Hit* m iSa&íai!,: fll iir m\ 4 RELACIÓN ABREVIADA DE UN VIAJE HECHO POR EL INTERIOR DE LA AMÉRICA MERIDIONAL ES PROPIEDAD Copyright by Calpe, Madrid, 1921 ¿J¿7 Papel fabricado expresamente por La Papelera EspaSoiiA RELACIÓN ABREVIADA DE UiN VIAJE HECHO POR EL INTERIOR DE LA AMÉRICA MERIDIONAL DESDE LA COSTA DEL MAR DEL SUR HASTA LAS COSTAS DEL BRASIL Y DE LA GUAYANA, SIGUIENDO EL CURSO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS POR M. DE LA CONDAiMlNE DE LÁACAI>KML4 DE CIKNCIÁS CON UN iVAPA DEL MARANÓN, O RÍO DE LAS AMAZONAS, Y UNA J XmINA KÜEVA EDICIÓN, AUMENTADA CON LA RELACIÓN DEL MOTÍN POPULAR DE CUENCA, EN EL PERÚ, T COK XrSÁ CARTA DE M. GODIN DBS ODONAIS, CONTENIENDO LA RELACIÓN DEL VIAJE DE MADAME GODIN, SU ESPOSA, ETC. VERSIÓN CASTELLANA DE FEDERICO RUIZ MORCUENDE %^ CALPE Imp. de A. Mareo.— Saa Hen»eneffjld«, 32, dupdo. índice Págs. Nota biográfica acerca de La Condamine vii Prefacio 1 Relación abreviada de un viaje hecho por el interior de la América Meridional, desde la costa del mar del Sur has- ta las costas del Brasil y de la Guayana, siguiendo el curso del río de las Amazonas; leída en la sesión pública de reapertura de la Academia de Ciencias el 28 de abril de 1745, por M. de La Condamine, de la misma Aca- demia 9 Carta a la señora *** acerca del motín popular provocado en Cuenca, en el Perú, el 29 de agosto de 1739, en el cual fué asesinado el Sr. Seniergues, cirujano del rey, nombrado para acompañar a los señores académicos de la de Ciencias enviados por el Rey, en 1735, para medir los grados terrestres bajo el Ecuador 133 Documentos justificantes para probar la mayor parte de los hechos que se alegan en la carta precedente. Dichos do- cumentos están copiados del proceso criminal incoado por la muerte de D. Juan Seniergues, en la Real Audien- cia o Parlamento de Quito 159 Carta de M. de La Condamine a M *** sobre la suerte de los astrónomos que han tomado parte en las últimas medidas de la Tierra desde 1735 193 Carta de M, Godin des Odonais y la aventura trágica de madame Godin en su viaje de la provincia de Quito a Cayena, por el río Amazonas 201 Carlos María de la Condamine nació en París el 28 de enero de 1701. Siguió en su juventud la carrera militar, tomando parte en el sitio de Roses (1719), en donde estuvo a punto de perecer víctima de su imprudencia. Al terminar la guerra, su espíritu inquieto, mo- vido por un afán insaciable de aventuras, desdeñó las monotonías de la paz y la vida obscura de guarnición, induciéndole a cambiar su profesión de las armas por el estudio de las ciencias, dedicándo- se a cultivarlas no en la apacible tranquilidad serena de un labo- ratorio, sino en la azarosa existencia del viajero explorador de tierras ignotas. Ingresó en la Academia de Ciencias de París, y poco después embarcó en la flota que al mando de Duguay-Trouin recorría el Mediterráneo y parte de las costas de Asia y África, viviendo en Constantinopla cinco meses. Regresó a París en ocasión que la Academia de Ciencias pro- yectaba un viaje al Ecuador para averiguar definitivamente el tamaño y figura de la Tierra, y en 1736 partió, en unión de los académicos Bouguer y Godin, para el Perú. Duró diez años la expedición, llena de peligros, sobresaltos y contrariedades, que La Condamine, con su sangre fría y profundo conocimiento de la psicología de los indios, supo vencer, no sien- do el menor de ellos el motín popular de Cuenca del Perú, origi- nado, aunque nuestro autor se esfuerce en demostrar lo contrarío, por «la imprudencia de uno de sus compañeros, llamado Senier- gues», cuyo «libertinaje y desdén» acabó por «irritar a los veci- nos de la Nueva Cuenca, que se sublevaron contra los viajeros; mas, dichosamente, la única víctima fué el culpable» (1). (I) Hoefer: Noiwelle Biographie Genérale. París, Didot, 1859; vol. XXVIII, c. 545. Del viaje volvieron enemistados Bouguer y La Condamine, en- tablándose entre los dos una polémica científica, en la que aquél llevó la peor parte, pues a sus aseveraciones, hechas siempre con gran seriedad, respondía su contrincante con mordaz ingenio. Lo indudable es que tanto el uno como el otro contribuyeron con sus observaciones y trabajos, hechos penosamente durante su larga estancia en América, al progreso de la ciencia, esclareciendo muchas dudas de entonces y plantando jalones para futuras la- bores. En 7737 hizo un viaje a Italia, trabando gran amistad con el Papa Benedicto XIV, quien autorizó a La Condamine especial- mente para que, dispensada la consanguinidad, se casase con su sobrina. Ni el matrimonio ni los achaques y enfermedades que durante sus andanzas había contraído fueron obstáculo para que La Con- damine emprendiese un viaje a Inglaterra, del cual no quedó rr.vy satisfecho, quejándose de la hostil inhospitalidad de los ingleses en un folleto violento que publicó a su regreso a Francia. Poco tiempo después le sobrevino la desdicha de quedar paralíti- co casi por completo: deseoso de hallar remedio, a instancias re- petidas suyas, le practicaron una complicada operación quirúr- gica, a la cual no sobrevivió, falleciendo en París el 4 de febrero de 1774. Fué también miembro de las Academias de Berlín y de San Petersburgo, de la Sociedad Real de Londres, del Instituto de Bo- lonia y de la Academia Francesa. El rasgo saliente del carácter de La Condamine fué la curiosi- dad; una curiosidad exagerada por aprender y averiguar lo que desconocía, en tales términos, que más parecía indiscreción. Contribuyó poderosamente, con gran tenacidad, a la propaga- ción de la vacuna contra la viruela, siendo de los primeros en darse cuenta de la gran importancia del descubrimiento de su pro- filaxis. Además de la que ahora traducimos, fué La Condamine autor de las obras siguientes: The distance of the tropiks, 7738. Extracto de observaciones en el viaje de! río de ías Amazonas.. La Figure ele la Terre déterminée par les observations de MM. de La Condamine et Bouguer, 1749. Lettre critique sur l'Education, 1751. Mesure des trois premiers Degrés du Méridien dans I'Hémis- ph^re austral, 1751 . Histoire des Pyramides de Quito, 1751 . Journal du Voyage fait par ordre du roi a l'équateur, 1751 . Mémoires sur l'Inoculation, 1754, 1758, 1765. Lettres á Daniel Bernoulli sur Tlnoculation, 1760. Histoire de l'Inoculation de la Petite Vérole, 1773. Lettres au docteur Maty sur l'état présent de l'Inoculation en France, 1764. Voyage au Levant (en manuscrito). Le Pain mollet (poema), 1768. Y muchas composiciones poéticas, serias unas, festivas las más, así como artículos en diversas revistas científicas y literarias de su época. Sobre la Condamine pueden consultarse: Condorcet: Eloge de La Condamine lu á l'Académie des Sciences. Delille: Discours de réception á l'Académie Fran9aise. Buffon: Réponse au discours de réception de La Condamine a l'Académie Fran9aise. Revue Encyclopedique, tomo XII, pág. 483. VoLTAiRE: Dictionnaire Philosophique, artículo Curiosité. Chaudon y Delandine: Dictionnaire universelle Historique, Critique et Bibliographique. Y la ya citada obra de Hoefer. F. R. M. Extracto de los Registros de la "Académie Royale des Sciences", del 7 de noviembre de 1745. Certifico que en el corriente año M. de la Condami- ne ha leído en la Academia la Relación abreviada de un viaje por el interior de la América Meri- dional, y que el Comité de la Academia ha juz- gado digna de la impresión esta obra y ha acce- dido a que se extendiese el presente certificado. En París, a 7 de noviembre de 1745. GRAND-JEAN DE FOUCHY Secretario perpetuo de la "Académie Royale des Sciences". PREFACIO Nadie ignora que desde hace diez años muchos as- trónomos de ia Academia han sido enviados, por or- den del rey, bajo el Ecuador y al Círculo Polar, para medir allí los grados terrestres, mientras que otros académicos hacían en Francia las mismas operaciones. En otro reinado, todos estos viajes, con los apara- tos y el número de observadores que exigían, no hu- bieran podido ser sino el fruto de una larga paz. Bajo el de Luis XV, han sido concebidos y felizmente eje- cutados durante el curso de dos sangrientas guerras; y mientras que los ejércitos del rey corrían de un ex- tremo a otro de Europa para socorrer a sus aliados, sus matemáticos, dispersos por la superficie de la Tie- rra, trabajaban bajo las Zonas Tórrida y Glacial por el progreso de las ciencias y el provecho común de las naciones. Han conseguido, como fruto de su trabajo, la re- solución de una cuestión célebre; resolución de cuya utilidad participan la Geografía, la Astronomía, la Fí- sica general y la Navegación. Han esclarecido una duda en la que se hallaba in- teresada la vida de los hombres. Estos motivos mere- cen haberse tomado todas las molestias que ha costa- ViAjE A LA América Mbrjwonal 1 L LA CONDAMINE do lograr el término de esta empresa: la Academia, desde su fundación, no la había perdido de vista, y acaba de 'darle la última mano. Sin insistir sobre las consecuencias directas y evi- dentes que pueden deducirse del conocimiento exac- to de los diámetros terrestres para perfeccionar la Geografía y la Astronomía, el diámetro del Ecuador, reconocido como de mayor longitud que el que atra- viesa la Tierra de un polo a otro (1), suministra un nue- vo argumento, por no decir una nueva demostración, de la revolución de la Tierra sobre su eje; revolución íntimamente unida con el sistema celeste. El trabajo de los académicos, tanto sobre la medida de los grados, como sobre las experiencias perfeccionadas acerca del péndulo, y hechas con tanta precisión en diferen- tes latitudes, esparcen nueva luz sobre la teoría de la pesantez, que en nuestros días ha comenzado a surgir de las tinieblas; enriquece la Física general con nue- vos problemas, insolubles hasta el presente, sobre las (1) He aquí las diversas longitudes, en metros, que se asignan a los radios terrestres, según los diferentes elipsoides obtenidos: Bessel Clarke Hayford (1841) (1880) (1909) Radio ecuatorial 6.377.397 6.378.249 6.378.388 Radio polar 6.356.078 6.356.515 -> Los arcos de meridiano que en tiempos de La Condamine se midieron, uno en Laponia y otro en el Perú, se han reemplazado hoy por el arco del Spitzberg (Misión rusosueca) y por el arco del Ecuador (nuevo meridiano de Quito), medido (1899-1906) por una Comisión francesa. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 3 cantidades y las direcciones de la gravedad en los di- versos lugares de la Tierra; en fin, ¿nos pone acaso en el camino de descubrimientos más importantes, ta- les como el de la naturaleza y las leyes verdaderas de la pesantez universal, esta fuerza que anima los cuer- pos celestes y que rige todo en el Universo? Los errores que el conocimiento de la figura de la Tierra puede evitar a los navegantes, ¿son menores, aunque queden otros que actualmente no tienen re- medio? Sin duda que no. Cuanto más se perfeccione el arte de la navegación, tanto más se sentirá la utili- dad de la determinación de la figura de la Tierra. Puede ser que nosotros alcancemos el momento en que esta utilidad sea sensiblemente percibida por los marinos. Pero ¿es menos real, aun cuando este mo- mento esté todavía lejano? Al menos, es cierto que cuantas más razones ha habido para dudar si la Tierra era alargada o aplanada, ha sido asimismo más impor- tante, para las consecuencias de la práctica, saber a qué atenerse respecto a las medidas decisivas. El primero proyectado y el último terminado de los tres viajes de estos tiempos cuyo objeto fué la medi- da de los grados terrestres es el del Ecuador, comen- zado en 1735 por M. Godin, M. Bouguer y por mí. El público ha sido informado desde hace muchos años (1) del éxito de los trabajos de los académicos que han operado bajo el Círculo Polar y en nuestros paralelos, y M. Bouguer, llegado antes que yo a Fran- (1) Véase el Libro de la figura de ¿a fierra, por M. De Mau- pertuis, y el del Meridiano, de M. Cassini de Thury. 4 LACONDAMINE cia, ha dado cuenta, en la sesión pública de ia Aca- demia celebrada el 14 de noviembre de 1744, del re- sultado de nuestras observaciones bajo la Línea Equi- noccial y de la conformidad que se halla entre este resultado, el del Norte y el de Francia; la compara- ción de uno de ellos con los otros dos prueba el apla- namiento de la Tierra hacia los polos. Una más prolija minuciosidad la reservamos para la Historia de nuestra medida de la Tierra, esto es, de nuestras observaciones astronómicas y de nuestras operaciones trigonométricas en la provincia de Quito, en la América Meridional, obra de la que somos deu- dores a la Academia y al público, puesto que fuimos enviados para realizar este trabajo. Estando terminada la cuestión sobre la figura de la Tierra y habiendo disminuido la curiosidad del pú- blico sobre este objeto, he creído interesarle más en la sesión pública del 26 de abril último con una Rela- ción abreviada de mi viaje por el río de las Amazo- nas, por el cual he descendido desde el lugar en que comienza a ser navegable hasta su desembocadura, y que he recorrido en una extensión de más de 1.000 le- guas; pero la abundancia de materias, no habiéndome permitido reducirme a los límites prescritos a mi lec- tura, que ya eran estrechos, me obligó a dar cortes a medida que leía, lo que interrumpió necesariamente el orden y la sucesión de mi primer Extracto. Hoy le hago aparecer en su primitiva forma. Para no defraudar la expectación de aquellos que no buscan en una Relación de viajes sino aconteci- mientos extraordinarios y pinturas descriptivas agrada- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 5 bles de usos extranjeros y de costumbres desconoci- das, debo advertirles que no encontrarán en ésta más cjue muy poco que les satisfaga. No he tenido libertad de guiar al lector indiferentemente a través de todos los objetos propios para halagar su curiosidad. Un Diario histórico, escrito por mí asiduamente durante diez años, habría podido suministrarme los materiales necesarios al efecto; pero éste no era ni el lugar ni el momento adecuados de emplearlos. Su objeto era el mapa que había trazado del curso de un río que atra- viesa extensos países, casi desconocidos para nues- tros geógrafos. Se trataba de dar una idea del mismo en una Memoria destinada a ser leíd'a en la Academia de Ciencias. En una Relación semejante, donde debía atenderse menos a divertir que a enseñar, todo lo que no perteneciese a la Geografía, a la Astronomía o a la Física hubiera parecido una digresión que me ale- jara de mi objeto; pero tampoco era justo abusar de la paciencia de los más que componían el número de asistentes con una lista de nombres extraños de na- ciones y de ríos y con un diario de alturas del Sol y de las estrellas, de latitudes y de longitudes, de me- didas, de rutas, de distancias, de sondeos, de varia- ciones de la brújula, de experimentos con el baró- metro, etc. Era, sin embargo, el fondo más rico y el que tenía mayor mérito en mi Relación; esto era, al menos, lo único que podía distinguirla de un viaje or- dinario. He procurado escoger un término medio en- tre los dos extremos. Todos los detalles de la parte astronómica y geométrica los dejaré para las Memo- rias de la Academia o para la colección de nuestras o L A C o N D A M I N I-: observaciones, que serán un apéndice. Aquí no ex- pongo más que los principales resultados y la posi- ción de los lugares más notables, siguiendo el orden de la narración. He tratado con alguna extensión lo relativo a las Amazonas Americanas porque me ha parecido que había derecho a esperarlo de mí. Con " las notas de Física y de Historia Natural he mezclado algunos hechos históricos, cuando no me han alejado demasiado de mi asunto. No he podido, sin abandonarle por completo, evi- tar el entrar en algunas discusiones geográficas que estaban íntimamente relacionadas con él, tales como la de la comunicación del río de las Amazonas con el Orinoco, antiguamente reconocida, en seguida nega- da, y al fin nuevamente comprobada por testimonios decisivos; las investigaciones de la situación de la al- dea del Oro y del mojón plantado por Texeira, la del lago Parimo y de la villa de Manoa, la del río de Vi- cente Pinzón, etc. Cada una de estas materias hubiera podido proporcionarme asunto para una disertación. No las he tratado más que de pasada, sabiendo cuan pocos lectores sienten curiosidad por estos detalles, tan útiles e interesantes para aquellos que gustan de este género de estudios. La precaución que he teni- do de poner apostillas facilitará la elección de mate- rias que sean más del agrado de cada uno. El mapita del curso del Amazonas que acompaña a esta Relación bastará para guía de la imaginación del lector, aunque debe tenerse presente que publicaré otro más grande y detallado en nuestras Memorias, en donde daré cuenta de los medios empleados para tra- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 7 zarle; pero éste no aparecerá hasta que le dé el grado de precisión máximo que yo pueda, compulsando to- dos mis cálculos de rutas y de distancias y corrigién- dolos por mis observaciones astronómicas. Hoy no puedo hacerlo sino imperfectamente, pues faltan toda- vía observaciones de longitud hechas en cualquier me- ridiano conocido, para suplir las que no han podido hacerse en París correspondiendo con las mías en di- versos lugares de mi ruta. Con el curso del Amazonas va la topografía de la provincia de Quito, tomada del mapa de triángulos de nuestro meridiano. He trazado la descripción de las costas de la misma provincia, la ruta de Quito a Lima y la de Quito a Popayán, la de mis viajes particulares y la de los de M. Bouguer. El resto del mapa está tomado de diversas Memorias, Diarios y Notas, que me han sido proporcionados en el país por varios mi- sioneros y viajeros inteligentes. M. Danville (1), geó- grafo del rey, cuya habilidad es conocida, me ha pres- tado gran ayuda redactando y combinando los mate- riales dispersos que han enriquecido mi mapa. He seguido las ortografías española y portuguesa en lo que se refiere a los nombres de estas dos len- guas, y lo mismo en lo concerniente a los nombres in- dios de i /3 países sometidos al dominio de las dos Coronas, queriendo de este modo evitar el inconve- niente de que aparezcan desconocidos en los autores originales. (1) Danville o D'Anville (J. B. Bourguignon) (1697-1782) pu- blicó más de doscientas excelentes cartas, casi todas de g-eografía histórica. (Nota de la edición española.) RELACIÓN ABREVIADA DE UN VIAJE HECHO POR EL INTERIOR DE LA AmÉRICA Meridional, desde la costa del mar del Sur hasta las costas DEL Brasil y de la Guayana, siguiendo el curso del río de las Amazonas; leída en la sesión pública de reapertura de la Academia de Ciencias el 28 de abril de 1745, por M. de La Condamine, de la misma Academia Medida de la Tierra. — A fines de marzo de 1743^^ después de haber pasado seis meses en un desierto, en Tarqui, cerca de Cuenca en el Perú, ocupado día y noche en luchar contra un cielo poco favorable a la Astronomía, recibí aviso de M. Boug-uer de que había hecho cerca de Quito, en la extremidad septentrional de nuestro meridiano, diversas observaciones de una estrella entre nuestros dos cénits, muchas de las mis- mas noches que yo la había observado en el sitio don- de estaba, en la extremidad austral de la misma línea. Por estas observaciones simultáneas, sobre cuya im- portancia insistí mucho, habíamos adquirido la singular ventaja de poder deducir directamente y sin hipótesis ninguna la verdadera amplitud de un arco de 3° del meridiano, cuya longitud nos era conocida geométri- camente, y de llegar a esta conclusión sin temor de variaciones, ya ópticas, ya reales, ya desconocidas, en 10 LA CONDAMINE los movimientos de la estrella, puesto que había sido vista en el mismo instante por los dos observadores en los dos extremos del arco. M. Boug-uer, de vuelta en Europa algunos meses antes que yo, dio cuenta del resultado en la última sesión pública. Este resultado concuerda con las operaciones hechas bajo el Círculo Polar (1). Concuerda también con las últimas ejecu- tadas en Francia (2), y todas concurren en que la Tie- rra es un esferoide aplanado hacia los polos. Habien- do partido en el mes de abril de 1735, un año antes, los académicos enviados hacia el Norte, nosotros lle- gamos siete años más tarde, para aprender en Europa algo nuevo sobre la figura de la Tierra. Después de esta fecha, este asunto ha sido tratado por tan hábiles ingenios, que espero se me dispensará el dejar para las Memorias de la Academia los detalles de mis ob- servaciones particulares sobre la materia, renunciando al derecho, demasiado bien adquirido, que tendría para entretener a esta Asamblea. Otros trabajos de los académicos. — No me deten- dré a hacer aquí la relación de otros trabajos acadé- micos, independientes de la medida de la Tierra, a los que nos hemos dedicado, tanto en común como en particular, ya en la ruta de Europa a América, en los parajes en que hemos residido, ya después de nuestra llegada a la provincia de Quito, durante los frecuentes intervalos, ocasionados por obstáculos de (1) Por MM. De Maupertuis, Clairaut, Camus y Monnier, de esta Academia, por el abate Ouchier, correspondiente de la Aca- demia, y por M. Celsius, profesor de Astronomía en Upsala. (2) Por MM. Cassini de Thury y e! abate De la Caille. \'IAJE A 1. A AMÉRICA MERIDIONAL 11 todo g-énero, que han retardado frecuentemente el progreso de nuestras operaciones. Sería necesario para esto hacer un resumen de g-ran número de Me- morias enviadas a la Academia durante siete u ocho años, de las cuales, unas no llegaron a Francia, y otras no han aparecido todavía, ni aun extractadas, en nues- tras colecciones. No hablaré aquí de nuestras deter- minaciones astronómicas o geométricas de la latitud y de la longitud de muchos lugares; de la observación de los dos solsticios de diciembre de 1736 y de junio de 1737 y de la oblicuidad de la eclíptica que de ella resulta; de nuestras experiencias sobre el termómetro y el barómetro; sobre la declinación y la inclinación de la aguja imantada; sobre la velocidad del sonido; sobre la atracción newtoniana; sobre la longitud del péndulo en la provincia de Quito, a diversas alturas sobre el nivel del mar; sobre la dilatación y la conden- sación de los metales; ni de dos viajes que hice: uno, en 1736, desde la costa del mar del Sur a Quito, re- montando el río de las Esmeraldas; otro, en 1737, de Quito a Lima. Pirámides e inscripciones. — Finalmente, se me dis- pensará de hacer la historia de las dos pirámides que hice erigir para-fíjar perpetuamente los dos límites de la base fundamental de todas nuestras medidas, y pre- venir de este modo los inconvenientes experimenta- dos no hace mucho en Francia, por no tomar una pre- caución semejante, cuando se ha querido comprobar la base de M. Picard. La inscripción, redactada antes de nuestra partida por la Academia de Bellas Letras, y puesta después en las pirámides, con los cambios que 12 LA CONDAMiNE las circunstancias de tiempo y de lugar exigieronj fué denunciada por los dos tenientes de navio del rey (1) de España, que iban en calidad de adjuntos, como in- juriosa a Su Majestad Católica y a la nación españo- la. Durante dos años defendí el proceso intentado contra mi persona por esta causa, y al fin lo gané, ante la Audiencia de Quito, en juicio contradictorio. Lo que pasó en este incidente y otras eventualidades interesantes de nuestro viaje, que por la distancia han sido muy desfigurados en los relatos que hasta aquí llegaron, son materia más propia de una relación his- tórica que de una Memoria académica. Me ceñiré, pues, a lo concerniente a mi regreso a Europa. Proyecto de regreso por el rio de las Amazonas. — Para multiplicar las ocasiones de observar, convini- mos, después de largo tiempo, volver por diferentes caminos. Decidí escoger uno casi ignorado y del que estaba seguro que nadie me envidiaría; fué éste el del río de las Amazonas, que atraviesa todo el continente deia América Meridional de Occidente a Oriente, y que pasa, con razón, por ser el río más grande del mundo. Me propuse sacar utilidad del viaje trazando un mapa de este río y recogiendo toda clase de ob- servaciones que tuviera ocasión de hacer en un país tan poco conocido. Las concernientes a las costum- bres y usos singulares de los diversos pueblos que ha- bitan en sus riberas tal vez excitarían más la curíosi- (1) Los dos tenientes de navio del rey fueron Jorge Juan San- iacilia y Antonio de Ulloa, que el rey, pues que se iba a operar en tierras de su dominio, unió a la expedición de Boug-uer y La Condamine. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERTOIONAI. 13 dad de un gran número de lectores; pero he creído que, en presencia de un público familiarizado con el lenguaje de los físicos y los geómetras, apenas si me estaba permitido extenderme sobre materias extrañas al objeto de esta Academia; sin embargo, para que se me comprenda mejor, no puedo eludir el dar algunas nociones preliminares acerca del río asunto de este trabajo, y de sus primeros navegantes. Viaje de Orellana. — Es opinión general que el pri- mer europeo que reconoció el río de las Amazonas fué Francisco de Orellana (1). Embarcó en 1539, bastante cerca de Quito, en el río Coca, que más abajo se de- nomina iNapo; desde éste fué a dar a otro río más grande, y dejándose ir sin otra guía que la corriente, llegó al cabo del Norte, sobre la costa de la Guayana, después de haber navegado 1.800 leguas, según su cálculo. El mismo Orellana sucumbió, diez anos des- pués, con tres navios que se le confiaron en España, sin haber podido encontrar de nuevo la desemboca- dura de su río. El hallazgo en su descenso, según é! dice, de algunas mujeres armadas, de las que el caci- que indio le advirtió que desconfiara, le indujo a ponerle el nombre de río de las Amazonas. Diversos nombres del río de las Amazonas. — Algu- nos le han llamado río de Orellana; pero antes de (1) Fué Francisco de Orellana natural de Trujillo, en Extre- madura. Llegó al Océano, tras recorrer el Amazonas, en medio de peligros y trabajos sin cuento, que no quebraron su fortaleza, en 26 de agosto de 1541. Murió, en el mismo río, no en 1549, sino en 1545. (Nota de la edición española.) 14 ' LA CONDAMÍNH Oreiiana se llamaba ya Marañón (1), originado del nom- bre de otro capitán espafiol. Los geógrafos que han hecho del Amazonas y del Marañón dos ríos diferen- tes, engañados, como Laet, por la autoridad de Gar- cilaso y de Herrera, ignoraban sin duda que no sola- mente los más antiguos autores españoles (2) llaman Marañón a este río de que hablamos, desde el año 1513, sino que el mismo Oreiiana dice en su relación que encontró las Amazonas descendiendo por el Ma- rañón, lo cual no tiene réplica; en efecto, se ha con- servado siempree ste nombre sin interrupción hasta hoy, durante más de dos siglos, entre los españoles, en todo su curso y en su nacimiento en el alto Perú. Sin embargo, los portugueses establecidos después de 1616 en Para, villa con obispado, situada hacia la desembocadura más oriental de este río, no le cono- cen allí más que con el nombre de río de las Amazo- nas, y más arriba con el de Solimoés, y han transferido el nombre de Marañón, o Maranhaon en su idioma, í\ una ciudad y a una provincia entera o capitanía vecina de Para. Yo usaré indistintamente los nombres de Marañón o de río de las Amazonas. (1) El nombre de Marañón se dice viene de que preguntando Oreiiana a su piloto de si estaban ya cerca de la boca para salir al mar, le respondió que no sabía sino que estaba metido en una maraña de aguas que sólo Dios la podía comprender, y que le res- pondió Oreiiana: ¿Maraña? ¡Marañón/ (Nota de la edición espa- ñola.) (2) Véanse Pedro Mártir, Fernández de Enciso, Fernández de Oviedo, Pedro Cieza, Agustín de Zarate. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 15 Viaje de Urso'a. — En 1568, Pedro de Ursoa (1), en viado por el virrey del Perú para buscar el famoso Lago de Oro de Parima y la villa del Dorado, que se creían próximos a las riberas del Amazonas, llegó a este río por un riachuelo que viene del lado sur, y del que hablaré en lugar oportuno. El fín de Ursoa fué todavía más trágico que el de su predecesor Orellana. Ursoa pereció a manos de Aguirre, soldado rebelde que se hizo proclamar rey, el cual descendió por el riachuelo y, después de una larga jornada que aun no está bien esclarecida, habiendo sembrado por todas partes la muerte y el pillaje, acabó siendo descuartizado en la isla de la Trinidad. Otras tentativas. — Otros viajes parecidos no dieron más luz sobre el curso del río; algunos gobernadores hicieron diferentes tentativas con poco resultado. Los portugueses fueron más afortunados que los españoles. Viaje de Texeira. — En 1638, un siglo después de Orellana, Pedro Texeira, enviado por el gobernador de Para, a la cabeza de un numeroso destacamento de portugueses y de indios, remontó el Amazonas hasta la desembocadura del Ñapo, y en seguida el Ñapo mismo, por donde llegó muy cerca de Quito, adonde se encaminó por tierra con algunos portugue- ses de su tropa. Fué bien recibido por los españoles, pues entonces las dos naciones obedecían a un mismo soberano. (1) Pedro de Ursúa, y no Ursoa, natural de Tudela (Navarra) (1526?-1561), el célebre conquistador y capitán español. (Nota de la edición española.) 16 LA CONDAMÍNE Viaje del P. Acuña. — Volvió a Para un año des- pués, por el mismo camino, acompañado de los Pa- dres jesuítas Acuña (1) y Artieda, nombrados para dar cuenta a la Corte de Madrid de las particularidades del viaje. Calcularon la distancia desde el caserío de Ñapo, lugar de su embarque, hasta Para, en 1.356 le- guas españolas, equivalentes a más de 1.500 leguas marinas y a más de 1.900 de nuestras leguas comu- nes. La relación de este viaje fué impresa en Madrid en 1640. La traducción francesa, hecha en 1682 por M. de Gomberville, es conocida por todos. Mapa del río de las Amazonas por Sansón. — El mapa, defectuosísimo, del curso de este río hecho por Sansón en vista de esta relación puramente histórica ha sido después copiado por todos los geógrafos, a falta de otros datos, y no hemos tenido otro mejor hasta 1717. Entonces apareció por primera vez en Francia, en el tomo dozavo de Lettres édifiantes, etc., una copia del mapa grabado en Quito en 1707, y dibujado desde el año 1690 por el Padre Samuel Fritz, jesuíta ale- mán, misionero de las riberas del Marañón, que había recorrido en toda su longitud. Por este mapa se apren- de que el Ñapo, que pasaba todavía por la verdadera fuente del Amazonas desde el tiempo del viaje del (1) Acuña (Cristóbal de), jesuíta y misionero español, natural de Burgos (1597-16?); tras su viaje por el Amazonas dejó escrito: Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas, el que fué y se hizo, por orden de S. M., el año 1639, por las provincias de Quito, en los rey nos ^el Perú. Madrid, 1641. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 17 Padre Acuña, no era mas que un río afluente que aumentaba con sus aguas las del Amazonas, y que éste, con el nombre de Marañón, surgía de un lago cerca de Guánuco, a 30 leguas de Lima. Por lo demás, el Padre Fritz, sin péndulo y sin anteojo, no pudo de- terminar la longitud de ningún punto. No tenía más que un pequeño semicírculo de madera, de tres pulga- das de radio, para las latitudes, y, por añadidura, estaba enfermo cuando descendió por el río hasta Para. Bas- ta con leer su Diario manuscrito, del cual tengo una copia (1), para ver que muchos obstáculos, a la ida y al regreso a su misión, no le permitieron hacer las observaciones necesarias para trazar con exactitud su mapa, sobre todo en la parte inferior del río. El mapa no va acompañado más que de algunas notas en la misma hoja, y apenas si lleva algún detalle histórico; de suerte que no se sabe hoy en Europa, de lo relativo a los países que atraviesa el Amazonas, sino lo que se sabía hace más de un siglo por la relación del Padre Acuña (2). Curso del Marañan o río de las Amazonas. — El Ma- rañón, después de nacer en el lago donde tiene su origen, hacia los 11° de latitud austral, corre al Norte (1) Ha sido sacada del original depositado en los Archivos del Colegio de Quito, y me la envió D. José Pardo y Figueroa, marqués de Valleumbroso, hoy corregidor de Cuzco, bien conoci- do en la república de las letras. (2) La obra titulada El Marañón o Amazonas {*) (1684) no es más que una compilación informe. (*) Escrita por el Padre Manuel Rodríguez, que no hizo sino copiar, casi al pie de la letra, al Padre Cristóbal de Acuña. (Nota de la edición española.) Viaje a la América Meridional 2 18 LA CON DA MINE hasta Jaén de Bracamoros, en una extensión de 6°; desde allí se desvía al Este, casi paralelamente a la Lí- nea Equinoccial, hasta el cabo del Norte, por donde entra al Océano bajo el Ecuador mismo, después de haber recorrido desde Jaén, donde comienza a ser navegable, 30° de longitud, o 750 leguas comunes, equivalentes por los rodeos a 1.000 o 1.100 leguas. Recibe de Norte y Sur un número prodigioso de ríos, de los que muchos tienen de curso 500 o 600 leguas, y algunos no son inferiores al Danubio o al Nilo (1). Las riberas del Marañón estaban hace un siglo pobladas por muchos pueblos, que se retiraron al interior de las tierras en cuanto vieron a los europeos. Hoy no se encuentran más que algunas aldeas habitadas por na- turales del país, sacados recientemente de sus bosques, ellos o sus padres, los unos por los misioneros espa- (1) El Amazonas, el río mayor del mundo, corre casi paralelo al Ecuador, por región de máximas lluvias (Manaos, 2.202 milíme- tros; Para, 2.023 milímetros), explicación de la cuantía de su cau- dal y de las selvas de sus orillas. Es río de caudal ponderable y estable, a causa de que sus afluentes proceden unos del hemisfe- rio norte y otros del hemisferio sur, con régimen inverso, pues en tanto los unos vienen sometidos a las lluvias tropicales, los otros, en el hemisferio opuesto, pasan por el período de sequía. El flujo de líquido caudal aportado por los afluentes de una orilla man- tiene al gran río en ocasión en que los tributarios de la margen opuesta lo desamparan. El máximo de su caudal es entre marzo y julio. Aun cuando transporta una masa de fangos y tarquines supe- rior a la del Mississipí, no forma delta por razón de las mareas y de la corriente ecuatorial, que arrastra los sedimentos a lo largo de la costa de Paria. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 19 ñoles de lo alto del río, los otros por los misioneroj; portugueses establecidos en la parte inferior. Caminos desde Quito al Marañan. — Hay tres cami- nos que conducen de la provincia de Quito a la de Mainas, que da su nombre a las Misiones españolas de las riberas del Marañón. Los tres caminos atraviesan la famosa cadena de montañas, cubiertas de nieve, conocidas con el nombre de cordillera de los Andes. Por Archidona, — El primero, casi bajo la Línea Equinoccial, al oriente de Quito, pasa por Archidona y conduce al Ñapo; éste fué el camino seguido por Texeira a su regreso a Quito, y el del Padre Acuña. Por Canelos. — El segundo va por una garganta al pie del volcán de Tonguragua, a un grado y medio de latitud austral. Por esta ruta se llega a la provincia de Canelos, atravesando muchos torrentes, que al juntarse forman el río llamado Pastaza, que afluye al Marañón 150 leguas más arriba que el Ñapo. Estos dos caminos son los que siguen ordinariamente los misioneros de Quito, los únicos europeos que frecuentan estas co- marcas, cuya comunicación con la vecina provincia de Quito está casi totalmente interrumpida por la cordi- llera, que no es practicable más que durante algunos meses del año. Por Jaén. — El tercer camino va por Jaén de Braca- moros, a 5 grados y medio de latitud austral, don- de el Marañón comienza a ser navegable. Este último es el único por donde pueden pasar animales de carga y de silla hasta el lugar donde se embarca. Por los otros dos hay muchos días de jornada a pie y es pre- ciso llevar los bagajes a espaldas de indios. Sin em- 20 LACONDAMINE barg-o, el tercero es el menos frecuentado de los tres, tanto porque da un gran rodeo y las lluvias ponen sus sendas casi impracticables en la estación más bella del año, como por la dificultad y el peligro de un estrecho célebre llamado Pongo, que se encuentra saliendo de la cordillera. Le escogí precisamente para conocer este paso, del que no se hablaba en Quito sino con admiración mez- clada de terror, y además para incluir en mi mapa toda la extensión navegfable del río. Partida del autor. — Salí de Tarqui, límite austral de nuestro meridiano, a cinco leguas al sur de Cuenca, el 11 de mayo de 1743. En mi viaje de Lima en 1737 seguí el camino ordinario de Cuenca a Loxa; esta vez di un rodeo para pasar por Zaruma y situar este lu- gar en mi mapa. Corrí algún riesg-o al vadear el gran río de los Jubones, a la sazón muy crecido, y siempre muy rápido; pero este peligro me evitó otro mayor (1) que me acechaba en el gran camino de Loxa. Desde una montaña por la que pasé siguiendo el camino de Zaruma se ve Tumbez, puerto del mar del Sur, donde los españoles hicieron su primer descenso, más abajo de la Línea, cuando la conquista del Perú. (1) Después me informaron que algunos individuos, aposta- dos por los autores o cómplices del asesinato del Sr. Seniergues, nuestro cirujano, me esperaban en el gran camino de Cuenca a Loxa. Sabían que llevaba conmigo una copia auténtica del pro- ceso criminal que había seguido contra ellos como ejecutor testa- mentario del difunto, y temían, con razón, que la sentencia de la Audiencia de Quito, pronunciada contra todas las leyes y llena de nulidades, sería casada en el Consejo de España. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 21 Desde aquí comencé a alejarme propiamente del mar del Sur para atravesar de Occidente a Oriente todo el continente de la América Meridional. Zaruma. — Zaruma, situada a 3*^ 40 de latitud aus- tral, da su nombre a una pequeña provincia (1) al oc- cidente de Loxa. A pesar de su exactitud, Laet, en su descripción de América, no la menciona. Minas de oro abandonadas. — Este lugar tuvo en otros tiempos alguna celebridad por sus minas, hoy casi abandonadas. El oro es de baja ley, de catorce quilates solamente; está mezclado con plata y es bas- tante maleable al martillo. Altura del barómetro. — La altura del barómetro en Zaruma hallé que era de 24 pulgadas y dos líneas; sabido es que esta altura no varía en la Zona Tórrida como en nuestros cumas. En Quito, durante años en- teros, comprobamos que su mayor diferencia apenas pasa de línea y media. M. Godin notó el primero que sus variaciones, que son poco más de una línea en veinticuatro horas, tienen alternativas bastante regu- lares, que una vez conocidas permiten calcular la altu- ra media del mercurio con una sola experiencia. Altura del suelo de Zaruma. — Todas las que hici- mos sobre las costas del mar del Sur, y las que yo re- petí en mi viaje de Lima, me hicieron conocer la altura media al nivel del mar; así es que pude deducir con bastante exactitud que el terreno de Zaruma tenía una elevación de cerca de 700 toesas (2), que no es más (1) Hoy, provincia de El Oro. (2) Antigua medida lineal, que valía 1,949 metros; 700 toesas son, pues, 1.364,3 metros. Se usó hasta la creación del sistema 22 LACONDAMINE que la mitad de la altura del suelo de Quito. Para este cálculo me serví de una tabla compuesta por M. Bou- guer sobre una hipótesis que corresponde hasta ahora mejor que ninguna con las experiencias que hicimos con el barómetro a diversas alturas determinadas geo- métricamente. Notas sobre el frío y el calor. — Venía de Tarqui, país bastante frío, y sentí un gran calor en Zaruma, aunque no estuviese casi menos elevado que sobre la montaría Pelada de la Martinica, donde experimenta- mos un frío penetrante, viniendo de un país bajo y cá- lido. Supongo que ya es conocido que durante nuestra larga residencia en la provincia de Quito comproba- mos constantemente que la mayor o menor elevación del Sol influye casi enteramente en el grado de calor, y que no es preciso subir 2.000 toesas para transpor- tarse desde un valle ardiente por los calores del sol hasta el pie de un glaciar tan antiguo como el mundo, que corona una montaña vecina. Puentes de mimbres o de corteza de árboles. — En- contré en mi camino muchos ríos con puentes de cuer- das de corteza de árboles o de esas especies de mimbres llamadas lianas en nuestras islas de América. Estas lianas, entrelazadas en forma de red, forman de una orilla a otra una galería en el aire, suspendida por dos gruesos cables de la misma materia, cuyas métrico decimal (7 de abril de 1795) la llamada toesa del Perú, deducida de las medidas de La Condamine, Jorge Juan y Ulloa, y de esta toesa usaron precisamente Delambre y Méchain al me- dir, a fines del sig-lo xviii, el meridiano de París. (Nota de la edi- ción española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 23 extremidades están atadas en cada orilla a troncos de árboles. El conjunto presenta igual aspecto que una red de pescador, o más bien el de una hamaca india que estuviese tendida de un lado a otro del río. Como las mallas de esta red son muy anchas y el pie podría pasar a través de ellas, se ponen algunas cañas en el fondo de esta cuna invertida, que sirven de piso. Se comprende que con el peso de todo este tejido, aña- dido con el peso de quien pasa, se curve extraordina- riamente la construcción; y si se repara en que quien atraviesa, cuando se halla en medio del camino, sobre todo cuando sopla el viento, se encuentra expuesto a grandes balanceos, podrá juzgarse fácilmente que un puente de esta clase, algunas veces de más de treinta toesas de longitud, tiene algo de espeluznante a pri- mera vista; sin embargo, los indios, intrépidos por na- turaleza, pasan por ellos corriendo, cargados con los bagajes y los arreos de los mulos, a los que hacen atra- vesar a nado el río, y se ríen al ver el sobresalto del viajero, que pronto siente vergüenza de mostrar me- nos resolución que ellos. Mas no es ésta la clase de puentes más singular ni más peligrosa de las que se usan en el país. Su descripción me alejaría demasia- do de mi asunto. Loxa. — Repetí al pasar por Loxa las observaciones de latitud y de altura del barómetro que ya había he- cho en 1737 en mi viaje a Lima, con los mismos resul- tados (1). Loxa está 350 toesas más baja que Quito, y (1) Véase Memoria de la Academia (1738), pág-s. 226-228. sobre el árbol de quinquina. 24 LACONDAMINE el calor es sensiblemente más grande en ella; las mon- tañas vecinas son colinas si se comparan con las de cerca de Quito. En ellas nacen las aguas de la provin- cia, y hasta en su ribazo, llamado Caxanuma, donde se cría la mejor quina, a dos leguas al sur de Loxa, tie- nen su nacimiento varios ríos que corren en opuestas direcciones, unos hacia Occidente, desembocando en el mar del Sur, otros hacia Oriente, desaguando en el Marañón. Planta de quina transportada. — El 3 de junio pasé todo el día en una montaña de éstas. Con ayuda de dos indios de las cercanías, que tomé para que me guiasen, apenas si encontré en toda la jornada ocho o nueve plantas de quina (1) nuevas a propósito para ser (1) Los árboles de la quina son indígenas en las selvas de la vertiente oriental de los Andes, entre los 10° de latitud Norte y 19° de latitud Sur. Hay varias especies, pertenecientes todas al género Cinchona, como la Cinchona calisaya, descubierta por Weddel en Bolivia y Perú; la C succiriibra, de nuestro botánico Ruiz y Pavón, propia de los Andes de Quito; la C. ojficinalis, que da la quina gris o quina de Loja o Loxa, de las que hay, entre otras, dos variedades, la C. o. Condaminea (chaharguera) y la C. o. uritusinga, descubierta y descrita por La Condamine, que da la Loxa fina. Nuestros botánicos Ruiz Pavón y Mutis describieron otras, como la C. nítida, la C micrantha (Huánuco, del Perú), C. lancifolia, C. purpurea. La parte aprovechable de estos árboles es la corteza que encierra, entre otros alcaloides, la quinina y cinco- nina. En el Palacio Real de Madrid se conservan aún fardos de cortezas de quinas reunidas y enviados por Ruiz y Pavón. Hipóli- to Ruiz publicó Quinología, o tratado del árbol de la quina o cas- carilla (Madrid, 1792); José Pavón dejó manuscrita su Nueva Qui- nología. En Londres, 1862, se publicó Illustrations of the Nuex^u Quinología of Pavón. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 25 transportadas. Las hice poner, con tierra cogida allí mismo, en una caja de tamaño suficiente. Llevó la caja, con precaución, sobre sus espaldas, un hombre que caminó bajo mi vigilancia hasta el lugar en que embarqué, con la esperanza de conservar al menos algún brote, que dejaría depositado en Cayena si no estaba en condiciones de ser transportado a Francia para el jardín del rey. Camino de Loxa a Jaén. — De Loxa a Jaén se atra- viesan las últimas laderas de la cordillera. Todo el camino se hace a través de bosques donde llueve to- dos los días durante once y algunas veces los doce meses del año; no es posible conservar nada seco. Los cestos recubiertos de piel de toro, que son los cofi'es del país, se pudren y exhalan un olor insopor- table. Pasé por dos pueblos de los que no queda más que los nombres: Loyola y Valladolid; uno y otro opu- lentos y poblados por españoles hace menos de un siglo, reducidos hoy a dos aldehuelas de indios o de mestizos y cambiados de su primitivo emplazamiento. Jaén. — Hasta Jaén, que conserva el título de villa y que debería ser la residencia del gobernador, no es hoy otra cosa que un pueblo mediano. Lo mismo ha sucedido a la mayor parte de ios pueblos del Perú alejados del mar o muy desviados del gran cam.ino de Cartagena a Lima. En esta ruta encontré muchos ríos, que tuve que atravesar unos a nado, otros por puen- tes de la misma clase del que ya he descrito, otros sobre almadías o balsas que se hacen a la misma ori- lla, con árboles de ios que ha provisto la Naturaleza a estos bosques. Estos ríos, reunidos, forman uno grande 26 LA CONDAMINE y muy rápido llamado Chinchipé, más ancho que el Sena en París. Descendí por él en balsa cinco leguas, hasta Tomependa, ciudad india a la vista de Jaén, en sitio agradable, en donde se encuentran tres grandes ríos. El Maranón es el de en medio. Reunión de tres grandes ríos. — Recibe della do sur el río Chachapoyas y del lado oeste el Chinchipé, por el que yo descendí. La reunión de estos tres ríos está a los 5° 30' de latitud austral, y desde este sitio el Marañón, a pesar de sus vueltas, va aproximándose poco a poco siempre a la Línea Equinoccial hasta su desembocadura. Saltos del Marañón. — Un poco más abajo el río se estrecha, abriéndose paso entre dos montañas, y allí la violencia de su corriente, las rocas que le obstru- yen e innumerables saltos le hacen innavegable; el lugar que se llama puerto de Jaén, adonde hay que ir a embarcarse, está a cuatro jornadas de Jaén, en el riachuelo de Chuchunga, por el cual se desciende al Marañón, más abajo de los saltos. Propio. — No obstante estas dificultades, un propio que envié desde Tomependa con órdenes del gober- nador de Jaén a su lugarteniente de Santiago para que me enviase una canoa al puerto, franqueó todos los obstáculos navegando en una balsa hecha con dos o tres troncos de árboles, embarcación que es bastante para un indio desnudo y excelente nadador, como lo son todos. Desde Jaén al puerto atravesé el Marañón y estuve con frecuencia a sus orillas. Arena mezclada con oro. — En este intervalo recibe el río, del lado norte, el caudal de muchos torrentes, VIAJE A LA AMÉRICA MERÍDíONAI. 27 que en la época de las grandes lluvias arrastran arena mezclada con pajitas y granos de oro. Los indios acu- den entonces a recogerlo, pero sólo en cantidad nece- saria para pagar con él sus tributos o impuestos, y úni- camente cuando son acuciados para satisfacerlos. Fuera de este tiempo pisotean indiferentes el oro antes que tomarse la molestia de recogerlo y desbrozarlo. En toda esta región los dos lados del río están cubiertos de cacao silvestre (1), tan bueno como el cultivado, del que no hacen los indios más caso que del oro. Torrente que se pasa veintiuna veces. — A la cuarta jornada después de mi partida de Jaén vadeé veinti- una veces el torrente de Chuchunga, y otra, la última, en barca; las muías, al aproximarnos al albergue, se echaron a nado con toda su carga; mis instrumentos, mis libros, mis papeles, todo se mojó. Fué el cuarto accidente de este género que sufrí desde que viajaba por las montañas; mis naufragios no cesaron hasta que me embarqué. Puerto de Jaén. — Encontré en Chuchunga una aldea de diez familias indias gobernadas por su cacique, que entendía tan pocas palabras españolas como yo de su lengua. Me había visto obligado a despedir en Jaén dos criados del país, que me hubieran podido servir de intérpretes. La necesidad me hizo encontrar el medio para pasar. Los indios de Chuchunga no te- (1) Aun cuando hay varias especies, ei verdadero cacao es la Theobroma cacao, probablemente originario de las cuencas del Amazonas y del Orinoco, de donde se exportó sin duda su culti- vo a América Central. Hay tres variedades principales: criollo, fo- rastero y calabacilla. (Nota de la edición española.) 2o LACONDAMINE nían más que unas canoas pequeñas, apropiadas para su uso, y la que envié a buscar a Santiag-o por un pro- pio no podía llegar antes de quince días. Obligué al cacique a que sus gentes me hiciesen una almadía o balsa, que así se llaman en el país, lo mismo que a los árboles con que se construyen, y la pedí lo bastante grande para llevarme a mí con mis instrumentos y mi bagaje. Tuve tiempo, mientras preparaban la balsa, para secar mis papeles y libros hoja por hoja, precau- ción tan necesaria como enojosa. Su latitud; su altura sobre el mar. — El Sol no lució sino hacia el mediodía, lo que fué bastante para to- mar la altura. Me encontraba a 5° 21' de latitud aus- tral, y supe por el barómetro, más bajo de las 16 lí- neas que al borde del mar, que 235 toesas sobre su nivel hay ríos navegables sin interrupción. No tengo interés en afirmar que no pueda haberlos a mayor al- tura; reñero simplemente la consecuencia que saqué de mi experiencia. Sin embargo, hay bastantes proba- bilidades de que el punto donde comienza a ser na- vegable un río que, a contar desde este lugar, tiene más de mil leguas de curso debe estar más elevado que aquel en donde los ríos ordinarios empiezan tam- bién a ser navegables. Embarque del autor. — El 4 de juiio, por la tarde, me embarqué en una canoa pequeña, de dos remeros, precedida de la balsa, escoltada por todos los indios de la aldea. Estaban dentro del río, con el agua a la cintura, para conducirla con las manos en los pasos peligrosos y sostenerla entre las rocas y en las presas contra la violencia de ia corriente. A la mañana si- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 29 guíente, después de muchas revueltas, desemboqué en el Marañón, cerca de cuatro leguas al norte del lugar en que embarqué. Lugar donde el Marañón comienza a ser navega- ble.— Allí comienza a ser navegable. Era preciso agrandar y fortalecer la balsa, que hicieron de dimen- siones proporcionadas al cauce del río por el que descendí. Por la noche el río creció diez pies y fué necesario transportar apresuradamente la choza de ramas que me servía de abrigo, la cual construyeron los indios con destreza y prontitud admirables. Estuve retenido en este sitio tres días por advertencia, o, me- jor dicho, por orden de mis guías, a los que estaba obligado a consultar. Ellos tuvieron tiempo de prepa- rar la balsa y yo de observar. Medí geométricamente la anchura del río; hallé que era de 135 toesas, aun- que ya disminuida de 15 a 20 toesas. Muchos de los ríos que en él desaguan más arriba de Jaén son más anchos, por lo cual juzgué que debía ser muy profun- do: en efecto, con un cordel de 28 brazas no encon- tré el fondo sino a un tercio de su anchura. No pude sondar en medio del cauce, donde la velocidad de una canoa abandonada a la corriente era de una toesa y un cuarto por segundo. El barómetro, más alto en más de cuatro líneas que en el puerto, me hizo ver que el nivel del agua había bajado cerca de 50 toe- sas desde Chuchunga, de donde había empleado en descender solamente ocho horas. En el mismo lugar observé que la latitud era de 5° T hacia el Sur. Estrecho de Cumbinama. — El 8, continuando mi ruta, pasé el estrecho de Cumbinama, peligroso por 30 L A C o N D A M I N E las piedras de que está lleno. Apenas si tien? 20 toe- sas de anchura. Estrecho de Escurrebragas y remolino de agua. — Al día siguiente encontré el de Escurrebragas, que es de otra naturaleza. El río, detenido por una costa de roca muy escarpada, que le corta muy perpendicularmente, tiene que dar una vuelta súbitamente, formando un ángulo recto con su primitiva dirección. El choque de las aguas, con toda la violencia adquirida por el estre- chamiento del canal, ha excavado en la roca una en- senada profunda, en la cual quedan aprisionadas las aguas de la orilla del río, rechazadas por la rapidez de las de en medio. Mi almadía, sobre la cual estaba entonces, impulsada por el hilo de la corriente en aquel sumidero no hizo más que dar vueltas durante una hora y algunos minutos. Las aguas, al circular, me atraían hacia en medio del cauce del río, donde el en- contronazo de la gran corriente formaba ondas que hubieran sumergido infaliblemente una canoa. El tama- ño y la solidez de la almadía la aseguraron de esta contingencia; pero la violencia de la corriente me re- chazaba siempre al fondo de la ensenada, de donde no hubiera salido a no ser por la destreza de cuatro indios que llevaba conmigo, con una canoa pequeña, a todo evento. Éstos, habiendo navegado bordeando la orilla, treparon al peñón, desde el cual me lanzaron, no sin trabajo, unas lianas, que son las cuerdas del país, con las cuales remolcaron la balsa hasta que la pusieron en la corriente. Estrecho de Guaracayo. — El mismo día pasé un ter- cer estrecho, llamado Guaracayo, donde el cauce del VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 31 río, encerrado entre dos grandes peñascos, no tie- ne 30 toesas de ancho; no es peligroso más que en las grandes crecidas. La misrna tarde encontré a la canoa de Santiago, que remontaba el río para ir en mi busca al puerto; mas le faltaban aún seis días para llegar so- lamente al lugar de donde salí por la mañana, y del que había descendido en diez horas. Río y ciudad ruinosa de Santiago. — Llegué el 10 a Santiago de las Montañas, que es hoy una aldea situa- da en la desembocadura del río del mismo nombre, levantada sobre las ruinas de una ciudad que dio el suyo al río. Xibaros, indios rebelados. — Habita a sus orillas una tribu india llamada Xíbaros, que antes fueron cristia- nos, pero hace un siglo se rebelaron contra los espa- ñoles para sustraerse al trabajo de las minas de oro de su país; desde este tiempo, retraídos en montes inaccesibles, permanecen independientes y estorban la navegación de este río, por donde se podría llegar cómodamente en menos de ocho días desde las cer- canías de Loxa y Cuenca, de donde yo salí por tierra hacía dos meses. El terror que inspiran estos indios ha obligado al resto de los habitantes de Santiago a cambiar dos veces de residencia, y desde hace unos cuarenta años a bajar hasta la desembocadura del río en el Marañón. Borja, capital de las Misiones.— Más abajo de San- tiago se encuentra Borja (1), ciudad como las prece- (1) En Borja sufre el Amazonas un brusco acodamiento. No está lejos de los lagos Chalona, Matuncocha y Bimachuna, situa- dos a su margen izquierda. Del Colegio de Padres jesuítas de 32 LA CONDAMINE dentes, sobre poco más o menos, aunque capital del Gobierno de Maynas, que comprende todas las Mi- siones españolas de las orillas del Marañón (1). Borja no está separada de Santiago más que por el famoso Pongo de Manseriche. El Pongo de Manseriche, famoso estrecho. — Pongo, antiguamente Puncu , en lengua peruana significa Puerta. Se da este nombre en esta lengua a todos los pasajes estrechos, pero éste le lleva por excelencia. Es un camino que el Marañón, torciendo al Este des- pués de más de 200 leguas de curso al Norte, se abre en medio de las montañas de la cordillera, cavándose un cauce entre dos murallas paralelas de peñascos, cor- tadas casi perpendicularmente (2). Hace poco más de un siglo, algunos soldados españoles de Santiago des- cubrieron este paso, y se aventuraron a franquearle. Quito salió en 1602 el P. Rafael Ferrer a convertir los indios co- fanes; murió ahogado, por traición, nueve años después. En 1616 entraron soldados españoles en tierras de los maynas, y el virrey del Perú (Francisco de Borja, príncipe de Esquilache) dio a don Diego de Vaca y Vega la gobernación de dichos indios. El go- bernador fundó a San Francisco de Borja, hoy Borja, a la sali- da del canal o congosto de Pongo. (Nota de la edición española.) (1) Léase Figueroa (F.): Relación de las Misiones de la Compa- ñía de Jesús en el país de los maynas. (Nota de la edición espa- ñola.) (2) En el célebre Pongo de Manseriche, el río Amazonas, na- cido en la cordillera de los Andes a 6.000 metros de altitud, tuer- ce al Este y se despeña, tajando el murallón montañoso, en el an- gosto escobio que La Condamine describe, para comenzar a co- rrer y ensancharse por la llanura extensa a menos de 180 metros de altitud sobre el nivel del mar. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 33 Dos misioneros jesuítas de la provincia de Quito (1) los siguieron en seguida, y fundaron, en 1639, la Misión de Maynas, que se extiende muy lejos, a lo largo del río. Llegado a Santiago, esperé pasar a Borja el mismo día, y apenas si me faltaba una hora para llegar; pero, a pe- sar de los propios o correos que reiteradamente envié, y de las órdenes y recomendaciones de que siempre íbamos bien provistos, aunque raramente vimos que se ejecutaran, los árboles para la gran almadía sobre la que debía pasar el Pongo no estaban aún cortados. Me contenté con hacer que fortaleciesen la mía ro- deándola con un nuevo cerco, para que sufriese la pri- mera violencia de los choques, casi inevitables en las revueltas, a falta de timón, que los indios no usan en las balsas. En cuanto a las canoas, son tan ligeras, que las gobiernan con la misma pagaya que les sirve de remo. Al día siguiente de mi llegada a Santiago no pude vencer la resistencia de mis marineros, que no encon- traban el nivel del río lo bastante bajo para arriesgarse al paso. Todo lo que pude conseguir de ellos fué atra- vesarle para ir a esperar el momento favorable en una ensenadita cercana a la entrada del Pongo, donde la violencia de la corriente es tal que, aunque no haya saltos propiamente dichos, las aguas semejan precipi- tarse, y su choque contra los peñascos produce un ruido espantoso. (1) Los dos Padres fundadores fueron los jesuítas P. Gaspar de Cugia y P. Lucas de la Cueva, que salieron para las Misiones, con el gobernador D. Pedro Vaca de la Cadena, a 21 de octubre de 1637. (Nota de la edición española.) Viaje a la América Meriuional 3 34 LA CON DA MINE Camino por tierra.— Los cuatro indios del puerto de Jaén que me habían seguido hasta aüí, con menos curiosidad que yo por ver el Pongo de cerca, habían tomado ya la delantera para ir por tierra por una ve- reda o, mejor dicho, por una escalera tallada en la roca, para esperarme en Borja, dejándome esa noche, como la precedente, solo, con un esclavo negro, sobre mi almadía. Tuve suerte en no haberla querido aban- donar, pues me sucedió una aventura sin semejante. El río, cuya altura disminuyó 25 pies en treinta y seis horas, continuó decreciendo a ojos vistas. Accidente raro. — A media noche la astilla de una gruesa rama de un árbol oculto bajo el agua, habién- dose enredado entre las tablas de mi almadía, pene- traba cada vez más a medida que ésta bajaba con el nivel del agua; vi llegar un momento, si no hubiera estado presente y desvelado, en que habría quedado con la almadía enganchada y suspendida de una rama de árbol, y lo menos que hubiese podido pasarme era el perder mis Diarios y papeles con notas de observa- ciones fruto de ocho años de trabajo. Afortunada- mente, encontré al fín el medio de desenredar la balsa y ponerla de nuevo a flote. Mapa topográfico del Pongo. — Aproveché mi forzo- sa estancia en Santiago para medir geométricamente el ancho de los dos ríos, y tomé también los ángulos necesarios para componer un mapa topográfico del Pongo. Paso del Pongo. — El 12 de julio, al mediodía, mandé desatar la balsa y ponerla en medio del río. En segui- da me vi arrebatado por la corriente del agua, en una VIAJF. A LA AMFRICA MF.RJDIONAl. 35 galería esti-echa y profunda, tallada en la roca, en de- clive, y en algunos sitios perpendicularmente. En me- nos de una hora me encontré transportado a Borja, tres leguas más abajo de Santiago, según cálculo corrien- te. A pesar de que no sobresalía medio pie del agua, y aunque por el volumen de su carga presentaba a la resistencia del aire una superficie siete u ocho veces mayor que a la corriente del agua, no podía alcanzar toda la velocidad de la corriente, y esta misma veloci- dad disminuye considerablemente a medida que el cauce del río se ensancha al aproximarse a Borja, En el pasaje más estrecho, conjeturo, por comparación con otras velocidades medidas exactamente, que ha- cíamos dos toesas por segundo. Sus dimensiones. — El canal del Pongo, excavado naturalmente, comienza a media legua escasa más abajo de Santiago (1), y se estrecha cada vez más; de suerte que de 250 toesas, por lo menos, que tiene más abajo de la reunión de los dos ríos, apenas si llega a tener 25 toesas donde es más estrecho. Bien sé que hasta ahora no se ha atribuido ai Pongo más que 25 varas españolas, que apenas si equivalen a 10 de nues- tras toesas, y que comúnmente se dice que se pasa de Santiago a Borja en un cuarto de hora. Por mi parte he notado que en el paso más estrecho, desde los bor- des de mi balsa a la orilla, había dos o tres veces su anchura. Desde la entrada en el estrecho hasta Borja (1) El río Santiago, procedente de la República del Ecuador, es afluente de la izquierda del Amazonas. (Nota de la edición es- pañola,) 36 LA CONDAMINE conté en mi reloj cincuenta y siete minutos, y com- binando todo esto encuentro las medidas tales como acabo de enunciarlas; y por más esfuerzos que haga para aproximarme a la opinión generalmente admitida, apenas puedo contar dos leguas, de las de 20 al gra- do, desde Santiago a Borja, en lugar de las tres que se cuentan generalmente. Choque de la balsa contra los peñascos. — Choqué rudamente dos o tres veces contra las rocas en las re- vueltas, motivo suficiente para haberme asustado si no hubiera estado prevenido. Una canoa se estrellaría mil veces sin remedio, y me enseñaron al pasar el lugar donde pereció un gobernador de Maynas; pero las pie- zas de una balsa no están clavadas ni enclavijadas, sino unidas por lianas, cuya flexibilidad hace el papel de un resorte que amortiguase el golpe, y por ello no se toma ninguna precaución ni cuidado en las balsas contra estos choques. El mayor peligro para éstas es el de ser atraídas por un remolino de agua fuera de la corriente, como me sucedió más arriba. No hacía un año que un misionero, que fué así arrastrado, perma- neció dos días sin víveres, y hubiera muerto de ham- bre si una crecida súbita del río no le hubiera, al fin, vuelto a poner en la corriente. No se desciende en canoa por el Pongo sino cuando las aguas están lo su- ficientemente bajas y la canoa puede gobernarse sin ser dominada demasiado por la corriente. Cuando el nivel es muy bajo, las canoas pueden también remon- tarle con mucha dificultad, pero nunca las balsas. Descripción de la provincia de Maynas. — Llegado a Borja, me encontré en un nuevo mundo, alejado de Viaje a la améríca meridional 37 todo comercio humano, sobre un mar de agua dulce, en medio de un laberinto de lag-os, de riachuelos y de canales que invaden en todos sentidos un bosque in- menso, que sería sin ellos inaccesible. Encontré plan- tas nuevas, animales nuevos, hombres nuevos. Mis ojos, acostumbrados durante siete años a ver monta- ñas tan altas que se pierden entre las nubes, no po- dían dejar de mirar el contorno del horizonte, cuyo único obstáculo eran las colinas del Pongo, que muy pronto iban a desaparecer de mi vista. A este montón de cosas variadas que caracterizan las cultivadas cam- piñas de las cercanías de Quito sucedió el aspecto más uniforme: agua, verdor y nada más (1). Se huella la tierra con los pies sin verla; tan cubierta está de hierbas espesas, de arbustos y de malezas, que costaría un gran trabajo el descubrir el espacio de un pie. Rareza de las piedras, — Más abajo de Borja, y a 400 o 500 leguas al otro lado, según baja el río, una piedra, un simple guijarro, es tan raro como puede ser- lo un diamante. Los salvajes de esta comarca no saben lo que es una piedra ni de ello tienen la más remota (1) En Borja, el Amazonas cambia de dirección, de caudal, de carácter y de paisaje. Abandona los Andes, por que venía encaja- do, tajando el congosto de Pongo; penetra en su extensa llanura, inacabable y sin límites. De la vegetación alpina de sus fuentes ha pasado sucesivamente por la del matorral subalpino, de facies subdesértica, por la subtrópica de la región de las quinas, y ahora — lo que sorprende vivamente al autor — penetra desde Bor- ja en el escenario incomparable de las selvas del Amazonas, la densa formación del bosque ecuatorial. (Nota de la edición es- pariola.) 38 LA CON DA MINE idea. Es un divertido espectáculo el ver a algunos de ellos, cuando vienen a Borja y las encuentran por pri- mera vez, testimoniar su admiración con sus visajes, apresurarse a recogerlas, cargar con ellas cual si fue- sen una preciosa mercancía (1) y, en seguida despre- ciarlas y tirarlas cuando se dan cuenta de que son muy comunes. Indios americanos. — Antes de pasar a otra cosa debo decir unas palabras acerca del genio y del carác- ter de los oriundos de la América Meridional, a los que, aunque impropiamente, se les llama indios. No se trata de los criollos españoles o portugueses, ni de las diferentes especies de hombres resultado de la mez- cla de blancos de Europa, de negros de África y de rojos de América, desde que los europeos entraron en ella e introdujeron negros de Guinea. Su color. — Todos los antiguos naturales del país son atezados y de color rojizo, más o menos claro; la dife- rencia del matiz tiene verosímilmente por causa prin- cipal la diferente temperatura del aire de los países que habitan, que varía desde el calor abrasante de la Zona Tórrida hasta el frío originado por la proximidad de la nieve. Diferencia de costumbres. — Esta diferencia de cli- mas y la de los países, con bosques, llanos, montañas (1) En Borja, al abrirse ante la planicie, el río, por cambio de velocidad, abandona potentes depósitos de cantos rodados que desde los altos Andes el Amazonas ha venido acarreando. Más abajo no deposita ya sino arenas y tarquines, con que edifica la extensa planicie de inundación amazónica: no hay, pues, ya pie- dras^ (Nota de la edición española.) V I A.I E A LA AMÉRICA M E R I D 1 O N A !. 39 y ríos, la diversidad de alimentos, el escaso comercio que entre sí tienen las naciones vecinas, y otras mil causas, tienen necesariamente que haber introducido diferencias en las ocupaciones y en las costumbres de estos pueblos. Por otra parte, se concibe bien que una nación convertida al cristianismo y sometida durante uno o dos siglos a la dominación española o portugue- sa debe infaliblemente haber tomado algo de las cos- tumbres de sus conquistadores, y por consecuencia, que un indio habitante de una ciudad o de una aldea del Perú, por ejemplo, debe distinguirse de un salvaje del interior del continente, y asimismo de un habitan- te reciente de las Misiones establecidas a las orillas del Marañón. Se necesitarían, pues, para dar una idea exacta de los americanos casi tantas descripciones como pueblos hay entre ellos; sin embargo, así como todas las naciones de Europa, aunque diferentes entre sí por sus lenguas, usos y costumbres, no dejarían de tener algo común a los ojos de un asiático que las examinase con atención, también todos los indios ame- ricanos de las diferentes comarcas que he tenido oca- sión de ver en el transcurso de mi viaje me ha pare- cido que tienen ciertos rasgos de sem.ejanza los unos con los otros; y (aunque hay algunos matices que ape- nas si los puede percibir un viajero que contempla las cosas de paso) he creído reconocer en todos un fondo común de carácter. Carácter de los indios. — Tiene por base la insen- sibilidad. Dejo a vuestra elección si debe honrársela con el nombre de apatía o envilecerla con el de estu- pidez. Nace, sin duda, del corto número de sus ideas, 40 LA CONDAMINE que no se extienden más allá de sus deseos. Glotones hasta la voracidad, cuando tienen con que satisfacer- la; sobrios, si la necesidad los obliga, hasta carecer de todo, sin parecer desear nada; pusilánimes y poltro- nes con exceso, si la embriaguez no los transporta; enemigos del trabajo; indiferentes a todo estímulo de gloria, de honor o de reconocimiento; preocupados únicamente del presente y siempre supeditados a él; sin inquietud por el porvenir; incapaces de previsión y de reflexión; entregándose, cuando nada los atemo- riza, a una alegría pueril, que manifiestan con saltos y carcajadas inmoderadas, sin objeto y sin designio, pa- san su vida sin pensar y envejecen sin salir de la in- fancia, de la que conservan todos los defectos. Si estos reproches no se refiriesen más que a los indios de algunas provincias del Perú, a los que para serlo no les falta más que el nombre de esclavos, po- dría creerse que esta especie de embrutecimiento nace de la servil dependencia en que viven; el ejemplo de los griegos modernos demuestra cómo la esclavitud propende a degradar a los hombres. Pero los indios de las Misiones y los salvajes que gozan de libertad son, por lo menos, tan pobres de ingenio, por no de- cir tan estúpidos, como los otros; no puede verse sin avergonzarse cómo el hombre abandonado a la sim- ple naturaleza, privado de educación y de sociedad, difiere poco de la bestia. Lenguas de América, todas pobres.— Todas las len- guas de la América Meridional de las que tengo algu- na noción son muy pobres; muchas son enérgicas y susceptibles de elegancia, singularmente la antigua VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 41 lengua del Perú; pero a todas les faltan vocablos para expresar las ideas abstractas y universales, prueba evi- dente del poco progreso realizado por el espíritu de estos pueblos. Tiempo^ duración, espacio^ ser, substan- cia, materia, cuerpo, todas estas palabras y muchas más no tienen equivalentes en sus lenguas; no sola- mente los nombres de los seres metafísicos, sino los de los seres morales, no pueden expresarse entre ellos más que imperfectamente y por largas perífrasis. No tienen palabras propias que respondan exactamente a las de virtud, justicia, libertad, agradecimiento, ingra- titud. Todo esto parece muy difícil de compaginar con lo que Garcilaso cuenta de la educación, de la indus- tria, de las artes, del gobierno y del ingenio de los antiguos peruanos. Si el amor a la patria no le hizo imaginarlo, preciso es convenir que estos pueblos han degenerado mucho de sus antepasados. En cuanto a las otras naciones de la América Austral, no se sabe que hayan salido nunca de la barbarie. He compuesto un vocabulario de las palabras más usuales en las diversas lenguas indias. La comparación de estas palabras con las que tienen la misma signifi- cación en otras lenguas del interior de estas tierras, no solamente puede servir para probar las diversas transmigraciones de estos pueblos de un extremo al otro del vasto continente, sino que esta comparación, cuando pueda hacerse con diferentes lenguas de Áfri- ca, de Europa y de las Indias Orientales, será quizá el único medio de descubrir el origen de los americanos. Una paridad bien averiguada de la lengua decidiría, sin duda, la cuestión. 42 LA CON DA MINE Palabras hebreas comunes en muchas lenguas de América, — La palabra abbá, baba, o papá, y la de mamá, que de las antiguas lenguas de Oriente pare- cen haber pasado, con ligeros cambios, a la mayor parte de las de Europa, son comunes en un gran nú- mero de pueblos de América, cuyo lenguaje es, por lo demás, muy diferente. Si se considera a estas palabras como los primeros sonidos que los niños pueden arti- cular y, por consiguiente, como los que en todos los países han debido ser preferentemente adoptados por los padres que los oían pronunciar para hacerlos ser- vir de expresión a las ideas de padre y de madre, falta saber por qué en todas las lenguas de América en que se encuentran estas palabras se ha conservado sin confusión su significado; por qué casualidad en la len- gua Omagua, por ejemplo, en el centro del continen- te, o en otra cualquiera parecida, en que las palabras papá y mamá se usan, no ha sucedido nunca que papá signifique madre, y mamá, padre, sino que constante- mente sucede lo contrario, como en las lenguas de Oriente y de Europa. Hay muchas probabilidades de que se encontrarían otros vocablos entre los naturales de América cuya conexión con los de alguna otra len- gua del Viejo Mundo podría algún día esclarecer una cuestión abandonada hasta ahora a simples conjeturas. Fui atendido en Borja por el R. P. Magnin, natural del cantón de Friburgo, jesuíta misionero, que tuvo conmigo todas las atenciones y cortesía que hubiera podido esperar de un compatriota y de un amigo. No utilicé, por no ser necesario, ni con él ni con otros misioneros de su Compañía, de las recomendaciones VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 43 de sus amigos de Quito, y mucho menos de los pasa- portes y órdenes de la corte de España que llevaba conmigo. Mapa de las Misiones españolas. — Entre otras mu- chas curiosidades de historia natural, m.e regaló este Padre un mapa, trazado por éi, de las Misiones espa- ñolas de Maynas y una descripción de los usos y cos- tumbres de ios pueblos vecinos. Durante mi estancia en Cayena ayudé a M. Artur, médico del rey y conse- jero del Consejo Supremo de esta colonia, a traducir esta obra del español al francés; es digna de la curio- sidad del público. En Borja observé que la latitud era de 4"" 28' hacia el Sur. Desembocadura dei Morona. — Partí el 14 de julio con dicho Padre, que quiso acompañarme hasta la Laguna. El 15 dejamos del lado norte la desemboca- dura del Morona, que nace en el volcán Sangay, cu- yas cenizas y lava, atravesando ías provincias de Ma- cas y de Quito, vuelan algunas veces más allá de Gua- yaquil. Más lejos, y del mismo lado, encontramos las tres desembocaduras del río Pastaza, del que hablé anteriormente. Iba entonces tan crecido, que en nin- gún sitio se hallaba pie, lo cual me impidió medir la anchura de la desembocadura principal, que calculé en 400 toesas, casi tan ancho como el Marañón. Algo más allá observé, la misma tarde y a la mañana siguiente, el Sol al salir y al ponerse, y hallé, como en Quito, ocho grados y medio de declinación de Norte a Este. Nota sobre la variación de la aguja imantada. — De las dos amplitudes así observadas consecutivamente 44 LA CONDAMINE por la mañana y por ia tarde puede deducirse ia de- clinación de la ag^uja imantada sin conocer la del Sol- basta tener cuidado con el cambio del Sol en declina- ción durante el intervalo de las dos observaciones, viendo si es bastante considerable para que sea ad- vertido con la brújula. La Laguna, principal Misión española. — El 19 llega- mos a La Laguna, donde me esperaba hacía seis sema- nas D. Pedro Maldonado (1), gobernador de la pro- vincia de Esmeraldas, a quien públicamente rindo el homenaje que se merece, así como a sus dos herma- nos y a todos sus familiares, de quienes ha recibido excelentes servicios en todas las ocasiones nuestra Comisión académica durante su larga estancia en la provincia de Quito. Le había encontrado dispuesto a emprender, como yo, para pasar a Europa, la ruta del río de las Amazonas. Había seguido el segundo de los tres caminos de los que ya hablé, descendiendo por el Pastaza, y llegó, después de muchas fatigas y traba- jos, mucho antes que yo a nuestra cita en La Laguna, aunque habíamos salido casi al mismo tiempo, el uno de Quito y el otro de Cuenca; hizo durante el camino, con ayuda de una brújula y un gnomon portátil, las observaciones necesarias para describir el curso del Pastaza, según le había aconsejado, facilitándole los medios. (1) Maldonado (Pedro Vicente). Nació en el Ecuador (1709); murió en Londres (1748). Ayudó a La Condamine; levantó una carta del reino de Quito, muy estimada de Humboldt. Dejó es- crita una Relación del camino de Esmeraldas. (Nota de la edición españole. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 45 La Laguna es un gran pueblo de más de mil indios, armados y escogidos entre diversas tribus. Es la Misión principal de todas las de Maynas. Este caserío está si- tuado en terreno seco y elevado, lo cual es difícil de hallar en estos países, y a orillas de un gran lago, a cinco leguas más arriba de la desembocadura del Gua- llaga, que tiene sus fuentes, como el Marañón, en las montañas situadas al este de Lima. Río Guallaga. — Por el Guallaga bajó al Amazonas Pedro de Ursúa, del que ya hemos hablado. El recuer- do de su expedición y de ios sucesos que ocasionaron su aventura funesta se conserva todavía entre los ha- bitantes de Lamas, pueblecito vecino del puerto don- de se embarcó (1). La anchura del Guallaga en su unión con el Mara- ñón es quizá de 250 toesas, o sea cuatro veces tan an- cho como el Sena bajo el Puente Real. Mas no es sino un río mediano en comparación de la mayor parte de los que mencionaré a continuación. Observaciones. — Hice en La Laguna muchas obser- (1) Tras andanzas y luchas sangrientas sin cuento, Pedro de Ursúa llegó al Perú (1558), y su virrey le envió a la conquista del famoso El Dorado, que se suponía sito hacia el río Amazonas. Ursúa tardó un año en preparar el viaje; fundó a Saposa, en las cabeceras de los ríos Sapo y Huallaga, y armados los berganti- nes, en fines de septiembre de 1560 emprendió el viaje río abajo, con 400 soldados — hazañosos y desenfadados — , indios y mujeres. El no hallar el oro prometido, lo soez de algunas gentes y la hermosura de doña Inés de Atienza — coima de Ursúa — , que los trajo revueltos, determinaron el descontento y la conjura en que asesinaron a Ursúa, en Machifaro, a los treinta y cinco años de su edad. (Nota de la edición española.) 46 LA CONDAMINF. vaciones de latitud, estudiando el Sol y las estrellas, y la calculé en 5° 14'. Prolongué mi estancia veinticua- tro horas más para intentar observar la longitud; mas perdí de vista a Júpiter entre las brumas del horizonte antes que viese salir de la sombra su primer satélite. Canoas indias, — Don Pedro de Maldonado y yo partimos el 23 de La Laguna, en dos canoas de 42 a 44 pies de largo por tres de ancho solamente. Estaban labradas cada una de un solo tronco de árbol. Los re- meros van colocados desde la proa hasta casi la mitad» el viajero y su equipaje van a popa y al abrigo de la lluvia bajo un techo redondo, hecho de un tejido de hojas de palmeras entrelazadas, que los indios prepa- ran hábilmente. Esta bóveda está cortada e interrum- pida en su mitad para dar luz a la parte de canoa que va bajo ella, y para entrar cómodamente; un techo postizo de la misma materia, que resbala sobre el te- cho ñjo, sirve para cubrir, cuando se quiere, esta aber- tura, que además es a un tiempo puerta y ventana. Resolvimos caminar día y noche para alcanzar, si era posible, los bergantines o barcazas que los misio- neros portugueses envían todos los años a Para para adquirir sus provisiones. Nuestros indios remaban de día, y durante la noche solamente dos hacían centine- la, uno a proa y otro a popa, para conservar la canoa en medio de la corriente. Precauciones para trazar el nuevo mapa del rio. — Obligándome a trazar el mapa del curso del Amazo- nos me procuraba un recurso contra la inacción en que me hubiera sumido una navegación tranquila, que por falta de variedad en los objetos que contemplaba- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 47 mos, aunque fuesen nuevos, hubiera llegado a hacerse fastidiosa. Julio de 1743. — Era preciso estar continuamente alerta para observar con la brújula, reloj en mano, ios cambios de dirección del curso del río; el tiempo que empleábamos de una vuelta a otra; para examinar las diversas anchuras del cauce y las de las desembocadu- ras de los ríos que recibe; el ángulo que forman al desaguar; la aparición de islas y su largo y, sobre todo, para medir la velocidad de la corriente y la de la ca- noa, unas veces por tierra y otras sobre la misma ca- noa, valiéndome de diversos experimentos, cuya expli- cación está aquí de más. Tenía ocupados todos los mo- mentos: frecuentemente sondeé y medí geométrica- mente el ancho del río y el de los riachuelos que a él se unen; tomé la altura meridiana del Sol casi todos los días, y observé muchas veces su amplitud a la sa- lida y a la puesta; en todos los lugares en que he per- manecido algún tiempo he utilizado también el baró- metro. Desde ahora en adelante no mencionaré estas observaciones sino en los pasajes más notables, reser- vando una mayor minuciosidad para nuestras sesiones privadas. Julio de 1743. — El 25 dejamos al Norte el río Ti- gre, que tal vez sea más grande que el río del mismo nombre en Asia, aunque menos ventajosamente situa- do; aquí se confunde entre una multitud de ríos mu- cho más considerables. El pueblo de los yameos. Su lenguaje. — El mismo día nos detuvimos felizmente, también al Norte, en una Misión nueva de salvajes, a quienes llaman ya- 48 LA CON DA MINE meos, sacados recientemente de ios bosques. Su len- guaje es de una dificultad indecible, y su modo de pronunciar es aún más extraordinario que su idioma. Hablan conteniendo la respiración, y apenas si pro- nuncian ninguna vocal. Tienen palabras que no po- dríamos escribir, ni aun imperfectamente, sin emplear menos de nueve a diez sílabas, y estas palabras, pro- nunciadas por ellos, parecen no tener más que tres o cuatro. Poettarrarorincouroac significa en su lenguaje el número tres; afortunadamente para los que tratan con ellos, su aritmética no llega más allá. Aunque pa- rezca increíble no es el único pueblo indio que se en- cuentra en este caso. La lengua brasileña^ hablada por pueblos menos toscos, padece la misma penuria, y pasado el número tres se ven obligados, para contar, a auxiliarse de la lengua portuguesa. Sus cerbatanas. — Los yameos son muy diestros en la fabricación de cerbatanas, que son el arma de caza más común entre los indios. Introducen en ellas fie- chitas de madera de palmera, guarnecidas con una bolita de algodón en vez de con plumas, que ajusta exactamente en el alma del tubo. Las arrojan, soplan- do, a treinta y hasta cuarenta pasos, y casi nunca fa- llan el golpe. Un aparato tan sencillo suple ventajosa- mente entre estos pueblos la falta de armas de fuego. Sus flechas envenenadas. — Mojan la punta de estas fiechitas, así como las que arrojan con arcos, con un veneno tan activo que, cuando es reciente, mata en menos de un minuto a un animal si la flecha hace bro- tar la sangre. Aunque teníamos fusiles, apenas comi- mos, mientras fuimos por el río, caza matada de otro VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 49 modo, y frecuentemente tropezaron nuestros dientes con alguna punta de estas flechas, en lo cual no hay ningún peligro, pues este veneno sólo obra cuando se mezcla con la sangre, y entonces es mortal, lo mis- mo en el hombre que en los animales. El contravene- no es la sal, y aun más seguro, el azúcar. En su lugar hablaré de las experiencias que hice en Cayena y en Leyda. El Ucayal puede ser la verdadera fuente del Mara- ñan.— Al día siguiente, 26, encontramos, al lado Sur, la desembocadura del Ucayal, uno de los ríos más grandes que aumentan el caudal del Marañón. Hay motivo suficiente para dudar acerca de cuál de los dos es el tronco principal y cuál de ellos es la rama. En su reunión, el Ucayal es más ancho que el río en el que pierde su nombre. Las fuentes del Ucayal están más alejadas y son más abundantes; recoge a su paso las aguas de muchas provincias del alto Perú, y en la misma latitud en que el Marañón aun es un torrente ya ha recibido el tributo del Apurimac, que le trans- forma en un río considerable; finalmente, el Ucayal, al encontrarse con el Marañón, le repele, haciéndole cambiar de dirección. Por otra parte, el Marañón, cuando se junta con el Ucayal, ha dado un largo ro- deo y se ha enriquecido con los ríos Santiago de Pas- taza, Guallaga, etc.; además, el Marañón constante- mente tiene por todas partes una profundidad extra- ordinaria. Verdad es que el Ucayal no ha sido nunca sondeado y que se ignora el número y tamaño de los ríos que recibe. Por todo esto estoy persuadido de que la cuestión no se decidirá definitivamente mien- ViAjE A LA América Meridional 4 50 LA CONDAMINE tras no se conozca mejor al Ucayal (1); comenzaba a ser estudiado cuando las Misiones recientemente esta- blecidas en sus orillas fueron abandonadas después de ía sublevación de los cunivos y de los piros, que ase- sinaron a sus misioneros en 1695. Misión de San Joaquín. Pueblo de los omaguas. — Más abajo del Ucayal la anchura del Marañón crece sen- siblemente y el número de sus islas aumenta. El 27 por la mañana tomamos tierna en la Misión de San Joaquín, que se compone de muchos pueblos indios, y sobre todo de los omaguas, pueblo poderoso en otro tiempo y que poblaba hace un siglo las islas y las riberas del Amazonas en una extensión de cerca de 200 leguas más allá del Ñapo. Sin embargo, no se cree que sean originarios del país, y hay sospechas de que vinieron a establecerse a las orillas del Marañón descendiendo por alguno de los ríos que tienen su origen en el Nuevo Reino de Granada, huyendo de la dominación de los españoles cuando conquistaron este territorio. Julio de J743. —Una. tribu que se llama también Omagua (2) y que habita cérea de las fuentes de uno (1) El Ucayal o Ucayali, que riega en su curso medio el país de los cunivopiros (en su margen izquierda) y de los amahuacas (en la derecha), avena, en efecto, el Cuzco y su afluente el Apuri- mac, con su red de recepción, Huancavélica, Ayacucho y Apuri- mac, siendo más importante que el Amazonas mismo en lo que hasta su confluencia lleva recorrido. (Nota de la edición española.) (2) Los omaguas, umanas o cambevas son una tribu de indios tupis del valle del Amazonas, extremadamente numerosos y pode- rosos, en las cabeceras de los ríos Yapura y Mapés. El Padre Fritz (1687), fundador de algunas Misiones entre ellos, fué el «apóstol de ios omaguas». (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 51 de estos ríos; ios vestidos especiales cuyo uso sólo se encuentra entre los omaguas, y que difieren de los que acostumbran a llevar los demás pueblos que ocupan las riberas del Amazonas; algunos vestigios de la ce- remonia del bautismo, y algunas tradiciones desfigu- radas, confirman la conjetura de su transmigración. El P. Samuel Fritz convirtió a todos a la religión cris- tiana a fines del último siglo, y se contaban entonces hasta treinta aldeas, señaladas con sus nombres en el mapa de este Padre; no hemos visto más que las rui- nas, o, mejor dicho, el sitio que ocupaban. Todos sus habitantes, aterrados por las incursiones de algunos bandidos del Para, que venían a esclavizarlos, se dis- persaron, refugiándose en los bosques y en las Misio- nes españolas y portuguesas. Julio de 1743. Pueblo de los omaguas. — El nombre de omaguas, en la lengua del Perú, así como el de cambevas, que les dan los portugueses del Para en la lengua del Brasil, significa cabeza aplastada; en efec- to, estos pueblos tienen la rara costumbre de prensar entre dos maderas delgadas y planas la frente de los niños recién nacidos para procurar que tengan esta extraña figura y para que se parezcan más, según ellos dicen, a la luna llena. La lengua de los omaguas es tan dulce y tan fácil de pronunciar y de aprender, como lo es ruda y difícil la de los yameos; no tiene relación ninguna con la del Perú ni con la del Brasil, que se hablan más arriba y más abajo, respectivamen- te, del país de los omaguas, a lo largo del río de las Amazonas. Las plantas ^^^ floripondio* y ^curupa^. — Los orna- 52 LA CONDAMINE guas utilizan mucho dos clases de plantas: una, ala que llaman floripondio (1) los españoles, cuya flor tiene la figura de una campana invertida, y que ha descrito el P. Feuillée; otra, que en la lengua oraagua se llama curupUy de la cual he traído semilla; las dos son pur- gantes. Estos pueblos se embriagan con ellas, duran- do la borrachera veinticuatro horas, y mientras se ha- llan bajo sus efectos tienen visiones muy extrañas; toman también la curupa en polvo, como nosotros el tabaco, pero más aparatosamente. Utilizan una caña hueca, terminada en horquilla y con la figura de una Y, introduciendo cada rama en una fosa nasal; esta operación, seguida de una aspiración violenta, los obliga a hacer una mueca, muy ridicula a los ojos de los europeos que quieren relacionarlo todo con sus costumbres. Fertilidad del país. — Puede juzgarse cuál será la abundancia y la variedad de plantas en un país en que la humedad y el calor contribuyen por igual a ha- cerle fértil. Las de la provincia de Quito no habrán escapado, seguramente, a las investigaciones de M. jo- seph de Jussieu, nuestro compañero de viaje; pero me atrevo a decir que la multitud y diversidad de árboles y de plantas que se encuentran en las márgenes del río de las Amazonas, en toda la extensión de su curso desde la cordillera de los Andes hasta el mar, y en (1) Hay en el Perú dos floripondios: el blanco, que es la Da- tura arbórea L., y el encarnado, Datura sanguínea R. y Pav., am- bas de la familia de las daturáceas y ricas en alcaloides tóxicos. (Nota de la edición esvañola.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 53 las orillas de diversos ríos sus tributarios, darían mu- chos años de trabajo al más laborioso botánico y ocu- parían a más de un dibujante. No pienso hablar aquí sino del trabajo que exigiría la exacta descripción de estas plantas y su clasificación en clases, géneros y especies. ¿Qué sería si se entrara en el examen de las virtudes que atribuyen a muchas de ellas los naturales del país, y que es, sin duda, la parte más interesante de un estudio semejante? No cabe duda de que la ig- norancia y el prejuicio habrán multiplicado y exagera- do mucho estas virtudes, pero la quinina^ la ipecacua- na, el simaruba, la zarzaparrilla, el guayacol, el cacao, la vainilla, etc., ¿serán las únicas plantas útiles que encierre América en su seno? Su gran utilidad, averi- guada y reconocida, ¿no incita a emprender nuevas investigaciones? Lo más que he podido hacer ha sido recoger semillas a mi paso por los diferentes lugares, siempre que me fué posible. Singularidad de algunas lianas. — El género de plantas que, en general, me ha parecido que llaman más la atención de los reciénllegados, por su singu- laridad, es el de las lianas, especie de mimbres de que ya hice mención, utilizadas como cuerdas, y que abun- dan en América en todos los parajes cálidos y cu- biertos de árboles. Tienen todas de común el que tre- pan serpenteando alrededor de los árboles y arbustos que encuentran, y después de haber llegado hasta las ramas, muchas veces a gran altura, caen en hilillos perpendiculares, se introducen en la tierra y arraigan de nuevo, volviendo a elevarse, subiendo y bajando alternativamente. Otros filamentos, arrastrados obli- 54 LA CONDAMINE cuamente por el viento o por casualidad, se agarran frecuentemente a los árboles vecinos y forman una maraña de cuerdas pendientes y tendidas en todas di- recciones, que ofrece el mismo aspecto que el corda- je de un buque. Apenas si hay alguna clase de lianas a las que no se atribuya propiedades particulares, de las que bastantes están confirmadas; tales como las de la ipecacuana. He visto en muchos sitios una es- pecie que tiene un olor a ajo tan fuerte y caracterís- tico, que basta para reconocerla. Las hay tan gruesas como el brazo; algunas ahogan al árbol a que se abra- zan, y a fuerza de estrecharle le hacen realmente mo- rir, lo que origina el que los españoles les llamen ma- tapalo, en francés tue-bois. Algunas veces sucede que el árbol se seca, se pudre y se consume, no quedando más que las espirales de la liana, que forman una es- pecie de columna retorcida, aislada y en claro, tan original, que valdría la pena de que el arte la imitase. Gomas, resinas, bálsamos. — Las gomas, las resinas, los bálsamos, en fin, todos los jugos que se destilan por incisión de los diversos géneros de árboles, así como los diferentes aceites que de ellos se extraen, son innumerables. El aceite que se extrae del fruto de una palmera llamada unguravé es, según dicen, tan dulce y tan bueno al paladar como el aceite de oliva. Hay otros, como el de andiroba (1), que dan una luz bella y sin mal olor. En muchos sitios, los indios, en (1) £j andiroba, dtl Brasil y Guyanas, Carapa guianensis Aubl., es meliáoíía oleaginosa, como tantas otras plantas trópica^ les. (Nota Je la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 55 lugar de con aceite de oliva, se alumbran con copal rodeado de hojas de banano; en otros, con ciertas se- millas ensartadas en una varita puntiaguda que, clava- da en tierra, les sirve de candelero. El caucho, resina elástica. — La resina llamada cau- cho (1) en los países de la provincia de Quito próxi- mos al mar es también muy común en las orillas del Marañón y tiene las mismas aplicaciones. Cuando está fresca se le da con moldes la forma que se desea; es impermeable; pero lo que la hace más notable es su gran elasticidad. Con ella se fabrican botellas irrom- pibles, botas, bolas huecas que se aplastan al apretar- las y que recobran su primitiva forma al cesar de opri- mirlas. Los portugueses del Para han aprendido de los omaguas a fabricar con esta resina unas bombas o jeringas que no necesitan émbolo; tienen la forma de una pera hueca horadada en su extremo con un pe- queño agujero al que se adapta una cánula; se las lle- na de agua, y al estrujarlas cuando están cargadas hacen el efecto de una jeringa ordinaria. Costumbre rara de los omaguas. — Usan mucho este artefacto los omaguas; cuando se reúnen para alguna fiesta, el amo de la casa en que se celebra nunca deja de regalar cortésmente una a cada convidado, y su uso precede siempre a las comidas de etiqueta. Cambiamos de canoas y de tripulaciones en San Joa- (1) El llamado por los indígenas caucho es el árbol Castiüoa elástica Cerv. Se obtiene también de la Hevea brasiliense, más propia del Brasil central, y llamado heve por los brasileños o se- ringucira en el Perú. (Nota de la edición española.) 56 LA CONDAMINF. quín, de donde partimos el 29 de julio, acompasando nuestra marcha al proyecto de Ileg^ar a la desemboca- dura del Ñapo a tiempo para poder observar, la no- che del 31 de julio al 1 de agosto, una emersión del primer satélite de Júpiter. Desde mi salida no había determinado ningún punto de longitud que me sirvie- ra para corregir mis distancias, calculadas de Este a Oeste. Por otra parte, los viajes de Orellana, de Texei- ra y del P. Acuña, que han hecho célebre al Ñapo, y las pretensiones de los portugueses al dominio de las orillas del Amazonas hasta el Ñapo, aumentaban la importancia de fijar este punto. Observación es de latitud y de longitud en la desem- bocadura del Ñapo. — A pesar de diversos obstáculos, hice mi observación felicísimamente, recogiendo el primer fruto de las fatigas que me había costado el transporte de un anteojo de 18 pies a través de los bosques y las montañas, durante una caminata de más de 150 leguas. Mi compañero de viaje, lleno del mis- mo celo, en esta ocasión y en otras muchas en que me ayudó, me auxilió extraordinariamente con su inteli- gencia y su actividad. En seguida observé la altura meridiana del Sol, en una isla situada enfrente de la gran desembocadura del Ñapo, y hallé 3° 24' de lati- tud austral. Calculé la anchura total del Marañón más abajo de la isla en 900 toesas, aunque no pude medir más que un brazo geométricamente. El Ñapo me pareció tener 600 toesas de ancho por encima de las islas que dividen sus bocas. En fin, la misma tarde observé la emersión del primer satélite, y en seguida tomé la altura de dos estrellas para dedu- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 57 cir la hora. Los intervalos de las observaciones se mi- dieron con un buen reloj; de este modo me evité el trabajo de montar y regular un péndulo, lo que ape- nas hubiera sido posible y hubiese requerido mucho tiempo. La diferencia de meridiano entre París y la desembocadura del Ñapo es de cuatro horas tres cuartos, según mis cálculos. Esta determinación será más exacta cuando se logre tener la hora de la obser- vación actual en cualquier lugar cuya posición en lon- gitud sea conocida y donde esta emersión haya sido visible. Agosto de 1743. — inmediatamente después de ob- servar la longitud volvimos a emprender el camino, y a la mañana siguiente, primer día de agosto, tomamos tierra 10 o 12 leguas más abajo de la desembocadu- ra del Ñapo, en Pevas, que actualmente es la última de las Misiones españolas establecidas en las orillas del Marañón. Eí P. Fritz las extendió en más de 200 le- guas más allá, pero los portugueses, en 1710, se pose- sionaron de la mayor parte de estas tierras. Las tribus salvajes qué viven cerca de las márgenes del Ñapo no han sido nunca enteramente sojuzgadas por los es- pañoles. Algunas de ellas, en diferentes épocas, hah asesinado a los gobernadores y misioneros que inten- taron reducirlas. Hace quince o veinte años que los Padres jesuítas de Quito han renovado algunos esta- blecimientos y creado en las riberas de este río nue- vas Misiones, hoy muy florecientes. La tribu y aldea de Pevas. Antropófagos. — El nombre de Pevas que lleva la aldea en que tomamos tierra es el de una tribu india que forma parte de sus 58 LA CONDAMINE habitantes, pero hay además indios de otras; cada una habla diferente lengua, lo cual es corriente en Amé- rica, pues a veces sucede que una lengua sólo la entienden dos o tres familias, resto mísero de un pue- blo destruido o devorado por otro, porque, aunque hoy no hay antropófagos a lo largo de las orillas del Marañón, todavía hay en las tierras, particularmente del Norte, y remontando el Yupura, indios que se comen a sus prisioneros. La mayor parte de los nue- vos habitantes de Pevas no son aún cristianos; son salvajes sacados recientemente de la espesura de los bosques. No se trata hasta ahora sino de convertirlos en hombres civilizados, lo cual no es tarea insignifi- cante. Costumbres extrañas. — No debo extenderme en la presente ocasión sobre los usos y costumbres de estos pueblos y de muchos otros que encontré, sino en aquello que tenga relación con la Física o la Historia Natural; por esto no describiré detalladamente ni sus danzas, ni sus instrumentos, ni sus festines, ni sus ar- mas, ni sus utensilios de caza y de pesca, ni sus ador- nos raros de huesos de animales y espinas de pesca- dos con que se atraviesan las narices y los labios, ni sus carrillos acribillados de agujeros que sirven de vaina a plumas de pájaros de todos los colores; pero los anatómicos tal vez podrán hacer consideraciones sobre la extensión monstruosa del lóbulo de las orejas de algunos de estos pueblos sin que por esto dismi- nuya su grosor considerablemente. Quedamos sor- prendidos al ver estos lóbulos de cuatro o cinco pul- gadas de largo horadados con un agujero de 17 a 18 VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 59 líneas de diámetro, y nos aseglararon que no veíamos nada de particular en orejas de este género. Introdu- cen primero en el agujero un palito, que substituyen con otros más gruesos a medida que se agranda la abertura, hasta que el borde de la oreja les cuelga so- bre los hombros. Su mayor engalanamiento consiste en llenar el agujero con un grueso ramillete, o con un manojo de hierbas y flores, que les sirven de pen- dientes. San Pablo, primera Misión portuguesa. — Desde Pe- vas, última Misión española, a San Pablo, primera de las Misiones portuguesas (1), servida por religiosos carmelitas, hay de seis a siete jornadas de marcha, que hicimos en tres días con sus noches. Entre ambas Misiones no se encuentra paraje habitado en las ori- llas del río. Allí comienzan las grandes islas habitadas antiguamente por los omaguas. Anchura del rio. Tempestades. — El cauce del río se ensancha tan considerablemente, que uno solo de sus brazos tiene a veces 800 o 900 toesas. Como esta gran extensión ofrece mucha superficie al viento, se originan verdaderas tempestades, que han hecho zozo- brar frecuentemente algunas canoas. Sufrimos dos bo- rrascas en el trayecto de Pevas a San Pablo; pero la mucha experiencia de los indios evita casi siempre el ser sorprendidos en medio del río, y no hay peligro inminente más que cuando no se tiene tiempo de bus- (1) Entre Pevas o Pebas a San Pabio, el Amazonas pasa del Perú al Brasil, por el que ya correrá hasta su desembocadura. Na- zareth está en la mismrt frontera. (Nota de la edición española.) 60 LA CONDAMINE car un refugio en la desembocadura de cualquier ria- chuelo o arroyo de los que se encuentran a menudo. Cuando el viento cesa, la corriente del río aplaca las olas, haciendo renacer la primitiva tranquilidad. Agosto de 1743. Peligros de esta navegación. — Uno de los mayores peligros de esta navegación es el en- cuentro de algún tronco de árbol desgajado encalla- do en la arena o en el limo y oculto bajo el agua, que pondría a la canoa en peligro de volcar o de abrirse, como nos sucedió una vez, al aproximarnos a tierra para cortar un árbol del cual se ponderaban las virtu- des para curar la hidropesía. Para evitar este inconve- niente se navega alejados en lo posible de las orillas; en cuanto a los árboles arrastrados por la corriente, como flotan, se los ve de lejos y se los evita fácil- mente. Otro accidente, mucho más raro, pero siempre funesto, cuyo riesgo se corre costeando demasiado cerca de las orillas del río es la súbita caída de algún árbol, bien por su caducidad, ya porque el terreno que le sostenía haya sido minado insensiblemente por las aguas. Muchas canoas sucumbieron así con todos sus remeros, destrozadas y hundidas en el río. Sin un accidente de este género, sería inaudito que un indio se ahogase. Agosto de 1743. Indios guerreros. — Hoy no existe en las orillas del Marañón ninguna tribu guerrera ene- miga de los europeos; todas se han sometido o se han retirado al interior del país. Sin embargo, todavía hay sitios en los que sería peligroso desembarcar. Hace algunos años, el hijo de un gobernador español, cuyo padre conocimos en Quito, al emprender el des- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 61 censo del río fué sorprendido en un bosque y asesi- nado por unos salvajes del interior, que por desdicha- da casualidad encontró cerca de las orillas del río, a las que no vienen sino a hurtadillas. Nos contó el su- ceso un compañero suyo de viaje, que escapó del mis- mo peligro y que hoy se halla establecido en las Mi- siones portuguesas. Agosto de 1743. Paralelo entre las Misiones portu- guesas y las españolas. — El misionero de San Pablo, prevenido de nuestra llegada, nos tenía preparada una gran canoa, piragua o bergantín de catorce remeros, con su patrón. Nos facilitó además un guía portugués, en otra canoa, y recibimos de él y de otros religiosos de su Orden, entre los que residimos, un trato que nos hizo olvidar que estábamos en el centro de América, alejados 500 leguas de tierra habitada por europeos. En San Pablo comenzamos a ver, en lugar de casas e iglesias hechas con cañas, capillas y presbiterios de mampostería, de tierra y de ladrillos, y verdaderas murallas blanqueadas. Aun más agradablemente que- damos sorprendidos cuando vimos en medio de estos desiertos a todas las indias con camisa de tela breto- na, cofres con cerraduras, llaves de hierro en las ha- bitaciones, y de encontrar allí agujas, espejitos, cuchi- llos, tijeras, peines y otros utensilios europeos, que los indios adquieren todos los años en Para, durante los viajes que hacen para llevar el cacao silvestre que recogen en las orillas del río. El comercio con Para da a estos indios y a sus misioneros una apariencia de bienestar que distingue a primera vista las Misiones portuguesas de las Misiones españolas de lo alto del 62 LA CON DA MINE Marañón, en las cuales se resienten de la imposibili- dad en que se ven los misioneros de la Corona de España de proveerse de ninguna de las comodidades de la vida, no teniendo comercio ning-uno con sus ve- cinos los portugueses, descendiendo por el río, llevan- do todo de Quito, donde apenas si van una vez al año, y de cuya población están más separados por la cor- dillera que lo estarían por un mar de 1.000 leguas. Agosto de 1743. Canoas portuguesas, — Las canoas de que se sirven los portugueses, y que nosotros utili- zamos desde San Pablo, son mucho más grandes y cómodas que las canoas indias con las que navegamos a través de las Misiones españolas. El tronco de árbol que forma todo el cuerpo de las canoas indias, en las portuguesas no constituye más que la quilla. Le hien- den primero, vaciándolo con herramientas; después le abren a fuego para aumentar su anchura; pero como con esta operación la profundidad disminuye, le dan más altura ajustando tablones que sujetan, curvándo- los, al casco de la embarcación. El timón está coloca- do en estas canoas de manera que su movimiento no estorbe de ningún modo a la cabana o camarote em- plazado en la popa. Algunos de estos bergantines tie- nen 60 pies de largo por siete de ancho y tres y medio de profundidad; aun los hay mayores, de cua- renta remeros. La mayor parte tienen dos mástiles y navegan a vela, lo que tiene la gran ventaja de poder así remontar el río a favor del viento Este, que predo- mina desde el mes de octubre hasta casi el mes de mayo. Hace cuatro o cinco años, uno de estos bergan- tines, de tamaño mediano, fletado y mandado por un V I A j E A LA AMÉRICA MERIDIONAL 63 capitán francés dedicado ai comercio, que se embarcó en él con tres marineros también franceses, tomó el largo en alta mar, con gran sorpresa de los habitantes de Para, e hizo en seis días la jornada de Para a Caye- na, distancia en la que, como se verá, invertí yo dos meses, navegando en un barco del mismo porte, por verme obligado a dejarme conducir haciendo escala en cada pueblo, según es costumbre en el país, lo que, por otra parte, me convenía más para poder trazar mi mapa. Agosto de 1743. Misiones de carmelitas portugueses. Llegamos en cinco días con sus noches desde San Pa- blo a Coari, sin contar casi otros dos días que perma- necimos en las Misiones de Iviratuha, Tracuatua, Para- guari y Tefe, comprendidas entre aquellas dos pobla- ciones. Coari es el último de los poblados de los misioneros carmelitas portugueses; los cinco primeros se formaron con los restos de la antigua Misión del P. Samuel Fritz, y son una aglomeración de un gran número de tribus diferentes, la mayor parte de ellas trasplantadas. Las seis están situadas en la ribera aus- tral del río, donde el terreno es más elevado y al abri- go de las inundaciones. Agosto de 1743. Ríos Yutay, Yuruca, Tefe, Coari, del lado Sur. — Entre San Pablo y Coari encontra- mos muchos hermosos ríos que desaguan en el Ama- zonas. Del lado Sur, los principales son: El Yutay, más grande que el Yuruca, que está a continuación, cuya desembocadura, de 362 toesas de ancho, medí; el Tefe, al que llama Tapi el P. Acuña, y el de Coari, que hasta hace algunos años se creía que era un lago. To- 64 LA CONDAMINE dos corren del Sur al Norte, descendiendo de las mon- tañas que están al este de Lima y al norte de Cuzco, y son navegables casi todo el año, remontándolos desde sus desembocaduras; algunos indios me han contado que habían visto en las orillas del río Coari, en las tierras altas, un país llano y descubierto, donde había moscas y bastantes animales con cuernos (de los que me enseñaron los despojos), cosas nuevas para ellos, y que demuestran que las fuentes de estos ríos riegan países muy diferentes del suyo, vecinos sin duda de las colonias españolas del alto Perú, donde, según es sabido, el ganado se ha multiplicado extraordina- riamente. El Putumayo y el Yupura o Caquetás del lado Nor- te.— Por el Norte recibe también el Amazonas, en este espacio, dos grandes y célebres ríos: el primero es el Yza, que desciende, como el Ñapo, de las cercanías de Pasto, al norte de Quito, en las Misiones francisca- nas de Sucumbios, donde se le llama Putumayo; el se- gundo es el Yupura, que tiene sus fuentes un poco más hacia el Norte que el Putumayo, y que en sus comienzos se llama Caquetá, nombre totalmente des- conocido ya en sus desembocaduras en el Amazonas. Digo sus desembocaduras porque, efectivamente, tiene siete u ocho, formadas por otros tantos brazos, que se derivan del cauce principal, tan lejanas unas de otras, que hay más de cien leguas de distancia desde la pri- mera a la última; los indios les dan diferentes nombres, lo que ha originado el tomarlos por diferentes ríos, y llaman Yupura a uno de los brazos más caudalosos; pero yo llamo Yupura, conformándome en esto con lo Vi AJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 65 establecido por los portug-ueses, que, al remontarle, han extendido este nombre, no solamente al brazo de- nominado así desde antiguo por los indios, sino al cauce del que se derivan éste y los restantes. Todo el terreno que riegan es tan bajo, que en la época de las crecidas del Amazonas se inunda totalmente, pasán- dose en canoa de un brazo al otro y formándose lagos en el interior de las tierras. Las orillas del Yupura es- tán habitadas en algunos sitios por las tribus feroces que he mencionado, las cuales se destruyen mutua- mente, y todavía muchas de ellas se comen a sus pri- sioneros (1). Este río, lo mismo que aquellos de sus brazos que entran más abajo en el Amazonas, apenas si los frecuentan más europeos que algunos portugue- ses de Para que van allí fraudulentamente para com- prar esclavos. Volveremos a ocuparnos del Yupura cuando hablemos del río Negro. Agosto de 1743. Villa del Oro. Mojón puesto por Te- xeira. — En estos departamentos estaba situada una villa india en donde Texeira, al remontar el río en 1637, obtuvo, por medio del cambio de fruslerías con sus antiguos habitantes, algunas joyas hechas con un oro que se ensayó en Quito, viéndose que era de 23 qui- lates. Dio a este lugar el nombre de Villa del Oro. A su vuelta puso un mojón y tomó posesión de ella para la Corona de Portugal, el 26 de agosto de 1639, según consta en un acta que se conserva en los Ar- chivos de Para, la cual he visto, firmada por todos los (1) El autor debe de aludir a los xomanas, jumas y manaos. (Nota de la edición española.) \'iAjÉ-: A LA América ÍVíkridiunal ^ 66 LA CONDA^vil^'F. oficiales de su destacamento, y en la que declara que fué levantada en una de las tierras altas, frente a las bocas del río de Oro. Iquiari, rio de Oro. — El P. Acuña asegura que por diferentes caminos, que él indica, se llega desde el Yupura al Iquiari, al que llama río de Oro. Añade que los habitantes en las cercanías del Iquiari comerciaban en este metal con los manaos (1), sus vecinos, y éstos con los indios de las riberas del Amazonas, a los cua- les compró un par de pendientes de oro. El P. Fritz cuenta en su Diario que en 1687, esto es, cincuenta años después que el P. Acuña, había visto llegar ocho o diez canoas de manaos, que llegaron, aprovechando la inundación, desde sus campamentos de las riberas del Yurubech hasta la orilla septentrional del Ama- zonas, para comerciar con los yurim.aguas, sus cate- cúmenos. Dice además que tenían costumbre de lle- var, entre otras cosas, laminitas de oro batido, que los manaos reciben a su vez en los cambios que hacen con los indios del Iquiari. Todos estos lugares y ríos están señalados en el mapa de este Padre. Se ha perdido el recuerdo de estos lugares. — Tantos testimonios acordes, respetables todos y cada uno de ellos, no permiten dudar de su veracidad; sin embargo, el río, el lago, la mina de oro, el mojón y la Villa del Oro, atestiguada por la declaración de tantos testigos, (1) El P. Fritz escribe manaves. La traducción francesa de la Relación del P. Acuña, desfigura esta palabra, como otras mu- chas, escribiendo Mavagus. Los portugueses escriben manaos y manaus, indistintamente, y pronuncian manaus. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 67 todo ha desaparecido como un palacio encantado, y de estos lugares se ha perdido hasta el recuerdo. Desde los tiempos del P. Fritz, los portugueses, ol- vidándose del documento en el que fundan sus preten- siones, sostenían ya que el mojón puesto por Texeira estaba situado más arriba de la provincia de Omaguas; y en la misma época, el P. Fritz, misionero de la Co- rona de España, dando en el extremo opuesto, preten- día que había sido colocado en las cercanías del río Cuchivara, más de 200 leguas más abajo. Sucedió lo que sucede casi siempre en las disputas, cuando cada uno de los contendientes exagera sus pretensiones. Situación del-mojón. — En cuanto al mojón erigido en la Villa del Oro, si se examina bien el terreno en que está emplazada la cuarta Misión portuguesa, según se desciende, llamada Paraguari, en la ribera austral del Amazonas, algunas leguas más arriba de la desembo- cadura del Tefe (en donde observé 3° 20' de latitud austral), se encontrarán todos los caracteres que seña- lan la situación de esta famosa villa en el acta de Te- xeira, fechada en Guayaris, y en la Relación del Padre Acuña. El Yupura, cuya desembocadura principal está enfrente de Paraguari, sería, por consiguiente, el Río de Oro, cuyas bocas, mencionadas en dicha acta, esta- ban enfrente de la villa. Falta saber lo concerniente al Yurubech y al Iquiari, al cual el P. Acuña llama río de Oro y del que dice que se llega a él por el Yupura: esto es lo que me costó más trabajo descubrir; sin em- bargo, creo haber esclarecido este punto y quizá encontrado el fundamento de la fábula del lago Parima y del Dorado. Pero el orden y la claridad exigen que 68 LA CONDAMINE esta discusión se remita a! artículo Negro. Las amazonas de América. — Durante nuestra nave- gación preguntamos en todas partes a los indios de los diversos pueblos, y nos informamos de ellos con g-ran cuidado, si tenían alguna noticia de las belicosas mujeres que Orellana pretendió haber encontrado y combatido, y si era verdad que vivían alejadas del trato de los hombres, no consintiéndolos estar entre ellas más que una vez al año, como lo refiere el Padre Acuña en su Relación, en la que hay un capítulo que merece ser leído por su singularidad. Nos dijeron to- dos que así se lo habían oído contar a sus padres, aña- diendo multitud de detalles, demasiado largos de repetir, que tienden a confirmar que hubo en este con- tinente una república de mujeres que vivían solas, sin admitir ningún hombre entre ellas, y que se retiraron al interior de las tierras del Norte, por el río Negro o por alguno de los que por el mismo punto desaguan en el Marañón. Testimonios en favor de su existencia. — Un indio de San Joaquín de Omaguas nos dijo que tal vez encon- trásemos aún en Coari un viejo cuyo padre había visto a las amazonas. En Coari supimos que el indio que nos indicaron había muerto; pero hablamos con su hijo, hombre de unos setenta años de edad, que ejer- ,cía el mando de los otros indios del mismo pueblo. Este nos aseguró que su abuelo había visto pasar, efec- tivamente, a dichas mujeres por la entrada del río Cu- chivara, que venían del río Cayamé, que desemboca en el Amazonas por el Sur, entre Tefe y Coari; que VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 69 había hablado con cuatro de ellas, una de las cuales tenía un niño de pecho; nos dijo el nombre de cada una, y añadió que, partiendo de Cuchivara, atravesaron el gran río y se encaminaron hacia el río Neg-ro. Omi- to ciertos pormenores poco verosímiles, pero que no alteran el fondo de la cuestión. Más abajo de Coari, los indios nos dijeron en todas partes lo mismo, con algunas variantes circunstanciales, pero estuvieron acordes en el punto esencial. En particular, los topayos, de los que haré en lugar oportuno mención especial, así como de ciertas pie- dras verdes conocidas con el nombre de piedras de las amazonas (1), dicen que las heredaron de sus padres y que éstos las obtuvieron de las cuñantensecuima, lo que en su lengua significa mujeres sin marido, entre las cuales, añaden, se encuentra en gran cantidad. Un indio que residía en Mortigura, Misión cercana a Para, me ofreció enseñarme un río por donde podía llegarse, según él decía, a poca distancia del país ha- bitado actualmente por las amazonas. Este río se llama Irijo, y pasé después por delante de su desemboca- dura, entre Macapa y el cabo Norte. Según noticias del mismo indio, desde el sitio en que este río deja de ser navegable por los saltos era preciso, para pe- netrar en el país de las amazonas, caminar muchos (i) Se confunden con el nombre de amazonita, o piedra de las arnuzonas, dos variedades de dos especies de minerales distintos, aunque muy afínes: la ortosa verde y la microclina, de color verde esmeralda, ambos silicatos alumínicopotásicos. (Nota de ¡a edición española.) 70 LA CONDAMINE días por ios bosques del Oeste y abavesar un país montañoso. Un soldado, ya viejo, de la guarnición de Cayena, que hoy vive cerca de los saltos del río Oyapoc, me aseguró que un destacamento en que estuvo, el cual fué enviado a reconocer las tierras del país en 1726, penetró entre los amicuanos, tribu de orejones que habita más allá de las fuentes del Oyapoc y cerca de las de otro río que desemboca en el Anjazonas, y que allí vio que las mujeres y las niñas llevaban collares de estas mismas piedras verdes de que acabo de ha- blar, y que habiendo preguntado a estos indios de dónde las sacaban, respondieron que provenían del país de las mujeres que no tienen marido^ cuyas tie- rras estaban al Occidente, siete u ocho jornadas más allá. Este pueblo de los amicuanos habita lejos del mar, en un país elevado en que los ríos, por su poco caudal, no son aún navegables; así que, verosímilmen- te, no habían recibido esta tradición de los indios del Amazonas, con los cuales no tenían trato; no cono- cían más que a los pueblos contiguos a sus tierras, entre los que habían escogido sus guías e intérpretes los franceses del destacamento de Cayena. Hay que notar, desde luego, que los testimonios que acabo de referir y otros de los que no hablo, y al- gunos que se mencionan en las informaciones hechas en 1726, y más tarde por dos gobernadores españo- les (1) de la provincia de Venezuela, están acordes \ (1) Don Diego Portales, del que sé que vivía aún en Madrid hace alg^unos auos, y D. Francisco Torralba, su sucesor. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 71 en conjunto sobre la cuestión de las amazonas; mas es también digno de atención que mientras los dife- rentes relatos señalan el lugar de la retirada de las amazonas americanas por diversos caminos, unos ha- cia Oriente, otros hacia el Norte y otros hacia el Occidente, todos coinciden en indicar como sitio común en que la terminaron el centro de las monta- ñas de la Guayana, y en un acotamiento en el que ni los portugue;¿es de Para ni los franceses de Cayena han penetrado todavía. A pesar de esto, me cuesta trabajo creer que las amazonas se hallen establecidas ahí actualmente sin que de ellas se tengan noticias más positivas, transmitidas de unos en otros por los indios vecinos de las colonias europeas de las costas de la Guayana; pero este pueblo errante podría haber cambiado nuevamente de residencia; lo que m.e pare- ce más verosímil que todo lo demás es que hayan perdido sus antiguos usos a través del tiempo, bien porque las haya subyugado otro pueblo, ya porque, aburridas de su soledad, las hijas hayan al fín olvidado la aversión de sus madres hacia los hombres. Esto no quiere decir que aun cuando hoy no se encuentren vestigios de esta república de mujeres, no es lo sufi- ciente para poder afirmar que no existió nunca. Además, basta para la veracidad del hecho que haya habido en América un pueblo de mujeres que no vivieran en sociedad con los hombres. Otras de sus costumbres, y particularmente la de cortarse una teta, que el P. Acuña les atribuye creyendo a los in- dios, son circunstancias accesorias e independientes, probablemente alteradas y tal vez añadidas por los 72 LA CONDAMíNE europeos, preocupados por los usos atribuidos a las an- tiguas amazonas de Asia, y que la afición a lo maravi- lloso les habrá achacado a las indias en sus relatos. En efecto, nadie dice que el cacique que advirtió a Ore- llana que se guardase de las amazonas, llamado en su lengua Comapuyaras, mencionase la teta cortada; y el indio de Coari, al relatar la historia de que su abuelo vio a cuatro amazonas, de las cuales una lactaba un niño, no habla tampoco de esta parti<»ularidad tan digna de notarse. Vuelvo a la cuestión principal. Si para negarla se alega la falta de verosimilitud y la especie de imposi- bilidad que hay de que una república de mujeres se- mejante pueda establecerse y subsistir, no insistiré con el ejemplo de las antiguas amazonas asiáticas, ni con el de las amazonas modernas de África (1), pues- to que lo que leemos en las historias antiguas y mo- dernas está mezclado con muchas fábulas y puede ser objeto de discusión. Desdichada condición de las mujeres indias. — Me contentaré con hacer notar que si alguna vez ha po- dido haber amazonas en el mundo ha tenido que ser en América, donde la vida errante de las m.ujeres, que siguen frecuentemente a sus maridos en la guerra y que no son muy dichosas en su vida doméstica, pudo hacer nacer en ellas esta idea, puesto que se les pre- sentaban frecuentes ocasiones de sacudir el yugo de sus tiranos buscando el medio de establecerse en un (1) Véase la Descripción de la Etiopía Oriental, por el P. Juan dos Santos, dominico portugués, y el P. Labat. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 73 sitio en que pudiesen vivir independientes y al menos no hallarse reducidas a la condición de esclavas y de bestias de carga. Semejante resolución, acordada y ejecutada, no tendría nada de extraordinaria ni de di- fícil, y es cosa que sucede a diario en todas las colo- nias europeas de América, en donde es corriente que esclavos maltratados o descontentos huyan a banda- das a los bosques, y algunas veces solos, cuando no encuentran con quien asociarse, y pasan así muchos años, y a veces toda su vida, en la soledad. Probablemente hubo amazonas en América. — Bien sé que todos o la mayor parte de los indios de la América Meridional son embusteros, crédulos, enca- prichados con lo maravilloso; pero ninguno de estos pueblos oyó nunca hablar de las am.azonas de Diodo- ro de Sicilia y de Justino. Sin embargo, la cuestión de las amazonas ya existía entre los indios del centro de América antes que allí penetrasen los españoles, y se mencionan tam.bién entre los pueblos que nunca ha- bían visto europeos. Esto lo demuestra el aviso que el cacique dio a Orellana y a sus compañeros, así como las tradiciones referidas por el P. Acuña y el P. Ba- razi (1). ¿Se puede creer que salvajes de comarcas alejadas se hayan puesto de acuerdo para imaginar, sin ningún fundamento, el mismo hecho, y que esta pretendida fábula haya sido adaptada tan uniforme y universalmente en Maynas, en Para, en Cayena y en Venezuela, entre tantos pueblos que no se entienden ni tienen ninguna comunicación? (1) Cartas edificantes y curiosas, tomo X. 74 LA CON DA Mí NF. Finalmente, no he enumerado aquí todos los auto- res y viajeros de todas las naciones de Europa que desde hace más de dos siglos han afirmado la existen- cia de las amazonas americanas, algunos de los cuales pretenden haberlas visto. Me he contentado con refe- rir los nuevos testimonios que hemos tenido ocasión de recoger en nuestro camino D. Pedro Maldonado y yo. Esta cuestión puede verse tratada extensamente en ia apología del primer tomo del Teatro Critico, del célebre P. Feijoo, benedictino español, hecha por su sabio discípulo el ?. Sarmiento, de la misma congre- gación (1). Agosto de 1743. Salida de Coari. — El 20 de agosto partimos de Coari en otra canoa y con otros indios. La lengua del Perú, que era familiar a D. Pedro Mal- donado y a nuestros criados, y de la que yo tenía también algunas nociones, nos sirvió para entender- nos con los naturales del país en todas las Misiones españolas, en donde se ha procurado hacer de ella el idioma corriente. Las lenguas del Perú y del Brasil, aceptadas como corrientes en las Misiones dependientes de estas pro- vincias.— En San Pablo y en Tefe tuvimos intérpretes portugueses que hablaban la lengua del Brasil, intro- ducida de modo semejante en todas las Misiones por- tuguesas; mas no habiéndolos encontrado en Coari, adonde no pudimos llegar, a pesar de nuestra diligen- cia, sino después de haber partido ya la gran canoa (1) Américo Vespucio, Huiderico Shmidei, Orellana, Betrio, Walter Ralei^h, los PP. Acuña, Artieda, Barazi, etc. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 75 del misionero que iba a Para, nos encontramos entre los indios sin poder conversar con ellos más que por signos o con la ayuda de un corto vocabulario hecho por mí con preguntas escritas en su lengua, pero que, desdichadamente, no contenía las respuestas. Sin em- bargo, no dejé de obtener algunas aclaraciones, sobre todo en nombres de ríos. Noté también que conocían muchas estrellas fíjas y que daban nombres de anima- les a varias constelaciones. Llaman a las Híades o la Cabeza de Toro Tapiera Rayouba, de un nombre que significa hoy en su lengua quijada de buey; y digo hoy porque desde que se han transportado bueyes de Eu- ropa a América, los brasileños, así como los naturales del Perú, han aplicado a estos animales el nombre que daban, cada uno en su lengua materna, al alce, el ma- yor de ios cuadrúpedos que conocían antes de la ve- nida de los europeos. El río Parus. — A la mañana siguiente de nuestra partida de Coari, continuando el descenso por el río, dejamos al Norte una desembocadura del Yupura, casi a cien leguas de distancia de la prim.era, y al otro día, al Sur, las bocas del río que hoy llaman Purus y en otro tiempo Cuchivara, del nombre de un pueblo pró- ximo a su desembocadura; en este pueblo fué donde el abuelo del indio viejo de Coari recibió la visita de las amazonas. Este río no es inferior a los más grandes que aumentan el caudal del Marañón con sus aguas, y si ha de creerse a ios indios, es igual a él. Sondeo. — Siete u ocho leguas más abajo de su unión, viendo el río sin islas y con una anchura de 1.000 a 1.200 toesas, hice bogar con fuerza contra U 76 LACONDAMINE corriente, manteniendo quieto el barco, en lo posible, para sondear, y no encontré fondo hasta las 103 brazas. El río Negro. — El 23 penetramos en el río Negro» otro mar de agua dulce que recibe el Amazonas del Norte. El mapa del P. Fritz, que no penetró nunca en el río Negro, y el último mapa de América de Delisle, inspirado en el del P. Fritz, señalan la corriente de este río de Norte a Sur; mas lo cierto es que, según las noticias de todos los que le han remontado, vie- ne del Oeste y corre hacia el Este, desviándose un poco al Sur. Soy testigo, por haberlo visto con mis propios ojos, de que tal es su dirección durante mu- chas leguas más arriba de su desembocadura en el Amazonas, en el que el río Negro entra tan paralela- mente, que se le tomaría por uno de sus brazos, sepa- rado por una isla. Fuerte portugués. — Remontamos dos leguas el río Negro, hasta el fuerte que los portugueses han levan- tado en la orilla septentrional, en el sitio más estrecho, cuya anchura de 1.203 toesas medí, y observé 3° 9' de latitud. Este es el primer establecimiento portugués que se encuentra al norte del río Amazonas, según se desciende. El río Negro ha sido muy frecuentado por los portugueses desde hace más de un siglo, y en él hacen un gran comercio de esclavos. Hay continua- mente un destacamento de la guarnición de Para, acampado en sus orillas, para tener a raya a los pue- blos indios que las habitan y para favorecer el comer- cio de esclavos, dentro de los límites prescritos por las leyes de Portugal, y todos los años este campamen- to volante, al que se llama tropa de rescate, penetra VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 77 cada vez más en las tierras. El capitán comandante del fuerte del río Negro estaba ausente cuando desembar- camos; no me detuve allí más que veinticuatro horas. Agosto de 1743. Misiones de las orillas del rio Ne- gro.— Toda la parte descubierta de las riberas del río Negro está poblada con Misiones poi'tuguesas de reli- giosos carmelitas, como las que encontramos al des- cender por el Amazonas desde que dejamos de hallar las Misiones españolas. Navegando río arriba durante quince días o tres semanas, y aun más, por el río Ne- gro se comprueba que es mucho más ancho que en su desembocadura, por el gran número de islas y lagos que forma. En todo este espacio, el terreno de sus orillas es elevado y no se inunda nunca; los bosques son menos espesos y, en general, es un paisaje completamente diferente del de las orillas del Amazonas. Tuvimos durante nuestra estancia en el fuerte de río Negro noticias muy detalladas de la comunicación de este río con el Orinoco, y por consecuencia, del Orinoco con el Amazonas. Comunicación del Orinoco con el Amazonas. — No enumeraré las diferentes pruebas de esta comunica- ción, que recogí cuidadosamente durante mi ruta; la más decisiva era hasta entonces el testimonio, nada sospechoso, de un indio de las Misiones españolas (1) de las orillas del Orinoco, con quien yo hablé, y que había venido en canoa desde su pueblo hasta Para. (1) De !a tribu caariacani y del pueblo y Misiúa de Saata María de Bararama. 78 LA CONDAMINE" Todas estas pruebas resultan desde hoy en adelante inútiles y se rinden ante la última. Acabo de saber, por una carta escrita desde Para por el R. P. Juan Fe- rreira, rector del Coleg-io de Jesuítas, que los portu- gueses del campamento volante del río Negro (el año último de 1744), navegando de río en río salieron al encuentro del superior de los jesuítas de las Misiones españolas de las orillas del Orinoco, con el cual vol- vieron los portugueses, por el mismo camino y sin des- embarcar, hasta su campamento del río Negro, que pone en comunicación el Orinoco con el Amazonas. El hecho no puede hoy ya ser puesto en duda; es en vano que para añadir a la cuestión alguna incertidum- bre se invoque la autoridad del autor de la obra re- ciente El Orinoco ilustrado, quien, después de haber estado mucho tiempo en las orillas del Orinoco, sos- tenía aún en 1741 que esta comunicación era impo- sible (1). Ignoraba entonces, sin duda, que las cartas que él mismo dirigía al comandante portugués y al li- mosnero de la tropa de rescate iban desde su Misión del Orinoco por esta misma ruta, reputada imagina- ria, hasta Para, en donde las he visto, originales, en poder del gobernador; pero el autor de El Orinoco ilustrado está hoy plenamente desengañado en este respecto, según he sabido por M. Bouguer, quien le vio el año pasado en Cartagena de Indias. La comunicación del Orinoco y del Amazonas, re- cientemente averiguada, puede pasar, por lo tanto, por un descubrimiento en Geografía, porque aunque la (i) Véase El Orinoco ilustrado, Madrid, 1741, pág-. 18. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 79 unión de estos dos ríos esté marcada exactamente en los mapas antiguos, todos los geógrafos modernos la suprimieron en los nuevos, como si se hubiesen puesto de acuerdo y se tratara de una cosa quimérica para los que parece ser que debían ser los mejor informados de su realidad. Probablemente no es la primera vez que apariencias y conjeturas plausibles, apoyadas en hechos atestiguados por las relaciones de viaje, el es- píritu de crítica, llevado demasiado lejos, las ha nega- do decisivamente, cuando, si acaso, lo más que podía liacerse era dudar de ellas. Pero ¿cómo se comunica el Orinoco con el Ama- zonas? Únicamente un mapa detallado del río Negro, que aparecerá cuando bien le parezca a la Corona de Portugal, podría sacarnos de dudas. Mientras se publi- ca, he aquí la idea que yo tengo formada, comparando las diversas noticias recogidas durante el transcurso de mi viaje con todas las relaciones, memorias y mapas, tanto impresos como manuscritos, que he podido des- cubrir y consultar, lo mismo sobre el terreno que des- pués de mi regreso, y, sobre todo, con los croquis de mapas que frecuentemente trazamos mi compañero de viaje y yo, viendo nosotros mismos las cosas o escu- chando el relato de los misioneros y de los navegantes más inteligentes entre los que han remontado o des- cendido por el Amazonas y el río Negro. El Cagueta, fuente común del Orinoco, del río Ne- gro y del Yupura. — De todas estas noticias, combina- das y esclarecidas unas por otras, resulta que el pue- blecito indio de Caquetá, en la provincia de Mocoa (ai oriente de la de Pasto, a un grado de latitud Norte), 80 LA CONDAMINE da su nombre a un río en cuyas orillas está situado. Más abajo este río se divide en tres brazos, de los que uno corre hacia el Nordeste, y es el famoso Orinoco, que desemboca enfrente de la isla de la Trinidad; otro sigfue su curso hacia el Este, desviándose algo hacia el Sur, y más abajo le llaman los portugueses río Negro; y el otro, mucho más desviado hacia el Sur, es el Yu- pura, del cual se ha hablado ya tantas veces y que, según se ha dicho en lugar oportuno, se subdivide en otros muchos. Falta saber si se separa del tronco prin- cipal más arriba que los otros dos antedichos o si es una rama del segundo brazo, al que llaman río Negro; sobre esto no puedo fundarme sino en conjeturas, aunque, por muchas razones, me inclino a creer que lo primero es lo más verosímil. Sea como quiera, lo cierto es que una vez reconocido el Yupura como una rama del Caquetá, cuyo nombre se ignora en las orillas del Amazonas, todo lo que dice el P. Acu- ña del Caquetá y del Yupura resulta fácilmente com- prensible y perfectamente conciliable (1). Sabido es que la variedad de nombres aplicados a idénticos lu- gares, y particularmente a los mismos ríos, por los di- ferentes pueblos que habitan en sus riberas ha sido siempre el escollo en que tropiezan los geógrafos. (1) El río Cassiquiare une, pero ya en la llanura aluvial, las dos cuencas del Orinoco y del Amazonas. Se sabe que no es cier- to lo asegurado por La Condamine acerca de la comunidad de fuentes de los ríos Caquetá, Orinoco, Negro y Yupura. El Orino- co nace (Sierra Parima) y corre por Venezuela y el Caquetá en la cordillera oriental de Colombia, muy 'al oeste del primero y sin relación alo-una. (Nota de la edición española.) VIAJE .-. LA AMÉRICA MERIDIONAL 81 El lago de Oro de Parima, ciudad de Manoa del Dorado. — En esta isla, la mayor que se conoce en el mundo, o, mejor dicho, en esta nueva Mesopotamia, formada por el Amazonas y el Orinoco, unidos entre sí por el río Negro, se ha buscado durante mucho tiempo el imaginario lago dorado de Parima y la no menos imaginaria ciudad de Manca del Dorado, busca que ha costado la vida a tantos hombres, entre ellos a Walter Raieigh, fam^oso navegante, uno de los cere- bros más notables de Inglaterra, cuya trágica historia es bastante conocida. Es fácil reconocer por las frases del P. Acuña que ya en su tiempo se habían des- engañado de esta bella quimera. Os pido perdón para intercalar un pormenor geográfico que no puedo omi- tir porque se relaciona demasiado con el objeto de mi disertación, y que i:al vez sirva para desembrollar el origen de una novela en la que la sed de oro sea qui- zá lo único que puede darle apariencia de verosimili- tud. Una ciudad cuyos techos y paredes estaban recu- biertos con láminas de oro, un lago cuyas arenas eran del mismo metal. Es necesario recordar aquí lo dicho anteriormente acerca del río de Oro y los hechos citados, sacados de las relaciones de los PP. Acuña y Fritz. El pueblo de los manaos. — Los manaos (1), según este último autor, eran una tribu belicosa, temida de to- dos sus vecinos. Durante largo tiempo resistió a las ar- (1) Nombre de la tribu principal de indios habitantes del río Negro en la época de su descubrimiento. (Nota de la edición espa- ñola.) Viaje a la América Meridional 6 82 L Aro N D A M i N E mas de ios portugueses, pero actualmente se hallan con ellos en amistosas relaciones; en los poblados y en las Misiones de las orillas del río Negro hay muchos ma- naos establecidos. Todavía algunos hacen incursiones en los territorios de las tribus salvajes, y los portugue- ses los utilizan para su comercio de esclavos. Dos de estoc indios manaos, que llegaron hasta el Orinoco, fueron quienes raptaron y vendieron a los portugueses el indio cristiano de que antes hablé. El P. Fritz dice expresamente en su Diario que los manaos que él vio que venían a trancar con los indios de las riberas del Amazonas, y que extraían el oro del Iquiari, tenían sus moradas a orillas del río llamado Yurubech. A fuerza de pesquisas he sabido que re- montando el Yupura durante cinco jornadas se en- cuentra a mano derecha un lago, que se atraviesa en un día, al que llaman Mara-hí o Para-hí, que en len- gua del Brasil quiere decir agua de río, y que más allá, arrastrando la canoa cuando falta profundidad, en los sitios que se inundan en la época de los desborda- mientos, se entra en un río llamado Yurubech, por el cual se llega en cinco días, descendiendo, al río Ne- gro; finalmente, que éste, algunas jornadas más arriba, recibía otro llamado Quiquiari, el cual tenía muchos saltos, y que venía desde un país montañoso y con minas. E¿ Iquiari y el Yurubech, vueltos a encontrar. — Cabe la duda de que éstos no sean el Yurubech y el Iquiari de los PP. Acuña y Fritz. Este último, utilizan- do las noticias de los indios, de los que es difícil obte- ner pormenores claros y precisos, sobre todo cuando VIAJE A I. A AMÉRICA MERIDIONAL 83 hace falta servirse de intérprete, atribuye a los dos ríos un curso diferente del verdadero, pues dice que el Yurubech desagua en el Iquiari, y éste, a su vez, en un g-ran lago en medio de las tierras; mas apenas si altera sus nombres. En el mapa del P. Fritz puede ver- se un extenso poblado de manaos en el mismo acota- miento, al que denomina Yenefiti. No he podido ad- quirir noticias positivas, lo cual no tiene nada de ex- traordinario teniendo en cuenta que la tribu de los manaos ha sido llevada a otros lugares y dispersada; pero parece muy verosímil que de la capital de los manaos se inventó la ciudad de Manoa. Conjeturas sobre las fábulas de Manoa y del lago dorado.— No me atrevo a buscar la etimología de Pa- rima en Mara-hi o Para-hí, pues me atengo siempre a las pruebas evidentes. Los manaos tuvieron en esta demarcación un poblado considerable; los manaos vi- vían en las cercanías de un gran lago, y aun de mu- chos grandes lagos, pues son muy frecuentes en un país bajo y expuesto a inundaciones; ios manaos ex- traían oro del Iquiari y labraban con él laminitas. He aquí algunos hechos ciertos que han podido, con ayu- da de la exageración, dar lugar a la fábula de la ciu- dad de Manoa y del lago dorado. Tal vez se hallará que la verdad está muy lejos de las laminitas de oro de los manaos, de los techos de oro de la ciudad de Manoa, y no menos lejos de las pepitas del precioso metal arrastradas desde las minas por las aguas del Iquiari hasta las arenas auríferas del Parima; mas no puede negarse que, de una parte la codicia y la pre- ocupación de los europeos, que a todo trance querían 84 LA CONDAMINE encontrar lo que buscaban, y de la otra ei tempera- mento embustero y propenso a la exag-eración de los indios, interesados en alejar de sí a huéspedes in- cómodos, hayan podido fácilmente relacionar cosas tan dispares en apariencia, alterándolas y desfigurán- dolas hasta el punto de dejarlas desconocidas. En la historia de los descubrimientos del Nuevo Mundo hay más de un ejemplo de metamorfosis semejantes. Nuevo viaje para descubrir el lago Parima. — Tengo en mi poder un extracto de un Diario y un esbozo de mapa del viajero probablemente más moderno de todos los que se han obstinado en realizar este descu- brimiento (1). Me los entregó en Para el mismo autor, el cual, en el año 1740, subió por el río Esequebo, cuya des- embocadura en el Océano está entre la de los rios Su- rinán y Orinoco. Después de haber atravesado lagos y vastas llanuras, ya arrastrando, ya llevando a hom bros su canoa, con fatigas y sufrimientos increíbles, y sin haber encontrado lo que buscaba, llegó por fin a un río que corre hacia el Sur, y por el cual descendió al río Negro, en el que entró por el Norte. Los portugueses han llamado el río Blanco y los holandeses Esequebo ai río Parima, sin duda porque han creído que condu- cía al lago Parima, así como en Cayena se ha llamado con el mismo nombre a otro río por razones pareci- das. Por lo demás, puede creerse, si se quiere, que el lago Parima es uno de los que atravesó el viajero que acabo de citar; pero por haber encontrado tan poca (i) Nicolás Hortsman, natural cíe Hiklesheim. VIAJE A LA AMÉRICA MKPÍDIONAI. 85 semejanza en ellos con io que se había imaginado acerca del lago dorado, me pareció que estaba muy lejos de aprobar esta conjetura. Agosto de 1743. Río de la Madera. — Apenas per- dieron su transparencia las aguas claras y cristalinas del río Negro al mezclarse con las blancuzcas y tur- bias del Am.azonas, cuando encontramos al Sur la pri- mera desembocadura de otro río, que no tiene nada que envidiar al precedente y que es también muy fre- cuentado por los portugueses, los cuales le han deno- minado río de ia Madera, tal vez a causa de la gran cantidad de árboles que acarrea cuando se desborda. Para dar una idea de la extensión de su curso basta con decir que éstos han navegado río arriba por él, en 1741, hasta las cercanías de Santa Cruz de la Sierra, obispado del alto Perú, situado a los diez y siete gra- dos y medio de latitud austral. A este río se le llama Mamora en su parte superior, en donde están las Mi- siones de Moxes, de las que los jesuítas de la provin- cia de Lima han trazado un mapa, en 1713, inserto en el tomo Xíí de las Cartas edificantes y curiosas; pero la fuente más lejana del río de la Madera está cerca de las minas del Potosí y poco distante del naci- miento del Pilcomayo, que desagua en el gran río de la Plata. Agosto de 1743. Anchura del Amazonas. Lugar en que comienza a llevar este nombre. — El Amazonas, más abajo del río Negro y del de la Madera, tiene ge- neralmente una legua de ancho; algunas veces forma grupos de dos o tres islas, y en la época de las inun- daciones no tiene límites. 86 LA CONDAMINE Aquí es donde ios portugueses de Para comienzart a ílamarle río de ias Amazonas; más arriba se le cono- ce con el nombre de río de Soiimoes, rio de los ve- nenos, nombre que se ie ha dado probablemente por las flechas envenenadas de que ya hemos hablado, y que son el arma usual de los habitantes de sus orillas. El 28 dejamos a la izquierda el río Jamundas, al cual el P. Acuña llama Cunuris, afirmando que en este río fué atacado Orellana por las mujeres guerreras, que denominó Amazonas. Un poco más abajo desembar- camos, también a la izquierda, al pie de un fuerte por- tugués llamado Pauxis, donde el cauce del río va en- cerrado en un estrecho de 905 toesas de ancho. Estrecho de Pauxis, fuerte portugués. — El flujo y re- flujo del mar llegan hasta este estrecho; al menos es sensible por la hinchazón de las aguas del río, que se nota de doce en doce horas, y que se atrasa cada día, como sucede en las costas. La mayor altura del flujo de las que he medido en Para apenas si llegaba a diez pies y medio en las grandes mareas, de lo que se de- duce que el río, desde Pauxis hasta el mar, esto es, en doscientas y pico de leguas de curso, o 360 leguas, según el P. Acuña, no debe tener apenas más de diez pies y medio de declive, lo que está de acuerdo con la altura del mercurio, pues en el fuerte de Pauxis, a 14 toesas sobre el nivel del mar, vi que era cerca de una línea y cuarto menos que en Para, al nivel del mar. Bien se comprende que el flujo que se percibe en el cabo del Norte, en la desembocadura del río de las Amazonas, no puede llegar al estrecho de Pauxis, a doscientas y pico de leguas del mar, sino en muchos VÍAJF. A LA AMÉRICA MERIDIONAL il días, en vez de cinco o seis horas, que es el tiempo que ordinariamente emplea el mar en elevarse de nuevo. A más de 200 leguas de la costa. Progresos de las mareas, por ondulaciones. — Y, en efecto, desde la costa hasta Pauxis hay una veintena de parajes que designan, por decirlo así, las jornadas de la marea, río arriba. En todos estos lugares, el efecto de la plea- mar se manifiesta a la misma hora que en la costa; y suponiendo, para mayor claridad, que estos diversos parajes están separados unos de otros 12 leguas próximamente, el mismo efecto de las mareas se no- tará en sus intervalos en todas las horas intermedias, a saber: suponiendo 12 leguas, una hora más tarde, de legua en legua, según se alejan del mar. Lo mis- mo sucede con el reflujo, en las horas correspon- dientes. Diversos accidentes de las mareas. — Además, to- dos estos movimientos alternos, cada uno en su sitio, están sujetos a retrasos diarios, como en las costas- Esta especie de marcha de las mareas por medio de ondulaciones sucede efectivamente en alta mar, y pa- rece que debe retardarse cada vez más, desde el pun- to en que comienza el retroceso de las aguas hasta las costas. La velocidad de las mareas disminuye proporcio- nalmente según avanzan por el río; hay dos corrientes opuestas, que se notan mientras dura el flujo: una en la superficie del agua, otra a cierta profundidad; otras dos, de las cuales una avanza río arriba a lo largo de las orillas, acelerándose, mientras que la otra, en me- 88 LACONDAMINE 'dio del cauce, desciende, retardándose; y, nnalmente, otras dos corrientes opuestas, que se encuentran fre- cuentemente en las cercanías del mar, en los canales de travesía naturales, en los que el flujo entra a la vez por dos lados opuestos. Todos estos hechos, que dudo de que hayan sido observados por muchos, sus diferentes combinaciones, y otros diversos accidentes de las mareas, sin duda más frecuentes y más varia- dos además en un río en que llegan verdaderamente a mayor distancia del mar que en ningún otro sitio del mundo conocido, darían lugar seguramente a ob- servaciones curiosas y quizá nuevas. Mas para no fiarse de conjeturas sería necesaria una serie de ob- servaciones exactas, que exigirían larga permanencia en cada lugar, y un plazo de tiempo que no era com- patible con la justa impaciencia que sentía de ver nue- vamente a Francia, después de una ausencia de más de nueve años. En los alrededores de Para, cerca del cabo Norte, examiné también otro fenómeno relacio- nado con las grandes mareas, más notable que los pre- cedentes, y del que hablaré en lugar oportuno. Fuimos recibidos en Pauxis como lo habíamos sido en todas partes desde que viajamos por tierras perte- necientes a Portugal. El comandante (1) nos hospedó en el fuerte cuatro días y uno en su casa de campo, acompañándonos después hasta la fortaleza de Guru- pa, que está a seis o siete jornadas más abajo de Pau- xis y a la mitad del camino de Para. Agosto de 1743. Ordenes de la Corona ríe Portugal. (1) E! capitán Manuel Maziei Párente VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 89 Las Órdenes de la Corona de Portüg-al, en extremo precisas y favorabilísimas para la seguridad y la como- didad de mi viaje, me precedieron en todos los luo-a- res, haciéndolas extensivas a todos los que me acom- pañaban, y las satisfacciones que estas órdenes me han proporcionado mientras recorría mi ruta y en Para las debo a un ministro amante de las ciencias y que reconoce su utilidad, y cuya vig-ilancia infatigable ha atendido todas las necesidades de nuestro nume° roso acompañamiento durante mi larga estancia en Quito. El río y el fuerte portugués de Topayos. — En m.enOG de diez y seis horas llegamos desde Pauxis a la forta- leza de Topayos, situada en la entrada del río del mis- mo nombre, que es también un río de primer orden. Baja desde las minas del Brasil, atravesando países inexplorados, habitados por tribus salvajes y guerre- ras, a las que los misioneros jesuítas procuran domes- ticar. Septiembre de 1743. Pueblo de los tupinambas. Pie- dras verdes llamadas piedras de las amazonas. — So- bre las ruinas de la villa de Tupinambara, emplazada en otro tiempo en una gran isla en la desembocadura del río de la Madera, se fundó la villa de Topayos, y sus habitantes son casi lo único que ahora queda del valiente pueblo de los tupinambas, que dominó hace dos siglos en el Brasil, donde dejaron como recuerdo su idioma. Su historia y sus largas peregrinaciones pueden verse en la Relación del P. Acuña. Entre los topayos se encuentran hoy, más fácilmen- te que en otras partes, las piedras verdes conocida?; 90 LA CONDAMINE con el nombre de piedras de las amazonas, cuyo ori- gen se ignora, y que antiguamente eran muy buscadas, por las virtudes que se les atribuía de curar el mal de piedra, los cólicos nefríticos y la epilepsia (1). Acerca de ellas se ha impreso un tratado titulado Piedra Di- vina. Talladas por los indios sin hierro ni acero. — Lo cierto es que no se diferencian ni en color ni en dure- za del yac/e (2) oriental; resisten a la lima, y no puede imaginarse mediante qué artificio los antiguos ameri- canos las tallaron, dándoles diversas figuras de anima- les. Este misterio ha dado, sin duda, origen a una fá- bula, poco digna de refutarse. Se ha dicho muy se- riamente que esta piedra no era otra cosa que el limo del río, al cual se daba la forma deseada amasándole recién extraído, y que adquiría ai contacto del aire rápidamente una gran dureza. Esmeraldas talladas. — Aun cuando se admitiese gratuitamente esta maravilla, de la que algunas perso- nas crédulas no se han desengañado hasta después de haber ensayado inútilmente un procedimiento tan (1) Véanse: Carta 23 de Voiture a Miie. Pauiet. Disertación sobre e! río de las Amazonas, que precede a la traducción de ia Relación del P. Acuña. Viaje a las islas de América, por el Padre Labaí. (2) Se confunden bajo el nombre de jade varios minerales. La jadeíta de China es un silicato de alúmina sodífero, de color blan- co o verde, muy dura (6,5 a 7), que en China se emplea para talla y manufactura de objetos de adorno (estatuitas, vasos, etc.). El verdadero jade es un anfíbol tremolita (silicato férrico-magnésico- cálcico), compacto, blanco verdoso, algo menos duro (6 a 6,5) que 'a jadeíta de China. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 91 sencillo, todavía queda un nuevo problema del mis- mo género para que lo descifren nuestros lapidarios: las esmeraldas redondas, pulimentadas y horadadas por dos agujeros cónicos, diametralmente opuestos, con un eje común, tal como hoy se las encuentra en el Perú, en las riberas del río de Santiago, en ia provincia de Esmeraldas, a 40 leguas de Quito, con otros monumentos de la industria de sus antiguos habitantes. En cuanto a las piedras verdes, cada día son más raras, tanto porque los indios, que las apre- cian mucho, no quieren desprenderse de ellas, como por la gran cantidad de las que se han llevado a Eu- ropa. Septiembre de 1743. Montañas y minas. — El 4 co- menzamos a distinguir al Norte unas montañas, a 12 o 15 leguas tierra adentro. Fué un espectáculo nue- vo para nosotros, pues desde Pongo llevábamos dos meses navegando sin ver ni un collado. Lo que di- visábamos eran las colinas anteriores de una larga cadena de montañas que se extiende del Oeste al Este, y cuyas cimas son el punto de partida de las aguas de la Guayana; las que tienen su origen en el declive Norte forman los ríos de la costa de Cayena y de Surinam; las que corren hacia el Sur, después de un curso relativamente corto, se pierden en el Ama- zonas. A estas montañas, según las tradiciones del país, se retiraron las Amazonas de Orellana. Otra tradición, no menos arraigada, y de la cual pretenden poseer pruebas palpables, es ia de que estas montañas son ricas en minas de diversos metales. Esto no está más 92 LACONDAMINE dilucidado que lo otro, a'inque, r.atiiralmente, sirve para excitar la curiosidad de muchos. Septiembre de 1743. Variación de la aguja imanta- da. Un árbol enormemente grande. — El 5 por la tar- de, a la puesta del Sol, observé en la brújula una va- riación de cinco grados y medio del Norte al Este. No encontrando donde desembarcar, hice mi obser- vación encima del tronco de un árbol desarraigado que la corriente había arrojado a la orilla del río. Tu- vimos la curiosidad de medirle, y hallamos que su al- tura desde las raíces hasta las ramas era de 84 pies, y su circunferencia, de 24, aunque ya estaba seco y descortezado. Por éste que encontramos casualmente, por el ta- maño de las piraguas de que ya hablé, talladas en un solo tronco de árbol, y por una mesa de una sola pie- za, de ocho a nueve pies de largo por cuatro y medio de ancho, de una madera dura y tersa, que vim.os des- pués en casa del gobernador de Para, puede juzgar- se de qué altura y de qué belleza son los árboles de las orillas del Amazonas y de muchos ríos que a él afluyen. Septiembre de 1743. Fuerte portugués de Para. Rio Xingu. — El 6, anocheciendo, dejamos el canal princi- pal del Amazonas, frente por frente del fuerte de Para, situado en la orilla septentrional y reconstruido por los portugueses sobre las ruinas de un fuerte viejo que poseyeron los holandeses. Allí, para no atravesar el río Xingu por su desembocadura, en la que han zozobrado muchas canoas, entramos en él desde el Amazonas por un canal natural por el que se comuni- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 93 can entrambos. Las i^las que dividen ía boca de! Xin- gu en muchos canales me impidieron medir geométri- camente su anchura, pero a simple vista parece tener más de una legua. Este es el río que el P. Acuña llama Paranaiba (1) y el P. Fritz, en su mapa, Aoripana; Xingu es el nombre indio de un pueblecillo situado algunas leguas más arriba, y en el que hay una Misión. Nace, como el Topayos, en las minas del Brasil, y forma un salto siete u ocho jornadas más arriba de su desembocadura, lo que no impide que sea navegable, pudiendo remontarle durante más de dos meses. Especias. — En sus orillas abundan dos clases de árboles aromáticos, llamados uno cachiri y el otro pu- chiri (2); sus frutos son, poco más o menos, del grosor de una aceituna; se los ralla como la nuez moscada y tienen las mismas aplicaciones. La corteza del cuchiri sabe y huele como el clavo de especia, llamado por los portugueses cravo, lo que por corrupción ha ori- ginado que al árbol que produce esta corteza le de- nominen los franceses de Cayena crabe. Si las espe- cias que traemos de Oriente dejasen algo que desear en su género, estas otras serían más conocidas en Europa; sin em.bargo, entran en la composición de varios licores fuertes de Italia y de Inglaterra. Desde la confluencia del Xingu y el Amazonas, la anchura del último es tan considerable, que si las grandes islas que se suceden unas a otras dejasen (1) Los ríos tienen diversos nombres en las diferentes lenguas. (2) Es la laurácea Neciandra Puchuri inajor. (Nota de la edi- ción española.) 94 LA CON DA MINE campo libre a ia vista, no se divisaría una oriüa desde la opuesta. Allí connenzamos a vernos libres por com- pleto de mosquitos o cínifes y moscas de toda espe- cie, la incomodidad mayor que hemos padecido du- rante el transcurso de nuestra navegación. Son tan insoportables, que hasta los mismos indios no viajan sin un pabellón de tela de algfodón para ponerse al abrigo de ellos durante la noche. Septiembre de 1743. Punto fijo donde termina la incomodidad de los mosquitos. — Hay épocas y lugares, particularmente en el país de los omaguas, donde continuamente se está envuelto en una nube* espesa de estos insectos, cuyas picaduras producen una co- mezón excesiva. Es un hecho constante y digno de atención que desde la desembocadura del Xingu ni se encuentran ni se ven mosquitos en la orilla derecha del Amazonas, según se desciende, mientras que en la opuesta está infestada de ellos continuamente. Después de haber reflexionado y examinado la si- tuación de los lugares, creo que esta diferencia se debe al cambio de dirección del curso del río en este sitio, pues da la vuelta al Norte, y el viento del Este, que allí sopla continuamente, quizá empuje a los in- sectos hacia la orilla occidental. Septiembre de J743,Curupa, pueblo y fortaleza por- tugueses.— Llegamos el 9, por la mañana, a la fortaleza portuguesa de Gurupa, construida por los holandeses cuando dominaban en el Brasil. El teniente del rey (1) nos recibió con honoi'es extraordinarios. Los tres días (1) El capitán mayor joseph de Souza e Menezes. VIAJE A LA AMERITA MF.RfPIONAL 95 ele nuestra estancia fueron una continua fiesta, y nos trató con una magnificencia rayana en la prodigali- dad e insospechada en aquel país. Gurupa es un pue- blecito portugués en el que no hay más indios que los esclavos de sus habitantes. Está agradablemente si- tuado en un terreno elevado, a la orilla austral del río, a ocho jornadas más arriba de Para. Desde Gurupa, donde el flujo y reflujo son muy sensibles, los barcos navegan únicamente a favor de las mareas.. Navegación aprovechando las mareas. Tagipuro, brazo desviado que conduce a Para. Río de Dos Bo- cas.— Algunas leguas m.ás abajo de este pueblecito, un brazo pequeño del Amazonas, llamado Tagipuru, sepárase del cauce principal, que se vuelve al Norte, y tom.ando un camino completamente opuesto, hacia el Sur, rodea la gran isla de joanes o de Marayo, desfi- gurada en todos los mapas; m.ás allá vuelve otra vez al Norte por el Este, describiendo un semicírculo, y pronto se pierde, por decirlo así, en un mar formado por la afluencia de muchos grandes ríos que va en- contrando sucesivamente. Los más caudalosos son: primeramente, el río de Dos Bocas, formado por la confluencia de los ríos Guanapu y Pacajas, de una anchura de más de dos leguas en su desembocadura, y que todos los mapas antiguos llaman, así como Laet, río de Para; en segundo lugar, el Tocantins, más an- cho aún que el precedente, y por el que puede nave- garse durante muchos meses, naciendo, como el To- payos y el Xingu, en las minas de! Brasil, de cuyos metales lleva algunas partículas entre su arena; y final- 95 LA CONDAMINE mente, el río Miiju, cuya anchura íiei-ra adentro es de 749 toesas, y en el que encontramos una fragata de Su Majestad portuguesa que navegaba a velas des- plegadas para buscar muchas leguas más arriba ma- deras de carpintería, raras y preciosas en cualquiera otra parte. Situación de la villa de Para. — La villa de Para está situada precisamente en la orilla derecha del Muju, inmediatamente debajo de la desembocadura del río Capim, que un poco antes recibe otro río, lla- mado Guama. Únicamente un mapa puede dar clara idea de la situación de esta villa, entre la afluencia de tantos ríos, y confirmar que no sin fundamento sus habitantes están muy lejos de creerse a orillas del Amazonas, del que seguramente ni una gota baña el pie de las murallas de su ciudad, como puede decirse, poco más o menos, que las aguas del Loire no llegan a París, aunque el Loire comunica con el Sena por el canal de Briare. En efecto, hay motivos para creer que la gran cantidad de aguas corrientes que separan la tierra firme de Para de la isla de Joanes no dismi- nuiría sensiblemente aunque la comunicación de estas aguas con el Amazonas se interceptase por la obstruc- ción o la desviación del brazo pequeño de este río, que llega, por decirlo así, a posesionarse de todos estos otros ríos, haciéndoles perder su nombre. Todo esto no es, si se quiere, sino cuestión de nombre, y no por ello dejaré de decir, acomodándome al lenguaje esta- blecido, que Para está situado en la desembocadura derecha del Amazonas; basta con haber explicado del modo que debe entenderse. 66 lOU LE rvíiimre íiNo 'sMaruie,r de 20 auJye^ ■ miniBamrjff'iTO: 4o So So u l'Ortnofue r acá I deNord Viaje a la; América Meridional CdeJ^Jirrd I R E S I L ^ CARTA DEL CURSO DEL MARAÑÓN O DEL GRAN RIO DE LAS AMAZONAS EN SU PARTE NAVEGABLE DESDE JaÉN DE BrACAMOROS HASTA SU DESEMBOCADURA, Y QUE COMPRENDE LA PROVINCIA DE QUITO Y LA COSTA DE GUYANA DESDE CaBO NoRTE A EsSEQUEBÉ. Levantada en 1743 y 1744. con arreglo a las observaciones astronómicas de La Condamine, de la Real Academia de Ciencias. Aumentada con el curso del Río Negro y otros detalles «tractos de diversas memorias e itinerarios manuscritos de viajeros modernos. Nota. Est¿ tr;.zado con puntos el curso del rio, según la carta del P. Samuel Fritz, partiendo igualmente del meridiano de Jaén de Bracamoros. lugar más notable hacia donde se ha comenzado a describir el rio. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 97 Septiembre de 1743. Camino desde Gurupa a Para. Me condujeron desde Gurupa a Para, sin consultarme sobre la elección de camino, a través de islotes y ca- nales estrechos y sinuosos que atraviesan de un río a otro, y por en medio de los cuales se evita el peligro de atravesarlos por su desembocadura. Esta ruta, que garantizaba mi segundad y que además hubiera sido la más cómoda para otro cualquier viajero, resultaba incómoda para mí, pues mi objeto principal era el trazado de mi mapa, teniendo que redoblar mi aten- ción para no perder el hilo de mis rutas en aquel dé- dalo tortuoso de islas y canales innumerables. Septiembre de 1743. Animales del país. Peces. Ma- natí o vaca marina. — Aun no he hablado de los pe- ces singulares que se encuentran en el Amazonas, ni de las diferentes especies de animales raros que se ven en sus orillas. Sólo con esto habría materia para un libro, y su estudio exigiría un viaje exprofeso he- cho por un viajero que no tuviese otra ocupación. Mencionaré únicamente algunos de los más singulares. Dibujé, copiándolo del natural, en San Pablo de Omaguas el mayor de los peces de agua dulce cono- cidos, al que los españoles y portugueses han llamado vaca marina o pez buey (1), que no hay que confundir con la /oca o becerro marino. Este pez, acerca del cual hay discusiones, pace la hierba de las orillas del río; (1) El manatí no es pez, como dice La Condamine, sino mamí- fero pisciforme, con mamas pectorales. Hay diferentes especies: el de América es el Tñchecus manatus; el manatí Halicore dugung, llamado también vaca marina y pez mujer o dugong, habita en el mar Rojo y Océano Indico. (Nota de la edición española.) Viaje a la^América Meridional 7 98 LA CONDAMINE SU carne y su grasa tienen bastante semejanza con las de ternera. La hembra tiene mamas, que le sirven para lactar a sus pequeñuelos. Algunos, queriendo comple- tar aún más la semejanza con el buey, le han atribuido cuernos, aunque la Naturaleza no le ha provisto de ellos. No es anfibio, propiamente dicho, puesto que nunca sale enteramente del agua, y no puede salir porque no tiene más que dos aletas, muy cerca de la cabeza, en forma de alones, de 16 pulgadas de longitud, que- le sirven de brazos y de pies; no saca sino la cabeza, fuera del agua para alcanzar la hierba de la orilla. El que yo dibujé era hembra; tenía de largo siete pies de rey y medio, y en la parte más ancha medía dos pies; después los he visto más gran- des. Los ojos de este animal no guardan proporción con el tamaño de su cuerpo: son redondos y no tienen más que tres líneas de diámetro; la abertura de sus orejas es aún más pequeña, semejante a una cabeza de alfiler. Algunos han creído que este pez era peculiar del Amazonas; pero es muy común en el Orinoco, y se encuentra también, aunque más raramente, en el Oyapoc y en otros muchos ríos de las cercanías de Cayena y de la costa de la Guayana, y probablemente en otros sitios. Es el mismo que llaman Lamentin en Cayena y en las islas francesas de América, pero creo que es de una especie un poco diferente. No se le encuentra en alta mar, y es asimismo raro cerca de las desembocaduras de los ríos, pero se le encuentra a más de LOOO leguas alejado del mar en la mayor parte de los grandes ríos que desaguan en el Amazonas, como el Guallaga, el Pastaza, etc. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 99 El Mixano. — Circula libremente por el Amazonas, y únicamente le cierra el paso el Pongo de Borja, de que ya hablé; pero esta barrera no es un obstáculo para otro pez llamado mixano, que es tan pequeño co- mo el otro grande, y muchos de su especie no son de más longitud que un dedo. Todos los años, hacia fines de junio, cuando las aguas comienzan a bajar, llegan en bancos a Borja. No tienen de particular más que la fuerza con que, contra corriente, remontan el río. Como al estrecharse el cauce del río han de juntarse necesariamente cerca del estrecho, se los ve atravesar agrupados de una orilla a la otra y vencer cerca de una o de otra ribera, alternativamente, la violencia con que las aguas se precipitan en el estrecho canal. Se los pesca a mano, cuando las aguas están bajas, en los huecos de los peñascos de Pongo, en los que reposan para reponer fuerzas, y de los que se sirven, como si fueran escalones, para remontarse. Especie de lamprea. — He visto en las cercanías de Para una especie de lamprea, cuyo cuerpo, como el de la lamprea ordinaria, está horadado con muchos agujeros, pero además tiene la misma propiedad que el torpedo: quienes la tocan con la mano, y aun con el bastón, experimentan un adormecimiento doloroso en el brazo, y algunas veces, según dicen, caen derriba- dos (1). No he sido nunca testigo de esto último. M. de Réaumur ha descifrado el misterio del resorte (1) A lo que parece entenderse, se refiere el autor al Gymno- tus electricus L. (Nota de la edición española.) 100 LA CONDAMINE oculto que produce este efecto sorprendente en el Torpedo (1). Tortugas. — Las tortugas del Amazonais son muy re- buscadas en Cayena, por ser más delicadas que todas las demás. En este río las hay de diversos tamaños y especies, y tan abundantes, que con su carne y sus huevos bastarían para alimentar a los habitantes de sus orillas. También las hay terrestres, a las que llaman jabutis en lengua brasileña, y son preferidas en Para a las de otra especie. Se conservan todas, especialmen- te las últimas, muchos meses fuera del agua sin casi comer. Pesca a discreción. — Parece como si la Naturaleza hubiera querido favorecer la pereza de los indios, ade- lantándose a sus deseos. Los lagos y los pantanos que se encuentran a cada paso en las riberas del Amazo- nas, y algunas veces muy dentro de las tierras, se lle- nan de peces de todas clases en la época de las cre- cidas de los ríos, y al descender las aguas, quedan encerrados como en estanques o depósitos naturales, en donde se los pesca con la mayor facilidad. Hierbas que emborrachan a los peces. — En la pro- vincia de Quito, en los diversos países atravesados por el Amazonas, en Para y en Cayena, se encuentran muchas variedades de plantas, diferentes de las co- múnmente conocidas en Europa, y cuyas hojas y raíces, echadas en el agua, tienen la propiedad de emborra- char a los peces, que en este estado flotan sobre el agua y puede cogérselos con la mano. Los indios, por (1) Véanse Memorias de la Academia del año 1714. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 101 medio de estas plantas y de empalizadas, con las cuales cierran la entrada de los riachuelos, pescan tantos pe- ces como quieren; para conservarlos, los ahuman sobre cañizos; no emplean sino muy raras veces la sal para ello, aunque los habitantes de Maynas extraen sal fósil de una montaña cercana a las márg^enes del Gualla- ga, y los indios sujetos a la dominación de los portu- gueses la obtienen en Para, adonde la importan de Europa. Cocodrilos. — Los cocodrilos (1) son muy comunes en todo el Amazonas, así como en la mayor parte de sus afluentes. Algunas veces se encuentran de 20 pies de longitud, y tal vez los habrá mayores. Había ya visto muchos en el río Guayaquil. Permanecen horas y aun días enteros sobre el légamo, tumbados al sol e inmóviles; se los tomaría por troncos de árboles o ta- blones cubiertos de una corteza nudosa y reseca. Como los de las orillas del Amazonas apenas si se los caza, y se los persigue menos, temen poco a los hom- bres. En la época de las inundaciones entran algunas veces en las cabanas de los indios, y hay más de un ejemplo de haber arrebatado este feroz animal a un hombre de una canoa, a la vista de sus compañeros, devorándole sin que haya podido socorrérsele. Cuadrúpedos: Tigres. — El enemigo más peligro- so que tiene el cocodrilo, y quizá el único que osa entrar en liza con él, es el tigre. Debe ser un extraño (1) Aunque el autor dice cocodrüos, son probablemente cai- manes, y acaso la especie /acare sclerops Schn, (Nota de la edición española.) 102 LA CONDAMINE espectáculo el combate de estos dos animales, que sólo por una dichosa casualidad puede verse. He aquí lo que los indios cuentan: el cocodrilo saca la cabeza fuera del agua, para asir al tigre cuando llega a la ori- lla del río a beber, tal y como ataca siempre, en igua- les circunstancias, a los caballos, bueyes, mulos, y a todo lo que se presenta. El tigre clava sus garras en los ojos del cocodrilo, único sitio que encuentra vul- nerable en él, por la dureza de sus escamas; pero éste, sumergiéndose en el agua, arrastra consigo al tigre, que se ahoga antes que soltar su presa. Los tigres que he visto en América, y que son muy comunes en todos los países cálidos cubiertos de bosques, me han pare- cido iguales en belleza y tamaño a los de África. Hay una especie cuya piel es de color castaño, sin motas. Los indios luchan con los tigres diestramente, comba- tiéndolos con el espontón o pica corta, que es su arma ordinaria de viaje. Leones. — En la provincia de Quito, pero no en las orillas del Amazonas, he encontrado el animal que los indios peruanos llaman en su lengua /?ü/na (1) y los es- pañoles de América /edn, aunque no sé si realmente merece este nombre; el macho no tiene melena y es mucho más pequeño que los leones africanos. No le he visto vivo, sino disecado y empajado. Osos. — No sería extraño que los osos, que no habi- tan sino en los países fríos, y que se encuentran en mu- chas montañas del Perú, no se hallasen en los bosques (1) Es la especie Felis concolor. (Nota de la edición espa- ñola.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 103 del Marañón, cuyo clima es tan diferente; sin embargo, he oído hablar de un animal llamado ucumariy y éste es precisamente el nombre indio que en lengua perua- na significa oso; mas no he podido comprobar si se trata del mismo animal. Antílope. Alce. — El antílope, que se encuentra en algunos parajes cubiertos de árboles de la cordillera de Quito, no es raro en los bosques del Amazonas y en los de la Guayana. Doy el nombre de antílope (alce) al animal que los españoles y portugueses co- nocen con el nombre de danta, y el cual recibe los nombres de uagra en la lengua peruana, tapiira en la del Brasil y maypuri en la lengua galibi, en las costas de la Guayana. Como la tierra firme cercana a la isla de Cayena forma parte del continente que atraviesa el Amazonas y está contigua a las tierras regadas por este río, la mayor parte de la fauna es la misma en uno y otro país. Coatí. — He dibujado, a mi paso entre los yameos, una especie de comadreja fácilmente domesticable; no puedo pronunciar ni escribir el nombre que me dijeron que llevaba; volví a verla en las cercanías de Para, en donde la llaman coatí, en lengua brasileña. Laet la menciona. Monos. Sapayús. Sahuíns. — La caza más común y que más agrada a los indios del Amazonas es la de los monos. Mientras duró mi navegación por este río he visto tantos y he oído hablar de tantas especies diferentes, que su sola enumeración sería larga. Los hay más grandes que un lebrel y otros más pequeños que una rata; no me refiero a los monitos de la espe- 104 LA CONDAMINE cíe conocida con el nombre de sapayús, sino a otros aun más pequeños, difíciles de domesticar, de pelo largo, lustroso, ordinariamente de color castaño, algu- nas veces con motas leonadas. Tienen la cola dos ve- ces más larga que el cuerpo, la cabeza cuadrada y pe- queña, las orejas puntiagudas y salientes como los perros y los gatos y no como los otros monos, con los cuales tienen poca semejanza, teniendo más bien el aire y el aspecto de un leoncito; se les llama pinches en Maynas y tamarinos en Cayena. He poseíd o mu- chos, mas no he podido conservar ninguno. Son de la especie llamada sahuins en lengua brasileña y, por corrupción, en Francia, sagoins; Laet habla de ellos y cita además a Ecluse y a Lery. El que me regaló el gobernador de Para era el único de su especie que se había visto en el país; el pelo del cuerpo lo tenía plateado y del color de los más hermosos ca- bellos rubios; la cola era de color castaño lustroso, tirando a negro. Tenía además otra particularidad más notable: sus orejas, sus carrillos y su hocico eran de un color bermellón tan vivo, que costaba trabajo el creer que este color fuese natural. Le tuve durante un año, y aun vivía cuando escribía estas líneas, casi a la vista de las costas de Francia, adonde me hubiera gustado que llegase vivo. A pesar de las continuas precauciones que tomé para preservarle del frío, el rigor de la estación, verosímilmente, le ocasionó la muerte. Como no tenía facilidades en el barco para secarle al horno, según el método que M. de Réau- mur ideó para conservar los pájaros, todo lo que he podido hacer ha sido conservarle en alcohol, lo que VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 105 bastará tal vez para demostrar que no he exagerado nada en esta descripción. Hay además muchos más animales raros; pero la mayor parte de ellos han sido ya descritos y se en- cuentran en diversas partes de América, tales como las diferentes especies de jabalíes y de conejos, la pacQy el hormiguero, el perezoso, el tatú o armadillo, y otros muchos; he dibujado algunos; de otros ha saca- do apuntes M. de Morainville, cuyos originales están en poder de M. Godin. Reptiles: Serpientes. — No es extraño que en países tan cálidos y tan húmedos como estos de que habla- mos las serpientes y las culebras de todo género sean comunes. He leído, no recuerdo en cuál Relación, que todas las del Amazonas no son venenosas; es cierto que algunas no son malignas de ningún modo; pero las mordeduras de muchas son casi siempre mortales. Una de las más peligrosas es la serpiente de campa- nilla o de cascabel, que es bastante conocida. Tam- bién lo es la culebra llamada coral, notable por la va- riedad y la vivacidad de sus colores; pero la más rara y la más singular de todas es una serpiente grande, anfibia, de 25 a 30 pies de larga y de más de un pie de gruesa, de la que se asegura que los indios mai- nas la llaman yacu mama, o madre del agua, y que» según dicen, habita ordinariamente en los grandes lagos formados por la expansión de las aguas del río en el interior de las tierras. Se cuentan de ella cosas de las que aun dudaría si creyese haberlas visto, y que no me aventuro a repetir sino tomándolas del autor, ya citado, de El Orinoco ilustrado, que las cuenta muy 106 LA CONDAMINE seriamente. No solamente, según los indios, esta cule- bra monstruosa engulle un cabrito entero de un bo- cado, sino que, además, afirman que atrae invencible- mente con su respiración a los animales que se aproxi- man a ella, devorándolos después. Varios portugueses de Para trataron de persuadirme de que eran verdad otras cosas tan poco verosímiles, tales como la manera con que otra gruesa culebra mata a los hombres con su cola. Supongo que pertenece a la misma especie que se encuentra en los bosques de Cayena, cuya úni- ca maravilla se reduce a un hecho confirmado por la experiencia, el cual es que se puede ser mordido, y aun llevar las señales, sin peligro, aunque sus dientes son a propósito para inspirar terror. He traído dos pie- les; una de ellas tiene un poco menos de quince pies de longitud, tal y como está disecada, y tiene más de un pie de ancho. Sin duda las hay más grandes. Tengo que agradecer estas pieles y otras curiosidades de Historia Natural a los Padres jesuítas de Cayena, a M. de Lille Adam, comisario de marina, a M. Artur, médico del rey, y a varios oficiales de la guarnición. Gusano que crece en la carne. — El gusano llamado entre los mainas suglacuru, y en Cayena gusano maca- co, se desarrolla en la carne de los animales y de los hombres; llega a adquirir el tamaño de un haba y cau- sa un dolor insoportable; es bastante raro. Dibujé en Cayena el único que he visto y conservé el mismo gusano en espíritu de vino; dicen que nace en la llaga producida por la picadura de una especie de mosqui- to o cínife, pero hasta ahora no se conoce el animal que deposita el huevo. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 107 Murciélagos. — Los murciélagos que chupan la san- gre a los caballos, a las muías y aun a los hombres cuando no se precaven durmiendo al abrigo de un pabellón, son una plaga común en la mayor parte de los países cálidos de América; han aniquilado, en Borja y en otros varios lugares, el ganado que intro- dujeron los misioneros, y que comenzaba a multipli- carse. PÁJAROS: Colibrí. — El número de las diversas espe- cies de pájaros en las florestas del Marañón parece ser mayor aún que el de los cuadrúpedos. Es notable que no haya casi ninguno que cante agradablemente, distinguiéndose principalmente por el esplendor y la variedad de los colores de sus plumajes. No tiene ri- val la belleza de las plumas del colibrí, del que tantos autores han hablado y que se encuentra en América en toda la Zona Tórrida. Debo hacer notar únicamen- te que, aunque comúnmente se dice que no habita sino en los países cálidos, no he visto en ninguna parte más colibríes que en los jardines de Quito, cuyo clima templado está más cerca del frío que del calor excesivo. Tucán. — El tucán, cuyo pico rojo y amarillo es monstruoso en proporción con su c^ierpo, y cuya len- gua, semejante a una pluma tenue, dicen que posee virtudes extraordinarias, no es muy peculiar del país de que hablo. Papagayos y guacamayos. — Las especies de papa- gayos y guacamayos, diferentes en tamaño, en color y en figura, son innumerables; los más raros entre los papagayos son los amarillos enteramente, con algo de 108 LA CONDAMINE verde en la extremidad de las alas. Sólo he visto en Para dos de esta clase. No se conoce allí la especie gris con la punta de las alas color de fuego, que es tan común en Guinea. Labores de plumas. — Los mainas, los omaguas y otros indios hacen algunas labores de plumas, pero no son tan finas ni tan artísticas como las de los me- jicanos. Pájaros pintados artificialmente. — Los indios de las orillas del Oyapoc tienen la habilidad de dar arti- ficialmente colores naturales, diferentes de los que recibieron de la Naturaleza, a los papagayos, quitán- doles las plumas y frotándolos con la sangre de cier- tas ranas. Esto es lo que se llama en Cayena disfrazar un papagayo. Tal vez el secreto no consista sino en mojar con cualquier substancia acre el sitio despluma- do; quizá no sea necesario ninguna derezo; es una ex- periencia que debe realizarse. En efecto, no es muy extraordinario el ver que un pájaro vuelva a echar plumas rojas o amarillas en lugar de otras verdes que se le arrancaron, y el observar asimismo que na- cen pelos blancos en lugar de los negros que antes tenía en el lomo de un caballo herido, al restable- cerse. Cahuitahu. — Entre muchos pájaros notables, he vis- to uno en Para del tamaño de un ganso, cuyo plumaje no tiene nada de particular; pero sobre las alas tiene, a modo de arma, un espolón o cuerno muy agudo, semejante a una espina gruesa de media pulgada de largo; tiene además, debajo del pico, otro cuernecito delicado y flexible del largo de un dedo; su nombre VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 109 es cahuitahu (1) en lengua brasileña, palabra onoma- topéyica que imita sus gritos. Pájaro trompeta. — El pájaro llamado trompetero por los españoles en la provincia de Maynas es el mismo que llaman agamí en Para y en Cayena; es muy común y no tiene nada de particular que el ruido que a veces produce haya dado origen al nombre de pájaro trompeta. Algunos, equivocadamente, han to- mado este ruido por un canto o por un gorjeo; mas parece que lo emite con un órgano diferente por com- pleto y opuesto precisamente a la garganta. Cóndor. — El ave famosa llamada en el Perú contar, y por corrupción cóndorf que he visto en muchos lu- gares de las montañas de la provincia de Quito, se encuentra también, si es verdad lo que me han ase- gurado, en las llanuras de las orillas del Marañón. Los he visto cernirse sobre un rebaño de carneros; mas la presencia del pastor parecía impedirles arrebatar ninguno. Es una opinión universalmente extendida que este ave puede volar llevando en sus garras un cabrito, y que algunas veces ha hecho su presa en un niño. También se dice que los indios le ponen por cebo una figura de niño hecha con arcilla muy pega- josa, sobre la que se arroja con vuelo rápido, clavan- do en ella las garras de tal manera que después no le es posible desprenderse. Septiembre de 1743. Llegada a Para.— El 19 de (1) Debe referirse el autor a la especie Palamedea chavaría, o camichi, que domesticada sirve de guardián de las gallinas. (Nota de la edición española.) lio LA CONDAMINE septiembre, cerca de cuatro meses después de mi sa- lida de Cuenca, llegué a la vista de Para, llamado por los portugueses gran Paráy esto es, el gran rio en len- gua brasileña; desembarcamos en una hacienda de- pendiente del Colegio de los Padres jesuítas. El pro- vincial (1) nos recibió, y el rector (2) nos retuvo allí ocho días y nos procuró toda clase de diversiones campestres mientras nos preparaban alojamiento en la ciudad. Al llegar a Para, el 27, encontramos dis- puesta una casa cómoda y ricamente amueblada, con un jardín desde el cual se divisaba el horizonte del mar y situada tal y como la deseaba para la facilidad de mis observaciones. El gobernador (3) y capitán general de la provincia nos hizo un recibimiento es- pléndido que debimos haber sospechado por las ór- denes que dio relativas acerca de nuestro paso a los comandantes de las fortalezas, y por sus recomenda- ciones a los provinciales de los diversos misioneros que encontramos. Septiembre de 1743. Ciudad de Para. Su comer- cio.— Creímos al llegar a Para, saliendo de los bos- ques del Amazonas, que nos habían transportado a Europa. Hallamos que era una gran ciudad, con calles bien alineadas, casas alegres, la mayor parte recons- truidas en piedra y ladrillos en los treinta años últi- mos, y magníficas iglesias. (1) El R.P.José de Souza. (2) El R. P. Juan Ferreira. (3) Sus títulos son: Excmo. Sr. Juan de Abreu y Castelbranco, gobernador y capitán general del Estado de Maranham. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 111 El comercio directo de Para con Lisboa, de donde viene todos los años una flota mercante, facilita a las personas ricas toda clase de comodidades. Reciben las mercancías de Europa en cambio de los géneros del país, que son, entre otros, oro en polvo, que traen del interior de las tierras de la costa del Brasil; todas las variadas producciones útiles, tanto de los ríos afluentes del Amazonas como de las riberas de éste, tales como la corteza de la madera de clavo, la zarza- parrilla, la vainilla, el azúcar, el cafe, y sobre todo el cacao, que es la moneda corriente en el país y que constituye la riqueza de sus habitantes. Noviembre-diciembre de 1743. Su latitud. Su lon- gitud.— La latitud de Para, probablemente no había sido nunca observada en tierra, y me aseguraron al llegar allí que estaba precisamente en la Línea Equi- noccial. El mapa del P. Fritz coloca esta ciudad a un grado de latitud austral. He averiguado, por muchas observaciones que coinciden, que su latitud es de 1° 28', latitud que no se diferencia sensiblemente de la del mapa de Laet, al que no han seguido, que yo sepa, ninguno de los geógrafos posteriores. En el nuevo Guía Portugués está situado Para a 1° 40'. En cuanto a su longitud, he podido establecerla exacta- mente por el eclipse de Luna que observé el 1 de noviembre de 1743, y por dos inmersiones del pri- mer satélite de Júpiter, correspondientes al 6 y al 29 de diciembre del mismo año. Teniendo en cuenta las observaciones correspon- dientes de cualquier lugar cuya longitud sea conoci- da, no siendo la de París, he deducido por medio del 112 LA CONDAMINE cálculo que la diferencia del meridiano de Para con el de París es aproximadamente de tres horas y vein- ticuatro minutos al Occidente. Pasaré en silencio mis observaciones sobre la declinación y la inclinación de la aguja imantada y sobre las mareas, que son bas- tante irregulares en Para. Experiencias acerca de la gravedad. — Una obser- vación más importante y que tenía relación inmediata con la figura de la Tierra, objeto principal de nuestro viaje, era la de la longitud del péndulo en un tiempo medio, o, mejor dicho, la diferencia de longitud de este péndulo en Quito y en Para, estando situadas estas dos ciudades una al nivel del mar, otra a 1.400 ó 1.500 toesas sobre el nivel del mar, y las dos en la Línea Equinoccial, porque grado y medio de diferen- cia no tiene para esto ninguna importancia. Podía muy bien determinar esta diferencia por medio de un péndulo invariable de 28 pulgadas de largo, que des- cribiré más adelante, el cual conserva sensiblemente sus oscilaciones durante más de veinticuatro horas y con el que había hecho numerosas experiencias en Quito y en la montaña Pichincha, a 750 toesas sobre el suelo de Quito. Cambios en la gravedad. — Por el resultado medio de nueve experiencias realizadas en Para, de las que las más diferentes sólo discrepaban en tres oscilacio- nes, de 98.740, averigüé que mi péndulo registraba en veinticuatro horas, tiempo medio, 31 ó 32 vibra- ciones más que en Quito y 50 ó 51 vibraciones más que en Pichincha. Deduje de estas experiencias que, bajo el Ecuador, dos cuerpos de los cuales uno pesa- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 113 ra 1.600 libras y el otro 1.000 al nivel del mar, trans- portándolos, el primero, a 1.450, y el segundo, a 2.200 toesas de altura, perderían cada uno más de una li- bra de su peso, poco más o menos, como debería su- ceder haciendo los mismos experimentos bajo los 22 y 28° paralelos, seg-ún la tabla de Newton, o los 20 y 25°, a juzgar por la comparación de las experiencias inmediatas hechas bajo el Ecuador y en diversos lu- gares de Europa. Las cifras precedentes no son más que aproxima- das, y me reservo el derecho de variarlas ligeramente cuando, aplicando las ecuaciones convenientes, dé los detalles de mis experiencias con el péndulo. Diciembre de 1743. Obstáculos para la salida de Para. — Durante mi estancia en Para hice algunas ex- cursiones en canoa por los alrededores, que fueron provechosas para añadir detalles a mi mapa, que no podía terminarle sin ver la verdadera desembocadura del Amazonas y sin seguir su orilla septentrional has- ta el cabo Norte, donde termina su curso. Esta y otras muchas razones me determinaron a trasladarme de Para a Cayena, desde cuyo punto podía volver direc- tamente a Francia en el navio real que allí esperaba. No aproveché, como el Sr. Maldonado, la oportuni- dad de la flota portuguesa que partió para Lisboa el 3 de diciembre de 1743, y estuve forzosamente rete- nido en Para hasta fines del mismo mes, menos por la amenaza de los vientos contrarios que reinan en esta estación que por la dificultad de reclutar un equipo de remeros entre los indios, los cuales, en su mayor parte, habían huido de las aldeas circunvecinas, te- ViAjE A LA América Meridional o 114 LACONDAMINE miendo el contagio de la viruela, que a la sazón ha- cía garandes estragos. Viruela mortal para los indios. — Se observa en Para que esta enfermedad es aún más funesta a los indios de las Misiones, recientemente llevados de los bosques y que van desnudos, que a los indios vesti- dos, nacidos o habitantes durante mucho tiempo en- tre los portugueses. Los primeros, especie de anima- les anfibios, tan pronto en el agua como en la tierra, endurecidos desde su infancia por las inclemencias del aire, quizá tienen la piel más compacta que la de los otros, lo que induce a creer que esto solo puede dificultar más el brote de la erupción variolosa. La costumbre que tienen estos indios de frotarse el cuerpo con achiote (1), genipa (2) y otros aceites gra- sos y espesos, que a la larga deben obstruir los po- ros, tal vez contribuye también a aumentar dicha di- ficultad; esta conjetura está confirmada por otra ob- servación, pues los esclavos negros transportados de África, y que no tienen esa costumbre, resisten mejor aquel mal que los naturales del país. Sea como quiera, un indio salvaje salido recientemente de los bosques y atacado naturalmente por dicha enfermedad es, ge- neralmente, hombre muerto. Pero ¿por qué no suce- de lo mismo con la viruela artificial? Diciembre de 1743. La inoculación los salva a to- (1) El achiote, achote o achiotiüo es la Bixa Orellana, tintó- rea y medicinal. (Nota de la edición española.) (2) Especies diferentes del género Pfarmica. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 115 dos. — Hace quince o diez y seis años que un misio- nero carmelita de las cercanías de Para, viendo que todos sus indios morían uno tras de otro, y habiendo aprendido por la lectura de un periódico el secreto de la inoculación, que hacía furor entonces en Euro- pa, juzg-ó, prudentemente, que utilizando este remedio podría al menos convertirse en dudosa una muerte que empleando los remedios ordinarios era demasia- do cierta. Un razonamiento tan sencillo no podía por menos de ocurrírsele a todos los que eran capaces de reflexionar y que, viendo el estrago ocasionado por la enfermedad, oían hablar del éxito de la nueva opera- ción; pero este religioso fué el primero en América que tuvo el valor de ponerle en ejecución. Había per- dido ya la mitad de sus indios; otros muchos caían en- fermos diariamente; se atrevió a inyectar la viruela a todos los que aun no habían sido atacados, y no per- dió ni uno solo. Otro misionero del río Negro siguió su ejemplo con el mismo éxito. Diciembre de 1743. — Después de unas experiencias tan satisfactorias se creerá, sin duda, que en la epide- mia de 1743, causa de mi detención en Para, todos los que tenían esclavos indios usarían una receta tan sa- ludable para conservarlos. También lo creería yo si no hubiese sido testigo de lo contrario; al menos, cuando salí de Para aun no se pensaba en ello. Verdad es que todavía no habían muerto la mitad de los indios. Salida de Para. — Embarqué el 29 de diciembre en Para para ir a Cayena, en una canoa del general, con un equipo de 22 remeros y con todas las como- didades que podía desear, abastecido de víveres y 116 LA CONDAMINE provisto de recomendaciones para los reverendos Pa- dres franciscanos de la regla de San Antonio que tienen a su cargo las Misiones en la isla de Marayo o de Joanes, y que debían proporcionarme, al pasar por ellas, un nuevo equipo de indios para continuar mi ruta. Enero de 1744. — Sin embargo, la falta de comuni- cación entre Para y Cayena, y diversos contratiempos, me impidieron encontrar un buen piloto práctico en las cuatro ciudades dependientes de estos Padres, en las que abordé en los primeros días de enero de 1744. Privado de este socorro y entregado a la poca expe- riencia y a la timidez de mis remeros indios, y sobre todo a la de los tetados (1) o mestizos portugueses que me habían facilitado para darles órdenes en su lengua, y que se llegaron a creer que también estaba yo a sus órdenes, invertí dos meses en una ruta que pude hacer en menos de quince días; por este retraso no pude observar en tierra el cometa que allí apareció en esta época, y que desapareció entre los rayos del Sol antes de que pudiese llegar a Cayena. Enero de 1744. Isla de Joanes o de Marayo. — Algu- nas leguas más abajo de Para, atravesé la boca orien- tal del Amazonas o brazo de Para separado de la ver- dadera desembocadura o boca occidental por la gran isla conocida con el nombre de Joanes, y en Paramas comúnmente con el de Marajo (2). Ocupa esta isla (1) Tetudas es el nombre que se da en el Brasil a los hijos de portugués y de india. (2) Los indios pronuncian Marayo y los portugueses Marajo. Lo mismo sucede con otros muchos nombres indios. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 117 -sola casi todo ei espacio que separa las dos desembo- caduras del río. Tiene figura irregular y más de 150 leguas de contorno. En todos los mapas la han substi- tuido por una multitud de islitas que parecerían pues- tas al azar si no semejasen estar copiadas del mapa Antorcha del Mar, lleno en esta parte de pormenores tan falsos como detallados. Ei brazo de Para, en el si- tio por donde le atravesé, cinco o seis leguas más aba- jo de esta ciudad, tiene más de tres leguas de ancho, ensanchándose cada vez más. Costeé la isla, nave- gando hacia el Norte 30 leguas, hasta su última pun- ta, llamada Maguari, más allá de la cual di la vuelta al Oeste, costeando siempre la isla, que se extiende más de 40 leguas, sin desviarse apenas de la Línea Equinoccial. Vi de lejos dos grandes islas, que dejé ha- cia el Norte, llamadas una Machiana y otra Caviana, hoy desiertas y antiguamente habitadas por los aruas, que, aunque viven dispersos, conservan su lengua pe- culiar. El terreno de estas islas, así como el de una gran parte de la de Marajo, está enteramente pelado y es casi inhabitable. Dejé la costa de Marajo en el sitio en que se repliega hacia el Sur, y fui a parar al verda- dero cauce o canal principal del Amazonas, frente por frente del nuevo fuerte de Macapa, situado en la orilla occidental del río, y trasladado por los portugueses dos leguas al Norte más allá del antiguo. Enero de 1744. Macapa, fuerte portugués. — No sería posible atravesar por este sitio el río en canoas ordi- narias si el canal no estuviese reducido en su anchura por islitas, al abrigo de las cuales se navega con más seguridad, empleando el tiempo conveniente para pa- 118 LA CONDAMINE sar de una a otra. Desde la última isla a Macapa no deja de haber bastante más de dos leguas. En este úl" timo recorrido repasé por última vez, de Sur a Norte, la Línea Equinoccial, a la que me había aproximado in- sensiblemente desde el lugar en que embarqué. Ob- servé en el nuevo fuerte de Macapa, o, mejor dicho, sobre el terreno destinado para sü construcción, los días 18 y 19 de enero, tres minutos de latitud septen- trional. Enero de 1744. Terreno a propósito para medir un meridiano. — £1 suelo de Macapa está a dos o tres toe- sas sobre el nivel del mar. Solamente hay árboles a la orilla de un río; tierra adentro es un país liso, el pri- mero de esta naturaleza que encontré desde la cordi- llera de Quito. Los indios aseguran que es lo mismo de llano siguiendo hacia el Norte, y que puede irse a caballo desde allí hasta las fuentes del Oyapoc, reco- rriendo grandes llanuras, interrumpidas de trecho en trecho por manchas de bosque claro. Desde los alre- dedores de las fuentes del Oyapoc se ven al Norte, las montañas del Apruaga, que se divisan también muy claramente desde el mar, a muchas leguas de distancia de la costa, y mejor aún desde las alturas vecinas a Cayena. Esto supuesto, claro es que saliendo de Ca- yena, a S"" de latitud Norte, y yendo hacia el Sur, se hubieran podido medir cómodamente 2, 3 y tal vez 4° del Meridiano, sin salir de tierras pertenecientes a Francia, y reconocer, recorriéndolas, el interior de las mismas, cosa que hasta ahora no se ha hecho. En fín, si se hubiera querido, se hubiese podido, con pasa- portes de Portugal, llevar la medición hasta el parale- Viaje a la América meridional 119 lo de Macapa, esto es, hasta el mismo Ecuador. La rea- lización de este proyecto hubiera sido aún más fácil de lo que yo mismo creía cuando lo propuse a la Aca- demia, un año antes que se discutiese el viaje a Quito, que pareció más sencillo. Si mi idea hubiese sido aceptada, es casi seguro que habríamos vuelto hace bastantes años; pero únicamente examinando los lugfa- res podía aseg-urarse que lo que yo propuse era prac- ticable. Entre Macapa y el cabo Norte, en el sitio donde el g-ran canal del río se halla reducido por las islas, y, so- bre todo, enfrente de la gran boca del Araguari, que desemboca en el Amazonas por el Norte, el flujo del mar ofrece un fenómeno singular. Durante los tres días inmediatos a las lunas nuevas y llenas, en la épo- ca de las mareas más altas, el mar, en vez de tardar cerca de seis horas en elevarse, alcanza en uno o dos minutos su altura máxima. Pororoca, fenómeno singular de las mareas. — Como se comprenderá, esto no puede suceder tranquilamen- te. Se oye a una o dos leguas de distancia un ruido aterrador que anuncia la pororoca, que es el nombre que los indios de estos lugares dan a la terrible olea- da. A medida que se aproxima, el ruido aumenta, y en seguida se ve un promontorio de agua de 12 a 15 pies de alto, después otro, más tarde un tercero, y al- gunas veces un cuarto, que se suceden muy rápidos y que ocupan todo el ancho del canal; las olas avanzan con prodigiosa rapidez, destrozando y arrasando cuan- to encuentran a su paso. He visto en algunos sitios una gran extensión de terreno cubierta de gruesos ár- 120 LA CON DA MINE boles desarraigados, con grandes destrozos, arrastrada por la pororoca. Por todos los sitios que pasa esta avalancha la orilla queda tersa como si se hubiera barrido con esmero. Las canoas, las piraguas, los mis- mos barcos, no tienen más medio de precaverse de la barre (nombre francés con que se la conoce en Caye- na) que anclar en sitio muy profundo. No daré deta- lles extensos del fenómeno ni de su explicación; no haré sino indicar sus causas, diciendo que, después de haberle examinado con atención en sitios diversos, he notado siempre que no sucede más que cuando la oleada, al subir y quedar encerrada en un canal estre- cho, encuentra en su camino un banco de arena o un fondo elevado que se atraviesa como obstáculo, co- menzando en el momento del choque el movimiento impetuoso e irregular de las aguas, que cesa un poco más allá del banco, cuando el canal vuelve a tener profundidad o se ensancha considerablemente. Según dicen, sucede algo bastante semejante en las islas Or- eadas, al norte de Escocia, y a la entrada del Carona, cerca de Burdeos, donde a este efecto de las mareas se le llama el mascaret (1). El temor del capataz de mis indios de no poder en los cinco días que faltaban para las grandes mareas de* (1) El pororoca es una ola formidable y de empuje irresistible, que remonta el río, provocada por la onda de la marea al propa- garse en sentido contrario de las ag-uas del Amazonas que se vier- ten en el mar. El fenómeno se repite también en el Ganges, donde se le llama bora, y en el Sena, cerca de Caudebec, en donde le llaman masca- ret. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 121 plenilunio, llegar al cabo Norte, del que estábamos a 15 leguas y más allá del cual podíamos encontrar un abrig-o, le hizo tomar la resolución, a pesar de mis amonestaciones, de esperar nueve días enteros en una isla desierta, hasta que el plenilunio pasó del todo. Febrero de 1744. La canoa queda en seco durante siete días. El cabo Norte. Su latitud. — Llegamos al cabo Norte en menos de dos días; a la mañana siguien- te, día del cuarto menguante y de las mareas más bajas» varamos en un banco de cieno, y al bajar el mar se alejó mucho del sitio donde estábamos. Al día siguien- te el flujo no llegó hasta la canoa; en fín, estuve en seco cerca de siete días, durante los cuales mis reme- ros, cuya misión había cesado, aunque temporalmente» no tenían otra ocupación que la de ir a buscar muy lejos agua salobre, hundiéndose en el légamo hasta la cintura. En cuanto a mí, pasé todo el tiempo repitien- do mis observaciones a la vista del cabo Norte y eno- jándome al ver siempre como resultado 1° 51' de lati- tud septentrional. Mi canoa, encallada en limo endure- cido, se convirtió en un observatorio sólido. Febrero de 1744. Variación de la aguja imantada- Error peligroso en los mapas. — La variación de la brú- jula era de 4° al Nordeste, dos grados y medio me- nos que en Pauxis; tuve también ocasión, durante una semana entera, de extender la vista por todas partes, sin divisar otra cosa que manglares (1), en (1) Se llama manglar a las asociaciones del árbol mangle Rhi- zophora mangle y de otras especies, que forman espesas maniguas, con las raíces sumersas y hundidas en el lodo, en el litoral de las 122 LA CONDAMINE ugar de las elevadas montañas cuyas cumbres están marcadas con toda clase de detalles en las descripcio- nes de las costas anejas a los mapas de la Antorcha del Mar, libro traducido en todas las lenguas, y que en esta parte parece más bien escrito para extraviar que para guiar a los navegantes. Por fín, en las grandes mareas de la Luna nueva si- guiente, el comienzo de la misma barre, tan temida, volvió a ponernos a flote, no sin peligro, pues levantó la canoa y la hizo cabecear en el cieno con mucha más rapidez que la que había experimentado en el Pongo, en lo alto del río que acababa de recorrer, y del que al fín veía la desembocadura. Mi mapa del curso del Amazonas terminaba allí; sin embargo, continué delineando la costa y observando las latitudes hasta Cayena. Febrero de 1744. Bahía y río de Vicente Pinzón, — Algunas leguas al oeste del Banco de los Siete Días, y a la misma altura, encontré otra boca del Araguari, hoy cegada por la arena. Esta boca y el profundo y largo canal que a ella conduce, viniendo del Norte» entre el continente del cabo Norte y las islas que ro- dean a este cabo, constituyen el río y la bahía de Vi- cente Pinzón. Los portugueses de Para han tenido sus razones para confundirlos con el río Oyapoc, cuya desembo- i-egiones tropicales. Son plantas adaptadas al suelo fangoso y sa- lino, periódicamente inundado. En marea alta sólo las copas emer- oen del agua, y en bajamar se advierte un dédalo de ramas y de raíces dotadas de pneumató foros. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 125 cadura, bajo el cabo Orange, está a 4'' 15' de latitud Norte. El artículo del Tratado de Utrecht, que al pa- recer hace de los dos ríos Oyapoc y Pinzón uno solo, no impide que estén, efectivamente, a más de 50 le- g-uas uno de otro. No negarán el hecho los que hayan consultado los mapas antig-uos y hayan leído a los au- tores originales que han escrito acerca de América antes que los portugueses se establecieran en el Bra- sil. Observé en el fuerte francés del Oyapoc, el 23 y el 24 de febrero, 3° 55' de latitud Norte; este fuerte está situado a seis leguas, remontando el río del mismo nombre, en la orilla septentrional. Febrero de 1744. Llegada a Cayena. — Al fín, des- pués de dos meses de navegación por mar y por tierra (hablo sin exageración, pues la costa es tan plana entre el cabo Norte y la isla de Cayena, que el timón tocaba continuamente, mejor dicho, no cesaba de surcar c cieno, y a veces no había más que un pie de agua en media legua de ancho), llegué de Para a Cayena el 26 de febrero de 1744. Febrero de 1744. Experimento sobre la gravedad. — Nadie ignora que fué en esta isla donde M. Richer, miembro de esta Academia, hizo en 1672 el descubri- miento de la desigualdad de la gravedad en los dife- rentes paralelos, y que sus experiencias fueron los pri- meros fundamentos de las teorías de M. Huygens y de M. Newton sobre la fígura de la Tierra. Una de las razones que me determinaron a ir a Cayena fué la utilidad que resultaría de repetir las mismas experien- cias, en las que estoy muy práctico, y que hoy se hacen con mucha más exactitud que antes. Traigo una regla 124 LA CONDAMINE de acero que es, según mis observaciones, la medida exacta de la longitud absoluta del péndulo simple en Cayena; pero espero obtener mucha mayor precisión con la comparación del número de oscilaciones de mi péndulo fijo en Cayena durante veinticuatro horas con el número de sus vibraciones en París en un espacio igual de tiempo, tan pronto como pueda experimen- tarlo. Esta comparación dará exactísimamente el exce- so del péndulo de segundos de Cayena sobre el pén- dulo de segundos de París, cuya longitud absoluta, de" terminada por M. de Mairan, que ha superado a todos los que en esta investigación le han precedido, puede con justo título ser reputada como la verdadera. Podría también tomarse como punto fijo la longitud del pén- dulo observada en Quito con diferentes métodos y con diversos instrumentos, sobre la cual los señores Godin y Bouguer y yo estamos acordes hasta la centésima de línea (1). Desde cualquier punto de partida, la diferen- cia del número de oscilaciones del mismo péndulo en veinticuatro horas en Quito, en Para y en París, ave- riguada por una larga serie de experiencias en cada lugar, dará como resultado la medida absoluta del pén- dulo equinoccial al nivel del mar, la más apropiada para ser adoptada de común acuerdo como medida universal. ¡Cuánto desearía que una medida semejante se usara, al menos, entre los matemáticos! Febrero de 1744. Modelo de medida universal, — La (1) Antes del sistema métrico la línea era la dozava parte de la pulgada, o sean próximamente 0,225583 centímetros. (Nota de la edición española.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 125 diversidad de lenguas, que aun durará bastantes siglos, origina ya bastantes obstáculos al progreso de las cien- cias y de las artes, por la falta de una comunicación suficiente entre las diferentes naciones, para que aun se aumenten con deliberado propósito, por decirlo así, prefiriendo servirse de distintos pesos y medidas en cada país y en cada lugar, mientras quela Naturaleza nos ofrece en la longitud del péndulo de segundos, bajo el Ecuador, un modelo invariable y apropiado para fijar en todos los lugares los pesos y las medidas, invitando a adoptarle a todos los sabios. Simientes de quina. — Mi primer cuidado al llegar a Cayena fué el de distribuir a diversas personas si- miente de quina, que entonces no tenían más que ocho meses; por este medio esperaba reparar la pér- dida de las últimas plantitas del mismo árbol, que hasta entonces mis precauciones habían preservado de los calores y de los accidentes del viaje, y que me fueron arrebatadas por una ola que a poco si hace zo- zobrar a mi canoa en el cabo de Orange. Las semillas no han brotado en Cayena, y apenas si me atrevo a esperarlo, teniendo en cuenta la delicadeza de las si- mientes, que estuvieron expuestas a grandes calores. Aun no he tenido noticias de las que hice enviar a los Padres misioneros jesuítas de lo alto del Oyapoc, cuyo terreno montañoso, de clima menos cálido, es mucho más semejante al de Loxa (véase la nota de la pá- gina 24), donde recogí las semillas. Febrero de 1744. Observaciones de latitud y de lon- gitud.— Observé en la ciudad de Cayena la misma la- titud que M. Richer, cerca de 5" 56' ai Norte. Desde xZb LA CONDAMINE luego quedé sorprendido al hallar por medio de cua- tro observaciones del primer satélite de Júpiter, acor- des entre sí, cerca de un grado menos en la diferencia entre los meridianos de Cayena y París, la cual no está marcada en la obra del Conocimiento de los tiempos; mas después he sabido que M. Richer no hizo ninguna observación de los satélites de Júpiter en Cayena y que la longitud de este lugar no se dedujo sino de una manera muy indirecta y muy susceptible de error. El dar detalles acerca de este asunto es más propio para nuestras sesiones privadas, así como los porme- nores sobre mis observaciones de las mareas y de la declinación e inclinación de la aguja imantada, hechas en el mismo lugar. Febrero de 1744, Experimentos sobre la velocidaa del sonido. — Habiendo notado que desde Cayena se veían muy claramente las montañas de Courou, distan- tes a unas diez leguas, pensé que este lugar, desde donde se podía divisar el fuego y oír el ruido del ca- ñón del fuerte de Cayena, sería a propósito para medir la velocidad del sonido en un clima tan diferente del de Quito, donde habíamos hecho muchos experimen- tos. M. d'Orvilliers, comandante de la plaza, tuvo a bien, no sólo el dar las órdenes necesarias, sino el considerar como un placer el repartir conmigo el tra- bajo; M. Fresneau, ingeniero real, se encargó de las señales de aviso, de medir en su sitio la velocidad del viento, y de otros muchos detalles. En cinco experien- cias verificadas en dos días diferentes, y de las cuales cuatro están acordes al medio segundo en un intervalo de tiempo de ciento diez segundos, se calculó geomé- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 127 tricamente, por una serie de triángulos unidos con una base de 1.500 toesas, medida dos veces en una playa lisa, la distancia de 20.230 toesas, obteniendo como resultado medio de la velocidad del sonido, dedu- ciendo la velocidad del viento, 183 toesas (1) y media por segundo, en vez de 175 que obtuve en Quito. El cañón que sirvió para los experimentos disparaba una bala de doce libras de peso. Aproveché los ángulos que ya había medido, y las distancias conocidas, para determinar geométricamen- te la posición de treinta o cuarenta puntos, tanto en la isla de Cayena como en el continente y en la costa^ entre otros, la de algunas rocas, y especialmente la lla- mada del Condestable, que sirve de punto de recono- cimiento a los navios. Febrero de 1744. Notas topográficas. Altura de las montañas y de los cabos; conocimiento útil para los marinos. — Tomé también los ángulos de elevación de los cabos y de las montañas más salientes. Su altura, bien conocida, proporcionará a los pilotos un medio mucho más seguro que el de la estima para conocer a la vista de las tierras, sin cálculo y con la ayuda de una sencilla tabla, la distancia a que están de una cos- ta. No se sabe cuánto importa el saberla en los fon- deamientos. No es éste el único auxilio que la Geo- metría ofrece a los marinos, que hasta ahora han des- cuidado el utilizarla. En otra excursión que aun hice con M. d'Orvilliers (1) Halló, pues, La Condamine para velocidad del sonido 355 metros por segundo. (Nota de la edición española.) 128 LA CONDAMINE fuera de ia isia, remontando algunos ríos del conti- nente, medimos sus contornos por caminos y distan- cias, y observé algunas latitudes; reuniendo muchos materiales que, con los principales puntos que ya había determinado, podrán servir para hacer un mapa exacto de esta colonia, de la que hasta ahora no tenemos nin- guno que merezca tal nombre. Julio de 1744. Experimentos sobre las flechas en- venenadas.— Durante mi estancia en Cayena tuve la curiosidad de ensayar si el veneno de las flechas en- venenadas, que aun guardaba desde hacía más de un año, conservaba todavía su actividad, y al mismo tiem- po si el azúcar era efectivamente un contraveneno tan eficaz como me lo habían asegurado. Una y otra ex- periencia fueron hechas en presencia del comandante de la colonia, de muchos oficiales de la guarnición y del médico real. Una gallina ligeramente herida lan- zándole, soplando con una cerbatana, una flechita cuya punta se impregnó de veneno hacía lo menos trece meses, vivió medio cuarto de hora; otra, después de pinchada en el ala con una de estas flechas, nueva- mente mojada en el veneno diluido en agua, retirando en seguida la flecha de la herida producida por el pin- chazo, pareció amodorrarse un minuto después; inme- diatamente empezaron las convulsiones, y aunque en- tonces se le hizo tragar azúcar, se murió. Una tercera, pinchada con la misma flecha remojada en el veneno, se la socorrió inmediatamente con igual remedio y no mostró síntomas de molestia. He vuelto a hacer los mismos experimentos en Leyden, en presencia de varios profesores cele- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 129 bres (1) de la Universidad, el 23 de enero de este año. El veneno, cuya violencia ha debido disminuir por el largo tiempo y el frío, no hizo efecto has- ta los cinco o seis minutos; pero el azúcar se utilizó sin éxito; únicamente la gallina que la tragó vivió un poco más tiempo que la otra. La experiencia no se repitió. Este veneno es un extracto del jugo de va- rias plantas, especialmente de ciertas lianas, obteni- do a fuego; según aseguran, entran más de treinta cla- ses de hierbas o de raíces en el veneno fabricado por los ticunas, que es con el que hice las pruebas, y el más estimado entre las diferentes especies conocidas a lo largo del río Amazonas. Los indios le componen siempre del mismo modo, siguiendo a la letra el pro- cedimiento que han heredado de sus antepasados, tan escrupulosamente como nuestros farmacéuticos proce- den en la composición de la triaca andromachus, sin omitir el menor ingrediente prescrito, aunque proba- blemente esta gran multiplicidad no sea más necesa- ria en el veneno indio que en el antídoto europeo. Julio de 1744. Nota. — Quedaréis sorprendidos al saber que entre estas gentes, que tienen a su disposi- ción un instrumento tan seguro y rápido para satisfa- cer sus venganzas, sus envidias y sus rencores, no sea este veneno tan sutil funesto más que a los monos y a los pájaros de los bosques. Aun es más extraño que cualquier misionero, siempre temido y a veces odiado por sus neófitos, con los que su ministerio no le per- mite tener todas las complacencias que ellos quisieran. (1) Los señores Mussenbrock, Vanswieten y Albinus. Viaje a la América Me-rihional 9 130 LA CONDAMINÉ viva entre ellos sin temor y sin desconfianza. Mas esto no es todo: estas gentes tan poco peligrosas son hom- bres salvajes y con gran frecuencia sin ninguna idea acerca de la religión. Agosto de 1744. Pólipos de mar. Retraso en Caye- na.— Supe en Cayena el hecho, maravilloso y siempre nuevo, de la multiplicación de los pólipos, descubierto por M. Trembley y confirmado después por las expe- riencias de los Sres. Réaumur, Jussieu y un gran nú- mero de físicos; hice algunas experiencias con gran- des pólipos de mar, muy comunes en esta costa. Mis primeras tentativas no me salieron bien, y mi enferme- dad me impidió repetirlas, como me proponía. Más de cinco meses de espera en Cayena sin ver llegar el barco del rey que esperaba y sin recibir no- ticias de Francia, de la que estaba ausente hacía cinco años, me hicieron mayor impresión que nueve años de viajes y fatigas. Caí enfermo de languidez y con ictericia, cuyo remedio más eficaz fué la respuesta, cortés en extremo, que recibí de M. Mauricius, gober- nador de la colonia holandesa de Surinam; me ofrecía su casa, la elección de un barco para ir a Holanda, y hasta un pasaporte en caso de ruptura de relaciones entre Francia y los Estados generales. Agosto de 1744. Salida de Cayena para Surinam. No perdí un momento, y después de una estancia de seis meses en Cayena, partí, aun convaleciente, el 22 de agosto de 1744, en la canoa del rey, que M. d'Orvilliers tuvo la bondad de proporcionarme para que me condujera a Surinam, con un sargento de la guarnición por guía, encargado del mando de los VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 131 remeros. También este viaje fué más corto que el del Para a Cayena. Tardé en ponerme en camino sola- mente el tiempo necesario para completar el equipo de indios. El Padre misionero de Senamari me propor- cionó la mayor parte, a pesar del terror pánico a una epidemia imaginaria de Surinam, que una falsa alarma había sembrado entre ellos. Descontando el tiempo de las paradas voluntarias y forzosas, recorrí en sesen- ta horas y pico la distancia entre Cayena y el río de Surinam, donde entré el 27. Agosto de 1744. Llegada a Paramaribo. Latitud. — Setiembre de 1744. Embarco para Amsterdam. En- cuentro con un corsario inglés. — El 28 remonté el río cinco leguas y llegué a Paramaribo, capital de la colo- nia holandesa de Surinam, cuyo gobernador, por las muestras inequívocas que de ello me dio, sobrepujó sus amables ofrecimientos. Allí observé la latitud sep- tentrional de 5° 49', e hice algunas observaciones más durante los cinco días que permanecí; me embarqué el 3 de septiembre en un buque mercante que partía para Amsterdam. El 29 el mal tiempo me eximió de mostrar mi pasa- porte a un corsario inglés que, según todas las apa- riencias, le hubiera respetado poco, pues aunque nave- gábamos con pabellón holandés, por primera provi- dencia nos disparó toda su andanada con bala, para obligarnos a botar al mar nuestra chalupa. Noviembre de 1744. Encuentro con un corsario fran- cés. Peligro. — El 6 de noviembre, a la entrada del ca- nal de la Mancha, y también con mar gruesa, un cor- sario de Saint-Malo nos hizo la misma intimación, I 132 LA CONDAMINE pero más cortésmente, y habiéndose acercado hasta estar al habla, se contentó con la seg-uridad que le di, dándome a conocer, de que perdía el tiempo con nosotros. El 16, a la entrada de Texel, embarcamos un práctico para que nos condujera al puerto; pero obligados a huir de la tierra que buscábamos, navega- mos errantes durante los quince días más cortos del año, entre nieblas continuas, siempre con la sonda en la mano, en un mar lleno de fondos bajos y escollos. Vimos una noche las luces de Scheveling, que pocas veces se divisaban impunemente. Diciembre de 1744. Desembarco. Enero de 1745. — Febrero de 1745. Llegada a París. — Reconocimos, en fín, la tierra de Vlie-land cuando nuestros pilotos creían, según los datos de la estima, estar a la vista de Texel. El 30 de noviembre, por la tarde, desembar- qué en Amsterdam, en donde estuve, así como en La Haya, más de dos meses esperando los pasaportes que necesitaba para atravesar con seguridad los Países Bajos. Debo agradecer los de Inglaterra a la cortesía de M. Trevor, ministro de esta Corona, que los con- cedió sin dificultad; a M. de T Abbé de la Ville, minis- tro de Francia, y los del ministro de la reina de Hun- gría, a la amable oficiosidad del conde de Bentink. Finalmente, el 23 de febrero del corriente año de 1745 llegué a París, después de más de diez años de haber salido. CARTA A LA SEÑORA -** ACERCA DEL MOTÍN POPULAR PROVOCADO EN CuENCA, EN EL PerÚ, EL 29 DE AGOSTO DE 1739, EN EL CUAL FUÉ ASESINADO EL SE- ÑOR SeNIERGUES, cirujano DEL REY, NOMBRADO PARA ACOMPA- ÑAR A LOS SEÑORES ACADÉMICOS DE LA DE ClENCIAS ENVIADOS POR EL REY, EN 1735, PARA MEDIR LOS GRADOS TERRESTRES BAJO EL Ecuador. Aiidcaf Ule (palam) qtii vidit, dicere vidi. JuvENAL, Sátira XVI. CARTA A LA SEÑORA *** ACERCA DEL MOTÍN POPULAR PROVOCADO EN LA CIUDAD DE CuENCA, EN EL Perú, el 29 de agosto de 1739, contra los académicos de LA DE Ciencias enviados para medir la Tierra Las preguntas que usted me ha hecho, señora, rela- tivas al asunto de la trágica muerte de nuestro ciru- jano y del motín popular en el que pensamos todos perecer, me han sido reiteradas por casi todas las per- sonas que he encontrado en París a mi vuelta. Os prometí contestaros por escrito para satisfacer más cabalmente vuestra curiosidad, y cumplo mi palabra de muy buena gana, pues además del placer que tengo en obedeceros, me ahorrará la molestia de repetir la misma historia a todos los que me hicieron iguales preguntas. Por esta razón, consiento de buen grado en dar publicidad a mi carta. Es un ensayo que ofre- ceré al lector; es, por decirlo así, un capítulo suelto de una Relación histórica de nuestro viaje, para la cual un Diario escrito asiduamente durante diez años me proporcionará gran cantidad de materiales si algu- na vez tengo tiempo y ánimos para escribirla. Los rumores que se esparcieron por París acerca del motivo del suceso que comienzo, señora, a relata- ros no son ni más extraños ni más ridiculos que los que han corrido acerca de la duración de nuestra es- 136 LA CONDAMINE tancia en América. Desde hace diez años estamos tan acostumbrados a oír propalar tantas extravagan- cias, puerilidades y aun absurdos sobre el objeto de nuestro viaje, y sobre todo lo relacionado con él, que lo que se ha dicho a dos mil leguas de nosotros no debe causarnos la menor admiración. Nada adelantaré aquí que no esté conforme con los autos del proceso criminal que he seguido como al- bacea contra los asesinos del difunto. Causará sorpre- sa el ver el derecho de gentes violado, tanto en su persona como en las de los académicos (1) enviados por el rey y provistos de pasaportes válidos y autén- ticos, y de las órdenes más expresas y favorables de su Majestad Católica. M. Bouguer y yo nos vimos expuestos al peligro, del que ninguno estuvo libre, ni aun los dos tenientes de navio nombrados por la Cor- te de España para asistir a nuestras observaciones. Sin embargo, nadie podrá reprocharnos el haber dado el menor pretexto para estas violencias, puesto que, exceptuando al difunto, en el proceso no hay la más mínima acusación contra ninguno de los franceses de nuestra Comisión (2). (1) Los señores Godin, Bouguer y de La Condamine, de la Academia de Ciencias, enviados en 1735, bajo !a Línea Equinoc- cial, para medir la Tierra. (2) Atentos a no podar los originales que figuran en esta co- lección de Viajes clásicos, damos íntegra la referencia que del mo- tín de Cuenca dio en su tiempo La Condamine, cualquiera sea su opinión sobre los hechos y personajes que en él intervinieron. En breve aparecerá en esta Biblioteca el relato de Jorge Juan y An- tonio de Uiloa, nuestros compatriotas. (Nota de la edición espa- ñola.) VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 137 A fines de agosto de 1739 estábamos todos reuni- dos en Cuenca, ciudad de la provincia de Quito, en el Perú, bajo el dominio del rey de España, y acabá- bamos de terminar en sus alrededores, con la medida de un terreno de dos leguas, la de 80 leguas de paí- ses atravesados por nuestro meridiano. Nos faltaba, para terminar nuestra obra, una observación astronó- mica, y cuando nos preparábamos a hacerla, fuimos invitados a una corrida de toros, fiesta muy popular en España, y cuya afición por ella se conserva muy viva en las colonias españolas de América. El espec- táculo debía durar cinco días consecutivos; una de las plazas de la ciudad, destinada a servir de coso, fué en donde acaeció la triste aventura del desdichado Se- niergues. Mas es preciso comenzar la narración desde un poco antes. El señor Seniergues había adelantado algunos días en su llegada a Cuenca al resto de la comitiva y se había creado una reputación por su habilidad y su desinterés. La voz pública aun rumorea alabanzas por sus socorros a los enfermos pobres que recurrían a él, y en este respecto su memoria ha sido respetada aun por sus calumniadores. Hacía doce o quince días que había sido llamado a casa de un enfermo de fiebre .maligna, que ya comenzaba a estar fuera de peligro. Manuela Quesada, hija del enfermo, había recibido promesa de matrimonio de Diego de León, que des- pués la había abandonado para casarse con la hija de un alcalde. León, para evitar la oposición que a su matrimonio hacía Manuela, convino en que le pagaría cierta cantidad; mas cuando cesó la oposición, y el 138 LA CONDAMINE matrimonio se celebró, no pensó en cumplir su pala- bra. Seniergues, a instancia del padre y de la hija, que eran pobres y no podían pagar sus trabajos y sus re- medios, hizo algunas gestiones para que cobrasen la cantidad prometida por León. Como la muchacha era joven y bonita, no faltó quien supusiera que se toma- ba un interés mayor que el que originaría la compa- sión. Durante este tiempo, una negra, esclava de León, vino a recoger algunas alhajas que su amo había rega- lado a la muchacha mientras fueron novios, y la mal- trató, llenando de injurias a Seniergues. Esta escena la supo la gente, y entonces pidió explicaciones de su proceder a León, quien, negando lo hecho por su es- clava, rehusó orgulloso el mandarla castigar. Dos días después Seniergues detuvo a León en la esquina de una calle y quiso batirse con él; pero León, por toda respuesta, sacó una pistola cargada, lo que no impidió que Seniergues avanzase sable en mano contra él, con tanta precipitación, que dio un paso en falso y cayó; los que acompañaban a León se interpusieron entre los dos y los separaron. Este proceder violento de Seniergues es la mayor de sus culpas y originó su desgracia; los otros hechos que se le han imputado son, o falsos, o desfigurados, o enteramente ajenos a su desdicha; sus asesinos necesitaban alegar algo, verdadero o falso, para justificar su asesinato. Si al- guien dudase de lo que digo, puede usted asegurarle, señora, que estoy pronto a enseñarle, como a usted, la prueba literal, contenida en la copia auténtica de las piezas del proceso, que poseo. Las cosas se hallaban en este estado cuando un VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 139 Padre jesuíta (1) tomó a su cargo el reconciliar a Se- niergues con León. Este Padre, paisano de D. Jorge Juan, el más antiguo de los dos tenientes de navio nuestros adjuntos, le indujo a llevar a su casa a Se- niergues a una hora determinada; Seniergues no pudo rehusar a D. Jorge esta muestra de condescen- cia y fué a la hora señalada. Un hidalgo de la ciudad, apellidado Neira, amigo de Seniergues y deudo de León, se había encargado de traer a éste; mas Neira faltó a su palabra y ni siquiera se excusó, lo que no hubiera podido hacer sin concertar una nueva cita. Este afectado olvido y otras varias circunstancias que concurrieron dieron motivos después para creer que desde entonces se tramó la perdición de Seniergues, quien no salía a la calle sin ir bien armado. Como el vicario mayor (2) del obispo de Quito, re- sidente en Cuenca, fué el principal inductor del ase- sinato de Seniergues y del tumulto provocado contra la Comisión de académicos, es necesario que os dé noticias del personaje. Este eclesiástico embrollador, por sus continuas disputas con el clero y con los jue- ces laicos, era odiado unánimemente. No teniendo otra, virtud que una gran indiferencia por el bello sexo, su fanatismo le aconsejaba que podía impune- mente entregarse a las demás pasiones. Casando la hija del alcalde D. Sebastián Serrano, su amigo y pa- riente, con León se había unido a los intereses de éste, declarándose enemigo mortal de Seniergues, (1) El R. P. Antonio de Salas. (2) Don Juan Jiménez Crespo. 140 LA CONDAMINE hasta el punto de que requirió al juez ordinario para que le encarcelase, y no habiendo podido conseguir- lo, comenzó a formar un proceso criminal contra Se- nierg-ues por amancebamiento público con Manuela. Quizá creeréis, por el retrato que acabo de hacer del provisor, que su extraña manera de proceder era hija de un celo ciego y mal entendido; pero sabed que este hombre, tan celoso en apariencia, había sido tranquilamente testigo durante un año, como toda la ciudad, de las escandalosas relaciones de León con la muchacha de que hablo, la misma Manuela, de que León había abusado bajo palabra de matrimonio, dándole por prendas de su palabra varias joyas del tesoro de una iglesia de la que era mayordomo; y para que acabéis de convenceros de que el provisor jugaba con dos barajas, fijad la atención en que es el mismo hombre que por una parte acababa de des- pojarse voluntariamente de su autoridad para conver- tirse en mediador entre León y Manuela, legítima im- pugnadora ante él del casamiento de León, y que de la otra viola todas las leyes procediendo criminal- mente y de oficio, siendo juez eclesiástico, contra un seglar, contra un extranjero privilegiado, miembro de una Comisión que gozaba de la protección y la reco- mendación particular y especial del soberano, contra un reciénllegado , que entraba desde hacía pocos días en una casa de la cual no le habían ni aun insi- nuado que se marchase, y que, por consiguiente, no podía haber causado escándalo; en fin, contra un hombre que notoriamente estaba en vísperas de par- tir, puesto que rehusó solemne y firmemente el encar- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 141 g-arse de nuevos enfermos que le habían llamado; he- chos que tenían que ser públicos en un lug-ar tan pequeño como Cuenca. El quinto y último día de las corridas de toros, Se- niergues, justamente ofendido por el proceder del provisor, de quien temía los furores y las amenazas, después de haberse paseado mucho tiempo por la plaza y haber estado en varios palcos de los que se habían construido para comodidad de los espectado- res, entró en el que estaba Manuela con toda su fami- lia: era la primera vez que se mostraba en público con ella; fué, si se quiere, una imprudencia, pero que no m.erecía el castigo de costarle la vida. En este intervalo, el padre de Manuela, ya conva- leciente, se paseaba por la plaza, llevando en la mano una espada desnuda, vestido de máscara ridiculamen- te, lo mismo que otras muchas personas de su clase. A poco, encontró a un su pariente ataviado del mis- mo modo, y los dos simularon una escena bufa cru- zando sus espadas y fingiendo venir a las manos. Ma- nuela, que reconoció de lejos a su padre por una capa escarlata que Seniergues le había prestado, viéndole reñir con la otra máscara, gritó que mataban a su pa- dre; Seniergues creyó que León insultaba a Quesada, confundiéndole con él por llevar su capa, y corrió prestamente al campo de batalla, espada en mano; pero advertido por el mismo Quesada de que no era sino una broma que le gastaba uno de sus primos, se volvió tranquilamente a su sitio. Todos estos hechos están probados en el proceso por la declaración de los mismos, protagonistas y de todos los testigos, sin 142 LA CONDAMINE ninguna contradicción, y no hubiera entrado en estos detalles a no ser sino porque se publicó que Senier- gues se hizo matar al querer rescatar a mano armada a un preso de las manos de la Justicia, y que este he- cho, completamente falso, y desmentido formalmente por todos los testigos, se ha referido como verdadero en una relación hecha precipitadamente, que fué en- viada al mismo tiempo a España y a Francia. Los mal informados autores han reconocido después la falsedad. Mas el golpe fué certero, y la mayor parte de los que oyeron hablar del asunto no han cambiado de esta opinión falsa. Cierto es que, teniendo en cuenta solamente la ve- rosimilitud, es más fácil imaginar que un joven impe- tuoso se haga matar por los corchetes al tratar de arrebatarles su presa, que persuadirse de que un juez, un magistrado, encargado de velar por la seguridad pública, vaya con sangre fría a la cabeza del popula- cho armado a atacar a un extranjero protegido por sus pasaportes, tranquilamente sentado, y sin descon- fianza, y que, violando el derecho de gentes y todos los principios de humanidad, le haya entregado al fu- ror del pueblo. Pero esto no es una novela en que el autor no deba alejarse de la verosimilitud, sino un he- cho que os cuento, y un hecho que acaeció ante los ojos de 4.000 testigos. Apenas Seniergues volvió a su sitio, cuando Neira, el que al faltar a la cita había hecho fracasar la re- conciliación convenida, atravesó la plaza jinete en un caballo ricamente enjaezado, para figurar en una ca- balgata a ia morisca, de la que el mismo Neira era di- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 143 rector. Se fué derecho al balcón dei rincón de la pla- za donde estaban la mayor parte de los que compo- nían nuestra Comisión, y cuando estuvo delante de él, hablando a g-ritos con los dos tenientes de navio españoles, y sin apearse, les dio muchas quejas de Senierg-ues, acusándole de turbar la fiesta y rogándo- les que interviniesen; en seguida se dirigió bajo el palco de Seniergues, y como si no tuviera otro objeto que el irritarle, le dijo, gritando, que no le tenía mie- do y que León no pensaba en él. Esta advertencia intempestiva revolvió más la bilis de Seniergues, ya justamente indignado contra Neira, que, pasando por amigo suyo, le había engañado la víspera a él y a los mediadores, y además acababa de lanzar quejas con- tra él sin haberle prevenido. Seniergues no pudo con- tenerse: insultó a Neira y le amenazó. Neira, sobreco- gido de miedo, aunque con la ventaja de estar montado y a cubierto del ataque de un hombre sujeto entre los bancos de un tablado de siete a ocho pies de alto, dio media vuelta y huyó al galope, lo que hizo reír mucho a los espectadores. Los vaqueros, los que iban a lidiar los toros, los de la cabalgata, espe- raban a su jefe fuera de la plaza. Neira se apeó y les dijo que Seniergues quiso matarle y que amenazó matar a todos; que se iba a su casa, y que ya no había fiesta ni corrida de toros. No hacía falta más para enfurecer a la plebe; rodea- ron a su capitán gritando: ¡Viva el rey! ¡Muera el mal gobierno! ¡Mueran los franceses!, y otros muchos gri- tos sediciosos. Se agruparon alrededor de Neira 200 o 300 hombres (algunos dicen que más de 500), y, lo 144 LA CONDAMINE que es notable, toda esta tropa se armó en un momen- to con lanzas, espadas y hondas, y hasta con armas de fuego, que, ciertamente, no se destinaban a lidiar ios toros. Púsose Neira a la cabeza, empuñando una pistola en una mano y en la otra una espada de las que llaman verduguillo^ arma prohibida, que produce heridas casi siempre mortales. El batallón fué derecho contra el palco de Senierg-ues. Mientras la tropa se formaba y Neira arengaba al populacho, D. Jorge Juan, uno de los dos tenientes de navio, y M. Godin habían bajado de su balcón y preguntado a Seniergues por qué razón Neira se había quejado de que turbaba la fiesta; Seniergues, que esta- ba sentado en su palco, les contó el incidente de la mascarada de Quesada y el desafío burlesco en que intervino para separar a los combatientes. No encon- trando en ello nada alarmante, en vez de obligar a Seniergues a que se uniese a ellos dejáronle tranquilo con su compañía, y creyendo, por el ruido que se oía en el rincón de la plaza, que iban a soltar un toro, se retiraron al extremo opuesto. Era Neira con su cohorte, era el alcalde Serrano, que, bajando del palco del pro- visor, con el pretexto de apaciguar el tumulto, unióse a Neira, y, cómo él, espada y pistola en mano, avan- zaba a la cabeza del populacho amotinado, gritando: ¡Favor a la Justicia! Ninguna de las personas notables de la ciudad, aunque muchas iban a tomar parte en la cabalgata de Neira, engrosó su tropa; al contrario, el alcalde mayor (1), deudo de Neira y de León, corrió (1) Don Matías de la Calle. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 145 a oponerse a los sediciosos, cargando sobre ellos dán- doles sablazos de plano, y conteniéndolos él solo durante algunos momentos, y les hubiera impedido pasar a mayores a poco que le hubiesen secundado. No siguió a Neira más que la canalla, y solamente aprobó su proceder el provisor, que le envió al alcalde de refuerzo, mientras él y León permanecían lejos, como testigos mudos de la escena lamentable de la cual eran los principales promovedores. Blasfemando contra la real Majestad y gritando tumultuosamente muerte y anatema a los franceses, la multitud, guiada por el alcalde, llegó bajo el palco de Seniergues, ordenándole entonces el alcalde que se diese preso. Lo que sigue hará ver si esta humillación le hubiera puesto a seguro. Seniergues preguntó al alcalde que quién era para darle esta orden y qué autoridad tenía sobre él; pero viendo que intentaban derribar su tablado, bajó y dio un espectáculo más interesante que el de los toros. Apoyado contra un pilar, un sable en la mano derecha y una pistola de bolsillo en la izquierda, hizo frente a la multitud; nadie osó acercarse; mas la muchedumbre de los que iban llegando cada vez empujaba más a los que estaban cer- ca de él; a punto de verse cercado, dejóse de comedi- mientos y se retiró, dando siempre ia cara a los asal- tantes, esgrimiendo el sable y parando los golpes, sin dar ni recibir ninguna herida. Así llegó al ángulo de la plaza, junto a la empalizada que servía de barrera en los toros, siempre perseguido por una granizada de piedras, de las que se libraba protegiendo su cabeza con los brazos, pues las continuas pedradas le derriba- V lAjE A LA América MbRioioNAL 10 146 LA CONDAMINE ron las armas de las manos. Viéndose desarmado, no pensó más que en huir. Entreabió la puerta que cerra- ba la barrera, dejando la cabeza y medio cuerpo fuera; estando así, hubiera podido el alcalde cogerle sin resistencia si solamente quisiera prenderle, pero juzgó más oportuno el no concederle cuartel, gritando a sus satélites: ¡Matadle! Demasiado pronto y bien fué obe- decido: Seniergues cayó acribillado de heridas, dán- dole la estocada mortal, si ha de creerse a la voz pú- blica, el mismo Neira, el que siempre le llamaba su querido amigo. Al comenzar el tumulto estábamos los señores Bou- guer, De Morainville y yo enfrente del palco de Seniergues y al lado opuesto, en el palco del párroco de la iglesia de San Sebastián, cuya plaza era el esce- nario de esta tragedia. El doctor D. Gregorio Vicu- ña, párroco de la iglesia Mayor de Cuenca, otros ecle- siásticos y D. Vicente de Luna y Victoria, ex corregi- dor de la ciudad, que hacía poco terminó el período de su corregimiento, estaban con ríosotros en el mismo palco. No sospechamos nada hasta el momento en que vimos a Seniergues bajar a la plaza, perdiéndole de vista entre la multitud. Bajamos entonces todos. Don Vicente, a quien nada arredraba, tomó la delantera, mientras que nosotros forcejeábamos con los eclesiás- ticos que nos acompañaban, los cuales pretendían im- pedirnos el que le siguiéramos, aunque yo procuraba arrastrarlos conmigo, persuadido de que su presencia calmaría al populacho, acostumbrado a respetar sus hábitos. Apenas habíamos dado algunos pasos, cuando vimos volver a D. Vicente, que gritaba: ¡Esto es hecho! VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 147 ¡Ya está muerto! Y en efecto, Seniergues estaba mortalmente herido. No fué posible a D. Jorge salvarle lavida.Donjorge(l) había bajado a la plaza con M. Go din antes de lo ocurrido, como ya he dicho; pudo ver de cerca y antes que nosotros lo que se tramaba; cono- ció al alcalde y a Neira cuando iban a la cabeza de los facciosos, viéndolos mucho antes de que embistiesen contra Seniergues. Aun era tiempo, y es cierto que si D.Jorge hubiera salido a su encuentro le hubiesen respetado los cabecillas del tumulto, que le conocían personalmente y que se imaginaban que le recono- cíamos por nuestro jefe y juez. Además, el pueblo, siempre esclavo del miedo, le profesaba un gran res- peto y no había olvidado que dos años antes, valien- temente, había librado a su camarada de un lance casi tan peligroso; mas, para desdicha de Seniergues, don Jorge, que corría a socorrerle, fué detenido por alguien que creyó que se exponía temerariamente. Sin embar- go, Seniergues, a pesar de sus heridas, había logrado llegar a la casa de la esquina de la plaza en que esta- ban algunos de los nuestros; pero al entrar en el patio, siempre perseguido por sus asesinos, fué derribado y pisoteado, y el generoso alcalde le hubiese disparado un pistoletazo en la cabeza si un clérigo (2) que esta- ba presente no lo impidiera. No puede imputarse ac- ción tan cobarde y abominable a un impulso de cólera (1) La vida, pura y sabia, de Jorge Juan le había creado un res- peto y veneración de que el mismo La Condamine, con quien tuvo diferencias, participa. (Nota de la edición española.) (2) Don Melchor Cotes. 148 LA CONDAPvIINE y venganza, pues el mismo alcalde dijo a sangre fría y francamente (está probado en el proceso) que su ma- yor pesar era el no haber arrebatado al herido cuando le transportaban rodeado de sus cantaradas y no haberle podido ahorcar en la cárcel, sin más proceso, Pero no creáis por esto, señora, que la inhumanidad es un gaje inherente al título de alcalde. Otra perso- na (1), ex alcalde también, cogió en sus brazos al heri- do, impidió que lo rematase el populacho y ayudó a acostarle en un lecho. Mientras tanto, la multitud irri- tada escalaba, a la vista de Serrano, el balcón en que estaban el resto de nuestros compañeros y el otro te- niente de navio español, D. Antonio de Ulloa, y se vieron obligados a quitar la escala para librarse. Por otra parte, el provisor, cuyo furor contra Seniergues había degenerado en horror a la nación francesa, al ver salir de la iglesia el Santísimo Sacramento que se lle- vaba al herido, exclamó en alta voz: ¿Para qué sirven los Sacramentos a los herejes? (Hereje es el nombre que el vulgo español prodiga a todos los que no llevan un rosario al cuello.) Puede juzgarse el efecto que harían estos discursos en un pueblo irritado y que se veía momentáneamente autorizado para cometer desmanes por la autoridad encargada de reprimirlos. Sin embargo, el alcalde provincial (2), dueño de la casa que habían querido escalar, rechazó con su autoridad el primer pelotón de asaltantes, y así pudo llevarse al herido a su casa, rodeado de ecle- (1) Don Sebastián de la Madriz. (2) Don Nicolás Palacio y Cevallos. VIAJE A LA AMÉJ^ÍCA MERIDIONAL 149 siásticos y religiosos, precedido del Viático y seguido de algunos de los nuestros. Mientras, M. Bouguer y yo nos separamos, yéndonos por una callejuela extravia- da, con objeto de preparar todo lo necesario en casa de Seniergues e impedir que la multitud entrase en ella; pero, al volver la primera esquina, un grupo de gente armada salió a nuestro encuentro. Confieso que, des- prevenido de que se asesinaba a sangre fría y sin el menor pretexto, no aprecié entonces toda la magnitud del peligro que después he podido saber. Avancé sin desconfianza, buscando con los ojos ai cabecilla del grupo, preguntando a voces quién era. El alcalde, a quien yo no conocía, no respondió y se escabulló en- tre los demás; inmediatamente nos apedrearon, vién- donos en seguida con las espadas y las picas al pecho. Retrocedimos unos cuantos pasos para doblar la es- quina de la calle donde acabábamos de dejar a nues- tros compañeros que escoltaban al herido, los cuales estaban a la puerta de la casa del párroco de la iglesia Mayor, y ai vernos seguidos del furioso populacho no tuvieron más remedio que meterse en ella para po- nerse a salvo, mientras M. de Jussieu, nuestro médico y yo hicimos entrar la camilla del herido en la casa de enfrente, que era en la que yo vivía, siguiéndole nosotros, protegidos por el Padre rector de los je- suítas (1), a quien el moribundo había llamado. Este Padre mandó en seguida cerrar y atrancar la puerta, que querían forzar, mientras su compañero (2), en (1) El R. P. Jerónimo de Herce. (2) El R. P. Félix Moreno. 150 LA CONDAMINE el umbral de la dei párroco, protegía la entrada de Bouguer, a tiempo de librarle de una gran estocada que le tiraron por detrás. El m.ismo religioso, con la ayuda de los criados del párroco, echó del patio, con mucho trabajo, a la muchedumbre que había en- trado en él, incluso al alcalde, a quien hizo salir a la fuerza, diciéndole: ¡Eh! ¡Salga, señor alcalde! ¡La canalla va detrás de usted! ¿No ve que todo lo em- brolla? León, aparentemente, no había intervenido en los sucesos de la plaza de San Sebastián. Influido por el miedo, se refugió en la iglesia; pero, después que es- tando en ella recibió las felicitaciones de sus amigos y de los asesinos que le daban la enhorabuena por la muerte de Seniergues, recobró la valentía. Apareció en seguida, espontón en mano, a la cabeza de otro grupo de sediciosos, en la plaza Mayor. El párroco de la iglesia Mayor, el ex corregidor y el teniente del co- rregidor actual, ausente a la sazón, hicieron grandes esfuerzos para atajar los progresos del nuevo tumulto. El último publicó un bando prohibiendo los grupos de más de tres personas, conminando a los infractores con diversas penas; pero los sediciosos le obligaron a reformar el bando, gritando que no habían hecho sino obedecer al alcalde; puso también el teniente de corregidor centinelas en varios barrios la noche si- guiente, y a pesar de estas precauciones, le hicieron prometer al pueblo, para calmarle, que los france- ses saldrían de la ciudad en el plazo de veinticuatro horas. Aquella misma tarde dictó Seniergues sus últimas VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 151 disposiciones, y murió cuatro días después, en mi cama, a consecuencia de las heridas. El juez ordinario, que en veinticuatro horas recibió declaración al moribundo e hizo el proceso verbal de sus heridas, con culpable complacencia se ausentó al día siguiente para dejar el campo libre a! alcalde Se- rrano y a Neira, que aun tintos en la sangre de Senier- gues tuvieron la desfachatez de instruir su proceso, personándose, el uno como juez y el otro como testi- go, en la información. M. Bouguer y yo presentamos el 1 de septiembre una querella criminal, pidiendo permiso para informar en contra de los autores de^ tumulto, sobre todo contra los que nos atacaron y per- siguieron a mano armada. En unión de M. dejussieu, como albaceas del difunto, y para honrar su memoria, presenté otra querella contra los asesinos. M. Godin pidió permiso para abrir una información en la que se demostrase cómo se portaron los nuestros en esta ocasión. Estos requerimientos se elevaron a D. Ma- tías Dávila, actual corregidor, el cual regresó a Cuen- ca en cuanto recibió el primer aviso del tumulto, y que al principio obró con gran energía y quiso detener a los culpables; pero en seguida disminuyó su actividad. Debo hacer justicia a su rectitud y a sus buenas inten- ciones; ^e contuvieron los que naturalmente debían apremiarle. Se temía, o fíngió temerse, una nueva su- blevación. En fin, el corregidor se limitó a hacer de oficio una sumaria secreta, a la que no prestaron su asentimiento los parientes de su mujer, deudos de los culpables. Envióla a Quito, y es el fundamento del proceso. 152 LA COÑDAMINE De los varios y sucesivos jueces, unos se excusaron y otros siguieron actuaciones absurdas y contradicto- rias; uno de ellos, hombre sospechoso y cómplice de un asesinato, de cuya mancha no ha podido aún puri- ficarse, intrigó para lograr la comisión, obteniéndola, y aunque se le recusó en forma, informó, mas única- mente contra el difunto y no contra los asesinos; por simples declaraciones de hechos calumniosos, que des- pués se ha demostrado que eran falsos, decretó su captura y muerte, tres meses después del fallecimien- to. La orden está unida al proceso, así como los ex- hortos amenazadores e inútiles, y las órdenes, también infructuosas, de los virreyes de Lima y de Santa Fe (1), dirigidas a la Audiencia de Quito, para que uno de los consejeros de este Tribunal se trasladase de Quito a Cuenca e hiciese las informaciones necesarias. Sin em- bargo, sobre las primeras actuaciones incoadas por el corregidor de Cuenca, el fiscal de la Audiencia de Quito elevó sus conclusiones, pidiendo la pena de muerte para los asesinos de Seniergues, enviándose orden secreta al corregidor para que los prendiese; pero la mayor parte tuvieron tiempo de escaparse. El único preso fué León, a quien encarcelaron en Cuen- ca, de donde, bajo el pretexto de una enfermedad testimoniada con certificados de charlatanes, que con- tenían un informe tan falso como ridículo, y por falta de dinero (aunque se embargaron todos sus bienes a (1) Las de Santa Fe, desde 1740, fecha en que la provincia de Quito fué separada del virreinato del Perú y agreg-ada al nuevo eino de Granada. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 153 los culpables), no ha podido ser nunca trasladado a Quito. Por último, después de tres años de actuacio- nes, seguidas por mi parte sin reposo, y que llenan un volumen en folio de cerca de mil pág-inas, los princi- pales culpables, el alcalde Serrano, Neira y León, fu- gitivos desde la primera orden, calificados en las con- clusiones del fiscal de perturbadores de la tranquilidad pública y de criminales de lesa majestad, y a los cua- les el mismo magistrado, representante de la vindicta pública, pedía la pena de muerte, confiscación de to- dos sus bienes, y anticipándose a la causa contra uno de ellos, fueron condenados; pero, y esto sí que es lo más digno de atención, fueron condenados por contu- macia a ocho años de destierro, con otros dos hom- bres del pueblo. Aunque se conformaron con la pena, ninguno la obedeció, esperando el momento de nues- tra partida para presentarse ante los mismos jueces y hacerse absolver libremente, como sin duda a estas fechas ha sucedido. Quiero creer que, en vista de no estar de acuerdo algunos de los testigos, y el silencio de la mayor par- te acerca d&\ nombre de quién hirió mortalmente a Seniergues, Neira, que se retrajo aquella misma tarde a una iglesia y que públicamente se alabó de haberle matado, no está suficientemente convicto del asesina- to; pero en lo que se refiere a los demás hechos, tales como el sublevar al populacho, capitanear a los sedi- ciosos en lugar de contenerlos, y el haber dado públi- camente las gracias a los asesinos, la prueba es feha- ciente contra Neira, Serrano y León. Además, los chispazos de la sublevación del pueblo contra la Co- 154 LACONDAMINE misión francesa, particuiarmente contra M. Bouguer y yo, y el riesgo evidente que corrimos de perder la vida, son tan públicam.ente notorios, que los testigos más parciales no han podido empañar la verdad de es- tos hechos con la más ligera nube. En todas partes, el acusado que huye en lugar de comparecer ante el juez (esto es lo que se llama contumacia) es declarado culpable del crimen de que se le acusa y condenado como convicto; con más razón cuando sobre las sos- pechas hay indicios y pruebas reales. Todas las juris- prudencias son uniformes, y las leyes españolas están expresas. En esta ocasión había muchas más de las que se necesitaban para llegar a las conclusiones del físcal. ¿Cómo, pues — diréis — , es posible que licencia- dos en Derecho, que jueces de un Tribunal Supremo, que extiende los mandamientos de prisión en nombre del soberano, hayan sentenciado evidentemente con- , tra la ley que debía servirles de norma? Hacedme aún otras preguntas, señora; preguntadme ¿cómo es posi- ble que nunca se haya hecho justicia a los alegatos de M. Bouguer y míos, en los que pedíamos permiso para informar del objeto de la sedición provocada contra nosotros personalmente y contra el resto de la Comisión? ¿Cómo no se ha hecho ni la menor infor- mación judicial contra quien dio a M. Bouguer la es- tocada por detrás, aunque toda Cuenca le nombraba en alta voz? ¿Cómo personas que se atreven a usur- par el nombre respetable de juez hayan prestado tan poca atención que han confundido, al dar la orden de prisión, a dos de los principales culpables en uno solo? En fín, preguntadme ¿por qué el obispo de Quito no VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 155 ha hecho terminar en tres años la información judicial comenzada contra su provisor de Cuenca y no ha res- pondido a ning-una de las instancias que le presenté para pedirle que el asunto se tramitase por las vías le- gales? Más fácil me sería daros motivos para nuevas preguntas de este género que contestaros. Creeríais tal vez que me burlaba si os dijese que las recomen- daciones de un vecino de posición, a quien en ocasión en que se encontraba en un apuro el hermano del al- calde fugitivo prestó unas muías, bastaron para reha- bilitar a los culpables y hasta para atenuar las perse- cuciones del fiscal. Lo encontraríais falto de verosimi- litud. Aunque convengo con vos en que la cosa no es verosímil, os la cito como verdadera. Otra razón que, seguramente, no os parecerá más seria, y que no ha dejado de influir, al menos en parte, en una prisión tan singular es que hay mucha distancia desde Quito a Madrid. Vos haréis los comentarios. Es cierto, sin embargo, que aun estando acostumbrado a ver en la América española que los pleitos más enredados se terminan antes que llegue el fallo de la Corte, la sin- gularidad del caso, todas sus circunstancias y, sobre todo, la recomendación formal y positiva que su Ma- jestad Católica en sus pasaportes hacía de todos nos- otros a sus gobernadores, presidentes, jueces, etc.; por último, la presteza con que, a no dudar, la Corte de Francia defendería los intereses de los académicos que, encargados por el rey su soberano de una comi- sión útil a todas las naciones, habían estado a punto de encontrar, como premio a sus trabajos, una muerte 156 LA CON DA MINE que pronto la calumnia hizo pasar por deshonrosa y justamente merecida; por todas estas cosas se creía que en breve tiempo vendría de la Corte de España alg-una orden fulminante. Se citaban ejemplos de ciu- dades de Am.érica que por faltas más leves perdieron sus privileg-ios, y de Audiencias en que todos los ma- gistrados fueron depuestos; finalmente, todo el mundo esperaba un acontecimiento extraordinario, que aun se está aguardando. También pusieron en juego los culpables todos los medios a su alcance para hacer desaparecer nuestras cartas escritas en el intervalo de los sucesos, de los que apenas si hay otra noticia que la poco fiel relación de que ya he hablado, y que llegó hasta Francia. Temían que las piezas del proceso, de las que yo llevaba copia auténtica, llegasen a España, y tomaron las precauciones más extrañas para impe- dirlo. A doce o quince leguas de Cuenca, al salir de su demarcación, recibí parabienes por la suerte que había tenido al seguir una ruta desviada, habiendo por ello escapado de los testaferros de los asesinos de Seniergues, que me acechaban en el camino de Cuen- ca a Loxa para jugarme una mala partida. Hace unos días, alguien, oyéndome hablar de todo esto con acaloramiento, me preguntó fríamente por qué aun me tomaba tanto interés en este asunto, y si no había ya dado mi último adiós a Quito. Le respon- dí que era francés, que amaba a mi patria, que me in- teresaba por la Academia a la que tenía la honra de pertenecer, que la prueba de confianza que me dio el difunto, con quien no me unía ningún parentesco, y m\ cualidad de albacea, me obligaban a defender su VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 157 memoria de las calumnias con que se le había querido manchar; que aun no se había castigado a los autores del motín de Cuenca; que todos resultábamos perju- dicados en que nuestro recuerdo fuese odioso, y que cuatro años después del asesinato aun corrí riesgos personales por la misma causa; que era verdad que ya estábamos a cubierto de la furia de aquellos peli- grosos enemigos, pero que la idea de no tomar parte sino en las cosas en que de momento se está perso- nalmente interesado produciría la subversión de toda la sociedad humana. Añado, además, que mientras he permanecido en país extranjero y honrado con una comisión del rey me he creído obligado a defender el honor y los intereses de mi soberano, déla nación y de la Academia. Llegado a Francia, no me queda más que hacer sino dar cuenta de mis diligencias y esperar pa- cientemente la resolución del asunto. La copia en for- ma del proceso la tengo aquí después de haber corri- do muchos azares. Basta enviarla al Consejo de Indias de España, en donde debe haber ya otra, y no hay que dudar que en este Tribunal serio y respetable, con la primera revisión sería anulada una sentencia dictada contra la ley, y que el debido respeto a la recomen dación del rey y a las órdenes de su Majestad Católi- ca violadas en nuestras personas con desprecio de la nación y de la Academia, sería plenamente vengado. Para no extender demasiado los límites de esta car- ta suprimo la refutación de muchas calumnias contra el difunto, cuya sola suposición ha sido aniquilada por las informaciones que forman parte del proceso. También he omitido el relato de algunos hechos en- 158 LA CONDAMINE teramente ajenos a la muerte de Seniergues, detalla- dos con aparente malignidad en la Relación ya citada, tal como, por ejemplo, el de haber ayudado al castigo de un mestizo insolente que insultó a uno de nuestros dos oficiales españoles, amigo particular de Senier- gues, acción en la que a éste no se le puede repro- char otra cosa sino el haber mirado, por una generosi- dad poco común, como asunto propio lo que no inte- resaba más que a su amigo, a quien secundó; acción que al fin y al cabo no tiene nada que ver con su des- gracia, sucedida más de dos meses después. Para acabar de cumplir mi palabra os envío, señora, una vista que dibujé de la plaza de Cuenca en la que mataron a Seniergues. En ella veréis representado el campo de batalla y la pelea; los principales actores están señalados con letras y con llamadas. Le envío adjunto un extracto de todo el proceso, algunas de- claraciones de testigos, muchas de las conclusiones del fiscal de la Audiencia de Quito, dos cartas de los virreyes, la sentencia definitiva y otras muchas piezas del proceso dignas de vuestra curiosidad. Servirán de prueba aparte de lo que he dicho antes. He puesto el texto español en una columna, y en la otra, al lado, la traducción francesa; así se la podrá comparar más fácilmente con el original y apreciar mejor su fideli- dad. Para alegrar un poco el asunto tan triste como lo es el de esta carta, pongo entre los documentos justificantes el certificado de que hablé antes, exten- dido, acerca de la enfermedad de León, por un médi- co de Cuenca, el que os dará una idea del estado ac- tual de la Medicina en las colonias españolas. DOCUMENTOS JUSTIFICANTES PARA PROBAR LA MAYOR PARTE DE LOS HECHOS QUE SE ALEGAN EN LA CARTA PRECEDENTE. DlCHOS DOCUMENTOS ESTÁN COPIADOS DEL PRO- CESO CRIMINAL INCOADO POR LA MUERTE DE D. JuAN SeNIERGUES, EN LA Real Audiencia o Parlamento de Quito Viaje a la Amkrica Meridional :>,i^.¿i'^t»yv¿_ Vista de la plaza, dispuesta para una corrida de toros, en la ciudad de Cuenca, en el Perú, en que el Sr. Senierg-ues, cirujano y anatómico, desig-nado para acompa- ñar a los señores de la Academia de Ciencias enviados al Ecuador para la medida de la Tierra, fué herido mortalmente el 29 de agosto de 1739, en un motín popular contra él y los académicos. A. Seniergues haciendo frente a la multitud.— a. Palco en que estaba Seniergues antes del tumulto.— fi. El alcalde, D. Sebastián Serrano, y C, D. Nicolás de Neyra, cabecillas del tumulto.— D. D. Diego de León.— £. D. Juan Ximénez Crespo, vicario mayor del obispo. — G. D. Matías de la Calle, mayor de Cuenca, esforzándose en contener al populacho.— H. D. Vicente de Luna y Victoria, antiguo corregidor.—/. D. Jorge Juan, comendador de San Juan de Jerusalén, teniente de navio de S. M. C.-K.K. El cura de la Catedral de Cuenca, diversos eclesiásticos y varios de la Compañía francesa. 1. La iglesia de San Sebastián de Cuenca.— 2. Cementerio de la iglesia y encerradero de los toros para la fiesta. — 3. Iglesia principal en la plaza Mayor de Cuenca. 4. Iglesia de los jesuítas.— 5. Iglesia de los dominicos.— 6. Iglesia de las concepcionistas.— 7. Balcón de una parte de los académicos franceses y de su compañía. — 8. Mon- tañas d« Vavalchuma y otras que limitan el horizonte de Cuenca. EXTRACTO de los Autos criminales seguidos por la Real Audien- cia de Quito sobre la muerte de Juan Seniergues, Cirujano nombrado para asistir a los Reales Aca- démicos de las Ciencias de París embiados al Perú para la medida da la Tierra. EXTRACTO de la Sumaria hecha de oficio por el Corregidor de Cuenca, Don Mathias Dávila. DECLARACIÓN de D. Juan Seniergues ante el Juez y el Escribano, folio 48 del tanto de los Autos: En la Ciudad de Cuenca, en dicho día 30 de Agosto de 1739 años, el dicho D.Juan Seniergues haviéndolo reconvenido yo el presente Escribano... dixo: que sólo en el tumulto... conoció a los Capitanes D. Sebastián Serrano y Mora, Alcalde ordinario, y D. Nicolás de Neyra, y que en dicho tumulto, aunque llevó un cha- farote a la una mano y a la otra una pistola, pero con dichas armas no havía ofendido ni herido a ninguno, porque solo las havía sacado en defensa de su persona; y que quando le dieron las heridas le havían derribado Viaje a la América Meridional 1 1 162 LA CONDAMINE ya dichas armas de las manos con las pedradas que en ellas le dieron. En lo qual respondió, siendo instado por dicho Señor (Alférez Real); y en lo demás dixo que lo dexaran sossegar que no estaba para esso, res- peto de que tenía perdonada la injuria y que tampoco estaba en estado de poder firmar. Por lo qual firmó sólo su merced dicho señor Alférez Real, etc. EXTRACTO de las declaraciones de los testigos oydos en la Suma- ria del Corregidor de la Ciudad de Cuenca del Perú* TESTIGO PRIMERO Don Sebastián de la Madriz, Alcaide ordinario que fué de la misma ciudad de Cuenca, oído en 8 días de Setiembre de 1745, declaró como se sigue, folios 51 y siguientes: ... Y después de esto vio que el Sargento Mayor, Don Mathías de la Calle, apresuradamente tiró para la puerta de dicha plazeta y le quitó a un matachín una espada..., con la qual se atravesó en dicha plazeta, ti- rando golpes, como que atajava el que entrasse el tu- multo; y en todo esto el dicho Don Juan se dejó estar en dicho tablado^ y dicho Sargento Mayor no pudo detener dicho tumulto, porque, quigá atropellándolo, se entró para dentro, unos con espadas, otros con rejo- nes, otros con púas, otros con piedras, y tiraron para el tablado donde estaba dicho Don Juan, y por delante el Capitán Don Sebastián Serrano, Alcalde ordinario VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 163 desta dicha Ciudad, con una pistola en la mano, y el dicho Capitán don Nicolás (de Neyra) con una espada o espadín también en la mano, y iban diciendo los del tumulto, según oyó el declarante, / Viva el Rei! ¡Muera el gobierno! Y a este tiempo de ver dicho tumulto, se apeó el dicho Don Juan de dicho tablado, con dicho chafarote en la mano, y esperó haziendo frente a dicho tumulto; el que le invistió con dichas armas que lleva- van, y dicho Don Juan, defendiéndose con dicho cha- farote y quitando puntas, se fué retirando para tras; y en esto le dieron una pedrada en el brazo donde tenía dicho chafarote, que se lo hizieron caer en tierra, y luego echó a huir, saliendo fuera de dicha plaza para la calle, y dicho tumulto siempre tras él, y al tiempo de salir por la puerta vio el declarante que un mogo de los del tumulto le tiró un rejonazo que lo pasó..., y llegando a la plaza, vio este declarante en ella un tu- multo de gente plebeya, con atambor por delante y espadas y rejones, como que venían a acuartelar la bandera. Y oyó el declarante unas vozes de differen- tes personas, que bajando Don Carlos de la Conda- mine, don Pedro Buguer, don Joseph Verguín y Don Jorge Juan, m.uy sossegados, a retirarse a sus casas, les salió un tumulto en ei camino, tirándoles estocadas y piedras..., corriendo dicho tumulto tras ellos, y se en- tró el dicho don Carlos a la casa de su morada, por- que allá metía a donjuán en bragos un criado de dicho don Carlos; y los más referidos se entraron en casa de una persona que por su estado no se nombra (el Cura de la Yglesia Mayor), y tras ellos el dicho Alcalde don Sebastián, con dicho tumulto, hasta dentro de dicha 164 LA CONDAMINt casa, a donde, por ser el de más atrás dicho don Pedro Buguer, le había tirado uno del dicho tumulto una es- tocada por atrás, que no lo alcanzó; adonde en dicha casa se favorecieron porque dos personas... (el R. P. Rector Jerónimo Herce y su compañero el R. P. Félix Moreno) los encerraron en un cuarto, etc. Ratificado en 16 de Diziembre de 1740 años, fol. 592. TESTIGOS SEGUNDO Y TERCERO El uno habló de oída, el otro no quiso declarar; no fueron ratificados. TESTIGO QUARTO Don Nicolás Palacios y Cevallos, Alcalde Provin- cial y Primer Regidor de Cuenca, declara como se sigue en 13 días de Setiembre de 1739. ... Vio que venía un tumulto de más de cien hom- bres armados de espadas, rejones y piedras, y por de- lante de ellos el Capitán don Sebastián Serrano y Mora, Alcalde ordinario desta dicha ciudad, con una pistola en la mano; el Capitán don Nicolás de Neira y Villamar, así mesmo con un espadín o espada des- nuda en la mano, y cuando se acercaron los de dicho tumulto al tablado donde estaba dicho don Juan vio el declarante que se apeó el suso dicho por un palo, y haviéndose estrechado con los del tumulto, se fué defendiendo con un chafalote de las estocadas que le tiraban, y juntamente retirándose por atrás, hasta que le dieron con una pedrada en la mano que llevaba VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 165 dicho chafalote, de que lo tendieron al suelo, y se le cayó dicho chafalote, y yendo a salir por una puerta que estaba en una de las barreras de dicha placeta, oyó el declarante unas vozes que decían ¡mátenlo, má- tenlo!..., a cuyo tiempo vio que un mogo llamado Ma- nuel de Mora, alias Navisapa, le tiró a dos manos un rejonazo a dicho don Juan, etc. Ratificóse el dicho testigo en 16 de Diziembre de 1740, fol. 591. TESTIGO QUINTO Don Thomás Nugente, Mercader residente en la Ciudad de Cuenca, oído el mesmo día, dize lo mes- mo, y más: Que Francisco Quesada se havía puesto de mata- chín, y que le havía prestado su capa donjuán Senier- gues, y que reconociendo dicha capa de quién era... a desafiar al dicho matachín, a cuyo tiempo havía concu- rrido dicho don Juan Seniergues a defenderlo, y que, con efecto, vio el declarante que se apartó la bulla de gente, y el dicho don Juan tiró para su tablado, donde lo vio subir, y a poco rato de pasado esto vio también cómo por una puerta de las de dicha plazeta venía a entrar un tumulto de gente, a cuyo tiempo se apartó del tablado donde estaba el declarante el Sargento Mayor don Mathías de la Calle..., y haviéndole quitado la espada a un mogo, se estrechó a dicho tumulto, que- riendo embarazar la entrada a dicha plazeta, y no pu- diendo contenerlos se entraron más de quinientos hombres, al parecer, con espadas, etc. 166 LA CONDAMÍNF Aquí refiere este testigo lo mismo que los dos ante- cedentes, y prosigue: Y que assí mismo vio el declarante que dieron buelta a dicha plazeta con el mesmo tumulto, con su atambor, y entre ellos no conoció a otra persona más de el dicho don Sebastián Serrano, y oyó dezir: ¡Viva el Rey! ¡Muera el mal Govierno! ¡Mueran los gavachos! Y así mismo oyó de varios que haviendo salido dicho tumulto por donde entraron, el que dicho capi- tán don Diego de León les havía dado las gracias...; baxó el declarante con su compañía de otros hacia la calle del Comercio, onde pararon, y haviendo oído otra gran bulla, se asomaron a la esquina de onde re- pararon que bajava dicho tumulto hazia la plaza ma- yor...; y dixo don Raimundo Berrueta que de ver que trahían a don Juan herido sus compañeros, don Carlos de la Condamine y don Pedro Buguer, les havían vuelto a embestir los de dicho tumulto a pedradas por la calle, y de una de ellas havían derribado al dicho don Pedro... hasta que alcanzaron la casa... (deí Cura de la Yglesia Mayor) y en la puerta de ella salió N... (el R. P. Félix Moreno) a contenerlos, al cual también derribaron el sombrero de una pedrada; y por medio de su vestidura le tiraron una estocada al dicho don Pedro Buguer; y con esso baxaron con dicho atambor por delante a pararse en dicha plaza mayor, y el dicho Alcalde don Sebastián Serrano con ellos; y dieron buelta a la plaza echando vozes: ¡Viva el Rey! ¡Muera el mal Gobierno y mueran los gavachos! A cuyo tiempo oyó dezir el declarante que havía llegado a di- cha plaza el Teniente General don Manuel de Astudi- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 167 lio, a quien le havían dicho los de dicho tumulto que si mañana no salían los franceses de dicha ciudad los havían de pasar a todos a cuchillo, y que por conte- nerlos y sossegarlos dicho Teniente General les havía dicho que sí saldrían. Y con esto luego incontinenti hizo publicar un Auto, etc. No fué ratificado este testig-o por ausente al tiempo de las ratificaciones, y consta fol. 599. TESTIGO SEXTO El día 14 de Setiembre de 1739, Andrés Miranda, tendero y pulpero (1), vezino de Cuenca, dize, fol. 68 y siguientes: Que estando en su tienda vio baxar de la plazuela de San Sebastián a la Plaza Mayor desta dicha ciudad una tropa de gente como de 150 personas, y a la cabeza de ellos el Alcalde ordinario don Sebastián Serrano, y el capitán don Diego de León, a cuyo tumulto salió cierta persona que por su estado no se nombra (don Gregorio Vicuña, Cura de la Yglesia Mayor), y les dixo a los dichos don Sebastián Serrano y don Diego de León que por qué no tratavan de dar providencia de que aquella gente se retirasse a sus casas, pues de no hazerlo assí se perdería la ciudad; y assí mismo oyó dezir el declarante a don Vicente de Luna y Victoria, Corregidor que fué desta ciudad, que se hallava allí, dezir a los del tumulto que se separassen y se fuessen (1) Que tiene pulpería, esto es, tienda donde vende licores, géneros de mercería, etc. (Nota de la edición española.) 168 LA CONDAMINE a SUS casas, que no sabían el disparate que havían hecho, etc. TESTIGO SÉPTIMO En el día 15 de Setiembre de 1739, Ignacio Hurta- do, vesino de Cuenca, substituto del Alguazil Mayor, dice: > Que pasando en la esquina de dicha Parrochia (de San Sebastián), vio correr alguna gente para hazia la calle, y de curiosidad se fué por allá, y reconoció que don Juan Seniergues coxió a un hombre que estaba vestido de matachín, con un capote colorado, y di- ziéndole no sé qué razones, que no percibió el decla- rante, lo metió para dentro de dicha plazeta, hazién- dole adelantar; y a poco rato de lo precedido, haviendo el declarante quedádose fuera en dicha esquina, oyó dezir: ¡que se matan!, y queriendo entrar para dicha plazeta se lo estorbó don Mathías de la Calle, que es- taba en la puerta con una espada o espadín...; y des- pués que ya vio el declarante entrar toda la gente, que no la pudo contener el dicho Sargento Mayor, se entró también tras ella con dicha lanza en la mano, y... de ver que todo el motín estaba hazia la esquina de Tho- más Melgar, tiró para allá, y entrando adentro de la casa del susodicho halló a dicho don Juan echado en el patio, en bracos de don Sebastián de la Madriz, etcétera. Ratificado a fol. 594, Diziembre y 19 de 1740. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 169 TESTIGO OCTAVO El mismo día 15 de Setiembre de 1739 compareció ante el mismo Corregidor de Cuenca, don Miguel Co- ronel de Mora, vezino de dicha ciudad, y declaró: Que se halló en la plazeta de San Sebastián... el día citado, con el motibo de ver los toros..., y haviendo subido en un tablado onde también concurrieron don Carlos de la Condamine y don Pedro Buguer..., vio el declarante que por una de las puertas de dicha plazeta entrava un tumulto de gente, al que el Sargento Mayor, don Mathías de la Calle, al parecer le em.barazava el que entrara, hasta que, con efecto, le entró dicho tu- multo; y haviendo tirado para hazia la esquina de Tho- más Melgar, oyó luego unas vozes que redezían: ¡ya mataron al francés!, con lo cual se apeó de dicho ta- blado..., cogió la calle abaxo en compañía de los dichos don Carlos y don Pedro, hasta que dieron en la es- quina de..., onde commencaron los de dicho tumulto a tirar piedras contra ellos, hasta que el declarante ie^ dixo: ¡corran ustedes más!, y, con efecto, corrieron, y los de! tumulto siempre tras ellos tirándoles piedras, hasta que entraron por la esquina a otra calle, y a casa de^.. (la casa del Cura), y dicho tumulto tras ellos, etc. Dixo este testigo al albazea: Que no se havía atrevido a dezir todo lo que vio y supo, que él era un pobre que tenía miedo, y temía todo de los agressores. 170 LA CONDAMINE PRIMERA RESPUESTA del Fiscal de la Real Audiencia de Quito, en vista de la Sumaría del Corregidor de Cuenca, fol. 104: El Fiscal de Su Magestad dize que ha reconocido la Sumaria que de oficio de la Real Justicia fulminó el Corregidor de Cuenca, y las querellas que en su jus- gado ordinario presentaron don Carlos de la Conda- mine y don Pedro Buguer, diputados de la Real Aca- demia de las Ciencias, y el doctor don Joseph de Jus- sieu, y las que repiten ante Vuestra Alteza para que, instruido su ánimo del sucesso acaecido en dicha Ciu- dad de Cuenca el día 29 de Agosto de este año, mande executar las diligencias que parescan convenientes para conseguir la pública satisfacción de unos delitos que han causado y causan tanto horror, siendo el pri- mero que viene a los ojos, de todo el contexto de los autos, la conspiración del pueblo, que concitaron don Sebastián Serrano, Alcalde ordinario, don Diego de León, y don Nicolás de Neira, contra la Compañía francesa, tan recomendada por S. M. a todas las Justi- cias de estos Reynos para que diessen todo el favor y auxilio que necessitaren..., contraviniendo a esta espe- cífica orden el Alcalde ordinario, que por razón de su oficio debía ser el más exacto en su cumplimiento; siendo su inobediencia a los venerables preceptos del Rey, y la de los citados don Diego de León y don Nicolás de Neira, el más desmedido atrevimiento, que como crimen de lesa Majestad le castigan las leyes di- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 171 vinas, naturales canónicas y civiles... (cita authores). Descúbrese bien la gravedad del delito por la pena que le está impuesta, pues aun en la equidad del de- recho canónico es de muerte...; no paró en inobe- diencia este atrevimiento. Tumultuáronse sediciosa- mente con armas para insultar la Compañía francesa, que devía estar muy segura debajo de la Real protec- ción, y turbaron la paz pública... El Alcalde don Se- bastián Serrano se descubre ser el principal author de la sedición, porque deponen los más testigos que estando don Juan Seniergues quieto y pacífico en el tablado, viendo toros que se lidiaban en la plazuela de San Sebastián, se introdujo en ella a la cabeza de muchedumbre de la gente de la plebe, con espada y trabuco en las manos, profiriendo vozes las más des- usadas, y de que en ocasiones semejantes se valen los tumultuantes, y se encaminó al paraje en que estaba el mencionado donjuán, con el depravado intento de privarle de la vida, como lo califican las circunstan- cias y heridas que le dieron, de que se siguió su des- graciada muerte. De cuyo homicidio fué causa el men- cionado Alcalde, por el que se le deve imponer la pena capital de aleve, por haver convocado gente ar- mada contra el Cirujano, en desagravio de su sobrino D. Diego de León...; no satisfecho con dejar herido de muerte al citado don Juan, continuó la conspira- ción con pertinaz empeño contra toda la Compa- ñía, cuyos individuos han procedido atentos a su obli- gación, y sin dar la menor nota de sus personas, des- empeñando la Real confianza de Su Majestad Chris- tíaníssima, y para conseguir su ruina mandó juntar la 172 LA CONDAMINE gente para formar Compañíaa, calificando este excesso como Crimen de Lesa Majestad, por ser de la Supre- ma Regalía mover las armas y formar compañías, no pudiendo formarse sin voluntad del Príncipe, y así, se castiga como delito de Lesa Majestad, y sólo por el hecho de tocar las caxas y acuartelar banderas, como hizo para convocar al pueblo y perseguir con armas a la Compañía francesa, con el fin de conseguir su ex- terminio, tiene pena de muerte y perdimiento de bie- nes por ley Recopilada de Castilla. Don Diego de León no tiene menos parte en la sedición y heridas del difunto..., por haver provocado ei lanze y ocasio- nado el escandaloso tumulto, lo cual se verifica de haver dado en público las gracias a la plebe por ha- verle vengado de don Juan Seniergues con la muerte de éste. Don Nicolás de Neira está bastante indiciado en el tumulto, heridas y muerte, pues se afirmó que la herida que le dio fué la mortal; también se halla com- probado que un mogo de la plebe, llamado Navisapa, le dio un rejonazo al difunto... Se haze indispensable y necessario que se nombre por Vuestra Alteza persona de la authoridad, entereza y justificación que pide materia tan grave y de tan in- mediato servicio de Su Majestad, para que proceda a la formal substanciación desta causa, remitiendo a estos reos con la mayor custodia a esta cárcel Real de Corte, y a todos los que resultaren culpados, secues- trándoles sus bienes, para que con digno castigo los dexe escarmentados y sirva de exemplo a las demás ciudades de estos vastos dominios, y dé satisfacción a las Majestades Cathólica y Christianíssima, porque de VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 173 quedar impunes estos graves e inescusables delitos se pudieran originar las más fatales consecuencias contra el servicio de Su Magestad. Quito y Octubre 22 de 1739. — Firmado: Balparda. EXTRACTO DE AUTO Después de haverse remitido dos vezes en discor- dia de votos a más número de Juezes, dióse manda- miento de prisión contra León, Serrano, Neira y un mogo de la plebe, y nombróse a don Marcos Gómez, vezino de Cuenca, para que hiziera nueva Sumaria juntamente con el Corregidor, el que se escusó, y los Académicos y Albaceas del difunto recusaron legal- mente a dicho Gómez, el cual, sin embargo, prosiguió informando contra Seniergues solo, de donde resultó el Decreto siguiente, digno de leerse: MANDAMIENTO de prisión dado por el Juez recusado contra donjuán Seniergues, a los tres meses de muerto: Alguasil Mayor de esta Ciudad: hazed las diligen- cias competentes en razón de la prisión de Don Juan Seniergues, ya difuncto, Sirujano de la Compañía fran- cesa, y le secuestrad y embargad todos sus bienes, y los depositad en el depositario general desta Ciudad, porque assí conviene para la buena administración de la Justicia, Fecho en esta Ciudad de Cuenca, en diez y seis días del mes de Diziembre de 1739 años. — Fir- 174 LÁ CONDAMINE mado: Marcos Gómez de Castilla; Don Luis Xavier Izquierdo. DÍLIGENCIA del Alguasii Mayor. En la ciudad de Cuenca, en diez y siete días del mes de Diziembre de 1739, en cumplimiento del Auto ante escrito, passé a las casas de la morada de don Juan Seniergues, Sirujano de la Compañía francesa, a quien no hallé por haver muerto y estar enterrado en la Yglesia de la Compañía de Jesús del Collegio de esta Ciudad, y en prosecución de mi oficio, passé a buscar sus bienes, que tampoco los hallé...; y para que conste lo pongo por diligencia y lo firmo: Don Tho- más de Neira y Villamar. RESPUESTA del Fiscal a la vista que se dio por decreto de 15 de Enero de 1740, fol. 139. El Fiscal dize: que por Respuesta de dies y siete de Noviembre del año próximo passado representó es- tar propuesta recusación por las partes contra don Marcos Gómez de Castilla, reproduciendo su antece- dente Respuesta de veinte y dos de Octubre. Insis- tieron que se nombrasse persona de la authoridad, entereza y justificación, cual conviene para una causa de tanta gravedad, y por los efectos que después se experimentan, reconoce el Fiscal cuánto inconvenien- te a traydo la continuación de este Juez y cuánta fué VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 175 la justificación con que se le recusó, porque dexando el principal asumpto de la causa, que es el tumulto y homicidio de don Juan Seniergues, sólo ha tratado este Juez de proceder sobre la resistencia que se dize hizo a la Real Justicia, determinando un despropósito tan desmedido como es despachar mandamiento de prisión contra un difunto, cuando, aunque sea cierta la resistencia, prescrivió este delito con la muerte, omi- tiendo el Juez proceder en aquella causa principal del homicidio y tumulto, que empezó a hazer el Corregi- dor de Cuenca, ministro de Su Magestad, y que tiene su Real aprobación, la cual dio motivo a Vuestra Al- teza para el mandamiento de prisión y embargo de bienes que se mandó despachar contra los reos, come- tido sólo al Corregidor, de que se siente agraviado el Juez nombrado, porque sin su curso lo empezasse a executar; sin duda porque siente estar privado en este acto de las prisiones, de todo aquello que pudiera executar en favor de los reos, que es lo que ha segui- do en toda la causa que ha hecho, con nulidad noto- ria, por estar recusado; pues aunque Vuestra Alteza mandó que se acompañasse con el Corregidor, sin embargo de recusación, no pudo esto subsanar aque- llas nulidades que ya por sí solo havía hecho, ni las que después hizo, pidiendo al Cavildo Juez por la es- cusa del Corregidor. Por todo lo cual le parece al Fiscal necessario que se determine el artículo de la recusación y que se declare por nulo el proceso que formó el Juez nombrado, y que se continúe la subs- tanciación de la causa hecha por el Corregidor, y que éste execute sin escusa alguna y pena de privación de 176 LA CONDAMINE SU oficio todo lo prevenido en carta de vuestro Oi- dor, don Manuel Rubio, de orden de Vuestra Alteza, para qué se consiga dar satisfacción a la vindicta pú- blica de un delito tan escandaloso, y cuenta a Su Ma- jestad, con los autos de la materia. Quito, Enero 21 de 1740. — Firmado: Licenciado Balparda. EXTRACTO DEL AUTO El auto manda que se libre el despacho para que así el Corregidor de Cuenca como don Marcos Gó- mez de Castilla, dentro del término de la Ordenanza, sin escusa alguna, remitan todos los autos que juntos o separadamente huvieren formado en esta causa, y los que de esta Ciudad se les han remitido, etc. CERTIFICACIÓN dada con licencia del juez ordinario por el Escribano público de Cuenca a uno de los Albaceas del difunto don J. Seniergues. Setiembre 18 de 1739, fols. 336 y 337: Yo, don Vicente de Arrisaga, Escribano público, etcétera, certifico:., a que le respondió dicho Capitán don Juan Julián Nieto ai dicho don Carlos que era verdad que havía concurrido a dicho oíficio (en tiem- po que no se desesperaba de la vida de Seniergues), y, que haviendo concurrido también allá dicho Capitán don Sebastián Serrano, y estando hablando sobre lo sucedido con dicho don Juan Seniergues, le oyó de- zir que «sentía el no haverle hecho traer a la cárcel VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 177 en el colchón o frazada al mismo tiempo que lo tra- hían hecho el mortesino, para haverle metido en di- cha cárcel y haverle dado g-arrote en ella». Y cita el declarante por testigos que oyeron lo mesmo a cuatro vezinos principales de la ciudad, los que nombra. PARA LA PRUEBA de que falsamente fué sindicado don Juan Seniergues de haver sacado un preso de manos de la justicia, folio 788: PETICIÓN Don Louis Godin, de las Reales Academias de Francia e Inglaterra, dize: que al traslado que se le ha dado por mandado de V. A. sobre el cargo que pa- rece se ha hecho a don Juan Seniergues de haver in- tentado sacar a un reo del poder de la Justicia ordina- ria, dev« responder que, aunque assí lo ha dado a en- tender, por haverlo oído dezir, no por esso jamás ha pretendido que sea verdad; y son aun los testigos que se han mostrado más opuestos a la memoria de dicho don Juan Seniergues y a la justicia de su causa, y más propensos a hazerle cargos odiosos y contrarios a la verdad, todos a una han declarado que no huvo tal determinación o orden de prender al sugeto en cuya defensa dixeron ocurrió don Juan; sólo, sí, un lance particular; ¿qué mejor y más poderoso testimonio para la memoria de dicho don Juan y la ventilación de lo Viaje a la A.mkrica MERinfONAL 12 178 LA CONDAMINE que se le imputa en orden a esto? En cuya atención a V. A. pido y suplico se sirva proveer en justicia, et- cétera. AUTO Remítese a los Juezes nombrados para que en la in- formación que están haziendo averigüen lo pedido por esta parte en 1 de Marzo de 1741. Los Juezes nombrados no averiguaron nada; sólo el Corregidor, en las últimas actuaciones oyó al siguien- te testigo, folio 825: Don Antonio Jordán, testigo llamado por el Corre- gidor de Cuenca, y preguntado: Si don Juan Seniergues havía intentado sacar un reo de mano de la Justicia ordinaria de esta Ciudad. Dixo que no ha llegado a su noticia que el dicho don Juan Seniergues huviesse intentado sacar ningún reo, y assí lo declara debajo del juramento, etc. y fir- mó en 28 de Mayo de 1741. Respondiendo antecedentemente en la Sumaria del Juez recusado, don Nicolás Molina, testigo llamado, a la sexta pregunta del interrogatorio presentado por León, fol. 693: Dixo que...; a cuyo tiempo se llegó un Matachín, y éste... le hizo seña que le havía de dar, y que le si- guiesse, y con efecto le siguió...; reparó que a todo an- dar se llegó cerca deste testigo al dicho Seniergues, quien le acometió a quererle dar con ün chafalote..., a que dicho Matachín se descubrió la cara, y le conoció era Francisco Quesada, quien le dixo a dicho Senier- VÍAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 179 g-ues no le agfraviasse, que era su primo, con lo cual esse testigo tiró para su casa. Ratificó en su declaración en 22 de Junio de 1741, folio 834. Consta de las deposiciones de los demás testigos como de esta, del dicho Molina, el uno de los dos mo90S de la pendencia, que dicha riña fué fingida por chanza, y que no huvo ni preso ni mandamiento de prisión; el mismo Vicario, en su certificación, dize, folio 760: Que Seniergues, sabiendo quel dicho disgusto ima- ginado se havía convertido en chan9a, se aplacó y dexó de perseguir al fingido enemigo... Y no se trata de prisionero. Véanse las declaraciones de suso de la primera Sumaria del Corregidor de Cuenca. Para la falsificación de otra calumnia que acumula- ron al difunto y a la Compañía francesa en la Sumaria del referido juez recusado: Pregunta 16 del interrogatorio, a cuyo tenor se exa- minaron los testigos llamados por dicho Juez recusa- do, fol. 192. Si saben que el dicho don Juan Seniergues acome- tió en el Valle de Baños con su chafalote contra don Juan Torres, vezino de esta Ciudad, etc. La mayor parte de los testigos responden de oyda, y dizen que dicho Seniergues, en dicho valle, dio con un palo a dicho Torres. El mismo don Juan Torres, llamado y respondien- do, fol. 305, a dicha pregunta, dize: Que uno de la Compañía francesa levantó un palo 180 LA CON DA MINE cuadrado de más de cinco varas de largo, y se lo des- cargó a dos manos, etc. N..., Albacea del difunto Seniergues, después de dos cartas escritas a dicho don Juan Torres sobre el asumpto, sin tener respuesta déste, pidió en justicia que fuesse llamado dicho Torres a juramento, para declarar sin equívoco si fué Seniergues o alguno de los franceses el que le insultó. Compelido Torres, res- pondió lo que se sigue, ante el Corregidor de Cuen- ca, fol. 794. En la dicha Ciudad de Cuenca, en cinco días de Enero de 1741 años..., compareció el Capitán don Juan de Torres y Arredondo, vezino de dicha Ciudad, de quien se le recibió juramento... de dezir verdad, y siendo preguntado al tenor de la petición presentada por don Carlos de la Condamine (Albacea del difun- to Seniergues) dixo que conoció de vista, trato y co- municación a don Juan Seniergues... y que el día que sucedió el caso en el potrero del declarante no se halló el dicho don Juan* Seniergues, y que tampoco conoció a ninguno de los que se hallaban, etc. Ratificóse en el día 3 de Junio del mesmo año, en folio 816, y añade: Que en la pregunta 16, en que dize no quedó satis- fecho del agravio que recibió, que havía sido N..., que después lo llegó a saber, y que dicho agravio quedó satisfecho por su merced, dicho señor Corregidor. Con la cual declaración acabó de aclararse que el dicho Torres no fué injuriado ni por el difunto ni por ningún francés, como maliciosamente lo havía di- cho en su primer interrogatorio. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 181 Para deshazer de una tercera calumnia imputada al difunto: Pregunta 17 del interrog-atorio susodicho: Si saben que el dicho don Juan Seniergues se entró una noche tras de una muger pública a la casa del capitán Marcos Benegas de Guevara, y lo ajó (sic) y a su madre, perdiéndoles el respeto, siendo personas de obligación, etc. Los más testigos de la Sumaria del Juez recusado responden: Que oyeron dezir que el sujeto mencionado en di- cha pregunta fué Seniergues... Llamado el mismo don Marcos Guevara, fol. 200, dize: Que no era el dicho don Juan Seniergues de los tres (hombres ebrios) que havían entrado (dicha no- che en su casa), porque al suso dicho lo conocía y comunicaba con él. El mismo Guevara, llamado ante el Corregidor de Cuenca, a pedimento del dicho Albacea, hizo la de- claración que se sigue: En dicha Ciudad de Cuenca, en 3 días del mes de Enero de 1741 años..., al Capitán don Marcos Bene- gas de Guevara... se le recibió juramento de dezir verdad, y siendo preguntado sobre que si fué cierto el que don Juan Seniergues fué de noche ebrio a casa del declarante, etc., dixo que conoció y comunicó al dicho don Juan Seniergues, y estubo curando a un niño hijo legítimo del declarante, y para dicha curación fué en varias ocasiones; no le vio nunca ebrio a dicho don Juan, ni la noche que se cita en la petición pre- 182 LA CONDAMINÉ sentada por don Carlos de la Condamine no fué a la casa de este declarante, y que es falsa y siniestra la sindicación, porque en las ocasiones que entró a casa del declarante estiló parlar con su entero juizio y con estilos políticos. Y que ésta es la verdad de lo que lleva dicho y declarado, como también se afirma y ra- tifica so carg-o del juramento que tiene fecho. Ratificado en 15 de Enero de 1741. CARTA del Señor Virrey de Lima a la Real Audiencia de Quito, fol. 118. Por varias cartas que se han recebido en este supe- rior Gobierno de los Académicos Franceses que se hallan en la Ciudad de Cuenca, y las Sumarias que remitieron al Corregidor y Alcalde de ella, se ha par- ticipado haverse commovido el día 29 de Agosto alguna parte de sus habitadores y dado muerte a don Juan Seniergues, Sirujano Anatomista de la Compañía Francesa, y acometido con furor a otros individuos de ella, poniéndolos en inminente peligro de perder las vidas en manos de una multitud amotinada y condu- cida de algunos que por particulares motibos de dis- gusto la alentaban e inducían a tan enorme exceso y violencia, que con dificultad pudieron sosegar diver- sas personas religiosas y de authoridad; y de este suce- so da noticia el referido Alcalde calificándole por un acto de justicia, dirigido a fin de contener la intrepi- dez con que le refirió e intentó atropellar el temerario orgullo del difunto. Y porque ésta es una materia que VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 183 necesita averiguarse con la mayor circunspeción, para que aclarada la verdad se proceda al castigo de los delincuentes, y que las merecidas penas que se les im- pusieren sean notorias, en satisfacción de la recta se- veridad con que se obra en los Tribunales de Justicia, he resuelto prevenir a Vuestra Señoría que, confiando esta intendencia de persona de la mayor satisfacción, delibere las providencias proprias de suso, en punto por todas sus circunstancias digno del mayor cuidado, y que la Compañía diputada por la Real Academia de las Ciencias de París se vea con toda la atención que corresponde a las Reales recomendaciones de que se halla protegida, para que logre sin inquietud que la divierta el útil fin a que se ha conducido a estos Rey- nos, como espero practicará Vuestra Señoría, dándo- me noticia de lo que resultare. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Lima, dos de Diziembre de mil setecientos y treinta y nuebe. — Firmado: El Marqués de Villagarcía. Recibida en 2 de Enero de 1740. CARTA del Señor Virrey del Nuevo Reyno de Granada a la Real Audiencia de Quito, fol. 851. Los Reales Académicos residentes en la Ciudad de Cuenca me han representado cómo se levantó en ella una especie de tumulto contra don Juan Seniergues, Sirujano de su Compañía, siendo las caberas de este motín don Diego de León, don Sebastián Serrano y don Nicolás de Neyra, con otras muchas personas, 184 LA CONDAMINÉ parientes y agregados, quienes dieron tantas heridas a el expressado don Juan, que dentro de tres días mu- rió; y que para la averiguación y castigo de este delito libró el Señor Virrey de Lima eficaces órdenes a essa Real Audiencia y al Corregidor de aquella Ciudad, cuyo cumplimiento no se ha verificado, por no ha- verse dado satisfacción a la vindicta pública ni a los agraviados y querellantes. Y causándome extraña ad- miración el poco desvelo con que substancian y de- terminan las causas de estas circunstancias, cuando requieren una pronta resolución, y más estando de por medio el venerado respeto de las leyes y el de los mandatos superiores, demás de la especialíssima Real recomendación con que Su Magestad encarga la distinguida atención que se deve tener a las personas de los Académicos y al conocimiento de sus causas, devo,en consideración de todo, prevenir a Vueseñoría que sin la menor dilación vea en Justicia los autos for- mados en este asumpto, y que si el estado de ellos pidiere alguna más justificación para proceder contra los principales reos y cómplices salga incontinenti uno de sus Ministros que destinare el Presidente de essa Real Audiencia a practicar con la" mayor celeri- dad las diligencias que convengan hacerse en Cuenca, assí para prender y traer a los reos a la Cárcel de Quito, como para el embargo de sus bienes, a cuya costa se cargarán los gastos que expidiese el ministe- rio; y al que assí fuere nombrado no se le admitirá la menor escusa, y en caso de proponerla con débiles fundamentos, se le concede facultad al expressado Presidente para que efectivamente le saque dos mil Vi AJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 185 pesos de multa de su salario y bienes, y sucesivamen- te se nombrará otro Ministro; y el que pasare a execu- tar la comissión processará al Corregidor y Justicias que hubieren procedido con simulación, empeño y falta de administración de justicia; y resultando cul- pados, les suspenderá de sus empleos y les impon- drán las demás penas que fueren conformes a dere- cho. Y para que me conste lo que se executa en virtud de lo que va prevenido me dará Vueseñoría noticia en las primeras ocasiones que se ofrezcan. Dios g-uar- de aV. S. muchos años. Cartagena y Enero 26 de 1741. Firmado: Don Sebastián de Eslaba. Señores Presidente y Oydores de la Real Audien- cia de Quito. Recibida en 19 de Junio de 1741. DECRETO Júntese con los Autos que hay sobre esta materia, y vista, al Señor Fiscal. RESPUESTA DEL FISCAL El Fiscal, reproduciendo, como reproduce, las res- puestas que tiene dadas en esta causa, y principalmen- te la de tres de Marzo de este año, dize: quel haverse omitido declarar la nulidad de los dos procesos hechos por don Sebastián Serrano y don Marcos Gómez de Castilla ha traído las dilaciones que en ella se experi- mentan, y han dado lugar a las serias expressiones de vuestro Virrey en su carta. Y assí es necessario que 186 LA CONDAMÍNK oy se manden traer estos Autos de Cuenca con la ma- yor brevedad, assí para que con su vista se determine la nulidad que el Fiscal propuso, como para que se reconozca si es necesario que uno de vuestros Minis- tros pase a dicha Ciudad, como vuestro Virrey ordena, para la íntegra substanciación de la causa. Quito y Junio 27 de 1741. — Licenciado Balparda. EXTRACTO DEL AUTO Se mandaron traer ios Autos de Cuenca. ULTIMA RESPUESTA FISCAL en vista de los Autos, fol. 940 El Fiscal dize: que el homicidio cometido en don Juan Seniergues está revestido de muy agravantes cir- cunstancias, porque se concitó a mucha parte de la plebe para la execución de él, dando con esto oca- sión... a un público tumulto, de que pudo resultar multiplicidad de homicidios y desgracias que reduxes- sen a la mayor ruina la vezindad de Cuenca... Por cuya razón se haze necessario el castigo de to- dos los que lo promueven, auxilian y cooperan. Esta popular conmoción y congregación de gente perdida para invadir (sic) a dicho don Juan Seniergues trae todas las circunstancias de una muerte segura...; huvo perpetración y aplicación de diligencias..., quedando del todo indefenso, y deste modo la estocada que se le dio y le causó muerte fué aleve. Otra circunstancia hay en la causa que agrava este delito, pues aunque Viaje a la américa meridional 187 en el processo no se halla la más plena justificación de el, pero sus indicios son de tanta urgencia que pasan a ser indubitados, porque quienes conduxeron a toda esta gente popular para la perpetración de este homi- cidio fueron don Sebastián Serrano, Alcalde ordina- rio, que pospuso toda la obligación de Juez en toda esta maquinación, y don Nicolás de Neyra... Con quien se ofrecieron antecedentes lances que ocasionaron continuadas discordias fué con don Diego de León, con quien tienen inmediatas relaciones y parentescos los dichos don Sebastián Serrano y don Nicolás de Neyra. Y haviéndose éstos movido a la perpetración de este homicidio para vengar aquella discordia que su pariente tenía con el difunto- Don Diego de León se conservó con aparente sere- nidad en el tablado, dexando que por sí corriessen otros el lance, pero no tan cautelosamente que no le cobrassen los aplausos al dicho don Diego algunos de los agresores, a quienes dio las gracias por el homici- dio cometido... cuya exoneración y la prueba de ella no concuerda con el lugar y tiempo... con que por ésto se añade al homicidio la circunstancia de un formal asesinato, que son calidades que por derecho privan a los reos de todo privilegio y le sujetan a las comu- nes penas. Las que en esta causa corresponden a estos delincuentes son la ordinaria de muerte y la confisca- ción de la mitad de sus bienes, que indistintamente comprenden a todos los reos, porque auxiliándose unos a otros todos se hizieron authores del homici- dio, por la ygual unión y preparación con que se pro- cedió a él... Es más urgente el motibo por la Real re- 188 LA CONDAMINÉ comendación que ei dicho don Juan Seniergues, como uno de la Compañía francesa, tubo para ser atendido, por la satisfación que se deve dar a las dos Majesta- des Catholica y Christianíssima, y por ser el principal author de esta rebelión un Alcalde ordinario, cuya obligación fué evitarlo. Contra éste, contra don Nico- lás de Neyra, y Manuel de Mota, está la causa subs- tanciada en rebeldía, y plenamente probado el delito. Son también reos del: Manuel de Velasco, como quien le arrojó al difunto una piedra que le derribó al suelo, y Francisco Iñiguez, etc.. Don Diego de León, indi- ciado de el delito de mandante y origen del assesinato y tumulto, no está perfectamente convencido, pero siendo tan urgentes los indicios que contra él se dan en el processo, parece necessario que sea reducido a esta Real Cárcel de Corte, como está mandado antes y no se ha cumplido hasta ahora, para que sea puesto a la tortura hasta que confiesse su delito de mandan- te y concitador de la plebe para la execución del ho- micidio. Sobre todo lo cual espera el Fiscal el mejor cumplimiento de justicia y satisfacción de la vindicta pública. Quito y Enero 28 de 1742. — Firmado: Licen- ciado Balparda. SENTENCIA DEFINITIVA, foi. 945 En este pleyto y causa criminal, que assí de oficio de la Real Justicia como por querella de los Albazeas de don Juan Seniergues, Botánico (1) y Cirujano de la (i) Quisieron decir Anatómico. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 189 Compañía de los Reales Académicos de las Ciencias de París, los que residen en esta Ciudad y su Provin- cia, se ha seguido contra los agressores de la muerte violenta que en tumulto sedicioso le dieron el día veinte y nueve de Agosto del año pasado de 1739, en la plazuela de San Sebastián de la ciudad de Cuenca, al dicho Cirujano, que haviéndose substanciado por los términos del Derecho, los que resultan reos no han comparecido ni se han podido haver, sino solos don Diego de León y Román, que después ha hecho fuga de la prisión, y Manuel de Velasco, que se halla preso. Vistos los Autos y lo demás que verse convino, Falla- mos: que por la culpa que resulta de todo este proce- so, así contra los reos ausentes como presentes, deve- mos de condenar y condenamos a don Sebastián Se- rrano, Alcalde ordinario que en la ocasión fué de dicha Ciudad, y a don Nicolás de Neyra, en ocho años de destierro precisos al presidio de Baldivia, y en dos mil pesos de multa a cada uno, la mitad para la cámara de Su Magestad y la otra mitad para los gastos de esta causa. Al dicho don Diego de León y Román, en seis años de destierro a dicho presidio, y en mil pesos de multa, aplicados en la misma forma. A Francisco Yñiguez, alias Navisapa (1), se le conde- na en seis años de destierro a la isla de la Piedra, a ración y sin sueldo. A Manuel de Velasco, alias Alcu- (i) Francisco Iñiguez y Manuel de Mora, alids Navisapa, son dos reos distintos, como consta del proceso. El primero fué lla- mado a edictos y pregones, el otro no. De los dos hace uno esta sentencia. 190 LA CONDAMINE rrucUf se le condena en dos años de destierro ai Cas- tillo de Chagre, precisos. Y por esta nuestra senten- cia, definitivamente juzgando, así lo pronunciamos y mandamos, con costas, en que de mancomún e insóli- dum condenamos a dichos reos. Y dése a las partes el testimonio que pidiesen, y saqúese otro para dar cuen- ta al Gobierno Superior. Quito en 22 días de abril de 1742. CERTIFICACIÓN de un Curandero tenido por Médico en la Ciudad de Cuenca, en el Perú, fol. 375. Don Juan de Ydrobo Cabeza de Vaca, Médico de esta Ciudad de Cuenca y de su Hospital Real, a pedi- mento verbal del Capitán don Diego de León y Ro- mán, Regidor perpetuo en ella, sobre que se declare el juicio que debe formarse del habitual accidente que padece, según el informe que me ha hecho dicho se- ñor paciente y los symptomas que he observado ahora tiempo de dos años, en las ocasiones que le ha insul- tado el mal, saco la indicación de estar viciada la me- lancholía en cantidad y cualidad simul; cuyos flatos se elevan por la región del coragón a el celebro, y de aquí nace el quedar enagenado o fuera de sí, con el pulso alborotado fuera de su orden natural, y por el movimiento local del coragón se acelera el curso arte- rial de la sangre, y de esta pugna se origina el sudor ardiente y meloso, de que empiega el syncope, de cuya fuerza, por la determinación del movimiento local, se muda el temple del sudor de caliente en frío; y hirien- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 191 do O apoderándose el vapor o flatos de los órganos del celebro, se le extingue la virtud sensitiva y moti- va, dexando al paciente esta opressión con semejanza de aletargado; y a vezes, cuando trahe mayor auge la causa, con indicios de un grave parasismo, como he visto a dicho señor dos vezes que fui llamado, por Fe- brero y Mayo del año pasado, en socorro de este mal, el cual lo he socorrido con fomentos cordiales y del celebro. Y para que conste, así lo siento salvo meliori, y lo firmo en Cuenca, en 17 de Febrero de 1740. — Firmado: Juan de Ydrobo, OTRA DECLARACIÓN del dicho Médico, recibida por el Corregidor de Cuenca, fol. 376. Dixo: que halla el declarante exceder la melancho- lía en la persona del dicho Capitán don Diego, vicia- da en cantidad y cualidad simal, y por ser humor tan craso levanta vapores densos, los cuales se elevan a la región del coragón, y por lo cual se le apresura la fa- cultad pulsífíca, y por circular localmente la sangre es- pirituosa siente al tiempo de darle essos sudores, y prosiguiendo el flato a dar y elevarse en el celebro, queda sin la facultad motiva y sensitiva inhábil, sin po- der usar de sus potencias y sentidos hasta que la vir- tud sensitiva las dissuelve, y entonces vuelve en sí. Este es el sentir del Declarante, según ha leído en al- gunos Authores, al cual accidente llaman Epilepsia y se juzga por mortal, no tan solamente por su essencia y padecer dos miembros principales, como es el cora- 192 LA CONDAMINE 9Ón y el celebro, sino es también porque andando a muía o a pie caen sin sentido, de cuya caída puede resultar muerte, como se ha visto en varios, que cayen- do con las sienes o con otra parte delicada, se quedan muertos... Y esto es lo que siente, según el offício que exerce, el que havrá onze años, poco más o menos, lo usa. Y dixo ser la verdad, so carao del juramento que lleva fecho. En que se afirmó y ratificó, haviéndosele leido esta su declaración, y la firmó. — Firmado: /uan de Ydroho. CARTA DE M. DE LA CONDAMINE A M*** SOBRE LA SUERTE DE LOS ASTRÓNOMOS QUE HAN TOMADO PARTE EN LAS ÚLTIMAS MEDIDAS DE LA TiERRA DESDE 1735 Viaje a ua América Meridional 13 CARTA DE M. DE LA CONDAMINE A M*^^ SOBRE LA SUERTE DE LOS ASTRÓNOMOS QUE HAN TOMADO PARTE EN LAS ÚLTIMAS MEDIDAS DE LA TiERRA DESDE 1735. Os habéis interesado, señor, por los trabajos reali- zados por la Academia de Ciencias para medir la Tierra, y tenéis curiosidad por saber la suerte de to- dos los que han tomado parte en esta obra en los via- jes ultramarinos que empezaron desde 1735. Podría responder con el verso de Virgilio: Apparent rari nantes in gurgite vasto. (En este vasto mar, librados del naufragio, Vense algunos pilotos que se salvan a nado.) Partimos de la Rochela el mes de mayo de 1735, provistos de pasaportes de su Majestad Católica el rey Felipe V, para ir a medir los g-rados cercanos al Ecuador en sus Estados de América del Sur. Eramos tres académicos: M. Godin, M. Bouguer y yo. Llevá- bamos de adjuntos a M. José dejussieu, Doctor-Re- gente de la Facultad de París, hermano de los dos académicos, y que fué electo en la Academia durante su ausencia; M. Seniergues, cirujano; y para ayudar- nos en nuestros trabajos, a M. Verguin, ingeniero naval; M. de Morainville, dibujante de Historia Natu- 196 LA CONDAMINE ral; M. Couplet, sobrino del académico; M. Godin des Odonais, que será el principal sujeto de esta car- ta, y el señor Hugo, relojero, ingeniero en instrumen- tos de matemáticas. Nos reunimos en Cartagena de Indias a dos tenientes de navio españoles (1), nombra- dos por la Corte de Madrid para asistir a nuestras observaciones. Al año siguiente, M. de Maupertuis, encargado de ir a medir los grados del meridiano bajo el Círculo Polar Ártico, embarcó en Rouen con MM. Clairaut, Camus y Le Monnier el menor, acadé- micos; el abate Outhier, M. Celsius, astrónomo sueco, y algunos ayudantes. En 1751, el abate De la Caille, académico, partió para el Cabo de Buena Esperanza, en donde, entre otros trabajos más importantes, midió dos grados del meridiano. De los cinco viajeros que han visto el Círculo Po- lar no queda mas que M. Le Monnier. El abate De la Caille, que hizo solo el viaje al Cabo, y cuya salud parecía a toda prueba, a su vuelta a París ha sido víc- tima de su celo astronómico, en 1762, y un académico más joven que él (2), y al cual había tomado por mo- delo, ha tenido después la misma suerte en Califor- nia, en 1769. Entre mis compañeros de viaje al Ecuador, M. Cou- plet, el más robusto, y uno de los más jóvenes, apenas (1) Véase nota de la página 12. (2) El abate Chappe d'Auteroche, muerto en California algu- nos días después de su observación del paso de Venus ante el Sol en 1769. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 197 llegó a Quito fué arrebatado por una fiebre maligna en tres días. He dado cuenta en otro lugar del fin trá- gico de nuestro cirujano (1). M. Bouguer murió de un absceso al hígado en 1758; M. Godin, que pasó a prestar sus servicios en España, en donde era direc- tor de la Academia de Guardias Marinas, en Cádiz, más joven que M. Bouguer, no le ha sobrevivido mas que dos años; M. de Morainville, que se quedó en la provincia de Quito, se mató al caerse de un an- damio en una iglesia que construía en Cicalpa, cerca de la ciudad de Ríobamba. Hace más de quince años que no tengo noticias fidedignas del señor Hugo, el cual se casó en Quito. No he de hablar aquí de mu- chos de nuestros criados, tanto blancos como negros, que murieron en el transcurso de nuestro viaje, dos de ellos de muerte violenta. El comandante D. Jorge Juan, el más viejo de los dos oficiales españoles adjuntos, capitán de navio del rey a su vuelta, y después comandante de Guardias Marinas Españolas, jefe de escuadra y embajador en Marruecos, más joven que la mayor parte de nosotros, acaba de morir en Madrid de una apoplejía. El doc- tor José de Jussieu, retenido por su profesión durante largo tiempo en la Real Audiencia de Quito y des- pués por el virrey de Lima, ha vuelto a París hace dos años; ha perdido la memoria, como antes sucedió al célebre D. Mabillon, el cual la recobró después; pero M. de Jussieu no ha tenido la misma fortuna, y no sé si él y yo podemos entre los dos contarnos por (1) Carta sobre el motín popular de Cuenca. París, 1745. 198 LA CONDAMINE un individuo viviente, pues una sordera que^empezó a molestarme en América ha aumentado considerable- mente, y desde hace cinco años he perdido la sensi- bilidad externa en las extremidades inferiores, de cuya existencia sólo me doy cuenta por los dolores inter- nos que tengo cuando cambia el tiempo. Así, pues, de los once viajeros de la Zona Tórrida, sin hablar de los criados, no deben contarse como existentes hoy mas que a M. Verguin, ingeniero de Marina, en Tolón; D. Antonio Ulloa, jefe de escuadra en la Marina es- pañola, ex gobernador de la Luisiana (aunque ni el uno ni el otro se ven libres de enfermedades), y M. Godin des Odonais, que acaba de llegar a París después de treinta y ocho años de ausencia y que va a darme asunto para entreteneros. En el mes de agos- to último he recibido de él la carta siguiente, aten- diendo a las insistentes instancias que le hice para que me diese una relación del viaje de su esposa, a la que conozco desde su infancia y cuyas aventuras no conocía sino por vagos rumores. Creo que lo me- jor que puedo hacer es enviaros una copia de la carta de M. des Odonais. Veréis lo que puede el valor y la constancia. No hay espíritu que no se sienta enter- necido con el relato de la horrible aventura de una mujer agradable, nacida y educada en el bienestar, que por una serie de acontecimientos superiores a la pru- dencia y previsión humanas se halla transportada en- tre bosques impenetrables poblados de bestias fero- ces y de peligrosos reptiles, expuesta a los horrores del hambre, de la sed y de la fatiga, que camina erran- te en este desierto durante muchos días, después de VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 199 haber visto perecer a siete personas, y que escapa sola de todos los peligros casi prodig-iosamente. Ve- réis, en fín, cuánto debe M. Godin a la munificencia de su Majestad portuguesa y a los oficiales encarga- dos de cumplir sus órdenes. Acogiendo los deseos de M. Godin, el ministro bienhechor de cuyo departamento dependen las Aca- demias (1) acaba de obtener para él de su Majestad una pensión, bien merecida por su celo y sus trabajos durante nuestras operaciones, y por un tan prolonga- do destierro de su patria, hacia la cual no cesó nunca de volver sus miradas. (1) El señor duque de la Vrilliére. CARTA DE M. GODIN DES ODONAIS Y LA AVENTURA TRÁGICA DE MADAME GoDIN EN SU VIAJE DE LA PROVINCIA DE Quito a Cayena, por el río Amazonas CARTA DE M. GODIN DES ODONAIS A M. DE LA CONDAMINE SainUAmand (Berry), 28 de julio de 1773. Se ñor: Me pedís un relato del viaje que hizo mi esposa por el río de las Amazonas, siguiendo el mismo itine- rario que vos recorristeis antes. Los confusos rumores que han llegado hasta vos de los peligros a que se vio expuesta, y de los que únicamente ella, de las ocho personas de la expedición, escapó, aumenta vuestra curiosidad. Había resuelto no hablar nunca de él, ¡tan doloroso es para mí su recuerdo!; pero el título que invocáis de antiguo compañero de viaje, título que me honra, la parte que tomáis en cuanto nos interesa y. las pruebas de amistad que me dais, no me permiten rehusar el satisfaceros. Desembarcamos en la Rochela el 26 de junio últi- mo (1773), después de sesenta y cinco días de trave- sía; nos dimos a la vela en Cayena el 21 de abril. A nuestra llegada pregunté por vos, y supe con senti- miento que no estabais allí desde hacía cuatro o cinco meses. Mi mujer y yo os dedicamos unas lágrimas, que enjugamos con la mayor alegría posible al reco- nocer que en la Rochela se leen menos los periódi- 204 LA CONDAMINE eos literarios y las noticias de las Academias que las gacetas comerciales. Recibid, señor, nuestra enhora- buena, así como vuestra señora, a la que os rogamos presentéis nuestros respetos. Recordaréis que la última vez que tuve el honor de veros, en 1742, cuando partisteis de Quito, os dije que esperaba seguir la misma ruta que ibais a em- prender, esto es, la del río de las Amazonas, no sólo por el deseo que tenía de conocer este itinerario, sino también para proporcionar a mi esposa el camino más cómodo para una mujer, evitándole un largo viaje por tierra en un país montañoso en el que las muías son el único vehículo. Tuvisteis la atención, en el trans- curso de vuestra navegación, de avisar en las Misio- nes españolas y portuguesas establecidas en sus ori- llas que uno de vuestros camaradas os seguiría pro- bablemente, y en ellas lo recordaban aún muchos años después de vuestra partida. Deseaba mi esposa ardientemente volver a Francia, pero sus frecuentes embarazos no me consintieron exponerla, durante los primeros años, a un viaje tan largo. Hacia fines de 1748 recibí la noticia de la muerte de mi padre, y viendo que me era imprescindible el poner en orden los asuntos de familia, resolví trasladarme a Cayena solo, descendiendo por el río, disponiéndolo todo para que mi mujer siguiese cómodamente el mismo camino. En marzo de 1749 partí de la provincia de Quito, dejan- do a mi esposa embarazada. Llegué a Cayena en abril de 1750. Escribí en seguida a M. Rouillé, a la sazón ministro de Marina, rogándole me obtuviese pasapor- tes y recomendaciones de la Corte de Portugal p-ara VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 205 remontar el Amazonas, ir a buscar a mi familia y lle- varla por la misma ruta. Otro cualquiera, señor, se sorprendería de que emprendiese tan ligeramente un viaje de 1.500 leguas únicamente para prepa- rar otro; pero vos sabéis muy bien que en aquel país los viajes exigen menos preparativos que en Eu- ropa. Los que ya había hecho en doce años, recono- ciendo el terreno del meridiano de Quito, poniendo señales en las más altas montañas y yendo y viniendo a Cartagena de Indias, me habían acostumbrado. Apro- veché esta ocasión para enviar muchos ejemplares de historia natural al jardín del Museo del Rey, entre otros la simiente de la zarzaparrilla, cinco especies de butua (1) y una gramática de la lengua de los Incas, impresa en Lima, que mandé como regalo a M. Buf- fon, de quien no he recibido respuesta. Por la con- testación con que me honró M. Rouillé supe que su Majestad tuvo a bien que los señores gobernador e intendente de Cayena me recomendasen a las autori- dades de Para. Os escribí entonces, señor, y tuvisteis la bondad de solicitar mis pasaportes; me enviasteis también una carta de recomendación del comandante La Cerda, ministro de Portugal en Francia, para el gobernador de Para, y una carta del abate De la Ville en que os decía que mis pasaportes se habían expedi- do en Lisboa y enviado a Para. Pedí noticias al go- bernador de esta plaza, quien me respondió que no (1) La planta llamada butua en el Brasil puede ser cualquie- ra de las especies (C. cinerascens, C. Martii) del género Cocculus, que son medicinales. (Nota de la edición española.) 206 LA CONDAMINE sabía nada. Repetí mis cartas a M. Rouillé, que ya no era ministro. Después de esto solicité mis pasaportes cuatro, cinco y seis veces cada año, siempre infruc- tuosamente. Muchas de mis cartas se perdieron o fue- ron interceptadas durante la guerra; no me cabe duda de ello, puesto que vos cesasteis de recibir las mías, aunque continué escribiéndoos. En fin, habiendo oído decir que el conde de Hérouville gozaba de la con- fianza del duque de Choiseul, me resolví, en 1765, a escribirle, aunque no tenía la honra de conocerle. De- cíale en pocas palabras mi situación, suplicándole que intercediese por mí a M. de Choiseul para que ges- tionase mis pasaportes. A las bondades de este señor atribuyo el éxito y la realización de mi partida, puesto que al décimo mes, a contar de la fecha de mi carta al conde de Hérouville, vi llegar a Cayena una galeo- ta de puentes, fletada en Para por orden del rey de Portugal, con una tripulación de treinta remeros, y mandada por un capitán de la guarnición de Para, con el encargo de conducirme allí, y después, remontando el río, hasta la primera Misión española, para esperar mi regreso y trasladarme a Cayena con mi familia; todo a expensas de Su Muy Fiel Majestad, generosidad ver- daderamente real y poco común aun entre soberanos. Salimos de Cayena a fines de noviembre de 1765, para ir a Oyapoc (1), en donde residía, a recoger mis cosas. Caí enfermo, y de bastante peligro. M. de Re- bello, caballero de la Orden de Cristo y comandante (1) Fuerte en el río del mismo nombre, a treinta leguas al sur de la ciudad de Cayena. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 207 de la galeota, tuvo la condescendencia de esperarme seis semanas. Viendo que no estaba en disposición de embarcar, y temiendo abusar de la paciencia de este oficial, le rogué que se pusiera en camino, permitien- do que en mi lugar embarcase alguna persona a la que encargaría de mis cartas y que me supliese cuidando de mi familia al regreso. Fijé mi atención en Tristán d'Oreasaval, a quien co- nocía desde hacía mucho tiempo y que creí a propó- 'sito para colmar mis deseos. El paquete que le confié contenía las órdenes del Padre general de los jesuítas al provincial de Quito y al superior de las Misiones de Maynas para que proporcionasen las canoas y tripula- ciones necesarias para el viaje de mi esposa. La comi- sión que encargaba a Tristán consistía únicamente en llevar estas cartas al superior residente en La Lagu- na, cabeza de las Misiones españolas de Maynas, a quien rogaba que enviase mis cartas a Ríobamba, para que mi esposa supiese los preparativos hechos por or- den del rey de Portugal, por recomendación del rey de Francia, para conducirla a Cayena. Tristán no tenía que hacer otra cosa más que esperar en La Laguna la respuesta de Ríobamba. Salió inmediatamente de Oya- poc en el barco portugués el 24 de enero de 1766, y llegó a Loreto, primer establecimiento español río arriba, en julio o agosto del mismo año. Loreto es una Misión recién fundada, más abajo de la de Pevas, que aun no lo estaba cuando vos descendisteis el río en 1743, ni tampoco cuando seguí el mismo itinerario en 1749, lo mismo que la Misión de Tavatinga, que han fundado después los portugueses más arriba de la de 208 LA CONDAMINE San Pablo, que era su último establecimiento según se remontaba el río. Para entender mejor esto será conveniente tener a la vista el mapa que habéis traza- do del curso del Amazonas, donde está el de la pro- vincia de Quito, incluido en vuestro Diario histórico del viaje al Ecuador. El oficial portugfués, M. de Re- bello, después de haber desembarcado a Tristán en Loreto, volvió a Tavatinga, siguiendo las órdenes que había recibido de esperar allí a Mme. Godin; y Tris- tán, en lugar de ir a La Laguna, cabeza de las Misio- nes españolas, y de enviar desde allí al superior mis cartas, dio el paquete de cartas a un misionero jesuíta español que volvía a Quito, llamado el Padre Yes- quen, a quien encontró en Loreto; descuido imperdo- nable que más parece riíala idea. El paquete iba diri- gido a La Laguna, lugar distante algunas jornadas del en que se hallaba Tristán, el cual lo envió a más de 500 leguas más lejos, al otro lado de la cordillera (1), y él se quedó en las Misiones portuguesas para dedi- carse a comerciar. Notad que, además de los diversos efectos que le confié para que me gestionase su venta, le había en- tregado más que suficiente con qué subvenir a los gas- tos del viaje a las Misiones españolas. A pesar de. su malvada maniobra, se extendió un vago rumor por la provincia de Quito, y llegó a oídos de Mme. Godin, no sólo de que habían llegado cartas (1) La cadena de elevadas montañas conocidas con el nombre de cordillera de los Andes, que atraviesa toda la América meri- dional de Norte a Sur. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 209 para ella, las cuales se remitieron a un Padre jesuíta, sino que había venido a las Misiones portuguesas más altas un barco fletado por orden de su Majestad por- tuguesa para conducirla a Cayena. Su hermano, reli- gioso agustino, al mismo tiempo que el P. Terol, provincial de la Orden de Santo Domingo, hicieron muchas gestiones cerca del provincial de los jesuítas para recobrar las cartas. Compareció el jesuíta y dijo que las había enviado a otro; éste se disculpó lo mis- mo, alegando que las remitió a un tercero, y por más diligencias que se hicieron, el paquete no ha parecido aún. Dejo a vuestra consideración el que imaginéis la inquietud en que se hallaba mi mujer, sin saber el par- tido que debía tomar. En todo el país se discutía sobre la llegada del barco: unos le daban crédito, otros du- daban de su realidad. Determinarse a emprender un viaje tan largo, tener que arreglar, a causa de ello, los asuntos domésticos, vender los muebles de una casa sin ninguna certeza de la veracidad de la noticia, era echarse en brazos de la casualidad. En fin, para saber a qué atenerse, Mme. Godin resolvió el enviar a las Misiones a un negro de toda confianza. Partió el ne- gro, acompañado de algunos indios, y, después de haber recorrido parte del camino, fué detenido, obli- gándole a volver a casa de su ama, que volvió a en- viarle por segunda vez con nuevas órdenes y mayores precauciones. El negro salió de nuevo, salvó los obs- táculos, llegó a Loreto, vio a Tristán y habló con él; regresó con la noticia de que era cierta la llegada del barco y de que Tristán estaba en Loreto. Entonces Mme. Godin se decidió a ponerse en camino; vendió Viaje a la América Meridional 14 210 LA CONDAMINE cuantos muebles pudo, dejó los demás, así como su casa de Ríobamba, el jardín y tierras de Guaslen y otras tierras entre Gualté y Maguazo, a su cuñado. Po- déis imaginaros cuánto tiempo transcurrió desde el mes de septiembre de 1766, en que se enviaron las cartas al jesuíta; el tiempo que necesitó el mismo para hacer el viaje a Quito, las investigaciones para reco- brar el paquete, que pasó de mano en mano; la acla- ración de los rumores extendidos por la provincia de Quito, y que llegaron hasta Mme. Godin en Ríobam- ba; sus incertidumbres, los dos viajes del negro a Lo- reto y su regreso a Ríobamba, la venta del ajuar de una casa y los preparativos de un viaje tan largo; por todos estos contratiempos no pudo partir de Ríobam- ba, que está 40 leguas al sur de Quito, hasta el 1 de octubre de 1769. El rumor de la llegada del barco portugués llegó hasta Guayaquil y hasta las orillas del mar del Sur, puesto que el Sr. R., pretendido médico francés que regresaba del alto Perú e iba a Panamá o Porto-Belo en busca de un barco para pasar a Santo Domingo o a la Martinica, o al menos a la Habana, y desde allí a Europa, hizo escala en el golfo de Guayaquil, en la punta de Santa Elena, donde supo que una señora de Ríobamba se disponía a partir para el río de las Ama- zonas y embarcarse en un buque fletado por orden del rey de Portugal para conducirla a Cayena. Cambió en seguida de itinerario; subió por el río Guayaquil y vino a Ríobamba, a pedir a Mme. Godin que se dig- nase concederle pasaje, prometiéndole que cuidaría de su salud y tendría para con ella toda clase de atencio- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 211 nes. Respondióle desde luego que no podía disponer del barco que había venido a buscarla. Recurrió el se- ñor R. a los dos hermanos de Mme. Godin, que insta- ron tanto a su hermana, haciéndole reflexiones sobre la utilidad de un médico en tan largo camino, que consintió en admitirle en su compañía. Sus dos her- manos, que partían también para Europa para hallarse en breve: uno, en Roma, donde le llamaban asuntos de su Orden; otro, en España, para asuntos particula- res, no titubearon en seguir a su hermana. El último llevaba consigo a un hijo suyo de nueve o diez años, al que quería que educasen en Francia. M. de Grand- maison, mi suegro, había tomado ya la delantera para preparar todo lo concerniente al viaje de su hija hasta el lugar de embarque, al otro lado de la gran cordillera. Al principio encontró algunas dificultades en el presidente y capitán general de la provincia de Quito. Sabéis, señor, que la vía del Amazonas está prohibida por el rey de España; pero las dificultades se resolvieron pronto, porque a mi regreso de Carta- gena, adonde me enviaron para asuntos de nuestra Comisión en 1740, traje un pasaporte del virrey de Santa Fe, don Sebastián de Eslava, mediante el cual se nos dejaba en libertad para escoger la ruta que nos pareciese más conveniente; también el gobernador español de la provincia de Maynas y de Omañas, pre- venido de la llegada de mi esposa, tuvo la cortesía de enviar a su encuentro una canoa con víveres, tales como frutas, lacticinios, etc., que la alcanzó a poca distancia del poblado de Omañas; pero ¡cuántas con- trariedades, cuántos horrores debían preceder a este 212 LA CONDAMINE momento dichoso! Salió de Ríobamba, lugar de su re- sidencia, con su escolta, el 1 de octubre de 1769; Ileg-aron a Canelos, lugar del embarco, en el riachuelo de Bobonasa, que afluye al Pastaza, y éste en el Ama- zonas. M. de Grandmaison, que les precedió casi un mes, encontró la aldea de Canelos poblada de sus ve- cinos, y se embarcó en seguida para continuar su ca- mino y preparar las tripulaciones en todos los sitios por donde había de pasar su hija a su llegada. Como sabía que iba bien acompañada de sus hermanos, de un médico, de su negro y de tres criadas mulatas o in- dias, continuó el viaje hasta las misiones portuguesas. En este intervalo, una epidemia de viruela, enfermedad que los europeos han llevado a América, y más funes- ta a los indios que en Oriente lo es la peste, que no conocen, había hecho emigrar a todos los habitantes de la aldea de Canelos, que vieron morir a los pnme- ros atacados del mal, y los otros se dispersaron por los bosques lejanos, en donde cada uno de ellos tenía su abatís, especie de casa de campo. Mi mujer había salido con una escolta de 31 indios, para transportarla a ella y a su bagaje. Sabéis que este camino, el mismo que siguió don Pedro Maldonado, que también salió de Ríobamba para llegar a La Laguna, en donde le ha- bíais citado; digo, pues, que este camino no es transi- table ni aun para las muías; las personas que pueden caminar, lo hacen a pie, y las demás se hacen transpor- tar. Los indios que Mme. Godin llevaba consigo, y a los que se había pagado por anticipado, siguiendo la mala costumbre del país, originada por la desconfianza, algunas veces muy fundada, de estos desdichados, ape- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 213 ñas llegaron a Canelos volvieron sobre sus pasos, ya por el temor del contagio, ya por el miedo a que se les obligase a embarcarse, pues nunca habían visto una canoa sino de lejos. No es preciso buscar mejores ra- zones para explicar su deserción; sabéis, señor, cuán- tas veces nos abandonaron en las montañas durante el curso de nuestras operaciones, sin el menor pretexto ¿Qué resolución podía tomar mi mujer en estas cir- cunstancias? Aun cuando le hubiese sido posible re- troceder, el deseo de llegar al barco dispuesto para recibirla por orden de dos soberanos, y el de volver a ver un esposo después de veinte años de ausencia, la hicieron desafiar todos los obstáculos en el extremo a que se veía reducida. No quedaban en la aldea más que dos indios indem- nes al contagio, los cuales no tenían canoa. Prometie- ron hacer una y conducirla a la misión de Andoas, casi 12 jornadas más allá, río Bobonaza abajo, dis- tancia que puede calcularse en 140 ó 150 leguas; les pagó por adelantado; acabada la canoa salen todos de Canelos; navegan dos días; se detienen para pasar la noche. A la mañana siguiente habían desaparecido los dos indios; la infortunada cuadrilla volvió a embarcar- se sin guía, pasándose la primera jornada sin acciden- te. Al día siguiente, cerca del mediodía, hallaron una canoa amarrada en un puertecito próximo a un carbet (1); encuentran a un indio convaleciente, que (1) Este es el nombre que se les da en nuestras islas colonia- les y en el Canadá a las chozas que sirven de morada a los salva- jes y de refugio a los viajeros los españoles las llaman rancho. 214 LA CONDAMINE consintió en ir con ellos para manejar el timón. El ter- cer día, queriendo coger el sombrero del señor R..., que había caído al agua, cayóse el indio también; no tuvo fuerzas para ganar la orilla y se ahogó. He aquí la canoa desprovista de timón y dirigida por personas que ignoraban la menor maniobra; pronto.se inundó, lo cual les obligó a tomar tierra y a construir un car- bet o cabana. No estaban más que a cinco o seis jor- nadas de Andoas. El señor R... se ofreció a ir allí, y partió con otro francés de su compañía y con el fiel negro de Mme. Godin, que se lo cedió para que los ayudase; tuvo buen cuidado el señor R... de llevarse sus efectos. He reprochado después a mi esposa el que no hubiera enviado también a uno de sus hermanos con el señor R... a pedir socorro a Andoas; mas me ha respondido que ni el uno ni el otro quisieron vol- verse a embarcar en la canoa después del accidente que les había acontecido. Al partir, el señor R... ha- bía prometido a Mme. Godin y a sus hermanos que antes de quince días recibirían una canoa e indios. En vez de quince, esperaron veinticinco, y habiendo per- dido la esperanza, hicieron una almadía, en la cual se pusieron con algunos víveres y efectos. Mal dirigida también la almadía, tropezó con una rama sumergida y volcó: efectos perdidos y todo el mundo al agua. No pereció nadie, gracias a la poca anchura del río en este sitio. Mme. Godin, después de haberse zambullido dos veces, fué salvada por sus hermanos. Reducidos a una situación aún más triste que la de antes, resolvieron todos el seguir a pie por la orilla del río. jVana empresa! Sabéis, señor, que VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 215 las orillas de estos ríos están cubiertas con silvestre vegetación de hierbas, lianas y arbustos, entre las que no se puede uno abrir paso más que hacha en mano, perdiendo mucho tiempo. Volvieron a su carbet, co- gieron los víveres que allí habían dejado y empeza- ron a caminar a pie. Se apercibieron de que siguiendo la orilla del río sus sinuosidades alargaban mucho el camino, y para evitarlas se adentraron en el bosque, perdiéndose pocos días después. Fatigados por tantas caminatas incómodas por lo más espeso del bosque, llagados y heridos los pies por las zarzas y espinas, acabados los víveres, agobiados por la sed, no tenían más alimentos que algunas semillas, frutas silvestres y cogollos de palmera. En fin, agotados por el hambre, el descaecimiento, el cansancio, las fuerzas les faltan, sucumben, se sientan y no pueden levantarse. Allí les acechan sus últimos momentos; en tres o cuatro días expiran uno tras otro. Mme. Godin, echada junto a sus hermanos y los otros cadáveres, permaneció cua- renta y ocho horas aturdida, extraviada, aniquilada, atormentada de continuo por la ardiente sed. Mas la Providencia, que quería conservarla, dióle el valor y la fuerza para arrastrarse e ir a buscar la salvación que le esperaba. Descalza, semidesnuda, dos mantillas y una camisa hecha jirones por las zarzas apenas si cubrían sus carnes; cortó los zapatos de sus hermanos, y se ató las suelas a los pies. Acaeció la muerte de las siete personas de la infortunada expedición del 25 al 30 de diciembre de 1769, poco más o menos, a juzgar por datos posteriores bien comprobados, y por lo que la única víctima que escapó de la muerte me ha dicho; 216 LA CONDAM INE nueve días después de haber abandonado el lugar en que vio a sus hermanos y a sus criados exhalar el últi- mo suspiro, llegó a la orilla del Bobonaza. Es muy ve- rosímil que el tiempo le pareciese muy largo. ¿Cómo, en este estado de agotamiento y de penuria, una mu- jer educada con delicadeza, reducida a este extremo, puede conservar su vida, aunque no sea más que cua- tro días? Mi esposa me ha asegurado que estuvo sola en el bosque diez días, dos de los cuales permaneció al lado de sus hermanos muertos, esperando ella tam- bién su último momento, y los otros ocho anduvo errante arrastrándose de aquí para allá. El recuerdo del interminable y horrible espectáculo de que había sido testigo, el horror de la soledad y de la noche en un desierto, el pavor de la muerte siempre ante su vis- ta, miedo que a cada instante se redoblaba, hicieron en ella tal impresión, que sus cabellos encanecieron. El segundo día de su marcha, que no podía ser muy considerable, encontró agua, y los días siguientes fru- tos silvestres y algunos huevos verdes que no conocía, pero que por la descripción que me ha hecho supon- go que fueron huevos de una especie de perdiz (1). Apenas si podía tragar, tanto se le había estrechado el esófago por la privación de alimentos. Los que por casualidad encontraba, bastaron para sustentar su es- queleto. Ya era tiempo de que el socorro que el des- tino le reservaba llegase. Si leyerais en una novela que una mujer delicada, (1) Al menos éste es el nombre que dan los españoles a esta caza, bastante común en los países cálidos de América. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 217 acostumbrada a g^ozar de todas las comodidades de la vida, se precipita en un río, del que se la extrae medio ahogada; se interna en un bosque con otras siete per- sonas, sin camino, y por él anda muchas semanas; se pierde, sufre el hambre, la sed, la fatiga, hasta el ago- tamiento; ve expirar a sus dos hermanos, mucho más robustos que ella, a un sobrino apenas salido de la in- fancia, a tres jóvenes, criadas suyas, y a un joven cria- do del médico que había marchado antes; que sobre- vive a la catástrofe; que permanece sola, dos días con sus noches, entre los cadáveres, en parajes donde abundan los tigres, muchas serpientes muy peligro- sas (1), sin haber encontrado nunca ni uno solo de es- tos animales; y que se levanta, se vuelve a poner en camino, cubierta de harapos, errante en un bosque sin sendas, hasta el octavo día, en que volvió a hallarse a orillas del Bobonaza, acusaríais al autor de la novela de faltar a la verosimilitud; pero un historiador no debe decir a sus lectores más que la simple verdad. Todo lo anterior está atestiguado por las cartas origi- nales que poseo de muchos misioneros del Amazonas, que han intervenido en este triste acontecimiento, del que, por otra parte, he tenido demasiadas pruebas, como lo veréis en la continuación del relato. No ha- brían sucedido estas desdichas si Tristán no hubiese sido un mensajero infiel; si en vez de detenerse en (1) He visto en estos parajes onzas, especie de tigre negro de los más feroces; también hay serpientes de las especies más vene- nosas, tal como la serpiente de cascabel, la que los españoles lla- man coral, y la famosa balalao, que se llama en Cayena serpent grage. 218 LA CONDAMINE Loreto hubiera llevado mis cartas al superior en La Laguna, mi esposa habría encontrado, como su padre, poblada de indios la aldea de Canelos, y una canoa dispuesta para que continuase su camino. Al octavo o noveno día, según la cuenta de mada- me Godin, fué cuando, después de haber abandonado el lugar de la funesta escena, se encontró de nuevo a las orillas del Bobonaza. Al alba oyó ruido a cosa de doscientos pasos de donde estaba. Un primer impulso de pavor hízola en seguida internarse en el bosque; pero reflexionando que nada peor que la situación en que se hallaba podía sucederle y que, por lo tanto, nada tenía que temer, volvió a la orilla y vio a dos in- dios que botaban una canoa al agua. Es costumbre cuando se salta a tierra para pasar la noche varar total o parcialmente las canoas para evitar los accidentes; en efecto, si se rompieran las amarras de una canoa a flote durante la noche, se iría a la deriva, y ¿qué suce- dería a los que duermen tranquilamente en tierra? Los indios apercibieron a Mme. Godin en donde esta- ba, y se dirigieron hacia ella. Les rogó que la condu- jeran a Andoas. Estos indios, alejados hacía mucho tiempo de Canelos con sus mujeres, huyendo del con- tagio de la viruela, venían de un abatís lejano que poseían y bajaban a Andoas. Recibieron a mi esposa con demostraciones de afecto, la cuidaron, y la condu- jeron a esa aldea. Hubiera podido detenerse allí algu- nos días para descansar, y podéis comprender que le hacía buena falta; pero indignada del proceder del mi- sionero a merced del cual se encontraba, y con el que, por esta misma razón, se vio obligada a fingir, no qui- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 219 SO prolongar su estancia en Andoas, y aun ni hubiese pasado siquiera la noche si hubiese dependido de ella. Acababa de operarse una gran transformación en las Misiones de la América española dependientes de Lima, de Quito, de Charcas y del Paraguay, servidas y fundadas por los jesuítas desde hacía uno y dos si- glos. Una orden repentina del Consejo de Madrid los expulsó de todos sus colegios y de sus Misiones. De- tuvieron a todos, los embarcaron y los enviaron a los Estados del Papa. El acontecimiento no causó más trastorno que el que hubiera podido ocasionar el cam- bio de un párroco de aldea; los jesuítas fueron reem- plazados por sacerdotes seglares, y seglar era también el que desempeñaba las funciones de misionero en Andoas, y del que procuro olvidar el nombre. Mada- me Godin, en la mayor pobreza, y no sabiendo cómo testimoniar su agradecimiento a los dos indios que le habían salvado la vida, se acordó de que llevaba al cuello, según es moda en el país, dos cadenas de oro de cuatro onzas de peso; dio una a cada indio, los cuales vieron el cielo abierto; pero el misionero, en su presencia, se apoderó de las dos cadenas, y en su lugar dio a los indios tres o cuatro anas (1) de esa tela gruesa de algodón muy claro, del que sabéis que se fabrica en el país, y al que llaman fucuyo. Tanto se irritó mi mujer al ver esta inhumanidad, que al instan- te pidió una canoa con su equipo y partió al día si- guiente para La Laguna. Una india de Andoas le hizo (1) Ana: medida de longitud antigua, equivalente a 1,20 tros.— N. del T. 220 LA CONDAMINE una falda de algodón, que mandó pagársela cuando llegó a La Laguna, y que aun conserva preciosamente, así como las suelas de los zapatos de sus hermanos, con las que se hizo las sandalias: tristes recuerdos que han llegado a serme tan queridos como a ella. Mientras mi esposa erraba por los bosques, su fiel negro remontaba el río, con los indios que llevaba de Andoas para socorrería. El señor R..., más preocupado de sus asuntos personales que de apresurar la expedi- ción de la canoa que debía salvar la vida a sus bien- hechores, apenas llegó a Andoas partió con su cama- rada y su bagaje, y se fué a Omaguas. El negro llegó al carbet en donde había dejado a su ama y sus her- manos, siguió su rastro por los bosques, con los indios de la canoa, hasta encontrar los cuerpos muertos, ya descompuestos y tan desfigurados que, persuadidos de que nadie se había librado de la muerte, el negro y los indios emprendieron el camino del carbety recogieron todo lo que en él habían dejado y volvieron a An- doas antes que mi mujer llegase. El negro, a quien no cabía la menor duda de la muerte de su ama, fué a buscar a Omaguas al señor R..., y le devolvió todos los efectos de que se había hecho cargo. Aquél no ig- noraba que M. de Grandmaison llegó a Loreto y es- peraba allí a sus hijos con impaciencia. Una carta de Tristán, que tengo a la vista, prueba también cómo mi suegro, informado de la llegada del negro Joaquín, re- comendó a Tristán que le buscase y se le enviara; pero ni Tristán ni el señor R... tuvieron a bien com- placer a mi suegro, y el señor R..., lejos de allanarse a su deseo, por sí y ante sí envió al negro a Quito, VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 221 para que custodiase ios efectos que le había traído. Ya sabéis, señor, que La Laguna no está situada precisamente a la orilla del Amazonas, sino algunas leguas más arriba, en el Guallaga, uno de los ríos que acaudalan a aquél con sus aguas. Joaquín, despedido por el señor R..., no se preocupó de buscar en La La- guna a su ama, a quien creía muerta, y volvió directa- mente a Quito; de esta manera perdimos el negro. No podríais imaginar qué razones me alegó después el se- ñor R... para disculparse de haber despachado a un criado tan fiel y que nos era tan necesario. «Temía — me dijo — que me asesinase.» «¿Qué podíais — repli- qué yo — sospechar de un hombre del que conocíais el celo y la fidelidad, y con el que habíais navegado du- rante tanto tiempo? Si temíais que os mirase con malos ojos por imputaros la muerte de su ama, ¿por qué no le enviasteis a M. de Grandmaison, que le reclamaba y estaba cerca? ¿Por qué, al menos, no le hicisteis aherrojar? Estabais en la residencia del gobernador de Omaguas, el cual os hubiera ayudado.» Tengo de todo esto un certificado de M. d'Albanel, comandante de Oyapoc, en presencia de quien hice estos reproches al señor R..., y este certificado está legalizado por el juez de Cayena. Durante este tiempo, Mme. Godin, con la canoa y los indios de Andoas, había llegado a La Laguna, en donde fué recibida, con toda la afabilidad posible, por el doctor Romero, nuevo superior de las Misiones, que con sus buenos tratos, durante cerca de seis semanas que allí permaneció, no perdonó medio para que se restableciese su muy alterada salud, y para distraerla 222 LA CONDAMINE del recuerdo de sus desdichas. El primer cuidado del doctor Romero fué despachar un propio al gobernador de Omaguas para avisarle de la llegada de Mme. Go- din y del estado de desfallecimiento en que se en- contraba. Al saber esta noticia, el señor R..., que an- teriormente le prometió colmarla de atenciones, no pudo dejar de ir a verla, y le devolvió cuatro platos de oro, un jarro, una falda de terciopelo, una de tela persa, otra de tafetán, alguna lencería y ropas, tanto de ella como de sus hermanos, añadiendo que todo lo demás se había podrido. Olvidaba que los brazaletes de oro, que las tabaqueras, los relicarios de oro y los pendientes de esmeraldas no se pudren, lo mismo que sucede con otros efectos de esta naturaleza, o que es- tán en igual caso. «Si me hubierais devuelto a mi negro — agregó ma- dame Godin — sabría por él lo que hizo de los objetos que ha debido encontrar en el carbet. ¿A quién que- réis que pida cuenta? Marchaos, señor. No puedo ol- vidar que sois el autor de mis desdichas y de mis pér- didas. Seguid vuestro camino, no puedo aceptar vues- tra compañía.» Demasiado fundamento tenía mi esposa para ello; pero los ruegos del doctor Romero, a quien nada podía rehusar, y que la hizo ver que si abando- naba al señor R... no sabría él qué hacer, triunfaron de su repugnancia, y consintió, por fin, en que el se- ñor R... la acompañara. Cuando Mme. Godin se restableció un poco, el doc- tor Romero escribió a M. de Grandmaison que su hija estaba fuera de peligro y que iba a enviarle a Tristán para que la condujera a bordo del barco portugués. VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 223 Escribió también al gobernador, diciéndole que había hecho presente a Mme. Godin, de quien ensalzaba el valor y la piedad, que iba a comenzar un largo y penoso viaje, pues aunque ya había recorrido cuatro- cientas leguas y pico faltaba cuatro o cinco veces otro tanto hasta Cayena; que apenas escapada de la muerte se iba a exponer a nuevos riesgos; que había- le ofrecido que la conducirían de nuevo a Ríobamba, su residencia, con toda seguridad, pero que le respon- dió que se extrañaba de la proposición, pues si Dios la preservó a ella sola de los peligros en que sucum- bieron todos los suyos, no tenía otro deseo que re- unirse a su marido, habiéndose puesto en camino con la única intención de realizarlo, y que creería contra- riar los designios de la Providencia haciendo inútil la ayuda que recibió de sus dos amados indios y de sus mujeres, así como todos los auxilios que el mismo doc- tor Romero le prodigó; a todos les debía la vida, y Dios sólo podía recompensarlos. Siempre he querido a mi mujer; pero semejantes sentimientos me obligaron a añadir el respeto a la ter- nura. No llegando Tristán, el doctor Romero, después de haberle esperado inútilmente, fletó una canoa y orde- nó que condujeran a Mme. Godin a bordo del buque del rey de Portugal, sin detenerse en ningún sitio. Al saber el gobernador de Omaguas que descendería el río sin tomar tierra en ninguna parte, fué cuando en- vió una canoa a su encuentro con algunas provisiones. El comandante portugués M. de Rebello recibió aviso, e hizo botar una piragua mandada por dos de 224 LA CONDAMINE SUS soldados y abastecida de víveres, con orden de preceder a Mme. Godin. Alcanzáronla en la aldea de Pevas. El oficial portugués, para ejecutar más exac- tamente aún las órdenes del rey su soberano, remon- tó su barco, con mucho trabajo, doblando el número de remeros, hasta la Misión española de Loreto, don- de la recibió a bordo. Mi mujer me ha asegurado que desde este instante hasta Oyapoc, en una distancia de casi mil leguas, no le faltaron las comodidades más refinadas ni los manjares más delicados, como no po- día esperar, de lo que no hay ejemplo en una navega- ción semejante; provisiones de vinos y licores llevados especialmente para ella, aunque no los probaba; abun- dante caza y pesca, proporcionadas por dos canoas que precedían a la galeota. El gobernador de Para envió órdenes a la mayor parte de los apostaderos, y más ví- veres. Se me olvidaba deciros que los sufrimientos de mi esposa no habían acabado; tenía el pulgar de una mano en muy mal estado. Las espinas que en él se le habían clavado cuando erró por el bosque, y que aun no había podido extraer del todo, originaron un tumor; el tendón, y hasta el hueso, estaban dañados; creían que habría que amputar el pulgar. Sin embargo, a fuerza de cuidados y de ungüentos salvó el dedo, no sin sufrir en San Pablo una operación, en la cual ex- trajéronle algunas esquirlas, perdiendo además la arti- culación del pulgar. La galeota continuó su rumbo a la fortaleza de Gurupa, que vos conocéis, a casi sesenta leguas más arriba de Para. M. de Martel, caballero de la Orden de Cristo, Mayor de la guarnición de Para, VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 225 llegó al día siguiente, por orden del gobernador, para tomar el mando de la galeota y conducir a Mme. Go- din al fuerte de Oyapoc. Poco después de la des- embocadura del río, en un sitio de la costa en que Isis corrientes son muy violentas (1), perdió una de las an- clas, y como hubiera sido imprudente el exponerse con una sola, envió su chalupa a Oyapoc en busca de auxilios, que prontamente le enviaron. Supe la noticia y salí del puerto de Oyapoc en una galeota de mi pro- piedad, con la cual crucé la costa, por la travesía de Mayacaré, para salir al encuentro del barco que ansio- samente esperaba, y al cuarto día, a bordo del mismo, después de veinte años de ausencia, de sobresaltos, de contratiempos y de recíprocas desdichas, recuperé a mi querida esposa, a la que no pensaba volver a ver más. Olvidé en sus brazos la pérdida de los frutos de nuestra unión, de la cual a mí mismo me felicito, pues su prematura muerte los salvó de la suerte funesta que les esperaba, así como a sus tíos, en los bosques de Canelos, a la vista de su madre, que seguramente no hubiera sobrevivido al terrible espectáculo (2). An- clamos en Oyapoc el 22 de julio de 1770. Pude apre- ciar que M. de Martel es un oficial distinguidísimo, tanto por sus conocimientos como por sus prendas (1) En la desembocadura de un río cuyo nombre indio, co- rrompido en Cayena, es el Carapa podrido. (2) Mi última hija murió a los diez y ocho o diez y nueve años, de la viruela, diez y ocho meses antes de la salida de su madre de Ríobamba. Nació tres meses después de mi salida de la provincia de Quito, y supe la noticia por una carta vuestra de París, que recibí en Cayena en 1752. Viaje a la América Mkriuionai 15 226 LA CONDAMINE personales; posee casi todas las lenguas de Europa muy bien, incluso el latín, y podría figurar en una es- fera más elevada que la de Para. Es de origen francés, de la ilustre familia cuyo apellido lleva. Tuve el placer de tenerle en mi compañía durante quince días en Oyapoc, donde M. de Fiedmond, gobernador de Ca- yena, a quien el comandante de Oyapoc dio aviso de su llegada por un propio, envió en seguida un barco con víveres de refresco. Se carenó, pues lo necesita- ba, al barco portugués, y se le puso un velamen a pro- pósito para remontar la costa contra las corrientes. El comandante de Oyapoc proporcionó a M. de Martel un piloto práctico costero para acompañarle hasta la frontera. Me proponía llevarle hasta allí en mi galeota; pero no me permitió seguirle más alia del cabo de Orange. Me despedí de él con todos los sentimientos que me habían inspirado, lo mismo que a mi esposa, el noble proceder y las finas atenciones que ella y yo re- cibimos de este oficial y de su generosa nación. Desde mi viaje anterior ya estaba acostumbrado a ello, pues he debido deciros antes que al descender el Amazonas el año 1749, sin otra recomendación para los portugueses que el recuerdo de la noticia que ha- bíais extendido a vuestro paso en 1743, de que uno de vuestros compañeros de viaje seguiría vuestra misma ruta, fui recibido en todos los establecimienios portu- gueses, por los misioneros y los comandantes de for- talezas, con toda la afabilidad posible. Había adquiri- do una canoa al pasar por San Pablo, con la cual bajé por el río hasta el fuerte de Gurupa, desde donde es- cribí al gobernador del Gran Para, M. Francisco Men- VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 227 doza Gorjaó, participándole mi llegada y pidiéndole permiso para pasar de Gurupa a Cayena, adonde pen- saba dirig^irme directamente. Me honró con una res- puesta tan cortés, que no vacilé en dejar mi camino, dando un largo rodeo, para ir a darle las gracias y pre- sentarle mis respetos. Me recibió con los brazos abier- tos, me dio alojamiento, no permitió que me sentase a otra mesa que la suya, me retuvo ocho días, y no consintió en dejarme salir antes de que él también partiese para San. Luis de Maranaó, adonde iba a ha- cer su visita de inspección. Después de su marcha, subí a Gurupa con mi canoa, escoltada por otra más grande que me había dado el comandante de este fuerte para bajar a Para, que, como habéis hecho no- tar, está junto a un gran río, que engañosamente se ha tomado por el brazo derecho del Amazonas, con el que el río Para comunica por un canal natural excava- do por los mareas, llamado Tagipuru. Encontré en Gu- rupa una piragua grande, de 14 remos, que me espe- raba, fletada por orden del gobernador de Para, man- dada por un sargento de la guarnición, para llevarme a Gayena, adonde llegué por Macapa, costeando la orilla izquierda del Amazonas hasta su desembocadu- ra, sin dar, como vos, la vuelta por la gran isla de Joa- nes o de Marajo. Después de semejante trato, recibi- do sin recomendación expresa, ¿qué no debía esperar habiéndose dignado Su Fidelísima Majestad dar órde- nes precisas para enviar un barco hasta la frontera de sus Estados, destinándolo a recibir a mi familia para transportarla a Gayena? Vuelvo a mi relato. Después de despedirme de 228 LA CONDAMINE M. de Martel en el cabo de Orange, con todas ias de- mostraciones acostumbradas entre marinos en casos semejantes, volví a Oyapoc, y desde alH fui a Cayena. No me faltaba más que tener un proceso, que he ganado, aunque inútilmente. Tristán me demandaba el salario que le prometí, de 60 libras al mes. Ofrecí pa- garle diez y ocho meses, que era más del tiempo que hubiera durado su viaje si hubiera cumplido su comi- sión. Una sentencia del Consejo Supremo de Cayena, dictada el 7 de enero último, le condenó a rendirme cuentas de los siete u ocho mil francos en especie que le remití, deducidas 1.080 libras que le había ofrecido por diez y ocho meses del salario que convinimos. Pero este desdichado, después de haber abusado de mi confianza, después de haber causado todas las des- gracias de mi esposa y la muerte de ocho personas, contando el indio ahogado, después de haber disipa- do el producto de las mercaderías que le confié, era insolvente, y no me creí en el caso de aumentar mis pérdidas alimentándole además en la prisión. Creo, señor, haber satisfecho vuestro deseo. El en- trar en estos detalles me ha costado mucho, recordan- do dolorosas memorias. El proceso contra Tristán y las enfermedades de mi mujer después de su llegada a Cayena, consecuencia de sus sufrimientos, no me permitieron antes de este año exponerla a una travesía por mar tan larga. Actualmente está con su padre en el seno de mi familia, en la que han sido recibidos con ternura. No pensaba M. de Grandmaison venir a Fran- cia; no quería sino poner a su hija a bordo del barco portugués; mas considerando su avanzada edad, sus VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL 229 hijos muertos, traspasado del más vivo dolor, lo aban- donó todo y se embarcó con ella, encargando a su otro yerno, el Sr. Zavala, residente también en Río- bamba, de las cosas que allí dejó. Por más cuidado que se pone en distraer a mi esposa, siempre está triste; tiene presentes siempre sus desdichas. ¡Cuánto me costó obtener de ella las aclaraciones que necesi- taba para exponerlas a mis jueces en el curso de mi proceso! No dudo de que me ha callado, por delica- deza, muchos detalles de los que hasta el recuerdo quería perder, por no afligirme; ni aun quería que per- siguiese a Tristán, dejando obrar a la compasión y si- guiendo los impulsos de su piedad hacia un hombre tan bribón y tan injusto. FIN University of California SOUTHERN REGIONAL LIBRARY FACILITY 405 Hilgard Avenue, Los Angeles, CA 90024-1388 Return this material to the library from which it was borrowed. A 000 699 502 1