A EAS A TO : , : - a : es AL A PS Fl - AA NE A A A o , - ara . ho ; as A AAC IATA Er e AT y Ñ E E e pin y e ts . : La td SN d > e y » , eS X e: pr A - : Ds : x . z Ii a ANSIA PIPA RAR O e A e > r A - r - , e AAA . MANN a », e : » o ps K 7 d ss a 2 s o $ A » : “ a C E AAA e ñ 2 > do pertriain p MIO ro As + ARAN Des pi er de % cb - . . tn 0. - ne q as Ñ aa TE A > > Sa, 4207 ] ARO 2. . 5 $ PA Ai pro ote ns o en A a Z O ] PTE E A a pa AA o ¿qn .bs HARVARD UNIVERSITY. LIBRARY OF THE MUSEUM OF COMPARATIVE ZOOLOGY 24040 la] y | q 1 — 0 Lbn 22, 1906. REVISTA DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES DE MADRID REVISTA DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES MADRID TOMO ENS MADRID IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID,, ALLE DE PONTEJOS, NÚM, 8, 1906 NAAA Id ITA INIA NISL LISIS ART. 107 DE LOS ESTATUTOS DE LA ACADEMIA «La Academia no adopta ni rehusa las opiniones de sus individuos; cada autor es responsable de lo que con- tengan sus escritos.» e INIA REVISTA DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES DE MADRID TOMO IV. NUM. 1. (Enero de 1906.) )) .. Y ' MADRID "IMPRENTA DE LA "GACETA DE MADREID,, CALLE DE PONWTEJOS, NÚM, 8, 1906 ADVERTENCIA os ori | | se han de entregar comp ginales para la L n sb. sde pues de otro modo quedar letos, del dia 7 ras la Corporación, antes a el mes siguien 4 > « ” » » 7 REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES DE MADRID ACADÉMICOS DE NÚMERO Excmo, Sr. D. José Echegaray, Presidente. Zurbano, 44. Excmo. Sr. D. José Morer. Génova, 3. + Excmo. Sr. D. Eduardo Saavedra, Vicepresidente. Fuencarral, 74. Sr. D. Joaquín González Hidalgo. Alcalá, 36. Ilmo. Sr. D. Joaquín M. Barraquer y Rovira. * Campomanes, 12. Ilmo. Sr. D. Gabriel de la Puerta y Ródenas. Valverde , 30 y 32» Excmo. Sr. D. Daniel de Cortázar. Velázquez, 16. Ilmo. Sr. D. José Rodríguez Carracido, Bibliotecario. Orellana, ro. Excmo. Sr. D, Francisco de P. Arrillaga, Secretario. Valverde, 26. Excmo. Sr. D. Julián Calleja y Sánchez, Tesorero. Argensola, 6. Sr, D, Eduardo Torroja y Caballé, Contador. Requena, 9. Excmo. Sr. D. Amós Salvador y Rodrigáñez. Carrera de San Jerónimo, 53. Sr. D; Francisco de Paula Rojas. Lealtad, 13. Excmo. Sr. D. Juan Navarro-Reverter. Barquillo, 15. Excmo. Sr. D. Lucas Mallada. Santa Teresa, 7. Excmo. Sr. D. Santiago Ramón y Cajal. Atocha, 125. Excmo. Sr, D. Diego Ollero y Carmona. Ferraz, 54. AA A AS O 3 X 4 . Sr. D. Pedro Palacios. Don Nicolás María Rivero, 8. Sr. D, Blas Lázaro é Ibiza. Palafox, 19. Ilmo. Sr. D. José Muñoz del Castillo. Quintana, 38. Sr. D, Leonardo de Torres y Quevedo. Válgame Dios, 3. Sr. D, José María de Madariaga, Vicesecretario. Zurbano, 18. Ilmo. Sr. D. José Rodríguez Mourelo. Piamonte, 14. Sr. D. Victorino García de la Cruz. - Gobernador, 25. Sr. D, José Marvá y Mayer. Campomanes, $. Sr. D. Rafael Sánchez Lozano. Génova, 17. Sr. D. José Gómez Ocaña. Atocha, 127. Sr. D. Vicente Ventosa y Martínez de Velasco. Amnistía, 10. ACADÉMICOS ELECTOS Ilmo. Sr. D. Miguel Martínez de Campos. Goya, 23. ; Sr. D. Eduardo Mier y Miura. Infantas, 32. Ilmo. Sr. D. Ignacio Bolívar, Jorge Juan, 17. Ilmo. Sr. D. Bernardo Mateo Sagasta. San Mateo, 22. . Sr. D. Pedro de Avila y Zumarán, Travesía de la Ballesta, $. Sr. D. Ignacio González Martí. Hernán Cortés, 7. Excmo. Sr. D. Manuel Benítez y Parodi. Plaza de la Lealtad, 4. Sr. D. Miguel Vegas y Puebla-Collado. Pez, 1 y 3. O La Academia está constituída en tres Secciones: 1.2 CIENCIAS EXACTAS.—Sres. Saavedra, Presidente; Torres, Secretario; Morer, Barraquer, Arrillaga, Torroja, Navarro-Reverter, Ollero y Ventosa. 2.2 CIENCIAS FÍSICAS.—Sres. Puerta, Presidente; Mou- relo, Secretario; Echegaray, Carracido, Salvador, Rojas, Muñoz del Castillo, Madariaga, García de la Cruz y Marvá. 3." CIENCIAS NATURALES. —Sres. Hidalgo, Presidente; Gómez Ocaña, Secretario; Cortázar, Calleja,” Mallada, Cajal, Palacios, Lázaro y Sánchez Lozano. ACADÉMICOS CORRESPONSALES NACIONALES Sr. D. Andrés Poey. París, Excmo. Sr. D. Eduardo Benot. Madrid. Excmo. Sr. D. Silvino Thos y Codina. Barcelona. Sr. D. Eduardo Boscá y Casanoves. Valencia. Sr. D, Luis Mariano Vidal. Gerona. Excmo. Sr. D. Leopoldo Martínez Reguera. Madrid, Excmo. Sr. D. Rogelio de Inchaurrandieta. Madrid. Sr. D. Ramón de Manjarrés y de Bofarull. Sevilla. Sr. D. Modesto Domínguez Hervella. Madrid. Sr. D. Salvador Calderón y Arana. Madrid. llmo. Sr. D. Ricardo Vázquez-Illá y Martínez. Valladolid. Sr. D. Zoel García de Galdeano. Zaragoza. Sr, D. Eduardo J. Navarro. Málaga. R. P. Fr. Celestino Fernández del Villar. Mantla (?). Sr. D. José María Escribano y Pérez. Murcia. Sr. D. José Florencio Quadras. Manila. Sr. D. Lauro Clariana y Ricart. Barcelona. Sr. D. Rafael Breñosa y Tejada. Segovia. Sr. D. José María de Castellarnau y Lleopart. Madrid. Sr. D. Juan Bautista Viniegra y Mendoza. San Fernando. Sr. D, Rafael Pardo de Figueroa. Puerto Real. Sr. D. Juan Vilaró Díaz. Habana. Excmo. Sr. D. Pablo Alzola y Minondo. Bilbao. AZAR Pis e E . E A TU A AA A a A 8 — Sr, D. Joaquín de Vargas y Aguirre. Salamanca. Sr, D. José J. Landerer. Valencia. Sr. D. José Eugenio Ribera. Madrid. ACADÉMICOS CORRESPONSALES EXTRANJEROS Barboza de Bocage (J. V.). Lisboa. Anguiano (A.). Méjico. Gaudry (A.). París. Lemoine (V.). Reims (?). Collignon (E.). París. Barrois (Ch.). Lille. Hoonholtz, Barón de Teffé (A. L. de). Río Janeiro (?). Gomes Teixeira (F.). Porto. Lapparent (A.). París, Príncipe de Mónaco (S. A. el). Mónaco. Choffat (P.). Lisboa. Vendrell (A.). Guatemala. Arata (P. N.). Buenos Átres. Carvallo (M.). Paris. Laisant (C. A.). París. Enestróm (G.). Estocolmo. Ferreira da Silva (A. J.). Porto. Nery Delgado (P. F.). Lisboa. Pina Vidal (A. A. de). Lisboa. Brocard (H.). Bar-le-Duc. Laussedat (A.). París. Ocagne (M. d”). París. Romiti (G.). Pisa. Wettstein Ritter von Werstersheim (R.). Viena. Engler (A.). Berlín, Guedes de Queiróz, Conde de Foz (G.). Lisboa. Academia Mejicana de Ciencias Exactas, Físicas y Natu- rales. Méjico. o I.—Introducción á la Fisica matemática. POR JosÉ ECHEGARAY. Conferencia primera. SEÑORES : Por causas independientes de mi voluntad, llego bastante tarde á cumplir los deberes que mi cargo de Profesor de Fí- -sica matemática me impone, y como no quiero perturbar la marcha del curso, ya bástante adelantado, de esta asigna- - tura, me limitaré á dar unas cuantas conferencias de carácter general, sobre dicha materia: conferencias que constituirán, por decirlo así, una introducción al estudio de esta ciencia, tan extensa como importante, y hoy más extensa y más di- fícil que nunca por los recientes trabajos de la crítica cienti- fica y por los anchos horizontes, que ante los sabios se han abierto de algunos años acá, quebrantando antiguas convic- ciones, pero alentando nuevas esperanzas: horizontes tur- bios y luminosos al mismo tiempo. La materia de estas conferencias, ó de esta introducción, la dividiré en varias partes, tratando: 1.2 Del carácter de la Física experimental, y del de la Fí- sica matemática, y estableciendo sus diferencias fundamen- tales y sus relaciones necesarias. 2.” Haré un resumen de los principales problemas que comprendía la Fisica matemática, hasta el último tercio del siglo anterior, estableciendo rápidamente sus ecuaciones fun- damentales. 3.” Estudiaré las críticas que en estos últimos tiempos se han hecho y siguen haciéndose de las teorías desarrolladas en el siglo anterior por los grandes matemáticos, que en sus in- AO vestigaciones nos han legado el más soberano monumento que ha creado el genio de la humanidad. Y 4. Si hubiera tiempo, que lo dudo, y si no lo hubie- ra, quedaría esta nueva empresa para el curso próximo, em- pezaré á ocuparme en el estudio de la teoria matemática de la elasticidad. Carácter de la Física experimental y de la Física mate- mática. — Diferencias y relaciones entre ambas. —No se di- ferencia una de otra, como vulgarmente se cree, en la mayor Ó menor cantidad de cálculo matemático, que en ellas pueda emplearse, sino en condiciones muy diversas, que en ambas concurren y que procuraré explicar con cuanta claridad me sea posible. No pretenderé tampoco definir la Física experimental, pri- mero, porque los que me honran siguiendo esta serie de con- ferencias, han estudiado y conocen dicha ciencia, y por co- nocida he de darla en estos estudios; y en segundo lugar, porque es verdad, hasta evidente, que una ciencia no puede definirse al principio: podrá definirse, y gracias, al terminar de estudiarla. Es lo mismo, y permitaseme este ejemplo, que si se le pi- diera la definición de la Península Ibérica, al que por prime- ra vez la visitara. Podría decir que está comprendida entre tantos y tantos grados de longitud, Ó entre éstos y aquéllos de latitud, encerrada entre el Mediterráneo y el Océano, y unida á Francia por los Pirineos; pero á estos términos ári- dos y poco expresivos estaría reducida la definición. Llegaría en todo caso á dar definición más acomodada á la realidad, después de haber visitado y estudiado nuestra Pe- nínsula unos cuantos años, después de conocer sus ríos y cordilleras, su agricultura y su minería, el carácter de sus ha- bitantes, su historia, sus pasiones y sus esperanzas. RR No intento, pues, definir ni la Física experimental, ni la Fisica matemática; pero sí diré, aclarándolo por medio de ejemplos, lo que para mí son una y otra ciencia. La Física experimental estudia fenómenos del mundo in- orgánico, no todos, pero sí una gran masa de ellos: los que en las antiguas Fisicas, y aun en Físicas más modernas, com- prendían la Mecánica, las propiedades generales de la mate- ria, la Acústica, la Capilaridad y los flúidos imponderables. Cito, sin precisar la enumeración y en términos de gran generalidad, y casi la cita es inútil, porque mis oyentes sa- ben los fenómenos del Cosmos, que han estudiado al estu- diar tal asignatura. Voy, pues, directamente á establecer los términos funda- mentales que constituyen el proceso de dicha ciencia. Los fenómenos á que voy refiriéndome, penetran por nues- tros sentidos. Y el ser humano los observa y los analiza, y en forma más ó menos perfecta, más ó menos instintiva, los cla- sifica por analogías y diferencias, haciendo de ellos grupos diversos, que más adelante formarán ramas diversas de la misma disciplina científica. Hasta aquí la observación. Después, á ser posible, el físico reproduce artificialmente tales fenómenos, variando, por modos diversos, sus condi- ciones. Esta es la experimentación. Y estos son preliminares de la ciencia, constituyen la ma- teria científica, pero no forman la ciencia todavía, porque la ciencia no es la variedad dispersa, sin conexión ni unidad. La observación continúa respecto á los fenómenos repro- ducidos, como antes respecto á los fenómenos naturales, y uno de los primeros trabajos, de los más necesarios, mejor dijera, absolutamente necesario para crear el organismo cien- tífico, es señalar en cada fenómeno de los que se estudian, ciertas magnitudes físicas de cuya trama parece que el fe- nómeno está formado ó que con él están en íntima relación. O Permítaseme un ejemplo que aclare las ideas precedentes, quizá un poco vagas. Consideremos la acción del calor sobre un gas comprendi- do en cualquier espacio cerrado. Un estudio elemental nos indica que hay tres magnitudes físicas que influyen en todos los accidentes del fenómeno, y que son determinantes de dichos accidentes. A saber: el volumen del gas, la presión y la temperatura. Claro es, que este fenómeno de la acción del calor sobre un gas, no será tan sencillo como suponemos; estará sujeto, por el contrario, á multitud de influencias, por ejemplo: lumino- sas, eléctricas, magnéticas y por de contado químicas. Todo el cosmos está en relación con dicha masa gaseosa; mas el hombre, por sabio que sea, no puede abarcar la naturaleza de una vez; todo lo más, estudiará, y por manera imperfecta, algunos pedazos del cosmos que tenga á su alcance, y para el estudio, tendrá que atenerse á las influencias principales, prescindiendo de las secundarias, como estudia en el cielo los movimientos generales de los astros, antes de someter á cálculo las perturbaciones. Por eso decimos en nuestro ejemplo, que tratándose de la influencia del calor sobre una masa gaseosa, tres son los ele- mentos que debemos estudiar: volumen, presión y tempera- tura. Lo que hemos dicho en este ejemplo, pudiéramos decir en otro cualquiera. Pues bien, para entendernos y abreviar la explicación, á dichos elementos les daremos el nombre genérico de magni- tudes físicas 6 parámetros, sin que la palabra parámetro sig- nifique invariabilidad. Y es evidente que si el fenómeno cambia de un momento á otro y queremos tener en cuenta estos cambios, entre di- chas magnitudes ó unido á ellas, deberemos contar el tiempo. Para evitar dudas y errores, advirtamos de paso, que no hay que confundir estas magnitudes ó parámetros con otras A magnitudes á que daremos el nombre de constantes de la Física. De estas últimas hablaremos más tarde. Determinadas en cada fenómeno las magnitudes físicas que á él se refieren, por ejemplo, en el ya citado, el volumen, la presión y la temperatura, es indispensable hacer un trabajo, sin el cual la ciencia positiva queda en el aire, á saber: es- tablecer unidades de medida para todas estas magnitudes; en nuestro caso, para la presión, para el volumen y para la temperatura. J De este modo, dichas magnitudes físicas podrán expre- sarse por medio de números, y hasta por medio de signos algebraicos, constituyendo las fórmulas de la Física experi- mental; y digo de la Física experimental porque todavía no estamos en la Física matemática. Ya llegaremos á ella. El someter las magnitudes físicas á medida, para poder expresarlas en cada caso y en cada momento por números, es condición fundamental de la ciencia positiva. En todos los fenómenos de la Física, de la Química y has- ta en los del orden moral, nos encontramos constantemente con magnitudes, con cantidades, con algo que puede ser más Ó que puede ser menos, que es susceptible de aumento y disminución: son volúmenes, presiones y temperaturas Ó son sentimientos, deseos, esperanzas y pasiones; pero no hay manera de expresar estas últimas cantidades por medio de números, porque hasta ahora no hay manera de medir- las; las primeras sí pueden medirse. Quizá en esto consiste el atraso de las ciencias sociales, morales y políticas, por eso son tan ocasionadas á contro- versias y disputas. Algo que acaso es minimo y que tiene mínima influencia a r puede agigantarse por la Retórica, suplantándose á otras causas Ó elementos evidentemente mayores y casi deci- sivos. Quizá la Estadística, no es más que un esfuerzo para in- troducir la medida y el número, y, por lo tanto, el cálculo, en esta clase de problemas. Mas problemas son éstos en los que no tenemos que ocu- parnos. Volvamos á los de Física. Las magnitudes de la Física, pueden medirse y se han medido, y por eso la Física es una ciencia positiva, en que se calcula, en que se mide, en que se determinan leyes, en que á veces se prevén fenómenos antes no conocidos. Y hagamos aquí una observacion: vulgarmente se cree que el acto de medir una magnitud contenida en un fenóme- no físico, es lo supremo del triunfo; es casi penetrar en la esencia de las cosas. Medir las cosas, es conocerlas y dominarlas: esto se supone. Y no es así, la medida no llega nunca á la esencia de los fenómenos. La medida es lo más superficial, aunque lo más útil y lo más necesario para la verdadera ciencia, y, agre- guemos lo más fecundo. La medida sólo supone este hecho: el de hacer constar cuándo dos cosas son iguales, cuándo dos fenómenos pu- dieran en cierto modo superponerse, cuándo uno de ellos es la repetición del otro, para lo cual no es necesario cono- cerlos. Por ejemplo: por medio de un experimento se puede ha- cer constar cuándo dos cantidades de electricidad son igua- les, cuándo son iguales dos cantidades de calórico, 6 dos cantidades de luz, como se sabe cuándo son iguales dos pesos 6 cuándo son iguales dos longitudes. Y, sin embargo, no sabemos, si por saber se entiende pe- netrar en la esencia de las cosas, ni lo que es la electridad, e nilo que es el calor, ni lo que es la luz, ni lo que es la gra- vedad, ni siquiera lo que es una línea. Hemos forjado símbolos para todo esto, tenemos repre- sentaciones internas, nada más. j Si el metafísico ó el filósofo, 6 algún ser afortunado, sa- ben lo que son todos estos fenómenos, tanto mejor para él. El físico, para medir magnitudes físicas, no necesita saber- lo; le basta con hacer constar la identidad de dos hechos. Un experimento físico le ha determinado cierta cantidad de electricidad; pues repitiendo ese mismo experimento en las. mismas condiciones, una, dos, tres, cien veces, tendrá dos, tres, cien veces eso 4 que dió el nombre de electrici- dad, de suerte que en la medida de las magnitudes ó de los parámetros físicos, se mide lo desconocido por lo descono- cido, lo ignorado por lo ignorado, el patrón del misterio es otro misterio del mismo orden. Y, sin embargo, todo lo dicho es de una importancia extra- ordinaria, porque la experiencia nos prueba, que este con- cepto de cantidad tiene una transcendencia inmensa en las formas, en las combinaciones, en los efectos sensibles de los fenómenos y en sus efectos materiales. No es como suponen algunos, que conocen las ciencias físicas sólo de oídas, que el físico pretenda substituir la can- tidad á la calidad, es que no puede penetrar en ésta y puede medir aquélla, y tiene que sujetarse á la posibilidad, aban- donando á otras ciencias Ó á otras filosofías, lo que es inac- cesible á sus experimentos y aun á sus teorías. D+ todas maneras, de la medida depende el número, y de los números, ó de los símbolos algsbraicos que los represen- tan, dependen las grandes leyes de la ciencia, las únicas á que la inteligencia humana puede llegar. Y de todas maneras, algo muy íntimo y muy poderoso tendrá el número, cuando de tal manera encarna en la reali- dad misma, y si no altera su fondo, modifica su forma y sus efectos sensibles. A, | PEE Mas estas son metafísicas en que nos está vedado pene- trar. Dijimos que el físico observa los fenómenos, los ordena por semejanzas y diferencias, los reproduce si es preciso, para estudiarlos mejor, distingue en ellos, y esta es función importantísima, las diferentes magnitudes físicas Ó paráme- tros que contienen, y que por fin, busca para cada magnitud física una unidad de medida á fin de poderla reducir á nú- meros. Estas unidades, al principio son arbitrarias; siempre se, refieren á un fenómeno concreto y perfectamente definido: pero que se eligió por instinto ó por facilidades prácticas sirvan de ejemplos, el grado del termómetro, ó la cantidad de determinado cuerpo que precipita una corriente, ó la can- tidad de calor capaz de fundir una masa fija de hielo. Unidades arbitrarias, caprichosas en cierto modo, algunas de ellas falsas; pero que luego se van corrigiendo, se van poniendo en relación unas con otras, se van reduciendo, en suma, al menor número posible, y que hoy se unifican en las unidades mecánicas, á pesar de todo lo que se dice con- tra la reducción de los problemas de Física á problemas de Mecánica. Pero conseguido esto, viene una función más alta en la Física experimental, la de distinguir en cada fenómeno fí- sico las magnitudes que pueden considerarse como variables independientes, y las que pueden considerarse como funcio- nes de las primeras. Porque el alto triunfo de la Física consiste en determinar funciones, que enlacen todas las variables 6 parámetros de un fenómeno: precisamente esas funciones son las que de- terminan la ley; ellas dan carácter científico á la Física, que sin ellas se reduciría á un conjunto de hechos aislados; una HI rica, curiosa, pero desordenada almoneda del Cosmos, en que podrían vislumbrarse ciertas líneas generales, pero en que no se habría llegado á la verdadera ley. Ley empírica, es cierto; y no empleamos la palabra empírica en sentido des- preciativo, sino en su verdadero sentido científico: digamos, si se quiere dignificar la expresión, ley experimental. Y aquí, para que se comprenda nuestro pensamiento, y - para irnos desprendiendo de vaguedades, acudamos al ejem- plo que antes presentamos: Acción del calor sobre una masa gaseosa, encerrada en un recinto. Desde luego, en el fenómeno que vamos á estudiar, en- contramos tres magnitudes, como antes decíamos: el volu- men, que representaremos por v; la presión, que represen- taremos por p; la temperatura, que la designaremos por la letra f. Tres son los parámetros físicos en este caso: V, p y Í, - Y ya los representamos por letras, y estas letras ya repre- sentan números, porque sabemos medir volúmenes por el metro, presiones por el kilogramo, temperaturas por el gra- do del termómetro, ó bien por otras unidades análogas. Tres son los parámetros físicos en este caso, y el método experimental demuestra que dos de ellos son independien- tes, y que fijando el valor numérico de éstos, el valor del tercero queda perfectamente determinado, prescindiendo, como hemos advertido muchas veces, de toda otra influen- cia Óó de una mayor complicación en el fenómeno. El problema que debemos resolver es, por lo tanto, el si- guiente: buscar una relación analítica entre v, p, f. Es decir, una función que podremos poner bajo forma im- plícita E (», P, t) = 0, y que enlace dichos tres parámetros. Lo que hay que averiguar es la forma de esta función F., Rey. Acap. Crexcias.—IV.—Enero, 1906, 2 — 18 Y como estamos hablando de la Física experimental, la for- ma analítica de F hay que determinarla experimentalmente. Pues aquí empezará á dibujarse la diferencia fundamental entre la Fisica de la experiencia y la Física matemática. Veamos cómo se determina la forma de F en la primera. Así como en Geometría analitica, para tener idea de una superficie, se corta por planos paralelos á los planos coorde- nados, y se estudian después cada una de estas secciones Ó curvas parciales, lo cual equivale á suponer constante el va- lor de una de las variables y á examinar la ley que enlaza á las otras dos, asi el físico, en el caso qne nos ocupa, supo- ne, primero, que la temperatura es constante, y experimen- talmente obtiene la relación que enlaza la presión con el vo- lumen. Y después, supone la presión constante y también experi- mentalmente determina la relación entre la temperatura y el volumen. Es como si en la ecuación de la superficie FAY. ID hubiera cortado primero por planos paralelos al de v, p; y después, por otra serie de planos, paralelos al plano coor- denado v, f. No quiero decir, que éste haya sido el proceso lógico en la historia de la Física; ha sido más bien el proceso instintivo. de unos y otros experimentadores; pero es que en estos: casos, el instinto tiene también su lógica, Ó es, si se quiere, que la acción de la lógica matemática, antes es espontánea que reflexiva. Determinando experimentalmente cómo variaba el volu-: men á medida que la presión variaba, permaneciendo siem- pre constante la temperatura, se obtuvo la ley de Mariotte, la cual dice que en estos casos, los volúmenes varían en ra-* zón inversa de las presiones. — 19 — Si tomando por ejes coordenados v, p, se, determinan por puntos los resultados de las experiencias, es decir, se fijan puntos que tengan por coordenadas el volumen y la presión en cada experiencia parcial; estos puntos se observará que se encuentran al parecer en una hipérbola referida á sus asín- totas. O más sencillo: se verá que los volúmenes varían en razón inversa de las presiones, como acabamos de indicar. Lo cual se expresa analiticamente por la fórmula pv=E; (1) en la que C representa una constante, que depende de la temperatura: supongamos que la temperatura es cero. Pasando ahora á la relación entre v y f, se observó tam- bién experimentalmente, que en todos los gases, los volú- menes crecen una fracción constante de sí mismos, que lla- maremos «a, por cada grado de temperatura, desde el cero del termómetro; es decir, dv ve dE ó bien integrando entre O y f, correspondientes ambos valo- res á v yv, IS TELS ME (2) en que « representa el coeficiente constante de dilatación para todos los gases. Advirtamos que v es el volumen correspondiente á la tem- peratura cero, de suerte que es una verdadera constante en esta ecuación parcial, que enlaza un volumen cualquiera v' con la temperatura f. Es, por decirlo así, la sección que damos en la superfi- cie F paralelamente al plano de los volúmenes y las tempe- raturas. e e Substituyendo en la ecuación (1) el valor de v, tendremos , p 252z 3 l+uf Ó bien pv =:C (1 ef) Suprimiendo el acento de v”, que no es más que cambiar de notaciones, sacando el número « fuera del paréntesis, y puesto que C y a son constantes, representando su produc- to por R resultará, Se DU la —+- 1) a “ El número ES es próximamente 273, que corresponde á lo que se llama el cero absoluto de temperaturas, de suerte que, representando a += 273 +f por T, ó sea la tempera- tura absoluta, tendremos finalmente DY MR para la ecuación que enlaza en cualquier gas, la presión, el volumen y la temperatura absoluta. Tal es la forma de la ecuación FAVAE que pretendíamos determinar experimentalmente. Y experimentalmente la hemos determinado: sometiendo un gas á presiones diversas primero, y después á diversas temperaturas. Sin acudir á ninguna hipótesis, salvo las que entraña nuestro organismo intelectual. Sin acudir tampoco á ninguna teoría; observando hechos y midiendo magnitudes físicas: no más. A Hemos empleado fórmulas matemáticas como simbolismo de. la lógica más perfecta, pero esto sólo; ni 'hemos acudido á la Mecánica, salvo en la parte necesaria á los aparatos de la experimentación. Hemos obtenido así una ley empírica, firme y sólida, por- que se funda en los hechos; y si prescindimos de los errores pequeños de las experiencias, hemos obtenido una ley exac- ta, según afirma el físico. En rigor es una fórmula que condensa una serie de he- chos; es como una estadística de los accidentes de un fenó- meno natural. Fórmula que será valedera para todos los valores numé- ricos de v, p y T que en sí condensa. Será valedera, aun con grandes probalidades y suficiente aproximación, para los valores intermedios, que no hemos observado, pero que están suplidos por la interpolación. Será incierta, y no podremos aplicarla sin gran descon- fianza fuera de los límites de las experiencias; es decir, para temperaturas, presiones y volúmenes, sobre todo para las dos primeras, superiores ó inferiores á los que hayamos ex- perimentado. Ahora bien, en cuanto á la forma matemática de la fun- ción, no podremos asegurar tampoco que sea en absoluto la que corresponda al fenómeno; lo único que nos atreveremos á decir, es que entre los límites de la observación, puede substituirse á la verdadera y desconocida fórmula, á la fórmu- la de una ley absoluta, que no podemos conocer. Hasta aquí la Física experimental aplicada á este problema concreto. Apliquemos á este mismo problema los procedimientos especiales de la Física matemática, y vamos á ver que son totalmente distintos de aquellos otros que acabamos de ex- plicar. | ram Empezamos por una hipótesis, la de Bernoulli, relativa á la constitución de los gases. 5% Bernoulli suponía, y todavía subsiste su hipótesis más ó menos quebrantada, que un gas encerrado en un recinto se compone de un número enorme de moléculas sueltas, que ca- minan con gran velocidad en todas direcciones, chocando unas con otras y chocando con las paredes, siendo brevísima la duración de cada choque, y caminando antes y después cada molécula en línea recta y con gran velocidad. Es una serie de granizadas de partículas, si vale la pala- bra, en infinitas direcciones; es, si se me permite la imagen, como un billar de tres dimensiones, en que las bandas son las paredes del recinto y las moléculas las bolas de billar. Pues esta hipótesis y los principios de la Dinámica bastan para obtener, sin experiencia de ningún género, la fórmula anterior pre = AE Este bellísimo resultado, este alarde del ingenio humano, lo han realizado; primero Krónig (de Berlín) y lo ha perfec- cionado, prescindiendo de una nueva hipótesis, que no afec- ta al sistema y que sólo tiene por objeto simplificar los cálcu- los, el eminente Clausius. Krónig supone, para simplificar, que las moléculas se di- viden en tres grupos paralelos á tres direcciones rectangula- res, precisamente las de los tres sistemas de aristas del cubo en que está encerrado el gas. Clausius, más tarde, prescindió de esta hipótesis secun- daria y abordó el problema en toda su generalidad. Como nuestro objeto no es discutir el problema en sí, sino presentar un caso típico, que, á nuestro entender, da idea exacta del carácter de la Física matemática, en contraposi- ción con el de la Física experimental; y con el fin, además, de evitar cálculos largos, que pudieran distraernos de nues- = 23 —= tro objeto, expondremos el método de Krónig, introduciendo en él una pequeña modificación, que realmente sólo es de forma. Supongamos que ABCOD (tig. 1.*) representa un cubo cuyo lado valga AB=a. Este cubo es la envolvente de una masa gaseosa, cuyas moléculas, cada una teniendo la masa m, se mueven en to- dos sentidos y en todas direcciones, chocando entre sí y con las paredes de la envolvente. j De estos últimos choques, nacerá, naturalmente la pre- sión p sobre las paredes, y tratamos de calcular esta presión A Figura 1.* en valores de las cantidades que determinan el movimiento de las moléculas, es decir, de la velocidad u de cada una de ellas y de sus masas, todas iguales á m. - Además de la hipótesis fundamental, Krónig hace otras dos. Primera. Que la velocidad de las moléculas m, entre cho- que y choque, es siempre la misma, que representaremos por u. Si así no fuese, u representará la velocidad media. Segunda. Que las moléculas se ordenan en tres direccio- nes paralelas á las tres aristas de uno de los tres ángulos triedros. = 24 co Una tercera parte camina, pues, paralelamente á AB y choca alternativamente con las caras AD, BC. Otra tercera parte traza rectas paralelas á AD y choca también alternativamente las caras AB, CD. Por último, la otra tercera parte de moléculas camina pa- ralelamente á la arista proyectada en A y choca las dos caras del cubo paralelas al plano de la figura. Estudiemos el choque de una de las moléculas a contra las caras BC y AD alternativamente. Mientras la molécula a que describe la línea cb, no se aproxima mucho á la cara BC, caminará con movimiento uniforme, porque no actuará sobre a ninguna fuerza; pues suponemos que entre BC y a sólo se desarrollan fuerzas moleculares cuando la distancia ab es de un orden de peque- | ñez suficiente; por ejemplo, desde la posición a en la figura. | Durante el trayecto ab, podemos considerar el movimiento de la masa m como sujeto á estas dos condiciones: 1.2 Una velocidad inicial u al llegar el móvil á la posi- ción a. 2. Una fuerza repulsiva de la pared que representare- mos por f, variable con la distancia de m á dicha pared, se- gún una ley que desconocemos. Recordando que la ecuación del movimiento de un móvil sobre una recta x es óÓ bien en que m representa la masa; x el camino recorrido desde a; y X la fuerza que actúa sobre el móvil, la cual hemos repre- e. sentado por f; tendremos para la ecuación del movimiento, sustituyendo dx ES NN > dt la ecuación fundamental du m — == f: dt Í Quitando el denominador é integrando, Ml == A) f dt + constante. Esta es la integral indefinida y sobre ella debemos hacer dos observaciones. Los límites de la integración se contarán desde el momento en que la molécula llega al punto a y empieza á sentir la ac- ción de la pared, hasta que rechazada por ésta, vuelve al punto a con una velocidad — u, igual y contraria á la que traía. Desde aquí seguirá su movimiento hacia la pared opuesta con dicha velocidad constante —u. En cuanto al se- gundo miembro, los límites de la integración serán los mis- mos; pero ya que no podamos efectuar dicha integración por no conocer f, podemos suponer una fuerza media F,, de va- lor constante, que actuando todo el tiempo % que dura el choque, es decir, desde que m llega á a hasta que vuelve, dé precisamente el valor de la integral, de suerte que tendremos F,0 =ffdt, con lo cual la primera integral de la ecuación del movimien- to será de la forma m (u — (—u)) =0F,, A Ó bien, por último, 2 M.4 == ES Realmente F, no es otra cosa que la presión contra la pa- red durante el tiempo 0. Y despejando F, resultará Fc ARBES 0 Observemos ahora, que desde que la molécula m llega á a, y después de haber chocado con la pared opuesta AD en c, vuelve otra vez á la posición a, ninguna presión se ejerce so- bre la pared BC. De manera que si queremos calcular la presión media con- tinua, es necesario que F, la distribuyamos en este espacio de tiempo. Vamos á calcular, pues, el tiempo que tarda la molécula a en recorrer el espacio a c, y después el mismo espacio c a, en sentido contrario, es decir, dos veces dicha distancia, que es casi igual, teniendo en cuenta que la distancia ab es pe- queñísima, al doble de la arista del cubo ó sea 2 a. Como este camino lo recorre con la velocidad constante u, porque tiempos y espacios correspondientes á los choques en las dos paredes opuestas, los despreciamos por el orden mínimo de su pequeñez en comparación con 2a, tendremos que dicho tiempo será 24 u En suma, durante el tiempo 6 recibe la pared BC una pre- y : 24 : sión media F, y durante el tiempo —— no recibe ninguna, E a py luego representando por F, una presión constante y media sin discontinuidad, se determinará F, por la ecuación FSELZ a u de donde ( 6 A A 24 20 Ó bien Esta es la presión media sobre la pared, producida por una de las moléculas; y como el número de moléculas que han de chocar contra dicha pared, es La llamando Fá dicha presión tendremos Pero el área de la cara es a?; luego la presión por unidad de superficie, que la hemos designado siempre por p, tendrá por valor em 1 MA a? AN a? De aquí se deduce n pas == US pe E y observando que a* es el volumen del gas, que lo designa- mos al principio por v, n pv=-—.mu?, h Esta ecuación coincide con la ecuación obtenida por méto- dos puramente experimentales pv=RI, mediante una nueva hipótesis natural y sencilla. Si en la ecuación, que hemos obtenido últimamente, intro- ducimos una constante 2 C en el numerador y en el denomi- nador del segundo miembro, podrá ponerse dicha ecuación bajo esta forma 2 py= 2n AARunis E 2 2n p 30 es una constante para el gas que estamos consideran- do, y determinado convenientemente C, podrá ser finita dicha expresión, á pesar del gran valor numérico de n, y podrá coincidir con la constante R. Por otra parte, si suponemos que la temperatura, esa mag- nitud vaga, que hasta ahora ningún sentido tenía para nos- otros, más que el de una magnitud física, que se medía por dilataciones del mercurio en el termómetro, representa una cantidad proporcional á la semifuerza viva de cada molécu- la; es decir, si suponemos que toda temperatura absolu- 2 ta en los gases tiene la forma C E (y poco importa el valor de C'si es constante), con estas nuevas hipótesis, 2n mu? RE Fiel , 30.” 2 AN la ecuación 2n mu? Y. == e E 3C 2 se convertirá en r=R T, que es precisamente la misma que habíamos obtenido por el método experimental. Y ahora podemos, al menos para este ejemplo, marcar el carácter de los métodos prácticos de la Física experimental y el de los métodos racionales de la Física matemática, se- ñalando las diferencias entre una y otra disciplina científica, y las ventajas y los inconvenientes de una y otra, ventajas é inconvenientes que se complementan, por decirlo así, y que prueban la necesidad de una y otra ciencia para la mar- cha ordenada y perfecta, en lo posible, de la ciencia total. Para obtener la ecuación pv=RT, que expresa la ley según la cual están enlazadas las tres va- riables p, v, t de una masa gaseosa, por los métodos de la Física experimental, no hemos necesitado acudir ni á una sola hipótesis, salvo las hipótesis que supone nuestro orga- nismo intelectual, siempre que aplica las reglas de la lógica, según dijimos anteriormente. Todo lo demás han sido proce- dimientos experimentales: ver prácticamento cómo varían p, v siendo T constante, y buscar una curva empírica que pase en el plano de las p v por todos los puntos representa- tivos de cada una de las experiencias. Claro es que el caso era tan sencillo, que ni necesidad había de construir la cur- e A va, bastaba ver que el volumen era n veces menor cuando multiplicábamos la presión por n. De aquí resultaba la llamada ley de Mariotte. Emprendíamos otra vez una nueva serie de experiencias: dejando p constante, veíamos cómo se dilataba el volumen á medida que aumentaba la temperatura, y obteníamos la ley de Gay Lussac. Combinando ambas ecuaciones, llegábamos á la ecuación final tantas veces repetida. En todo este proceso experimental no corríamos el peli- gro de que nadie nos preguntase en cualquier instante la ra- zón de nuestras afirmaciones, porque nada afirmábamos por nosotros mismos; la experiencia, la Naturaleza, hablaba por nosotros. Consignábamos hechos, medíamos magnitudes, procurábamos reunir dichos hechos en una fórmula, y nada más. La firmeza y la solidez del método, dado que los experi- mentos se realicen con exactitud y habilidad práctica, son indiscutibles y superiores á toda crítica. Pero en cambio nuestras fórmulas no alcazan más allá de los límites entre los cuales hemos hecho variar á las tres magnitudes p, v, 7. Si queremos ampliar la aplicación de di- cha fórmula, esta ampliación no será legítima, y aun en los intervalos de la experimentación, no es imposible que haya escapado á nuestras observaciones algún punto singular. Además, la forma de la función, tampoco sabemos si es la verdadera, sólo podemos asegurar que entre ciertos lími- tes, á la verdadera puede substituirse para las aplicaciones numéricas. Pero entre dos límites determinados, y para las aplicacio- nes numéricas, á cualquier función puede sustituirse otra de familia y naturaleza completamente distinta, con tal que ten- gan suficiente número de puntos comunes. Por último, el método experimental que hemos empleado, sólo nos determina hechos, ni próxima ni remotamente nos E y E da la explicación de estos hechos; entendiendo la palabra explicación en el sentido que más adelante determinaremos. " Pasemos ya á la demostración de la misma fórmula por los procedimientos de la Física matemática. Y casi lo que vamos á decir es inútil: basta invertir lo dicho. No hemos realizado ni un solo experimento. Hemos estado lejos de la realidad, entregados por completo á una elabora- ción puramente intelectual. En cambio, si antes no hicimos ni una sola hipótesis, aho- ra hacemos muchas, y, sobre todo, dos fundamentales. Por la primera, suponemos que los gases se componen de moléculas en movimiento, y nadie ha visto estas moléculas y nadie ha observado este movimiento. Por la segunda, hemos supuesto que la temperatura, mag- nitud física puramente experimental, es equivalente, ó me- jor dicho, es proporcional á la semifuerza viva de las molé- culas del gas. Y formulábamos esta última hipótesis para acoplar, por decirlo así, nuestra fórmula teórica á la fórmula dada por la experiencia Y como no tratamos de discutir á fondo el problema, sino únicamente de presentar un ejemplo que nos marque el ca- rácter de la Física experimental, prescindimos de otras mu- chas hipótesis que implícitamente hemos admitido. Citemos algunas, aun sin fijarnos en ellas. Hemos supuesto que las moléculas son esféricas, y hemos admitido, por lo tanto, que todos los choques son choques de cuerpos esféricos: choques centrales. , Esto nos ha permitido prescindir de los movimientos de ro- tación de las moléculas y de las transformaciones recíprocas de ambos movimientos, los de rotación y los de traslación. Hemos supuesto aún, que estos corpúsculos ó moléculas, eran cuerpecillos perfectamente elásticos, prescindiendo de toda pérdida de fuerza viva por el choque. e. 082 Hemos dado por bueno todavía, que los tiempos y los es- pacios del choque eran cantidades mínimas. Y, por último, como hipótesis secundaria, hemos dividido todas las moléculas en tres grupos, aunque sólo para sim- plificar los cálculos. Si bien esta última hipótesis queda á salvo en la demos- tración de Clausius. En suma; en el procedimiento físico-matemático, se parte siempre de una ó de varias hipótesis, que dependen del ins- tinto ó del genio del que las formula, y que sólo se justifi- can a posteriori, por la concordancia entre los resultados del método matemático y los fallos definitivos de la expe- riencia. En la Física experimental, la experiencia está al principio, ó si se quiere á lo largo del camino. En la Fisica matemática, la experiencia está al fin, para comprobar las fórmulas, para determinar las constantes y para comprobar también por distintos caminos, estas mismas constantes, como explicaremos en más de una ocasión. A cambio de todo esto, el método es racional, sólo se apli- can en él la Lógica y las reglas de la Mecánica, porque el problema, según hemos visto, se reduce á un problema de Mecánica. Es, además, una explicación del fenómeno, verdadera ó falsa, pero que satisface á la inteligencia y da á los sentidos imágenes á que están acostumbrados. En suma, reduce fenómenos extraños y de apariencias nuevas, á saber: un gas que cambia de volumen por la ac- ción de algo desconocido que se llama calor, y que ejerce presiones mayores ó menores, según los casos; reduce, re- petimos, todos estos fenómenos, como si no fuesen más que engañosas apariencias, á un fenómeno conocido y vulgar: el movimiento de las masas. Por último, y esto es quizá lo más importante, hace en- granar los hechos materiales con las leyes de la Lógica, ex- poo, QUA presadas matemáticamente, y funde la variedad sin límite en la unidad de la ley matemática. Quiero decir, que se esfuerza para llegar ó para ir pre- parando la unidad de la Ciencia. Todo esto lo repetiremos y lo desarrollaremos en nuevos ejemplos que formarán la materia de las restantes confe- rencias. ' 11.—Formación natural de la hemoglobina. POR JosÉ R. CARRACIDO. La materia albuminoidea que tiñe de color rojo los eritro- citos de la sangre, se supone constituida por la asociación de una proteina denominada globina, y un grupo prostético, por el cual ejerce el cromoproteido la función respiratoria, deno- minado hematina. 'Fúndase esta suposición en los resultados que se obtienen, tratando convenientemente por los ácidos ó por los álcalis, la hemoglobina y la oxihemoglobina. Hemoglobina = = Globina + C%2 H%2 N*Fe O* Hemocromógeno Oxihemoglobina = Globina AACMAMN EF e O? Hematina. ¿Bastan los resultados de la descomposición efectuada por los ácidos ó por los álcalis para afirmar que los cuerpos re- sultantes son los que integran la molécula del cromoproteido? Las moléculas complejas deben ser imaginadas como orga- nismos constituidos por miembros que se enlazan mediante articulaciones, y al emplear reactivos para inquirir su estruc- tura, es muy posible que actúen, no como el escalpelo del -disector, que va cortando las coyunturas, sino como el hacha Rrv. Aca. CieEncias.—III.—Enero, 1906. 2 3 <] ES del carnicero, que brutalmente reduce á trozos el cuerpo del animal, sin tomar en cuenta las articulaciones. Según muchos químicos, principalmente los alemanes, la barita empleada por Schiitzenberger en la pesquisa de la estructura de las moléculas albuminoideas actúa como el hacha que destruye, y no como el escalpelo que diseca. Los ácidos y los álcalis que descomponen la hemoglobina y su combinación oxidada en la forma arriba expuesta ¿ac- túan sobre las moléculas que escinden como escalpelo ó como hacha? Los datos hasta hoy adquiridos inducen á sostener que el hemocromógeno y la hematina son los grupos prostéticos de la forma reducida y de la oxidada del proteido respiratorio. Sus mutuas relaciones como diferentes grados de oxidación de un núcleo persistente, y sobre todo, la síntesis del cromo- proteido realizada por Bertin-Sans y Moitessier asociando la hematina y la globina son testimonios muy valiosos de que los mencionados reactivos no destrozan, sino que disecan la molécula. Pero atenuando el valor de los testimonios aducidos, exis- ten otros no tomados en cuenta, que no están en conformi- dad con lo que hoy se admite, respecto á la constitución del pigmento del eritrocito, y cuando se presentan hechos que no tienen cabida dentro del plano de los conceptós corrien- tes, es forzoso hacer nuevo trazado, porque la ciencia no puede admitir casos ilegales. Las protestas que tienen funda- mento real inmediatamente derrocan la legalidad estatuída, por respetable que sea su historia. *k * * Siendo la función de la hemoglobina tomar oxígeno del medio ambiénte, para llevarlo á la intimidad de los tejidos, se supuso que el hierro contenido en el cromoproteido era el agente de cambio de aquel elemento, por la fácil transforma- ción de los compuestos ferrosos en férricos, y viceversa, ga- nando ó perdiendo oxígeno; y saliendo en la descomposición del albuminoide respiratorio todo el hierro en el grupo prosté- tico, se afirmó, como consecuencia bien deducida, que el he- mocromógeno y la hematina son, respectivamente, por el átomo metálico que contienen, el receptor y.el conductor del oxígeno en las fases sucesivas del proceso respiratorio. El cálculo pone de manifiesto que la cantidad de oxfgeno absorbida por la hemoglobina es cuatro veces mayor que la que puede absorber el hierro en ella contenido pasando al grado máximo de oxidación, y ante esta diferencia ya no se pudo sostener que aquel elemento metálico era el único que realizaba la fijación del oxígeno. Sabiendo, además, que el hemocromógeno, al convertirse en hematina, toma una can- tidad de oxígeno inferior á la que absorbe la hemoglobina cuando se transforma en oxihemoglobina, tampoco es posi- ble afirmar que el grupo prostético, atribuido al proteido res- piratorio, sea el que con exclusión del resto de la molécula fije todo el oxígeno absorbido. Según investigaciones de Jaquet, publicadas ya en el año 1889, la proporción de azufre de la hemoglobina varía con la procedencia, siendo tanto mayor respecto á la del hierro, cuanto más grande sea la cantidad de oxígeno consumida por el animal. Para dos átomos de hierro tiene cuatro de azufre la hemo- globina del caballo, seis la del perro y nueve la del pollo, de lo cual se infiere que, para la absorción del oxígeno, debe ser más importante el papel del azufre que el del hierro, con- tenidos en el albuminoide respiratorio. Si según lo comúnmente aceptado, los proteidos desempe- ñan en los organismos sus especiales funciones mediante los grupos prostéticos, en vista de los datos antecedentes hay que admitir, ó que el de la oxihemoglobina no es la hematina porque no tiene azufre, ó que el proteido en la totalidad de su molécula es el que efectúa la absorción del oxígeno. A A “El segundo punto de vista parece insostenible, porque la globina disgregada de la hematina es semejante á las demás globulinas, y éstas no muestran la propiedad de formar com- binaciones con el oxígeno fácilmente disociables, como ten. dría que suceder en el caso de que la proteina fuese colabo- radora del grupo prostético en el acto respiratorio. Pero también debe mencionarse que en la descomposición fisiológica de la hemoglobina, el hierro no parece estar aso- ciado á la hematina, porque aquel elemento no forma parte de los pigmentos biliares, separándose en los albuminoides ferruginosos la hepatina y la ferratina, que quedan retenidos en el hígado. Administrando ciertos medicamentos hinópticos; como el sulfonal y el trional, aparece en la excreción urina- ria la hematoporfirina, es decir, una hematfina no ferruginosa análoga á los pigmentos biliares. La descomposición normal y la anormal de la Memo inducen á suponer, en contra de lo observado en la descom- posición in vitro, que el hierro debe estar unido á la molé- cula protéinica, y no á la hematina. Por varios caminos se recogen testimonios reveladores de no ser la descomposi- ción de la hemoglobina unánimemente aceptada como resul- tante de su estructura, el único modo de desarticulación de la molécula del cromoproteido. os La reacción Michailow figura entre las coloridas que se citan como características de las materias albuminoideas, la cual, como es sabido, la producen éstas desarrollando color rojo de sangre arterial mediante la disolución de sulfato fe- rroso, ácido sulfúrico y unas gotas de ácido nítrico (1). Las reacciones coloridas de los albuminoides no corresponden á la totalidad de la molécula, sino á alguno de los grupos que (1) Véase mi nota sobre este punto en los Anales de la Sociedad Española de”Física y Química.—Tomo lll, pág. 20. ; da E y EA la integran, y la Michailow fué atribuida á un grupo sulfo- ciánico (CNS) productor del color rojo de sangre originado de la misma manera que el producido por el sulfocianato po- tásico al actuar sobre las sales férricas. Comúnmente se acepta que el sulfocianato potásico y las sales férricas producen por doble descomposición sulfocia- nato férrico, pero en contra de esta creencia manifesté (1) que el compuesto rojo de sangre arterial, no debía ser el su- puesto sulfocianato, sino un producto de oxidación á que daba origen el cloruro férrico, no por el radical metálico que lo forma, sino por su carácter oxidante. En ausencia de todo compuesto de hierro, el ácido nítrico, el bióxido de hidró- geno, el agua de cloro y otros oxidantes producen con el sulfocianato la misma coloración que el cloruro férrico, y cuando éste es el que la origina, reductores como el ácido oxálico la hacen desaparecer sin que la sal férrica haya pa- sado á ferrosa, puesto que del líquido precipita inmediata- mente azul de Prusia el ferrocianuro potásico. Según trabajos posteriores de TARUGI (2) el compuesto rojo, formado sin la intervención del hierro, corresponde á la fórmula A*,C*N*S*0* que es la de un óxido del trimero dél ácido sulfociánico (H,C NS), pero en presencia de aquel metal, parte de su hidrógeno, es sustituido, formándose en- tonces un compuesto mucho más estable correspondiente á la fórmula FeH, C*N*S*?0”, el cual es combinación ferrosa, y no férrica, de un ácido peroxigenado. Este es capaz de ceder un átomo de oxígeno, sólo por desecación en el vacío en presencia del ácido sulfúrico, transformándose de la ma- nera siguiente: FeHiGsNES OS =FeH.C+N+S302 0. (1) Anales de la Sociedad Española de Fisica y Química. — Tomo ll, pág. 193. (2) Gazzetta Chimica Italiana. Noviembre 4, 1904, págs. 326-348. BR En la reacción MICHAILOW, como en la de los sulfociana- tos con las sales férricas, el color rojo de sangre arterial es debido al producto de la polimerización y oxidación del áci-' do sulfociánico. Y conviene recordar que los compuestos ciá- nicos al polimerizarse en tercer grado constituyen agrupa- ciones cíclicas, como la del ácido cianúrico resultante de la tricondensación del ciánico, adquiriendo entonces la estabi- lidad y resistencia que muestran en el curso de las transfor- maciones intraorgánicas todas las substancias cuyos átomos forman cadenas cerradas. * * * Admitida una serie filogénica de la molécula albuminoidea, de la cual es consecuencia la evolución morfológica y fisio- lógica de los elementos organizados, hay que suponer un proceso químico, en el que, por efecto de las acciones del medio ambiente, fué agrandándose la molécula primordial mediante la adquisición de nuevos elementos químicos y de nuevos grupos moleculares. A los términos iniciales de las protaminas estudiados por KossEL debieron añadirse poste- riormente, no sólo los grupos cíclicos de los albuminoides más complejos, sino también el azufre de las proteinas y el fósforo de las nucleinas. Por la correlación que en todos los casos se observa en- tre los datos biológicos y los químicos debe suponerse que la hemoglobina es uno de los albuminoides más modernos, porque prescindiendo de algunos gusanos que lo contienen difundido en sus hemolinfas, dicho albuminoide respiratorio sólo está contenido en los glóbulos rojos de los vertebrados, es decir, en los términos superiores de la escala animal; de lo que también se infiere que en la cronología de los ele- mentos biogenésicos el hierro debe figurar en el último pues- to; en el del más moderno. Muéstrase conforme esta conclu- sión con la particularidad de ser el hierro entre los elemen- tos biogenésicos el de peso atómico más elevado, revelando O que el alcance de la ley periódica llega hasta la evolución de la materia viva, y concuerda también aquélla con la particu- laridad de ser el elemento más difícilmente asimilable, dificul- tad revelada por la Naturaleza, y por ella prevista en el he- cho de poner exceso de hierro en el organismo del recién na- cido, y en cambio, casi excluirlo de la leche, única insuficien- cia, por la cual no le corresponde en absoluto el título de alimento completo. * kx Poniendo en cotejo todos los datos que aportan las prece- dentes observaciones, ya no resulta violento abandonar la idea de la constitución de la hemoglobina por la asociación de la hematina, y en cambio, recordando la proporcionalidad del azufre con la importancia de los cambios respiratorios, parece lógico suponer que en el curso de la filogenia quími- ca, mediante reacciones análogas á la MICHAILOW (y en tér- minos más sencillos, por reacción análoga á la de los sulto- cianatos con el cloruro férrico), albúminas y globulinas con- venientemente oxidadas produjeron el cromoproteido, con- curriendo el hierro á dar estabilidad al grupo oxisulfociánico. Las oxidasas, cuyo papel es fundamental en todo género de acciones fisiológicas, debieron ser allá en el origen y de- ben ser en la actualidad las transformadoras de las proteinas en hemoglobina, porque el ozono administrado en la dosis de 11 á 12 centésimas de miligramo por litro de aire, según observaciones de Labbé y Oudin (1) en el breve tiempo de diez á quince minutos aumenta en 1 por 100 la proporción de la hemoglobina de la sangre, y este rápido incremento está más en armonía con las condiciones en que se produce el compuesto rojo de la reacción MICHAILOW, que con las en que habría de formarse un cuerpo tan complejo como la he- matina, cuya estructura, aunque se cree ya esclarecida, refi- (1) Compt. Rend. Ac. Sc., tomo CXIII, pág. 141. riéndola á la del butilpirrol como núcleo de la molécula, todavía está ignorada en un punto tan importante cual es el modo de engaste del átomo de hierro. * * Ya en el año 1879, discurriendo Pfliiger acerca del origen de la materia viva, redujo este problema al del origen de la albúmina, y en sus disquisiciones llegó á la conclusión de que el ácido ciánico (H. CNO) debió ser, allá en el curso de los procesos geológicos, el núcleo primordial de la mate- ria albuminoidea, creciendo la molécula de ésta hasta alcan- zar la magnitud con que aparece en la obra arquitectónica de la organización por la capacidad del núcleo para polimerizar- se, capacidad que se patentiza en los laboratorios al produ- cirse las ciamélidas (H. CNO)”. : La célula es la unidad de la organización, y el ascenso de todos los grados de la escala de la vida, hasta llegar á los términos superiores, se efectúa, no mediante elementos abso- lutamente nuevos, sino formando asociaciones de la misma unidad que al asociarse se diferencia; de igual manera las moléculas albuminoideas adquieren su tamaño gigantesco por la polimerización de su núcleo primordial, y al producirse los grados supremos de la diferenciación química que cons- tituyen los grupos prostéticos de los proteidos, no varía el procedimiento, como se ve en las bases púricas y pirimídicas formadoras de los ácidos nucléinicos, las cuales en último análisis resultan derivadas de grupos ciánicos. Creo muy razonable suponer que la hemoglobina se forma en el curso del proceso fisiológico por degeneración de los albuminoides celulares. Asi se explica que en los eritrocitos no nucleados sea mayor la cantidad del cromoproteido que en los nucleados, y que en unos y en otros se hayan deposi- tado en su periferia, lecitina, colesterina, etc., formando una especie de materia mielínica. Los grupos ciánicos proceden- e A E tes de esta digregación, se conjugarán con las globulinas, por igual mecanismo que los grupos prostéticos formadores de los demás proteidos, y así resultará la hemoglobina. Considerando el grupo prostético de la oxihemoglobina como resultado de la polimerización del ácido oxisulfociáni- co, entra este caso particular en el general de complicarse* las formaciones elaboradas en el proceso biológico por repe- tición con diferenciación ulterior de los factores primordiales. Desde los varios puntos de vista que se ha examinado la hemoglobina, creo que, no obstante la síntesis efectuada por BERTIN-SANS y MOITESSIER, es más razonable, que lo hoy generalmente aceptado, admitir que en la reacción MICHAF LOW se produce artificialmente una metamorfosis química análoga á la que en el desarrollo de la serie filogénica formó naturalmente la hemoglobina sobre la base de las albúminas y las globulinas no coloridas que constituyen en los organis- mos inferiores las acroglobinas de función respiratoria. Según PFLUGER, con la formación del ácido ciánico se ini- ció la de las materias albuminoideas, y éstas, mediante la po- limerización de aquél y el engarce de cadenas aminoácidas, fueron agrandando su molécula hasta constituir las proteinas formadoras de los citoplasmas. Nuevas moléculas ciánicas asociadas al ácido fosfórico forman el grupo prostético de las nucleinas, que en la diferenciación de la materia viva constituyen la parte principal del núcleo celular. Finalmente, moléculas oxisulfociánicas asociadas al hierro forman el gru- po prostético del cromoproteido respiratorio. Aceptadas las ideas precedentes respecto á la constitución de la hemoglobina, muéstrase en todos los casos el proceso químico de la materia formadora de la organización como resultado de la diferenciación del mismo núcleo fundamental. MM 11.—Las disoluciones sólidas. POR JosÉ RODRÍGUEZ MOURELO l Estudio preliminar, Antes de relatar las investigaciones y experimentos prac- ticados durante largo tiempo, con intento de esclarecer al- gunos de los problemas referentes á las disoluciones de los sólidos en los sólidos, especialmente tratándose de cuerpos amorfos, juzgo necesario fijar ciertos puntos de partida y es- tablecer los criterios que fueron la guía de mis trabajos per- sonales, explicando, desde luego, la parte general del asun- to, sin entrar en pormenores que en las descripciones pecu- liares de la labor llevada á término tienen su lugar adecuado. No es mi ánimo, sin embargo, formar un cuerpo de doctrina respecto de las disoluciones sólidas, que á tanto no alcanzan mis aspiraciones, ni para ello son bastante las investigacio- nes llevadas á término con semejantes intentos. Quizá, apar- tándome un poco de lo corriente, en lo que atañe á la inter- pretación de determinados fenómeno, me inclino á conside- rar, á lo menos en casos particulares que muy por menudo tengo estudiados, que las disoluciones sólidas se asemejan bastante, en cuanto á su constitución, á las de sólidos en líquidos, sobre todo si las consideramos formadas á tempe- ratura muy elevada, y la materia que ha de disolverse en estado de vapor y difundiéndose en una gran cantidad del disolvente fijo, no habiendo entre los dos cuerpos acción química, siquiera visible y determinada. Llega á establecerse entonces una suerte de equilibrio sin- gular, dotado de particulares actividades, pero que casi nun- m7 ta se manifiestan de manera espontánea y han menester ser excitadas por agentes externos al sistema; mas que sobre él actúan directamente durante tiempo variable. Bien sabido es que, de ordinario, se consideran dos es- pecies de disoluciones sólidas. Pertenecen al primer tipo las mezclas isomorfas, constituidas por substancias de análoga constitución química y que cristalizan juntas en la misma forma ó formas compatibles, siendo cosa fácil el conseguirlas en la mayoría de las ocasiones, cristalizando, por disolución ó por fusión, las substancias isomorfas, y en ambos casos parece condición indispensable hacerlas pasar por el estado líquido. Inclúyense en el segundo tipo las disoluciones amor- fas, producto de la fusión de los metales para formar com- binaciones definidas que se disuelven en exceso de algu- no de ellos, conforme acontece en casi todas las aleaciones; procedentes de difundir cierta proporción, nunca considera- ble, de materias metálicas, que se descomponen con extra- ordinaria dificultad en la masa fundida de algún compuesto muy fijo, que al enfriarse afecta determinadas formas geomé- tricas regulares ó simplemente la característica del vidrio, verdadera disolución de silicatos; 6 constituidas calentando tan sólo, á temperatura muy elevada, mezclas de cuerpos só- lidos, que no se funden y se penetran mutuamente, á veces con el auxilio. de otros bastante volátiles, formando agrega- dos singulares, dotados de actividades, que no tienen cada uno de por sí, ni aislados, los cuerpos originarios. Mas he de notar cómo entre estos dos aspectos de las di- soluciones sólidas hay grados intermedios notables y poco estudiados, siendo de ellos la difusión, también observada en buena copia de productos naturales de variadísima com- posición, de ciertos óxidos metálicos coloridos en la masa de otros que los disuelven en distintas proporciones, sin cam- biar de forma cristalina, tiñéndose sólo de diversos y perma- nentes matices. Tal se observa en el cuarzo, y las numerosas variedades del corindo son disoluciones sólidas de com- E puestos metálicos en el sesquióxido de aluminio, formadas en medios especiales y á la continua en presencia del fluoru- ro de calcio, cuyo cuerpo arrastra y difunde la materia colo- rante en la masa del disolvente. Constituyen, á mi ver, las disoluciones sólidas de toda especie verdaderos productos aditivos, representantes de equilibrios moleculares formados en condiciones que varían no poco, no siendo preciso ni absolutamente necesario que los cuerpos hayan de pasar por el estado líquido, porque su difusión puede ser perfecta cuando alguno de ellos está vo- latilizado Ó es arrastrado por otro que lo sea y no entre para nada en la disolución; á veces basta calentar, á temperaturas muy elevadas, mezclas de substancias fijas, sulfato de calcio, por ejemplo, con minimas proporciones de óxido de manga- neso, para que la disolución se realice sin que se haya ini- ciado siquiera el estado líquido y las disoluciones, bastante complejas, de determinados metales, plomo, estaño y bismu- to, se obtienen sometiendo su mezcla á grandes presiones. Juzgo, no obstante, condición necesaria, en la mayoría de los casos, la temperatura, siquiera no alcance en todos la co- rrespondiente al cambio de estado de las mezclas sólidas ó de alguno de sus elementos. Es esencial el contacto íntimo, que implica división extremada, seguida de fusión, como en el vidrio y en casi todas las aleaciones metálicas, Ó arrastre y reparto en la masa del disolvente de la materia soluble, conforme acontece calentando mezclas de alúmina anhidra y diversos óxidos metálicos en atmósferas que contengan cuer- pos fluorados, y en ello se funda un método de sintesis mi- neral; á esta misma categoría de fenómenos corresponde la influencia del vapor de cloruro de sodio en la difusión de las substancias activas de las disoluciones luminescentes. Nunca son tan fácilmente determinables como en los casos ordinarios de disoluciones de gases, sólidos y líquidos en líquidos, las relaciones existentes entre el disolvente y la ma- teria disuelta, tratándose de las disoluciones sólidas, ni tam- e O poco es cosa sencilla apreciar los límites de la solubilidad para cada cuerpo y sus dependencias de la temperatura. Aquí parece existir toda una serie de equilibrios particulares condicionados por la forma de la disolución, la masa de sus elementos y aun quizá la manera de llevarla á cabo. Desde luego adviértese cómo es menester precisar las funciones respectivas del disolvente y de la materia que se disuelve, para formar un solo cuerpo cuya característica principal es la homogeneidad, lo mismo en las agrupaciones cristalizadas de cuerpos isomorfos que en los agregados amorfos. Consideremos un punto el problema reducido á sus términos más sencillos: sea una disolución sólida X, consti- tuida por dos cuerpos cualesquiera a y b, y supongamos que a entra en proporciones fijas é invariables y las de b van au- mentando progresivamente con incrementos iguales desde el valor b, hasta b,, pero de modo que en este límite sea siem- pre a>b,:la masa fija a representa el disolvente. Según van difundiéndose en ella proporciones de b, origínase una serie de estados de disolución, que implican otras tantas mo- dificaciones del sistema hasta llegar al límite X, correspon- diente á la disolución de 5b,, en cuyo punto ya no se disuelve más y sólo se producen mezclas de la disolución y de la subs- tancia que se añade; tal punto límite es la saturación. Obedecen á este sistema general todas las disoluciones con independencia del estado: de los cuerpos que en ellas inter- vienen, de sus propiedades y del mecanismo empleado para obtenerlas; pero en el fenómeno es menester considerar va- rias influencias de otro género, que se juzgan externas al sistema, más indispensables y casi siempre determinantes del equilibrio definitivo que representa el límite X. Es de ellas la más importante la temperatura en el caso de las disolu- ciones sólidas, sea cualquiera el grado de su complejidad; pues siempre, aun en las producidas por el arrastre, em- pleando cuerpos volátiles, es condición precisa emplear el calor, y muchas veces se necesita pasar por el estado líqui- ld do; sólo se exceptúan las disoluciones que la presión efec- túa en condiciones especiales, en las que no hay elevación de temperatura. Considerada en su generalidad la disolución sólida es, en definitiva, un cambio de estado definido, deter- minado por las mutuas influencias de los disolventes y de los cuerpos disueltos. * Es factor constante en el mecanismo de las disoluciones sólidas, al igual de las de otras especies, la temperatura. Partiendo de un estado inicial f, que va tomando incremen- tos sucesivos ft; £ fa... f, hasta el límite 7, á sus crecimientos corresponden los del cuerpo disuelto b, permaneciendo fija la cantidad del disolvente; entre éste y la materia que se di- suelve se establecen todos los estados de equilibrio, condi- cionados por la temperatura, d, d, d, dz... d,, cuyo límite será X. Tales equilibrios son disoluciones completas y re- presentan estados de saturación perfecta; así, d, es aquella disolución en la que, á la temperatura í,, el cuerpo a, disol- vente, está saturado del cuerpo b, y del propio modo los de- más hasta alcanzar el límite de la saturación. Fuera de esto, en las disoluciones sólidas, particularmente en las que re- quieren la fusión, como el vidrio, la difusión por medio de una substancia volátil en la masa fundida del disolvente, conforme acontece en el caso de teñir la alúmina por medio de compuestos de cobalto, cromo ó hierro, Ó la simple adi- ción de dos cuerpos individualmente inertes, infusibles y que, calentados juntos, constituyen luego materias activas respecto de la fosforescencia, el calor tiene, además de su influencia en calidad de agente de las disoluciones sólidas, otra interesante función, y es la de poner á los cuerpos en estado y condiciones de unión, penetrándose y difundién- dose unos en otros para constituir la disolución sólida homo- génea. Puede decirse de la temperatura que primero dota á los cuerpos sólidos de la aptitud para disolverse unos en otros, que generalmente trae aparejado el cambio de estado, sobre O e todo en las mezclas isomorfas y en las aleaciones metálicas, y luego produce la verdadera disolución, correspondiendo á sus crecimientos los diversos estados de saturación hasta el límite indicado. Y al igual de las combinaciones químicas or- dinarias, la temperatura, cuando es pasado el término del equilibrio definitivo, puede ser causa de disociaciones, se- parando por de contado los cuerpos más volátiles Ó los más fusibles, según los casos. Fácil es comprender cómo el calor no constituye una de las condiciones externas ó del medio en las disoluciones só- lidas, sino algo substancial é intrínseco de ellas, aunque su influjo hállase subordinado, en gran parte, á la naturaleza de las substancias que intervienen en el fenómeno, y también en menor escala á las proporciones relativas de las mismas. En el caso más sencillo, siendo dos y considerando fija y muy superior la cantidad de una de ellas, asignándola por esto la cantidad de disolvente, puede ocurrir: que siendo los mis- mos los incrementos consecutivos de la temperatura, el cuer- po que ha de ser disuelto no sea el mismo, y entonces las condiciones de los equilibrios hasta llegar al definitivo ya no son idénticas, Ó que, sin variar la cantidad, varíe la natura- leza del disolvente, y entonces, siendo iguales las demás con- diciones, de su capacidad de saturación dependerá el fenóme- no en todas sus fases. Resulta, por consiguiente, que en el sistema de equilibrio que representa una disolución sólida, -hay tantas variables como términos hemos considerado; pero unas dependen de otras, y es posible establecer, siquiera en casos particulares, relaciones de cierta fijeza entre límites determinados. : Quizá es de estas relaciones la más interesante la que enlaza las proporciones relativas de cada cuerpo, que se di- funden en una cantidad fija de cada disolvente, según la tem- peratura, y bueno sería poder aplicar al cálculo de los coefi- cientes de solubilidad, respecto de disoluciones sólidas, las mismas fórmulas que para otras dan excelentes resultados; pao pero falta el dato del calor de disolución en la que está casi saturada. Mas puede asegurarse, aún sin haberlo determina- do, que tratándose de disoluciones sólidas amorfas, la solu- bilidad aumenta con la temperatura mientras no llega el pun- to crítico de eliminarse uno de sus componentes por cam- bio de estado, Ó no se realizan fenómenos de otro linaje de orden químico ó simplemente del orden de la desvitrifica= ción, es decir, en tanto no se altere ó desaparezca la homo- geneidad, que es el principal carácter de todo género de disoluciones, sea cualquiera su forma. Generalmente no se ha considerado en las disoluciones sólidas la temperatura sino»muy en particular, limitando el estudio á las que para ser formadas requieren, como indis- pensable condición previa, el cambio de estado. Valga exa- minar este punto, con cierto detenimiento, en dos casos muy principales. Es el primero el de la formación de cristales, constituidos por mezclas de cuerpos isomorfos en medios líquidos, de ordinario disoluciones acuosas. A no tratarse de ciertas sales, que son excepciones poco numerosas de la regla, la solubilidad. aumenta con la temperatura, y pode- mos partir de un estado de equilibrio R correspondiente á la temperatura f,, en el cual, para una cantidad fija del disol- vente S, hay otra cantidad A del cuerpo a. Sin alterar el sistema es posible disolver cantidades variables de otra subs- tancia b y llegar al estado de saturación á la temperatura f,, supuesta invariable, y entonces en el sistema habremos in- roducido un nuevo elemento isomorfo con la primera de las sales disueltas. Reduciendo la temperatura á *f,,, como no corresponderá al primitivo estado de saturación, se depositará, cristalizada, una masa salina A constituida por los cuerpos isomorfos a y b, quedando el líquido nuevamente saturado, y otros des- censos de temperatura producirán asimismo más cristales en los que hallaremos mezcladas las dos sales isomorfas. De- penderá su composición, y por tanto las disoluciones sóli- Mt -— das formadas, de las proporciones relativas de sus compo- nentes. Suponiendo a constante y en el límite marcado por la saturación á f,, puede ocurrir que a = b, en cuyo caso la disolución sólida isomorfa estará saturada y será equimole- cular, ó que sea a > b, y entonces las proporciones distintas del elemento variable engendrarán toda una serie de disolu- ciones isomorfas, con la sola condición de conservar la ho- mogeneidad que es su característica. En el ejemplo se ha prescindido de las diferencias de solubilidad de las sales, admitiendo, para simplificar, que tienen igual coeficiente Ó que sus diferencias son en extremo pequeñas. Hay que considerar otras formas del fenómeno: suponien- do invariable la cantidad del disolvente S, podemos partir de la temperatura inicial £, á la cual estará saturado de a y de b; á cada uno de los incrementos desde £ hasta el límite f, co- rresponderán otras tantas capacidades de saturación, y con ellas aumentarán las cantidades de las dos sales isomorfas disueltas, hasta alcanzar el equilibrio definitivo del sistema. Descendiendo entonces la temperatura, aparecerán las diso- luciones sólidas isomorfas y se comprende cómo pueden va- riar de modo indefinido, cambiando las proporciones relati- vas de sus componentes. Ejemplo de ello son ciertas dolomi- tas cuádruples, particulares disoluciones sólidas de carbona- tos isomorfos, á cuyo estudio he encaminado mis investiga- ciones, y lo es, de la propia suerte, la disolución sólida de ciertos sulfatos naturales, que constituyen asociaciones mine- ralógicas producidas mediante transformaciones muy singu- lares. Siendo, en general, menos fijo el disolvente líquido, pue- de ser eliminado en parte ó en totalidad por el calor, á partir de un estado de saturación determinado, y ocurrirá el depo- sitarse la disolución sólida isomorfa de maneras distintas, conforme á los modos de proceder. Influyen varias causas, como las proporciones relativas de las substancias isomorfas disueltas, el calor de disolución y la solubilidad individual y Rrv. Acap. Ciencias. —IV.—Enero, 1906, 4 A É especifica de cada una, y de ellas depende la composición de los cristales, al cabo generados en medios que cambian de continuo, conforme se va eliminando el disolvente líquido y se forman distintos estados de saturación. Compréndese que, sin llegar al correspondiente á la igualdad de las cantidades de las substancias disueltas, para el valor constante de a, con- siderado disolvente sólido, ha de haber una serie de valores de b que darán por resultado cristales de idéntica aparien- cia, pero de composición distinta; pues mientras permanezca la homogeneidad del sistema, es aquí posible, como en las demás disoluciones, hacer que las proporciones de sus com- ponentes cambien en cantidades tan pequeñas como se quiera. Importa notar un hecho, cuya generalidad hemos de ver prontamente demostrada para todas las formas de las diso- luciones sólidas. Su individualidad es más compleja de lo que á primera vista parece, y aun en las típicas entre las iso- morfas no se constituye, en realidad, una sola que pudiera creerse única, en la que para la cantidad fija de la substan- cia considerada disolvente, hay las proporciones de sal di- suelta correspondientes á la saturación. Así sería desde el punto de vista teórico; mas se ha observado que no todos los cristales, formados por disoluciones sólidas de cuerpos isomorfos, son idénticos, y que las variantes se relacionan con su composición, de suerte que en realidad, y conforme á las condiciones del medio, se generan y coexisten diver- sas disoluciones sólidas de cuerpos isomorfos que pueden irse depositando sucesivamente, según cambian las concen- traciones del líquido que contiene disueltas las sales; por eso admitimos que en realidad se constituyen varias disolu- ciones sólidas relacionadas entre si lo mismo que se relacio- nan las diferentes capas líquidas que tienen diferentes densi- dades: se equilibran, pero no se mezclan. Tocante á las disoluciones isomorfas, y concretándome á las de dos sales por ser las más sencillas, notaré que, en pad E principio, la forma cristalina depende de las relaciones mo- leculares de los metales en ellas contenidos. Citase el caso de ciertas mezclas de seleniatos rómbicos y sulfatos tetrago- nales —los de glucinio —que no producen, como otras sa- 1 les, disoluciones isomorfas, disolviéndolos en cualesquiera proporciones, si no se ha menester ciertos límites de pro- porcionalidad, y fuera de ellos, ó el fenómeno no se presen- ta Ó en otros casos se logran dos mezclas isomorfas cristali- zadas de modo distinto. Si en los dos cuerpos del ejemplo la relación del azufre al selenio es, como marca Van'T. Hoff: S:Se=5:1, resultan dos mezclas isomorfas, correspon- dientes á dos relaciones moleculares distintas, una tetrago- nal, en la que S: Se =7.33: 1, y la otra rómbica, en la que S:Se=4: 1, y el hecho no es único, sino frecuente respecto de sales isomorfas de un mismo metal, cuyas disoluciones diferentes tienen el carácter de los líquidos dotados de va- riados pesos especificos. En las disoluciones complejas es más evidente todavía la semejanza. Júntanse á las observaciones anteriores otras que atañen al disolvente líquido, en el caso muy frecuente de que llegue á constituir parte integrante de la disolución sólida isomorfa, influyendo no poco en las formas de los cristales: tratándose del agua, que es el disolvente de mayor uso, me refiero precisamente á la formación de hidratos más ó menos esta- bles, según la temperatura, con el agua llamada de cristaliza- ción, Ó sea la retenida en estado sólido entre las moléculas cristalinas. En realidad, se trata de verdaderos hidratos, tan indeterminados como se quiera, pero que son indispensables para que la disolución sólida isomorfa se constituya: al unir- se sus elementos en el medio acuoso, arrastran algo del di- solvente, se lo apropian, lo difunden en su masa, hácenle cambiar de estado, y mediante sus acciones es como se cons- tituyen las formas de los cristales, y por eso, al eliminar el agua, se modifican grandemente y aun llegan á destruirse como en el caso del alumbre ordinario. E Un nuevo elemento entra así en el fenómeno; sin él no puede formarse el cristal, que representa al cabo un estado de equilibrio entre cuerpos sólidos, y eliminando de cualquier modo el agua, el equilibrio se perturba y rompe. Además, como la producción de los hidratos depende de la tempera- tura y de las relativas cantidades de los componentes, claro está que pueden formarse y coexistir á la vez varias disolu ciones sólidas isomorfas, cristalizadas de distinto modo, como se producen en la misma disolución de sulfato de ní- quel diferentes hidratos y aparecen cristalizados á un tiempo en formas que no-son iguales y hasta se distinguen por las variantes de coloración: también aquí aparece la semejanza con un sistema de mezclas líquidas desigualmente densas, entre las que se reconocen relaciones de composición deter- minada. Respecto del estado del agua en las disoluciones só- lidas isomorfas, sólo puede ser el sólido al igual de los otros componentes de ellas; pues de lo contrario se destruiría la homogeneidad que es su principal carácter, general á todas, sea el que quiera el estado inicial del sistema Ó sistemas de cuerpos que han de constituirlas y el procedimiento Ó mé- todo para llegar á formarlas en todas las circunstancias. Lejos de oponerse cuanto dejo expuesto á otro linaje de” disoluciones sólidas, es aplicable perfectamente á cuantas se efectúan, haciendo antes cambiar de estado por presión á sus elementos, sin que intervengan disolventes líquidos, que es el segundo de los casos á que más arriba me refería. Procé- dese de varias maneras para lograr semejantes disoluciones; basta fundir las mezclas isomorfas y dejarlas enfriar con len- titud, para que cristalicen, penetrándose sus masas respecti- vas hasta dar en ser uno y homogéneo los cuerpos que la constituyen; otras veces es menester la intervención de subs- tancias extrañas al sistema, más fusibles ó más volátiles que sus componentes, y en ocasiones proviene la disolución só- lida de fenómenos de orden químico, de ordinario llevados á cabo por dobles descomposiciones. Hay, pues, el modo de A e la fusión simple sin fundente, la fusión con su auxilio y la fu- sión con reacción química: en suma, tres variantes del cam- bio de estado necesario para que el fenómeno se realice, ge- nerándose á la postre la disolución sólida isomorfa, pudien- do presentarse muchos estados de equilibrio correspondien- tes á los varios estados de saturación, aun cuando no pue- dan ser reconocidos y determinados, como si el necesario cambio se efectuase interviniendo disolventes líquidos que sean absolutamente neutros. Vese aquí comprobado cuanto queda dicho respecto de la influencia de las cantidades respectivas de los elementos de la disolución, porque, en definitiva, cuando el cuerpo con- siderado disolvente, cuyas proporciones suponemos fijas y mayores que las de los otros, está fundido, es para el caso como un líquido, variando sólo por la temperatura correspon- diente á su estado. Así disolverá distintas substancias isomor- fas en proporciones distintas y resultarán variadas disolucio- nes sólidas, cuya composición y forma dependerán de las re- laciones moleculares de las materias que las constituyen, pu- diendo el disolvente entrar á formar parte de los cristales ó servir tan sólo de medio y vehículo para su generación, sin ser de sus componentes. Tal acontece á los fundentes y bien conocida es la función de disolvente, por vía seca, que ejerce el cloruro de sodio en muchas operaciones de sintesis mi- neral. Mucho mayor es la importancia de otras disoluciones só- lidas cuya formación requiere á la continua el tránsito por el estado líquido; se trata de las aleaciones metálicas según sue- len presentarse de ordinario. Se consideran como combina- ciones definidas, formadas á temperaturas determinadas para cada una de ellas, dotadas de estabilidad y que luego de constituídas se disuelven en exceso de alguno de sus com- ponentes; en general, las aleaciones requieren la fusión de los metales que las constituyen, si bien en ciertos casos se han obtenido valiéndose de presiones enérgicas. Todos se SM refieren á la simple disolución de un líquido —el compuesto metálico definido luego de formado —en otro liquido, el ex- ceso del metal componente fundido y al solidificarse el sis- tema cuando se enfría, la disolución persiste con su peculiar estructura homogénea, y al igual de las demás, puede ofre- cer numerosos estados de equilibrio correspondientes á las diversas relaciones de las masas de sus elementos, hasta al- canzar el límite de la saturación. No suelen cristalizar, y cuando lo hacen, en circunstancias variadísimas de enfria- miento, es separándose el compuesto definido del disolvente y en no pocas ocasiones modificándose aquél por enrique- cerse de alguno de sus elementos; hecho que ha recibido no- tables aplicaciones y es fundamento de procedimientos me- talúrgicos muy usados en la separación y beneficio de la pla- ta y de otros metales que se desprenden así de las disolucio- nes sólidas que los contienen. Ya se entiende cómo el fenómeno es del mismo orden de la formación de cristales observada al enfriar disoluciones salinas saturadas á temperaturas superiores de la ordinaria, y por lo tanto son aquí, de la propia manera, aplicables los mismos principios. En ambos casos, la materia sólida cambia de estado por difundirse en un cuerpo líquido ó por disolverse en un metal fundido, y al recobrar el primitivo, afecta la forma cristalina correspondiente y se comprende que si en las disoluciones isomorfas pueden lograrse crista- les diferentes conforme á las proporciones relativas de las ma- terias que los constituyen, también será posible el obtener disoluciones sólidas de metales puros, amorfas ó cristaliza- das, que los contengan en variadas y muy distintas propor- ciones. No cabe mejor ejemplo acerca de ello que citar los bron ces de aluminio. Cuando se emplean para obtener este metal las acciones reductoras del cobre metálico sobre la alúmina anhidra, operando á la temperatura del horno eléctrico de arco, consíguense en realidad una serie Ó colección de pro- AN, A ductos metálicos bastante singular. En lo más interior de la masa, como si dijéramos en el núcleo, donde mayor ha sido la temperatura, aparece el aluminio casi puro, con poquísimo cobre disuelto; las proporciones de éste van en aumento por capas sucesivas y aparecen bronces muy aluminíferos co- rrespondientes á disoluciones de la combinación típica de aluminio y cobre en un exceso de aluminio, hasta llegar á un punto en el que se igualan las proporciones de los dos me- tales, desde cuyo término predomina el cobre transformado en disolvente; las cantidades del aluminio disminuyen, la di- solución se diluye cada vez más y al final está el cobre sólo con leves trazas, si acaso, de aluminio. Tenemos así una masa metálica M, cuya parte más interior es de aluminio A l; siguen las diversas zonas, en las que A1> Cu; pero las proporciones de cobre aumentan hasta alcanzar el valor Al = Cu y comienza otra zona en la que siguen aumentan- do las cantidades de cobre, y en ellas siempre A/< Cu, dis- minuyendo el aluminio hasta que en la región más externa sólo encontramos el cobre. Son, en realidad, dos especies de disoluciones sólidas en las que cambian el disolvente y sus proporciones, sirviendo á modo de línea de separación el punto en que sus cantidades se igualan, y entonces son verdadero disolvente mixto, en cuya masa se difunde la com- binación mejor definida de aluminio y cobre. Al igual del ejemplo apuntado, pudieran citarse numero- sos sin dejar el campo de las aleaciones metálicas ó aprove- chando los frecuentes casos de la disolución del carbón en los metales fundidos, que lo retienen en su masa luego de tríos, y los agregados moleculares resultantes son á la con- tinua homogéneos. Entonces el grafito,*que suele aparecer entre ellos, representa el exceso de solubilidad de la materia metálica á temperatura elevada, respecto de su capacidad de saturación al descender ésta, siendo lento el enfriamiento. Ocurre en seguida comparar, conforme antes se hizo, las disoluciones sólidas representadas por las aleaciones metá- e licas á sistemas líquidos formados por capas de distintas den- sidades y poco miscibles unas con otras. Supongamos un vo- lumen de agua, y sobre él otro volumen de un líquido me- nos denso, como el éter; aun sin agitar, permaneciendo todo en reposo en vasija cerrada para evitar la evaporación, el éter irá poco á poco penetrando en el agua, fórmase una pri- mera capa de separación que contendrá los dos cuerpos, y á partir de ella, descendiendo, las diversas zonas contendrán cada vez más agua, y á la inversa, las superiores serán más ricas de éter. De esta forma imagino la estructura de las di- soluciones sólidas, á lo menos en los casos examinados, y aquí apunto la idea cuyos desarrollos tienen su lugar ade- cuado en la parte experimental del presente trabajo. Bien será considerar ahora otro factor que interviene con frecuencia en las disoluciones sólidas y es, á veces, suficien- te para constituirlas muy perfectas y estables; me refiero á la presión y trataré de ella de modo general únicamente, por no haberla empleado en la serie de mis investigaciones per- sonales; sin embargo de esto, pareceríame la labor propues- ta harto incompleta, no consagrando la debida atención á punto de tanta importancia y de aplicaciones prácticas. Por de contado, es menester considerar las influencias de la pre- sión en dos casos distintos: es el primero, cuando el disol- vente se presenta sólido, la materia que ha de ser disuelta gaseosa y la disolución resulta sólida; y el segundo, cuando todos los términos son sólidos, no debiendo cambiar de es- tado para difundirse mutuamente unos en otros; las formas de disolución sólida constituida por gases son frecuentes y aun podría decir generales, y á veces producen cierto linaje de combinaciones del orden de los hidruros; de las otras co- nócense pocas, y para formar semejantes disoluciones se re- quiere emplear presiones extremadas casi siempre, evitando O el desarrollo de calor, que pudiera tornar líquidos los cuerpos que han de penetrarse y disolverse sin dejar de ser sólidos. Para entender el mecanismo de la disolución de los gases en los sólidos, es preciso fijar como punto de partida el he- cho general de que muchos cuerpos sólidos, algunos de na- turaleza metálica, absorben los gases que están en contacto con ellos, reteniéndolos en su masa; basta recordar los fenó- menos, tan sencillos y conocidos, de la absorción del amo- níaco por el carbón, del oxígeno por el magnesio y aun la famosa oclusión del hidrógeno por el paladio, que no son ca- sos aislados, ni condiciones especiales indispensables para la formación de hidruros. Trátase, empero, de difusiones y penetraciones de sólidos y gases, análogas á las disolucio- nes líquidas. A Considerándolas respecto de la manera de formarse, es menester tener en cuenta primeramente el estado particular del disolvente sólido y su naturaleza; así, los cuerpos poro- sos y los pulverizados condensan mejor los gases que los dotados de lisas y pulidas superficies, y de ello es buen ejem- plo el negro de humo; muchos metales son mejores disol- ventes en caliente, y al enfriarse desprenden parte de los ga- ses que habían retenido; permaneciendo constantes la presión y la temperatura, el poder absorbente tiene como límite la saturación, y entonces, sin cambiar las condiciones, no pue- de ser absorbido otro gas. Es tan general el hecho de que se trata, que no hay temor de errar diciendo que todo cuerpo sólido, que esté en contacto de un gas, presenta en su super- ficie una disolución sólida de este gas, tan diluida é inesta- ble como se quiera; la penetración y la difusión existen como para los líquidos, aunque las circunstancias del fenómeno cambien un poco, y es singular que á veces levísimas modi- ficaciones que á ciertos cuerpos, en especial á los metales, hacen experimentar otros cuerpos, sean parte á aumentar considerablemente su poder de absorción respecto de los ga- ses. Adviértese también cierta propiedad, que llamaré electi- TS va, en cuya virtud no todos los gases se disuelven de igual modo en los mismos cuerpos sólidos, en lo cual parece in- fluir la densidad; ni la capacidad disolvente de éstos perma- nece constante, antes cambia en relación con los cuerpos que han de ser disueltos, circunstancia que relaciona las propie- dades de los disolventes sólidos y líquidos. Quizá es la presión la causa más influyente en los fenóme- nos de que trato y también aquella cuyas acciones son mejor conocidas, á lo menos en el caso del paladio y del hidróge- no. Sus funciones consisten en aumentar notablemente las proporciones de gas absorbido, como si el disolvente fuese líquido, creando así una serie de estados de equilibrio inesta- ble, correspondientes á disoluciones saturadas en ellos, pero que se perturban en cuanto la presión disminuye ó deja de actuar. | Diversas circunstancias influyen en tales fenómenos. Un sistema M, formado por un sólido disolvente y en propor- ciones constantes a, y un gas b, está sometido á la presión po y absorbe una cantidad n, del cuerpo b; si la presión au- menta hasta p,, la absorción aumentará de la propia manera y llegará á n,, y se comprende que para los sucesivos incre- mentos, hasta p ,, el gas disuelto crecerá de la propia suerte, siempre que no varíen las condiciones de la temperatura. Habrá, pues, toda una serie de disoluciones saturadas corres- pondientes á las presiones que se consideren; el gas pene- trará cada vez más en la masa del sólido, se difundirá en ella y el poder del disolvente, su capacidad de saturación, será cada vez mayor, conforme lo demuestran los experimentos; pero existe un límite marcado por la naturaleza del sólido, la del gas y el valor de las presiones ejercidas sobre el sistema, correspondiente á su disolución en las condiciones ordina- rias. Comprimir un gas en el interior de un sólido, reducien- do su volumen, obligando á sus moléculas, tan movibles, á disminuir su velocidad de traslación, ocupando mucho me- nor espacio, apretándose y rozándose unas con otras, signi- — 59 — fica gasto de energía manifestada en desarrollo de calor, y así llega un punto en el que la presión eleva la temperatura del sistema, produciéndose combinaciones del gas y el sóli- do, á veces con fenómenos de incandescencia ó perturbacio- nes de orden químico, que afectan á la estabilidad de las di- soluciones, llegando á transformarlas en más íntimos agrega- dos, que pueden ser combinaciones definidas. Antes de. tal límite, los equilibrios de las disoluciones son estables, en tanto permanezca constante la presión. Resultan comparables estos sistemas á los que provienen de las disoluciones de ciertos vapores en los liquidos, pro- duciéndolas de diferentes densidades, conforme á las capas sucesivas Ó regiones distintas de su masa. Bien mirada la disolución sólida de un gas en un sólido, resulta compues- ta de zonas distintas que marcan los diferentes grados de difusión del cuerpo gaseoso y se relacionan con la presión; la superficie externa del sólido, toda en contacto del gas, re- presenta las mayores saturaciones; mas, á partir de tal lími- te, el gas irá penetrando en el disolvente y con el primer es- tado coexistirán otros á cada punto más pobres de materia disuelta y habrá una verdadera serie de disoluciones, en las que la cantidad de materia disuelta disminuye á medida que la zona considerada está más alejada de la superficie y su estado depende de las presiones ejercidas. Trátase, en defi- nitiva, de equilibrios entre sólidos y gases, sometidos á con- diciones mecánicas determinadas, que los hacen penetrarse mutuamente, difundiéndose uno en otro para constituir, al cabo, una especie particular de disoluciones sólidas. En su constitución son acaso semejantes á las líquidas di- luídas, en cuanto al estado del sistema gas sólido, definido con relación al exceso de disolvente; sus moléculas apare- cen unidas en varias proporciones, conforme pueden estar- lo las del agua y el vapor de éter á determinada presión, que habrá, en realidad, una zona de agua etérea y otra en con- tacto de ella, formada de vapor de éter húmedo, establecién- + Mos dose entre ambas un estado de equilibrio especial en el que las presiones permanecen estacionarias, no cambiando la la temperatura, marcándose entonces acaso los estados de saturación límite del líquido respecto del vapor y del vapor respecto del líquido. Conviene esta doctrina, comprobada con repetidos experimentos y delicadas medidas, á las diso- luciones sólidas de los gases, limitándolas á fenómenos de absorción y difusión de su materia en la masa de los disol- ventes, sin que haya otro género de uniones como las carac- terísticas de ciertos hidruros metálicos definidos, cuya fijeza y estabilidad son funciones de la temperatura y de la presión á las cuales son generados y constituidos. Son de notar los fenómenos de otra especie relativos á las disoluciones de ciertos metales sólidos en varios asimismo sólidos, interviniendo solamente las presiones y sin el trán- sito por el estado líquido, indispensable para lograr buen número de disoluciones sólidas de todo género. Claro está que tales presiones son de continuo muy considerables, su acción es directa y depende del estado de los cuerpos some- tidos á sus influencias. En los casos estudiados, hasta el pre- sente poco numerosos, obsérvase la penetración real y po- sitiva de un cuerpo en otro, siquiera sea en campo limita- do y circunscrito; pero el hecho es indudable, desde el pun- to que es posible formar una aleación determinada y de com- posición normal y definida con sólo someter á presiones grandísimas los metales que deben componerla, sin que la temperatura del sistema experimente alteraciones, ni se al- cance con mucho la correspondiente á la fusión de los meta- les. Tienen parte en el fenómeno, fuera de la causa origi- naria, la naturaleza de los cuerpos destinados á ser unidos, su estado molecular y la masa de los mismos, es decir, lo propio que acontece tocante á las disoluciones líquidas y só- lidas ordinarias, siquiera en el caso presente trátese de algo parcial y limitado; pues aun reiterando las presiones, pocas veces se consigue la difusión total de un cuerpo en otro. RA o as <=» Fúndase el sistema de las disoluciones sólidas por presión en ciertos métodos muy singulares de obtener latones diver- sos: supongamos un disco de cobre y otro de cinc, perfec- tamente iguales, muy bien pulimentados y que se adapten sus caras, coincidiendo con la mayor exactitud posible. Co- locados de suerte que no puedan deformarse y sometidos á presiones extremadas, que se miden por miles de atmósferas, y separándolos luego, para lo cual se ha menester gran es- fuerzo, adviértese que en la superficie de contacto los meta- les se han penetrado y ligándose formaron latón, de cuya materia es ahora una parte de cada disco, y, así, mientras en el de cobre se ha difundido el cinc, en el de este metal se difundió el cobre, resultando las consiguientes disoluciones sólidas, cuyo límite está en la superficie de separación de los dos metales, sin que la totalidad de su masa haya parti- cipado en el cambio molecular de tan especial manera lleva- do á cabo. Todavía pudo realizar pruebas análogas en otra forma el Profesor Spring, á quien son debidos los experimentos que relato. Reducidos á finísimas limaduras el cobre y el cinc, há- ceseles sufrir la presión como antes, mézclanse luego de es- tas primeras acciones y de nuevo son comprimidos; tórnanse á pulverizar y mezclar, y repitiendo las operaciones cuantas veces fuese necesario, según la masa de los cuerpos, se con- sigue un límite de equilibrio, bastante lejano, en el que casi toda hállase convertida en latón, y alcanzado, ya no es posi- ble aumentar sus proporciones, aunque se reitere la com- presión enérgica de la mezcla ó se prolongue durante mucho tiempo, indicando como se trata de una reacción limitada. Acaso este mecanismo puede enlazarse con el de la prepara- ción del llamado par cinc cobre, de frecuente empleo en mu- chas operaciones, cuyo fin es transformar las substancias or- gánicas; pues semejante liga de los dichos metales practica- da en determinadas circunstancias, constituye un agente bas- tante activo de metamorfosis químicas, y en rigor pudiera 1 considerársele disolución sólida especial. De todas suertes, en los dos casos citados se demuestra cómo es posible difun- dir los metales unos en otros, llegando á combinarlos y for- mar aleaciones definidas y estables, por la sola y directa in- fluencia de las acciones mecánicas de enérgicas presiones, y el hecho explica muchos cambios químicos á los que deben su origen no pocos compuestos naturales. Gracias al cambio efectuado en las masas metálicas de co- bre y de cinc, es posible variar el mecanismo del fenómeno que consideramos. Operando con cilindros de ambos cuer- pos, que se adaptan uno á otro, haciendo coincidir sus ba- ses pulimentadas y ejerciendo sobre ellos la misma presión de los casos anteriores, consíguense análogos resultados: en los dos cilindros se forma una zona constituida por latón, pero no está perfectamente limitada; después de ella apare- cen los metales penetrados el uno por el otro, y en cierto espacio el cobre contiene cinc y el cinc cobre, lo mismo que si el compuesto de ambos se hubiese disuelto en el exce- so de cada componente, como en las aleaciones ordinarias. Una particularidad debe ser notada en este linaje de expe- rimentos, y es la influencia que en sus resultados tiene el es- tado de agregación de los metales: el hecho acaece de la pro- pia suerte cuando se trata de superficies poco extensas, como en los discos y cilindros, ó del contacto más intenso que sig- nifica la mezcla íntima de los metales finamente pulverizados; pero sólo con esta última forma y reiterando las presiones es posible la transformación casi total de la masa. Se comprende que asi acontezca, porque en las otras formas, luego de reali- zada la primera penetración y generada la zona del compues- to metálico, los sucesivos contactos no son de los cuerpos di- ferentes cinc y cobre, sino de latón con latón y se trata de un fenómeno limitado en el que se alcanza pronto el estado de equilibrio definitivo. Siendo los metales pulverizados y bien mezclados, hay mayores contactos, que se renuevan antes de repetir las acciones de la presión y es como si las superficies ll + E fueran siempre distintas y muitiplicadas, hallándose de con- tinuo en presencia cinc y cobre en un medio variable por los aumentos de las proporciones de latón formado y éste á su vez hállase disuelto en el exceso de sus componentes y di- fundido en la masa, conforme puede estarlo cualquiera Óxi- do metálico en la de alúmina cristalizada, haciendo oficios de materia colorante y el hecho, en su esencia, tampoco se diferencia de la disolución sólida de ciertas aleaciones del hierro en este mismo cuerpo, pues constituyen semejantes fenómenos variantes bien determinadas de otro general, cu- yas condiciones pueden cambiar á cada punto. Haciendo la diferencia marcada por el estado físico de los metales cinc y cobre, ensayados en los notables experimen- tos de Spring, se entiende el mecanismo de las disoluciones sólidas debidas á la presión, á partir de un estado inicial en el que los dos metales son inertes uno respecto del otro. No se alcanza de una vez el límite de las transformaciones ó'es- tado final y hay otros equilibrios intermedios ó parciales co- rrespondientes á disoluciones diluídas, que dependen de la masa de los cuerpos y del valor de la fuerza que las deter- mina. Variando en la manera expresada las condiciones mecáni- cas del sistema primitivo, se comprende que en cada mo- mento hayan de encontrarse disoluciones especiales incom- pletas y dependientes de la relación entre las proporciones de la aleación formada y las de sus elementos, siempre en exceso. Al igual de lo antes advertido, coexisten, en realidad, varias disoluciones sólidas que la presión modifica aumentan- do las cantidades de la materia disuelta, y, por lo tanto, la concentración, en el caso de reaccionar los metales muy di- vididos; pues de otra suerte el límite se alcanza pronto y los cambios pasan poco de las superficies puestas en contacto y su región es pequeña, llegando pronto al equilibrio definitivo, - en el que predominan las cantidades de los metales, que per- manecen inalterables ó conteniendo, á lo sumo, y en las in- o EN mediaciones de la aleación generada, leves proporciones de ella difundidas en su masa. Iníciase el fenómeno, cuando se opera con los metales muy divididos, en toda ella, porque el contacto no está limitado á un punto ni á una superficie; fórmase á la vez en muchos la combinación cinc cobre; pero no su completa cantidad entra á la vez y así van constituyéndose equilibrios parciales co- rrespondientes á las cantidades de latón difundido en la mezcla de los metales. Cada nueva mezcla y cada nueva pre- sión cambia el estado del sistema, creando nuevos equilibrios, hasta alcanzar el límite marcado por la metamorfosis íntegra de los dos metales, y pudiera trazarse la marcha progresiva del fenómeno, desde que se inicia, con sólo apreciar las pro- porciones de aleación formada y disuelta, y la intensidad de las presiones ejercidas, y los números así obtenidos sirven para determinar el valor del tenómeno, que no es reversible y cuyo límite está bastante alejado. Es, pues, esencial el esta- do físico de los metales cinc y cobre para lograr unirlos y li- garlos empleando sólo las presiones en la manera indicada, y el caso se puede relacionar con la facilidad de obtener diso- luciones líquidas empleando muy divididas las materias solu- bles, ó sea multiplicando todo lo posible las superficies de contacto, con lo cual hasta parece favorecida la solubilidad especifica de los cuerpos, y es evidente que se alcanza más pronto el estado de saturación para cada temperatura deter- minada. Ya se colige, habida cuenta de todo lo dicho, que las di- soluciones por presión son comparables, al igual de todas las otras, á sistemas líquidos formados de capas ó zonas de diferentes densidades, dispuestos con arreglo al orden de las mismas y manteniéndose por ello en equilibrio. Realmente no se forma sólo el latón, cuya presencia advertimos en las superficies de contacto, ni á tan limitada zona se concreta la mutua penetración de los metales y su difusión respectiva; se genera un compuesto metálico definido; pero en seguida pao pp es disuelto en sus componentes y coexisten de la propia suer- te que están unidas las disoluciones sólidas cuyo conjunto forma los espeis metálicos. Juzgando con tal criterio los hechos, resulta establecida la analogía, en cuanto á la estructura, de las disoluciones líqui- das y sólidas, sin tener en cuenta de momento otras condi- ciones particulares de cada una, é impórtame señalar bien semejante circunstancia, porque sirve de fundamento y pun- to de partida en muchos de los experimentos que he practi- cado y cuyo relato circunstanciado va más adelante. Interesa asimismo consignar la característica de la homogeneidad de la masa, poniéndola como la constante de las disoluciones sólidas, indicando también cómo los límites de las propor- ciones relativas de sus componentes son finitos y no tardan en alcanzarse, pero en un mismo sistema de cuerpos puede haber varias disoluciones: las isomorfas requieren ciertas proporciones moleculares, y conforme á sus relaciones se de- terminan las formas de los cristales, de ordinario subordina- das al elemento predominante; en las amorfas, objeto par- ticular de mi estudio, sobre todo las generadas sin cambio de estado y por la influencia de cuerpos volátiles, han de tener- se presentes las modificaciones, permanentes ó sólo ocasiona- les, de las propiedades de los cuerpos empleados y las nue- vas que se manifiestan en la disolución luego de constituida, y son características de ella y hasta cierto punto dependien- tes de la manera de producirla. Problema de transcendencia es, de la propia suerte, el determinar el estado que han toma- do en la disolución sus elementos constitutivos, en particu- lar cuando adquieren ciertas actividades ó por los mismos preséntalas toda la masa, capaz, por ejemplo, de almacenar energía con manitestaciones singulares de acciones químicas reversibles. Atribuir distintos caracteres á las disoluciones sólidas amorfas que para ser constituídas no precisan sus elementos cambiar de estado, sería notoria inconsecuencia, cuando todo Rrv. Acap, CiencIas. —1V, —Enero, 190692 5 su mecanismo es igual y resultan, á la continua, agregados cuya característica es la homogeneidad peculiar de cuantas disoluciones se han estudiado, sea cualquiera su estado y el primitivo de los componentes. Los que tienen de singular algunas de ellas es el cambio de propiedades de los agregados resultantes, respecto de las ma- terias constituyentes. En las disoluciones isomorfas hay algo de común entre sus términos, y aun siendo uno el predomi- nante, la forma de los cristales, más ó menos modificada, en- laza sus caracteres con los peculiares de los cuerpos que la forman. También en muchas disoluciones amorfas, de las que exigen la fusión de sus elementos, como las aleaciones metálicas, ciertas propiedades, aun apareciendo alteradas, á ejemplo de la fusibilidad, la dureza, la maleabilidad y la es- tructura, consérvanse de alguna manera las peculiares de cada metal, y casi fuera del color, no adquieren nuevas pro- piedades, á no ser en determinados casos, entre los cuales se cuenta la vitrificación. Por el contrario, en otras disoluciones amorfas los cambios son más profundos y transcendentales: se puede partir de dos cuerpos inertes respecto de ciertos agentes; uno de ellos está en gran cantidad y se considera disolvente; las proporciones del otro son muy exiguas; bien mezclados solos, Ó interviniendo en ocasiones un fundente volátil, se calientan durante tiempo variable, sin que lleguen ni con mucho á fundirse, dejando enfriar. Con esto sólo se forma un sistema activísimo, la inercia de los cuerpos ha desaparecido y su disolución puede ser impresionada por la luz ó tornarse fosforescente en el vacío, sirviendo los efluvios eléctricos de energía excitadora, demostrándose con tales fe- nómenos que, al difundir los cuerpos sólidos inertes en la masa de otros que también lo sean, aparecen nuevas aptitu- des y modificaciones de mayor cuantía de las que experi- menta un metal fundido disolviendo otro para constituir alea- ciones especiales, cuyos caracteres pueden ser de antemano previstos y determinados. 2%, A Bien se entiende como son muy variadas las formas de las disoluciones sólidas dentro de los dos grupos de ellas que se consideran, es á saber: isomorfas y amorfas, y lo que impor- ta, en primer término, es el estudio de su régimen particu- lar y de las variantes que ofrece en los casos generales, para llegar á clasificarlas. Viene en seguida el estudiar las propie- dades de las disoluciones sólidas, determinando sus carac- terísticas en relación con las de los componentes, en cuyo punto es menester tener en cuenta la manera como se ad- quieren las nuevas propiedades; su condición de permanen- tes Ó inestables y las causas que las hacen desaparecer; si pueden volver á presentarse y cómo, ó si su desaparición es absoluta, relacionándolo todo con la naturaleza y proporcio- nes del disolvente considerando inerte y del cuerpo disuelto tomado por materia activa, y en semejante linaje de meta- morfosis interviene á la continua el calor, cuyas influencias será menester dejar establecidas, relacionándolas con los es- tados particulares de los equilibrios formados, cuyas condi- ciones será preciso también establecer, generalizándolas cuanto lo permitan los datos determinados. Mas para la debida sanción de la doctrina de las disolu- ciones sólidas, es indispensable verla aplicada en estudios concretos, y á ello se encaminan las investigaciones y expe- rimentos, á cuyo relato circunstanciado consagro la mayor parte del presente trabajo. IV.— Aplicaciones de la composición de intensidades al cálculo gráfico de vigas rectas. Por NICOLÁS DE UGARTE. l Preliminares. Supongamos una pieza recta O X representada por su eje, colocada sobre dos ó más apoyos, cargada con pesos apli cados á dicho eje y por lo tanto en el mismo plano con él. Aunque particularizado así el problema, este es el caso prác- tico más general. o — 2 | ) A 2-3 Le : | Figura ?.? Se nos da la línea 6 ley de carga de todos sus tramos; en- tendiéndose por tal una línea mbdn (fig. 1.*), en que la car- ga entre dos puntos, a y c, está representada por el área ó cuadratura de la parte abdc comprendida entre las ordena- das de a y c, la curva y el eje. En un punto cualquiera x de ordenada y” se dirá que hay una carga y"dx; la carga por unidad en este punto será esa misma dividida por dx (lon- 22 gitud diferencial que ocupa), ó sea y”, de modo que las orde- nadas de la curva de carga, son las cargas por unidad en cada punto. Esa ley ó línea de carga, tendrá por expresión analítica respecto á dos ejes coordenados X é Y, una fun- ción de x, que para mayor sencillez la supondremos de forma explicita: y” =f” (x) (*). Las cargas que con más frecuencia se presentan en la prác- tica, son repartidas. Si la repartición es uniforme y constan- te, la línea de carga estará representada gráficamente por una recta m1” paralela al eje X y analíticamente por y” = p, sien- do p la distancia de m'n' al eje, Ó carga por unidad. Si la re- partición es variable de un modo uniforme, la línea de carga será gráficamente una recta inclinada m”s; analíticamente y” =ax->+.b. Cuando b no es cero, la carga es el conjunto ó suma de la uniforme m“n” con la uniformemente varia- da ms, si m” fuera el origen. Si las cargas son concentradas en uno ó varios puntos ya no hay línea de carga, porque ésta se reduce á puntos aisla- dos y analíticamente pudiéramos representarlas por coorde- nadas x é y”, siendo x la abscisa del punto de aplicación é y” la intensidad ó magnitud del peso concentrado. Dada la línea de carga, el cálculo gráfico de aquella pieza (y también el analítico) se reducen principalmente á saber determinar para cada punto: el momento de flexión, el esfuer- zo cortante y las deformaciones. Con estos elementos, si tratamos de proyectar, calculare- mos las secciones y repartición más conveniente del material que empleemos para que resista, con la holgura que nos plazca, las cargas que ha de soportar. Si la viga está proyec- tada Ó ejecutada y conocidas las cargas, hallaremos el modo de trabajar el material (coeficiente de trabajo), y, por último, (*) Esta curva ó línea de carga es, como veremos, la derivada segunda de la de los momentos de flexión; por eso empezamos con esa acentuación. a si se nos da la pieza que hemos de emplear, perfectamente determinada, encontraremos la máxima carga que debe so- portar. La solución de todos estos problemas, no hay que buscar- la fuera de la Mecánica general; ella nos dará todo, teniendo en cuenta las fuerzas elásticas, que entran en las que podrían llamarse condiciones ó ecuaciones de enlace del material em- pleado. Parece difícil, á primera vista, la introducción de dichas fuerzas y condiciones en el cálculo gráfico, pero se hace con relativa facilidad sabiendo construir la figura que ha de afec- tar el eje O — X de la pieza cargada, cuando quede en equi- librio. Esa figura es la de la curva llamada elástica, que da, desde luego, las deformaciones principales. Precisa, pues, ante todo, saber construir ésta. En la mayor parte de los casos bastará con un polígono que la envuelva y no de un gran número de lados, general- mente serán suficientes cuatro, dos de ellos tangentes á la curva en los apoyos. Hay veces en que se substituye la elás- tica por otra funicular y bastan tres Ó dos lados que la en- vuelvan, según los problemas que tratemos de resolver. Conviene, para el objeto, sentar unos cuantos preliminares, que aunque sencillos y conocidos, son el fundamento de esta teoría. A todo sistema de fuerzas, y, por lo tanto, á la carga con- siderada que puede suponerse en equilibrio con las reaccio- nes de los apoyos, corresponde, como sabemos, un polígo- no de intensidades (que en el caso presente tendrá todos sus vértices en línea recta por suponerse aquéllas paralelas), y muchos polígonos (6 curvas) funiculares, según la situación que demos al polo. Esos poligonos y curvas son fáciles de trazar en la generalidad de los casos prácticos, y aun de ex- presar analíticamente cuanto está perfectamente conocida la linea de carga, Ya vimos en el cálculo de intensidades que las curvas e funiculares pueden tomar formas muy variadas, según la ley que rija á las intensidades. Toman la de catenarias, si las cargas son proporcionales á las longitudes de las partes que ocupan; la de parábolas, si lo son á la proyección de dichas partes sobre el eje X. Afectarán, de igual modo, una forma especial, si especial es la linea de carga y” =f” (x). Según la teoría de líneas, la función derivada ó el llamado dy coeficiente diferencial (2) con relación á x, de una dx curva plana cualquiera, es la expresión general de la tangen- te trigonométrica del ángulo que forma con el eje de las X una tangente geométrica á dicha curva. Esa tangente, según vimos en el cálculo de intensidades, es (fig. 2.*), para curvas ares represen- tada por AZ == pen? t 0 . : m Funicular ó curva de Figura 2.* funiculares de intensidades paralelas, la del ángulo que forma con aL ó con pH (A) uno de los radios del haz p que se con- sidera preciso para trazar la curva funicular por el procedi- e 12 miento conocido. Esos radios, como sabemos, son paralelos á las tangentes correspondientes de la curva (B), cuyos ele- mentos son los lados del funicular. En Z, por ejemplo, en que concurren, ó suponemos que concurren, dos intensida- des paralelas, estará el vértice, que formamambas en el po- ligono de las intensidades 20». El lado del polígono funicular, comprendido entre las dos, será paralelo á pZ(4). Este lado es parte de una tangente, ó sea el elemento f de contacto de ésta con la curva funicular (B), comprendido entre dos in- tensidades infinitamente próximas, sí éstas son en número infinito. La expresión general de tang 6 es, como se ve por la figura (4), ZH A E A aH a Z tang 6 = —= == = Le pH pH > pH pH Tomando p H por unidad para mayor sencillez; observando que «AH es una constante que podemos llamar K, puesto que es toda la carga ó suma de intensidades, desde el origen hasta el punto de la tangente horizontal á la curva, que será para- lela al radio pH; teniendo en cuenta que 4.Z es la suma de intensidades, desde el origen a á un punto Z del polígono de éstas, que corresponderá á la suma de áreas elementales (Obx) (B), desde el origen O á un punto x sobre la viga; y, por consiguiente, que tal suma es, como dijimos, una ver- dadera integral / 7 y” dxó cuadratura de la línea de carga, y” =f” (x), entre el origen O y el punto x, tendremos que O E 7 pa a NE (dx (1) Xx o llamando x é y las coordenadas generales de la curva funicu- lar referida á dos ejes OX, OY. K= Ha es en realidad la reacción del apoyo O y w H la del X, suponiendo la carga equilibrada por ellas y la línea de RE cierre la de apoyos. Por consiguiente, la expresión (1) es la de los esfuerzos cortantes. Diferenciando de nuevo d? y sh e NA Ó bien d?x A d x? h h si pH =h no es la unidad. Prescindiendo del signo, que sólo hará variar la situación de la curva por encima ó por debajo del eje, pero no los va- lores absolutos, diremos que: la derivada segunda de la curva funicular es la ordenada de la línea de carga; y la primera la de la curva que representa los esfuerzos cor- tantes. Inversamente, si se nos da una ley ó línea de carga M7 (0) Su primera mega. (dC puede representar la ley de esfuerzos cortantes, y su segun- da y =f y' dx C' la de los momentos de flexión. Las integrales sucesivas de una curva dada, que tanto pa- rentesco tienen con las de esfuerzos cortantes y funiculares Ó curvas de momentos, etc., se obtienen fácilmente con los aparatos llamados intégrafos (*) 6 trazadores de la primera integral de cualquier línea dada. Si no se tiene á mano nin- guno, se puede, por medios puramente geométricos, obtener un polígono que la envuelva, aproximándose á ella cuanto sea preciso. Aquellos aparatos y estas construcciones que conducen á la integración gráfica, de que también se dió al- guna noción en la composición de intensidades, toman hoy (*) Abreviación de integrógrafo. Quizás pudiera encontrarse un nombre más apropiado, pero seguiremos diciendo intégrafo, ya que los franceses le llaman intégraphe. A A una importancia creciente para la resolución de variadísimos problemas algebraicos, geométricos, mecánicos, eléctricos, etcétera. Vamos á decir rápidamente algo respecto á la inte- gral y al iniégrafo, por considerarlo útil á nuestro objeto. Se nos da una curva Ocde (fig. 3.*); de ella se deduce otra Ac” d' B tal, que una cualquiera de sus ordenadas a” c' (multiplicada por la unidad que sirva de base á tal construc- ción) es el área Oca O de la primera; la d” b'=área Ocdb O. CB será, pues, el área total. La diferencia de dos ordenadas, c”* d”, por ejemplo, será igual al área acdb comprendida entre ellas. Si éstas estuvie- ran infinitamente próximas, tendríamos c d' = y” dx, que integrada entre O y x dará PS A El yo dx. Es, pues, la primera integral, una curva cuyas ordenadas crecen, como crecen las áreas en la otra; es, en fin, la ley de variación de las áreas de ésta. Si la curva Ocde puede expresarse analíticamente por y" =f"(x), la AB tendrá por expresión y =/S/f"(x)dxE C, por eso se llama su integral. Si diferenciamos ésta, tendremos EA ho tangente á la AB, en un punto de abscisa x cualquiera, forma con el eje X, lo cual quiere decir que las ordenadas de la de abajo son las tangentes trigonométricas de los ángulos 6 co- rrespondientes de la de arriba. Esta sencilla propiedad es el fundamento de la construcción gráfica de la integral y de los intégrafos. Tomando PH igual á la unidad, y á partir de A sobre la =f'""(x) =y'* =tang. 6, siendo 6 el ángulo que la a Lied Vel PA 43 m0 o cd E HK perpendicular á PH, trozos H1',, H2",, H3',, etcétera, iguales á las ordenadas 11”, 22”, 33”, etc., de la curva, co- Figura 3.* rrespondientes á puntos del eje, dividido á partir del origen en partes iguales, tendremos los radios P1',, P2",, P3',... ES, ¿aa á que deben ser paralelas las tangentes de la curva AB en los puntos de las mismas abscisas 1, 2, 3...: esas tangentes se detendrán en las ordenadas medias, tales como 2, 2”, de los trapecios mixtilíneos 22” 33”, y tendremos una especie de polígono funicular envolvente de la curva AB que buscamos. El trabajo de trasladar á HK los valores de las ordenadas, se evita (fig. 4.) tomando la unidad 5, 1, á la izquierda del primer punto de la curva y dividiéndola en partes iguales, cuatro, por ejemplo; se continúa la división por la derecha con la misma abertura de compás, levantando las ordenadas correspondientes á los puntos de división y las ordenadas medias indicadas de trazos: se numeran aquéllas en sus in- tersecciones con la curva, desde la que pasa por el origen, Figura 4.* Uniendo luego el punto que sobre el eje tiene el número n con el de la curva que esté marcado n”, tendremos, por lo dicho anteriormente, las direcciones de las tangentes de la curva superior AB en los puntos de las abscisas 5, 6, 7..., que con esto ya será fácil de trazar, ó por lo menos un poli- gono que la envuelva. Se abrevia bastante haciendo las ope- raciones en papel cuadriculado. Digamos en cuatro palabras el fundamento del intégrafo. El intervalo 4, 8 es lo que hemos tomado por unidad. E Pues bien, si tuviéramos un aparato que, reducido á líneas, fuese el 4, 4”, 4”, que mantuviese la línea 4”, 4” siempre normal al eje X y su proyección sobre el mismo á distancia constante, igual á la unidad, del punto 4, que se mueve so- bre el eje X; si tuviéramos también un estilete en 4” que re- corriera la curva de abajo mientras otro 4” se moviese para- lelamente á 44” trazando la de arriba, tendriamos un inté- La curva A B, será la integral de 1" 2" 3”, Volvamos á la figura 3. Aunque el trazado de la curva AB es algo parecido á la construcción del polígono funicular de un sistema, cuyas intensidades fueran las áreas de la de aba- jo, repárese bien que no lo es, porque á partir de H no se han puesto intensidades representantes de áreas unas después de otras para construir la suma gráfica. Mas si repetimos la operación con la AB ó curva integral de la Oce, entonces obtendremos la A"B”, primera integral de AB ó segunda in- tegral de la Oe. Esta sí que será funicular de un sistema, cuya línea de carga sea la Oe, porque para construirla por el méto- do anterior tendríamos que tomar á partir de un punto A”, sobre H'K”, valores iguales á las ordenadas de AB, y como cada una de éstas representa el área comprendida entre el origen O y la ordenada correspondiente de la Oce, la opera- ción será la misma que si á partir de A” tomáramos unas á continuación de otras todas las áreas elementales (y dx) de la Oe y estas áreas elementales formarán el sistema de inten- sidades, cuyo polígono es H'K” Ó aw; por consiguiente, la A'B' integral de la AB será la verdadera curva funicular del sistema representado por la Ocde. La 4'B', por tanto, goza- rá de todas las propiedades de que gozan tales curvas. Así, pues, trazando por el polo P' la P'n, paralela á la recta A'B” de cierre, nos dará el punto n, que divide la suma gráfica H'K” en dos partes, que son las reacciones de los apoyos. Si se su- pone equilibrada por éstas una carga representada por la curva Ocde, nH' será la del apoyo o, tomándola en Ar, y A trazando por r la horizontal rr”, tendremos en el conjunto Arr'B la ley de los esfuerzos cortantes; r'B será el valor K'n de la otra reacción, puesto que CB es igual á la suma gráfica H'K”; C'B' será (multiplicada, por supuesto, por la distancia polar) el momento estático de la superficie Oe X respecto al eje X B”, por ser la parte comprendida en él por las tangentes extremas de la funicular A*B”; del mismo modo el momento respecto al O 4”, será S A' comprendida en él por las tangentes extremas A'C” y B'S. Respecto á un eje cual- quiera, bm será la diferencia entre el momento del área que está por la izquierda, que es nm y la que está por la derecha» que es zm, será, pues, la magnitud nz. La vertical que pasa por el punto £ de confluencia de las tangentes A” C”, B*S, con- tendrá la resultante, ó lo que es igual, pasará por el centro de gravedad de la superficie Oce. De este modo podríamos apli- car á la curva A“B”, como funicular del sistema cuya línea de carga es Oce, otra porción de propiedades conocidas, y sólo recordamos, para terminar, que, supuestas las intensidades en equilibrio, ya con una reacción sola, que pasará necesaria- mente por el centro de gravedad, ó ya con dos, que pasen por los apoyos, los momentos de flexión en cada punto esta- rán representados, como sabemos, por la parte de las orde- nadas comprendidas por los conjuntos funiculares respecti- vos, que son los formados por la curva, y las dos tangentes extremas A'g, B'g en el primer caso y por la curva y la lí- nea de cierre 4" B” en el segundo. Siá la curva AB” le aplicamos el procedimiento dicho para obtener su primera integral, dariamos con otra, cuyas ordenadas estarían relacionadas con los momentos de inercia de la primera Oce y así sucesivamente. Se ve, pues, que la integración gráfica y el intégrafo pueden ser auxiliares po- derosos en multitud de ciencias puras y aplicadas. Sentemos ahora una consecuencia importante para nues- tro objeto. Se vió en Mecánica aplicada á las construcciones, que Ls O cu d?y M E E a EJ” es, con bastante aproximación, el segundo coeficiente diferencial de la elástica. M es una función de x, que expresa de un modo general el momento de flexión, ó bien la suma de los momentos estáticos, respecto á un punto cualquiera x de la viga, de todas las fuerzas que actúan so- bre ella, comprendidas entre ese punto y uno de los apo- yos, contando con las reacciones de éstos que equilibran aquéllas. ) E es el coeficiente de elasticidad; / el momento de inercia de cada sección. Identificando ese coeficiente diferencial de segundo orden con el (9) obtenido anteriormente, tendre- mos: ARES = ES M será f(x), habrá, pues, que to- mar por línea de carga la de momentos de flexión y por dis- tancia polar /h el producto El. Con estas hipótesis la elástica resultará ser una segunda integral de la función y” =M =f” (x) ó curva de momen- tos, y por consiguiente será el segundo polígono ó curva fu- nicular del sistema de intensidades que pase por los apoyos - y cuya línea de carga sea el primer funicular de las cargas dadas. Se comprende por lo expuesto, con cuanta facilidad podremos trazar la elástica ó por lo menos un poligono en- volvente, el cual, aun siendo de pocos lados, nos bastará en la mayor parte de los casos. II Pieza apoyada en sus extremos y cargada entre ellos. Veamos cómo puede sacarse partido de lo anteriormente expuesto para el cálculo gráfico de vigas, y antes de abor- dar el problema general de piezas sobre apoyos múltiples, recorramos, siquiera sea rápidamente, algunos casos senci- llos de vigas apoyadas ó empotradas, lo cual ha de servirnos —80 para comprender mejor y marchar con soltura en el más ge- neral mencionado. Consideremos (fig. 5) una pieza OX de longitud cual- quiera, l, apoyada en sus extremos, teniendo toda la carga entre ellos. Para nuestro objeto lo mismo da que suponga- mos cargas concentradas, que repartidas, según una ley A Y Figura 5.* cualquiera; toda la variante consistirá en que el conjunto fu- nicular de las mismas, de donde ha de partirse para cons- truir la elástica, sea triangular, poligonal, curvo ó mixtilí- neo; pero tratándose de valuación de superficies, esto no puede constituir una diferencia esencial. El modo de llegar á esos, que llamamos, conjuntos funi- PARE -— A culares, porque muchas veces no puede dárseles el nombre de polígonos ni de curvas, nos es ya familiar en estos casos ordinarios y por tanto ninguna dificultad se encontrará en la determinación gráfica de reacciones, esfuerzos cortantes y momentos de reflexión. Quedarán sólo por determinar las deformaciones principa- les, queriendo decir con esto que nos referimos á las varia- ciones de ordenada en cada punto del eje, respecto á la línea de apoyos, lo cual se obtiene por la construcción Ó trazado de la elástica. Concretemos más las ideas y supongamos que la carga es uniformemente repartida, de intensidad p en cada punto y representada por la recta pp” paralela al eje X. La primera integral de esta línea tal como la hemos definido anteriormente, será otra Om, en la cual la diferencia de dos ordenadas cualesquiera, distantes entre sí la unidad Ob, es siempre la misma é igual al área de un rectángulo Obb'p, que representa la carga por unidad. La reacción del apoyo O (sue en este caso es a puede tomarse en Or, y tra- zando la paralela al eje rr”, tendremos el conjunto poligonal Orr'moO, que será, según sabemos, la ley de esfuerzos cor- tantes. La recta Om (6 una paralela á ella) la hubiera mar- cado el trazador del intégrato al recorrer con el estilete la pp”. Podría también trazarse por el procedimiento explicado en el artículo anterior tomando por unidad Ob. Para que se cuenten las ordenadas que representan los esfuerzos cor- tantes á partir del eje OX, debe correrse la Om, paralela- mente á sí misma, á la posición r, r”, que resulta en realidad de restar de las ordenadas de aquéllas, el valor absoluto de la reacción del apoyo O. No habría inconveniente en tomar como ley de esfuerzos cortantes la rr”,, que se deduciría por un razonamiento análogo, tomando como origen X. Trazando con el intégrafo, ó por los procedimientos ex- plicados, la primera integral de r, r”, obtendremos una pará- Rev. Acap. Crencias.—IV.—Enero, 1906. 6 A bola Os X, cuyo eje vertical pasará por el punto c. La corres- pondiente á la rr”,, sería en realidad la simétrica de la Os X por encima del eje (*). Esta curva nos dará los momentos de flexión y conviene recordar que habrá que multiplicar, en cada caso, sus ordenadas, por la distancia polar que sir- vió para trazarla. Analíticamente, la línea de carga estará representada por y“ =p. La expresión de un elemento diferencial de la super- ficie Opp*X=pl será dy"=p >< dx; por consiguiente, la primera integral de la ley de carga será y'=px + C; mas como para x=0, y'=0, también C=0; esta recta será, pues, la Om. Trasladada, paralelamente á sí misma, á r,,r",Ó0 lo que es igual, dando á C el valor == resultará En el caso de partir de rr”,, será , PE = —=px+T—. y ¡ES S Tomando aquélla como la derivada de una curva, cuyas ordenadas represetamos por y, TAM pl dx Z é integrada nuevamente, tendríamos y = A o (*) Por ser el coeficiente angular p positivo ó negativo, según la teoría de líneas, la segunda integral volverá su concavidad hacia las y positivas ó negativas. Para r, r', como se ve, p es positiva, según los convenios usuales. — A eS ER más para x =0 y para x = l, y =0, luego C*= 0; por tan- to esa parábola es x? pis qe 2 26 Da Volvamos al cálculo gráfico y tomemos la curva Os X como línea de carga. ; Hallando su primera integral, tendremos, de un modo aná- logo á lo dicho anteriormente, la ley de esfuerzos cortantes correspondiente á dicha carga. Esa ley no necesitamos tra- zarla en realidad, porque lo que buscamos es la segunda in- r tegral, esto es, la elástica Ó curva funicular de tal sistema. Para construirla, si no queremos ó no podemos hacerlo con un intégrafo, bastará trazar por el procedimiento de los polígonos funiculares un polígono envolvente, tangente á la elástica en los apoyos y en los puntos en que nos convenga determinar la dirección de la curva Ó su ordenada con pre- cisión. Supongamos que quisiéramos tener la inclinación que to- mará en los apoyos, y sus ordenadas de dos en dos unida- des de longitud. Para ello procuraremos substituir el área total por otras parciales que, principiando en los apoyos, dividan al eje de dos en dos unidades. Tendremos así el área de la parábola descompuesta en trozos mixtilineos, que pueden tomarse como triángulos ó trapecios para su valuación, y son los comprendidos entre O y £, I y 11, HU y HL, HI y IV, IV y X. Las áreas de éstos se consideran como intensidades, cuyas líneas de acción son las /, 2, 3,4 y 5 que pasen por sus centros de gravedad y cuyos valores sean los de esas mis- mas áreas, divididas por una longitud a escogida á capricho. Ya no habrá más que construir el polígono de intensida- des 4w, con un polo P á la distancia e si puede ser, y si no á la que convenga h (pero haciendo en las ordenadas 2 A) la modificación que corresponda cuando tratemos de hallar su valor efectivo), podemos trazar el polígono funicular 0, 2,3, X”, que será envolvente de la elástica y tangente en donde principian y acaban las áreas parciales que hemos tomado, esto es, donde corten al polígono las ordenadas marcadas con números romanos y en los extremos, es decir, en los puntos 0', £, £', 1”, 7 y X.. Esta curva pasará por O y X. La hemos corrido á la posi- ción 0” X” para que se vea con claridad. Si hubiéramos querido tener la flecha ú ordenada máxima, bastaría dividir en dos partes el área comprendida entre // y III por la línea media (á que corresponderá en este caso esa ordenada), y entonces el lado medio 2” 3” del polígono envolvente será la tangente horizontal de la curva, paralela á la perpendicular bajada desde P sobre uu que dividirá ésta en partes (iguales en este caso), que serán las reacciones en los apoyos que correspondan á la línea de carga conside- rada. En el polígono de intensidades habrá que substituir la intensidad 3 por las componentes 2” y 3”. Con lo dicho se comprendrá cómo pueden resolverse pro- blemas análogos, y antes de pasar á otros casos particula- res, hagamos un par de observaciones, que no dejarán de ser útiles por varios conceptos: 1.* Las áreas elementales de la parábola OsX, tienen la forma Mdx, porque las ordenadas son, como sabemos, mo- mentos de flexión Ó momentos estáticos, que representamos por M, éstos son productos de intensidades por distancias, y por tanto, si para medir las primeras tomamos P por uni- dad y para las segundas L, M será de la forma n PL; sien- do n un número abstracto, Mdx será, pues, de la forma a PAZ, El es de la misma forma, es decir, que su unidad com- puesta es también PL?, porque en efecto: E = coeficiente de elasticidad es el cociente de fuerza por unidad de super- ficie, por deformación por unidad de longitud, Ó sea qe E se A ab TS Ñ el numerador, medido en sus unidades, será de la forma mPL y el denominador m'” L*: el cociente será, pues, m” E pero /, momento de inercia, es de la forma Q /?, superficie multiplicada por cuadrado del radio de giro, ó bien y £?, siendo y. un número abstracto: luego El =p PL?. Mdx Vemos, pues, que el numerador y denominador de » son homogéneos y no habrá inconveniente en medirlos con la misma unidad, cuando llegue el caso. 2% E, como es sabido, resultará muy grande en general, tomando el metro por unidad de longitud y el kilogramo por la de fuerza Ó carga, y aunque / es bastante pequeño apre- ciado con aquella unidad, de longitud, el producto aún re- sultará considerable, casi siempre, para un dibujo hecho en escala manejable. Así debe ser, en efecto, si nos fijamos en que la elástica es una curva que debe separarse muy poco del eje de la pieza Ó del eje X de coordenadas, lo cual, en cualquier curva funicular resulta, tomando muy grande la distancia polar. Esta, para la elástica, debe ser, como diji- mos, El. Por tanto, dibujando esa curva (en una escala con- veniente) tal cual es, sería dificil, por no decir imposible, apreciar sus ordenadas con la regla y el compás. Hay, pues, precisión de obtener una anamoórfosiís, digámoslo así, es de- cir, una figura deformada en el sentido de las ordenadas, siempre que conozcamos bien esa deformación. Para ello no hay más que reducir la distancia polar, lo cual hace el oficio de un microscopio respecto de aquellas magni- tudes. En efecto; las verdaderas se obtienen muitiplicando las del dibujo por la distancia polar, y si en vez de El, que es 0 a NT PIDIERA A E A a a be o 7 tds, ' E. ee > muy grande, ponemos h, bastante pequeña, es claro que si las verdaderas son V, producidas por la distancia polar El, y las deformadas z, con la distancia h, tendremos Wi EN=REAMN = — ¡ V lo que demuestra, que cuanto más pequeña sea h respecto El, más grande será z respecto á V. La fórmula que indicará la operación que debe hacerse para deducir las verdaderas, de las ordenadas de la figura, Será, pues, V=2 > EE A veces bastará, si la escala del dibujo es o hacer la m distancia polar h = q Entonces, las ordenadas de la m elástica medidas en el dibujo, son las que, efectivamente, tomará la pieza en la realidad (*), lo cual es una comodidad para el Ingeniero. Si esa reducción no es suficiente, en vez de m se pondrá 2m,3 m, 10 m, etc., y entonces las ordenadas del dibujo serán 2, 3, 10, etc., veces mayores que las efectivas. (*) En efecto: en este caso z., A m por consiguiente, si para pasar del dibujo á la realidad hay que mul- tiplicar por m, las ordenadas verdaderas serán A A II AI A EIA 3 AAA 14 oe NT AR ] Ye Pr . p E EMBA 1 Piezas cuyos extremos rebasan los apoyos; carga entre éstos y fuera de ellos. Supongamos una pieza más larga que la distancia de los apoyos, cargada entre éstos y en las partes que rebasan de los mismos. Para variar, supongamos las cargas concentradas en los puntos que indica la figura 6, debiendo ser equilibradas, como en el caso anterior, por las reacciones verticales de los apoyos. El polígono de intensidades aw y un polo P, escogi- do como plazca, nos darán un haz que servirá para el traza- do del funicular n n' n” n””, y puesto que el sistema ha de ser equilibrado por las reacciones de los apoyos, los lados extremos serán nr y n”” r” perpendiculares (*) á Pa y Pu; la línea de cierre será rr”. La perpendicular Pm, á ésta dará en m, las dos reacciones: wm,, correspondiente al apoyo B, y m,a, al A. Las partes de ordenadas comprendidas en el po- lígono funicular completo ran" n” n” r' r serán (multiplica- das por la distancia polar) los momentos de flexión para cada punto. Contando como positivas las tomadas desde la línea de cierre rr hacia el polígono, habrán de tomarse como negati- vas las que van hacia el otro lado de aquella línea de cierre. Si para el punto x de la viga, por ejemplo, el momento es + cd y consideramos positivos todos los que corresponden á los puntos comprendidos entre a” y b”, serán negativos los de los comprendidos entre a” y n,, b' y $. (*) Para recoger convenientemente la figura, hemos puesto las rectas homólogas del polígono funicular y del haz, normales, en vez de paralelas, lo que tiene ventajas en algunas ocasiones. Ya dijimos en la Composición de Intensidades, al tratar de las figuras recípro- cas, que basta que las homólogas formen el mismo ángulo; pero» como es natural, lo más empleado es el paralelismo, y luego el án- gulo de 90". ici es RARA INTA y e ca Ns bd e a she el 74” pe ? 4 E En a”, d' serán cero. A las ordenadas de éstos, correspon- derán necesariamente los de inflexión de la elástica, porque Y Y 4 O A Y . di Figura 6.* y ; d? y iciente diferencial de segundo orden --=—, su coeficiente diferenci gu Ese eS O pasa en ellos de positivo á negativo, debiendo por lo tanto cambiar la concavidad de la curva en dichos puntos. - Los esfuerzos cortantes se deducen fácilmente (no hay ne- cesidad de tener trazada su ley gráfica) del polígono de in- tensidades, sin más que ver lo que en éste comprenden los dos radios del haz, que son normales á los dos del polígono funicular que limitan el momento de flexión; lo cual es evi- dente (téngase en cuenta la noción elemental que dimos de esos valores en la Composición de Intensidades), puesto que aquellos radios van á parar á los extremos de la intensidad de la resultante que produce ese momento. En « y b”, en que son cero los momentos de flexión, los esfuerzos cortantes serán, por la regla dicha, m, (1 . 2), m, (3 . 4), trozos comprendidos sobre uv, entre el radio Pm,, perpendicular al lado de cierre rr”, y los P (1.2), P (3.4), normales á los nn' y n” n” que pasan por a y b. Los máximos corresponden á los apoyos A. B, en que son mínimos los momentos, porque en ellos tienen los ma- yores valores absolutos negativos. Los esfuerzos cortantes que corresponden á estos puntos, generalizando la regla dada, serán la parte comprendida sobre aw, entre el radio co- rrespondiente al lado de cierre y los radios extremos Pax y Pou; es decir, m,a para A y wm, para B, que son las reaccio- nes mismas de los apoyos. Repárese bien que estas reacciones se componen cada cual de dos distintas: una, debida á la carga entre apoyos, y otra, á la que rebasa de éstos. No por eso se falta á la re- gla. En el A, por ejemplo, la ordenada corta tres lados del funicular: el del cierre rr”, y los nr” y nr. Entre los radios de las Pm,, P (1, 2), normales á los dos primeros, se halla la reacción m, (1, 2) correspondiente á las cargas entre apoyos, y entre los P (1, 2) y Pa, normales á los dos últimos, la (1, 2) a, reacción provocada por las que rebasan de aqué- llos. Para la aplicación de la regla basta considerar los lados del funicular cortados por la ordenada, que comprenden las -: 001 cargas cuya reacción queremos determinar; aquí serán: el primero, nr, y el último ó de cierre, rr”. Sus radios homólo- gos Pa y pm, dan sobre el polígono de intensidades la reac- ción total m,a. Para determinar las deformaciones, habrá que construir la elástica 6 un polígono envolvente, del cual se deduzcan con facilidad las particularidades que deseamos conocer. Para ello no hay más que tomar como línea de carga el con- junto funicular hallado, llegando al segundo funicular con el intégrafo 6 por los procedimientos de composición expli- cados. La curva resultará puesta en su lugar, si se usa el aparato dicho ó la integración gráfica, partiendo de un primer funi- cular, cuya línea de cierre pase por los apoyos. La composi- ción de intensidades nos da medios sencillos de hacerlo, sin variar la distancia polar, á fin de que no cambien las magni- tudes que representan los momentos de flexión. Bastará mo- ver el polo P paralelamente á aw, hasta que P' m,, que ha de ser normal al lado de cierre, lo sea á la linea de apoyos, y principiar luego por uno de éstos, A por ejemplo, el polígono funicular. No hay precisión, en este caso, de emplear las es- cuadras para trazar normales al nuevo haz, porque, según un teorema conocido (*), los lados del nuevo polígono funi- cular se cortarán con los análogos del antiguo en una normal á PP”, que será DD”, puesto que ha de pasar por el punto s en que se cortan rr” y AB. Así obtendremos el nuevo con- junto funicular Amm'*m'**m'* BA. Ya no habrá que hacer más que dividir esta superficie en trozos fáciles de cuadrar, escogidos convenientemente. El segundo funicular 6 envolvente de la elástica á que llegare- mos por intermedio de las mismas, consideradas como in- tensidades negativas las rayadas y positivas las que no lo es- (*) Cálculo de Intensidades, pág. 159. tl Ds a AS a o A > tán, nos dará las ordenadas, ángulos, etc., que convengan determinar. Supongamos, por ejemplo, que se quieren conocer: las tangentes en los extremos libres; en los apoyos; en los pun- tos de inflexión; la ordenada, que corresponde al momento máximo de flexión ó del punto £; y la del punto f. Pues bien; dividiremos el conjunto funicular en los trozos siguien- tes, llevándolos en el mismo orden al polígono de intensida- des: dos superficies ó intensidades negativas, m A A”, A "Ad; tres positivas a" fm”, fm" m” g, g m'* b”, y otras dos nega- tivas, b"B,B"y BB'm””. Tomaremos para ello, como resultantes parciales, rectas verticales que, pasando por los centros de gravedad de estas superficies, tengan una longitud proporcional á la que repre- sentan. El polígono funicular de este sistema, obligado á pasar por A y B con sus lados segundo y anteúltimo (sin contar con el de cierre), daría cuanto pedimos, porque, como de- mostramos en el cálculo de intensidades, sus lados serán tangentes á la elástica Ó curva funicular en donde principian y ataban las superficies parciales, ó sean en los puntos de la curva proyectados en n,,4,a',f,2,b",B,S, con lo cual tendremos cuanto se nos pide. No ejecutamos las operaciones por no embrollar la figura; podrán ser más ó menos pesadas, pero se comprende que no tienen dificultad; por lo demás, no nos faltará ocasión de llevar á cabo operaciones análogas con motivo de otros ejemplos. Hagamos aquí una observación que no deja de tener im- portancia. Si la viga terminara en los puntos A y B, como apoyada en éstos y cargada sólo con los pesos 2 y 3 existentes entre ellos, el origen del polígono de intensidades sería (1, 2) y el fin (3, 4); y si lo suponemos equilibrados con las reacciones de los apoyos, la línea de cierre del polígono será A” B”. o a Las reacciones serían las partes en que quedaría dividida la suma (1,2) (3,4) por una perpendicular tirada por P" 4 A” B”. Los momentos de flexión en cada punto, todos del mismo signo, estarían dados por las ordenadas compren- didas en el polígono funicular cerrado A" mm" B' A”. Al restablecer las cosas y suponer existentes en los apoyos, momentos de signo contrario, cuyos valores son A A”, BB”, el polígono de los momentos de flexión entre los apoyos, es el A4'm'm'” B"BA, el cual da los mismos resultados que si hubiéramos restado del anterior las ordenadas del trapecio AA'B'"B, 6 lo que es igual, la suma de las ordenadas co- rrespondientes á los triángulos que forman ese trapecio AA TB", yBB'A. En vez de las ordenadas del triángulo A A” B”, pueden substituirse las del A 4” B, de igual base y altura. Resulta, pues, de lo dicho, que si hay momentos en los apoyos, como el A4'en A y el BB' en B, su influencia alcanza á todo el tramo, disminuyendo uniformemente hasta reducirse á cero en el otro; ó bien, que cuando una viga (pase ó no de los apoyos) tenga por cualquier concepto, momentos positivos ó negativos en éstos, puede considerarse como cortada en los mismos, y una vez determinado con esta hipótesis los de flexión, los verdaderos se obtendrán, en general, sumando Ó restando en cada punto las ordenadas del trapecio (ó del triángulo si es cero uno de ellos) que resulta uniendo los ex- tremos de los dos momentos tomados en las verticales de los apoyos. También en las partes que rebasan de éstos, en el caso explicado, partes que pueden considerarse como empotra- das en ellos, se observa que la influencia en los apoyos dis- minuye uniformemente hasta ser cero en los extremos n, y S, porque, como se ve en la figura 6.*, las leyes de tales momen- tos están cifradas en los triángulos A A" m y BB'm” ó en sus equivalentes A An, y BB" S, que comprueba lo an- terior. MEN 0 PA IV Un teorema importante. Con lo dicho en la observación precedente, podríamos considerar demostrado el teorema que sigue: Cuando en uno ó en los dos apoyos son diferentes de cero los momentos, el de flexión efectivo en cualquier punto del tramo es la suma algebraica de las ordenadas represen- tativas de los momentos, que corresponderían si estuviera simplemente apoyado, y las de la recta, que une los extremos de las que representan los de flexión, en los apoyos. El conjunto funicular para este caso es el comprendido entre esa recta (línea de cierre) y la curva (6 polígono) de momentos, que pasa por los apoyos, correspondiente al tra- mo cortado, puestas aquélla y ésta del mismo lado del eje de la viga. Este teorema tiene mucha utilidad y aplicación en el cálculo gráfico; por lo mismo vamos á demostrarlo analíticamente de un modo general, sin acudir á otros conocimientos que á los preliminares sentados en los artículos anteriores. Hagamos antes algunas consideraciones. De un modo parecido, no enteramente igual, á lo que se verifica en una romana en equilibrio respecto á su punto de suspensión, las acciones y cargas de un lado y otro del apo- yo, dan sobre éste un contingente distinto, cuya suma será la carga total, que se equilibra con la reacción total de aquél, siendo el valor de ésta el esfuerzo cortante de la viga en ese punto. En el mismo habrá igualdad de momentos de las acciones de uno y otro lado; ese momento será el de flexión en el apoyo. Para el equilibrio de cada tramo, habrá que contar: con las cargas (fuerzas exteriores) que sobre él actúan; con las reacciones parciales, que provocan sobre los apoyos; y por perO, UA último, con los pares á que equivalen los momentos existen- tes en los mismos por causa del enlace de los tramos. No se olvide que estos pares, en Mecánica, pueden trasla- darse paralelamente á sí mismos donde convenga, ó lo que aquí nos interesa, que sus dos fuerzas dan siempre la misma suma de momentos respecto á cualquier punto de su plano. Tomando el apoyo A (fig. 7) como origen, el momento de flexión, para cualquier punto n distante x de A, será, como sabemos, la suma de los momentos estáticos de todas las fuerzas existentes entre el apoyo dicho y el punto n ó entre éste y el otro apoyo B. ») Do n' Figura 7.* Ciñámonos á lo primero; llamemos y el momento general de flexión en cualquier punto n. Ese momento, según lo ex- puesto, constará en general de tres sumandos: 1.”, la suma de momentos de las cargas y fuerzas exteriores que actúen entre Á y n, será una función de x que podremos represen- tar por f(x); 2.”, el momento de una fuerza constante C, re- acción parcial del apoyo A, que será Cx, y por último, 3.”, la acción constante C” del par que produce el momento de flexión en el apoyo; tendremos, pues, y =f(x) + Cx +C”. Los signos de estos momentos dependen de los convenios. Cada autor tiene los suyos, pero en nuestro concepto, lo más conveniente sería seguir el que se estableció en Mecáni- ca general, esto es: suponiendo como centro de giro el pun- pa Y GOO to respecto al cual se trata de hallar el momento de flexión, tomar como positivos los de las fuerzas que tiendan á pro- ducir en sus puntos de aplicación un giro análogo al de las agujas de un reloj, y negativos los opuestos. Aquí, por con- siguiente, si las fuerzas son pesos, éstos producirían respec- to al punto n momentos negativos, y la reacción del punto A un momento positivo. Lo contrario sucederá con las cargas y reacción de la parte de la derecha respecto al punto n. Esto no quita para que se inviertan los signos cuando convenga, pero con esa regla se podrán hacer antitéticos en la misma fórmula los de las fuerzas que tienden á producir giros opuestos, á menos que no se consideren implícitos, como lo hemos hecho en la ecuación anterior. A la misma fórmula general del momento de flexión, s> llega fácilmente por la marcha ordinaria de integración, sen- tada en los preliminares. Lo vamos á repetir aquí para que se vea bien claro que esas constantes C y C”, no son otras que las que provienen de dos integraciones sucesivas, patr- tiendo de la ley de carga. Sea AB un tramo de viga, cargada según una ley cual- quiera y” = f” (x) (que no figuramos). La ley de esfuerzos cortantes será y" = f" (x) + C, proviniendo esta expresión de hallar la primitiva de la función anterior, considerada como derivada, ó de integrarla, suponiendo que f(x) es igual al coeficiente diferencial => Gráficamente, se llega con fa- cilidad, partiendo de la ley de carga, á lo que hemos llama- do su integral (véase el art. 1.”), que después de hallada, habrá de correrse paralelamente á sí misma hasta que la or- denada en su origen tenga el valor C, y así se obtiene, como dijimos, la ley de esfuerzos cortantes. Siendo, por consi- guiente, C el esfuerzo cortante parcial en el origen ó el va- lor de y” para x =o0. Volviendo á hacer operaciones análo- gas con ésta, llegaremos, por nueva integración, á la expre- sión y =f(x)+Cx+C', siendo f(x) + Cx la integral OB de E -= y”, cuando la constante es cero, ó la ley de los momentos de flexión, que habrá de correrse también hasta que en su origen resulte para x = 0, y = C”, que es el mo- mento en el origen ó constante que particulariza esa integral. Ya fácil sería darse cuenta de lo que son los tres términos del segundo miembro del valor de y, aunque no hubiéramos hecho las aclaraciones primeras, recordando solamente lo expuesto en los preliminares del art. 1.” Se verá, en efecto, que y =f (x), así sola, sin constantes Ó con éstas igual á cero, será gráficamente la ley de los momentos estáticos, res- pecto á un punto cualquiera del eje de las x, de las áreas comprendidas en la ley de carga y” = f”(x), entre el origen y el punto considerado. Ese momento no es otra cosa que la suma de los de las cargas comprendidas entre los mismos. puntos en el tramo. Cx es, como antes, el momento, respec- to al punto de que se trata, del esfuerzo cortante ó reacción que por este tramo correspofide en el origen, y C” el mo- mento de flexión en el mismo origen. Llamando y.,, el momento general de flexión en un punto cualquiera 1, 4, y Y serán los que correspondan á los apo- yos A, B. Sea M,, P el momento, respecto al punto n, de una carga P; *”, M,, P la suma de momentos, respecto á ese mis- mo punto, de todas las cargas comprendidas entre A y n. La ecuación general de momentos arriba puesta, transformada con estas representaciones simbólicas, será: tn = Y MP. HCx+HPa (1). En cada término, como dijimos, están implícitos los signos que le corresponden. Partiendo de esta expresión, vamos ahora á demostrar el teorema. Siendo la fórmula (1) general, tendremos que para x =0 dará p., = y, momento en el apoyo que sirve de origen; a Bole, > y A haciendo x = Í, y, se convertirá en el que corresponda al B apoyo B. Tendremos, pues, y, =*Y, M, P + C!l+ y,, de aquí ARE | 25 Mz P l l El último término de esta expresión, ó bien, esa suma de momentos de las cargas respecto al apoyo B dividido por la luz del tramo, es, como sabemos, el valor absoluto de la reacción que, por tales cargas, correspondería al apoyo A si el tramo estuviera cortado Ó apoyado simplemente. Si le llamamos R y substituímos el valor de C en (1), tendremos LM ye Po val pa = EMP 2 Ra O El primero y tercer términos del segundo miembro de esta ecuación forman evidentemente el momento de flexión que tendría la viga en el punto n si el tramo estuviera cortado, cuya ley Ó curva de momentos hemos representado en la figura por la An'B; llamémosla M, y entonces la (2), que representa el momento general, puede escribirse así: a | a (E ru, =M-Y haciendo E OE Y lo que demuestra el teorema, porque se ve, que para obte- ner el momento general de flexión respecto á un punto cual- quiera, hay que, como dice el enunciado, restar de la orde- Rev. Acap. Crencias.—IV.—Enero, 1906 7 08 — nada que representa el momento de flexión M cuando el tra- mo está cortado, la ordenada correspondiente de una recta Ó sea de la A, B, que pasa por los puntos GER EN vie mn ra que son las coordenadas de los puntos A, B,, extremos de los momentos de flexión en los apoyos, puestos del lado de la curva que representa M, porque si las ordenadas de esta curva son los de las cargas y los tomamos hacia abajo, los de las reacciones serán de signo contrario y deben represen- tarse por AA' y BB' hacia arriba, y para ponerlos del lado de la curva hay que cambiarlos de signo. El conjunto funicular, que nos dará por sus ordenadas el momento de cualquier punto, será el 44, B, Bn'A. Para un punto n cualquiera, estará representado por n“n”. Contando las ordenadas, á partir de la línea de cierre A, B,, los mo- mentos de la parte clara de la figura tendrán un signo, los de la parte rayada el opuesto. Para los puntos a b, el momento de flexión es nulo. Si uno de los momentos de los apoyos se reduce á cero, el trapecio A A, B, B se convertirá en triángulo, que será el AA,B, si es el del apoyo B el que se anula, ó el BB, A, si es nulo el de A. De consiguiente, se ve que la influencia del momento de un apoyo alcanza hasta el otro, decreciendo de un modo uniforme, hasta anularse. Cuando los dos son cero, queda la recta AB como linea de cierre, y es el caso de tramo apoyado en A y B. En un tramo descargado podría ocurrir el caso especial de AA A 2 a 00 existir en el apoyo Á el momento A, A, y en Botro, B B”, de signo opuesto. Entonces la ley de momentos sería la recta A, B' (que no está marcada), contándose aquéllos, á partir de A, B”. El punto de intersección de la viga con ésta será de momento nulo y de inflexión para la misma. Se comprende, pues, que también se verifica el teorema para este caso par- ticular. V. — Las terminaciones nerviosas sensitivas en las ventosas del pulpo común. POR J. MADRID MORENO En un reciente trabajo, publicado en esta REVISTA (*), tra- té de las terminaciones nerviosas motrices en las ventosas del pulpo común, indicando al propio tiempo el procedi- miento técnico de que me había servido para 'su estudio, el cual ha permitido después adquirir nuevos detalles acerca del sistema nervioso periférico en algunos tipos de Cefa- lópodos, obteniendo también excelentes resultados. El pro- cedimiento técnico no ha sido otro que el empleo de las so- luciones acuosas á 1 por 100 de lactato de plata, en las que se coloca un tubo de bromuro de radio de 3.000 actividades, durante un tiempo variable de dos ó tres días y revelación subsiguiente con el ácido pirogálico y formol, haciendo la inclusión en celoidina y aclarando los cortes con creosota, cuyos detalles operatorios ya mencioné detenidamente en la citada publicación. Si con las sales de plata se obtienen pre- paraciones muy interesantes de neurofibrillas, no es menos cierto, en lo que al presente caso se refiere, que el lactato (*) Las terminaciones nerviosas en las ventosas de algunos Cefa- lópodos, t. 1, núm. 3, 1905. — 100 — lleva, hasta ahora, una gran ventaja al nitrato en la confec- ción de preparaciones de tejidos procedentes de animales marinos. Las diferentes preparaciones hechas con nitrato en las ventosas de aquellos animales, no han dado resultado satisfactorio, no habiendo podido observar la riqueza de ple- xos nerviosos como con el empleo de lactato. Así, pues, para la confección de este trabajo me he servi- do de ejemplares fragmentados, fijados en alcohol ordina- rio y procedentes de la Estación de biología marina de San- tander, los cuales, una vez en mi poder, separaba la parte objeto de mis investigaciones, colocándola en alcohol abso- luto y cambiando el líquido diferentes veces hasta obtener una deshidratación lo más completa que fuera posible. Más tarde es cuando han sido sometidas aquéllas á la acción de la sal argéntica, no perjudicando para nada la permanencia prolongada en el alcohol absoluto. Aun cuando las impreg- naciones que da la plata sirven para estudiar la estructura histológica, además de otros elementos, que no sean los del tejido nervioso, sin embargo conviene hacer preparaciones por otros métodos, empleando las dobles coloraciones de hematoxilina y eosina, el azul polícromo y el carmalumbre, lo que permite, no sólo orientarse mejor en su topografía, sino también adquirir detalles que, si por un procedimiento no se observan ó pasan desapercibidos, en cambio otro los pone con más claridad en evidencia, completando de este modo el conocimiento que haya de tenerse del asunto. Deteniéndonos en la estructura histológica de la ventosa, observaremos que la copa de la cavidad superior ó infundí- bulum (tig. 1.*) está constituída por una fila de células epite- liales, que tapizan interiormente, no sólo aquella cavidad, sino la inferior 6 acetabular. Con objetivos de fuerte aumento notaremos que estas células, por grupos, están recubiertas por una cúpula ó dentículo, resultando que cada uno de éstos contiene tres, cuatro ó seis células. Dicha cubierta protectora no se colorea con los reactivos ya citados, si acaso muy li- sundud?) "Poy 04 o9mboJo]s Ty VININASI) NS DIUOso.Ido.l pp.mmb,, vVIp vreumo 2] + obipq epadop opor] 72 a10> uorouborda] —:ouo.pod priv 2102 UO0WV.OJ0) — SOJPARÍOINIA $59] IP UIIMPASIP hos. q vyap Y] 1 ppu v7 - umuo> odmd ppp vsoppa vin 3p ¿0pbDS 27.10) b — 101 — geramente con la eosina, lo que permite suponer que pertene- ce su naturaleza histológica á la de las cutículas. Resulta, pues, que con dichos dentículos, abriendo ó extendiendo el animal la copa superior, puede adherirse fuertemente á los objetos. Dichos dentículos suelen estar más desarrollados 6 pronunciados en el borde ó anillo superior de la ventosa, en el del orificio del esfínter, y en el fondo de la cavidad aceta- bular. El estrato de células epiteliales está separado de los músculos por una escasa cantidad de tejido conjuntivo. En un corte sagital que practiquemos en la ventosa, observare- mos más claramente estos detalles, reproducidos en dicha figura, notando que el infundíbulum está formado, además, por masas musculares cuyas fibras lisas, provistas de núcleo alargado, corren en grupos Ó bandas longitudinalmente. De trecho en trecho se observan también otras masas muscula- res ovaladas, pero cortadas á través, las cuales, como otros tantos anillos superpuestos, circundan la ventosa en su re-- gión superior. Todavía se notan fibras musculares meridia- nas, que van desde el borde superior ó libre hasta la unión con la región acetabular, pero situadas en la parte exterior de la copa, al unirse ésta con el tejido conjuntivo. Clara y distintamente se observa en las preparaciones, que el infun- díbulo está separado de su parte inferior por un robusto haz muscular situado en el borde del esfínter y que en la figura aparece cortado transversalmente. La región acetabular está constituida también por fibras lisas, que irradian á partir de la cavidad, no observándose los paquetes musculares anula- res descritos en la parte superior. Sin embargo, se nota que corren también periféricamente fibras musculares meridianas. Del borde de la ventosa parte la piel que envuelve todo el tentáculo, existiendo todavía entre aquélla y ésta otras masas Ó paquetes musculares longitudinales y transversales y tejido conjuntivo. Como se ve, todo este complicado mecanismo muscular, es necesario para el juego que tiene que ejecutar la ventosa. — 102 — La mitad derecha de la figura 1.* representa un haz de fi- brillas nerviosas, que arrancando de una de las raíces latera- les de la cadena ganglionar, pasa por entre los tejidos con- juntivo y muscular hasta llegar al sitio donde se juntan la ca- vidad superior con la inferior de la ventosa. Este haz fibrilar envía á su vez dos ramas, cada una de las cuales va á dis- tribuirse respectivamente á las cavidades ya dichas. Exami- nando las preparaciones obtenidas con el lactato, puede ob- servarse el curso y distribución que llevan las neurofibrillas, corriendo paralelamente por entre los músculos meridianos, separándose y formando ángulos rectos para ascender por entre los músculos transversales, recorrido y distribución que cada vez se verifica con más finura y delicadeza hasta llegar á la capa de células epiteliales que cobijan los dentículos. Estas fibras nerviosas vienen á terminar libremente, recordando su distribución y terminación á las de la córnea en los vertebra- dos. Este hecho vienen á corroborarlo preparaciones, las cua- les han sido confeccionadas con cortes obtenidos tangencial- mente del infundíbulo de la ventosa, como se representa en la figura 2.* Tanto en unos cortes como en otros, pueden ob- servarse diferentes plexos neurofibrilares que como mallas ó retículos están superpuestos en las dos cavidades que consti- tuyen la ventosa, hasta que sus finísimas fibras vienen á termi- nar en el epitelio. Existen, por tanto, en las ventosas del pul- po común dos clases de terminaciones, motrices y sensitivas, cuyo origen reside en la cadena ganglionar que corre á lo largo del tentáculo y cuya estructura histológica será objeto de otro trabajo, del que estoy ocupándome en la actualidad. Corte langencial del infundibulo de la ventosa Inpregnacion con el laclalo de plata - Dibujo a la camara clara Rev. dead Vlencuas PS 7" VI. — Las nuevas doctrinas científicas. (Con motivo de una reciente publicación). Por RAMÓN LLORD Y GAMBOA Inspira el presente estudio el trabajo que, acerca de /a materia, su nacimiento, su vida, su fin, ha publicado el Profesor de Física experimental de la Universidad de Lieja, P. de Heen. Rindiendo justo testimonio de admiración á sus investiga- ciones, pretendo dar á conocer sus ideas trascendentales sobre la materia, los átomos, el éter, el concepto del ión como signo universal originario de todas las formas conoci- das de la energía, creyendo reportar algún beneficio á cuan- tos se consagran á semejantes estudios. Sólo me he permitido hacer ciertos comentarios, interca- lando observaciones propias, para dar al conjunto determina- da cohesión, tratando de preferencia lo relativo al gran con- cepto de la unidad de la materia, de nuevo establecido ahora, apoyado seriamente en trabajos é investigaciones dispersos en varias partes de la Memoria citada. Unidad de la materia. Desde la aparición de la hipótesis de Prout, expresiva de la idea filosófica, ya muy antigua, de la existencia de la materia única, cuyas condensaciones sucesivas originaran todos los aspectos y apariencias de la realidad universal, es lo cierto que nada positivo se ha podido añadir hasta hoy respecto de esta doctrina, y que la multiplicidad de substan- cias, representadas por los cuerpos simples, todavía pre- ic Y senta infranqueable obstáculo á la realización de los más hermosos ideales de los hombres pensadores. En esta difícil cuestión de la unidad de la materia, los fí- sicos han sido, quizá, más unicistas que los químicos, desde que la doctrina del éter es sola y exclusiva en cuanto atañe á la representación simbólica de los fenómenos sometidos á su estudio. En todos los órdenes de conocimientos humanos, es un hecho histórico repetido ver cumplido, más ó menos pronto, un pensamiento iniciado á veces en las primeras civilizacio- nes. Así, la teoría atómica, presentida por Leucipo, Demó- crito y Epicuro, verdaderos iniciadores de la teoría corpus- cular del mundo; así también la idea del calor central del globo, formulada por Platón al crear su Pyriphlegethon (*), idea cuya evolución progresiva convirtióla en una de las más sólidas bases de nuestros conocimientos referentes á la constitución de la tierra, y, en general, de todos los cuerpos celestes. : Al aparecer la teoría atómica, imaginada por Dalton, de modo más científico y concordante con los hechos observa- dos, generalizando felizmente sus estudios sobre las relacio- nes atómicas de ciertos gases, como el de los pantanos com- parado con el oleífico y del óxido de carbono con el anhídrido carbónico, es evidente el progreso realizado en la Química (*) Pyriphlegethon. — Río de fuego subterráneo descrito en el Phoedon de Platón. «Este río, decía el filósofo, se vierte en un espacio inmenso lleno de fuego ardiente y activo, formando allí un lago mayor que nuestro mar, en cuyo lago el agua y el fango es- | tán constantemente en ebullición, y sale en seguida de aquel espa- cio, describiendo con sus turbias y fangosas aguas un círculo alre- dedor de la Tierra. De este río se escapan algunas porciones hacia arriba, y forman torrentes de fuego, que aparecen en algunos lugares de la Tierra... » No puede expresarse mejor en aquella remota época toda la teo- ría moderna del volcanismo. (Cosmos de A. de Humboldt, t. 1, nota de la pág. 415.) a — 105 -- que, sin esta teoría de simbolismos, difícilmente hubiera po- dido desenvolver su inmenso campo orgánico y biológico, “reducido probablemente á rudimentaria y estéril labor, hecha fecundisima por el ambiente, vital para ella, de la teoría de los átomos. Si fué fecunda en los anales de la Química semejante teo- ría, es asimismo evidente la tendencia del espíritu humano á la unidad, y la tentativa de Prout pone bien de relieve la necesidad sentida de subordinar todas las apariencias de la realidad, á la realidad misma de una sola y universal subs- tancia, generadora de cuantos fenómenos puedan cumplirse en el tiempo y en el espacio indefinidos. A nadie puede ocultarse la dificultad de crear un sistema, teoría ó doctrina que, en el estado presente de las ciencias, pueda formular verosímilmente el enlace sucesivo y recípro- co de los fenómenos naturales, físicos y químicos, en cadena de lógicos y sencillos eslabones. Difícil empresa y destinada á los espíritus elevados, día llegará, acaso, en el cual se alcancen los superiores ideales científicos; y desde este mo- mento no habrá cuerpos simples, distintos unos de otros; no habrá materias, cuya personalidad resista á todos los medios analíticos; la transformación de la materia y de la energía, será una sola ley comprensiva del Universo, y la obra de la Ciencia habrá coronado su grandioso edificio. Nuevo concepto del átomo. Definido el átomo químico como la masa ó cantidad de materia, invariable en las reacciones químicas; imaginado, desde Dalton, como pequeñísima esfera de elasticidad per- fecta, centro á donde convergen y de donde emanan todas las energías determinantes de la combinación; haciendo Si- nónimas las palabras volumen y átomo, después de ver la relación sencilla, proporcional y combinatoria de los volúme- nes en los gases, las propiedades de éstos, bien definidas en 06 E su mecánica ó teoría cinética; los numerosos trabajos refe- rentes á los pesos atómicos, dando por resultado la aproxi- mación á múltiplos enteros del hidrógeno tomado por unidad; todo esto ha obligado á conservar en la Química tantos cuer- pos simples como átomos diferentes entre sí conocemos, do- tados cada uno de un peso particular, constante. La masa atómica, indivisible é invariable dentro del círcu- lo del fenómeno químico, deja de ser tan absoluta cuando salimos fuera de aquel círculo para investigar lo que sucede en otros Órdenes de fenómenos muy relacionados con los atómicos. La sola razón dice, que si la substancia etérea llena los es- pacios del Universo, y esta substancia está formada por al- guna cosa de indole material, fuente constante de toda clase de energías, es lógico buscar la relación entre el átomo ma- tería y el éter fuerza, no como relación de dos ideas límites, irreductibles y aisladas entre sí, sino como apariencias de una sola cosa, matriz universal de todos los actos físicos y químicos. Admitida la existencia del éter como flúido supramaterial y por tanto imponderable, la lógica obliga á subordinar á esta substancia todos los demás estados materiales, que no deben ser más que apariencias transitorias de tal fluído. Con sólo admitir esto, el átomo deja de ser irreductible en la Me- cánica racional físicoquímica, aun cuando siga siéndolo en nuestros laboratorios. El átomo consta de partes integrantes de su masa, partes constituyentes de importancia extraordi- naria en el cumplimiento de fenómenos nuevos estudiados en estos últimos tiempos. Sin necesidad de acudir á los ejemplos del profesor P. de Heen, para demostrar la existencia del éter (*) y de la ma- (*) Un ciego de nacimiento que recibiera algunos bastonazos, será inducido á asegurar que el bastón existe. Un individuo con el sentido de la vista perfecto, obligado á mirar al sol, sufrirá á los mA ho s, » — 107 — teria (*), es lo cierto «que no podemos darnos cuenta de la existencia de esta última ó de una substancia cualquiera, sino por un estado del movimiento, ya del objeto, ya del ob- servador, según dice Ostwald en uno de sus dicursos » (**), Considerando el estado actual de los conocimientos físico- químicos, es á todas luces evidente la necesidad de una teo- ría muy general y comprensiva que tienda á unir hechos dis- persos observados, tanto en el campo físico como en el quí- mico, teoría que, no oponiéndose á lo conocido, explique lo desconocido y trate de encerrar todos los fenómenos en una sola rúbrica, satisfaciendo las justas aspiraciones hacia la unidad. Esto es precisamente lo que significa el laudable esfuerzo del Profesor de Física experimental de la Universidad de Lie- ja, P. de Heen, en su notable Memoria acerca de la Materia, que, muy en extracto, daré á conocer. Resultado de razonamientos, confirmados en parte por la experiencia, el nuevo concepto del átomo, tal como lo ex- pone el Profesor citado, es una consecuencia de la idea del ¿on. pocos momentos un dolor (hiperestesia retiniana) que le hará decir que ha recibido un golpe de éter (ó palabra análoga), é inducirá que esa cosa existe. El golpe de éter se llama /uz. (*) Un cilindro de tela abierto por sus extremos es colocado verticalmente á cierta distancia de una mesa sobre la que hay, de- bajo del cilindro, un polvo fino y ligero. Si suponemos que el polvo gira como un torbellino, el observador admitirá la existencia de un fiúido interpuesto entre el cilindro y el polvo, cuyo flúido determina el arrastre, y además deducirá que si el flúido penetra por la parte superior del cilindro debe existir en el interior de éste un objeto ocul- to por la tela, animado de un movimiento giratorio ó presentando una forma especial. Si se reemplaza el cilindro por un imán y el pol- vo por un rayo catódico, se deducirá la existencia de un flúido lla- mado éter y la del objeto oculto, demasiado pequeño para ser visto, que se llama molécula (experimento de Broca). (**) P. de Heen: La matiére: sa naissance, sa vie, sa fin. Bruxe- lles, 1905. dee as Doctrina universal del ion. El ¿on puede representarse como un sistema girostático, as- pirante é impelente, actuando sobre el flúido éter. El autor hace abstracción de toda hipótesis acerca de su naturaleza íntima. Aun cuando es posible concebir tal sistema de varias ma- neras, la más simple consiste en atribuirle la forma de un hilo elástico contorneado en hélice, que, animada de movi- miento giratorio alrededor de su eje, determina la aspiración y la repulsión: la primera, ó depresión, corresponde á la po- laridad negativa; la segunda, Ó sea la presión, corresponde á la polaridad positiva. Suponiendo cónico el trazado de la hélice en el espacio, manifestará la tendencia á una aspiración por la base y una repulsión hacia el vértice. Este mecanismo del fenómeno eléc- trico, en su más sencilla expresión, lo completa valiéndose de figuras explicativas de las acciones de influencia electros- tática y de la inducción también electrostática, según que los iones estén dispuestos en una superficie (influencia), Ó se trasladen por el espacio etéreo como en las puntas y en las substancias iodinámicas, originando la corriente de éter (in- ducción). A la acción que tiende á mover el flúido en un sen- tido determinado por efecto del torbellino helicoidal, acom- paña la reacción que tiende á dirigir el ¿on, en sentido con- trario. Lo anterior ha sido demostrado experimentalmente por el Prof. de Heen, valiéndose del aparato descrito en su trabajo. Propuesto el signo representativo del ¿on, del modo si- guiente: — 109 — para mayor simplicidad, resulta dotado de las siguientes pro- piedades: 1.* Si la tensión eléctrica aumenta, el ángulo « disminu- ye, acentuándose la velocidad del movimiento giratorio y de propulsión. : 2. Si dos ¡ones se encuentran situados en una misma di- rección, en estado de reposo relativo, con relación al con- junto de la masa flúida éter, el movimiento giratorio se trans- mite de uno á otro, de donde resulta deformación y orienta- ción de los elementos. La fuerza de orientación corresponde- ría al fenómeno de la influencia, que implica la acción atrac- tiva de los polos de nombres contrarios, y la repulsiva de los polos del mismo nombre. ? 3. Cuando un ¿on está en movimiento relativo respecto del éter ambiente, se efectúa el fenómeno inverso; al aproxi- marse á otro fon, determina una polaridad de igual nombre: es el fenómeno de la inducción electrostática. El ¡on se genera de la substancia universal supraetérea, que parece admitir el Profesor de Heen como originaria de cuanto existe: eterna é infinita y cuya energía total es cons- tante. De esta substancia supramaterial, relacionada con el estado caótico, originanse con el ¿on, las especies químicas simples, al generarse el átomo que las da existencia material, de donde resulta que estos ¿tomos químicos nacen, viven y mueren, como también nacen, viven y mueren las especies químicas engendradas por ellos. No parecen ser pura fantasía cientifica estas elevadas ideas sobre la constitución y subordinación de los estados subs- tanciales del Universo, pues el estudio de los espectros de las nebulosas, comparados con los de las estrellas, indican una esencial diferencia entre unos y otros de aquellos esta- dos, no pudiéndose observar en las nebulosas las múltiples rayas características de los cuerpos conocidos, sino en muy escaso número y no coincidiendo exactamente con ellas, lo que parece probar que los átomos químicos están allí en vías — 110 — de formación, y no es posible, por tanto, el fenómeno del espectro peculiar de cada uno, por no constituir aún especies químicas independientes. En cambio, el espectro de las estre- llas es muy rico en rayas correspondientes á los cuerpos te- rrestres estudiados. Pero la estrella es un estado avanzado de la nebulosa; los átomos químicos han nacido ya en el cur- so de la evolución substancial y cada uno envía á través del espacio la nota vibrante de su personalidad. Además, el he- cho de la multiplicidad de rayas espectrales dadas por mu- chos cuerpos, induce á considerar compuestos de muchas partes integrantes á los átomos que así se comportan; estas partes son los ¿ones; cada uno de ellos da su nota luminosa. Como dice de Heen, el límite de división natural de la mate- ria ha retrocedido: antes terminaba con el átomo químico; ahora corresponde al ¡on. Cuando los ¡ones están libres, ori- ginan las rayas espectrales que conocemos, de donde se de- duce que una nebulosa es un medio de formación de espe- cies químicas simples y de los átomos mismos que las cons- tituyen (formación de iones) (*). Estrechas aparecen en la nueva teoría las relaciones entre la formación de los iones, su orientación formando las cade- nas iónicas y con éstas la corriente eléctrica, y el encuentro de dos ¡ones al constituirse aquellas cadenas, de donde se desprende fuerza viva que hace vibrar extraordinariamente y con gran rapidez á los dos iones componentes, comuni- cando este movimiento al éter ambiente en sentido perpen- dicular á la cadena ó corriente eléctrica, originando el fenó- (*) En el discurso de recepción de D. Vicente Ventosa, de la Real Academia de Ciencias, he tenido el gusto de ver expuesta esta im- portante idea por el ilustre astrónomo, cuando dice en la página 123 que «quizá esta materia (nebulum) se halla todavía en un estado pri- mitivo, anterior á la formación de los elementos que llamamos sim- ples». La sola diferencia entre el profesor belga y el sabio español en este punto estriba en que el primero asigna á la nebulosa un es- tado supramaterial; es una substancia que llegará á constituir la materia que conocemos. — 111 — meno de la fosforescencia de la materia en formación, no pudiendo ser sensibles estas vibraciones, que corresponden á una pérdida infinitesimal de energía, sino por medio de los iones libres que se encuentran en la substancia fluorescente de nuestra retina. Estudios experimentales parecen demostrar que la fosfo- rescencia se produce cuando hay materialización de los iones libres, producción de cadenas iónicas con absorción de energía y enfriamiento; lo contrario sucede en la desma- terialización con producción de iones libres, desprendimien- to de calor, de la energía acumulada en la materia. Si las dos extremidades de la cadena iónica se unen for- mando círculo ó elipse, queda realizado el estado de la ma- teria llamada supragaseoso. Este es el primer núcleo de con- densación de una nebulosa espiral en vías de formación. El Profesor de Heen ha demostrado que un conductor re- corrido por una corriente eléctrica, es mecánicamente com- parable á una bomba aspirante é impelente; cuando este conductor es movible, cambia de lugar en sentido inverso del sentido de la corriente (*). Con respecto á la nebulosa, se deduce de la experimenta- ción, que al condensarse una segunda, una tercera, etc., etc., cadenas iónicas, tenderán á orientarse paralelamente á la primera, como acontece en dos circuitos circulares recorridos por corrientes. Y así sucederá con la nebulosa entera, que en su conjunto, puede considerarse como una red colosal de corrientes concéntricas y paralelas de forma lenticular y do- tada de un movimiento de rotación total, en un sentido úni- co. En las partes centrales, los rozamientos pueden retardar la velocidad giratoria, originando la torsión que da á la ne- bulosa su forma espiral. El estado caótico representa, como deducción de lo ante- rior, la existencia en un medio, de ¿ones libres é indepen- (*) P. de Heen: Prodome de la theorie mecanique de l'electricité — 112 — dientes, y el estado supragaseoso es el primer término de condensación. Estos dos estados coexisten verosímilmente en la mayoría de los casos; ambos manifiestan, por su insta- bilidad, vibraciones iónicas luminescentes. Hallamos estos estados en las nebulosas y en los cometas y probablemente constituyen la emanación en el aire líquido, del radio con- densado á muy baja temperatura. Formación y destrucción del átomo. Notables son las consideraciones hechas por el Profesor de Heen acerca de la génesis y destrucción de los átomos químicos, relacionando muy lógicamente fenómenos hasta hoy heterogéneos al parecer y de importancia suma en la Física y en la Química, con la aparición y desaparición en la escena universal, de los átomos, á la manera de los seres vivos. Condensaré en el menor espacio las ideas desarrolla- das por el autor. Al almacenarse la energía, podrá originar ¿ones poseyen- do dimensiones y cantidades de energía variables. La aso- ciación de estos ¡iones para constituir la cadena iónica, se hará, agrupándose los ¡ones análogos de forma y de ener- gía; así nacerán cadenas iónicas de diversas especies, que serán los embriones de los átomos químicos y por consi- guiente de los cuerpos conocidos. Estas cadenas no poseen por sí mismas polaridad alguna, y como las especies quími- cas simples las poseen en mayor Ó menor grado, hay que admitir que el átomo químico está formado por el enrolla- miento de las cadenas iónicas constitutivas del estado supra- gaseoso, el cual corresponde al estado radiante de Crookes y al de los gases:en un grado extraordinario de rarefacción. El torbellino atómico, de longitud indefinida, cuando está limitado por paredes inflexibles, produce la presión de los gases; presión ordinaria cuando dos torbellinos se encuen- tran, rebotando con tanta mayor rapidez cuanto mayor es su — 113 — velocidad; y presión interna, cuando dos hélices consecuti- vas recorridas por corrientes paralelas, se atraen recíproca- mente, engendrando una fuerza que tiende á reunir las pare- des inflexibles del recipiente; esta fuerza se traduce por una atracción electromagnética. Además, la experiencia de Bjer- ckness demuestra que si dos cuerpos deformables vibran en un flúido, de un modo concordante, los dos cuerpos se repelen, de donde resulta que las vibraciones iónicas tienden á alejar los iones unos de otros, habiendo por tanto tenden- cia á la dilatación del sistema. Como la cantidad de calor contenida en un cuerpo, corres- ponde á la cantidad de energía girostática alrededor del eje central del torbellino y del eje de la fibra iónica, resulta que puede ser muy grande aquella cantidad, sin que el receptor sensible pueda apercibirse ó el termómetro manitestarlo; así sucederá cuando las vibraciones iónicas sean débiles, y si fuera posible suprimir por completo el movimiento vibrato- rio, es decir la existencia de toda radiación perteneciente al orden de las radiaciones luminosas, la energía calorífica ó girostática no podría ya transmitirse y la cantidad de calor encerrada en el cuerpo sería constante. Habríamos alcanzado la temperatura designada con el nombre de cero absoluto, temperatura irrealizable por razones de orden termodinámi- co (*), é irrealizable físicamente, porque la ausencia de vi- braciones conduciría al contacto real de los elementos y el frote inevitable, pondría en libertad nueva energía atómica, con destrucción de lo que se llama materia. El éter vibrante hace el papel de fluido transmisor lubrificante, impidiendo el desgaste de los elementos materiales. | Deducción muy importante de lo anterior es, que en el cero absoluto, la materia encerraría enormes cantidades de (*) . El autor se extiende después en otra parte de su Memoria en una bella discusión que conduce á la negación del cero absoluto como realidad física. Ruy, Aca. Ciencias.—IV.—Enero, 1906 8 = lid | Bo energía que no podría transmitir, si posible fuera la realidad de tal temperatura. El hecho observado desde hace muchos años, de verificar- se simultáneamente la reacción química y el fenómeno eléc- trico, se explica de la manera siguiente: 4 Cuando un gas está en cierto estado de equilibrio inesta- ble, puede suceder que por efecto de la fuerza centrífuga del torbellino atómico, algunos ¡ones monten, por decirlo así, so- bre los que giran en el torbellino, continuando, sin embargo, sus vertiginosos giros alrededor del átomo. De esta manera quedan constituidas cadenas abiertas que son otros tantos ganchos reaccionales y que serán electro-positivos ó electro- negativos, según su orientación, participando todo el minús- culo sistema del signo eléctrico de sus ganchos. Semejante estado del átomo se provoca muy bien cuando se le pone en presencia de otro átomo dotado ya de tal propiedad; esta es la acción catalítica de los químicos y la radioactividad in- ducida de los físicos. En grado superior hállase realizado este estado de cosas, cuando se estudian las partículas constitu- tivas de los medios turbios y de las soluciones coloidales. Si dos gases monovalentes están mezclados en la propor- ción indicada por sus pesos atómicos, cada uno de ellos po- see la misma suma de energía giratoria, Ó lo que es igual, la misma suma de energía de traslación, puesto que estas can- tidades son proporcionales. Ejercen además por átomo ó por espira de enrollamiento, la misma presión. El átomo debe definirse, por consiguiente, como «la can- tidad de energía, siempre la misma, que posee un volumen dado de un cuerpo simple en estado gaseoso, en las mis- mas circunstancias». Si representamos esta energía por la unidad, los pesos atómicos serán los pesos relativos de ma- teria que encierran siempre la misma energía. Esta definición está conforme con la ley de Dulong y Petit, que es su com- probación experimental. Comentario de suma importancia cientifica á tan razonado — 115 — estudio ocurre en seguida acerca de la unidad de la materia. Podemos ir viendo claro en tan obscuro asunto, y si los áto- mos contienen la misma energía, pero desigual materia en igualdad de circunstancias, y esta materia, ó mejor dicho, /as apariencias de esta materia se realizan por el conjunto de mayor ó menor número de unidades iónicas dotadas de aque- lla suma constante de energía, es verosímil, lógico y cientí- fico el deducir la admirable subordinación de todos estos ac- tos, desde la formación del ¿on en el seno de la substancia supramaterial y caótica, hasta la de los cuerpos materiales simples con su constante química más esencial: el peso ató- mico. La cuestión toma otro aspecto más positivo en la Ciencia razonada, donde actualmente no puede llegar de lleno la Ciencia experimental; pero la primera trata de ser reflejo fiel de la segunda, sin que aparezcan divergencias, contradiccio- nes ni lagunas lamentables entre ambas, sino doctrina com- plementaria, hija de su estrecha fusión. Como corolarios deducidos de la definición anterior del átomo, resulta que la materia realiza sus combinaciones quí- micas, por cantidades iguales de energías girostáticas. Resulta además, que si dos gases se combinan, los torbe- llinos atómicos se soldarán dos á dos y el volumen se redu- cirá á la mitad (*). Debe tenerse en cuenta que dos sistemas girostáticos soldados, trasftorman la misma cantidad de ener- gía giratoria en energía de traslación, que un solo girostato libre, comunicándose la impulsión de la misma manera en los dos casos por una sola generatriz. Resulta, por último, de la consideración anterior, que se puede aplicar á los gases biatómicos, triatómicos ó poliató- (*) En dos gases monovalentes, cuya molécula conste de dos átomos, el volumen resultante será siempre la suma de los volúme- nes componentes. Arriba indica el autor la mitad del volumen en el caso de constar la molécula de un solo átomo, micos lo dicho para los monoatómicos. En circunstz iguales, Ja presión será proporcional al número de mo las, no al número de átomos. 08 No menos ingenioso es el mecanismo de la reacción, ex plicado del modo siguiente: ; Dos girostatos, A y B, en estado neutro, se transforman | 5 en ¿jodinámicos, es decir, con cadenas sueltas ó ganchos LOS 10 accionales, merced á una influencia exterior (*), y entonces, los iones libres de los dos torbellinos se cruzan mutuamente para formar una cadena intermedia. Por la acción de esta tensión, los dos girostatos llegan á ser tangentes y la com- binación se ha realizado. : Se comprende que la aptitud reaccional ha de depender de la mayor ó menor facilidad de producción del estado iodi- námico en el sistema, lo que está conforme con lo que dia- riamente observamos en nuestros laboratorios al tratar de realizar las combinaciones químicas. El sentido del movi- miento giratorio puede ejercer influencia sobre el sentido y la orientación de las proyecciones iónicas, pues los mismos cuerpos simples pueden poseer aptitudes reaccionales dife- rentes. Por último, la valencia máxima dependerá del número de iones-ganchos de cada átomo, es decir, de cada cantidad de substancia que encierra la misma cantidad de energía. Pue- den conservarse las fórmulas de estructura con igual signifi- cación que hasta aquí, sin más diferencia que en la nueva teoría, representan la sección recta de las fibras girostáticas de longitud indefinida que constituyen los gases. La sección recta de las fibras girostáticas correspondientes á una molé- cula de anhídrido carbónico, estará representada del modo siguiente: (*) Esa influencia puede ser en muchos casos la aplicación del calor, de la luz, de la electricidad, del choque, etc., etc., que sabe- mos son necesarias en innumerables reacciones, — 117 — y la de una molécula de carburo tetrahídrico etcétera, etc. Los gases, al constituirse en igualdad de circunstancias, por el mismo número de espiras simples ó compuestas, cons- tan de igual número de moléculas, como se ha venido di- ciendo en la teoría atómica. Una fórmula sencilla lo demues- tra también, la misma que se usa en la teoría cinética de los gases. Siendo la energía giratoria proporcional á la de tras- lación, podemos escribir para dos gases diferentes: P=NMV:=N'M' V?. Y si la temperatura es la misma, es evidente que N = N”. Luego los dos gases tienen el mismo número de espiras gi- rostáticas, as o /2q Ñ 40) originándose cn como el acido tártrico, que m De lo que antecede, se deduce con claridad el origen de las rayas espectrales que observamos. Demostrado por el ve Dr. Gustavo le Bon, que los iones no son iguales entre si, Eds sino que cada uno puede dar, á la manera de un timbre, una nota luminosa perfectamente definida, con la condición esen- cial de que dichos ¡ones sean libres y de que se realice un choque, lo cual sucede cuando el ¡on penetra en el átomo; si se cumplen esas condiciones, hay fosforescencia con ab- sorción de calor y reconstitución ó génesis del átomo. Deben existir, por consiguiente, tantos iones de dimesio- nes diferentes como rayas espectrales existen y como conse- cuencia de esto, el último elemento material que deben admi- tir los físicos y los químicos es el ¿on, sin que por esto, el éter 6 el ¡on-éter, represente los límites de enrollamiento de la substancia. El éter, para de Heen, parece ser muy próximo á la matería y correspondería á un orden de enrollamiento también muy avanzado. A pesar de la estabilidad aparente del átomo en las fun- ciones químicas, no es tan imposible concebir más de una sola disposición en un mismo elemento. Así parece resultar de las experiencias, por las que la disposición helio, es po- sible que se transforme en disposición radio. Por la importancia que tienen y sus aplicaciones en el te- rreno químico, diré, brevemente, las últimas ideas expues- tas acerca de la fosforescencia y de la radioactividad, inti- mamente unidas, como vamos á ver, con la génesis y des- trucción del átomo. Aludiendo á un notable trabajo del Dr. Gustavo le Bon, en el que se afirma, por nuevos experimentos, que el fenómeno de la fosforescencia, tenido en los comienzos de su estudio Ba AAA A A a A UA AN A HU de de ALO — 119 — Como excepcional , va siendo cada vaz más frecuente, hasta el punto de poderlo casi considerar como una propiedad ge- neral de la materia, dice el Profesor de Heen, que á la mis- ma ó muy análoga conclusión conduce lo observado en la -radioactividad, habiendo llegado por caminos diferentes los dos sabios y casi simultáneamente á deducir lo mismo. Resulta, en efecto, que considerando el átomo, según se manifestó ya, como un torbellino integrado por ¿ones ó di- namidas bipolares, al ocurrir la destrucción de tales torbelli- nos-átomos, la emisión de los ¡iones integrales bipolares debe verificarse con desprendimiento de calor. Estas emisiones son los rayos u ó $, según la orientación de los iones proyectados. Admitida esta hipótesis, no es di- fícil darse cuenta de cómo se destruye la materia para llegar al estado radiante ó infraeléctrico, cuyas manifestaciones vemos en los cuerpos incandescentes, el penacho eléctrico, etcétera. Estos descargan los cuerpos electrizados y no difie- ren de los radioactivos más que en la velocidad de proyec- ción Ó en la fuerza de penetración de los ¡ones libertados. El Profesor de Heen tiene la convicción de que si los fe- nómenos radioactivos y sus congéneres presiden á la des- trucción del átomo, el fenómeno de la fosforescencia preside á su génesis, y como la condición fundamental para que puedan apreciarse fenómenos radioactivos ó de fosforescen- cia, es que existan ¿ones libres en el medio observado, re- sulta que los dos órdenes de fenómenos deben observarse en condiciones análogas. El radio es fosforescente y radio- activo y es muy interesante lo que escribe el Profesor de Lieja respecto de este cuerpo: «Un fenómeno, dice, nos llamó vivamente la atención cuando fué observado por pri- mera vez y cuya causa no supimos explicar entonces. Si se aproxima á un electroscopio cargado un medio generador de iones libres, como una llama de Bunsen ó una chispa sal- tando entre un electrodo de platino y agua, se ve que la des- carga es muy rápida. Mas, si provocamos en estos medios el fenómeno de la iru. introduciendo, plo, una sal alcalina « en la llama ó en el agua, en pericie o la 0% el Asnómeaio, radioactivo 11 - y »Cuando el ion se escapa del átomo torbellino desprena Bo 2 | calor. Cuando penetra en el torbellino atómico, para regene- + 34 y rarle, emite luz fría y no calor, porque el acto es acompa-. ñado de una absorción de energía. No crece el movimiento | giratorio del elemento que recibe la vibración, y esta luz, concentrada en el foco de una fuerte lente, no produce ele- vación alguna de temperatura, según demostró el Dr. Gus- tavo le Bon. »Resumiendo: «las acciones centrífugas del torbellino atómico, tienden á desarrollar la radioactividad; las accio- nes centripetas, la fosforescencia ». «La temperatura constituye un factor independiente de la luminescencia. » » El fenómeno de la fluorescencia es idéntico en su meca- nismo al de la fosforescencia; pero en la primera, el número de ¡ones emitidos por el átomo es igual al número de los que entran para reconstituirle; en tales condiciones, el acto de la fluorescencia cesa en el momento en que la luz deja de ac- tuar; parece como que la acción disociante de las pequeñas longitudes de onda, compensa la tendencia á la reconstitu- ción. » De las dos categorías de ¡ones componentes del átomo, según se ha dicho ya, los señalados con la letra a, es decir, los que giran libres alrededor del torbellino entrando y sa- liendo en éste según las circunstancias, son los que presi- den el acto de la fosforescencia cuando entran, de la radio- actividad cuando salen y son los productores de las rayas brillantes de los espectros de los gases, cuando circulan al- rededor del torbellino sin salir ni entrar en él; ellos son los = 121 — que determinan la absorción selectiva correspondiente. A su vez, los iones f£, componentes del toberllino atómico ó átomo propiamente dicho, cuando vibran extraordinariamente por una elevación de temperatura, producen el fenómeno de la incandescencia que corresponde al átomo mismo ó á las cadenas ¡iónicas. «Los gases no se hacen incandescentes ó lo son muy débilmente; cuando emiten luz, es siempre por fosforescencia. » No seguiremos más al autor; basta lo apuntado para en- tender la importancia de su trabajo. Nuevos horizontes ábren- se en el campo de la Ciencia, y las últimas esfinges de lo indivisible y de lo permanente, empiezan á moverse en sus cimientos hasta hoy tan firmes. Bien lo deja entrever el mis- mo profesor en el originalísimo apéndice filosófico que ter- mina su Obra. «El dominio de la Física, dice, acaba donde comienza la Filosofía »; sin embargo, no parece dispuesto á ceder á la última mucho terreno, cuando, después de recor- dar las tres fases evolutivas y substanciales admitidas para el estudio de los fenómenos físicos, que son: 1.*, la fase ma- tería que corresponde á los fenómenos electromagnéticos; 2.”, la fase supramaterial. correspondiente á las acciones electrostáticas, y 3.*, la fase éter, admite como posible una 4.*, que puede llamarse supraetérea, correspondiente al fe- nómeno de la vida; substancia dotada de dos polaridades determinantes de la sexualidad, etc., etc.; siendo notable la idea de que una fase substancial determinada, sólo puede tener acción sobre la fase inmediatamente superior ó inferior; de modo que si una fase intermedia está ausente, queda su- primida toda comunicación entre las fases inmediatas á ella, y esto por una razón análoga á la que impide producirse la inducción electromagnética entre dos conductores colocados normalmente uno con otro. Por inducción lógica, parece llegar el autor á la idea de la divinidad, como substancia que asimilándose la energía de diferentes grados, determina la sucesión de las fases subs- Rñv. Acap. Ciencias. —1V.—Enero, 1906, : 9 - tanciales, perceptibles ó no perceptibles, que const : 1 + A Universo. Este es el sentido que debería darse á la Creación, la que podría traducirse por evolución de la gía constante é indestructible en la substancia inmutable y eterna. Y aquí confiesa el distinguido Profesor de Física ex- perimental de la Universidad de Lieja, la imposibilidad de conocer la naturaleza de esta substancia, acabando así el sa- ptas: ber humano. Esa será la eterna esfinge, jamás vencida por Er ningún Edipo. Pero «la gran ley del transformismo no es so- lamente el atributo de los seres vivos, sino que rige todas las cosas: la naturaleza animada y la que se creyó inanima- da; las especies químicas como las especies animales. Es la perpetua evolución de las cosas en el ciclo eterno de la Na- turaleza. » El trabajo de Mr. de Heen es un hermoso esfuerzo del pensamiento humano y revela, además de un saber profun- do, una lógica trabazón de los hechos cientificos en cuerpo de doctrina, que tiende á simplificar la teoría, á evitar dua- lismos como el átomo y el éter, fundiendo en un solo mold= ambos conceptos con la feliz creación del ion, rindiendo así justo y brillante tributo á la unidad de la Ciencia, que no por carecer de demostraciones experimentales suficientes, deja de aspirar á una idea comprensiva de los actos físicos y quí- micos y aun de los biológicos, en admirable concierto. Todo juicio anticipado es prematuro y por tanto expuesto á error. Dejemos marchar los sucesos, tales como ellos han de ser fatalmente, y el tiempo nos dirá si la obra del Profesor Heen es definitiva. Nota. Véase á continuación la serie de cuestiones que el autor . somete á la nueva interpretación científica, fundada en la doctrina del ¡on. Fenómenos magnéticos; interpretación del radiómetro; textura fibro- sa de los líquidos. — Aquí se escriben páginas bellísimas, explicati- vas según las nuevas ideas, del vapor saturado; estado crítico, ten- sión superficial, variaciones de volumen de la fibramolécula por la variación de temperatura; soluciones salinas, presión osmótica, elec- £ próducidos y por las proyecciones. tán y dicas, elec- 3s atacables, corrientes atérmica, térmica y electrolítica; fenó- menos análogos en los gases rarefactos; estado particular; acción del Z estado particular sobre. la vegetación; plantas bipolares, rocío, ori- É gen de la electricidad atmosférica, tormentas y auroras polares. ¿Eel capítulo dedicado á los cuerpos sólidos, se estudian: la rela- ción entre la conductibilidad eléctrica y la calorífica é influencia de la presión sobre la última; relación entre las conductibilidades calo- rífica ó eléctrica y el coeficiente de dilatación; dureza y fragilidad; magnetismo; analogía y diferencia entre un cuerpo magnético some- tido á la acción del imán y un conductor sometido á la influencia; co- rrientes termoeléctricas; fenómeno de Hall; fosforescencia; génesis y destrucción del átomo. En el capítulo que se ocupa de la destrucción y fin de la materia, se estudian: el explosivo materia; diversos procedimientos de des- materialización y el cero absoluto. Sigue un corto capítulo acerca del concepto de la masa y de la atracción newtoniana y termina con un apéndice filosófico muy origi- nal, en el que se exponen ideas sobre fenómenos análogos que se en- cuentran en fases substanciales diferentes de las del mundo llamado físico. Tal es el programa de la nueva doctrina, que aspira, como se ve, á la interpretación de todos los fenómenos físicos y biológicos, par- tiendo del concepto del ¿on universal, y que, según afirma su autor, ha permitido hasta ahora clasificar y prever los hechos, condiciones suficientes para que una teoría científica sea admisible. VII. — Congreso Geológico Internacional. Décima reunión 1906. Las sesiones del Congreso se abrirán, en la ciudad de México, el jueves 6 de Septiembre, y la clausura se celebrará el 14 del mis- mo mes. Están anunciadas dos series de excursiones: la primera, antes del Congreso, comprende los viajes siguientes: I. b Excursión al Sur durante nueve días, limitando á 30 el número DA ASA de 0 A ho AN AA A E de ya A ea 22 ros he GA $ ? pr ; ga A je * E 5% y 7 s A y E L] E a 1 . 7% p y e y y ye de las personas que pueden concurrir á ella. Comenzará A Agosto, y tiene por objeto el conocimiento de varios t Ad cos y cretáceos, ascensiones á montañas y visita de ri $e : La Excursión al Este: durará tres días, y es pr A Comenzará el 2 de Septiembre, y es su objeto la visita ¿ JA 4 nes neovolcánicas de Jalapa, al terreno paleoplioceno fo: de Se Santa María de Tatetla, al cretáceo medio del Cerro de Escomela A al tectónico de la Sierra Madre. a l. c Excursión al Jorullo durante trece días y para 30 perso ¡a e Comenzará el 20 de Agosto, partiendo de México para Toluca, cuyo volcán se visitará, así como también Morelia, Pátzcuaro, Ario y Mata de Plátano, punto de partida de la excursión al cono y cráter de Jorullo. L d Excursión al San Andrés y Colina durante doce días y para 30 personas. Comenzará el 21 de Agosto, y comprende la región de Agua Fría, con sus basaltos y aguas termales; los geysers extingui- dos de San Andrés, los pequeños geysers de Yurécuaro, Zapotlán y el volcán de Colina. : Las excursiones de la segunda serie, anunciadas para después del Congreso, son las siguientes: IL. a Excursión al Norte durante veinte días y para 250 personas. Comenzará el sábado 15 de Septiembre, y se visitarán los cráteres de explosión del valle de Santiago, las minas de plata y terreno de Gua- najuato, la de plomo argentífero de Mapirimi, las de azufre de Cone- jos, el cerro de Muleros, la comarca de Parral, con sus rocas volcá” nicas; la mina de plata de Quebradilla, el terreno cretáceo superior de Parras, la mina de cobre de Aranzazu, Saltillo, Concepción del Oro, Mazapil, la sierra de Santa Rosa, las Esperanzas, Monterrey» San Luis del Potosí y la Sierra Madre oriental. III. b Excursión al istmo de Tehuantepec durante ocho días y para 60 personas. Comenzará el sábado 6 de Octubre, y comprende el es- tudio del tectónico de la Sierra Madre oriental, el plioceno fosilífero de Parra Real y El Hule y el de Santa Rosa; los terrenos de la sierra El Itsmo, el arcaico y las rocas graníticas y porfídicas. Para las adhesiones es preciso dirigirse al Sr. D. Ecequiel Ordó- ñez, Secretario general del Comité de Organización del X Congreso Geológico Internacional, 5.* del Ciprés, núm. 2.728, México DF. A .... PAE ación natural de la deogloti OR SPPUAÑO ds > ii AA O OO Y —Las disoluciones sólidas, por José Rodríguez Mourelo. IV.— Aplicaciones de la composición de intensidades al cál- 0 culo gráfico de vigas rectas, por Nicolás de Ugarte... , - V.—Las terminaciones nerviosas sensitivas en las vento- sas del pulpo común, por J. Madrid Moreno....... VI.—Las nuevas doctrinas científicas (con motivo de una reciente publicación), por Ramón Llora Gamboa... . 10 VII.—Congreso Geológico Internacional... ...ooooooommmm..: s 5 Ly La subscripción á esta RevIsTa se hace por tomos complete de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y 6 fran en el extranjero, en la Secretaría de la Academia callo. de . verde, núm, 26, Madrid. 2 A y Precio de este cuaderno, 2 pesetas. EN. 6 pa o "Le LEBEAT > DE CIENCIAS ye » d y E ro ja EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES DE | Ria RAS MADRID cc TOMO IV.-—-NUÚM.2. (Febrero de 1906,) MS IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID,, S CALLE DE PONTEJOS, NÚM. 8. 1906 ación s => AA AAá4>4+2 eS ADVERTENCIA a E 3 D Y E ll (0) E » = 8 O 3) á E 3 o jo] 3 a! o Y ente. sigui 4 a [eb] ro E PE o Ss 3 A MES 3 ES] ED pa (e) Y (e) = mes la Corporación, antes del día 20 de cada pues de otro modo quedará su public el — 125 — VIN.— Introducción á la Fisica matemática. POR JosÉ ECHEGARAY. Conferencia segunda. SEÑORES: Señalando en la conferencia anterior el programa, por de- cirlo de este modo, de las pocas conferencias, que en lo que ' queda de curso podemos dar, empezábamos á ocuparnos en el primero de los temas que dicho programa comprendía. A saber; carácter de la Física experimental, carácter de la Física matemática y diferencias entre estas dos ramas de una misma Ciencia, que al fin llegará á constituirse por “aproximación y armonía de una y otra. Y á fin de abreviar la explicación y de hacerla más clara, empezábamos, entre muchos ejemplos que hemos de pre- sentar, por uno que considerábamos como típico, y era éste: Acción del calor sobre una masa gaseosa. Señalábamos ante todo, tres parámetros ó magnitudes fí- sicas del fenómeno, á saber: la presión, el volumen y la tem- peratura. Decíamos que dos de estos parámetros podían con- -siderarse como independientes; que la experiencia demos- traba que el tercero era una función de los dos primeros, y que por lo tanto, al expresar por fórmulas matemáticas la ley que enlazaba estas tres magnitudes, debíamos ro una función que las enlazase, es decir, FAP: Ti="0. Determinar la forma de esta función F era el problema que debíamos resolver, y lo resolvíamos de dos maneras: Rrv. Acab. Crencias.—IV.—Febrero, 1906, 10 MI Primero; aplicando los procedimientos puramente experi- mentales de la Física ordinaria. Segundo; aplicando los mé- todos de la Física Matemática. Y en ambos casos llegába- mos al mismo resultado: En el primer procedimiento, sólo acudíamos á la expe- riencia, determinando curvas y fórmulas puramente empiíri- cas; pero sin hacer ninguna hipótesis. En el segundo caso, haciamos dos hipótesis fundamentales: una relativa á la cons- titución de los gases; otra, que era una interpretación mecá- nica de la temperatura, así como interpretación mecánica era también la primera, pues suponíamos que el calor consistía en el movimiento invisible de las partículas materiales. El carácter, las consecuencias, las ventajas y los inconve- nientes de ambos sistemas, los señalábamos en la conferen- cia anterior, y muchas veces todavía tendremos que repe- tir estas mismas ideas. Los procedimientos experimentales para resolver dicho problema, son los que se aplican para resolver todos los problemas de la Física ordinaria. Insistamos todavía sobre este punto para dejarlo definiti- vamente discutido y no volver á ocuparnos en él. Consideremos otro problema cualquiera de la Física expe- rimental, en el que hayamos observado, que hay cierto nú- mero de parámetros físicos de los cuales dependen todas las circunstancias del fenómeno; número que para fijar las ideas supondremos que es igual á cuatro: sean a, b, c, d. Lo que digamos para este número, diríamos para otro cualquiera. En el ejemplo típico de la conferencia anterior eran tres, aquí suponemos que sean cuatro, como pudieran ser n. Y en el ejemplo en que ahora nos fijamos y que fácil- mente puede generalizarse, si los parámetros son cuatro, y — 127 — consideramos que no hay necesidad de apreciar mayor nú- mero, porque de las demás causas que influyen en el fenó- meno, por ser mínimas, Ó hacerlas nosotros mínimas, puede prescindirse; en este ejemplo, repetimos, los parámetros in- dependientes serán tres, y el cuarto estará enlazado con ellos por una relación desconocida IFA AO, que es, precisamente, la que deseamos determinar por me- dio de una serie de experiencias. Pero el experimentador no puede hacer variar todos los parámetros al mismo tiempo; tales empresas se las reserva la Naturaleza. El experimentador no puede hacer otra cosa que buscar la relación de dos de los parámetros, permaneciendo los de- más constantes. Por ejemplo, buscar la relación entre a y b, permanecien- do constantes c y d. La experimentación determina curvas; después el análisis matemático podrá condensar todas estas curvas en funcio- nes de más variables. Por una serie de experiencias, haciendo que b reciba los valores b,, b,, bz..., verá experimentalmente, que a recibe la serie de valores 4,, %a, Az... Y de este modo, si escoge el procedimiento gráfico, ten- drá dos ejes coordenados ob, oa (fig. 2.*) y una serie de puntos m,, M,, Mz... Como resultados gráficos de las expe- riencias, puntos que tienen por coordenadas b,, a,; b.,, as; Da; Uy... Después procurará unir por una curva continua MN todos los puntos obtenidos, y dicha curva expresará gráficamente la ley que enlaza estas dos magnitudes físicas, al menos mientras permanezcan fijos los valores que se hayan elegido para c, d. A PA Supongamos que por los procedimientos de interpolación se determina la ecuación de la curva, que la representare- mos por (a, DES; Generalmente se supone, y en rigor esta es una hipótesis, aunque sólo del orden lógico y dentro de cierto postulado a rs ME a s + =$ / . 1 E 7 NA bs ; ! : ' ¡ ¡ ! h NAO APO 0 b, b, b; Figura 2.* sobre continuidad en los fenómenos naturales, que para otros valores de c y d distintos de los que hemos elegido, podría conservarse la misma forma < para la ley de enlace de los parámetros a y b. Dicha relación contendrá, pues, las dos variables a y b, y una serie de constantes de la ecuación de la curva, que se- - rán constantes para este caso, pero que serían distintas para otros valores de c y d. En suma, la función + podremos escribirla de una manera más precisa, de este modo: Sad, A, BC) 04 suponiendo para fijar las ideas que contiene tres constan- tes, A, B, C, las cuales, como hemos explicado, en rigor serán funciones de los dos parámetros que quedan, (€ y d. — 129 — Podemos aún especificar más las condiciones del proble- ma, escribiendo así la ecuación precedente: p[a, b, A(c, d), B(c, d), C(c d)] =0, para indicar que A, B, C dependen de los parámetros ex- presados Cc, d. Si, por ejemplo, la curva v fuese una circunferencia, a y b - serían sus coordenadas variables, A, B y C serían las coor- denadas del centro y el radio. a y b variarian siempre sobre una circunferencia, pero la posición y la magnitud de esta circunferencia dependerian de los parámetros c, d. Así como hemos determinado la relación, que enlaza los parámetros a y b del fenómeno que estudiamos, pasaremos después á determinar la relación analítica entre el paráme- tro b y el parámetro c, y repitiendo todo lo expuesto hasta aquí, llegaremos á otra relación, que representaremos por , [b,c, A(a, d), B (a, d)]| = 0. Podremos todavía, y deberemos, determinar experimen- talmente la ley de variación entre c y d; y repitiendo todas las consideraciones anteriores, y suponiendo, para fijar las ideas, que tampoco entran más que dos constantes en esta nueva relación, se tendrá análogamente á los casos prece- dentes, és [C, d, Az (a, b) B, (a, b)] = 0. Y aun deberíamos hacer nuevas combinaciones, dos á dos, entre a, b,c, d, por cuyo medio se llegaría á un conjunto de ecuaciones entre dichos parámetros, en cada una de las que entrarían dos de los parámetros como variables de una curva empírica y varias constantes, que dependerían para cada caso de los otros dos parámetros. Sal — 130 — Sean, pues, abreviadamente las ecuaciones, o = O, Dy EG O, Pa = 0... Claro es, que la forma de cada una de estas ecuaciones, mejor dicho, la forma aparente, será distinta, como son dis- tintas las ecuaciones de las curvas por las que se corta una superficie, según sea el plano de la sección paralelo á dis- tinto plano coordenado. Así, por ejemplo, en el que presentamos como tipo res- pecto á un gas, la primera curva era una hipérbola referida á sus asíntotas y la constante era una función de la tempera- tura. Y en cambio, la segunda ecuación era la de una recta, cu- yas coordenadas representaban el volumen y la temperatura, y las constantes debían ser funciones de la presión. - Pero aunque las formas de ¿, 9,, $, ... sean diferentes en la apariencia, en realidad, todas deben ser iguales á una función única que antes la designábamos por ILEANA: Lo que hay es, que agrupando de cierto modo dos de los parámetros respecto á los otros dos, f toma las formas O, Ep Par Y aquí se presenta este problema de análisis: dadas las formas parciales o, 9,, 2... determinar A, B, C, A,, B,... de modo que todas ellas se reduzcan á una forma única f =0. Para no perturbar la marcha de las ideas generales, que voy exponiendo, no me ocuparé en la solución del problema que acabo de plantear; diré tan sólo, que el procedimiento para resolverlo puede ser éste. Eliminar entre dos de las 4 uno de los parámetros, a por ejemplo, Ó suponer que se elimina; y como la ecuación que resultase sería una ecuación en b, c, d, y esta última ecuación A Bl debe ser una identidad, su derivada con relación á b, c, ó d, ha de ser nula, lo cual nos conduciría á variar ecuaciones en diferenciales parciales de las A, B.... Para fijar las ideas y no entretenernos mucho en este pro- blema accidental, apliquemos la regla precedente al problema de los gases tratado en la anterior conferencia. Las dos ecuaciones tenían la forma siguiente, según aca- bamos de explicar: pv=A(?), v= B(p) + C(p) t. (1) Eliminando v tendremos: p[B(p) + C(p)t] = A (1). Diferenciando esta ecuación respecto á £, como dicha ecua- ción es una identidad, porque no puede existir relación nin- guna entre las dos variables independientes p y f; Ó si se quiere, porque debe ser una identidad el resultado de elimi- nar un parámetro cualquiera entre dos ecuaciones idénticas, se obtendrá pC(p) = A(0. Esta ecuación sería absurda por las mismas razones que hemos dado antes, á saber: porque no puede existir una re- lación entre p y f, á menos que no se reduzca á una igual- dad en que desaparezcan ambas letras. Así, A' (f) debe ser una constante m, y á la misma cons- tante debe reducirse p C (p). De ACP =:m resulta integrando A(t) =mtz+Hm. Y por otra parte m C (p) MN Pp puesto que entonces pC(p) =m. En resumen, tenemos A(t) =mitzw+m; ¡AE S Pp y las dos funciones (1) se convierten en pv=mt+m, v=B0+ 5 Es evidente que para que estas dos ecuaciones coincidan basta que tengamos BP) =>3> pero en rigor con substituir en p[B (p) + C (p) t] = A(t) los valores de C (p) y A (ft) se obtiene el valor anterior. En efecto; de PIB) + 1= mida se deduce B(p) =2. Pp AAN — 133 — En suma, las dos ecuaciones están dentro de la forma ge- neral pv=n->+mt, ó bien pv= mM Se + ) m que es idéntica, salvo la notación á pv =R'(278: +.) ='RT, con tal que tengamos PO e A y e m Todo lo que en estas conferencias, al menos por ahora tenemos que decir de la Física experimental, queda dicho. Hemos expuesto el programa general de esta ciencia, al menos en su forma externa: 1. Observar un fenómeno. 2.” Reproducirlo experimentalmente si es posible; y si no lo fuera, la ciencia sería de observación, no sería experi- mental. 3.” Por semejanzas y diferencias, agrupar los elementos del fenómeno. 4. Señalar y distinguir las magnitudes físicas Ó paráme- tros que lo determinan en todas sus partes. 5.2 Señalar los que pueden considerarse como variables independientes y los que son funciones de los primeros y fijar sus unidades de medida. 6. Determinar experimentalmente las relaciones numé- ricas entre cada dos de ellos, con lo cual se obtendrán va- rias relaciones analíticas. 7.2 Determinar una relación analítica y algunas veces va- e A rias entre todos los parámetros; relaciones que han de com- prender las leyes parciales, como en el ejemplo tantas veces: citado, pv = RT comprende á las leyes de Mariotte y Gay- Lusac; y 8.2 Del estudio de dichas ecuaciones, deducir todas las consecuencias analíticas posibles, que se traducirán en la naturaleza en modos y accidentes del fenómeno estu- diado. Claro es, que todo lo dicho se refiere á un determinado fenómeno. Pero la. Fisica experimental tiene que estudiar otros muchos, y para cada uno de ellos, obtendrá sus fór- mulas; que la Física experimental elevada á la categoría de ciencia, no puede hoy, en manera alguna, prescindir del auxilio de las Matemáticas. Ahora bien; así como en la Na- turaleza los fenómenos se combinan, dando lugar á fenóme- nos cada vez más complejos, el físico tendrá también que combinar todas sus fórmulas para ver si de esta combinación resultan fórmulas nuevas que expliquen el nuevo fenómeno complejo. Y aquí la Física experimental empieza en cierto modo á rozarse con la Fisica matemática. Pero en este esfuerzo, para llegar á la unidad, tropieza con grandes dificultades porque sus fórmulas son fórmulas empíricas, y aunque se adapten á las aplicaciones numéri- cas, difícilmente se funden unas con otras. Por ejemplo, puede haber obtenido, como fórmula empí- rica, una elipse, para lo que en rigor era una cicloide, y mal se avienen para las combinaciones analíticas de un fenóme- no complejo, formas tan diversas. Ya esto, procuraremos explicarlo con más claridad en otra ocasión. Continuando nuestra tarea de presentar una serie de ejem- plos, en que se marquen las diferencias, ya señaladas, que = 135 — existen entre la Física experimental y la Física matemática, presentemos otro más, el de la reflexión de un rayo de luz sobre un espejo plano. Este es un hecho observado por todo el mundo, y cual- quier primitivo amante de la ciencia también lo observó hace muchos siglos. Se observa, decimos, y aquí empieza la ex- periencia, que si se aisla en un manojo de luz, por medio de un tubo, un filete luminoso, ó sea lo que se llama un rayo de luz, y se le hace caer bajo cualquier ángulo sobre un espejo, no se extingue, por regla general, sino que continúa en cierta dirección distinta de la que traía. Y el experimentador, después de haber observado el fe- nómeno y de haberlo repetido varias veces, marca los pará- metros, los cuales, á primera vista, y sin descender á ma- yores profundidades del fenómeno, son cuatro: ángulo del rayo incidente con el plano del espejo, que llamaremos /; plano perpendicular al espejo, de dicho rayo, ó sea P;; án- gulo del rayo reflejado siempre con el plano del espejo, que se llama ángulo de reflexión, y representaremos por R; y plano normal al espejo de dicho rayo, que designaremos por P.. Resultan cuatro parámetros /, P;, R, P,. O sean las cantidades trigonométricas que los determinan. La Física experimental, podemos decir, si razonamos en términos abstractos, no formula ninguna hipótesis, ni sabe lo que es la luz, ni lo que representa el espejo, ni lo que es, en el fondo, el fenómeno de la reflexión: no ve más que hechos concretos, determinados, y en ellos magnitudes que sabe medir, porque sabe medir ángulos; y además su mi- sión está reducida á buscar relaciones analíticas entre los cuatro parámetros indicados. Claro es que la Física nunca se ha resignado á este papel puramente pasivo; que desde el primer momento de su His- toria ha mezclado la hipótesis á la experiencia, el esfuerzo por penetrar en el seno de las cosas, al menos por raspar en — 136 — su superficie, con la experiencia propiamente dicha, escueta, severa, imparcial, sin prejuicios, sin teorías a priori. Esta Física experimental de que veníamos hablando es una ciencia positiva pura, en que se anula la hipótesis, ó se re- duce á un mínimum; una ciencia que observa, mide y escri- be en fórmulas empiricas las leyes de los fenómenos. Llevadas á este extremo las cosas, la Física experimental histórica no es la Física experimental que vamos describien- do; fué, por el contrario, desde su origen una Física experi- mental que preludiaba en cierto modo la Física matemática del siglo xIx. Pero ha llegado el momento de deslindar los campos y marcar las fronteras, para que cuando convenga fundir en una gran síntesis ambas ramas de la ciencia total, se sepa lo que cada una de ellas pone en el gran concierto y en la final concordia. Pero sigamos con nuestro ejemplo. El problema, desde el punto de vista de la Física experi- mental, ya hemos dicho en qué consiste: buscar relaciones entre los cuatro parámetros /, P;, R, P, ó entre las líneas trigonométricas que los determinen. Las que pudiéramos llamar variables independientes, son dos /, P;; las dos funciones que deben determinarse en va- lores de las primeras, es decir, las dos variables dependien- tes, son las dos restantes R, P,. Y el procedimiento es bien sencillo: tomar un espejo, ha- cer caer sobre él un rayo de luz, el cual, por su posición, determinara / y P;, y medir para cada caso los otros dos pa- rámetros ó las líneas trigonométricas correspondientes. La experiencia da en primer lugar, que los dos pla- nos P; y P, coinciden, y tenemos, pues, esta primera ley: el rayo incidente y el rayo reflejado, están siempre en el — 137 — mismo plano normal al espejo. Simbólicamente podemos es- cribir P; =P. Sólo nos queda por buscar la relación entre los ángulos Y de: Un circulo graduado, perpendicular al plano del espejo y dos alidadas que determinen las direcciones del rayo inciden- *te y del rayo reflejado, es decir, el aparato bien conocido de Física, ú otro análogo, por ejemplo, el que se sirve de un astro y de su imagen reflejada; nos determina la segunda ley de reflexión, que es ésta: el ángulo de incidencia es igual al ángulo de la reflexión, ya se midan con relación al plano, ya respecto á la normal; ó analíticamente NR Así el problema de la reflexión, queda experimentalmente resuelto. Claro es que este problema es mucho más complicado y contiene más elementos, pero para nuestro propósito, con lo dicho basta. El físico ha determinado una ley constante, invariable, in- discutible; es dicha ley, como hemos repetido tantas veces, “y como tendremos que repetir otras muchas, la condensa- ción en una fórmula de multitud de hechos. La Física matemática aspira á mucho más; pretende saber lo que es la luz, lo que es la reflexión y por qué en este fe- -nómeno se verifica siempre, salvo casos excepcionales, la relación DES y además necesita explicar la coincidencia de los planos . PEF AN or 18 Claro es que no podemos penetrar en el fondo del proble- ma, porque tendríamos que desarrollar la teoría matemática de la luz, y aún no hemos llegado á ella; pero al menos ha- remos algunas indicaciones generales, que den á conocer á mis oyentes, por qué metodos tan distintos de los emplea- dos por la Física experimental, resuelve el problema la Físi- ca matemática. Aquí, como en el problema de los gases, se parte de una hipótesis. Allá suponíamos una constitución determinada para los gases; aquí, suponemos otra constitución determinada para la luz. Allá hablábamos de las moléculas y de sus movimientos; aquí hablaremos del éter y de sus vibraciones, que movi- mientos son también. Pero ésta á que acabamos de referirnos, es la última ó la penúltima hipótesis respecto á la luz. Antes hubo otra hipó- tesis, la de la emisión, que es análoga, en cierto modo, á la teoría cinética de los gases. - Suponíase en la teoría de la emisión, que la luz estaba for- mada por el movimiento de una serie infinita de corpúsculos, como hemos supuesto, que los gases estaban formados de una multitud de moléculas. Y como ellas, en la hipótesis de la emisión, dichos cor- púsculos infinitesimales eran eminentemente elásticos. Y sólo con esto, quedaba explicado el fenómeno de la re- flexión por la teoría mecánica del choque. Una esferilla elástica, al chocar contra una superficie elás- tica también, se refleja formando el ángulo de incidencia igual al de reflexión, y los dos planos normales, el de inci- dencia y el de reflexión, coinciden en uno solo. Lo cual se demuestra en Mecánica por manera bien sencilla: — 139 — la velocidad de la esferilla al llegar al plano se descompone en dos: una paralela á dicho plano, otra según la normal. La paralela se conserva inalterable, la perpendicular al plano, después del choque, conserva su valor, pero en sen- tido contrario, exactamente lo que dijimos en el ejemplo de los gases, cuando la velocidad u se convertía en — u. Y determinando la resultante entre la componente parale- la al plano y la velocidad — u, habremos hallado la direc- ción del rayo reflejo, que por la igualdad de ambos rectán- gulos, los de la descomposición y composición de las velo- cidades, formará con sus lados respectivos los mismos án- gulos que el rayo incidente. ; Es imposible explicar de una manera más sencilla ni más concordante con la experiencia, el problema de la reflexión. Y sin embargo, esta teoría es falsa, ó al menos, por fal- sa se dió (y probablemente lo será) al substituir la teoría de las ondulaciones á la teoría de la emisión. La hemos citado precisamente con este objeto; para de- mostrar los peligros y las desventajas de los métodos que emplea la Física matemática, ya que sean tantas sus venta- jas, su grandeza y su fecundidad: hemos de ser imparciales. La Física experimental nunca da la unidad definitiva de la Ciencia, por más que la procure. La Fisica matemática da grandes unidades, y unidades grandemente fecundas; pero sus teorías, como están fundadas en hipótesis, á merced de las hipótesis se encuentran á cada instante, y siempre pen- dientes de los fallos rudos, pero inapelables de la expe- riencia. Esta teoría de la emisión, explica admirablemente la re- flexión de la luz, al menos en el caso sencillísimo á que nos - hemos referido; pero la experiencia demostró, que era impo- tente, de todo punto impotente, para explicar otros muchos fenómenos de la Optica, y fué preciso desecharla. Explicaba la reflexión; ¡qué importa! El eminente matemático Mr. Poincaré, ha demostrado, y en » 2 AA estas conferencias reproduciremos su demostración, que si un fenómeno de la Física se explica por una teoría mecánica, otras muchas teorías mecánicas pueden explicarlo también. Precisamente el ejemplo que vamos estudiando nos lo de- muestra. q Hemos demostrado, ó hemos explicado, la reflexión de la -luz en una hipótesis, la de los corpúsculos luminosos, óÓ si se quiere, corpúsculos de éter; vamos á explicarla también por la teoría de las ondulaciones, aunque de una manera rá- pida y superficial, como antes decíamos. e En la nueva hipótesis, se supone que todo el espacio, el espacio inmenso que nos rodea, y los espacios intermolecu- lares de los cuerpos, están llenos por un flúido eminente- mente sutil y eminentemente elástico, á que se da el nombre de éter. A decir verdad, esta hipótesis es un poco vaga, porque no se ha precisado de una manera concreta y matemática la naturaleza intima del éter. Para nuestro objeto, provisionalmente, y sin perjuicio de discutir estas teorías en otra ocasión, supondremos que el éter se compone de átomos de masa mínima y que entre unos y otros se ejercen fuerzas repulsivas centrales, funcio- nes de la distancia. Estas no son más que aclaraciones ó definiciones de la hi- pótesis fundamental. Dada esta hipótesis del éter, se supone que la luz consiste en la vibración de dicha substancia etérea, lo cual es, en ri- gor, otra segunda hipótesis. Pero con estas dos hipótesis tenemos bastante para crear la teoría matemática de la luz: el éter, con la constitución inter- na que hemos explicado, y después las leyes de la Mecánica. En Física matemática, tal es la teoría de la luz: movi- e de o da ta - = 141 — mientos vibratorios, que se extienden por toda la masa eté- rea, como las olas se extienden sobre la superficie del mar, como las ondas acústicas se extienden por el aire y se comu- nican á todos los cuerpos, Óó como las vibraciones de los cuerpos mismos. Ni una sola experiencia para constituir la teoría: la hipó- tesis y las leyes de la Mecánica. Decimos ni una sola experiencia, y esto necesita expli- cación. Ninguna experiencia, al principio, para resolver el pro- blema; toda la Física experimental al fin, para comprobar las fórmulas y determinar los coeficientes numéricos. No se olvide, que así como explicábamos una Física experimental sin ninguna hipótesis, lo cual era en cierto modo una abs- tracción, que necesitábamos para nuestras explicaciones, así también estamos explicando una Física matemática, que es puramente idealista; pero en la realidad, los términos más opuestos necesitan ponerse en relación y el físico acude á ciertas hipótesis, y el matemático busca de cuando en cuan- do terreno firme en la experiencia. Sobre esta idea tendremos que insistir todavía algunas veces. Sea A4” un espejo cuya normal en el centro será ON (figura 3.*). Representemos por CBAD un rayo de luz. Admitimos, sin demostración, que este rayo de luz se compone de planos de vibración PP”, QQ”, BA, y que en estos planos todas las moléculas del éter vibran según lí- neas paralelas. Admitimos también sin demostración esta proposición de Fresnel: que todo punto del éter al cual llega una onda vi- brante, que en este caso particular será un plano, se con- vierte á su vez en centro de vibraciones, transmitiéndose por Rxv. Acap. Ciencias. —IV. —Febrero, 1906, 11 — 142 — ondas esféricas, que se dilatan con una velocidad determina- da V. Seguimos dando por demostrado que, así como sobre la superficie del mar, cuando á un punto de dicha superficie, llegan dos ondas concordantes, es decir, que tienden á co- municar al punto velocidades en el mismo sentido, se suman éstas, resultando en dicho punto, mayor la ondulación, lo mismo sucede con las ondas etéreas; y que sucede lo con- , o] B Figura 3.* rario cuando son en sentido opuesto los movimientos que, ambas ondas tienden á comunicar al átomo etéreo. De aquí resulta, que cuando una ó varias ondas llegan á- un punto del éter, hay que saber si los movimientos son concordantes ú opuestos. Por último, admitiremos sin pretender demostrarlo (en la teoría matemática de la luz se demuestra y lo demostraremos) que cuando la onda plana avanza, no hay que tener en cuenta para cada punto, sino el efecto de los puntos que se encuen- tran en la normal ó inmediatos á ella. Todas estas proposiciones no son hipotéticas, son conse-, cuencias mecánicas de la teoría ondulatoria de la luz; pero como aquí no pretendemos desarrollarla, sino dar una idea más Ó menos vaga de una de las demostraciones de la re- flexión de la luz, demostraciones que pueden verse en cual- quier tratado de Física, nos contentaremos con lo dicho. 143 — Sea ahora C* A A' D' el rayo de luz reflejado. Si en el rayo incidente consideramos un filete ó una suce- sión de átomos de éter en la línea /7, vamos á demostrar que el filete reflejado TR, forma con la normal ON el mismo án- gulo que la línea 17. En primer lugar, ¿cuál será la onda reflejada ? Cada filete 1/7, al llegar al punto T del espejo, convierte dicho punto en un centro de vibración, de suerte que al cabo de algún tiempo, tendremos una onda esférica vibrante b c cuyo centro será el punto 7. Y si para cada punto del espejo decimos otro tanto, ten- dremos otras tantas ondas esféricas, que al llegar á los dife- rentes puntos del éter, serán concordantes ó discordantes, y darán puntos vibrantes de luz ó puntos de sombra. Si trazamos ahora, para simplificar la demostración, una recta A B”” simétrica con la A B respecto al espejo A A”, pro- longando A* D” hasta B”, podremos demostrar que A” B” paralela á AB” es precisamente la onda plana reflejada. En efecto, el punto vibrante a de la onda plana AB, al transmitir su vibración al punto a”, ha recorrido el cami- no aT + el camino Ta”, que por la simetría, respecto al es- pejo, de las líneas Ta y Ta”, será igual á la línea aa”, 6 sea A" B”. Es lo mismo que si la onda plana vibrante fuera A B”, y hubiera engendrado directamente la onda A” B”. Como lo que hemos dicho del filete /7 pudiéramos decir de otro cualquiera, resulta que, en efecto, todas las ondas esféricas análogas á la bc, llegan concordantes á su envol- vente A” B”, porque todas recorren el mismo camino des- de AB. Y si esta es la onda plana reflejada, es claro que el rayo reflejado será el C'A B”D” que forma con la normal ON el mismo ángulo que el rayo incidente. Las vibraciones llegan á todo el espacio, desde los cen- tros del plano A 4”, pero se demuestra que en cualquier otro — 144 — punto se destruyen y que sólo al plano A"B* y á sus parale- los llegan concordantes; esta concordancia entre las vibra- ciones, es precisamente la que constituye el rayo de luz. Hemos dado una idea vaga del problema, porque sólo nos proponíamos presentar un ejemplo y en él vemos lo que tan- tas veces hemos dicho: la Física matemática, empieza por plantear ciertas hipótesis, que por lo regular, aunque no siempre, reducen el fenómeno físico, á un problema de Me- cánica. : Planteado el problema no queda más que aplicar las leyes de la Mecánica y los métodos de cálculo para llegar al resul- tado final; que en este último problema, consiste en la coin- cidencia de dos planos y en la igualdad de dos ángulos. Presentemos otro ejemplo todavía, para ir recorriendo to- das las ramas de la Física: el de una esfera metálica cargada de electricidad. La experiencia da, que en este caso la electricidad se acu- mula en la superficie, que en el interior no hay trazas de di- cho fénómeno, y que la acción de la capa esférica, es nula sobre cualquier punto del interior. Este es un hecho tan sencillo, que al parecer, ni siquiera está comprendido en la fórmula que dábamos para los pro- blemas de la Física experimental; en todo caso, servirá de elemento, como en efecto sirve, para otros problemas más complicados. Pero claro es, que en nuestra fórmula general está com- prendido. Los parámetros son tres; carga eléctrica en la superficie, carga eléctrica en un punto del interior, acción atractiva ó repulsiva sobre dicho punto. De suerte, que si la carga ex- terior la representamos por C, la carga interior en cualquier punto por c, y la fuerza por f, el problema se plantearía de — 145 — este modo: buscar relaciones analíticas entre C, c y f; sólo que estas relaciones son bien sencillas en nuestro caso, == PSA independientemente de la carga C, que por razón de sime- tría suponemos repartida uniformemente sobre toda la esfera. Es el caso en que una función se reduce á cero. La Física experimental acude á la experiencia, y nada más que á la experiencia para demostrar estas leyes, Ó si la pa- labra ley parece sobrado jactanciosa en este caso, para de- mostrar estos hechos. Todo el mundo conoce los procedimientos que en Física se emplean para la demostración. Se fabrican esferas de me- tal huecas, se deja en ellas una pequeña abertura y por esta abertura se introducen, Ó planos de prueba, Óó pequeños aparatos que demuestren la no existencia de electricidad en el interior y la no existencia de acciones eléctricas; y resulta en efecto, que ambos parámetros son nulos, 0 AO, Y no necesita el físico averiguar en qué consiste la electri- cidad, ni las leyes de su distribución en los cuerpos conduc- tores, ni ninguna teoría ú priori. No hay electricidad en la cara interior de la esfera, no hay influencia eléctrica en ningún punto de su hueco: esto no lo demuestra, lo ve materialmente en sus aparatos; aparatos que ha construido con arreglo á otra serie de hechos obser- vados, ó de hechos que provocó artificialmente; sobre la di- ferencia que existe entre lo uno y lo otro, algo diremos más adelante. En cambio la Física matemática, recoge los hechos obser- vados; porque casi siempre, no siempre, la Física matemáti- ca parte de hechos experimentales, y les busca explicación. — 146 — Explicación que alguna vez se funda sólo en las leyes mate- máticas; explicación que otras veces, casi todas, está funda- da en las leyes de la Mecánica; explicación por fin que se apoya en otros hechos y en otros fenómenos, buscando de esta manera la unidad de la ciencia. Y sobre esto último, presentaremos más adelante un ejem- plo muy notable, cual es la reducción de los fenómenos mag- néticos á fenómenos eléctricos de la electrodinámica. Pero volvamos al fenómeno á que hace poco nos hemos referido: ausencia completa de electricidad y de acciones eléc- tricas en el interior de un cuerpo conductor al cual se le ha comunicado determinada carga de electricidad; y vamos á probar, sin necesidad de acudir á la experiencia, que, en efec- to, la carga debe distribuirse en la superficie, que en el in- terior no puede existir electricidad libre, y que la resultante de la fuerza eléctrica para todos los puntos interiores es nula. Claro es, que el matemático que pretende resolver este problema, no pretende imponer las leyes de su pensamiento á la Naturaleza, cuando más procura buscar alguna armonía, toda la armonía posible, entre la realidad física y la razón humana. Se parte, pues, en este fenómeno, como en todos los ante- riores, de una ó de varias hipótesis, para ver, para ensayar pudiéramos decir, si con tales hipótesis, las leyes de la Me- cánica concuerdan con la realidad del hecho observado. Y no á capricho hemos empleado la palabra ensayar, más adelante veremos, y ahora sólo apuntamos la idea, que todas estas teorías de la Física matemática, constituyen una verda- dera experimentación del orden racional; es, en cierto modo, la experimentación más perfecta, la que resulta de poner en contacto el fenómeno real y la teoría que forjó el pensa- miento. Para nuestro caso, se supone como ya hemos dicho otras veces, que la electricidad es un fiúido, quizá el mismo éter que sirve para explicar los fenómenos luminosos; flúido en- fo Yare + AT 00 — 147 =— “tre cuyos átomos existen fuerzas repulsivas centrales, es de- “cir, que van de átomo á átomo, y cuya intensidad depende, á la manera de la hipótesis newtoniana, del producto de las masas de ambos átomos y de una función de la distancia. Claro es, que sobre la naturaleza íntima de la electricidad, se han hecho varias hipótesis, que todavía están en juego simultáneamente, algunas de las cuales se procura armonizar y no es difícil conseguirlo; por ejemplo, la de los dos flúidos -y la del fiúido único, sin contar otras hipótesis más modernas. Nosotros supondremos en este ejemplo, que sólo como ejemplo presentamos, para ir marcando todos los caracteres de la ciencia á que consagramos estos trabajos, que dos ató- mos eléctricos se repelen en razón inversa del cuadrado de la distancia. Es una hipótesis provisional. Pero con estas dos hipótesis nos basta para nuestro objeto. Figura 4. Y supondremos, para simplificar los cálculos, que se trata de una esfera de metal O (fig. 4.*). Supongamos cargada dicha esfera, con cierta cantidad de electricidad, que por razón de simetría, admitiremos distri- buída en capas esféricas de igual densidad alrededor del cen- tro O de la esfera principal. dr MB En general, la carga eléctrica en un punto M, sería una fun- ción de las coordenadas de este punto, y otro tanto podre- mos decir de la fuerza eléctrica que sobre él actúe, de suerte que tendríamos y Ce (x, y, 2); y e 05 (x, y, 2). Y vamos á demostrar que ambas funciones <¿ y f. son nu- las, excepto en la superficie. Empecemos por calcular la fuerza ys: es un cálculo elemen- tal, que casi no valía la pena el recordarlo; pero en fin, no queremos dejar nada incompleto en estas conferencias, que como preparación para estudios más elevados, son por hoy de carácter elemental. Para estudiar la influencia de toda la masa eléctrica, que suponemos repartida en la esfera metálica, consideremos dos casos: 1.2 Acción de una capa esférica cualquiera ab BA de radio R que envuelva al punto M. 2.” Acción de la esfera de radio r que pase por dicho punto M ó á pequeñísima distancia de él. Para estudiar la acción de la capa esférica, haremos pasar por M infinitos conos, sumamente estrechos y que terminen en dicha capa esférica, prolongándose al efecto por ambos lados del vértice. Sea MA B a b uno de estos conos, el cual determinará en la expresada capa esférica dos masas muy pequeñas de elec- tricidad ab y AB. Y lo que digamos de este cono, diríamos de todos los demás. Pero es evidente, que las acciones de a b y A B sobre el punto M son iguales y contrarias y se equilibran. En efecto, llamando y á la masa de M; y L, l á las distan- cias MA, Ma, tendremos: — 149 — po LN es una mezcla de ortosa y nefelina, que compone un todo homogéneo. Los fenómenos de nutrición de los cristales, no son tam- poco otra cosa que manifestaciones de la tendencia hacia la estabilidad. De antiguo es conocido el hecho de la reinte- gración de los cristales salinos mutilados, cuando se ponen en una disolución de la misma composición que ellos; por el mismo proceso, ciertos agregados clásticos se transforman en cristalinos, como la arenisca cuarzosa, que se cambia en cuarcita, los minerales compactos ó sus mezclas, como la sal gema y el yeso, que se vuelven gruesamente cristalinos, como aparecen en los depósitos antiguos, Todos estos hechos de cambio de sistema, de agrupacio- nes miméticas de simetría más alta que los individuos agru- pados, de simbiosis y de nutrición de los cristales, son prue- bas, como ha dicho Lapparent, tratando de las maclas, de la tendencia de la materia «hacia la conquista del más elevado grado posible de simetría ». Este autor, aunque sólo ha visto un aspecto parcial del problema, llega á la consecuencia de que la causa de la expresada tendencia es la protección con- tra los agentes destructores externos, porque si en el edifi- cio cristalino hay direcciones sensiblemente diferentes de las demás, desde el punto de vista de la distribución de las par- tículas, existirán partes más vulnerables; al contrario, en la red cúbica se realiza la identidad de constitución en las tres dimensiones. Es notable, en este respecto, el diamante, en el que además, la curvatura de las caras presta mayor efica- cia á la forma regular, aproximándose todo lo posible á la esfera. IV Réstanos mostrar que las especies minerales son capaces de evolucionar transformándose en otras más estables, y en general de constitución menos compleja, y de las cuales di- — 189 — fieren no sólo por su sistema cristalino, sino por otros atri- butos. Semejantes cambios son de indole más complicada que los hasta aquí examinados, pues trascienden á la vez á la agrupación molecular y á la constitución química. Dificulta el esclarecimiento de estas cuestiones el deslinde de la parte que toman los procesos de alteración, con lo que se refiere á la evolución inherente á la substancia propia del mineral, por lo cual los ejemplos de que podemos servir- nos son todavía poco numerosos, aunque es de esperar se multipliquen con los progresos de la Mineralogía geoló- gica (*). Los bisilicatos predominantes en la constitución de las ro- cas proporcionan la mejor y más importante prueba de seme- jantes transformaciones, particularmente tratándose de las de origen volcánico. El silicato ferromagnesiano inicial en di- chas rocas es la hornablenda, y de ella derivan, por evolu- ción, la biotita y la augita, quedando como residuo la mag- netita. La teoría más en boga para explicar el cambio de que se trata en las rocas volcánicas, es la de la «acción cáustica del magma» obrando sobre los cristales de hornablenda y bioti- (*) Haidinger ha estudiado en una bella monografía las metamor- fosis que experimentan los minerales, distinguiéndolas en anógenas y catógenas. Las primeras se operan en el interior de la tierra, y consisten las más veces en oxidaciones, al paso que las segundas son atmosféricas y con frecuencia reducciones operadas por las aguas circulantes con los cuerpos que disuelven, favoreciendo la producción de combinaciones de composición más elevada. Para el caso de que vamos á tratar en este capítulo no hay un tér- mino consagrado. Washington emplea el de alteración en el sentido de «alteración magmática» y «reabsorción», cuando el cambio se opera en el seno de un magma rocoso; pero nos parece que esta pa- labra no expresa la idea del cambio molecular físicoquímico de los minerales independiente de la intervención de materia exterior sin aumento ni disminución de substancia á que aquí nos referimos. La llamaremos simplemente evolución para no crear nuevas voces, ya que tan sobradas de ellas están las ciencias naturales. Rev. Acap. Ciencias.—IV.—PFebrero, 1906, 14 a TR — 19 — ta, que es la del Profesor Zirkel (*). Se supone en ella la fusión ígnea de dichos cristales y su reabsorción y disolución por el magma que le envuelve, cristalizando después la au- gita en individuos independientes. Con respecto á la magne- tita, unos petrógrafos pretenden que es disuelta y que se se- para ulteriormente, y otros que cristaliza cuando la parte au- gítica se ha individualizado. " El origen hornabléndico de la augita de las rocas volcáni- cas se puede seguir en Ocasiones, paso á paso, en las prepa- raciones, viéndose que marcha el cambio del exterior hacia el interior. Ocurre de un modo normal y constante en los ti- pos petrográfico básicos, siendo mucho más raro en los ácidos. y A pesar de estas razones, el Dr. Washington (**) ha com- batido la teoría de Zirkel substituyéndola por otra, fundada en las condiciones en que se ha hallado el magma volcánico al enfriarse lentamente y disminuir la presión, que es cuando la transformación hubo de realizarse, según su manera de ver. Nota que la hornablenda y la biotita son mucho más complejas en su estructura molecular que el piroxeno, impli- cando la formación de aquéllas la influencia de una presión elevada actuando sobre el magma igneo, con la ayuda proba- ble de ciertos agentes mineralizadores, según otros petrógra- fos han probado (***). Estas son las condiciones dominan- tes durante el primer periodo ó intratelúrico; pero al ser trans- portado el magma cerca de la superficie, disminuye la pre- sión, en tanto que la temperatura permanece elevada y acaba por descender también ésta, llegando un momento en que la substancia ya no es por más tiempo estable. Entonces co- mienza un cambio molecular por el cual la masa física y quí- (*) Mikroskop. Petrogr. U. S. G. Expl., 40 th. parallel, 95, 1876. (**) The magmatic alterac. of hornblende and biotite. (The Journ. of. Geol., IV, núm. 3. Chicago, 1896). (***) Michel Lévy: Structure des roches éruptives. París, 1889-90. — 191 — micamente homogénea de la hornablenda se trasforma en otra granuda y heterogénea de augita y magnetita. En último término, ambas teorías se basan en la inestabi- lidad de la hornablenda y la biotita; inestabilidad demostra- da, por otra parte, experimentalmente hace mucho tiempo, fundiendo los anfiboles, los cuales recristalizan dando augi- ta, y ésta ya no se cambia de ningún modo en anfibol. - Todavía el proceso puede ser más complejo en el seno de los magmas fundidos haciéndose concesiones mutuas los mi- nerales puestos en presencia para lograr su trasformación en especies más estables. Así, en el caso de la biotita desprovis- ta de cal ó muy pobre de ella, toma este cuerpo del magma ó de algún mineral calcífero próximo para trocarse en augita Ó diópsida, mientras que cede potasa para que aquéllos se transformen en feldespato (*). En las rocas graníticas y gneísicas, el piroxeno es mucho más raro que en las volcánicas. Se conocen, sin embargo, gneis piroxénicos con verdadera augita, sienitas eleolíticas con achmita y egirina, dioritas augíticas, y sobre todo ofitas con este cuerpo, que tanto desarrollo alcanzan en Andalucía, sin hablar de los pórfidos augíticos, las diabasas, gabbros y meláfidos, que son ya verdaderas rocas volcánicas antiguas. El origen anfibólico de los piroxenos de todas estas diferen- tes rocas parece muy probable, por más que no esté todavía demostrado; y favorece este supuesto, la existencia en las mismas rocas volcánicas de augita individualizada evidente- mente después de la consolidación de la lava, constituyendo, por ejemplo, granillos con otros de hierro opaco en la peri- feria de las hornablendas basálticas, como ocurre en la de Puertollano. (*) En los procesos del pseudomorfismo y del metamorfismo son numerosos los casos de cambio recíproco de átomos de los minera- les puestos en contacto; pero no nos referimos aquí á alteraciones en que intervienen substancias ó agentes exteriores, por hi ya der á otra categoría de fenómenos. — 192 — La transformación de la hornablenda en mica es habitual en las anfibolitas. Se cita el gneis de Tanern, cuyo anfibol, conservando su forma propia, está completamente cambiado en biotita, mientras que el feldespato y el cuarzo permanecen intactos, lo cual indica que se trata de un fenómeno de evo- lución y no de alteración. A transformaciones semejantes de- berán su origen los cristales de cuarzo, adularia, mica, al- bita, epidota, clorita, apatito y otros varios minerales que rellenan las cavidades de las antiguas rocas cristalinas y que se consideran como obra de secreción lateral. Se admite que la causa de estas formaciones persiste todavía en las condi- ciones actuales de la roca al parecer inactiva, debiendo, por tanto, residir la energía que las da origen en la propia subs- tancia de los minerales. V Es manifiesta la trascendencia de las cuestiones ligera- mente bosquejadas para plantear al menos el gran problema de la evolución de los minerales. Sterry Hunt (*) ha dicho, que á medida que avanzan en su desenvolvimiento las especies inorgánicas, se transforman en otras más estables. Fijándose de preferencia en los mine- rales petrográficos más importantes, y en sus relaciones con el medio ambiente y con los cambios subterráneos que se - Operan' merced á las aguas termales y otros agentes, ha fun- dado en la geología química su hipótesis crenítica, según la cual, hay paralelismo entre la evolución mineral y las que presiden los desarrollos astronómico y biológico. Las espe- cies del mundo inorgánico sufren una verdadera selección, por virtud de la cual van quedando las más permanentes, cuya difícil alterabilidad está, en general, relacionada con la (*) Miner. Physiol. and Physiogr., 2.? edic., New-York, 1891, pá- gina 688. sb — 1983 — dureza ó resistencia mecánica de la substancia. Y siendo la condensación inversa al llamado volumen atómico, una fór- mula sencilla expresa la relación entre dicha condensación y el grado de inalterabilidad, particularmente tratándose de los silicatos y los óxidos. El profesor Tschermak (*) se fija especialmente en los pseudomorfismos como comprobación de la inestabilidad del mundo mineral y en el nacimiento de unas especies y la muerte de otras, que producen una renovación no interrum- pida en el transcurso de los tiempos, originando las corrien- tes variedades. «El incesante aumento de esta pluralidad de formas, puede representar la evolución del reino mineral. » En estos puntos de vista, y de una manera más terminan- te en el de Sterry Hunt, se pone la causa de los cambios que experimentan las substancias minerales en su correlación con las edades sucesivas del planeta, siendo los agentes internos y externos los que operan dichas transformaciones. Por su parte Lapparent (**), interpretando la significación del fenómeno de las maclas, halla que responden á una ra- zón de equilibrio, al modo como el equilibrio reticular; el conjunto adquiere, por el sólo hecho de su agrupación, una simetría aparente de orden más elevado que la de la red fun- damental, y, por consiguiente, que la de la molécula. Son, pues, las maclas el resultado del constante «esfuerzo de la materia cristalizada hacia la conquista del grado más alto po- sible de simetría ». Semejante tendencia constituye un medio de preservación, y ésta es su razón de ser, «asegurando á los edificios cristalinos el grado más alto de estabilidad. Es, pues, una sencilla consecuencia del grande y fecundo prin- cipio de la menor acción, que parece regir á toda la filosofía natural ». Como se ve, las evoluciones de los minerales pueden re- (+) Trat. di Mineralog., parte general, pág. 276 (trad. italiana) 0). Loc: cit. — 19 — sultar, tanto de la actividad general del planeta, como de la energía propia de la substancia en su tendencia hacia el equilibrio molecular. No hay, ciertamente, contradicción en- tre estos procesos, sino, al contrario, expresiones de una misma ley universal, confirmando la conclusión á que lle- gaba hace ya muchos años (*) de que los individuos mine- rales (los cristales) son capaces de sustraerse temporalmente á las influencias geológicas del medio envolvente por virtud de la tendencia de sus moléculas hacia el equilibrio, forman- do edificios resistentes; evolución ésta, individual, dentro de la colectiva del planeta. XI. — Aplicaciones de la composición de intensidades al cálculo gráfico de vigas rectas. POR NICOLÁS DE UGARTE. V Pieza empotrada en un extremo. Veamos ahora algunos casos sencillos de empotramiento. En la fig. 8.?, suponemos que A B es el eje de una pieza, cargada en su extremo B con un peso P y empotrada en el otro. De un modo completamente análogo se haría si estu- viera cargada con varios pesos Ó fuera otra cualquiera la carga. (*) Calderón: La evolución terrestre. (Anal. Soc. Esp. de Hist. Nat., t. X, 1881). — 19 — El empotramiento se hace ordinariamente prolongando y ajustando convenientemente la viga dentro del muro, para que con las reacciones de éste, aquélla, aunque se flexe, siga horizontal en la parte empotrada. Si la resultante' de las 're- a r ad Figura 8.* acciones de la parte superior del hueco en que se empotreíla viga, es r, ésta, trasladada á A mediante el par r — r”, da en A la carga r y el momento del par equilibra en él, al que de un modo análogo y también por traslación al punto A, pro- duce la carga P; aquel par es el de empotramiento. — 106 El punto A resultará cargado con r +- P. Siendo corta la cola empotrada, puede, por esta causa, comprometerse la mampostería Ó lo que forme la construcción en A, y por re- acción, sufrirá el mismo esfuerzo la pieza en ese punto. He- cha esta aclaración, claro es que por causa de la carga exte- rior P, no hay en A otro esfuerzo que P, el cual será allí el cortante, pero contando con lo expuesto, es siempre mayor que P. Todo lo dicho es elemental; pues se comprende que si la pieza estuviera libre y solicitada por una fuerza P, tendería á trasladarse paralelamente á sí misma, si bien girando á la vez alrededor de su centro de gravedad, por no estar aplica- da en él; pero sujeta en 4, la traslación se anula por una re- acción, nacida en ese punto igual á P. No siendo esas fuer- zas directamente opuestas, engendran un par, que tiende á hacer girar la pieza alrededor del punto A. Ese par sólo pue- de ser equilibrado por otro igual y opuesto, que es el de em- potramiento, y ambos obran por intermedio de las reacciones elásticas, que nacen en la sección A de la pieza, las cuales forman nuevo par, análogo á los anteriores; pero la materia únicamente permite llegar á un valor determinado, del cual, no sólo no puede pasar, sino que hay que permanecer á la prudente distancia del mismo, que indican los coeficientes de seguridad. La sección inmediata por la derecha á la de empotramien- to, después de ejecutar un ligero giro, queda en equilibrio y como empotrada á su vez; la viga toda, que habrá seguido el movimiento, volverá á presentar un caso análogo de pieza empotrada, aunque separada algo de la posición horizontal. En la nueva sección de empotramiento se tendrá el mismo esfuerzo cortante P; mas por ser la longitud un poco menor, también será menor el momento de flexión. Así sucesivamen- te, pasarán fenómenos análogos en las secciones siguientes, siendo para todas el mismo esfuerzo cortante, mermando, sin embargo, de un modo sensible el par ó el momento de — 19% — flexión, con las distancias á la sección (cada vez más aleja- das del origen) que se considera fija Ó empotrada, hasta re- ducirse á cero en B. Con el pequeño giro de cada sección, varían de posición todas las demás de la derecha. Aunque tales giros disminuyen á la par que los momentos de flexión y se reducen á cero con él en B, este punto será, no obstan- te, el que al fin resultará más separado del eje primitivo. Su ordenada respecto á AB, será la flecha Ó deformación máxi- ma. Todas las deformaciones, aun ésta, resultan muy peque- ñas si, como se procura siempre, las cargas son tales, que no salga el material del período llamado elástico; sin error sensible, se pueden seguir suponiendo las cargas normales á la pieza y sus distancias á las distintas secciones las mismas que antes de la deformación. La transmisión de los efectos producidos por la carga P, los hemos explicado como produciéndose de A á B; nos pa- rece, sin embargo, que se verifica en la realidad de B á A, con una velocidad considerable, pero, quizá, no imposible de medir. ” Hemos visto que el esfuerzo cortante en todos los puntos, es el mismo é igual á P. La ley de los esfuerzos cortantes, será, pues, una recta mp, paralela al eje, t'hzada á la distan- cia que en la escala de pesos valga P. Suponiendo que éste sea de 80 kilogramos y que un milímetro representa 10 kilo- gramos, PB =8 mms. Según sean los convenios, así serán las figuras, pero teniéndolos cuidadosamente en cuenta, los resultados, como es natural, si no varían los datos, serán siempre los mismos. Esto es muy trivial, pero como el resul- tado de nuestras más sublimes concepciones, termina, en la práctica, por una simple operación aritmética, nos tomamos la libertad de insistir en tales asuntos, aunque sean triviales, como lo haremos más adelante para la construcción de la elástica. Analíticamente, la ley de carga, en el caso de que trata- mos, no existe como línea, por estar reducida á las coorde- — 198 — nadas del punto B: x -= 1, y” = P; por consiguiente, la deri- vada ó coeficiente diferencial de la ley de esfuerzos cortantes , es nulo: E = 0; luego y” = constante debe ser esa ley; es decir, una paralela al eje de las X, á una distancia de este igual á esa constante (por encima ó por debajo, según los convenios), y tal constante no puede ser otra que P, puesto que lo es para el punto dado de abscisa /, el cual es eviden- te que debe estar comprendido en la integral. y = Pes, pues, la ley de esfuerzos cortantes. De ésta, por nueva integración (*), llegaremos á una recta inclinada que, si pasara por el origen, sería y = Px, Ó sea la Am' de coeficiente angular igual á la carga P, pero que debe correrse, paralelamente á sí misma, hasta que, para x =0, se tenga para y el valor An = P.!, que será el de la constante que particulariza la integral; de modo, que la ley de momentos de flexión será y = Px — Pl, suponiendo ne- gativas las ordenadas por debajo de AB. La recta nB será la ley gráfica de momentos de flexión. Si hubiera varias cargas, y aun con una sola, se puede constituir un polígono de intensidades, 4w, con un polo p, que escogeremos aquí, de modo que el primer radio pa sea ho- rizontal, pero que podría ser cualquiera, el cual nos permitirá la construcción del funicular. Empezando éste con AB, y si- guiendo con Bn, tendremos en An el momento del sistema respecto á A, y en cualquier otro punto intermedio, el mo- mento de flexión correspondiente será representado por la ordenada comprendida entre AB y Bn. En la figura hemos tomado por distancia polar (*) Ya hemos dicho lo que entendemos por esa palabra que sub- rayamos, porque, como es natural, no puede haber integración sino de una expresión diferencial. AO LL >< > sera. pues. Y 2 MED A n= 2P. Sea una sola, ó sean varias las cargas que formen la suma gráfica a w, para seguir un procedimiento análogo al que se sigue en otros casos, debe cerrarse el polígono de intensi- dades con la igual y opuesta « «a, reacción del apoyo A, que no puede hacer equilibrio á P por sí sola, porque no son dí- rectamente opuestas, sino que forman un par, que sólo con otro par puede equilibrarse. El primer lado del funicular, en este caso, es el A B, que va de la reacción á la primera intensidad, paralelo á su ho- mólogo del haz «a p; desde B, iría, si hubiera más intensida- des, recorriéndolas todas, con paralelas á sus homólogas del haz, y, por fin, desde la última con una paralela á p w, debe irse á la reacción An (que en el poligono de intensidades forma vértice en w con la « w); por n, en realidad, para tra- tar de cerrar el polígono, debe trazarse el último lado para- lelo á p « (puesto que, en a está el vértice de cierre del polí- gono de intensidades) y será el n K” paralelo al de partida, con el cual no se puede encontrar. Esto dice, como sabemos por el cálculo de intensidades, que el sistema se reduce á un par de brazo A n y de intensidades A K, n K”, cuyos valores y sentido son «ap y pa. También dice que el momento de flexión por la derecha, viene á estar en cada punto formado por esas mismas intensidades, pero con un brazo que dismi- nuye, puesto que es la ordenada del triángulo A n B, hasta ser cero en B; por la izquierda tiene un valor constante, re- presentado por la ordenada A n, en el límite de la viga, Ó sea el del par ó momento máximo mencionado, que es igual al de empotramiento. Si queremos conocer las deformaciones en cada punto, tendremos que construir la elástica, ó un polígono que la en- vuelva, por el método explicado. Para ello tomaremos la lí- nea n B, que es la de momentos de flexión, como si fuera una línea de carga. Esta, que aquí es una recta, sería un polígono a Ó una curva, si la pieza hubiera estado cargada con varios pesos Ó con una carga continua, etc. La obtención de la elástica por el método analítico, toman- do la línea de carga como un coeficiente diferencial, que debe integrarse dos veces seguidas, no tiene dificultad en general, y ni aun para fijar las constantes. Aquí prescindiremos del método analítico, por ser nuestro objeto principal el gráfico. Cualquiera que sea el que sigamos, la primera integral de la recta n B será una parábola, cuyo eje vertical pasará por B, en que se reduce á cero su derivada, puesto que aquel eje irá á pasar por el vértice ó punto de tangente horizontal. Como además ha de pasar por A, y la ordenada suya en el punto B ha de ser el área total A n B, será fácil construirla. Podemos, sin embargo, pasarnos sin ella. Basta dividir el triángulo en trozos, como los indicados, y tomar sus áreas como intensidades, 1, 2, 3, 4, que obran en los centros de gra- vedad de las mismas. El polígono a w” de tales intensidades y el polo p”, nos conducirán á un segundo funicular A C, que será envolvente de la elástica deformada, según sea la dis- tancia polar, pero pudiendo fácilmente deducir de sus orde- nadas, las deformaciones verdaderas que buscamos. Ese po- lígono será tangente á la curva funicular, en donde principian y acaban las áreas representadas por 1, 2, 3,4 y, por con- siguiente, en Á y C. B C será, pues, la flecha que tendrá la pieza en una esca- la fácil de hallar. Para representar por intensidades rectilíneas las áreas del segundo funicular, hay precisión de tomar una escala espe- cial, 6 lo que es igual, dividir las áreas todas por una cons- tante, a por ejemplo, los cocientes serán magnitudes rectas que, multiplicadas por a, darán rectángulos equivalentes á las áreas mencionadas. Aquellas magnitudes rectas son las que se llevan como intensidades al polígono de las mismas, que nos haya de servir de base para el segundo funicular. Por comprobación, en estos y otros ejemplos, pueden de- | | — 201 — ducirse de las construcciones gráficas las fórmulas analíticas. Hagámoslo esta vez para determinar la fórmula de la flecha, que en una pieza horizontal AB, empotrada en un extremo, produce una carga P en el otro. Por ser AC un funicular, las tangentes extremas prolon- gadas nos darán por su intersección con cualquier ordenada, la magnitud que, multiplicada por la distancia polar, será el momento del sistema respecto al punto en que la ordenada corta á eje. Por ejemplo, An”, magnitud comprendida por las tangen- tes extremas sobre la ordenada de A, será (multiplicada por la distancia polar que llamaremos h) el momento de la suma gráfica au” respecto al punto A. De igual modo BC = MD = que hemos trazado con el auxilio de las frisectrices no es la elástica, aunque tiene común con ésta las tangentes en los apoyos. Eso no impide que como funicular nos preste su auxilio para la indagación de momentos de las intensidades entre que está trazado, y, por tanto, para resolver el proble- ma que nos hemos propuesto. Los puntos de inflexión en el caso de la figura 9.*, se pro- yectarán en d y d”, que corresponden á los b y b' en que el momento es cero. A los lados centrales del polígono Afs 'B envolvente de la segunda funicular, corresponden como homólogos los ra- dios Pa”, Pw” que podrán trazarse ya para determinar P, Este podrá, pues, fijarse sin necesidad de construir el fu- nicular, que corresponde á P”, que está con P en una rec- ta PP' paralela á a w'. En Ph estarán confundidos en uno los dos radios del haz paralelos á los lados extremos At y Bf, y á la vez Ph será paralela al lado de cierre A B del funicular. Esta coinciden- cia no existiría si los empotramientos no fueran horizontales. Los segmentos w'h y ha” representarán las dos áreas ne- gativas de los triángulos; cuya suma, en este caso de empo- tramientos horizontales (en los demás no sucederá en gene- ral), se reduce á cero con la positiva representada por a' w'. Como además, la suma de momentos de esas áreas, respecto á cualquier punto, debe ser cero por cerrar el funicular, re- sulta que el área del primer funicular AmbB es igual á la suma de las de los triángulos, ó sea á la del trapecio A BB" A* y además el centro de gravedad de éste caerá necesariamen- te sobre la sm que contiene el de AmB. - Datos son éstos bastantes para que, estableciendo esa igualdad de áreas y de momentos de las mismas, podamos deducir, por sencillo cálculo, las magnitudes A A” y BB” que buscamos. Pero sin acudir á ello, podemos determinarlas con el auxilio del segundo funicular. En efecto, prolongando los lados medios st y sf”, darán sobre las verticales de los apo- — 210 — yos segmentos AF, BF", que representarán (multiplicados por h distancia polar) los momentos respecto á los puntos A y B de las intensidades negativas, cuyas líneas de acción son las trisectrices. Esas intensidades son las que represen- tan las áreas de los triángulos AA'B y BB'A', Ó sea ARE p io ES EN - 2 qa ; a ' y, por tanto, podremos escribir AM Al Lie AF=— so a 3 , 7 1 BB" < Ls a 3 de donde , ha ha y AA; = < _1m E 100.000 kg. 200 m. " 1 m?. 20.000.000 kg-m. ” resultando de multiplicar las dos escalas de pesos y longitu- des; fracción que quiere decir que un metro cuadrado re- presenta 20 millones de kilográ-metros (*), 6 bien, 2 < 10" kilográ-metros. Cuando se ha obtenido una curva ó polígono funicular ce- rrado, correspondiente al sistema de cargas que sustenta una viga y sus reacciones, el momento de flexión M, respecto á un punto x cualquiera, está dado, como sabemos, por la parte y de la ordenada comprendida en él, multiplicada por la distancia polar H; luego M, = y H. Este producto es una superficie que, valuada en metros cuadrados y multiplicada por el denominador de la escala de momentos, dará el valor en kilográ-metros, que corresponde á cada ordenada y. Supongamos que la escala es de 1 m?. 20.000.000 kg-=m. ” M = y < H = 20.000.000 kg-m. Esta expresión dice que las ordenadas y, tomadas en me- tros, darán por sí solas ese mismo momento, sin más que multiplicarlas por la cantidad constante HA < 20.000.000, que es lo que corresponde en kilográ-metros á una ordenada de (*) Creemos conveniente separar las dos palabras en la forma indicada, ya que la de kilográmetros está consagrada á la unidad de trabajo ó de energía. Del mismo modo, para representar el kilográ- metro ponemos kg-m., que está mejor dispuesto para expresar luego la unidad cúbica kilográ-metro cuadrado, que debe cifrarse en este abreviación: kg-m?, — 216 — un metro. Si conviene medir las ordenadas en milímetros ó en cualquier otro submúltiplo del metro, habrá que dividir esto por mil ó por el divisor que corresponda. 1 Viga: Escala = L Figura 9.* Pongamos un ejemplo para la debida claridad. Volvamos á la figura 9.*, que reproducimos aquí para mayor comodi- dad del lector. A la viga AB de 12 metros de longitud, empotrada en los — 217 — apoyos y dibujada en la escala 1/200, la suponemos so- portando una carga repartida, según una ley determinada, cuyo total de 5.000 kilogramos esté representado en aw por una longitud de 0,05, esto es, un centímetro por 1.000 kilo- gramos, ó sea en escala de 1 m. h 100.000 kg. ' la “escala de momentos será, pues, din: 200 >= 100.000 kg-m. * OH distancia polar es 0,03; por consiguiente, el factor -por que hay que multiplicar las ordenadas, medidas en me- tros, para saber el momento que representan en kilográ-me- tros, será 0,03 < 200 < 100.000 = 600.000. Por ser la figu- ra pequeña, nos conviene medir esas ordenadas en milíme- tros. El factor constante será, pues, 600. Si suponemos la viga apoyada, la curva de momentos es, como dijimos en el número anterior, la AmbB; el momento de flexión en el punto S está representado por la ordena- da Sm, valdrá, pues, Sm milímetros < 600 kilográ-metros. Si la suponemos empotrada, el momento de flexión en S queda reducido á rm milímetros; será, pues, con tal hipó- tesis de rm =< 600 kilográ-metros. En cambio, en el apoyo A, en que sería nulo con la primera hipótesis, se hace nega- tivo con la segunda y de valor igual á A A” milímetros, mul- tiplicado por el factor constante 600 kilográmetros. - Supongamos ahora, que deseamos continuar las operacio- nes para trazar las líneas cruzadas tz” y zf', Ó para hallar los lados centrales (parte superior de la figura) 2S, y S,2”, que, con las horizontales A,g y B,2”, nos dan un polígono envol- vente de la elástica correspondiente á este caso de empotra” — 218 — miento, y averiguar cuál es la escala de las deformaciones. Para concretar bien las ideas, fijgmonos solamente en el tra- zado de la elástica. Dijimos que el conjunto funicular para este caso era el AA' B'BU'mbA. Si queremos un polígono de muchos la- dos que la envuelva, habrán de subdividirse las áreas AA'b, bmb' y b'B'B.en los trozos que nos hagan falta; mas si nos contentamos con los cuatro lados arriba dichos, bastará va- luar directamente, ó con un planímetro, esas tres áreas y lle- varlas en su orden sobre un polígono de intensidades «* w” en la escala conveniente, situando luego el P, á la distancia ET, tomado este producto en la misma escala, ó en otra si así lo exige el dibujo, deduciendo de la relación entre am- bas, la de las deformaciones. Puesto que en este caso, por lo que dijimos en el número anterior, el área positiva ha de ser igual á la suma de las ne- gativas, pondremos el polo P, de modo que la distancia po- lar P,h' divida á la a” w”, que representa el área positiva, en dos partes w”/1" y Ha”, que figuren las negativas b'BB' y AA'b. Veamos, ante todo, el modo de valuar éstas. Tomemos, para simplificar, el área A A” b como si fuera un triángulo de base A A” = 13 milímetros y altura A* b de otros 13. No habrá inconveniente en razonar así. Ese trián- gulo vale 84,5 mm.?”: figuremos cada 10 milímetros cuadra- dos por uno de longitud, ó bien tomemos a = 10 mm. como base de reducción. El triángulo A A“ b podrá representarse por una longitud de 8,45 mm. Puede también decirse: A A* sabemos representa un mo- mento de flexión cuyo valor 13 <»600 = 7.800 kg-m.; la altura en la escala de 0,005 por metro, ó de represen- ta 27,60; el área del triángulo representará 7.800 < 1,30 = = 10.140 kilogramos-metros cuadrados = 10.140 kg-m.?. Figuremos cada 1.000, ó en general cada a' kg-m.* por la — 219 — longitud de 1 mm.; dividiendo ese número por 1.000, ó en general por a”, sabremos el número de milímetros que debe representarla. Del mismo modo valuaremos la otra área negativa b' B B' en milímetros cuadrados, y reducida con la base a, por el primer método, sabremos los milímetros de longitud que de- ben representarla, ó bien diremos: ese triángulo tiene una base B B” de 7 mm., que representa 7 < 600 = 4.200 kg-m. y una altura b” B” próximamente igual á 14 mm., ó 2,80 me- tros en la realidad, por consiguiente, esta superficie vale 5.880 kg-m?., que dividiremos por a”, y aquí por 1.000, para tener su representación lineal. La positiva será la suma de ambas por lo expuesto arriba, y si no fuera así, por no ser horizontales los empotramientos, la determinaríamos directamente, ó con un planíimetro de con- fianza, repitiendo algunas veces la operación. Expresada en milímetros y dividida por a, nos daría la longitud en milíme- tros que debe representarla, ó bien reducida á kg-m.?, y di- vidida por a”, tendremos su representación lineal por el se- gundo método. l Estos dos procedimientos dan, en general, longitudes dis- tintas, porque se emplean en ellos distinta base de reduc- ción. En el caso actual, por ejemplo, fuera preciso, para que resultara la misma base de reducción en ambos métodos, que 10 mm.? equivalieran á 1.000 kg-m.?, ó en general, amm? equivalentes á a” kg-m.?. Lo más lógico, y en armonía con lo dicho anteriormente, es que en todos los casos determinemos de un modo gene- ral la escala que para medir las superficies en kg-m.? debe emplearse: razonando de este modo: si lem N kg. a es la escala de fuerzas Ó pesos, 11m. N'm. la de longitudes y A la distancia polar, 1 mé N>=N'" kg-m. es, como vimos, la de superficies que dan momentos de flexión; 1 m. N x=< (200)? >< 0,03 * d lo cual quiere decir: que un metro cuadrado de superficie del polígono funicular ó curva de tal especie, representa en el dibujo 12 =< 107 kg-m.?, y, por tanto, un milímetro cuadrado valdrá 120 kg-m.?, resultado de dividir lo anterior por un millón de mm.? que vale el metro cuadrado (*). Con esta escala ya no habrá más que valuar las áreas en milimetros cuadrados, por ejemplo, directamente ó por me- dios planimétricos, y podremos fácilmente decir lo que re- presentan en kg-m.?. La BB' b' dijimos que tenía 7 mm. de base, 14 de altura; la superficie será, pues, de 49 mm.?, que divididos por la base 10, darán 4,9 milímetros para representarla. Multiplica- dos aquellos 49 mm.? por 120, dan un producto de 5.880 kilográmetros cuadrados, que divididos por 1.000, darían 5,88 por el segundo procedimiento. Del mismo modo, la AA' b, que en milímetros es 5 1352 13.= 84,5 mm.?,. po- drán representarse por 8,45 por el primer medio, ó valdrán 84,5 < 120 = 10.140 kg-m.?, que divididos por 1.000, darán 10,14 por el segundo. Vamos ahora al coeficiente, que podría llamarse de rigi- ee. El. Cualquiera que sea el procedimiento seguido, habrá que interpretar El en armonía con él. Si empleamos el primero tomando por unidad superficial una determinada, habrá que dividir E7 por el número de ki- (*) 10 mm? valdrán, pues, 1.200 kg-m?. mayor que la base 1.000. El primer procedimiento dará en este caso longitudes menores para representar las superficies. Ruy. Aca. Ciencias.—IV.— Febrero, 190€, A — 222 — lográmetros cuadrados que esa unidad represente, y entonces el coeficiente de rigidez estará, digámoslo así, expresado en unidades superficiales de la misma especie; dividiendo de nuevo por la base a, tendremos la magnitud lineal que repre- sente á ese producto. Supóngase que la viga AB es de un material cuyo coefi- ciente de elasticidad es E=20>10*, y su sección tal, que I=0,0002. El producto será El=4><10*%kg—m?, puesto que ya demostramos á su tiempo (art. 11) que debe ser con- siderado como de la misma especie que las superficies de mo- mentos. Dividiendo por 120 kg-m.? que en este caso vale el mm.?, tendremos un número, que vuelto á dividir por a (aquí por 10) dará la longitud lineal que debe representar á ET. En el caso actual E/=3333 mm. Ú sea 3,33 metros. Si seguimos el otro procedimiento, supondremos que cada 1.000 kg-m.? los representamos por la longitud de 1 milíme- tro, la escala será de 1.000 kg-m.? por milímetro; tomando el metro por unidad, diremos que en este caso la escala de las superficies de momentos es: 1-1: 1.000.000 kg-m?. ” lo cual, como sabemos, quiere decir que un metro de longi- tud representa un millón de kilográmetros cuadrados. Para saber cuántos mm. ó cuántos metros hemos de tomar para representar cada superficie 6 el producto El, no habrá más que dividir por mil 6 por un millón el de kg-m.? que valgan. Hagamos esto en nuestro ejemplo: En la figura 9.* la su- perficie AA“b, vale 10.140 kg-m.?*; habrá de representarse por 10,14 mm.; la BB"b que vale 5880, por 5,88, y El, que vale 4<10* kg-m., por 4<10* mm. ó sea por 4 metros. Las | dos primeras las hemos llevado á a” Rf" y Mw”, pero la últi- ma será imposible tomarla en el dibujo. Según lo que indicamos en el art. II, dividamos de nue- — 223 — vo por el denominador de la escala de longitudes, y ten- dremos: 4m. SAO 200 Deberíamos, pues, poner el polo á la distancia de 2 centí- metros, para que las deformaciones dadas por el dibujo fue- ran las de la viga real; le hemos puesto en P, á tres centíme- A 1! tros de distancia de 4w ; las ordenadas de la figura serán, pues, 5 de las efectivas. La elástica está figurada en la línea de puntos que hemos trazado, y da 4,5 milímetros de flecha; la pieza tendría, se- gún esto, de flecha efectiva: A OO MA, si la figura fuese la verdadera. En efecto; llamemos N” al denominador escogido para la escala de superficies de momentos, podemos poner E PE e ERAS Con este valor de distancia polar las deformaciones dadas por el dibujo serían las de la viga en la realidad. Por consi- guiente, — siendo A la distancia polar adoptada, será la relación Z- (véase el art. II), entre las de la figura y las efectivas; habrá, pues, que multiplicar las Z de la figura por 5” para tener las verdaderas V. Este valor Ec es, pues, <- el denominador de la escala de deformaciones; luego su in- versa EL HE D es la escala de las deformaciones. En nuestro caso D=2; H=3. Se comprende por lo dicho que no hay inconveniente en tomar A de la magnitud que nos convenga, para fines espe- ciales, como el que indicamos en otra parte cuando quería- mos obtener en verdadera magnitud los momentos en los apoyos, porque formado el valor D, que representa á El, se podrá comparar con el A que nos haya convenido tomar, apreciados uno y otro en la misma unidad métrica, y dedu- cir de la figura las deformaciones efectivas. Pongamos otro ejemplo sencillo, deteniéndonos de paso un poco en la interpretación de las superficies de carga, y á la vez el lector podrá también notar en él la pequeña variante que existe en los dibujos, cuando cambia la sección de la viga, y, por ende, el producto E/. Este puede variar por cualquiera de los factores, ó por los dos á la vez, pero lo más general es que el material, y, por lo tanto, E, sea el mismo en toda la viga, cambiando sólo la sección para que el momento resistente y (*) siga próximamente la variación del mo- mento de flexión, resultando el trabajo del metal, por milíme- tro bruto de sección, el mismo dentro de ciertos límites. (*) Sabido es que se da el nombre de momento resistente (abu- sando de esa palabra momento, tan mal aplicada en general) al co- ciente del momento de inercia de una sección por la distancia á la capa de fibras neutras del punto más alejado de la sección, y que si se llama R al coeficiente de trabajo y M al momento de flexión en un I unto, M=R —-. pun R V NS Sea A B (figura 10), una viga empotrada en A, de tres me- tros de longitud, que dibujamos en la escala de dos centíme- tros por metro, ó sea de = La carga á que está someti- da, suponemos que crece uniformemente desde cero en A á 12.000 kilogramos por unidad en el extremo B. Tomando para escala de pesos 1 mm. por cada 500 kg., ó sea 1 m. 500.000 kg. * la ordenada Bm en el punto B será de 24 mm.; la línea de carga será la Am. La escala de las superficies de carga será el producto de las dos anteriores im: 1'm. 1 m?. —— < == — = ——, 50 500.000kg. 25.000.000 kg. lo que quiere decir que un metro cuadrado de superficie de carga representa 25.000.000 kilogramos. Un milímetro cua- drado será, pues, equivalente á 25 kilogramos. La carga to- tal de la viga representada por el triángulo Am B, puede ha- llarse, ya sea multiplicando la base mbB, que por hipótesis representa 12.000 kg. por la mitad de la altura efecti- va (1”,50), cuyo producto será 18.000 kg., ó bien, tomando la base en milímetros, que serán 24, y multiplicando por la mitad de la altura, esto es, por 30 mm. resultando 720 mm.? en el dibujo, que á razón de 25 kg. por mm.?, arroja un total de 18.000 kg. como antes. Del mismo modo descompuesto ese triángulo por ordena- das de 5 en 5 mm., ó sea, supuesta la viga dividida en 12 trozos de 25 centímetros efectivos y concentrada la carga que corresponde á cado trozo en su centro de gravedad, ha- bremos substituido la carga total, supuesta continua, en las 12 resultantes parciales correspondientes á las que represen- HDN — 227 — tan el triángulo A ab y á los trapecios sucesivos hasta el Bn rm, fáciles de valuar, puesto que el triángulo A ab debe tener por altura la dozaba parte de Bm, ó sea 2 milímetros; por consi- guiente, su área es de 5 mm. cuadrados y valdrá como car- ga 125 kilogramos. Los trapecios sucesivos valdrán, según es sabido, 3, 5..., 23 veces más, Ósea, tantos triángulos iguales al primero (*) como indica el número correspondien- te de la serie de los números impares. El trapecio aba'b' valdrá, según esto, 3 >< 125 = 375 y el nBm, 23 < 125 = = 2.875 kilogramos. Supondremos todas estas cargas actuando en las vertica- cales 1, 2, 3..., 12 de los centros de gravedad de las superfi- cies respectivas. Construyendo el polígono de intensidades «aw, en el cual hemos tomado las a 1”, 1” 2”.... proporcionales á las cargas mencionadas á razón de 4 mm. por 1.000 kg., ó sea toman- do ahora para la escala de pesos E 250.000 kg. * hemos construido con auxilio del polo P el polígono funicu- lar BA”. AA' sérá el momento de la carga total respecto al punto A, ó del triángulo A Bm convenientemente valuado, esto es, 18.000 kg. < 2 metros = 36.000 kg-m. Este momento esta- rá representado por el producto de la ordenada A 4” por la distancia polar Pa, producto que será una superficie que puede valuarse sabiendo que la escala de momentos es 1 1 EA, ——— >< — / 250.000 50 125 < 10% kg-m. (*) Esta descomposición es la misma que la empleada por Ga- lileo con bien diferente objeto: el de valuar los espacios corridos en cada segundo de tiempo por un cuerpo que cae en el vacío. - Pero si como es más cómodo, queremos averiguar el mo- mento por la ordenada A A”, tendremos que (por haber toma- do la distancia polar P = 0,06 metros) la escala de las or- denadas será 1 ye 1 m. 125 <0,06 <105 75 ><10%kg-m. ' De aquí resulta que 1 milímetro representará 750 kg-m.; luego la ordenada A 4” de 48 mm. valdrá, ó mejor indicará, un momento = 48 < 750 = 36.000 kg-m., como ya sabía- mos. La tangente en A” á la curva funicular, será la AD, Es AB, por- que las tangentes extremas BA y A“D deben cortarse en la vertical del centro de gravedad del triángulo A Bm. Estas coincidencias gráficas y aritméticas sirven para rectificar el polígono funicular y dejarlo construído con suficiente aproxi- mación, antes de pasar al trazado de la elástica. Para trazar la elástica supondremos que la viga tiene una sección desde B á D, tal que su momento de inercia es * = 0,00003; que de Dá C'se han cosido convenientemente á la viga palastros sobre sus tablas de modo que el momento de inercia se convierta en /' = 0,00006; y que de Cá A se han añadido nuevos palastros, de modo que el momento de inercia resulte / = 0,0001. Dividamos la superficie BA A* comprendida entre el polí- gono funicular y el eje de AB, en partes cuyas áreas (sin valuarlas en kg-m? si no se considera preciso) vamos á to- mar por intensidades, procurando que haya divisiones en los puntos C y D en que cambia la sección de la viga. El segun- do funicular, ó sea el funicular correspondiente á estas áreas tomadas por intensidades, escogiendo el polo y primer radio de modo que pueda comenzarse en A tangente á AB, será envolvente de la elástica. Lo más breve (si no queremos más que las deformaciones pasando necesariamente por D, siendo BD = A en C, D y B) es dividir el polígono de momentos de flexión en las tres partes indicadas AA* CC, CC“D”D y DD” B. Valuemos las áreas como nos plazca (tomando las dos primeras como trapecios). Midamos, por ejemplo, la super- ficie de cada trozo en mm.?, tal cual es el dibujo y multipli- cando por el denominador que á la superficie de momentos corresponda. El trapecio AA” C”C tiene su base A A” de 48 mm., la base menor ó sea la ordenada que pasa C, tiene 25 mm., la semisuma es 36,5 y valuada en milímetros cuadrados dará una superficie de 730 mm.?. La escala de las superficies de momentos es 1 N=< 4981 +6 > que substituida da y” = — OS momento de flexión máximo. El área 1C2 es = de la luz por la ordenada máxima, es decir, que: 2 3 S=3 Mo (-2E)==m> LA 8 3.4 sl A El momento respecto al apoyo 2 será S, < 5 l, luego L, E PRA a Sy se R 1 11? De un modo análogo obtendremos : a A a que corresponde á S,, área de la parábola 2C"3; por consi- guiente, 1 6 (R, — R;,— S,) = 7 (ps 11* + po» la?). Aunque no fuera tan fácil como en este caso la valuación de áreas y determinación del centro de gravedad, la cuestión no tendrá dificultad si, como sucede ordinariamente, la cur- va 1C2 tiene sencilla expresión algebraica. En efecto; to- mándola como derivada ó primer coeficiente diferencial, su primitiva Ó integral es la ley de áreas, y haciendo en ella x= /, tendremos S,. Repitiendo la operación con la ley de áreas, tendremos las de momentos, en que hacien- do x= l, nos dará el momento $, respecto al apoyo 2, 6 sea y, S,. Dividiendo éste por /, obtendremos R, y, si lo ne- cesitamos, podemos hallar la distancia al apoyo 2 del centro de gravedad de S,, porque bastará dividir por ésta aquel mo- mento. Ni siquiera habrá que preocuparse en general de la constante, porque esas leyes de áreas y momentos principian ordinariamente en el origen Ó en un punto de abscisa conoci- da, para la cual la ordenada es cero ó conocida también. Procedamos en esa forma para el caso indicado de carga — 249 — uniforme, ó lo que es igual, tomemos como línea de carga la parábola 1 C 2, cuya ecuación analítica es A A 2 E y” =P; considerada como derivada, y siendo cero la constante su primitiva es x? x? PE, Y ao E so de y =P; que vuelta á tomar como derivada, su primitiva, siendo tam- bién la constante cero, será x! 2.3.4 E 2.2.3" Pi by Substituyendo en ellas por x, /,, tendremos , 1,7 1,4 y =5=-%435 E le S, = =- RSE pio Sy Ela Ue resultan como antes. Asi saldrían también los valores corres- pondientes al segundo tramo, y se comprende que no habría dificultad aunque la ecuación de la curva de momentos fuera más complicada. Dividiendo preliminarmente por El las fórmulas de parti- da, las expresiones á que llegaremos son en realidad las de la elástica. — Por lo expuesto para el caso de cargas uniformes la ecua- ción (6) se convertirá en: Ml + 2M, (, + lo) + My l, = (p, L? + Pa la?). que aun tendrá las simplificaciones consiguientes, suponien- do que la carga por unidad sea en ambos la misma, p, =P», Ó que las luces sean iguales /, =l,. Podrá prescindirse por entero del método analítico para la formación del segundo miembro, porque el método gráfico se presta perfectamente á determinar con el intégrafo, con los planímetros, Ó directamente de un modo aproximado, todas las cantidades que entran en el segundo miembro, teniendo el cuidado de hacer las interpretaciones de las superficies del primero y segundo funiculares, en la forma que detenida- mente hemos explicado en artículos anteriores, y entonces todo el problema se habrá resuelto de un modo gráfico. No ponemos, sin embargo, un empeño decidido en que se emplee exclusivamente este procedimiento, sino que debe- mos escoger de uno y otro lo que nos convenga para llegar á la solución del modo más cómodo y preciso, ¿Ad Fo 0 e, INDICE A A DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE NUMERO mes: .M% vir. —Introducción á la Física matemática (continuas Sn Os por José Echegaray). pz 1 ade NN IX.— Estudios de síntesis mineral, pon José ás ) el mundo mineral, por Salvador Calderón....... XI.— Aplicaciones de la composición de intensidades La subscripción á esta RevisTa se hace por tomos ca mple de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y 64 en el extranjero, en la Secretaría de la Aena calle de verde, núm. 26, Madrid. Precio de este cuaderno, 2 pesetas. is Gr A e CADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES | ES ; da A » ns = s eS 4 S 7 . ie % os a Hp TOMO IV.-NÚM. 3. : - (Marzo de 1906.) FS MADRID . IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID,, 2 $8 CALLE DE PONTEJOS, NÚM. 8. . y : LE y AO OR originales para la Revista de la A se han de entregar ed en la Secret: el mes siguiente. — 251 — X!.— Introducción á la Fisica matemática. Por JoséÉ ECHEGARAY. Conferencia tercera. SEÑORES: Todavía en esta conferencia, y en algunas otras, hemos de continuar desarrollando el mismo tema, planteado el pri- mer día en que tuve el honor de dirigirme á los que me hon- ran con su asistencia, y que ha de constituir en cierto modo la introducción al estudio de la Física matemática, que me propongo, sin perjuicio de lo que Dios disponga, desarrollar en una serie de cursos académicos. El tema á que me refiero es éste: Carácter de la Física ex- perimental y de la Física matemática.—Sus diferencias y sus relaciones. Y para ello, el método que he escogido como el menos árido, más práctico y que á mejores resultados conduce para lo sucesivo, es el de examinar una serie de ejemplos ó de ploblemas concretos, resolviéndolos por la experimentación primero, y después por la aplicación de las matemáticas, que es lo propio de la Física que lleva este nombre. Hemos estudiado hasta aquí tres ejemplos: el de los ga- ses, el de la reflexión de la luz y el de la distribución de la electricidad en un cuerpo conductor, ó mejor dicho el de un hecho concreto que á este último problema se refiere. Y siempre hemos encontrado los mismos caracteres para las dos ciencias, Ó si se quiere para las dos ramas de la ciencia única, á que dedico estas conferencias. La Física experimental no acude, si ha de conservar la pu- reza de su carácter, á ninguna hipótesis; observa hechos, los estudia, los reproduce, determina en cada uno de ellos los Rry. Aca. Ciencias. —IV.—Marzo, 1906, 18 — 252 — parámetros físicos de que dependen, busca unidades de me- dida para todos ellos, deduce fórmulas empíricas para cada dos de estos parámetros y, por último, una fórmula general que comprenda todas estas fórmulas parciales. Pero á esta especie de síntesis de lo que hasta aquí llevamos explicado, por lo que á la Física experimental se refiere, debemos agre- gar hoy tres observaciones. 1.* Que entre los parámetros ó cantidades físicas de las que depende cada uno de los problemas de la Física, que son como si dijéramos las variables de la función final, que representa matemáticamente la ley del fenómeno, deberá contarse alguna vez el tiempo. Ninguno de los ejemplos has- ta ahora citados comprende dicha variable; pero hay otros muchos ejemplos en que ha de contarse con ella, y en rigor, aunque no de una manera explicita, en todos debiera apare- cer; porque los problemas de la Física, más bien son de Di- námica que de Estática. Sobre este punto, algo tendremos que decir más adelante. Por ahora, no compliquemos las cuestiones con ideas accesorias. 2.7 Esla segunda, que las relaciones entre los paráme- tros que expresan la ley de cada fenómeno, pueden presen- tarse de dos modos, esto sin salirnos de los límites de la Fi- sica experimental: ya en forma de ecuaciones de términos finitos, ya en forma de ecuaciones diferenciales. En los tres ejemplos citados, ocurre el primer caso; así re- cordarán mis oyentes que en el problema de los gases na, bamos á esta fórmula final: pr =RE En el problema de la reflexión de la luz, á esta sencillísi- ma fórmula, también en términos finitos: ángulo de inciden- cia igual á ángulo de reflexión, Ó sea I[=R. — 253 — Y , por último, en el problema de la electridad, todavía las fórmulas finales tenían este carácter, y el más elemental po- sible Es decir, carga en el interior del conductor y fuerza eléc- trica, ambas nulas; en vez de ser ambas dos funciones de x y z, como sucedería con otras leyes de repulsión eléctrica distintas de la que escogimos. Y, sin embargo, en el ejemplo de los gases, ya pasamos por una ecuación diferencial, cuando establecimos que, á igualdad de presiones, la diferencial del volumen era igual á una constante multiplicada por la diferencial de la tempera- tura: | dy =y0udt, En muchos casos, sin embargo, volvemos á repetirlo, las leyes de los fenómenos físicos, aun dentro de la Física expe- rimental, se expresan por ecuaciones diferenciales de los pa- rámetros, que determinan y definen cada fenómeno. Esto sucede siempre que es más fácil determinar las rela-. ciones diferenciales, que las relaciones entre valores finitos de las variables; ocasión tendremos de comprobar estas ob- servaciones, y para no citar más que un caso, y quizá el más elemental, esto sucede en la fórmula del enfriamiento, según la teoría de Newton, como todos mis oyentes recorda- rán. Precisamente en este problema se presentan las dos cir- cunstancias indicadas, las ecuaciones son diferenciales, y entre las variables entra el tiempo. Porque no deben olvidar mis oyentes, que la Física expe- rimental no deja de serlo porque emplee fórmulas matemáti- cas, ni porque emplee ecuaciones diferenciales; toda ciencia en su más alto grado de perfección, á las Matemáticas y á sus fórmulas tiene que acudir; lo que le da el carácter de ex- —= MO de SA, 7 perimental, es, que esas fórmulas, de la experiencia están inducidas, y no de ninguna teoría abstracta, ni de ninguna hipótesis primitiva; por más que la Física experimental de hoy, y la de siempre, faltando á su verdadero carácter, acuda á hipótesis parciales. De aquí resulta, como ya hicimos observar otras veces, que la Física que se enseña es en cierto modo una mezcla de Física experimental y de Física matemática. Precisamente lo que queremos en este estudio, es deslin- dar los campos, sin negar por ello á la ciencia en general el derecho de acudir á todos los recursos y á todas las combi- naciones posibles para el descubrimiento de la verdad: la práctica y la teoría. 3. Una última observación debemos hacer. Al hablar de la Física experimental, nos hemos fijado principalmente en la observación de los hechos, Ó sea en el estudio de la Naturaleza, en la reproducción, dentro del labo- ratorio, de estos hechos y en la determinación de sus leyes; y con ello parece como si coartásemos la libertad de acción y sobre todo de investigación del físico, - Nada más lejos de nuestro ánimo. El hombre de ciencia, no se contenta ni debe contentarse con estudiar los hechos que ante él se presentan; como el hombre no se contentó nunca en sus industrias con las fuerzas naturales, que ante su vista se presentaban: la del viento, la de una caída de agua, la fuerza de sangre, que así se llama, de los animales do- mésticos, la de sus propios músculos. Como no se contenta el químico con estudiar los cuerpos naturales. El inventor en la industria, es en cierto modo creador; no crea ni materia ni fuerza, pero las dirije por nuevos cauces y las hace concurrir á determinados fines. Así también el químico forma numerosos cuerpos com- puestos, sobre todo en Química orgánica, que jamás encon- tró en la Naturaleza; multiplica, por decirlo asi, las combi- — 255 — naciones naturales, y en cierto modo crea una nueva Quími- ca, si no por el fondo, al menos por la forma. Pues de igual suerte el físico no debe contentarse con ob- servar los fenómenos cuyas impresiones recoge por los sen- tidos: ni el astro que gira, ni el cuerpo que cae, ni la luz que ve, ni el calor que siente, ni la piedra imán que encuen- tre. Todo esto es mucho, todo esto es inagotable, todo esto debe estudiarlo; pero tiene derecho á provocar nuevos fenó- menos, á multiplicar las combinaciones, á buscar algo nue- vo sin contentarse con lo que le salga al paso. La mayor parte de la Física moderna, hablamos de la Fí- sica experimental, se ha creado de este modo: provocando nuevos hechos; golpeando, por decirlo de esta manera, á la Naturaleza, para que realice lo que no había realizado espon- táneamente. Que la Naturaleza, á pesar de sus inmensas energías, ni creó la locomotora, ni produjo multitud de cuerpos de la Química orgánica; y á pesar de disponer de inmensas ener- gías eléctricas, ya estáticas, ya dinámicas, bien en las nubes tempestuosas, bien en las sacudidas de los volcanes, bien en el mismo Sol ó en las corrientes telúricas, es lo cierto, que en ninguna formación geológica se ha encontrado nin- guna dinamo fósil. Así, pues, cuando hablamos de fenómenos naturales, que la Física experimental estudia, nos referimos, no sólo á los fenómenos observados, sino á los que provoca el físico con su talento, con su inventiva, con su genio, con su inspira- ción, pudiéramos decir. Y aclarados estos puntos, como tendremos que aclarar otros varios, sigamos nuestra tarea. A los tres ejemplos estudiados hasta aquí, hemos de agre- gar otro, el del equilibrio de temperaturas. E Realmente el físico no sabe lo que es el calor. Para él, no significa más que un hecho, ó una serie de he- chos, que tienen ciertos caracteres comunes. Tampoco sabe lo que es la temperatura. La temperatura es otro hecho, que de una manera imper- fecta, sirve de medida al calor; la verdadera medida es el kilográmetro 6 el caballo de fuerza. El calor produce cierta sensación en nuestra piel, lo senti- mos, y lo sentimos como cantidad, á cuyos diversos grados corresponden grados diversos de una misma clase de sensa- ciones. El calor tiene otra propiedad, la de dilatar los cuerpos; pues el termómetro es una columna de mercurio, que cuan- do aumenta el fenómeno calorífico, aumenta también de vo- lumen. El termómetro es un fenómeno cuya esencia es por el pronto inexplicable, pero que se pone en relación con otros fenómenos tan inexplicables como él; aunque, por decirlo de este modo, de la misma familia. , Pues bien, el físico observa, que cuando dos cuerpos tie nen distinta cantidad de calor (y ésta es una expresión vaga, pero inevitable al principio), la cantidad del fenómeno, pudiéramos también decir, y permítaseme esta frase, que se explica por lo que dijimos en la primera conferencia, la can- tidad de fenómeno, repetimos, cambia en uno y en otro cuerpo. En uno aumenta, en otro disminuye, la sensación nos lo dice, hasta que el fenómeno se equilibra en ambos cuerpos; y llegado este momento, la sensación que experi- mentamos no varía al pasar de uno á otro cuerpo. Mas como la sensación es cosa muy incierta para servir de medida, la Física experimental tuvo que inventar el termómetro, la co- lumna de mercurio más ó menos dilatada por el calor; y así medimos, como decíamos en la primera conferencia, un fe- nómeno por el fenómeno mismo, lo desconocido por lo des- conocido, una X por otra X; así el matemático, sin saber lo — 257 — que valga una incógnita, le da un nombre, X, y escribe en sus cálculos 2 X, 3 X, 100 X. Y el caso es, y sirva esto de esperanza á la investigación humana, que á fuerza de calcular sobre la X y de buscar re- laciones para ella, al fin despeja la incógnita y llega á cono- cer su verdadero valor numérico. Si no podemos hacer tanto para las incógnitas de la Natu- raleza, algo conseguimos á fuerza de introducirlas en las fór- mulas de la Física experimental y de la Física matemática. Y sigamos con nuestro ejemplo y perdóneseme la di- gresión. Sean dos cuerpos, con distinta cantidad de calor, y la frase no es propia, ya lo hemos dicho; pero al empezar, mu- chas frases, tan impropias como ésta, emplean los sabios, con más motivo, los que no lo son. Sean, pues, los cuerpos A y B, figura 5.*, á distinta tem- 7 Figura 5.? peratura: 7, para el primero; f para el segundo, siendo T ma- yor que f. ¿Qué quiere decir que el cuerpo A está á la temperatu- tura T y el cuerpo B á la temperatura £f? Esto ya es claro, preciso: son dos hechos perfectamente determinados. Poniendo el termómetro, que es un aparato también determinado, en contacto con A, la columna termo- métrica sube hasta la división que marca T grados. Ponién- dolo en contacto con el cuerpo B, la columna mercurial de — 258 — este termómetro ó de otro igual, idéntico al primero, varía y señala la división f grados. Por último, acercando los dos cuerpos hasta que ejerzan influencia recíproca uno sobre otro, la primera columna baja, la segunda columna sube, y acaban por señalar la misma temperatura. Y además, puede trazarse una curva en que las abscisas sean los tiempos y las ordenadas las variaciones termomé- tricas. Todos estos son hechos para los que no se necesita nin- guna hipótesis. Y de estos hechos se deduce la ley del equilibrio de tem- peratura, y modificando las experiencias de cierto modo, la ley del enfriamiento. Y, sin embargo, como hemos dicho otras veces, en la ley de Newton se parte de cierta hipótesis, á saber, que la deri- vada de la temperatura, es proporcional al exceso de la tem- peratura del cuerpo sobre el ambiente; hipótesis que ha ser- vido en cierto modo de base, más tarde, á la teoría del calor en su propagación por los cuerpos y á los inmortales trabajos de Fourier. Y es que, como ya hemos hecho observar, en su desarro llo histórico, la Fisica empezó, y á decir verdad, sigue siendo, una combinación de experiencias é hipótesis. Ahora bien, dado el espíritu de la ciencia moderna, la Fi- sica experimental va desechando las hipótesis; y en cambio la Física matemática las aceptó franca y resueltamente, y enca- bezó con ellas todas sus teorías. Pero atengámonos nosotros por ahora á los dos criterios extremos: ninguna hipótesis en la ciencia experimental; to- das las que convenga en la Física matemática. Esto para marcar los caracteres de ambas ciencias, que por lo demás, ya se aproximarán y trabajarán de consuno una y otra. — 259 — Veamos ahora cómo la Física matemática pretende resol- ver este mismo problema del equilibrio de temperaturas. Lo hemos visto en los ejemplos hasta aqui citados. La Física matemática empieza, como tantas veces hemos dicho, por establecer una hipótesis sobre la organización, permitaseme esta palabra, de los cuerpos que entran en cada problema de los que aborda. En el problema de los gases, empezaba por afirmar hipo- téticamente, pero al fin y al cabo afirmación era, que los ga- ses se componen de un número considerable de partículas en _movimiento. En el problema de la reflexión, creaba el éter. En el problema del equilibrio eléctrico, creaba otro flúido ó quizá el mismo, dotado de fuerza repulsiva entre sus átomos. Después aplicaba las leyes de la Mecánica. La hipótesis mecánica ha sido la dominante en todo el si- glo pasado, y á ella se deben inmensos desarrollos de la ciencia y grandes triunfos; y simplificando y generalizando las hipótesis, llegaron los predecesores de Cauchy, el inmor- tal matemático en sus grandes trabajos, y más tarde los dis- cípulos de éste, á una hipótesis mecánica más ó menos explí- citamente formulada, pero que nosotros podemos simbolizar de este modo. Todos los cuerpos se componen de partículas, que serán moléculas ó átomos, ó serán agrupaciones materiales peque- ñísimas: en estas cuestiones no hemos de entrar ahora. Estas partecillas, puede suponerse que están compuestas de dos elementos: un núcleo de materia ponderable y una atmósfera etérea. El núcleo representa las fuerzas atractivas. La atmósfera, las fuerzas repulsivas, aunque para relacionar dicho flúido etéreo con la materia y organizar por completo el sistema, entre la materia ponderable y el éter se suponen también atracciones. En suma, cuando dos de estas partecillas están en presen- cia, se admite: 1. Que ejercen acciones mutuas y atractivas, centrales, — 260 — iguales y contrarias, y que son funciones de las distancias. 2. Que ejercen asimismo acciones repulsivas, mutuas, centrales y funciones de las distancias también. Además, así en las primeras como en las segundas, en- tran los productos de las masas, ya ponderables, ya etéreas. No defiendo ni combato la hipótesis, me limito á expo- nerla, sin entrar en pormenores, en la parte que necesito para mi objeto. Dada esta hipótesis fundamental, que es una de las más generales que pueden concebirse, y en que para nada se ha- bla de enlaces entre las diferentes partes del sistema, ni aquí existen tales enlaces, todo fenómeno de la naturaleza, Ó la mayor parte de ellos, se reducen á un problema de Mecá- nica. . Porque en efecto, para explicar un fenómeno cualquiera, se admitirá que el sistema material á que se refiere, se com- pone de infinitos puntos, Ó de un número tan grande como sea preciso, m, m', m”.... (fig. 6.?), distribuidos en el espacio, Figura 6.* según cierta ley, que dependerá de la naturaleza del cuerpo, según sea homogéneo ó heterogéneo, isotropo ó cristalino. — 261 — Todos estos puntos estarán sujetos dos á dos á fuerzas re- cíprocas de la forma mn 'f(), —mm'f(r, en que m y m' serán las masas y f (r) representará la fuerza por unidad de masa en función de la distancia, fuerza que en rigor será la diferencia entre la fuerza atractiva y la fuerza repulsiva de que antes hablábamos. Y claro es, que si se fijan las condiciones iniciales, ó sean las coordenadas para el tiempo cero, x, y 2... y las velocida- des v... de todas las masas en dicho instante inicial, si además se dan las fuerzas exteriores F, suponiendo que existan, el problema quedará perfectamente determinado: no habrá más que escribir las ecuaciones del movimiento para cada punto que serán de la forma E d?x AA df? O dt? de dez pen dt? / en que X, Y y Z representarán las componentes de las fuerzas, tanto interiores como exteriores. Integrando este conjunto de ecuaciones, la Física matemá- tica habrá preparado la explicación mecánica del fenómeno. Porque de las integrales, resultarán ciertas consecuencias mecánicas, que podrán interpretar, simbolizar, pudiéramos decir que imitar en el orden analítico, el fenómeno de que se trata, que á su modo se desarrolla y palpita en la realidad. Esto ha hecho ó ha procurado hacer la Física matemática, al menos en gran número de sus teorías: y siguiendo la es- — 262 — cuela de Poisson, Duhamel, Lamé y sobre todo de Cauchy, sin contar otros matemáticos eminentes, ha creado la ciencia clásica. El problema así planteado es inmenso, y pudiéramos de- cir que es inabordable, si no temiéramos, que nos desmintie- sen los maravillosos trabajos del siglo XIX. Sólo hemos hecho la anterior observación, como síntesis de los ejemplos hasta aquí presentados. Y sigamos con el ejemplo de que se trata, y empecemos por dar algunas explicaciones sobre la f (r), que bi la acción entre dos puntos Ó partes materiales m, m'”; expli- caciones tomadas de una nota de Mr. Saint-Venant, rola á la dilatación de los cuerpos por el calor, Sean 0x y o y dos ejes coordenados; el eje de las x re- presenta los espacios y sobre él se cuentan las distancias entre dos puntos materiales m, m” y las variaciones de estas distancias para dichos puntos materiales, los cuales están sujetos á atracciones y repulsiones recíprocas. Paralelamente al eje de las y, se cuentan asimismo las fuerzas tanto atractivas como repulsivas de las expresadas masas m y m/. De ellas suponemos fija en el origen la masa m/'; la m puede variar sobre el eje de las x, y para cada posición, se contarán sobre su ordenada, la atracción, la repulsión y la di- ferencia entre ambas, ejercidas dichas acciones por la masa m' en cada posición de la rn. Como la atracción neutoniana depende del producto de las masas y varía en razón inversa del cuadrado de las distan- cias, las atracciones entre las partículas m y m” tendrán la forma mm! A q r? — 263 — en que C será una constante, que dependerá de las unidades que se elijan y r representará la distancia entre las dos masas. , Esta curva será una especie hipérbola, referida á sus asín- totas que son los ejes: sus coordenadas son Y, y r. Y en efec- to, cuando r es muy pequeña, es decir, cuando m se acerca mucho á m/', la fuerza atractiva es muy grande, como se ve en la ecuación, toda vez que r entra en el denominador. Por el contrario, cuando r es muy grande, el quebrado es muy pequeño, es muy pequeño el valor de Y,, y la curva tiene por asíntota al eje de la x. Hemos representado esta curva por trazos y la designamos por A. : Análogamente, la curva de las repulsiones podemos supo- ner, puesto que sólo se trata de un ejemplo, que tiene la for- ma analítica en que C' es una constante, y y u' son las dos masas etéreas de m y m' (y prescindimos, para simplificar, de las acciones entre el éter y la materia ponderable ó la suponemos com- prendida en Y,) y n es un exponente superior á 2. En la teoría de la electricidad, ó en una de sus hipótesis, se supone n = 2; Mr. Briot, en la teoría de la luz, supone n = 6; nosotros, para el objeto que nos proponemos, no ne- cesitamos fijar el valor de esta constante. Dicha curva de las repulsiones la hemos representado por un trazo lleno en la figura y por la letra R. Lo mismo que la curva de las atracciones tiene ésta por asintotas los ejes de las Y y de las x: r entra en el denomi- nador, su exponente es superior á 2, luego para valores muy pequeños de r, crecerá indefinidamente Y,, y para valores crecientes de r tenderá hacia cero. 00 PS La disposición de ambas curvas A y R debe ser la que indica la figura, es decir, que hacia el eje de las Y, debe estar R por encima de A, puesto que en esta región la fuer- za repulsiva es la que domina. Por el contrario, cuando se alejan mucho del origen, la curva A debe estar por encima de R, porque á tales distan- Figura 7.* cias la repulsión no se hace sentir, y la atracción es precisa- mente la atracción planetaria. De aquí resulta que ambas curvas deben cortarse, y repre- sentaremos por M el punto en que se cortan: sea, pues, la distancia om = Fo. Resulta de lo expuesto, suponiendo siempre fija en o la masa m/', y que m está al pie de la ordenada M, que ambas masas estarán en una posición de equilibrio, puesto que en el punto M, las dos ordenadas son iguales, ó sea Ya = Yr3 — 265 — Si sobre cada ordenada tomamos, á partir del eje de las x, distancias iguales á las que hay entre ambas curvas A y R, contadas tales distancias paralelamente al eje de las Y, es decir EF=ef, ae =b'c*, ad =bc, cuidando de llevar, por ejemplo, hacia abajo las fuerzas repulsivas y hacia arri- ba las atractivas, tendremos otra tercera curva Fe" md' x, que será la que represente las acciones efectivas entre m y m' ó sean las diferencias entre las atracciones y las repulsiones. Esta curva tendrá evidentemente por asíntota en su parte negativa el eje de las Y, pasará por el punto m, proyección de M, y después de subir á un máximum tendrá por asínto- ta el eje de las x en su parte positiva. La última curva Fmd'x define en cierto modo y determina gráficamente los movimientos de las masas m y m' bajo la acción de sus mutuas fuerzas atractivas y repulsivas: en nuestro caso ya hemos dicho que m' está fija. Si el punto m se separa, por ejemplo, hasta a, siempre en pequeñas excursiones, sobre dicha masa actuará una fuerza igual á ad”. Y como corresponde á la parte positiva, será una atrac- ción, de suerte que tenderá a á volver á m, según marca la flecha. Si, por el contrario, la masa m viene á a”, actuará sobre ella una fuerza igual á ae”, que será repulsiva, obligando también á la masa á volver á la posición de equilibrio, de suerte que el equilibrio es estable. Y señalemos aquí de paso un hecho análogo á otro que se estudia en la Mecánica astronómica. Los planetas describen órbitas elípticas alrededor del Sol; pero si ciertas relaciones se verifican entre los parámetros del movimiento, si la velocidad creciera más allá de cierto límite, el planeta no describiría una elipse, sino una parábo- la, y hasta una hipérbola, escapando de esta manera á la atracción solar. Pues aquí pudiera suceder algo parecido. — 266 — Supongamos que m se mueve hacia la derecha, con cierta velocidad inicial v,; la velocidad será nula cuando el trabajo desarrollado por la fuerza atractiva, sea igual á la mitad de la fuerza viva; cuando, por ejemplo, el área m a d” que está rayada en la figura y que representa, como se sabe, el tra- bajo de dicha fuerza, puesto que es igual á la integral de dr, que es el camino recorrido, por el valor de la ordenada co- rrespondiente que es la fuerza (después de multiplicada, por ; $ : í a a m m'); cuando dicha área, repetimos, sea igual á E my o?, es decir A , 1 mm! < área . mad dE Pero puede suceder que v, sea tan grande, que no alcan- ce á igualarla y sea inferior á ella, toda el área, al parecer infinita, comprendida entre la rama m d” x y el eje de las x. Esto podrá chocar á mis oyentes, pero en rigor es elemen- tal, porque dicha área se expresa de este modo, obseryando que dr = dx: pue < dr = | - AS : Es r Ó integrando entre om =r,yr=00, ( 1 y ; ( 1 1 Je Cmm'| —— —C pu |— : qa r Jr. n—1 Pi 1 1 PU A Fo , que es evidentemente una cantidad finita. : a ] Tr Pues decíamos, que si e mv,? es superior á esta can- de — 267 — tidad, nunca la fuerza atractiva podrá anularla, y el móvil seguirá alejándose hacia el infinito y separándose dem como el planeta se separaba del Sol en nuestro ejemplo. Algo de esto sucede cuando un cuerpo líquido se reduce á vapor; las moléculas, en vez del movimiento vibratorio, to- man movimiento rectilíneo, como explicábamos en el ejem- plo de los gases; es, por decirlo de este modo, cada trayec- toria recta una rama de su hipérbola. Y vamos ahora, como preparación á lo que hemos de ex- plicar en seguida, á estudiar el movimiento oscilatorio de m bajo la acción de m”, que continuamos suponiendo fija. Si separamos mm de su posición, la fuerza que tiende á vol- ver á dicha posición al móvil, es en cada punto la ordenada de la curva md”, por ejemplo, para la posición a es la fuer- za ad. Pero las excursiones son muy pequeñas; luego la curva e'md' puede ser substituida por su tangente en m, en cuya hipótesis la ordenada ad, es decir la fuerza, es proporcional á la distancia ma. Si para este caso representamos por x dicha distancia va- riable ma, tendremos fuerza ad” = — ma >= tangente d'ma, y representando la ecuación de la curva Fe"md'x por A , tangente d'ma será precisamente la derivada de f' (r) para el punto m en que r = r,, y asi fuerza ad” = — f' (r,) X. Rry. Acap. CIENCcIASs.—IV.—Marzo, 19068 — DE De aquí se deduce, desde luego, la ecuación del movi- miento del punto m, que será (suponiendo que en f” (r.,) está mm/') d?x dt? m = —f (ro) x. Hemos puesto el signo menos en el segundo miembro, ; 2 . r XxX porque como la fuerza aceleratriz en a, á saber: m er. es negativa, según indica la flecha, puesto que tiende á llevar al móvil de a á m, el signo del segundo miembro debe ser negativo también, y este signo debe ser explícito en razón á que f (r,) es positiva, dada la dirección de la tangente á la curva en m, y además x también lo es. A la misma consecuencia llegaríamos si el móvil estuviera en a”: el primer miembro sería positivo, dada la dirección de la fuerza aceleratriz; pero en el segundo miembro, x sería negativa, y el signo menos da un resultado positivo como debe ser. Esta ecuación, es la ecuación diferencial del movimiento. A fin de obtener la ecuación en términos finitos, que nos de- termine x para cada valor del tiempo, es preciso integrarla, y la integral deberá tener dos constantes arbitrarias, si ha de satisfacer á las condiciones iniciales del problema, á saber: la posición y la velocidad de m en el tiempo t = 0. Se sabe por un problema elemental de cálculo, que la inte- gral de dicha ecuación es x = A sen bt, siendo A y b las dos constantes arbitrarias. En efecto; substituyendo este valor de x en la ecuación di- ferencial, con el objeto de ver si la satisface, es decir, si la convierte en una identidad, tendremos — mAb?senbt — — f'(r,) A sen bt, — 269 = 0 bien mb? = f (ro); mas esta ecuación queda satistecha si damos á b el valor que resulta de despejar de la misma dicha incógnita, es decir, si hacemos a AE E m cantidad real, porque f(r.) y m son cantidades positivas. El valor de x es, pues, una integral de la ecuación. Veamos ahora si satisface á las condiciones iniciales, y su- pongamos que mm parte de la posición de equilibrio, que indi- ca la figura, con una velocidad v.. Para f=0, x se reduce á cero, luego la primera condición queda satisfecha. Veamos si la velocidad inicial puede ser v.. Diferenciando, para obtener la velocidad en general, ten- dremos bat = Abcos bt, dt y dx : Es y suponiendo para t=0, A =/., se obtiene la ecuación de condición en la cual tenemos una constante arbitraria A, de la cual po- demos disponer; y resulta De suerte que la ecuación del movimiento será y pr senbt, b — 2170 — E V F (ro) tE te Fácilmente se comprueba, que esta última expresión de x cumple con todas las condiciones del problema: convierte á la ecuación diferencial en una identidad; reduce x á cero, y la velocidad á v, para t=0. : Diré sólo como recuerdo para mis oyentes, que ésta es siempre en los pequeños movimientos oscilatorios y cuando la fuerza es proporcional á la distancia, la ecuación del mo- vimiento vibratorio de una partícula, y que puede considerar- se como la proyección de un movimiento circular uniforme. Sabido es que se encuentra en multitud de problemas de Fí- sica matemática y en muchos problemas prácticos de electri- cidad; claro es que unas veces se emplea el seno y otras el coseno. Es un movimiento periódico, puesto que si á fse le au- siendo A - : De menta 5 el arco bf aumentará en una circunferencia, el valor de x será el mismo que para f, y esto se repetirá pe- riódicamente para iguales incrementos del tiempo. Por eso se dice, que es el periodo del movimiento vibratorio. Este movimiento se sigue sin dificultad en la fórmula. Veamoslo: m parte con la velocidad v,; cuando ha transcu- rrido */, de 0 la velocidad es nula, y el punto empieza á retro- : : 9. ceder; vuelve á m con una velocidad — v, en el tiempo 3 Y ejecuta otra semioscilación análoga en la parte de la izquier- da. Por eso se dice también, que dicho movimiento es un movimiento pendular. NE — 271 — -_Recordaremos para concluir estos preliminares, lo que se: entiende por fuerza viva media. | Supongamos, figura 8.*, que una magnitud cualquiera, esencialmente positiva, H varía con el tiempo, de modo que, entre el tiempo cero y el tiempo 6% toma todos los valores que representan las ordenadas de la curva CDB, todos, por de contado, valores finitos; de suerte que, por ejemplo, para el valor oa = f toma el valor ab = H. SS SSSNNNNNN 0 a A Figura S.? Durante un intervalo infinitamente pequeño de tiempo di, podemos suponer que es constante y que se conserva en este intervalo con el valor A. . Si formamos el producto A d f, este producto representa- tará próximamente el área rayada que se marca en la figura. Pues admitamos que se hace lo mismo para todos los in- crementos infinitamente pequeños de tiempo comprendidos en OA =f, y que se suman todos estos pequeños trape- cios: resultará el área 0OCDBA, es decir, área o CDBA= f Y at Busquemos ahora un valor de HA, que llamaremos H.,,, que permaneciendo constante desde cero á 0, determinase un área igual á la anterior. Esto equivale á buscar una línea o E, tal, que el rectángulo voEFA tenga la misma área que la que = 212 — acabamos de determinar. Expresando la igualdad de dichas áreas resultará Hn0=f Y ar, de donde 0 Esta cantidad H,, es la que se llama valor medio de H; y el nombre está justificado, porque no puede ser ni superior al mayor valor de H ni inferior al mínimo. Si fuera superior resultaría el rectángulo OG que com- prende al área en cuestión. Si fuera inferior al menor valor, como sería el rectángulo OL, él estaría comprendido en el área ODA. Debe estar, pues, H,, entre el mayor y el menor, y esto justifica, como deciamos, la denominación de valor medio. Y dispensen mis oyentes estos recuerdos de nociones ver- daderamente elementales. Aplicando lo dicho á la fuerza viva del movimiento vibra- torio antes estudiado, vamos á determinar la fuerza viva me- dia de la masa m en un período, es decir, en el tiempo 0. Según la fórmula anterior, esta fuerza viva media se de- terminará de este modo: qe dx? mE) dt A dt 9 fuerza viva media = y substituyendo el valor de la velocidad _ = Y, Cos bi, mv,?cos?bt.dt dais cir cos?bt.dt. A - , 0 fuerza viva media = 0 — 213 — a t Recordando que cos?bf = SA, 2 2 í be A opt q VA, 4 1 3cos20f y, AS A A 2 El A ar | 28 10) (9) pero la última integral, que es EDEN =- de sen2bf y ele sen2b0, 10) 2b 1) 2b ó bien, puesto que b4 = 2x, 57 sen 4 = = o desaparece y queda : ? . mv,? (e mv.,? fuerza viva media = 2 db==os 2.) ES En general, si la ecuación de un movimiento vibratorio es. x = Asenbt ó poniendo por b su valor = 27 .x=AÁsen ——Í, 0 la fuerza viva media será, siendo m la masa del punto, 2mxm? Ae ; Recuerdo todas estas ideas, que ya son conocidas de mis. [q AR oyentes, para más claridad en la explicación, y para refres- car también sus recuerdos. En la conferencia próxima, cerrado este pequeño parénte- sis, volveremos al problema principal; explicación del prin- cipio del equilibrio de temperatura, en la teoría de los mo- vimientos vibratorios. XIII. — Datos para la monografía del ácido querci- tánico. : POR JosÉ RODRÍGUEZ MOURELO. Í El grupo de los taninos. Agrupados por la sola relación del origen, suelen verse en los viejos Tratados, y aun en algunos de no muy lejana data, los ácidos procedentes directamente de los vegetales, produ- cidos en las funciones de su vída y que en ellos hállanse ya aislados, 6 formando combinaciones sencillas, extendidas á veces por todo el organismo de la planta y reunidas y depo- | sitadas otras en ciertas partes de la misma, pocas constituí- dos mediante transformaciones de determinados productos vegetales 6 derivados de vegetales. Conforme á semejante criterio, aparecían mezclados el ácido acético, el oxálico, el málico, el cítrico, el tartárico, el tánico, para no citar sino los principales, estableciendo entre todos una división, se- gún fuesen ó no volátiles. Y siquiera en los nombrados el ca- rácter de la acidez es apreciable con relativa facilidad y se manifiestan como tales por ser aislados de sus compuestos salinos naturales Ó por formar sales en contacto de los cuer- pos básicos; que otros hay, y son numerosos, en los cuales — 275 — aquella cualidad apenas puede definirse y mejor se les adju- dica atendiendo á no muy claras analogías, siendo entonces cosa corriente el decir, sin otras averiguaciones. que funcio- nan como ácidos débiles, en cuyo rango y categoría solían ponerse los cuerpos clasificados bajo la denominación de ta- ninos. | Lejos de restringirse con el tiempo y las perfecciones de los métodos el número de las materias orgánicas de todo li- naje, en particular las neutras y las ácidas extraídas de las plantas, fué en gran aumento, enriqueciendo con notables hechos el caudal de la ciencia y proporcionando de camino abundante y variado material para llevar á cabo provechosas investigaciones. Bien se comprende cómo los procedimientos de obtención habían de ser sencillos y de cierta generalidad, reduciéndose, por lo común, á nada complicadas operaciones de análisis inmediato. Agotar, empleando disolventes neutros — agua, alcohol, éter, fueron siempre los más usados, —toda la par- te soluble y preparar así extractos de los cuales, por me- dio de la cal, la barita y aun el óxido de plomo, en el caso de los ácidos, se formaban sales insolubles, capaces de ser descompuestas por los ácidos minerales, dejando libres los que en las plantas estaban contenidos, es sistema de em- pleo corriente y de muy eficaces resultados y basta recor- dar, para demostrarlo, la obtención de los ácidos oxálico y citrico ó el beneficio de los tártaros. Son también clásicos y obedecen á principios muy semejantes los métodos primiti- vos de aislar alcaloides y glucósidos, haciéndoles entrar en combinaciones especiales, que luego eran descompuestas, de suerte que se separasen los cuerpos, restando sólo el purificarlos lo mejor posible y de modo que quedaran dota- dos de los caracteres fijos y permanentes, peculiares de la especie quimica. Venía luego el determinar la composición, deducir de ella la fórmula empírica y por todos los datos reunidos asignar á cada substancia su función química pro- — 216 — pia, con lo cual estaba terminada la labor de los investiga- dores y se entiende como aplicados á ella, y teniendo exten- so campo donde ejercitarla, descubrieran tantos y tantos cuerpos en el período constituyente de la Química orgánica, y también que gran parte de su meritísimo trabajo haya me- nester ser revisado, aplicando otros métodos y teniendo en cuenta otras observaciones en las que, de primera intención, no pararon mientes. Muchas de las substancias aisladas y tenidas por distin- tas han resultado idénticas; de varias, juzgadas límites, se obtuvieron productos de desdoblamientos y pudieron escin- dirse en dos ó más distintas; y la mayoría de las funciones resultó mal establecida, llegando á asignarse el carácter de alcaloide á no pocos glucósidos y es frecuente el caso de cuerpos que sólo una vez han sido preparados, siendo no más conocidos de quien los ha descubierto. Gran parte de estos resultados ha de atribuirse á no haberse cuidado de in- dagar á derechas el mecanismo de los métodos empleados. Contribuyeron sus imperfecciones, no del todo corregidas á la hora presente, á que aumentase en corto tiempo el nú- mero de cuerpos aislados y á que fuesen consideradas espe- cies definidas muchas mezclas cristalizadas, y otras de apa- riencia homogénea, algunos de cuyos caracteres aparecían constantes. Sobre todo, las series de ácidos vegetales y los grupos de substancias llamadas neutras, de las clasificadas en la actualidad entre los glucósidos y los hidratos de car- bono, crecieron á diario, no dejando de agregárseles materias ternarias, dotadas de cierta estabilidad, sin indagar, por lo común, sus orígenes inmediatos y averiguando bien poca cosa respecto de sus transformaciones: la analogía solía fun- darse en alguna reacción común, de ordinario colorida, y has- ta en propiedades tan contingentes como el sabor. Fué nece- sario el alcanzar extremadas perfecciones en la práctica de los métodos; estudiar acciones tan importantes como las del agua y del aire sobre los mismos cuerpos que se trataba de Sm - aislar por medio de aquélla en su calidad de disolvente; ver cómo muchas veces no eran iguales los productos extraídos de una misma planta, al punto de juzgarlos función de los procedimientos practicados, para emprender este trabajo de revisión y rectificación de aquella magna labor, proseguida con no desmayados afanes y encaminada á descubrir y ais- lar cuerpos contenidos en los vegetales y elaborados por las funciones de su vida; trabajo no terminado ni mucho menos, que se perfecciona sin cesar y ofrece á los investigadores campo adecuado para ejercitar su ingenio. Observa Dragendorff, al respecto de la extracción de los taninos, la extraordinaria dificultad de aislar puros varios de ellos —y el ácido quercitánico es de este número, — porque muchos reactivos, en especial los ácidos débiles ó diluidos y la misma agua, en no pocos casos, los alteran y descom- ponen, dando productos de desdoblamiento peculiares, y en ello se funda el separarlos en dos grupos, según la natura- leza de los mismos. Antes de lograr la completa evaporación de las disoluciones acuosas del tanino de la corteza del ro- ble, he advertido manifiestas señales de alteraciones, tanto más profundas cuanto mayor es su contacto con el aire, for- mándose entonces cuerpos reductores cuya caracterización es por todo extremo incierta. En otros ensayos, siguiendo las indicaciones, tan prácti- cas y acertadas del citado químico, que me sirvieron de pro- vechosa guía, pude obtener diversos quercitanatos metálicos, operando de continuo en el vacío, donde los secaba á baja temperatura y con la mayor celeridad posible. Toda precau- ción era poca: estando bien secos y en tubos cerrados, aún se conservan los de plomo ó cobre, insolubles en el agua; pero húmedos ó en contacto del aire, se alteran con suma ra- pidez. De igual manera, los extractos líquidos, alcohólicos ó acuosos, que contienen el ácido objeto de mis investigacio- nes, han de ser destilados hasta sequedad en el vacío y luego de haberlos obtenido, eran tratados por agua en gran exce- — 278 — so, que la experiencia ha demostrado ser menos alterables las disoluciones diluídas, y si de ellas se ha de aislar el áci- do, convirtiéndolo en sal de plomo, conviene emplear el ace- tato, apelando á las precipitaciones fraccionadas, recogiendo en preferencia el producto de la segunda, y no agotando la materia tánica contenida en el liquido; y de la propia suerte, al descomponer lo más pronto posible por el gas sulfhídrico, la sal de plomo, debe quedar cierta proporción de ella no al- terada. Sirva este ejemplo para demostrar la necesidad de las revisiones y rectificaciones de los primeros resultados que se alcanzaron, aplicando á los vegetales los procedimientos del análisis inmediato. No hubo mayores razones para formar el grupo de los ta- ninos, calificados de ácidos débiles y denominados también principios astringentes de los vegetales, que la analogía de las primeras materias y un corto número de reacciones quí- micas bastante bien determinadas, es á saber: oxidación, más ó menos profunda, manifestada en las variadas coloraciones adquiridas mediante la influencia de los álcalis; precipitados obscuros, por lo general negros, negro azulados, negro ver- dosos ó grises, cuando sus disoluciones son mezcladas con otras que contengan sales férricas, en lo cual se funda la in- dustria de la tinta y coagulación de la gelatina, en cuya vir- tud forman con las pieles animales cuerpos duros é imputres- cibles, recibiendo el nombre de materias curtientes, debido á semejante cualidad, cuyo aprovechamiento y utilización vie- nen de muy antiguo y se practican en todas partes. Fué siempre el tipo de la serie de los taninos el extraído de la nuez de agallas, ó sea el ácido galotánico y las dife- rencias de sus congéneres, procedentes de las cortezas del roble, del quino, del cafeto, del sauce, del olmo, de la rata- nia, del palo amarillo y de varias otras, se establecieron por las variaciones de las propiedades dichas, sin atender á — 1279 — otros lazos y relaciones químicas. Bajo tal aspecto, la pala- bra tanino podía considerarse nombre específico de un gru- po de cuerpos de parecida composición elemental, dotados de caracteres muy semejantes, pero relacionados con el ori- gen y procedencia de cada uno: todos eran ácidos débiles; todos se alteraban en contacto del aire; todos producían ma- terias negras de matices distintos en contacto de las sales de hierro, interviniendo en ello el oxigeno atmosférico y todos eran substancias curtientes, de variable potencia, cuyo apre- cio y determinación ha sido objeto de dilatados estudios é investigaciones, acerca de cuyo asunto compuso hace años una Memoria, de singular mérito, mi buen amigo D. Carlos Castel, habiendo logrado su notable trabajo el ser laureado por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Natura- les, que lo publicó en la Colección de sus Memorias, luego de haberlo premiado. Para distinguir los taninos individualmente se atendía, de modo singular, á la procedencia, y en esto se fundó su no- menclatura, que todavía persiste, y luego se tuvo en cuenta el poder curtiente, relacionándolo con aquélla. Se llegó á ad- mitir que sólo había un tanino, el de las agallas, en el que residían, en los mayores grados, las cualidades de endurecer las pieles y formar compuestos negros con las sales férricas; los de otras procedencias eran, en substancia, el mismo cuer- po; pero el haberse formado en la corteza del roble ó en el palo amarillo, era causa de que las dos propiedades esencia- les apareciesen menos intensas. Había, en apoyo de la con- jetura, un hecho frecuente y bien observado, y se refiere á las variaciones del poder curtiente de cada tanino, conforme al estado de las primeras materias que lo contienen, y de- pende de la edad de las cortezas de los vegetales, del grado de humedad, de las substancias colorantes que son compa- ñeras del tanino, pudiendo ser varias, como veremos, pro- ductos bien definidos de su desdoblamiento. Grandísima es la importancia industrial de los taninos, y > el determinar su valor en el concepto de materias curtientes, constituyó durante muchos años la mejor parte del estudio de semejantes cuerpos, fundando en ello el conocimiento de los mismos. Así abundan de modo extraordinario los proce- dimientos analíticos, habiéndolos tan ingeniosos como los fundados en el empleo del polvo de piel y otros en los cua- les es reactivo principal el acetato de cinc amoniacal: la mis- ma abundancia y variedad de los métodos demuestran las deficiencias que todavía existen en el conocer los taninos, y tengo advertida una causa de error, bastante general, debida á su peculiar carácter químico. Basta emplear sistemas dis- tintos para determinar el tanino contenido en una misma ma- teria, y al punto de traducir en números los resultados de las investigaciones nótanse diferencias de monta, que han de atribuirse, no á deficiencias de las operaciones, sino á insu- ficiencia de los procedimientos y á las influencias que sobre los reactivos tienen los propios taninos en su calidad de re- ductores. Quiero presentar un solo caso de mi experiencia, relativo á la determinación del tanino de una corteza de roble (ácido quercitánico) bastante fresca, y traté de ensayar varios pro- cedimientos juzgados excelentes desde el punto de vista quí- mico. Con polvo de piel, procedente de la casa Merck, y em- pleando pesos distintos en cinco operaciones, notando sus aumentos, después de haber permanecido en contacto del ex- tracto acuoso resultante de tratar 50 gr. del polvo de las cor- tezas con un litro de agua, y tomando del líquido 100 cc., he obtenido la media de 12,164 por 100, correspondiente á ár- boles en la plenitud de su desarrollo y no envejecidos toda- vía. Redúcese el método á una suerte de curtido, y no exige otras precauciones sino el lavado rápido de la piel y secarla á temperatura baja; es largo por el tiempo necesario para que ésta tome el tanino, y se ha de evitar en lo posible el acceso del aire que ataca al ácido quercitánico, y pudiera, de esta suerte, introducirse una causa de error. Deseando evitar- — 281 — la, mezclé, en seco, el polvo de piel con la corteza muy pul- verizada, humedeciendo de cuando en cuando; en varias ocasiones, los resultados fueron satisfactorios; en otras, los he logrado inciertos y enteramente discordantes. | Hube de probar el clásico método de Pribran usando como reactivo precipitante el acetato de plomo, empleándolo de suerte que no haya exceso: es importante, á causa de la inestabilidad del quercitanato insoluble formado, lavar en seguida el precipitado, secarlo y pesarlo. Conseguí buenos resultados con tratamientos metódicos, con ácido nitrico á la temperatura del baño de maría; luego se calcina en crisol de platino, y la diferencia entre el peso del precipitado y el del óxido de plomo, residuo de esta última operación, repre- senta la cantidad de tanino con error por exceso, en cuanto el acetato de plomo precipita también, combinándose con ellos, los principios amargos y otros ácidos vegetales conte- nidos en la corteza: la constancia de semejante error, 2,015 “por 100, respecto de las determinaciones anteriores, demues- tra que así sucede. Recomiendan muchos autores el empleo del permanganato potásico en disoluciones valoradas ó como simple indicador, y en esto se fundan los conocidos métodos debidos á Monier, Cech, Lóventhal, Neugebauer y otros que la industria ha adoptado, pero que no satisfacen para las investigaciones químicas. A la categoría indicada corresponden el procedi- miento fundado en las propiedades absorbentes del carbón animal para el tanino, que he practicado repetidas veces, poniendo los mayores cuidados en las operaciones, sin ha- ber logrado resultados concordantes, y el que prescribe em- plear con exceso disoluciones amoniacales de acetato de cinc operando con líquidos hirviendo, dejando enfriar, concentran- do y disolviendo el precipitado en ácido sulfúrico, después de haberlo recogido y lavado en un filtro; en el liquido se aprecia el ácido tánico por medio de la disolución valorada de camaleón mineral. Todo iría bien si el tanino formase con =P el cinc una sola combinación definida; pero como se consti- tuyen varias, cuyas proporciones desconocemos, y sus po- deres reductores son distintos y también los ignoramos, su- cede lo acontecido en mis ensayos: las diferencias de los nú- meros son en extremo irregulares y no es posible el aprciar- las, ni distribuir el error, á causa de su misma variabilidad, entre las numerosas determinaciones llevadas á cabo, así el método no pasa de aproximado y eso entre límites bastante distantes. Interesa advertir cómo es otra causa inevitable de error en la determinación de los taninos su parcial desdoblamiento, bien manifiesto cuando se emplean disoluciones acuosas, que puede dar, sobre todo en los clasificados de glucósidos, ma- terias reductoras, cuya acción se suma á la del propio tani- no no alterado. Valga lo apuntado, tocante á la práctica de las determinaciones analíticas, ejecutadas conforme prescribe Dragendorff, para demostrar las dificultades de caracterizar un tanino, atendiendo tan sólo á ciertas propiedades deri- vadas de las que en un principio fueron las generales del grupo. Sucedió con los taninos, que por ser materias de muy an- | tiguo empleadas en importantes industrias, como las tintas negras formadas por el tanato de hierro y los curtidos de to- das clases, los afanes de los investigadores mejor se enca- minaron á dilatar y perfeccionar aquellas aplicaciones que se dirigieron al estudio puramente químico de los varios ácidos tánicos, y eso que en el mismo terreno de sus usos industria- les ofrécense problemas generales interesantísimos. Demos- trada con toda evidencia la alterabilidad en contacto del aire de los tanatos metálicos, claro está que la tinta no habrá de exceptuarse de la regla; primero se obscurece á causa de las oxidaciones debidas al oxígeno atmosférico; mas al cabo de tiempo y á merced de los lentos desdoblamientos del ácido — 283 — tánico comienza á aclararse, la sal férrica se escinde y la tinta adquiere el aspecto con que se presenta en las antiguas escrituras en papel ó en pergamino, y en las que los reactivos declaran la persistencia del hierro, mas no la del tanino, y fuera bueno indagar el mecanismo de semejantes transforma- ciones, inquiriendo en particular el límite y el carácter de cada una dentro del fenómeno general de las modificaciones de la tinta, porque acaso habría entonces medios eficaces de im- pedirlas, dando estabilidad conveniente á las combinaciones férricas de los taninos. Es ya de tiempos atrás semejante as- piración, á la que son debidos los mejores progresos de la industria de las tintas y de ciertos negros tánicos de bastan- te fijeza y permanencia, de muy frecuente empleo en las ar- tes de la tintorería y aplicables á diversos tejidos. Justamente se tienen ahora pruebas notables respecto de- la antigiedad de las aplicaciones del tanino típico para fa- bricar las tintas ordinarias de escribir y otras, que en la vie- ja Alquimia eran destinadas á los sublimes empleos de la escritura de las fórmulas mágicas, sólo conocidas de los adeptos y cuyo sentido únicamente les era dado penetrar á los mayores escrutadores de las maravillas sin cuento del Arte transmutatorio. Tratando Berthelot de los famosos papiros de Leyden, que se cuentan como documentos los más antiguos de la Alqui- mia, da á conocer dos recetas, que son acaso las primitivas de la tinta, y alguna de ellas poca cosa difiere de las que se ven todavía preconizadas en los Manuales de conocimientos útiles. He aquí el texto: «la tinta de que se trata, está com- puesta con 4 dracmas de misy, 2 dracmas de caparrosa (ver- de), 2 dracmas de nuez de agallas, 3 dracmas de goma y 4 dracmas de una substancia desconocida, designada por dos Z mayúsculas, enlazándose á cada una otra letra pequeña complementaria». Y advierte el sabio comentarista que un signo análogo vese empleado por médicos y alquimistas posteriores, pudiendo acaso atribuírsele la representación Rev. Acab. Ciexcras.—IV.—Marzo, 1906, 20 a AA del gengibre, que para ellos hallábase dotado de raras virtu- des y admirables excelencias. No obstante, piensa que aquí - el signo en cuestión mejor se refiere á la otra tinta, llamada - mística, fabricada con los siete perfumes y las siete flores, fundándose en que en el documento hállase aislada la dicha letra Z, como expresión del nunca bastante ponderado nú- mero 7. Llamaban misy al producto de las oxidaciones in- completas al aire Ó por tostación lenta de ciertas piritas na- turales: contenía sulfato de cobre y sulfato básico de hierro, en proporciones variables y guardaba ciertas analogías con aquel magistral que los españoles usaron en el beneficio de los minerales de plata por amalgamación en frío, Eran los siete perfumes: el styrax (estoraque) consagrado á Saturno; el laurel índico, á Júpiter; el costo, á Marte; el incienso al Sol; el nardo índico á Venus, la casia á Hermes y la mirra á la Luna, y las siete flores: la mejorana común, el lirio, el loto, el narciso, la violeta blanca, la rosa y otra cuyo nom- bre, eryphyllium, acaso designa el ranúnculo; se necesitaba triturar su mezcla en un mortero blanco veintiún días antes de la ceremonia de las escrituras mágicas y ponerla á secar á la sombra, para que la receta tuviera eficacia. Lejos de efectuarse aislados y con entera independencia los progresos de la industria del curtido, principal empleo de los compuestos tánicos, cuyos orígenes son muy remotos, bien puede asegurarse que guardan conexiones con los adelanta- mientos realizados en la química de los taninos, siquiera no sean tan considerables, ni hayan logrado hasta el presente al- canzar las alturas de una doctrina general establecida con arre- glo á los hechos observados é investigados. Mucho va inda- gado y algo de ello con carácter definitivo respecto de la teo- ría y fenómenos del curtido, enderezado á dilucidar el punto de las sucesivas modificaciones químicas que experimentan, hasta su endurecimiento, los elementos de la piel por el in- flujo del ácido tánico y en el camino de investigarlo se reali- zaron adelantos industriales de tanta cuantía como los que — 285 — resultaron del empleo de extractos curtientes, tan ventajoso . por el ahorro de tiempo y librarse de usar toda la materia inerte de las cortezas, residuo muy perturbador en las fábri- cas. Y al propío tiempo que á esto se llegaba, se iban cono- ciendo las modificiones químicas de los taninos y los produc- tos de ellas originados; se precisaban los términos de su des- composición hidrolítica, que marcan la función individual de cada uno de los cuerpos comprendidos en el grupo, en lo cual estriban sus diferencias químicas; se les sometía á las acciones de los agentes de metamorfosis, obteniéndose el de- rivado acetilado del ácido galotánico, y se fijaba el carácter fenólico de tales compuestos, merced á los trabajos sintéti- cos que me servirán de apoyo y fundamento en el estudio es- pecial de sus relaciones químicas esenciales. Una cuestión importante que sería oportuno investigar, y á la que no se ha prestado acaso el interés suficiente, es la relativa al origen y mecanismos de la formación de los tani- nos en los vegetales que los contienen, porque de los datos positivos recogidos acerca del particular, podrían derivar los métodos de su reproducción sintética, conforme aconteció en otros varios casos. Pongo aquí, con los correspondientes co- mentarios, algunas noticias referentes al asunto y ciertos por- menores de valía, que no huelgan en las presentes generali- dades del grupo de los taninos. Muchas y prolijas observaciones, dirigidas al conocimiento de las funciones vegetales llamadas de lignificación, han dado por resultado el clasificar los taninos en la categoría de aque- llas materias denominadas incrustantes, cuyos fines en el organismo de las plantas son los aumentos y crecimientos de la celulosa y el cambio de sus propiedades físicas y quími- cas, en cuyo sentido bien puede decirse que toman parte en la evolución y transformaciones de aquel hidrato de carbono, ¿O que organizado, constituye el fundamento y base de los vege- teles. Puede reconocerse el tanino en el contenido celular y en las paredes de las células, algunas veces empleando el cloruro férrico y el bicromato de potasio. En la afamada obra de Hartig, que ha traducido y anotado con su acostumbrado acierto el Sr. Castellarnau, ilustrándola con admirables tra- bajos originales, hallo la observación de que los citados cuerpos sólo reaccionan con la madera de pino y de abeto cuando la estructura de las paredes leñosas ha sido alterada por el fermento de Merulius lacrymans, que se completa con otra referente á las relaciones del tanino y materias curtien- tes en las paredes lignificadas y su duración; porque se ve que las maderas de roble, pino y abeto son ricas de princi- pios tánicos y la de haya contiénelos en proporciones bas- tante escasas y limitadas. Sin embargo, el propio autor cita- do, advierte que el asunto requiere nuevas y mayores inves- tigaciones. Valiéndose de muchas otras referentes á los modos de ha- llarse el tanino en aquellas plantas leñosas que lo contienen, sea cualquiera su especie, y á las funciones especiales que cumple, se ha llegado á establecer una doctrina bastante sa- tisfactoria. Tiene ahora su apoyo en las mismas propiedades químicas de aquel cuerpo, á saber: la facilidad para alterarse en contacto del aire, que es un fenómeno de oxidación, Ori- gen de ciertas materias colorantes rojas ó pardas que se en- cuentran en la corteza del roble, y sus desdoblamientos, en particular los de los taninos calificados de glucósidos, que en contacto del agua y de ácidos de cierta energía, el oxálico uno de ellos, muy abundantes en los vegetales, se escinden acaso en sus propios generadores, siendo uno de ellos la glucosa, cuyas relaciones con las celulosas son bien conocidas. No se encuentran los taninos tan sólo en determinados órganos, acumulados de preferencia en algunos; su solubili- dad en el agua facilita el paso de semejantes cuerpos por toda la planta y consiente su mezcla con otros elementos de — 287 — naturaleza distinta; así se explica que, aunque en grados dis- tintos, hállense dotados de poder curtiente las ramillas nue- vas y retoños ó brotes del año y las viejas cortezas del ro- ble. Disueltos en el jugo celular, todo lo penetran y llegan á los más finos elementos del organismo de las plantas; vése- les, lo mismo impregnado los gránulos amiláceos, que en las células exentas de almidón, ejerciendo sus funciones de ele- mentos de reserva. Como tales, y debido á las oxidaciones - que experimentan, contribuyen en mucho á la formación del duramen y el hecho puede explicar los cambios del poder curtiente de ciertas cortezas con la edad de los árboles de que proceden, y es que buena parte de los taninos se gasta é invierte de la manera dicha, transformándose de material de reserva en substancia ya segregada, luego de haber cum- plido los trabajos orgánicos que le son peculiares, depen- dientes de sus cualidades químicas, tan íntimamente ligadas á la estructura de su molécula. Ya es cosa averiguada que no toda la materia tánica es invertida para constituir el duramen; cierta porción de ella se acumula, sobre todo en la corteza y en los tejidos del li- ber, formando los característicos utrículos del tanino. Por de pronto, puede permanecer, en calidad de reserva y protegi- do sin duda gracias á otros elementos asociados, sin experi- mentar alteraciones y éstas ser muy lentas luego de comen- zadas, produciendo en sus desdoblamientos, como materia constante, la propia glucosa á la que, por ventura, es debi- do su origen. Teniendo como ejemplo constante el del ácido quercitánico; cuando su molécula se escinde en virtud de un fenómeno de hidrólisis, resulta una hexosa reductora, acom- pañada de otro cuerpo de color rojo, más ó menos obscuro y análogo á la materia colorante del mismo tono que al di- cho ácido quercitánico acompaña en la corteza del roble y de la cual no es fácil separarlo: el hecho es importante para entender la formación y las transformaciones naturales de los taninos en lo que tienen de común á todos. — 288 — Ocurre pensar, en vista de los hechos aducidos, si el ta- - nino puede ser un producto de síntesis directa, partiendo de la glucosa, efectuada en el organismo vegetal y durante las funciones de su vida. Es presumible que las diversas maneras como produce las combinaciones ternarias sean estados quí- micos, necesarios para la asimilación de los elementos ó sim- ples que el análisis determina, y para las transformaciones de la primitiva materia celular, tan variada en sus apariencias. Y se concibe que haya en los organismos continuos cam- bios de orden químico, formándose unos cuerpos á expen- sas de otros, merced á transformaciones cuyo objeto defi- nitivo es fijar los elementos del agua y el carbono, organi- zándolos de aquellos modos tan diversos advertidos en los órganos de las plantas; de suerte que los taninos, al igual de muchos otros principios, dotados de funciones químicas particulares, prodúcense como verdaderos materiales de nu- trición, que se alteran y desdoblan sin cesar, gracias á los mecanismos químicos de la hidrólisis. Acaso en ella intervengan ciertas materias minerales, se- mejantes á las que dan actividad á las oxidasas, y de todas suertes, no será aventurado admitir que, formada la celulo- sa primordial, se modifique, resultando de sus cambios ma- terias susceptibles de unirse á otras, á su igual ternarias, pero que no funcionan como hidratos de carbono. En ellas residen, siendo moléculas de estructura compleja, los elemen- tos de la nutrición de la planta, y son, de algún modo, las reservas de que dispone su organismo, estables sólo hasta cierto punto, en cuanto el agua pura Ó en presencia de los ácidos, es capaz de desdoblarlas de diversas maneras, ori- ginándose de ello las variedades de los taninos. Mas es evi- dente que si tal desdoblamiento aprovecha para el creci- miento y formación del organismo vegetal á expensas, por ejemplo, del azúcar, convirtiendo sus reservas nutritivas en productos, bajo cierto aspecto sobrantes, los residuos de nuevo se acumulan, constituyendo, en el caso presente, el Or duramen, ó en virtud de sus aptitudes químicas, sirven de base para formar nuevas moléculas, también ternarias, que se relacionan con las primitivas originarias, realizando así la planta verdadero trabajo sintético, integrando y des- integrando materia, á la cual da las variadísimas formas y apariencias que las operaciones del análisis inmediato han logrado investigar hasta el presente. Pasando desde los elementos simples por combinaciones progresivas, la molécula orgánica se complica conforme lo hace su estructura, y al modificarse ó desdoblarse, desde un punto considerado á modo de equilibrio relativo, produce nuevos cuerpos dotados de tales cualidades que pueden unir- se á otros, á su vez residuos de transformaciones y consti- tuir de nuevo aquellas moléculas primeras. No es distinto, en rigor, el origen de los taninos, en nada diferente del asig- nado á otras materias ternarias incrustantes, que como ellos ejercen de elementos de reserva en la nutrición de los vege- tales, convirtiéndose luego en productos segregados que se acumulan en diferentes Órganos. Bueno fué, en el comienzo del estudio de taninos, contar con ciertas reacciones de relativa generalidad y fijeza que sirviesen, á la vez, para diferenciarlos y como fundamento de los métodos, más bien industriales que químicos, de apre- ciar las cantidades respectivas contenidas en los órganos ve- getales usados en la industria de los curtidos. No se indaga- ban de tal suerte la naturaleza é individualidad del tanino, y á lo sumo, se limitaba la investigación á apreciar analogías 6 diferencias, de orden puramente característico, con el ácido galotánico, que era de ellos el de más generales empleos; por eso, conforme ya queda dicho, el origen era el solo fun- damento de la clasificación de las antiguas materias astrin- gentes. Fué necesario conocer los desdoblamientos de los ta- » NG $ de a A , O Ó ninos y los cuerpos en los mismos generados, y conforme antes todos se referían al de las agallas, comparar también ahora con la del ácido tánico típico la descomposición metó- dica de los otros individuos del grupo, para llegar, más tar- de, á conocer y determinar, en vista de los modos de des- componerse, las estructuras moleculares y las funciones quí- micas, lo cual, averiguado, vale tanto como tener las bases de su conocimiento, acerca de cuyo punto pondré aquí al- gunas observaciones é indicaré varios experimentos, que servirán de origen á las relaciones químicas de los taninos, establecidas conforme á mi criterio, en vista de muchos tra- bajos que he repetido y de algunas indagaciones propias, re- ferentes al mecanismo de los desdoblamientos de ciertos ta- ninos, de los que resultan, á la continua, cuerpos idénticos á los que en las plantas son sus obligados compañeros, si no sus peculiares y naturales generadores. Quise apelar á procedimientos de extremada sencillez, y me he fijado de preferencia en las solas acciones del calor, apelando unas veces á sus simples acciones y á la destila- ción seca, realizando otras veces los desdoblamientos en atmósferas húmedas, por influencia del agua á 100” ó auxi- liándola con los ácidos, valiéndome de artificios experimen- tales corrientes para separar los productos de las descompo- siciones. Convenía fijarse, por de contado, en el ácido galotánico en su calidad de tipo ó modelo de los taninos. Son función de la temperatura las influencias que el calor ejerce sobre este cuerpo: bien desecado en el vacío, es poco alterable des- pués en contacto del aire, al punto de no experimentar cam- bios, habiéndolo mantenido, á 120”, por dos horas, en un tubo estriado á la lámpara; elevando la temperatura, se funde de 210 á 215 grados y ya comienza á descomponerse; la masa se obscurece, hay desprendimiento gaseoso y, al cabo, en la parte fría del tubo, se recoge un sublimado cristalino. De tal suerte, el ácido tánico se escinde en pirogalol volátil, anhí- — 291 — drido carbónico, que se desprende, y ácido metagálico ne- gruzco que resta en el fondo del tubo. 2| (0H), =C.Hi.— —CO—0OC,H, q gia cuya reacción es fundamental, en cuanto por ella se estable- cen relaciones de parentesco inmediato entre el tanino de las agallas y los trifenoles bencénicos. Siguiendo las acciones de la temperatura, y sometiéndolo, desde luego, á la destilación seca, he podido comprobar que uno de los productos de ella es el difenol nombrado pirocatequina, por donde se advier- te ya cómo se determina la función fenólica del ácido galotá- nico, que aparece todavía mejor cuando en sus desdobla- mientos interviene el agua. Ya son muy manifiestos, á la tem- peratura ordinaria, con sólo dejar el tanino, por ocho ó diez horas, en una atmóstera húmeda confinada; por ejemplo, en una cápsula de porcelana, de fondo plano, puesta sobre un plato con agua y tapado todo ello con una campana ES Vi- drio. Disuelto se altera mucho más pronto. Reconócese, precisamente, el ácido tánico ordinario, y se caracteriza como un ácido digálico por esta manera de des- doblarse, que tiene su reacción inversa, conforme luego ve- remos. Se cambia en su verdadero generador el ácido gálico, absorbiendo oxigeno y desprendiendo anhidrido carbónico; pero la transformación es parcial á la temperatura ordinaria y no tarda en alcanzar su límite; una traza de álcali aumenta la velocidad de la reacción, y la conseguí completa, calentan- do el tanino, con agua ligeramente acidulada con ácido clorhí- drico, en un tubo cerrado, á 100”, durante dos horas; hay aquí un fenómeno de hidratación, que permite clasificar el ácido — 292 — galotánico considerándolo anhídrido correspondiente al ácido gálico, de este modo: /CO.H (OH),=C,H,—CO— OC¿H»: +H,0= N ( z : C0.H 2 | CH, 4 | S(0H,) que es muy característico y general, habiendo servido de fundamento á notables experimentos de síntesis, cuyos resul- tados permiten establecer, en mi sentir de modo definitivo, las relaciones químicas esenciales dentro del grupo de los taninos. Entre las reacciones peculiares del ácido galotánico, no menciono la producción de la glucosa mediante los ácidos diluídos. Cierto que, por consecuencia de ciertos antiguos trabajos de Strecker, se consideraba como verdadero glucó- sido, en cuanto este investigador lograra desdoblar el tani- no de las agallas, obteniendo hasta 22 por 100 de glucosa, rebajada al 9 semejante cantidad en las posteriores investi- gaciones de Rochleder y Kawalier; pero los trabajos ya clá- sicos de Schiff, que dispuso, para realizarlos, de tanino muy puro, demostraron que en los anteriores, á causa de las im- purezas de la primera materia, habíanse cometido errores de monta; Wehmer y Tollens pretendieron, en vano, obtener el ácido levúlico con un ácido tánico bien purificado, y al repe- tir sus experimentos, tampoco logré resultados satisfactorios. Acaso se explique el primer error, que ha persistido durante largo tiempo, por ser reductor el ácido tánico y reductores también los cuerpos resultantes de la escisión de su molécu- la, aun no contándose la glucosa en su número. Se conocen otros taninos, definidos como tales, que tam- poco la producen cuando son descompuestos por los ácidos diluídos, y entre ellos vale citar los ácidos cachutánico, rata- Eo”, niatánico y morintánico, en calidad de principales. Considé- rase el primero [C,; H,, Os, aceptando la fórmula de Lówe] como derivado del ácido catéquico por eliminación de agua, representando una suerte de anhídrido, semejante al que sig- nifica el tanino ordinario respecto del ácido gálico. En los otros dos, que se desdoblan muy bien por los ácidos diluídos y mejor con la potasa fundida, adviértese que dan ácido pro- tocatéquico, demostrando así su función fenólica y floroglu- cina, que ocupa acaso el lugar que tiene la glucosa en la hi- drólisis de otros taninos. He aquí la del ácido morintánico: o a E 07 -/COH (1) /OH(1) 0 +H,0|=C,H,£LOH (3)+C,H,—OH (3) C¿H,—OH NOR. 14) 0H (5) A - Fuera de estos compuestos tánicos y otros análogos, que se descomponen de modo semejante, hay otro grupo de substancias caracterizadas porque actuando sobre ellas el agua en la manera que queda dicha, acidulándola con áci- do clorhídrico, se resuelven en glucosa y otras materias, á la continua de función fenólica; la serie es numerosa y los cuerpos acompañantes de la glucosa no tienen siempre el mismo carácter químico, y los hay, á semejanza de los pro- vinientes de la escisión molecular del ácido quercitánico, que se encuentran en las plantas unidos á los taninos, pu- diendo ser el residuo de los mismos cuando actúan de ele- mentos de reserva y acumularse en determinados órganos en las adecuadas condiciones para unirse á los principios 0H, 1 Cee Os d)2[C,H;5 0,]=40H,+ Ci Hsa Os, y. lo curioso del caso es que aun pareciendo hipotéticos los cambios, los cuatro cuerpos resultantes existen en realidad, y varios se extraen de las plantas. Uno de ellos, el primero, es el flobafeno, que se produce ya á los 140”, perdiendo el ácido la primera molécula de agua; el tercero y el cuarto son dos materias colorantes rojas que se encuentran en la corteza del roble, procedentes acaso de transformaciones naturales del ácido quercitánico. También Lówe, luego de haber dudado que sea producto constante de su desdoblamiento la glucosa, considera el cuerpo rojo que la acompaña á modo de un anhídrido particular, gene- rado por eliminación de tres Ó cuatro moléculas de agua, y Boettínger sostiene que el cuerpo al cual se refiere esta ob- servación, no es el verdadero tanino de la corteza, sino una materia soluble en el agua que lo acompaña, afirmando la calidad de glucósido del ácido quercitánico al que asigna la fórmula C,, H,¿ O,,, susceptible de desdoblarse por acción de los ácidos diluídos y de los álcalis en el mismo estado y á la temperatura de la ebullición en glucosa y flobafeno, cuyo carácter de anhídrido é identidad con la materia roja natural de la corteza del roble parecen bien esclarecidos. A su vez el flobafeno ó rojo de roble, puede ser descompuesto por los álcalis fundidos, dando, según se opere, pirocatequina, ácido protocatéquico y cortas proporciones de floroglucina Ó sólo las dos últimas substancias, denotando su origen fenólico; no cristaliza al igual de otros productos resultantes del desdo- — 2 — blamiento de ciertos taninos y hemos de ver que puede ser definido como un particular anhídrido aromático. Hay, á primera vista, escasas analogías entre los prodúc- tos que acompañan á la glucosa en la escisión hidrolítica de la molécula de los taninos calificados de glucósidos; son con- tados los que dan más de un cuerpo y aun estos originan substancias tan enlazadas que bien pudieran derivarse unas de otras. Sus apariencias, sus mismas propiedades externas serán muy diferentes; pero están ligadas, porque al descom- ponerse hácenlo de continuo produciendo los mismos cuerpos, ácido pirocatéquico, floroglucina y en varias ocasiones piro- catequina, es decir, fenoles ó derivados de fenoles, que tam- bien lo es el ácido gálico en el caso del tanino ordinario. En tal forma de desdoblamiento, aparte de otras reacciones que luego se dirán, se funda el considerar á una de las series del grupo tánico como glucósidos de función fenólica, siendo el ácido tánico, conforme á la hipótesis de Etti, un ácido digá- lico trimetilado. Vese, por lo dicho, que realmente hay todavía bastantes incertidumbres en lo que atañe al conocimiento de la consti- tución y estructura química de los taninos, y en especial para definir los que son glucósidos. Se excluye de ellos, á mi ver con buenas razones, al ácido galotánico, y, sin embargo, conforme lo advierte Dragendorff, hay un momento de sus acciones con el agua, en el cual es evidente la presencia de la glucosa y un ácido poligálico; dicen, que en el desdobla- miento tantas veces nombrado, sólo se originan dos cuerpos, y no obstante, en las transformaciones del tanino de las nin- feáceas, resultan con la glucosa dos ácidos, siquiera sean tan semejantes como el gálico y el egálico: así lo han observado en 1881 Fridolin y Griining. Ni está tampoco por entero es- clarecido el mismo origen del azúcar; hexosas hay formadas en las plantas, que se mezclan con los taninos de tal modo, que su separación completa es muy difícil; en la hidrólisis de los ácidos tánicos se generan productos que coagulan la —. 297 —. gelatina, y los hay que, sin ser glucósidos, los alteran, á lo menos parcialmente, los ácidos diluídos, aparte de que en sus metamorfosis suelen originarse substancias reductoras que presentan reacciones análogas á las de las glucosas, y añadi- ré que tengo bien observado cómo al pretender purificar di- versos taninos, sobre todo el ácido quercitánico, empleando agua para las disoluciones, experimentan alteraciones par- ciales Ó incipientes, de las que resultan substancias diversas, y de aquí se infiere que no basta el desdoblamiento hidrolíti- co para asignarles el carácter definitivo de glucósidos. Interesa advertir que, fundándose en las reacciones apun- tadas y en los modos de descomponerse aquellos cuerpos originados en la escisión de la molécula de los taninos, es como se les asigna la función fenólica general para todos, y luego, dentro del grupo, se establecen dos divisiones, perte- neciendo á la primera los que no son glucósidos, y á la se- gunda los que por tales son definidos, considerando el con- junto de sus. metamorfosis. Dentro de la última clase apár- tanse los que, además de la glucosa, producen un cuerpo cristalizado, á ejemplo del ácido granatotánico que da el áci- do elágico y los que originan materias amorfas, por lo ge- neral colorantes: tipo de ellos es el ácido quercitánico, de cuyo desdoblamiento procede siempre el flobafeno. Atendiendo á los principales resultados de las dilatadas investigaciones que acerca del grupo de los taninos van he- chas, con intento de poner en claro sus relaciones químicas, es menester partir de los experimentos de Schiff ejecutados con el fin de sintetizar el ácido galotánico. Es bien sabido que éste puede ser referido al ácido gálico, porque una mo- lécula del primero, hidratándose, produce dos del segundo; y así dícese que es un ácido digálico, ó mejor, un anhídrido gálico; he aquí cómo se expresa el hecho: A. — HO / CO. H HO—C,H,—CO—0O—C,H,—OH +H,0= HO/ 0H DS /C0% “A "<(OM), y se trataba de producir la reacción inversa partiendo del ácido gálico y deshidratándolo, conforme lo ha hecho el Pro- fesor citado. Sus métodos son de extremada sencillez y se reducen á la aplicación, á este caso, de un procedimiento general, usando, como deshidratantes, el oxicloruro de fós- foro ó el ácido arsénico: se opera, en el primer caso, con los dos cuerpos directamente y dos moléculas de ácido gálico se condensan en una de su anhídrido, eliminándose una molé- cula de agua; en el segundo caso basta hervir la disolución acuosa del propio ácido con el ácido arsénico, para lograr el mismo resultado. Tocante á la naturaleza del cuerpo forma- do se han emitido distintas opiniones, unos creen que se tra- ta de una substancia muy parecida al ácido tánico, pero que no es el mismo; otros admiten la identidad, dando por bue- na y completa la sintesis de Schiff, y no falta quien niega toda realidad al hecho, á pesar de referirse al sistema clási- co de la obtención de anhídridos, deshidratando directamen- te y condensando, al mismo tiempo, dos moléculas de ácido. Jamás podrá dudarse de la escisión de la molécula de áci- do tanino .en dos moléculas de ácido gálico absorbiendo una de agua, y nada se opone á la realidad de la reacción inver- sa, tanto más posible cuando se trata de obtener un anhidri- do por deshidratación directa, caso el más general y corrien- te. Quien haya repetido el experimento indicado, no puede dudar de la síntesis del tanino de las agallas, en condiciones de poder estudiar los mecanismos de su formación y estable- cer las relaciones químicas con su generador y aun sus des- doblamientos en otros cuerpos de carácter ácido y función fenólica. — 299 — Bueno será advertir cómo para establecer la general de los taninos se atiende, en primer término, á las modificaciones particulares del ácido gálico. Por su constitución molecular, se define como trifenol monácido; y en calidad de tal, si con- sideramos dos moléculas, podrán reaccionar funciones áci- das con funciones ácidas, funciones ácidas con funciones fe- nólicas Ó funciones fenólicas entre sí, constituyendo, por estos medios, cuerpos distintos de variable estabilidad, los cuales, puestos en condiciones adecuadas, convertiránse en generadores de nuevos derivados y de diferentes isómeros. Confirman los hechos las previsiones de la teoría, y, así, dentro de las tres formas correspondientes á anhídridos de ácidos, éteres-sales fenólicos y éteres fenólicos, caben nu- merosos cuerpos ya aislados: la segunda forma, que antes he escrito, HO YCOA HO—C;¿H,-—CO—0O-—C;,H,-—OH HO/ xOH corresponde precisamente al ácido tánico típico, que confor- me á ella se define como éter sal fenólico. Es pentafenol monácido, en el cual la eterificación puede hacerse sobre tres funciones fenólicas que ocupan posiciones distintas, gene- rando igual número de isómeros, como se explica en todos los tratados modernos y se puede confirmar comparando los resultados experimentales de las transformaciones de los cuerpos con la estructura molecular atribuida á cada uno de ellos. Lejos de complicar esta manera de ver las cosas el pro- blema de los taninos, á mi ver, lo esclarece y facilita; pues acaso en la misma movilidad de la molécula, tan especial, que los constituye, y en su flexibilidad para los cambios, se halla la explicación de las formas, hasta si se quiere anóma- las, de sus desdoblamientos; que al cabo representan funcio- nes complejas y repetidas y son susceptibles de reacciones Rev. Aca. Cizncias.—IV.— Marzo, 1906, 21 AS internas, si de la misma índole, efectuadas entre elementos que ocupan distintas posiciones. Por eso son acaso, las dis- tintas clases de taninos, límites variables y no siempre defi- nidos de verdaderas series de transformaciones moleculares internas. Con ser tan manifiestas las relaciones del ácido tánico tí- pico con el ácido gálico, al punto de fundarse en ellas su síntesis y la determinación de su carácter fenólico, no lo son menos las que guarda con los otros varios taninos, y podemos considerar, los que se desdoblan, en dos ácidos ó cuerpos que funcionen como ácidos aromáticos y los que son glucósidos, y diferenciar estos últimos, según que las materias que en el desdoblamiento acompañen á la glucosa sean amorfas ó se presenten cristalizadas. Hállase entre las últimas el ácido elágico, que se puede formar por medio del ácido gálico, de cuya oxidación es al cabo producto, y es da- ble efectuarla de varios modos, sobre todo empleando el áci- do arsénico: CO.H ¿CH (0H), y e Ae Y OH LS CO/ y para mayor semejanza, si el ácido gálico, perdiendo agua se cambia en ácido galotánico; de la propia suerte la deshi- dratación del ácido elagotánico engendra el ácido elágico Ci Hi O 10 = C¡,H,0,+2H,0, cuya reacción, 'que se inicia á los 100” es ya completa á los 110”. Todavía podría indicar otra relación de origen y es que, así como las fermentaciones llamadas tánicas convierten los taninos en ácido gálico, éste, mediante acciones semejan- tes, debidas á microrganismos muy conocidos, se cambia en ZE ácido elágico, ganando oxígeno. De la misma manera se en- contrarían las semejanzas de los productos cristalizados de desdoblamiento de los demás taninos dotados de bien deter- minada funcion glucósida, por donde venimos á parar en asignar al ácido gálico el carácter de eje y origen del grupo de los ácidos tánicos. No están igualmente claras sus relaciones con algunos de ellos, en particular aquellos de cuya hidrólisis provienen con la glucosa ciertos cuerpos complejos, de función todavía mal determinada, no cristalizables y que se consideran anhidri- dos ó productos de progresivas deshidrataciones de los áci- dos tánicos originarios. Bajo tal aspecto representarían la in- versa del ácido tánico de las agallas, que es anhídrido, trans- formable por la acción del agua, en dos moléculas de ácido. De estos taninos es el ácido quercitánico, que se desdo- bla, conforme es sabido, en glucosa y flobafeno incristaliza- ble, derivando de éste, Cy, Hz, O,;, que representa el an- hídrido del tanino, otros cuerpos por sucesivas deshidrata- ciones, y, entre ellos, aquellas materias colorantes, rojas, que llevan los nombres de Oser y Lówe, y se hallan formadas en las propias cortezas de roble, primera materia del ácido quer- citánico. Por su parte, ya hemos visto que el flobafeno es de las substancias que, mediante las acciones del calor, produ- cen otras, bien caracterizadas como fenoles—pirogalol, floro- glucina, ácido protocatéquico, principalmente interviniendo la potasa fundida — que son polifenoles, como el propio áci- do gálico, y aun hay medios de producirlo de modo directo, partiendo de las mezclas naturales de acido quercitánico, con el rojo quercitico ó flobafeno natural, su asociado constante, del que es dificilísimo separarlo; recuérdese cómo el asper- gilius niger, el penicilium glaucum, y el sterimatocystys ni- gra, no sólo accionan en las infusiones de nuez de agallas, sino que en todos los extractos acuosos de los taninos cono- cidos, sea cualquiera su procedencia, determinan la forma- ción del ácido gálico, probablemente como límite de una se- e rie variable de desdoblamientos por hidratación; transforma- ciones hidrolíticas cuyos estados intermedios sólo en conta- das ocasiones nos son conocidos. Lo dicho es, sin embargo, bastante, á lo que entiendo, para considerar el grupo de los taninos, á modo de conjunto de cuerpos de carácter ácido, monobásicos, dotados de función fenólica, unidos por la for- ma especial de sus cambios y metamorfosis, de la que es nexo el ácido gálico, que en algunos existe como anhídrido ó como glucósido. | Teniendo esto presente, aun afirmado por los resultados experimentales y por el conocimiento de la estructura mole- cular de los diversos ácidos taninos, hay grandes dificultades para orientarse estudiando el grupo de los taninos, y resi- den, sobre todo, en aislar y caracterizar bien cada uno de ellos; nunca están solos, acompáñanles productos de sus cambios, y con otros taninos hállanse de continuo mezcla- dos. Diríanse términos ó puntos de una evolución orgánica, cuyos fines consistiesen en producir glucosas, transformando sin cesar, por solas acciones hidrolíticas, substancias terna- rias, cuyos residuos son materias colorantes, como los ro- jos quércicos. — 303 — XIV. —Aplicaciones de la composición de intensidades al cálculo gráfico de vigas rectas (*). POR NICOLÁS DE UGARTE. X Trazado del segundo funicular en una viga continua. Es la base del cálculo gráfico de una pieza de tal especie. Dijimos (art. VI) lo que son las ftrisectrices y las líneas cruzadas: las primeras recuerdan por su nombre que son dos normales á la luz del tramo en los puntos que le dividen en tres partes iguales; las segundas, son otras dos que, par- tiendo de un punto cualquiera contenido en la vertical que pasa por el centro de gravedad de la superficie abrazada por el primer funicular, son paralelas á los radios que, saliendo de un polo, abarcan entre sus extremos una magnitud que, como suma de intensidades, representa el área de aquella superficie. Esas dos líneas interceptarán sobre cualquiera pa- ralela á la que pasa por el centro de gravedad (línea de ac- ción de dicha área considerada como intensidad ), magnitu- des proporcionales á los momentos estáticos de esa área res- pecto á un punto de la paralela mencionada (**). Tenemos aún que definir otras dos clases de rectas que juegan papel importante en este cálculo: por abreviación las vamos á llamar las inversas y las conjugadas, pero necesi- tamos hacer antes ciertas consideraciones. Sea OX la viga (fig. 12); 1-2, 2-3, dos tramos consecuti- vos, cuyas luces /,, l, son datos del problema, como lo son (*) Véanse las páginas 68 y 194 de esta Revista. (**) Composición de Intensidades, párrato 12. - Mi también las cargas de cada uno, y las curvas de momentos ce flexión correspondientes á cada tramo supuesto cortado. Los momentos efectivos en los apoyos de cada tramo, que suponemos sean M, = A1,M, = B 2, M, = D3, etc., son las incógnitas del problema, y vamos á determinarlas me diante el empleo de las cuatro clases de rectas indicadas. E E == 4 y U ' 4 1 ' ' t 4 Ú N U ' Figura 14. Tracemos las T,, T,', T,, T, trisectrices de los dos tra- mos. Estas contendrán los centros de gravedad de los trián- gulos 412, B2A, B23, D3B, que intervienen como inten- sidades para el trazado de los polígonos de cuatro lados en- volventes de los segundos funiculares de cada tramo, y de- terminación de los momentos incógnitos (véase el art. VI). Supongamos conocidos esos polígonos de cuatro lados para los cuatro tramos de la figura, y sean 1mSm/' 2 y 2nS'N 3. Los lados m'2 y 2n serán prolongación uno de otro, por ser ambos tangentes á la misma curva general, conjunto de las parciales de cada tramo. — 305 — Los lados extremos de cada funicular 1m, m' 2 irán, como sabemos, de los apoyos á las trisectrices. Los centrales mS, Sm', de las trisectrices á la vertical del centro de gravedad del área de la curva de momentos de flexión producida por las cargas, considerando los tramos cortados. Estas vertica- les se indican de trazos pasando por $ y S'. Según su definición, y teniendo en cuenta el modo de for- mar los segundos funiculares parciales, las líneas Sm, Sm' son dos líneas cruzadas del primer tramo, que interceptarán, sobre las verticales de los apoyos, segmentos que, contados á partir de éstos y multiplicados por la distancia polar, ex- presarán los momentos estáticos (respecto á los apoyos 1 y 2) de las intensidades cuyas líneas de acción son las frisec- trices. Es decir, que si llamamos h la distancia polar que pre- sidiera á la formación del segundo funicular del primer tra- mo, el segmento:(2— C) multiplicado por h, sería el mo- mento respecto al apoyo 2 del área del triángulo B2A, que es el valor de la intensidad cuya línea de acción es la trisec- triz T,'. Esa área es igual á orde po es 2 2 Luego si conociéramos el segundo funicular, podríamos de- terminar M,; y de un modo análogo, M,, M, y los demás que buscamos. Vamos ahora á definir las líneas que nos faltan. El conjunto de los segundos funiculares parciales de cada tramo, trazados, por supuesto, en la misma escala, formará el segundo funicular total y gozará de las propiedades inhe- rentes á los funiculares de un sistema. Por consiguiente, si se prolongan dos lados suyos, los centrales inmediatos Sm”, S'n de dos tramos contiguos, su intersección í será un punto de la línea de acción /a, de la resultante de las dos intensidades paralelas que obran en las - ME: — : : p 1 1 trisectrices 7,' y 7,, cuyos valores son > M,Í, y 07 M, l;,. Luego el punto a, dividirá el intervalo ab entre ellas, en partes inversamente proporcionales á esos valores, 6 á los !, y l,, Ó á sus tercios + l, y A l,. Pero el intervalo ab está precisamente formado de la suma de esos tercios de los tramos inmediatos al apoyo 2. Luego, sin mas que tomarlos invertidos, esto es, haciendo que a a, = Ss l,, Ó lo que es igual, ba, = E [,, daremos con el punto a,, que puede llamarse punto de los tercios inversos, y á la Ta, que por él pasa, inversa inmediata al apoyo 2, ó por abreviar, la inver- sa correspondiente al apoyo 2. De estas líneas hay, como se comprende, una inmediata á cada apoyo y cae dentro del tramo mayor. Si fueran iguales los tramos, la inversa sería la vertical del apoyo. Esas inversas que sólo dependen de la magnitud de los tramos contiguos pueden trazarse a priori, como las frisec- trices. Con ellas, conocido que sea un lado central del segundo funicular de un tramo, se deducirá inmediatamente el central del tramo inmediato, próximo al apoyo común. Sea, por ejemplo, SK, un trozo de la recta que contiene el lado central del segundo funicular del primer tramo, más próximo al apoyo 2; pues inmediatamente se puede hallar el nS”. En efecto, prolonguemos el primero, y marquemos los puntos m' é í en que corta á la trisectriz y á la inversa. Uniendo m' con 2, tendremos el lado m'2, extremo del pri- mer tramo. Prolongando éste hasta n, en la trisectriz T,, nos dará el 2n, primero del segundo tramo; y uniendo í con A, tendremos el 1 S”, central del mismo tramo, que detendremos en S”, en que corta á la vertical del centro de gravedad del área de la curva de momentos del tramo (2-3) aislado. Vamos ahora á las conjugadas. | | ¡ — 307 — Todo punto de un tramo tiene, por el procedimiento que vamos á decir, otro que le corresponde en el tramo siguien- te. Si el primero lo consideramos fijo, lo será también el se- gundo, y podrá llamarse su conjugado. Las verticales, ó me- jor, las normales á la pieza que pasan por esos puntos po- drán llamarse conjugadas (*). Sea F, una recta cualquiera (que indicamos de trazo y dos puntos) comprendida entre el centro y el apoyo izquierdo del primer tramo. Con ella se relacionan un sistema de rec- tas, una en cada tramo, que son sus conjugadas; caerán to- das entre el centro y los apoyos izquierdos respectivos, po- dremos llamarlas conjugadas izquierdas. Partiendo de una que estuviera fija, por circunstancias dadas, entre el centro y el apoyo derecho, se obtendrían sus conjugadas derechas en los demás tramos. Indiquemos el procedimiento para fijarlas: Un triángulo tal como m' in, cuya base m' n pase por el apoyo 2, sus vértices m' n estén sobre las trisectrices inme- diatas de los tramos contiguos, y el í sobre la inversa que corresponde al apoyo, puede ser considerado como funicu- lar de tres intensidades en equilibrio, cuyas líneas de acción fueran esas rectas. Cualquier otro triángulo que satisfaga las mismas condi- ciones será tal, que los lados análogos se cortarán con los del otro sobre una misma recta (**). Puesto que los análogos al m'” n tienen que pasar por 2, si por alguna otra consideración sabemos que los análogos al m'í se cortan en un punto tal como K,, los análogos al in tendrán que cortarse sobre la K, 2 que contiene las otras intersecciones; lo harán necesariamente en K,, en que esta línea corta al lado ¿n. (*) A esos puntos y líneas llaman algunos focos y focales, y otros, puntos y líneas de inflexión, que sólo les cuadra en casos particula- res; por eso nos tomamos la libertad de darles ese nombre. (**) Composición de Intensidades, pág. 183. Si el punto K, se tomase más arriba 6 más abajo, sin sa- lir de la F, K,, tampoco el K, saldría de su paralela F, K.,. En efecto; el triángulo K, ¿K, puede también considerarse como funicular de tres intensidades paralelas en equilibrio, cuyas líneas de acción sean las tres normales á la pieza A. Si suponemos que dos de los vértices (K,, 7) no salen de dos paralelas F,,I (ó de dos concurrentes), el tercero K, no podrá salir de otra paralela F, á las primeras (Ó concu- rre con ellas) que pase por K.. Se ve, pues, que un punto K, de la F,, tomado como de concurso de lados análogos al m/'i, pertenecientes á triángulos análogos también al m' in, tiene su correspon- diente K, sobre la F,, intersección de ésta con la K, 2. El que corresponde á f, de la F, situado sobre la línea de apo- yos, será, necesariamente, el f, de la F, sobre la misma. Los puntos f, y f. pueden tomarse por conjugados y rela- cionarse con otros de los demás tramos por igual procedi- miento. Las normales á la pieza F,, F,... que por ellos pasan, son las conjugadas. Por tanto, marcadas á capricho dos normales á la viga, tomadas como líneas de partida, una en la mitad izquierda del primer tramo y otra en la mitad derecha del último, po- drán hallarse sus conjugadas izquierdas y derechas en todos los tramos, y la posición de éstas se podrá fijar a priori, independientemente de las cargas de los tramos, porque | sólo dependen de las longitudes de los mismos, ya que bas- ta conocer las trisectrices y las inversas, que tampoco de- penden de otra cosa. De ordinario, la viga es apoyada en sus dos extremos; los momentos de flexión en ellos serán en ese caso nulos. Entonces desaparecerá, en el primer tramo, el triángulo aná- logo á A 12. El segmento 11”, que en cierta escala representa el momento de ese triángulo, respecto al primer apoyo, será — 309 — cero también, y el lado central mS del segundo funicular del primer tramo, pasará necesariamente por el primer apoyo, desapareciendo, ó confundiéndose con él, el primer lado 1. Para que suceda todo esto y no hacer nueva figura, su- pongamos que el primero y segundo lados, confundidos, es- tén sobre la recta 1S que marcamos de trazos. En este caso, el segundo funicular sólo tiene tres lados, y será el 15m” 2. Una cosa parecida sucederá en el último tramo, en que también será nulo el momento en su apoyo derecho por donde pasará el lado central del segundo funicular, que tampoco tendrá más que tres lados. En ese caso de viga apoyada en sus extremos, nos con- viene tomar como líneas de partida, por lo que veremos, las dos verticales que pasan por el primero y último apoyo. Partiendo de la 11” del apoyo izquierdo, podremos, por el procedimiento dicho, hallar todas sus conjugadas izquierdas. Para no confundir la figura, indicamos abajo, suponiendo la viga O” X”, el procedimiento sencillo que puede emplearse para determinarlas con rapidez. Tírese por 1” una recta cualquiera 1” ¿”; esta recta, como cualquiera que de él parta, podrá suponerse en las mismas circunstancias que un lado central de un segundo funicular del primer tramo. Hallados los puntos m”, ¿”, en que corta á la trisectriz y á la inversa, uniendo m” con el apoyo 2”, ten- dremos la m” 2”, que será el último lado del segundo funi- cular de ese tramo, y, prolongado, formará el primero. del siguiente, que corta á la trisectriz del segundo tramo en n/, el cual, unido con ¿”, nos dará sobre la línea de apoyos el f' conjugado del apoyo 1”, por donde pasará la conjugada de la 11. Partiendo de f”, se halla por igual procedimiento el conju- gado del tercer tramo, etc., y de este modo obtendremos todos los conjugados izquierdos, y por tanto todas las con- jugadas que necesitamos. Haciendo operaciones análogas en sentido inverso, par- " — 310 — tiendo del apoyo derecho extremo, conoceremos todos los conjugados derechos y las conjugadas correspondientes. Veamos ahora para qué pueden servirnos todas esas rectas. Trazada la primera, que pasa por el primer apoyo, mar- caremos en ella su intersección con los lados centrales del segundo funicular. Uno, como hemos dicho, pasa por el apo- yo, el otro pasará por K”,, tal que la distancia 1K”, sea la representación gráfica del momento estático, respecto al apo- yo 1 de la superficie de momentos de flexión, cuyo centro de gravedad está sobre la línea de trazos que pasa por S. La magnitud 1K”,, la podemos determinar aparte con el auxilio de dos líneas cruzadas, cuya construcción ya cono- cemos, y como se da el 1, quedará determinado el K”,. Conocido K”,, de él deduciremos', sobre la conjugada de la 11” en el segundo tramo (suponemos siga siendo la F, para no confundir la figura con líneas demasiado próximas), el punto K,, que sería la intersección de la recta que une K”, y 2 con la conjugada F.. Por ese punto K, tiene que pasar el lado nS” central del segundo tramo. Dos cruzadas relativas á la superficie S' nos darían el momento de ésta, respecto á la F,, y tomándole de K;, hacia abajo, obtendremos el punto K,, que unido con S”, nos daría el S'1”, y, por tanto, el mín y el n'3. Unien- do K. con el apoyo 3, repetiríamos en el tercer tramo lo he- cho en el segundo , y así sucesivamente. Será fácil, en un dibujo de dimensiones convenientes, tra- zar las cuatro clases de líneas trisectrices, cruzadas, inver- sas y conjugadas, en cada tramo. Por los procedimientos ex- plicados se podrán conseguir los segundos funiculares de cada uno, cuyo conjunto formará el total. Con él habrá lo bastante para deducir los momentos de flexión en cada apoyo de los intermedios. Llevados éstos á la figura en que tengamos trazados los polígonos 6 curvas de los momentos de flexión de las cargas en cada tramo su- — 311 — puesto aislado, tendremos la línea quebrada de cierre, que se forma uniendo los extremos de los momentos en los apo- yos, á partir de la que se cuentan los momentos efectivos de flexión en cada punto. Con éstos se hallan, por los procedimientos conocidos, los esfuerzos cortantes en cada sitio. Partiendo de ese conjunto funicular completo, ó limitán- donos al tramo que nos convenga, es fácil llegar á la elástica ó á otra curva Ó polígono que nos proporcione las deforma- ciones en los puntos en que nos convenga conocerlas. Se ve, pues, que el problema de vigas continuas es abor- dable por los procedimientos gráficos. Mas para aclarar lo dicho, es preciso aplicarlo á un caso concreto. Así podremos observar cómo puede obtenerse un dibujo de conjunto, en que se abarquen todas las circunstancias que deben tenerse en cuenta en un estudio de esta especie. XI Aplicación, de la doctrina explicada, á una viga continua de cuatro tramos diferentes, Las escalas que van á servirnos para el dibujo (lámina adjunta) son las siguientes: Escala de pesos = 1 mm. por 500 kg. = BON o 500.000 kg. Escala de longitudes = 1 mm. por metro = E ON 000 m Estas, multiplicadas, dan: 1 m?. La de MOMEaTos = =p. 5 < 10% kg-m. Datos: La figura 1.* representa una viga OX de cuatro = 312 — tramos á nivel desiguales: OA de 30 metros, AB de 48, BC de 36 y CX de 40. Se supone el primero cargado con 15 toneladas en su cen- tro y el tercero con 18 en el punto que se marca. Los otros dos tramos se consideran cargados uniformemente á razón de 500 kilogramos por metro; el segundo, por consiguiente, tendrá una carga total de 24 toneladas, y el cuarto otra de 20. Los polígonos funiculares de cada tramo supuesto aisla- do, se han construído en la figura 6.* Para ello se ha toma- do en la figura 3.* una distancia polar PH =0,015 metros, y á partir de H, las distancias A1, H2, H3, H4 iguales, res- pectivamente, á la mitad de la carga total de los tramos del mismo número á contar desde el de la izquierda. Con esto tenemos bastante. La escala que servirá para medir, por medio de las orde- nadas, los momentos de flexión, será: Escala de momentos de flexión = ME E o A q 5 < 10% =< 0,015 kg-m. 75>< 105 * Es decir, que cada metro representa 75 < 10" kilográ-me- tros, ó bien que cada milímetro de ordenada representará 7.500 kilográ-metros. Si queremos medir las superficies encerradas por los po- lígonos Ó curvas funiculares, lo haremos en la escala que resulta de multiplicar la anterior por la de longitudes, y ten- dremos: Escala de superficie de momentos = HA E AA AA: 75 < 10% >= 1.000 kg-m?. La que dice que un metro cuadrado representa 75 >< 10* =< ¿3 he — 313 — < 1.000 kilográ-metros cuadrados, ó bien, que 1 milímetro cuadrado, en el dibujo indica 7.500 kilográ-metros cuadrados. Cuando estas superficies las valoremos como intensidades para la construcción de la elástica, necesitaremos otra esca- la ó base para reducirlas á trozos de recta que las represen- ten. Con igual base se reducirá, como dijimos, el valor El, coeficiente de rigidez. Por ahora no la necesitamos, la toma- remos en el momento oportuno. Podría dársenos la viga puesta sobre sus apoyos y que- rer averiguar en qué condiciones trabaja; pero ese es el pro- blema inverso al que nos proponemos, el cual resuelto, nada tiene aquél de particular; sería una obra ejecutada que tra- tamos de analizar. En nuestro ejemplo se figura que hacemos el proyecto, esto es: que se nos dan amplitudes de tramos y sus cargas y se pregunta: ¿qué sección debe darse á la viga en cada tramo, deducida de los momentos de flexión y esfuerzos cortantes en cada punto? Determinadas esas secciones, ó bien la organización de la viga toda, se desea también saber de antemano las defor- maciones, esto es: la variación de las ordenadas de su eje respecto á la línea de apoyos en cada punto. Para mayor sencillez suponemos que la viga sea toda de hierro y de sección uniforme. El procedimiento general será determinar el valor M máxi- mo de los momentos de flexión y el de los esfuerzos cortan- tes. Dividiendo M por R, valor extremo á que deseamos lle- gue en su trabajo el material, nos dará el momento resistente _ en que / es el de inercia y V la distancia á la fibra neu- tra de la más lejana de la sección, suponiendo ésta de forma conocida ó elegida, según convenga, ya sirviéndose de ta- blas al efecto ó ya de combinaciones hechas expresamente con hierros dados para llegar á soluciones económicas. En vigas de alguna importancia convendrá variar la sec- — 314 — ción según aconsejen los diagramas de momentos y esfuer- zos cortantes que indicarán lo que sufre el material en cada punto. Para hallar el de los momentos de flexión, precisa, como dijimos, deducir los que corresponden á los apoyos, y para esto vamos á trazar, ante todo, el segundo funicular. Si con- viniera comprobar ó hallar los momentos en los apoyos de un modo analítico, haremos uso del teorema de los tres mo- mentos demostrado, ó seguiríamos un procedimiento mixto. Nos proponemos ahora seguir el método gráfico por ser nuestro propósito principal; haremos, sin embargo, su com- probación analítica al final. Para conseguir nuestro objeto, dibujemos los tramos en la escala escogida y marquemos en el dibujo todas las /í- neas auxiliares. En la figura 1.* se indican, de trazo y punto, las trisectri- ces con las letras T, 7”, llevando el subindice del tramo. Las inversas llevan la letra / con otra por subíndice, que es la del apoyo inmediato, y van marcadas con trazo y dos puntos. Estas, como se dijo, se obtienen invirtiendo los ter- cios de los tramos contignos á un apoyo. Tomando, por ejemplo, á la derecha de 7”, el tercio del segundo tramo ó á la izquierda de 7, el tercio del primero, se obtiene el pun- to [4 por donde pasa la inversa, la cual caerá, naturalmen- te, dentro del tramo mayor. Conjugadas. —Suponiendo simplemente apoyados los ex- tremos de la viga, tomaremos esos apoyos como puntos de partida ó conjugados izquierdo del primer tramo y derecho del último (*). Partiendo de ellos, serán conocidos lo demás y las conjugadas que por ellos pasan. La construcción para (*) Si la viga fuera empotrada en uno de los apoyos, se nos dará la dirección del empotramiento, y, por tanto, el primer lado del se- gundo funicular. La intersección de éste con la trisectriz es un punto por donde pasará el lado central. (Véase lo dicho en el art. IV.) — 315 — fijarlas se ha hecho en la figura 1.*: por O, extremo izquier- do del primer tramo, se ha tirado una recta cualquiera, Oa, que corta á la trisectriz T”, en b y á la inversa en a, unien- do b con el apoyo A,bA corta en Cá la trisectriz T, del tramo contiguo. La recta aC da en F,, sobre la línea de apo- yos, el conjugado izquierdo del segundo tramo. La vertical que por él pasa es la conjugada. Partiendo de F,, por una construcción análoga, llegamos á F, y de éste á F,. Todas las conjugadas están marcadas con trazo y tres puntos. Principiando luego por X, extremo derecho del último tramo, podemos marchar en sentido inverso y fijar los con- jugados derechos de los demás tramos. En esta segunda operación se economizan algunas líneas sirviéndose de lo hecho anteriormente. En vez de tirar por X una recta cual- quiera, puede dirigirse precisamente 4 b” y resultará trazada la que une ese punto con el apoyo. No habría, pues, más que unir a” con c” para obtener el F”,, conjugado derecho del tercer tramo. Partiendo nuevamente de F”,, se llega al F”, y de éste al F',. Vamos ahora á determinar las líneas cruzadas de cada tramo. Se deducirán, como sabemos, de las superficies de momentos Ó primeros funiculares. Tracemos ante todo éstos, en cada tramo, suponiéndoles aislados. Esas operaciones se ven ejecutadas en la figura 6.?, y para ellas han sido precisos los polígonos de intensidades recogidos en la figura 3.* Como ya indicamos al principio, se han tomado HA1, H2, H3, HA, en la escala convenida, iguales á la mitad de las cargas, que si son simétricas res- pecto á los apoyos, como en los tramos 1.”, 2.” y 4.”, tam- bién lo serán sus polígonos funiculares. En el tercero, la carga está concentrada en un punto que divide el tramo en dos partes de 22 m. y 14 m., respectiva- mente, y á fin de que la línea de cierre en él sea la de apo- yos, se ha subido en la figura 3.* el polo á P”, de modo que, sin variar su distancia al polígono de intensidades, la P” H” Rrv. Acap. Ciencias.—IV.—Marzo, 1906, 22 — 316 — corte á éste de manera que H“3 represente en nuestra ésca- la de pesos siete toneladas, es decir la carga que correspon- de al apoyo izquierdo. Los polígonos funiculares de los tramos 1.” y 3.* son tri- ángulos cuyos lados O'a, y B'c, serán paralelos á los radios P1 y P"3 de la figura 3.* Los vértices tienen que estar en las verticales de las cargas y, por tanto, los triángulos quedan determinados. Los funiculares del segundo y cuarto tramos son parábo- las; sus tangentes en los apoyos izquierdos A“b, y Cd, pa- ralelas á los radios P2 y P4 de la figura 3.* Detenidas aqué- llas en las verticales de los centros de gravedad de las car- gas ó líneas medias, tendremos lo bastante para terminar los triángulos envolventes y para construirlas por alguno de los métodos conocidos. Sus vértices estarán en S, S', á la mi- tad de la altura de los triángulos, en que serán tangentes á las mn, mM. La línea mixta seguida, O'a, A'SB'c,C'S'X”, es la ley de las ordenadas de los momentos de flexión supuestos, los tramos sueltos ó independientes; sus ordenadas respecto á la línea de apoyos representarán kilográ-metros en la escala de PRETO: de al 7 75 < 10* kg-m. En estos casos, que son los más frecuentes, pueden ha- llarse y comprobarse analíticamente los momentos de flexión máximos, que corresponderán á los puntos a,, S, €, y S”, para los cuales serán, respectivamente, ” PLD y Pa Let; 0d a Ps [,?, en que /, l, l, 1, son las longitudes de los tramos; P, P, las cargas concentradas de los tra- mos 1.” y 3.*; p, p,, las cargas por metro de los 2.” y 4.”, y m, n, las fracciones de la luz del tercer tramo en que le di- vide la carga. Si queremos, por ejemplo, comprobar la posición del pun- — 317 — to S y, por tanto, la de b, (fig. 6*, segundo tramo), dire- mos: S, ordenada máxima, debe representar = A < 48? kilográ-metros = 144.000 kg-m., los cuales, á razón de 7.500 por milímetro, dan para esta ordenada 19,2, que es lo que dará la figura si está bien hecha. Tratemos ahora de hallar los valores de los momentos ne- gativos M,, Mz, M¿, en los apoyos intermedios (los de los momentos extremos son cero). Hallados, podremos trazar la línea quebrada O” M, Mz M, AX”, que en combinación con la anterior, dará los momentos efectivos de flexión en cada punto, por medio de ordenadas, contadas á partir de esa línea quebrada ó de cierre, y terminadas en la de momentos de los tramos aislados, contando como de signos opuestos las or- denadas de distinto lado, á partir de la línea de cierre dicha . Por medio de las superficies de momentos de los tramos aislados, llegaremos á las líneas cruzadas, que, como sabe- mos, son dos cualesquiera que, cortándose en las verticales de los centros de gravedad del área de aquellas superficies en cada tramo, son paralelas á los radios que, partiendo de un polo, abarcan en el polígono de intensidades, magnitudes que representan aquellas áreas. Los autores de estática gráfica, enseñan medios más ó me- nos rápidos para ese trazado en los casos más usuales. Vamos á hacer una digresión con tal objeto, á fin de indi- car los que pueden emplearse cuando dichas áreas son de triángulos ó de parábolas que corresponden á cargas concen- tradas ó uniformemente repartidas, por ser las más frecuen- tes en la práctica; de ellas se deducen fácilmente los proce- dimientos, para cuando haya varias cargas concentradas, ó cargas uniformes en parte de un tramo y cargas mixtas. Es evidente que nos economizaremos la construcción del — 318 — polígono de intensidades, si podemos determinar sin él las magnitudes que representan los momentos de esas áreas sobre dos verticales, las de los apoyos, por ejemplo, porque las líneas que unan en cruz los extremos de esas magnitu- des, se cortarían necesariamente sobre la vertical del centro de gravedad del área que los produce y resultarán parale- las á dos radios que abarquen en el polígono de intensida- des, á la que representa el área dicha; serán, en una pala- bra, las cruzadas que buscamos. Esto bien entendido, vamos á la figura 13 y supongamos que el triángulo ABC es el funicular de una carga P que, como en el tramo tercero de nuestro ejemplo, está concen- trada á las distancias m 5. Su área será m3 a 1, que debemos representar por un tro- zo de línea recta mediante una escala 6 base convencional . En Y ra — 319 — a; tendremos pues, que la magnitud rectilínea que represen- á ? a SA ta esa área tomada como intensidad será E ——.. Puesta a á la distancia A de un polo, y trazando los radios que fueran de éste á las extremidades de aquélla, bastaría tirar parale- las á esos radios por un punto cualquiera de la vertical que pasa por y, para tener las líneas cruzadas, las cuales abar- carían sobre las verticales de los apoyos segmentos tales como AK = K, BK' =K', que multiplicados por h, se- rían los momentos del área del triángulo respecto á dichos apoyos. Esos valores K y K” se pueden hallar sin fijar polo ni los valores de a y h. Por lo dicho podemos escribir Load Y: 4 K=— de; PR Y: : 2 (01 pongamos ahora d y d' en función de /, lo cual es fácil, puesto que 1 1 1 d=Ar=Ab=br=-— l — (ml — — [| = + , a S ) y lo mismo d=Br= br 1 El il de 2 2 TN Z 1 E aL que substituidas en las anteriores, dan dl, Le ¿E 1 UE 1 4 os a(l + m) a a(l + nm) — 320 — Si se supone que hemos escogido la base a y la distancia h, de modo que ah = = ?, haciendo, por ejemplo, a = lÍ; ME pl [, Ó bien a = ES MiS y l, etc. Cualquiera que 6 2 3 sea la combinación que hagamos, siempre resultará: K= a(1> y como 1 E ly Y ah=— 1,2 K" =2f>x =2f| ES AR lea Hay, como se ve, que multiplicar los segmentos hallados por el cuadrado de la relación entre la luz del tramo que se considera y el tramo de comparación. Esa operación puede también hacerse de un modo gráfico, — 323 — si así conviene. Sea, en efecto (figura 14), A B el tramo de longitud /,, A Fel segmento K”, que ha de multiplicarse Figura 14. 2 por la relación » “No habría más que unir el punto F . 2 o con C, extremo de la AC =1,, que es el tramo de compa- ración, y tirar por B, extremo de AB=1,, una paralela á FC que nos da la magnitud Az=XK" >= - > 3 Vuélvase á unir z con C y á tirar por B la BZ”, paralela ázC. Tendremos Az =A2 “> a e el 3 s Si hubiera de ser /, el denominador ó tramo de compara- ción, principiaremos por unir F con B y tiraríamos por C una paralela á la FB. El punto z caería por debajo de F, como l ; es natural, por ser en este caso —Ñ >> 1. Concluyéndose 2 la operación de un modo análogo sin ninguna dificultad. * * * Volvamos á nuestro ejemplo, y tomando, como ya hemos principiado á hacerlo, el tramo tercero (figura 6.* de la lá- mina adjunta) como de comparación, llevemos á cabo para todos los tramos el trazado de sus líneas cruzadas respec- — 324 — tivas, á fin de llegar después al segundo funicular, prelimi- nar necesario para la obtención de todos los momentos de flexión en los apoyos. Según vimos arriba, B" p” y C' q' pueden tomarse para el tramo tercero como magnitudes representantes de los mo- mentos estáticos en los apoyos, producidos por el área de su primer funicular. Llevemos esos segmentos, en la figura 4.?, á B"B”, C*C” sobre las verticales de los apoyos, á partir de dos puntos cualesquiera B”, C”; deben escogerse de modo que las rec- tas B” C” y BC”, líneas cruzadas del tramo, no se cor- ten muy oblicuamente. Para hallar las cruzadas de los demás tramos, seguiremos los procedimientos y modificaciones explicados. Primer tramo. —Su funicular es también un triángulo; ti- raremos, pues, por el vértice a, (fig. 6.*), paralelas á las diagonales del rectángulo O” rr,' A”. Los segmentos para trazar las cruzadas serán iguales á A* q” Ea Hecha esta 3 multiplicación por el procedimiento que nos plazca (*), lle- varemos los resultados, en la figura 4.*, á zu, zu”, y ten- dremos las cruzadas del primer tramo. Segundo y cuarto tramos.—De un modo análogo obtene- mos para éstos los segmentos que deben tomarse sobre las 2 2 verticales de los apoyos, y son 2f 7] y 2f (53 : 3 3 2f y 2f' son iguales, respectivamente, á m, b, y m', d,. Lle- vados aquéllos á las verticales de los apoyos, y unidos con- venientemente, determinan las cruzadas que nos faltaban y se ven de línea llena en la figura 4.* Prolongando las conjugadas de la figura 1.*, dejarán entre las cruzadas de la figura 4.* segmentos tales como zu, 2, 4',, (*) Las reglas logarítmicas pueden dar también resultados satis- factorios. — 325 — V, V',, etc., que llevados á su sitio (fig. 2.?) del modo que vamos á decir, en O” r,, z,4,, VV”, etc., y todas las demás de trazo y tres puntos, terminadas por dos trazos que se cortan, tendremos cuanto necesitamos para construir el se- gundo funicular en la forma que sigue. XII Operaciones para el trazado del segundo funicular. Lámina adjunta. —La primera conjugada izquierda es la vertical del apoyo O. Llevaremos, pues, el segmento zu de la figura 4* á O” r, de la 2.*; así obtenemos el punto r, por donde necesariamente ha de pasar el lado central del tramo primero. Unido r, con el apoyo A,, se halla, sobre la conju- gada izquierda del tramo inmediato, el punto V desde el - cual tomamos hacia abajo la magnitud VV”, igual á V, V”, (figura 4.*). El punto V', unido con el apoyo derecho B,, dará sobre la conjugada izquierda del tramo tercero el pun- to £, á partir del cual, tomamos la magnitud gy”, igual á la comprendida entre las cruzadas en la figura inferior; y así seguiremos, hasta fijar todos los demás puntos, que serán dos sobre cada conjugada izquierda. Partiendo luego en sentido inverso del extremo dere- cho X”, tomaremos análogamente X” V”,, igual á 2 u”, comprendida entre las cruzadas correspondientes (fig. 4.*). Unido el V”, con el apoyo izquierdo C,, se determina el V” sobre la conjugada derecha del tramo tercero. A contar des- de él, se toma la magnitud V” V”, igual á V”, V”,, etc., y así seguiremos, hasta agotar todas las conjugadas dere- chas, sobre las que habremos marcado análogamente otra serie de puntos en número igual, es decir, dos sobre cada conjugada derecha. Todos están marcados con cruces en la figura 2.* Unidos diagonalmente los cuatro de cada tramo, darán los — 326 — lados centrales del segundo funicular parcial. Todos esos lados centrales (menos los que pasan por los apoyos extre- mos) se detendrán sobre las trisectrices, y quedará consti- tuído el segundo funicular total, sin más que unir entre si los puntos correspondientes á cada par de trisectrices conti- guas al mismo apoyo, como se ve en tf” (fig. 2.*) entre las dos que comprenden el apoyo B,. El polígono funicular total es la línea quebrada que principia en O” y termina en X”, marcada de línea llena, distinta de la de apoyos, en la figu- ra ias" Esta construcción lleva consigo algunas comprobaciones por las variadas condiciones que deben quedar satisfechas por sí mismas, á saber: 1.*, dos lados centrales, como gV”” y g' V”, se cortarán sobre las verticales de los centros de gravedad de las superficies de momentos de los tramos correspondientes; 2.*, dos lados centrales contiguos, uno de cada tramo, que comprendan un apoyo como gV”” y tK,, se cortarán precisamente sobre la inversa inmediata al mis- mo; 3.*%, los puntos en que esos mismos lados centrales cor- tan á las trisectrices inmediatas de dos tramos, que com- prenden un apoyo, unidos entre sí forman el lado final del funicular parcial de un tramo y el primero del siguiente, constituyendo por tanto, como tf”, una sola recta ó lado del funicular total, que tocará necesariamente en el apoyo. Por las propiedades de que gozan los polígonos funicula- res, prolongando los lados centrales, inmediatos á un apoyo, de tramos contiguos hasta la vertical de dicho apoyo común, interceptarán sobre ella segmentos tales, que multiplicados por la distancia polar, darán el momento estático, respecto á dicho apoyo, de las intensidades cuya línea de acción son las trisectrices, que están inmediatas al mismo. Por ejemplo, los segmentos B, K, y B, K;,, que sobre la vertical del apo- yo tercero (figura 2.?), dejan los lados centrales inmediatos que le comprenden, multiplicados por la distancia polar, que llamaremos h, que presidió á la formación de aquel funicu- . mn — 3217 — lar, serán los momentos estáticos de las dos áreas cuyas lí- neas de acción son las trisectrices que pasan por t y f'. Esas áreas son (figura 6.*%) las de los triángulos B" Me Ma y B' Mz» Mc. Podemos, escribir, por consiguiente (figuras 2 y 6): Ban E Ml, DS da . a 2 3 a siendo a, como dijimos, la base de reducción. Si seguimos suponiendo que ah = =- l¿? por haber tomado como tra- mo de comparación el 3.”, resultará que: E =M. Lo): BR = Mi Por tanto, el segmento B, K, representa sin transforma- ción, el momento negativo del apoyo B, y podemos llevarle á B' Ms en la figura 6.* Podíamos haberle sacado de la otra igualdad en función de B, K,, y entonces M ¿DB Ke , ) 2 lo cual nos da la norma de cómo hemos de modificar los seg- mentos interceptados por los lados centrales, cuando éstos no pertenecen al tramo de comparación, para el que ah = == -- [.2. antes de llevarlos al sitio que les corresponda en la fi e ve, hay que multiplicar cada seg- mento p ' relación entre la luz del tramo de comp: > que se considera. Esa re- — 328 — lación es precisamente recíproca de la que sirvió para modi- ficar los segmentos de las cruzadas, lo cual hace compren- der que cualquiera que sea el tramo de comparación, se ob- tendrán siempre los mismos valores para los momentos en los apoyos Ma M3 Mc, si no modificamos las condiciones que presidieron á la construcción del primer funicular, como es ló- gico. Obsérvese también que a y h desaparecen y no tienen intervención individual aparente en estas determinaciones cuando su producto es igual á - des Queda, pues, demostrado que podemos llegar por el pro- cedimiento gráfico y con relativa facilidad, á trazar, para un caso cualquiera de viga continua, un conjunto funicular aná- logo al que para nuestro ejemplo hemos marcado con línea llena en la figura 6.?% O"M14 Mp M¿X'S,C'c,B"SA'a, O". El momento de flexión esta representado en cada punto por las ordenadas, Ó trozos de las mismas interceptadas por él y contadas á partir de la línea de cierre, que es la O'M4Mz M¿ X”, debiendo tomar con signos contrarios los que estén de distinto lado de ésta, como se indica en la figura, con la parte rayada y la clara del conjunto funicular dicho. Cuando queramos llegar al valor concreto del momento de flexión en un punto, habrá que valuarle á razón de 7.500 ki- lográ-metros por milímetro, como indica la escala de momen- tos que al principio hemos deducido. Con esto, podemos explorar, si la obra está ejecutada, los sitios en que más sufre el material ó los de menor fatiga, para proceder con mayor conocimiento:de causa, ya quera- mos conservarla ó destruirla, y para repartir lógicamente los palastros si la obra está en proyecto. De la misma figura 6.*, se deducen también los esfuerzos cortantes en cada punto. Sea, por ejemplo, el punto S, del tramo segundo. La vertical trazada por él, corta al conjunto funicular en dos puntos, S, y S;. Trazando por el polo P, fi- gura 3.*% una paralela Pp á la línea de cierre (que es el lado 139 — 329 — Ma Mz del funicular que pasa por S,), y otra, Ps, paralela á la tangente á la parábola en S, (que es el otro lado del fu- nicular cortado por la ordenada en la figura 6.*), tendremos en el polígono de intensidades el segmento ¿s que en la es- cala conocida para los pesos representa el esfuerzo cortante que buscamos. En ese tramo segundo, la ley de los mo- mentos de flexión es una parábola. La de los esfuerzos cortantes para el mismo, será una rec- ta inclinada ee, (fig. 6), la cual se trazará tomando A“e y B'e,, esfuerzos cortantes en los apoyos, cuyos valores son: fig. 3.?, de ¿ á la parte superior 2 y de ¿ á la parte inferior que no está en la figura, pero que será igual á H2 — ¿H. Esa recta cortará á la línea de apoyos en un punto, para el que el momento de flexión es máximo, y en la parábola es aquel en que existe una tangente rr” paralela á la linea de cierre M4 Mg. Aunque muy próximo al vértice, ya se ve que, no siendo paralelas las A"B" y Ma Mp, no debe confundirse con él. ] Con la figura 6.* á la vista, se hallan los momentos máxi- mos, que en este caso se ve que son los negativos A"Ma y C' Mo. Esas magnitudes, medidas en milímetros y multiplica- das por 7.500, darán el número de kilográ-metros que repre- sentan. Dividiendo estos números por R, máximo á que de- seamos trabaje el material, tendremos el de Pa De este mo- mento resistente deduciremos la sección de la viga, si hubie- ra de ser uniforme, y si no, la determinaremos para los puntos necesarios y la reforzaremos convenientemente en los sitios en que resulte débil. — 330 — XIII Elástica. Terminemos el problema indicando las operaciones preci- sas para hallar la deformación de la viga en cada punto, en- tendiendo por tal la variación de su coordenada vertical en el mismo. : Para ello habrá que trazar la elástica Ó una curva funicu- lar análoga que nos dé lo que deseamos ó un polígono en- volvente que la toque en los puntos en que quisiéramos te- ner esas variaciones de un modo preciso. Supongamos que E, coeficiente de elasticidad, es para el material que vamos á emplear = 20 < 10%, y que /, mo- mento de inercia de la sección, deba tener un valor constan- te, igual á 0,006; tendremos El = 12 < 10", Siguiendo el procedimiento que en números anteriores explicamos, tomaremos por intensidades (positivas Ó nega- tivas) las áreas del conjunto funicular hallado en la figu- ra 6.*, dividiéndole en los trozos que nos convenga, pero procurando que haya una división en los puntos precisos en que necesitamos conocer la deformación, porque en esos puntos, como sabemos, será el polígono envolvente tangen- te á la elástica. Hecha esa división en trozos, convertiremos el área de cada uno (que representa kg-m?, según vimos art. VII) en una magnitud rectilínea, mediante una base de reducción conveniente, Ó de una escala convencional. Los segmentos asi determinados los llevaremos á un polígono general de intensidades Ó á uno por cada tramo, como los indicados en la figura 5.*, que tienen polos ,, z,, etc., puestos encima de cada tramo respectivo, siendo iguales todas sus distan- cias polares. Para mejor inteligencia descendamos á ciertos detalles en — 331 — nuestro ejemplo. Podríamos subdividir las superficies, si así conviniera, para hallar las flechas en puntos determinados; mas como sólo queremos indicar la marcha, le dejaremos tal como está, dividido solamente en las áreas positivas y nega- tivas indicadas por las partes claras y rayadas que se ven en la figura. Primer tramo.—Tiene una positiva, O' a, b,, y otra negati- va, b, A* M,. Las medimos, por ejemplo, en milímetros cua- drados, y supongamos que la primera vale 95 mm.? y la se- gunda 56. Haciendo uso de la escala deducida al principio, cada milímetro cuadrado de la superficie del primer funicular vale 7.500 kg-m.?; por consiguiente, esas dos áreas equival- drán á 95 < 7.500 = 712.500 kg-m.? y 60 =< 7.500 -= = 420.000 kg-m.? Tomemos una escala convencional. Escojamos, por ejem- l om. 10% Kg-m.? * La primera área podrá, pues, representarse en un polígono de intensidades por 7,120 mm. y la segunda por 4,20. El coeficiente de rigidez E/ habrá de representarse por A mm., inadmisible para nuestro dibujo. 100.000 Recordando lo dicho al hablar de la construcción de la elás- tica, convendría dividir ese número por el denominador de la escala del dibujo para tener una distancia polar tal que die- ra en la elástica las deformaciones en su verdadera magni- tud; pero dividiendo 1.200 por 1.000, tendríamos 1,2 mm., que, por lo pequeña, no puede tampoco admitirse para dis- tancia polar. Dividamos sólo por 100 y se tendrá 12 mm., que es la adoptada para distancia polar en las figuras 5. En este caso, por lo explicado en artículos anteriores, las defor- maciones que dé el dibujo habrán de multiplicarse por 10 para obtener las verdaderas. Cada poligono de intensidades está sobre su tramo; para el primero, el origen es «, la primera intensidad «al es plo, la de 1 mm. por 100.000 kg-m.?, ó bien Rxv. Acap, Ciencias.—IV.—Marzo, 1906. 23 — 332 — de 7,12 mm., positiva; la segunda, de 4,2, negativa, se ha llevado desde 1 á vw; el polo z,, á la distancia deducida arri- ba, de 12 mm. Con este polígono de intensidades hemos podido trazar en la figura 6.?, principiando en O,' el funicular correspon- diente, O,' a, b,' A,' envolvente de la curva funicular, de que podrían deducirse aproximadamente, las deformaciones en cada punto del tramo primero, trazando la curva que debe ser tangente en O,' al lado O' a, y al a, b,”, en el punto de inflexión que corresponde al b, en que pasan los momentos de positivos á negativos. Segundo tramo. — Procedamos de un-.modo análogo. Tomamos como negativas las áreas rayadas A” M, Dd, y b,B' M,, como positiva la b, Sb,, que llevaremos en el or- den en que están en el dibujo á su polígono de intensidades que hemos puesto encima del tramo (fig. 5.*). Su polo z, á la distancia constante de 12 mm. y principiamos en un ori- gen a tal, que el primer radio z, « sea paralelo al último del anterior 7, w. Se construye el funicular correspondiente A/C" b, cy B,', que tendrá su primer lado A;,' c,' en prolon- gación del último del anterior b,* A”. Tramos tercero y cuarto. —Se ha procedido de un modo parecido, construyendo los polígonos de intensidades, cuyos polos son z, y z,, á la distancia de 12 mm. de aquéllos y ha- ciendo que z,x, ,a sean paralelas á los últimos anteriores respectivos T,w, T¿0w. Así se ha llegado al segundo polígono funicular total que se ha marcado de línea llena entre O, y X;”. Ese poligono ó línea quebrada será envolvente de la verdadera curva funi- cular, á la que será tangente en los puntos en que principian Ó acaban las áreas tomadas para intensidades, siendo pun- tos de inflexión suyos los correspondientes á los b,, b,, b.,, etcétera, en que los momentos son cero. Tendremos, pues, todas las deformaciones verdaderas ver- ticales, multiplicando por 10 los trozos de ordenada com- — 333 — prendidos entre ella y la línea de cierre O,/'A,'B,'C,'X;' que pasa por las intersecciones con las verticales de los apoyos. Con el polígono envolvente hallado sólo podremos saber cuál es la deformación verdadera en los puntos en que es tangente á la curva, que ya hemos dicho cuales son. Para los demás podría hacerse una división de áreas en el punto en que quisiéramos saber la deformación y también se hallará con aproximación bastante, si la figura está hecha con cui- dado y de alguna magnitud, trazando una curva tangente al polígono en donde deba serlo la funicular, á la cual se aproxi- mará bastante. Supongámosla trazada así, la que se ve de puntos en el tramo segundo. Una tangente á la misma para- lela, á su línea de cierre A,” B,' da un punto próximo al m,, que será el de mayor flecha. Si ésta es en el dibujo próximamente de 5,5 mm., la verdadera valdrá 55 milí- metros. La elástica efectiva deberá pasar por los apoyos O'A'B' C'X'; rara vez se necesita, porque los problemas que ella resuelve, en general los resuelve también otro funicular cual- quiera. Pero si quisiéramos obtenerla para conocer la verda- dera figura de la viga cargada, obligariamos á pasar los funi- culares por los apoyos. Haciendo, por comodidad, uso de polos distintos en cada tramo, pero á la misma distancia en todos los polígonos de intensidades respectivos, cuidaremos, como lo hemos hecho, de que el último lado de cada polígo- no sea paralelo al primero del siguiente, etc..., lo que no ten- drá dificultades reales sabiendo lo dicho respecto á propie- dades de polígonos y curvas funiculares en la Composición de Intensidades. Si quisiéramos determinar solamente la dirección efectiva que tendrá la viga en los apoyos, ó bien conocer las tangen- tes en éstos, podrá hacerse uso del segundo funicular, que nos sirvió en la figura 2.* para determinar los momentos en los mismos. Aunque ese polígono no es, como se demostró en el art. VI, envolvente de la verdadera elástica, tiene co- e mún con ella las tangentes en los apoyos, y podrá servirnos para el objeto. Al trazar ese polígono, nos servimos del artificio explica- do de suponer ah = A [,?, para no tener que emplear base de reducción a ni polígono de intensidades con su distancia polar h. Esta debiera ser El para obtener las deformaciones, como cuando se trate de la elástica, pero si es otra, podrán deducirse aquéllas de un modo análogo á como dijimos arri- ba y explicamos con extensión al tratar del irazado de la elástica. Esto dicho, veamos si del lado tf”, por ejemplo (fig. 2.*), que pasa por el apoyo B,, y es tangente á la elástica traza- zada en la misma escala que el poligono, puede obtenerse la verdadera dirección de la tangente á la viga en este apoyo. Para ello creemos que puede emplearse el medio que re- sulta del siguiente razonamiento: ' Al construir la figura 2.*, deducida de las cruzadas de la figura 4.*, se ha supuesto que hemos tomado por tramo de comparación el tercero, haciendo ah = o [.?, siendo a la base de reducción de las áreas del primer funicular y h la distancia polar ó distancia á que se habría puesto el polo del polígono de intensidades en que se hubieran tomado para éstas los valores de aquéllas representadas por rectas mediante la base a. Puesto que la igualdad que acabamos de apuntar, puede cumplirse de infinitos modos y dará lo mismo cualquiera de ellos, hagamos a = 36 mm., longitud del tramo /, en el dibujo. Substituyendo, resultará h = 6 mm. Para saber por qué longitud expresada en mm. debemos representar á El, tendremos, ante todo, que dividir éste por 7.500 kg-m* que vale cada milímetro cuadrado, según lo dicho en el art. VII, y el cociente volverlo á dividir por 36, ó lo que es igual, dividir desde luego El por el producto — 335 — 36 < 7.500 = 270.000 kg-m2?. ET vale, como dijimos, 12 < 107 kg-m?; luego El de- 123 101 270.000 decir, El = 444,4 mm. Esta distancia polar sería la necesa- ria para que nuestro dibujo diese las deformaciones en la misma escala en que él está. Si quisiéramos disminuirla de modo que el dibujo diera las deformaciones naturales ó ver- daderas, bastaría dividir el número hallado por el denomi- nador 1.000 de la escala de longitudes; tendríamos, pues, que hacer h= 0,444 de mm., pero no hemos tomado esto en nuestra hipótesis, sino 6 mm., luego las verdaderas se- 6 0,444 puesto que están en razón inversa de las distancias polares correspondientes. Apliquemos lo dicho á nuestro dibujo y diremos: si la rec- ta tf”, de la figura 2.* representa la tangente á la elástica en el apoyo B,, llevando en sus ordenadas la deformación ex- plicada, el punto f” que dista de la línea de apoyos en el dibujo 3 mm., distaría en la realidad 3 < 13,7 = 41,1. Ese punto que está sobre la trisectriz distará en sentido horizon- tal del apoyo 12 metros = 12.000 milímetros, luego la tan- gente del ángulo que forma la dirección de la viga con la berá representarse en el dibujo por mm., es rán = 13,7 veces mayores que las que dé el dibujo, 44 horizontal en el apoyo B, será igual á ————, poco más Pl E 12.000 P , Ó sea un ángulo de 10” á 11” con la horizontal. Se de : 300 ve, pues, que podrá sacarse partido de ese segundo funicu- lar aunque no sea envolvente de la verdadera elástica. ge XIV Procedimiento mixto y comprobación analítica. En ejemplos ó aplicaciones como los que dejamos expues- tas es, según acabamos de ver, bastante fácil llegar á los primeros funiculares Ó diagramas de los momentos de flexión de cada tramo supuesto aislado. Dibujaremos, pues, en una escala cómoda y que dé suficiente claridad y aproximación la figura 6.” de la lámina, y para marchar con seguridad podemos calcular analíticamente las ordenadas máximas L pl Pol; 22 p,; LP, 1,2 como ya dijimos, y 4 8 le 8 con esto fijaremos ó comprobaremos la situación de los vér- tices de los triángulos funiculares en los tramos primero y tercero ó los de las parábolas del segundo y cuarto. Hecho esto, podrá convenir alguna vez la determinación de los momentos en los apoyos por el teorema de los tres momentos cifrado en la ecuación (6) del art. IX, auxilián- donos al escribir su segundo miembro con las considera- ciones gráficas que pueden, á veces, economizarnos ciertas integrales, puesto que éstas representan cuadraturas fáciles de obtener, si la figura está hecha con precisión, ó de calcu- lar, conociendo algunas dimensiones suyas con exactitud. Para mejor inteligencia apliquémoslo á nuestro ejemplo. ORDENADAS MÁXIMAS.—Primer tramo.—La ordenada del punto a (fig. 6.*) valdrá ” Pi - 500 kg. < 30? m. = = 7.500 < 15 Kg-m., y como la escala deducida es de 7.500 Kg-m por milímetro, resultará para a, = 15 mm. Segundo tramo.—Ordenada del punto S = = 500 kg. >< >< 48? m. = 144.000 Kg-m, que dividido por 7.500 da para S = 19,2 mm. — 3371 — Tercer tramo.— Ordenada del punto C, == E > >< 18.000 = 154.000 Kg-m., que dividido por 7.500 da para €, =>» 20 mm. Cuarto tramo. — Ordenada del punto S = = < 500 < >< 40? = 100.000 Kg-m., que dividido por 7.500 da para 2 == 13,3 mm. AREAS DE LAS SUPERFICIES DE MOMENTOS.—Estas, como sabemos, representan Kg-m.?, es decir, kilográ-metros cua- drados. Podemos, sin embargo, medirlas en milimetros cua- drados, sabiendo por las escalas deducidas el número de kilográ-metros cuadrados que cada milímetro cuadrado re- presenta. Además, expresando en milímetros las dimensiones linea- les que entran en la fórmula (6), también resultarán en milí- metros los valores de las incógnitas, cual nos conviene para llevarlos á la figura 6.* Esa fórmula (6) es la siguiente: ML, + 2M, (4 +) + Ms Ll =6(R, —R, Sl l, l, l¿ son las magnitudes de tres tramos consecutivos, que expresaremos para nuestro objeto en milímetros; M, M, Mz los momentos de flexión en los apoyos expresados en kilográ-metros, pero representados según escala correspon- diente en milímetros también. R, R,, valores absolutos de las reacciones de los apoyos Izquierdos, considerando los tramos aislados, y como carga las superficies de momentos; vendrán también expresados como éstas en kilográ-metros cuadrados y serán expresables en milímetros cuadrados lo mismo que S, S,. La fórmula con esto resulta homogénea. Podrá esa fórmula aplicarse sucesivamente á los tramos — 338 — que comprendan el 2.”, el 3.” ó el 4.” apoyos de nuestro ejem- plo, ó sean los A”, B”, C' del dibujo (fig. 6.*) Por !,, pondremos, según lo dicho, 30 mm. y por la, l,, L, respectivamente, 48, 36 y 40. Las superficies de las primeras funiculares serán, llamán- dolas S, S, S, S,, que suponemos positivas: Primer tramo.— Un triángulo de base —30 y altura = 15; E > 30 < 15 = 425 = 2 <112,50 milímetros cua- drados. Segundo tramo. —Parábola de cuerda = 48; flecha = 19,2; S. == <192 < 48 = 2 =< 307,20 milímetros cua- drados. Tercer tramo.— Un triángulo de base=36, altura =20,5, NS > 36 < 20,5 = 2 < 184,50 milímetros cuadrados. Cuarto tramo. —Parábola de cuerda = 40; altura 13,3; S= =, 13,3 < 40=2 =< 177,6 milímetros cuadrados, que ponemos en esa forma, porque de la mayoría necesitamos co- nocer su mitad para las reacciones. Consideradas esas superficies como cargas, darán para re- acciones izquierdas: la 1.*, 2.* y 4.?, sus mitades, por ser simé- tricas, esto es, R, = 112,50, 'R, =307,20; R,= UTEONN la 3.* por estar su centro de gravedad sobre la ordenada que divide la luz del tramo en dos partes de 19,333 milímetros y 16,666 milímetros (lo que puede verse observando que la mediana c, ¿ tendrá por proyección la distancia entre la fle- cha D y el punto /, que es de 4 mm., y, por tanto, el centro de gravedad del triángulo se proyectará en /' á la distancie de 1,33 de í, que está á la mitad del tramo), será __ 2 >< 184,50 < 16,666 R; 36 = 170,6. po * — 339 — Tomando, para mayor facilidad y sin dar gran error, todos esos números en su parte entera, forzando la unidad en los que la parte decimal llega Ó pasa de 0,5 tendremos en re- sumen: S, =/225; Sy == 614; S, = 369;-S/ ="395. == 0T AR TERR IT. Con estos datos podemos ya «escribir las tres ecuaciones sacadas, aplicando la (6) á los apoyos A, B, C, y llamando» para hacerlos bien resaltar, x, y, z, los momentos incógnitos correspondientes á los mismos. Apoyo A, que enlaza los tramos 1.” y 2.”, por ser cero el momento en el origen O”. 2 > 0 *eorun vunur”] e E sario plantear el problema químico, y para resolverlo debi- damente se hicieron las operaciones analíticas que á conti- nuación se expresan: 1. Ensayos pirognósticos. —Polvo del mineral sobre el carbón. —Llamas de oxidación, de reducción y de fusión. — Inalterable é infusible (el polvo fué muy blanco, después de las altas temperaturas). | Humedecido con la disolución de cobalto y calentado nue- vamente á la llama de oxidación, apareció un color azul, característico de la alúmina. Alambre de platino.—Perla de sal de fósforo.—Esqueleto siliceo muy visible. Perla de bórax.—Ningún color metálico. 2. Acido clorhídrico. —Disolución lenta del mineral, sin color apreciable.— Depósito de materia pulverulenta (sílice). La disolución clorhídrica, neutralizada por el amoníaco, pre- cipitó copitos de alúmina. —Examinada al espectroscopio, aparecieron las rayas del sodio (muy intensas) y la a del po- tasio (visible pero fugaz). 3. Conocida por estos ensayos previos la composición fundamental de los cristales, constituidos en esencia por sí lice, alúmina, potasio y sodio, era preciso descender al aná- lisis cuantitativo, para saber la constitución individual y es- pecífica de la materia examinada, por existir, como es sabi- do, varias especies minerales integradas por aquellos cuatro componentes. Pesados 202 miligramos del polvo desecado del mineral, se hicieron dos análisis paralelos, cuyo resultado medio fué el siguiente: AA A 55,40 A A OD do arado aj da 22,85 BOtasa IS oie oda 11,10 a CA O O 9,20 A A US O 1,45 TOTAL a e E 100,00 —1349 == Para deducir la fórmula empírica de este primer resultado centesimal, hay que transformar en ¡ones simples, los com- puestos binarios anteriores, y tendremos una segunda lista .de cuerpos elementales, como á continuación podemos ver: SMiciO 5108 aaa ao de aa 25,84 Aluminio -1006B. 225 2.2 AA a ses 11,98 Potasio 1008, 1 Eco 0.004 Des A A 9,20 ii SA A AN 6.83 Oxígeno total-i0nesS.......¿....»o.... 44,70 Pd il AA ES 1,45 DOTA L A+ id 100,00 Dividiendo los números representantes de los cuerpos simples hallados por sus pesos atómicos respectivos, Ob- tendremos los cocientes indicadores de las relaciones atómi- cas de los mismos en el grupo constitutivo de su molécula. Veamos lo que resulta: 25,84 licio = == = 0,923. Silicio 28 11,98 27 20 Potasio = EA = 0230, 39 Aluminio = = 0,444. 6,83 Sodio == 0095; 23 44,70 Oxigeno = O 2,790. Fácil es apreciar ahora la relación recíproca de estos co- cientes. En efecto: AL:K:;Naz.Se: O; como 444 : 236 : 296 : 923 : 2,790, 6 bien como — 343 — tomando como mitad la primera cifra 444, que es la menor, porque los números 236 y 296 del potasio y sodio, deben de sumarse para formar un solo cociente igual á 532, pues así lo exige la interpretación lógica de la fórmula que vamos á desarrollar. Esos dos sumandos dicen, en efecto, que el sodio ha substituido parcialmente al potasio, resultando un cociente mixto algo elevado, que sería más próximo al del aluminio, si el potasio fuera el único metal alcalino hallado en el mineral. Con efecto; si hubiéramos determinado en nú- mero redondo 21 por 100 de potasa, equivalente á 17 de po- tasio, el cociente de este cuerpo hubiera sido = Edo 0,436, que se aproxima mucho al del aluminio = 444. La diferen- cia hallada debe, por consiguiente, interpretarse en el senti- do apuntado, y teniendo esto en cuenta, la relación atómica anterior se convierte en 1: 1:2:6, haciendo del potasio- sodio = K Na un solo cociente. Pero como el aluminio es un metal cuyo átomo figura siem- pre doble en cuantas fórmulas simbólicas lo representan, por exigirlo así la estructura molecular de sus compuestos, cuyo tipo es la alúmina = A /, O,, es necesario doblar los valores numéricos de la relación última apuntada que se transforma en la siguiente: 2:2:4:12, lo que quiere decir que la fór- mula empírica del mineral examinado puede expresarse de primera intención: KNa Al, Si, O», fórmula representati- va del miembro leucítico del grupo nefelínico de Naumann; tipo de los feldespatoides de Lapparent, cuyo papel geognós- tico en las rocas eruptivas modernas es análogo al represen- tado por los feldespatos potásicosódicos en las eruptivas antiguas. La molécula ideal de esta especie es: K, A l, Sí, Oj»; pero á semejanza de lo que ocurre en numerosísimos casos que la Naturaleza nos enseña, el potasio ha sido parcialmen- te substituído por el sodio, átomo por átomo, originando una leucita 6 anfígena potásicosódica, que es la especie de que se trata. Esta leucita sódica es común en los materiales erup- y = "MW tivos del monte Somma y en otros parajes próximos al Vesu- bio (granate blanco del Vesubio), de donde recogí varias muestras de /avas leucíticas pertenecientes á erupciones de distintos años. Sobre ella había llamado la atención Abich, quien halló un 8 por 100 de sosa en una muestra analizada por él, de la misma procedencia, y G. Bischof extendió la idea haciendo constar que muchas leucitas contienen cantidades variables de sosa, cuyo álcali puede llegar á dominar sobre la potasa, especialmente en los individuos descompuestos. Es posible que no exista una leucita absolutamente potá- sica, realización del tipo ideal, y más que probable la apa- rición del sodio, compañero inseparable del potasio en todas partes, siquiera sea en cantidades espectrales, al examinar las disoluciones alcalinas restantes de las separaciones obli- gadas en la marcha analítica. La primera formula empírica puede cambiarse en la siguien- te, indicadora de importantes relaciones entre el radical áci- do, silícico, y los radicales básicos: KNa Al, [Si 0,| yla cual parece demostrar, que la leucita es un metasilicato do- ble; pudiéndose descomponer en sus dos grupos molecula- res en esta forma: KNa SiO, +Al, [Si Os), las, desarrolladas, pueden conducirnos al sistema atómico- iónico siguiente: AlO AM , cuyas fórmu- — 345 — en el que vemos la posibilidad de existencia, en el espacio, de núcleos y satélites cuya atracción mutua establezca el equi- librio de todo el sistema, pudiendo permutar un satélite de potasio por otro de sodio, siempre que las condiciones de equilibrio del sistema lo consientan. Aun podemos apreciar mejor este conjunto de fuerzas ató- micas, en el esquema dibujado á continuación, expresivo de un sistema planetario-iónico, en el que se han combinado las atracciones recíprocas de la afinidad química y de la valencia de los elementos, de acuerdo con las últimas ideas sobre la constitución de la materia. Leucita potasico-sódica de la formación volcánica del Vesubio, En este sistema, se ve que la leucita estudiada consta de 20 átomos-iones, lo mismo que la ideal-tipo, sin más diferen- cia que en ésta los dos átomos-satélites son de potasio, y en la de Torre del Greco, uno de los satélites de potasio ha sido eliminado del sistema por otro de sodio, sin que el equilibrio se haya roto, continuando la vida del conjunto y, ?, X gr Y - WA — por consiguiente, la existencia de la especie representada por sus individuos cristalinos. Pero estas substituciones ó permutaciones tienen un límite, y así como en las especies de los mundos vejetal y animal á un cambio de función producido por alteración de tejido, co- rresponde otro cambio en la integridad anatómicohistológica del órgano ú órganos impresionados, así también en las es- pecies minerales, á una variación de uno de sus Órganos infi- nitamente pequeños, como es la substitución en el caso pre- sente de los átomos del potasio por los del sodio, correspon- de una variación en los valores angulares del indíviduo cris- talino asi transformado, que es, como si dijéramos, de raza distinta, sin dejar de pertenecer á la especie. Mas los carac- teres de la primitiva irían borrándose con nuevas substitu- ciones hasta desaparecer aquéllos, originándose otra especie con estructura molecular (planetaria) distinta y apariencia cristalina (especifica), también distinta en la gran mayoria de los casos por lo menos. Por todo lo dicho en esta nota, queda demostrada, una vez más, la importancia de los métodos químicos dando á cono- cer un cuerpo desconocido como en el presente caso, siem- pre que se siga rigurosamente la marcha de sus procedimien- tos analíticos, vías seguras por las que se llega á la resolu- ción de los problemas sin cuento, proporcionados por la Naturaleza y por las artes é industrias humanas. 11 Lava del 31 de Octubre de 1905, recogida el día siguiente en el cráter principal del Vesubio. El día 1.” de Noviembre de 1905, ascendí al cráter princi- pal del Vesubio, recogiendo allí, entre otros productos, algu- nas lavas en el borde mismo del cráter, adonde habían sido lanzadas la noche antes por una de las explosiones intermi- e tentes de la chimenea central, algunas de cuyas explosiones pude oir desde bastante cerca de su origen, por hallarme si- tuado en puntos de relativa seguridad, en compañía del guía obligatorio en aquellos peligrosos parajes. La lava caída era escoriforme, negra, brillante; se repartía en trozos de diversos tamaños, á lo largo del cráter, y de uno de ellos, grande como de medio metro en redondo, separé con el martillo algunos ejemplares, muy calientes aún, como el pedazo de donde salieron, lanzado la noche anterior, se- gún dijo el guía. El estudio químico de ésta, como de todas las lavas, es muy interesante, porque contribuye al conocimiento de la composición actual del magma intraterrestre, parte importan- tísima de nuestro globo. Pulverizada y tamizada finamente cierta porción de lo más homogéneo de la lava, el polvo gris ceniciento (la lava es negra) fué sometido á las siguientes operaciones: 1. Ensayos pirognósticos.—Sobre el carbón.—Llama de oxidación. — Fusible, tomando el aspecto, al enfriarse, de la lava de donde procede, con su tinte negro, brillante, y formación de esferitas de fusión, también negras, brillantes y no magnéticas. Sal de fósforo y alambre de platino.—Llama de O.—Dió los caracteres del hierro; la perla dejó un esqueleto insolu- ble de sífice, en láminas microscópicas aparentemente exa- gonales de fridimita. Bórax y alambre de platino. —Llamas de O y R.—Reac- ciones características del hierro. 2. Acido clorhídrico.— Dejado en digestión el polvo, du- rante cuarenta y ocho horas, á un suave calor, se disolvió lentamente tomando el ácido pronunciado color amarillo (hierro) y dejando residuo silíceo. Neutralizado con amonía- co en exceso, aparecieron copos de hidratos férrico y alu- mínico.—Se filtró y lo filtrado, evaporado á sequedad y ex- pulsado el amonio, se trató con muy poca agua y unas go- Rrkv. Aca. Ciencras.—IV. —Marzo, 1906, 24 de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y 6 fr en el extranjero, en la Secretaría de la Academia, calle de Y. verde, núm. 26, Madrid. E Precio de este cuaderno, 1,50 pesetas. A ax: ' LE y Muy O | ”. HA 1 JE CIENCIAS - - TOMO IV.-NÚM. 4. Abril de 1906.) » A MADRID IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID, CALLE DE SRT NÚM. 8. 1906. $ A HE F = : 04 DIA UNS E ARE + 0 | ADVERTENCIA >% | | l Los originales para la Revista de la Aca o: he se han de entregar completos, en la Secretaría e po e el TS ed > = >. el mes siguiente. cd 0] — 351 — XVI.— Introducción á la Fisica matemática. Por JosÉ ECHEGARAY. Conferencia cuarta. SEÑORES: El equilibrio de temperaturas en la Física experimental es, como decíamos en la última conferencia, un hecho, y nada más que un hecho. Dos cuerpos están en presencia y tienen temperaturas dis- tintas, pues esto significa que, colocando en ambos, dos ter- mómetros iguales, las columnas de mercurio alcanzarán al- tura distinta, y entonces se observa, que en el cuerpo más caliente, la temperatura va disminuyendo, ó de otro modo, va bajando la columna de mercurio; y en el cuerpo más frío, va subiendo la columna mercurial, hasta que al cabo de al- gún tiempo se ponen al nivel. Sucede lo mismo, en la apariencia, que en un tubo de va- sos comunicantes, cuando el nivel es diferente en ambas ramas. Y la antigua Física se contentaba con decir — y aun así traspasaba sus límites de ciencia positiva, invadía el campo de la Física matemática y formulaba una hipótesis, al afirmar que el calor era un fiúido — se contentaba con decir, repeti- mos, que el cuerpo más caliente contenía más cantidad de flúido calórico, que el más frío, y que aquel exceso, pasaba, ya por conductibilidad del aire, ya por radiación, al cuerpo en que la cantidad de flúido calórico era menor. Y afirmaba esto, sin explicar bien, ni lo que era la con- ductibilidad, ni lo que era la radiación, ni, por de contado, lo que era el supuesto flúido. Rev. Acab. CiexcIas.—IV, —Abril, 1306. 25. Dl “sh LA de 4 Sr”; — 352 — Limitándose á su esfera propia, que es la del hecho posi - tivo, su medida, y su ley numérica, hubiera debido conten- tarse con afirmar lo que antes indicábamos, que dos cuerpos á distinta temperatura, buscan su nivel térmico, y en todo caso, ampliando las experiencias, pudiera establecer esta ley experimental é importantísima: cuando dos cuerpos están en equilibrio de temperaturas con un tercero, están en equili- brio de temperaturas entre sí. La Física experimental no dice más, ni puede decir más, ni puede tener la pretensión de conocer lo que el calor sea y lo que es la temperatura. La Física matemática, tampoco puede tener la pretensión de conocerlo; pero puede hacer hipótesis, que en este caso, como en casi todos, son hipótesis mecánicas; y puede apli- car á estas hipótesis las leyes de la Dinámica, explicando Ó - procurando explicar con ellas lo que es el calor, lo que es la temperatura y en qué consiste el equilibrio de tempera- turas. Y empleamos la palabra explicar, como hemos indicado varias veces, y como expondremos con más detenimiento | al final de estas conferencias, no en el sentido ambicioso de penetrar en el seno de los fenómenos y en su esencia ínti- ma, sino en sentido más modesto, el de reducir unos fenó- menos á otros, aunque sus apariencias sean distintas. La Física matemática, y en este ejemplo particular la Ter- modinámica, establece esta hipótesis: el calor no es un flúi- do, no es una substancia material, es un movimiento inter- no de la masa, ó mejor dicho, uno de los parámetros del movimiento. El calor consiste en la agitación de las particulas 6 de las moléculas, Ó de los átomos de los cuerpos, sean sólidos, lí- E — 353 — quidos Ó gaseosos, de suerte que esta nueva hipótesis es una extensión de la hipótesis de Daniel Bernoulli. Lo que Bernoulli suponia para los gases, la Termodiná- mica, al menos en su primera época, porque hoy pudiéra- mos decir que se va haciendo más positiva y experimental de lo que era en un principio, lo hace extensivo á los sóli- dos y á los líquidos. Reconozcamos, sin embargo, que la idea que es clara en su sentido general, no lo es tanto al establecer la teoría; por- que esto de «la agitación de las partes pequeñísimas de un cuerpo», es un concepto un tanto vago. Agitación es movimiento; pero ¿qué clase de movimiento es el que constituye el calor? ¿Es la suma de movimientos vibratorios de los átomos? ¿Es la suma de los movimientos vibratorios de las molé- culas? ¿Es el conjunto de ambos movimientos? ¿Es, por ventura, la totalidad de los movimientos de parte- cillas pequeñísimas compuestas de moléculas ? Y estos movimientos, ¿están ordenados en ondas, como dijimos que estaban ordenados en la luz, y tienen todos á la vez el mismo período? ¿O son movimientos revueltos y des- ordenados, que se difunden y esparcen por todo el cuerpo, en vez de ordenarse en ondas caloríficas análogas á las de la luz en el éter, á las del aire en el sonido, á las del agua en el mar? Más aún; ¿qué parte toma en tales movimientos vibrato- rios el éter intermolecular é interatómico ? Todos éstos son problemas que la Física matemática no ha resuelto por completo, que todavía se discuten con calor, lo cual no es maravilla tratándose del calórico, y que dan mo- tivo á la publicación de trabajos y obras de gran importan- cia, como por ejemplo la del eminente matemático Mr. Bous- sinesq, Obra que vió la luz hace pocos años y de que dare- mos cuenta en su día. e VEA Como por ahora no hacemos más que presentar ejemplos y problemas, para ver de qué modo los resuelve la Física ex- perimental, y cómo trata de explicarlos por sus hipótesis y sus fórmulas la Física matemática, habremos de contentar- nos con decir, que el calórico consiste en /a vibración orde- nada ó desordenada de las partes pequenñísimas de los cuerpos. Así y todo, podemos formarnos una idea provisional de este concepto vago de temperatura: concepto vago y extra- ño, repetimos: ¡medir el calor por una escala termométrica, es decir, por divisiones y subdivisiones de una línea! Claro es, que todo parámetro físico, que sólo depende de una variable independiente, por divisiones y subdivisiones de una línea puede medirse y simbolizarse; pero de todas maneras causa extrañeza á primera vista, que el calor se mida sólo por uno de sus efectos: la dilatación de los cuer- pos; es decir, por la dilatación del mercurio, ó por la dila- tación del hidrógeno ó del aire en esta otra clase de termó- metros. La Física matemática puede aclarar algo este concepto; le puede dar un sentido dentro de la idea ó de la hipótesis an- tes establecida; puede extender la interpretación que para la temperatura admitimos en los gases, diciendo que la tempe- ratura es proporcional en cada punto á la fuerza viva del movimiento vibratorio; y si esto pareciese aventurado, se limitará á decir que la temperatura está ligada con la fuerza viva de cierto modo, que la teoría debe explicar. Reconozcamos aún, que de igual suerte que la hipótesis del calórico como modo del movimiento, según afirmaba el ilustre Tindal, es muy vaga; tampoco es muy precisa, ni acaso muy exacta esta definición de la temperatura; pero por el momento, y hasta que en otro curso estudiemos la Termodinámica, á lo dicho nos atendremos, sin pretender penetrar en mayores profundidades del problema. De todas maneras, y á pesar de la vaguedad de las inter- RA — 355 — pretaciones de la Fisica matemática, en relación con el pro- blema que nos ocupa, no puede desconocerse, que la nueva hipótesis da mucha luz sobre fenómenos, que antes eran casi enigmáticos. La ley del equilibrio de temperaturas toma, en efecto, un sentido mucho más preciso, que el que pueda darle la Física ordinaria, y es éste. Dos cuerpos están en presencia y experimentan agitacio- nes internas distintas en intensidad; más claro: la fuerza viva media en cado elemento de volumen ¿w es la misma para cada cuerpo, pero es distinta de uno á otro. Como ambos cuerpos están en comunicación por el aire y por el éter, es evidente que el estado dinámico de cada uno influirá sobre el del otro, y el problema del equilibrio de temperaturas quedará reducido á un problema de equilibrio dinámico; á saber: ¿qué fuerza viva media deberá tener cada elemento de uno y otro cuerpo para llegar á un estado per- manente? La cuestión, con toda la generalidad con que acabamos de plantearla, es de una dificultad enorme; procuremos irla sim- plificando, puesto que sólo presentamos ejemplos. Supongamos que se trata no de dos cuerpos, sino de dos partes ó elementos de un mismo cuerpo. En rigor, este problema es un caso particular del anterior y se refiere al de la distribución de la temperatura en un cuerpo dado, que es la rama de la Física matemática que antes se llamaba teoría del calor: así la llamaba Lamé en su Obra clásica Teoría analítica del calor. Pero así y todo, el problema dista mucho de estar plan- teado en términos precisos; porque aunque digamos que el calor es el conjunto de movimientos vibratorios de un cuer- po, definición ya por si muy vaga, aún nos falta definir lo que se entiende por temperatura. En los gases ya la definíamos diciendo, que era una can- tidad proporcional á la fuerza viva de cada molécula. "AA O Si m representa la masa de dicha molécula y u su veloci- dad, la temperatura del gas, según aquella hipótesis, será Cmu?, siendo C una constante. ¿Sucederá lo mismo en los cuerpos sólidos y líquidos? ¿Será también la temperatura en cada punto una cantidad proporcional á la fuerza viva de la molécula que ocupa di- cho punto, es decir, á su valor medio durante cierto tiempo? Nadie se atreve á afirmarlo en absoluto; pero hay una ten- dencia general, y en cierto modo irresistible, á enlazar ínti- mamente la fuerza viva media de cada molécula de un cuer- po con la temperatura en el punto que la molécula ocupa; y si no se quiere hablar de moléculas, por lo menos con la fuer- za viva del elemento de masa de dicho punto. Sin embargo, mientras no se definan con exactitud todos estos conceptos, á saber: si se trata del átomo, de la molécu- la, Ó de un conjunto de moléculas comprendidas en un vo- lumen infinitamente pequeño; mientras no se exprese termi- nantemente de qué fuerza viva se habla, la teoría partirá de términos muy inciertos, y correrá peligro de ponerse en con- tradicción consigo misma á cada instante. Fijemos aún más las ideas por el ejemplo más sencillo: el de los gases. Supongamos en un gas uno de los elementos del mismo y admitamos, que es una esfera en vibración toda ella, ó si se quiere, que gira alrededor de uno de sus diámetros con extraordinaria rapidez, pero que al mismo tiempo camina con la velocidad de traslación, que suponía Bernoulli. Girando la esfera sobre sí misma, es evidente que al cho- car contra las paredes del recinto sólo el movimiento de tras- lación será el que producirá presiones sobre la envolvente; sólo esta fuerza viva, la fuerza viva de traslación, será sen- sible al termómetro; sólo ella será la que exprese la tempe- ratura, y sin embargo, la primera puede ser muy superior á — 3597 — la segunda; mas la de rotación está, por decirlo así, ence- rrada en sí misma, suponemos que la esferilla no se dilata, que no existe ni rozamiento ni adherencia, y por consiguien- t2, para el choque, ya de unas esferillas con otras, ya con- tra las paredes, ya influyendo en la dilatación de la columna termométrica, en suma, para el mundo exterior en el que el físico realiza sus experimentos, la esferilla de nuestro caso será como un cuerpo sólido é inerte: su única acción diná- mica será debida á su movimiento de traslación. ¿Quién nos dice que no sucede algo de esto con el Rá- dium y aun con las moléculas de todos los cuerpos simples y compuestos? De suerte, que definir la fuerza viva de cada elemento, de la cual dependa la temperatura, no es cosa tan fácil como á primera vista pudiera creerse. Pero supongamos salvada esta dificultad. : En este caso la temperatura en cada cuerpo y en cada punto, suponiendo el cuerpo homogéneo, dependerá, según la hipótesis que vamos bosquejando, de la fuerza viva del elemento material que se considera, y de ciertos parámetros que definan la constitución de cada cuerpo. Si llamamos a, b, c..... á dichos parámetros, podremos de- cir, que la temperatura es una función de todos ellos y de la expresada semi-fuerza viva media: mv? ON MAN A : 2 y el equilibrio de temperaturas para dos cuerpos distintos ó para dos partes de un mismo cuerpo heterogéneo, y aun para dos elementos contiguos de un cuerpo homogéneo, consisti- rá en la igualdad de dos funciones análogas á la anterior Temperatura El E o no PEN el A Si la forma de las funciones fuere la misma, como hemos indicado, podríamos decir que esta función es una invarian- te para todos los cuerpos de la Naturaleza al llegar al equi- librio de temperaturas. De todas maneras ha de existir esta relación para tres cuerpos cualesquiera A, B, C; es decir, que si para A y B, O de otro modo, si dos cuerpos están en equilibrio de temperatura con un tercero, estarán en equilibrio de tempe- ratura entre si. El caso más sencillo sería aquel en que la temperatura sólo dependiese de la fuerza viva, ó mejor dicho, fuera igual á ella, porque entonces para que dos cuerpos estuvieran en equilibrio de temperaturas bastaría, y sería suficiente, igua- lar las fuerzas vivas de sus moléculas mu? = mu”, que es lo que sucede Ó se supone que sucede en los gases. Otro caso muy sencillo sería el de la relación lineal, es decir, que la temperatura fuera función lineal de la fuerza viva media, Temperatura = a + bmu?. 7. EA Lo primero, es decir, la igualdad de fuerzas vivas, parece deducirse de la ley de Dulong y Petit, pero esta ley no es más que aproximada y para ciertos cuerpos. De este punto trataremos en otra ocasión más extensa- mente, asi como de la relación que puede tener con la curva de los pesos y volúmenes atómicos de Mendeleeff. No pudiendo estudiar el problema en general, presentare- mos un caso particularísimo, que más que otra cosa será un ejemplo simbólico. En vez de suponer dos cuerpos, ó dos elementos de un mismo cuerpo, consideremos dos puntos ó dos masas iguales m (fig. 9), colocados en las posicio- A a B b —__—_ A ——_—_—S__—_———_—_—_—_—— m> r, ma Figura 9.? nes A, B, que supondremos de equilibrio, como indicába- mos en la conferencia anterior (fig. 7);.y admitamos que en el instante inicial se comunica á dichos puntos dos velo- cidades distintas, v al que está en A, v” al que ocupa la posición B. Es como si en el origen del movimiento, los cuerpos tuvie- y? mv? : y ——- respectivamente. 2 ran diferente temperatura Veamos qué sucederá en este caso, y para ello, estudiemos el movimiento del sistema. Si al cabo de cierto tiempo £, el punto A ha venido á pa- raráa, yel Báb, recorriendo espacios muy pequeños Aa y Bb, pues suponemos que Aa=x y Bb=x', son muy pequeños en comparación con A B = r,, fácil será establecer las ecuaciones del movimiento de ambas masas. — 360 — Como la distancia A B ha variado, convirtiéndose en ab, entre ambas masas se desarrollarán dos fuerzas, que estarán representadas, según explicábamos en la conferencia ante- rior, por + f(ab) y — f (ab). Ahora bien, se tiene evidentemente ab=AB+ xXx —x=TM+xX-—X; por lo tanto, sobre a actuará la fuerza + f (r, + x" — Xx) y la ecuación de su movimiento será d?x qe = + mf (1, + x= x): m Análogamente tendremos para el punto b Xx , = —mMjf(r x — Xx). de Fr. + c) ¿ Los signos se explican sin dificultad ninguna: si la distan- cia a b, es mayor que A B, es claro que flab)=f(r,+x —x) representará una atracción, y, según indica la figura 7, será positiva; pero en este caso tiende á separar á a de A y, por lo tanto, á aumentar su velocidad, de donde se deduce que q dz PU di no positivo en el segundo miembro. Si, por el contrario, la distancia Bb fuese menor que Aa, la fuerza sobre a, seria repulsiva y tendería á disminuir la velocidad en el sentido del eje de las x. Este mismo razonamiento invertido, podemos aplicarlo á es positiva. Por eso hemos puesto el sig- — 361 — la segunda ecuación, pero no es necesario, porque las ac- ciones sobre a, b, son iguales y de signo contrario. Desarrollando los segundos miembros por la serie de Tay- lor, y no tomando más que los dos primeros términos, dix de m[f (ro) + (1) 6 — 2), a — milf) EF (0) (A y como A y B son posiciones de equilibrio, y, por lo tan- to, F(r,) =0, resultará para las ecuaciones diferenciales del movimiento de ambos puntos, ME A) (1) 1EXR EOR E E os ÑO mf" (rc — x). Los signos resultan comprobados, puesto que en la figu- ra 9 la tangente en B á la curva y = f (r), forma un ángulo agudo con el eje de las x, según suponíamos en la confe- rencia anterior (tig. An Pasamos á la integración. Se sabe que un sistema de integrales de Sbas ecuacio- nes, es éste x = Asenbií + Bt, x= A'senbt + Bt, en que A, 4', B y b, son constantes arbitrarias, que utilizare- mos para satisfacer á las demás condiciones del problema. — 362 — Que las expresiones de x, x' son integrales de (1), se ve, desde luego, efectuando la substitución, puesto que resulta — Ab?senbt = mf (r,) (A” — A)senbt, — A'b?senbt = — mf (r,) (A*” — A)senbt; Ó bien suprimiendo senbt, y representando, para abreviar, mf (r,) por a, — Ab? =a(4' — A), — Ab? = —a(aA' — A): ecuaciones que podemos convertir en identidades, determi- nando en ellas las constantes A, A” y b. Por el pronto, dividiendo ambas ecuaciones, resulta a A A y despejando b, é b? = —— (A — A) =2a4, Al ) de donde pu Y 20 siendo esta última una cantidad real, puesto que a=mf(r,) es positiva. Veamos ahora si las expresiones de x y x' satisfacen á las demás condiciones del problema. Para t= 0, x y x'se reducen á o también, como debe 8 ser, puesto que los móviles parten de A, B y desde estos puntos se cuentan la x y la x', — 363 — En cuanto á las velocidades, tendremos, diferenciando con relación al tiempo dichas variables, dx — = Abcosbt + B, dt a ax = A'bcosbt + B, dt o y como para f= 0, las velocidades suponemos que son y y v”, resultará v=AbW+B, v=A'b+B; Ó bien V = AbW+B, v=->— AbWB, De aquí se deduce yA v+wy y LOA. te 2 2b Así, pues, dando á las constantes los valores obtenidos EPA a A Y Y , = = 2b 71 AS 2 p=VY2a =V 2mf(1,), que todos están en función de los datos, á saber: v, v, m, y f (ro), los valores de x y x' satisfarán á las ecuaciones dife- renciales y á las condicionas iniciales. En suma, estos valores de x, x', substituyendo en las ecua- — Mi ciones generales los valores obtenidos para las constantes, serán vV— _Z y X= eh E d7 PA , v—yv v A y Xx == — senbt É. 2b Ex 2 Mas antes de pasar adelante debemos prevenir una obje- ción. Para obtener una constante más, hemos introducido el término Bf, y se podría creer que esto no era legítimo, por- que hemos dicho, que x y x' eran muy pequeños y, sin em- bargo, el término Bf crece sin límite con el tiempo. Sin embargo, tal objeción no tiene fuerza, porque los des- arrollos y las ecuaciones diferenciales no se alteran porque se aumenten x y x” en cualquier cantidad finita: y en efec- to, en los desarrollos y en las integrales sólo entra x — x' que es igual á x + Bt— (x' + Bf). Si hemos introducido la constante B, ha sido, como diji- mos antes, para tener una constante arbitraria más, y no sólo esto, sino que era indispensable para tener en cuenta el mo- vimiento del centro de gravedad. Claro es que hubiéramos podido seguir otra marcha, anu- lando dicho movimiento y apreciando tan sólo el movimiento relativo de los móviles, que está representado en las fórmu- las por los términos en que entra sen bf. Estas fórmulas nos demuestran ya, que al menos para este ejemplo particularísimo, el equilibrio de temperaturas supo- ne ¿igualdad en la fuerza viva media de los movimientos vi- bratorios de ambas masas. En efecto, para la masa m del punto A, la velocidad del movimiento vibratorio, es la derivada del primer término de x con relación á f; 6 sea 2 bcosbt, 10) — 365 — y su cuadrado Su valor medio, según explicábamos en la conferencia an- terior, será: / Pe ] cos?bt= y a AND a: E e cos?bf”. dt = 0 2 de 10 e Mo a O 0, 2 2 al e “cos200. del; 0 2 2 o y siendo b = =, la segunda integral es nula: así, valor medio de Lg cos?bt dea Eee P. 2 Z El mismo resultado se obtiene para la masa m del punto 'B, puesto que la diferencia de signo entre — Y Valor medio de p A Y desaparece al elevar al cuadrado ambas expre- siones. En suma, aunque los dos móviles parten con velocidades distintas, al llegar á lo que pudiéramos llamar el equilibrio dinámico y:al fin de cada periodo 0, la fuerza media viva de ambos en dicho período es la misma. o Es más, si se tiene en cuenta el movimiento del centro de : a v>+v Y? gravedad del sistema cuya fuerza viva es 2 m a y 2 v+vy , 4 : para cada masa m Nan , aun así resultará la misma fuerza viva para las dos masas. Por lo tanto, en este caso particular, que es más bien un símbolo, que no la realidad misma, resulta comprobado el equilibrio de temperaturas. Porque si se entiende por tempe- ratura la fuerza viva medía de cada una de las moléculas, ó una cantidad proporcional á ellas, al llegar al equilibrio di- námico las dos fuerzas vivas medias de las dos masas en el período, vemos que son iguales. Mas hay algo que observar en comprobación y aclaración de lo que al principio dijimos, porque ¿qué se entenderá en este caso por fuerza viva media? ¿La del movimiento del centro de gravedad? ¿La del movimiento vibratorio? ¿O bien la suma de ambas fuerzas vivas medias? No es la contestación tan fácil como parece. Cuando se considera el movimiento de un cuerpo, que tiene cierta temperatura, no se cuenta en ésta el movimiento total y visible, sino la fuerza viva media que resulta de la agitación interna. Una cosa es el movimiento del cuerpo en el espacio y otra muy distinta la vibración de sus ele- mentos. Ambas fuerzas vivas formarán una parte de la energía to- tal; pero nadie confunde la fuerza viva de un proyectil en su marcha con la temperatura del proyectil. De suerte que en este caso, se aplicaría la palabra tempe- ratura á la vibración de las pequeñas masas de que el pro- yectil se compone. Pues aplicando dicho resultado á nuestro ejemplo de dos masas iguales m, m, ha de observarse que el conjunto de las dos masas m + m camina con una velocidad de trasla- alas ¿Es ds — 367 — A, VA EV / : ón Leia y por lo tanto la fuerza viva de este movi- ci 2 miento para ambas masas está representada por 2m a ld ) a y En efecto; en el origen del movimiento, la masa m tiene la velocidad v y la masa m' la velocidad v”, y reuniendo ambas en el centro de gravedad, tendrá esta masa total 2m la velo- ais 2 No quedará, pues, para representar el calórico más que la fuerza viva media del movimiento vibratorio, que, como he- mos visto, es da a 2 Pero cambiemos las condiciones del ejemplo: suponga- mos que el conjunto de las dos masas m + m es la molécu- la de un gas, en el que cada masa m es un átomo. En este caso, el movimiento de traslación es el que, se- gún la hipótesis de Bernoulli, determina la temperatura y no el movimiento vibratorio. De suerte que en los dos ejemplos, ambos plausibles al parecer, los resultados son contrarios. En el primero, la fuerza viva del centro de gravedad no debe contarse: la temperatura está representada por la fuer- za viva media del movimiento vibratorio. En el segundo caso, el movimiento vibratorio no es el que determina la temperatura, sino el movimiento del centro de gravedad. Y no fuera difícil presentar otro fercer caso: si ambas mo- léculas forman parte de un cuerpo sólido ó líquido, acaso sería preciso contar con ambas fuerzas vivas para definir la temperatura. Hacemos estas observaciones, para explicar ciertas dudas Rev. Aca. Crexcias.—IV, —Abril, 1506, 26 2 ] para cada masa. Ba que ocurren en los problemas de Física matemática y que iremos señalando en las diversas ramas de esta Ciencia; Ciencia en la que, á pesar de sus inmensos triunfos, pueden señalarse algunas deficiencias. Es más; el ejemplo que hemos presentado no demuestra que el equilibrio de temperaturas, aun no considerando más que un cuerpo homogéneo, se establezca cuando la fuerza viva media de cada una de sus moléculas sea la misma; porque un cuerpo homogéneo se compone de millones y mi- llones de moléculas, y constituye un sistema complejo, del cual apenas es un remedo, y ni aun puede pasar como sím- bolo, el sistema sencillísimo de dos moléculas, que estamos estudiando. Demos un paso más: supongamos tres moléculas m en línea recta y en equilibrio por sus acciones mutuas, sin que intervenga, para no complicar la cuestión, ninguna fuerza externa. Si para este caso todavía demostramos, que cuando el sis- tema llega al equilibrio dinámico, todas las fuerzas vivas me- dias de las moléculas son iguales; y esto se repite para un sistema lineal de cuatro, de cinco, de un número indefinido de masas, tal resultado ya sería significativo, al menos para lo que pudiéramos llamar la mecánica lineal de los cuerpos. Pero vamos á ver que no es así, y que, por lo tanto, la demostración matemática de la ley física, tropieza con difi- cultades, no diré insuperables, pero sí dignas de más dete- nido estudio. Sean tres masas A, B, C, sobre una misma línea recta (fig. 10). | | Las tres son iguales á m, y para simplificar el problema, puesto que, como hemos dicho muchas veces, no tratamos de establecer teorías, ni de resolver grandes cuestiones de Fisica matemática, sino de marcar su carácter, la índole es- — 369 — pecial de sus procedimientos, los triunfos que consigue y las dificultades con que lucha, supondremos que cada una de estas masas sólo recibe acción eficaz de la inmediata: por ejemplo, A de B, y B de A; y asimismo B de C y recípro- camente; pero que A no influye sobre C ni ésta sobre aqué- lla. De otro modo, la curva de la figura 7.*, contando las distancias desde A, llega con ordenadas pequeñísimas á C y puede prescindirse de su influencia. A E) B hb ¡Sy c m*: m*e m?s Figura 10. Supongamos que al cabo de un tiempo cualquiera f, las masas A, B, C ocupan respectivamente las posiciones a, b, c; y establezcamos: O RÑ o AB=BC= Fs. Las ecuaciones de equilibrio para las tres masas se obten- drán de la misma manera que en el ejemplo anterior, y ten- dremos, desde luego, puesto que sobre A sólo influye B, y sobre C, B también, y no influyen A y C entre sí: d?x, É PESA m = mf (r. + Xx, — x,), E, E mf (ro + xo — x) 7? x, E : pel m2 — mf (a + xo — x) E meÍ (ía + xo — 0), dx: . il X3); Ó bien dividiendo por m, desarrollando f, recordando que f(r,) =0, y no tomando más que los dos pRmIetos térmi- nos del desarrollo: — 310 — dex, ? ==: IM F X2 — Xy), de bi (ro) ( 2 1) E mf (0) (1 + xs — 2x0), df? d?x, , = = mM la X — Xy). dt? F' (50) (Xo 3) 3 Debemos fijar también las condiciones iniciales, y para ello admitiremos, que en el instante inicial, Ó sea para f = 0, las tres masas parten de A,B,C con las velocidades V,, Va, Va. Además, para que el centro de gravedad no tenga movi- miento, supondremos la condición Vy + Va + Vg =0. Desde luego podremos obtener una integral sumando las tres ecuaciones y resultará d?*(x, + X + Xy) dt = 0. Integrando una vez, y para determinar la constante, recor- dando que á f = o corresponden las velocidades V,, Vs, Vy, d (X, + X + X) e , dt d (Xx + +Xs) _ dx, ho d X, dia dt dt dt dt | = V, + Va + Y =0. Integrando segunda vez, hallaremos la constante haciendo — 311 — que en el instante ?=0 las tres variables tengan los va- lores y resultará: Xy + Xo | X¿=0. Esto nos permite reducir las tres ecuaciones diferenciales á dos: basta para ello despejar x, de la última ecuación y substituirla en las dos primeras, con lo cual obtendremos dos ecuaciones, que sólo contendrán x, y Xo: ax = (- (X, Xi1), e (+ —x,) d? x, = — 3a?*x, df? o hemos representado para abreviar m f” (r,) por a?. Podremos integrar estas ecuaciones, que son diferenciales lineales y de coeficientes constantes, por procedimientos par- ticulares; mas preferimos el método general, que hemos de emplear muchas veces en estas conferencias. Dicho método, recordarán mis oyentes, que se funda en que para esta clase de ecuaciones diferenciales, sí se tienen diversas soluciones particulares, se multiplica cada una de ellas por una constante arbitraria, y se suman, el resultado es otra nueva solución de las ecuaciones propuestas; pero más general que ellas, porque contiene varias constantes ar- bitrarias, de las cuales podemos disponer á fin de que que- den satisfechas las condiciones del instante inicial; al paso que las integrales particulares, si bien satisfacen á las ecua- ciones propuestas, no tienen las constantes arbitrarias, que son precisas para que los móviles partan de las posiciones que fijamos y tengan las velocidades, que suponemos en el tiempo ¿=0. ACES — 3712 — A este principio fundamental se agrega el hecho compro- bado inmediatamente de que los senos, los cosenos y las ex- ponenciales satisfacen á las ecuaciones diferenciales en que nos ocupamos. Partamos, pues, del sistema de integrales particulares x, = A,senbí, (1) X» = A,senbi, en que A,, 4, y b son constantes arbitrarias. Substituyendo estos valores en las ecuaciones propuestas, tendremos — A, b?senbt = a? (4, — A,) senbi, — A, b? senbt = — 34? A, senbt; y dividiendo por senbt, — A; b? — 02 (A, == A), --Ayb? =— 302 Ay; Ó bien A, (— b? + a?) = A,a?, —A¿b:=— 30% As. Estas ecuaciones se convertirán en identidades, y las ecua- ciones diferenciales quedarán satisfechas, si determinamos las tres constantes A,, A, y b de modo que satisfagan á las últimas ecuaciones; y hemos obtenido este resultado gracias á que ha desaparecido f. De ambas ecuaciones se deduce con sólo dividir la segunda por — A.,. e La primera á su vez determina la relación de las otras dos incógnitas, así: Por lo tanto, dando un valor arbitrario á A,, determinan- do A, por la última ecuación y b por b? = 3a*, el sistema (1) satisfará evidentemente á las ecuaciones diferenciales. Pero no satisfará á las condiciones del momento inicial. Para ello necesitamos otras soluciones particulares y apli- car el principio fundamental á que antes nos referíamos. Mas por el pronto, y para deducir consecuencias prácti- cas, respecto al problema de que tratamos, estas soluciones particulares nos bastan. Hemos hallado: A, a? A, SE ya y substituyendo en vez de b? su valor, resultará de suerte que Podemos, pues, disponer libremente de A,, pero A, que- da determinada en este caso. Así los valores de x, y x,, como resultado de dichas inte- grales particulares, tomarán la forma Xi == ye senbf Na == E 24, senbt. — Si el punto A parte con la velocidad v,, podremos deter- minar A, con esta condición, porque diferenciando con rela- ción á f el valor de x,, resultará dx, ='A, b cosbk; dt y haciendo para ft =0, Exa =D, di Vi A Ab; de donde A, == .s 10) Pero ya no podremos tomar un valor arbitrario para A,, porque hemos hallado: y las integrales particulares serán MS 21 senbt b Xe == 2 Y1 senbt. b A estas dos habrá que agregar el valor de x,, deducido de X1 + Xa + Xg =0; de suerte que Xy == + Xi ea > Xa, óÓ bien as —senbr +2 senbt - 21 send. b D 10 — 375 — En suma, el sistema: v X= ep senbt, X= — 2 senbt, b 13) e SR senbt, b satisfará á las ecuaciones diferenciales, pero como solución particular, no como solución general. Sin embargo, con esto nos basta para ver, que el principio del equilibrio de temperaturas, interpretado, como preten- díamos, no es aplicable á tres puntos materiales; pues apli- cando á los tres valores de x, el principio de las fuerzas vi- vas medias, resulta que han llegado los tres puntos al equi- librio dinámico y que, sin embargo, los puntos A, C, tienen la misma fuerza viva media; pero la del punto B es mayor: basta para convencerse de ello recordar que las fuerzas vi- vas medias son proporcionales á A/?, A.?, A,?. Ahora bien, para demostrar que un teorema no es general, basta demostrar que no lo es en algunos casos particulares, y esto es lo que hemos hecho con las integrales particulares que acabamos de determinar. Y esto podríamos hacer aún, hallando por el procedimien- to general indicado, las integrales generales de las tres ecua- ciones diferenciales propuestas. No lo haremos, sin embargo, porque esta cuestión la he- mos de tratar desde otro punto de vista más adelante, y por lo demás, el método de integración es sencillísimo y se en- cuentra en todos los tratados de cálculo integral. Quede, pues, como ejercicio que propongo á mis oyentes. - 316 — Lo que nos importa, por el pronto, observar á fuer de im- parciales, es que los procedimientos de la Física matemática, la hipótesis mecánica, la hipótesis particular del movimien- to vibratorio, para explicar la propagación del calor en los cuerpos, y el principio del equilibrio de temperaturas, no ha llegado todavía á una solución completa y satisfactoria, que se armonice con los hechos, que hace resaltar la Física expe- rimental respecto á este problema. Cierto es, que los ejemplos que hemos presentado, no responden fielmente á la realidad. Un cuerpo en la Naturaleza, claro es, que no se compone de dos ni de tres moléculas, y que nuestros ejemplos, más bien deben considerarse como símbolos Ó esquemas, que como interpretaciones de la realidad misma. Mas asi y todo, no creemos que sean inútiles: en la Ciencia, aun en la Cien- cia matemática, pocas veces las teorías generales brotan de una vez. Casi siempre, la Historia de la Ciencia lo prueba, se ha empezado por el estudio de casos particulares, que poco á poco se han ido generalizando hasta llegar á las gran- des teorías. Y por eso deciamos én otra ocasión, que el estudio de es- tos ejemplos particularísimos, Ó sea el de un número limitado de puntos, para llegar luego al estudio de los cuerpos físicos, tiene cierta semejanza y guarda alguna analogía con el estu- dio de las celdillas de los cuerpos vivos, como preparación para el estudio de los tejidos y de las grandes masas bioló- gicas. Así en esta conferencia y en la siguiente, después de es- tudiar el caso de dos puntos materiales y de tres, estudiare- mos el sistema formado por una serie rectilínea de molé- culas. Sistema, repito, que ya se acerca más á la realidad, por- que puede representar con mas aproximación simbólica que hasta aquí, y perdóneseme la palabra, ya un hilo, ya una barra; tomando en uno ó en otro una fila ideal de moléculas. — 317 — - Y en rigor, para este sistema, debía la Física matemática demostrar la posibilidad del equilibrio de temperaturas, como demuestra, según veremos, otros teoremas de la Termodi- námica. Pero este problema del equilibrio de temperaturas es, se- gún parece, más complicado de lo que á primera vista pu- diera imaginarse. | Sin embargo, no haremos por ahora más que algunas in- dicaciones, dejando el problema casi integro para la confe- rencia siguiente. > Las ecuaciones generales del movimiento de este sistema lineal, son bien fáciles de establecer, y virtualmente ya las tenemos establecidas; sobre todo, admitiendo, para simplifi- car los cálculos, cálculos que no tienen en estas conferencias otro objeto, que el de dar forma precisa y clara á las hipóte- sis y á las ideas; admitiendo, repetimos, la hipótesis de que en cada punto material sólo ejercen su acción los dos pun- tos entre los cuales está comprendido, porque la esfera de actividad de los restantes no llega á este punto intermedio. Aceptando, pues, lo dicho, la serie de ecuaciones dife- renciales, será la siguiente, que escribiremos desde luego, para X,,X», X3, ... sin más amplias explicaciones: d? x; 2 =m?f(r, + x, — x,), de Py: EX 1) d? x, 2 9 a oo A 0) HE MS o Hd A), 1 E a de = — Mf (14 + Xg — X2) + mM f(x, 3 X3), La última ecuación será análoga á la primera, pero todas A h. — 378 — las intermedias serán del tipo de las que acabamos de in- dicar. Desarrollando, observando que el primer término de cada desarrollo es nulo, no tomando más que el siguiente, y su- poniendo mf" (1,) = a?, tendremos: az; =.04(X2 — Xi), q = 1 —x) d? Xx, == =Q(x Xe- 7 A d? x; 2 =Q(x Xy - - 2X3). RCA EA RICE AAA A La integración de este sistema es bien sencilla; puede, desde luego, establecerse el sistema de integrales particu- lares, Xy = A; senbt, X= Ay Senbé, Xg = A, Sembt, ...... 01% iaiWr ss” que satisfarán á las ecuaciones diferenciales, determinando, convenientemente, las constantes; pero que no satisfarán á las condiciones del instante inicial, si se toman arbitraria- mente las velocidades. Para obtener la integral general, hay que aplicar el méto- ¿3 do que sumariamente explicábamos antes: 1.7 Substituir los valores de x,, X,, X;... en las ecuaciones diferenciales. 2.” Suprimir en todas ellas sen bt, con lo cual tendremos un sistema de ecuaciones en que entrarán, la constante co- nocida a? que caracteriza, por decirlo de este modo, la natu- — 379 — raleza elástica del sistema, puesto que depende de la masa m y de la función f; y además entrarán las constantes descono- cidas y arbitrarias A,, A), As... y b. 3.” De este sistema de ecuaciones, deduciremos la ecua- ción final en b, que tendrá varias raíces, y á cada una de ellas corresponderá un sistema de valores para A. 4.” De esta manera tendremos diferentes soluciones par- ticulares, de las cuales se deducirá, por los procedimientos ordinarios, la integral general. No hacemos más que recordar métodos, que mis oyentes conocen, y que, además, serían sencillos, pero largos y eno- josos. De todo ello se deduciría, que eligiendo arbitrariamente las velocidades iniciales de los diferentes puntos, se puede llegar á infinitos sistemas de equilibrio dinámico, sin que en ninguno de ellos se verifique el equilibrio de temperaturas; es decir, sin que, forzosamente, la fuerza viva media de las diferentes moléculas, haya de ser la misma. Como en la conferencia inmediata hemos de demostrar esto mismo con más sencillez, no insistiremos sobre dicho pun- to; pero tenemos todavía que hacer algunas observaciones. Hemos admitido, que los cuerpos se componen de parteci- llas en número enorme, y sujetas á fuerzas interiores y recí- procas. Pero no todas las moléculas del cuerpo se encuentran en el mismo caso: todas las interiores, si el cuerpo es isótropo, en las mismas condiciones se encuentran, es decir, sujetas á las fuerzas, que sobre dicho punto ejercen las moléculas comprendidas en una esfera muy pequeña cuyo centro sea el punto en cuestión, y que tenga por radio el radio de acti- vidad de las fuerzas moleculares. Ni más ni menos que en nuestro ejemplo particularísimo, e O) cada punto no está sujeto más que á la acción de los dos puntos entre los cuales está comprendido; por eso todas las ecuaciones de equilibrio del sistema, exceptuando la primera y la última, tienen la misma forma. Pero, las partículas ó moléculas de la superficie del cuer- po, y de una capa, cuyo espesor sea el radio de actividad, se encuentran en condiciones distintas; así como en nuestro ejemplo, volvemos á repetir, son distintas de las demás las ecuaciones diferenciales de las moléculas extremas. Para nuestro caso estas moléculas extremas, son los límites del cuerpo. Así, pues, debemos estudiar, si prescindiendo de las mo- léculas extremas, para todas las intermedias se verifica exac- ta Ó aproximadamente la ley de las temperaturas, mejor di- cho, la de igualdad de las fuerzas vivas medias. Y veremos en esta conferencia, sólo como indicación pro= visional, y con todo rigor en la conferencia próxima, que no es así, y que dicha ley del equilibrio de temperaturas ha de ser estudiada de otro modo y con otros puntos de vista aun dentro de la hipótesis mecánica. Supongamos, pues, una fila, indefinida en ambos sentidos, de moléculas, á la distancia de equilibrio r, unas de otras, y en que sobre cada molécula sólo influyan las dos que la com- prenden. Todas las ecuaciones del movimiento de este sistema ideal, serán como la segunda ecuación del ejemplo que pre- sentamos anteriormente : OA ACI O AR TNA o. 4% 2. .4.. e 4 cas 1. «dejo e je 2 Ur a — 381 — Y vamos á demostrar, que en este sistema puede estable- cerse un régimen de movimiento sin necesidad de que la fuerza viva media sea la misma para todas las moléculas. Es un caso particularísimo, ampliación del caso análogo que estudiamos para tres moléculas ó puntos materiales. Es un caso particular, repetimos, porque vamos á admitir las siguientes condiciones, á saber: que para cualquier ins- tante han de verificarse las ecuaciones siguientes, entre todos los desplazamientos de los puntos del sistema: .. . .. ..... 0... ...0.9. 5 + qe ES | > .. o... .2..o. 0... o... o... Condiciones que demostraremos que son posibles. De estas ecuaciones se deduce restando cada dos: .... . ...... .. . o... 2.2. S | 7 | La, l a ias as A as Es decir, que si esto es posible, existirá en el movimien- to una periodicidad, que comprenderá tres puntos consecu- tivos como periodo. Estas últimas condiciones son equivalentes á las primeras, si además se supone, que una suma de tres x consecutivas es igual á cero; porque, en efecto, si se tiene, en general, Xu TH Xu+i TH Xuya =0 N-? y Xa = Xu+3 == Xu+o --... Xuyi Xuya E Mar oo Xu+2 = Xu — Xu+s ---.» se deduce sumando Xu + Xuy1 TX 2 == Xuys E Xu a X= ++. id y lo mismo en orden descendente de los subíndices. Claro es que no están aquí comprendidas todas las sumas; pero cada dos intermedias cumplen con la misma condición, En efecto, Xu+i TXu+oe TXuya = Xuy1 E Xu y2 + Xu — 0 puesto que Xu+ 3 = Xu mm Y, además, Xu+ya F Xuys T Xuya = Xuyo E Xuys + Xu+1=0p toda vez que Xuya = Xuy1> Admitido esto, las ecuaciones diferenciales del movimien- to pueden simplificarse poniéndolas bajo esta forma: d?x, dt, = (1? (x, + Xy —» 2 Xy) = (* (x; 0 Xy e e Br 3x0), — 383 — péro como suponemos x, + Xx, + Xx¿= 0, tendremos: 2 A == -— 3? NS de Efectuando para las demás la misma simplificación, todas las ecuaciones diferenciales del sistema resultan iguales y podremos escribir: e MR 302x,, df? 2 EE 30?x,, dt, de Xa AS dt? RO e ESA AO TIRO Xi = A, senbt, ASEO E Xy. == As Senbt; en que A,, A)... y b son constantes arbitrarias. No hay dificultad en suponer, que los desplazamientos ini- ciales son todos iguales á cero, puesto que todas las x se anulan para f = 0. Lo que no podemos tomar arbitrariamen- te son las velocidades iniciales, si estas ecuaciones han de satisfacer á las condiciones, que previamente hemos estable- cido, Ruy. Aca, Ciexoras.—IV,—A bril, 1506. 27 — A Por ejemplo: la condición Xi + X2 + Xg =0 determina A, senbt + A,senbt + A, senbt= 0, Ó bien A, + A, + A; =0. Es decir, que tendremos para las constantes A relaciones análogas á las establecidas para los desplazamientos, á saber: A, + A; + A,=0, Por lo demás, todas las ecuaciones darán el mismo valor para b, por ejemplo: — A, b? senbt = — 3a”? . A, senbt, Ó bien hb? =3a?. En suma, es posible como caso particular, el que estamos considerando, puesto que todas las condiciones quedan sa- tisfechas, con tal que satisfagan las constantes A á las con- diciones establecidas. A. PO RA — 385 — No podremos tomar arbitrariamente, por ejemplo, A,, As y As, puesto que han de satisfacer á la ecuación A, + A, + A; =0; pero podremos tomar en ésta arbitrariamente dos de ellas; dicha ecuación dará la restante, y la ley de periodicidad las reproducirá para los demás puntos.. De todas maneras, el principio del equilibrio de tempera- turas por la igualdad de las fuerzas vivas medias, no queda- rá satistecho, toda vez que A,, 4», Aj, son distintas. Y no obstante, ya que no sean iguales las fuerzas vivas medias, puesto que no lo son todos los valores de A y de estas constantes depende dicha expresión media, según vi- mos en una de las conferencias anteriores, demostrando que tales fuerzas vivas medias son proporcionales á A,?, A,?, Ay?; al menos existe la igualdad por grupos de tres puntos. En efecto, fuerza viva media de x, ..... C.A,?, siendo C una constante; uerza viva media de x, ..... C.A,?, siendo C la misma; fuerza viva media de x, ..... CEA: Su suma es C(A/? Al A? le Az?), y en razón á la periodicidad de las 4, C(A? + Ag + Aj?) = C(AL2 + Ag HA?) = 0.0 Esta es una observación que, cuando llegue el caso, am- pliaremos y que en otra forma ha sido presentada por algu- nos autores. * + o* Resumamos brevemente todo lo dicho: la tendencia de la hipótesis mecánica aplicada al calor, es demostrar que para — 0 que haya equilibrio de temperatura entre todos los puntos de un cuerpo isótropo, es decir, homogéneo en todos sus pun- tos y homogéneo alrededor de cada punto, y lo definimos así provisionalmente; será preciso, que la fuerza viva tenga un valor constante, es decir, que la temperatura esté re- presentada por una cantidad proporcional á esta fuerza viva media; y acabamos de ver, que al menos en los sistemas ideales que hemos presentado como ejemplos, la expresada condición no se cumple, puesto que llegamos al equilibrio dinámico en multitud de casos con fuerzas vivas distintas para los distintos puntos del sistema. El anterior trabajo, sin embargo, es un puro trabajo de exploración: en la conferencia próxima completaremos, en lo posible, el desarrollo de las anteriores ideas. XVII. — Estructura de las imágenes fotocrómicas de G. Lippmann. Por S. R. CAJAL. Notorio es que el método de la fotografía interferencial imaginado por el eximio físico Lippmann constituye en el orden especulativo una deducción de la teoría de las ondu- laciones etéreas y en el práctico una elegante y decisiva com- probación experimental de la realidad de estos movimientos. Bien puede afirmarse, pues, que por esta vez la razón pura se anticipó á la experiencia; el laboratorio del físico, en donde tantas veces surgió la verdad al ciego impulso del azar, se ha limitado en este caso á mostrar objetivamente un fenómeno anunciado y previsto por la lógica matemática. En el fondo, y prescindiendo de sus efectos artísticos, la — 387 — placa sensible lippanniana representa un exquisito aparato registrador de ondas luminosas, como el fonógrafo represen- ta un aparato inscriptor de las palpitaciones del sonido. Bajo este aspecto, no deja de tener interés efectuar un aná- lisis micrográfico directo de dichas inscripciones, á fin de ave- riguar hasta qué punto la placa registradora reproduce fiel- mente las pulsaciones luminosas, y determinar de pasada las condiciones experimentales en cuya virtud la citada inscrip- ción se normaliza, se falsea Ó se hace completamente ile- gible. ; No juzgamos necesario puntualizar aquí el modus operan- dí del ilustre profesor de la Sorbona ni los procederes de los autores que, siguiendo sus huellas (Lumiére, Valenta, Króne, Neuhaus, Cramer, etc., etc.), han perfeccionado el método primitivo. Esta técnica es harto conocida y además su exposición detallada nos desviaría de nuestro propósito. Bástenos, por ahora, recordar que la reproducción interfe- rencial de los colores obedece á las siguientes condiciones experimentales: 1.*% empleo de placas sensibles absoluta- mente transparentes (capas de albúmina ó gelatina que en- cierran una emulsión de bromuro argéntico casi invisible al microscopio); 2.*, montura de estas placas, durante su expo- sición á la luz en un chasis especial, cuyo objeto es formar detrás de la superficie sensible, y en íntimo contacto con ella, un espejo reflector de mercurio; 3.*, en fin, reducción, á favor de los baños reveladores fotográficos, de la sal ar- géntica dispersa por la placa. Si las operaciones se conducen bien, en el espesor de la gelatina se formarán precipitados metálicos laminares alter- nantes con espacios nodales ó incoloros. El fenómeno es pro- ducido por las ondas estacionarias creadas durante la expo- sición de la luz entre los rayos incidentes que atravesaron la placa y los reflejados en la superficie del mercurio. De estas ondas, sólo los máximos, donde la fuerza viva llega al sumo, impresionan al bromuro de plata; los mínimos ó planos AR 0 . se EE nodales, donde la fuerza viva se transformó en energía de tensión, quedan sin acción sobre la capa sensible, gene- rando espacios incoloros. Ulteriormente, sometiendo la placa á un fijador, el bromuro desaparecerá de todos los citados espacios nodales, y la imagen resultará definitivamente fijada. Una vez la prueba lavada y seca, los colores aparecen á la luz blanca incidente por un mecanismo, idéntico en el fon- do, al tan conocido de las irisaciones de las burbujas de ja- bón ó de las láminas del nácar. La explicación del fenómeno, en cuyos detalles no podemos entrar aquí (*), es muy senci- lla. Aquellas ondas cuya longitud iguala al doble del espa- cio interlaminar (ó de un múltiplo de su valor) interferirán al salir de la placa, concordando en sus fases y sumando sus efectos; aquellas otras cuya longitud corresponda á un nú- | mero impar de los mencionados intervalos emergerán dis- cordantes, se restarán entre sí y se extinguirán más ó menos completamente. Ocioso es decir que el color resultante será el correspon- diente á las vibraciones reforzadas y no anuladas, alcan- zando tanta mayor brillantez, cuanto más compacto sea el depósito metálico y más numerosos los estratos. Por lo demás, la obtención de buenas fotocromías por el método interferencial es empresa muy ardua y ocasionada á toda suerte de sorpresas y desilusiones. Baste recordar al efecto, que las láminas metálicas de referencia, cuya Se- paración, variable en función de la longitud de onda, no pasa de 3 (0,211 de micra ó6 milésima de milímetro para el viola- do), deben destacar perfectamente unas de otras, separándo- se por espacios nodales absolutamente incoloros. Comprén- dese bien, por consiguiente, que la menor equivocación en (*) Un excelente análisis geométrico del fenómeno de la produc- ción interferencial de los colores, ha sido dado por el mismo Lip- pmann en: Journal de Physique, 3.* serie, tomo II. Mars. 1894. ARO el tiempo de exposición, revelado, reforzado, etc., provoca- rá la reducción total ó parcial de dichos espacios transpa- rentes, desapareciendo Ó apagándose notablemente los co- lores. Esta sutilidad y casi inaccesible precisión del proceso fotoquímico justifican el hecho singular de que, según decla- ra Neuhaus, sólo cuatro ó cinco cultivadores del método lippmanniano hayan tenido éxito completo, no pasando el total de excelentes pruebas obtenidas en Europa de unas cuantas docenas. Pero dejando á un lado la técnica del procedimiento, de que nos ocuparemos en otro lugar, conviene hacer constar aquí un antecedente histórico. Los triunfos de los afortuna- dos no deben eclipsar el recuerdo de los precursores. Mu- cho antes de que Lippmann resolviese tan elegantemente el problema de la fijación del espectro sobre la placa, un físico notable, el alemán Zenker (*), anunció ya el fenómeno fun- damental sobre que se basa el procedimiento. En efecto; este sabio atribuyó las coloraciones de las imágenes de Bequerel (láminas metálicas cubiertas de subcloruro de plata), á la producción, en el espesor de la sal argéntica, de ondas esta- cionarias, determinantes de máximos y mínimos de reducción y, por consiguiente, de verdaderos estratos paralelos capaces de reflejar y descomponer la luz al modo de las láminas del nácar. En honor del que, si no los demostró objetivamente, los vió con los ojos de la inteligencia, designaremos tales es- tratos láminas ó estrías de Zenker. En épocas posteriores, parecida explicación defendió también Otto Wiener (**), quien llegó á fotografíar, á favor de procedimientos ingenio- sos, las ondas estacionarias de Zenker, aunque no en el es- pesor de las fotocromías. La teoría nos obliga á admitir en las placas lippannianas las láminas de Zenker; pero estas láminas ¿existen realmen- (*) Zenker. Lehrbuch der Photochromie. Berlín. 1868, (**) Annal. der Physik u. Chemie. N. F. Bd. 40, 1890, = dE te? ¿Cabe reconocer objetivamente, es decir, con el mieros- copio, la realidad de tan delicadas y sutiles estructuras? Fuerza es convenir en que la empresa es ardua. Tocamos aquí ya en los límites de la potencia resolutiva del microsco- pio. La longitud de las ondas luminosas, aun las más grose- ras, representan fracciones de milésima de milímetro (y. 0,512 para el verde), y este valor queda reducido todavía á la mi- tad, dado que, según dejamos dicho, el intervalo de dos ho- jas de Zenker corresponde á una semionda. Y aun cabe, en lo posible, que cada estrato, puesto que traduce un máximo de acción fotoquímica, alcance área limitadísima entre di- chos espacios nodales. Así, para el verde espectral, sería preciso resolver un intervalo de 0,237, lo que exigiría, en virtud de la fórmula de Abbé: ú = -- (luz central y blanca), un objetivo de apertura numérica superior á 1,40, límite práctico á que alcanzan en la actualidad los sistemas apo- cromáticos de Zeiss (*). Ciertamente, recurriendo á la iluminación oblicua, gana- ríamos algo en poder resolutivo ( = pal: pero, en cam- bio, según hace notar Neuhaus, semejante modo de ilumi- nar ocasiona franjas de difracción que enmascaran las rayas verdaderas, y hasta pueden inducir á cometer la grave equi- vocación (ocurrida ya á Senior y otros) de tomar las unas por las otras. De todos modos, esta hazaña micrográfica ha sido, no obstante sus dificultades, realizada por Neuhaus (**), quien valiéndose de luz monocromática azul y del objetivo 1,40 apoch, de Zeiss, ha logrado fotografiar las láminas de Zen- ker del rojo espectral. Los cortes microtómicos, efectuados (*) El obj. 1,60, de inmersión en el monobromuro de naftalina, no es aplicable á este caso particular, por ser imposible bañar directa- mente las hojas de Zenker en dicho líquido. (**) Neulttaus: Wiedermanns Annalen.—Bd. 65, 1898. — 391 — por Flatau, técnico habilísimo, no pasaron de una ó dos mi- cras de espesor. Después de Neuhaus, la empresa no ha sido acometida felizmente por nadie, que sepamos. A la verdad, las revistas fotográficas han publicado una comunicación de Senior (*) acompañada de una microfotografía en que parece confir- marse la observación del doctor berlinés; mas, conforme Neuhaus nota acertadamente (**), las bandas fotografiadas por el autor inglés son muchísimo más espesas que las de Zenker, correspondiendo, en realidad, no á estratos reales de la imagen fotocrómica, sino á rayas de difracción (***). Hasta aquí se ha ensayado únicamente la resoluc'ón de al- gunos colores espectrales puros, de onda gruesa, constituti- vos de los casos más sencillos y abordables de la placa lippa- nniana. Falta, por tanto, el análisis estructural de los colores mixtos, y, muy singularmente, del blanco y gris, á quienes se debe el modelado de las imágenes tomadas del natural. «Muy deseable sería — dice Neuhaus al final de su li- bro (****) sobre fotocromía interferencial — llevar el análisis micrográfico á los colores mixtos. De cómo en éstos están dispuestas las hojas de Zenker, nada sabemos actualmente. El microtomo y el microscopio tienen la palabra. Tales in- vestigaciones podrían esclarecer con certeza por qué el mé- (*) Senior: Photography. — 3 Jannuar, 1902, núm. 650, London. (**) Neuhaus: Neue Untersuchungen uber Lippmanns Farbenver- fahren, etc. Photographische Rundschau, Heff. Mn. MI. Febrero y Marzo de 1900. (***) En efecto, basta examinar la fotografía dada por Senior del color rojo espectral para comprender que ha sido inducido á equivo- cación, verosímilmente por el empleo de la luz oblicua y de diafrag- mas angostos. En estas fotografías, además, las rayas primera y últi- tima son sumamente espesas (cosa que no corresponde á la reali- dad) y falta por completo esa degradación de intensidad de la reduc- ción argéntica, que tanto Neuhaus como nosotros, hemos observado á partir de la primera ó más superficial hoja de Zenker. (*e*) Neuhaus: Die Farbenphotographie nach Lippmanrn's Ver- fahren, etc.—Halle, 1898. — 392 — todo de Lippmann para la fotografía de los objetos natura- les, da á menudo tan deplorables resultados. » Util, en efecto, desde el punto de vista práctico, conside- ramos este estudio, y por eso lo hemos emprendido. Ni deja de tener interés para la teoría indagar, por el examen direc- to de las láminas de Zenker, las causas de ciertas singulari- dades de la imagen interferencial no previstas ó difícilmente adivinables por el cálculo. Citemos, entre otras, la desapari- ción de los blancos (y no de los colores) por sobre exposi- ción; el virado general hacia el rojo ó amarillo sucio y la aparición del blanco, por el excesivo refuerzo; la entonación general de los colores hacia la porción más refrangible del espectro cuando se frota suavemente la imagen; la ausencia. frecuente de tonos complementarios en la prueba vista por transparencia; la aparición del negro ó violáceo cuando se raspa el blanco; el apagamiento de las tintas por barniza- miento (menos los blancos y grises), etc., etc. Por lo demás, según dejamos dicho, las veleidades y ca- prichos de las pruebas lippmannianas no deben sorprender- nos. Trabajamos en un telar tan angosto que sólo tiene al- gunas décimas de micra, y cualquiera equivocación en la distancia archimicroscópica de los hilos altera extraordina- riamente el dibujo. Proceso complejísimo el de la impresión y desarrollo de la imagen, tiene como factores fenómenos no bien estudiados de física molecular y reacciones fotoquímicas de inusitada delicadeza. Con una química tan sutil que opera en tubos de ensayo de fracciones de micra, y con partículas sensibles tan diminutas que escapan, en su mayor parte, á la potencia amplificadora del microscopio, ¡cómo no deplorar, á menudo, resultados extraños é imprevistos!..... Il. MÉTODO DE EXAMEN Para iniciar nuestros estudios, hemos utilizado los proce- dimientos ordinarios de la técnica de los cortes finos histoló- — 393 — gicos ya usada por Flatau y Neuhaus; es decir: desprendi- miento de la gelatina, induración en alcohol, inclusión en parafina ó celoidina y ejecución de secciones de dos á tres y. como máximo, secciones que se exploran en el bálsamo. Esta técnica, muy correcta y expedita (sobre todo si la: emulsio- nes se vacian previamente sobre cristal colodionado), re- sulta excelente cuando se trata de confirmar la existencia de las láminas de Zenker correspondientes á los colores rojo y naranja y de efectuar medidas micrométricas exactas. Mas desde el momento en que es preciso analizar tonos de onda más fina, tales como el azul y violeta, y muy especialmente el blanco y el gris, la potencia resolutiva del microscopio nos abandona, y es fuerza apelar, si queremos percibir la es- tructura de la imagen, á medios indirectos. El recurso, extremadamente sencillo, empleado por nos- otros, consiste en remojar y examinar los finos cortes micro- tómicos en agua, en vez de usar, al efecto, el bálsamo ó la glicerina. Merced á tan cómodo expediente, las secciones de la gelatina se hinchan y transparentan, las láminas de Zen- ker se apartan y los precipitados metálicos de que constan resultan muy perceptibles á causa de la dilatación de los es- pacios nodales ó intercalares. De esta suerte, las rayas del azul alcanzan, á menudo, cerca de una micra, y las del rojo Ó amarillo se acercan á veces á dos ó más: en fin, las finas estratificaciones del blanco y ultraviolado, que jamás se hu- bieran percibido en la placa seca, resultan bastante aparen- tes. La hidratación del vehículo, algo variable según los ca- sos, equivale á multiplicar el aumento del microscopio por ocho ó diez veces (*). Claro es, que tales imágenes no son (*) Por consecuencia de esta dilatación del vehículo, las hojas de Zenker del rojo, aparecen ya con 150 diámetros de aumento. Muy cómodamente pueden estudiarse, tanto las rayas como el grano me- tálico de la prueba, con el obj. 1,30 Zeiss, luz blanca sin diafragma, y con iluminación central. A aprovechables para medidas micrométricas; el coeficiente de dilatación de la gelatina varía con la temperatura, los efectos tanificantes de los reactivos empleados y la presión misma de la laminilla cubreobjetos. Pero si nuestros propósitos se en- caminan exclusivamente á esclarecer la estructura Ó morfo- logía interna de la placa revelada, tal deficiencia no tiene importancia. He aquí, pues, nuestra técnica: 1. Comiénzase por mojar en agua el área de la placa des- tinada á ser analizada. Reblandecida la gelatina, se des- prende ésta á beneficio de una lámina de cristal recién frac- turada. Si la capa de emulsión es moderadamente gruesa, el desprendimiento tiene lugar siempre por la superficie del vi- drio ó muy cerca de ésta, y en todo caso por debajo de la porción impresionada del bromuro argéntico. 2. Inmersión de la tira gelatinosa en agua alcoholizada, después en alcohol absoluto y, por último, en celoidina, don- de aquélla permanecerá solamente algunos minutos. 3. Finalmente, practícanse al microtomo cortes finos bien perpendiculares, los cuales se llevarán al agua, donde sufri- rán la susodicha hinchazón reveladora. El examen efectúase también en agua destilada,” que se cambiará, progresivamente, por glicerina, si se desea con- servar la preparación. En algún caso será conveniente teñir además la gelatina (con una anilina insoluble en agua), á fin de discernir más claramente la superficie libre de la imagen. El objetivo preferible es el 1,40 apochr. Zeiss. Cuando se ha aprendido á ver las estratificaciones de Zen- ker, y no se desea emprender más que una exploración de ensayo, cabe usar un procedimiento todavía más sencillo y expedito. Consiste en picar el lugar de la imagen, una vez humedecida la placa, con un cubreobjetos fracturado, de suerte que se logren tiras finas y replegamientos del vehícu- lo gelatinoso. Protegida la región pulverizada con una lami- nilla, el examen micrográfico inmediato permitirá encontrar o — 395 — siempre algún trozo delgado de gelatina situado de través, ú algún doblez de la capa donde se revelen distintamente las consabidas estratificaciones. Expongamos ahora los principales resultados obtenidos. Pero antes de entrar en el análisis de las rayas, permíitase- nos decir algo de un punto bastante discutido: del grano de las placas lippannianas. II. ANÁLISIS DE LAS IMÁGENES LIPPMANNIANAS l. Grano de las placas aptas á la reproducción de los co- lores. —Lippmann y demás cultivadores del método interfe- rencial creyeron, en un principio, que las emulsiones trans- parentes de bromuro de plata en albúmina ó gelatina care- cían de grano, Ó lo presentaban de dimensión desprecia- ble con relación á la longitud de onda. Empero, contra la creencia general, Neuhaus demostró en dichas placas la existencia de un verdadero grano, casi invisible en las placas no expuestas á la luz, pero perfectamente visible en las reveladas. La dimensión de este grano oscilaría en- tre y 0,1 y 0,3. Nuestras observaciones confirman en principio los datos aportados por Neuhaus; sin embargo, estimamos exageradas las cifras que nos presenta, las cuales no pueden referirse, en mi sentir, sino, ó á emulsiones poco transparentes, Ó á pla- cas excesivamente reforzadas. Es más; si la dimensión y. 0,3 fuera la dominante, estimamos difícil Ó imposible el que la placa registrara la semionda del violado, cuyo valor es nota- blemente menor a 0,574 ) Además, del examen á que nosotros hemos sometido las franjas de Zenker del vio- lado y azul añil resulta que el grueso de cada una contiene un gran número de partículas. Asi que no creemos desviar- + AN LAT! PA o E nos mucho de la verdad, evaluando la dimensión del grano entre 0,02 y 0,05 de micra (*). (*) Por de contado que nos referimos aquí á la dimensión del gra- no de las emulsiones transparentes, es decir, de aquellas que regis- tran perfectamente todos los colores, incluso el azul y el violado. Este grano afecta, naturalmente, mayor espesor en las emulsiones que sólo reproducen los colores de onda larga (rojo y amarillo). La fórmula de emulsión, usada por nosotros con resultados casi constantes, es la siguiente, arreglada de las de Lippmann y Neuhaus: Gelatina (de Lautenschlager, de Berlín)....... 41/, Agua ABSIada: 0 da a OO 100 Bruno de potasio... 015% ¿00 vb ratos 0,55 Disuelta la gelatina, se añade el bromuro, y cuando la temperatura desciende á 30 ó 32”, se echan los sensibilizadores siguientes: Solución alcohólica saturada de rojo de glicina.. 8 cent. cúb. Solución al 1 por 500, de cianina............... 5 dd" "RE Solución al 1 por 500, de eritrosina............. 2 íd. id. Se espera á que la temperatura del líquido decline todavía hasta 26” ó 28”, y entonces se adiciona en la obscuridad: Nitrato de plata puro (marca Merk) cristalizado y reducido momentos antes á polvo fino ..... 0,75 Sin sacudir el frasco, se mueve suavísimamente y sin interrupción el liquido, durante la doble descomposición, con una varilla de cris- tal. Á los cinco minutos la emulsión está hecha y puede ser vaciada en placas, que se alcoholizarán y lavarán según los consejos de Lumiére. Una experiencia ya larga en estos asuntos (actualmente trabajamos con la 56 emulsión ), nos ha persuadido de que todas las condiciones que los autores dan como indispensables al éxito completo, tienen un valor muy relativo (proporciones del bromuro y nitrato, temperatu- ra, lavado insistente de las placas, delgadez de éstas, temperatura de desecación). Hay, en cambio, una á la que no parece haberse dado im- portancia y que es absolutamente decisiva para la obtención de emul- siones transparentes: el agitar, lenta y suaviísimamente el líquido, du- rante el momento crítico de la doble descomposición, sin producir es- puma, ni dejar, por tanto, penetrar el aire. A nuestro juicio, la di- mensión del grano, cosa importantísima en la fotocromía lippmannia- na, proviene casi exclusivamente de las condiciones físicas del pro- ceso (agitación y temperatura, sobre todo). $ — 397 — Claro es que semejantes medidas no son sino aproxima- das. La improcedencia de los micrómetros, cuya graduación es demasiado grosera, y la dificultad de percibir objetos que se hallan ya en el límite del poder resolutivo del microsco- pio, hacen completamente imposible toda medición precisa. Los gránulos más voluminosos, estudiados por nosotros, per- tenecen á las placas dos veces reforzadas; algunos de ellos alcanzaban el tercio del intervalo ó plano nodal de la semi- onda del rojo (placas secas). La forma del grano es esférica, afectando aspecto homogé- neo y un colorido que varía mucho con el tanto de exposi- ción, estado de humedad de la atmósfera y calidad del reve- lador. Por punto general, el grano de las partes poco expuestas es gris violáceo ó azulado; los puntos justos de impresión luminosa encierran granos obscuros de matiz marrón claro, y, en fin, los parajes sobreexpuestos exhiben esferas finísimas de color verdoso amarillento ú ocre rojizo pálido. Un tono amarillo claro muy transparente, denota siempre solarización extremada. Semejantes tintas, ocioso es declararlo, no se re- lacionan con la cualidad cromática de la luz, sino con el tiempo de acción de ésta. Por lo demás, únicamente en las placas no reforzadas aparecen: la acción del sublimado, ade- más de engruesar el grano, uniforma su aspecto, prestándo- le opacidad y matiz más ó menos grisáceo. No es dudoso que las referidas mutaciones de color del grano, en función del tanto de exposición, dependen del fe- nómeno de la fatiga del bromuro argéntico, fenómeno que, á causa de la delicadeza de las partículas sensibles, sobrevie- ne en las placas de Lippmann, mucho antes que en las pla- cas ordinarias. Sabido es que el grano de substancia impre- sionable, fatigado ó sobreexpuesto, pierde su capacidad de reducirse en bloque negro, palideciendo, á partir de un má- ximo ú óptimo correspondiente al tiempo justo de exposición. Mas, en tanto que el grano de las placas comunes aguanta, e OS sin palidecer demasiado un tercio de exposición superflua, el finisimo gránulo de las emulsiones transparentes pierde su virtualidad de ennegrecerse, coloreándose de amarillo, con sólo que dicho tiempo exceda us ó en =5 de lo justo. De ahí la gran dificultad de acertar en la exposición y-de obte- ner, por tanto, perfectas fotocromías lippannianas. El grano de las placas reducidas varía de color también con la humedad de la atmósfera. Placas fabricadas en tiempo húmedo redúcense en rojo y no en negro, aunque no estén so- breexpuestas. A veces, revelando en días lluviosos y con ex- ceso de amoníaco (revelador al ácido pirogálico de Lumiére) obtiénense á menudo imágenes que, miradas por transparen- cia, presentan una serie de colores correspondientes á otros tantos grados de exposición. La gama va desde el azul ver- doso y violáceo al rojo claro y amarillo. Y el examen micro- gráfico demuestra que dichos colores se deben al matiz indi- vidual del grano. Así, en los puntos sobreexpuestos, el gra- no es amarillo: verde en los menos solarizados, etc. Añada- mos aún, que, frecuentemente, una misma área de la imagen (un gris Ó negro por ejemplo), encierra granos reducidos en tres tonalidades diversas: rojo ocre, gris azulado y verdoso. Semejante particularidad parece indicar, según expusimos en otros trabajos, que las emulsiones de Lippmann encierran partículas de bromuro de diferente sensibilidad; naturalmen- te, las más sensibles se fatigan antes que sus compañeras menos impresionables, y muestran, á igualdad de exposición, matices más próximos al amarillo (*). (*) Los autores de Fotoquimia han desatendido esta propiedad que posee el grano de bromuro argéntico, de modificar su color por sobreexposición. Semejante atributo, evidentísimo en las emulsiones lippmannianas, se da ya, hasta cierto punto, en las ordinarias, según indicamos nosotros (La Fotografía. Año 1904). En general, los espe- cialistas en estas materias suponen que el color del grano depende de su tamaño, el cual varía, según el reductor empleado. Esto es un error A LS AE — 399 — Hasta aquí hemos aludido al grano de las placas revela- das. Empero, las placas vírgenes de exposición encierran también granulaciones, según ha reconocido Neuhaus. Con todo, son dificilísimas de percibir, y, por consiguiente, difi- cultosísimas de mensurar, á causa, tanto de su transparen- cia (los sensibilizadores cromáticos no les prestan colora- ción apreciable), como del poco contraste entre su índice de refracción y el del vehículo gelatinoso. Esta inmaculada blancura y consiguiente transparencia de la emulsión no impresionada, mantiénense aun después de varios dias de acción directa de la luz; particularidad que, dicho sea de pasada, prueba la incapacidad del grano fino Ó transparen- te para reducirse Óó ennegrecerse sin ayuda de los reducto- res fotográficos (*). De todas maneras, y no obstante las casi insuperables dificultades inherentes á la medición del grano de las placas vírgenes, nosotros hemos llegado á distinguirlo con relativa claridad en ciertas condiciones (capas delgadísimas de ya refutado por nosotros hace tiempo. En realidad, todos los reduc- tores dan grano del mismo grueso; el color del cliché depende de la más ó menos perfecta reducción del grano de la sal argéntica haloidea. Sea de esto lo que quiera, es evidente que en las placas lippmannianas el color del grano proviene de su grado de solarización. En cuanto á sus dimensiones, son harto delicadas con relación á la longitud de las ondas luminosas, para generar coloraciones por el mecanismo de la luz reflejada en un medio enturbiado. Además, no se olvide que el co- lor del grano es distintamente apreciable con el microscopio. Quien se interese porestas cuestiones consulte el reciente trabajo de MM. Lu- miére y Seyewetz, resumido en el Annuaire général et international de la Photographie, 1905, p. 97, donde se sostiene todavía la doctrina de que el color del grano es función de su dimensión. (*) Semejante particularidad, ya notada por el Dr. Luppo Cra nier (citado por Neuhaus, 1903), cabe ser utilizada para evitar la in- útil operación del fijado é impedir, con el descarte de un factor cons- tructivo de la placa, la disminución del espesor de los espacios no- dales. Más adelante, haremos notar la importancia de la no fijación para la buena conservación del color natural al nivel de las sombras de la imagen. Ruy. AcAD. CIENCIAS. —IV.—Abril, 19062 28 — 400 — emulsión fuertemente teñidas de cianina; empleo de la luz oblicua y del objetivo 1,40 Zeiss; luz monocromática, etc.). La dimensión de tales gránulos nos ha parecido un poco mayor que la de los residentes en la imagen revelada. Por lo demás, imposible establecer cifras precisas. 2. Estructura de la placa al nivel de los colores espec- trales puros.--El examen, conforme al proceder técnico más atrás señalado, de los cortes de una porción de la prue- ba teñida de un color espectral puro Ó casi puro, exhibe, según reconoció Neuhaus, dos formaciones diferentes: capa superficial ó estratificada y capa profunda ó sin estratificar. La formación estratificada abarca un área variable con el espesor de la placa, la transparencia de la emulsión y el tiempo de exposición. De ordinario, representa el tercio Ú algo menos de espesor total de la gelatina (placas modera- damente espesas). En ella hay que distinguir las siguientes partes: zona limitante; es decir, el limbo gelatinoso que media entre la superficie libre y la primera hoja de Zenker; las láminas de Zenker, en número variable, constituidas por series paralelas de precipitado metálico, y en fin, los espacios ó planos nodales, intercalados á las hojas. a) Zona limitante.—Es dificilísima y casi imposible de percibir á causa de su delgadez al nivel de los colores azul y violeta; en cambio, suele aparecer con relativa distinción en los tonos rojo y naranja, bajo la forma de un limbo finí- simo exento de granulaciones en su límite superficial, pero progresivamente cargado de éstas hacia su lado profundo, continuado con la primera lámina de Zenker. De todos modos, no es cómoda empresa, ni aun al nivel del color rojo, el estudio detallado de la zona limitante. En los cortes hidratados, la gelatina posee un indice de refrac- ción, tan vecino del agua, que, ni aun iluminando con luz oblicua, se distingue bien la frontera superficial de la citada zona. Sin duda, en virtud de esta dificultad, Neuhaus, único autor que hasta aquí ha visto las hojas de Zenker, pasa en — 401 — silencio la existencia de la capa limitante que, por lo demás, no aparece claramente en la microfotografía aneja al texto del doctor berlinés. Al objeto de precisar un punto que tiene importancia para la teoría, nosotros hemos practicado cortes en placas exteriormente lubrificadas con un color de anilina soluble en alcohol é insoluble en agua (azul de anilina, por ejemplo) ó con barnices alcohólicos coloreados dispuestos en cutícula superficial. En tales condiciones (fig. 1.* a), la capa limitante suele hacerse bien perceptible, gracias á la costra de color insoluble yacente inmediatamente por enci- ma de ella. Su espesor en las placas hidratadas corresponde, sobre poco más óÓ menos, á la mitad de un espacio nodal, valor que sufre grandes variaciones, acaso achacables á la desigual dilatación del vehículo gelatinoso y de seguro tam- bién al variable espesor de la primera lámina de Zenker. Estas observaciones comprueban, por lo menos en princi- pio, un hecho sospechado por los analistas, á saber: que la superficie de la gelatina representa el primer plano nodal, y, por tanto, que el espejo reflector de mercurio estuvo en ínti- mo contacto durante la exposición de la luz con la placa fo- tográfica (*). Las consideraciones precedentes se refieren á las placas justas de exposición y moderadamente reveladas. Consigne- mos ahora que, en las imágenes enérgicamente desenvuel- (*) Este hecho pugna con la opinión de Rothé, quien atribuye la producción de los colores lippmannianos á la reflexión de la luz en la superficie de una pretendida capa de aire que, según él, subsistiría siempre entre la placa y el mercurio. Véase: Compt-rend. de P' Acad. de Sciences, 1904. Pero si las cosas pasaran de tal suerte, es decir, si la reflexión de la onda incidente que atraviesa la placa, tuviera lugar en una substancia de menor índice que la gelatina, en vez de un plano nodal superficial, deberíamos hallar un vientre ó máximo. Y esto no sucede jamás en las pruebas justas de exposición y no refor- zadas. (Véase acerca de esta particularidad de las ondas estaciona- rias el libro de O. D. Chwolson 7 raité de Physique, etc. Tom. I. Pa- rís, 1906 (traducción del ruso). — Ni — tas y reforzadas, la zona limitante desaparece ó se achica tan notablemente, que prácticamente es como si no existiera. Ello depende del avance hasta la superficie, por el engrosa- miento del grano, de la primera hoja de Zenker. Así se ex- plica que, en la mayoría de los casos, la luz reflejada por este primer depósito metálico coincida casi perfectamente con la enviada por la superficie de la gelatina. Sobre este impor- tante fenómeno insistiremos más adelante (figuras 8, 9 y 11). b) Hojas de Zenker. —Constan de un precipitado metáli- co, denso hacia el centro de la banda y sucesivamente menos apretado hacia las fronteras, afectando, por tanto, una dispo- sición conforme á la teoría (fig. 1.* b). No hay que olvidar, sin embargo, que en las placas secas, esta banda de precipitado se aprieta notablemente, desapareciendo casi por completo sus transiciones y presentando una densidad y un poder re- flector notabilísimos. Cuando se trata de placas sin reforzar, el color del grano es amarillo pardo muy claro, que pasa á gris marrón ó cafe obscuro en las reforzadas. En cuanto al número de hojas de Zenker, es muy variable, oscilando en la mayoría de los casos, según reconoció ya Neuhaus, entre cuatro y seis. Las variaciones de esta cifra dependen de la calidad de la emulsión, la intensidad de la luz empleada, el tiempo de exposición y la transparencia de la gelatina. En general, nos ha parecido que los colores vi- vos, puros y bien iluminados, como los del espectro solar ó los que proyecta un cristal de linterna mágica bañado por el sol, se imprimen en mayor cantidad de hojas de Zenker que los tonos compuestos de los modelos naturales. Poseemos copias del espectro en que las estratificaciones en número de 13 y más, llegan hasta el cristal, reflejando los colores . por ambos lados. De todos modos, este hecho es excepcio- nal, siendo lo corriente el obtener cinco ó seis, lo más ocho, láminas separadas por otros tantos espacios nodales claros. El espesor de las hojas, así como el de los espacios noda- les, es uniforme; pero no su vigor y corrección de límites, los a! — 403 — «cuales van tornándose sucesivamente más vagos conforme nos alejamos de la superficie de la placa. Este hecho, según veremos más adelante, tiene gran importancia para esclare- -cer ciertas propiedades de las imágenes lippmannianas. Conforme mostramos en las figs. 8.* y 2.*, el primer estrato, «situado inmediatamente por debajo de la zona limitante ó in- vadiendo sus dominios (placas reforzadas), suele ser algo más enérgico que los demás (en esto hay excepciones), limi- tándose correctamente hacia el espesor de la gelatina; sigue luego el primer espacio nodal, el más puro é incoloro de to- dos, es decir, exento de precipitados; viene después la se- gunda hoja de Zenker, densa y de correctas fronteras, se- guida del segundo espacio claro, casi tan transparente como el primero; en fin, tras este plano nodal, el contraste entre los espacios claro y las hojas disminuye (los espacios se lle- nan de precipitados sucesivamente más obscuros ), hasta que se llega á una región en que se diseñan muy vagamente los estratos y cesa progresivamente el precipitado argéntico (fi- gura 1.* d). Como veremos más adelante, la intensidad relativa de las primeras hojas de Zenker varía mucho con el tiempo de ex- posición y el vigor del reforzado. En general, en las placas normales, las dos primeras hojas poseen la misma intensidad y espesor; mas en las sobreexpuestas, la primera se debilita y aun llega á desaparecer por completo en virtud del fenóme- no de la fatiga fotoquímica. En tal caso, la hoja más enér- gica resulta la segunda y aun la tercera (fig. 12 y 13). c) Formación profunda. — La porción profunda ó no estratificada exhibe gran variedad de extensión y aspectos (figura 1.* e). | En las placas sumamente delgadas puede faltar ó reducir- se notablemente, mientras que en las moderadamente espe- sas constituye, según aparece en las figuras 1.* y 2.?, los dos tercios ó la mitad de la totalidad de la gelatina. Por lo común, si la exposición ha sido justa ó corta, la formación profunda <> 3a Oa O 19 «Tb a MAN M=> 20 36 "UUVA ANAND 21 37 O) 22 == 38 A S ss (9 el OQ | 24 (1) 40 PUES A O 25 Sy a Ha on | 2. la Transmisiones ¡Oj 27 OMA | 42 XX A 03 le O. E O 29 «VW 44 seur O 30 “WWW 45 (O A 31 O) 46 009 A aa] de 47 10) => A ES 6 A «Orientacion: y «Simetria* DU AS AJA; 2-6 Lámina l. 8d — SIGNIFICADO DE LOS SÍMBOLOS Organos mecánicos. Representa el elemento descrito. 1. Esfera.—2. Paralelepípedo rectangular recto (barra).—3. Para- lelepipedo rectangular recto (placa).—4. Cilindro de base circular (eje, columna).—5. Tornillo.—6. Cilindro de base circular (disco).— 7. Rueda dentada recta.—8. Disco excéntrico.—9. Polea de llanta con- vexa.—10. Polea de gargantas.—11. Rueda que engrana con un tor- nillo sin fin.—12. Cilindro de base anular (manguito). —13. Placa anu- lar.—14. Corona dentada.— 15. Rueda dentada cónica.—16 y 17. Ba- rras de sección constante.—18 y 19. Barras de sección variable.— 20. Manivela.—21. Barra articulada en sus dos extremos.—22. Biela. 23. Placa cuya forma se indica al dibujar el símbolo.—24. Placa cuya forma se dibuja exactamente en una figura aparte (fig. b).—25 y 26. Superficies de revolución.— 27. Caja M labrada en A.— 28. Pieza hue- ca M.— 29 á 32. Resortes. Montaje. Expresa el movimiento que puede tener el elemento descrito con relación al que le sirve de soporte, este último se indica por la letra A en las fórmulas 33 y 41, que se leen así: 33. Fijo en A.—34. Gira libremente alrededor de A4.—35.— Resbala sobre A, siguiendo una trayectoria rectilínea (corredera).—36. Res- bala sobre A, siguendo una trayectoria helizoidal (tornillo y tuerca). 37. Gira alrededor de A sólo en un sentido.—38. Gira alrededor de A, oscilando entre dos posiciones extremas que limiten la amplitud de su movimiento.—39. Gira alrededor de A con rozamiento suave (suave porque el resorte está representado por una línea fina).—40. Resbala sobre A con rozamiento fuerte (fuerte porque el resorte está pintado con línea gruesa).—41. Encaja en A. Transmisiones. Indica la conexión mecánica que existe entre el elemento descrito y otro mecanismo representado por A en las fórmulas 42 á 48.—42. En- granaje cilíndrico.—43. Engranaje cónico.—44. Tren de ruedas den- tadas.—45. Correa sin fin.—46. Transmisión que establece una rela- ción de velocidades variable.—47. Rueda de roquetes y trinquete.— 48. Transmisión por medio de husillos cónicos. Orientación. Indica que la dimensión singular del elemento descrito, es paralela al eje dibujado con línea gruesa ó al plano determinado "por los dos ejes que se dibujan con trazo grueso. , Simetría. Expresa el plano con relación al cual son simétricos los dos ele- mentos A A,. no E Composición de las fórmulas. La descripción simbólica de una máquina se realiza por medio de una serie de fórmulas numeradas, análogas á las de la lámina III. Cada una de ellas representa un elemento más ó menos complicado de la máquina. Este elemento será unas veces un mecanismo completo: rueda dentada, biela, polea, etc.; otras, una parte del mecanismo, porque en la representación sim- bólica podremos dividir, idealmente, un órgano de forma complicada en varias partes, como se hace habitualmente, por ejemplo, cuando se consideran por separado el núcleo, los radios y la llanta de una polea fundida. En ocasiones, el elemento descrito no será propiamente una parte de un ór- gano; será un espacio hueco, una caja labrada en alguna de las piezas descritas. Será necesario referirse con fecuencia á las fórmulas que se designaran siempre por su número de orden, y para evi- tar confusiones se pondrá siempre este número precedido de una F, en esta forma F13, F27. Al principio de cada fórmula va una letra que sirve para designar el elemento á que aquélla se refiere; de ordinario basta para esta designación la letra sola, como se ve en la lámina II (V, F 1; C”,F2; V”, F3); pero cuando se trata de una caja, se pone primero un círculo negro, para indicar esta circunstancia; luego, la letra correspondiente, y des- pués, otra que indica la pieza en que se ha labrado la caja (F4, caja a labrada en V”; F7, caja £ labrada en M). Cada uno de los elementos puede ser fijo 6 móvil y, en este último caso, tener uno Ó varios grados de libertad de movimiento con «relación á los ejes de coordenadas; esta circunstancia, cuyo conocimiento previo permite general- mente al lector comprender más fácilmente la descripción, se indica por el subíndice de la letra y colocada inmediatamen- — 435 — te después de la letra que designa el elemento descrito (V,F1 y C', F2, son piezas fijas; M,F6 y B,F8, tienen un grado de libertad de movimiento; a,F15 y /,F16, tienen tres grados de libertad de movimiento). Unicamente se suprime esta indicación en las fórmulas re- lativas á cajas (F4, F7, F9, etc.), porque éstas tienen ne- cesariamente los mismos grados de libertad que la pieza en que se han labrado. IM. Inmediatamente después de estas indicaciones, van en casi todas las fórmulas — entre corchetes — dos figuras: la primera, es el símbolo del elemento, y la segunda, indica, cuándo es posible, su orientación. Si nos fijamos en los simbolos relativos á los órganos de las máquinas, veremos que en casi todos ellos puede elegir- se una dirección singular perfectamente definida: en las pla- cas (figuras 3, 23 y 24), la de su espesor; en los cilindros (pueden considerarse como tales todos los correspondientes á las figuras 4 á 14), en el cono (fig. 15), y en las superfi- cies de revolución (figuras 25 y 26), la de su eje; en las ba- rras (figuras 16 á 22), la de su longitud. - Esta dirección singular será con mucha frecuencia paralela á uno de los ejes de coordenadas, y eso lo expresaremos pintando los tres ejes en perspectiva caballera y dibujando con una línea gruesa el eje paralelo á ella (F1, placa horizon- tal; F2, placa paralela al plano Y Z; F5, cilindro vertical; F25, barra paralela al eje OX). Otras veces será paralela á uno de los pla- nos principales, y esto se indicará pintando con líneas grue- sas los dos ejes que se encuentran en él (F 16, barra paralela al plano ZX). Las tres indicaciones á que se ha hecho referencia: los grados de libertad de movimiento, el símbolo y la orienta- - ción, van siempre en el orden indicado, á continuación de la letra que designe el elemento. Después se añaden, cuando hace falta, y en el orden que convenga á cada caso, otras indicaciones para expresar su —438*— situación y dimensiones, su montaje y sus conexiones con otros elementos de la máquina. Cuando se trata de formas geométricamente definidas es posibe definir exactamente su posición y dimensiones acu- diendo á los procedimientos ordinarios de la Geometría ana- lítica; pero en algunos casos muy sencillos — y son los que casi siempre hemos de considerar — es fácil introducir algu- nas simplificaciones en la escritura. Examinaré algunos casos particulares de los más sencillos, Esfera.—Se darán las tres coordenadas del centro y el radio en'esta forma (x= C,;y=C3; 2=C3; p =P): Paralelepipedo rectangular recto cuyas caras son paralelas + los planos principales.—Se darán para cada ordenada dos valores; de cada ordenada correspondiente á las dos caras perpendiculares á ella y separadas por medio de un asterisco (F1, F2, F12). Formas gue tienen un eje paralelo 4 uno de los ejes de coordenadas. —Se definirá primero la posición y longi- tud de este eje, dando los valores de las dos coordenadas perpendiculares á él y los dos valores de la tercera coorde- nada, correspondientes á los dos extremos del eje (F5, F24), y luego se definirá la sección perpendicular al eje (que pue- de ser constante ó variable á lo largo de éste) acudiendó á diferentes procedimientos, según los casos. a) Cilindro de base circular. —Se da el radio (F5). b) Cilindro de base anular.—Se dan los dos radios: el interior y el exterior (F6, F21). c) Cono.—Las indicaciones serán exactamente las mis- mas que en el caso anterior, á pesar de lo cual, no cabe con- funsión ninguna, porque el símbolo que va al principio de la fórmula indicará de cual de los dos casos se trata. Tampoco habrá dudas acerca de la situación de los radios, porque éstos se escribirán en el mismo orden que las coordenadas corres- pondientes. d) Superficie de revolución.—Se dará la forma aproxi- - — 437 — mada del meridiano al dibujar el símbolo, y si esto no basta ó.no conviene, se dará la forma con toda la exactitud nece- saria por separado, representándola gráfica ó analíticamente; lo mismo que se da en la lámina I la forma de la placa (figu- ra 24). e) Prisma.— La forma de la sección se dará por los mismos procedimientos que la del meridiano en el caso an- terior. | f) Arbol cuyo radio cambia bruscamente.—Se darán los valores de la ordenada paralela al eje correspondientes á to- «dos los puntos en que cambia el radio, y luego, por el mismo orden, los valores de éste correspondientes á los diferentes trozos. La expresión (x=A,x* Az* Ajx* Aj y =B,;2=,) (2 =R,* Ro * R;) representa un árbol cilíndrico, paralelo al eje OX, cuyo radio y Ra | A, y A, | es ( R, ) para los valores de X comprendidos entre ¡ A, y A; Re A; y A, g) Barra de sección variable. — Pueden darse varias secciones correspondientes á diferentes valores de la orde- nada y también será posible en algunas ocasiones definir exactamente la forma de la barra, expresando analíticamente la ley de variación de su sección. placa paralela d uno de los planos principales. — Se definirá la posición de sus dos caras, dando los dos va- lores correspondientes de la ordenada perpendicular á. ella, y se indicará su forma, según antes se ha dicho (lám. l, fig. 24), Ó dibujándola al trazar el símbolo. Ocurrirá con frecuencia que alguno de los datos numéri- cos contenidos en una fórmula no sea absolutamente exacto; bien porque la forma descrita no se confunda exactamente con la que se indica en el símbolo, bien porque se trate — A de valores que no pueden precisarse fácilmente, por ejem- plo, los de las coordenadas del eje de una barra de sección irregular. Cuando convenga advertir especialmente al lector de esta circunstancia, señalaremos con un acento las letras correspondientes á los valores que no son absolutamente exactos (F:13,5F 25): Por medio de uno de los símbolos de la lámina I (figuras 33 á 41) se indica el movimiento que puede tener el ele- mento descrito con relación á la pieza en que va montado (F 2, la placa C” está invariablemente unida á la placa V; F 6, el man- guito M gira alrededor del árbol A ; F 22, la pieza K gira y resbala lon- gitudinalmente sobre el manguito M). Algunas veces pueden em- plearse también estos símbolos para indicar el movimiento de una pieza con relación á los ejes de coordenadas (F 22, K se mueve paralelamente al eje OZ). Las conexiones ó transmisiones de movimiento, se re- presentan por medio de los símbolos y además se indica, cuando conviene, la relación de velocidades, constante Ó va- riable, establecida en cada caso. (F28, la velocidad de O, es do- ble de la velocidad de T'”). Cuando un mismo elemento se repite varias veces en una máquina, bastará con describirle en una sola de sus posi- ciones, dando luego alternativamente á cada una de las otras, las indicaciones necesarias para definirlas. (F5, A” y A” son dos árboles exactamente iguales á A, pero la coordenada x del eje de pes) ES ) le 135 $)- El vector de traslación podrá no ser paralelo á ninguno de los ejes, y entonces habrá que alterar los valores de las tres coordenadas ó los de dos de entre ellas. A veces considera- remos que el elemento repetido ha girado alrededor de un eje y lo expresaremos poniendo las coordenadas del eje de giro y el ángulo de rotación. También se puede, cuando se trata de una rotación de 180”, indicar que la nueva posición es simétrica de la descrita, indicando además el plano de si- e — 439 — metria; es decir, que indicaríamos la posición de 4” en esta forma: A" | A(x= 60), que se emplea varias veces en la lámina III (F16, F25). Otras variaciones más complejas de posición pudieran con- siderarse, pero no lo creo necesario; valdrá más, á mi enten- der, no complicar las notaciones y dar directamente en las fórmulas todas las indicaciones necesarias á cada una de las posiciones del elemento que se considere. También ocurre á menudo que las diferencias entre unas posiciones y otras, están claramente expresadas en el dibujo, Ó se desprenden de la descripción, y entonces, basta con indicar en las fórmulas que el elemento descrito ha de repe- tirse (F8, F9, F11). La descripción que se haga de una máquina, y la de cada uno de sus elementos, podrá ser más ó menos detallada. En el lenguaje simbólico, lo mismo que en el ordinario, la ma- yor habilidad del autor consistirá en saber lo que debe decir y lo que debe callar. También tendrá verdadera importancia el orden en que se escriban las fórmulas; no puede darse, acer- ca de esto, ninguna regla fija, pero será conveniente atender siempre que se pueda á dos principios que encontrarán apli- cación muy á menudo: a) Dividir la máquina en varios grupos de mecanismos, que se describen separadamente. b) Describir primero las piezas fijas, luego las que se montan en ellas, después las que van montadas en estas úl- timas y así siempre, en el mismo orden en que se montarían al armar la máquina. Ejemplo de descripción simbólica. La lámina II representa un aparato de demostración, en el cual se obtiene mecánicamente el producto p, de dos canti- dades complejas x”, x”. av E (p = p (cosa EY y SU sena); x =p"(cosa' +V-— 1 sena; LS po (COSA +V-— 1sena)). Cada una de estas variables está representada por el des- plazamiento de uno de los vástagos P, X”, X” (fig. 14). El módulo £ se determina por la posición del vástago P con re- lación á la escala rectilínea, trazada, según el radio del dis- co D (lám. IT); y el argumento <, igual al ángulo que gira el vástago P, arrastrando al disco D, se mide por la posición del índice Y, relativamente á la graduación circular. De un. modo análogo están representados los factores x”, x”; y los enlaces de la máquina han de ser tales, que pueda disponer- se arbitrariamente de la posición de dos de los vástagos P, X', X”, y que el tercero se coloque automáticamente en la posición que le corresponda, de tal manera, que siempre, los. valores simultáneos que leamos en las seis escalas, satisfa- gan á la ecuación Ó, dicho en otros términos, que satisfagan á las dos ecua- ciones , , ” NE AAA ES La descripción de este aparato (lám. III) se hace por me- dio de fórmulas divididas en cinco grupos. En el primero se indica la estructura de las partes fijas, del armazón, que se compone de cuatro placas V, V”, C', C”, las cuales forman una especie de caja abierta por los dos costados y de tres árboles verticales A, A”, A”, fijos en la placa V, que no se ven en el dibujo, porque cada uno de ellos lleva un manguito que le oculta, pero cuya posición y dimensiones quedan claramente indicadas (F5). e A DARAS Sis: 4 Las fórmulas del segundo grupo indican la manera de montar en cada uno de los árboles A, A”, A”, uno de los vás- tagos P, X”, X”, de suerte que tenga los dos movimientos, necesarios para representar una variable compleja y que sólo pueda tener esos dos movimientos. Los mecanismos descritos en el tercer grupo establecen una cierta relación entre el valor p H de ¡pg” ) y el desplazamiento vertical del manguito ( H' p” H"' esta relación puede determinarse arbitrariamente al trazar las ranuras 5, 0,06, y en este caso las hemos trazado de manera que se tenga desp H = log 9; desp H' = log q”; desp H” = log g”; pero ha de tenerse en cuenta que la uni- dad de longitud empleada para medir el desplazamiento de H, ha de ser la mitad de la que se emplea para medir los desplazamientos de H' y H””, cosa que también ocurre, como puede verse en la figura, con las unidades de las tres esca- las radiales, que dan los valores p, p”, p”. Por medio de los mecanismos del cuarto grupo, se impo- ne entre los valores simultáneos de las ordenadas verticales de los tres manguitos H, H”, H”, la relación 1 Z y 7% 2 (Z y al Zg»), ó sea, teniendo en cuenta el valor de las unidades adoptadas para medir los desplazamientos desp H = desp H” + desp H”; y, por consiguiente, , log 2 = log ¿” + log a Todas estas relaciones entre los desplazamientos se han establecido sin entorpecer para nada el giro de los tres man- guitos M, M', M”, ni el de los discos D, D”, D”, que van unidos á ellos. Los mecanismos del quinto grupo tienen por objeto establecer entre estos tres movimientos de rotación la condición XIX.—Las disoluciones sólidas. POR JosÉ RODRÍGUEZ MOURELO. 1 Del régimen y formas de las disoluciones sólidas. Conocidos ya los fundamentos de su doctrina, y habién- dolas definido con arreglo á lo sabido y determinado respec- to de sus cualidades generales, importa ahora estudiar, con la mayor suma posible de datos experimentales, el mecanis- mo y las formas ó equilibrios definitivos representantes de las disoluciones sólidas, acerca de cuyos extremos poco hay hecho con carácter definitivo; y á aportar nuevos hechos para la resolución de los problemas, más bien de carácter particular, que en el asunto se contienen, he encaminado una parte de mis investigaciones. Generalmente se apela á con- sideraciones teóricas, cuya importancia es notoria, al abor- dar la cuestión de determinar el estado y la composición de los sistemas, cuando se ha llegado á formar el equilibrio considerado definitivo, á partir de cantidades conocidas de dos 6 más substancias tomadas en condiciones determina- Construcción mecánica de la formula plcos a+ VI sena) pleosa+visen 04)x 7 = 7 e (cos.o“vT sena) 53 A o SS ns el al lata raieaios 7 E 8 : 9 b Eo b | ; 11 5R AN E 12 Me o pg 14 1 ll | W mM Í ! Ú q , Er = 1 MI bámina Il. -De seripción simbólica del aparato Va, (5) ¿JE llr»saror:y=2=50,2<0=6) cl dele y=2"58;2=6-92)[0 V] CC" (xC2xC'=155) vi [a JElixesasr Y=2+58,2 -92+9)[9.C.C”) exví O Llcois:j=so: 2. resolpera) aca (a20) areas Ap, [> Lllczas.yaso.226>50Jp: SHO V ASA (x=35) A=A(x-135) Mp, lalo Aj(p=3%)(2=6=75) MMM" epm[= a Y=26-34,2-50:70) $=-P=fP Br [19 ió M)(X=61=109.Y=28.5+315; 1275-92) B=B-B" oral (=] Jlx=ra»:02: yz 5-315.2:86-88) y=y=Y" sal = )s.5.5 Dhu, [o Lele 85: ye 50; 2.92:960 BIE a e VIO Aj D=D-D' o => (170-107, Y=29+31;2=92+96) E= E - € Ny, (en LK: 60+94:y=50 2-88) — B) N=N=N' Pa, [== Llo Ni —-0 E) (X=92 .y=30:2=915+102) P-X=X" aj le> ¿lo a O) eyy-22 38:2=87)a:a=a" Gal bj le L lio 1.1 HO— e 5) b-b=b" > Llo aNO bHA= 19)(y=22=2)(J|U- y. 50) JY= EJ: Y = JE Y lu, E-mo C)(y=22-26)(1 =25)(1] l-y=30) EE MEE: A A H=H=H" ep. (le le HO —-0fB)c=c'= e" Ao) Lle H](x=85.y=50:2=54»55)(P=4-8) L=L=L Ky, lr lO — Mj—Z (2 <79090: ye 2496: 2243953) KK=K Fu, [lo xO LJ (ElF-x tlo d)(x'=30-140,y=22=24 :745 5-48,510 — d,d (E JE=y=30) Gh A lea r Llo E.E. (2245-75; y=24<36 2 245.5:48.5)(6"G+x=85) To, [o Elo ma: 32+351p=20) T¿T'(9 M') 0, (9 ÑO Mie =320soNe= 0) (POB T)O-2vT) OA s 8) 1) Ru, E Llio M)(x=20+82 :y=30;2=22)(p=1)[O A) ES B Lo Rj(x=70 14) (4 S,,S,) [O My (0 0,) (2 =25+29) (S,|S-2=22) (9 O.) bámina lll. EN A das, sobre todo las exteriores, y se concretan los problemas principales, en todos los casos de disoluciones, á buscar un límite marcado por el estado dicho de saturación á tempera- turas y presiones iguales ó semejantes, y con arreglo á ello se trazaban las correspondientes curvas, traducidas luego en las conocidas ecuaciones de Van der Waals ó de Le Chate- lier, cuyo objeto es reducir todo lo posible el número de los datos experimentales que se requieren para establecerlas. No se indaga de esta suerte todo el problema; lo que se hace es concretarlo al punto preciso de la solubilidad, que no es sino una parte, siquiera muy principal, de la disolu- ción, cuya importancia es relativa, hasta cierto punto, al res- pecto de las disoluciones sólidas, en las que el trazado de las clásicas curvas no resulta operación sencilla, precisamente á causa de las dificultades de lograr los necesarios datos expe- rimentales. Así he preferido buscar otros artificios sencillos para establecer, en algunos casos prácticos, las relaciones especiales de los disolventes con los cuerpos que en ellos pueden disolverse. Diversos estudios, y principalmente los de Bodlaender, que datan de 1898, los originales de Van't Hoff, las obser- vaciones tan concretas de Brunni, las de Beckmann y Stock con las investigaciones de Wurffel, las de Kiister relativas á las disoluciones sólidas amorfas, los trabajos de Schmidt, de Witt, de Walker, de Hoitsema, de Shields y de Jupter, quien se ha ocupado en el asunto con gran fortuna; las in- dagaciones de Retgers, relativas á fenómenos advertidos en las disoluciones isomorfas, las de Topsoé, que fueron su punto de partida, y algunas otras, sancionadas como doc- trina general en los principios que Gibbs establece en su tratado del equilibrio de los sistemas químicos al examinar los efectos ocasionados cuando es sólida alguna parte de ellos, sirviéronme á maravilla como base y fundamento de mis estudios experimentales, en particular en los referentes á lo que me permito llamar régimen de las disoluciones só- A — lidas, en cuyo capítulo se comprende lo referente á la solu- bilidad y á las variaciones de tensión, que son los puntos mejor estudiados, sobre todo en lo que atañe á las mezclas y disoluciones isomorfas y á la formación simultánea de va- rios hidratos. Ocurre, en primer término, el averiguar las relaciones en- tre los términos del sistema en el caso más sencillo, deter- minando los mecanismos, en cuya virtud, partiendo de subs- tancias distintas, desde el punto de vista químico, lléganse á constituir masas uniformes, cuya característica es la ho- mogeneidad de la estructura, que implica la de las molécu- las, que unas en otras se difunden al penetrarse en el acto de la disolución. Bien se entiende, no obstante, que aun en las condiciones simples del ejemplo general, cuando es uno el disolvente y una, asimismo, la materia disuelta, el carácter individual de cada término ha de entrar por mucho en el ré- gimen y mecanismo del fenómeno y contribuirá de diversa manera, según aquél sea, á constituir el equilibrio definitivo que lo representa, y sólo invariable dentro de ciertos límites, variables para cada disolución y dependientes de la natura- leza de sus componentes y aun de ciertas circunstancias del mismo agregado que forman, tratándose de cuerpos isomor- fos é hidratados. En esta condición, tan general, de la homogeneidad asig- nada á las disoluciones sólidas, es menester distinguir algunas particularidades interesantes. Se ha visto antes cómo es lícito comparar los sistemas de que se trata á lí- quidos de diferentes densidades, que por el orden de las mismas se disponen para constituir el estado de equilibrio mecánico característico; cada capa, considerada aislada, es homogénea; pero sólo idealmente son separables; en la rea- lidad, las superficies de separación se establecen mediante capas, tan delgadas como se quiera, mas que participan de la naturaleza de los líquidos superior é inferior, y en ello reside su propia individualidad, como estados interme- ET IIA A MÁ dios ó de transición entre otros mejor definidos y determina- dos. Aun podría admitirse, en ciertos casos, que á través de estas capas líquidas de separación, é interviniendo ellas mismas en el fenómeno, se realiza la difusión y mezcla de los dos líquidos supuestos miscibles y de desiguales densi- dades. Puede ser aplicado el caso á ciertos hidratos salinos, con- siderados disoluciones sólidas, capaces de coexistir en una misma masa, transformándose con lentitud hasta dar en el considerado más estable y en cierto respecto definitivo. Del sulfato de níquel normal anhidro SO, = Ni, tomado como punto de partida, se pueden obtener: un monohidrato SO,=NIi.H,O, que resulta también de deshidrataciones parciales de los cuerpos siguientes, el sulfato con seis molé- culas de agua, en sus dos formas, cuadrática de color azul y clinorrómbica verde SO, =Ni.6H,0 y el hidrato SO, =NIi, 7H, 0, correspondiente á la morenosita natural. En mi entender, estos hidratos, al igual de los del sulfato de sodio, que es el ejemplo más conocido y de varios otros menos citados, representan todo un sistema de disoluciones sólidas, de homogeneidad relativa y susceptibles de trans- formaciones espontáneas muy interesantes, porque no siem- pre son reversibles, y diríase que en tales hidratos es mani- fiesta la tendencia á un determinado equilibrio condicionado por su calor de formación y dependiente también de las con- diciones térmicas del medio en el cual han de cambiarse unos en otros. Fué punto de partida en mis observaciones el hidrato con siete moléculas de agua, bien cristalizado y de color verde es- meralda, y pude notar una serie de fenómenos de deshidrata- ción ya conocidos, á saber: su transformación en el hidrato azul SO, = Ni 6 H, O, mediante las solas acciones de la luz solar; la pérdida de más de la cuarta parte de su agua á 100”, el cambio en monohidrato á 104” y su conversión en la sal anhidra de color amarillo á 260”. Lo notable de estos MiB Es cambios es el primer término de la deshidratación, que pudiera decirse espontánea, debida á la luz solar únicamen- te, en cuanto implica un cambio singular de estructura el paso de una forma rómbica á otra cuadrática, y aquí la in- versa es cierta, porque evaporando á temperatura baja, an- tes de los 20”, el hidrato azul disuelto, se obtienen prismas rómbicos cuya composición es S O, =N ¡7 H, O y su color verde. Quiero hacer notar ciertos particulares respecto del hecho apuntado: es el primero, que sólo he logrado producirlo con hidratos artificiales; la morenosita natural no se presta á tal linaje de cambios y en ningún caso me ha sido dado hacerle perder, por las acciones de los rayos solares únicamente, una molécula de agua y transformarla en el hexahidrato azul cuadrático; es el segundo, que haciendo cristalizar el hepta- hidrato con leves proporciones de sulfato amónico, inferiores del 2 por 100, basta para darle cierta estabilidad y evitar su transformación de la manera que es dicha y tan fácil en las condiciones ordinarias; el tercero se refiere á las influencias del sulfato de magnesio, isomorfo con el hidrato en que me ocupo, y sin llegar á constituir disoluciones equimoleculares, con que sólo al cristalizar el sulfato S O, = N 7H, O arras- tre el 1 por 100 de la sal citada, disolviéndose la pequeña cantidad de sal doble formada en gran exceso de sulfato de niquel, es causa de la mayor estabilidad, comunicándole resistencia para las acciones luminosas, que no lo transfor- man ni lo alteran; y el cuarto atañe á que, en general, toda substancia que pueda cristalizar conjuntamente con el sulfa- to de níquel, sea ó no isomorfa, con tal que lo impurifique en mínimas cantidades, es causa de que el fenómeno no se realice, 6, á lo menos, de que se produzca con extraordina- ria lentitud. Guardan relación los hechos apuntados con otros bastan- te curiosos observados en la deshidratación parcial y trans- formaciones del sulfato de níquel heptahidratado, referentes REA — 447 — á la coexistencia de los dos cuerpos SO, =Ni.7H,0 y SO, = Ni.6H,0O. Una disolución del primero es suscepti- ble de dar cristales de ambos á la vez, si cuando está para cristalizar se somete á las acciones directas de los rayos so- lares; pero haciendo de modo que sólo ejerzan su influencia sobre una parte del líquido, dejando el resto en la obscuri- dad, tapando á medias la cápsula de porcelana que lo con- tiene con un paño negro. De esta manera lógrase muchas ve- ces tener juntos cristales verdes rómbicos y cristales azules cuadráticos, representantes de las dos disoluciones sólidas constituídas por las sales hidratadas que consideramos. Resulta el fenómeno del cambio de una en otra todavía más singular y curioso, disponiendo los experimentos de distinta manera. Para ello es menester operar con buenos cristales del heptahidrato puro, transparentes, de color verde esmeralda, aislados, de regular tamaño, secos y recién ob- tenidos; las formas hemiédricas, que son tan frecuentes en la sal de que se trata, préstanse también para el caso. Si una porción de cada cristal se recubre con papel negro mate, ci- ñéndolo mucho á la superficie del cuerpo, y hasta si fuere necesario empleándolo doble con el fin de evitar toda pene- tración de la luz, y la parte desnunda se somete á directa y prolongada insolación, acontece que repetidas veces se ob- serva, luego de quitar el papel negro, cómo lo que tapaba del cristal permanece invariable de color verde, preservado de todo cambio, mientras que lo insolado perdió una molé- cula de agua, tornándose de color azul, que es el caso ge- neral, y así coexisten los dos hidratos, aunque por poco tiempo, que el estado constituído es transitorio, é iniciado el cambio, continúa, aunque con velocidad variable, hasta lle- gar al definitivo, representado aquí por el hexahidrato cua- drático y de color azul. Debo advertir que estos experimen- tos, realizados á la temperatura ordinaria, han de efectuarse, conforme ya lo anunciaba Marignac, en tubos de vidrio ce- rrados, en cuyas paredes interiores vese condensada, fot- Rev. Aca. Ciexcias.—IV.—Abril, 1006. 31 mando menudísimas gotas, el agua procedente de las deshi- drataciones. Hay que indicar cómo, en realidad, se parte de un siste- ma homogéneo, pero inestable y que no es definitivo, tan alterable, que la luz lo modifica y transforma, y haciéndole perder una molécula de agua, cambia su forma cristalina, pasando así de una disolución sólida á otra diferente, sin que varie la naturaleza de los elementos que la constituyen y sólo se alteran las proporciones de uno de ellos. Este caso de las metamorfosis de hidratos es bastante general y su me- canismo presenta fenómenos singulares,.en gran parte de- pendientes de la naturaleza y estado de los medios en que se forman y del modo de cristalizar reteniendo agua. Se conocen dos formas distintas y bien determinadas del hidrato SO, = Ni.6H,0,; una, de color azul, es cuadrática; la otra, verde, es clinorrómbica, ambas estables, producidas en condiciones especiales y muy sabidas. Para obtener la variedad azul, se emplea un líquido muy acidulado por el ácido sulfúrico ó el clorhídrico, en proporciones que igualen á la mitad del peso del líquido, y se requiere evaporar á temperatura baja, que no exceda de 18”. Ya sabemos que es también producto inmediato de la deshidratación parcial del sulfato SO, =Ni.7H,0O. A veces se deposita evaporando disoluciones neutras verdes, con tal de no pasar la tempe- ratura de 35”, y repitiendo experimentos de Marignac, he visto tornarse azules, al cabo de cierto tiempo, variable se- gún los casos, cristales verdes transparentes del propio hexahidrato, sin experimentar la más leve variación de peso; lo cual indica cómo sólo se trata de una modificación molecular Ó de estructura de una disolución sólida homo- génea para alcanzar su estado de equilibrio definitivo. De su parte, la modificación verde clinorrómbica es generada en medios líquidos que contengan cloruro de níquel 6 ácido clorhídrico libre, manteniendo su evaporación á temperatura no inferior de 50”, sin que pase de 70”; los cristales forma- — 449 — dos son estables á 40”, pudiendo desecarlos sin que se alte- ren; pero abandonados en tubos de vidrio abiertos, á la temperatura ordinaria adviértese pronto su alteración, pier- den agua en proporciones variables, siempre exiguas, con cambios de color y bien marcadas tendencias á adquirir to- nos azules que, á la larga, implican cambio de forma cris- talina. Impedir ó perturbar, cuando menos, las transformaciones indicadas, que de tiempo atrás se conocen, me ha sido su- mamente fácil. Basta, para conseguirlo, hacer que al cristali- zar los hidratos retengan leves proporciones de sulfato amó- nico, y aun mejor, de sulfato de magnesio, que en ningún caso han de pasar del 2 por 100, y entonces el compuesto for- mado, disuelto en gran exceso de sal hidratada, dota al sis- tema de una estabilidad y fijeza que de otro modo no tiene. También en ciertos sistemas, en los que coexisten los dos hidratos, siendo típico el caso de los correspondientes al sulfato de sodio, es posible compararlos á los constituidos por líquidos de diferentes densidades, como las mezclas de agua y éter ordinario, y admitir que las superficies Ó ca- pas de separación no son homogéneas, y conforme á la sec- ción de las mismas que se considere, así participarán más ó menos de la naturaleza de uno ú otro hidrato, y su particu- lar estado, lejos de ser fijo, hallaráse sometido al meca- nismo de las transformaciones observadas, cuyo límite está en la disolución sólida representante del equilibrio más per- manente. Vale advertir cómo en el caso especial de los hi- dratos del sulfato de níquel inestables que se han considera- do, no corresponde á lo que de ordinario se entiende por saturación completa, teniendo por disolvente cualesquiera de los dos componentes, el monohidrato ó el agua, que es capaz de absorber y retener en estado sólido. Desde SO,=Ni.H, O hasta SO, =Ni.7H, O hay toda una serie de estados intermedios; pero no corresponde la mayor fijeza al límite superior de la hidratación, sino al término DET.) IS. 'SO, =Ni6H,O en su variedad azul cuadrática, y esto se demuestra porque los hidratos superiores, y el propio hexa- hidrato verde, espontáneamente se transforman en este otro, sobre todo mediante las acciones de la luz, y si la homoge- neidad, característica de las disoluciones sólidas, significa la estabilidad del equilibrio en los sistemas que las constituyen, aquí sólo podría corresponder con el estado de saturación, en el caso de admitir como disolvente el agua retenida, y ésta no parece ser su función, porque entonces la disolución sa- turada sería el monohidrato. Junta á lo menos las condiciones de contener la mayor cantidad de sulfato anhidro con la menor proporción de agua; pero creo más oportuno, y de acuerdo con los hechos observados, el admitir que la hidratación del sulfato de ní- quel es un fenómeno progresivo y no realizado de una vez, sino mediante la sucesión de una serie de estados particula- res de un mismo sistema binario, representantes de otras tantas disoluciones sólidas, siquiera uno de sus términos sea el agua. En este conjunto hay un estado típico, correspon- diente á la normalidad y equilibrio estable, y, por decirlo así, definitivo del sistema, en el cual es advertida la homogenei- dad consignada como carácter esencial de las disoluciones sólidas; pero que no contiene las proporciones máximas de disolvente y materia disuelta, ni para la cantidad fija de una molécula de sulfato, la mayor proporción de agua, sino aquella relación 1: 6 determinada por el análisis en el hidra- to azul. No es nuevo ni singular el caso; pues está adverti- do en varios cuerpos, y hasta es frecuente, tratándose de, algunas particulares mezclas isomorfas. Un régimen, todavía más singular, es el de otras disolu- ciones sólidas, sencillas al igual de las anteriores, origina- rias de sales dobles muy conocidas y bien analizadas, que tie- A Id VALIA A . 3 O a e YY he + — 451 — nen sus representantes en definidas y abundantes especies minerológicas, generadas en fenómenos interesantes. Perte- nece al grupo el sulfato de sodio, en su calidad de disolven- te del sulfato de calcio, cuando ambos se hallan en determi- nadas condiciones para formar una serie de cuerpos cuyo lí- mite puede considerarse la glauberita SO, = Na,. SO,= = Ca, procedente de ia unión de ambos cuerpos, molécu- la á molécula, formando una combinación que el agua es ca- paz de destruir, aislando los dos sulfatos, conforme luego se dirá. Acerca de tales hechos, ya de antes conocidos, he prac- ticado algunos experimentos, que aquí pongo con los debi- dos esclarecimientos, referentes, sobre todo, á los modos de generarse substancias de constitución ya algo compleja. Ligada está la formación del sulfato de sodio natural, con- sidérese anhidro en el caso de la fenardita 6 atiéndase á sus dos principales hidratos S O, = Na, 7 H, O bastante esta- ble, y S O, = Na, 10 H, O, con las acciones del cloruro de sodio sobre el sulfato de calcio en presencia de la materia orgánica, las cuales cúmplense con arreglo á la ley de las fases, y es de advertir cómo hallándose en presencia y en medio ácido adecuado un disolvente, sulfato de sodio, y un cuerpo capaz de ser disuelto, el yeso, de necesidad han de constituirse cuerpos que representarán disoluciones tan di- luídas como se quiera de glauberita en el sulfato sódico hidratado. Es cosa averiguada que la materia orgánica des- compone muy bien el sulfato de calcio natural, originando diversos productos, cuyo límite es el azufre; y si mientras se efectúan semejantes transformaciones intervienen substancias que contengan compuestos sódicos, se comprende la gene- ración de series de sulfatos simples y dobles y de disolucio- nes sólidas homogéneas que contengan variables proporcio- nes de sulfato de sodio, sulfato de calcio y agua, teniendo por límite la glauberita, que es anhidra y procede de la unión molecular de los dos sulfatos. A lo que parece, ciertos microorganismos participan en este linaje de cambios. — 452 — Wyrouboff, que ha estudiado mucho el sulfato de sodio an- hidro desde el punto de vista cristalográfico, le asigna cua- tro formas distintas: octaedros ortorrómbicos en la tenardita, que es el tipo y la más estable; prismas que parecen clino- rrómbicos, producidos calentando la primera á 180”, y tan poco estables, que por el solo contacto del aire engendran espontáneamente la tercera forma, clinorrómbica, asimismo obtenida al enfriar el sulfato fundido, y una cuarta forma, exa- gonal, que sólo existe á la temperatura de 500”. Con la pri- mera se relacionan los hidratos directamente, en cuanto el representado en la fórmula S O, = Na, 10H, O se preci- pita formando menudos cristales con sólo añadir alcohol á las disoluciones recientes de tenardita, sin darle tiempo á combinarse con el agua y operando á temperaturas á las que son disociados los hidratos, en el caso de haberse constituí- do, lo cual no acontece cón la sal anhidra en las otras formas. Me interesa consignar dos observaciones acerca de la te- nardita típica: conozco dos variedades naturales, proceden- tes de las provincias de Madrid y Toledo; ambas son orto- rrómbicas y contienen la misma cantidad de SO, = Na, que se eleva á la proporción de 99,78 por 100, sin la menor tra- za de yeso; se diferencian, porque mientras una de ellas es incolora, la otra posee magnífica coloración azul clara y es muy traslúcida; recuerda el tono peculiar de algunas anhi- dritas, cuya estructura es á la continua lamelar. Estas suelen retener cantidades mínimas de azufre en extremado grado de división, difundido con mucha regularidad en su masa, en la que hace oficios de materia colorante y procede, acaso, de una descomposición inicial del mismo sulfato cálcico; constituye, por lo tanto, una disolución sólida sumamente diluída del azufre en aquel cuerpo que ha podido originarlo. Quizá puede atribuirse á análogas causas el pigmento de la tenardita azul, recordando su procedencia del yeso, cuyas alteraciones, causadas por la materia orgánica, van hasta po- cs is — 453 — ner en libertad el azufre, si se llevan á término en un medio ácido, que puede haberse formado en las progresivas altera- ciones del yeso con el cloruro de sodio y los organismos elementales reductores en contacto del aire. Representaría entonces la tenardita azul una disolución sólida del azufre en gran cantidad de sulfato de sodio. Ya pueden invocarse otras buenas razones en apoyo de semejantes conjeturas, y sólo recordaré los experimentos de Tyndall y Spring, que demuestran cómo un líquido ó un va- por, en cuya masa haya en suspensión materias sólidas su- mamente divididas ó corpúsculos líquidos de extremada pe- queñez, adquieren color azul si son atravesadas por un in- tenso rayo de luz. Azuladas son de la propia suerte algunas aguas selenitosas, y si en una disolución muy diluída é hir- viente de hiposulfito de sodio se echan algunas gotas, dos ó tres, de ácido clorhídrico, el precipitado de azufre tenuísimo que se forma, comunica al líquido bien marcada tonalidad azul; siendo cosa singular que sólo se produzca en los me- dios ácidos y nunca en los neutros, ni menos en los alcalinos. Notárase hace tiempo, que si no todas, muchas muestras de tenardita, que es al cabo un mineral anhidro, se eflores- cen en contacto del aire á la temperatura ordinaria, y no es raro ver las masas cristalinas, azuladas ó incoloras, recubier- tas de polvo blanco finisimo, apenas adherente á la super- ficie de los minerales, de la que es facilísimo separarlo, tar- dando bastante en volver á formarse. Este hecho débese á que, en las condiciones ordinarias, la tenardita manifiesta, aunque en grado muy pequeño, ciertas avideces para el agua que en estado de vapor contiene la atmósfera, y por virtud de ellas, en la superficie, y sin que la alteración logre penetrar la masa, se genera un hidrato, coexistiendo con el sulfato anhidro, y este hidrato no puede existir ni conti- nuar formándose, y en virtud de sus mismas propiedades, pierde el agua y se efloresce. Para demostrar que así aconte- ce, he colocado ejemplares de tenardita en atmósferas con- — 454 — finadas, relativamente húmedas, y pude comprobar su hidra- tación superficial, limitada é incipiente, y otros tengo con- servados, sin manifestar ni indicios de la más leve alteración, en atmósferas secas, á la temperatura ordinaria, y es menes- ter pensar que la tenardita natural es el término de una evo- lución química importante, el límite de las deshidrataciones y la forma más estable, definitiva, del sulfato de sodio, cuyas ulteriores modificaciones implican la disociación, cuando menos parcial, de su molécula. Ahora importa ya considerar los hidratos en su condición de disolventes del sulfato de calcio. Fórmanse las correspon- dientes disoluciones sólidas, hasta llegar á la constitutiva de la glauberita, pasando por el estado líquido, es decir, em- pleando disoluciones acuosas de sulfato de sodio, en mis ex- perimentos al décimo, y se hace preciso indicar las condicio- nes de los medios y las del cuerpo que ha de ser disuelto; pues no todas son favorables para la difusión del yeso en el disolvente hasta constituir el sistema homogéneo peculiar de las disoluciones sólidas, cuyo límite, en este caso especial, no marca el de la solubilidad del disolvente, ni significa la completa saturación del mismo, porque la propia glauberita disuelve sulfato de calcio. Ocurrióseme emplear siempre sulfato sódico anhidro puro y disolverlo en agua destilada á la temperatura ordinaria, empleando 10 por 100 de sal, añadía luego ácido clorhídri- co (hasta 5 por 100) y de esta manera formaba el disolvente, constituido, á la postre, por un medio muy acidulado, que sólo en tales condiciones es bastante soluble el sulfato de calcio. En un líquido neutro, como el agua destilada, apenas se disuelve, necesitándose 388 partes de disolvente para cada parte de yeso cristalizado, y si el medio fuera alcalino, la insolubilidad puede considerarse absoluta. No es indis- pensable acidular con clorhídrico; algunas veces he emplea- do el ácido sulfúrico y aun el nítrico; pero se logran mejores resultados con aquél y su eliminación, cuando conviene ha- — 4553 — cerla, es facilísima y permite llevar á cabo las evaporacio- nes á temperatura baja. Importa elegir el sulfato cálcico, pues no es indiferente la procedencia respecto de la solubi- lidad. Tengo advertido, en repetidas tentativas, que es me- nor la del yeso cristalizado natural; se disuelve bastante me- jor el fibroso, luego de bien pulverizado, en particular eli- giendo ejemplares muy blancos y en los cuales, á causa de naturales alteraciones, sea fácil la disgregación; mas, á pe- sar de semejantes ventajas, he preferido el sulfato de calcio artificial, obtenido precipitando una disolución de cloruro de calcio neutra, y en frio, con otra de sulfato potásico, reco- giendo el precipitado, lavándolo mucho y dejándolo secar á la temperatura ordinaria. Bien será indicar cómo las disoluciones del sulfato de cal- cio en el sulfato de sodio disuelto en agua y en presencia del ácido clorhídrico, conforme queda dicho, se han efec- tuado siempre con auxilio del calor, llegando en ciertos ca- sos hasta la ebullición de los líquidos, sostenida por bastan- te tiempo; en frío, los fenómenos sólo se realizan parcial- mente y eso con extremada lentitud. Sin embargo, al cabo de muchos meses de contacto, se llega en ocasiones, por estos medios, á la síntesis de la glauberita, aunque sus cristales resultan pequeñísimos é impurificados por otros no mayores de sulfato de sodio. Partía de una cantidad fija de sulfato anhidro seco, 38 gra- mos, que es igual á la cuarta parte de su peso molecular, y la disolvía en 380 cc. de agua destilada, añadiendo 15 cc. de ácido clorhídrico puro y fumante; calentando el líquido en- tre 40” y 50”, empecé disolviendo 1 gramo de yeso precipi- tado, y evaporando sin pasar de los 35”, se obtiene una sal que contiene íntegra la proporción de yeso añadida; aumen- tando las cantidades, pueden recogerse cristales cada vez más ricos de sulfato de calcio, anhidros 6 hidratados, según las circunstancias de las evaporaciones, que son las mismas requeridas para lograr el sulfato de sodio exento de agua ó — 456 — tenerlo decahidratado. Es decir, que se forman disoluciones sólidas de glauberita, en proporciones relacionadas con las cantidades de yeso añadidas, en sulfato de sodio anhidro ó hidratado; observándose, en este último caso, que la canti- dad de agua disminuye á medida que la disolución se enri- quece de sulfato de calcio, como si en este caso. hubiera una suerte de substitución metódica y regular. Alcanzando á 34 gramos, cuarta parte” del peso molecular, la proporción de sulfato de calcio, cristaliza la glauberita pura en un medio muy ácido, anhidra, necesitando hervir el líquido durante algún tiempo; los cristales, bastante pequeños, son mono- clínicos y pepresentan, en su categoría de sal doble, una di- solución sólida equimolecular de los sulfatos de calcio y so- dio, que, á su vez, puede disolver una molécula de cromato de potasio y constituir la sal triple SO,= Ca.SO0,= = Na, . CrO, = K,.H,O descrita por Hannay. Conviene advertir cómo la glauberita es mezcla ó disolu- ción de dos minerales isomorfos, la anhidrita y la tenardita, ambos ortorrómbicos; pero su mutua difusión no da pro- ductos de igual forma, sino engendra cristales monoclíni- cos, bien definidos como característicos del sulfato doble cálcico, sódico, anhidro, típico, que.otros hay de composi- ción química bastante diferente. Quizá pueda relacionarse este hecho con las especiales modificaciones isoméricas de que es susceptible el sulfato de sodio anhidro, en las cuales influyen de manera decisiva la temperatura y los medios lí- quidos donde se generan los cristales. Que el sistema formado por las disoluciones sólidas de que se trata es poco estable y que representan uniones ó enlaces fácilmente disociables, es cosa sencilla de probar: cuantas veces he tratado por agua la glauberita con intento de disolverla, he obtenido por residuo el sulfato de calcio en ella contenido, y esto lo mismo experimentando con la sal doble que con sus disoluciones de todo orden en el sulfato. de sodio; la adición de ácido clorhídrico, sobre todo calen- NO A os a | N % — 457 — tando hasta 80”, determina de nuevo la disolución y el líqui- do queda transparente; neutralizándolo de nuevo, aparece el precitado blanco de sulfato de calcio, que se forma mejor to- davía, quedando disuelta una levísima traza de esta sal en el agua, alcalinizándola algo; de donde se infiere, que las di- soluciones sólidas del sulfato de calcio en el sulfato de so- dio, sean cualesquiera las proporciones relativas de los dos términos del sistema, requieren, para ser formadas homogé- neas, medios ácidos, y tal condición es indispensable de su régimen particular. Influye también la temperatura; á la or- dinaria, las disoluciones, sirviendo siempre de intermedio el agua, se hacen con extraordinaria lentitud y las cantidades de sulfato de calcio que se disuelven tampoco son conside- rables; por lo común, el poder disolvente del sulfato de so- dio, respecto del sulfato de calcio, aumenta con la tempera- tura en igualdad de acidez, hasta los 80”, y tengo observado que no es mayor á 103”, punto de ebullición de las disolu- ciones saturadas del hidrato SO, = Na,.10H,0O; pero este límite no es la glauberita típica, y en la composición de la sal doble que lo representa en determinadas circunstan- cias, intervienen otras causas y condiciones diversas y va- riadas. De ellas, es la de mayores efectos la duración de las ac- ciones del calor, traducidas en la constancia y persistencia de la temperatura. Así, con masas iguales, es posible obte- ner á voluntad la glauberita ú otra disolución sólida más rica . de sulfato de calcio, cristalizada, pero no anhidra, y de esta manera se demuestra como no es aquélla el límite de las uniones de los dos sulfatos, siempre poco íntimas, en cuanto luego de aisladas sólidas de los medios ácidos donde se for- maron, el agua las disocia, dejando por residuo insoluble sulfato de calcio. Recordando las investigaciones que en 1899 practicaron Van't Hoff y Chiaraviglio acerca de las combinaciones lími- tes de los sulfatos de sodio y de calcio, quise repetir sus dad ii e it is ZA experimentos con algunas variantes, y era mi ánimo inquirir los efectos de la temperatura límite de 80”, manteniéndola fija hasta haber comprobado la formación de algún cuerpo nuevo. Como aquellos autores, fuéme dado apreciar las ven- tajas del empleo de cantidades muy excesivas de sulfato de sodio anhidro, respecto del de calcio, siempre artificial y pre- cipitado conforme queda dicho, y el sistema se componía del dicho sulfato de sodio, sulfato de calcio y agua, cuyas pro- porciones respectivas guardaban la relación 50: 1:25, aci- dulando esta vez con ácido sulfúrico y elevando la tempera- tura hasta 80” grados, manteniéndola fija en tal grado por treinta y seis horas consecutivas. En tan prolongada diges- tión, se genera un cuerpo blanco, cristalizado en agujas muy finas, disociable por el agua neutra, y mejor todavía alcalini- zada con potasa ó sosa (nunca con el amoníaco, que podría precipitar sulfato de sodio), dejando abundante residuo de sulfato de calcio. Resulta que, en el nuevo cuerpo hay dos moléculas de este sulfato, una de sulfato de sodio y dos de agua, y su composición centesimal es la siguiente: sulfato de sodio...... 31,511 sulfato de calcio...... 60,444 IPUA ala alas 8,000 pérdida del análisis... 0,045 que corresponde á la fórmula 3$0,=Ndy: 2150, =CAi2 RO Es posible con la misma mezcla generar la glauberita, dis- minuyendo el tiempo de las acciones de la temperatura ó llegando á la de la ebullición y sosteniéndola una hora y aun menos si hay bastante ácido sulfúrico, y no sería, en mi sentir, descaminado atribuir á sus funciones deshidratantes la formación del sulfato SO, = Na,. SO, = Ca, que nun- ABD: — é ca contiene agua y es uno de los términos característicos de la serie de las disoluciones sólidas que consideramos. Sucede aquí una suerte de inversión de funciones. Otor- gando las de disolvente, conforme es uso, al cuerpo que está en mayores proporciones, lo será el sulfato de sodio mientras supere al de calcio, formándose agregados homo- géneos más ó menos ricos de sulfato de calcio, según los términos de la serie que consideremos, los cuales serán al cabo disoluciones de la glauberita en la masa de uno de sus generadores. Pero las disoluciones se irán concentrando á medida que se enriquecen de sulfato de calcio, hasta alcan- zar el límite marcado por la formación de la sal doble nor- mal y anhidra que contiene una molécula de cada sulfato; mas no es el último ó definitivo estado de equilibrio, sino verdadero punto de partida en la generación de otras diso- luciones, en las que hace de disolvente el sulfato de calcio, cuyas cantidades pueden alcanzar hasta el peso de dos mo- léculas, expresado en gramos, para uno de la sal sódica, con esta particularidad singular: en la primera fase del fenóme- no, los aumentos de sulfato de calcio significaban disminu- ción de agua y tendencia marcada á formar compuestos an- hidros, de los que es tipo la glauberita; en la segunda fase, - el enriquecimiento en sulfato de calcio implica hidratacio- - nes progresivas que complican las disoluciones; persiste en ellas la homogeneidad, los cristales son definidos, caracte- rísticos, conteniendo siempre agua, y las agujas, blancas y lustrosas, recogidas en el experimento que he citado, son en realidad de un hidrato perfecto. Así, permaneciendo iguales los componentes de un sistema, cambiando sólo las condi- ciones del medio externo, en especial las de la temperatura, es dable producir variados estados de equilibrio. Fuera de su característica individual, se relacionan fácil- mente entre sí y con sus generadores. Son, á la postre, va- lores numéricos que representan condiciones del hecho ge- neral de la disolución, y de ellos dependen las propiedades — 460 — de ésta, lo mismo en el caso presente que en el del vidrio ó en el de las aleaciones metálicas, consideradas disoluciones sólidas de las más perfectas. Tocante á las constituídas por los sulfatos de sodio y de calcio, la homogeneidad es manifiesta; en todas las partes de su masa es demostrable la presencia del compuesto cálcico, difundido con tanta regularidad como puede estarlo cual- quiera materia colorante disuelta en el agua, ó de la propia suerte que los óxidos metálicos se distribuyen con regulari- dad perfecta en la masa de las perlas de bórax ó de sal de fós- foro. Mirado el conjunto de la serie, es semejante al de mez- clas líquidas de diferentes densidades; pero cada una tiene su individualidad, y, conforme aquéllas sepáranse en capas ó zonas diversas, éstas distínguense, atendiendo, sobre todo, á las proporciones de agua que contienen, y también por ra- zón de ser anhidras, en el caso de la unión molecular de los dos sulfatos, y siempre disociables fácilmente en medios que no tengan, como los originarios lo necesitan, propiedades ácidas. Gracias á notables investigaciones de Lecoq de Boisbau- dran, que hace ya mucho tiempo estudió ciertas mezclas como verdaderas disoluciones sólidas, habiendo sido de los primeros en considerarlas tales, podemos tratar de algunas bien diferentes de los hidratos y sales dobles, que no han menester, para ser formadas, el paso por el estado líquido, ni que un vapor arrastre y distribuya en la masa del disolvente la materia que ha de ser disuelta é incorporada en ella, bas- tando calentar, á temperaturas muy elevadas, durante tiempo variable, los componentes del sistema, para que éste se cons- tituya homogéneo y dotado de singulares propiedades, que no tiene, sólo y aislado, ninguno de los cuerpos que lo for- man, y son dos generalmente. Es el caso de la disolución sólida que pudiera llamar directa y aditiva, empleando gran- E E A A A A Tr — 461 — des cantidades de disolvente con relación á las proporciones de la materia disuelta, que por el solo hecho de su difusión á elevada temperatura, es parte á dotar al sistema, compuesto de substancias inertes, de actividades especiales y cierta ex- : citabilidad comparable, bajo ciertos respectos, á la adquirida por los sulfuros de calcio, bario ó estroncio, cuando en el acto de ser generados, al rojo vivo, disuelven levísimas can- - tidades de algunos cuerpos activos, entre ellos el subnitrato de bismuto principalmente. Un pequeño número de cuerpos —no pasarán de cuatro — muy fijos á temperatura elevada y que resisten bien la calci- nación, los sulfatos de calcio, estroncio, manganeso y cad- mio, á los cuales pudieran agregarse: los sulfatos de bario, magnesio y cinc, el de plomo, luego de sometido á la tem- peratura del rojo sombrío, el del bismuto y los óxidos de los metales citados, procedentes de la descomposición de sus carbonatos por el calor; mas algunas substancias raras como el sulfato y el óxido de itrio, pueden ser disolventes Ó ma- terias disueltas, según las cantidades en que se empleen. Se constituyen las disoluciones mezclando, en frío, los elemen- tos que han de formarlas; gran exceso de disolvente y pro- porciones de materia soluble de 1 por 100 á lo sumo, y cal- cinando fuertemente, resulta una masa homogénea, estable, generada sin cambios de estado y dotada de bien singulares caracteres propios. Hay que advertir cómo todas las substancias nombradas son absolutamente inertes é insensibles respecto de las ac- ciones de la luz, y sólo en circunstancias especialísimas algu- guna de ellas manifiesta incipiente y debilísima luminescen- cia después de prolongada y directa insolación Ó merced á largas excitaciones eléctricas, operando de continuo en espa- cios limitados y á las menores presiones posibles. De la pro- pia manera resultan inertes las mezclas obtenidas por medios mecánicos y en la forma indicada, aunque la difusión del cuerpo disuelto sea todo lo perfecta posible y sus partículas Y se hallen íntimamente unidas con las del disolvente. Mas, si después de haber mezclado los dos componentes, se calcina el sistema formado, se constituye la verdadera disolución do- tada de este singular carácter; los cuerpos que la represen- tan, colocados en tubos de vidrio, cerrados luego de haber hecho en su interior el vacío hasta la presión extrema de me- dia millonésima de atmósfera, tórnanse luminescentes, con intensidades y colores variables, dependientes de la natura- leza y proporciones de las materias disueltas, las cuales, por lo mismo, denomínanse activas, por influjo de aquellas mismas acciones eléctricas que vuelven luminosos los gases muy rarificados, notándose que las aptitudes que la disolu- ción sólida adquiere son permanentes y su intensidad no parece experimentar cambios. Variantes del fenómeno general ha observado bastantes Lecoq de Boisbaudran y se refieren de preferencia á los colo- res de la luminescencia, relacionándolos con la composición de las disoluciones sólidas: es el caso más sencillo cuando se trata de las binarias y nótase la eficacia del sulfato de manganeso, en calidad de materia activa, siendo disolventes muchos sulfatos metálicos y alcalino terrosos y los produc- tos de la calcinación de los carbonatos; también se han em- pleado, con el mismo objeto, ciertos óxidos fijos como los de plomo, cinc, cadmio, magnesio y glucinio. Consíguese la más brillante y magnífica luminescencia, de hermoso color verde amarillento, si la disolución sólida sometida al ensayo es de 100 partes de sulfato de cadmio bien calcinado y 1 de sul- fato de manganeso que haya experimentado los efectos de una buena calcinación. Iniciados así los experimentos, pronto se multiplicaron y extendieron. Por de contado se vió que no es propiedad exclusiva del manganeso el hacer de materia activa, que otros cuerpos gozan de la misma excelencia, en particular el óxido de bismuto, y es singular el que su eficacia no resulte general y dependa, á lo menos en gran parte, de la natura- AN . 7? PARAS TTIAN sad — 463 — leza del disolvente. Así, el sulfato de itrio, que puro y sólo es incapaz de tornarse luminescente, lo es poquísimo cuando ha disuelto un 2 por 100 de sulfato de manganeso, y en cam- bio presenta magnífica luminescencia roja si la materia activa es el óxido de bismuto, empleado en'las mismas proporcio- nes; en cambio, las disoluciones de este mismo óxido de bismuto, en los óxidos de cinc, cadmio ó magnesio y en los sulfatos calcinados de cinc, cadmio Ó plomo y en algunos otros, no son luminescentes sometidas á los experimentos de los tubos de Crookes, y en cambio lo es, en grado sumo, con color anaranjado, la disolución al 2 por 100 del propio óxido de bismuto en el sulfato de estroncio. Quizá estas can- tidades marcan el límite de la eficacia de las materias activas y, por consecuencia, el de la solubilidad de los cuerpos en cuya masa se difunden; aumentándolas, resultan mezclas in- activas, cuya homogeneidad es muy relativa, aun después de haberlas calcinado por mucho tiempo á la temperatura cons- tante del rojo. Ya es posible, teniendo diferentes disolventes y dos mate- rias activas, formar sistemas ternarios que se prestan á va- riadas combinaciones y en los cuales, sin cambiar en nada las condiciones de la experimentación, pueden advertirse las in- fluencias de cada uno de los elementos que los constituyen. Son idénticos los modos de producir las disoluciones y de provocar su luminescencia; en los cambios y variantes de los resultados es donde pueden apreciarse las relaciones de los disolventes con las materias activas, en el caso particular de este género de disoluciones sólidas amorfas típicas, directas, para cuya formación no ha sido preciso el cambio de estado, indispensable en otros como un medio auxiliar para la difu- sión de un cuerpo sólido en la masa de otro cuerpo sólido. Juntando un disolvente sólido con dos materias activas puede ocurrir que cada una de por sí produzca disoluciones luminescentes ó que sólo una de ellas las forme: en el pri- mer caso tenemos que el sulfato de calcio (97 partes), con Ruy. Aca. Crexcias.—1V. —Abril, 1306. 32 e LO Nr PA sulfato de manganeso (1 parte) y sulfato de bismuto (1 par- te), constituye un sistema luminescente, de color amarillen- to en el centro de la masa y verdoso cerca de los electrodos, advirtiendo que la luminescencia de la disolución S O, = = Ca= NES E E á la materia activa disociada y á sus elementos libres dotados de energías particulares, demostradas en los fenómenos de la luminescencia; y apoya tal conjetura el hecho de no presen- tarse cuando las proporciones de los cuerpos disueltos pa- san de cierto límite pronto alcanzado y que no suele ser el de la saturación. Aun efectuándose las reacciones químicas reversibles características de la fosforescencia de los sulfuros de bario, calcio y estroncio, los hechos podrían explicarse de igual manera, porque las descargas eléctricas son, al cabo, excelentes agentes de metamorfosis químicas y actúan sobre cantidades mínimas de sales metálicas electrolizables, como el sulfato de manganeso, que puede hallarse en estado de disociación incipiente, extremadamente difundido en un me- dio disolvente inerte como es el sulfato de calcio. Necesario será ahora, en mi entender, tratar de una espe- cie de hechos ó propiedades que presentan variadas disolu- ciones sólidas. Por tales se diputan los hidratos salinos y los sólidos en cuya masa hay gases retenidos formando cier- tos hidruros metálicos, de los cuales es tipo el de paladio, dependiendo las condiciones de la disolución de la magnitud de las presiones y temperaturas, y esto explica cómo dismi- nuyendo el valor del primer término ó aumentando el del segundo, los gases retenidos se desprenden á causa de la máxima tensión que adquieren en la superficie de los cuer- pos sólidos que los almacenan y disuelven; sin embargo, por virtud de su mutua adherencia, envolviendo la masa sólida queda siempre una capa gaseosa, que no es fácilmente sepa- rable, bastante para preservar al disolvente de ciertas accio- nes químicas. Explícase, acaso por esto mismo, lo limitado de la descomposición de ciertos hidruros, que no llega á ser total sino al cabo de sostener la temperatura un poco elevada y en grado suficiente para su disociación completa; de otra ) j - , — 468 — ) suerte, el sólido retiene gas disuelto y el sistema representa la disolución diluida del hidruro no alterado en gran exceso del metal pesado que forma parte de ella. Diversos hidratos salinos, que admitimos por disoluciones sólidas verdaderas y que son precisamente los límites supe- riores de la hidratación en la mayoría de los casos, gozan de una propiedad análoga. Colocados en atmósferas secas, ma- nifiéstanse las avideces del aire para el agua, la tensión de ésta en la superficie de los cuerpos, sobre todo estando cris- talizados, aumenta considerablemente, hasta convertirse en vapor, desprendiéndose de la disolución que la contenía y preséntase el fenómeno de la eflorescencia, tan general en muchas sales, cuya superficie no tarda en adquirir la tensión máxima correspondiente á estas disociaciones especiales, de ordinario realizadas á la temperatura ordinaria Ó quizá inde- pendientes de ésta. Se infiere de lo dicho la poca estabilidad de las disoluciones sólidas correspondientes á los hidratos salinos superiores y la necesidad de considerar en ellas el nuevo factor, representado por las tensiones superficiales muy variables y á veces hasta anómalas; del mecanismo de sus cambios algo es posible colegir, estudiando los principa- les de la eflorescencia y las causas que pueden determinar- los, en el caso de las disoluciones isomorfas. Observaciones muy interesantes de Von Hauer y Lehmann, citadas por Van't Hoff en su clásico libro, se refieren á los hechos de que se trata, y gracias á ellas, es posible determi- nar las relaciones de los cambios y variaciones de la tenden- cia á la eflorescencia de algunas sales hidratadas con las mez- clas isomorfas en su masa introducidas. He aquí, reducidas á sus términos esenciales, las investigaciones citadas: á la di- solución A de un hidrato salino que, cuando sólido, posee considerable tensión máxima y es por lo mismo eflorescen- te, se añade una mezcla B de dos sales a y a” isomorfas; el sistema es ternario, puede cristalizar dando el cuerpo C, y es notable el hecho de que su tensión ha disminuido, y con A E A A AA AS EA ella las tendencias á eflorescerse en contacto del aire, y es por demás singular que tal hecho acontezca con la mezcla de substancias que, consideradas aisladamente, poseen en el grado máximo las mismas tendencias á la deshidratación con eflorescencia; como si al reunirlas en una disolución só- lida fuese menester que perdieran algunas de sus caracterís- ticas individuales, transformándolas en otras ya peculiares del conjunto. Ejemplos no faltan, y recordaré los que sirvieron para las investigaciones citadas, y son: las acciones de los hiposul- fatos de bario y de estroncio en sus mezclas con el hiposul- fato de plomo; las del alumbre ordinario con el alumbre de hierro, y las del formiato de cobre con los formiatos de bario Ó de estroncio. Queda dicho el caso de una mezcla isomorfa mezclada con sales disueltas y se ve que las tensiones máxi- mas experimentan notables disminuciones y la regla puede ser aplicada á las disoluciones sólidas isomorfas binarias, que de continuo resultan bastante menos eflorescentes que las sales de que están constituidas, lo cual significa mayor esta- bilidad del sístema homogéneo, representante de un equili- brio definitivo en determinadas condiciones; es decir, que sin cambiar nada la naturaleza química del disolvente, la subs- tancia disuelta contribuye á que el agua del hidrato sea rete- nida con mayor fuerza y á su vez el disolvente contribuye á mantener integra por más tiempo la molécula de aquélla, que también contiene agua, produciéndose en semejantes cam- bios el régimen peculiar de las disoluciones sólidas, forma- das penetrándose y difundiéndose, unos en otros, hidratos salinos de análoga estructura molecular. Puede encontrarse buen apoyo de lo dicho en la serie de cuerpos que contienen sulfato de sodio y sulfato de calcio, partiendo del estado libre de ambos, hasta llegar á la glaube- rita. Manifiestan los hidratos del primero gran tendencia á la etlorescencia, por más que, espontáneamente, no lleguen á perder toda su agua; el otro sulfato, al contrario, retiene — 470 — muy bien el agua, al punto que sólo puede privársele de ella mediante las acciones del calor, calcinándolo. En las disolu- ciones sólidas que los dos sulfatos forman, parece que hay compensación entre las avideces del yeso anhidro, que con eran fuerza absorbe el agua, y el sulfato de sodio hidratado, que con tanta facilidad se desprende de ella; y se observa que, á medida que aumentan las proporciones del primero, disminuye el valor de la tensión máxima superficial, y los cuerpos formados, en los que el agua parece substituída con el sulfato de calcio, son, á cada punto, menos etlorescentes, hasta llegar á la disolución anhidra que no lo es en absolu- to en las condiciones ordinarias. Fuera de ellas, las cosas pasan en otra forma. Cuando las disoluciones sólidas de que se trata han experimentado las influencias de atmósferas húmedas limitadas, al cabo de no mucho tiempo, si son ricas de sulfato de calcio, se manifies- tan las avideces de este cuerpo para el agua, y de su hidra- tación, que llega á ser completa, provienen las disociaciones observadas, en las cuales resulta aislado y libre el sulfato sódico hidratado, que fuera de las acciones de la humedad, se efloresce bien pronto, con tal que el medio en el que ta- les cambios se realizan sea neutro ó alcalino. A lo que en- tiendo, no es otro el mecanismo de las modificaciones del valor de la tensión máxima en el caso estudiado, que no es precisamente el de disoluciones isomorfas, y las mismas alte- raciones naturales de la glauberita, cuando vense las caras de sus cristales recubiertas de ténue y poco adherente pol- villo blanco, que es sulfato de sodio anhidro, no reconocen otra causa, no siendo exclusivas suyas estas alteraciones de la tensión superficial, que también las ofrecen bastantes sales hidratadas alcalinas, en particular las que correspon- den á los términos superiores inmediatos ya al límite de la hidratación: son, al cabo, equilibrios estables, pero no defini- tivos, que se disccian con cierta regularidad. e 3 el 6 e A E O 7 a $ Td 13 PRE n t a AROS 5 E: e . y * Wei de XVI, A á la Fisica matemática pa - ción), por José Echegaray. ......... e. X VII.—Estructura de las imágenes fotocrómi hasi de G.: pmann, por S. R. Cajal... >, Sd rr XVIII.—Sobre un sistema de notaciones y es: nados á facilitar la descripción do las mág; por Leonardo de Torres y Quevedo... XIX.—Las disoluciones sólidas pe CER Rodriguez Mourelo... rra A EA OD ntinu > La subscripción á esta RBvIsTA se Made por tomos ) de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y 6 £ en el extranjero, en la Secretaría de le sta verde, núm. 26, Madrid. O Precio de este cuaderno, 1,75 pesetas. Pr cd e Ñ - p pe ESO MADRID | 0 5 53 7 y h + HE . - be + de A e 4 É = * Ñ s á j He é Ñ 2 Ñ q NX 4 E * V E « - TOMO IV.-NUM.S5. | ES (Mayo de 1906.) Ñ - » 5 e el a + > , ba pa An E sl Y , y» Y : % » “ Pd o ES AS | IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID,, - CALLE DE PONTEJOS, NÚM. 8, se S 1906 a . 4 x Ñ , o añ * a 4. IAE : ¡ o de z Na y a é A Y a A PEN E A EA x Los o Hiéinales para la rn e: $ A se han de entregar completos, en la Sec Z la Corporación, antes del día 20 de cad PS NA A pues de otro modo quedará su publicaci ón el mes siguiente. $ q as — 471 — XX.— Introducción á la Física matemática. Por JoséÉ ECHEGARAY. Conferencia quinta, SEÑORES: Tratábamos en la conferencia anterior del problema, fun- - damental en Física, del equilibrio de temperaturas, para ver si por las fórmulas de la Mecánica y por los movimientos vibratorios podía resolverse este problema y explicarse este fenómeno. O de otro modo: si el concepto de temperatura podía definirse con suficiente precisión, refiriéndolo á las fuerzas vivas medias de las moléculas Ó de las partecillas de cada cuerpo. Es decir, que buscábamos una definición de la temperatu- ra dependiente sólo de dicha fuerza viva media, y de las de- más constantes propias del cuerpo de que se trate: por ejem- plo, sus masas moleculares y la f (r) que expresa las fuer- zas internas. Presentamos, como preparación para el problema, el caso de dos moléculas de masas iguales; y en efecto, en este caso, parecía que el equilibrio de temperaturas dependía de la igualdad entre las fuerzas vivas medias de las dos moléculas. Estudiamos después, quizá con más desarrollos analíticos de los que merecía la cuestión, y de los que permite el tiem- po de que podemos disponer, el caso de tres moléculas en línea recta y de masas iguales; y como el problema, en su expresión más sencilla, es el del equilibrio de temperaturas en cuerpos homogéneos, este pequeño símbolo lineal de un cuerpo homogéneo, era preciso que satisficiese á las si- Rev. Acap. Ciexcias.—IV.—Mayo, 1906. 33 — Bci guientes condiciones: igualdad de las dos distancias, é igual- dad de las tres masas. : Y aquí el resultado no fué tan satisfactorio: en pequeño era un ejemplo de las dificultades con que tropieza á cada. paso la Física matemática. Sin embargo, advertimos, que el mal resultado de nues- tras investigaciones, no debía desanimarnos por completo, porque un cuerpo cualquiera de la Naturaleza, se compone de un número enorme de moléculas ó de partecillas, y las moléculas que están en la superficie, y que forman el límite del cuerpo, son algo excepcional en el sistema. Una molécula del interior, está rodeada de moléculas igua- les, y si el cuerpo es de los que más adelante llamaremos isótropos, y ahora, siguiendo el lenguaje vulgar, nos conten- tamos con decir que es homogéneo, podrá considerarse como el centro de una esfera cuyo radio sea el radio de actividad molecular, esfera que será homogénea también. Pero esto no sucede con las moléculas de la superficie: de un lado del plano tangente tienen otras moléculas del cuer- po, pero del lado opuesto, tienen el vacío, ó el éter, ú otra substancia distinta de aquella que constituye el cuerpo en cuestión. Ahora bien, la ley del equilibrio de temperaturas, aplicable á la masa general del cuerpo, no ha de buscarse en lo excep- cional, y en nuestro ejemplo de las dos moléculas, y aun en el de tres, todo es excepcional. En este último, la masa inte- rior es una molécula, y los límites están formados por dos moléculas. Por eso vamos ahora á generalizar el problema, y sin sa- lirnos de esta especie de Física de la línea recta, permitase- nos expresarnos de este modo, vamos á suponer una serie numerosísima de moléculas distribuidas en línea recta, como acabamos de decir, constituyendo algo como un alambre 6 un hilo ideal; mejor dijéramos un alambre, para tener en cuenta las fuerzas de compresión y extensión. — 473 — Y vamos á ver, si aplicando á cada punto, siempre en el sentido de la línea recta, una velocidad cualquiera, distin- tas unas de otras, al llegar al equilibrio dinámico, es decir, á un estado permanente de vibración, todas las moléculas tienen la misma fuerza viva media, en cuyo caso, la fórmu- la del equilibrio de temperaturas, dentro de un cuerpo ho- mogéneo, será bien sencilla mv? = constante. Este será el caso que hemos de examinar. Supongamos sobre una recta AB (fig. 11) una serie de masas O, e, d, f, b, a, c... todas iguales á m, sobre ellas no Figura 11. actúa ninguna fuerza exterior, y suponemos que se hallan en equilibrio. Para simplificar el problema, y evitarnos integrales, esta- bleceremos esta hipótesis: el radio de acción de cada masa, es algo mayor que la distancia entre dos masas. Por ejem- plo: si desde d trazamos la circunferencia he gh”, ésta com- prenderá las dos moléculas próximas f y e, pero no com- prenderá ninguna de las restantes. Más claro; sobre cada masa sólo actúan las dos inmedia- tas, las demás suponemos que no ejercen influencia alguna, lo cual equivale á despreciar en la curva de la figura 7.* todo —-WE + An E — 474 — el arco 'x. Sobre esto algo tendriamos que advertir, pero no podemos entrar en pormenores, que nos alejarían de nuestro objeto. Puesto que todas las moléculas están en las mismas con- diciones, exceptuando las moléculas extremas, el sistema se encontrará en equilibrio, suponiendo que las masas están á igual distancia cada dos: á esta distancia constante ed = =D de = ba = ac... la llamaremos r.. Desde el momento en que el equilibrio se altera, las mo- léculas salen de su posición y recorren espacios muy peque- MOS. DOS OA 00 E O Con estos datos, y suponiendo conocida la curva de la figura 7.* que expresa la acción entre cada dos moléculas, podríamos establecer las ecuaciones de equilibrio de todas ellas, como hemos hecho para el caso de dos masas y de tres, y tendríamos un sistema de ecuaciones diferenciales de segundo orden y simultáneas, de muchas funciones x, x', x”... y de una sola variable independiente ?, el tiempo. Las integraríamos como en los casos citados, obteniendo de este modo las ecuaciones en términos finitos del movimiento para todos los puntos del sistema. Pero, á este método, aunque sencillo, impracticable, va- mos á substituir otro más rápido, sólo que, en vez de ecua- ciones diferenciales simultáneas, tendremos una ecuación en diferenciales parciales. Para ello, elegiremos otra variable independiente 2, que será la distancia de cada molécula en su posición de equili- brio á un origen O. Por ejemplo, para la b, z será la distan- | cia Ob. De este modo, cada x será función de dos variables; la z que determina la posición de b en el sistema, y la x que de- termina el camino recorrido bb' en el tiempo f. En resumen, de las ecuaciones de equilibrio, queremos deducir una función e tal, que tengamos para todos los pun- tos materiales 6 moléculas b, a, €... e a): deducida esta « de las ecuaciones diferenciales del movi- miento; porque si conseguimos esto, .el problema quedará resuelto con una sola ecuación. ¿Queremos, por ejemplo saber, en el tiempo f, el valor de x, es decir, la posición que ocupa la molécula b? Pues no tendremos más que substituir en 9 por z su valor, que en este caso será Ob, y por f, el tiempo que hayamos escogido. El movimiento de todos los puntos, estará escrito, por de- cirlo así, en la ecuación anterior. Para ello, consideremos tres moléculas a, b, c, contiguas, y vamos á determinar la ecuación del movimiento de a. Por eso tomamos tres moléculas y no más, porque, según nues- tra hipótesis, sobre a, sólo influyen b y c. La forma de dicha ecuación, ya sabemos cuál es: es la forma general, En este caso, X resultará de las acciones de las dos molé- culas b y c sobre a; puesto que, como acabamos de indicar, las demás no influyen, dada la hipótesis que hemos estable- «cido respecto al radio de acción molecular. Tendremos evidentemente: acción de b' sobre a" = —f(b'a”) = —f(ba + aa —bb”)= = — Ho + — x)o Ponemos el signo —, porque si b'a* > r.,, la fuerza So- bre a' será atractiva y, por lo tanto, en sentido de las x ne- gativas; y diríamos lo contrario, si b'a" < rp. Acción de c'sobrea“= +f(ac ec —aa)=- Ef (tx —x)» — 476 — Claro es que si suponemos, que la función f(r), se refiere á masas iguales á la unidad, tendremos que introducir las tres masas mm. La ecuación del equilibrio dinámico, es decir, del movi- - miento, será, pues, =m*[— fr. + x —x) + fro + x" — xl Desarrollando en serie, recordando que f(r,) es cero por las condiciones de equilibrio del sistema, y no tomando más que un término del desarrollo, resultará d?2x mA — PF) — FA) Ó bien TEE De A mA — mf) — xx) —( —K)] Para obtener derivadas en vez de conservar diferencias Ó diferenciales, introduciremos la distancia r,, que podemos suponer sumamente pequeña, como sí fuera una diferencial, en cuyo caso, la ecuación precedente puede escribirse de este modo: ME e E dx e r ER r m = mf" (ry) ——— > ro? 7 = PS (o) E di Ó también E IS d?x r Ñ = m? ro? f" (ro) > 9 e — 4711 — x*— Xx pp ! J Pero ES la relación entre el incremento que reci- 0 be x al pasar deb á a, Ó sea cuando se da á 0b=z el in- cremento sumamente pequeño r,; luego, dada la pequeñez que suponemos en todas estas cantidades, será dicha rela- ción la derivada de x con relación á z; es decir, que aproxi- madamente podemos poner xx —Úx Del mismo modo, AC la derivada de x con rela- 0 ción á z; pero no para el punto b, sino para el punto a; de dx ] suerte, que es el valor de SR en que se ha dado un incre- a s mento r, á z. Luego el numerador es la diferencial segunda de x con re- lación á z, y como está dividida por r,, que suponemos que es dz, la ecuación anterior puede escribirse de este modo, representando por subíndices los puntos á que se refieren las diferenciales, d?x z dea dz m O EE A A deta dz Ó, finalmente, 2 2 ES Ur Esta es la ecuación diferencial lineal de segundo orden, en diferenciales parciales, de x respecto á f y á z, á que nos refe- ríamos al principio. Sirve para todos los puntos del sistema, menos, en rigor, — 478 — para los dos puntos extremos, y suple á todas las ecuacio- nes diferenciales simultáneas, que hubiéramos podido formar para todas las masas que el sistema comprende. Esta ecuación, obtenida como ejercicio para mis oyentes por un método más claro que riguroso, es un caso particular de muchas otras ecuaciones de la Física matemática: por ejemplo, de las ecuaciones de la elasticidad; de las del mo- vimiento de la luz; de las ecuaciones de la acústica, y de otras varias que sería largo citar. Por eso, como preparación, como ejercicio, y casi pudie- ra decir, como orientación, la he desarrollado con algún de- tenimiento, por más que el problema sea sencillísimo y ele- mental. Vamos ahora á deducir consecuencias de esta ecuación, que todavía simplificaremos, poniendo IA 0. Advirtiendo, que como todas las cantidades del primer miembro son positivas, el segundo miembro también lo será; por eso le damos la forma de un cuadrado, y porque, ade- más, simplifica las notaciones. Resulta, pues, diviendo por m la ecuación diferencial Ea 0 Hay que integrar, pues, la ecuación (1) y la integral debe satisfacer, además, á las condiciones iniciales, que serán: re- ducirse x en cada punto al valor correspondiente á £=0, según la posición de que partan los móviles, y dar la velo- cidad inicial que cada molécula tiene en dicho instante inicial. En rigor, aun debería satisfacer la integral á las ecuacio- — 479 — nes de los límites en el espacio, es decir, á las dos moléculas extremas; pero prescindiremos de este punto para no com- _plicar el problema y para no alejarnos de nuestro objeto; es decir, que podremos suponer indefinida en ambos senti- dos la fila de moléculas, y no hemos de ir á buscar las dos últimas al infinito. Una integral particular de la ecuación diferencial del mo- vimiento, se ofrece, desde luego, como en todos los casos que hemos tratado hasta aquí, expresada por un seno ó por un coseno; podremos, pues, escribir x= Asen(hz + gt). Al término en f hemos agregado otro término en z, y con esta forma veremos que, en efecto, la expresión anterior es una integral particular de la ecuación en diferenciales par- ciales. A este fin, diferenciando dos veces el valor de x con rela- ción á z, y otras dos veces con relación á f, tendremos: = — Ag?sen(hz + gt); = — Ah?sen(hz + gt); y substituyendo en (1) — Ag?sen(hz AE gt) = — Ah?tasen(hz + gt), -Ó bien de donde — 480 — La ecuación diferencial queda, pues, satisfecha, escogien- do arbitrariamente 26h y dando á la otra constante, uno de los dos valores que resulten en la última ecuación. Escojamos uno de éstos y tendremos la integral particular x= Asen(hz + hat), siendo y = ha. Esta ecuación satisface, en efecto, á la ecuación en dife- renciales parciales; pero no podría satisfacer á las condicio- nes del instante inicial, que suponen gran número de cons- tantes arbitrarias, puesto que no podemos disponer más que de dos, á saber A y h. Ni vale tampoco, como demostraríamos fácilmente, sumar muchas integrales particulares de esta clase, como no acu- diésemos á otros métodos y á otras fórmulas, por ejemplo, la de Fourier, en cuyo estudio no podemos detenernos ahora. El valor de x que hemos determinado, no es el valor ge- neral, pero corresponde á un caso particular: á aquel en que las velocidades y los puntos de partida resultan de la fórmula misma. Nos explicaremos con más claridad, y demos ante todo, para fijar las ideas, valores determinados á h y A. : Esto supuesto, si damos á f el valor cero, y representamos por x, la separación inicial de cada masa, claro es que XxX, será distinta para cada punto del sistema, y tendremos £, =ABenITZ; de suerte que, cada punto determinado por z, se separa de su posición de equilibrio en el instante inicial una cantidad representada por el segundo miembro de la última ecuación. Basta, pues, para obtener estas separaciones, dar á z los valores infinitamente próximos Y | | — 481 — yy el valor que resulte para x,, será dicha separación inicial. Si para la claridad de la figura señalamos estos valores de x,, no sobre la línea de las masas, sino perpendicular- mente en cada punto, resultará una curva, representando di- chas separaciones iniciales (fig. 12). Esta curva, que podemos suponer continua por la proxi- Figura 12. midad de las masas m, es una sinusoide, en que hemos exa- gerado las dimensiones de las ordenadas. Su ecuación es precisamente Lo == ASONITZ, referida á los ejes 0X,, 02. Para una molécula cualquiera a, su separación inicial será ab, que deberá contarse en ac sobre el eje de las z. Asimis- mo, la separación para la molécula a”, sería ab”, que se con- taría en ac”. En a” la separación inicial sería nula; y en a” sería ab”. Claro es, que si éstas fueran las separaciones iniciales, el valor de x satisfaría, no sólo á la ecuación diferencial, sino también á las posiciones iniciales de las moléculas. Nos que- da todavía lo relativo á las velocidades para el instante f = 0. Para ello diferenciaremos el valor de x, después haremos ft = 0, y resultará dx == ='AÑCOSMZ, dt Para cada punto z, Ó si se quiere, para cada masa, esta es — 482 — la velocidad que debe tener en el primer instante dicho pun- to, y claro es, que representa también otra sinusoide, que es la del coseno y hemos representado en la figura 13. Lo que hemos dicho para las separaciones iniciales, po- demos repetir para las velocidades. Por ejemplo: construída la curva, para la molécula a, la ve- Figura 13. locidad inicial será ab, que deberemos aplicar en ac y en sentido positivo sobre el eje de la z. En suma, si las separaciones iniciales de las masas estu- vieran determinadas por la ecuación Ys = ABBA ó sea por la curva de la figura 12, y las velocidades para el mismo instante por la ecuación e NS dt ó sea por la curva de la figura 13, la ecuación x= Asen(hz + gt) satisfaría todas las condiciones del problema, así á la ecua- ción diferencial, como á las condiciones inicial para f = 0. Sería la solución, pero ¿la única solución para este caso? — 483 — En cada uno de los ejemplos anteriores llegábamos á una solución y era la única solución. A ésta se le podía dar va- rias formas; mas todas se reducían á una sola. Aquella clase de problemas en ecuaciones diferenciales si- multáneas, no podían tener más que una solución, como de- mostró Cauchy en su célebre teorema, y como se demuestra desarrollando las funciones en series, que resultan conver- gentes y únicas en los círculos de convergencia. ¿Pero en las ecuaciones diferenciales parciales, sucede lo mismo? Es un punto importante el que acabamos de señalar; mas hoy no podemos entrar en más pormenores ni en discusio- nes más amplias, pues no son de este momento y nos sepa- rarían de nuestro fin. Baste recordar que la ecuación diferencial parcial es la con- densación, por decirlo de este modo, de muchas ecuaciones diferenciales simultáneas, Ó si se quiere, la generalización de una de ellas; y de todas maneras el teorema de Cauchy subsiste todavía como puede verse en varias obras de Cál- culo integral, por ejemplo en la de Mr. Jordán, Volvamos, pues, á la integral x= Asen(hz + gt), admitiendo las condiciones ya expresadas. Observemos en esta ecuación, que si al tiempo f se le da : 27 | : un incremento ar el valor de x no se alterará, porque ten- dremos: sen (12 > s( =- a) = sen(Az + gí 4- 27) = 5 = sen(Az + gt). De suerte que la vibración, ya podemos darle este nom- . Yi . 4 e bre, es periódica, como el seno de un arco, y el tiempo de la a. ; 2 T oscilación completa es precisamente 4 = =—— Y esto para todas las masas, porque en lo que difiere una de otra, es en el término Az, que caracteriza cada punto material, según sea el valor de z; mas el período es siem- pre el mismo: 6. Lo que cambia de una á otra masa, es lo que se llama la fase, ó sea el punto de partida, como ya sabe- mos por la figura 12. Pero presenta además la fórmula otra particularidad de extraordinaria importancia, á saber: que si en dicha fórmula x= Asen(hz +— gt), E s yA : se le da á z un incremento Fe tampoco cambia el valor de x. En efecto, resultaría sen [1 (z o) + gt| = sen(hz + 27 + gt) = 1 = sen(hz + gt). De suerte, que dos puntos que disten entre sí una longi- tud [== ==, en el mismo instante tienen la misma separa- ción de su punto de partida, puesto que los valores de x son iguales. Figura 14. Más claro: supongamos (fig. 14) que en un instante cual- quiera £, la molécula o, se ha separado de su posición inicial una longitud, x = Oc. — 485 — Pues, contando sobre el eje de las x varias veces aquella longitud / á saber: Oa =aa' =a4”..... = l, todas estas moléculas habrán hecho la misma excursión, todas se habrán separado de su origen la misma longitud Oc = ab = 4'0....., Y si recorremos todas los moléculas entre O y a, cada una de ellas, por ejemplo d, en el instante que estamos consideran- do, habrá ejecutado la misma excursión de, que la molécu- la d”, cuya excursión será d'e” = de, si dista de d la longi- tud /. En suma, todas las excursiones de las moléculas, desde O hasta a, se reproducen en cada instante en los espacios 00=0=W4a ==... =L A este conjunto de excursiones, reproducidas constante- mente á lo largo de x, se le da el nombre de onda, que re- cuerda la ola de los mares; y á la longitud constante /, se le da el nombre de longitud de la onda. Claro es que todo esto puede repetirse eligiendo cualquier punto como origen, toda longitud /, por decirlo así, se re- produce. . Observemos que esta longítud /, es precisamente igual á la longitud de la onda de las excursiones y de las velocida- des iniciales. Por último, advertiremos, que en este problema se presen- tan tres cantidades, que se reproducen en multitud de pro- blemas de la Física matemática, como son: la longitud de la onda, el período de la oscilación en cada punto y la fase que determina la posición de la molécula al empezar el mo- vimiento. | Todavía hay otra cantidad importante sobre la cual debo llamar la atención de mis oyentes. Hemos dicho que la longitud de la onda tenía por valor == e y el periodo de la oscilación, 6 = EE es decir, que al terminar una masa cualquiera su oscilación completa en el tiempo 9 y volver á su posición inicial, otro punto que — 486 — está á la distancia / de dicha masa, empieza á ejecutar una oscilación idéntica; es lo mismo que si en este tiempo 4 la oscilación hubiese marchado llegando á la distancia /: su velocidad de marcha sería evidentemente E = Se. A dicha cantidad se le da el nombre de velocidad de la onda. Porque, aunque realmente las masas no marchan con esa velocidad, pues sólo se separan cantidades pequeñísimas alrededor de su punto de equilibrio, la forma, la ondula- ción, marcha con la expresada velocidad. Así, en el mar, parece que las olas caminan, y camina el oleaje como forma, pero no camina la masa de agua que constituye cada ola. Debe notarse, y lo advertimos de pasada, que el valor de esta velocidad, que representaremos por V, de modo que es igual, según la ecuación = + ha, á a, es decir, V=T a. De suerte, que la velocidad del oleaje, ya en un sentido, ya en otro, es igual, numéricamente, á la constante a, inde- pendientemente de la longitud de la onda / y del tiempo de la oscilación 0, Lo cual parece indicar, que en este ejemplo, como en el so- nido, no hay dispersión: todas las vibraciones, más rápidas Ó menos rápidas caminan con la misma velocidad; si hay muchas unidas no se separan ni se dispersan, sino que van á la par. En la luz, esto está en contradicción con los hechos y la teoría ha tenido y tiene que hacer esfuerzos para acomodar- se á la realidad. | Pero volvamos al punto que veníamos discutiendo; á sa- ber: si al menos en este ejemplo particular, y suponiendo que el calor pueda expresarse por un movimiento vibratorio longitudinal ó transversal (este es otro problema), ya del éter, — 487 — ya de la materia ponderable, ya de ambos, la ley de equili- brio de temperaturas queda satisfecha. O de otro modo: si representando la femperatura por una cantidad proporcio- nal á la fuerza viva media de cada molécula, esta fuerza viva media es constante para todas las moléculas situadas sobre el eje de las z. En este caso, sí lo es, como vamos á demostrar inmedia- tamente. . Del valor general de x se deduce la velocidad de cada mo- lécula, diferenciando con relación al tiempo, y tendremos PENA Agcos(hz + gt), dt : y elevando al cuadrado, resultará para cualquier molécula, que esté caracterizada por el valor de z y en cualquier ins- tante, E E el = A? g?cos? (hz + gt). De donde se deducirá la fuerza viva media para cualquier punto del sistema por el método, que ya hemos explicado tantas veces. Valor medio de Eze] = dt => A Y cos*(hz + gtdt = 0 El o [1 + cos2(hz + gt) at; E y. Atg2 (20.1 Ag? (11 | — — di 2 — cos2(Az dt, ES y a e Rey. Aca, CieENcIas.—IV.—Mayo, 1900, 34 o pe ó, en tin, valor medio de E 14 8] A?g?. Porque la segunda integral, que es un seno, para cero y para U toma valores iguales. De aquí se deduce, que para todos los valores de z, es de- cir, para todos los puntos del sistema, la fuerza viva medía es constante, toda vez que m, A y £ son independientes de dicha variable 2. Vemos, pues, que en este caso la ley del equilibrio de temperaturas, ó sea la uniformidad para toda la masa de la fuerza viva media, se verifica exactamente. Pero no se olvi- de que se trata de un caso particular y de una distribución inicial de velocidades, particularisima. El equilibrio subsiste desde el principio, y hemos demostrado, no que se estable- ce, sino que establecido, se conserva. Debemos ahora pasar al caso general. + * * La ecuación en diferenciales parciales del problema hemos dicho que es, 9 d?x d?x q z df? dz? Y se trata de buscar su integral general. Se sabe que esta integral es de la forma x=F(hz + gt), en que F representa una función arbitraria. Ya no son unas cuantas constantes, muchas ó pocas, de las que disponemos, es toda una función arbitraria F; y veamos si puede determi- to e narse de modo, que satistaga á la ecuación diferencial, y adé- más á las condiciones del instante f = 0. Pero antes vamos á darle otra forma, observando de paso, que se reproduce el binomio Az + gt del ejemplo anterior; pero no bajo el signo seno, sino bajo el signo F de una fun- ción arbitraria. Sacando h factor común, tendremos, ME F(n (z + 0) y con suprimir esta cantidad Ah y suponerla comprendida en la forma arbitraria de la función, claro es que no quitamos generalidad á dicha función F, que de todas maneras es ar- bitraria. : Además, repesentaremos Sn por la letra V y tendremos para solución de la ecuación diferencial ¡Flo EVE Veamos si en efecto satisface á la ecuación diferencial; porque ya que no demos su demostración directa, bueno es que la demostremos ó comprobemos haciendo ver, que redu- ce la ecuación diferencial á una identidad. Deduciendo por diferenciación, diferenciando dos veces por relación á f y dos veces por relación á z, los valores de los dos coeficientes diferenciales, tendremos dex : dex = WA EE VE —=—= =F"(2 + VI), E o MES y substituyendo en dicha ecuación diferencial V2F"(2 + Vf) = arF"(z + V0), ó bien Para que este resultado sea una identidad, basta que de- mos á V el valor —- a, ó el valor — a; de modo que, en ri- gor, tendremos dos soluciones, que, como luego veremos, representan dos ondas: una que camina hacia la derecha con la velocidad V, y otra que camina hacia la izquierda con la misma velocidad, es decir A =F(e + VIE) iy0 == F(2= MIN en que V tiene el valor a que sólo depende de m y de f'(r,), es decir de aquellos elementos que caracterizan al sistema en cuestión: masas y fuerzas internas. Ahora tenemos que disponer de la forma de la función F para satisfacer á las condiciones del instante inicial += 0,á cuyo fin disponemos de la indeterminación absoluta de la función F. Supongamos, para fijar las ideas, que todas las masas parten de su posición de equilibrio, es decir, que para f = 0 se tiene x = 0, sea cual fuere el valor de z. Y, además, que la velocidad para cualquier punto está de- terminada por la función SA: (2), escogiendo «y arbitrariamente; y claro es que de este modo resolveremos el problema con toda la generalidad imagi- nable. No olvidemos un principio, que se aplica á todas estas ecuaciones diferenciales lineales, y es, que si tenemos dos Ó más soluciones, si se multiplican por constantes y se suman, el resultado será una nueva solución; lo cual se comprueba — 491 — inmediatamente substituyendo dichas soluciones en las ecua- ciones diferenciales parciales y sumando. Tenemos dos soluciones x, y x,: multipliquemos la se- gunda por — 1 y sumemos, con lo cual se obtendrá la so- lución x=F(2+ V1)-—F(2-— Vf): ésta satisface, por lo que acabamos de decir, á la ecuación diferencial; haciendo f = 0, queda o Fl) — F(2)=0 para todos los valores de 2; luego todas las masas partirán del punto de equilibrio. Para las velocidades tendremos: E VE + VO + VF (VS) y haciendo f =0, e! —2VF' (2), en que el primer miembro representa la velocidad para cual- quier masa en el instante inicial. Como la distribución de ve- locidades para este instante estaba dada por la función y(2), basta que pongamos 2VF' (2) = 2 (2); de donde 1 AAA o (2), y que determinemos F de modo que satisfaga á esta ecuación. —. RA Mas como F es arbitraria, la ecuación anterior puede que- dar satisfecha: integremos, y resultará, para determinar la forma de F, Dicha forma, hasta ahora desconocida, de F, será la que resulte de la integración; problema determinado, porque $ es una forma conocida. Si la de la integral fuese D (2), ésta sería precisamente la forma de F, y la integral general sería x= (2 + Vf) — P(z— V?). Dicha integral satisface á todas las condiciones del proble- ma; y perdonen mis oyentes que insista, pero nunca se peca en los comienzos, ni por exceso de claridad, ni por explica- ciones minuciosas, que más tarde pueden parecer triviales. Esta ecuación, decimos, satisface á la ecuación diferencial y satisface á las condiciones de origen, es decir, cuando f = o. Y volvemos aquí á repetir una pregunta que hace poco hacíamos, y que pudiera repetirse en todos estos problemas: dada que esta sea una solución, ¿es única? Debe ser única, porque el problema mecánico lo es. Da- das las posiciones de los puntos, sus velocidades iniciales y la ley de las fuerzas internas, y sólo digo fuerzas internas, porque ninguna fuerza externa suponemos que actúa, el pro- blema mecánico está perfectamente determinado; no presen- tándose ninguna solución singular, según discute Mr. Bousi- nesque en una Memoría curiosísima, y á mi entender de im- portancia, sobre el determinismo. Y pues el problema mecánico es determinado y no tiene más que una solución, natural es que el problema analítico no tenga más que una, y que si hemos encontrado una, esa sea la única y la verdadera. rn E E $ — 08 Ya comprendo, que esto es tener excesiva fe en la armo- nía que debe existir entre la realidad y el análisis matemáti- co, y que bueno sería demostrar que el problema propues- to, como problema de análisis, no puede tener más que una solución: Cauchy lo ha demostrado en general; pero ya dije antes que no podia detenerme en estos pormenores. Sin em- bargo, aunque muy de pasada, algo diré para evitarme en lo sucesivo nuevas aclaraciones. Supongamos que existen dos soluciones, x,, x,, que Sa- tisfacen á la ecuación diferencial y á las condiciones de ori- gen, es decir, para f = 0, y vamos á indicar cómo puede de- mostrarse, que ambas soluciones tienen que ser idénticas. Si satisfacen á la ecuación diferencial, tendremos: CE qe d? x, d?.X: Leo d?x, dt? da de dz” y restando d? (x, ds Xx») Abs a d? (x, 35 Xo) ; d t, 2 de : luego x, — x, satisface á dicha ecuación. Si x, y Xx, determinan cada una por sí las mismas desvia- ciones iniciales y las mismas velocidades, x, — x, determi- nará para el origen del movimiento una desviación nula y una velocidad nula. Desarrollando x, — x, por la serie de Taylor, y claro es que suponemos la posibilidad de un desarrollo convergen- te, tendremos, llamando f(2,1) á x, — Xz, Xy — X= f (Zo, lo) O A dz? dz? df(2o, to) dt 1 d?f(20, to) dE A E AAN AA e dt Fry dz dt el t.) ASIA E... a dt? MER y es fácil probar que todos los coeficientes son iguales á cero. Desde luego lo es f(2,, f,), porque las desviaciones ini- en t,) ciales son nulas. También lo es ——= porque son nu- las las velocidades iniciales. e Zo Lo) Asimismo ——= porque todas las desviaciones son iguales á cero Lol el eje de las z para f = 0. 7 ; A ; dif (z,, í Por la misma razón es igual á cero A y como el Z segundo coeficiente diferencial, con respecto á la z, es igual al segundo coeficiente diferencial, con respecto á £, salvo un factor constante, este último coeficiente diferencial también será nulo para f =0. También será nulo el coeficiente diferencial ——= df Zo, (20, to) dzdt a 0 dt que no es otra cosa que el valor de age ¡ag para í=0, Fs EPT. como se pone en evidencia considerando el plano tangente á la superficie f = o en cualquier punto del eje de la z. Y, por último, diferenciando varias veces la ecuación di- ferencial, seguiría demostrándose lo mismo para todos los demás términos. : Luego x, — X» =0, y, por lo tanto, x, = Xa. *>* Claro es que la solución á que llegamos antes es general, y puede aplicarse al caso en que las excursiones iniciales de las moléculas y las velocidades sean arbitrarias. En efecto; tomemos dos funciones F, (2 — V?), F,(2+ Vf) arbitrarias y representemos por « (2) la función de las des- viaciones iniciales para cualquier punto 2, y por f (2) la fun- “ción de las velocidades para el mismo instante; y es evi- 4 : j j E »- — 495 — dente, que podremos satisfacer á las dos ecuaciones de con- dición, haciendo x=F,(2+ Vf) +F,(2— Vf) sE 78 AVES MIES (e — Vb): substituyendo en ellas £ = 0, con lo cual Xx, = F, (2) + F»(2) Mere | = VWF (2) WES (2h Basta para nuestro objeto establecer las dos ecuaciones de condición, a(2) = Fi (2) + F+(2), p(z) = VF/ (2) — VF* (2); ó diferenciando la primera, a (2) =F/ (2) +FY (2) plz) = VF/ (2) — V Fs (2). De éstas se pueden deducir F”, y F”,, é integrando, obten- dremos F, y F, en valores de «' y $, es decir, sus formas respectivas, con lo cual el valor de x satisfará todas las con- diciones del problema. Mas para nuestro objeto, nos contentaremos con una de las ondas, y, por lo tanto, con la solución x=F(z == Vf). Mee 7 ES Así F continuará siendo una función arbitraria, en que las excursiones iniciales de las moléculas, 6, si se quiere, sus fases iniciales, estarán dadas para cada punto por F(2), y las velocidades para el mismo instante por — VF' (2). Y vamos á demostrar que en este caso, cuando se esta- blece lo que hemos llamado el equilibrio dinámico, la fuerza . viva media de cada molécula no es igual en todos los pun- tos, de modo que no existe el equilibrio de temperaturas, tal como lo habíamos imaginado, sino una onda de calor que circula por el cuerpo, ó, si se quiere, una onda de fuerza viva que lo recorre todo él. Y no se olvide que en este ejem- plo y en el presente estado de exploración y preparación sólo suponemos vibraciones longitudinales. Partamos, pues, de la ecuación 2 =F(z-— Vi) y supongamos que la forma de F es la que marca la figura 15, Figura 15. y se compone de una curva O B C y de dos rectas indefini- das CD y O D' coincidiendo con el eje de la z. ES e. e ñ Ñ Do A — 497 — Es decir, que llamando en general y á la ordenada de di- cha curva y u á la abscisa y =F(u), representa la línea recta D' O, la curva O BC y la recta C D. Sobre la posibilidad de dicha representación, algo diremos más adelante, por ahora considerémosla como demostrada. Y ruego que fijen su atención en este punto mis oyentes, porque es fundamental para muchas cuestiones. Si en la úl- tima ecuación se da á u un valor negativo, que corresponde- rá á puntos de O D', se ve que F (u) se anula. Para valores de u comprendidos entre O y C, por ejemplo, para la O a, toma el valor ab = F (a). Por último, para valores mayo- res que O C se anula en toda la extensión que queda del eje de las z. Comprendido esto, observemos, que eligiendo” para z y f valores tales que z — V tf sea constante, por ejemplo, igual á k, el valor de x será constante también é igual á , F(k). | Por lo tanto, siendo x = F(k), todos los puntos ó moléculas, que correspondan á valores de z, en los instantes correspondientes á valores de f, tales que z y £ cumplan con la condición expresada z — Vi =k, tendrán, pues, dichos puntos ó moléculas, la misma desvia- ción. Ahora bien, la ecuación 2=Vi=k, Ó z=k+V!, tomando z y f como variables, es la de una línea recta, que hemos representado en la figura 16: sea A B dicha recta. — 498 — La ordenada en el origen OA, será igual á k, y la tangen- te del ángulo que forma con el eje de los tiempos será V. Si tomamos en la recta diferentes puntos b, b”, b”, la con- sideración anterior nos demuestra, que en el tiempo Oa la molécula que está á la distancia y = ab del origen, se ha se- parado de su posición de equilibrio, una cantidad igual á K. Cuando el tiempo es O a”, la molécula que se encuentra á la distancia a” b” del origen ha realizado la misma excursión que Figura 16. a. Y la velocidad de este transporte de forma es igual evi- DIE + Lo mismo podemos decir para otro punto cualquiera. Por último, si O a es igual á un segundo de tiempo, la mo- lécula habrá recorrido la distancia ba —k=ba—ca=cb, que es tangente b Ac = V. Si consideramos, pues, un conjunto de moléculas conti- guas, con sus desviaciones y sus velocidades correspondien- tes, este sistema caminará sobre el eje de las z con la velo- cidad V. Así, pues, la curva O BC, fig. 15, con sus dos rectas CD y O D' se transportará paralelamente con la velocidad V á lo , dentemente á A A a E a A > LES largo del eje de la z, tomando las posiciones A” B' C*, BC Claro es que en la figura 16, si en vez de suponer la ex- cursión O A = k para t= 0, suponemos otra excursión dis- tinta O 4”, O A”, tendremos una serie de rectas 4' B”, A” B”... paralelas á A B. Todas las condiciones del movimiento están, por decirlo así, representadas en las figuras 15 y 16, que, por lo demás, advertiremos que no están hechas en la misma escala. Así como hemos representado la curva O BC de las ex- cursiones de cada molécula, podríamos representar también la curva de las velocidades, respecto á la cual se repetiría cuanto hemos dicho con relación á la primera. Pero esta curva de las velocidades, en este ejemplo no es arbitraria; no podría ser OGC, A” G C...... Sería, por ejemplo, coc”, deducida de la derivación de OBC, es decir, -— VF”' (2). Y notemos, y esto es muy importante, que así como se transportan con la velocidad V las curvas OBC, coc”, con ellas se transportan las líneas rectas que las preceden y las siguen sobre el eje de las Z. Es dicha onda una verdadera ola solitaria, que deja detrás de sí el reposo ó la inmovilidad y que no turba la de las mo- léculas que están delante, sino cuando á ellas llega con la velocidad V en ese transporte de forma. Y esto nos demuestra ya hasta la evidencia, que todos los puntos del sistema de moléculas, durante el período % de la oscilación, si la oscilación fuera periódica, que sobre esto nada hemos dicho, porque depende de la forma de F; todos los puntos del sistema, repetimos, tienen la velocidad cero y la fuerza viva cero, hasta que llega la onda, y después de haber pasado; y mientras ella pasa, tienen la serie de velo- . Cidades y de fuerzas vivas que corresponden á los diferentes puntos de las curvas OBC, coc”. E E — 500 — Fuerza es confesar, dada la descripción de este fenómeno de mecánica, que en nada se parece á la propagación del calor en los cuerpos. Por regla general, el calor no se transmite ó no parece que se transmite como una onda de altas temperaturas, de- jando detrás temperaturas más bajas y encontrando también temperaturas más bajas en su marcha. No es como la ola en el mar, ó como una ola ideal y aisla- da de luz, sino como la difusión de algo que busca su nivel. Hasta aquí, respecto á la propagación del calor, hay que reconocer, que las teorías vibratorias de la Física matemática no nos dan la imagen de los hechos sensibles. Así lo reconocen muchos, y así lo reconoce Mr. Boussinesq en su obra ya citada. Y sin embargo, con ser el resultado del análisis matemá- tico tan distinto del efecto sensible, que en nosotros produce la distribución del calor en un cuerpo más ó menos conduc- tor, todavía ocurren y podríamos proponer explicaciones para armonizar la teoría precedente, completada y extendida á los cuerpos de la Naturaleza, con los resultados prácticos de la Física experimental. Según las hipótesis antes referidas, los cuerpos se compo- nen de moléculas ó partecillas de materia ponderable, á cier- ta distancia unas de otras y bañadas de éter, que rellena to- dos los espacios intermoleculares. ; Si en un punto del sólido se establece una agitación, es decir, una acumulación de fuerza viva del éter y de las ma- sas ponderables, nacerán ondas de vibración que se exten- derán alrededor de dicho centro. Las ondas de éter, al avanzar, transmitirán parte de su fuerza viva á las moléculas ponderables que encuentren, poniéndolas en movimiento; pero con velocidades muy pe- queñas al principio, porque se supone que la masa de una molécula ponderable es muchísimo mayor, que la masa de éter. — 501 — Esta onda etérea avanzará, pues, por entre los obstáculos que forman dichas moléculas ponderables, y cada vez será más débil. Al llegar á los límites del cuerpo, en parte se refractará y en parte se reflejará, y repitiéndose esto de continuo, no será una onda solitaria de éter en vibración la que atraviese el cuerpo que consideramos, sino una acumulación de ondas etéreas. Y otro tanto podemos decir de la onda engendrada por la vibración de las moléculas ponderables. De suerte, que el problema es mucho más complejo de lo que habíamos imaginado al principio, y en cada punto, la fuerza viva media habrá que calcularla teniendo en cuenta todas las ondas que por él pasan en un momento dado. Con lo cual, sin que insistamos más en este punto, se comprende, que al fin la fuerza viva media llegue á ser cons- tante si es constante la temperatura en los límites del cuerpo, y que además podrá explicarse el hecho de la transmisión como la teoría analítica del calor la determina. Cuando estudiemos la Termodinámica volveremos á insis- tir sobre este problema, del cual ahora no podemos más que dar una idea por todo extremo vaga y superficial. a A — XXI. —Estudios de sintesis mineral. POR JosÉ RODRÍGUEZ MOURELO. 11 Experimentos relativos al sesquióxido de cromo.—Principíos de la doctrina de la condensación molecular.—Ensavos con algunos métodos aditivos. En principio, cuando se trata de los medios prácticos de la síntesis mineral, no se ha de atender sólo y de manera exclusiva á sus resultados, limitándolos á la reproducción, más ó menos perfecta y completa, de cuerpos cuya molécula es, á veces, muy compleja; sino que, conjuntamente, ha de mirarse á sus reacciones generadoras y al mecanismo de los procedimientos, que suele tener variadas fases, corres- pondiendo á ellas la formación de substancias definidas, casi siempre aislables, representantes de los términos ó puntos singulares de la serie de cambios químicos y transformacio- nes necesarias para alcanzar el estado final, en contados c2- sos reversible. Consideraciones fundadas en resultados obte- nidos bien comprobados y experimentos nuevos, de índole diversa, servirán para demostrar las positivas ventajas de apreciar el problema conforme queda dicho, abarcándolo en su generalidad. : Observaré, por de contado, que es frecuente advertir, cómo muchas cualidades de los cuerpos reproducidos depen- den y son función de los métodos empleados para formar- los, y ello está ligado con una característica de la síntesis mineral, determinada por la reproducción de las formas, en cuanto no se limita á constituir las moléculas químicas, con- teniendo todos sus elementos en las proporciones necesa- rias, que también atiende á su estado físico particular, y ca- ETE EEE 08 ES : balmente uno de sus fines, para el cual cuenta con proce- dimientos especiales, es la reproducción del estado y formas cristalinas, á partir de los elementos del cuerpo ó de éste ya producido y en estado amorfo. Y es de suma importancia relacionar estos términos: procedimiento sintético, materias resultantes, forma de las mismas y propiedades característi- cas, indagando sus mutuas influencias y conexiones, á lo menos en ciertos casos notorios de isomería, que no son po- cos los que presentan las substancias minerales. Fácil es obtener el sesquióxido de cromo, cuyos modos de formación son de antiguo conocidos, y ver cómo influ- yen en los estados que afecta y las variantes de sus propie- dades en cada uno de ellos. A la cuenta no se trata aquí de una síntesis, ni de cuerpo que tenga su representante en es- pecie mineralógica natural, ya que sólo por accidente es ge- nerado al fabricar algunos compuestos crómicos; pero cons- tituye un ejemplo terminante y de extraordinaria sencillez, tocante á las relaciones mencionadas y á las influencias posi- tivas del estado cristalino, y, en general, de las modificacio- nes moleculares de todo linaje, en las propiedades particu- lares de los cuerpos á los cuales afectan, sin que cambie su naturaleza química, y aun es condición para tales metamor- fosis que permanezca inalterable, á lo menos en lo referente al número y proporciones de los elementos. Puede ser obtenido bien cristalizado el sesquióxido de cromo, empleando diversos procedimientos, y aquí se ponen solamente los principales. a) Descomposición del ácido clorocrómico por el calor, haciendo atravesar sus vapores por un tubo de porcelana, puesto al rojo vivo; parte del cuerpo destila sin alterarse; la otra parte se altera, dejando en el tubo cristales romboédri- cos, negros y durísimos, desprendiéndose juntos oxígeno y cloro. 2(CI,CrO,) = 0,Cr, + Cl, + O (Wehler). 4 UL Rev, Aca. Ciexcias.—1IV. —Mayo, 1906, — UA b) Acción del cloro sobre el cromato de potasio. No siendo la temperatura muy elevada, resultan láminas crista- linas verdosas. 2(CrO,K,) +4 Cl = O,¿Cr, + 4CIK + 5 0 (Frempy). c) Reaccionando el vapor de agua con el sesquicloruro de cromo, al rojo, se logran bien formados cristales rombo- édricos de color verde obscuro, presentando sus caras es- triadas; son menos duros que los obtenidos aplicando otros procedimientos, en los que es menester emplear mayor calor y sostenerlo por más tiempo. De todas suertes, es un caso de aplicación de métodos generales de sintesis empleados en la reproducción artificial de cierto número de minerales oxidados. CI ¿Cr, + 3H, O = O, Cr, +6 CIH (Ferriéres y Dupont). dd) Genérase directamente del bicromato de potasio, y Svanberg recogió menudos cristales exagonales, de color ver- de, presentando irisaciones, con sólo calentar aquel cuerpo en un crisol á temperatura muy elevada, sostenida por die- ciocho horas. Intentando repetir tan curioso experimento, se- gún las prescripciones del citado químico, y aunque procuré no apartarme de ellas, sólo me fué dado advertir, al cabo de veinticuatro horas, la formación incipiente y muy poco de- terminada, de laminillas obscuras, dotadas de cierto tinte ver- doso, que se adherían con gran fuerza á las paredes del cri- sol; su aspecto, como el del sesquióxido de cromo de Svan- berg, era el de un producto sublimado, desprendido de una masa en fusión á temperatura elevadísima. e) Quizá el mejor procedimiento 6 medio de formación del sesquióxido de cromo cristalizado, y sin duda el más ge- neral, se refiere á una reacción repetidas veces utilizada para otros fines, y consiste en que la mayoría de los compuestos — 505 —= metálicos son descompuestos, simpre mediante la acción del calor, por los cloruros, generándose los óxidos correspon- dientes, aunque la reacción suele ser limitada é incompleta y á veces reversible, no siendo la temperatura excesiva. Con- forme á tal principio, siempre que los compuestos crómicos se hallen en presencia de cloruros, sobre todo alcalinos, é in- tervenga el calor, es segura la formación, siquiera inicial, del sesquióxido. Este hecho explica el mecanismo de su génesis en las acciones del cloro sobre el cromato de potasio, en que se apoya el método de Fremy, porque se engendra al mismo tiempo cloruro de potasio, el cual de necesidad ha de reac- cionar con el cromato en la manera dicha, constituyendo de otra parte, por estar fundido, excelente disolvente del óxido de cromo. Fundiendo una mezcla hecha con partes iguales (10 gramos) de cada uno de los cromatos neutros y secos de potasio y sodio y un exceso (50 gramos) de cloruro de bario bien desecado, al cabo de tenerla fundida ocho horas, Si- guiendo lento enfriamiento, obtuve una masa, en la que ha- bía cloruros de potasio y sodio, que fueron separados por el agua hirviendo y quedó un residuo, en el que se distinguían muy bien las laminitas blandas y de color verde claro de cro- mato de bario cristalizado y otras láminas duras bastante más obscuras, ligeramente irisadas algunas de ellas, incrus- tadas con fuerza en la masa antes del tratamiento por el agua y que eran de sesquióxido de cromo. f) Hubo de aplicar Ebelmen sus fecundos métodos á la cristalización del sesquióxido de cromo, partiendo del cuerpo amorfo y lo más puro posible. Era disolvente el ácido bórico fundido, al que añadía un poco de carbonato de calcio, ope- rando á la temperatura de un horno de porcelana, sostenida por bastantes días, al cabo de los cuales resultaba, después de lento enfriamento, una masa formada de borato de calcio y exceso de ácido bórico, conteniendo cristales romboédricos del sesquióxido, duros, de obscuro color verde, brillantes y separables de su ganga por medio del ácido nítrico, que, aun — 506 — concentrado é hirviendo, no tiene la menor acción sobre ellos, £) Recordando experimentos bien conocidos, intenté pro- ducir el cuerpo en que me ocupo, calentando á temperatura elevada (800”) mezclas íntimas de bicromato de potasio dese- cado y cloruro de sodio, que había sido previamente fundido; la masa obtenida es verdosa, hay en ella sesquióxido de cromo; pero no me ha sido posible aislar sus cristales. Mejor resulta emplear el cloruro de sodio fundido como disolvente del cuerpo amorfo; conservando aquél en gran exceso y sin que llegue á saturarse del sesquióxido, y manteniendo líquido el sistema durante tres Ó cuatro horas, seguidas de enfria- miento lo más lento posible, se recoge una masa verdosa de aspecto cristalino, la cual, luego de tratada por agua caliente, deja un residuo formado de menudísimos cristales de ses- quióxido de cromo, tanto más duros y obscuros, cuanto ha sido más elevada la temperatura, dependiendo sus perfeccio- nes de la lentitud del enfriamiento. He notado en diferentes pruebas que si el disolvente fundido está saturado ó ha- biendo exceso de sesquióxido, su cristalización no se efectúa y la masa verde obtenida al término de las operaciones lo que contiene en su interior es el cloruro de sodio confusa- mente cristalizado por vía seca, como si se hubiesen inver- tido las respectivas funciones de cada uno de los componen- tes del sistema. Toda la transformación molecular depende, al cabo, de la temperatura y de la masa, ó sea de un trabajo cuyos efectos son notados, conforme es sabido, en las pro- piedades de los estados isoméricos de la molécula O, Cr, cuyo equilibrio definitivo hállase determinado por una gran inercia química y absoluta resistencia á los agentes de trans- formaciones. h) Indicaré ahora cómo por la acción del calor el hidrato crómico (OH), Cr, pierde, á no muy elevada temperatura, 3 H,0O y deja por residuo el sesquióxido de cromo amorfo y de color verde característico, siendo completa la deshidrata- ción. De igual manera, el sesquisulfuro de cromo calcinado — 507 — en contacto del aire prodúcelo con desprendimiento de anhí- drido sulfuroso y en general el cuerpo O, Cr, es el término y residuo de las descomposiciones pirogenadas de las subs- tancias que contienen cromo, y sobre todo de sus sales de toda especie y categoría. ¿) Sábese que, entre otras muchas, son las siguientes reacciones generadoras muy conocidas del sesquióxido de cromo en su estado amorfo, cuyo mecanismo importa á mi objeto tener presente en este momento: ECHO, 2CI(NH,)] =2 CIK-E4H042N+0,Ch; IS OR: | 3C=2[C0,K3].1.C.0, + 2103 Cra] CNO +ES:=SO¡K7 03€ 2 ECO] =.0,Cr, JH Os 4 Ag: dando el último el producto más puro, por ser sus acompa- ñantes uno gaseoso y el otro volátil á la temperatura de la descomposición del cromato mercurioso, y acaso por lo mis- mo el sesquióxido de cromo de ella procedente, como aisla- do á un calor moderado, bastante menor de los 400”, se pres- ta mejor á cierto linaje de modificaciones características. En cambio, el sesquióxido de cromo originado en las otras tres reacciones, resulta acompañado de sulfato, cloruro ó carbo- nato de potasio, y es muy difícil, ya que no imposible, pri- varlo enteramente de cualquiera de los tres cuerpos, de los cuales suele conservar trazas aun después de bien calcinado á elevada temperatara, influyendo las mismas impurezas en el tono de su color verde y en la resistencia á ciertos agen- tes enérgicos, á la cual contribuyen de manera eficaz aquellos productos secundarios de las reacciones, cuyos residuos que- dan como difundidos ó disueltos en el sesquióxido de cromo. Distan mucho de ser fijas y constantes sus propiedades ca- racteristicas, por más que se trata de materia de composición — 508 — química invariable, en su calidad de constituir el término de las metamorfosis de los compuestos de cromo. Justamente los medios de formación y los métodos prácti- cos de obtenerlo, sirven para diferenciar las variadas apa- riencias del sesquióxido de cromo, ó sea sus estados par- ticulares de agregación molecular que implican hondos cam- bios en sus características; y no se trata de modificaciones pasajeras, sino de metamorfosis completas, de las cuales es inherente cierta pérdida de energía, manifestada en fenó- menos térmicos y luminosos, producidos en el acto de la transformación molecular del cuerpo estudiado. Traen aparejados los procedimientos descriptos dos es- tados del sesquióxido de cromo: el cristalino, con formas romboédricas, y el amorfo, entre los que existe una dife- rencia esencial. Harto sabido es que la obtención del ses- quicloruro de cromo está fundada en las acciones del cloro puro y seco sobre el sesquióxido calentado al rojo vivo, to- mando ciertas precauciones que no son del caso ahora; si el sesquióxido está cristalizado por cualesquiera de los méto- dos citados, no es atacable por el cloro en las condiciones ordinarias del experimento; en cambio, lo es el amorfo, pero sólo en ciertas y determinadas circunstancias. Ensayé el pro- cedente de descomponer á temperatura relativamente baja el cromato mercurioso, mezclándolo con carbón vejetal, aglu- tinando con poco engrudo de almidón, para hacer bolas, no mayores que guisantes, que secaba á 140”; las ponía luego en una buena retorta de barro tubulada, hacía pasar cloro muy seco, durante cierto tiempo, y sin que cesase la corrien- te de este gas, calentaba al rojo y así producía el sesqui- cloruro, cuyos vapores se condensaban en una alargadera de vidrio fría, formando láminas cristalinas y brillantes del color de la flor del albérchigo: los resultados fueron excelen- tes. No satisfacen tanto los que se logran con los sesquióxi- dos de las otras procedencias, sobre todo, si después de ha- ber lavado muchas veces con agua hirviendo el producto de | — 109. — las respectivas reacciones, para eliminar las porciones solu- bles, el residuo verde es desecado á temperatura superior de 300”, sin alcanzar los 360”. Adviértese ya entonces un comienzo de modificación isomérica, traducida en cierta re- sistencia á las acciones del cloro, y no es raro que se de- tengan á poco de comenzadas, aunque el calor sea suficiente para volatilizar el sesquicloruro producido, y es que la su- perficie del sesquióxido experimenta cierta vitrificación so- mera que impide la continuación de las acciones químicas. Limita la temperatura las transformaciones indicadas, con- sideradas á modo de estados particulares del sesquióxido de cromo, que el calor genera en último término por iguales medios y en la misma forma que engendra los estados alo- trópicos del fóstoro Ó los polímeros de los hidrocarburos susceptibles de ellos, é importa indicar el mecanismo gene- ral de semejantes transformaciones, bastante comunes en los compuestos minerales. Uno cualquiera de los productos de las reacciones ante- riores da el sesquióxido de cromo verde, amorfo y atacable por el cloro en las condiciones apuntadas, con tal que se cumpla la de obtenerlo á temperatura relativamente baja. Si este mismo sesquióxido es calentado á 440”, tórnase un mo- mento incandescente; luego de enfriado, puede advertirse que no ha perdido de peso; mas, en cambio, volvióse inerte, á no ser en casos especialísimos, respecto del cloro, del oxí- geno y del gas sufhídrico, por virtud de cierta especie de po- limerización, que no es reversible; y así resulta que en el re- ferido sesquióxido de cromo deben reconocerse tres formas distintas, á saber: el estado cristalino definitivo y no trans- formable, el estado amorfo atacable por el cloro en caliente para producir sesquicloruro y el estado amorfo inactivo, pro- cedente del anterior en la manera que es dicha. Depende el último del segundo, en cuanto basta calentarlo para que se genere con carácter definitivo, por donde se infiere que las formas conseguidas antes de los 440” son transitorias y re- — 510 — presentan equilibrios moleculares provisionales, términos no más de una serie cuyo límite está en el sesquióxido cristali- zado, tan inerte como se quiera, y que permanece incólume en presencia de agentes de transformaciones químicas de las energías del oxígeno, el cloro y el ácido sulfhídrico; y así, la temperatura indicada separa en realidad las formas y pro- piedades á ellas inherentes, caso frecuente en las transfor- maciones pirogenadas de las materias orgánicas, á las que es asimilable el presente. Bien á las claras se advierte cómo, en suma, los caracteres peculiares de los diversos estados del sesquióxido de cromo son funciones de los métodos de obten- ción, y de qué suerte, aplicándolos, antes de conseguir la forma límite, representante del equilibrio más estable del sis- tema molecular, aparecen otras intermedias, interesantes, y que en la síntesis mineral tienen notoria importancia. Mientras el sesquióxido de cromo pasa al estado que he llamado inerte, obsérvase que se pone incandescente; y este fenómeno, que no es privativo de su transformación, reviste mucha importancia, en cuanto significa un cambio químico con desprendimiento de pura energía en forma de calor, en tanto se lleva á cabo cierto trabajo molecular interno, no para convertir un cuerpo en otro, sino para modificar sólo su es- tructura, aunque de manera tan honda y siendo de tal géne- ro la perturbación que en realidad trae aparejada la forma- ción de nuevos caracteres, siquiera sean negativos. Es como si al ser engendrado el sesquióxido de cromo en su primera forma activa, retuviera y aprisionara cierta cantidad de ener- gía, quizá de la misma empleada en producirlo, conserván- dola, por decirlo así, latente, hasta el momento en que, ex- citada por la temperatura, aparece desprendiéndose con ma- nifestaciones térmicas y luminosas, dejando inerte el cuerpo á que comunicaba actividad, fuerza y aptitudes para cierto linaje de cambios, y la substancia material y el peso del mis- mo permanecen invariables. — 511 — Voy á intentar en breves razones una explicación, que ha de serme luego utilísima, de los fenómenos relatados, apoyándome en las mismas doctrinas que utilizaron Recoura en sus investigaciones relativas á los diversos compuestos salinos del cromo, Nicolardot en los estudios que hizo acer- ca de los óxidos de hierro y Wyrouboff y Verneuil en los suyos de las tierras raras. Hállanse los fundamentos de la hipótesis, aplicable á numerosos hechos observados en la práctica de los métodos de síntesis mineral, en las llamadas condensaciones moleculares, cuya noción ha sido muy fecun- da en la Química. Sin ella no se explican ni la existencia, ni las propiedades, ni los desdoblamientos de muchos cuerpos, de los ácidos polisilícicos, por ejemplo, tan importantes en sí mismos, y cuando se trata de la constitución química y es- tructura de complicados silicatos múltiples; tampoco se com- prenderían las anomalías de las sales verdes de cromo, las singularidades de los compuestos oxigenados del hierro, co- loides Ó solubles, ó las que presentan los de itrio, cerio y torio, que los casos son abundantes y otfrécenlos singulares algunos procedimientos de síntesis, que por lo mismo con- sienten formar cuerpos nuevos, casi siempre inestables, para resolverse en otros que parecen productos del desdoblamien- to de su molécula. No es, por lo tanto, de ahora mismo la doctrina, que tiene su principal sanción en muchos fenómenos que presentan las substancias orgánicas, en particular los de polimerizaciones, que son comunes, y á semejanza de ellos aplicase, de la propia suerte, á explicar ciertas estructuras de moléculas mi- nerales. Sábese como hay cuerpos muy fijos y estables ca- paces de retener y condensar en su masa (platino esponjoso, paladio), ó en su superficie (negro de humo), diferentes ga- ses en proporciones considerables, y al realizar semejante trabajo adquieren determinadas actividades, y de la misma manera, moléculas de igual especie pueden penetrarse mu- tuamente, unirse entre sí, condensarse íntegras ó sólo alguno — 512 — de sus elementos y formar así combinaciones singulares: sul- fatos de cromo, que no producen las reacciones del ácido sulfúrico; óxidos de hierro, en los cuales el análisis no pue- de determinar la cantidad exacta de metal; combinaciones oxidadas de metales raros, de las que en las precipitaciones fraccionadas siempre queda un resto en el líquido, aun ha- biendo exceso de reactivo, y otros casos semejantes, utiliza- dos para establecer las funciones químicas minerales sobre bases análogas á las que sirven para defimir las funciones orgánicas. Ya podrían invocarse en favor de la doctrina de las con- densaciones moleculares los casos de alotropia, que en casi todos los cuerpos simples se tienen advertidos, y las distin- tas apariencias de algunas combinaciones ternarias como los hidratos de cromo ó los de hierro; pero sobre todo han de tenerse en cuenta ciertos compuestos intermedios, pro- ductos de reacciones incompletas ó parciales, residuos de otras, tránsitos entre dos estados límites unas veces, y otras resultado de fenómenos secundarios, que han aprovechado grandemente los procedimientos de la síntesis mineral. Co- rresponden á alguna de estas categorías los óxidos grafíticos, representantes de los grados inferiores en la escala de la oxi- dación del carbono, los cuerpos que se colocan cerca del anhídrido carbónico, los hidratos silícicos y substancias de- rivadas de la sílice soluble Ó coloidal, y los curiosísimos cuerpos ternarios más pobres de oxígeno que los hidratos si- lícicos, moléculas condensadas, en ocasiones consecuencia de su desdoblamiento ó también verdaderos residuos mole- culares, algunos de composición incierta Ó variable. Observaré cómo precisamente la diferente basicidad de los ácidos polisílicos, de los cuales derivan no pocos silicatos naturales múltiples, está fundada en las condensaciones mo- leculares progresivas del hidrato normal (O H),. Sí que es, en rigor, un límite, en cuanto existen derivados suyos en los que las relaciones de Sí O, á OH.,, son 2: 1, y también, — 513 — 3:1y3:2,3: 3, pudiendo llegar al anhídrido silícico, conforme es bien sabido. Corresponden á la misma serie los hidratos irregulares de Graham obtenidos por diálisis, el lí- quido ó hidrosol y el gelatinoso ó hidrogel, y sus combina- ciones congéneres, el alcohosol! y el alcohogel, el glicerosol y el glicerogel y el sulfogel, que todos derivan de los prime- ros y pueden considerarse productos semejantes á los de la eterificación; pues con ellos tienen muchos puntos de seme- janza en el mecanismo y en los límites de su formación. Y para que nada falte en la serie, hay en ella también repre- sentantes intermedios de condensaciones incompletas, Ori- ginados al descomponerse determinados cuerpos organosilí- cicos, tales como el anhídrico silicitórmico y el hidrato sili- cioxálico de Friedel y Landenburg, á los que deben agregarse la silicona, de Weehler, y la leucona, producto inmediato de sus fáciles alteraciones. A lo que entiendo, es menester considerar dos especies de moléculas condensadas, y son: aquellas que, por determina- dos artificios, generalmente interviniendo el calor, se desdo- blan, reproduciendo sus generadores, ó bien algunos de los términos intermedios de la serie de condensación regular, fe- nómeno que ha recibido importantes aplicaciones en los mé- todos generales de síntesis, y las que se consideran invaria- bles é incapaces de desdoblarse y aun de contraer ningún gé- nero de alianzas con otras moléculas. Son las primeras á modo de equilibrios provisionales, inestables, y hasta cierto punto reversibles, fases sucesivas de trabajos no terminados, á los que corresponden ciertas actividades más Ó menos ex- citables. En cambio, las otras, constituidas con aquel des- prendimiento de energía que las reduce al estado inerte, re- presentan el término y límite de aquellos mismos trabajos invertidos en producir una forma y una composición detiniti- vas casi invariables, según es difícil iniciar sus transforma- ciones en todos los órdenes, para lo cual hay que destruirlas y simplificarlas hasta dejar libres sus componentes. — 514 — Pertenece á la segunda categoría, con otros varios cuer- pos de distinta naturaleza, el sesquióxido de cromo, cuyas modificaciones alotrópicas, aunque bien conocidas y deter- minadas, he tratado de reproducir en su calidad de datos para los presentes estudios, y pienso que alguna novedad hay en los experimentos hechos. Se refieren á la deshidratación progresiva de los cuerpos (OH), Cr, violeta y (OH), (OH),Cr, verde, á la producción del sesquióxido amorfo á la temperatura más baja posible, á su transformación en masa inerte y á su cristalización en el cloruro de sodio fundido 6 en vapor, en lo cual se contiene todo el mecanismo de sus cambios de estado mediante condensaciones moleculares, cuyo influjo en los caracteres de los compuestos salinos está ahora esclarecido. Adviértese, en primer término, que no es indiferente la procedencia de los hidratos; si el obtenido de los sulfatos, precipitando con la potasa ó la sosa, retiene ál- calis en mínimas proporciones, cosa harto frecuente aun des- . pués de prolongados lavados en caliente, la deshidratación no resulta completa y se retarda bastante; de las disolucio- nes de cloruro de cromo y de las de alumbre de cromo re- sultan hidratos voluminosos, sobre todo operando en frío, más Ó menos gelatinosos, de aspecto coloidal muchas veces y que pueden retener cantidades apreciables del álcali preci- pitante y tampoco las pierden por completo. Buen número de pruebas he necesitado para conseguir un hidrato crómico normal libre de álcalis, y llegué á prepararlo partiendo de sales crómicas, casi siempre sulfatos ácidos Ó - acidulados ligeramente y en disoluciones no muy concentra- das, del 8 al 10 por 100 es suficiente, empleando las de los álcalis á la misma concentración y adicionadas de 25 por 100 de alcohol. Nó ha de ser completa la precipitación, debiendo quedar exceso considerable de compuesto crómico disuelto, y ha de hacerse fraccionada en dos veces, aprovechando sólo lo que en la segunda se produzca, y los líquidos han de estar á la temperatura de 40”. Formado el precipitado utilizable, se — 515 — añade agua y se hierve el líquido, filtrando en caliente y la- vando con agua alcoholizada, secando más tarde á la tempe- ratura ordinaria; luego se trata el cuerpo aislado con agua hirviendo, se recoge en un filtro, donde es lavado primero en frío y después con alcohol caliente y secado, y al cabo de repetir cuatro veces el tratamiento resulta el hidrato cró- mico libre de álcalis y muy puro. Quizá es de los cuerpos cuya total deshidratación resulta más difícil; en ella se reconocen y determinan algunos pun- tos singulares, correspondiendo el de mayor interés á la formación del monohidrato (OH) O, Cr, á la temperatura de 220”, y la pérdida de las dos moléculas de agua restantes trae aparejada la insolubilidad del nuevo cuerpo en el ácido clorhídrico no muy concentrado. Ha de procurarse que la deshidratación sea lenta, aumentando poco á poco la tempe- ratura sin pasar el límite de los 350”, agitando sin cesar la masa, que adquiere color verde característico; se deja enfriar y trata luego con ácido sulfúrico diluido en su volumen de agua, dejando en digestión cinco Ó seis horas á 80”, cuyo término alcanzado se recoge el cuerpo en un filtro, se lava muy bien con agua hirviendo y luego con alcohol, se deseca á 120”, y más tarde se calienta á 300” durante una hora, re- sultando el sesquióxido de cromo puro, anhidro, amorfo y el más apropiado para obtener el sesquicloruro también anhi- dro, gracias á la facilidad con que el cloro ataca á su mezcla con el carbón, operando al rojo. Sin el tratamiento por el ácido sulfúrico en la manera que es dicha, es fácil tener una mezcla de sesquióxido anhidro con alguno de los términos inferiores de la deshidratación, la cual, para ser completa, ha menester tiempo y no operar con grandes masas, ni con cuerpos coloides que siempre retienen álcalis. Constituido así el primer estado activo del sesquióxido de cromo anhidro, quise conocer el mecanismo de sus transfor- maciones, inherentes á las sucesivas condensaciones de sus moléculas interviniendo el calor. A fin de lograrlo, procedí — 516 — calentando en un excelente crisol de porcelana el sesquióxido atacable por el cloro, el oxigeno y el gas sulfhidrico, elevando paulatinamente la temperatura; antes de los 400”, el color verde de la masa se obscurece bastante, adquiriendo cierto brillo; dejando entonces enfriar se recoge un cuerpo aglome- rado, aterciopelado, verde, y que resiste mucho más que el anterior á la acción de los cuerpos citados; pero al cabo es atacado por ellos. Llegando la temperatura cercana de los 480” en mis experimentos, la masa del sesquióxido anhidro tór- nase incandescente y emite luz que á poco se extingue, y luego del enfriamiento queda un cuerpo que fácilmente se pulveriza, de color verde obscuro, sin trazas de brillo, inso- luble en los ácidos é inerte en presencia del cloro, del oxí- geno ó del gas sulfhídrico, al rojo, como si hubiera perdido en absoluto todas sus actividades. Resulta de esta manera producido lo que, no sin algunas vacilaciones, me atreveré á llamar primera condensación de la molécula del sesquióxido de cromo anhidro , suerte de po- límero incompleto, al cabo estado transitorio, para alcanzar más completas y perfectas transformaciones, sin cambios en la composición química del cuerpo. Ya se ha visto cómo hay varios y eficaces medios de formarlo cristalizado de primera intención, en las mismas reacciones químicas originarias; mi intento fué reproducir directamente la serie de sus cam- bios partiendo del hidrato, y por eso emprendí el trabajo de pasar del estado amorto inactivo al estado cristalino, que considero representante del equilibrio estable y definitivo de la molécula O, Cr,. Seguí en las investigaciones dos proce- dimientos de resultados excelentes en las cristalizaciones por vía seca, á saber: disolución en un cuerpo fundido, que fué, en el caso presente, el cloruro de sodio, en las circunstan- cias y con los resultados indicados en otro lugar, y acción de transporte del mismo cloruro de sodio reducido á vapor, ya sólo, ya mezclado con determinados gases, Oxígeno activo 6 nitrógeno inerte, sobre pequeñas cantidades de sesquióxi- — 517 — do de cromo, operando de continuo á la temperatura del rojo vivo, sostenida por cuatro y cinco horas consecutivas, sistema que había experimentado con buenos resultados para cristalizar cuerpos muy fijos, indescomponibles por el calor y cuya falta de volatilidad parece suplida por la del clo- ruro de sodio. Dispuse en el interior de un tubo de porcelana, muy re- sistente al fuego, dos navecillas de la misma materia; la pri- mera, colocada hacia el medio del tubo, contenía 3 gr. de ses- quióxido de cromo anhidro; en la segunda, más cercana de uno de los extremos, había 15 gr. de cloruro de sodio puro y recién fundido; las dos bocas del tubo estaban cerradas con tapones atravesados por tubos, para dar paso á la co- rriente gaseosa de oxígeno ó de nitrógeno, según los casos, puros y perfectamente desecados que, desde el principio, circulaba con lentitud (sólo una burbuja por segundo). Un tercio del tubo dicho, el que no contenía las navecillas, que- daba sin calentar; la temperatura del resto se elevaba hasta llegar pronto á la del rojo vivo, empezando siempre por la porción correspondiente á la navecilla del sesquióxido de cromo, y sólo cuando alcanzaba aquel grado, se calentaba la del cloruro de sodio á fin de volatilizarlo, y que la corrien- te gaseosa lo condujese hasta el compuesto de cromo fuer- temente enrojecido. Se produjeron diversos fenómenos: por de pronto advertí, que si bien la lenta corriente gaseosa era necesaria, la natu- raleza de los gases no tiene la menor influencia en el resul- tado de las operaciones. Cristaliza por sublimación, pero de manera confusa, el cloruro de sodio en la parte fría del tubo, y algunas veces arrastra un poco de sesquióxido que lo tiñe de color verdoso; tratado entonces con agua, queda por re- siduo una suerte de polvillo áspero al tacto, de color obscu- ro, que visto al microscopio aparece formado de pequeñíisi- mos cristales, cuya determinación me ha sido imposible, por ser como un precipitado cristalino nada más. Vense en la su- — 518 — perficie del sesquióxido colocado en la navecilla, y también en ocasiones en sus cercanías, formando anillo en el interior del tubo, cristales muy pequeños, duros, adherentes, con re- flejos irisados y verdosos, semejantes á los que mejor for- mados y en más abundancia se obtienen de la disolución del sesquióxido amorfo en el cloruro de sodio fundido, cuando la masa ha sido enfriada con extremada lentitud; lo cual signi- fica que la cristalización por transporte y en atmósfera clo- rurante es sólo incipiente en el caso que se examina; mas no deja de producirse la condensación molecular inherente de la constitución del estado cristalino, que significa el término del trabajo invertido en reducir á la inercia y pasividad una subs- tancia que en otras condiciones es activa y transformable, por ejemplo, con el aluminio, desarrollando temperaturas extre- madas que la industria utiliza en sus operaciones. Entra también el cambio citado en los dominios de la sín- tesis mineral, en cuanto la reducción del sesquióxido de cro- mo por el aluminio metálico, limitada á substituir un metal por otro en el compuesto O, M,, es buen medio de repro- ducir la alúmina, conforme lo indica la ecuación O, Cr, + + Al, = O, Al, -+ Cr,, obteniéndose de camino y con fa- cilidad el cromo metálico, y según las circunstancias de los experimentos, el sesquióxido de aluminio puede disolver cierta cantidad del de cromo ó ácido crómico generado en reacción secundaria y teñirse de verde ó de rojo, constituyen- do la esmeralda oriental ó el rubí oriental. Cito el caso, para notar cómo la pasividad del sesquióxido de cromo no es ab- soluta y de qué suerte sus reducciones, ahora procedimiento industrial, son también procedimientos sintéticos. Tiene ciertas propiedades y un grado de generalidad que en otros no se encuentra, el mecanismo de algunos métodos de síntesis aditiva directa que por menudo he estudiado, Dir — 519 — y se refieren á la integración total de moléculas de constitu- ción sencilla, que las constituye complejas, pasando casi siempre por estados intermedios definidos, y aun generando, mediante reacciones secundarias ó por cambios incompletos, nuevos é interesantes cuerpos. En realidad, es menester con- siderar dos aspectos en los procedimientos, y se refieren á la formación de las substancias, uniendo progresivamente sus elementos sin que haya residuo alguno, y á los desdo- blamientos de las moléculas complejas constituídas, que no siempre reproducen en orden inverso las fases del meca- nismo generador, dependiendo en los dos casos el fenómeno de los modos de llevarlo á cabo; mas puede asegurarse que en el último los resultados son función de la temperatura, conforme acontece en el de los compuestos orgánicos piro- genados, cuyos productos de reversibilidad del calor depen- den al cabo. Acaso por el número, ya crecido, de elementos que los constituyen, ó por su especial estructura química, los cuerpos en que me ocupo resultan de gran estabilidad; bien es cierto que se forman á temperatura elevada, que sólo así son posibles ciertas reacciones aditivas entre materias de suyo muy fijas y cuyas afinidades, por ser en extremo débiles, necesitan considerables energías excitadoras invertidas en buena parte para el cambio de estado físico, puesto que las uniones moleculares de que se trata sólo son efectivas es- tando fundidas Ó en vapor las substancias destinadas á unirse. Fuera de semejante procedimiento, que es el más general, se alcanzan en determinados casos excelentes resultados, sobre todo en la sintesis de hidratos, empleando la presión desarrollada calentando tubos cerrados de vidrio resistente, en los cuales se han puesto las substancias que deben unirse y que suelen ser insolubles, mezcladas con un exceso de agua: hay ocasiones en que aprovecha el empleo de los cuerpos en estado coloide y el de ciertos hidratos líquidos de los que son poco solubles. Como se ve, los fundamentos Rrv. Acap. Ciencias. —IV, —Mayo, 1906, 36 é * . E p> vit. . . E e ¿ >. Ti «e e — 520 — de los métodos operatorios son los mismos de algunos bas- tante generales de la sintesis orgánica, á los que sirvieron de modelo, y las diferencias residen en pormenores de los me- canismos de las transformaciones químicas. Una clase de cuerpos que se presta á tales procedimientos es la constituida por los fluofosfatos naturales y artificiales y es á causa de la flexibilidad de la molécula, que permite la substitución regular de sus elementos sin variaciones de la estructura. Se ha visto en otra parte anterior una forma ge- neral de semejantes compuestos, y ahora se considera otra, acaso más compleja, pero tan variable y mudable como aqué- lla: me refiero al fluofosfato de aluminio, litio y sodio del cual es representante la ambligonita, que puede existir en diversos estados mediante el reemplazo de algunos de sus componentes; la forma típica es: 2[Ph,0,41,].3[Fl,(NaLi)l, pudiendo ocupar otros cuerpos los lugares del fluor, del litio y del sodio, permaneciendo invariables los correspondientes al fosfato alumínico, que así considerado constituye el núcleo permanente de esta molécula, y es curioso que en la Natura- leza aparezcan con cierta frecuencia substituídos, en todo ó en parte, por oxhídrilos, los componentes fluor y sodio, ge- nerándose de tan sencilla manera hidratos especiales. En otros casos, el cambio es más intenso y llegan á desaparecer el fluor y el sodio, uniéndose á una sola molécula de fosfato de aluminio, cuatro de fosfato de litio, generando una sal do- ble, cuya composición es semejante á la del precipitado que se obtiene tratando el cloruro de litio por el fosfato de alumi- nio, ambos disueltos y en un medio alcalinizado. A su vez, el fósforo, como en todos los compuestos análogos al presente, puede ser substituido, originándose por tal medio los fluosi- licatos, de los que hay buena copia naturales, ya aislados, — 521 — ya, lo que es más frecuente, asociados con otros cuerpos de análoga ó distinta constitución química. Generalmente sepárase el fluofosfato de aluminio, litio y so- dio anhidro ó hidratado de los grupos de las apatitas y vag- neritas, aunque con ellos tenga manifiestas relaciones de pa- rentesco químico. Debe considerarse, en realidad, como otra forma de fluofosfatos sujeta á los mismos cambios molecula- res y, por lo tanto, verdadero eje ó núcleo de una serie en la cual las variaciones tienen su origen en los cambios de los elementos monovalentes aquí muy movibles y cuyos lazos con el grupo constante del fosfato de aluminio no parecen muy apretados, según es facil desprenderlos de sus ligadu- ras, poniendo en su lugar otros, sin alteraciones del equili- brio de la molécula. | Vemos en ella el resultado de la integración completa y perfecta de distintos cuerpos formando un sistema homogé- neo, en el que desaparecen Sus características individuales, y origínanse otras particulares, propias del cuerpo resultante de esta penetración de unos elementos con otros, y en el cual distinguimos, en rigor, dos sistemas: uno, constante y hasta cierto punto inmutable, lo forma el fosfato de alu- minio, el otro, que con mayor facilidad se substituye y cam- bia, generando en sus metamorfosis distintas substancias de igual estructura, es variable y constitúyenlo los fluoruros de sodio y litio. Quizá no responda á la realidad la existencia de este sistema binario, ni en la molécula del fluofosfato de aluminio, litio y sodio exista tal separación, ni la ofrezcan en su constitución las agrupaciones así delimitadas; pero resulta formada directamente y con toda su complejidad, ca- lentando, durante bastante tiempo, al rojo vivo, una mezcla que contenga tres moléculas gramos de los fluoruros de so- dio y de litio por partes iguales, y dos moléculas de fosfato de aluminio; ejemplo de síntesis aditiva, cuyos pormenores á su tiempo se explicarán, que de momento basta enunciar el resultado. De su parte, el primer sistema es también bina- — 522 — rio, y el segundo procede, en rigor, de haber substituído el hidrógeno del ácido fosfórico con el aluminio; así es que, en realidad, para llegar al fluofostato triple que considera- mos, lo que se hace, al cabo, es complicar la ya nada senci- lla molécula del ácido fosfórico dicho, mediante la adición de nuevos elementos en combinaciones binarias, lo que per- mite pasar de una forma á otra distinta, sin que el artificio de la estructura molecular experimente transformaciones de monta, y así se demuestra en la posibilidad de substituir sus componentes. Hay, pues, medios directos bastante generales y aditivos para generar formas típicas de fluofosfatos triples, pero que no son permanentes. Reemplazando los elementos monova- lentes del sistema Fl, (4”,B"), pueden resultar otros fluofos- fatos ternarios y binarios, si en el lugar de A'B', se pone C”; es substituible F/, por Cl, — Br, — Í, y se originan cloro, bromo ó iodofosfatos, y también en el otro sistema, se cam- bia Ph, por elementos de sus mismas funciones y valencias, originándose cuerpos diferentes dotados de igual estructura molecular. Ya logradas, por vía directa y aditiva, las formas típicas de los compuestos minerales complejos que he puesto como ejemplo, se entiende al punto cómo es posible generar, em- pleando diversos artificios, otros muchos análogos á ellos ó productos de reacciones secundarias ó incompletas, acerca de cuyos particulares son de notar las clásicas investigacio- nes de Sainte-Claire Deville y los modernos estudios de Ditte. Observaré que las moléculas de los fluofosfatos, sea cualquiera el tipo á que pertenezcan, jamás se desdoblan, á lo menos por vía directa, en sus generadores; el sistema con- serva su integridad, se modifica y altera mediante diversas influencias; pero no es reversible, ni hay medio expedito de reproducir su estado inicial, separando el fosfato del fluoruro que el calor había unido á temperatura elevada, y así la es- cisión de la molécula se realizará en otras formas, dependien- 8 e — 523 — tes de la manera de llevarla á cabo. En los trabajos de Ditte, principalmente, se tiene en cuenta un factor de importancia suma, y es el medio en el cual se producen los fluofosfatos y sus derivados; de ordinario lo constituyen cloruros fundi- dos de sodio ó de calcio, cuando no es la mezcla de ambos, y el último puede ser uno de los términos de la reacción, por ejemplo, tratándose de apatitas y vagneritas cloradas, 6 cuando el fosfato se substituye con arseniatos Ó vanadatos. Llega á realizarse, al cabo de tiempo, la unión directa de fos- fatos y fluoruros, fundiéndolos juntos en las proporciones convenientes, manteniéndolos líquidos y dejándolos enfriar con lentitud extremada; pero es más fácil, ya que no tan completa, la generación de moléculas complejas, si sus siste- mas constitutivos pueden reaccionar en gran exceso de un -fundente clorurado que los disuelve, y en cuya masa crista- liza el nuevo cuerpo, separable mediante repetidos lavados con agua hirviendo, y es de advertir cómo el fundente suele intervenir en la metamorfosis realizada, formando determi- nados productos secundarios. Intentando repetir algunos experimentos referentes al par- ticular, he logrado obtener cristalizado en laminillas brillan- tes un fosfato doble de la forma PRO, CaNa con sólo fun- dir el fosfato de calcio con un gran exceso de cloruro de sodio; y asimismo lo he determinado entre los productos se- cundarios de la formación de los fluofosfatos normales, que no suelen contener halógenos, y por tal modo he confirmado las investigaciones anteriores de Ditte, quien ha estudiado el asunto con mucho detenimiento. A las influencias del medio corresponden otros hechos cuya exactitud me ha sido posible demostrar en todas sus fa- ses. En un medio fundido, que para el caso reune las condi- ciones de disolvente líquido, constituído por el cloruro de sodio sólo ó mezclado con cloruro de calcio, no es posible generar la apatita típica si no hay la cantidad precisa de fos- fato de calcio; no habiéndola, se constituye el fosfato doble Me — 5 — antes indicado, pero nada de fluofosfato, interviniendo fluo- ruro, Ó de clorofosfato, empleando el cloruro. Por el contra= rio, la presencia de suficiente proporción de fosfato de calcio impide que se forme el doble fosfato sódico cálcico, del cual sólo en ocasiones aparece un poco á guisa de producto se- cundario, y esto mismo acontece respecto del cloruro de cal- cio en la síntesis de las vagneritas, cuyos fenómenos justifi- can el haber comparado la formación de ambas especies de fluofosfatos á la de los diferentes hidratos de una sal, que depende de la temperatura, de las condiciones del agua, de sus proporciones y de la cantidad de materia anhidra. Juntamente con los productos definidos de síntesis aditi- vas que constituyen la numerosa familia de los fluofosfatos, con todo el cortejo de sus abundantes derivados, ocupó mi atención otro grupo de cuerpos, bastante más sencillos, ob- tenidos algunos en estado amorfo y como residuo en las más elementales operaciones de laboratorio; me refiero á los Óxi- dos metálicos de la forma O,M,, llamados salinos y que suelen considerarse resultado de la combinación de dos sis- temas binarios, OM, monóxido y O, M,, sesquióxido; pue- den cristalizar en el acto de formarse solos ó mejor en la masa de un fundente, de ordinario el ácido bórico, á tempe- ratura muy elevada, y sus cristales son de extremada dureza- Varios de estos compuestos existen en la Naturaleza, y son especies minerales bien definidas, otros se preparan siguien- do los métodos que sirven para reproducir los primeros y el conjunto de todos ellos constituye el conocido grupo de las espinelas naturales y artificiales, respecto de las que he prac- ticado algunos experimentos que procuro enlazar con el an- terior estudio del sesquióxido de cromo, el cual es sucepti- ble de unirse con los monóxidos, formando combinaciones, de las que es tipo el cromito de hierro, Cr, O,Fe. 3 — 525 — Bueno será recordar que considerando las espinelas gene- radas mediante la unión de un monóxido y un sesquióxido, atribúyensele á éste funciones ácidas y se las tiene por verda- deros y especiales compuestos salinos, representándolas por cualquiera de estas dos formas: O, M, ó bien O, M,. O M. Conviene la primera cuando hay un solo metal, la segunda corresponde con los procedimientos más elementales de su sintesis, y aun podría haber una tercera, O, M,. M,, acaso más general, porque M, puede ser igual ó diferente de M y hay muchas espinelas con dos metales, que en todas lo constante es el oxígeno y la estructura general de la molé- .cula, pudiendo variar cuanto se quiera los metales, con tal que sus relaciones atómicas permanezcan en los términos -M, — M. Son, pues, moléculas muy flexibles, siquiera la re- unión de sus elementos sólo pueda realizarse á temperatura elevada, aun apelando al artificio de emplear algunos de ellos en estado de vapor no disociable. Labor copiosa y dilatada requirió la síntesis metódica del grupo de las espinelas, cuya base y fundamento están en los famosos trabajos de Ebelmen, realizados ya en 1848 con intento de reproducir el aluminato de magnesio, calentando, por mucho tiempo y á la elevada temperatura de los hornos de porcelana, mezclas de alúmina y magnesia puras, con el ácido bórico como fundente, y según los casos, una traza de carbonato de calcio, de sesquióxido de cromo, de óxido de cobalto ó de óxido de hierro, los tres últimos haciendo oficios de materias colorantes, logrando de tal manera espinelas in- coloras, rojas, azules ó negras. Desde los resultados del pri- mer experimento se han ensayado muchos procedimientos de sintesis de los cuerpos en que me ocupo, y numerosos alu- minatos naturales han sido reproducidos en los trabajos bien conocidos de Daubrée, Sainte-Claire Deville, Caron, Meu- nier, Durocher, Debray, Degenhardt, Wohlfahart, Schulze, Stelzner y tantos otros, cuyas investigaciones han consentido reproducir los compuestos naturales de la forma O, M, y ade- A — 526 — más formar combinaciones análogas, sumamente curiosas, que son las espinelas artificiales cristalizadas, al igual de las otras, en formas correspondientes al sistema cúbico, dis- tinguiéndose por aquel carácter de otros óxidos salinos semejantes en su composición, pero que cristalizan de dife- rentes modos y no son, por lo mismo, verdaderas espinelas. Concretando los experimentos practicados á determinadas reacciones generadoras, he utilizado las que son fundamento de los métodos de Daubrée y Meunier, á causa de la relativa generalidad de su aplicación. Se parte del hecho de que un cloruro volátil de la forma C/, M,, reaccionando en estado de vapor sobre un exceso de óxido OM, (pudiendo ser M y M, el mismo metal ó diferentes metales), á la temperatura del rojo, se forma el compuesto en O, M, M,, y como producto- secundario, el cloruro Cl, M,, ls M, - 4 OM, —= O, M, Mo “ 3 Gi Mo, pudiendo ser volátil este último cuerpo; y puede acontecer que, teniendo acceso el aire, en algunos casos el cloruro se descomponga al rojo en esta forma: Cls Mo + O= OM. + Cl, y actuar libre el cloro para descomponer la espinela á medi- da que se constituye. Muchos cuerpos así calificados se pueden obtener adop- tando tal procedimiento, aplicable, muy en particular, á re- producir el aluminato de magnesio A/, O, Mg, que es el tipo y fundamento de la serie. En un tubo de porcelana se calienta al rojo la magnesia pura y anhidra hasta la tempe- ratura del rojo vivo, y entonces se hace pasar vapor de clo- ruro de aluminio anhidro, que se obtiene calentándolo en una retorta de vidrio colocada en el baño de arena, á poco más de 200”; el producto resultante se trata por agua, que — 527 — disuelve el cloruro de magnesio, y queda una mezcla del ex- ceso de magnesia y la espinela; el ácido clorhídrico disuelve el primero, sobre todo hirviendo, y resta el aluminato, más Ó menos puro, que, en los ensayos practicados, era una especie de polvillo cristalino de color pardo, muy duro, y precisaba examinarlo al microscopio para advertir sus for- mas caracteristicas. Cuando en lugar de la magnesia se em- plea el óxido de cinc, sólo Ó mezclado con ella, resulta for- mado un aluminato cíncico, que tiene muchas analogías con la ganhita natural, y es de la forma A/, O, Zn, y se com- prende que, substituyendo los metales de los óxidos fijos y los cloruros volátiles, ó empleando dos mezclados, se logren compuestos de los tipos M, O, ST, siendo S y T metales monovalentes; y [MN] O, Mo, 6 también [MN] O, . ST, partiendo de un cloruro doble C/, [MN] y de uno ó dos mo- nóxidos. De que sea idéntica la estructura de las moléculas que in- tervienen en las reacciones generadoras, aunque varíen los elementos que las constituyen, proviene la generalidad del método, cuya aplicación sistemática consiente reproducir im- portantísimas especies minerales y obtener, además, otros cuerpos muy singulares, lo cual significa que aquí, lo mismo que tratándose de las substancias orgánicas, verdaderamente el químico puede crear, valiéndose de ingeniosos artificios experimentales, lo que ha de formar, al cabo, el objeto mismo de sus investigaciones. Así se han preparado los alu- minatos de calcio y de manganeso, por ejemplo, y acudien- do al procedimiento directo de fundir sesquióxidos con mo- nóxidos en gran exceso de ácido bórico, resultan los diferen- tes cromitos Cr, O,M, los ferritos correspondientes Fe,O,M y no pocos óxidos salinos como los de cobalto y cerio M,¿O,. No es tan corto el camino; pero se llega á los mismos re- sultados haciendo reaccionar vapor de agua sobre metales que lo descompongan al rojo y, simultáneamente, vapor de un cloruro metálico C/¿M,, sólo que en este caso la reacción — 528 — generadora de las espinelas se divide en dos períodos, siendo el primero el de formación del monóxido: M+H,0=MO>H», reacción limitada, porque es bien conocido y de antiguo el método de obtener metales reduciendo sus óxidos por el hidrógeno; por donde resulta posible la reacción inversa en todos los casos. Accionando luego el cloruro, se producen los mismos cambios del anterior procedimiento, sólo que en éste hay varias causas perturbadoras de las metamorfosis químicas; al ser simultáneas las influencias del vapor de agua y del cloruro en vapor sobre el metal puro calentado al rojo, como en la práctica experimental es imposible eliminar to- talmente el primero antes de que entre el segundo en el tubo de porcelana donde se efectúan las reacciones, alguna vez se hallarán mezclados, y entonces el cloruro es descompues- to, produciéndose sesquióxido y ácido clorhídrico: Cl¿M, +3 H,0= 0,M, +6 CIH y el ácido clorhídrico activo y en estado naciente actúa sobre el metal ó su monóxido ya constituído, dando el correspon- diente cloruro y agua ó hidrógeno, conforme sea el caso, cambiando entonces los términos del sistema. En presencia el cloruro, quizá parcialmente volatilizado y siempre á temperatura muy elevada, del vapor de agua, se realiza la transformación inversa, reproduciéndose sus gene- radores el monóxido y el ácido clorhídrico. Y aparte de las indicadas, todavía es menester contar las influencias del oxí- geno atmosférico, si por acaso entra aire en el aparato; mas al cabo de tantas metamorfosis, tenemos como verdaderos generadores de las espinelas el monóxido fijo y en exceso, producto quizá de una serie de cambios que empiezan en la descomposición del vapor de agua por el metal, y el cloruro — 529 — volátil C/¿M, 6 el sesquióxido formado á sus expensas, lo cual significa que la síntesis de los óxidos salinos simples ó mixtos tiene bien marcado el carácter aditivo. Obviar sus inconvenientes suprimiendo las reacciones se- cundarias ó al menos evitando las perturbaciones inherentes á ellas, no es cosa dificultosa. Tiene ventaja el empleo de tu- bos de porcelana anchos (20 milímetros de diámetro interior) colocando el metal á lo largo en láminas delgadas, cortadas muy estrechas ó en alambres; conviene desde el principio que por el tubo circule un gas inerte, el anhídrido carbónico de preferencia, que el nitrógeno pudiera ser absorbido, y evi- tar el acceso del aire; se debe calentar poco á poco y antes de llegar al rojo dar entrada al vapor de agua recalentado á 300”; luego que ha actuado unos cuantos minutos, se pasa por el interior del tubo anhídrido carbónico puro y seco, en seguida viene el vapor del cloruro en corriente lenta, segui- da de la de anhídrido carbónico, que es substituida por la de vapor de agua, repitiendo cuantas veces sea menester, sin que el metal desaparezca por completo. Como se ve, es esencial eliminar, valiéndose de corrientes gaseosas, los productos secundarios volátiles, haciendo imposible la rever- sibilidad, siquiera parcial, de los fenómenos. Requiere el em- pleo del cloruro anhidro de aluminio el purificarlo, dando la preferencia al método de Weber, y usarlo, con todo, recién sublimado: juzgo buena práctica el calentarlo, en retorta de vidrio y baño de arena, bajo una capa de limaduras ó polvo grueso de aluminio metálico bien desecado, de 2 centímetros de espesor, para retener el ácido clorhídrico si lo contuvie- ra; el operar con masas de cierta consideración y el precipi- tar las operaciones conducen á resultados negativos. Fueron notadas por varios investigadores ciertas particula- ridades de la reacción general de los cloruros sobre los mo- nóxidos, y en ellas se fundaron métodos apropiados á la sín- tesis de algunas espinelas. Así, el aluminato de cinc no se obtiene, por lo general, directamente, interviniendo el óxido — 530 — de este metal y vapor de cloruro de aluminio, sino que es menester emplearlo mezclado con vapores de cloruro de cine que reaccionan juntos sobre la magnesia calentada al rojo; por donde resulta que con el aluminato de cinc es generado, á modo de producto secundario, el de magnesio, tipo de las espinelas naturales, á no ser que se efectúe otro género de reacciones químicas. Pertenece á distinta especie de ellas la que es generadora del ferrito de magnesio Fe,O,Mg en el método de Sainte- Claire Deville, porque aquí, actuando el ácido clorhídrico ga- seoso puro y muy seco sobre la mezcla de sesquióxido de hierro y óxido de magnesio, la reacción se produce en dos fases, originándose en la primera el cloruro férrico: O,Fe, + 6 CIH= Cl¿Fe, +3 H,O que en estado naciente y excitadas sus actividades, ataca al óxido de magnesio, como en el caso general. Distinta parece la intervención de la cal viva, puesta al rojo vivo, en la for- mación del ferrito de cinc, contorme á los experimentos de Daubrée: basta hacer llegar á ella, mezclados ó separados, pero al mismo tiempo, vapores de los correspondientes clo- ruros de cinc y de hierro para lograr la espinela de que se trata, cristalizada en menudísimos octaedros regulares de co- lor negro, dotados de brillo. Al igual de estas variantes, se podrían citar otras muchas, que demuestran la influencia de los métodos en los productos obtenidos, aun partiendo de las mismas reacciones generadoras; calentando mezclas de alú- mina pura y óxido de cadmio al rojo muy vivo, y haciendo pasar una corriente de gas clorhídrico muy puro y seco, no se forma el aluminato correspondiente, y, en cambio, prodú- cese si reaccionan, al rojo, por intermedio de la magnesia, los vapores de cloruro de aluminio y cloruro de cadmio arras- trados por lenta corriente de anhídrido carbónico, 6 también si actúa el cloruro de aluminio en vapor, alternando con el — 531 — vapor de agua, sobre la mezcla de magnesia ó cal viva con limaduras no finas Ó polvo grueso de cadmio metálico. Gracias á los trabajos de Moissan y á los modernos expe- rimentos de Dufau, todos los procedimientos de síntesis de los aluminatos metálicos y compuestos afines se han simpli- ficado grandemente, haciéndose directos y aditivos en todos los casos. Redúcense á preparar las mezclas, en las propor- ciones convenientes, de los óxidos O, M, y OM,, y calen- tarlas sólo unos minutos en el horno eléctrico de arco, y re- sultan constituidos los nuevos cuerpos, sin ni ngún género de productos secundarios ni reacciones intermedias; los crista- les suelen ser mayores y se puede operar con masas más considerables de las primeras materias. : Quizá sería factible complicar las moléculas O, M, M, de los óxidos salinos comprendidos en los grupos de las espi- nelas y sus congéneres, introduciendo un elemento que tiene especiales afinidades para el aluminio, como es el silicio. Con ánimo de conseguirlo, y empleando el sistema de Dau- brée, hice pasar por un tubo de porcelana que contenía mag- nesia calentada al rojo, vapor de cloruro de aluminio, alter- nando con cloruro de silicio frio y arrastrado por corriente lenta de anhídrido carbónico seco, y en repetidos ensayos, variando las condiciones del experimento, nada he alcanzado satisfactorio, logrando sólo perturbar, y á veces impedir, la formación del aluminato de magnesio, del que únicamente obtuve siempre cortas cantidades de polvo cristalino, de or- dinario mezclado con alúmina confusamente cristalizada, y que es constante producto secundario de las acciones del va- por de cloruro de aluminio sobre el óxido de magnesio, en particular operando á temperatura muy elevada y en presen- cia de la cal viva, en cuyo caso, también puede ser generado algo de aluminato de calcio. Debe cuidarse, cuando se aplica el procedimiento de las acciones simultáneas del vapor de agua y de los cloruros en vapor sobre los metales puros y en la forma indicada antes, que la temperatura inicial no alcance — 532 — á la de fusión del metal, y que la descomposición del vapor de agua sea lenta; porque, de esta manera, se deposita en la superficie del mismo tenue película de óxido muy dividido, con facilidad atacable por los vapores del cloruro. También es buena precaución, operando con monóxidos que sean algo volátiles, cubrirlos de una ligera capa de cal viva Ó mezclarlos con la mitad de su peso del mismo óxido de cal- cio, que parece retenerlos con gran energía. XXII. — Principios fundamentales de la teoría de yec- tores. — Critica de las acciones á distancias. POr BLAS CABRERA FELIPE. I. Fenómenos escalares, vectoriales y laminares. — Un fenómeno físico consiste siempre en una deformación del medio que nos envuelve, que afecta á una región finita Ó in- definida del mismo, llamada campo del fenómeno. Dicha de- formación puede ser idéntica en todos los puntos del campo, y entonces bastará conocerla en uno de ellos, ó variable con él, en cuya hipótesis es menester determinar la función ó funciones de las coordenadas que definen su ley de varia- ción. | En general, estas funciones son continuas. Sin embargo, | con frecuencia existen superficies de discontinuidad, al atra- vesar las cuales el fenómeno experimenta variaciones brus- cas. Estas superficies tienen una importancia incalculable, pues sin ellas es difícil presumir el concepto que de la natu- raleza formaríamos : baste observar que los límites de los cuerpos son superficies de discontinuidad de una deforma- — 533 — ción especial del medio, caracterizadas por un conjunto de fenómenos que nos denuncian nuestros sentidos. Conviene advertir que existe una profunda diferencia entre estas su- perficies de discontinuidad física y las que reciben igual nombre en las ciencias matemáticas; pues, aunque nuestros medios de observación no nos permitan la mayoría de las veces distinguir gradación en el cambio de propiedades al atravesar aquéllas, es casi seguro, y así lo comprueba la experiencia más de una vez, que dicha gradación existe, convirtiéndose las superficies que nos ocupan en regiones de espesor muy pequeño, aunque finito, á través de las cuales los fenómenos cambian rápidamente. Pero sea de esto lo que quiera, en un primer análisis, hasta ahora único para una infinidad de fenómenos, aquella identificación es admi- sible y nos conduce á una primera aproximación de la ver- dadera teoría del fenómeno estudiado. Lo que acabamos de decir para las superficies de discontinuidad podemos exten- derlo á las variaciones bruscas que en el tiempo experimen- tan muchos fenómenos. Lo mismo los fenómenos puramente locales, que consti- tuyen una verdadera singularidad del medio, que los que se extienden á una región finita ó indefinida, con ó sin super- ficies de discontinuidad, podemos clasificarlos en tres gru- pos esencialmente diferentes, adjetivados escalares, vecto- ríales y tensoriales. Corresponden al primero aquellos fenómenos para cuya completa especificación basta fijar su intensidad ó valor res- pecto de otro de su misma especie que se elige por tipo: tal ocurre, por ejemplo, con la temperatura y la densidad. Esta comparación se ejecuta siempre mediante una escala, más ó menos arbitraria, que hace corresponder á cada intensidad un número bien determinado, que define sin ambigiiedad el fenómeno: estos fenómenos son, pues, de la naturaleza de las magnitudes aritméticas. Cuando decimos, en efecto, que la temperatura en un punto de una masa flúida es de 5” cen- Aga 7 IA ? tígrados Ó su densidad relativa 3, nada queda por conocer respecto á la deformación del medio, que se manifiesta á nuestros sentidos por el conjunto de impresiones sintetiza- das por aquellos nombres. Basta, por tanto, fijar la escala y poseer medios que nos permitan efectuar la comparación, para conocer el fenómeno en toda su integridad : entiéndase bien; el caso concreto en cuestión. De aquí el nombre de fe- nómenos escalares. Consideremos ahora un sistema en movimiento, como una masa flúida agitada, y digamos que el valor numérico de la velocidad en un punto es v: el estado del medio, ¿queda con ello definido? Evidentemente, no; existen infinitos esta- dos que corresponden á aquel valor numérico v, porque la velocidad puede tener una infinidad de direcciones diferen- tes. No basta fijar una escala de intensidades para represen- tar el fenómeno concreto; es necesario conocer también la dirección y el sentido en que se produce. En una palabra: el símbolo adecuado de los fenómenos de este género, no es ya la magnitud aritmética sino la magnitud geométrica, do- tada de dirección, sentido y valor numérico, conocida con el nombre de vector. De aquí el nombre de fenómenos vecto- riales. Conviene observar que, en este caso, la discontinui- dad puede referirse ya al valor numérico del vector, ya á su dirección; de suerte que, si al pasar de un punto á otro infi- nitamente próximo, el vector forma un ángulo finito con su posición anterior, será discontinuo en aquel punto, siquiera su valor numérico difiera infinitamente poco. Los fenómenos vectoriales se subdividen en dos grupos bien caracterizados; un movimiento de traslación y una ro- tación, una fuerza y un par, un campo eléctrico y uno mag- nético están siempre representados por un vector; pero las propiedades que definen pertenecen á órdenes irreductibles. La fuerza y el campo eléctrico pueden esquematizarse por una traslación; un par y un campo magnético, por una rota- ción; pero la asimilación de estos dos órdenes de fenómenos — 535 — no es nunca posible: los primeros se llaman polares ó lami- nares; los segundos, áxicos ó solenoidales. Conviene obser- var que estas dos clases de vectores son los únicos que pue- den existir; la Mecánica nos enseña que el movimiento más general de un sólido invariable es el movimiento helizoidal, ó sea el de un tornillo en su tuerca, superposición de una traslación y una rotación simultánea, cuyo eje coincide con la dirección de aquélla, ó sea el de un fenómeno laminar y otro solenoidal. Esta descomposición de una magnitud vec- torial en dos partes, demostraremos más adelante que es un hecho general. Aun existe otro orden de fenómenos que no es en justicia asimilable á los escalares ni á los vectoriales, siquiera su di- ferencia de éstos no aparezca tan evidente como la que exis- te entre los primeros. Sometiendo un cuerpo á una tensión, á una presión ó á una torsión, su estructura se deforma, presentando una dirección privilegiada; pero sin que sea dable distinguir uno de los sentidos de su opuesto. Tomemos una esfera elástica perfectamente homogénea y sometámosla en los extremos de un diámetro á una presión; este diámetro será una dirección privilegiada de la esfera; pero no existirá ningún carácter que nos permita distinguir sus dos polos, y por ende, no nos podremos dar cuenta de una inversión de los mismos ejecutada fuera de nuestra presencia. Estas de- formaciones, cuya consideración como magnitudes simples es debida á W. Voigt (*), se denominan tensoriales, y que- dan totalmente determinadas por una recta de longitud igual á la intensidad ó valor numérico del fenómeno, de la misma dirección que éste, pero sin sentido fijo. 2. Vectores: suma y resta. — Basta lo dicho para com- prender la importancia que para la Física tiene el estudio de- (*) W. Voigt: Rapp. présentés au Cong. Inter. de Physique, t. 1, pág. 280. — Fisica Cristallografica, trad. italiana de A. Sella. Rry, Acap. Ciencras.—IV.—Mayo, 1906, 37 — 536 — - tallado de las diferentes clases de magnitudes, por las cua- les se esquematizan los distintos órdenes de fenómenos que integran su objeto. Dejando á un lado el estudio de las magnitudes escalares y tensores, emprenderemos el de los vectores. Un vector es una magnitud dotada de dirección, sentido y valor numérico. Gráficamente puede representársele por una recta cuya longitud es igual al valor numérico 6 módulo del vector; su dirección en el espacio, la misma que la de aquél, y sobre la cual se distingue con una flecha el sentido del mismo. Analíticamente le representaremos por una letra con una horizontal encima, a«, y á su módulo ó valor numérico, por la misma letra sin raya, o. El conjunto de la dirección y sentido de un vector se llama su argumento, y le designaremos por «,, cuya representación eráfica es la unidad de longitud sobre el vector z. | En las representaciones gráficas, el origen del vector se coloca siempre en el punto del diagrama representativo del campo donde se produce el fenómeno á que se refiere. Si en un mismo punto del espacio se determina la produc- ción simultánea de varios fenómenos vectoriales de idéntica naturaleza, es evidente que un observador no percibirá sino un fenómeno único, de la misma naturaleza que los anterio- res, pero cuyo argumento y módulo difiere de aquéllos. Este vector está ligado á los primeros por la regla siguiente: Sean los fenómenos representados por los vectores a, f, que se producen simultáneamente en el punto O. Por la extremidad de uno cualquiera de ellos, «, tracemos una paralela á otro, ¿, de igual longitud, y por la extremidad de esta última [”, otra á un tercero, y, y así sucesivamente. El vector 5, de origen 0 y cuya extremidad coincide con la de la línea poligonal trazada, representa el fenómeno re- sultante. Esta regla es general, y el vector 3, independiente del or- A den en que se hayan tomado los vectores a, %,..... — 537 — La operación indicada se denomina suma de vectores, y se le representa analíticamente por la igualdad =a4 + BEY Es Esta regla, que es una generalización de la composición de movimientos en cinemática, no conduce á ninguna con- tradicción, y es, por consiguiente, verdadera por definición. La suma de vectores nos permite determinar el fenómeno que resulta de la superposición de otros varios. En algún caso conviene determinar á qué queda reducido un fenóme- no resultante cuando se suprime uno de los que han contri- buído á engendrarle: la operación que resuelve este proble- ma es la resta. Para lograrlo observemos que si superpone- mos al vector resultante en cuestión, y, otro de la misma dirección y módulo, pero de sentido opuesto al que queremos restarle, «, la suma de ambos es el vector que representa el nuevo fenómeno. En efecto: substituyendo al vector ¿ el con- junto z, B, Y ..... de los que le integran, el problema se re- duce á determinar la suma 2 + E 4 Y +... — 4; y como esta operación puede ejecutarse en un orden cualquiera, po- demos comenzar trazando por el extremo de « una paralela igual á — x, que nos vuelve al punto 0; de suerte que dicha suma es idéntica á la B + y —+....., según queríamos de- mostrar. - Con el fin de determinar la posición de un vector en el espacio sin necesidad de pintarle, se le suele considerar como la suma de otros tres tomados en direcciones fijas y rectan- gulares, que se denominan ejes coordenados. Estos tres ejes se designan por X, Y, Z, y se les sitúa de tal forma, que un tirabuzón, cuyo eje coincide con el Z, gira de X á Y al avan- zar en el sentido Z. Los tres vectores en que se descompone el dado 'z se denominan sus componentes, y se designan POr zx, 2y, az. Si A, y, y son los cosenos directores del vec- tor a, los módulos de los componentes estarán ligados al módulo de z, por las relaciones ul so de =V a.? 2 2 A =4k, Uy =p, 0¿=aY, a=Va, + ay? + ag» 3. Producto escalar y producto vector. — Comencemos observando que, si sumamos varios vectores de idéntico ar- gumento, el módulo de la suma será la suma aritmética de los módulos de los sumandos, con el mismo argumento que éstos; de suerte que, si todos los sumandos son iguales, el módulo será el producto del número de sumandos por su módulo común. Luego, para multiplicar un vector por una cantidad escalar, basta multiplicar por esta cantidad el mó- dulo del vector, conservando inalterable el argumento: así, un vector « puede escribirse también « - 2,. Aplicando este principio á los ejes coordenados, desig- nando por xo, Yo, zo (*) sus argumentos correspondientes, evidentemente Ux =UxXo> Uy =UyYo, de donde, descomponiendo z, a = x + %y + ¿== Mz Xy + Uy Yo + Qz Zo, notación esta última que tiene importancia cuando conside- remos más de un vector. Esto dicho, veamos cómo se efectúa el producto de dos vectores. La única condición que á priori ha de satisfacer este producto, es identificarse con la operación algebraica cuando la noción de dirección desaparece; esto es, cuando (*) De ordinario estos segmentos se representan por i, j, k; pero ' la notación que proponemos nos parece más clara. — 539 — los vectores que se multiplican tienen este elemento común, puesto que, en dicho supuesto, únicamente habría que ope- rar con los números que representan sus módulos, afectados de un signo que venga á caracterizarnos su sentido. Además, el resultado de la operación, para este caso particular, carece también de dirección caracteristica; ó, dicho de otra forma, es una magnitud escalar. En efecto: si fuese un vector, por razón de simetría habría de confundirse con la dirección común á ambos factores, Pero imaginemos que tienen sentidos contrarios, y sean => ad api donde u, + fo. =0, y por tanto, las igualdades anteriores podemos escribirlas bajo una de las formas A Po A ó también a=— a. Po, OE: efectuando el producto de ambos grupos a. B=—aB-m. x2<-Pp=-—af8- Bo” que para ser compatibles exigen que a. = 2. = l. Podemos concluir de aquí, que el cuadrado del argumento de un vector es igual á la unidad escalar, y por ende, (1) AS > e Sean ahora dos vectores cualesquiera: A = UxXo + Ay Yo + Uz Zo, p= Bus, + By Yo e Bz 20 y ejecutemos su producto: (2) ap = Urdx + Ay dy + a7,Bz + e” Yo Ax y + Yo Te Ay Py + Xo Zo Ax Pz + . q 3 Xo Aza +) Zo yz + 20 Yo 2 Py. Los términos que figuran en la primera línea, si tenemos en cuenta la expresión analítica de los componentes de un vector, darán lugar á la ecuación arP, + Ay PB + a, = ab cost, siendo 0 el ángulo entre x y E; luego si 4 = O, dichos térmi- nos se reducen al producto de los módulos, que es precisa- mente el valor u y en dicho caso particular, según hemos visto, Resulta, pues, que los términos de segunda línea de- ben anularse cuando 6 = 0; y, por tanto, la expresión analí- tica de los mismos es una función de sen 0. Ahora bien: a. $ send =VYar8? — (a,8, + 0,8, + 2,82)? ma Vb. — a7 Py)? + (22Bx — Ax Pz)? + (2:P, — 2 y80)? representa el módulo de un vector normal á los x y E, cuyas $ componentes, según los ejes, son (2,8,—2¿By), (428x — 4:B2), 3 , (2,8, — 2y8x); de suerte que podemos escribir " < (2) apsend= xo (0,8, — 22By) + Yo(U2Bx — aby) + + Zo (2; By 7 Ly Bx). Er, Identificando esta igualdad con la segunda y tercera líneas 3 de la (2) resulta (3) Xo Yo = — Yo o — Zo Yo 20 = — %o Yo — *o Zo Xo = — *Xo %o Yo Si estas ecuaciones de condición entre las “xo, yo, zo SON compatibles con las (1), el vector que acabamos de definir deberá reemplazar á los términos que discutimos en (1); pero en el caso contrario hemos de suponer que (4) A E E Para elegir en esta disyuntiva, multipliquemos por “x, el primero y último miembro de la igualdad primera de (3), por ejemplo, que conduce, en virtud de las ecuaciones (1) y (3), á la igual- dad inadmisible a E Luego el producto « queda reducido á la primera línea de (2), y es una magnitud esencialmente escalar; de aquí que se le designe con el nombre de producto escalar. Ejemplos múltiples de este algoritmo se encuentran en las ciencias físi- cas, y para no citar sino el más sencillo, recordemos que ésta es la expresión del trabajo ejecutado por una fuerza que hace un ángulo $ con su trayectoria. Pero si analizamos lo hecho anteriormente, salta á la vista que ha sido admitir por definición que x,, y, z, satisfacen á las condiciones (1) y (4). Nada se opone ahora, ni conduce á ninguna contradicción, á admitir que en lugar de estas con- diciones x,, yo, z, Satisfacen á las (3) y Xo? = Yo? = Zo? = 0; — 542 — en cuyo caso, el producto « E será el vector (2). Para dis- tinguirle del anterior le designaremos en lo sucesivo por [x + fl. De acuerdo con el sistema (1), este producto cambia de signo cuando se invierte el orden de los factores. El sentido del vector producto quedará, por ende, perfectamente defini- do cuando se nos da el orden de los factores, por una sim- ple convención: le supondremos dirigido de suerte que, para pasar el primer factor al segundo, haya que girar sobre el producto en el sentido contrario de las agujas de un reloj; Ó también podremos decir, parodiando á Malwell, que un ti- rabuzón ó un tornillo cuyo eje coincida con la dirección del mismo, avanzará en el sentido positivo cuando el puño ó cabeza gire del primer vector al segundo. Para distinguirle del anterior le llamaremos producto vector : ejemplo de este producto es el momento de una fuerza. El producto vector se conduce siempre como un vector en toda serie de operaciones en que figure, mientras que el pro- ducto escalar será siempre una magnitud de este último gé- nero: así, el producto de un vector y por un producto esca- lar a £, es un vector del mismo argumento que aquél y mó- dulo «fycos6; 6, dicho de otra manera: equivale al producto de una escalar por un vector; el producto de un vector por un producto vector puede ser escalar ó vectorial. En este úl- timo caso es interesante, al propio tiempo que sencillo, de- mostrar que Iy-|a-F1|=26-p—FG-Y, proposición que tiene muchas aplicaciones; por ejemplo, al caso de la acción entre dos elementos de corriente. 4. Divergencia de un vector. Teoremas de Gauss y Green. Flujo de un vector. — Hasta aquí hemos considerado un vec- tor como una magnitud perfectamente constante y referida á un cierto punto del espacio. Ahora bien: esta magnitud re- presenta siempre un fenómeno físico que puede no perma- — 543 — necer constante en todos los puntos del espacio: luego, en general, un vector será una función de las coordenadas del punto, perfectamente definido si conocemos las relaciones que ligan sus componentes con estas coordenadas. Sean . dl ZA) y (y, 2), estas definiciones, que supondremos continuas, y que admi- ten primeras derivadas en todos los puntos de una región conexa limitada por una ó varias superficies. Tomando un cilindro elemental, cuyo eje es paralelo al de las x, dicho cilindro cortará á las referidas superficies un nú- mero par de veces, en puntos cuya coordenada x designare- MOS: OL Xi or ga ines Lan EMOS PUNTOS Xy, Aeopeiads sas: mb el cilindro en cuestión penetrará en la región preindicada, y MIOS XX naa X» n Saldrá de ella. Esto dicho, es evidente da FIf Z dxdydz u e. OX que la expresión puede integrarse respecto á x entre los límites x, — X» O AN Xoón—1 — Xan, de forma que , | 395 a axdydz Y | «dy dz E [fonas ¿ Xx si llamamos 4 el coseno de la normal exterior á un elemento superficial ds con el eje x. De igual manera, si p. y y son los otros dos cosenos directores de dicha normal, NOS 94 y dxdydz = ff asias oy (NS dxdydz = [feas . 92 E da Sumando estas tres expresiones, / Ax da da, % SIN 9x Bn > + Jar ff ata + aos, La segunda integral se extiende á toda la superficie que limita el volumen considerado, aunque esta superficie conste de porciones separadas, en cuyo caso dicha integral es la suma de tantas como superficies existan: así, suponiendo que éstas fueran dos, S y «, Ah Mendo Pas 9X dy 92 = f fa + ay + 224) ds +f (qa Ej y po av) do, También debemos hacer notar que, si en lugar de la nor- mal exterior al volumen, tomamos la interior, las integrales superficiales cambian de signo, puesto que lo hacen todos los cosenos. El elemento diferencial de la integral de volumen [E a 9Xx oy 92 se denomina divergencia del vector z, y se le suele designar por Div. z. La forma es análoga á la del producto escalar de dos vectores, haciendo desempeñar las funciones de compo- : 7 O : nentes de un vector á los operadores —, , —= asi IX 9y 92 Div. a = a )a. a (57) ay, + (52) Es 9x ox 9z — 545 — Este operador vectorial se le suele designar por y (nabla), de forma que Div. % = Yxéx + Vy%y + V2z%z. El de la integral superficial (2,1 + 2,p + 2,v), proyección del vector y sobre la normal á la superficie, se representa por 27, Ó an, Según que se haya elegido la normal exterior Ó la interior, y su producto por el elemento de superfi- cie an, ds, se llama flujo elemental saliente ó entrante, res- pectivamente. Dadas estas notaciones y denominaciones, la igualdad anterior se puede escribir y enunciar en la forma siguiente: 38 q $ Div. adv = f di En, ds = Ub Za, ds la integral de la divergencia de un vector 4 en un volumen V, es igual al flujo total saliente del mismo vector ó á menos el flujo total entrante. Esta igualdad es un caso particular de otra más general, que se obtiene substituyendo, en lugar de a,, a,, a,, las can- tidades pa,, 9%,, 0%,, donde y es una función continua de Xx, Y, 2, que admite derivadas finitas en el volumen V. En este caso se tiene evidentemente [f +0 + ayy + a,v)ds — 1 A ES A ls SS e 2 IX 9y 90Z — 546 — y si suponemos además que 2, a,, a, satisfacen á las rela- ciones o Jetta pff 9Ne SES do eat) 9X oy dy 02 0Z escribiendo, por abreviar, que La fórmula (a) fué deducida por Green y lleva su nombre. Recapitulando lo dicho, las condiciones á que han de satis- facer las funciones + y +, para que entre ellas pueda esta- blecerse la relación que expresa dicha fórmula, son: 1.2 Ambas han de ser continuas y admitir derivadas fini- tas, con relación á x, y, z, en el interior del volumen V. Si existiese en el interior de este volumen alguna superficie de discontinuidad, podremos considerarla como el caso límite de una superficie S” que envuelve un volumen V”, cuando este volumen V” se anula, sin anularse S”; de suerte que, la integral de superficie que figura en aquella fórmula, debe ex- tenderse á las dos caras de la superficie de discontinuidad. 90 al oy 3d 9x" dy” az z en el interior de V admitiendo segundas derivadas —= son también funciones continuas de x, y, tambien finitas. — 547 — Si + cumple también con esta condición, por simetría po- dremos escribir (a) e 7 E 90 20d 36 = E dv, ay oy IZ 92 y restando una de otra, ambas expresiones (a) y (a”) 9d MN . Ne me nueva forma del teorema de Green. Tiene mucha importan- : pp 4 ¡ld cia en Física el caso particular en que d = —, siendo r la r distancia del elemento de volumen considerado á un punto fijo P. En este caso, puesto que se observa fácilmente que 921 AL 99 Íñ La NE==— 0 r 2x? dy? 92? la fórmula (b) se convertirá en a Puesto que Az es finita en todos los puntos del espacio, la integral de volumen es absolutamente convergente, no obstante contener el elemento diferencial LES infinitamente r grande en el punto P. Esta fórmula nos permite determinar el valor de ¿, en el BS punto P. Con este fin tracemos, con centro en P, una esfe- ra 9 de radio muy pequeño, y consideremos el volumen pri- mitivo V como el límite hacia el cual tiende ei V”, limitado por S y s, cuando s tiende hacia cero. La integral anterior para el volumen V” será FS — a: a io di— 3 Y Qe yr a a 1 Ep a pero si du es el área limitada sobre la esfera de radio 1, por el cono de centro en P y que limita á du; ó sea: si du es el ángulo sólido del cono en cuestión, la Geometría nos enseña que ds = 1?du; de suerte que sá E o Fr Me 1 q 3 r o En segundo lugar, = -- — ——; y como la normal ne RR exterior á V' en s es lo mismo que la normal interior á la es- 1 1 fera s, dr = — dn'. y — = 1; de suerte que —— =—. Me NR Luego ¿1 ¿ da | [ado = qe An parar =0, le] Substituyendo estos valores arriba y pasando al límite — 549 — SJ E sn sd y si ¿ para todos los puntos del espacio satisface á la rela- ción Ag = 0, en cuyo caso se dice que es harmónica, ida is 3. eS o e Otro caso particular interesante de la fórmula de Green es aquel en que y = y, de donde (a) A + E as f Fraga e 5. Teorema de Stokes: vórtice de un vector. — En el cam- po de un vector «, continuo y que admite primeras deriva- das, tracemos una línea cualquiera y supongamos esta línea recorrida en un cierto sentido que supondremos positivo: cada uno de sus elementos de longitud, tiene evidentemente los caracteres de un vector, 4/, cuyas componentes serán las variaciones dx, dy, dz, experimentadas por las coordenadas, al pasar de la extremidad inicial de 1 á la final. La integral del producto escalar de a y 47, á lo largo del segmento /, — lo, l, l, al sxdx pay dy tos dx— || a Al, lo Y lo a = proyección de « sobre dí — 550. — recibe el nombre de integral lineal de « á lo largo del seg- mento en cuestión. Imaginemos que /, se confunde con /,, esto es, que la lí- nea forma un contorno cerrado, y vamos á transformar esta integral lineal en otra de superficie, Ó sea en el flujo de un nuevo vector íntimamente ligado al y. Para ello hagamos pasar por dicho contorno una superficie cualquiera, y consi- ' deremos como positiva la cara de la misma que mira hacia la región del espacio, desde la cual se ve el contorno reco- rrido en el sentido contrario de las agujas de un reloj. Tomando dos puntos /, y 1, en el contorno se tendrá, en el segmento /, 21, l = 1, az dx + ay dy + 9¿dz, (1) lo yenel/ Il l, rf ix AX $] ay dy + 2¿d2, lo de suerte, que la integral total á lo largo del contorno, será I — I. Introduzcamos en (1) una variable auxiliar, que puede ser la longitud de la curva, de suerte que dy dy dz Es ; dl. e: Ao alas y Puesto que es función de las coordenadas, / cambiará en general con la curva á lo largo de la cual se ejecuta la integración entre /, y l,. Para un cambio infinitesimal de esta linea, la variación de / será ma (5) Y o — E A AR, [aP] a pad | y pu a pa o — 551 — Recordando que 0 dx d(1x) dl Al é integrando por par- tes los términos de la forma 2, mn cuyos términos integrados, [%; Sx),, son nulos por serlo 0x,0y,0z, en los puntos /, /,, puesto que los elementos d/ = enestos dos puntos no cambian de lugar durante la defor- E mación de la curva. Substituyendo estos términos en la in- | tegral (2), y teniendo en cuenta que da da 0%, = — 5x + dy + 82, 92X 9y 22 94y se obtiene en definitiva para 0/ la expresión lL/ da da ds A UE —= dx + E 5y + 02) dx + l 9X oy 9Z ho) — y) dy + oz lo) 9% e IX 9y IZ L PJ] da, pe al y e a 9X 9y 92 Rrv. Aca. Ciencias. —IV.—Mayo, 1906, 38 — 552 — (E Y E los 17 MIS o 02)mz= 3y 9X ls 2 Po) = | oye o [IN e oy 0Z + (0zdx-- oxd2) | qa E 9z ox ro) o E (xdy Aya) ae E oX 9y El paréntesis (8ydz — 5z dy) representa, según es sabido, el área del paralelogramo trazado en el plano yz, cuyos la- dos tienen por proyecciones sobre estos ejes 0y, 8z, y dy, dz, respectivamente, ó sea de la proyección del área barrida en el espacio por el elemento de curva d4/, durante la defor- mación de ésta. Llamando ds este elemento superficial, se tendrá, pues, eydz —ozdy =dscos(nx) ozdx —óxdz = ds cos(ny) oxdy —iydx =dscos(nz), y, por consecuencia, 6/ tomará la forma mL Mo o? e cos(nx) + + A 3) eos(ny) tos 9Z ee cos(nz) Js. ox Continuemos esta deformación de la curva sobre la super- ficie, hasta que llegue á confundirse con /, £' !,; la variación total que experimenta / será, — 553 — LU j *PT/ 9 dy a ul= 127 =| ( L—- »)eos(nx) + L, 11, 4 oy oz > y ; 2Z Ox 9X o 0) El primer miembro de esta igualdad es la integral lineal sobre el contorno considerado, según decíamos más arriba, y el segundo, una integral de superficie que representa el flujo, á través de ella, de un vector cuyos componentes están definidos por La 92y 92, DA, (3) Ay E ) En 10 A, A A oy IZ 9z IX 97, Az A, = CEL , p 9x oy con lo cual queda conseguido nuestro objeto. El vector A se denomina curl, vórtice 6 torbellino de z, y se le designa por vorf. «. Derivando la primera de las ecuaciones (3) con relación á x, la segunda con relación á y y la tercera respecto á z, y sumando, se obtiene iva 0, o condición á que ha de satisfacer un vector A, para que su fiujo á través de una superficie, pueda reemplazarse por una integral de línea, según el contorno. Directamente se com- prende la necesidad de esta condición; en efecto, al substituir el flujo por la integral de línea, la superficie desaparece; ó, lo que es lo mismo: para toda superficie que pasa por dicho contorno, el flujo debe permanecer el mismo. Tomemos, pues, (*) Esta elegante demostración del teorema de Stokes, es debida á A. G. Webster. AOS ms dai y K — 554 — dos de éstas: la diferencia de los dos flujos correspondientes debe ser nula; pero esta diferencia es la divergencia del vec- tor (8 4); luego div. 4 = 0. El vórtice de x tiene la forma del producto vector del ope- rador y por z. 6. Vector laminar: potencial escalar. —Si las componen- tes de A se anulan al mismo tiempo; esto es, si su flujo será nulo, y por ende, también la integral lineal de z. Un vector que cumple con estas condiciones se llama lami- nar; le designaremos siempre por caracteres latinos mi- núsculos. > Ahora bien: las condiciones anteriores son las necesarias y suficientes para que azdx + aydy + azdz sea la diferencial exacta de una cierta función escalar — V de Xx, y, 2, que se denomina potencial escalar del vector a, mien- tras que este vector se llama gradiente de V. Podemos, pues, escribir axdx + aydy + a¿dz =— dv; de donde, (1) UF l, di Ñ axdx + aydy + a, dz = — e l hu 3 Po) Q Aa * ES v dx +4 ps dy =- LA dz — V, —S 1: * l, 5 o X oy , e — 555 — Resulta, pues, de aquí que la integral lineal de un vector laminar, á lo largo de una línea no cerrada, depende exclu- sivamente de la posición de sus extremidades y tiene el mis- mo valor, cualquiera que sea su forma. Esta proposición es una consecuencia inmediata de la anu- lación de la integral lineal sobre un contorno cerrado, pues tomando sobre él dos puntos y llamando / é /” sus valo- res, pasando desde el uno al otro por los dos brazos del contorno, /— 1" =0 6 [=T[', según queríamos demostrar. La función V define sin ambigiedad á su gradiante a, mientras que el vecter a, en virtud de las ecuaciones (1), no define á su potencial escalar V sino con una constante de aproximación. Aparece de aquí con toda evidencia que, siempre que en un cierto orden de fenómenos, de la natura- leza de un vector laminar, sea directamente abordable la fun- ción V, debe constituir el objeto principal de estudio del mismo. Pero, desgraciadamente, no es este el caso más ge- neral, sino que la función V suele aparecer como una mera expresión analítica ligada al vector z. En este caso, lo único que puede ser objeto de medidas experimentales son las diferencias del potencial escalar entre dos puntos, y podemos por ende dar un valor arbitrario á V para un punto determinado, que se denomina punto de ori- gen, asignándosele generalmente el valor 0. En toda región del espacio donde « = 0, evidentemente V = const. por las ecuaciones (1). 7. Superficies equipotenciales y lineas de flujo: represen- tación del campo con su auxilio. —En general, V es una fun- ción continua de las coordenadas; de suerte que, si la igua- lamos á una constante C, la ecuación V(xyz)==C, representa una superficie cuyos puntos tienen todos el mis- mo potencial escalar. A E) — 556 — Estas superficies se denominan equipotenciales 6 de nivel, y la integral lineal del vector sobre una curva, cuyos extre- mos se encuentran en ella, es nula: en particular si la curva está toda ella sobre la superficie, el elemento diferencial a,dx + aydy + a¿dz = 0, constantemente. Pero dicho elemento diferencial es la pro- yección de « sobre 47, y la proposición anterior es verdade- ra, sea cual fuere la curva trazada sobre la superficie en cuestión; luego la proyección de y sobre una superficie equi- potencial es nula, ó, lo que es lo mismo, el vector « es nor- mal á la superficie de nivel que pasa por su origen. Si, por ende, trazamos las trayectorias ortogonales del sistema de las superficies equipotenciales del campo del vector «, estas líneas serán envolventes de '«, por lo cual reciben el nombre de líneas de flujo. Tomando la línea integral de « sobre una línea de flujo, este vector se confunde, en virtud de lo que acabamos de decir, con su proyección sobre ella, y por ende, el elemento diferencial será al a lA ; Eligiendo para d V la diferencia de potencial constante en- tre las superficies de nivel infinitamente próximas Cy C+-4C, la igualdad anterior nos dice que, en cada punto del espacio, el vector « es inversamente proporcional á la distancia que separa á la superficie equipotencial, que pasa por su origen, de otra infinitamente próxima. De aquí deriva la posibilidad de representar gráficamente el campo de un vector, dibujando las superficies equipoten- ciales que corresponden á valores de C en progresión aritmé- tica. En efecto: dicho vector quedará representado en direc- ción, por la normal á las superficies, y en magnitud, por las A ú E di <=" -——— > SS — 537 — distancias que entre ellas existen; de forma que allí donde éstas estén muy próximas, el campo es muy intenso, mien- tras que donde se encuentren espaciadas, el campo es débil. Realmente, la utilidad de esta representación se encuentra de tal forma restringida por las dificultades del dibujo, que únicamente es práctica en el caso en que las superficies son de revolución sobre un mismo eje, ó cilíndricas: en el primer caso se representará la sección meridiana del campo, y en el segundo, una sección normal. 8. Representación de un vector laminar por una acción á distancia (*). — Consideremos una región del espacio donde existe el campo de un vector laminar x, limitada por una su- perficie S de discontinuidad, fuera de la cual “ =0, y por ende, V= const. Esta superficie será equipotencial. Supon- dremos, además, en el interior de S otras superficies de dis- continuidad de zx, S”, pero no de nivel. : Si determinamos el valor de Ven todos los puntos interio- res á S, z quedará perfectamente definido. Ahora bien: V es una función continua que admite primeras derivadas también continuas, y segundas derivadas finitas; luego, en virtud de una de las consecuencias del teorema de Green, el valor de V en un punto P estará dado por 9 AV Pava + | A E r J) Js+4s Me pd p — v ds. : de "BM (*) Las importantísimas proposiciones demostradas en este párra- fo y en el 10, son parte de un teorema más general, que enunciare- mos más adelante, debido á Vaschy. Pero la demostración que de él ha dado su autor, aunque absolutamente rigurosa, se nos figura más complicada y artificiosa que la que proponemos en estos párrafos. — 558 — Fijando nuestra atención en la segunda integral de super- ficie, distinguiremos el caso en que se refiere á las superficies de discontinuidad S” de aquel en que se refiere á la super- ficie límite S, En el primer caso, recordemos que la integral se extiende á ambas caras de S”, de donde, agrupando los elementos correspondientes de cada cara, es evidente que o V q ds serán e eialds y de signos contrarios, y dee En el segundo caso, observemos que la superficie que li- mita la región estudiada, puede componerse de varias por- ciones independientes; una de ellas puede envolver la región completa exteriormente, y la designaremos por S,, y las res- tantes, que llamaremos S,, envuelven ciertos espacios inte- riores á la región. Es evidente que, no sólo las S,, sino tam- bién la S, pueden faltar. Puesto que V es constante sobre todas estas superficies, aunque sus valores sean distintos para cada una, tendremos: ff a me porque siendo S, cerrada y P exterior á ella, el ángulo sóli- E do $ e. cos(rn¿)ds, bajo el cual se le ve, es nulo. Í Puy — 559 — Para la S,, si existe, ¿XL F 1 9) V, ds Vf | 7 cos(rm) == 47 Va Si Ne SR Luego substituyendo arriba (0) a o RCA q ó teniendo en cuenta que es oV pe pe — AV=Div. a y li Neo rv as que nos da la diferencia entre el potencial de P y el cons- tante V,. Tomando las derivadas de esta igualdad con rela- ción á las coordenadas de P (xo Yo 20), teniendo en cuenta que Div. a y an, no se refieren á este punto; multiplicando respectivamente por cos(rx), cos(ry), cos(rz), y sumando Div. a se An; A AO ON Y E Si suponemos una distribución de cierta materia en el es- pacio, capaz de ejercer á distancia una acción, proporcional á la masa que llena cada elemento de volumen ó recubre un elemento superficial, é inversamente proporcional al cua- drado de la distancia, acción que designaremos con el nom- — 560 — bre de newtoniana, y admitimos que su densidad en cada elemento de volumen está representado por p=Div.a =—AV y en cada elemento superficial por de ov sd = SAR EA mE , la igualdad anterior se transforma en dE edv ES 3:ads a f/ 4mr?? que nos dice que cualquier vector laminar y PUEDE SUPO- NERSE engendrado por dicha clase de acciones. Esta proposición tiene una importancia extraordinaria, lo mismo desde el punto de vista teórico que del experimental, y de ella volveremos á ocuparnos al final. 9. Vector solenoidal ó áxico: potencial vector. — Hemos visto que la condición, necesaria y suficiente, para que un vector 'A pueda considerarse como el vórtice de otro, es que Div. 4:==0; un vector que satisface á esta condición se llama solenoidal Ó áxico, y sus componentes podrán representarse en función de las de otro a, por las expresiones 0 A= daz q 94. 0% 00) dz” MEAR Y ax” Mo d%y y de 9x oy (*) La representaremos siempre por caracteres mayúsculos-la- tinos, — 561 — El vector « es el potencial vector del 'A. Existe aquí una indeterminación más grande que la que caracteriza al poten- cial escalar, definido por su gradiente, puesto que las ecua- ciones (1) sólo dan la diferencia de sus derivadas parciales; así, mientras que V se conocía con una constante de aproxi- mación, « lleva su indeterminación hasta el extremo de que se le pueda agregar un nuevo vector laminar, sin que deje de ser el potencial vector de 4, puesto que las componentes del vórtice del nuevo vector son nulas. Es evidente que podemos aprovechar esta indeterminación, eligiendo ' conveniente- mente para cada caso: veamos la forma más general que suele dársele. Tomando el vórtice de 4, sus componentes serán: AE PE = div. a — Ad., ==. div. a — Aa), 9Z 2X y DA JA A E L-——E= div. a —Aa,; 9x dy oz si, por tanto, suponemos div. a =0, ó, lo que es lo mismo, si admitimos que el potencial vector es solenoidal, quedará definido en función del vórtice de 4, de una manera análoga que el potencial escalar, en función de la divergencia del vector laminar correspondiente. Así, designando este valor particular de y por 'A, para conformarnos con la notación elegida, las ecuaciones anteriores serán: 9A, q) 9A, dy 20Z 90Z 9Xx =—AA,, O AS — 562 — Nótese que la hipótesis hecha respecto á la naturaleza de «, equivale á agregar á este vector otro laminar cuya di- vergencia sea — Div. z. 10. Representación de un vector solenoidal por una acción laplaciana. —De la primera de las ecuaciones anteriores se deduce: Po) Po) A a DO 9y 902 Integrando esta expresión para todo el campo de A, en el cual supondremos la existencia de superficies de disconti- nuidad, obtendremos, por un procedimiento idéntico al em- pleado anteriormente para demostrar el teorema de Gauss, que | ao do = | [(4.+ 49 + Jas, siendo A, p., v los cosenos directores de n.. Ahora bien: el primer miembro de esta igualdad es idén- ticamente nulo, luego el segundo también lo será, y, por tanto, en cada elemento superficial 9A, 9Ne JA, _ 29M, 9e 90m; A,p — Ayv=— Análogamente demostraríamos que Esto probado, observemos que A, es una función escalar — 563 — de x,y,z,á la cual podemos aplicar la fórmula (1) del pá- rrafo anterior, y por ende, 4r(A.(», — Ax) = ld AA,dv — F E 2A, ds, e 9n; ? A ó substituyendo, en lugar de AA, y z -- L PEREDA ad dr (Ax» — Az) = z pS dy NS Jar 1 e (A, 1 A,y) ds; r , sus valores Ó llamando donde 7, es un vector de módulo unidad normal á $, cuyas componentes son 4, y, y, evidentemente, 0 A 4r (A...) = A.z(1)) =P ff dv ae ds, y análogamente ; Í, ly 4 (Ay — Aya) = 5 PE OS L i 40 (Mica Mas) =p le dv Alle ds. Recordemos que A. 1), Ay(1), Aa) son constantes en todo el campo considerado. Calculando los valores de las componentes de A en el a 1 A punto P, para lo cual nos basta derivar, respecto á las coor- denadas de este punto (X, Yo Zo), tendremos para A, A a E do Xx 9Zo ó multiplicando y dividiendo todos los términos por r, y te- niendo en cuenta que or ar : r— =rC0S (1,2) ="¿, r— =rC08 (r,)) = fyy 9Zy Y Fx, Fy, 2, siendo las proyecciones sobre los ejes de la dis- tancia desde dv, ó ds, á P, | Pas A, =P [Gr ma | EE : : d ci Jj Pa Ct RAN Es fácil escribir los valores de A, y A, y observando que los paréntesis que figuran bajo las integrales son precisa- mente las componentes de | 7-7 | y | 7-7 |, resulta evi- dentemente que nia 1 a 1 A y AS da ¡Tr |dvW Mo |T-r |ds, A, y su módulo a di +// ED r) de De suerte, que todo vector solenoidal podemos conside- rarle engendrado por la acción de ciertas MASAS VECTORIA- LES, actuando á distancia, en razón inversa del cuadrado de ésta, y proporcionalmente á su intensidad y al seno del án- gulo que forma con el radio del vector, siendo su dirección normal al plano de dicho ángulo. Estas acciones las deno- minaremos laplacianas. Dichas masas vectoriales están definidas por el mismo vector (A. En cada elemento de volumen, su densidad / es el vórt. 4, y en cada punto de una superficie de discontinui- dad, ¿=|4.1;|l. Il. Tubos de flujo: representación gráfica del campo por los tubos de flujo. — Hemos definido las líneas de flujo de un vector laminar, y esta definición es igualmente aplicable á un vector solenoidal, siquiera en este caso no sean trayec- torias normales de las superficies equipotenciales, puesto que estas superficies no existen. Consideremos en el campo del vector A un espacio limitado por una superficie tubular, cuyas generatrices son líneas de flujo de “4: este espacio re- cibe el nombre de tubo de flujo. El flujo | Al Ands del vector A á lo largo de un tubo per- manece constante. Puesto que si le limitamos por dos super- ficies cualesquiera y aplicamos al espacio interior el teorema de Gauss: [fñn.as=/ | faivia=o Pero la integral superficial es nula sobre toda la superfi- Hb — cie lateral del tubo, puesto que A», = 0; además, los ele- mentos diferenciales en la cara de entrada, S, son todos ne- gativos, y en la de salida, S”, positivos; luego podemos es- cribir ff 40. as Af fin ds 0, Js" Js que demuestra el teorema. Además, si el tubo es infinita- mente delgado y las superficies terminales perpendiculares al vector A, ds, = A2ds,, que nos dice que, en un mismo tubo, la intensidad de “A es inversamente proporcional á la sección del tubo. Esta proposición nos permite representar gráficamente el campo de un vector solenoidal con el auxilio de los tubos de flujo. En efecto: dividiendo el espacio en tubos del mismo flujo, en cada punto el argumento de A estará representado por la dirección del tuvo que le envuelve, y su módulo es inversamente proporcional á la sección del mismo. Es evi- dente que, para que esta aplicación sea práctica, es indispen- sable que las líneas de flujo sean planas, con el fin de que se las pueda dibujar en verdadera magnitud, y por ende, el campo en el espacio debe ser de revolución, ó tener todas sus líneas sobre planos paralelos, 6, á lo menos, ser simé- trico respecto al plano del dibujo. El procedimiento para di- bujarlas es el mismo empleado para las superficies equipo- tenciales. 12. Multiplicador de Jacobi. — Siendo una línea de flujo la envolvente de un vector x, existirá entre las componentes de éste y las proyecciones dx, dy, dz, de un elemento de cur- va ds, el sistema de ecuaciones diferenciales — 567 — Representando por 9 (x, y, 2) = const. una integral del sistema, « será tangente á la superficie v (x, y, 2) = const.; de donde 90 9 90 (1) do a A (2) de e ay > +5 3 a, =0, y de (1) y (2) da 99 do 39 do 39 9 92 az. ax Ix 9 ee: 4 =4y 3: == d == LANE ay ad ay 3d ay ay 9yY 9Z uz 2% ox y Ó llamando P, Q, R estos determinantes: Ma, =P, Ma, = Q, Ma, =R. Por otra parte, se ve fácilmente que 9P 2Q 9R e, SN id EN 9x a 9y mi 9Z , luego 2(Ma,) de 9(Ma,) 9 (Ma,) > 3y + = Div. (Ma) =0, 9Z ecuación que, traducida al lenguaje ordinario, nos dice que un vector cualquiera puede engendrar uno solenoidal multi- plicándole por una función escalar conveniente M: esta fun- ción se denomina multiplicador de Jacobi. Rruv. Acap. CreEncias.—IV.—Mayo, 1906. 39 — 568 — 13. Teorema de Helmholtz: descomposición de un vector en su parte laminar y solenoidal. — Vamos á demostrar que cualquier vector puede considerarse como la suma de una parte laminar y otra solenoidal. En efecto: consideremos que así es: a =a +A, donde q es la parte laminar de <, y A su parte solenoidal: de suerte que vórt. a =0 y div. 4 =0. Luego a y A quedarán definidos por div. a = div. z vÓrt. A = VÓrt. z, expresiones que, según hemos visto en los párrafos tercero y quinto, definen á los vectores a y A. Resulta de aquí que un vector cualquiera puede suponer- se engendrado por la superposición de acciones newtonia- nas y laplacianas(*), originadas por masas cuyas densidades en cada punto son funciones del mismo vector. Este hecho parece quitar importancia práctica á dicha descomposición, puesto que para determinar el valor del vector en un punto, resulta necesario conocer las condiciones del campo en cada uno de sus puntos. Sin embargo, con mucha frecuencia la consideración de dichas acciones simplifican grandemente el problema; de una parte, porque la presencia de superficies de discontinuidad en el campo de un vector, así como la de los puntos donde la divergencia Ó el vórtice del mismo son diferentes de cero, se denuncian la generalidad de las veces por fenómenos claros y terminantes, más fáciles de apreciar (*) Este es el teorema de Vaschy á que nos referíamos más arriba. — 569 — que la existencia del vector mismo, y de otra porque los valores numéricos de las densidades cúbicas ó superficiales de las masas ficticias, suelen ser susceptibles de medidas di- rectas más precisas que la intensidad del vector en un punto. Además, aunque las razones anteriores no existiesen, debe notarse también que dichas acciones á distancia con- sienten penetrar en puntos inaccesibles, determinando el va- lor del vector allí donde directamente no hubiéramos podido medirle. Ejemplo categórico de las ventajas anteriores nos lo sumi- nistra la atracción universal. La atracción universal es un fe- nómeno vectorial laminar, puesto que el trabajo que se eje- cuta al pasar un cuerpo de un punto á otro del espacio es independiente del camino seguido, en el supuesto de que el fenómeno haya sido isotérmico y reversible. El campo de este vector no parece presentar superficies de discontinui- dad, y, además, la concordancia entre la ley de Newton y los resultados de la observación y la experiencia, confirman que la divergencia es nula, fuera de los cuerpos cuya presen- cía nos denuncian fenómenos físicos de otro orden. Ahora bien: esta divergencia, ó sea la densidad de cada cuerpo, es fácilmente medible, mientras que determinar la intensidad de la atracción universal en diferentes puntos de este cuer- po, con el fin de apreciar su ley de variación en él y dedu- cir luego analíticamente la divergencia, es operación abso- lutamente impracticable. Otro tanto puede decirse de todos los casos en que, al estudio directo del vector, se substituye la investigación del lugar ocupado por las masas ficticias que pueden engendrar- le y la densidad de las mismas. 14. Determinación de la naturaleza de un fenómeno vecto- rial. — El criterio más seguro para determinar la naturaleza de una magnitud vectorial es el análisis de su simetría ó la de los fenómenos que origine. Basta recordar que los elemen- tos de simetría de una causa se encuentran en los efectos — 570 — que producen, y que si un elemento de simetría falta en un fenómeno, falta también en la causa que le determina (*). Conviene notar que se entiende aquí por causa de un fe- nómeno el conjunto de todos los agentes que actúan en su producción, incluyendo la constitución del medio. De no ser así los principios anteriores nos conducirían á graves erro- res. Es, pues, necesario, al aplicar este método, determinar la simetría de los fenómenos originados en un medio isótro- po, y evitar cuidadosamente toda acción perturbadora que pueda suprimir elementos de simetría de la magnitud estu- diada. Para determinar la simetría característica de cada especie de vector, refirámosle á un sistema de ejes coordenados en que dicho vector se confunda con el eje Z. Si es laminar, un cambio de ejes, determinado por una rotación sobre Z, no altera la expresión de a; de suerte que a posee un eje principal de simetría de orden infinito que se confunde con su propia dirección. Si el giro tiene lugar sobre X 6 Y, la la expresión de a cambia; luego a no admite ejes secunda- rios, y el principal es no doblado. Cambiando Z en — Z, la expresión de a varía: de forma que no existe plano de si- metría principal. Por el contrario, el cambio de X en — X demuestra que el plano Y Z es de simetría, y por ende, todos los que pasan por Z. Si el vector es solenoidal, (*) P. Curie: Journal de Physique, 3,2 s., t. UI, pág. 401. ID AA A A Aplicando las fórmulas del cambio de variables es fácil cerciorarse de que un giro sobre Z no altera la expresión de A, mientras que sí la altera cuando se efectúa sobre X Ó Y: luego A admite un eje principal de orden infinito no doblado, puesto que no admite ejes secundarios. Cambian- do Zen —Z, la expresión de A no varía; pero sí lo hace por el cambio de X en — X; de suerte que, al contrario de lo que ocurría con el vector laminar, A admite un plano prin- cipal de simetría, pero no planos secundarios. En resumen: todo vector admite un eje de simetría de or- den infinito no doblado, y además, los vectores laminares, infinitos planos de simetría que pasan por el eje, y los sole- noidales, un plano único normal al eje. Superponiendo un vector laminar y otro solenoidal, desaparecerán los elemen- tos de simetría no comunes: de suerte que un vector com- plejo no posee más elemento que el eje. Una traslación, una rotación y un movimiento helizoidal, dan clara idea de estas simetrías. e Es criterio también aceptable, para reconocer la naturale- za de un fenómeno vectorial, su representación por acciones newtonianas y laplacianas. Si bastan las primeras, el fenó- meno es laminar: tal ocurre con la atracción universal y el campo electrostático; si sólo las segundas pueden represen- tar los fenómenos producidos, es solenoidal: ejemplo, el campo magnético. A propósito de este criterio para determinar la naturaleza de una magnitud vectorial, conviene hacer notar la inexacti- tud que se comete considerando las experiencias de Caven- dish y Maxwell sobre la acción interior de una capa esférica, como la más exacta demostración de las leyes de Coulomb. Admitida la naturaleza vectorial del campo electrostático como inmediata consecuencia de sus acciones más senci- llas, queda únicamente el distinguir su carácter laminar 6 solenoidal. Ahora bien; vamos á demostrar que, en todo caso, la acción en el interior de una capa esférica es nula. — 572 — En efecto: admitida la demostración clásica para el caso de las acciones newtonianas que originan la parte laminar del campo, réstanos probar que las acciones laplacianas que producen la parte solenoidal determinan también una acción nula. Parafraseando la demostración de J. Bertrand para el caso anterior, consideremos la acción en un punto interior á la superficie esférica de las masas vectoriales, limitadas por una superficie cónica infinitamente delgada, con centro en dicho punto. Si el espesor de la capa es dr, dicha acción será (8 10): or E IT sen(I',r) as | Ary? Azr? donde cada uno de los términos representa la acción corres- pondiente á cada hoja de la superficie cónica. Pero, por ra- zón de simetría, / es constante y dirigida según el radio de la esfera; de forma que sen(/, r) = sen(n, r). Reemplazando ds y ds” por sus expresiones en función del ángulo sólido de la superficie cónica, obtendremos en definitiva para valor de la acción Tdr T du | te (a, r) — tg(n', r)] =0,» > puesto que el paréntesis es evidentemente nulo (+). Volviendo al objeto principal de este párrafo, se ha apli- cado también con frecuencia la proposición enunciada en el S 6; pero es necesario proceder con cautela para evitar lamentables peticiones de principio que invaliden la demos- tración. Para confirmar nuestro aserto, analicemos un razo- (*) El físico norteamericano S. J. Barnett (The Physical Review, Sep. 1902, pág. 175), ha negado igualmente validez á la demostración que criticamos; pero nos ha sido imposible evacuar la cita anterior y desconocemos el fundamento de dicha crítica. a AA A A Ds SN A o e e ed DS. A — 573 — namiento á veces empleado (*), con el fin de demostrar la naturaleza laminar del campo electrostático. Se supone en este razonamiento que una masa eléctrica infinitamente pequeña, concentrada en un punto, recorre una curva cerrada en una región del campo eléctrico, donde el medio posee una temperatura uniforme, sometida á agentes exteriores que equilibren en cada momento la acción del campo. Las integrales lineales de estas acciones, que repre- sentaremos por Dd y qf, respectivamente, serán iguales: fas = f'aíads. Pero un teorema bien conocido de Energética nos dice: El TRABAJO de las acciones exteriores en todo ciclo isotér- mico reversible es nulo. Luego si suponemos que la integral del primer miembro mide el trabajo en cuestión, a fFds=0, y f es un vector laminar. Mas, precisamente en la hipótesis hecha va envuelta la afirmación del carácter laminar de f. Para demostrarlo, ob- servemos que el trabajo es una magnitud física de naturale- za bien definida, representada por la fórmula de dimensio- nes ML?T”?, y que consta de dos partes: una, que mide la de la acción exterior A, y la otra, la deformación elemental correspondiente da. Resulta, pues, para dimensiones del producto: [A . da] =.ML*.T72, (*) H. Pellat: Cours de Électricité, t. 1, pág. 45. A. Vaschy: Théorie de l' Electricité, pág. 30. — 574 — Luego si da es una longitud, A es una fuerza; así, puesto que ds es un elemento de arco, D será una fuerza, ó sea un vector laminar. Ahora bien; dos vectores de naturaleza diferente no pue- den equilibrarse; luego qgf es también laminar; y como q es una magnitud escalar, f será un vector de aquella clase. I5. Critica de la teoría de las acciones á distancia. — La conveniencia de substituir el estudio de estas masas ficticias al de los vectores correspondientes es tal, que durante mu- cho tiempo se ha admitido la realidad incuestionable de las acciones á distancia, olvidando la forma misma en que Newton y Laplace enunciaron sus leyes respectivas: conse- cuencia natural de la prodigiosa fecundidad de las mismas. Los teoremas demostrados en el curso de este trabajo nos prueban de una manera palmaria que esta fecundidad no es un argumento en favor de la realidad del hecho. Pero ¿quiere esto decir que el teorema anterior condene la teoría de las acciones á distancia? En forma alguna: únicamente nos de- muestra su equivalencia absoluta, con la que admite la de- formación del medio como origen real de esas acciones á distancia. Elegir una ú otra es cuestión de mera definición, desde el punto de vista puramente analítico. Muy otras son las razones que abonan á la segunda, en nuestro entender. Acción á distancia equivale á decir, para los partidarios de esta doctrina, que el efecto producido por un cierto cuerpo A sobre un punto distante del mismo P, es independiente de la naturaleza del medio interpuesto. Pero es el caso que el hecho así enunciado se encuentra con fre- cuencia desmentido por la experiencia, y entonces los parti- darios de la teoría discutida afirman que dicho mentís no es debido á que la acción del cuerpo se haya modificado por sí misma, sino á que A determina fenómenos especiales en los cuerpos que se consideran, haciéndoles capaces de actuar á su vez en el punto P. Para los enemigos de la doctrina en cuestión, la acción o ci Mi . — 575 — de A en P se ha propagado á través del medio, con una ve- locidad más Ó menos grande, pero finita; ahora bien, si el medio cambia de naturaleza, es lógico suponer que cambie esta acción. La mayor sencillez de los conceptos fundamentales de esta teoría salta á la vista y explica la rapidez con que se ha apoderado del mundo científico. Sin embargo, esta in- fluencia del medio interpuesto es muy variable con la nátu- raleza del fenómeno que se considera. Mientras en los fenó- menos eléctricos y magnéticos es muy sensible, parecía de- mostrado que la constante de la gravitación es independiente de la naturaleza del medio, en virtud de los resultados ne- gativos obtenidos por Machenzie (*) primero, y más tarde por Poynting y P. L. Gray (**), investigando diferencias de atracción en el sentido de los ejes de substancias cristali- zadas, así como los de Austin y Thwing (***) sobre la in- fluencia de una lámina interpuesta entre las esferas de una balanza de torción; se comprende por qué entre los astróno- mos y los mecánicos existen aún partidarios de la teoría que criticamos. Pero las interesantísimas experiencias de V. Cre- mieu (****), no concluídas, parecen llamadas á batir este último baluarte. La electrización por influencia, la polarización dieléctrica y la imantación por inducción son fenómenos especiales crea- dos por esta teoría para defenderse contra los resultados de la experiencia; si aceptamos la propagación de las acciones eléctricas y magnéticas á través del medio, son mero coro- lario de la existencia de superficies de discontinuidad ó cam- bios de naturaleza en aquél. Coloquemos un cilindro metáli- (*) Phys. Rev. 2, 1895. (**) Phyl. Trans. R. S. 192, A. —Nature, Agosto, 1900.— Jour, Phys, 3, IX, 292. (4) Phys. Rev. 5, 1897. —Jour. Phys. 3, VII, 442. AA = Ja? Pliys: 4, V, 25. — 7 — co próximo á un foco calorífico é investiguemos el gradiente térmico sobre toda su superficie; en las regiones próximas á dicho foco, el cilindro estará más frío que el medio que le envuelve, en la extremidad más alejada su temperatura será superior á la de aquél y existirá una línea neutra donde el gradiente será nulo. Este experimento, idéntico al que se realiza en los cursos de Electrostática, presentará aquí ma- yores dificultades por la acción perturbadora de las corrien- tes de convección, pero es perfectamente realizable. Las experiencias y teoría de Bjerknes (*), imitando los fenómenos eléctricos fundamentales y sus leyes elementales con fenómenos en que la acción del medio es tangible, cons- tituyen un argumento más en contra de las acciones á dis- tancia. Tomemos un punto P en el seno de un líquido y su- pongamos que allí, de una manera cualquiera, incrementa- mos su masa; de otra forma: tracemos una esfera de radio muy pequeño con centro en P y hagamos aumentar su ra- dio. El líquido saldrá empujado en todas direcciones, y su velocidad en un punto cualquiera, P”, será inversamente pro- porcional al cuadrado de su distancia á P, puesto que la masa que en la unidad de tiempo ha de salir por la esfera de radio PP” es siempre la misma, y como su superficie es ArPp”, la masa que atraviesa la unidad de superficie será proporcional á ESQ . Por otra parte, esta velocidad de 4 pp”? salida en P” es, evidentemente, proporcional al incremento del radio de la esfera P, Ó sea al aumento de masa de la misma, que podremos representar por E. El cálculo y la ex- periencia demuestran que, si en P” colocamos una esfera análoga, entre ambas se manifiesta una atracción ó una re- pulsión, según que E y E” son del mismo ú opuesto signo, (*) Les actions hydrodinamiques á distance , por V. Bjerknes.— Congrés Int. de Phys. T. I, 251. o PR —= 517 — regida por la ley d ra , siendo d la densidad del líquido. TÍ Si admitimos un observador que, siendo capaz de apreciar y medir estas acciones, no se aperciba del medio en que P y P” están colocados, este observador se encontraría en las circunstancias que nosotros respecto de los fenómenos eléc- tricos y la gravitación. XXIII. — Nuevo método gráfico para la resolución de - la ecuación de segundo grado. Por Luis CATALÁ. Teorema 1. —Si dos circunferencias y una recta son co- planarias, las circunferencias secantes, cuyos centros son los puntos de intersección de la recta con las tangentes á la circunferencia mayor, y que pasan por los de intersección del radio del punto de contacto con la circunferencia menor, tienen sus puntos de intersección sobre la perpendicular á la recta trazada por el centro de las circunferencias dadas. Sea la recta LL” y las circunferencias oE(0), oB(0); BC, una tangente arbitraria á la circunferencia oE(0), y 6 su punto de intersección con la recta L£”; (m,n), los puntos en que corta EC(6) á la perpendicular á LL” trazada por el punto o, y se verificará om .on =0E . 0D; cuando el pun- to de contacto de la tangente arbitraria recorre la circunfe- rencia oB(o0), el punto 6 describe la recta A C y de — 518 — resulta que 0D será constante: luegó los puntos (m,n) serán comunes á todas las circunferencias EC (6), que tendrán por eje radical la recta Ao. PS - o q Figura 1.? Para que existan los puntos (m,n), es necesario y sufi- ciente que (61 E CEVESICA: Ó bien (CA CEN= CA?, y haciendo a+b vE=b, 0D=a, oB > ao CE? = CB? + He ) =S Co? — Ao?, por ser : CA? = Co? — 0A?; — 579 — luego ¿Mu 2 E 2 2 pe A ; pue. == = ab =( , ) : E Teorema 2.-—Si dos circunferencias concéntricas y una y IN Figura 2.2 recta son coplanarias, las circunferencias, cuyos centros son los puntos de intersección de la recta con las tangentes á una de ellas, y que pasan por los de intersección de la pro- longación del radio del punto de contacto con la otra cir- cunferencia, se cortan en dos puntos situados sobre la per- pendicular á la recta dada, trazada por el centro de las cir- cunferencias concéntricas. a a La demostración es análoga á la del teorema 1. Ahora bien: siendo (D, B,E) (n, A,m) dos ternos de pun- tos situados respectivamente sobre dos ejes YY”, XX”, que se cortan en el punto o, que tomaremos en ambos como ori- gen, y definidos por las relaciones 0D .oE=0n.om, oB= > (0D +0E), o0A = 5 (on -+ om), los cuatro Figura 3.? puntos (D,E,n,m) son de una circunferencia cuyo centro 6 es el punto de intersección de las perpendiculares á los ejes trazados por los extremos de los segmentos 0B,oA y on, om las raíces de la ecuación x2+X4A0.x+0D.0E=0. Si el eje Y Y” gira alrededor del punto o, los puntos (B, E) describirán dos circunferencias concéntricas, y el punto 6 la — 58l — recta LL” perpendicular al eje XX” en el extremo del seg- mento 04. De todo lo cual resulta que, para resolver gráficamente una ecuación de segundo grado de la forma o Po Y 0 0D, 2d >, haremos centro en un punto o, situado á una distancia 0A = — BES de una recta arbitraria L£”, trazando dos cir- cunferencias de radios (» a > za (» al según sea ab =q=0. La circunferencia cuyo centro sea el punto de intersección 6 de una tangente arbitraria á la circunferencia az (0), aa 2 punto de intersección del radio de contacto ó su prolonga- ción, con la otra circunferencia dada, según sea ab =q 0, cortará al eje XX” en dos puntos, que determinan las raíces de la ecuación. En la práctica trazaremos la tangente arbitraria por el punto del infinito del eje, quedando reducido el problema á construir un trapecio birrectángulo, cuya altura sea . y sus (o) con el eje 04, y cuyo radio sea la distancia, al bases ha ») Ó a .), tomándolas en igual ó contrario sentido, según sea q = 0. En el caso que a = — b, las circunferencias auxiliares se reducen á una ó á una de ellas y un punto, y la construcción á la determinación de un rectángulo ó un triángulo rectán- y gulo cuyas dimensiones son a a) según sea q = 0. — 582 — XXIV.—La Fagocitosis. POR EL Rev. P. ZACARÍAS MARTÍNEZ-NÚÑEZ, O. A. Se da el nombre de fagocito á todo elemento celular fijo Ó emigrante que tiene la virtud de incorporar á su masa mi- croscópica, partículas sólidas de alguna dimensión, bacte- rias, substancias organizadas vivas ó muertas, células de te- jidos atrofiados ó inútiles, etc., etc., situados fuera de él. Como dicen Metchnikoff y su discípulo Cantacuzéne (cuya doctrina vamos á resumir y juzgar en algunos puntos) (*), no debe confundirse la propiedad fagocitaría con la de ab- sorber las substancias disueltas, común á todas las células vivas: el acto de englobar á los microbios y aun á células enteras de tejidos diferentes; el limitar ó localizar el foco patológico como oponiéndole una barrera infranqueable para que no se extienda por los demás territorios orgánicos, y el digerir, como aseguran Metchnikoff y su escuela, á todos aquellos elementos englobados, es función especialísima de los fagocitos. Para llevarla á cabo, carecen parcial ó total- (*) Entre la multitud de libros y monografías que hemos tenido presentes al redactar estas páginas, pueden citarse los dos primeros tomos de la obra clásica de Duclaux, Traité de Microbiologie (1898-9); Les defénses naturelles de l'organisme, por A. Charrin (1898) y su estudio publicado en L”Année biologique (1897); el estudio compara- tivo de los venenos y las toxinas microbianas, de C. Physalix (L'An- née biologique, tom. I, pág. 382 y sig.); los de Metchnikoff y su dis- cipulo Cantacuzéne (L'Année biologique, tom. M, pág. 293 y sig.); entre otras Fisiologías la de Landois, Duval y Gómez Ocaña; las obras de Cajal; los Elementos de Microbiología, del Dr. Luis del Río y Lara (1899); Les moyens de defense chez les animaux, de L. Cué- not (1898); los Estudios biológicos sobre defensas orgánicas, del Dr. Mallo-Herrera, publicados en la Revista Ibero-Americana de Ciencias Médicas (Marzo, Junio y Septiembre, de 1901), etc., etc. | E j — 583 — mente de membrana externa, y así pueden emitir falsos pies ó pseudópodos «prehensores», Ó cambiar de forma y posi- ción como los llamados «emigrantes» y realizar el fenómeno conocido con el nombre de díapedesis, por virtud de la cual se mueven y escurren por las junturas de los endotelios, por los capilares, por las lagunas del tejido conjuntivo, llevando quizá á otros órganos, además de su poder fagositario, subs- tancias nutritivas y fermentos antitóxicos, elaborados en su interior para matar á las bacterias perjudiciales. Así como los hematíes son como ejército de millones de obreros que lle- van con prontitud á todo lugar del organismo, aun al más recóndito y secreto, el inapreciable recurso del oxígeno de la vida, así los fagocitos constituyen otro ejército móvil de defensa «encargado de realizar la asepsia orgánica, impi- diendo el acceso de microbios» (*) y toda clase de extra- ños invasores. La existencia de ese poder fagocitario en algunos elemen- tos celulares, parece hoy indiscutible: Ruffer logró fijarlos en sus fases de lucha á lo largo del tubo digestivo, y prin- cipalmente en las llamadas «esferas linfoides» de muchos animales de sencilla Ó complicada organización, ya estudian- do á éstos en estado normal, ó en estado patológico, que es cuando mejor se manifiestan. Prueba de ello es la multitud de glóbulos blancos de la sangre que se hallan en los focos tuberculosos calcificados. Recordemos que en la época em- brionaria y en las siguientes etapas del desarrollo ontogéni- co, los osteoclastos reabsorben las sales calizas y pulen y modelan la forma ósea ó cartilaginosa como hábiles arqui- tectos: son verdaderos fagocitos y causa principal é inme- diata de las maravillas que contiene la estupenda fábrica del esqueleto del hombre y de todo animal vertebrado. Cajal de- mostró el poder de la fagocitosis en las plaquetas de la san- (*) Cajal, Histología, última edición. Rrv. Acap. Ciencias. —IV.—Mayo, 1006, 40 — 584 — gre de la rana (*); y desde el año 1856, en que Lieberkiihn pudo ver infusorios englobados por los fagocitos de la Spongilla de agua dulce, hasta hoy, las observaciones di- rectas de la realidad son innumerables y confirman la teoría. Se consideran como fagocitos los mixomicetos, los rizó- podos y los infusorios, algunas células de los espongiarios, las células llamadas «nefridiales» en los anélidos, los ami- bocitos de invertebrados y vertebrados, las células fijas del tejido conjuntivo y las células neuróglicas: las emigrantes en los animales de categoría inferior con su núcleo, rico en tromatina, y en los de categoría superior con uno ó varios núcleos y más perfectos porque pueden realizar los fenóme- nos de la diapedesis; las células gigantes y polinucleadas de la medula del hueso y las células de las neoplasias patológi- cas; las del endotelio celómico de muchos anélidos, las del epiploon y de los capilares sanguíneos del hígado y otras en los alvéolos pulmonares: ciertas masas evidentemente fago- citarias en los órganos linfoides del bazo de los vertebrados; y, por último, los leucocitos ó glóbulos blancos de la sangre que parecen los más activos y los más caracterizados para llevar á cabo esa función utilísima casi siempre á la vida or- gánica animal. En los gusanos poliquetos y oligoquetos se ve un par de glándulas fagocitarias en cada segmento del cuerpo; las hay en el pabellón de los «nefridios», que hacen el papel de riñones en los hirudíneos: en los moluscos, los fagocitos están situados sobre la aorta, en las venas pulmo- nares Ó cerca del corazón: los ortópteros los tienen en el abdomen, y en los miriápodos se los ve distribuidos por el tejido adiposo; se observan también en el raquís branquial de los crustáceos, en el preabdomen de los" escorpiónidos y en otra multitud de lugares de todos ó casi todos los orga- nismos que estudia y describe la Zoología. , Sin el poder fagocitario no parecen explicarse las meta- (*) Revista trimestral micrográfica, Marzo de 1896. — 585 — morfosis de los animales, ni la reacción inflamatoria, ni la inmunidad natural del organismo á la acción de los micro- bios patógenos. Nolf (1898) hizo ver que al formarse la pla- centa, los epitelios y las capas dérmicas de las mucosas ute- rinas, son destruídas por las células superficiales del óvulo que obran como fagocitos para permitir á las arborizaciones fetales que lleguen hasta los vasos maternos y establecer co- municación entre el hijo y la madre. Que las células emigran- tes y los leucocitos perforan las paredes de los capilares san- guíneos y linfáticos y realizan la diapedesis para luchar, en una región determinada, contra los agentes infecciosos ú se- gregar allí substancias bactericidas Ó llevar otras útiles al organismo, parece evidente é indiscutible. M. Stassano y Bi- llon (1901) lo han hecho ver, con multitud de experiencias, en los glóbulos blancos de la rana, cargados de lecitina, y la absorción de ésta por el endotelio vascular; mucho an- tes Conheim lo había notado, por observación directa de los fenómenos inflamatorios, en el mismo animal. Mas si parecen bien establecidas la función fagocitaria y la diapedesis de algunos elementos celulares, es aún objeto de vivas polémicas el modo según el cual se realiza aquélla, y siesó no factor único de la inmunidad ó resistencia del organismo á la invasión de parásitos que pueden causarle la muerte : hombres que gozan de autoridad en la ciencia, sos- tienen con calor y entusiasmo teorías opuestas relativas á la fagocitosis. Así, por ejemplo, Anglas, Bataillon, Giard, Rou- get, Berlesse y otros, han «demostrado» (1899-1900) que los fagocitos desempeñan papel muy importante en la meta- morfosis de los insectos, pero no exclusivo ni tan exagerado como declaran Metchnikoff y su escuela; que los fagocitos disuelven partículas sin incorporarlas á su masa protoplas- mática, y que atacan solamente á los elementos viejos é in- útiles. Karavaiev « demuestra » que en el desarrollo de la lar- va del Anobium paniceum, los fagocitos no intervienen de modo alguno; Anglas dice que no engloban á los músculos de a A las larvas en las avispas y abejas; C. de Bruyne (1898) de- fiende que la fagocitosis tiene lugar en el óvulo de los insec- tos, porque destruye los tejidos larvarios, y también en el de los moluscos lamelibranquios, donde se ve el éxodo conti- nuo de los leucocitos á través del epitelio branquial para de- purar las substancias contenidas allí; pero los tejidos que la fagocitosis destruye son siempre tejidos degenerados y no necesarios y útiles al organismo animal. Por último, otros muchos investigadores opinan, con razón en nuestro humil- de sentir, que la teoría fagocitaria no explica satisfactoria- mente por sí sola la inmunidad natural del organismo á los agentes infecciosos. Contra todos estos investigadores célebres, Metchnikoff y sus discípulos, que propenden á la exageración más que el maestro, sostienen que los fagocitos engloban y digieren á los microbios, á las células de tejidos inútiles y útiles; que sólo con ellos cabe dar cuenta de la inmunidad orgánica, et- cétera, etc. Véanse la doctrina y las pruebas condensadas en las siguientes líneas: cada uno de los protozoos está inves- tido del poder de la fagocitosis; la vacuola de un rizópodo ó de una amiba, al aprisionar el alimento, que suele consistir en una partícula sólida, realiza cierta secreción ácida, causa inmediata de una verdadera digestión; en el protoplasma de diferentes mixomicetos, esa digestión se opera merced á un fermento péptico segregado por aquél, de modo que si las amibas luchan contra los parásitos, y los rizópodos contra las bacterias y las diatomeas que las circundan, lo hacen por virtud de una digestión intracelular, demostrada ya por Metchnikoff, allá por los años de 1865, en el epitelio intes- tinal de los turbelarios de agua dulce. Este señor pudo con- templar entonces desaparecer, en una hora, á una Naís pro- boscídea, teñida con carmín, entre las células intestinales amiboides del transparente y diáfano Mesostomum Eheren- bergí. Fenómenos semejantes se han visto en las células de los metazoarios inferiores, por ejemplo, en las ectodérmicas €— ——ARRAAA AE YA — 587 — de algunas esponjas, así como en la lucha de los parásitos y las Daphnias del organismo de los vertebrados y los bacilos patógenos, y en otra multitud de seres de la escala animal. El llamado grupo «linfático» del tejido adenoide del bazo y de la medula ósea, etc., etc., «devora» á otra clase de célu- las y sólo penetra en la sangre en los casos patológicos; las células endoteliales del epiploon y de los capilares sanguí- neos del hígado son tan activas y solicitas, que engloban rá- pidamente y de una manera increíble al bacilo carbonoso y al de la tuberculosis. En estado normal, los fagocitos, por sensibilidad tactil Ó quimiotáxica (atracción de substancias solubles), luchan con los agentes de esa excitación y hacen desaparecer los tejidos de larvas como la cola de los rena- cuajos y tunicados por degeneración de los músculos; ellos, en el embrión, se incorporan y digieren los granos del vitelo y contribuyen á renovar los tejidos en la metamorfosis ani- mal. Pero donde se ve, como nunca, la virtud fagocitaria, es en los casos patológicos, cuando los fagocitos combaten de un modo terrible con los agentes de la infección, microbios, parásitos y protozoos de todo género, v. gr., en la erisipela y en la «fiebre recurrente » y en otras muchas enfermedades crónicas y agudas; es de ver cómo se multiplican en sus nú- cleos y en su número los glóbulos blancos en cualquiera en- fermedad infecciosa; cómo en los llamados «grandes» y en los « neutrófilos» aumenta la actividad para acudir con pron- titud á la región atacada, y segregar allí substancias bacteri- cidas (*) y hacer sufrir á los microbios la degeneración «granular» y la decoloración consiguiente, con el jugo pro- toplasmático. La abundancia extraordinaria de los glóbulos (*) El Sr. Turró, en la Revista trimestral micrográfica (Marzo de 1900), publicó un estudio en el cual se dice que «la acción de los plasmas celulares sobre las bacterias no depende de su forma y es- tructura anatómica, sino de su composición química», y deduce que «la capsulación y la fusión de los microbios es un fenómeno de diges- tión realizado por las diastasas que llamó lísinas Duclaux»., — 588 — blancos de la sangre en las casos patológicos, es un axioma para los Médicos clínicos: ya apuntamos antes que se ven por millares de millares en los focos tuberculosos calcifica- dos. Hay, pues, lucha real dentro del organismo: si vencen los fagocitos, el animal se cura y salva: pero, si como acon- tece en muchas ocasiones, la victoria es de los microbios pa- tógenos, el animal sucumbe y muere. La inflamación es un acto de defensa favorable para el cuerpo del animal ó del hombre. Más aún; Metchinkoff, en el prólogo á la obra de su discí- pulo Cantacuzéne, en una Memoria aparte, publicada en L'Année biologique (*), no sólo declara que los fagocitos lu- chan unos con otros, quedando triunfantes los más fuertes y robustos, sino que engloban y devoran á los hematíes, re- duciéndolos á un simple pigmento hemático, y engloban y digieren á otros téjidos útiles, como son algunas fibras ner- viosas, cuya mielina y cuyo cilindro-eje son atrofiados y des- truídos por las células araneiformes Ó neuróglicas, causa principal de la vejez y de la muerte. Unas cuantas experien- cias realizadas en los cobayas sirven de base á esta hipóte- sis verdaderamente «sugestiva». Cuando llega la vejez, cuan- de los tejidos se hallan ya gastados por el uso y el funciona- miento, los fagocitos devoran á las células decrépitas é irreparables ó que no se pueden rejuvenecer: las células neuróglicas citadas y el tejido conjuntivo hipertrofiado subs- tituyen á todos los tejidos y células restantes, y llega la de- generación senil; así se explica la abundancia de aquéllas y de éste en el organismo de los viejos, en sus extremidades, en su cerebro y en su tronco. En suma: sólo con la teoría de la fagocitosis, interpretada así, cabe comprender la inmuni- dad natural del organismo y la vejez y la muerte. Discutamos estas dos conclusiones, resumen y compendio de la doctrina de Metchnikoff y su escuela. Concedamos que (*) 1899, tomo II, pág. 249 y siguiente. E | —> — 589 — la fagocitosis es verdadera digestión, y no preguntemos á dónde van á parar las substancias digeridas, ó en qué forma y de qué modo son utilizadas por el organismo: ninguno de estos señores sabe contestar á la pregunta. Supongamos que esa teoría no se apoya en datos suficientes, y que en sus de- talles y en su conjunto no ha intervenido para nada el poder fagocitario de la imaginación y del deseo que en las luchas científicas, como acontece en las orgánicas, quiere aniquilar á todos los enemigos. ¿Es cierto y evidente que los fagocitos son los factores únicos de la inmunidad ó resistencia orgánica á la invasión de los parásitos perjudiciales? Veámoslo. La «teoría de los humores » (que es la corriente en Ale- mania), dice Cantacuzéne, es insostenible, porque si es ver- dad que el suero sin fibrina y el humor acuoso atacan á cier- tas bacterias, no las matan directamente, no las aniquilan, digámoslo así; hacen disminuir su número, como lo han he- cho ver Fodor y Nuttal, pero las bacterias vuelven á multi- plicarse; si debe reconocerse que los humores gozan de cier- to poder bactericida, forzoso es declarar que ese poder sólo tiene eficacia en los cultivos, nunca dentro del organismo. Si en el de un vacunado se introduce un cultivo de micro- bios patógenos, y aislando las células convenientemente, se logra hacer que los humores penetren en el mismo lugar donde están aquéllos: el microbio, lejos de morir, se multi- plica y segrega toxinas mortales, como se demuestra con el método de vacunación practicado en el Instituto Pasteur. Idénticos reparos deben hacerse á la teoría llamada «ate- nuante », por las mismas razones. Con la doctrina antitóxica no se explica tampoco la inmunidad de los animales contra la infección, porque los vacunados contra los microbios, ví- briones, pneumococos, el bacilo pyociánico, el cobacilo pro- digioso, etc., etc., son también sensibles á las toxinas de és- tos como los no vacunados, y unos y otros mueren con — 590 — muerte igual. De aquí se deduce que, si es indiscutible que esa teoría explica de alguna manera la inmunidad antitóxica, no da cuenta ni remotamente de la inmunidad contra la in- fección: aquí está el mérito de la fagocitosis. En nuestro humilde sentir, Metchnikoff y sus discípulos, olvidan lo que no debe olvidarse nunca en este género de investigaciones sobre el organismo animal: que en él todo está dispuesto «en peso, medida y número»; que en el fe- nómeno orgánico más insignificante no interviene jamás una causa sola, sino muchas concausas, entre las cuales puede una de ellas ser la principal en el éxito alcanzado; pero esto no prueba que sean inútiles las otras, que Metchnikoff y sus discípulos separan con barrera infranqueable y en todos los casos, la infección y las toxinas segregadas por las bacterias, como si muchas veces lo uno no fuera inmediata consecuen- cia de lo otro, ó en la digestión fagocitaria no intervinieran nunca elementos químicos. Además, esos señores, para re- futar las doctrinas contrarias, se fijan en hechos aislados; y en la explicación de cualquier fenómeno vital no debe ais- larse nada, porque hay en todas las substancias evidentes relaciones mutuas. Por otra parte, son insuficientes los da-. tos que alega la escuela de Metchnikoff; hace falta mayor número de experiencias para que la fagocitosis, interpretada así, tenga caracteres, no ya de certeza absoluta, sino de pro- babilidad. Más aún: Metchnikoff y sus díscipulos declaran que existe cierta inmunidad antitóxica, porque el suero de los animales vacunados mezclado con las toxinas bacteria- nas hacen á éstas inofensivas; que hay humores que contri- buyen á que disminuya el número de microbios, lo cual, se- gún todas las reglas de la lógica, quiere decir que no es la fagocitosis la sola y única causa de la inmunidad, sino que representan algo, y algo valen las antitoxinas oportuna y sabiamente elaboradas dentro del organismo. ¿Y cómo negarlo, si había que negar entonces casi toda la Fisiología? Charrin y Physalix, de tanta autoridad científica — 591 — como Metchnikoff, y de mucho mayor crédito que Canta- cuzéne, han demostrado últimamente la existencia de humo- res antitóxicos y la «digestión» de toxinas por el jugo gás- trico, que es «incorruptible» ante ellas, ó se opone tenaz- mente á las fermentaciones microbianas: «el estómago es una verdadera estufa de desinfección, pues entran en él mi- llares de bacterias que pueden vegetar, y, sin embargo, mue- ren allí; son pocas las que pasan al intestino en condiciones de desarrollarse (*).» La Fisiología señala la multitud de de- fensas que hay en el organismo contra la acción de los micro- bios patógenos; la mayor parte de las secreciones tiene, en- tre otros varios, ese fin. La linfa y la sangre presentan re- acción alcalina, y merced á ella, y bajo la influencia de fer- mentos y Oxidasas, pueden dar origen á substancias bacteri- cidas y antitóxicas, que son excelentes protectores; esa aci- dez favorece á la evolución de las fiebres eruptivas (**); Pa- gano llega, en un reciente estudio, á conclusiones idénticas. Las secreciones sebáceas y sudoríparas, las localizadas pre- cisamente en el interior del tubo digestivo, que con sus mu- cosas, retiene y deteriora á las bacterias, ó las expulsa con sus pestañas vibrátiles, ó las mata con los cuerpos amonia- cales, el hidrógeno sulfurado, los compuestos aromáticos y los ácidos grasos, con el indol, el escatol y el fenol; la bilis, con sus ácidos tauro y glicólico; el bazo, que muchas veces sirve á los hematozoarios de refugio, que les da la muerte; los filtros eliminadores contenidos en el riñón y en la vejiga urinaria, que lanzan al exterior venenos, como la leucina, la tiroxina y la urea; la secreción mucosa y ácida de las glán- dulas genitales, que se opone á la entrada de microbios; Ór- ganos, como el hígado, el timo, el cuerpo tiroides, las cáp- sulas suprarrenales, el páncreas y la glándula tiróidea, la ca- rotídea, la hipófisis, la amígdala, las de Brunner y las de (*) Mallo-Herrera, lugar citado. (**) Charrin. — 592 — Lieberkiihn y hasta la saliva y las lágrimas..., todo sirve, más ó menos, en mayor ó menor escala, para proteger el organis- mo contra la acción de los microbios patógenos, ora matán- dolos directamente, ora anulando sus toxinas; «todas las se- creciones tienen dependencia mutua y recíproca influencia, indispensable para el sostén del equilibrio orgánico (*)», y todas contribuyen á dar al cuerpo la inmunidad natural. Creer que la causa única de ésta se halla en la fagocitosis, nos pa- rece tan exagerado y arbitrario, como poco científico. Por- que, aunque se dan á veces infección sin toxinas é intoxica- ción sin gérmenes, al hablar en términos generales, de inmu- nidad natural, biólogos, fisiólogos y médicos, no se refieren sólo á la resistencia que opone el organismo á la acción de las bacterias, sino también á la de los venenos solubles; de lo contrario, habría que decir que las toxinas microbianas no intervienen de ninguna manera, ni en caso alguno, en la in- fección. Luego Cantacuzéne y su maestro, han elegido un te- rreno poco firme para defender, sin resbalar, su teoría de la fagocitosis. XXV.—Sobre el análisis rápido de los superfosfatos POR MAURICIO JACQUET, GUILLERMO QUINTANILLA Y FRANCISCO ARREDONDO. Los resultados del análisis de los superfosfatos son con frecuencia objeto de controversias, y se aprecia, por regla general, su ley fertilizante, atendiendo al anhídrido fosfórico soluble en el citrato amónico. (*) Physalix, lugar citado. ¿ES de ES pl es 1 — 593 — Sería de gran utilidad poseer un método de investigación que consienta terminar en el mismo día los análisis comen- zados. Varios sistemas se han propuesto con tal objeto, y entre ellos, el volumétrico con el citrato Sittmann permite llegar á resultados aproximados en menos de una hora. Pero es lo cierto, que ninguno puede compararse, desde el punto de vista de la exactitud de los resultados, al método clásico de determinación en estado de pirofosfato de mag- nesio, aunque presenta el inconveniente de ser excesiva- mente largo. Por numerosos ensayos practicados, nos hemos cerciora- do de que es fácil abreviar bastante las operaciones del aná- lisis, sin que prácticamente se perjudique la exactitud. La razón por la que se recomienda el macerar durante doce á quince horas la substancia sometida á la acción del citrato amoniacal, es que, operando en frío, el fosfato dicálcico se disuelve muy lentamente en el citrato. Mas calentando á la temperatura de 50 á 60 grados, no ocurre lo mismo; y es fá- cil asegurarse de que en tales condiciones 50 centímetros cúbicos del líquido citrico amoniacal disuelven próximamen- te, antes de las tres horas, un gramo de fosfato dicálcico, ya sólo ó ya mezclado con fosfato tricálcico, más Ó menos impuro. Para obtener un resultado semejante, operando en frío, son necesarias de doce á dieciséis horas, y aun queda alguna cantidad de fosfato dicálcico en el residuo insoluble, varia- ble con su estado físico y con el agua de cristalización que contenga. Si, por otra parte, cuando se ha añadido la mezcla magne- siana (cloruros de magnesio y de amonio) se agita el líqui- do empleando un medio mecánico coveniente, se precipita- rá todo el ácido fósfórico al cabo de una á dos horas. Quizá acompañen á este precipitado trazas de fosfato trimagnésico, como lo da á entender la ligera sobrecarga que se observa generalmente cuando se opera en estas condiciones; pero al cabo de tres horas concordarán también los resultados con los del procedimiento ordinario, pues el exceso, si aun exis- te, no influirá más que en la segunda cifra decimal: lo cual reviste muy poca importancia en las transacciones comercia- les de los supertosfatos. Hace más de dos años que se están comparando en nues- tros laboratorios los resultados del método ordinario con los del simplificado que proponemos, y no se han observado di- ferencias sensibles que merezcan tenerse en cuenta. Pero hemos querido obtener mayores seguridades preparando de antemano mezclas con las substancias que entran en la com- posición de los superfosfatos, habiendo sido fácil el com- probar, por diversos procedimientos, la exactitud de los re- sultados, que ha llegado á ser todo lo precisa que se podría desear. Se han dispuesto diferentes mezclas de un ácido fosfórico de 1,42 de densidad, conteniendo 42,64 de Ph? 0O* con fos- fatos mono, di y tricálcicos cristalizados, con más Ó menos agua, y que contenían, respectivamente, en el momento de practicar las mezclas, 57,71, 50,34 y 42,95 de Ph? O*?, aña- diéndose, además, proporciones variables de sílice y de sul- fato de calcio. Los resultados de estos ensayos confirmaron los de los análisis corrientes de superfosfatos y nos conven- cieron de que no se comete error sensible al aplicar el mé- todo rápido de digestión Ó maceración en caliente y agi- tación en lugar del más lento de digestión en frío y en reposo. Detallamos á continuación el método conforme nosotros lo practicamos: pesamos 2,5 gramos de superfosfato, cuya muestra se ha tomado con todas las precauciones conocidas, tamizando como de ordinario. Se tratan en un mortero de Joulie, cinco veces consecutivas, con unos 15 centímetros cúbicos de agua destilada, filtrando cada vez; repetimos es- tos lavados en frío, triturando finamente la materia y aca- bando por dejar el mortero completamente lavado, de modo | | — 595 — que se reunan 200 centímetros cúbicos de líquido en un ma- traz de 250 centímetros cúbicos de cabida, y terminamos el lavado del filtro con agua caliente á 80 grados. En estas con- diciones habremos reunido en el matraz todo el ácido fosfó- rico soluble en el agua. Después de frío, añadimos (si es necesario) uno ó dos centímetros cúbicos de ácido nítrico ó clorhídrico para disolver el ligero enturbiamiento, debido á los fosfatos de sesquióxidos precipitados por un exceso de líquido. De otra parte, el filtro lavado se introduce en un matraz calibrado de 250 centímetros cúbicos, añadiéndole 100 cen- timetros cúbicos de citrato Joulie (400 gramos de ácido cí- trico por litro), cantidad más que suficiente para disolver el fosfato dicálcico aun en los casos más desfavorables. Se calienta el matraz en un baño de maría á 60 grados, y cada cuarto de hora se le retira para agitarlo durante uno ó dos minutos, invirtiendo en esta operación tres horas, al cabo de cuyo tiempo se añade agua destilada, se deja en- friar y se vuelve á añadir el agua suficiente para llegar con exactitud á la marca de 250 centímetros cúbicos. Se toman 50 centimetros cúbicos de la solución acuosa y otros 50 cen- tímetros cúbicos de la solución del citrato; se añaden 100 cen- tímetros cúbicos de amoníaco de 22 grados, y después 10 ó 15 centímetros cúbicos, según la riqueza supuesta, de mezcla magnesiana (55 MgCB-- 105 NH* Cl17-350 Am á 22% + Ag para un litro). Se agita inmediatamente, debiendo emplearse un agitador mecánico que dé 40 ó 50 revoluciones por minuto; á las tres horas se deja en reposo un momento; se lava la varilla con un poco de agua amoniacal al tercio, terminando el análisis lavando según se previene. De la manera descrita, puede terminarse un análisis en siete ú ocho horas. En caso de prisa, se puede recoger el precipitado al cabo de una hora, pero entonces deben aumen- tarse las revoluciones del agitador á 70 ú 80 por minuto. Se az Ob obtendrá quizá un resultado algo excesivo, que en la mayo- ría de los casos no tendrá importancia en las determinacio- nes industriales. A continuación reunimos algunos tipos de análisis de pro- ductos corrientes. La primera columna expresa los resultados obtenidos por el método ordinario; la segunda, los del mé- todo abreviado (digestión con el citrato á 60 grados durante tres horas y agitación mecánica de los precipitados durante el mismo período); la tercera da los resultados en las mis- mas condiciones, pero con una hora solamente de agitación del precipitado. Se expresa el ácido fosfórico soluble al citrato por la di- ferencia del total asimilable y del soluble en el agua. El in- soluble (no atacado por el citrato), por diferencia entre el total (después de ataque completo) y el asimilable. MÉTODO MÉTODO NUESTRAS | DETERMINACIONES [oa NODO, | ABREVIADO | ABREVIADO 3 horas. 1 hora agitación. (a) (0) Asimilable total.| 18,35 |18,35 18,37 18,41 Super Flo-|Sol. en el agua..| 16,97 |16,99 16,99 17,01 Id. en el citrato. 1,38 e O 1,40 | Insoluble....... 0,19 0,20 0,18 0,21 Asimilable total.| 15,27 |15,24 15,26 Super Cá-|Soluble 4? 0... 1486 |14,87 14,86 14,33 COrEB 5: OL E de 0,41 0,37 0,40 0,44 Insoluble....... 0,52 0,54 0,55 Super Som- Asimilable total.| 17,56 [17,52 17,54 17,62 Sol. FROG: sátbs 16,21 [16,22 16,19 16,22 Masies Sol cid 4 1,30 1,39. 10135 1,40 pla de 7 TA . 0,39 0,41 0,40 0,43 ETNÉEREEAAA AA — 597 — MÉTODO ORDINARIO MUESTRAS Super Ar-jSol. en el agua.. MÉTODO MÉTODO ABREVIADO ABREVIADO 1 hora agitación. DETERMINACIONES ——— Asimilable total. 3 horas. 16,41 [16,42 16,44 16,45 15,39 | 15,42 15,38 15.40 gelia..../Id. en el citrato. 1,02 00 1:06 1,05 Insoluble....... 0,12 0,14 0,14 0,16 >" UA EPA Asimilable total.| 4210 |42,16 42,12 42,15 rple, dos ¡Sol A 0... 38,70 |38,67 38,68 38,72 Tato. vo:: Id. en el citrato. 3,40 3,39. 3,44 3,43 ,* IRSDIUDlE 0 a » » » » | ME Asimilable total.| 32,57 |32,63 32,68 32,60 Mezcla 4 SOLE OESA 20,16 |20,11 20,20 20,22 (1). Id. en el citrato. 12,41 |1252 12,48 12,38 ¡Insoluble....... , » » » ii Aa Asimilable total.| 23,54 |23,59 23,62 23,66 Mezelar (b)JSOL.- HO: 300011062 | 15,65 15,07 15,70 (2). Id. en el citrato. 7,96 7,94 7,95 7,96 Insoluble:. 30. 6,22 6,18 6,20 6,17 | SL Mieecia (b) Asimilable total.| 23,82 |23,78 23,80 23,84 ON SOLO 130 19,941,909 15,59 8). Id. en el citrato. 8,25 8,24 8,25 8,25 Insoluble....... 5,93 5,95 5,94 6,07 A TR na total.| 26,89 |26,83 26,84 26,92 Sol. en el agua..| 14,38 |14,32 14,35 14,41 Mezcla (C). Id. en el E 12,51 |1251. 12,49 12,51 Insoluble....... | 5,36 5,40 5,42 5,62 e E La composición de las mezclas citadas es la siguiente: 20 gr po (A) 25 > 20 » 5 (b) a 20 E , (b) bis. 5 > po 110 25 gr. 25 » (c) 110 » 20 » 20 » . ácido fosfórico 42,64 Ph? O*. Pr , l análisis se hizo sílice. E o. inmediatamente sulfato de cal. después de la fosfato monocálcico á 57,71 PRO?, mezcla. » dicálcico á 50,34 PX?O?, ácido fosfórico. PEA. El primer análisis se (PhO*)? Ca? H? á 57,71. (PhO*)? CaH! á 50,34. (PhO*? Ca? á 42,95. sulfato de cal. hizo el mismo día de la mezcla. El segundo, quince de días después, sílice. (PhO*? CaH!. (PhO*y? Ca? H? de la composición ya dada. (PhO*%Y? Ca?. sulfato de cal. de sílice. Las razones expuestas anteriormente y los ejemplos adu- cidos bastan, á nuestro entender, para demostrar que el mé-' todo es perfectamente aplicable con la modificación -pro- puesta. , 1 á po > Mods y y o SS e DE LAS MATERIAS. CONMENDAS EN ESTE me XX.- nreódidón á la Física A q don ' ción), por José EchegaraY...o0oooooooocos IR cm XXI.—Estudios de síntesis mineral (continuación), por y José Rodríguez MourtlO o ococcnnoo nono Ae XXII.—Principios fundamentales de la teoría de. sE tores.—Crítica de las acciones á distancia “vid Blas Cabrera Felipe....... nor TEN . XXIII.—Nuevo método gráfico para 19 resolución : ecuación de segundo grado, por Luis En "XXIV.—La fagocitosis, por el men. P. Zacarías 2 ¿y NOOO Mi ac A AT X XV. — Sobre el análisis rápido de los supertontab Mauricio do Guillermo ds La subscripción á esta RuvisTa se hace por tomos cc mp! : . E de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y 6 fre ne en el extranjero, en la Secretaría de la cos cn verde, núm. 26, Madrid. q ? . Precio de este cuaderno, 2 pesetas. Be E a 24,090 : REVISTA DE LA LILA ' FAL ACADENTA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES MADRID , | TOMO IV.-NUM. €. (Junio de 1906.) A ) MADRID IMPRENTA DE LA “GACETA DE MADRID,, CALLE DE PONTEJOS, NÚM, 8, 1906 + Pe e he Aa Et A y e) y d Pe, 6 a ye $ A a pl e 1.3 e > 713 ARABIA DIDOXCNODO CUNA EA DUI EN ADO AS eii : " la Corporación, antes del día 20 de cd y ; pues de otro modo quedará su publicación el mes siguiente. 213 EN o pa - yA > 3 £ 7 « 4 y 2 "y £ de es » - Y ARAS AAA Cy NS AAA a qe .) í XXVI.— Introducción á la Fisica matemática. Por JosÉ ECHEGARAY. Conferencia sexta. SEÑORES: Hasta aquí, en el ejemplo que venimos estudiando respec- to á la transmisión del calor y á su equilibrio definitivo en los cuerpos más ó menos diatermanos, nos hemos referido siempre á un solo cuerpo homogéneo, como lo es una serie de masas á igual distancia, procurando formarnos idea de cómo podrá circular el calor por dicho sistema. Y como tampoco tratábamos de resolver el problema en su generalidad, lo cual reservamos para más adelante, sino de presentar uno Ó varios esquemas: dos moléculas, tres mo- léculas, una fila indefinida y rectilinea de masas infinitamen- te pequeñas, símbolos que nos orientasen, respecto á la na- turaleza del problema expresado y á sus procedimientos de resolución, claro es que no pudimos abarcar la cuestión en su conjunto, ni aplicar las hipótesis á sistemas de tres dimen- siones. Digo todo esto, para que comprendan mis oyentes, que nuestras conferencias no son más que estudios de explora- ción, en que procuramos marcar los caracteres de la Física matemática y sus diferencias respecto á la Fisica experi- mental. En rigor, nos queda el aspecto principal del problema, que es el del paso del calor de unos cuerpos á otros por el intermedio del éter ó del aire, Ó de otros cuerpos, que es como si dijéramos: transmisión del calor, y si el calor es fuer- Rev. Acap. CieNcIas.—IV.—Junio, 1906, 41 / ' y 28 ? pe ho PE A za viva, transmisión de la fuerza viva de unos otros, ó de un punto á otro en un mismo sistema. De la nueva cuestión, sólo presentaremos un es E > empleo esta palabra porque me parece la más propia que no se interpreten equivocadamente los estudios p | torios, que vamos haciendo para los cursos sucesivos. ¿0 * * * Pasemos, pues, á considerar un sistema de dos moléculas, de masas desiguales, M y m, que en el instante inicial, | tengan también velocidades diferentes: v la masa M; y V la masa /m. Las velocidades actúan sobre la línea recta, que une las dos moléculas Ó masas elementales, y supondremos, para evitar complicaciones y no contar con el movimiento del centro de | gravedad, que se verifique la condición, Mv +mV=0. Sabido es, en efecto, que en un sistema sobre el cual no actúan fuerzas exteriores, la suma de las cantidades de mo- vimiento sobre cada eje, es constante. Como aquí el eje es único y en el instante inicial esta suma es cero, lo será en todos los momentos; y como debe ser igual, por otra parte, á la cantidad de movimientos de todas las masas reconcentradas en el centro de gravedad, claro es que, la velocidad de éste será nula y permanecerá fijo. M E m b —_—— —— _ _ ___-—=—_—_—_—_ > v Sl Ep Vv es es Figura 17. -Admitamos que en un momento cualquiera la masa M está en a, y la masa m en b (fig. 17). A z | nasa, la esignaremos por f ( (n), suponiendo, ade- mo hasta aquí, que f' (ro) es positiva. Pd s ecuaciones del movimiento para las dos masas serán videntemente: E % | | dex 3 alon VEIS XxX), 3 d?x' , Y ; É o Mmf (tr. EX — Xx); . | 1 y desarrollando por la serie de Taylor, recordando que E f(r,) =0, puesto que las moléculas estaban inicialmente en la posición de equilibrio, y no tomando más que la primera Ñ potencia de la cantidad muy pequeña x" — x, E dx E M E diari (70) (x — x), ) d?x ER | : y Por último, designando por a? el factor Mmf'(r,), que es esencialmente positivo, llegaremos á las ecuaciones Se Lor- ma sencillísima y análoga á otras anteriores: die 4 2 e q e A E] ES M 7% == | Ú 272 É is = —4 (Xx — Xx). e dt? y E La y a ABÓN DE, xXx e apa pel Y empleamos los senos, porque suponéniós;: que l: sas M y m, parten de su posición de pios y que, y? tanto, para +=0 se ha de tener x=0, x=0. Ahora bi en, empleando el seno, las mismas ecuaciones por su forma satisfacen á esta condición inicial, y sólo queda que satisfa- gan á las ecuaciones diferenciales, y que, para i= 0, M tenga la velocidad v y m la velocidad V. Obteniendo los segundos coeficientes diferenciales respec- to á f, y substituyendo en las ecuaciones primitivas, ten- dremos — AMP? senbt = a? (A senbt— A senbt), — A'mb? senbt = — a? (A senbt — A senbt), Ó bien, — AMb? =a?(A'” — A) — A mb? = —a(A' —A), que se transforman en, A (a? — Mb?) =RA', A a? = 4' (a? — mb?). Dividiendo, resultará una ecuación, que no tendrá más in- cógnita que b, y de cualquiera de ellas deduciremos la rela- ción entre A y A”. Efectuando estos cálculos, resulta: a? — Mb? a? a? a —mb?” — 603 — de donde, en que el valor de b es real. Y por otra parte, substituyendo este valor de b? en la primera ecuación, y simplificando, Si diferenciamos los valores de x y x” y hacemos f=0, como las velocidades iniciales son v y V, resultará dx —— = Ab cosbt, dt O dt Marat =0, v == ADE de donde A UE AN ES E b b Estos valores de A y A” no son incompatibles con la rela ción anterior, porque tenemos, haciendo la substitución, y por lo tanto, Mv + mV=o0, que fué la condición á que sujetamos las dos velocidades iniciales. El tiempo del período, se deducirá del valor de b, que ya saber, de a, M ym: lo desig cl nac o en funció Las ecuaciones del movimiento. para mb: substituyendo por A y A” sus valores, serán, ] senbt, senbt. De aquí se deducen las velocidades, sus cuadrados y las fuerzas vivas en cada instante, es decir, Laia = Y cost, di sE GUCos mt; di 2 M el = Mv*cos?bt, di ''N2 m Es = m V*cos?bt; di y los valores medios, por el procedimiento ordinario, que serán para M..... MY, para m 2 mV, Si la ley de equilibrio de temperatura consistiera en la D k igualdad de las fuerzas vivas medias para todas las molécu- - E — 605 — las, estas dos expresiones deberían ser iguales; pero no lo son, porque de la condición establecida al principio », Mv +mV=0, Ñ se deduce M?v? = m? V?, Ó bien 1 1 A M-— Mv = m — mV?. a 2 De suerte que, en vez de ser iguales, resultan en la rela- ción de m á M. Si este ejemplo, en vez de ser caso particularísimo, fuera el caso general, deduciríamos, que para que dos cuerpos de distinto peso molecular estén en equilibrio dinámico, la ver- dadera condición no es que las fuerzas vivas medias sean iguales, sino que la función Ma Mv? 2 sea constante. Luego parece que la fuerza viva media de cada molécula no puede ser proporcional á la temperatura, y por lo tanto no la puede representar. Lo contrario parece deducirse de la ley de Dulong y Petit, la cual, si fuera universal, daría para el equilibrio dinámico la igualdad de fuerzas vivas. Todo esto confirma lo que hemos dicho ya en otras con- ferencias, á saber: que la Termodinámica establecida direc- tamente sobre el movimiento vibratorio de las partículas de los cuerpos, ofrece en el momento presente grandes dudas a Bs , a hi y contradicciones. Y es que la hipótesis, por satisfactoria que | K sea, no está todavía bien definida. Sobre todos estos problemas volveremos á insistir en cur- sos sucesivos; en estas conferencias, que son una introduc- - ción á la Física matemática, y una introducción, nótese bien, de carácter elemental, no es posible que entremos en más amplio desarrollo. Pero de todo queremos decir un poco, y algo debemos decir todavía sobre la vibración de estos sistemas elementa- g: les que vamos estudiando y que son como símbolos ó abreviaturas de los verdaderos sistemas de tres dimensio- nes, que hemos de estudiar más ade- - lante. , Hasta ahora no hemos examinado más que sistemas lineales de molécu- las, y en estos sistemas las vibracio- ¿| nes longitudinales. : 2d Digamos algo, muy poco; tan poco, Pu, que sólo será una indicación, sobre las vibraciones transversales. Sean dos moléculas de masas igua- A E les m y m', fig. 18, y supongamos que 18 se separan en sentido perpendicular : — ála recta que las une, de suerte que bi7* a m en un momento cualquiera está en asi ay m end. Como ya estudiamos las vibracio- nes longitudinales, estudiando ahora, Ó indicando cómo pueden estudiarse las vibraciones transversales, quedará indicado también el método para el caso general de vibraciones oblicuas, toda Figura 18. A VE sy pr O, vez que éstas pueden descomponerse en una vibración lon- gitudinal y dos transversales. La distancia a a” es distinta de m m'; por lo tanto, ya no subsistirá el equilibrio, sino que se ejercerán acciones igua- les y opuestas entre ambas moléculas. Si m m/ es la distancia de equilibrio, las acciones entre a y a' serán de atracción; sus componentes, paralelas á m ní, darían lugar á vibraciones longitudinales, de las cuales aho- ra prescindimos, y sólo vamos á estudiar sus efectos sobre las rectas transversales m a, m' 4, La función que determina la fuerza en valor de la distan- cia, es siempre f (r) en este caso f (ad'). Pero tenemos, haciendo ma =x y mM 4 =xX', ad Van + 00) Vi? Gó— 1 (1 SL (a E 0 Í ” dá, Desarrollando y no tomando más que los dos primeros términos, , A A 1 h y A e LE 2 Fo 2Ñe y, por lo tanto, - 1 ; a fad) =$(1+ 37 0 — x)) = 20 ; 1 , z = fro) + $ (ro) a (e — x)”; Fo no tomando en el desarrollo de x más que los dos primeros términos también. — 608 — Y por fin, recordando que f (r,) es cero, faa”) = ¿El (é— xy. Observemos de paso, que este resultado difiere en cuanto á la forma de todos los que hasta aquí habíamos obtenido; porque en vez de resultar la fuerza una función lineal de las distancias al punto de eS, resulta la segunda potencia de la diferencia. Pero es más; como las fuerzas actúan en la línea aa” y queremos estudiar los movimientos transversales, tendremos que proyectar dicha fuerza sobre las expresadas líneas ma, ma, multiplicando á este fin por el coseno del ángulo a'ab; pero cos a'ab = Ja ae = £-2 próximamente. ad ño Resultarán, por último, para las ecuaciones del movimiento de ambas masas, 2 y A AE a PISE A | | | | | | df? 2F0 ro 2 , , , E PI, TE q Ly ES df? 2Fo fo Ó bien representando m E cantidad positiva, por a”, Fo d?x ; SAR ro ( ) dx = 0 (£ — 2). dt? ( ) Sumando las dos ecuaciones, obtendremos un resultado a 6002 e que puede integrarse dos veces, y por lo tanto una primera integral; id A 0 df? Ñ Si para f=o0 suponemos las velocidades iguales á v y contrarias, con lo cual se evita el movimiento del centro de gravedad (fig. 18 bis), tendremos pe , m PE 7 pq í(__MMMM>M¿M¿¿RdqTT]A]A] A dx + de = (0. Na, m* dt di : aa] a : Figura 18 bis. Volviendo á integrar, y suponiendo que los puntos parten de la posición de equilibrio, y que, por consiguiente, para tf = 0, x y x” son nulas, resultará la primera integral, CERO SS XK, lo cual era evidente desde el principio por razón de simetría. Las dos ecuaciones diferenciales resultan iguales, en este caso, á Ed AL 2 y3 de 8a?2x3. Esta, como es sabido, se integra directamente multipli- cando por 2 dx. | Tendremos, pues, 2 calla = — 00PXx* >< 2d Y: d f?. A A A . is Te e O h PA +] ; E « , Ed a > de donde a) = 40 + €. ' Ade Como para f = 0 la velocidad es v y x es cero, la ole tante se determinará inmediatamente: "8 r=+C de donde A = Q Y en definitiva V x =-—2 senat. Q En el instante f la dimensión del cuerpo, es decir, del sis- tema de las dos moléculas, será oc”; si nuestros sentidos pudieran apreciar estas distancias infinitesimales, diríamos que el cuerpo se había dilatado desde oc hasta oc”. Pero en otro instante, cuando la molécula estuviera en c”, diríamos que el cuerpo se había contraído desde oc hasta oc”. Como en la Naturaleza, nuestros sentidos, y aun los apa- ratos de medida, no pueden apreciar más que distancias me- dias, lo que tenemos que calcular, es el valor medio de oc — 622 —= en un período de tiempo que será evidentemente como sa- bemos f = ió Calculemos dicha distancia media. Valor medio de oc = valor medio de (r, + x) = 25 5, (e + E senat) dí. A a Valor medio (r, + x) = cil Meadl "Yo senatdt. 0) JA Pero la última integral es evidentemente nula, porque hay que tomar cosaf entre o y %, es decir [cosav — coso], Ó sea cos2a — coso =1-— 1 =0. Sólo nos queda la primera integral, que será 6 dr rat = (1) = Fo. 6 0 0 0 De suerte, que sea cualquiera la velocidad v,, por lo tan- mv? Y así to, sea cual fuere la temperatura , la distancia media en las moléculas es la misma que en el equilibrio. El sistema no se ha dilatado; si aquí tuviéramos que de- tenernos, la contradicción entre la teoría y la realidad sería evidente. Pero no se olvide que la ecuación diferencial de que par- timos, es sólo aproximada, y es muy posible que calculán- dola con mayor grado de exactitud, podamos salvar la difi- cultad, puesto que, al fin y al cabo, se trata de cantidades muy pequeñas. — 623 — Esto sucede, sin ir más lejos, como ya indicamos en otra conferencia, con la velocidad de la luz, que resulta indepen- diente de la longitud de onda, de suerte que la dispersión de los colores es inexplicable si no se acude á una teoría más perfecta. Precisamente es lo que vamos á hacer ahora, tomando en el desarrollo de f (r, + x), no sólo la primera, sino la segun- da potencia de x. “Tendremos, pues, d?x dt? = 0H +=) +F (rx + SF (ro) x2; Ó bien haciendo fa Ki (10) = b?, m d? x Ae f' (ro) x+ fro) Ed dt? m m 2 también ER PAI RA ARES dt? m m 2ro y por fin dex S = —(Qx NA dt? e 2F0 Mr. Saint-Venant, procurando que los coeficientes sean números abstractos, introduce, como vemos, r, en el numera- dor y en el denominador del último término del desarrollo. Para nuestro objeto, dicha modificación no tiene impor- tancia. La ecuación anterior es la que debemos integrar y repre- senta evidentemente una mayor aproximación que la primi- — 624 — tiva: en ella entra ya la segunda derivada de la función que expresa la fuerza. El método de integración es también aproximado. Si nosotros conociéramos el valor exacto de x, lo po- dríamos substituir en el término que contiene la segunda po- tencia, como una nueva aproximación; pero ya que no lo co- nozcamos, conoceremos el valor aproximado que hemos ob- tenido por la primera aproximación, es decir, v x = —senat, a y éste es el que substituiremos en la ecuación diferencial d?x E dde b? Ye. ai 2F Resultará, por lo tanto, 2 2 2 d?x e 10 Vo dt? 2% a? Tenemos, pues, que integrar esta ecuación, que es una ecuación diferencial lineal de segundo orden, pero con últi- mo término, que para abreviar representaremos por F (ft), es decir, F (t) == PEI sen? at; 2 y la ecuación se convierte en d?x dt? = — (04x +F(t). — 625 — El procedimiento para integrar esta ecuación, es elemen- tal, y pudiéramos desde luego establecer el resultado como Mr. Saint-Venant hace en la nota á que nos referimos. Pero como estas conferencias están dedicadas á la ense- ñanza, y es mi deber facilitar á mis oyentes el estudio de la Física matemática, descendiendo si es preciso á los porme- nores más elementales, y ejercitándoles en materias ya estu- diadas, como por ejemplo, el Cálculo y la Mecánica, pero cuyos recuerdos acaso estén algo apagados, expondré el pro- cedimiento de integración de la ecuación precedente, que por lo demás, en cualquier tratado de Cálculo pudiera en- contrarse. Este procedimiento consiste en agregar á la integral de la 2 4 ecuación incompleta, es decir, de la ecuación 57 Y E > 2_ sen at, dos términos más, que como sabemos es x = con un seno y un coseno del mismo período a, y multiplica- dos por funciones de f, que por el pronto son indetermina- das y que ya determinaremos como más nos convenga para efectuar la integración. Es decir, que el valor que vamos á ensayar para x tiene esta forma: Y : x =-— senat | csenat E c'cosat, a en la que c y c” son funciones todavía indeterminadas de t: la) A ds A Las c, c” de los segundos miembros son símbolos de fun- ción: como si pusiéramos FO, ft). — 626 — La forma del valor de x no es tan caprichosa como pudie- ra creerse; con un poco del instinto del cálculo y algo de práctica se comprende la conveniencia de introducir senos y cosenos del mismo arco, que al diferenciarlos se reproducen, de modo que no introducirán, en el resultado de substituir el valor de x en la ecuación diferencial, más que el mismo seno y el mismo coseno, cuyos coeficientes veremos si pueden igualarse á cero. Por lo demás, las funciones c y c' son indeterminadas con el objeto de sujetarlas á las condiciones que nos convengan. Y veamos ahora si es posible satisfacer de este modo á la ecuación diferencial. Tendremos, diferenciando una vez, dx ; — = py, cosat + cacos at — c'asenal, dt , dc a —— sena — —— cosaf. a dd, + dt d?x 2 Al diferenciar segunda vez para obtener y substi- tuirla en la ecuación diferencial, se nos va á complicar el re- a rs sultado, porque van á entrar en él ; : RL Para evitarlo, podemos igualar á cero toda la segunda lí nea, lo cual es posible, porque no es más que sujetar c y c' á una condición, y al fin y al cabo son dos funciones arbitra- rias de f, y además en toda esta línea no entra más que di- cha variable independiente f. Tendremos, pues, la condición , cosat= 0, (1) de —— senaf dt 5n con lo cual el valor de _ quedará reducido á — 627 — E = 1, cosat + cacosat — c'asenaf. Diferenciándolo por segunda vez, para obtener el segundo coeficiente diferencial que hemos de substituir, tendremos: = — Va senat — ca?senat — c'a? cosat, , asenafl. + O Be Substituyamos este valor y el de x en la ecuación diferen- cial y tendremos: — Vasenaf — ca? senaf -— Y = ar (seat csenat- a —c'a?cos ES acosat— di ) C | e cosar) + F(t). d -— —- qsenaf. Simplificándola, se reduce á la siguiente: , — a cosat E aseñat= F(tY (2) y si ésta se reduce á una identidad, claro es que el valor de x que hemos ensayado, será una integral general de la ecuación diferencial. Luego veremos respecto á las condiciones iniciales. Pero esta ecuación (2) en que sólo entra la variable £, con- tiene dos funciones indeterminadas, c y c”, á las que hasta ahora no las hemos sometido más que á una sola condición, la condición (1). Luego, en resumen, no tenemos más que determinar las A IIA 078. = ES formas de c y c” de modo que satisfagan á las eii nes (1) y (2). ; 3 Reproduzcámoslas, pues, | de de —— senal LC cosat=0, di 37 dt , ne acosat — LN asenat = F(t). di dt - , resultará: dc Despejando —— pe] dl y — (asentat + acos?at) = cosatF(t), “— (asentat + acostat) =— senatF(t); ó bien As — F(t)cosat di dc' 1 — = -—-—F(ft)senat; di a (0 é integrando respecto á f para obtener c y C”: 1 É C ==f F(t)cosat. dt, aJo t Cc =-— ea] F(t)senatdt, aJo “Substituyendo estos valores en el de x, tendremos para la integral general — 629 — É x= RN sen a f ora F(t)cosaf. dt -— a q 0 cosaf É nl F(t)senat. dt, a 0 que es la que Mr. Saint-Venant obtiene. É Ahora es preciso hallar las dos integrales a F(t) cosat. di v 0 Ét yf F(t)senat . dt, que son bien sencillas. vz 0 Substituyendo por F (t) su valor 5 9 b? Vo” 2 sen?at, en que para abreviar la escritura pondremos E ri 270 a? con lo cual F(t) = Hsen*af, resultará É HS sen?atcosat. dt, »Í 3 H $" sen at.dt, para las dos integrales en cuestión, que se integran desde luego. Así É É dx Eb) cosat di =H || sen?afcosat . dí = 0 9 tb Duel, (senta!) == ES sen*at; 3a 30 0%) — t É p f: F(t) senatdt = Hf sent at.dt= 0 0 Ét t —= HS. senat(1 — costat)dt = Af senat. dt — É A cos?atsenatdt= — E (cosat—1) - 0 a ONeostazl 4 a a 3 3) Substituyendo estos valores en x, tendremos: x= Y senat+ Sd . E sentat — q a 3a 3 p Ad cosaf lo O costat a a 3 3 que haciendo algunas reducciones sencillas, y poniendo sentat — costat = (sen?at + cos?at) (sentat — cos?at)= = sen?at — costat = 1 — 2cos*af, se reduce á x= senat “- peca (1 — cosat)?, a E ó substituyendo H por su valor, x= senat+ a (1 — cosat), q 0 6atr que es la fórmula finai de Saint-Venant. Esta expresión de x satisface á la ecuación diferencial, porque precisamente con esa condición hemos determinado . ' | — 631 — sus constantes y sus funciones arbitrarias. Y además, direc- tamente puede comprobarse. Veamos ahora si satisface á las condiciones iniciales. Para t = 0 el segundo miembro se reduce á cero, porque en el primer término entra un seno y en el segundo un cose- no, que se reduce á la unidad y anula el término en cuestión. Respecto á la velocidad, tendremos, diferenciando el valor de x respecto al tiempo, dx b?y,? —= = p,cosat + —— (1 — cosaf) asenat. se o E Sar, ( ) Para f = 0 se reduce, como debía ser, á De suerte que el valor de x satisface á todas las condicio- nes del problema. Dicha expresión de x, puede ponerse bajo esta forma: b?v,? x= —— + Asenat + Bcosat + Ccos* at, 6atr, representando por A, B y C, para abreviar, los coeficien- tes constantes de los tres términos trigonométricos y depen- dientes de f. Esto nos prueba que la posición del móvil en cada mo- ES: A==28 m d 2 Figura 20. mento se puede considerar como la resultante de cuatro mo- vimientos (fig. 20): Rey. Acap. Criencias.—IV.— Junio, 1906. 43 — 632 — 1.7 Una traslación de la molécula desde m hasta d igual b?v,? 6atro ciones periódicas del mismo período y que se superpondrán sobre la línea 0x. > Nosotros, para mayor claridad, las hemos separado en A,ByC. El movimiento continúa siendo periódico, y hasta puede suponerse que el periodo es a, que en rigor también lo es del último término; pero las oscilaciones no se efectúan á un lado y otro del punto de equilibrio m, sino á mayor distan- cia, lo que prueba que hay un alargamiento en el sistema, representado por el primer término. Calculemos ahora el valor medio de Oc” =r,+- x (figu- ra 19) que lo designaremos por f, + Xin. Aplicando el método de siempre para las cantidades me- á que fijará el punto d como el centro de tres oscila- dias, y recordando que el período es U = 5 tendremos sucesivamante: A ps E AÚÓ xdt = — — senat 27 Í de | po a Q + Eu (1 —cosaty | dt; 6atr, 4 E > ma 22 senatdt l- z a 7 2% +2f E — 2cosat + cos*at). di 6atr, OS De todos estos términos no quedan evidentemente más que dos, porque los dos restantes dan como integrales cose- no y seno, que tienen los mismos valores para los dos lími- tes de la integral, y que se anulan. Queda, pues, 27 UA ELO Eat (1 + cos?at) dt = 2 , 6atr, a A =f 2y,2 (1 $ 1 + cos2a ate 27 A 6atr, 2 a da A cos2a) di= 2x J, Dat N2.:2 Q 27 2 2 E a 2 2 Uat” DAMOS dea VO A 27 4atr, 27 4atr, a a ; a y por fin, 2 DN io De donde se deduce que la distancia r, se ha converti- ' do en b?v,? 4atr, Ma Hay, pues, un alargamiento proporcional á v,?, y, por 2 Vo lo tanto, á , que es lo que hemos llamado la tempera- tura en este caso. Todos los demás factores son constantes del sistema. — 634 — Luego en este caso particular que hemos presentado, en esta especie de hilo, compuesto de dos moléculas, matemáti- camente se demuestra que el hilo ó alambre se alarga, y que se alarga proporcionalmente á la temperatura, como lo anun- ció la experiencia. Si queremos determinar la dilatación líneal, no tendremos más que tomar la relación del alargamiento á r,, que llamán- dolo o será si A DO: Y Po 1 ALEA AIN poniendo por b y a sus valores. Si nos proponemos calcular el coeficiente de dilatación por cada unidad de la temperatura absoluta, bastará que divida- mos el valor anterior por mv,? Óó por una cantidad propor- cional, y tendremos, llamando « al coeficiente de dilatación lineal por el calor, g Pro) 144 — A A mv)? FM Esta fórmula no solamente explica el aumento de volumen de los cuerpos por el aumento de calor, sino la disminución en algunos casos. Para que a tenga signo negativo, basta que cambie de sig- no f” (r,); es decir, que la curva de la figura 19 tenga un punto de inflexión. * ES Vemos, pues, que un problema que parecía inexplicable matemáticamente, y aun en contradicción con la experiencia, se explica con facilidad suma sólo con apreciar un término más del desarrollo de f (1); es decir, con un grado mayor de aproximación en que entra la derivada f” (7,). Pm... A ct di — 635 — De igual suerte muchos problemas de esta especie de Ter- modinámica lineal, como la hemos llamado otras veces, pu- dieran explicarse de una manera directa. Por ejemplo, el enfriamiento de un hilo al alargarse y el aumento de temperatura de un cordón de goma también por alargamiento, pueden explicarse por el juego de los dos coe- ficientes f” y f”. Ciertas fórmulas de la Termodinámica aplicadas á este caso, encuentran comprobación, y entre ellas el mismo teo- rema de Carnot, que resulta elemental. Todo lo cual se comprende, porque hemos expresado en términos de Mecánica los elementos del problema, y pode- mos determinar inmediatamente, al aplicar á uno de estos sistemas una cantidad de fuerza viva ó de trabajo, cómo se va á distribuir en trabajos internos, en fuerza viva de las mo- léculas y en trabajos externos. Claro es, que no podemos entrar en todos estos desarro- llos, que desvirtuarían el carácter elemental de estas confe- rencias, las cuales no son como he dicho varias veces, más que una preparación y un ejercicio para el estudio de las grandes obras de los maestros. En la conferencia próxima pasaremos á otra clase de ejem- plos y presentaremos el último de todos, tomado del electro- magnetismo. — 636 — XXVII.—Datos para la monografía del ácido quer- citánico. Por JosÉ RODRÍGUEZ MOURELO. II Investigaciones acerca de los métodos de obtención. Entraña más de un problema, de difícil solución en la práctica, el aislar puro, enteramente libre de alguno de sus congéneres y sin que lo acompañen productos de su desdo- blamiento, cualquiera de estos taninos calificados de glucósi- dos, en cuya categoría está comprendido el ácido quercitáni- co; pues la separación completa del rojo quércico pocas ve- ces se consigue y siempre á expensas de la materia tánica. Por eso es menester operar con cantidades de ella bastante con- siderables, aunque sea de las más ricas de ácido; pues con- viene tratar extractos alcohólicos diluidos, recoger sólo las segundas fracciones en la precipitación de la sal de plomo, evitar, en las ulteriores operaciones, que se descomponga por entero, y poner los mayores cuidados en que los medios y disolventes no contengan ácidos minerales, que provocan la escisión de la molécula del glucósido y llega al punto que la tengo notada, bien á las claras, cuando siendo completa la descomposición del quercitanato de plomo por el gas sulfhí- drico, quedaba en el agua un exceso de éste. De semejante hecho pudiera sacarse un argumento en favor de la inestabi- lidad del ácido quercitánico y cuerpos análogos, que acaso explicaría sus particulares funciones en los organismos ve- getales de donde provienen. Una circunstancia especialísima ha de ser asimismo con- siderada al obtener el ácido quercitánico, y es el estado que — 637 — puede tener en sus disoluciones; pues en algunas afecta la forma coloidal, á lo que se infiere dependiente de la natu- raleza de los disolventes, que en este caso es indispensable que se hallen dotados de funciones ácidas bien acentuadas. Quizá el dicho estado coloide, representante de modificacio- nes relacionadas con algunas actividades de los cuerpos en general, puede darnos cuenta de la generación y desdobla- mientos naturales del ácido quercitánico, que tanto cambian su papel en la economía de las plantas; ya sabemos cuál es el del tanino en que me ocupo y no ha de asignársele el de inútil residuo al flobafeno, que de su descomposición pro- cede al cabo, y se acumula y concentra en determinados ór- ganos, á los cuales pueden llegar ciertos derivados de las transformaciones de la celulosa y principios azucarados, por ventura capaces de unirse con aquel curiosísimo cuerpo y regenerar el primitivo tanino, que, disuelto ó coloide, sería transportado al lugar del vegetal donde fuesen más aprove- chadas sus especiales propiedades. Fuera siquiera cuestión resuelta la referente á la determi- nación de la estructura molecular del ácido quercitánico y estuviéramos de acuerdo tocante á la fórmula que la re- presenta, y tendríamos ya un buen punto de partida, á lo menos constante. Pero no es respecto del símbolo de su es- tructura molecular donde hay variadas y contradictorias opiniones, sino también cuando se trata, pura y simplemen- te, de expresar sólo la composición química, y así dejo ya notado cómo para Etti es C,, H,¿ O., y conforme á las in- vestigaciones de Boettinger, C,, H¡¿ Oo. Semejante dispa- ridad induciría á pensar si el cuerpo á que las fórmulas se refieren es un compuesto definido con individualidad propia Ó únicamente el producto variable de ciertas transftormacio- nes químicas, en las cuales genéranse varias substancias, capaces de coexistir reunidas formando el tanino de la cor- teza del roble, que entonces resultaría complicadísimo glu- cósido, del que sabríamos, por junto, que es el generador del .. Sa SUD A A ¿ — 138 — flobafeno, cuyo carácter de anhídrido no falta quien lo pone en tela de juicio; pero aun así, constituye el término más constante y estable de los desdoblamientos del ácido querci- tánico en su calidad de glucósido dotado de función fenóli- ca, relacionado, por el conjunto de sus metamorfosis y de su misma generación, con el pirogalol. Vienen, á mi entender, estas diferencias, y otras de mayor cuantía, como la observación singular de Lóúwe, ya citada, quien afirma no ser producto constante de los dichos des- doblamientos la glucosa, y tienen su origen en la práctica de los métodos de obtención, no tan rigurosos y bien esta- blecidos que no induzcan á fáciles errores, los cuales llevan á considerar como verdadero ácido quercitánico lo que es, en rigor, una mezcla de este cuerpo con los resultantes de su descomposición parcial ó incipiente, á la postre facilitada con la presencia del agua y la temperatura, por lo general cercana de los 100”. No he necesitado hervir los extractos acuosos de mediana concentración de ácido quercitánico, ni es indispensable que en los líquidos se desarrollen organis- mos vegetales inferiores, me bastaba someterlos por cuatro ó cinco horas á 80” y abandonarlos luego por sólo veinti- cuatro, para advertir en ellos la presencia de la glucosa, lo cual no acontece con los alcohólicos, á lo menos no estando muy concentrados. Esto mismo explica el que, en las corte- zas utilizadas en concepto de primera materia, al ácido quer- citánico puedan acompañar, además de las materias coloran- tes rojas, consideradas especialísimos anhídridos, otras dis- tintas producidas en sus incompletos desdoblamientos y va- riadas metamorfosis naturales. Generalmente, en la práctica de los métodos corrientes, cuando se trata de aislar substancias definidas, verdaderas especies químicas que existen ya formadas en los organis- mos de las plantas como obligados productos de las funcio- nes de su vida, sólo se atiende á conseguirlas en los mayo- res grados de pureza, sin parar mientes en sus propiedades — 639 — y estado inicial, cuando eran órganos ó partes de órganos y hallábanse unidas á otras para cuya formación ó destrucción fueran necesarias, ni menos todavía, con ser de importancia capital, se mira á su génesis probable y contadas veces se indagan las reacciones químicas posibles ó necesarias que pudieron causarla. Según hacemos con los cuerpos aislados en los laboratorios mediante operaciones sintéticas, cuando seguimos todas las fases de su formación, partiendo de las reacciones generadoras, completas ó incompletas, llevadas á cabo entre moléculas de sencilla estructura, sería menes- ter adoptar un procedimiento semejante respecto de estas substancias poco estables, confundibles unas con otras, cuya individualidad es difícil de discernir, y que se encuentran formando parte de los vegetales y coexistiendo con los mis- mos productos de sus alteraciones; que sólo de esta manera podemos orientarnos para atribuirles sus funciones propias, de ordinario mixtas, conocer sus propiedades caracteristicas y adoptar medios seguros de aislar las verdaderas especies, libres de toda mezcla é impureza. Ya, en el caso presente, hay algunos hechos bien deter- minados, los cuales pueden ser base y fundamento de cier- tas inducciones respecto de la formación natural y caracte- rísticas individuales del ácido quercitánico, y son: sus rela- ciones químicas con los ácidos gálico y galotánico, pudiendo acaso considerar al último generador suyo, las mismas pro- piedades esenciales del cuerpo objeto de mi estudio, compren- diendo en ellas las deshidrataciones, productoras de materias singulares, acerca de cuya constitución no hay acuerdo, y sobre todo, el desdoblamiento del glucósido, origen inmediato del flobafeno, que á la hora presente está todavía mal cono- cido, aunque se aplica en su calidad de colorante rojo. Re- querían tales cuestiones el estudio que les he consagrado, y aunque los resultados de la labor emprendida fueron escasos y á veces inciertos, no por eso dejaron de prestarme valioso auxilio en la interpretación de ciertos fenómenos y para ex- O plicar el mecanismo de los procedimientos de obtención y sus fundamentos racionales. Mi intento era llegar á la sínte- sis completa del ácido quercitánico, y si no he logrado se- mejante propósito, creo haber esclarecido un tanto el pro- blema de su individualidad química y el de la estructura de j su nada sencilla molécula. | Hállase repetido en todas partes que muchos cuerpos in- cluídos en el grupo de los taninos tienen su origen inmedia- to en el ácido galotánico típico, que formando diversos glu- | cósidos aparece en las cortezas y otros órganos de diferen- tes plantas. En el roble y la encina constituye gran parte de la materia de las agallas, de donde toma su nombre, y aun puede extraérsele de las propias cubiertas endurecidas del | tronco, donde hay ácido quercitánico y rojo quércico, pro- | ducto suyo; así, pues, no son imcompatibles y hasta no creo | aventurado el suponer que el tanino de la corteza pudiera | derivar del tanino de las agallas, dada la facilidad de éste | para formar glucósidos, en general poco estables, según es 3 sencillo escindir la molécula en los generadores. Discurrien- do conforme á tal hipótesis, y habida cuenta de que no está definitivamente establecida la fórmula del ácido quercitánico, no me parece imposible la reacción siguiente: Ci Hijo O, + C;¿H¡9 O¿= C¡,H¡c60,0 (Boettinger) + CO, +3H50, que indicaría sus relaciones de dependencia con el ácido ga- lotánico, resultando un glucósido del mismo, á la par de otros taninos de su grupo; transformación que, á lo menos en parte, creo haber obtenido manteniendo á 80”, por una hora, disoluciones acuosas de ácido quercitánico al 15 por 100 aciduladas con ácido clorhídrico: los líquidos, después de fríos, presentaban reacciones de la glucosa y algunas del ácido galotánico, á veces perturbadas por el flobafeno. Llegaría acaso á pensar que el desdoblamiento del ácido quercitánico es función de la temperatura, si no hubiese de- E A mostrado que á la ordinaria sus disoluciones acuosas, estan- do bastante concentradas, se alteran pronto y no tardan en contener glucosa; pero la total transtormación del cuerpo en esta substancia y rojo quércico, se realiza calentando á 100”, en tubos cerrados, durante algunas horas, el ácido quercitá- nico disuelto en agua ligeramente acidulada con clorhídrico. Sin embargo, conforme á la hipótesis enunciada, podría el cambio efeetuarse de dos modos distintos, condicionados por la temperatura; y en apoyo de tal conjetura citaré el hecho de que muchas veces, al aislar el ácido galotánico, adviértese que le acompaña la glucosa, y durante algún tiempo creyó- sela producto de sus descomposiciones, cuando menos inci- pientes, asignándosele, por ello, el carácter de glucósido; mas luego se ha demostrado la procedencia del azúcar de otros taninos que lo son sin duda alguna y que acompañan ó con- tienen el peculiar de las agallas: su unión Ó mezcla, á la que son inherentes cuerpos procedentes de las metamorfosis que experimentan, dificulta grandemente el aislarlos puros y en condiciones de estudiar sus propiedades individuales. Inciertos son todavía los mecanismos de la escisión mole- cular del ácido quercitánico, originaria del flobafeno, pro- ducto constante de la misma, y conviene á mi propósito tra- tar ahora de este interesantísimo problema. Nadie pone en duda las relaciones de origen y dependencia entre el tanino de la corteza del roble y el rojo quércico extraído de la mis- ma materia; las divergencias estriban en los modos de inter- pretar las formas de ellas y los mecanismos químicos que significan, para deducir las verdaderas funciones de cada uno de los cuerpos que intervienen en tales cambios; hay, no obs- tante, un punto de partida común, y es el carácter de ácido, siquiera sea débil, asignado al cuerpo objeto del presente estudio. Dos opiniones, contradictorias y opuestas, son las principales que acerca del asunto se han emitido, como re- sultado de prolijas investigaciones. Para Etti, cuyos estudios acerca de los taninos son verdaderamente notables, el ácido 2 O quercitánico es susceptible de progresivas deshidrataciones, llevadas á cabo sobre tan sólo dos moléculas del mismo, eli- minándose una, dos ó tres, y hasta cuatro moléculas de agua, para generar otros tantos anhídridos, que pueden con- siderarse derivados del primero, susceptible de perder agua, conforme en otra parte queda expresado: lo singular es que de los cuatro anhídridos, tres, cuando menos, existen natu- rales y son materias colorantes rojas, constantes compañe- ras del propio ácido quercitánico originario en la corteza del roble, indicando así su enlace y parentesco, y hay me- dio de separar, aunque no sea en absoluto, los cuatro cuer- pos, que tienen cierta influencia bien marcada en el poder curtiente de los diversos taninos. Asígnanse al flobafeno el carácter de primer anhídrido ca- | beza de la serie, y para ello se representa el ácido quercitá- nico en la conocida fórmula C,, H,; O, y la generación de su principal derivado estaría expresada, por lo tanto, en la forma siguiente: | 2 [Ci; His 04] = Cy, Hip Oj; + H2 0, por donde resulta el flobafeno un singular anhídrido, que llamaré provisional ó transitorio, en cuanto es sólo el térmi- no primero de la deshidratación del ácido quercitánico, el cual, conforme á las opiniones que se examinan, perdería la calidad de glucósido, al parecer tan bien definida, y su des- doblamiento no tendría el carácter de transformación hidro- lítica. Sería menester, queriendo demostrar cumplidamente las modificaciones apuntadas, generar el ácido quercitánico hidratando el flobafeno, hecho que podrá acaso efectuarse | en los órganos vegetales; pero no sé que se haya consegui- do en los laboratorios, y habiéndolo intentado como proce- dimiento sintético varias veces, los resultados de mis expe- rimentos siempre fueron negativos. Junto á los trabajos referidos, es menester poner las inte- — 643 — resantes investigaciones de Boettinger, que constituyen uno de los principales capítulos de la historia química de los ta- ninos. Su punto de partida, y la primera diferencia con el sentir de Etti, están en la representación del ácido quercitá- nico, al que asigna la fórmula C,,H,,O,, y del flobafeno (C¡,H,0, 05)» . H30, que así considerado no tiene en ma- nera alguna ni carácter ni funciones de anhídrido; en reali- dad, el símbolo adoptado en la hipótesis que se examina es C¡,H,0 0; .*/, H, O, y con esta manera de ver explícase bien el desdoblamiento del tanino en que me ocupo, y es del modo que sigue: 2 [C;, Hs 0.) la O= (Cia Ho Os)» . A; O] 07 Hz O; y es lo singular del caso que para la interpretación del he- cho, conforme queda apuntado, es más conveniente emplear la fórmula que asigna Etti al ácido quercitánico; por donde se establece un punto común á ambas interpretaciones. Con arreglo á la de Boettinger, cabe representar así la escisión de la molécula de flobafeno en ácido protocatéquico y piro- catequina, mediante las conocidas acciones hidratantes de la potasa cáustica fundida: COLS a OH ((C¡¿H,0,)2 . H20]+H.0=2| C¿H¿—OH +2| CRE | +2€0, | ! de Nom. cuya reacción acaso sea posible, ya que la presentan algu- nos taninos, á semejanza del ácido morintánico, que, según se ha visto, puede dar también floroglucina y no aparece tan clara en el otro sistema. Bien será advertir que, aun tratándose de substancias do- tadas de funciones reductoras, bastante acentuadas, las reac- ciones que aquí se apuntan son sólo teóricas y sirven para Dos métodos creo preferibles y son: el del acetato de cinc amoniacal empleado en exceso y operando con disoluciones hirviendo, para recoger el precipitado, lavarlo, disolverlo en acido sulfúrico y valorar con el camaleón mineral, que tiene como causas de error más sabidas, el diferente poder re- ductor de los diversos taninos conocidos y el que sus com- puestos cíncicos, según Dragendorff, son asimismo reduc- ductores del permanganato; y el del polvo de piel, aunque se cometa también error y aquí por exceso; que á las acciones coagulantes de los taninos únense las de los cuerpos que los acompañan, los cuales, en mayor ó menor escala, participan también de ellas. No obstante los inconvenientes señalados, las indicaciones de cualquiera de los métodos pueden servir de antecedente y guía en la práctica de las precipitaciones fraccionadas, que es opzración de bastante cuidado. Debe tenerse presente para los ulteriores tratamientos del precipitado, la inestabilidad del quercitanato de plomo, que en contacto y no muy prolongado con el agua se des- compone á la temperatura ordinaria, y en cambio, seco y guardado en frascos bien cerrados ó en tubos, se conserva incólume por tiempo indefinido. Habida cuenta de la circuns- tancia apuntada, procedía lavándolo rápidamente con agua enfriada primero, y luego con una mezcla de agua y alcohol á partes iguales, terminando las lociones con agua muy fría, hecho lo cual el precipitado húmedo poníalo en suspensión en gran exceso del mismo líquido y moviéndolo por medio de un agitador mecánico, evitando así su depósito en el fon- do de la vasija, pasaba la corriente de gas sulfhidrico con regular velocidad y de manera que siempre quedaba bas- tante cantidad de sal de plomo sin descomponer; es cosa esencial que no llegue á haber exceso de sulfhídrico, pues ya queda advertido cómo puede contribuir al desdoblamien- to del tanino. Para darse cuenta de la marcha de la opera- ción, es bueno recoger un poco del precipitado y examinar- lo; también hay el dato de que el quercitanato de plomo con- — 665 — tiene de 49 á 50 por 100 de metal, con el pequeño error debido á los restos de impurezas, de que me ha sido impo- sible despojarlo en absoluto; como en las anteriores opera- ciones, es preciso filtrar en seguida, separando el sulfuro de plomo formado del ácido que queda disuelto, y con él cierta proporción de materias colorantes que tiñen el líquido de rojo claro muy característico. Siguen á las descritas otras manipulaciones delicadas, y que son precisamente las que demandan mayores precaucio- nes y cuidados; trátase de evaporar, para concentrarlas, las disoluciones del ácido quercitánico y al enriquecerse de este cuerpo, aumentan las facilidades de la descomposición, que se ha de evitar á toda costa. Obtuve buenos resultados eva- porando á temperatura baja (42”) y presión reducida á 200 milímetros, llegando hasta que el líquido empieza á tener consistencia siruposa; entonces es sometido á nuevas puri- ficaciones, y se le trata con éter ordinario, especial disol- vente del ácido gálico, cuya formación en las anteriores ope- raciones es inevitable, después con éter acético, separándo- los cada vez por decantación y repitiendo los tratamientos hasta que no disuelvan cosa alguna, y por último se agita el líquido con una disolución de cloruro de sodio, y la mez- cla es sometida á la diálisis, siguiendo las prescripciones de Lówe, ó separada la sal por cristalización al evaporar de nuevo el líquido, que llegado á consistencia siruposa se deja en el vacío seco, con materias muy ávidas de agua, hasta que se seca y concreta sólido el ácido quercitánico. Empero nunca resulta puro, y á pesar de haber sometido la materia á tantas operaciones y disolventes, el tanino re- tiene todavía substancias extrañas, principalmente las colo- ridas procedentes de su descomposición como glucósido y otras varias, de distinto origen y funciones. Con objeto de purificarlo todo lo posible, después de haber concentrado la disolución de ácido quercitánico y someterla á las acciones de los disolventes que dejo expresados, se transforma de PE, 7 A nuevo en sal plúmbica, apelando, como la primera vez, al sistema de las precipitaciones fraccionadas, sólo que ahora es bueno comenzar agregando sólo la quinta parte del volu- men de la disolución de acetato neutro de plomo al 10 por 100; se filtra, añádense al líquido que pasa los tres quintos de la que resta, y el precipitado ahora formado es el que se recoge para luego descomponerlo y no totalmente por el gas sulfhídrico, repitiendo los tratamientos conforme queda expresado. He necesitado repetirlo hasta cinco veces consecutivas para lograr un producto homogéneo, amorfo y dotado de propiedades constantes, cuyo estudio forma capí- tulo aparte, y de ello pude convencerme examinando cuida- dosamente las de los cuerpos procedentes de las operaciones intermedias, sin duda á cada punto más ricos de ácido quer- citánico; pero que todavía retenían impurezas bastantes, que influían en que no fuesen los mismos sus caracteres y com- posición. Así, fuéme dado comprobar las previsiones de Dra- gendorff, maestro y guía de mis investigaciones, motivadas por la escasa fijeza del ácido quercitánico y la inestabilidad de sus compuestos metálicos, en cuanto la misma sal de plo- mo insoluble se altera con sólo estar húmeda dos ó tres horas en contacto del aire. Tiene el procedimiento que tanto he estudiado, discutido y razonado, un grave é irremediable inconveniente, y es la grandísima pérdida de materia inherente á su práctica, y es de suerte, que habiendo comenzado mi trabajo tratando por porciones de 500 gramos, hasta 5 kilogramos de excelentes cortezas pulverizadas, sólo recogí unos cuantos gramos de ácido quercitánico bien purificado, y he necesitado repetir varias veces todas las operaciones, poniendo en ello los ma- yores cuidados para obtener las cantidades necesarias in- vertidas en estudiarlo, sin que por eso crea haber llegado á conclusiones definitivas. No ha de olvidarse que se trata de cuerpo cuya individualidad química está poco marcada, com- plicado por su estructura, susceptible de funciones mixtas, ns ds — 667 — variadas, y apenas diferenciado de otros que son sus acom- pañantes obligados, originándose semejantes cualidades en su mismo papel de almacén ó reserva de glucosas que cumple en los organismos vegetales donde lo encontramos siempre formado, pero nunca sólo. | Fácil es entender cómo todo el método descrito está re- ducido á la aplicación de un sistema general y corriente muy empleado ya de antiguo para extraer y aislar las espe- cies químicas de los materiales que las contienen libres ó combinadas y de continuo en mezclas, por lo común de gran complicación, y cómo en la mayoría de los problemas de análisis inmediato, la solución estriba en el empleo me- tódico de apropiados disolventes neutros primero, cuyas acciones son ayudadas con el calor, sin por eso elevar mu- cho la temperatura, y luego, cuando las circunstancias per- miten, gracias á las sucesivas eliminaciones, tener un líqui- do que contenga la mayor parte del cuerpo que se pretenda aislar, hacerle formar una combinación metálica insoluble, susceptible de ser más tarde descompuesta. Redúcese á esto, en definitiva, el sistema empleado, con todas sus com- plicaciones y dificultades, originadas por la naturaleza de las primeras materias tratadas y por las condiciones del cuerpo que había de ser aislado, y en cuyo estudio minu- cioso he tratado de fundar los pormenores del método adop- tado, único posible y de cierta generalidad relativa. De la propia manera, y á pesar de sus conocidas imperfecciones, me fueron grandemente útiles y guiaron no pocas veces las largas investigaciones practicadas, los procedimientos espe- ciales seguidos para la determinación de los taninos, si- quiera no consientan diferenciarlos unos de otros por fijos y bien marcados caracteres y sean ineficaces para separar, en el poder curtiente total, la parte que les corresponde y la perteneciente á aquellos residuos de su desdoblamiento, que poseen también la citada cualidad. — 668 — Ñ Un producto secundario y el más importante pudo ser aislado y aprovechado en el curso de las operaciones; se trata del flobafeno. Según va dicho, este cuerpo es disuelto en el tratamiento alcohólico de las cortezas, que sigue al pri- mero con el éter; de consiguiente, acompaña á los taninos y á las materias resinosas en el residuo de la destilación de las referidas disoluciones alcohólicas, y la mayor parte del rojo quércico queda asimismo cuando tal residuo es tratado con agua fría, á causa de su insolubilidad casi completa, y de la masa sólida amorfa de color rojo obscuro resultante, es de donde puede ser aislado bastante puro, utilizando una de sus principales propiedades; porque el flobafeno, insolu- ble en el agua pura y neutra, tiene por disolvente peculiar la misma agua alcalinizada por el amoníaco. Además facilita su obtención el ser cuerpo estable que puede desecarse al aire á más de 100” sin que manifieste señales evidentes de alteración, y es fácil conservarlo por tiempo indefinido. Gracias á las propiedades enumeradas, en el camino de la obtención del ácido quercitánico he aislado el flobafeno, y es de la manera siguiente: el residuo sólido de la destilación de los extractos alcohólicos es tratado con agua fría, que di- suelve la mayor parte ó casi la totalidad de los taninos, y el resto insoluble es á su vez disuelto en agua amoniacal (20 por 100 de amoníaco) y se evapora á sequedad, recogiendo una materia roja, que es tratada con agua acidulada con ácido clorhídrico (5 por 100) y calentada á 100” durante tres horas para desdoblar los glucósidos que pudiera conte- ner todavía; se evapora de nuevo á sequedad, recogiendo en un filtro el residuo, que es lavado con agua bien enfriada y luego con éter; se disuelve nuevamente en agua amonia- cal, y evaporando el liquido rojo, aun conviene lavarlo con agua pura, que deja el flobafeno en estado de suficiente pu- reza. Es un cuerpo amorfo, de color rojo obscuro, dotado de propiedades astringentes, muy soluble en el alcohol y en cuantos líquidos contengan taninos, en especial si están — 669 — mezclados con los productos de sus desdoblamientos, y la solubilidad aumenta bastante con la concentración. Por lo general, el ácido acético lo desaloja de sus disoluciones amo- niacales cuando no contienen mucho álcali; no posee carácter químico marcado, puesto que no parece definitivo el de an- hídrido que Etti le ha asignado, y se ha indicado antes como son productos de las acciones de la potasa en fusión sobre el flobafeno, el ácido protocatéquico y la pirocatequina, fe- noles bien caracterizados ó derivados fenólicos, y á pesar de ello, la constitución molecular y estructura del más im- portante rojo quércico distan mucho de estar esclarecidas y su conocimiento es todavía harto deficiente é incompleto. Vale decir, completando lo ya apuntado acerca del modo de aislar el flobafteno, que para disolverlo enteramente se ha menester reiterar y repetir varias veces el tratamiento con el agua amoniacal, pues de no hacerlo así, se corre el riesgo de dejarlo sin la menor alteración unido á las materias de tan variada indole que suelen acompañarle. Denota el hecho la lentitud de las acciones del disolvente alcalinizado , del*cual, por otra parte, es con facilidad separable la materia roja de que se trata, sobre todo mediante la neutralización del amo- níaco por un ácido orgánico, y á lo que parece es el acético el de mayor eficacia, puesto que no ataca al flobafeno, ni aun en caliente; se trata de un cuerpo muy estable, y esto explica acaso que sirva como almacén ó depósito donde se acumulan hexosas, formando combinaciones que se desdo- blan bien pronto, reproduciendo sus generadores, y de ellas es sin duda el ácido quercitánico. Hay ahora una tendencia, justificada por varios hechos, consistente en admitir varios flobafenos, toda una serie de la que formaría parte el que consideramos, convertido en suer- te de tipo ó modelo de semejante linaje de combinaciones, si efectivamente son cuerpos definidos, de composición cons- tante y no mezclas íntimas y variables de substancias más ó menos afines. En realidad, no hay un solo rojo quércico — 670 — - idéntico al producido en los desdoblamientos del ácido quer- citánico; pues se han aislado, por de pronto, los que llevan los nombre de Oser y Lówe, que son precisamente los anhí- dridos tercero y cuarto de Etti, representados por dos molé- culas del cuerpo que se estudia como tanino de la corteza del roble, menos tres ó cuatro moléculas de agua respectiva- mente; pero no hay pruebas evidentes de semejantes rela- ciones y aun la misma existencia de substancias encontradas siempre juntas, induce á pensar si serán mezclas especiales y no derivados de un sólo principio. Basta recordar las in- certidumbres expresadas por cuantos en la materia se han ocupado respecto de la fórmula del flobafeno, y las discre- pancias son de monta; pues mientras unos representan así su composición: [(C,,H,o Os). . Hz O], quieren otros que sea C. Ha, O,,; sin embargo, existen entre ambos símbolos cier- tos lazos, en cuanto el segundo puede estar representado por el primero y una molécula de floroglucina y otra de agua en esta curiosa forma: Cs Hgo O, e [CC Ho Os)» 9 H, O] $e H, O =+ C;¿A, (OH)a, cuyo interés estriba, á lo que entiendo, en poner de mani- fiesto el carácter fenólico de los flobafenos, sea cualquiera la manera de apreciar su estructura molecular, la cual, en nin- gún caso resultaría sencilla, conforme tampoco lo es la de aquellos glucósidos á sus expensas constituídos y de los que resulta, según las circunstancias, generador ó residuo de sus comunes desdoblamientos. Ya pudiera admitirse, queriendo concordar las opiniones apuntadas, que el flobafeno de Etti (primer anhídrido del ácido quercitánico) experimenta una modificación particular, en la cual su molécula es simplificada del modo expresado, resultando así la fórmula de Boettinger, y en esta segunda fase puede escindirse en pirocatequina y ácido protocatéqui- co, fundiéndolo con potasa. Sin inclinarme á ninguno de los — 671 — dos pareceres, me limitaré á señalar el hecho de que nunca aparece la floroglucina entre los productos de la descompo-- sición del flobafeno y es, en cambio, casi constante en los que provienen de muchos taninos y el ácido morintánico es del número; con todo, no juzgo suficiente el dato, al igual de otros muchos, para el conocimiento de tales cuerpos, cuya identidad con los rojos quércicos naturales está ya perfecta- mente comprobada y admitida. XXVI. — Contribución á la teoría de los polígonos regulares. POR Luis CATALÁ JIMENO. | Transformación en producto de la suma ó diferencia de dos cuerdas y sus consecuencias. Sean A B, AD dos cuerdas de la circunferencia R(o) (figu- ra 1.%); AC, AE las bisectrices del ángulo D(4)B; BK, CE, Figura 1.? DH, tres diámetros, y L el punto simétrico de A con rela- ción al eje de simetría CE. o A A — 672 — De los cuadriláteros ciclicos (DA BC) (DBAE), por el teorema de Tholomeo, resulta: DB A AD+ AB=A DC siendo las rectas DB, DH conjugadas isogonales del ángulo E(D)C, tendremos RUBDE DE DE (1) (AD+AB)R-=AC.DE (2) a) La suma de dos cuerdas, multiplicada por el radio, es igual al producto de la cuerda de la se- misuma por la del suplemento de la semidiferencia de los arcos co- rrespondientes. b) El producto de dos cuer- das, cuya suma es mayor que la semicircunferencia, es igual al producto del radio por la suma de las cuerdas de los suplemen- tos de la diferencia y suma de los arcos que aquéllas subtienden. (AD—AB)R = AE. DC (3) a') La diferencia de dos cuer- das, multiplicada por el radio, es igual al producto de la cuerda de la semidiferencia por la del su- plemento de la semisuma de los arcos correspondientes. b') El producto de dos cuer- das, cuya suma es menor que la semicircunferencia, es igual al producto del radio por la dife- rencia de las cuerdas de los su- plementos de la diferencia y suma de los arcos que aquéllas subtien- | den. Multiplicando las relaciones (2) (3) resulta: c) La diferencia de los cua- drados de dos cuerdas es igual al producto de la cuerda de la dife- rencia por la cuerda de la suma de los arcos que aquéllas subtien- den. c') El producto de dos cuer- das es igual á la diferencia de los cuadrados de las cuerdas de los suplementos de la semidiferencia y semisuma de los arcos que aquéllas subtienden. d) Si dos cuerdas son suplementarias, su producto es igual al radio multiplicado por la cuerda del suplemento de la diferencia de los arcos que subtienden. TEOREMA 1.” — Si una circunferencia se divide en un nú- — 673 — mero impar de partes iguales, el producto de las cuerdas que unen el extremo del diámetro que pasa por uno de los puntos de división con los demás situados en la misma se- micircunferencia, es igual á una potencia del radio, cuyo ex- ponente es igual al número de cuerdas. En efecto; de la relación (4) deducimos: Cy.1 Cagig-2) =RCg.2 n Cg.2. Cogig=a) = RCg.a coso E ga Oe y. A J. CRA y multiplicando y simplificando, resulta: gi Cams - Ca a. Copa ara Carta S Análogamente deduciremos: e) Si una circunferencia se di- vide en un número impar 2” + 1, de partes iguales, el producto de las cuerdas que unen el extremo del diámetro que pasa por el pri- mer punto cero de división con los situados en la misma circun- ferencia, designados con los nú- meros 1, 2, 4, 8 eS igual á una potencia del radio, cuyo exponente es igual al núme- ro n de cuerdas. De la relación (2) sale: e”) Si una circunferencia se divide en un número impar2"—1, de partes iguales, el producto de las cuerdas que unen el extremo del diámetro que pasa por el pri- mer punto cero de división con todos los de división de la cir- cunferencia designados con los números 1, 2, 4 201509 igual á una potencia del radio, cuyo exponente es igual al núme- ro n de cuerdas. DE AD: = AC R y llamando alo — R — 674 — que expresa la ley de recurrencia de un terno de cuerdas de un haz cuyo vértice es un punto de la circunferencia, siendo uno cualquiera de los rayos del haz bisectriz del ángulo de los dos que le comprenden. Estando dividida la circunferencia en £ partes iguales, si las cuerdas AD, AB subtienden arcos respectivamente de n y m partes, siendo n>m, como AB=L; .m, AC= Legín +m)» AD=Ly 5, BE=DE= Loy (9 — (1 my, DE =B C= Lg AE =L3ggy—m+m) DB=Lgm—m)» AL = Lg(n+m) ten- dremos Da Lon TA > Logín-+m) . Las (y — (n — m)) (5) =£apín m)"Lag(g —(n+ my 0) L”g.n E L?, TP Lon — mm) . Ey (n + m) ..... (7) NUEVO PROCEDIMIENTO PARA EL CÁLCULO DE LOS LADOS Y APOTEMA DE LOS POLÍGONOS REGULARES. — Suponiendo una circunferencia dada dividida en 22 partes iguales, y de- signando los puntos de división con los números 0, 1, 2....., siendo el extremo del diámetro que pasa por el punto cero, ASS MAMAS O Es Lara C, -1, las cuerdas A0, Al, AAA A(g — 1) de la relación (4), resulta: IR ARO (8) Suponiendo sucesivamente en (8) (n = 0, p = 1), ten- dremos: Cap = Cp —2 E, (9) | Cna+a=Ca+1> Cs dia Ca ..... (10) y como las cuerdas C,, C¿_ , son suplementarias E, PET TSAR en (*) De estas relaciones se deducen fácilmente la transformación en producto de la suma ó diferencia de los senos ó cosenos; y que 1 T y — son respectivamente la cuarta proporcional á 1, (24.7), (24.11), — 675 — Haciendo en (10) C, = x=, como C, = 2, resulta para O A ): C.=2, C,=x, Cs = [12 2=x?— 2, €, =x* — 3x, A Ta a a a a A a a a aa O NAO A que son los lados de los polígonos regulares de géneros 2£, £, y en general, de aquellos cuyos géneros son diviso- rios de y y cuando se substituye x por el valor de la mayor raíz positiva de la ecuación C¿ = 0, que llamaremos argu- mental. Si la ecuación Cg = 0 no se puede resolver algebraica- mente, podremos hallar el argumento x en los casos que se conozcan los valores de los lados de alguno de los polígonos regulares de género submúltiplo de £, por ser éste la raíz común de las ecuaciones que resultan de igualar dichos va- lores á la expresión de las cuerdas que los representan, como veremos en los casos siguientes: TRIÁNGULO EQUILÁTERO Y EXÁGONO REGULAR. — Ten- dremos C¿ = 0, x(x? — 3) = 0; de donde x=L;.; =V3 (E “== E CUADRADO Y OCTÓGONO REGULAR. —Tendremos C, =0. 1* — 4x? + 2 =0, luego 2 a +V 2; de donde C,=Ls.s a al » C,=Ly =V2 EIA V2 NES: y 1, (24.1), (24.5), pues aproximadamente = = (4.1) + (3.1) y 1 —T=(G.1)— (4.1). E AA id A ai , ; di de - " $IYA, A a Br dd SA ANA A A ES — 676 — PENTÁGONO Y DECÁGONO REGULARES. — Tendremos C;, =0, xt— 5x?+ 5 =0, de donde y ME luego C=L,..=3V1042V5 » CL; 100 C=Lc..=3V10—2V/5 y C=Lo POLÍGONO DE GÉNERO 30, REGULAR. —Tendremos C,.=0; siendo esta ecuación de grado elevado, hallaremos la raíz común de las ecuaciones A =3V10 +=) que será: Ea da Es o o le (V3+V15+V10—2V5), luego C, =L;;. =Llv3 +V15+ Vio 2/5) C,= C22=Lw.= 7 (V30+ 6/5 +(V5—1)) C,=C2--2=Lw=-L(V30—6V5 +(V5+1)) Cs = Cf? —2 = Lio . y -(V5+1) (Vio+2V5+V15 —V3) e 4 — 671 — C= Lo 1= + (V3o + 6v5 —(V5 E 1) e Cu = Lis. A = (v3 Eo 15 Mr Ci, = 6 =2= Lio - A : ¿05 Ci = Lis - hiba ee vi) Ci, e L3o Ci (Vo ET 6V 5 7 (V5 + 1)) Si el polígono es de género 2” tendremos Cirre 0: ((12—2) —2) ..... — 2 =0; de donde siendo (n — 1) el número de radicales. POLÍGONO REGULAR DE GÉNERO 16 = 2*, — Tendremos 2=V2+V24V2 luego IV 2 2 0 o Mana Pre LA PAN ya? e NÓ O > Va Va. A C,= Li - 1 V2 q V2 le V2. Observación. — El teorema primero y sus consecuencias 018: nos permiten hallar fácilmente los lados de los polígonos de géneros 3,310,107 A, Si el extremo de un diámetro de la circunferencia dada es el vértice de un haz de cuerdas, el lugar geométrico de sus puntos medios es una circunferencia que tiene por diámetro el radio de la primera que pasa por el vértice del primer haz. Si las cuerdas del primer haz son los lados de los polígonos regulares de géneros 21, y y sus divisores, sus apotemas serán las cuerdas de otro haz de igual número de rayos de la circunferencia de radio mitad, cuyo subíndice sea el com- plemento á g del que corresponde á la cuerda que represen- ta al lado del polígono: es decir, que la apotema de un polí- gono, cuyo lado es la cuerda C,,, será la cuerda C¿_ , del haz en la circunferencia de radio mitad, y, por consiguiente, es - fácil su determinación. IL Fórmula reducida del perimetro y área aparentes de un poligono regular. POLÍGONO INSCRITO. — Suponiendo dividida la circunfe- Figura 2.? rencia (0) (fig 2.*) en £ partes iguales, representando el lado — 679 — de un polígono regular inscrito por los números que corres- ponden á su género y especie separados por un punto y puestos entre dos paréntesis, tendremos AC = (g. 1), ma LS LS 15 =—CD=(9.€), AB=CD=e, DCB=g 22428] g ésimas partes de la circunferencia. Siendo cíclico el cuadrilátero (maob), ab = e — 1, bh = 5 — (e — 1) g éimas partes de la circunferencia, ab, am son respectivamente el lado y semilado de los polígo- nos regulares semejantes inscrito y circunscrito á la circun- ferencia a0 (o) y de género y y especie e — 1, cuyas apo- temas son on = — bh => (ao(2g.(g—2(e — 1)))) y ao. pn 2 De la semejanza de los triángulos AmC, amb deducimos DE A + OL 1 WC ARA Zatiss Bon saor Ó bien Am. Í lio (L2-(e —2(e 00% de donde IES ia E) E O (12) (25. (8 721) El área de dicho polígono es igual al semiperímetro apa- rente por la apotema, y llamándola 44. +, resulta: 1. (8-D)Og(g—2e)) 25 Ve 16 Eo pues la apotema 40 = 5 DS = 5 (22. (9 — 2e)). Rey. Aca. Ciexcias.—IV.—Junio, 1906, — 0 POLÍGONO CIRCUNSCRITO. — El polígono regular circuns- crito, semejante al que hemos considerado, está inscrito en la circunferencia OE (0) (fig. 2.”), Ó sea 2 . (22 (g — 2e)) o); luego | (g.1) Po. e =24 14 % EEC REANS Y —2g (e-1) (15) g.e (2g . (g — 2e)) (Qg - (g — 2(€ — 1))) Si en las fórmulas (12, 13), (14, 15) hacemos sucesiva- g mente (g = 29, e =g —2€), (g=g, e = id e), ten- dremos: POLÍGONO REGULAR Inscrito. “a ) De género par: O CAS Pag(g—e2) = %8 (2g (2e + 1)) k y ABBA) (EE) 40-29 =E ag Qe 1) b) De género doblemente par: (2.1) =2 CO TA sh S (e.(e+1) CA AR MEE A =— g 8.4) 2 (g.(e + 1)) Circunscrito. a') De género par: E (29.1) "noo 2% a eg.Cern) Sa Qg.1D 200 E (E. REle+n) b') De género doblemente par: ñ (2.1) (H=) 2 EA (2.eMg.(e+ 1) (2-10 $ = 20 —— — CAT) — 681 — PENTADECÁGONO REGULAR Die =15 (15.1) Pr ay Aj 005.2) Pe E o a Pa. 00 5 e (1) -. 1 PE A (15.2) (15.7) 15 (15.1) 1 (15.2) (15.7) (15.1) (15.4) M2) (15.0) 24 (15.2) (15.7)? Y 1 (15.7) 5.) PO 1 as 1) 0 le (15.7) a (15.4) (157) 5.2 (5.4(5:10 POLÍGONO REGULAR DE GÉNERO 17.-- De 1S fórmulas ge- nerales y de las relaciones: (34.1) (17.8 =(17.1) , (384.3) (17.7) =(17.3) (34.5) (17.6) =(17.5) , (34.7) (17.5) =(17.7) (34.9) (17.4) =(17.8) , (34.11) (17.3) =(17.6) (34.13) (17.2) =(17.4) , (34.15) (17.1) =(17.2) resulta: Pins A RUTA) Ay -1 == 07.2) y 407.0 (17.2) Am. = : - (17.2) Ae 4 DO IS (17.4) O 497 CO | 2. (17.3) (17.4) Dir de 3 (17.1) (17.3) (17.. 6) ali e: CORA (17.4) (17.6) dy at A (17.8) o HN 17.07.9077) 2 (17.5) (178) Pi - 34 07.1)(7.5) Am. 1= Pi - Ar. s E ES: — 682 — AT OTAN OS) (17.7) 1 (47 DAT. 5) 2. (17.6) (17.7) 7.7= 34 (17.1) (17.6) (17.5) 17 (17.1) (17.3) (17.6) RAUL (17.1) (17.7) (17.3) ¿172 7 ..1)* (7.7). A UE EAS - 03 de un modo análogo determinaríamos los valores del perí- metro y área aparentes de los polígonos regulares de géne- ro 17 circunscrito, aplicando las fórmulas (14) (15). - Las fórmulas generales nos permiten demostrar sencilla- mente los teoremas que siguen: 1. La diferencia de los cuadrados de los lados de dos polígonos regulares es igual á la diferencia de los cuadrados suplementarios. conjugados. 2.” a)—La media geométrica del perímetro de un polígo- no regular convexo inscrito y del circunscrito de género do- ble, es igual al perímetro del polígono regular convexo ins- crito de género doble. b)—La media armónica de los perímetros de dos polígo- nos regulares semejantes, inscrito y circunscrito, es igual al perímetro del polígono regular convexo circunscrito de géne- ro doble. 3.” a)—El área de un polígono regular convexo inscrito de género par, es igual á la media proporcional de las áreas de los polígonos regulares convexos, inscrito y circunscrito, de género mitad. b)—El área de un polígono regular convexo circunscrito de género par, es igual á la media armónica de las áreas del polígono regular convexo, inscrito semejante y el circuns- crito de género mitad. 4. La diferencia de las áreas de dos polígonos regulares convexos semejantes, uno inscrito y otro circunscrito, es inscrito circunscrito de los lados de sus polígonos igual al área de un polígono regular convexo | en una circunferencia, cuyo diámetro sea el lado del polígono circunscrito regular convexo3.. ado. inscrito Como ejercicio demostraremos (3” — b): De las fórmulas (13, 15) resulta cn 1 1 Asc dere) > Ay: 72 2-0) A (22.1) EE y g.1 uE. 24 E a (g.1) o ole loto ». o. 1.1. o. «50 e por consiguiente, Az. , EE A?»g - 1, luego Y» Ahora bien, 1 2(2:10 A 1) 14242 |= g g (g | 3 6 A a (2.1) + (1) +(-2)= IA TS =>g a > ON e) De un modo análogo demostraríamos los demás. Figura 3.? Nota. La fórmula (12) del perímetro aparente de un po- : 2A7.1 É (*) También se puede deducir que E = E DE , 7] - 3 3 . 3 sd — 685 — lígono regular puede hallarse como sigue (fig. 3.*): Supon- gamos la circunferencia (0) dividida en £ partes iguales: AB=CD=(g.€) , CB=DE=(g2g.1) , mB=.mC; será el semilado aparente del polígono dado, NE=AN= (28 .(g —2e)) = £:20 (9.0) AE=(2.2e) ND=(2g .(g —2(e—1))); de la semejanza de los triángulos CmB, AmD resulta má mB AB dE CB.AB UNOS CA. ADIOB CB=-AD siendo N el punto medio de ÁNE del cuadrilátero cíclico (ADEN) resulta NE (AD + DE) = AE.ND, de donde AE.ND AD+DE=AD+ CB ==, UN ye PE luego aa, e e N.D. AE pero siendo AB(AN=nE)=R = — 695 — cum fascia marginali subcontinua. Meso-et metathorax sub- toti fusci, fascia centrali item bipartita et lateralibus amplic- ribus parum distinctis. Sternum pallidum. Abdomen fuscum, pilosum, pilis densis tenuibus medio- cribus albis, ad extremum abdominis fasciculo pilorum su- perne breviore ad decimum segmentum, inferne longiore, ad octavum, atro. Segmenta I-VI margine posteriore pallide annulato, annulo ad latera fusco interrupto; octavo latius pallide cincto, nono parum basi fusco, decimo subtoto pal- lido. Praeterea segmenta III-VII macula laterali subelliptica irregulari notata, in tertio et quarto ante tertium incipiente, in quinto ante quintum, in sexto prope basin, in septimo basilari, cum opposita in unum conjuncta. Alae elongatae, angustae, apice acutae; venis venulisque fusco-nigro et pallide maculatis; stigmate albo, parum visi- bili. Alae anteriores tribus quatuorve radialibus venulis inter originem sectoris et stigma fusco-marginatis; anastomosi rami cubiti externe, venulis discoidalibus seriatis utrinque, furca marginalium interne seu ad axillam marginatis. Alae posteriores nullis venis venulisve marginatis. Pedes mediocres, pallidi, femoribus anterioribus, exce- pta basi, totis fuscis, reliquis et tibiis fusco-punctatis; tarsis primo articulo tantum apice, reliquis totis atris, unguiculis fuscis. Calcaria tibiae anterioris primum tarsi articulum pa- rum, tibiae posterioris minime superantia. Long. corp., 18 mm.; alae ant., 195 mm.; posterioris, 185 mm.; antennarum, 5 mm. Dos ejemplares de La Laguna de Tenerife, cogidos el año 1905 por D. Anatael Cabrera. Conviene hacer notar algunas diferencias de esta especie con la nemausiensis Borkh., con la que tiene mucho pare- cido. : 1.? El tamaño es menor, siendo la longitud media del ne- mausiensis de 22 milímetros. 2. Las manchas abdominales de éste no se juntan en el Rey. Aca. Ciencias. —IV. —Junio, 1506. 47 CU séptimo segmento, y el octavo tiene también manchita la- teral. 3. Los palpos labiales son truncados en el nemausiensis y más obscuros en el último segmento, más gruesos en la base; los del canariensis más tenues, sobre todo en la base, y puntiagudos. . 4, Los tarsos son totalmente distintos; el quinto artejo es pálido en la base en el nemausiensis. -.5.% Este, además, ofrece una venación distinta; ninguna venilla radial está orillada de pardo. El pardo de las mismas es menos obscuro; en aquél tira á negro. , En el tamaño y dibujos se parece igualmente al M. micro- stenus Mac Lachlan, de Africa; mas lo blanco de sus tarsos y el carecer de venillas radiales orilladas de pardo, lo distin- guen al momento, 22. Uroleon caudatus Brau (fig. 3. y ERpolOdeN de las tibias anteriores tan largos como los tres primeros arte- jos de los tarsos. Estigma blanco limitado interiormente por manchita parda. Alas anteriores con dos manchas oblicuas, una marginal posterior y otra discoidal. Espacio marginal del ala anterior sin serie transversa de venillas desde el es- tigma hasta el ápice. Abdomen con el tercer segmento tres (9) 6 cuatro (JS ) veces más largo que el cuarto, y termi- nado en el Y por dos apéndices cilindráceos, vellosos, pa- ralelos. Gran Ganaria (Brauer, Museo de Viena), Costa de Tejina! (Cabrera), 5 de Septiembre de 1900, 23. Formicaleo catta Fabr. —Espolones de las tibias anteriores, tan largos como los cuatro primeros artejos de los tarsos. Alas anteriores con dos manchas oblicuas, una marginal posterior y otra discoidal. Espacio marginal del ala anterior con una serie de venillas desde el estigma al ápice. Canarias (Mac Lachlan, Brauer.) 24. Acanthaclisis sp.—Reticulación de las alas, man- chada de pardo y blanco Espolones de las tibias anteriores, — 697 — doblados en ángulo recto. Espacio costal de las alas, reticu- lado, constituyendo dos series de celdillas. Brauer cita una larva que presume ser de la A. baetica Rb. 25. Palpares hispanus Hag. — Grande, con alas salpi- cadas de muchas manchas pardas. Abdomen amarillo, con faja basilar parda en cada segmento. Canarias (Bory de St. Vincent, Essai, p. 369.) Cabe sospechar si se ha confundido con otra especie aná- loga.. FAMILIA Crisópidos. Antenas filiformes. Ojos dorados ó cobrizos en vida, par- dos ó lívidos en seco. Alas con dos series de venillas gradi- formes. Celdilla cubital típica del disco del ala anterior oval Ó trapezoidal. 26. Chrysopa vulgaris Schn. —Venas y venillas ente- ramente verdes. Celdilla cubital aislada, es decir, que la pri- mera venilla radial llega al procúbito más afuera de la celdi- lla cubital. Cara con mancha roja entre el ojo y la boca. Canarias (Webb et Berthelot), Las Palmas, Gran Canaria, 6 Diciembre (Mac Lachlan); Orotava, 15 Diciembre (Mac Lachlan); Santa Cruz de Tenerife, 27 Diciembre (Mac Lach- lan), Laguna! (Cabrera), Bajamar! (Cabrera), 20 de Mayo de 1901, Los Rodeos! (Cabrera), 30 de Agosto de 1905. 27. Chrysopa vulgaris Schn., var. microcephala Brau. — Algunas venillas costales, marcadas de negro en el punto de unión con la vena subcostal y otras del disco total- mente; una línea negra en la mejilla y otra en el borde del clípeo. Canarias (Mac Lachlan), Tenerife (Brauer). 28 Chrysopa flaviceps Brull. —Cabeza y primer ar- tejo de las antenas, amarillo; lo restante de éstas, negro; vértex con dos puntos negros detrás de las antenas, y otros seis más atrás en línea transversa. Estigma muy visible, ama- rillento rojizo. — 698 — Canarias (Brullé); Palma (Brauer); Laguna de Tenerife! (Cabrera), 1902, 1903. 29. Chrysopa subcostalis Mac Lachlan. — Verde 6 verde pálida. Ala anterior con la vena costal casi totalmente negra y una manchita parda en el ángulo posterior, donde el ramo de la vena axilar llega al margen. Canarias, Orotava, 15 Diciembre (Mac Lachlan); Santa Cruz, 27 y 28 Diciembre (Mac Lachlan); Laguna! (Cabre- ra), 1902, Bajamar! (Cabrera), Mayo y Junio de 1901. 30. Chrysopa atlantica Mac Lachlan. — Verde casi uniforme en las alas. Venillas gradiformes abundantes (7/8 en las alas anteriores). Una línea arqueada negra anterior en la base de las antenas y otras manchitas en la cabeza. Ab- domen con líneas transversas y laterales longitudinales ne- gras. Canarias, Aguamansa, Tenerife (Mac Lachlan, 16 Diciem- bre, Monte de las Mercedes! (Cabrera), 20 Diciembre 1904. 31. Chrysopa fortunata Mac Lachlan. — Verde. Ante- nas pálidas, con el primer artejo bulboso, marcado de una línea parda. Ala anterior con cuatro manchitas negras basi- lares: una junto á la base de la vena costal, otra en la base del radio, otra, á veces poco marcada, en el campo axilar (anal), y otra en el extremo del ramo de la vena axilar, que se dilata algún tanto. Canarias. Santa Cruz de las Palmas (Mac Lachlan) 29 Di- ciembre. FAMILIA Hemeróbidos. Pequeños. Sin estemas, con ojos grandes. Alas anchas, sin celdilla cubital típica, con venillas gradiformes; dos ó más sectores del radio. 32. Hemerobius humuli. L. —Ala anterior con tres sec- tores del radio, el tercero ahorquillado dos ó tres veces an- tes de la serie externa de venillas gradiformes. En el ala pos- terior la primera bifurcación del radio está antes de la bifur- ño ds AN — 699 — cación del procúbito (mediana). Cabeza y antenas amarillen- tas. Envergadura 15-17 mm. Con mucha duda citan Mac Lachlan y Brauer esta especie de Canarias. Orotava (Mac Lachlan), Pico de Taganana, Tenerife (Brauer). Es creíble la existencia de esta especie en las islas, dado que se encuentra en Europa y América. No lo he recibido. 33. Hemerobius cornutus.—sp. nov. (Fig. 4.). Mediocris, stramineus, fusco-punctatus. Caput stramineum, antennis longis, stramineis, primo ar- ticulo longo, linea fusca anteriore externa notato; palpis ma- xillaribus ultimo articulo inflato subeylindrico, fusco tenuiter tincto, subito acuminato. Prothorax marginibus lateralibus late fuscatis. Meso-et me- tathorax ad latera infuscati. Abdomen supra totum fuscum, infra stramineum pilosum, pilis stramineis. Pedes tibiis fusiformibus, unguiculis fuscis. Alae elongatae, apice subacutae, anteriores fusco et albo punctatae, posteriores hyalinae, stigmate fere insensibili. Alae anteriores subcosta straminea, reliquis venis fusco et albo punctatis, ad latera nubeculis fuscis pinnatis; radio qua- tuor sectoribus, primis tribus semel, quarto sexies ferme fur- cato, tertia furca cum subcosta venula fusca conjuncta; pro- cubitali (media auct.) cum radiali venula alba conjuncta juxta et ultra venulam subcubitalem fuscam longe ante sectorem primum; infra et ante hunc sectorem furcata, cum cubito ve- nula intense fusca conjuncta; cellula secunda cubitali (post- costali auct.) aperta; venulis gradatis octo in seriem in- terruptam, internis sex in seriem continuam externae subpa- rallelam, intense fuscis, fusco marginatis; margine externo et posteriore alternatim albo et fusco punctatis. Alae posteriores radio quater furcato, procubitali et cubitali ter, postcubitali ramo primo ante marginem incurvo, venu- lis inter eum et marginem alae et apicem axillaris albis. =— 0 Longit. corp. 5 mm.; alae ant. 8 mm.; post. 75 mm.; an- tenn. 55 mm. Tenerife, Bajamar, 24 de Febrero de 1904 (Cabrera). 34. Hemerobius sciopterus sp. nov. (Fig. 5.*). Minor, stramineus, fusco-tinctus. Caput stramineum, antennis longis, immaculatis, ad api- cem fuscescentibus; palpis maxillaribus ultimo articulo fusi- formi acuminato. Prothorax marginibus lateralibus fusco-rufis, hispidis. Meso-et metahorax medio straminei, ad latera fusco-rufi. Pedes longi, straminei, tibiis fusiformibus, unguiculis vix obscurioribus. Alae longae, stigmate vix sensibili, apice subacutae; pos- teriores hyalinae, anteriores fusco tenuiter punctatae. Alae anteriores venis fusco leviter punctatis; radio quatuor sectoribus, tribus primis bis, quarto quater furcatis, ad radi- cem puncto fusco clarius notatis, utrinque parum visibiliter fuscatis, hoc cum radio venula fusca ultra secundam furcam conjuncto; vena procubitali cum radio venula pallida inter venulam subcostalem fuscam et primum sectorem radii, sed prope illam, conjuncta; venae procubitalis ramo inferiore cum vena cubitali venula nigra juncto; secunda cellula cubi- tali aperta; margine externo et posteriore alternatim albo et fusco punctatis; venulis gradatis fuscis, tenuibus, haud fusco- marginatis, externis 7, internis 6, in seriem priori oblicuam dispositis. Alae inferiores nervis subincoloribus, levissime fuscatis; radio quater furcato, procubitali ter, cubitali quater aut am- plius; ramo postcubitalis ad anastomosin cum axillari (ad alae marginem) haud pallescente. Abdomen infra stramineum, supra maculare subtotum fu- sco-rufum, pilosum, pilis stramineis. Long. corp. 5 mm.; alae ant. 7 mm.; post. 6 mm.; an- tenn. 5 mm. 35. Sympherobius elegans Steph. — Alas posteriores — 701 — sin venillas, las anteriores con dos sectores del radio. Mem- brana de las mismas, pardas con muchas manchitas redon- das, blancas é hialinas. Venillas gradiformes */,. Envergadu- ra 10 mm. : Las Palmas, Gran Ganaria (Mac Lachlan), 6 Diciembre; Laguna! (Cabrera), 1904. | 36. Boriomyia nervosa Fabr.—Alas anteriores con cuatro sectores del radio, el primero enlazado con el procú- bito por una venilla, y la segunda celdilla cubital abierta. Ca- beza y tórax ocráceos, éste con faja negra lateral. Enverga- dura 20 mm. Canarias (Webb et Berthelot, Wollaston), Laguna! (Ca- brera), 1902. 37. Stenolomus (*) gen. nov. Similis Megalomo. Campus costalis basi parum ampliatus, vena recurrente spatium ovale oblongum relinquente. Quinque sectores radii. Venulae gradatae in ala anteriore parum numerosae, exter- nae non ultra novem. Venula conjungens radium cum procu- bito juxta et ultra venulam subcostalem. Cellula secunda cu- bitalis aperta. Stenolomus Cabrerai sp. nov. (Fig. 6.*). Stramineus, fusco-notatus. Caput stramineum, antennis concoloribus, articulo primo inflato, longo, reliquis brevibus, extremis fusco leviter tin- ctis; palpis maxillaribus articulo ultimo inflato, oblongo, api- ce subito angustato acuminato. Prothorax transversus, ante angulum posticum triangula- riter subito ampliatus, pilis fusco-rufis hispidus, marginibus lateralibus fusco limbatis. Meso-et metathorax similiter ad latera fusci. Abdomen inferne pallidum, superne fuscum, modice E sum, pilis pallidis. (*) De orevós, estrecho, — 702 — Pedes mediocres, pallidi, tibiis posterioribus fusiformibus, tarsis fortibus, obscurioribus. Alae elongatae, apice subacutae, stigmate rufescente, sen- sibili, venis venulisque fuscis. Alae anteriores venis pallidis crebre et intense fusco-pun- ctatis; quinque sectoribus radii basi latius fusco-punctatis, quatuor primis bis, quinto quater furcatis; venulis gradatis fusco-marginatis, serie externa bis interrupta, venulis ple- rumque 7, raro 8-9, serie interna 6 illi parallela, obliquis. Alae posteriores hyalinae, venis venulisque .unicoloribus fuscis, venulis gradatis intensius, serie externa 8 irregulari, interna 2, membrana ad apicem leviter umbrata. Longitudo corporis 6 mm.; alae ant. 8 mm.; poster. 7 mm.; amplitudo alae ant. 4 mm. Hab. Tenerife, Laguna! 1902, 1904, 27 de Marzo de 1905. Laguna, Geneto, 2 de Marzo de 1905; Laguna, Montaña de Guerra, 19 de Marzo de 1905. 38. Stenolomus scalaris sp. nov. (Fig. 7.*). Minor, stramineus, fusco-punctatus. Caput stramineum, antennis pallidioribus, occipite fusco- punctato. Prothorax ad medium dilatatus, marginibus late fusco- violaceis, fasciis in meso-et metathorace continuatis. Alae elongatae, apice subacutae, stigmate pallido, parum visibili. Alae anteriores venis pallidis fusco punctatis, ad membranam pinnato-umbratis; venulis gradatis fuscis, venis juxta eas similiter fuscis; serie externa 8, bis interrupta, se- rie interna 6, continua, illi parallela. Sectores radii quinque, quatuor primis ultra seriem gradatam externam semel bisve furcatis, quinto bis ante internam. Membrana hyalina, ad apicem leviter umbrata. Secunda cellula cubitalis aperta. Alae posteriores hyalinae, venis pallidis, venulis gradatis serie externa 9, interna 2, fuscis, externa arcuata irregular; venis fuscatis juxta series gradatas et ad axillam margi- nalium. — 703 — Pedes straminei, tibia postica fusiformi. Long. corp. 45 mm.; alae ant. 6'5 mm.; poster. 5'5 mm. Isla de La Palma, La Calderita, 16 Abril 1901. (Cabrera.) FAMILIA Coniopterígidos. Pequeñitos. Antenas largas, de muchos artejos. Alas re- cubiertas de escamitas. 39. Coniopteryx pulchella Mac. Lachlan. — Cuerpo pardo, antenas blanquecinas, de 33 segmentos. Alas seme- jantes, recubiertas de secreción blanca, con numerosos pun- tos grisáceos, 8-8 en la base de ambas, pequeños, 9 mayo- res en la mitad apical. Envergadura 6 mm. Montañas de Nordeste, Tenerife (Mac. Lachlan), 26 Di- ciembre. 40. Coniopteryx aleyrodiformis St.— Alas semejan- tes, salpicadas de blanco. En ambas los dos sectores radia- les están ahorquillados. Envergadura 6 mm. Laguna! (Cabrera), 1904. FAMILIA Sócidos. Pequeñitos. Antenas largas, de pocos artejos. Alas seme- jantes, las posteriores más pequeñas, con muy pocas veni- llas; algunas venas tortuosas; á veces alas rudimentarias Ó nulas. 41. Psocus personatus Hag.—Con manchas blancas en el vértex. Abdomen verdoso, con línea dorsal negra. Las Palmas, Gran Canaria, Aguamansa de Tenerife (Mac Lachlan). 42. Psocus longicornis Fabr.— Estigma aislado, ó sin venilla que lo una á la vena inferior. Celdilla discoidal cua- drangular, próximamente tan larga como ancha. Antenas más largas que las alas, éstas sin manchas. Abdomen ama- rillo, con líneas transversas negras. Laguna! (Cabrera), 1904. 43. Amphigerontia variegata Fabr.—Estigma aisla- do. Celdilla discoidal cuadrangular, doblemente más larga que ancha. Alas cuajadas de manchitas pardas. Envergadura 8 mm. Laguna! (Cabrera), 31 de Marzo de 1904, 44. Mesopsocus unipunctatus Miill.—Tarsos de tres artejos. Celdilla discoidal incompleta, ó abierta. Estigma pá- lido, venas parduscas. Envergadura 5 mm. Laguna! (Cabrera), 10 Noviembre 1904, Barranco Hondo! (Cabrera), 20 Diciembre 1901. 45. Caecilius Dalii Mac Lachlan. —Tarsos de dos ar- tejos. Celdilla discoidal incompleta ó abierta. Cabeza blan- quecina. Alas hialinas, con dos puntos negruzcos. Enverga- dura 6-7 mm. Las Palmas, Gran Canaria (Mac Lachlan), 30 Noviembre. FAMILIA Termitidos. Alas entre sí semejantes, sin venillas. Antenas monilifor- mes. Tarsos de cuatro artejos. 46. Termes lucifugus Rossi. —Sin vena subcostal. Cubital siempre distinta de la procubital (mediana) en am- bas alas. Cuerpo pardo, alas con reflejos purpúreos. Bajamar! (Cabrera), 20 de Junio de 1905. Especie de área muy extensa, TRICÓPTEROS Tarsos de cinco artejos. Alas con muy pocas venillas, sin serie de ellas en el espacio costal, bien guarnecidas de pe- los, á veces largos y abundantes que ocultan la venación. — 705 — FAMILIA Limnofílidos. Alas anteriores oblongas, con celdilla discoidal cerrada. Antenas tan largas como las alas. Fémures anteriores con una espina ó sin ella. 47. Mesophylax adspersus Ramb.; var. canariensis. Mac Lachlan.—Espolones 1, 3, 4, siendo el primero micros- cópico en el $, pero largo en la Y. Abdomen algo clavifor- me, pardo por encima, ocráceo por debajo. Alas anteriores salpicadas de pardo; vena procubital casi negra, interrumpi- da muy claramente en blanco por el iridio. Envergadura 22-25 mm. FAMILIA Leptocéridos. Alas estrechas y largas. Antenas muy delgadas, ya mucho más largas que las alas, teniendo las tibias posteriores dos espolones, Ó bien poco más largas y cuatro espolones en las tibias posteriores. 48. Oecetis canariensis Brau.— Alas anteriores ocrá- ceo obscuras con líneas pardas; la primera celdilla apical al- canza á la anastomosis. Alas posteriores hialinas. La celdilla de la quinta horquilla no pedunculada. Gran Canaria (Brauer). FAMILIA Hidropsíquidos. Alas oblongas. Palpos maxilares muy largos, de cinco ar- tejos en ambos sexos, el quinto muy largo y pluriarticulado á manera de látigo. Espolones 2 (6 3), 4, 4. 49. Tinodes canariensis Mac Lachlan. — Espolones 2, 4, 4. Ala anterior elíptica en el ápice. Ala posterior pe- queña, obtusa en el ápice. Celdilla discoidal cerrada en el ala anterior, abierta en la posterior. Antenas pardas anilladas de amarillo. Envergadura 11-13 mm. ET = San Mateo, Gran Canaria (Mac Lachlan), 11 Diciembre. Palma (Brauer). FAMILIA Hidroptilidos. Pequeñitos. Alas largas, lanceoladas, con densa pubescen- cia y fimbrias largas, especialmente en las posteriores. Ante- nas cortas, submoniliformes, no más cortas que las alas. Palpos de cinco artejos en los dos sexos, muy vellosos, los dos primeros muy cortos. 50. Stactobia atra Hag. — Alas anteriores mediana- mente agudas, las posteriores en forma de lanceta. Espolo- nes 1, 2, 4. Antenas negro-parduscas, con 18-19 artejos. Co- lor negruzco. Envergadura 5'5-7 mm. Teror, Gran Canaria (Mac Lachlan), 9 Diciembre. Palma (Brauer). 51. Además cita Mac Lachlan una Hydroptila nueva. NOTA ADICIONAL Recientemente he recibido de D. Elias Santos y Abreu, Director del Museo de Santa Cruz de la Palma, los siguien- tes Neurópteros, cuya localidad conviene consignar: Crocothemis erythrea Brull, Libelúlidos. Sympetrum Fonscolombel Sel., Idem. Orthetrum chrysostigma Burm., Idem. Myrmeleon alternans Brull, Mirmeleónidos. — distinguendus Ramb., Idem. Chrysopa vulgaris Schn., Crisópidos. — — var., microcephala Bran., Idem. — fortunata Mac Lachlan, Idem. N. B. La figura 2.? de la lámina está invertida. Revista de la R. A. de Ciencias Exuetas, Físicas y Naturales AROS Figura 1,* Myrmeleon canariensis Nav. Ala anterior AT AR SE S XQ z pS Figura 2.? Myrmeleon canariensis Nav. Protórax Uroleon caudatus SÍ Brau. Ala anterior Figura 4.* Hemerobius cornutus Nav. Figura 5.* Hemerobius sciopterus Nav. Figura 6.* Stenolomus Cabrerai Nav. Figura 7.? Stenolomus scalarís Nav. INDICE DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE 'TOMO Págs. Composición de la Academia en 1:2 de Enero de 1906. IM ASMIGOS: de UNIT... co 0 de A O Ai 5 A o 6 Académicos Corresponsales nacionales................. 7 Académicos Corresponsales extranjeroS........... .. y 9 Introducción á la Física matemática, por José Echegaray. 9, 125,-Z0£, 391, 411 y: T0 Formación natural de la hemoglobina, por José R. Carracido. . 33 Las disoluciones sólidas, por José Rodríguez Mourelo.. 42y 442 Aplicación de la composición de intensidades al cálculo gráfi- co de las vigas rectas, por Nicolás de Ugarte... 68, 194 y 303 Las terminaciones nerviosas sensitivas en las ventosas del pulpo común, por J. Madrid-Moren0........oooooooomoo... 99 Las nuevas doctrinas científicas (con motivo de una reciente publicación), por Ramón Llord y Gamb00..........oo.oo... 103 Congreso geológico internacional....c.o.0oooonoceso cocino sa 123 Estudio de síntesis mineral, por José Rodríguez Mourelo. 151 y 502 Nota sobre la tendencia al equilibrio molecular en el mundo Mineral, por:Salvador Calderón... iodo de 180 Datos para la monografía del ácido quercitánico, por José Ro- DA A A ..... 214y 636 Estudio químico geognóstico de algunos materiales volcánicos del golto de Nápoles, por Ramón Llord y Gambo0a......... 340 Estructura de las imágenes fotocrómicas de G. Lippmann, por A A A E A RA E pode 386 Sobre un sistema de notaciones y símbolos destinados á facili- tar la descripción de las máquinas, por Leonardo de Torres E O RS A 429 Principios fundamentales de la teoría de los vectores. —Crítica — 708 — de las acciones á distancia, por Blas Cabrera Felipe....... Nuevo método gráfico para la resolución de la ecuación de segundo grado; por LUIS TEOTIA..... co. 4 mos eno deal ADAN La fagocitosis, por el Rdo. P. Zacarías Martinez-Núñez, O. A.. Sobre el análisis rápido de los superfosfatos, por Mauricio Jac- quet, Guillermo Quintanilla y Francisco Arredondo...... vo Contribución á la teoría de los polígonos regulares, por Luis Catalá Jimeno Corso r.......................... 000.0... ....oo Catálogo descriptivo de los insectos neurópteros de las islas Canarias, por el Rdo. P. Longinos Navás, S. J............. A, DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN DE NonERO. > k 4 A MA XXVI.—Introducción á la Física matemática (continia? ción), por José EchegaraY. ..ooooooommmomo...o XXVII. —Datos para la monografía del ácido quercitánico (continuación), por José Rodríguez Mourelo... XX VIII.—Contribución á la teoría de los polígonos regula- A _res, por Luis Catald Jimeno.....ooeomoooreno XXIX.—Catálogo descriptivo de los insectos neurópteros , de las islas Canarias, por el Rdo. P. Longinos Ta - es Navds, S. J. A A A E TS > y A . y E LAS Nal A; La subscripción á esta REVISTA se hace por eohios completos ñ- de 500 á 600 páginas, al precio de 6 pesetas en España y6 francos > e en el extranjero, en la Secretaría de la Academia, cana, de Val de: verde, núm, 26, Madrid. ME . Precio de este cuaderno, 1,75 pesetas. FA q h $e AT PATA JS y E HUANOS 15.39 ; y JN a 3 o 4 . A ANN