por su mano estando una noche muy mala.

El año de 72, a primero de Marzo, pasó a mejor vida el glo- rioso Pontífice S. Pío V, que tanto la favoreció, y en muestra de lo que la amaba, 'de camino del cielo se la apareció glorioso como S. Pedro de Alcántara; y siendo el año de 72 estaba la S. Priora en esta santa casa. Así lo supo de boca de la Santa la V. M. Ana de Jesús, y así )o testificó en la Deposición que hizo para la cano- nización de la Santa, afirmándolo con juramento. Así lo dice el Rdmo. P. Fr. Francisco de Sta. María en la primera parte de las Cró- nicas, tom. I, lib. 3, cap. 1, fol. 398.

No eran menores las mercedes, como la Santa dice, que recibió de mi P. S. José; y en orden a esta casa, dice la tradición de todas, que el Santo que puso en la silla suprioral le parlaba cuanto las religiosas hacían, y así le nombraba el Parlero. En testimonio de esta verdad, se quedó la boca abierta milagrosamente. Tenía gran devoción con esta santa Imagen de N. P. S. José el Inquisidor Ge- neral D. Diego Arce de Reinoso, siendo prelado de este convento, y el Sr. 'D. Francisco de Rojas, obispo hoy de Cartajena:, y decía que siem- pre que le veía, le parecía iba a hablar alguna palabra y que quisiera merecer que fuera para Su Ilustrísima... (2).

1 Véase el Libro de la Vida. c. XXXVIII, n. 341.

2 Hasta aquí lo más principal que de la Santa contiene el Manuscrilo de la Encarnación.

APÉNDICES 113

VI

CARTA DE DOÑA MARÍA PINEL A UN PRELADO DE SU ORDEN, EN LA QUE REFIERE ALGUNOS HECHOS DE SANTA TERESA DE JESÚS (1).

Pax Christi. Por el buen deseo que Vuestra Paternidad significa tener, y por el término con que procede, quisiera tener noticia de muchas cosas para satisfacer respondiendo a propósito de lo que pregunta; mas yo entiendo que han andado tan diligentes los que han escrito, que, o inquiriendo de las personas que pueden tener noticia, o coli- giendo de lo que nuestra Santa Madre escribió, no hayan escrito todas las cosas notables que podemos alcanzar; porque de las interiores y que sólo el Señor que las obró las sabe, no hablamos, que allí bien hubiera que decir si Su Majestad lo revelara.

Digo, pues, que la vida que la Santa Madre hizo en este convento veintisiete años que fué religiosa en él, fué como ella de si la escribe, que cuando su testimonio no fuera tan suficiente como es, las religio- sas de aquel tiempo lo certifican ansí, y entre ellas es la señora doña Inés de Quesada, que era ya monja de velo cuando la santa Madre vino a tomar el hábito; y aun cuenta esta sierva de Nuestro Señor una cosa, que aunque es menudencia, me causa devoción, que dice: «Yo rae acuerdo cuando la Santa Madre venía seglar algunas veces a este con- vento, y doy por señas que traía una saya naranjada, con unos ribetes de terciopelo negro»; hoy vive esta religiosa y tiene más edad que tuviera la Santa Madre si fuera viva.

Doña María de Cepeda, parienta suya, dice que viniendo una noche de Maitines con la Santa Madre, dijo: ¡Oh hermana! Si ella supiese el escudero que llevamos, cómo se holgaría; y preguntándola doña Ma- ría que quién era, respondió que Cristo con la cruz a cuestas. La noche que en su oratorio hacía desamen y no hallaba haber hecho ninguna obra de caridad, se iba al coro, y todas las capas que hallaba en las antiformas descosidas las cosía, que serían hartas, pues había al pie de doscientas religiosas. Otras veces se iba con una linternica a las escaleras, para que no cayesen las que iban sin luz y para darla a las que la buscasen. La vida y modo de proceder que tuvo cuando fué priora, fué tal cual se puede entender de una alma tan llena de Dios, y de los efetos que hizo en el alma de las religiosas, pues haciendo la Santa Madre todo lo que quiso en el gobierno del convento, dentro

1 Esta carta autógrafa, que la hemos visto entre los papeles que de nuestro Archivo ge- neral de San Hermenegildo se guardan en la Biblioteca Nacional, y se publicó en un tomo de Relaciones Históricas de los siglos XVI y XVII, por La sociedad de Bibliófilos españoles, Madrid, 1896, debió de ser dirigida a algún prelado de la Reforma Carmelitana que pidió a la venerable María Pinel datos sobre Santa Teresa en la Encarnación.

II 8

114 JIPBIIDICBS

de muy pocos días, con su prudencia, redujo a su amistad y muy grande afición a algunas que en el principio habían iieciio contradicción. Y el haberse desenconado tan presto, argumento es de que no era mortal el odio que la teníaní, y que entre ellas había mucha cristiandad y reli- gión, pues tan presto mudaron opinión para seguir la mejor parte.

Estas y otras razones pudieran haber considerado los autores que han escrito haciendo tanta ponderación y espanto de las contradicciones y alborotos deste convento; y si cada uno metiese la mano en su pecho y considerase lo que haría si en su casa le quisiesen meter inopinada- mente quien le mandase y gobernase, no se espantaría de lo que en aquel caso sucedió, pues no ha tres años que una comunidad muy reli- giosa y reformada, hubo hartas inquietudes y pesadumbres sobre admi- tir un capellán de muy conocida virtud, porque tenían puestos los ojos en otro, siendo tan diferente un capellán que las diga misa, de una priora que las gobierne. Y si le pareciere alguno que por ser la virtud y santidad de la Madre tan conocida, fué muy culpable la contradicción que se hizo, a eso se puede responder que, después que la expiriencia hizo segura y libre de sospechas la santidad de la Madre, fué y es tan estimada y venerada en esta casa y religiosas, como en las que fundó, y ansí se puede decir más; porque los que fueron fundados de la Madre gozaron sólo el tiempo de la seguridad, y este convento y religión gozó también del tiempo de principios. Y como en ellos todas las cosas, por buenas que sean, están sujetas a engaño, especialmente las que traen novedad^ y desto habido tantas experiencias, no es mara- villa hubiese contradicciones de sus mismos hermanos con santo celo; pues la misma Santa Madre, como ella confiesa y repite muchas veces, con ser las cosas que deseaba tan buenas y con hablarla Nuestro Señor y asegurarla, aun no se determinaba de una y muchas veces, ¿qué mucho es que los que no tenían tan claras revelaciones dudasen y con- tradijesen?

Y si no, mire Vuestra Paternidad, si agora en su familia quisiese alguno introducir alguna cosa nueva, aunque fuese de mayor perfección, tendría contradicciones. Bien veo que lo que la Santa Madre introdujo, no fué novedad ni cosa extraña, comparado con el modo de vivir de nuestros antiguos padres, sino lo mismo; mas fué cosa nueva compa- rado con la observancia de la Regla mitigada que en aquel tiempo se guardaba. No quiero cansar más a Vuestra Paternidad con estas cosas, que mejor, sin comparación ninguna, las sabrá disponer que yo decir. Olvidábaseme de decir que, en el tiempo que la Madre fué priora, estuvo a la muerte de algunas religiosas, y dio alegrísimas nuevas de su salvación, diciendo que se iban dende las camas al cielo; y dicién- dola una señora antigua que había algunas imperfecciones en las ceri- monias de la Orden, la Santa Madre la respondió: No se aflija, her- mana, que yo la digo que hay más de catorce justas por quien Dios hace mercedes a esta casa; y si Su Majestad se contentaba con siete para no anegar a !m mundo, de creer es que le agradaría mucho este convento.

De lo que toca al santo Fray Juan de la Cruz, digo a Vuestra Paternidad que le prendieron estando en esta casa de la Encarnación y le llevaron a Toledo; y de su prisión y persecuciones digo lo mismo

APÉNDICES 115

que de las de la Santa Madre; el Padre Fray Juan de Santa María, en Toledo le tuvo a su cargo. Dice que siempre vio en el siervo de Dios una grandísima paciencia en sus trabajos, de que le está muy edi- ficado, y que una cruz que le dio el Santo en agradecimiento de algún regalo que le deseó hacer, la estima en tanto, que no la dará por nin- guna cosa; no dice más desto. Las señoras antiguas que le conocieron, dicen mucho de su santidad, g que cuando salió de las cárceles de Toledo vino a esta ciudad y convento, y estando con algunas, les dijo: «¡Oh monjas de la Encarnación, qué de ello rae costáis y qué de ello me debéis!».

En lo que toca a la profecía o dicho de que había de salir de esta casa una Teresa santa, no hay quien sepa con claridad el prin- cipio que tuvo, más de que en aquel tiempo se decía, y la santa Madre solía decir a otra gran religiosa, que se llamaba doña Teresa de Que- sada y era hermana de la doña Inés de Quesada, que dije arriba, que después fué priora en Medina del Campo y se llamaba Teresa de la Coluna; digo que le solía decir: «Mire, hermana, que dicen que ha de salir desta casa una Teresa santa; plega a Dios que sea una de las dos y que sea yo». Y la otra señora respondía: «Plega' a Dios que yo». Yo entiendo que ambas cumplieron su deseo; lo que yo entiendo del principio, esto es, que será lo que el Padre Ribera dice del zahori, y lo que Vuestra Paternidad dice de Juan de Dios, desta manera: que Juan de Dios diría esoí, y como no todas conociesen quién era, como al- gunas le nombrarían santo y le tendrían por tal, otras le llamarían zahori, que muchas veces suceden semejantes cosas.

Lo que le decir a Vuestra Paternidad de lo que siento, es que Nuestro Señor quiere muy bien a esta santa casa y que ha tenido y tiene en ella muchas almas que le desean agradar. Que las haya tenido, la Santa Madre lo afirma en algunas partes, en aquellos capítulos diez y siete y diez y ocho de su Vida, y no habla de cumplimiento, sino verdades; y que lo sean, testigos son las obras de haber sacado de la cantera deste convento veinte o más piedras fundamentales de esc gran edificio que con el favor de Dios fundó; y bien creo no hay con- vento que pueda tener el blasón que éste tiene, de haber tenido tanto que dar, quedándose con tanto bueno como tiene; pues para gloria del Señor, que lo hace, lo digo, que hay muchas almas en este santo convento, que no sólo sacan el agua que la Santa Madre dice en su Vida, a brazos y con la noria, y algunas a quien el Señor llueve por su bondad la cuarta agua en grande abundancia, que así me lo ha certificado quien tiene alguna noticia de lo que pasa en las almas.

Y por el consuelo de Vuestra Paternidad y mío, le quiero contar una cosa que sucedió en este convento pocos días ha, para que de ahí infiera que la Santa Madre tiene amor a esta casa, y desto son testigos los Padres confesores que hay en ella, que pasó por sus manos y tra- taron mucho a la señora doña Quiteria de Avila, religiosa que fué priora en este convento cinco veces y que anduvo con la Santa Madre en algunas fundaciones, creo por espacio de dos años, porque eran muy amigas, y a esta causa la Santa Madre la pedía algunas veces tomase el hábito de Descalza y no lo pudo acabar; porque esta señora decía que no se inclinaba sino a seguir su primera vocación, en la

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cual murió guardando perfectísimamente su regla. Cuenta, pues, uno de los Padres confesores deste convento, el caso que digo, desta ma- nera: tenía yo por particular consuelo y recreación hablar con la se- ñora doña Quiteria de Avila en cosas de la Santa Madre, como testigo de vista y compañera que había sido suya, y entre otras cosas que me contó, me dijo algunas veces: «Padre, gran consuelo tengo y confianza en una palabra que me dio la Santa Madre Teresa de Jesús de que me había de ayudar en la hora de mi muerte., y fué que, despidiéndome de ella para volverm^e a este convento de la Encarnación, le dije: «AUre, Madre, que no se olvide Vuestra Reverencia de encomendarme a Nues- tro Señor»; y me respondió: «Vaya, hija, enhorabuena y sirva a Muestro Señor y sea buena religiosa, que cuando se muera o cuando se haya de morir, echará de ver lo que me debe y la quiero y cómo la encomiendo a Dios».

Después de haberme contado esto, algunas veces que he dicho, su- cedió que estando esta señora religiosa en su celda, a los últimos de Hgosto del año de mil y seiscientos y seis, un día, después de medio- día, quiriendo reposar un poco sobre un estradillo donde estaba sen- tada, reclinó la cabeza, y antes que se durmiese, vido entrar por la puerta de la celda, que estaba enfrente de su rostro, una religiosa venerable con un paso grave; y aunque la vido muy bien, no tanto que apercibiese las señas del rostro para conocer quién era, y llegando esta religiosa, que entró hasta la mitad de la celda sin hablar palabra, volvió las espaldas, dando muestras de que se quería volver a salir por la puerta; y parecisndole a la señora doña Quiteria que aquella religiosa se volvía, pensando que dormía, por no despertarla, la co- menzó a decir: «No se vaya, señora, que no duermo», y no se fué derecha a la puerta de la celda, sinq a la cama de aquella señora reli- giosa, que estaba al otro lado en par de la puerta, y en llegando a la cama se desapareció, quedando desto la señora doña Quiteria algo turbada, aunque como era mujer de valor y ánimo, luego volvió en sí. Luego, la noche siguiente, acostándose esta religiosa en su cama, antes de dormirse, oyó en su interior unas palabras claras y distintas que le dijeron: De aquí a siete meses morirás, ñlgo de esto debía de contar esta señora, de manera que yo lo vine a oir de algunas re- ligiosas, aunque no tan por extenso, y no le di crédito hasta que de allí a cuatro o seis días vino a mi confesonario la señora doña Quiteria y me contó todo el suceso de la manera que yo le he referido, certifi- cándome que en ninguna destas ocasiones estaba dormida. Yo la creí porque conocía su mucho valor y verdad. Preguntóme qué me parecía de aquello y qué sería bien hacer; yo dije: «Si esa es merced ij aviso de Muestro Señor, es gran regalo; y si acaso fuere ilusión, tomemos lo que no nos puede hacer daño, que es el apercibimiento». Parecióle bien y pusimos silencio, haciendo la religiosa de allí adelante una vida ejemplarísima, aunque toda la que ella tuvo, que serían más de ochenta años, lo había sido.

Sucedió, pues, que el día de la Encarnación del año de mil y seiscientos y siete, que es a los últimos de Marzo, bajó esta señora a confesarse, y acabando de recibir el Santísimo Sacramento de mi mano, por la ventanita donde Muestro Señor hizo tantas mercedes a

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nuestra señora Madre, le dio un frío de calentura muy grande, y luego dijo: «Esto es morir, que ahora ss cumplen los siete meses». Lle- váronla a la celda, y al cabo de cinco días se la llevó Nuestro Señor con una muerte sosegada y pacífica, y el tiempo que le duró la ha- bla, que fué hasta muy poquito antes de expirar, decía: «Gran coa- suelo tengo y gran confianza que antes que parta desta vida, tengo de ver a la Santa Madre y a nuestro Padre Elias», de quien era muy devo- ta. Juntando agora la promesa de la Santa Madre con la visión, y el aviso y el cumplimiento de las palabras que la dijeron, tengo por cierto que fué la Santa Madre la monja que se le apareció y la avisó. Creo que con mi largueza habré cansado a Vuestra Paternidad; suplicóle me perdone, que porque entiendo que le causará devoción, lo he contado a Vuestra Paternidad. Le suplico me tenga por muy sierva suya, que me tengo por muy favorecida en que se sirva de mandar en cosas de su gusto y más las que yo tan en el alma tengo, que si está más adonde ama que adonde anima, sin duda me la tiene usurpada la Santa Madre, y por el consiguiente buenas mercedes; mas llegando a este punto, será cordura el callar aunque sea con lá- grimas en los ojos. R Vuestra Paternidad suplico me encomiende a Dios en sus oraciones y me mande. De ñvila y Septiembre, 12, de \6\0.— Doña Alaría Pine!.

118 APÉNDICES

VII

NOTICIA DEL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA, DONDE TOMO LA SANTA EL HABITO DE RELIGIOSA CARMELITA (1).

El convento de la Encarnación de Avila, de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, donde nuestra bienaventurada Madre Santa Tere- sa de Jesús tomó el iiábito, es uno de los más insignes que tiene aquella noble ciudad, y después que la Santa entró y vivió en él, uno de los más famosos del mundo. Y porque este ilustre convento fué el jardín donde se crió flor tan hermosa, el campo donde flo- reció tan fértil planta, y la cantera donde se cortó la primera y fun- damental piedra del edificio espiritual de nuestra Reforma, parece obligación forzosa hacer aquí particular mención del. Fundó este mo- nasterio D.a Elvira de Medina, año de mil y quinientos y trece, dos años antes que naciese nuestra Santa Madre, en el mismo lugar y sitio que hoy tiene, fuera de la ciudad, hacia la parte del Septentrión, en la casa y solar antiguo del mayorazgo que se decía de San Miguel del Arroyo. Es muy dilatado y grande el edificio; excelente la igle- sia y claustro; tiene mucha habitación, grande huerta, y abundancia de agua; y aunque no es rico, pero suficientemente acomodado. Creció en breve tiempo la fama de su mucha religión y observancia, y con ella el número de sus religiosas, de suerte que ya por los años de mil y quinientos y cincuenta, morando allí nuestra Santa Madre, vinieron a ser ciento y noventa monjas, según consta de varias y fidedignas relaciones.

Ha habido entre las religiosas deste monasterio muchas de seña- lada virtud y fama de santidad, de las cuales referiré algunas breve- mente. Ana M.a de Jesús, natural de Salamanca, fué muy amada de nuestra Santa Madre Teresa, su secretaria y compañera de celda, y hermana de otras tres religiosas de aquel convento, que después, si- guiendo a la Santa, fueron descalzas, y se llamaron Isabel de Jesús, Juliana de la Magdalena y Jerónima de San Agustín. Ana María, perseverando en su primera vocación, se mejoró mucho en ella, y vivió con gran ejemplo y reformación. Hizo particular estima de su virtud nuestro venerable P. Fr, Juan de la Cruz, siendo confesor suyo, cuando lo fué de aquel convento, y ella tuvo entonces revela- ción de la pureza y admirable inocencia del alma del varón santo, como se dirá en su lugar. Fué regalada del Señor con particulares

1 El clásico escrüor e historiador dilifrente de la Reforma del Carmen, P. Jerónimo de San José, lib. II, cap. IX-, añade algunos pormenores a las Relaciones de Maria Pinel, principalmente en lo que atañe a la fábrica del Monasterio y a la celda habitada por la Santa, tal como se ha- llaba en el siglo XVII, desde cuya fecha, nu ha tenido modificación ninfluna notable.

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mercedes en la oración, y no menos con trabajos y enfermedades, los cuales padeció con grande igualdad y esfuerzo de ánimo. Sacá- ronla de su convento por orden y mandato del Sr. Nuncio de España, para fundar uno de Agustinas Recoletas en Salamanca, y después de haberle fundado e instruido, volvió al suyo donde murió llena de días, virtudes y merecimientos. Semejante a esta fué Marina Maldo- nado, natural de Avila, de vida muy penitente y austera. Solía revol- carse, como San Benito, entre zarzas. Dormía sobre una estera, vestía túnicas muy ásperas, y ayunaba todo el año, disimulando desta suerte la singularidad de su abstinencia en la Comunidad, en lo cual perseveró por tiempo de diez y siete años. No trataba con seglares aunque fuesen deudos, pero con Dios continuamente. Hizo y bordó un frontal para una imagen de Nuestra Señora que hay muy venerada en aquel convento, por habérsele aparecido, y hablado en ella la Virgen Santísima a nuestra Santa Madre, y sin haber jamás aprendido ni sabido hasta entonces qué cosa era bordar, salió excelente y admirable la labor. Dice le agradeció la Virgen este servicio y afecto con un abrazo que le dio por medio de esta santa imagen. Vivió en todo muy ajustada a sus obligaciones, y murió con- forme había vivido, dejando en la celda un olor del cielo, y en la estimación de todas, opinión de verdadera y grande religiosa.

Doña Francisca de Bracamonte, natural y de lo más noble de Avila, ilustró con su ejemplar virtud aquel monesterio. Fué, cuando noble, humilde y despreciadora de las honras y estimación del mundo. Siendo con general aclamación deseada de todo el convento por prio- ra, después de haber ellf» hecho muchas diligencias con las religiosas para que no la eligiesen; y pareciendo imposible faltarle voto alguno, acudió a Dios, y fué la instancia de su oración y lágrimas tal, que alcanzó del Señor mudase de repente los ánimos y la dejasen libre. Guar- dó la abstinencia de miércoles y sábados, hasta el mismo día en que murió, que fué miércoles.

Doña Antonia del Águila, no menos ilusíre en sangre y virtud, natural de la misma ciudad, fué singularmente señalada en el afec- to a los pobres y a la pobreza religiosa, socorriendo a aquéllos y guardando ésta con ejemplar demostración. Comía una sola vez y parcamente al día, gastando lo más del y parte de la noche en oración, en la cual, habiendo recibido muchas misericordias del Se- ñor, acabó loablemente el curso de su vida. Francisca de Valverde. natural de la misma ciudad, fué muy dada a los mismos santos ejercicios de limosna, pobreza y oración; con los cuales, bien dis- puesta para el último trance, dijo alegre y gozosa en aquel paso: Si esto es morir, dulcísima es la muerte. Catalina de Jesús, lega, fué religiosa de gran sencillez y virtud. Comulgaba por mandado de su confesor todos los días, y mostróle Nuestro Señor serle esto agra- dable con la visión que dicen tuvo de una mesa y convite muy esplén- dido que cada día se le representaba. Hizo por su cuenta una vez la fiesta de Nuestra Señora de las Candelas, y con haber puesto muchas que ardiesen, de ninguna se halló haberse gastado la cera. Murió con el fervor que había vivido; y al tiempo del expirar, se le arrancó el alma con un suspiro de voz muy entera y fuerte, que causó

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admiración. Doña Teresa de Quesada, muy querida y estimada de nuestra Santa Madre por su gran virtud, fué tan observante, pobre y humilde, que siendo muy noble y de ochenta años, no quiso tener celda particular como la tenían las demás de su calidad y antigüedad en la casa, y así durmió y vivió en el dormitorio y enfermería común. Doña Antonia de Monroy, después de muy loable y ejemplar vida y de una larga y penosa enfermedad, es fama haberla regalado el Señor en la muerte con una visión de todas las virtudes, que en forma de doncellas hermosísimas, coronadas de gloria, la consolaron y acompañaron al cielo. Doña Quiteria de Avila, prima de la mar- quesa de Velada, acompañó a nuestra Santa Madre en Ja lundación de Salamanca, donde al entrar de noche vio aquellas dos milagrosas luces, que, como después se dirá, la alumbraron. Profetizóle la Santa el día de su muerte, y apareciósele en ella consolándola. Pudiérase hacer una muy larga y digna historia, si hubiéramos de referir las demás que en este gran convento han dejado fama de santidad; pero esto es de otro asunto, y para el mío bastan las dichas.

Todas estas religiosas siervas de Dios ilustran mucho el convento de la Encarnación de Avila; pero lo que singularmente lo ennoblece son tres cosas: la primera, haber tenido por hija una tan gran Madre, que se ha alzado con este nombre en la Iglesia; la segunda, haber sido allí vicario y confesor del convento nuestro venerable Padre Fray Juan de la Cruz, primer descalzo Carmelita, varón tan grande como se dirá en el tomo siguiente. Y la tercera, las prendas y memorias que de ambos quedaron y se conservan en el santo monasterio. La primera y segunda excelencia se descucñrá en todo el discurso de esta historia; porque así en las grandezas de la vida de nuestra Santa Madre y ve- nerable Padre, como en las demás de toda la Reforma que nació de- llos, tiene su parte este religiosísimo Convento. Pero la tercera ex- celencia, especialmente por parte de la Santa, testifican la celda, el coro, la iglesia, confesonarios, tornos, redes y todas las paredes de aquella casa, en la cual vivió i; moró tantos años y recibió de Nuestro Señor tan singulares y frecuentes mercedes.

Con particular memoria se venera la puerta por donde entró a to- mar el hábito aquella dichosísima doncella, y por donde salió después a fundar su Religión y Reforma, y adonde, estando hablando con una persona, se le apareció Cristo Señor nuestro. También el locutorio, donde el Señor la atemorizó para apartarla de cierta conversación, con la figura de una asquerosa sabandija (1), y mucho más otro, que labró la misma Santa, llamado por eso locutorio de la Santa Madre, donde hablando con nuestro venerable Padre Fray Juan de la Cruz, se quedaron ambos juntamente arrobados. El coro alto donde le dijo nuestro Señor que no quería tuviese ya conversación con hombres, sino con ángeles (2); el bajo, donde, habiendo comulgado, se halló la boca llena de sangre de Cristo Señor nuestro (3), y donde después de otra comunión, I2 mandó el Señor fundase el primer monasterio de

1 Cfr. Libro de la Vida, c. VIII, p. 45,

2 Ibid., c. XXIV, p. 188.

3 Obras de Sta. Teresa de Jesús, t. II, Relación XXVI, p. 56.

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SU Reforma. La ventanilla por donde comulgaba tantas veces y re- cibía tan regaladas mercedes, que el Señor allí le hizo, 9 especial- mente aquella de darle el clavo y tomarla por esposa (1), aunque ya entonces era Descalza y gobernaba aquella casa. El claustro del coro donde se le aparecieron San Pedro y San Pablo. Las escaleras y dor- mitorios por donde la acompañaba el Señor con la cruz a cuestas, y finalmente, la celda donde gozó de tantas consolaciones, ilustracio- nes y visitas celestiales.

Consérvanse en el mismo convento la imagen de nuestra Seño- ra, que está en el coro, en que la Santa vio bajar del cielo a la Virgen Santísima y ponerse allí (2); un crucifijo muy semejante al de Burgos, que envió desde Toledo a esta casa y un San José que les llevó la misma Santa, del cual decían las monjas, siendo priora, que le parlaba todo lo que pasaba en la casa; un Santo Cristo de pincel, que hizo pintar al modo que se le representó en una visión, y otras muchas prendas y reliquias suyas que allí quedaron de aquel tiempo.

Pero lo principal que de la Santa ha quedado y se conserva siem- pre, es una gran reformación e imitación de sus virtudes y obser- vancia de algunas santas costumbres que introdujo. Trátase mucho de oración y contemplación, de penitencia, de recogimiento y silencio, de observancia regular. No se usan melindres mujeriles, ni los tra- jes y galas que entre algunas monjas suele haber. Está muy rece- bido el vestir pobremente y traer los hábitos remendados aún las de menos edad. No entran unas en celdas de otras, sino para visitar alguna enferma, o con otras justificadas causas, ni se juntan a di- vertimientos que no sean muy decentes; y con haber muchas religiosas mozas y que saben tañer con destreza varios instrumentos, sólo usan dellos y su música para el culto divino. Todo lo cual es mucho de loar y de gran edificación el monasterio donde las leyes no son tan es- trechas como en otros.

Confiesan habor quedado esta reformación de la que allí asentó Nuestra Santa Madre con su ejemplo y doctrina; la cual, para que siempre les esté predicando, se lee en sus libros todo el año, si no sólo los días que hay obligación de leer otra lectura. Guárdase invio- lablemente una procesión que instituyó del Jueves Santo por la noche después de Completas, llevando en ella la santa imagen de Nuestra Señora, en la cual vio, como queda dicho, a la Virgen Santísima, y una de las estaciones que con ella se hace es en la celda de la Santa. Cántase por institución suya todos los sábados después de Completas a Nuestra Señora, delante desta imagen, la antífona de la Concepción, con las oraciones que señaló la misma Santa Madre- El lavatorio del Jueves Santo, que se solía hacer con muy grande adorno y aparato, le hizo ella, siendo priora, con sola una bacía y un jarro de Talavera; lo cual se observa hoy en aquel convento con gran puntualidad. También se observa la fiesta que instituyó de Nuestra

1 Obras de Sta. Teresa de Jesús, t. II, Relación XXXV, p. W.

2 Ibld., Relación XXV, p. 56.

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Señora de las Angustias el primer viernes de Cuaresma, y una her- mandad de que cada religiosa haga decir por la que muere una misa. Guardan, a imitación de la Santa, el no desayunarse el Domingo de Ramos, después de haber comulgado, hasta las cuatro de la tarde, y el coger los mantos de las religiosas, que en el coro quedan des- cogidos, como ella lo hacía a horas extraordinarias.

De todas las memorias que en aquel convento han quedado de nuestra gloriosa Madre, ha sido siempre y es muy tierna y regalada, la de su santa celda, donde pasó tan gran parte de su mejor vida, y gozó de tan crecidos y soberanos beneficios del cielo. Tuvo dos celdas en este monasterio; una en que vivió, antes de ser priora, veinte y siete años, y otra en que moró los tres del priorato, siendo Descalza. La primera se dividía en dos aposentos, uno en bajo y otro en alto; en el bajo tenía su oratorio, y en él un hueco donde había algunas imágenes, y sobre él un letrero que decía: Non intres in judicium cum servo tuo, Domine-, que siempre tuvo espíritu de humildad y contrición. En el aposento de arriba, que era muy alegre y apartado de ruido, dormía y se retiraba a tener oración, ñmbos se convirtieron después en oratorios. En aquel hueco del de abajo, donde la Santa tenía sus imágenes, se puso un retrato suyo, que dicen le es muy parecido, con una lámpara encendida. En el de arriba se hizo un re- tablo, con un excelente cuadro, de cuando la hirió el serafín, y se adornaron las paredes de aquel oratorio con otras pinturas de pasos de su vida. Estaba también allí adornado con mucha decencia el Cristo que dijimos hizo pintar la Santa de la manera que se le había aparecido en una visión, al cual todos los martes de Cuaresma iba la Comunidad a cantar un Miserere a canto de órgano.

Tenía este oratorio, como el de abajo, lámpara, y algunas veces, que por causas necesarias entraban los prelados o confesores, de- cían allí misa. Era frecuentado de las religiosas con gran devoción; acudían a aquel lugar como a un común refugio en todos sus trabajos a encomendarse a la Santa, y pedirle favor, o darle gracias de las misericordias que del Señor recibían por su medio. Perseveraban mu- chas allí en oración día y noche, y eran allí consoladas con abundancia de favores del cielo, y sólo el ver las paredes de aquel santuario bastaba para sacar lágrimas, y bañar en devoción a quien llegaba a verle.

Pero habiendo estado así este devotísimo sitio muchos años, en estos pasados, deseando el Sr. Obispo de aquella ciudad, D. Francisco Márquez Gaceta, enterrarse en él y que también el pueblo le gozase y frecuentase, alcanzó de las monjas se le dejasen disponer en tal forma que, labrada allí una capilla suntuosa, en la cual estuviese con gran decencia debajo de viriles de cristal patente siempre el Santísimo Sacramento, viniese a tener la entrada por el cuerpo de la iglesia, y así se ha hecho, dando para ello el Sr. Obispo toda su hacienda, de la cual señaló siete mil ducados para hacer la ca- pilla, cuatro mil para capellanes y quinientos ducados de renta para el convento. Bien se ve en este caso que ha sido particular providen- cia del cielo y premio concedido a los merecimientos de la Santa, que el aposento donde ella moró le haya escogido Nuestro Señor para

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templo y morada suya. Como también que de la madera de su celda se haya hecho la custodia, donde el cuerpo sacratísimo del Señor está reservado; que así favorece y honra Su Divina Majestad a su que- rida esposa Teresa, cumpliendo cada día la palabra que de celar su honra dio (1).

1 A poco de comenzar la obra en 1628, murió el señor Obispo, u sus herederos no la continuaron ni dieron cosa alguna al convento. Una Memoria que me han enviado las religiosas de la Encarnación, dice a este propósito; «Se empezó la obra el año 1628, y muriendo el Pre- lado, estando la fábrica en el principio, no se pudo dar un paso adelante, porque no tenían con qué; que a no haberlas sustentado el amor ternísimo tenido a estas santas paredes y ladrillos, hubieran buscado otras partes. Aunque ahora está más reparada esta necesidad, no alcanza, con que no ha sido posible. Diónos la Reina nuestra señora, que Dios tiene en el cielo, una licencia para pedir en las Indias para esta fábrica; pero como a la sazón pedían para Alba u para San José, u esta casa no tenía quien la favoreciese, ni se encargase de ella, solos cinco sujetos obró la devoción, siendo así que se han enviado en diferentes embarcaciones cédulas. De lo que ha venido, se ha labrado la Capilla, con harto empeño, por falta de caudal. Como ya, gracias a Dios, está acabada, no digo lo demás.

»E1 retablo es de la madera de la misma celda. Forma un castillo, por ser el intento que llevaban de que estuviese en medio de la Capilla con altar de cuatro haces, porque es la planta de la Capilla la misma que San Isidro de Madrid^.

El origen de la inscripción que hoy se lee en el centro del pavimento, según esta Memoria, fué el siguiente. Por orden de alguna monja, fué a barrer la Capilla una criada. «Ella debía de ir con mucha devoción; y estando en su labor, oyó que la decían, sin saber quien: Ista tena sancta est. Afervorizóse, con lo que interiormente se le decía, aunque no entendía; y cogió la tierra y llevó a guardar por reliquia. Luego, con el pavor que la causó, fué a preguntar a una religiosa qué querían decir aquellas palabras. A lo que contestó le religiosa, que quién la había metido a ella en latines. Entonces se lo dijo, y ella quedó muy consolada cuando oyó la expli- cación que le dio la religiosa, y ésta conmovida de ver que el cielo enseñaba por tan raro modo la veneración que se debe a tan santo lugar». La Capilla tiene acceso por la iglesia en la que se abre un amplio y corto pasadizo cerca del presbiterio, por el lado del Evangelio. Enfrente de la puerta está el altar en forma de castillo, hecho con la madera de la celda de la Santa, y a lo izquierda, según se entra, el altar de S. José señala el lugar que ocupaba la puerta de la antigua habitación. La inscripción mencionada del pavimento, dice: La tierra que pisas es santa. Pala" bras oídas en la ediñcación de este templo, que dio principio el año de 1628. Aunque espa- ciosa, no encierra la Capilla nada notable para el arte. Harto mejor habría sido respetar la celda como estaba en tiempo de la Santa, pero el buen Obispo de Avila no opinó así y ya no tiene remedio. Sin Santísimo Sacramento, carece del culto a que la venerable estancia, testigo de tantas maravillas de amor divino, parece tener derecho. La Comunidad es pobre y no puede hacer más de lo que hace. ¿No habrá medio de mejorarla y de asegurar un culto más intenso para que el piadoso visitante no reciba penosa y fría impresión allí donde tanto se prodigó el calor de la caridad'

La celda que ocupó cuando fué de priora en 1571, está sobre lo que hoy se llama locu- torio alto.

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VIII

CARTA DE SAN LUIS BELTRAN A SANTA TERESA (1).

Madre Teresa: Recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que me pedís parecer, es tan en servicio del Señor, he querido encomendár- selo en mis pobres oraciones y sacrificios, y ésta ha sido la causa de haber tardado en responderos. Agora digo, en nombre del mismo Se- ñor, que os animéis para tan grande empresa, que El os ayudará y fa- vorecerá; y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años, que vuestra Religión no sea una de las más ilustres que haya en la iglesia de Dios, el cual os guarde, etc. En Valencia.— Fr. Luis Beltr.in.

1 La fama de este santo Dominico llegó hasta Santa Teresa y le escribió dándole cuenta de sus propósitos de reforma de la Orden del Carmen. Fr. Vicente Justiniano Antist, en las Rdiciones a la Vida de San Luis Beltrán, dice a este propósito: «La bienaventurada Madre Teresa de Jesús, fundadora de las Descalzas y Descalzos Carmelitas, en los primeros años que empezó a fundar la vida recoleta de su Orden, procuró de consultar sus intentos con muchas personas espirituales, particularmente con el P. Fr. Luis Beltrán, que moraba entonces en esta casa de Predicadores (Valencia). Escribióle una cartfi y dióle cuenta de su deseo y de algunas revelaciones que había tenido sobre ello. El P. Fr. Luis encomendó a Dios en sus oraciones y sacrificios los buenos intentos della, y al cabo de tres o cuatro meses, le respondió en esta forma». Copia la carta del Santo como nosotros la publicamos, y fué escrita entre 1561 y 1562. El P, Vicente fué contemporáneo de San Luis Beltrán.

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IX

CARTA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA A SANTA TERESA (1).

El Espíritu Santo hincha el alma de vuestra merced. Una suya vi, que me enseñó el señor Gonzalo de Aranda, y cierto que me espanté que vuestra merced ponía en parecer de letrados lo que no es de su facultad, que si fuera cosa de pleitos o caso de conciencia, bien era tomar parecer de juristas o teólogos; mas en la perfeción de la vida no se ha de tratar sino con los que la viven, porque no tiene ordina- riamente alguno más conciencia ni buen sentimiento, de cuanto bien obra; y en los consejos evangélicos no hay que tomar parecer si será bien seguirlos o no, o si son observables o no, porque es ramo de infidelidad. Porque el consejo de Dios no puede dejar de ser bueno, ni es dificultoso de guardar, si no es a los incrédulos y a los que fían poco de Dios, y a los que solamente se guían por prudencia hu- mana; porque el que dio el consejo dará el remedio, pues que le puede dar, ni hay algún hombre bueno que consejo que no quiera que salga bueno, aunque de nuestra naturaleza seamos malos, cuanto más el soberanamente bueno y poderoso quiere y puede que sus con- sejos valgan a quien los siguiere.

Si vuestra merced quiere seguir el consejo de Cristo de mayor perfeción en materias de pobreza, sígalo, porque no se dio más a hombres que a mujeres, y El hará que le vaya muy bien como ha ido a todos los que lo han seguido. Y si quiere tomar el consejo de letra- dos sin espíritu, busque harta renta, ? ver si le valen ellos ni ella más que el carecer della por seguir el consejo de Cristo. Que si vemos faltas en monesterios de mujeres pobres, es porque son pobres contra su voluntad, y por no poder más, y no por seguir el consejo de Cristo, que yo no alabo simplemente la pobreza, sino la sufrida con paciencia por amor de Cristo, Señor Nuestro, y mucho más la deseada, procu- rada y abrazada por amor; porque si yo otra cosa sintiese o tuviese con determinación, no me tendría por seguro en la fe.

Yo creo en esto y en todo a Cristo, Muestro Señor, y creo firme- mente que sus consejos son muy buenos, como consejos de Dios, y creo, que aunque no obliguen a pecado, que obligan a un hombre a ser mucho más perfeto, siguiéndolos, que no los siguiendo. Digo, que le obligan que le hacen más perfeto, a lo menos en esto, y más santo y más agradable a Dios. Tengo ñor bienaventuindos, como Su Majestad dice, a los pobres de espíritu, que son los pobres de voluntad, y tén-

1 Recibió esta carta, escrita el H de Abril de 1562, estando en el palacio de D.a Luisa de la Cerda en Toledo. Véase el capítulo XXXV de la Vida, página 296. Publicó esta carta Yapes, 11b. II. c. VII. Tráela también el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional.

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golo visto, aunque creo más a Dios que a mi experiencia; y que los que son de todo corazón pobres, con la gracia del Señor, viven vida bienaventurada, como en esta vida la viven los que aman, confían y esperan en Dios.

Su Majestad a vuestra merced luz para que entienda estas ver- dades y las obre. No crea a los que dijeren lo contrario por falta de luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuan suave es el Señor a los que le temen y aman, y renuncian por su amor todas las cosas del mundo no necesarias para su mayor amor; porque son ene- migos de llevar la cruz de Cristo y no creen su gloria, que después de ella se sigue. Y asiraesmo luz a vuestra merced, para que en verdades tan manifiestas no vacile, ni tome parecer sino de los se- guidores de los consejos de Cristo, que aunque los demás se salvan, si guardan lo que son obligados, comunmente no tienen luz para más de lo que obran; y aunque su consejo sea bueno, mejor es el de Cristo, Nuestro Señor, que sabe lo que aconseja y da favor para lo cumplir, y da al fin el pago a los que confían en El, y no en las cosas de la tierra.

De Avila y de ñbril 14 de 1562 años.— Humilde capellán de vuestra merced. Fray Pedro de Alcántara (1).

1 Algunas cartas más debió de escribir a Sta. Teresa este gran amador de la pobreza, pero se han perdido, o por lo menos se ignora su paradero. En los sobrescritos solía poner: H la muy magníñca y religiosísima señora £)." Teresa de Rhumada, que Nuestro Señor haga Santa. (Cfr. Ribera, lib. I, c. XVII).

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CARTA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA AL OBISPO DE AVILA SOBRE LA FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE SAN JOSÉ (1).

El espíritu de Cristo hincha el ánima de vuestra señoría: Reci- bida su santa bendición. La enfermedad me ha agraviado tanto, que ha impedido tratar un negocio muy importante al servicio de Nuestro Se- ñor; y por ser tal y no quede por hacer lo que es de nuestra parte, en breve quise dar noticia del a vuestra señoría; y es, que una persona muy espiritual, con verdadero celo, ha algunos días pre- tende hacer en este lugar un monesterio religiosísimo y de entera per- feción de monjas de la primera Regl^ y Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, para lo cual ha querido tomar por fin y remedio de la observación de la dicha primera Regla dar la obediencia al Ordinario deste lugar; y confiando en la santidad y bondad grande de vuestra señoría, después que Nuestro Señor se le dio por perlado, han traído el negocio hasta hora con gasto de más de cinco mil reales, para lo cual tienen traído Breve.

Es negocio que rae ha parecido bien; por lo cual, por amor de Nuestro Señor, pido a vuestra señoría lo ampare y reciba; porque entiendo es en aumento del culto divino y bien desta ciudad. Y si a vuestra señoría parece, pues yo no puedo ir a tomar su santa ben- dición y tratar esto, recibiré mucha caridad mande vuestra señoría el maestro Daza venga a que yo lo trate con él, o con quien a vuestra señoría parezca. Mas, a lo que entiendo, esto se podrá fiar y tratar con el Maestro, y desto recibiré mucha consolación y caridad. Digo que puede vuestra señoría tratar de esto con el maestro Daza, y con Gonzalo de Hranda y con Francisco de Salcedo, que son las personas que vuestra señoría sabe, y tendrán más particular conoci- miento de esto que yo; aunque yo me satisfago bien de las personas principales que han de entrar, que son gente aprobada ij la más prin- cipal; creo yo que mora el espíritu de Nuestro Señor en ella; el cual Su Majestad y conserve en vuestra señoría, para mucha gloria suya y universal provecho de su Iglesia. Amen, ñmen.— Siervo y capellán de vuestra señoría indigno. Fray Pedro de Alcántara.

1 El original, conforme al cual va corregida, se conserva en las Carmelitas Descalzas de San José de Avila. La carta fué escrita en Julio o Agosto de 1562. El sobrescrito dice: Jil iíus-' trísimo y reverendísimo señor Obispo de JJvila, que Nuestro Señor haga santo.

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XI

CONMUTACIÓN DEL VOTO DE PERFECCIÓN QUE HIZO SANTA TERESA, 1565 (1).

Fray ñngel de Salazar.. provincial de la Provincia de Castilla, de la Orden de Nuestra Señora del Carmen. Por la presente damos nuestra autoridad y comisión al muy reverendo padre prior de nuestra casa del Carmen de Avilai, y al muy reverendo Fray García de Toledo, de la Orden de Santo Domingo, que cualquiera de sus Reverencias, administrando el sacramento de la penitencia y confesión, a la ca- rísima hermana nuestra Teresa de Jesús, madre de las religiosas de San José, la puedan relajar cualquier voto que haya hecho, o comu- íárselo, como mejor les pareciere convenir al servicio de Nuestro Se- ñor y al sosiego de la conciencia de la sobredicha nuestra Hermana. Para lo cual, como dicho es, les damos nuestras veces y la autoridad que por nuestro oficio y ministerio tenemos. Fecha en Toledo, a dos días

2 Hacia el ano 1560 tenía ua hecho este voto la Santa cuando aun vivía en la Encarna- cióu. «El modo pue tuvo de hacerlo, dice el P. Jerónimo de S. José, Historia del Carmen Des- calzo, lib. II, c. XXVI, fué desta manera: Andaba la santa virgen cuando Nuestro Señor la co- menzó a enternecer con su amor y a regalar con sus misericordias, por otra parte algo asida a los gustos ü pasatiempos del mundo, aunque todos venían a parar en un rato de buena conver- sación, lo cual traía el corazón como partido, ni bien puesto en las cosas de Dios, ni bien en las del mundo, viviendo, como dijimos ya con sus palabras mismas, una vida penosísima y llena de mil muertes. Andando, pues, desta manera, queriéndola Nuestro Seftor hacer ya toda suya, le dijo en un gran arrobamiento, que de allí adelante no quería tuviese conversación con hombres, sino con ángeles. Y como el decir de Dios es hacer, dejó desde entonces su corazón tan des- asido de las cosas de la tierra y tan entregado a las del cielo y al gusto de Dios, que concibió luego un grande y poderoso deseo de amarle con todas sus fuerzas, haciendo propósito firmísi- mo de no dejar de hacer cosa alguna en que más le pudiese agradar y servir. Pasando adelante en estos deseos, y creciendo cada día más en fervor con las muchas y nuevas mercedes que el Señor le hacía, y especialmente con aquella del serafín que dulcemente le hirió el corazón y abrasó en el amor divino, solicitada del Señor, e inspirada y enseñada del cielo, le pareció sería cosa agradable a su divina Majestad el confirmar con voto el propósito que tenía hecho de servirle con tanta perfección. Comunicólo con sus confesores y prelados, y teniendo de unos y otros el beneplácito para ello, hizo el voto que tanto deseaba, con lo cual quedó su corazón descansado y desahogado, ofreciendo a Dios un sacrificio de su alma tan perfecto».

Debía de ocasionarle este voto algunas dudas y ansiedades de espíritu cuando su confesor, el Padre García de Toledo, procuró que el provincial calzado, P. Ángel de Salazar, se lo conmutase, como lo hizo. Para mayor tranquilidad, el P. García de Toledo dio a la Santa algu- nas instrucciones acerca del modo cómo había de hacerse de nuevo. Jerónimo de S. José, en el lugar arriba citado, añade: <;E1 P. Ribera y el Obispo de Tarazona dicen, que por excusar escrúpulos entendía la Santa este voto, no en cosas muy menudas, sino en las que fueren algo y de im- portancia. Yo no hallo esa limitación en la forma, ni en la reforma del, sino solas aquellas tres tan cuerdas y necesarias condiciones que advirtió el P. Maestro Fr. García de Toledo en su pa- recer, cuyo papel tengo por cierto no llegó a manos destos dos autores, como a las mías; y así no hay por qué añadamos esa limitación, que no puso la Santa, ni su confesor, ni de otra parte nos consta».

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del mes de marzo de mil y quinientos sesenta y cinco años. Fray Ángel de Salazar, Provincial.

EN EL REVERSO DEL MISMO PAPEL ESCRIBIÓ EL P. GARCÍA DE TOLEDO:

Oída la confesión, como aquí dice el Padre Provincial, y enten- diendo que para el sosiego y quietud de la conciencia de vuestra mer- ced y ds sus confesores (que en esto cs todo uno), yo anulo y irrito el voto que hizo: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

Como me parece que le puede hacer de nuevo, es votando de que en todo aquello que vuestra merced consultare con su confesor, sobre si es más perfección^ o noi, y el, entendiendo este voto, declarare lo que es más perfección, que aquello sea obligada a seguir. Y digo que serán menester tres cosas: la primera, que el confesor sepa que tiene l^echo ese voto; la segunda, que vuestra merced se lo pregunte y no de otra manera; la tercera, que él declare lo que es mayor perfección, y con estas tres condiciones obligue el voto y de otro arte no. Porque como antes estaba hecho el voto, era grandísimo escrúpulo para vuestra marced, y para un confesor más mientras más delgada conciencia tuviere. Son hoy (1). Fray García de Toledo (2).

Dióme el Reverendísimo General licencia para prometer este voto, y para gastar todo lo que me diesen en limosna; dijo que me hacía su procuradora. Teresa de Jesús.

1 Aqui parece quiso el P. Garcia de Toledo poner la fecha de relajación del voto, que seria poco después de estar facultado por el P. Provincial. El Prior de los Calzados de Avila, a quien e! P. Ángel de Salazar otorgó la misma licencia, era el P. Antonio de Heredia, el pri:Tiero que pocos años después abrazó, con San Juan de la Cruz, la reforma de los Carme- litas. Por este voto y por los dos informes del P. Ibáñez que publicamos a continuación, puede barruntarse el grado de perfección a que había llegado Santa Teresa cuando emprendió la Refor- ma del Carmen.

2 Lar tres líneas siguientes, púsolas Santa Teresa en 15ó7 cuando habló en Avila con el P. Juan Bautista Rúbeo, que vino a visitar los conventos que en España tenia la Orden del Carmen. El original de estos documentos se venera en las Carmelitas Descalzas de Calahona. Quedan corregidos por una copia fotográfica que poseemos.

II

130 APÉNDICES

XII

DICTAMEN DEL P. PEDRO IBAÑEZ SOBRE EL ESPÍRITU DE SANTA TERESA (1).

1. El fin de Dios es llegar un alma a y el del demonio apar- tarla de Dios. Nuestro Señor nunca pone medios que aparten a uno de SÍ, ni el demonio que lleguen a Dios. Todas las visiones y las demás cosas que pasan por ella la llegan más a Dios, y la hacen más hu- milde, obediente etc.

2. Doctrina es de Santo Tomás, y de todos los Santos, que, en la paz y quietud del alma que deja el ñngel de luz, se conoce. Nunca tiene estas cosas que no quede con grande paz y contento, tanto que todos los placeres de la tierra juntos la parecen no son como el menor.

3. Ninguna falta tiene ni imperfeción de que no sea reprendida del que la habla interiormente.

y. Jamás pidió ni deseó estas cosas, sino cumplir en todo la vo- luntad de Dios Nuestro Señor.

5. Todas las cosas que le dice van conformes a la Escritura divina a lo que la Iglesia enseña, y son muy verdaderas en todo rigor esco- lástico.

1 Cuando la Santa, pata acallar incertidumbtes de conciencia, escribió las Relaciones a sus confesores que ya conocemos, el P. Ibáfiez compuso este magnífico Dictamen, defendiéndola con las razones gravísimas que verá el lector. R nuestro juicio, lo escribió con el fin de leerlo en al- guna junta que por los años de 1559 o 1560 se celebró en Avila, entre algunas personas espiri- tuales ü doctas, para deliberar acerca del espíritu de la M. Teresa. No han motivo para atribuir este escrito a San Pedro de Alcántara. Las primitivas religio.'5as de San José de seguro lo ha- brían tenido muy presente de proceder de persona tan afamada y santa. Nada dicen, sin em- bargo, afirmando en cambio que el Dictamen era de un hijo de Sto. Domingo. Teresa de Jesús, sobrina de la Santa, depone en el Proceso de Avila de 1610: «De una Relación original que esta declarante tiene en su poder, habida de la Madre María de San Jerónimo, priora que fué mu- chos aflos de este Convento de San Joseph, ya difunta, de cuyo valor y santidad oyó esta declarante muchas alabanzas a la misma Santa Madre, sábese la estima que de la dicha Santa Madre tenía uno de sus confesores, aun antes que saliese a fundar este primer convento; el cual memorial, según ha podido colegir de otros memoriales que ha tenido en su poder, fué del Padre Fr. Pedro Ibáñez, gravísimo Padre de la Orden de Santo Domingo, o del dicho P. Fr. Domingo Báñez, que conforman mucho con unas razones que puso el dicho P. Fray Pedro Ibáñez en un cuaderno grande de cosas en que aprobaba el espíritu de dicha Santa Madre, que poco ha le invió esta declarante a su Padre General que al presente es, las cuales dio entre otras el dicho sumario para probar ser de Dios el espíritu que tenía la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, delante de una junta que se hizo de personas muy graves y doctas para examinar el espíritu de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, aunque no se ha podido entender claro de cuál de los dos Padres que ha nombrado es la memoria que aquí irá referida>.

La duda de la sobrina de la Santa entre Ibáñez y Domingo Báñez, que confunde en la Deposición, no ofrece dificultad mayor, sabiendo que Báñez no conoció a la Fundadora hasta bien entrado el año 62, cuando ya este papel estaba escrito, y por quien evidentemente la había tratado mucho. En la razón 29 dice la M. Teresa, que había hecho provecho a muchas personas, entre otras, al autor del escrito, cosa que cuadra muy bien al P. Ibáñez, en la fecha de que venimos hablando.

APÉNDICES 131

6. Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza, deseos fer- ventísimos de agradar a Dios', y a trueco de esto, atropellar a cuanto hay en la tierra.

7. Hanle dicho que todo lo que pidiere a Dios, siendo justo, lo hará. Muchas ha pedido y cosas que no son para carta, por ser largas, y todas se las ha concedido Nuestro Señor.

8. Cuando estas cosas son de Dios, siempre son ordenadas para bien propio, común o de alguno. De su aprovechamiento tiene expe- riencia y del de otras muchas personas.

9. Ninguno la trata, si no lleva prava disposición, que sus cosas no le muevan a devoción, aunque ella no las dice.

10. Cada día va creciendo en la perfeción de las virtudes y siem- pre la enseñan cosas de mayor perfeción. Y así, en todo su discurso de tiempo, en las mismas visiones ha ido creciendo de la manera que dice Santo Tomás.

11. Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación, ni le dicen cosas impertinentes. De algunos le han dicho que están llenos de demonios; pero para que entienda cuál está un alma cuando mortal- mente ha ofendido al Señor.

12. Estilo es del demonio, cuando pretende engañar, avisar que callen lo que les dice; mas a ella le avisan que lo comunique con le- trados siervos del Señor, y que cuando callare, por ventura la enga- ñará el demonio.

13. Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta monjas tratan en su casa de grande recogimiento (1).

1^1. Estas cosas ordinariamente le vienen después de larga oración, y de estar muy puesta en Dios y abrasada en su amor, o comulgando.

15. Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar, y que el demonio no la engañe.

16. Causan en ella profundísima humildad; conoce lo que recibe ser de la mano del Señor, y lo poco que tiene de sí.

17. Cuando está sin aquellas cosas, suélenle dar pena y trabajo cosas que se le ofrecen; en viniendo aquello, no hay memoria de nada, sino gran deseo de padecer, y desto gusta tanto, que se espanta,

18. Cáusanle holgarse y consolarse con los trabajos, murmura- ciones contra sí, enfermedades, y así las tiene terribles, de corazón, vómitos, y otros muchos dolores, los cuales, cuando tiene las visiones, todos se le quitan.

19. Hace muy grade penitencia con todo esto, de ayunos, disci- plinas y mortificaciones.

20. Las cosas que en la tierra le pueden dar contento alguno y los trabajos, que ha padecido muchos, sufre con igualdad de ánimo, sin perder la paz y quietud de su alma.

21. Tiene tan firme propósito de no ofender al Señor, que tiene hecho voto de ninguna cosa entender que es más perfeción, o que se la diga quien lo entiende, que no la haga, y con tener por santos a los

1 Habla del monastetio de la Encarnación.

152 APÉNDICES

de la Compañía, y parecerle que por su medio Nuestro Señor le ha hecho tantas mercedes, me ha dicho a que si no tratarlos supiese que es más perfeción, que para siempre jamás no les hablaría, ni vería, con ser ellos los que la han quietado v, encaminado en estas cosas.

22. Los gustos que ordinariamente tiene y sentimientos de Dios, y derretirse en su amor, es cierto que espanta, y con ellos se suele estar casi todo el día arrebatada.

23. En oyendo hablar de Dios con devoción y fuerza, se suele arrebatar muchas veces, y con procurar resistir, no puede, y queda entonces tal a los que la ven, que pone grandísima devoción.

24. No puede sufrir a quien la trata que no le diga sus faltas y no la reprenda, lo cual recibe con grande humildad.

25. Con estas cosas no puede sufrir a los que están en estado de perfeción, que no la procuren tener conforme a su instituto.

26. Está desapegadísima de parientes, de querer tratar con las gentes, amiga de soledad; tiene grande devoción con los Santos, y en sus fiestas y misterios que la Iglesia representa, tiene grandísimos sentimientos de Nuestro Señor.

27. Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la tierra le dicen que es demonio o dijesen, temei y tiembla antes de las visiones; pero estando en oración y recogimiento, aunque la hagan mil pedazos, no se persuadirá sino que es Dios el que trata y habla.

28. Hale dado Dios un tan fuerte y valeroso ánimo que espanta. Solía ser temerosa; agora atropella a todos los demonios. Es muy fuera de melindres y niñerías de mujeres; muy sin escrúpulos; es rectísima.

29. Con esto le ha dado Nuestro Señor el don de lágrimas suaví- simas, grande compasión de los prójimos, conocimiento de sus faltas, tener en mucho a los buenos, abatirse a misma. Y digo, cierto, que ha hecho provecho a hartas personas, y yo soy una.

30. Trae ordinaria memoria de Dios y sentimiento de su presencia.

31. Ninguna cosa le han dicho jamás que no haya sido así y no se haya cumplido, y esto es grandísimo argumento.

32. Estas cosas causan en ella una claridad de entendimiento y una luz en las cosas de Dios admirable.

33. Que le dijeron que mirase las Escrituras y que no se hallaría que jamás alma que deseaba agradair a Dios hubiese estado engañada tanto tiempo (1).

1 Tanto Ribera como Yepes copiaron este escrito, cuyo original se hallaba en la Encarna- ción. Más tarde debió de pertenecer a San José de Avila, y allí lo tenía la M. Teresa, sobrina de la Santa, cuando dijo su Dicho en el Proceso de 1610, u en él lo trasladó íntegro. Alguna pequeña variedad de palabras hay en estos autores, que en nada alteran el sentido. El traslado de Ribera nos parece el más exacto.

APÉNDICES 133

XIII

INFORME DEL P. PEDRO IBAÑEZ SOBRE EL ESPÍRITU DE SANTA TERESA (1).

En la ciudad de Avila hay una nueva casa de Religiosas Descalzas y pobres, que viven de limosna, de la Orden del Carmen; la cual se ha fundado y hecho por orden de una religiosa del monasterio de la En- carnación que hay en la misma ciudad y en la misma Orden. Llámase a esta señora ahora Teresa de Jesús, y antes llamábase doña Teresa de Ahumada, natural de aquella ciudad y de unos caballeros de aquel nombre. Son tantas las cosas que a esta señora se le revelan y muestras tan grandes de muy subida santidad, que ponen gran admiración; y como es cosa tan poco vista, especialmente en nuestros tiempos, virtud y aprovechamiento espiritual en tan admirable manera, no falta quien diga ser cosa del enemigo y muy engañosa. Otros hay más avisados que se detienen en condenarlo; pero están con duda si es cosa de Dios o ilusión del demonio; otros hay que tienen a esta señora por muy sierva de Dios; pero esta su opinión va más fundada en buena voluntad que le tienen que no en razones bastantes para tener aquella estima y pa- recer. Y por tanto, aunque no hubiese otro fin en aclarar este negocio, sino confirmar en la verdad a los que la han recibido, y desengañar a quien no siente ni atina lo que en esto hay, parece muy bastante razón ésta para poner algún trabajo en manifestar estas cosas, cuanto más que si ello es verdad y de Dios, es para gran alabanza de Su Majestad, que cosas tan heroicas obre en una mujer tan flaca y tan enferma. Ayudará también para que los flacos y imperfetos nos esforcemos a servir a Dios, pues vemos delante nosotros cuántas grandezas obra

1 En el Prólogo a la Vida de la Santa hace mención Yepes de este escrito del P. Pedro Jbáñez, del cual copia algunos párrafos tomados del original que eu su tiempo se guardaba en S. José de Avila. En la parte copiada en la nota de la pág. 130 de la deposición de la Madre Teresa, dice que «poco ha le envió (el Memorial) esta declarante a su P. General». Estas pala- bras están en conformidad con las que escribió el P. Jerónimo de San José en su Historia del Carmen Descalzo, lib. V, cap. VII, p. 812, en las que asegura haber copiado fielmente dicho original «que se guarda en los Archivos de la Orden». Bien pudo ocurrir que estando en San José la Madre Teresa lo remitiese, como ella dice, al Padre General, para depositarlo en los Archivos de la Reforma. El original ha desaparecido, ü sólo nos queda la copia íntegra que publicó el P. Jerónimo en el lugar citado. Como de la obra del docto P. Carmelita se conserva sólo un ejemplar en la Biblioteca de San I.sidro de Madrid, ha sido desconocido este trabajo del P. Ibáñez hasta que lo dio a la publicidad, en extracto muy extenso, D. Miguel Mir en su Santa Teresa de Jesús, t. I, p. 779. Por vez primera sale hoy íntegra y bien corregida, según la repro- ducción fotográfica que tenemos en nuestro poder, esta profunda apología de la bondad del es- píritu de la Santa, escrita de 1562 a 1561, por quien tanto la había tratado, y que es de las más cabales y encarecidas que han podido hacerse de una persona cuando aun peregrinaba por este mundo. Contra costumbre, no estuvo en lo firme el P. Ribera al afirmar (lib. IV, c Vj, hablando de esta Relación, que, a lo que podía colegir, el autor de ella era de la Compañía de Jesús.

134 APÉNDICES

Dios en persona de menos fuerzas que nosotros. Refrescarse ha también la memoria de las grandezas que Su Majestad comunicó en aquellos bue- nos tiempos cuando tantos santos hubo antes de nosotros; y también, si esta religiosa es santa, vendrános gran provecho eiicomendándonos en sus oraciones y aprovechándonos de su favor. Y aunque estos sean motivos bastantes para resolver esta dificultad, otra cosa muy impor- tante se ofrece cerca de esto, que es muy necesaria para cualquier cristiano avisado, y es de gran dificultad, que es dar orden cómo se conozcan los que verdaderamente tienen visiones y revelaciones de Dios, o cuando son engañosas en o en otras personas.

Esta sierva de Dios, doña Teresa de Ahumada, de niña comenzó a tener muestras de gran devoción, y que Su Majestad la tenía para que, dejado el mundo, le sirviese en la religión y apartada de conver- saciones del siglo. Porque siendo muy niña, como oyese hablar del cielo, y del gran gozo que hay para los buenos, y el mucho tormento para los malos, como se hablaba en casa de sus padres de los már- tires que con su pasión habían alcanzado tanto bien, deseaba ella ir a tierra de moros a morir por nuestro Señor; y como vía que la tierna edad no daba lugar a efetuar esto, íbase a un huerto de su casa a hacer ermitas para apartarse del mundo; pero con algunas compañías de niñas, que no alcanzaban tanto, sino esta vanidad tan usada entre los mayores y menores. No crecieron sus deseos, hasta que de diez y nueve años (1) fué Dios servido, por ejemplo de una monja santa, que se metiese religiosa en el monasterio de la Encarnación de ñvila, donde después de muchos buenos deseos y estorbos que tuvo, así por no darse tanto a oración, como por no tener por malas algunas conversaciones que la estorbaban a tratar y gozar mucho de Dios, al fin, mirando mejor lo que convenía, avisada con enfermedades y consejos de un fraile dominico, que la confesó, entendió cuan gran embarazo era, no sólo para su aprovechamiento espiritual, sino tam- bién para su salvación tener mucha amistad y familiaridad con per- sonas que no trataban de veras de Dios. Y así, desechadas estas ma- rañas, comenzó a tomar muy de veras el ejercicio de la oración, ejer- citándose mucho en penitencia, en muchos rigurosos ayunos, siendo muy obediente a su conefsor; y, según lo que adelante se referirá, debieron de ser muchas y muy aventajadas las obras santas que esta sierva de Dios hizo, pues tanto se le quiso Su Majestad comunicar.

Viniéronle cosas muy particulares, como parecerle verdaderamente, a lo que ella sentía, que le hablaba Cristo Nuestro Señor, que la enseñaba muchas cosas, que se le revelaban misterios y cosas muy se- cretas, y que habían de venir, como cerca de las herejías Francia, cerca de algunas cosas que había de hacer ella. También le parecía que Dios le mandaba dijese algunas cosas a sus confesores y a otras personas. Parecíale también que traía cabe al lado derecho a Nues- tro Señor Jesucristo, que la andaba amparando y gobernando. Como esta sierva de Dios se reconocía por tan flaca y miserable, tenía gran- dísima pena, pensando que era engaño del enemigo, y que ella no

1 Ya hemos dicho que fué a los veintiuno y siete meses. La monja ?;anta de que habla el P. Ibáflez, se llamaba D.a Juana Suárez. Cfr. Libro de la Vida, c. III, p. 16.

APÉNDICES 135

era tal que mereciese tanto favor y regalo de Dios, antes se lo ofrecían sus pecados, y que por ellos Dios permitía fuese engañada y atormentada. Ayudaban también a esta sospecha los miserables casos que acontecieron entonces en estos Reinos, porque mujeres y personas que parecían muy santas, y que frecuentaban mucho los Sacramentos, fueron declaradas por burladoras y herejes, y con muy gran verdad; y aun recibióse entre muchos, que algunas mujeres de las condenadas habían tenido algunas ilusiones y apariciones del demonio, que habían ayudado a su perdición, y con esto fatigábase mucho esta religiosa y lloraba su acaecimiento. Juntamente con eso acrecentaba sus temo- res lo que le decían sus confesores; porque certificaban era demonio todo esto; y no solos los confesores, sino también otras personas muy virtuosas y que trataban muy de veras de espíritu, la reñían y porfia- ban que era engaño y que se apartase cuanto pudiese dello. Y todos juntos van a ella después de mucho acuerdo y le dan esta resolución; de suerte que todos cuantos supieron el caso en Avila por entonces, la condenaban por cosa muy cierta.

Fatigábase también mucho esta persona, porque aunque ella procu- raba de estorbar las visiones y razones que le hacían en la oración, pero no podía resistirlas, y así estaba la más congojada del mundo, viéndose como sin remedio, no pudiendo dejar de creer a sus confesores y a los otros, que los tenía por letrados y muy acertados en cosas de espíritu, y teniéndose a por muy ignorante y miserable. También cuando le venían en aquellos arrobamientos las visiones y pláticas no podía resistirlas, y pensaba que por sus pecados Dios la dejaba y quería castigar. Son estos arrobamientos una manera que parece des- amparar el alma al cuerpo y que nada se ocupa en obrar con los senti- dos; es como llevada, y que ella no se va allá. Esta manera de eleva- ción, lio sólo se halla en los buenos y por virtud divina, sino también suele acontecer por obra del demonio; por donde no se convencían los que trataban esta religiosa a pensar que era obra de Dios.

Tenía ella en estas visiones y elevaciones, cuando actualmente le venían, gran certidumbre, a su parecer, que no eran del demonio, sino de Dios; pero pasado aquel punto, como era temerosa de Dios y no se creía a misma, tenía por cierto lo que los otros le decían; y aun de aquí tomaban razón para pensar ser engaño; porque el demonio muchas veces habla diciendo que es Dios y enviado del, y este es su camino ordinario para engañar las almas poco avisadas; y aunque en con- sejos, avisos y tentaciones entra con apariencia de bien, pero mayor cuidado tiene de hacerse ángel bueno en visiones y apariciones.

ñsí a estos siervos de Dios, que determinadamente decían ser engaño lo que a doña Teresa pasaba, como a otros que sin ser consultados en este caso hablan condenando el caso, son muchas las razones y de harta fuerza, que a quien no estuviere avisado en este hecho, con mucha apa- rencia le traerán a despreciar la persona y sus devociones.

La primera es por ver cuántas ilusiones y mentiras se han visto en personas que decían tener estas revelaciones y que Dios las hablaba, y juntamente con esto se han visto hombres doctos y religiosos muy engañados en aprobar estas visiones, como al mismo tiempo a ellos mismos los enseñó. Pudiéranse traer expresados personas engañadas,

136 APÉNDICES

que tuvieron letrados que aprobaban sus cosas, y después vio el mundo claramente su engaño, no obstante que parecían cosas de Dios, y que para confirmar ser verdad, al parecer hacía Dios milagros, y estos en- gaños muy particularmente acontecen en mujeres y muy pocas veces en hombres; y como la razón mande que en aprobar o condenar siga- mos lo que comunmente acontece, parece que se ha de condenar este nuestro caso, pues tan ordinariamente salen los semejantes con burla y engaño.

La segunda razón es, como las revelaciones y visiones sean mer- cedes que Dios hace ordinariamente a sus siervos y varones santos que tienen gran familiaridad con Dios, en saberlas bien conocer hemos de seguir la doctrina y avisos de los santos, como si dijésemos que en teología se han de creer los teólogas y en cosas de guerra los capitanes, y en cada arte se ha de dar crédito a los que la tratan yexperimcntan, y los santos han siempre enseñado que no se reciban por verdaderas revelaciones, ni visiones, sino muy poquísimas, y con gran necesidad, y que los que quieren de veras aprovechar en amar a Dios, no sólo no las deseen, sino que las huyan como cosa dañosa regularmente; donde viene, que muchos siervos de Dios apareciéndoseles, a lo que exterior- mente se podría juzgar, ángeles y cosas de Dios, no las quisieron recebir, como Fray Juan Hurtado dijo en una destas apariciones que se le hizo estando en oración: «No quiero yo que se me haga a mi este favor, que muy bien creo sin esos milagros». Y Casiano cuenta algunos ejemplos cerca desto al mismo fin; luego desta doctrina y experien- cia de los santos hemos de condenar estas visiones y apariciones, es- pecialmente en tanto número como a esta religiosa le acontecen.

La tercera razón es, porque es cosa muy cierta que estas visiones y apariciones, si son veraderas, son milagro; y para haber de recebir alguna cosa por milagro, es menester gran necesidad; porque cosa tan maravillosa no conviene que se haga sin mucha importancia, y ésta no se ve aquí; principalmente, que los milagros ordénanse para con- firmar la fe y dotrina que se predica en nombre de Dios, y esto todo cesa en una monja encerrada, donde cuanto pasa es entre Dios y ella, Y gran publicidad se requería en los milagros para confirmar la fe contra los herejes. Ni más ni menos se requería para confirmar do- trina del cielo; cuánto y más que a las mujeres póneseles precepto en la Escritura que no enseñen; y así no parece haber razón para que tan fácilmente se reciba en mujeres esta virtud de hacer milagros.

La cuarta razón, que también hace gran fuerza, es que no sólo los santos, pero todos los sabios se ofenden mucho de que se publi- quen las mercedes que particularmente les hace Dios, en especial cerca de apariciones y visiones; aunque los santos las tenían hartas veces, pero tenían gran cuidado de encubrirlas, y tenían por cierto que, si las manifestaran. Dios les castigara y les privara de tanta merced. Y aun parece claro que no se compadece la humildad con publicar cosas tan grandes que particularmente Dios hace a sus siervos; porque la humildad desea que todos nos tengan por malos y que tenemos injuriado a Dios; los milagros y maravillas son muestra que estamos en privanza y gracia de Dios.

La postrera es, que esto puede ser mentira y engaño; y no parece

APÉNDICES 137

razón que fuerce a que no sea tenido por tal; y así no se ha de recebir por verdad; y aunque parezca por algunas razones ser verdad, no se toma argumento bastante; porque los engaños del demonio son de €sa suerte, que van tan vestidos de apariencia de verdad, que parece no faltarles nada para ella; y aun mezcla muchas verdades para per- suadir una mentira. Y si juntamente con eso dijésemos que aun los malos pueden hacer milagros y tener espíritu de profecía, como el Señor dice, no resta ninguna razón para tener esto por cosa verdadera y de autori- dad, sino que en este negocio sigamos la experiencia de los antiguos y su dotrina, que con tanta dificultad se hacían creer ser cosas seme- jantes de verdad y de santidad.

Esto que tratamos fué negocio muy antiguo en la Iglesia, que parece en muchos casos haber acontecido lo mismo que ahora tratamos, y por evitar prolixidad contarse ha uno. Habrá ciento y cincuenta años, en tiempo que se celebraba el Concilio Constanciense en la ciudad de Cons- tancia en Alemania, que Dios en Sena de Italia levantó un gran espí- ritu y heroica santidad en una mujer, que se llamó Caterina, que des- pués fué canonizada, y llamada Santa Caterina de Sena. Llegó a tanta privanza con Dios, que ella misma cuenta cosas increíbles al parecer, sin comer, ni meter en su boca otra cosa sino el Santísimo Sacramento; que venía Nuestro Señor, y le sacaba su propio corazón, y en su lugar le daba otro, y otras cosas semejantes, que conforme a la razón son cosas repugnantes; y como oyese algo dcsto un Maestreescuela de Pa- rís, llamado Gersón, varón señalado en virtud' y dotrina, que nos dejó muchas obras suyas de gran espíritu, escribió contra esto, y trató muy de veras que se pusiese silencio en aquellas revelaciones, y tuvo por cosa muy acertada que el Concilio en esto pusiese su autoridad, condenando y reprobando esto; y también leemos, que otros más prin- cipales, y muy cabidos con el Papa, contradijeron mucho a la bienaven- turada, porque como no la trataron en particular, juzgaban sus cosas por razones humanas, las cuales han hecho que ordinariamente la virtud y los que de veras han tratado della hayan tenido gran contradición, y hayan tomado por principal negocio persuadir que eran burladores, y no hemos visto, ni leemos persona espiritual y aprovechada en amor de Dios, que no haya tenido algunos que deshiciesen la estima y precio que entre los hombres aquellos buenos tenían. Y en pena de los pecados destos que son prudentes, a su parecer, y porque es cosa donde ellos son sobrepujados en bienes tan grandes, como son estos regalos de Dios, como no sufriendo superioridad con alguna envidia a su eminencia de letras y manera de vivir, permite Dios sean engañados, y persigan lo bueno, aunque con buen celo. Algunos suelen dar su parecer en cosas semejantes contra la verdad. Desto se saca, que por tener esta sierva de Dios alguna contradición en estos que la contradicen, no por eso el varón prudente ha de tener por engaño el favor que Su Majestad a esta religiosa hace; cuánto más que estos que perseveran en este errado parecer son personas que jamás hablaron ni trataron a doña Teresa, ni se han querido informar en particular de sus cosas, sino, por vía vulgar, por algunas de las razones que pusimos arriba, se determinaron en esto.

También para entender mejor esta verdad que buscamos se ha de advertir que hay muchas cosas que, tomadas ellas en sí, parecen malas

138 APÉNDICES

y las condenan todos; pero si se añade alguna circunstancia, hácese aquella obra muy santa y virtuosa. Como quien dijese, si es lícito tomar lo ajeno; todos responderán que es malo; pero si se añadiese que se tomaba lo ajeno para bien de su dueño porque no se matase o matase a otro, clara cosa es que será cosa muy santa. Por la misma razón, creer revelaciones y visiones frecuentemente no es cosa de mucho aviso y prudencia; pero en algún caso particular y con algunas circunstancias, cosa muy acertada es.

Es también necesario considerar que ningún tiempo ha habido en el mundo donde Nuestro Señor no haya tenido algunas personas con quie- nes tuviese gran familiaridad y declarase y revelase muchos secretos y cosas que Su Majestad determinaba hacer. Esto está muy probado en la Sagrada Escritura por las revelaciones que leemos hacía Dios a flbraham y a aquellos santos de la ley natural y de la ley vieja, y mucho más en la ley de gracia, donde ha habido infinitos santos y profetas y revelaciones. Pero es muy manifiesto el testimonio del profeta ñmós, donde haciendo razones para probar que Dios le enviaba a los judíos a decir algunos avisos y castigos que Dios les había de enviar, dice: ¿Por ventura hará Dios alguna cosa sin revelarla a sus Profetas, y sin darles parte de ella? Como si dijera, que precia ITios tanto a los hombres, que como ellos se huelgan tanto de saber secretos, y es parte de amistad decir sus cosas y secretos al amigo, esa ley quiere Dios guardar con nosotros. De aquí se infiere, que todo el tiempo que el mundo durare, no fallarán profetas, y privados de Dios en la Iglesia. Habrá en unos tiempos más que en otros; pero siempre los habrá; y ordinariamente son estos a quien Dios les hace grandes favores, hombres muy dados a oración, y a contem- plación, y quietud. También se ha de advertir mucho que aunque en tiempos pasados, que fueron más cercanos a la Pasión de Nuestro Señor, haya habido más número de santos y comunmente fuesen más santos, y más enriquecidos de bienes espirituales que no en estos nuestros miserables tiempos; pero con todo eso no hay duda sino que hay algunos, que aunque están ocultos y su Divina Majestad no los quiere declarar al mundo por sus pecados, pero que son tan aventajados en la virtud como algunos y como muchos de los pasados; porque tienen tanta oración como ellos y se emplean todo cuanto pueden en servir a Su Majestad; y Dios no es acetador de personas, sino que como al que se apareja le da su amistadj y no al que no quiere aparejarse, así también a los que igualmente se aparejan, sean los que fueren y estén donde estuvieren y en cualquier tiempo, les da Dios igual gracia. Y también hay otra razón, que como por bien de su Iglesia Dios da santos para que con sus oraciones e intercesión aprovechen a los oíros y aplaquen la ira de Dios, que amenaza al mundo; como estas necesidades se ofrecen también en estos tiempos, y aún mayores que en los pa- sados, conviene a la Providencia de Dios que a su Iglesia algunas personas tan privadas con él, que le aplaquen al tiempo de sus necesidades.

Destas consideraciones se toma una gran razón para lo que hemos de tratar. Que como ahora tenga Dios algunos santos en la Iglesia, no es razón que nadie se ofenda, cuando en particular señala-

APÉNDICES 139

ren algún santo los que le conocen y han tratado, porque no puede haber santos, si no es que algunos en particular lo sean. Y si ha de haber algunos santos, y por tales los hemos de tener, aquéllos han de ser que tienen en su vida y manera más muestras y señales de santidad. Y habiendo duda si es verdaderamente de Dios alguna revelación, o maravilla que de alguna persona oyéremos, muy gran argumento es para creer que es verdad y de Dios saber que vive con gran perfeción cristiana.

Muchos han trabajado por dar señales y conocimiento si el es- píritu que parece bueno lo es, y si la revelación que parece del cielo, verdaderamente es de Dios; y con toda la dotrina que enseñaron, no se puede bien atinar en particular, pues sabiendo todas aquellas maneras para conocer esta dificultad, se han engañado muchos. Y Qersón que más habló en abrir camino para esto, poniendo tantos documentos, vino a burlar de las visiones y revelaciones que Santa Caterina de Sena tuvo, guiándose por razones naturales, y por estas ciencias humanas. Y aunque ayuden algo estas dotrinas para eso, y la razón natural, pero no son bastantes para determinadamente reprobar y condenar cosas tan maravillosas. Lo uno, porque hay muchos secretos en las ciencias. que nosotros, por mucho que estudiemos, no los podemos alcanzar; y son más las cosas que ignoramos, aun en estas cosas que cada día traemos entre manos, que no las que sabemos. Lo otro, porque en sus santos obra Dios muchas cosas milagrosamente que van sobre nuestra razón natural. Pero con todo esto pondremos algunas vías y maneras que sean muy ciertas, y dellas sacaremos la verdad que buscamos.

Para lo cual se ha de entender que, como los corazones de nuestros prójimos nosotros no los podemos conocer en ni verlos, hemos de buscar otro medio para saber si son buenos o malos, y éstos son los efetos y el fruto que viene de nuestros corazones; y así como la en- fermedad interior del cuerpo el médico la conoce por su efeto, que es el desconcierto del pulso, así también la verdad interior del alma y su sanidad se conoce en alguna manera por las obras y concierto que en sus cosas muestra. También es de considerar, que como estas revela- ciones y visiones no pueden ser sino buenas y verdaderas, o malas y mentirosas, como lo bueno y verdadero sea de Dios y el pecado y en- gaño nazca del demonio, por la condición y ingenio de Dios hemos de sacar, cuando hay duda, si aquello viene de Dios. Y por las mañas y astucias de que usa el demonio hemos de colegir si es cosa del demonio, y así se ponen estas reglas para conocer esto.

La primera, cuando aquella persona a quien se hacen estas revela- ciones! siente en ellas y después dellas menosprecio de y conocimiento de sus faltas, y que se rconoce por más flaca y miserable que a los otros, es manifiesta señal que aquella revelación es verdadera y de Dios. Esta señal se halló en todos cuantos siervos de Dios ha habido en el ¡mun- do y faltó en todos los burladores que el demonio les engañaba. De las verdaderas visiones y revelaciones seguíanse bienes para los prójimos y edificación dellos; de las que eran obra del demonio han venido hin- chazón y admiración en los que las sabían, y no otra cosa; y como un fuego por donde pasa calienta y abrasa, y un hielo enfría y quita el

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calor, así también cuando Dios viene a un alma por visión o revelación, deja alguna impresión de lo que él causa y desea en las almas, y esto es humildad y amor, y el demonio pega soberbia y inquietud. Esto claramente vemos en Nuestra Señora, y en Santa Isabel, cuando tuvie- ron aquellas revelaciones, y a Nuestra Señora le apareció el ángel. Dice la Escritura, que Nuestra Señora quedó turbada con la salutación del ángel, reconociendo que aquella gran embajada y salutación, a su parecer, excedía su dignidad y merecimientos; y Santa Isabel, luego cuando vio a nuestra Señora y fué llena de espíritu de revelación, dijo que no era ella digna para que la Madre de su Señor viniese a ella; y todo lo contrario se ha visto en las personas que engañadas del demonio han tenido estas ilusiones.

Segunda regla. Para conocer si algunas visiones y revelaciones son de Dios o del demonio, es ver si, recebidas estas cosas, mueven a aquel a quien son hechas a recogimiento y despeganiiento de cosas y nego- cios. Porque si se sigue después desto huir el mundo y que no le traten ni le precien, sino estarse muy olvidado y descuidado del mundo, es cosa muy clara que es de Dios y no engaño lo que se recibió. Pero cuando estas visiones y revelaciones tienen libertad y querer andar a ser visto y admirado del mundo y que vean cuántas mercedes le hace Dios, o que al tiempo que le viene alguna operación maravi- llosa al parecer de los hombres, admiten a unos y a otros no, o quieren que sea en lugar donde todos le vean y en tiempo que muchos concurran a ello, no se dude sino que es engaño. Pongamos en común algunos ejemplos, sin nombrar a nadie. Tuvieron algunos visiones y apariciones; luego en recibiéndolas mudaron manera de vivir, y se fueron a los yermos, y otros se metieron monjes o frailes, dejando el mundo. Aqueilo fué cierta señal que Dios entendió en aquella obra. Hubo otras personas que tuvieron visiones, y luego vinieron a dejar el mal estado que tenían; colígese que era de Dios aquella obra. Otras personas, al revés, tuvieron visiones y hablas que parecían ser de Dios; después de recibidas, vinieron a dejar la soledad que tenían, a frecuentar las plazas y muchedumbre de hombres, y a querer ser vistas en las cortes de los reyes, es cosa muy clara que no es de Dios. Hemos visto también, que después de algunas revelaciones y visiones, han querido que les viniesen algunas maravillas donde las viesen y admirasen, como que al tiempo de la misa estuviesen allí al- gunos caballeros y principales, para que viesen cómo se elevaba de tierra y estaba en éxtasi arrebatada, y que los demás que eran pobres o gente común no viese aquello. La razón para esto es que la soberbia quiere que todos le precien a quien está con ella, todos hablen del, se admiren de las grandezas y singularidades que él tiene y no los otros, y precia el mundo a que tiene esto; y el amor y espíritu de Dios y la humildad huye todo esto y no quiere sino que todos le menosprecien. Esta señal, y manera eficaz para conocer cuál es la ver- dadera revelación, y visión, y verdadero espíritu de Dios, tiene grandes razones, y documentos de los Santos, y fundamento en la Escritura, pero por brevedad se deja de traer más. Baste aquello del Profeta Isaías que dice: Mi secreto para mí. Como si dijera; El regalo y favor que Dios a me hace para mí, no ha de ser publicado, ni

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querer ser manifestado. Es verdad que algunos santos que llegaron a gran privanza con Dios fueron mandados por el espíritu de Dios que hicie- sen cosas en virtud de Nuestro Señor, por donde vinieron a ser cono- cidos por grandes siervos de Dios; pero ya en este caso ellos por su voluntad no querían ser declarados por siervos de Dios, sino forzados a obedecer, venían a hacer aquella manifestación; mas cuando esto acontecía, ellos no se publicaban por ganar crédito y autoridad con el mundo, sino por buscar la gloria de Dios, obedeciéndole en aquello contra su descanso.

La tercera manera para conocer verdaderamente si estas revela- ciones y visiones son de Dios o engañosas, es si aquella persona a quien se hacen es muy dada a oración', o si es poco ejercitada en ella, y ver también si en sus palabras, y tratas y conversación muestra amor de Dios, no aparente, sino verdadero» y que por tal se conozca. En lo primero, que es la oración, hallamos claramente ejemplos en la Escri- tura, como cuando Rebeca no tenía hijos, fué a consultar al Señor, y hízosele revelación que había de parir dos hijos, y concebirlos junta- mente, y la calidad dellos; aquel consultar al Señor fué por oración, y así se entendió ser verdadera profecía y revelación. A Samuel, estando en la casa de Dios en Silo, le fueron hechas aquellas hablas tantas veces; a Ana Profetisa, que vio a nuestro Señor niño, cuando le pre- sentaba i!j líeina de los Angeles en el Templo, dice primero San Lucas, de cuan gran oración era, y que nunca faltaba del Templo. Y para probar esto basta decir, que nunca jamás persona dada mucho a ora- ción y perseverando en ella, fué engañada del demonio, sino muy cora- batida del para dejar la oración. Es verdad que algunas personas ha habido engañadas, y que vinieron a grandes males en la fe, y come- tieron otros vicios, y que parecían muy dadas a oración, pero sin falta ninguna; no era así, sino que eran muy dadas a mucha parla, y aficio- nadísimas a personas que no les aprovechaban a medrar en la virtud. Porque es cosa muy averiguada que la oración, hecha como se ha de hacer, allega y aficiona mucho a Dios y desapega desfotras amis- tades que no traen provecho espiritual y no se ordenan a esto. El demonio también es excluido grandemente por el amor de Dios; no hay cosa que más aííorrezca; y por eso, cuando hay alguna visión o revelación para enamorar a Dios, es imposible que el demonio tenga parte ni operación en aquello; y como este amor de Dios se alcanza con mucha oración, lo que más principalmente procura el demonio es quitar la oración; porque, cesando ella, el favor y ayuda de Dios nos deja y quedamos llenos de flaquezas.

La cuarta razón es cuando una persona, a quien estas revelaciones y visiones se hacen, tiene gran cuidado de informarse de otros que tienen ciencia y buen parecer en aquello o en otras cosas semejantes; principalmente dando parte dellas a sus confesores, y declarándose- lo todo y no ocultando nada dello, es cosa cierta que no hay engaño ninguno, haciendo lo que ellos quieren y le aconsejaren.

Esta es una verdad muy manifiesta, así por experiencia como por razón. Leemos en las vidas de los Padres y de los Santos, que algunos, a los principios que trataban delicadamente con Dios, el demonio les hacía mil engaños con visiones y invenciones, y parecían cosa de

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Dios; pero los que usaban de este remedio de ir luego a dar parte de lo que pasaba a sus mayores, Dios les alumbraba por sus siervos y les guiaba para que conociesen el engaño si lo era; y los que por su juicio y parecer eran guiados, venían a ser muy engañados. Esta también es gran razón para ser esto cierto, porque Nuestro Señor no deja a nadie sin remedio; y quien con buena intención y deseo de no ser engañado usa de los remedios que Dios tiene puestos, es la fidelidad de Dios y su bondad tan grande que no le dejará ser engañado; y aunque se puedan hallar algunas ignorancias en los siervos de Dios entretanto que están en esta vida, pero cuando el demonio viene a engañar con visiones e ilusiones; para que no peque aquel a quien son hechas, es menester que entienda son del enemigo; y así cuando hace lo que en es para ser desengañado, Dios le favorecerá para que lo entienda. Hay también en esto, que cuando una persona no se cree a sí, sino que lo consulta con quien lo en- tiende, queriendo tomar su parecer, ejercita un acto grande de hu- mildad, por donde merece que Nuestro Señor le socorra y no la deje engañar. Si lavar los pies, y servir a otro, y preferirle a nosotros, es gran humildad, mucha mayor es, rendir a otro nuestro entendimien- to, que es la mejor potencia que Dios nos imprimió en el alma. Desta verdad se sigue, que cuando alguna persona tiene alguna vi- sión o revelación, que puede ser de Dios o del demonio, no querer esta persona dar parte a otro que entiende en aquel negocio, sino que por mismo aprueba aquello, por la poca humildad que tiene y la poca" diligencia que aplica para alcanzar la verdad, es de creer que es engaño del demonio; porque Dios humildad pega cuando viene a nuestras almas, y reconocimiento grande de nuestra flaqueza y miseria. Este descubrir a otro nuestra tentación y trabajo para seguir su pa- recer, es gran remedio para vencerle.

El quinto medio para alcanzar la verdad en estos casos, es el parecer de aquellos que más entienden en aquel caso y también de nuestros propios confesores, a quienes nos descubrimos, para ser guia- dos en la verdad. Quiero decir: viene una persona, y con algunas visiones y revelaciones que se le hacen, viendo cuan miserable es, se aflige, temiendo que Dios le quiere desamparar; cuando esta per- sona fuere con humildad y deseo de saber la verdad a su confesor, y aquellos ',ue mejor parecer le pueden dar en el caso, según la opinión que en el pueblo hay de aquel negocio, aunque otros digan lo contrario, no tema, ni deje de creer el cuerdo, sino que aquello es verdad, y que no hay falta en ello. Hay en todas las cosas humanas diversos pareceres, por haber diversos entendimientos, diversos deseos, y por no tener igual relación y conocimiento del negocio que se trata, y como la verdad sea una, y ellos sean contrarios, no puede estar en poder de todos, sino de los unos; estos son los confesores, con aque- llos que tienen mejor parecer, y que por persuasión del propio con- fesor son consultados; y así como en otra cualquier cosa, después de tener el acuerdo de nuestros confesores, y de aquellos que lo saben mejor, es imprudencia tratar más dello, en especial con los que menos saben; así también en lo que tratamos, cuando estuviere muy asentado por los confesores de aquella persona, y de otros que en-

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tienden más en este punto, esta tal persona no tiene por qué in- quietarse más en querer certificarse más de otros, porque hay muchas faltas en seguir esa determinación, y ningún provecho se sacará della. Donde se han de avisar dos cosas: la una es que en esto que tratamos, y cerca de cosas de ánima, que no son contratos, sino tentaciones espirituales, no se tiene buen parecer con sola teología escolástica, sino requiérese alguna noticia de cosas espirituales y de perfeción, que no se disputan en escuelas, sino que tienen particular dificultad en sí, y para entenderlas es menester haber tratado o leído cosas de vida espiritual; y sin haber pasado por ellas no se entienden, por muchos argumentos que se estudien. Esta otra ciencia es afectiva y va por sus principios, que no se pueden tanto declarar, sin los experimentar; y así muy poco importa que teólogos que no saben por experiencia cosas de oración, hablen o reprueben esto que trata- mos. Lo segundo es, que cuando aconteciese que todos los confesores del que tiene o ve estas revelaciones y visiones, y todos los que han sido consultados sobre ello viniesen a aprobarlo por verdadero, y que no había engaño en ello, no había ya dudar ni tratar otra cosa, en especial si fuesen consultadas sobre este negocio personas de cien- cia y de gran vida y santidad, como se dirá haber acontecido en lo que tratamos.

El sexto camino para atinar bien en esto que buscamos, es si aquella persona de quien tratamos ha tenido grandes contrariedades y persecuciones en sus cosas, y sin haber hecho cosa alguna entre los hombres por donde le hubiese de venir tanto mal; y también si en la persecución que ha tenido en tiempos que le venían estas revelacio- ciones ha sido afligida por los buenos, que con buen celo y deseo de acertar la reñían y perseguían. Esta regla es muy verdadera, porque cuando una alma trae cuidado de servir a su Dios y de su salvación, cuando !e viene la tribulación y trabajo, si se toma con paciencia, dice la Escritura, que Dios vive y está aposentado en aquel corazón. Pues estando Su Majestad dentro de nuestn alma, no es de creer que el demonio esté apoderado de nosotros ni tenga por entonces poder para destruirnos; antes es argumento que aquello que padece la tal alma es consolación enviada de Dios en premio del trabajo que había en- viado a aquella persona; porque no acostumbra Nuestro Señor a en- viar en pago de la paciencia que hemos tenido, algún engaño del de- monio. Tenemos ejemplo claro en Job. Permitió Dios al demonio que atribulase a Job y le hiriese en hacienda, hijos y en su propio cuerpo. Llevólo con mucho sufrimiento; viniéronle después unas visiones y revelaciones, que fueron muy verdaderas del mismo Dios, en las cua- les mientras no tuvo entrada el enemigo, y como el trabajo y perse- cución es camino por donde Dios limpia el alma, y la purifica y la enseña su dotrina para que no sea engañada, cuanto mayor fuere la tentación y trabajo, más parte le cabe del favor de Dios para no ser engañada. Y la cumbre de la persecución en los que tratan de sal- varse, es ver que los siervos de Dios y los buenos les contradicen, y les humillan y los persiguen. Porque les viene entonces una gran desconfianza de Dios; temen, que pues los siervos de Dios la fatigan g la condenan, que Dios, que gobierna aquellos buenos y por quien

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los buenos deshacen aquella persona, tiene ya desamparado al pobre afligido. Principalmente cuando los confesores, los predicadores, los que son tenidos por más santos, contradicen y persiguen al que de veras trata de salvarse; porque cuando los que no son tales hacen daño, es muy gran consolación ver que los ministros del demonio nos hacen mal, que es como si el demonio por sí, de envidia de nuestra virtud, nos viniese a molestar para tentarnos, no para con- denarnos.

Otra manera hay de conocer esta diferencia de revelaciones que, aunque en parte la puedan conocer todos, pero enteramente solos los confesores y los que tratan la conciencia de aquel alma; y es la puridad de su conciencia y la entereza en la virtud. Para declarar esto, base de advertir que el hombre puede engañar a otro haciéndole entender que es bueno, así en la confesión, como fuera de ella; pero a todos los que la tratan y confiesan no puede ser ordinariamente que sea mala, y que algunos con quienes ella trata no descubran algo de sus flaquezas; porque no se puede tanto disimular y encubrir la maldad de la voluntad, sin que en algo no se entienda de los más avisados, especialmente cuando trata su alma con muchos y hombres doctos y avisados, y cuando dentro de su misma casa hay personas desaficionadas al vicio y desean y procuran mucho entenderle para remediarle y pu- blicarle. Este camino de oler si hay engaño en revelaciones, es muy seguro y eficaz; porque los regalos que Dios recibe en los hombres son de los que guardan sus almas muy limpias y apuradas del pecado. Estos son los que con gran ánimo triunfan del demonio y con gran confusión suya le acocean, y así no osan tanto acometerles. Es tan so- berbio el enemigo, que por no verse tan corrido y vencido, no osa acometer tantas veces a hombres tan aprovechados, que tienen limpia conciencia, y por la envidia que tienen a la corona que se gana re- sistiéndoles, no quiere tan fácilmente acometer a estos que son gran- des y de mucha virtud. También es aquí de notar, que los santos que fueron regalados de Dios, aun en esta vida, con visiones y reve- laciones, por tener tanta puridad de conciencia les hizo Dios aquel favor; y así donde hubiere mucho de tan gran bien, es de creer que Dios quiere muy familiarmente tratar con aquella alma. Y como Su Majestad dice por San Mateo, que los limpios de corazón sou los que han de ver a Dios en la bienaventuranza, también se colige de aquello que los más limpios de corazón ven más de los secretos y maravillas de Dios, aun en esta vida, como por razones muy bastan- tes se prueba.

La otava vía para conocer si es espíritu de Dios o del demonio el que anda en estas visiones y revelaciones, es ver lo que sacan y medran aquellos que conversan familiarmente aquella persona y los que la hablan. Porque, como los santos enseñan, esta diferencia hay entre la gracia con que estamos en amistad de Dios y entre las gracias que se llaman dadas de gracia: que aquella gracia por donde somos amigos de Dios, dase para bien de nuestras almas, justificándolas y haciéndolas divinas; pero las otras comunícalas Dios para aprovechar a los próji- mos y traerlos a amor de Dios. Donde se sigue, que como las reve- laciones y espíritu de profecía se cuenten entre aquellas gracias dadas

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para bien de nuestros prójimos, cuando vienen buenos efetos en edifi- car a los que tratamos y encaminarlos a Dios, y esto no es particular con uno, sino con todos en lo que hubiese duda si era verdadero don aquél o no, quítase muy claramente con esto. Esto tenemos muy expre- sado en San Mateo, donde Su Majestad amonestaba tuviésemos gran recato en guardarnos de los falsos profetas; y para que no errásemos sobre este aviso, pone que se tenga atención a los efetos de los Pro- fetas, que así sabremos muy bien diferenciarlos; si lo que proviene de las revelaciones o profecías fuere libertad, soberbia o buen tratamiento y regalo, no es de Dios, sino el demonio se enviste en ángel de luz para engañarnos; y cuando hubiese muchos buenos efetos, si ul- tiniadaraente se conoce alguno, el enemigo es aquel que más delicada- mente nos quiere engañar. Pero si todo lo que de aquello resulta es bien i) aprovechamiento de todos con cuantos trata, ciertamente es de Dios; pues sola una señal que dejó Su Majestad para esto se ve tan notoriamente cumplida en aquella persona. Visto hemos, y siempre ha habido algunos, quo parecían ser privados de Dios, y haber recibido particulares dones de Dios para muy buenos efetos, y advirtiendo bien en ello, no se hallaba sino un admirarse y un contento curioso de haber visto cosj semejante en los Apóstoles y siervos de Dios era ver a estas personas quedar con gran aprovechamiento, con buenos deseos, con gran determinación de rendirse a Dios.

La nona manera de aclarar con seguridad y certidumbre esta duda, es ver lo que se le liabla y revela a esta persona, a quien le son hechas estas visiones y revelaciones; en lo cual puede haber dos cosas. La una es, que aunque aquella persona diga a otras algo de lo qu3 ve o oye, pero encubre algo, y no lo quiere manifestar o no lo quiere decir a personas doctas, sino huye dellas y trátalas con igno- rantes; hallamos en esto, cuando aquel a quien se hacen las revelacio- nes no sabe letras; porque si fuese letrado, otro negocio sería. La segunda es cuando en aquellas revelaciones hay cosas impertinentes, curiosas o no de tanta edificación; porque en estos dos casos no hay que disputar ni dudar, que notoriamente son razón bastante para tener por malas aquellas revelaciones y espíritu; pero, al contrario, cuando muu llanamente se cuentan y refieren a todos los que pueden bien ju/gar y entender aquello, y sin dejar ni encubrir nada, y todo ello es muy asentado, muy seguro, muy sin sospecha de mal, y que es en particular lo que la Escritura en general enseña a todos, no hay que temer, sino recebirlo como si manifiestamente nos viniese del Cielo aquel recaudo. Es un ejemplo notorio sacado de la doctrina de Cristo Nuestro Señor: cuando alguno se recata en su dotrina de personas doctas y cristianas, dice el Evangelio que por el mismo caso se desprecie aquella dotrina, aunque parezca muy buena. También si no viene con las verdades reve- ladas de Dios, por el mismo caso se ha de huir dello.

Otra manera hay para sacar bien esta verdad, y es si aquellos que con mucha atención han querido tratar a la persona que tiene estas revelaciones y ninguna cosa han hallado en su trato y conversa- ción oue no sea de muy entera virtud', y llegando con duda, se les ha quitado con el tratar y oir a la tal persona, y ningún rastro de vani- dad ban hallado en su conversación y palabras, es razón clara que

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aquello es verdad cuando todos lo experimentamos; que a un predica- dor, si es vano, en un sólo sermón se le echa de ver; y si alguno es avisado y docto, en una vez que oiga a otro le cala las entra- ñas y le ve de qué peca. Cuando a una persona, especialmente si es llana y trata sin doblez a todas cuantas personas la hablan y con- versan, la hallan tan entera en la virtud y sin ningún género de duda ni sospecha de que haya engaño, no hay que temer, sino reconocer que es de Dios lo que ve y oye en aquellas revelaciones. Oidose han algunas personas que muchos las tenían por santas y buenas y creían en sus apariciones y revelaciones; pero otros, que eran prudentes, mirá- ronlo mejor y vieron razones para condenar aquello, y así fué conde- nado después; pero cuando todos, y más los que más saben, aprecian alguna persona, no hay duda sino que es Dios.

La última razón y vía para asegurar esto, es entender qué hace el demonio con aquella persona. Si le hace aplauso u muestra algún con- tento 'con ella, muy mala señal es; pero si la persigue y le hace males y se le muestra horrible para espantarla y maltratarla, es cosa ciertd que él no tiene ni posee aque' alma; porque a solos los siervos de Dios quiere espantar y con amenazas engañar el demonio. Y en esta diferen- cia ha aparecido hasta ahora a los santos y a los malos el demonio: a los buenos horrible; a sus amigos, ya engañados, apacible. Y si cada una destas razones y reglas es bastante para sin atrevimiento decir y determinar que alguna persona tiene verdaderas revelaciones y apari- ciones, ¿cuánto más será esto cierto si todas ellas se hallan en esta persona de quien hablamos?

En el aplicar todas estas reglas a esta sierva de Dios se podía hacer muy gran tratado, porque había en cada una dellas muchas cosas que decir; pero con brevedad contaré algo de lo mucho que hay. En lo primero, de la humildad y menosprecio de si, todas sus hablas, sus cartas, sus cosas, van llenas de humildad, deseando gran- demente que sus faltas y miserias pasadas todo el mundo las viese y las hablase, molestándose también muy mucho de que la tengan por buena; y a los principios, cuando le comenzaron a crecer las mer- cedes de Dios, moríase en que nadie entendiese cosa dellas, porque no sospechasen que era buena. Nunca se ha creído a misma, con tener muy buen entendimiento; siempre se ha querido gobernar por el parecer ajeno, ñmicísima de entender en los oficios más bajos y humildes; y certifícanme sus compañeras, que cuando ella es cocinera, la semana que le cabe, que ninguna necesidad padecen en casa, y que se nota mucho cuan bien las provee Nuestro Señor la semana que ella les ha de guisar de comer (1). Y tan gran pobreza como ella quiere, no habiendo de ser vista de nadie, que no pueden salir, ni

1 En los comienzos de la fundación de S. José, la -Santa no admitió freilns o legas, U por lo mismo hacían la cocina por semanas las religiosas de coro. Fra fama entre las primitivas Descalzas de Avila que la Santa cocinaba con un gusto muy exquisito las po- bres viandas de que disponía, y a pesar de la escasez extremada en que vivieron los pri- meros años, la semana que estaba ella de cocina nunca faltó nada de lo necesario. Aun se conserva en el convento la cocina donde se quedó arrobada con la sartén en la mano, con peligro de verter el único aceite que había en casa, lo que ocasionó no poca fatiga a Isa- bel de Santo Domingo, que a tal sazón entró allí.

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nadie las habla, sino personas que tratan de espíritu, argumento claro es de su gran humildadl y más con haber ya aprovechado grandemente y haber mucho que Dios la habla. Y aunque a los principios cuando Dios se quiere asi comunicar no se conozca bien claramente si es Su Majestad el que habla o si es engaño, pero ¡ja andando más en las revelaciones, distintisimamente y con gran certidumbre se co- noce que es Dios, aunque no vean la esencia de Dios, como Jeremías decia: «En verdad Dios me envía a vosotros, y yo que 51 me ha hablado lo que os tengo de proponer, y soy enviado del»; con todo esto, ninguna cosa se le revela ni le habla que no parte della a su confesor o algún letrado, a quien ella escoge para con más seguridad tratar su conciencia y estas cosas. Quiero contar algunos casos de gran humildad que ha pasado esta persona.

Antes que entendiesen bien sus confesores el espíritu de Dios en D.3 Teresa, por algunas razones que tuvieron, determinaron de ha- blarla, diciéndola que como cosa muy pensada y alcanzada tenían to- dos ellos (que eran muchos los que trataban esto), como la vían tan afligida, que era engaño del demonio, y que el remedio era que, pues ella no podía resistir, que cuando viniese el que la hablaba que le diasG muchas higas y se santiguase, no ostante que ella sentía gran aprovechamiento interior con aquellas hablas y apariciones que le eran hechas (1). Ella determinó de obedecer; aunque ella entendía era cosa de Dios, no quiso creerse; pero sintió mucho que la obediencia la pusiese en necesidad de tratar así a su Maestro y Esposo, y comenzó a llorar, y así rogaba a Su Majestad no la dejase engañar del de- monio, y suplicó a San Pedro y San Pablo, porque era su fiesta entonces, que la favoreciesen en que no fuese engañada. Víalos des- pués cabe si muchas veces al lado izqiiierdoi, ;j que la aseguraban no la dejarían engañar. Y como vino otra visión de Cristo y ella comenzó a hacer lo que le mandaban sus confesores, pero suplicábale a Cristo la perdonase, pues ella hacía aquello por obedecer a sus ministros; respondíale Nuestro Señor que no se le diese nada y que hiciese lo que le mandaban, pero que El haría que se entendiese la verdad. Y como ellos andaban errados entonces, también tomaban remedios errados, y al- gunas veces le mandaban no hiciese oración, porque estando en ella le venían estas cosas, y entonces se mostraba muy enojado, y decía que les dijese cómo aquello era tiranía, y comenzaba El a darle ra- zones para que aquello no era engaño. Escribíle yo cómo por ventura iría a verla una señora muy principal que estaba muy persuadida de la verdad en este caso; estuvo con gran pena por ver su poquedad y que le sería gran tormento ser vista de grandes señores, especialmente con esa razón, que pensasen que era buena. Respondióle Nuestro Señor que no estuviese penada de aquello, que convenía conociesen las mer- cedes que de Su Majestad recebía, y que a los que la hablasen de esos señores y grandes en el mundo que les hablase con libertad y lla- neza, que ella no los había menester a ellos y ellos a ella sí. Yo le importuné en un tiempo tratase con Su Majestad si le serviría

1 Véanse el capitulo XXIX u sÍQUÍentes del Libio de la Vida.

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yo más en cierta parte, y como yo deseaba (que no es para decirlo yo, ni para traer cosa mía en tratado de mujer tan santa), y respon- dióme que en ninguna manera le hablase de aquello, porque con pa- sar lo que yo sabía de las grandes mercedes que Dios le hacía, si pensase preguntarle algo, ni de lo que a me toca, creería que se había de abrir la tierra y que se había de condenar por aquel atre- vimiento. En fin, su humildad es cosa increíble, como darán testi- monio los que más la tratan.

También en la segunda regla se ha visto esta verdad, porque des- pués que Su Majestad le hizo tanta merced de tratarla tan familiar- mente, no ha tratado sino de recogerse lo más que una monja puede en esta vida, como se ve en su casita; que ha sido una cosa de gran admiración ver cómo emprendió este negocio de hacer aquella casa de San José, y cómo ha salido con él. Como testigo de vista, digo que notoriamente se ha conocido favorecer Dios a esta señora en este caso, y que todo cuanto podemos decir en cerf: car su santidad, es verdad. Hízola con expresa revelación del Señor, que tuvo muchas veces, y la gran santidad que en aquella casa hay, da buen testimonio desto, y tengo por cosa muy averiguada que ha de ser de gran nom- bre en santidad. Estando un día después de haber rezado el himno de Veni, Creator Spiritus, y habiendo estado casi dos horas en oración, vínole un arrobamiento muy súbitamente, y con tanto ímpetu, que casi la sacó de sí, y entendió estas palabras: 'Ya no quiero tengas con- versación con hombres, sino con ángeles» (1); y fué el primer arroba- miento que tuvo; y así quedó espantada, aunque consolada en gran manera, y vino de tal suerte, que no pudo dudar sino que era de Dios, cierto. Desde entonces certifica esta sierva de Dios, que nunca ha podido tener amistad particular con ninguna persona, aunque fue- sen deudos, sino con aquellas que ella entiende tratan de servir a Dios de veras.

En la tercera señal darán testimonio grande las compañeras que viven en la misma casa, que nunca jamás entiende sino en oración o cosas della. Yo le pregunté un día que me dijese cómo gastaba el tiempo, y pensaba yo que tenía algunas horas de oración, y que lo demás gastaba en otros ejercicios. Respondióme, cómo yo trataba lo dificultoso, y que le daba pena de su conciencia, que no se podía ima- ginar persona enamorada tanto de otra, y que no se pudiese un punto hallar sin lo que amaba, como ella era con Nuestro Señor, consolándo- se con El, y hablando siempre del y con El. En la cuarta regla, es verdad que ha tenido grandísimo cuidado de informarse de todos cuantos buenos letrados estaban y pasaban por Hvila, sin dejar uno, especialmente de aquellos que tenían eminencia en Teología, o trata- ban cosas de oración, juntamente con ser letrados; y ella aconseja este camino a personas que les fuere hecha la misma revelación; no obstante que haya otros efetos muy buenos, por donde aun la misma persona entienda aquello ser bueno y de Dios. Entre otros de quien se informó, fué un santo fraile francisco, que yo conocí, llamado

l Libro ía Vida, t. XXIV, p. 188.

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Fray Pedro de ñlcántara, de gran oración y penitencia y celo a su profesión. Este Santo, sin tener mucho a qué venir a ñvila, Su Ma- jestad le trajo para consolar a esta su sierva, cuando más contradi- ción le hacían en estas cosas, y la aseguró que era de Dios, y que ao había ningún engaño; y en la manera como vía a Dios y de las revelaciones y habías que divinamente se le hacían, le dio en- tera luz y seguridad. Y como este varón le dio tanto crédito, y mostró gran particularidad de amistad, todos se rindieron dentonces y ha tenido gran quietud. De manera, que todos cuantos han sido consultados en este caso, dan firme testimonio que sin falta ninguna este espíritu es de Dios, sin haber en ello ningún engaño; y con ser muchos los que ahincadamente la contradecían y atemorizaban a los principios, y porfiaban mucho en ello, todos ahora la tienen por gran sierva de Dios, y la honran en todo lo que pueden. Tuvo en aquellos tiempos grandes trabajos, en especial dentro de su casa, que era gran- de, donde había muchos pareceres contra ella, y entonces sentíalos mu- cho, por no estar tan aprovechada; pero ya Su Majestad ha hecho tan gran serenidad así en su alma para estar muy cierta, que no hay que temer en esto; y en todos cuantos tienen relación del caso, que parece, como lo es, gran obra del Señor, y el mayor argumento para la verdad de los que podemos hacer.

Mas es de notar que la pureza de la conciencia desta religiosa es tan grande, que nos admira a los que la confesamos y comunica- mos, y a sus compañeras; porque se puede decir que todo es Dios lo que ella piensa y trata, todo va enderezado a la honra de Dios y al aprovechamiento espiritual; y no hará pecado venial, por pe- queño que sea, si ella entiende ser malo, por ninguna vía. De suerte que todo su entender es cómo se mejorará cada día y alcanzará mayor perfección. Y así ha hecho aquella casita de San Josef, poniéndola en toda la perfección que acá en la tierra se puede poner en mujeres ni en varones, como darán relación los que entienden la manera de vida que en aquella casa hay.

Pues si queremos hablar algo del gran fruto espiritual que sacan los que tratan esta sierva de Dios, será nunca acabar, porque es gran maravilla de Dios lo que pasa. No quiero decir nada de porque no lo hay por mis deméritos, aunque tengo tanta experiencia en mismo, que después que la trato, me ha favorecido Nuestro Señor en muy muchas cosas que claramente vía yo ser particular ayuda de Dios, que acá, dentro de mí, no puedo más de tenerla por Santa que puedo decir interiormente que no la conozco. Hame dicho muchas cosas que sólo Dios las podía saber, por ser cosas futuras y que toca- ban al corazón y aprovechamiento, y que parecían imposibles, y en todas he hallado grandísima verdad. Pero a una persona que no se acababa de determinar en tratar con gran delicadeza con Dios, pensando yo que había comenzado ya, porque así lo habíamos con- certado él y yo, y como en cosa hecha no quería yo volver por donde esta persona estaba, hablóme esta Santa y díjome que su Maestro, que es Cristo, decía que volviese yo por donde estaba; y que Je llevase un recaudo bien breve, pero era todo de Dios y de su parte, y aun hasta entonces se quería excusar doña Teresa con Dios, y díjole al

150 APÉNDICES

Señor: «¿Por qué me fatigáis en esto? ¿Vos no se lo podéis decir a ellos? ¿Para qué ordenáis que yo entienda en csto?> Respondióle Nuestro Señor: «Hágolo porque tú, como no puedes entender en más, ayudes para que otros me sirvan,, y porque él no está dispuesto para que yo le hable así a él, y si lo quisiese hacer, como no trata tanto de oración, no me creería». Razones tan divinas muestran el espíritu que aquella sierva suya tiene. Vengo y propóngole mi recaudo; comienza a llorar, que le penetró las entrañas, y es un hombrazo que puede gobernar el mundo, y que no es nada mujeril y afeminado para llorar, sino muy hombrazo (1). Una señora hay en Avila, viuda, que su manera y condición no era para tratar mucho de santidad, muy desacreditada en el pueblo en perseverancia y en gastos. Quiso Dios hacerla gran sierva swja, y con muy poca ocasión vinieron a cono- cerse, y quiso tener algún tiempo a doña Teresa en su casa. Hase vuelto una santa, que deja su estado y mayorazgo muy bueno, y se mete en San Josef, y la gran mejora que ella siente en su alma por la compañía desta sierva de Dios, lo puedo yo declarar con papel (2). Hay en este punto muy muchas cosas donde Su Majestad, por oraciones desta sierva suya, hizo grandes ei'etos.

Pues si vamos por el nono camino para descubrir esta verdad, hay razones que convencen todo lo que a esta Santa se le ha reve- lado, es para grandes efetos espirituales, para gran consolación de afligidos, todo para gran aprovechamiento en el amor de Dios. Sería prolijísimo querer contarlo todo, ni buena parte de lo que se le ha revelado, y, como ya conté, todo contra su voluntad, porque se vía en grandes trabajos con ello, y pasó sobre esto largas razones con Nuestro Señor. Especialmente una vez dijo a Su Majestad hablándo- le: «Señor, ¿no hay otras personas, especialmente letrados y varones, que si Vos les hablásedes harían esto que Vos me mandáis mucho mejor que yo, que soy tan mala?» Respondió Su Majestad, como quien tenía dolor en su corazón: «Porque los letrados y varones no se quieren disponer para tratar conmigo, vengo yo, como necesitado y desechado de ellos, a buscar mujercitas con quien descanse y trate mis cosas». Palabras son del Señor. Y cerca destas revelaciones dice ella, que con habérsele hecho muy muchas y grandes revelaciones, siempre ha salido, así como le dijo su Maestro, sin haber en ello faltado un punto; y clara cosa es que, a ser del demonio, se hubiera conocido alguna mentira, pues Su Majestad dio por San Juan esta divisa para conocer al demonio, que es padre de la mentira.

Y antes que digamos de lo que pasa con el demonio, diré cerca de este argumento lo que una vez pasó con Cristo, a quien ella llama su Maestro. Como ella andaba tan fatigada con aquellas hablas y visiones, viendo por una parte que no las podía excusar y que cuando estaba en ellas no podía dejar de conocer que era Dios y no engaño.

1 Sospéchase si se refiere al P. Vicente Barrón. Lo que parece cierto, es que se trata de un Padre de Sto. Domingo.

2 D.a Guiomar de Ulloa, que tanto fruto espiritual reportó con el trato de la Santa. £1 propósito de entrar descalza lo realizó en 1578, pero hubo de salirse por falta de salud. (Cfr. Libro de la Vida, c. XXIV, p. 187).

APÉNDICES 15Í

por otra parte, pasado aquello, venían las riñas de aquellos siervos de Dios diciéndole que era demonio y aun caso de Inquisición; y como también ella se vía tan mala, a su parecer, estaba la más congojada del mundo y con lágrimas suplicaba a Su Majestad no la llevase por aquel camino. Vino Nuestro Señor y hablóla, consolándola y dándo- le razones para que viese no era demonio, por el efeto que ella sentía cuando estaba con Su Majestad; y acababa la plática que Su Majes- tad le hacía que mirase que el demonio no podía dar aquel sosiego interior y consolación espiritual que ella experimentaba con él, ni de- jaba el demonio de sus pláticas aquel amor y aprovechamiento de virtudes que ella sentía tener cuando le hablaba; y El asegurábala con que El haría entender que El era y no el demonio el que la hablaba y enseñaba; y cierto, el demonio no tiene poder ni pretende con sus artes sosegar interiormente nuestras almas ni corazones y darles apro- vechamiento de amor y virtudes, como el que de Dios recibe estos particulares favores experimenta. Pues en la última manera que po- níamos, se declara esto muy ciertamente por las veces que esta sicrva de Dios ha visto al demonio, y cómo le ha aparecido y lo que le ha dicho. Una vez, estando en un oratorio, le apareció en una figura abo- minable, especialmente la boca era espantosísima y de ella le salía una gran llama de fuego, y díjola que bien se había librado de sus manos, mas que él la tornaría a ellas, que no pensase la habían de librar los de la Compañía, que ellos la dejarían. Quedó con gran temor de esta habla y santiguóse; pero volvió otras dos veces, y como trajo agua bendita y echó hacia él, se fué y no volvió más por en- tonces (1). Otra vez estuvo cinco horas muy fatigada interiormente, y en lo exterior en tanto grado que no se podía ya valer, y suplicaba a Su Majestad que si El se servía con aquello, fuese muy adelante; y luego quiso darle a entender Nuestro Señor qué era y vio cabe un negrillo muy abominable, y regañando porque no halló ganancia (2). Otras muchas veces se le ha aparecido para hacerla mal y espantarla, y no lo hiciera tan claramente si él la tuviera por suya y la hubiera engañado.

Resta ya decir algo a lo que se traía para que esto fuese engaño.

Lo primero es que en ninguna persona engañada ha habido, no sólo tantas razones y argumentos para que vcidaderamente Dios le hi- ciese estas mercedes; pero ni alguna destas se han hallado entera- mente, como aquí se ha dicho, sino todo al contrario, y siempre hubo personas santas y de letras que sabiendo el negocio y lo que pasaba, lo contradijeron y prevalecieron.

Lo segundo es que los Santos no enseñaron que en ninguna manera recibiésemos algunas revelaciones y tuviésemos a algunos por muy santos, porque eso lucra muy dañoso a la Iglesia y a los cirstianos, i; fuera muy falso contra lo que ellos experimentaban. Lo que dicen es que no lo creamos con facilidad, y donde hay cosas tan grandes no hay liviandad en creerlo.

1 Véase el capítulo XXXI de la Vida, p. 249.

2 Cfr. Vida. c. XXXI, p. 250.

152 APÉNDICES

Lo tercero es que para consolación de sus siervos y para que otros se salven, siempre ha acostumbrado Su Majestad hacer a algunas per- sonas estas maravillas, y pues tantas razones hay para que creamos que esta religiosa es privada de Dios, no hay para qué negarlo, pues ningún fundamento hay. Entendido esto que se ha puesto aquí, no es probable ni verosímil.

Lo cuarto es que a los principios a solos sus confesores y a aque- llos que la podían dar luz se descubrió con grandes sacramentos y obligación que no se dijese a nadie. Después, contra toda su voluntad, se ha publicado, y ahora para informarse de lo que cada 'lía pasa con ella Nuestro Señor, y para hacer lo que la mandan sus con- fesores, pasa por ello, en que se hablen estas cosas.

Quiero decir, ultimadamente, cómo visitando a un deudo suyo, que estaba muy enfermo y sin remedio de la orina (1), llegó esta sierva de Dios, y de piedad que tuvo al enfermo comenzó muy importunamen- te a pedir a Nuestro Señor su salud. Luego estuvo bueno y nunca más ha estado enfermo dello.

Otra vez, importunando mucho a Nuestro Señor por una persona a quien tenía obligación, que había perdido la vista repentinamente, temiendo no había de ser oída, apareciéndole Nuestro Señor, mos- trándole la Haga del costado, y díjole, entre otras cosas, que ninguna cosa le pediría que Su Majestad no la hiciese; y luego volvió a ver como antes, de suerte que aun en los cuerpos ha hecho ya milagros esta Santa. Gloria a Su Majestad.

1 Cfr. Vida, c. XXXIX, p. 346.

APÉNDICES

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XIV

BRBVE PASA FUNDAR EL CONVENTO DE SAN JOSÉ DE AVILA.

(7 de Febrero de 1562) (1).

RaNLTRJS MlSARATlONK DlVlNA TITüLI

S. Angelí Presbiter Cardinalis. Dilectls in Christo Domnae Aldon- cae de Guzman, et Domnae Guio- mar de Ulloa, mulieribus illustri- bus, viduis, incoUs Abulensis Ci- vitatis, Salutem in Domino. Ex parte vestra Nobis oblata pe- titio continebat, quod vos zelo de- votionis accensae, ad Del laudem, et honorem, desideratis in dicta ci- vitate Abulensi unum Monasterium numero et sub invocatione vobis bene visis, Regulae et Ordinis Be- atae Mariae de Monte Carmelo, ac sub obedientia et correctione Ve- nerabilis in Christo Paíris Dei gra- tla Episcopi Hbulensis pro tenipore existentis, cum ecclesia, campani- li, campanis, claustro, refcctoric, dormitorio, horto, et alus neces- sariis officinis cónstruere et aedi- ficare, nec non in eadem ecclesia

Rainucio, por la divina misericor- dia. Presbítero Cardenal del titulo de S. Angelo, a las amadas en Cristo doña Aldonza de Guzmán y doña Guiomar de Ulloa, mujeres ilustres, viudas, vecinas de la ciudad de Avila, salud en el Señor (2). De vuestra parte Nos ha sido pre- sentada una petición, la cual con- tenía, que vosotras, movidas con celo de devoción y para alabandii y honra de Dios, deseáis hacer y edificar en la dicha ciudad de ñvi- la un monasterio de monjas, del número y con la invocación que bien visto os fuere, de la Regla y Orden de Santa María del Mon- te Carmelo, debajo la obediencia y corrección del venerable en Cris- to Padre, por la gracia de Dios, Obispo de Avila, que por tiempo fuere, con iglesia, campanario, cam- panas, claustro, refectorio, donni-

1 Convenía pata el éxito de la proyectada reforma, que no apareciese la M. Teresa, ver- dadera autora de ella; por eso se pide el Breve en nombre de las dos piadosas viudas amigas de la Santa, D.a Aldonza de Guzmán y su hija D.a Guiomar de Ulloa. Así se lo aconsejaron San Pedro de Alcántara y Fray Pedro Ibáñez. Para la mejor inteligencia de estos documentos pon- tificios, léanse los capítulos XXIV, XXXII y XXXVI, con las notas respectivas, del Libro de In Vida, de la presente edición.

Los tres documentos que aquí publicamos, pueden verse en el Bullaríum Carmelitanum, t. U, péfls. 119, 123 y 135.

2 La versión castellana, así de este como del siguiente documento, es del P. Jerónimo de San José. Cfr. Historia del Carmen Descalzo, pégs. 577 y 620.

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APÉNDICES

unam scu plures Cappellaniam seu Cappcllanias erigerc, ac Monasíe- rium et Capellaniam seu Capella- nias hujusmodi ex propriis vestris bonis compeíenter dotare: id tamen vobis liccre dubitatis, absque Se- dis Apostolicae speciali licentia. Quare supplicare fecistis humiliter, vobis super his per dicíam Sedem de opportuno remedio misericordi- ter provideri.

Nos igitur attendentcs, quod in his quae in divini cultus augmen- tum tcndunt, favorabiles esse de- bemus, atque benigne vestris in hac parte supplicationibus inclinati, au- ctoritate Domlni Papac, cujus Poe- nitentiariae curam gcrimus, et de ejus speciali mandato, super hoc vi- vae vocis oráculo Nobis tacto, vo- bis ut unum Monasterium Moxiia- lium, numero et sub invocatione vobis bene visis, Regulae et Ordi- nis Beatae Mariae de Monte Car- melo, ac sub obedientia, et corre- cíione dicti Domini Episcopi Abu- lensis pro tempore cxistentis, cura ccclesia, campanili, campanis, claustro, refectorio, horto, et alus necessariis officinis, in aliquo loco seu situ, intra aut extra muros dic- tae civitatis ñbulensis vobis bene viso, sine lamen alicujus piaejudiclo, construere et aediñcare: ac in ea- dem ecclcsia unam seu plures Cap- pellaniam seu Cappellanias erigere, ct Monasterium et Cappellaniam scu Cappellanias hujusmodi ex pro- priis vestris bonis competentcr do- tare. Et postquam Monasterium praedíctura constructum et erectum fuerit, illud; illiusque Moniales pro

torio, huerta y otras oficinas nece- sarias. Y asimismo deseáis fundar en la misma iglesia, una o muchas capellanías y dotar este tal monas- terio y capellanías de vuestros pro- pios bienes, empero dudáis seros esto lícito sin especial licencia de la Sede Apostólica; por lo cual fué de vuestra parte humildemente suplicado se os proveyese por la dicha Santa Sede misericordiosa- mente en todo lo sobredicho de re- medio oportuno. Nos, pues, aten- diendo a que en las cosas que se encaminan al aumento del culto divino debemos ser favorables y benignos, inclinados en esta parte a vuestros ruegos, por autori- dad de nuestro Santísimo Padre, cuya Penitenciaría está a nuestro cargo, y de su especial mandato sobre estas cosas a Nos de su misma boca dado, por tenor de las presentes os concedemos, y ha- cemos gracia, que podáis fundar y edificar un monasterio de monjas, del número y con la invocación que os fuere bien visto, de la Re- gla y Orden de Santa María del Monte Carmelo, debajo la obe- diencia y corrección del dicho se- ñor Obispo, que por tiempo fuere, con iglesia, campanario, campanas, refectorio, huerta y otras oficinas necesarias en algún lugar o sitio, dentro o fuera de los muros de la dicha ciudad de Avila, según os pareciere, empero sin perjuicio de nadie; y que asimismo podáis en la misma iglesia fundar una o muchas capellanías, y el tal mo- nasterio y capellanías dotarlas

APÉNDICES

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tcmpore existentes, ómnibus et sin- gulis privilegiis, immunitatibus, cxemptionibus, praerogativis, liber- tatibus, concGssionibus et indultis, quibus alia dicti Ordinis B. Mariae de Monte Carmelo Monasteria, et illorum Móntales de jure, usu, con- suctudine, vel alias in genere utun- tur, potiuntur et gaudent, ac iiti, potiri et gaudere poterunt quomo- dolibet in futurum, uti, potiri et gaudere libere et licite possint, et valeant, tenore praesentium conce- dimus et indulgemus.

Vobisque super fundatione, et do- tatione hujusmodi, ac Priorisae, et Monialibus dicti Monasterii pro tcm- pore cxistentibus super his quae fe- lix régimen et gubernium ejusdem Monasterii concernent, quaecumque statuta et Ordinationes licita et honesta, et juri Canónico non con- traria, condendi, et postquam con- dita et ordinata fuerint, illa in toto vel in parte juxta temporuin qualitatem in melius mutandi, re- formandi, altcrandi et etiam in totum toUendi, eaque abrogandi, ac alia similiter condendi, licentiam et l^bcram facultatem impertiniur. Ac tan; condita, quam mutanda, refor- manda, alteranda et de novo con- denda statuta et ordinationes hu- jusmodi Apostólica auctoritate ex nunc pro tune, et c contra confir- niata fuisse et esse, ac inviolabili- ter observari deberé. Sicque per quoscumque judices el personas, quav'is, etiam Apostólica auctoritate fungentes, sublata eis, eorumque cuilibet quavis aliter judicandi, in- terpretandi et defiíiicndi facúltate

competentemente de vuestros pro- pios bienes. Y después que el di- cho monasterio fuere fundado, así él, como sus monjas que por tiem- po fueren, puedan libre y 'icita- mente gozar, usar y tener iodos y cada uno de aquellos privilegios, inmunidades, exenciones, prerroga- tivas, libertades, concesiones e in- dultos, que por derecho, uso y cos- tumbre, o en otra manera gene- ralmente gozan, usan y tienen, o en adelante podrán de cualquier mo- do gozar, usar y tener otros mo- nasterios de la dicha Orden de Santa María del Monte Carmelo y las monjas de ellos. Iten, a vos- otras, sobre lo tocante a esta fun- dación y dotación, y a la Priora y mondas que por tiempo fueren en lo concerniente al feliz y buen go- bierno del dicho monasterio, da- mos licencia y libre facultad de hacer estatutos y ordenaciones lí- citas y honestas, no contrarias al Derecho Canónico, y después de he- chas y ordenadas, de mudarlas en mejor, establecerlas, alterarlas, y también quitarlas y del todo abro- garlas, en todo o en parte, según la calidad de los tiempos, y hacer asimismo otras de nuevo; y con autoridad apostólica, determinamos las tales constituciones y ordena- ciones, así las hechas como las mudadas, reformadas, alteradas y de nuevo establecidas, haber sido, y ser desde ahora por entonces, o al contrario, confirmadas, y deber- se inviolablemente guardar, y que así debe ser juzgado, interpretado, y definido por cualesquier jueces

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APÉNDICES

et auctoritate, judicari, interpretan, et definiri deberé: irritum que- que, ct Inane, si secus super his a quoquara quavis auctoritate scienter vel ignoranter contigerit attentari, decernimus.

Mandantes et districtius inhiben- tes, in virtute sanctae obedientiae, ct sub suspensione a divinis quoad Episcopos vel alios raajores Prae- latos, quo vero ad alios, excommu- nicationis majoris latac sententiae poena, quam contrafacientes ipso facto incurrere volumus, et a qua non nisi per Nos, aut Sedem ñpo- stolicam, praetcrquam in raortis ar- ticulo, absolvi possint, quibusvis judicibus et personis tam eccle- siasticis quam saecularibus, quavis etiam ñposlolica auctoritate fun- gentibus, ne vos, et pro tempore existentes dicti Monasterii Moniales directe vel indirecte quovis quae- sito colore seu ingenio quomodoli- bet indebite molestare, perturbare vel inquietare audeant sive praesu- mant: ac decernentes irritum, et inane, si secus super his a quo- quam quavis auctoritate, scienter vel ignoranter contigerit attentari.

Quocirca discretis viris, Priori Conventus de Magacela nullius Dioecesls, et Cappellano Majori To- letanae, ac Archidiácono Segovien- sis, Ecclesiarura, et eorum cuilibet, auctoritate et mandato praedictis committimus et mandamus, quate- nus vobis, et dicti Monasterii Mo- nialibus pro tempore cxistentibus, in praemissis efficacis defensionis praesidio assistant, et quilibet eo- rum faciat, vos et Moniales prae-

y personas que tengan cualquiera autoridad, aunque sea apostólica: quitándoles a los tales y a cada uno de ellos, toda facultad y au- toridad de juzgar, interpretar y definir en contrario, y dando por írrito y vano lo que sobre estas cosas, por cualquier que sea, y con cualquiera autoridad que lo ha- ga, de industria o por ignorancia, aconteciere ser intentado. Para lo cual mandamos, y rigurosamente in- hibimos, en virtud de santa obe- diencia y debajo de suspensión a divinis, a los Obispos o a otros mayores Prelados, y a los demás debajo de pena de excomunión la- tae sententiae; la cual queremos incurran ipso facto los que lo con- trario hicieren, y no pueden ser absueltos de ella fuera del artícu- lo de la muerte, sino es por Nos, o por la Sede Apostólica, a cuales- quier jueces y personas, así ecle- siásticas como seculares, de cual- quier autoridad que tengan, aun- que sea apostólica, que ni a vos- otras, ni a las monjas, que por tiempo fueren del dicho monasterio, directa o indirectamente, debajo de cualquier color o traza, en cual- quier manera se atrevan o presu- man indebidamente molestar, per- turbar o inquietar. Y damos por írrito y vano lo que contra esto por cualquier persona, y con cual- quiera autoridad, advertida o ig- norantemente, sucediere intentarse. Por lo cual, en virtud de la auto- ridad y mandato sobredicho, come- temos y mandamos a los discre- tos varones el Prior del Conven-

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dictas confessione, indulto, licen- tia et facúltate hujusmodi, omni- busque «t singulis praemissis pacifi- ce frui, et inviolabiliter gaudere- non permitientes vos, et eas de- super dictas per dicti Ordinis B. Mariae de Aconte Carmelo, alio- rum quorunivis Ordinum Superiores. Praelatos, Priores, Reformatores, Visitatores, et Fratres, aut alios cujuscumque dignitatis, status, gra- dus, ordinis vel condiíionis fue- rint, et quacumque etiam pontjfi- cali praefulgeant dignitate, vel au- ctoritate etIam Apostólica fungan- tur, publice vel occulte, directe vel /ndirecte, quovis quaesito tolore seu ingenio quomodolibet indebite mo- lestari, perturbar! vel inquietari. Contradicíores quoslibet et rcbel- Ics, per censurara Ecclesiasticam, et alia juris opportuna remedia ap- pellatione postposita compescendo: invocato etiam ad hoc, si opus fue- rit, auxilio brachii saecularis.

Non obstantibus fel. rec. Bonifa- cil Papae octavi de una, et Concilii generalis de duabus dietis, dummo- do non ultra tres, aliisque Constitu- tlonibus et Ordinationibus /Iposto- Ucis, ac B. Mariae de Monte Car- melo hujusmodi, et illius Monaste- riorum, etiam juramento, confirma- tlone Apostólica, vel quavis lirmi- tate alia roboratis statutis et con-

tó de Magacela, de ninguna dióce- sis (I), y el capellán mayor de la iglesia de Toledo, y Arcediano de la iglesia de Segovia, y a cual- quiera de ellos, que a vosotras y a las monjas del dicho monasterio, que. por tiempo fueren, en todo lo sobredicho asistan con presidio de eficaz defensión, y cada uno de ellos haga que vosotras y las di- chas monjas, pacífica e inviolable- mente, gocéis de esta concesión, in- dulto, licencia y facultad, y de to- das y cada una de las cosas so- bredichas. No permitiendo que vos- otras, ni las demás monjas seáis pública o ocultamente, directa o in- directamente, debajo de cualquier color o traza, en algún modo in- debidamente, molestadas, perturba- das o inquietadas por los Superio- res, Prelados, Priores, Reform'Jido- res. Visitadores y frailes de la di- cha Orden de Santa María del Monte Carmelo, o por cualesquier otros, así eclesiásticos, como se- culares jueces, y personas de cual- quier dignidad, estado, grado, or- den o condición que fueren, y en cualquier dignidad, aunque sea pon- tifical, que estuvieren constituidos, o cualquiera autoridad que tuvieren, aunque sea apostólica, reprimiendo a cualesquier rebeldes con censuras eclesiásticas, y otros oportunos re-

1 Sobre este personal^ dice el P. Jerónimo de S. Josc en 5U Historin del Carmen Des- calzo, lib. III, r. X: cTamblén advierto que c! Prior de Magarehí es de )a Orden de Cala- tiBva, D el lugar está en Andalucía, aunqup e) Prior (el cual tiene jurisdicción cuasi epis- copal), no reside allí, sino en otro lugar cerca deste, llamado Villenueva de la S'rena, si bien el título es de Magacela; u el oue tiene de Prior pudo sn causn oue en Roma CTeyes? lo era de algún convento, u así se puso en el Breve, como si lo fueía, llamán- dolo Prior del convento de Magacela». Tanto Magacela como Vlllanueva pertenecen a la pro- viacia de Badajoz en Extremadura.

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APÉNDICES

Guctudinibus, privilcgiis quoque in- dultis, et litteris flpostolicis cisdcm Ordini et Monasteriis, illorumque Superioribus, et Generali, sub qui- busvis vcrborum formis, et clausu- lis, et derogatoriarum derogatoriis. fortioribusque et efficatioribus, ac insolitis, irritantibusque, et alus de- cretis concessis, confirmatis, et etiam iteratis vicibus innovalis, etiam Mari magno, Bulla áurea, vel alias nuncupatis. Quibus ómni- bus, illorum tenores ac si de verbo ad verbum insererentur praesenti- bus, pro plenc et sufficienter ex- pressis hnbentes, illis alias in suo robore pcrmansuris, hac vice dum- taxat, spccialiter et expresse dero- gamus, caeterisque contrariis qui- buscumquc.

Datum Romae apud S. Petrum sub sigillo Poenitentiariae, séptimo Idus Februarii, Pontificatus Domini Pii Papae quarti anno tertio.

medios de derecho, quitada toda apelación, e invocando, si fuere necesario, el auxilio del brazo se- glar. No obstantes las constitucio- nes y ordenaciones de Bonifacio, de felice recordación. Papa Octavo, de una dieta, y la del Concilio gene- ral de dos dietas, como no pasen de tres; ni otras semejantes cons- tituciones y ordenaciones apostóli- cas, ni las de la Orden de Santa María del Monte Carmelo, o los demás monasterios de ella, aun- que sean roboradas con juramento, confirmación apostólica o cualquier otra firmeza, ni otros estatutos y costumbres, o también privilegios, indultos, letras apostólicas, que a la misma Orden y a sus monaste- rios, superiores y General, debajo de cualquier forma de palabras, y clausulas derogatorias de derogato- rias, y otras más fuertes y efica- ces, y no acostumbradas e irritan- tes, y otros decretos, fueren conce- didas, confirmadas y muchas ve- ces innovadas; aunque sea el Ma- remagno. Bula Áurea, o en otra manera nombradas: a las cuales todas, cuyos tenores teniendo por suficiente y plenamente expresos, como si en las presentes Letras de verbo ad verbum fuesen insertas, quedando para lo demás en su fuerza, por esta sola vez especial y expresamente derogamos, y a cualesquier otras cosas en contra- rio. Dadas en Roma, en San Pedro, debajo del sello de la Penitencia- ría, a siete de Febrero, el tercero año del Pontificado de nuestro san- tísimo padre Papa Pío Cuarto.

APÉNDICES

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XV

RESCRIPTO DE LA SaORflDA PENITENCIARIA PARA QUE LA SANTA PUEDA FUNDAR SIN RENTA.

(5 de Diciembre de 1562) (1).

Ranutius Miseratione Divina titiili S. Anofli Presbiter Cardinalis Dllectis in Chrisío Abbatissae et Monialibu - Monusterii S. Joscph Abulensis, Ordinis Beatac Marine de Monte Carmelo, snlulem in Domino.

Ex parte vestía nobis oblata pe- titio continebat, quod licet vos ex indulto speciali Scdis Apostolicae in vim quarumdam litterarum Apo- stolicarum per officium Sacrae Poe- nitentiariae expeditarum, Fundatri- cibus dicti A\onasterii nuper erecti concesso, quaecumquc bona in com- muni et particulari habere et pos- sidcre valeatis, nihilominus ob me- liorem vitac frugem cupitis, bona aliqua in communi aut particulari habere seu possidere minime posse, juxta formam Regulae dicti Ordi- nis, sed ex cleemosynis vobis per Christi fideles pie elargiendis vos sustentare, prout aliae Moniales di- cti Ordinis in illis partibus degunt; id tamen vobis licere dubitatis abs- que Sedis ñpostolicae licentia spe

RaiNucio, por la divina miseración, presbítero Cardenal del título de San Angelo, a las amadas en Cris- lo Abadesa y monjas del monas- terio de San fosé de la ciudad de Avila, de la Orden de Santa Ma- ría del Monte Carmelo, salud en el Señor. De vuestra parte Nos ha sido presentada una petición, la cual contenia, que aunque por es- pecial indulto de la Sede Apostó- lica, concedido en virlud de unas Lclrus apostólicas, despachadas por el oficio de la sacra Penitenciaría a las fundadoras del dicho monaste- rio recién fundado, podáis tener y poseer cualesquier bienes en co- mún y en particular; pero aspi- rando a mayor perfección de vida, deseáis no poder tener ni ¡loseer en común ni en particular bienes algunos, según la forma de la pri- mera Regla de la dicha Orden, sino sustentaros de las limosnas que pia- dosamente os dieren los fieles de Cristo, según que otras monjas de la misma Orden en aquellas partes

1 Tanto por la conversación que tuvo en Toledo con A\aría de Jesús, como por los conse)os de San Pedro de Alcántara, la Santa se decidió al fin a fundar sin renta, obte- niendo para ello este Rescripto. Véase el capítulo XXXV de la Vida, y la carta de S. Pedro de Alcántara que publicamos en este tomo, p. 125.

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nPENDíCES

dali. Quara suppUcari fecistis hu- millter, vobis super his per Sedem eamdem de opportuno remedio mi- scricorditer provideri.

Nos, igitur, vestris in hac parte supplicationibus incUnatl, auctorita- te Domini Papae, cujus Poeniten- tiariae curam gerimus, et de ejus speciali iTiandato super hoc vivae vocis oráculo nobis facto, Vobis, ut bona aliqua in communi aut in particulari habere seu possidere minime possitis, juxta formam pri- mac Regulae dicti Ordinis, sed ele- cmosynis et charitatis subsidiis vo- bis per Christifidcles pie elargien- dis vos sustentare libere valeatis, tcnore praesentium concedimus el indulgemus. Non obstantibus Cons- titutionibus et Ordinationibus ñpos- tolicis, caeterisgue contrariis qui- Duscumque.

Datum Romae apud S. Pet-um sub sigillo Officii Poenitentiariac, ponis Decembris Pontificatus Do- mini Pii Papae Quarti anno Icrtio.

se sustentan; empero dudáis el se- ros esto lícito sin especial Ucencia de la Sede Apostólica, por lo cual nos hicisteis suplicar humildemente os fuese misericordiosamente pro- veído por la misma Sede Apostólica de remedio oportuno. Nos, pues, inclinados en esta parte a vuestros ruegos, por autoridad de nuestro Padre y Señor el Papa, cuya Pe- nitenciaria tenemos a nuestro car- go, y de su especial mandato dado a nosotros sobre este negocio por su misma boca, por tenor de las presentes os concedemos y hace- mos gracia, que no podáis tener ni poseer bienes algunos en comi'm o en particular, según la forma de la primera Regla de la dicha Or- den, sino que libremente podáis sustentaros de las limosnas y ca- ritativos socorros que por los fie- les de Cristo piadosamente os fue- ren hechos. No obstantes las cons- tituciones y ordenaciones apostóli- cas, ni cualesquier otras en con- trario. Dadas en Roma, a cinco de Diciembre, el año tercero de nues- tro .santísimo Padre g Señor Pío Papa Cuarto.

.APÉNDICES

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XVI

BREVE DE Pío IV QUE CONFIRA\fl Y RATIFICA LOS DOS ANTERIORES.

(17 de Julio de 1565).

Pius Episcopus, Servus Servorum

Dei. Dilectis in Christo Filiabas Prio- rissae, sea Matri forsan nun- cupatae, et Conventui Monasterii Monialium S. Josephi Abulensis, et Aldoncae Giizman, et Guioma' ri de Ulloa maíieribus viduis, in- colis Abalen, salufem etc. Cum a Nobis petitur, quod ju- stum est, tan vigor aequitatis quam ordo exigit rationis, ut id per so- licitudinem Officii nostri ad dcbi- tum perducatur effcctum.

Sane pro parte vestra Nobis nu- per exbibita petitio continebat: quod alias pcstquam vos in Chri- sto filiae ñldonca, et Guiomara, quae, ut asscritis, illustres et vi- duae estis, pía dcvotione motae, cupientcs terrena pro coelestibus et transitoria pro aeternis felici commercio commutare, ac de bo- nis vestris vobis a Deo collatis pro animarum vestrarum salute, unum Monasterium ad Dei Omni- potentis laudem et honorem, sub vocabulo et invocatione vobis bene-

Pio, Obispo, siervo de los siervos

de Dios. A nuestras amadas hijas la Priora, o Madre, y Comunidad de reli- glosas de San fosé de Avila, y a las señoras Aldonza de Guzmán y Guiomar de Ulloa, viudas, ve- cinas de la misma ciudad, salud... Cuando se nos pide una cosa justa, la misma razón natural y el orden de la justicia exige que inter- pongamos toda la solicitud de nues- tro cargo para acceder benigna- mente, ñhora bien, no ha mucho que de vuestra parte se nos hizo un ruego formulado en los siguien- tes términos: Que habiéndoos ya antes propuesto vosotras, amadas hijas en Cristo, ñldonza y üuio- mar, viudas ilustres, según confe- sión propia, llevadas de vuestra devoción, y con el deseo de trocar las cosas de la tierra por las del cielo y lo transitorio por lo que siempre dura, construir y edificar con los bienes que de Dios habéis recibido y para salvación de vues- tras almas, un monasterio en ho-

1 Este Breve confirma los precedentes, autoriza de nuevo a las fundadoras para que puedan hacer leyes o constituciones y asegura la residencia de la Madre Teresa con otras dos monjas de la Encarnación en el convento de San José.

II 11

I

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APÉNDICES

visis construere, erigcre et -lecli- ficare proposueratis et desidera- retis, idque absque Sedis Apostc- licac speciali indulto faceré uosse dubiíaretis: quasdam sub certa for- ma tune cxpressa a Sede Apostó- lica seu illius Sac. Poenitentiaria, et Ínter alia, ut unurr. Monaste- rium Monialiura, in numero et sub invocatione vobis bene visis, Regu- lae et Ordinis Beate Alariae de Monte Carmelo, ac sub . obedientia et correctione pro tempore existen- tis Episcopi Abulensis cum Eccle sia, Campanili, Campanis, Claustro Refectorio, Dormitorio, fiorío et alus necessariis officinis construe- re et aedificare; nec non in ea- dem Ecclesia unam seu plures Cap- pellaniam seu Cappellanias erigere, ac Monasterium et Cappellaniam seu Cappellanias hujusmodi ex ve- stris propriis bonis competenter do- tare, et postquara sic construct-im, et erectum, ac dotatum foret, illius Moniales in eo pro tempore exi- stentes, ómnibus et singulis privi- Icgüs. gratiis, immunitaübus, exem- ptionibus, prerogativis, libcrtoti- bus, concessionibus et indultis, aui- bus alia dicti Ordinis Monnste- ria de jure, usu et consuetudine, vel alias in genere utuntur, et po- tiuntur, et gaudent, uti, potiri et gaudere vobis concedí et indulgen. Quodque vos, et Moniales dictí Mo- nasterii pro tempore existentes, pro illius felici regimine, et gubernío, ac directíone, quaticumque statuta, et ordinationes licita, et honesta, ac juri canonice non contraria con- dcre, et ordinare, et postquam con-

nor y alabanza de Dios Omnipo- tente, bajo el título y advocación que bien os pareciere, y habiendo dudado podríais realizar vues- tro deseo sin especial indulto de la Sede Apostólica, ésta os conce- dió algunas gracias en la rorma allí expresada por la Santa Sede o por la Sagrada Penitenciaria, y entre ellas la de que pudierais erigir un monasterio de religiosas, con el número) y bajo la advocación que bien os pareciere, de la Regla y Orden de la bienaventurada Vir- gen María del Monte Carmelo, bajo la obediencia y corrección del que fuere Obispo de Avila, con igle- sia, campanario, campanas, claus- tro, refectorio, dormitorio, huerta y demás oficinas necesarias; y asi- mismo que pudierais fundar en la misma iglesia una o muchas cape- llanías., y dotar dicho monasterio y capellanías de vuestros propios bie- nes. Y después que el dicho monas- terio fuere fundado, así él como las monjas que en él moraren, pue- dan libre y lícitamente gozar y usar de todos y cada uno de aquellos privilegios, inmunidades, exencio- nes, prerrogativas, libertades, con- cesiones e indultos que por dere- cho, uso y costumbre, o de cualquie- ra otra manera, usan o gozan, o pue- den en adelante usar y gozar otros monasterios de la dicha Orden de Santa María del Monte Carmelo. A vosotras, además, en lo to- cante a esta fundación y do- tación, y a la Priora y mon- jas que por tiempo fueren en lo concerniente al feliz y buen gobier-

APÉNDICES

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dita et ordinata forcnt, illa in toto vei in parte juxta temporuin qua- litatem in melius mutarc, formure, alterare, ac in totum toUere, abro- gare, et alia similia condere, im- partiri, et tam condita, quam mu- tanda, reformanda, alteranda, ac denuo condenda statuta, et ordi- nationes hujusmodi Apostólica au- ctoritate ex tune prout ex iiunc, et e contra confirmata fuisse, et Gsse, ac inviolabiliter observar! de- beré. Sicque per quoscumque ju- dices et personas, quavis, etiam apostólica auctoritate fungentes, su- blata eis, et eorum cuilibet quavis alitcr judicandi, interpretandi et dcfiniendi facúltate et auctoritate, judicari, et interpretar!, et def'niri deberé; irritum quoque, et inane, si secus super his a quoquam qua- vis auctoritate scicnter, vel igno- ranter contigerit attentari, decer- ni et mandari. Et districtius in virtute sanctae obedientiae, ac sub suspensione a divinis quoad Epls- copos, vel alies majorcs Praelatos, quo vero ad alios, excommunica- tionis majoris latae sententiae poe- na, quam contrahacientes ipso facto ijicurrere, et a qua non iiisi per Sedem Apostolicr.m, praeterqiiam in mortis articulo, absolví possint, de- cerni ; ac quibusvis Judicibus, et per- sonis tam ecclesiasticis, quam see- cularibus quavis, etiam apostólica auctoritate, fungentibus: ne vos, el pro tempere existentes dicti ,Wona- sterii Moniales directe vel indire- ctc, quovis quaesito colore vel inge- nio quomodolibet indcbite molesta- re, perturbare et inquietare au-

no del dicho monasterio, se os daba licencia, y libre facultad de hacer estatutos y ordenaciones lí- citas y honestas, no contrarias al Derecho Canónico, y después de he- chas y ordenadas, de mudarlas en mejor, establecerlas, alterarlas, y también quitarlas y del todo abro- garlas, en todo o en parte, según la calidad de los tiempos, y hacer asimismo otras de nuevo; y con autoridad apostólica, determinamos las tales constituciones y ordena- ciones, asi las hechas como las mudadas, reformadas, alteradas y de nuevo establecidas, haber sido, y ser desde ahora por entonces, o al contrario, confirmadas, y deber- se inviolablemente guardar, y que así debe ser juzgado, interpretado, y definido por cualesquier jueces y personas que tengan cualquiera autoridad, aunque sea apostólica; quitándoles a los tales y a cada uno de ellos, toda facultad y au- toridad de juzgar, interpretar y definir en contrario, y dando por írrito y vano lo que sobre estas cosas, por cualquier que sea, y con cualquiera autoridad que lo ha- ga, de industria o por ignorancia, aconteciere ser intentado. Para lo cual se mandaba y rigurosamente inhibía, en virtud de santa obe- diencia y debajo de suspensión a divinis, a los Obispos o a otros mayores Prelados, y a los demás debajo de pena de excomunión la- tae sententiae; la cual queremos incurran ipso facto los que lo con- trario hicieren; y no pueden ser a])sukiH,os de ella fuera del artícu-

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aPENDICES

derent seu praesumerent, inhiberi; ac si secus super iis a quoquam, quavis auctoritate, scienter vel ig- noranter contigerit attentari: etiam irritum et inane etiam decer- ni; nec non quibusdam Judicibus tune cxpressis, quatenus vobis, et dicti Monasterii Monialibus pro tempere existentibus, in premJsis efficacis defensionis praesidio assis- terent, facerentque, seu quilibet eo- rum facerex, vos, et Moniales prae- fatas concessis indulto, licentia ac facúltate hujusmodi, omnibusque, et singulis praemissis pacifice frui, et inviolabiliter gaudere; non permit- ientes vos, et eos desuper per pre- dicti Ordinis Beate Mariae de Monte Carmelo, et aliorum quorumvis Or- dinum Superiores, Prelatos, Prio- res, Reformatores, Visitatores, et fratres, aut alios quoscumque tam ecclesiasticos, quam saeculares Ju- dices, et personas, cujuscumque sta- tus, gradus, ordinis, et cond'tionis fueriní, et quacumque, etiam ponfci- ficali dignitate, vel auctoritate, etiam apostólica, fungantur, publice vel occulte, directe vel indirecte, quovis quaesito colore vel ingenio quomodolibet indebite molestar! perturban, vel inquietari. Contra- dictores quoslibet ct rebelles, per censuram ecclesiasticam et alia ju- ris remedia opportuna, appellatione^ postposita, compescendo ; invocat(j etiam ac hoc, si opus fuerit, auxi- lio brachii saecularis, cum alus clausulis et derogalionibus tune ex- pressis, Vosque in Christo, Filíae Priorissa et Conventus, per alias etiam ab eadem Sede seu chacra

lo de la muerte, sino es por Nos, o por la Sede Apostólica, a cuales- quier jueces y personas, así ecle- siásticas como seculares, de cual- quier autoridad que tengan, aun- que sea apostólica, que ni a vos- otras, ni a las monjas, que por tiem.po fueren del dicho monasterio, directa o indirectamente, debajo de cualquier color o traza, en cijal- quier manera se atrevan o presu- man indebidamente molestar, per- turbar o inquietar, dando por írrito y vano lo que contra esto por cualquier persona, y con cual- quiera autoridad, advertida o ig- norantemente, sucediere intentarse. No permitiendo que vosotras, ni las demás monjas seáis pú- blica o ocultamente, directa o in- directamente, debajo de cualquier color o traza, en algún modo in- debidamente, molestadas, perturba- das o inquietadas por los Superio- res, Prelados, Priores, Reform-jdo- res. Visitadores y frailes de la di- cha Orden de Santa María del Monte Carmelo, o por cualesquier otros, así eclesiásticos, como se- culares jueces, y personas de cual- quier dignidad, estado, grado, or- den o condición que fueren, y en cualquier dignidad, aunque sea pon- tifical, que estuvieren constituidos, o cualquiera autoridad que tuvieren, aunque sea apostólica, reprimiendo a cualesquier rebeldes con censuras eclesiásticas, y otros oportunos re- medios de derecho, quitada toda apelación, e invocando, si fuere necesario, el auxilio del brazo se- glar, con otras cláusulas y dero-

APÉNDICES

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Poenitentiaria prefata, alias etiam sub certa forma tune expressa, etiara per quas ob melioris vitae frugem inter aiia, ut bona aliqua iii conmmuni aut particulari habe- re seu possidere minime possitis juxta íormam primae Regulae d^cti Ordinis, sed ex eleemosynis et cha- ritativis subsidiis vobis per Christi fideles pie elargiendis, vos susten- tare libere et licite valeatis, con- cedi et indulgeri, obtinuistis lit- teras, prout in singulis litteris pre- dicíis desuper confectis dicitur ple- nius contineri. Que omnia et sin- gula pro illorum subsistentia fir- raiori a Nobis Apostolice petistis munimine roborari.

Nos, igitur, vestris justis postula- tionibus grato concurrentes assen- su, erectionem Monasterii, Indul- tum, Voluntatem, Statuta, Obedien- tiam eidem Ordinario ex indulto predicto super dicto A\onasterio ac dilcctis in Christo filiabus THERE- SIñE de JESU, nunc modernae Abbatissae seu Mater forsan nun- cupatae, Mariac Elisabeth, et An- nae de Angelis olim in Monasterio A\onialium Incarnationis extra mu- ros Abulenses, nunc vero in dicto Monasterio S. Josephi degentibus, ac alus dicti Monasterii Monialibus pro tempore existentibus debitam dandam: et decreta, ac omnia et singula aiia in eisdem litteris con- tenta, et inde sequuta quaequmque, licita Lariicn, et honesta, sicut rite et provide gesta sunt, rata et grata habcntes, illa, apostólica auctorita- te confirmamus, et presentís scripti patrocinio communimus.

gaciones allí expresadas. Asimismo manifestabais, que aunque por es- pecial indulto de la Sede Apostó- lica, concedido en virtud de unas Letras apostólicas, despachadas por el oficio de la sacra Penitenciaría a las fundadoras del dicho monaste- rio recién fundado, podáis tener y poseer cualesquier bienes en co- mún y en particular; pero aspi- rando a mayor perfección de vida, deseáis no poder tener ni poseer en común ni en particular bienes algunos, según la forma de la pri- mera Regla de la dicha Orden, sino sustentaros de las limosnas que pia- dosamente os dieren los fieles de Cristo, según que otras monjas de la misma Orden en aquellas partes se sustentan.

Todo lo cual pedíais fuese re- frendado para mayor seguridad con Nuestra Autoridad apostólica. A lo cual Nos accedemos gustosos, y por las presentes letras confirmamos y corroboramos con Nuestra Autori- dad apostólica la erección del mo- nasterio, el indulto, voluntad, esta- tutos y la obediencia que en virtud del mencionado indulto acerca del dicho monasterio deben prestar ai Ordinario nuestras amadas hijas Teresa de Jesús, Abadesa o Ma- dre en la actualidad, María Isa- bel y Ana de los Angeles, monjas en otro tiempo del monasterio de la Encarnación, extramuros de Avi- la, y ahora del monasterio dicho de San José, y todas las demás que andando el tiempo vivieren en la misma Comunidad; y asimismo to- dos los decretos y demás disposi-

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APÉNDICES

Nulli ergo omnino hominum lí- ccat hanc paginam nostrae confir- mationis et communitionis mfrin- gere vel ci auso temerario con- trairc. Si quis autem etc.

Datum Romae apud S. Marcum anno Incarnationis Doininicae 1565. XVI. Kal. ñugusti. Pontificatus no- stri anno sexto.

cienes contenidas en las mismas Letras apostólicas; y cuanto en vir- tud de las mismas ordenadamente se ha liecho, lo ratificamos y da- mos por bien hecho, siempre que sea lícito y honesto.

Nadie presuma contradecir estas nuestras letras confirmatorias ni oponerse temerariamente a ellas. De lo contrario etc.. Dado en Ro- ma, junto a San Marcos, en el año 1565 de la Encarnación del Señor, el día decimosexto de las Kalendas de Agosto, año sexto de nuestro Pontificado.

APÉNDICES 167

XVII

ACTAS DEL CONCEJO DE ,\VILA SOBRE EL CONVENTO DE S'ÍN lOSE, FUNDADO POR SrtNTH TERESA (5562-1564).

AÍSO DE 1562. CONCEJO DE 22 DE AGOSTO.

En Avila, sábado, veinte y dos días del dicho raes de Hgosto del dicho año (1562), estando en concejo juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el Ilustre Señor Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tie- rra por Su A\ajestad, y Perálvarez Serrano, Regidor de la dicha cibdad, ante mí, Gómez Caraporrío, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente.

Testigos: Diego Flores y Rodrigo Gallrgo, Mayordomos de la dicha cibdad.

Los dichos Señores nombraron Presidente ül Señor Pedro del Águila, y en su absencia, al Señor Perálvarez.

Este día pareció en el dicho concejo Lázaro Dávila, cantero veedor de las fuentes y dixo que él ha sabido que Valle (1) que vive al barrio de Señor San Roque, en las casas que eran de Valvellido, clérigo difunto, quiere hacer cierto edeficio en las dichas casas, el cual, si se hace como se dice, es muy gran daño y perjuicio para el edeficio de las fuentes, por algunas cabsas que se pueden seguir, especialmente porque subiendo obra alguna en el edeficio que se hiciere queda cubrió por la parte de las dichas fuentes, y en invierno, especialmente cuando helare, será ocasión y cabsa muy grande para que el agua de las di- chas fuentes se hiele y no corra, de donde redundará muy gran daño y perjuicio a toda la república desta cibdad. Por ende que pedía y

1 Las Actas del Concejo de Avila desde Enero de 1562 al mes de Abril de 1564, refe- rentes al monasterio de San José, dan mucha luz a las cuestiones y pleitos que hubo al prin- cipio, los cuales terminaron felizmente, quedando en paz las religiosas. A estas Actas hacen refe- rencia todos los biógrafos antiguo.s de Santa Teresa, si bien ninguno las reprodujo. Andrés de la Encarnación hizo en el siglo XVIII un extracto muy preciso para sus Memorias Historiales, letra R. Don A\iguel Mir también las cita con alguna extensión en su libro sobre Santa Te" resa, t. I, páginas 539 y siguientes, aunque con algunos errores de cronología y de apreciación histórica. El Boletín de la Mcademia de la Historia publicó la mayor parte en su número de Febrero de 1915. Visitando en Octubre de 1914 el Archivo del Ayuntamiento de Avila, mandamos sacar una copia de las dichas Actas, que creemos es completa en lo que se refiere a los primeros años de la fundación del convento de San [osé. De las dificultades que hubo de superar la Santa en la fundación del primer convento de la Reforma, habla en varios capítu- los del Libro de la Vida, principa, mente en el XXXVI.

168 HPENDICES

suplicaba a los dichos Señores estén advertidos para que si la dicha obra se comenzare, se impida por esta cibdad, y los dichos Señores agradecieron al dicho Lázaro Dávila de haber advertido de lo susodi- cho a esta cibdad, al cual encargaron y mandaron que esté sobre gran aviso de ver si se hiciere algún edeficio en lo susodicho, y al punto lo haga saber a esta cibdad para que se remedie, y acordaron que el dicho Señor Corregidor, y con su merced el Sr. Perálvarez, vayan mañana o el lunes a ver lo que el dicho Lázaro Dávila dize, para saber lo que conviene hacerse...

Garci Suárez, Perálvarez Serrano. Pasó ante mi, Gómez Campo- rrio. Rubricado.

CONCEJO DE 25 DE AGOSTO.

En ñvila, veinte y cinco días del mes de Agosto de mil y qui- nientos y sesenta y dos años, estando en concejo, a campana tañida,, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el ilustre y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez Serrano, Regidor de la dicha cibdad, ante mi Pedro de Villaquirán, escribano público de Avila y testigos, se hizo y proveyó lo siguiente...

Sobre el inonesterio que nuevamente se ha hecho. Este día los dichos Señores dixeron, que por cuanto ahora nuevamente es venido a su noticia que ciertas mujeres, diciendo que son monjas del Carmen, han tomado una casa que es censual a esta cibdad, y han puesto altares y dicho misas en ella, y por haber, como hay, muchos mones- terios de frailes y monjas, e pobres, que padescen nescesidad, que para que se remedie y provea sobre ello lo que conviniere al bien univer- sal de esta cibdad, se Harnero y junten los caballeros regidores que hay en esta cibdad para que sobre ello se provea para mañana miércoles, a las nueve de la mañana, y que se llamen los letrados de esta cibdad.

A todo lo cual fueron presentes por testigos Francisco de Quiño- nes, Procurador General del Común de la dicha cibdadi, y Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad. Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Se- rrano.— Rubricado.

CONCEJO DE 26 DE AGOSTO.

En la muy noble cibdad de Avila, miércoles, veinte y seis días del mes de Agosto de mil e quinientos y sesenta y dos años, estando juntos en ayuntamiento extraordinario Justicia y Regidores, conviene a saber: los ilustres señores Garci Suárez Carvajal, Corre- gidor desta dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Yera y Perálvarez Serrano, Regidores desta cibdad, en presencia y por ante Pedro de Villaquirán, escribano público del número desta cibdad y testigos de yuso scriptos, abiéndose juntado para cosas tocantes a la gobernación desta cibdad y su tierra, ordenaron y proveyeron lo siguiente:

APÉNDICES 169

Este día, los dichos Señores, a cierta petición que dio Francisco de Quiñones en nombre desta cibdad, le parece que es gran inconve- niente y daño desta cibdad, que la casa que se haze agora nuevamente del nombre de San Josep, se contradiga por esta cibdad y su tierra, y que el dicho Francisco de Quiñones siga la cabsa, y que los licen- ciados Daza y Ortega, letrados de la cibdad, entiendan en ello, y esto por razón del perjuizio que a esta cibdad resulta y al edeficio de las fuentes della, y asimismo por ser como es la casa y sitio do se edifica censual a esta cibdad y por otras justas cabsas que a ello les mueve, y que siendo nescesario se invíe al Consejo Real de Su Ma- jestad sobre ello y se ganen todas las provisiones y recabdos necesa- rios, y que los dichos señores, Alonso Yera y Perálvarez Serrano, hablen en el caso al señor obispo, dándole cuenta de los daños y perjuicios que de la nueva obra que se hace viene a esta cibdad, para que se remedie,, y que visto salga a la cabsa por la cibdad, y Rodrigo Gallego el censo que tiene la cibdad sobre las dichas casas para que se vea y provea justicia, y así lo proveyeron y mandaron y fir- máronlo de sus nombres. Garci Suárez Carvajal, Alonso Yera, Perál- varez Serrano. Rubricado.

CONCEJO DE 29 DE AGOSTO.

En ñvila, sábado, veinte y nueve días del mes de Agosto del dicho año, estando en Concejo juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el ilustre y muy mag- níficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad^ y Juan de Henao, y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad ante el dicho Gómez Campo Río, escribano susodicho y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:

...Sobre lo del inonesterio: Este día, en el dicho concejo, los dichos señores Justicia, Regidores, dixeron que para tratar y conferir sobre lo tocante al monesterio que nuevamente se ha intentado hazer, acor- daban y mandaban que para mañana domingo, a las tres después de medio día. los señores Juan de Henao y Perálvarez Serrano, de parte desta cibdad, pidan por merced a los señores Deán y Cabildo, tengan por bien nombren personas que vengan a lo susodicho para tratar dello a la dicha hora, y asimismo lo pidan y digan a los señores Don Francisco de Valderrábano y Pedro del Peso, el Viejo, y si el Señor Don Francisco tuviere ocupación, se diga al Señor Diego de Bracamonte, y asimismo se pida y haga saber a los señores Prior de Santo Tomás, y Guardián de San Francisco, y Prior de Nuestra Señora del Carmen, y a los Abades del monesterio de Santispíritus, y Nuestra Señora del Antigua, y a los Rectores del nombre de Jesús, y a los letrados de la cibdad, y a Xrisptobal Xuárez y Alonso de Ro- bledo, para que haya de todos los Estados de la dicha cibdad para tra- tar sobre lo susodicho y para que cada uno diga su parecer en ello, sirviendo a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad del Rey, nuestro Señor, y procurando el bien de la República desta cibdad...

Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Juan de Henao. Pasó ante mí, Gómez Campo Rio. Rubricado.

170 APÉNDICES

CONCEJO DE 30 AGOSTO.

En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, treinta días del mes de Agosto, año del nascimicnto de Nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y sesenta y dos años, estando en concejo en Ja parte y lugar que se suelen y acostumbran juntar el ilustre y muy magníficos señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Don Antonio Vela, y Antonio del Peso, y Juan de Hcnao y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, en pre- sencia y por ante mi Gómez Campo Río, escribano público del número en la dicha cibdad de Avila y su tierra, y escribano del concejo della por Su Majestad, y testigos yuso scriptos, se hizo y pasó en el dicho concejo lo que se sigue:

Junta sobre el monesterio nuevamente hecho de San Josep. Este día, luego incontinente, vinieron al dicho concejo los muy magníficos señores Don Francisco de Valderrábano y Pedro del Peso, el Viejo, y los muy magníficos Señores el licenciado Brizuela, Provisor en la dicha cibdad y su obispado, y Don Pedro Pérez, Chantre de la Santa iglesia de Avila, y Don Xrisptóbal de Sedaño, Arcediano de Olmedo, y el licenciado Juan de Soria, canónigo en la dicha Santa Iglesia y Fray Pedro Serrano, Prior del monesterio y casa insinie de Señor Santo Tomás de Aquino el Real, de Avila, y fray Pedro, y varios frailes de la dicha casa y Orden (1), y Fray Martín de Aguirre, Guardián del monesterio de Señor San Francisco, de los arrabales de la dicha cibdad de Avila, y fray Hernando de Valderrábano, predicador en la dicha casa, y tíon Fray Francisco Blanco, Abad de la casa y monesterio de Señor Santispiritus, de los arrabales de la dicha cibdad, y Fray Simón pedricador, y don Pedro de Antoyano, Abad de la casa de Nuestra Señora del Antigua de la dicha cibdad de Avila, y Fray Martín de Pa- lencia, monje de la dicha casa y monesterio, y el Alaestro Baltasar Alvarez, y el Maestro Ribaldo, de la Orden y casa del nombre de Jesús, que es en los arrabales de la dicha cibdad de Avila, y los licen- ciados Daza, Cinbrón y Ortega, letrados en la dicha cibdad, y con su Señoría y mercedes Xrisptóbal Xuárez del Yerro y Alonso de Ro- bledo, del estado de los cibdadanos de la dicha cibdad.

Y estando así juntos en el dicho concejo, el dicho Señor licenciado Brizuela, Provisor, dixo que teniendo entendido la junta que de su señoría y mercedes se había de hazer y para el caso que se hacía,

1 Uno de estos frailes de que se habla aquí, fué el P. Domingo Báñez, como lo dice él mismo en una nota puesta al margen del Capítulo XXXVI del autógrafo que contiene la Vida de Santa Teresa. (Cfr. el Libro de la Vida, p. 311). En algunas copias, como en la citada del Boletín de la Real ñcademia de la Historia, se ha publicado este pasaje defectuosamente, di- ciendo: «...y Fr. Pedro Serrano, prior del monasterio y casa insinye de Señor Santo Tomas de Aquino el Real, de Avila, y Fray Pedro ibáñez, fraile de la dicha casa y borden. ..>, como si en aquella memorable junta no hubiera habido más que estos dos Padres del Convento de Santo Tomes, cuando se sabe positivamente, que asistió u defendió la nueva fundación de San )osé el Padte Búfiez.

APÉNDICES 171

el Obispo, su Señor, le mandó que viniese al dicho concejo a decir y mostrar la cabsa porque había venido en el efecto del dicho moncs- terio, que era por un Breve que Su Santidad había dado y concedido, que allí traía, el cual mostró y se leyó a los dichos Señores que pre- sentes estaban; el qual leído y dicho lo que el dicho Señor Provisor quiso decir cerca de lo susodicho, se fué del dicho concejo.

Y como el dicho Señor Provisor fué ido del dicho concejo, el dicho Señor Corregidor dixo a los dichos señores, que para la cabsa y efecto que ha hecho llamar y juntar a sus mercedes, es la que de suso por el dicho señor Provisor ha sido y está dicha, y para se lo hacer saber para que sus mercedes fuesen servidos tratar dello para dar sus pareceres de lo que más y mejor conviene que se haga cerca de lo susodicho, para que con tales pareceres como los que sus mercades darán, se haga y determine lo que más conviene al servicio de Dios nuestro Señor y bien público de la dicha cibdad; lo cual así dicho por el dicho señor Corregidor, luego los dichos señores trataron y confirieron distancia de tiempo en lo que contenía el Breve y la fa- cultad que por él Su Santidad da; y tratado y conferido, dixeron que por ellos visto e oído, como no se ha guardado ni cumplido según y conforme a la concesión que por él Su Santid.ad hace, y teniendo en- tendido todas las cabsas que convienen mirarse y tener presente para que haya efecto o no lo que está hecho, todos juntos vinieron a re- solverse y se resumieron en que se liable a su señoría del Señor Obispo, para que siéndole dicho las muchas cabsas que hay para que no permita que el dicho monesterio haya efecto, sea servido de lo re- mediar y evadir lo que en lo susodicho se puede tratar de pleitos y otros inconvenientes; y siéndole dicho y aviéndoselo suplicado, si su señoría no viniere en ello, todos juntos y cada uno por dixeron que se resumían y resumieron atento lo que está dicho, y los grandes incon- venientes que hay y pueden suceder, de haber en esta cibdad el dicho monesterio, y teniendo liü y respecto a que demás de las cabsas su- sodichas, por ser como es y ha de ser el dicho monesterio mendicante, por no tener ni poder tener propios algunos de que se puedan sus- tentar los monesterios pobres de Ordenes muy confirmadas en san- tidad, religión, abtoridad y gran exemplo de la dicha cibdad, serán muy agraviados por la nescesidad que padescerán por cabsa que con las demandas que para el dicho monesterio se hacen, se les quitarán a ellos las que hasta agora se les hacen, porque con todas ellas pa- descen y tienen gran probeza, y porque también, y más principal de todo, primero y ante todas cosas, se había de llevar y presentar el dicho Breve a la Católica y Real Majestad del Rey nuestro Señor y Señores del su muy alto y Real Consejo, para que informados de lo que con- tiene, y oída la relación y cabsa justa que esta cibdad dará cerca de lo que está dicho. Su Majestad mandase determinar lo que con jus- ticia, como Rey y Señor que a todos la manda guardar y guarda, pro- veyese y mandase lo que más servido fuese; y por no haberse hecho antecediendo esto, primero que otra cosa se hiciese, por esta cabsa como principal, y todas las que dicho y declarado tienen, se resumían y resumieron, para que lo hecho en el dicho monesterio no haya efecto, se siga y prosiga ante Su Santidad y ante la Católica y Real Majestad

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del Rey nuestro Señor, y en su Real Consejo, y en todas las otras par- tes que pareciere que conviene; y pidieron y mandaron a mí, el dicho escribano, lo escriba y asiente así. Garci Suarez Carvajal, Perúbuirez Serrano, Juan de ¡ienao. Pasó ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 5 DE SETIEMBRE.

En Avila, sábado, cinco días del mes de Septiembre de mil y qui- nientos y sesenta y dos años, estando en concejo juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho con- cejo el ilustre y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Co- rregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad', y Hlonso Yera, y Juan de Henao, y Gil de Villalba y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, ante raí Gómez Campo Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Francisco de Quiñones, Procurador General del Común de la dicha cib- dad, y Diego Flores y Rodrigo Gallego, Mayordomos de la dicha cibdad...

Sobre la casa de San Josep. Los dichos Señores dixeron, que en lo que toca al nuevo monesterio que se quiere hacer, se hagan las diligencias necesarias, y si se tratare de doctarse bastante y en ello y en lo demás que convenga, se diere asiento en lo demás que está pedido y se concertare con su señoría, se haga lo que pareciere con- viene al buen efecto de lo que se pretende.

CONCEJO DE 12 DE SETIEMBBE.

En Avila, sábado, doze días del dicho mes de Septiembre del dicho año, estando en concejo juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el Ilustre Señor Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad y Alonso Guiera y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, en presencia de Gómez Campo Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Francisco de Quiñones, Procurador General del Común, y Rodrigo Ga- llego, Mayordomo de la dicha cibdad...

Nombramiento de Alonso de Robledo para ir a Madrid a en- tender en el negocio de las monjas de San Josep y del cortar las casas de Caldandrín. Los dichos Señores mandaron que se vaya a la vilia de Madrid al Consejo de Su Majestad a llevar las informaciones que están hechas sobre lo del monesterio que nuevamente se quiere hacer, y sobre lo del derribar las casas de la Caldandrín, la calle abaxo como van a la plaza, desde las casas de Pinel, y nombraron a Alonso de Robledo, vecino desta cibdad que vaya a entender en el dicho ne- gocio, y mandáronle dar por cada un día de los que en ello se ocupare un ducado...

Garci Suárez Carvajal, Alonso Guiera, Perálvarez Serrano, Gómez Campo Río. Rubricado.

APÉNDICES 173

CONCEJO DE 22 DE SETIEMBRE.

En Avila, martes, veinte y dos días del dicho mes de Septiembre del diciio año, estando en concejo juntos;, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el ilustre y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Yera y Perál- varez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Campo Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Vicente Hernández, Procurador general de los pjeblos, y Diego Flores, Mayordomo de la cibdad....

Provisiones que se truxeron a concejo sobre el monesterio y el cor- tar las casas de Caldandrín. Este día se vieron y leyeron en el dicho concejo dos provisiones que traxo Alonso de Robledo, a quien la cibdad invió al Consejo Real sobre lo del monesterio que nuevamente se hace, y sobre el derribar las casas de Caldandrín; las guales vistas, los di- chos Señores Regidores requirieron con ellas al Sr. Corregidor para que las guarde y cumpla como en ellas se contiene, y el dicho Señor Corregidor las tomó en sus manos, y besó, y puso sobre su cabeza, y obedeció con el acatamiento debido, y cuanto al cumplimiento dellas,. 'n lo que toca al dicho monesterio, la mandó notificar a la dicha cibdad ara que aleguen y pidan lo que a la dicha cibdad vieren que conviene...

Garci Suárez Carvajal, Alonso Gtiiera, Pcrálvarez Serrano. Pasó ante !í, Gómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 27 DE OCTUBRE.

En Avila, martes, después de medio día, veinte y siete días del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y dos años, estando en concejo juntos, a campana tañida, según que lo lian de uso y costumbre, el muy ilustre Concejo de la cibdad, estando en él el Licenciado Juan Páez de Saavedra, Alcalde mayor en dicha cibdad y su tierra, y Don Antonio Vela, y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Campo Río, escribano público del número en la dicha cibdad y su tierra y escribano del concejo della por Su Majestad y testigos yuso scriptos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigo: Alonso de Robledo, Procurador general de la dicha cibdad...

Sobre una carta que escribió Villena sobre el monesterio. Este día, en el dicho concejo, Alonso de Robledo, Procurador General del Común desta cibdad, dio una carta de Diego de Villena, escribano público de Avila, abierta, que dixo haberle dado el Señor Corregidor, en que hace saber lo que ha pasado sobre el pleito de las monjas con el tras- lado de dos escriptos, el uno presentado por parte de las dichas mon- jas, y el otro por parte desta cibdad, todo lo cual se leyó en el dicho concejo, y visto e oído lo que contiene, mandaron escribir al dicho Villena entienda en el dicho negocio con toda diligencia y cuidado

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y haga lo que en ello fuere menester, y mandaron que Rodrigo Ga- llego, Mayordomo de la dicha cibdad, de 'os maravedís de las sobras de alcabalas, al dicho Robledo quatro mil e quinientos maravedís para inviar al dicho Villena para las costas y gastos del dicho pleito tocantes a esta cibdad, y para ello le mandaron dar libramiento. Juan P'áez de Soavedra, Pedro del Águila. Paso ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 6 DE NOVIEMBRE.

En Avila, viernes, seis días del mes de Noviembre del dicho año, estando el Ilustre Concejo de la dicha cibdad junto, en la parte y lugar que se suele y acostumbra juntar, esLando en el dicho concejo el Licen- ciado Juan Páez de Saavedra, Alcalde mayor en la dicha cibdad y su tierra, y ñlonso Quiera y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Campo Río, escribano público y del dicho con- cejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigo: Alonso de Roble- do, Procurador General del Común.

Sobre el monesterio de las descalzas. Este día trajo al dicho con- cejo Alonso de Robledo, Procurador General del Común desta cibdad, dos cartas, una del señor Corregidor y otra del señor Juan de Henao, y otra de Diego de Villena, escribano del número, sobre lo tocante al monesterio que nuevamente se hace de las Descalzas, y en las del señor Juan de Henao y Diego de Villena dicen que quieren concierto y que doctarán el monesterio a vista del señor Obispo; y el señor Corregidor dice en la suya que se haga saber a los Regidores que están instrutos en ello y tratado sobre ello, la cibdad provea y responda lo «que más viere que conviene: las guales dichas cartas se vieron y leyeron, y visto e oído lo que contienen, se voctó sobre lo susodicho en la manera siguiente:

El señor Alonso Guiera dixo que su vocto y parecer es, que pues el dicho negocio pende en el Consejo Real de Su Majestad, donde el dicho negocio se determinará con toda justicia y darán a cada parte el derecho que tuviere, es su vocto y parecer que allí se acabe y difina, porque haciéndose así, la cibdad quedará satisfecha de haber hecho lo que debe, y descargada su conciencia con lo que los dichos se- ñores determinaren.

El señor Pedro del Águila dixo que él no se ha hallado en el dicho concejo a tratar del dicho negocio, pero que su vocto y parecer es, que pues está puesto en el Consejo Real donde coa justicia lo de- terminarán, su vocto es que así se haga, porque haciéndose así, la cib- dad hace lo que es en ííí, y no le queda escrúpulo de conciencia de lo que se proveyere por los dichos señores.

Y luego el dicho señor Alcalde mayor dixo que deste dicho ne- gocio se dio cuenta de lo que parecía hacerse cerca dcllo en el Con- sejo Real de Su Majestad, donde hay tanta ciencia y conciencia, y que el dicho negocio determinarán con toda rectitud; decía y dixo que así se haga porque las conciencias de todos quedaran satisfechas con aque-

APÉNDICES 175

lio que los dichos Señores proveyeren y mandaren, y que este es su parecer conformándose con el de los dichos señores.

Los dichos señores mandaron escribir al dicho señor Corregidor, que vieron la carta que su merced escribió a Alonso de Robledo, Pro- curador General, y las que el Señor Juan de Henao y Villena es- cribieron a la cibdad sobre el dicho negocio, y que vistas, la cibdad determinó el dicho negocio se vea y determine por los Señores del Consejo Real de Su Majestad, porque con estof y lo que está hecho, se ha hecho lo posible, y con la determinación de los dichos señores, la cibdad quedará sin escrúpulos de conciencia; y asimismo lo man- daron escribir al señor Juan de Henao y al dicho Diego de Villena, y que el dicho Diego de Villena siga la dicha cabsa con toda deli- gcncia y cuidado para que con toda brevedad el dicho negocio se despache, y mandaron que el pliego deste despacho lleve el mensajero que traxo las dichas cartas...

Por ante mi, Gómez Campo Rio. Rubricado.

CONCEJO DE 17 DE NOVIEMBRE.

En Avila, martes, diez y siete días del mes de Noviembre de mil y quinientos y sesenta y dos años, estando el muy Ilustre Concejo juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, es- tando en el dicho concejo Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Quiera, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, nnte mi Gome?. Campo Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigo: Alonso de Robledo, Procurador General desta cibdad y Rodrigo Gallego, Mayordomo della...

Cómo vino un Receptor de pedimiento de Las monjas de San Jcsepe. Este día pareció en el dicho concejo un hombre que se dixo por su nombre Pedro de Villaicén, que dixo ser Recebtor ganado a pedimento del nuevo monesterio de las Descalzas, y nresentó la re- ccbtoría que trae, la cual se vio y leyó en el dicho concejo, y citó a la cibdad para que vaya' a ver jurar y conocer los testigos que se presentaren, e luego se fué del dicho concejo.

El cual dicho Recebtor ido del dicho concejo, Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, que presente estaba, dixo que él, en nombre del dicho Común, quiere entender en la dicha cabsa, y luego los dichos Señores Justicia y Regidores dixeron que le nombraban y nombraron a él y al bachiller Ruiz, solicitador de la cibdad, para que amos a dos hagan en la dicha cabsa lo que con- venga y tea necesario, y mandaron que acudan a! licenciado Ortega como letrado de la cibdad para que diga lo que conviniere hacer en la dicha cabsa...

Garci Suárez Carvajal, Alonso Quiera, Pedro del A^ui/a. Pasó ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

176 APÉNDICES

CONCEJO DE 22 DE NOVIEMBRE.

Libramiento al Señor Corregidor; seis ducados que dio a V Hiena. Otro sí, los dichos Señores mandaron que Rodrigo Gallego, iVLayor- domo de la dicha cibdad, de los propios della, y pague al dicho Señor Corregidor dos mil y doscientos y cincuenta maravedís que dio y pagó a Diego de Villena, escribano que está en Madrid, en- tendiendo en el pleito que la cibdad trata con el monesterio de San Josepe, para su cuenta de lo que hobiere de haber y hobiere pagado, de que ha de dar cuenta siendo venido y mandaron dar libramiento para €llo.

CONCEJO DE 2^ DE NOVIEMBRE.

Los dichos Señores mandaron que Rodrigo Gallego, mayordomo de esta cibdad, de los propios della, y pague a ñlonso de Roble- do, Procurador general del Común de esta cibdad, cuatro mil e qui- nientos maravedís para dar al Recebtor que está en esta cibdad sobre c! negocio del monesterio que nuevamente se hace en esta cibdad, de San Josepe, y para otras cosas que se hobieren de pagar del dicho negocio, de que ha de dar cuenta» y mandáronle dar libramiento para ello.

CONCEJO DE 1 DE DICIEMBRE.

En iívila, martes, primero día del mes de Diciembre de mil y quinientos y sesenta y dos años, estando el muy Ilustre Concejo de la dicha cibdad, juntó a su ayuntamiento a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en él Garci Súarez Carvajal, Corre- gidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Don Antonio Vela, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Campo Río, escribano pi'iblico y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigo: Juan Verdugo, escribano público y del dicho concejo... ' '^¡ f^^

Salario que se señaló a Juan Díaz sobre el acompañamiento de San Josep. Los dichos Señores dixeron que por parte desta cibdad fué recusado el Recebtor que está en ella a hacer la probanza sobre el monesterio de Señor San Josepe, y fué y está nombrado por su acompañado Juan Díaz, escribano público de Avila, el qual con él re- side ordinariamente, al cual se le ha de pagar el tiempo del dicho acompañamiento; por tanto que le nombraban y nombraron de salario por cada un día de los que en ello se ha ocupado y ocupare, seis reales, atento que el dicho Juan Díaz no sale desta cibdad al dicho negocio...

Garci Suárcz Carvajal, Pedro del Águila. Por ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado. ' , .-''Tí. I?

APÉNDICES 177

CONCEJO DE 12 DE DICIEMBRE.

En Avila, sábado, doce días del mes de Diciembre de mil y quinientos y s<?senta y dos años, estando el muy ilustre Concejo de la dicha cibdad, juntó a su ayuntamiento a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en él Qarci Suárez Carvajal, Co- rregidor en la dicha cibdad de Avila y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila, Regidores en la dicha cibdad, en presencia de Gómez Campo Río, escribano susodicho y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Juan Verdugo, es- cribano público y del dicho Concejo y Diego Flores y Rodrigo Ga- llego, Mayordomos de la cibdad...

Este día, en el dicho concejo, el bachiller Ruiz, Solicitador de la cibdad, dio noticia a su señoría, cómo la probanza que la ciubdad hacía en el pleito de las monjas del nuevo moncsterio de San Josep, es acabada, y el Recebtor se quiere partir, y porque no haga costa a la cibdad, su señoría mande se le pague lo que se le debe. Y luego los dichos Señores Justicia, Regidores, mandaron que lo que se ave- riguare que se !e debe y diere firmado de su nombre Rodrigo Ga- llego, se lo pague de las sobras de las alcabalas, y desde agora man- daron dar libramiento para ello.

Giirci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano. Por ante mí, Gómez Campo Rio. Rubricado.

AÑO DE 1563. CONCEJO DE 12 DE ENERO.

En Avila, ¡nartes, doce días del mes de Enero de mil y quinientos y sesenta y tres años, estando el muy ilustre Concejo de la dicha cibdad en su ayuntamiento, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo Garci Suárez Carvajal, Corre- gidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez Serrano, y Antonio de Muño Hierro, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Campo Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Alonso de Robledo, Procurador General de la repiiblica de la dicha cib- dad, y Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad.

Comisión al Señor Pedro del Águila para averignar la cuenta con Robledo de lo que ha pagado en el pleito de las monjas. Este día, en el dicho concejo, Alonso de Robledo, Procurador General del Común, dixo a los dichos Señores cómo él por su servicio y mandado pagó al Recetor que vino a esta cibdad sobre lo de! monesterio de Señor San Josepe, lo que se le debía de los días que en servicio de la cibdad se ocupó de los derechos de las probanzas, las cuales traxo al dicho concejo y dio y entregó a el dicho Gómez Campo Río; II 11

178 APÉNDICES

pidió y suplicó a los dicho señores le manden pagar lo que dello se le debe, y los dichos señores dixcron que cometían e cometie- ron al Señor Pedro del Águila que vea la dicha cuenta y averigüe lo que se debe al dicho Alonso de Robledo, y averiguado lo que pa- reciere debérsele, se le libre en Rodrigo Gallego en los maravedís de los propios de la cibdad, que son a su cargo.

Este día los dichos señores Justicia, Regidores mandaron escribir al Señor Licenciado Pacheco, agradeciéndole mucho el cuidado que tiene de avisar a esta cibdad de las cosas que pasan en la corte de Su Majestad, y que así esta cibdad le está ofrecida y obligada para las cosas que le tocasen con aquella voluntad que él mira las desta cibdad, y que pues sabe el pleito que esta cibdad trata con el nuevo monesterio que se quiere hazer de la Orden de los Carmenistas (sic) y abogación de Señor San Josepe, en el cual están hechas probanzas por amas partes y las que esta ciudad hizo se le invían, que le piden por merced se presente, y en lo que toca al negocio, haga con el pro- curador y letrado que esta cibdad en corte tiene, lo que sea necesa- rio, y su merced haga en ello como en cosa propia, por importar, como importa, mucho a esta cibdad lo que defiende, y que hable al Señor Juan de Henao, a quien esta cibdad escribe, para que lo fa- vorezca, como cosa que importa lo que está dicho, y que esté cierto el trabajo se le gratificará.

Otro sí, los dichos señores mandaron escribir al Señor Juan de Henao, que pues su merced sabe que la pretensión que esta cibdad tiene defendiendo el nuevo monesterio que en ella se hace, es justa, lo favorezca como hace las otras cosas que a esta cibdad tocan y calor en ello al licenciado Pacheco, a quien se escribe, entienda en ello como persona más desocupada.

Asimismo mandaron escribir al dicho licenciado Pacheco, que cuan- do los procuradores de Cortes desta cibdad fueren a ella, les hable en el negocio para que hagan en ello lo que conviniere y acá se les encargará (1).

Este día, en el dicho concejo, por Diego de Villena fué dada una petición suplicando le manden pagar cincuenta días que se ocupó por esta cibdad en la villa de Madrid sobre el negocio de las monjas de San Josepe, y dio un memorial y cartas de pago de lo que en el dicho negocio gastó y pagó*, y dello se le descuente los maravedís que tiene recibidos. Y los dichos Señores, cometieron a Alonso de Ro- bledo, Procurador Genera! del Común desta cibdad, que vea la dicha petición, memorial y cartas de pago que el dicho Diego de Villena presenta y traiga declaración dello, para que se vea y provea y mande lo que se debe hazer en ello.

Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Pedro del Águila. Por ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

1 El 16 de Febrero de 1563 se abrieron la? Cortes generales del reino en A^adrid, y estu- vieron abiertas hasta el 27 de Agosto. Nada definitivo debieron de acordar acerca del pleito de San José, puesto que continuó después por mucho tiempo todavía.

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CONCEJO DE 16 DE ENERO.

En Avila, sábado, diez y seis días del raes de Enero de mil y quinientos y sesenta y tres años, estando el muy Ilustre Concejo de la dicha cibdad junto en su ayuntamiento, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho Concejo Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdadi y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez Serrano y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, en presencia de Gómez Camporrio, escribano público y del dicho Concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cib- dad, y Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad...

Sobre lo que pedía Diego de Villena del tiempo que se ocupó en Madrid sobre el monesterio de las monjas. Este día, en el dicho Con- cejo, Alonso de Robledo, Procurador del Común, averiguó la cuenta con Diego de Villena, escribano, el cuai pareció haber recebido desta cibdad diez y ocho ducados y haber pagado en cosas que mostró, cin- cuenta y cinco reales y medio, y dice haber estado cincuenta días; y vista la dicha relación, los dichos Señores dixeron, que el dicho Alonso de Robledo hable al dicho Diego de Villena, que se contente con los trece ducados que le quedan sin los que pagó, conforme a lo que tiene recebido por los días que en el dicho negocio se pudo ocupar, atento que entendería en otros negocios...

Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano. Pasó ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 23 DE FEBRERO.

En Avila, martes, veinte y tres días del mes de Febrero de mil y quinientos y sesenta y tres años, estando el muy Ilustre Concejo de la dicha cibdad en su ayuntamiento, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho Concejo Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Guiera, y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, ante Gómez Camporrio, escribano público y del dicho Concejo, y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:

Testigos: Alonso de Robledo, Procurador general del Común de la dicha cibdad, y el Licenciado Vicente Hernández, Procurador de la dicha tierra, y Rodrigo Gallego, Mayordomo de la cibdad...

Librar a Alonso de Robledo dineros que gastó. Este día en el dicho Concejo, Alonso de Robledo, Procurador general de la Repú- blica desta cibdad, presentó un memorial de maravedís que ha gastado por mandado desta cibdad en hacer aderezar ciertas calles y en lo del pleito del nuevo monesterio de Señor San Josepe, su tenor del cual es este que se sigue...

180 APÉNDICES

PLEITO DE LflS MONJAS

Que pagó a Juan Díaz, escribano, noventa y seis reales del

diez y seis días que fué acompañado, a seis reales por IniMiiLxim día, que se lo mando dar el Señor Corregidor. .

De los mandamientos que se sacaron del Provisor y del Re-i ccbtor para que dixesen los testigos, y de las notifica-! cienes y del treslado del interrogatorio, tres reales yj medio j

ex IX

Pagué al Receptor treinta y cinco reales con que se le aca-j

de pagar su salario y la probanza y scripturas que'iMcxc dló, y dio carta de pago |

Suma en esto deste pleito cuatro mil y quinientos y ^6tenta("i -. y tres maravedís I

El cual dicho memorial y cuenta asi presentado por el dicho Alonso de Robledo, y visto y oído por los dichos señores lo que en él contiene, pidió y suplicó a los dichos señores le manden librar y pagar los dichos maravedís, e hizo juramento por el nombre de Dios y de Santa María y sobre la señal de la cruz, en que puso su mano derecha corporalmente, en forma debida de derecho, so car- go del cual juró y declaró haberse gastado y él pagado en las cosas susodichas los maravedís que montan en el dicho memorial, y hizo el dicho juramento y respondió a la fuerza y confusión del, y dixo: así lo juro e amén. Y luego los dichos señores Justicia, Regidores, visto el dicho memorial y gasto en él contenido, mandaron librar y pagar al dicho ñlonso de Robledo los maravedís contenidos en el dicho memorial en esta manera: los gastados en aderezar las dichas calles, en los maravedís de las sobras de las alcabalas desta cibdad, y los maravedís gastados en el dicho pleito que esta cibdad con el di- cho monesterio trata, en los maravedís de los propios y rentas que esta cibdad tiene, y mandáronle dar libramientos en la forma su- sodicha para que Rodrigo Gallego se lo y pague luego...

Garci Siiárez Carvajal, Perálvurez Serrano. Paso ante mí, (lómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 19 DE JUNIO.

En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, sábado, diez y nueve días del dicho mes de Junio del dicho año, estando el muy Ilustre Concejo, Justicia y Regidores de la dicha cibdad, estando en el dicho concejo Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su

APÉNDICES 18Í

tierra por Su Majestad, y Don Antonio Vela, y Pedro del Hguila, Regidores de la dicha cibdad en presencia de mí, Gómez Campo Río, escribano susodicho y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:

Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad....

Que se siga el pleito de Señor San Jusepe. Otro sí, los dichos señores mandaron que se siga el pleito questa cibdad trata en corte con el monesterio de Sr. San Jusepe.

Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela. Pasó ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.

CONCEJO DE 13 DE NOVIEMBRE.

En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, sábado, treze días del mes de Noviembre del dicho año del Señor de mil y quinientos y sesenta y tres años, estando junto el muy Ilustre Concejo, Justicia, Regidores de la dicha cibdad de Avila, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo Qarci Súarez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad de Avila y su tierra por Su Majestad, y Alonso Quiera, y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante mí, Gómez Campo Río, escribano público del número en la dicha cibdad de Avila y su tierra y escri- bano del Concejo deila por Su Majestad, se hizo y mandó lo siguiente:

Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad, y Pedro de Villaqiiirán, escribano público del número y del dicho Concejo...

Sobre el edeficio que las monjas de San Josepe tienen hecho sobre las fuentes. Este día los dichos Señores Regidores de suso declarados, dixeron al dicho Señor Corregidor, que ya su merced sabe lo que está pedido y hecho por parte desta cibdad sobre el edeficio que las monjas del monesterio de Señor S. Josepe nuevamente tienen hecho sobre el edeficio del agua de las fuentes desta cibdad, y porque como su mer- ced sabe es en daño y perjuizio della y su república, por tanto que Je pídeiL, y si nescesario es le requieren, lo mande determinar, y pidieron a mi el dicho escribano lo escriba y asiente asi; y el dicho Señor Co- rregidor dixo y respondió, que pidan lo que viere que les conviene pedir, y se junte con lo que está hecho y procesado y se lo lleven para que é! lo vea, y visto provea cerca dello lo que de justicia debe ser hecho, y mandó a el dicho escribano lo escriba y asiente así.

E luego Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, que presente estaba, dixo que pedía y pidió, requería y requirió al dicho Señor Corregidor el tanto que los dichos Seño- res Regidores lo tienen pedido y requerido, y pidió a el dicho es- cribano lo escriba y asiente así; e luego, el dicho Señor Corregidor, dixo que dexía y dixo, respondía y respondió lo que tiene dicho y res- pondido al requerimiento que los dichos señores regidores le tienen dicho y requerido.

Este día luego, los dichos señores regidores dixeron queste dicho negocio y pleito que se trata por el edeficio, está cometido al Se-

182 APÉNDICES

ñor Perálvarez, que presente está, y si necesario es, aliora se le tornaban a cometer y cometían para que en ello haga y mande hac2r lo que convenga hacer y lo que sea nescesario...

Garci Siiárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Alonso Quiera. Pasó ante mí, Gómez Campo Río.

AÑO DE 1564. CONCEJO DE 11 DE ENERO.

San Josepe. Trataron los dichos Señores Justicia e Regidores sobre el edeficio que las monjas del monesterio de San Josepe tienen hecho sobre los arcos de las fuentes de la cibdad, e habiendo platicado sobre ello, acordaron e mandaron que el dicho Alonso de Robledo, Procurador general del dicho Común, trate con las dichas monjas el tiempo que quieren para desnacer el dicho edeficio y de la manera que ha de quedar para adelante e lo concierte con ellas, e concertado razón en el dicho consistorio para que los letrados de la cibdad, ordenen las scripturas que sobrello se hobieren de hacer.

CONCEJO DE 1 DE FEBRERO.

Consistorio. En la noble cibdad de Avila, martes, primero días del mes de Febrero, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e quatro años, estando juntos en el consitorio los Ilustres Señores Jus- ticia e Regidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e convenientes al buen gobierno e bien de la República, y estando presentes, conviene a saber, los muy magníficos Señores el licenciado Saavedra, Alcalde mayor de la dicha cibdad, e Perálvarez Serrano, e Pedro del Águila, Regidor de la dicha cibdad, e por ante Juan Valero, escribano público del número e del dicho Concejo, ordenaron e mandaron lo siguiente.

Testigo: Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad...

San Josepe. El dicho Alonso de Robledo, Procurador General del dicho Común, dio razón en el dicho Consistorio cómo ha tratado con las monjas del monesterio de San Josepe lo que por los dichos señores Justicia z Regidores le había sido cometido, e las monjas le habían respondido que ellas no derribarían el edificio, ni tenían orden de poderle hazer en otra parte, porque son muy pobres; pero que siendo los dichos señores Justicia e Regidores contentos, se obli- garían, que siempre que fuese menester entrar en dicho monesterio a ver o adobar el dicho edificio de las fuentes, abrirían la puerta del dicho monesterio para que entrasen, así qualquiera de los dichos Se-

APÉNDICES 183

ñores Regidores o el Procurador de la cibdad, o otra qualquier per- sona que por mandado de los dichos señores Justicia o Regidores fuese menester entrar, e para ello darían fianzas; o sino, que, atento su pobreza, si los dichos Señores Justicia o Regidores fuesen servidos de ayudarles con alguna limosna que les diese la dicha cibdad para mudar el dicho edificio a otra parte, le mudarían. Los dichos Seño- res Justicias c Regidores, todos de una conformidad, dixeron que dicho Alonso de Robledo, Procurador del dicho Común, torne a tratar con las dichas religiosas, que dentro de un breve término, el qual come- tieron al dicho Alonso de Robledo, derriben el dicho edificio, dejando libre el de las dichas fuentes, donde no, les aperciba que se prose- guirá la Justicia...

Hernando Saavedra, Perálvarez Serrano, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.

CONCEJO DE 12 DE FEBRERO.

Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, doze días del mes de Febrero de mil e quinientos e sesenta e cuatro años, estando junios en Consistorio los Ilustres Señores Justicia e Regidores de la dicha cibdad de Avila, a campana tañida, según que lo han de uso y |de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e convenientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando presentes los muy magníficos Señores el licenciado Saavedra, Alcalde mayor en la dicha cibdad, e Don Antonio Vela, e Alonso Yera, e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, e por ante mi Juan Valero, escribano público del numera e del Concejo de la dicha cibdad, ordenaron e ¡man- daron lo siguiente.

Testigos: Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, e Diego Flores, Mayordomo della...

San Josepe. El dicho Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, dixo en el dicho Consistorio que a él se le había cometido por los dichos Señores Justicia e regidores tra- tase con las monjas del monesterio de San Josepe la resolución que dan para derribar el edificio que tienen hecho junto con el de las fuentes desta cibdad, e que las dichas Señoras le habían respondido por scripto, que su señoría mande ver la dicha respuesta e proveer sobrello lo que sea justicia; e luego yo, el dicho escribano, leí lo que las dichas religiosas responden, e habiéndolo oído los dichos señores, cometieron a los señores Don Antonio Vela e Alonso Yera, regidores, que juntamente con el dicho Alonso de Robledo, Procura- dor de la dicha cibdad, traten con las dichas religiosas derriben el dicho edificio, dexándoles libre el de las fuentes de la dicha cibdad; donde no, sentenciará el pleito que sobrello se trata y se seguirá la justicia...

Licenciado Saavedra, Antonio Vela, Alonso Quiera, Pedro del Águi- la. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.

184 APÉNDICES

CONCEJO DE 11 DE MARZO.

Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a onze días del mes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos y sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio, a campana tañida, según que lo han de uso e de costumbre los Ilustres Señores Justicia e Re- gidores de la dicha cibdad, de se juntar para las cosas tocantes c convenientes al bien de la República e buen gobierno della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Corregidor de la dicha cibdad, e los muy magníficos Señores Gil de Villalba, e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, e por ante Juan Valero, escribano público del número e del dicho Concejo, ordenaron e man- daron lo siguiente.

Testigo: el licenciado Vicente Hernández, Procurador General de los pueblos, c Alonso de Robledo, Procurador General del Comiín de la dicha cibdad...

San Josepe. Dióse una petición por parte del monesterio de San Jo- tsepe, en que piden se cumpla el asiento que por parte desta cibdad les ofrescieron los Señores Don Antonio Vela c Alonso Quiera, Regidores, e quel censo que esta cibdad tiene sobre las casas donde es el dicho monesterio, e síobre otras que quieren comprar e meter en él, la dicha cibdad lo resciba sobre otras casas en esta cibdad, e que se nombre persona por ella para que lo concierte. Los dichos Señores Justicia e Regidores, habiendo oído la dicha petición, dixeron que en lo que toca a lo que la cibdad les toma, está presta de pagar lo que fuese tasado por dos personas, e que lo demás que piden se les de tiempo para derribar el edificio. Respondieron, que luego entienden en derribarle e se les da tiempo para ello e para que tengan hecha la pared, e cercada su casa por todo el mes de Abril; c que en lo que toca al mudar de los censos, son contentos que, dando el dicho monesterio otro tanto censo en otras dos casas, se les dexará el que la dicha cibdad tiene sobre el dicho monesterio e sobre las otras casas que quieren comprar, con que en las otras casas dexen el dicho edifício de las fuentes: libre; e cometieron al Señor licenciado Vicente Hernán- dez que lo trate con las dichas religiosas, e que yo, el dicho escri- bano, vaya con él para asentar lo que allí se tratare, e Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, que pre- sente estaba, vino en esto...

Garci Suárez Carvajal, Gil de Villalba, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.

CONCEJO DE 18 DE MARZO.

Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a diez e ocho días del raes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres Señores Jus- ticias e Regidores de la dicha cibdad de Avila, a campana tañida,

APÉNDICES 185

según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e convenientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Corregidor de la dicha cibdad, e los muy magníficos Señores Don Antonio Vela... Regidores de la dicha cibdad, e por ante Juan Va- lero, escribano público del número c concejo de la dicha cibdad, pro- veyeron lo siguiente.

Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la cibdad...

Si/ii Josepc. El Señor Licenciado Vicente Hernández, dio razón en el dicho Concejo de la respuesta que le dieran las monjas de San Josepe cuando fué a tratar con ellas lo que se le cometió sobre el edificio de las fuentes, que fué, que atento quel término que se les da para derribar el edificio es breve, que suplican a Su Señoría los den más término, e que en todo lo demás resciben muy grand merced, de la que se les haze. El Señor Don Antonio Vela, pidió e requirió al dicho Señor Corregidor mande executar la sentencia que sobre el dicho edificio está hecha e dada con protestación de se quexar por ante quien con derecho deba. A este requerimiento se arrimó el dicho Alonso de Robledo, e el Señor Corregidor respondió que le traigan el proceso e sentencia e está presto de cumplirlo.

Pidió Francisco Jiménez se le licencia para que celebre la venta que tiene hecha de una casa suya, que és junto al monasterio de San Josepc, la qual es censual a esta ciudad^ y la tiene vendida a Julián Dávila, clérigo, vecino de Avila, o si no, que la tome la dicha cibdad por el tanto, por quel tiene necesidad de su dinero. Los dichos Señores Justicia e Regidores respondieron, que tienen entendido que la dicha casa se compra para meterla en e! monasterio de San Josepe, e que la cibdad tiene sesenta días para responder; que dentro dellos se le responderá lo que ha de hazer, c que en el entretanto se le manda no disponga de la dicha casa. Notifiquélo al dicho Francisco Ximéncz, que presente estaba e lo oyó...

Tornaron los dichos Señores a tratar e platicar sobre el dicho edi- ficio que se lia de derribar a las monjas de San Josepe, e habiéndolo comunicado con los dichos licenciado Vicente Hernández e Alonso Ro- bledo, Procurador del dicho Común, que presentes estaban, acordaron que, atento que las dichas monjas son pobres, e que de la una e de la otra parte del dicho edificio de las fuentes se les toma del suelo que ellas tienen suyo propio, que se tase el dicho edificio e lo mismo el dicho suelo que se les toma, e queste se les pague e gratifique, para que con lo que se les diere puedan comenzar la pared que para cerrarse han de hacer, e nombraron para tasarlo a Xrisptobal Martin e a Fabián Pcrexil, carpinteros, vecinos de la dicha cibdad de Avila...

Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela. Pasó ante mí, Jnan Valero. Rubricado.

CONCEJO DE 21 DE A\flRZ0.

Consistorio. En la muy noble cibdad de Avila, martes, a veinte e un días del mes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos

186 APÉNDICES

e sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres Señores Justicia e Regidores de la diclia cibdad, a campana tañida, se- gún que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e convenientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Co- rregidor en la diclia cibdad, e los muy magníficos Señores Don An- tonio Vela e Pedro del Águila, Regidores de la diciía cibdad, e por ante Juan Valero, escribano público del numera^ e del dicho Concejo, ordenaron e mandaron lo siguiente.

Testigos: Alonso de Robledo, Procurador del Común, e Diego Flo- res, Mayordomo de la dicha cibdad e vecinos della...

Tasación del suelo que tomó a San Josepe. Pedro de Villaquirán, escribano, vino al dicho Concejo con Fabián Perexil e Xrisptobal Mar- tín, carpinteros, vecinos de Avila, nombrados por el dicho Concejo para tasar lo que se toma a las monjas de San Josepe del suelo, junto al edificio de los arcois, e presentaron una declaración e tasación firmada de sus nombres e del dicho Pedro de Villaquirán, escribano, la cual vista por ios dichos Señores, mandaron que los veinte mil maravedís en qu€ tasaron el dicho suelo, se libren por terceras partes en propios de la cibdad e sobras de alcabalais e fuentes, e que se luego el dinero a Alonso de Robledo, Procurador del Común para que dellos haga traer piedra e comience luego el edificio, e de los dichos dineros pague él estando alzada la pared; aviso al Señor Corregidor para que se derribe el dicho edificio...

Ordenaron e mandaron loa dichos Señores que si el monesterio de San Josepe diere el censo que tiene esta cibdad sobre las casas donde es el dicho monesterio, e sobre las que compraron de Fran- cisco Ximénez, e sobre otras casas en esta cibdad, que se les dcxe el dicho censo e se haga escriptura de transación, aunque el dicho censo la den sobre una casa sola, dando primero razón qué casa es, e dónde, para que la dicha cibdad se satisfaga del dicho censo.

Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.

CONCEJO DE 1 DE ABRIL.

Consistorio. En la nobie cibdad de Avila, sábado, a primero dia del mes de Abril, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres Señores Justicia e Regidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes c concer-? nientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad, e los muy magníficos Señores D. Antonio Vela, e Pedro del Águila, Regidores de la dicha Cibdad, e por ante Juan Valero, escribano público del número' e del Concejo de la dicha cibdad, orde- naron e mandaron lo siguiente.

Testigos, Alonso de Robledo, Procurador general del Común de la dicha ciudad.

APÉNDICES 187

San Joscpe. Dióse una petición por parte de las monjas de San Jo- sepe en que piden se les licencia para que se celebre la venta de las casas que tienen compradas de Francisco Ximénez, e que en el en- tretanto que dan el censo de la dicha casa e de la del monesterio en otra parte, depositarán el dinero que puede valer, e pagarán los re- ditos. Los dichos Señores Justicia e Regidores mandaron que señalen primero el censo, o si no, que den una persona llana e abonada que se obligue dentro de un año a dar comprado el dicho censo, y en el entretanto le pagarán para lo cual a de hazer la obligación de la manera que por parte de la cibdad se le pidiere...

Garci Suárez Carvajal, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.

CONCEJO DE 22 DE ABRIL.

Consistorio. En la noble cibdad de ñvila, sábado, a veinte e dos dias del mes de Abril, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e cuatro años, estando juntos en consitorio, a campana tañida, los muy Ilustres Señores Justicia e Regidores de la dicha cibdad, según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas to- cantes e concernientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando presentes el muy Ilustre Señor Garci Súarez Car- vajal, Corregidor en la dicha cibdad, e los muy magníficos Seño- res Alonso Yera e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad e por ante Juan Valero, escribano público del número e del concejo de la dicha cibdad, proveyeron lo siguiente.

Testigos: Alonso de Robledo, Procurador del Común, e Diego Flo- res, Mayordomo de la dicha cibdad...

San Josepe. Dióse una petición por parte del monesterio de San Josepe en que piden se les licencia para quel censo que la cibdad tiene sobre las casas del dicho monesterio e sobre las que más ha com- prado, se pase sobre dos pares de casas que Francisco de Peralta tiene junto al dicho monesterio, e así mismo piden se les pague lo que se tomare en un corral que han comprado, para quel edificio de las fuentes quede libre, e si fuese posible, se les dexe un poco, de manera quel dicho monesterio, dentro de su casa, se pueda ser- vir del. Los dichos Señores Justicia, Regidores, habiéndola oído, res- pondieron lo que tienen proveído en otras peticiones que por el dicho monesterio se han dado, e cometieron al señor Pedro del Águila, Re- gidor, e Alonso de Robledo, Procurador del Común, para que vean las dichas casas e se satisfagan que son libres de censo, e en el primar Concejo den razón dello para que se la dicha licencia, e que con el deceno dinero se acuda a Rodrigo Gallego, mayordomo de la dicha cibdad...

Garci Suárez Carvajal, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Va- lero. Rubricado.

188 APÉNDICES

CONCEJO DE 29 DE flRRIL.

Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a veinte e nueve días del mes de Abril de rail e quinientos e sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio los muy Ilustres Señores Justicia e Re- gidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e concer- nientes al bien de la República y buena gobernación della, y estando presentes los muy magníficos Señores el licenciado Juan Páez de Saa- vedra, Alcalde mayor en la dicha cibdad, e los Señores Don Antonio Vela e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, e por ante Juan Valero, escribano público del número e del dicho Concejo, ordenaron e tnandaron lo siguiente.

Testigos: el licenciado Vicente Hernández, Procurador General de los pueblos, c Alonso de Roliledo, Procurador del Común, e Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad...

San Josepe. El dicho Señor Regidor Pedro del Águila dio razón en el dicho Concejo, cómo juntamente con el dicho Alonso de Ro- bledo, Procurador del Común desta cibdad, por comisión del dicho Concejo, había visto las casas de Francisco de Peralta, que las mon- jas de San Josepe han señalado para pagar sobrellas el censo que la dicha cibdad tiene sobre las casas donde es el dicho monesterio, e sobre las qucran de Francisco Ximénez, e sobre la cerca que agora compran, e ique las dichas casas son buenas, pero que le paresce dificul- tad no ser más de un par de casas, e sobre las que agora se tiene el censo ser dos pares e una cerca, aunque para la cantidad ques todo el dicho censo, son harto suficientes las casas del dicho Peralta. Los dichos Señores Justicia e Regidores di.xeron que, atento que! dicho trueco se hace para el beneficio de las dichas religiosas e ques servicio de Dios Nuestro Señori, e que la cibdad en la cantidad no pierde ninguna cosa, que daban e dieron licencia para que los dichos censos se carguen sobre las casas del dicho Francisco de Pe- ralta, e cometieron a Rodrigo Gallego, Mayordomo de la dicha cibdad. que haga hacer las escrituras, constándole primero del título que tiene a las dichas casas, la persona que se obligase al dicho censo, c así mismo dieron licencia para que se pasen las ventas de la casa de Francisco Ximénez e de la cerca que agora quieren comprar...

Licenciado Saavedra, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante mi, Juan Valero. Rubricado (1).

1 No dicen más los acuerdos del Conceio acerca de este pleito. Las Actas de 1562 están en un volumen, y las de l-WS ij 15ót en otro. I.o que traen acerca de los censos de la ciudad sobre algunas casas y la compra de otras por las religiosas de San José, está confotme con los documentos del archivo de esta Comunidad, y que no reproducimos porque no es nuestro pro- pósito escribir la hisloria de este monasterio, la cual dejamos para lugar más oportuno.

APÉNDICES 189

X Y I I I

jhs

PETICIOK nE SANTA TERESA AL CONCEJO DE AVILA (1).

A\uij ilustres Señores:

Como nos informamos no hacia ningiin daño al edificio del agua estas ermititas que aquí se han hecho, y la necesidad era muy grande, nunca pensamos, visto V. S. (2) la obra que está hecha, que sólo sirve de alabanza del Señor y tener nosotras algún lugar apartado para ora- ción, di€ra a V. S. pena; pues allí particularmente pedimos a Nuestro Señor la conservación de esta ciudad en su servicio.

Visto V. S. lo toma con desgusto, de lo que todas estamos penadas, suplicamos a V. S. lo vean; y estamos aparejadas a todas las escritu- ras, y fianzas y censo que los letrados de V. S. ordenaren, para si-

1 Hállase el original en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo, del que tcneirios fotografía. Como se deduce de la lectura de las Actas del Concejo de Avila, son varias la.s piezas jurídicas que de las religiosas de San José figuraban en el pleito seguido con la ciudad, probablemente de letra de Santa Teresa, como la que aquí publicamos. En la misma petición de la Santa vienen las siguientes apostillas notariales, que nos dan a conocer la fecha en qué fué escrita y presentndíi:

^En 7 Diciembre de 1505. Del nionesterio de San Josepe.

»En concejo, martes a siete de Diciembre de mil e quinientos e sesenta e tres años se leyó esta carta o petición de las religiosas de San Josepe; e proveyeron los Señores Justicia c Regidores que estaban en su dicho concejo, que para el primer regimiento se llamen todos los Regidores que están en la cibdad, e se les muestre la dicha petición, para que sobre ella se tome el acuerdo que les paresciere, o se prosiga la justicia. Juan Valero, (rubricado).

>t Que para sábado (11 de Diciembre), se llamen todos los caballeros, para el sábado próximo, para que den el medio que les paresciere.

"En Avila, 20 de Enero de \^'i años, ante el señor Alcalde mayor, por ante Pedro de Villaquirán, escribano, paresció presente el doctor Francisco de Robledo, Procurador general primero de la dicha cibdad, y en el pleito que trata con el nionesterio de San Josepe, para la información que le fué mandada dar, hizo presentación de la carta que las religiosas del dicho monesterio escribieron a la cibdad, como parte para el pedimento de la que está ante Juan Va- lero, escribano del Concejo y del número. El Señor Alcalde mayor la mandó poner en el pro- ceso, e que lo verá e hará justicia. Testigos: Gil del Hierro, escribano, e Blas Martines, e /ln~ ionio Gortsales, presentes, vecinos de Avila-.

2 Si bien la Santa trae en singular estas abreviaturas, han de leerse en plural: «vuestras señoría.'!», puesto que se dirige a los miembros que forman el consistorio abulense. Un facsímil fotográfico publicóse en el Boletín de la Academia de la Historia, correspondiente al mes de Marzo de 1915, pero en la versión que de él se hace, se cometen algunas faltas de lectura.

190 APÉNDICES

guridad de que en ningún tiempo verná daña, y a esto siempre estu- vimos determinadas.

Si con todo esto, V. S. no se satisficieren, que muciio de enliora- l^uena se quite, como V. S. vean primero el provecho y no daño que hace; que más queremos no esté V. S. dosconten[tos], que todo el consuelo que allí se tiene, aunque por ser espiritual, nos dará pena carecer dél.

Nuestro Señor las muy ilustres personas de V. S. guarde y con- serve siempre en su servicio, amén.

Indinas siervas, que las manos de V. S. besan,

LflS POBRES HERMANAS DE SaN JOSEF.

APÉNDICES 191

XIX

RELACIÓN DE LO QUE OCURRIÓ EN LA FUNDACIÓN DE SAN JOSÉ, POR JULIÁN DE AVILA, TESTIGO OCULAR (1).

Llegado el mediodía después que la casa e monesterio de Señor San José se fundó e publicó por el pueblo, a mi parescer que nunca tan al vivo se representó en la Iglesia de Dios lo que pasó el día de Ramos, cuando en Jerusalén rcscibieron a Jesucristo todo el pue- blo junto, con el mayor aplauso e fiestas, que nunca a rey de la tierra se hizo ni hará...; a este modo, ansí como la Santa Madre, viendo acabado lo que tanto había trabajado, e tanto había deseado, la dio el mayor contento que ella había tenido en la vida, ansí en sabiéndose en el pueblo, y en habiéndose ya extendido casi por todos los vecinos de él, fué tanto el contento y hacimiento de gracias a Dios, que de todos se hacía, que no faltaba sino decir a voces, como el día de Ra- mos dijeron: «Bendito sea el que viene en el nombre del Señor: sálvanos. Señor, en las alturas». A este modo daban todos gracias a Dios, alabándole e bendiciéndole de ver una iglesia nueva, un mo- nesterio edificado tan de proviso, un fundamento de religión tan per- fecto, que, en el contento común de todos, páresela esto pronóstico del servicio que a Dios se había de hacer; de manera, que este contento de todos, tan común c tan público, no duró más de otras tres o cuatro horas, que a lo más no pasó del mediodía, que parescía se había medido el contento y gozo de la Santa Madre con el de todo el pueblo. Pero después, como dio el Señor licencia a el de- monio para que le escureciese el entendimiento y la causare tanta turbación, como lo dijo en el capítulo pasado, ansí paresce que a esta medida permitió el Señor, por sus juicios secretos, se ofuscasen los entendimientos de todos los principales de la ciudad, que les parescía

1 Para completar en lo posible la ¡nfoimación histórica acerca de lo ocurrido en la fundación de la primera casa de la Reforma carmelitana, reproducimos la relación siguiente, hecha por Julián de Avila, que intervino directamente en ella y ayudó no poco a Santa Teresa en aquellos días de tan penosa tribulación. Nació este siervo de Dios en Avila por los años de 1526. Intimó con la Santn cuando en 1562 se fundó el monasterio de San José. Una hermana suya, María de San José, fué de las cuatro primeras que tomaron el hábito de Descalzas. Muiió santamente en la misma ciudad el 26 de Febrero de 1605, sien- do capellán del Monasterio de San José desde 1563. Sobre el Venerable Julián de Avila véase la Vida que acaba de publicar en Toledo el P. Gerardo de S. Juan de la Cruz, C. D. La relación que publicamos está lomada de la Vida de Santn Teresa de Jesús, escrita por el Venerable y publicada en Madrid, ano de 1881. Véanse los capítulos VII y VIII de la parte primera. En sustancia, repite lo mismo en la Declaración prestada para la beatificación y ca- nonización de la Santa en Avila el aflo de 1596, la cual se conserva en el palacio epis- copal de aquella ciudad.

192 ' APÉNDICES

que todo el pueblo se había de perder si no se deshacía aquella casita pequeña y pobre, que se había levantado; e para esto pusieron tantas diligencias como se podían poner cuando una ciudad se está abrasando con fuego para matarlo, o como se pueden poner para escaparse de los enemigos cuando la tienen cercada; lo cual diremos en particu- lar, después que digamos de la manera que se hobieron con la Santa Madre el Provincial y sus monjas de la Encarnación.

Y fué que, como supieron la priora y monjas de la Encarnación lo que pasaba, hubo un alboroto y desasosiego no menos que el que ya había en la ciudad. Los dichos que cada uno descía y de la manera que la culpaban, ¿quién lo podrá descir? Parescía se ha- llaban afrentadas en que se hiciese monesterio de su Orden sin re- lajación; y dijeron, que aun nunca la Madre liabía podido guardar lo relajado, que ¿cómo había de guardar lo riguroso? ; que lo que había hecho más era por inquietar las comunidades, que no para otra cosa; finalmente, sin más consideración envió la priora de la Encar- nación a mandar a la Madre se saliese luego del monesterio que había fundado, e fuese e volviese luego! a su propia casa de la Encarnación. Y esto fué tan luego, que, pasada la hora de comer, que aún no si para desayunarse la dieron lugar, porque fué tan obediente como esto, que, en oyendo el mandato de la priora, luego se fué a la En- carnación, dejando solas las cuatro doncellas pobres recién dadas el iiábilo. Cualquiera que considerase lo que sentiría la Santa iWadre en dejallas tan presto y lo que las recién tomadas el habito sen- tirían en verse quedar solas con los hábitos ya rescibidos, y con muestras que se los habían de quitar e volverse a sus casas; esto bien se deja entender. Lo que se podría sentir e temer que todo lo que se había hecho se había de deshacer, principalmente, que luego entendieron de la suerte que también lo tomaban en la ciudad; pero en estos trances tan terribles mostró el Señor cuan fortalescida tenía a su sierva; porque, aunque todo esto era muy gran ocasión para sentir mucho, y aun para desconfiar mucho, con todo eso fué a la Encarnación luegoi, e iba muy contenta; lo uno, de que ya dejaba hecho el monesterio; lo otro, de que se la ofrescían tan buenos lances de trabajos en que se emplear; pues que no eran otros sus deseos sino el de padescer por Jesucristo, porque bien vía y entendía que para eso la había el Señor fortalescido con tantas y tan señaladas mer- cedes. Ya llevaba tragado que ¡a habían de meter en alguna cárcel oscura, y dejarla a solas en ella, con las demás circunstancias, que a los que quieren castigar suelen hacer, y esto no solam.entc no la daba pena, más antes la parescía la venia bien para descansar los muchos días que había trabajado, y que la habían de dar lugar para recu- perar el sueño que en muchas noches había perdido, e para fener muchas horas de oración, que por las muchas ocupaciones había faltado. Con estas prevenciones e presupuestos, salió del monesterio nuevo de San José para ir a el de la Encarnación, yendo yo por escudero y como su capellán. Desde aquel día me ofrescí por tal, y lo he sido hasta agora, y seré hasta la muerte, habiéndolo ya sido al pie de cuarenta y dos años. Porque mientras vivió, después que esta primera casa hizo, la serví veinte años, y la acompañé en todas las más fundaciones que

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en su vida hizo (1); y ansí todo lo que de aquí adelante dijere, lo diré como testigo de vista; de manera que la llevamos y otros clérigos a su casa de la Encarnación. Y por mal que fué rescibida, no fué tanto como la sierva de Dios llevaba tragado, e ya encomendado, a Dios. Porque, antes que saliese de San José (que se me había olvidado), hizo oración a el Santísimo Sacramento, y encomendándole aquellas nuevas plantas, y encargándolo y poniéndolo en las manos de Dios y de Señor San José, con esto salió consolada en que todo se había de hacer bien. Y ansí como la priora e monjas vieron a la Santa Madre, paresce que la furia que tenían se había algo aplacado; por- que, aunque ella no se disculpaba, remitióse el juicio de la causa para ,cuando viniese el Provincial; y ansí, mientras venía, la sierva de Dios, como tenía segura la conciencia, y antes entendía había hecho buena obra y honrado a la Orden, con esto no teníg que temer mucho al Provincial. Porque, si quería también dar disculpas, teníalas muy buenas e bastantes para satisfacer a cuantos la quisieren culpar, y con esto ni perdía la quietud de su alma, ni la esperanza de que lo que estaba hecho se había de aniquilar, como toda la demás gente pen- saba, y aguardaba la ruina y estallido que de lo hecho se había de dar.

Pero como Dios era el que lo amparaba y guiaba, fué muy a el revés de lo que pensaban; porque, venido el Provincial, como era tan amigo de la religión e deseaba la perfección de ella, no le pá- reselo tan mal como todos pensaban; antes la dijo que, como el pue- blo se asosegase, la daría luego licencia para volverse con las nuevas monjas, que, mirándolo bien, no hobiera quien no las tuviera lás- tima el haberlas dejado tan solas, que verdaderamente parescían ovejas entre lobos. Porque fué tanto el conato y furia que toda la ciudad puso en que el monesterio se deshiciese, que no parescía sino que a cada uno le iba la vida en ello; en tanta manera, que el Corregidor fué determinado a sacarlas del monesterio, y las dijo que, si no que- rían salir, las quebrantarían las puertas; e creo lo hicieran de hecho, sino que, al fin, tuvieron respeto al Santísimo Sacramento, que estaba muy cerca de la portería. Y también como el venerable D. Alvaro de 'Mendoza, obispo de Avila, había rescibido el monesterio por suyo, estando debajo de su obediencia, no osaron desmandarse a hacerlo de hecho; pero pensaron que con persuasiones y amenazas, que, como era gente pobre las que habían tomado el hábito, de espantarlas y hacerlas salir. Pero el Señor, que había dicho a la Santa Madre que la Virgen guardaría una puerta y señor San José guardaría la otra, lo cumplieron, y dieron a las cuatro pobrecitas tan grande espíritu y esfuerzo, que no temiendo las amenazas del Corregidor, respondie- ron que ellas no habían de salir, sino era por mano de quien allí las había metido; que si querían quebrar las puertas las quebrasen en hora buena, que quien lo hiciese mirase primero lo que hacía; y con esto se volvieron, sin osar hacer a lo que venían determinados.

E como por este camino no hicieron nada, tomaron otro más pru- dencial, y es que, como toda la ciudad era de un parescer de que se

1 Hasta que la Santa tuvo Carmelitas Uesralzos que la pudieran acompañar en los viajes y ayudar en las fundaciones, siempre llevó consigo a este virtuoso sacerdote.

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¡deshiciese el monesterio, acordaron de hacer una junta, la más so- lemne que se podía hacer en el mundo, aunque fuera en ello sal- varse toda España o perderse; porque convocaron los regidores, e trujeron a su consistorio, lo primero todos los regidores, luego la junta que se hace del Común, luego hicieron venir de todas las Religiones dos religiosos los más letrados y de autoridad (1), y el Pro- visor, y de parte del Cabildo. Estando esta tan famosa junta, empe- zaron a poner en votos y paresceres, si sería bien que aquel mones- terio, siendo de pobreza y estando la ciudad pobre, si era bien se deshiciese, o si sería bien se quedase. Empezáronse a declarar todos los convocados por su orden. Vinieron todos en parescer que era bien que el monesterio se deshiciese, porque era mucho cargo para la ciudad mantener a trece monjas, que entonces no se pretendía fue- sen más, e no advertían que estas trece entraban a servir a Dios, y que en la ciudad se mantienen muchos centenares de hombres y mu- jeres que con su mala vida sirven a el demonio, e nunca se da orden de quitar tantos que se mantienen sin trabajar, dando mal ejemplo a los demás, e -parescíales que se había de destruir la ciudad por man- tener trece Descalzas.

Bien se echó de ver cuánta diligencia ponía el demonio para cegar los entendimientos de todos, haciéndoles traer las tinieblas por luz, e la luz por tinieblas. En esto dije a el principio se había representado lo que pasó el día de Ramos, que por la mañana rescibieron a Jesu- cristo con tanta alegría y autoridad, y a la tarde le dejaron tan a solas, que, viendo el Señor que todos le habían dejado, fué menes- ter salirse de la ciudadl, e después todo fué hacer concilios para qui- tarle la vida. Ansí el día de San Bartolomé, luego por la mañana, alababan toda la ciudad a Dios por el nuevo monesterio que había aparescido; pero después de mediodía no paresció sino que San Bar- tolomé había soltado a todos los demonios del infierno, para que destruyesen y deshiciesen aquella casita, que había de ser principio de tantas almas como por ella se les habían de ir de entre manos. E cierto que también se ha visto claro cómo lo permitió el Señor para mostrar su poder en cosas tan dificultosas, y dar a entender a la cristiandad cómo esta obra más era de la poderosa mano de >Dios, que no de una mujer!, y que la quiso Dios tomar por instrumento para darnos a entender, que con lo flaco puede vencer a lo fuerte, y que la simplicidad santa vence a los sabios del mundo. De manera, que en la junta tan solemne que se juntó para deshacer lo que Dios iquería hacer, no se hallaron más de el Provisor y un fraile dominico (2) que dieron algunas razones en contrario del parescer de todos y en favor del monesterio. Sed ¿quid ínter tantos? No se hizo caudal de tan pocos que hablaban sin pasión, habiendo tantos que la tenían. Pero contra Dios no hay resistencia, aunque salieron todos con que se había de deshacer, como Dios quería que se hiciese, valían poco sus votos e diligencTas. E si el Obispo de Avila no estuviera tan

1 Algunos más asistieron de la Orden de Santo Domingo, como hemos visto en la página 170.

2 P. Dominflo Báftez.

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de parte de la Madre, no dudo sino que de hecho la acabaran aquel día; pero esas son las trazas de Dios, para que por medios humanos se haga lo que quiere.

También la favoresció mucho el Maestro Gaspar Daza, que era por quien el Obispo se regía, y él y yo decíamos misa a las cuatro, que habían quedado bien solas de las gentes, pero no de Dios, que las miraba como plantas nuevas, de las cuales había de venir tan abun- dante fruto a la Iglesia de Dios. De manera que, como vio la ciudad e regidores que no les convenia de hecho derrocar las puertas, e des- hacer el monesterio, dieron en llevarlo por vía de pleito, c lo que era tan espiritual, hacerlo negocio de Hudiencia, e de estrados e pro- curadores. E fué lo bueno que, aunque la Santa Madre tuvo licencia de defender su causa por vía de pleito ordinario, ella no tenía dinero para sustentar el pleito; y aunque lo tuviera, no la aprovechara. Por- que como era la ciudad y el regimiento el que lo contradecía, no había escribano, ni procurador, ni letrado que quisiere defender la causa; a tanto que yo, como era clérigo, e no tenía miedo a los seglares, me era forzado hablar en defensa del monesterio, y si algún rcqui- rimiento se había de hacer a €l Corregidor, yo le hacía, e iba y venía a la Encarnación a dar cuenta a la Santa Madre de lo que pasaba, y ella servía de letrado, e yo de procuradora.

Y aunque en cuanto podía nos ayudaba aquel caballero que la sierva de Dios tenía por amigo verdadero (1), que nunca la dejó de favorescer, como era hombre de tanta autoridad, acóntesela entrar yo en la pieza a hacer algún requirimiento a la justicia, y que- dábase él como ascondido, porque no lo viesen en público andando en estos dares c tomares. Gonzalo de Aranda, que era un clérigo muy honrado y de mucha virtud, que también era de nuestra parte, se movió a ir a la corte de parte del monesterio de San José (2), y en poniendo que se puso la causa en el Consejo, mandaron dar un recetor que viniese a Avila c hiciese información de parte de la ciudad c de parte del monesterio. Y vino y muy despacio hizo sus informa- ciones y las, llevó a el Conseje, e fué de suerte que, como la ciudad había gastado sus dineros en pagar a el recetor, e como la pasión c tentación se había ya aplacado, e también entenderían que la infor- mación del monesterio iba más bastante que no la suya, no siguieron el pleito, y quedóse el monesterio hecho, sin que hubiese quien se lo contradijese. Y mientras el pleito duró, viendo el Señor a su sierva algo temerosa, la consoló diciendo: «¿Qué temes? ¿No sabes que soy poderoso Bien se ha visto que si el poder del Señor no valiera, que una mujer encerrada no pudiese librarse de las manos de tíintos e tan poderosos contrarios. Y aun el modo con que el Señor favoresció esta su obra, es mucho de considerar que toda una ciudad no fuese para resistir una monja encerrada y sin dinero, y sin haber quien hable ni vuelva por ella sino personas que, movidas de caridad y de la justicia o razón, ayudaban con sus personas y otras con sus dineros; de suerte que, según fué fama, más dejó la ciudad

1 Véase el Libro de la Vida, p. 313.

2 Vida. c. XXXVl, páoina 313.

196 APÉNDICES

de seguir el pleito por no tener dinero que gastar en él, que por otra causa alguna; y que a la sierva de Dios, no tiniendo hacienda, ni dineros, ni deudos que se lo emprestasen, tuvo para sustentar el pleito en Avila y «n la corte, y por falta de posibilidad nunca lo dejara... Hcabada tan gran contradicción e pleito tan trabado como hubo entre la ciudad y el nuevo monesterio, procuraba la Santa Madre al- calzar licencia de su Provincial para venirse con aquellas nuevas plan- tas, que tan a solas habían quedado. Y aunque tuvo gran miedo que no se la habían de dar, como el Señor iba ya aplacando las furias de los demonios, no solamente la dio licencia, sino también a otras dos monjas, que viniesen con ella para poder enseñar las cuatro no- vicias y empezar a hacer el Oficio divino. Con tan buena licencia, salió acompañada de dos religiosas muy siervas de Dios: la una se llamaba ñna de los Angeles, e la otra María de San Pablo...

Y entrando que entró en la portería, junto a ella estaba una reja de palo, e muy cerca de la reja estaba el altar, aunque con decencia, pero con harta pobreza y estrechura; porque en portería y coro, a donde el Santísimo Sacramento estaba, no me paresce a raí habría arriba de diez pasos: representaba bien a el portalico de Belén, ñl lado de la mano izquierda, dentro de la reja que dividía la portería y el coro, a donde estaba el Santísimo Santísimo Sacramento, casi junto al altar, estaba otra rejica de palo, que hacía el coro de las monjas; estaba todo junto, que casi no había pasos que dar para ir de una parte a otra.

Llegó la Santa Madre, y abriendo la reja del coro de acá fuera, postróse delante del Santísimo Sacramento, antes que en el monesterio entrase, e puesta en arrobamiento, vio a Jesucristo que la rescibía con grandísimo amor, e púsola en la cabeza una corona, agradescién- dola lo que había hecho por su Santísima Madre. E no solamente la consoló con esto, sino que también se la apáreselo la Virgen María...

Y en esta casa e Iglesia tan pobre, como se empezó a descir el Oficio divino con devoción, empezáronla a tener todo el pueblo tan grande, que los que la habían perseguido la alababan e descían ser obra de Dios, y ayudaban con sus limosnas. E frecuentábase la Igle- sia, aunque eran tan poquitos los que en ella cabían, que, con con- formidad de todos, se empezaron a comprar las casas de más cerca, e poco a poco se ha venido: a hacer tan buena iglesia, en su tanto, como la hay en la ciudad. E tienen ya casa y huerta, lo que les basta para pasar y guardar su Regla; que, aunque en es áspera, como se lleva con tanta voluntad y amor de Dios, es fácil de llevar; porque, como dijo Jesucristo en su santo Evangelio: mi yugo es suave, e mi carga es liviana, a los que con amor verdadero de Dios la quie- ren llevar. Porque, donde no hay amor, lo liviano se hace pesado, y a donde le hay, lo pesado se hace liviano e llevadero, y lo dificul- toso se hace fácil e se lleva con contento, como se ha visto e ve en esta casa y en Ledas cuantas de Descalzas se han edificado; que, con ser la más áspera Orden, y el encerramiento más estrecho, e la penitencia mayor, se lleva con más contento que en las demás Ordenes.

La Regla es de Nuestra Señora del Carmen, sin relajación, como la ordenó Fr. Hugo, cardenal de Santa Sabina, que fué dada el

Apéndices 197

año de mil y doscientos y cuarentai y ocho anos, en el año quinto del Pontificado del Papa Inocencio cuarto. Nunca jamás se ha de comer carne, ayunarse los ocho meses del año, y esto nunca se quebranta sino con gran necesidad de enfermedad. Llámase la primitiva Regla, por- que se procura guardar lo que guardaban los ermitaños antiguos, que moraban en ermitas en el Monte Carmelo. Guárdase el voto de la pobreza con todo rigor posible, porque nenguna monja puede poseer íii tener en su celda cosa de adorno, ni vestido, ni comida, ni otra cosa alguna más de un jergón de paja, en que se acostarán (porque no duermen en colchones), con mantas de sayal, ni en almohadas de cama. No se usa lienzo ni en camisas, sino siempre de estameñas; y aun yo vi, con el fervor que al principio se tomaban, que usaron en algún tiempo tener las túnicas primeras del sayal de que se hacen los costales, hasta que el Perlado se les mandó quitar, porque no les hiciese maj a la salud. No hablan con seglares, sino es cuando con- viene al aprovechamiento de sus almas, e por negocio particular e nescesario. Tienen tres horas de oración mental e lición, repartidas entre día y noche. Tienen dos exámenes de conciencia, el uno antes de comer, y el otro antes de acostar; y sobre todo, se fundan en humildad e mortificación, y en trabajos como pobres. El vestido es todo de sayal, con alpargatas a los pies por la honestidad. No pue- den tener Don, aunque sean hijas de grandes.

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XX

FACULTAD DEL P. PROVINCIAL CALZADO PARA QUE SANTA TERESA PUEDA VIVIR EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).

NOS, Fray Ángel de Salazar, Provincial en la Provincia de Castilla de la Orden de Nuestra Señora del Carmen.

Por la presente damos licencia a las carísimas y muy religiosas señoras, doña Teresa de Ahumada y María Ordóñez, y Ana Gómez, y doña María de Cepeda, religiosas profesas de nuestro monesterio de la Encarnación de Avila, para que todas estas cuatro señoras reli- giosas estén en la casa y monesterio de San Joseph desta sobredicha ciudad, como hasta agora han estado para enseñamiento y doctrina de las religiosas nuevas que en aquella casa agora se crían, y para todo lo demás que en la edificación spiritual y temporal della man- dare y ordenare el limo, y Rmo. Sr. Obispo de Avila, en cuya obediencia y disposición la sobredicha casa del Señor S. Joseph se funda, y las religiosas della viven. Y para que las sobredichas cuatro religiosas de nuestra obediencia puedan vivir más sosegadamente y con mayor descanso espiritual, por la presente les damos licencia para que se puedan se confesar con cualesquiera confesores idóneos, reli- giosos o clérigos, y para que puedan tener uso y administración de cualesquiera limosnas y socorros que les fueren dados por sus deu- dos o por otras qualesquiera personas, y gastarlos en sus usos y sus necesidades, sin perjuicio ni ofensa de el santo voto de pobreza que profesaron; y juntamente encargamos mucho a todas sus ca- ridades que en el sobredicho monesterio y casa del Señor S. Joseph hagan en todo según la voluntad y disposición de su Illmo. Señor, cuyo servicio len esto y en todo deseamos, y damos la sobredicha li- cencia para todo lo que dicho es, por espacio de un año; desde la

1 Consérvase el original de esta facultad en las Carmelitas Descalzas de San José de Avila. Pasó la Santa definitivamente a su primer convento reformado a mediados de la Cuares- ma de 1563, como hemos visto en María Pinel y otros escritores. El mismo P. Ángel de Sala- zar dice en las Informaciones de Valiadolid que demoró la licencia para que pasase a San José por algunas dificultades que se ofrecieron; pero al fin se la dio «por conocer el espíritu u santo celo que la movía a tal empre.sa». Con ella fueron de la encarnación Ana de San Juan, Ana de los Angeles, María Isabel e Isabel de San Pablo. «El ajuar que entonces llevó a su nuevo con- vento, dice el P. Jerónimo de San José en su Historia del Carmen Descalzo, lib. IV, c. VI, pá- gina 630, sacándolo prestado del monasterio de la Encarnación, fué una esterilla de pajas, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado; de lo cual dejó una memoria firmada de su mano en el convento de la Encarnación para que hubiese cuidado de cobrarlo y ella de volverlo. ¡Tanta era la riqueza con que salió a fundar!»

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fecha desta nuestra licencia, que es fecha en nuestra casa del Car- raen de ñvila, a veinte y dos días del mes de Agosto (1), año de mil y quinientos y sesenta y tres años. Y ansí lo firmamos de nuestro nombre y sellamos con el sello de nuestro oficio.

t (aquí la firma)

t (aquí el sello)

1 Como para esta fecha llevaba ya la Santa viviendo algunos meses en San José, debió de otorgarle esta facultad verbalmente bastante antes. El P. Ángel fué mug afecto a Santa Te- resa ü muy amigo de toda reformación, así que gustaba de que, aun cuando vivía en la En- carnación, visitase a las religiosas de San José, harto necesitadas de guía y de consueto.

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HUTORIZflCION DEL NUNCIO DE SU SANTIDAD PARA QUE LA MADRE TERESA PUEDA VIVIR EN SAN JOSÉ.

(21 de Agosto de ISó'l) (1).

Alexandcr Cribellus. Dei et Apos- tolicae Sedis gratia, E pisco pus Cariatensis et Geruníinus, sanctis- simi in Christo Patris et Domini nostri Domini Pii, divina providen- tia, Papae Quarti, et dictac Se- dis ciim potestate Legati de Late- re ad serenissimum Dominum Phi- lippum Hispaniarum Regem Catholi- ciim, ct in Hispaniarum regnis Niin- tías. Dilectae in Christo Theresiae de Ahumada, moniali professae Or- dinís Beatae Mariae de Monte Car- melo, salutem in Domino. Exponi nobis nuper fecisti, quod tu, ob melioris vitae frugem et singula- rem quem ad monasterium Sancti Joseph Gjusdem Ordinis in civitate

Alejandro Críbelo, por la gracia de DiOiS y de la Santa Sede Apos- tólica, Obispo Cariatense y Gerun- tino, Nuncio con potestad de Lega- do a Laterc de nuestro Santísimo en Cristo Padre y Señor, Pío, por la divina Providencia, Papa Cuar- to, y de la dicha Sede Apostólica, al serenísimo señor rey católico de las Españas don Felipe, en sus rei- nos de España. A la amada en Cristo Teresa de Ahumada, mon- ja profesa de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, salud en el Señor. De vuestra parte se nos ha hecho ahora relación, cómo por causa de servir a Nuestro Se- ñor y del singular afecto que te- néis al convento de San José, de

1 El original se guarda en las Carmelitas Descalzas de San José de Avila. La traducción es de Fr. Jerónimo de San José, Historia del Carmen Descalzo, p. 923. Al terminar el año con- cedido por el P. Ángel de Salazar para que la Santa morase en San José, le otorgó el Nuncio de Su Santidad, previa autorización del P. Provincial, el permiso de continuar de conventual en dicho monasterio. Aunque en el Breve se liice que Santa Teresa residía en la Encarnación, ha de entenderse solamente de la conventualidad, que aun radicaba en aquella casa. Este Decreto del Nuncio tuvo, por fin, confirmación plena por las Letras de Su Sautidad Pío IV, fechas a 17 de Julio de 1565, como hemos visto en la página 161.

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Abulensi nuper fundatum et erec- tum (in quo arctior viget obser- vantia regularis dicti Ordinis quam in monasterio Incarnationis ñbulen- si, in quo de praesenti commora- ris) geris affcctum, cuperes te transferre, et inibi, sub illius arcta ct regulari observantia debitum Do- mino reddere famulatum. Nos ita- que, te in hujusmodi laudabili pro- posito confoverc volentes, et atten- dentes ea, quae a nobis petis, jus- ta fore et honesta, tuis in hac parte supplicationibus inclinari, auctorita- te Apostólica nobis concessa, qua fungimur in hac parte, tibi, ut, ac- cedente ad id licentia et assensu Ministri Provincialis dicti Ordinis, de dicto monasterio Incarnationis ad monasterium Sancti Joseph ejus- dem Ordinis supra dictum, in quo regularis vigeat observantia, te transferre, ac ómnibus et singulis privilegiis, indultis et gratiis, qui- bus caeterae moniales in eo ab initio receptae quomodolibet utun- tur, potiuntur ct gaudent, uti, po- tiri et gaudere libere et licite va- leas, in ómnibus et per omnia, te- nore praesentium licentiam concedí- mus et facultatem, te postmodum a primo monasterio Incarnationis ct illius observantiis penitus ab- solventes. Non obstantibus ílposto- licis Constitutionibus et Ordinatio- nibus ac praefati monasterii sta- tutis et consuetudinibus caeterisque contrariis quibuscumque.

Datum in oppido de Madrid, tolctanac dioecesis, anno Incarnatio- nis Dominicae MDLXIV, duodeci-

religiosas de la misma Orden, poco fundado en la ciudad de Avila, en el cual se guarda y florece más la observancia regular que en el convento de la Encarnación de la misma ciudad, donde al presente residís, deseáis pasaros a él, y allí, y debajo de su estrecha y regular observancia servir con per- fección a Nuestro Señor. Nos, que- riéndoos ayudar y favorecer tan loable propósito, y teniendo aten- ción a que lo que nos pedís es justo y honesto, condescendiendo en esta parte con vuestros ruegos y petición, por la autoridad apostó- lica que Nos es concedida y de que usamos en esta parte, por el tenor de las presentes, os concedemos licencia y facultad, para que, in- terviniendo la licencia y consenti- miento del Padre Provincial de la dicha Orden, os podáis pasar del dicho monasterio de la Encar- nación, al monasterio sobredicho de San José de la misma Orden, en el cual florezca la regular obser- vancia, y que libre y lícitamente, en todo y por todo, podáis usar, gozar y aprovecharos de todos y cualesquier privilegios, indultos y gracias que en cualquier manera usan, gozan y de que se aprove- chan las demás religiosas que allí fueron recibidas desde el principio. Y desde ahora en adelante os ab- solvemos, y del todo eximimos de la residencia y observancias "del primer monasterio de la Encarna- ción. No obstantes las constitucio- nes y ordenaciones apostólicas, y estatutos y costumbres del dicho

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mo Kal. Septembris, Pontiflcatus praelibati sanctissimi Doniini no- stri Pii Papae Quarti anno quinto.

Alexander Cribellas, Episcopus, Nuntius Apostólicus.

Robe/tus Tontanus, Abbreviator.

monasterio, y cualesquier otras co- sas en contrario. Dadas en la vi- lla de Madrid, diócesis de Toledo, año de la Encarnación de Cristo Señor Nuestro de 1564. Día duo- décimo de las Calendas de Se- tiembre, y del Pontificado del di- cho nuestro Santísimo en Cristo Padre y Señor Pío Papa IV ,año V. Alejandro Críbelo, Obispo, Nun- cio Apostólico. Roberto Tontano, Abreviador.

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XXII

CÉDULA EN QUE HACE CONSTAR LA SANTA LA COMPRA DE UN PALOMAR A JUAN DE SAN CRISTÓBAL.

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Oy, domingo de Casimodo (1), de este año de 1564, se concertó entre Juan de San Cristóbal y Teresa de Jesús la venta de esta cerca del palomar, en cien (2) ducados, libres de décima y alcabala. Dénsele de esta manera: los diez mil maravedís luego, y los diez mil para Pascua de Spíritu Santo (3); lo demás para San Juan de este presente año. Porque es verdad lo fir[mo] (4).

1 9 de Abril.

2 Escribió la Santa ducientos, pero luego, ella o algún otro, borró la primera y última sí- laba, dejando cien.

3 21 de Mayo.

4 Del autógrafo falta la firma, la cual, como tantas otras de la Santa se cortaría para al- gún relicario. El original de este recibo, de letra de Santa Teresa, se veneraba en las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Alcalá. Hoy le tienen los Descalzos de Avila, donde le foto- grafiamos en Setiembre de IQlí. Aunque con algunas faltas, ya le habían publicado Castro Pa- lomino, t. VI, y D. Vicente de la Fuente en Escritos de Santa Teresa, t. 1, pág. 521. En el número de Noviembre de 1914 del Boletín de la Real flcademia de la Historia, publicó su fotografía el P. Fita, hecha por el P. Justo del Niño Jesús, C. D., conventual de Avila. Tanto el P. Fita en el número citado, como D. Bernerdino Melgar, en el correspondiente al mes de Diciembre, tratan de ilustrar el autógrafo teresiano con largos comentarios, a mi juicio, no bien fundados. Uno y otro dan por averiguado que el palomar de que aquí se habla, es el que Santa Teresa heredó de su madre, según se cree, en Gotarrendura, y del cual habla la misma Santa en unas cartas que por los años de 1546 escribió a Alonso Veneguilla o Vinegrilla, vecino de aquel lugar. Presumimos que no se trata aquí de una venta hecha por la Santa, sino de la adqui- sición a Juan de San Cristóbal de una cerca con palomar que tenía junto al recién fundado convento de San José, en Avila, de la cual cerca hizo la Santa algunas ermitas por las que el Concejo de Avila le obligó a derribar como perjudiciales al edificio de las fuentes, según hemos visto por las Actas del mencionado Concejo. En la sesión por él celebrada en 29 de Abril de 1564, se dice que Pedro del Águila y Alonso de Robledo, por comi- sión del Concejo, habían visto «las casas de Francisco de Peralta, que las monjas de San Josepe han señalado para pagar sobre ellas el censo que la dicha cibdad tiene sobre las casas donde es el dicho monasterio, e sobre las queran del dicho Francisco Ximénez, e sobre la cerca que agora compran^. El contrato de la cerca se había concertado en 9 de aquel mismo mes, cir- cunstancia que bien pudieron ignorar los ediles de Avila, si bien tenían conocimiento de que las religiosas intentaban comprarla, y aun dan por segura la adquisición. Por la pobreza en que se ha- llaba el monasterio, se convino en pagarla en tres plazos. «Dénsele de esta manera», dice. ¿Qué prueba más evidente queremos de que no es Juan de San Cristóbal el comprador, sino la misma Santa? Difícil nos parece también que tratándose de la cerca y palomar de Gotarrendura, se exprese la Santa en forma que da bien a entender que el palomar en cuestión estaba cerca del convento donde ella residía. Si de la Santa fué el palomar de Gotarrendura, no le faltaría

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XXIII

PROFESIÓN DE LAS CUATRO PRIMERAS RELIGIOSAS QUE TOMARON KL HABITO, EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).

Profesión de Úrsula de los Santos.

ñ. veinte y lin días del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y cuatro años, siendo obispo dcsta ciudad de Avila el limo, y reveren- dísimo señor don Alvaro de Mendoza, hizo su profesión la hermana Úrsula de los Santos. Fué hija legítima de Martín de Rivilla y de María fllveres de ñrévalo, naturales desta ciudad de Avila. Dio en limosna trecientos ducados; fué la primera religiosa que tomó el hábito desta santa Observancia. Su profesión fué del tenor siguiente:

Yo, Úrsula de los Santos, hago mi profesión, y prometo obedien- cia, castidad y pobreza' a Dios Nuestro Señor y a la bienaventurada Virgen M^ría del Monte Carmelo, y al limo, y reverendísimo señor don Alvaro de Mendoza, obispo desta ciudad de Avila y a sus susce- sores, según la Regla primitiva de Nuestra Señora del Monte Carmelo, sin mitigación hasta la muerte. Hecha en Avila a veinte y uno de Oc- tubre de mil y quinientos y sesenta y cuatro años. Y porqués ver- dad lo firmo de mi nombre.

Úrsula de los Santos (2).

ocasión de venderlo cuando en 1562 se hallaba tan alcanzada de dineto por la fundación del convento de San José.

De la compra de la cerca i) palomar para construir nuevas ermitas, tenemos, además de la tradición de la Comunidad de San José de Avila, el claro y terminante testimonio del Padre Jerónimo de San José, que ha sido el que mejor ha estudiado los orígenes de este primer convento de la Descalcez carmelitana. En la Historia del Carmen Descalzo, libro IV, capítulo XV, escribe: «Las ermitas que hay en este convento para retirarse a tener ejercicios espiri- tuales las religiosas, las hizo y dispuso nuestra Madre Santa Teresa... La primera se llama de la Coluna, por una imagen que en ella hay de Cristo Señor Nuestro a la Coluna. Hizo esta ermita la Santa en una casilla vieja que había dentro de la cerca del convento, que era palomar, y la acomodó muy devotamente». Juan de San Cristóbal pertenecía a la cuadrilla de San Pedro, de Avila, y figura en los Repartimientos de Jileábala que obran en el Archivo del Ayunta- miento de aquella ciudad.

1 Del Libro primitivo de Profesiones y Elecciones que guardan las Carmelitas Descalzas de Avila, que tiene la portada escrita por el V. P. Gracián, trasladaiTios las profesiones siguientes de las cuatro novicias que inauguraron el primer monasterio de la Reforma de Santa Teresa. Las cuatro fueron extendidas por la misma pluma ii firmadas por la Santa, aunque hoy sólo se halla su firma en la de María de la Cruz y María de San José.

2 Después de la firma de Úrsula de los Santos, la misma que escribió las fórmulas de la profesión, añadió: «La H.a Úrsula de los Santos y la H.a Antonia del Espíritu Santo, y la H.a M.a de la Cruz y la H.a María de San Joseph, fueron las cuatro religiosas que primero, y todas juntas, tomaron este santo hábito». Al margen, de letra posterior: «Edad de 43». Es decir, que la H.a Úrsula hizo la profesión a los 43 años. Y a continuación: «Falleció año 1574, a 19 de Febrero, de 53 años». Véase la nota del tomo I, pág. 305.

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Profesión de Antonia del Espíritu Santo.

R veinte y uno del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y cuatro años, siendo obispo desta ciudad de Avila el limo, y reve- rendísimo señor don Alvaro de Mendoza, iiizo su profesión la (lermana Antonia del Espíritu Santo, que en el siglo se llamaba Antonia de Henao. Fué hija legítima de Felipe de Arévalo y de Elvira Diez de Henao, naturales desta ciudad de Avila. Dio de limosna decisiete mil maravedís. Su profesión fué del tenor siguiente:

Yo, Antonia del Espíritu Santo, hago profesión y prometo obe- diencia, castidad y pobreza a Dios Nuestro Señor^ y a la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor don Alvaro de Mendoza, obispo de Avila y a sus suscesores, según la Regla primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la muerte. Y porque es verdad lo firmo de mi nombre. Hecha en Avila, a veinte y uno del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y cuatro años (1).

Antonia del Espíritu Santo.

Profesión de María de la Cruz,

Yo, María de la Cruz, hago profesión y prometo obediencia, casti- dad y pobreza a Dios Nuestro Señor, y a la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor don Al- varo de Mendoza, obispo de Avila y a sus suscesores, según la Regla primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la muer- te. Fecha en Avila, de mil y quinientos y sesenta y cinco años, a veinte y dos días del mes de Abril. Y porqués verdad lo firmo de mi nombre (2).

María de la Cruz.

Profesión de María de San José.

A dos días del mes de Julio de mU y quinientos y sesenta y seis años, siendo obispo desta ciudad de Avila el limo, y reverendísimo se- ñor don Alvaro de Mendoza, hizo su profesión en esta casa de S. Joseph de Avila la h.a María de S. Joseph, que en el siglo se llamaba María Dávila y fué una de las cuatro primeras que tomaron el hábito, y fué

1 La M. Antonia, después de haber estado en los conventos de Medina del Campo, Ma- lagón, Valladolid y Granada, murió en el de Málaga el 7 de Julio de 1595.

2 Sin duda la encargada de escribir las profesiones en el libro, no se acordaba en aquel momento de dónde era natural la H.a María de la Cruz, ni cómo se llamaban sus padres Por eso de)ó en blanco unas cuantas líneas con intención de llenarlas después, pero no lo hizo. Ya dijimos en el tomo I, pág. 305, que se llamó en el siglo María de la Paz, y fué natural de Ledesma, en la provincia de Salamanca. Estaba sirviendo en casa de D.a Gniomar de Ulloa, donde conoció a la Santa. Murió en Valladolid a 23 de Febrero de 1588.

206 APÉNDICES

hija legítima de Cristóbal Dávila y de Ana de Sto. Domingo, naturales desta ciudad. Su profesión fué del tenor siguiente:

Yo, María de S. Joseph, hago mi profesión y prometo obediencia, castidad y pobreza a Dios nuestro Señor, y a la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor don /U- varo de Mendoza, obispo de ñvila y a sus suscesores, según la Regla primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la muer- te. Y porque es verdad lo firmo de mi nombre. Hecha año de mil y quinientos y sesenta y seis, a dos días del mes de Julio (1).

Alaría de S. Josefe.

1 María de San Josr, hermana de Julián de Avila, primer capellán de San José, no salió del primitivo convento. Murió el 14 de julio de \ü(A, a los setenta y nueve aflos de edad.

APÉNDICES 207

XXIV

CARTA DEL VENERABLE MAESTRO JUAN DE AVILA A SANTA TERESA DE JESÚS (1).

La gracia del Espíritu Santo sea con vuesa merced siempre. Sea en buen hora la venida a esas tierras; pues confío de Nuestro Señor 'que ha de ser para que El reciba mayor servicio de esa peregrinación, que del encerramiento en la celda; que cierto, señora, la necesidad que en las ánimas hay es tanta, que hace a los que un poco de cono- cimiento tienen del valor dellas, apartarse de los abrazos continuos del Señor por ganarle ánimas donde repose, pues tanto trabajó por ellas. Plega a isu misericordia haga a vuesa merced ministro para re- coger su preciosísima sangre, que por las ánimas derramó, porque no se pierda en ellas, sino las riegue y haga dar fruto, que el Señor coma con gusto y sabor.

Deseo que vuesa merced se sosiegue en lo que toca al examen de aquel negocio; porque habiéndolo visto tales personas, vuesa merced ha hecho lo que parece ser obligada. Y, cierto, creo que yo no puedo advertir de cosa que aquellos padres no hayan advertido.

En el negocio del hospital de esa señora, hago lo que más puedo hacer, que es rogar a una persona muy calificada vaya allá, y se informe del negocio y me avise de lo que cumple, porque Nuestro Señor sea servido se haga esa obra. Comuníquele vuesa merced y creo se consolará de ello.

El Espíritu Santo sea amor único ríe vuesa merced, que para cum- plir con estado de esposa fiel esto le debe. No le suplico rueguc por mí, pues el mismo Señor le pone cuidado de ello. De Montilla, dos de Hbril (2). Siervo de vuesa merced, Juan de Avila.

1 Habla en esta carta el Beato Avila del libro de la Vida que Santa Teresa había escrito, y deseaba, para tranquilidad de su espíritu, que lo viese el celoso apóstol de Andalucía. Bien conocida es la vida de este siervo de Dios. Nacido en Almodóvar del Campo el 6 de Enero de 1500 u hecho sacerdote, consagró toda su vida a la cura de almas, en la que salió aventa- jado maestro, como puede verse en la hermosa vida que de él escribió el piadoso P. Luis ite Granada. Murió en .Y^ontilla (Córdoba), a 10 de Mayo de 1569. Autor de varias y muy estima- das obras de piedad, fué beatificado por León XIII el 6 de Abril de 1894.

1 La caria fué escrita en 1568. Hallábase Santa Teresa entonces en Toledo, concertando con D.a Luisa de la Cerda la fundación de Carmelitas Descalzas de Malagón. Esta carta fué ya publicada por el autor del Eño Teresiñrto, tomo IV, 2 de Abril. El P. Antonio la encontró en el rico archivo que en Pastrana tenía la Reforma. Por desgracia, en aquella villa, donde estuvimos en el otoño de 1914, apenas si se ha salvado un documento de la Orden.

208 APÉNDICES

XXV

CARTA DEL VENERABLE MAESTRO AVILA fl LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS, APROBANDO EL LIBRO DE LA VIDA (1).

La gracia y paz de Jesucristo, Nuestro Señor, sea con vuesa mer- ced siempre. Cuando acepté el leer el libro que se me embió, no fué tanto por pensar que yo era suficiente para juzgar las cosas dél, como por pensar que podría con el favor de Nuestro Señor aprove- cliarme algo con la doctrina dél. Y gracias a Cristo, que aunque lo he visto, no con el reposo que era menester, mas heme consolado, y podría sacar edificación, si por no queda. Y aunque, cierto, yo me consolara con esta parte sin tocar en lo demás, no me parece que el respecto que debo al negocio y a quien me lo encomienda, me da licencia para dejar de decir algo de lo que siento, a lo menos en general.

El libro no está para salir a manos de muchos, por que ha menes- ter limar las palabras dél en algunas partes, en otras declararlas; y otras cosas hay que al espíritu de v. m. pueden ser provechosas, y no lo serían a quien las siguiese; por que las cosas particulares por donde Dios lleva| a unos no son para otros, y estas cosas, o las más dellas, me quedan acá apuntadas para ponellas en orden cuando pudiere, y no faltará como enviallas a v. m.; porque si v. m. viese mis enfermedades y otras necesarias ocupaciones, creo le moverían más a compasión que a culparme de negligente (2).

La doctrina de la oración está buena por la mayor parte, y muy bien puede vuesa merced fiarse della y seguirla, y en los raptos halló las señales que tienen los que son verdaderos.

El modo de enseñar Dios al ánima sin imaginación y sin palabras

1 Vivía la Santa retirada en su monasterio de S. José desde 1562, como hemos visto por los documentos anteriores. Fueron estos años, hasta que salió a fundar los demás conventos de su Reforma, los más felices de su vida. En ellos, terminados los pleitos con la ciudad, pudo darse con toda tranquilidad al trato íntimo con Dios. Redactó de nuevo y de manera más orde- nada y completa la Relación de su vida, la cual, por indicación del inquisidor Soto y otros doctos consejeros suyos, la envió al maestro Avila, que gozaba de mucha reputación de es- piritual y profundo conocedor de espíritus. (Véase nuestra Introducción a la Vida de Santa Teresa). El B. Avila examinó la Relación, y en esta carta da cuenta de este examen, notable en verdad, y digno de varón tan austero y prudente. El P. Jerónimo Gracián fué el primero que publicó esta carta en su Dilucidario del verdadero e'-.piritu. capítulo IV, copiándola del origi- nal que tuvo en su poder. Tal vez se le daría la misma Santa. Una copia antigua se conserva también en la Biblioteca Nacional, Ms. 12.7Ó3. Ambas copia?, hemos tenido presentes para la publicación de esta carta, que en las Obras del Beato ha salido siempre con algunos errores.

2 Todo este párrafo se venía omitiendo desde tiempos muy antiguos, no obstante haberlo publicado Gracián. También le trae el citado manuscrito de la Biblioteca Nacional. No se tiene noticia de las cosas que dice dejaba apuntadas para ponerlas en orden y enviárselas a la Santa.

APÉNDICES 209

interiores ni exteriores, es muy seguro, y no hallo en qué tropezar, y San Agustín habla bien del.

Las hablas interiores han engañado a muchos en nuestros tiem- pos, y las exteriores son las menos seguras. El ver que no son de espíritu propio, es cosa fácil el discernir; si son de espíritu bueno o malo, es más dificultoso. Dansc muchas reglas para conocer si son del Señor, y una es que sean dichas en tiempo de necesidad o de algún gran provecho, ansí como para confortar al hombre tentado o desconfiado, o para algún aviso de peligro. Porque como un hombre bueno no habla palabra sin mucho peso, menos las hablará Dios. Y mirado esto, y ser las palabras conforme a la Escritura divina y a la doctrina de la Iglesia, me parece las que en el libro están, ser de parte de Dios.

Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen, y éstas en ninguna manera se deben desear; y si vienen sin ser deseadas, aun se han de huir lo posible, aunque no por medio de dar higas, sino fuese cuando de cierto se sabe ser espíritu malo; y, cierto, a me hizo horror las que en este caso se dieron y me dio mucha pena (1). Debe el hombre suplicar a Muestro Señor no le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y de sus santos se guarde para el cielo, y que acá le lleve por camino llano, como lleva a sus fieles, y con otros buenos medios debe procurar el huir destas cosas.

Mas si todo esto hecho duran las visiones, y el ánima saca dello provecho, y no induce su vista a vanidad sino a mayor humildad, y lo que dicen es dotrina de la Iglesia, y tiene esto por mucho tiempo, y con una satisfación interior que se puede sentir mejor que decir, no hay para qué huir dellas; aunque ninguno se debe fiar de su juicio en esto, sino comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre. Y leste es el medio universal que se ha de tomar en todas estas cosas, y esperar en Dios, que si hay humildad para sujetarse al parecer ajeno, no dejará engañar a quien desea acertar.

Y no se debe nadie atemorizar ni condenar de presto estas cosas, por ver que la persona a quien se dan no es perfeta; porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de malos, justos, y aun de pe- cados graves grandes bienes con darles muy dulces gustos suyos, se- gún lo he yo visto. ¿Quién pond'á tasa a la bondad del Señor? Mayormente, que estas cosas no se dan por merecimientos, ni por ser uno más fuerte; antes se dan a algunos por ser más flacos, y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos.

Ni tienen razón los que descreen estas cosas, porque son muy altas, y parece cosa no creíble abajarse una Majestad in- finita a comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito está que Dios es amor; y si amor, es amor infinito y bondad infinita; y de tal amor y bondad no hay que maravillarse que haga tales excesos de amor, que turben a los que no le conocen. Y aunque muchos los co- nozcan por fe, mas la experiencia particular del amoroso, y más que

1 . Cfr rjhTo np ifí Vida. cap. XXIX, p. 229.

II 14

210 APÉNDICES

amoroso trato de Dios con quien él quiere, si no se tiene, no se podrá entender bien el punto donde llega esta comunicación; y así, lie v¡st6 a pinchos escandalizados de oir las iiazañas del amor de Dios con sus criaturas; y como ellos están de aquello muy lejos, no pien- san hacer Dios con otros lo que con ellos no hace; siendo razón que por ser la obra de amor, y amor que pone en admiración, se tomase por señal que es de Dios, pues es maravilloso en sus obras, y muy más en las de su misericordia, y de allí mesmo sacan ocasión de descreer de donde la habían de sacar de creer, concurriendo las otras circunstancias que den testimonio de ser cosa buena.

Paréceme, según del libro consta, que vuestra merced ha resistido a estas cosas, y aun más de lo justo. Paréceme que le han aprovecha- do a su ánima; y especialmente le han hecho más conocer su miseria propia y faltas y enmendarse dellas. Han durado mucho, y siempre con provecho espiritual. Incítanle a amor de DiO|S y a propio desprecio y a hacer penitencia. No veo por qué condenarlas; inclinóme más a tenerlas por buenas, con condición que siempre haya cautela de no fiarse del todo, especialmente si es cosa no acostumbrada, o dice que haga alguna cosa particular, y no muy llana. En todos estos casos y semejantes, se debe suspender el crédito y pedir luego consejo.

ítem, se advierta, que aunque estas cosas sean de Dios, se sueleti mezclar otras del enemigo, y por eso siempre ha de haber recelo. ítem, ya que se sepa que son de Dios, no debe el hombre parar mucho en ellas, pues no consiste la santidad sino en amor humilde de Dios y del prójimo, y estotras cosas se deben tener en menos, aunque bue- nas, y pasar su estudio en la humildad verdadera y amor del Señor. También conviene no adorar visiones destas, sino a Jesucristo en el rielo o en el Sacramento, y si es cosa de santos, alzar el corazón al santo del cielo, y no a lo que se representa en la imaginación; baste que me sirva aquello de imagen para llevarme a lo representado por ella.

También digo que las cosas deste libro acaecen, aun en nues- tros tiempos, a lOtras personas, y con mucha certidumbre que son de Dios, cuya mano no es abreviada para hacer agora lo que en tiem- pos pasados, y en vasos flacos para que El sea más glorificado.

Vuesa merced siga su camino; mas siempre con recelo de los ladrones, y ¡preguntando por el camino derecho, y gracias a Nues- tro Señor que le ha dado su amor, y propio conocimiento y amor de penitencia y de cruz; de esotras cosas no haga mucho caso, aunque tampoco las desprecie, pues hay señales que muy muchas de- llas son de parte de Nuestro Señor, y las que no lo son, con pedir consejo no le dañarán.

Yo no puedo creer que he escrito esto con mis fuerzas, pues no las tengo, creo que la oración de vuesa merced lo ha hecho. Pídole por amor de Jesucristo Nuestro Señor, se encargue de le suplicar por mí, que El sabe que lo pido con mucha necesidad, y creo basta esto para que vuesa merced haga lo que le suplico, y pido licencia para acabar ésta, pues quedo obligado a escribir otra. Jesús sea glorificado de todos y en todos, ümen. De Montilla, 12 de Setiembre de 1568 años. Siervo de vuesa merced por Cristo, Juan de Avila.

SPENDICES 211

XXVI

APROBACIÓN QUE EL AMAESTRO FRAY DOMINGO BAÑEZ DIO DEL ESPÍRITU DE SANTA TERESA Y DE LA RELACIÓN AUTÓGRAFA DE SU VIDA (1).

Visto he, y con mucha atención, este libro en que Teresa de Jesús, monja carmelita y fundadora de las Descalzas Carmelitas, da rela- ción llana de todo lo que por su alma pasa, a fin de ser enseñada y guiada por sus confesores, y en todo él no he hallado cosa que a mi juicio sea mala doctrina; antes tiene muchas de gran edificación y aviso para personas que tratan de oración. Porque su mucha ex- periencia desta religiosa y su discreción y humildad en haber siem- pre buscado luz y letras en sus confesores, la hacen acertar a decir cosas de oración, que a veces los muy letrados no aciertan así por la falta de experiencia. Sola una cosa hay en este libro en que poder reparar, y con razón; basta examinarla muy bien, y es que tiene muchas revelaciones y visiones, las cuales siempre son mucho de te- mer, especialmente en mujeres, que son más fáciles en creer que son de Dios, y en poner en ellas la santidad, comoquiera que no con- sista en ellas. Antes se han de tener por trabajos peligrosos para los que pretenden perfeción, porque acostumbra Satanás transformarse en ángel de luz, y engañar las almas curiosas y poco humildes, como en nuestros tiempos se ha visto; mas no por eso hemos de hacer regla general de que todas las revelaciones y visiones son del demonio. Porque a ser así, no dixera San Pablo que Satanás se transfigura en ángel de luz, si el ángel de luz no nos alumbrase algunas vezes. San- tos han tenido revelaciones, y santas, no solamente de los tiempos antiguos, mas aún en los modernos, como fué Santo Domingo, San Francisco, San Vicente Ferrer, Santa Catalina de Sena, Santa Gertrude y otros muchos que se podrían contar, y como siempre la Iglesia de Dios es y ha de ser santa hasta el fín, no sólo porque profesa san- tidad, sino porque hay en ella justos y perfectos en santidad, no es razón que a carga cerrada condenemos y atropellemos las visiones y revelaciones, pues suelen estar acompañadas de mucha virtud y cristiandad. Antes conviene seguir el dicho del Apóstol en el cap. V de la 1.a a los Tesalonicenses: Spiritum nolite extingúete. Prophetiaa nolite spernere. Otnnia probate, quod boniim est tenete. Ah omni specie mala ahstinete vos. Sobre el cual lugar, quien leyere a Santo Tomás, entenderá con cuánta diligencia se deben examinar los que en la Igle-

1 Delatado el Libro de la Vida a !a Inquisición, su buen amigo, el P. Domingo Báflet, escribió al final del autógrafo esta docta u rnuy discreta aprobación del espíritu de la Santa y de su autobiografía. (Véase la Introducción a la Vida de Santa Teresa, t. I, págs. 117'-125.

212 APÉNDICES ^

sia de Dios descubren algún don particular, que puede ser para uti- lidad o daño de los próximos, y cuánta atención se haya de tener de parte de los examinadores, para no extinguir el fervor del espíritu de Dios en los buenos, y para que otros no se acobarden en los ejer- cicios de la vida cristiana perfecta.

Esta mujer, a lo que muestra su relación, aunque ella se enga- ñase en algo, a lo menos no es engañadora, porque habla tan llana- mente, bueno y malo, y con tanta gana de acertar, que no dexa dudar de su buena ¡intención; y cuanto más razón hay de que semejantes es- píritus sean examinados por haber visto en nuestros tiempos gente bur- ladora, so color de virtud, tanto más conviene amparar a los que con el color parece tienen la verdad de la virtud. Porque es cosa extraña lo que se huelga la gente floxa y mundana de ver desautori- zados a los que llevaban especie de virtud. Quexábase Dios antigua- mente por el profeta Ezequiel, cap. XIII, de los falsos profetas, que a los justos apretaban y a los pecadores lisonjeaban, ij díceles: Moerere fecistis cor justi mendaciter, quem ego non contristavi: et confortastis manas impii. En alguna manera se puede esto decir contra los que espantan las almas, que van por el camino de oración y perfeción, diciendo que son caminos peligrosos y singularidades, y que muchos han caído en errores yendo por este camino, y que lo más seguro es un camino llano y común y carretero.

De semejantes palabras, claro está, se entristecen los que quieren seguir los consejos y perfeción con oración contina, cuanto les fuere posible, y con muchos ayunos y vigilias y disciplinas; y por otra parte los floxos, los viciosos se animan y pierden el temor de Dios, porque tienen por más seguro su camino, y este es el engaño, que llaman camino llano y seguro, la falta del conocimiento y considera- ción de los despeñaderos y peligros por do caminamos todos en este mundo. Comoquiera que no haya otra seguridad sino, conociendo nuestros cuotidianos enemigos, invocar humildemente la misericordia de Dios, si no queremos ser cautivos dellos. Cuánto más, que hay almas a quien Dios aprieta de manera, para que entren el cami- no de perfeción, que en cesando del fervor, no pueden tener medio, sino luego dan en otro extremo de pecados; y estas tales tienen extrema necesidad de velar y orar muy contino; y en fin, a nadie dexó de hacer mal la tibieza. Meta cada uno la mano en su seno, y hallará ser esto verdad. Creo, cierto, que si algún tiempo sufre Dios a los tibios, que es por las oraciones de los fervorosos, que de contino claman: Et ne nos inducas in tentaüonem.

He dicho esto, no para que luego canonicemos a los que nos pa- rece van por camino de contemplación, que este es otro extremo del mundo y solapada persecución de la virtud, santificar luego a los que tienen especie Idella. Porque a ellos les dan motivo de vana- gloria, y a la virtud no hacen mucha honra, antes la ponen en lugar peligroso; porque cuando los que fueron tan alabados cayeren, más detrimento padece el honor de la virtud, que si nunca fueran tan es- timados; y así, tengo por tentación del demonio estos encarecimientos de la santidad de Jos que viven en este mundo. Que tengamos buena opinión de los siervos de Dios, muy justo es; mas siempre los mi-

APÉNDICES 2lá

remos como gente que está en peligro, por buenos que sean, y que el ser buenos no nos es manifiesto tanto que nos podamos segurar aún de presente. <

Considerando yo ser así verdad lo que tengo dicho, siempre he procedido con recato en la examinación desta relación de la oración y vida desta religiosa, y ninguno ha sido más incrédulo que yo en lo que toca a jsus visiones y revelaciones, aunque no en lo que toca a la virtud y buenos deseos suyos; porque dcsto tengo grande expe- riencia de su verdad, de su obediencia, penitencia, paciencia y ca- ridad con los que la persiguen, y otras virtudes, que quienquiera que la tratare, verá en ella; y esto es lo que se puede preciar como más cierta señal del verdadero amor de Dios, que las visiones g re- velaciones. Y tampoco menosprecio sus revelaciones, y visiones y arro- bamientos, antes sospecho que podrían ser de Dios, como en otros santos lo fueron, mas en este caso siempre es más seguro quedar con miedo y recato; porque en habiendo seguridad, tiene lugar el diablo de hacer sus tiros, y lo que antes era quizá de Dios, se trocará y será del demonio.

Y resuélveme en que este libro no está para que se comunique a quienquiera, sino a los hombres doctos y de experiencia y dis- creción cristiana. El está muy a propósito del fin para que se es- cribió, que fué dar noticia esta religiosa de su alma a los que la han de guiar para no ser engañada. De una cosa estoy yo bien cierto, cuanto humanamente puede ser, que ella no es engañadora; y así merece su claridad que todos la favorezcan en sus buenos propósi- tos y buenas obras. Porque de trece años a esta parte, ha hecho hasta una docena, creo son los monesterios de monjas descalzas Car- melitas (1), con tanto rigor y perfeción como los que más, de que darán buen testimonio los que los han visitado, como es el Provincial domi- nico, Maestro en sagrada Teología, Fr. Pedro Fernández, y el Maes- tro Fr. Hernando de Castillo y otros muchos. Esto es lo que por ahora me parece acerca de la censura deste libro, sujetando mi parecer al de la Santa Madre Iglesia y de sus ministros. Fecha en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, en siete días de Julio de 1575 años. Fr. Domingo Bañes.

1 Once había íundado para esta techa: Avila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas y Sevilla. '

214 APÉNDICES

XXVII

PROFESIÓN DE SANTA TERESA EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).

Digo yo, Teresa de Jesús, monja de Nuestra Señora del Carmen, profesa en la Encarnación de Avila y aiiora de presente estoy en San Josef de Avila, adonde se guarda la primera Regla, y hasta ahora yo la he guardado aquí con licencia de nuestro reverendísimo padre General, Fray Juan Bautista, y también me la dio para que, aunque me mandasen los perlados tornar a la Encarnación, allí la guardase. Es mi voluntad de guardarla toda mi vida, y ansí lo prometo, y renuncio todos los Breves que hayan dado los Pontífices para la mitigación de la dicha primera Regla, que con el favor de Nuestro Señor la pienso y prometo guardar hasta la muerte, y porque es verdad, lo firmo de nombre. Hecha a XIII días del mes de Julio, año de JVl.DLXXI.— Teresa de Jesús, Carmelita.

Presens fui:

El Maestro Daza.— Fray Mariano de Sto. Benedicto, presens fui.

1 El original se venera en las Carmelitas Descalzas de Calahorra, de letra de la misma Santa. R continuación de la firma de ella, pusieron la sutja los testigos que aquí se expre- san, g por último, el P. Pedro Fernández confirmó en e! mismo documento, de su puño y letra, la renuncia de la Santa a la Regla mitigada y le señaló conventualidad en los monasterios de la Reforma. En cuanto al dia de la profesión, en que discrepan los manuscritos antiguos, fué el 13 de Julio. Proviene la discrepancia de haber puesto primero en números romanos, el día VIII, y luego, sin borrar enteramente el V, le cruzó con una linea, para indicar el trece. El día trece seflala también María de San José en su Libro de Recreaciones, página 89, grande autoridad en la materia. La razón de haber hecho la profesión de Descalza después de tanto tiempo como se había fundado la Reforma, fué, adema."? de la que expresa la Santa, haber ordenado el P. Comi- sario apostólico que las que pasasen de la Regla mitigada debían primero renunciar a ella y profesar la Descalcez. Dice María de San José en el lugar citado:

«Otra duda podrá quedar, a la cual quiero satisfacer, y es cómo habiendo ya nueve años que se había fundado el primer monasterio, estando ya fundados ocho, renunció ahora nuestra Madre la Regla mitigada y promete vivir en la primitiva, y cómo en su renunciación no hace memoria de que ella fundó, ni comenzó esta vida. A esto último, respondido está en su gran humildad; a lo primero, digo que ya tenía renunciado desde el principio, como de la misma re- nunciación se puede colegir, y fué con licencia de nuestro reverendísimo Padre General, Fray Juan Bautista <de Ravena, que había estado en España al principio de la fundación del primer monas- terio; con que se alegró mucho, y mostró grande amor y favoreció a nuestra Madre y religiosas de él, como tan santo y deseoso de la reformación de la Orden de la Virgen, de quien era tan devoto, como verdadero hijo de esta Santísima Madre, aunque sintió verle sujeto al Ordinario y leprendió a los religiosos por no la haber querido admitir. Pero, por remediar este dolor, que lo era para él grande tener fuera de su obediencia aquella casa, que él llamaba santuario, dio a nues- tra Madre facultades para fundar donde se ofreciese, y obligóla con precepto a que ninguna fundación que saliere, dejase de admitir, en cualquiera de los lugares de España. Y conclu- Uendo, cuanto al renunciarlo ahora en público, fué porque el Padre Visitador había hecho una ley que, cualquiera de las monjas de la Mitigación que quisiese quedar en nuestros conventos obligándose a guardar la Regla primitiva, hiciese su renunclacióu de la mitigada en público, como se hace la profesión, y así comenzó nuestra Madre».

APÉNDICES 215

Prcscns fui: Francisco de Salcedo. Hálleme presente: Fray Joan de la Miseria. Presens fui: Julián Dávilo.

Yo, fray Pedro Fernández, Comisario apostólico en la Provincia de Castilla de la Orden del Carmen, acepto la dicha renunciación a peti- ción de la dicha Madre, como prelado della, y la quito de la con- ventualidad de la Encarnación, y hago conventual de los conventos de la primera Regla, y agora la asigno y hago conventual del mo- nasterio de Descalzas de Salamanca, y por cualquier vía que acabe el oficio de priora de la Encarnación, que al presente tiene, la revoco del dicho monasterio y la hago moradora del dicho monasterio de Salamanca, y durante el dicho oficio también quiero que, en cuanto a la conventualidad, pertenezca al dicho monasterio de Salamanca; aunque por esto no le quito el oficio de priora de la Encarnación, que bien lo puede ser con pertenecer su conventualidad a Salamanca; y si acaso en la Orden del Carmen hay ley en contrario, por esta vez yo la revoco y de mi autoridad uso lo dicho. Fecha en Medina del Campo, a seis de Octubre de rail y quinientos y setenta y un años. Fray Pedro Fernández, Comisario apostólico (1).

1 En e! archivo de las Carmelitas Descalzas de Salamanca se llalla un traslado muy antiguo de este documento. Queda corregido por la fotografía que poseemos del autógrafo de Calahorra. Encabezando este autógrafo, de letra que nos parece del P. Gracián, se lee: «Pro- fesión de la M. Theresa de Jhs., que me dio para que la guardase con otros papeles suyos*'.

216 APÉNDICES

XXVIII

PLATICA QUE HIZO SANTA TERESA A LAS MONJAS DE LA ENCARNaCION DE AVILA, CUANDO HABIENDO YA RENUNCIADO LA REGLA MITIGADA, FUE A SEH PRE- LADA DE AQUEL CONVENTO, AÑO DE 1571 (1).

Señoras, madres y hermanas mías: Nuestro Señor, por medio de la obediencia, me ha enviado a esta casa, para hacer este oficio, de que estaba yo descuidada, cuan lejos de merecerlo.

Hame dado mucha pena esta cleción, ansí por haberme puesto en cosa que yo no sabré hacer, como porque a vuestras mercedes les hayan quitado la mano que tenían para hacer sus eleciones, y les hayan dado priora contra su voluntad y gusto, y priora que haría harto si acer- tase a aprender de la menor que aquí está, lo mucho bueno que tiene.

Sólo vengo para servirlas y regalarlas en todo lo que yo pudiere; y a esto espero que me ha de ayudar mucho el Señor, que en lo demás cualquiera me puede enseñar y reformarme. Por eso vean, señoras mías, lo que yo puedo hacer por cualquiera; aunque sea dar la sangre y la vida, lo haré de muy buena voluntad.

Hija soy de esta casa, y hermana de todas vuestras mercedes. De todas, o de la mayor parte, conozco la condición y las necesidades; no hay para que se extrañen de quien es tan propia suya.

No teman mi gobierno, que, aunque hasta aquí he vivido y gobernado entre Descalzas, bien, por la bondad del Señor, cómo se han de gober- nar las que no lo son. Mi deseu es que sirvamos todas al Señor con suavidad; y eso poco que nos manda nuestra Regla y Costituciones, lo hagamos por amor de aquel Señor a quien tanto debemos. Bien conozco nuestra flaqueza, que es grande; pero ya que aquí no lleguemos con las obras, lleguemos con los deseos, que piadoso es el Señor, y hará que poco a poco las obras igualen con la intención y deseo.

1 Hecha la profesión de Descalza carmelita, hubo la Santa de rendirse a la obediencia del Comisario apostólico, P. Pedro Fernández, que, después de haberlo consultado con el Defini- torio de los Calzados, la nombró Priora de la Encarnación. Segim María Pinel, tomó posesión, no sin resistencia por parte de algunas religiosas, el 6 de Octubre de 1571. La plática que en esta ocasión dirigió a la Comunidad, es un modelo acabado de discreción religiosa y rara habi- lidad de gobierno, perfectamente acomodada a las difíciles circunstancias con que entraba a desempeñar su oficio. Pronto conocieron las más enemigas de la nueva Priora su yerro y termi- naron por amarla entrañíiblemente. No escribió Santa Teresa esta plática; pero la buena memoria de las religiosas que la oyeron, la reprodujo después con bastante fidelidad, no sólo en los con- ceptos, sino también en las palabras. Yepes publicó esta plática en el capítulo XXV del libro II de la Vida de Santa Teresa. En algunas ediciones del siglo XVIII se reprodujo como fragmento de la Santa. María Pinei describe muy bien todo lo hecho por la nueva Priora al tomar po- sesión de su cargo Véa.se la página 107 de iste tomo.

"iPENplCES 217

XXIX

CARTA DE FRAY PEDRO FERNANDEZ A LA DUQUESA DE ALBA ALABANDO EL GOBIERNO DE LA M. TERESA EN LA ENCARNACIÓN (1).

lima, y Exorna. Señora:

Cuando V. E. me mandó que diese ucencia a la Madre Teresa de Jesús, se me representaron algunos inconvenientes; y ninguno me pa- reció mayor que no hazer lo que V. E. me mandaba, y ansí gusté de comunicar mi escrúpulo, y mucho más de hallar quien en alguna ma- nera le quitase.

Venido aquí, hallo a la Madre con tan grande escrúpulo, que me lo ha puesto a también, y no sin fundamento. Dezirlo he a V. E. y lo que más hay de nuevo; y, si V. E. juzgare no ser bastante, yo fiaré mi alma de la de V. E.

El escrúpulo de la Madre es, diciéndole que por algún tiempo era necesario ir a Alba, porque V. E. se servía dello, fuera de ser necesario para esa casa que ahí se halle, me respondió quel Señor Obispo de /\vila había escripto a Su Santidad de Pío V la necesidad que había de que esta Madre viese los monesterios que había fundado y acabase lo comenzado, y muchas cosas en esta razón. Su Santidad respondió que no saliese de su monesterio; y el Sr. Obispo tiene esta respuesta, contra la cual ya V. E. vee lo que yo puedo hacer.

Y cuando esto no fuere ansí, sabiendo V. E. lo de acá, entiendo que juzgará que se esté por agora.

El monesterio de la Encarnación es de ciento e treinta monjas. Están todas con la quietud y sanctidad que están las diez o doce Descalzas que hay en ese monesterio, que a me ha hecho extraña admiración y consuelo. Todo esto es por la presencia de la Madre; y a faltar ella agora un solo día, como la costumbre de la libertad dcsta casa ha sido tan añeja y las raíces de la bondad que agora hay tan cortas, porque son, cuando mucho, de un año, quitado el freno y el respeto de andar sobre esta labor, se volvería como antes, porque esta flaco el fundamento.

Y esto es tan cierto, que todas las que aquí tienen más celo, lo entienden así; y la Madre lo vee tan claro que dice que, aunque de

1 Ciertas dificultades que se habían suscitado entre las Carmelitas y algunos vecinos de Alba de Tormes, reclamaban la presencia de Santa Teresa en aquella villa. Pidiéronselo con instancia al P. Comisario Apostólico de la Orden del Carmen, entre otras personas, la Excelen- tísima Duquesa de Alba. La petición dio lugar a que el P. Pedro Fernández escribiese esta carta, que incluye un elogio magnífico del gobierno de Santa Teresa en la Encarnación. Esta es la razón de traerla aquí, tomada de la obra Documentos escogidos del Urchivo de la Casa de ñlba. p. 455.

218 APÉNDICES

no salir de aquí se siguiese que se deshiciesen dos o más monesterios de Descalzas, lo tendría por menos inconveniente que dexar a tal sazón éste, donde, con su presencia, hay esperanza de dar asiento y firmeza en lo porvenir.

Fuera de esto, como la Madre vino aquí con tanta violencia y ruido, y a tanta costa del sosiego destas religiosas, a las cuales yo he tenido penitenciadas, al tiempo que las va ganando y que está la labor en flor y no ha llegado a grano, dexarla es de grande in- conveniente y escrúpulo.

Yo que si V. E. viera el estado en que está el negocio, que me mandara que en ningún caso tratara de mudanza, y que inpidiera las licencias del Papa, si las hubiera; porque todo lo de las Descal- zas es tener, por un año o dos, descomodidad de casa y abrigo en cosas temporales; lo de acá es quedar sin fundamento y sin asiento en lo espiritual; porque pasada esta ocasión, ninguna esperanza queda para adelante, y porque del todo se haga lo posible para el buen orden desta casa y ,para que persevere.

Yo me he detenido aquí, casi quince días, en ordenar el convento de los frailes de modo que pueda hacer ayuda y no estorbo al de las monjas, y traído aquí algunos descalzos, no para que el convento sea de Descalzos, sino para que le gobiernen conforme a sus leyes, que si las guardan, serán sanctos.

Dexo por presidente al P. Fray Antonio, Prior de Toledo, y Su- prior otro padre de pancera; y, para dar a estos padres aliento, es necesario la presencia de la Madre.

Con el buen orden que se toma, y la buena esperanza que hay de firmeza en él, después que yo aquí vine, se le ha quitado del todo a la JWadre la cuartana y está buena. Espero en Dios que ha de llevar esta labor tan adelante y tan presto, que la Madre pueda en breve dexar el oficio.

De la muerte de la Sra. Marquesa de Velada me ha cabido a la parte que es razón; y, como capellán de la casa, he hecho lo que he podido: encomendarla a Dios. Ella era tal, que entiendo que está gozando del.

ñl Francisco Velázquez yo le escribo que yo daba la licencia que V. E. me mandó, y que por la Madre ha quedado, y también por el estado en que están los negocios de aquí.

Guarde nuestro Señor la excelentísima persona de V. E. en su gracia, etc. De Avila', a 22 de Enero de 1573.

Siervo y capellán de V. E.

Fray Pedro Fernández.

APÉNDICES 219

XXX

PLTICION DE D.8 GUIOMAR DE ULUOrt A D. ALVARO DE MENDOZA, OBISPO DK AVILA, PARA QUE LA COMUNIDAD DE CARMELITAS DESCALZAS DE SAN JOSÉ PASE A LA OBEDIENCIA DE LOS PRELADOS DE LA ORDEN. EL SR. OBISPO ACCEDIÓ A LA PETICIÓN (1).

¡n Deí nomine, Amen. Sea notorio a los quel presente público testimonio vieren, cómo en la muy noble ciudad de Avila, a veinte y siete días del mes de Julio, año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos y setenta e siete años, estando ante el ilustrísimo y reverendísimo señor D. Alvaro de Mendoza, obispo de Avila, del Consejo Real de su Majestad, en presencia de Gaspar Vázquez Salazar, notario público del número de la audiencia eclesiástica de la ciudad e obispado de Avila y de los testigos yuso ascriptos, fué ante su Señoría Ilustrísima presentada, y por mí, el dicho notario leída, una petición del tenor siguiente:

Ilustrísimo e Reverendísimo Señor: D." Yomar de Ulloa, vecina desta ciudad de Avila, digo que por la Bula apostólica que yo obtuve de Su Santidad para fundar el monesterio de San Joseph, extramuros desla ciudad, de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, Descalzas, recorrí a V. s. y le pedí y supliqué diese facultad y licencia para que se fundase el dicho monesterio, quedando debaxo de la obediencia y sub- jeción de v. s. y de los otros señores perlados obispos que por tiempo fueren de la ciudad de Avila; y ansí v. s. dio la dicha licencia y facultad para le fundar. E se fundó y ha estado siempre debaxo de la gobernación de v. s. Y porque en algunos arzobispados y obis- pados están fundados muchos monesterios de monjas de la dicha Or- den debaxo de la obediencia y subjección de sus superiores perlados

1 Santa Teresa siempre se inclinó a dar la obediencia de sus conventos a los superiores de la Orden; por circunstancias bien especiales hubo de poner el de San José de Avila bajo la jurisdicción del Ordinario, no sin haber pedido antes la del Provincial de los Carmelitas Calza- dos. Vencidas ya las dificultades, de nuevo intentó ponerlo debajo de los prelados de la Reli- gión, a lo cual la urgió Nuestro Seflor, según dice ella misma en el Libro de las Fundaciones por estas palabras: «Convenía que las monjas de S. Josef diesen la obediencia a la Orden, que lo procurase, porque a no hacer esto, presto vendría en relajamiento aquella casa». Estaba en- tonces la Santa en Toledo y sometió el intento al Doctor Velázquez que a la sazón la confesa- ba, aprobándolo sin reparo. Temía lo sintiese D. Alvaro de Mendoza, quien tanto había favo- lecido al monasterio de S. José, pero el Sr. Obispo, vistas las razones que había para tal deter- minación, vino pronto en ello, no sin manifestar su deseo de ser enterrado en la capilla mayor del convento de S. José, muriese donde muriese, y de que la Santa también reposase en la misma iglesia. Hizo la petición al seftor Obispo D.a Gulomar de Ulloa, la buena y fiel amiga de la Santa. Por primera vez se publica este documento interesante según la fotografía que sacamos de la copia notarial que del mismo Gaspar Vázquez de Salazar poseen las Carmelitas Descalzas de Avila.

220 APÉNDICES

de la dicha Orden y este dicho monesterio está solo debaxo de la obediencia del obispo de Avila, y por muchas causas y razones sería y es gran inconveniente estar sólo debaxo de la sujección del obis- po, porque pido e suplico a v. s. sea servido de mandar absolver a la priora y monjas del dicho monesterio de la obidencia y subjectión que le tiene prestada, y asi absueltas remitillas al perlado superior de la dicha Orden del Carmen, y que le presten la obidencia y subjectión y andar debaxo de su gobernación conforme a como andan estos mones- terios de la misma Orden; para lo cual todo y en lo necesario el per- miso de V. s. imploro e pido justicia. Doña GiUomar de Ullon. E presentada en la manera que dicha es e por s. s. admitida, s. s. mandó a ímí el dicho notario que se notifique e traslado a la priora, mon- jas e Iconvento del dicho monesterio de Señor S. Joseph desta ciudad, para si quisieren decir alguna cosa de su parte acerca de lo en la dicha petición contenido lo digan ante su señoría, por o por su pro- curador, que Su Señoría las oirá e guardará justicia, h todo lo cual fueron presentes por testigos Juan Valiño y Juan de Castañeda y JWateo Sánchez, vecinos de la dicha ciudad, familiares de su seño- ría Ilustrísima. Pasó ante mí: Gaspar Vázquez Salazar.

E después de lo susodicho, en la dicha ciudad de Hvila, a veinte e ocho días del dicho mes de Julio del dicho año, en cumplimiento de lo por su Señoría Ilustrísima mandado e proveído, yo, el dicho Gaspar Vázquez, noté estando dentro del monesterio de Señor S. Jo- seph de la dicha ciudad, a la red del locutorio, juntas y congregadas en la sala del dicho locutorio por dentro, a campana tañida, según lo han de uso c costumbre congregarse las señoras Teresa de Jesús, priora del dicho monesterio, e María de S. Jerónimo, sopriora, e Isabel de S. Pablo, e María de S. José, e Ana de Jesús, e María de Cristo, e Petronila Bautista, e Isabel Bautista, e Ana de San Pedro Mariana de Jesús monjas profesas del dicho monesterio, las leí e intimé e notifiqué la dicha petición, e lo en ella contenido, e por su señoría proveído' e mandado. Las cuales, habiéndolo oído y enten- dido, respondieron que ellas no tenían qué decir e alegar contra lo en la dicha petición contenido, antes todas ellas, e uno a uno y con- formes, nemine discrepante, dixeron que lo mismo que la dicha doña Yomar por su petición tiene pedida e suplicado a Su S.a, eso mismo le piden, e suplican las dichas señoras priora e monjas del dicho mones- terio susodichas, y consienten por e por las demás monjas ausentes profesas de la dicha casa, que S. S.a lima, las absuelva de la obe- diencia que le tienen prestada por perlado, a él y a los otros sus subcesores, y las remitió para ser gobernadas del superior de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, y al que sus veces tuviere para go- bernar las monjas desta Orden de Descalzas; para que ellas así absuel- tas y dadas por libres de la obediencia que tienen dada a Su S.3 y sus subcesores, la puedan prestar y dar de nuevo al superior de la dicha üraen, para estar e permanecer subjetas debajo de su go- bernación y jurisdicción, a lo cual fueron presentes por testigos Julián Dávila, clérigoi, y Francisco Alonso, vecinos de la ciudad de Avila. Pasó ante mí, Gaspar Vázquez Salazar.

E después de lo susodicho, en la dicha ciudad de Avila, a dos días

APÉNDICES 221

del mes de Agosto del dicho año estando Su S.a Illma. don ñlvaro de Mendoza, obispo de ñvila, del Consejo de Su Majestad, susodicho, visto por S. S.3 la petición presentada por parte de doña Yomar de Ulloa e por parte del dicho monesterio, priora, monjas e convento, e lo por ellas respondido autuado e hecho, e visto que de la Orden de las Descalzas de Nuestra Señora no hay más de este monesterio sub- jecto al obispo y los demás monesterios fundados de esta orden estar subjectos a los superiores della, si lo que por justas causas e ra- zones que a ello le mueven, e usando e conformándose con lo que en este caso de derecho está escripto absolvía e absolvió a la priora, monjas c convento del dicho monesterio de la obediencia que le tenían prestada, e dada como a obispo de Avila e a sus subceso- res, e las libraba de la dicha obediencia, e así libradas e absueltas, las remitía e remitió, trasfería e trasfirió al superior de la Orden de nuestra Señora del Carmen, y a quien sus veces tuviere, para que de nuevo le den la obediencia y subjección para que perpetuamente anden debajo de su gobernación e amparo, según y de la manera que los demás monesterios de monjas descalzas de la dicha Orden están fundados en cualesquier arzobispados e obispados de los reinos de Castilla, e ansí lo proveyó, e mandó e firmó de su nombre, siendo presentes por testigos los señores don Diego del Águila, e Alonso Yera, c Lorencio de Cepeda, vecinos de la dicha ciudad de Avila. Pasó ante mí, Gaspar Vázquez Salazar.

222 APÉNDICES

XXXI

PATENTE POR I.A QUE SE ASIGNA A SANTA TF,RKSA CONVENTUALIDAD Y ENTERRA- MIENTO EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).

Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Comisario Apos- tólico de la Orden de Nuestra Señora del Carmen en la Provincia de Andalucía, y Descalzos de Castilla, así frailes como monjas, etc. Por la presente y por la autoridad Apostólica a concedida, asigno por conventual del ^Monesterio de las Descalzas de Señor San Joseph de Avila a la Reverenda Madre Teresa de Jesús, fundadora de las Monjas Descalzas desta Orden, y que, cuando Dios fuere servido de llevársela, se entierre €n este dicho Convento, atento que esta casa fué la primera casa de la Fundación desta Orden donde la dicha Madre hizo profesión de Descalza, y principalmente atento que en esto se dará algún gusto y se hace algún servicio al Ilustrísimo señor don Alvaro de Mendoza, obispo de Avila, a quien toda nuestra Orden tiene por padre y señor y fundador desta casa y de toda la Orden, no obstante que el muy Reverendo Padre Fray Pedro Fernández, Visitador Apostólico, la asignó fundación de San Joseph de Sala- manca, porque aquello se entiende por tiempo de los tres años en que se entienden las filiaciones, los cuales cumplidos queda libre de la dicha casa, y atento que entonces esta casa era subiecta al Reveren- dísimo Ordinario. En fe de lo cual di esta, firmada de mi nombre, sellada con el sello de nuestro oficio. Fecha a 31 de Agosto 1577.

Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.

1 El original firmado por el P. Gracián se halla en el Archivo Histórico Nacional: Papeles de las Carmelitas de S. José de ñvila. Con esta patente satisfacía el venerable Padre les de- seos de aquella Comunidad, los del buen obispo y protector de ella, D. Alvaro de Mendoza, y los de la Reforma de la Descalcez carmelitana. Es de notar que el P. Gracián extendió esta patente pocos días después de haber pasado a la obediencia de la Orden el convento de las Descalzas de Avila.

APÉNDICES 223

XXXII

ESCRITURA ACERCfl DE Lfl CAPILLA DE S. PABLO ENTRE LAS CARMELITAS DESCAL ZAS DE SAN JOSÉ DE AVILA Y FRANCISCO DE SALCEDO.

(22 de Abril de 1579) (1).

In Dei nomine, Amen. Conoscida cosa sea a todos los que la pre- sente Escritura vieren, cómo nos, la madre fundadora Teresa de Jesús, priora, monjas c convento del Monesterio de San Jusepe, extramuros de la ciudad de Avila, estando, como estamos, juntas e congregadas a nuestro capítulo, a la red del locutorio del dicho monesterio, llamadas a son de campana, según lo tenemos de uso e costumbre de nos juntar para las cosas tocantes al dicho monesterio, y estando especialmente presentes nos, la Madre Teresa de Jesús, fundadora de dicho mo- nesterio, e María de Cristo, priora, e Isabel de San Pablo, Antonia del Espíritu Santo, ,María de San Jerónimo, María de San Jusepe, Ana de Jesús, Petronila Batista, Isabel Batista, Ana de San Pedro, e Ma- riana de Jesús e Catalina de Jesús, e Catalina del Espíritu Santo, todas monjas profesas e capitulares del dicho monesterio, por nos- otras mismas e por las ausentes, e por las que después de nos su- cedieren en el dicho monesterio para siempre jamás, de la una parte, e de la otra yo, Francisco de Salcedo, clérigo, vecino desta dicha ciudad de Avila, cada parte por lo que le toca de lo que yuso en esta Escritura será declarado, decimos: que por cuanto de consentimiento e voluntad de nos, la dicha Fundadora e convento, el dicho Señor Fran- cisco de Salcedo hizo e fundó la Capilla que dicen de el Señor San Pablo, que está junto y pegada al dicho monesterio de San Jusepe, la qual hizo y edificó desde sus cimientos en suelo propio del dicho mo- nesterio, lo cual se hizo para que el dicho Señor Francisco de Sal- cedo, de sus bienes propios, dotase la dicha Capilla por la forma que conviniese al servicio de Dios Nuestro Señor e utilidad del dicho mo- nesterio, y el dicho señor Francisco de Salcedo quiere dotar la dicha

1 El caballero santo, como llamaba Santa Teresa a Francisco de Salcedo, conservó su buena amistnd con la M. Fundadora hasta su muerte, acaecida en 1580. Eligió para enterramiento la capilla de S. Pablo, que él había edificado, adosada al primitivo convento de S. José, dotán- dola de algunos bienes, según las condiciones estipuladas entre él y la Comunidad. Publicamos hoy esta Escritura sacada de un traslado que en de Julio de 1615 hizo, a pedimento de Do- mingo González, en nombre de las Carmelitas Descalzas de Avila, Juan Díaz, escribano pú- blico del número de aquella ciudad. Perteneció la copia al convento de Avila. Hog se halla en el Archivo Histórico Nacional. (Papeles de las Carmelitas Descalzas de San José de ñvila). En el Archivo de las dichas religiosas se conserva otro traslado antiguo, que también hemos tenido presente para la corrección de pruebas.

224 APÉNDICES

Capilla, e para que en ella haya perpetuidad e sea propia del dicho Se- ñor Francisco de Salcedo, de la manera e forma que abajo se dirá, nos, ambas las dichas partes, nos hemos convenido e convenimos en la forma c manera siguiente.

Condiciones. Primeramente que nos, la dicha Fundadora, monjas e convento del dicho monesterio de San Jusepe, por nosotras mismas y en nombre del dicho monesterio e por las religiosas que en el suce- dieren de aquí adelante para siempre jamás, no estante que la dicha Capilla esté fundada y hecha en suelo propio del dicho monesterio, seamos obligadas e nos obligamos, y el dicho monesterio e convento, de no pedir, ni pediremos, a el dicho señor Francisco de Salcedo, ni a sus herederos ni subcesores, cosa alguna por razón de lo susodicho, y si alguna cosa se ie pidiere o demandare, que sobre ello no seamos oídas en juicio ni fuera dól, y queremos e tenemos por bien que agora e de aquí adelante, para siempre jamás, se dequede la dicha Capilla para el dicho señor Francisco de Salcedo, en propiedad y posesión, y que el dicho señor Francisco de Salcedo se pueda enterrar y en- íierre libremente en ella, en la parte o lugar que él o sus testamen- tarios escogieren e señalaren, y ansiraismo se pueda enterrar y entierre cíi la dicha Capilla los subcesores del vínculo que dejó el señor Ra- cionero, Vicente de Salcedo, y en los bienes del, o parte de ellos, para siempre jamás, sin que se les pueda impedir ni estorbar, e con que otra persona ninguna no se pueda enterra!- ni entierre en la dicha Capilla, salvo si las monjas o religiosas del dicho monesterio se qui- siesen enterrar en la dicha capilla lo puedan hacer; y enterrándose las dichas religiosas en la dicha Capilla no se pueda enterrar otra persona ninguna de los susodichos, salvo el dicho señor Francisco de Salcedo, e en la sepultura que él se enterrare no se pueda enterrar en ningún tiempo, para siempre jamás, otra persona alguna, ora sea religiosa, o de otra calidad.

Iten, nos, el dicho convento, prometemos e nos obligamos e al dicho monasterio e sucesoras en él, de que no cubriremos ni se cubri- rá, agora ni para siempre jamás, el patio que está delante de las puertas de la iglesia del dicho monesterio e capilla de San Pablo, ni se alargará la dicha iglesia más hacia el dicho patio y capilla, sino que por la parte de la puerta de la dicha iglesia e capilla se estará como al presente está, e nos, la dicha Priora, monjas e convento hemos de tener las llaves de la dicha capilla de San Pablo para la tener con la limpieza e decencia que conviene.

Iten, yo, el dicho Francisco de Salcedo, prometo e me obligo de dotar e que dotaré la dicha Capilla de hacienda bastante para que se den en cada un año al capellán, que sirviere la dicha Capilla, seis mil maravedís, e cuatro mil maravedís para un sacristán que sirva la dicha Capilla en cada un año, e ansimismo para aceite a la lám- para e para cera, vino y hostias, e reparos de la dicha Capilla lo necesario, por la traza e orden, formai, e manera e condiciones que yo porné c dejaré en mi testamento, y postrimera voluntad e memoria, lo dejaré al tiempo de mi fin y muerte, o en otra cualquier manera. La hacienda que yo así dejare para la dicha dotación de la dicha Ca-

APÉNDICES 225

pilla, se ha de beneficiar e beneficie por el capellán que fuere de la dicha Capilla, el qual ha de arrendar g arriende la dicha hacien- da, con parecer del señor Doctor Rueda, canónigo en la Calonxía de Letura de la Santa Iglesia Catredal de esta ciudad de ñvila, e de los que sucedieren en la dicha calonxía e prebenda después del, el cual dicho capellán haya de cobrar e cobre los frutos e rentas de la dicha hacienda; e por el trabajo que en esto ha de tener e tomar, se le e ha de dar lo que al dicho señor Doctor Rueda e sucesores en la dicha su calonxía e prebenda pareciere; y si al dicho señor Doc- tor Rueda y sucesores en la dicha calonxía pareciere que el cuidado e administración de la dicha hacienda le tenga el mayordomo del dicho monesterio, si en algún tiempo le hobiere, o el capellán del dicho monesterio, que en tal caso se lo pueda encargar e darle lo que le pareciere por su trabajo.

Iten, que el dicho señor Doctor Rueda y el que sucediere en la dicha su calonxía e prebenda, haya de tomar e tome cuenta al cape- llán e persona que administrare y arrendare la dicha hacienda en cada un año, para siempre jamás, por el fin del mes de Mayo, las cuales cuentas se han de hacer en su casa; e por su trabaxo e cuidado que ha de tener en lo susodicho, se le e pague mil maravedís en cada un año, fenecidas las dichas cuentas.

Nombramiento de Capellán y Sacristán. Iten, para que los ca- pellanes c sacristanes que hobieren de servir y estar en la dicha Ca- pilla, sea a contento de la dicha señora Priora, e religiosas e con- vento e del dicho monesterio, la dicha señora Priora y religiosas hayan de nombrar e nombren para siempre jamás capellanes e sacristanes para la dicha Capilla, contando que éstos no sean ni han de ser capellanes ni sacristanes de la dicha iglesia^ e monasterio de San Jusepe, ni criados del dicho monesterio.

Iten, que cada c cuando y en cualquier tiempo que al dicho señor Doctor Rueda y sucesor en la dicha su calonxía y prebenda pareciere que los dichos capellanes e sacristanes, o qualquier de ellos, no sirven bien la dicha Capilla, ni son convenientes para el dicho servicio, por sola su voluntad, sin otra causa ni enformación algu- na, los puedan quitar y remover, e la dicha señora Priora e religio- sas del dicho monesterio puedan nombrar y nombren otros capella- nes e sacristanes que convengan a la dicha Capilla; e siempre que parezcan no ser convenientes para el servicio de la dicha Capilla los tales capellanes e sacristanes, puedan ser y sean removidos e quitados por la orden susodicha; e muriéndose los dichos capella- nes e sacristanes e siendo removidos, como dicho es, la dicha se- ñora Priora e religiosas del dicho monesterio, para siempre jamás, puedan nombrar e nombren los tales capellanes e sacristanes, por la orden susodicha.

Iten, reservo en mí, yo, el dicho Francisco de Salcedo, facultad para que en mi vida, por disposición entre vivos, e por mi testamento, o en otra cualquier manera, puedan dar y señalar a los dichos capellanes c sacristanes que han de ser de la dicha Capilla, más o menos salarlo del que de suso va puesto e señalado, y aquello que yo así declarare y

II 15

226 flPEnmcES

esefialarc se guarde; e cumpla, sin embargo de esta Escritura e de lo que en ella va declarado. Todo lo cual, que dicho es e en esta Es- critura se contiene, nos, ambas las dichas partes, prometemos e nos obligamos de lo guardar y cumplir en todo y por todo, según 'j de la manera y forma que arriba va declarado, inviolablemente, de manera que para siempre jamás en todo tiempo sea firme y se cumpla como dicho es; e nos, el dicho convento, prometemos e nos obligamos y el dicho monesterio e sucesoras en él, de no reclamar de esta Escritura, ni decir, ni alegar haber sido en ella lesas ni engañadas, ni otra causa, ni excución ni defensión alguna, aunque nos competiese, declarando, como declaramos, decimos e confesamos, que no enbargantc que la dicha Capilla está hecha y edificada en suelo propio del dicho monesterio, se hizo, labró y edificó a la propia costa y expensa del dicho señor Francisco de Salcedo^, e de sus bienes e para él, e que la dicha Ca- pilla y edificio della es en gran beneficio e utilidad, ornato y apro- vechamiento del dicho monesterio, ansí por la dotación que en ella se ha de hacer e hace, como por la eleción que el dicho convento ha de hacer de capellanes e sacristanes para el servicio de dicha Capilla, como por lo demás que va especificado en esta Escritura de suso. E otro sí, nos, las dichas Priora y religiosas del dicho monesterio, pro- metemos y nos obligamos, e ponemos con el dicho señor Francisco de Salcedo, que dentro de dos meses primeros siguientes, traeremos aprobación y ratificación de esta Escritura e de todo lo en ella con- tenido de nuestro P. Provincial de la Regla de nuestra Orden, e que apruebe, e ratifique, e por buena esta Escritura e todo lo contenido en ella, para que tenga cumplido e verdadero efecto para siempre jamás; para lo cual, todo que dicho es e cada cosa c parte de ello, ansí cumplir e guardar, e haber por firme, nos, la dicha Fundadora, Priora, e religiosas, monjas,' e convento del dicho monesterio, obligamos los bie- nes propios, frutos y rentas de él; e yo, el dicho Francisco de Salcedo, obligo mi persona e bienes muebles e raíces, habidos e por haber, e ambas partes, cada uno por lo que le toca, damos poder e juris- dición a todgs e cualesquier justicias y jueces de Su Majestad de todas las ciudades, villas e lugares de estos Regnos e Señoríos de Su Majestad, que de ello puedan y deban conocer, a cuya jurisdición nos sometemos, e renunciamos nuestro propio fuero, jurisdición e dominio y el privilegio de la ley Si convenerit furisdic. omniam judicum, para que por todo rigor e premio del derecho nos compelan e apremien a lo ansí cumplir, e pagar e haber por firme, bien e tan cumplida- mente como si lo que dicho es y cada cosa e parte dello fuese sen- tencia difinitiva de juez competente, dadq) a nuestro pedimento y oor nos fuese consentida, no apelada, pasada en cosa juzgada, de que no ho- biese apelación, ni otro remedio alguno; sobre lo cual renunciamos todas e cualesquier leyes, fueros e derechos e ordenamientos canó- nicos € previlegios, escritos y non escritos, ansí en general como en es- pecial, g especialmente renunciamos la ley y derecho en que dice, que general renunciación de leyes fecha non vala. E nos, la dicha Priora, monjas e convento del dicho monesterio, por lo que nos toca, para más firmeza e validación de esta Escritura, juramos g prome- temos por Dios Nuestro Señor e por su gloriosa Madre, y por la

XPENDICES 227

señal de la Cruz, e por las palabras de los santos cuatro Evange- lios, do quier que son escritas, que tememos, guardaremos e cum- pliremos esta Escritura y lo en ella contenido, en todo e por todo, como en ella se contiene; e contra ella, ni parte, no iremos, ni vernemos, ni de ella reclamaremos, ni alegaremos la una parte, ni otra haber sido lesos ni dañineados, ni pediremos contra ella ningún beneficio de restitución in integrum, ni alegaremos otra causa, exceción ni defen- sión alguna, aunque nos competiese e lo pudiéramos hacer, sopeña de perjuros e de caer en caso de menos valer; y si lo hiciéremos c cumpliéremos según dicho es. Dios nuestro Señor nos ayude en este mundo a los cuerpos y en el otro a las ánimas; e por el contrario, nos lo demande mal y caramente como a malos cristianos, que a sabiendas juran, y jurando se perjuran en el santo nombre de Dios en vano, y a la fuerza del dicho juramento cada uno de nos decimos: ansí lo juroi, e amén.

E otrosí, debajo del dicho juramento, volvemos a jurar, según de suso, que de este juramento o juramentos, ni del perjuicio del, si en él cayéremos, no pediremos asolución ni relajación a nuestro muy Santo Padre, ni a su Nuncio, Vice-canciller, Sumo Penitenciario, Arzobispo, ni Obispo, ni otro Prelado ni Juez alguno que poder tenga para nos le relajar e conceder, y en caso que propio motu, y cierta cien- cia e poderío asoluto, nos sea suelto e relajado, no usaremos de la tal asolución e relajación, aunque sea ud finen agendi tnnUitnmodo, ni en otra manera: c tantas cuantas veces lo pidiéremos e nos fuere ralajado, se entienda le hacemos de nuevo, de manera que siempre haya un juramento más que relajaciones; sobre lo qual renunciamos y apartamos de nuestro favor e ayucja las Bulas de San Pedro de Roma, y de Cruzada, y otros qualesquiera breves, gracias e indul- gencias, concedidas e por ccnceder, de que nos pudiésemos apro- vechar, que no nos valan en juicio, ni fuera del. En testimonio de lo cual otorgamos, desto que dicho es, dos cartas en un tenor, para cada parte la suya, ante el presente escribano y testigos de suso escrito, que es fecha e otorgada en la dicha ciudad de Avila, dentro del dicho moncsterio, a veinte y dos días del mes de Abril de mil y quinientos setenta e nueve años, siendo presentes por testigos, a lo que dicho es, el Licenciado Vareo y Julián de Avila, clérigo, y Pedro López, ve- cinos de Avila, y lo firmó de su nombre el dicho señor Francisco de Salcedo, e las dichas Fundadora, e Priora, e Isabel de San Pablo, e Antonia del Espíritu Santo. María de Cristo, Priora, Teresa de Jesús, Antonia del Espíritu Santo (1), Isabel de San Pablo, Francisco de Salcedo. Ante mí, Alonso Díaz.

E yo, Alonso Díaz, escribano público de Avila fui presente a lo que dicho ca y fice mi signo.

1 Como por e.ste tiempo no había tnés de una Antonia del Espíritu Santo en San José iW Avtla, parece eriu)vocn'~l(^n de copia la repetición de este nombre.

228 APÉNDICES

XXXIII

CONFIHMAaON DE Lfl PRECEDENTE ESCRITURA POR EL P. ÁNGEL DE SALAZflR (1).

En la Villa de Madrid, a veinte y siete días del mes de Junio, de rail y quinientos y setenta y nueve años, yo. Fray Hngel de Sa- lazar, Vicario general de los frailes y monjas Descalzos Carmelitas de la primera Regla, vi y leí esta Escritura de contrato arriba con- tenida y otorgada por parte de la Priora y Convento de San Josef de la ciudad de Avila, que son de nuestra Congregación, y lo loo y ratifico, y apruebo, según y como en ella se contiene; y a todo lo en ella contenido interpongo mi autoridad y decreto, por cuanto tengo entendido que es en pro, bien y utilidad del dicho monasterio de San Josef de ñvila. Y en fée y testimonio de esto, otorgué esta carta de aprobación y ratificación ante Roque de Huerta, notario público y escribano de Su Majestad, y testigos abajo escriptos, y lo firmé de mi nombre, y signé con mi signo; que fueron testigos a lo sobredicho, el Padre Fray Nicolás de Jesús María, y Juan de Casas y Andrés Ximenes, criados de la casa y monasterio de Nuestra Señora del Carmen de Madrid, estantes en esta Corte. Fray Ángel de Salazar, Vicario general.

E yo, Roque de Huerta, escribano de Su Majestad y su notario público en la su Corte, Reynos y Señoríos, residente en ella, presente fui a lo que dicho es puntualmente con los dichos testigos, y doy fée, conosco al dicho muy Reverendo Padre Fray Ángel de Salazar, Vi- cario general, que confirmando y aprobando esta Escriptura, aquí fir- mó y selló; y en fée y testimonio de verdad lo escribí, signé y fir- mé. En fée y testimonio de verdad Roque de Huerta, notario público y escribano de Su Majestad (2).

1 En conformidad con lo acordado en la escritura anterior, el Provincial del Carmen rntl-' flcó el convenio, que va adjunto al traslado de este documento, el cual, según dejamos dicho, se halla en el /Irchivo Histórico Nacional.

2 /llonso Díaz, aflade: «Fecho y sacado fué este traslado de la dicha aprobación original I) con él corregido u concertado en la ciudad de Avila a tres días de el mes de Enero de mil u quinientos u ochenta g nueve años, siendo testigos Juan Díaz g Lucas Vázquez, vecinos de Avila, ü go Alonso Díaz, escribano público de Avila, fui presente a lo ver corregir g concertar, D fice mi signo etc.».

APÉNDICES 2Íd

XXXIV

CAUSAS POH DONDE NO PARECE CONVIENE HACEB CAPELLANÍA DE LOS BIENES DE FRANaSCO DE SALCEDO (1).

I. Porque se tuerce la voluntad del señor Francisco (le Salcedo de todo en todo, porque yo bien que todo su intento era dar auto- ridad a esa ilesia, y que jamás faltase de ir muy adelante, y, porque San Pablo fuese honrado, pospuso la ganancia, que a su alma había de venir de las misas, que en redimiento y santidad tenía para hacerla decir si quisiera.

II. Que habiendo poca fábrica, si por tiempo se viniere a caer la ilesia, que con las de bóveda lo suelen hacer, no hay con qué repararla.

III. Meter al Ordinario en lo que no está metido, y que se susidio, que era lo que él defendiera si fuera vivo.

IV. Quítase a mi parecer mucho de la autoridad que puede tener San Pablo; porque con buena fábrica la tiene, y con una capellanía ni hace ni deshace, pues ansí como ansí dirán allí muchas misas.

V. Que no es inconveniente hacer muy ricos ternos, que pues se han de hacer fiestas, no es razón ande cada vez a buscar prestado, y como esto se haga no sobrará mucho dinero, y cuando sobre, se cum- pliría mejor su voluntad en hacer mayor la ilesia, y de bóveda, que pues aquí no la hay de San Pablo en este lugar, sería bien fuese grande para celebrar sus fiestas.

1 Por la anterior escritura hemos visto el concierto que hubo entre Francisco de Salcedo U Santa Teresa y sus monjas sobre la capilla de San Pablo, que aquél fundó jj dotó. Muerto el donante, surgieron ciertas dificultades acerca de la aplicación de algunas cláusulas de la Escri- tura, que la Santa, como testamentaria, aclara en este documento. No es posible en una nota hacer la historia de la devota capilla, que todavía existe adosada a la iglesia de San José. En ella reposan los restos de este bueno y constante amigo de Santa Teresa. (Cfr. tomo IV de las Caitas, anot.idas por el P. Antonio de S. José, frag. LXXXIII de la edición de 1793).

Otras memorias y escrituras, análogas a esta, se hicieron en el siglo XVI. Don Lorenzo de Cepeda, quiso y fué enterrado en la iglesia de S. José, y como él tantos otros esclaieddos va- rones de Avila, amigos de la Santa.

230 APÉNDICES

XXXV

MKMORIA QUE ENVIÓ LA SANTA AL CAPITULO Dfi LA SEPAHACION, SOBRE LA FUNDACIÓN DE SAN JOSÉ (1).

Fundóse esta casa de San Joscf de Avila, año de 1562, día de San Bartolomé. Es la primera que fundó la madre Teresa de Jesús, con ayuda de doña Aldonza de Guzmán y doña Guiomar de UUoa, su hija, en cuyo nombre se trajo el Breve de la fundación; aunque ellas gastaron poco, que no lo tenían. Fué menester ser en su nombre; porque no se entendiese lo hacía la Madre Teresa de Jesús en el monesterio a donde estaba; y por no le admitir la Orden, se sujetó al Ordinario. Era entonces el reverendísimo señor don .Alvaro de Mendoza, y cuando estuvo en Avila, le favoreció mucho, y daba siempre pan y botica, y otras muchas limosnas. Cuando quiso salir de Avila para ser obispo de Palencia, él mesmo procuró diésemos la obediencia a la Orden, porque le pareció ser más servicio de Dios, y todos lo quisimos. Está bien hecho; habrá casi tres años y echo meses (2). Hase vivido de pobreza hasta ahora, con el ayuda que su señoría hacía, y Francisco de Salcedo, que haya gloria, Lorencio de Cepeda, que esté en gloria, y otras muchas personas de la ciudad, y héchose ilesia y casa, y comprado sitio.

1 En 3 de Marzo de 1581, se reunieron en Alcalá de Henares, bdjo la presidencia del Comisario Apostólico, P. Juan de las Cuevas, de la Orden de Santo Domingo, en Capitulo pro- vincial los Carmelitas Descalzos para hacer efectivo el Breve de separación de los Calzados, erigiendo provincia propia, si bien sujeta al Generalísimo de la Orden. La Sania escribió al Ca- pítulo algunas cartas encaminadas principalmente al buen gobierno de sus monjas, y este corto resumen histórico del primer convento reformado. Fray Antonio de San José, que le reproduce en el tomo IV de las Cartas, fragmento 85, dice que en su tiempo se hallaba el original *n las Carmelitas Descalzas de Jaén. Hemos visto su archivo y, por desgracia, no hemos dado con el autógrafo, ni sabemos su paradero.

2 Hizo la petición D.a Guiomar de Ulloa, según acabamos de ver, el 27 de Julio de 1577.

APÉNDICES 231

XXXVI

ELECCIÓN DE SANTA TEBESA PARA PRIORA Ub SAN jOSE DE AVILA.

(10 de Setiembre de 1581) (1).

En este monesterio de S. José de Avila, lunes, a diez de Setiembre, año de rail y quinientos y ochenta y uno, dejó el oficio de priora la M. María de Cristo. Fué elegida la M. Teresa de Jesús por priora, presidienao en la eleción el muy R. P. maestro Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Provincial de los Descalzos y Descalzas, habiendo para la dicha eleción casi todos los votos del convento, haciéndose eleción canónica. Y por que es ansí lo firmo de mi nombre yo, el sobredicho Provincial, y lo firman también la dicha priora y supriora y clavarias.

Fr. Jerónimo de la Madre de Dios, Provincial.

Alaría de S. Jerónimo. Teresa de Jesús.

Isabel de S. Pablo.

1 La lomamos del Libro primitivo «le Profesiones y Ek-cciones de San José. Las firmas son autógrafas. Falta la de Santa Teresa, que se cortó de la hoja donde se extendió su elección.

232 APENOICBS

XXXVII

ULTIMAS ACCIONES OE LA VIDA DE SANTA TERESA, POK LA VENEBABLE ANA DE SAN BARTOLOMÉ (1).

Llegó Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús a esta casa de San José de Avila, año de 1581, al principio del mes de Septiembre. Venía de la fundación del monesterio de Soria, y como en esta casa de San José tuvieron siempre deseo de tenerla por perlada, así lo procuraron en llegando; y la que lo era entonces desta casa, acabó con el Padre Provincial que la absolviese del oficio para elegir luego a Nuestra Santa ,Madre, y así se hizo.

Fué esto en un tiempo que estaba esta casa en extrema nece- sidad de lo temporal, y fué cosa para alabar a Dios que dende aquel mesmo día nunca a esta casa le ha faltado lo necesario, antes ha Ido tanto creciendo en esto, que con estar con hartas deudas, lo ha el Señor de tal manera remediado, que no sólo éstas están pagadas, •mas tiene ya la casa con que poder pasar sin el trabajo y apretura que hasta entonces se tuvo. Pues si en lo espiritual hubiera yo de hablar, había mucho que decir, sino que esto se queda para que los perlados lo digan, como quien mejor lo sabe, que yo no tengo de hacer más de dar esta relación que Nuestro Padre Provincial me ha mandado.

Pues estando todas muy contentas en tener aquí a Nuestra Santa Madre y perlada desta casa, comenzó Nuestro Señor a mover a una persona de la ciudad de Burgos para que se hiciese allí un monesterio nuestro, y así escribió a la Madre para que fuese a fundarle (2). Ella

1 Por primera vez se publica en castellano esta relación de los últimos días de Santa Te- resa, debida a su fiel y caritativa enfermera, /\na de San Bartolomé, que, como es sabido, la acompañaba en las fundaciones, ij tenía especial gracia para cuidar de las enfermedades de la Madre, que no fueron pocns en los últimos años de su vida. Hállase esta relación en las Carme- litas Descalzas de Avila, en un cuaderno en cuarto, no de letra de la venerable Ana, que la tenía bastante mediana y de lectura difícil, sino de una religiosa contemporánea suya, que la copió a instancias de la Madre María de San Jerónimo. Antes de esta relación, viene otra de esta Madre en el mismo Códice y de igual letra. Es de presumir que María de San Jerónimo tenilria el original para trasladarlo, como hizo con otros apuntes relacionados con su santa prima. Poseemos de todo este Códice copia fotográfica. Si bien solamente al último de la relación habla de la muerte de la Santa, preferimos publicarla íntegra a dejarla dislocada y en estado frag- mentario.

Ana de San Bartolomé, natural de Almendral (Avila), profesó de lega en Sen José de Avila el 15 de Agosto de 1572, cuando contaba cerca de 22 años de edad. Acompañó en muchos viajes a Santa Teresa y no la dejó hasta su muerte, a la cual la V. Ana estuvo presente. En 1604 salió con otras Descalzas a fundar en Francia, y allí la obediencia la obligó a hacerse de coro, por ser de más utilidad a la Reforma. Murió en Amberes a 7 de Junio de 1626. Su causa de beatificación está introducida en Roma. En 29 de Junio de 1735 declaró Clemente XII la he- roicidad de las virtudes de esta Venerable.

2 D.a Catalina de Tolosa.

APÉNDICES 233

la respondió que procurase la licencia del señor Arzobispo (1), y que en teniéndola la avisasen. Y esto no era con intento de ir ella a fun- darle, sino de enviar monjas, Y estando con esta determinación, en- tendió quera la voluntad de Dios quella mesraa fuese en persona a fundarle; y entendióse bien ser esto así verdad por los trabajos y con- tradiciones que en esta fundación se pasaron, que a no ir ella, fuera imposible hacerse como adelante se verá.

En este tiempo vino el Padre Fray Juan de la Cruz, ques el primer fraile descalzo que hubo en nuestra Orden. Traía cabalga- duras y recaudo para llevar a Nuestra Santa Madre a fundar en Gra- nada, que les parecía que por ser aquella fundación la primera en aquel reino, convenía que fuese ella la que la hiciese. Como la Santa Madre vio que no podía ir por haber de acudir a la de Burgos, escogió dos monjas cuales convenía para tal jornada; la una dellas era la Priora quera desta casa cuando eligieron a Nuestra Santa Ma- dre, la otra era una monja de mucho espíritu y perfeción (2). Y porque en aquella fundación se dirá lo mucho que hay que decir dellas, no digo aquí más de que en esta casa dejaron mucho senti- miento y soledad de carecer de tan buena compañía.

Partiéronse la víspera de San Andrés, y nuestra Santa Madre se partió para la de Burgos otro día después de año nuevo de 82. Fueron con ella dos monjas que había hecho traer de Alba para este efecto y con su compañera. Iba con ella el Padre Provincial Fr. Jerónimo de la Madre de Dios, y otros dos frailes que trajo consigo (3). La más parte deste día que partieron de aquí, le llevaron de agua y nieve, donde fué causa de comenzarle la perlesía, queste mal le apretaba algunas veces, y así llegamos a Medina con harto trabajo por pasarse casi todo el camino lloviendo. Detúvose en esta casa tres días; de ahí pasamos a Valladolid, donde le apretó tanto el mal, que la di- jeron los médicos que si no salía luego de allí, le cargaría una enfer- medad, que no sería posible salir de allí tan aína, y así nos fuimos luego de allí a Palencia, donde se había fundado una casa nuestra un año había (4), y de entonces habían quedado en el pueblo con tanta devoción con nuestra Santa Madre, que como supieron que iba, se juntó tanta gente, que al tiempo que se hubo de apear ella y las monjas del coche en que iban, con mucha dificultad nos dejaron bajar por la gente que cargó a hablarla y pedirla la bendición, y los que no podían alcanzar esto, se contentaban con oiría hablar.

Pues entrando en el monesterio, recibiéronla con un Te Denm, como lo hacían en todos los monesterios. El contento y regocijo de las monjas se echaba bien de ver en el aderezo que tenían en el patio, donde no faltaban altares y otras cosas, que parecía lo tenían hecho un cielo. Los días que estuvimos en esta casa, estuvo nuestra Santa Madre harto mala y d tiempo hizo muy recio de muchas aguas.

1 Llamábase D. Cristóbal Vela, pariente letano de la Santa.

2 Matía de Cristo, que acababa de ser priora y Antonia del Espíritu Santo, una de las cuatro primeras que tomaron el hábito en San José.

3 Fray Pedro de la Purificación y otro, cuyo nombre se Iflnora.

4 A flnes de Diciembre de 1580.

234 APÉNDICES

Todo esto no era parte para dejar de querer proseguir su camino para Burgos. Decíanla que no se sufría ponerse en camino con tal tiempo, porque podrían perecer, y ansí enviaron un hombre para que mirase cómo estaban los caminos. El volvió y trajo harto malas nue- vas de cómo estaban.

Estando la Santa JVladre en esta congoja, que no sabía qué se hacer, se entendió después que le había dicho Nuestro Señor que saliese, quél nos ayudaría; y bien se vio después según los peligros en que nos vimos, que si Su iWajestad no nos guardara, era muy cierto el perecer a la mitad del camino. Yendo caminando orilla de un río, eran tan grandes los lodos, que fué necesario apearnos, por- que atollaban los carros. Subiendo ya por una cuesta, habiendo sa- lido deste peligro, vimos a ios ojos otro muy mayor, y fué que vio la Santa Madre el carro donde iban sus monjas trastornarse de manera que iban a caer en el río, y la cuesta en que íbamos era tan agria, que mucha gente no fuera parte para librarlas ni detener el carro para no caer. En este punto lo vio un mozo de los que lle- vábamos, y asióse de la rueda y tuvo el carro para que no cayese: que más pareció el ángel de la guarda que hombre, porque no era posible poderle tener el solo si Dios no las quisiera librar.

A nuestra Santa Madre le dio harto trabajo el ver esto, porque le pareció que sus monjas se iban ahogar; y dende que vio esto quiso ir adelante, porque los demás peligros que se ofreciesen fuese ella la primera en ellos. Y para el descanso deste trabajo que se había pasado, llegamos aquella noche a una venta donde no había para poder hacer una cama a nuestra Santa Madre, y con este poco abrigo aun parecía que fuera bueno detenemos allí algunos días, por las nuevas que nos daban de cuál estaba el camino, que los ríos iban tan crecidos, quel agua subía sobre las puentes más de media vara. El ventero era tan buen hombre y nos tuvo tanta lástima, que se ofreció a ir delante para guiarnos por el agua; porque como iba tan turbio y las puentes cubiertas, no se vía el camino por donde se había de ir. Estas eran tan angostas y de madera, que sólo cabía en ellas las ruedas, que por muy poquito que ladearan caíamos en el río. Para entrar en este peligro nos confesamos y pedimos a nuestra Santa Madre nos echase su bendición, como gente que iba a morir, y así decíamos el credo. La Santa Madre, como nos vía tan desanimadas, conformábase en algunas cosas con nosotras, y como ella llevaba más fe de que Nuestro Señor nos había de sacar con bien deste pe- ligro, decíanos con mucha alegría: ¡Ea, mis hijas! ¿qué más bien quie- ren ellas que ser aquí mártires por amor de Nuestro Señor?». Y dijo más, quella pasaría primero, y que si se ahogase, que les rogaba que no pasasen más adelante, sino que se volviesen a la venta. ñ\ fin, fué Dios servido que salimos libres deste peligro.

Con estos trabajos iba tan mala nuestra Santa Madre y tan tra- bada la lengua de la perlesía, quera lástima de vella. Llegamos a un lugar antes de mediodía, y luego procuró quel P. Provincial se fuese a decir misa; comulgó a ella y luego se le destrabó la lengua y quedó mejor. De aquí fuimos a Burgos aquella noche, y llegamos con tan grande agua, que iban las calles como ríos. La señora que nos estaba

APÉNDICES 235

esperando para aposentarnos en su casa (1), es persona de tanta caridad, que nos tenía muy buena lumbre y muy bien que nos aposentó.

Como nuestra Madre iba tan mojada, detúvose más aquella noche a la lumbre de lo quella solía; hízole tanto mal, quesa mesma noche le dio un vahído» y tan recios vómitos, que como llevaba la garganta enconada, se le hizo en ella una llaga que escupía sangre, de suerte que no estuvo el día siguiente para levantarse a negociar, sino era echada en una camilla que la pusieron a una ventana que salía a un corredor, donde estaban los que la hablaban. Fueron a decir al señor Arzobispo cómo era venida. Lo que respondió fué, que para qué traía monjas, quél no había dicho sino quella viniese a negociar; y pidiéndole licencia para que se pusiese el Santísimo Sacramento y se dijese misa, porque en aquella mesma casa donde estábamos se había de hacer el monesterio, respondió Su Señoría que bien nos podíamos sosegar, porque se había de mirar despacio. Echáronle al- gunas personas que le hablasen; nada bastaba; fué nuestro Padre Provincial, y la respuesta que trajo, fué que bien nos podíamos tor- nar, que no había necesidad en su pueblo de reformación, que muy reformados estaban los monesterios. Dendc algunos días le fué otra persona a hablar, y lo que la respondió, fué que ya pensó queramos idas, que bien nos podíamos volver.

En este tiempo estaba la Santa Madre muy mala, de manera que no podía comer sino cosas bebidas, por el gran mal que tenía en la garganta, y como estaba desta manera, que aun para levantarse de la cama no estaba, érale muy gran trabajo el haber de ir a oir misa las fiestas, y a esta causa fueron a pedir licencia al señor Arzo- bispo para que pudiesen decir misa en casa, y también porque las monjas era tanto lo que sentían el verse entre los seglares en la iglesia, que les acaecía de lo que lloraban dejar mojado el suelo donde se sentaban, y el remedio que dio Su Señoría para este sentimiento fué decir que no importaba, que antes darían buen ejemplo. Esto bien se entiende que no nacía de falta de caridad de Su Señoría, que ya todos conocen su mucha santidad, sino que Dios lo ordenaba así para que la Santa Madre y las hermanas padeciesen. Y bien se echaba esto de ver en la conformidad y perfeción con que la Madre lo llevaba, porque yéndole algunas personas a hablar, venían tan desgustados y desabridos de ver lo poco que alcanzaban. La Santa Madre le disculpaba tanto y les decía tales palabras, que les quitaba la mohína con que venían. En esto se pasaron algunas semanas, que con todo su mal iba las fiestas a oir misa y comulgar, con estar las calles harto trabajosas del tiempo que hacía; y todo esto no era el trabajo mayor que tenía, sino ver al P. Provincial con el disgusto y pena que le daba ver esto, y asimesmo a la señora que nos había llevado para hacer el mones- terio; que la acaecía irse a confesar y no la querer absolver, porque nos tenía en su casal y había sido ella la ocasión de nuestra ida.

Y en estando la Santa Madre un poco mejor, fué a hablar al Señor Arzobispo a ver si ella podía acabar lo que los demás no habían po-

1 D.a Catalina de Tolosa,

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dido, quedando mientras quella iba, tomando las hermanas disciplina; y de manera concertaron esto, que duró toda la tarde mientras la Santa Madre estuvo con el señor Arzobispo. Y estando con él en la plática, di jóle: «JViire vuestra señoría que mis monjas se están disciplinando». R esto respondió, «que bien podían disciplinarse harto, porque él no tenía entonces determinación de dar la licencia», g así se volvió sin ella la Santa Madre; y cuando la vimos venir, salimos a preguntarla qué traía, porque en su semblante mostraba mucho contento. Cuando supimos que no traía recaudo, nos pusimos harto tristes, mostrando alguna queja del señor Arzobispo. Ella nos comenzó a consolar, di- ciendo quera un santo y que daba muy buenas razones, que a ella le contentaban y se había holgado mucho con él, que no tuviésemos pena y confiásemos en Dios, que no se dejaría de hacer.

Pues viendo que no había remedio de la licencia para el mones- terio ni para poder decir misa en casa, y lo que la Santa Madre y todas sentíamos de irla a oír fuera, dióse orden para que fuésemos a parte que pudiésemos oír misa sin salir de casa, y así nos fuimos a un hospital (1), y allí dieron al P. Provincial un cuarto alto, donde ha- bía una tribunita, donde podíamos oír misa. Esto estaba desembarazado, por estar ello de suerte que nadie había gana de vivir en ello, que tenía fama quen todo Burgos no se juntaban tantas brujas como allí. Y algo debía de ser lo que decían, porque no dejó de aconte- cemos algo el tiempo que allí estuvimos. Y fuera desto, era un cuarto muy desabrigado, que para la enfermedad que la Santa Madre tenía, pasó harto trabajo, y compadeciéndonos nosotras dello, nos i-espondía, que demasiado de buen lugar era, que no lo merecía ella, que de nosotras le pesaba a ella, que de no tenía ninguna pena, que no merecía que la hubiesen recibido en aquel hospital. Y cuando le hacían una pobre camilla, decía: ¡Oh, Señor mío, qué cama tan regalada es esta estando Vos en una cruz! Y cada vez que comía, le salía sangre de la llaga de la garganta, y habiéndola compasión, decía: «No me hayan lástima, que más padeció mi Señor por cuando bebió la hiél y vinagre».

Dijo un día, como tenía tan gran hastío, que de unas naranjas dulces comiera, y el mesmo día se las envió una señora; y trayén- dole unas pocas muy buenas, en viéndolas, echóselas en la manga y dijo quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho; y así fué, y repartiólas a los pobres, y volviendo, dijímosla que cómo las había dado. Dijo: «Más las quiero yo para ellos que para mí; vengo muy alegre que quedan muy consolados». Y bien se vio en el rostro el contento que traía. Otra vez la trajeron unas limas, y como las vio, dijo: «Bendito sea Dios, que me ha dado que lleve a mis pobrecitos». Un día curaban a uno de unas postemas, y daba tan terribles voces, que atormentaba a los otros, y compadeciéndose la Santa Madre del, bajó, y viéndola el pobre, calló. Díjole ella: «Hijo, ¿cómo dais tales voces? ¿No lo llevaréis por amor de Dios con pa- ciencia?». Respondió él: «Parece que se me arranca la vida»; y cs-

1 Hospital de la Concepción.

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tando allí la Santa Madre un poco, dijo que se le habían quitado los dolores, y después, aunque le curaban, nunca más le oímos quejar.

Decían los pobres a la hospitalera, que les llevase muchas veces allá aquella santa mujer, que les consolaba mucho sólo verla y les parecía se les aliviaban los males. Díjonos la mesma hospitalera, que cuando supieron que nos íbamos de allí, que los había hallado llo- rando y muy afligidos por saber se iba la Santa Madre; pues es- tándolo nosotras la víspera de San José, porque se acercaba el tiempo en que nos habían de echar del hospital, que no nos le dieron más de hasta Pascua Florida, y si entonces no tuviésemos casa, que nos pu- diesen echar del, y ésta no se hallaba; pues estando de la manera que he dicho la víspera de nuestro Padre San José, nos la deparó Nuestro Señor por una vía que más pareció milagro que otra cosa, y por en- tender que nuestra Santa Madre lo tiene dicho en esta fundación, no digo aquí más desto.

Concertada ya esta casa, nos pasamos a ella dentro de dos o tres días; dende este tiempo hasta Pascua Florida se gastó en aco- modar la casa. Después que estuvimos en ella, fué dos o tres veces el señor Arzobispo a ver a nuestra Santa Madre y para ver el có- modo que tenía la casa para el monasterio dándola esperanzas que para Pascua Florida le daría licencia. Y estando un día Su Señoría con nosotras, pidió un jarro de agua y la Santa Madre hizo que le sacasen con él no que regalillo que la habían enviado. Como él lo vio, dijo: «Harto ha alcanzado. Madre, conmigo, porque en todo Burgos no he tomado otro tanto como esto por ser de su mano». La Madre le respondió: «También quería yo alcanzar la licencia de la de Vuestra Señoría». Y con no se la dar, quedó tan contenta y alabando a Nues- tro Señor como si se la hubiera dado, y loándole mucho su santidad y cuan bien parecían en la iglesia de Dios tales perlados, y nunca la oímos palabra en contrario desto.

Estuvimos así hasta la Pascua Florida aguardando la licencia, y la Semana Santa íbamos a una iglesia ^ oir los Oficios, y estando el Jueves Santo en ella, quiriendo pasar unos hombres por donde la Santa Madre estaba, como no se levantó tan presto como ellos qui- sieran, la dieron de coces por echalla a un cabo para pasar; cuando yo fui a ayudarla a levantar, hállela con tanta risa y contento, por esto que me hizo alabar a Dios. Con esto, estuvimos esperando que nos traerían la licencia para que se dijese misa en casa el día de Pascua. Aquí quiso Dios probar más la paciencia de la Santa Madre, y por mejor decir, la de las hermanas, quella harta tenía, y aguardándola todos tres días, ningún día dellos vino a tiempo que nos excusase de ir fuera a misa toda la Pascua. El postrer día, ya estaban las herma- nas tan trabajadas y la señora que nos había llevado mucho más, de manera que se despidió de la Santa Madte y sus monjas para no las tornar más a ver hasta que supiese que la fundación estaba hecha. En este tiempo quedaba la Santa Madre con harta pena de ver con la que iba esta señora y tenían las hermanas, y en el mesmo punto entró un caballero, a quien debíamos mucho, con la licencia del señor Arzobispo para hacerse el raonesterio; y como él venía tan contento, en entrando, antes que nos dijese nada, se fué con grandísima priesa

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APÉNDICES

a tañer la campanilla questaba puesta. En esto entendimos que traía la licencia. Con esto fué grande el regocijo de todas; con éste, se puso otro día el Santísimo Sacramento (1) y se dijo la primera misa, donde quedamos ya con nuestra clausura, no poco deseada de todas. Dijo la primera misa y puso el Santísimo Sacramento unos Padres de la Orden de Santo Domingo, que siempre los de ella han ayudado a nuestra Santa Madre^ y favorecídola en sus necesidades.

Daquí a pocos días, se dio e! hábito a una doncella hija de la Señora que procuró se hiciese allí nuestro monesterio; predicó a él el señor Arzobispo, con tantas lágrimas y humildad, que fué harta confusión para todas y devoción para el demás auditorio, porque mostró, entre otras cosas que dijo, haberle pesado de haber dilatado nuestro negocio. Loó mucho a la señora que nos llevó a aquella ciu- dad, y fué mucho el amor que cobró a nuestra Santa Madre.

Dende ahí adelante fuese acreditando la casa de manera que comenzó alguna gente principal a visitar a nuestra Santa Madre, entre ellas fué una señora que había algunos años que deseaba que Dios le diese hijos, y con tal fe se encomendó a Nuestra Madre que lo pidiese a Su Majestad, que se cumplió su deseo. Ella quedó bien agradecida por esta merced que Dios la hizo.

Pues en este tiempo, estando Nuestra Madre y todas contentísi- mas en nuestra casa y de vernos ya encerradas, con que todo se había hecho muy bien, quiso Nuestro Señor templarnos este contento con el trabajo que sobrevino luego, así para nuestra casa, como para toda la ciudad, y fué quel día de la Hscensión creció tanto el río y la mucha agua que vinq a la ciudad, que llegó a términos que los monesterios se despoblaban por no ser anegados. Nosotras también nos vimos en este mesmo peligro, y por estarlo, aconsejaban a la Madre saliese de la casa. Ella nunca lo quiso esto aceptar, sino hizo poner el San- tísimo Sacramento en una pieza alta donde nos hizo a todas recoger y estar diciendo letanías. En fin, el trabajo venía a tanto, que los muertos desenterraba, y las casas se hundían y la nuestra era la que tenía más peligro por estar en un llano y más cerca del río. En fin, Dor no me alargar tanto, aunque había mucho que decir desto, con- cluyo con decir, que la voz de mucha gente, especial del Sr. Hrzobispo, era decir que por estar allí nuestra Santa Madre, había atado las manos a Dios para que no pereciese aquel pueblo.

Pasado este trabajo, que fué harto mayor del que yo aquí signi- fico, estando la dicha Madre con Nuestro Señor, le dijo: «Señor, ¿estáis ya contento?». Y la respuesta que la dio en esto fué de- cirla: «Hnda que otro mayor trabajo te queda agora presto por pasar». Ella al presente no entendió el porqué; después se vio bien en los trabajos que pasó dende allí hasta que llegó a Alba, ansí en la poca salud como en otros trabajos que se le ofrecieron graves, pues es- tándose en Burgos con cuidado de no saber si se vernía luego o si se deternía más allí, le dijo Nuestro Señor, que se viniese, que ya allí no había más que hacer, que ya aquello estaba acabado; y así se vino

1 18 de Abril de 1582,

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luego para Patencia, y dende allí a Medina, con intento de venirse derecha a Avila. Halló allí al P. Vicario Provincial, Fr. Antonio de Jesús, que la estaba esperando para mandarla que fuese a Alba, y con haberla Dios hecho tanta merced en esta virtud de la obediencia, fue tanto lo que ésta sintió por parccerle que a petición de la Duquesa la hacían ir allá, que nunca la vi sentir tanto cosa que los perlados la mandasen como ésta.

Fuimos de aquí en una carroza, que llevó el camino con tan gran trabajo, que cuando llegamos a un lugarito cerca de Peñaranda, iba la Santa Madre con tantos dolores y flaqueza, que la dio allí un desmayo, que a todos nos hizo harta lástima verla, y para esto no llevábamos cosa que la poder dar sino eran unos higos, y con eso se quedó aquella noche, porque ni aun un huevo no se pudo fiallar en todo el lugar; y congojándome yo de verla con tanta necesidad y no tener con que la socorrer, consolábame ella diciendo que no tu- viese pena, que demasiados de buenos eran aquellos higos, que mu- chos pobres no temían tanto regalo. Esto decía por consolarme; mas como yo ya conocía la gran paciencia y sufrimiento que tenía y el gozo que le era padecer, creía ser más su trabajo del que significaba, !J para remediarse esta necesidad fuimos otro día a otro lugar, y lo que hallamos para comer fué unas berzas cocidas con harta cebolla, de las cuales comió aunque era muy contrario para su mal. Rste día llegamos a Alba, y tan mala nuestra Madre, que no estuvo para en- tretenerse con sus monjas. Dijo que se sentía tan quebrantada, que a su parecer no tenía hueso sano. Dende este día, quera víspera de San Mateo, anduvo en pie con todo su trabajo hasta el día de San A\iguel, que fué a comulgar. Viniendo de hacerlo, se echó luego en la cama, porque no venía para otra cosa, que le dio un flujo de sangre, de lo cual se entiende que murió. Dos días antes pidió que le diesen el Santísimo Sacramento, porque entendía ya que se moría. Cuando vio que se le llevaban, sentóse en la cama con gran ímpetu dcspíritu, de manera que fué menester tenerla, porque parecía que se quería echar de la cama. Decía con gran alegría: «Señor mío, ya es tiempo de caminar; sea muy enhorabuena y cúmplase vuestra vo- luntad». Daba muchas gracias a Dios por verse hija de la Iglesia y que moría en ella, diciendo que por los méritos de Cristo esperaba ser salva, y pedíanos a todas que lo suplicásemos a Dios que la per- donase sus pecados, y que no mirase a ellos, sino a su misericordia. Pedía perdón a todas con mucha humildad, diciendo que no mirasen lo que ella había hecho y el mal ejemplo que las había dado.

Como vieron las hermanas que se moría, pidiéronla mucho que les dijese algo para su aprovechamiento, y lo que las dijo fué, que por amor de Dios las pedía guardasen mucho su Regla y Constitucio- nes. No les quiso decir otra cosa. * Después desto, todo lo que más habló, fué repetir muchas veces aquel verso de David que dice: Sacrifi- cium Deo spiritus contri hulatus; cor contritum et hiimiliatum, Deas, non despides (1). Especialmente dende cor contritum; ésto era lo que

1 Salmo L.

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decía hasta que se le quitó el habla. Rntes que se le quitase, pidió la Extremaunción, y recibióla con gran devoción.

El día de San Francisco por la tarde, a la noche, a las nueve, la llevó Nuestro Señor consigo, quedando todas con tanta tristeza y trabajo, que si lo hubiera de decir aquí, había bien qué; y algunas cosas supe yo que habían pasado en expirando la Santa Madre, que por ser señaladas no las pongo aquí; si a los perlados les pareciere, ellos lo podrán decir.

El día siguiente la enterraron con la solenidad que se pudo hacer en aquel lugar. Pusieron su cuerpo en un ataúd; cargaron sobre él tanta piedra, cal y ladrillo, que se quebró el ataúd y se entró dentro todo esto. Esto hizo la que dotó aquella casa, que se llamaba Teresa de Láiz; no bastando nadie a estorbárselo, pareciéndole que por cargar tanto desto, la ternía más segura que no se la sacasen de allí.

Pasados nueve meses, fué a aquella casa el P. Provincial, quera entonces Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, y las hermanas della le dieron mucha priesa para que abriese el sepulcro, diciendo questaban con escrúpulo de cómo estaba puesto aquel santo cuer- po; y así, a petición suya, comenzó a quererle abrir, y como le habían cargado tanto de piedra y lo demás, nos dijeron que habían estado cuatro días él y su compañero quitando lo que tenía encima (1). Hallaron santo cuerpo tan lleno de tierra y maltratado, como se habla quebrado el ataúd, quera lástima de ver. Dicen estaba tan fres- co como si acabara de morir, y muy hinchado de la humedad y lleno de moho, y los vestidos también, y todos podridos. Con esto estaba g! cuerpo tan sin corrompimiento ninguno y entero, que ninguna parte dé) tenía decentado, y no sólo no tenía mal olor, sino tan bueno como hoy día se ve.

Pusiéronle otros vestidos y metiéronla en un arca en el mesmo lu- gar en que antes estaba;, y de ahí a dos años y medio, poco menos (2), cuando fueron a sacarla para traerla a esta casa de San José de Avila, hallaron otra vez los vestidos casi podridos, y su santo cuerpo tan sin corrupción como de antes, aunque muy enjuto, y con tan buen olor, ques para alabar a Dios. El sea bendito para siempre.

De que Dios haya hecho esta merced a nuestra Madre en que su cuerpo esté asina, no nos ha espantado a las que la vimos y tra- tamos, porque si se hubiera de explicar aquí los trabajos y denuestos que padeció, y con la paciencia que lo llevaba, y principalmente en este camino postrero de Burgos, dende que salió de aquí de ñvila hasta que volvió a ñlba, donde Dios la llevó, porque fué todo un pro- lijo martirio, el cual no se puede declarar por agora. Por algunas justas causas diré una palabra que la oí, que para su gran ánimo y espíritu fué mucho decirla: «Que por muchos trabajos que había pasado en todo el discurso de su vida, dijo, que nunca se había visto tan apretada y afligida como en este tiempo». Y yo no me maravillo

1 Abrióse el 4 de Julio de 1583.

2 El traslado del cuerpo de Santa Teresa se acordó el 27 de Octubre de 1585, en el Capí' tule que los Carmelitas Descalzos celebraron en Pastrana.

APÉNDICES 2^1

desto; porque, cierto, puedo decir con toda verdad que me parecía muclias veces liabía Dios dado licencia a los demonios para que la atormentasen, y no sólo a ellos, sino a todo género de gentes que con ella trataba, y por mejor decir, para que labrasen su corona; que cuando agora se me acuerda de lo que entonces vía, no lo puedo con- siderar sin muciía ternura y lástima que me liace, y así vi yo bien cumplida aquella palabra que Nuestro Señor la dijo en Burgos, «que otro trabajo mayor la quedaba presto por pasar». El sea bendito para siempre jamás, que tan largo es en dar materia de merecimiento a sus escogidos.

Su iVlaj estad me de gracia para que sea una dellas.

11 16

242 APÉNDICES

XXXVIII

TESTIMONIO DE Lfl MUERTE DE SANTA TERESA, POR LA M. MARÍA DE SAN FRANCISCO (1).

Digo, que yo me hallé a su muerte y a lo demás que en ella sucedió, y me dijo el Padre Fray Domingo Báñez, y lo predicó en un sermón de las honras de nuestra Santa Madre, cómo ocho antes profetizó su muerte, y que había de ser en Alba de Tormes. Lo mismo supe del Padre Mariano, y delante de el Padre Fray Antonio de Jesús, acabando de confesar a nuestra Santa Madre, puesto de rodillas, la dijo: «Madre, pida al Señor no nos la lleve ahora, ni nos deje tan presto». A lo cual respondió: «Calla, Padre, ¿y has de decir eso? Ya no soy menester en este mundo». Y desde entonces comenzó a dejar cuidados y tratar de morirse. A las cinco de la tarde, víspera de San Francisco, pidió el Santísimo Sacramento, y estaba ya tan mala, que no se podía revolver en la cama, sino que dos religiosas la volviesen, y mientras que no venía el Viático, co- menzó a decir a todas las religiosas, puestas las manos, y con lágri- mas en sus ojos: «Hijas mías y señoras mías, por amor de Dios las pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Costituciones. que si la guardan con la puntualidad que deben, no es menester otro milagro para canonizarlas, ni miren el mal ejemplo que esta mala monja las dio y ha dado, y perdónenme». Y en este punto acertó a llegar el Santísimo Sacramento, y con estar tan rendida, se levantó encima de la cama, de rodillas, sin ayuda de nadie, y se iba a echar della si no la tuvieran; y poniéndosele el rostro con grande hermosura y resplandor, c inflamada en el divino amor, con gran demostración de espíritu y alegría, dijo al Señor cosas tan altas y divinas, que a todos ponía gran devoción. Entre otras le decir: «¡Señor mío y esposo mío!, ya es llegada la hora deseada; tiempo es ya que nos veamos, amado mío y Señor mío; ya es tiempo de caminar; vamos muy en hora buena; cúmplase vuestra voluntad; ya es llegada la hora en que yo salga deste destierro, y mi alma goce, en uno, de Vos que tanto ha deseado!». Y si el perlado no la estorbara, man- dando en obediencia que callara, porque no la hiciera más mal, no cesara de aquellos coloquios.

Después de haber recibido a Nuestro Señor, le daba muchas gra- cias, porque la había hecho hija de la Iglesia y porque moría en

1 Esta relación de la Madre María de S. Francisco, hecha para las Informaciones de bea- MflcBclón y canonización de la Santa en Medina del Campo, coincide en todo u completa la de la venerable Ana de Jesús.

flPEKDICES 2^3

ella. Muchas veces repetía: -^iEn fin, Señor, soy hija de la Iglesia!». Pidióle perdón con mucha devoción de sus pecados, y decía que por )a sangre de Jesucristo había de ser salva. Y a las religiosas pedía la ayudasen mucho a salir del purgatorio. Repetía muchas veces aque- llos versos: Sacrificium Deo spiritus contribulatus, cor contritnm etc. Ne pro} idas me a facie tua, etc. Cor mundum crea in me Deus; y lo volvía en romance.

Preguntándole el Padre Fray Antonio de Jesús si quería que llevasen su cuerpo a ñvila, respondió: «¡Jesús! ¿eso hase de preguntar, Padre mío? ¿Tengo de tener yo cosa propia? ¿flquí no me harán caridad de darme un poco de tierra?». Toda aquella noche repitió los dichos versos, y a la mañana, día de San Francisco, como a las siete, se echó de un lado como pintan a la Madalena, el rostro vuelto a las religiosas con un Cristo, el rostro muy bello y encendido, con tanta hermosura, que me pareció no se la había visto mayor en mi vida; y no a dónde se escondieron las arrugas, que tenía hartas, por ser de tanta edad y vivir muy enferma.

Desta suerte se estuvo en oración con grande quietud y paz, ha- ciendo algunas señas exteriores, ya de encogimiento, ya de admira- ción, como si la hablaran y ella respondiera; mas con gran serenidad todo, y con maravillosas mudanzas de rostro, de encendimiento e inflamación, que no parecía sino una luna llena, y a ratos, dando de grandísimo olor. Y perseverando en la oración, muy alborozada y alegre, como sonriéndose, dando tres suaves y devotos gemidos, como de una una alma que está con Dios en la oración, que apenas se oían, dio su alma al Señor, quedando con aventajada hermosura y resplan- dor su rostro como un sol encendido. Antes que muriera llegó a la .Santa, Isabel de la Cruz, que padecía gran dolor de cabeza y mal de ojos, y cogiéndole las manos a la Santa, ella misma se las puso sobre le cabeza, y al punto quedó libre de todo su mal. Luego que murió, besando sus pies Catalina Baptista, cobró el olfato, que había perdido, 1! sintió gran fragancia en los pies de la Santa. Todo esto vi.

244 A9&NDICCS

XXXIX

BREVE PLATICA, QUE SANTA TERESA HIZO AL SALIR DE SU CO.WRNTO DB VALLADOLID, TRES SEAIANAS ANTES QUE MURIESE (1).

Hijas mías, harto consolada voy desta casa, y de la perfeción que en ella veo, y de la pobreza, y de la caridad que unas tienen con otras; y si va como ahora, Nuestro Señor les ayudará mucho.

Procure cada una, que no falte por ella un punto de la perfeción de la Religión.

No hagan los ejercicios della como por costumbre, sino haciendo atos heroicos, y cada día de mayor perfeción.

Dense a tener grandes deseos, que se sacan grandes provechos, aunque no se puedan poner por obra.

XL

PALABRAS DE SANTA TERESA A LAS MONJAS DE ALBA POCO ANTES DE MOMR (2).

Hijas y señoras mías: Perdónenme el mal ejemplo que les he dado, y no aprendan de mí, que he sido la mayor pecadora del mundo, y la que más mal ha guardado su Regla y Costituciones. Pí- deles por amor de Dios, mis hijas, que las guarden con mucha per- feción y obedezcan a sus superiores.

1 Publicó el P. Francisco de S. María en el tomo I, libro II, capítulo XVIII de su Refor- ma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, esta breve plática que la Santa dirigió a las Carmelitas Descalzas de Valladolid cuando en Setiembre, de regreso de la fundación de Burgos, se dirigía a Medina y de allí a Alba, donde murió. No debe tenerse como escrito de la Santa; ella no hizo más que proferir estas discretas palabras, que la memoria de sus buenas hijas de Valladolid nos han conservado u trasmitido.

2 Lo mismo que las anteriores, fueron recogidas estas palabras por sus atribuladas hijas de Alba al expirar Santa Teresa. Tráelas la Historia de la Reforma de los Descalzos, t. I, p. 847. Conviniendo en la substancia, discrepan algo de las que leemos en algunas Deposiciones del Proceso de canonización de la Santa.

APENOICBS 245

XLI

TESTIFICACIÓN DEL P. GRACIAN ACERCA DEL PRIMER RECONOCIAUENTO DEL CUER- PO DE SANTA TERES.^ HECHO EN ALBA DE TORMES (1).

Yo, Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Prior de San Fe- lipe y Vicario Provincial de la Orden de Nuestra Señora del Carmen de los Carmelitas Descalzos de este reino de Portugal, por la presente doy noticia y testimonio de verdad a todos los que la presente vieren, que en los años pasados de mil y quinientos y ochenta y cuatro, siendo Provincial en esta misma Orden de Carmelitas Descalzos, y visitando el convento de Nuestra Señora de la ñnunciación de reli- giosas Descalzas de la villa de Alba, donde estaba el cuerpo de la Santa fl/ladre Teresa de Jesús, fui rogado e requerido por parte de las religiosas del mismo convento, descubriese el sepulcro de la Santa Aladre, para poner bien el cuerpo, porque le habían metido en un hueco de una pared que está en el coro bajo, y echado gran cantidad de cal, y temían que lo consumiese.

Y así, entrando en el coro bajo con mi compañero, Fray Cristóbal de San Alberto, descubrimos el santo cuerpo, del cual salía una fra- gancia y olor suavísima, y lo hallamos entero y oloroso y con los pe- chos altos, como si estuviera viva, y con sangre fresca, como si aca- bara de expirar, habiendo dos años que estaba sepultada; aunque la cara y las manos que estaban descubiertas, se habían puesto dene- gridas con la cal; lo demás estaba con hermoso color. Y yo corté la mano izquierda de dicho cuerpo, la cual traía conmigo en una toquilla con papeles, de la cual manaba como un aceite, que manchaba

1 Es interesante este Documento por las noticias que contiene u por rectificar, además, la fecha en que por vez primera fué descubierto el cuerpo de Santa Teresa. Según liemos leído en la Relación de Rna de San Bartolomé, pág. 240, el P. Gracián pasando por Alba nueve meses después de la muerte de la Santa, a ruego de las religiosas de aquel convento, lo desenterró. La misma opinión siguen Ribera, Yepes, Francisco de Sta. María ¡j otros escritores, señalando el 4 de Julio de 1563 como fecha de la exhumación, como hemos visto en la nota primera de la página poco lia dicha, que es la señalada por Ribera. Es muy extraño que tratándose de un hecho tan notable y reciente, en el que personalmente había intervenido, se equivocara el Padre Gracián, fijando la fecha cerca de año y medio más tarde de lo debido. Forzoso parece concluir, que Gracián está en lo cierto al fijar la fecha de este descubrimiento del santo cuerpo, dos años más tarde de la muerte, es decir, en Octubre de 1584. Y sin embargo, como veremos luego, en las notas que el mismo P. Gracián puso a la Vida de la Santa por Ribera, nada dice de la fecha que asigna el docto biógrafo al primer descubrimiento del cuerpo de Sta. Teresa, siendo asi que a cada paso está confirmando o declarando con apostillas pasajes menos Importantes del texto. El autógrafo de esta declaración lo guardaban, hasta la funesta revolución de Portugal, ocurrida en 1910, las Carmelitas Descalzas de San Alberto de Lisboa. Nosotros la hemos tra^ ducido de la Chronica de Carmelitas Descalzos, de nuestra antigua Provincia de Portugal, t. I, pág. 210, que la trasladó y publicó en portugués.

246 APÉNDICES

los papeles ij paños en que estaba envuelta. Después la deposité en un cofrecito juntamente con la llave del sepulcro, en que dejé el cuerpo mejor acomodado, y di a guardar el cofrecito, cerrado con llave, a las monjas del monasterio de Avila, con intento de que si el cuerpo no iba a Avila, gozasen ellas de la mano ; y si era lle- vado a Avila, tornase yo a tomarla.

No sabiendo las religiosas lo que había en el cofrecito, sucedió que entrando una noche a encomendarse a Dios en el coro la iW. flna de San Pedro, supriora del dicho convento, vio visiblemente a la mis- ma M. Teresa de Jesús en el coro con mucho resplandor, la cual, alargando la mano hacía la parte del cofrecito, le dijo: Tenga cuenta con aquel cofrecito, que está allí mi mano, y luego desapareció. Acon- teció desde entonces también algunas veces a la M. Priora, María de San Jerónimo, tomar un jarro para beber y pedir la bendición a la Santa Madre, como si estuviera presente, y ver visiblemente la mano que la bendecía; y asimismo acudir al dicho cofrecito algunas religiosas que se vían atribuladas con algunas tentaciones y afligidas con algunos dolores y tornar sanas y quietas.

Después, en el año 1585, celebrándose Capítulo provincial de nues- tra Orden en la villa de Pastrana, se ordenó que el santo cuerpo se trasladase de Alba a Avila, y yo pasé por Avila y pedí el co- frecito para sacar la llave que allí estaba, y saqué juntamente la mano, la cual hallé olorosa y que había henchido de aceite todas las sedas en que estaba envuelta, y la traje a Portugal, depositándola en el monasterio de San Alberto de las Carmelitas Descalzas de esta ciudad de Lisboa, y el dedo meñique, que la falta, se cortó para mandar a nuestro P. Provincial, Fray Nicolao de Jesús María. Y por esta mano ha hecho Nuestro Señor algunas maravillas en el monasterio de San Alberto.

En fe de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el sello de nuestro oficio, en este monasterio de San Felipe de los Carmelitas Descalzos de Lisboa, a doce días del mes de Marzo de 1587 años

Fr. Jerónimo Gradan de la Madre de Dios,

Vicario Provincial.

APÉNDICES 247

XLII

DECRETO DEL CAPITULO DE LOS CARMELITAS DESCALZOS PARA QUE EL CUERPO DE SANTA TERESA SEA TRASLADADO DE ALBA A AVILA (1).

Fray Nicolás de Jesús María, Provincial de los Carmelitas Des- calzos, y los cuatro Difinidores deste nuestro Capítulo provincial de Pastrana, por la presente damos licencia al Reverendo Padre Fray Gregorio Nazianceno, Vicario del nuestro districto de Castilla la Vie- ja, para que lleve el cuerpo de nuestra Madre buena Teresa de Jesús, que al presente está depositado en el nuestro monasterio de monjas de Alba, y con la compañía y honra funeral conveniente a tan buena Madre, lo lleve al nuestro convento de monjas de Hvila y le ponga en la sepultura que el Ilustrísimo y Reverendísimo Obispo de Pa* lencia (2) le tiene aparejado, por ser más decente a la virtud de la

1 Dice la Crónica de la Descalcez carmelitana hablando de este decreto capitular: «El aflode15S5 hicieron los Descalzos en Pastrana su Capitulo para recibir al Padre Fray Nicolás de Jesús Alaria, que volvía de Italia a tomar posesión del oficio de Provincial que el año antes le había dado la Religión en el Capítulo de Lisboa. En éste propuso el P. Fray Jerónimo Gracián, Pro- vincial que acababa de ser, electo ya Vicario Provincial de Portugal, cómo atendiendo a los grandes favores y mercedes que toda la Orden había recibido del señor D. Alvaro de Mendoza, obispo de Palencia, le había dado palabra y cédula firmada de llevar el santo cuerpo a la iglesia de las religiosas de Avila, cuya capilla mayor él había labrado, para que al lado del Evangelio fuese elevado y colocado. Añadió que la ciudad de Avila, por ser madre de la Santa, tenía más dere- cho a su cuerpo que Alba, que la justicia de aquel convento, por ser original de toda la Reli- gión, era manifiesta, que la veneración de la Santa pedía lo mesmo, por haber de ser forzosa- mente más crecida en una ciudad populosa, noble, autorizada con iglesia catedral y muchos conventos de religiosos y religiosas, de todo lo cual carecía .'^Mba. Que la Santa, cuando salió de Burgos, a Avila caminaba, donde era priora, y en Alba .sólo tenía el hospedaje... Esforzó estas razones una embajada que el Obispo envió al Capítulo con D. Juan Carrillo, tesorero de la santa iglesia de Avila y después canónigo de la de Toledo, pidiendo se le cumpliese la obligación que aun en vida de la mesma Santa le había hecho el P. Provincial, como en otra parte vimos, en remuneración de el afecto que a la Orden había tenido». (Cfr. Historia de la Reforma de los Descalzos, t. I, lib. V, c. 30). Estas eran las razones que tenían los superiores de la Reforma para el traslado del cuerpo de Sla. Teresa y por ellas verá nuestro docto amigo D. José Lama- no, (Cfr. Santa Teresa de Jesús en Riba de Tormes, p. 326), que no hay fundamento para sospechar que la patente de Gracián señalando conventualidad y enterramiento a la Sauta en San José de Avila, que hemos publicado en la pág. 222, sea un documento amañado «para co- lorear el decreto acordado y promulgado por el Capítulo provincial reunido en Pastrana».

2 D. Alvaro de Mendoza había pasado del obispado de Avila a Palencia en 1587. Cuando el monasterio de S. José de Avila se puso bajo la obediencia de la Orden, D. Alvaro manifestó su devoción al Provincial de los Descalzos, P. Jerónimo Gracián, de ser enterrado en aquella igle- sia, lo mismo que la Santa; y para su cumplimiento preparó su sepultura en el presbiterio, al lado de la epístola, y enfrente la de Santa Teresa de Jesús. En las Informaciones hechas en Avila en 1610 para la canonización de la Santn, dice su sobrina la M. Teresa: «El señor obispo escogió la capilla mayor de este convento fuese suya, y que esta merced pedía a todas las mon- jas de él y al P. Provincial, como a quien hacía las veces de la Orden; y que esto hacía por el amor que siempre había tenido a esta casa; y lo principal por asegurar con esto el cuerpo de la

248 APÉNDICES

dicha Aladre, ü por ser ese el primer convento que ella fundó, g por ser Priora del al tiempo que murió y al cual iba cuando enfermó, y por lo mucho que a su Señoría Ilustrísima se debe, y por la de- voción y deseo grande que tiene de ello, y por otras muchas razones que nos mueven. Por lo cual mandamos, en virtud de Espíritu Santo y santa obediencia, et sub praecepto, a las monjas del dicho monasterio de Alba que no lo contiadigan ni impidan. Fecho en este Convento de San Pedro de Pastrana, a veintisiete días del mes de Octubre de 1585.

Fr. Nicolás de Jesús María, Provincial. Fr. Gerónimo de la Madre de Dios, Diffinidor.— fr. Juan de la Cruz, Diffinidor.— /"/•. Gregorio Nazianceno, Diffinidor. Fr. Bartolomé de Jesús.

M. Teresa de Jesús, por cuyo respeto principalmente se puso a esta petición». No faltaron difi- cultades para conseguirlo, por tener las mismas pretensiones otras personas muy poderosas. Al- gunos malos ratos pasó la Santa por este negocio estando en la fundación de Burgos, como se infiere de estas palabras de su sobrina en el lugar arriba citado: «La Santa, no mirando a él, Sino a las grandes obligaciones que se tenía al señor Obispo, hizo todas las diligencias posibles; U vio esta declarante cuando estaba en Burgos con dicha Santa Madre, que padeció muchas pe- nas u trabajos por esta causa... La decía algunas veces: «¡Qué mal parecía, hija, que la iglesia de San José de Avila se tratase de dar a persona seglar, por rica que fuese y dejasen al buen Obispo, que ha sido su padre, amparo y perlado desde el principio que se fundó!» D. Alvaro está enterrado en San José de Avila, como vimos en el tomo I, pág. 282. Este y los cuatro do- cumentos siguientes, con muchos otros que no publicamos, pueden verse en el Archivo Históri- co Nacional: Dapeles de las Carmelitas Descalzas de S. José de Rvila,

APÉNDICES 249

X i i i í

EELflCION DEL TRASLADO DEL CUERPO DE SANTA TERESA DESDE ALBA AL CON- VENTO DE SAN JOSÉ DE AVILA (1).

Partimos el P. Julián de Avila y yo el viernes, veintitrés deste mes de Nobierabre de 1585, y el sábado siguiente llegamos [a Alba] muy temprano, conforme a lo que me había escrito el P. Fr. Gre- gorio Nacianceno; y antes de entrar en el lugar, le avisé cómo es- tábamos allí, y escribióme que entrásemos con mucho recato y secreto, y que aquella noche me viese con él en su posada, a las siete horas; y fui y [le] hallé solo y vino luego el P. Fr. Jerónimo Gracián, que había llegado aquel día de Salamanca. Tratamos de la manera que Nuestro Señor había ordenado que fuese agora la traslación del cuer- po de la Santa Madre, por medios muy singulares que habían pues- to para ella, y desterrando de Alba todas las personas que podían ser algún impedimento, y había en el pueblo la soledad que no se vio en muchos anos, habiéndose partido el día antes la Duquesa; y que el domingo luego siguiente, nos juntásemos en aquella misma parte y hora y no pareciésemos en el lugar. Ansí se hizo; aquella tarde, víspera de Santa Catalina (2), después de las cuatro, el Padre Fr. Gregorio, que estaba bien deseoso de acabar con este hecho y menos temeroso quel P. Gracián, ambos entraron en el monesterio y, con ocasión de ver el santo cuerpo y condescender con las monjas que se lo pedían con instancia, dispusieron el sepulcro de la Santa Madre y, al anochecer, sacaron su cuerpo del arca donde estaba y hallaron muy gastados los hábitos y ropa que tenía encima. Sacaron el santo cuerpo y pusiéronle a donde todas las hermanas le vieron con sumo contento y alegría. Idas ellas a decir Completas y una Vi- gilia, lo cual rezaron tan apriesa, con deseo de volverse, que fué ne- cesario mandarles a decir Maitines al coro alto, se quedaron los Padres, y con ellos la Priora y Supriora (3) y Juana del Espíritu Santo; y, pareciéndoles buen tiempo, notificaron a las tres la patente del Ca- pítulo para la traslación del santo cuerpo a San Joseph de Avila, que les causó infinita turbación y pena; y le quitaron un brazo que pu- sieron en un baúl, que de acá se había llevado; y con <;er de vara y media en largo, no cupo en él el santo cuerpo, y con dos llaves le metieron en el arca que estaba antes, y cerrado con tres llaves,

1 La ejecución del anterior Decreto se efectuó al mes de ser publicado, con los pormenores que se verán en esta relación. Por primera vez lo dio a la luz pública Serrano y Sanz en su obra Mpuntes para un^ Biblioteca de escritoras españolas, t. II, p. 563.

2 24 de Noviembre.

3 Llamábase la primera, María de San Jerónimo, g Ana de San Pedro, la sejjunda.

250 APÉNDICES

la dejaron en el mesnio lugar que estaba, y vistieron el cuerpo de sus hábitos y ;envuelto en una sábana y una manta de sayal. Abrazado con él, [elj P. Fr. Gregorio le pasó a su aposento, que era enfrente de la portería del monesterio, a donde yo estaba y Julián de Rvila y un compañero del P. Vicario Provincial, y pasó tras él el P. Fr. Je- rónimo Gracián y, puesto el santo cuerpo encima de una cama, le descubrió y le vimos tan entero como se enterró, sin faltarle un cabello, tan lleno de carne todo él, desde los pies a la cabeza, y el vientre y pechos de manera como si allí no hubiese cosa corruptible, de tal suerte, que llegando con la mano a la carne, se deja asir y tocar como si acabara de morir, aunque pesa poco; el color del cuer- po es semejante al de unos cuerecillos de vejigas en que se echa manteca de vacas; el rostro está algo aplanado, porque se ve bien que, cuando le enterraron, echaron tanta cal, ladrillo y piedra, que al- guna le dio gran golpe en él, aunque no hay cosa rompida ni que- brada; el olor que sale deste santo cuerpo, llegados muy cerca, es eficacísimo y muy extraordinariamente bueno; y apartados, no es tan recio, y es el mesmo olor, que nadie sabe decir qué semejanza tiene, y si algo parece es a trébol, aunque poco. Después de haberle visto este santo cuerpo bien y tomado entera satisfación de lo que aquí digo, que es ansí, se envolvió y cosió en una sábana ansí vestido, y se le envolvió en una frazada de sayal y otras cosas, y todo cosido y liado, se llevó a mi posada luego, y tuvimos en nuestro aposento Julián de ñvila y yo aquella noche una tan grande y santa con- pañía con tanta fragancia de aquel buen olor que, después de puesto en un macho entre dos costales de paja, como caminó, quedó en el aposento notable seníiniiento deste olor. Salimos de ñlba el lunes, a las cuatro de la mañana, y hizo la noche y mañana tan sin frío y serena como de Junio; y lo mesmo ha sido desde que salimos de ñvila hasta esta noche que llegamos a ella, a las seis dadas, y se entregó esta tan gran reliquia a las hermanas de San Joseph, que es- tán tan alegres con tenerla, cuanto las de ñlba desconsaladas de ha- berla perdido; de las cuales, la sacristana y otra religiosa, estando en el coro la noche antes que la sacasen de su sepulcro, oyeron en el arca del nueve golpes, dados en poco espacio de tiempo, de tres en tres; y el domingo, a las cinco de la mañana, otra religiosa vio sobre su sepulcro andar una gran mariposa blanca buen rato; y la mesma vio otra religiosa acabando de morir la Santa Madre, sobre su cuerpo; y ellas lo dijeron el domingo a los padres y liermanas con gran sencillez. Todo esto es poco para lo que se ha visto con los ojos en este santo cuerpo y para lo que Nuestro Señor puede hacer en sus santos. El sea bendito que ha traído a Vuestra Se- ñoría un tal huésped a su capilla, por cuya intercesión puede Vues- tra Señoría estar cierto que le dará acá vida para gozarla aca- bada y perfecionada, y después le acompañará en la ctcriia.

Fray Gregorio Nacianreno.

D. Juan Carrillo.

APÉNDICES J51

XLI V

AlANDATO DEL MUNCIO DE SU SANTIDAD ORDENANDO QUE LAS CARAVELITAS DES- CALZAS DE AVILA ENTREGUEN EL CUERPO UE SANTA TE.HESA AL P. i>JICOLAS DORIA PARA QUE ESTE LO DEVUELVA A ALBA (1).

Nos, D. César Especiano, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Novara, Nuncio en estos Reinos de Es- paña por nuestro muy Sancto Padre Sixto, por la Divina Providencia Papa quinto, con facultad de Legado de latere, etc.

R vos, el Rvdo. P. Fr. Nicolás de Oria de Jesús María, Provincial de la Orden de los Carmelitas Descalzos, e a la M. Maria de San Jerónimo, Priora del Monesterio de San Josef, de la ciudad de ñvila, de la dicha Orden, salud e gracia.

Sabed que habiendo venido a noticia de Su Santidad que la Madre Teresa de Jesús, fundadora que fué de las Monjas Des- calzas Carmelitas, murió, habrá cuatro años, poco más o menos, en el convento de la Anunciación de la villa de Alba de Formes, de la dicha Orden de las Descalzas, y que estando enterrada y sepultada en el dicho convento, por orden del Capítulo [y] del Provincial de la dicha Orden habían trasladado su cuerpo al dicho convento de San Josef de la dicha ciudad de Avila, donde al presente estaba; y por- que convenía, por obviar algunos debates y diferencias que el dicho cuerpo de la dicha monja fuese vuelto enteramente al dicho mones- terio de la Anunciación de la dicha villa de Alba de Tormes, Nos ha cometido y mandado por sus Letras lo proveamos y mandemos. Ansí y para el dicho efecto mandamos dar y dimos las presentes nues- tras Letras para vos, por el tenor de las cuales y por la autoridad apostólica a Nos concedida, de que en esta parte usamos, mandamos a vos la dicha María de San Jerónimo, Priora del dicho monesterio de San Josef de la dicha ciudad de Avila, en virtud de sancta obe- diencia y so pena de excomunión mayor, latae sententiac, ipso jacto incurrenda in eventum contraventionis, y a las demás monjas del dicho monesterio, que, dentro de tres días primeros siguientes después de la notificación de las presentes nuestras Letras, hecha en vuestras

1 Desde el momento que el cuerpo de Sr.nta Teresa fué trasladado a Avila, así el Duque de Alba como su tío D. Hernando de Toledo, acudieron al Papa para que de nuevo fuese res- tituido a Alba. Con esto se entabló pleito entre ambas Comunidades, representando a las Des- calzas de Avila el P. Gregorio Narianceno, y el Duque defendía a las de Alba de Tormes. El cuerpo entró en Alba la víspera de S. Bartolomé, 23 de Agosto de 1586, después de haber es- tado en Avila nueve meses. Con la restitución del cuerpo, no se terminó el pleito, pues vemos que el Nuncio de Su Santidad falló de nuevo en favor del convento de Alba en 1588, g Sixto V ratificó la sentencia el 10 de Julio del año sifluiente.

252 APÉNDICES

personas, deis y entreguéis al dicho Fr. Nicolás Doria, Provincial su- sodicho, el cuerpo entero de la dicha Madre Teresa de Jesús, como está en vuestro raonesterio, sin faltar cosa del, para quel dicho Pro- vincial le lleve o haga llevar, de noche y sin estrépito ni ruido, al dicho convento de Alba, donde la susodicha murió y primero estaba; lo cual haga con toda brevedad y so la dicha sentencia de exco- munión mayor latae sententiae\ esto sin perjuicio del derecho de cual- quier persona que le pretendiere tener al dicho cuerpo, y si algún interesado sobre ello hubiere, acuda a Su Santidad, que le oirá y guardará justicia. Dada en la villa de Madrid, a diez y ocho días del mes de ñgosto de mil e quinientos y ochenta y seis años. Epis- copas novariensis, Nuntins et Commissariiis apostólicas.

Por mando de su Ilustrísima, Alonso de Robles, notario.

APEin)icES 253

XLV

ftPELiíaON POR PRRTE DEL DUQUE DE ALBA ñL NUNCIO DE SU SANTIDAD SU- PLICaNDOLE FALLE EN EL PLEITO DEL CUERPO DE SANTA TERESA (1).

Pedro del Castillo, en nombre de D. Fernando de Toledo y duque de ñlba, en el pleito con el convento de S. Joseph del de Descalzas Carmelitas de Avila, respondiendo a lo alegado por la parte contraria digo: Que Su Señoría ha de hacer según y como por mi parte está pedido, y lo en contrario dicho cesa y se excluye por lo siguiente. Lo primero, por lo general. Lo otro, porque mi parte es legítima para contradecir que dicho cuerpo de la Madre Teresa de Jesús se tras- lade al monasterio de Descalzas de Avila, por ser señor de la dicha villa de Alba y habérsele adquirido derecho para que cuerpo tan justo se conserve en la dicha villa, por los beneficios que se siguen, para que Dios sea glorificado en sus siervos; y pues permitió que muriese dicha Madre Teresa de Jesús en la dicha villa,- siendo de tan exera- plar vida, es piedad cristiana creer que en el dicho lugar sea Dios glorificado por medio de su sierva; y no obsta decir que la dicha madre Teresa era Priora y conventual del Monasterio de S. Joseph de Avila, pues, como está alegado, las sepulturas de los religiosos se dan a los monasterios donde mueren, por obrar (ahorrar) pompas y traslación de huesos, y no es considerable en derecho que los religio- sos mueran estando per transiíum o de asiento; y no obsta decir que su perlado le señaló sepultura, pues no lo pudo hacer, siendo con- tra derecho, y el cxemplo del hijo y esclavo donde hay expresa de- terminación en derecho, no ha lugar traerlo.

A consecuencia, y así el auto capitular Provincial, no pudo con- firmar lo que de principio fué nulo, y menos obsta la conveniencia y trato que se hizo con el Obispo, pues en perjuicio de tercero no pudo tener efcto. Y las palabras enunciativas que dijo la dicha madre Teresa de Jesús, que no le faltarían siete pies de sepultura, son confirmatorias del trato que tenía hecho con la Duquesa de Alba, que sea en gloria, y tienen mayor fuerza y son de más cfeto cuando con la obra se cumple lo tratado, en especial cuando son reguladas conforme a derecho, como ha sido en este caso. Y no obsta la presenta- ción de escritura y respuesta de la citada queja por la parte contraria de las monjas de la Encarnación de Alba, pues en ello hay y ha habido violencia, y como superiores, los dichos frailes con excomuniones les

1 En este alegato las partes del Duque tratan de refutar las razones que el Capítulo de Carmelitas Descalzos de Pastrana aducía para legitimar el derecho de las Descalzas de Avila al cuerpo de su santa Fundadora. El documento lleva fecha de 21 de Julio de 1587.

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han hecho hacer el permiso y declaración (1), pues lo contrario han siem- pre dicho las dichas monjas, en particular y al tiempo que los di- chos frailes, clandestinamente y con violencia y censuras, sacaron el cuerpo de la dicha madre Teresa de Jesús de dicho monasterio, como consta desta información de que hago presentación, por las cuales razones y por las dichas y alegadas, a V. S. pido y suplico haga se- gún y como tengo pedido. Para lo cual etc. Pedro de Castillo. (Es original).

1 En una carta del P. Gregorio Nacianceno, que se halla en el lugar antes citado del Archivo Histórico Nacional, dice que las monjas de la Encarnación de Alba no se oponen al traslado del cuerpo a Avila, sino que acatarán lo que la Provincia de los Descalzos dis- pusiere. Poco después de esta carta, viene una Exposición del Concejo de Avila al Nuncio de Su Santidad, suplicando que la Santa, por ser de aquella ciudad, por haber fundado en ella el primer convento de su Reforma g por otras razones, quedase en San José.

aPENDiCES 255

SENTENCIA EN QUE SE RESUELVE EL PLEITO ENTRE C0MUNID.1D DB SAN JOSÉ DE flVILR Y EL DUQUE DE ALBA Y LflS CARAíELITñS DF RQUELLA VILLA aCERCH DE LA POSESIÓN DEL CUERPO DE SAVT^ TERESA (1).

Christi nomine invocato, pro tribunali sedcns et solum Deum prac oculis habentes, per hanc nostrara deñnitivam sententiam quam de juris- peritoruní consilio fecimus in his scriptis in causa ct causis quae Ínter Monasterium seu conventum Sancti Josephi de Avila et litis consor- tes, agentes ex una et Illustrissimos DD. Ducera Albae ac D. Her- nandum de Toledo, Magnum Priorem Sancti Joannis, communitatem et homines dictae villae de Alba ac lites consortes et eos conventos de et super exhumatione corporis et ossium bonae memoriae Theresiae de Jesús, monialis et fundatricis dictorum monasíeriorum, ac restitu- tione in pretenso spolio, rebusque alus in actos causae et causarum iiuiusmodi latius deductis et illorum occasione coram nobis in prima seu veriori versae sunt et vertuntur instantia parte ex altera, dicimus, pronuntiamus. sententiamus, decernimus et declaramus corpus ct ossa bonae memoriae Theresiae minime amovendum nec amovenda, sed in dicto monasterio monialium de Incarnatione de Alba perpetuo dimitten- dum et reliquendum, dictumque monasterium de Incarnatione et alios oranes litis consortes ab impetitis per dictum monasterium Sancti Jo- sephi de Avila et litis consortes absolvendum ac penitus liberandum fore et esse absolvimus et liberamus; molestationes, perturbationes, In- quietationes et impedimenta quaecumque per praedictum monasterium Sancti Josephi et litis consortes factas monasterio praedicto de In- carnatione de Alba et litis consortes, fuisse nullas injustas, iniquas ct de facto falsas, nullaque iniqua injusta et de facto facta illasque et illa faceré minime licuisse, nec licere de jure, et propterea cisdera Monasterio Sancti Josephi de Avila et alus litis consortibus perpe- tuum desuper silentium iraponendum fore et esse et imponiraus, par-

1 Debidamente autorizado, el Nuncio falló en este pleito, mandando que pora siempre quedase el cuerpo de Sta. Teresa en la villa ducal. La sentencia fué confirmada a 10 de JuUo de 1589 pot la Santidad de SUto V.

256 APÉNDICES

tes tamen ambas justis de causis animum nostrum raoventibus, ac expcnsis in hujusmodi causa factis, absolviraus et liberamus orani me- liori modo.

Episcopus Novarensís, Nuntius Apostólicas.

En la villa de Madrid, a primero día del mes de Diciembre de mi¡ y quinientos y ochenta y ocho años, el íllustrísimo Señor Don César Speciano, obispo de Novara, Nuncio de su Santidad, estando en audiencia pública, dio y pronunció la sentencia suprascripta y en ella firmó su nombre y la mandó notificar a las partes, siendo testigos Vicencio Rayóla y Francisco de Hita, estantes en esta villa. Pasó ante mí. Juan Baptista de la Canal, escribano (1).

1 El original hace una ho)a en folio.

APÉNDICES 257

XLVII

REE/ICION DEL P. RIBERA ACERCA DE LA MUERTE DE SANTA TERESA, TRASLADOS DE SU SANTO CUERPO E INCORRUPCIÓN DE QUE FUE DOTADO (1).

Aquella noche llegó a Alba, que fué víspera del glorioso apóstol y evangelista San Mateo. Llegó muy cansada y congojada con la en- fermedad que traía, y luego la priora, que era entonces la iWadre Juana del Espíritu Santo, y las monjas, la pidieron mucho que se acostase, y «lia lo hizo diciendo: «Vélame Dios, qué cansada me sien- to; más ha de veinte años que nunca rae acosté temprano, sino ahora». A la mañana se levantó, y anduvo mirando la casa, y fuese a misa, y comulgó con mucho espíritu y devoción, y de esta manera anduvo cayendo y levantando; pero comulgando cada día con su acostum- brada devoción, hasta el día de San Miguel que, habiendo ido a misa y comulgado, se echó en la cama, porque no venía para otra cosa, que la dio un flujo de sangre, de que se entiende que murió».

Tres días antes del día en que murió, estuvo casi toda la noche en gran oraciónl, y a la mañana dijo que la viniese a confesar el Pa- dre Fray Antonio de Jesús, y entendióse que la había Nuestro Señor revelado su muerte, porque unas hermanas oyeron decir al Padre Fray Antonio, en acabando de la confesar, que suplicase a nuestro Señor no la llevase ahora, ni les dejase tan presto. Y la Madre respondía, que ya ella no era menester en este mundo. Desde entonces co- menzó a decir a sus monjas muchos consejos santos, y aunque siem- pre los decía, entonces, como quien estaba de partida, con más veras y con mayores muestras de amor. Víspera de San Francisco, a las cinco de la tarde, pidió el Santísimo Sacramento, estando ya tan mala, que en la cama no se podía menear, ni volver de un lado a otro, si no la volvían. Y entretanto que se le traían, comenzó a decir a las monjas, las manos puestas: «Hijas mías y señoras mías, por amor <le Dios las pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Cons- tituciones, y no miren el mal ejemplo que esta mala monja las ha dado, y perdónenmele». Cuando le traían y vio entrar por la puerta de la celda aquel Señor a quien tanto amaba, con estar antes tan caída y con una pesadumbre mortal, y que no se podía revolver.

1 Con su acostumbrada exactitud y claridad, resume el P. Ribera en la Vida de la Santa, lo acaecido en su muerte, sepultura, traslado de su cuerpo a Avila tj de nuevo a Alba de Tor- mes, i) el estado de incorrupción que gozó durante muchos años, descrito con grande precisión y elegancia. Véanse los capítulos XV y XVI del libro III, y el I, II y III del libro V. Leídos más tarde estos capítulos por el P. Jerónimo Gracián, les dio su aprobación y puso algunas notas marginales de gran valor en el ejemplar que él usó y del que ya habló en diversos lugares del ñño Teresiano el P. Antonio de San Joaquín.

II 17

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se levantó en la cama sin ayuda de nadie, que parecía se quería echar de ella, y fué menester tenerla. Púsosele un rostro muy hermoso y encendido, y muy diferente del que antes tenia, y muy más venerable, no de la edad que ella era, sino de mucho menos. Y puestas las manos, con grandísimo espíritu, y llena de alegría, comenzó aquel blanquísimo cisne a cantar al fin de su vida con mayor dulzura que en toda ella había cantado, y hablando con todo su bien, que tenía delante, decía cosas altas, amorosas y dulces, que a todas ponían gran devoción. Decía éstas, entre otras: «¡Oh Señor mío y esposo mío, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos! ¡Señor mío, ya es tiempo de caminar, sea muy enhorabuena, y cúmplase vuestra santísi- ma voluntad! Ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro, y mi alma goce, en uno con vos, de lo que tanto ha deseado*.

Dábale muchas gracias porque la había hecho hija de la Iglesia, y porque moría en ella, y muchas veces repetía esto: «En fin, Señor, soy hija de la Iglesia».

Pedía con mucha devoción perdón a Nuestro Señor de sus pecados, y decía que por los merecimientos de Jesucristo Nuestro Señor espe- raba ser salva, y a las hermanas las pedía rogasen esto a Nuestro Señor, y con mucha humildad las pedía perdón. Después, pidiéndola las hermanas que las dijese algo, no las quiso decir más de que guar- dasen muy bien la Regla y Constituciones, y obedeciesen siempre a sus prelados, y esto decía algunas veces.

En todo este tiempo repetía muchas veces estos versos: Sacrifi- ctíim Deo spiritus cotitribulatus. Cor confritiim et humiliatam, Deas, non despides. Ne projicias me a facie Um, et Spiritum Sanctnm tnum ne aaferas a me. Cor mundum crea in me, Deas. Y particularmente este medio verso: Cor contritiim et hamiliatum, Deas, non despides, no se le cayó de la boca hasta que se le quitó la habla. Pidió la Extremaunción, y recibióla con grande reverencia a las nueve de la noche del mismo día, víspera de San Francisco, y ayudaba a decir los salmos, y respondía a las oraciones, y en recibiéndola, tornó a dar gracias a Nuestro Señor, porque la había hecho hija de la Iglesia. Después preguntóla el Padre Fray Antonio de Jesús si quería que llevasen su cuerpo a ñvila, o que se quedase en Alba. A esto res- pondió dando con el rostro a entender que la pesaba de aquella pre- gunta, y (dijo: «¿Tengo yo de tener cosa propia? ¿aquí no me darán un poco de tierra?».

En toda esta noche no dejó de padecer muchos dolores, saliendo de cuando en cuando con sus versos acostumbrados; y el día siguien- te, a las siete de la mañan^, se echó de un lado, de la manera que pintan a la Magdalena, y con un crucifijo en la mano, el cual tuvo hasta que se le quitaron para enterrarla. El rostro tenía encen- dido, y asi se estuvo en oración con grandísimo sosiego y quietud, sin menearse más. Cuando estaba en el artículo de la muerte, una her- mana la estaba mirando con grande atención, y parecíala que veía en ella señales de que la estaba hablando Nuestro Señor, y mostrán- dola grandes cosas, porque hacía meneos, como quien se maravillaba de lo mucho que veía. Así estuvo hasta las nueve de la noche, en que dio su santa alma a su Criador, jueves, día de San Francisco, que es

ÁPF.NniCFS 259

a cuatro de octubre, año de 1582, que fué el año en que se enmen- daron los tiempos (1), quitando diez días que andaban adelantados; así el día siguiente se contaron quince de Octubre, presidiendo en la silla de San Pedro el Papa Gregorio XIII, de gloriosa memoria, y reinando en España el católico rey don Felipe, segundo de este nom- bre. Nació esta santa, como queda dicho al principio, a veinte y ocho de marzo, año de 1515, de donde se ve haber vivido sesenta y siete años, y seis meses y siete días. Vivió en la Religión cuarenta y siete años; los veinte y siete en la Encarnación, y los veinte postreros en la primitiva Regla del Carmen. Su muerte fué tan sosegada, que a las que muchas veces la habían visto en oración no las parecía sino que estaba todavía en ella... (2).

Quedó su rostro hermosísimo, como murió, y sin arruga ninguna, aunque solía tener hartas; todo el cuerpo muy blanco y también sin arrugas, que parecía alabastro; la carne tan blanda y tan tratable como la suelen tener los niños de dos o tres años. Vióse en ella lo que San Buenaventura escribe de San Francisco en. su Vida, capítulo quince, que quedó su carne muy blanca, figurando la gloria que des- pués había de tener. Y sus miembros se mostraban tan blandos y tan tratables a los que los tocaban, que parece tenían la ternura de la niñez, y se veían hermoseados con manifiestas señales de inocencia y santidad.

De todo el cuerpo salía un olor muy suave, que nadie pudiera de- cir a qué olor se parecía, y de rato a rato venía más suave, y era tan fuerte, que hubieron menester abrir la ventana, porque dolía la cabeza a las que estaban allí. Esto era en una pieza baja que es- taba en Is claustra, que ahora sirve de capítulo, y a otra que estaba encima pasaba aún mucho olor, y por toda la casa andaba aquella noche, y el día siguiente, y quedó entonces este olor en sus vestidos y ropa, y (én las cosas que sirvieron en su enfermedad, en tanto ex- tremo, que de allí a muchos días una hermana, oliendo siempre aquel olor en la cocina y buscando dónde salía, halló debajo de im arca una salserita de sal, con los dedos señalados en ella, que la llevaban cuando estaba enferma, y de allí salía aquel olor. También quedó en los platos, y aun en el agua con que los lavaban; y si en algún rincón o entre paños sucios había algo que la hubiese tocado, sentían el olor, y veían que era algo suyo. Una hermana, en acabándola de amortajar, fuese a lavar las manos descuidadamente, y comenzó a salir tan grande olor de ellas, y tan suave, que la parecía cosa del cielo, porque acá nunca había visto cosa semejante....

1 Esta reforma del Calendario se promulgó en EspaPa por medio de una pragmática fir.- mnda por Felice II el 19 de Septiembre, en Lisboa. La pírtp dispositiva dice: «Nuestro muy santo padre Gregorio XIII, conformándose con la costunibre jj tradición de la Iglesia católica.... ordenó un calendario eclesiástico, en el cual, para enm-^ndar g reformar el yerro que se había ido causando en la cuenta del curso del sol g de la luna, se mandan quitar- diez días del mes de Octubre de este afio de ochenta ¡j dos, contando quincf de Octubre cuando se habían de contar clncü'-.

2 Capítulo I del libro V de la Vida, por Ribera. En las notas que el P. Gracián tenia puestas al ejemplar que él usó, decía: «Todo lo de este raDÍtulo como testigo de vista, porque pasó.' por mi mano*.

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Aquel año primero venían las monjas a visitar el cuerpo de su Madre, y si acontecía alguna dormirse cabe él, oía algunas veces un ruido que la despertaba para hacer oración. Sentían muchas veces gran olor que salía de él, con estar debajo de tanta piedra y cal, y particularmente se sentía este olor los días de los santos con quien ella había tenido particular devoción; y en fin, en el sepulcro era el olor casi ordinario. Este era muy suave, y no siempre de una manera: unas veces como de azucenas, otras como de jazmines y violetas, otras no sabían a qué le comparar.

Ponía esto a las religiosas mucho deseo de ver el cuerpo, porque no parecía posible estar corrupto, echando de tan suave olor, y éste sentían también personas de fuera; y llegando allí el Padre Maestro Fray Jerónimo Gracián, Provincial, dijéronle lo que pasaba, y rogá- ronle que se viese aquel Santo cuerpo. Parecióle bien al Padre, y co- mienzan a quitar las piedras con mucho secreto (1); pero eran tantas, que estuvieron él y su compañero cuatro días en quitarlas. Algunas de estas piedras echaron sobre unas pajas (2), y hartos días después, en- fundando con ellas un jergón para una novicia que se había recibido, sintió la hermana que le enfundaba un suave olor en las pajas, y ma- ravillándose mucho, y deseando saber de dónde venía, halló que le habían tomado las pajas de las piedras del sepulcro que cayeron acaso sobre ellas.

Abrieron el ataúd a H 'de Julio de 1583, nueve meses después del entierro (3), y halláronle quebrado por encima y medio podrido y lleno de moho, con mucho olor, de la mucha humedad que tenía; porque para poner las piedras, habían echado primero cal sobre él, y aquella humedad pasó abajo. Los vestidos también estaban podridos, y olien- do a humedad (1). El santo cuerpo estaba lleno de la tierra que había entrado por el ataúd, y también lleno de moho, pero sano y entero como si entonces le acabaran de enterrar; porque como Nuestro Señor en la vida le guardó enteramente de toda deshonestidad, con perfec- tísima virginidad, así después de la muerte le guardó de toda corrup- ción, y no quiso que tocasen los gusanos al que los ardores de la des- honestidad habían perdonado (5). Quitáronle casi todos los vestidos (porque se había enterrado con todos sus hábitos), y laváronle, y qui- taron aquella tierra; y era grande y maravilloso el olor que se de- rramó por toda la casa,) y duró algunos días en ella. De la tierra que he dicho tuve yo alguna poca que me dieron, y tenía un muy lindo olor, que nadie podía decir a qué olor se parecía; di jome a un Padre de la Compañía, mostrándosela yo, que tenían en el colegio de Avila, donde él estaba, una reliquia buena del mártir San Lorenzo,

1 «Entrábamos poco rato». (Nota del P. Gracián).

2 Aflade Gracián: «Echaron las piedras y ladrillos j) la tierra mug suavemente».

3 Véase lo que dejamos dicho en la pág. 245. Maravilla que Gracián no corrija la fecha del P. Ribera.

4 «Los vestidos, apartados del cuerpo, olían mal y los mandé quemar; cuando estaban en el cuerpo olían muy bien». (Nota de Gracián).

5 «Estaba tan entera, advierte Gracián, que mi compañero, Fr. Cristóbal de San Alberto, ü yo nos salimos fuera mientras la desnudaron; y después, teniéndola cubierta con una sábana, me llamaron, y descubriendo los pechos, me admiré de verlos tan llenos y altos".

APÉNDICES 261

que tenía el mismo olor. Pero el del cuerpo es grande y fuerte, y tan nuevo, que nadie ha visto olor semejante.

Con esto, la pusieron otros vestidos nuevos y la envolvieron en una sábana y la pusieron en una arca, en el mismo lugar donde antes estaba, que ven ahora todos los que entran en la iglesia, porque está abierta y descubierta. Pero antes de hacerse esto, la quitó la mano izquierda el Padre Provincial (1), y él mismo la llevó después a Lisboa, y la puso en el monasterio de las Descalzas, que poco antes allí se había fundado (2). Quedóse, pues, allí el santo cuerpo con mucho con- suelo de las monjas, y teníanle puesto lo mejor que podían, y visitá- banle con mucha devoción. Después de esto, los Padres Descalzos hicieron Capítulo en Pastrana, por Octubre del año de 1585, y el día de San Lucas, que es a diez y ocho, determinaron que el santo cuerpo se sacase secretamente de Riba y se llevase a San José de ñvila, donde la Madre había comenzado, y de donde era priora cuando murió. Movíales también a esto que el obispo de Palencia, Don Alvaro de Mendoza, había tratado con ellos de hacer la capilla mayor del mismo monasterio, y en ella, en el mejor lugar, hacer un sepulcro para la Madre y después otro para sí, por la devoción que la tenía; que- riendo, aun en la muerte, apartarse de ella, y así se le concedió. Dan el cargo de esto al Padre Fray Gregorio Macianceno, Vicario pro- vincial de Castilla, ordenándole que para consuelo de las monjas de Alba les dejase allí un brazo; y hácese la patente para que le den el cuerpo, y firmase el mismo día, como a las siete y media de la noche (3).

Cosa fué maravillosa, pero muy cierta, y que quien quisiere la puede saber de las monjas de Alba, que aquella misma hora, estando todas en recreación tratando de las cosas que pensaban que se trata- rían en el Capítulo, oyeron dar tres golpes juntos, recios, cerca de sí, y esto por dos veces; y pensaron que era en el torno de la sacristía, y temieron que alguno se había quedado allí. De allí a un poco, haciendo la portera la diligencia que podía para ver si había quedado alguna persona en la iglesia, oyó otros golpes de la misma manera, y dijo la Priora: No se nos nada, que el demonio nos debe querer turbar. Y otra monja dijo, que sin duda aquel ruido era en el arca donde estaba el santo cuerpo, que estaba cerca del torno ya dicho, y era así; pero no sabían qué fuese aquello, hasta que después, contán- dolo al Padre Fray Gregorio, dijo que a aquella misma hora se esta-

1 Añade Gracián: «Esta mano traía ijo en una toquilla con papeles, y destilaba de ella aceite, que me los manchó. Déjela en Avila en un cofrecito cerrado, y dentro la llave del arca, donde quedaba el cuerpo, diciendo a las monjas que me guardasen aquel cofrecito, que tenía algunas reliquias. Preguntóme Inés de San Pedro que de quién eran las reliquias que traía en aquel cofrecito; y diciéndole que oor qué me lo preguntaba, dijo que, entrando en el coro, había visto visiblemente a la Madre Santa Teresa, y le había dicho: Tened cuenta con aquel cofre'- cito, que está allí su mano. Y otras monjas vían, cuando iban a besar, una mano que les echa- ba la bendición».

2 «Cuando le corté la mano, dice Gracián, corté también un dedo meñique, que traigo con- migo; y desde entonces acá, gloria a Dios, no he tenido enfermedad notable. Y cuando me cap- fivaron, rae lo tomaron los turcos, y lo rescaté por unos veinte reales y unas sortijas de oro, que hice hacer con unos rubinlcos que traía el dedo».

3 Véase la pág. 247.

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ba firmando la patente para sacarle ,de allí, y entendieron que había sido como aviso o despedida Ú2 la Santa Madre, que las quería dejar. Y así fué, porque luego por Noviembre vino el Padre Fray Gregorio a fllba (1), y la víspera de Santa Catalina, que es a veinte y cuatro del mismo mes, hizo que las monjas se subiesen al coro alto a decir mai- tines, y quedóse en el bajo con la Priora y con otras dos o tres de las más antiguas, y notificólas la patente y mandato que traía del Capítulo, y con mucho secreto y presteza, sacaron el cuerpo, que estaba tan entero como al principio», y con el mismo olor que habemos dicho, aunque algo más enjuto, pero los vestidos estaban casi podridos.

Dos milagros, ó mi juicio, manifiestos, se vieron aquí entonces, fuera del principal de la incorrupción de aquel purísimo y virginal cuerpo. El uno fué que, como a la Madre la salía sangre cuando murió, la pusieron un manteico pequeño de estameña blanca nueva, y éste se hinchió de sangre, y hallaron entonces, a cabo de tres años y dos meses, la sangre en él, con un excelente olor, y de manera que poniendo alguna parte de aquel manteico entre lienzo, le iba tiñendo poco a poco, y quedaba colorado. Yo vi parte de este paño^ y he visto otros muchos que se han teñido con él, sin mojarle ni hacer cosa nin- guna, más de tenerlos algún día con él; y es cosa maravillosa, ver un olor tan lindo en aquella sangre. El otro fué que, como se sacó el cuerpo, el Padre Fray Gregorio Nacianceno, harto contra su volun- tad, porque me decía que era aquel el mayor sacrificio que había hecho a Nuestro Señor de sí, por cumplir su obediencia, sacó un cu- chillo que traía colgado de la cinta para cortar el brazo que liabía de dejar en el monasterio de Alba, y púsole debajo del brazo izquierdo, aquel de donde faltaba la mano, y el que se le mancó cuando el demo- nio la derribó de la escalera. Fué cosa maravillosa, que sin poner fuerza más que si cortara un melón o un poco de queso fresco, como él decía, partió el brazo por sus coyunturas, como si buen rato estu- viera mirando para acertarlas (2). Y quedó el cuerpo a una parte, y lel brazo a otra.

Y luego tomó el santo cuerpo, envuelto en una sábana, y se fué con él a la portería. En esto, como salía tan gran olor, las monjas arriba en el coro, sospecharon que las llevaban su tesoro, y fueron, por el rastro del olor, a la portería; pero ya el Padre Fray Gregorio había salido, y la puerta estaba cerrada; y así se hubieron de volver harto tristes, quedándose solamente con el brazo y con una parte del paño de la sangre. El Padre, luego sin detenerse, aquella misma noche se partió para Avila, y fué allá el cuerpo, muy alegremente recibido, y puesto muy decentemente donde todas las monjas le goza- sen y se alegrasen con él. Tuviéronle al principio en el Capítulo, en unas andas, con sus cortinas muy bien puestas; después hicieron un cofre largo, a manera de tumba, aforrado por dentro de tafetán negro,

1 Dice aquí Qracián: «Yo vine con Fr. Gregorio, y llegando de Avila, pedí el cofrecito para sacar la llave, y escondidamente saqué la mano y me la llevé después conmigo a Portugal, donde iba elegido por Vicario Provincial, y saqué el cuerpo, sin el brazo, del convento, y quedé quietando las monjas mientras el P. Fr. Gregorio se fué luego a Avila».

2 cNo tuve yo ánimo para cortáiselú*. (Mola de Graciúii).

APÉNDICES 263

con pasamanos de plata y seda,, y por de fuera, de terciopelo negro, con pasamanos de oro y seda, y la clavazón dorada, como lo son también las cerraduras y llaves y aldabas y dos escudos de oro y de plata, uno de la Orden, otro del Santísimo nombre de Jesús. Y en- cima de esta tumba, un letrero de tela de oro bordado, que dice: «La Madre Teresa de Jesús» (1). Esta vi yo, y aunque no estaba allí el cuerpo, se tenía todavía el olor.

Procurábase en esle tiempo mucho secreto, así en lo del milagro del santo cuerpo, como en haberle traído a Avila, porque por enton- ces parecía convenir así; pero' a algunos de los que lo sabían, les pa- recía que era ra/:ón que entrasen médicos y teólogos, para que le viesen y juzgasen si podía ser cosa natural, o si era milagrosa, y se tomase por testimonio. Y para esto pidieron a la Madre María de San Jerónimo, priora de aquella casa, una relación de todo lo que había pasado; pero ella no la dio hasta tener licencia de su su- perior, a quien pareció muy bien lo que se quería hacer; y ésta vino, víspera de año nuevo, en la tarde. Y porque quería Nuestro Señor que esto se abreviase, y se comenzasen a descubrir sus gran- dezas, a la misma hora llegan a Avila el Padre Fray Diego de Ye- pes (2), prior que era entonces de San Jerónimo de Madrid, y el licenciado Laguna, oidor del Consejo Real, y don Francisco de Con- treras, oidor que es ahora de Granada, que, con mucho frío y tra- bajo venían de Madrid, sólo a ver esta maravilla de Dios. Fuéronse a apear en casa del obispo don Pedro Fernández de Temiño, y de- claráronle el secreto, y el tesoro que en su ciudad tenía. El se in- formó enteramente del tesorero don Juan Carrillo, que lo sabía bien, y luego Ciivió a decir a la Priora que irían allá todos el día siguiente a las nueve. Luego al día siguiente, que era día de la Circuncisión, principio del año de 1586, a las nueve, fué el Obispo con los oido- res y dos médicos y otras personas, que por todas serían como veinte, y entraron por e\ santo cuerpo el Padre Fray Diego de Yepes, y Ju- lián de Avila, clérigo, y los dos médicos, y sacáronle a la por- tería !j pusiéronle sobre una alfombra, cerrada la puerta de la calle; y teniendo casi todos hachas encendidas, se descubrió el cuerpo, te- niendo el Obispo descubierta la cabeza y todos los que estaban con él, y puestos todos de rodillas le miraron con grande admiración y con hartas lágrimas.

Los médicos le miraron con mucha curiosidad, y se resolvieron en que era imposible ser aquello cosa natural, sino verdaderamente milagrosa, como después, a la tarde, lo tornaron a decir al Obispo, trayendo para ello algunas razones, Pero la cosa estaba tan clara, que eran menester pocas. Porque un cuerpo que nunca jamás se abrió, ñi le echaron bálsamo, ni la menor cosa del mundo, estar, a cabo de tres años y tres meses, tan entero que no le faltase nada, y con un olor tan admirable, ¿quién podía dejar de entender ser obra de la mano derecha de Dios, y sobre toda virtud natural? No menos se

1 Venérase todavía en las Carmelitas Descalzas de Avila.

2 De este viaje a Avila da cuenta por extenso el P. Yepes en su Vida de la bienaventu- rada viiíjcn Teresa u'e ¡t.si.s, liLi. lí, cap. XLII,

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espantaron de ver el paño teñido en sangre tan fresca y tan oloro- sa. El Obispo decía a las monjas que era grande el tesoro que tenían, y que no tenían más que desear en esta vida, y encomendó mucho que le tuviesen con gran decencia, y no se tornasen a servir de la alfombra que se había puesto para él. Después de esto puso des- comunión para que no publicasen lo que habían visto, pero ellos andaban diciendo: ¡Oh! que habernos visto grandes maravillas; y estaban tan ganosos de decirlo, que en fin, el Obispo hubo de alzar la descomunión, y se publicó por toda la ciudad.

De esta manera andaban las cosas en Avila; pero en Hlba anda- ban muy de otra, porque cuando se sacó el cuerpo de allí, el Duque don ñntonio de Toledo, no era venido de Navarra, y el Prior de san Juan, don Hernando de Toledo, su tío, también estaba ausente; y cuando lo supo, tomó grande enojo, así por ser él muy devoto de la santa Madre, como por entender el tesoro que aquella villa había perdido; y parecióle que el agravio se había hecho no tanto al Duque como a él, a cuyo cargo estaban todas las cosas del Duque, Después vino al monasterio, y hizo, ante un escribano, un gran requerimiento a la Priorai y a las monjas, mandando, debajo de graves penas, que en ninguna manera dejasen sacar de allí el brazo que las había que- dado. Y no se descuidó con esto del cuerpo, antes . escribió a Roma, y negoció tan bien, que Su Santidad mandó a los Padres Descalzos, que luego volviesen el cuerpo' a Alba y se le entregasen a la Priora y al convento, y si algo tuviesen que alegar por su parte, pareciesen por isí, o por medio de procurador, ante él.

El Padre Fray Nicolás de Jesús María, que era entonces Provin- cial, como le fué notificado el mandamiento de Su Santidad, sin dila- ción ninguna fué a Avila, y desde allí, con mucho secreto, envió al Padre Fray Juan Bautista, que era entonces prior en Pastrana, con el cuerpo; y él y el Padre Fray Nicolás de San Cirilo, prior que era del monasterio de Mancera, llegaron con el cuerpo a Alba, a 23 de Agosto, víspera de San Bartolomé, del mismo año de 1586, pero tan disimulado el cuerpo, que nadie pudiera entender lo que traían; y luego lo metieron en el monasterio, como a las ocho de la mañana, poco más o menos.

Bien poco había que ellos habían llegado, cuando yo llegué al mismo monasterio, y era mi camino a Avila, a visitar el santo cuerpo y verle, que lo deseaba mucho; así que, al llegar poquito antes, le hallara a Ja portería, y se cumpliera mi deseo. Como esto se supo en Alba, vinieron los clérigos con deseo de hacer mucha fiesta, con su procesión y con música; pero el Padre Provincial, que no ponía allí el cuerpo para que se quedase, sino como de prestado solamente, para cumplir lo que el Papa mandaba, ordenó que no se hiciese fiesta ninguna, sino solamente se entregase a las monjas, de manera que se llevase testimonio de ello; y el Padre Fray Juan Bautista, cum- pliendo en todo su obediencia, no se desvió un punto de la orden que traía.

Pusieron, pues, el cuerpo en el coro bajo, y estando el Duque a la reja, y la Condesa de Lerín, su madre, y toda la iglesia llena de gente, mostraron el santo cuerpo con luz suficiente; y preguntando el Padre

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Prior de Pastrana a las monjas si conocían ser aquel cuerpo de la Madre Teresa de Jesús, y si se daban por entregadas de él, respon- cTíeron que sí; y los de fuera también dijeron que conocían bien ser aquél el cuerpo, y de todo dio testimonio un escribano. Y ftié bien menester estar detrás de reja, porque según era la muchedumbre y devoción y ímpetu de la gente, si estuviera fuera, liicieran pedazos el hábito para tomar reliquias, y aun el cuerpo corriera peligro. Toda la tarde estuvo la iglesia tan llena de gente que venía a ver aquella maravilla, que ni los podían echar, ni los que estábamos más adentro podíamos salir hasta muy tarde, porque no se hartaban de verla.

Los de la villa, no creyendo que los Padres le querían dejar allí, pusieron guardas para que no le sacasen, y querían hacer, c hicieron también, requerimiento para que las monjas no le diesen, y estaban muy alegres de que le hubiesen vuelto. De todo esto fui yo testigo, y la vi despacio desde la reja, y después la besé los pies, aunque muy de priesa, porque aun siendo de noche y cerrando las puertas de la iglesia, no nos dejaban los de fuera. Diré también otra cosa, de que soy buen testigo, que pasó por mí. Aquella misma noche, estando de camino los Padres que la habían traído, vinieron a la posada a hacer colación, y yo posaba también en la misma casa; y trajéronles allí el hábito que había traído el cuerpo de la Santa, para volverle a Avila, porque en Alba le habían puesto otro; y vino cogido y envuelto en una manta, de manera que los dobleces de él salían afuera, y llegué a olerle, y tenía excelente olor; estaría allí como tres cuartos de hora, y luego fuéronse los Padres, y yo me pasé a aquella pieza donde ellos habían estado, y de lo poco que estuvo en ella el hábito, cogido de la manera que he dicho, quedó un olor en la cámara, que luego le sentí y conocí muy bien. De allí a un poco, vino mi compa- ñero, y pregúntele si olía algo; respondió que sí, y que se echaba muy bien de ver. Dormí yo en la misma cámara aquella noche, y todas las veces que despertaba sentía el mismo olor, y le conocía bien.

Desde entonces hasta ahora, se ha estado siempre el santo cuer- po en Alba, juntamente con el brazo, aunque no se muestra sino muy pocas veces. La causa de estar ahí es que el monasterio de Avila, ayudando a ello la misma ciudad, pretendió que se había de volver el cuerpo allá, y contradiciéndolo mucho don Antonio de Toledo, duque de Alba y condestable de Navarra, y don Hernando de Toledo, prior de San Juan, por parte suya y del monasterio y villa de Alba, nuestro muy santo Padre Sixto V cometió el negocio a su Nuncio César Speciano, obispo de Novara; el cual dio sentencia, en que para siempre quedase en Alba, en Diciembre de 1588 años (1). Después se apeló de esta sentencia para Su Santidad. Y el mismo Sixto V la con- firmó, con toda la autoridad y gravedad de palabras que era nece- sario, y con toda la firmeza que se podía desear, a 10 de Julio de 1589 años. Y así quedará allí en un muy buen sepulcro que el Prior de San Juan, a quien se debe el quedar el cuerpo en Alba, ha dicho que hará...

Véase la pág. 256.

266 APÉNDICES

Paréceme que los que esto leyeren, desearán tener más particu- lar noticia de cómo está el cuerpo, y darésela yo de muy buena gana, porque lo he mirado con mucha atención y cuidado, para po- der dar esta cuenta que ahora daré. Mas comenzaré del brazo, que le he tenido muchas veces en mis manos, y después diré del cuerpo. El brazo es todo entero desde la coyuntura del hombro; fáltale la mano, como ya he dicho, que está en Lisboa; y así por ser éste el que se mancó y quebró en la caída de la escalera, como por haberle quitado la mano, y haber por allí salido de la virtud, tiene menos carne que el otro que está en el cuerpo; pero tiene harta, y al prin- cipio tenia más, sino que se ha algo enjugado. La color es puramente del dátil, la carne está como cecina, el cuero tiene rugas a la larga, como suele quedar flaco en las personas que han sido gordas y no lo son. F^ero está entero, que tiene su vello, yo le he visto muchas ve- ces, y asídole. Siempre le tienen envuelto en un paño limpio, y de allí a poco se hinche el paño de un óleo o grasa que sale de él, y queda como si le hubieran metido en aceite, o en cosa se- mejante; pero tiene este óleo aquel lindo olor que tiene el brazo y el cuerpo.

Son muchísimos los paños que se han teñido ele esta manera, y dado por reliquias, y cada día se dan y se tiñen, aunque algo me- nos, como la carne se va enjugando más. En esta carne, no hay en- trar corrupción, en ninguna manera del mundo, más que si fuese de acero, aunque no sea más que media uña; y aunque más calores haga, y la traigan en el pecho, o en cualquiera otra parte donde haya mucho calor, ni aun perderá su olor, si la traen bien envuelta.

Esto es cosa muy probada y vista, de manera que, tener carne de la Madre Teresa de Jesús, poca o mucha, es como tener huesos de otros santos, para lo que es ef durar y no se corromper. La primera vez que yo tomé este santo brazo en las manos, era antes de comer, y quedóme en ellas el mismo olor que él tiene, y dábame tanto con- suero, que no me qurse lavar, cuandío hube de comer, porque no se me quitase el olor. En fin, después me hube de lavar, y no se quitó; porque, aun después de acostacio, sentía el mismo olor en las manos. Y fuera de esto, pegóseme de él una devoción, que la echaba bien de ver, y me duró de esta manera como quince días.

El santo cuerpo vi muy' a raí contento a 25 de Marzo, que es el día de la Encarnación de Nuestro Salvador y Señor, de este año de 1588; y porque le vi muy bien, como quien pensaba dar este testi- monio que aquí doy, podré dar buenas señas. Está enhiesto, aunque algo inclinado para adelante, como suelen andar los viejos, y en él se ve bien cómo era de harto buena estatura. Está de manera, que una mano que le pongan en las espaldas, a que se arrime, se tiene en pie; y le visten y 'desnudan, como si estuviera vivo. Todo él es de color de dátil, como ya dije del brazo, aunque en algunas partes está más blanco. Lo que más escura color tiene es el rostro, porque como cayó el velo sobre él y se juntó mucho, y mucho polvo, quedó más maltra- tado que otras partes del cuerpo; pero muy entero, de tal manera que, ni en el pico de la nariz, no le falta poco ni mucho. La cabeza tiene todo su cabello, como cuando la enterraron. Los ojos

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están secos, porque se ha gastado ya la humedad que tenían, pero, en lo demás, enteros. En los lunares que tenía en la cara, se tiene aún los pelos. La boca tiene del todo cerrada, que no se puede abrir. En las espaldas particularmente tiene mucha carne.

Aquella parte, donde se cortó el brazo, está jugosa, y el jugo se pega a la mano, y deja el mismo olor que el cuerpo. La mano muy bien hecha, y puesta como quien echa la bendición, aunque no tiene los dedos enteros. Hicieron mal en quitárselos, porque mano que tan grandes cosas hizo, y que Dios la dejó entera, siempre lo había de estar. Los pies están muy lindos y muy proporcionados, y en fin, todo el cuerpo está muy lleno de carne. El olor del cuerpo, es €l mismo que el del brazo, pero más fuerte. Fuéme de tan gran consuelo ver este tesoro escondido, que, a mi parecer, no debo de haber Tenido mejor día en mi vida, y nunca me hartaba de verle. Quédame una lástima, si le han de partir algún día^ o por ruego de personas graves, o a instancia de los monasterios; porque en ninguna manera se debía hacer, sino que esté como Dios le ha dejado, dando testimonio de la grandeza de Dios y de la purísima virginidad y san- tidad admirable de la Madre Teresa de Jesús, ñ mi parecer, no harán como buenos hijos suyos, ni quien lo pidiere, ni quien lo conce- diere..

268 APÉNDICES

XLVIII

NUEVO SEPULCRO DE LA SANTA HECHO EN 1588 Y SU APERTURA EN Í603 (1).

Después de esto, el año de mil quinientos y ochental y ocho, siendo General nuestro Rvdo. P. Fr. Elias de San Martín y Provincial de Castilla la Vieja el Padre Fray Tomás de Jesús, grande hijo de la Santa, considerando los Prelados que la grandeza de los méritos de la Santa y devoción de España, pedía más culto exterior para el santo cuerpo que el que hasta entonces había tenido, trataron de hacerle un sepulcro elevado. Eligieron para él la pared de la capilla mayor del lado del Evangelio, que pasa de veintidós pies de ancho, y treinta y dos de alto, donde eran los coros alto y bajo de las religiosas, y acomodaron lo uno y lo otro de esta suerte. Fabricaron una como portada de iglesia de piedra franca alabastrada, de excelente grano, y con gran primor labrada, con dos pilastras a cada lado, dis- tantes entre menos de cuatro pies, dejando más de ocho entre las dos pilastras principales para las rejas de los coros. Sobre las cuatro pilastras y capiteles corintos corre la cornisa, y sobre ella se levanta el segundo cuerpo de diez pies de ancho, entrando en ellos las pi- lastras suyas y catorce de alto, hasta la punta del frontispicio, acom- pañado a un lado y a otro de airosos remates. Del cuerpo principal de esta fábrica escogieron las religiosas para su coro la parte baja, dejando el segundo cuerpo para el arca del santísimo cuerpo. Ador- naron esta parte de colgaduras de tela de plata muy rica que dio la Duquesa de ñlba, D.a A\cncía de A\endoza. En medio de esta como capilla sentaron el arca aforrada de terciopelo carmesí, tachonada de clavos y chapas doradas que había dado D.s María de Toledo y En- ríquez, Duquesa que asimismo fué de Alba. Cubrieron el arca con un dosel de brocado que, por orden del Rey D. Felipe el ÍI, envió la Sra. Infanta su hija, D.3 Isabel Clara Eugenia, mujer del .archiduque Alberto, y Condesa de Flandes. Con esto se cumplió la revelación que la Santa tuvo, en aquel divino parasismo que padeció antes de ser monja (1), en que vio que su cuerpo había de estar debajo de un paño de brocado, como ya en otro lugar dijimos. Dentro del arca, en unas planchas doradas, se abrieron unos versos que compuso el P. M. Fray Diego de Yangües, de la Orden de Santo Domingo, hombre muy docto y confesor de la Santa Virgen, y decían así:

1 Cfr. Reforma de los Descalzos de Nuestra Señoril del Carmen, t. I, lib. V, c XXXI.

2 Éralo ya en la Encarnación.

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Arca Domini in qua erat manna, et virga, quae fronduerat, ct tabula testamenti. (Hebr., IX).

En esta Arca de la Ley Se encierra por cosa rara Las tablas, Maná, y la Vara Con que Cristo Nuestro Rey Hace a su Virgen más clara.

Las tablas de su obediencia, El JVlaná de su oración, La Vara de perfección. Con vara de penitencia, Y carne sin corrupción.

Mon extinguetur in nocte lucerna e/us. (Proverb., capítulo XXXI).

Aquí yace recogida La Mujer dichosa y fuerte, Que en la noche de la muerte Quedó con más luz y vida,

Y con más felice suerte. El alma pura y sincera

Llena de lumbre de gloria:

Y para eterna memoria, La carne sana y entera.

¿Dó está muerte tu victoria?

Por dentro del convento estaba esta capilla cerrada, dejando una puerta pequeña para entrar a cuidar de su ornato y limpieza. Por la parte de la iglesia pusieron una reja de hierro, muy bien artizada y dorada; y delante de todo una lámpara de plata de grandeza y pri- mor, que representase al Duque de Alba D. Antonio, que la dio. En las distancias que hacían entre las dos pilastras, se esculpieron dos inscripciones en la piedra: una latina y oirá castellana, que da noticia del tesoro que guarda, y a que se ordenó toda la fábrica.

Rigidis Carmeli Patrnm restituiis Regalis: pluriinis virorum foc mi- nar uinquc ercctis claustris: multis vcram virtuteni docentihus lihris edi- lis, futuri praescia, signis clara, roeleste sidas ad sídera advolavit Reata Virgo Thercsa, IV non. Octob. MDLXXXII.

'Maneí sub marmore non cinis, sed madidutn corpas incorruptum, proprio suavissimo odore ostentuin gloriae.

Quiere decir en romance:

Restituida a su aspereza la Regla de los Padres del Carmelo: fundados muchos conventos de frailes y monjas: escritos muchos libros

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que enseñan la perfección de la virtud: projetizadas cosas futuras y resplandeciendo en milagros: como celestial estrella, voló a las estrellas la Beata Virgen Teresa, a IV del mes de Octubre de el año MDLXXXII. Ha quedado en su sepultura, no su ceniza, sino su cuerpo fresco v sin corrupción, con propio olor suavísimo por señal de su gloria.

El año de seiscientos y tres, el Rvdo. P. Fr. Francisco de la JWadre de Dios, tercero General, informado que algunas personas graves y devotas, interpretando las descomuniones que Sixto V, en Breve particular, había despachado para que el santo cuerpo estuviese siem- pre entero, con instancias urgentes obligaban a los religiosos a que les diesen pedazos de carne, mandó al P. Fr. Tomás de Jesús, Difi- nidor General, y Procurador de la canonización de la Santa, que de tal manera enclavase el arca, que no se pudiese abrir sin romperla. Fué a Salamanca, donde yo cuidaba de aquella casa, y habiendo hecho muy fuertes abrazaderas y visagras de hierro, con clavazón apropósito, me llevó en su compañía a Alba. Y habiendo avisado a) Duque D. Antonio, y a D.a Mencía de Mendoza, su mujer, y a D. Antonio de Toledo, Señor de la Horcajada, muy cercano pariente, entrando en el convento, subimos al coro con todas las religiosas. Y, habiendo puesto sobre una tarima el arca que trajeron de la capilla o nicho, la abrió el P. Fr. Tomás, y, hincados de rodillas, habiendo desenvuelto el sagrado cuerpo con toda decencia y veneración, de una sábana de holanda muy delgada, lo primero con que nos regaló fué con un rocío de olor celestial que de la carne y de la sábana, traspasada del olio, salía. Detuvímonos un rato en la visita de aquella maravilla,, y en la ponderación de las misericordias de Dios. Pidieron aquellos señores reliquias de la virginal carne, y no se les pudo negar. A las religiosas repartió el P. Fr. Tomás, y para tomó buenos pedazos. Yo, aunque no me atreví a tanto, quedé con uno, poco menos que la bola de la mano; y el Padre le arrancó una costilla, con más devo- ción que piedad, de que todos quedamos sentidos. Clavóse el arca fortísimamente, y envióse testimonio de lo hecho, con fe de los que allí estábamos, al P. General.

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XLIX

ACTA DE LA TRASLACIÓN DEL SEPULCRO DE LA SANTA HECHA A 13 DE JULIO DE 1616 (1).

In nomine Domini Nostri Jesu Christi. Siendo pontífice Romano N. JW. S. Padre Paulo V, y reinando en España el católico Rey Don Felipe III, y siendo Duque de ñlba D. Antonio Alvarez de Toledo, Conficstablc de Navarra; Obispo de Salamanca, D. Francisco de A\en- doza; Genera) quinto de nuestra Religión de Carmelitas Descalzos, N. Padre Fray Joseph de Jesús María; Provincial, el Padre Fray Pedro ^de los Angeles, y Priora de esta casa la Madre Catalina de San Angelo, en presencia de D. Antonio de Toledo, Señor de la Horcajada (el cual por haber tenido deseo y devoción el Duque de hallarse presente, y no haber podido venir a este acto, asistió por él, representando su persona), el Santo cuerpo de nuestra Fundadora la gloriosa virgen Santa Teresa fui trasladado a este lugar, habiendo antes sido enterrado en el suelo del hueco de esta pared, debajo de la reja del coro, desde el día de su glorioso tránsito, que fué a 5 de Octubre, cuando el Papa Gregorio XIII, de felice recordación, hizo la corrección del año, quitando los diez días, que fué el de 1582, reinando Felipe II, hasta que después de algún tiempo, por ser tanta la fragancia y buen olor que salía del sepulcro, fué desenterrado, y hallado entero, incorrupto y que manaba óleo de suavísimo olor, en tanta abundancia, que por muchos años duró el empapar las sábanas y lienzos en que se envolvían; y lo mismo hacen hoy todas las reliquias de su carne virginal, por pequeñas que sean, y hasta los mismos pañitos tocados del óleo lo comunican y pasan los dobleces de los papeles en que se envuelven. Ahora últimamente en

1 Hablando de psta nueva disposición del sepulcro, dice la Reforma de los Descalzos, t. I, lib. V. c. XXXI, pág. 860: «En tiempo del quinto, que fué nuestro P. Fr. José de Jesús María, aflo de mi! seiscientos y quince, se dispuso diferentempnte el sepulcro, aten- diendo siempre a su mayor veneración y custodia. Repartióse en tres partes el cuerpo mayor del ediftcio, que antes estaba repartido en dos: la más baja dedicó para una capilla donde se dice misa, tomando del coro lo que pareció necesario, y para darle algún descuello, se cavó lo conveniente. Adornó las paredes de esta capilla, de buena pintura de historias de la santa. El hoyo original donde estuvo el santo cuerpo quedó guarnecido con unas losas, pero de suerte que pueden entrar los rosarios y medallas en él. Sobre esta capilla dio lu- gar al coro de las religiosas, dejándole capaz bastantemente para poder oficiar desde él. Sobre el coro, que es'i la parte superior y segundo cuerpo de la fábrica, está el sagrado cuerpo en una caja nueva, que se encerró en una urna de piedra blanca alabastrada, muy bien floreteada de oro, y cerróla por la parte del convento, de suerte que no se puede lle- gar a ella, y por defuera la reja dorada que antes tenía. La Religión y otras personas par- ticulares han hecho presentallas de lámparas de plata, que hoy llegan a veinte, entre chicas y grandes, siendo la mayor de todas, la que el Duque D. Antonio envió* siendo Virrey de Ñapóles, con que se halla aquella capilla bien adornada».

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honor de la Santa hizo la Religión la capilla que está debajo del coro, dispuso el sepulcro, como se ve, en gracia de los fieles, que por su devo- ción, o por voto le vienen a visitar, y esta urna de piedra para colocar en ella el santo cuarpo, como se ha hecho, para mayor perpetuidad y conservación de su entereza; porque en tiempos pasados se cortó de él tanta cantidad de carne, que ha habido, y hay de ella reliquias innu- merables. Las más principales son el brazo y corazón, que tiene esta casa engastados en plata, y la mano que está en Lisboa. Han corrido estas santas reliquias por todos los reinos y provincias de la cristian- dad con singular estima y extraordinaria veneración de todo género de personas, por los muchos milagros que Dios nuestro Señor ha obrado por su medio.

Fué beatificada esta gloriosa virgen, sábado a 24 de Abril de lól^t, según consta del Breve de la beatificación. Espérase cada día la cano- nización, por estar ya hechas todas las diligencias en orden a ella, y satisfecha la Rota en todo lo tocante a justicia, y sólo falta el fiat de Su Santidad. Hízose ¡esta última traslación, asistiendo a ella N. Padre General, miércoles 13 de Julio de 1616, siendo testigos el dicho Señor de la Horcajada, D. Antonio de Toledo, y el Padre Fray Juan de San Angelo, socio y secretario de N. Padre General. Y para que de ello quede perpetua memoria, yo. Fray Diego de San José, Difinidor Ge- neral y secretario de la dicha Orden, que presente fui a lo susodicho,, juntamente con los testigos referidos, que aquí pusieron sus firmas, por especial ordeni y expreso mandato que tuve de N. Padre General, el cual, con su firma autorizó estas letras, las escribí de mi mano, firmé 'de mi nombre, y sellé con el sello principal y primitivo de nuestra sa- grada Religión. Dadas en Alba de Tormes, día, mes y año susodicho, en que doy fe la dicha traslación fus hecha. De esta Provincia de nuestro Padre San Elias en los reinos de Castilla la Vieja y Navarra.

Fray José de Jesús María, General.~/5o« Antonio de Toledo. Fray Juan de San Angelo. Fray Diego de San Joseph, Difinidor y secretario.

APÉNDICES 273

CARTA DEL GENERAL EN QUE DA CUENTA DEL TRASLADO DEL CUERPO DE LA SANTA VERIFICADO EN 1616, DEL ENVIÓ A ROMA DE SU PIE DERECHO Y DE COMO FUE ALLÁ RECIBIDO (1).

Viniendo, pues, al caso, digo que ya les consta a todos vuestras reverencias cómo el año próximo pasado trasladamos el cuerpo virginal de nuestra gloriosa Madre a un honorífico y sumptuoso sepulcro, don- de aquel precioso tesoro estuviese con más autoridad, seguridad y de- cencia. Y como fué necesario abrir la rica caja donde estaba depositado, para que se diese fe cómo real y verdaderamente se trasladaba el santo cuerpo, y para desterrar el falso rumor que había esparcido de que le habían hurtado, asistieron conmigo a este acto un caballero principal, llamado Don Antonio de Toledo, señor de las villas de la Horcajada y Booyos, primo del Duque de Alba, representando su persona, por no haberse podido hallar presente su excelencia, y los padres Fray Diego de San Joseph, Difinidor general, y Fray Juan de San Angelo, nuestro secretario. Hallamos aquel purísimo cuerpo, que fué templo del Espíritu Santo, no solamente incorrupto, pero tan fragante y oloroso, que llenó de suavísimo olor toda la casa y iglesia. Viéronle después más de treinta y cinco o cuarenta personas de todos estados, con notable devoción, admiración y ternura, según más larga- mente vuestras reverencias habrán visto por la relación que desto anda impresa.

Lo que no saben es que, considerando que aquel sagrado cuerpo se ocultaba de manera que quedábamos imposibilitados de volverle a ver, habiéndome primero hecho instancia el muy reverendo padre Fray Ferdinando de Santa María, Prepósito General de la Congrega- ción de nuestros Padres Descalzos de Italia, que estimaba mucho aque- lla Santa Congregación alguna reliquia, y que nuestro Santísimo Padre y Señor gustaba dello, y había ordenado al ilustrísimo señor Cardenal Gayo me escribiese, y yo había alcanzado del Padre Prepósito de- sistiese de aquella pretensión hasta que la Santa estuviese canonizada, porque hasta entonces, por algunos respectos considerables, no convenía abrir dicho santo sepulcro. Viéndose antes obligado a abrirle por las causas referidas, aunque no tuve nueva petición, me pareció era llegado el plazo de cumplir a aquella Santa Congregación su deseo; y constán- dome el gusto de Su Santidad, me atreví a sacar una santa reliquia

Amplfa el P. General en esta Carta las noticias dadas en el documento anterior, en el cua no se menciona para nada el magnífico presente del pie de la Santa, que la Congrena" ción de Carmelitas Descalzos de España hacía a la de sus hermanos de Italia. Véase el Jlño Teresiano, i. V, día 25. De la carta publicamos únicamente lo que hace a nuestro propósito.

II 18

274 APÉNDICES

notable, y no más, como verdaderamente la sacaron, para satisfacer a otras grandes y estrechas obligaciones, si no me lo impidiera un Breve de la buena memoria de Sixto V.

La reliquias que sacamos fué el pie derecho entero, cortado por la choquezuela, con su empeine carnal y planta, vestido de carne, y con demostración conocida de sus venas y nervios; que aspiraba un olor celestial el hueso por donde se dividió, que fué la choquezuela entera.

Quedó tan bañado de óleo, que pasando el dedo por encima, se echaba de ver claramente. Y lo que más es de ponderar, y yo lo tengo por evidente milagro, es, que habiéndome yo quedado aquel verano en aquella villa, estando un día con dolor de cabeza y alguna melancolía, hice sacar al padre secretario la santa reliquia sobre una mesa para besarla y venerarla, y poner sobre mi cabeza aquel sagrado pie, qni stetit in directo, a quien Dios tomó por medio ad dirigendos pedes nostros in viam pacis; para encaminarnos por el suive camino de la paz que consiste en la regular observancia de nuestro instituto primitivo. Desenvuelto el santo pie de unos lienzos, que tenía bañados de óleo suavísimo, y habiéndole hecho veneración con todas las ceremonias que he referido, comenzó a sudar gotas conocidamente, como unas perlitas o como sudor, regalando la piadosa TWadre a sus hijuelos que con devoción y gozo veneraban su santa reliquia, y las enjugábamos con un paño con harta ternura.

Habiendo yo de hacer viaje a visita de Portugal, por haberme caído enfermos ambos compañeros, y estando secreto el caso, yo mesmo fui en persona en una litera; a Madrid, y se lo entregué al P. Fr. Alonso de Jesús María, prior de aquel convento, para que le tuviese en custodia hasta que viniesen por él de Italia, donde yo había escripto al P. Prepósito General y al P. Fray Domingo de Jesús María, que ahora está en el mesmo oficio, cómo les tenía para enviar aquel sobe- rano tesoro. Vinieron por él el compañero del Padre General y otro re- ligioso grave. Entregóselo el P, Prior; y habiendo visitado al Capítulo genera!, cuando estaban congregados los capitulares de Italia, Francia, Flandes, ñlemania y Bolonia, fué increíble el gozo de estos religio- sísimos hijos al ver que su Santa Madre fuese por su pie a presidir en el Capítulo, y a tomar la posesión de aquel su rebaño. Esparcióse la fama por la romana Corte, vinieron muchos Cardenales y personas graves a ver y venerar aquella Santa Reliquia, teniendo lo que veían por cosa milagrosa y extraordinaria, como lo es,

En lo que agora se dirá. Padres míos, hay tanto que ver, que es- timar y agradecer a Dios Nuestro Señor y a su Sacratísimo Vicario, que las más bien cortadas plumas escribieran borrones, y las más ex- peditas lenguas fueran balbucientes habiéndolo de tratar; y así yo lo remito a pluma ajena y cierto original, trasladando aquí las palabras de los capítulos de cartas de Roma que recebl agora. El primero es de una de 26 de A\ayo, que me escribe el P. Fray Domingo de Jesús María, General, recién electo de aquella Congregación Santa, que dice así: *Pax Christi. Padre nuestro: pague Dios a vuestra reve- rencia el consuelo, que nos ha dado con el gran tesoro que nos ha enviado, ül fin, lo ha hecho vuestra reverencia como quien es, ij ha

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cumplido muy bien con lo que esperábamos g nos prometíamos del amor que nos ha siempre mostrado. No se podría imaginar cuánta haya sido la alegría y devoción que tía causado en estos sus liijos, y en particular en los Capitulares, que iian venido de partes tan re- motas. El contento ha sido particular, y universal: particular en nos- sotros sus siervos, y universal de los Cardenales y Prelados devotos nuestros, de la Corte toda, y del mundo; que tal se puede decir esta ciudad, pues comprende todas naciones. Llegaron los Padres, que fueron allá, tan agradecidos de los regalos, que en todos esos con- ventos de vuestra reverencia les hicieron, que no se puede encarecer. Estos señores Cardenales, luego que supieron su llegada, vinieron todos a ver la Santa Reliquia, y quedaron maravillados, alabando al Señor de verla tan entera, y con tan admirable olor. Su Santidad no quiso que se la llevásemos a palacio, diciendo que él mismo quería venir a verla en nuestro convento. Y asi, habiendo primero enviado algunos días antes al Cardenal Burgesio, su sobrino, ayer, después de Víspe- ras, día del Corpus Christi, vino él mesmo, con mucho acompañamiento de Cardenales y Prelados y otros cortesanos, no obstante que se hallase muy cansado por la procesión de la mañana; y dijo, que se había quedado en San Pedro a comer, a posta, por poder hacer esta visita. Fué muy grande el consuelo que tuvo con el santo pie; y de ver con sus ojos lo que había entendido de las maravillas que obra Dios en el venerable cuerpo de nuestra Santa, dijo: «Que aquel olor era olor de Santa»; y apretándole yo mucho por la canonización, dijo: «Que lo merecía muy bien», y otras palabras llenas de buenas esperan- zas, con mucha mayor demostración de las que ha dado en otras ocasiones; con que pienso se ha de verificar los que vuestra reverencia escribió a nuestro P. Fray Fernando y a mí, que nuestra Santa JWadre vendría aquí con su pie a tratsr personalmente la causa de su ca- nonización. Habléle también sobre la extensión del Breve, que pre- tendemos, y de lo que respondió, espero lo alcanzaremos muy presto. Pido a vuestra reverencia muy encarecidamente la ayuda de sus ora- ciones, y la de todos sus hijos, y las de los amigos, y los mande vuestra reverencia saludar de mi parte en el Señor. De vuestra reve- rencia indigno y siervo, Fr. Domingo de Jesús María».

El segundo testigo es nuestro Procurador General de la Corte ro- mana, de cuya carta, fecha el mismo día 26 de Mayo, se trasladó el siguiente capítulo, que viniendo a la reliquia de nuestra Santa Ma- dre, «digo que ha sido muy bien recibida,, y ha sido la cosa más acer- tada el haberla enviado, que se pudiera desear. Hanla visto muchos Cardenales y se han admirado y alabado al Señor. Hl señor Car- denal Melino le enterneció tanto el corazón, que habla con grande afición de la Santa. Fueron a Su Santidad el Padre General nuevo g el pasado y le pidieron licencia para traerla, y que Su Santidad la viese. Holgóse de saber hubiese allegado, y dijo que él quería ir a la Scala a verla, cosa que es mucho de estimar. Cumplióse su pa- labra ayer, día del Corpus por la tarde, quedándose de propósito en San Pedro, para desde allí venirse por la Scala.

»Vino acompañado de diez y ocho Cardenales, y después de haber hecho oración al Santísimo Sacramento, subió al oratorio de arriba,

276 APÉNDICES

donde está la reliquia, y se hincó de rodillas delante de ella y hizo oración. Enseñáronsela y besó Su Santidad el pie de la Santa, y advirtiendo el olor que tenía, dijo que era olor de Santa. Luego lle- garon todos los Cardenales, uno a uno, y hicieron otro tanto. Hpretó el pie Fray Domingo a Su Santidad en orden a la canonización, y el Papa dijo que la merecía muy bien. En lo de la extensión dio buenas esperanzas; espero en Dios que el haber visto el santo pie ha de ser de mucha importancia para lo uno y para lo otro.

»Ida Su Santidad, se bajó la santa Reliquia a su altar, y en el resto de la tarde la mostraron mucha gente que estuvo en los Mai- tines, y entre ella a la Princesa Peretti, al Conde Espada, y otras mu- chas personas de cuenta. Está su capilla muy bien adornada; tiene ya tres lámparas de plata, muchas presentallas y votos, y cada día crece grandemente la devoción y el común aplauso y deseo de verla cano- nizada. Dios nos lo deje ver».

¿Qué podremos decir. Padres míos, viendo al que es Vice-Dios en la tierra, a cuyos sagrados pies se postran todos los monarcas y príncipes della, honrar con tan grandes demostraciones el pie de una pobre Descalza, sino pronunciar aquellas tan repetidas palabras del Salmista: Ni mis honorati siint amici tai Deas, repitiendo aquel nimís tres o cuatro veces en este admirable espectáculo? Y aunque nimis en este lugar quiere decir valde, que es mucho; si en alguna acción podemos declarar esta palabra en todo su vigor, que es demasia- damente en este extraordinario y estupendo acto.

Quedó admirada la Curia, creció la devoción de la Santa, exten- dióse la grandeza y piedad de este hecho por toda la Iglesia. ¿Qué nos falta, Padres míos, para tener canonizada nuestra .Santa, pues el Santo, lugarteniente del Santo de los Santos, así la venera? Los efectos que causó esta acción en el piadosísimo pecho del sagrado Pontífice, ya lo experimentamos en la nueva gracia y favor que Su Santidad ha hecho en la extensión para todo España (1), gustándose que en toda ella se rece y diga misa de la Santa, cosa que en esta Provincia se celebra con universal regocijo. Y lo propio será en todas las demás, pues sabemos con cuan vivos deseos esperaban este día, y mucho más el de su canonización.

1 Paulo V concedió en 16H, que pudieran rezar de Sta. Teresa los religiosos y religiosas carmelitas. En 1616 a ambos Cleros de Castilla la Vieja; extendiólo al año siguiente a los reinos de España g Portugal; y por fin, Urbano VIH a toda la Iglesia en 1636. Véanse los curiosos pormenores que sobre esto publicamos en El Monte Carmelo, año de 1915, pág. 265.

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LI

ACTA DE LA APERTURA DEL SEPULCRO DE SANTA TERESA EN OCTUBRE DE 1750 (1).

In nomine Domini, Amen. Notum sit ómnibus, como en el año de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, 1750, el día 2 de Octubre, dedicado a los santos Angeles de la Guarda, siendo Sumo Pontífice nuestro santísimo Padre Benedicto XIV; reyes de España, D. Fernando el VI y doña María Bárbara de Portugal: duquesa de Alba la excelen- tísima señora doña jWaría Teresa Alvarez de Toledo, etc. General de nuestra sagrada Reforma, N. M. R. Padre Fray Nicolás de Jesús María; Provincial de esta Provincia de San Elias el Padre Fray Juan de la Madre de Dios, y Priora del Convento de nuestras re- ligiosas descalzas de la Encarnación de esta villa de Alba, la Madre Alfonsa María de la Presentación; con la ocasión y motivo de haber resuelto las mencionadas católicas Majestades pasar a Alba, a fin de ver y adorar ^1 santo cuerpo de nuestra seráfica Madre Santa Teresa de Jesús en su fiesta el día 15 del susodicho mes, se descu- brió la urna de piedra blanca, que llaman de Villamayor, quitándole de encima una grande máquina, compuesta de varías piedras de la misma especie en que estaba encerrada el arca, que contenía el expresado santo cuerpo de nuestra Mística Doctora. Toda esta mole estaba en- cerrada en el hueco de la pared del altar mayor de dicho Convento de la Encarnación, entre dos rejas grandes; la una que cae hacia la iglesia, y la otra que cae hacia el convento, y está dividida en dos partes, la una que se abrió con tres llaves; la una que tenía y tine la Excma. casa de Alba, la otra el General de la Orden, y la tercera la madre Priora del mencionado convento. Sacóse de dicha urna con asistencia del Excmo. Señor Don Fernando de Silva Alvarez de Toledo, Duque de Huesear, Iiijo primogénito de dicha Excma. se- ñora Duquesa de Alba, del expresado General de la Orden, y de la susodicha madre Priora, en presencia del Padre Definidor General primero, Fr. Bartolomé del Espíritu Santo, de Fray Paulino de San José, Procurador General de la Religión para la corte de Madrid,

1 Véase el Uño Teresiano, Julio, día 1." No habla el P. Antonio de S. Joaquín de la so- lemne traslación del santo cuerpo a la nueva capilla en la iglesia de Alba, celebrada en 1677. Menciona las fiestas que entonces se celebraron el P. A'\artín de San José en el tomo de ser- mones que publicó, pág. 388 u siguientes. En la 405 dice expresamente que vio el cuerpo de la Santa. Las Descalzas de Alba conservan en su arcliivo un «Libro de asiento de recibo y gasto de la obra y capilla que se hace para N. Sta. Madre», de unas 148 hojas. Asiéntanse en él to- das las limosnas que para esle fin se iban recogiendo. Contribuyeron con grandes cantidades los Reyes de Espaiía, el Conde de Peñaranda y otras personas acomodadas. Las obras se inaugu- raron el 24 de Septiembre de 1070 y costaron más de medio millón de reales. La mayor parte de esta cantidad la tenían ya reunida al terminar las obras.

278 APÉNDICES

de Fray José de Jesús María, Prior del Convento de nuestro Padre San Juan de la Cruz de esta misma villa, del H.o Fr. Juan de San Pablo, lego, conventual de Madrid;, y de la Comunidad toda de dichas religiosas del susodicho convento de la Anunciación, de Don Alonso de Oviedo, Alcaide la fortaleza y guarda de la legua de los excelentí- simos Duques, y de cuatro albañiles, que fueron llamados y sirvieron para la maniobra susodicha, y se llaman Roque Sotino, Pedro Ro- dríguez, José Rodríguez, todos vecinos de esta misma villa de Alba, y Juan Antonio Barros, vecino de San Lorenzo de la Guardia en Galicia, y de mí, el infrascripto secretario. Es dicha arca de madera, tiene de largo algo menos de dos varas, de alto palmo y medio, y algo más, y de ancho algo más de dos cuartas. Está aforrada por de fuera de terciopelo carmesí, tachonado con tachones dorados, ador- nada de cuatro dragones de dos cabezas de bronce doradas en fi- gura de tarjetones; las dos están en la tapa del Arca por encima, la una corresponde al lado, que es cabecera, en que están gravadas, y esmaltadas de tinta las siguientes palabras: Arca Domini, in qiia erat Manna, et Virga, qaae fronduerat, et Tabulae testimonii. (Hebr. IX), y después estas quintillas (1).

Al lado que toca a los pies, corresponde la otra lámina,, o tarjctón, donde del mismo modo están escritas estas palabras: Non extingaetur in noctc lucerna e/'us. (Proverb. XXXI), y después estas quintillas (2).

En el frontispicio del arca, donde corresponden las cerraduras, están las otras dos láminas o tarjetones dorados a proporción de los dichos, que contienen los mismos textos y quintillas, con la di- ferencia que el texto y quintillas que en la tapa están en la ca- becera, en el frontispicio están a los pies; y el texto y quinti- llas, que en la tapa están a los pies, en el frontispicio están en la cabecera. Cíñela toda, excepta la cubierta o tapa, dos visagras de media caña doradas, que le sirven de goznes para abrirla y ce- rrarla. En la cubierta tiene tres varritas, asimismo de media caña doradas, y son de casi dos palmos de largo, y la del medio remata con una lámina en forma de escudo con sus adornos alrededor, en cuyo campo se divisa grabada una letra F mayúscula. Adornan a los cuatro ángulos dos cantoneras doradas en cada esquina; y bajo de cada ángulo hay por estribo una bola dorada. Está asegurada por abajo con seis visagras de hierro doradas, que al mismo tiempo le sirven de adorno; y encima de las dos, que están en la testera, y a los pies, hay una cruz de la misma materia dorada. Estaba cerrada con nueve visagras de hierro doradas, y asimismo con una cerraja de la misma materia dorada, la que por no hallarse e ignorarse la llave, se des- cerrajó; y abriéndose en presencia de todas las mencionadas perso- nas, se halló estar por adentro aforrada de damasco carmesí muy hermoso, y tan lindo como si se hubiera entonces cortado de su pieza nueva; lo que asimismo se notó del terciopelo de que estaba aforrado por de fuera. Hallóse el santo cuerpo entero e incorrupto, faltándole el pie derecho, que se venera en Roma en nuestro Con-

1 Son las que publicamos en la página 369.

2 Véase la página 269.

APEKDICES 27d

vento de Santa ^aría de la Escala; la mano izquierda, que está en Lisboa; el brazo izquierdo y corazón, que separados se veneran en dos preciosos relicarios de este mismo Convento de la Encarnación; un pedazo de la mandíbula superior de la parte derecha, que está en nuestro Colegio de San Pancracio en- Roma; el ojo izquierdo; algunas costillas; algunos pedazos de carne y huesos, que le habían sacado y están repartidos por la Cristiandad, Todo lo demás del cuerpo, se conserva con piel, carne y huesos. La cabeza está dividida del busto, porque le sacaron la mayor parte del cuello; se conserva, pero, entera con piel y carne, y aun en el ojo derecho se distinguen con claridad la niña o pupila, y las pestañas. Lo más admirable es, que el brazo derecho está tan flexible, como si estuviera vivo. Conócese, que a pedazos, y con fuerza le han arrancado la mano y solo con parte de algunos tendones le ha quedado el hueso de medio muy blando y her- moso. Asimismo en el pie izquierdo se divisan con toda distinción los dedos y sus uñas. Estaba el santo cuerpo cubierto con un lienzo sutil de holanda y encima de él un paño de seda sutil encarnada, ñl lado del cuerpo de la misma arca, se encontró una caja de plomo cuadran- gular de dos dedos de alto y de ancho, y largo de medio palmo, y en ella un pergamino, en que se halla con bellísima letra el auto, que dio con toda individuación de la identidad del cuerpo de nuestra Santa iWadre, que con la misma arca estaba colocado, el Padre Fray Diego de San Joseph, Difinidor General y Secretario, firmado del mismo R. P. General Fray Joseph de Jesús María, de Don Antonio de Toledo, y del Padre Fray Juan de San Angelo (1).

H izóse este descubrimiento ciento y veinte y ocho años y seis meses después de la solemne canonización de la susodicha nuestra Santa Madre Teresa, la que sucedió el año de 1521, a 12 de Marzo, siendo Sumo Pontífice Gregorio XV, como consta de la Bula que expidió en dicho día, mes y año en Roma el mismo Pontífice, y comien- za: Omnipotens Sermo. Todos los presentes veneraron y adoraron con grande devoción y júbilo el santo cuerpo; y habiendo llamado un ce- rrajero, le hicimos poner una cerraja, con la que cerrada el arca, y quedándose con la llave de ella el insinuado Excmo. Duque, nos sali- mos todos del camarín, para que nadie pudiese acercarse a la dicha arca, y entretanto se dio orden al mismo cerrajero, hiciese llave a la cerraja dorada susodicha, y dos candados bien fuertes, con los que quedó del todo asegurada la arca, quedándose la llave de dicha cerraja para el Excmo. Sr. Duque; la del candado de la testera, para N. M. R. P. General; y la del candado de la parte de los pies, para la Madre Priora. Quedó dicha arca, así cerrada, expuesta en el mismo hueco de la pared del altar mayor entre las dos rejas arriba dichas, el día de la Santa, y por toda su octava; y como la venida de sus Majestades no tuvo efecto, por haber enfermado estando ya de viaje en el Escorial la Reina nuestra señora, se resolvió, que pa- sada dicha octava se encerrase otra vez la arca en su insinuada urna sepulcral, poniéndole otra vez encima las piedras mismas que se ha- bían levantado, aunque la más pesada en la que se halla esculpido el

1 Queda publicada en la página 271.

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verso de Isaías: Et erit Sepulcruin ejus glorio sum, se aserró y dividió en tres trozos, para que si viniese otra ocasión de ser preciso descu- brir el cuerpo de la Santa, se pudiese ejecutar con menos dificul- tad y trabajo. En cuya consecuencia, siendo convenientísimo, para ma- yor justificación de la identidad del sagrado cuerpo de nuestra Será- fica Maestra, el que asistiesen al encerramiento en dicha urna sepul- cral todos aquellos que habían asistido a la saca y descubrimiento de él, y siendo entre todos de especialísima distinción y autoridad el expresado Excmo. Sr. Duque de Huesear Don Fernando de Silva ñlvarez de Toledo, habiendo sido preventivamente llamado del Rey nuestro señor al Escorial, para que se supliese su ausencia, el día 18 del expresado mes de Octubre entró en la clausura del mencionado Convento de la ilnunciación, con asistencia del susodicho N. M. R. P. Ge- neral Fray Nicolás de Jesús María, y mía, de Bernardo González de Luis, escribano público de esta villa de ñlba, y de varios testigos, que escogió su excelencia y en presencia de todos, y asimismo de la Madre Priora y de toda su Comunidad, se abrió la arca y, descubierto el santo cuerpo, declaró su excelencia, bajo de juramento, puesta la mano en el real toisón, que aquel cuerpo que allí se veía, era el mismo que con la misma arca, el sobredicho día dos del corriente mes y año, en presencia suya se había sacado de la mencionada urna; y que por cuando se hallaba llamado del Rey nuestro señor, y no podía asistir a la restitución de los dichos arca y cuerpo a su urna, daba, como en efecto dio, poder con toda amplitud a Don Antonio de Oviedo, padre de Don Alonso de Oviedo, arriba mencionado, que asimismo se ha- llaba allí presente, para que asistiese en su nombre a dicha restitu- ción del arca y cuerpo santo a su urna, firmase el auto, que de ella se estipularía, e hiciese todo aquello que haría su excelencia si se hallase presente, para cuyo fin le entregó delante de todos la llave, que su excelencia tenía de dicha arca; y el expresado D. Antonio de Oviedo aceptó asimismo, en presencia de todos los mencionados, e inmediatamente se cerró con las tres llaves la dicha arca. Todo consta del auto, que pasó ante dicho escribano, y los testigos en el mismo auto expresados, el mencionado día 18 del corriente, como parece de dicho auto, que dentro de la misma arca se encerrará con éste. Esto supuesto, estando ya todo pronto para el mencionado encerramiento del santo cuerpo, entraron el día 29 de los susodichos mes y año, a las dos horas de la tarde, en la clausura del expresado Convento de la Anunciación, N. M- R- P- Fr. Nicolás de Jesús María, y todos los religiosos y seglares susodichos, que se hallaron presentes, como queda expresado arriba, a la saca y descubrimiento del santo cuerpo, excep- tuado el Excmo. señor Duque de Huesear, en cuyo lugar y nombre entró el sobredicho D. Antonio de Oviedo; subieron juntos al camarín de arriba, en donde está la urna sepulcral en el hueco de la pared del altar mayor, y ¡estaba asimismo la arca cerrada con su cerraja y dos candados; y en abriéndose ésta en presencia de todos, de la Madre Priora y Comunidad del mismo Convento, se reconoció ser la misma arca, y en ella el mismo cuerpo de Santa Teresa de Jesús, que se habían sacado el susodicho día 2 del corriente mes y año de la insi- nuada urna sepulcral; y afirmando todos ser una misma dicha arca.

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con sola la añadidura de dos candados de hierro dorados que se le habían puesto para más seguridad,, y ser uno mismo el cuerpo en ella contenido, esto es, el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, a quien para más decencia, habiéndole quitado de encima una sábana de holanda g un paño de tafetán colorado, con que se halló cubierto, a fin de repartirlos por reliquias, se le cubrió inmediatamente con una sábana de media holanda en tres dobleces; encima de esta se puso otra sábana de media holanda con encajes muy ricos, y sobre ésta un tapete de tela de flores de oro, aforrado de tafetán encarnado con puntilla de oro. La cabeza de la santa quedó cubierta con una toca de media holanda, y encima de esta dos velos, el uno de tocar, y el otro de comulgar, ambos de tafetán negro con puntilla de plata, y bajo de dicha cabeza una almohada de media holanda con sus en- cajes, y se cerró la arca delante de todos con las tres llaves, que- dándose con la del candado de la testera N. M, R. P. General, con la de la cerraja de medio D. Antonio de Oviedo para el Excmo. señor Duque, y con la del candado de la parte de los pies, la mencionada /Wadre Priora; y a más de esto se clavó dicha arca con siete visagras de hierro doradas, e inmediatamente, en presencia de todos los suso- dichos, a excepción del hermano Fr. Juan de San Pablo, que por enfermo no pudo asistir, se encerró en su mencionada urna sepul- cral, poniéndole encima todas las piedras arriba expresadas. Y para que de todo quede en lo futuro perpetua memoria, yo Fr. Francisco de San Antonio, secretario de N. M. R. P. General Fr. Nicolás de Jesús iVlaria, que presente fui a lo susodicho, juntamente con los testigos arriba mencionados, que aquí pusieron sus firmas, por espe- cial orden y expreso mandato, que tuve de su reverencia, el cual autorizó estas letras con su firma, las escribí de mi mano, firmé de mi nombre, y sellé con el sello de oficio del dicho N. JA. R. P. Ge- neral, en Alba de Tormes de esta Provincia de N. P. vSan Elias, en el reino de Castilla la Vieja, día, mes y año susodicho, en que de todo lo que en estas letras queda expresado doy fe y verdadero tes- timonio. Fray Nicolás de Jesús María, General; Fr. Bartolomé del Espíritu Sanio, Definidor primero; Fr. Paulino de San Joseph, Procura- dor General; Fray Joseph de Jesús María, Prior; Don Alonso de Oviedo, alcalde de la fortaleza. Por el Excmo. Sr. Duque, yo, Antonio de Oviedo, lo firmo. Alfonsa María de la Presentación, Priora; Ca- talina de la Santísima Trinidad, Supriora; María Teresa del Santí- simo Sacramento, Teresa de San Joseph, Josefa Bernarda de la Anun- ciación, Inés Francisca de San Joseph, Manuela de Jesús, Narcisa del Espíritu Santo, Jerónima de Santa Ana, Francisca de San Joa- quín, Antonia de la Santísima Trinidad, Teresa Joaquina de la Asun- ción, Rosa de la Madre de Dios, Antonia de Cristo, María Clemen- tina de San José, Anastasia de Santa Teresa, Teresa María de San José, Jerónima de Jesús María y José, Josefa de Santa Teresa, Fray Francisco de San Antonio, secretario.

282 APtN01C£S

LII

PREÁMBULO DEL ACTA ANTERIOR (1).

¡n Dei nomine, Amen. Fray Diego de San joseph, Difinidor Gene- ral de la Orden de los Descalzos Carmelitas y Secretario de la dicha Orden, por las presentes doy fe y verdadero testimonio, certi- fico y hago saber a los que su tenor vieren, cómo en la villa de ñlba de Tormes, lunes, a once días del mes de Julio de este pre- sente año de mil y seiscientos y diez y seis, habiendo llegado a esta villa nuestro Padre General, Fr. José de Jesús Maria, juntamente con el señor de las villas de la Horcajada' y Bohoyos, D. ñntonio de Toledo, conmigo y con su socio el Padre Fr. Juan de San /Ingelo, y habiendo entrado dentro de la clausura del convento de la Encar- nación, que es de Religiosas de nuestra Orden, desclavamos las visa- gras y abrimos Q^ arca donde estaba €l santo cuerpo de nuestra glo- riosa Madre y fundadora, la virgen Santa Teresa, y hallándole con la misma entereza y frescura de carne que estaba cuando se encerró ¿n la dicha arca habrá trece años en presencia de los Duques y de otras muchas personas graves. Quedó aquella noche en competente en la dicha arca habrá trece años en presencia de los Duques y de la arca en lo más alto de la casa, fué tanta la fragancia de olor que se esparció por toda ello y en la iglesia, que sin saber cuándo se abría, así los oficiales que trabajaban en la iglesia, como las mon- jas que andaban por la casa, lo sintieron luego, y conocieron en esto haberse abierto, según unos y otros afirmaron después. Y habiéndose de poner y colocar en la urna de piedra, que para el efecto había hecho la Religión, no obstante que por la mayor decencia deste sagrado tesoro, y por otras razones y motivos, había nuestro Padre General tratado con los dichos Duque y Duquesa de Alba, que sólo se hallase a lia visura del santo cuerpo, su reverencia conmigo, con el dicho P. Fr. Juan de San ñngelo, su socio, y con el dicho señor de la Horcajada, el día siguiente acordó nuestro Padre General de consolar al pueblo, y que por vista de ojos le constase y a todos fuese ma- nifiesto estar el dicho santo cuerpo hoy con la entereza e incorrup- ción que tenía cuando allí se puso. Para lo cual hizo convocar las cabezas de los dos estados eclesiástico y secular desta República, g asistieron a verlo el licenciado Medina y el licenciado Villa Gutiérrez, oidores del Consejo del Duque, el corregidor y algunos de los caba- lleros regidores desta villa, y del Clero vino el Vicario, acompañado de personas graves y calificadas de su Cabildo, y otros muchos del

1 El acta de apertura del cuerpo de la Santa, que acabamos de ver, iba precedida de este preámbulo del secretario general, Fr. Diego de San José.

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pueblo; todos los cuales vieron el santo cuerpo, llegaron a besar con grande veneración y devoción sus pies por verlos llenos de carne tratable, y tocaron sus rosarios, dando muchas gracias a Dios Nuestro Señor, por lo que habían visto. Y los rosarios de sólo haber tocado aquella santa carne, conservaron después el santísimo olor que della salía, con admiración de sus dueños, de manera que los andaban dando a oler a otros. Vino entre la gente referida el Doctor Juan López, médico del Duque, persona grave y muy opinada en filosofía y medicina, i; en mi presencia testificó ser evidente milagro hallarse tan entero el santo cuerpo, después de tantos años como ha que está allí encerrado, y ¡en parte tan expuesta a corrupción cómo es aquella donde ha estado; porque naturalmente era imposible haberse con- servado así. Lo cual hecho en presencia de nuestro Padre General, del dicho señor de la Horcajada y del P. Fr. Juan, socio de nuestro Padre (quedando el dicho santo cuerpo con la entereza y frescura de carne referida, envuelto en la propia sábana que se tenía), yo por mi mano cerré y clavé la dicha arca con sus grapas y quedó esta se- gunda noche con la clausura que la pasada. Y en hacimiento de gra- cias se solemnizó con la música de chirimías y repique de campa- nas de toda la villa, la merced que Dios nuestro Señor había hecho a este estado en hallarse incorrupto este santo cuerpo. El día si- guiente, que fué miércoles, a trece del dicho mes y año, vino al dicho convento el Cabildo eclesiástiro en forma, con su música, a la cele- bración de la Misa, que cantó nuestro Padre General, con mucha solemnidad, asistiendo a ella el Consejo y Regimiento y todo el pue- blo, y estando la arca que contenía el santo cuerpo sobre un bufete cubierto con un dosel de tela de oro a vista del pueblo, cerrada y clavadas en ella catorce visagras enteras de hierro doradas, y con seis clavos cada una, como antes estaba, y quedó en ella incluso un testimonio escrito en pergamino de mi letrai y mano, sellado con el sello grande de la Orden, de que en las cosas más graves della se usa, y metido en una caja de plomo, cuyo tenor de verbo ad verbum era en la forma que se sigue (1).

1 Copia aquí el Acta según !a conocen ya los lectores, o al pie de ella escribe el citado P. Diego: «Y acabada la misa, subimos a donde estaba preparada !a urna, ios cuatro contenidos en este testimonio, u en presencia nuestra, u de otras personas que había allá arriba en el an- damio, la dicha arca, que está por de dentro forrada en damasco, y por fuera cubierta de tercio- pelo carmesí, con unas planchas, o tarjetas de plata dorada sobrepuestas de a medio relieve, y esmaltadas en ellas unas letras que contienen autoridades de la Sagrada Escritura, con el cuerpo de la dicha Santa Virgen, nuestra fundadora y Madre, se metió en la dicha urna de piedra, con que se despidió la gente. Y para que de esta úllima traslación y colocación quede memoria en los Archivos de nuestra Religión, para los siglos venideros, y del modo y solemnidad con que se hizo, de que doy fe, yo el dicho Fr. Diego de San José, Difinidor y Secretario sobredicho, di estas letras firmadas de mi nombre y .selladas con el sello grande de nuestra Religión, jj nuestro Padre General las quiso autorizar con su firma, interponiendo la autoridad de su oficio, y el dicho seflor de la Horcajada, lo firmó de su nombre. Que son fechas en la dicha villa de Alba de Tornies. H^iy Jueves, a catorce de Julio de y mil seiscientos diez y seis años (en lugar t del sello). Fr. José de Jesús María General. Don ñntonio de Toledo, Ft. Diego de San José, Definidor general y secretario».

Tomamos estos documentos de un original Impreso que poseen las Carmelitas Descalzas de Salamanca, autorizado por el P. Diego de San José, que escribe de su letra: «Concuerda con el original. Fr. Diego de San José. Diffinidor y .secret.».

284 APÉNDICES

Lili

flCTfl DEL TRASLADO DEL CUERPO DE SANTA TERESA EN 13 DE OCTUBRE DE

1760 (1).

En el nombre de Dios Todopoderoso. Notorio y manifiesto sea a todos los que el presente vieren, cómo el año de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo de 1760, en el día 13 de Octubre, gober- nando la Iglesia nuestro muy Santo Padre Clemente XIII, de feliz memoria, y estos reinos de España el muy augusto monarca D. Carlos III, siendo Obispo de Salamanca el limo. Sr. Dr. José Zorrilla de San Martín, y su auxiliar el limo. D. Fr. Francisco de San Andrés,

1 No pudieron realizar en 1750 su proyectado viaje a Alba Fernando VI ij su esposa doña Bárbara de Portugal. Diez años más tarde, reinando Carlos III (Fernando VI había muerto en 1759), se colocó en la magnífica urna de plata que D. Fernando y su esposa habían regalado, el cuerpo de Santa Teresa, y se trasladó definitivamente al camarín del altar mayor donde hoy se venera. Araujo, en su Guía de Riba, dice hablando de este camarín y sepulcro: «En el centro (del altar mayor), se descubre el camarín del sepulcro de Santa Teresa, cerrado por doble verja, plateada la exterior que da a la iglesia, y dorada la interior que da al convento; toda la obra fué ejecutada a expensas de los reyes Fernando VI y su esposa, que habiendo sabido cuando su proyectada peregrinación en 1750 que, descubiertos los restos de la Santa, se conservaban incorruptos y viendo frustrados sus piadosos deseos, quisieron embellecer la iglesia que gozaba tan insigne honra y encerrar tan santas reliquias en sepulcro digno en lo posible de su inmenso valor; entonces fué cuando se rehicieron los dos altares laterales, se doró de nuevo el altar ma- yor, se reconstruyó en mármol la arcada destinada a servir de camarín al sepulcro, revistiéndole también, lo mismo que su pavimento, de ricos jaspes, y se labró por los mejores artistas de la época la suntuosa urna de mármol negro jaspeado, sobre la que se asientan dos preciosos ange- litos, uno de los cuales lleva el dardo de la Transverberación, y el otro la preciada corona de las vírgenes. Cuando estuvo a punto, el 13 de Octubre de 1760 (ya Fernando VI había fallecido), celebróse la solemnísima traslación del sagrado cuerpo a las cuatro de la tarde, a cuya ceremo- nia acudieron de todas partes tan gran número de peregrinos, que jamás se había visto en toda Castilla concurrencia igual; la antigua caja de madera forrada de terciopelo carmesí, regalo de la Infanta D.a Isabel Clara Eugenia, esposa del Archiduque Alberto, es sustituida por otra más rica de plata, con paredes labradas en relieve exteriormente, y tapizadas en el interior de terciopelo carmesí con cojines cubiertos de seda roja en el fondo; allí se deposita el sagrado cuerpo en- galanado con preciosos vestidos y llevando al cuello un collar semejante a los de la insigne Orden del Toisón de oro, se guardan con él los procesos verbales de las anteriores exhumacio- nes y el instruido entonces».

Debo una copia del Acta transcrita a las Carmelitas Descalzas de Alba de Termes. Es la última vez que se abrió el sepulcro de Santa Teresa hasta 19H. Cuando la invasión francesa, en tiempos de Napoleón, corrió mucho peligro el sepulcro; pero, al fin, no se tocó su santo cuerpo y las religiosas lo pasaron harto mejor que de las circunstancias podía esperarse, como veremos en el Libro de las Fundaciones. En virtud de un Moíu proprío, concedido por Pío X, con fecha C de Junio de 1914 al General de los Carmelitas Descalzos, P. Clemente de los SS. Faustino g Jovita, procedió éste, acompañado de su secretario, del P. Provincial de Castilla y otros Padres Carmelitas Descalzos, en presencia de las religiosas, a la apertura del sepulcro. El cuerpo de la Santa se halló lo mismo que dice el Acta de 1760. Merced a un acto de bondad del mismo P. General, pudimos verlo y venerarlo con detenimiento. Fáltanle las partes del cuerpo que todos saben, g las demás ya no gozan del estado de incorrupción de otros tiempos. De la cara ha desaparecido

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obispo de Zela; Duque de Hlba, el Excmo. Sr. D. Fernando de Silva fllvarez de Toledo; su inmediato sucesor y primogénito D. Fr. de Paula, Duque de Huesear; General de la Sgda. Reforma de Carmelitas Des- calzos, el Rvmo. P. Fr. Pablo de la Encarnación; Provincial de esta Provincia de N. P. S. Elias de Castilla la Vieja, el Rvmo. P. Fr. José de San Francisco; Priora del convento de Carmelitas Descalzas de esta villa de Rlha de Tormes, la R. M. M.a Teresa del Santísimo Sacramento.

En esta villa de Riba, expresados día, mes y año, con el especia- lísimo motivo de haberse trasportado a ella una urna de plata, ricamente adornada de realce, de la misma materia, constando su longitud de dos varas, ancho correspondiente a una urna sepulcral, de altura como tres cuartas, forrada toda por dentro de terciopelo carmesí, cuya espe- cial alhaja mandaron en vida para mayor culto y veneración de la seráfica Madre Santa Teresa de Jesús los muy augustos y católicos reyes D. Fernando VI y D.^ María Bárbara de Portugal, que santa gloria hayan, predecesores de nuestro ínclito actual monarca ya ci- tado, a efecto de que le tuviera la voluntad de colocar en ella el glorioso cuerpo de la Santa Madre Seráfica, según y como lo qui- sieron los regios donantes expresados. Dichos señores ilustrísimos y reverendísimos PP. General y Provincial, acompañados de todo el santo Definitorio, que lo compone los Rvmos. Fr. ñgustín de la Concep- ción, Fr. José de la Encarnación, Fr. Juan de San Gregorio, Fr. Benito de San Bernardo, Fr. Manuel de San Juan Evangelista, Fr. Fran- cisco de la Encarnación, con asistencia del Rvmo. Fr. Fernando de San José, Procurador General de Madrid y Fr. ñntonio de San Joa- quín, escritor del Año Teresiano, y otros diferentes Padres, así de esta Provincia como de Castilla la Nueva, entraron en la clausura de dicho convento, acompañados asimismo de la expresada M. Priora, de la M. Josefa Bernarda de la Anunciación, Subpriora, la iVl. Tere- sa de San José y la M. Manuela de Jesús, claveras de dicho convento, con las demás religiosas de que se compone; habiendo reconocido antes que la urna en que se hallaba dicho santo cuerpo aparecía ser la misma que consta en el testimonio del dorso i) estaba con los mismos signos, y en la capilla donde se colocó por vía de depósito, que es el mismo paraje que sirvió a dicha Santa Madre en su vida de habitación; tomando dicha arca que servía de urna por seis religio- sas que para esto deputó el Rvmo. P. General, se llevó procesio- nalmente con velas encendidas de todos los asistentes al camarín bajo de dicho convento, a donde con asistencia de los ya citados

toda la piel, y lo restante del cuetpo está en plena momificación. Hoy no podríamos decir con Ribera y otros escritores, que bastaba un dedo para sostenerla en pié. Sería peligroso sacarla de la urna de plata en que yace, porque el movimiento menos prudente reduciría a polvo aquellos santos despolos. Para gloria de su sierva, la dotó Dios de incorrupción por el tiempo que estimó oportuno; hoy, que ya no es necesario, ha cesado, a lo que lealmente creemos, el prodigio que fué la admiración de muchas generaciones. En mi juicio, la parte mejor conservada de la Santa, es el brazo que cortó el P. Gregorio Nacianceno, y que se conserva en la misma iglesia de Alba, en un relicario de plata. Expuesto el santo cuerpo en el oratorio del camarín por algunos días, el mismo P. General, en presencia de la Comunidad y de varios testigos, clausuró el se- pulcro, quedando intacto, lo mismo que se halló al abrirlo.

286 HPENDICES

compareció D. Hlonso de Oviedo, apoderado del Excmo. Sr. Duque de Alba, D. Jaime TVlárquez, arquitecto de Su Majestad, a efecto de abrir dicha arca en que se hallaba el santo cuerpo de la seráfica Aladre vSanta Teresa de Jesús. Y permaneciendo todos los asistentes con lu- ces encendidas, con toda devoción y ternura, se pasó a dicha abertura a que prestó su llave el Rvmo. P. General, que es la que corresponde al candado de yerro dorado que está a la parte superior de la citada arca; el dicho D. Alonso de Oviedo, en nombre de dicho excelentísimo señor Duque, con la llave que corresponde a la cerradura de yerro do- rado de enmedio, y la expresada JA. Priora con la llave que corresponde al candado de yerro dorado de parte inferior de los pies; y abierta en esta forma dicha arca, se reconoció el santo Cuerpo de la Santa Madre Teresa de Jesús en el mesmo ser y estado que aparecía tener en el año de 1750, que consta por menor del testimonio de la vuelta y con la misma positura, velos, sábanas y cubiertas que en él se expresan, que se omite de exponer por menor por constar de dicho testimonio con toda especialidad. Y así, reconocido dicho santo Cuer- po por todos los asistentes, se adoró y dio el culto y veneración que corresponde, y tocaron a él por mano de varios religiosos, dife- rentes reliquias, rosarios, cintas y pedazos de tela, con lo que se volvió a cerrar, hasta hoy 14 de este expresado mes y año, en que, para consuelo de este pueblo como de muchos circunvecinos, se de- terminó poner el santo Cuerpo en el coro bajo que tiene sus rejas que dan a la parte de la iglesia de dicho convento, en que concu- rriendo los expresados, en cuyo poder obran las llaves de dicha urna, se abrió quedando manifiesto en dicho coro el glorioso Cuerpo, sien- do visible a ios que lo registraron de la parte de la iglesia por dichas rejas, la cabeíra de la Santa, por hallarse lo demás cubierto como se expresa antecedentemente; en cuyo estado se mantuvo por espacio de siete horas. Y por esto, siendo como las cuatro de la tarde, con asis- tencia de los ya referidos en el principio de este testimonio y del Excmo. Sr. D. Francisco 'Soiís, Arzobispo de Sevilla, Presbítero Car- denal de la santa Iglesia Romana, por seis religiosas deputadas por el Rvmo. P. General y ¡M. Priora, ya citadas, con las mismas sábanas y demás compostura de dicho santo Cuerpo de Santa Teresa, se co- locó y trasladó en dicha urna de plata nueva, a donde se adoró y veneró por »os asistentes; que todos, en acompañamiento procesional- mente, con velas encendidas, transportaron al camarín de dicho con- vento, colocándose en su altar mayor, introduciéndose dicha urna de plata en otra exquisitamente labrada de mármol de San Pablo, con sus adornos de bronce dorados de oro molido, que se halla embutida en un arco del mismo mármol en dicho altar, con toda magnificencia, y dos ángeles en la superficie de dicha urna, de la misma materia. V para que de todo ello quede en lo futuro perpetua memoria, yo, el licenciado D. Manuel Francisco Gutiérrez Varona, abogado notarlo, y secretario de Cámara de dicho limo. Sr. Obispo de Salamanca y su obispado, en que se comprende esta villa ds Alba, que presente fui a lo susodicho, y nosotros Fr. Francisco de la Presentación, Secretarlo General, y Fr. Antonio de la Encamación, Secretario asimismo Ge- neral de los Carmelitas Descalzos y Notario apostólico, que igualmente

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presentes fuimos, juntamente con los testigos arriba mencionados, que aquí pusieron sus firmas, !o firmamos, signamos y autorizamos y re- frendamos con los respectivos sellos de nuestros Secretarios, damos fe y verdadero testimonio.

José, Obispo de Salamanca; Fr. Cardinalis de 5o//s, Arzobispo de Se- villa; Fr. Francisco, de Zcla; Fr. Pablo de la Concepción, General; Fray Agustín de la Concepción, Definidor; Fr. José de la Encarnación, ídem; Fr. Juan de San Gregorio, ídem; Fr. Benito de San Bernardo, ídem; Fr. Manuel de San Juan Evangelista, ídem; Fr. Francisco de la En- carnación, ídem; Fr. José de San Francisco, Provincial; Fr. Fernando de San José, Fr. Antonio de San Joaquín, M.^ Teresa del Sanfí<^inio Sacramento, Priora; Josefa Bernarda de la Anunciación, Subpriora; Teresa de San José, Manuela de Jesús, Clavarias; Licenciado D. Ma- nuel Francisco Gutiérrez Varona, N.^ y S.^; Fr. Francisco de la Pre- sentación y Fr. Antonio de la Encarnación, S.Q G.

Concuerda con su original, que obra en la urna de plata en que se colocó el cuerpo de la gloriosa Madre Santa Teresa de jesús, y otro de igual expresión que se halla en el archivo general de la Or- den de Carmelitas Descalzos a que me remito. Y en fe de ello, a pedi- mento de la M. Priora y religiosas del convento de Carmelitas Des- calzas, doy el presente que signo y firmo; asimismo doy fe y verda- dero testimonio que en dicha urna de plata en que se colocó el cuer- po de la Santa Madre, entre las sábanas se pusieron unos papeles de polvos que del mismo cuerpo, según aparecía, se habían recogido de las sábanas en que S3 hallaba dicho santo cuerpo, con lo que se cerró dicha urna con cuatro llaves, de las que se recogiííron dos por el Rvmo. Padre General y Priora de este convento,, y las dos restantes por D, ñlonso de Oviedo, apoderado del Excmo. Sr. Duque de fllba, de las que por S. E. se habrá de entregar una a Su Majestad Ca- tólica; y cerrada dicha urna en esta forma, se incluyó en la de mármol y se cerró con tres llaves, que manifiestan en una tapa de bronce que está a la parte de afuera; y para que conste del mismo pedimento doy el presente que fírmo entre renglones: Fr. D. Francisco, Obispo de Zela. Vale. Licenciado D. Manuel Francisco Gutiérrez Varona, N." S.o Firmas originales de las Monjas: M.^ Teresa del Sontísimo Sa- cramento, Priora; Josefa B. de la Anunciación, Subpriora y Clava- ria; Teresa de .San José, Clavaria; Manuela de Jesús, Clavaria; María Elena de San José, Catalina de la Santísima Trinidad. Antonia de la Santísima Trinidad, Jerónima de Santa Ana, Francisca de San Joaquín, Teresa Joaquina de la Asunción. Anastasia de Santa Teresa. Josefa de San Miguel. María Benita de Santo Domingo. Isabel /W.« de Jesús, Josefa de Santo Teresa, Teresa María de San José.

288 APÉNDICES

LIV

COPIA DEL DECRETO DEL R. P. VICARIO GENERAL FR. ESTEBAN DE SAN JOSÉ, Y SU DEFINITORIO, EN QUE PROMETEN, EN NOMBRE DE TODA LA RELIGIÓN, NO MOVER NUNCA DE ESTE CONVENTO DE ALBA EL CUERPO DE N. M. SANTA TERESA DE JESÚS. (aÑO DE 1676) (1).

J. ^. t J. T.

Nos, Fr. Esteban de San Joseph, Vicario General de la Orden de Carmelitas Descalzos, Fr. Luis de Jesús M.a, Definidor General por la Provincia de Castilla la Vieja, Fr. Rodrigo de San Joseph por la de ñndalucia, Fr. Joseph de Jesús María por la de ñragón y Cataluña, Fr. Juan de Jesús por la de Portugal, Fr. Antonio de San Joseph por la de Castilla la Nueva) y Fr. Blas de San Jerónimo por la de Nueva España en el Reino de ^éxico, juntos en este nuestro Colegio de N. P. S. Cirilo de la villa de Alcalá de Henares, en junta extraor- dinaria que celebramos en este dicho Colegio, decimos que por cuanto habiendo muerto N. gloriosa y Santa Madre Teresa de Jesús en el convento de nuestras religiosas de la villa de Hlba de Tormes, es- tanto huéspeda en dicho convento, en 4 de Octubre de mil y qui- nientos y ochenta y dos años, y de paso para su convento de Avila, donde era actualmente Priora, llevaron los Prelados que entonces eran de la Religión su santo cuerpo al dicho nuestro convento de religio- sas de Avila, y por parte del Excmo. Sr. Duque de Alba, D. Antonio Alvarez de Toledo se consiguió Breve de la Santidad de nuestro muy santo Padre Sixto V; a instancia y súplica del Excmo. Sr. D. Fer- nando de Toledo, su tío, gran Prior de San Juan, para que el dicho santo cuerpo de N. gloriosa Santa Madre se volviese al dicho convento de nuestras religiosas de Alba, de donde se había sacado, y que puesto allí no se innovase por la Religión, y que en cumplimiento

1 No obstante la sentencia del nuncio Speciano de l.o de Diciembre de 1588, confirmada al año siguiente por Sixto V, según hemos visto en la página 255, ni la ciudad ni las Carmeli- tas de Avila se resignaban a perder el derecho que creían tener al cuerpo de la Santa. En la declaración jurídica que Ana de Jesús prestó el año de 1597 en Salamanca, da a entender que aun estaba «en contienda de si ha de quedar allí (en Alba) o no». Sabemos por un índice anti- guo de los instrumentos y papeles que había en el Archivo de los Carmelitas Descalzos de Avila, que todavía se conserva, si bien los documentos de que hace mención han desaparecido casi todos, que en 1673 se elevó a Su Majestad un memorial para trasladar a Avila el cuerpo de la Santa. Más tarde se renovaron estos deseos. A ellos quizá se responde en el decreto que aquí publicamos, según el original que se guarda en las Carmelitas Descalzas de Alba.

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y ejecución del dicho Breve, los dichos Prelados restituyeron el dicho santo cuerpo al dicho convento de Hlba, en veinte y tres de Agosto de mil quinientos y ochenta y seis años, y ha estado desde este tiempo en este lugar, sin que por la Religión se haya innovado, ni 'pretendido nunca sacar dicho santo cuerpo; y deseando ahora nos- otros dar a esto firmeza, permanencia y estabilidad perpetua, en atención a la gran piedad, afecto y devoción que nuestra sagrada Religión ha experimentado siempre en los Excmos. Sres. Duques de Hlba que han sido, y que se contina hoy por el Excmo. Sr. D. An- tonio ñlvarez de Toledo, que al presente lo es, y de cuya grandeza hemos recibido singularísimos beneficios con un cordial amparo y pro- tección, y hoy de nuevo recibimos el que Su Excelencia se ha ser- vido de dar licencia para que en dicha su villa de Hlba de Tormes pueda fundar la Religión hospicio de religiosos secular o eclesiás- tico, y que habiendo oportunidad de medios podamos pasar a la fun- dación de convento de religiosos, siendo único fin de dicho excelen- tísimo señor la mayor veneración y culto de nuestra Santa Madre, que ha solicitado siempre Su Excelencia con todo estudio y devoción, y que en dicho Convento y lugar le ha tenido nuestra gloriosa y santa A'iadrc el tiempo que ha estado, yendo cada día a mayor aumento, y que esperamos vaya siempre a más, estando a la protección de dichos Excmos. Señores, especialmente por el medio de la asistencia de re- ligiosos que Su Exea, se ha servido conceder, juntándose a esto la gran veneración que ha tenido dicho santo cuerpo y los grandes favores que Su Majestad ha hecho por su intercesión, indicios de que se califica su voluntad divina, persevere dicho santo cuerpo, en el lugar donae murió y que con tanta veneración se halla colocado. En atención a todo lo referido y en remuneración y reconocimiento de los singulares beneficios que, como hemos confesado, y es cierto, hemos recibido de los dichos Excmos. Sres. Duques de Alba, y muy principal- mente de los quQ reconocemos al dicho Excmo. Sr. D. Hntonio illva- rez de Toledo, que lo es al presente: En nombre de toda la Reli- gión y Én la mejor vía y forma que podemos y haya lugar de dere- cho, nos apartamos de cualquier título, derecho o acción que tengamos o podemos tener para que el dicho santo Cuerpo se remueva o pueda llevar a ningún convento o a otra cualquiera parte; y desde luego queremos y consentimos en que el dicho santo cuerpo sea venerado y persevere en el dicho convento de nuestras religiosas de la dicha villa de Alba de Tormes, sin que nunca por nosotros o por los que después de nos viniesen, se pueda intentar, pedir o reclamar en contra- rio; M caso que se pida, queremos no ser oídos, porque por este apartamiento desistimos y nos apartamos de cualquiera acción o tí- tulo oue tengamos o podamos tener; y a mayor abundancia lo renim- ciamos a favor de dicho convento de Religiosas de la Villa de Alba de Tormes, y de los Excmos. Sres. Duaues de Alba, como sus pro- tectores, y queremos se estime este apartamiento siempre por con- trato oneroso y que tenga contra nosotros y contra la dicha nuestra Religión las mayores fuerzas que en derecho hayan lugar, respecto de que declaramos y confesamos sernos útil y conveniente, y para

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SU mayor firmeza, ofrecemos y nos obligamos a nunca reclamar con- tra él y que los que vinieren harán lo mismo, y a la seguridad de todo lo sobredicho obligamos todos los bienes espirituales y tempo- rales de la dicha nuestra Religión. Y por la verdad, lo firmamos de nuestros nombres, en Alcalá de Henares, a 15 de Hbril de 1676.

Fray Esteban de San José, Vicario General; Fr. Rodrigo de San José, Definidor General; Fr. Juan de Jesús, Definidor General; Fr. An- tonio de San José, Definidor; Fr. Luis de Jesús María, Definidor Ge- neral; Fr. José de Jesús María, Definidor General; Fr. Blas de San Jerónimo, Definidor General.

üPENCices 291

LV

VIRTUDES DE NUESTRA MADRE SñNTfl TERESA SEGÚN UNA RELACIÓN DE SU PRUWA LA VENERABLE MADRE MARÍA DE SAN JERÓNIMO (1).

Harto me holgara no tener tanta falta de memoria para cumplir lo que la obediencia me ha mandado, que es que diga algunas cosas de las que vi y a nuestra Santa Madre Teresa de Jesús el tiempo que la tuvimos en esta casa; y si no fuera por la falta dicha, pudiera decir muchas y también por haber pasado más de veinte años, digo de los principios desta casa, donde nos dio tantos ejemplos a las que acabábamos de venir a ella, y también porque en aquel tiempo se to- maban las cosas tan al descuido, que nunca se miraban con pensamiento de escribirse, y ansí las dejábamos todas olvidar. Y con esto lo que de aquel tiempo sólo se podrá decir, es cosas generales, como es la mucha humildad y caridad y afabilidad con que trataba con todas.

En aquellos principios no se tenían freilas, y andábamos a sema- nas en la cocina, y con todas sus ocupaciones, que eran muchas, cum- plía la semana que le venía como las demás hermanas, y no nos daba poco contento verla en la cocina, porque lo hacía con gran alegría y cuidado de regalar a todas, y así parece que le tenía Su Majestad de enviar aquella semana más limosna que otras; y ansí decía que condes- cendía Nuestro Señor con su deseo, que como le tenía de darnos bien de comer, le enviaba con qué lo hiciese, ñcaecía algunas veces haber un huevo o dos, o cosa semejante, para dar a todo el convento, y diciendo questo se diese a quien tenía más necesidad, parcciéndonos quella era quien más la tenía, por ser mujer de muchas enfermedades.

1 La fama de santidad que aun en vida gozó Sania Teresa, se acrecentó rápidamente después de su muerte, merced a los prodigios que por su Intercesión comenzaron a obrarse. Los Superiores de la Descalcez carmelitana pusieron buen cuidado en recoger de labios de per^ sonas autorizadas, que habían conocido y tratado a la Santa, todo lo más notable de su vida admirable u edificativa, aun antes que comenzasen a Incoarse los diversos procesos de beati- ficación 1) canonización. Una de estas interesantes relaciones, debida a la A\. María de S. leró- nlmo, ha llegado hasta nosotros, y se conserva, firmada por ella, en el manuscrito, mencionado ga en la página 232, de las Carmelitas Descalzas de S. José, del que poseemos reproducción fotográfica. Fué María de S. Jerónimo, prima de Santa Teresa, y natural de Avila, donde nació por los años de 15*11. Llamábanse sus padres Alonso Alvarez Dávila y Agencia de Salazar. El 30 de Septiembre de 1563 tomó el hábito en San José de su ciudad natal; en él desempeñó muchos años el oficio de priora. La Santa hizo de la venerable María mucha estima por sus grandes virtudes, claro talento y apreciables dotes de gobierno. En 1591 fué a Madrid para diri- gir aquella comunidad de Carmelitas Descalzas, y en 1595 pasó a fundar en Ocafia un nuevo convento. Llena de méritos, murió en Avila el Ó de Abril de 1602, según consta en el Libro de Defunciones de aquella casa. María de S. Jerónimo fué grande amiga de Ana de S. Bartolomé, U buena parte de lo que aquí refiere, de esta venerable lo supo.

292 APÉNDICES

con todo nunca admitía que se lo diesen, diciendo quella no tenía ne- cesidad para ello, porque sus hijas lo comiesen, quen quitarles a ellas el trabajo y tomarle para tenia extremo.

En la virtud de la caridad tenía gran extremo, especial con las en- fermas que no les faltase todo lo necesario, y ansí víamos muchas veces que acudía Nuestro Señor a proveer las necesidades, y corres- pondía a la gran fe que ella tenia, y así nos decía muchas veces que tuviésemos por cierto, que si no faltásemos en el servicio de Nuestro Señor, quél nunca nos faltaría. Y decía esto como quien tenía tan buena experiencia acerca desto de la fe con que comenzaba las cosas. La decir un día, luego que se fundó esta casa, que tuvo necesidad de hacer un poco de obra y que ella no tenía blanca para ello, ni sabía de dónde la tener; con todo esto, como vio la necesidad, determinóse a concertar la obra, que fué cantidad de ochenta ducados. Acabado de hacer el concierto, vino una persona a verla, y dicléndole lo que había concertado, díjole que para qué había hecho tal cosii no teniendo de dónde lo pagar. Respondióle que Dios lo proveería, y así fué, que luego otro día le trajeron cartas de un hermano que tenía en las Indias, en que le enviaba, creo, más de docientos ducados (1).

Otra vez hubo necesidad de hacerse en esta casa iglesia, antes de la que agora tenemos, de manera que aunque no era hacerla de principio, se habían de gastar hartos reales para acomodarla. Ella no tenía blanca ni sabía qué se hacer. Llamó a la hermana quera provisora, y díjola que si tenía algo que la dar para comenzar aquella obra. Res- pondióle la hermana que sólo un cuarto tenía en su poder, ñ. ella le dio harto placer desto, mas no se desanimó para dejar de comenzar la obra, y así la comenzó y acabó en breve tiempo, porque Nuestro Señor la proveyó de limosna con que se hizo.

Pues si tractase del efecto que hacia en las almas su oración, había mucho que tractar desto. Yo supe de una persona principal destos reinos, que vino a su noticia questaba en una necesidad, y era que tenía deseo de apartarse de cierta ocasión de pecado, y no podía, porque la traía delante de los ojos y no tenía fuerza para quitarla. Ella la tuvo con Nuestro Señor de manera que dentro de poco tiempo, lo que había harto que duraba, se quitó todo. Ella dio orden cómo hablar y escribir a esta persona; y con esto, y la oración y muchas penitencias que hizo por ella, no sólo se quitó la ocasión y escándalo que había, mas fué grande el bien y aprovechamiento que hubo después en esta alma, donde quedó bien agradecida de la merced que Nuestro Señor le había hecho por medio de la Santa Madre.

decir que había un clérigo en cierto pueblo que había dos años questaba en pecado mortal. Como 1? Santa Madre lo supo, escribióle una carta; fué de tanto efecto, que dicen que con ésta salió de pecado y que traía la carta consigo. R ella le debía de costar este negocio no poca oración, porque lo víamos muchas veces cuando se ofrecía así cosas semejantes de pedir a Nuestro Señor por almas questaban en tal estado, la oración que le costaban y la batería que los demonios

1 Véase el tomo I, pág. 279.

APÉNDICES 293

la daban sobre ello, que algunas veces la víamos de manera que nos hacía gran lástima ver cuál la paraban el cuerpo. Y aunque la batería era interior, era de manera que redundaba en darla muchos golpes en el cuerpo, y vía ella los demonios la rabia que les daba lo que ella hacía por estas almas, y amenazábanla diciendo quellos se vengarían della. Después de pasado, me lo contaba ella algunas veces, y decíame que cuando vía algún alma destas con aprovechamiento y que iba me- jorando, que ya ella vía que lo había de pagar. Destas cosas le acae- cían muchas, porque era grande el ansia que tenía del bien de las almas.

Traía grandes deseos de penitencia, y con esto siempre andaba buscando invenciones para hacer más, que con tener grandes enferme- dades, no se le ponía cosa delante, y ansí concertó un día con las her- manas de que todas nos vistiésemos de jerga y que lo trajésemos en lugar de estameña, que agora traemos junto al cuerpo, y que desto fuesen las sábanas y las almohadas, y con esto dijo quella era la primera que se lo había de poner y ansí lo hizo; porque decía que si hacía daño, quella lo quería experimentar primero que las hermanas se lo pusiesen, y lo trajo ella y todas hasta quel perlado mandó que se quitase, porque decían era muy enfermo para la salud. En discipli- nas y cilicios era lo que pasaba de manera hasta hacérsele llagas.

En lo que toca en lo de la oración, pasó mucho trabajo por que- rerla encubrir, y tanto cuanto ella más hacía desto, más parece que hacía Nuestro Señor para descubrirla. Dábale gran pena que la tuvie- sen en posesión de santa. Yo vi un papel escripto de su letra sobre una relación que daba a un confesor suyo, entendiendo que se tenía della la opinión dicha. Deseábalo y tratábalo de irse a un monesterio lejos de aquí (1), y entrar por freila, para disimular más y no ser cognocida; y como el Señor la guardaba para otras obras mayores, no permitía questo pasase adelante, porque era antes que se ñmdase esta casa.

decir a un confesor suyo, harto letrado y avisado, que su trato más parecía de ángel que de criatura humana, y no me espanto que dijese esto, porque fuera de lo quél sabia del mucho bien que había venido a almas por tratarla, en mesmo tenía buena experiencia desto en el aprovechamiento que liabía sentido después que la trataba. Por- que aunque él era bueno, fué mucho el aprovechamiento de virtud que después se vio en este Padre. Oíla decir un día questándole encomen- dando a Dios a este mesmo, había dicho a Su Majestad: «Señor, este es bueno para nuestro amigo», que con esta familiaridad tractaba con Dios.

Tornando a lo que decía del cuidado que traía de encubrir su ora- ción, comenzóle de manera una vez, que le levantaba el cuerpo de la tierra; fué a tiempo que llegaba a comulgar, y como ella comenzó a sentir esto, asióse con entrambas manos a la reja para tenerse fuerte- mente, porque le dio gran pena que le comenzasen cosas tan exteriores, y asi decía que le había costado mucha oración pedir al Señor se lo

1 Cfr. Libro de la Vida. pág. 265.

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quitase y así se lo quitó. Que aunque también le daba pena los arroba- mientos delante de nosotras, ya en fin lo pasaba; mas de la gente de fuera, era mucho lo que sentía, y disimulábalo con decir quera enferma del corazón; y así, cuando esto le acaecía delante de alguien, pedía que le diesen algo de comer y de beber, para por aquí dar a entender quera necesidad de enfermedad.

Andando en estos ejercicios de oración y penitencia y aprovecha- miento de almas, y con gran ejemplo de humildad que nos daba siem- pre, vino el Generalísimo de Roma y dióle las patentes para fundar los monesterios. Cuando salió a fundar el primero, había cinco años questa casa se había hecho (1). Fué mucho lo que todas sentimos el día que la vimos salir della, porque era en extremo lo que la amábamos, y así cada una de nosotras tuviéramos por gran dicha que nos quisiera llevar en su compañía. Procuró antes que fuese, dejarnos acomodadas de casa y huerta, para que no sintiésemos tanto su ausencia, y con no tener blanca para esto, se adeudó en nueve mil reales, y esto hizo con la fe que hacía otras cosas de que Nuestro Señor se lo había de reme- diar, y así le deparó monjas que trajeron esta limosna, y tales como se podían desear de virtudes; que no fué poco en tal coyuntura haber quien quisiese venir a tomar aquí el hábito; porque en sabiendo que se supo que la Santa Madre salía desta casa, les parecía a todos que- daba perdida y que todo se había de deshacer luego. Desto no tenía- mos pena las que quedábamos en ella, que bien echábamos de ver ser obra de Dios, por las cosas que habíamos visto que Su iVlajestad había hecho después questábamos en ella; y ansí sólo teníamos pena de vernos sin nuestra Santa Madre. Y aunque ella también sentía el dejarnos, procuraba disimularlo por no nos dar pena. R la hora que se hubo de partir, se fué a una ermita que hay en esta casa de un Cristo a la Columna, a suplicarle muy de veras fuese servido de que cuando ella volviese a esta casa, la hallase ella como la dejaba. Concedióselo Nuestro Señor tan bien como se ha visto por la obra, que no sólo en lo espiritual, sino en lo temporal se ha visto claramente lo que Su Majestad ha favorecido esta casa, y se vía claramente que era por medio de su oración; que aunque andaba en las fundaciones, tenía cuidado della y era priora della, y así la que quedó entonces por mayor, se vio claro lo poco que hacía en su gobierno.

Y porque este discurso de tiempo que pasó fundando los mones- terios, ella lo dejó escripto, no diré aquí nada más de que claro que lo menos de lo que pasó fué lo que escribió, porque si las cosas que yo la oía contar de persecuciones y trabajos se hubieran de escribir, se podía hacer un libro dello. Lo que yo podré decir aquí es de la pa- ciencia que la vi en dos años que estuvo en esta casa, después que fundó la de Sevilla. Vino de Toledo aquí cuando hubimos de dar la obediencia a la Orden (2). Hecho esto, que fué una cosa de mucho con- tento para ella, aguósele bien con los trabajos y persecuciones que sobrevinieron luego, que fué cuando se andaba tratando de hacer pro- vincia, que fueron tantos los enredos y marañas que el demonio le-

1 El primero después de San José, fué el de Medina del Campo, fundado en 15fi7.

2 Por Julio de 1577. (Véase la página 219).

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vantó, que fué bien menester la perfeción que Dios la había dado para llevarlo; porque no sólo procuraba que no pasase adelante el hacerse la provincia, sino deshacer los raonesterios que estaban hechos, y para esto inventaba de desacreditar a los frailes y a la Madre, levan- tándoles terribles testimonios de cosas tan graves y malas, que sólo oirlo no se podía sufrir.

Destas cosas y de otras venían muy a menudo cartas dándole cuenta de todo lo que pasaba, porque se la daban muy por menudo de todos los negocios, que nada se meneaba sin su parecer. Todas estas cosas pasaban entre personas graves y delante del Nuncio. Veamos agora cómo lo tomaba la Santa Madre cuando oía decir que tal la paraban y que tanta diligencia y cuidado se ponía en deshacer con oprobio lo que tanto trabajo a ella le había costado. Llamábanos a todas y leía- nos las cartas, y ella se quedaba con la mayor paz y sosiego del mundo, y hartas veces con risa de ver lo que decían della; nunca la vi enojada, ni turbada ni con la menor alteración del mundo por cosa que della dijesen, sino que decía que cobraba amor a estas personas y las encomendaba mucho a Dios. Y no paraba en esto, sino que la decir, que muchas veces le era esto causa de mucho gozo interior, y mostrábalo bien el contento y regocijo que exteriormente le víamos cuando estas cosas se ofrecían. Decía que le hacían mucho Dien, porque ya que en aquello no tenía culpa, que en otras cosas había ofendido a Dios, que se iría lo uno por lo otro. Venían otras veces nuevas de que todos los negocios iban perdidos, porque parecía que cada día se iban las cosas puniendo peor. Estaba en esto con un ánimo y confianza tan grande, que no sólo no tenia necesidad de que la consolasen en ello, mas ella lo hacía a nosotras viéndonos penadas, y nos decía que lo encomendásemos a Nuestro Señor y no tuviésemos pena, que todo se haría muy bien; y al tiempo que todos decían que los negocios iban perdidos, entonces parecía que salía con nuevas confianzas, y respon- día a quien se lo decía: ¿Ven todo esto que pasa? pues todo es por mejor. Y así parecía que lo era para ella, porque la oía decir el gran bien que en su alma había sentido y provecho de los trabajos y contradiciones que había tenido.

La que tuvo de los amigos no fué la menor, sino mayor que todas; porque, como es de quien más se siente, daban ocasión de mayor tra- bajo, ñ ella se le dieron harto, porque, como los vía que andaban con buen celo y la querían bien, parecíale que ellos eran los que acertaban y quella debía de ser la que erraba; y como eran personas buenas, era ocasión de ponella en mucha confusión, porque decía algunas veces que le parecía que ellos eran los que acertaban y que ella era la que erraba, y con todo cuanto la apretaban, nunca la decir de todas estas personas sino palabras de mucha edificación, diciendo que eran unos santos, y que todo lo que hacían lo era. Mientras pasaban estas persecuciones, que fueron dos años en esta furia, el tiempo que le que- daba de escribir para los negocios, escribía a los monesterios de las monjas consolándolas, que lo habían bien menester, que como en lo que se daba era deshacerlos, estaban fatigadas, y con ver letra suya les era de mucho consuelo.

Este no les duró mucho, porque el demonio puso sus diligencias

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para estorbarle; y fué que una noche cayó de unas escaleras abajo, y fué de arte la caída, que no se pudo entender sino que el demonio la había echado de las escaleras; porque iba con su luz en la mano, y después de la haber subido toda, estando para entrar en el coro a Completas, dijo que se le desatinó la cabeza de arte que la hizo tornar atrás y caer. Lisióse de tal manera en un brazo, que nunca más le pudo tornar a mandar como antes (1). Pasó grandísimos dolores del; duróle años que casi no le pudo menear. Fué esto una cosa de harto trabajo para las que la víamos y para ella: lo uno, porque en toda su vida pudo vestirse ni desnudarse ni ponerse un velo sobre la cabeza; lo otro, porque no podía escribir en tiempo que había tanta necesidad de ello, y sabiendo en los monesterios que estaba de esta manera, sentí- anlo mucho. Llevábalo todo con grandísima paciencia y alegría. Pre- guntóla una hermana que si no tenía muchas ansias de comulgar, porque había un mes que no lo había hecho, porque no estaba para poderla levantar. Respondió que no, que estaba tan conforme con lo que Nuestro Señor había hecho, que no sentía más que si comulgara cada día.

Tuvo mucho hastío en este mal, y dijo un dís^ a la enfermera, que le parecía que comiera bien de un melón, por la mucha sequedad que tenía en la boca, mas que si no le había en casa, que no le fuesen a buscar. No le había en casa; mas como había mandado que no le buscasen, no osaron enviar por él, aunque vían ia necesidad; y dándola de comer sin él, era tanto su hastío, que no pudo comer, y así le quitaban ya la comida de delante. En esto llamaron al torno; yendo a responder, hallaron en él medio melón, y no hallaron a nadie que le pusiese, ni hasta hoy se supo quién, y así se puede entender que Nuestro Señor movió alguna persona que socorriese la necesidad de su sierva.

Pasados los dos años dichos de esta gran persecución, que de otras que no fueron en este extremo, más fueron de quince años y aun

1 Le ocurrió este percance en la noche de Navidad de 1577. «Iba la Madre a completas con su luz en la mano, u después de haber subido toda la escalera, estando para entrar en el coro, quedó de presto como desatinada de la cabeza, y volvió atrás, \j cayó u quebróse el brazo izquierdo. Fué grande el valor que tuvo de presente, y mayor el que tuvo después con la cura; porque pasó mucho tiempo sin haber quien se le concertase, por estar a la sazón mala una mujer de cerca de Medina, que tenía esta gracia. Y como no pudo venir, envió a decir que la pusiesen algunas cosas, entreta¡ito que ella iba. Y ya cuando fué, estaba el brazo añudado y manco. Y con todo eso se puso en sus manos, para que hiciese lo que quisiese, con el deseo que tenía de padecer. Para esto mandó la Madre a las monjas que se fuesen todas al coro a encomendarla a Dios, y quedóse sola con la mujer, y con otra labradora su compañera. Las dos, que eran grandes y de muchas fuerzas, comenzaron a tirarla fuertemente del brazo, hasta hacer dar un estallido a la choquezuela del hombro, como estaba ya el brazo añudado, y hiciéronla pasar intolerables dolores. En éstos estaba ella con- siderando el que Nuestro Señor había sufrido cuando le estiraron los brazos en la cruz. Cuando volvieron las monjas, la hallaron como si no hubiera pasado nada, antes muy con- tenta, y decía que no quisiera haber dejado de pasar aquello por todas las cosas de la tierra. Duróle harto tiempo, que casi no le pudo menear, y en fin, quedó manca de él, y en toda su vida pudo vestirse ni desnudarse, ni ponerse un velo sobre la cabeza. La caída fué tal, y tan sin pensar, y tan sin ocasión, y tan grande, que todas las de casa tuvieron por cierto haber sido el demonio el que se la hizo dar, y pareció más claro, porque, diciéndola una her- mana que el demonio debía de haber hecho aquello, respondió la Madre: «Más mal quisiera aún el hacer, si le dejaran*. (Cfr. Ribera, lib. IV, c. XVII).

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veinte. Mandó el Nuncio que estuviesen sujetos estos monesterios al Provincial de los Calzados, que aquella sazón era Fr. Ángel de Salazar, y así él comenzó luego a visitar los monesterios. Yendo a la casa de Salamanca, halló que había gran necesidad de que la Santa Madre fuese allí por ciertos pleitos que traían sobre la compra de una casa, y envióla obediencia de que fuese allí, y juntamente la mandó que fuese a Valladolid, porque se lo había pedido mucho la señora doña María de Mendoza, que esté en el cielo, al P. Fr. ñngel, que se lo mandase, que era grande la devoción que esta señora la tenía; y así se partió de esta casa a hacer estas dos jornadas. Llevó consigo una hermana desta casa, que la trajo por compañera hasta que murió, y así todo lo que de aquí adelante se dijere, es ella la que lo dice como testigo de vista, que anduvo siempre a su lado, y es mujer a quien se le puede dar crédito, porque es mucha su virtud y el talento que Dios le ha dado (1). que nuestra Santa Madre la tenía en mucho y que se aconsejaba mejor con ella que con muchas monjas del coro, porque es ella una freila. Yo la he tratado muchos años y harto de su conciencia, y me hace harto alabar a Dios oiría y ver lo que Dios ha puesto en esta alma. Yo creo que no dejarán de salir algunas cosas suyas a luz, a su tiempo, para gloria de Nuestro Señor. He dicho estas razones, porque se entienda que todo lo que agora se dijere, es de testigo de vista y persona a quien podemos dar crédito. María de San Jerónimo (1).

Saliendo, pues, nuestra Santa Madre de esta casa de San Joseph de Avila para la jornada que queda dicha, diéronla por su compañía un sacerdote de los más contrarios que ella tenía, y que andaba con harto cuidado para mirar todo lo que ella hacía y contradecir sus cosas. Ella recibió esta compañía como de la mano de Dios; como vía que la venía por la obediencia, fué con un amor y beneplácito trac- tando con este Padre por el camino, que nos hacía alabar a Dios, y no sólo le regalaba con lo que podía, mas como a amigo le daba las imágenes y estampas que ella tenía para su regalo, y le decía: xMirc, mi Padre, si le contenta otra cosa de lo que yo traigo, que se lo daré de muy buena voluntad». Dióle una imagen del Espíritu Santo, que ella quería mucho y no la había querido dar a otras personas, y díjole que por lo mucho que le quería se la daba. Había un monesterio cerca de este camino que iba, y sabiendo la Santa Madre que las per- sonas de este monesterio le eran contrarias, pidió a este sacerdote que la llevaba, que se fuesen por allí aunque rodeaban alguna legua; él sabía bien la contradicción que en esta casa tenían con ella, y viendo la humildad con que ella lo pedía, se lo concedió. Llegando a la casa y nombrando a la Santa Madre que está allí, a mi parecer, que se tur- baron los que en ella estaban, porque, aunque anduvimos buen rato por ella, no parecía criatura. La Santa Madre los llamó, y viniendo donde ella estaba, los abrazó a cada uno de por sí, mostrándolos tanto amoi, que parecia los quería meter en su alma. Estuvo aquí desde

1 Venerable Ana de San Bartolomé.

2 La firma e:s autógrafa. £1 Códice continúa luego con la misma letra la relación de la V. Ana de San Bartolomé, recogida por María dv; San Jerónimo.

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hora de misa hasta la tarde con esta alegría y beneplácito. Cuando se hubo de ir, salieron acompañándola fuera del lugar. Decían les hacía ternura y soledad verla ir tan presto y mostraban tener harta confusión de la santidad que veían en ella. Al Padre que iba con ella le pesó harto cuando vía que se acababa la jornada del camino, porque iba ya tan devoto y aficionado a la Santa Madre, que la dijo mirase si quería servirse del para pasar más adelante, que le sería mucho regalo.

Otras muchas personas vi muy contrarias a la buena opinión que se podía tener de sus cosas, y en sabiéndolo la Santa Madre, los bus- caba si estaban en parte donde los podía haber, y trataba con ellos lo que le parecía les hacía más durar, y quedaban tan llanos y satis- fechos, que era para alabar a Dios. Espantábanse mucho los que la acompañaban por los caminos de ver los trabajos e infortunios que se nos ofrecían, que a ellos les hacía desmayar g ver a la Santa con tan buen ánimo en todo, y alentallos como si no pasara por ella mal ninguno. Algunos días caminaba siendo todo el día de agua o nieve y sin hallar poblado en algunas leguas, ni llevar alguna defensa para no se mojar, y llegaba a la noche algunas posadas donde no había lumbre ni con qué la hacer, ni qué comer, y el abrigo de la cama y aposento donde estaba, era verse el cielo, y el agua que caía del entraba en el mesmo aposento, y acaecíale algunas veces tener los vestidos calados. De esta manera y otras semejantes, la vi andar por los caminos, y con tanto espíritu y alegría, que parecía que se iba deleitando en padecer. Y bien mostraba esto, porque nunca reparaba, por mal tiempo que hiciese, en dejar de proseguir sus caminos con todas las enfermedades que tenía. Decía a los que iban con ella en tales tiempos: «Tengan mucho ánimo, que estos días son muy ricos para ganar el cielo». Respondió el que iba con ella, que debía de Ir bien trabajado: «También me le ganaba yo dende mi casa».

Aconteció llegar a una posada una noche de las dichas, bien nece- sitada de abrigo, porque de la mucha humedad de los vestidos le había dado mal de hijada y perlesía; y estando yo con ella y viéndola con grandes temblores, salí a buscar lumbre para calentarla un paño. Viendo esto una persona de bien que estaba en la posada, empenzó a decir muchos baldones sobre la Santa Madre y cosas que parecía le movía el demonio, porque de personas semejantes no se podía creer tal, porque era un religioso; sino que lo debía Dios de ordenar para que la Santa padeciese, y con todo su mal lo llevó con mucha alegría u conformidad, pareciéndole no merecía ella oir otras cosas de sí.

Llegando un día a un lugar que se llama La Puebla, en la Mancha, era día de la Encarnación, y fuese a apear a la iglesia para oir misa y comulgar; y viéndola los de la iglesia, dijeron que aquella mujer parecía que traía malos pasos, que sería bien prendella; y como la vieron recibir el Santísimo Sacramento, llegáronse a ella muy escan- dalizados; que cómo y cómo había comulgado, que primero que de allí saliese harían probanza de quién era. A la Santa Madre le dio mucho gozo de ver la opinión en que la tenían, y así no les respondió cosa alguna.

Aquí pasó tanto en el alboroto que hubo en la Iglesia, que no es

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nada lo que se puede decir, sigún lo que yo vi, y había grandes fiestas que tenían para aquel día, porque era la vocación de la igle- sia; y todo estuvo suspenso, porque todos estaban tan alborotados, hasta averiguar qué gente era ésta, que no estaban para entender en fiesta ninguna. Y a tanto llegó este alboroto, que fué menester que la Santa Madre y las que veníamos con ella nos metiésemos en el coche para que no nos viesen, aun antes que comiésemos bocado; y a no traer entonces la compañía que traía, que era el P. Fr. Antonio de Jesús, que le conocían por aquellas tierras, pasara la turbación más adelante, y con cuantas satisfacciones él les daba, dijeron que querían enviar un hombre con ellas para ver dónde iban^ y a todas estas cosas nunca la Santa Madre respondió cosa.

JVIuchas veces la vi en ocasiones semejantes, o otros trabajos que se le ofrecían por los caminos darle tanto ánimo el padecer, que aunque venía mala, parecía quedaba buena y que aquello la daba la salud. Yendo una vez a Malagón, y habiendo llevado muy mal camino y malas noches, llegó tan mala, que le parecía no tenía cosa en todo su cuerpo que no la doliese y que no estaba para menearse de una cama; y llevando intento de pasar las monjas de una casa en que estaban a otra nueva, dijéronle los oficiales en llegando, que más de medio año era menester labrar antes que se pudiesen pasar a ella. Y dióle esto pena a la Santa A\adre, y en amaneciendo otro día, porque el que llegamos era ya muy tarde, fuimos a ver la casa y vió que era verdad lo que los oficiales decían; y con todo esto dijo que se había de hacer de manera que para la Concepción se pasasen las monjas, y esto era día de Santa Catarina Mártir (1).

Espantáronse los oficiales cuando tal oyeron por parecerles impo- sible, y aun yo me espantaba también de haberla visto la noche antes tan mala y inhabilitada de sus miembros, y de verla que parecía no tenía mal según el ánimo y aliento que mostraba. Hl fin se dio tan buena maña, que se acomodó la casa como quería para el día dicho, y hízose con mucha solemnidad del pueblo y de todas las aldeas. Fueron las monjas en procesión con el Santísimo Sacramento. En todo este tiempo que se acomodó la casa, anduvo la Santa Madre desde que amanecía hasta las medias noches con los oficiales, y la primera que tomaba la espuerta y la escoba era ella, y a las once de la noche, que se iba a descansar, rezaba el Oficio divino. Y después de venidas las monjas y la priora, las pedía perdón de las faltas y de lo que no estuviese tan a su gusto, y así se postraba a sus pies como si fuera la menor de todas. En todo nos daba gran ejemplo de humildad; si algunas veces mandando hacer algunas cosas, o siendo necesario, reprender otras, y vía que lo tomaban no tan bien y que les duraba algún día la pena, iba a aquella hermana que estaba de esta arte y la pedía perdón, echándose a sus pies y diciendo que no había mirado lo que había dicho, que la perdonase. Era muy amiga de pedir a todas parecer en cualquier cosa que hiciese.

Pues estándose en esta casa dicha, y habiéndose acabado de aco- .noda: el mesmo día de la Concepción, en la noche le tornó el mesrao

Día 25 de Noviembre.

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mal y tullimiento en los huesos, y dolores, que parecía no tenía cosa sana, ni más ni menos que lo que tuvo cuando llegó del camino; que se vio bien notablemente se lo había Dios quitado porque tenía que hacer, y luego se lo volvió. Llegando la Pascua, fué tanto su espíritu y gozo, que a todas nos le pegaba, y como ya estaba algo mejor y levantada, fué al coro y dijo una lición y erró un poco en ella, y por esto se postró en medio del coro, y fueron tantas las lágrimas de las hermanas, que algunas no pudieron decir nada.

Y como ya tenía Nuestro Señor otro trabajo aparejado en que la ejercitar, fuéla dando más salud, y así, antes que llegasen Carnesto- lendas, vino allí el P. Fr, Antonio de Jesús y el P. Fr. Gabriel de la Asunción para llevarla a la fundación de Villanueva de la Jara, y como estos Padres eran tan cognocidos por toda la Mancha, en todos los lugares que llegaban con nuestra Santa Madre, era tanta la gente que cargaba a verla, que no nos podíamos revolver. Llegamos a un lugar que llamaban Robledo, y en oyendo misa y comulgando la Santa Madre, lleváronnos los Padres en casa de una su devota a comer. Era una dueña muy honrada y aficionada a las cosas de la virtud, y así hizo muy buen recogimiento a la Santa Madre y a su compañía. Cargó tanta gente, que fué necesario que pusiesen dos al- guaciles a la puerta para que nos dejasen comer; porque fué de ma- nera, que por las paredes entraban y nada bastaba, y fué menester encarcelar alguna gente para que pudiésemos salir, que toda su ansia era por ver a la Madre, que hablalla no había remedio. Por esta misma ocasión, en otro lugar cerca de este donde a la entrada hubo el mismo concurso de gente, procuró la Santa Madre que otro día saliese-, mos tres horas antes que amaneciese por librarse de la gente. En saliendo del lugar, se quebró el coche, y como era de noche, no se echó tanto de ver lo que se había hecho, y así anduvimos tres leguas hasta llegar al lugar, que cuando amaneció y vimos lo que pasaba, nos espantamos cómo había sido posible poder caminar con él, y así decía quien iba con la Santa Madre que parecía milagro.

La devoción de todos estos lugares fué muy grande, y así, sabien- do en otro que la Santa Madre había de pasar por allí, estaba allí un labrador muy rico; en casa de éste la tenían aparejado gran cola- ción y comida, y juntó sus hijos yernos que los trajo de otros lugares para que les echase la bendición. Y no paró en esto la devoción de esta buena gente, sino que el ganado también tenían junto para que le bendijese. Llegando la Madre Santa aquí, no quiso detenerse ni apearse por más que se lo importunaron, y así trajo toda su gente para que allí la hablasen y los bendijese a todos, y dende aquí nos fuimos luego.

Antes que llegásemos a Villanueva, había un monesterio de nues- tros frailes, que habíamos de pasar por allí (1). Ellos, como supieron que la Santa Madre llegaba, saliéronla a recibir en procesión buen trecho antes que llegásemos al monesterio, y como era un campo raso, y ellos que debían de venir con harto espíritu, pegábanle a quien los vía.

La Roda, célebre en los primeros años de la Descalcez.

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Decía la Santa Madre que le había sido mucho consuelo el verlos, porque le habían representado los santos del Yermo de nuestra Orden. Llegaron todos de rodillas a pedirla la bendición y la llevaron en procesión a la iglesia. El tiempo que aquí se detuvo, como se supo por aquellos lugares alrededor, venía mucha gente a verla.

De aquí nos partimos para Villanueva de la Jara, y buen rato antes que llegásemos al lugar, salieron muchos niños con gran devoción a recibir a la Santa Madre, y en llegando al carro donde ella iba, se arrodillaba, y que descaperuzados iban delante de ella, hasta que lle- garon a la iglesia, a donde nos apeamos; y como lo que toca a esta fundación la Santa JVladre lo tiene escrípto, no diré yo aquí mas de como se hubo con aquellas beatas que estaban en aquella casa. Hecho el monesterio, andaba en los oficios como las demás; y aunque no se podía aprovechar de más de una mano, barría y servía en refitorio y andaba lo que podía en la cocina. Quedándose un día fuera del re- fitorio con un oficial que hacía un torno para un pozo (1), que era bien grande, cayóscle al oficial y dio sobre la Santa Madre y derribóla en el suelo. Quedóse él como pasmado, que no tuvo ánimo para levan- tarla; ella se levantó con un aliento y ánimo como si no se hubiera hecho nada. Decían había sido milagro no la haber muerto, y la parte del cuerpo que la cogió el torno se le oaro negro; era víspera de San José, y así echamos al Santo el haberla guardado.

De aqui nos venimos a Toledo; andaba con tanto agradecimiento por los caminos, que todos gustaban de acompañarla. La orden que en ellos traía: lo primero era oír misa y comulgar cada día, que esto por más priesa que hubiese nunca lo dejaba; traía siempre agua bendita y su campanilla para tañer a silencio y la tañíamos a su hora; ya sabían los que iban allí que lo habían de guardar en tañendo. Traía su relox para tomar las horas de oración, y cuando tañíamos al salir de oración o silencio, no había más que ver, cuando iban algunos mozos, la fiesta que hacían y el alegría que les daba el poder ya hablar, y siempre tenía la Santa cuidado de nuc en estos tiempos les diesen algo que comer por lo bien que lo habían hecho en callar.

Era muy afable a todos los que la tractaban. Algunas veces venían algunas personas a hablarla con intento de si la podían coger algo, no creyendo lo que della oían. Ella les hablaba en su lenguaje acostum- brado, que era tractar cosas donde las almas saliesen con ganancia, y así lo salieron éstas, que viniendo dos mancebos con la intención dicha, antes que de con ella se quitasen, los tocó Nuestro Señor y le confe- saron su culpa, diciendo con el intento que habían venido; en fin, cuando ellos se fueron, iban muy mudados de como habían venido.

Era muy piadosa con los subditos humildes y subjectos a la obe- diencia, y muy rigurosa con los que mostraban libertad; no era amiga de gente triste, ni lo era ella, ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen. Decía: «Dios me libre de santos encapotados». Sacaba pláticas de Dios por los caminos, de suerte que los que suelen ir jurando y traveseando, gustaban más de oírla que de todos los

1 Consérvase aún el pozo en un patio del Convento.

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placeres del mundo; que así se lo yo decir a ellos. Siempre en los caminos era la primera que despertaba a todos y la postrera que se sosegaba de noche.

Yendo a una fundación, había gran necesidad de agua por aquella tierra, y los que iban con la Santa /Aadre, pidiéronla mucho que supli- case a Nuestro Señor les diese agua. Ella hizo que todas las hermanas que iban allí dijesen una letanía, y así la dijeron luego todas, y antes que se acabase, comenzó a llover, y toda esa noche llovió mucho. Luego dijo que cantasen un Te Deum dando gracias a Nuestro Señor por la merced que les había hecho en darles agua. Hízoles tanta de- voción esto a los que iban allí, que lloraban de ver que lo que habían pedido a la Santa que les alcanzase, en tan poco espacio lo habían visto cumplido; y desto y otras cosas hartas que la acaecían, estaba tan lejos de vanagloria, que la yo decir que en su vida había tenido que confesar de este pecado.

Y porque se vea las diferencias que hace el mundo, otro día, lle- gando a otro lugar, salía alguna gente y decía [cosas] amargas de ellas, que las llevan presas a la Inquisición; y juzgaban esto, porque entre las personas que iban con la Santa Madre en este camino, iba un alguacil con su vara, que era del Obispo de Osma, que había en- viado por la Santa Madre para la fundación de Soria. Cuando llegó, estaba él aguardándola, puesto a una ventana, de donde nos echó la bendición; y porque ella tiene escripia esta fundación de Soria, no diré yo aquí nada de ella; y dende aquí se fué al convento de esta casa de San José de Avila (1).

1 Lo misma copistp, si bien con letra más grande u gruesa, continúa trasladando lo res- tante de esta Relación, que ya queda publicado en las páginas 232 a 241, hablando de los últi- mos días de Santa Teresa.

flPKNDICBS 303

LVl

DEPOSICIÓN DF. Lfl H.a TERESA DE JESÚS, SOBRINA DE Lfl SHNTfl EN EL PRO- CESO DE flVILñ (1596) (1).

1.8 fl la primera pregunta.— Siendo preguntada si conoció a la Ma- dre Teresa de Jesús, y si conoció a sus padres, y dónde era natural, y quiénes fueron sus padrinos, y dónde se bautizó, dijo: esta decla- rante es sobrina de la dicha Madre Teresa de Jesús, hija de her- mano, y que la conoció, trató y comunicó por tiempo de ocho años, en veces, las que la Santa Madre vino a esta casa, a la cual acompañó desde Sevilla hasta la casa de San José de Rvila, y de ella salió en su compañía a cabo de algunos días (o años), a la fundación de Burgos, y en el último año en que la Santa Madre murió, siempre anduvo en su compañía, y se halló a su muerte en la villa de ñlba cuando murió; y sabe que fué natural de ñvila, y que su padre se llamó Rlonso Sánchez de Cepeda, y su madre Doña Beatriz de Ahumada, y ha entendido que a los veinte años y medio de su edad tomó el hábito en la Encarnación (2), día de los difuntos, y que vivió en la Religión 47 años; los 27 en la Encarnación, y los 20 postreros en esta Orden de Descalzas que ella fundó.

2.a R la segunda, siendo preguntada si sabe que la Madre Teresa de Jesús fuese mujer de grande espíritu y de mucha oración y que por medio de ella tuvo gran trato con Dios Nuestro Señor, dijo: que lo

1 De entre las numerosas informaciones que de los Procesos de canonización de la Santa tenemos en nuestro poder para publicarlos algún día, si Dios es servido, reproducimos hoy las dos siguientes Declaraciones de la hija de D. Lorenzo de Cepeda, Teresa de Jesús, así pot traer muchos pormenores referentes a la vida de su santa tía, como por hablar larga-- mente del convento de S. José de Avila. Una y otra están tomadas del Proceso incoado en Avila, que en dos abultados tomos se guarda hoy en el palacio episcopal de aquella ciudad. Esta primera declaración es de 22 de Enero de 1596, hecha al arcediano de Avila, D. Pedro de Tablares, Juez apostólico, delegado para ello.

Nació la sobrina de la Santa en Quito, año de 1566. Conoció a la Santa en Sevilla cuando en Agosto de 1575, después de haber desembarcado con su padre D. Lorenzo en Sanlúcar de Barrameda, se dirigió a la capital andaluza, donde su tía estaba procurando una fundación de Descalzas. Teresita entró con su hábito seglar en el convento de Sevilla, cuando contaba cerca de nueve años, y de allí pasó a S. José de Avila para comenzar su novi- ciado en Julio de 1576. Acompafió a la Santa en la fundación de Burgos, y de aquí salie- ron con intención de ir a Avila para que hiciera la profesión en aquella casa. La muerte de Santa Teresa la retrasó hasta el 5 de Noviembre de 1582. En S. José desempetló diversos oficios con gran edificación de todas. Murió el 10 de Septiembre de 1610, a la edad de cuarenta y tres años. La Relación de 1596 es mucho menos importante que la de 1610, pero como en ésta hace referencia a menudo a la primera, publicamos las dos, aun a trueque de repetir algunos párrafos.

2 Ya dijimos en la página 92, que la Santa, al entrar en la Encarnación, tenía veintiún afios siete meses u seis días.

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que esta declarante pudo conocer del tiempo que la trató y lo que después oía, y antes ha entendido y oído a personas religiosas de esta Orden y otras, es haber sido una alma de las más ejercitadas y señaladas que ha habido en nuestros tiempos en la oración, en la cual recibió grandísimas mercedes y favores de Su Majestad, con grande presencia y comunicación suya y aumento de virtudes; e ansí, en los últimos años de su vida, estaba ya tan llegada a Dios y tan habituada a las cosas espirituales, que ansí parecía no vivir ya sino en lo exterior, y eran cosas tan levantadas las que en su alma pasa- ban, que no eran comunicables, y decía le faltaba tiempo para de- cirlas; y ansí no le gastaba ya en tratar de ellas como solía, porque su espíritu gozaba ya de gran tranquilidad y sosiego, y con este alivio padecer (aia) los grandes trabajos que en la fundación de Bur- gos se le ofrecieron. Tenía una afabilidad extraña; en toda ella mos- traba un ser más que humano y una sencillez y nobleza, que decía algo con aquella primera inocencia. Tenía gran devoción con los san- tos; recibió por intercesión de ellos grandes favores de Dios; y apa- rcciéndolc algunas veces y hallándola esta declarante un día en so- ledad y muy recogida, viniendo^ a plática, la dijo del favor que Santa Clara la hacía, y que apareciéndosele, la había animado a que prosi- guiese en fundar estos monasterios, que ella la ayudaría, y harían bien, dondequiera que estuviesen, los de sus monjas. Esto se ha visto bien cumplido, ansí en Burgas y en Palencia y en esta ciudad, a las cuales ayudaron en sustentar en sus principios las de la Orden de Santa Clara.

Hizo grandísimo provecho a muchas personas, ansí para que sa- liesen de pecados graves como para que otras se adelantasen mucho en virtud y oración, por medio de la suya y de su comunicación; e a esto de que se aprovechasen las almas se inclinaba mucho su espí- ritu; y desde que era de poca edad, comenzó a hacer fruto en per- sonas que trataban con ella, y este fruto ha sido hasta hoy día en tantas personas, que no se le puede poner número fácilmente. Tenía mucha luz para conocer espíritus y modos de oración, y algunas ve- ces lo entendía sin decirla nada, y otras cosas que naturalmente era imposible saberlas, si no era con espíritu de profecía. Y sabe esta declarante que le tuvo conocidamente, y que algunas cosas que Nues- tro Señor le reveló o dijo^ se vieron cumplidas antes y después de su muerte, y que muchas de las vis'ones que tuvo, pertenecieron a este espíritu. Era devotísima del Santísimo Sacramento; recibíale aún desde que estaba en la Encarnación cada día, o los más, por orden de sus confesores, con grande fe, sentimiento y reverencia y provecho; G muchas de las revelaciones que tuvo fueron queriendo comulgar o después de haber comulgado; quedaba su alma que se deshacía de amor y gozo; otras en lágrimas; y de éstas acaeció a esta decla- rante verla como echando fuego de su rostro, y con hacer en ella ad- mirables efectos, y tener gran hambre de recibirle, tenía tanto rendi- miento, que si por mortificarle la quitaban la comunión, o no había oportunidad para recibirla, aunque fuera por algunos días, lo pasaba con mucha conformidad, y conocimiento de su indignidad y buen celo de los que se la quitaban.

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3.a En la tercera pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre Teresa de Jesús fué la que dio principio a la Orden que llaman de Carmelitas Descalzas, y que lo que la movió para este principio fué, como tiene dicho, la gloria de Dios Nuestro Señor y bien de las almas, y del deseo entrañable que Dios le dio desde que se comen- zó a dar de veras a la oración de hacer obras de mucho servicio suyo y honra y gloria y de provecho para las almas, y el pretender vivir y hacer que viviesen las gentes donde con más encerramiento, y peni- tencia y pobreza pudiesen guardar lo que había prometido, no tratando de Religión nueva, sino de renovar la antigua suya mitigada, y emplear ella y las que la siguiesen toda su vida y oración en rogar por el aumento de la Iglesia católica y destrucción de las herejías; las cuales, y en especial las de Francia, le daban tanta pena, que le parecía que mil vidas pusiera para remedio de una alma de las muchas que allí se perdían; y viéndose mujer inhabilitada para aprovecharles en lo que quisiera, determinó hacer esta obra para hacer guerra con las oraciones y vida suya y de sus religiosas a los herejes, y ayudar a los católicos con ejercicios espirituales y continua oración. Decía le daba gran gozo ver una iglesia más en que estuviese el Santísimo Sa- cramento.

Acuérdase haber oído decir, ansí a la Santa Madre, como a otras personas, y en particular a una religiosa que se llamaba Isabel de San Pablo, supriora que fué de esta casa de las Descalzas de ñvila y contemporánea de la Santa Madre Teresa de Jesús cuando estaba en la Encarnación, que ya es muerta y habrá que murió quince años, poco más o menos, que diversas veces le ordenó y mandó Nuestro Señor en la oración el comenzar y proseguir la fundación de estos monasterios con particulares favores y ayuda suya, como se ve en el aumento con que ha ido esta Religión de Monjas y Frailes, sin trazas ni favores humanos. Vese esto claro porque ella le dio principio a los Religiosos Descalzos, y esto le costó muchas y fervorosas oraciones, y con sus vivas razones alcanzó licencia del P. Generalísimo; y al- canzada, dábale gran cuidado no entender hubiese fraile en la Pro- vincia de los Calzados que le pudiese ayudar a ponerlo por obra, ni seglar que quisiese hacer tal comienzo de vida y religión; y ansí no hacía sino suplicar a Nuestro Señor que siquiera una persona deputase. Púsose a tratarlo con un Padre que era Prior de los Carmelitas miti- gados de Medina, y con otro Padre, que se llamaban, el primero Fray Antonio de Heredia, y el segundo Fr. Juan de la Cruz. Rmbos que- rían irse a los Cartujos, y la Santa Madre les impuso y rogó lo de- jasen y diesen principio al deseo que ella tenía de que hubiese Des- calzos Carmelitas; y supo decirles tales razones, que con la ayuda de Dios Nuestro Señor, de voluntad lo aceptaron; y ha oído decir que uno de estos dos religiosos, que es Fr. Juan de la Cruz, que ha años murió, está su cuerpo en la ciudad de Segovia, y que hace milagros, y que está entero, sin corrupción. Y no sabiendo la Madre Teresa qué se hacer de casa para do en ella hiciesen principio estos dos religiosos, proveyó Dios Nuestro Señor que un caballero de Avila se la ofreció, aunque pobre, en un lugarcillo llamado Duruelo. La Santa Madre la fué a ver, y allí comenzó la primera fundación de Re-

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ligiosos Descalzos Carmelitas; y ella informaba a sus dos frailes del modo de vida que habían de tener, y con esto y acomodar sus cosas para la fundación, les ayudó cuanto pudo: y con sus continuas oracio- nes. Quedaron los frailes en la casa, a donde se dijo la primera misa un domingo de Adviento, año de 1568.

4.3 En la cuarta pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre tuvo grande fe, esperanza y caridad, y fué dotada de humildad, pa- ciencia, pobreza penitencia y otras virtudes. En la fe la hizo Dios tanta merced, que no sólo la tuvo grande, sino que jamás tuvo ten- taciones contra ella. Teníala tan arraigada en su alma, que la parecía que contra todos los herejes se pusiera ha hacerles entender iban errados. Decía que las cosas de la fe, mientras menos las entendía, más las creía y mayor devoción la hacían. Y aunque siempre estaba con letrados, nunca preguntaba, ni aún lo deseaba saber, cómo hizo Dios esto, o cómo pudo ser; porque para ella no había menester más de: hízolo Dios iodo, y con esto no tenía que espantarse sino que le alabar. Decía que cuando algunas cosas de las que vía o entendía en la oración la llevaran a cosa contra la fe o ley de Dios, no hubiera menester buscar letrados ni hacer pruebas, porque luego viera que era demonio, y que sabía bien de que en cosa de la fe o contra la menor ceremonia de la Iglesia, que quien viere que ella había, o por cualquiera verdad de la Santa Escritura, pasara ella mil muertes; y si pensara de otra cosa, ella misma fuera a de- nunciar de a la Santa Inquisición.

De la virtud de la esperanza estaba tan llena y era tanta su confianza en Nuestro Señor y sus palabras, que por desbaratados que viera los negocios de sus fundaciones y sin remedio al parecer humano, no desmayaba, sino con un ánimo tan grande y confiado se había en ellos, que nada le parecía le podía faltar ni dejar de ser lo que esperaba, antes mientras más persecuciones y contradicción tenía en sus fundaciones y santos propósitos y deseos, más le crecía el áni- mo y satisfacción de aquella obra; y aquellos monasterios estimaba en más, que habían sido fundados con mayores contradicciones y tra- bajo suyo. Es prueba de esto, ver que siendo una mujer sola, ence- rrada, atada con obediencia, y sin dineros ni favores humanos, antes con tantas contradicciones, saliese con una Orden, como se ha visto, de religiosos y religiosas.

Cuanto a la caridad tenía un amor de Dios encendidísimo, y la iba creciendo cada día más, y el deseo de su honra y gloria y una sed vehemente de verle, y con tan grandes ímpetus, que la dejaba fuera de y hacía desear la muerte con grandes ansias y otros efec- tos particulares de amor. Tenía hecho voto de hacer siempre lo más perfecto (1), y persuadía con veras que con advertencia no nos arro- jásemos a hacer ni a decir cosa que fuese pecado venial. De or- dinario andaba alabando a Dios Nuestro Señor, y esta testigo la oyó decir palabras devotísimas y sentidas y algunos versos en latín. Veníanle unos ímpetus tan grandes de amor de Dios, que no se

1 Véase la página 12S.

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podía valer ni cabía en sí, sino que 1g parecía que se le acababa la vida y le daban grandes arrobamientos. Decía que con ver a otros en el cielo con más gloria que a sí, se liolgaría, pero no llevaría en pacien- cia de que otros amasen más a Dios que ella. Todos los trabajos le pa- recían pequeños por su amor, y ansí decía que le parecía pasara mu- chas muertes, porque una alma le sirviera, y hubiera para ella otra más recia ni más trabajosa que pensar si le tenía ofendido. Tenía gran humildad y conocimiento propio, y mostrábale bien en las cosas que se ofrecían; humillábase y obedecía a sus propias monjas; tra- tábalas con gran amor y llaneza, y a las preladas con mucho respeto y sujeción, y esto hacía la tuviesen las subditas, sin que a ella la tuviesen por superior, ni tuviese licencia, aunque estuviese presente. Sentía de bajamente, junto con la estima que tenía de lo que Dios hacía con ella y de la virtud de sus prójimos. Con todas sus enfer- medades, que eran muchas, acudía, pudiendo, a trabajar en la cocina y otros oficios bajos, y a la labor de manos como la menor de todas. Procuraba, todo lo que podía, encubrir sus ejercicios, sin dar mues- tras exteriores de santidad ni composturas fingidas; antes tenía un exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba por santa; pero tenía en toda ella un no qué tan de sustancia, que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la tildaban, que lo era mucho sin diligencia suya. Nunca estaba ociosa, ni la faltaba en qué ejercitarse aun hasta las doce y la una de la noche. Sentía mucho cuando los arrobamientos la daban en público, y de decir, aun a sus confesores, la merced que Dios la hacía, tanto y más que si tuviese que decir grandes pecados. Deseaba que los que pensaban bien de ella supieran cómo había vivido, y procuraba que la tuviesen y cono- ciesen por muy pecadora.

En su condición y trato era muy afable, gustosa y apacible, y llana y de gran virtud, enemiga de hipocresías, y más de mostrarlas ella en sí, ni desvanecerse por las obras que hacía; de lo cual la veían tan lejos los que la trataban, que para esto no parecía había en ella más que naturaleza ni ser que si no fuera; y échase bien de ver ser verdad lo que viviendo les decía, que nunca había tenido que confe- sarse de cosa de vanagloria, ni tenía de qué tenerla. Parecíales que ella no hacía nada en las fundaciones, sino que era Dios el que las obraba por su medio. Y acuérdase que dijo a esta declarante, con muestra de sentimiento: «No para qué me llaman fundadora, pues que Dios, y no yo, es el que ha fundado estas casas». No temía la pobreza sino que la amaba, y al principio fundaba las casas y mo- nasterios sin que tuviesen renta, sino que viviesen de limosna, y de ella se sustentasen; pero creciendo el número y la pobreza de los lugares, con parecer de personas doctas y graves, la admitió en común.

5.» En la quinta pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre tuvo en esta vida y pasó grandes trabajos, y los llevó con grande ánimo y paciencia por amor de Dios Nuestro Señor, de diversas ma- neras, y que se levantaron contra ella grandes trabajos, y persecu- ciones y murmuraciones, en especial en el comienzo de estos mo- nasterios y en su modo de espíritu, levantándole falsos testimonios y de cosas bien graves. Venían días que apenas había quien la qui-

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sicre confesar, pareciéndoles que andaba engañada con ilusiones del demonio, y recelándose de tratar con ella; todo lo cual recibía con un gran ser y conformidad que mostraba bien dársela Nuestro Se- ñor sobrenaturalmente. Otras veces, aunque se afligía, era con sumo recogimiento y oración, y sumo cuidado de no decir cosa contra los que la perseguían, si no era para disculparlos y decir bien de ellos; amábalos como bienhechores suyos, y que miraban por el bien de su alma; reprendía a sus monjas cuando decían algo de ellos que no fuese en su favor. Tratábalos con tanta llaneza y amabilidad, que los venía a mudar de su propósito con la fuerza de su virtud y volverlos sus amigos. De dos en particular sabe esta declarante, que de muy con- trarios suyos, viniero^rt a serla muy favorables y ayudarla a sus obras, que eran personas graves.

Por los caminos y fundaciones padeció grandes descomodidades, y trabajos y enfermedades, y esto no fuera parte para que la excu- sase lo comenzado, ni alargó un día esperando que otro fuese mejor para su jornada; y aunque caminaba, nunca dejó su oración ni co- munión, ni perdía un punto su recogimiento y alegría espiritual.

En Sevilla y en Burgos padeció grandes trabajos en sus ñmda- clones, y con gran paciencia los padeció; tenía gran sed de ellos, y con el espíritu le iba creciendo la estima de ellos, tanto que nada bastaba para quitársele. Era el lenguaje suyo muy ordinario: «O morir o padecer:^. Tuvo grandes enfermedades, y con todo seguía a la co- munidad, y en cuanto podía acudía a sus ejercicios, acudía al coro y oración; y aunque tenía siempre mal de cabeza por el continuo escribir, no faltaba a los negocios ni a los caminos que parece ex- cedían a fuerzas humanas. Las penitencias, por grandes que fuesen, le parecían nada según el deseo grande con que salía de ellas, y el gusto y fervor con que las hacía; esto es en cuanto los confesores la daban lugar y su falta de salud. Y con esto la vio esta declarante hacer hartas, y en sus principios oyó decir que eran tan recias las disciplinas, que se venía a criar materia en las llagas, y sobre ellas las volvía a tomar con hortigas. y aunque era vieja y enferma, ayunaba. Hacía otras cosas muchas de mortificaciones, y algunas por orden de sus confesores, para más probar su espíritu; y por mortificarse, la oyó decir esta declarante, que estando en la Encarnación, pidió la diesen el oficio de la enfermería. Condolíase mucho con gente pobre y en- ferma; procuraba fuesen regalados y amados con cuidado, y esto en- cargaba mucho en sus monasterios, y mientras se daba licencia para fundar el de Burgos, estaba recogida con sus monjas en lo alto de un hospital que cae al cuarto sobre la enfermería de los pobres (1). Se compadecía sumamente de oir los enfermos que se quejaban, y en- traba a consolarlos y animarlos cuando bajaba a la iglesia, llevándoles todo lo que ella podía: y Quitándose a misma lo necesario, con estar muy mala, por dejárselo a ellos. Y era tanto y tan particular el con- suelo que sentían con lo que les decía y animabak y con la misericor- dia que con ellos usaba, condoliéndose de sus trabajos y dolores, que cuando se iba, lloraban de perder aquella santa de su hospital.

1 Hospital de la Concepción.

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Tenía mucha fuerza en su alma, y en toda su vida y trato, acom- pañada con una claridad de entendimiento y una discreción tan asen- tada, que ponía admiración a todos los que la trataban; con esto tiene por cierto, por indicios probables que ha tenido para ello, que fué virgen toda su vida. Y uno es, que tratando con ella una persona que esta testigo conoce, de algunas tentaciones de carne, la respondió la Santa Aladre: «No entiendo eso, porque me ha hecho el Señor mer- ced que en cosas de esas toda mi vida no las haya tenido». Y aunque en su libro encarece tanto los pecados de sus primeros años, sabe de un Padre de la Compañía, que examinó harto estas cosas, que nunca llegó a ninguna que la hiciese perder esta virtud. Era de grande ánimo, y solía decir que, sirviendo ella a Dios, como le servía, a quien los demonios y todas las cosas están sujetas, por qué había de temer a nadie ni dejar de tener fortaleza para combatir con todo el infierno; y la acaeció desafiar a los demonios y decirles que viniesen a ver lo que la podían hacer, que ningún trabajo ni dificultad la espantaría para que dejara de hacer lo que veía que era más ser- vicio de Dios Nuestro Señor.

En la fundación de ñvila gastó muchos dineros, sin tenerlos, cuando comenzaba la obra, ni saber de dónde los podía haber; y cuan- do entró a fundar a Sevilla, no entró más que con una blanca, no conociendo en la ciudad a nadie que la pudiese ayudar; y antes que de allí saliese, con estar tan lejos de ñvila y de personas que la conocían, dejó comprada casa de 6.000 ducados. Y no fué sólo esta vez la que se puso a hacer tales obras, sino otras, sin tener caudal para ellas, y con todo salía bien y se lo proveía Dios Nuestro Señor. De los demonios era muy molestada, y ordinariamente, cuando por sus oraciones sacaba alguna persona de su poder y se mejoraba mucho de vida, luego la atormentaban reciamente; y una vez, en especial, pareció haber sido demonio factor o causa de una gran caída que dio, yendo a completas, de que quedó el brazo izquierdo quebrado; y aunque en la cura padeció grandes dolores, nunca más pudo man- darle, ni hacer casi nada con él, en los años que después vivió.

6.a En la sexta pregunta dijo: que sabe y se acuerda que la dicha M. Teresa de Jesús murió en ñlba, hallándose esta testigo presente en el monasterio de Descalzas Carmelitas que allí fundó, día de San Francisco, 4 de Octubre del año 1582, a las 9 horas de la noche, y que sabe que por entonces la enterraron, y le vio en el dicho mo- nasterio en la reja del coro bajo, en el hueco de ella. Lo cual vio esta testigo, porque acompañaba a la dicha Santa Madre en el último camino que hizo para ñlba, aunque venía de la fundación de Bur- gos a el monasterio de Avila, a donde a la sazón era priora. Pasó por mandato del prelado que entonces era, y la hicieron ir a Hlba, posponiendo su deseo y gusto para obedecer el mandato de su su- perior. Llegada a ñlba, la dio la enfermedad que fué de muerte, y llegaron víspera de San jMateo del dicho año de 82, y otro día de mañana, fué a misa y comulgó. El día de San Miguel, habiendo como las demás comulgado y caído del todo en la cama, y allí con gran paciencia y afabilidad padecía su mal, y del quebrantamiento del ca- mino echó mucha sangre. Llegando a su muerte, todo lo que las en-

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cargó y pidió fué la guarda de su Regla g Constituciones con per- fección, pidiendo a todas perdón con gran sentimiento g iiumildad del mal ejemplo que a su parecer les había dado; decía otras pala- bras como estas muy sentidas y de gran contrición, repitiendo di' versas veces aquel verso del salmo de David en el Miserere: Sacri- ficiain Deo spiritus contribalatus etc. Dando muchas gracias diversas veces, porque la había hecho hija de la Iglesia católica y dejado morir en ella; confiaba en la sangre de su Esposo; tenía cierta esperanza de su salvación; recibió los Sacramentos con gran devoción y espíritu, y mostróle grande viéndole en el Santísimo Sacramento de la Euca- ristía. Levantóse con gran fervor lo mejor que pudo de la cama con su rostro inflamado, diciendo palabras muy sentidas y tiernas a este Señor, en que mostró haber entendido o habérsele revelado ser ya llegada su muerte, que como dicho tiene, fué jueves, a las nueve de la noche, día de San Francisco del año 82. Decíase que algunas personas religiosas vieron señales antes y después de su muerte, ansí en ñlba como en otras partes; y de un siervo de Nuestro Señor lo afirmaron casi luego que llegaron a ñlba, que oyendo decir que la M. Teresa de Jesús estaba en HIba, había dicho que venía a morir, y supo después de otra persona grave y religiosa que, apareciéndosele la misma Santa Madre después de muerta, la reprendió porque sentía su muerte mucho, y dijo que no pensase nadie que había sido por otra ocasión su muerte sino por ímpetu de amor de Dios, que me vino tan fuerte, que no le pudo sufrir el natural.

7.a ñ la séptima pregunta dijo: que sabe que el cuerpo de la Santa Aladre nunca ha sido ni fué embalsamado, y que vio como persona que se halló presente en ñlba, que después que expiró, quedó su cuerpo tan hermoso, y blanco y tratable, con un ser y apariencia de cosa sania, que hacía respetarse, y daba particular gusto y satisfacción estar con él; y su rostro, manos y pies, que se dejaron descubiertos, se mostraban trasparentes y claros, y quedó el cuerpo y todas sus cosas de vestidos y las demás que la habían servido y tocado a ella con un olor suave, de suerte que aunque estuviesen desechados, o entre otras cosas olvidados, descubríase el suyo por este olor parti- cular, que es bien distinto y diferente de los de por acá. Tiene en gran fuerza este olor y hase experimentado diversas veces hasta el día de hoy y algunas en esta casa de San José de Avila en diferentes partes y días se ha sentido de improviso, como si allí estu- viera su cuerpo, y acuérdase de que una vez, por San Francisco, por tres o cuatro hermanas supo que estando un hermana la noche antes olvidada de la Santa Madre y muy indispuesta y caída en el coro, tanto que le parecía no poder acabar Maitines, dióle este olor con tanta fuerza, que la conortó y alentó tanto, que le parecía estaba dentro de llena de él, y se vokió a la Madre Priora diciéndola que si no olía a la Santa Madre, y sintióle de suerte que pensó si de ñlba había venido su cuerpo. Cuando la enterraron, cargaron sobre su cuerpo gran munición de piedras y cal; y después ha oído que al cabo de nueve meses quisieron ver las monjas cómo estaba el cuer- po; lo cual lo contaron y dijeron algunas personas que se hallaban presentes cómo pidieron al prelado les diese licencia para gUo, y él

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con su compañero estuvieron cuatro días en quitar las piedras, tierra y cal de la sepultura, y hallaron el ataúd quebrado y mohoso, los ves- tidos podridos y el cuerpo incorrupto y entero, con un olor admira- ble, como lo pide la pregunta, sin haber sido jamás abierto ni em- balsamado. Y pasados tres años, sabe esta declarante y vio cómo trajeron el dicho santo cuerpo de la Madre Teresa a esta casa de San José de Avila, donde estaba entonces y está ahora esta testigo, por orden de sus prelados, quedándose en ñlba el brazo izquierdo, que se cortó con gran facilidad, y que estando así el cuerpo en ñvila, quitándole la tierra que todavía tenía pegada y a vueltas de ella un paño que se le puso cuando murió para tener la mucha sangre que le salía, vio estaba todo podrido, excepto el pedazo en que había caído la san- gre, la cual estaba tan viva y roja como si se acabara de derramar. Guardé este pedazo, el cual han visto muchas personas con mucha admiración, y a esta testigo y a los demás se la causa ver que los papeles en que se envolvió este pedazo de lienzo, que es de estopa y lana, quedaron teñidos de sangre, y no una vez, sino que cada vez que se ponía entre papeles hacía lo mismo, y para esto bastaba te- nerlos un dia^ hasta que este paño se puso debajo de un viril, a donde hoy día le tienen guardado en el dicho convento de San José, con su color de sangre viva; y en el de Alba vieron este milagro en otro paño que hallaron, y esta testigo ha visto que un poquito del que está en esta casa, que se puso en un papel, le dejó teñido en sangre, y algunos de estos papeles ha tenido en su poder, y vio y sabe que poniendo un lienzo grande sobre el cuerpo para enviarle al obispo de Palencia, Don Alvaro de A\endoza, no sólo se sacó teñido del óleo, pero con una mancha pequeña de sangre, sin que pudie- sen entender de dónde era y de qué parte de su cuerpo liabía salido. Dejábase este cuerpo vestir y tratar como uno de cualquiera de las demás religiosas, y vio esta testigo y las demás, que estaba algunas veces en pie cuando la levantaban para verle y vestirle, y que se estaba derecho cuanto querían, con sólo ponerle las manos a las es- paldas sin caer a una parte ni a otra; y vip que estaba tan lleno de carne, aunque el color tostado, como pudiera tener cuando viva, y que su vientre estaba tan macizo y ajeno de corrupción, que cau- saba más admiración que ver así todo el cuerpo, el cual tenía un olor tan bueno, tan grande y fuerte, que a veces no había fuerza para estar allí; henchía todo el capítulo donde estaba de tal olor, y aun la celda que estaba encima, y cuanto más calor hacía, más se avivaba este olor; de lo cual, admirado el médico que entraba en aquella celda a visitar cada día una enferma, decía que, si no era por milagro, no podía dejar de corromperse un cuerpo muerto y encerrado en una arca, y más con el calor que aquel verano hizo, si no fuera santo. Cuando se trajo a esta casa de Avila, como se tiene declarado, había más de tres años que era muerta, y fué por Santa Catalina mártir, año de 1585, y vio que luego, el día de año nuevo, estando todas las hermanas de esta casa de San José de Avila bien descui- dadas y deseosas de que no se publicase estaba el santo cuerpo en Avila, vinieron a este convento el Obispo de esta ciudad de Avila, Don Pedro Fernández Temiño y el P. Prior de San Jerónimo de JWadrid,

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y dos oidores, y dos médicos y otras personas graves, y estando en la portería de fuera, sacado allí el cuerpo de la Santa Madre Tere- sa de Jesús, descubriéndole, le miraron con mucha curiosidad y admira- ción y lágrimas, concluyendo ser cosa milagrosa el estar como estaba sin haberse hecho ninguna diligencia humana ni haberse embalsamado para conservarle; y se acuerda también que estando mirando el cuer- po las hermanas otra vez, teniéndole allá dentro entre ellas, vieron que la palma de la mano tenía llena de un rocío a manera de aljófar blanco y trasparente, y pareciendo a esta declarante había visto lo mismo en otra parte o en dos de su cuerpo, le certificó una hermana que era así, el cual estuvo en esta casa cosa de nueve meses, y después le volvieron a llevar a Alba, donde le tienen, según han dicho a esta declarante, muy descarnado, cortándole pedazos de su carne para devoción de personas que lo piden.

8.a En la octava pregunta dijo: que como dicho tiene, esta decla- rante se halló en Hlba a su muerte, que fué jueves día de San Fran- cisco, a la noche, del año de 82, y vio quedó su cuerpo después de muerto tan hermoso como tiene declarado, y el óleo que destila de su cuerpo y cualquiera partecita de él o de la tierra que la tocó, es cierto que le han visto en mucha cantidad del mismo olor que queda dicho da su cuerpo, y que cuantos papeles y lienzos se han puesto y mudado, todos quedan empapados de él con el mismo olor.

9.3 En la novena pregunta dijo: que ha oído decir a personas fide- dignas, que aun siendo la Madre viva, recibieron algunos salud en breve de algunas enfermedades que tenían con sólo tocarlas la dicha Madre, o hacerles la señal de la cruz u oración por ellas, y particular- mente se acuerda haberle dicho esto una monja y afirmado que por intercesión y medio de la Santa Madre había sanado como de repente ide un gran mal que la comenzó a dar, que según el curso natural había de pasar adelante. R la misma oyó decir que otras veces, estando con dolor de muelas grande, se le quitaba luego que la Santa Madre hacía sobre ella la señal de la cruz; y viendo la Santa Madre que aquella hermana acudía muchas veces a tomar este remedio, rehusaba la Madre de hacerle, y sentía tanto se echase de ver que por interce- sión suya obraba Nuestro Señor cosas semejantes, que era menester decirla que no miraban en ello. Y aconteció a esta declarante con disimulación pedírselo, y decirla que la señal de la cruz quienquiera la podía hacer, que no se la diese para moverla a que la hiciese. R ella misma vio algunas veces trabársele la lengua de la perlesía de que estaba tocada, y luego que recibía la comunión, se le destra- baba, y quedaba que podía hablar, y hablaba; y que oyó decir que estando un niño sobrino suyo muerto, y según que a todos les pa- recía con gran sentimiento de su madre, la Santa Madre, por conso- larla, le tuvo en sus brazos, y teniéndole sobre y tocándole con su huelgo, se le volvió bueno y sano; y siendo la Madre viva, una vez, estando mala una hermana de esta casa de Hvila de jaqueca, que es un dolor de cabeza muy grave, y habiendo tocado velos, que son los que se ponen en la cabeza, se puso aquel día para comulgar la dicha hermana uno que era de la Santa Madre, y luego se la quitó el dolor y se sintió buena, lo cual ha afirmado la dicha hermana; y

APÉNDICES SIS

también dijo a esta declarante, ella y otra hermana, que habían visto algunas veces a la Santa Madre en sus arrobamientos, que cuando la daban a la red estando predicando el P. Fr. Domingo Báñez su confesor, en viéndola así, con un género de respeto, se .]uitaba la capilla y se estaba descubierto mientras duraba.

10.a En la décima pregunta dijo: que ha oído decir por cosa cierta de algunos milagros que después de muerta la Santa Madre ha sido Nuestro Señor servido de hacer por ella y sus reliquias, desde que murió hasta los días presentes, y que se acuerda haber oído decir haber aparecido en casos particulares a algunas personas, las más de ellas religiosas, y también tuvo carta de la hermana del sobrino de la Santa Madre, de que la pregunta antes de ésta hizo relación, en que decía que estando a la muerte el dicho sobrino algunos años después de lo arriba dicho, que la Santa Madre le visitó después de muerta y le consoló, y que él había dicho serio, si no vían y sentían que estaba allí su tía que le llamaba, y que quedó allí tan grandísimo olor del mismo de su cuerpo, que duró en el aposento aún después de muerto por algunos días, de manera que se echaba de ver por los que allí entraban.

En las preguntas gratis dijo: que lo que ha dicho es verdad para el juramento que tiene hecho, y en ello se afirmó y ratificó, y dijo ser de edad de 50 años; y que, como dicho tiene, es sobrina de la dicha Santa Madre, y que por esto, ni por otra cosa alguna, no ha dejado de decir verdad, ni la dejará decir en ninguna manera, y lo firmó de su nombre y en merced de dicho Sr. Arcediano, Juez Apos- tólico.

El Dr. Pedro de Tablares. Teresa de Jesús. Ante mí: Francisco Fernández de León.

314 APÉNDICES

LVIl

DECLAEACION DE LA H.B TERESA DE JESÚS EN EL SEGUNDO PROCESO DE AVILA

(16Í0) (1).

Estando en el dicho Convento de San José de monjas Carmelitas Descalzas de la dicha Ciudad de Avila, a nueve días del mes de Sep- tiembre del dicho año de mil seiscientos y diez años, su merced del dicho señor Juez, por ante el presente notario, tomó su dicho y declaración a Teresa de Jesús, religiosa del dicho Convento de San José, testigo presentado por parte de la dicha Orden del Carmen Descalzo y su Procurador en su nombre, y citados por mandado de su merced, del cual el dicho señor Juez recibió juramento por Dios Nuestro Señor y por una cruz, tal como esta f e por las Santas Escrituras, poniendo la mano derecha sobre un libro misal, que dirá verdad de lo que supiere y fuere preguntada, y haciéndolo ansí Dios Nuestro Señor le ayudare, y al contrario se lo demandare, y a la con- clusión de dicho juramento dijo: juro y amen. Y prometió decir verdad, y siendo preguntada por el tenor del de preguntas del fiscal y artículos del Rótulo para que era presentada, dijo y declaró lo siguiente:

AHTICULOS DEL FISCAL

1.0 R\ primer artículo dijo; que se da por advertida de la gra- vedad del perjurio y más en causa tan grave como esta es, y esta declarante por nenguna cosa ni respeto dejará de decir verdad.

2.2 R\ artículo segundo dijo: que se llama Teresa de Jesús y es hija de Lorenzo de Cepeda y de doña Juana de Fuentes y Espinosa, su legítima mujer, ya difuntos, y el dicho su padre fué natural de esta ciudad, fijodalgo mayor, y su madre era de la Andalucía; y que esta declarante hace que está en este convento de San José treinta y cinco años, poco más o menos, y ha sido supriora y cla- varia, lo ha sido algunos años y ahora lo es. Y que aunque esta declarante es sobrina de la Santa Madre Teresa de Jesús, hija del dicho Lorencio de Cepeda, hermano de la dicha beata Madre, ñor eso ni por otra cosa dejará de decir verdad, antes en este particular declara que desde que conoció a la dicha beata Madre, su tía, que fué desde que esta declarante tenía ocho años, hasta los dieciséis,

1 Quáidase el Proceso, como dijimos antetioimente, ea el palacio episcopal de Avila.

APÉNDICES 315

nunca la tuvo esta declarante amor de parentesco, antes se señalaba en tener despego y desvío de ella, mucho más que las otras reli- giosas que no tenían con ella parentesco alguno, y junto con este natural tan seco, no conocía ni el bien que de su mano recibía esta declarante, ni los privilegios en que Dios la señalaba en santidad y otras obras maravillosas, sobre las cuales no la bastaban para tener estima como la debía tener de sus cosas. Y muchas veces esta declarante se recelaba de que la dicha beata Madre su tía supiese sus cosas ansí interiores como exteriores, siéndola ocasión por estas causas de mortificarla en muchas cosas y darla en qué merecer a la dicha Santa Madre viendo lo mal que esta declarante correspondía al mucho bien que la hacía. Que después que la Santa Teresa de Jesús la llevó para Dios, y en el tiempo presente mucho más, ad- virtiendo esta declarante este modo tan ingrato que tuvo a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, la parece que todos los trabajos que después acá ha padecido, ha sido castigo de Dios por lo dicho, y que en razón de consolarse de su culpa y falta, que lo debía de per- mitir Dios; lo uno para más méritos de la Santa, y lo otro porque para la ocasión presente de haber de deponer en este proceso, pu- diese estar tan cierta esta declarante que no la mueve a decir en él ni ninguna cosa de las virtudes y santidad de la dicha Santa Ma- dre el parentesco y ¡sangre que hay de por medio ni otro respeto hu- mano, sino solamente la prueba de la verdad y maravillas que cada día obra Nuestro Señor por intercesión de la dicha su sierva. Y declara que esta testigo es de edad de cuarenta y cuatro años, muy poco menos, y que esta declarante ha que profesó en este convento veinte y ocho años, dos meses menos, aunque había entrado en la Orden en la casa de Sevilla, desde que tenía edad de ocho años.

3.2 Al artículo tercero dijo: que acostumbraba a confesar y co- mulgar una o dos veces cada semana e ayer comulgó.

4.2 Al artículo cuarto dijo: que no ha estado ni está excomulgada, que sepa ni entienda.

5.° Al artículo quinto dijo: que esta declarante no ha cido indu- cida por ninguna para que deponga en esta causa, ni cómo haya de deponer, ni en ella declarará más de aquello que expresamente fuere verdad.

aSTICULOS DEL ROTULO

Después de haber sido amonestada por el dicho señor Juez, como testigo que fué esta declarante en la información que acerca de la vida y milagros y otras cosas que la dicha Santa Madre Teresa de Jesús hizo, que pasó su declaración ante el Revdo. Sr. Doctor Don Pedro de Tablares, Arcediano de la catedral de esta ciudad de Avila, Juez Apostólico por Comisión del limo, y Revmo. Señor Don Camilo Caetano, Nuncio de Su Santidad en estos Reinos de España, por ante Francisco Fernández de León, notario público apostólico, c uno de los cuatro del número de la Audiencia episcopal de Avila, en veinte y dos días del raes de Enero de mil y quinientos y noventa

316 APÉNDICES

y seis años, qu€ recorra su memoria y se la acuerda cuanto fuere posible de las cosas que allí depuso. Y la dicha declarante dijo que se la leyese su dicho, c yo, el dicho notario, se la leí de verbo ad i^erbum, en presencia y por mandado del dicho señor -Provisor, y habiéndole oído y entendido, dijo esta declarante que en él se ratificaba, ratificó, y en caso necesario lo dice y declara aquí de nuevo como si palabra por palabra fuere especificado por ser la ver- dad de lo que ella declaró, de lo que tiene entera y particular noticia.

5.2 Al artículo quinto dijo: que lo que sabe es que el año de mil y quinientos y ochenta y siete, predicando el Maestro Fray Domingo Báñez (1), catedrático de Prima en Santa Teología en la Universidad de Salamanca, dijo en el pulpito que había confesado a la Santa Madre Teresa de Jesús muchos años, y que en ]os días que estuvo como muerta, según se hace mención en el artículo, la había mostrado el Señor el infierno, y esto sin las demás cosas que en el artículo se refieren; y esto se lo oyó al dicho Padre Maestro el doctor Ribera, hombre eminente de la Compañía de Jesús, de quien esta declarante sabe lo que lleva dicho, ai cual conoció y habló algunas veces, y esto responde.

17. ñl artículo diez y siete dijo: que lo que de él sabe es que esta declarante en ocho años que conoció g alcanzó a conocer de días a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, que parte de ellos estuvo en este convento con ella y fué en su compañía a otros, siem- pre conoció y vio que la Santa Madre trataba y comunicaba su es- píritu y se confesaba con las personas más doctas y eminentes que se conocían, ansí en las Religiones como en el estado eclesiástico; en especial conoció esta declarante al Padre Fray Domingo Báñez, de quien ya lleva hecha mención en el artículo quinto, y al P. Maes- tro Fray Juan de las Cuevas, de la misma Orden de Santo Domingo, que después murió obispo de Avila, y al P. Maestro Fray Diego de Yangüas, lector del Colegio de San Gregorio de Valladolid, de la dicha Orden de Santo Domingo, y al P. Presentado Fray Pedro Romero, de la dicha Orden y lector de Santa Teología que fué en el Convento de Santo Tomás de esta ciudad de Avila, y al Padre Fray Luis de Barrientos, predicador muy eminente de Ja dicha Or- den, y al P. Fray Ángel de Salazar, de la Orden de los Carmelitas Calzados y Provincial que fué de su Orden muchos años, y también algunos años fué Visitador de la Orden de los Carmelitas Descalzos y Descalzas, antes de la reparación de esta Provincia, y al P. Maes- tro Fray Jerónimo de la Madre de Dios, Provincial que fué de esta Religión Descalza algunos años, y al doctor Pedro de Castro, canónigo doctoral que fué en la catedral de esta ciudad de Avila, que ahora es obispo de la ciudad de Segovia, y al P. Fray Diego de Yepes, de la Orden de San Jerónimo, Prior del convento de San Lorenzo en el sitio del Escorial y confesor que fué del rey Don Felipe Segundo, y al doctor Manso, que tenía una canongía en la Metro- politana de Burgos, estando allí en la fundación la dicha Santa Ma-

1 £1 original dice Domingo Ibá&ez.

APÉNDICES 317

dre, y esta declarante con ella, que dispués fué obispo de Calahorra y ha sido obispo de aquella ciudad Don Cristóbal Vela, y al P. Gon- zalo Dávila, de la Compañía de Jesús, que fué Provincial en la Provincia de Castilla, y al P. Francisco de Vitoria, lector que fué en este colegio de la Compañía de Jesús de la ciudad de ilvila, y después pasó a las Indias a la conversión de aquellas almas, el cual hizo mucho fruto en aquellas partes, y a Don ñlvaro de Mendoza, obispo que fué de esta ciudad de Avila, y al Maestro Gaspar Daza, racionero que fué de esta catedral de Avila, y al P, Julián de Avila, que fué desde el principio de este convento de San José confesor de él y de la dicha Santa Madre, varón muy fiel y compañero de sus trabajos en mucha parte de las fundaciones que hizo la Santa Madre, en cuya compañía andaba el dicho P. Julián de Avila, y a todos los antes referidos conoció con quien la Santa Madre trató y comu- nicó su espíritu y con otros muchos que oyó nombrar esta decla- rante, todos varones, y religiosos, y personas muy doctas y eminen- tes en virtud, letras y santidad, como es notorio; todos los cuales apro- baron y dieron por bueno y verdadero el espíritu de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, y que las mercedes y favores qu2 recibía eran por participación del cielo y en esto lo vio y entendió por cierto y verdadero todo el tiempo que, como lleva declarado, conoció y estuvo y anduvo esta declarante con la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, y no sólo la aprobaron por entonces ser bueno, cierto y católico el espíritu de la dicha Santa Madre, pero de allí en adelante vía y vio esta declarante que todos los sobredichos la tenían grandísimo res- peto, y estimaban en tanto su santidad y obras, que venían a consul- tarla gravísimos negocios con la dicha Santa Madre, ansí propios como ajenos, para que ella los diese su parecer en ellos, creyendo que esto sería lo más acertado y mas conformie* a la voluntad de Dios. Y para que esto se vea más claro, especificará aquí algunas cosas y casos que en aquel tiempo sucedieron, lo cual dice esta declarante en esta manera.

De una relación original, que esta declarante tiene en su poder, habida de la Madre María de San Jerónimo, priora que fué muchos años de este convento de San José, ya difunta, de cuyo valor y santidad oyó esta declarante muchas alabanzas a la misma Santa Madre, sábese la estima que de la dicha Santa Madre tenía uno de sus confesores, aun antes que saliese a fundar este primer con- vento de S. José, el cual memorial, según ha podido colegir de otros memoriales que ha tenido en su poder, fué del P. Fr. Pedro Ibá- ñez (1), gravísimo Padre en la Orden de Santo Domingo, o del dicho Maestro Fr. Domingo Báñez, que conforman mucho con unas razones que puso el dicho Padre Ibáñez en un cuaderno grande en cosas en que aprobaba el espíritu de la dicha Santa Madre, que poco ha le envió esta declarante a su P. General, que al presente es; las cua-

1 Para no inducir a error a los leclores, rectificamos la confusión de apellidos que se ad- vierte en esta Declaración, llamando Báñez al P. Pedro, e Ibáflez al P. Domingo. La H.a Te- lesa tenía muy presentes los nombres de estos dos célebres Dominicos, pero trastrocó los ape- llidos en este jj en los demás pasajes en que hace memoria de ellos.

518 21PEKDICES

les dio, entre otras, al dicho sumario para probar ser de Dios el es- píritu que tenía la dicíia Santa Madre Teresa de Jesús, delante de una junta que se iiizo de personas muy graves y doctas para cxami- minar el espíritu de la dicha M. Teresa de Jesús, aunque no se ha podido entender claro de cuál de los Padres que ha nombrado es la memoria que aquí irá referida.

La sustancia de la cual dicha aprobación es la siguiente. Pri- mera razón. El fin de Dios es llegar un alma a y el del de- monio apartarla de Dios. Nuestro Señor nunca pone medios que apar- ten a uno de ni el demonio que lleguen a Dios; todas las visio- nes le llegan más a Dios, la hacen más humilde y obediente. Doc- trina es de Santo Tomás y de los Santos, que en la paz y quie- tud de un alma que deja el ángel de luz se conoce; nunca tiene estas cosas que no quede con grande paz y contento, tanto, que todos los placeres de la tierra juntos le parece no son como el menor. Ninguna falta tiene ni imperfección de que no sea reprendida del que la habla interiormente. Jamás pidió ni deseó otras cosas, sino cumplir en todo la voluntad del Señor. Todas las cosas que le dice, van conformes a la Escritura Divina y a lo que la Iglesia enseña y son muy verda- deras en todo el rigor escolástico.

Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza y deseos fer- ventísimos de agradar a Dios, y a alcanzar esto atropella cuanto hay en la tierra.

ílsí le ha dicho que todo cuanto pidiere a Dios, siendo recto le dará. Muchas ha pedido, y cosas que no son para papel, por ser largas, y todas se las ha concedido Nuestro Señor. Cuando estas cosas son de Dios, siempre son ordenadas para bien propio, común o de alguno.

De su aproveoliamiento tiene experiencia y del de otras muchas personas. Ninguno la trata, si no lleva sana disposición, que sus cosas no la mueven a devoción, aunque ella no las diga. Cada día va creciendo en la perfección, y ansí fundó su discurso del tiempo y en las mismas visiones ha ido creciendo de la manera que dice Santo Tomás. Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación, ni la dicen cosas impertinentes de algunos que han dicho que eran esclavos del demonio, pero para que entiendan cual está un alma cuando mortalmente ha ofendido al Señor.

Estilo es del demonio, cuando pretende engañar, avisar que ca- llen lo que les dice; mas a ella que lo comunique con letrados sier- vos de Dios, y que cuando callare, por ventura la engañará el demonio.

Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta monjas tratan en su casa de grande recogimiento. Estas cosas ordina- riamente le vienen después de larga oración y de estar muy puesta en Dios y abrasada en su amor o habiendo comulgado.

Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar y que el de- monio no la engañe; causa en ella profundísima humildad; conoce que lo que recibe es de la mano del Señor y lo poco que tiene de sí. Cuando está sin aquellas cosas suélele dar pena y trabajo cosas que se le ofrecen; en viniendo aquello no hay memoria de nada,

APEKDICBS 319

sino grande deseo de padecer y de sufrir tanto que espanta. Caúsala holgarse g consolarse con los trabajos, murmuraciones contra y enfermedades que tiene tan terribles de corazón, vómitos y otros mu- chos dolores, los cuales, cuando tiene las visiones, todos se ia quitan.

Hace gran penitencia con todo caso de ayunos y disciplinas y mor- tificaciones; las cosas que en la tierra la pueden dar contento alguno y los trabajos que ha padecido muchos años, sufre con igualdad de ánimo sin perder la paz y quietud de su alma. Tiene tan firme pro- pósito de no ofender al Señor, que tiene hecho voto de ninguna cosa entender que es más perfección, que se la diga quien la entiende, que no la haga, y que con tener por santos a los Padres de la Compañía de Jesús y parecerle que por su medio le hace Nuestro Señor tantas mercedes, me ha dicho a mí, que si no tratarlos supiese que es más perfección, que para siempre jamás ni los hablaría ni vería, con ser ellos los que la han quietado y encaminado en estas cosas.

Los quebrantos que ordinariamente tiene y sentimientos de Dios y derretirse en su amor, es cierto que espanta; con ellos se suele estar casi todo el día arrebatada. En oyendo hablar de Dios, con devoción y fuerza se suele arrebatar muchas veces, y con probar a resistir, no puede, y queda entonces tal a los que la ven, que pone grandísima admiración. No puede sufrir a quien la trata que no le diga sus faltas y no la reprenda, lo cual recibe con grande humildad. Con estas cosas no puede sufrir a los que están en estado de per- fección que no la procuren tener conforme a su virtud.

Está desapegadísima de parientes y de querer tratar con las gen- tes, muy amiga de soledad, grande devoción con los santos, y en sus fiestas y misterios que la Iglesia representa, tiene grandísimos sentimientos de Nuestro Señor.

Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la tierra le dicen que es demonio o se lo dijesen, teme y tiembla antes de las visiones, pero estando en oracici y recogimiento, aunque la ha- gan mil pedazos, no se persuadirá sino que es Dios el que la trata y habla. Hale dado Dios un tan fuerte y valeroso ánimo que espanta; solía ser temerosa; agora atropella los demonios; es muy fuera de melindres y niñerías de mujeres; sin escrúpulo; es rectísima. Con esto le ha dado Nuestro Señor el don de lugrimas suavísimas, grande com- pasión de los prójimos, conocimiento de sus propias faltas; abatirse a misma, tener en mucho a los confesores; yo digo, cierto, que hace mucho provecho a estas personas e yo soy una.

Tal ordinaria memoria de Dios y sentimiento de su aresencia, ninguna cosa le han dicho jamás que no haya sido así y no se haya cumplido, y esto es grandísimo argumento. Estas cosas cansan en ella una claridad de entendimiento y una luz en las cosas de Dios admirable. Que le dijeron que mirase las Escrituras y que no se hallaría que jamás alma que deseaba agradar a Dios hubiese estado engañada tanto tiempo (1).

1 Véase la página 130.

320 APÉNDICES

Aquí acabó la dicha Relación, que de suso va incorporada, la cual esta declarante ha tenido y tiene por certísima, y que en lo que experimentó el tiempo que conoció a la dicha Santa Madre Te- resa de Jesús, echó de ver en ella ser todo lo de suso referido ver- dad y muy conforme a su vida y a lo que en dicho sumario se re- fiere. Y también sabe esta declarante otras cosas particulares que acontecieron a algunos de los confesores nombrados, en ♦•azón del aprovechamiento de sus almas, por medio de las oraciones y persuasión de la dicha Santa Madre. Y también sabe que el Padre ya nom- brado Fr. Luis de Barrientos, estando en esta ciudad de Avila y juntamente la dicha Santa Madre, no solamente no la trataba, pero ni tenía tampoco satisfacción de su santidad; que antes se recataba de tratar con ella, y decía palabras en que mostraba no tener en nada su santidad. Solamente alababa la de una religiosa, que enton- ces era priora de este convento de San José, que la confesaba, y parecióle que esta era la Santa; y aunque es verdad que no le fal- taba razón, no permitió Nuestro Señor que mucho tiempo estuviese engañado en el mal sentir que tenía de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús por no la haber comunicado. Sucedió, pues, que un día, que esta declarante se acuerda muy bien y que de ello fué testigo de vista, después de haber comulgado, la hizo Nuestro Señor una grandísima y extraordinaria merced, que por serlo tanto, aunque es- taba habituada a otras, esta no pudo entender qué era ni qué podía significar. Y estando en esta confusión la respondió Nuestro Señor que en la Iglesia estaba quien se la declararía; y fué así, que acertó a estar en ella confesando el dicho P. Fr. Luis de Barrientos, a la dicha Madre Priora, e yendo la dicha Madre Teresa de Jesús, quién estaba en la Iglesia, porque no se le nombraron, supo cómo era él, y fiada en Dios, se determinó a entrar a hablarle y tratar la merced recibida. Desde este día que este Padre la comunicó, quedó tan mu- dado y de diferente parecer que antes, que no sólo le pareció que era Santa y espíritu de Dios el que tenía, sino que quedó como pre- gonero público, y piensan que hasta en los pulpitos engrandecía las virtudes y oración de la dicha Santa Madre. Cambióse también en él una vida muchísimo más estrecha que antes solía, y se dio tanto a la oración y isoledad, que no poco las admiró a todas saber los ex- tremos que acerca de esto hizo; por todo lo cual, y por otras co- sas que pudiera decir, sabe que varió la fuerza del espíritu y la co- municación verdadera, buena y eficaz de la dicha Santa Madre Te- resa de Jesús.

18. Al artículo dieciocho dijo: que sabe que estándose haciendo la casita pobre que el artículo dice para la primera fundación de este convento de San José, fué derribada parte de ella por los de- monios; por lo cual desmayó mucho Doña Guiomar de ülloa, que está nombrada en el dicho artículo, y dijo a la Santa Madre Teresa de Jesús que no debía ser voluntad de Dios que aquella obra se hi- ciese, pues la pared también parecía firme y se había caído. Y la dicha Santa Madre respondió con mucha paz: «Si se ha caído, levan- tarla». Y a Doña Juana de Ahumada, hermana de la Santa Madre, por cuyo título se hacía la obra, le dijo: «Hermana, qué fuerza pone

APÉNDICES 321

€l demonio para estorbar ésto; pues no le ha de aprovechar, y si es menester, buscare algunos dineros para la dicha obra». Hizo que la dicha Doña Guiomar hiciese un propio a su madre, que estaba en Toro, pidiéndola treinta ducados con iiarto miedo que no los daría, y pasados dos o tres días, le dijo la Santa Madre: «Hermana, alé- grese, que los treinta ducados son ciertos, que ya están contados y en poder del hombre que enviamos»; y luego cuando vino el dicho men- sajero, se supo de él que se los habían dado cuando la dicha Santa Madre lo había dicho.

En el tiempo que se trataba por la Santa Madre de hacer la fundación de este convento de San José para defender en algo la mucha contradicción que había y había de hacer, el Padre Fray Pe- dro de Alcántara, de quien se hace mención en el artículo precedente, varón eminentísimo en santidad y espíritu, escribió una cartita breve y compendiosa al obispo de esta ciudad, que lo era entonces el señor Ü. Alvaro de Mendoza (1), persuadiéndole y rogándole ayudase todo lo posible a esta santa obra, para la cual era movida por el espíritu de Dios la dicha Santa Madre, con otras palabras en que pondera mucho sus virtudes y el celo de Dios conque se movía para emprender esta obra tan grande, aunque al parecer de los hombres parecía des- varío de mujer, que no podía prevalecer. Y la razón de esta carta hizo tanta operación en el ánimo del dicho Sr. Obispo, junto con la devoción que se tenía a la dicha Santa Madre, que siempre la amparó en todos sus trabajos y necesidades, y defendía este con- vento en todas las contradicciones que contra él se levantaron casi en toda la ciudad, y se puso a defenderla, y la obra que había de- lante de las juntas que se hicieron de la gente más grave y letrada que había en la ciudad para tratar si sería bien que se deshiciese, y por su medio principalmente no tuvo efecto lo que los contradicto- res deseaban, y siempre conoció, en él en el tiempo que esta declarante le alcanzó a conocer, que tenía de la Santa Madre grandísimo con- cepto de su valor y santidad, y de todas las cosas que en el nuevo monasterio se hacían, y de su suma pobreza; y actos de mortifica- ciones y penitencias eran tantas que se edificaba, que traía a todas las personas que él podía graves para que la viesen. Y no sólo él se enternecía de devoción, sino que con las cosas que él decía y ellos vían, les conmovía" a la misma y hacía derramar lágrimas y casi mal- decir de las riquezas y pompas del mundo, diciendo que lo que en esta casa había gozado, que hacía el caso y satisfacción a las almas, de suerte que por algunos días fué creciendo tan sincera devoción en todos los ánimos, ansí de los hombres de esta ciudad, como fuera de ella, que les parecía y parece la casa un santuario, y que solas las paredes mueven los corazones a conocer el poder y misericordia de Dios, y que Su Majestad les hace mercedes por las oraciones de sus siervas, que tiene aquí encerradas; y en este particular, de que esta declarante va hablando, ha visto y oído decir tantas cosas, que le parece es un verdadero testimonio de ser obra de Dios, y que si habría de particularizarlas y escribirlas, se hiciera un gran volumen.

Véase la página 127.

II 21

322 APÉNDICES

También escribió el dicho Fray Pedro de Alcántara a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, preguntándola que cómo iban sus reco- mendaciones a las personas que le ayudaban a él (1). Estas dos cartas que lleva referidas en este artículo, las tiene esta declarante al pre- sente en su poder originalmente, y las otras de la Madre María de San Jerónimo, priora que fué de este convento, de quien ya he hecho mención, que por muchos años han estado guardadas en él, como cosa de reliquia.

19. ñl artículo diecinueve dijo: que lo que sabe es que esta declarante conoció y comunicó a las tres religiosas de las cuatro que se nombran en el artículo, que fueron Antonia del Espíritu Santo, mujer de grandísimo espíritu, penitencia y mortificación, con una con- tinua y extraordinaria alegría en Dios. Hacía tantas cosas en su ser- vicio particulares, que se pudiera hacer libro de ellas; la oración era tanta, que se la quitaban las fuerzas del cuerpo y la debilitaban de manera que, porque no se le acabase la vida, rr andaban los con- fesores que la prelada y hermanas procurasen divertirla y ocuparla en alguna cosa exterior, y que no tuviese las horas de oración que la Orden manda en algunos tiempos, porque no se le acabase el sujeto; pero era tanta la fuerza de espíritu, que aunque se ponían esos me- dios, poco aprovechaban para divertirla. Esta declarante fué algunas veces inviada de la obediencia para que se estuviese con ella y la hablase en cosas indiferentes para que no se suspendiese tanto.

La otra religiosa fué María de San José, la cual mostraba en to- das sus cosas gran pureza de alma, gran afición a las cosas de re- ligión, humildísima, y tan sin malicia ni doblez, que tratar con ella era tratar con una niña inocente, no le faltando muy buen entendi- miento. R su muerte mostró el Señor algunas cosas maravillosas, que por no ser aquí lugar de ellas, no las declara.

La otra fué María de la Cruz, que por conocerla de poco en el convento de Valladolid, no dice de ella cosa en particular, y ansí declara que estas primeras religiosas, que ya van nombradas, con la otra, que aunque no la alcanzó a conocer, ha oído decir cómo fué persona de singulares virtudes y que padeció mucho con sus en- fermedades, que fueron tales, que se creyó bien el Señor las había señalado el P. Gonzalo, Provincial del Espíritu Santo, como a las que escogió la Santa Madre por buen principio de su nueva re- formación.

También ha sabido esta declarante una particularidad que acaeció en Francia el mismo día de San Bartolomé en que se fundó y puso el Santísimo Sacramento en este convento de San José, la cual la escribió a esta declarante desde allá la Madre Ana de San Barto- lomé, después que fué aquel reino a fundar conventos desta Orden, de quien en adelante hablará en particular, cuyas palabras formales que la dicha escribió a esta declarante, son estas: «Cierto que es cosa milagrosa, que cuentan muchos de los que lo vieron entonces, que el mismo día que fundó la primera casa en Avila nuestra Santa

1 Véase una de sus cartas a la Santa en la página 125.

APÉNDICES 323

Madre, día de San Bartolomé, este mismo día hubo tan grande ba- talla entre los cristianos y heréticos; entre calles de muchas ciu- dades de Francia, corría la sangre de los que morían por ellas como agua cuando llueve mucho (1); ij aunque murieron de todos, los cris- tianos tuvieron la victoria, y desde este día se halla sin haberse derribado templo ninguno por aquel pequefiito que la Santa había levantado en España, con gran celo de las almas y de las que allí se juntasen le tuviesen siempre en oración y ejercicios de mortifica- ción y penitencia para ayudar a Cristo y a sus católicos, en espe- cial en la conversión del reino de Francia, del que tenía siempre un deseo vivo en su alma, que la movía a clamar por él. Oyóla el Señor, porque después que la llevó a gozar de Sí, despertó a algunos católicos, que deseando la salud de su pueblo, la pedían a Su Ma- jestad con vigilias, mortificaciones y lágrimas en el tiempo que en él había tantos trabajos y desconsuelos para los católicos, que había muchos y muy buenos. Viendo pues que en España se había levantado la gran Teresa con el espíritu del cíelo y celo de las almas a levantar nueva reformación de su Orden, procuraron llevar allá el fuego de las Carmelitas Descalzas». Y escribiéndola esta declarante una lega a la dicha Madre flna de San Bartolomé la merced que Dios la había hecho en llevarla a aquellos reinos para que en los trabajos que en él había padeciese, y en el celo que la movía a admitir aquella comisión, le respondió en otra carta diferente estas pala- bras formales: «Siendo priora de Tours, a donde ha tiempo que lo he sido, yo no lo soy ahora, nada más que otras veces, antes lo que se ha visto siempre en de incapacidad es la verdad, y lo que ahora se piensa volver es tal verdad, que no soy sino la más pobre de todas mis hermanas las de la cocina, y por eso se ha querido el Señor servir de mí, porque se vean más sus misericordias, y que sus obras se hacen con su poder y no con el de las criaturas. Ha- bíase de cumplir la profecía del P. Padilla, de la Compañía de Jesús, que dijo a nuestra Santa Madre que vernía tiempo en que los frailes de su Orden fuesen fundadores», ñquí acaba, y dice esta declarante que esto se ha cumplido en la misma Madre ñna de San Bartolomé, compañera que fué por cinco años de la dicha San- ta Madre Teresa de Jesús, que fueron en últimos, hasta que Dios se la llev6, y sabe como testigo de vista y que la trató tantos años, y por otros medios que ha sabido las cosas particulares que Dios ha obrado con la dicha Madre ñna de San Bartolomé, desde que tenía cinco años de edad, y mucho más desde que comenzó acom- pañar a la dicha Santa Madre; que siempre ha sido mujer señalada en heroicas virtudes y en el celo y espíritu de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, por recibirle más que ninguna de cuantas religiosas ha conocido, e imitadora suya en esta luz y ánimo, por- que ha emprendido obras grandes y padecido trabajos exquisitos por todo el discurso de su vida, y más después que está en el dicho

1 Es conocids esta sangrienta lucha en la H'storia con el nombre de Matanza de San Bartolomé, ocuirida en 1572, diez afios después de la fundación de San José.

32t APÉNDICES

reino de Francia, que ha seis anos (1), y que, a la dicha iWadre Ana de San Bartolomé tenía la Santa Madre Teresa de Jesús en grande estima y tomaba su consejo en negocios muy graves, y conocía que su oración era muy alta y continua, y que para acudir a las cosas exteriores tenía particular ánimo y fuerza, aún naturalmente; y ansí por estas cosas, como por particular permisión de Dios, la escogió por compañera suya en los últimos años de su vida, que más había de padecer, y la misma Madre ñna de San Bartolomé fué, antes que esto se efectuase, prevenida en la oración por parte de Dios Nuestro Señor que se aparejase, que quería fuera ayuda de la Santa Madre Teresa de Jesús, y acudiese a socorrerla en sus caminos, tra- bajos y enfermedades, lo cual hizo con tantas veras y con tan sin- gular devoción, como si se tratase de ver por algunas cosas que adelante dirá. Y ansí, todo lo que ha referido del valor y virtudes de la dicha Madre Ana de San Bartolomé, es para que se entera fe y crédito a las cosas que la susodicha ha escrito a esta decla- rante, de que va hecha mención en este artículo e para lo demás que falta por decir.

26. ñl artículo veintiséis dijo: que responde lo mismo que lleva dicho en el artículo diecinueve, a lo cual se refiere.

42. fll artículo cuarenta y dos dijo: que todo lo que en él se re- fiere, lo ha oído decir haber pasado ansí como en él se refiere, y en particular declara que cuando la Santa Madre dijo a su pre- lado que Nuestro Señor la había mandado fuese a la fundación en Madrid, el prelado la dijo que, no obstante eso, su voluntad era que fuese primero a fundar en Sevilla; y como la Santa Madre se suje- tase y rindiese a su parecer, aunque sentía lo contrario en su espíri- tu, la dijo el Señor que hiciese lo que la mandaba, que El me lo pagaría. Sucedió que luego que fué a la ciudad de Sevilla, estando dicho prelado con la dicha Santa Madre en ella, se levantaron tan- tas persecuciones a dicho prelado y tantos testimonios y trabajos tan extraordinarios, que se verificó bien el castigo excedió, aunque sin de- trimento de su akna, que Dios había dicho a la Santa Madre que le había de dar por no haberla dejado ir a lo que Dios le mandaba, como va referido, y al tiempo que el dicho prelado tuvo parte de los dichos trabajos, y casi luego que la Santa Madre había ido a la fundación de aquella ciudad de Sevilla, entró esta declarante en el convento que la dicha Santa Madre había fundado allí (2), y fué esta declarante testigo todo el tiempo que estuvo allí la Santa Ma- dre de los grandísimos trabajos que ella padeció, y en el mismo tiempo fueron acusadas la Santa Madre e sus monjas por la Santa Inquisi- ción, levantándolas gravísimos testimonios y de cosas tan feas y aje- nas de poderse creer, que no es digno de tomarlas en la boca. Y al tiempo que anduvo la furia de estas tribulaciones, estaba la dicha Santa Madre por una parte muy afligida, más por lo que tocaba al prelado y a sus monjas que por lo que a ella tocaba; y por otra,

1 La venerable Ana fué con otras Carmelitas a fundar conventos de la Reforma en Francia el año de 1601.

2 Entró de seglar a la edad de ocho años cumplidos.

Apéndices 325

en su alma y acciones exteriores e interiores con una paz del cielo y con una serenidad tan grande, que ponía admiración; y no pu- diera ser ansí, si Dios no morara en ella y tuviera tan asegurada su conciencia de no tener ella misma culpa, no solamente en aquellas cosas que la levantaban, pero en otras mucho menores. Mas Dios, para su mayor mérito, ordenó que la Santa, junto con esta paz, pasase grandes aflicciones. No la deshacían el corazón porque le tenía firme en Dios, y en la esperanza de que le había de favorecer y sacar a luz la verdad, como sucedió; pues acusadas delante del Santo Oficio y tomados testigos, constó más claro de su inocencia y casti- dad y del agravio tan grande que se le había hecho.

Junto con estos trabajos, a los que la hizo el Señor por particu- lares favores en la oración, y a veces la hizo padecer muchos tra- bajos interiores, porque no fuese sola la aflicción de los hombres, sino que Dios parecía que se retiraba de ella y la pareciese que en su vida se había hallado tan cobarde como entonces, y que a mis- ma no se conocía; porque aunque siempre tenía confianza en Dios, estando a su parecer en aquella fundación más de lo que solía es- tar en otras, que sentía el Señor en alguna manera había apartado su mano para que viese que el ánimo que solía tener no era suyo sino del mismo Señor; por cuya providencia, en este tiempo de tan- tas aflicciones, acertó a llegar allí su padre de esta declarante, lla- mado Lorencio de Cepeda, hermano de la dicha Santa Madre, que llegaba de Indias, trayendo consigo a esta declarante y a sus hermanos, sin saber que la había de hallar allí a la Santa Madre; y antes que desembarcasen, parece que por providencia de Dios supo de su llegada la Santa Madre y los envió cierto regalo a mí, estándose en el brazo de la mar (1); y en aquella sazón, la dicha Santa Madre andaba al buscar casa para sus monjas; porque no era conveniente en la que estaban de emprestado. Acogióse a Dios, que era el que la remediaba en todas sus necesidades y al glorioso San José, hacien- do mucha oración ella y sus monjas porque el Señor se la diese, y estando pidiendo esto, la dijo Su Majestad una vez: Ya os he oído, dejarme a mí. Quedó con esto tan confiada, que hizo cuenta que ya la tenía, y ansí la tuvo presto muy grande y recreable por medio de las diligencias de su padre de esta declarante, costán- dole muchos trabajos el comprar la casa para sus monjas y defen- derla en lo que se ofreció. Acomodósela para monesterio, y dábales para el sustento lo que habían de menester; y fué Dios servido que con esto y con la verdad que se había manifestado en lo que ya va dicho en este artículo, fué tanto el placer y devoción de los de la ciudad, que con grandísimo concurso de gente fueron a la casa nue- va. Y al poner el Santísimo Sacramento, fué el mismo Arzobispo de aquella ciudad y la Clerecía y Cofradías, y se hicieron grandes fies- tas y aderezos por las calles en que había de pasar el .Santísimo Sa- cramento, y en especial en la dicha nueva casa, que fácilmente no se pueden decir, ni menos las instalaciones curiosas que hubo, y

1 En Sanlúcar de Bñrrameda.

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entre ellas se puso una fuente de agua de azahar en el claustro, que la Santa Madre no quisiera tanto gasto; pero movió Dios los corazones de otros a andar en tales cosas como fuera de sí, porque se viese cómo volvía Dios por la honra suya y de la Santa Aladre y de sus monjas, las cuales, con grandes veras, procuraban servir a Su Majestad. Fué esta fiesta domingo infraoctava de la Ascen- sión, año de 1576. Todo lo cual sabe porque esta declarante se halló allí presente.

44 y 45. Al articulo cuarenta y cuatro y cuarenta y cinco dijo: que lo que de ello sabe es, que tiene particular noticia esta de- clarante de los trabajos que la Santa Madre Teresa de Jesús tuvo acerca de lo que se refiere y declara en estos artículos; porque la mayor parte del tiempo que pasaron, estuvo ésta que declara en su compañía, y que estando en la dicha ciudad de Sevilla y habiendo hecho Capítulo General los Padres Carmelitas Calzados, y estando el P. General tan indignado contra la dicha Santa Madre, como se refiere en el dicho artículo cuarenta y cinco, la enviaron un mandato antes que saliese de Sevilla, no sólo para que no fun- dase más monasterios, sino para que eligiese uno de los hechos, en que viviese y no saliese más. Y ella obedeció con gran pronti- tud y paz y escogió el convento de Avila, y esto es ansí certísimo, aunque en los dichos artículos no se especifica. Salió pues la San- ta Madre de Sevilla juntamente con el dicho Lorencio de Cepe- da, su hermano y padre de esta declarante, y ansimismo en su com- pañía esta declarante, y pasaron y estuvieron en el convento de esta Orden que estaba ya hecho en Malagón, y de allí vinieron al de Toledo, donde la Santa Madre se detuvo algunos meses, y no más; y pasados éstos vino a este convento de San José de Avila, donde es certísimo estuvo dos años o más entonces, que fueron en el tiempo que pasaron la furia y trabajos contra la Santa Aladre con los mandatos y preceptos del Sr. Nuncio y las demás cosas de que se hace mención en estos artículos, y del prendimiento de los religiosos, a los cuales algunas veces defendieron del poder de sus contrarios el dicho Lorencio de Cepeda, padre de esta declarante y sus hermanos, y los escondían mientras y entretanto que había oportunidad para poderse guardar de las dichas persecuciones; y es- tando verdaderamente en aquel tiempo su padre y hermanos de esta declarante en esta ciudad de Avila, se verificó más la asistencia que hizo en este convento la dicha Santa Madre el tiempo que lleva dicho de los dichos trabajos, aunque después de ellos, fué necesario salir para acudir a algunos conventos de los que estaban fundados, que pienso fué lo más cierto a Toledo, de donde volvió a esta casa y salió de ella para la fundación de Villanueva de la Jara; y esta declarante fué testigo de los trabajos grandísimos que padeció y las cartas de nuevas tristísimas que traían de la corte, en que parecía que todo lo que había hecho se iba a deshacer. Y aunque estas cosas la tenían con grandes aflicciones, era cosa muy sobrenatural la paz y quietud con que estaba en su ánimo y la fortaleza con que lo pa- saba todo, sin consentir que otras personas ni las religiosas de casa

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hablasen ninguna cosa contra los perseguidores, antes todo parecía que lo quería abonar.

Y entre estos trabajos recibió del Señor particulares favores en la oración, y mostróla con el espíritu de profecía cómo su Orden iiabía de prevalecer, aunque más la persiguiesen; y una, entre estas, la dijo a esta declarante que no se desharía la Orden de sus frailes Descalzos, que entonces andaban tan afligidos y perseguidos, sino que antes iría creciendo. Estando otra vez con los nuevos trabajos de la Orden, que estaban en mucho riesgo y peligro, la dijo el Señor a la Santa Madre: ¡Oh mujer de poca fe; sosiégate que muy bien se va haciendo. Lo cual se experimentó después. Y en el de los trabajos que esta declarante va hablando, recibió la dicha Santa Ma- dre unas cartas en que la escribían de la corte nuevas terribles de la persecución que el Sr. Nuncio y otros habían levantado, y que habían preso a unos Padres Descalzos; lo cual le dio tanta pena a la dicha Santa Madre, que dijo: Dios me paciencia', y luego, como ha- ciendo en aquel punto alguna reflexión en su espíritu, exclamó estas palabras exteriormente: Ahora, Señor, me habéis pagado todos los de- seos que he tenido de serviros. Y con esta fortaleza y confianza en Dios, pasó todo este tiempo de las dichas persecuciones, y estuvo cuatro años sin hacer ningún convento, que fueron desde el año de 1576 hasta el de 1580, en que salió a fundar el de Villanueva de la Jara, yendo con ella la Aladre Ana de San Bartolomé, de quien ya lleva hecha mención, y poco después fué al de Palencia, y al de Soria el año de 1581; porque a este tiempo ya estaban sosegadas las casas de la Orden con el Breve último que dio Su Santidad para dividir Provincia, el cual se expidió el 20 de Noviembre, año de 1580, y se hizo el Capítulo de los Padres Descalzos en Alcalá de Henares, día de San Cirilo, en Marzo de 1581, y todo esto fué con el favor de Dios y del rey D. Felipe II. E después de haber pasado lo que lleva referido, volvió la dicha Santa Madre a este convento de San José de Avila, a donde fué elegida por priora con grande sentimiento suyo, porque esta declarante la vio bien afligida de que la daban este cargo de mayoría, siendo a su parecer insuficiente e ya muy cargada de enfermedades (1).

50. ñl artículo cincuenta dijo: que estando la dicha Santa Madre Teresa de Jesús por priora de este convento de San José, como acaba de decirlo en lo último del capítulo precedente, el año de 1582, otro día, después de año nuevo, salió de este convento la Santa Madre para la fundación del convento de Burgos, ansí por lo que de allá la habían importunado, como principalmente por cumplir la volun- tad de Dios, que había entendido en la oración ser el que aquella fun- dación se hiciese; y reparando la Santa Madre que estando tan en- ferma y que era tiempo de recios fríos y nieves para ir tan largo camino, la respondió Nuestro Señor, que no hiciese caso de eso, que El era el verdadero calor. Salieron, pues, con la .Santa Madre al- gunas religiosas; (que salió la que declara para esta fundación),

1 Fué elegida el iO de Septiembre de 1581. (Véase la página 251.]

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y entre ellas, fué la Madre ñna de San Bartolomé, de quien lleva hecha mención, y esta declarante, aunque tan indigna de ella. Los trabajos, y descomodidades y enfermedades que pasó por este ca- mino, no se pueden fácilmente significar, sin otros que se le ofre- cieron padecer, pasando de camino por otros conventos de los suyos, en los cuales mostró bien su humildad y sufrimiento y el ánimo ren- dido que mostraba aún con sus menores y subditas, que en algunas cosas la hicieron contradición aunque con santo celo. Echábase de ver que iba Dios labrando su corona de la Santa Madre con cosas que más podia pentir en lo último de su vida, en que había de quedar toda prefeccionada para el grado de gloria que Su Majestad la tenía aparejada.

Llegada a Burgos la dicha Santa Madre, se la levantaron ma- yores contradiciones y persecuciones de parte del Sr. Arzobispo de aquella ciudad y del prelado de su misma Orden que la había acom- pañado por todo el camino; porque aunque ambos prelados tenían en mucha estima a la dicha Madre Teresa de Jesús y fiaban en su buen espíritu, permitió el Señor, para mérito de la dicha Santa, que ellos fuesen los que más la afligiesen, cada uno por su camino. El dicho prelado de la Orden se fué y la dejó metida en tantas afli- ciones, como desconfiando de que aquella fundación no se había de hacer; lo cual dio mucha pena a la Santa Madre. El Sr. Arzobispo, por diligencias que con él se hicieron, nunca quiso dar la licencia para poner el Santísimo Sacramento, y aun para que oyesen misa dentro de casa, porque no hubiese forma de monasterio, y ansí se estaban en la de una señora recogidas, yendo a misa sólo las fies- tas por las calles, y todas con vituperios de los que las vían y con grandísima mortificación de la Santa Madre y de sus religio- sas. Finalmente, por no hacer estas salidas, pidió la Santa Madre que las acogiesen en cierto hospital (1), que estaba fuera de la ciudad para poder oir misa dentro de casa; y en estos trabajos, sin dar licencia el Sr, Arzobispo, pasaron tres meses contados desde el prin- cipio o mediados de Enero en que entró en Burgos la Santa Madre, hasta 19 de Abril en que dio licencia el Sr. Arzobispo y se dijo la primera misa y se colocó el Santísimo Sacramento, quedando fun- dado el monasterio.

Dióse luego el hábito a una hija de la señora que las acogió e ayudó para esta fundación, y a él predicó el Sr. Arzobispo en la iglesia nueva del dicho convento, y en público, en el dicho sermón y con muchas lágrimas, se culpó de no haber dado licencia antes a aquella Santa, como quien había estado ciego en dilatársela, ala- bando su Religión y pidiendo perdón de lo que había hecho padecer a la Santa Madre Teresa de Jesús y a sus monjas por su ocasión. Cobróla nueva devoción y fué en adelante muy favorable en aquel convento. En él se detuvo la dicha Santa Madre hasta fin del mes de Agosto de aquel mismo año, o poco menos, deseando ver si salía alguna comodidad para aguda al sustento de aquel convento de Bur-

1 Llevaba por nombre «la Concepción», como ya dejamos escrito.

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gos, hasta que Nuestro Señor la dijo: ¿En qué dudas? que ya esto está acabado; bien te puedes ir. Y con parecer del prelado salió para volver al convento de Palencia, Valladolid' y Medina del Campo, sien- do su intento de la Santa Madre hacer este viaje de regreso para volver a éste de San José de ñvila, para asistir a su oficio de priora g otros negocios que habían menester su presencia, y principalmente de dar a esta declarante de su mano la profesión, porque se lle- gaba ya el tiempo, y ansí caminaba con priesa (1). Y todo lo de suso referido en este artículo lo ha declarado por saberlo, como lo sabe, como testigo de vista y persona que a ello se halló presente con la Santa Madre Teresa de Jesús.

52 y 53. A los artículos cincuentai y idos y cincuenta y tres, dijo esta declarante: que casi de todas las cosas que en ellos se trata fué esta declarante testigo de vista, y lo experimentó ser ansí verdad en los caminos que anduvo con la Santa Madre, y que en el .que fué a Burgos, de que ha hecho mención en el artículo precedente, iba con tan gran fe de espíritu, que los ratos que se habían de tomar de entretenimiento, los pasaba la Santa Madre en hacer actos de grandísimos martirios, deseando padecerlos por amor de Dios, si en tal ocasión se viera, y que los Padres Descalzos que con ella iban, procuraba los hiciesen también y que en público los dijesen para fer- vorarse los unos a los otros, y ver cuál deseaba padecerlos mayores por amor de Jesucristo Nuestro Señor.

Y en lo que toca al P. Julián de ñvila, de quien se refiere en el capítulo cincuenta y dos tenía gran satisfación de la pureza de su alma y de la virtud y celo y el espíritu particular en su oficio de confesor, que la Santa Madre dijo a esta declarante, habiendo estado antes en oración, que era tan suficiente para hacerlo, que no solamente se podían fiar de él sus monjas, pero que era el confesor más apropósito que podían liallar para tratar sus espíritus y llevar adelante su Instituto, guiadas por su consejo, y que ella no hubiera habido menester otro, si no se hubiera visto necesitada con los gra- vísimos negocios que en su Orden se ofrecían a tomar el parecer de otras personas letradas y siervas de Dios para no seguir los de uno solo, aunque era tan bueno. Con esta satisfación y vida tan ejemplar que hacía, gustaba la Santa Madre llevarle consigo a las fundaciones hasta el tiempo que otros padres graves de su Orden la acompañasen. Y estando el dicho P. Julián de Hvila con la Santa Madre en Sevilla, y no pudiendo ir ella a la fundación de Ca- ravaca por las muchas dificultades que se le habían ofrecido en Sevilla, vio esta declarante que le fió a él solo toda la fundación, y fué a ella llevando por priora a la Madre ñna de San ñlberto, que es- taba entonces en el mismo convento de Sevilla. Juntamente con ella otras religiosas de otro convento, y fué y es una de las casas bien puestas en lo espiritual y temporal que la Santa Madre tuvo.

55. Al artículo cincuenta y cinco dijo: que sabe cierto que en vida de la Santa Madre tenía el libro de su vida que en este artículo

1 No tuvo la Santa la satisfacción de ver profesar a su sobrina.

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dice que escribió el Sr. Arzobispo de Toledo, Don Gaspar de Quiro- ga, guardado en secreto y con mucha estimación de él; al cual, estando la Santa Madre en este convento, antes que saliese a fun- dar el de Burgos, le hubo de pedir con grande encarecimiento la hiciese merced de presentársele, para sólo sacar su traslado, para no que necesidad que se le había ofrecido, para verlo o mostrarle a sus confesores; y el dicho Sr. Arzobispo se le envió el dicho libro, confiado de la palabra de la Santa Madre, la cual mandó que para trasladarle ninguna religiosa le leyese ni viese, sino sólo esta declarante en secreto, por ser forzoso leerle a quien le tras- ladaba, diciendo que como esta declarante era niña, no repararía en ello. Y confiesa esta declarante que con serlo, y con tan sin espíritu como era y tan desapegada e incrédula de las cosas de la Santa Madre Teresa de Jesús, que la hacía la lectura del dicho libro un movimiento particular interior, con un espanto notable de ver que tenía entre manos mujer tan señalada en virtudes y en favores del cielo, y procuraba hacerse fuerza así misma para estimarla en lo que era razón; y con todo eso, pasados aquellos ratos, permitía el Señor que se escureciesc y encubriese a esta declarante aquella ad- miración que antes sentía, para que no se dejase descuidar en mos- trarla amor y estima particular, sino antes le fuese ocasión de más mortificación su término de él, a pesar de esta declarante, y no mi- rando el Señor a esto.

Otras veces, por el tiempo que conoció a la Santa Madre, le daba otras noticias de las grandezas que había puesto en aquella alma y las obras heroicas que por su medio Dios había hecho y había de hacer, que la traían a esta declarante algunas veces como fuera de y muy -suspensa en semejantes consideraciones, mirándola como un prodigio que estaba en el mundo y que presto quizás se la quitaría de los ojos; las cuales cosas también la pasaban a esta declarante para el fin que poco ha dijo esta declarante.

56. Al artículo cincuenta y seis dijo: que lo que de él sabe, es que todo lo referido en él es cosa muy notoria, cierta y verdadera, y que ha sabido el provecho particular que ha resultado de la lec- tura del dicho libro en algunas almas, y en especial en una de un caballero de esta ciudad que vino por ella a ser tan mudado en su espíritu, que con fortaleza sobrenatural dejó a sus padres y a las cosas del mundo y se entró religioso en los Descalzos Franciscos; y quejándosele los padres de que no les quedaba heredero, él res- pondió que rogaría a Dios se le diese, y dentro de aquel año dicen que, por intercesión de la Santa Madre Teresa de Jesús, se le dio Nuestro Señor; y el dicho religioso se dio tanta priesa a las cosas del servicio de Su Majestad y de la penitencia, que dentro de poco tiempo le llevó Dios a gozar de en el cielo. Y este caballero era hijo de Ochoa de Aguirre, vecino y regidor de esta ciudad; el cual y otro hijo suyo llamado D. Pedro, habrán depuesto cerca de esta particular, y en él se refiere a sus deposiciones.

Y también sabe esta declarante, que en estos últimos años es tanta la estima que se tiene en otros reinos de los libros de la Santa Madre, que los lian hecho traducir en sus lenguas. Y de Indias escri-

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bió a esta declarante uno de sus hermanos, que pienso fué Don Francisco de Cepeda, que uno que tenía, casi nunca le dejaban en su casa, llevándole a porfía unos y otros para leerle, por el aprovecha- miento que en sus almas sentían, y otras cosas particularas, que por no se le acordar bien, no las declara, aunque la parece haberlo oído decir a diferentes personas. Y sabe esta declarante, por cosa muy cierta y verdadera, que el libro original que refiere el Capítulo se llevó ael convento de la Encarnación por mandado de su prelado, como han llevado de él otros muchos papeles de mano de la Santa Madre al fin de que por allá fuesen vistos y más estimados, y que el estar puesto el dicho libro en tan eminente lugar entre otros libros de Santos, lo sabe por relación de Francisco de Mora, que vio el dicho libro muchas veces, como persona que asistía en la pre- sencia del Rey tantas veces; que por los oficios que tenía en la casa real y por lo que le querían y valía no había para él en ella cosa encubierta; el cual fué apasionadísimo por los libros y cosas de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, como se relata en otro ar- tículo cuando se trata de él.

58. Al artículo cincuenta y ocho dijo: que algunas cosas de él tiene ya respondido en otra deposición que dijo del reverendo señor Provisor, D. Pedro de Tablares, Arcediano de Avila, por comisión del ilustrísimo Sr. Nuncio, en la cual deposición ya se ha ratificado esta declarante en el principio de este su dicho y también en él, en especial en el artículo diez y siete, tiene referido otras cosas tocantes a este artículo, a todo lo cual se refiere y esto responde (1). 59. Al artículo cincuenta y nueve dijo esta declarante: que por lo que vio y ha oído muchas veces, sabe que la dicha Santa Madre Teresa de Jesús fué aventajadísima en la virtud de la obediencia, no sólo con sus superiores y confesores, pero aún con personas in- feriores a ella;' y así vio esta declarante muchas veces que se rendía al parecer de sus subditas y se le pedía con grande humildad, y que cuando pasaba por los conventos, con ser fundadora de todos, no admitía que las religiosas de ellos acudiesen por licencias sino a las prioras de los mismos conventos, a las cuales respetaba y tra- taba como si les tuviera la misma obediencia y sujeción que las demás, y las pedía licencia o perdón de que no hacía tanto como quisiera por estorbarla los negocios, especialmente porque no hilaba tanto como las demás, por estorbarla los negocios, en los cuales, aunque más se cansase y más la estorbasen, buscaba tiempo, aunque fuese de noche, para estar hilando y ayudando en esto a la comunidad. También sabe acerca de las comuniones que, con haber muchos años que la Santa Madre las hacía cada día con orden de sus con- fesores, las vino a dejar cuando estaba en Burgos por sólo que el Sr. Manso, de quien ya se ha hecho mención en el artículo diez y siete, como que no la conocía entonces, aunque la confesaba, la dijo que no había menester comulgar tanto, ni tenía aparejo para ello, que bastaba a ella y a sus monjas comulgar de ocho a ocho días,

Véase la Relación hecha poi ella misma en 1596, que ya dejamos publicad;;.

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u de quince a quince; a lo cual, aunque lo sentía mucho por ser una pérdida grandísima para el consuelo de su alma el no comulgar cada día, iba por estotra ley, obedeciéndole como si él solo hubiera sidc siempre su confesor. Y si acaso las demás religiosas o alguna de ellas se quejaba o le culpaban en este particular, las reprendía ü no consentía sino que hablasen con mucho respeto de él. Cuando fué a Alba la Santa Madre, obedeció también con gran contrariedad en lo que, según ella misma dijo, había sentido más que en cuantas cosas antes otros prelados la habían mandado, haciéndola desde Me- dina del Campo torcer el camino de Avila para que fuese a Alba de Tormes, porque la Duquesa la había pedido así, sintiendo mucho este viaje no fuese por particular necesidad o provecho de su Religión, sino digamos por respeto humano de dar gusto a la Duquesa, en que la fuese a ver pidiéndola al perlado por título de querer ver y ha- blar a una santa, que es lo que ella sumamente aborrecía que nadie dijese ni pensase.

63. Al artículo sesenta y tres dijo: que ansí por oídas de con- fesores fidedignos y graves de la dicha Santa Madre Teresa de Je- sús, y en especial del Sr. Ribera y de otras personas que la co- nocieron, y por lo que esta declarante vio y oyó el tiempo que trató y comunicó a la dicha Santa Madre, sabe que es ansí verdad todo lo referido en este artículo, según y como en él se contiene, y que en especial le hacía a la Santa Madre de la grande humildad que tenía y del conocimiento de lo poco que en era, una grande estima de los prójimos y de cualquier virtud que en ellos vía, y a personas que tenían cosas particulares de oración las respetaba; y así, viendo a una religiosa en un arrobamiento, por ser nueva en el monasterio de Burgos, las demás religiosas comenzaron a alterarse de verla en aquel éxtasis tanto tiempo en el coro. La Santa Madre Teresa de Jesús, viéndolo, no sólo mostró respeto, sino que reprendió muy bien a las demás religiosas por el que no habían mostrado. Otra vez estaban contando delante de la Santa Madre algunas de las visio- nes y mercedes que Dios había hecho a Santa Gertrudis, y fué tan notable la humildad de la Santa Madre que en el exterior mostró de aquello, que no le faltaba más que postrarse en tierra de la veneración que le causó oir aquello, con muestra de que ella ja- más había experimentado cosas semejantes.

Esto fué una cosa tan particular, que la hizo notar a esta decla- rante no poder ser aquello sino en un alma de profundísima humil- dad y deseosa de que nadie supiese los favores y mercedes que Dios la hacía, sino que sólo venerasen los que había hecho a otros santos. Y ansí mesmo esta declarante ha oído no cuántas veces, y la una a religiosa de las más antiguas que hubo en este conven- to, que oyó decir a la dicha Santa Madre que quisiera o había de- seado que su muerte fuera como un rayo del cielo, por ser muerte, al parecer, de los hombres grandes y honrados.

67. Al artículo sesenta y siete dijo: que no sólo sabe que es verdad todo lo en él contenido, por lo que ha oído decir, sino que en los últimos años que esta declarante conoció a la dicha Santa Madre, la vio algunas veces tan afligidísima de dolores ij con tan

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grandes temblores en la cabeza y golpes en el cuerpo, que no sólo la podía tener, pero que parecía, en la furia con que era atormen- tada, que los mismos demonios eran los que la hacían una violencia tan grande, y que en estos tormentos se acuerda no se quejaba ni hablaba palabra si no era para alabar a Dios y pedirle su socorro, o a las hermanas agua bendita, de la cual era devotísima y jamás es- taba sin ella de noche ni de día, ansí en la celda como en los caminos, y que en los tiempos de estos temblores, mostraba en su rostro un aspecto tan grave y recogido dentro de sí, que verla era como verla en un éxtasis de oración, testimonio claro de la que tenía aun en aquellas ocasiones en su espíritu.

Otra vez, estando la Santa Madre en este convento de San José de Avila, un día, primeros de Navidad, en la noche, yendo por una escalera hacia el coro, según se entiende, la hizo caer el demonio de ella, de suerte que se quebró cl brazo izquierdo, con un ruido ex- traordinario en la caída; y con quedar de esta suerte y esta decla- rante y las demás religiosas tan alborotadas, ella se quedó en su paz y quietud, y aún piensa que riéndose, y nunca se le oyó quejarse ni hacer sentimiento del dolor, sino llevarlo con particular sufrimiento; y después, al tiempo de la cura g concertarla los huesos, fueron los dolores excesivos, y dijo que para poderlo llevar, había tenido puesta su consideración en Cristo Nuestro Señor cuando estaba en la cruz, que estiraron tan cruelmente sus nervios. Con toda esta cura quedó por toda su vida impedida de no poder sola vestirse, ni tocarse ni aprovecharse de aquel brazo.

Sabe esta declarante, que con estar la dicha Santa Madre con tantas enfermedades y cansada de negocios y muchas cartas, hasta las doce y la una de la noche, no por eso dejaba de ir a los maitines al coro con las demás religiosas; e yendo allí, una vez dijo a esta declarante que aunque iba, jamás se sentía sin grandísimo mal o dolor de cabeza.

68. fll artículo sesenta y ocho dijo: que todo lo que declara y refiere este artículo sabe ser ansí porque lo ha oído diversas veces y a diferentes personas, y en especial de tres ha sido informada de lo que se sigue. Estándose haciendo aquella casita primera a que dio principio a esta reformación Nuestra Santa Madre, y estando con su hermana Doña Juana de Ahumada, fueron un día al sermón a la iglesia parroquial de Santo Tomé de esta ciudad, y un religioso de cierta Orden que predicaba allí, comenzó a reprender ásperamente, como de algún gran pecado público, diciendo de las monjas que salían de sus monasterios a fundar nuevas Ordenes, eran para sus libertades, y otras palabras tan pesadas, que Doña Juana estaba afrentada y haciendo propósitos de irse a Riba o a su casa y hacer a nuestra Santa Madre que se volviese a la suya y dejase las obras. Con este propósito volvió a mirarla y vio que con gran paz se estaba riendo. Dióla esto más enojo, y díjola algunas razones sobre ello, pero luego la mudó Dios, y dejando los propósitos dichos, se quedó aquí en Avila y tuvo a nuestra Santa Madre en su casa, prosiguien- do en la obra comenzada. Esto que ha oído esta declarante, es con- forme a lo que escribió la Madre Priora de Toledo, prima suya.

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que fué hija de la dicha Doña Juana (1), a quien se le oyó muchas veces contar, y esta declarante también lo sabe por dicho del doc- tor Ribera.

También sabe por relación de la Madre ñna de San Bartolomé, de quien ya lleva hecha mención en otros artículos, en especial en el diez y nueve, que yendo con la dicha Santa Madre Teresa de Jesús a la Mancha en el templo de la Puebla, estando la Santa Ma- dre con ella y otras religiosas, los clérigos de la iglesia no las que- rían comulgar, poniendo dolo en sus personas como gente que an- daba caminos; y acabadas de comulgar, con muchas voces y alboroto las echaron de la iglesia y enviaron personas con ellas hasta cerca de Toledo para ver qué gente eran, lo cual llevó la dicha Santa Madre con la alegría y sosiego con que llevaba cosas semejantes y de que Dios la sacaba con más honra que antes.

71. Al artículo setenta y uno dijo: que por lo que ha oído muchas veces y conoció esta declarante en la dicha Santa Madre Te- resa de Jesús, sabe que es verdad lo que este artículo dice, en es- pecial lo que señala cerca de lo que pasó en la fundación de Bur- gos, de lo cual esta declarante fué testigo de vista, y pasó ansí como en el artículo se refiere, aunque lo que dice de los seis meses, sabe no fueron más que tres, como tiene declarado en el artículo cincuen- ta. Y en lo que en él se trata de la sinceridad de la dicha Santa Madre, conoció en su tía ser tan grande, que de ninguna cosa parecía podía tener malicia ni juzgarla a mala parte, ni faltar en cosa a la verdad por pequeña y leve que fuese, y que en el año último de su vida, en cuya compañía anduvo esta declarante, estaba tan adelantada en estas virtudes, que en todas sus acciones y en los actos exteriores mostraba una sencillez y candidez tan notables, que parecía era niña de dos años, y que estaba en aquella primera ino- cencia con que Dios crió en el Paraíso el primer hombre, como lo tiene apuntado esta declarante en la deposición que dijo ante el Rvdo. Sr. Provisor, Don Pedro de Tablares, Arcediano de Avila, ante Francisco Sánchez de León, notario, en que ya va rectificada al prin- cipio de este dicho, a lo cual ansí mismo se refiere.

72. Al artículo setenta y dos dijo: que lo que de él sabe, es que muchas veces esta declarante fué testigo de vista que pasó ansí por verdad lo que en él se dice, y que en especial lo que era alabar a Dios, la dicha Santa Madre era tan continua, que aun gx- teriormente nunca estaba sin hacerlo, y refería algunos versos de los salmos de David. No había cosa, hasta las plantas y flores muy pequeñas de la huerta y las criaturas que Dios había criado, aún in- sensibles, que no estuviese siempre diciendo: «Bendito sea el que te crió», enseñando a esta declarante que hiciese lo propio cuando ella las viese. Era amiguísima de que en el culto divino sus reli- giosas se esmerasen en el aderezo de los altares y veneración de las imágenes; y cualquiera cosa que en esto vía hacer a esta decla- rante, se lo agradecía como si a ella la hiciera un grandísimo favor.

1 Madre Beatriz de Jesús

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Asistía al Oficio divino en el coro cuanto podía; y cuando no podía sino rezarle fuera, vio esta declarante muchas veces que estaba tan embebidísima y recogida dentro de sí, que ponía devoción en quien la miraba, y no se divertía de ninguna suerte, aunque más anduvie- sen ni hiciesen ruido en la celda donde estaba. Persuadía a las religiosas de palabra y también con el ejemplo a estar muy atentas y compuestas en el Oficio divino, y que el canto de él fuese con mucha pausa, en especial en aquellas palabras que se dicen en el Gloria: Qtioniam tu solas Sanctus etc. En el Credo le daba particular gozo en su alma cada vez que en él se decía, que el reino de Cristo no había de tener fín, gozándose extraordinariamente de que Dios fuese quien era, y de los bienes que poseía y había de poseer para siempre. Y, en lo que toca a la devoción que la Santa 'Ma- dre tenía con Nuestro Señor, era tan singular, que sólo ver ima ima- gen suya parece que se derretía en su amor. Hizo una ermita en este convento, en los años primeros que le fundó, de Nuestra Señora y del glorioso San José, poniéndola por nombre Nazaret, a la cual acudía todas las veces que los negocios la daban lugar y se estaba en ella en oración, y cuando la daba cosa con algún ímpetu par- ticular procuraba irse de presto, antes que la viesen en algún arro- bamiento, a acogerse con gran ligereza a otra ermita que hizo de San Hilarión, de quien fué muy devota, y en que estaba también San Elias y Elíseo, de la otra ermita que lleva dicho de Nazaret; adonde, entre otras veces, habló el Señor a la Santa Madre y la dijo cuatro cosas que dijese de su parte a los prelados religiosos de su Orden, que las hiciesen conocer y guardar; que siempre que las guardasen irían en más crecimiento esta Religión, y cuando en ellas faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. I--a primera es, que las cabezas estuviesen conformes; la segunda, que aunque tuviesen nuevas casas, en cada una hubiese pocos frailes; la tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas; la cuarta, que enseñasen más con obras que con palabras (1). Fué ano de mil y quinientos y setenta y nueve, en que se colige que fué al fín de los trabajos de la Orden, y poco antes que se dividiese la Provincia; y escribiéndoles la Santa Madre entre todas las casas que era de Dios, dijo que por todo esto era gran verdad lo firmasen de su nombre, y sólo ésta lo firmó y otra en la profecía de los milagros que había de haber en esta casa, y en esta misma ermita han acaecido otras muchas cosas singulares en que Nuestro Señor ha querido mostrar lo que se agrada de ella por ser de su Madre y Señora Nuestra.

Tuvo otra imagen suya, con quien tuvo singular devoción, y desde Sevilla la trajo a este convento de San José; y demás de verla esta declarante y tener cuidado de vestirla algunos años, oyó decir y contar algunas veces que, trayéndola de Flandes de un caballero de allá con título de que se diese a la Santa Madre, sucedieron dos milagros grandísimos en el camino, que aunque los oyó contar dis-

1 Véase la Relación LXI, p. 86.

336 ' APÉNDICES

tintamente que habían sucedido por la diciía imagen, no los pone aquí por no se le acordar bien al presente cómo fueron. Sabe tam- bién esta declarante que la Santa Madre puso otra imagen de bulto pequeña sobre la portería de este convento por consideración de lo que la dijo Nuestro Señor cuando se fundó, «que Nuestra Señora guardaría una puerta y San José la otra». Esta imagen de Nuestra Señora ha estado puesta a donde se ha dicho todos los años pasados hasta el próximo que pasó de mil y seiscientos nueve, que por cier- tos sucesos y devoción de la dicha Santa Madre la llevaron a la corte.

Acostumbraba la Santa Madre rezar el rosario a Nuestra Se- ñora desde que era muy niña, y en lo último de su vida, algunos años antes que Dios la llevase, sabe esta declarante, como testigo de vista, que por enfermedad que tuviese ni ocupaciones, que no sabía de no dejara por ninguna cosa de rezarla y buscar tiempo para esto, aunque fuese a las doce o a la una de la noche, antes que diese ningún sueño a su santo cuerpo. También hizo otra ermita de Santa Catalina Mártir, e hizo pintar su imagen en la misma pared, y sucedió que algunos años después, teniendo devoción un caballero de reparar la ermita del Cristo a la Columna, de que después hará particular mención, fué necesario derribar para ello la pared donde estaba pin- tada esta santa, que era de tapia, y revocándola los oficiales sin cuidado ninguno, ordenó Nuestro Señor que todo el circuito que tenía el bendito rostro de aquella imagen cayese tan entero entre la de- más tierra, como si aquel pedazo fuera de piedra; y advirtiendo las hermanas haber sucedido esto porque no se perdiese la memoria de lo que la dicha Santa Madre hizo pintar, la encajaron en una pared de un dormitorio, a donde hoy día permanece, y en la dicha ermita se puso a costa del dicho caballero otra de pincel, muy su semejan- te, todo lo cual sabe por haberlo ansí visto (1). Y por lo mismo, también sabe que hizo otra ermita en el convento de grandísima devoción de Santo Domingo y Santa Catalina de Sena, que con harto senti- miento de las religiosas se deshizo por otra obra, como también otra ermita de San Jerónimo en una cueva debajo de tierra, y cerca de ella otra junto a un pozo que allí estaba de la Samaritana, con la pintura de Cristo pidiéndola de beber, porque era devotísima la San- ta Madre de este misterio, y sobre él escribió algunas cosas muy altas, que por serlo ha oído decir mandaron quemarlas; y también ha oído que desde que comenzó a tener oración continuaba pidiendo a Dios la diese de aquella agua viva que Su Majestad dijo a la Samaritana, la cual le dio bien abundantemente Dios Nuestro Se- ñor. Estas tres ermitas, con otra que hubo de San Francisco, faltan ya por no haber podido excusar el derrumbar por otras obras.

73. R\ artículo setenta y tres dijo: que, por lo que muchas ve- ces ha oído decir por cierto y verdadero, como por lo que esta de- clarante vio en el tiempo que alcanzó a conocer a la vSanta Madre Teresa de Jesús, sabe que es verdad todo lo contenido en este ar-

1 Habla la Santa de estas ermitas en el capítulo XXXVIII de la Vida.

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tículo como en él se refiere, y en especial vio esta declarante al- gunas veces, o muy ordinario, cuando estaba en la fundación de Burgos que la apretaba mucho el mal de perlesía, impidiéndola a que no pudiese hablar; y como esto era tan en detrimento de los negocios que se le ofrecían cada día, para que pudiese tratar de ellos tomaban por remedio el comulgarla cada día, lo más pronto que podían, y con esto veían que cada vez volvía luego a poder hablar, como si nunca hubiera tenido aquel mal, no impidiendo esto a lo que declaró esta testigo en el artículo cincuenta y nueve de que el Sr. Manso no la dejaba comulgar sino de quince a quince días; lo cual no duró mucho, porque cayó en la cuenta de quién era la dicha Santa Madre, y ansí hubo lugar para el milagro que lia dicho, otros muchos días.

Y en la devoción del Santísimo Sacramento del Hitar que tenía la Santa Madre, señala esta declarante en particular que, aunque a los principios estaba este convento de San José de Hvila con tan gran pobreza, insistió mucho en que se hiciese la fiesta del Santísi- mo Sacramento con el ansia que tenía de que en esta se conformase con lo que hacía toda la Iglesia católica; y se acuerda bien esta de- clarante que por esta causa se le levantó a la Santa Madre una gran- dísima contradicción y altas pesadumbres, siendo ocasión de ellas, principalmente, uno de sus confesores, persona grave y muy santa, que aunque conocía lo era la dicha Madre, en esto la contradijo, como si fuera un desatino grande, y no quería dar lugar a que se efectuase. Ella, con su acostumbrada paciencia, lo sufrió todo, y con el favor de Dios salió con su intento y se hizo la fiesta muy bien, y movió Dios que viniesen a hacerla gente, digamos no conocida, aunque de calidad, que asistieron con singular devoción, y ordenó Nuestro Señor que la que la Santa tenía de que esta fiesta se hi- ciese, se le viniese a cumplir algunos años después, ofreciéndose dos señoras principales a hacerla cada año, como la hacen, no habiendo el convento podido hacerla en los años pasados.

Ti. R\ artículo setenta y cuatro dijo: que muchas cosas de las en él referidas las ha sabido esta declarante por haberlas oído decir muchas veces a personas graves de verdad, fe y crédito que cono- cieron a la dicha Santa Madre y por lo que esta declarante vio en el tiempo que le conoció y trató, y también sabe, por las razones dichas, que la Santa Madre andaba tan embebida en Dios, que pre- guntándola un su confesor letrado cómo gastaba el tiempo, pensando que tenía algunas horas de oración y después se divertía en otras cosas, le respondió la Santa Madre, que no se podía imaginar per- sona tan enamorada de otra y que no se pudiese hallar un punto sin ella como ella lo era con Cristo Nuestro Señor, comunicando siempre con Eí, y amándole más de lo que se podía entender. Tam- bién oyó esta declarante a una religiosa muy grave, que si no se engaña fué la Madre María de San Jerónimo, priora que fué de este convento, de quien ya ha hecho mención en otros artículos, que oyó a la dicha Santa Madre decir que había sido providencia de Dios darle tantas ocupaciones exteriores en que servirle para diver- tir algo la fuerza del espíritu y grandeza de mercedes interiores que

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Nuestro Señor la hacía, con las cuales le parecía no pudiera vivir ni menos tener sentido para tratar con criaturas, si Dios no la pro- veyera de sujeto sobrenatural para lo uno y lo otro. También sabe del doctor Ribera que para las ansias que la Santa Madre tenía de Dios, le era algún alivio ver sus imágenes y las de sus santos y regalarse con ellos, y en lo que toca al resplandor de su rostro, sabe esta declarante por relación cierta de la Madre Ana de San Barto- lomé, de quien ya se ha hecho mención y en particular en el artículo veinte y nueve, que estando en este convento de S. José de Avila en compañía de la Santa Madre, vio haciendo un día capítulo como priora del convento, que le salía del rostro a la Santa Madre muy grande resplandor, tanto que alumbraba todo el capítulo, que casi la impedía su vista, y aunque no supo si las demás religiosas lo vieron, conoció en ellas que salieron de aquel capítulo con extraor- dinario fervor y consuelo de espíritu. También sabe de la misma Madre Ana de San Bartolomé, la cual por una obecíiencia que se le puso para cierto fin no podía encubrir a esta declarante las cosas interiores que pasaban por su alma, y ansí con profunda humildad y verdad se las decía, y una de ella es que cuando andaba en com- pañía de la dicha Santa Madre, la causaba tanto consuelo y respeto de este Señor, que fué esta declarante buen testigo, que la parecía que la persona a quien servía era Cristo Nuestro Señor; y que algunas veces, cuando la ayudaba a acostar o vestir, porque con un brazo quebrado, como queda dicho tenía, no podía por sola, dice que olía en su cuerpo y vestido de la Santa Madre un olor grande de re- liquias, cual ahora se ve que tienen todas las suyas; y que un día, en particular, estando en el convento de Valladolid, yéndola a des- pertar más de mañana que solía, vio su rostro tan claro y resplan- deciente como el sol y una gran fragancia de suave olor. Ella se consoló tanto de esto, que se puso en oración cerca de la cama sin llamarla, y despertando la Santa, la preguntó, que cómo estaba allí; y ella calló lo que había visto.

También dice que cuando murió la Santa Madre Teresa de Jesús sintió pena de su muerte, no sólo por lo que la quería, sino porque perdía tal madre, maestra y ejemplo de todas las virtudes que vía en ella, del resplandor de las cuales y de la asistencia de Dios en su alma cuando vivía en este valle de lágrimas, se causaba en la de la Madre Ana de San Bartolomé, por singular modo, una pre- sencia de Cristo Nuestro Señor casi ordinaria, la cual demostraba Dios en el alma de la Santa Madre, de suerte que en ella tenía el oratorio e imagen de Cristo intelectualmente para andar casi siem- pre puesta en oración, sin que la estorbase la continua ocupación exterior que traía, sirviéndola en sus continuas enfermedades y nego- cios, en que de noche y de día tenía bien en qué ocuparse; pero como casi siempre tenía en estos ejercicios presente el objeto en que se le mostraba la presencia de Cristo Nuestro Señor, ni la impedía cosa para el recogimiento interior, antes de esta presencia divina traía tanta fuerza en su alma, que la aligeraba el cuerpo como si no le tu- viera. Toda aparecía andaba espiritualizada en Dios, de lo que se infiere que, no solo la Santa Madre tenía oración y presencia de Dios,

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sino cfue por su medio la tenía quien andaba con ella. También dice esta declarante que sabe, por lo que ha oído a personas graves, que estando la Santa Madre en el convento de la Encarnación de esta ciudad de Avila, antes que fundase éste de San José, dándose a los ejercicios de oración, una de las primeras visiones que tuvo fué que, estando en la portería, la mostró el Señor un brazo muy llagado, g arrancándose de él un pedazo de carne de cuando estuvo Su Majestad atado a la Columna, como quejándose de cuál estaba por ella y cuan mal se lo pagaba en lo que hacía de hablar allí cosas de vanidad, de que ella tanto se duele en sus libros. Esta figura que allí vio cuan- do fundó este monasterio de San José la hizo pintar en una pared haciendo en aquel sitio una forma de ermita muy pobre, y salió bien como imagen de oración. Ha oído esta declarante contar a algimas religiosas por dicho del mismo pintor, a quien muchas veces importuna- ron que sacase otros retratos como aquél, y respondía que no le era posible, que pinturas de más arte que él las sacaría, pero que el espíritu que ésta tenía, él no se le podía poner, porque todo él había sido milagroso, yendo la Santa Madre cuando él le pintó diciendo lo que había de hacer y estaba pidiendo a Dios que saliese así. Dicen que también afirmó el dicho pintor que estándole la Santa Madre di- ciendo cómo había de hacer un rasgón de carne en el brazo, él no lo podía entender, y puesto el pincel en aquella posición, volvió a mi- rarla para que de nuevo le enseñase el cómo, y cuando tomó el pincel, halló su rasgón hecho sin saber cómo. R otros pintores, sin éste, han pedido saque retratos como éste, y ninguno ha acertado a sacarle propio, aunque más lo han procurada y le han estado mirando, en es- pecial en los ojos tan penetrantes que tiene.

De los milagros que por esta imagen ha obrado el Señor los de- clarará en su lugar; sólo señala aquí esta declarante, demás de lo dicho que ha oído decir a una de las religiosas más antiguas de este convento y que más trató a la dicha Santa Madre, que la dijo que la dicha figura de este Cristo de que va hablando, era muy parecida a la del cielo. También dijo a otra religiosa de San Francisco que hizo pintar en la ermita suya, de que se ha hecho mención por esta decla- rante en el artículo setenta y dosi, a fin de que le tuviesen en mucho, porque se parecía al San Francisco vivo del cielo. Declara ansi- mismo que por relación de la Madre Priora de Toledo, su prima de ésta declarante, cuya madre fué la Doña Juana de quien ya va hecha mención, hermana de la Santa Madre, la oyó decir algunas veces que estando aquí en Avila la Santa Madre en aquella primera casita para comenzar a fundar este convento en compañía de la dicha Doña Juana, hizo con ella que pusiese por nombre a un niño que le nació entonces José, por devoción de este glorioso Santo, al cual la Santa Madre le tomaba muchas veces en sus brazos diciendo: «José, plegué a Dios que si no has de ser muy santo que Dios te lleve ansí angelito». Fué ansí que desde ahí a algunos meses, que aun no fué año, le dio un mal al niño que entendieron se moría, y estando un ¡día juntas las dos hermanas con el niño, la dicha Santa Madre lo tomó y se sentó con él, y echándole su velo encima del rostro, quedando de él el mismo de la Santa Madre y estándole mirando, se le encen-

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dio el rostro a la Santa Madre, y se quedó como en éxtasis, sin mo- verse, y la dicha Doña Juana, aunque vio que el niño se moría, se estuvo queda sin hablar a su hermana, sino mirando en qué paraba aquello, y estuvo mucho rato así; y volviendo en la Santa Madre, callando, se levantó con el niño para entrarse en otro aposento, sin decir a su hermana cómo era muerto, la cual, entendiendo que lo era, dijo a la Santa Madre la señora: ¿dónde va que ya yo entiendo cómo es muerto el niño? Respondió la Santa ^adrc: «Es verdad, mas gracias a Nuestro Señor, que le prometo es para alabar a Dios ver un alma de estos niños ir al cielo, y la multitud de ángeles que vienen por él», y contóle lo que había visto.

75. Al artículo setenta y cinco dijo: que esta declarante de per- sonas fidedignas y de verdad ha oído decir y sabe ser ansí verdad lo que el artículo dice, y por lo que esta declarante alcanzó a conocer a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, y en particular vio esta de- clarante que cuando estaba a la muerte en ñlba, muchas veces la oyó decir, dando gracias a Dios, aún con la voz alta, de que le había hecho hija de la Iglesia y que esperaba salvarse como miembro de ella por la pasión y sangre de Cristo Nuestro Señor. También cuando esta declarante estaba con la Santa Madre en Sevilla vio que sus monjas, en la hora que tienen de entretenimiento, hicieron una re- presentación tan viva y tan fervorosa del martirio de la manera que en el artículo se hace mención, que esta declarante, como era niña, se espantó tanto como si fuera verdadero aquel acto, que la hubieron de esconder. También dice de misma, que después que profesó en este convento de Avila, por algunos años fué gravemente mo- lestada de continuas tentaciones contra la fe, que, aunque por miseri- cordia de Dios no sabe que consintiera en ellas, la hacían estar muy afligida, y hallaba que para la pacificación de ésto, ningún medio la aprovechaba más que el acordarse de la fe de la Santa Madre y de las obras maravillosas que por ella y con el favor de Dios había hecho, y con este alivio ha pasado esta declarante algunos años; y, finalmente, en estos últimos, sin saber cómo, se le han quitado del todo estas tentaciones, piensa que por medio de la dicha Santa Ma- dre, pareciéndola antes que no había de haber medio para salir de aquel tormento, sintiendo en sí, con la memoria dicha de las obras de la Santa Madre, una manera de fortificación y certeza en estas cosas de nuestra santa fe como derivada de la dicha Santa Madre, y esto responde al artículo.

77 y 78. R los artículos setenta y siete y setenta y ocho dijo: que casi todo cuanto en ellos se refiere los sabe por haberlo oído de- cir diversas veces a personas de verdad, fe y crédito, y también por- que muchas de las cosas declaradas en los dichos artículos las conoció y en el modo de proceder de la dicha Santa Aladre el testigo que la conoció, y en particular dice que antes que muriese, en una o dos partes, halló esta declarante, entre otras cosas escritas de su letra, esta cifra, leyéndola algunas veces con harta advertencia: -^Octava de San Martín, treinta y tres; yo por ti e por mí» (1). No decía más;

1 Algo más dice el autógrafo. (Véase la página 13].

APÉNDICES 341

pero a lo que esta declarante ha podido entender, fueron estas pa- labras dichas de Cristo Nuestro Señor en la oración a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, con excesivo amor, mostrándola la activa unión que tenía ya con su alma, y que por ella de nuevo la ofrecía su vida santísima, e que la que ella había de vivir, en retorno de la suya, serían otros treinta y tres años, contados desde el día que la hizo esta merced hasta el de su muerte, para que la vida divina del Criador y la humana de la criatura, la del Esposo y la de la esposa, quedasen unidas con el vínculo del amor que había de durar por toda la eternidad, y ha sentido que así fueron las otras palabras que el Señor dijo a la misma Santa Madre otra vez: «Mi honra es ya tuya, y la tuya mía». Otra vez la dijo: «Si no hubiera criado los cielos, sólo por los criara», con otras palabras, de tan excesivo amor, que por ser de tanto favor no quiso la Santa Madre escribirlas en parte que se pudiesen saber fácilmente, sino piensa que debajo de sello a un confesor suyo Dominico, llamado Fray García de Toledo, a quien se dieron unos papeles suyos sellados después de su muerte, sin que jamás se supiese en este convento qué se hicieron, sucediendo poco después la muerte del mismo Maestro (1). Había venido de Indias a esta ciudad de Avila con deseos de verse con la Santa Madre, que entonces estaba en Burgos, y esta declarante con ella, la cual vio el que ella tenía de hablarle por ser uno de sus confesores con quien más declaró cosas de su espíritu, y le escribía desde Burgos a Avila, y esto responde a estos artículos.

79. fll artículo setenta y nueve dijo: que demás de ser verdad lo que en él se dice y parte de ello haberlo esta declarante visto, sabe y declara que del mismo amor que tenía a Dios la Santa Madre la esforzaba tanto, que atendía a las necesidades de los prójimos y al consuelo como si no tuviera otra cosa a que acudir. Visitaba a las enfermas cuanto a menudo podía; muy ordinario estaba oyendo a di- ferentes personas sus penas, sucesos y negocios con un semblante y afabilidad y compasión muy sobrenatural. Esta mostraba muy en particular cuando estaba en Burgos en aquel hospital, como queda dicho en el artículo cincuenta. Bajaba a visitar los pobres, llevando por compañera a la Madre Ana de San Bartolomé y alguna vez a esta declarante, y repartía con ellos los regalos que podía haber, o a ella la enviaban de limosna personas devotas, sabiendo cuan en- ferma estaba, particularmente de un mal de garganta, que casi no podía comer cosa sin derramar sangre de ella, queriendo más que a ella la faltara que no a los pobres. Mostraba consolarse tanto con su vista, que cuando hubo de ir del hospital, lo sintieron grandemente.

En los monasterios que fundó, sabe esta declarante de oídas y de vista, que recibió en ellos muchas personas huérfanas, instando otro remedio y que tenían virtud para vivir en ellos religiosamente, sin hacer caso de que no llevaban dote, lo cual no sólo la Santa Madre hizo los años que vivió, pues dejó muy encargado en la Constitu- ción que sus religiosas no mirasen tanto el dote como a la virtud y

1 El P. Gatcía de Toledo mutió por los anos de 1590.

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pobreza de las que habían de recibir, aunque sus monasterios padecie- sen alguna cosa por acudir a obras de caridad. Era muy desintere- sada de todas las cosas de hacienda y muy aficionada a hacer bien a pobres, y nunca la faltaba que darles. Encargaba a la Aladre Ana de San Bartolomé, como esta declarante lo vio muchas veces, que tu- viese cuidado de acudir y regalar lo mejor que pudiese a gente ne- cesitada y a los carreteros y demás mozos que en el camino servían.

Era muy ajena de envidia y de vanidad, que parece no podía ca- ber en ella; muy sin malicia; muy amiga de tratar con beneplácito a todos; muy enemiga de murmuraciones, no consintiendo que delante de ella hubiese ninguna por pequeña que fuese, sino que iiablasen bien de todos en especial de las personas que la perseguían. Con las ánimas del purgatorio tenía particular caridad y ofrecíalas muchas oraciones y obras pías. Decía que poco iba en que ella estuviese en el purgatorio con tal de ayudar algo desde esta vida a alguna alma de las muchas que padecían en él. Casi todas sus obras y oraciones ofrecía por el bien común, ansí de las dichas almas, como por el aumento de la Iglesia y conversión de los herejes.

En cuantos monasterios fundó, jamás torció un punto en obra ni en palabra de lo que entendía ser más servicio de Dios, ni por salir con la fundación, ni por remediar las necesidades de ellas, ni por haber el favor de personas graves para sus negocios. Todo el buen suceso de ellos principalmente sucedía y es ser obra de Dios. Todo lo dicho en el artículo lo vio esta declarante o lo oyó a personas muy fidedignas.

80. R\ artículo ochenta dijo: que en otros artículos de este su dicho tiene declarado lo que sabe acerca de lo en él referido, a lo cual se remite y en el que dijo ante el señor doctor D. Pedro de Tablares, ñrcediano de la santa Iglesia de Avila, por ante Francisco Fernández de León, notario, refirió esta declarante cómo vio muchas veces que de un terrible dolor de muelas que tenía la Madre Ana de San Bartolomé quedaba luego libre y sana en echándola la bendición la dicha Santa Madre Teresa de Jesús.

También sabe por dicho de la misma Ana de San Bartolomé, que estando en Salamanca con la dicha Santa Madre y hallándose la dicha Santa Madre muy cansada por las muchas cartas que tenía a que responder, la dijo que si supiera escribir la ayudara a responder a las cartas. La dicha Madre Ana de San Bartolomé la respondió: ^Déme vuestra reverencia una materia por donde deprenda»; y la Santa Madre la dio una carta de buena letra de otra religiosa para que de allí deprendiese. Ella le replicó que mejor sacaría de la letra de su Re- verencia, porque lo sentía ansí interiormente. La Santa Madre es- cribió luego dos renglones de su mano, y dióselos, y a imitación de ellos escribió una carta aquella tarde para este convento de Avila, y desde aquel día supo escribir todo lo que fué menester, sin ser más enseñada en la nota ni en la letra, la cual era parecidísima a la de la dicha Santa Madre.

81. Al artículo ochenta y uno dijo: que en lo que toca a las profecías del rey de Portugal, que el artículo refiere, ya esta de- clarante las sabía por relación del doctor Ribera; y de las demás

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tocante a la Orden las tiene referidas y declaradas algunas de ellas en los artículos cuarenta' y cuatra y cuarenta y cinco, y en este añade agora unas palabras que halló en una relación, piensa que era de un padre de la Compañía de Jesús, las cuales palabras formalmente son éstas: «Hame dicho muchas cosas que sólo Dios las podía saber, por ser cosas que estaban por venir y que tocaban al corazón y apro- vechamiento, y que parecían imposibles, y en todas he hallado gran- dísima verdad». En otra relación muy larga que esta declarante tuvo en su poder, y que poco ha envió a su Padre General, que entiende según la letra que fué del Padre Fr. Pedro Ibáñez, dominico, uno de los más señalados confesores que la Santa Madre tuvo, en la cual dicha relación, entre otras muchas cosas, estaban escritas las palabras si- guientes: «Que habiendo concertado él con una persona cómo había de tratar muy de veras con Dios y pensando que lo hacía así, no quise volver por donde la Madre Teresa de Jesús estaba; díjome ella que su Maestro, que así llamaba a Cristo Nuestro Señor, le había man- dado que me dijese que volviese a aquella persona y le diese el recado que ella le había dado antes. Dióselo, y fué tal, que con ser un hombre muy grave y de mucho seso y gobierno, le penetró las entrañas y comenzó a llorar y descubrióse allí cómo no había comen- zado lo que había prometido de hacer». Hquí acabó esto.

También ha sabido esta declarante por dicho de personas religio- sas y una de ellas fué el dicho Doctor Ribera, que la Santa Madre, antes de su muerte, no sabe en el tiempo que fué, supo en qué ano había de ser, acaso por algunas palabras que la oyeron como al des- cuido algunas de sus religiosas, que hecha cuenta de unas con otras, vino a morir el año que dijo.

También sabe esta declarante que un año antes, poco más o menos, que la dicha Santa Madre muriese, se hubo su hermano D. Francisco de Cepeda, sobrino suyo, en un negocio de tomar estado según la persuasión y parecer de un deudo suyo y de otras personas, y no conforme al de la Santa Madre; y aun piensa esta declarante que aun no la dieron cuenta de ello hasta después de hecho, y que la descubrió Dios con espíritu de profecía el suceso que había de tener después, y con gran sentimiento suyo se lo dijo la dicha Santa Madre al dicho D. Francisco, y pocos años después de muerta se le cumplió a él todo, de manera que con la memoria y esperanza de dio, escri- bió desde Indias a esta declarante una carta; la fecha de ella es de Lima, a veinte y cinco de Abril, año de mil y quinientos noventa y nueve, comenzándola con estas palabras formales: «Tres flotas ha que escribo a V. md. muy en particular de mis sucesos y de cuanto se ha cumplido la revelación que nuestra Santa Madre tuvo y me dijo acerca de mis trabajos; sea Dios bendito, que tantos tenía or- denado que yo pasase y tan graves, y en parte donde todo lo que fuese arrimo y amparo de mundo me faltase, en orden a que pade- ciese sin consuelo». Dice otras palabras en que, para consuelo de esta declarante, la declara cómo todos aquellos trabajos que padecía eran camino de salvación y que le habían causado gran aprovecha- miento en su alma. De lo cual se colige, que junto con haberle pro- fetizado la dicha Santa Madre tan grandes trabajos, no apartó de él

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un punto su intercesión y ayuda. Y un confesor con quien trataba aquí en Hvila la dicha Santa Madre, que era de la Compañía de Je- sús, llamado Francisco de Vitoria, señalado en letras y espíritu, yen- do después por la conversión de las almas a aquellas Indias a donde acertó a ser confesor del dicho Don Francisco, y en el tiempo de sus mayores tribulaciones, y en el que le escribió a esta declarante la carta que queda referida, la escribió otra este Padre, ponderando mucho el alto estado en que había llegado aquel alma de virtudes y fervor de espíritu por el camino de padecer, con palabras tan graves, que la causaron admiración. También escribieron de Sevilla a esta declarante que una persona grave que había venido de Indias, ha- blando del dicho Don Francisco, dijo que hacía Dios en Indias mani- fiestos milagros por aquel sobrino de la M. Teresa de Jesús.

Y estando esta declarante en Burgos, en el último año que vivió la dicha Santa Madre, y otra vez estando en un camino que no se acuerda para dónde, sucedieron a esta declarante las dos que siguen. Habiendo estado un día, entre otros, esta declarante con varios pensa- mientos e imaginaciones y entre estas batallando dentro de sí, de si dejaría esta Orden e iría a otra, y todo esto encubriéndolo mucho a la Santa Madre, al tiempo que más quiso disimular con ella, con rostro algo severo dio a entender a esta declarante lo que en su corazón había pasado y le fué haciendo una contrapetición de lo que deseaba o pensaba de ir a otra Religión más abierta, dejando el bien que tenía sin conocerle. Fué este razonamiento tan eficaz y grave, que esta declarante quedó muy confusa y se determinó de profesar en esta Orden, como lo hizo pocos días después de la muerte de la dicha Santa Madre (í). Viniendo luego a este Convento de San José por saber que era su voluntad, y dejando el de Alba, donde había pensado de quedarse por respeto de su santo cuerpo, y en esto como en los demás negocios no se atrevió a salir un punto de lo que había entendido quería la Santa Madre antes que muriese. Este es el un suceso de los dos. Y lel otro es, que estando esta declarante caída en algunas faltas y no muy arrepentida, sino esquivándose y encubriéndose con la Santa Madre, ella, con severidad suave, dijo a esta declarante el peligroso estado en que estaba y el mal aparejo que tenía para profesar, con otras palabras que la traspasaron el corazón, sin saber qué la responder.

Otra vez, piensa que estando en Valladolid, andaba ansí en cosas de su alma, como en negocios tocantes al testamento de su padre y su dote de esta declarante, muy turbada, y apartándose de los con- sejos y comunicación de la dicha Santa Madre, hacía esta decla- rante el parecer de otras personas seglares, procurando encubrirlo todo cuanto podía a la Santa Madre; pero Dios, que todo lo sabe, dio a entender a esta declarante sus enredos y se los fué diciendo la Santa Madre, y con un aspecto grave e de alto sentimiento, como quien no hablaba de suyo, la fué profetizando el castigo que la había

1 A 5 de Noviembre de 1582, como es dicho, pata lo cual se trasladó al convenio de San José de Avila,

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de venir por sus culpas y la poca fidelidad con que la había tratado, y cómo vernía tiempo que la querría; y no la ternía, con otras palabras que la causaron tanta confusión, que no la dejaron entonces perci- birlas mucho. Después lo comenzó a experimentar, y a los tres o cuatro años después de la muerte de la dicha Santa Madre, fueron tan fuertes, continuos y exquisitos los trabajos interiores y exteriores que la vinieron, que la traían como fuera de sí. Los confesores se espantaban y no sabían qué decir ni qué hacer, especialmente viéndola con una tentación nunca oída, de que la resultaban otras muchas, en que duró lo más recio diez años. Procuraba algunos medios para aliviarse, y permitía Dios que su consuelo no se efectuase, sino que todo la afligiese más; y aunque no se declaraba con la Madre Ana de San Bartolomé, entendió en la oración, cuando estaba en este convento el cuerpo de la Santa ^adre, que no la convenía a esta declarante lo que pedía. No se lo dijo entonces la dicha Madre Ana de San Bartolomé, aunque andaba afligidísima; y sin saber cómo, poco después se la vinieron a quitar a esta declarante todos aquellos traba- jos, quedándose la causa de ellos, que es lo que más espanta, y ha algunos años que está tan libre como si nunca hubieran sido, echando de ver en esto cómo Dios aflige y sana tan ocultamente un alma y de lo que le ha valido a la suya las oraciones e intercesión de la dicha Santa Madre, aunque, al parecer, se escondía tanto de ella. Y en demostración de la profecía que la dicha Santa Madre dejó escrita de los milagros que se habían de hacer en esta santa iglesia de San José y cómo había de ser llamada santa, dirá aquí cómo Nues- tro Señor ha ya mostrado algunos y dado principio a ellos por medio del Cristo de la Columna, en la ermita que hizo en esta casa, de que lleva hecha mención en el artículo setenta y cuatro; y así, el año de mil seiscientos y seis, sucedió que haciendo casi trece años que estaba en la cama con continua calentura una religiosa de este con- vento, llamada Ana de San José, y con grandes palpitaciones en el corazón, un temblor recísimo en la cabeza, que no la dejaba sosegar un credo, y con unos desmayos que la dejaban sin habla llegando a estar oleada, pero aunque entonces mejoró algo, los temblores la du- raban dieciocho horas cada día; luego la dieron unas cuartanas por largo tiempo; después de esto se le arreció mucho el temblor, añadién- dosele darle en otras partes del cuerpo e impidiéndola del todo el no poder comer ni beber con sus manos. Los accidentes del corazón, golpes y gritos eran terribles; decía el médico que a aquel mal no le hallaba remedio, ni en su vida tal continuación había visto. Todo esto que de fuerza sería, dice la misma hermana que era nada en comparación de lo que sentía fuera de sí. Día de la Natividad de San Juan del dicho año, por acudir a su devoción, lleváronla con harto trabajo otras hermanas al coro para que comulgase, como algu- nas veces había hecho, y antes que lo hiciese, fué grande el temblor y mal que la dio de sólo esta declarante sacudir muy poco la manga de su hábito después de sacar unas rosas que llevaba en ella, lo cual le hizo reparar mucho. A la tarde del dicho día tornaron a advertir a la dicha enferma, por su consuelo, que mostró se le daría, que la llevasen a la ermita dicha del Cristo de la Columna, de quien desde

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que entró en esta casa mostraba singular devoción, y había propuesto de estar treinta y tres días en ella en oración, dándola licencia la Madre Priora, si Dios por medio de aquella su imagen que hizo pintar la Santa Madre Teresa de Jesús la daba salud. Lleváronla, pues, algunas hermanas, aunque con harto trabajo, y la enferma, con gran temblor, llegada a la puerta de la dicha ermita, se echó en d suelo, y queriendo entrar en ella arrastrando, sintió allí gran mal, y mo- viéndose de una vara sintió un nuevo aliento dentro de y que se le quitó una cosa del cerebro, con que pudo tenerse en pie y comenzó a andar, hasta ponerse a vista de la imagen que está en una capillita más adentro. Allí dio voces con la gran fuerza de espíritu, diciendo; «Dios mío y Señor mío», dándola un estremecimiento grande e yén- dola a tener una hermana, dijo: «Déjeme», y fuese por misma a besar los pies de la santa imagen. Estuvo allí mientras las herma- nas dijeron una letanía; luego, mientras decían otra, se levantó y anduvo tres veces por la ermita, con tanta lijereza como si no hubiera tenido mal. Llamaron a la Madre Priora para que la viese sana. Ve- nida que fué, anduvo la dicha hermana con extraña admiración de to- das las demás hermanitas y por la huerta y casa; comió y bebió con su mano como sana, que lo quedó tanto en aquel punto de todas aquellas enfermedades, que nunca más hasta hoy la ha visto esta declarante ningún accidente de los pasados, por ninguna ocasión que se haya ofrecido de las que antes la hacían tanto daño y afligían. ñ toda la comunidad sigúela y trabaja en ella y en el coro como las demás, estando muy agradecida de la merced recibida; todo lo cual sabe esta declarante, que lo más de ello lo vio y fué cosa muy cierta, y es fama pública en todo el convento que pasó en la forma y ma- nera que lo lleva declarado, y el Sr. Obispo de esta ciudad, que a la sazón tomó por el tiempo este milagro tan claro y patente aquel mismo año.

Preguntada por el dicho señor juez si acaso es posible que sea verdad lo contrario de lo que lleva dicho en el suceso referido, y si en estas cosas pudo suceder como en otras semejantes suceden por medio de algún medicamento que hubiese precedido, o por otra causa o virtud natural o accidental, de suerte que este suceso pudiera no ser milagro y por qué razón juzga lo hubiese sido, respondió a esta pregunta: que dice lo que dicho tiene; por las razones que lleva de- claradas cree y tiene por cosa cierta y sin duda alguna ni en ello la ha puesto que el dicho suceso fué caso milagroso, claro y patente; porque allí no precedió medicamento ni otra cosa accidental material- mente, porque, aunque en el discurso de los trece años de la dicha enfermedad la habían hecho alguna y medicamentos, no habían obrado ni sido de efecto alguno para la salud de la susodicha, antes decía el médico o médicos que aquel mal era continuo y extraordinario, qu2 liO había para él cura ni remedio; y por sanar, como sanó, tan de repente, claramente, por todas las dichas razones, consta haber sido y ser suceso y caso milagrosoA y en ello, como tiene dicho, no se ha puesto cosa alguna, y con haber que pasó cuatro años y más, no la ha vuelto cosa alguna de la dicha enfermedad ni accidentes de ella, por donde más se confirma haber sanado milagrosamente por mano del

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Señor, obrando este tan gran milagro en la dicha ermita la imagen de Dios que hizo pintar la dicha Santa Madre y en cmnpliraiento de la dicha profecía. Y sabido este milagro fuera del convento, fué grande la devoción que causó en oirle, ansí a personas religiosas como segla- res; y un Padre de esta Orden de Descalzos [lo dijo] a un caballero de esta ciudad, llamado Francisco Guillamas, ^\aestro de la Cámara del Rey nuestro señor y Tesorero de la Reina, para que él y su mujer se encomendasen a esta santa imagen, por razón de que la dicha su mu- jer, llamada Doña Catalina Robles, estaba entonces con una gravísima enfermedad y iarga, y a este tiempo ya desahuciada y a punto de expirar. Encomendáronse a ella y enviaron a pedir a este convento hiciesen oración por ella, y que en especial una religiosa la fuese a tener con más espacio a la misma ermita del Cristo; y estando en la dicha oración con gran fervor de espíritu, entendió en él la dicha religiosa que la dicha Doña Catalina no moriría, sino que sanaría, y sucedió luego de la misma manera, con lo cual quedaron estos caba- lleros tan devotísimos de esta santa imagen y su ermita y ofrecieron luego de reedificarla de nuevo; y para efectuar esto, derribaron la dicha ermita, y viendo que era tiempo de invierno, de tanta agua ij nie- ve, dióles cuidado a las hermanas si caerían las dos paredes de tapia, que en la una estaba pintado el mismo Cristo y la otra enfrente, en que estaba San Pedro llorando su pecado. Encomendáronlo al ?cñor, y dos religiosas, entre las demris, entendieron de parte de Nuestro Se- ñor que no se caería y que serviría mucho de que se reedificase la dicha ermita, con otras muchas particularidades que por estar vivas no conviene declararse. Fué cosa espantosa, que no recibieron detri- mento ninguno las santas imágenes, ni las paredes, con ser de tierra sola; y en la que estaba San Pedro, sin defensa ni arrimo ninguno, más del pedazo en que estaba pintado, con caer sobre él mucha agua y nieve por algunos sitios. Después de reedificada la dicha ermita, con mucha más obra y riqueza de la que antes tenía, pidieron los dichos caballeros, por la singular devoción que tenían, que les diesen a un lado de la iglesia de este convento para hacer una capilla para sus entierros, concediéndoseles, y en esta obra dio Dios principio a otras maravillas que se siguen; la cual capilla se comenzó a hacer por el mes de marzo del año de mil y seiscientos y siete. Hecha, fué necesario que la iglesia se subiese casi otro tanto de como estaba, y tratóse de que fuese con la misma madera vieja que tenía al ha- cerla y sobre las mismas paredes, que se tenía fortaleciéndose con unos estribos. Sobre esto pasaron muchos dares y tomares, pareciendo a algunas personas era bien hacerse así por acudir a la santa pobreza; otras que para su templo e iglesia de Dios era bien hacerse de nuevo y de bóveda de piedra, pues que la Santa Madre nunca impidió eso para las iglesias, y al fin se prosiguió la obra para que fuese de madera.

ñndando las cosas ansí, sucedió que, estando en Madrid un padre Descalzo francisco, de quien jamás la casa había recibido noticia, muy teólogo, muy recogido en la celda y dado a la oración y deseos ferviepíes del martirio, entendió en espíritu todo lo que allá pasaba, y muchas cosas secretas y del bien que había y había de haber en este

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convento, el cual el primer domingo de cuaresma del año de mil y seiscientos y ocho, acabando de confesar a Francisco de Mora, que estaba allí de arquitecto mayor de las obras reales y aposentador del palacio, le dijo: «En San José de Hvila un criado del Rey va haciendo la iglesia y no le contenta al Señor, que iglesia donde ha de obrar grandes maravillas, vaya de la manera que va, sino que sea bien hecha y que en todo caso sea la bóveda de piedra. Es menester estar con él y que de suyo le diga que la Santa Madre no dice que las iglesias sean hechas de madera y sin labrar sino las casas; es menester tam- bién que luego vaya a flvila y la orden de cómo ha de ir». El dicho Francisco de Mora le puso excusas y que perdería los ser- mones de la Cuaresma de la corte. El Padre le respondió: <No pide el negocio dilación, que la obra va muy adelante; buen sermón se oye haciendo lo que Dios manda; vaya luego, que habrá memoria de él en aquella casa para siempre». No dijo tan solamente en aquella casa, sino en toda la Orden, y pareciéndolc al dicho Francisco de Mora que habría nieve en los puertos, preguntó que por qué camino le parecía que fuese. Di jóle el Padre: «Vaya por montes, vaya por valles, vaya por nieves, que por donde quiera que fuese irá el Señor con él y dirá lo que ha de hacer». Con esto vino a esta ciudad, y luego por la mañana hizo que en este convento se cantase una misa del Espíritu Santo. Mandó luego derribar la iglesia por pie; parecióle que todo el mundo no fuera bastante a impedirle que no la derribase; dio de limosna al convento veinte escudas y para la obra seiscientos reales. Antes que viniese no habían querido las religiosas que sólo un estribo entrase en el capítulo de los que arriba digo que se trataban de hacer para fortificación de las paredes, y al punto que el dicho Francisco de Mora trazó la obra de toda la iglesia y las capillas de los lados, con voz común de todas, dijeron que era obra de Dios y que ya se co- menzaban a ver los milagros que la dicha Santa Madre Teresa de Jesús había profetizado en las cosas que se verían en la reedifica- ción de este santo templo. Confiando que Su Majestad daría con que toda la obra que se hiciese, sola la Madre Priora que era en- tonces, como otro San Felipe, dijo al dicho Francisco de Mora: ¿dónde habremos pan?, pareciéndole que no había aún con que comenzar la dicha obra. El la respondió con grandísima confianza en Dios: «Dios proveerá; venderemos un par de monjas», bien confiado que no tenía menester. Volvió a Madrid, y a la nochecer la primera persona que vio fué al Padre de quien va hablando, quien le despidió sin querer que aquella noche le tratase de la obra, sino que otro día volviese por la mañana. Hablándole, en todas sus acciones y palabras echó de ver este Padre que aquella noche había tenido larga oración sobre el negocio, y como el dicho Francisco de Mora desde Avila a Madrid no se le quitase del pensamiento que no sólo sería bien acu- dir a las trazas y orden de labrar, sino también a pedir limosna para la obra, entendió después en sí, por lo que el dicho Padre le dijo, ser ésta una de las hablas que le había de hacer Dios en el camino. Díjole más el Padre, que por pidiese las limosnas y que lo que se hiciese para esta iglesia era tan acepto a Nuestro Señor, que tenía librada en ella la salvación de todos aquellos que la hiciesen, aunque fuese

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muy poca; y el dicho religioso ofreció por mil y doscientos rea- les, encargando al dicho Francisco de Mora que en toda la iglesia no hubiese armas ni letrero de nadie.

ñ\ tiempo de andar pidiendo estas limosnas, le sucedieron al dicho Francisco de Mora cosas admirables, en que se echaba bien de ver cómo Dios movía los corazones para hacerlo, y le pidió al Rey y Reina para adelante; y respondiéronle con mucho gusto, e con el mismo le dieron licencia para que muy amenudo viniese a visitar la obra, ñl principio de sus venidas, le dijo la Madre Priora que si quería tomar la capilla; él respondió que no, que muy buena la tenía en Madrid, y con esto tornó allá. Y día de la Resurrección del Señor se vio con el dicho Padre; éste le dijo cosas de alta admiración de esta casa, y a Francisco de AVora le dio motivo de alabar así a Dios, viendo que ansí supiese tales cosas, siendo un hombre que no salía de su celda y coro, ni trataba ni se escribía con nadie, y su dormir era sobre una tabla pasándola más en oración. Y pasando con la plática adelante, le mandó que en todo caso tomara una capilla en esta iglesia y que fuese la más cercana al quicio de la puerta en que había mucho bien. Hl diclio Francisco de Mora se le liizo dificul- toso y quedó confuso; díjole el dicho Padre, que se fuese y que pensa- se en ello. El se fué a comulgar, y habiéndolo hecho, sintió en tan gran mudanza y una firmeza tan invencible en tomar la capilla y en aquel sitio que el Padre le había dicho, sin saber qué bien era aquel que tenía, que todo el mundo junto no le quebrara a mudar de aquel parecer, dejando la que tenía tan adornada en Madrid, sin hacer caso de lo que dirían todos de él, por esta novedad ociosa al parecer humano. Con esta determinación y con grandísima humildad, se vino luego a este convento pidiendo aquel sitio para su entierro. Parecióles era muy bajo para él, y quisieran que le tomara más cerca de la capilla mayor; pero no se pudo acabar con él, ni que dejase de dar cierta limosna de renta perpetua por el suelo de la capilla que pedía, por aquel bien que el Padre le había dicho que había en aquel lugar.

Advirtió luego esta declarante que debía de ser, por ser allí el capítulo de este convento, en el cual los había hecho la dicha santa Madre Teresa de Jesús tantas veces siendo priora, y donde después de su muerte estuvo siempre depositado su santo cuerpo los nueve me- ses que estuvo acá (1), y donde Nuestro Señor por su medio había he- cho señaladas mercedes a algunas religiosas. Escribióselo así esta decla- rante al dicho Francisco de Mora, y él se admiró, y esta declarante no poco de ver lo que el dicho Padre le había dicho sin poder saber por ninguna vía humana que aquel lugar servia de lo que había dicho, y de que antes, no habiendo querido el convento dar en este capítulo un tan pequeño sitio como era menester para un estribo de los que decían para la fortificación de las paredes de la iglesia, después que vino Francisco de Mora a trazarla más rica y costosa de lo que nunca se pensó, no hubo monja que contradijese el dar todo

1 Desde fines de Noviembre de 1585 al 23 de Agosto del año siguiente.

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el capítulo, y cuanto de celdas u sacristía fuese menester para esa obra. Yéndose otra vez el dicho Francisco de Mora con el Padre dicho, le tornó a decir: -^Tome luego este sitio que le he dicho, no se le ade- lante otro a tomarle; más querría yo estar enterrado en aquella iglesia que en el Sagrario de la santa iglesia de Toledo; tiempo vemá que se tenga por bienaventurado el que alcance a enterrarse junto al qui- cial de la puerta o en el cementerio de aquella iglesia. Esta capilla de Madrid no la venda, sino déjela a sus padres y él vayase a Hvila; mire que ha de obrar Dios grandes maravillas en aquella iglesia». Confesó el dicho Francisco de Mora que parece ya las había visto y que era grande maravilla del Señor lo que por él había pasado, en que se encerraban otras cosas particulares. El descubrió debajo de confesión al Obispo y secretario apostólico, tomándole el dicho para la canonización de la dicha Santa Madre, honra suya y gloria de Dios Nuestro Señor, a cuya deposición se refiere y lo de suso re- ferido lo sabe esta declarante por relación cierta y verdadera del dicho Francisco de Mora, y por el de otras personas graves y reli- giosas, y por lo que esta declarante ha visto y experimentado por misma. Otro declara, que en el año pasado de mil y seiscientos y nueve, el día de la Porciúncula, dos días del mes de Agosto, habiendo estado en este convento enferma dos años y medio una religiosa llamada Magd^^lena de la Madre de Dios, que la comenzó una ma- nera de carbunco en un ojo, después un mal de estómago, de que se le hizo una dureza, la cual creció tanto, que poco más de un año vino a ser mayor que un ladrillo, que los médicos dijeron que era scirro, junto con el gran mal de cerebro y corazón, con muchos tem- blores, gritos y desmayos y otros accidentes tan extraordinarios, que no sabían qué hacsr, y la comunidad andaba afligida. Dióla después flota coral y frenesí, y sucedió estar cuatro y cinco días sin comer cosa de día ni de noche, y piensa que una vez estuvo diez u once; por lo cual, viendo el médico que no era enfermedad natural ni podía vivir tantos días sin comer, y que ningún remedio la aprove- chaba, parecióle sería bien acudir al de la Iglesia de los exorcismos; y con parecer de otras personas se los hicieron algunos días, pero no se vio en ella mejoría, sino crecer tanto los accidentes y desmayos. qu2 no sabe cuántos días antes del día de la Porciúncula comenzaron unas religiosas a hacer particulares oraciones, y de ir a la dicha er- mita del Cristo de la Columna a hacerlas para una novena. Estaba tal la dicha enferma, que dos días antes del que sanó, pedían a Nuestro Señor la hiciese merced por su santa imagen de sanarla o llevársela consigo, porque daba inquietud a la comunidad, y la enferma en lo interior y exterior en tal disposición, que no la faltaba más de des- esperar. La misma enferma hacía la misma petición, y estando en este aprieto, como a la una después del mediodía, el día que lleva dicho o referido de la Porciúncula de San Pedro, fué Dios servido de inspirarla no solamente de que sanara, si la llevaban a la ermita del Cristo, por medio de las reliquias de la dicha Santa Madre, y no se atrevió a qi\2 la llevasen a la dicha ermita, sin que primero pusiesen en ella una reliquia suya,! y pedida licencia a Madre Prio- ra, y dada, pidió que la vistiesen y la llevaron entre algunas reli-

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glosas, más como persona muerta que no viva; y entrando en la dicha ermita, lo primero que vio la enferma fué la reliquia de la dicha Santa Madre, y luego sintió en tan grande aliento, que pidió a las hermanas que la habían llevado que la dejasen poner en pie y luego con mucha prisa, como si no hubiera tenido mal ninguno, se fué a los pies del Cristo y recibió en aquel instante entera salud y estuvo de rodillas a las letanías en memoria de ]a dicha Santa Madre e otras que hicieron las hermanas en hacimientos de gracias. Estándose todavía a los pies del Cristo, entró esta declarante y pú- sose de rodillas con las demás, pidiendo a Dios la diese salud, sintiendo gran confianza de que las había de hacer merced. Levantóse la enferma que antes era, con rostro tan apacible y manso, que hizo a esta declarante nueva admiración, diciendo en voz alta la susodi- cha: «yo sana estoy», y aunque el caso parecía casi increíble, a esta declarante se le pu':;o en el corazón que era verdad, y la dio luego el parabién, y estuvo hablando con ella un poco en cosas de Nuestro Señor. Trajéronla de comer y beber e hizo como si nunca hubiera tenido mal ninguno; luego, a las dos, fué al coro con la comunidad a vísperas, y desde entonces le siguió y ha seguido y ha andado con la comunidad y guardado la Regla, a Dios gracias, sin haber jamás vístola esta declarante ni las demás religiosas de este con- vento señal ninguna de cuantas se han referido, con haber muchas oca- siones después que antes la hacían tan notabilísimo daño, y advierte esta declarante que, aunque aquel día quedó sana de las enfermeda- des, no luego se le quitó el scirro, aunque no la daba pena por estar ya desasido. Y viéndose con la dureza la dicha hermana, aunque sin pena, muy confiada en Dios Nuestro Señor que por los méritos c intercesión de la Santa ; Madre se le había de quitar, se puso un pañito suyo encima de la dureza, y luego que se le puso sintió en ella una novedad tan grande, que dijo a las que estaban con ella: «Sin duda que se me deshace el scirro» y así fué, porque se deshizo sin quedar rastro de él más que si no lo hubiera tenido. Y eso fué también en la dicha ermita, ocho o nueve días después de como había pasado lo que antes llevo referido, habiéndose traído y puesto esos días el dicho paño en aquella novena. Y lo que lleva referido por haberlo visto, ser y pasar y haber visto antes esta declarante la dicha dureza y scirro y tomarla con sus manos, que era una cosa espantosa la dicha dureza, y después la vló sin género siquiera, aun de una pequeña opilación, lo cual el médico aprobó, no con poca admiración de ver el milagro como había sanado la dicha hermana.

Los cuales dos milagros en una persona, se aplican también al cumplimiento de la profecía de la dicha Santa Madre y a la virtud que Dios puso a su reliquia y a la imagen que hizo pintar en aquella ermita; y lo sobredicho fué muy notorio y cosa sabida en este con- vento, y después lo supieron fuera de él otras personas. Preguntada por el Sr. Juez al tenor del sexto artículo del Fiscal, y si lo sobre- dicho pudo tener efecto ij obrar por algún medicamento u obra natu- ral o accidental, dijo que el caso no fué sucedido de otra manera, sino rara y milagrosamente, según consta de las razones que lleva declaradas, y ansí lo sabe esta declarante afirmativamente ser ver-

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dad por otras razones fuera de las dichas, que por ser interiores no conviene declararlas, y de idiferentes religiosas señaladas en virtud y oración, y que es cierto fué obra de milagro por sólo el poder y la intercesión y reliquias de la dicha Santa Madre, en lo cual no se pone duda alguna. Y !el mismo día de la Ponciúncula, que sanó la dicha hermana de aquellas dichas enfermedades, oyéndola decir una religiosa de este convento, dud|ó y no creyó ser milagro, y a la tarde fué a visitar la i'dicha ermita por no haberse hallado en ella al tiem- po que sucedió lo dicho, y en poniéndose delante de la dicha imagen del Cristo, la pareció que ciertamente estaba todo corriendo sangre, lo cual la hizo tal efecto interior, que quedó muy cierta que el mila- gro había sido verdadero. Otras religiosas ha habido y han afirmado en diversas veces y ocasiones de tiempos, que han visto un aspecto diferente del ordinario, conforme a lo que el Señor quería hacerlas merced, en sus almas.

82. ñl artículo ochenta y dos dijo: que dice lo referido en el artículo presente, en especial lo que depone de misma esta de- clarante.

8^. ñl artículo ochenta y cuatro dijo: que dijo lo que dicho tiene en el artículo ochenta, a lo cual se refiere y más añade, que sabe de otras dos sanidades: la una de vista, como abajo referirá, y la otra de una recia ¡calentura. La de vista la cobró una persona muy grave por las oraciones de la Santa Madre, y si no se engaña, lo sabe por dos relaciones; una que la Santa Madre dio a un confesor suyo, y otra no sabe si del mismo confesor o de otro; y la otra por dicho de la Madre Rna de San Bartolomé, la cual estando en Valladolid con la Santa Madre, una tarde, teniendo ordenada la par- tida para Salamanca, le dio a la dicha ñna de San Bartolomé una calentura tal, que la obligó caer en la cama. Sintió mucho la Santa Madre, pareciéndole que le había de faltar tan buena compañía; y es- tando aquella noche en su celda, vino a visitaír a la dicha Madre flna de San Bartolomé a la media noche y la dijo: «Hija, ¿duerme?» Y ella respondió: «^adre, dormiendo estaba»; y replicó la Santa que se levantase a ver cómo se sentía, y ella lo hizo y se sintió buena sin calentura, y la Santa Madre, holgándose mucho, la dijo: «Bendito sea el Señor, que he estado suplicándole la salud». R la mañana fueron a la jornada sin sentir más la enfermedad la dicha Madre ñna de San Bartolomé.

85. ñl artículo ochenta y cinco responde: que sabe por verdadera relación de la Madre Priora de Toledo, llamada Beatriz de Jesús, de quien en otros artículos ha hecho mención, que oyó decir a su madre muchas veces Doña Juana de ñhumada, de quien también ya se ha dicho en otros artículos, que estando en ñvila haciéndose aquella casa primera de San José, tenía un niño llamado Don Gonzalo de Ovalle, de edad de cuatro o cinco años, el cual era sobrino de la dicha Santa Madre, al cual le hallaron un día al parecer de todos muerto, porque ninguna señal tenía de vida, sino que poniendo en pie se caía, y alzándole algún brazo lo mismo. Su padre comenzó a dar voces a Dios y a alterar la casa; oyólo Nuestra Santa Madre y comenzó a decir que callase, por amor de Dios, no le oyese Doña Juana, dicién-

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dolé a él que se entrase en un aposento y callase. Y ella tomó al nlfio en sus brazos, que se veía muerto, porque desde que nació no habla tenido desmayo ninguno ni cosa semejante, ni la tuvo después a qué poder atribuir el estar así. Entróse la dicha Santa Madre con el niño en un aposento, cerró la puerta, quedándose sola con él, y estuvo espacio de media o una hora, y al cabo de este tiempo, salió con el niño del aposento, trayéndole de la mano bueno, y lo estuvo siempre después.

Su madre Doña Juana dijo a la Santa Madre: «Hermana, ¿qué es esto? El niño era muerto»; y ella se sonrió, diciendo: «Calle, no en eso». El mismo niño después de hombre decía a la Santa Ma- dre, su tía, que le encomendase mucho a Dios, que le debía el ciclo, pues le había sacado de él. Esto contó muchas veces su propia madre del niño, y ansí cree esta declarante que es la relación más verdadera que se puede dar en este caso, y ansí, aunque ha oído hablar de él a otras personas, por haber hablado diferentes en cómo fué esta resu- rrección, tiene por más cierta la relación que aquí ha dado.

86. R\ artículo ochenta y seis responde: que al principio que se había fundado este monasterio de San José, acordaron algunas reli- giosas de el que, entre otras penitencias que se hacían, sería bien añadir otra de andar vestidas con túnicas de sayal a raíz del cuerpo; hiciéronlas, y puestas, dióles temor de que habían de criarse con una lana tan grosera muchos piojos, y congojábanse, y con esta razón trataron de ir en procesión vestidas con las túnicas a donde la Santa Madre estaba una noche, que piensa fué en el coro, y con grandísima devoción, pidiendo a Dios las librase de aquella inmundicia, llevando un crucifijo delante. R la Santa Madre le dio gran devoción, y díjolas que no temiesen. Fué el caso de manera, que desde entonces hasta hoy, ni en aquellas túnicas, ni en las de estameña, ni en los demás vestidos criaron cosa de eso, lo cual ha oído esta declarante contar muchas ve- ces a las mismas religiosas que fueron en esa procesión, y después que entró en este convento ha visto en sf y en todas perseverar este milagro, con una limpieza cual nunca jamás se vló, y no sólo las antiguas, pero las novicias también por faltas que vengan de esa limpieza, o en el mismo día o en muy breve tiempo, desaparecién- dose sin saber cómo lo que antes criaban. Y hase esto experimentado hasta el día de hoy tan bien, que aquellas novicias a quien no se les quita, han tenido ocasión para no perseverar en la Religión ni profesar en ella; que algunas de éstas ha conocido esta declarante, de suerte que, viendo que a una no se quita esta inmundicia, tienen experiencia de que no ha de profesar, sin saber por qué ha de ser. Han sucedido muchos casos en este convento, que van multiplicando el milagro pri- mero; y uno es que pocos años ha entraron a una huérfana en este convento, con título que después la darían el hábito para freila; ésta criaba cantidad de esta inmundicia, sin haber remedio, al parecer, de quitárselo, sino que de su abundancia lo pegó a otras cuatro; y andando muy apenadas todas las religiosas por qué causa enviaría Dios este castigo, entonces más que nunca, advirtió una hermana que era la causa porque no había entrado por el orden que manda nues- tra Constitución; y así dijo algunas veces delante de otras, que si

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querían que se le quitase, que la diesen los votos y el hábito por el orden que a las demás. Procuróse hacer así, y al punto que le die- ron los votos, se le quitó a ella y a las demás aquella inmundicia de piojos, sin haber más memoria de lo que antes tenía. Y lo dicho ha experimentado esta declarante en este convento desde que entró en él, que ha treinta y cinco años, poco más o menos; y demás de esto, ha oído decir a dos personas graves que en los demás conventos de monjas Carmelitas Descalzas de esta Reforma hay esta limpieza. También sabe esta declarante, por dicho de algunas personas muy graves y icligiosas, que una que había en cierto convento de esta Re- ligión, con celo a su parecer bueno, trató de fundar un monasterio con algunas alteraciones o penitencias diferentes de lo que la dicha Santa Madre puso en su Constitución. Contradijéronla mucho la Madre María de San Jerónimo, priora que fué de este convento tantos años, que en aquel trienio que sucedió esto, lo era en otro convento, bien lejos de éste (1), habiendo llevado por compañera a la A\ idre Ana de San Bartolomé, de quien ya lleva hecha mención. Ambas dos padecie- ron grandísimos trabajos y contradiciones por causa de la otra reli- giosa que quería fundar aquel convento, y afirmó a esta declarante la dicha María de San Jerónimo, después que volvió a esta casa, que la había dado Dios a conocer en espíritu, que aquella religiosa no iba conforme al espíritu de la Santa Madre, y junto con esto sintió dentro de una guerra espiritual y semejante a la que los ángeles tuvieron en el cielo, unos por ser espíritus buenos y otros malos. Otras cosas pudiera decir acerca de ésta, bien espantosas, que supo esta declarante, pero dejándola, viene a su propósito de que la dicha religiosa salió con su intento; y con otras que la siguieron fué a fundar a Alcalá de Henares; puso Constituciones y ordenaciones di- ferentes y más ásperas que las que puso la Santa Madre. Castigólas Nuestro Señor por cartas de la dicha religiosa, y sintiéndose ron gran- dísima abundancia de aquella inmundicia, y sobre ella dio a la dicha fundadora peste, de suerte que la hubieron de sacarla del convento. Siguiósele también otra enfermedad, tan terrible y afrentosa, que no es para decir. Después fué Dios servido, con su arrepentimiento, de remediarla en tanta tribulación, y habiendo alcanzado más sanidad, las encerraron los Padres en otro convento bien distante de Alcalá y llevaron a él otra religiosa por priora, más hija de la Santa Ma- dre Teresa de Jesús, que hizo guardar sus Constituciones, y dejando las otras impertinentes. Y estando esta declarante en este convento de Avila, y pasadas estas cosas, vino un religioso de esta Orden, prelado que ha sido mucho tiempo, y hablando con mucha admiración de este caso, dijo: «Que si por hal^er una monja querido hacer más penitencia y asperezas por no ser conformes a las que la dicha Santa Madre dejó, la había el Señor castigado tan ásperamente a ella y a las demás, llenándolas de tanta inmundicia, que qué castigo podía esperar aquella que relajase su Religión»; palabras que a esta de- clarante y a las demás han dado bien que temer. Olvidábasele a esta

1 De las Carmelita:, de Sunta Ano de .Wndrid.

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declarante, que al punto que fué a Alcalá la priora segunda 9 se guar- daron las Constituciones de la dicha Santa Madre, luego al punto quedaron con la limpieza de esta inmundicia que en los demás con- ventos, y esto es fama y lo ha oído decir algunas veces a personas fidedignas.

94. fll artículo noventa y cuatro dijo: que se refiere a lo que lleva declarado en el artículo cincuenta y nueve acerca de la ocasión que la Santa Madre tuvo para ir a Alba viniendo de la fundación de Burgos, a lo cual vio que, aunque lo sintió, no mostró pesadumbre, sino solamente pena, y con mucha sumisión de ánimo la oyó esta declarante sólo decir que en su vida había sentido otra obediencia tanto cerno aquella; pero no obstante esto, obedeció con grandísima paz y prontitud. En este camino que hizo para Alba, vio esta declarante que la Santa Madre padeció mucho, y que llevaba ya tan quebrantado el cuerpo del cansancio de los caminos y de la gravedad de las en- fermedades que padecía, que causaba grandísima compasión; y así, llegada al monasterio de Alba, aun no estuvo para detenerse con las religiosas de él, sino que se hubo de ir a la celda, y al otro día con dificultad se pudo levantar a misa y a comulgar por agravarse la enfermedad de la muerte, que fué principalmente de efusión de san- gre; dijeron que de los golpes y cansancio del camino.

En aquellos pocos días que estuvo en la cama padeció muchísimo, y esta declarante la vio bien afligida, porque permitió Dios que sintiese mucho la enfermedad y otras descomodidades que tuvo; y poco antes de su muerte ordenó, para mayor mérito suyo, que el espíritu no es- forzase tanto a la naturaleza, que dejase de temer los asombros de la muerte, porque después, al tiempo de ella, no lo había de sentir, por lo que adelante se verá. También aquellos días antes de aquella gloriosa muerte la afligía la memoria de sus pecados, como si fueran grandes, y no hacía sino pedir a Dios perdón de ellos, y que no mi- rase a lo mal que le había servido, sino a su misericordia; con la cual, y con su preciosa sangre, esperaba salvarse. Todas sus acciones, sentimientos y palabras fueron de recabar a este fin; por lo que esta declarante echó de ver, mostrando mayor profundidad del conocimiento propio y esperanza en Dios que jamás echó de ver tanto esta decla- rante las dichas virtudes en la Santa Madre como entonces. Repetía muchas veces aquel medio verso de David: <^Cor contritam et humi- liatam Deas non despides*, y también el encargar a las monjas que mirasen a sus Constituciones y las guardasen con particular cuidado, y no mirasen a lo que ella había hecho y al mal ejemplo que las había dado. Y dos días antes de su muerte, declaró a la M. Ana de San Bartolomé que había de morir de aquella enfermedad y que no se lo había dicho hasta entonces por no darla pena.

Dijo la misma Ana de San Bartolomé, de quien esta declarante lo sabe, que la parece que lo que más acabó a la Santa Madre la vida fué el encendido «y fervoroso deseo y amor que tenia a Dios y ansias por verse con El, y que esto la debilitaba y enflaquecía. Víspera de San Francisco, después de las cinco de la tarde, recibió el Viático con las muestras de espíritu que esta declarante piensa que dijo en el dicho pasado ante el reverendo Sr. Arcediano de Avila,

356 n.BHN'mrrs

y a las nueve de aquella noche la Extremaunción, y luego, el día d* este santo, que fué el siguiente y jueves, a las nueve de la noche, fué su glorioso tránsito, y un poco antes que expiró, se estaba esta declarante algo apartada de ella, y la Madre Ana de San Bartolomé a su cabecera, como fuera de sí. Consolóla Nuestro Señor mostrán- dola en visión una tnanera de nube que aclaraba y hacía resplande- cer toda la celda, y en la dicha nube la Santísima Trinidad prodivisa de la persona de Cristo Nuestro Señor, de la cual salía un resplandor de gloria que hacía una forma de cielo, con mucho acompañamiento de santos y espíritus bienaventurados, que esperaban a aquella alma santa para llevarla a la gloria y darla el premio de sus trabajos.

Esta visión, según la misma Ana de San Bartolomé dijo después a esta declarante, fué con los ojos del alma y sentimientos tales, que la hacía estar como muerta en lo exterior; y acaecía a este tiempo, qne del mismo resplandor y luz que vía en espíritu en toda la celda, reverberaba exteriormente tanta claridad 'en el rostro de la misma flna de San Bartolomé, que otras religiosas, echándola de ver y no sabiendo la causa, se embebían en mirarla a ella más que a la Santa Madre, y ellas se ¡lo dijeron después ansí por la admiración que las causó.

En expirando la Santa Madre, que fué como un sueño suavísimo, desapareció esta visión, y la dicha Ana de San Bartolomé, que lo vía, volvió en dando gracias a Dios de la merced que la había hecho, piensa que por relación de la Santa Madre, cuya muerte la había afligido tanto y quitado las fuerzas, que dijo luego, por lo que se le había mostrado tan consolada, que nunca más sintió de ello pena, y restauradas notablemente las fuerzas que tenía perdidas para trabajar de nuevo en el servicio de Dios.

96. Rl artículo noventa y seis dijo: que sabe por relación de dos o tres personas religiosas y muy graves lo que sigue. Muy poco después que murió la Santa Madre, escribió una de estas personas a otra que ya no se atrevía a sentir la ausencia de la Santa Madre Teresa de Jesús porque reprendía mucho a quien la sentía y a quien se afligía por los trabajos, porque ninguna cosa, según la dijeron en espíritu, más le premiaron en el cielo que los que acá había padecido, y que si por alguna cosa pudiera desear volver al mundo, fuera por sufrir más; y viéndola en visión la misma persona, muy hermosa y llena de blanquísima luz, la dijo estas palabras que son las originales.

1.3 «flma más y anda con más virtud, que el camino es estrecho.

2.8 »Los del Cielo y los de la tierra seamos una misma cosa en pureza y amor. Los de acá gozando, los de allá padeciendo. Nos- otros adorando la Esencia Divina; vosotros al Santísimo Sacramento, y di estol a mis hijas.

3.a »Lo que los religiosos han menester más, es caridad unos con otros, llaneza u desasimiento de seglares.

4.a »E1 demonio es tan soberbio, que pretende entrar por las puertas por donde entra Dios, que son las comuniones, confesión y oración i) poner ponzoña en lo que es medicina.

.•>.• «Ninguno repniebe el proceder que otro lleva.

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6.a «Nunca quien gobierne se crea de ligero, sino examínelo muy bien primero que se mueva a nada.

7.8 «Cualquiera cosa grave que se haya de determinar pase pri- mero por la oración.

8.a «Ninguna cosa espiritual o temporal se procure por los re- medios que los seglares tratan sus negocios, porque la solicitud tem- poral causa tinieblas de espíritu.

9.a «Guarde quien gobierna muciía obediencia a su Superior, que de esta manera se quitan mucbas inquietudes y los subditos se ense- ñan a obedecer.

10.a «Procure guiar las almas muy desasidas de todo lo criado, interior y exterior, pues se crían para esposas de un Rey tan celoso, que quiere que aun de mismas se olviden.

11.a «Siempre diga y alabe la penitencia y reprenda cualquiera abuso y exceso de regalo; porque, a la verdad, como no dañe a la salud, cualquier penitencia y mortificación son provecliosas al espíritu.

12.a ,E1 libro que más conviene leer es la Cartilla (1), meditando de día y de noche en la ley de Dios.

13.a «Procuren ser los religiosos muy amigos de pobreza y ale- gría, que mientras esto durare, durará el espíritu que se lleva.

14.a «Repártanse las virtudes entre todas, porque Dios las dará a quien se dispusiere a ellas.

15.a «Purifiqúense las almas, que Dios quiere hacer su asiento ea las almas puras».

Todo lo que se ha dicho en las apariciones y hablas, sucedió a uno de los confesores más señalados que la Santa Madre tuvo. Pensando algunas personas que la muerte de la Santa Madre había sido por la prisa y trabajos del camino desde Burgos a Alba, se le apareció también la Santa Madre a este mismo confesor y le dijo, que no pensase nadie que su muerte había sido por otra ocasión, sino por ímpetu de amor de Dios, que la vino tan fuerte, que no le pudo su- frir el natural. De este mismo confesor y también del doctor Ribera, de la Compañía de Jesús, a quien esta declarante conoció y trató muchas veces, sabe que a veces a la M. Catalina de Jesús se le reveló la muerte de la dicha Santa Madre luego que sucedió, y estando enferma en la cama, otro día después de ella, se apartaron dos o tres monjas a hablar como en secreto, y ella les dijo que no se apartasen, que si era de la Santa Madre este secreto, que ya lo sabía. Rogáronle ellas se ío dijese, y díjoles ella, que el día antes había muerto y se la había aparecido. A la misma M. Catalina de Jesús se le apareció otra vez, y ella estaba como temerosa, no osando llegar a la Santa Madre ni creyendo que fuese aquella visión verdadera. Díjola la Santa Madre: «Bien me parece que no creas fácilmente, porque yo más quiero que se haga caso en nuestros monasterios de verdaderas virtudes que de visiones y revelaciones; pero para que veas que esta visión no es falsa, llégate acá». Y diciendo esto, llególa la mano a una postema o llaga que tenía debajo de un pecho, que nadie se la había podido

1 Catecismo de la DocUina cristiana.

358 flPENDíCEf

curar, y tocóla también en una mano donde tenía una señal bien grande, redonda y negra, que tampoco se había podido quitar, y des- apareciendo la Santa Madre, la dicha Catalina de Jesús quedó sana de ambas cosas, que no causó pequeña admiración a las personas que la habían visto primero. R la Madre ñna de San Bartolomé, de quien ya lleva hecha larga mención en otros artículos, se le ha aparecido la dicha Santa Madre muchas veces en diferentes tiempos y ocasiones, de las cuales sólo señalará alguna que ha sabido esta de- clarante por certísima y verdadera relación que la misma la ha dado, por respeto de la obediencia que se le puso para que no lo encubriese a esta declarante por ciertos fines.

Estando en ñlba, luego que murió la Santa Madre, con deseo de quedarse allí con el santo cuerpo, una mañana, estando sola en su recogimiento oyó la voz de la Santa Madre conocidamente, la cual le dijo: «Haz lo que te manda tu superior y vete a Rv'úa*.

Estando otra vez en oración, piensa que era en este convento de San José, confusa y con escrúpulo si se encomendaría a la Santa como a tal para que intercediese a Dios por ella, se le apareció muy gloriosa y la dijo: «Pídeme todo lo que quisieres, que yo lo alcan- zaré de Dios Nuestro Señor». Entendió bien en su espíritu, aunque la Santa Madre no lo declaró más, que ia petición había de redun- dar en bien de su alma.

Estando pocos días después en este convento, un día, al amanecer, y estando en oración, se la apareció otra vez la dicha Santa Madre, y la mostró su cuerpo en visión y la dijo que mirase y viese que no estaba corrompido y que presto vernía a esta casa, y ansí sucedió, que llegó a ella día de Santa Catalina Mártir.

Y estando ya en este convento de San José el cuerpo de la dicha Santa Madre, vio la dicha ilna de San Bartolomé en visión a la dicha Santa Madre, víspera de San Sebastián, y que estando en la silla prioral echando la bendición a las monjas cuando habían de decir los maitines, en especial a la madre priora, María de San Jeró- nimo, que tenía junto así, y cuando hacía capítulo, algunas veces la vio con ella presidiendo en él.

Otra vez vio que la dicha Santa Madre estaba sobre dos monjas que hacían profesión con gran resplandor, como amparándolas.

Fué necesario llevar de este convento por priora al de Madrid a la dicha Madre María de San Jerónimo, y en su compañía fué la Madre Rna de San Bartolomé; sucedió que un tiempo, por tres meses continuos, los más días, vio la dicha Madre ñna de San Bartolomé que la priora María de San Jerónimo traía muy ordinario a su lado a nuestra Santa Madre, así en práticas como en el coro y en las demás cosas del gobierno de aquella casa, y que era la que presidía y gobernaba por ella, y vía esta visión en espíritu, con una luz tan grande, que siempre que iba a hablar con la dicha priora no le parecía que hablaba con ella, sino con la Santa Madre Teresa de Jesús; y que tenía su mismo rostro, haciéndola esto tan gran respeto y re- verencia, que la hacía temblar y decir dentro de sí: ¡qué es esto, que yo con la Madre María de San Jerónimo vine y ahora no veo sino que es la Santa Madre I No es de espantar, dice esta declarante,

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que Dios mostrase esto ansí, porque había mucha necesidad de que esta prelada fuese de esta manera amparada, según las dificultades y trabajos que allí se le ofrecieron; y vióse ser verdad, porque las mis- mas monjas que antes no la querían con gusto, por no ser de su casa, decían después, sin saber la causa, que no era posible ser mujer la que les habían traído, sino ángel de paz.

De la misma Madre flna de San Bartolomé supo que antes que se supiese, cuando el cuerpo de la Santa Madre estaba en este con- vento, que le procuraban volver a Alba, que se le apareció la Santa Madre otra vez y la dijo: «No puede ser menos sino que me he de ir agora de con vosotras, pero pronto se tornará a traer aquí mi cuerpo» ; y preguntándole ella con la aflicción que tenía de esta nueva, el cuándo sería, no le respondió.

Otras muchas veces, después que el cuerpo se tornó a Alba, le ha aparecido y asegurado y dicho que volverá aquí a Avila, y la una vez de ellas la dijo que creyese cierto que Dios lo quería.

Después que la dicha Madre Ana de San Bartolomé está en Fran- cia, sabe cierto esta declarante, por algunos papeles que de ella ha re- cibido, y en particular en uno contándole de un grandísimo trabajo y contradicciones que había pasado allá, dice estas palabras: <En esta ocasión se me ha aparecido nuestra Santa Madre y mostrado muy favorable; no cuantas veces ha sido; y el bueno y santo Padre Julián Dávila se me apareció también muy alegre y gozoso de ayu- darme, y lo propio la Madre María de San Jerónimo». Estas visitas me dejan siempre confortada y con nuevos ánimos para padecer. Mu- cho pueden con Dios los amigos tales como estos, y mucho es de estimar su favor cuando falten todos los que suelen ayudar en la tierra y se ve un alma sola y desfavorecida de todas partes, como lo estaba la mía en aquella tribulación». Sabe también esta declarante por relación cierta de una persona muy religiosa y espiritual, que por ninguna cosa del mundo dirá lo que no es, que estando muchas veces en oración ha visto a la dicha Santa Madre por visión intelectual, y tan eficaz que no le deja dudar de que es ansí. Viola como alma beati- ficada y unida con el mismo Dios, en cuya presencia se le muestra cada vez; y la una de éstas fué en compañía de Nuestra Señora, y díjola la Santa Madre que lo que más quería de sus monjas era que guardasen con perfección sus Constituciones, y se amasen unas a otras y se tratasen con afabilidad.

Otras veces, en estas apariciones, le hablaba la Santa Madre en razón de avisarle y reprenderle las faltas de su alma; otras animán- dole en tribulaciones que tiene, o al ejercicio de las virtudes. Otra vez le advirtió de una falta general que en cierto convento de esta Orden había, que impedía la caridad unas con otras y no lo echaban de ver, y esta persona se lo advirtió, y conocieron ser verdad. Otra vez la vio acompañando a una monja en el tránsito de la muerte, y la dijo que en la de todas las demás religiosas asistiría con ellas en compañía de Jesucristo, esposo de ellas, el cual andaba deleitán- dose con la misma Santa Madre entre ellas, como entre jardín oloroso y blanco de azucenas. Anslmismo de la madre priora de Toledo, ya nombrada, sabe esta declarante, por relación suya y de otra carta

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que escribieron del convento de Rlha de Tormes a este de San José de Avila, que viniendo la dicha Santa MadrQ y siendo la otra Madre Beatriz de Jesús doncella entonces, deseaba mucho la Santa Madre verla monja descalza, y nunca por entonces se pudo acabar con ella, de lo cual fué testigo de vista esta declarante, y perseveró en aquel estado ide doncella la susodicha hasta algunos años después de la muerte de la Santa Madre Teresa de Jesús, la cual, una noche, en sueños se la apareció de esta manera: que la veía en el ataúd donde la enterra- ron, y que alzando el medio cuerpo, la llamaba muy amorosamente, y la llegaba a y la regalaba como lo solía hacer cuando era viva; y entre otras cosas que la Santa Madre la dijo, fué esta: «¿Hasta cuando piensas estar sin meterte monja?». Ella respondió, que ya lo trataba y que presto lo sería; y era verdad que había comenzado a hablar en ello, pero no con propósito de hacerlo tan presto, y así la dijo que reparaba mucho y había miedo que no se había de hallar bien. Respondióla la Santa Madre, que no lo temiese, que ella le aseguraba que se hallaría bien y que se determinase y acabase ya; mandóla también, que no diese parte de ello a nadie, sino a D. Sancho Dávila, que agora es obispo de Jaén,, y a quien esta declarante habló algunas veces después de este caso, y que se confesase con él gene- ralmente. Hizolo, y fué de él ayudada grandemente para su entrada, que fué luego en el monasterio de Alba de Tormes (1), porque esta visión la dejó tan mudada y aficionada a lo que antes aborrecía, y deseosa de lo que tanto temía, que luego lo puso en ejecución y pro- fesó en el dicho convento de Alba con particular contento, y sólo le quedó una pena, que era de no haber venido antes a él. Salió tan buena religiosa, de tanta observancia y buen talento, que a poco tiempo des- pués que profesó, la llevaron por supriora al monasterio de Ocaña (2), y fué después priora, y acabado allí su trienio la llevaron al otro de Toledo, donde todavía preside, aun cuando se han acabado los tres años de priora.

De su hermano de la dicha Beatriz de Jesús, llamado Don Gon- zalo de Ovalle, que fué el niño que resucitó la dicha Santa Madre, como tiene dicho en el artículo ochenta y cinco, por una carta que escribiendo el caso enviaron del convento de Alba a éste, en especial a esta declarante, por ser muy público y ansí conforme a lo que escri- bieron y ella se acuerda dice, que siendo ya muy hombre el dicho D. Gonzalo, no sabe cuantos años después que la Santa Madre murió, le dio en Alba el mal de la muerte (3), y estando muy cercano a ella, mostró gran regocijo y fervor de espíritu, diciendo a los pre- sentes, que si no echaban de ver que su tía estaba allí, dando mues- tras cómo se le había aparecido y le acompañaba en aquella hora; y en expirando, quedó tan grandísima fragancia del olor del cuerpo de la Santa Madre, como si estuviera en el mismo aposento, el cual dice que duró en el dicho aposento tres días patentes a cuantas personas entraban y salían, con admiración del caso.

1 Habla aquí de Beatriz de Jesús hija de Juan de Ovalle y D* Juana de Ahumada, que tomó el hébltt) el 28 de Octubre de 1584, y profesó el 10 de Noviembre del 85.

2 Ano de 1597

3 Pasó a mejor vida el 3 de Julio de 1588.

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97, 98 y 99. ñ los artículos noventa y siete, noventa y ocho y noventa y nueve dijo: que se refiere a lo que tiene declarado en el dicho que dijo ante el reverendo Sr. Arcediano de Avila por ante Francisco Fernández de León, notario, en que ya está ratificada al principio de este dicho, y acerca del olor que el cuerpo y reliquias de la Santa Madre que trata el dicho artículo noventa y nueve, lo que más sabe esta declarante es que el mismo año que murió la Santa Madre, la víspera de San Francisco, se sintió comunmente por las religiosas de este convento, a quien lo ha oído contar por cosa certí- sima, y en cuya sazón esta declarante estaba en Alba, un olor for- tísimo y suavísimo en este convento y continuo, a modo del olor de las reliquias de santos.

En la ermita de San Francisco de este convento, de quien ya trató en el artículo setenta y dos, preguntábanse unas religiosas a otras, que si no echaban de ver aquella novedad de olor que había en su fiesta del santo, qué sería la causa; después conocieron, sabida la muer- te de la Santa Madre en aquella fiesta, que esa había sido.

También en esta dicha ermita conoció esta declarante, por al- gunos años, que siempre tenía un olor suavísimo, sin saber distinguir cómo fuese, sólo echaba de ver que no era olor humano, porque nunca se perfumaba y ni había flores, y la puerta estaba siempre abierta a los aires y mudanzas del tiempo. Esto no sólo esta declarante ¡o ex- perimentó, pero todas las demás religiosas de este convento sin cui- darse de este olor, porque ya era cosa sabida que le tenía, y es voz y fama que hubo este olor siempre, hasta que la dicha ermita fué deshecha.

También sabe esta declarante, por lección que ha tenido en su poder del doctor Ribera, que siendo vivo tuvo en sus manos el brazo de la santa Madre Teresa de Jesús que estaba en Alba, y quedóle en ellas el mismo olor que tenía el brazo (1); habíale tocado por la maña- na, y siendo hora de comer no se las quisiera lavar porque no se le quitase aquel olor, que le daba singular consuelo. En fin, se hubo de lavar, pero no se le quitó dicho olor, sino que antes le duró des- pués algún tiempo; y demás de esto, dijo que el tocamiento de la reliquia le causó en el espíritu una devoción tan grande que le echaba bien de ver, y le duró quince días.

Y antes que el dicho cuerpo viniese a este convento de San José de Avila, vino un prelado de esta Orden o Religión, y trajo una mano de la dicha Santa Madre, que la había cortado del brazo que estaba en Alba, con tanto secreto, que solamente la mostró a la Madre Ana de San Bartolomé, con advertencia de que no lo dijese a nadie (2). Me- tióla en un cofrecito, envuelta en dos tafetanes,, y el uno bien grande, y este cofrecito mandó a otra religiosa que se le guardase en el coro hasta que él le pidiese; y él se fué y llevó la llave del cofrecito consigo, sin que supiese la dicha hermana que era reliquia de la dicha Santa Madre; y estando así guardado algún tiempo y en- trando una religiosa en el coro descuidada, se movió toda interiormente

1 Véase la página 266.

2 Véase la páolna 246.

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y la hizo temblar toda sin saber qué sería. Y otra religiosa, que enton- ces era supriora, levantándose un día por la mañana, oyó que la di- jeron interior o vocalmente, que en él estaba la mano de la Santa Madre. Hizo! a tal fuerza esta habla, que se certificó de ello como si lo viera; y después, a hora del mediodía, estando con otras religiosas y esta declarante con ellas, dijo la dicha madre supriora, que también estaba allí y era María de San Jerónimo, con grandísimo sentimiento y lágrimas, que cómo tenía secreto un resto tan grande dentro de su casa, y aunque la madre priora disimulaba, tanto más lo afirmaba la dicha Supriora que certísimamcnte estaba en el coro la mano de la Santa Aladre. Desde entonces se comenzó a venerar y hacer Nuestro Señor mercedes a algunas por medio de aquesta reliquia sania, hasta que la tornó a llevar el dicho prelado. De esto hay hasta hoy voz y fama en este convento, y fué testigo de ello esta declarante, y también lo es de que los tafetanes en que estaba envuelta esta mano, quedaron muy Henos de olor, y el cofrecito tanto, que todos sus forros les traspasó.

Estando en este Convento de San José el cuerpo de la Santa Madre, se levantó una mañana la Rna de San Bartolomé, tan quebrantada del cansancio continuo de aquellos días, que le pareció que cada hueso tenia como desencajado de los demás, y que humanamente no sabía cómo había de tornar a trabajar; fué como pudo al capítulo donde es- taba el cuerpo de la Santa Madre y púsose en oración a sus pies, pidiéndola la ayudase, y de ahí a un rato que había estado asi recogi- da, sintiendo en gran fe, se levantó y se halló tan buena, sana y recia, que la pareció la habían hecho de nuevo; y con gran alegría y ligereza, como si su cuerpo fuera una pluma, se fué a la cocina, y en comenzando a abrir la cínica, olían tanto a las reliquias de la Santa Madre, como si allí estuviera el cuerpo, y fué tanto espacio el que duró esa fragancia, que la causó como una refección y sustento nuevo para el cuerpo y alma, y todas las cosas se le hacían aquel día como sin sentir ni hacerlas ella por sí. Esto vio esta declarante el mismo día y lo oijó contar a la dicha ñna de San Bartolomé entonces y después, como lo lleva dicho.

114. Al artículo ciento catorce dijo: que lo sabe que acabada de morir la dicha Santa JVladre vio, y supo ésta declarante que pidie- ron los cuerpos que había traído vestidos para una monja enferma de calentura continua, que había más de un año que la tenía, piensa era del monasterio que llaman de Adentro. Lleváronselos por ruegos de otras religiosas del mismo convento, parientas del Duque de ñlba y poniéndolas a !la enferma, se le quitó luego la calentura, con gran ad- miración de las demás que la vieron y oyeron, y hasta el día de hoy dice esta declarante ha oído esto como por milagro verdadero. De Francia, después que está ya la M. Ana de S. Bartolomé, ésta y su sobrino, llamado Toribio Manzanos, cada uno de por sí, escribieron a esta declarante unos milagros, en los cuales se ratificó otras veces el dicho sobrino suyo. Viniendo de Francia poco ha a esta ciudad de Avila a ordenarse de orden sacro y conformel a estas relaciones, tiene esta dcclaraüte ser verdaderos y por tales los cuenta de esta manera.

Entró en el convento que se había fundado de Descalzas Carme-

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litas en París una doncella, hija de un hombre principal, y ella muy virtuosa; tuvo muchas contradicciones de sus parientes, y al fin Dios la ayudó para que se allanasen, que I3 susodicha entrase en el con- vento, y desde el día primero que tomó el hábito, permitió Dios no tuviese un día de salud. Dióle una enfermedad gravísima^ y visitada de muchos médicos, fué desahuciada de ellos; subiósele todo el mal a la cabeza y cargáronla los humores sobre los ojos, y un médico de los mejores de París dijo que no vería más en su vida y que ya estaba tan sin esperanza de vista, que la quaría romper un ojo para dar fuerza al otro. La Madre Ana de San Bartolomé estaba en aquella sazón por priora y no lo quiso consentir. Estúvose así algunos días, y pasando por allí el Marqués de Guadalesa, traía consigo al Padre Fray Jerónimo de la Madre de Dios, que tenía un dedo de la dicha Santa Madre. Dióle deseo a la Madre Ana de San Bartolomé de tocarle a esta hermana enferma e hizo que se le pidiesen, y le trajo su sobrino Toribio Manzanos, de quien ya ha hecho mención; y traído, ella se le puso a la dicha enferma sobre la cabeza. Luego comenzó a decir que sentía gran recreación dentro de y hubo una gran fragancia de olor de la Santa Madre, y la dicha enferma con tanta fe, que a todas decía: «Yo sanaré por nuestra Santa Madre»; y el día siguiente, que era de San Pedro, como sintió aquel alivio, rogó a la madre prio- ra la dejase ir a comulgar, y como estaba ciega la llevaron las her- manas de la mano hasta la reja del coro, y en el punto que el sacerdote tomó en la mano el Santísimo Sacramento y lo puso delante de la enferma, le abrió los ojos tan claros como antes les tenía, y luego, acabada de comulgar, dijo a todas: «Gracias a Dios por lo que me ha hecho»; y luego; corriendo a la madre Priora, dijo: «¡que veo, que veo!», y desde entonces fué tomando fuerzas del mal que había pasado, y vino a quedar muy buena, y no menos lo fué en la Religión. El otro milagro fué, que tratando un religioso capuchino, que aunque antes había sido luterano, ya era grandísimo siervo cic Dios y devotísimo de la dicha Santa Madre y que dice de él el dicho Toribio Manzanos que es un santo y que todo su gusto era hablar de la Santa Madre, díjole que él daría priesa a unas señoras en la ciudad donde estaba para fundar un convento de monjas Carmelitas; díjole más, que había hallado un convento muy mal reformado, en el cual estaba una señora muy devota de la Santa Madre, y que ésta tenía una estampa suya, y la noche de la Circuncisión del Señor, estando la abadesa y otras allí con ella a un brasero calentándose, esta señora tenía su estampa y mostróla a todas diciendo: «Esta es de ima Santa que yo quiero mucho y leo siempre en sus libros». Coi"nenza,on las otras a burlarse de ella, y casi jugando con la estampa de la Santa Madre, se la tomaron y echaron en el brasero, y dicen había gran llama. Estuvo un- poco sobre el fuego sin que hiciesen caso, y como veían que no se quemaba, fuéla a sacar una de las que allí estaban. Sacóla como si no hubiese estado en el fuego, sin quemadura ni sin mancha, ni aun la mudó el color. A la mañana querían Ir a comulgar la abadesa y éstas, y no se pudieron menear hasta que de rodillas co- nocieron su culpa, pidieron perdón a la Santa Madre y luego pudieron Ir. Han quedado con gran devoción y han puesto esta estampa en un

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gran relicario dorado, con viriles de cristal. Ansí se lo ha contado este Padre y lo ha dicho por todo París.

También escribió a esta declarante el dicho Toribio Alánzanos, que la Madre Ana de San Bartolomé, su tía, le había escrito, estaba en Tours una mujer de un hidalgo principal muy mala, a la muerte, y la tocaron un pañitico de la dicha Santa Madre, y luego sanó, y el marido y ella quedaron devotísimos de su Orden. Y prosiguiendo la misma carta, dice: «De Flandes me ha escrito la Madre Ana de Jesús, que en Cambray y en aquella tierra se habían hecho muchos milagros con las reliquias de la dicha Santa Madre».

En Francia espanta ver lo que pasa, porque no hay Religión que no tenga devoción a la Santa Madre¡, y que no hayan sucedido muchos milagros, y esta declarante los ha querido hacer tomar por el tiempo y estos señores no han querido. Dicen que si los herejes lo saben, se burlarán de todo, de suerte que es cosa certísima que la Santa Madre, después de su muerte, ha obrado muchos milagros en partes diversas, de que es fama pública, fuera de lo que lleva dicho, los cuales se han tenido y tienen por ciertos y verdaderos y se persuade no han sido obrados por otro camino; y esta declarante ha tenido y tiene la misma opinión por haber sido las dichas relaciones que aquí ha re- ferido ciertas y verdaderas, y de personas fidedignas, y en partes obrados donde era más regular que Nuestro Señor los hiciese para conocimiento y honra de la dicha Santa Madre y aumento de su Reli- gión. En este presente año de mil y seiscientos y diez, ha .sucedido otro milagro en este convento de San José, del cual también está cierta por haberlo visto y experimentado esta declarante y oirlo contar con gran admiración a otras religiosas fidedignas y de verdad. Hay una hermana en este dicho convento, llamada Ana de la Trinidad; ha pasado once años de grave enfermedad ordinaria. Un médico que la curó, llamado el licenciado Luis Vázquez y Aviso, dijo que tenía el hígado opilado y las venas del entresijo. Otro, llamado el doctor Madrigal, dijo algunas veces, y esta declarante le oyó a las herma- nas que habían estado presentes cuando él la visitó, que lo que tenía aquella hermana en el hígado era scirro, y que se espantaba porque era el tenerle allí fuera del uso natural. Esto la causaba tales accidentes y congojas, que la asían de manera las cuerdas, en especial de aquel lado, que ni la dejaban trabajar nada ni podía tomar cosa de peso por pequeña que fuese. Algunas veces sentía tan terrible dolor en el hí- gado y espalda, que no la dejaba tenerse en pie, ni estar en la cama ni beber ni comer por entonces; y dice la misma que pasada esta enfermedad, que nadie puede entender el mal que sintió estos once años. Viéndose pues tan impedida, y por otra parte tan obligada a tra- bajar, afligíase mucho, y agora por la Pascua del Espíritu Santo pró- xima pasada, dióla una no acostumbrada devoción y fe con la dicha Santa Madre, pidienciw a Dios por su intercesión la diese, si era servido, algún alivio para que pudiese trabajar en algo, y con esta fe se puso una faja que había cortado ella misma de un pedazo de manta, con que dicen se abrigaba la dicha Santa Madre, sobre el hígado; y el primer día que se la puso, la dio en él gran dolor y alteración, de suerte que pensó de quitársela, y sintiendo en \m

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nuevo ánimo propuso de no se le quitar hasta los nueve días, aunque se congojase, y pasada aquella noche, sintió tanta mejoría, que desde entonces la parece la dio Dios salud por la reliquia de la Santa Ma- dre; pero aunque no la daba pena, nada temia que lo que era la du- reza del scirro no se le habia deshecho, o por lo menos, las durezas de las opilaciones, de la cual dureza habia dicho otro médico, llamado ■TWontemayor, que creía se iba extendiendo por el vientre. Con esta duda volvió a pedir al Señor se lo quitase, si no estaba de ello sana, y con mucha fe y devoción se tornó a poner aquella fajita y un pape- lito de letra de la Santa Madre otra novena. Con lo cual, luego que se lo puso, sintió otra alteración mayor que la primera, tanto que se la quitó; pero luego se animó interiormente y se la tornó a poner, consi- derando que, pues había sufrido otras medicinas más penosas por orden de los médicos, por qué no había de sufrir esta tan fácil. Desde aquel punto no ha sentido más género del mal, durezas ni accidentes de cuan- tos antes tenía, y trabaja, y toma cosas de peso desde entonces, con tanta facilidad como si nunca hubiera estado mala; antes lo hace con particular gusto y con gran admiración en su espíritu de ver en tal novedad, y no querría cesar de dar gracias a Nuestro Señor y a la Santa Madre Teresa de Jesús por la merced recibida, lo cual, para mayor certeza de si era verdad, quiso esta declarante un día de estos pasados verla, y conoció que ninguna dureza tenía, sino más liso su cuerpo y sano de cuantos ha visto; lo propio dijo el médico .que es al presente de este convento, que le llamaron para el mismo efecto, y otras religiosas han hecho la misma prueba, y todos tenídolo por milagro patente y claro, sin poderse atribuir a cura ni artificio hu- mano, ni a ninguna cosa de las que dice el artículo sexto del Fiscal.

115. Al artículo ciento quince dijo: que vio y experimentó todo el tiempo que conoció y anduvo con la Santa Madre, en los ocho últi- mos años de su vida, que generalmente vistas ya y examinadas sus obras y el espíritu divino, la tuvieron comunmente todos y en todas partes por santa y mujer singularísima en virtudes, obras heroicas, es- píritu y discreción, y como a tal la venían a comunicar muy de ordina- rio en cada lugar y ciudad donde estaban gravísimas personas, ansí de las Religiones y la flor de los hombres eminentes de ellas; y con ella trataban negocios gravísimos y tomaban su consejo, no sólo de los confesores y personas doctas que ha nombrado, sino de otras muchas, que aunque las conoció con esta devoción esta declarante, no los . ha nombrado. Y entre ellos fué uno el P. Fr. Pedro de Al- cántara, de quien ya ha hecho mención, y de una carta suya qtie escribió al Obispo de Avila dice estas palabras: «que ayunasen cuanto pudiesen para un negocio muy importante al servicio de Dios, que una persona muy espiritual, (que lo dice por la dicha Santa Madre y por su monasterio nuevo), que con verdadero celo pretende hacer en este lugar, por amor de Dios pide a V.a S.a le ampare y reciba, porque entiendo es al aumento del culto divino y bien de esa ciudad. Yo me satisfago bien de las personas que han de entrar en él, que la más principal creo yo mora el espíritu de Nuestro Señor en ella*.

Esto mismo dice esta declarante vinieron a conocer los que la ayudaron y algunas veces la afligieron en aquellos principios en los

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dichos últimos años que esta declarante ha dicho, y en que los comu- nicó muchas veces a los que dirá, que son el Maestro Daza, Francisco de Salcedo, Gonzalo de Aranda y otros muchos. También esta de- clarante conoció del mismo concepto de la santidad de la dicha Madre Teresa de Jesús, el rey D. Felipe Segundo, el cual, siendo avisado por medio de la Princesa de una cosa que la dicha Santa Madre entendió de Nuestro Señor que la dijese, la tomó con mucho respeto; y aunque no la vio esta declarante, lo ha oído muchas veces a personas de aquel tiempo. Lo mismo vio esta declarante en algunas personas de título de este Reino y en Doña María de Mendoza, que por su calidad y noble sangre fué tan conocida por el mundo, a la cual co- noció y habló esta declarante y estuvo en su casa en compañía de la Santa Madre, y vio la veneración grande con que la trataba y sus- tenté tantos años a su convento de Valladolid. No menos conoce esto esta declarante en su hermano Don Alvaro de Mendoza, obispo que fué de esta ciudad de Avila; y esto muchas veces y por algunos años cuando este convento comenzó, y él fué prelado de ella por diez y siete años (1); y era tan grandísima la devoción y estima que tenía el dicho Sr. Obispo de la dicha Santa Madre y de las monjas de este convento, que se holgaba él mucho de ser su prelado. Y aunque después de estos diez y siete años le iproveyeron para el obispado de Pa- lencia (2), no bastó para perder este amor; tanto que estando al fin de ellos la dicha Santa Madre en Toledo, la dijo el Señor que pro- curase que las monjas de San José de Avila tuviesen la obediencia a la Orden, ya que había de venir otro obispo, porque a no hacer esto, presto se relajaría la Religión de aquella casa.

Ella lo trató con el doctor Velázquez, su confesor y canónigo que era de allí, y después fué obispo de Osma y arzobispo de San- tiago. Aconsejóla que lo hiciese, y vino luego a este convento de Avila y trató de este negocio. Sintiólo también el dicho señor obispo D. Al- varo, que le parece a esta declarante que debió derramar muchas lágrimas, y sólo se convenció a admitirlo por quererlo así la dicha Santa Madre y decirle que Nuestro Señor se lo había mandado así.

Para efectuar este acto, entró el dicho Sr. Obispo en este con- vento con otras dos personas graves de la Iglesia y con algunos ca- balleros seglares, y entre ellos, por testigo, el padre de esta decla- rante Lorenzo de Cepeda. Esta declarante estuvo presente con las demás religiosas, y la dicha Santa Madre la primera, y todas las demás en su seguimiento, fueron tomando cada una de por la ben- dición del Sr. Obispo. Llegando luego inmediatamente el P. Provin- cial de los Descalzos Carmelitas, al cual pidió el dicho Sr. Obispo que ya que le diera sus monjas por subditas, había de ser a condi- ción y que lo prometiese, como lo hizo, que tanto fuese hija de esta casa como hasta allí lo había sido; y aunque a temporadas acu- diese a los demás Monasterios hechos, o a la fundación de otros nue- vos, siempre tuviese que volver a éste, como a casa propia; y que por el respeto dicho, que estuviese la Orden obligada a traerla aquí

1 Fueron solamente quince, desde Agosto de 1562 hast.i el mismo mes del afio de 1577.

2 Pasó a la sede de Palencia en 1577.

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a enterrar s! sucediese morir en otro convento, lo cual admitió la Santa AVadrc de buena gana, viendo que esto era hecho por obedien- cia. Y aunque lo advirtió, cuando hubo de morir, sabiendo también muy bien que entonces era priora de este convento de San José de Avila, porque se había hecho la elección canónica en la misma Santa Madre el año de ochenta y uno; por lo cual y por el amor que tenía a esta primera casa vio esta declarante el particular cuidado que tenía de acudir a su oficio y el que tenía particularmente en ftlba, en el mal de la muerte, diciendo a la Madre Ana de San Bartolomé y a esta declarante, que de dónde comprarían el pan que faltaba para Avila.

También dijo a la Madre Ana de San Bartolomé, cuatro o cinco días antes que muriese. «Hágame placer, hija, que al punto que me viere algo aliviada, me busque alguna carruca de las comunes y me levante y vamos a Avila». Con todo eso, por no mostrarse propietaria en nada y faltar a la humildad, respondió que a do quier la bastaba que la diesen un poco de tierra.

Volviendo al concierto que hacía el Sr. Obispo, escogió la capi- lla mayor de este convento fuese suya, y que esta merced pedía a todas las monjas de él y al P. Provincial, como a quien hacía las ve- ces de la Orden; y que ésto hacía por el amor que siempre había teni- do a esta casa, y lo principal por asegurar con esto el cuerpo de la Madre Teresa de Jesús, por cuyo ¡espeto principalmente se puso a esta petición. Pero la Santa, no mirando a él, sino a las grandes obligaciones que se tenía al Sr. Obispo, hizo todas las diligencias posibles, y vio esta declarante cuando estaba en Burgos con la dicha Santa A\adre, que padeció muchas penas y trabajos por esta causa, y parece que en alguna manera se consolaba con esta declarante y la decía algunas veces: qué mal parecía, hija, que la iglesia de San José de Avila se tratase de dar a persona seglar por rica que fuese, y dejasen al buen Obispo, que ha sido su padre, amparo y prelado desde el principio que se fundó, que si a esto no miran aquellas mon- jas, nada les sucederán bien.

El dicho Obispo vino aquí a Avila a concertar su capilla, año de mil y quinientos y ochenta y cuatro; después el de ochenta y cinco, por Octubre, hicieron capítulo los Padres Descalzos Carmelitas y de- terminóse en él, por los respetos pasado^ y tan justos que el santo cuer- po se trajese luego de Alba a Avila, como se hizo por Santa Catalina. Todo esto ha dicho esta declarante por haberlo visto y oído por misma y estado presente a lo más ya dicho.

Y para que se vea un caso particular y lo que Dios honró en vida a la Santa Madre, contará aquí esta declarante lo que ha sabido por relaciones ciertas que ha tenido en su poder. Cuando fué a Villa- nueva de la Jara a fundar la dicha Santa Madre, después de los grandes trabajos que pasó en la Orden y que más que en ninguna participó nuestra Santa Madre, habiendo ya visto en esta casa la separación de la Provincia, que principalmente se alcanzó, después de Dios, por la ayuda y favor que la hizo el rey católico Don Felipe Segundo, que la estimaba como a persona muy sierva de Dios y ce- losa de su Iglesia, fué así que a veinte y uno de Febrero, buen rato antes que llegasen al lugar, repicaron las campanas y salieron muchos

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niños con gran devoción a recibirla; y en llegando al carro donde ella iba, se arrodillaron, y quitadas sus caperuzas, iban delante hasta tfue llegaron a la iglesia. Salieron también todo el Ayuntamiento, y el cura y otras personas honradas a recibirla. Todo el pueblo estaba grandemente regocijado. Entrando en la iglesia, comenzaron los clé- rigos a Cantar el Te Deiim laadamus, en canto de órgano; después de acabado todo, tomaron el Santísimo Sacramento, que le tenían en unas andas, y a María Santísima tenían puesta en otras, y los me- iorcs pendones para ir en procesión hasta la ermita de Santa Ana, donde había de ser el monasterio. En medio de la procesión, cerca del Santísimo Sacramento, iba la dicha Santa Madre con sus monjas, todas con las capas blancas y velos negros delante de los rostros, y allí junto, sus frailes Descalzos, que habían venido antes, y el mo- nasterio estaba cerca. En el camino había altares y deteníanse en ellos cantando algunas letras buenas en loor de Nuestra Señora del Carmen. En llegando, pusieron con gran solemnidad el Santísimo Sa- cramento y tomaron la posesión del monasterio.

Ansí la honró Dios entre los hombres, dice esta declarante, que piensa que oyendo contar estas cosas por algunas veces, venida ya de vuelta aqu'í a Avila, las oyó decir, no con pequeño sentimiento, que estando en el mismo acto fué tan grande el ímpetu de espíritu que le dio a la dicha Santa Madre y a la Madre Ana de San Bartolomé, que iba con ella, que hubieron menester hacerse grandísima fuerza para no quedarse en éxtasis delante de tanta gente.

Yendo después a la fundación de Palencia, fué recibida ella y sus monjas, y en especial la ^Madre Ana de San Bartolomé, con gran- dísimo aplauso, y alegría y devoción, ansí de la Clerecía como de toda la ciudad. Después, pasando por allí a la fundación de Burgos, y llevado esta declarante con ella, fué testigo de vista de todo lo que acaba de decir con muestras notables de la devoción que la tenían, que la miraban como a persona santa, haciéndole el aplauso co- munmente como a tal en toda la ciudad,

116 y 117. En los dos últimos artículos dice esta declarante: ^\\^ siente que es verdad, así porque ha sido testigo de en lo más (\\\z en ello se dice, como por lo que ha oído muchas veces a personas muy graves y religiosas, así de seglares como eclesiásticas, que han contado muchas cosas por haberles pasado a ellos mismos. Sabe esta declarante que desde el mismo día que murió la Santa Madre Teresa de Jesús, la tuvieron comunmente y la honraron como a santa. Ha sido continua y porfiosa la devoción con que han pedido sus reliquias, y a esta declarante tantas, que la han venido a dejar despojada de ellas. También han sacado imágenes y estampas suyas de diferentes misterios; estas no solamente en España sino en otros reinos, como de Roma y Francia, y de éstas han enviado algunas a esta declarante. También confiesa que ha visto y tenido en su poder conmemoraciones hechas en latín para decirlas en honor de la dicha Santa Madre Te- resa de Jesús y encomendarse a ella en su recogimiento por estas di- ferentes oraciones. Y In primera que tuvo esta declarante fué recién muerta la dicha Santa Madre, escrita originalmente del doctor Ri- bera, de quien la hubo.

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Las demás que después ha tenido esta declarante, han sido im- presas. También ha visto esta declarante que desde que murió la dicha Santa Madre comunmente la han llamado la Santa Madre\ y a algunos ha visto han hecho epítetos honrosísimos en su alabanza y devoción, en que también han mostrado sus letras y declarádola de ingenio, de suerte que todos parece andaban a porfía <¿n honrarla y regocijarse con particulares fiestas; y aunque sólo hable en las Remisoriales y ansí han advertido que Dios mueve los corazones de grandes y pe- queños para alegrarse con la memoria. Y para remate de este dicho, sabe esta declarante, que preguntándole el año pasado Francisco de Mora a aquel religioso descalzo francisco, con quien le pasó todas las cosas que están apuntadas «n el artículo de las profecías, por qué V. paternidad sabiendo tanto de nuestra Santa Madre y llamán- dola patriarca de la Iglesia de Dios, no dice de ella un gran dicho de estos que nos piden para su canonización, respondióla el Padre: «Porque no hay necesidad de que este gusanillo ponga lengua en cosas tan altas y que todos las conocen; sólo digo que con los merecimien- tos que en ella sobran, se podrían canonizar otros muchos santos».

Esto y lo demás que esta declarante confesó, según que en el artículo de las profecías se verá, se lo dijo a esta declarante el dicho Francisco de Mora, debajo de grandísimo secreto, con las fuer- zas que se pueden pedir en ley humana y divina, dando licencia a esta declarante para que sólo a las personas que la habían de tomar este dicho lo pudiese descubrir, y ansí pide y suplica a su merced del señor Juez y a el presente Notario y al P. Procurador de esta causa, que no se publique. Y lo que va declarado en todo este su dicho, dijo ser la verdad de lo que sabe, debajo del juramento, que tiene hecho, en que se ratificó y lo firmó de su nombre juntamente con el señor Juez.

Alonso López de Ayala.

Así lo digo yo, Teresa de Jesús.

Pasó ante raí, Antonio Ayala.

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Lvín

DICHO DE FRANCISCO DE MORA PRUR EL PROCESO REMISORIflL DE LA CANONI- ZACIÓN DE SANTA TERESA (1).

t JESÚS

En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa Reina de los Angeles, Virgen y Madre de Dios, Señora nuestra: Yo, Francisco de Mora, siervo y esclavo de los siervos de Nuestro Señor Jesucristo y aposentador del palacio del rey D. Felipe Tercero y su arquitecto, pido y suplico a este grgn Señor se aposente en mi alma, y me gracia para todo lo que aquí dixere, que por condescender con lo que mi con- fesor me ha mandado, escribo esto. Quiera el Señor que sea para gloria y honra suya, pues sabe Su Majestad lo que he reusado el hacerlo. Y así digo, que habiendo los años atrás entendido los Padres Carmelitas Descalzos la gran devoción que tengo a la Madre Teresa de Jesús, Fun- dadora de su Orden, y algunas mercedes que el Señor por medio de esta Santa me ha hecho, me han pedido con encarecimiento que en esta ocasión de la información que se hace para su canonización diga mi dicho. Y así, por consejo de mi confesor, la escribo de mi mano, para darla sellada, que no lo sepa nadie, si no es los señores que para el dicho efecto en la Corte Romana de N. M. S. P. Paulo Quinto lo hubieren de ver, a quien suplico con mil encarecimientos que, por amor del Señor, ninguno otro la vea, pues sólo para este efecto se escribe.

2. Tuve la primer noticia de esta Santa el año de mil quinientos setenta y cuatro, poco después que ella fundó el Monasterio de Hlba en Tormes, donde agora está su cuerpo; porque este año, por el mes de Marzo, fui desde la ciudad de Salamanca a Alba, y llevé unas cartas

1 De esta importante Declaración de Mora, hecha en 1 de Marzo de 1610, trae un extracto muü extenso el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional, que D. Vicente publicó con las Obras de la Santa, en la edición de Rivadeneyra, t. II. Nosotros la reproducimos íntegra, conforme a una copia muy exacta debida al P. Manuel de Sta. María, que la hizo en nuestro antiguo convento de Duruelo, donde la Declaración de Mora se conservaba. Esta copia del P. Manuel pertenece hoü a las Carmelitas Descalzas de S. losé de Avila, a quienes debo un traslado de ella. Com- pleta en estas declar.Tciones lo que la sobrina de la Santa nos ha dicho sobre la fábrica de la iglesia de San José de Avila. Francisco de Mora fué trazador muij aventajado de los reyes Felipe II a Felipe III, y a él se deben muchas obras artísticas de El Escortal, del Alcázar de Segovia y otros monumentos. (Véase la obra Felipe II en relación con las artes y las ciencias, por D. José Fernández Montaña, p, 435).

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a Teresa de Layz, por quien se fundó el dicho Monasterio, 9 enton- ces hablé a Teresa de Layz, y negocié lo que llevaba con ella, y me pidió viese cómo iba la labor de su iglesia; mas no vi, ni conocí a la Madre Teresa de Jesús, que estaba a la sazón allí.

Después del año de mil quinientos ochenta y uno, estando S. M. el rey D. Felipe II en Lisboa, que ya había dos años que le servía, se ofreció de haber de hacer un ingenio de labrar moneda al uso de Ale- mania, y habiendo venido de allá catorce o quince alemanes, enviólos Su Majestad desde Lisboa a Sevilla, y con ellos a el P. Mariano, de nación italiano, a quien la M. Teresa dio el hábito en Pastrana, que por ser este Padre gran ingeniero, le cnviá, y a con él, para ver la disposición del agua y recado que en Sevilla había para asen- tar el dicho ingenio.

3. Los alemanes y su lengua, posaban siempre en una posada, y el Padre Mariano y yo en otra. El me decía algunas veces de la Madre Teresa de Jesús, porque la quería mucho; pero no cosa que yo reparaba, ni se me daba nada de ello. Sucedió que vuelto S. M. de Lisboa a Castilla, como yo siempre le servía en las cosas de sus fábricas de San Lorenzo y otras partes, siempre que andaba con él, por ser el fabricar tanto de su gusto; y así el año de mil quinientos ochenta y cuatro, por el mes de Abril, cuando S. M. solía ir a la primavera a Aranjuez, llegué desde allí a Ocaña, que está dos leguas, y visité un Monasterio de monjas Descalzas Dominicas y a su Priora, que era una santa mujer, llamada Beatriz de Jesús, la cual tenía sus monjas Descalzas tan en observancia, que guardaban su Regla con gran rigor, y grandes penitencias y las Constituciones de la Aladre Teresa de Jesús (1). Era la casa estrecha, que tenían el Santísimo Sacramento en un portal; y yo la tomé afición, y ella a raí muy grande, y me pidió hablase al Rey que las favoreciese en darles para labrar su casa. Y fué el Señor servido que lo hiciese, y Su Majestad les dio, como tan piadoso, con qu<'> labrar dos cuartos, y acomodaron para iglesia una ermita de San Lorenzo, que era muy buena, y se la había dado el Cardenal Ouiroga, Arzobispo de Toledo. Hice la traza; viola el Rey; hízose y acabóse la obra. Y la Sor Beatriz de Jesús, que por otro nombre se llamaba D.a Beatriz de Vargas, que era de gente muy ilustre de lo bueno de esta corte, como agradecida, siempre rae encomendaba a Dios; y por- que deseaba mucho mi salvación, como mil veces me dijo, me dio un libro escrito de mano que compuso la M. Teresa de Jesús, llamado Castillo Interior o las Moradas, deseando mucho leyese en él, y me aprovechase; lo cual yo hice muy mal; porque leía poco, y me- nos obraba lo que en él dice, y así no me sirvió más de saber que había una mujer, que se llamaba Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas Descalzas; aunque la tomé una poca más afición que antes.

1. Ella era ya muerta dos años había, y yo trataba aquí en Madrid con un amigo, llamado Julio de Junta, natural de Florencia, a quien el Rey tenía mucha afición, y le había dado sitio para labrar casa, y

1 Existe todavía muy floreciente esta Comunidad de Dominicas en Ocaña.

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para hacer la Emprenta Real. Este era aficionada a las Carmelitas Des- calzas de aquí de Madrid (1). Pidióme fuese allá con él un día, y le hiciese las trazas para labrar su monasterio. Fui una y muchas veces, y hícelo; cobré gran afición a estas santas monjas y cada día más a su Madre.

5. Pues sucedió que él año de mil quinientos ochenta y seis, por el mes de Julio, el Rey me invió desde el Monasterio de San Lorenzo el Real a la ciudad de Valladolid y a la de Salamanca, a ver y trazar las Librerías de los Colegios y Escuelas mayores y menores, que en estas ciudades hay, para, vistas, trazar la librería y asientos de libros de la Librería de San Lorenzo, que como Rey tan prudente, quiso primero verlo todo que trazar su librería. Pues como yo hu- biese ido primero a Valladolid, y hécholo, fui desde allí a Salamanca; y en acabando de hacer las trazas de todo, quise venir por /liba, por ver, si podía, el cuerpo de la Santa Madre Teresa, por haber oído y ser noticia de muchas maravillas que Dios por medio de esta Santa y de su cuerpo obraba. Y así, un amigo mío, llamado Martín Cervera, me dio una carta para la Priora de ñlba, llamada Inés de jesús, que había dejado elegida Priora antes de su muerte la Madre Teresa de Jesús. Pidióme el amigo me mostrasen algunas reliquias de la Santa. Di mi carta en Alba a la dicha Priora, que hoy lo es, y lo ha sido tres trienios interpolados, y era por la mañana. Respondió- me, que el cuerpo lo habían llevado; a Avila, y allá estaba, y está con gran sentimiento; que me volviese a la una hora después de medio día, que ella me mostraría el brazo por la iglesia. Dióme a esta hora una andadera (sic) la llave de la iglesia, y abrí y entré solo; y por la ventanilla de comulgar las monjas a el lado de el Evangelio, la abrieron y me dieron por ella el brazo, envuelto en un tafetán carmesí. ¡Cosa maravillosa de ver! que con haber cuatro años que era muerta, no parecía sino de cuerpo vivo. Alabé a Dios, y díjeles a las mon- jas que mirasen cómo habían fiado el brazo, que me quería ir con él; pues teniendo las llaves de la iglesia, podía, no porque fuese mi pensamiento hacer tal. Respondióme la Priora, que bien sabía a quien lo fiaba.

Yo le cobré desde entonces extrañísima afición a esta Santa, y sin que las monjas lo viesen, con las uñas de los dedos tomé nn tan- tico del tamaño de medio garbanzo, y aún menos, y envolvílo en un papelico pequeño, y metilo en mis horas, y guárdelas, y volvíles el brazo. A me quedaron los dos dedos bañados con óleo, que sale de él, que me espanté. La Priora, sabiendo que venía de allí a San Lorenzo, donde estaba el Rey y la infanta Doña Isabel, me dio un pedazo de la túnica con que enterraron a la Santa, de cuadro en cua- dro, toda empapada en óleo de su cuerpo, guarnecido este pañito de perlas menudas alrededor, para que lo diese a la dicha señora In- fanta; y a me dio otro poquito de lo mismo, muy chiquito.

6. Despedíme, y vine aquella tarde cuatro leguas a dormir a un lugar que llaman Peñaranda; y a la noche saqué del pecho el pañito

1 Cf. Obra3 de Santa Tétese, i. I, p. LXXXV.

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que traía para la Infanta, y de entre las horas el poquito de carne envuelta en el papelito, el cual hallé todo manchado de óleo; la man- cha, del tamaño g medida de i€sta señal de la margen, tiénela en ella figurada; y el pedazo de carne es como la señal del medio, ñcertóse a meter acaso y de priesa en el oficio de los Difuntos; y la mancha del óleo de tan pequeña cosa, no sólo pasó el papelillo en que se envolvía, mag del trasvés, y casi la mitad a la larga, todo el verso que dice: In capite Libri scriptuin est de me tit facerem vo- hintatem tiiam: Deas meas, volui, et Legem tuam in medio cordis mei. Como vi esta cosa tan maravillosa, quedé espantado de ver ima mara- villa como esta. Y otro día madrugué para proseguir mi camino para el Escorial, por ver, si podía, este santo Cuerpo y Santa, si había orden. Traía carta de la Priora de fllba para la de ñvila.

Con hacer grandes calores para llegar a ésta, traía tan grande afi- ción, que caminaba con la mayor calor de la siesta, de manera que ni los criados me podían alcanzar, ni yo de dejar con esta ansia de llegar a ilvila sin ellos. Al bajar de unas cuestas que hay cerca de el puente de el río que está junto a la ciudad, traía, por el cansancio del camino, la pierna derecha sobre el arzón de la cabalgadura, y el pie izquierdo en el estribo. Tropezó un poco la muía, y caí de un lado al izquierdo, y siempre el quitasol en la mano; y andando la muía, a parecer más de cincuenta pasos, y siempre yo colgado del arzón de la hebilla de la rodajuela de la espuela, y a mi parecer venía como sustentado de alguno, tanto que miraba a un caboi y a otro a ver lo que era; y cuando más descuidado, me hallé en el suelo de pies, y ¡mi quitasol en la mano, como cuando venía a caballo. Yo por entonces no caí, que traía conmigo aquellas reliquias, ni caí en ello hasta pasado más de un año; y conocí que por la misericordia de el Señor y las reliquias que traía de esta Santa, me había el Señor librado de este peligro.

7. Llegado a ñvila, fuíme con aquella ansia a apear en el A'Vo- nasterio de San Joseph; di mi carta a la Priora, la cual me dixo que era imposible ver el cuerpo de la Santa, porque estaba en su capítulo, y muy cerrado. Pcdíle me abriese la iglesia, que quería entrar allí. Hízolo, y estábase a la sazón acabando de labrar, que le faltaba poco, la capilla mayor de esta iglesia, que de limosna la hacía D. Alvaro de Mendoza, obispo de Palencia, que había sido de ñvila. Iglesia muy estrecha y ahogada, y el altar mayor en una capilla muy pequeña, y todo "muy pobre. Díxele a la Priora, que se llamaba María de San Jerónimo, que quería sacar la planta de aquella iglesia y de la ca- pilla nueva que hacía D. ñlvaro de Mendoza. Ella estaba entonces a la reja de el coro y me dixo que la hiciese. Hícela, y pregunté, que un nicho con reja que estaba debaxo de la del coro nuevo, que ¿para qué era? Díxome, que para poner el Cuerpo de la Madre Teresa. Saqué planta y montea de el nicho y reja, tomando la medida para hacer una traza de una caxa riquísima para meter el Cuerpo de la Santa y jnostrársela al Rey, y pedirle que la hiciese, ñcabadas las tra- zas, me fui a San Lorenzo y di a Su Majestad lo que traía de las librerías, y a la Infanta su reliquia de la Santa Madre. La cual, en presencia de su padre, la tomó y besó con la boca y los ojos,

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y guardó; y dixo a su padre en mi presencia muchas maravillas de la Santa Madre, y él las oyó muy bien.

8. Pues a pocos días que tenía hechas las trazas para la caxa riquísima de bronce dorado y jaspes finos, supliqué al Rey que hicie- se aquel servicio de aquella caxa a la Madre Teresa de Jesús. Eran las caxas de tres diferiencias, unas más costosas que otras. Y mostréle la traza de la iglesia tan pobre, por ver si se aficiona a hacer la caxa, o labrar algo de la iglesia. Después de vistas y miradas, no me respondió mas de «guardadlas estas trazas». Y ansí lo hice, ven- tidos años, como abaxo se verá, número 23.

9. Yo escribí a la Priora de ñvila una carta, diciendo lo que había pasado. No tuve respuesta; y después escribí otra, y tampoco la tuve, o porque no recibieron las mías, o no por qué; que yo quedé algo triste, porque deseaba tener amistad con tan santas mon- jas, y veía que por mis pecados no lo merecía, y así las olvidé por entonces.

10. Pues como tenía el amigo Julio de Junta, que tenía la Em- prenta Real, que al presente está en Florencia, sucedió imprimir las obras de la Madre Teresa, en Salamanca, que tenía allí un agente suyo, y se imprimieron el año de mil quinientos ochenta y ocho (1). De los primeros libros, me dio uno, y fui comenzando a leer; y de las más impresiones que hacía de otros libros me daba uno. Hizo segunda im- presión el año de mil quinientos ochenta y nueve de el dicho Libro, y dióme otro. Por manera que por libro no me quedara de aprovechar, si por mi maldad y descuido no quedara.

Todo el tiempo que los acostumbré a leer, fué el Señor servido fuese concertando un poco mi descorcertada vida; y sentía me hacía provecho el leer en ellos; y hícelo pocos años, que mi mal natural y ruines costumbres me hicieron olvidar de tomallos en las manos, cuanto más leerlos; y torné a ofender más y más al Señor, tanto que no yo en el mundo pecador mayor que yo. Y fué de manera el olvidar tanto esta Santa y sus libros, que fui a ñvila a aposentar al Rey Don Felipe III, el año de mil y seiscientos, y no me acordé, con estar allí ocho días más, si había monjas Carmelitas, ni tal Madre Teresa hu- biese habido. Y así, como he dicho, siempre en mi vida y costumbres, cada día iba peor, y más olvidado de ellas.

11. Pues andando con este discurso de tiempo, el año pasado de mil seiscientos y siete, estando Su Majestad del rey Don Felipe III y la reina Doña Margarita, su mujer, el verano en San Lorenzo el Real, fueron a los primeros de Agosto a la librería, y entre los de la librería que hay de mano escrita, estaban en un caxón guardados con un libro, de mano propia de San Agustín, todas las obras que escribió de su mano la Madre Teresa de Jesús, que el rey Don Felipe II había mandado recoger por la estimación que de ellos tenía. Y habiéndolos visto, mandó al bibliotecario que dejase fuera del caxón aquellos li- bros de la Madre Teresa. Y vueltos Sus Majestades a sus aposentos, me mandó el Rey a ir de su parte a decir al Padre Prior, que aquellos libros de la Madre Teresa de Jesús, que se los enviase

1 Cfr. Obras de Sta. Teresa, t. I, p. LXXXV.

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conmigo. Fui mandándomelos dar, y tráxelos yo por ral mano. Son cuatro los libros: uno de su Vida\ otro también grande, y no de tanto volumen, de las Fundaciones; otro del Camino de Perfección, de el cuarto de pliego; otro, también en cuarto de pliego y menor volumen, de las Reglas y Avisos que da a sus monjas; todo de su propia mano, que por conocer su letra y haber visto muchas cartas y papeles suyos, lo certifico.

12. Su Majestad iba leyendo d de la Vida, y como estaban en su aposento, cuando no estaba allí, o era ido fuera, yo leía en ellos, que era para de grandísimo consuelo. Y porque todos los tenía yo impresos, si no es el de las Fundaciones, que no lo anda, supliqué al Rey me hiciese merced de prestar aquel libro; hízolo; llévele a mi aposento; y encerrado en él, lo hice trasladar a dos mancebos; uno leía, y otro trasladaba. Cuando iba al cabo la traslación de 61, sucedió que un criado mío, vizcaíno, llamado Domingo de Tal, tuvo un gran corrimiento a las muelas, y un barbero ignorante, teniéndolas buenas y sanas, le sacó una; y por estar muy fuerte, le arrancó un poco del encaje de la muela en la quixada. Estaba el pobre mozo con grandes dolores del mal suceso. Yo le tuve lástima, y le hice entrar en mi apo- sento a solas, y le hice hincar de rodillas y dixe, abierto el libro, que aquel libro era escrito por una Santa, que se encomendase a ella; y así abierto, se le puse en la quixada. ¡Oh bondad y misericordia de Dios! que luego, inmediatamente, este mozo estuvo bueno y sano y sin dolor. Yo le dixe lo callase y no dixese nada; y así lo hizo, dando gracias a Dios,, y a esta Santa. Yo tuve el libro como veinte días, y trasladado, le volví al Rey; y como le había leído, continué en leer el de la Vida, que he dicho leía el Rey y señalaba con un papel dónde iba.

13. En este de su Vida había una hoja, que cuando la Santa lo escribió la dejó en blanco, porque se debió de pegar una hoja con otra, y quedaron en blanco dos planas, que se miran la una a la otra; y como la Santa lo vio despuás, escribió a la esquina de abajo, de el tamaño que abajo está: Esta hoja quedó en blanco, pase adelante. Yo tenía grande ansia de tener siquiera dos letras de mano de esta San- ta, y así me atreví de cortar esto poquito que no hacía falta al libro, como lo hice, y pegué por el canto una hoja con otra, y ansí no era menester el letrero (1). Guardé, y tengo muy guardado el papel, y vine con él a Madrid, por venirse de allí los Reyes; aunque por haber des- comunión para los que tomaren libros, o otras cosas de la librería, yo quedé con algún escrúpulo, pero cada día con más y más afición de esta Santa.

14. Pues llegados a ^adrid, procuré luego buscar confesor muy teólogo y santo, y traté con él mi escrúpulo, diciéndole lo que era, paseándonos, y que me quería confesar con él. Díxome que él no podía, pero que me daría un confesor que me acordaría de él y le agradecería el habérmelo encaminado. Este Padre (2) a quien fui, era

1 Así se halla, efectivamente.

2 Llamábase este ejemplar religioso Fr. Domingo de Sta. María, de la Orden de Menores, que murió en Toledo en olor de santidad.

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mi conocido, y díxome: «Muclio me iiuelgo de que traigáis tan buen escrúpulo». Tomó el papelillo, y holgó mucho con él; y díxome mil cosas que sabía de esta Santa, y mandóme esperar, y íráxome el con- fesor que me prometió, muy santo varón y muy teólogo. Plíseme a confesar muy despacio, y muy de atrás. Díxele cómo iba mi vida per- dida, y por la voluntad del Señor iba un poco mejorando mientras leía los libros de esta Santa. Mostréle el papelico; estimólo, y dixo que le tuviese, que no había de tener escrúpulo, que no hacía falta al libro, que la descomunión no era para esto. Oída mi confesión, que como Üigo fué bien larga, me mandó que en todo caso continuase a leer los libros impresos de la Madre Teresa. Yo le pregunté, si los había él leído, o visto, o tenido más noticia de esta Santa. Díxome que no los había visto ni leído, porque no es hombre que sale de una celda, ni de su casa; mas que para él no era menester saber más de que era fundadora de una Religión, para entender lo que era. Yo le dixe le llevaría un libro de dos que tenía, y asi otro día le llevé el de la segunda impresión que me dio Julio de Junta. Quedé muy aficionado a este Padre, y supe y me informé de algunos frailes de su casa de su vida y modo de vivir.

15. Otro día, digo dos días después de dado el libro, volví a visitar al Padre y hállele sentado en una tabla que tiene por cama, y en su Orden la tienen todos, y una manta, y a veces un pellejo sobre la tabla. Estaba muy embebido leyendo su libro. Empezóme a decir mil bienes de él. Yo no le quise ocupar, y fuíme presto. Y volví de allí a otros dos días a verle, y hállele de la misma manera. Díxome: «¡Oh, Fulano! ¡y qué libro este! De todos cuantos libros he leído en mi vida, que ha sido toda la Sagrada Escriptura, Santo Tomás, y otros libros, que me nombró de Santos, todos ellos, dice, no me han movido tanto como este libro; y tanto, que si hoy no fuera religioso, sólo por lo que he leído de él me metiera luego en religión». Ibase tanto este Padre encendiendo en amor, cuando me trataba de esta Santa, que era para alabar al Señor. Pocos días des- pués se le hurtaron el libro de la celda, como no acostumbran llaves en la su Orden. Y adviértase que esta Orden no es de Carmelitas Descalzos ni Calzados, sino de las otras Ordenes de las más estre- chas. Yo le dixe que no tuviese pena de el libro, que rogase a Dios aprovechase al que lo llevó, que yo le daría otro. Y así lo hice, que le compré dos: uno todas las obras impresas de la Madre Teresa, de la quinta impresión; y otro el que hizo imprimir, y compuso el obispo de Tarazona. El dixo no los podía recibir si no decía en ellos los entregaba y daba de limosna a la casa. Y así lo hice, y él quedó por entonces con ellos.

16. Sucedió, pues, que en el mes de Diciembre, del principio de él, de este mismo año de mil seiscientos y siete, un criado del Rey, ayuda de cámara, me dixo estas palabras: «El maestro de la cá- mara de el Rey, Guillamas, hace de limosna una capilla en San Joseph de ñvila; dadnos limosna para ella». Yo me acordé que la otra vez, ventidos años había, no había podido trabar amistad con es- tas monjas, y que aquella ocasión de darles limosna para esta obra, era buena coyuntura. Y asi le dixe: «Yo tengo una libranza en el maes-

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tro de la Cámara de seiscientos reales; déme los trescientos, ij los otros trescientos yo los enviaré a las monjas, que no quiero darla a él, sino a €llas». Díxome, que estaba bien; que él se lo diría. Y así lo hizo, g la aceptó, y no lo dio por entonces. Yo también se lo dixe un día al mismo maestro. Este ayuda de Cámara que he dicho, que se llama el capitán Triviño, me mostró un día una carta de mano propia de la Santa, escrita a las Indias a un hermano suyo, que estaba allá; tiene seis planas escritas. Yo le rogué que me la diese para trasladarla; hízolo; y a la postrera letra que escribí, me dio un gran frío, y tras él calentura muy recia. Con el frío me puse la carta dicha sobre la cabeza, y me hizo luego hacer un gran vó- mito de cólera. Guardé la carta conmigo, y el mal fué derechaméníe cuartana. Visitáronme los médicos, y por ser en Diciembre, me decían tenía buena ropa para el invierno. Yo, confiado en Dios y esta San- ta, pasaba mi mal. Los días de cuartana poníame el papelico, que corté de el libro de su Vida, a raíz de las carnes, al lado izquierdo, sobre el brazo. Sentía con éste y la carta grande alivio. Fué el Señor servido que, a cinco cuartanas, me faltó.

17. Yo fui a dos días a ver mi confesor, que, como he dicho, no sale de su casa, ni me fué a ver. Díxelo el caso, y cómo había tenido el papelico puesto. Y entonces le llevé a mostrar el pe- dacico de la carne que quité del brazo. Díxome que tomase aquella poquita de carne; y cuando hubiese de beber, en el agua hiciese con ella la señal de la cruz, metiéndola en ella, y que confiase en Dios y en esta Santa, que no me volvería más cuartana. Así lo hice, y sucedió; sea Dios alabado por ello. Yo me confesé cuando digo le fui a ver, y le dixe, que en gracias de esta merced, que el Señor me había hecho por intercesión de esta Santa, quería inviar a las monjas de Alba, donde estaba su cuerpo, un poco de dinero para ayuda a su canonización. Díxome le parecía bien; que lo hiciese. Era mi intento, que aunque era poca, en el mismo lugar se echase en renta hasta el tiempo de la canonización, y los réditos fuesen en el ínterin para las monjas. Parecióle bien, y así, otro día, le escribí a Inés de Jesús (a quien dixe era Priora cuando me mostraron el bra- zo), diciéndole no otra cosa, que quería hacer a la Santa aquella li- mosna en aquella forma.

18. Mientras fué la carta, antes de volver respuesta, me fui a confesar, y después de la confesión me dixo el dicho mi confesor, sin yo acordarle nada de esto: «Aquella limosna, que había de hacer para la canonización de la Santa Madre Teresa, envíesela a las monjas, que están con grande necesidad; y no con obligación de que se eche en renta, ni sea para canonización». Y con grande alegría me dixo: «Ella se está harto canonizada. Haga lo que le digo». Yo fui a la posada, y escribí a Inés de Jesús, que mi confesor, que era un fraile de tal Orden, me había mandado les enviase el dinero, y no que fuese para la canonización, sino para el convento, que tenía necesidad, que con el arriero de Alba se lo inviaría el primer camino, como lo hice. Y a esto me respondió las palabras siguientes: «Que el religioso con- fesor, que le había dicho los inviase al convento, que no creyese que era sino algún ángel que le había alumbrado; porque jamás la casa se

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había hallado cn tanta necesidad como al presente, cuando llegó la li- mosna. Estas santas monjas son muy agradecidas, y tienen mucho cui- dado de encomendarme a Dios, y me enviaron algunos días adelante una carta de la Santa Madre, que no la estimé en poco.

19. Pasóse algún tiempo, y yo siempre acudía a mi Padre espi- ritual y confesor, amándole, como le amo, extremadamente en el Se- ñor. La Cuaresma siguiente, que fué el año de mil seiscientos y ocho, guíseme ir a confesar el Miércoles de Ceniza, y por ocupaciones no pude, y diferílo para el primer Domingo de Cuaresma, que fué a veinticuatro de Febrero; y acabando de confesar, a las ocho y media de la mañana, me dixo, como al descuido, las palabras siguientes: «En San Joseph de ñvila hay dos almas a quien el Señor ama mucho en grande manera. La una se llama Fulana, y otra compañera suya (1). Sepa de un criado de el Rey, que de limosna hace labrar la Igle- sia de S. Joseph». Por lo que había sabido de el capitán ayuda de Cámara, le dixe; «¿Quién es?»— «¿Llámase Guillamas?» «Ese, dice, es, y la obra que van haciendo, no va buena;, y no le contenta al Señor, que iglesia donde Su Majestad ha de obrar tan grandes maravillas, vaya como va; ni la cubierta sea de madera, sino que en todo caso sea de bóveda, y que vaya muy bien hecha. Es menester que hable como de suyo a Guillamas, y en presencia de su mujer, buscando buena oca- sión, les diga, que adviertan que la Santa no dice en sus libros que las iglesias sean hechas de maderas, y toscas, sino las casas de la habitación, porque sean éstas humildes, que no hagan ruido al caer el día del Juicio; y que la iglesia en todas maneras la hagan de bó- veda; y hecho esto, es menester que se llegue a Avila, y traza como la iglesia se haga bien; y en todo caso sea de bóveda». Yo le dixe, que ahora era Cuaresma, y yo acostumbraba a oír todos los días sermón en la capilla de palacio, donde hay los mejores predicado- res. R esto me respondió o replicó: «Buen sermón se oye haciendo lo que Dios manda. No pide la obra dilación, que van con ella muy adelante, y no va bien. Procure hacer lo que he dicho y ir luego».

20. Yo, como vi lo que he dicho me dixo, me hallé indigno, como miserable pecadorcillo, a servir en esto. Obedecí, y díxele que por hacer mal tiempo y haber de pasar a Avila los puertos por la nieve, si sería bien ir por el camino breve de las Navas, que es mal puerto de invierno, o por Guadarrama y el Espinar, que se arrodean tres leguas. A esto me replicó: «Vaya por do quisiere: vaya por cerros, vaya por valles, que el Señor irá con él. No tema de el camino». Y esto replicó otra vez.- Y poniéndome dos dedos de la mano derecha en el pecho, me dixo: «Vaya, que Dios le hablará en el camino y le dirá lo que ha de hacer; y téngase por muy dichoso en que Dios

1 Diversas veces habla con cierto misterio de estas religiosas, sin nombrarlas. Creemos que se trata de la sobrina de la Santa, H.a Teresa de Jesús, que a la sazón era clavaria de la Comunidad. Como hemos visto en la Declaración segunda, psfa religiosa coincide en todo con lo que Mora dice del Padre Domingo de Santa María, añadiendo que lo sabía por el mismo Mora, «debajo de grandísimo secreto». La otra, según tradición de la Comunidad de San Jo."^é, que tenemos por muy fundada, es la hermana lega, Catalina de Cristo, muy apreciada de la so- brina de la Santa. Profesó en esta casa el 20 de Abril de 1593, y murió, llena de virtudes, el 19 de Diciembre de 1627.

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le haya escogido entre millares para esta obra suya; y tiene librada su salvación en este servicio que le ha de hacer. Mire no lo pierda por su culpa». Yo me aparté de él, con harta confusión mía, viendo mi pequenez y baxeza, y que jamás he entendido sino en ofender a este gran Señor, que por todo sea bendito y alabado. Fuíle a recibir con buen agradecimiento! a tan alta merced, y a oir sermón a la capilla de palacio.

21. Olvidábaseme de decir, que me dixo que aquel hombre había perdido mucho en creer a su mujer; porque él tenía buena intención de hacer bien la iglesia, y ella le había vuelto a que no; y así a ella echaba la culpa. Y me dixo: «Cuando Dios llama por una parte y no le responden, busca por otra». Esto tornándome! a poner los de- dos en el pecho, y tornando a decir que fuese confiado. Y debió de parecerle yo lo tomaba con tibieza, y me dixo: «Vaya, que habrá memoria de él en aquella casa para siempre». Y me replicó: «No digo solamente en aquella casa, mas en toda la Orden». Y entendí lo decía por ponerme más codicia a ir; y así dixe lo haría. Aunque sabe Dios lo poco que se me da de que haya memoria de mí; porque ¿qué va que haya memoria, que no la haya de un poco de estiércol?

Pues vuelto de misa y sermón, yendo a comer a mi casa, a el en- trar en ella (¡oh, lo qua el Señor quiere, cómo allana los montes y encumbra los valles!), yo a entrar, y un criado de Guillamas atrave- sar por delante de la puerta, llamado este mancebo Francisco de la Parra. El me dixo: •'¡Ah, Señor! ¿cuándo nos quiere dar aquellos trescientos reales de la limosna?» Paréceme, que con ser yo muy conocido de este mancebo en la corte, ninguna vez le había topado, ni visto en calle ninguna, sino en casa de su amo, sino sola esta. Yo le dixe bien disimuladamente: «Venga acá, hermano, ¿para qué es esta limosna?, haciéndome muy de nuevas». El me dixo: «Para la iglesia de San Joseph de ñvila de Carmelitas descalzas». Yo le dixe: «¿Qué oficial la hace?» Díxome: «Los de allá. Y agora quiere mi Señor enviar allá a Juan de Herrera»; este oficial es de carpinte- ría. Yo le dixe: «¿H obra de piedra quiere enviar carpintero?» Dixo: «Fáltale poco», ñ. esto le dixe: «Decidle a vuestro amo, que por ser de la Madre Teresa quiero yo ir allá a verla y trazarla, y el camino hacerlo a mi costa, y más dar para esta obra todos los seiscientos reales de la libranza». El mozo no fué perezoso, que presto fué a su amo a decírselo. El cual, por estar en la cama malo, en una hora me envió tres o cuatro veces con mucha priesa, rogándome, que, pues quería hacer aquella buena obra, que me suplicaba le viese, y vería unas trazas y condiciones que le habían inviado para cubrir la iglesia, que él no me venía a' ver por estar malo en la cama. Yo respondí que iría.

23. Y ese propio día que me lo mandó el Padre, a las cuatro ho- ras de la tarde, tomé mis trazas que había hecho en la iglesia vieja, veinte y tantos años había, y el Rey me había mandado guardar, y fui a verme con Guillamas, que estaba en la cama, y hallé a un lado de ella a su mujer con el libro impreso de las obras de la Madre Teresa, que ella y él son bien de devotos suyos. Tratamos de la obra y lo que ellos pretendían hacer. Pareciéronme muy mal. Mostréles

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la traza mía antigua, y dixe que bien sabía cómo era lo viejo, y sobre ello había cargado lo nuevo; que no valdría nada. Híceles mi parla- mento, que me había mandado mi confesor, lo más disimuladamente que pude. Oyéronme con grande atención, y mirábanse el uno ni otro, y dixo la muxer a su marido: «¿Qué le parece?» El respondió: «Ya lo veis». Y ella volvióse a mí: «ñ fe, señor, que eso que no lo dice V. m.». Yo le dixe: «¿cómo no? ¿no ve que lo digo yo?» Dixo: «No, señor». Concertóse que fuese la ida lo más presto que ser pudiese. Y él escribió a las monjas, que habiendo yo sabido de esta obra, por ser devoto de la Santa ^adre, queríaf ir a vella. Y él se holgó mucho, y ellas allá también; aunque ya aquella Priora que me habló tantos años había, cuando hice la traza, era muerta, y ninguna de el convento me conocía, ni nadie allí tenía memoria de mí.

24. Despedíme de él, y por ser al anochecer, no fui a decir al confesor lo que me había sucedido. Hícelo otro día, y me encargó la brevedad de la partida, diciéndome muchas cosas. Detúveme toda aque- lla semana; y sábado, a primero de Marzo, día del Ángel de la Guarda (hoy día que esto escribo, que es el mismo día, hace dos años), pedí licencia al Rey para llegar a ñvila a ver una iglesia, que llevaban mal fundada de las Carmelitas Descalzas de San Joseph, que iría de allí a dos o tres días. Diómelaj y fui luego a hablar al Duque de Lerma, y decirle lo mismo. Tomólo mal, y dixo: «¿ñgora quiere ir a Avila? Aguárdeme unos pocos de días, que hemos de ir a Lerma juntos; y entonces irá por Avila y alcanzaráme en Lerma. ¿Para qué quiere pa- sar tantas veces los puertos?» Yo ie dixe que no le penase eso; que yo era el que lo había de pasar; que la obra iba errada, y no permitía dilación; que qué se le daba que después de vuelto pase otra vez los puertos con él; y más que el camino para Avila era muy diferente que para Lerma. Respondióme con un poco de enojo y cólera: «Pues si ha de ir, vaya luego mañana, para que vuelva a tiempo, que varaos a Lerma juntos». Vi los cielos abiertos, a manera de decir; recebí con- tento grande, y dixe que sí. Despedíme de él y de el Rey, que era un poco antes de anochecer, y fui luego a confesor. Díxele el caso, y mi partida; dióme su bendición. Tornóme a decir: «Vaya en hora buena, que Dios irá con él». Escribí un papel a Guillamas, que es- cribiese a las monjas que me iba otro día; que muy de mañana de paso tomaría las cartas, y trazas y condiciones que le habían traído. Hízose así, y

25. Domingo, dos de Marzo, de mañana, tomé el camino; y lu- nes, a tres, a las cuatro y media de la tarde, llegué a Avila; y sin apearme fui derecho a la iglesia y vi que sobre lo viejo de la iglesia vieja habían levantado paredes de piedra seca y barro, y llegaban ya con la obra cerca de la altura de poner las maderas de el techo. Sabe el Señor si me estrechó el corazón en /er que la capacidad de la iglesia era pequeña, y en ninguna manera podía ser grande, respecto del sitio; porque ya por el camino traía imaginado, y me había puesto el Señor en el corazón de derribar toda la Igle- sia hasta echarle fuera los cimientos; mas mi ánimo era de hacer se hiciese una grande iglesia. Mas visto el estrecho sitio, que no podía ser tan grande como mi ánimo, quedé así. Salí de la iglesia, y hablé

APÉNDICES ^^1

primero en ella a los oficiales que la labraban, y dixe que no se can- sasen más de trabajar, hasta que resolviésamos lo que se hubiese de hacer. Fui a hablar a las monjas a la portería, que ya me estaban esperando, que les hablan dicho habla llegado, como antes había es- crito Guillamas a ellas y al licenciado Francisco de Mena, su con- fesor. Fué tanto el contento que recibieron conmigo, que no se puede imaginar. Estuve con la Priora, que se llama Isabel de Santo Domin- go, y con la Supriora (1). Contáronme la diferencia que había, en que les parecía a unas fuese de bóveda» y bien hecha; y a otras, que por su pobreza y ser de limosna y ellas no tener nada, les parecía fuese de madera; y ansí tenían determinado que sobre las paredes que habían levantado de piedra y barro, se pusiese la misma armadura vieja de madera, que todavía se estaban buenas las maderas. Yo les dixe que lo encomendasen a Dios, que todo se haría bien; y por ser tarde, me despedí y fuíme a posar con el dicho Francisco de Mena.

26. Otro día, martes por la mañana, a cuatro, la primera cosa que se hizo fué decir Mena en el altar mayor una misa del Kspíritu Santo, cantada. Oficiáronla las monjas; y acabada se comenzaron a hacer las nuevas trazas; y para algunas medidas del sitio y ver la correspondencia de adentro, fué forzoso entrar dentro del convento. Cuando me despedí de mi confesor en Madrid para venir, me dixo, que a la monja Fulana le dixese de su parte, le pidiese, por las lla- gas de el Señor, que ella y su compañera le encomendasen mucho a Dios, y le suplicasen le hiciese buen fraile, y que él las ofrecía en sus pobres oraciones, sacrificios y disciplinas, hacerlo por ellas mientras viviese; y que mirasen fiaba mucho de ellas, después de Dios, su salvación; y esto con grande encarecimiento. Yo le dixe: «Padre, ¿quién es la compañera de esa monja? >> El me dixo: «Ella lo sabe. Dígale esto, que ella lo entenderá». Y no quiso decir en ninguna manera el nombre.

27. Pues como entrásemos dentro de el convento el confesor y dos oficiales de los que hacían la obra y yo, anduvimos de la casa lo que era menester. Iba la Priora, y la Supriora, y otra monja, que llaman Inés de Jesús, con nosotros. Fué forzoso ir a la huerta a tomar unas medidas; y estando en ella, dixe a las tres monjas: '^¿No hay aquí una monja que se llama Fulana?» Dixeron: «Sí». Y la Priora dixo: «Llá- menla». Hiciéronlo así y vino. Yo la saludé sin decirle más. Y andando todos por la huerta, víla apartada un poquito de las otras, y empécela a decir «Un Padre, de tal Orden, me mandó que dixese a v. m. que ella y su compañera»... (2). Llegado aquí, ella me dixo muy pasito: «No aquí, no aquí». Hízome callar, y fué de manera, que esta vez que fui a ñvila nunca más la pude hablar, ni hubo medio ni licencia para a solas, porque la había de dar el General o Provincial y no estaba allí. Por manera que el recado se quedó sin dar; aunque hablarla en compañía de las tres ya dichas monjas, tres días que allí estuve, siempre la hablaba.

1 Isabel Bautista.

2 Véase la nota de la pag. 378.

382 APÉNDICES

28. Tomáronse las medidas, y todo lo que había que hacer; g un poco antes de salir de el convento llamé a parte de las otras a la Priora, y dile veinte escudos en oro para ayuda' a la comida suya de aquellos tres días, que yo allí había de «star, y dixe no lo dixese a nadie. Parece fué decirlo al pregonero; porque al abrir la portera la puerta de la portería, dixo recio, que lo oyeron todas: «Veislo, que no sólo viene a hacernos hacer la iglesia, pero nos ha dado veinte es- cudos para que comamos». Yo me enojé con ella, y le dixe: -i^éPues esto le encomendé?» Con las medidas continué en hacer las trazas, que tardé tres días en hacer plantas, y perfiles y monteas, con tres capillas más que las que iban hechas; que las dos, dexó la una hecha la Santa Madre Teresa, y enterrado en ella su hermano (1), y otra, un clé- rigo, llamado Julián de Avila, su confesor y compañía en el camino a sus fundaciones (2). Estas dos quedaron, y otra que iba haciendo Guillamas para (3).

29. Pues, hecha la traza, acrecentáronse tres más; como y por la poca posibilidad pareció a Aleña que por entonces se hiciese sola la iglesia, y formadas las capillas sin hacerse, concertamos los dos en esto. Y al postrero día de los tres, jueves, seis, a las cuatro de la tarde, fué forzoso tornar a entrar en el convento a mostrarles las trazas, y conferir lo que se había de hacer. Fuimos a la huerta con ellas, que desde allí se veía la obra que hacían de la iglesia, y sen- tados junto a íma fuentecilla, en un poyo, el confesor y yo, y la Prio- ra y Supriora a una parte, y Inés de Jesús y la monja, que me había dicho mi confesor, a otra, y en medio una mesilla baxa con las trazas, yo les propuse que aquella iglesia no iba bien, y que convenía derribarla por el suelo toda, y ya que no se podía ensanchar por el sitio, que convenía alargarla un pedazo, y formar capillas, ya que por ahora no se hiciesen las que queda dicho, y hacer un pórtico muy hermoso. Propúseles tantas cosas, como si tuviéramos cincuenta mil ducados en una arca para ella, y no había ni una blanca. Pero en corazón más había, que era una grandísima confianza, con im grande

1 Llámase de San Lorenzo, g cae al lado de la epístola. R la izquierda, según se entra en ella, y a un metro de altura, poco más o meros, está el sepulcro de D. Lorenzo, incrustado en la par^d y una lápida oue dice: «-Falleció Lorenzo de Cepeda a 26 de Junio del aflo de 1580. Es fundador de esta Capilla y hermano de la Santa Fundadora de esta casa y de todas las Descalzas Cnrmelitas».

2 Julián de Avila yace en la capilla que para enterramiento propio fundó el canónigo Gaspar Daza, que aquí reposa con otros parientes suyos. Esta canilla, contigua a la de San Lorenzo, está dedicada a San Juan de la Cruz, desde mediados del siglo XIX Antes lo estuvo a la Natividad de Nuestra Señora. Reza la lápida de Julián de Avila: Hic jacet Julianus Davi- la, clericus intimus magistri Dnza amicus. Obiit anno Domini 1605. D. O. M. etc.

3 La capilla de Guillamas, dedicada actualmente a la Asunción, está al lado del Evange- lio y la más próxima al presbiterio. Sobre el sepulcro hay una estatua orante, con una inscripción que dice: Francisco Guillamas Velázquez, Señor de las Villas de la Senw, Badillo y los Po- lios, Regidor de esta Ciudad, Maestro de Cámara de los Señores Reyes Felipe !I, III y IV, Tesorero de las Serenísimas Reinas Doña Una, Doña Margarita y Doña Isabel, y consejero de Hacienda de Felipe IV, fundó esta Capilla. Murió de 82 años en Madrid, a de Octubre de 1630. Y aqui yace desde 22 de Marzo de 1657. Enfrente está el sepulcro de su mu)er D.a Catalina Deroys Bernaldo de Quirós, muerta en Avila en 1637, y la hija D.a María Guilla- mas, que murió en Madrid el 24 de Junio de 1631. Al día siguiente de morir D.a Catalina De- roys, fueron inhumados los tres cuerpos en esta capilla.

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APÉNDICES 38?

afecto, que el Seflor por su misericordia fué servido ponerme. Todas dixeron que aquello todo estaba muy bien, que yo hiciese lo que qui- siese. Sola la Priora reparó, y dixo: «Señor, ¿de dónde se ha de hacer esto, que no hay una blanca?» Yo le dixe: «Madre, Madre, no tenga cuidado de esto, que Dios lo proveerá». Y mirando a las monjas, en risa, dixe: «¿Hay más que vender un par de monjas, y se hará la iglesia?». Con todo, no quedó satisfecha, y los demás, sí, que tenían la misma confianza; a lo menos con la que yo me antendía, que la tenia, sin haberle más hablado.

30. Una cosa hice, a mi parecer, de poca fe, en aquel punto, de lo que el Padre confesor me había dicho, que me vino a la imaginación si aquel Padre sabía o entendía algo de las monjas, o le escribían, o escribir él. Y pregúnteles allí: «Señoras, ¿hales escrito, o han, a un fraile de tal Orden sobre esta obra?» Ellas dixeron que no, ni sabían de nada, ni se trataban sino con muy pocos, y de su Orden. Yo quedé un poco suspenso, y queriéndome despedir, dixe con buena confianza: «no hay sino que comencemos luego a derribar esta iglesia, que Dios nos ha de ayudar, y todos pediremos limosna y ayudaremos a Gui- llamas a esto».

31. Y con esto nos despedimos el confesor Mena y yo. Y a la mañana, viernes, de mañana, torné a oir misa en el monasterio, y me despedí de la Priora y de las otras tres monjas por la grada, y tomé el camino para El Escorial, que es el derecho para Aladrid; y sábado tuve una carta de el Duque, que el embajador persiano llegaría aquella noche a San Lorenzo, que Su Maejstad mandaba asistiese yo con él, y el Prior a mostrarle la casa, como se hizo el domingo, desde muy de mañana, hasta las dos después de medio día. Y a esta hora él se partió su viaje para Lisboa, donde había de embarcar, y yo para Madrid, donde llegué al anochecer. Resta decir que en todo el camino, desde ñvila hasta Madrid, no pude apartar de la imagina- ción, y me daba el espíritu que sería bien pedir yo esta limosna, pues hacía derribar la iglesia; y que cuando llegara la que fuera menester, yo, de mi hacienda, aunque tengo bien poca, o aunque me vendiese, la hiciese. Y así

32. ñpcado en mi posada, inmediatamente fui a hablar a mi con- fesor, primero que viese a nadie, que querían ya cerrar la portería, y llevábale todas las trazas viejas y nuevas. El no me dixo otra cosa sino que nada quería ver aquella noche; sino que otro día lunes, de mañana, le viese y llevase las trazas. Parecióme que debió de tener larga oración sobre el caso, como abaxo diré.

Fuíme a reposar a mi posada sin entrar en palacio, ni ver a nadie; y a la mañana, lunes, a la hora puesta, fui y mostréle las trazas, y contéle todo cuanto había pasado>, y cómo no pude hablar a la monja que me encomendó, sino dos palabras. Y por saber quién era la com- pañera, si me lo decía, pedí en flvila al Padre Mena los nombres y oficios de todas las monjas, así seglares como del coro. Y pregúntele: «Padre, ¿cómo se llama la compañera de la monja que me dixo?» A esto me respondió: «Ella lo sabe, sin querérmelo decir». Y ansí le mos- tré las trazas, y di todo a entender, y cómo era fuerza derribar toda la Iglesia, que iba de piedra seca g barro, y tornarla a sacar de sus

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cimientos, y hacerla de sillería toda. Dixo: «Está bien todo así. Lo que agora ha de hacer, es ir a QuillamaSi, y en presencia de su mu- jer, decirle cómo conviene esta iglesia hacerla así, y que será costosa, y hacerles un requirimiento, una y dos veces, que si no la quiere ha- cer así, que se la dexe toda, que el la hará, y ofrézcales algo porque se la dexen. a él solo; y si se la dexan, bienaventurado hombre». Esto dixo, poniéndome las manos en los hombros: «Más ha de hacer, dice, si no se la dejan; ha de ayudarle a pedir la limosna. Y pídala al Rey y a la Reina, y al Duque, y a los Grandes y caballeros de la corte», nombrándome algunos, «y al obispo de Avila, y al Marques de Velada; y ¡él, sobre los seiscientos reales que ha ofrecido, cúmplalos a mil reales, y tome un papel, y vaya escribiendo en él, por la orden que fueren dando las limosnas, lo que da cada uno, por su orden, como lo fueren dando; y él escríbase también, que da mil reales para la obra, sin lo dado». Me lo dixo dos veces que lo pusiese así, y quC/ como de mío, dixese a Guillamas que él también diese limosna y tam- bién lo escribiese; y que al Rey no le pidiese hasta la postre, de manera que con la limosna que Su Majestad diese, se echase la clave a la bóveda y se acabase. Dixo más con un grandísimo afecto, «que el Señor tenía librada su salvación de todos cuantos diesen limosna para esta obra en este servicio, que le habían de hacer de darla; y esto aunque fuese muy poca». Yo quedé muy maravillado de las trazas del Señor. Sea bendito por ello.

33. Quíseme despedir; y ya que me iba, dixo: «Espere, que queda otra cosa, y como recorriendo su memoria, dixo que en toda la iglesia no había de haber armas, ni letrero de nadie. Yo le repliqué: «Las armas de Nuestra Señora, ¿no las pondremos?» Dixo: «Esas sí». Con esto me despedí, y fui desde allí en casa de Guillamas; y en pre- sencia de su mujer, hice el razonamiento, y de cómo me había ido en él camino, y allá. Y con gran disimulación les hice el requirimiento, que la obra sería muy costosa; que me la diesen, que yo les daría mil ducados. Estuvieron suspensos y pensativos un rato, mirándose el uno al otro. Respondió él, que no me la dexaría a solo, aunque le diese diez mil ducados. Yo le dixe, que pues no quería dejármela, que yo le ayudaría a pedir la limosna, y cumpliría sobre los seiscien- tos reales a mil; y así se los di en plata la resta. Y como es quien paga toda la Casa real, en sus gajes han librado muchos de los que han dado la limosna. Despedíme de él; volví a decir a mi confe- sor lo que había pasado, y tornó a lamentarse de la mujer, cómo había desistido al marido en que desde el principio fuese bien. Tornó a tratar de las monjas, y preguntó por la Priora; y dixo que en esta obra ella era mujer de poca fe, más que las otras. Y esto otras muchas veces me lo ha dicho.

3^1. Hasta hablar a Guillamas, y volver al Padre confesor, en estas idas y vueltas pasó tres horas, de las ocho a las once. R esta hora fui a palacio, y vi al Rey y al Duque. Díxeles cómo me había ido en el camino, y les había trazado de nuevo la iglesia, porque la llevaban mal fundada. En esto se entró Su Majestad a misa al ora- torio; y al cabo de un poco, paseando en la galería de el poniente de la Casa real, el Conde de Nieva me preguntó: «¿Dónde hemos es-

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tado estos días, señor Fulano?» Yo le dixe adonde, y que unas po- bres monjas de San Joseph de Avila llevaban una iglesia de ial manera, que era menester derribarla y hacerla de nuevo. Dixo: «¿De qué dinero?» Yo dixe que de la limosna que daría su señoría y todos los caballeros de la corte. Díxome: «No se meta en eso, lue anda todo muy alcanzado»; g dio una vuelta, y volvióme las espaldas. Sabe Dios si quedé un poco triste, viendo que a la primera persona a quien había pedido, me había salido en blanco. Mas el Señor pro- veyó de tal manera, que a tres o cuatro pasos que dio a la parte contraria, volvió, a mi con gran fervor, y dixo: «Para esa obra yo quie- ro ser el primero». Y entróse en un cubillo, donde en palacio tengo las trazas, y tomó tinta y pluma, y hízome una libranza en sus gajes, de cien ducados. Yo alabé a Dios. Y dende a poco antes de salir el Rey a comer, le mostré las trazas viejas y nu2vas; y dixe cómo for- zosamente se había de derribar la iglesia y tornar a fundar, y hacer de las limosnas que Su Majestad, y los caballeros y personas de su corte diesen, y que ya había buen principio, porque el Conde de Nieva rae había dado cien ducados, y mostréle la libranza, que casi no estaba seca; pero que iba pidiendo a todos; que ahora no le oedía nada a Su Majestad hasta la postre; que pediría a los caballeros. En esto llegó el Duque, y díxele lo mismo, y mostré la libranza, y dixe que a todos pediría, si no a Su Alajestad, que no le pediría hasta la postre. El Rey dixo: «Bien; pedid por allá».

35. Cogí las trazas y fui pidiendo. No vine ese día a comer a mi casa, y ya tenía casi cuatrocientos ducados, que fué harto para no haber pasado sino medio día que vine de ñvila. Fui aquel día, y otro, y todos, pidiendo a unos y a otros, desde el Grande al caballero, y otras personas de la Casa real. Los Grandes me dieron, los más, a quinientos reales en dinero; otros en sus gajes, y a cien ducados. Dióme la Reina quinientos reales, y su camarera mayor, trescientos; y el Duque de Lerma, quinientos; y todos los fui asentando por el orden que lo fueron dando, como me lo habían mandado. Y \]a, como había con qué, invié mi aparejador de las obras de el alcázar de Ma- drid a ñvila, con las trazas, a que concertase la obra; y llegó allá dos días antes de San Joseph, que es a d.iez y nueve de Marzo; y ese día allá la remató la obra en un tanto, que fué cuatro mil y novecientos ducados, sin las capillas; que por haber la piedra en aquella tierra junto a la obra, fué tan barata. Aunque después se ha acrecentado la obra, que llegará a doce mil, como abaxo diré, número 51.

36. Pues yendo pidiendo la limosna, me acaecieron cosas, que por no alargar, diré solas dos. Una, que el Duque de Peñaranda, hijo de el Conde de Miranda, me había de haber dado docientos ducados de cierta cosa días había, y muchas veces me decía: «Yo libraré aquel dinero». Y como le pedí limosna para esta obra muy declaradamente, no le pude catequizar que le pedía limosna, sino los docientos ducados, con decírselo muchas veces. El no lo tomó sino por esto; y tomó la pluma, y hízome mi libranza, y diómela. Yo le dixe: «no pido esto, y ya lo he dicho muchas veces, sino limosna en sus gajes para esto». Entonces dixo: «A eso, y a esotro». Tornó a tomar la pluma, y hízome

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libranza en Guillamas para este efecto. Yo alabé a Dios de que se sirviese de hacer mi negocio primero que el suyo.

37. La otra fué, que el día de Señor San Joseph, estando el oficial concertando la obra, y yo «n Madrid, como he dicho, pidien- do limosna; y este día de este Santo bendito dixe entre como habían pasado el mediodía, que eran las doce y media del día: «hoy día de el bendito Santo ¿no nos ha de dar Dios algo para su iglesia?» ¡Cosa maravillosa! que le pedí a cierto personaje, y es- tando haciendo una libranza de cien reales, llegó otra persona, y preguntó: «¿Qué se hace aquí?» No porque lo ignorase, porque me había dado una poquita limosna para cumplir con sus criados. Con todo dixímosle el otro y yo lo que era; y fué escribiendo. El que lle- gó, tiróme disimuladamente de la capa, y dixo, apartándome un poco, y díxome: «Para esta obra yo daré rail ducados, y de hoy en seis meses, con condición que no lo ha de saber persona nacida en el mun- do; porque lo hago por Dios, y no importa que lo sepan los hom- bres». Yo se lo agradecí, y prometí de no decirlo a nadie, como lo he cumplido, y cumpliré en no decirlo; pero el caso, sin decir quién, a muchos lo he dicho, para que se alabe a Dios. Fué tan legal esta persona, que a los tres meses, menos tres días, me dio los mil ducados, en reales de a ocho y de a cuatro. Y yo que los tenía en cuartos, y le costó a su mayordomo cuarenta ducados trocar- los en plata. Yo los envié luego al licenciado Mena, confesor que he dicho de las monjas; porque es el que asiste a la labor de la obra, y pagar los oficiales; y esto ha hecho, y hace con grande cuidado. Díxele por una carta el caso, y a las monjas también.

Escribiéronme que fuese quienquiera no lo querían saber; pero de encomendarlo mucho a Dios, en su vida se olvidarían.

38. Diferente fué este caballero que otro, que habiéndosela pedido algunas veces, la última se resolvió que no rae daría una blanca, ni una tabla para esta obra; y parece se enfadó. Certifico la verdad, que no pasaron veinte horas de como me dio esta áspera respuesta, que dentro de ellas perdió al juego treinta mil ducados, y anda bien alcanzado. H este modo podía decir mucho; pero baste esto, y decir que mi mesrao confesor, con no poder tener dineros, ni le toma en su mano jamás, quiso ganar este premio, y me dio para la dicha obra mil y docientos reales en plata, enviando un billete a un amigo suyo que me los diese. A otras personas religiosas he pedido, y me han dado, así frailes, como monjas, lo que cada uno puede; que con nom- brarles para iglesia de San Joseph, la primera que fundó la Madre Teresa de Jesús, luego las mueve Dios a darlo. Hasta hoy no he pedido a persona, que no sea conocida mía. Yo quisiera pedir a mu- chos, porque ganaran mucho muchos; mas por la bondad de el Señor, tengo muchos conocidos. De todo lo que hacía, y de lo que me daban, siempre he acudido a dar parte a raí confesor. Y cuando sabía que me daban, decía: «¡Oh beatos hombres!». Y cuando decía que no me daban, le pesaba en gran manera, que en forma se entristecía y la- mentaba mucho. Y a algunas me dixo que les echasen personas o terce- ros, amigas o parientes suyos, para que les induciesen a dar.

39. La obra se derribó toda en bien breve, y se deshicieron hasta

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los cimientos viejos, y se empezaron a abrir las zanjas para los nue- vos. Y los de la ciudad de Avila, como velan que en pocos días habían levantado la iglesia, y luego la tornaron a deshacer, maravillá- banse, y preguntaban,' quién hacía aquella obra. Nadie sabía de- cirlo. Algunos juzgaban que las monjas estaban muy ricas. Y podría ser algunos lo tuviesen por locura de el que la hacía, en derribar. Otros decían que aquella era obra de Dios. En fin, a los prin- cipios hubo diferentes pareceres.

40. Pues, como atrás he dicho, e] Duque de Lerma rae dixo ha- bíamos de ir juntos a Lerma; por sus ocupaciones no pudo él. Invióme a con su tesorero a que juntos fuésemos y trazásemos lo que se había de hacer allí en sus obras: digo, yo que lo trazase, y el otro que lo gastase. Esto fué a tiempo, que el día de Nuestra Señora de Marzo estábamos dos jornadas antes de Lerma. Y hízose esto así. Y trazado lo que tenía, tuve carta del Duque, que desde Lerma me viniese a aguardarle a Valladolid, que estaría allí en San Pablo para el Domingo de Ramos y toda la Semana Santa. Vine a Valla- dolid, y también por sus ocupaciones no vino; y así escribió que me viniese a San Lorenzo, donde el Rey estaba; y en todo caso llegase para el Jueves Santo. Esta carta recibí Martes Santo en la noche, y como no podía llegar en un día miércoles, resolvíme de venir miér- coles a Avila. Y salí de Valladolid con buena cabalgadura ese día, a las siete de la mañana, y llegué a Avila Jueves Santo, a las siete también de la mañana, y hay veinte leguas. Hablé a la Priora, y a las tres monjas, que nos juntamos en la huerta a ver las trazas. Y el Provincial, que había estado allí pocos días había, dejó licencia a la Priora, que yo hablase a las monjas que quisiese. Hállelas muy contentas, y empezada la obra.

41. Fuímonos a los oficios el licenciado Mena y yo, y ellas a su coro. Y a la tarde pedí licencia para hablar a la monja, para quien había traído el recado de mi confesor. Habléla en el locutorio, cerra- dos sus velos y rejas, que nunca se habla allí, menos si no es con Padres suyos. Y yo, con haber tanto tiempo que la trato, no he visto monja de ellas, sino una, la que abaxo diré. Pues tratamos muy largo de todo. Contóme muchísimas cosas, todas correspondientes con las que mi con- fesor me había dicho, que alabé a Dios. Pregúntele por su compañera, y cómo se llamaba. Díxomelo; y por la memoria que tenía de todas, caí luego en ella. Es monja seglar (1), y muy simple o sencilla para las cosas del mundo; y para las cosas de espíritu, gran persona, muy gran sierva de el Señor, y recibe de su mano muy grandísimas mercedes. Entre ellas fué darla parte cuando se hacía la iglesia mal hecha, que no había de ser así, y que ella lo vería. Y lo mismo había dicho a su compañera. Y díxome esta monja, que el Señor fué servido se comunicasen las dos en esto de esta iglesia, y que al primer principio la seglar había escrito a Guillamas la hiciese; y así la empezó con aquella pobreza. Díxome muchísimas y grandísimas cosas de su compañera; y siempre se iba echando fuera, atribuyéndolo

1 Lepa o de velo blanco. Ya hemos dicho que, probablemente, habla de Catalina de Cristo.

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todo a la segiar, y que ella no era sino como lengua de la otra.

Y como no hablaba con nadie, por ser segla,r, o pocas veces, la de el coro hablaba por ella y escribía.

^2. Muchísimas cosas me dixo conforme á las de ral confesor; entre ellas, lo que ganaría con Dios el que hacía limosna para esta obra, y otras muchísimas cosas, que no son para poner aquí, pues no son para este efecto. Dile el recado de mi confesor, pues la primera vez que allí fui no pude. Recibiólo, y que lo diría a su compañera. La cual dice le había dicho, que en la oración tenía noticia de este Padre, y que le dixese que esta sierva de Dios, su compañera, era muy devota de San ñntonio de Padua, y que le había alcanzado de Nuestro Señor, que este Padre, entre millares de su Orden, fuese el que entendiese en servir a Su Majestad en esta obra. A me dixo otras cosas de parte de su compañera, que no hay para qué decirlas aquí, que para el efecto no son apropósito. Mas una, sí, que enmendase mi vida, y fuese muy humilde en todos mis caminos. Bien veía que lo había bien menester, pues tanto la he empleado toda ella en ofender a tan gran Señor. Sea por todo bendito y alabado.

43. En fin, a cabo de estar casi tres horas juntos me despedí; y dixo dixese al Padre, mi confesor, de parte de entrambas, harían lo que les pedía, y ella, aunque miserable pecadora, lo haría mientras viviese, y aceptaba de muy buena gana la participación de sus sa- crificios y oraciones. Díxome la diferencia que había habido en lo de el hacer la iglesia de bóveda o madera; y que todo el convento, las más eran de parecer que de madera; y lo decían en presencia de ella y su compañera. Como sabían lo que se les había dicho a cada una de por en la oración, callaban y miraban la una a la otra.

Y como veían continuar la obra, y por otra parte habían entendido al contrario, decían a solas entre sí: «¿Cómo ha de ser esto, que se nos ha dicho?, que la obra va muy adelante, y pondrán presto las maderas». Causábales alguna confusión; pero por otra parte tenían certeza que la palabra había de ser verdadera, como ha sido, y para siempre será. Díxome una cosa: que para haber de fortificar, y sobre las paredes y rejas poner y levantar las recuevas, habían dicho los oficiales que era menester poner un botarete o estribo, que caía dentro de el capítulo; y que se juntó el convento a tratar de ello, y se resolvió que no se echase, ni se ocupase el capítulo. Y que las cegó Dios de tal manera a todas, que cuando yo les traté de derribar la iglesia para hacer la nueva, fué menester derribar todo el capítulo; y sin haber réplica ninguna en todas, dieron su voto que se derri- base capítulo y iglesia. Pues, en verdad, que no podían tener con- fianza en el trazador que les dixo que la derribasen; pues no le conocían, ni habían visto otra vez, ni sabían era rico, ni poderoso, sino un pobrecillo, que es asco pensar que podía ni valía nada; y el Señor las cegó para que no viesen ni cayesen en esto.

M. Despedido de la monja, que era ya casi noche. Jueves, fuime a la iglesia, que por estar derribada el cuerpo de ella, y atajado un pedazo en la capilla mayor, allí hacían los oficios estrechamente. Estaba entonces el Obispo de la ciudad; y por la ocupación de el tiempo santo no pude verlo, ni pedirle la limosna que se me había

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mandado. R las diez de la noche fuíme a la procesión de la disci- plina con el licenciado Mena. Y andando en ella, un caballero cono- cido mío, y deudo de Guillamas, llevaba un cetro guiando la proce- sión con los demás. Hablóme, yendo así, pocas palabras. Entre ellas, sin decirle nada yo, me dixo me daría limosna para ayuda a la reja de la iglesia. Viernes Santo, de mañana, hube de ir de Áv'úa a San Lorenzo, y fui a despedir de la Priora. Y como íbamos con la iglesia con intento de que no se hiciesen por entonces las capillas, ella, entre otras cosas, me dixo que tomase una de las capillas antes que las tomasen otros, para mi entierro. Esto debió de decir para afi- cionarme a que acudiese, con más cuidado que a ella le parecía, a las cosas de su iglesia; porque la veía derribada, tal cual ella se la tenía, y no tornada a hacer; porque siempre dudó en que había de ser. Yo, cierto, como miserable, cobré un enojo contra ella y conmigo, de repente, porque tenía en Santiago de aquí de Madrid mi capilla, que había labrado con mucho cuidado, pocos años había, y puesto en ella a mis padres; y aunque pequeña, muy enriquecida de pinturas, y con buena arquitectura; y que la Santidad de N. M. Santo Padre Paulo Quinto me había hecho gracia de altar privilegiado de misa de alma los lunes, miércoles y viernes, y un jubileo para el día de San Cosme y San Damián, cuya vocación y de San Andrés, es la capilla. Y tenía tratado con el hermano Pedro, de la Orden de Juan de Dios, que había de ir a Roma, y traerme de Su Santidad más ju- bileos. Como después fué a Roma, y lo hizo, que truxo cinco cada año perpetuos, las cuatro fiestas principales de Nuestra Señora, y el día de San Andrés Apóstol, con una cofradía, que en una capilla Su Santidad instituyó.

'iS. Yo le respondí: «Madre Priora, no tiane que tratar de eso, porque yo tengo en Madrid capilla de esta y de esta manera; y no hay que tratar de ello»; y x:on esto cerré la plática. Ella la tomó con decirme: «Señor, ¿qué habemos de hacer si se nos muere Guillamas?» Porque aun no le había dicho 'pedía la limosna tan por extenso. Yo le respondí: «Muérase Guillamas, muérame yo, muérase todo el mundo, que la iglesia se ha de hacer, y muy bien; y con tanto cum- plimiento, que después de acabada hemos de andar engastando joyas por las parades». Ella se consoló, aunque bien poco, viendo su iglesia derribada, y no teniendo certeza si se había de hacer. Despedíme de ella, y de las tres monjas, que a ninguna de las demás nunca las veía, y fui a mi posada, que era de el licenciado Mena, como he dicho; y queriendo partirme para San Lorenzo, que está nueve leguas, me dixo Mena: «Señor, tome una capilla en la iglesia antes que las tomen otros». Yo le respondí lo mismo que a la Priora, también con un poco de despego, y le dixe, que no tratase de ello, y entre mí: «jVálame Dios, estos perseguidores que me quieren desviar el gusto y contento que tengo de mi capilla de Madrid!».

46. Y con esto me despedí, saliendo de Avila, Viernes Santo, a las ocho de la mañana; y llegué a S. Lorenzo, a las cuatro de la tarde. Vi luego al Rey, y díxele cómo había venido por Avila, y no había sido posible llegar de Valladolid a San Lorenzo para el Jueves Santo, habiendo tenido la orden de venir martes a la noche. Otro

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día, sábado, habiendo acabado los oficios en San Lorenzo, a las doce y media, salió el Rey y la Reina de ellos a una galería de su casa, y trataron de mi venida por Avila. Tenía la Reina entre sus damas una que era muy amiga de una de las tres monjas, que me iiablaban con la Priora; y juzgo yo, por lo que aiiora diré, que debió de escri- bir la monja a la dama, que se escribían muclias veces, cómo un hombre, de esta manera, les había derribado la iglesia. Díxome la Reina: «Venid acá, hombre, ¿qué os movió a derribar la iglesia a las pobres monjas?». Y esto con un poco de enojo, como que le parecía mal. Yo le respondí: <^¿Qué sabe V. Majestad lo que rae movió?» Ella respondió muy de presto, con el raesrao modo que antes: «¡Qué! ¿habéis tenido alguna revelación de Teresa de Jesús?» Yo, bien aco- bardado, con mucha blandura le respondí: «No, Señora; mas movióme ver que iba mal fundada, y si la acababan como iba, dieran con ella en el suelo; y pudiera ser, estando llena de gente, y !os matara a todos». Reportóse mucho, y dixo: «De esa manera muy bien hicisteis». Y vol- vióse al Rey y díxole: «¿No le da V. Majestad limosna a Mora para esta iglesia, que yo ya se la he dado?», ñ esto respondió Su Majestad; «El dice que no me la quiere pedir hasta la postre; mas sin que él me la pida, yo se la mando». Yo dixe: «Beso los pies de V. Ma- jestad por esa merced, que no soy tan mal criado, que había de querer dexar a V. Majestad perder tan grande premio como el hacer limosna para esta iglesia; y a la postre yo lo acordaré a V. Majestad», ^7. Ese día, sábado, llegué a Madrid, dos horas después de ano- checido; que me despachó el Duque de Lerma, para que el postrer día de Pascua partiese de Madrid para Lerma a la traza y obra de un monasterio de Descalzas Carmelitas, que fundó allí (1). Y así, día de Pascua de Resurreción, por la mañana, fuíme a confesar, y dixe a mi confesor cómo había estado en Avila, y dado recado a la monja y lo que me había respondido. Ya como sabía quién era la monja compañera, quise probar al Padre, si era la mesma la que él me decía. Y persuadíle mucho me hiciese merced de decirme quién era la compañera y cómo se llamaba. Tornóme a decir lo que antes: «Ella lo sabe»; y yo tornar más y más a porfiar, Al fin me dixo: «Llá- mase Fulana». Yo le repliqué: «Hay cuatro de ese mismo nombre en la casa; hágame merced de decirme cuál de éstas es». El, con mu- cha risa, me dixo el sobrenombre. Que yo alabé a Dios en ver que sin saberse, ni escribirse, ni el uno de el otro, ni el otro de el otro, fuese esto. Díxele lo que habíamos tratado la monja y yo. y cómo ella se hacía nonada, y cómo la compañera era a la que hacía el Señor merced en esto de esta obra. El me dixo: «Ella es también como la otra». Yo le dixe: «Padre, díxome que su compañera decía que le agradeciese V. R. al Señor San Antonio de Padua el haberle el Señor tomado por instrumento para su iglesia». El bendito Padre volvió a un lado de la pared, donde tenía pegada una estampica pequeña de San Antonio, junto a una cruz de madera, que no había otras imagines

1 Inauflutóse el 5 de Julio de 1008. AsisUeton a la ceremonia los Reues. Infantes m el Duque.

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en la celdilla, con grande alegría le besó, y dixó: «lOh, bendito Hntonio!»; y me acuerdo que se le saltaron las lágrimas, y hizo harto para reprimirlas, porque yo no lo viese.

48. Sin decirle yo nada de lo que me había pasado con la Priora y con Mena, porque me pareció disparate, teniéndola yo en Madrid, díxome: «Tome una capilla de esta iglesia para su entierro, y lábrela, y sea la más cercana al quicial de la puerta». Yo le respondí: «Padre, ¿no sabe que tengo aquí capilla, y con tantas indulgencias, y altar de ánima, y consagrado, que lo consagró el obispo de Chiopa, en seis de Abril de mil seiscientos y seis, y en la capilla de mis padres?». Dí- xome: «Déxelo todo, y haga lo que le digo. Mire no se adelante otro a tomar este sitio que le digo. Mas querría, dixo, el estar enterrado en esta iglesia, que en el Sagrario de la Santa Iglesia de Toledo. Tiempo vendrá que se tenga por bienaventurado el que alcanzare a enterrarse junto al quicial de la puerta, o en el cimenterio de esta iglesia. Mire que ha de obrar Dios grandes maravillas en esta iglesia. No dude en tomarla». El me convirtió de manera, que desde aquel punto me detenniné a dexarlo todo, y pensé si sería bien llevar a Avila mis padres y vender la capilla de Madrid. Díxeselo luego. Díxome: «No haga tal; sino deje sus padres donde están; que se hace gran servi- cio a Dios en su capilla con el altar previlegiado, y vayase con sus hijos a ñvila». Preguntóme por la Priora, si se estaba incrédula, di- ciendo; «¡Oh mujer de poca fe!» Y diciéndole yo que estaba mejor en ella, me dixo: «No, no; muy incrédula está en esta obra».

19. Confesé y recibí el Señor. Y vuelto a mediodía a mi posada, ya como a casa propia, la de Avila, empecé a recoger algunas cosas que tenía para adorno a la capilla de Madrid, y empaquételas en una caxa, y segundo día de Pascua escribí al licenciado Mena, y a la Priora, que yo había mirado en lo que me había dicho de la capilla, que quería hacerla, y escogía para sitio la más cercana al quicial de la puerta, a la parte de el convento, que es la de el Evangelio, que de la otra es la huerta, y dixe avisasen al General o Provincial para la licencia; y si la daban, me avisasen, a Lerma, donde me volvía el postrero día de Pascua, y fuese por vía de las monjas Carmelitas de Burgos, que está allí cerca. Y al Mena le envié la caxa de las cosas que he dicho, y que se las diese a la Priora; que aquello daba de limosna cierta persona, sin decirle en ninguna manera quién; y así lo hizo, y tuvo en hartos meses confusa a las monjas quién podía ser el que aquello les enviaba, hasta que, a la postre, lo su- pieron de él.

50. Fuíme, postrero día de Pascua, a Lerma. Fuese labrando el monasterio de las Carmelitas de allí; y yo haciendo a ratos las trazas para mi capilla de Avila, que ya por tal la tenía (que era en unas casas de dos particulares); y para ver algunas dudas que se ofrecían para el repartimiento de ellas, fui a Burgos;: y con licencia de el Prior de los frailes Carmelitas, y de el Arzobispo, entré en el monasterio; y ya la Priora de él había recebido respuesta de mis cartas, que envié, segundo día de Pascua, a Avila, y vino con ellas la licencia del Pro- vincial para mi capilla. Hice en Burgos un poder para el licenciado Mena, que hiciese con las monjas la Escritura, y me obligase a darles

592 APÉNDICES

por g1 sitio cuatro rail maravedís de renta perpetuos, que hoy pago. El me respondió que se holgaba de mi buena resolución; pero que el me perdonaba el haber escogido, sin verlo bien, tal sitio, porque lo quería él para sí; y así que me lo dejaba de muy buena gana; y que supiese que el sitio que había escogido, era el capítulo, donde a los principios de la fundación de la Orden y la casa, había tenido la Santa Madre sus primeros capítulos, y en él había reccbido muchas mercedes de el Señor. Y, finalmente, que en todo el tiempo que la Santa estuvo su cuerpo en Avila, cuando lo traxeron de Alba, hasta que la tornaron, siempre estuvo en aquel sitio, que, sin saber esto, yo escogía para capilla. Que fuese muy en hora buena, que él holgaba de ello (1). Yo le respondí a todo desde Burgos.

51. Ya las primeras cartas que tuve en Lerma, fué estaban iiechas las Escrituras. Envié con un sobrino mío las trazas y dineros para dar principio a la capilla, junto con la obra. El me respondió, que él no quería capilla, sino una sepultura; pero que le parecía sería bien, que para que las monjas no anduviesen tanto tiempo sin acabar la iglesia, que sería bien que anduviesen en obra todas las capillas por mi cuenta; o por mejor decir, por la de Dios. Que sea bendito y alabado por siempre, que así lo ha hecho y lo ha cumplido; pues hoy están casi acabadas las capillas, y se está cerrando la bóveda de la iglesia de una piedra hermosísima, que es jaspe blanco y colorado, y toda la iglesia de piedra de sillería; y el pórtico, de otra más fina, toda de be- rroqueño, que e^s para alabar a Dios. Y están gastados hasta hoy nueve mil ducados. Esto, sin San Joseph y el Niño, que va de piedra mármol de Genova; que la piedra la dio el Rey de limosna, y el Santo es de cuatro dedos más alto que el natural, y cuesta de hacer de sólo manos de el artífice, sin las insignias de sierra, vara y diademas, que han de ser de bronce dorado, seiscientos ducados de sólo manos; y asentada encima del pórtico de la puerta principal, donde ha de estar, costará ochocientos y cincuenta. Y la iglesia de todo punto acabada, sin reja de hierro, retablos, ni adornos de pinturas, llegará, sin contar lo que cuesta la hechura de el Santo, doce rail y quinientos ducados, poco más o menos. Las puertas se hacen de madera de angelín, de la India de Portugal, madera incorruptible, con clavazón de bronce dorado.

52. Todo esto he dicho para que se alabe a Dios, que es el que lo hace, y se vean sus trazas, y lo que quiere honrar en esta vida esta Santa. Que mil veces me he acordado de lo que dice en el Libro de su Vida, al fin de él, por estas palabras: «Esto era todo en San Joseph de Avila, adonde también una vez entendí: Tiempo vendrá que en esta iglesia se hagan muchos railagros: Uaraarle han la iglesia santa. Esto entendí en San Joseph de Avila, año de rail quinientos

1 A pesar de lo que aqui se dice, la Capilla levantada en el antiguo capítulo de Sta. Te- resa, que es la primera de la parte izquierda según se entra en la iglesia, y lleva por título la Natividad del Señor, se debe a Francisco A\ena. Allí descansa su cuerpo y lt)s restos de sus padres y hermano D. Francisco, confesor y capellán de las Carmelitas, que murió el 2 de Mayo de 1615. F anci co de Mora, con haber llevado a enterrar dos hijos suyos a San José, seglin afirma en el número 55, se decidiiia al fin por su capilla de A\adrid paia sepulcro suyo y de su familia.

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setenta y uno» (1). Parécerae que lleva buen camino para cumplirse esta profecía. lY qué de veces me ha dicho esto mi confesor, intitulán- dola no por otro nombre sino la iglesia santal

53. Réstame decir cómo en el tiempo que esta obra ha tardado en hacerse, no se le ha pedido al Rey limosna, sino agora a la postre, como me fué mandado, y así se ha hecho. Y Su Majestad lia ofre- cido, para dar fin a ella, veinte mil reales, y tiene muy grande devo- ción a esta Santa y a su Orden. Y el Miércoles de Ceniza pasado, que ha hoy ocho días, estando en San Lorenzo el Real, fué a la librería, y mandó llevar el Libro de las Fundaciones de esta Santa a su aposento, y leyó mucha parte de él en presencia de algunos criados suyos, y recio, que le oían. Doy fe de ello; porque llevé y traxe el libro a la Librería. Mi confesor de todo esto está muy gozoso, y me ha dicho que otras cosas tiene de hacer el Rey (Dios le guarde), en servicio de esta Santa, y a me ha dicho que yo lo veré. También me ha dicho algunas veces, de las que en estos dos años, poco más, que ha que me confieso con él, después que se dio principio a esta obra, viendo el poco aprovechamiento de mi vida, y que todavía ando me- tido en el cenagal de mis vicios y pecados, que no me enmendaba un día más que otro: «Que mirase que enmendase mi vida, que tenía grande obligación, más que otros, no me quitase el Señor la joya que me había dada, y la diese a otro». ¡Oh Señor! por la sangre preciosa vuestra os suplico, por quien vos sois, no miréis mis maldades, ni a lo que en esto, ni en todas las cosas os ha servido este miserable pecador; sino que, según vuestras grandes misericordias, hayáis pie- dad de mi, y me deis gracia para que en todas las cosas os sirva y ame. Amén, amén, amén.

54. He suplicado muchas veces a mi confesor, que, pues es tan devoto de esta Santa, le honre con decir su dicho en esta ocasión de su canonización, pues yo tiene tanto de qué. Y la última vez se lo escribí por un billete, al cual me respondió por escrito por las palabras siguientes: «No conviene que ofrezca yo para esto mi cor- nadillo; porque la diligencia que ahora se hace, es una ceremonia santa, pero no es el fundamento en que estriba su santa canoniza- ción; que para ello verán su aspereza de vida, paciencia, y la con- tinua contemplación, revelaciones y milagros hechos por sus mereci- mientos. Por tales tengo a cacfa cual de sus monasterios, hijos y hi- jas santas, a sus dichos y libros. Y vayan a las aprobaciones de sus libros de los hombres más graves y eminentes de España, y trasla- den al pie de la letra sus palabras, más divinas que humanas; que ellas darán suficiente testimonio de las prerogativas y aventajados grados de gloria de que goza esa gloriosa Patriarca». Después de lo escrito, me dixo un día, que por ninguna manera diría su dicho; que lo dixese yo, sin nombrarle a él, ni a las dos monjas; y que para esto me daba licencia; con que mi dicho lo escribiese yo, y diese ce- rrado y sellado para los señores que lo han de ver, y no más. También me ha dicho que con lo que a esta Santa le sobra para su canonización, se podían canonizar muchos santos.

1 Propiamente no viene en la Vida, sino en las Adiciones a ella. (Cfr. Relación XXII, p. 54).

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55. Bien que si se acierta a tomar sus dichos a las monjas de San Josepii, y entre ellas a estas dos, que a lo menos la lega dirá mucho; porque, como es tan sencilla, lo dirá a mi parecer. Por- que en estos dos años que he estado a solas dos veces con ella en el locutorio, con gran sencillez me dixo muchas cosas, todas sobre la iglesia; y como el Señor le había dicho, que aunque estaba tan adelante, que no había de ser aquella la iglesia, como se ha visto. También la Priora, que siempre ha estado con tanta incredulidad, tanta, que para asegurarla que yo no me mudaría, ni dejaría de la mano aquella obra, me fué forzoso llevarle dos hijos míos peque- ños defuntos, con que se aseguró algo, y los tiene en el coro en el nicho que tiene hecho para la Santa Madre, que atrás dixe; agora, a la postre, parece que está más segura de que esto no lo podían con esta brevedad hacer los hombres sin el favor de Nuestro Señor; tanto, que ha pocos días que me dixo, como yo voy allí de dos a dos meses: «Agora, Señor, nosotras podemos decir lo que los de Sa- maría: Ya no creemos por lo que nos dices, sino por lo que nos- otros vemos». También el Obispo de Hvila, viendo mi continuación, me dixo un día: «Este es un milagro de la Santa Madre, traer tan continuo aquí a Francisco de Mora; que si lo hubiéramos menester para alguna cosa, ni una vez no pudiéramos, por tan ocupado con el Rey, aunque se lo pagáramos muy bien». También los de la ciudad no acaban de entender lo que sea. El Señor sea bendito. Amén.— Francisco de Mora.

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LIX

LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA SUPLICA A SU SANTIDAD LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1602 (1).

Beatísimo Padre: Habiendo sido constituido por la gracia divina Prepósito en el gobierno de todo el Urbe en estos tiempos de tanta corrupción moral, para la salud de la República cristiana, y en el cuidado de volver el rebaño a Vos encomendado por Cristo Señor Nuestro al buen camino para que consiga su salvación, consumáis día y noche vuestras fuerzas, consideramos que nada más acepto será a V, B. como que se ofrezcan ocasiones para manifestar a los fieles la santi- dad de aquellos que, recibidos ya en la mansión de la gloria, gozan de perpetua felicidad. Porque no hay preceptos ni prescripciones con las cuales tan fácilmente se exciten los hombres a enmendar su vida, como la consideración de las virtudes heroicas que para su imitación se les presentan. Siendo esto así, juzgó esta vuestra Academia salmanti- cense que seria muy grato a V. S. consignar en carta presentada a vuestros pies este su dictamen: y de manera especial cuanto cono- ciese pertenecer a la santísima mujer Teresa de Jesús, que ha lle- nado con la fama de sus virtudes, no sólo a España, .sino también toda la Europa; y de ella hemos de manifestar, no tan sólo aquello que hubiéremos oído, sino también lo que con nuestros propios ojos estamos viendo, y casi tocamos con nuestras manos.

Porque esta mujer escogida, durante su vida dio pruebas de ha- berse ejercitado en el cultivo de excelsas y preclaras virtudes, en tal grado, que no pudieron ocultarse, y además en ocasiones fueron con- firmadas con milagros. Estos aumentaron después que ella murió, y cada día se repiten otros nuevos, para mayor gloria de Dios. Su casto g virginal cuerpo se conserva íntegro e incorrupto, y sus miembros destilan un licor de olor suavísimo. Ella instituyó una Orden reli- giosa de hombres y mujeres, y les dio reglas y estatutos que les afianzan en la virtudj y les impelen al conseguimiento de la perfección, según es notorio. Y esta Orden ya no es inferior a las demás, ni en número de casas religiosas de ambos sexos, ni en el estudio y de- voción del pueblo. Tanto es así, que parece que tan grande incremento en tan breve tiempo, dada la imbecilidad humana, no ha podido ser

1 Los tres principales centros de cultura, de fama universal, que entonces tenia lo penín- sula ibérica, Salamanca, Alcalá y Coimbra, elevaron preces al Sumo Pontífice para obtener Ir. canonización de la Santa. Por ser muy parecidas las instancias, reproducimos únicamente la de la Universidad de Salamanca. La de Alcalá fué escrita en 1601, u la de Coimbra en 161L Pueden verse estos tres documentos en latín, como originalmente fueron escritos, en la Reforma de ¡os Desonzas de Nuestra Señora del Carmen, t. IV, lib. .XIV, c. II.

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sin orden especial de la divina Providencia. De aquí que, Beatísimo Padre, toda la España se haya declarado inclinada a favorecer esta Orden, g con sincera voluntad, suma piedad y constancia, culto y venere a la clarísima Teresa, deseando con increíble anhelo que V. S. la inscriba en el número de los Santos. A esta voluntad se asocia esta vuestra Academia, porque ve que la juventud española se estimula a practicar la virtud con el ejemplo de tales religiosos y re- ligiosas. Y desea que esta mujer, por cuya virtud y fortaleza tantos y tan excelentes bienes ha conseguido España, sea declarada Santa y se celebre su culto por toda la República cristiana. Y tan digna con- sideramos de V. S. nuestra petición, que no dudamos conseguirlo de vuestra benignidad.

Dios Nuestro Señor, Óptimo y ,Máximo, se digne conservar bueno y sano a V. S. para el bien de la Iglesia Católica. Salamanca, 2 de Febrero del año 1602. Siervos humildísimos que besan los pies de V. S. D. Francisco de Avila Guzmán, Rector. Doctor Diego Enríquez, Fr. Agustín Antolínez, Fr. Alfonso de Curiel, Baltasar de Céspedes, Por mandado de la Academia Salmanticense, Bartolomé Sánchez, no- tario secretario.

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LX

NUEVA INSTANCIA DE LH MISMA UNIVERSIDAD SOBRE LA BEATIFICACIÓN' DE LA SANTA, AÑO DE 1611 (1).

Santísimo Padre. Años ha que postrada a los pies de V. Santidad esta su Universidad de Salamanca, suplicó a V. Beatitud se dignase de insertar en el Catálogo de los Santos a la Bienaventurada ^'Wadre Teresa de Jesús, moviéndonos a tan religiosa súplica una no vulgar certeza, que fuera de toda duda nos persuade, que todo el período de su vida fué un agregado de verdaderas virtudes, y un maravilloso dechado de celestiales recibos. De todo lo cual (como los que por especial favor de la divina mano logramos en esta ciudad por algunos años de esta Bienaventurada Virgen la asistencia) pudimos examinar con nuestros ojos, percibir con nuestros oídos, y aún, usurpando de San Juan en su Apocalipsis las palabras, pudimos tocar con nues- tras manos. Esta Virgen es, o Santísimo Padre, la que sin duda alguna adorna y hermosea la Iglesia de Dios en nuestros tiempos: ésta la que, como hermosísima flor, exhala suavísimas fragancias, esto es, extraordinarios y prodigiosos ejemplos, sumamente conducentes a las mayores creces de nuestra santa fe católica, y a los mayores au- mentos de la caridad cristiana. Obra es sin duda, que pisa de mi- lagro las líneas, el que una mujer destituida de medios y remedios humanos, aunque tan favorecida de los divinos, sólo con sus moles- tos y penosos afanes, venciendo poderosas contradicciones, instituyese en ambos sexos una tan reformada y religiosa vida, que en la austeri- dad y reformación de costumbres tan gloriosamente se aventaja, que en pocos años sea una de las que en estos Reinos más esclarecidamente resplandece. Ni menos útil a la Iglesia, ni a la consideración menos admirable, es el que una mujer sin letras participase tanto de las divinas luces, que dejase escritos muchos libros, enriquecidos de ca- tólicas y útilísimas doctrinas, con tan dulce, propio y agradable estilo, que si convida a todos a registrar sus páginas, no menos excita a la suma piedad y contemplación de las cosas divinas. Estas son, o San- tísimo Padre, las causas que nos obligaron a proponer nuestras súplicas, en orden a la canonización de esta Bienaventurada Virgen. Por lo cual, todos los individuos de esta Universidad y de esta Ciudad todos los moradores, recibieron increíble gozo cuando llegaron a ella las Remisoriales que para la última averiguación de esta causa se ha dignado V. Santidad de despachar. Por lo cual, en reconocimiento de nuestro agradecimiento a un beneficio tan grande como éste, para nos-

1 Tráela el ñño Teresiano, t. VI, día 13 de (unlo.

.^98 APENDires

otros, y para toda nuestra España, besando los pies de V. Beatitud le rendimos inmortales gracias, confiados en que por los méritos y certificados testimonios que de España se remiten, se liará a V. San- tidad patente la admirable perfección de vida de esta Bienaventurada Virgen, los multiplicados y esclarecidos milagros que Dios por su medio obra, la incorruptibilidad y entereza de su venerable Cuerpo, que en un honorífico sepulcro se reverencia en ñlba, lugar cercano a esta Universidad de Salamanca, donde cada día concurren de toda España innumerables fieles a venerar con suma devoción y ansia sus venerables reliquias. Por todos los cuales títulos, movidos y aun casi forzados, nosotros también nos acogemos a Vuestra Santidad con nues- tras súplicas, acompañadas de un reverente y filial afecto, pidiendo, postrados a los santísimos pies de V. Santidad, se digne de coronar con la última perfección y cumplimiento, el beneficio que con pater- nal amor nos ha empezado a comunicar en esta causa de Dios, Porque, a la verdad, como Cristo Nuestro Señor, Esposo de esta esclarecida Virgen, ilustre y honre su cuerpo con tantas maravillas, parece que no sólo quiere darnos a entender la crecida gloria que concedió a su alma, sino que también nos está explicando le será muy agradable el que con la debida unidad de los fieles miembros de la Iglesia, mediante la suprema autoridad de nuestra santa cabeza, veneremos y consagremos cultos a su venecable cuerpo; lo cual, oh Santísimo Padre, se verá así ejecutado, si V. Beatitud, así como es justo y liberal con todos los fieles, lo es con nosotros condescen- diendo con nuestras súplicas, en poner en la canonización de esta Bienaventurada Virgen la última mano, lo cual sumamente confiados, esperamos conseguir de V. Santidad. Y principalmente siguiéndose de este favor a Dios la mayor gloria, a la católica Iglesia la mayor hermosura, honra a la Santa Virgen, lustre a su Religión, confusión a la herética perfidia, y últimamente sumo gozo a nuestra Universidad y a toda España, al ver cumplidos sus impacientes deseos, de que con la autoridad de la Iglesia podemos venerar por Santa a la que todos juzgamos digna de semejantes honores. Dios Omnipotente A\á- ximo conserve la vida de V. Santidad por prolongados años, para el sumo bien de la católica Iglesia. De nuestro Claustro de esta Uni- versidad de Salamanca, y Junio a 13 de 1611 etc.

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LXI

CARTA DEL B. JUAN DE RIBERA, PATRIARCA DE VALENCIA AÍ3o DE 1602 (1).

Santísimo Padre. Aunque todos pueden llegar a los pies de V. Bea- titud, prometiéndose buen despacho, esperamos nos suceda otro tanto a los que ahora llegamos para tratar causas de Santos; porque son muy repetidos y grandes los argumentos de lo que el ánimo de V. Santidad, inclinado a lo virtuoso, favorece a los que abrazaron y siguieron la virtud, cuales fueron los siervos de Dios. Lo cual procede no solamen- te por lo apasionado que V. Santidad es de la virtud, con utilidad cre- cida de toda la Iglesia, cuyo timón dichosamente gobierna; sino también porque el poder, la autoridad y consiguientemente las llaves que habéis recibido de Cristo Señor nuestro, como Vicegerente suyo en este mun- do, lo empleáis en levantar más de punto y aumentar más y más la gloria y el lustre de los Santos; de suerte que con toda ra- zón podéis y debéis ser llamado Ministro de los Santos, renombre que da el Apóstol San Pablo al mismo Cristo. Pero vamos al intento. La vida que hizo, Padre Beatísimo, la religiosísima y piadosísima Teresa de Jesús resplandeció por ancho y largo en todas las Pro- vincias españolas; y esto que bastantemente lo sabe V. Beatitud; lo uno, por instrumentos ilustres e indubitables de muchos que os los han presentado; y lo otro, en virtud de dos libros de dos varones, no menos insignes en sabiduría que en piedad, que, sacándolos a luz, dieron público testimonio de lo que ya para nosotros era muy sabido. A esto se añade, que todos aquellos que a Teresa hemos sobrevivido, somos testigos, así de oídas como de vista, de la eminentísima pru- dencia (omitiendo el tratar de las demás virtudes), que en esta aven- tajada mujer sobresalió y resplandeció en el gobierno de las mon- jas de su Orden; cuya enseñanza, habiendo echado profundas raíces, por medio de esta JVlaestra prudentísima, aun permanece y vive firme y constante. Con todo eso, yo, que entre los obispos de España soy

1 Publicamos la versión castellana, con ligeras correcciones, que de la cart-i del beato Ribera, escrita en latín, dio el Rño Tetesiano, t. VI, p. 371.

Hemos visto muchas cartas de obispos españoles dirigidas a Clemente VIH, suplid cando se dignase proceder a la beatificación g canonización de Santa Teresa. Publicarlas todas sería demasiado monótono, por reducirse a las frases que en casos análogos se esti- lan. Hacemos una excepción con e.sta del B. Ribera y con la del ilustre confesor y biógrafo de la Santa, Padre Yepes, firmada por él. Las demás que hemos tenido en las manos, son muy breves, y también llevan las firmas de los respectivos obispos. Se conoce que al mismo tiempo que escribían al Papa, mandaban una copla firmada por ellos al Padre General de los Carmelitas Descalzos. Conserváronse muchas en el Desierto de Batuecas, de donde pasaron algunas a ¡a casa que actualmente tienen los Carmelitas en Salamanca y otros conventos.

'iOO APÉNDICES

el que los excedo en edad (1), siendo el mínimo en los merecimientos, quise poner la mano en este negocio; primeramente por el amor antiguo g afecto que tuve a esta sierva de Cristo cuando vivía en el mundo; y también, porque con ansia deseo mirar esta luz o esta hacha colocada sobre el candelero por las manos santísimas de Vuestra Bea- titud, para que más dilitada y espaciosamente brille. Lo cierto es que todo este negocio redundará en mayor alabanza y honra de Dios Omnipotente. Añádese, que de esta nueva canonización y colocación en el número de los Santos, principalmente en el sexo femenino, ha de resultar el que se descubran muchos competidores y seguidores de sus heroicas virtudes. Verdaderamente, que Teresa adornada y lier- raoseada por Vuestra Santidad con este honradísimo blasón y magní- fico nombre, seguramente intercederá por Vos a Dios, pidiendo y afec- tuosamente rogando que os conceda una vida muy larga para el común provecho de todos. Otorgúeselo así Dios Omnipotente y Máximo con- curriendo con nuestros deseos. En Valencia, a 20 de Junio de 1602. Santísimo Padre. Besa los santísimos pies de Vuestra Beatitud su hu- milde siervo, Juan, Patrch. Antiochen. et Valentinas.

1 El Beato Juan de Ribera había nacido en Sevilla el uño 1532; contaba, por lo tanto, se- tenta años al escribir esta carta.

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LXII

PETICIÓN DE FRAY DIEGO DE YEPES, OBISPO DE TARAZONA A CLEMENTE VIH PARA LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1603.

Santísimo Padre. Como la calificación de los siervos de Dios y de sus virtudes sea tan importante para despertar los ánimos de los fieles a que le sirvan y reformen sus costumbres, y el celo de Vuestra Santidad, obras y decretos, a sólo esto vayan a parar, entiendo que será muy de su servicio el darle noticia de todos los que en virtud y santidad se han señalado. En estos reinos de España en tiempo del rey católico Don Felipe Segundo, floreció una gran sierva de Dios, llamada Teresa de Jesús, de quien puedo testificar con mucha certidum- bre, por haberla confesado y tratado familiarmente los diez años úl- timos de su vida, que fué una de las de mayor santidad y amada de Nuestro Señor que hubo en nuestros tiempos. Lo primero fué muy estimada y favorecida del sobredicho Rey, porque le constaba de sus grandes virtudes, y aunque de muchos hombres graves fué en algún tiempo perseguida, el mismo Rey la defendió, así con los Sumos Pontífices, predecesores de Vuestra Santidad, como contra muchos hom- bres graves y letrados que la tenían por sospechosa, y después que la conocieron, la amaron, aprobaron y defendieron.

Fué prudentísima y con mucha luz del cielo, y nunca jamás aco- metió cosa grave, de que no fuese primero amonestada de Dios; pero su obediencia y humildad era tanta, que aunque tuviese revelación suya, nunca la ponía por obra, hasta que por sus Prelados o confesores fuese aprobada, lo cual fué a Nuestro Señor muy agradable.

Tuvo en los principios de su conversión y en el proceso de su vida muchos y grandes arrobamientos, y pidió a Nuestro Señor que se los quitase, porque temía parecer mejor de lo que ella se imagi- naba, y el Señor se lo concedió, conservando siempre en ella el gusto y consuelo espiritual que siempre solía tener.

Sus enfermedades fueron muy grandes, y muy continuas por más de cuarenta años, pero no fueron parte para impedir en un punto el rigor y abstinencia de su Regia, perfección y oración continua.

Sus trabajos y persecuciones fueron sin cuento, hasta que Dios fué servido de aprobar su virtud y modo de proceder. Fué tan notable la paciencia con que los sufrió, que la misma persecución era el más eficaz motivo para amar con más ternura a los que la perseguían. Díjome un día, que en algún tiempo, cuando Dios la llamó, estaba tan mal consigo misma, que por vengarse de deseaba que la pren- diesen por la Inquisición, y gustaba de confesarse con los que sabía que estaban mal con ella, pareciéndole que aquellos le dirían las ver- il 26

402 APÉNDICES

dades y tíesengaflarían si iba errada. Yo la gran suavidad con que sufrió el haber dicho della los que impedían sus fundaciones, lo último que de una mujer se puede decir; y con ser sin cuento las contradicio- nes que tuvo para estas fundaciones y reformación y restitución de su Regla primitiva, la seguridad de que habían de pasar adelante, como pasó, es fiel testimonio de que el motivo de su seguridad era del cielo, porque cuando mayor persecución, mayor seguridad.

Tuvo espíritu de profecía para conocer los sujetos que le con- venían para la reformación y aumento de su Religión, especialmente de monjas, y a me consta que entendió mis pensamientos y tengo muchos testimonios de cosas que me previno, y me sucedieron como ella lo dijo, y algunas bien notables, que por ahora no está bien de- clararlas.

Y con no poder sufrir que sus monjas fuesen curiosas en saber latín, ni haberlo ella estudiado, entendió los Cantares de Salomón de manera que hizo una muy notable exposición y tratado sobre ellos; pero otras cosas de la Escritura no las entendió como las de aquel libro, sino las que le importaban para ayuda de su oración y perfec- ción; y de sus escritos consta la grande luz que tuvo de Nuestro Se- ñor, así para las cosas dichas, como para entender el misterio de la Santísima Trinidad, en cuya fiesta recibió grandes mercedes de su divina Majestad, y como con esta luz se le descubrió la Majestad de Dios, y cuan digno es de ser amado y servido y la ofensa que recibe del pecado por leve que sea; algunos años antes de su muerte hizo voto de no pecar a sabiendas venialmente, y vivió con esto tan recatada y favorecida, que muchos años comulgó todos los días, y los efectos que en su alma resultaban de esta frecuencia bien se pueden colegir de lo que exteriormente parecía.

Soy testigo que siendo esta sierva de Dios de sesenta y seis años, llegando a comulgar con un rostro y color de difunta, como se puede presumir de mujer de tal edad, apretada de continuas enfermedades, disciplinas y abstinencia y cotidianos vómitos por espacio de cuarenta años, en tocando el Santísimo Sacramento en su labio, antes de sol- tarle yo de la mano, en un punto se vistió su rostro de un color rubicundo y trasparente, como si resucitara, que me causaba grande admiración y reverencia. Y en esta edad y trabajos dichos y comer pescado y manjares groseros, y tener los dientes negros y podridos, salía de su boca un olor como de almizcle, especialmente después de haber comulgado.

No quiero referir, por no ser molesto, milagro ninguno de muchos que ha hecho esta Santa, ni la incorrupción de su carne, óleo y suave olor que della procede, remitiendo esto a la vista; sólo diré, que el testimonio más evidente, son los frutos de vida que dcste árbol proce- dieron, pues no pueden nacer de árbol que no sea bueno; que se puede juzgar de una mujer flaca, enferma, pobre, encerrada y criada en regalo, que con su sola industria, prudencia y vida ejemplar, desde un rincón y con muchas contradicciones haya restituido en su punto la Regla primitiva de los Santos Profetas Elias, Elíseo y de los Santos Cirilo y Alberto, Patriarca de Jerusalén, la cual se había re- lajado y caído como de entre las manos de los varones sucesores

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APÉNDICES ^03

de aquellos grandes Profetas, y que en cuarenta años estén fun- dados más de ciento y treinta monesterios llenos de varones nobles y letrados, y de doncellas ilustres y discretas, todos de tanta virtud, y favorecidos de Dios como Vuestra Santidad entenderá, si fuere ser- vido de mandar se haga información, así de las virtudes y santidad de la Aladre, como de los hijos y hijas; que es tan notable en estos Rexnos, por la grande y ejemplar religión que guardan, que son muy estimados de todos, y bien pudiera encarecerlo más.

Vuestra beatitud haga esta merced a estos Reinos, y este ser- vicio a Nuestro Señor, que mande hacer información y satisfacerse desta verdad, y calificar esta Virgen y autorizar sus fundaciones, para que se despierten más los ánimos a su imitación, Tarazona, a... (1). Beatissirae Pater

Vcstrae Sanctitatis humilis servus

Fr. Didacus, eps. Tirason.

1 La carta fue escrita n 3 de Mayo de 1605. Las palabras restantes son de letra del mismo P. Yeoes. Esta caria, si bien conforma en la substancia con la oue trae el ñño Teresio- no, tomo V, dia 5 de AA.aü0, se diferencia algo en la forma.

404 APÉNDICES

L X 1 1 1

LA REIMfl DOÑA MARGARITA AL MISMO PAULO V, AÑO DE 1607 (1).

Muy Santo Padre. Aunque el Rey mi señor ha representado di- versas veces la causas y razones que le mueven a desear y procurar la Canonización de la Bienaventurada ,Madre Teresa de Jesús, y supli- cádole instantemente le haga este favor y gracia, por el servicio que de ello se seguirá a Nuestro Señor, y consuelo a todos estos Reinos, donde esta gloriosa virgen es tan reverenciada y estimada por su santa vida y heroicas virtudes, yo he querido también por mi parte hacer el mismo oficio, suplicando a V. B. no falte en esto al consuelo del Rey mi Señor, y mío, al bien de estos nuestros Rei- nos, y al universal contento que recibirán todos los fieles y devotos de la ^adre Teresa, en cuya vida y milagros que Dios ha obrado, y cada dia obra por medio suyo, se descubre claramente la grandeza de su santidad y el raro ejemplo con que vivió, siendo evidente testimo- nio de esto y de cuan familiarmente la trató y enriqueció Nuestro Señor de sus dones, lo que escribió, la reformación que hizo de una Religión tan santa y observante, como es la de los Carmelitas Des- calzos, en tan poco tiempo tan crecida y extendida, no sólo en la Cristiandad, sino en las remotas partes del Hsia, con tanta gloria y honra de Dios, que manifiesta bien lo que Su Divina Majestad la estimó y quiso. Y cuando bien faltaran estas y otras muchas pruebas, que testifican su gloria, la persuasión universal, arraigada en los co- razones de los fieles, y heredada de padres a hijos con tanta devo- ción, nos da una fuertísima y eficacísima credulidad humana de su santidad; pues no es verisímil que permitiese Dios esto en los hijos de su Iglesia con falso fundamento. Y porque el Marqués de Aitona hablará más largamente en esta materia a V. S. de mi parte, le suplico le entera fe y crédito, y a me haga en ella la gracia que espero de V. B., mandando se beatifique su cuerpo, y se rece de ella en su Religión, mientras se trata y verifica lo que toca a su canonización; que toda la que V. S. me hiciere en esto, será para de particular estimación. Nuestro Señor guarde la muy santa per- sona de V. B. al bueno y próspero regimiento de su universal Igle- sia. De San Lorenzo^ a 11 de Noviembre 1607. De V. S. muy humilde y devota hija, Margarita, por la gracia de Dios, Reina de las Españas, de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc., que sus santos pies y manos besa. La Reina.

1 Cfr. Reformn de los Descalzos de Nuestr ¡ Señora del Carmen, t. IV, lib. XI\', c. II.

APÉNDICES 105

LXIV

SEGISMUNDO, REY DE POLONIA R S. S. PAULO V, AÑO DE 1608 (1).

Santísimo y beatísimo en Cristo Padre Señor S. Clementísimo. Después de besar los pies beatísimos, y hacer humildísima entrega de todos mis Reinos y Estados, como los rayos de santidad con que la bienaventurada virgen Teresa ilustra en nuestros tiempos todo el orbe cristiano, hayan también penetrado hasta este mi Reino', y la fun- dación de Religiosos que instituyó resplandezca en él con tan notable lustre de virtudes y ardor de religiosa piedad, que a todos causa admiración, yo también, deleitándome sumamente de ver estos tan gloriosos aumentos de virtud, abrazo y hago particular estima de esta Religión, y de la diligencia y sumo cuidado que pone en propa- gar la verdad católica, y despertar en los ánimos de los fieles la pie- dad cristiana; la cual, como de presente trabaje porque se ponga en el número de los Santos esta Reformadora de su Instituto, yo tam- bién con mi voto y solícita intercesión a V. .S. deseo adelantar este negocio del mejor modo que puedo, suplicando a V. S. quiera tam- bién por mi causa concluirlo» y cumplirle a esta Religión, tan benemé- rita de la Iglesia, sus deseos. En el ínterin a mí, a mis Reinos y Estados fervorosamente encomiendo en las bendiciones de V. S. Dada en Cracovia, a 17 de Abril 1608. De V. S. obedientísimo hijo, Segis- mundo, Rey de Polonia.

1 Reforma de los Descalzos, t. IV, llb. XIV, c. II.

406 APÉNDICES

LXV

CARTA DEL REY FELIPE III A SU EMBAJADOR EN ROMA EN QUE LE HABLA DE LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1610 (1).

Don Francisco de Castro, Duque de Taurisano, Conde de Castro, de mi Consejo y mi embajador en Roma. Las Informaciones que ei Papa mandó liacer para la canonización de la B. Aladre Teresa de Jesús se han concluido y se envían agora, y con esta ocasión escribo a Su Santidad la carta que va con ésta, con su copia, suplicándole por el buen despaclio de este negocio, como cosa que yo tanto deseo por las muchas causas y tantos títulos que para ello hay, como son el de sus libros, la fundación de la Reformación de Descalzos Carmelitas, en tan aventajada virtud y los grandes milagros que en todas partes Nuestro Señor ha obrado por su medio, junto con ser natural de estos Reinos y la honra y gloria de Dios que dello se ha de seguir; y así os encargo y mando deis a Su Santidad la carta que sobre esto le escribo, y le representéis de mi parte el particular contentamiento que recibiré de que Su Beatitud trate con muchas veras de la con- clusión de este negocio, haciendo vos sobre ello los oficios y dili- gencias que os parecieren más a propósito en conformidad de lo dicho y lo que os advertirá el Procurador General de la dicha Orden, que ahí asiste; y pediréis también a Su Santidad que estos Procesos de la canonización se entreguen en la Congregación de Ritos. Y vi- niendo en ello, como yo lo espero, ordenaréis que los lleve el agente mío que ahí tenéis, y vos haréis de mi parte con la Sagrada Congregación particular recomendación para el despacho dello, y rae avisaréis de lo que se hiciere.

Demás de los dichos oficios, os encargo y mando los hagáis con Su Santidad de mi parte para que favorezca y ampare esta S. Reli- gión y las determinaciones de sus Capítulos Generales, la conserva- ción de sus leyes, la separación que se hizo tantos años ha entre la Congregación de Italia y la de España, que todo esto es tan justo y digno de su santa persona y ha de redundar en mucho ser- vicio de Nuestro Señor. Y, en efecto, los ampararéis en las quejas que suelen dar los inquietos, en conformidad de lo que os advertirá cJ dicho Procurador General, que yo me terne por muy servido de todo el cuidado que en ello pusiéredcs. De Madrid, a 27 de Diciembre, l6iu.

Yo El rey.

1 Consérvase esta caria en el Archivo de Simancas: Secretaría de Estado, núra. 373.

APÉNDICES 407

LXVÍ

CARTA DEL REY FELIPE m A PAULO V, AÍJo DE 1610 (1).

Mug Santo Padre. En conformidad de lo que V. Santidad mandó, se han hecho las informaciones sobre la canonización de la B. Madre Teresa de Jesús, y se envían ahora, y con esta ocasión escribo al Con- de de Castro represente a V. B. las muchas causas que a me obli- gan a desear y procurar este negocio, y cuan propio será de V. San- tidad el ordenar que se abrevie y despache (2). Pero aquí, aparte, hs querido suplicarlo a V. B., como lo hago, con el encarecimiento posible, que demás que será para mucha honra y gloria de Nuestro Señor, y digno de V. Santidad, yo lo estimaré por particular gracia y favor, y que tenga por muy encomendada la Religión de los Des- calzos Carmelitas, y los ampare y favorezca en cuanto se les ofreciere, como lo entenderá V. B. del Conde de Castro. Nuestro Señor guarde la muy santa persona de V. S. para el bueno y próspero regimiento de su universal Iglesia. De Madrid, a 27 de Diciembre de 1610. De V. S. muy humilde y devoto hijo, Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de las Españas, de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc., que sus santos pies y manos besa.— £/ Rey.

1 Reforma de los Descalzos, t. IV, lib. XIV, c. II.

2 Ya por los años de 1591 comenzaron en España las declaraciones de testigos poro fcr- mar el Proceso canónico de la beatificación de Santa Teresa. En 1604 Clemente VIII mandó a los Obispos de Avila y Salamanca proseguir las informaciones in genete, sobre la fama de santi- dad de que gozaba la Vener.ibli Fundadora. Dióse por terminado este trabajo en 1607, d Paulo V ordenó proceder a las informaciones in specie. acerca de las virtudes y milagros. Este Proce- so, llamado Remtsorial, fué confiado a los Ordinarios de Toledo, Avila y Salamanca. En sus declaraciones tomaron paite la nobleza y los hombres más doctos que entonces tenía Espaflo. El último Proceso es el monumento informativo mes grande que se ha elevado a la buena me- moria de Santa Teresa.

408 APÉNDICES

LXVII

NUEVA INSTANCIA DE LA REINA SOBRE LO MISMO, AÑO DE 1610 (1).

AVuy Santo Padre. Las obras de caridad me hacen tanta fuerza, que no me recato da cansar a Vuestra Santidad con las que se ofre- cen. La Orden de Carmelitas Descalzos florece tanto en estos Reinos, asi en la decencia g curiosidad del culto divino, como en su doctrina, clausura y ejemplos, que muestra bien la santidad de su Fundadora, la Beata Madre Teresa de Jesús; y comoquiera que su vida está tan calificada en sus milagros y santos libros, siendo hija de estos Reinos y yo tan obligada del amor y afición que me tienen^ y de la devoción de estos Religiosos, es fuerza que corra por mi cuenta la solicitación de su canonización. Suplico a Vuestra Santidad, con la humildad que puedo, se sirva de abreviarla cuanto sea posible, para que todos en- tiendan las veras con que he tomado a mi cargo esta diligencia, que recibiré en ello muy grata complacencia de Vuestra Santidad, cuya muy Santa Persona nuestro Señor guarde al bueno y feliz regimiento de su Iglesia. Madrid y Diciembre, 22 de 1610. De Vuestra Santidad, su muy humilde y devota hija, Margarita, por la gracia de Dios, Reina de las Españas, etc. La Reina.

1 Publicóla el Jlño Teresiano, t. Xll, día 22 de Diciembre.

APÉNDICES 409

LXVIll

LOS REINOS DE Lfl CORONA DE CASTILLA A PAULO V, AÑO DE 1611 (1).

Beatísimo Padre. Gran consuelo han tenido estos Reinos de Cas- tilla con la merced que V. S. se ha servido hacerles en la conce- sión de los Breves para las últimas informaciones de la canonización de la Venerable Virgen Teresa de Jesiis, mostrando con ellos tan uni- versal alegría, que cuando no hubiera de su santidad y raras virtu- des tan grandes testimonios, el universal aplauso que todos han hecho a sus informaciones, parece indicio claro de la crecida gloria que goza. Y aunque es causa esta de toda la Cristiandad, en particular tienen estos Reinos obligación de representarlo a V. S., y las voces co- munes y encendidos deseos de todos los Estados, que van acompa- ñando sus informaciones hasta los pies de V. S., solicitando la breve- dad de su canonización. Y aunque para esto ayuda el ser natural de estos Reinos y el provecho que en ellos y otros ha hecho por medio de sus religiosos, y de los muchos milagros que por su medio Nues- tro Señor ha obrado, hace mucha instancia para suplicar a V. S. con nueva instancia esta merced, que siendo estos Reinos tan fieles sub- ditos de la Iglesia y obedientes hijos de V. 9. y tan grande el afecto general a esta venerable Virgen, no se puede dejar de sentir que no lleven por guía la determinación y decreto de V. S., porque la devo- ción de los fieles ha crecido tanto, que en sus necesidades acuden a socorrerse de su intercesión, con gran certeza que goza en el ciclo de aventajado lugar entre los santos de él; y haber sido medios efi- caces para reformación de costumbres y ejercicio de virtudes, la que hizo en su Religión y doctrina de sus libros; y este fruto sería de mayor utilidad y eficacia si esta Santa estuviese canonizada. Y así, como causa, no sólo particular, sino común también de la Iglesia, suplicamos humildefnente a V. S. que para alabanza de Dios, admi- rable en sus santos, para bien de las almas, consuelo de los fieles, confusión de los herejes y honra de estos Reinos, se sirva de mandar, que con toda brevedad se trate de perfeccionar su canonización, con que los fieles podrán libremente venerarla con sacrificios, y valerse con mayor seguridad de su favor; porque sólo falta que el Espíritu Santo nos certifique de su gloria por medio de V. S., cuya beatitud guarde Nuestro Señor largos años para bien de su Iglesia. En Madrid, a 2 días del mes de Febrero de 1611 años. Beatísimo Padre. El hu- milde y devoto Reino de Castilla, que los santísimos pies de V. S. besa. Por acuerdo del Reyno de Castilla, Don Juan de Hinestrosa.

1 Este documento, lo mismo que los dos siguientes, pueden verse en la Reforma de los Descalzos, t. IV, lib. XIV, c. II.

'ilü Al'ENDICES

LXIX

EL señorío de VIZCAYA fl SU SANTIDAD, AÑO DE 1611.

Santísimo Padre. Tiene este Señorío de Vizcaya tan general no- ticia de la vida que liizo la virgen Teresa de Jesús, y de los grandes milagros que después de su muerte y por su intercesión Nuestro Se- ñor ha iiecho, que liabemos estado todos con grandes deseos de que V, S. haga a estos Reinos la merced que comenzada tiene para la ca- nonización de esta Virgen, porque será para todos de grandísimo con- suelo y sublimada devoción, como al presente la tenemos en la le- yenda de su vida y reliquias que de esta Santa se alcanzan, ñsí, su- plico a V. S., humildemente y con el encarecimiento que puedo, se sirva de perficionar esta obra, la cual será de tan grande consuelo a nuestras almas, como dechado para nuestras vidas. Y la brevedad de este caso tenemos esperanza de conseguir de V. Beatitud, cuya vida sea tan larga como ha menester la Cristiandad y lo deseo. De este Con- sistorio, a 24 de ñbril de 1611. Por decreto de la ciudad de Orduñai, Cámara del muy noble y leal Señorío de Vizcaya. Su Secretario, Juan de Vidaurres.

APÉNDICES 411

LX

f»L REINO Y CORONA DE ARAGÓN A SL' SANTIDAD, aRo DE 1611.

Santísimo Padre. Este Reino ha tenido general consuelo con la merced que V. S. le ha hecho en ia concesión de las ñemisoriales para las últimas informaciones en orden a la canonización de la Vene- rable virgen Teresa de Jesús, a quien tenemos particular devoción, demás de otros títulos generales, como son, el ser ella natural de estos Reinos de España, el grande y conocido aprovechamiento que con sus escritos ha hecho en las almas, viendo la experiencia de esta verdad los aficionados y devotos que los leen, exhortándoles a la vir- tud, con que se da muestra del precioso tesoro que en está ence- rrado de su celestial doctrina, y también por la Religión a que dio principio esta Santa, que es una de las más ejemplares y bien acre- ditadas que hay en la Iglesia de Dios. Y cuanto estas maravillas son obradas por más flaco sujeto, tan superiores al caudal de una mujer, tanto descubren más a la clara haber sido Dios el autor principal de ellas, y los milagros que cada día la Majestad Divina obra por medio de sus reliquias, son indicios manifiestos de la gloria que esta santa Virgen tiene en el cielo. Y porque entre los demás piadosos ruegos, que junto con sus informaciones, llegarán a esa Santa Sede, es justo les acompañen ios nuestros, suplicamos a V. S., con el afecto de humildad que podemos, se sirva de honrar este Reino y República con la brevedad de la canonización que esperan, con aplauso común y deseo universal; lo cual, junto con la noticia del paternal amor y pia- doso celo de V. S., nos mueve a que, obligados con nuevos beneficios, supliquemos a Dios Nuestro Señor guarde y prospere la beatísima persona de V. S. muchos años para el bien de su Iglesia, como la Cris- tiandad ha menester y nosotros deseamos. De Zaragoza, a 11 de JWayo de 1611. Besan los pies de V. S. sus humildes siervos y devotos. El Obispo de Uíica, Abad de Rueda, Alonso Labajas, Aparicio de Mingue- jón, Don Martín de Bolea y Castro, Don Luis de Herrera y Quzmán, Diputados del Reino de Aragón. Pedro López, Secretario.

H\2

APÉNDICES

LXXI

EL ARCHIDUQUE ALBERTO Y LA INFANTA ISABELA, CONDES DE FLANDES, A S. S. PAULO V, AÑO DE 1611 (1).

Beatísimo Padre. Los afectuosos y devotos obsequios de nuestra veneración y culto para con la B. Al. Teresa de Jesús, Fundadora del Orden de Carmelitas Descalzos, por la singularísima integridad de su santa vida, y señales ciertas de sus virtudes, la hacen en toda Es- paña, no sin merecerlo, tan celebrada, que vehementemente deseamos, que cuanto antes se ponga en el número de los Santos; de la manera que también parece piden lo mismo los muchos y grandes milagros que Dios ha obrado por los méritos de la bienaventurada Teresa, los cuales, como sean tan ilustres y públicamente testificados, confiamos que V. S. ha de comprobarlos con su voto e infalible juicio. Lo cual, como con ardientes ansias, por el afecto a la dicha Teresa, lo de- seemos, así eficazmente suplicamos a V. S. no permita diferir esta canonización más tiempo, ni que la que en los cielos triunfa, inserta en los coros de los Santos, se defraude en la tierra del culto debido a sus méritos. Esto redundará en mayor gloria de Dios, alabanza de V. S., ornamento de la Iglesia Católica, y maravillosa consolación nuestra. Dios óptimo, máximo, conserve con entera salud a V. S. mucho tiempo para bien del orbe cristiano. Dada en Bruselas, a 3 de Agosto 1611. Sanctitatis vestrae obsequentissimi Filii. Alberto, Isabela.

1 Reforma de los Descalzos, t, IV, llb. XIV, c. II.

APÉNDICES 413

LXXII

BREVE DE BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, DE 24 DE ABRIL DE 1614 (1).

Paulo Papa V. para perpetua memoria.

Teniendo Nos en la tierra, aunque indignos, las veces del Rey de la gloria eterna, que corona con diadema de vida inmortal a sus fieles siervos, por el oficio pastoral que Nos está encomendado, pesa sobre nosotros la obligación de oir las peticiones de los fieles de de Cristo, especialmente de los Reyes Católicos, de los príncipes y de las familias religiosas, cuando se ordenan al acrecentamiento del honor y de la veneración debidos a los siervos de Jesucristo, por lo cual de buena gana les hacemos gracia de acoger benignamente sus votos, según que vemos convenir saludablemente en el Señor, ñhora bien, en nombre de todos los amados hijos de la Orden de Carme- litas Descalzos de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo se nos ha hecho relación de que la Fundadora de dicha Orden de Carmelitas Descalzos, Teresa de Jesús, de gloriosa memoria, fué ador- nada por Dios con tantas y tan eximias virtudes, gracias y milagros, que la devoción a su nombre y su memoria florece en el pueblo cris- tiano; razón por la cual, no ' solamente la dicha Orden, sino también Nuestro querido iiijo Felipe, rey católico de las Españas, y casi todos los Arzobispos, Obispos, Principes, Corporaciones, Universidades y sub- ditos de los reinos españoles, han elevado a Nosotros repetidas veces humildes súplicas, pidiéndonos que, mientras la Iglesia concede a Te- resa los honores de la canonización, los cuales, atendidos sus grandes merecimientos esperan no ha de tardar mucho en otorgárselos, todos y cada uno de los religiosos de la dicha Orden puedan celebrar el sacrosanto sacrificio de la misa y rezar el oficio de dicha Teresa como de Virgen bienaventurada. Así pues. Nos, examinada con de- tención esta causa, por medio de nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa Iglesia Romana, deputados para los sacros Ritos, a quienes encomendamos su estudio, y oído su consejo favo- rable a estas peticiones, concedemos que en adelante se pueda ce- lebrar en todos los monasterios e iglesias de la dicha Orden de Car- melitas Descalzos y por todos los religiosos de ambos sexos el oficio y la misa de la bienaventurada Teresa como de Virgen, el día de su glorioso tránsito, esto es, el día 5 del mes de Octubre (2), y que en la villa de Alba, diócesis de Salamanca, en el monasterio y en la

1 Bullatium Catmelitanum, t. II, p. 370.

2 Hasta el año de 1Ó29 no se fijó la festividad de Sta. Teiesa en el dio IfJ de Octubre.

¿tH ?iPENDtCES

Iglesia en que se guarda el cuerpo de la bienaventurada Teresa, pue- dan todos los sacerdotes, tanto seculares como regulares, rezar y cele- brar el oficio' y la misa, respectivamente, en honor de la dicha Beata Teresa, según las rúbricas del Breviario y del Misal romanos. Gra- cia que, en virtud de Nuestra autoridad apostólica y por las presentes Letras, concedemos a perpetuidad, sin que obsten las Constituciones y Ordenaciones apostólicas, ni cosa alguna en contrario. Queremos también que a los traslados de las presentes Letras, aunque sean ira- presos, firmados por mano de algún notario público, y sellados con el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica o por el Procurador General de dicha Orden, se les la mism.a fe y el mismo valor, en juicio y fuera de él, que se daría a nuestras letras, si se mostraran y exhibieran.

Dado en Roma, junto a San Pedro, y con el anillo del Pescador, el día 2'i de ñbril del lól'i, año nono de nuestro Pontificado.

APÉNDICES 1Í5

LXXIII

EL DUQUE DE LERMfl DA GRACIAS AL PAPA POR LA BEATIFICACIÓN DE LA SANTA, AÑO DE 1614 (1).

Santísimo Padre: Ha sido tan grande la alegría y consuelo que el mundo ha recibido, y yo particularmente, con la nueva de la Beati- fícación de la Santa Madre Teresa de Jesús, que no he querido faltar a la obligación que me corre de echarne a los pies de Vuestra San- tidad por tan singular favor y merced como todos hemos recibido, quedando con muy ciertas esperanzas de que V. Santidad la canonizará, pues es Santa tan famosa y prodigiosa; y también es muy grande el deseo que todos puedan decir misa y oiría de la Santa. Y yo suplico a V. Santidad tenga por bien, que esto sea generalmente en Lerma, que es un lugar Cabeza de mis Estados, conforme al misal romano; que en ello la recibiré muy grande de V. Beatitud, cuya muy Santa Persona guarde Dios, como su Iglesia ha menester y este humilde hijo desea. En Madrid, 15 de Junio de 1614.

Añade el Duque de su propia mano:

Vuestra Santidad ha hecho, (Dios nos le guarde), una obra suya y ha regocijado a toda España. Santísimo Padre: Besa los santísi- mos pies de Vuestra Santidad su humilde hijo y siervo, El Duque y Marqués de Denla.

1 Véase el Año Teresiano, t. IV, día 15 de funio.

416 APÉNDICES

LXXIV

CARTA DEL REY FELIPE HI AL CONDE DE CASTRO DANDO GRACIAS POR LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1614 (1).

Ilustrísimo Don Francisco de Castro, Duque de Taurisano, Con- de de Castro y mi embajador en Roma. He recibido vuestra carta del 2 del pasado con aviso de haber Su Santidad mandado beatificar la Santa Madre Teresa de Jesús, y celebrádose al^í a los 27 de Abril, que me ha sido de muy particular gusto;' y así os doy las gracias por las diligencias que por vuestra parte habéis hecho para conseguirlo. Y en confonnidad de lo que apuntáis en vuestra carta, escribo al Papa y a los cardenales, a quien fué cometida esta causa, agradecién- doles lo hecho y pidiéndoles, pues se ha dado principio a obra tal, la perfeccionen, con que se canonice, y que en tanto se extienda la licencia para que se pueda decir misa de la Santa en todos mis reinos y por todos sacerdotes, como veréis más particularmente por las copias de las cartas. Yo os encargoi y mando que, dándolas a Su Santidad y Cardenales, les digáis a todos cuánto estimaré esta gracia y cuan justo será que Santa tan ilustre y famosa por sus obras, cuyo fruto es tan conocido por toda la Cristiandad, se canonice y ponga en el número de los santos, que yo seré muy bien servido de todo lo que en esto hiciéredes y de que me aviséis a su tiempo de lo que Su Santidad ordenare. De Madrid, a 17 de Junio de 1614.

Yo El tev.

1 Archivo de Simancas: Secretaria de Estado, nuni. 37f), Con fecha 2 de Mayo del mismo año de 16H había escrito al Rey el Conde de Castro, dándole cuenta de las diligen- cias hechas para la beatificación de la Santa y de su feliz resultado.

APÉNDICES 417

LXXV

CñítTA DE LUIS Xra REY DE FRANCIA fl PAULO V SUPLICANDO LA CANONIZAOON DE SANTA TERESA, AÑO DE 1615 (1).

Santísimo Padre: La santa vida de la Madre Teresa, y los mila- gros que Dios ha obrado en crédito de sus merecimientos y ejemplar virtud, siendo a todos notorios, y llegado, a tal reverencia entre nues- tros vasallos, que hay ya en nuestro reino fundados muchos monas- terios de su instituto; hemos juzgado, que vuestra Beatitud, certifi- cada por nosotros, como ya lo ha sido de los buenos efectos que se han seguido, aceptará con gusto la súplica que le hacemos de su canonización, con eficaces ruegos de que Vuestra Beatitud confirme, en memoria de las buenas obras de esta piadosa matrona, lo que su dicho instituto ha dado ya a la posteridad; lo cual tanto más se in- citará a la devoción e imitación de sus virtudes, cuanto vuestra San- tidad contribuya lo que es de la autoridad de la Santa Sede, y su particular afecto a la exaltación de la gloria de Dios y su Iglesia santísima, a que quedaremos muy agradecidos; y así se lo hemos mandado al Marqués de Treinel, nuestro embajador, se lo insinúe y represente a Vuestra Beatitud, al cual remitiéndonos, rogamos a Dios, Santísimo Padre, se digne de mantener, guardar y preservar a Vuestra Santidad en el buen gobierno y administración de nuestra santa madre la Iglesia.

Escrita en París, el último día de Enero de 1615.

Vuestro devoto hijo el rey de Francia y de Navarra, Luis.

1 De los muchos documentos que se conservan pidiendo o Su Santidad la canoniza- ción de Santa Teresa, publicamos estas dos cortas, tal como los trae el Mño Teresiemo. t. I, p. 568 g 569.

37

'113 APÉNDICES

LXX VI

CARTA DE REINA MARÍA, MADRE DE LUIS XIII SOBRE LO MISMO, AÑO DE 1615.

Santísimo Padre: Auméntase tanto cada día en este reino la de- voción por los estatutOiS y santa vida de la buena Madre Teresa, que algunos particulares han ya edificado muchos monasterios de su Or- den; por lo cual somos obligados con toda buena voluntad a los mis- mos ruegos y súplicas hechas a Vuestra Beatitud, acerca de su cano- nización., pof e." rey nuestro muy amado señor e hijo; atendiendo y considerando que el cumplimiento de esta buena obra, depende de la bondad y piedad de Vuestra Santidad, por los efectos más útiles a la gloria de Dios que de tiempo en tiempo se han seguido por los méritos de esta esclarecida virgen, hasta hoy, de toda nuestra satis- facción; y así suplicamos a Vuestra Santidad se digne de dar la autoridad de la Santa Sede y la suya, y creer que lo tendremos por singular favor, como se lo dirá a Vuestra Santidad de nuestra parte el Marqués de Treinel.

Rogando a Dios, Santísimo Padre, se digne de mantener a Vuestra Beatitud en el buen gobierno y administración de nuestra santa madre la Iglesia.

Escrita en París, el último día de Enero de 1615.

Vuestra devota hija, la reina de Francia y de Navarra, Maña.

APÉNDICES 419

LXXVII

RULA DE CANONIZACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS (1). fiREGORIO OBISPO, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS.

Papa perpetua memoria.

El omnipotente sermón o palabra de Dios, como del seno del Padre hubiese bajado a lo inferior de este mundo, para sacarnos g li- brarnos de la potestad de las tinieblas, liabiéndose cumplido el tiempo y término que su Eterno Padre le habia dado para detenerse entre las criaturas humanas y habiendo de pasar de este mundo al Padre, de quien era enviado, para extender y amplificar la fe en todo el mundo y en su Iglesia, mediante sus Discípulos y escogidos, que había adquirido, redimido y restaurado con su preciosa y santisma sangre, y enseñándola con la palabra de la vida para confundir la sabiduría de los sabios, abatir y aniquilar toda la soberbia y altivez que contra su divina palabra se pretendía oponer y triunfar, no eligió por sus amados y queridos a los nobles, ni tampoco a los sabios, ni a los altivos, sino a los menospreciadores del mundo y cosas terrenas, para que cumpliesen con el ministerio y obra para que eran nombrados desde ab eterno y predestinados, y asimismo esco- gidos, para que lo cumpliesen; y esto no en la elegancia de la plática, ni en la palabra de la humana sabiduría, sino en la sencillez, candidez y en lo verdadero de ella y para el siglo venidero y siguientes genera- clones. Como según lo determinadci y establecido por los tiempos, se dignase visitar y asistir con su presencia a su plebe mediante sus esco- gidos y siervos fieles, por la mayor parte eligió y escogió para esta obra a los pequeñuelos y humildes, por medio de los cuales vio e hizo a la Iglesia Católica grandes y excelentes beneficios, a los cuales él mismo, según lo que dijo y pronunció su palabra, descu- briera e hiciera patentes los arcanos del cielo y tesoros de la divi- nidad, y ocultara de los sabios y prudentes del mundo; y en tanto grado a €stos pequeñuelos los alumbró e ilustró con la antorcha y luz de la divina gracia, que confirmaran la Iglesia y establecieran como columnas de ella con los ejemplos de las cosas celestiales, y le clari- ficaran e ilustraran con la gloria de sus señales y milagros.

En nuestros tiempos y días dio e hizo grandes cosas por mano de una doncella, suscitó y levantó en su Iglesia, como otra nueva Dé- bora, a una virgen Teresa, la cual, después de haber vencido y triun-

1 Tr.ie esta versión el tomo IV ñe la Reforma de Nuestra Señora del Carmen, p. 313.

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fado de su carne con perpetua virginidad, y del mundo con admira- ble humildad, y de todas las artes y lazos del demonio con grandes y exuberantes virtudes, abatiendo y desechando de las cosas gran- des y habiendo excedida y sobrepujado con admirable valor y fortaleza de ánimo la naturaleza femenil, mostrándose vencedora, se pertrechó y fortaleció su brazo^ y formó en su ánimo ejércitos y escuadrones va- lerosos, para que pelearan con gran denuedo, fortaleza y ánimo por Ja casa de Dios de Sabaoth, y por su Ley y por el cumplimiento de sus mandatos, con las armas espirituales de todas las virtudes; a la cual el Señor, para que pudiese vencer una obra tan ardua, grande y ex- celente, largamente y en alto grado la fecundó y llenó de espíritu de sabiduría, entendimiento y tesoros de su divina gracia, a fin de que su esplendor y claridad, como estrella en el firmamento, resplan- deciese siempre en la casa de Dios por perpetuas eternidades.

Juzgamos, pues, conveniente y puesto en razón, que la que Dios y su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, se dignó de manifestar a su plebe en la gloria de sus milagros, como esposa . mada suya, coro- nada y adornada con diadema y corona y con sus atavíos y collares,. Nosotros, a quien toca y pertenece la solicitud y cuidado de Pastor en toda la Iglesia, a la cual, aunque sin ningunos merecimientos, gobernamos, hemos determinado y establecido, que se le haya de reverenciar, venerar y adorar como a escogida de Dios y prestarla todo obsequio y reverencia por autoridad Apostólica, para que todos los pueblos confiesen al Señor en todas sus maravillas y portentos y conozca y se persuada la caduca y perecedera naturaleza, que en nuestros días nos favoreció Dios con sus misericordias, que aun- que por nuestros pecados grandes, que todo lo merecen, nos visita con la vara de justicia e indignación, sin embargo, no se abstiene en medio de ella de llenarnos de sus misericordias, y en nuestras grandes aflicciones nos favorece y multiplica, propagando sus Santos^ para que por medio de ellos, de sus intercesiones, sufragios y sú- plicas defiendan la Iglesia de todas las asechanzas, y para que todos los fieles de Cristo entiendan y sepan cuan abundantemente y sin es- casez haya Dios repartido, dado y multiplicado de su divinidad en su sierva; y para que cada día crezca y se aumente la devoción con esta Santa, juzgamos referir en estas Letras las insignes y excelen- tes virtudes suyas y lo obrado por Dios en virtud de su poderosa intercesión.

Nació Santa Teresa en ñvila, en el reino de Castilla, el año de la salud humana de 1515, de padres tan ilustres en sangre, como excelentes en la austeridad y observancia de los divinos mandatos. En lo tierno de su infancia y pequenez dio bastantes muestras para ade- lante de su santidad, porque como la gloriosa Santa se entretuviese en leer las vidas de los Mártires, tanto se cebó y llenó en su cora- zón del fuego del Espíritu Santo, que con otro hermano suyo, también niño, hizo fuga y salió de casa de sus padres con intento de pasar al África a derramar su sangre y dar la vida por la fe de Cristo; pero a los ruegos c instancias de su tío y habiéndola impedido de era- prender, seguir y proseguir en una obra y suerte tan grande como la que se le ponía delante, y llorando con graves lágrimas y sollozos

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semejante pérdida, en el ínterin procuró compensarla y restaurarla con limosnas y otras obras de piedad y caridad. Mas habiendo lle- gado al año veinte de su edad, se entregó toda a Cristo y con la inspiración divina, que por él había tenido, pretendió irse a las monjas de Santa María del Monte Carmelo de la Orden mitigada, para que, plantada en la casa del Señor, atrios y umbrales suyos, floreciera siempre. Y habiendo profesado en la dicha Religión, siendo ya de veinte y dos años, adoleció y padeció gravísimas enferme- dades y fué probada con varias tentaciones, y no teniendo alivio supe- rior, con tanta fortaleza y valor los llevaba y padecía, que la prueba de su xe y perseverancia fué más preciosa que el oro, que en el fuego descubre sus quilates, en alabanza, gloria, honra y revelación de Jesucristo.

Y porque para labrar y construir este sublime edificio, se hubo de poner y mediar el fundamento necesario, Teresa lo colocó y puso en grado tan estable y firme, que según la palabra de Dios, esta bienaventurada virgen es comparada a un varón sabio y prudente, que edificó su casa sobre piedra. Con tanta firmeza y verdad creía y confesaba los Santos Sacramentos de la Iglesia y los demás dogmas de la Católica Religión, que no podía, como muchas veces ella ase- guraba, tener mayor certeza de otra ninguna cosa. Ilustrada y escla- recida esta Santa, con esta antorcha y perspicacia de la fe, muchas veces veía clara y distintamente con los ojos del entendimiento el cuer- po de Jesucristo en la sacratísima Eucaristía, y afirmaba que no tenía cosa alguna que envidiar a los que habían visto al Señor con los ojos corporales; y tanto había puesto y colocado en Dios la viva espe- ranza suya, que muchas veces vertía vivas lágrimas, porque se de- tenía en esta vida mortal, siéndola de impedimento y estorbo para gozar siempre de su Dios g Señor; y no raras veces, antes muchas, cuando discurría en su memoria y corazón los gozos de la Patria celestial y Jerusalén triunfante, haciendo esta consideración, era arre- batada y salía fuera de a contemplar este gozo y esta gloria; pero entre las virtudes de Teresa, fué la principal el amor de Dios, el cual «en tanto grado resplandeció en su corazón, que los con- fesores suyos admiraban y celebraban su caridad como propia, no de mujer, sino de un querubín inflamado, la cual ilustró y aumentó Muestro Señor Jesucristo admirablemente con muchas visiones y re- velaciones, principalmente cuando, dándole su mano derecha y mos- trando el clavo con que había sido herida y taladrada la de su cuerpo santísimo, la adoptó y recibió por esposa suya, dignándose decirla estas palabras: «Desde aquí adelante, como verdadera Espo-i sa, celarás y mirarás por mi honor; ya yo soy todo tuyo y toda eres mía». Otras veces vio un ángel, que arrojando un dardo como de fuego, la pasaba y llegaba al corazón; con cuyos celestiales dones y beneficios tanto se inflamaba y ardía en el amor de Dios, que, en- señada de Su Majestad, hizo un voto grandemente arduo y difi- cultoso, de hacer siempre lo que entendiese era más perfecto y más conducía a la mayor gloria de Dios. También, habiendo muerto, se apareció a cierta religiosa y la dijo y manifestó, que no por fuerza enfermedad había ella pasado de esta presente vida, sino de un

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incendio intolerable del divino amor. Pero con cuánta y perpetua ca- ridad hubiese amado y querido al prójimo, existen claros y mani- fiestos argumentos y señales, principalmente el gran deseo y anhelo con que pretendía la salud de las almas. Lloraba con perpetuas y continuas lágrimas las tinieblas y el poco conocimiento de nuestra fe de los infieles y herejes, y por su reconocimiento y conversión, no tan solamente hacia muchas oraciones, sino también ofrecía ayunos y dis- ciplinas, y con otros exquisitos tormentos afligía y maceraba su cuer- po. También la santa virgen propuso en su corazón y hizo firme pro- pósito de que no se le pasase día sin ejercitarse en alguna obra de caridad, en lo cual Dios la favoreció y consoló tanto, que nunca poi medio de su divina Majestad la faltó ocasión en que faltase a este piadoso ejercicio. ¡Maravillosamente, como en toda dilección, se pa- reció a Jesucristo en el amor de los enemigos, porque como padeciese dolorosas persecuciones y adversidades, amaba grandemente a los que la perseguían, y oraba y rogaba por los mismos que la estaban abo- rreciendo. También el daño y ofensas que padecía la servían a la Santa de amor y sustento, con que más le gozaba y crecía su caridad, y en tanto grado, que los varones grandes y entendidos acostumbraban a decir en las pláticas y conversaciones en que se hallaban, que el el que quisiese ser amado de Teresa, convenía que le hiciese algún agravio o injuria.

Los votos y promesas que en lo tocante a la observancia y profe- sión de su Religión había ofrecido a Dios, los cumplió con grande puntualidad, cuidado y diligencia, y no tan solamente perfeccionaba y acababa todos los actos exteriores con grande humildad al arbitrio y parecer de sus superiores, sino que propuso firmemente en su corazón de sujetar y rendirles todos sus pensamientos y obras, de cuya inten- ción y proposición nos dejó grandes ejemplos. Habiéndosela apa- recido muchas veces Cristo Señor nuestro, no le dio crédito, por ha- bérselo mandado así sus confesores, sospechando que el demonio la engañaba; pero esto no sin grande e inestimable premio de tan pro- funda obediencia. También el libro que había escrito sobre el Can- tar de los Cantares, con insigne piedad y reverencia, para obedecer en todo al confesor, lo echó en el fuego. Solía de continuo decir y afir- mar, que en esto de ver visiones y revelaciones, con facilidad se podía engañar, pero no en dar y prestar la obediencia a sus superio- res. En tanto grado amó la pobreza, que con el trabajo de sus manos, no tan solamente ganaba el sustento, mas si veía a alguna religiosa con hábito menos decente que el suyo, al instante se lo daba y tro- caba con ella, quedándose con el más pobre; y así, cuando le faltaba lo necesario y conveniente, con grande admiración se alegraba y sal- taba de contento, dando gracias a Dios, como si le hubiera hecho algún grande favor o beneficio. Pero entre todas y en cada una de las virtudes, en las cuales como esposa de Dios resplandeció, singular- mente se aventajó en la integérrima castidad, a la cual en tanto grado y con tantas veras reverenció y observó, que no tan solamente guar- dó e hizo propósito de guardar la virginidad desde los primeros años de su niñez, pero la pureza angelical la conservó en su cuerpo y corazón libre de toda mancha o cosa que oliese a ella.

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Las cuales virtudes exornaba y componía con una grande y mara- villosa humildad de corazón, y como cada día su alma se fortalecía y enriquecía con divinos dones e inspiraciones, muchas veces clamando llamaba al Señor y pedía pusiese término y límite en comunicarla tantos dones y beneficios, ni que tan presto Su Majestad se olvi- dase de sus grandes culpas y maldades. Siempre deseaba y estaba sedienta de afrentas y menosprecios; y no tan solamente huía la honra y pompa mundana, pero el ser conocida de las criaturas lo sentía y aun abominaba. La invencible paciencia de esta santa virgen la con- firma y declara aquella voz con que muchas y continuadas veces ex- clamaba y decía: «Señor, o morir, o padecer».

Fuera de todos estos dones y beneficios de la omnipotencia divina, con los cuales Su Majestad quiso estuviese adornada su amada y esposa, como con preseas y collares ricos, la enriqueció largamente con otros dones ij gracias, y la llenó y fecundó de espíritu de inteligencia divina, para que no tan solamente en la Iglesia de Dios diera y dejara ejempios y dechados de buenas obras, sino esparciera y la ilustrara con los rocíos de la celestial sabiduría, escribiendo tantos libros de mística Teología y otros llenos de mucha piedad, de los cuales los entendi- mientos y espíritus de los fieles perciben y sacan abundantísimos frutos para el alma, y con ellas son encendidos, elevados y guiados a la patria celestial. Instruida e ilustrada con tantas inspiraciones y nú- mero de beneficios, emprendió una obra grandísima y para cualquiera dificultosísima; pero muy provechosa para la Iglesia de Dios, y fué la Reformación de la Orden Carmelitana; y esto así en los conventos de monjas, como también en los de frailes, que dejó y están edi- ficados, no sólo por toda España, mas también por otras partes re- motas del mundo, no teniendo otro caudal ni dinero, sino sólo la es- peranza y confianza en Dios; y no tan solamente destituida y desam- parada de todo humano remedio y socorro, sino también contradicién- dolo, por la mayor parte, los príncipes y potentados del siglo, la cual echó raíces, fecundó y perfeccionó su obra, confirmándola el Señor y dándola el aumento, para que en la casa de Dios se cojan sus fértilísimos frutos.

Tantas virtudes de Teresa, con las cuales resplandeció el tiempo que vivió en este mundo, las quiso el Señor ilustrar con muchos y gran- des milagros, de los cuales en este escrito referiremos algunos. Como en la diócesis de Cuenca hubiese grande falta y carestía de trigo y en el monasterio de Villanueva de la Jara apenas se hallase can- tidad de harina, que fuese bastante para sustentarse diez y ocho mon- jas por espacio de un mes, por los merecimientos, ruegos e intercesio- nes de esta santa virgen, e! omnipotente y soberano Dios, que sus- tenta y ampara a los que en él confían, le hizo que en tanto grado estuviese sobrado y abundante, que aunque por espacio de seis me- ses se cociese mucha cantidad de pan, nunca faltase y siempre hu- biese y sobrase para el sustento de las religiosas siervas de Dios, y esto nunca se disminuyó, hasta que se cogió el trigo nuevo, -^na de la Trinidad, monja en el convento de Medina del Campo, estaba afli- gida con calentura y una hinchazón contagiosa, que se le había hecho, a la cual, la Santa, habiéndola primero halagado, después tocado con

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SUS manos los miembros y partes de que adolecía, la dijo: ^Ten buen ánimo, hija, que yo confío en Dios que has de estar buena de esta enfermedad»; y luego al punto estuvo buena y se limpió de calentura y dolor. Alberta, priora del mismo monasterio, estaba enferma y asi- mismo con calentura y con manifiesto y evidente peligro de la vida, y la virgen Santa Teresa, habiéndola tocado el lado donde tenía el dolor y mal, dio voces, diciendo estaba sana y ya sin dolor al- guno, con que la mandó levantar, y ella sana y convalecida, de re- pente salió y se levantó de la cama, dando gracias al Señor.

Acercándose, pues, el tiempo en el cual había de recibir de mano de Dios el premio y corona de honor por tantos trabajos he- chos y padecidos por la honra de Su Majestad y tantas buenas obras y hazañas, ejecutadas en aprovechamiento de la Iglesia, la dio una grave enfermedad en ñlba, y como en todo el discurso del tiempo de ella tuviese frecuentes, incesables y admirables pláticas de la caridad divina con sus hermanas, muchas veces daba gracias a Dios porque la hubiese agregado y alistado en el rebaño de la Iglesia Católica. Encomendando como principales y eximios dones la pobreza y la obediencia que debían a los prelados y recibido con profundísima hu- mildad y con total y celestial caridad el Viático para su viaje y parti- da^ y el santísimo sacramento de la Extremaunción, teniendo asido\ y sin soltar de las manos una hechura de un Santo Cristo, voló a la patria celestial. Mostró el Señor con muchísimas señales los grados de gloria tan eminente, que ya la bienaventurada Santa estaba gozando en el cielo, juchas religiosas, temerosas de Dios, virtuosas y santas vie- ron la hermosura y resplandor de su gloria; otra también vio y miró en el techo de la iglesia, en el coro y en el aposento de la Santa gran cantidad de resplandores divinos; otra a Cristo Dios y Señor nuestro, asistiendo a su cabecera vestido de muchos resplandores y ro- deado de gran cantidad y multitud de ángeles; otra a muchísimos, adornados con vestiduras blancas, que entraban en su celda y rodeaban su aposento; otra en el mismo instante que expiró y pasó de esta vida humana a la Jerusalén triunfante, vio una paloma blanca, que volaba al cielo y salía de su boca, y otra un rayo a manera de cristal, que salía por la ventana de su celda. En el mismo instante y hora de su tránsito, un árbol, antes seco y casi caído y arrancado por el pie, que estaba próximo al aposento y celda de la Santa, fuera de su tiempo y de natural sazón, de repente se halló florido y cargado de flores. El cuerpo sin alma apareció y quedó hermosísimo y sin tener ninguna arruga, terso e ilustrado y condecorado con una ma- ravillosa blancura, juntamente con las vestiduras y paños que iiabía tenido cuando enferma, causando a todos admiración la fragancia y olor que respiraban. Otras muchas grandezas que Dios obró por inter- cesión y méritos de la Santa hicieron glorioso su tránsito y alegre su entrada en el celestial paraíso. Porque una monja que tenía dolor de cabeza y corrimiento a los ojos, habiendo tomado una mano de la Santa virgen, llegándola a su cabeza y a los ojos, al instante sanó. Otra, habiéndola besado los pies, recuperó el olfato, que antes había perdido, y percibió y olió corporalmente el olor de los ungüentos, con que el Señor había perfumado y odorificado aquel sacrosanto cuerpo.

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Después de haberle desamparado el alma y vital aliento, sin tener necesidad de ungirle con ningún ungüento precioso, encerrado en una caja de madera, fué puesto en una alta y profunda sepultura y cubier- to con mucha piedra y cal, donde quedó sepultado; pero de este su sepulcro salía y respiraba un grande y maravilloso olor y fragancia, en tanto grado, que se determinó desenterrar el sagrado cuerpo, el cual se halló de verdad entero y con las mismas circunstancias y calidades que si entonces se acabara de enterrar,, bañado de un pre- ciosísimo olor y licor, el cual suda continuamente hasta el día de hoy, testificando Dios y demostrando con este continuo milagro del sudor, la santidad de su sierva. Por lo cual, vestido y adornado de nuevos hábitos y colocado en otra nueva caja, por haberse consumido las primeras, le colocaron en su mismo depósito. Pasado un trie- nio, como segunda vez se abriese su sepulcro y bóveda para llevar y transportar su sagrado cuerpo a ñvila y allí delante por mandado de los delegados apostólicos se volviese a abrir, ver y visitar, siempre apareció y se halló incorrupto y tratable y con la misma fragancia y sudando el mismo licor, que ya se ha dicho.

Pero pasados algunos tiempos, manifestó y declaró Dios a las criaturas su gloria y los beneficios y mercedes hechas de continuo y sin cesar, por medio e intercesión de su sierva y a los que a ella de veras se encomendaban y ponían por intercesora. Cuatro años había que un niño estaba tan contrahecho y torcido, que no se podía tener en pie, y cuando se acostaba y echaba en la cama mover el cuerpo, ni menearle; y como aquella enfermedad la tuviese desde que nació, y sin ningún sentimiento de dolor, por cuya causa de todo punto parecía incurable y sin remedio de salud, y habiéndole traído por espacio de nueve días al aposento o cuarto en que viviendo la Santa virgen, había habitado, sintió en que iba consiguiendo la salud y de repente se halló sano y sin achaque y andando con sus pies, y admirándose todos los presentes de semejante prodigio, comenzó a decir y publicar, que por intercesión de la bienaventurada Santa Te- resa de Jesús había conseguido salud tan milagrosa.

ñna de San Miguel, monja, por espacio de dos años estaba ator- mentada de gravísimos dolores, afligiendo su corazón dos cancros, de calidad, que no sólo no la dejaban dormir, pero ni poder volver, ni revolver a un lado ni a otro el cuello y garganta, ni tampoco le- vantar arriba los brazos. Habiéndose puesto y aplicado sobre el pe- cho una partícula de las reliquias de Santa Teresa; y con todo el afecto de su corazón encomendándose a su patrocinio, no sólo se vio libre de semejante plaga, que padecía en el cuerpo, sino de otra, que por mucho tiempo había tenido en su corazón, también sanó en un ins- tante de tiempo.

En tanto grado era atormentado Francisco Pérez, cura de una iglesia parroquial, con los dolores procedidos de una apostema, que en la boca del estómago se le había congelado, que habiéndosele bal- dado también el brazo, por espacio de más de cinco meses, le im- pidió y estorbó que pudiese decir misa. Faltando todos los humanos medicamentos y remedios, se acogió a los divinos, y levantando los ojoK al cielo, consiguió la salud en una carta escrita de la mano «le la

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Santa Virgen Teresa, y llegándola y aplicándola al pecho en aquella parte adonde padecía el dolor y enfermedad, al punto se desvaneció la apostema; y como después, en hacimicnto de gracias, visitase el sepulcro de la Santa y el brazo que está en Alba y se guarda con toda veneración, y se lo aplicase al suyo, al punto sintió la divina virtud, sanando también y volviéndolo a su antigua mejoría;

Juan de Leiva tenía tal aprieto de garganta, que le había puesto en términos de ahogarle, y estando cercano a la rauertei y para expirar, habiéndole aplicado el sudario o lienzo que había sido de la gloriosa Santa Teresa al lugar y sitio donde padecía el achaque, con grandes veras y confianza, y habiéndose quedado dormido y de allí a im poco despertado, comenzó a exclamar y decir que por los méritos e intercesión de la Santa había conseguido de repente la salud.

Pues como la santidad, vida y milagros de Santa Teresa volase y se divulgase por todas las naciones y gentes, y su nombre en todos los fieles de Crisio se estimase y tuviese en toda veneración, obrando Dios, por medio de su intercesión, infinitos beneficios y milagros, los cuales, juntamente con su veneración cada día crecían y se aumenta- taban, se formaron e hicieron procesos e informaciones en muchas partes de España, por mandado de los Ordinarios, conociendo y te- niendo bastante noticia de su santidad y habiéndolos remitido y enviado a esta Santa Sede Apostólica y siendo agente y solicitador de ellos el amado en Cristo hijo Felipe III, rey de las Españas, de gloriosa memoria, y el negocio, mirado, reconocido y ventilado, así en la Sa- grada Congregación de Ritos, como en la Rota, el Papa Paulo V. de feliz recordación, mi predecesor, ordenó, mandó y dispensó, que en honra, gloria y veneración de la Santa en toda la Orden y Reli- gión Carmelitana se pudiese celebrar Oficio eclesiástico de virgen. Y como el mismo rey Felipe, segunda vez instase y suplicase a la Santidad del Papa Paulo V, predecesor nuestro, por la canonización de la gloriosa Santa, el mismo Paulo segunda vez cometió el nego- cio y su determinación a la Sacra Congregación de Cardenales, de los Ritos y Ceremonias, los cuales determinaron y fueron de parecer, que se volviesen a hacer nuevas informaciones, y para este efecto nombra- ron por jueces, para que hiciesen y perfeccionasen esta obra a Ber* nardo de Rojas, de buena memoria. Cardenal y Arzobispo de To- ledo, y los Venerables hermanos Obispos de Avila y Salamanca, con autoridad apostólica, que como hubiesen hecho y acabado diligente- mente todo lo que se les había mandado, encomendado y cometido, todo en virtud de la dicha comisión, hecho y ejecutado, lo remitiesen al mismo Paulo Pontífice, predecesor nuestro, el cual lo remitió a .tres auditores de causas del palacio apostólico, Francisco, Arzobispo de Damasco, que presidía, ahora cardenal de la Santa Iglesia de Roma; Juan Bautista Coccino, decano y Alonso Manzanedo, para que con todo cuidado, perspicacia y diligencia examinaran y vieran todo lo hecho, causado y ejecutado, y de lo que sintiesen, diesen su parecer, los cuales habiendo discurrido con todo cuidado, vigilancia y solercia, como la calidad del negocio pedía, le dijeron, refirieron y propusieron al mismo Paulo, que estaba suficientemente probada, justificada y califTCida la santidad, vida y milagros de la bienaventurada virgen

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Teresa y que todo constaba larga y cumplidamente para dicho efecto, según los Cánones requieren y disponen para la canonización, y que se podía proceder y pasar adelante. Y para que un negocio de tanto peso c importancia se perfeccionase, concluyese y acabase con la ma- durez y consejo que convenía, el mismo Paulo cometió el negocio a los amados hijos Cardenales de la Santa Iglesia de Roma, Prefectos y Superiores de los Sacros Ritos y Ceremonias, para que con todo cuidado y diligencia, miraran y reconocieran las dichas informaciones y procesos y de todo lo principal y esencial de la causa conociesen con toda vigilancia y cuidado.

Pero como el mismo Paulo hubiese acabado y fenecido la carrera de la vida humana, y nosotros, aunque sin ningunos merecimieníos, sino sólo por la misericordia y omnipotencia de Dios fuésemos lla- mados, elegidos y puestos para regir y gobernar la Iglesia, juzgamos y tuvimos entendido, que convenía para honra y gloria de Dios, utili- dad y provecho de la Iglesia, que este negocio se feneciese y acabase; y también por conveniente y necesario, para aliviar y socorrer la ca- lamidad y mina de los tiempos, que se aumentase y recreciese la de- voción con los santos y escogidos de Cristo, para que nos ayuda- sen y socorriesen en las aflicciones y necesidades; mandamos, pues, a los ya referidos Cardenales, que concluyesen, acabasen y despacha- sen la obra y mandato que con tanto cuidado nuestro predecesor les había encomendado se hiciese. Los cuales como con toda presteza, cui- dado y vigilancia lo hubiesen ejecutado y todos unánimes y conformes fuesen de parecer, pidiesen y instasen por la canonización de la gloriosa Virgen, el venerable hermano nuestro Francisco María, obispo portuense, cardenal de la Santa Iglesia, intitulado del Monte, declaró y dio a entender todo el resumen y contestó de todo el proceso en nuestro Consistorio y presencia y asimismo de los demás compa- ñeros; lo cual oído, referido y pronunciado, todos los Cardenales y personas que se hallaron presentes, sin contradecirlo ninguno, fueron de parecer que se aprobase y diese por bueno lo hasta allí obrado y que se procediese y pasase adelante en el negocio.

Y habiendo precedido después en el público Consistorio y en audiencia pública, que el amado hijo Julio Zambecario, ñbogado de nuestro sagrado Consistorio hubiese instado, hablado y persuadido por la canonización de la gloriosa Santa y humildemente suplicase a ins- tancia de nuestro amado hijo Felipe, rey de las Españas, que fuése- mos servido de proceder a la canonización de la dicha Santa, a que respondimos, que para una cosa de tanto peso, gravedad c impor- tancia teníamos necesidad de comunicarlo y consultar a nuestros her- manos Cardenales de la Santa Iglesia de Roma y Obispos, que a la sazón se hallaban en la Curia Romana, y en el ínterin pedimos y exhortamos por las entrañas de Dios Nuestro Señor a los Cardenales y Obispos, que a la sazón se hallaban presentes, que instando y pi- pidiendo con oraciones, ayunos y limosnas, pidieran a Dios, Padre de las lumbres, que desde lo alto nos ilustrara con su divina luz y claridad y nos enviara al Espíritu Santo para cumplir, obedecer y poner en ejecución su voluntad, gusto y beneplácito. Y así en el dicho Consistorio, que luego consiguientemente se celebró, habiendo

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convocado y llamado, no tan solamente los Cardenales, Patriarcas, Arzobispos y Obispos, en la Curia presentes, y estando presentes los Notarios nuestros y de la Sede Apostólica y los Auditores de causas del palacio Apostólico, habiéndonos referido muchas y grandes cosas de la grande santidad de la sierva de Dios y de los continuos milagros, beneficios y mercedes, que por su intercesión se obraban, y la devoción, afecto y veneración que todas las naciones cristianas tenían a esta gloriosa Santa, y declaradas y referidas las continuas instancias, que en nombre, no sólo de grandes reyes, sino también del amado en Cristo nuestro hijo rey de romanos, elegido emperador y las que continuamente y sin cesar, se hacían de otros muchos prín- cipes cristianos, todos uniformes y conformes y sin discrepar ninguno, bendiciendo al Señor, que honra y ensalza a sus amigos y escogidos, sintieron y determinaron que la bienaventurada Teresa se debía ca- nonizar y poner en el número y catálogo de las santas vírgenes. Y ha- biendo oído semejante determinación y acuerdo, saltamos todos de con- tento, júbilo y alegría en el Señor, dándole gracias y a su Unigénito Hijo, porque con ojos de tanto amor y dilección hubiese mirado y vi- sitado su Iglesia y determinado que sus escogidos fuesen ilustrados y esclarecidos, con tanta gloria y premio de sus trabajos, para cuyo efecto señalamos día de su canonización, y para ello asignamos a los mismos hermanos y hijos nuestros, para que continuamente perseveraran y asistieran en la misma oración, ayunos y vigilias, para que en una obra de tanta importancia y gravedad, el esplendor y luz del Señor nos ilustrase y enderezase y adiestrase nuestra voluntad, para per- feccionar, acabar y concluir con una obra de tanto peso.

Finalmente, concluidas, fenecidas y acabadas todas aquellas cosas que según disponen las Sagradas Constituciones se deben hacer, de estilo de la Santa Iglesia de Roma, de uso y costumbre, nos juntamos y congregamos unánimes y conformes en la sacrosanta Iglesia del Príncipe de los Apóstoles, con los venerables hermanos nuestros Car- denales de la Santa Iglesia de Roma y también los Patriarcas, Ar- zobispos y Obispos y Prelados y Superiores de la Curia Romana, Oficiales y familiares nuestros, el Clero secular y regular y gran cantidad de gente de todo estado, calidad y condición, donde habiendo vuelto a repetir el decreto para lo tocante a la canonización de la gloriosa Santa, a instancias que para ello hacía el amado en Cristo hijo rey católico: por medio asimismo del amado en Cristo hijo nuestro, Luis, del título de Santa María Transportina, Cardenal Lu- dovisio intitulado, sobrino nuestro; y por Julio, Abogado para la dicha canonización, con repetidos ruegos y oraciones; y cantadas las letanías y pedida humildemente la asistencia de la gracia del Espíritu Santo, para emprender una obra tan ardua y grande. Para honra y gloria de Dios, y de la individua Trinidad, exaltación y aumento de la fe católica, por la autoridad y omnipotencia del misericordioso Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y de los bienaventurados Apóstoles, y por la nuestra, de unánime consejo y parecer de los venerables her- manos nuestros de la Santa Iglesia de Roma, Cardenales, Patriar- cas, Arzobispos y Obispos, asistentes y residentes en esta romana Curia: determinamos, juzgamos y definimos, que la bienaventurada

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Teresa virgen, de gloriosa memoria, nacida en la ciudad de Avila, de cuya santidad, candidez de ánimo y demás excelencias, milagros y virtudes, de las cuales bastantemente nos consta, es santa, gloriosa y alabada. Por lo cual sentimos y estatuímos, definimos y determina- mos, que se debe poner, asentar y numerar en el catálogo y número de las santas vírgenes, según y de la forrn,a que por el tenor de las presentes la ponemos, escribimos y alistamos; por lo cual todos los fieles de Cristo la deben reverenciar, venerar y tener por ver- dadera Santa, y por tal mandamos, queremos y ordenamos sea te- nida y reverenciada. Y asimismo ordenando, mandamos, que por toda la Iglesia católica de Dios, en honra y veneración suya se construyan aras, edifiquen templos, capillas y altares, en los cuales se le ofrez- can victimas y sacrificios, y que todos los años a cinco de Octubre (que fué el día en que subió a gozar de la gloria de Dios, merecida por sus trabajos, virtudes y excelencias) se le diga y rece su oficio, se- gún le tienen señalado las vírgenes scntas (1). Y por la misma autori- dad, a todos los fieles de Cristo, que verdaderamente confesados, con- tritos y arrepentidos, todos los años en el mismo día de la fiesta llegaren devotamente a visitar el sepulcro, en el cual gloriosamente descansa y está su sagrado cuerpo, un año y una cuarentena de in- dulgencias; y los que no pudieren el día de sus festividad y concu- rrieren el día de su octava, cuarenta días de las penitencias a ellos impuestas y en cualquier manera no cumplidas, inisericordiosamcnte en el Señor remitimos y perdonamos.

Finaimente, habiendo dado y rendido las debidas gracias a Dios, como Autor de esta obra y porque hubiese sido servido y dignádose de ilustrar y condecorar su Iglesia con este nuevo beneficio y antor- cha, y habiéndose cantado con todo júbilo y regocijo en honra, y gloria de la bendita y gloriosa Santa Teresa la oración de las Vírgenes, celebramos misa en el altar del Príncipe de los Apóstoles, haciendo conmemoración de la bienaventurada Virgen, y entonces concedimos a todos los fieles de Cristo, que se habían hallado presentes a este acto, indulgencia plenaria de todos sus pecados. Por cuya causa con- viene y es justo, que por tan insigne beneficio se le vuelvan las de- bidas gracias con toda humildad, a quien se debe toda honra, gloria, bendición y potestad para ahora y para siempre jamás, pidiendo a su divina Majestad con continuados ruegos y súplicas, que por los merecimientos de su gloriosa Santa siempre nos mire y se acuerde de nosotros, que nos muestre la luz de sus misericordias librándo- nos de caer en cualquiera culpa contra su divina A\ajestad y envíe su santo temor sobre las gentes enemigas y luz para que le co- nozcan y sepan que no hay otro Dios y Señor como el nuestro. Y porque fuera dificultoso, que estas presentes nuestras Letras iJega-

1 Ya (Üjimos que en 1629 se fijó la fiesta de la Santa en el día que hoy la celebramos. En esta fecha se concedió un oficio de rito doble a la Orden del Carmen, con oración y dos him- nos propios que compuso el mismo Papa Urbano VIII. Este mismo rezo fué extendido ad libi- tvm a toda la Igksia el año 1636 con rito semidoble, hasta el año 1668 que fué elevado a doble. Las lecciones propias del primer tercer nocturno fueron aprobada.s en 1696 por la Sagrada Congregación de Ritos. En 1700 se afiadieron a este rezo antífonas, responsos u versículos propios. En 1720 se le afiadió una misa propia, y, por fin, Pie VI, se dignó conceder el prefacio que hoy se reza en la misa de Santa Teresa.

430 APÉNDICES

sen y se llevasen a todas las partes, villas y lugares que fuese necesa- rio, queremos y expresamente ordenamos, que a sus traslados im- presos, signados por mano de cualquier notario apostólico y sella- dos con el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiás- tica, se les de la misma fe y crédito que se diera y exhibiera, si se mostraran e hicieran presentes nuestras letras originales, ñ ninguno, pues, de los hombres les sea lícito el romper, rasgar, ni menos ir contra estas nuestras letras de nuestra definición, decrsto, alistación, adscripción, mandamiento, determinación, relajación y voluntad. Si al- guna persona esto presumiese hacer, la indignación del omnipotente Dios y de los bienaventurados San Pedro y San Pablo, Apóstoles suyos, venga sobre ellos. Dadas en Roma, junto a San Pedro, en el año de la Encarnación del Señor de mil seiscientos y veinte y dos, a doce de Marzo, de nuestro Pontificado el año segundo.

Yo Gregorio, Obispo de la Iglesia Católica.

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LXXVIII

RELñaON DE US FIESTAS CELEBRADAS EN SAN PEDRO DE ROAIA EN LA CANO- NIZACIÓN DE SANTA TERESA Y DECRETO DEL PAPA (1).

Aquel día señalado para esta canonización, que fué el doce de Marzo, habiendo dado ya las nueve y estando prevenido en la dicha iglesia, encendidas las hachas, que rodeaban la sacrosanta imagen de nuestro Salvador, las que habían ú¿ arder en el sagrario, kionde se adoraba la sagrada lanza, y ante las demás reliquias de Santos, bajó nuestro santísimo Sr. Gregorio Decimoquinto, Pontífice máximo, desde su palacio Vaticano, que está en San Pedro, antecediendo los ilustrísimos señores Cardenales, y trayéndole sentado en su silla a hombros, con aparato solemne. Apeóse junto a el altar y se hincó de rodillas a los pies del sitial. ñUí dio principio a su oración, pi- diendo a Dios, que le diese acierto en aquella función, que para gloria de Su Majestad y honra de los cinco bienaventurados, preten- día ejecutar, canonizándolos. Habiendo orado y vuelto a sentarse en su pontificio trono, fueron llegando los ilustrísimos señores Carde- nales para adorarle, y con la reverencia debida, dar la obediencia a Su Santidad. Concluido esto, y habiendo ya tomado todos sus asientos, parecieron delante de Su Beatitud, asistidos del maestro de ceremonias, el ilustrísimo señor Cardenal Ludovisio, nepote del Papa, procurador de las cinco Bienaventurados y su abogado el reverendí- simo señor Zambecario, ambos señalados, para que por parte del señor Emperador, de los reyes y príncipes cristianos, hiciesen al Sumo Pontífice la primera súplica, en la conformidad siguiente: Beatísimo Padre, el cardenal Ludovisio, que aquí se presenta a vuestra Santidad, le suplica, con todo aprieto, en nombre de la Majestad Cesárea, de los reyes y príncipes católicos, tenga por bien de declarar que Isidro Labrador, Ignacio de Loyola; Francisco Javier, Teresa de Jesús y ■Felipe Neri, tieben ser escritos en el Catálogo de los Santos de Nuestro Señor Jesucristo; y que como a tales deben ser reveren- ciados de todos los fieles. H cuya primera petición, el secretario del Papa respondió, en nombre del Santísimo Padre, así: «No hay vez alguna, en que se deje ver en el aire algún resplandeciente cometa, que no juzguen entre alborozos, los simples y guiados solamente de la apariencia, que sus ojos miran, ser algún desusado astro, que de nuevo nos ha querido dar a entender, que reside entre los que adornan estos cielos. Mas los astrólogos expertos válense de instru-

1 La publica el /Iño Teresiano, t. III, pág. 219, conforme a un manuscrito que había en el archivo de nuestro cori vento de Pastrana.

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raentos varios, siguen los pareceres de hombres científicos, tantean una y muclias veces, siempre con solicitud grandísima, el rumbo que sigue aquella nueva luz; huyendo, ante todas las cosas, de asegurar, que es estrella de las que están en el firmamento, lo que puede ser no más, que una leve exhalación, que se encendió en el aire, fl este modo podemos filosofar, que sucede en la Iglesia, llamada Reino de los Cielos. Sucedió tal vez resplandecer entre las oscuridades de nues- tro siglo la virtud de algún sujeto, con especial singularidad, entre el resto de los demás; ¿no habéis notado la facilidad grande con que el vulgo, llevado de la piedad, lo encarece hasta las nubes, y ya le da por santo? Pero la Iglesia, en quien solamente se halla la suprema autoridad para decidir estas causas, no pasa por indicios tan inciertos. Siendo constante, que no ya los ínfimos vapores de la tierra se revisten de tales luces, que parecen estrellas, sino que aun los demonios mismos se transfiguran en ángeles de luz. Por cuyo respecto está determinado, con acierto grande, que para declarar a alguno por santo, se hayan de examinar sus acciones, con averigua- ciones diligentísimas, se tome juramento a los testigos, se pida dicta- men a los príncipes de la Iglesia; y aun los milagros, siendo así que parezcan ser testimonios divinos y oráculos celestiales, también se averiguan mucho. Y por último, valiéndose de ayunos, limosnas y oraciones, se solicita que el mismo Dios, que tiene contadas las estrellas y puesto su especial nombre a cada una de ellas, tenga por bien de descubrir la verdad y señalar cuál debe ser el resplandor de virtudes de aquellos sujetos que en el estrellado cielo de la Santa i/Vladre Iglesia merezca lucir por todas las eternidades. Gozoso está nuestro Santísimo Señor de que ya todas estas diligencias, siguiendo a los antecesores Padres, estén ya cumplidas exactamente de calidad, que con aprobación de los hombres y enseñanza del divino espíritu, está averiguada la virtud de estos cinco, a quienes desean ver con los honores, y llaman con nombre de Santos, el Emperador, reyes, príncipes y repúblicas; ¿pues quién pondrá la menor duda en los mé- ritos de alguno de ellos?

^Isidoro, labrador triunfante y excelentísimo, así por el culto que le tributan los reyes, como por el amparo que él mismo ofrece a las provincias; él cual, en fuerza de su pobreza, arando, sembró tesoros de divina gracia, para comprar la dignidad de Príncipe en la gloria.

x-Ignacio de Loyola, en cuya meditación ardió el fuego divino, que su pecho atesoraba, abrazando con su afecto cuantas provincias se extienden en el mundo, y cuantas edades cuentan los siglos, para extender la cristiandad en todos tiempos y en todas partes, fué ins- tituidor de la Compañía, que armada de virtud y letras, introdujera en los gentiles el nombre de Jesús, y desbaratara, sin sentir, las mal- vadas máquinas de los herejes.

>R más allá de lo que se extiende el mundo se habrá de dilatar el que quisiere numerar las alabanzas que Francisco Javier merece, por el bien que hizo a las naciones; porque habiendo alumbrado con las luces evangélicas las oscuridades del Oriente, se reconoció deber los indios mayores beneficios a los caritativos empleos de los sacerdotes cristianos, que a los benévolos influjos de sus astros; y que aquel

APÉNDICES (133

cielo, que canta la gloria de Dios o la Iglesia católica, es de donde se descubrió el Sol de justicia a los gentiles, que habitaban en medio de mortales tinieblas.

»Teresa, coronada de virginales azucenas, y quebrantando en su propio cuerpo las armas de los apetitos, con mortificaciones volunta- rias triunfó perpetuamente en la Iglesia militante de las valentías de los demonios. Tuvo familiares coloquios con la Sabiduría eterna, y descubrió los secretos divinos. Hubiera logrado la palma de mártir, si el soberano Esposo, enamorado del sacrificio de su virginal pecho, no la hubiera reservado, pa a que sin derramar su roja sangre, restitu- yese sus antiguos verdores Ll Carmelo.

»Por último, el sosiego pacífico e inexpugnable de Felipe Neri, ¿a qué triunfos, conseguidos a costa de batallas, no se aventaja? Apenas se atrevía el infernal en migo a combatir con sus sacrilegas armas co- razón tan defendido de líos y de sus ángeles; porque teniéndole por un castillo de fortaleza celestial, desesperaba de vencerle, y temía que, continuándose las victorias de Felipe, se vería precisado a rendirle nuevos triunfos.

»Pues como todos estos, cuando aun vivían en el mundo, moraban con sus espíritus en la Soberana Patria, ahora que reinan en la gloria, dan con maravillas, que todos los días repiten, a entender al mundo que aun viven en él, y le patrocinan. Por cuya causa, in- clinado nuestro Santísimo Señor a los ruegos de toda la Cristiandad, imagina, que el día presente (clarísimo con los resplandores de San Gregorio), ha amanecido digno de eterna memoria; porque en él pa- rece que el Rey de la gloria, que a estos Bienaventurados los tenía mucho tiempo ha entre sus cortesanos celestiales, gusta de que ya públicamente se propongan a todos los mortales, para que con auto- ridad apostólica los reverencien y sigan sus ejemplos. Mas siendo los juicios de Dios unos multiplicados abismos, ni aun la virtud que- rúbica se atreve a mirar derechamente la inmensa luz del Todopo- deroso. Y así ahora, particularmente, es cuando se debe acudir con toda instancia al Señor, que tiene el principado de los Santos, para que concurriendo las súplicas de la Beatísima Virgen, y de todos los Bienaventurados, y principalmente favoreciendo esta causa los ruegos de los Santos Apóstoles (cuyos cuerpos se reverencian públicamente en ese templo, donde mora la recta Religión), para que la luz divina clarifique e! entendimiento de nuestro beatísimo Padre, y se concluya cabalmente, entre aprobaciones de cielos y de tierra, este negocio, de quien depende ia gloria del linaje humano, el acrecentamiento del di- vino culto y aun los gozos de la bienaventuranza. Esto es en sus- tancia lo que me mandó responder nuestro Santísimo Señor».

Dichas estas razones, bajó Su Santidad teniendo puesta la tiara; se hincó de rodillas junto al sitial y oró un rato, cantándose en el coro las letanías de los Santos, y otras deprecaciones, que concluidas, se restituyó a su trono el Sumo Pontífice. Entonces el sobredicho Cardenal y abogado, propusieron la segunda súplica, en la confor- imidad misma que lo habían ejecutado la primera. R los cuales respondió el propio Secretario lo siguiente:

«No es otra cosa decretarse con autoridad Pontificia aclamaciones

TI ?8

434 APÉNDICES

festivas y renombres de Santos, que publicarlos por príncipes de la gloria y abogados del mundo, haciendo patentes los divinos secretos, las llaves apostólicas. Lo cual es un negocio de tan grandísima im- portancia, que habiendo de concluirle presto nuestro Santísimo Se- ñor, juzga Su Santidad que se deben repetir las oraciones de todo este Principado Eclesiástico y ayuntamiento agregado de varias gen- tes, para implorar la luz del espíritu divino, ñsí me ordenó nuestro Santísimo Señor que respondiese». En acabando de dar esta respuesta, segunda vez bajó de su silla el Papa, y puesta la tiara, se acercó al sitial, donde el cardenal Eesté, que serv'3 de diácono, se volvió al pueblo, y en alta voz dijo: Orad. Y quitando de la cabeza al San- tísimo Padre la tiara, se arrodilló su Beatitud; y acompañado de todos los señores Cardenales y de los demás, hizo oración mental- mente. Luego, el mismo Cardenal diácono, do: «Levantaos». Lo que ejecutado, trajeron los Cardenales asistentes r Su Santidad el ritual, y en alta voz entonó el himno: Vetii, Creator Spiritus, que oyeron de rodillas todos, hasta que la música cantó el primer verso. Dicho éste, tomó el Papa su asiento y prosiguió el coro el himno, perseverando todos en pie; y después del verso: Emitte spiritum tuiím, etc., dijo Su Santidad la oración: Deas, qui corda fidelium, etc. y sentóse.

ñl punto hicieron tercera instancia los que al principio, propo- niendo su embajada y razones, como las dos veces antecedentes. R que el referido secretario del Pontífice respondió como se sigue: «Cielos, escuchad lo que voy a decir y atienda la tierra mis palabras. Nuestro Santísimo Señor, animado con espíritu divino, determina des- de esta elevadísima cátedra de la sabiduría cristiana, constituida por Dios, para oráculo de la Verdad en el mundo, conceder los honores celestiales a ¡estos cinco Bienaventurados, y que Isidro Labrador, Igna- cio de Loyolai y Francisco Javier, españoles, Felipe Neri, florentín, sean escritos en el número de los santos Confesores; y Teresa de Jesús, española, en el de las santas Vírgenes. Sin más tardanza, el mismo cardenal Ludovisio, acompañándole el referido ñbogado, dando a su Beatitud las debidas y muy honoríficas gracias, dijo así: «Beatísimo Padre, el cardenal Ludovisio, que presente se halla, recibe en nombre de la Majestad cesárea, de los reyes y príncipes católicos, la oferta que Vuestra Santidad acaba de hacer, porque le rinde gracias inmor- tales; y en nombre de los mismos le ruega, tenga por bien de des- pachar, en orden a la efectuada canonización, sus apostólicas letras; y a todos y a cada uno de los proto-notarios y notarios, que aquí se hallan, se les pide, que para perpetua memoria formen instru- mento o instrumentos públicos, en que se testimonio de esta so- lemne canonización. Entonces Su Santidad, bendiciéndolos con !a cruz, que hizo con su mano derecha, respondió: «Así lo decretamos». E ins- tantáneamente, uno de aquellos Prelados asistentes, en voz alta leyó la sentencia y decreto que Su Santidad hacía sobre la canonización.

APÉNDICES ^35

DECRETO DE CANONIZACIÓN.

«R honra de la Santa e Individua Trinidad y exaltación de la fe católica y aumento de la Religión cristiana, con la autoridad del mismo Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los Santos Apóstoles Pedro y Paulo y nuestra; habiendo tomado consejo de nuestros hermanos, determinamos y definimos, que los sujetos, de buena memoria, isidro Labrador, Patrón de Madrid; Ignacio de Lo- yola, del lugar de vizcaíno ñzpeitia, fundador de la Compañía; Fran- cisco Javier, de la misma Compañía de Jesús; Teresa de Jesús y Ahumada, natural de Avila, Fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos; y Felipe Neri, florentín. Fundador de la Congregación del Oratorio, son Santos, dignos de ser escritos en el Catálogo de los Santos y comp a tales los escribimos en dicho Catálogo; determinando que todos los años, el día del tránsito de Isidro, Ignacio, Francisco y Felipe, como a confesores, no pontífices; y en el de Teresa, como a solamente virgen, celebre la universal Iglesia sus Oficios devota y solemnemente. Y sobre esto, valiéndonos de la misma autoridad a todos los que verdaderamente penitentes y confesados, visitaren de- votamente los sepulcros de los dichos, cualesquiera años, en los días de sus festividades, concedemos un año y cuarenta días de indulgencias; y a los que hicieren esta diligencia en las octavas de sus fiestas, concedemos cuarenta días».

Al acabar de leer esto, regocijándose todo el concurso y sonando los instrumentos músicos, todo era dar voces de alegríai y hacer reveren- cia a los nuevos Santos. Sin detención alguna, hicieron fuera de la iglesia señal las chirimías, las campanas y muchísimas trompetas. En- tonces también los soldados suizos, de que se formaba la Guardia de Su Santidad, hicieron salva con repetidos disparos; principalmen- te en el castillo de San Angelo se dispararon muchas piezas de arti- llería, en señal de la canonización de los cinco Santos. También se oía por toda la ciudad el sonido alegre de las campanas. Y de todo resultaba excitarse mucho los corazones de cuantos fieles había a alabar y bendecir a Dios en sus Santos. Luego que empezó esta albo- rozada armonía, entonó Su Santidad el Te Deiitn laudamus, que pro- seguido, finalizado por las suavísimas voces de la capilla, el señor Cardenal, que liacía oficio de diácono, entonó este versículo: '<Ovñá por nosotros, Santos, Isidoro, Ignacio, Francisco, Teresa, Felipe». Y res- pondió el coro: «Para que seamos dignos de las promesas de Cristo». Y concluido el verso, dijo el Sumo Pontífice la oración propia de los cinco Santos. Después el Cardenal diácono dijo la confesión y en los lugares que les tocaba nombró a los Santos nuevos, diciendo: Atque Beato Isidoro, Ignacio, Francisco, Thcresiae, Philippo, et ómni- bus Sanctis, etc. Hecho esto, comenzó Su Santidad la Tercia; y mien- tras la proseguía el coro, fué revistiéndose con las ceremonias acos- tumbradas para celebrar la misa solemne. Esta fué de San Grego- rio, Doctor de la Iglesia, con la segunda oración propia de los cinco

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Santos. Fuese prosiguiendo hasta el ofertorio, y entonces sentóse el Pontífice; unos señores Cardenales, que estaban prevenidos para la función, fueron tomando sus ofrendas y presentándoselas a Su San- tidad, observando la atención de besar primero el don aquel que le ofrecía, y al darle besar la mano y las rodillas de Su Beatitud. Los dones fueron, como ahora diremos, y verdaderamente misterio- sos y merecedores de toda reflexión, diez cirios grandes, muy her- mosamente dispuestos y adornados, así con los escudos de los San- tos, como con los del Papa y rey católico. De calidad, que un par de ellos se ofrecía por cada uno de los Santos, cinco canastillos do- rados y en cada uno dos blancas tórtolas, cubiertas con unas redeci- llas de seda, en nombre de cada Santo cada canastillo. Diez grandes panes, los cinco plateados, y dorados los otros cinco; de calidad, que un par de esta diferencia se ofreció en honor de cada Santo. Otros cinco canastillos plateados, que cubiertos con sus redes de seda, guar- daban un par de palomas blancas cada uno, dedicándose en la misma conformidad. Diez pipas de madera llenas de vino y plateadas las cinco, y las restantes doradas, que se presentaron con el orden que los panes. Otras cinco cestillas muy pintadas y adornadas de plata y oro, que debajo de redecillas de seda aprisionaban grande copia de pajarillos. En recibiéndolos Su Santidad, los dio libertad; y volando a lo superior del templo, alborozaron a los presentes.

Los señores Cardenales, por cuyas manos pasaron estas ofrendas, fueron los que se siguen, conviene a saber: por San Isidro ofreció los dos cirios el señor Cardenal de Monte; el Cardenal Pereto los dos panes; el cardenal iVladrucio las dos pipas de vino. Por San Ig- nacio ofrecieron los correspondientes dones los cardenales Millino, Lenio y Cresencio. Por San Francisco Javier, los cardenales jVluto, Sabellio y Valerio. Por Santa Teresa, los cardenales Zollorens, Gerardo y Scaglia. Y por San Felipe, los Cardenales Pignatelli, Scrato y Goza- dino. Asistentes para las ceremonias, fueron el Cardenal de Monte, obispo Portuense, Boncompaño y ñldobrandino. Los abogados que asis- tieron con la incumbencia de cuidar de la función, fueron: por San Isidoro, el abogado Cafarella; por los Santos Ignacio y Francisco, el reverendísimo señor Zambecario; por Santa Teresa, el abogado A\!- llino; y por San Felipe, el abogado Spada. Maestros de ceremonias, fueron el señor Paulo y señor Juan Bautista ñlaleoni, señor Carlos Antonio Vicario y señor Pedro Ciammarucano. Concluido el ofertorio, se prosiguió la misa con las acostumbradas ceremonias; y habiéndose terminado, nuestro Santísimo Señor echó la bendición, y después de publicar Indulgencia, precediendo los señores Cardenales, fue llevado en su silla, y restituido festivamente a su palacio.

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LXXIX

DOCUMENTOS ACERCA DEL PATRONATO DE SANTA TERESA EN ESPAÑA.

LAS CORTES DE 1617, A PETICIÓN DE LOS CARMELITAS DESCALZOS, DECLIRAN A S. TERESA PATRONA DE LOS REINOS DE ESPAÑA (1).

Nos Don Juan de Incstrosa y Rafael Cornejo, escribanos mayores de Cortes, y Ayuntamiento destos Reinos de Su Majestad: Certifi- camos que en la villa de Madrid,^ a veinte y cuatro días del mes de Octubre de mil y seiscientos y diez y siete años, estando el Reino junto en Cortes en una Cuadra alta de palacio, lugar diputado para ellas y a voz de Reino, se leyó en el esta petición:

Jesús María

Fray Luis de San Jerónimo, Procurador general de la Orden de Carmelitas Descalzos: En nombre del Padre General y de toda la dicha Orden, digo que ya V. S. sabe la mucha devoción que a nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, Fundadora desta nuestra Re- forma de Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, tienen todos es- tos Reinos de España y particularmente los de la Corona de Cas- tilla, donde la Santa nació y murió y está su cuerpo incorrupto, y donde fundó tantos monasterios por su propia persona, andando lo más principal de España,, y los muchos milagros que N. S. ha obrado en ellos por su intercesión, por donde todo el mundo le desea ser agradecido y tenerla por su Patrona y abogada, como la han to- mado muchas ciudades, villas y lugares por tal, esperando recebir por su intercesión de Nuestro Señor muchos bienes espirituales y temporales. Y siendo proprio de V. S. honrar y favorecer a los San- tos, y particularmente a los naturales de sus Reinos, parece que viene a propósito que se muestre mucho en honrar a una tan ilustre y grande Santa, tomándola por su Patrona y abogada en nombre de

1 Reproducimos este documento de una copia original hecVia en vitela u artísticamente llu^ minada con variedad de tintas en 1Ó17. Perteneció a la antigua casa generalicia que los Carme- litas Descalzos tenían en la corte. Hoy está en posesión de los mismos religiosos de Madrtd. Véase lo que sobre el particular escribimos en El Monte Carmelo, afio de 1915, página 300. En pro u en contra del Patronato de Santa Teresa se escribió mucho en el siglo XVII. Se creía entonces por muchos que hacer compatrona a la Santa, cedía en menoscabo del patronato del apóstol Santiago.

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SUS Reinos y ciudades, para que interceda con Nuestro Señor por todos ellos, y todos se edifiquen de la devoción de V. S., y con su ejemplo se animen a honrar a la Santa y su Familia de hijos y hijas que hay en las ciudades y lugares más principales de nuestra España, particularmente no habiendo otra santa natural fundadora de Religión, y que ya Su Santidad ha dado licencia que en todos los Reinos de España se rece y diga misa della, que es una gracia muy singular. R V. S. pido y suplico haga este favor y merced a la dicha Orden, que en recompensa della cuidaremos perpetuamente de su- plicar a Nuestro Señor por su prosperidad, conservación y augmento. Fr. Luis de San Jerónimo.

Votó el Reino lo que se verá en lo contenido en la petición, y acordó, por mayor parte, el voto del señor don Hlvaro de Quiñones, que dijo, que al pie de la petición dada por el P. F. Luis de San Jerónimo, en nombre d€ su Religión (que quede escrita en los libros de las Cortes), le parece que el Reino declare la notoriedad de la vida y milagros desta gloriosa Santa, y el nacimiento de gracias que hace a Nuestro Señor de que haya sido servido de que haya nacido en estos Reinos, para que con particular obligación ruegue e interceda a Nuestro Señor por ellos, y ellos queden por esta razón con perpetuo reconocimiento de tenerla por su abogada y Pa- trona. Y del acuerdo que el Reyno en esta conformidad hiciere, se certificación al dicho P. Fr. Luis de San Jerónimo.

En dieciséis días del mes de Noviembre del dicho año, los Se- cretarios de las Cortes dijeron, que estando con el señor Don Fer- nando de Acebedo, Arzobispo de Burgos y Presidente de Castilla, en presencia de unos Padres Carmelitas Descalzos, les dio un papel cerca del acuerdo que el Reino hizo en veinte y cuatro días del mes de Octubre deste año, tomando por Patrona a la Santa JVladre Te- resa de Jesús, para que el Reino le viese y acordase lo que convi- niese. Y habiéndose tratado dello y visto el dicho papel, acordó el Reino, de conformidad, que en veinte y cuatro días del mes de Oc- tubre deste año, a petición del P. Fr. Luis de San Jerónimo, Procu- rador general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, se acordó que se recibiese por particular Patrona y abogada destos Reinos a la gloriosa Madre la Virgen Santa Teresa de Jesús para invocarla y valerse perpetuamente de su intercesión en sus necesidades. Y para que constase de las razones y motivos que tuvieron para resolver ne- gocio de tanta gravedad e importancia, se declarasen al pie de la dicha petición las particulares obligaciones que el Reino tiene para recebirla por tal Patrona, y en su conformidad declara: Que además de lo que debe ser estimada por sus grandes méritos y heroicas vir- tudes con que resplandeció y los muchos y continuos milagros que en confirmación de su santidad ha obrado Nuestro Señor, y obra cada día por esta Santa, como es notorio, no sólo en estos Reinos, sino en los extraños que generalmente participan destos favores, este Reino en particular está reconocido de las mercedes que Nuestro Señor le ha liccho por haberle dado en estos tiempos esta tan santa y pro- digiosa mujer, nacida y criada en Castilla, que tanto ha honrado esta nación, a quien las más remotas y extranjeras estiman y reverencian

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teniendo noticia della, así por sus hijos e hijas, como por sus libros y admirable doctrina. Y preciándose este Reino de que en él diese principio esta bienaventurada Santa a una Reformación tan ilustre de hombres y mujeres, y fuese la primera que comenzase en España este nuevo modo de vida y delic se derivase por tantas partes del mundo, con tan grande aumento de la Religión cristiana y servicio de la santa Iglesia; y teniendo asimismo consideración a lo mucho que trabajó fundando tantos conventos de religiosos y religiosas, con- que dejó ilustrados estos Reinos, honrando con su presencia y fun- dando por su persona en las nobles ciudades de Burgos, Toledo, Se- villa, ñvila. Salamanca, Soria, Segovia, Valladolid, Palencia, y en las villas de Medina del Campo, ñlba, Malagón, Villanueva de la Jara, Beas, Duruelo, Pastrana y otros lugares. Y habiendo hecho en vida obras tan heroicas en tan grande utilidad destos Reinos, cuando partió su alma santísima a recebir el premio de sus trabajos y la palma de su pureza, dejó enriquecida a España con el precioso tesoro de su virginal cuerpo, cuya incorrupción da testimonio de la estima que Dios hace de su esposa, confirmándole con tan prodigiosos milagros como cada día se ven en los que con fe y devoción visitan su santo sepulcro, que está en la villa de Alba; y asimismo, atendiendo al singular favor con que nuestro muy Santo Padre Paulo Papa Quinto ha honrado a la Santa y a estos Reinos, dando licencia para que sea venerada como santa propria, rezando y diciendo JVlisa desta glo- riosa virgen en toda España todos los eclesiásticos, así seculares como regulares; y considerando particularmente, que el motivo que esta bienaventurada Santa tuvo para la gloriosa empresa de la reforma- ción y fundación que hizo de su Orden de Religiosos y Religio- sas, fué para que ayudasen a la Iglesia con su doctrina, oraciones y penitencias (como se hacen en esta sagrada Religión) contra las herejías y falsedades de Lutero, y que por el celo que tuvo de las almas que por sus errores se perdían, la concedió Dios a ella des- pués de su muerte, que fuese particular Patrona y abogada en las causas de la Iglesia contra los herejes, deseando que Dios nuestro Señor conserve estos católicos y cristianísimos Reinos en la integri- dad y pureza de la fe que constantemente han profesado, parecién- dole que a esta gloriosa Santa le corren particulares obligaciones de mirar por ellos, como hija natural nacida y criada en ellos, y de ampararlos y defenderlos con su intercesión en el cielo, como lo pro- curó con sus oraciones cuando vivió en la tierra; en reconocimiento de tan singulares mercedes (de que da a Dios infinitas gracias), la reciben estos Reinos por su Patrona y particular abogada e interce- sora, para obligarla con este voluntario servicio a que particularmente mire por los buenos sucesos y acrecentamientos espirituales y tempora- les de España, y señaladamente alcance de Nuestro Señor conserve estos Reinos en su santa fe católica, y con su intercesión los defien- da y ampare de las herejías, como lo espera. Y para que conste deste Decreto y haya perpetua memoria de cómo para su defensa reciben estos Reinos por tal patrona a la gloriosísima Santa para invocarla perpetuamente en sus necesidades, y pedir a Dios mercedes y mise- ricordia por su intercesión, el Reino mandó se asiente la petición del

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dicho P. Fr. Luis de San Jerónimo en los libros de Cortes, como tiene acordado, y al pie della este Decreto, y que se le certificación del al dicho Procurador general, para que se publique y venga a noticia de todas las ciudades, villas y lugares destos Reinos. Y así lo referido se acordó de conformidad.

Todo lo cual parece por los Libros de las Cortes que quedan en nuestro poder, a que nos referimos. Y para que dello conste, dimos esta firmada de nuestros nombres, y sellada con el sello destos Rei- nos, en la villa de Madrid, a treinta días del mes de Noviembre de mil y seiscientos y diecisiete años.

Juan de Inestrosa y Rafael Cornejo.

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LXXX

CARTA DE S. A\. EL SR. D, FELIPE III (1).

El Rey. Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Ofi- ciales y hombres buenos de la ciudad... Considerando estos mis Reinos juntos en Cortes lo que los ha ilustrado el haber sido en ellos el nacimiento de la bienaventurada virgen Santa Teresa de Jesús, su admirable y santa vida y dichosa muerte, dejándolos en- riquecidos con el tesoro de sus reliquias, que con tanta entereza se con- servan, y las grandes maravillas que Nuestro Señor obró con ella, sus muchos y calificados milagros, el gran fruto que se conoce en las plantas que en su Religión se crían, y lo que se va extendiendo su devoción en las naciones extranjeras; y siendo justo que la suya se aventajase con particulares demostraciones, han acordado recibirla por su Patrona y abogada después del Apóstol Santiago para invocarla y valerse de su intercesión en todas sus necesidades. Y nuestro muy Santo Padre, a mi instancia y suplicación, también se ha querido mos- trar por su parte expidiendo su Breve para que en todos mis Reinos de España se pueda rezar y decir misa de esta bendita Santa, en que parece obra Nuestro Señor por todos caminos para que su de- voción se extienda; y por ser muy particular la que yo tengo, y lo que deseo que en todos mis subditos se asiente la misma, os he querido avisar de esto, y mandaros, como lo hago, publiquéis y ha- gáis notorio en esa ciudad lo uno y lo otro, y con demostraciones de gozo y regocijo, que ordenaréis se hagan en 5 de Octubre, que es el día del glorioso tránsito de esta bienaventurada Santa, la admi- táis y recibáis por Patrona y abogada con el aplauso que se le debe, en que me tendré de vosotros por servido-, y en que me aviséis como lo habréis puesto en ejecución. De San Lorenzo el Real, a 4 de ñgosto de 1618. Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro señor, Juri^e de Tobar.

1 En virtud del precedente acuerdo tomado en Cortes, el Rey escribió esta carta a todas las ciudades u villas de España para que lo pusieran en ejecución.

^{42 APENOICl-S

LXXXÍ

CflRTft DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES AL CONDE DE OiMATE ACERCA DEL PATiíO- NATO DE SANTA TERESA (1).

Dos veces ha votado el Reino, junto en Cortes, por su oatrona y abo- gada a la Santa Madre Teresa de Jesús, y serále de gran consuelo que Su Santidad lo confirme. Ofrécense algunas coníradiciones, en que quizá el cielo no será menos pío; pero como es casi universa] la devoción de estos reinos a tan gran Santa, justamente podemos se- guirla y asentarla con nuestro oficios. Escribo sobre esto a los señores cardenales Pío y Torres; pero V. S. lo ha de favorecer en todas par- tes, como devoto de la Santa y señor mío.

Suplicóle a V. S. muy de veras, y quiero que sepa, que casi desde que nací la tengo por abogada, y gran confianza en su protección; y que por lo menos, ya que de mi cosecha no puedo ofrecerle cosa buena, he de poner a cuenta de la Santa, lo que debiere a V. S. en esta ocasión, que ella es tal, que nos pagará bien a todos.

Y yo estimaré esta deuda con particular reconocimiento.

Dios guarde a IV. S. como deseo.

Madrid, 27 de Marzo de 1627.

De letra del Conde: El Rey es hijo de Santa Teresa, y rodos sus esclavos.

Con que V. S. me solicitará a mx si yo rae descuidare, que no haré, Don Gaspar de Guzmán.

1 Cft. ñño Tercsiano, t. 111, p. 383.

APÉNDICES 443

LXXXII

CARTA DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES AL CARDENAL TORRES SOBRE EL PA- TRONATO DE SANTA TERESA (1).

Ilustrísinio y reverendísimo señor: Será gran consuelo para estos reinos que Su Beatitud confirme por patrona de ellos a la santa Madre Teresa de Jesús, como lo han votado dos veces, juntos en Cortes.

Y si bien se ofrecen contradiciones con celo, quizá no menos pío, vienen a ser tan particulares, que espero cesarán con la aprobación de Su Beatitud al concurso universal d<¿ los que deseamos merecer con devoción y confianza la protección de tan gran Santa.

Yo soy devoto suyo y de su Religión casi desde que nací, y cada día debo a Madre y a liijos mayores demostraciones de que me valen y favorecen con Dios en todas mis necesidades.

La Santa desea en el cielo lo que hubiere de ser mayor gloria de Dios, honra de sus escogidos y bien de estos reinos.

La declaración de Su Beatitud ha de ser ley de lo que en la tierra debemos desear en esta materia.

Entre tanto que llega, manifiesto yo a V. S. I. mi devoción y el afecto común de España.

Suplico a V. S. L lo favorezca en todo, que digna es la causa de la piedad de V. S. L; y en su aprobación y amparo cualquier suceso acrecentará en nuestros ánimos veneración y consuelo, y a mi me serán de particular estimación los oficios que espero de la merced que V. S. L me hace.

Dios guarde la ilustrísima persona de V. S. I. con toda prosperidad.

Madrid, 27 de Marzo de 1627.

De su letra: Yo soy hijo de mi Santa Madre; y lo que es más, y el todo. Su Majestad, Dios le guarde; con que he dicho a V. S. I. cuanto puedo.

Besa la mano de V. S, I. su mayor servidor, Don Gaspar de Quzmán.

1 /Iño Teresiano, t. III, p. 5'á'i.

4M * APÉNDICES

LXXXIII

OTRA CARTA OEL CONDE-DUQUE AL CARDENAL PIÓ SOBRE EL MISAIO ASUNTO (1).

Ilustrísimo y reverendísimo señor: Los reinos de Castilla y León, juntos en Cortes, han votado dos veces a la santa madre Teresa de Jesús por Patrona y Abogada suya; y aunque este acto de devoción y culto particular de tan gran Santa se ve que será agradable a Dios y a ¿us escogidos, y los de España tendrán gloria accidental de que los que caminamos a los que ellos gozan, procuramos merecer la pro- tección de mujer tan heroica con particulares votos y pía veneración y confianza, no han faltado contradicciones de las que causa nuestra flaqueza; y como también descubren piedad y celo, es más debido que los devotos de la Santa Madre, que sólo deseamos lo que Su Bea- titud tuviere por más conveniente al bien espiritual de estos Reinos, manifestemos nuestros afectos, y los pongamos a los pies de Su Bea- titud y en el pecho de V. S. I. para que los favorezca.

Creo, sin duda, que será de gran consuelo para todos, que el voto de estos Reinos se confirme, porque su devoción a Santa Teresa es general y afectuosísima.

Y se la tengo desde mi niñez y gran confianza de que me es in- tercesora con Dios para que me salve; de justicia le debo esta con- fesión, y suplicar a V. S. I. honre a la Santa con su piedad y a estos Reinos con sus oficios, y a en la parte que espero de acción tan devota. Dios guarde la ilustrísima y reverendísima persona de V. S. L con toda prosperidad.

Madrid, 27 de Marzo de 1627.

De su letra: El Rey, Dios le guarde, es hijo de nuestra santa Ma- dre, con que no tengo que añadir a V. S. I. en este particular; -y los demás somos sus esclavos.

Ilustrísimo y reverendísimo señor: besa la mano a V. S. L su mayor servidor, Don Gaspar de Guzmán.

l Jlño Terasidrio, i. 111, p. 565.

APÉNDICES

445

LXXXIV

BREVE DE URBANO VIH CONFIRMANDO EL PATRONATO DE SANTA TERESA SOBRE

ESPAÑA APROBADO EN CORTES. (21 de Julio de 1627) (1).

Domini nostri Jesu Christi qui servos et ancillas suas aetcrnae glo- riae pracmio donat in coelis, vi- ccs quamquam immeriti gerentes in tcrris, ex injuncto Nobis Pastora- lis officii debito procurare tenemur, ut eorumdem servoruní, et anclUa- rum Christi dcbitus honor, et ve- neratio in terris in dies magis pro- moveatur, et laudetur Dominus in Sanctis suis. Quamobrem Christi fi- delium ad eorumdem Sanctorum pa- trocinium confugientium vota, ut op- tatum sortiantur effectum, ad exau- ditionis gratiam libenter admitti- mus, ac desuper ejusdem officii par- tes propensis studiis impendinius, prout conspicimus in Domino sa- lubriter expediré.

Sane dilecti filii Syndici, seu Procuratores Regnorum Coronae Castellae nobis nuper exponi fcce- runt, quod ipsi attente consideran- tes, quot, et quanta meritis, et in- tcrcessione Sanctae Theresiae de Jesu praepotens Deus illis contule- rit, et in dies conferat beneficia, quamque Regna pracdicta illius vi- tae sanctimonia, ac quae Dominus per eam operari dignatus cst, mi-

Teniendo Nos en la tierra, aunque indignos, las veces de nuestro Se- ñor Jesucristo, que corona con pre- mio de gloria eterna a sus sier- vos y siervas en el cielo; por el oficio pastoral que nos está en- cargado, nos corre obligación de procurar que se acreciente más ca- da día en la tierra la honra y veneración debida a los mismos siervos y siervas de Jesucristo, y que sea Dios alabado en sus santos.

Por tanto, para que los ruegos de los fieles de Cristo que se aco- gen al patrocinio de los mismos santos consigan el efecto deseado, de buena gana les hacemos gra- cia de oír sus peticiones, y con ínti- mo afecto les comunicamos las par- tes del dicho nuestro oficio, según que vemos convenir saludablemente en el Señor.

Los amados hijos procuradores de los reinos de la corona de Cas- tilla, ahora de nuevo nos hicieron relación, que considerando ellos atentamente los innumerables be- neficios que la Divina Majestad les ha hecho y hace cada día por los méritos e intercesión de Santa Te-

1 Véase el Mño Teresiano, día 21 de Julio.

^46

APÉNDICES

raculis, nec non etiam fundationc tot Monasteriorum, tam virorum, quam mulierum Ordinis B. Mariae de Monte Carmelo discalceatorum iiuncupaíorum, in quibus primitivae dicti Ordinis Regulae Observaníia máxime floret, per eam instituto- rum, illustrentur; idcirco, et alias ob singiilarem, quem erga S. 1/he- resiam gerunt dcvotionis affectum, in Comitiis, seu Parlamento dicto- rum Regnorum ultimo loco habito eamdem S. Theresiam in pra¿ci- puam Regnorum Coronae hujus- modi Patronam, et Hdvocatam ele- gerunt, prout in decreto desuper emanato plenius dicitur coníineri. Cum autem, sicut eadem exposi- tio subjungebat, Syndici, seu í--ro- curatores praedicti plurimum cu- piant jelectionem ,hujusmodi, ¡quo fir- ma perpetuo subsistat, Nostro, et hujus Sanctae Sedis ñpostolicae pa- trocinio communiri; Nos Syndico- rum, seu Procuratorum eorumdem pietatem, et Consilium hujusmodi plurimum in Domino commendan- tes, illosque specialibus favoribus, et gratiis prosequi volentes, et eo- rum singulares personas a quibus- vis excommunicationis, suspensionis, et interdicti, aliisque ecclesiasticis sententiis, censuris, et poenis a jure vel ab homine, quavis occasione, vcl causa latis, si quibus quomodo- libet innodatae existunt, ad cffe- ctum praesentium dumtaxat conse- quendum harum serie absolventes, et absolutas fore censentes, suppli- cationibus tam carissimi in Christo filii nostri Philippi Hispaniarum Regis catholici quam eorumdem

resa de Jesús, y cuan ilustrados están los dichos reinos con la san- tidad de su vida, con los grandes milagros que se ha dignado el Se- ñor de obrar por ella, con la fun- dación de tantos monasterios de hombres y mujeres de la Orden de Nuestra Señora del Carmen de Descalzos, y en que tanto florece la observancia de la Regla primitiva de la dicha Orden, de cuya refor- mación ella fué la autora; por esto, y por la gran devoción que tienen a la misma Santa Teresa, en las últimas Cortes de los dichos rei- nos, eligieron por patrona y abo- gada de los reinos de la tal coro- na, como consta del decreto hecno sobre esto, donde más a la lar- ga nos dicen se pone el hecho.

Y porque, como la dicha relación añadía, los dichos procuradores de Cortes tienen gran deseo para que la dicha relación sea firme y per- petua, que le apliquemos al patro- cinio nuestro y de esta Santa Se- de apostólica: Nos, alabando mu- cho en el Señor, la piedad y acuer- do presente de los dichos procu- radores y queriéndoles hacer espe- ciales favores y gracias, y absol- viéndoles a ellas, y a cada una de sus personas, para efecto de con- seguir tan solamente la presente gracia, de cualesquiera sentencias, censuras y penas eclesiásticas, de excomunión, suspensión, entredicho, y otra cualesquiera por derecho o especial persona, con cualquiera ocasión o causa puesta, si acaso están con ellas ligados, inclinán- donos a los ruegos, que de nuevo

APÉNDICES

447

Syndicorum, sen Procuratorum no- mine Nobis super hoc humiliter por- rectis inclinati, de Ven. Fratrum nostrorum S. R. E. Cardinalium sa- cris Ritibus praepositorum Consilio, eicctionem praedictam, ac desuper emanaium Decretum hujusmodi, Apostólica auctoritate, tenore prae- sentium, perpetuo approbamus, et confirmamus, illisque inviolabilis Apostolicae firmitatis robur adji- cimus, atque omnes, et singulos tam juris, quaní facti dcfectus, si qui de- super quomodolibet intervenerint, supplemus: utquc in posterum ea- dem Sancta Teresia ab ómnibus, et singulis eorumdem Regnorum pcr- sonis, tam saecularibus, fet ecclesias- ticvs, quam regularibus, ut talis Pa- trona, cum ómnibus, et singulis pri- vilegiis, gratiis, et indultis, simili- bus Patronis competentibus, seu alias concedí solitis, sine tamen praejudicio, aut innovatione, vel di- minutione aliqua Patronatus S. Ja- cobi Apostoli in universa Hispania- rum Regna, liaberi, et reputari, at- que ita ab ómnibus, ad quos spe- ctat, observari deberé eíiam perpe- tuo statuimus, praecipimus, et man- damus: Decernentes nihilominus ir- ritum, et inane quidquid secus su- per his a quocumque quavis auctori- tate scienter, vel ignoranter contl- gerit attentari. Non obstantibus Constitutionibus, et Ordinationibus Apostolicis, caeterisque contrariis quibuscumque. Volumus autem, quod praesentium transumptis letiam impressis manu alicujus Notarii pu- blici subscriptis, et sigillo alicujus personae in dignitatc ecclesiastica

humildemente se nos han propues- to, asi en nombre de nuestro muy amado hijo en Cristo Filipo, cató- lico rey de las Españas, como de las dichas Cortes, de consejo de nuestros venerables hermanos los cardenales de la Santa Iglesia de Roma, deputados para los sacos Ritos, aprobamos y confirmamos, con autoridad apostólica, la dicha elección y decreto sobre ella he- cho, y le damos fuerza de firmeza apostólica, y suplimos todos y cua- lesquier defectos, así de hecho como de derecho, si acaso, alguno por algún camino en ello hubiese ha- bido.

Y estatuimos, y icón precepto mandamos, que de aquí adelante, para siempre jamás, todas las per- sonas de los dichos reinos, así se- glares y "eclesiásticas, como regula- res, tengan y reputen a la dicha Santa Teresa por tal patrona, con todos, y cada uno de los privile- gios, gracias e indultos competen- tes a tales patronos, o que de otra manera se acostumbra concederse, y que así lo deben observar aque- llos a quien toca, «sin perjuicio o innovación alguna del patronato de Santiago apóstol en todos los reinos en España».

Y juntamente declaramos por írrito, y de ningún valor cualquie- ra cosa, que de otra manera, acer- ca de esto, con cualquiera autori- dad, a sabiendas o con ignoran- cia, acaso por alguno fuere inten- tada; no obstante otras cualesquie- ra constituciones y ordenaciones apostólicas en contrario.

nm

APÉNDICES

constitutae munitis eadem prorsus fides adhiberetur, ac si litterac ori- ginales forent exhibitae, vcl osten- sae.

Datum Romae apud S. Mariam Majorem sub annulo Piscatoris, die 21 Julii 1627. Pontificatus nostri anno IV. V. Theaün.

Y queremos qu€ a los traslados de las presentes, aunque sean im- presos, firmados de mano de al- gún notario público y autorizados con sello de alguna persona cons- tituida en dignidad eclesiástica, se les en todo la misma fe que se dierai a las presentes, si se exhibie- ran y mostraran.

Dado en Roma en Santa María la Mayor, con el ñnillo del Pes- cador, a 21 de Julio de 1627, en el año cuarto de nuestro pontifi- cado.— Vulpio teatinense.

APÉNDICES ^49

LXXXV

CARTA DEL SR. D. FELIPE IV (1)

El Rey.— Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Ofi- ciales y hombres buenos de la ciudad... Estos mis Reinos reci- bieron por Patrona a Santa Teresa de Jesús, natural de ellos; y S. S. también se la ha dado por tal por su Breve, cuya copia se envía con ésta. Y por la particular devoción que yo la tengo, y lo que estimo que a la bienaventurada Santa se acabe de perfeccionar en mi tiempo el servicio que mis Reinos comenzaron a hacerle antes de suceder yo en ellos, os mando la recibáis por tal Patrona, y que en las necesidades que se ofrecieren la invoquen por tal; pues de tan grande Santa, tan favorecida de Nuestro Señor, y que tan de veras debe asistir a su patria, podemos esperar alcanzará para ella felices sucesos. Y para dar principio a esta invocación, daréis orden que el día de su fiesta, que será a 5 de Octubre, o en un|o de los de su octava, se le haga una procesión solemne, que vaya al Mo- nasterio de frailes Carmelitas, si le hubiere en esa ciudad; y no le habiendo, al de Monjas de la misma Orden; y en falta de uno y de otro, a la iglesia que pareciere más a propósito, solemnizando en lo espiritual esta fiesta todo cuanto se pudiere, sin mezclar con ella nin- guna seglar o profana por ningún caso. Y para lo que fuere nece- sario acudiréis vos el mi Corregidor de esa ciudad al Rev. en Cristo Padre Obispo de ella, a quien escribo sobre esto, para que os ayude, y avisarme eis cómo se habrá puesto en ejecución, que en ello me ser- viréis. De Madrid, a 28 de Septiembre de 1627. Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro señor, Antonio Alosa Rodar.

1 Por la oposición que se hizo al patronato de la Santa en España, pretextando que mien- tras no fuese canonizada no podía dársele tal título, no tuvo efecto el acuerdo de las Cortes de 1617. Las de 1026 volvierjjn a declararla Patrona del Reino, ij tal acuerdo fué confirmado por Urbano VIII, si bien luego sf revocó a petición de los que defendían el patronato de Santiago. ¡Como si no pudiera tener la nación dos patronos!

n 29

450 APÉNDICES

LXXXVI

CaRTfl DE LA M. BEATRIZ DE JESÚS, SOBRINA DE LA SANTA A D. FRANCISCO DE QUEVEDO SOBRE LA CUESTIÓN DEL PATRONATO (1).

Jhs. María. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced, cuyo papel recibí ayer muy tarde, que no pude responder. Hame dado mucha pena el que la hayan dado a vuestra merced con el papel que me había dicho don Manuel Sarmiento (2) ; que aunque vuestra mer- ced nos la dio primero con el suyo, no son estas cosas de venganzas, sino causa de Dios nuestro Señor; y la misma grandeza della da bien a entender que no fueran bastantes todas las criaturas del mundo para moverla. Y esté vuestra merced cierto, y todos los que lo contradicen, que este Breve de ahora (3) (no trato del pasado), no lo negoció ni pidió ■la Religión; que ahora, ya que está en este estado, deja que vaya ade- lante. Muchas personas graves y desapasionadas lo aconsejan; mas esto, señor, no es haciendo agravio a nadie, ni era buena manera de obligar a Dios nuestro Señor el ofenderle.

Bien puedo afirmar, y jurar si fuera necesario, que el papel que vuestra merced dice le han dado (^), no es de ningún religioso de mi Orden; que ayer me dijeron los que vinieron! a confesar que con una cu- bierta y sin firma les dieron uno. Esto crea vuestra merced, como el ser cristiano, que ansí me lo afirman. Y pues vuestra merced lo es, y tan desengañado como muestra en sus palabras, deje este negocio a Dios, que más quiere su divina Majestad al glorioso Santiago que vuestra mer- ced y ftodos los que traen su hábito;, y más poderoso es que todos ellos, y podrá hacer lo que quisiere, sin haberlos menester; y no creer esto ansí, es falta de fe. Y también mira Su Majestad por la honra de la San- ta, que se lo prometió ;j y yq a vuestra merced, que no deseo sino que se haga la voluntad de Dios. Y sabe este señor que me entristeció este pa-

1 Sabido es que uno de los que más se opusieron al Patronato de Santa Teresa en Es- paña fué Quevedo, no por falta de devoción a la indita Reformadora, sino porque creía que se menoscababa con esto la veneración y confianza en el glorioso Apóstol. Esta cuestión dio motivos a vivas discusiones. Esta carta, modelo de entereza y devoción a la causa de su santa Tía, debió de escribirla en 5 de Marzo del año 1028, siendo Priora de las Carmelitas Descalzas de Madrid.

2 D. Manuel Sarmiento de Mendoza, canónigo magistral de Sevilla ij grande amigo del Conde-Duque.

3 De Urbano VIII, que lleva fecha de 27 de Septiembre 1627.

4 Liras, a lo que parece, del P. Gaspar de Stn. María, que las publicó con el pseudónimo de D. Valeriano Vicencio en pro del Patronato de Santa Teresa. La Carta de In M. Beatriz, junto con estas líneas u otros documentos curiosos, pueden leerse eu el tomo 48 de la Biblio- teca de Hutotes Españoles, de Rivadeneyra.

APÉNDICES 451

tronazgo, y es la Santa mi madre y mi tía; mas no había menester esta honra, que le ha dado nuestro Señor mucha; y si quiere que éste vaya adelante, poco le impedirán las criaturas, sino que le ofenderán en no lo dejar en sus manos.

Esto deseo yo que hagan todos, y ¡que guarde Su Majestad a vuestra merced con los augmentos que puede dar. De las Descalzas Carmelitas, hoy 5 de KíZíxzo. —Beatriz de Jesús. R D. Francisco de Quevedo, que nuestro Señor guarde, caballero del hábito de Santiago.

^2 APÉNDICES

LXXXVII

INFORME DE LA COMISIÓN ESPECIAL ECLESIÁSTICA.

Señor: La comisión especial eclesiástica ha examinado el memorial del Prior y Comunidad de Carmelitas descalzos de esta plaza de 21 de ñbril próximo, y los documentos auténticos que le acompañan. En él se expone que las Cortes de 1617, junto con el Sr. D. Felipe III, eligieron y votaron a Santa Teresa de Jesús por Patrona y abogada de estos Reinos después del Apóstol Santiago, para invocarla y valerse de su intercesión en todas sus necesidades. Esto lo acreditan con copia de una carta del Presidente de Castilla al Corregidor de Cádiz fecha en 18 de ñgosto de 1618, en que, acompañándole el decreto de las dichas Cortes, le encarga que la reciba esta ciudad y su jurisdicción por Patrona, y que haga esfuerzos para que el Rev. Obispo y Cabildo hagan por ello demostraciones públicas de alegría. Exhiben también otra carta de Felipe III a la ciudad, en que dándole cuenta del dicho acuerdo de aquellas Cortes, añade que S. S., deseando cooperar al deseo de la nación, había expedido Breve para que en estos Reinos se pudiese rezar y decir misa de esta gloriosa Virgen, que se hallaba sólo beatificada.

Mas no habiendo tenido efecto este acuerdo de las Cortes, como aparece de una carta del secretario Jorge de Tobar a este Ayuntamien- to, fecha en 24 de Septiembre del mismo año, en que le dice que S. M- por justas causas mandaba que el recibirla por Patrona y hacer por ello fiestas cesase de todo punto hasta que S. M. mande otra cosa, las Cortes de 1626, después de canonizada la Santa, la declararon nuevamente Patrona de España, cuyo decrel:o confirmó el Papa Ur- bano VIII en su Bula expedida en 21 de Julio del año siguiente, y circulada con el decreto de las Coí-tes a todo el Reino por el Sr. Fe- lipe IV, en 28 de Septiembre del mismo, añadiendo el Rey: «Os mando la recibáis por tal Patrona, y que en las necesidades que se ofrecie- ren, la invoquéis por tal; pues de tan grande Santa, tan favorecida de Nuestro Señor, y que tan de veras debe asistir a su patria, podemos esperar alcanzará para ella felices sucesos».

Este mandato fué obedecido con general aplauso en toda la nacióii, o en la mayor parte de ella, como consta del testimonio del secre- tario Juan Ortíz de Zarate, cuya copia obra también en el expediente.

1 Únicamente a titulo de información publicamos este extenso alet.'íito, que la Con;i-.ión nombrada por las celebérrimas Cortes de Cádiz hizo para informar sobre la instancia hecha por los Carmelitas Descalzos de aquella ciudad, pidip'ido que los diputados allí reunidos declarasen patrona de Espafia n Santa Teresa. Algunas frases de estp informe se entenderán fácilmente conociendo las tendencias político-religiosas de aquella asamblea.

APÉNDICES ¡ioS

A pesar de esta voluntad tan decidida de toda la nación, el Ca- bildo de la Santa Iglesia de Compostela, no contando con los repre- sentantes de los Reinos, y sin obtener venia del Rey, acudió a Roma, y alegando que Santiago era el único Patrón de España, pudo con- seguir la revocación o suspensión de aquel Breve por un decreto que circuló él mismo a algunos cuerpos y personas que apoyaron su pre- tensión, como consta de la carta de su Cabildo, que aquí se exhibe.

De este que el Rey miró como un verdadero desaire, se desenten- dió S. M. por razones políticas, fáciles de entender al que sepa la historia de aquel reinado; no insistiendo en que se llevase a efecto la resolución de las Cortes, como pudiera haberlo hecho sin menos- cabo del respeto debidoi a la Silla Apostólica, así por haber circulado ya la Bula de S. S., confirmatoria del voto, como por otras razones que se dirán luego.

Para prueba de que en la Nación y en sus Reyes, aun después de aquella suspensión, vivía el deseo de cumplir su voto, se alega en el Memorial la cláusula sexta del codicilo de Carlos II, en que pro- testando haber deseado toda su vida que tuviese efecto el compatro- nato de Santa Teresa a favor de estos Reinos, encarga a sus suce- sores lo dispongan como medio para que alcancen grandes bienes por su intercesión. Que este deseo subsista aun en la Nación, lo indica, entre otras pruebas, una proposición que hizo en el Congreso el día 3 de Septiembre del año anterior, por especial encargo de su Provincia, el Sr. diputado de Guatemala, D. Antonio Larrazaban, en que recor- dando las dichas palabras de Carlos II, pide que se cumpla aquel voto de la Nación en estas Cortes tan solemnes y generales.

Fundado el Prior y Comunidad de Carmelitas en estos hechos y documentos, y alegando que el Patronato de Santa Teresa de ningún modo puede disminuir la gloria que por tan justos títulos se debe al Apóstol Santiago, pide a V. M- que haga valer la dicha resolución de aquellas dos Cortes, declarando que Santa Teresa es Patrona de estos Reinos, y como tal debe ser venerada e invocada.

Añaden que la razón alegada a favor de este Patronato en las Cortes de 1617, de ser la Santa Patrona y abogada en las causas de la Iglesia contra sus enemigos, tiene una nueva fuerza en esta época en que nuestros pérfidos invasores a los estragos de la inva- sión añaden las semillas de la impiedad. Por último, recuerdan que este beneficio de V. M., aun mirado con respecto a la Orden fundada por Santa Teresa, sería un perpetuo testimonio que inmortalizase la hon- ra que le ha hecho V. M. habiendo elegido su templo para dar gra- cias a Dios por haber sancionado la Constitución de la Monarquía.

La Comisión, además de haber examinado este memorial, y los documentos que justifican su contexto, ha procurado reunir otros para que aclarada, cuanto es posible, la justicia de esta solicitud, pudiese dar sobre ella un dictamen acertado. Desde luego halla ser cierto que el Reino en las Cortes del año 1617, y en las de 1626 votó por su Patrona y abogada a Santa Teresa de Jesús. Acredítanlo, ade- más de los testimonios presentes, tres carias del Conde Duque de Oli- vares, escritas en Madrid a 27 de Marzo, una al Conde de Oñate, embajador de España cerca de S. S., otra al Cardenal de Torres, y

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otra al Cardenal Pío, en que pidiéndoles su mediación para obtener la Bula de Urbano VIII sobre el rito de la santa Virgen como Patro- na elegida por estos Reinos, afirma que dos veces la habían votado por tal juntos en Cortes. Consta, pues, que el voto repetido de nuestras Cortes a favor de este patronato, y la Bula de Urbano VIII de 1627 que le aprobó, declarando el rito de la santa Virgen como Patrona, son anteriores al año 1630, en que la sagrada Congregación de Ritos, con aprobación de Alejandro VII, estableció tres reglas que debían dirigir en adelante la elección de Patronos. Estas reglas eran, que sólo se eligiesen por Patronos santos canonizados; que se hiciese esta elección por los representantes del Pueblo, de la Provincia, o del Reino, autorizados para ello, y con anuencia del Obispo y del Clero; y que estas elecciones debiesen ser aprobadas y confirmadas por la dicha Congregación. Ninguna de estas reglas obligaba al tiempo en que la Nación hizo el voto; porque, como observa el Papa Benedicto XIV, las palabras ¿n posterum, de que usa este decreto, denotan que su observancia sólo debía entenderse desde el día en que se publicó. Indica esto la Comisión, porque le ha de servir luego para demos- trar que las dichas Cortes procedieron en este voto legítimamente, aun cuando al tiempo de celebrarse las primeras no estuviese canoni- zada la santa Virgen, cuya circunstancia exigió después y para en ade- lante la sagrada Congregación; por cuya causa no hubo dificultad en que Urbano VIII confirmase esta elección; al revés de lo que su- cedió con el Patronato de San José pedido para España por Carlos II en el año de 1679; cuya petición dejó de ser confirmada por la Silla Apostólica, no porque perjudicase al Patronato del Apóstol Santiago, como alegó el Cabildo de Compostela, pues este óbice estaba ya disuelto por Inocencio XI, que declaró en 15 de Noviembre de 1679 entenderse dicha elección sin perjuicio de aquel Patronato, sino por haberse hecho entender a la Congregación de Ritos que no intervino en aquella gestión del Rey el consentimiento de estos Reinos; condi- ción prescrita igualmente por la Congregación de Ritos en el decreto de 1630. Por esta misma razón el Consejo Real, en consulta de 5 de Agosto de 1702, oponiéndose a que el Rey por solo, como quería, nombrase Patrón de España a San Genaro, sienta como principio que el Rey no puede, sin el asenso del pueblo, elegir ningún Patrón ni Protector del Reino. Esta es la causa de que Carlos III no hubiese nombrado por solo Patrona principal de España a la Santísima Vir- gen en su inmaculada Concepción, aguardando a que la proclamasen, como la proclamaron, tal Patrona y Abogada especial las Cortes ce- lebradas al principio de su reinado.

Al Patronato de Santa Teresa, votado por la nación en tiempo de Felipe III, el año 1617, se opusieron D. Pedro Vaca de Castro, Arzobispo de Sevilla, D. Juan Beltrán de Guevara, y algunos otros prelados, alegando dos razones: primera, no estar aun canonizada; se- gunda, no ser este Patronato compatible con el del Apóstol Santiago. Mas el no estar canonizada Santa Teresa no debió ser obstáculo del Paíionato, no habiendo aun resuelto nada en contrario la Silla Apos- tólica; por cuya causa, como dice Benedicto XIV, antes del decreto de 1630, los pueblos y los reinos elegían libremente por Patronos

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a Santos solamente beatificados. Y cita, entre otros ejemplos, el de San Isidro Labrador, que no habiendo sido canonizado hasta 12 de Marzo de 1622, tres años antes, en el de 1619, fué declarado Patrono de Madrid, y como a tal le concedió rezo propio con octava la Santa Sede; y el de San Pedro de Alcántara, que siendo Beato el año de 1622 fué declarado Patrón de la Provincia de San José; y el de San Andrés Avelino, que en 1625, siendo Beato, fué declarado Protector de Ñapóles y su Reino (1). Aun después de aquel decreto de la Congrega- ción de Ritos han sido nombrados Patronos de pueblos y de rei- nos santos igualmente beatificados. Muchos alega Benedicto XIV. Baste por todos el de Santa Rosa de Lima, que siendo beatificada por Cle- mente IX, fué elegida Patrona universal, principal y singular de todo el Reino del Perú, y más adelante de todas las provincias, islas. Reinos y regiones del continente de ambas Américas, y de las Islas Filipinas, y de las Indias, con todas las prerrogativas que se deben a los Patronos principales, como lo dice el mismo Clemente IX en su Constitución Ortodoxoru/n, de 2 de Enero de 1669, y Clemente X en su Bula Sacrosancti, de 11 de Agosto de 1670. Tampoco era incompa- tible este Patronato, como se suponía, con el del Apóstol Santiago; y por lo mismo no debió impedir el cumplimiento del voto, como se verá luego, y en efecto no lo fué para que canonizada Santa Teresa, desatendiendo el Reino aquella primera reclamación, votase segunda vez su Patronato en las Cortes de 1626.

Publicado este segundo voto de las Cortes, y circulada por el go- bierno a las iglesias, ciudades y villas de estos reinos, así la deter- minación del Congreso como la Bula de Urbano VIII, que declaraba los privilegios del rito eclesiástico que correspondían a Santa Teresa como a tal Patrona, contestaron los Prelados, Cabildos y Ayuntamien- tos haber dado cumplimiento al voto de la Nación, y a la Bula de S. S., haciendo a su consecuencia fiestas solemnes a la nueva Patrona de España, manifestando los pueblos su gozo por medio de regocijos públicos y otras demostraciones.

No bien habían pasado dos años, cuando se interrumpió este Pa- tronato en virtud de un oficio que circuló el Cabildo de Compostela a las ciudades y villas de estos reinos, anunciando haberse revocado el Breve de S. S. por un nuevo decretq o sentencia. La Comisión no al- canza el verdadero origen de esta novedad, aunque sospecha haber dado motivo a lella la instancia hecha por el dicho Cabildo, sin noticia del Rey, y menos de las Cortes que ya no existían. Por lo menos no ha llegado a sus manos documento contrario de nuestro Gobierno, ni menos le consta que hubiese Decreto o Bula de la Silla Apostólica que derogase la anterior confirmatoria de Urbano VIII. Porque lo que dijo el Consejo Real en la citada consulta que en el Reino no se apre- ciaron aquellas órdenes reales, esto es, no se obedecieron, es tan ajeno de verdad, como la fábula que da por cierto de que en Toledo, que- riendo la ciudad publicar el voto, se erró el acuerdo y el pregón, declarando Patrona en vez de Santa Teresa a Santa Leocadia. Porque

1 De Beatiñc, lib. IV, c. 14, n. 3.

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esta Santa mártir no necesitaba de esta equivocación, que se pinta como milagrosa, para ser Patrona de Toledo, constando que lo era ya desde tiempos muy remotos, como se ve en los breviarios y otros monumentos antiguos de aquella iglesia.

Traslúcese no obstante que la oposición manifestada en tiempo de Felipe III so color de no estar canonizada Santa Teresa, continuó en tiempo de Felipe IV bajo otros títulos, que aunque no menos in- fundados, bastaron para frustrar el voto del Rey y de toda la Na- ción en un negocio por una parte muy claro,, y por otra gravísimo.

Habiendo indagado la Comisión estos nuevos títulos con que quiso entonces justificarse la infracción de aquel voto, que tal debe repu- tarse la suspensión del dicho Patronato, no puede menos de admirar que a unos fundamentos muy débiles se les hubiese dado colorido de verdad y justicia, creyendo por lo mismo que V. iVL., sin necesidad de votar nuevamente el Patronato de Santa Teresa en estos Reinos, debe siostener el acuerdo de las dichas Cortes, mandando que se cumpla lo resuelto entonces por la Nación, y confirmado por la Silla Apostólica. Examinará, pues, la Comisión los motivos que se alegaron para la suspensión del voto de las segundas Cortes de 1626, para que vista la insubsistencia de ellos, pueda acordar V. M. la determinación que reclama la religión de aquel acto de la voluntad nacional, tan so- lemnemente manifestada.

El primer título que comenzó a alegarse contra el Patronato de Santa Teresa, fué la incompatibilidad de muchos Patronos en un mis- mo Reino, llegando a decir uno de los impugnadores de este Patro- nato, que el añadir Patrón no lo había hecho, ni siquiera intentado Reino ninguno. Los que esto dijeron ignoraban la historia de los Estados católicos, de los cuales dice Benedicto XIV (1): «Antigua y pia- dosa costumbre es de los pueblos, provincias y reinos elegir uno, o muchos Santos por Patronos». Tampoco habían leído lo que sobre esto escribió muchos siglos antes D. ñlonso el Sabio (2), diciendo: «Non se debe tener la Eglesia por agraviada en tener muchos padro- nes, ca quantos más fueren, tanto más será mejor guardada». Ni menos aquella célebre sentencia de Santo Tomás: «A las veces se alcanza por las oraciones de muchos, lo que por la de uno no se alcanzaría» (3). Por cuya causa decía San Ambrosio: «Imploro la intercesión de los Apóstoles, pido las oraciones de los Mártires, anhelo por las súplicas de los Confesores». Y la misma Iglesia, en la festivi- dad de todos los Santos, protesta interponer su patrocinio para que la multitud de intercesores nos alcance las copiosas bendiciones iel cielo. Con este motivo recuerda la Comisión que la piedad de los pue- blos para acordar el Patronato de los Santos, sin examinar el mayor o menor mérito de ellos, ha seguido la regla que dejó escrita Santo Tomás: «Conviene que imploremos el patrocinio, no sólo de los san- tos superiores, mas también de los inferiores. A las veces es más efi- caz la súplica hecha a un Santo inferior que a un superior; porque

1 Ibid., n. 2.

2 Part. I, tit. XIV, lib. 12.

3 IV Dist. 45, q. 3, art. 2, ad 2.

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nos quiere Dios manifestar su santidad» (1). ñ. la cual razón añade otra nuestro sabio Abulense, y es que puede suceder a las veces que imploremos con más devoción el patrocinio de los Santos inferiores (2).

Conforme a estos principios no lian dudado varios reinos, pro- vincias y pueblos elegir dos, tres, y más Patronos, atendiendo sólo a su devoción, y no examinando el mayor o menor mérito de estos Santos, cuyo examen no carecería de temeridad, como enseña Santo Tomás de Vilianuava (3). Y la misma Santa Teresa dice en sus Avisos: «No hagas comparación de uno a otro, porque es cosa odiosa». La Ciudad de Málaga, por ejemplo, siendo Obispo de aquella igle- sia D. Luis Fernández de Córdoba, votó por su especial patrona a Santa Teresa, no obstante venerar ya como,, a tales a los Santos Már- tires Ciríaco y Paula. Igual Patronato dio Méjico a la misma Santa Virgen, después de tener por Patrono a San José. Navarra votó por su Patrono a San Francisco Javier, no obstante que ya veneraba como tal a su Obispo y Mártir San Fermín. Valencia eligió por Patrono a San Vicente Ferrer cuando ya lo era San Vicente Mártir. Lisboa votó por Patrono a San Antonio de Padua, no obstante que veneraba ya por tales a San Sebastián y a San Vicente. El Reino de Francia, de resultas de la victoria de Carlos VII contra los ingleses, eligió por Patrón a San Miguel, sin que creyese perjudicar en ello a San Dio- nisio y San Martín, que lo eran muchos siglos antes. Ñapóles, después de tener por Patronos a San Genaro, Severo, ñspernio y Agripino, recibió por Patrona a Santa Teresa el año de 1628, siendo virrey de aquellos estados el Duque de Alba D. Antonio Alvarcz de Toledo, protestando los Títulos, Barones y Procuradores de aquel Reino, que a esto les había movido el ejemplo de España, donde se hallaba ya nombrada Patrona, y cuyos pueblos habían recibido por su intercesión infinitas gracias del ciclo; y pocos años antes había añadido a este número a Santo Tomás de Aquino, con aprobación de Clemente VIII, en cuya Bula se leen estas notables palabras: «Cuanto más fueren, y de mayor mérito los que en el cielo interceden con Dios por nosotros, tanto más fácilmente alcanzamos los bienes deseados, y más duraderos son es- tos bienes.

Esta constante y sólida práctica de los pueblos católicos, la supo- nen las rúbricas generales del Breviario Romano, donde ss lee: «Será doble el oficio en las fiestas de los Patronos de algún lugar, sea uno, o muchos». Y Benedicto XIV (4), suponiendo esta compatibilidad de mu- chos Patronos, dice que en el caso de ser muchos los de un mismo Reino o Pueblo, el uno sea principal, y los otros menos principales; lo cual sólo alude al rito más solemne con que debe ser celebrada la fiesta del principal, no al mayor influjo de su patrocinio, porque de esto en tales casos nunca, ha hecho juicio comparativo la Santa Iglesia. Y aun esta regla del rito más solemne no es ni ha sido siempre constante, pudiéndose citar ejemplos de Patronos de un mismo Reino

1 S. Thom. II-II, CT, 83, art. 2, ad 'i.

2 fn AJatth., q. 83.

3 Conc. ¡, de D. Mugust., clxca médium. 1 ibid., c. XIII, n. 3.

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celebrados como igualmente principales con un mismo rito. Rsí Ale- jandro Vil, en su Bula de 14 de Abril de 1657, mandó que San Fran- cisco Javier, votado Patrón por el Reino de Navarra, fuese venerado como Patrón igualmente principal que San Fermín, con oficio clásico y octava. El Reino de Ñapóles, no obstante que tenía por Patrón principal a San Genaro, votó también por Patrón principal a Santo Domingo; y el mismo Alejandro VII, en su Bula de 28 de Julio de 1664, declaró su fiesta de guardar y de primera clase con octava en todo aquel Reino. Inocencio XI, a petición del Rey y Reino de Polo- nia, en su Bula de 24 de Septiembre de 1686, declaró a San Jacinto Patrono y protector de Polonia y de Lituania, igualmente principal que San Estanislao de Kostlta. España celebra ahora como Patrona principal a la Santísima Virgen en su inmaculada Concepción con ofi- cio de primera clase y octava, no obstante que antes veneraba ya a Santiago. No hace mérito la Comisión de los estados y pueblos que por antigua costumbre tienen muchos Patronos principales, a los cuales no comprende la Bula de San Pío V sobre la unidad de un Patrono de esta clase, como declaró la Congregación de Ritos en 6 de Diciembre de 1608. En este caso están Genova, que tiene por Patronos principales a la Concepción de nuestra Señora, a San Juan Bautista y San Jorge; Cremona que venera también como principales a los Santos Mártires Pedro y Marcelino, a San Himerio y a San Homobono. Aun cuando hubieran intentado las Cortes declarar a San- ta Teresa Patrona igualmente principal que Santiago, no por eso de- bería entenderse que fuese colendo el día de su fiesta; porque no habiéndose comprendido esto en el voto, ni habiéndolo declarado la autoridad eclesiástica de acuerdo con la civil, debía observarse en este caso la regla general establecida por Urbano VIII en su Constitución de 22 de Diciembre de 1642, sobre que no sea festivo sino el día de uno de los dos Patronos.

Si no se hubiera alegado contra el Patronato de Santa Teresa el que era mujer, excusaría la Comisión contestar a un obstáculo tan ajeno del espíritu de la Iglesia. Mas, por desgracia, se opuso ser cosa nunca vista el que hubiese Santas mujeres Patronas de pueblos; ayu- dando tal vez esta indicación a que se mirase como extraña aquella singular devoción de las Cortes a tan insigne española, y lo que es más, como ridículo el voto de su Patronato. Bastaría reproducir en este caso los axiomas que acerca de la igualdad de los Santos, así varones como mujeres en orden a Dios, se hallan en la Sagrada Es- critura y en los Padres y Doctores de la Iglesia. San Pablo dice que para Dios no hay varón ni mujer, pues todos somos una misma cosa en Jesucristo (1). Y Santo Tomás que en las cosas del ánima la mujer no se diferencia del varón, siendo cierto que a veces se halla una mujer mejor que muchos varones (2). Por lo mismo, la Silla Apos- tólica jamás ha opuesto semejante óbice para la elección de Pa- tronos. Mas contrayéndose la Comisión a ejemplos de España, citará a Santa Leocadia Patrona de Toledo, a Santa Librada de Sigüenza,

; Galat. III, 2,S. 2 I p., q. 36.

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a Santa Justa y Rufina de Sevilla, a Santa Emcrenciana de Teruel, a las Santas Basilisa y Anastasia de Játiva, a Santa Victoria de Cór- doba, a Santa fónica de Guadalajara, a Santa Paula de Málaga, a Santa Eulalia de Mérida y de Oviedo, y a Santa Rosa del Perú, y de ambas ñméricas. Por lo que toca a Santa Teresa, añadirá la Comisión que el mismo Jesucristo quitó estos supuestos estorbos de su sexo para ser Patrona de España, habiéndole prometido, como re- fiere la misma Santa (1), que ninguna cosa le pediría que no la hiciese.

Oponíase además contra este Patronato el perjuicio que se su- ponía resultar al de Santiago el Mayor, que además de ser Apóstol, había sido fundador de la Iglesia de España y vencedor del Reino. Alguno añadió que la distribución de los patronatos pertenece a Je- sucristo, el cual eligió a Santiago por Patrón de España cuando en ella no había Reino. El que esto dijo, no reflexionó que el mismo Jesucristo dejó a la devoción de los fieles la invocación de los San- tos, sea general o especial, a cuya clase pertenece la elección de Patronos para implorar su intercesión y auxilio. Tampoco tuvo pre- sente el origen del patronato de Santiago, que fué algunos siglos des- pués de haberse predicado la fe en estos Reinos.

No iban menos descaminados los que alegaron el perjuicio del patronato del Santo Apóstol. Esta razón la tenía desvanecida nues- tra misma historia. Es notorio que en el año 616 el Rey Chindas- vinto nombró Patronos de España a San Justo y Pastor, como consta de un privilegio de la Iglesia de Astorga. De resultas de la fa- mosa batalla de Simancas, el conde de Fernán González declaró Patrón de España junto con Santiago a San Millán, llamado de la CogoUa, lo cual prueba con documentos el cronista Fr. Antonio de Yepes. Des- entendíanse también de que las Cortes expresamente habían protestado recibir a Santa Teresa por Patrona y abogada después del Apóstol Santiago, como lo dice el Sr. Felipe III, en la circular de 1 de Agosto de 1618, que obra en este expediente; conforme a lo cual el mismo Urbano VIII, en la Bula expedida con este motivo, declaró que el nuevo Patronato de Santa Teresa se entendiese conforme a los deseos de las Cortes, sin perjuicio ni alteración o diminución del patronato de San- tiago. Y no debiendo entenderse estas palabras de la diminución es- piritual del patrocinio del Santo Apóstol, porque sabía aquel sabio Pontífice que esta no cabe en la perfecta caridad de los Santos; cla- ramente aluden a que no sufriesen menoscabo los bienes o privilegios temporales, aun eclesiásticos, anexos al patronato del Santo Apóstol. De paso advierte la Comisión que en todos estos Breves sobre nuevos patronatos de pueblos y Reinos, que tenían ya otros Patronos, se pone esta u otra semejante cláusula. Y sin salir de España tiene el ejem- plo de Inocencio XI, que en su Breve de 30 de Septiembre de 1679, en que confirmó el Patronato de San José para España, a petición de Carlos II, dijo también que esto debía entenderse «sin perjuicio, y sin la menor diminución del patronato del patrono más antiguo». Y ha- blando de este Breve la Sagrada Congregación de Ritos, en su de-

1 Vicia, c. XXXIX.

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creto de 31 d<¿ ñgosto de 1680, dice: «El dicho Breve se concedió sin perjuicio, ni diminución del patronato de Santiago, según ]a forma y tenor del de Urbano VIII a favor del patronato de Santa Teresa». De suerte que, como se ha dicho, el no haber quedado entonces San José Patrón de España, no fué porque de ello se creyese resultar perjuicio al patronato de Santiago, sino por haberlo pedido Carlos II sin anuencia del Reino, como observa Benedicto XIV. Esto convence que era imaginaria aquella razón, esforzada entonces por la Orden de Santiago, y la Iglesia de Compostela, cuyas rentas y exenciones quedaron intactas, sin que a nadie le ocurriese defraudar en un ápi- ce el patronato de Santa Teresa a la fiesta solemne con octava del Santo Apóstol, y menos a los caudales destinados a su culto.

Ni esta supuesta diminución del culto de Santiago, ni otro ningún obstáculo se atrevió nadie a oponer en España pocos años después, cuando eligió el Reino por su Patrón al Hrcángel San iWiguel, votando ayunar en la víspera de su aparición, y hacer solemnes procesiones en esta fiesta, en todo lo cual convino el Consejo de Castilla en su favorable consulta del año 1643. Mucho menos se alegó este patro- nato de Santiago cuando en tiempo de Felipe IV recibió el Reino por Patrona a nuestra Señora, dedicándole la fiesta que se intitula del Patrocinio; ni consta a la Comisión que se opusiese cuando las Cor- tes celebradas por Carlos III el año 1760 asignaron este patronato es- pecial de la Santísima Virgen al misterio de su inmaculada Concep- ción; y si de hecho se alegó en contrario entonces el patronato de Santiago, como algunos creen, el suceso mismo demuestra que fué desatendido este óbice.

Aun es, si cabe, más frivolo el pretexto de que en esta elección de la Santa por Patrona había procedido la nación sin contar con la Santa Sede. En esto se padecieron dos equivocaciones. La primera suponer que fuese necesaria esta condición antes que la hubiese exi- gido la Congregación de Ritos; y es tan cierto no haberse tenido por necesaria antes de aquella época, que en la elección de los San- tos, así para el patronato de reinos como de ciudades o provincias jamás se acudía a Roma, ni aun a la autoridad eclesiástica de la propia diócesi, como dice Benedicto XÍV: Electiones in patronos fie- bant a dccurionibiis civitaüs nullo requisito consensu Episcopi et Cleri. La segunda equivocación es aun más palpable; porque a pesar de no ser necesario el recurso a Roma para la confirmación del voto, ni del Patronato, quiso la nación contar con S. S.; y en efecto pidió y ob- tuvo la Bula confirmatoria de Urbano VIII que aquí se presenta. Esta Bula no fué derogada solemnemente por la Silla Apostólica, ni menos se le negó el plácito regio en España; antes bien consta haberla cir- culado el Rey con el decreto de las Cortes. El decreto de Roma, que se supone haber revocado la ejecución de la Bula, caso que sea cierto, pues consta que no existe en este archivo, adonde parece haberse enviado, fué expedido sin citación ni audiencia del Rey ni del Reino. Aun siendo auténtico, no pudo extenderse a revocar el decreto de las Cortes de España en orden al Patronato. Esta elección fué hecha dos veces por las Cortes en tiempo hábil, antes del año 1630, en que la Congregación de Ritos prescribió las reglas que debían observarse

APÉNDICES ^61

en g1 nombramiento de patronos, una de las cuales era que fuese apro- bado por la Congregación de Ritos. Rquel decreto de la Congregación, como enseña Benedicto XIV. no pudo tener efecto retroactivo com- prendiendo a las elecciones anteriores; antes bien su mismo contexto denota que no era valedero sino para adelante: Citm in decreto ipso habeantur verba <^in poste rum^, hinc infertnr non posse id haber e vim nisi a die quo latum fuit. Y añade que por lo mismo respecto de los Patro- nos nombrados antes de aquella época, debe seguirse la regla de Gujjet, esto es, que no exijan las condiciones prescritas en aquel decreto (1). Sigúese de aquí que la primera elección de Santa Teresa por el Reino fué legítima, y que a Roma no se acudió por parte del Rey y del Reino hasta las segundas Cortes, y aun entonces no por creerse nece- saria la confirmación del Papa para dar legitimidad a aquel nom- bramiento, sino para satisfacer la piedad de los diputados. Esto lo demuestra la circular del Sr. D. Felipe III, de ^ de Agosto de 1618, que existe original en el archivo del Ayuntamiento de esta ciudad, donde se lee: «Nuestro muy Santo Padre, Paulo V, a mi instancia y suplicación, también se ha querido mostrar por su parte, expidiendo su Breve para que en todos estos mis Reinos de España se pueda rezar y decir misa de esta bendita Santa»; donde nada se habla de confirmar el patronato. Y aun más claro la Bula de Urbano VIII, donde S. S. dice claramente haberse expedido, no porque fuese nece- saria para dar valor a la segunda elección, sino por satisfacer el ansia que manifestaron las Cortes de merecer en esto la aprobación de la Santa Sede: Cum... procuratores praedictí plarinitim ciipiant electionem hujusmodi... hujus S. Sedis Apostolicae patrocinio communiri.

Estos son los documentos de Roma que aparecen sobre aquel Pa- tronato. La derogación, aun cuando exista, no fué solemne. Lo único que tiene a la vista la Comisión es una Real Orden en que se mandó la suspensión de lo que habían resuelto las primeras Cortes, por justas consideraciones, como dice la circular del Rey, y hasta que S. M. mande otra cosa. Por lo demás, no consta que nuestro gobierno tuviese de oficio dicha revocación. La Comisión, después de varias diligen- cias que ha practicado para aclarar este hecho, sólo ha podido ave- riguar que el Cabildo de la Santa Iglesia de Compostela, en una carta dirigida al Ayuntamiento de esta ciudad de Cádiz, dice que le envía copia de este decreto, al cual llama sentencia, denotando que fué efecto de algún juicio. Mas como es cierto no haber habido tal juicio ni en la sagrada Congregación de Ritos, ni en la Rota, ni en otro tribunal al cual hubiesen sido citados el Rey ni los Procuradores del Reino, es claro haber sido aquella providencia revocatoria efecto de sorpresa; y que Felipe IV, teniendo consideración a las desavenencias que tenía entonces, y duraron en todo su reinado con la Corte de Roma, tomó el partido prudente de ceder a aquella violencia, porque no se atribuyese su oposición a resentimiento, o a otros fines ajenos de su veneración a la Silla Apostólica.

Y pues aquel Príncipe en las circulares de la suspensión protestó

1 Ibid., c. XIV, n. 9.

t62 APÉNDICES

reservarse el derecho de mandar lo contrario cuando lo tuviese por conveniente; ya que él no pudo hacerlo, o no quiso por razones polí- ticas, se halla V. iW. en el caso de suplir su falta de resolución, man- dando que desde ahora tengan entero cumplimiento aquellos acuerdos tan solemnes de nuestras Cortes a favor del Patronato de Santa Teresa.

Para atender V. ^. así a la súplica del Prior y Comunidad de Carmelitas descalzos de esta plaza, como a la proposición anterior del Sr. Larrazábal, no es necesario que elija V. M. nuevamente a Santa Teresa por Patrona después del Apóstol Santiago, sino decretar que tenga efecto el nombramiento y voto del Patronato de esta Santa Virgen hecho en los mismos términos por las Cortes de los años 1617 y 1626. Porque esta elección, decretada por el Rey y los Procu- radores del Reino antes del año 1630, en que la sagrada Congrega- ción estableció las reglas para el nombramiento de Santos Patro- nos, fué en todo legaül, y conforme al sistema observado entonces acerca de esto por los estados católicos, sin contradicción de la vSanta Sede, ni de otra autoridad legítima.

Accediendo V. M. a este dictamen de la Comisión, sobre dar a nuestros pueblos el testimonio que desea esta Comunidad de haberse dado gracias al Altísimo por la obra de la Constitución en uno de los conventos de esta insigne española, les presentará también una prenda de los bienes que deben prometerse de su intercesión, procla- mándola nuevamente, en virtud de aquel voto, por su especial Patrona y Abogada. En ello procederá V. M. no sólo conforme a la doctrina ya indicada de Benedicto XIV, sino a varias decisiones de la Rota, que tienen desvanecida la única duda que pudiera detener la decisión de este punto; y es, si deberá acudirse a la Congregación de Ritos para que se tenga por válida la elección de las dichas Cortes.

Todos los escritores clásicos, que tratan de esta materia, dicen que no se necesita esta condición para que tengan su efecto los Patronatos de Santos votados antes del año 1630, en cuyo caso está el de Santa Teresa. A los testimonios alegados añadirá la Comisión únicamente el de Ferraris, cuya autoridad es gravísima en estas materias; porque además de su justa reputación, habla como testigo calificado de la práctica actual de la Curia Romana. «Cierto es, dice, que si la elección de un Santo por Patrono fué anterior al decreto de Urbano VIII, en que se impuso la necesidad de que fuese aprobada por la Congregación de Ritos, no se requiere esta condición, aun cuando esta elección se renueve y confirme después de aquel decreto».

Y en otra parte dice: «Aunque el decreto de Urbano VIII irrite las elecciones (de Santos Patronos) hechas después, o que hubieren de hacerse, no irrita las decretadas antes, como lo respondió la sagrada Congregación de Ritos en 15 de Junio de 1633. Y también sobre el Patronato de San Francisco Javier en Navarra, en la cual se apro- bó este decreto de las Cortes de aquel Reino; y este decreto como jurídico fué aprobado por la Rota a propuesta del Decano, con sola la advertencia de que para evitar el perjuicio de la antiquísima elec- ción de San Fermín, deben ser venerados ambos Santos como Patronos, lo cual supone haber sido válida la elección de San Francisco Javier.

Clara es la aplicación de esta doctrina al caso presente, pues

I

nPENPiCES ^63

(Consta que el llevarse a efecto el Patronato de Santa Teresa, decretado por aquellas Cortes, debe entenderse sin perjuicio del de Santiago Apóstol, como ya previno Urbano VIII, y menos del de San Miguel y de la Santísima Virgen.

Este es el parecer de la Comisión, que sujeta en todoi a Ja ilustrada piedad y sabiduría de V. M. Y por si acaso mereciese su soberana aprobación, acompaña la minuta del decreto que a este propósito pudiera expedirse. Cádiz 14 de Mayo de 1812. Alfonso Rovira, Fran- cisco Serró, Vicente Pascual, Pedro Gordillo, Joaquín Lorenzo Villanueva.

Leído este dictamen en la sesión pública del día 23 de Junio, se- ñaló el Sr. Presidente el día 27 del mismo para deliberar sobre este negocio. En la sesión de ese día habiéndose anunciado que iba a ,tra- tarse del Patronato de Santa Teresa, se leyó otra vez la minuta del decreto presentada por la Comisión, y por absoluta unanimidad de los Sres. Procuradores de Cortes fué aprobada y remitida a la Regencia del Reino en la forma ordinaria. Su Alteza le mandó circular en los términos siguientes:

«Don Fernando VII, por la gracia de Dios y por la Constitución de la Monarquía Española, Rey de las Españas, y en su ausencia y cautividad la regencia del Reino, nombrada por las Cortes gene- rales y extraordinarias, a todos los que las presentes vieren y enten- dieren, sabed: Que las Cortes han decretado lo siguiente:

»Las Cortes generales y extraordinarias, teniendo en consideración que las Cortes de los años de 1617 y 1626 eligieron por Patrona y Abogada de estos Reinos, después del Apóstol Santiago, a Santa Teresa de Jesús, para invocarla en todas sus necesidades: y deseando dar un nuevo testimonio, así de la devoción constante de nuestros pueblos a esta insigne española, como de la confianza que tienen en su patrocinio, decretan: Que desde luego tenga todo su efecto el Patronato de Santa Teresa de Jesús a favor de las Españas, decretado en las Cortes de 1617 y 1626, y que se encargue^ a los M. RR. Arzobis- pos y RR. Obispas, y a los Prelados de cuerpos y territorios exentos, dispongan acerca de la solemnidad del rito de Santa Teresa lo que corresponda en virtud de este Patronato. Lo tendrá entendido la re- gencia del Reino para su cumplimiento, y lo hará imprimir, publicar y circular. Juan Polo y Catalina, Presidente; José de Torres y Machi, Diputado Secretario; Manuel de Llano, Diputado Secretario. Dado en Cádiz, a 28 de Junio de 1812.— A la Regencia del Reino.

»Por tanto mandamos a todos los Tribunales, Justicias, Jefes, Go- bernadores y demás Autoridades, así civiles como militares y eclesiás- ticas, de cualquiera clase y dignidad, que guarden, y hagan guardar, cumplir y ejecutar el presente decreto en todas sus partes. Tendréislo entendido para su cumplimiento, y dispondréis se imprima, publique y circule. El Duque del Infantado, Joaquín de Mosquera y Fif^ueroa, Juan de Villavicencio, Ignacio Rodríguez de Rivas, El Conde del Áhisbal. Dado en Cádiz, a 30 de Junio de 1812.— /I Dr. Antonio Cano Manuel.

46^ APÉNDICES

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EL REY DE PORTUGAL DECLARA FIESTA PARA LA UNIVERSIDAD DE COIMBRfl EL 15 DE OCTUBRE (1).

Yo el Rey. Como Protector que soy de la Universidad de Coim- bra, hago saber a los que esta mi Provisión vieren, que el Procura- dor General de la Orden de los Carmelitas Descalzos en estos mis Reinos y Señoríos, me representó que no sólo en su Religión, mas en toda la Iglesia universal, por Breve concedido por el Papa Urbano VIII se celebraba en quince de Octubre la fiesta de la gloriosa Vir- gen Santa Teresa, ilustre Fundadora de la reformada Regla primitiva de nuestra Señora del Monte Carmelo; y que por la devoción que toda Europa, y en especial este Reino, tienei; a esta Santa tan admira- ble por sus milagros y maravillas, mandase que el dicho día quince de Octubre, dedicado por la Iglesia para su fiesta, fuese feriado en nuestros Tribunales de esta Corte, y también en la Universidad de Coimbra; y porque el cordial afecto que esta Santa tuvo en vida, y tiene hoy en «1 cielo a este Reino, es manifiesto del libro de su Vida y profecía, que dejó de las felicidades de él y la muy particular devoción que la tengo, me obligaron a mandar declararlo así. Y por lo que toca a la Universidad de Coimbra, sobre que se ha hecho información y tomado parecer del Rector y Claustro de ella en la forma de sus Estatutos, tuve por bien y es de mi agrado, que en dicho día quince de Octubre haya Prestito, esto es, que vaya el Rec- tor con toda la Universidad en cuerpo de Comunidad al Colegio que dichos Padres Carmelitas Descalzos tienen en aquella ciudad a asis- tir a las Vísperas y fiesta de la Santa, y se guarde el dicho Prestito, como los demás que declaran los Estatutos de aquella Universidad. Por lo cual, mando al dicho Rector y a las demás personas a quie- nes por algún caso o vía pueda pertenecer, que así la cumplan y guarden esta Provisión, tan enteramente como en ella se contiene, sin duda alguna, la cual quiero, y soy servido que valga como Carta, puesto que su efecto dure más de un año, sin embargo de la ordena- ción en contrario. Francisco Méndez la hizo en Lisboa a 13 de Junio de 1665. El Secretario ,Marcos Rodríguez Tinoco la hizo escribir. Rey. Provisión, por la cual V. Majestad, como Protector que es de la Uni- versidad de Coimbra, tiene por bien de mandar, que en el día de la Bienaventurada Virgen Santa Teresa haya Prestito, como los demás que declaran los Estatutos, en la manera asimismo declarada, y va con la cláusula: para V. Majestad ver: cúmplase y regístrese. El Rec- tor. Por Decreto de Su Majestad de 13 de Junio de 1665. Luis Del- gado de Abrreva. Martin Alfonso de Mello.

1 Cfr. Uño Teresiano, día 13 de Junio.

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CENSURA DE FR. LUIS DE LEÓN A LAS OBRAS DE LA SANTA (1).

He visto los libros que compuso la Madre Teresa de Jesús, que se intitulan de su Vida y las Moradas, y Camino de Perfeción, con lo demás que se junta con ellos, que son de muy sana y católica dotrina, y a mi parecer de grandísima utilidad para todos los que los leye- ren; porque enseñan cuan posible es tener estrecha amistad el hombre con Dios y descubren los pasos por donde se sube a este bien, y avi- san de los peligros y engaños que puede haber en este camino; y todo ello con tanta facilidad y dulzura, por una parte, y por otra, con pala- bras tan vivas, que ninguno los leerá que, si es espiritual, no halle gran- de provecho, y si no lo es, no desee serlo y se anime para ello, o a lo menos no admire la piedad de Dios con los hombres que le bus- can, y cuan presto le hallan, y el trato dulce que con ellos tiene. Y ansí, para el loor de Dios y para el provecho común conviene que es- tos libros se impriman! y publiquen. En San Felipe de Madrid, a ocho de Septiembre de 1587. Fray Luis de León.

1 Corregida coutormc la ttae la prinura edición de lus oin.i.'^ de la Santa.

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h LHS MHDRES PRIORA ANA DE JESÚS Y RELIGIOSAS CARMELITAS DESCALZAS DEL MONASTERIO DE MADRID, EL MAESTRO FRAY LUIS DE LEÓN, SALUD EN JESUCRISTO (1).

Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imagines vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros, que, a mi juicio, son también testigos fieles y mayores de toda excepción de su grande virtud. Porque las figuras de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo; y sus palabras, si las oyera, me declararan algo de la virtud de su alma: ij lo primero era común, y lo segundo sujeto a engaño, de que carecen estas dos cosas en que la veo agora. Que, como el Sabio dice, el hombre en sus hijos se conoce. Porque los fructos que cada uno deja de cuando falta, esos son él verdadero testigo de su vida; y por tal le tiene Cristo, cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del bueno, nos remite solamente a sus fructos. De sus fructos, dice, los conoceréis. Ansí que la virtud y sanctidad de la madre Teresa, que viéndola a ella me pudiera ser dudosa y incierta, esa misma ahora, no viéndola y viendo sus libros y las obras de sus manos, que son sus hijas, tengo por cierta y muy clara. Porque por la virtud que en todas resplandece, se conoce sin engaño la mucha gracia que puso Dios en la que hizo para madre deste nuevo milagro, que por tal debe ser tenido, lo que en ellas Dios ahora hace y por ellas. Que si es milagro lo que aviene fuera de lo que por orden natural acontece, hay en este hecho tantas cosas extraordinarias y nuevas, que lla- marle milagro es poco, porque es un ayun^^amiento de muchos mila- gros. Que un milagro es que una mujer, y sola, haya reducido a per- feción una Orden en mujeres y en hombres; y otro la grande per- feción a que los redujo; y otro y tercero el grandísimo crecimiento a que ha venido en tan pocos años y de tan pequeños principios, que cada una por son cosas muy dignas de considerar. Porque no siendo de las mujeres el enseñar, sino el ser enseñadas, como lo escribe San Pablo, luego se ve que es maravilla nueva una flaca mujer tan animosa que emprendiese una cosa tan grande, y tan sabia y eficaz que saliese con ella, y robase los corazones que trataba para hacerlos de Dios, y llevase las gentes en pos de a todo lo que aborrece el sentido. En que, a lo que yo puedo juzgar, quiso Dios

1 Con este mismo título publica esta carta su autor en la primera edición de las Obras de Santa Teresa, que él hizo en 1588. Por ella se ha corregido con toda la fidelidad posible, aun en aquellas palabras que Fray Luis escribe de diversas maneras.

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en este tiempo, cuando parece triunfa el demonio en la muchedumbre de los infieles que Is siguen, y en la porfía de tantos pueblos herejes, que hacen sus partes, y en los muchos vicios de los fieles que son de su bando, para envilecerle, y para hacer burla dél, ponerle delante, no un hombre valiente rodeado de letras, sino una pobre mujer que -c desafiase y levantase bandera contra él, y hiciese públicamente gente que le venza y huelle, y acocee; y quiso sin duda, para de- monstración de lo mucho que puede en esta edad adonde tantos mi- llares de hombres, unos con sus errados ingenios, y otros con sus per- didas coshimbres, aportillan su reino, que una mujer alumbrase los entendimientos, y ordenase las costumbres de muchos que cada día crecen para reparar estas quiebras. Y en esta vejez de la Iglesia tuvo por bien de mostrarnos que no se envejece su gracia, ni es agora menos la virtud de su espíritu que fué en los primeros y felices tiempos della, pues con medios más flacos en linaje que entonces, hace lo mismo; o casi lo mismo, que entonces.

Porque, y éste es el segundo milagro, la vida en que vuestras re- verencias viven y la perfeción en que las puso su madre, ¿qué es sino un retrato de santidad de la Iglesia primera? Que ciertamente lo que leemos en las historias de aquellos tiempos, eso mismo vemos agora con los ojos en sus costumbres; y su vida nos demuestra en las obras, lo que ya por el poco" uso parecía estar en solos los papeles y las pa- labras; y lo que leído admira, y apenas la carne lo cree, agora lo ve hecho en vuestra reverencia ¡j en sus compañeras. Que desasidas de todo lo que no es Dios, y ofrecidas en solos los brazos de su Esposo divino, y abrazadas con él, con ánimos de varones fuertes en miembros de mujeres tiernos y flacos, ponen en ejecución la más alta y más generosa filosofía que jamás los hombres imaginaron; y llegan con las obras adonde en razón de perfecta vida y de heroica virtud apenas llegaron con la imaginación los ingenios. Porque huellan la riqueza, y tienen en odio la libertad, y desprecian la honra, y aman la hu- mildad y el trabajo, y todo su estudio es con una sancta competencia procurar adelantarse en la virtud de contino; a que su Esposo les responde con una fuerza de gozo, que les infunde en el alma, tan grande, que en el desamparo y desnudez de todo lo que da contento en la vida, poseen un tesoro de verdadera alegría, y huellan generosa- mente sobre la naturaleza toda como exentas de sus leyes, o verda- deramente como superiores a ellas. Que ni el trabajo las cansa, ni el encerramiento Jas fatiga, ni la enfermedad las descae, ni la muerte las atemoriza o espanta, antes las alegra y anima. Y lo que entre todo esto hace maravilla grandísima es el sabor, o si lo habernos de decir así, la facilidad con que hacen lo que es extremadamejite dificultoso de hacer. Porque la mortificación les es regocijo, y la resignación juego, y pasatiempo la aspereza de la penitencia; y como si se an- duviesen solazando y holgando, van poniendo por obra lo que pone a la naturaleza en espanto, y el ejercicio de virtudes heroicas le han convertido en un entretenimiento gustoso, en que muestran bien por la obra la verdad de la palabra de Cristo, que su yugo es suave y su carga ligera. Porque ninguna seglar se alegra tanto en sus adere- zos cuanto a vuestras reverencias les es sabroso el vivir como ánge-

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les. Que tales son sin duda, no sólo en la perfeción de la vida, sino también en la semejanza y unidad que entre tienen en ella.

Que no hay dos cosas tan semejantes, cuanto lo son todas entre y cada una a la otra en la habla, en la modestia, en la humildad, en ]a discreción, en la blandura de espíritu, y finalmente, en todo el trato y estilo. Que como las anima una misma virtud, ansí las figura a todas de una misma manera, y como en espejos puros resplandece en todas un rostro, que es el de la madre santa, que se traspasa en las hijas. Por donde, como decía al principio, sin haberla visto en la vida, la veo ahora con más evidencia; porque sus hijas, no sólo son retra- tos de sus semblantes, sino testimonios ciertos de sus perfeciones, que se les comunican a todas, y van de unas en otras con tanta pres- teza cundiendo, que, y es la maravilla tercera, en espacio de veinte años que puede haber desde que la JVladre fundó el primer monasterio hasta esto que ahora se escribe, tiene ya llena a España de mo- nasterios en que sirven a Dios más de mil religiosos, entre los cuales vuestras reverencias las religiosas relucen como los luceros entre las estrellas menores. Que como dio principio a la reformación una bien- aventurada mujer, ansí las mujeres della parece que en todo llevan ventaja, y no solamente en su Orden son luces de guía, sino también son honra de nuestra nación, y gloria de aquesta edad, y flores her- mosas que embellecen la esterilidad destos siglos, y ciertamente par- tes de la Iglesia de las más escogidas, y vivos testimonios de la eficacia de Cristo, y pruebas manifiestas de su soberana virtud, y ex- presos dechados en que hacemos casi experiencia de lo que la fe nos promete. Y esto cuanto a las hijas, que es la primera de las dos imagines.

Y no es menos clara ni menos milagrosa la segunda que dije, que son las escrituras y libros; en los cuales sin ninguna duda quiso el Espíritu Sancto que la Madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo; porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y clari- dad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir, y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y ansí, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes dellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que hablaba el Espíritu Sancto en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, que ansí lo manifiesta la luz que pone en las cosas escuras, y el fuego que en- ciende con sus palabras en el corazón que las lee. Que dejados aparte otros muchos y grandes provechos que hallan los que leen estos li- bros, dos son, a mi parecer, los que con más eficacia hacen. Uno, fa- cilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud; y otro, encenderlos en el amor della y de Dios. Porque en lo uno es cosa maravillosa ver cómo ponen a Dios delante los ojos del alma, y cómo le muestran tan fácil para ser hallado, y tan dulce y tan amigable para los que le hallan; y en el otro, no solamente con todas, mas con cada una de sus palabras pegan al alma fuego del cielo, que la abrasa y deshace. Y quitándole de los ojos y del sentido todas las dificulta-

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tadcs que hay, no para que no las vea, sino para que no las estime ni precie, déjanla, no solamente desengañada de lo que la falsa ima- ginación le ofrecía, sino descargada de su peso y tibieza, y tan alen- tada, y si se puede decir ansí, tan ansiosa del bien, que vuela luego a él con el deseo que hierve. Que el ardor grande que en aquel pecho sancto vivía, salió como pegado en sus palabras, de manera que le- vantan llama por dondequiera que pasan; de que vuestras reveren- cias entiendo yo son grandes testigos, porque son sus dechados muy semejantes. Porque ninguna vez me acuerdo leer en estos libros, que no me parezca oiga hablar a vuestras reverencias; ni al revés, nunca las hablar que no se me figurase que leía en la Madre,; y los que hicieren experiencia dello, verán que es verdad.

Porque verán la misma luz y grandeza de entendimiento en las co- sas delicadas y dificultosas de espíritu, la misma facilidad y dulzura en decirlas, la misma destreza, la misma descreción, sentirán el mismo fuego de Dios y concibirán los mismos deseos; verán la irisma manera de sanctidad, no placera ni milagrosa; sino tan infundida por todo el trato en sustancia, que algunas veces, sin mentar a Dios, dejan enamoradas del a las almas. Ansí que, tornando al principio, si no la vi mientras estuvo en la tierra, ahora la veo en sus libros y hijas; o por decirlo mejor, en vuestras reverencias solas la veo agora, que son sus hijas de las más parecidas a sus costumbres, y son retrato vivo de sus es- crituras y libros. Los cuales libros que salen a luz, y el Consejo Real me los cometió que los viese, puedo yo con derecho endere- zarlos a ese santo convento, como de hecho lo hago, por el trabajo que he puesto en ellos, que no ha sido pequeño. Porque no solamente he trabajado en verlos y examinarlos, que es lo que el Consejo mandó, sino también en cotejarlos con los originales mismos, que estuvie- ron en mi poder muchos días, y en reducirlos a su propria pureza en la misma manera que los dejó escritos de su mano la Madre, sin mu- darlos ni en palabras, ni en cosas de que se habían apartado mucho los traslados que andaban, o por descuido de los escribientes, o por atrevimiento y error. Que, hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas, fué atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer emendar las pa- labras; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la Madre es la misma elegancia. Que aunque en algunas partes de lo que escribe, antes que acabe la razón que comienza, la mezcla con otras razones y rompe el hilo comenzado muchas veces con cosas que ingiere, mas ingiérelas tan diestramente y hace con tan buena gracia la mezcla, que ese mismo vicio le acarrea hermosura, y es el lunar del refrán. Ansí que yo los he restituido a su primera pureza.

Mas porque no hay cosa tan buena en que la mala condición de los hombres no pueda levantar un achaque, será bien aquí, y hablando con vuestras reverencias, responder con brevedad a los pensamientos de algunos. Cuéntanse en estos libros revelaciones, y trátanse en ellos cosas interiores que pasan en la oración, apartadas del sentido ordi- nario, y habrá por ventura quien diga, en las revelaciones, que es caso dudoso, y que ansí no convenía que saliesen a luz; y en lo que toca al trato interior del alma con Dios, que es negocio muy espiritual y de

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pocos, y que ponerlo en público a todos podrá ser ocasión de pe- ligro; en que verdaderamente no tienen razón, porque en lo pri- mero de las revelaciones, ansí como es cierto que el demonio se transfigura algunas veces en ángel de luz, y burla y engaña las almas con aparencias fingidas, ansí también es cosa sin duda y de fe, que el Espíritu Sancto habla con los suyos y se les muestra por diferentes maneras, o para su provechoi o para el ajeno. Y como las revelaciones primeras no se han de escribir ni curar, porque son ilusiones, an- sí estas segundas merecen ser sabidas y escritas. Que como el ángel dijo a Tobías: El secreto del Rey bueno es asconderlo, mas las obras de Dios, cosa sancta y debida es manifestarlas y descubrirlas, ¿Qué sancto hay que no haya tenido alguna revelación? ¿o qué vida de sancto se escribe, en que no se escriban las revelaciones que tuvo? Las his- torias de las Ordenes de los Sanctos Domingo y Francisco andan •en las manos y en los ojos de todos, y casi no hay hoja en ellas sin revelación, o de los fundadores o de sus discípulos.

Habla Dios con sus amigos sin duda ninguna, y no les habla para que nadie lo sepa, sino para que venga a luz lo que les dice; que como es luz, ámala en todas sus cosas, y como busca la salud de los hom- bres, nunca hace estas mercedes especiales a uno sino para aprovechar por medio del otros muchos. A\ientras se dudó de la virtud de la sancta Madre Teresa, y mientras hubo gentes que pensaron al revés de lo que era, porque aun no se vía la manera en que Dios aprobaba sus obras, bien fué que estas liistorias no saliesen a luz, ni anduviesen en público, para excusar la temeridad de los juicios de algunos; mas ahora, después de su muerte, cuando las mismas cosas y succeso dellas hacen certidumbre que es Dios, y cuando el milagro de la inco- rrupción de su cuerpo, y otros milagros, que cada día hace, nos ponen fuera de toda duda su sanctidad, encubrir las mercedes que Dios le hizo viviendo, y no querer publicar los medios con que la perficionó para bien de tantas gentes, sería en cierta manera hacer injuria al Es- píritu Sancto, y escurecer sus maravillas, y poner velo a su gloria. Y ansí, ninguno que bien juzgue, tendrá por bueno que estas revelaciones se encubran. Que lo que algunos dicen ser inconveniente que la Madre misma escriba sus revelaciones de sí, para lo que toca a ella y a su humildad y modestia no lo es, porque las escribió mandada y for- zada; y para lo que toca a nosotros y a nuestro crédito, antes es lo más conveniente. Porque de cualquier otro que las escribiera, se pu- diera tener duda si se engañaba, o si quería engañar; lo que no se puede presumir de la Madre, que escribía lo que pasaba por ella, y era tan sancta, que no trocara la verdad en cosas tan graves. Lo que yo de algunos temo, es que desgustan de semejantes escrituras, no por el engaño que puede haber en ellas, sino por el que ellos tienen en sí, que no les deja creer que se humana Dios tanto con nadie, que no lo pensarían si considerasen eso mismo que creen. Porque si confiesan que Dios se hizo hombre, ¿qué dudan de que hable con el hombre? Y si creen que fué crucificado y azotado por ellos, ¿qué se espantan que se regale con ellos? ¿Es más aparecer a un siervo suyo y ha- blarle, o hacerse el como siervo nuestro y padecer muerte? Anímense los hombres a buscar a Dios por el camino que él nos enseña, que

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es la fe, y la caridad, y la verdadera guarda de su ley y consejos, que lo menos será hacerles semejantes mercedes.

Ansí que los que no juzgan bien destas revelaciones, si es porque no creen que las hay, viven en grandísimo error; y si es porque algunas de las que hay son engañosas, obligados están a juzgar bien de las que la conocida sanctidad de sus autores aprueba por verdaderas, cuales son las que se escriben aquí, cuya historia, no sólo no es peligrosa en esta materia de revelaciones, mas es provechosa y necesaria para el cono- cimiento de las buenas en aquellos que las tuvieren. Porque no cuenta desnudamente las que Dios comunicó a la Madre Teresa, sino dice también las diligencias que ella hizo para examinarlas, y muestra las señales que dejan de las verdaderas, y el juicio que debemos hacer dellas, y si se ha de apetecer o rehusar el tenerlas. Porque lo pri- mero, esta escritura nos enseña, que las que son de Dios producen siempre en el alma muchas virtudes, ansí para el bien de quien las recibe, como para la salud de otros muchos. Y lo segundo, nos avisa que no habernos de gobernarnos por ellas, porque la regla de la vida es la doctrina de la Iglesia, y lo que tiene Dios revelado en sus libros, y lo que dita la sana y verdadera razón. Lo otro nos dice, que no las apetezcamos ni pensemos que está en ellas ¡a perfeción del espíritu, o que son señales ciertas de la gracia, porque el bien de las almas está propriamente en amar a Dios más, y en el padecer más por él, y en la mayor mortificación de los afetos, y mayor desnudez y desasimiento de nosotros mismos y de todas las cosas. Y lo mismo que nos enseña con las palabras aquesta escritura, nos lo demuestra luego con el ejemplo de la misma Aladre, de quien nos cuenta el re- celo con que anduvo siempre en todas sus revelaciones, y el examen que dellas hizo, y cómo siempre se gobernó, no tanto por ellas cuanto por lo que le mandaban sus perlados y confesores, con ser ellas tan notoriamente buenas, cuanto mostraron los efetos de re- formación que en ella hicieron y en toda su Orden. Ansí que las revelaciones que aquí se cuentan, ni son dudosas, ni abren puerta para las que lo son, antes descubren luz para conocer las que lo fueren; y son para aqueste conocimiento como la piedra del toque estos libros.

Resta ahora decir algo a los que hallan peligro en ellos, por la delicadeza de lo que tratan, que dicen no es para todos. Porque como haya tres maneras de gentes, unos que tratan de oración, otros que si quisiesen, podrían tratar della, otros que no podrían por la con- dición de su estado, pregunto yo: ¿cuáles son los que destos peli- gran? ¿Los espirituales? No, si no es daño saber uno eso mismo que hace y profesa. ¿Los que tienen disposición para serlo? Mucho menos; porque tienen aquí, no sólo quien los guíe cuando lo fueren, sino quien los anime y encienda a que lo sean, que es un grandísimo bien. Pues los terceros, ¿en qué tienen peligro? ¿en saber que es amoroso Dios con los hombres? ¿que quien se desnuda de todo le halla? ¿los regalos que hace a las almas? ¿la diferencia de gustos que les da? ¿la manera cómo las apura y afina? ¿qué hay aquí, que sabido no santifique a quien lo leyere, que no críe en él admiración de Dios y que no le encienda en su amor? Que si la consideración destas

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obras exteriores que hace Dios en la criación y gobernación de las cosas, es escuela de común provecho para todos los hombres, el cono- cimiento de sus maravillas secretas, ¿cómo puede ser dañoso a nin- guno? Y cuando alguno por su mala disposición sacara daño, ¿era justo por eso cerrar la puerta a tanto provecho, y de tantos?

No se publique el Evangelio, porque en quien no le recibe es ocasión de mayor perdición, como Sant Pablo decía. ¿Qué escrituras hay, aunque entren las sagradas en ellas, de que un ánimo mal dispuesto no pueda concebir un error? En el juzgar de las cosas débese atender a si ellas son buenas en sí, y convenientes para sus fines, y no a lo que hará dellas el mal uso de algunos; que si a esto se mira, ninguna hay tan santa que no se pueda vedar. ¿Qué más santos que los sa- cramentos? ¿cuántos por el mal uso dellos se hacen peores? El de- monio, como sagaz y que vela en dañarnos, muda diferentes colores, y muéstrase en los entendimientos de algunos recatado y cuidadoso del bien de los prójimos para, por excusar un daño particular, quitar de los ojos de todos lo que es bueno y provechoso en común; bien sabe él que perderá más en los que se mejoraren y hicieren espirituales perfetos, ayudados con la lición destos libros, que ganará en la ig- norancia o malicia de cuál, o cuál, que por su indisposición se ofen- diere. Y ansí, por no perder aquéllos, encarece y pone delante los ojos el daño de aquestos, que él por otros mil caminos tiene dañados, ñunque, como decía, no ninguno tan mal dispuesto, que saque daño de saber que Dios es dulce con sus amigos, y de saber cuan dulce es, y de conocer por qué caminos se le llegan las almas, a que se en- dereza toda aquesta escriptura. Solamente me recelo de unos que quie- ren guiar por a todos, y que aprueban mal lo que no ordenan ellos, y que procuran no tenga autoridad lo que no es su juicio: a los cuales no quiero satisfacer, porque nace su error de su voluntad, y ansí no querrán ser satisfechos; mas quiero rogar a los demás que no les den crédito, porque no le merecen. Sola una cosa advertiré aquí, que es necesario se advierta, y es, que la sancta Madre, hablando de la oración que llama de quietud y de otros grados más altos, y tra- tando de algunas particulares mercedes que Dios hace a las almas, en muchas partes destos libros acostumbra decir, que está el alma junto a Dios, y que ambos se entienden, y que están las almas cier- tas que Dios les habla, y otras cosas desta manera.

En lo cual no ha de entender ninguno que pone certidumbre en la gracia y justicia de los que se ocupan en estos ejercicios, ni de otros ningunos, por sanctos que sean, de manera que ellos estén ciertos de que la tienen, si no son aquellos a quien Dios lo revela. Que la Madre mis- ma, que gozó de todo lo que en estos libros dice, y de mucho más que no dice, escribe en uno de ellos estas palabras de sí: «Y lo que no se puede sufrir. Señor, es no poder saber cierto si os amo, y si son aceptos mis deseos delante de Vos». Sólo quiere decir lo que es la verdad, que las almas en estos ejercicios sienten a Dios presente jDara los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alum- brarlas, dándoles avisos y gustos; que aunque son grandes mercedes de Dios, y que muchas veces, o andan con la gracia que justifica, o encaminan a «lia, pero no por eso son aquella misma gracia, ni nacen

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ni se juntan siempre con ella. Como en la profecía se ve, que la puede haber en el que está en mal estado. El cual entonces está cierto de que Dios le habla, y no sabe si le justifica, y de hecho no le justifica Dios entonces, aunque le habla y enseña. V esto se ha de advertir cuanto a toda la doctrina en común, que en lo que toca particularmente a la madre, posible es que después que escribió las palabras que agora yo refería, tuviese alguna propria revelación y certificación de su gracia. Lo cual, ansí como no es bien que se afirme por cierto, ansí no es justo que con pertinacia se niegue; porque fue- ron muy grandes los dones que Dios en ella puso, y las mercedes que le hizo en sus años postreros, a que aluden algunas cosas de las que en estos libros escribe. /Was de lo que en ella por ventura pasó por merced singular, nadie ha de hacer regla en común. Y con esíc advertimiento queda libre de estropiezo toda aquesta escriptura. Que según yo juzgo y espero, será tan provechosa a las almas, cuanto en las de vuestras reverencias que se criaron, y se mantienen con ella, se ve. R quien suplico se acuerden siempre en sus sanctas oraciones de mí. En San Felipe de Madrid, a quince de Setiembre de 1587.

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JHS. M.a JOSEPH.

DE LA VIDA, MUERTE, VIRTUDES Y MILAGROS DE LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS. LIBRO PRIMERO POR EL MAESTRO FR. LUIS DE LEÓN (1).

Como en las casas de los grandes suele haber unos hijos muy más favorecidos y regalados que otros, ansí en la de Dios en esta edad lo fué con grandísima particularidad de gracias y dones la bienaven- turada madre Teresa de Jesús, cuyas virtudes y vida V. M. es servida que escriba, que aunque la misma escribió la parte delia que fué conveniente para que sus confesores conociesen su espíritu, no la es- cribió toda, ni dijo muchas cosas por su modestia, ni pudo decir las que le sucedieron después de aquella escritura, que yo he buscado y he recogido informándome de sus papeles y de personas de mu- cho crédito que la trataron y conocieron. Las cuales con justa razón V. M. desea ver para alabar las maravillas de Dios en sus santos, y porque otros le alaben. Fué esta dichosa mujer natural de ñvila, ciudad antigua de Castilla, de padres nobles y virtuosos. El padre se llamó Alonso de Cepeda, y la madre, que fué segunda mujer suya, D.a Beatriz de Ahumada. Sus abuelos de padre se llamaron Juan de Cepeda y doña Inés de Toledo; de madre (2), Mateo de Ahumada y doña Teresa de Tapia, todos vecinos de Avila) y que están enterrados en San Juan, parroquia de aquella ciudad. Entre ocho hijos varones y dos hijas que de este segundo matrimonio tuvieron sus padres, tu- vieron, por su buena dicha, esta santa que les nació, a lo que parece, al fin del año de 1515: pusiéronle nombre Teresa, guiados, a lo que entiendo, por Dios que sabía los milagros y maravillas que en ella había de hacer y por ella, porque Teresa es Tarasia, nombre an- tiguo de mujeres y griego, que quiere decir milagrosa. Como nacía para atraer muchos a la virtud criando en ellos, poniéndoles afición de las cosas del cielo, fabricóla Dios desde las primeras piedras para este propósito muy hábil y conveniente, y ansí le dio unos naturales amorosos y no pegajosos; apacibles, agradecidos, agraciados y gratos

1 A ruegos de la empeíatiiz María, hermana de Felioe II jj grande devota de la Santa, y creemos también que por indicación de la V. /\na de Jesús, propuso el insigne Maestro Fr. Luis de León escribir la Vida de la Madre Teresa de Jesús, que por desdicha para las buenas letras dejó muü en los comienzos. No quedaron más papeles sobre esta obra que los publicados aquí, según la edición completa de sus Obras, editadas en Madrid, año de 1883, pot el Padte Fr. Antolín Merino, O. S. A.

2 Al margen del autógrafo se dice: »Juan de Ahumada y Teresa de las Cuevas, naturales de 01medo>.

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a todos, y llenos de una discreción tan amable, que cuando descubrió

con la edad, allegaba a y cautivaba (1) cuantos corazones trataba.

Por cierto, rne afirma quien la conoció rnuciios días, que nadie Ja conversó que no se perdiese por ella; y que niña y doncella, seglar y monja, reformada y antes que se reformase, fué con cuantos la veían como la piedra imán con el hierro; que el aseo y buen parecer de su persona, y la discreción de su habla, y la suavidad templada con honestidad de su trato, la hermoseaban de manera, que el profano y el santo, el distraído y el de reformadas costumbres, los de más y los de menos edad, sin salir ella en nada de lo que debía a misma, quedaban como presos y cautivos de ella, pues en estos naturales, como en tierra fértil y sazonada, prendió luego con firmes y hondas raíces la gracia que recibió en el bautismo, de manera que en los primeros años de su niñez dio claras muestras de lo que después pareció en ella. Amaba cuando era niña los pobres, inclinábase a con- tar y jiablar de las vidas y virtudes de los santos, apetecía la soledad y el silencio, y en la manera que aquellos años sufrían, despreciaba lo temporal y aspiraba a lo eterno e invisible, y, lo que es de mara- villar, deseaba padecer muerte por Cristo. De aquí nacían aquellas ra- zones y palabras, aunque de niños, tan sabias y verdaderas, que pasaban entre la niña y su hermano y que ella con tanta dulzura cuenta; aquel para siempre que repetían a veces, aquel huir los de casa y juntarse a hablar de los santos, aquel buscar medios para (2) volar luego al cielo ¡os que ponían en el suelo entonces los pies, y ansí llegó a los doce años de su edad, y en este tiempo murió su madre, que era muy cristiana y virtuosa mujer, y en vez de ella tomó por madre a N.a S.9, como ella misma lo dice, y ansí quedó con solo el padre en su casa, acompañada de una su hermana mayor y de otros her- manos, y pasó ansí casi dos años hasta que entró en los catorce.

Crecían con la edad las virLudes, y su natural gracioso y amoroso y prudente, que se descubría de cada día más, la hacía señalada y ama- ble entre todos, mas no haya virtud que no tenga algún vicio que le parezca, ni cosa tan acertada que no pueda ser de inconveniente por alguna parte y respecto, y como los grandes bienes de ordi- nario estén muchas veces ocasionados a grandísimos males, fué así que en esta edad, y comenzando a tener más vigor la razón, siendo querida de muchos, comenzó ella también a querer, y como era discreta y apacible, comenzó a no gustar de estar escondida^ y comenzó a abrir los ojos al mundo, y tomar favor de lo que en él se estima por algo, y a preciarse del aderezo y de las galas de mozas, y de la curiosidad en ello con alguna demasía y exceso, en lo cual ayudó mu- cho, o por mejor decir, le dañó la lección de algunos libros profanos a que la llevó su natural ingenioso, y la compañía y conversación de una doncella deuda suya, no muy asentada, de que dice en su vida.

Es Dios en todo maravilloso, que pudiendo conservar en un mismo tenor de bien a los que quiere hacer santos, y pudiendo hacer que conserven siempre limpia la primera inocencia, los deja desdecir de

1 Entre lineas: catraya».

2 Al margen: 'Aquí cosas de su niñez, oídas y vistas».

476 APÉNDICES

ella a las veces y permite que el demonio los prenda, y que entre sus dones se muestren nuestras flaquezas y males, para que no pa« rezca la santidad cosa nacida y necesaria, sino cosa de libertad y en que puede hacer algo y deshacer el que es santo, y para que siendo la gloria toda de El, les venga a los suyos parte de ella, y para que el demonio, después de haber probado sus fuerzas, sea vencido de las más flacas favorecidas de Dios, con que quede Dios glorioso y él confundido, viéndose al fin rendido de la una flaqueza que tantas veces rindió, que él tuvo rendida a muchas veces. Por este camino llevó a David, y a San Pablo, y a la gloriosa Magdalena, y a Santa María Egipciaca, y a San Agustín, y a otros santos muchos, dejándo- los a tiempos caer para levantarlos después con mayor provecho suyo y nuestro, que en semejantes concebimos ánimo y esperanza para no desconfiar de Dios cuando nosotros caemos, mas nunca se asienta lo que no ha de durar, y lo que no dice con la hechura del alma e ingenio, aunque en ello nos ensayemos, se cae, y así fué que el alma de esta santa mujer que la tenía Dios con particular señal para señalada, y en cuyo secreto seno, sin que ella misma lo viese, tenía el espíritu del cielo que hacía las partes de Dios, y se le traía a la memoria, y se le figuraba cuando menos se cataba delante, y le hablaba de contino y a veces le voceaba, por el un breve tiempo venció aquella pequeña niebla que de la nueva vista del mundo y de sus cosas nacía, y como le acontece al sol cuando amanece, si el suelo está húmedo, que por el calor que sus rayos tienen levanta va- pores, y por ser entonces pequeño el calor no los puede gastar, y ansí se esparcen como niebla u oscurecen el aire, hasta que después, su- bido en lo alto (1) del cielo y enviando de allí sus rayos con mayor fuerza, y como hiriendo a sobre mano la niebla la vence, ansí en esta santa, al amanecer de la luz, la razón tierna y no experimentada, comenzó a Sacar nieblas de la apariencia de las cosas del mundo que se le pusieron delante, hasta que, creciendo más y recibiendo sus fuer- zas, las deshizo y (Se la dieron sobre la niebla y las deshizo. Murió su madre antes Ide esto, en este tiempo que, como ella dice, era muy cristiana y virtuosa mujer, era muerta, como ya dijimos, su madre había más de dos años, y el padre en este tiempo que había casado otra su hija mayor, que era del primer matrimonio, comenzó a des- contentarse de las conversaciones y semejas que en doña Teresa veía, y aunque la amaba muy tiernamente y la apartaba con mucha pena de sí, pospuso su disgusto al bien de ella, y púsola en un monasterio de aquella ciudad muy encerrado, que se llama de Ntra. Sra. de Gracia, de monjas de la Orden de San Agustín, religiosas mucho, ansí en la opinión como en la verdad. Criábanse en aquel monasterio otras don- cellas y seglares y nobles, y como una de ellas entró también allí, la santa madre, guiándola Dios maravillosamente, que saca siempre de los males bienes y atrae los suyos a por desviados y no conoci- dos caminos, porque el entibiarse en los deseos de la virtud la ma- dre Teresa y el desdecir de ella en alguna manera, que era como

1 Al margen: «Lo alto en medio del cielo enviando sus rayos»

HPENDICES 477

para apartarse de Dios, se convirtió por orden suya en atajar para llegarse a El con más brevedad. Porque en casa de su padre, con el amor de él y el trato de los seglares parientes, nunca concibiera esta santa el deseo ardiente de la religión que concibió en este mo- nasterio qiie digo, a donde, aunque los primeros días sintió sinsabor porque el íiábito de vanidad que se comenzaba a vestir y aquella secreta vida no convenía; mas éste cayóse presto como era postizo, y quedó libre y desnuda de él su buena compostura del alma,, a quien era muy conforme y muy hecho a su gusto todo lo que en aquella santa casa se hacía, y así en poco tiempo comenzó a gustar mucho de ella, y el espíritu de Dios que en su corazón se escondía, en su alma, aprovechándoss c'e la ocasión, comenzó a abrirle (1) los ojos', y a resucitar en ella los buenos deseos primeros, y con el trato de todas y señaladamente con las palabras santas de una de ellas a cuyo cargo estaban las doncellas seglares (2), iba de día en día en su alma echando fuerza el espíritu, y el que antes de aquella entrada callaba y estaba como caído y rendido, se levantaba ya y hablaba en su corazón y hacía rostro y se oponía al sentido y a lo que la vida seglar y libre en él puesto había, y trababa entre los dos reñida y san- grienta pelea, porque el espíritu le pedía ser monja y el sentido le apartaba de ello, y porque tenía ya asentado en el alma el servicio de Dios, le decía que en la vida de los casados le serviría muy bien, y representándole muchas comodidades en ella, y ansí peleaban en su pecho como en estacada o pelea, que metidos en campo estos dos movimientos, al principio más ayudaba al bueno los ejemplos santos que a 5os ojos allí de continuo teníai y iCon esto se mejoraba más cada día contra su combatidor. Fué así, que en espacio de año y medio que allí estuvo, que fué hasta el quince y diez y seis de su edad, la que cuando entró aborrecía aun el pensamiento de monja, salió con deseos de serlo, estuvo en aquel monasterio contenta y con gene- ral contentamiento de todas, porque era de condición muy amable: salió porque enfermó gravemente. Llevóla su padre primero a su casa, y de allí a una aldea! a donde estaba casada su hermana, que era, como dijimos, medio hermana suya y mayor, y se llamaba doña María de Cepeda, y la amaba muy tiernamente. Estaba en el camino un tío suyo, hermano de su padre, que se llamaba Pedro Sánchez de Cepeda, hombre viudo y que vivía retirado y muy cristiano y virtuoso, que parece le tenía Dios en el paso para por su medio encenderla más en sus buenos deseos y traer a perfección lo que El labraba en ella y el demonio impedía. Este la detuvo consigo algunos días, en que con sus palabras, que ordinariamente eran de Dios, y con las de los libros santos que le hacía leer, iba asentando en su alma un per- fecto desprecio de la vanidad de esta vida y a determinarse de ser religiosa, venciendo muchas contradicciones que el sentido y el de- monio le hacían. Tratólo con su padre, en que halló contradicción; buscó terceros que le persuadiesen lo mismo. Mas el amor que la tenía no le consentía apartarla de sí, por donde ella se resolvió en

1 Al margan. «Descubiiile, desvendarle».

2 D.a María Briceno.

478 APÉNDICES

seguir el consejo de San Jerónimo y caminar a ejemplo, y si menes- ter fuese, hollar sobre el padre, que este poder tiene el espíritu que Dios enciende en las almas, no descansa, no repara en estorbo, no sufre dilación ni tardanza, por todo rompe, todo lo huella, esle fácil todo porque es espíritu de caridad: y de amor. Pues con esta resolu- ción aguardó coyuntura y venida sin dar cuenta (1) a nadie, llena (2) de Dios, guiada y acompañada de un hermano suyo, que amaba, se fué al monasterio de la Encarnación, y tomó el hábito en él. Es este monasterio de la Orden de Ntra. Sra. del Carmen, y es de los prin- cipales de aquella ciudad por su antigüedad y por el mucho número de religiosas que tiene, y creo yo (3) y es monasterio a quien nuestro Dios ama con amor particular y muy grande, pues entre todos le quiso honrar y enriquecer con una joya tan rica. Inclinóse la Santa más a este monasterio que a otro, porque tenía en él una grande amiga suya, cuanto fué de su parte de ella movida de una afición natural que tenía a una religiosa de él, que se llamaba Juana Juárez, mas de parte de Dios fué el bien y aumento de aquella Religión y Orden que determinó Dios encaminarle por medio de aquesta su sierva. No tenía diez y ocho años cumplidos y careció de misterio, que el día que tomó el hábito fué el segundo de Noviembre, que la Iglesia tiene dedicado para rogar por las ánimas, como signifi- cando Dios el bien de infinitas que nacería de aquella monja, que había de nacer de aquel hecho. Monja con dolor y soledad de su padre, y con alegría suya y contento grandísimo, pasó el año del noviciado con entera salud, amada de todas, porque demás de la gracia natural que tenía, que era para todas de condición apacible, éranle también como naturales muchas de las virtudes que servían para conservar la paz en común y que en los monasterios para va- dearse bien en ellos, son de mucha importancia. No murmuraba de nadie ni consentía que delante de ella se murmurase, de todo sentía bien, y si conocía faltas no las decía; era humilde, por la misma razón libre de traer competencias, discreta en su habla y conversable para sus compañeras, y como guardaba, en cuanto era en sí, las honras de todas, ansí todas la preciaban y honraban; profesó venido su tiempo y ofreció con los votos de la religión su corazón a Dios, que como pareció después, le fué gratísima ofrenda, y ansí comenzó a proceder en su estado y a crecer en virtud, pero faltóle la salud en este tiempo, porque poco después de profesa, o que lo hizo la mudanza de la vida, o que a la verdad fuese particular providencia de Dios que quiso poner freno a su edad, le dieron unos desmayos tan grandes que le quitaban del todo el sentido. Es cosa maravillosa considerar los bienes que Dios sacó de estos desmayos; porque, lo primero, fueron causa que comenzase tener trato con Dios interior, porque entendiendo en la cura de ellos el tío suyo, que dicho tenemos, la puso en que tuviese oración, y le dio libros que le fuesen en ella guía, com.o ella misma lo cuenta; también fueron causa que ganase

1 Entre líneas: tninguna».

2 Entre lineas: «llevada.»

3 Entie lineas: <a lo que uo»

APÉNDICES 479

a Dios una alma de un clérigo que andaba perdida, como también ella escribe; ejercitóla ansimismo en paciencia, que según fué recia la cura y los accidentes que de ella le quedaron grandísimos y prolijos, los remedios y la convalecencia larguísima, fué cosa señalada lo que padeció, y la igualdad de ánimo con que lo padecía, que como los que bien edifican, a la proporción del edificio que hacen, levanta, ahondan siempre y hacen fuerte el cimiento, ansí Dios, porque levan- taba en esta santa alma un soberano edificio, los cimientos que son de paciencia y humildad, quiso que fuesen grandísimos,' y ansí lo hizo, como vamos diciendo. Porque vuelta de la aldea a donde estaba su hermana, y a donde del monasterio había idof a curarse, y la que salió con desmayos vuelta consumida y tullida, estuvo ansí en la enfermería de su monasterio tres años sin poderse mandar, hecha un ejemplo de humildad y paciencia. Dice ella de sí, que en esta en- fermedad unas veces se contentaba con ella,' y otras se deseaba salud, era por llevar adelante el ejercicio de la oración de que había co- menzado a 'gustar en la aldea, porque como Dios la tenía ordenada para bienes tan grandes, luego que comenzó a retirarse con El y liablarle en su corazón a sus solas, le comenzó El a liacer regalos tan grandes, de que no se podía olvidar, porque sin duda es ansí que el alma que ha hablado secretamente con Dios, sabido y gustado de i>u blandura y dulzor, si no pierde mucho por grandísima culpa suya, el sentido vive siempre que no le habla y conversa, como violentada y como peregrina y como disgustada en la tierra; y ansí la santa Madre Teresa, a quien Dios había comenzado a gustar el regalo de sus amorosos abrazos, sentía en medio de su tullidez y dolores, no los dolores y tullidez, sino el estorbo de la enfermería y del (1) desaso- siego y publicidad que en ella de fuerza había, que le impidió el secreto y sosiego que es mucho para recoger el espíritu; mas como en esto no buscaba a sí, sino a Dios también (2), le resignaba su volun- tad en ello y su gusto, y se contentaba con que Dios hiciese en ella el suyo por cualquiera manera. Acabóse este trabajo, y por medio del glorioso San José, a quien en aquella enfermedad tomó por de- voto, fué Dios servido sanarla, y sana volvió luego a sus ejercicios primeros y a los regalos de ellos en que pasó algunos años y días. Érale al demonio muy odiosa la virtud y oración de esta Santa, porque se le traslucía que Dios le iba armando en ella un mortal enemigo, y afrentábase de que con una mujer quisiese Dios destruirle y des- terrarle y desposeerle de innumerables almas que él tenía por suyas, y ansí se ingenió y esforzó a hacer la guerra, y procurar, pues era mujer, que lo fuese ya enredándola en aficiones y conversaciones sin orden, aprovechándose para esto de sus naturales, que eran hechos para tratar y atraer a todos cuantos trataba. Espanto (3) es en este artículo ver y considerar la solicitud que ambos traían, Dios y el demonio: Dios por hacerla suya, y el demonio, por apartarla de Dios,

1 Entre líneas: «por él».

2 Entre lineas: «al fin».

3 Al margen: «Espanta y espantable negocio en este número g en este artículo cosa es- pantable».

180 APÉNDICES

metíala en las ocasiones por horas y sacábala de ellas Dios por mo- mentos; traíale las personas que conforme su natural eran más de su gusto, y venía Dios, y en medio de la conversación, descubríasele como agraviado y sentido; saboreábale las pláticas y el entretenimien- to el demonio, y vuelta de allí a la oración, doblábale Dios en ella el regalo y favores del mundo y como diciéndole, que aquello de que se cebaba en la red era falso, y que su dulzor era verdadero dulzor, y que si gustaba de trato apacible y discreto, el suyo era mucho más discreto y dulcísimo; y como los que en competencia de otros tienen alguna afición que se esfuerzan con mayores demostraciones de amor y con extraordinarios servicios a apartar de los otros y inclinar hacia las voluntades de aquellas personas que aman, ansí parecía que Dios se esmeraba en descubrírsele más, cuanto el mundo y el demonio la cebaba más y enredaba. ¡Oh soberano ñmador de las almas y como evo inifinito en amor! Pues guerreaban en el pecho de esta bienaven- turada mujer estas dos aficiones, y los autores de ellas hacían sus diligencias cada uno por encender más la suya, y borraba el oratorio lo que la red escribía, y a las veces la red vencía y menoscababa los buenos frutos que la oración producía, de que resultaba agonía y congoja, con que traía su alma inquieta y perpleja, que aunque estaba resuelta en ser toda de Dios, no sabía desasirse del mundcr, y a veces se persuadía a poder darse a manos con ambos, de que le sucedía casi de ordinario, como ella dice, no gozar bien de ninguno; porque en el entretenimiento del locutorio poníale acíbar la memoria del se- creto y dulce trato que tenía con Dios; y, ni más ni menos, cuando con Dios se retiraba y comenzaba a hablarle, asían de ella las aficiones y pensamientos que cobraba en la red. En esta lucha continua, el demonio, por vencer, usó de maña con ella y disimulando su engaño, púsole en el pensamiento que era soberbia y desacato tener oración quien andaba tan llena de imperfecciones y faltas, y debajo de esta falsa humildad quiso quitarle las armas con que resistía a su daño, y persuadióla en parte y comenzó a abstenerse de la oración aue solía, y por no parecer atrevida con Dios, comenzó' a ponerle en olvido y a huir del médico y la medicina, porque se sentía con llagas y hubiérale sido gran mal si Dios, que la amaba, no la avisara con tiempo por medio de la enfermedad, en que como un año después deste su decaimiento y tibieza, cayó su padre y de que vino a morir a la fin; porque asistiendo a la cura ella, que se permitía en su Orden, y hallándose presente a la muerte, compungida, parte del dolor que le hacía y parte de la devoción y santidad que veía en él, determinó de confesarse con un religioso docto que había confesado a su padre, que dándole cuenta de lo que solía hacer y de lo que entonces no hacía, le mandó que tornase a la oración que dejaba, y le demostró cuan falsa humildad era no ponerse siempre delante del médico, quien tenía siempre necesidad de remedio. Obedecióle la Santa; obedeció, y tornando a su primer ejercicio nunca más le dejó. Tendría en este tiempo como veinticuatro o veinticinco años de edad y llegó hasta casi los cuarenta y ocho perseverando en él y creciendo por él la luz de Dios en su alma. Crecía en humildad, en amor de soledad y recogimiento, en deseo de las cosas de Dios, en deleite en sus plá-

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ticas, y finalmente en el afección de todo lo bueno, aunque junta- mente con esto sentía en imperfecciones y faltas algunas que la traían asida en cierta manera y como cautiva, de que procuró y nunca se podía librar, hasta que, como ella misma refiere, cansada ya de una tan larga pelea y conocida la poquedad de sus fuerzas, y ansí des- confiada de ellas y de toda su industria, por ocasión de una imagen que vio de Cristo muy herido y llagado, movida de él, y ardiendo en su amor y hecha un río de lágrimas, rasgó del todo en su pre- sencia su alma dando bien ancha puerta a su gracia para que, en- trando en ella, arrancase y edificase y plantase. Decía, postrada de- lante de él, que no se levantaría de allí hasta que la fortaleciese en su amor (1); pedía al que la solicitaba a pedir, y como otra Magdalena alcanzó del piadoso Señor lo que demandaba y pedía, porque de allí salió otra, renovada y fortalecida en espíritu; y como se llegaba ya la sazón de las obras maravillosas para que desde su Eternidad la tenía Dios escogida, comenzó a apurarla de cada día más y a volver hacia todos sus pensamientos y deseos y obras, favoreciéndola con ex- traordinarias mercedes; porque en la oración, que era su continuo ejer- cicio, comenzó a sentir de ordinario una presencia de Dios de tanta eficacia, que sin ver nada no podía dudar della en ninguna manera, y juntamente con esto suspendíansele muchas veces en la oración las potencias, y sin poder discurrir gozaba de una grandísima sua- vidad y deleite, que le dio alegría y contento al principio, mas luego le comenzó a ser ocasión de cuidado y temor, porque entendía que era sobrenatural lo que en esto sentía, y ansí conocía que era alguna virtud superior la que lo obraba (2), y ansí movida de su humildad que le representaba sus faltas y conociéndose por indigna de que Dios la tratase, comenzó a temer si era una ilusión del demonio, y fué orden de Dios que temiese para muchos bienes que deste miedo sacó. Porque, lo primero, le fué causa este temor de más cuidado en su vida y en la pureza de su alma y conciencia; y lo segundo forzóla a comunicarse con hombres doctos y espirituales que la perfeccionaron del todo; y lo tercero dio por este camino Dios noticia a los hom- bres del tesoro que para provecho público en aquel alma tenía. El primero con quien comunicó sus temores fué con el maestro Daza, un clérigo religioso que en aquel lugar entonces florecía en opinión de virtud: a éste habló por medio de un caballero grande cristiano, que se llamaba Francisco de Salcedo, natural también de Avila, a quien esta santa mujer conocía. Trataban ellos dos el negocio entre y juntando con los gustos que en la oración recibía las imperfec- ciones y faltas que ella decía de sí, no se persuadían que era Dios quien le hacía mercedes, y a la verdad no cayeron en la cuenta de la condición y del ingenio de Dios, que como que es médico visita alegremente a su enfermo, y como su trato es causa de mejora- miento y de vida, mejora los suyos entrándose por sus puertas y ha- ciéndoles particulares mercedes. Al fin se resolvieron en esto, con que

1 Enrrc lincas «grada».

2 Entic lineas: «poi lo cual>. II

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creció más en ella el temor y la perplejidad de lo que le convenía y cumplía, porque su indignidad le hacía temer. La luz de Dios al tiempo que gozaba della la aseguraba con confianza, no osaba fiar- se de sí, los que le daban consejo no sabían dárselo porque no la entendían, dejar la oración era dejar su remedio, proseguir en ella con aquella sospecha era ponerse a peligro, contentarse con meditar y rezar no estaba en su mano, porque la presencia que Dios le hacía en volviéndose a ella la suspendía y llevaba a mismo con fuerza grandísima. Padecía pues, la Santa, peleando en ella por una parte la humildad y el temor y el crédito que daba a sus padres, y por otra la luz de Dios y su fuerza, y el provecho u bien de su alma, porque no sólo sabía que le iba la vida de ella en no dejar la oración, mas experimentaba que con la que tenía se aprovechaba de cada día más y crecía. Tomó por remedio velar más sobre y guardar las leyes de Dios con más diligencia, asegurándose que con esto, si era Dios, le hallaría más cerca, y si mal espíritu no la podría engañar, y ordenólo Dios ansí para sacar este bien de aquel miedo y para por aquel camino llevarla a que buscase maestros de espíritu experimen- tados en aquel arte, por cuyo medio se mejorase más y se perfec- cionase del todo. Habían por aquel tiempo fundado en aquel lugar los Padres de la Compañía, y decíase de su religiosa vida mucho y del provecho que hacían y de los ejercicios de la oración que tenían.

Persuadióla el caballero que dicho tengo, los llamase y se comunicase con €llos, dándoles noticia entera de su vida y conciencia, que si bien tenía para ser demonio, no por eso la desamparaba ni dejaba de visitar; antes, movido a piedad, imaginando que algún mal espíritu se trabajaba por engañarla con envidia de su bondad y virtud, se desvelaba él por ayudarla contra él y por allegarle socorro. El que dio el consejo puso también los remedios y negoció con uno de la Compañía que la confesase y tratase, que como buen médico, luego que le tocó el pulso, conoció que era buen espíritu el que andaba con ella, y profetizó lo que fué después, que la escogió Dios para por su medio ganar las almas de muchos, y ansí la aseguró lo primero, y como maestro después la fué gobernando los pasos, porque como había comenzado sin maestro, andaba muy en los fines no habiendo puesto en algunos principios los pies. Enseñóle a mortificarse en mu- chas cosas, a quitar de todo lo demasiadoi' y superfino, a ejercitarse en cosas de aspereza. Resistió cuanto le fué posible a aquella sus- pensión y recogimiento de espíritu, forzando el entendimiento a que hiciese pie en alguna consideración provechosa, y señaladamente le puso la humanidad de Cristo delante, puerta cierta y camino único por do llegan a Dios las almas, para que siempre la meditase y amase.

Obedecióle alegremente en todo lo que fué de su parte. En el resistir al movimiento que en su espíritu hacía Dios, no bastaban sus fuerzas, y de allí adelante mucho menos, que como se disponía más, como en sujeto más dispuesto obraba con más fuerza en ella los movimientos del cielo. Pasó con este recogimiento dos meses, y después dellos acertó a venir allí a la Compañía el Padre Francisco, duque que fué de Gandía, el general de la Compañía que era en-

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tonces, el que había sido duque de Gandía y se llamábase el Padre Francisco, que la quiso ver y conocer por la noticia que el Padre que la confesaba le dio. Vista y entendida, sintió que era obra grande (de] Dios, y ansí la consoló y la esforzó y aconsejó que comenzase siempre su oración meditando en algún paso de Cristo; mas que si El la suspendiese y recogiese, ella se dejase llevar de él sin hacer resis- tencia. Quedó alegre la Santa con esto, aventajando lo pasado y alar- gando siempre más el paso en el bien, y apartando de aquello a que solía tener afición; mas no era tanta su priesa en disponer- se cuanta era la diligencia de Dios; no sólo en ayudarla secretamente, mas también en mostrarle descubiertamente cjánto la amaba; y ansí fué que pocos días después la comenzó a hablar muy tiernamente en el alma, que es un lenguaje secreto de que Dios usa con los que tiene por suyos, y unas palabras que no se oyen con los oídos, mas percíbense en el espíritu, tan formadas y distintas y claras, que no puede dudar dellas ni olvidarlas en muchos días, de que hay algu- nas diferencias que declara bien esta Santa Madre en sus libros, pues hablóla Dios y fué bien suya la primera palabra, porque le dijo: «ya no quiero que tengas conversaciones con hombres sino con ángeles», y como su decir es hacer, ansí le borró del alma todas las aficiones del mundo, que halló luego hecho en lo que deseaba ver hecho y lo que procuraba mucho hacer y lo hallaba casi imposible, y ansí como criada de nuevo por la palabra del que con ella cría y renueva las cosas, comenzó a vivir en este mundo cuanto al trato e in- clinación interior como si en él no viviera, y a tener como ajenas y extrañas de todas las cosas que no eran Dios o no caminaban a El, y verdaderamente como lo que se dijo a la Esposa, levántate y apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, que ya pasó el invierno, y fuese, con que el Esposo la clama> y llama a tratar consigo él a la soledad de los campos, ansí con aquella palabra la apresuró Dios a mismo y la sacó y desasió de aquesto visible, y en medio del mundo la puso consigo solo, convirtiéndola en desierto y yermo la vida, y haciéndole El compañía bienaventurada y dulcísima, porque de ordinario desde aquel día la visitó con sus hablas, unas veces regalándola y otras avisándola de 'o que a su servicio cumplía, con un trato tan amoroso que pudiera espantar, si el suceso de él no nos declarara agora lo que allí pretendía Dios para la salud de las almas.

Mas siempre andan como hermanados la cruz y las mercedes de Dios, y siempre junta con su favor algún grande trabajo, porque nues- tro natural lo pide ansí, que se desvanece de presto; pues estas hablas y regalos nuevos la pusieron en grandísimo aprieto, porque su con- fesor, a quien daba de todo cuenta y que era ya entonces otro Padre de la Compañía, que era entonces el Padre Prádanos, porque había mudado al primero, mostró tener gran temor, y comunicándolo él por su parte y ella por su orden con otros, todos sintieron mal dcstas hablas, y permitía el Señor qu2 se engañasen así para excitar y per- feccionar más la obediencia y humildad de su sierva, porque pa- reciéndoles a muchos de ellos que era demonio, y diciéndoselo, aun- que la luz que sentía y el provecho que en ella hacían las pláticas

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la aseguraban, pero la autoridací y los dichos (1) de tantos criaron (2) temor en ella grandísimo, y nacía inquietud del temor y andaba como en continuo tormento con lo uno y lo otro, y no sólo padecía por esta forma en su alma, mas en la opinión de muchos de fuera andaba como afrentada y notada, porque comunicando unos a otros como cosa nueva el secreto de mano en mano, se comenzó a exten- der en muchos, que comenzaron a avisarla con miedo, y unos huían della, otros avisaban a su confesor que huyese, y otros, si la habían lástima, sospechaban mal de su vida y veníales al pensamiento si era por dicha castigo de algunos grandes pecados secretos. Finalmente con la imaginación de demonio se les figuraba que ella misma lo era, y pegábase de la imaginación de los otros según era reconocida y humilde imaginando ella casi lo mismo de ;sí y temerse a misma y procurar no estar sola, y aunque su confesor nunca la desamparó, pero vino a mandarle que no se recogiese en secreto y que no se dejase suspender cuando oraba, que, finalmente, no orase más quien sacara de las manos de Dios las almas que El ama. Obedecía la Santa, y por no perder a Dios cortaba (3) como le decían cuanto podía las ocasiones de sus hablas, y vencía a su mismo juicio y sentido por seguir con humildad lo que el confesor le decía, y con eso mismo le hacía más hermosa en los ojos de Dios y le atraía más a y enamorado y vencido de obediencia y humildad tan perfecta, por donde si ella huía, El la buscaba y si excusaba el oratorio por no verse con El, El venía a hablar con ella en la claustra, y si no se recogía por no sentir sus palabras, en medio de la conversación de las monjas la retiraba súbitamente hacia y se las decía dulcí- simas: que se puede decir pasó casi dos años padeciendo intolera- ble tormento, andando como espantada y turbada, diciéndole los más era demonio, temiendo lo mismo ella de sí, viéndola unos y abomi- nándola otros, dejándola desamparada todos en las manos de muy crueles congojas, a términos vino que, faltándole ya las fuerzas un día y deshaciéndose en lloro, estuvo casi cinco horas sola y revol- viendo en su alma mil miedos sin hallar en ninguna cosa consuelo. Mas el que es verdadero, llegada a este extremo la asegura y con- soló, porque hablándole al alma le dijo: «No hayas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé, no temas»; que fué de tanta eficacia, que súbitamente, no sólo le quedó el alma serena, pero tan cierta de que era de Dios y animosa para no temer al demonio, que hollara sin miedo sobre él; pero no mucho después le vinieron nuevos miedos con nuevas y mayores mercedes, porque un día de San Pedro, es- tando en oración, sintió cabe a Nuestro Señor Jesucristo, no por- que le viese con los ojos corporales ni menos con visión imagina- ria, sino porque El mismo le hacía entender que estaba allí sin mos- trársele, y esto era tan cierto que no le dejaba duda dello nin- guna. Pasa esto en lo muy interior y es negocio muy intelectual, y por la misma razón negocio de menos sospecha y engaño, y hácese con

1 Entre líneas; •«el dicho».

2 Entre líneas: <ícausaron».

3 Entie lineas: «cenaba».

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mucha luz espiritual, que recoge a lo interior al alma y la infunde aquella noticia y se la imprime sin medio de figuras ni de sen- tidos. Mas no lo sabía la Santa entonces, y la novedad dello le causó gran espanto luego al principio que la comenzó a fatigar nue- vamente. Di jólo a su confesor, a quien también le hizo gran nove- dad por no tener experiencia, mas procedió cuerdamente no atemori- zándola, sino llevándola siempre a la mayor perfección, con que iba segura, aunque otros que tuvieron noticia alguna desto no lo estaban, y mucho menos poco después, porque continuando el Señor las mer- cedes, vino a descubrírsele a los ojos del alma en visión imaginaria que llaman, mostrándole su humanidad sacratísima con increíble de- leite del alma que la veía y con aprovechamiento grandísimo. Esto fué muchas veces, y a los principios dellas el confesor ordinario temía, y otro con quien se confesaba en su ausencia temió más, y se resol- vió ser demonio, y conforme a ello le mandó hiciese la señal de la cruz si lo viese y le diese higas, a lo cual todo obedecía porque sabía que agradaba a Dios en obedecerlo, aunque padecía grande tormento [en] ello, porque las visiones eran tales, que ellas mismas hacían segu- ridad de mismas, mas pasaba con obediencia y sufría lo que otros decían y sospechaban mal de ella, y vino a tiempo que trataban de conjurarla como si tuviera demonio, pero al fin subió la luz en su lugar y deshizo la niebla y declaróse tanto la verdad con el mejo- ramiento que criaba Dios por medio de aquellas mercedes en aquella santa alma, que se vino a conocer con los ímpetus de amor que era Dios, aunque no por eso dejaba de comunicar con letrados todo lo que le pasaba por ello, que en eso tuvo vigilancia grandísima, ni me- nos de hacer todas las diligencias que para más certificarse cum- plían, y entre otras fué ésta. Vino por aquel tiempo a Hvila el padre Fray Pedro de Alcántara, descalzo francisco, de grande oración y espíritu, de vida santísima y conocido de todo el reino. Por tal no le conocía entonces la Madre, mas conocíale mucho doña Guiomar de Ulloa, mujer viuda y noble señalada de aquel lugar y que tenía gran- de amistad con la Santa, y con quien ella por dicho de su confe- sor comunicaba su temor y aflicciones, porque era persona de mu- cha oración y virtud y en quien siempre halló esfuerzo y consuelo, porque Dios le daba luz para conocer la verdad de lo que era.

Pues ésta, pareciéndole que tenía en casa el maestro, porque la Santa Madre mejor pudiese comunicarse con él, hizo con su Provincia] se la diese para tenerla en su casa ocho días, en que se comunicó con. el santo fraile, dándole entera cuenta de todo lo que en el alma sen-^ tía. Los buenos espirituales luego se conocen unos a otros, y por lo que sabía de Dios por experiencia muy larga, luego le conoció cla- ramente en la madre, y ansí se lo dijo y la aseguró de sus temores y la dejó con mucho consuelo, bien que su humildad y recato no consintió que se despidiese el temor del todo, o, por decir la verdad, no quería el Señor que anduviese sin él por humillarla con él y traerla sujeta siempre de manera que la grandeza de las visiones que traía no la desvaneciesen en algo, y hacía contrapeso con el miedo que la mantenía en el fiel, y ansí como perseveraba el temor, perseveraban las diligencias. También hizo una entre otras. Vino, como es costura-

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bre en g1 Santo Oficio, a la visita ordinaria de aquella ciudad d licenciado Salazar, que después murió obispo de Salamanca: deter- minóse a comunicar con él lo que sentía en su espíritu, pareciéndole que aquello era dar cuenta de a la Iglesia y esperar su juicio para gobernarse por él. Oyóla con atención y respondióla después que aque- llo no pertenecía a su tribunal, a quien solamente toca castigar y en- mendar lo que es culpa; que si era Dios, era grande merced suya; si demonio, era pena que padecía como no se dejase llevar a lo malo, si acaso se lo persuadiese o enseñase, pero dióla consejo que pusiese en un papel en escrito todo lo que sentía y oía y que lo enviase al maestro Avila, que vivía en Andalucía y florecía entonces con grande opinión de virtud, que era hombre de muchas letras y es- píritu, y la entendería mejor. Aprobaron este consejo sus confeso- res, y así por orden de todos puso en escrito su vida y el suceso del.la y su espíritu con todo lo que interiormente sentía, e hizo una relación clara y entera, aunque algo breve, que después de algunos años la escribió con más distinción, según que anda ésta impresa, y esta suma que digo la envió al maestro con cartas de algunos conoci- dos suyas que le pedían la viese y dijese su parecer. Viola y respon- dióle por escrito y en lo que la escribió dice desta manera:

«En los raptos hallo las señas que tienen los que son verdaderos. El modo de enseñar Dios al alma sin imaginación y sin palabras inte- riores ni exteriores es muy seguro y no hallo en él en qué tropezar, y San Agustín habla bien de él. Las hablas interiores y exteriores son las menos seguras; el ver que no son del espíritu propio es cosa fácil; el discernir si son de espíritu bueno o malo es más dificultoso. Danse muchas reglas para conocer si son del Señor,; y una es que sean di- chas en tiempo de necesidad y de algún gran provecho, así como para confortar al hombre tentado o desconfiado y para algún aviso de peligro, porque como un hombre prudente no habla palabra sin mu- cho peso, menos las hablará Dios, y mirado esto y ser las palabras conformes a la Escritura Divina y doctrina de la Iglesia, me parece las que en el libro están ser de parte de Dios», y añade luego:

«Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen, y éstas en ninguna manera se deben desear, antes se han de huir todo lo posible, aunque no por medio de dar higas, si no fuese cuando de cierto se sabe ser espíritu malo, que cierto a me hizo horror las que en este caso se dieron: debe el hombre suplicar a Nuestro Señor no le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y de sus santos guarde para el cielo», y torna a decir:

«Mas si todo esto hecho duran las visiones y el ánima saca dello provecho, y no induce su vista a vanidad sino a mayor humildad, y lo que dicen es doctrina de la Iglesia y tiene esto por mucho tiem- po y con una satisfacción interior que se puede tener mejor que decir, no hay para qué huir dellas, aunque ninguno se debe fiar en su juicio en esto, sino comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre, y este «s medio universal que se ha de tomar en todas estas cosas y esperar en Dios, que si hay humildad para sujetarse al parecer ajeno, no dejará engañar a quien desea acertar», y dice:

«Y no se debe nadie atemorizar para condenar de presto estas

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cosas por ver que la persona a quien se dan no es perfecta, porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de malos gustos y aun de pecados y graves con darles muy dulces gustos suyos según lo he yo visto: ¿quién pondrá tasa a la bondad del Señor, mayormente que éstas no se dan por merecimiento ni por ser uno más fuerte, antes a algunos por ser más flacos y como no hacen a uno más santo no se dan siempre a los santos?» y prosigue diciendo:

«Ni tienen razón los que por solo esto descreen estas cosas porque son muy altas y parece cosa increíble bajarse la Majestad infinita a comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito está que Dios es amor; y si amor, es amor infinito y bondad infinita, y de tal amor y bondad no hay que maravillar que haga tales excesos de amor que turben a los que no le conocen, y aunque mucho le conozcan por fe, mas la experiencia particular del amoroso y más que amoroso trato de Dios con quien El quiere, si no se tiene no se podrá bien enten- der el punto donde llega esta comunicación, y así he visto muchos escandalizados de ver las hazañas de Dios con sus criaturas; y como están de aquello muy lejos, no piensan hace Dios con otros lo que con ellos no hace».

Y finalmente concluye: «paréceme, según en este libro consta, que vuestra merced ha resistido a estas cosas y aun más de lo justo: pa- réceme que le han aprovechado a su alma, especialmente le han hecho más conocer su miseria propia y faltas y enmendarse de ellas; han durado mucho y siempre con provecho espiritual, incítanla a amar a Dios y a su propio desprecio y a hacer penitencia, no veo por qué condenarlas; inclinóme más a tenerlas por buenas».

Con esta respuesta, por ser de hombre tan ejercitado y tan docto, procedió con más seguridad, aunque siempre con aviso y cautela (1), entendiendo que con los que habla Dios y les da semejantes visio- nes, a veces también se disimula el demonio, y se finge luz y quiere remedar lo que Dios hace, bien que por más que se disimule, siempre se diferencia en cosas claras a los que tienen la experiencia que la Madre tenía, la cual sin eso comunicaba siempre lo que sentía, y pe- día siempre consejo y le seguía, aunque fuese contra lo que sentía (2) su espíritu, y es señalado ejemplo de esto lo que le aconteció en el monasterio de Beas cuando se partió para fundar en Sevilla, que es- tando en su monasterio de Beas, antes que fuese a la fundación de Sevilla, que como la llamasen de Caravaca para ir a fundar allí, y el Padre Fray Jerónimo Gracián, que era Comisario apostólico, la mandase ir primero a Sevilla, aunque le habían dicho a su espíritu los inconvenientes que había, siguió la obediencia y fué profetizando a algunas de sus hijas (como lo de las mismas), los trabajos que se seguirían de esta ida al mismo, que las forzaba que fuesen, que su- cedieron ansí como se dirá en su lugar; ansí que alegre con lo que le escribió el maestro Avila, y mirando siempre por sí, como quien camina con temor de ladrones, y guiándose con la obediencia, prose- guía su camino segura, creciendo Dios en las mercedes y ella en

1 Entre líneas: «recato».

2 Entre líneas: «le daba el».

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las virtudes y amor, porque vencida de El pensaba de continuo cómo agradaría más a quien tanto debía, y ofreciéndosele que lo primero era ser perfecta en su estado, guardando que era su llamamiento propio perfectamente la primera perfección de su Orden, que en su monaste- rio y en los demás de ella, estaba entonces caída por razón de una regla mitigada que llaman que en los años... (1).

Les concedió condescendiendo con ellos y templando el primer rigor de su regla, pues ofreciéndole esto comenzó a tratar consigo misma, cómo podría hacer una casilla pobre, en que apartada, cerrada con pocas, viviese como deseaba vivir. Metíala en este pensamiento el amor, mas sacábanla luego de él las rail imposibilidades que había: una era el alcanzar la licencia, otra la posibilidad para el edificio y fundación de la casa, otra la novedad del hecho y el decir de las gentes, otra quién la querría seguir, y otra el suceso de las que se- guirla quisiesen. Pero como no era ella el autor, tornaba por horas él pensamiento y deseo, y siempre más encendido, porque el Señor que le ponía, le apresuraba conociendo que se llegaba el tiempo determinado por él. Comunicólo con doña Guiomar de Ulloa, la que arriba dijimos, que le salió a ello bien y le ofreció algunas cosas que parecían ser de provecho, y comenzaron ambas a encomendarlo muy de veras a Dios, que quería hacerlo y ordenaba que se lo rogase y pidiese su sierva para merecimiento de ella, y para así hacerla más hábil para eso mismo que se pretendía y pedía; y fué ansí que un día andando en es- tos hervores y suplicaciones, acabando la santa mujer de comulgar, y estando en recogida, la dijo claramente el Señor se servía de que se hiciese la casa, que tratase de ella sin desmayar porque se haría sin duda y sería muy de su servicio, y estrella que extendería sus rayos, y primeramente con esto para ella y en ella, le aseguró de su ayuda y de su particular guarda y defensa por medio de la Virgen Santísima, y del bienaventurado San José, su esposo glorioso. Animóse mucho con esta habla y en su espíritu, aunque el sentido se encogía sintiendo la desnudez que seguía, porque se le asentó en el corazón por muy cierto, y comenzó a desasirse con ello de algu- nas cosas que le hacían agradable la vivienda de su monasterio, y aunque se le representaban las dificultades que había y los trabajos y contradicciones que le podían venir, pero vencía la voluntad del Se- ñor, el cual no sólo aquella vez, mas otras muchas se lo decía y le mandaba que lo dijese a su confesor y que la favoreciese en ello, que El lo mandaba (2). Hízolo y contóselo (3) extensamente todo, que le puso en confusión, porque ni le parecía justo contradecirlo, ni ha- llaba cómo ayudarlo poner por obra, porque parecía imposible; resol- víase en que lo dejase a su Provincial y que sería regla lo que le respondiese. Era el Provincial hombre muy religioso, que se llamaba Fray Ángel de Salazar, y dióle cuenta de ello D.a Guiomar diciendo la comodidad que tenía, y parecióle bien al Provincial y dijo les daría licencia, y Fr. Pedro de Alcántara, con quien lo comunicaban, tam-

1 Deja el autor aquí un pequeño espacio sin llenar. La regla fué mitigada en H32.

2 Entre lineas: «quería».

3 Entre líneas: «dióle noticia».

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bien lo aprobó con mucha alegría, mas duró poco ésta en la Madre, porque luego que en el pueblo se comenzó, a entender su propósito, o el demonio que adivinaba su daño, o la condición natural de los mu- chos que son grandes e ingeniosos consejeros en lo que menos les toca, despertó tantos dichos contra las santas mujeres, tantos juicios, tantas mofas, tantos pareceres diversos, que no sólo lo general del pueblo se le mostraba contrario, mas también los hombres doctos g espirituales, del que muchas veces son demasiadamente prudentes, lo contradecían tanto, que vino el negocio a caso de duda, no sólo de si se haría, mas de si era lícito hacerse, y a D.a Guiomar le quitaron por esta causa la absolución, que para su condición natural y sus escrúpulos fué cosa de trabajo grandísimo. Residía por aquel tiempo en ñvila un padre dominico, presentado en su Orden, y tenido en aquel pueblo en grande posesión de letrado, llamado Fray Pedro Ibáñez, que hasta entonces no había entrado ni salido en aqueste ne- gocio. A este dieron parte del las dos^ y puesto y con palabra de estar por lo que él les dijese, aunque ninguna de ellas se persuadía que no había de ser, mas habláronle con determinación de seguirle, y él se encargó de ello y pedía espacio; y como después de ir contra ello, de hacerles estorbo, mas como Dios que había determinado lo que había de ser, y que escogía este mismo Padre por medio para que fuese, mudóle de manera en el plazo de los ocho días que había pedido, que juzgó no sólo poderse hacer, mas ser muy conveniente que se hiciese, y obra en que mucho Dios se serviría, y ansí lo res- pondió, y juntamente les enderezó en la manera como mejor se haría y tomó a su cargo la defensa para contra todos los que lo contrario sintiesen; que aunque hasta allí era casi todos, desde allí adelante hubo algunos que comenzaron a ser de su parte, y así concertaron de comprar una casa y la tuvieron concertada- y a punto de ordenar la escritura, cuando apretando de nuevo el demonio su obra, y oscure- ciendo con razones aparentes y de prudencias humanas los ánimos y los juicios de muchos, y a otros abriendo las bocas con el odio que por su dañado ánimo tienen al bien, y dándoles colores honestos, levantó tanta grita y figuró la causa en los oídos del Provincial que dijimos, de tan mala manera, que no se atrevió a llevar su parecer adelante y mudó la voluntad y ansí lo dijo y se resolvió (1).

1 Aquí termina el autógrafo de Fr. Luis de León.

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XCII

RELACIÓN DE LA VIDA Y LIBROS DE LA M. TERESA QUE EL P. DIEGO DE

YEPES REAiiTio AL p. FR. LUIS DE LEÓN. (4 de Septiembre de 1588) (1).

Estando yo en San Jerónimo de Madrid y vuestra paternidad en su monasterio de San Felipe, habiendo comunicado cosas de la Santa Madre Teresa de Jesús, al tiempo que el Consejo Real enco- mendó a vuestra paternidad examinase el libro, que ella dejó escrito de su vida, pareciéndole que algunas que yo le refería eran notables y que no estaban en él, me mandó se las enviase por escrito, para que, si pareciese convenir, se pusiesen en sus propios lugares, en la historia que de su vida y obras se trataba de imprimir. Yo holgué infinito de ver puesto ese tesoro al examen de vuestra paternidad, de quien presumo que, entre todos los que le podían mirar, sabrá penetrar sus riquezas, calificarlas y autorizarlas de manera, que los hijos y amigos que la tratamos, quedemos muy alegres y satisfe- chos, y los que no la conocieron, le sean aficionados y se duelan de no haberla conocido. Yo tengo por singular merced de Nuestro Señor, y medio muy eficaz de mi salvación, el haberla tratado; porque siem- pre que della me acuerdo, o veo las paredes de sus monasterios, se renueva en el deseo de mejorar mis costumbres, y así fué como milagro el motivo que tuve para conocerla. Y según esto, me parece que puedo dar a vuestra paternidad el parabién de haberle ofrecido el Consejo esta ocasión tan excelente para emplearse en el servicio de la Santa Madre, que sabrá pagar muy bien él trabajo, porque fué la más agradecida mujer del mundo. No pude corresponder a este mandamiento, a muy agradable, mientras estuve en aquella corte, por ser tan ocupado el oficio de prior, y aunque la ocupación que ahora traigo, visitando mi Orden, no es menor, en fin, me he deter- minado de ocuparme en esto los ratos que me quedan para descanso, porque lo es para su memoria.

Revolviendo ahora las cosas que con ella pasé, y otras que yo me entendí, quedo con tanta confusión de mi tibieza, que yo no cómo me atreva a contarlas, acordándome de lo mucho que fió de y lo poco que de ello me aproveché. Comuniquéla muchos años, escri- bióme muchas cartas de gran edificación, díjome de propósito algunas mercedes que Dios le hizo, porque pensaba aprovecharme en esto.

1 Es muy notable esta carta del P. Yepes a Fr. Luis de León al tiempo que éste disponía los libros de la Santa para darlos a la imprenta. A lo que parece, no tenía pensado escribir la Vida de la célebre Reformadora cuando la remitió al docto Agustino. Publicóse por vez primera al frente de la edición de las obras de la Santa que los Carmelitas De.scalzos hicieron en Ñapó- les, afio de 1604. Una copia antigua se halla en el Ms. 12.703 de la Biblioteca Nacional.

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y otras que con descuido se le caían de las manos, y yo las cogía, con mucha advertencia. Dióla Dios tanta luz, que, según lo que della experimenté, presumo que conocía los pensamientos y las cosas que estaban por venir. Y pues esta relación es para gloria de Nuestro Señor y testimonio de lo que obra en sus santos, quiero comenzar por mí, aunque sea con vergüenza. Como yo la comunicase muchas veces, y otras la escribiese, experimenté con gran certidumbre que entendía mi dispusición interior, porque tales eran sus palabras y respuestas, cual yo me sentía acá dentro: si me sentía recogido, sus pláticas y cartas eran muy largas, todas llenas de afectos de ora- ción y perfección; si me hallaba distraído, con una gravedad de pala- bras me respondía que, sin saber cómo, me hacía volver sobre mí; de suerte que cuando la iba a hablar o recibía alguna carta suya, antes que Ja hablase ni viese su letra, sabía cómo había de responder; porque de disposición adivinaba el estilo y modo de sus res- puestas, y así, la dije una vez: «Madre, miedo tengo de hablar a vuestra reverencia, porque pienso que entiende mi interior; y así, cuando la vengo a ver, me querría confesar como para decir misa, porque no me aborrezca viéndome cual soy». Ella se sonrió de manera que yo quedé más confirmado en mi opinión; porque ni osaba ne- garlo por no mentir, ni afirmarlo por no escandalizar.

Acabado de ser prior de Zamora, enviáronme a morar a la Rioja, y pasando por Osma, supe del señor obispo, don Juan de Velázquez, que estaba esta Santa Madre en una fundación en Soria, y que había de venir presto allí. Yo la esperé, y llegando a las ocho de la noche, ful a recibirla a la puerta, y al bajar del carro salúdela; y preguntán- dome quién era, y diciendo que Fray Diego de Yepes, ella calló. Yo me encogí temiendo si me tenía olvidado, o no le era agradable mi presencia. Estando después a solas, la pregunté qué había sido aquel silencio cuando le dije quién era; ella me respondió: «Túrbeme un poco, porque se me representaron dos cosas: que debéis de ir peni- tenciado de vuestra Orden; o si quisiere Nuestro Señor pagarme el trabajo de esta fundación con toparos aquí: yo me consolé con este favor». Yo la dije, que lo primero era verdad, mas que lo segimdo, no querría Dios que lo fuese. Dijo el tiempo que me había de durar la penitencia; y di jome, disimuladamente, que me corriese cuando se me acabase, que bien mostraba no estar bien determinado, pues hacía caso de tan pocas cosas. Y así se cumplió, como ella lo dijo a Ana de San Bartolomé, su compañera, señalando el tiempo de la penitencia.

Cuando por los años de 75 y de 76 estuvo su Orden en tan grande aprieto, que Gregorio XIII envió un legado muy sabio y prudente para deshacerla, y reducir los Descalzos a Regla mitigada del Car- men (1), ayudando con muchas fuerzas un comisario (2), que había en- viado el General para este efecto, recibió en Toledo una carta del Pa- dre fray Jerónimo Gracián, la cual llevó el padre Mariano. La carta venía tan desconfiada, y el Padre Mariano tan desesperado, que yo, que me hallé presente, perdí casi la esperanza del estado firme de sus

1 El nuncio Sega.

2 El Tostado.

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monasterios. Y no fui yo sólo de esta opinión, sino otros muchos, que trataban de estos negocios; y cierto era vehemente ocasión para des- confiar del todo, porque los frailes eran cuatro o cinco, y esos pobres, conocidos de pocos, desfavorecidos de muchos, y sin arrimo ni autori- dad. Las monjas, aunque eran más, no podían aprovechar sino de enco- mendarlo a JJios. La Santa Madre fundadora, arrinconada y maltratada de palabras que de ella decian los Padres del Carmen y el mismo Nuncio; que con la poca satisfacción que de ella tenía, y las sinies- tras informaciones de sus contrarios, la mandó que no saliese de su monasterio. Llamábala fcmina inquieta y andariega, y que por holgarse andaba en devaneos, so color de religión. R los pocos frailes que eran, les levantaron mil testimonios, poniéndolos faltas en la doc- trina y en la honestidad. De la Santa Madre dijeron lo último que de una mujer se puede decir. Los contrarios eran muchos, y fuertes y atrevidos, con libertad y con poder, y con la autoridad apostólica de su parte. Oyendo ella, pues, estas cosas, recogióse un poco en misma, dejando de hablar con nosotros, que de industria la dejamos, entendiendo que lo había con Dios. Y prosiguiendo nosotros nuestra plática, salió a deshora, y dijo: «Ahora sus trabajos pasaremos, pero ello no volverá atrás». Yo no la respuesta que allí la dieron, pero desde aquel punto tuve por tan seguro el negocio, que aunque más cosas oía, ninguna pena me daban; porque tuve esta por profecía; y aunque ella había fundado esta Orden con mucho fundamento, y con grandes prendas de Nuestro Señor, allí debió de tener alguna mayor luz, que la aseguró en el mayor aprieto.

Tuvo también grandísima luz para conocer y distinguir espíritus, y desengañar almas que so color de espirituales iban erradas, y para co- nocer las que convenían a sus monasterios, y porque todo esto consta de sus tratados y de la experiencia que sus monjas tuvieron, no diré más de una sola cosa, que entre muchas le aconteció. Una doncella de Toledo, que yo conocí, muy amiga de andar estaciones y de oír ser- mones, y escribirlos como los oía, quiso ser monja en su monasterio de Toledo, ij contentándose la Santa Madre de su salud, buena inclina- ción y entendimiento, que cierto le tenía bueno, aunque despuntaba, determinó de recibirla; y concertado el dote y la entrada y todas las cosas necesarias, la tarde antes del día que había de tomar el hábito, estuvo en la red con ella, y despidiéndome para irse, y puestas en pie, dijo la doncella: «Madre, también traeré una Biblia que tengo». Ella sin más pensar, le dijo: «¡Biblia, hija! no vengáis acá, que somos mujeres ignorantes, y no tratamos más de hacer lo que nos mandan, que ni queremos a vos ni a vuestra Biblia». Entendió la Santa Madre por esta palabra, que aquella doncella no le cumplía, porque debía de ser curiosa, vicio muy reprensible entre sus monjas, y de quien deben huir todos los que siguen aquella vida, y desean la perfección. Sucedió que aquella doncella se llegó a unas beatas locas, que, en- gañadas del diablo y isin autoridad de perlado, sino por sólo su cas- calillo, quisieron instituir una religión, y procedieron en esto tan sin orden, que la Inquisición de Toledo las prendió, y las sacaron al auto el año de 79, y las castigaron con harta misericordia. En fin, ella entendió su curiosidad, y el peligro que tienen las mujeres que

HPEiroiCES 493

dan en este vicio; porque directamente es contrario a la liumildad, fundamento de toda virtud.

Y para que vuestra paternidad vea cuan amiga era de las volunta- des y entendimientos rendidos, diré una cosa que me pasó con ella. Una señora principal de estos reinos, mujer de buena edad, con mucha hacienda y vasallos, trató conmigo de ser monja suya, y pidióme que yo lo negociase con la Santa Madre, y diese orden cómo se pudiesen ver. Yo le escribí el negocio, encareciéndole mucho la calidad de la persona y su buen entendimiento y deseos de servir a Nuestro Señor, pareciéndome que la servia mucho en encaminarle tan buen sujeto. Ella me respondió, que me agradecía el cuidado y voluntad que tenía de aprovechar a su Orden, y en procurarle todo bien; pero que en otra cosa la hiciese merced, y no en llevarles señoras, que como están avezadas a hacer siempre su voluntad, no sirven sino de estragar los monasterios donde entran. La señora que digo es santa; pero no qué se coligió la Santa Madre de su embajada, que al fin no se satisfizo de su humildad; porque a otras señoras rogó ella que to- masen su hábito, y por voluntad suya le tienen dos hijas del Conde de Hguilar, que se salieron de las Huelgas de Burgos, y se pasaron animosamente al monasterio de esta Orden, que allí está, y estas y otras que ella recibió son espejo de humildad y virtud (1). El celo que esta Santa Madre tuvo de la salud de las almas, bien consta en el libro de su Vida y el de sus Fundaciones; pues de sólo oír los es- tragos que los herejes hacían en los monasterios de Alemania y Ingla- terra, le hirió de tal manera el corazón, que le quedó perpetuo dolor en él; y éste fué el primero y principal motivo que tuvo para fundar estos monasterios: reparar con ellos algunos de los daños que los herejes hacían en aquellas partes. De esta caridad suya hay infinitos testimonios; pero yo tengo una muy buena prueba, porque siendo yo ruin y lella tan recatada en el contar las mercedes que Dios la hacía, que si no era con necesidad para no ser engañada, mil años tratara con una persona sin que se entendiera que era más que las otras mujeres comunes, salvo en lo que tocaba al ejemplo de su virtud, por- que en esto todos lo echaban de ver; con todo este recato tuvo por bien de comunicarme una muy grande merced de Nuestro Señor, que aunque en el libro de su Vida y el de Las Moradas la significa, en ninguno está tan especificada como a me la comunicó, y es para muy grande encarecimiento de su caridad haber querido ir en esto contra su costumbre, por aprovecharme en algo. Y fué que, pasando yo de camino de Medina del Campo para Zamora, acertó ella a ir

1 Dice a este propósito la Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, t. I, Hb. V, c. XXIV, hab'ando de la fundación de Burgos: «Estos días que la Santa estaba fuera del monasterio, a petición de los demás de aquella ciudad, con el empeño que lo suelen hacer las monjas, las visitaba, dejándoles en trueco de la buena voluntad mucha edificación y doctrina de provecho. Dos hijas del Conde de Aguilar, religiosas del Real Convento de las Huelgas, la pidieron que, en compañía de sus hijas, las fuese a ver y consolar a todas aquellas señoras, que con amorosas ansias pedían lo mismo. Estuvo con ellas un día entero, u aficionólas de manera, que las hijas del Conde, edificadas del estilo de aquellas santas, dejando el regalo y autoridad de su convento, vistieron el humilde sayal. Llamóse la primera Catalina de la Asunción, y la segunda, Isabel del Santísimo Sacramento.

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de ^Medina a flvila, con tres monjas, y quiso Dios que llegó a posar al mismo mesón donde yo estaba. Dile mi aposento, que era el mejor que había en la posada, y fui su portero, porque ellas estuvie- sen con mayor libertad en su recogimiento, y después que hobieron tenido sus horas de oración, pasamos muy gran parte de la noche en pláticas del cielo. Concertóse que a la mañana las dijese misa y las comulgase en San Francisco; y amaneció aquel día tanta nieve, que no pudimos partirnos los unos ni los otros. Oyeron misa y comulgaron, como estaba concertado; y vueltas a la posada, pasaron todo aquel día con el recogimiento que en sus monesterios. Dióme licencia a la tarde para que la entrase a hablar; vídome con algún deseo y ne- cesidad de reformación, y estuvo conmigo tan liberal, que me dijo cosas ,tan admirables, que me parecía que me hablaba un ángel. La más llana, y la que me atrevo a referir, es la que sigue:

Había deseado esta Santa jWadre ver la hermosura de un alma que está en gracia, cosa harto de cobdicia para verla y poseerla. Es- tando en este deseo le mandaron escribir un tratado de oración, la cual tenía ella muy bien sabida por experiencia. Víspera de la Santísima Trinidad, pensaido qué motivo tomaría para este tratado Dios, que dispone las cosas en sus oportunidades, cumplióle este su deseo, y dióle el motivo para él libro. Mostróle un globo hermosísimo de cristal, a manera de castillo, con siete moradas, y en la séptima, que estaba en el centro, el Rey de la gloria con grandísimo resplan- dor, que ilustraba y hermoseaba aquellas moradas hasta la cerca; y tanto más luz participaban, cuanto más se acercaban al centro; no pasaba esta luz de la cerca, y fuera de ella todo era tinieblas e inmundicias, sapos y víboras y otros animales ponzoñosos. Estando ella admirada de esta hermosura, que con la gracia de Dios mora en las almas, súbitamente desapareció la luz, y sin ausentarse el Rey de la gloria de aquella morada, el cristal se puso y cubrió de os- curidad, y quedó feo como carbón y con un hedor insufrible; y. las cosas ponzoñosas, que estaban fuera de la cerca, con licencia de entrar en el castillo. Esta visión quisiera esta Santa Madre que vieran todos los hombres, porque le parecía que ninguno de los mortales que viese aquella hermosura y resplandor de la gracia, que se pierde por el pecado, y se muda súbitamente en estado de tanta fealdad y mi- seria, sería posible atreverse a ofender a Dios. Esta visión me dijo aquel día; y festuvo en esto y en otras cosas tan liberal, que ella misma lo echó de ver y me dijo a la mañana: «¡Cómo me descuidé anoche con vos; no cómo ha sido! Estos mis deseos y amor que os tengo, me han hecho salir de medida; plega a Dios que me hayan aprovechado». Yo le prometí de no decirlo mientras ella viviese; mas, después que murió, no querría dejar hombre a quien no lo publicase. De esta visión sacó ella cuatro cosas de harta importancia. La primera, entendió allí esta proposición por estos términos, sin jamás haberla oído en toda su vida: Cómo Dios está en todas las cosas, por esencia, presencia y potencia; y como ella era tan humilde y tan sujeta y obediente a la doctrina de la Iglesia, y a los letrados y ministros de Dios, nunca jamás se satisfizo de revelación que tu- viese, si por sus perlados y doctores no fuese aprobada y hallase

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que era conforme a la Sagrada Escritura. Y en tanta manera era esto, que decía, que si todos los ángeles del cielo le decían uno, y sus perlados otro, aunque supiera que eran ángeles, no haría sino lo que sus perlados la mandasen; porque esto era de fe, y que no puede engañar, y lo otro podría ser ilusión. Con este respeto a la obe- diencia, me preguntó un día en Toledo, debía ser cuando ella vio este castillo, si era verdad que Dios estaba en las cosas por potencia, presencia y esencia; y yo le dije que sí; y declarándoselo como pude por autoridad de San Pablo, en especial le dije aquella: Vo tienen proporción los trabajos de esta vida respecto de la gloria que se descubrirá en nosotros; haciendo fuerza en aquella palabra, descubrirá en nosotros, recibió tanto contento, que yo me admiré; y aunque por una parte me parecía curiosidad, por otra quedé con sospecha que había en esto algún misterio, porque dijo: «Eso mismo es».

La segunda, quedó con grande admiración que sea tanta la malicia del pecado, que con no ausentarse Dios del alma, sino quedándose en nosotros con aquellas presencias, pueda impedir que no se comunique al alma un tan gran poder y resplandor.

La tercera, quedó de allí tan humillada y enseñada, que desde aquel punto nunca se acordó de sí, en cosa buena que hiciese; por- que como vido que toda la hermosura procede de aquel resplandor, y todas las fuerzas del alma y del cuerpo son vivificadas y esfor- zadas de aquel poder, que está en su centro, y que de allí mana todo nuestro bien, y la poca parte que tenemos en todas nuestras buenas obras; todo el bien que desde aquel punto hacía lo refería a Dios como' a autor y movedor principal. Quedó asimismo con tanta libertad y señorío, que se holgaba que la alabasen sus escritos, y que se estimase mucho su Orden y monasterios. Hablando yo una vez con ella acerca del libro que intitula: Camino de Perfección, holgóse mucho que se le alabase, y dijome con mucho contento: ^ñlgunos hombtes graves me dicen que parece Sagrada Escritura»; que como era doctrina revelada, parecíale que alabar su libro era alabar a Dios.

La cuarta, tomó de aquí motivo para escribir el libro de Oración que la mandaron, porque entendió por aquellas siete moradas del cas- tillo, siete grados de oración, por los cuales entramos dentro de nos- otros mismos y 'nos vamos allegando a Dios. De manera, que cuando llegamos al hondo de nuestra alma y perfecto conocimiento de nos- otros mismos, entonces llegamos al centro del castillo y séptima mo- rada, donde está Dios, y nos unimos con El por unión perfecta, cual en esta vida se puede tener, participando de su luz y amor.

No quiero decir más de esta visión y moradas, porque ya vuestra paternidad habrá visto el libro admirable que desto escribió, y con cuánto primor y majestad de doctrina y claridad de ejemplos lleva a un alma, desde las puertas de misma hasta este divino centro. Bien claro se ve en este tratado la comunicación que tuvo con Nues- tro Señor, y cómo tuvo por bien Su Majestad de meterla en este centro y unirla consigo mismo con un vínculo, como ella dice, ma- trimonial y de yugo inseparable. Preguntándole yo, con la licencia que tenía de hijo, un año antes que muriese, cómo la iba con Nuestro Señor, me dijo que traía perpetua oración y nunca se apartaba de

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la presencia de su Majestad, ni deseaba ya más que el cumplimiento de su divina voluntad. Yo, como grosero y sin experiencia, ni senti- miento de aquellas mercedes, le dije: «Mudarse ha ese estado». Ella me respondió que no mudaría', y que liabía catorce años que la había puesto el Señor en aquel estado, y que tanto tiempo había que no tenía arrobamientos, porque si duraran, ya hubiera acabado la vida; pero que los mismos gustos le comunicaba sin arrobamientos, que en ellos solía tener. Túvolos a los principios muy grandes; acontecíale de sólo oír nombrar a Dios, quedar por muchos ratos arrobada; y leyendo de noche las lecciones de los maitines, con solo este nombre quedarse así en pie con la linterna en la mano, hasta que Dios la dejaba volver en sus sentidos. Una cosa rara puedo decir a vuestra paternidad, que para es de gran consuelo y aprobación: de que fué orden de Nuestro Señor que ella escribiese su Vida; que le acon- teció por veces, estándola escribiendo, quedarse arrobada, y acordán- dose muy bien en el punto que dejaba la escritura, cuando volvía en hallaba dos o tres hojas escritas de su letra, mas no de su mano; y cierto, que quien leyere su vida y sus escritos, bien echará de ver que muchas veces le aconteció esto; porque la doctrina es más que humana, y que excede su capacidad y enciende las voluntades con la fuerza y calor de palabras como si fuese Sagrada Escritura, y con tener tan alto estilo, en el escribir con términos tan propios y ele- gantes, y en su conversación tan cortesana^ y discreta. Cuando se con- fesaba era tan sin artificio y encarecimiento, y con tan comunes g precisas palabras, que parecía una mujer común y grosera, sin sen- timientos ni regalos de Dios. Yo digo a vuestra paternidad que me parecía una cuando la confesaba y otra cuando la conversaba. ¡Oh si acabasen de entender este punto algunas monjas y beatas y personas, que se precian de espirituales, de cuántas palabras se ahorrarían ellas y de cuánto tiempo sus confesores! Piensan que está el negocio en decillo muy polido y con encarecimientos, que antes disminuyen. No está sino en acusarse bien, sin disculparse y sin los rodeos de que algunos usan para darse a entender que son espirituales, ñ esta escuela habían de venir, y a estos monasterios que ella fundó, que aquí les enseñarán cómo se han de confesar y decir sus pecados, disimular su santidad, si la tienen: si con el confesor han de hablar otras cosas fuera de sus pecados, que son bien pocas, la misma licencia piden que para hablar a la red con sus parientes; y por tan sacrilegio tienen mezclar allí palabras impertinentes, como hablar por las ventanas de la calle.

Del libro de su Vida habrá vuestra paternidad entendido la amistad grande que tuvo con la Orden de nuestro padre Santo Domingo, y la ayuda que tuvo en les principales padres de esta Orden, y los bene- ficios que la suya ha recibido por medio de estos padres: es gusto que sepa el origen de esta amistad, que fué del cielo. Yendo esta Santa Madre una Vez de Segovia a fundar otro monasterio, fuese por el de Santa Cruz, insigne casa de Santo Domingo en aquella ciudad, a visitar la capilla que el mismo Santo Padre edificó, y donde moró, y tuvo mucha oración e hizo mucha penitencia, como el día de hoy hay muchas señales de ello en las paredes. Entrando en la capilla,

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luego al umbral de la puerta, se postró, y estuvo como medía hora postrada; los que la acompañaban, que eran muchas g graves per- sonas, estaban esperando en qué había de parar tan larga oración. El padre fray Diego de Yangües, lector de Teología de San Gre- gorio, de Valladolid, que era su confesor, g tenía particular amistad con ella, g uno de los que la acompañaban, como más familiar le pre- guntó: «JWadre, ¿qué habéis habido, que así nos habéis hecho aquí es- perar tanto a todos?» Ella le respondió: «Aparecióme nuestro Padre Santo Domingo, y estuvo hablando conmigo, g dióme su palabra g mano de agudarme en todas mis fundaciones». Y así ha cumplido el santo Padre, que todas las cosas graves que han sucedido a su Orden, les han venido por mano de los religiosos de esta Orden insigne. Los primeros maestros que esta Santa tuvo en sus principios, fueron destos padres, que moraban en Avila g en Toledo; ellos la enseñaron, alumbra- ron, animaron g ayudaron para las cosas grandes que acometió. El padre fray Bartolomé de Medina, luz de las escuelas de Salamanca, aunque al principio que oía hablar de ella, murmuraba de sus cosas, después que la conversó, la amó mucho, y la favoreció y estimó. El padre fray Domingo Báñez, que al presente es catedrático de Prima en la misma ciudad, fué mucho tiempo su confesor y maestro; la Santa Madre le estimó tanto, y quiso de tal manera, que cuando se opuso a la cátedra que ahora tiene, estaba ella en Toledo, y preguntándome de aquella oposición, me dijo: «No he pedido en mi vida a Nuestro Señor cosa temporal para nadie, si no es que la cátedra a este padre»; debía de entender que también sería bien espiritual de mu- chos, y flsí se la dio Nuestro Señor.

El padre fray Diego Yangües, que queda dicho arriba, fué su confesor, y tuvo estrecha amistad con esta Santa Madre muchos años. El padre fray Pedro Hernández, Provincial de su Orden, y gran varón, fué Visitador apostólico de esta Orden, y fió tanto de esta Santa Madre, aunque al principio la tuvo por sospecha, que después no disponía cosa en sus mandatos g constituciones, sino por el parecer de ella. Con autoridad de este padre, g con los medios de tanta pru- dencia que puso acerca de esta Orden, comenzó a ganar crédito con el mundo g autorizarse con las personas.

El padre frag Juan de las Cuevas, que ahora es Provincial, por comisión del papa Gregorio XIII, asistió en el primer Capítulo pro- vincial, que celebraron en Alcalá de Henares, cuando les fué dada excepción del Provincial de la Regla mitigada, quedando inmedia- tos al General, y esto sólo cuanto a ser visitados por su misma persona.

Diré aquí una cosa notable, que supe del padre frag Nicolás de Jesús María, Provincial que ahora es de la Orden de los Des- calzos, hombre muy grave, letrado y santo; y contarla he, porque le tengo por tan modesto y recatado en estas cosas, que no las dirá por ser tan en su favor, g no es justo que se callen. Cuando se tra- taba en Madrid con tantas fuerzas, como está dicho, de deshacer esta sagrada Religión, estaban algunos frailes descalzos en su defensa, entre los cuales era uno el sobredicho fray Nicolás, de nación ginovés. Mandó el Nuncio de Su Santidad que todos los Descalzos se fuesen de la corte, y no quedase sino el reverendo padre frag Nicolás, II 32

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parcciéndolc que así se acabarían más presto los negocios, porque le tenían por hombre de poca maña, y que se avendrían mejor con él; y es ansí, que aunque tiene una apariencia de hombre muy llano y fácil, es muy pruderl'te y de mucha industria, y tal, que todos juntos no valían tanto como él solo, y como le tenían en otra opinión, des- cuidábanse con él, y él no perdía punto. Verdad es que no bastaran fuerzas humanas, si Dios no guiara los negocios por su divina dis- posición, ñndando, pues, en estos pleitos, con poca esperanza de la victoria, el padre fray Nicolás, que posaba en el Carmen, por te- nerle más seguro, iba y venía a Nuestra Señora de ñtocha a nego- ciar con el padre fray Pedro Hernández, su Visitador apostólico, que era uno de los que más favor les daba, porque conocía a los frailes g monjas. Saliendo una vez de la villa para ir a hablarle, topó, al salir de la calle de San Jerónimo, un perro grande, blanco, y con unas manchas negras, como le suelen pintar, a los pies de santo Domingo, y fuese delante de él como seis o siete pasos y de rato en rato volvía la cabeza atrás, como mirando si le seguía, como que le pro- metía favor, hasta que le puso a la puerta del padre Visitador, y aun- que entonces lo echó de ver, no dijo nada. Salió otra vez para ir a lo mismo y echó por otra calle, porque no le espiasen y entendiesen donde iba, y al salir de la calle topó el mismo perro, que le llevó de la manera que primero. El padre fray Nicolás preguntó al padre fray Pedro Hernández si tenía él algún perro como aquél, y contóle lo que pasaba; él se rió y dijo que no sabía de tal perro. Duró esto de esta manera hasta que los negocios se acabaron en favor de la Orden, queriendo el santo Padre santo Domingo dar a entender en esto, que él era guarda de aquel padre y defensa de su Orden, y que por medio suyo se guiaban los negocios, cumpliendo la palabra que había dado en Segovia a la Santa Madre. Después de todo esto, les fué dada la exención, como ya queda antes dicho. Finalmente, tiene esta Orden gran obligación al Santo Padre, pues los principios, medios y fines de toda su prosperidad, les vino por medio suyo, y por las personas de su Orden.

En estos tiempos no se descuidaba la Santa Madre de los negocios, por una parte, importunando a Dios con oraciones y lágrimas, y como si El a solas lo hobiera de hacer todo, y por otra parte puso todos los medios posibles de prudencia humana, como si por sola su dili- gencia se hobiera de alcanzar victoria. Rogaba a unos, escribía a otros, informando de su justicia y de la verdad; entendíase en Ma- drid con hombres muy discretos y cristianos, que guiaban sus cosas, especialmente con un hidalgo muy pío y de mucha prudencia, criado del rey don Felipe, nuestro señor, que se llamaba Juan López de Ve- lasco. Este la daba aviso de lo que pasaba. Vense muy bien los tra- bajos y diligencias que esta Santa Madre tuvo, en un gran volumen de cartas que yo tengo, unas de su letra y otras de su firma, que escribió en esta sazón a Roque de Huerta. Escribió al rey don Fe- lipe, nuestro Señor, en abono de un padre y de su Orden, una breve y compendiosa y discretísima carta que yo tengo, la cual movió a Su Majestad a que tomase a su cargo las cosas de su Orden; y así se escribió a Roma; y con estas diligencias se acabaron las diferencias

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y se hizo provisión distinta de la Regla mitigada, con muchos privile- gios y gracias que les concedió el papa Gregorio XIII. Los trabajos que hasta esto se pasaron, por espacio de cuatro años, ni se pueden encarecer ni referir, porque unos estaban presos, otros huidos, otros arrinconados, otros infamados de cosas muy graves, y la Santa Madre recogida en un monasterio, con la infamia que queda dicha. Las car- tas, que dije que escribió de estos negocios, no las envío por ser de su letra, y que no las ose fiar de nadie; mostrarlas he a vuestra pa- ternidad cuando nos veamos, con condición que no se me ha de quedar con ellas.

No quiero que se me pase por alto una cosa que me pasó con ella en Medina del Campo. Yendo yo a decir misa a su monasterio de monjas, diéronme un paño muy oloroso para lavarme las manos; y yo, inconsiderado, me ofendí de ello, y la dije después que mandase quitar aquel abuso de sus monasterios; porque como me parecía bien que los corporales y paños que están en el altar estén olorosos, así me parecía mal que los otros paños comunes, que son para limpiar las inmundicias, lo estuviesen. Ella me respondió con un donaire y gracia extremada, y me dijo: «Mire, no se canse, y sepa que esa imperfección toman mis monjas de mí. Pero cuando me acuerdo que Nuestro Señor se quejó al fariseo en el convite que le hizo, porque no le había recibido con mayor regalo, desde el umbral de la puerta de la Iglesia, querría que todo estuviese bañado en agua de ángeles». De esta manera confundió mi inconsideración, y me abrió los ojos para mirar de allí adelante de otra manera las cosas próximas y re- motas de este Sacramento. De aquí han venido sus frailes y sus monjas a ser tan esmerados en esto, que no hay semejante limpieza de altares en ninguna parte del mundo, que yo conozca.

Si no temiera cansar a vuestra paternidad con tantas particula- ridades, mil cosas de estas le dijera, porque todas sus palabras eran de gran peso y magisterio de virtud y devoción. Una cosa diré, que no se puede excusar, para que se vea los términos a que trae Nues- tro Señor a sus santos y la diferencia de afectos que sienten en di- versos estados. Tratando una vez de los principios de su vida es- piritual, me dijo: «Vime un tiempo tan mal conmigo, y con tanto deseo de vengarme de mi misma, y padecer por Nuestro Señor, que deseaba me prendieran y castigaran por la Inquisición; porque con menos que esto no podía satisfacer al aborrecimiento que tenía de mí». Dijo esto, porque como en aquel tiempo comunicaba con sus confesores las visiones de Nuestro Señor para no ser engañada, y ellos se es- candalizaban, estuvo a punto de ser presa, hasta que fué examinada por los mejores letrados de aquel tiempo; «mas después que comencé a fundar estos monesterios, me pesaría mucho si me prendiesen, porque no se desacreditasen por mí»; en fin, que vino a amarse y holgar de ser honrada y estimada por la gloria de Dios y provecho de sus hijos. Y con ser sus deseos de verse con Dios vehementísimos, llegó a desear vivir por padecer más por BI, y pedía con la Esposa: Fulcite me florihus; y así lo explicó ella en este lugar. ¿Para qué, esposa de Dios, pedís confortativos para vivir? ¿Qué mejor muerte podéis desear que de amor? ¿Amáis y véisos morir de amor y deseáis vivir?

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Sí, porque deseo sustentar la vida para servirle g padecer. Estando con esta llama de amor, decía a Nuestro Señor: «¿Cómo se puede pasar, Señor, la vida sin Vos? ¿Cómo se puede vivir muriendo?» Respondióle Su Majestad: «Hija, pensando, que acabada esta vida no me podrás más servir, ni padecer por mí». Con estas flores y manza- nas esforzó Dios su enfermedad, e hizo que le fuese agradable la vida enferma de amor. Por esta misma causa deseaba ser honrada y estimada, y en algún tiempo pidió importunamente a Nuestro Señor, que quitase de los hombres la opinión que tenían de que era Santa; mas después que se vido tan favorecida de Dios, y que Su Majestad había puesto tantas cosas en ella, y tomádola por instrumento para re- sucitar esta Orden, vivía con cuidado de que no pareciesen en ella imperfecciones. Cuando dije la había topado en Osma, me dijo que se había turbado en verme, y pareciéndole que había dicho mal, y que me había de parecer demasiado oír que se había turbado, luego se corrigió y satisfizo, diciendo: «Y poca fué la turbación, que no fue más que un momento». Yo lo eché de ver mucho, y me maravillé de verla tan advertida; mas cuando leí que Nuestro Señor la había dicho, cuando le pedía que quitase de los hombres la opinión de santa que de ella tenían: «Hija no se te dé, que o murmurarán de ti o me darán gloria a Mí, y len todo ganarás tú», me consolé y di gracias a Nues- tro Señor, que tan agradable la hizo en su presencia y me la dejó conocer y conversar. Paréceme que lesto es muy conforme a lo que vuestra paternidad dijo en los Cantares, exponiendo aquellas pala- bras: Qais mihi det te fratrem meiim etc., que como no parece mal a una doncella que en las plazas besa a un hermanito suyo, así está muy bien a las almas santas preciarse en todo lugar de esposas de Jesucristo y desear parecer tales, y a este estado deseaba la esposa llegar cuando le deseaba hallar niño de teta en los lugares públicos, y besar y preciarse del sin temor de ser por eso tenida en menos, sino más estimada. R este estado vienen muy pocos, y a muy pocos les está bien preciarse de esto, porque les falta el fundamento, que les asegura de la verdadera humildad. Pero a este estado llegó San Francisco cuando se alegraba que había de ser tenido por santo; y San Vicente, cuando entendió que había de ser canonizado; y San Jerónimo cuando contaba sus virtudes; y, sobre todos, San Pablo, que se comparaba con San Pedro y se acreditaba con el mundo con- tando sus trabajos, encareciendo sus virtudes, excusando sus hechos, defendiendo su autoridad, certificando a la Iglesia que tenía espíritu de Dios, y que sus palabras y predicación se habían de recibir y estimar como dichas por el mismo Dios; y así, se ponía a mismo por ejemplo de perfección, diciendo: «Sed mis imitadores, como yo soy de Jesucristo». R todos estos santos, y especialmente a los fundadores de las Religiones, les está bien besar en la plaza a este hermanito que mama los pechos de su madre, y preciarse de hermanos imitado- res suyos; pues tantos testimonios tienen de que sean la gloria de Dios, y no se acuerdan de en cuanto hacen y dicen, sino de Hqucl que vive en ellos y en quien ellos viven. R este estado vino esta santa mujer cuando se temía que pareciesen en ella imperfeccio- nes, y excusaba sus hechos y se holgaba de sus escritos, obras y

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conversación, pareciese bien a los hombres, porque se imaginaba esposa de Jesucristo, hermana de este Niño, fundadora de esta Orden, g maestra de virtud, a quien muchos habían de imitar, y que no bus- caba sus intereses, sino la gloria de su Esposo.

Para este fin dejó escrita de su mano una discretísima y larga relación de las personas con quien comunicó su alma, obras y reve- laciones y coloquios de Nuestro Señor, que había tenido, desde que comenzó este camino de oración y recogimiento, donde parece haber comunicado con los principales letrados y más espirituales religiosos que en su tiempo había en España; especialmente comunicó, del Or- den de Santo Domingo, a los padres fray Bartolomé de Medina, fray Domingo Ibáñez, fray Pedro Báñez, de quien ella dice grandes cosas, fray Pedro Hernández, fray Juan de las Cuevas, fray Diego de Yangües, todos grandes letrados religiosos y algunos Provincia- les de su Orden. Del Orden de San Francisco comunicó muchos días al padre fray Pedro de Alcántara, de quien ella se precia que fué su maestro, y que fué santO!, y que le vido de esta vida salir derecho al cielo; comunicó muchos padres de la Compañía, en especial, al padre Baltasar ñlvarcz y al padre Salazar; finalmente, comunicó toda su vida y discursó, desde seis años hasta los cincuenta, con el padre Maestro Avila, a quien envió de esto una larga relación por medio del padre fray Domingo Báñez; porque, como mujer discreta, temía ser engañada del demonio, y se veía fundadora de esta Religión, deseaba ser alumbrada y aprobada; porque como mujer, no fuesen tenidas sus cosas por ilusión, como las de otras mujeres. De todos los sobre- dichos y de otros muchos que ella refiere en la dicha Relación, fué aprobada y estimada en vida y después de muerta.

Muy cierto estoy que hizo muchos milagros en su vida, que, por no ser necesaria su manifestación, no los dijo a nadie. Refirióme Ana de San Bartolomé, monja de su monasterio de Avila, que fué su com- pañera muchos años en sus caminos y fundaciones, de cuya vida y costumbres se puede presumir mucho, pues tanto tiempo la trajo consigo. Di jome esta monja, que la aconteció estar un mes en la cama con calentura continua, y decirle la Madre: mañana nos hemos de partir a tal parte, y ella excusarse por su enfermedad, y respon- derle: pues habéis de ir conmigo; y a la medianoche hallarse sin calentura y con fuerzas para caminar, pues es monja harto delicada y muy penitente.

Díjome que la acontecía estarse escribiendo y despachando cartas hasta las dos de la mañana, porque en esto fué muy combatida de su Orden y de muchos amigos, que deseaban recibir sus cartas; y elle tan comedida, que no dejaba de responder a todas. Acostábase a aquella hora y decía que la dejase dormir dos horas, y luego la des- pertase. Cuando la iba a despertar, hallábala con el rostro inflamado, y tan hermoso, que la ponía admiración; pero que en dispertando, poco a poco ge volvía a su color ordinario, que era de mucha peni- tencia. Alguna vez oyó esta monja, que mientras la Santa Madre dormía la daban música; no me quiso declarar quién, por su mo- destia, mas de que era muy suave.

Lo que yo della experimenté, diré aquí. Confeséla y comulgúela dos

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vec€s, cuando dije que la topé en Osma; y como la veía descubierta, pude experimentar dos cosas que en sus monasterios no podía haber visto. La una, que con llegar a comulgar con color de tierra, así por su edad, que era de sesenta y siete años, como por sus grandes y con- tinuas enfermedades, trabajos y ayunos y vómitos, que por más de treinta años padeció, como Santa Catalina de Sena, en recibiendo en la boca a Nuestro Señor, antes de tragar el Sacramento, se le ponía el rostro hermosísimo y de un color trasparente, y quedaba con una majestad y gravedad tan grande, que a me causaba gran reve- rencia, porque mostraba bien el Huésped que había recibido y cuan bien aposentado estaba.

La otra fué, que con tener los dientes gastados, negros y podri- dos, y ella de la edad y circunstancias dichas, le olía la boca como almizcle; de manera que yo me escandalicé, y pensé entre que no debía de ser tan santa y penitente como decía, pues usaba de olores y cosas confortativas, y con esta imaginación pregunté después a sus monjas si usaba de esos olores. Dijéronme, que, no solamente no los comía, pero que los aborrecía como fuego, porque le causaban intolerable dolor de cabeza; y que por no comer algún día bizcocho con olor, se quedaba sin cenar, porque si le comía no podía dormir, y su cena ordinaria era esto.

Pero como todos sus deseos tenía puestos en la salud de las almas, acerca de estas le acontecieron muchas cosas y maravillosas; y porque ella refiere algunas en el libro de su Vida y Fundaciones, solamente diré una, que me refirió de mismo un perlado principal de una de las insignes casas de España. Viéndose una vez molestado de una tentación sensual importuna, y trayéndole ya de vencida, echó mano a un papel escrito de letra de esta Santa Madre, y besóle con reverencia y deseó le ayudase en aquel trabajo; y luego, súbitamente, cesó la tentación, y quedó tan libre de ella, como si saliera de tener muy larga oración. El me lo refirió con tanta ternura, que a me puso devoción para ayudarme de este remedio en mis trabajos, y me ha valido.

Las demostraciones de su sanfidad, que Nuestro Señor ha hecho después de muerta, piden un tratado entero y muy largo, porque son notables y dignas de gran admiración; solo diré lo que yo vi por mis ojos, y que cada día experimento en sus reliquias.

Como viniese de la fundación del monasterio que hizo en Burgos, y cayese mala en el monasterio de Alba, y al cabo de pocos días muriese, enterráronla los que allí se hallaron, el día de San Francisco, como si fuera una monja común; y puesta en un ataúd con pu hábito, cu- briéronla de tanta fierra, piedra, cal y agua, que el ataúd jse quebró, y el cuerpo se cubrió de tierra y agua. Hicieron esto las monjas, porque, como temían que se la habían de llevar de allí a su primer monasterio de Avila, tuvieron mucho cuidado de hacer mazonear to- dos estos pertrechos de manera, que dos oficiales estuvieron dos días tapiando la sepultura. Mas como la diligencia humana no puede im- pedir la disposición divina, esto sirvió para mayor demostración de su sanfidad y no para salir con su intento; porque como por ordenación del Capítulo provincial que se celebró en Pastrana el año de 1585,

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siendo Provincial el padre Fray Nicolás de Jesús, tres años después de su muerte, fuese trasladada de Alba a la ciudad de Añla, de donde, como está dicho, era natural y priora al tiempo que murió, abriendo el ataúd, le hallaron lleno de tierra y podrido el hábito con que la enterraron; mas el cuerpo entero, sin falta de un cabello, aun- que tan apretada la tierral a su cuerpo, que fueron menester cuchillos para despegalla. Desta tierra tomó un poco Teresa de Jesús, su so- brina, y, en^-uelta en unos papeles la puso en su pecho; cuando des- pués la sacó los halló tan calados y untados como si los hubieran bañado en aceite. De esta tierra hube yo cantidad de una avellana, y estando seca como arena, porque de invierno y de verano la traía en el pecho, hacía el mismo efecto; y hoy día le hace, al cabo de dos años que se apartó de su cuerpo. Puesta en Avila, y sabido por algunos lo que pasaba, el señor Licenciado Laguna, oidor del Consejo Real, muy devoto de esta Religión, yéndose a holgar al Espinar, quiso ir desde allí a ver esta maravilla. Yo tuve licencia para ir con él, y el padre Provincial nos la dio para que la pudiésemos ver. Co- municado nuestro viaje con el señor obispo de aquella ciudad, pa- recióle sería servicio de Nuestro Señor, que otros se hallasen pre- sentes para que diesen testimonio de la verdad. Sacóse con toda re- verencia el cuerpo a la portería, y los sobredichos y otras personas, los más graves que había en aquella ciudad, y notarios y médicos, vieron su cuerpo entero y sin corrupción, y con muy buen olor, tan asidos los huesos y niervos unos de otros, que cuando la sacamos, es- taba derecho, sin torcerse, como si fuera una tabla; y tal, que cuan- do las monjas le mudaron el hábito, se tenía en pie. Tenía sus cabellos tan asidos, que de ellos le levantaron la cabeza, llenos de carne sus pechos, y su vientre con sus heces, como cuando expiró. Estaba su carne tratable, que con tacto del dedo se hundía y se levantaba.

Cuando de Alba la trajeron, por consolar las monjas, las dejaron el brazo izquierdo; y aunque no fué acertado cortarle redondo, fué manifiesta prueba de esta milagrosa incorrupción lo que se vio, por- que se descubrió el tuétano amarillo, y el hueso blanco, y la carne colorada y blanda, quedando el hombro tan cerrado y macizo con su hebra, como si cortaran una pierna de carne por medio del hueso. Esto puso mayor admiración, y cierra la puerta a todas las calumnias que se podían alegar; y con ser cuerpo muerto, tan lleno de carne y tan macizo, no pesaba tanto como pesara un niño de dos años; de manera, que parecen aquí tres milagros: la incorrupción, el olor y la agilidad. El cuarto no es de menos consideración; porque como la hubiesen puesto un paño para atajar cierta sangre, de que murió, al tiempo que la limpiaban, hallaron el paño ensangrentado, y la sangre fresca como si entonces acabara de salir; de manera que todos los paños y papeles que toca, quedan tenidos de sangre; y en ellos está al cabo de dos años tan hermosa y colorada, como podrán en- tender los que vieren el paño que de su cuerpo se tomó, y los papeles y lienzos que toca, de los cuales yo tengo uno que ha teñido otros que ha tocado.

Para concluir esta carta, quiero contar a vuestra paternidad una cosa que el día de hoy experimento, que, si no es milagro, tiene

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de ello mucha apariencia. Por gracia de esta Santa Madre, que quiso corresponder a mi devoción, iiube un artejo, que parece ser la «parte de la uña del dedo anular de la mano izquierda, que ha poco menos de dos años que se cortó. Yo le he traído en el pecho todo este tiempo, al cabo del cual le envolví en un pañito de holanda, por sa- tisfacer a Ja (devoción de un racionero de Córdoba; y habiéndole tenido así un día, cuando se le quise dar, hallóle todo calado de aceite muy oloroso, y tomé otro e hice lo mismo, y así he hecho veinte y seis días que han pasado hasta hoy, y todos los cala de la misma manera. Entiendo que es como fuente manantial, porque si él todo fuera aceite, ya se hubiera muchas veces consumido, y esto mismo tienen todas sus reliquias.

Otra experiencia tengo del olor de todas sus reliquias, y es, que si se juntan a otras cosas olorosas, las hacen perder su olor y toman el de las reliquias. En una caja que estaba penetrada del olor de unas pastillas muy olorosas, puse de la tierra y de estos paños, y otras cosas que de ella he podido haber, y poco a poco fueron consumiendo el olor de las pastillas, y quedó el olor de las reliquias, sin que se les pegase cosa, poco ni mucho, del olor de las pastillas. Sólo un hueso de un santo que puse a vuelta de ellas, ese tomó el olor de la caja, y el día de hoy le tiene.

No dejaré de referir lo que aconteció en un monasterio de Cuer- va, cuatro leguas de Toledo. Yo hube una estampa en papel de un Niño Jesús, sentado y dormido en un corazón inflamado, que fué registro que traía en su Breviario esta Santa Madre. Pidióraela la madre Ana de los Angeles, priora de aquel monasterio, y una de las primeras compañeras que con ella salió de la Encarnación de Avila a la fundación de su primer monasterio de Descalzas. Ya |se la di por su consuelo, y porque estaría más bien empleada y reveren- ciada en su poder. Sucedió, que estando una monja con un brazo medio tullido de una sangría, y muy triste de verse impedida, que no podía servir a sus hermanas, la señora doña Aldonza Niño, mujer que fué de Garcilaso de la Vega, que siendo fundadora de aquel ínonasterio, tomó el hábito en él, doliéndose de esta sierva de Dios. Ja dijo: «Espere, hermana, que yo la quiero sanar». Y diciendo esto, con mucha fe y devoción quitóle los emplastos que tenía puestos en el brazo, y púsole ¡sobre la postema la estampa del Niño Jesús; y luego, por espacio de media hora, la salió tan gran fuego por la palma de la mano, como en el brazo estuviera alguna represa de llamas, y sosegándose este fuego, al punto quedó sana.

Supo esto una buena y sincera mujer, labradora y andadera del monasterio, que tenía el brazo derecho tan malo de otra sangría, que cuando con buena cura estuviera sana en dos meses fuera mucho beneficio, como el cirujano que la curaba lo decía. Pidió a las monjas alguna reliquia de la Santa ^adre, y diéronle un poco de tierra de la que tengo dicho que salió pegada a su cuerpo cuando la sacaron del sepulcro; púsola ¡sobre su brazo a mediodía, y quedándose dormida en el zaguán de la portería, oyó que la llamaron al torno, a su pa- recer por la parte de adentro; mas unas monjas que estaban de la otra parte, oyeron los golpes, y pensando que llamaban afuera, no

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respondieron por ser hora de silencio. Llegando la mujer al torno, dijéronla, y no supo quién: «Hermana, mañana a tal iiora estaréis buena». Y así fué, que otro día, que fué de Santa Ana, a la misma hora, lo estuvo y pudo, en testimonio de su salud, traer con el brazo muchos cántaros de agua, con que llenó una tinaja. Esto supe por relación de esta señora doña Aldonza y de la mujer, y fué notorio a todo el lugar y a su Orden (1). Todo es verdad, y por tal lo firmo.

Fray Diego, Obispo de Tarazona.

1 |íasta aquí la copia del A\s. 12.703 de la Biblioteca Nacional. La mencionada edición de Ñapóles añade lo siguiente, porque si bien cuando escribió esta Relación era sólo Visitador de su Orden, cuando la publicaron los Carmelitas Descalzos ocupaba la sede de Tarazona.

506 APÉNDICES

XCIII

ALGUNAS COSAS DE SANTA TERESA DE JESÚS CONTADAS POR SU AMIGA DONA GUIOMAR (1).

R 19 de ñgosto de 1585, en Salamanca, me contó doña Guiomar de Ulloa, mujer que fué en ñvila de Francisco de Avila Salobralejo, algu- nas cosas de la madre Teresa de Jesús, de las cuales escribí éstas.

Tuvo en su casa a la Madre tres años de una vez, que por andar ella mal dispuesta y desear tener lugar para comunicar su espíritu con letrados y siervos de Dios se detuvo tanto; y en todo este tiempo estuvo allí en la misma casa la M. Maridíaz. En este tiempo vio en ella gran cuidado en la limpieza del alma y en guardarse de pecados y grandes penitencias de muchas disciplinas y cilicios, y mucha oración, tanto que en ítodo el día casi no podía gozar de ella sino un poco después de comer y cenar. Tenía entonces gran- des enfermedades y dos vómitos ordinarios cada día, uno a la no- che y otro a la mañana; y el de la mañana quitósele nuestro Señor para que comulgase.

Después se volvió a la Encarnación; y tenía un cuarto bueno, y en él unas sobrinas mozas consigo. Estas comenzaron a decirla una vez: ¡oh, si tuviéramos nosotras en este cuarto encerramiento y pe- nitencia, y que nadie nos estorbara! Y dijo la Madre a doña Guio- mar: ¿no sabéis qué han 'dicho estas muchachas? Esto y esto (2). Ella dijo: ¡pluguiese a Dios nuestro Señor! Otra vez viniéndola a hablar doña Guiomar, di jola la Madre: más, que sí, sería que fuese esto, que tuviésemos un monesterio. Y deseándolo la doña Guiomar, dijo la Madre: ahora yo la prometo :que pienso que ha de ser algo esto. Y desde allí se comenzó a tratar, y dieron parte de ello a fray Ángel de Salazar, que era Provincial.

La madre se confesó primero en la Compañía con el Padre Ceti- na (3), y después con lel Padre Prádanos y con el Padre Baltasar Alvarez.

El principio de las mercedes que nuestro Señor la hizo, fué que estando en el oratorio sintió grandísimo olor, de tal manera, que anduvo informándose con diligencia de sus sobrinas si habían echado algunos olores por allí, y de la enfermería que estaba cerca, y vio que de ninguna de aquellas partes venía aquel olor.

1 Copia esta relación el Manuscrito del P. Ribera, que se guarda en la Biblioteca de la Academia de la Historia, estante 11, grada 5.a, número 132, dado a conocer por D. José Gómez Centurión en el Boletín de Marzo de 1915 de dicha Real Academia, y por el P. Fito en el nú- mero de Abril de la misma docta publicación, donde inserta este relato de D.a Guiomar.

2 Al margen dice Ribera: «Estas fueron descalzas, una de [ellas] es María Bautista.»

3 Parece que este Padre estuvo en Avila antes que el P. Prádanos.

APÉNDICES 507

El Padre Frag Pedro de Alcántara dijo de ella: después de la Sagrada Escritura y de lo demás que la Iglesia manda creer, no hay cosa más cierta que el espíritu de esta mujer ser de Dios.

El Padre Baltasar ñlvarez decía a Doña Ana Enríquez algunas veces grandes encarecimientos de su santidad; y decía que era mu- cho más que lo de Maridíaz; y decía también: ¿Veis a Teresa de Jesús lo que tiene de Dios y lo que es? Pues con todo eso para cuanto yo lo digo está como una criatura.

Cuando compraron la casa para hacer el monesterio de san Jo- seph de Avila pusieron allí un hombre (1) para más disimular, porque ansí se pudiese hacer alguna obra; y hicieron una pared de piedra ancha; y para esto doña Guiomar empeñó un cobertor de grana y allí se quedó, y también una cruz de seda; y a la madre con su pariente la envió 30 ducados. Un día sin pensar (y al) hallar la pa- red caída, dijo doña Guiomar: mire, hermana, que esto no lo debe de querer Dios; ve aquí la pared caída, y no tenemos con que ha- cer cosa. Ella con paz y con esperanza dijo: Pues si se ha caído, tornarla a levantar. Después determinaron, para pasar adelante con la obra, de enviar a pedir a Toro a su madre de doña Guiomar 30 ducados; y estando doña Guiomar en duda si los daría su madre, dijo la madre Teresa de Jesús: hermana, los 30 ducados ciertos están, ya el mozo que enviamos los tiene recebidos; y luego de allí a poco vino el mozo con ellos.

Levántesela gran persecución de los de la ciudad, que en ninguna manera querían dejar pasar adelante aquella obra; y el mismo día de la mayor contradicción envió a Toro a doña Guiomar que comprase una campanilla y unos misales.

Estando desahuciada Inés de Jesús, que es ahora priora de Palen- cia, y dándola todos por muerta, dijo la madre a doña Guiomar: No morirá de este mal, que para más que eso la tiene Dios guardada.

También de Juan de Ovalle, estando sin esperanza de vida, dijo que no moriría. Un niño de Juan de Ovalle, que ahora vive, estando en todo como muerto y yerto y envarado en el tiempo que Juan de Ovalle estaba en la casa para que se hiciese la obra del monesterio, tomóle la madre, y atravesóle sobre sus rodillas, y estuvo un poco ansí llevando la boca cerca del niño y avahándole; de allí a poco el niño quedó desenvarado y vivió. lEsto vio doña Guiomar; y después estando con la madre la dijo: hermana, ¿cómo es esto? Aquel niño, muerto estaba; ¿cómo vivió? Ella sonreíase y no respondía nada, aunque otras veces la solía reprehender, cuando decía otras cosas, y decíala que para qué decía aquellos disparates.

1 Juan de Ovalle, cufiado de la Santa.

508 APÉNDICES

XCIV

REAL DECRETO DECLARANDO FIESTA NACIONAL EL DÍA 28 DE MARZO DE 1915, EN QUE SE CUMPLE EL CUARTO CENTENARIO DEL NACIMIENTO UE SANTA TERESA.

Presidencia del Consejo de Ministros. Señor:

El día 28 de Marzo de 1915 será memorable en los ñnales de España, porque en él se lia de celebrar el IV Centenario del nacimiento de la mística Doctora Santa Teresa de Jesús, gloria imperecedera, no sólo del mundo católico y del literario, sino de ñvila, su cuna, y de la nación entera.

Con tal motivo, no titubea el Gobierno, seguro de interpretar el sentir unánime de las provincias todas del Reino, en proponer a V. M. como tiene la honra de hacerlo el Ministro que suscribe, que se de- clare y celebre como fiesta nacional, rindiendo con ello tributo insig- nificante a las virtudes y merecimientos de castellana tan insigne.

Fundado en las precedentes consideraciones, tengo la honra de someter a V. jM. el adjunto proyecto de decreto. Madrid, 11 de Enero de 1915. Señor: ñ L. R. P. de V. M., Eduardo Dato.

Real decreto. R propuesta del Presidente de Mi Consejo de Ministros,

Vengo en decretar lo siguiente:

Artículo único. Se declara fiesta nacional el día 28 de Marzo del presente año, en que se cumple el IV Centenario del nacimiento de la mística Doctora Santa Teresa de Jesús.

Dado en Palacio, a 11 de Eiiaro.— Alfonso.— El Presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato.

APÉNDICES 509

xcv

CIRCULAR DEL MINISTRO DE LA GUERRA DECLARANDO A SANTA TERESA PATRONA DEL CUERPO DE INTENDENCIA MILITAR (1).

Excmo. Sr.:

ñtendicndo al deseo del Cuerpo de Intendencia de tener por tu- telar a la ínclita Doctora Santa Teresa de Jesús, honra de nuestra raza y preciado timbre de las letras patrias, el Rey (q. D. g.), de acuerdo con lo informado por el Provicario general castrense, ha tenido a bien declarar a tan esclarecida Santa, Patrona del cuerpo y tropas de Intendencia militar.

De real orden lo digo a V. E. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 22 de julio de 1915.

Echagüe.

1 Publicóse en el número de 23 de )ulio de 1915, página 279, del Boletín Oficial del Mi- nisterio de la Guerra, firmado por el Excmo. Sr. D. Ramón Echagüe, Conde del Serrallo.

510

APÉNDICES

XCVI

NOTAS DEL P. JERÓNIMO GRflCIAN A LA VIDA DE SANTA TERESA, ESCRITA POR ELLA MISMA (1).

Capítulo 1 pág. 5 línea 13:

Llamábase Francisco fllvarez de Cepeda.

Llamábase D.a Beatriz de Ahumada.

Rodrigo de Ahumada.

Llamábase D.a María de Cepeda.

Nuestra S.^ de Gracia de S. Agustín.

D.a María de Cepeda.

Llamábase Juana Suárez.

La Encarnación de Avila.

Fué día de las Animas.

El Mtro. Fr. Domingo Báñez y Fray

García de Toledo. El P. Fr. Pedro Ibáñez. Fueron /Waría de San Pablo, Ana de

los Angeles, D.a María de Cepeda. Fr. Vicente Varrón. Fr. Vicente Varrón.

La M. M.a Bautista la vio dos veces. Habla aquí con el P. Fr. García de

Toledo. El Mtro. Daza. Francisco de Salcedo. El P. Zelina. D.a Guiomar de ülloa, mujer que fué

de Francisco de Avila. El P. Prádanos.

Habla con el P. Fr. García de Toledo. El P. Baltasar Alvarez. Gonzalo de Aranda. D.a Guiomar de Ulloa. El P. Baltasar Alvarez.

1 Prometimos en los Preliminares, t. I, página CXXX, publicar estas notas marginales, que el P. Jerónimo Gracián puso a la Vida de la primera edición de las Obras de la Santa ü que el P. Andrés de la Encarnación tuvo el buen acuerdo de copiar en sus Memorias His- toriales, letra R, núm. 138, del mismo ejemplar autógrafo que las Carmelitas Descalzas de Sa- lamanca enviaron en 1751 al Archivo general de nuestro convento de San Hermenegildo de Madrid. Nadie hasta el presente, había hecho mérito de estas notas del P. Gracián.

Las citas de línea ¡j página que c! P. Gracián puso a la edición príncipe, corresponden aquí a nuestro primer tomo.

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Capítulo 32 pág. 269 línea 20:

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El P. Fr. Ángel de Salazar.

El P. Fr. Pedro Ibañez.

El P. Gaspar de Salazar.

El P. Baltasar Hlvarez.

D. ñlvaro de Mendoza.

D.3 Luisa de la Cerda, mujer que fué de Arias Pardo.

El P. Fr. García de Toledo.

El P. Fr. García de Toledo.

Martín de Guzmán.

D.3 María de Cepeda.

El P. Domeneque.

Francisco de Salcedo.

Juan de Ovalle.

D.a Isabel de Avila.

Fr. Ángel de Salazar.

El Mtro. Fr. Domingo Báñez.

Gonzalo de Aranda.

Francisco de Salcedo.

El Mtro. Daza.

Fr. Pedro Ibáñez.

Fr. Pedro Ibáñez.

Fr. Pedro Ibáñez.

Baltasar Alvarez,

Compañía de Jesús (no se nombraba en aquella impresión).

Fr. Matías.

Era su primo hermano, llamábase Pe- dro Mcxía.

La de Sto. Domingo.

Santo Domingo.

Era el Inquisidor Soto, obispo de Sa- lamanca.

APÉNDICES A LAS RELACIONES ESPIRITUALES

DE SANTA TERESA DE JESÚS

(Tomo II)

II 53

APÉNDICES 515

XCVII

LAS RELACIONES DE SANTA TERESA A SUS CONFESORES SEGÚN EL CÓDICE DE TOLEDO (1).

Relación que hizo la Santa Madre Teresa de Jesús de con quien ha tratado y comunicado de (sic) su espíritu.

1. Esta monja ha cuarenta años que tomó el hábito, y desde el primero comenzó a pensar en la pasión de Nuestro Señor por los misterios algunos ratos del día y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas o cosas, de que sacaba cuan presto se acaba todo; en mirar por las criaturas la gran-; deza de Dios y el amor que nos tiene; esto le hacía mucha más gana de servirle que por el temor nunca fué ni le hacía al caso; siem- pre con gran deseo de que fuese alabado y su gloria augmentada. Por esto era cuanto rezaba sin hacer nada por sí, que le parecía que iba poco en padecer en purgatorio a trueque de questa se acre- centase, aunque fuese muy poquito. En esto pasó como veinte y dos años con grandes sequedades, que jamás le pasó por pensamiento de- sear más, porque se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía no merecía, sino que le hacía Su Majestad mucha merced en dexarla estar delante del rezando y leyendo también en buenos libros. Habrá como diez y ocho años, cuando se comenzó a tratar del primer mo- nasterio que fundó de Descalzas, que fué en Avila, tres o dos años antes, creo son tres, que comenzó a aparecerlc que le hablaba interiormente algunas veces y ver algunas visiones y revelaciones in- teriormente con los ojos del alma, que jamás vio cosa con los ojos corporales ni la oyó. Dos veces le parece que oyó hablar, mas no entendió cosa alguna. Era una reprensión cuando estas cosas veía interiormente, que no duraba sino como un relámpago lo más ordi- nario, mas quedábasele tan impreso y con tanto efecto, como si lo viera con los ojos corporales y más. Ella era entonces tan temerosí- sima de su natural, que aun de día no osaba estar sola algunas ve- ces; y como aunque más lo procuraba no podía excusar esto, anda- ba afligida mucho, temiendo no fuese engaño del demonio, y comen-^

1 Prometimos en la «Introducción» publicar íntegro el Códice de las Relaciones de las Carmelitas Descalzas de Toledo, conforme a la reproducción fotográfica que poseemos. En aten- ción a los lectores, señalamos en nota la Relación equivalente del texto que damos en el pre- sente tomo, para facilitar así el cotejo a quien guste de hacerlo. Esta primera Relación corres- ponde a la IV, p. 21. Para mejor distinguir unas de otras relaciones, les ponemos numeración, aunque no la llevan en el original.

516 APÉNDICES

zólo a tratar con personas espirituales de la Compañía de Jesús, entre los cuales fueron el P. flraoz, que era Comisario de la Compa- ñía, que acertó a ir ahí; el P. Francisco, que fué Duque de Gandía trató dos veces, y a un provincial que está agora en Roma, ques uno de los cuatro señalados que dicen asistentes, llamado Gil Gon* zález, y aun a el que agora lo es en Castilla, aunque a éste no trató tanto. Hl P. Baltasar ñlvarez ques agora Rector en Salamanca, que la confesó seis años en este tiempo, y al Rector ques agora de Cuenca, llamado Salazar, y al de Segovia llamado Santander, al de Burgos llamado Ripalda, el cual estaba mal con ella, de que había oído estas cosas, hasta que después la trató, ñl Doctor Paulo Her- nández en Toledo, que era Consultor de la Inquisición, el Rector que era de Salamanca cuando le habló el licenciado Gutiérrez, y a otros padres algunos de la Compañía de Jesús, que se entendía ser espirituales, que como estaban en los lugares do iba a fundar, los procuraba. Y al P. Fr. Pedro de ñlcántara, que era un varón santo de los Descalzos de San Francisco, trató mucho, y fué el que pasó mu- cho porque se entendiese que era buen espíritu. Estuvieron más de seis años haciendo hartas pruebas, como largamente está escrito y adelante se dirá, y ella con hartas lágrimas y aflicciones; mientras más pruebas se hacían, más tenía, y suspensiones o arrobamientos hartas veces, aunque no sin sentido. Hacíanse hartas oraciones y de- cíanse misas, porque el Señor la llevase por otro camino, porque su temor era grandísimo cuando no estaba len la oración, aunque en todas las cosas que tocaban a estar su alma mucho más aprovechada se veía gran diferencia, y ninguna vanagloria ni tentación della, ni soberbia, antes se afrentaba mucho y se corría de ver que se entendía aunque si no era a confesores y a personas que le habían de dar luz, jamás trataba nada, y aun esto sentía más decirlo que si fueran graves pecados, porque le parecía que se sabían della, y que eran cosas de mujercillas, que siempre las había aborrecido oir.

Habrá como trece años poco más o menos que después de fun- dado San Josef de ñvila, adonde ella se había pasado del otro mo- nasterio, fue allí el obispo ques agora de Salamanca, D. Francisco Soto de Salazar, que era Inquisidor, no en Toledo o en Ma- drid y Jo había sido en Sevilla. Ella procuró de hablarle, para asegu- rarse más, y dióle cuenta de todo, y él dixo que no era todo cosa que tocaba a su oficio, porque todo lo que ella veía y entendía siem^ pre la afirmaba más en la fe católica, que siempre ésta estuvo y está firme y con grandísimos deseos de Ja honra de Dios y bien de las almas, que por una se dejara matar muchas veces; y díxole tam- bién, como la vio tan fatigada, que lo escribiese todoi y toda su vida a el Mtro. Avila, que era hombre que entendía mucho de oración, y que con lo que le escribiese se sosegase; y ella lo hizo así, y es- cribió sus pecados y vida, y él la escribió y consoló asegurándola mucho. Fué de suerte esta relación que todos los letrados que la han visto, que eran sus confesores, decían que era de gran provecho para aviso de cosas espirituales, y mandáronle que la trasladase, y hiciese otro libro para sus monjas (que era Priora), adonde les diese algunos avisos. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, g

APÉNDICES 517

pareciéndoles que personas espirituales también podían estar enga- ñadas, como ella dixo a su confesor que si quería tratase a algunos grandes letrados, aunque no fuesen dados a la oración, porque ella no quería saber sino si era conforme a la Sagrada Escritura todo lo que tenía. Algunas veces se consolaba pareciéndole que aunque por sus pecados merecía ser engañada, que tantos buenos como deseaban darla luz, no permitiría el Señor fuesen engañados. Con este intento comenzó a tratar con Padres de la Orden de Santo Domingo, con quien antes destas cosas se había confesadoi, y en esta Orden son éstos los que ha tratado. El P. Fr. Juan Vicente Barrón la confesó año y medio en Toledo, que entonces era Consultor del Sto. Oficio, y antes de estas cosas la había comunicado muchos años, y era gran letrado: éste la aseguró mucho, y también los de la Compañía. Todos le decían que si no ofendía a nuestro Señor, y se conocía por ruin, que de qué temía. Con el P. Presentado Fr. Pedro Ibáñez, que agora está en Valladolid por regente en el Colegio de S. Gregorio, que la confesó seis años, y siempre trataba con él por cartas cuando se ofrecía algo. Con el Mtro. Chaves, con el P. Mtro. Fr. Bartolomé de Me- dina, Catedrático de Prima en Salamanca, el cual sabía que estaba muy mal con ella por lo que desto había oído, y parecióle que éste le diría mejor si iba engañada, por tener tan poco crédito, y esto ha poco más de dos años. Procuró de confesarse con él, y dándole de todo grande relación, de todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escripto para que mejor lo entendiese; y él la aseguró tanto y más que todos los demás y quedó muy su amigo. También se con- fesaba con Fray Filipe de Meneses algún tiempo, cuando fundó en Valladolid, y era el Rector de aquel Colegio de S. Gregorio, y antes había ido a ñvila, habiendo oído estas cosas para hablarla con harta caridad, queriendo ver si iba engañada para darle luz; y si no para tornar por ella cuando oyese mormurar; y satisfizo mucho, par- ticularmente con un provincial de Sto. Domingo que se llamaba Sa^ linas, hombre muy espiritual, y con otro Presentado llamado Lunar, que era en Sto. Tomás de ñvila, y en Scgovia otro llamado Fr. Diego de Yanguas, Lector, también la trató. Y entre estos Padres de Sto. Do- mingo, no dejaban de tener algunos harta oración, y aun quizá to- dos. Algunos otros que en tantos años ha habido lugar para ello, en especial como andaba en tantas partes a fundar. Hanse hecho har- tas pruebas, porque todos deseaban acertar a dar luz, por donde la han asegurado, y se ha asegurado. Siempre jamás ha deseado estar sujeta a lo que le mandaban, y así se afligía cuando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. Y su oración y la de las mon- jas que ha fundado siempre es con gran cuidado por el aumento de la santa fe católica, y por esto comenzó el primer monasterio junto con el bien de su Orden. Decía ella que cuando algunas cosas destas le inducieran contra lo que jla fe católica y ley de Dios, que no hubiere menester andar a buscar letrados ni hacer pruebas, porque luego viera que era demonio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes cuando le decían sus confesores que hiciese lo con- trario, lo hacía sin ninguna pesadumbre, y siempre les daba parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era Dios, con todo

518 APÉNDICES

cuanto le decían que sí, que lo jurara; aunque por los efectos y gran- des mercedes que le había hecho en algunas cosas le parecía buen espíritu, mas siempre deseaba virtudes más que nada, y en esto ha puesto sus monjas, diciéndoles que la más humilde y mortificada aquella será la más espiritual.

Todo lo que está dicha y escripto dio al P. Fr. Domingo Báñez ques el questá en Valladolid, y es con quien más tiempo ha tratado. El los ha presentado! a el Santo Oficio en Madrid. En todo lo que se ha dicho se sujeta a la fe católica y iglesia Romana; ninguno le ha puesto culpa, porque estas cosas no están en mano de naide y nues- tro Señor no pide lo imposible.

La causa de haberse divulgado tanto es, que como andaba con te- mor y lo ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; que también un desmán que acaeció con esto que había escripto, ha tenido tan grandísimo tormento y cruz que le cuesta muchas lágrimas. Dice ella que no por humilde sino por lo que queda dicho; y parecía permisión de Dios para atormentarla, porque mientras uno decía más mal de lo que los otros habían dicho, dende a poco decía él más. Tenía extremo de no se sujetar a quien le parecía que creía era de Dios todo; porque luego temía les había de engañar a entrambos el demonio; y con quien vía temeroso trataba su alma de mejor gana; aunque bien le daban pena, cuando por probarla del todo despreciaban estas co- sas, porque le parecían algunas muy de Dios, y no quisiera que, pues no veían causa, las condenaran tan determinadamente. Tampoco como que creyeran que todo era Dios, porquella entendía muy bien que podía haber engaño. Jamás se podía asegurar del todo en lo que podía haber peligro. Procuraba lo más que podía, en ninguna cosa ofen- der a Dios, y siempre obedecer; y con estas dos cosas se pensaba librar con el favor divino aunque fuese demonio. Desde que tuvo co- sas sobrenaturales siempre se inclinaba su espíritu a buscar lo más perfecto, y casi de ordinario tenía gran deseo de padescer; y en las tribulaciones que tía tenido, que son muchas, se hallaba consola- da y con amor particular a quien la perseguía; gran deseo de po- breza y soledad!», y de salir deste destierro por ver a Dios. Por estos efectos y otros semejantes se comenzó a sosegar, pareciéndola que espíritu que la dexaba con estas virtudes no sería malo, y así lo decían los que la trataban, aunque para dexar de temer no, sino para no andar tan fatigada como estaba. Jamás su espíritu la persuadía a que encubriese cosa alguna, sino a que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada, como queda dicho, sino con una delicadeza y cosa intelectual, que alguna vez pensaba, a los princi- pios, si se le había antojado; otras no lo podía pensar, y estas cosas no eran continuas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como fué una vez que había estado unos días con unos tormentos interio- res y un desasosiego en el alma interior de temor si la traía enga-t fiada el demonio, como muy largamente escribió en aquella Relación, que tan públicos han sido sus pecados, porque están allí como lo demás, porquel miedo que traía ha hecho olvidar a su crédito.

Estando así con esta aflicción, tal que no se puede creer, con sólo entender esta palabra en lo interior: yo soy, no hayas miedo, quedaba

APÉNDICES 519

el alma tan quieta, animosa y confiada, que no podía entender de dónde le habla venido tan grande bien, pues no tiabían bastado con- fesores, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras para ponella en aquella paz y quietud, que con una sola le había puesto, y así otras veces le acontecía que con alguna visión quedaba fortalecida; por- que, a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos y contradiciones y enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa, aunque no tantas, porque jamás anda sin algún género de padecer. Hay más y menos; lo ordinario es siempre dolores con otras hartas enfermedades, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda, mas no puede mucho detenerse allí, como en los pecados que siempre la están atormentando lo más ordinario, como un cieno de mal olor; el haber tenido tantos pecados debe de ser causa de no ser tentada de vanagloria.

Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese limpia y casta, ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosa sobrenatural, se pueda itener, porque queda todo descuidado de su cuerpo, ni hay memo- ria del que todo semplca en Dios. También tiene un gran temor de no ofender a Dios Nuestro Señor, y desea hacer en todo su voluntad. Esto le supliqué siemprel y a ^u parecer estaba determinada a no salir dello, que jamás le dirán cosa sus confesores que la tratan de que pensase más servir a Dios, que no lo hiciese con el favor de Dios y confiada en que Su Majestad ayuda a los que se determinan para su servicio y para gloria suya; no se acuerda de más ni de su pro- vecho, en comparación desto, que si no fuese, en cuanto puede en- tender de y entienden sus confesores. Es todo gran verdad lo que va en este papel, y se puede probar con ellos, y con todas las personas que la tratan, de veinte años a esta parte. Muy ordinario le mueve su espíritu a alabanzas de Dios, y querría que todo el mundo entendiese en esto, aunque a ella le costase mucho. De aquí le nace el deseo del bien de las almas, y viendo cuan basura son las cosas deste mundo y cuan preciosas las interiores, que no tienen comparación, ha venido a tener las cosas del en poco. Laus Deo.

La manera de visión que V. m. quiere saber, es que no se vee nin- guna cosa exterior ni interiormente, porque no es imaginaria; mas sin verse nada entiende lo que es y hacia donde se representa, más clara- mente que si lo viese, salvo que no se le representa cosa particular, sino como si una persona, pongamos, que sintiese questá otra per- sona cabe ella, y porquestá a escuras no la vee, mas cierto entien- de questá allí, salvo que no es ésta bastante comparación; porque questá a escuras por alguna vía oyendo ruido, o habiéndola visto antes, entiende questá allí o la conoce de antes, pero acá no hay nada desto, sino que sin palabras exteriores e interiores entiende el alma clarísi- mamente quién es y hacia qué parte estáj, y a las veces lo que quiere significar; por dónde o cómo lo entiende, ella no lo sabe, mas ello pasa así y lo que dura no puede innorarlo; y cuando se quita, aun- que más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se vee ques imaginación, y no representación, questo no está en su mano. Y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no te- nerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor

520 APÉNDICES

humildad que antes, porque vee que es cosa dada, y que ella allí no puede quitar ni poner, y queda más amor y deseo de servir a el Señor tan poderoso que puede lo que acá no podemos entender, así como, aunque más letras tengan, hay cosas que no se alcanzan. Ben- dito sea d que lo da. Hmén para siempre.

De la oración de la Santa Madre Teresa de Jesús (1).

2. Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pueden entender estas cosas del espíritu interior, cuanto más con brevedad pasan, que si la obediencia no lo hace, será dicha atinar, en especial en cosas tan dificultosas. Mas poco va en que desatine, pues va a manos que otras mayores habrá entendido de mí. En todo lo que dixere, suplico a vuestra merced que entienda que no es mi intento pensar ques acertado, que yo podré no entenderlo; mas lo que puedo cer- tificar, es que |no diré cosa que no haya experimentado algunas y muchas veces. Si es bien o mal, vuestra merced lo verá y me avisará dello.

Paréceme será dar gusto a vuestra merced comenzar a tratar del principio de cosas sobrenaturales, quen devoción, ternura, y lágrimas y meditación que acá podemos adquirir con ayuda del Señor, enten- didas están.

La primera oración que sentí, a mi parecer sobrenatural, que llamo yo lo que con mi industria y diligencia no se puede adquirir, aunque mucho se procure, aunque disponer para ello sí, y debe de íhacer mucho al caso, es un recogimiento interior que se siente en el alma, que parece ella tiene allá otros sentidos, como acá los inte- riores, que ella en parece se quiere apartar de los bullicios exte- riores; y así algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos y no ver ni oír, ni entender sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que?í poder tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún sentido ni potencia, que todo está entero; mas estálo para emplearse en Dios. Y esto, a quien Nuestro Señor lo hubiere de dar, será más fácil dentender; ^ a quien no, a lo menos serán me- nester muchas palabras y comparaciones.

Deste recogimiento viene algunas veces una quietud y paz inte- rior muy regalada, questá el alma que no le parece le falta nada; que aun el hablar la cansa, digo el rezar y el meditar; no querría sino amar; dura rato y aun ratos.

Desta oración suele proceder un sueño que llaman de las poten- tías (2), que ni está absorto, ni tan suspenso que se puede llamar arre- batamiento. Runque no es del todo unión, alguna vez, y aun muchas, entiende el alma questá unida sola la voluntad, y sentiende muy claro, digo claro, a lo que parece. Está empleada toda en Dios, y vee el alma la falta de poder estar ni obrar en otra cosa; y las otras dos potencias están libres para negocios y obras del servicio de Dios.

1 Relación V, p. 31.

2 Esta u las cuatro lineas siguientes están repetidas en el Códice.

APÉNDICES 521

En fin, andan juntas ^arta y María. Yo pregunté al Padre Fray Francisco (1) si sería engaño esto, y me dijo, que muchas veces acaescia.

Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente; porque ninguna cosa puede obrar, porque el entendimiento está como espan- tado. La voluntad ama más quentiende; mas ni entiende si ama ni qué hace de manera que lo puede decir la memoria,, a mi parecer, que no hay ninguna, ni pensamiento, ni aun por entonces son los sentidos dispiertos, sino como quien les perdió para más emplear el alma en lo que goza, a raí parecer; que para aquel breve espacio se pierden; pasa presto. En la riqueza que queda en el alma de numildad y otras virtudes y deseos, sentiende el gran bien que le vino de aquella merced; mas no se puede decir lo ques; porque, aunque el alma se da a entender, no sabe cómo lo entiende ni decirlo. R mi parecer, si ésta es verdad, es la mayor merced que Nuestro Se- ñor hace en este camino espiritual, a lo menos de las grandes.

Arrobamientos y suspensiones, a mi parecer, todo es imo, sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arrobamiento, quespanta; y verdaderamente, también se puede llamar suspensión esta unión que queda dicha. La diferencia que hay del arrobamiento a ella, es que dura más y siéntese más en esto exterior, porque se va acortando el huelgo, de manera que no se puede hablar, ni los ojos abrir; aunquesto mismo se hace en la unión, es acá con mayor fuerza, porquel calor natural se va no yo adonde, que cuando es grande el arrobamiento, quen todas estas maneras de oración hay más y menos, cuando es grande, como digo, que todas quedan las manos heladas y algunas veces extendidas como unos palos; y al cuerpo, si le toma en pie, ansí se queda, o de rodillas; y es tanto lo que semplea en el gozo de lo que el Señor le representa, que pa- rece se le olvida de animar en el cuerpo y le dexa desamparado; quedan los niervos, si dura, con sentimiento.

Paréceme que quiere aquí el Señor quel alma entienda más de lo que goza que en la unión, y así se le descubren algunas cosas de Su Majestad en el rapto muy ordinariamente; y los efectos con que queda el alma son grandes, y el olvidarse a por querer que sea conocido y alabado tan gran Dios y Señor, ñ. mi parecer, si es de Dios, que no puede quedar sin un gran conocimiento de que ella allí no puede nada» y de su miseria y ingratitud de no haber servido a quien de por sola su bondad hace tan gran merced. Porque el sentimiento y suavidad hace tan gran exceso, que todo lo que acá se puede comparar, que si aquella memoria no se le pasase, siempre habría asco de los contentos de acá; y así viene a tener todas las cosas del mundo.

La diferencia que hay de arrobamiento y arrebatamiento (2) es, quel arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exterio- res, y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios. El arrebatamiento vie- ne con sola una noticia que Su Majestad da en lo muy íntimo del co-

1 San Francisco de Borja.

2 El Códice equivocadamente dice arrobamiento.

522 APÉNDICES

razón y alma, con una velocidad que le parece que la arrebata a lo superior della, que a su parecer se le va del cuerpo; y así es menes- ter ánimo a los principios para entregarse en los brazos del Señor, llévela do quisiere, hasta que Su Majestad la pone en paz adonde quiere llevarla; digo llevarla que entienda cosas altas; cierto, es me- nester a los principios estar bien determinada a morir por El, por- que la pobre alma no sabe qué ha de ser aquello, digo a los prin- cipios. Quedan las virtudes, a mi parecer, desto más fuertes; porque deséase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios para temerle y amarle. Pues así, sin ser más en nuestra mano, arrebata el alma, bien como Señor della; queda grande arrepentimiento de ha- berle ofendido, y espanto de cómo se ofende tan gran Majestad, y grandísima ansia de que no haya quien le ofenda, sino que todos le alaben. Pienso que deben venir de aquí estos deseos tan grandísi- mos de que se salven las almas, y de ser alguna parte para ello, y para queste Dios sea alabado como merece.

El vuelo de espíritu es un no cómo le llame, que sube de lo más íntimo del alma. Sola esta comparación se me acuerda, que puse adonde vuestra merced sabe, questán largamente declaradas estas ma- neras de oración y otras, y es tal mi memoria, que luego se me olvi- da. Paréceme que el alma y el espíritu es una misma cosa; sino que como un fuego, que si es grande y ha estado dispuniéndose para arder, echa una llama que llega a lo alto, aunque tan fuego es como el otro que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de quedar el fuego, ansí acá en el alma parece que produce de una cosa tan presto y tan delicada, que sube a la parte superior y va a donde el Señor quiere; que no se puede declarar más, y parece vuelo, que yo no otra cosa con qué comparallo. que se entiende muy claro y que no se puede estorbar.

Parece que aquella avecica del espíritu sescapó desta miseria de la carne y cárcel deste cuerpo, y así puede más emplearse en lo que le da el Señor. Es cosa tan delicada y tan preciosa, a lo que en- tiende el alma, que no le parece hay en ella ilusión, ni aun en nin- guna cosa destas, cuando pasan. Después eran los temores, por ser tan ruin quien la recibe, que todo le parecía había razón de temer, aunque en lo interior del alma queda una certidumbre y seguridad, con que se podía vivir; mas no para dexar de poner diligencia para no ser engañada.

ímpetu llamo yo un deseo que da a el alma algunas veces, sin haber precedido antes oración, y aun lo más continuo, sino una memo- ria que viene de presto de que está ausente de Dios, o de alguna palabra que oye, que vaya a esto. Es tan poderosa esta memoria y de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina; como cuando se da una nueva de presto muy penosa, que no se sabía, o un gran sobresalto, que parece que quita el discurso al pensamiento para consolarse, sino que se queda como absorta. Ansí es acá, salvo que la pena es por tal causa, que da al alma un conocer, ques bien empleado morir por ello. Ello es que parece que todo lo que el alma entiende entonces, es para más pena, y que no quiere el Señor que todo su ser le aproveche de otra cosa, ni acordarse es su voluntad

APÉNDICES 523

que viva, sino parécele questá en una tan gran soledad y desamparo de todo, que no se puede escribir; porque todo el mundo y sus cosas le dan pena, y que ninguna cosa criada le hace compañía, ni quiere el alma sino al Criador, y esto velo imposible si no muere, y como ella no se ha de matar, muere por morir, de tal manera que verdaderamente es peligro de muerte, y vese como colgada entre cielo y tierra, que no sabe qué hacer de sí. Y de poco en poco dale Dios una noticia de para que vea lo que pierde, de una manera tan extraña, que no se puede decir; porque ninguna hay en la tierra, a lo menos de cuantas yo he pasado, que le iguale; y baste que de media hora que dure, deja tan descaído el cuerpo y tan abiertas las canillas, que aun no quedan las manos para poder escribir y con grandísimos dolores.

Desto ninguna cosa siente hasta que se pasa aquel ímpetu. Harto tiene que hacer en sentir lo interior, ni creo sentirá graves tormentos; y está con todos sus sentidos, y puede mirar y liablar; andar no, que le derriba el gran golpe del amor. Esto, aunque se muere por tenerlo, si no es cuando lo da Dios, no aprovecha. Dexa grandísimos efectos y ganancia en el alma. Unos letrados dicen que uno, otros que otro; naide lo condenó. El Maestro ñvila me escribió era bue- no (1), y así lo dicen todos. El alma bien entiende es gran merced del Señor: a ser muy a menudo, poco duraría la vida.

El ordinario ímpetu, es que viene este deseo de servir a Dios con una gran ternura de lágrimas por salir deste destierro; mas como hay libertad para considerar el alma ques la voluntad del Señor que viva, con eso se consuela, y le ofrece el vivir, suplicándole no sea sino para su gloria; con esto pasa.

Otra manera harto ordinaria de oración, es una manera de heri- da que parece a el alma como si una saeta le metiesen por el co- razón, o por ella misma. Así causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga material, sino en lo interior del alma, sin que parezca o padezca dolor corporal; sino que, como no se puede dar a entender sino por comparaciones, pónense estas groseras, que para lo que ella es lo son, mas no yo decirlo de otra suerte. Por eso no son estas cosas para escribir ni decir, porqués im- posible entenderlo, sino quien lo ha experimentado, digo adonde llega esta pena, porque las penas del espíritu son diferentísimas de las de acá. Por aquí saco yo cómo padecen más las almas en el infierno y purgatorio que acá se puede entender por estas penas corporales.

Otras veces parece questa herida del amor sale de lo íntimo del alma; los efectos son grandes; y cuando el Señor no lo da, no hay remedio aunque más se procure, ni tampoco dexarlo de tener cuando El es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos y tan delgados, que no se pueden decir; y como el alma se vee atada pK)r no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento tan grande con el cuerpo, y parécele como una gran pared que le estorba para

1 Véase la página 208

52^ APÉNDICES

que no goce su alma de lo quenticndc entonces, a su parecer, que goza en sí, sin embarazo del cuerpo. Entonces vee el gran mal que nos vino por el pecado de fldán en quitar esta libertad.

Esta oración, antes ¡de los arrobamientos y los ímpetus grandes que he dicho, se tuvo. Olvídeme de decir, que casi siempre no se quitan aquellos ímpetus grandes, sino es con un arrobamiento y re- galo grande del Señor, adonde consuela el alma y la anima para vivir por El.

Todo esto questá dicho, no puede ser antojo, por algunas causas, que sería largo decirlas. Si es bueno o no, el Señor lo sabe. Los efectos y cómo dexa al alma aprovechada, no se puede dexar den- tender, a todo mi parecer.

Otra oración me acuerdo, ques primero que las últimas, ques una presencia de Dios que no es visión de ninguna manera, sino que parece que cada y cuando, a lo menos cuando no hay sequedades, que una persona se quiere encomendar a Nuestro Señor, aunque sea rezar vocalmente, le halla. Plegué a Su Majestad que no pierda yo tantas mercedes por mi culpa y que haya misericordia de (1).

3. Estando yo pensando cómo en una visión y aviso que me había dado el Señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo supli- caba y pensaba debía de ser demonio, díxorae: «Que no era, quel me avisaría cuando fuese tiempo» (2).

4. Estando yo pensando con cuánta más limpieza se vive estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo de andar mal y con muchas faltas, entendí: «No puede ser menos, hija, procura siempre en todo recta intención, y desasimiento, y mírame a Mí, que vaya lo que hicieres conformé a lo que yo hice» (3).

5. Estando pensando qué sería la causa de no tener agora casi nun- ca arrobamientos en público, entendí: «No conviene agora, bastante cré- dito tienes para lo que Yo pretendo; vamos mirando la flaqueza de los maliciosos» (4).

6. El martes después de la Ascensión, habiendo estado un rato en oración, después de comulgar con pena, porque me divertía de ma- nera que no podía estar en una cosa, quejábame a el Señor de mi miserable natural, y comenzó! a inflamarse mi alma, pareciéndomc cla- ramente tener presente a la Santísima Trinidad en visión intelectual, adonde entendió mi alma por cierta manera de representación, como figura de la verdad, para que la pudiese entender mi torpeza, cómo es Dios trino y uno; y así me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representaban en mi alma distintamente, diciéndome: «Que desde este día vería mejoría en en tres cosas, que cada una des- tas tres Personas me hacía merced: la una en la charidad y en padcscer

1 Aquí termina la Relación al P. Rodrigo Aivarez.

2 Relación X, p. 45.

3 Relación XI, p. 46.

4 Relación XII, p. 46.

nPENDicES 525

con contento y en sentir esta charidad con encendimiento en el alma. Entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que estarán con el alma questá en gracia las tres divinas Personas, porque las veía delante de por la manera dicha». Estando yo después agradeciendo a el Señor tan gran merced, hallándome indigna della, decía a Su Majestad, con harto sentimiento, que, pues me había de hacer se- mejantes mercedes, por qué me había dexado de su mano, para que fuese tan ruin, porquel día antes había tenido gran pena por mis pecados, tiniéndolos presentes. Veía claramente lo mucho quel Señor había puesto de su parte, desde que era niña, para llegarme a con medios harto eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por donde claro se me representó el excesivo amor que Dios nos tiene en per- donar todo esto, cuando nos queremos tornar a El, y más conmigo que con nadie, por muchas causas. Parece quedaron en mi alma tan imprimidas aquellas tres Personas que vi, siendo un solo Dios, que a durar así, imposible sería dexar destar recogida con tan divina compa- ñía. Otras algunas cosas que aquí pasaron, no hay para qué escribir (1).

7. Una vez, poco antes desto, yendo a comulgar, estando la Forma en el relicario, que aun no se me había dado, vi una manera de pa- loma que meneaba las alas con ruido. Turbóme tanto y suspendióme, que con harta fuerza tomé la Forma. Esto era todo en San Josef de ñvila. Dábame el Santísimo Sacramento el Padre Francisco Sal- cedo. Otro día, oyendo misa, vi al Señor glorificado en la Hostia; dí- xome, que le era aceptable su sacrificio (2).

8. Esta presencia de las tres Personas que dixe a el principio, he traído hasta hoy, día de la Conmemoración de San Pablo, presentes en mi alma muy de ordinario; y como yo estaba mostrada a traer a Jesucristo, siempre me parece hacía algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un solo Dios, y díxome el Señor, pen- sando yo esto: «Que erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo; que entendiese que eran muy diferentes y que era capaz el alma para gozar mucho». Parecióme se me representó como cuando en una esponja se encorpora y embebe el agua, ansí me parecía mi alma que se hinchía de aquella divini- dad, y por cierta manera tenía en si y gozaba las tres Personas, y también entendí: «No trabajes de tenerme encerrado a en ti, sino de encerrarte en Mí». Parecíame que dentro de mi alma, es- taban y veía yo estas tres Personas, se comunicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando dcstar conmigo (3).

9. Estando pocos días después desto que digo, pensando si tenían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y questaría yo mejor empleándome siempre en oración, entendí: «Mientras se vive no está la ganancia en procurar gozarme, sino en procurar mi vo-

1 Relación XVI, p. 50.

2 Relnción XVII. p. 51.

3 Relación XVIII, p. 51,

526 APÉNDICES

luntad». Parecíame a mí, que pues San Pablo dice del encerramien- to de las mujeres, que me han dicho poco ha, y aun antes i lo había oído, questa sería la voluntad de Dios, díxome: «Diles que no se sigan por una parte sola de la Scriptura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos (1).

10. Estando yo un día después de la Octava de la Visitación enco- mendando a Dios a un hermano mío en una ermita del Monte Carmelo, dixo el Señor, no si en mi pensamiento, porquestá mi hermano adonde tiene peligro su salvación. Si yo viera. Señor, a un hermano vuestro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Pareciérame a que no me quedara cosa por hacer. Díxome el Señor: «¡Hija, hija, her- manas son mías estas de la Encarnación,* y te detienes! Pues ten áni- mo y Jnira lo que quiero Yo) y no es tan dificultoso como te parece, y por donde piensas perderán estas otras casas, ganarán lo uno y lo otro; no resistas, que es grande mi poder» (2).

11. Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más, según los deseos [que] me ha dado algunas veces el Señor de hacerla, si no fuera por obedescer a los confesores, que si sería mejor no los obedescer de aquí adelante en eso, me dixo: «Eso no, hija, buen camino llevas y seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obe- diencia» (3).

12. Una vez, estando en oración, me mostró el Señor por una extra- ña manera de visión intelectual, cómo estaba el alma questá en gracia, en cuya compañía vi la Santísima Trinidad por visión intelectual, de cuya compañía venía a el alma un poder que señoreaba toda la tierra. Diéronseme a entender aquellas palabras de los Cantares: Venial dilec- tas meas in hortum suum et comedat etc. (^1). Mostróme también cómo está el alma que está en pecado, sin ningún poder, sino como una per- sona questuviese del todo atadaí y liada, y tapados los ojos, que aun- que quiere ver, no puede, ni andar, ni oir y en gran obscuridad. Hicié- ronme tanta lástima las almas que están así, que cualquier trabajo me parece ligero por librar una. Parecióme, que a entender esto como yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer ninguno perder tanto bien ni estar en tanto mal (5).

13. Estando una vez muy penada por el remedio de la Orden, me dixo el Señor: «Haz lo ques en ti y déxame a y no te inquietes por nada; goza del bien que te ha sido dado, ques muy grande. Mi padre se deleita contigo y lel Espíritu Santo te ama» (6). «Siempre deseas los trabajos, y por otra parte los rehusas; Yo dispongo las cosas conforme a lo que de tu voluntad, y no conforme a tu sen-

1

Relación XIX, p. 52.

2

Relación XX, p. 53.

3

Relación XXIII, p. 54.

4

Cant., c. V, V. 1.

5

Relación XXIV, p. 55.

6

Relación XIII, p. 46.

APÉNDICES 527

sualidad y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: he querido que ganes esta corona. En tus días verás muy adelante la Orden de la Virgen*. Esto entendí del Señor mediado Hebrero, de 1571 (1).

14. La víspera de San Sebastián, del primer año que vine a ser Prio- ra a la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta Nuestra Señora, baxar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. R mi parecer, no vi la imagen enton- ces, sino a esta Señora que digo. Paréceme se parecía algo a la ima- gen que me dio la Condesa, aunque fué de presto el podella ter- minar, por suspenderme luego mucho. Parecíame encima de las comas de las sillas, y sobre los antepechos ángeles, aunque no con forma corporal, porque era visión intelectual. Estuvo así toda la Salve, y díxome: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré». Después des- to quédeme yo en la oración que traigo destar el alma con la San- tísima Trinidad, y parecíame que la persona del Padre me llegaba a y me decía palabras muy agradables. Entre ellas me dixo, mos- trándome lo que me quería: «Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿Qué me puedes dar a mí? (2).

15. Octava del Espíritu Santo, me hizo el Señor una merced y me dio esperanza de questa casa se iría mejorando; digo las almas della (3).

16. Día de la Magdalena, me tornó el Señor a confirmar una merced que me había hecho en Toledo, eligiéndome en ausencia de cierta persona en su lugar (¿1).

17. Estando yo en la Encarnación el segundo año que tenía el prio- rato. Octava de San Martín, estando comulgando, partió la Forma el Padre Fray Juan de la Cruz, que me daba el Santísimo Sacra- mento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba mu- cho cuando eran grandes las Formas; no porque no entendía no importaba para dexar destar el Señor entero, aunque fuese muy peque- ño pedacito. Díxome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que naide sea parte para quitarte de Mí». Dando, a entender que no importaba.

Entonces representándoseme por visión imaginaria, como otras ve- ces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díxome: «Mira este clavo, ques señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta gora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como a Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa la mía es ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dixe a el Señor, que o ensanchase mi baxeza, o no me hiciese tanta merced; porque.

1 Relación XIV, p. 47. Si bien el Códice de Toledo hace de ésta y de la anterior una Re- lación, el de Avila las publica separades muy acprtadamente.

2 Relación XXV, p. 56.

3 Relación XXXI, p. 60.

4 Relación XXXII, p. 61.

528 APÉNDICES

cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el día embebida. He sentido después muy gran provecho, y mayor con- fusión y aflicción de ver que no sirvo en nada tan grandes mer- cedes. (1).

18. Esto me dixo el Señor otro día: «¿Piensas, hija, que está el merecer en gozar? No está sino en obrar y padecer y en amar. No habrás oído que San Pablo estuviese gozando de los gozos celes- tiales más de una vez, y muchas que padesció, y ves mi vida toda llena de padescer, y sólo en el monte Tabor habrás oído mi gozo. No pienses, cuando \v€(s a mi Jñadre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dixo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padescer. Los grandes santos questuvieron en los disiertos, como eran grandes por Dios, así hacían graves penitencias, y sin esto tenían graves batallas con el demonio y consigo mismos; mucho tiempo se pasaban sin consolación alguna espiritual. Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos res- ponde el amor. ¿En qué te le puede más mostrar que en querer para ti lo que quise para Mí? Mira estas llagas, que nunca llega- rán aquí tus dolores. Este es el camino de la verdad, flsí me ayudarás a llorar la perdición que traen los del mundo, entendiendo esto, que todos sus deseos, cuidados y pensamientos se emplean en cómo tener lo co:itrario». Cuando empecé a tener oración, estaba con tan grande mal de cabeza, que me parecía casi imposible poderla tener. Díxome el Señor: «Por aquí verás el premio del padescer, que como no estabas con salud para hablar conmigo, he Yo habládote y re- galádote». Y es así cierto, que sería hora y media, poco menos, el tiempo que estuve recogida. En él me dixo las palabras dichas y todo lo demás. Ni yo me divertía, y con tanto contento, que no cómo decirlo, y quedóme buena la cabeza, que me ha espantado, y harto deseo de padescer. Es verdad que yo no he oído que el Señor tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni San Pablo. También me dixo que truxese mucho en la memoria las palabras quel Señor dixo a sus discípulos, «que no había de ser más el siervo quel señor» (2).

19. Todo ayer me hallé con grande soledad, que si no fué cuando comulgué, no hizo en ninguna operación ser día de la Resurrección. Anoche, estando con todas, dixeron un cantarcito de cómo era recio de sufrir vivir sin Dios. Como estaba ya sin pena, fué tanta la operación que me hizo, que se me comenzaron a entumecer las manos, y no bastó resistencia, sino que como salgo de por los arrobamientos de contento, de la misma manera se suspende el alma con la grandísima pena, que queda enaxenada, y hasta hoy no lo he entendido; antes de unos días acá, me parecía no tener tan grandes ímpetus como solía, y agora me parece ques la causa desto lo que he dicho, no yo si puede ser. Que antes no llegaba la pena a salir de mí, y como es

1 Relación XXXV, p. 63.

2 Relación XXXVI, p. 64.

APÉNDICES 529

tan intolerable, y yo rae estaba en mis sentidos, hacíame dar gritos grandes sin poderlo excusar. Hgora, como han crecido, han llegado a términos destc traspasamiento, y entiendo más el que Nuestra Se- ñora tuvo, que hasta hoy, como digo, no he entendido ques tras- pasamiento. Queda tan quebrantado el cuerpo, que aun esto escribid con harta pena, que quedan tan descoyuntadas todas las manos y con dolor. Dirámc vuestra merced de que me vea, si puede ser este enajenamiento de pena, o si lo siento como es, o si me engaño.

Hasta esta mañana estaba con esta pena, questando en oración tuve un gran arrobamiento, y parecióme que Nuestro Señor me había llevado el espíritu junto a su Padre y díxole: «Esta que me diste te doy», y parecía me llegaba a sí. Esta no es cosa imaginaria, sino con una certeza grande y una delicadeza tan espiritual, que todas no se saben decir. Díxorae algunas palabras que no se me acuerdan; de hacerme merced eran algunas.

Duró algún espacio tenerme cabe sí. Como vuestra merced se fué ayer tan presto y yo veo las muchas ocupaciones que tiene para poderme yo consolar con él, aun lo necesario, porque veo son más necesarias las ocupaciones de vuestra merced, quedé un rato con pena y tristeza. Como yo tenía la soledad que he dicho ayudaba, y como criatura de la tierra, no me parece me tiene asida, dióme algún es- crúpulo, temiendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era ano- che; y respondióme Nuestro Señor a ello y díxome que no me ma- ravillase, que así como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sensuales, ansí el alma le desea cuando haya quien la entienda, comunicar sus gozos y penas, y se entristece el no tener con quién. Díxome El: «Hgora vas bien y me agradan tus obras». Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que había yo dicho a vuestra merced que pasaban de presto estas visiones. Y díxome «que había diferencia destas a las imaginarias, y que no podía en las mer- cedes que nos hacía haber regla cierta, porque unas veces convenía de una manera y otras de otra».

20. Después de comulgar, me parece claramente se sentó cabe Nuestro Señor, y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díxome entre otras cosas: Vesme aquí, hija, que yo soy: muestra tus manos; y parece que me las tomaba y llegaba a su costado, y díxome: Mira mis llagas, no estás sin mí, pasa la brevedad de la vida.

En algunas cosas que me dixo, entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con naide; díxome que en resucitando había visto a Nuestra Señora : porquestaba ya con grande necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada que aun no tornaba luego en para tornar a gozar de aquel gozo. Por aquí entendí el otro mi traspasamiento tan diferente; mas ¿cuál debía de ser el de la Virgen? y que había estado mucho con ella porque había sido menester hasta consolalla (1).

1 Relación XV, p. 47.

II 34

53C APÉNDICES

21. El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran sus- pensión, de manera que aun no podía pasar la Forma!, y uniéndomela en la boca, verdaderamente me pareció, cuando torné un poco en mí, que toda la boca se me había hinchado (sic) de sangre; y parecíame estar el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces acababa de de- rramarla el Señor. Parece que estaba caliente, y era excesiva la sua- vidad quentonces sentí, y díxome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericor- dia. Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla con grandes deleites como vees; bien te pago el convite que me hacías este díav. Esto dixo, porque ha más de treinta años que yo comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar a el Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, des- pués de tan gran recibimiento, dexarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según agora veo. Y así hacía unas consideraciones bobas, y debíalas de ad- mitir el Señor; porque ésta es de las visiones que yo tengo por muy ciertas, y así, para la comunión, me ha quedado aprovechamiento.

ñntes desto había estado, creo yo tres días, con aquella gran pena, que traigo más unas veces que otras, de que estoy ausente de Dios, y estos días había sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir, y habiendo estado así harto fatigada, vi que era tarde para hacer cola- ción y no podía; y a causa de los vómitos, háceme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y !así con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela para comello, y luego se me representó allí el Señor, y pa- reció que me partía el pan y me lo iba a poner en la boca, y díxome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces, mas esto conviene por agora». Quedé quieta de aquella pena y consolada, porque verdaderamente me pareció sestaba conmigo, y todo otro día, y con esto se satisfizo el deseo por entonces. Esto de decir pésame, me hizo reparar, porque a no me parece puede tener pena de nada (1).

Sobre el temor de pensar si no están en gracia:

22. ¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu Dios? ¿No ves cuan mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te dueles de mí?» (2).

23. «¡Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel; nai- de se perderá sin entenderlo. Engañarse ha quien se asegura por regalos espirituales. La verdadera siguridad es el testimonio de la buena con- ciencia; mas naide piense que por puede estar en luz, así como no podía hacer que viniese la noche, porque depende de la gracia. El mejor remedio que puede haber para detener la luz, es entender que no puede nada' y que le viene de mí; porque aunque esté en ella, en un punto que yo me aparte, venía la noche. Esta es la verdadera

1 Relación XXVI, p. 56.

2 Relación XXVII, p. 58.

APÉNDICES 531

humildad, conocer lo que puede y yo puedo. No dexes describir los avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres por escripto los avisos de los hombres, ¿por qué piensas pierdes tiempo en escribir los que te doy? Tiempo verná que los hayas todos menester» (1).

Sobre darme a entender qué es unión:

24. «No pienses, hija, ques unión estar muy junta conmigo, porque también lo están los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos y gustos de la oración, aunque sea con muy subido grado, aunque sean míos, medios son para ganar las almas muchas veces aunque no estén en gracia». Estaba yo cuando esto entendía en gran manera levantado el espíritu. Dióme a entender el Señor qué era espíritu, y cómo estaba el alma entonces, y cómo se entienden las palabras de la «Magníficat et exultavit spiritus meus etc.», no lo sabré decir; paréceme se me dio a entender quel espíritu era lo superior de la voluntad. Tornando a la unión, entendí que era este espíritu limpio y levantado de todas las cosas de la tierra, no quedar cosa del, que quiera salir de la vo- luntad de Dios, sino que de tal manera esté un espíritu y una voluntad conforme con la suya, y un desasimiento de todo, empleado en Dios, que no haya memoria en de amor en ninguna cosa criada, y yo pensando si esto es unión; luego un alma que siempre está en esta determinación, siempre podemos decir questá en oración de unión, y es verdad questa no puede durar sino es muy poco. Ofréceseme que cuanto a andar justamente, y mereciendo y ganando se hará, mas no se puede decir anda unida el alma como en la contemplación; paré- ceme entendí, aunque no por palabras, questando el polvo de nuestra miseria y faltas y estorbos en que nos tornamos a enfrascar, que no sería posible estar con la limpieza questá el espíritu cuando se junta Con el de Dios, que vaya fuera y levantado de nuestra miserable mi- seria. Y paréceme a que si ésta es unión, estar tan hecha una nuestra voluntad y espíritu con el de Dios, que no es posible tenerla sino es quien esté en estado de gracia, que me habían dicho que sí. ñsí me parece a será bien dificultoso entender cuándo es unión, sino por particular gracia de Dios, pues no se puede entender cuándo estamos en ella.

Scríbame vuestra merced su parecer, y en lo que desatino, y tór- neme a enviar este papel (2).

25. Había leído en un libro que era imperfección tener imagines cu- riosas, y así no quería tener en la celda una que tenía. Y también an- tes que leyese esto, me parecía pobreza no tener ninguna sino de papel, y como después un día destos leí esto, ya no las tuviera de otra cosa. Y entendí esto estando descuidada dello: «Que no era buena mortifi- cación; que cuál era mejor: la pobreza o la charidad. Que pues era mejor el amor, que todo lo que me despertase a él que no lo dexase, ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas

1 Relación XXVIIl, p. 58.

2 Relación XXIX, p. 59

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en las imagines decía el libro, que no las imagines. Que lo quel de- monio hacía en los luteranos, era quitarles todos los medios para más despertar, y así iban perdidos. Mis cristianos, hija, han de hacer agora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen». Entendí que tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora y a Sanct Joseph, porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus ruegos me tor- naba Dios a dar salud (1).

26. Un día después de san Mateo, estando como suelo, después que vi la visión de la Santísima Trinidad y cómo está con el alma questá en gracia, se me dio a entender muy claramente, de manera que por ciertas maneras y comparaciones por visión imaginaria lo vi. Y aun- que otras veces se me ha dado a entender por visión intelectual la Santísima Trinidad, no me ha quedado después algunos días la ver- dad, como agora digo, para poderlo pensar y consolarme en esto. Y agora veo que de la misma manera lo he oído a letrados, y «lo lo he entendido como agora, aunque siempre sin detenimiento lo creía, porque no tenía tentaciones de la fe.

R las personas ignorantes parécenos que las Personas de la San- tísima Trinidad todas tres están, como lo vemos pintado, en una Per- sona, a manera de cuando se pintan en un cuerpo tres rostros; y así nos espantan tanto, que parece cosa imposible y que no hay quien ose pensar en ello; porque el entendimiento se embaraza, y teme no quede dudoso desta verdad y quita una gran ganancia.

Lo que a raí se me representó, son tres Personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he pensado que sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se vee esta verdad de la distinción personal. Estas Personas se aman y comunican \¿ se conocen. Pues si cada una es por sí, ¿cómo decimos que todas tres son una esencia, y lo creemos, y es muy gran verdad y por ella mo- riría yo mil muertes? En todas tres Personas no hay más de un querer y un podeir y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin otra, !sino que de cuantas criaturas hay, es sólo un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, ques todo un poder, y lo mismo el Spíritu Santo, así ques un solo Dios todopode- roso, y todas tres Personas una Majestad. ¿Podría uno amar a el Pa- dre sin querer el Hijo y al Espíritu Santo? No, sino quien contentare a la una destas tres divinas Personas, contentan a todas tres; y quien le ofendiere, lo mesmo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo y Espíritu Santo? No, porqués una esencia, y donde está el uno están todas tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo vemos questán distintas tres Personas, y cómo tomó carne humana el Hijo, y no el Padre ni el Spíritu Santo? Esto no lo entendí yo; los teólogos lo saben. Bien yo que en aquella obra tan maravillosa estaban todas tres Personas, y no me ocupo en pensar mucho esto. Luego se concluye mi pensamiento con pensar que Dios todopoderoso, y como lo quiso lo puede, y así podrá todo lo que quisieire; y mientras menos lo

1 Relación XXX, p. 60.

APÉNDICES 533

entiendo, más lo creo y rae hace mayor devoción. Sea por siempre bendito (1).

27. Estando en San Josef de Avila, víspera del Spíritu Santo, en la ermita de Nazaret, considerando en una grandísima merced que nues- tro Señor me había hecho en tal día como éste, veinte años había, poco más o menos, me comenzó un ímpetu y un hervor grande de espíritu, que me hizo suspender. En este gran recogimiento entendí de nuestro Señor lo que agora diré: «Que dixese a estos Padres Descalzos de su parte, que procurasen guardar cuatro cosas, y que mientras las guar- dasen, siempre iría en más crecimiento esta Religión, y cuando estas faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. La pri- mera, que las cabezas estuviesen conformes. La segunda, que aunque tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos frailes. La ter- cera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La cuarta, que enseñasen más por obras que con palabras. Esto fué año 1579. Y porqués gran verdad, lo firmé de mi nombre. Teresa de Jesús* (2).

28. Si no me hubiera hecho nuestro Señor las mercedes que me ha hecho, no me parece tuviera ánimo para las obras que se han hecho, ni fuerzas para los trabajos que se han padescido, y contradiciones y juicios. Y así, después que se comenzaron las fundaciones, se me qui- taron los temores que antes traía de ser engañada, y se me puso certi- dumbre que era Dios, y con esto me arrojaba a cosas dificultosas, aun- que siempre con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como quiso Nuestro Señor despertar el principio desta Orden, y por su miseri- cordia me tomó por medio, había de poner Su Majestad lo que me faltaba, que era todo, para que hubiese efecto y se mostrase mejor su grandeza con cosa tan ruin (3).

29. La confesión es para decir culpas, pecados y no virtudes y cosas semejantes de oración, si no fuere con quien sentiende se puede tra- tar, y esto vea la priora, y la monja le diga la necesidad para que vea lo que conviene; porque dice Casiano ques el que no lo sabe, como el que no sabe ni ha visto que naden los hombres, que pensará sj los vee echar en el río, que todos se han de ahogar (^).

30. Que quiso Nuestro Señor que Joseph dixese la visión a sus her- manos, y se supiese aunque le costase tan caro como le costó.

31. Con el temor que siente el alma cuando le quiere Dios hacer una gran merced sentiende es reverencia que hace el spíritu como los veinte y tuatro viejos que dice la Sagrada Escriptura.

32. Como se puede entender, cuando las potencias están suspendidas que se representan al alma algunas cosas para encomendarlas a Dios,

1 Relación XXXIII, p. 61.

2 Relación LXVII, p. 86.

3 Relación XXXIV, p. 63.

'i Este y los tres párrafo.s .siguientes, que también copia el Códice de Avila, los suprimi- mos en el te.xto para publicarlos entre los «Escritos sueltos», que es su luflar más propio.

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que las representa algún ángel, que se dice en la Escriptura questaba incensando y ofreciendo las oraciones.

33. Habiendo comenzado a confesarme con una persona en una ciu- dad que al presente estoy, y ella con haberme tenido mucha voluntad y tenerla después que admitió el gobierno de mi alma, se apartaba de venir acá. Estando yo en oración una noche pensando en la falta que me hacía, entendí que le tenía Dios para que no viniese, porque me convenía tratar mi alma con una persona del mismo lugar. R me pesó por haber de conocer condición nueva, que podía ser no me en- tendiese e inquietase y por tener amor a quien me hacía esta caridad; aunque siempre que veía o oía predicar a esta persona, me hacía contento espiritual, y con tener muchas ocupaciones también me pa- recía inconviniente. Díxome el Señor: «Yo haré que te oya y te entien- da. Declárate con él, que algún remedio te será de tus trabajos». Esto postrero fué, según pienso, porquestaba yo entonces fatigada destar ausente de Dios. También me dixo entonces Su Majestad, «que bien veía el trabajo que tenía; mas que no podía ser menos mientras vi- viese en este destierro, que todo era para más bien mío», y me consoló mucho. Así me ha acaecido. Y huelga y busca tiempo y me ha en- tendido y dado gran alivio. Es muy letrado y santo (1).

34. Estando un día de la Presentación encomendándome mucho a Dios a una persona, y parecíame que todavía era inconviniente el tener renta y la libertad, para la santidad grande que yo le deseaba, púsose- me delante su poca salud y la mucha luz que daba a las almas; en- tendí: «Mucho me sirve, mas gran cosa es siguirme desnudo como yo me puse en la cruz. Dile que se fíe de Mí». Esto postrero fué porque me acordé yo de su poca salud, que no podría llevar tanta perficción (2).

35. Estando una vez pensando la pena que me daba el comer carne y no hacer penitencia, entendí: «que algunas veces era más amor pro- pio que deseo della» (3).

36. Estando una vez con mucha pena de haber ofendido a Nuestro Señor, me dixo: «Todos tus pecados son delante de como si no fue- ran; en lo por venir tcsfuerzai, que no son acabados tus trabajos» (4).

37. Estando un día en oración, sentí estar el alma tan dentro de Dios, que no parecía había mundo, sino embebida en él. Dióseme aquí a entender aquel verso de la Magníficat «et exultavit spiritus meus» etc., que no se me puede olvidar (5).

38. Estaba una vez pensando sobre d querer deshacer este monaste-

1 Relación LXIII, p. 84.

2 Relación LXIV, p. 85.

3 Relación LXV, p. 86.

4 Relación LXVI, p. 86.

5 Relación LXI, p, 83.

APÉNDICES 535

rio de Descalzas, si era eJ intento ir poco a poco acabándolas todas. Entendí: «Eso pretenden, mas no lo verán, sino muy al contrario» (1).

39. Estaba una vez muy recogida encomendando a Dios a una per- sona. Entendí: «Es mi verdadero hijo, no le dexaré de ayudar», o una palabra desta suerte, que no me acuerdo bien desto postrero (2).

40. Habiendo un día hablado a una persona que había dexado mu- cho por Dios y acordándome cómo nunca dexé nada por El, ni en cosa le he servido, como estoy obligada, y mirando las muchas mercedes que ha hecho a mi alma, comencé a fatigarme mucho, y díxome el Se- ñor: «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí; y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo, y así te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia». Aun- que yo he oído decir que somos participantes desio, agora fué desta manera, que pareció que había quedado en gran señorío, porque la amistad con que me hizo esta merced no se puede decir aquí. Parecióme lo admitió el Padre, y desde entonces miro muy de otra suer- te lo que padesció el Señor, como cosa propia, y dame grande alivio (3),

11. Estando el día de la Magdalena considerando el amistad questoy obligada a tener a Nuestro Señor conforme a las palabras que me ha dicho sobre esta Santa, y tiniendo grande deseo de imitarla, me hizo el Señor una gran merced y me dixo: «Que de aquí adelante me esforzase, que le había de servir más que hasta aquí». Dióme deseo de no me morir tan presto, porque hubiese tiempo para emplearme en esto y quedé con gran determinación de padescer (1).

^2. Una vez entendí cómo estaba el Señor en todas las cosas y cómo en el alma, y púsome comparación de una esponja que embebe el agua en (5).

^13. Como vinieron mis hermanos, y yo debo al uno tanto, no dexo de estar con él y tratar un rato lo que conviene a su alma y asiento, y todo rae daba cansancio y pena; y estándole ofreciendo a Dios y pareciéndome que lo hacía por estar obligada, acordósemc questá en nuestras Constituciones, que nos dicen que nos desviemos de deudos, y estando pensando si estaba obligada, me dixo el Señor: «No, hija, que vuestros Institutos no han de ir sino conforme a mi Ley*. Verdad es quel intento de las Constituciones son porque no se asgan a ellos, y esto, a hii parecer, antes me cansa y deshace más tratarlos (6).

44. Habiendo acabado de comulgar día de San ñgustín, yo no sabré decir cómo, se me dio a entender, y casi a ver, sino que fué cosa

1

Relación LXII,

p. 83.

2

Relación XLIII,

p. 72.

3

Relación LI, p.

76.

4

Relación XLII,

p. 72.

5

Relación XLV,

p. 73.

6

Relación XLVI,

, P. 74.

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intelectual y que pasó presto, cómo las Tres Personas de la Santí- sima Trinidad, que yo traigo en el alma esculpidas, son una cosa. Por una juntura tan extraña se me dio a entender y por ima luz tan clara, que han hecho bien diferente operación que tenerlo por fe. He quedado de aqui a no poder pensar ninguna de las Tres Perso- nas Divinas, sin entender que son todas tres, de manera questaba yo hoy considerando, cómo siendo tan una cosa, había tomado carne humana el Hijo solo, y dióme el Señor a entender cómo con ser una cosa eran tan distintas. Son unas grandezas que de nuevo desea el alma salir deste embarazo que hace el cuerpo para no gozar dellas, que aunque parece no son para nuestra baxeza entender algo dellas, queda una ganancia en el alma, con pasar en un punto, sin comparación mayor que con muchos años de meditación, y sin saber cómo entenderlo (1).

^5. El día de la Natividad de Nuestra Señora tengo particular ale- gría. Cuando este día viene, parecióme sería bien renovar los votos, y quiriéndolo hacer, se me representó la Virgen Nuestra Señora por vi- sión iluminativa, y parecióme los hacía en sus manos, y que le eran agradables. Quedóme esta visión por algunos días, como estaba junto conmigo, hacia el lado izquierdo (2).

^6. Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del Señor, cuya presencia se me representó y me hizo gran operación y apro- vechamiento (3).

't?. Estaba una vez pensando si me habían de mandar ir a reformar un monasterio, y dábame pena. Entendí: «¿Qué teméis? ¿Qué podéis temer sino las vidas que tantas veces me las habéis ofrecido? Yo os ayudaré». Fué en una oración de suerte que me satisfizo mucho (4).

48. Estando yo una vez deseando hacer algún servicio a Nuestro Señor, pensé qué apocadamente podía yo servirle, y dixe entre mí: ¿Para qué. Señor, queréis Vos mis obras? Y díxome: «Para ver tu voluntad, hija» (5).

49. Dióme el Señor luz una vez en una cosa que yo gusté mucho de entenderla, y olvidóseme lueyü desde a poco, que no he podido más tornar a caer len lo que era; y estando yo procurando si se rae acor- dase, entendí esto: «Ya sabes que te hablo algunas veces; no dejes describirlo, porque, aunque a ti no aproveche, podrá aprovechar a otras». Yo estaba pensando si por mis pecados había de aprovechar a otros y perderme yo, y díxome: «No hayas miedo» (6).

1 Relación XLVII, p. 74.

2 Relación XLVIII, p. 75.

3 Relación XLIX, p. 75. En el Códice viene unida a la anterior. '! Relación L, p. 76.

5 Relación LIl, p. 77

6 Relación LI!I, p. 77. El Códice la copia a continuación de lo precedente, sin distinción de párrafos.

APÉNDICES 537

50. Estaba una vez recogida en esta compañía que traigo en el alma, y pareciéndome estar Dios de manera en. ella, que me acordé de cuan- do San Pedro dixo: «Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo»(l), porque ansí estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras veces, porque lleve fuerza con la fe, de manera que no se puede dudar questá la Trinidad por potencia, presencia y esencia en las almas. Es cosa de grandísimo provecho entender esta verdad, y como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: *No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen». También entendí algunas cosas de la causa porque Dios se deleita con las almas más que con otras criaturas, tan delicadas que, aunquel entendimiento las enten- dió de presto, no la sabrá decir (2).

51. Habiendo estado con tanta pena del mal de mi Padre, que no sosegaba, y suplicando a el Señor un día acabando de comulgar muy encarecidamente esta petición, que pues El rae le había dado, no me viese yo sin él, díxome: «No hayas miedo» (3).

52. Estando una vez con esta presencia de las Tres Personas que traigo en el alma, era con tanta luz, que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a entender cosas que yo no sabré decir después. Entre ellas era cómo había la Persona del Hijo tomado carne humana y no las demás. No sabré, como digo, decir cosa desto, que pasan algunas tan en secreto del alma, que pa- rece el entendimiento entiende como una persona, que durmiendo o medio durmiendo le parece entiende lo que se habla. Yo estaba pen- sando cuan recio era el vivir que nos privaba de no estar así siempre en aquella admirable compañía, y dixe entre mí: Señor, dadme algún medio para que yo pueda llevar esta vida. Díxome: «Piensa, hija, cómo después de acabada no me puedes servir en lo que agora, y come por y duerme por Mí,, y todo lo que hicieres sea por Mí, como si no lo vivieses ya, sino Yo, questo es lo que decía san Pablo» (4).

53. Una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este Sacratísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro en nuestra alma. Como yo entiendo y he visto están estas Divinas Personas, y cuan agradable es esta ofrenda a su Hijo, porque se deleita y goza con El, digamos acá en la tierra, porque su Humanidad (5) no está con nosotros en el alma, sino su Divinidad, y así les tan acepto y agrada- ble y nos hace tan grandes mercedes, entendí que también recibe este sacrificio aunquesté en pecado el sacerdote, salvo que no se comuni- can las mercedes a su alma como a los questán en gracia; y no por- que dexen destar estas influencias en su fuerza, que proceden desta

1 Matth.. c. XVI, V. 16.

2 Relación LIV, p. 78.

3 Relación LV, p. 78. 1 Relación LVl, p. 79.

5 Hermandad dice el Manusciito.

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comunión con que el Padre recibe este sacrificio, sino por falta de quien las ha de recibir; como no es por falta del sol no resplande- cer cuando da en un pedazo de pez, como en uno de cristal. Si yo agora lo dixeia, me diera mejor a entender; importa saber cómo es esto, porque hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga. Es lástima questos cuerpos no nos lo dexan gozar (1).

54. Octava de Todos Santos, tuve dos o tres días muy trabajosos de la memoria de mis pecados grandes, y unos temores grandes de per- secuciones, que no se fundaban sina en que me habían de levantar grandes testimonios, y todo el ánimo que suelo tener a padescer por Dios me faltaba. Aunque yo me quería animar y hacía actos y veía que sería gran ganancia a mi alma, aprovechaba poco, que no se me quitaba el temor; era una guerra desabrida. Topé con una le- tra donde dice mi buen Padre, que dice San Pablo que no permite Dios que seamos tentados más de lo que podemos sufrir. Aquello me alivió harto, mas no bastaba, antes otro día me dio una aflicción grande de verme sin él, como no tenía a quien acudir con esta tribula- ción, que me parecía vivir en una gran soledad. Y ayudaba el ver que no hallo quien me alivio sin él, que lo más había de estar ausente, que mes harto tormento.

Otra noche después, estando leyendo en un libro, hallé otro dicho de san Pablo, que me comenzó a consolar, y recogida un poco, estaba pensando cusn presente había traído de antes a Nuestro Señor, que tan verdaderamente me parecía ser Dios vivo. En esto pensando, me dixo y píirecióme muy dentro de mí, como al lado del corazón, por visión intelectual: «Aquí estoy, sino que quiero que veas lo poco que puedes sin Mí». Luego me aseguré y se quitaron todos los miedos, y estando la misma noche en jWaitines, el mismo Señor, por visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a manera de como se pinta en la «Quinta angustia». Hí- zome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo pensar si era ilusión. Díxomc: «No tespantes desto, que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima». Háscme así quedado esta visión hasta agora representada. Lo que dixe de Nuestro Señor, me duró más de un mes. Ya se me ha quitado (2).

54. Estando una noche con harta pena porque había mucho que no sabía de mi Padre, y aun no estaba bueno cuando mescribió la postrera vez, aunque no era como la primera de su mal, que era confiada y de aquella manera nunca la tuve después, mas el cuidado impedía la oración, parecióme de presto, y fué así que no podía ser imaginación, quen lo interior se me representó una luz, y vi que venía por el camino alegre^ y rostro blanco, aunque de la luz que vi, debió hacer blanco el rostro, que así me parece están todos en el cielo; y he pensado si del resplandor y luz que sale de Nuestro Se-

1 Relación LVII, p. 79.

2 Relación LVUI, p, 80.

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flor les hace estar blancos. Entendí: «Dile Cfuc sin temor comience luego, que suya es la Vitoria». Un día después que vino, estando yo a la nociie alabando a Nuestro Señor por tantas mercedes como me había hecho, me dixo: «¿Qué me pides que no haya yo hecho, hija mía?» (1).

56. El día que se presentó el Breve, como yo estuviese con grandí- sima atención, que me tenía toda turbada, que aun rezar no podía, porque me habían venido a decir que Nuestro Padre estaba en gran aprieto, porque no le dexaban salir, y había gran ruido, entendí estas palabras: «¡Oh mujer de poca fec, sosiégate, que muy bien se va haciendo!» Era día de la Presentación de Nuestra Señora, año de 1575. Propuse en si esta Virgen acababa con su Hijo que viésemos a nuestro Padre libre destos frailes, y a nosotras de pedirle ordenase que en cada casa celebrasen con solemnidad esta fiesta en nuestros monasterios de Descalzas. Cuando esto propuse, se rae acordaba de lo quentendí que había destablecer fiesta, en la visión que vi. Agora tornando a leer este cuadernillo, he pensado si ha de ser ésta la fiesta (2).

57. Año de 157^1, en el mesmo de Abril, estando yo en la fundación de Beass acertó a venir allí el Maestro Fray Jerónimo de la Madre de Dios. Comencéme a confesar con él algunas veces, aunque no tiniéndole en el lugar que a otros confesores había tenido, para del todo gobernarme por él. Estando yo un día comiendo sin ningún recogimiento interior, se comenzó mi alma a suspender y recoger, de suerte que pensé que me quería venir algún arrobamiento, y repre- sentóserae esta visión con la brevedad ordinaria, ques como un re- lámpago. Parecióme ver junto a a Nuestro Señor Jesucristo, de la forma que Su Majestad se me suele representar, y hacia su lado derecho estaba el mismo Maestro. Tomó el Señor su mano de- recha y la mía y juntólas y díxome: «Queste quería tomase en su lugar toda mi vida, y quentrambos nos conformásemos en todo, porque convenía así». Quedé con una seguridad tan grande de que era Dios, aunque se me ponían delante dos confesores que había tenido en veces mucho tiempo y seguido y a quien he debido mucho, en especial el uno, a quien tengo gran voluntad, me hacía terrible resistencia. Con todo, no me pudo persuadir a que esta visión era engaño, porque hizo en gran operación y fuerza, junto con de- cirme otras dos veces que no temiese, quél quería esto, por diferen- tes palabras, quen fin me determiné a hacerlo, entendiendo era vo- luntad del Señor y seguir aquel parecer, (entendiendo era voluntad del Señor), todo lo que viviese, lo que jamás había hecho con naide, ha- biendo tratado con hartas personas de grandes letras y sanctidad, y que miraban por mi alma con gran cuidado, mas tampoco había yo entendido que me convenía y a ellos también. Determinada a esto, quedé con una paz y alivio tan grande, que me he espantado y cer- tificado lo quiere el Señor, porquesta paz y consuelo tan grande

1 Relación LIX, p. 81.

2 Relación LX, p. 82,

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del alma no me parece la puede poner el demonio; y así, cuando se me acuerda, alabo a el Señor, y se me acuerda posuit fines tuos pacem. Y querríame deshacer en alabanzas de Dios (1).

59. Debía de ser como un mes después desta mi determinación, se- gundo día de Pascua de Spiritu Santo, viniendo yo a la fundación de Sevilla, oímos misa en un ermita en Ecija, y allí nos quedamos la siesta. Estando mis compañeras en la ermita, yo me quedé sola en una sacristía que había en ella. Comencé a pensar en una merced que rae había hecho el Spiritu Santo una víspera de fiesta, y vínome un deseo de hacerle un muy señalado servicio, y no hallaba cosa que no la tuviese hecha, al menos determinado; que hecho todo debe de ser falto, y acordé que puesto quel voto de la obediencia tenía hecho y que se podía hacer con más perfición, y represénteseme que le sería agradable prometer lo que ya tenía propuesto de obedescer a el Padre Maestro Fray Jerónimo. Por una parte me parecía no hacía en ello nada, porque ya estaba determinada de hacerlo; por otra se me hacía una cosa recísima, considerando que con los prelados que sie hace voto no se descubre lo interior y se mudan; y si con uno no se halla bien viene otro; y que esotro era quedar sin ninguna libertad exterior y interior toda la vida; y apretóme esto harto para no lo hacer. Esta misma resistencia que hizo mi voluntad me causó afrenta, y paréceme que ya se ofrecía algo que hacer por Dios, que no lo hacía, que era cosa necesaria para la determinación que tengo de servirle (2). El caso íes que apretó de manera la dificultad, que no me parece que he hecho cosa en mi vida, ni el hacer profisión, que me la hiciese tan grave, salvo cuando salí de casa de mi padre para ser monja. Y fué la causa, que se me olvidó lo que Ic quiero, y las partes que tiene para mi propósito; antes entonces como a ex- traño le consideraba, que me ha espantado, sino un gran temor si era servicio de Dios. Y el natural, ques amigo de libertad, debía de hacer su oficio, aunque yo ha años que no tengo gusto de tenerla; mas otra cosa me parecía era por voto, como a la verdad lo es. R\ cabo de gran rato de batalla, dióme el Señor una gran confian- za, pareciéndome era mejor mientras más sentía, y que pues yo hacía aquellas promesas por el Spiritu Santo, que obligado quedaba a darle luz para que me la diese, junto con acordarme que me la había dado Nuestro Señor; y con esto me hinqué de rodillas y prometí de hacer cuanto me dixese toda mi vida, por hacer este servicio a el Spiritu 'Santo, como no fuese contra Dios y contra los perlados que tengo más obligación. Advertí que no obligaba a casos de poco momento, como si yo importuno una cosa, y me dice que lo dexe, y me descuido y torno, o en cosías de mi regalo; en fin, que no sean cosas de na- derías, que se hacen sin advertencia, y de todas mis faltas y pecados, o interior, no le encubriría cosa a sabiendas, questo también es más que lo que se hace con los perlados. En fin, tenerle en lugar de Dios, exterior e interiormente; no si es así, mas gran cosa me pa-

1 Relación XXXIX, p. 67.

2 El Códice repite esta palabra.

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recia haber hecho esto por el Spíritu Santo; a lo menos todo lo que supe, y bien poco para lo que debo. Hlabo a Dios que crió persona en quien quepa; que desto quedé confiadísima que le ha de hacer Su Majestad grandes mercedes; y yo tan alegre y contenta, que de todo punto me parece había quedado libre de mí. Y pensando quedar apretada con la sujeción, he quedado con muy mayor libertad. Sea el Señor por todo alabado (1).

59. Una vez entendí: «tiempo vendrá que en esta iglesia se hagan muchos milagros: llamarla han la iglesia santa». Es en San Joseph de Avila, año 1571 (2).

60. Acabando de comulgar, segundo día de Cuaresma en San Joseph de Malagón, se rae representó nuestro Señor Jesucristo en visión imaginaria como suelo, y estando yo mirándole, vi quen la cabe- za, en lugar de corona despinas, en toda ella, que debía de ser adonde hicieron la llaga, tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy devota deste paso, consolóme mucho y comencé a pensar qué gran tormento debía de ser, pues había hecho tantas heridais, y a darme pena. Díxome el Señor que no le hubiese lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que agora le daban. Y yo le dixe, que qué podría yo hacer para remedio desto, que determinada estaba a todo. Y díxome que no era agora tiempo de descansar, que me diese priesa a hacer estas casas, que con las almas dellas tenía él descanso. Que tomase cuantas me diesen, que había muchas que por no tener adonde, no le servían, y que las que hiciese en lugares pequeños fuese como ésta, que tanto podían merecer con deseo de hacer lo quen las otras, y que procurase anduviesen todas debajo de un gobierno de perlada, y que pu- siese mucho cuidado que por cosa de mantenimientos corporales no se perdiese la paz interior, quél nos ayudaría para que nunca faltase. En especial tuviesen cuenta con las enfermas, que la perlada que no re- galase y proveyese a las enfermas era como los amigos de Job; quél daba el azote para el bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la pa- ciencia; que escribiese la fundación destas casas. Yo pensaba cómo en la de Medina nunca había entendido nada para escribir su fundación. Díxome que qué más quería de ver que su fundación había sido mi- lagrosa. Quiso decir, que haciéndolo solo El, pareciendo ir sin ningún camino, y determinarme yo a ponerlo por obra (3).

1 Relación XL, p. 69.

2 Relación XXII, p. 54.

3 Relación IX, p. 11.

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XCVIII

RELACIÓN QUE HIZO LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS DE CON QUIEN HA TRATADO Y COMUNICADO SU ESPÍRITU ( CÓDICE DE AVILA) (1).

Esta monja a quarenta años que tomó el abito, y desde el pri- mero comenzó a pensar en la pasión de nuestro señor por los mis- terios algunos ratos del idía y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas o cosas, de que sacava quán presto se acaba todo; en mirar por las criaturas la grandeza de dios y el amor que nos tiene; esto le hacía mucha más gana de ser- virle, que por el temor inunca fué ni le hacía al caso; siempre con gran deseo de que fuese alabado y su egle^ia aumentada. Por esto hera quanto resava sin hacer nada por sí, que le parecía que y va poco en que padeciese en purgatorio a trueque de ésta se acrecentase, aunque fuese en muy poquito. En esto pasó como veinta y dos años con gran- des sequedades, que jamás le pasó por pensamiento desear más, por- que se tenía por tal, que aun pensar en dios le parecía no merescía, sino que la hacía su majestad mucha merced en dexarla estar delante del resando, leyendo también en buenos libros. Rhrá como deciocho años, quando se comenzó a tratar del primer monesterio que fundó de des- calzas, que fué en avila, tres años o dos antes, creo son tres, que co- menzó a 'aparecerlc que la hablavan interiormente algunas veces y ver algunas visiones y revelaciones interiormente con los ojos del alma, que jamás vio cosa con los ojos corporales ni la oyó. Dos veces le parece que oyó hablar, mas no entendió ninguna cosa. Hera una repre- sentación quando estas cosas veya interiormente, que no durava sino como un relámpago lo más hordinario, mas quedávasele tan imprimido g con tanto efeto, como >si lo viera con los ojos corporales y más. Ella hera entonces tan temcrosíssima de su natural, que aun de día no osava estar sola algunas veces; y como aunque más lo procurava no po- día escusar esto, andava afligida muy mucho, temiendo no fuese engaño del demonio, y comenzólo a tratar con personas espirituales de la compañía de jesús, entre los guales fueron el padre araos (2), que hera

1 Advertimos fn la Introducción al segundo tomo, que de todas las copias antiguas de Relaciones, la más fiel y completa era la de Avila, que por lo mismo seguíamos en nuestra edición, donde fallasen los autóorafos, a no ser que otra cosa se dijese en nota. Es la presente una de las más importantes de Sta. Teresa, dos veces redactada por ella. El original de una de estas redacciones se venera, como es dicho, en los Padres Carmelitas Descalzos de Viterbo, h es la que publicamos en el texto. Aquí reproducimos la del Códice de Avila, que algo discrepa de la de Viterbo, u que bien pudiera ser copia de la segunda redacción de la Santa. Salvo la puntuación, se reproduce con la ortografía propia, para que los lectores conozcan la usada por la copista abulense, algiin tanto diferente de la que emplea Santa Teresa.

2 Así se lee en el Códice. Al margen, de distinta letia se corrigió: JIraoz.

APÉNDICES 543

comisario de la compañía, que acertó a yr ay; el padre francisco, que fué el duque de gandía trató dos veces, y a un provincial que está aora en roma, ques uno de los cuatro señalados (1), llamado gil gonzáles, y aun al que aora lo es en castilla (2), aunque a éste no trató tan- to. R el padre baltazar Alverez ques aora retor en salamanca, y la confesó seis años en este tiempo, y a el rector ques aora de quenca, llamado salazar, y al de segovia llamado Santander, al retor de burgos que se llama ripalda, y aun estava mal con ella, de que avía oydo estas cosas, hasta después que la trató. R el doctor paulo her- nándes en tolcdo, que hera consultor de la inquisición, a el rector que hera de salamanca quando le habló el doctor (3) gutiérez, y a otros pa- dres algunos de la compañía, que se entendía ser espirituales, que como estava en los lugares que iva a fundar, los procurava. Y al padre fray pedro de alcántara, que hera un santo varón de los descalzos de san francisco, trató mucho, y fué el que mucho puso porque se entendiese que hera buen espíritu. Estuvieron más de seis años haciendo hartas pruevas, como largamente tiene escripto y adelante se dirá, y ella con hartas lágrimas y aflictiones; mientras más pruevas se hacían, más tenía, y suspensiones u arrobamientos hartas veces, aunque no sin sentido. Hacíanse hartas oraciones y decíanse misas, porque el señor la llevase por otro camino, porque su temor hera grandíssimo quando no estava en la oración, aunque en todas las cosas que tocavan a estar su alma mucho más aprovechada se veya gran diferencia, y ninguna vanagloria ni tentación della, ni de sobervia, antes afrentava mucho y se corría de ver que se entendía, y aunque si no hera a confesores y personas que le avían de dar luz, jamás tratava nada, y a estos sentía más decirlo que si fueran graves pecados, porque le parecía que se sabían della, y que heran cosas de mujercillas, que siempre las avía aborrecido oyr.

Abrá como trece años, poco más o menos, después de fundado san Joseph de avila, adonde ella ya se avía pasado del otro monesterio, que fué allí el obispo ques aora de salamanca, que hera inquisidor, no se si en toledo o en madrid y lo avía sido en sevilla, que se llama so- to {^). Ella procuró de hablarle, para asigurarse más, y dióle cuenta de todo, y él dijo que no hera todo cosa que tocava a su oficio, porque todo lo quella veya y entendía siempre la afirmaba más en la fee católica, que siempre estuvo y está firme y con grandíssimos de- seos de la honra de dios y vien de las almas, que por una se dexara matar muchas veces; y di jóle también, como la vio tan fati- gada, que lo escriviese todo y toda su vida, sin dejar nada, al maes- tro avila, que hera ombre que entendía mucho de oración, y que con lo que le escriviese se sosegase; y ella lo hizo ansí, y escrivió sus pecados y vida; él la escrivió y consoló asegurándola mucho. Fué de suerte esta relación, que todos los letrados que la han visto, que

1 Al margen, de distinta letra; «A éstos se llaman asistentes».

2 En nota marginal y de la misma letra que las dos anteriores: «El P. )uan Suárez, que decía la M. que todo lo que hablava eran sentencias como Contemptus mundi.»

3 Al margen: licenciado.

í Al margen: D. Francisco de Soto Salazat.

S^^í .APÉNDICES

hcran sus confesores, decían que hera de gran provecho para aviso de cosas espirituales, y mandáronla que la trasladase, y hiciese otro librillo para sus hijas, que hera priora, adonde les diese algunos avi- sos. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, y pareciéndole que personas espirituales también podían estar engañadas, como ella dijo a su confesor que si quería tratase algunos grandes letrados, aunque no fuesen muy dados a -la oración, porque ella no quería saber sino si hera conforme a la lísagrada escriptura todo lo que tenía. Hlgunas veces se consolava pareciéndole que aunque por sus pecados merecía ser engañada, que tantos buenos como dcseavan darle luz, no permite ría el señor fuesen engañados. Con este intentó comenzó a tratar con padres de la borden del glorioso santo domingo, con quien antes des- tas cosas se avía confessadOj y en esta orden son éstos los que des- pués ha tratado. El padre fray Vicente varron la confessó año y jnedio en toledo, que hera consultor entonces del santo oficio, y antes destas cosas la avía comunicado muy muchos años, y hera gran letrado: éste la asiguró mucho, y también los de la compañía. Todos la decían que si no ofendía a días, y si se conoscía por ruin, que de qué temía. Con el padre presentado fray domingo yváñez (1), que aora está en va- lladolid por regente en el colegio de san gregorio, que la confessó seis años, y siempre tratava con él por cartas quando se le ofrecía algo. Con el maestro chaves, con lel padre maestro fray bartolomé de medina, cathedrático de prima de salamanca, el qual savia que estava muy mal con ella por lo que desto avía oydo, y parecióle que éste la diría mejor si iva engañada, por tener tan poco crédito, y esto a poco más de dos años. Procuró de confesar con él, y dándole de todo grande relación, todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escripto para que mejor lo entendiese, y él la siguró tanto y más que todos los demás y quedó muy su amigo. También se confesaba con fray felipe de meneses algún tiempo, quando fundó en valladolid, y hera el rector de aquel colegio de san gregorio, y antes avía hido a avila, aviendo oydo estas cosas para hablarla con harta caridad, quiriendo ver si y va engañada para darle luz; y si no para tornar por ella quando oyesse murmurar; y se satisfiso mucho, particularmente con un provincial de santo domingo que se llamava salinas, hombre muy es- piritual, y con otro presentado llamado lunar, que hera prior en santo tomas de avila, y en segovia [otro] llamado fray diego de yanguas, lector, también la trató. Y entre estos padres de santo domingo, no dejavan de tener algunos harta oración, y aun quizá todos, y otros algunos que en tantos iaños a ávido lugar para ello; en especial como andava en tantas partes a fundar, anse hecho hartas pruevas, porque todos deseavan acertar a darla luz, por donde la an asegurado, y se an asegurado. Siempre jamás deseava estar sujeta a lo que la man- davan, y (así se afligía quando en estas cosas sobrenaturales no podía obedecer. Y su oración y la de las monjas que a fundado siempre es con gran cuidado por el aumento de la santa fee católica, y por esto comenzó el primer monesterio, junto con el bien de su borden.

1 Primero escribió pedro yváñez. Luego, borrado el nombre, puso Domingo, dejando el apellido sin corrección, pues sabido es que el P. Domingo no es íbáñez sino Báñez.

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Decía ella que quando algunas cosas destas le inducieran contra lo quGS fee católica y ley de dios, que no uviera menester andar a buscar letrados ni a hacer pruevas, por que luego viera que Iiera de- monio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes quando le decían sus confesores que hiciese lo contrario, lo hacía sin ninguna pesadumbre, y siempre les dava parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que hera dios, con todo quanto le decían que sí, que lo jurara; aunque por los efectos y las grandes mercedes que le a hecho, en algunas cosas le parecía buen espíritu, mas siem- pre deseava virtudes más que nada, y en esto a puesto sus monjas, diciéndoles que la más humilde y mortificada aquella será la más espiritual.

Todo lo que está dicho y esta escripto, dio al padre fray domingo váñes, que es el que está en valladolid, que es con quien más tiempo ha tratado. El los a presentado al santo oficio en madrid. En todo lo que se ha dicho se subjeta a la fee católica y eglesia romana; ninguno le ha puesto culpa, porque estas cosas no están en mano de nadie y nuestro señor no pide lo imposible.

La causa de averse divulgado tanto es, que como andava con temor y lo ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; y también un desmán que acaeció con esto que avía escripto, hale sido tan gran- dísimo tormento y cruz y le cuesta muchas lágrimas. Dice ella que no por humildad sino por lo que queda dicho; y parecía permissión de dios para atormentarla, porque mientras uno más mal decía de lo que los otros avían dicho, dende a poco decía él más. Tenía extremo de no se subjetar a quien le parecía que creía todo hera de dios; por- que luego temía los avía de engañar a entrambos el demonio; y con quien vía temeroso tratava su alma de mejor gana; aunque tan bien le davan pena, quando por provarla del todo despreciavan estas cosas, porque le parecían algunas muy de dios, y no quisiera que, pues no veía causa, las condenaran tan determinadamente. Tampoco como que creyeran que todo hera dios, porque ella entendía muy bien que podía haber engaño. Jamás se podía asigurarse del todo en lo que podía aver peligro. Procurava lo más que podía, en ninguna cosa ofender a Dios, y siempre obedecer; y con estas dos cosas se pensava librar con d favor divino aunque fuese demonio. Desde que tuvo cosas so- brenaturales siempre se inclinava su espíritu a buscar lo más perfecto, y casi hordinario tenía gran deseo de padecer; y en las tribula- ciones que a tenido, que son muchas, se allava consolada y con amor particular a quien la perseguía; gran deseo de pobreza y soledad, y de salir deste destierro por ver a dios. Por estos efectos y otros semejantes se comenzó a sosegar, parecíéndole que espíritu que la dexaba con estas virtudes que no sería malo, y así lo decían los que la tratavan, aunque para dexar de temer no, sino para no andar tan fatigada como estava. Jamás su espíritu la persuadía que encubriese cosa alguna, sino a que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada, como ya €Stá dicho, sino con una delicadeza y cosa tan intelectual, que algunas veces pensava, a los principios, si se les avía antojado; otras no lo podía pensar, y estas cosas no heran con- tinuas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como fué una II 35

2% APÉNDICES

v€2 quG avía estado unos días con unos tormentos interiores intole- rables y un desasosiego en el alma de temor si la traya engañada el demonio, como muy largamente esta escripta en aquella relación, que tan públicos han sido sus pecados, porque están allí como lo demás, porque el miedo que traya la hecho olvidar su crédito.

Estando así con esta afflixión, tal que no se puede encarecer, con sólo entender esta palabra en lo interior: io soy, no ayas miedo, quedava el alma tan quieta, animosa y confiada, que no podía enten- der de dónde le avía venido tan grande bien, pues no avía bas- tado confesores, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras para ponella aquella paz y quietud, que con una se le avía puesto, y ansí otras veces le acontecía que con alguna visión quedava fortale- cida; porque, a no ser lesto, no pudiera aver pasado tan grandes tra- bajos y loontradiciones y lenfermedadcs, que an sido sin quento, y pasa, aunque no tantas, porque jamás anda sin algún género de padecer, fly más y menos; lo ordinario es siempre dolores con otras hartas enfer- medades, aunque después que es monja, la apretaron más, si en algo sirve al señor. Y las jnercedes que la hace, pasan de presto por su memoria, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda, mas no puede mucho detenerse allí, como en los pecados que siempre la están atormentando lo más ordinario, como un cieno de mal olor; el haber tenido tantos pecados debe ser causa de no ser tentada de vanagloria.

Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese toda limpia y casta, ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosa sobrenatural, se podría tener, porque queda todo descuydo de su cuerpo, ni ay memo- ria del que todo se emplea en dios. También tiene un gran temor de no ofender a dios nuestro señor, y desea hacer en todo su voluntad. Esto le suplica siempre y a su parecer está tan determinada de no salir della, que jamás le dirán cosa los confesores que la tratan de que pensase más servir a dios, que no la hiciese con el favor de dios y confiada en que su majestad ayuda a los que se determinan para su servicio y para gloria suya; no se acuerda de más ni de su provecho, en comparación desto, que Isi no fuese, en quanto puede en- tender de y entienden ^us confesores. Es todo gran verdad lo que va en este papel, y Ise puede provar con ellos, y con todas las personas que la tratan, de veinte año« a esta parte. Muy ordinario la mueve su espíritu a alabanzas de dios, y quería que todo el mundo entendiese en esto, aunque a 'ella le costase mucho. De aquí le nace el deseo del bien de las almas, y (viendo quán basura son las cosas deste mundo y quán preciosas las interiores, que no tienen comparación, a venido a tener en poco las cosas del.

La manera de visión que v. m. quiere saber, es que no se ve ninguna cosa exterior ni interiormente, porque no es imaginaria; mas sin verse nada entiende el alma lo que es, y hacia adonde se representa más claramente que si lo viese, salvo que no se le represente cosa par- ticular, sino como si una persona, pongamos, que sintiese que está otra persona cabe ella, y porque está ascuras no la ve, mas cierto entiende que está allí, salvo que no es ésta bastante comparación; por- que el que está ascuras por alguna vía oyendo ruido, o aviéndola visto antes, entiende que está allí o la conosce de antes, pero acá no ay

APÉNDICES 547

nada deso, sino que sin palabra interior ni exterior entiende el alma claríssimamente quién es y hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere siniñcar; por dónde o cómo lo entiende, ella no lo sabe, mas ella passa así y lo que dura no puede ingnorarlo; y quando se quita, aunque más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se ve que es imaginación, y ino representación, que esto no está en su mano. Y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no tenerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor humildad que antes, porque ve que es cosa dada, y que ella allí no puede quitar ni poner, y queda más amor y deseo de servir a señor tan poderoso que puede lo que acá no podemos entender, así como, aunque m.ás letras tengan, ay cosas que no se alcanzan. Sea bendito el que lo da. ñmén para siempre.

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XCIX

RELACIONES ESPIRITUALES DE STA. TERESA SEGÚN EL CÓDICE DE SALAMANCA (1).

1. Acabando de comulgar, segundo día de cuaresma en san josehp (sic) de malagón, se me representó nuestro señor Jesuchristo en visión ymajinaria como suele, y estando yo mirándole vi que en la cabeza, en lugar de corona despinas, en toda ella, que devia de ser adonde hi- cieron llaga, tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy de- vota deste paso, consoléme mucho y comencé a pensar qué gran tor- mento devía ser, pues avía hecho tantas heridas, y a darme pena. Díjome el señor que no le ubiese lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que agora le dauan. Y yo le dije, qué podría hacer para remedio desto, que determinada estaua a todo. Díjome que no era agora tiempo de descansar, sino que me diese priesa acer (2) estas casas, que con las almas dellas tenía él descanso. Que tomase quantas rae diesen, porque avía muchas que por no tener adonde no le seruían, y que las que hiciese en lugares pequeños fuesen como ésta, que tanto podían merecer con deseo de hacer lo que en las otras, y que pro- curase anduviesen todas debajo de un govierno de perlado, y que pu- siese mucho que por cosa de mantenimiento corporal no se perdiese la paz ynterior, que él nos aiudaría para que nunca faltase. En espe- cial tuviesen quenta con las enfermas, que la perlada que no proveyese y regalase a las enfermas era como los amigos de jop, que él daba el azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la paciencia; quescribiese la fundación destas casas. Yo pensaba cómo en la de medina nunca avía entendido nada para escrivir su fundación. Díjome que qué más quería de ver, que su fundación avía sido milagrosa. Quiso decir, que haciéndolo solo El, pareciendo ir sin ningún camino, y determinarme yo a ponerlo por obra.

2. Estando yo pensando cómo en un aviso que rae avía dado el señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo suplicaba y pensava devía de ser demonio, díjome: «Que no era, quel me avisaría guando fuese tienpo».

1 En la Introducción hicimos memoria de este precioso Manuscrito, completamente desco- nocido, de letra de la M. Teresa de Jesús, sobrina de la Santa, lo mismo que los documentos reproducidos en la pág. 232 y 291. Las Relaciones están copiadas con mucha fidelidad y casi con el mismo orden que en los Códices de Avila y Toledo, como ya notamos en otro lugar. Este Manuscrito pertenece hoy a las Carmelitas Descalzas de Salamanca. ¿Cómo fué a paiai a ellas? No conocemos dato alguno que nos informe de ello, ni hay en la Comunidad tradición que hable sobre esta copia. Quizá la misma M. Teresa la regalase a alguna monja amiga suya de aquella ciudad.

2 Para las pronuiiciacioue.s suaves de la c, emplea siempre lii cediUa aiitiyua.

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3. Estando pensando qué sería la causa de no tener agora casi nunca arrobamientos (1) en público, entendí: «No conviene aora, bastan- te crédito tienes para lo que yo preterdo; bamos mirando la flaqueza de los maliciosos».

1. El martes después de la ascensión, aviendo estado [un] rato en oración, después de comulgar con pena, porque me divertía de manera que no podía estar en una cosa, quejávame al señor de nuestro mi- serable natural. Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que cla- ramente entendía tener presente a toda la santísima trinidad en visión in- telectual, adonde entendió raí alma por cierta manera de representación, como figura de la verdad, para que lo pudiese entender mi torpeza, cómo es dios trino y uno; y ansí me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representavan dentro en mi alma distintamente, diciéndome que desde este día vería mejoría en en tres cosas, que cada una destas Personas me hacía merced: la una en la charidad y en padecer con contento; en sentir esta charidad con encendimiento en el alma; entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que estarán con el alma questá en gracia las tres divinas personas, porque las vía dentro de por la manera dicha». Estando yo después agradeciendo al señor tan gran merced, hallándome indigna della, decía a su majestad, con harto sentimiento, que, pues me avía de hacer semejantes mercedes, que por qué me había dejado de su mano para que fuese í:an ruin, por- que el día antes avía tenido gran pena por mis pecados, tiniéndolos presentes. Vía claramente lo mucho quel Señor avía puesto de su parte, desde que era muy niña, para allegarme a con medios harto eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por donde claro se me representó el excesivo amor que dios nos tiene en perdonar todo esto, guando nos queremos tornar a El, y más conmigo que con nadie, por muchas causas. Parece quedó en mi alma tan inprimidas aquellas tres personas que vi, siendo un solo dios, que a durar ansí, inposible sería dejar destar recogida con tan divina conpañía. Otras algunas cosas y palabras que aquí se pasaron, no ay para qué escrivir.

5. Estando pensando una vez con quánta más limpieza se vive estan- do apartado de negocios, y cómo guando yo ando en ellos devo andar mal y 'con muchas faltas, entendí: «no puede ser menos, hija, procura siempre en todo recta intención, y desasimiento, y mírame a Mí, que baia lo que hicieres conforme a lo que yo hice».

6. Una vez, poco antes desto, yendo a comulgar, estando la forma en el relicario, que aun no se me avía dado, vi una manera de pa- loma que meneava las alas con ruido. Turvóme tanto y suspendióme, que con harta fuerza tomé la forma. Esto era todo en San Josehp de abila. Dávame el santísimo Sacramento el padre francisco de salcedo. Otro día, oiendo su misa, vi al señor glorificado en la ostia; di jome, que le era aceptable su sacrificio.

1 Las dos enes en medio de palabra, exprésalas por una mayúscula iflual n la que emplea al principio de los vocablos que comienzan por esta letra.

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7. Una vez entendí: «tienpo verná que en esta iglesia se agan muchos milagros; ^llamarla an la iglesia santa. Es en san josehp de abila, año 1571».

8. Esta presencia de las tres 'personas que dije al principio, e traído hasta oy, ques día de la conmemoración de san pablo, presentes en mi alma muy ordinario; y ¡como yo eslava mostrada a traer sólo a jesucbris- to, siempre parece me hacía algún inpedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un solo dios, y díxome oy el señor, pensando yo en esto: «Que herraba en ymajinar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo; que entendiese ique eran muy diferentes y que era capaz el alma para gozar mucho». Parecióme se me representó como quando en una esponja se encorpora y lembeve el agua, así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad, y por cierta manera gozava en y tenía las tres personas. Tanbién entendí: «No travajes de tener- pie a iní encerrado en ti, sino de encerrarte en mí». Parecíame que de dentro de mi alma, questavan" y vía yo estas tres personas, se co- municaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo.

9. Estando pocos días después desto, pensando si tenía razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y que estaría yo mejor enpleándome sienpre en oración, entendí: «Mientras se vive no está la ganancia en procurar gozarme más, sino en hacer mi voluntad». Parecíame a mí, que pues san pablo dice del encerramiento de las mugeres, que me an dicho poco a, y aun antes lo avía oydo, que esta sería la voluntad de dios, díjome: «Diles que no se sigan por sola una parte de la escriptura, que mire otras, y que si podrán por bentura atar me las manos».

10. Estando yo un día después de la octava de la visitación enco- mendando a dios a un hermano mío en una hermita del monte Carmelo, dije al señor, no si en mi pensamiento, porque está este mi hermano adonde tiene peligro su salvación. Si yo viera, señor, un hermano vues- tro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Parecíame a que no me quedara cosa que pudiera por hacer. Díjome el señor: «¡o hija, hija, hermanas son mías estas ide la encarnación, y te detienes! Pues ten ánimo, mira lo que quiero yo y no es tan dificultoso como te pa- rece, y por donde pensáis perderán estotras casas, ganará lo uno y lo otro; no resistas, ques grande mi poder».

11. Una vez, estando en oración, ¡me mostró el Señor por una extraña manera de visión yntelectual, cómo estava el alma questá en gracia, en cuya conpañía vi la santísima trinidad por visión yntelec- tual, de cuya conpañía venía al alma un poder que señoreava toda la tierra. Diéronseme a entender aquellas palabras de los cantares que dice: veni dilectas meas in hortam meo et come de d (1). Mostróme también cómo está el alma questá en pecado, sin ningún poder, sino

1 Cant. c. V, V. 1.

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como una persona questuviese del todo atada y liada, y atapada los ojos, que aunque quiere ver, no puede, ni andar, ni oyr y en gran obscu- ridad. Hicicronme tanta lástima las almas questán ansí, que qualquier travajo me parece lijero para librar una. Parecióme, quie a entender esto como yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer nin- guno perder tanto bien ni estar en tanto mal.

12. Estando un día muy penada por el remedio de la orden, me dijo el señor: «Has lo que es en ti y déjame a g no te inquietes por nada; goza del bien que te a sido dado, ques muy grande. Mi padre se deleita contigo y el espíritu santo te ama».

13. «Siempre deseas los travaxos, y por otra parte los reusas; yo dispongo las cosas conforme a lo que de tu voluntad, y no conforme a tu sensualidad y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: e querido que ganes esta corona. En tus días verás muy adelantada la orden de la virgen». Esto entendí del señor me- diado hcbrero, de 1571.

14. La víspera de san Sebastián, el primer año que vine a ser priora en la encarnación, comenzando la salbe, vi en la silla prioral, adonde está puesta nuestra señora, bajar con gran multitud de ánje- les la madre de dios y ponerse allí. R mi parecer, no vi la ymayen entonces, sino es la señora que digo. Parecióme se parecía algo a la ymagen que me dio la condesa, aunque fué de presto el poderla deter- minar, por suspenderme luego mucho. Parecíame encima de las comas de las sillas, y sobre los antepechos ángeles, aunque no con forma corporal, que era visión yntelectual. Estuvo assí toda la salbe, y díjome: «Bien acertaste en ponerme aquí; y estaré presente a las alabanzas que hicieren a raí hijo y se las presentaré». Después des- to quédeme yo en la oración que traygo destar el alma con la san- tísima trinidad, y parecíame que la persona del padre me Uegava a y decía palabras muy agradables. Entre ellas me dixo, mostrán- dome lo que me quería: «Yo te di a mi Hijo y al espíritu santo y a icsta virgen: ¿Qué me puedes dar a mí?

15. Octava del espíritu santo, me hizo el señor una merced y me dio esperanza de que €Sta casa se iría mejorando; digo las almas della,

16. Día de la magdalena, me tornó el señoír a confirmar una mer- ced que me había hecho en toledo, elijéndome «n absencia de cierta persona en su lugar.

17. Estando en la encarnación el segundo año que tenía el prio- rato, octava de san martín, estando comulgando, partió la forma el padre fray juan de la cruz, que me daba el santísimo sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de forma, sino que me quería mortificar, porque yo le avía dicho que gustava mucho cuando eran grandes las formas; no porque no entendía no inportava para idejar Ide lestar el señor entero, aunque fuese muy pequeño pedacico.

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Díxorae su majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de mí». Dándome a entender que no inportava.

Entonces represénteseme por visión ymajinaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díxome: «Mira este clavo, ques señal que serás mi esposa desde oy. Hasta aora no lo avías merecido; de aquí adelante, no sólo como a criador y como a rey y tu dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía, mi honra es ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dixe al Señor, que o ensan- chase mi bajeza, o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve ansí todo el día muy enbevida. He sentido después gran provecho, y maior confusión y afligimiento de ver que no sirvo en [na]da tan grandes mercedes.

18. Esto me dijo el señor otro dia: «¿Piensas, hija, que está el merecer en gozar? No está isino en obrar y en padecer y en amar. No avías oydo que san paulo estuviese gozando de los gozos celestiales más de una vez, y ínuchas que padeció, y ves mi vida toda llena de padecer, y sólo en el monte tabor habrás oydo mi gozo. No pienses, guando ves a mi madre que me tiene en los brazos, que gozava de aquellos contentos sin grave tormento. Desde que le dijo simeón aque- llas palabras, la dio mi padre clara luz para que viese lo que yo avía de padecer. Los grandes santos que vivieron en los desiertos, como eran grandes por Dios, así hacían graves penitencias, y sin esto tenían grandes batallas con el demonio y consigo mesmos; mucho tienpo se pasavan sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija, que a quien mi padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor. ¿En qué te le puedo más mostrar que querer para lo que quise para mí? Mira estas llagas, que nunca llegaron aquí tus dolores. Este es el camino de la berdad. Hnsí me ayudarás a llorar la perdición que traen los del mundo, entendiendo esto, que todos sus deseos y cuidados y pensamientos se emplean en cómo tener lo contrario». Quan- do enpencé a tener oración, estava con tan gran mal de cabeza, que me parecía casi imposible poderla tener. Di jome el Señor: «Por aquí ve- rás el premio del padecer, que como no estavas con salud para hablar conmigo, he yo hablado contigo y regaládote». Y es así cierto, que sería como ora y media, poco menos, el tienpo que estuve recogida. En él me dijo las palabras dichas y todo lo demás. Ni yo me divertía, ni adonde estava y con tan gran contento, que no decirlo, y quedóme buena la cabeza, que me a espantado, y harto deseo de padecer. Es verdad que al menos, yo no e oydo que el señor tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni san paulo. Tanbién me dixo que trajese mucho en la memoria las palabras quel señor dixo a sus apóstoles, «que no avía de ser más el siervo quel señor».

19. Todo ayr me hallé con gran soledad, que si no fué quando comulgué, no hizo en ninguna operación ser día de la resurreción. Anoche, estando con todas, dijeron un cantarcillo de cómo era recio de sufrir vivir sin dios. Como estava ya con pena, fué tanta la operación que me hizo, que se me comenzaron a cntomecer las manos, y no

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bastó resistencia, sino que como salgo de raí por los arrobamientos de contento, de la mesma manera se suspende el alma con la grandísima pena, que queda enajenada, g lasta oy no lo c entendido; antes de unos días acá, me parecía no tener tan grandes ínpetus como solía, y aora me parece ques la causa esto que c dicho, no yo si puede ser. Que antes no llegava la pena a salir de mí, y como es tan yntolerable, y io me estava en mis sentidos, hacíame dar gritos grandes sin poderlo escusar. Aora, como a crecido, a llegado a tér- minos de este traspasamiento, y entendiendo más el que nuestra se- ñora tuvo, que asta oy, como digo, no e entendido que es traspasa- miento, quedó tan quebrantado el cuerpo, que aun esto cscrivo con harta pena, que quedan como descoyuntadas las manos y con do- lor. Diráme v. m. de que me vea, si puede ser este enajenamiento de pena, y si lo siento como es, o me engaño. Hasta esta mañana estava con esta pena, que estando en oración tuve un gran arrobamien- to, y parecíame que nuestro señor me había llebado el espíritu junto a su padre y díxole: «Esta que me diste te doy», y parecía me lle- gava a sí. Esto no es cosa ymajinaria, sino con una certeza grande y una delicadez tan espiritual, que todo no se sabe decir. Díjome algunas palabras que no se me acuerdan; de hacerme merced eran algunas. Duró algún espacio tenerme cabe sí. Como v. m. se fué ayer tan presto y io veo las muchas ocupaciones que tiene para poderme yo consolar con él, aun lo necesario, porque veo son más necesarias las ocupaciones de v. m., quedé un rato con pena y tristeza. Como yo tenia la soledad que e dicho ayudava, y como criatura de la tie- rra, no me parece me tiene asida, dióme algún escrúpulo, timiendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era anoche; y respondióme oy nuestro señor a ello y díjome que no me maravillase, que ansí como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sen- suales, así el alma la desea quando aya quien la entienda, comunicar sus gozos y penas, y se entristece no tener con quién. Díxome El: «ba agora bien y me agradan sus obras». Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme aue avía yo dicho a v. m. que pasavan de presto estas visiones. Y díxome «que avía diferencia desto a las ymajinarias, y que no podía en las mercedes que nos acia aver regla cierta, por- que unas veces convenía de una manera y otras de otra».

20. Después de comulgar, me parece iclarísimamente se sentó cabe nuestro señor, y comenzóme a consolar con grandes regalos, y dí- xome entre otras cosas: Vesme aquí, hija, que yo soy: muestra tus manos; y parecíame que me las tomava y llegava a su costado, y dijo: Mira mis llagas, no estás sin mí, pasa la brevedad de la v¡da. En algunas cosas que me dixo, entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el santísimo sacramento, a comunicarse con nadie; díjome que ¡en resucitando avía visto a nues- tra señora, porque estava ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada que aun no tornaba luego en para gozar de aquel gozo. Por aquí entendí esotro mi traspasamiento bien diferente; mas ¿cuál devía ser el de la virjen? y que avía estado mucho con ella porque avía sido menester hasta consolarla.

55^ APÉNDICES

21. Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña catalina de Cardona y cómo yo pudiera aver hecho más, sigún los deseos me ha dado alguna vez el señor de hacerla, si no fuera por obedecer a Jos confesores, que si sería mejor no los obedecer de aquí adelante en eso, me dijo: «Eso no, hija, buen camino llebas i siguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia».

22. El día de ramos, acabando de comulgar, quedé con gran sus- pensión, de manera que aun ,no podía pasar la forma, y teniéndomela en la boca, verdaderamente me pareció, quando torné un poco en mi, que toda la boca ise me avía henchido de sangre; y parecíame estar también el rostro y ¡toda ¡yo cuvierta della, como que entonces acabara de derramarla el señor. Me parece estava caliente, y era excesiva la suavidad quentonces sentía, y idíxome lel Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y Jio ayas miedo que te falte mi misericordia. Yo lo derramé con muchos dolores, y gózaslo con tan gran deleite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día». Esto dijo, porque a más de treinta años que yo comulgava este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para ospedar al señor; porque me parecía mucha la crueldad que icieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle yr a comer tan lejos, y acia yo quenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, sigún agora veo. Y ansí hacía unas consideraciones bobas, y idevíalas admitir el señor; porque ésta es de las visiones que yo tengo por muy ciertas, y ansí, para la comunión, me a quedado aprovechamiento.

Hntes desto había estado, creo tres días, con aquella gran pena, que trayo más unas veces que otras, de que estol ausente de Dios, y estos días avía sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir, y aviendo estado ansí arto fatigada, vi que era tarde para hacer colación y !no podíai, y a causa de los vómitos, háccme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y ansí con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela a comerlo, y luego se me representó allí christo, y pa- recíame que me partía del pan y me lo iva a poner en la boca, y díxome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces, mas esto te conviene agora». Quedé quitada aquella pena i consolada, porque verdaderamente me pareció se estava conmigo, y todo otro día, y con esto se satisfaze el deseo por entonces. Esto decir pésame, me hizo reparar, porque ya no me parece puede tener pena de nada.

23. ¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu dios? ¿no ves cuál mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te due- les de mí?»

2^. Sobre el temor de pensar isi tío están en gracia:

«¡Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel; nadie se perderá sin entenderlo. Engañarse a quien se asigure por re- galos espirituales. La verdadera seguridad es el testimonio de la buena conciencia; mas nadie piense que por puede estar en luz, ansí como no podría hacer que no viniese la noche, porque depende de la gra-

APÉNDICES 555

cia. El mejor remedio que puede aver para detener la luz, es entender que no puede nada y que le biene de mí; porque aunque esté en ella, en un punto que yo me aparte, verná la noche. Esta es la verda- dera humildad, conocer lo que puede y lo que yo puedo. No dejes de escrivir los avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres por €scripto los de los hombres, ¿por qué piensas pierdes tiempo en escrivir los que te doy? Tiempo verná que los ayas todos menester».

25. Sobre darme a entender qué es unión:

«No pienses, hija, ques unión estar muy junta conmigo, porque tam- bién lo están los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos y gustos de la oración, aunque sea en muy subido grado, aunque sean míos, medios son para ganar las almas muchas veces aunque no estén en gracia». Estaba yo, cuando lesto entendía, en gran manera lebantado el espíritu. Dióme a entender lel señor qué era espíritu, y cómo estava el alma entonces, y cómo se entienden las palabras de la «magnifica: exultavid spiritus meiis; no lo sabré decir; paréceme se me dio a enten- der quel espíritu era lo superior de la voluntad. Tornando^ a la unión, entendí que era este espíritu linpio y lebantado de todas las cosas de la tierra, no quedar cosa del, que quiera salir de la voluntad de Dios, sino que de tal manera 'esté un espíritu y una voluntad conforme con la suya, y un desasimiento de todo, enpleado en dios, que no aya memoria de amor en ni en ninguna cosa criada, y yo pensando si esto es unión; luego un alma que sienpre está en esta determina- ción, sienpre podemos decir está en oración de unión, y es verdad que ésta no puede durar sino muy poco. Ofréceseme que quanto a andar justamente, y mereciendo y ganando hará, mas no se puede decir anda unida el alma como en la contemplación; paréceme entendí, aun- que no por palabras, ques tanto el polvo de nuestra miseria y faltas y estorvos en que nos tornamos a enfoscar, que no sería posible estar con la linpieza questá el espíritu quando se junta con el de dios, que vaya fuera y lebantado de nuestra miserable miseria. Y paréceme a que si ésta ^es unión, estar tan hecha una nuestra voluntad; y espíritu con el de dios, que no es posible tenerla quien no esté en estado de gracia, que me avían dicho que sí. Ansí me parece a será bien dificultoso entender quándo es unión, sino por particular gracia de dios, pues no se puede entender quándo estamos en ella. Escrívamc V. m. su parecer, y en lo que desatino, y tórneme a enbiar este papel.

26. Avía leído en un libro que era inperfeción tener imájines cu- riosas, y ansí quería no tener en la celda una que tenía. Y tanbién antes que leyese esto, rae parecía pobreza no tener ninguna sino de papel, y como después un día desto leí esto, ya no las tuviera de otra cosa. Y entendí esto estando descuidada dello: «Que no era buena mortificación; que quál era mejor: la pobreza o la caridad. Que pues era lo mejor el amor, que todo lo que me despertase a él, no lo dejase, ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas en las imájines decía el libro, que no la ymajcn. Que lo que el demonio hacía en los lutheranos, era quitarles todos los me- dios para más despertar, y ansí yvan perdidos. Mis christianos, hija.

556 APÉNDICES

an de hacer aora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen». Entendí que tenía mucha obligación de servir a nuestra señora y a san Joseph, porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus ruegos me tornava Dios a jdar salud.

27. Un día después de san matheo, estando como suelo, después que vi la visión de la santísima trinidad, y cómo está con el alma questá en gracia, se me dio a entender muy claramente, de manera que por ciertas maneras y conparaciones por visión ymajinaria lo vi. Y aun- que otras veces se me a dado a entender por visión la santísima trinidad yntelectual, no me a quedado después algunos días la verdad, como agora digo, para poderlo pensar y consolarme en esto. Y agora veo que de la mesma manera lo e oydo a letrados, y no lo he entendido como agora, aunque sienpre sin detenimiento lo creya, por- que no e tenido tentaciones de la fce. R las personas ygnorantes pa- récenos que las personas de la santísima trinidad todas tres están, como lo vemos pintado, en una persona, a manera de quando se pinta en un cuerpo tres' rostros; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa ynposible y que no ay quien ose pensar en ello; porque el entendimiento se enbaraza, y teme no quede dudoso desta verdad y quita una gran ganancia. Lo que a se me representó, son tres personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después e pensado que sólo el hijo tomó carne humana, por donde se ve esta verdad. Estas personas se aman y comunican y se conoce. Pues si cada una es por sí, ¿cómo decimos que todas tres son una esencia, y lo creemos, y es muy gran verdad y por ella moriría yo mil muertes? En todas tres personas no ay más de un querer y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de quantas criaturas ay, es sólo un criador. ¿Podría el hijo criar una hormiga sin el padre? No, ques todo un poder, y lo mismo el espíritu santo, ansí ques un solo dios todopoderoso, y todas tres personas una majestad. ¿Po- dría uno amar al padre sin querer al hijo y al espíritu santo? No, sino quien contentare a la una destas tres personas divinas, contenta a todas tresi; y quien la ofendiere, lo mesmo. ¿Podría el padre estar sin el hijo y sin el espíritu santo? No, porque es una esencia, y adonde está el uno están todas tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo vemos questán divisas tres personas, y cómo tomó carne humana el hijo, y no el padre ni el espíritu santo? Esto no lo entendí yo; los théologos lo saben. Bien yo que en aquella obra tan maravillosa questavan todas tres, y no rae ocupo en pensar mucho esto. Luego se concluye mi pensamiento con ver ques dios todopoderoso, y como lo quiso lo pudo, y ansí podrá todo lo que quisiere; y mientras menos lo entiendo, más lo creo y me hace mayor devoción. Sea por sienpre bendito. Amen.

28. Estando en San Joseph de ñvila, víspera del espíritu santo, en la hermita de nazareth, considerando en una grandísima merced que nuestro señor me avía hecho en tal día como éste, veinte años avía, poco más o menos, me comenzó un ínpetu y un hervor grande despíritu, que me hizo suspender. En este gran recojimiento entendí de nuestro

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señor lo que agora diré: «Que dijese a estos padres descalzos de su parte, que procurasen guardar quatro cosas, y que mientras las guar- dasen sienpre yría en más crecimiento esta relijión, y quando en ellas faltasen, entendiese que yvan menoscabando de su principio. La primera, que las cabezas estuviesen conformes. La segunda, que aunque tuviesen muchas casas, en cada una tuviesen pocos frayles. La tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La cuarta, que enseñasen más con obras que con palabras. Esto fué año de 1579. Y porque es gran verdad, lo firmo de mi nonbre. Teresa de Jesús* (1).

29. flviendo comenzado a confesarme con una persona en una ciu- dad que al presente estoy, y «lia con averme tenido mucha voluntad y tenerla después que admitió el govierno de mi alma, se apartava de venir acá. Estando yo en oración una noche pensando en la falta que me hacía, entendí que le detenía dios para que no viniese, porque me convenía tratar mi alma con una persona del mismo lugar. R me pesó por aver de conocer condición nueva, que podía ser no me en- tendiese e inquietase y por tener amor a quien me hiciese esta cha- ridad; aunque siempre que vía o oya predicar a esta persona, me hacía contento espiritual, y por tener muchas ocupaciones esta persona tan- bién me parecía ynconveniente. Díjome el señor: «Yo haré que te oya i te entienda. Declárate con él, que algún remedio será de tus tra- vajos». Esto postrero fué, según pienso, porque estava yo entonces fa- tigadísima de estar absenté de dios. Tanbién me dijo entonces su majestad, «que bien vía el travajo que tenía; mas que no podía ser menos mientras biviese en este destierro, que todo era para más bien mío», y me consoló mucho, ñnsí me a acaecido, que huelga de oyrme y busca tienpo y me a entendido y dado gran alibio. Es muy le- trado y santo.

30. Estando un día de la Presentación encomendando mucho a dios a una persona, y parecíame que todavía era inconveniente el tener renta y libertad, para la gran santidad que yo le deseaba, púsoseme delante su poca salud y la mucha luz que dava a las almas y entendí: «Mucho me sirve, mas gran cosa es siguirme desnudo de todo como yo me puse en la cruz. Dile que se fíe de mí». Esto postrero fué porque me acordé yo con su poca salud, llevar tanta perfeción.

31. Estando una vez pensando la pena que me dava el comer carne y no hacer penitencia, entendí: «que algunas veces era más amor propio que deseo della».

32. Estando una vez con mucha pena de aver ofendido a dios, me dijo: «Todos tus pecados son delante de como si no fuera; en lo por venir te esfuerza, que no son acabados tus travajos».

1 Advertimos ya en la Introducción, que la copia de las palabras Teresa de Jesús, parece nuevo argumento demostrativo de que este Manuscrito es de la sobrina de la Santa, llamada también Teresa de Jesús, por su semejanza con la firma que ésta puso al pie de su profesión, según puede verse en el primer Libro de Profesiones de las Carmelitas Descalzas de Avila.

558 ' APÉNDICES

33. Esto era sobre que me aconsejavan que no diese el entera- miento de Toledo de que no era caballero:

«Mucho te desatinará, hija, si miras las leis del mundo; pon los

ojos en pobre y despreciado del: ¿por ventura serán los grandes

del mundo, grandes delante de u avéis vosotras de ser estimadas

por linajes o por virtudes?» (1).

Z'i. La confesión es para decir culpas y pecados y no virtudes ni cosas semejantes de oración, sino fuera con quien se entienda que se puede tratar, y esto vea la priora, y la monja le diga la necesidad para que vea lo que conviene; porque dice cassiano que es el que no lo sabe, como el que nd a visto ni sabido que naden los honbres, que pensará si los vee hechar en el río, que todos se an de aogar.

35. Que quiso nuestro señor que Josef dijese la visión a sus er- manos, y se supiese aunque le costase tan caro como le costó.

36. Como el temor que siente el alma quando le quiere Dios hacer una gran merced, sentiende es reverencia que hace el espíritu como los quatro viejos que dice la escriptura.

37. Como se puede entender, quando las potencias están suspen- didas y se representa al alma algunas cosas para encomendarlas a dios, que las representa algún ángel que se dice en la escriptura que estava incensando y ofreciendo las oraciones.

38. Si no me uviera nuestro señor hecho las mercedes que me a echo, no me parece tuviera ánimo para las obras que se an echo, ni fuerzas para los trabajos que se an padecido, y contradiciones y juycios. Y ansí, después que se comenzaron las fundaciones, se me quitaron los temores que antes traya de ser engañada, y se me puso certidunbre que era dios, y con esto me arrojava a cosas dificultosas, aunque siempre con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como quiso nuestro señor despertar el principio desta orden, y por su mi- sericordia me tomó por medio, avía su majestad de poner lo que me faltava, que era todo, para que uviese efecto y se mostrase mejor su grandeza en cosa tan ruyn (2).

1 Esta es la única Relación que no se halla en el Códice de Avila. El autógrafo se ve- nera en las Carmelitas Descalzas de Lucena (Córdoba). También la publicaron Fr. Luis de León ü el P. Ribera.

2 Aquí terminan las Relaciones del cuadernillo de la sobrina de ia Santa. La última hoja sólo lleva escritas cuatro líneas. Ignoramos si las continuó copiando en otros cuadernos. No cabe dudar, que conocía también las demás Relnciones por la copia de Ana de San Pedro, que vivió con ella en S. José, ü tampoco desconocería el traslado de las mismas hecho por el Padre Ribera a más de las que publicó en la vida de la Santa.

nPENOICES

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RELACIONES ESPIRITUALES DE SANTA TERESA DE RIBERA (1).

SEGÚN COPIA DEL P. FRANCISCO

«Treslado de un quadernito que se hallo entre los papeles de nra madre fundadora quando de aquí se fue de sa (2); era de su propia letra y decía desta man.a:

Escrito de su mano.

1. Estando yo un día en oración senti estar el alma tan dentro de dios que no parecía auia mundo sino enbeuida en el; se medio Familiaridad a entender aquel verso de la magníficat, exultauit spirítus meus, de con dios « a- man3 que no se me puede oluidar.

mistad intima.

2. Estaua ima vez pensando sobre el querer desazer este mo- nesterío de descalzos si era el yntento poco a poco yrlos acaban- do todos; entendí eso pretenden mas nolo verán sino muy al contrario.

Descalzos.

3. Estaua una vez muy rrecogida encomendando a dios a Elí- seo (3) entendí es un verdadero hijo no le dexarc de ayudar, o una palabra desta suerte que no me acuerdo bien.

>{. ñbiendo un día ablado a una persona que auia dexado mu- cho por dios y acordándome como yo nunca deje nada por el ni en cosa jle c seruido como estoy obligada y mirando las muchas mríjds (4) que me a echo, comenge a fatigarme mucho.

Díxome el Señor ya saucs el desposorio que ay entre ti y mi; y avíendo esto lo que yo tengo es tuyo y asi te doy todos los dolores y trabajos que pase, y concsto puedes pedir a mi padre como cosa propia; y aunque ya sauía que somos participantes desto agora fue tan de otra manera que me pareció auia quedado con gran Señorio porque la amistad con que seme higo esta mrgd no se puede decir aquí.

Parecióme lo admitía el padre y desde entonces miro muy de otra suerte lo que padeció el Señor como cosa propia y dame gran aliuio.

Amor de dios con ella.

1 En la Introducción dimos cuenta de este Códice, que .•se guarda en la Biblioteca de la Academia de la Historia, estante 11, grada 5.a, núm. 132. Menos algunas abreviaturas, que se imprimen con todas las letras, se publican estas Relaciones conforme a la ortografía de la copia, que difiere bastante de la usada por Sta. Teresa. La parte que va en bastardilla es de letra del P. Ribera mismo. Del copista son las notas marginales. Ya publicó estos escritos el P. Fita en el Boletín de la Real ñcademia de la Historia, tomo LXVI, págs. 391-403.

2 Salamanca.

3 P. Jerónimo Gracián. í Mercedes.

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APÉNDICES

Seuilia.

3. Estando el día de la magdalena considerando la amistad que estoy obligada a tener al Señor conforme alas palabras que me a dicho sobre esta Sancta y teniendo grandes deseos de ymitarla me hi^o el Señor una grandissima mr^d y me dijo que de aqui adelante me esforzase que le auia de servir mas que asta aqui; diome deseo de no morir me tan presto porque obiese tiempo para emplearme en esto, y quede con gran determinación de padecer.

6. Acabando la víspera de sanct Loren^io de comulgar estaua el yngenio tan distraydo y diuertido que no me podía valer y comente auer ynbidia alos que estañan en los desiertos pareciendome que como no biesen ni oyesen estarían libres de todo divertimiento; entendí mucho te engañas hija antes alli tienen mas fuerza las tentaciones del de- monio, ten pscien? a que mientras se viue en este mundo no se escusa; estando en esto, súbitamente mebino un Recogimiento con una luz tan grande interior que me Parece estaua en otro mundo y alióse el Spiritu dentro de si en una floresta o huerta muy deleytosa tanto que mehi<;o acordar délo que se diqe en los cantares Veniat dilectus meue in hortum suum. Vi alli a Elíseo por qierto no nada negro con una hermosura estraña, encima déla cabeza tenia como una guirnalda de gran pedrería que no era corona y muchas doncellas que andaban allí delante del con Ramos en las manos en cánticos de alabanzas de dios, yo míraua como no auia alli otro hombre ninguno; dixeronme este mereció estar entre vosotras [e]n esta fiesta [ ... ]ura el dia que [ ... ] deciere en falabajngas de mi. y date priesa quieres llegar adonde el esta, esto duro hora y media que no me pedia diuertir con gran deleyte cosa diferente de otras visiones, y lo que de aqui saque fue mas amor aeliseo y tenerle mas presente con aquella hermosura. esto no fue posible ser imaginación.

1. Una vez entendí como estaua el Señor en todas las cosas y Dios en las como en el alma pusoseme conparacion de una esponja que enbeue el ^'^- agua en si.

Deudos.

8. Como Vinieron mis hermanos y yo deuo aluno tanto no dexe de estar conel y tratar lo que conuenia asa alma y asiento y todo me daua cansancio y pena .y estandole ofreciendo al Sor y pareciendo me lo hazia por estar obligada, acordándose me que estaua en las constitugiones nras que nos dizen que nos desuiemos de deudos, y estando un dia pensando si yba contra nras constituciones que man- dan que nos desuiemos de tratar mucho con deudos, por que yo tra- taua mucho con mi hers el mayor para el bien de su alma y dar asiento en sus cosas, Díxome el Señor; no hija que vros Institutos no an deyr sino conforme a mi ley. Verdad es que el yntento de las constituciones son porque no se asgan a ellos y esto ami parecer antes me causa y desaze mas tratallos.

9. flbiendo acauado de comulgar el dia de Sanct augustin yo no sabré decir como se rae dio aentender y casi avcr sino que fue cosa yntelectual y que paso presto.. Como las tres personas de la Sane-

APÉNDICES 561

tisima Trinidad que yo traigo en mi alma esculpidas son tan una esftigia s.a Trinidad. por una juntura estraña, semedio aentender y por una luz tan clara que iiecho bien diferente operación que de solo tenerlo por fee. E quedado de aqui a no poder pensar en ñinga de las personas diuinas sin entender que están todas tres de mana que cstaua oy considerando como siendo tan una cosa aula tomado carne humana el hijo solo, diome el Señor aentender como con ser una cosa eran diuinas, son unas grandevas que de nuebo da deseo al alma, deste embarazo que a(;e el cuerpo para no gogar dellas que aunque pare- ce no son para nra baxepa de entender algo dellas, queda una ga- nancia en el alma conpasar en un punto sin conparacion mayor que muchos años de meditación y sin sauer entender como. /

10. El dia de nra Señora de la natiuidad en quien tengo par- Devoción a ticular alegría guando este dia biene parecióme seria bien Renouar los ""• ^-^ votos y queriendo lo hazer seme rrepresento la Virgen Señora nra Renouadón por Vision Iluminatiua y parecíame los acia en sus manos que le eran agradables, quedo me esta visión por algunos dias como que cstaua junto

conmigo acia el lado yzquierdo.

11. Un dia acabando de comulgar me parecía verdaderamente mi . comunión. alma se acia una con aquel cuerpo secratissimo del Señor cuya pre- sencia seme rrepresento y como gran operación y aprouechamíento. /

12. Estaua una vez. pensando si me auian de mandar yr arrefor- n

~ ^ Animo para

mar cierto monesterio y dauame pena, entendí de que teméis y que padecer. podéis perder sino las vidas que tantas vezes me las aueis ofrecido yo / os ayudare, fue en una oración de suerte que me satisfizo el alma mucho.

13. Estando yo una vez deseando de azer algo en seru.^ de nro voluntad quie- Señor pense que apocadamente le podía yo seruir y dije entre mi para re Dios.

que Señor queréis vos mis obras, dijome para ver tu voluntad hija.

l'l. Diome una vez. el Señor una luz en una cosa que yo guste entenderla y oluídoseme luego desde apoco que no epodido mas tornar acaer lo que era, y estando yo procurando seme acordase entendí esto ya saues que te ablo algunas veces no dejes de escriuirlo por que aun- Escreuir lo que que ati no te aproueche podra aprouechar a otros, yo estaua pens° '^ a^^er^.

... , . j j. Reuelaclon

si por mis pecados auia de aprouechar a otro, y perderme yo; dixomc: ^^ ^^ predesti- no ayais miedo.

nación.

15. Estaua una vez rrccogida con esta conp' que traigo siempre en el alma y pareció me estar dios de mana en ella que me acorde de cuando San p2 dixo tu eres Jesu Xpo hijo de dios viuo por que asi estaua Dios viuo en mi alma, esto no es como otras visiones por que lleua fuerca con la fee de manera que no se puede dudar que esta la SSa Trinidad por presencia en nras almas y potencia y esencia, es cosa de grandísimo prouecho entender esta verdad, yo me estaua espantando de ver la magestad en cosa tam baxa como mi alma, en- tendí no es baxa hija pues estaecha ami Imagen.

II 30

Dios en cosas.

562

APÉNDICES

Y tanbien entendí algunas causas déla causa que Dios se deleyta con las almas mas que con otras criaturas tan delicadas que aunque el entendimiento las entendió de presto no las sabré decir.

16. Aviendo estado con tanta pena del mal del Elíseo que no Dios se de- sosegaua y suplicando al Señor un dia acabando de comulgar muy

leyta con las al-

encaregldamenie que pues el me le auia dado no me viese yo sin el, dixome, no ayas miedo.

Como el hijo encarno.

17. Estando una vez con esta presencia de las tres personas que traigo en el alma era con una luz que no se puede dudar el estar alli dios viuo y verdadera y alli se me daban aentender cosas que no las sabré decir después; entre ellas era como auia la persona del hijo tomado carne humana y no las demás, no sabré como digo decir cosa desto que pasauan algunas tan en lo secreto del alma que parece el entendimiento entiende como una persona que durmiendo / o medio dormida le parece entiende lo que se abla; yo estaua pensando quan f!^!í''° .ü^l" rrecio era el viuir que nos priuaua de no estar siempre en aquella ad- mirable conpa y dije entre mi: Señor dadme algún medio para que yo pueda Ueuar esta vida; dixome Piensa hija como después de aca- uada no puedes seruir en lo que agora y come por mi y duerme por mi y todo lo que hicieres sea por mi como si no vinieses tu. y asi no yo que esto es lo que decia San pablo (I).

llevar esta, vida.

Comunión. 18. Una uez acabando de comulgar seme dio aentender como el

sacratissimo cuerpo de Jesu Xpo le rreciue su padre dentro de una alma como yo entiendo y ebisto están estas diuinas personas y quan agradable es lesta / ofrenda de su hijo por que se deleyta y goza con el digamos acá en la tierra por que su humanidad no esta con nosotros en el alma sino en la diuinidad, y asi le es tan ageto y agradable y nos aze tan grandes mr9ds que comulgamos por ser medio para que se deleyte con su hijo / no lo se de^ir como lo entiendo por que si es contra escritura lo pongo aqui y creer lo que seme dixere; ay tan grandes cosas dentro de un alma que el Señor quiere comunicárselas que no se atinan a decir, entendí que tanbien rreciue dios este sacrificio aunque este en pecado el sacerdote salvo que no comunica las mrgdes a su alma como a los que están en gracia, y no porque dejan de estar estas influencias en su fuerza que pro- peden desta comunicación, con que el padre rreciue este sacrificio sino por falta de quien lo a de rreciuir / como no es por falta del Sol no resplandecer que da en pedapo de pez como en uno de un cris- tal / si yo agora lo dijera me diera mejor aentender ¡jnporta saber como es esto por que ay grandes secretos en lo ynterior cuando se comulga; es lástima que estos cuerpos no nos lo dexan gozar.

20. Octaua de todos Sanctos tube dos / otres dias muy trauajosos déla mem» de mis grandes pecados y unos temores grandes de perse- cuciones que no se fundaban sino en que me auian de leuantar gran-

1 ñd Gal. II, 20.

APÉNDICES

563

des testimonios g todo el animo que suelo tener apadecer por dios me faltaua, aunque me quería animar y a^ia actos 9 via que seria gran ganan(;ia a mi alma aprouechaua poco que no se quitaua el temor y era una guerra desabrida, tope con una letra que di(;e san pablo que no permite dios que seamos tentados mas de lo que podemos sufrir. '«° aquello me aliuio arto mas no bastaua, antes otro dia me dio una afli- cion grande de verme sin el como no tenia aqiiien acudir enasta tri- bulagion que me parecía viuir en una gran soledad y ayudaua el ver que no halle ya quien me diese aliuio sino el y que lo mas aula de estar ausente que me fue harto gran tormento, otra noche después estando leyendo en un libro alie otro dicho de San pablo que me co- mento a ^consolar y rrecogida un poco, cstaua pensando quan presente auia traído de antes anro Señor que tan verdaderamente me parecía ser dios viuo, en esto pensando me dixo y pareció me muy dentro de mi como al lado del corazón por visión yntelectual aquí estoy sino que quiero que veas lo poco que tu puedes sin m¿ / luego me asegure y se quitaron todos los miedos y estando la mesma noche en maytines el raesmo Señor por visión yntelectual tan grande que casi parecía Imaginaria seme puso en los bracos amana de como se pinta la quinta angustia hilóme temor arto esta visión porque era muy patente y tan junta ami que me higo pensar si era ylusion, / dixome no te espantes desto que con mayor unión sin conparacion esta mi padre con tu anima, áseme asi quedado esta visión asta agora rrepresentada. lo que dixe de nra. señora me duro mas de un mes, ya se me a quitado.

21. El dia que se presento el breue en el Carmen como yo cstu- biese con grandissima aflicion que me tenia turbada que aun rrezar no podía por que me auian benído a dezir que nro padre visitador cs- taua con gran aprieto por que no le dexauan salir y auia gran Ruydo entendí estas palabras: o muger de poca fe sosiégate que muy bien se va aziendo era día de la Presentación de nra Sa año de 1575 (21 de Noviembre) propuse en mi sila Virgen acabaua con su hijo que viésemos nro padre Ubre destos frailes y a nosotras pedir enesie y ^n cada cabo se celebrase con solemnidad esta fiesta en nros monesterios de descaigas. Quando esto propuse, ni seme acordaua de lo que entendí que auia de establecer fiesta en la visión que vi aora tornando a leer este cuadernillo e pensando si a de ser esta la letra.

22. Estando una noche con harta pena porque auia mucho que no sabia de elíseo y aun no estaua bueno cuando me escriuio la pos- trera vez aunque no era como la primera pena de su mal que era confiada y de aquella manera nunca la tuue después, mas el cuidado impedia la oración, y parecióme de presto y fue ansí que no pudo ser imaginación que enlo interior se me represento una luz y vi que benia por el camino alegre y rostro blanco, aunque de la luz que vi deuia hacer blanco el rostro, que ansi me parege lo están todos en el cielo y e pensado si del resplandor y luz que sale de nro Sor les haze estar blancos, entendí esto, dile que comienge luego que suya es la victoria, un dia después que vino estando yo a la noche alabando anro Sor por tantas mdes como me auia hecho, me dixo: que me pides tu que no haga yo hija mía.

a donde Eli-

Enseñauala dios la humil- dad.

Calcados.

Calgados.

Amor que la tenia dios.

56^

APÉNDICES

Veas. 23. Año 1575 estando yo en la fundación de Veas enel mes de

abril acertó a venir alli eliseo y aviendome yo confesado conel al- gunas vezes aunque no teniéndole enel lugar que a oíros confesores aula tenido para del todo gouernar me por el, estando un día co- miendo sin ningún recogimiento interior se comengo mi alma a sus- pender y recoger de suerte que pense si me qaeria venir algún arro- bamiento y represéntaseme esta visión con la vreuedad ordinaria que es como relámpago. Pareció me que estaua junto ami nro Señor Je- suchio de la forma que su mag estad se me suele representar y hazia el lado derecho estaua Elias y yo al izquierdo, tomo nos el Sor fas ma- nos derechas y juntólas y dixome que este quería tomase en su lagar mientras viniese y que entre ambos nos conformásemos en todo porque convenia ansí. Quede con una seguridad tan grande de que era de dios que aunque seme ponían delante dos confesores que aula tenido mucho tiempo y a quien aula seguido y deuido mucho, que me hazian resistencia harta, en especial la una persona me la hazia grande pa- regiendome le hazia mucho agrauio y era el gran respeto y amor que le tenia. La seguridad conque de aqui quede de que me conuenia y el aliuio de parecerme que aula acabado de andar a cada cabo que y va con diferentes pareceres y algunos que me hazian padecer harto No dexaua pQ^f^Q ¡jig entender, aunque jamás dexe aningano pareciendome que en

confesores. ^ i t t a -r j j

mi estaua la culpa hasta que se yvan o yo me yva. Tornóme otras dos vezes a decir el Señor que no temiese pues el me lo dezia aunque con diferentes palabras y ansi me determine de no hazer otra cosa y propuse en mi de llenarlo adelante mientras viuiese siguiendo en todo su parecer como no fuese notablemente contra dios, délo que yo estoy bien cierta no sera porque el mesmo proposito que yo tengo de seguir en todo lo que fuere mas perfecto, creo tiene según por al- gunas cosas e entendido. E quedado con una paz y aliuio tan grande que me aespantado y certificado que lo quiere el Señor porque esta paz tan grande del alma y consuelo no me parece la podría poner el demonio. Parece me que e quedado sin mi de un arte que nolo se degir sino que cada vez seme acuerda alabo de nueuo anro Señor y se me acuer- da de aquel verso que dize. Qui posuit fines tuos pacem (1) y quería me deshazer en alabanzas de dios, parege me a de ser para gloria suya y ansí torno aproponer aora de no hazer jamas mudanga.

Camino Seuilla.

de

Perfección que lenla.

Obedi.a a orden.

24. El 2.° día de pascua de Esp St^ como un mes después desta determinación viniendo a Seuilla ala fundación oímos misa en una hermíta de Ecifa y nos quedamos allí la siesta estando mis compa- ñeras en la hermlta y yo sola en una sacristía que alli auia comenge apensar la mfuíj grande que auia hecho el Spt Sto una bíspera esta pascua, y dJeron me grandes deseos de hazerle un señalado seruo, y no hallaua ya cosa que no estuuíese ya hecha y acorde que puesto que el voto de la obedí^ tenia hecho no en la manera que se podía hazer de perfegion, y representóse me que le sería agradable prometer lo que ya tenia propuesto con Eliseo, y por una parte me parecía que no hazia enello nada, por otra seme hazia una cosa muy rezia considerando

1 Psalm. CXLVIl, 14.

APÉNDICES 565

que con Los perlados no se descubre lo interior y que enfifi se mudan y viene otro si con uno no se hallan bien y que era quedar sin ninguna libertad interior y esteriormente toda la vida, y apretóme un poco y aun harto para no lo hazer. Esta misma resistencia que hizo ami vo- luntad me causo afrenta y parecer me que ya aula alguna cosa que no hazla por dios, ofreciéndoseme de lo que yo> e oido siempre, el caso es que apretó de manera la dificultad que no me parege e hecho cosa en mi vida ni el hazer profesión que me hiñese tan gran resistencia fuera de quando sali de casa de mi padre p^ ser monja', y fue la causa que no se me ponia delante lo que le quiero, antes entonces como a este año le consideraua, ni las partes que tenia sino solo si quería bien hazer aquello por el Spt Sto en las dudas que se me representaua si seria seru^ de dios o no, creo estaua el detenerme. A cabo de un rato de batalla diome el Señor una gran conflanga pareciendome que yo hazla aquella gran promesa por el Spt St^ que obligado quedaua adarle luz para que ami me la diese junto con acordarme que me la auia dado Jesuchro nro Señor; y con esto me quede de rodillas y prometí de hazer quanto me dixese por toda mi vida como no fuese contra dios ni los perlados a quien tenia obligación.

Advertí que no fuese sino en cosas granes por quitar escrúpulos, yy,Q ^^ ^^, como si importunarle por una sola cosa me dixese no le hablase en ello diemi.i. famas, o algunas de mi regalo o el suyo que son niñerías que no se quieren dexar de obedecer, y que de todas mis faltas y pecados no le encubrirla cosa asabiendas, que también esto es mas délo que se haze con los perlados, en fin tenerle en lugar de dios interior y es- teriormente. No se si meregi', mas gran cosa me paregia auia hecho por el Spt St^, alo menos todo lo que supe y ansí quede con gran satis- iacion y alegría y lo e estado después acá y pensando quedar apreta- da quede con mayor libertad y muy confiada le ade hazer nuestro Sor nueuas mergds por este seru^ que yo le hize para que ami me alcange parte y en todo me de luz. bendito sea dios que crio persona que me satisfazlese de manera que yo me atreuiese a hazer esto.*

FE DE ERRATAS

Pég.

Línea

Dice

Léase

21

19

temerorísiraa

temerosísima

52

27

Francia

Valencia

86

5

LX

LXVI

86

10

LXI

LXVII

218

21

Descalzos

Descalzas

218

22

sanctos

sanctas

247

37

1587

1577

índice alfabético de materias (1)

H

Rs\on DE DIOS, pág. 41. Amor de prójimo, 7.

ñMOR fl LOS POBRES, 14.

/Ir:íobamiento y f.RrEEñTflMiEN:o (Di- ferencia entre), 33.

Hablas interiores. (Casi todas las

Relaciones contienen alguna.) Herid.í de amor, 36. Honra (Desprecio de la), 14. Humildad, 19, 58.

I

Celo de las almas, 8, 24, 28. ^G'-^^ia (ñmor a la), 18.

Comunión, 9, 51, 56, 63, 74, 75, 79. Ilusiones, 22, 24, 26, 27, 37- confl^inza en dios, 18. Cruz, (amor a la), 18. J

José (Devoción a San), 60, 67.

Deseos de servir a dios, 4, 7, 14, L

18, 77. Distracciones, 50, 72. Lagrimas, 5, 18, 23.

Dolor de los pecados, 11, 27, 51, Lecturas (Las buenas), 21.

86.

M

Fe, 14, 18, 24, 26.

Martirio (Deseo del), 4, 41. Matrimonio espiritual, 64.

1 Este u el siguiente índice comprenden únicamente la Introducción y el texto de las fíe- laáones.

570

índice

Muerte (Deseos de la), 51.

OBEDiENCia, 6, 11, 26, 54, 70, 71. Oración (Cómo la hacía lella), 3, 21. Oración sobrenatural, 31. Oración de quietud, unión, éxtasis,

ARROBAMIENTO, ÍMPETU, etC. 31-38.

Sequedades espirituales, 4, 21. Soledad (Amor a la), 5, ÍH, 27, 47. Sufrimientos (Mérito de los), 64, 65.

Teaior de dios, 28. Trinidad (Misterio de la Santísi- ma), 50, 51, 52, 55, 61, 62. Transportes místicos, 4, 33, 36, 48.

Penas interiores, 5.

Penitencia (Deseos de), 18, 40, 41,

54, 86. Persecuciones, 16, 27, 63, 66. Pobreza (Amor a la), 6, 13, 14,

27, 60. Presencia de dios, 37, 38.

Santísima virgen (Aparición de la).

56, 75. Santísima virgen (Devoción a la),

56, 60, 82.

U

Union (Estado de), 59.

Vision, 13, 20.

Vision corporal, 27.

Vision intelectual, 28.

Visiones que tuvo la santa, 40, 44,

50, 55, 56, 57, 61, 66, 68, 73, 75,

81.

índice alfabético de nombres de personas mencionadas en este tomo

AcosTfl, 37.

floüN, 37.

Rguilr (Juan del), 23.

Ahumada (Agustín de), 53.

HHUMADñ (Pedro de), 74.

Alcántara (S. Pedro de), XII, XIII, 3, 23.

Alvarez (P. Baltasar), 8, 22, 41.

Alvarez (P. Rodrigo), XIII, XIV,

XIX, 21, 31, 37. Alvarez (P. Paulino), 25. Alvarez (Alonso), 44. Ana de s. Bartolomé, XX, XXI. Ana de jesús, 61. Ana de s. pedro, XVIII, XXI. Antolinez (Fr. Agustín), 61. Antonio de s. joaquin, XXII. Antonio de s. jóse, XIII, 43. Aquaviva, 22.

Aragón (D.a María de Velasco),56. Araoz (Padre), 22. Astrain (Padre), 22. Avila (Beato), 23, 26.

B

Barron (Fray Vicente), 24. BoRjA (San Francisco), 22, 32, 47.

Calabria (Duquesa de), 54.

Cardona (Catalina de), 54.

Carlos (Don), 54.

Carlos v, 54.

Carmelitas de parís, XXIII, 42, 57,

64. Centurión (José Gómez), XXI. Cepeda (D. Lorenzo de), XIX, 42,

43, 74. Cepeda (Francisco, Lorenzo y Te-

reslta, hijos de D. Lorenzo), 74. Cerda (D.a Luisa de la), XII, XIII,

13, 15. Cesar (Duquesa de), 53. Cetina (Diego de), 23.

Ch

Chaves, 24.

Bañez (P. Domingo), XIII, XV, 17, Davila (Gonzalo), 23. 20, 24, 25, 26, 41. Domenech (Pedro), 23.

572

índice

Elias oe s. ümbbosio, 47.

Isabel de s. francisco, 76. Isabel de s. Jerónimo, 76.

Fflcí (Padre), 67. Felipe ii, 24, 54, 66, 67, 84. Fernandez (P. Pedro), 51, 53. Fita (P. Fidel), XXI, 44, 49. Francisco de s. maria, XIII, XVII. Fuente (D. Vicente de la), XV, XXIII, 67.

jAaNTO DE STA. TERESA, XIX.

Jerónimo de san jóse, XIII, XVII,

XXIV. Job, 45.

Juan de la cruz (San), 63, 64.

Juan (Don), 54.

Juan (San), 42, 65.

Germán (Fray), 64. González (Gil), 22. González (P. Alonso), 50. Gracian (P. Jerónimo), XV, XVI,

XIX, XXII, 22, 25, 43, 55, 66,

67, 68, 69, 71, 72, 73, 76, 78, 80,

81, 82, 83, 84. Gracian (Fr. Lorenzo), XXII, 67,

69. Gracian (Tomás), XXII, 67, 69. Gregorio xiii, 84. Guevara (Fr. Diego de), 61. Guibon (P. Francisco), 61. Gutiérrez (P. Martín), 47.

H

HEHRiguEZ (Enrique), XIV, 23.

I

Ibaüez (P. Pedro), XII, XXIV, 3,

13, 20. Ignacio (San), 22, 24, 67. Isabel de jesús, 47.

León (Fr. Luis de), XI, XV, XVII.

XVIII, XX, 44, 46, 47, 52, 55,

56, 64. Lorenzo de s. pablo sueco, XII.

M

AlANCio (Padre), XII, 20.

Manuel de sta. maria, XVIII, XX.

Margarita de la concepción, 76.

María de jesús, 14.

María bautista, 22, 56, 64, 77.

María magdalena (Santa), 32.

María de s. jóse (Priora de Sevi- lla), XIII, XVI, XXIII, 53, 66, 71, 76, 82, 83.

María de s. jóse (Priora de Con- suegra), XV, XVII, XXII, 43, 69.

María del nacimiento, 86.

Mariana de cristo, 83.

Marmol (Juan Vázquez del), XXII, 67, 69, 71, 72, 78, 80, 81, 82, 83.

Marta (Santa), 32.

Martin (P. Felipe), 24, 25.

Mateo (San), 78.

DE NOMBRES

573

Medina (Fray Bartolomé de), 24, XVII, XX, XXI, XXII, 3, 11, 14,

41. Mena (D. Francisco), 24. Meneses (Fr. Felipe de), 25. Mercurian (Padre), 22. Montesinos (Luis de), 61. MoRETO (Baltasar), XIII, 3.

31, 44, 46, 48, 52, 54, 55, 56, 60,

64, 74, 77, 79. RiPflLDA (P. Jerónimo), 22, 41. RiVflDENEYRñ, XXIII, XXIV, 3. 42.

M

NuEROS (Bartolomé Pérez). 23.

Olea (Padre), 84. Ordoñez, 22.

Ormaneto (Nuncio), 82, 84. OvALLE (D. Juan de), 74.

Pablo (San), 19, 52, 64, 65,

80, 81. Paz (D. Antonio de), 61. Pedro de la anunciación, 3. Pedro (San), 78. PiNEL (María), 53, 56, 57. Pío V (San), 84. PÓLiT, 53, 74. Pradanos (Juan de), 23.

79,

Salazar, 22.

Salazar (D. Francisco Soto de),

23. Salcedo (P. Francisco), 51. Salinas, 25. Santander, 22. Suarez (P. Juan), 22.

Teresa de jesús (sobrina de la

la Santa), XX, XXI. 43. Teutonio (Don), 22. Toledo (Pablo Hernández de), 22. Tomas de jesús, XIII, 3.

Vargas (P. Francisco de), 84. Velazquez (D. Alonso, XIII, XIV, 39, 42, 84.

Q

QüiROGA (Cardenal), 84. R

Yanguas (Fr. Diego), 25, 84. Yepes (Fr. Diego), XII, XVII, 3, 61, 63, 84, 86.

Ribera (P. Francisco), XIV, XVI,

ÍNDICE DE capítulos

Páginas

INTRODUCCIÓN R LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE

SANTA TERESA xi

RELACIÓN PRIMERA.— Eli la Encarnación de Avila, año

de 1560 5

RELACIÓN II.— En el palacio de D.a Luisa de la Cerda,

aflo de 1562 15

RELACIÓN III.— En San José de Avila, año de 1563. . . 17

RELACIÓN IV.— En Sevilla, año de Í576 21

RELACIÓN V.— En Sevilla, año de 1576 51

RELACIÓN VI.— En Palencia, año de 1581 39

RELACIÓN VII 43

RELACIÓN VIII y IX 11

RELACIÓN X. . 15

RELACIÓN XI, XII y XIII %

RELACIÓN XIV y XV 17

RELACIÓN XVI 50

RELACIÓN XVII y XVIII 51

RELACIÓN XIX 52

RELACIÓN XX 53

RELACIÓN XXI, XXII y XXIII 51

RELACIÓN XXIV 55

RELACIÓN XXV y XXVI 56

RELACIÓN XXVII y XXVIII 58

RELACIÓN XXm 59

RELACIÓN XXX y XXXI 60

RELACIÓN XXXII y XXXIII 61

RELACIÓN XXXIV y XXXV 63

576 INDTCE

Páginas

RELRCION XXXVB 6t

RELACIÓN XXXVII y XXXVIII 66

RELACIÓN XXXIX 67

RELACIÓN XL 69

RELACIÓN XLI 71

RELACIÓN XLII, XLIII y XLIV 72

RELACIÓN XLV 73

RELACIÓN XLVI y XLVII 7t

RELACIÓN XLVIII y XLIX 75

RELACIÓN! L y LI 76

RELACIÓN LII y LIII 77

RELACIÓN LIV y LV 78

RELACIÓN LVI y LVII 79

RELACIÓN LVIII 80

RELACIÓN LIX 81

RELACIÓN LX 82

RELACIÓN LXI y LXII 83

RELACIÓN LXIII 84

RELACIÓN LXIV 85

RELACIÓN LXV, LXVI y LXVII 86

APÉNDICES AL LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA

DE JESÚS 89

I.— Cédula en que D. Alonso Sánchez de Cepeda tenía apun- tada la fecha del nacimiento de su hija Teresa 91

II.— Escritura de dote hecha por la Santa al tomar el hábito

en la Encarnación 92

III.— Renuncia la Santa su legítima en favor de su hermana

Doña Juana. 95

IV.— Fecha de la muerte de los padres de Santa Teresa y

lugar de su enterramiento 97

V.— Noticias del Santo convento de la Encarnación de Avila,

casa primera de mi Santa Madre Teresa de Jesús 100

VI.— Carta de Doña María Pinel a un Prelado de su Orden,

en la que refiere algunos hechos de Santa Teresa de Jesús. . . 113

VIL Noticia del monasterio de la Encarnación de Avila, don- de tomó la Santa el hábito de religiosa carmelita 118

DE capiTULOS 577

Páginas

VIII.— Carta de San Luis Beltrán a Santa Teresa 124

IX.— Carta de San Pedro de ñlcántará a Santa Teresa. . . 125

X. Carta de San Pedro de Alcántara al Obispo de flvila sobre la fundación del convento de San José. 127

XI.— Conmutación del voto de perfección que hizo Sta. Teresa. 128

XII.— Dictamen del Padre Pedro Ibáñez sobre el espíritu de Santa Teresa 130

XIII. Informe del P. Pedro Ibáñez sobre el espíritu de S, Teresa 133

XIV. Breve para fundar el convento de San José de Rvila. . 153

XV. Rescripto de la Sagrada Penitenciaría para que la Santa pueda fundar sin renta 159

XVI. Breve de Pío iv, que confirma y ratifica los dos anteriores 161

XVII. Hctas del Concejo de Avila sobre €l convento de San José, fundado por Santa Teresa 167

XVIII.— Petición de Santa Teresa al Concejo de Avila. . . 189

XIX. Relación de lo que ocurrió en la fundación de San Jo- sé, por Julián de Avila, testigo ocular 191

XX.— Facultad del P. Provincial calzado para que Santa Te- resa pueda vivir €n San José de Avila 198

XXL— Autorización del Nuncio de Su Santidad para que la Madre Teresa pueda vivir en San José 200

XXIL— Cédula en que hace constar la Santa la compra de un palomar a Juan de San Cristóbal 203

XXIIL— Profesión de las cuatro primeras religiosas que toma- ron el hábito en San José de Avila 204

XXIV.— Carta del Venerable Maestro Juan de Avila a San- ta Teresa de Jesús 207

XXV.— Carta del Venerable Maestro Avila a la Santa Madre Teresa de Jesús, aprobando el libro de la Vida 208

XXVL— Aprobación que el Maestro Fr. Domingo Bánez dio del espíritu de Sta. Teresa y de la relación autógrafa de su Vida . 211

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578 índice

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XXVII.— Profesión de Santa Teresa en San José de Avila. 214

XXVIII. Plática que hizo Santa Teresa a las monjas de la Encarnación de Avila, cuando habiendo ya renunciado la Regla mitigada, fué a ser Prelada de aquel Convento, año de 1571. . 216

XXIX.— Carta de Fray Pedro Fernández a la Duquesa de Alba alabando el gobierno de la M. Teresa en la Encamación. . . . 217

XXX.— Petición de D.a Guiomar de Ulloa a D. Alvaro de Mendoza, Obispo de Avila, para que la Comunidad de Carmelitas Pescalzas de San José pase a la obediencia de los Prelados de la Orden. El Sr. Obispo accedió a la petición 219

XXXI. Patente por la que se asigna a Santa Teresa conven- tualidad y enterramiento en San José de Avila 222

XXXII.— Escritura acerca de la capilla de San Pablo entre las Carmelitas Descalzas de S. José de Avila y Francisco de Salcedo. 223

XXXIII. Confirmación de la precedente escritura por el Pa- dre Ángel de Salazar 228

XXXIV. Causas por donde no parece conviene hacer cape- llanía de los bienes de Francisco de Salcedo 229

XXXV.— Memoria que envió la Santa al Capítulo de la sepa- ración, sobre la fundación de San José 230

XXXVI. Elección de Santa Teresa para Priora de San José de Avila 231

XXXVII.— Ultimas acciones de la vida de Santa Teresa, por la Venerable Ana de San Bartolomé 232

XXXVIII.— Testimonio de la muerte de Santa Teresa, por la Madre María de San Francisco 242

XXXIX.— Breve plática, que Santa Teresa hizo al salir de su convento de Valladolid, tres semanas antes que muriese 244

XL. Palabras de Santa Teresa a las monjas de Alba poco antes de morir 244

XLI. Testificación del P. Gracián acerca del primer recono- cimiento del cuerpo de Santa Teresa hecho en Alba de Tormes. 245

DE capítulos 579

Páginas

XLII. Decreto del Capítulo de Jos Carmelitas Descalzos para que el cuerpo de Sta. Teresa sea trasladado de Alba a ñvila. 247

XLIII. Relación del traslado del cuerpo de Santa Teresa desde Riba al convento de San José de Avila. 249

XLIV.— Mandato del Nuncio de Su Santidad ordenando que las Carmelitas Descalzas de Avila entreguen el cuerpo de Santa Teresa al P. Nicolás Doria para que éste lo devuelva a Avila. . 251

XLV. Apelación por parte del Duque de Alba al Nuncio de Su Santidad suplicándole falle en el pleito del cuerpo de Sta. Teresa. 253

XLVI. Sentencia en que se resuelve el pleito entre la Comu- nidad de San José de Avila y el Duque de Alba y las Carmelitas de aquella villa acerca de la posesión del cuerpo de S. Teresa. 255

XLVII. Relación del P. Ribera acerca de la muerte de San- ta Teresa, traslados de su santo cuerpo e incorrupción de que fué dotado 257

XLVIII. Nuevo sepulcro de la Santa hecho en 1588 y su apertura en 1603 268

XLIX. Acta de la traslación del sepulcro de la Santa hecha a 13 de Julio de 1616. 271

L. Carta del General en que da cuenta del traslado del cuerpo de la Santa verificado en 1616, del envío a Roma de su pie derecho y de cómo fué allá recibido 275

LI. Acta de la apertura del sepulcro de Santa Teresa en Octubre de 1750 277

LII.— Preámbulo del acta anterior 282

Lili. Acta del traslado del cuerpo de Santa Teresa en 15 de Octubre de 1760 284

LIV. Copia del Decreto del R. P. Vicario General Fr. Este- ban en San José y su Definitorio, en que prometen, en nombre de toda la Religión, no mover nunca de este convento de Alba el cuerpo de N. M. Santa Teresa de Jesús. (Año de 1676). . . 288

LV. Virtudes de nuestra Madre Santa Teresa, según una rela- ción de su prima la Venerable Madre María de San Jerónimo. 291

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580 índice

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LVI. Deposición de la H.a Teresa de Jesús, sobrina de la Santa, en el Proceso de ñvila (1595) 30c

LVII.— Declaración de la H.a Teresa de Jesús en el se- gundo Proceso de ñvila. (1610) 314

LVIII. Dicho de Francisco de Mora para el Proceso remiso- rial de la canonización de Santa Teresa 370

LIX. La Universidad de Salamanca suplica a Su Santidad la beatificación de Santa Teresa, año de 1602 395

LX. Nueva instancia de la misma Universidad sobre la bea- tificación de la Santa, año de 1611 397

LXI. Carta del B, Juan de Ribera, patriarca de Va- lencia, año de 1602 399

LXII.— Petición de Fr. Diego de Yepes, obispo de Tarazona, a Clemente VIII para la beatificación de Santa Teresa, año de 1603. ^01

LXIII. La reina D.a Margarita al mismo Paulo V, año de 1607 40^

LXIV.— Segismundo, rey de Polonia a Su Santidad Pau- lo V, año de 1608 405

LXV.— Carta del rey Felipe III a su Embajador en Roma, en que le habla de la beatificación de Sta. Teresa, año de 1610. . 406

LXVI.— Carta del rey Felipe III a Paulo V, año de 1610. . 407

LXVIL— Nueva instancia de la Reina sobre lo mismo, año de 1610. 408

LXVIII.— Los Reinos de la Corona de Castilla a Paulo V, año de 1611 409

LXIX.— El señorío de Vizcaya a Su Santidad, año de 1611. 410

LXX— El Reino y Corona de ñragón a Su Santidad, año de 1611 411

LXXI.— El Archiduque Alberto y la Infanta Isabel, Condes de Flandes, a Su Santidad Paulo V, año da 1611 412

LXXII.— Breve de beatificación de Santa Teresa, de 24 de Abril de 1614 413

LXXIIL— El Duque de Lerma da gracias al Papa por la bea- tificación de la Santa, año de 1614 415

DE capítulos - 581

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LXXXIV.— Carta del Rey Felipe III al Conde de Castro dan- do gracias por la beatificación de Santa Teresa, año de 1614. 416

LXXV. Carta de Luis XIII, rey de Francia, a Paulo V su- plicando la Canonización de Santa Teresa, año de 1615. . . . . 417

LXXVI. Carta de la reina María, madre de Luis Xlll, sobre lo mismo, año de 1615 418

LXXVII.— Bula de canonización de Sta. Teresa de Jesús. . 419

LXXVIII. Relación de las fiestas celebradas en San Pedro de Roma en la canonización de Santa Teresa y Decreto del Papa. 431

LXXIX. Documentos acerca del Patronato de Santa Te- resa en España 437

LXXX.— Carta de S. M. el Sr. D. Felipe III 441

LXXXI. Carta del Conde-Duque de Olivares al Conde de Oñate acerca del Patronato de Santa Teresa. 442

LXXXII.— Carta del Conde-Duque de Olivares al Cardenal Torres sobre el Patronato de Santa Teresa. ........ 443

LXXXIII.— Otra carta del Conde-Duque al Cardenal Pío sobre el mismo asunto. . . . : 444

LXXXIV.— Breve de Urbano VIII confirmando el Patronato de Santa Teresa sobre España aprobado en Cortes 445

LXXXV.— Carta del Sr. D. Felipe IV 449

LXXXVI.— Carta de la M. Beatriz de Jesús, sobrina de la Santa, a D. Francisco 'de Quevedo sobre la cuestión del Patronato 450

LXXXVIL— Informe de la Comisión especial eclesiástica de las Cortes de Cádiz (1812) 452

LXXXVIII. El rey de Portugal declara fiesta para la Uni- versidad de Coimbra el 15 de Octubre. 464

LXXXIX. Censura de Fr. Luis de León a las obras de la Santa 465

XC. R las Madres Priora Ana de Jesús y Religiosas Car- melitas Descalzas del monasterio de Madrid, el Maestro Fray Luis de León, salud en Jesucristo 466

582 índice

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XCI.—Dc la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa Madre Teresa de jesús. Libro primero por el Maestro Pray Luis de León mu

XCIL Relación de la vida y libros de la Madre Teresa, que el P. Diego de Ycpes remitió al P. Fr. Luis de León. . . 490

XCin. Algunas cosas de Santa Teresa de Jesús contadas por su amiga Doña Guiomar 506

XCIV.— Real Decreto declarando fiesta nacional el día 28 de Marzo de 1915, cuarto Centenario del nacimiento de Sía. Teresa. 508

XCV. Circular del Ministro de la Guerra declarando a Santa Teresa patrona del Cuerpo de Intendencia militar 509

XCVL Notas del P. Jerónimo Gracián a la Vida de Santa Teresa, escrita por ella misma 510

APÉNDICES R LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE SAN- TA TERESA DE JESÚS 313

XCVIL— Las Relaciones de Santa Teresa a sus confesores según el Códice de Toledo 515

XCVIII.— Relación que hizo la Santa Madre Teresa de Je- sús de con quien ha tratado y comunicado su espíritu. (Có- dice de Avila) 542

XCIX. Relaciones espirituales de Santa Teresa según el Có- dice de Salamanca 248

C. Relaciones espirituales de Santa Teresa según copia del Padre Francisco de Ribera 559

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