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UC-NRLF

UBRARY

EDGAÍ^ AüüAH POE

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POEIVIAS

COfl ISH PÍ^OIiOGO

Hubén Darío

EDITOR:

CLAUDIO garcía

S A R A N D I , 441

1919

POEMAS

PEÑA Hnos.— Imp.

EDGAH flüliñfí POE

POEMAS

COfl VH PÍ^OIiOGO

traben Dapío

EDITOR:

CLAU DIO garcía

SA R AN D i . 441

919

iH^^^o

PEÓLOGO

En una mañana fría y húmeda llegué por primera \Qz al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un choque. Quedaba atrás Fire Island con su erecto faro; estábamos frente a Sandy Hook, de donde nos salió al paso el barco de sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por todas partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas. El viento frío, los pitos arromadizados, el humo de las chime- neas, el movimiento de las máquinas, las mis- mas ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas se divi- saban islas y barcos. Long Island desarrollaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Island, como en el marco de una viñeta, se presentaba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que no, por falta de sol, a la máquina fotográfica. Sobre cubierta se agrupan los pasajeros: el comer- ciante de gruesa panza, congestionado como un pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergyman huesoso, enfundado en su largo le- vitón negro, cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que usa gorra de jockey, y que duran-

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te toda la travesía ha cantado con voz fono- gráñca, al son de nn banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, y que, aficionado al box, tiene los puños de tal modo, que bien pudiera des qui jarrar un rinoceronte de un solo impul- so.. . En los Narro ws se alcanza a ver la tierra pintoresca y ^'florida, las fortalezas. Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha simbó- lica, queda a un lado la gigantesca Madona de la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi alma brota entonces la salutación:

«Á ti, prolifica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti, cuyas ma- mas de bronce aliniontan un sinnúmero de almag y corazones, A ti, que te alzas solitaria y mag- nifica sobre tu isla, levantando la divina antor- cha. Yo te saludo al paso de mi steamer, pros- temándome delante de tu majestad, i Ave: Good morning ! Yo sé, divino icono, ; oh, magna estatua !, que tu solo nombre, el de la excelsa beldad que encamas, ha hecho brotar estrellas sobre el mundo, a la manera del fiat del Señor. AUi están entre todas, brillantes sobre las listas de la bandera, las que iluminan el vuelo del águila de América, de esta tu América formi- dable, de ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza; el Señor es contigo: bendita eres. Pero, ^ sabes ?, se te ha herido mucho por el mundo, divinidadj manchando tu esplendor. Anda en la tierra otra que ha usurpado tu nom-

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bre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea. Aquélla no es la Diana sagrada de las incom- parables fleclias: es Hécate. »

Hecha nii salutación, mi vista contempla la masa enorme que está al frente, aquella tie- rra coronada de torres, aquella región de donde casi sentís que viene un soplo subyugador y terrible: Manhattan, la isla de hierro, ííueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque. Eodeada de islas menores, tiene cerca a Jersey; y agarrada a Brooklyn con la uña enorme del puente, Brooklyn, que tiene sobre el palpitante pecho de acero un ramillete de campanarios.

Se cree oir la voz de ISíueva York, el eco de un vasto soliloquio de cifras. ¡ Cuan distinta de la voz de París, cuando uno cree escucharla, al acercarse, halagadora como una canción de amor, de poesía y de juventud ! Sobre el suelo de Manhattan parece que va a verse surgir de pronto un colosal Tío Samuel, que llama a los pueblos todos a un inaudito remate, y que el ma-rtillo del rematador cae sobre cúpulas y techumbres produciendo un ensordecedor true- no metálico. Antes de entrar al corazón del monstruo, recuerdo la ciudad, que vio en el poema bárbaro el vidente Tliogorma:

Tlwgorma dans ses ijeus vit inonter des muraüles de ier dont s'enroulaient des spirales des tours

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et des p alais cerclés (Varain sur des blocs lonrds] ruche enorme, géhcnne aiix lúgubres entraiUes s'engouifraint les Forts, vrinces des anctens jours.

Semejantes a los Fuertes de los días antiguos, viven en sus torres de piedra, de hierro y de cristal, los hombres de Manhattan.

En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resue- nan, braman, conmueven la Bolsa, la locomo- tora, la fragua, el banco, la impronta, el dock y la urna electoral. El edificio Produce Ex- change, entre sus muros de hierro y granito, reiíne tantas almas cuantas hacen un pueblo. . . He allí Broadway. Se experimenta casi una impresi n dolorosa; sentís el dominio del vc^rtigo. Por un gran canal, cuyos lados los forman casas monumentales que ostentan sus cien ojos de vidrio y sus tatuajes de rótulos, pasa un río caudaloso, confuso, de comerciantes, corredores, caballos, tranvías, ómnibus, liom- bI•es-sand^vichs vestidos de ^ nuncios y mu- je beesllísimas. Abarcando con la vista la inmensa arteria en su hervor continuo, llega a sentirse la angustia de ciertas ' pesadillas. Eeina la ^ida del hormiguero: un hormiguero de percherones gigantescos, de carros monstruo- sos, de toda clase de vehículos. El vendedor de periódicos, rosado y risueño, salta como un

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gorrión, de tranvía en tranvía, y grita al pa- sajero / inianrsooonwoood /, lo qne quiere decir, si gustáis comprar cualquiera de esos tres diarios, el Evening Telegram, d Sun o el World. El ruido es marcador y se siente en el aiie una trepidación incesante; el repiqueteo de los cas- cos, el vuelo sonoro de las ruedas, parece a ca- da instante aumentarse. Teme ríase a cada mo- mento un choque, un fracaso, si no se conocie- se que este inmenso río que corre con una fuer- za de alud, lleva en sus ondas la exactitud de una máquina. En lo más intrincado de la mu- chedumbre, enlomas cr'nvulsivo y crespo de la ola en movimiento, sucede que una lady an- ciana, bajo su capota negra, o una nüss rubia, o una nodriza con su bebé, quiere pasar de una acera a otra. Un corpulento ])oliceman alza la mano; detiénese el torrente: pasa la dama; ; all right !

«Esos cíclopes...», dice Groussac; «esos feroces calibanes. . . », escribe Peladan. ¿Tu- vo razón el raro Sar al llamar así a estos hom- bres de la América del ísorte ? Calibán reina en la isla de Manhattan, en Ban Francisco, en Boston, en Washington, en todo el país. Ha conseguido establecer el imperio de la materia desde su estado misterioso con Edison, hasta la apoteosis del puerco, en esa abrum.adora ciudad de Chicago. Calibán se satura de Tvishlxy, como en el drama de Shakespeare de vino; se

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desarrolla y crece; y sin ser esclavo de ningún Próspero, ni martirizado por ningim genio del airCy engorda y se mnltiplica. Su nombre e,s Legión. Por voluntad de Dios suele brotar de entre esos poderosos monstruos algún ser de superior naturaleza, que tiende las alas a la eterna Miranda de lo ideal. Entonces, Calibán mueve contra él a Sicorax, y se le destierra o se le mata. Esto vio el mundo con Edgar Alian Poe, el cisne desdichado que mejor ba conocido el ensueño y la muerte . , .

I Por qué vino tu imagen a mi memoria, Stella, alma, dulce reina mia, tan -presto ida para siempre, el día en que, después de reco- rrer el birviente Broadway, me puse a leer los versos de Poe, cuyo nombre de Edgar, barmo- nioso y legendario, encierra tan vaga y triste poesía, y be visto desfilar la procesión de sus castas enamoradas a través del polvo de plata de un místico ensueño *? Es porque tu eres hermana de las liliales vírgenes, cantadas en brumosa lengua inglesa por el soñador infeliz, príncipe de los poetas malditos. como ellas eres llama del infinito amor. Frente al balcón, vestido de rosas blancas, por donde en el Pa- raíso asoma tu faz de generosos y profundos ojos, pasan tus hermanas y te saludan con una sonrisa, en la maravilla de tu virtud, ; oh, mi ángel consolador; oh, mi esposa! La primera que pasa es Irene, la danxa brillante de palide?;

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extraña, venida de allá, de los marea lejanos; la segunda es Eulalia, la dulce Eulalia, de ca- bellos de oro y ojos de violeta, que dirige al Cielo su mirada; la tercera es Leonora, llamada así por los ángeles, joven y radiosa en el Edén dia- tante; la otra es Francés, la amada que calma las penas con su recuerdo; la otra es Ulalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región de Weir, cerca del sombrío lago de Auber; la otra Helen, la que fué vista por la primera vez a la luz de perla de la Luna; la otra Amiie,la de los ósculos y las caricias y oraciones por el adorado; la otra Annabel Lee, que amó con nn amor envidia de los serafines del Cielo; la otra Isabel, la de los amantes coloquios en la claridad lunar; Ligeia, en fin, meditabunda, envuelta en un velo de extraterrestre esplendor.,. Ellas son, candido coro de ideales oceánidos, quienes con- suelan y enjugan la frente al lírico Prometeo amarrado a la montaña Yankee, cuyo cuervo, más cruel aún que el buitre esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tortura el corazón del desdichado, apuñaleándole con la monótona palabra de la desesperanza. Así para mí. En medio de los ma-rtirios de la vida, me re- frescas y alientas con el aire de tus alas, porque si partiste en tu forma humana al viaje sin re- torno, siento la venida de tu ser inmortal, cuando las fuerzas me faltan o cuando el dolor tiende hacia el negro arco. Entonces, Alma,

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Stella, oigo sonar cerca de mi el oro invisible de tu escudo angélico. Tu nombre luminoso y simbólico surge en el cielo de mis noches como un incomparable guia, y por claridad inefable llevo el incienso y la mirra a la cuna de la eterna Esperanza.

EL HOMBEE

La influencia de Poe en el arte universal ha sido suficientemente hojida y transcendente para que su nombre y su obra no sean a la continua recordados. Desde su muerte acá, no hay año casi en que, ya en el libro o en la revista, no se ocupen del excelso poeta americano, críticos, ensayistas y poetas. La obra de Ingram ilumi- nó la vida del hombre; nada puede aumentar la gloria del soñador maravilloso. Por cierto que la publicación de aquel libro, cuya traduc- ción a nuestra lengua hay que agradecer al Sr. Mayer, estaba destinada al gi'ueso público.

¿ Es que en el número de los escogidos, de los aristócratas del espíritu, no estaba ya pesa- do en su propio valor, el odioso fárrago del ca- nino Griswold ■? La infame autopsia moral que se hizo del ilustre difunto debía tener esa bella protesta. Ha de ver ya el mundo libre de man- cha al cisne inmaculado.

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Poe, como un Ariel hedió hombre, diiiase que lia pasado su vida bajo el flotante influjo de un extraño misterio. Nacido en un pais de vida práctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario. De un país de cálculo brota imaginación tan estupenda. El don mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepa- sados. Eenace en él el alma caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas de Gene- raido Gambresio. Amoldo Le Poer lanza en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al caba- llero Mauricio de Desmond: « Bois un rimador.» Por lo cual se empuñan las espadas y se traba una riña, que es el prólogo de guerra san- grienta.

Cinco siglos después, un descendiente del provocativo Amoldo, glorificará a su raza, erigiendo sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus rimas.

El noble abolengo de Poe; ciertamente, no interesa sino a « aquellos que tienen gusto de averiguar los efectos producidos por el país y el linaje en las peculiaridades mentales y constitucionales de los hombres de genio » según las palabras de la noble Sra. Whitman. Por lo demás, es él quien hoy da valer y honra a todos los pastores protestantes, tenderos.

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rentistas o mercachifles que llevan su apellido en la tierra del honorable padre de su patria Jorge Washington.

Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo sir Rogerio, que batalló en compañía de Strongbow, un osado, sir Amoldo, que de- fendió a una lady^ acusada de bruja; una mujer heroica y viril, la célebre Condesa del tiempo de Cromwell; y pasado sobre enredos genealógicos antiguos, un General de los Estados Unidos, su abuelo. Después de todo, ese ser trágico, de historia tan extraña y romancesca, dio su primer vagido entre las coronas marchitas de una co- medianta, la cual le dio vida bajo el imperio del más ardiente amor. La pobre artista había quedado huérfana desde muy tierna edad* Amaba el teatro, era inteligente y bella, y de esa dulce gracia nació el pálido y melancólico visionario que dio al arte un mundo nuevo.

Poe nació con el envidiable don de la belleza corporal. De todos los retratos que he visto suyos, ninguno da idea de aquella especial hermosura que en descripciones han dejado muchas de las personas que le conocieron. No hay duda que en toda la iconografía poeana, el retrato que debe representarle mejor es el que sirvió a Mr. Clarke para publicar un grabado que copiaba al poeta en el tiempo en que éste trabajaba en la empresa de aquel caballero. El mismo Clarke protestó contra los falsos re-

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tratos de Poe, que después de su muerte pu* blicaron. Si no tanto como los que calumniaron su hermosa alma poética, los que desfiguran la belleza de su rostro son dignos de la más justa censura. De todos los retratos que han lle- gado a mis manos, los que más me han llamado la atención son el de Chiffart, publicado en la edición ilustrada de Quantin, de los Cuentos extraordinarios, y el grabado por E. Loncup, para la traducción del libro de Ingram por Mayer. En ambos, Poe ha llegado ya a la edad madura. No es, por cierto, aquel gallardo jo- vencito sensitivo que al conocer a Elena Sta- nnard, quedó trémulo y síq voz como el Dante de la Vita Nuova. , .

Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce por sus propias desgarradas carnes cómo hieren las asperezas de la rida. En el primero, el ar- tista parece haber querido hacer una cabeza simbólica. En los ojos, casi ornitomorfos, en el aire, en la expresión trágica del rostro, Chiffart ha intentado pintar al autor del Cuervo, al visionario, al unhappy M áster, más que al hombre. En el segundo hay más realidad: esa mirada triste, de tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago gesto de dolor y esa frente ancha y magnífica en donde se entro- nizó la palidez fatal del sufrimiento, pintan al desgTaciado en sus días de mayor infortunio, quizá en los que precedieron a su muerte. Los

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otros retratos, como el de Halpin para la edi- ción de Amstrong, nos dan ya tipos de leclm- guinos de la época, ya caras que nada tienen que ver con la cabeza bella e inteligente de qne habla Clark. ísada más cierto qne la observa- ción de Gantier: i

« Es raro que nn poeta, dice, qne un artista sea conocido bajo su primer encantador aspec- to. La reputación no le viene, sino muy tarde, cuando ya las fatigas del estudio, la lucha por la vida y las torturas de las pasiones han al- terado su fisonomía primitiva; apenas deja sino una máscara usada, marchita, donde cada dolor ha puesto por estigma una magulladura o una arruga. »

Desde niño, Poe « prometía una gran be- lleza. »

Sus compañeros de colegio hablan de su agi- lidad y robustez. Su imaginación y su tempe- ramento nervioso estaban contrapesados por la fuerza de sus músculos. El amable y delicado ángel de poesía sabía dar excelentes puñetazos. Más tarde dirá de él una buena señora: « Era un muchacho bonito. i>

Cuando entra a West Point hace notar en él un colega, Mr. Gibson, su <( mirada cansada, tediosa y hastiada. » Ya en su edad viril, re- cuérdale el bibliófilo Gowans: «Poe tenía un exterior notablemente agradable y que predis- ponía en su favor: lo que las damas llamarían

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claramente bello. » Una persona que le oye recitar en Boston, dice: « Era la mejor realización de un poeta, en su fisonomía, aire y manera.» Un precioso retrato es liecho de mano femenina: « Una talla algo menos que de altura mediana, quizá, pero tan perfectamente proporcionada y coronada por una cabeza tan noble, llevada tan regiamente, que, a mi juicio de muchacba, causaba la impresión de una estatura dominante. Esos claros y melancólicos ojos parecían mirar desde una eminencia...... Otra dama re- cuerda la extraña impresión de sus ojos: « Los ojos de Poe, en verdad, eran el rasgo que más impresionaba, y era a ellos a los que su cara debía su atractivo peculiar. Jamás be visto otros ojos que en algo se le parecieran. Eran grandes, con pestañas largas y un negro de aza- bache: el iris acero gris, poseía una cristalina claridad y transparencia, a través de la cual la pupila negra azabache se veía expandirse y contraerse, con toda sombra de pensamiento o de emoción. Observé que los párpados jamás se contraían, como es tan usual en la mayor parte de las personas, principalmente cuando hablan; pero su mirada siempre era llena, abier- ta y sin encogimiento ni emoción. Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le obser-

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vaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello. ¡ Qué ojos tan tremendos tiene el señor Poe ! ^me dijo una señora. Me bace helar la sangre el verle darse vuelta lentamente y fijarlos sobre mi cuando estoy hablando ».

La misma agrega: « Usaba un bigote negro, esmeradamente cuidado, pero que no cubría completamente una expresen ligeramente con- traída de la boca y una tensión ocasional del labio superior, que se asemejaba a una expresión de mofa. Esta mofa era fácilmente excitada y se manifestaba por un movimiento del labio, apenas perceptible, y sin embargo, intensa- mente expresivo. 'No había en ella nada de malevolencia, pero mucho sarcasmo ». Sá- bese, pues, que aquella alma potente y extraña estaba encerrada en hermoso vaso. Parece que la distinción y dotes físicas deberían ser nativas en todos los portadores de la lira. ¿ Apolo, el crinado numen lírico, no es el prototipo de la belleza viril ? Mas no todos sus hijos nacen con dote tan espléndido. Los privilegiados se llaman Goethe, Byrón, Lamartine, Poe.

ííuestro poeta, por su organización vigorosa y cmltivada, pudo resistir esa terrible dolencia que un médico escritor llama con gran propie- dad « la enfermedad del ensueño ». Era un su- blime apasionado, un nervioso, uno de esos di-

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vinos semilocos necesarios para el progreso humano, lamentables cristos del arte, que por amor al eterno ideal tienen su calle de la amar- gura, sus espinas y su cruz. Nació con la ado- rable llama de la poesía, y ella le alimentaba al propio tiempo que era su martirio. Desde niño quedó huérfano y le recogió un hombre que jamás podría conocer el valor intelectual de su hijo adoptivo. El Sr. Alian cuyo nom- bre pasará al porvenir al brillo del nombre del poeta jamás pudo imaginarse que el pobre muchacho recitador de versos que alegraba las veladas de su Jiome, fuese más tarde un egregio príncipe del Arte. En Poe reina el ensueño desde la niñez. Cuando el viaje de su protector le lleva a Londres, la escuela del dómine Bron- deby es para él como un lugar fantástico que despierta en su ser extrañas reminiscencias; después, en la fuerza de su genio, el recuerdo de aquella morada y del viejo profesor han de hacerle producir una de sus subyugadoras paginas. Por una parte, posee en su fuerte ce- rebro la facultad musical; por otra, la fuerza matemática. Su ensueño está poblado de qui- meras y de cifras como la carta de un astrólogo. Vuelto a América, vémosle en la escuela de Clarke, en Eichmond, en donde al mismo tiem- po que se nutre de clásicos y recita odas latinas, boxea y llega a ser algo como un champion estudiantil; en la carrera hubiera dejado atrás

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a Atalanta, y aspiraba a los lauros natatorios de Byron. Pero si brilla y descuella intelectual y físicamente entre sus compañeros, los hijos de familia de la fofa aristrocracia del lugar mi- ran por encima del hombro al lujo de la cómica. I Cuánta no ha de haber sido la hiél que tuvo que devorar este ser exquisito, humillado por un origen del cual en días posteriores habría orgullosamente de gloriarse '^. Son esos prime- ros golpes los que empezaron a cincelar el pliegue amargo y sarcástico de sy-s labios. Desde muy temprano conoció las asechanzas del lobo ra- cional. Por eso buscaba la comunicación con la Naturaleza, tan sana y fortalecedora. « Odio, sobre todo, y detesto este animal que se llama Hombre», escribía Swift a Pope. Poe, a su vez, habla « de la mezquina amistad y de la fideli- dad de polvillo de fruta ( gossamer fidelity ) del mero hombre ». Ya en el libro de Job, Eli- pJiaz Themanita, exclama: << i Cuánto más el hombre abominable y vil que bebe como la inquietud ? ».

No buscó el lírico americano el apoyo de la oración; no era creyente, o, al menos, su alma estaba alejada del misticismo. A lo cual da por razón James Eussell I^OAvell lo que podría lla- marse la matematicidad de su cerebración. pHasta su misterio es matemático para su pro- nio espíritu ». La Ciencia impide al poeta pe- << etrar y tender las alas en la atmósfera de las

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verdades ideales. Su necesidad de análisis, la condición algebraica de sniantasia, hácele pro- ducir tristísimos efectos cuando nos arrastra al borde de lo desconocido. La especulación filo- sófica nubló en él la fe, que debiera poseer como todo poeta verdadero. En todas sus obras, si mal no recuerdo, sólo unas dos veces está es- crito el nombre de Cristo. Profesaba, si, la moral cristiana; y ^n cuanto a los destinos del hombre, creía en una ley divina, en un fallo inexorable. En él la ecuación dominaba a la creencia, y aún cu lo referente a Dios y sus tri- butos, pensaba con Spinosa que las cosas invi- sibles y todo lo que es objeto del entendúxiien- to no puede percibirse de otro modo que por los ojos de la demostración; olvidando la profunda afirmación filosófica: Intelectus nos- ter sic ¿ de Jiabet 9 ad prima entium quce sunt 7nanifestissima in nattira^ sicut ocuhis vesper- tillwnís ad solcm. ís'o creía en lo sobrenatural, según confesión propia; pero afirmaba que Dios, como Creador de la Naturaleza, x^^ecle, si quie- re, modificarla. En la narración de la metem- psícosis de Ligeia hay una definición de Dios, tomada de Granwill, que parece ser sustentada por Poe: Dios no es más que una gran volun- tad que penetra todas las cosr.s por la natura- leza de su intensidad. Lo cual estaba ya dicho por Santo Tomás en estas palabras: << Si las cosas mismas no determinan el fin para si, por-

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que desconocen la razón del fin. es necef?ario que se les determine el íin por otro que sea deter- nLÍnador de la ISIaturaleza. Este es el que pre- viene todas laB cosas, que es ser por mismo necesario, y a éste llamamos Dios...» En la Revelación Magnética^ a \Tielta de divaga- ciones filosóficas, Mr. Vankirk que, como casi todos los XJersonajes de Poe, es Poe mismo afirmaba existencia de un Dios material, al cual llama materia suprema e imparticulada. Pero agrega: « La materia imparticulada, o sea Dios en estado de reposo, es en lo que entra en nuestra comprensión, lo que los hombres llaman espíritu ». En el diálogo entre Oinos y Agathos pretende sondear el misterio de la divina inte- ligencia; asi como en los de Monos y TJna y de Eros y Cliarmion penetra en la desconocida sombra de la Muerte, i^roduciendo, como po- cos, extraños vislumbres en su concepción del espíritu en el espacio y en el tiempo.

Rubén Darío. ,

POEMAS

TEADUCCIÓN BE ALBERTO LASPLACES

ANÍÍABEJL LEE

Hace ya bastantes años, en un reino más allá de la mar vivía una niña que podéis co- nocer con el nombre de Annabel Lee. Esa ni- ña vivía sin ningún otro pensamiento que amarme y ser amada por mí.

Yo era un niño y ella era una niña en ese reino más allá de la mar; pero Annabel Lee y yo nos amábamos con un amor que era más que el amor; un amor tan poderoso que los serafines del cielo nos envidiaban, a ella y a mí.

Y esa fué la razón por la cual, hace ya bas- tante tiempo, en ese reino más allá de la mar un soplo descendió de una nube, y heló a mi bella Annabel Lee; de suerte que sus padres vinieron y se la llevaron lejos de para ence- rrarla en un sepulcro, en ese reino más allá de la mar.

Los ángeles que en el cielo no se sentían ni la mitad de lo felices que éramos nosotros, nos envidiaban nuestra alegría a ella y a mí. He ahí porque ( como cada uno lo sabe en ese reino más allá de la mar ) un soplo descendió desde

la noche de una nube, helando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era más fuerte que el amor de aquellos que nos aventajan en edad y en saber, y ni los ángeles del cielo ni los de- monios de los abismos de la mar podrán sepa- rar jamás mi alma del alma de la bella Anna- bel Lee.

Porque la luna jamás resplandece sin traer- me recuerdos de la bella Annabel Lee; y cuando las estrellas se levantan, creo ver brillar los ojos de la bella Annabel Lee; y así paso largas noches tendido al lado de mi querida, mi querida, mi vida y mi compañera, que está acostada en su sepulcro más allá de la mar, en su tumba, al borde de la mar quejumbrosa.

1849

A MI MABEE

( Soneto )

Porque siento que allá arriba, en el cielo, los ángeles que se hablan dulcemente al oído, no pueden encontrar entre sus radiantes palabras de amor una expresión más ferviente que la de « madre » , he ahí por qué, desde hace largo

tiempo os llamo con ese nombre querido, a ti que eres para más que una madre y que llenáis el santuario de mi corazón en el que la muerte os lia instalado, al libertar el alma de mi Virginia. IVIi madre, mi propia madre, que murió en buena hora, no era sino mi madre. Pero vos fuisteis la madre de aquella que qui- se tan tiernamente, y por eso mismo me sois más querida que la madre que conocí, más querida que todo, lo mismo que mi mujer era más amada por mi alma que lo que esta misma amaba su propia vida.

PAEA ANOTE

¡ Gracias a Dios ! la crisis, el mal ha pasado y la lánguida enfermedad ha desaparecido por fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida.

Tristemente, que estoy desposeído de mi fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy tendido, todo a lo largo. Pero, ^ qué importa ? Siento que voy mejor paulatinamente.

Y reposo tan tranquilamente, en el presen- te, en mi lecho, que a contemplarme se me

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creería muerto, y podría estremecer al que me viera, creyéndome muerto.

Las lamentaciones y los gemidos, los suspi- ros y las lágrimas son apaciguadas entre tanto por esta horrible palpitación de mi corazón; ; ah, esta horrible palpitación !

La incomodidad, el disgusto el cruel su- frimiento— ^han cesado con la fiebre que enlo- quecía mi cerebro, con la fiebre llamada « vi- vir » que consumía mi cerebro.

Y de todos los tormentos, aquel que más tortura ha cesado: el terrible tormento de la sed por la corriente oscura de una pasión mal- dita. He bebido de im agua que apaga toda sed.

He bebido de un agua que corre con sonido arrullador, de una fuente subterránea pero poco profunda, de una caverna que no está muy lejos, bajo tierra.

¡ Ah ! que no sea dicho jamás: mi cuarto está obscuro, mi lecho es estrecho; porque jamás ningún hombre durmió en lecho igual y para dormir verdaderamente, es en un lecho como éste en el que hay que acostarse.

-á9 -- ;

Mi alma tantalizada reposa dulcemente aqtlí, olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus antiguas ansias de mirtos y de rosas.

Pues ahora, mientras reposa tan tranquila- mente, imagina a su alrededor, una más santa fragancia de pensamientos, una fragancia de romero mezclado a pensamientos, a sabor ca- llejero y al de los bellos y rígidos pensamientos.

Y así yace ella, dicbosamente sumergida en recuerdos perennes de la constancia y de la belleza de Annie, anegada en un beso a las tren- zaos de Ar.me.

Tiernamente me abraza, apasionadamente me acaricia. Y entonces caigo dulcemente adormecido sobre su seno, profundamente ador- mido del cielo de su seno.

Y así reposo tan tranquilamente ei^ mi lecho conociendo su amor que me creéis muerto. Y así reposo, tan serenamente en mi lecho, con su amor en mi corazón, que me creéis muerto, que os estremecéis al verme, creyén- dome muerto.

Pero mi corazón es más brillante que todas las estrellas del cielo, porque brilla para Annie, abrasado por la luz del amor de mi .ánnie, por

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el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi Annie

1849

ELDOEADO

Brillantemente ataviado, un galante caba- llero, \iajó largo tiempo al sol y a la sombra, cantando su canción, a la busca del Eldorado.

Pero llegó a viejo, el animoso caballero, y sobre su corazón cayó li noclie porque en nin- guna parte cneontió la tierra^ del Eldorado.

Y al fin, cuando le faltaron las fuerzas, pud9 hallar una sombra peregrina. Sombra, 1^ preguntó ^ donde podría estar esa tierra del Eldorado ?

« Más allá de las montañas de la Luna, en el fondo del valle de las sombras; cabalgad, cabalgad sin descanso ^lespondió la sombra, si buscáis el Eldoradu. . . , ».

1849

EULALIA

YÍYÍa sólo en nn mundo de lamentaciones y mi alma era una onda estancada, hasta que la bella y dulce Eulalia Hegó a ser mi pudorosa compañera, hasta que la joven Eulalia, la de los cabellos de oro, llegó a ser mi sonriente compañera.

; Ah ! las estrellas de la noche brillan bas- tante menos que los ojos de esa radiante niña ! Y jamás girón de vapor emergido en un irisado claro de luna, podrá compararse al bucle más descuidado de la modesta Eulalia, podrá compararse al bucle más humÜde y más des- cuidado de Eulalia, la de los brillantes ojos !

La duda y la pena no me invaden jamás, ahora, porque su alma me entrega suspiro por suspiro. Y durante todo el dia, Astarté resplan- dece brülante y fuerte en el cielo, en tanto que siempre hacia ella, mi querida Eulalia¡, levanta sus ojos de esposa, en tanto que siempre hacia ella mi joven Eulalia eleva sus bellos ojos violetas ! . .

1845

UN ENSUEÑO EN UN ENSUEÑO

Eecibid este beso en hi frente. Y ahora que os dejo, permitidme por lo menos confesar esto: no os agraviéis, vos que estimáis que mis dias han sido un ensueño. Entretanto, si la espe- ranza se ha ido, en una noche o en un día, en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos por eso í Todo lo que vemos o nos parece, no es sino un ensueño en un ensueño !

Me encuentro en medio de los bramidos de una costa atormentada por la resaca, y tengo en la mano granos de arena de oro. \ Cuan poco es ! ; Y cómo se deslizan a través de mis dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras lloro ! ¡ Dios mió, ¿ no puedo retenerlos en un nudo más seguro *? ¡ Dios mío !, ¿no podré salvar uno solo del cruel vacio 1 ¿ Todo lo que vemos o nos parece no es otra cosa que un ensueño en un ensueño ?

1849

LA CIUDAD EN EL MAE

¡ Ved ! La Muerte se lia erigido un trono, en lina extraña ciudad que se levanta, solita- ria, muy lejos, en el sombrío occidente, donde los buenos y los malos, los peores y los mejores han ido hacia la paz eterna. Allí los templos, los palacios y las torres ^torres carcomidas por el tiempo, y que no tiemblan nunca, ^no se jiarecen en nada a las nuestras. A su alrede- dor, olvidadas por los vientos que no las agitan jamás resignadas bajo los cielos, reposan las a.giias melancólicas.

Desde el cielo sagrado, ningún rayo desciende en la negra noche de esa ciudad; pero un res- plandor reflejado por la lívida mar, invade las torres, brilla silenciosamente sobre las almenas, a lo hondo y a lo largo, sobre las cúpulas, sobre las cimas, sobre los x>alacios reales, sobre los templos, sobre las murallas babilónicas, sobre la soledad sombría y desde largo tiempo aban- donada, de los macizos de hiedra esculpida y de flores de piedra sobre tanto y tanto tem- plo maravilloso en cuyos frisos contorneados se entrelazan claveles, violetas y viñas.

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Bajo el cielo, resignadas, reposan las aguas melancólicas. Las torres y las sombras se con- funden de tal modo que todo parece suspendi- do en el aire, mientras que desde una torre orgullosa,la Muerte como un espectro gigante, contempla la ciudad que yace a sus pies.

Allá los templos abiertos y las tumbas sin losa bostezan al nivel de las aguas luminosas; pero ni las riquezas que se muestran en los ojos adiamantados de cada ídolo, ni los cadáveres con sus rientes adornos de joyas, quitan a las aguas de su lecho; ninguna ondulación arruga, ¡ ay de mi ! todo ese vasto desierto de cristal; ninguna ola indica que los vientos puedan existir sobre otros mares lejanos y más felices; ninguna ola, ninguna ola deja suponer que han existido vientos sobre mares menos horroro- samente serenos.

Pero, he ahí que un estremecimiento agita el aire. Una onda, un movimiento se ha produ- cido, allá abajo. Se diría que las torres se han bamboleado y se hunden, dulcemente, en la onda taciturna, como si las cimas hubieran producido un ligero vacio en el cielo brumoso. Entonces las ondas tienen una luz más roja, las horas transcurren sordas y lánguidas. Y cuando en medio de gemidos que no tengan nada de terrestres, esta ciudad sea engullida

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por fin y profundamente fijada bajo la mar, todavía, levantándose sobre sus mil tronos, el Infierno le rendirá homenaje.

1845.

LA DUEMIENTE

En el mes de Junio, a media noche me encuen- tro bajo la mist^'ca luna. Un oscuro vapor de opio y de roclo se exhala de su halo de oro, y dulcemente, filtrando por la cumbre tranquila de la montaña, resbala perezosa y armoniosa- mente por el valle universal. El romero se adormece sobre la tumba, el lis se inclina ha- cia la onda. Envolviéndose en la bruma se hunde en el reposo. Ved, como parecido al Leteo, el lago parece adormecerse a sabiendas y por nada del mundo quisiera despertar. Toda belleza duerme. Y ved donde reposa su ventana abierta a los cielos, ^Irene, con sus destinos.

¡ Oh brillante princesa ! ¿ por qué dejar esa ventana abierta a la noche ? Los espíritus ju- guetones, desde la alto de los árboles se filtran a través de la persiana. Los seres incorpóreos, turba de magos, revolotean a través de la cá-

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mará y liaceu flotai^ las cortinas del dosel, tan fantásticamente, tan tímidamente, por encima de tu párpado cerrado y frc^.njeado, bajo el cual se esconde tu alma adormecida que sobre el piso, al pie del nmro, sus sombras se levantan y descienden como nna roída de fantasmas.

Querida niña, ¿ no tienes miedo ! ¿ Por qué, y con qué sueñas'? Has venido, ciertamen^-.e, de mares muj? lejanos; ¿, no eres una maravilla para los árboles de ese jardin ! Extraña es tu pali- dez, extraño tu vestido, extraña sobre todo, la longitud de tus cabellos, y todo este silencio solemne.

i Ella duerme ! Oh ! X3uede que su sueño sea tan profundo como durable I; ; que el cielo la tenga en su santa guardia. ¡Que esta cámara sea transformada en una más melancólica y yo rogaré a Dios que la deje dormir para siempre, los ojos cerrados, mientras que a su alrededor errarán los fantasmas de oscuros velos.

Mi amor: ¡ella duerme! ; Que su sueño eterno pueda ser profundo ! Que los gusanos se desli- cen dulcemente a su alrededor ! Que en el fondo del, bosque viejo y sombrío, alguna gran tumba pueda abrirse para ella, alguna gran tumba que haya cerrado otras veces como alas sus negros «panneaux» triunfantes, por enci-

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ma de los estandartes funerarios bordados con las armas, de sn ilustre familia; alguna tumba lejana y aislada contra la portada de la cual ella haya en su infancia lanzado tantas piedras ociosas; algún sepulcro cu^^a puerta sonora no le dcTuelva jamás nuevos ecos, a ella, pobre bija del pecado, que en otro tiempo se estreme- cía al pensamiento de que fueran los muertos quienes le respondiesen gimiendo !

i 84o.

BALABA NUPCIAL

El anillo está en mi dedo y la corona sobre mi frente; be aquí que poseo rasos y joyas en abundancia, y en el presente instante soy feliz.

Y mi Señor me ama bien; pero la primera vez que pronunció su voto sentí estremecerse mi pecbo, porque sus palabras sonaron como un toque de agonía y su voz se parecía a la de aquel que cayó durante la batalla en el fondo del Talle, y que es dichoso ahora.

Pero habló de modo de tranquilizarme y besó mi frente pálida. Entonces un delirio ^óno

y me transportó en espíritu al cementerio. Y pensando que mi Señor era el difunto Elormie, suspiré por , él que estaba delante de mi: ¡ olí yo soy dichosa ahora !

Asi fueron pronunciadas las palabras, y asi fué empeñado el juramento; Y aunque mi se haya apagado, y aunque mi corazón llegue a quebrarse, he ahi la dorada prenda que prueba que soy dichosa siempre.

¡Quiera Dios que pueda despertar! Porque sueño no cómo. Y mi alma se agita doloró- samente en el temor de haber hecho mal, en el temor de llegar a saber que el muerto aban- donado no es feliz ahora.

1845.

EL COLISEO

¡ Símbolo de la Eoma antigua ! ¡ Suntuoso re- licario de sublimes contemplaciones legadas al tiempo por difuntos siglos de pompa y de pode- río!! Al fin, después de tantos días de fatigante peregrmaje y de ardiente sed, sed de corrien- tes de la ciencia que yace en ti, ^yo, hombre transformado, me arrodillo humildemente en-

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tre tus sombras y bebo del fondo mismo de mi alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.

; Inmensidad, y edad, y recuerdos de antes ! Silencio y desolación y profunda noche ! Os percibo abora y os siento en toda vuestra fuer- za. ¡Ob sortilegios más eficaces que aquellos que el rey de Judea enseñó en los jardines de Getb- semaníl ¡ Ob encantos más poderosos que los que la Caldea encantada arrancó jamás a las tranquilas estrellas !

Aquí, en donde cayó un béroe, cae una co- lumna ! Aquí, en donde el águila teatral bri- llaba, cubierta de oro, el oscuro murciélago hace su aquelarre de media nocbe. Aquí, en donde la cabellera dorada de las damas roma- nas flotaba al viento, se balancean abora el cardo y la caña. Aquí, en donde el monarca se inclinaba sobre su trono de oro, el ágil y silencioso lagarto se desliza como un espectro bacía su casa de mármol, al pálido resplandor del creciente lunar.

Pero, oíd. Esos muros, esas arcadas revesti- das de hiedra, esos zócalos musgosos, esas co- lumnas ennegrecidas, esos vagos relieves, esos frisos ruinosos, esas cornisas rotas, ese naufra- gio, esa ruina, esas piedras grises, ¡ ay ! ¿ es esto todo lo que queda de famoso y de colosal ?

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^ es esto todo lo que las horas corrosivas lian perdonado, todo lo que ellos nos lian dejado al Destino y a mi !

« No. Í^To es todo, ^ine responden los ecos, no es todo. Voces fuertes y proíéticas se levan- tan para siempre en nosotros y en toda ruina a la intención de los sabios, pa>recidas a los himnos de Memnon al Sol 1 Eeinamos en los corazones de los hombres más poderosos; rei- namos con despótico imperio sobre todas las almas gigantes. No somos impotentes noso- tras, pálidas piedras. Todo nuestro poderlo no ha desaparecido, ^ni toda nuestra gloria, ni todo el prestigio de nuestro alto renombre, ni todo lo mara^ilUoso que nos circunda, ni todos los misterios que moran en nosotros, ni todos los recuerdos que se prenden en nues- tros flancos como un vestido, envolviéndonos con un manto que es m.ás que la gloria !

1833.

EL GUSAÍíO VEKCEDOE

; Ved !; es noche de gala en estos últimos años solitarios. TJna multitud de ángeles alados, adornados con velos y anegados en lágrimas, se halla reunida en un teatro para contemplar un drama de esperanzas y de temores mientras la orquesta suspira por intervalos la música de las esferas.

Actores creados a la imagen del Altísimo, murmuran en voz baja y saltan de un lado al otro; pobres fantoches que van y vienen a órde- nes de vastas creaturas informes que cambian la decoración a su capricho, sacudiendo con sus alas de cóndor a la invisible desgracia.

Este drama abigarrado estad seguro que no será olvidado, con su fantasma perseguido siempre por una muchedumbre que no puede atraparlo, en un círculo que gira siempre sobre si mismo y vuelve sin cesar al mismo punto; ese drama en el cual forman el alma de la intri- ga mucha locura y todavía más pecado y ho- rror ! . . . .

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Pero ved, a través de la bulla de los acto- res como una forma rampante hace su entrada [ Una cosa roja, color sanguinolento viene re- torciéndose de la parte solitaria de la escena. ; Cómo se retuerce ! Con mortales angustias los actores constituyen su presa, y los ángeles sollozan viendo esas mandíbulas de gusano teñirse en sangre humana.

Todas las luces se apagan, todas, todas. Sobre cada forma todavía tiritante, el telón, como un paño mortuorio, desciende con un rui- do de tempestad. Y los ángeles, todos pálidos y macilentos se levantan y cubriéndose afir- man que ese drama es una tragedia que se- llama « El Hombre » de la cual el héroe es el Gusano Vencedor !

1838.

A ELEIS^A

Elena, tu belleza es para como esas bar- cas niceanas de otro tiempo que sobre una mar profunda llevaban dulcemente al viajero, can- sado, hacia su ribera natal.

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Largo tiempo habituado a errar sobre mares desesperados, tu cabellera de jacinto, tu clásico perfil, tus cautos de náyade me han transpor- tado al corazón de aquella gloria que fué la Grecia, do aquella grandeza que fué Eoma.

¡ Oh ! allá abajo, en la espléndida abertura de esa ventana, como eres parecida a una esta- tua, de pie, tu lámpara de ágata en la mano. ¡ Oh Psiquis, tu que me has llegado de esas regio- nes (lue son la Tierra Bendita !

1831.

A LA CIEÍÍCIA

Soneto

I Oh Ciencia ! tu eres la verdadera hija del viejo tiempo, tu, cuya mirada indiscreta trans- forma todas las cosas ! ¿ Por qué haces tu presa del corazón del poeta, oh buitre, cuyas alas son las sombrías realidades ? ¿ Cómo podria él amarte ? Como te creería sabia si no has querido dejarlo vagaren sus ensueños en busca de tesoros en el seno de los cielos constelados, por más de que hasta allí subiera con ala intré- pida ? ^ No has arrancado Diana a su carro,

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y o})ligado a las hamadriadas de la selva a bus- car un asilo en alguna otra estrella más feliz í •^ Xo has sacado a la náyade de su ola. al elfo de su pradera verde y a mismo no me lias arre- batado mi sueño estival bajo los tamarindos !

1829.

A íiA SES^OEITA * * *

¿ Que me importa si mi suerte terrestre no encierra en mismo más que una pequeña cosa de esta tierra ! ¿ qué me importa si años de amor son olvidados en un momento de odio 1

lío lloro en forma alguna porque los desola- dos sean más dichosos que yo, pequeña, sino porque veo que os afligís por el destino de éste que no es sino un transeúnte sobre la tierra . . .

1829.

A LA SEÑOEITA * * *

Las umbrías bajo las caales veo, en mis ensue- ños, les más traviesos pájaros cantores, son labios; y toda la melodía de tu toz no es beclia sino por palabras creadas por tus labios.

De tus ojos, engastados en el santuario ce- leste de tu corazón, caen las miradas desoladas abora, ; oh Dios I, sobre mi espíritu fúnebre, como la luz de una estrella sobre un sudario.

I Tu corazón, tu corazón 1 Me despierto y suspiro y vuelvo a dormirme para ensoñar basta el día de la verdad, que el oro, capaz de tantas locuras, no podrá jamás comprar.

1829.

AL EIO

; Bollo río I en tu clara y brillante onda de cristal, agua vagabunda, eres un emblema del esplendor de la belleza, un emblema del cora-

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zón que no se esconde ahora, nn emblema de la alegre fantasía de arte en casa de la hija del viejo Alberto.

Pero mientras ella mira en tu corriente, que resplandece y tiembla, ^ por qué el más hermoso de todos ríos recuerda a uno de sus adoradores *? Es porque en su corazón como en tu onda, su imagen está profundamente graba- da; en su corazón que tiembla bajo el brillo de sus ojos que buscan el alma !

1829.

CANCIÓN

Te vi en tu día nupcial, cuando un intenso pudor invadía tu frente, aunque todo fuera alegría alrededor de ti y que, delante tuyo, no fuera el mundo sino Amor.

En la vivificante luz que brillaba en tus ojos, haya sido cual haya sido su esencia, encon- tré todo lo que mi mirada dolorosa pudo ha- llar de encantador sobre la tierra.

Ese pudor no era, quizá, sino pudor virginal pudo muy bien pasar por tal, aunque su espíen-

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dor haya hecho nacer una llama más impetuo- sa todavía en el seno de aquel que, ; pobre de él I te vio en tu día nupcial, cuando tu frente se cubría de ese rubor invencible, a pesar de que estuvieras rodeada de dicha y que el mundo no fuera sino amor ante ti!.

1827.

LOS ESPÍEITUS DE LOS MUEETOS

Tu alma se encontrará sola, cautiva de los negros pensamientos de la gris piedra tumbalj ninguna persona te inquietará en tus horas de recogimiento.

Quédate silenciosamente en esa soledad que no es abandono, porque los espíritus de los muertos que existieron antes que JjXL en la vida, te alcanzarán y te rodearán en la muerte, y la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.

Aunque serena, la noche fruncirá su ceño, y las estrellas, de lo alto de sus tronos celestes, no bajarán más sus miradas con un resplandor parecido al de la esperanza que se concede a los mortales; pero sus órbitas rojas, despro

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vistas de todo rayo, serán para tu corazón mar- chito como una quemadura, como una fiebre que querrá unirse a ti para siempre.

Ahora, te visitan pensamientos que no ahu- yentarás jamás; ahora surgen ante ti visiones que no se desvanecerán jamás; jamás ellas de- jarán tu espíritu, pero se fijarán como gotas de rocío sobre la hierba.

La brisa, esa respiración de Dios, ^reposa inmóvil, y la bruma que se extiende como una sombra sobre la colina, como una sombra cuyo velo no se ha desgarrado todavía, resulta así un símbolo y un signo. Como logra permane- cer suspendida a los árboles, ese es el misterio de los misterios !

1827.

LA EOlMAííZA

; Oh romanza que gustas cantar, la frente adormecida y las alas plegadas, entre las hojas verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago umbrío, has sido para un papagayo de vivos colores, un pájaro nmy familiar; me has enseñado a leer mi alfabeto, a bal-

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bucear todas mis primeras palabras, mientras que, niño de mirada sagaz, me hundia en hu- raños bosques.

En estos .últimos tiempos, el eterno Cóndor de los tiempos ba estremecido de tal modo mi cielo hasta en sus alturas, agrandando el tu- multo producido por el pasaje y la huida de los años, y tengo tan obstinadamente los ojos fijos en el inquietante horizonte, que no me queda tiempo para mis dulces ocios.

EL EEIIS'O DE LAS HADAS

Valles obscuros, torrentes umbríos, bosques nebulosos en los cuales nadie puede descubrir las formas a causa de las lágrimas que gota a gota se lloran de todas partes ! Allá, lunas des- mesuradas crecen y decrecen, siempre, ahora, siempre, a cada instante de la noche, cambiando siempre de lugar, y bajo el hálito de sus faces pálidas ellas oscurecen el resplandor de las temblorosas estrellas. Hacia la duodécima hora del cuadrante nocturno una luna más nebulosa que las otras, de una especie que las hadas han probado ser la mejor, desciende hasta bajo el horizonte y pone su centro sobre

so- la corona de una eminencia de montañas, mien- tras que su vasta circunferencia se esparce en vestiduras flotantes sobre los caseríos, sobre las mismas mansiones distantes, sobro bosques extraños, sobre la mar, sobre los espíritus que danzan, sobre cada cosa adormecida, y los se- pulta completamente en un laberinto de luz. Y entonces, ¡ cuan profundo es el éxtasis de ese su sueño ! De mañana, ellas se levantan, y su velo lunar vuela por los cielos mientras se agi- tan como pálido albatros al soplo de la tem- pestad que las sacude como a casi todas las cosas. Pero cuando las hadas que se ban refugiado bajo esa luna de la que se ban ser\ddo,por asi decirlo, como de una tienda, la dejan, no pueden jamás volver a encontrar abrigo. Y los átomos de ese astro se dispersan y se convierten bien pronto en una lluvia, de la cual las mariposas de esta tierra, que buscan ^en vano los cielos y vuelven a descender, ; cñaturas jamás satisfechas ! ^nos devuelven partículas a ve- ces sobre sus alas estremecidas.

1831]

EL LAGO

En la primavera de mi juventud, fué mi des- tiao no frecuentar de todo el vasto mundo siao un solo lugar que amaba más que todos los otros, tanta era de amable la soledad de su lago sal- vaje, rodeado por negros peñascos y de altos pinos que dominaban sus alrededores.

Pero cuando la noche tendía su sudario sobre ese lugar como sobre todas las cosas, y se agre- gaba el místico viento murmurando su melo- día, entonces, ¡ oh, entonces se despertaba siempre en el terror por ese lago solitario !

Y sin embargo ese terror no era miedo, sino una turbación deliciosa, un sentimiento que ninguna mina de piedras preciosas podría ina- pirarme o convidarme a definir, ni el amor mismo, aunque ese amor fuera el tuyo.

La muerte reinaba en el seno de esa onda envenenada, y en su remolino había una tum- ba bien hecha para aquel que pudiera beber en ella un consuelo a su imaginación taciturna, pa- ra aquel cuya alma desamparada pudiera ha- berse hecho un Edén de ese lago velado.

1827.

LA ESTEELLA DE LA TAEDE

Era en el corazón del verano y en medio de la noclie. Las estrellas marcliando en sus ór- bitas brillaban con nn pálido resplador a través de la luz más viva de la fria luna, mientras que ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos, lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos sobre las olas.

Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado fría, demasiado fría para mí. Una nube oscura vino a pasar, semejante a un sudario, y fué entonces que me volví hacia ti, Estrella del Sur, orgullos a en tu gloria lejana. Y abora me será más querida tu luz, porque lo que me traes de más magnifícente a través del cielo nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo pre- fiero tu discreto y lejano resplandor a esa llama cercana pero más fría !

1827.

EL DÍA MÁS FELIZ

El día más feliz, la hora más dicliosa, los ha conocido mi corazón agotado y marchito; pero siento que iia desaparecido ya mi más alta es- peranza de orgullo y de poderío.

¿ He dicho de poderío ! Sí. Pero desde hace largo tiempo, ¡ ay de ! se han desvanecido los bellos ensueños de la juventud; han pasa- do ya: dejémoslos que se desvanezcan !

Y tú, orgullo, ¿ qué haré de ti ahora ? Otra frente puede bien heredar el veneno que me has dado. Que por lo menos mi espíritu perma- nezca tranquilo.

El día más hermoso, la hora más feliz que mis ojos hayan visto y hayan podido ver jamás, : i más brillante mirada de orgullo y de pode- río, todo eso ha existido pero ya no existe; yo lo siento.

T si esa esperanza de orgullo y de poderío me fuera ofrecida ahora acompañada de un dolor semejante al que experimento, no qui- siera revivir esa hora brillante.

~ 54

Porque bajo su ala llevaba una obscura mezcla y mientras volaba, dejaba caer una esencia todopoderosa para consumir un alma que tan bien la conocía.

1827.

IMITACIÓN

Una ola insondable de invencible orgullo, im misterio y un sueño, tal debió parecer mi primera edad. Yo añado que ese sueño estaba atravesado por un pensamiento buraño, siempre despierto, de seres que ban existido, y que mi espíritu no bubiera apercibido jamás si los hubiera dejado pasar cerca de mi, bajo mi en- soñadora pupila. Que ningún otro, acá abajo, herede esta visión de mi espíritu, de esos pensa- mientos que a cada instante quisiera dominar y que se extienden como un hechizo sobre mi alma. Porque, al fin, esa brillante esperanza y ese tiempo liviauo se han ido, y mi reposo terrestre, me ha dejado, él también, con un suspiro, al pasar. Entre tanto, no me preocu- po de que él perezca con un pensamiento que entonces amaba . . . . !

1827.

TRADUCIDOS

POR

CÁELOS ARTURO TORRES

LAS CAMPANAS

I

Por el aire se dilata

alegre campanilleo ...

Son las campanas de plata

del trineo ... '

; Oh, qué mundo de alegría expresa su melodía !

¡ Qué retintín de cristal

en el ambiente glacial !

Mientras las luces astrales

que titilan en los cielos

se miran en los cristales

de los hielos,

y sube la nota única i

como un ágil rima rúnica

que allá en la noche serena

va dilatando sus ecos por el último confín,

y la campanilla suena

dilín, dilín . . .

¡ Melodiosa y cristalina

suena, suena,

suena, suena, suena, suena

la nota ágil y argentina

con metálico y alegre y límpido retintín !

II

¡ Escuchad ! Un dulce coro puebla la atmósfera toda: son las campanas de oro de la boda.

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¡ Qué mundo de venturanza la plácida nota lanza

Su voz como una caricia

o como un suave reproche

desgrana en la calma noche

las perlas de su delicia.

Son las áureas notas una fuente de ledo murmullo

o el enamorado arrullo de la tórtola: la Luna

en la dormida laguna vierte miradas de plata,

y en el éter y en las linfas palpita la serenata . . .

¡ Y cómo en el aire flota

la áurea nota !

¡ Cómo brota,

cual dice la dicha ignota,

en el balsámico efluvio de noche primaveral !

¡ Y cuan dulce y cuan sonoro,

din dan, din dan ,

es el coro,

din dan, din dan ,

de la campana de oro,

que en su lengua musical

celebrando está el misterio de la noche nupcial

III

¡ Turba el nocturno sosiego

súbita alarma, y entonces

a gran campana de bronce

Itoca a fuego !

¡ Qué terrífica pavura la siniestra nota augura !

Es desesperado ruego

desgarrador y tenaz

al rojo elemento ciego

cada instante más frenético, cada instante más voraz!

En indescriptible pánico

el cataclismo volcánico

con raudo impulso titánico

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avanza, la campanada alarido es de terror;

sigue el bronce, sigue el bronce con su clamoroso estruendo

diciendo

cuál crece el peligro horrendo,

cuál se inflama

la llama,

y la Luna como forma de sangriento tabernáculo,

alumbra el rojo espectáculo

en su fantástico horror.

y el bronce alarmante clama,

clama, clama

como se extiende la injuria

del incendio y crece en furia,

y es ya locura el pavor. . .

Bajo cielos escarlatas se extiende inflamado manto,

el espanto

en tanto

crece, y sigue la campana de su rebato el clamor.

; Y en ese rebato armígero,

dan dan, dan dan ,

crece el estrago flamígero

dan dan, dan dan ,

al son violento que dan

las campanas de la torre que tocando a fuego están !

IV

Dobla y dobla lentamente

negra campana de hierro

que invita con son doliente

al entierro.

j Qué solemnes pensamientos despiertan esos acentos !

Del lento y triste sonido

cada toque, cada nota

en el vago viento flota

como doliente gemido,

60

y de la noche en la calma

el melancólico son,

siente estremecida el alma

cual solemne admonición.

¡ Se desprenden esos dobles lúgubres y funerarios

de los altos campanarios

en fúnebre vibración; '

en esos dobles alienta algún espíritu irónico

que a cada nota que zumba,

con agrio gesto sardónico

rueda implacable y derrumba

y oprime con todo el peso de la piedra de una turaba

el humano corazón !

¡ Quienes tañen las campanas de los toques funerales

no son pobres campaneros, no son sencillos mortales,

son espectros sepulcrales !

¡ Y es el Rey de los espectros quien toca con más tesón !

Pausado, implacable, lento

su toque a cada momento

resuena como un lamento

pregonando la hora única

en extraña rima rúnica,

y parece que sintiera intenso placer diabólico

cu este toque simbólico

de muerte y desolación.

Din dan, din don- ,

din dan, din don^ ,

dobla, dobla el son monótono, dobla el toque funeral,

y el Rey espectro su gozo

refina en este sollozo,

en este intenso suspiro

que en su giro

remeda el doble augural

que va recordando al hombre de su existencia el final.

El toque sigue y no cesa

y vibra en el alma opresa

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sordamente como un cuerpo que cayera en una huesa .

¡ Din dan, din don ,

resuena en el corazón,

din dan, din don ,

de la campana que dobla el lento y lúgubre son !

ULALUME

I

Los cielos cenicientos y sombríos, crespas las hojas, lívidas y mustias, y era una noche del doliente octubre del tiempo inmemorial entre las brumas, era en las tristes márgenes del*A.uber, el lago tenebroso de aguas mudas, ante los bosques tétricos del Weir, la región espectral de la pavura.

II

A solas con mi alma, recorría avenida titánica y obscura de fúnebres cipreses . . . con mi alma, con Psiquis, alma que. al misterio turba. Era la edad del corazón volcánico como las Uamas del Yanek sulfúreas, como las lavas del Yanek que brotan aUá del polo en la región nocturna.

III

Pocas palabras nos dijimos, era

como una confidencia íntima y muda;

palabras serias, pensamientos graves

62 -

que la memoria para siempre turban; no recordamos que era el triste octubre, que era la noche ( ¡ noche infausta y única no recordamos la región del Auber que tanto conoció mi desventura, ni el bosque fantasmático del Weir, la región espectral de la pavura.

IV

Y cuando la noche ya avanza de estrellas al vago tremer, al fin de la obscura avenida un lánguido rayo se ve, fulgor diamantino que anuncia de fúnebre velo al través, que emerjo de nube fantástica la Luna, la blanca Astarté.

Y yo dije a mi alma: « Más que Diana >^ ardiente, aquella misteriosa Luna rueda al través de un éter de suspiros; lágrimas de su faz una por una caen donde el gusano nunca muere. Para mostrarnos la celeste ruta y el alma imperio de la paz Letea atrás dejó al león en las alturas, del león las estrellas traspasando, del león a despecho, ora nos busca y sus miradas límpidas y dulces son las miradas que el amor anuncian. »

VI

Mas Psiquis dijo señalando al Cielo: « La palidez de ese astro me conturba; pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.

Y de sus alas recogió las plumas con intenso terror, y sollozando, presa de pronto de invencible angustia plegó las alas, hasta el polvo frío lentas dejando descender las plumas.

VII

Y yo le dije: « Tu terror es vano, sigamos esa luz trémula y pura,

que nos bañen sus rayos cristalinos, sus rayos sibilinos que ya auguran é irradian la belleza y la esperanza. Mira: la senda de los cielos busca; sigamos sin temor sus limpios rayos que ellos a playa llevarán segura, sigamos esa luz limpia y tranquila a través de la bóveda cerúlea.

VIII

Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola, de su mente aparté las inquietudes y sus zozobras disipé profundas, y convencerla que siguiera pude. Llegamos hasta el fin; ¡ ojalá nunca llegara ! Al fin de la avenida lúgubre nos detuvo la puerta de una tumba ( ¡ oh, triste noche del lejano octubre ! nos detuvo la losa de una tumba, de legendario monumento fúnebre.

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¡ Oh, hermana ! dije ¿ Qué inscripción (;onfusa en la sellada losa se descubre 1 Kespondióme: « Ulalume », esta es su tumba, ¡ la tumba de tu pálida Ulalume !

IX

Quedó mi corazón como ese Cielo

ceniciento, como esas hojas mustias,

como esas hojas yertas y crispadas. . .

¡ Ay ! pensé: el mismo octubre fué, sin duda

fué en esa misma noclie cuando vine

al través del horror y de la bruma

aquí trayendo mi doliente carga . . .

¡ Oh, noche infausta, infausta cual ninguna !

¡ Oh ! i Qué infernal espiritu me trajo

a esta región fatal de la tristura ?

Bien reconozco el mudo lago de Auber,

y esta comarca que el horror anubla,

y el bosque fantasmático de Weir,^

la región espectral de la pavura !

ESTRELLAS FIJAS

( TO HELEN )

Te vi un punto; era una noche de julio, noche tibia y perfumada, noche diáfana, de la Luna plena y límpida, límpida como tu alma, descendían

sobre el parque adormecido gráciles velos de plata; ni una ráfaga

el infinito silencio

y la quietud perturbaban?

en el parque

evaporaban las rosas los perfumes de sus almas,

para que los recogieras

en aquella noche mágica;

para que lo aspiraras su último aliento exhalaban,

como en una muerte extática;

y era una selva encantada,

y era una noche de ensueños y claridades fantásticas !

II

¡ Toda de blanco vestida,

toda blanca

sobre un banco de violetas

reclinada

te veía,

y a las rosas moribundas y a ti una luz tenue y diáfana

alumbraba,

luz de perla diluida

en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas !

III

¿ Qué hado extraño

( ¿ fué ventura, fué desgracia ? )

me condujo

aquella noche hasta el parque de las rosas que exhalaban

los suspiros perfumados

de su alma !

M una hoja

susurraba; ,

no se oía

una pisada,

todo mudo, -

66

todo en calma, todo en sueño

menos tújyo{ \ cuál me agito al unir las dos palabras I ) menos y yo. De repente todo cambia.

De la Luna la luz límpida, la luz de jjerla se apaga, el perfume de las rosas muere en las dormidas auras, los senderos se obscurecen expiran las violas castas,

menos y yo, todo huye, todo muere, todo pasa . . . ¡ Todo se apaga y se extingue menos tus hondas miradas, tus dos ojos donde arde tu alma !

Y sólo veo entre sombras aquellos ojos . . . ¡ Oh, amada !

¡Qué tristezas extrahumanas, qué irreales

leyendas de amor relatan ! ¡ Qué misteriosos dolores, qué sublimes esperanzas, qué mudas renunciaciones

expresan aquellos ojos que en las sombras fijan en

sus miradas 1 IV

I Noche obscura,

ya Diana

entre turbios nubarrones hundió la faz platead^;

y sola

en medio de la avenida

funeraria,

te deslizas

ideal, mística y blanca,

te deslizas y te alejas incorpórea cual fantasma;

sólo flotan tus miradas,

sólo tus ojos perennes»

67

tus ojos de hondas miradas

fijos quedan !

A través de los espacios y los tiempos marcan, marcan

mi sendero, y no me dejan cual me dejó la esperanza.

¡ Van siguiéndome,

siguiéndome

como dos estrellas candidas,

cual fijas estrellas dobles en el Cielo apareadas !

En la noche

solitaria

purifican con sus rayos y mi corazón abrasanT.'-

y me prosterno ante ellos con adoración extática;

y en el día

no se ocultan cual se ocultó mi esperanza;

por todas partes me siguen mirándome fijamente

en mi espíritu clavadas . . .

¡ Misteriosas y lejanas

me persiguen tus miradas

como dos estrellas fijas, como dos estrellas tristes^

como dos estrellas blancas !

DEEAMLAND

En una senda abandonada y triste

que recorren tan sólo ángeles malos,

una extraña Deidad la negra Noche

ha erigido su trono solitario;

allí llegué una vez; crucé atrevido

de Thule ignota los contornos vagos

y al Reino entró que extiende sus confines

fuera del Tiempo y fuera del Espacio.

68 II

Valles sin lindes, mares sin riberas, cavernas, bosques densos y titánicos, montañas que a los cielos desafían y hunden la base en insondables lagos, en lagos insondables siempre mudos de misteriosos bordes escarpados, gélidos lagos, cuyas muertas aguas un Cielo copian tétrico y extraño.

III

Orillas de esos lagos que reflejan siempre un Cielo fatídico y huraño cerca de aquellos bosques gigantescos, enfrente de esos negros océanos, al pie de aquellos montes formidables, de esas cavernas en los hondos antros, vense a veces fantasmas silenciosos que pasan a lo lejos sollozando, fúnebres y dolientes . . . ¡ son aquellos amigos que por siempre nos dejaron, caros amigos para siempre idos, fuera del Tiempo y fuera del Espacio !

IV

Para el alma nutrida de pesares, para el transido corazón, acaso es el asilo de la paz suprema, del reposo y la calma en Eldorado. Pero el viajero que azorado cruza la región no contempla sin espantos que a los mortales ojos sus misterios perennemente seguirán sellados,

69

así lo quiere la Deidad sombría

que tiene allí su imperio incontrastado.

Por esa senda desolada y triste - que recorren tan sólo ángeles malos, senda fatal donde la Diosa Noche ha erigido su trono solitario, donde la inexplorada, última Thule esfuma en sombras sus cotornos vagos, con el alma abrumada de pesares, transido el corazón, he paseado... ¡ He paseado en pos de los que huyeron fuera del Tiempo y fuera del Espacio !

EL CUERVO

TRADUCIDO POR J. PÉREL BONALDO

EL CUEEVO

Una fosca inedia noche, cuando en tristes reflexiones, sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones inclinaba soñoliento la cabeza, de repente

a mi puerta oi llamar: como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta

mano tímida a tocar: {< Es me dije una visita que llamando está a mi puerta: ' eso es todo, ¡ y nada más ! f>

I Ah ! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo, y su espectro cada brasa moribunda en\'iaba al suelo. Cuan ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura

procurando en vano hallar tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora,

la radiante, la sin par virgen pura a quien Leonora las querubes llaman hora

ya sin nombre ... ; nunca más !

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras, de tal modo, que el latido de mi pecho palpitante

procurando dominar, <i es, sin duda, un visitante repetía con instancia

que a mi alcoba quiere entrar; an tardío visitante a las puertas de mi estancia . .

eso es todo, ¡ y nada más ! »

Paso a paso, fuerza y bríos fué mi espíritu cobrando: « Caballero dije o dama: mil perdones os demando; mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza

74

me vinisteis a llamar,

y con tal delicadeza

y tan timida constancia

os pusisteis a tocar

que no oi » dije y las puertas

abrí al punto de mi estancia;

¡ sombras sólo y

nada más !

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo em- peños, quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños; más profundo era el süencio, y la calma no acusaba

ruido alguno . . . Resonar sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella

hora yo me puse a murmurar, y que el eco repetía como un soplo: ¡ Leonora ! . . . esto apenas, ¡ nada más ! A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia pronto llamar de nuevo esta vez con más violencia, «De seguro dije es algo que se posa en mi persiana;

pues, veamos de encontrar la razón abierta y llana de este caso raro y serio

y el enigma averiguar. ¡ Corazón ! Calma un instante y aclaremos el misterio . . . Es el viento y nada más ! »

La ventana abrí y con rítmico aleteo y garbo extraño entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño. Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,

con aspecto señorial, fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta

de mi puerta el cabezal; sobre el busto que de Palas la figura representa,

fué y posóse \ y nada más !

- 75

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza con su grave, torva y seria decorosa gentileza; y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro

no eres cuervo nocturnal, viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla. . .

Díme: « ¿ Cuál tu nombre, cuál en el reino plutoniano de la noche y de la niebla ? . . . »

Dijo el cuervo: « | Nunca más !, »

Asombrado quedé oyendo asi hablar al avechucho, si bien su árida respuesta no espresaba poco o mucho; pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura

que lograse contemplar ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,

ave o bruto reposar sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,

con tal nombre: « j Nunca más ! »

Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella, sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella vinculada ni una pluma sacudía, ni un acento

se le ola pronunciar . . . Dije entonces al momento: « Ya otros antes se han mar- chado, y la aurora al despuntar, él también se irá volando cual mis sueños han volado. » Dijo el cuervo; » ¡ Nunca más I »

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido, « no hay ya duda alguna dije lo que dice es aprendido; aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte

persiguiera sin cesar, persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,

sus canciones terminar, y el clamor de la esperanza con el triste ritornelo

de jamás, ¡ y nunca más ! »

76

Mas el cuervo, provocando mi alma triste a la sonrisa mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa; luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía

dime entonces a juntar, por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso

de un pasado inmemorial, aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso

al graznar: « ¡ Nunca jamás ! »

Quedé aquesto, iiive^tlgaiulí; frente al cuervo en honda

calma, cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma. Esto y más sobre cojines reclinado con anhelo

me empeñaba en descifrar, sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella

luminoso mi fanal terciopelo cuya púrpura ¡ ay ! jamás volverá ella a oprimir ¡ Ah ! ¡ Nunca más !

Parecióme el aire entonces,

por incógnito incensario

que un querube columpiase

de mi alcoba en el santuario, perfumado « Miserable ser me dije Dios te ha oído

y por medio angelical, tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora

te ha venido hoy a brindar: ¡ bebe ! bebe ese nepente, y así todo olvida ahora.

Dijo el cuervo: « ¡ Nunca más ! »

« Eh, profeta dije o duende, mas profeta al fin, ya seas ave o diablo ya te envíe la tormenta, ya te veas por los ábregos barrido a esta playa,

desolado pero intrépido a este hogar

77

por los males devastado, dime, dime, te lo imploro: ¿ Llegaré jamás a hallar algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro ? í> Dijo el cuervo: « ¡ Nunca más ! »

« Oh, profeta dije o diablo Por ese ancho combo velo

de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo

a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,

presa infausta del pesar, si jamás en otra vida la doncella arrobadora

a mi seno he de estrechar, la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora ! »

Dijo el cuervo: « ¡ Nunca más ! »

« Esa voz, oh, cuervo, sea la señal de la partida, grité alzándome: ¡ Retorna, vuelve a tu hórrida guarida, la plutónica ribera de la noche y de la bruma !. . .

de tu horrenda falsedad en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡ El busto deja !

¡ Deja en paz mi soledad ! Quitaelpicodemipecho. De mi umbral tu forma aleja. . Dijo el cuervo: « ¡ Nunca más ! >

Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura, sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura. . . y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,

las visiones ve del mal; y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja, trunca

su ancha sombra funeral, y mi alma de esa sombra que en el suelo flota . . . ¡ nunca

se alzará... nunca jamás!

FIN,

índice

Pág

Pórlogo de Buhen Darío o

POEMAS

Annabel Lee : 25

A mi Madre 26

Para Annie 27

Eldorado 30

Eiüalia 31

Un ensueño en un ensueño 32

La ciudad en el mar 33

La Durmiente 35

Balada Nupcial 37

El Coliseo 38

El Gusano Vencedor 41

A Elena 42

A la Ciencia 43

A la Señorita 44

A la Señorita 45

Al Eio 45

Canción 46

Los Espíritus de los Muertos 47

La Eomanza 48

El Keino de las Hadas * 49

El Lago 51

La Estrella de la Tarde 52

El Día mas Feliz 53

Imitación 54

Las Campanas 57

Ulalume 61

Estrellas Fijas 64

Dreamland 67

El Cuervo 73

OBRAS EDITADAS

Por LA BOLSA DE LOS LIBROS, Calle Sarandí, 441

Amaro Ñervo. «Florilegio» (Recopilación) 1 folleto $ 0.20

f Soledad».— (Cuento) 1 tomo 0.25

—«Perlas Negras», (Poemas> 1 tomo 0. 50

—«Elevación», » » 0.50

—€ Serenidad», (Poesías) » , 0.09

<En Y02 baja» ; , » » 0.90

«Ideas y observaciones filosóficai» (de Tello Téllez) 1 tomo O.Sá

Lasplaces (A.).-— «Literatos Uruguayos Contemporáneos». Prosistas 0.88

Agorio (Adolfo) («Jacob»).— «M Fragua», apulites de la Guerra europea, 1 tomo, $ 0.40. «Fuerzq,':y r^eVecho». Aspectos morales de la Cuerra Europea, 1 tomo, $ 0.50.— «Xa Sombrad© Europa», nuevos concepto»

de la Moral, 1 tomo . . .\* . .....: .;...' /. k^. 1^.00

Cruz (Alcides),— «incursión del Generái-^íWtuos^'Éi vera a las Misiones. . 0.40 Bécqner (Gustavo A.). «K¡iiias»j con «na nota preliminar de Leoncio

Lasso de la Vega j urTqanto poi^G. del Busto U.3Ü

"Almafaerte" (Pedro Palacio^).— sPoestas»^. con, un e.studio do A Laspla-

places ; : 0.35

«Nuevas Poesías» y «Kvangélicas», con un estudio del doctor Alfredo

Alfredo L. Palacios O.'j

Asosta y Lara (Federico "E). elecciones de I^erecbo Constitucional e

Instrucción Cívica», 1 tomo 1.00

«Qomentario de la Constitución T'ruguara de 1918», 1 tomo , 0.30

—«Porvenir del Derecho público externo. Pe la Justicia internacional». 0.40

Holleman.— «Química inorgánica» (en español) 1 tomo, tela , 6.00

Sayagués Laso (R.). «Visteis fiscales», con las sentencias correspon- dientes, 3 tomos 6.50

«La investigación de la paternidad >, 1 tomo, 450 páginas 2.00

«Cuestiones Jurídicas», 1 tomo do 400 páginas 3.00

Rubén Darío.— «Prosas profanas». c<ni prólogo de Josí- E. Rodó 0.35

«Azul», con prólogo de .7u:in Valora 0.35

Barrett ( Rafael) --«Diálogos conversaciones y otros escritos » 0.35

Zola ( Emilio) « El Ensueño » 2 tomos 0.50

Roxlo (Carlos). «El Libro de las Primas» ^ 0.35

Zorrilla (le San Martín (Juan) «Detalles de Historia Rio Platenso» 1 1. 0.50

c Tabaré » y « La Leyenda Patria » 0.50

Haeterlinck (Mauricio).— « La Muerto», «La vida de las avcjas», «La

Inteligencia de las flores » 0.35

Melián Lafinur (Luis) - c La acción funesta do los partidos tradiciona

les en la Reforma Contitucional » O.tO

Sigílele (?cipio) «Las Ciencias Sociales y sus aplicaciones». Versión castellana de Alberto Lasplaces. Obra recomendada por la Dirección

do Instrucción Primaria 1 .00

Mas de Ayala (Isidro) -Lecciones de Química inorgánica, 1 tomo de

160 págs 1.20

Rabindranath Tagore La luna nueva, 1 tomo 0.35

La nueva Constitución « 0.10

Poe (Edgard). Poemas Con un Prólogo de Rubén Darío , 0.30

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