LIBRARY OF PRINCETON

JUL 1 8 2003

THEOLOGICAL SEMINARY

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IRevista teológica

Publicación Trimestral de Teología y Homilética Luterana

Redactada por la Facultad del Seminario Concordia

Editor: Fr. LANGE

CONTENIDO:

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’A\< 20 1988

'^ÜOGICAL

l^ágina

Conferencia sobre la Doctrina de Perdón de los Pecados 1

La Teología Una ciencia particular .... 15

Publicado

por

La Junta Misionera de la Iglesia Evangélica Luterana Argentina

Homiléctica 22

Sabía Vd. ? 32

Bosquejos para Sermones 33

A A o 9

Segundo Trimestre * 1962

Nómero 34

IRepísta ^Teológica

Publicación Trimestral de Teología y Homilética Luterana. Redactada por la Facultad del Seminario Concordia.

Editor: Fr. Lange.

Núm. 34 Segundo Trimestre - 1962 Año 9

CONFERENCIA SOBRE LA DOCTRINA DEL PERDON DE LOS PECADOS

DICTADA POR EL PROF E. J. KELLER EN BOGOTA, COLOMBIA, 28 - 29 DE FEBRERO DE 1962

Iniciamos nuestro estudio de la doctrina del perdón de los pecados delineando el ambiente en el cual la discusión de esta materia cobraría sentido a la luz de la religión revelada en las Sagradas Escrituras. Hablamos entonces de una relación entre Dios y el hombre, entre el Creador y la criatura, entre el Reden- tor y el redimido, entre el Santificador y el santificado.

Al decir que hablamos de una relación entre Dios y el hom- bre, queremos indicar que carecería de sentido el hablar del pe- cado y del perdón de los pecados si nuestra atención se limitara a considerar sólo a uno de estos dos, o si prestáramos atención a cada uno por separado sin asociar mutuamente a ambos en las relaciones descritas por los tres artículos del Credo Apostólico.

Si hablamos solamente de Dios, no tendría sentido discu- rrir sobre el tema del perdón de los pecados: si hablamos sola- mente del hombre, tampoco tendría sentido hablar del perdón de los pecados. Es menester hablar de la relación entre Dios y el hombre al hablar del pecado y del perdón de los pecados.

La primera relación mencionada por el Credo Apostólico es la de Creador y criatura. Nos apoyamos en la exposición que Lutero dio del primer artículo del Credo al decir que en esa re- lación es Dios quien crea al hombre, quien le da vida, quien le expone una finalidad para su vida, o sea, quien le da la razón, y quien le provee todo lo necesario para que esa finalidad sea realizada.

En toda esta operación, por parte de Dios, la disposición divina para con el hombre es una disposición buena, la de amor, la de gracia: . . . “y todo esto lo hace por pura bondad y mise- ricordia paternales y divinas, sin que yo lo merezca ni sea digno

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de ello”. Por otro lado, esa criatura, en su relación para con Dios, ha de agradecerle y alabarle, servirle y obedecerle.

Esta relación entre el Creador y la criatura es perfecta y santa cuando se compaginan en su realización lo que Dios quie- re y lo que el hombre quiere, cuando las dos voluntades, la de Dios y la del hombre, en completa armonía, se llevan a cabo. Jesús, en el Jardín de Getsemaní, oró: “No se haga mi volun- tad, sino la tuya”. Donde existe esta compaginación de volun- tades, esa armonía, allí podemos hablar de una vida santa y perfecta por parte del hombre en cuanto la lleva a cabo y por parte de Dios también en cuanto él la lleva a cabo.

Toda la historia de la salvación del hombre nos revela que Dios lleva a cabo su voluntad para con la criatura que él hizo. La afirmación de que Dios es santo cobra sentido para nosotros los hombres al saber que Dios lleva a cabo su voluntad para con la criatura, la afirmación de que Dios es santo tendría para nosotros solamente un sentido teórico.

La misma historia de la salvación del hombre revela tam- bién que el hombre no lleva a cabo su parte de esta relación entre Creador y criatura. La voluntad del hombre dejó de ar- monizar con la voluntad de Dios, pues la criatura quiso intro- ducir para el estado de ser como Dios. Desde entonces el hombre trata de imponer su propia voluntad que se rebela con- tra la de Dios, y su relación para con Dios no es perfecta ni santa. Así la afirmación de que el hombre es pecador cobra sentido para nosotros al darnos cuenta de que el hombre insiste en hacer su propia voluntad humana en lugar de llevar a cabo la voluntad divina, pero si el hombre desistiera de imponer su propia voluntad e hiciera la divina, no habría motivo de hablar de pecado.

Podemos exponer esto en forma gráfica. Tenemos dos en- tidades: Dios y el hombre; o sea, el Creador y la criatura. Entre ambos hay una relación, establecida por Dios. Si esta relación se lleva a cabo, hablamos de santidad. Cuando, por otro lado, el hombre quiere establecer esta relación, indicando a Dios có- mo ella debe ser, hablamos de pecado.

Dios Hombre Hombre Dios

m

Entonces no asociamos el pecado con el mero hecho de que

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la criatura tenga un cuerpo físico de carne y huesos. Los ánge- les malos no tienen cuerpo físico, pero pecaron contra Dios. Cf. Jud. v. 6; II Ped. 2:4; 1 Juan 3:8. Por otro lado, Adán y Eva en el Paraíso, tenían cuerpos físicos y visibles, como tam- bién lo tenía Jesús, nacido de la virgen María, y éstos eran santos, sin pecado, pues guardaron entre y Dios la relación impuesta por Dios.

Tampoco asociamos el pecado con ciertas limitaciones a las capacidades del ser humano. Las fuerzas físicas del hombre se agotan y el hombre siente cansancio y se echa a dormir.

Tampoco asociamos el pecado con el comer (carne), el be- ber (vino) , o el respirar aire (contaminado) ; tampoco lo aso- ciamos con la unión sexual en el matrimonio, la concepción y el dar a luz un niño.

En otras palabras, el tener, el ejercer y el disfrutar del carác- ter y de las facultades humanas que Dios puso en el hombre no constituye el pecado.

Por otro lado, el no existir como espíritu (Dios es espíri- tu) , el carecer de omnipotencia, de omnisciencia, tampoco lo asociamos con el pecado. No decimos que el hombre es pecador por el hecho de que carece de las cualidades y propiedades par- ticulares de Dios. El Creador queda Creador, y la criatura queda criatura, y no hemos de pensar que el hombre ha de llegar a ser como Dios en el sentido de incorporarse las cualidades di- vinas.

Aquí cuadra una discusión sobre la comúnmente llamada cualidad divina de santidad. Traducimos de la revista “Chris- tianity Today”:

“El pecado desde el punto de vista bíblico, sin embargo, no depende completamente de la idea de ley, pues los escri- tores bíblicos apelan al santo carácter de Dios por ser la base de la ley. «Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios» (Lev. 19:2) es la presuposición constante. Fue la revelación del santo carácter de Dios (Is. 6:1-6) lo que hizo que Isaías reconociera su propia corrupción peca- minosa. Así es que el pecado no solamente es la transgre- sión de la ley divina, la cual es una expresión de la volun- tad de divina; sino que, en sentido más profundo, es la transgresión de la expresión del santo carácter de Dios. Es

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la corrupción de lo bueno (goodness) que el creador ori- ginalmente impartió a sus criaturas y, en especial, es la co- rrupción de lo divino (the godliness) con que Dios origi- nalmente dotó al hombre cuando lo creara en su propia imagen ... El pecado, entonces, se define al fin y al cabo como cualquier cosa en la criatura que no exprese o que esté contraria al santo carácter del creador”.1 Según esta exposición, “la expresión del santo carácter de Dios” sería “lo bueno” (the goodness), y en particular, “lo di- vino” (the godliness) que el Creador originalmente impartió a sus criaturas. Me parece que tendríamos que partir de esta base: el hombre, tal como Dios lo creó, era ser neutral, Dios le impartió la cualidad de bueno, o sea, le comunicó algo del ca- rácter de Dios. Que el hombre tenga en medida limitada una cualidad divina2 en su ser humano sería la imagen de Dios en la cual el hombre fue creado. Violar esa cualidad divina, sería el pecado.

Consideremos ahora otra cita, la cual traducimos de la re- vista Lutheran Quarterly:

“La mera aserción de que el hombre es una criatura no completa todo el cuadro bíblico del hombre. La Biblia pre- senta al hombre como creado en la imagen de Dios y la doctrina de imago Dei siempre ha de ser considerada en unión con el carácter humano de la criatura. ¿Cómo se in- terpreta esta imagen? De acuerdo con su intelectualismo, la teología medieval se inclinó hacia la opinión de que la ima- gen de Dios consistiera en la capacidad racional del hom- bre. En contraste con eso, las confesiones luteranas y espe-

1. Basic Christian Doctrine 16. The Nature and Origen of Sin. J. Oliver Buswell Jr., Dean of the Gradúate Faculty, Covenant College and Seminary, St. Louis, Mo.; Christianity Today, Vol. 23 (Aug. 28, 1961), p. 30, 31.

2 Creo que el término "divino” no corresponde al hombre creado, como era antes de la creación aunque era creado a la imagen de Dios y su volun- tad estaba en armonía con la voluntad de Dios. Queda en el estado de ino- cencia y también de la bienaventuranza eterna siempre la enorme diferencia entre creador y criatura y por eso esta diferencia no debe ser nivelada, debe ser reservado el término "divino” sólo a Dios.

Como la voluntad está manchada también el intelecto y los movimientos emocionales lo son. F. L.

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cialmente la Apología insistieron en que la palabra «ima- men de Dios» se interpretara en sentido religioso en lugar de entenderse en sentido moral o intelectual (Apología II, 18). La justicia que Dios exige, en primer término, es una justicia de la primera tabla, una justitia erga Deum (justi- cia para con Dios) , en lugar del cumplimiento de las pres- cripciones de la ley (Apoc. II, 16.17) ... Por el énfasis que ponen en el carácter religioso de la justicia original y la imagen de Dios, las confesiones luteranas interpretan el pecado también como fenómeno religioso más bien que fe- nómeno principalmente moral. Pero, al tratar de exponer esto, ellos tenían que habérselas con las definiciones tradi- cionales de pecado, usadas en la iglesia medieval. Según la teología medieval, el pecado consistía en carentia justitiae originalis y de concupiscentia, y ambos conceptos podían ser interpretados en sentido moral. Tal como sucedió en otras partes de la teología, así también en la definición del pecado, donde los reformadores usaron las definiciones co- rrientes en el siglo XVI, pero les dieron un sentido nuevo. Así, carentia justitiae originalis se interpretó como la inca- pacidad de entrar en una debida relación para con Dios, y concupiscentia llegó a ser sinónimo con la egocentricidad que se rebela contra Dios. Justitia originalis siempre es erga Deum (para con Dios) y peccatum origínale es siempre erga Deum (para con Dios) A

La relación entre Dios y el hombre puede ser considerada como relación religiosa y también como relación moral. En la relación religiosa Dios siempre queda Creador y el hombre siem- pre queda criatura. Cada uno tiene su voluntad, su espíritu, y éstos están en armonía. Siendo que son de un mismo parecer, de un mismo ánimo, no es necesario que haya entre Dios y el hombre una ley escrita en forma de mandamientos. Podemos decir que hay una relación inmediata, que los dos son uno. Jesús describe esta relación en su oración sacerdotal, al supli- car: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también

L The Doctrine of Man in the Lutheran Confessions. Jaroslav Pelikan, The Lutheran Quarterly, Yol. II (1950), p. 37. 38.

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ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que me enviaste, y que los has amado a ellos como también a me has amado” (Juan 17:20-23).

En la relación moral, está entre Dios y el hombre la ley, impuesta por Dios para gobernar al hombre, ya que la voluntad del hombre ya no armoniza con la voluntad de Dios. Hay un desacuerdo entre estas dos voluntades. No son una, sino son dos distintas voluntades en su parecer y querer. La relación entre el Creador y la criatura es mediata, mediante la ley. Cuan- do la voluntad humana quiere tener contacto con la voluntad divina, tiene que someterse a la ley que exige conformidad.

Relación religiosa: Relación moral:

V = Voluntad D : Dios

H = Hombre

Cuando hablamos de pecado, hemos de partir de esa rela- ción religiosa. Cuando la voluntad humana ya no corre para- lela con la voluntad divina, cuando se separa, cuando en su querer es distinta de la divina, entonces hay pecado. El hom- bre que tiene esta voluntad propia y distinta de la voluntad di- vina es pecador y, separado así de Dios, el hombre está sujeto a la muerte.

¿Cómo puede el hombre saber que su propia voluntad ya es distinta de la voluntad divina? Dios revela al hombre la ley divina. Esta ley dice al hombre cómo debe ser, qué debe hacer y qué debe dejar de hacer.1 A la luz de esta ley, el hombre tiene que confesar que él no es como debe ser, que no hace lo que debe hacer, y que en cambio hace lo que no debe hacer. De esta manera, o sea, mediante la ley, Dios enseña al hombre que él, el hombre es pecador.

El hombre puede contemplar sus propias obras, fruto de su propia voluntad, y puede comparar todas éstas con las obras del

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D

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- Ley -

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1 Catecismo Menor del Dr. Martín Lutero, Concordia Publishing House, St. Louis, Mo„ 1961, p. 42.

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Espíritu, fruto de la voluntad divina, y también puede recono- cer y darse cuenta de que hay una diferencia entre las dos. ¿Por qué hay esta diferencia? Las obras son productos de la volun- tad y cuando hay dos voluntades distintas, habrá obras distin- tas. Por tener una voluntad distinta de la divina, el hombre es pecador. Esta voluntad distinta producirá sus propios “pen- samientos, palabras y obras”. Es preciso notar que los pensa- mientos, palabras y obras no producen la voluntad, sino que la voluntad produce aquéllos. Se puede citar a Lutero a este efec- to: "No somos pecadores porque hemos pecado, sino que peca- mos porque somos pecadores”.

Cuando Jesús discurrió sobre lo que contamina al hombre, dijo: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale: y esto con- tamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensa- mientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mat. 15:19). El corazón1 unido con Dios, produce las obras buenas; el co- razón separado de Dios, produce las obras malas. Estar unido con Dios significa “ser guiado por el Espíritu Santo”: estar separado de Dios significa “satisfacer el deseo de la carne”. San Pablo habla de los frutos de la carne y del Espíritu en Gál. 5:19-23.

San Juan en su primera epístola nos enseña que el que hace el pecado es del diablo (3:8), porque el diablo peca desde el principio. El diablo está apartado de Dios. Tentó a los pri- meros padres para que se apartasen también de Dios. Ellos lo hicieron, llevando a cabo esa separación mediante la desobedien- cia. Con su voluntad en desacuerdo con la voluntad divina, ellos hacen las obras de la carne, y están sujetos a la ley. Son pecadores y pecan.

San Juan, en la misma epístola, nos enseña que el que es nacido de Dios, no peca (o no practica el pecado), porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. El que es nacido de Dios tiene el Espíritu y

1 La voz corazón se usa en las Escrituras para designar la sede de la vida o de la fuerza. De ahí que significa mente, alma, espíritu, o sea toda su naturaleza emocional y entendimiento. También se usa para designar el centro o lo interno de una cosa. Cruden’s Complete Concordance, Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan, 1949, ad hoc.

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hace las obras del Espíritu. San Pablo dice: “Así que, herma- nos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos confor- me a la carne, porque si vivís conforme a la carne, moriréis: mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, vivi- réis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios’’ (Rom. 8:12-14).

Proponemos el siguiente desarrollo: Cuando el Espíritu de Dios está unido con el espíritu del hombre, o sea, cuando con la voluntad divina está compaginada la voluntad humana, v de allí salen las obras del Espíritu, las obras buenas, entonces no hay pecado.

En la exposición del segundo artículo del Credo Apostólico, Lutero dice: “Creo que Jesucristo . . me ha redimido a mí, hombre perdido y condenado, y me ha rescatado y librado de todos mis pecados, de la muerte y del poder del diablo. . todo lo cual hizo para que yo sea suyo y viva bajo Él en su reino, y le sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas”. Aquí tenemos expuesta la relación que rige entre el Redentor y el re- dimido. Otra vez, es Dios quien establece esta relación y quien dice cómo ha de ser. Dios toma al hombre pecador y lo redi- me, sin consultar de antemano con el pecador si éste quiere ser o no redimido. Dijo San Pablo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Dios estaba en Cristo reconcilian- do al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus peca- dos” (2 Cor. 5:19). Dios estableció esta relación “para que yo sea suyo y viva bajo Él en su reino”. En esta relación entre el Redentor y el redimido hay vida perfecta y santa cuando se compaginan las voluntades de Dios y la del hombre, cuando en completa armonía esas voluntades confundidas en una se llevan a cabo.

¿Cómo se establece esa relación perfecta y santa en los casos donde no existiera? La exposición del tercer artículo del Credo habla de esto. “Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo . . sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el Evangelio, me ha iluminado con sus dones y me ha santificado y guardado me- diante la verdadera fe”.

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Se establece la relación que une al hombre con Dios me- diante el fenómeno que llamamos la fe que salva, o el creer el Evangelio. La fe une, porque la fe toma lo que Dios da. Dios comunica al hombre la palabra de reconciliación, la palabra del perdón de los pecados, y la fe echa mano de este perdón, de esta reconciliación, estableciendo así la paz. La voluntad del hombre ya no es enemiga de Dios sino que es amiga. Nueva- mente se armonizan las voluntades, y donde sucede esto, allí existe esa relación perfecta y santa.

Trazamos ahora esta línea: La voluntad divina, mediante la fe, domina la voluntad humana, que pone en práctica, me- diante la razón, las obras que Dios estableció para que andu- viéramos en ellas.

Otra línea de acción sería esta: La voluntad divina, donde falta la fe, está separada de la voluntad humana, la cual de manera independiente y con sus recursos limitados, pone en práctica, mediante la razón, las obras de la carne.

Queremos ahora poner nuestra atención en esa facultad que llamamos la razón. La razón funciona en obediencia al ayo o maestro que tenga. Cuando el ayo es la voluntad de Dios, uni- da con nuestra voluntad mediante la fe, la razón ejecuta la orden de lo deseado de la manera y en el modo que sea lo más lógico, prudente y conveniente para realizar el fruto, el fin, el propósito de aquella orden. Actualmente estamos en el Nuevo Pacto y la finalidad del Nuevo Pacto es la de hacer discípulos de Cristo. La ley nos sirve en cuanto nos enseña cómo proceder en llevar a cabo esa tarea. La ley gobierna nuestra mente, nues- tra razón, porque ella es la que ejecuta nuestro hablar, nuestro escuchar, nuestro hacer.

Combinamos ahora esos pasos, a saber: Lo que quiere la voluntad, lo que hace la mente, y lo que resulta como produc- to. El Espíritu guía la voluntad: los mandamientos rigen la razón; y la finalidad del Pacto, el hacer discípulos, sería el pro- ducto. Esta combinación puede existir en el creyente y donde esa relación se lleva a cabo, no hablamos de pecado. La misma combinación no puede existir en el incrédulo, pues allí falta la fe que une la voluntad humana con la divina, y donde no hay esa relación como debe ser ‘'pam con Dios, allí hablamos de pecado.

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El creyente, entonces, estudia la ley para saber cómo proce- der. También estudia distintos casos de la administración apos- tólica para discernir los principios aplicados por los apóstoles y sus ayudantes, y de ahí saber qué hacer en el caso actual. Entre estas aplicaciones encontramos, a través de la historia de la igle- sia, una gran variedad de procedimientos. Uno diría que debe- mos practicar la imposición de manos como lo hicieron los após- toles: que debemos hablar en lenguas y hacer milagros como su- cedió entre los creyentes primitivos: que debemos exigir a las señoras que se cubran la cabeza, como lo exigió San Pablo.

Luego nos acordamos otra vez de la finalidad del Nuevo Pacto, a saber, la de hacer discípulos de Cristo. La ley nos sir- ve a nosotros los creyentes para gobernar nuestro proceder para con el prójimo, a quien queremos convertir en discípulos.

En este proceder nos podemos equivocar, tanto en hacer lo que no debemos hacer como en no hacer lo que debemos hacer. Si usamos el ejemplo del médico que receta tratamiento y régi- men para el paciente, podemos decir que el médico también se puede equivocar. Por haber interpretado mal los síntomas, el médico dio sus indicaciones para curar la pulmonía, pero el pa- ciente sufría de tuberculosis. No había una relación correcta entre el medio usado para curar y la finalidad o enfermedad que debía ser tratada. Si nuestro paciente fuera un pecador arre- pentido, disgustado con la inmoralidad actual, no lo podemos convertir en creyente recetándole otro sistema de moral al cual debe someterse. Nos equivocamos, no porque la ley nueva fue- ra cosa mala, sino porque no era la medicina correcta para lo- grar nuestro fin. Nos equivocamos en la aplicación.

Tomamos ahora un ejemplo específico de entre los manda- mientos. Jesús dijo (Mat. 5:21 ss.) “Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás; y cualquiera que matare será culpa- ble de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje con- tra su hermano, será culpable de juicio: y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio: y cualquie- ra que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”.

En sentido moral, sería pecado matar al prójimo, como tam- bién el haberlo odiado y despreciado. Pero en el sentido reli- gioso, sería pecado no haberlo tratado como persona a quien queremos convertir en discípulo de Cristo.

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De las malas aplicaciones que hemos hecho, nos arrepenti- mos, y nos arrepentimos de ellas porque el persistir en la mala aplicación nos llevaría lejos de la finalidad que queremos alcan- zar. Por otro lado, si hemos perdido de vista la finalidad que hemos de alcanzar, la obediencia completa y perfecta a la ley o al sistema moral, no nos ayudaría, porque se habrá perdido la relación entre nosotros y el paciente, sustituyéndose a éste por la ley.

El perdón del pecado tiene que habérselas, entonces, con el relacionar correctamente entre a Dios, a nosotros, y al pró- jimo. Se comunica el perdón de los pecados mediante la pala- bra del Evangelio y los sacramentos. El provecho de esa co- municación sacramental (que viene de Dios) es nuestro me- diante la fe, o sea, mediante el fenómeno por el cual nosotros tomamos (recibimos, aceptamos) lo que Dios nos da.

El Evangelio y los sacramentos nos colocan en la correcta relación para con Dios. Si partimos ahora del bautismo de pár- vulos y si decimos que Dios mediante el bautismo confiere el perdón de los pecados al bautizado, entonces, hablamos del fe- nómeno de la regeneración, es decir, de que Dios hace que la voluntad del niño esté en armonía con la voluntad divina, o como lo dirían los dogmáticos, Dios hace que el corazón invo- luntario se convierta en corazón voluntario.

Por causa de la inactividad intelectual del niño recién na- cido, en cuanto a obedecer o desobedecer la ley, los que hablan del pecado solamente en el sentido moral, no pueden encontrar en ese niño pecado que perdonar, ya que no fue cometido to- davía. Por otro lado, los que entienden el pecado como lo hemos descrito en este ensayo, es decir, en el sentido religioso, saben que al nacer la criautra, ya es pecadora, y por eso tiene que nacer de nuevo, o sea, disfrutar del perdón.

No queremos tratar de analizar lo que sucede en el corazón del hombre, sea niño o fuere adulto, cuando el Evangelio, apli- cado mediante el bautismo, llega a penetrar su ser, cambiándolo y convirtiéndolo. Sin embargo, decimos que esta operación es por la fe, y la presencia y la actividad de la fe las atribuimos también a Dios, el Espíritu Santo, obrando mediante la misma palabra del Evangelio. Notamos esto en la exposición del ter- cer artículo del Credo Apostólico.

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Si comparamos la palabra del Evangelio a una semilla plan- tada en el corazón (Mat. 13:19), podemos decir que la pala- bra lleva consigo misma el poder de la vida nueva (Juan 1:12), convirtiendo al que no era hijo de Dios en hijo de Dios. Cuan- do Jesús oró de que “todos sean uno, como tú, oh Padre, en y yo en ti”, dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en por la palabra de ellos” (Juan 17:20).

La palabra de Dios, Cristo el Verbo, es el mediador entre Dios y el hombre, y este mediador une. No es como la ley que separa, sino que une con Dios en cuanto “crea en . . un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí’’ (Sal. 51:10). San Pedro dijo a los lectores de su primera epístola que Dios . . “nos hibo renacer’’ (1:3) . .“no de simiente co-

rruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (2:23).

El Evangelio une con Dios porque da al hombre lo que éste no tenía. Además de darle lo que no tenía, le proporciona también la facultad de fe con que toma y hace uso de lo rega- lado por Dios. Podemos expresar esto también de esta manera: Dios nos envía el Espíritu Santo y éste hace morada en nosotros, y sabemos que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8:14).

La unión con Dios no la describimos como una relación física, pues Dios no tiene cuerpo físico: tampoco la describimos como una unión intelectual, pues afirmamos que el diablo tam- bién sabe que Dios existe pero no está unido con Dios; sino que la describimos como una unión de voluntades o de espíri- tus, pero no en cuanto el hombre haya alcanzado a Dios, sino en cuanto Dios haya alcanzado al hombre.

El perdón del pecado, en sentido religioso, entonces, es una acción sacramental, por la cual Dios, mediante el Evangelio, armoniza la voluntad humana con la divina, en una relación inmediata, es decir, sin que la ley intervenga como medianero.

Citamos nuevamente a San Juan: “todo aquel que es naci- do de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él: y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano,

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no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros” 1 Juan 3:9-10).

De acuerdo con estas palabras, entendemos que la relación de "una misma voluntad” no ha de existir solamente entre Dios y cierta persona en particular, sino que ha de existir también entre esta persona particular y el prójimo, entre y mi her- mano. Podemos expresarlo de esta manera: La voluntad de Dios para conmigo es también mi voluntad, y la voluntad de Dios para con el prójimo es también la mía para con el prójimo.

San Pablo nos da esta exhortación: “Sed, pues inmitadores de Dios como hijos amados y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a mismo por nosotros . (Efe. 5:1.2).

De las muchas exhortaciones que leemos en la Biblia en cuanto al ejercicio de esta nueva relación, de esta vida nueva y santa, ese “ser santos” y “no pecar”, deducimos que es posible al hombre renacido volver a poner en práctica la dirección que proviene del viejo hombre, o sea, los deseos de la carne, del régimen actual de este mundo. Dice San Pablo: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos y renovaos en el espí- ritu de vuestra mente, y vestios del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Efe. 4:22-24).

El unirnos nuevamente con Cristo puede suceder también al participar de la Santa Cena. “La copa de bendición que ben- decimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1 Cor. 10:16). El comulgante creyente al participar nuevamente de la Santa Cena, se identifica como partidario de Cristo. Aquí se baila otra vez una acción sacramental. Mediante los elemen- tos visibles de Dios establece una unión con nosotros. Esta unión no es una unión física, realizada mediante la transubs- tanciación de los elementos pan y vino; tampoco es una unión “espiritual” creada por nuestro intelecto, sino que es una unión sacramental que Dios realmente establece y de la cual sacamos provecho mediante la fe, pues “todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Cor. 11:26).

El perdón de los pecados se administra también mediante la Confesión y la Absolución. “Si decimos que no tenemos peca-

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do, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:5-10). En el capítulo 20 de su evangelio, San Juan dice: ‘‘El Señor sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pe- cados, les son remitidos: y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”. En la exposición del Catecismo publicado por el Sínodo de Misurí llamamos a esto el oficio de las llaves, y de- cimos que es “un poder espiritual que Cristo ha dado a su Igle- sia en la tierra y a cada congregación local en particular” . . “de perdonar los pecados a los penitentes y de retener los pecados a los impenitentes mientras no se arrepientan” (p. 159).

El sentido religioso de ser persona perdonada, por un lado, y de ser persona no perdonada, por otro lado, se pone de ma- nifiesto cuando la práctica de la Confesión y Absolución se aso- cia con la disciplina eclesiástica. Según la Exposición en el ca- tecismo: ‘‘Cuando los ministros de Cristo, por el mandato di- vino, excluyen a los pecadores manifiestos e impenitentes de la congregación cristiana (estar separado de los demás en el cuerpo de Cristo incluye el estar separado de Cristo), y cuando absuel- ven a lps que se arrepienten y prometen enmendarse (estar uni- do con los demás en el cuerpo de Cristo incluye el estar unido con Cristo), es igualmente tan válido y cierto, también en el cielo, como si nuestro Señor Jesucristo mismo tratase con nos- otros” (p. 162,22).

|En conclusión: Para ilustrar el perdón de los pecados nos valemos de la siguiente ilustración: En casa hay dos fuentes de donde se puede sacar agua. Una es un manantial y está a unos pasos cuesta arriba. La otra es un pozo semisurgente a unos pasos cuesta abajo. Al tomar el agua pura del manantial, no se comunica mediante ella enfermedad alguna a los de la fami- lia, pero al tomar el agua contaminada del pozo, se enferman los de la familia repetidas veces, padeciendo de fiebre y dolores de distintas clases. Se puede tratar cada dolor por separado, pero mientras se cura al paciente de un mal, aparece luego otro mal, hasta que al fin se obliga a todos los de la familia a que tomen solamente el agua pura del manantial cuesta arriba. Cf. Rom. 8:1-17.

Teología Una ciencia

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LA TEOLOGIA UNA CIENCIA PARTICULAR

Alocución de apertura en el Seminario Concordia, 14 de marzo de 1962

Otra vez comenzamos en el Seminario Concordia un nuevo año lectivo. Las vacaciones han terminado, los estudiantes han regresado para dedicarse con un nuevo impulso al estudio, y además ingresó una clase nueva a la que damos la bienvenida deseándoles que no tengan muchas dificultades en su vida en esta casa de estudios, que pronto la consideren como su hogar, que encuentren buenos compañeros. Igualmente deseo que para todos los que forman la familia del Seminario, al que Dios se- gún sus inescrutables designios quitó al fin del año pasado un miembro querido y valioso, gocen en este año de muchos fru- tos espirituales de modo que el Seminario pueda trabajar sin obstáculos y cumplir con sus altos fines para que fue establecido.

Para el éxito que anhelamos para este año y que depende de la bendición de Dios es de suma importancia saber cuál será el espíritu que rige nuestra actitud, la posición nuestra con que nosotros, profesores y estudiantes, nos enfrentamos con los pro- blemas de los próximos meses.

Queremos estudiar teología o prepararnos para hacernos teó- logos. Reconocemos que la teología es una ciencia, pero en muchos sentidos una ciencia diferente de otras, es una ciencia práctica, donde no se estudia por el estudio sino para servir a la iglesia cristiana. Se trata de una ciencia cristiana. Para acla- rar qué es la verdadera ciencia de la cristiandad, nos fijamos en la palabra de San Pablo, escrita en el capítulo 3 de su epístola a los Efesios, vers. 18 y 19: “Para que seáis plenamente capa- ces de comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento”.

Este texto nos demuestra que la ciencia cristiana es, 1) una mano extendida, 2) un oído que escucha y, 3) un ojo que ve.

Nos imaginamos a un niño que extiende su mano para aga- rrar una manzana o un durazno de un árbol, pero la rama del árbol escapa de la mano débil del niño, o el brazo es demasiado corto y el fruto queda inalcanzable. San Pablo compara la obra de la iglesia con la manera de extender la mano para tomar

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algo muy atractivo y dulce, sabiendo sin embargo que este acto de extender la mano es algo difícil, que exige mucha fuerza y muchos esfuerzos. Pero cuanto más difícil, tanto- más impor- tante le es. San Pablo se arrodilla en su cárcel, tal vez una cár- cel fría y oscura. Se oyen los ruidos de las cadenas en sus manos y sus pies, cuando él dobla sus rodillas. Pero esta música fea está cubierta por la melodía de su alma y desde la soledad y oscuridad de su prisión su corazón se eleva a aquel de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra. Se acuer- da de sus amigos lejanos. Sus ruegos no dan expresión a deseos exteriores y terrenales, antes bien, suplica que sus amigos sean fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu de Dios, y que habite Cristo por la fe en los corazones de ellos; tal es la oración en que se concentra su alma. De grado en grado se eleva su oración. Finalmente parece que le faltan pa- labras para describir lo más alto y más sublime cuando se re- fiere a las riquezas de la verdad y de la gracia de Dios rogando que ellos, sus amigos, sean hechos capaces, que consigan la fuer- za de captar. Y si preguntamos qué será la cosa que debieran captar, agarrar, aparentemente puede sólo insinuar balbuceando lo que conmueve su corazón, porque dice “que seáis capaces de comprender cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”.

San Pablo fue sin dudas uno de los pensadores más pro- fundos y no sabemos de otro hombre que haya dado tanto im- pulso al trabajo científico de la humanidad como él. Pero al oír estas palabras nos damos cuenta de que todo pensar verda- dero siempre es humilde. Siempre que Pablo habla de Dios, lo hace con una comprensión plena de la gran distancia entre el Señor del cielo y de la tierra y nosotros que no somos más que un pedacito de polvo en su mano. Un santo respeto es lo pri- mero que corresponde al hombre cuando se acerca al Padre de los espíritus. Dios rechaza radicalmente todo orgullo que quie- re ser maestro de Dios y por eso es un veneno mortal la vani- dad humana en sus ideas sobre Dios, toda presunción en la teología. Si pensamos solamente en nosotros al hablar de Dios, lo tratamos como si estuviera en el mismo nivel que nosotros, y como si él tendría que servir a nosotros. De tales alturas vanidosas nos echa abajo sin miramientos la oración de San

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Pablo. Sólo desde lo profundo podemos extender la mano a aquel que está arriba, y solamente si nos consideramos muy pe- queños e insignificantes, podemos recibir la fuerza para exten- der la mano hacia la verdad de Dios y captarla. No es el resul- tado natural de nuestras ideas inteligentes, sino que es un mi- lagro si nuestra mano que se extiende hacia arriba, realmente puede captar algo. Por eso todo pensamiento fructífero es im- posible sin la oración seria. Pero ¡cuántas veces ocurre que con las cosas grandes o pequeñas de la vida diaria, por enfermedades o por otras causas y problemas de la vida diaria, nos dirigimos a Dios, pero con los problemas de la teología, de las verdades sobre Dios y el camino a Dios, nos imaginamos que podremos entendernos con la capacidad de nuestra propia inteligencia, co- mo si en este campo ya no necesitásemos la ayuda de Dios! Ojalá que nosotros, en este seminario nunca olvidemos exten- der nuestra mano vacía desde lo profundo de nuestras dudas, de nuestra incapacidad, de nuestra incertidumbre, de todos nues- tros problemas hacia Dios invocándole que nos ayude, que nos ideas correctas para que podamos comprender mejor que antes.

Realmente se trata de las cosas más importantes. San Pablo no las especifica, no nos da detalles, sino que procede como al- guien que quiere demostrarnos un palacio maravilloso y que se coloca a cierta distancia para señalar con movimientos de su mano las enormes medidas del edificio: Ved, cuán ancho, cuán largo, cuán profundo, cuán alto es! Cuanto más el apóstol ha contemplado el propósito de la gracia de Dios y los grandes hechos de su amor, tanto más inmensos le parecen ser los pode- res y efectos que aquí se hacen evidentes. Ved, dice, cuán enor- me es la diferencia. Todo lo terrenal es terriblemente estrecho, tanto que el hombre no puede vivir en ello para siempr. Pero lo que proviene de Dios, es ancho. Todo lo terrenal es corto, y se llega al fin muy pronto después de haber emprendido el camino. Pero lo que proviene de Dios es largo y desemboca en la eternidad. Todo lo humano es superficial, pero donde actúa Dios, se va a lo profundo. Lo que es humano es bajo, pero donde Dios se revela, todo es alto. Si queremos resolver los problemas de la vida y encontrar el camino a la verdad y la paz, debemos mirar hacia arriba y llenar nuestra alma con la anchura y profundidad de Dios. Aquel que quiere formarse

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ideas claras y correctas debe unir a la oración humilde la firme confianza que valientemente se extiende hacia las más grandes cosas de Dios, y sólo entonces la ciencia es sana si dice: Yo quiero comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de la verdad y gracia de mi Señor.

Para esto necesitamos no sólo la mano que se extiende, sino también el oído que escucha. Los hombres sordos son entre los seres desdichados aquellos a quienes con toda razón más com- padecemos. El mundo les queda en gran parte cerrado. Como no pueden captar los sonidos de alegría y dolor, sonidos tier- nos o ásperos, fácilmente se hacen hombres solitarios y aislados. San Pablo conoce los peligros que resultan del pensamiento so- litario, especialmente peligros para aquellos que meditan sobre cosas divinas pero se mantienen aislados de los demás. No ne- gamos que es un gran beneficio si por cierto tiempo gozamos de la tranquilidad y soledad para estar solos con Dios y también nuestros estudiantes necesitan tal tranquilidad para poder con- centrarse y para no distraerse. El mundo y con él igualmente los jóvenes no precisan tanto distraerse y divertirse sino más bien concentrarse. Por otra parte, el aislamiento religioso siem- pre ha dado motivo a aberraciones raras y hasta ridiculas. El cristianismo debe vivir en la comunidad. Por eso San Pablo ruega que los cristianos sean capaces de comprender “con todos los santos”.

Al oír esta oración apostólica de que seamos capaces de com- prender con todos los santos nos figuramos este inmenso coro de todos aquellos que al correr de los siglos han oído el mensa- je divino y lo han transmitido a sus contemporáneos. Ya han entrado en la gloria, pero por sus obras, sus escritos, sus com- posiciones todavía nos hablan. Su lenguaje puede parecemos un poco extraño, porque la distancia de tantos siglos que nos se- para, no se supera tan fácilmente. Pero si realmente nos empe- ñamos y nos interesamos por lo que los santos de Dios tienen que decirnos, entonces nos hablan de modo tal que podemos comprenderlos. Los apóstoles mismos son los primeros de estos santos. Es variado y sin embargo unísono el concierto de este coro, y oyéndolos más detenidamente comprendemos algo de las riquezas que han recibido de Dios y al mismo tiempo nos da- mos cuenta de que con toda la ciencia del siglo XX somos unos

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pobres ignorantes frente a Mateo o Juan o Pablo. Después oímos las voces de otros santos que no están en un mismo nivel con los ya mencionados, porque ya no son inspirados, pero que también pertenecen al grupo de “todos los santos” junto con los cuales queremos comprender, a saber las voces de Clemente, Ignacio, Policarpo, Tertuliano, Jerónimo, que dan testimonio de los tiempos del martirio para la Iglesia. Entre los grandes maestros están San Agustín. Pronto vienen otros que mezclan la verdad con ideas extrañas que no concuerdan con las voces puras del evangelio. Sólo lo genuino y auténtico puede perdu- rar. Desde la Edad Media nos alcanzan himnos como “Oh ven, Espíritu Creador”, nos conmueve la piedad de un Tomás a Kempis y su obra de la Imitación de Cristo. Y ya estamos en el tiempo de la Reforma, y a través de la cristiandad se pro- paga el puro mensaje evangélico de Martín Lutero como el so- nido de una trompeta: “Cantad, cristianos, por doquier con dulce melodía.” Paul Gerhardt compone sus himnos y con el mismo espíritu nos habla la música de Juan Sebastián Bach. Con las voces de tales hombres del tiempo pasado se mezclan las palabras de aquellos que personalmente nos trajeron el evan- gelio en las horas de instrucción o en los cultos, y así fuimos capaces de comprender con muchos santos, y nuestra vida se en- riqueció.

Aunque parecemos ser un grupo pequeño, sin embargo no estamos aislados y no podemos aislarnos, porque estamos uni- dos con todos los santos de los tiempos pasados y de los pre- sentes. Seríamos irresponsables y engreídos si quisiéramos com- portarnos como si la Iglesia comenzase con nosotros y como si no tuviésemos padres espirituales, y seríamos desagradecidos si nos negásemos a comprender “con todos los santos”. Quere- mos oír a aquellos que antes de nosotros recibieron el don de Cristo.

Lo tercero que el apóstol desea para los cristianos, y que es indispensable para toda teología, es un ojo que ve.

Si pudiéramos preguntar al apóstol Pablo qué fue el resul- tado de su meditación sobre los misterios de Dios, de su aten- ción que dirigió a las voces de todos los santos y de su trabajo rendido en toda su vida, entonces seguramente no nos hablaría de grandes e importantes sistemas doctrinales, no de sus cartas

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conceptuosas que escribió, no de sus exitosos viajes de evangeli- zados sino que haría constar como resultado de toda su vida cristiana y de toda su teología práctica este solo hecho: He co- nocido siempre mejor el amor de Cristo. Por eso expresa lo mejor que pueda desear para su congregación y lo que igualmen- te nosotros debemos considerar como lo mejor y lo indispen- sable para nuestra actividad, al decir: "que seáis capaces de co- nocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento.” Un verdadero teólogo será sólo aquel que tenga ojos para ver el amor de Cristo, y este amor es de tal categoría que excede a todo conocimiento. La teología no es contraria a la ciencia ver- dadera, tampoco puede despreciar la ciencia, ya que ella misma es una ciencia, aunque una ciencia particular. Mientras que la ciencia que podemos llamar la ciencia pura considera como algo secundario la posibilidad de aplicar en la práctica los nuevos conocimientos y no le afecta el problema de si los resultados de sus investigaciones podrán ser aprovechados o no, la teología debe preocuparse e interesarse en que sus conclusiones y sus re- sultados sirvan a la Iglesia y finalmente sirvan a la gloria de Dios. Por ende la teología no es contraria a toda otra ciencia sino sobrepuesta a ella. Su propósito es conocer el amor de Cristo. Este amor de Cristo es tan grande, tan profundo que la ciencia y toda su capacidad no pueden llegar a su fondo, así como un océano nunca puede ser agotado. Este amor es algo irracional, pues la razón no comprende cómo los hombres que con sus acciones se han hecho abominables a Dios, sin embargo son amados por Cristo de tal manera que Él entregó su vida por ellos sufriendo los más terribles dolores en la cruz. Este amor de Cristo, el verdadero objeto de todo nuestro trabajo teológi- co, el amor de nuestro único mediador que nos ha amado hasta la muerte, la muerte de cruz, escapa a toda razón, excede a todo conocimiento. Solamente con adoración humilde podemos acer- carnos a él.

Digna de ser mencionada es también la traducción de nues- tro texto hecha por Lutero y lo que ella nos sugiere. Es sabido que Lutero toma el genitivo tou Christou como genitivo objeti- vo, como amor a Cristo, y que por eso habla de "Christum liebhaben”. No solamente el contemplar y conocer el amor con que Cristo ama a los hombres es indispensable para un estu-

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diante de teología, sino que se requiere también de él que ame personalmente a Cristo. Esto es lo que Uds., estimados estu- diantes, precisan en su tiempo de estudio y en toda su actividad posterior, más que todos los conocimientos intelectuales, el amor a Cristo. No en vano Cristo preguntó tres veces a Pedro des- pués que éste había negado a su maestro y con esto anulado su vocación como apóstol: “Simón Pedro, ¿me amas?” Así es en verdad. Con razón el Dr. Pieper decía a sus estudiantes: “Sin este amor en el corazón no tendréis éxito en vuestro estudio teológico.’’ Existe en nosotros el hombre viejo como una po- tencialidad que amenaza robarnos el entusiasmo de servir a Cris- to y contagiarnos con la indiferencia y desanimarnos. El mun- do nos atrae como antes a Demas, de quien San Pablo tuvo que decir: “Demas me ha desamparado, amando este mundo”. El enemigo maligno lanza contra nosotros sus dardos envenenados con el propósito de que nos retiremos de las filas que luchan por la causa de Cristo. Pero con el amor de Cristo con que El nos amó primero, que por la fe entra en nuestro corazón despertando allí el sentimiento con que respondemos a su amor llegaremos a ser siempre más capaces de servir a nuestro Salvador.

Pongamos por eso el amor de Cristo en el centro de nues- tra teología, mirando a los ojos de aquel que entregó su vida en la cruz, para que la entrega de esta vida, su sacrificio sea siempre algo estupendo para nosotros, que el amor de Cristo nos constriña. Trabajemos y estudiemos con todo empeño du- rante los meses venideros para aumentar el caudal de nuestros conocimientos necesarios para el ministerio, pero siempre así que el amor de Cristo exceda a todo conocimiento. Entonces la teología no podrá llegar a ser para nosotros una ciencia abstra- ta, una teoría, sino que se podrá aplicar también al Seminario Concordia y toda su actividad la definición que hace años dio el Dr. Pieper y que reza así: “La Iglesia cristiana no es una escuela de filosofía sino una comunidad de hombres que en la fe del evangelio y en la crucificción de la carne están llamados a andar por el camino a la vida eterna, y a llevar a muchos por el mismo camino”.

Quiera Dios en su gracia concedernos el mantener y hacer crecer en nosotros tal espíritu. Amén.

F. L.

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CON UNA ADULTERA

Cuando los escribas y fariseos trajeron hasta Jesús a la po- bre mujer tomada en adulterio, el Hijo de Dios se agachó y se puso a escribir sobre la arena del patio del templo. ¿Qué fue lo que escribió.'’ Muchos sermones han sido pronunciados sobre esto, pero la verdad es que nadie sabe qué escribiera el Amigo de los Pecadores.

Me inclino a pensar que una de las palabras que escribió su dedo divino fue la palabra “CONCIENCIA”, pues el escritor sagrado que nos dejó el incidente en su Evangelio nos dice: “Siendo acusados por su conciencia ellos se fueron uno a uno.”

¡Sublime poder el de Cristo para convencer a los hombres de pecado! Estos escribas y fariseos que trajeron hasta los pies de Jesús a la mujer tomada en adulterio no todos eran adúlte- ros — probablemente ninguno lo fue pero ante la mirada es- crutadora de Jesús cada uno de ellos se consideró a mismo pecador.

En la antigua leyenda del Santo Grial, cualquiera que se ponía delante del vaso sagrado que había contenido la sangre de Cristo derramada sobre la cruz para redimir a los hombres, sentía las heridas que sus transgresiones habían causado al Hijo de Dios, y experimentaban dolor en sus almas. Sí: es la presen- cia de Cristo lo que nos condena y al mismo tiempo nos da es- peranza para poder exclamar: ¡Oh Dios, ten misericordia de mí, pecador!

Otras de las palabras que pienso escribiera Jesús sobre la arena fue: “piedad” o “compasión”. Es que había en Jesús dos aspectos, dos estilos de hablar. A veces era muy severo. El dijo: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí”. “Si alguno quiere seguirme, niéguese a mismo, y tome su cruz, y venga”. También dijo: “El camino que lleva al cielo es angosto y la puerta del cielo es estrecha, y son pocos los que la encuentran”. Apostrofó a los falsos religiosos de su tiem- po — y de todos los tiempos con las palabras más duras, cortantes e hirientes.

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Pero, por otro lado, Jesús mostraba poseer un corazón tier- no y compasivo. Con el transgresor estaba lleno de misericor- dia. Eso lo vimos con la mujer de los muchos maridos. Para con la adúltera traída por los escribas y fariseos, la protegió del duro juicio de sus acusadores y del castigo terrible que le querían infligir. De esta manera nos muestra cómo Él trató con los pecadores. Este es el espíritu que recomienda San Pablo a los cristianos: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros’’ y, en otro lugar: “Si alguno es sorprendido en una falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal . . considerándoos vosotros mismos, no vaya a ser que también seáis tentados’’.

Si yo hubiera podido ver el rostro de Jesús cuando escribía sobre la arena y cuando dijo a la mujer: “¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? hubiera observado que el rostro de Jesús nunca mostraba mayor alegría que cuando se encontraba ante un pecador arrepentido. Los escribas y fariseos no se atrevieron a condenar a la mujer por su pecado, y cuando ella se vio libre de condenación y Jesús le dijo que se fuera y no pecara más, estoy seguro que ella en ese momento se sintió pecadora en forma muy distinta de lo que se consideró bajo la acusación de los escribas y fariseos.

Si Cristo la despidió y le perdonó su pecado, podemos estar seguros de que ella se había arrepentido. Dios es amor, y el amor de Dios se agranda cuando concede perdón a un alma penitente. Hasta los ángeles se regocijan cuando oyen la palabra “arrepen- tido’’ en los labios de un pecador que viene a Dios buscando perdón por Cristo. “Es que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.”

Es verdad que Jesús no había muerto aún sobre la cruz, pero sin embargo el perdón que le concedió a esta mujer fue el perdón de la cruz, pues Cristo es el Cordero de Dios inmola- do desde la fundación del mundo”. ¿Quién puede medir la lon- gitud, la anchura, la altura y la profundidad del amor de Dios? ¡Es incomensurable ese amor! Dios nos dice en su Palabra: “Perdono tus pecados y no los recuerdo más”. “Seréis como alas de paloma cubiertas de plata, y sus plumas con amarillez del oro”. “Aunque tus pecados fueren rojos como la grana, se- rán emblanquecidos más que la nieve.”

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La última palabra que supongo que escribiría Jesús sobre la arena sería la palabra “esperanza”. ;Sin esperanza nadie pue- de vivir! ¿Qué fue lo que dijo Jesús a esta mujer tomada en adulterio? “Vete y no peques más”. Hay aquí una palabra de advertencia, es verdad, pero hay más que eso, hay una palabra de esperanza.

La mujer volvería a sus vecinos, a sus antiguos conocidos, con el estigma sobre ella de su bien conocido pecado. La gente sabía ahora a ciencia cierta que ella era una mujer de “fácil vir- tud”. Esto le sería duro, sin embargo Jesús le dio una palabra de esperanza: “Vete y no peques más”.

A veces me gusta pensar cómo será la bienvenida que reci- ben los pecadores perdonados en el cielo. Me imagino algún ángel que dice: “entra y no trabajes más”; otro, dirá: “Entra y no sufras más”: otro, “entra y no gimas más”: otro: “entra y no temas más”. Pero en medio de todas estas salutaciones, oirán la salutación de un ángel que les dirá a las almas redimi- das al pasar la puerta del cielo: “entra y no peques más”. Amén.

CON UN JUEZ

Una de las entrevistas que mantuvo Jesús en este mundo, lo fue con un juez: con Pondo Pilato. Ocurrió una mañana muy temprano. Mientras el procurador romano descansaba to- davía, una multitud, formada por el sanhedrín, los sacerdotes, los fariseos y los escribas, trayendo un prisionero estaba en las afueras del pretorio, porque si penetraba en él se sentirían im- puros y no podrían celebrar la fiesta de la Pascua.

Pilato, envuelto en su toga: soñoliento todavía y bostezan- do, los esperaba, mal dispuesto contra esos fastidiosos gritones que, por sus embrollos, lo habían hecho levantar tan tempra- no. Se dirige a esa chusma y le pregunta con mal talante: “¿Qué acusación traéis contra ese hombre?” y Caifás, adelantándose, le contesta: “Si este hombre no fuera un malhechor, no te lo hu- biéramos traído.” “A éste”, añadió, “hemos hallado pervirtien- do al pueblo y prohibiendo dar tributo al César y diciendo que él mismo es el Cristo, el rey”.

Cada palabra era una mentira. Pilato dudó de la sinceridad de aquellos hombres porque sabía cuánto le odiaban a él y al

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Cesar. Pero una de las acusaciones le turbó repentinamente. “¿Era ciertamente un rey ese prisionero que tenía ante sus ojos?’’ y ordenó a sus oficiales que lo trajesen ante él; y una vez que lo tuvo en su presencia, le preguntó: “¿Eres el rey de los judíos?’’ Jesús lo miró, penetró con su mirada en la conciencia de Pilato y le respondió preguntándole: “¿Dices eso de ti mis- mo, u otros te lo han dicho de mí?’’ Pilato casi se ofende. “¿Pues qué? ¿Soy yo judío por acaso? ¿Qué es lo que has hecho? ¿De veras eres el Rey de los judíos?”

Jesús, con una mirada serena y con voz firme le responde: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mun- do, mis servidores pelearían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. El servidor de Tiberio no comprende. La diferencia entre el “aquí abajo” y el “allá arriba”, le resulta oscura. Allá arriba están, si en realidad exis- ten, los dioses bondadosos o envidiosos de los hombres; abajo, en el hades, están las sombras de los muertos, si es que queda algo de nosotros cuando el cuerpo es consumido por el fuego o los gusanos: la única realidad verdadera es el “aquí en la tie- rra”; la gran tierra con todos sus reinos. Y, nuevamente pre- gunta: “Luego, ¿tú eres rey?”

No hay ninguna razón para negar. Lo que Jesús había proclamado ante otros lo oiría también este ciego. “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”.

Jesús no había venido para ganar un reino con la espada, ni a reunir defensores y partidarios por medio de la fuerza. La única arma que había empuñado era “la verdad”. Había veni- do para declarar al hombre caido, la verdad acerca de Dios, acerca del pecado, acerca de la necesidad de un Redentor. No vaciló Jesús en decirle a ese orgulloso pretor que el mundo es- taba necesitando de su misión divina. “Jesucristo testificó una buena profesión delante de Poncío Pilato”.

La noble conducta de Jesús debería servir de ejemplo a todos los cristianos. Como él debemos declarar la verdad de Dios y ser luz en medio de las tinieblas. Debemos ponernos de pie ante el mundo para protestar sin temor contra toda corrupción. Debemos testificar de Jesús, pues él nos ha dicho: “El que se

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avergonzare de y de mis palabras en esta generación adul- terina y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”.

En estos momentos se libró en el corazón de Pilato una ba- talla: una gran batalla en el alma de Pilato. “¡La verdad!. . . ¡La verdad! ¿Pero qué es la verdad i”’ Y sin esperar la respues- ta, se puso en pie y dio la espalda “a la verdad hecha hombre”. A Pilato le fue concedido en aquel día la suerte de contemplar el rostro de la Verdad, la suprema Verdad, y no la supo ver. Allí estaba la Verdad viviente, la Verdad que podía resucitarlo y hacer de él un hombre nuevo. Allí estaba la Verdad cubierta con carne humana, en pobres vestiduras, con el rostro abofetea- do y las manos atadas.

Doloroso es decirlo, hay muchas personas en los países lla- mados cristianos que se parecen a Poncio Pilatos, piensan que es imposible encontrarse con la verdad de Dios. Pero Dios no nos ha dejado sin dirección y sin luz. A veces es el orgullo el que nos impide descubrir la verdad. No nos arrodillamos humildemente pidiéndole al Señor que nos guie. A veces es la desidia: No nos empeñamos en escudriñar lo que Dios nos dice en la Biblia. Otros no hallan la verdad porque sus conciencias se lo impiden.

Pilato trató de eludir su responsabilidad. Esto es lo que hacemos todos y especialmente cuando la conciencia nos remuer- da. La Verdad de Dios vino al mundo para buscar a los que eran perdidos, y el mundo lo rechazó porque amaba las tinie- blas más que la luz, porque sus obras eran malas.

La Verdad de Dios, Jesucristo, vino para conducirnos a Dios, hombres perdidos y condenados.

La Verdad de Dios sigue buscándonos en medio del mundo, y nos llama, diciéndonos: Venid a mí, todos los cansados y agobiados, y hallaréis descanso.

La Verdad de Dios está frente a ti en esta hora. Si vinieres a Él con tus pecados, con un corazón arrepentido y lleno de fe, la Verdad de Dios, Jesucristo, te perdonará y te hará hombre nuevo. Amén.

A. L. M.

Homiléctica

CON UN JUEZ

Cuando a una persona le va muy mal es común decir de ella: “¡Pobre hombre, lo llevaron de Herodes a Pilato!”

Herodes y Pilato juzgaron a Jesús y ambos estuvieron con- vencidos de que era inocente. Pilato que era muy astuto, sa hiendo que era costumbre soltar un preso durante la Pascua, deseando librar a Jesús hizo traer desde la prisión un hombre que estaba condenado por salteador y ladrón. Al poco rato dos hombres se hallaban en pie en el balcón del pretorio enfrentan- do a la multitud: Barrabás y Jesús. Dos hombres acusados de revolucionarios. Barrabás apelaba a los sentimientos nacionalis- tas; Cristo apelaba a la conciencia. Sonaron las trompetas. Res- tablecióse el orden. Pilato avanzó unos pasos y dirigió la pala- bra a la chusma: “¿A quién queréis que os suelte? ¿A Barrabás, o a Jesús que es llamado el Cristo?”

La pregunta de Pilato tenia todo el aire de democracia y de elección libre, pero en realidad era una parodia. Aquella mañana, merced a unos propagandistas, el pueblo se concentró en masa. Cuando una democracia pierde su sentido moral, pue- de votar antidemocráticamente. Y, en el caso de Jesús, la ma- yoría triunfó: pero no siempre la mayoría tiene razón. La ma- yoría está justificada siempre que una votación se basa en la conciencia, y no en la propaganda. La verdad no sale ganando cuando son lo único decisivo. Los números pueden decidir so- bre la elección de una reina de belleza, pero no acerca de la jus- ticia. La primera decisión por mayoría en la historia del cris- tianismo resultó equivocada, el pueblo eligió a Barrabás y con- denó a Jesús.

Barrabás fue puesto en libertad. La recibió por causa de Jesús. Fue la libertad de Barrabás un símbolo de que por medio de la muerte de Jesús, los hombres serían hechos libres. Toda- vía Pilato hace un esfuerzo más para salvar a Jesús, mandó que lo castigasen y despojado de sus vestiduras fue atado a una columna y flagelado.

Jesús esperaba entregar su vida en rescate por el pecado: había dicho de mismo que tenía un bautismo con el cual había de ser bautizado. Juan le había administrado el bautis- mo con agua, pero los romanos le daban ahora su bautismo de sangre.

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Los golpes señalados por la ley han sido administrados por los legionarios. Ahora que le han tomado gusto a la cosa no quieren dejar escapar a su víctima. Quieren divertirse a su an- tojo: “éste es” según lo afirman los gritones de la plaza “el que pretende ser Rey. Démosle, pues, gusto al loco, y hare- mos rabiar a los que no quieren reconocer su dignidad real”.

Un soldado se quita su manto escarlata y lo arroja sobre las espaldas enrojecidas de sangre: otro se apodera de un puña- do de espinos para la hoguera de la noche, y teje con ellas una a modo de corona y se la ciñe a la cabeza del Hijo de Dios; un tercero toma una caña, y la coloca entre los dedos de Jesús a manera de cetro y todos burlándose, le dicen: ‘‘¡Salve, oh Rey de los judíos!”

Pilato toma a Jesús de la mano, lo lleva al balcón y lo muestra a las bestias apiñadas en el patio: ‘‘¡Aquí tenéis al hom- bre!” Esto es: “He aquí el hombre que estáis acusando. Con- templadle: mas no vestido de armiño, sin otra corona que una de espinas, sin otra señal de realeza que su roja sangre, y sin más distintivo de autoridad que una caña. ¡Estad seguros que no ha de pretender otra vez ser Rey!”

Pero al ver a Jesús los jefes de los sacerdotes aullaron:

‘‘¡Crucifícale! ¡Crucifícale! . . ¡No tenemos más rey que al César’” y Pilato, siguiendo la costumbre tomó el largo bastón, símbolo de la justicia, lo rompió y lo arrojó a los pies de Jesús, y los pedazos cayeron al suelo y formaron una cruz. Y respon- dió Pilato: ¡A la cruz! y entregó a Jesús para que fuera cru- cificado; se lavó las manos, y la historia ha inmortalizado con desprecio su nombre: “Padeció bajo el poder de Pondo Pilato”. Las aguas que corrieron por las manos de Pilato no fueron su- ficientes para lavarlas. Las manos de Pilato han quedado en- sangrentadas para siempre.

¿Qué criaturas tan despreciables son los hombres grandes cuando no están animados de principios nobles y no tienen fe en Dios! El obrero más humilde que cree y teme a Dios es un ser más noble ante los ojos del Creador que el gobernante o estadista cuya principal aspiración es agradar al pueblo. Tener una conciencia para la conducta pública, y otra para la conducta privada, saber lo que es bueno ante los ojos de Dios y sin em-

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bargo obrar el mal en obsequio de la popularidad, es un proce- der que ningún cristiano puede contemplar con aprobación.

Pidámosle a Dios que en el país que nos haya dado por pa- tria no falten nunca magistrados que tengan la suficiente rec- titud para concebir ideas sanas, y la entereza necesaria para ajustar sus acciones a esas ideas, sin ceder servilmente a las opi- niones de los hombres. Los que teman a Dios más que a los hombres y profesan agradarle a Él más bien que a éstos, son los mejores gobernantes de una nación: y los que a la larga se gran- jean el respeto de sus conciudadanos. Magistrados como Pilato son con frecuencia el azote con que castiga Dios a todo un pueblo.

Pilato condenó a Jesús. Ordenó que se escribiese sobre la cruz la leyenda: “Jesús de Nazaret, Rey de los judíos’’. El po- pulacho le pidió que modificara esta leyenda por otra que dije- ra: “Jesús de Nazaret que se dice ser Rey de los judíos”. Pero Pilato, lleno de indignación les respondió: “Lo que he escrito, escrito está ’’.

Fue la suya una realidad, una media confesión; pero tam- bién una verdad en otro sentido.

El veredicto que Pilato escribió acerca de Jesús de conde- nación y de rechazo fue final. “Lo que había escrito, escrito estaba”.

Cada uno de nosotros, como Pilato, escribimos sobre nues- tra alma el veredicto final acerca de Jesús. Podemos discutir, evadir o posponer pero al final deberemos pronunciar nuestro veredicto, un veredicto que permanecerá para siempre, y que de- beremos encarar cuando nos encontremos ante el tribunal do Dios. ¿Qué harás con Jesús, amado lector? El poulacho que pidió la crucifixión de Jesús, al oirlc decir a Pilato que era ino- cente de la sangre de ese justo, exclamó: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

Aquella sangre podía caer sobre ellos para destrucción, pero no dejaría de ser sangre de redención. Como Cordero, fue con- denado al matadero, y como es muda la oveja ante los que la esquilan, así Jesús, tomando la cruz que nosotros merecíamos, ascendió hasta el Calvario para expiar tus pecados y los míos.

Así terminó la entrevista de Jesús con un juez.

A. L. M.

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Homilcctica

CON UN LADRON

Quiero hablar hoy de la entrevista que tuvo Jesús con un ladrón. ¡Un ladrón fue la única persona que acompañó a Jesús en su viaje desde la tierra al cielo! ¡Un ladrón fue el primer trofeo de la cruz, la primicia de la pasión de Jesús!

El mundo siempre tiene lugar para los mediocres, jamás para los que son muy buenos o los que son muy malos. Los buenos constituyen una censura para los mediocres y los malos molestan a éstos. De ahí que en el Calvario la bondad fuera crucificada entre dos ladrones.

Estos dos ladrones, al principio maldecían y blasfemaban al Hijo de Dios. El ladrón de la izquierda pedía que se le des- clavara de la cruz; pero el de la derecha, conmovido por la ora- ción intercesora que escuchó de los labios de Cristo, no pidió que se le bajara de la cruz. Reprendiendo a su compañero por sus blasfemias, le dijo: ‘‘¿Ni aún temes a Dios, estando en la misma condenación?”, y luego invocando la misericordia divi- na, pidió perdón: “Acuérdate de cuando vengas en tu reino”.

Un hombre moribundo pedía la vida eterna a otro hombre moribundo: un hombre sin bienes pedía a un ajusticiado que se acordara de él en su reino: un ladrón a las puertas de la muerte pedía morir como un ladrón y robar el paraíso. La pe- tición de este ladrón afectaba la razón por la cual Cristo había venido a la tierra, a salvar pecadores, por lo cual le respondió inmediatamente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

La gracia y el milagro del arrepentimiento están explicados e ilustrados en el arrepentimiento de este ladrón moribundo. No sabemos qué agencia usó el Espíritu Santo para obrar el cambio de corazón de este hombre malvado y cruel: pero cualquiera que ella hubiera sido, el corazón de este hombre fue cambiado. El se arrepintió de sus pecados.

Fue el suyo un arrepentimiento sincero y genuino. Confesó que era malvado, reconoció que merecía el castigo que estaba sufriendo. Expresó que temía a Dios: y se convirtió en un pre- dicador, al tratar de ganar el alma de su camarada.

La fe sublime de este malhechor la podemos ver en sus pa- labras: “Señor: Acuérdate de cuando vengas en tu reino.” ¡Qué fe más maravillosa! Fe en la persona de Cristo, fe en la

Homiléctica

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misericordia de Cristo, fe en el reino de Cristo! Los discípulos que creyeron en Jesús vieron los milagros que efectuó el Maes- tro; los que en la actualidad creemos en Cristo tenemos el tes- timonio de su resurrección, el de la Biblia y el de la historia. Pero este ladrón en la cruz no tuvo ninguna de estas ventajas. En el hombre de la cruz central: burlado, olvidado, coronado de espinas, con el cuerpo cubierto de sangre, el ladrón arrepen- tido vio un rey. Vio otra corona, que no era la de espinas, y dijo: “Señor, acuérdate de cuando vinieres en tu reino”. Concédeme un lugar en ese reino!

El fin del arrepentimiento y la fe es la salvación. Aquí po- demos ver la salvación de un pecador. El ladrón había dicho: “Señor: Acuérdate de cuando vinieres en tu reino”, y Jesús rompe el silencio y le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.”

El ladrón sólo había pedido ser recordado: pero Jesús le aseguró que ese mismo día estaría con Él, en lo más alto de los cielos, no en un lugar oscuro, o en suburbio del cielo, sino en el centro de las moradas eternas, al lado mismo de Jesús.

A veces me gusta tratar de adivinar qué pensarían los ánge- les mientras observaban lo que ocurría en el Calvario. Tal vez se produjo entre ellos un debate, una discusión acerca de quién sería el primero que acompañaría a Cristo al cielo. Tal vez uno de ellos sugirió que el primero sería el alma de Abraham, el padre de la fe, quien vio el día de Jesús y se alegró. Otro su- geriría que el primero en entrar en el cielo sería Moisés, quien escribió de Cristo y habló con Él en el Monte de la Trasfigura- ción! Otro ángel aseguraría que sería Noé, quien en medio de la corrupción de toda la tierra, temió a Dios y le sirvió. Otro ángel sugirió que el primero sería Isaías, el profeta evangélico quien, antes de que Cristo viniera y muriera, lo describió como el varón de dolores, contado entre los transgresores, castigado por nuestras iniquidades y herido por nuestras transgresiones. No faltó quien abogara por Juan Bautista, el primero que pro- clamó a Jesús Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

De pronto, el ángel que cuidaba la entrada del cielo, orde- naría silencio, pues Cristo, habiendo cautivado la cautividad, llegaba y traía consigo. . no a Abraham, ni a Moisés, ni a David, ni a Isaías, ni a Juan Bautista. No, ninguno de estos lo acompañaba. Llegaba acompañado del alma de un ladrón

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Sabía Ud.?

penitente. Y cuando el Padre lo vio desde su trono, exclamó:

" Traed el mejor vestido, y ponédselo: y poned anillo en su mano, y zapatos en sus pies: porque este hijo mío estaba muer- to, y ha revivido: estaba perdido y ha sido hallado.”

Hay un solo camino que conduce al cielo, y ese es el camino que recorrió el ladrón penitente. Hay una sola puerta que da entrada al cielo, y fue la puerta por la que pasó el ladrórr peni- tente: la puerta de arrepentimiento hacia Dios y fe en el Señor Jesucristo. Esa puerta del cielo está abierta para ti y para mí. confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu co- razón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.” Amén.

A. L. M.

¿SABIA USTED QUE?

¿ Sabía Ud. que según las estadísticas de las religiones en el mundo hay 840.000.000 de hombres que nominalmente son cristianos frente a 2.073.000.000 hombres no-cristianos? El número de los cristianos se subdivide así: 163.000.000 griegos- ortodoxos, 245.000.000 protestantes y anglicanos, 430 millo- nes católico-romanos. Entre los no cristianos hay 400 millo- nes mahometanos, 336 millones hindúes, 314 millones confu- cianos, 157 millones budistas, 40 millones taoístas, 37 millo- nes shintoístas, 12 millones judíos y otros 777 millones de re- ligión muy diversa o de ninguna religión.

¿Sabía Ud. que en el año 1959 los 40.187.301 católico- romanos en los Estados Unidos ganaron 146.212 convertidos? Esto era un aumento de uno por cada 279 miembros.

En el mismo año los 800.000 Testigos de Jehová tuvieron 86.000 miembros más, es decir uno por cada 9 miembros.

En 1960 los 605.380 luteranos de la Iglesia Augustana ga- naron 12.500 convertidos por bautismos de adultos, confirma- ción y reafirmación de adultos, es decir, uno por cada 48 miem- bros.

En este año cada 28 luteranos del Sínodo de Misurí gana- ron un nuevo miembro para Cristo y su Iglesia.

Bosquejos para Sermones

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Bosquejos para sermones

IV. DESPUES DE TRINIDAD Hech. 4:1-12 Una confesión intrépida

I. Hecha bajo condiciones molestas:

II. Hecha con claridad maravillosa.

I

Historiar, 3:1-12. Pedro 3:12-19. Sermón extraordinario. Inmediatamente molestado, 4:1 (sacerdotes policía). Sadu- ceos, V. 2. No solamente molestado, sino V. 3. No hay

duda: tema y I. Condiciones actuales. Oposición a la

verdad (comunismo ateos indiferentismo: Salvador

resurrección arrepentimiento fe importan poco.) Nos- otros la Palabra pura. ¡Qué responsabilidad de confesarla siem- pre — todo el mundo! ¿Lo hacemos? (con intrepidez indi- vidualmente — como Iglesia) . Confesión de Pedro.

II

Ocasión V. 5-7. Sinedrio V. 6. Y V. 7. Pregunta V. 7 b. ¿Con qué derecho? Pedro V. 8.9. Cf. 31 y Mar. 13: 11. Llama a los enemigos impíos, V. 8 b. Posiblemente V. 9 un poco de ironía. ¡Raro que se nos lleva ante el Consejo por haber hecho el bien al hombre cojo! Pedro fija con claridad maravillosa la fuente del poder milagroso que se había revelado.

V. 10. Toda gloria a Jesús. El cojo sanado prueba viva y presente. Ninguna honra para Pedro y Juan. Toda honra a Jesús despreciado crucificado. Toda vergüenza a los enemi- gos. V. 10.11. Pensaban destruirlo; pero v. 10 b; 11 b. Ef. 2:20. No hay duda: tema y II. V. 12. Intrepidez mara- villosa. Cf. Juan 3:16 Unico Salvador. Obras justicia pro- pia excluidas. Sumario de la doctrina luterana Evangelio. Debemos insistir. Debemos confesar. Unica salvación del mun- do. ¿Hacéis semejante confesión?

Intr.: Confesión de Cristo necesaria. Mat. 10:32: Fil. 2: 11. Ejemplos: Juan 1:49; Mat. 16:16: Juan 6:69: Juan

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11:29. Mucha negligencia en confesar (ignorancia indi- ferencia — temor). ¿Acaso somos inocentes? Texto instruc- ción — estímulo. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

VI. DESPUES DE TRINIDAD Hech. 8:26-38 Dios salva a un etíope

I. Le dio su Palabra:

II. Le envió a uno que le enseñara;

III. Le selló la fe mediante el bautismo.

I

V. 27 b. ¿Cómo había llegado a conocer al Dios verdade- ro? Posiblemente algún israelita le había hablado de la esperan- za de Israel. Cf. magos: 2 Rey. 5:3. Hasta el presente, quien quiere salvarse, debe conocer la Palabra de Dios. Rom. 10:14. Se apaga la sed con agua. Dios revela su salvación en su Palabra. Rom. 1:16; 1 Ped. 1:23. Usemos la Palabra, anunciémosla a fin de que todo el mundo la conozca.

II

V. 26-35. (Historiar). El etíope no entendía la Palabra. V. 36. Pues II. V. 35. Ahora se aclaró todo. No hay duda, Rim. 1:16. Pero Ef. 4:11.12. Dios instituyó el sagrado mi- nisterio. Tito 1 :5. Enseñan explican aplican la Pala- bra y rechazan errores. Y Luc. 10:16. No hay duda: 1 Cor. 1:21. Oyente, Dios te reveló su amor al darte un pastor. Aprecia el don de Dios. Acepta enseñanza prevención dirección, etc. Al hablarte la Palabra de Dios, escuchas a Dios.

III

V. 36. Seguramente la enseñanza de Felipe incluía los Sa- cramentos. El etíope deseaba, pues, el sello de su salvación. Por eso V. 36 b. Y V. 37.38. Confesión hermosa. ¡Qué amor divino! Nos dio los medios de la gracia. En sus Sacramentos Evangelio visible. Bautismos hijos de Dios; Santa Cena

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* confirmación de la fe. Bautismo un don precioso. ¿Frecuentas la Santa Cena? Espíritu Santo perdón salvación poder para luchar contra el diablo. Dios quiere salvarte.

Intr.: Dios castiga enemigos Faraón Saúl Judas. Al mismo tiempo salva pecadores Naamán To- más — Pablo. Los fieles se regocijan al ver cómo Dios salva a los encadenados de Satanás. Historias instructivas. Se cumple

Sal. 25:4. Texto precioso. Mediante el Espíritu Santo

tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

VII. DESPUES DE TRINIDAD 1 Tim. 6:6-12 El contentamiento

I. Es una virtud importante;

II. Es una virtud que exige lucha.

I

V. 5. Falsos apóstoles religión fuente de ganancias. Sumamente odioso. (Personas que se hacen miembros de la con- gregación cristiana para tener suerte en la vida; razones sociales; negocios; ganancias.) V. 6-10. (Juan 6: pueblo 2.14; pero

V. 47 sig.) V. 6. Debe cf. Fil. 4:11-13. Hay valores

mayores que vestido comida dinero. Mat. 6:25 b. ¿Acaso V. 7 no es verdad? Cf. Ecl. 5:15; Sal. 49:17. Pues V. 8. (Dios nos habla en su amor.) Cf. Hebr. 13:5. V. 9. Los que quieren enriquecerse destruyen su felicidad y la de los suyos. Las codicias arruinan cuerpo y alma. El amor del dinero, V. 10. Cristianos perdieron la fe por él. De poco a poco se durmió la fe, y se desviaron del camino de la salva- ción. Importancia del contentamiento por el contraste.

El hijo de Dios tiene una posición elevada. La codicia y la po- sesión de bienes no traen la felicidad. Debe envidiarse a una per- sona — segura en la gracia divina que piensa siempre en servir y no en poseer.

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li- li. La dificultad dentro de nosotros. Estemos vigilantes despiertos. La fe activa poderosa exige ejercicios vi- gorosos. 1 Tim. 4:8. V. 11. Huye del amor del dinero. ¡Que tu cuerpo y tu mente estén al servicio del corazón rege- nerado! V. 11 b. Un orgulloso nunca estará contento. V. 1 2. Lucha de la fe. Contra todo aquello que quiere quitar la fe avaricia codicia murmuraciones quejas. La fe

vence. 2 Tim. 2:5: Ef. 6:10-18. V. 12 b. El Señor te

sostendrá. ¿No te ayudó en el pasado? Piensa bautismo confirmación confesión de fe. Hebr. 4:14 c: 10:23. Hijo de Dios, las riquezas de este siglo no tienen valor en com- paración con las que tu Dios te da en Cristo.

Intr.: V. 6. Contentamiento. No digas: Hay que acep- tar lo que viene. No vale la pena sentirse molesto por lo que tiene que venir. No perder la serenidad y el control de en situación alguna. Siempre retener una nota de gozo y de amor.

Texto. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

VIII. DESPUES DE TRINIDAD Hech. 16:16-34

El poder maravilloso del Evangelio

I. Salva del pecado y de la desesperación:

II. Engendra la fe y gozo permanente.

I

Resumen V. 9-15. Luego V. 16. Explayar y V. 16 b. El demonio V. 17. Como en el tiempo de Jesús, trataba de dañar el Evangelio. Pero V. 18. Este milagro causa de sufri- mientos. Revelóse espíritu mercenario materialismo co- dicia — amor del dinero. - El mismo espíritu domina al mun- do actual. Afán de enriquecerse. Quien ama el dinero no ama el Evangelio y el Señor Jesucristo, el Salvador crucificado. V. 19-21. Toca la billetera, y tocarás el único punto tierno.

¡Hipocrecía! ¡Perversión de la verdad! ¿‘En qué sentido al- borotaron la ciudad? V. 22-24. Los acusadores promovie-

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ron alborotos. Así el mundo. Odia el Evangelio y los men- sajeros de Dios. Recurren a la violencia mentiras calum- nias — persecución. Tratan de suprimir el testimonio. Diga la verdad, y pronto verás cómo tratarán de deshacerse de ti. V. 24-27. ¡Desesperación! Espíritu de incredulidad. Es- píritu de aquellos que están sin el Evangelio. Con el

Evangelio entereza cristiana, gozo aún en medio de los su- frimientos, reconocimiento humilde del pecado, confianza en Cristo y sus promesas.

II

¡Qué contraste actitud apóstoles! Conocían peligros que afrontaban. Pero anunciaban la salvación en Cristo. V. 17 era la verdad. Mirad firmeza apóstoles. Cárcel calabozo de adentro cepo. Pero V. 25. Fruto del Evangelio. Sufren por causa de Cristo. Pacientes en la tribulación. Esperanza regocijo. ¡Cuántas veces nos quejamos de las cargas de la vida! Nos llenamos de cuidados. Olvidamos la oración. Lloramos;

mas no nos regocijamos. 2 Cor. 12:9. Ahora fijaos en

el cambio obrado en el carcelero. V. 28-30. Obra del Espíritu Santo. Consciente de sus pecados. Reconoce necesidad salvación. Pregunta. Respuesta más gloriosa. Firme. V. 31. En el momento de aceptar a Jesús paz perdón vida. Y V. 32-34. Confianza gozo un pagano hijo de Dios. Rom. 1:16. Sin el Evangelio pecado desespe- ración. No envidies al incrédulo. Mira su fin. ¿Elegirás una vida sin el Evangelio? Usa el Evangelio vive en el Evan- gelio, acéptalo de corazón y tu casa. Has todo por con- servar el Evangelio. Oportunidad edificación iglesia. En ella se da la respuesta pregunta más importante, V. 30-31.

Inte.: Sal. 19:7. Evangelio cambia todo, 1 Cor. 6:11. Palabra y Sacramentos. No puede haber estos cambios sin escu- char el Evangelio. Cf. aborígenes N. Guinea gentiles Afri- ca, etc. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material ingles. A. T. K.

IX. DESPUES DE. TRINIDAD Hech. 17:16-34 Pablo en Atenas

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I. Predica el Evangelio;

II. Permanece impávido ante la oposición:

III. Adapta su mensaje a la necesidad de los oyentes.

I

V. 10-15. Resumen. V. 15.16. Hacía falta el Evangelio. V. 17. Rom. 1:16; Hech. 13:46. Los judíos los primeros. Luego V. 17. Y V. 22. Todos humildes y sabios. El Señor: “Id”. 1 Cor. 2:14. "A todo el mundo”. "Predicad el Evangelio”. La conversión III. Art. Aprovecha oportunidad (vecinos, empleo, viaje). Cada ciudad que no tiene una iglesia luterana oportunidad misional. Cf. Hech. 16:9.10. al- gunos — curiosidad V. 19-21. Aprovechemos como Pablo I.

II

Mucha oposición, V. 5; V. 13. Y V. 18. (Estoicos: vir- tud de la contención, epicúreos: gozo de la vida.) Estos dese- chaban el mensaje de Cristo. Los atenienses en general, V. 32.

Pablo impávido. V. 17 y 19.22. Aprovechaba cada oportu- nidad. — Muchas veces somos tímidos. Tememos el ridículo. Cf. Mat. 26:29 sig. : 10:32.3 3. ¡Qué el ejemplo de Pablo nos estimule! Jesús está con nosotros. Mat. 28:20. Nuestro men- saje — la bendición que hace falta al mundo.

III

Pablo V. 18 c. Unico mensaje salvador. Evangelio me- dio de la gracia. III. Cf. Hech. 13:16-41, (judíos). En Atenas V. 23.24. El Dios vivo contra materialismo po- liteísmo — panteísmo. Atenienses no conocían al Dios verda- dero. Pero V. 25.29. Dios V. 26. Y ahora V. 30.31. (Cristo muerto resucitado). Quien oye el Evangelio no tiene excusas. Así como Pablo debemos hacer nosotros. 1 Cor. 1 : 23.26: Mar. 16:15; 2 Tim. 4:2-4; Juan 8:31.32; Gál. 1: 6-10; Como Pablo III. Cf. Rom. 1:19.20; 2:14. 15 y 7:7. Luego el Evangelio. Pablo ejemplo compasión almas

coraje predica salvación.

Intr.: Deber predicar Evangelio. ¡Cuántos gentiles cristianos nominales sin afiliación eclesiástica! Tenemos el

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Evangelio. Falta entusiasmo para propalarlo en el mundo. Bus- camos propia comodidad no salvación de almas. ¿No cree- mos promesas del Evangelio? Cuando los judíos menosprecia- ban el Evangelio, el Señor se lo quitó a ellos. Dios quiere usarnos en su Viña. Nos estimula en el texto. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

X. DESPUES DE TRINIDAD Hech. 20:17-38 El ministerio sagrado

I. Su obra bendita;

II. Su apreciación propia.

Obra ministerio sagrado ordenada Dios, V. 24. Cf. Gál. 1:1. No solamente obra del apóstol, sino de los pas- tores. llamados por la congregación, V. 28 (Cf. Hech. 14:23 i “puso”. No un llamado para cierto tiempo, sino perma- nente. En general, Gen. 3:19 a; 2 Tes. 3:10: pero Dios no ha instituido las diferentes vocaciones. El ministerio sagra- do es institución divina. Apóstoles y pastores llamados por la congregación 2 Cor. 5:20. ¿La obra? no deben diver- tir a la gente; no deben proponer reformas en la ciudad la provincia la Nación (Cf. calvinistas) . El pastor debe ocuparse de la Palabra, pública y particularmente, V. 20.21. 24.25; Hech. 4:20. Sin temor y sin favor denunciar el pe- cado; a los contritos V. 21. Debe enseñar, V. 27. A todos V. 26.28: “todo el rebaño”. Ya que siempre hay peligros buen obispo superintendente (V. 29-31). Finalmente cons- tante en la oración, V. 32.36. El pastor debe ser fiel, Hebr. 13:17, pues V. 28. El pastor verdadero V. 20.26. No debe buscar riquezas temporales, V. 33:35. Aunque Pablo no reci- bía salario en Efeso, esto no significa que la congregación no está obligada a sostener a su pastor. 1 Cor. 9:14; Gál. 6:6. Sincero paciente, V 19, humilde. 1 Cor. 15:9.10.

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II

Muchos no respetan sagrado ministerio. Los efesios respetaban a Pablo, V. 17.18. Con suma atención lo escucha- ban. V. 37.38. Sabían lo que debían al apóstol. Una igle- sia que tiene pastor fiel, 2 Tim. 2:15. No puede sino honrar- lo, considerando, V. 28 embajador de Cristo, 2 Cor. 5:20, 1 Cor. 4:1. Lo amará por causa de su trabajo, 1 Tes. 5:13; cristianos, 1 Tes. 2:13.

Intr.: Reseñar ocasión despedida. Pablo habló de su obra en Efeso. Enseñó a los pastores, cómo debían condu- cirse. — Vemos amor para con el apóstol. Ya que muchos desconocen el oficio sagrado y no lo aprecian debidamente, y ya que esta doctrina es parte de V. 27, mediante el Espíritu Santo consideremos el tema :

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XI. DESPUES DE TRINIDAD Rom. 8:33-39

Los hijos de Dios no tienen nada que temer

I. Nadie puede acusarlos:

II. Nadie puede condenarlos;

III. Nadie puede separarlos del amor de Dios.

I

De todas maneras se acusan a los cristianos. El diablo no solamente tienta, sino que acusa Job. 1.2; 1 Ped. 5:8; Juan 13:2; Cf. Mat. 27:3.5. Nuestros semejantes nos acusan. Nuestra propia conciencia está de acuerdo. Rom. 2:15: Juan 8:9; Causa: V. Petición del Padrenuestro. Sal. 19:12: Todos: 1 Juan 1:8. Pero V. 33. Declara justos. Si Dios nos justifica, ¿quién dudará? Cf. Rom. 8:1.31.32; Mat. 18:27. 32. Justificar perdonar declarar libres de culpa. Dios de- clara que su justicia ha sido satisfecha. Rom. 3:15; 5:18; Col. 1:20: ¿quién, pues, acusará a los fieles?

II

El diablo fuerza del mal acusan para condenar. Tra- tan de conseguir que Dios nos condene. Pero V. 34. Cristo

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murió como nuestro Substituto, Is. 53; 1 Tim. 2:6; 2 Cor. 5:21; Gál. 3:13. Hizo un sacrificio divino. Expiación perfec- ta, Juan 1:29: Hebr. 9:14: Ef. 5:2; Tito 2:14; 1 Juan 2:2.

Cristo resucitó. El Padre satisfecho, Rom. 4:25: Hech. 17:

31. Ahora nuestro Redentor diestra de Dios y go- bierna, Sal. 110:1; Hebr. 1:3; intercede por nosotros, 1 Juan 2:1; Hebr. 7:25; 9:24. Tema.

III

Dios es amor. Y V. 35. No habla de nuestro amor. Muchas veces débil. No da seguridad. El amor de Cristo po- deroso — perdurable. Mediante la fe adherimos a este amor.

Fuerzas del mal, V. 35.38.39. Cf. profecía, V. 36, cf. Sal. 44:22. Suerte de los fieles en el mundo. No nos separa del amor de Cristo. V. 37. Los enemigos vencidos antes de atacar.

Por medio, V. 37 b. Cristo, 1 Cor. 15:10; Gál. 2:20; Fil. 4:13; Tema.

Intr.: Estamos bajo el gobierno de Dios. ;Qué consuelo en las dificultades de la vida! Dios reina. Seguros estamos. V.

32. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 193 7, Material inglés. A. T K.

XII. DESPUEjS DE TRINIDAD Hech. 16:9-15 El misionero

I. Es llamado;

II. Trabaja;

III. Ve el fruto de su trabajo.

Pablo apóstol - llamado inmediatamente por el Señor, Rom. 1:1.5: Hech. 9:15. Pero comisionado iglesia an- tioquía. Hech. 13:2.3; 15:40. Ejemplo luminoso visión. V. 9. Dios ya no llama a los misioneros en forma inmedia- ta (directa). Pero todos comisionados, Mat. 28:19: 1 Ped. 2:9. Ya que Dios quiere, Mar. 16:15, deben enviarse predica- dores, Rom. 10:14; cristianos lo hacen ordenadamente or- ganización sinodal Colegios Seminarios Junta Misio-

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ñera congregaciones. Dios envía a sus misioneros por medio de sus cristianos. Misioneros guiados por Dios oportuni- dades — circunstancias revelan su voluntad. V. 9 b todavía se oye. Himno 198:1.

II

Pablo Gál. 1:15.16. Hech. 9:20.27. Su interés, Fil. 1:18. Cuando llamado Macedonia V. 10.11. (Cf. 2 Cor. 11: 23 sig.) viaje peligros vicisitudes no lo detienen. Llega- do, busca campo más provechoso, V. 11.12. Encuentra lugar oración, V. 13. Y V. 13 b. Experiencia misioneros esencial- mente como las de Pablo. Trabajo de toda la vida salvar almas. Años de estudio dejan hogar y seres queridos países extraños lenguas difíciles costumbres desconocidas

peligros enfermedades, etc. Enemistad contra el Evange- lio — privaciones. Pero Fil. 1:18. Buscan oportunidades puntos de predicación visitas instrucción. Demos gra- cias a Dios por los misioneros fieles.

III

Pablo éxito trabajo. Pero V. 14.15, Cf. V. 40. Comienzo de una Iglesia grande frutos abundantes, Fil. 1 : 3-11. Misioneros fieles siempre cosechan. Claro, 1 Cor. 3:7. Siembra. Simiente al lado del camino. Pero Rom. 1:16. Dios abre corazones. Experiencia: comienzo pocas almas. Pa-

ciencia — congregaciones numerosas. Así II. Petición. Agra- dezcamos a Dios misioneros fíeles. Oremos por ellos en- treguemos nuestro dinero para sostenerlos. Is. 52:7.

Intr. : Sin conocer la obra misionera sus experiencias

sus métodos no tendremos interés en la obra misional de la Iglesia. En el texto vemos al misionero por excelencia de cer- ca. El relato del texto es típico y un ejemplo para toda obra misional efectiva. Nos será provechoso el estudio de este texto. Pasemos unos momentos con el misionero. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XIII. DESPUES DE TRINIDAD CONFIRMACION Y BAUTISMO DE LOS ADULTOS 1 Ped. 2:1-10

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La gloria de los creyentes

I. La misericordia de Dios los ha llamado a su luz admi- rable;

II. La misericordia de Dios los ha hecho ciudadanos de su nación santa;

III. La misericordia de Dios los ha hecho sacerdotes para anunciar sus virtudes.

I

Texto conjunto imágenes preciosas lenguje hermo- so, poético. Por naturaleza ciegos muertos enemigos de Dios sumidos en tinieblas no conociendo al Dios ver- dadero ni el camino de la salvación. Pero V. 9 b. III. Art. Cat. preg. 178. Ef. 2:8-10; 2 Cor. 4:6; 2 Tim. 1:9. Esto signi- fica que vivificó a los muertos espirituales. ¡Gloria indecible! Pura disposición paternal de Dios para con nosotros. La mi- sericordia de Dios nos llamó por el Evangelio, y nos iluminó por los medios de la gracia. Así engendró la fe en otras palabras, nos convirtió o nos regeneró. ¡Gloria inefable! Pura gracia, V. 10. Glorificad a Dios.

II

V. 10. Hablando espiritualmente por naturaleza sin pa- tria. Aparentemente destinados a Mat. 22:13. Sin hogar espiri- tual en el tiempo y en la eternidad. Pero V. 9. Palabras nota- bles. “Linaje escogido’’ no un accidente que ahora sois cre- yentes: — escogidos desde la eternidad de entre la masa perdida del género humano. “Nación santa’’ “pueblo adquirido”

gran precio, 1 Ped. 1:18.19. II. Art. El apóstol habla de la Iglesia de Cristo creyentes en Cristo y la satisfacción vicaria del Hijo de Dios, V. 6. Ricos pobres pastores láicos

un pueblo santo. Otra imagen, V. 5 “Casa espiritual”, cada creyente piedra viva. Cf. 2:20 sig. ¡Gloria inefable!

III

Por naturaleza nadie se dedica al servicio de Dios, sino al pecado. Gén. 8:21. Dios en su misericordia nos hizo creyen- tes, criaturas nuevas en Cristo. Estos creyentes ahora V. 5 b y V. 9 b. Sirven a Dios. No solamente pastores, sino todos los

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creyentes sacerdotes santos reales. Ya no hay necesidad de sa- cerdotes especiales. Todos los creyentes V. 5 c. Uno de estos sacrificios, V. 9 b. “Virtudes” obras de Dios salvación eterna Cristo, sacrificio. ¿Hay algo más glorioso que el sacerdocio santo delante de Dios? ¿Anunciar, V. 9 b? Go- cémonos — estado santo pero caminemos en humildad.

lntr . : Dios nos exhorta a ser humildes. 1 Ped. 5:5; Ef. 4:1.2. Soberbia abominación, Luc. 18:9-14. Pero esto no significa que los creyentes no tienen tesoros y bendiciones. Y tienen una misión sumamente importante. En efecto, el texto nos habla de tema. Mediante el Espíritu Santo aprendamos:

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XIV. DESPUES DE TRINIDAD 1 Tim. 1:12-17 “Cristo Jesús me tuvo por fiel

I. Su gracia nos hizo fieles;

II. Su gracia nos conservará fieles.

Pablo no se vanagloria. No confía justicia propia. Lleno de asombro V. 12-14 a. Gál. 1:13-15; 1 Cor. 15:8.9; 7: 25. V. 13 c. No quiere decir: Yo no era tan malo como pa- recía; esencialmente era honesto y digno de confianza. Solamente la incredulidad me hizo ignorante. (Cf. Hech. 23:1; 2 Tim. 1:3). La incredulidad no es un pecado que se puede excusar. Mar. 16:16; 1 Juan 5:10. Cf. I. Mandamiento. V. 14-16. Gracia pura, conversión. Fue llamado a la fidelidad, V. 12; Hech. 9:15; (1 Cor. 3:2). Debía anunciar Evangelio gracia

perdón Hech. 20:24 b; gracia maravillosa. Vosotros

llamados Iglesia pura gracia. Animo vuestro Rom. 7:18 a. 23.24; Jer. 17:9; Sal. 51:10. Debéis 1 Ped. 2:9 b. Esto exige fidelidad.

II

V. 12.14. Cristo Jesús le fortaleció. Con confianza glorifi- ca la gracia superabundante. 1 Cor. 7:25 b; 15:9.10. Pablo

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necesitaba la gracia siempre. Todavía V. 15 b. 16; Luc. 12:48 b; Rom. 7:14-25. Pura gracia. Esta gracia le fortalecía para llamar a los pecadores, V. 16; Ef. 3:8. Pues V. 17. Gracia abundante fortalece llamar a otros salvación. Nada merecemos. V. 1 7. El llamado de Dios serio. Servicio fiel

coftgregación misión vida particular, V. 12.

Intr.: V. 12. Cosa rara. (Extenderse). ¿Acaso Pablo arrogante orgulloso? (Cf. fariseo). ¿Dirías lo mismo?

¿No debemos decir lo mismo? ¿Queremos ser juzgados como infieles? ¿No fue esto escrito por causa de nosotros? Rom. 4: 23.24 a: 15:4. Lección hermosa, Aprendamos a decir: tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XV. DESPUES DE TRINIDAD 2 Tes. 3:6-14

Pablo trata el problema obrero

I. La ocasión:

II. El precepto;

III. El ejemplo del apóstol.

I

V. 11. ¿Haraganes? ¿‘Fanáticos? Y éstos V. 8. Andaban desordenadamente, V. 6:11. Esta ociosidad un problema moral, económico y espiritual. Pablo informado. Ofensa pública sin excusa, V. 6.10, dada por miembros

iglesia tesalónica. Incrédulos se burlaban Iglesia. Fal- taba disciplina, V. 6:14. ¿Y la actualidad? Unos pocos con- denan a miles a la ociosidad, hasta paralizan a la Nación por 48 horas o más. ¿Hasta qué punto estas tentaciones afectan a los miembros de la iglesia? ¿Siempre obrarán como cristianos? ¿Se contentan con lo que ganan o tratan de conseguir todo lo que puedan trabajando a desgano? ¿Quién arriesgaría la salva- ción de su alma con semejantes consideraciones?

II

V. 10 (negativo), V. 12 (positivo). El ocioso no merece simpatía. No se le debe ayudar. Si sigue impenitente, la con-

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gregación debe excomulgarlo. V. 12. El obrero no tiene de- recho a pan ajeno. Este precepto se refiere a todos los hombres robustos y capaces. Cf. Prov. 6:6-11; 13:4; 15:19; 19: 24; 20:4; 21:25; Gen. 2:19.20 a; 3:19; Sal. 128:2. Este precepto no está sujeto a revisión por un sindicato. Es el pre- cepto divino. No promete riquezas ni comodidades modernas; pero contentamiento, sí. V. 6; 12; Cf. 6:5-9; Apliquemos el Evangelio a nuestro trabajo. Cf. Luc. 5:5. Cristianos dedi- can su trabajo a Jesús.

III

V. 7-9. Pablo vivía de acuerdo a su precepto. (Extender- se) . Inconsistencia de aquellos que siempre exigen menos horas de trabajo y más salario; pero dan a su pastor un salario míni- mo y exigen que trabaje hasta las altas horas de la noche.

¡Dios nos legos piadosos! V. 9 b. Si se aplicasen, entre todos, estos preceptos, no habría más problema obrero. Pero hay un abismo entre la filosofía moderna y el precepto divino. Mat. 6:24.33.34. Sigamos precepto divino.

Intr.: El Evangelio aplicado justificación santifi- cación— ajusta dificultades de la vida. Nos cambia de tal mo- do que luego nos adaptamos a las circunstancias impuestas por Dios, o cambia la situación en nuestro favor. El Evangelio puede dar paz económica e industrial, mientras la tiranía o de los patrones o de los obreros y la ciencia económica y política fallan por completo. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XVI. DESPUES DE TRINIDAD Hebr. 12:18-24

Comparando la Iglesia del Nuevo Testamento con la del Antiguo Testamento, la del Nuevo Testamento sobresale.

I

V. 18-21. Cf. Éx. 19 y Deut. 4. Ocasión tremenda so- lemne — llenaba de pavor. El monte ardiendo oscuridad tempestad con huracán la voz tremenda, Deut. 5:4-22. El

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pueblo lleno de terrores pues V. 19 b. ¡Qué diferencia

entre los dos pactos! El monte Sinaí, V. 18 a. Muy terrenal. Iglesia del monte Sión invisible, espiritual, Juan 4:23.24. En Sinaí oscuridad y tinieblas, V. 18 b. Antiguo Testa- mento — tinieblas tipos. 'El Evangelio luz del cielo. Cf. Sal. 119:105; 2 Ped. 1:19. Monte Sinaí experiencia aterradora, V. 19 b. Aún Moisés, V. 21. El fin, Gál. 4:1-7. El Pacto Nuevo, Rom. 1:16: 1 Tim. 1:15 adaptado a nuestra flaqueza. El Pacto Antiguo limitado. Moisés y Aarón se acercaron al monte. Bajo el Evangelio Juan 6:37; V. 22 a.

II

V. 22-24. Ya en posesión de las realidades eternas. V. 27. Cf. nombres Iglesia. Causa: Sal. 9.11; 76:2; 110:2; Is. 2:2.3; Dios habita en su Iglesia, Apoc. 14:1; 21:2; 1 Cor. 3:16; 2 Cor. 6:16. ¿Nuestro deber? Fil. 3:20. No adhira- mos a cosas temporales, sino Mat. 6:19.20. Mientras en Sinaí ángeles aterraban en el Nuevo Pacto Luc. 15:10. Pues V. 22 c. V. 23. Los creyentes una esperanza descan- so — victoria. Pertenecemos a Dios, 1 Ped. 2:9, en virtud de la fe en la justicia de Cristo. Todos los creyentes, V. 23, y todos los santos una congregación, 2 Cor. 5:8; Fil. 1:23; Luc. 23:42. V. 24. Todo hecho posible por la sangre de Cristo. Dios reconciliado paz conciencia sangre clama misericordia y asegura Hebr. 11:4. ¿Qué significan estos privilegios comparados con familia amigos nego- cios — ambiciones placeres? Revelamos siempre excelen- cia — pueblo Pacto Nuevo? Apoc. 3:11.

Intr.: Texto dirigido cristianos extracción judía. Convertidos adultos. Peligro de recaer al judaismo. Superio- ridad — cristianismo tema texto. Amonestación per- manecer fieles. Amonestación necesaria hoy. Amor cosas materiales aumenta. Amor cosas espirituales disminuye. Mediante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés. A. T. K.

XVII. DESPUES DE TRINIDAD Hebr. 4:9-13

El creyente tiene la seguridad de alcanzar el cielo

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I. Hay un cielo;

II. El cielo es reposo:

III. El cielo es para el pueblo de Dios

¿Con la muerte todo habrá terminado? A veces el cre- yente perseguido por dudas respecto de la existencia del cielo. Silenciemos dudas. V. 9. Hebr. 12:23; Sal. 16:11; 1 Ped. 1:4; 2 Cor. 12:2.4, et al. La seguridad consuelo tribu- lación — pruebas pecado. Todo llegará a su fin como un viaje largo. Hay un cielo. (Extenderse).

II

V. 9. V. 4.10. Séptimo día reposo. Antiguo Tes- tamento. Así debemos pensar del cielo. II. No a la ma- nera de los mahometanos (gozos carnales) los indios (mu- cha caza) etc. etc. El cielo es reposo. Para el esclavo del pe- cado la promesa de reposo no es atrayente. Uno que no quiere llevar la cruz en pos de Cristo no siente interés en el descanso de sus pruebas. Tampoco aquel que piensa poder satisfacer a Dios con sus propios esfuerzos. La lucha la carga hacen glorioso el reposo. Pues V. 11.

III

Algunos: todos irán al cielo. La Biblia: el pueblo de Dios. Son los creyentes en Cristo judíos y gentiles. Tito 2:14; 1 Ped. 2:9. El cielo es para nosotros. Pues V. 11. Los judíos, V. 2. Peligro pecado indiferencia (V. Pe- tición) . Dios perdona penitentes. Impenitentes no es del pueblo de Dios (Incrédulo). ¡Qué los judíos sean prevención para nosotros! ¿Cómo permanecer fieles? No por propia ra- zón y poder. Tentaciones son terribles. La fe se debilita en la hora de la prueba. La Palabra de Dios nos sostiene. Revela pecados necesidad del arrepentimiento nos guía a Cristo y a la justicia verdadera, V. 12.13. Guardemos la Palabra y seremos el pueblo de Dios. Juan 8:47. Así seguridad re- poso — cielo. Pues V. 11.

Intr.: Resurrección doctrina consoladora. Job. 19: 25-27; 1 Cor. 15:20; 1 Tes. 4:14; Juan 14:19. No es con- soladora para aquellos que esperan la prisión eterna. Me- diante el Espíritu Santo tema.

CTM 1937, Material inglés.

A. T. K.

La “REVISTA TEOLÓGICA” aparece trimestralmente al pre- cio de 60. pesos argentinos o un dólar U.S.A. por año. Las suscripciones y los pagos serán recibidos en la Argentina por el administrador de la revista Rev. S. H. Beckmann, Junín 554, Boulogne, F. C. Belgrano; en Estados Unidos por el Rev. Dr. H. A. Maver, 210 North Broadway, St. Louis 2, Mo. U.S.A.

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