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Carlos Antonio López era Presidente en aquel tiempo, y bajo su administraccion habla poca ó ninguna probabilidad de que la paz, que hacia años se disfrutaba en el Paraguay, fuera interrumpida. Me aseguraron además sus agentes en Inglaterra, que el pais progresaba y que el pueblo era civili- zado. Aparentemente, tal vez, lo que me decian era verdadero ; los paraguayos tenian maneras agradables, una conversación fácil, y la clase superior se presentaba por lo general bien vestida ; pero la civilización de un pueblo consiste en algo mas que esto. Los paraguayos eran ciertamente civilizados si se les comparaba con sus vecinos, los indios del Chaco, con los Payaguás ó con los Guaycurús, y seria injusto juzgar de ellos ó de sus actos por la norma europea y por reglas sola- mente aplicables á naciones que han gozado largamente de una civilización absoluta. Digo esto, para demostrar que no me espuse voluntariamente al peligro, así como para evitar que se juzgue con demasiada severidad á un pueblo que es- timo y compadezco. Debe recordarse que la población del Paraguay se compone de dos clases relacionadas, pero distintas ; á saber : los descen- dientes de los colonos españoles, mas ó menos cruzados con los guaranís y otras tribus indias indíjenas del Paraguay, y los - 4 - descendientes de los mismos indios. Esíos últimos, por ser los mas numerosos, formaban la gran masa del pueblo y se hallan solamente un grado mas arriba de la escala social que los salvajes de las pampas. La primera clase, que era la su- perior, fué casi eslerminada durante el primer año de la guer- ra, lo que fué un motivo mas para que las otras prestasen á López una obediencia ciega, una obediencia casi tan insensa- ta como la de un buey para con su amo, pero que en la Eu- ropa ha sido tomada por la adhesión y el patriotismo. A causa del sistema adoptado por los jesuítas, que fueron los primeros que los reunieron en comunidades y les dieron el conocimiento suficiente para sentir la inconmensurable supe- rioridad de sus maestros ; sistema que puso desde luego en mano de los amos toda la dirección de sus negocios, y aun los mas minuciosos detalles de la vida, los paraguayos nunca han procurado pensar ú obrar por sí mismos, y la obediencia ciega es en ellos casi un instinto. Privados de la protección de los únicos hombres que hubie- ran podido resistir con éxito la tiranía de López, habían adqui- rido por la educación, por el hábito, y por muchos años de un despotismo férreo, la creencia de que toda oposición á la vo- luntad del gobernante era el peor de los crímenes ; y no du- dando jamás la fábula de que los brasileros deseaban redu- cirlos á la esclavitud, han peleado sin esperanzas ni probabili- dades de éxito por cuatro largos años. Y aun ahora, reduci- dos como están á la centésima parte de su primitivo número, continúan peleando en defensa de un hombre, que recompensa su adhesión con la ingratitud, y su obediencia con inauditas crueldades. La admiración del mundo por su coraje y sufrimiento reci- be un rudo golpe, cuando se conoce la verdad de los hechos ; un pueblo que pelea valientemente y sin esperanza en defen- sa de su libertad, y en que sucumbe hasta el último hombre antes que rendirse, es un espectáculo que despierta nuestras mas nobles simpatías ; pero una cuadrilla de esclavos, que resiste locamente á los hombres que les ofrecen la libertad y la independencia, y que, sin conocimiento de su propia degra- i j 5 dación, se asen de las cadenas que los ligan, es un cuadro que no se contempla sin lástima é indignación. López ha sido para algunos un gran general, un patriota sin tacha. No es ni una ni otra cosa. La lastimosa incapaci- dad de los generales enemigos, y no su talento militar, ha si- do lo que ha postergado tanto su destrucción; y cuando se considera la obstinación y tenacidad indo-española que posee tan notablemente, no cabe duda de que no se rendirá jam¿is, aunque sepa que su causa está irremediablemente perdida, mientras tenga un solo hombie á su lado. En cuanto á su pa- triotismo, la guerra misma prueba suficientemente que no co- noce siquiera este sentimiento. Un tirano jamás encontrarla una policía mas dócil que los mismos hombres que han peleado por él con tanta abnegación. La inhumana crueldad con que ejecutaban sus órdenes, puede ser atribuida en parte á la ferocidad natural y en parte al pla- cer que hombres tratados con inusitada severidad, sienten en pisotear á lo,s que les son superiores en nacimiento ó fortuna. Es digno de observar que los indios sud-americanos acen- túan casi siempre la última sílaba, como por ejemplo en Tuyu- ti, barro ^ agua (un pantano). Tuyucué, barro que fué, (un pan- tano desecado.) Tatámé,í¿n fueguito, (dame fuego). Yaguáté, W7i perro grande, un tigre; mientras que los del norte colocan el acento generalmente sobre la penúltima, v. g., Mohícan, Po- tómac, Hamópe, etc. La palabra Paraguay quiere decir una red de pescar ó un balde de cuero para llevar agua, y debia escñh'irse para gudeú. Sin embargo la última sílaba eú (agua) no puede ser repre- sentada por ninguna combinación de letras conocidas de los españoles; en efecto, los europeos la pronuncian con dificul- tad, de manera que la escribieron como hemos visto. Pero fué un error craso. Los descubridores del rio bajo las órdenes de Gabot encontraron á algunos naturales pescando, y cnse- — 6 — ñándoles el rio, les preguntaron su nombre ; los indios cre- yendo que indicaban la red, conlestSiYon paragud-eu, y el error no se descubrió sino cuando ya era tarde para corregirlo. J. F. M. Croydon, Agosto de 1869. SIETE ANOS DE AVENTURAS EN EL PARAGUAY CAPITULO I. El Paraguay. — La navegación del rio aguas arriba.— El paisactE. — Una historia de Rui Díaz de Guzman. — Los MESTIZOS. Desde el principio de la desastrosa guerra entre el Bra- sil, las Repúblicas aliadas, y el presidente López, la atención pública se ha ocupado tanto del distrito de La Plata, que es innecesario ya definir con exactitud la posición jeográñca del Paraguay. Cinco años ha, los europeos en general no tenían ideas muy claras sobre su localidad; sabian que estaba situado mas ó menos entre los innumerables rios que parten del Paraná y que estaba vecino al Brasil. Hoy dia, sinembargo,la situación de esta República absoluta- mente cerrada para el estranjero,es bien conocida y el nombre de Humaitá, el Sebastopol de Sud América, es familiar á todos los lectores de diarios. Puedo pues decir en pocas palabras, que el Paraguay es un territorio que tiene cerca de cuatrocientas cincuenta millas de largo y doscientas de ancho ; su forma es la "de una cuña ob- tusa, y está situado casi en el centro de la gran península del Sud. — 8 — Está limitado al Este y al Sud por aquel rio de islas, el Pa- raná, y al Oeste por el Paraguay. Su frontera Norte no puede definirse bien porque no está separada do la provincia brasi- lera de Matto Grosso, ni por un gran rio, ni por una cordillera continua de montañas, y la cuestión de límites en estas regio- nes está siempre pendiente. El Paraguay reclamaba también algún territorio al Sud-Este del Paraná, pero este pertenece claramente ala provincia de Corrientes ; y una parte considerable del gran Chaco, distrito inesploradoal Oeste del rio Paraguay, que es aparentemente un desierto de lagunas y esteros, atravesado por rápidos tor- tuosos y turbios ríos. Este reclamo no tenia otro objeto que dar al Paraguay el dominio de la embocadura del Bermejo, rio caudaloso, que partiendo desde Bolivia puede llegará ser la via natural de un gran tráfico, y la mas importante sa- lida para los productos de aquel pais ; hoy dia, ni una canoa flota sobre sus turbias aguas. El Sudoeste del Paraguay, que es el lado por donde jene- ralmente penetra el estrangero, es bajo y llano, y por una distancia de muchas leguas pantanoso é intransitable ; esto es loque se llama el distrito de los esteros ó parajes inundados. El terreno por ser arcilloso y lleno de selenites, retiene el agua sobre su superficie, aun mas allá de estos lugares, y en la estación lluviosa se forman inmensas pero bajas lagunas, pa- recidas á los mismos esteros. Cuando se aproximan los grandes calores se van secando poco apoco, dejando luego en pos de sí una tierra gris llena de grietas y cubierta de un pasto resistente, y de pequeños arbustos. Cuando el rio sale de madre, las aguas se estienden á gran distancia de sus márgenes, sin dejar nada que indique su curso ó que señale la navegación de las cenagosas lagunas, si- no los tristes palmares cuyas cabezas dominan apenas la pers- pectiva. Estos distritos son muy mal sanos como es de suponer, pero no dejan de ser de gran importancia para la cria de ganado. Antes de la guerra, inmensos rebaños los poblaban, pero si — 9 — se esceptúa los pocos guarda costas, los únicos sores humanos que se veianeran uno que otro vaquero solitario. Al Norte del Tebícuarí el país es más elevado y vanado; se puede divisar una larga serie de colinas distantes, que terminan cien millas mas arriba en la cordillera de Cerro León. El paisa- ge también es mas accidentado, siendo casi pintoresco. Vastas selvas cada vez mas estensas y densas á medida que se adelan- ta en dirección setentrional, varian el cuadro y ocupan por últi- mo todo su centro, y una piedra arenosa y rojiza, resolviéndose á la vista en granos relucientes^ reemplaza la arcilla gris de los esteros. La división Sud-Este de la Piepública, llamada las Misiones, ó sean los antiguos, establecimientos délos Jesuítas, que se lla- maban antiguamente las «Reducciones de los Indios », es talvez la parte mas fértil y valiosa de todo el pais. Antes de la guerra vivian allí las mas ricas y antiguas familias del Para- guay. Con un clima fresco, caaipos elevados, terreno profundo y fácil de labrar, esta provincia era célebre por su salubridad y producciones. Grandes iglesias, confortables hogares, é inmen- sas tropas de ganado se veian entonces, en lugares donde hoy existe un desierto completo, sin sombra de habitantes. De la división oriental limitada por el Paraná se sabe muy poco, toda esploracion por el lado de tierra es imposible ; los montes vastos é intransitables presentan obstáculos invenci- bles, mientras que las cascadas y torrentes de Guritubá cierran por completo la navegación del rio. El Norte dej Paraguay es montañoso; pero habiendo sido apenas esplorado, solo puedo describir la vecindad del gran pueblo de la Concepción. A altura de esta, el gneiss y la pie- dra de cal reemplazan el basalto, la piedra arenisca , y la ar- cilla del Sud, y aquí se debe buscar, si la tiene el Paraguay, la riqueza mineral con que están eternamente soñando los sud- americanos, Pero el gobierno y el pueblo en general, se mos- traban sumamente celosos y reservados siempre que se men- cionaba este asunto. Recibí muchas muestras de guijos de cobre, para analizarlas por orden del gobierno, pero nunca pude saber de donde venian, sino que eran de x( aguas arriba.» — 10 — Diciéndoles un dia que ni la mica amarilla, ni las piritas romboides de fierro contenían oro, suponían que los engaña- ba con propósitos maliciosos. En prueba de su mucha desconfianza, siempre que se hablaba del metal preciosos puedo relatar el siguiente suceso, que por el momento me in- comodó grandemente. En 1866 el hospital carecía de azufre y yo escribí al señor Carlos Twite, ingeniero de minas del gobierno, que entonces recorría el país desesperadamente buscando minas de carbón, que me mandase algunas arrobas de las piritas arriba mencio- nadas, lasque sometidas aun buen fuego, dan azufre en abun- dancia. Logró encontrar unas cien libras del mineral y lo envió al comandante del partido, con órdenes de despacharlo ala capital sin demora. Encontrando sin embargo este fun- cionario la caja muy pesada la abrió, y las relucientes y ama- rillas piedras despertaron al instante sus sospechas. Dio parte al ministro de la guerra de lo que había visto, de modo que cuando llegó la caja á la capital, se levantó una investigación, y se envió una muestra del mineral á un boticario italiano, que vivía en la plaza, para que lo examinara. Concluido el análisis, el boticario declaró que era una mezcla de hierro con azufre y de muy poco valor. El parte no fué satisfactorio, y le enviaron otra muestra con la indicación, de que á no dudarlo contenía oro, el cual intentaban robar á la república el «señor boticario inglés » y Mr. Twite. Contestó como antes, que no contenia ni una sola partícula de oro ; supe todo esto depues por conocer al italiano. Había empezado á separar el azufre de las piritas por medio de la destilación, pera dejé de traba- jar apenas supe que sospechaban de nosotros, y pasé luego á ver al ministro de la guerra para pedirle satisfacción. Se- gún el sistema paraguayo, tuvo la audacia de decirme, que no sabia nada de la investigación, que él mismo habia ordenado, aunque se veía sobre su mesa una muestra del mineral en el momento de mi entrada. Dicho esto, vuelvo á tomar el hilo de mi narración. Un carácter dominante de los ríos paraguayos, y que no deja de impresionar tristemente al estranjero, es el aspecto inanima- — lí- elo y desierto de sus márjenes. Navegando aguas arriba, se pasan leguas sin que se vea indicio alguno del hombreó de su industria, sin que se presente á la vista un ser vivo de ningu- na clase. Algún solitario caimán, que toma tranquilamente el sol, desaparece al proximarse el bote, sumerjiéndose pe- rezosamente en el agua ; una que otra melancólica cigüeña, que espera con ojos soñolientos la oportunidad de cojer algún desprevenido pez ; un buitre espiando con las alas cerradas los destrozados restos de algún carpincho, son talvez las únicas cosas que se ven en el trascurso de un largo dia de viaje. Guando los rios están bajos, sus altas márjenes de arcilla ofrecen un muy triste aspecto, y cuando salen de madre no se ven sino lagunas limitadas por inmensas praderas cubiertas de un pasto seco y corto, que vistas de cerca son apenas verdes, salvo cuando ha llovido, grises y luego azules á medida que se va perdiendo la llanura en el horizonte, y sin interrupción alguna en este cambio gradual de colores, sino cuando pasa la sombra de alguna nube perdida : y tan silenciosas é inhabita- das, como cuando se levantaron por primera vez desde el fon- do del mar. Guando se sube el Paraguay en el tiempo de las inundacio- nes, no se ven sino interminables esteros cubiertos de camalotes y otras plantas acuáticas, ó árboles, cuyas cimas apenas domi- nan el agua, sostenidos solamente por cables de lianas, que los unen sólidamente ó que flotan aguas abajo como balsas, suje- tas y amarradas por los mismos cordones. El agua tibia que circula entre estos, se pierde casi de vista bajo los lirios blancos y azules ó las anchas hojas y nevadas flores de su reina, la Victoria Rejia. Se ven, es cierto, bandadas de pequeños pá- jaros acuáticos pescando entre las enredaderas y las ramas, pero no dan vida á la escena, porque no emiten ningún soni- do, salvo un grito bajo de alarma cuando sienten la aproxima- ción del viajero. Este silencio de muerte solo es interrum- pido ai ponerse el sol, cuando los loros vuelven á sus nidos después de un malón sobre las naranjas. Sus ásperos chilli- dos, suavizados por la distancia, suenan en los oidos casi como — 12 — una música, y la luz y la vida parecen desaparecer junto con el rojo disco del sol y el vuelo del último tunante. En la costa del gran Chaco, márjen derecha del Paraguay y en ambas márjenes desde Humaitá en adelante y por cente- nares de millas, hay una sucesión interminable de palmas, cuyos troncos no se levantan como columnas delgadas y en forma de flecha hasta el follaje, semejante á una cresta de plumas, tal cual nos imajinamos este árbol, el mas esbelto de todos— sino que son gruesos, hinchados, espinosos, en tanto que la copa, rala y desgarrada ostenta las grandes hojas del año anterior, murmurando con un sonido seco y marchi- tas bajo los nuevos retoños, hasta ser dispersadas por el viento. Guando el rio está muy crecido, psrece que corriera en un canal elevado sobre el nivel jeneral del país; porque, no siendo visibles las márjenes, y no estando contenidas las aguas que se estienden entre los árboles, la tierra en ambos costados presenta á la vista una declinación gradual. No es solo en el Paraguay donde se nota esta monotonía y falta de actividad ; la perspectiva que acabamos de describir caracteriza todo el rio desde Buenos Ayres arriba. Las escasas y tristes poblaciones, situadas sobre el Paraná, interrumpen apenas su fastidiosa uniformidad, y sirven mas bien para au- mentarla. Las selvas silenciosas son bellas, pero los pueblos silenciosos son melancólicos. Salvo una que otra ave, ó cabra estraviada, no se encuentra ni se vé en sus calles nada que las anime. Los transeúntes, cuando los hay, andan pesadamente y al parecer sin rumbo ni objeto. El espíritu comercial no los preocupa jamás. Las poblaciones mismas están singularmente concentradas, lo que indica que hubo una época en que esta- ban rodeadas de palizadas, y en que los habitantes se reunían para defenderse mutuamente contra los indios de las Pampas. Además de esto, están completamente aisladas, y solo las cúpulas de las iglesias, vistas desde lejos en estas vastas llanuras, hacen comprender al viajero su existencia. Se ven ciudades de cinco á diez mil almas, en medio de un desierto inhabitado, sin caminos y ni siquiera rastros de - 13 - arrabales. Me parecian siempre mas bien los antiguos centros de una civilización abandonada hacia largo tiempo á los bu- hos y los zorros, que los hogares de una numerosa pobla- ción en via de progreso, pero desgraciadamente entregada á la siesta (1). Después de dejar á Corrientes, ciudad calorosa, triste, are- nosa, presa de abominables olores y miasmas, no se ve pueblo alguno por cerca de trescientas millas de distancia. Entre Humaitá y la Asunción existen ó existieron, porque la guerra no les ha dejado sino los nombres, unas pocas aldeas ó ran- chos, con la comandancia y la iglesia, jeneralmente en el cen- tro, porque estando limitado el comercio á la capital para fa- cilitar la cobranza de los derechos de Aduana, no podían pro- gresar mas allá do lo que exigían las necesidades de sus pocos habitantes. [i] Esta aserción no es del todo exacta respecto de la costa argentina; hay en ella numerosos pueblos que tienen un comercio activo y puertos habiUtados al efecto. La sola provincia de Buenos Aires tiene en la costa del Paraná, entre otras poblaciones, la ciudad de San Ni- colás de los Arroyos, pueblo de gran importancia comercial, y al cual vie- nen directamente buques de ultramar, y bacen en él sus cargamentos de retorno. Goya, en la provincia de Corrientes, es otro punto comercial de importancia ; y el Sr. Masterinan debia saberlo, aun cuando no fuera sino por el gran botin que enviaron al Paraguay los soldados de López. El inmenso cabotage de nuestros puertos, y sus numerosas compañías de vapores, demuestran á todo el que no es ciego, la importancia de los numerosos pueblos de la costa, que son á su vez, centros del co- mercio interior de sus respectivas provincias. Como loa libros de es- ta clase son leidos con curiosidad en el esterior, hacemos estas rectifica- ciones para el lector estrangero, á quien parece se propusieran estraviar casi todos los viajeros, que nos recuerdan en Europa. Otro error del autor, consiste en decir que estos pueblos son fundados en tiempo de la conquista, pues la mayor parte son muy posteriores, y algu- nos apenas cuentan pocos años. Ademas, su población, que según puede deducirse del texto, es nacional cuando no indígena, está completamente mezclada con estrangcros ; la inmigración es sumamente numerofa ; en Goya por ejemplo, casi todas las casas de negocio son üalianas— y aun cuando nacionalesy estrangeros duerman la siesta por el intenso calor de ciertas horas del dia, no por eso dejan de reunir sendos patacones al amparo délas leyes protectoras y liberales déla República, de las que no parece tener conocimiento el Sr. Masterman. {N. del E.) — 14 — Las primeras colonias en el Paraguay fueron fundadas por los españoles en 1536, poco después de la destrucción de sus primeros establecimientos en el Plata, donde está situado hoy dia el pueblo de Buenos Aires. Por mucho tiempo los espa- ñoles se contentaron con un fortin cercado con empalizadas, y recibían del esterior sus provisiones y todo lo necesario para la vida, porque los indios vecinos eran tan guerreros é intra- tables, que todos los trabajos de la agricultura — á la cual no parecen haberse aficionado jamás los colonos españoles — eran absolutamente impracticables, ylasguarniciones por falta de ví- veres, se vieron reducidas muchas veces á los mayores estremos. Un amigo mió, hijo del pais, me prestó por unos dias un libro intitulado « La Historia de la Conquista, por Rui Diaz de Guzraan, Conquistador. « Habia sido impreso, por órdenes de Don Carlos López, finado Presidente del Paraguay, vahéndose del manuscrito orijinal que estaba en su poder. Me hubiera gustado traducirlo todo, porque presenta un cuadro muy ani- mado de los sufrimientos y dificultades de los primeros colo- nos; y esta historia, por ser de un testigo ocular, es relati- vamente de muchísimo valor. En un capítulo nos cuenta una historia que Parish cita tomándola de Azara, pero es tan cu- riosa, que la doy tal cual se halla en el orijinal. « En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque faltándoles totalmente la ración comían sapos, culebras y las carnes podridas que hallaban en los campos : de tal ma- nera, que los escrementos de los unos, comían los otros ; vi- niendo á tanto estremo de hambre, que como en el tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada á Jerusalen comieron carne humana, así sucedió á esta miserable gente, porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarles mas que los huesos : y talvez hubo un hermano que sacó las asaduras y entrañas á otro que estaba muerto para sustentarse con ellas. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad, fué constreñida á salirse del real, é irse á los indios para poder sustentar la vida, y tomando la costa arriba llegó cerca de la Punta Gorda - 15 — en el Monte Grande, y por ser ya tarde buscó donde alber- garse; y hallándose con una cueva que hacia la barranca de la misma cosía, entró por ella, y repentinamente topó una fiera leona que estaba en doloroso parto ; la cual vista por la afljida mujer quedó desmayada, y volviendo en sí se tendia á sus pies con humildad : la leona que vio la presa, acometió á ha- cerla pedazos, y usando de su real naturaleza se apiadó de ella, y desechando la ferocidad y furia con que la habia acometido, con muestras halagüeñas llegó hacia á la que hacia poco caso de su vida, con lo que cobrando algún aliento la ayudó en el parto en que actualmente estaba, y parió dos leoncillos en cuya compañía estuvo algunos dias, sustentada de la leona con la carne que de los animales traia : con que quedó bien agradecida del hospedaje por el oficio de comadre que usó ; y acaeció que un dia, corriendo los indios aquella costa, topa- ron con ella una mañana al tiempo que salia á la playa á satis- facer la sed con el agua del rio, donde la cojieron y llevaron á su pueblo, y tomóla uno de ellos por mujer; de cuyo suceso y de lo demás que pasó, adelante haré relación. «En este tiempo sucedió una cosa admirable que por serióla diré, y fué, que habiendo salido á correr la tierra un caudillo en aquellos pueblos comarcanos, halló en uno de ellos, y trajo en su poder aquella mujer de que hice mención arriba, que por la hambre se fué á poder de los indios ; la cual como la vio Francisco Ruiz, la condenó á que fuese echada á las fieras para que la despedazasen y comiesen ; y puesto en ejecución su mandato, cojieron á la pobre mujer, y atada muy bien á un árbol, la dejaron una legua fuera del pueblo, donde acudiendo aquella noche á la presa numerosas fieras, entre ellas vino la leona á quien esta mujer habia ayudado en su parto : la cual conocida por ella, la defendió de las demás fieras que allí esta- ban y la querían despedazar; y quedándose en su compañía la guardó aquella noche, y otro dia y noche siguiente, hasta que al tercero fueron allá unos soldados por orden de su capitán á ver el efecto que habia surtido de dejar allí aquella mujer ; y hallándola viva, y la leona á sus pies con sus dos leoncillos, la cual sin acometerles se apartó algún tanto, dando lugar á que — i6 — llegasen, lo cual hicieron, quedando admirados del instinto y humanidad de aquella fiera, y desatada por los soldados la llevaron consigo, quedando la leona dando muy fieros brami- dos, y mostrando sentimiento y soledad de su bienhechora, y por otra parte, su real instinto y gratitud, y mas humanidad que los hombres ; y de esta manera quedó libre la que ofre- cieron á la muerte echándola á las fieras : la cual mujer la conocí y la llamaban la Maldonada, que mas bien se le podía llamar la Biendonada, pues por este suceso se ha de ver no haber merecido el castigo á que la ofrecieron, pues la necesi- dad habia sido causa y constreñídola á que desamparase la compañía, y se metiese entre aquellos bárbaros. A.lgunos atri- buyeron esta sentencia tan rigorosa al capitán Alvarado y no á Francisco Ruiz ; mas cualquiera que haya sido, el caso suce- dió como queda referido. » Se deduce de esta historia que no era permitido á las mu- jeres españolas casarse con los indíjenas ; pero los hombres lo hacian comunmente, aunque con funestos resultados. Los españoles cometieron dos grandes errores en Sud-Amé- rica, á saber: esclavizar á los naturales y enlazarse con ellos. El primero fué una gran crueldad inflijida á los indios, y el segundo un mal irreparable hecho á si mismos, porque en vez de mejorar la raza con que se vinculaban, se rebajaban á su nivel. Las interminables guerras civiles de los turbulentos, indo- lentes y desenfrenados mestizos, sus tremendas y mutuas car- nicerías, que han despoblado provincias enteras, son la conse- cuencia de aquel fatal error, y hay razón para temer que el reinado de paz solo se iniciará cuando haya desaparecido toda la raza mista, cuando los descendientes de los opresores y los oprimidos hayan sido igualmente aniquilados por la terrible venganza exijidapor las atrocidades de los conquistadores. (1) [ij El autor comete un error al sostener que la diferencia de las razas ha sido la única causa de la guerra civil, y se muestra mal infor- mado del estado de la cuestión, cuando predice que esas guerras solo ter- minarán con la extinción de una de ellas, dando á entender al parecer, que estamos en lo mas crudo de la lucha. Respecto á las causas de la guerra civil, ellas reconocen móviles de otro orden y que responden á — 17 — Si hubieran obrado á este respecto con la misma cautela que nuestros colonos en la América del Norte, y se hubieran abs- tenido de lodo «comercio con los paganos», cuan diferente hu- biera sido el resultado. CAPITULO II La Asunción — Los edificios públicos— Las calles- La RELIGIÓN. La Asunción, capital del Paraguay, está situada en 25° 16' 29" latitud sud, y 57" 20' 53" lonjitud oeste. Se halla edificada sobre una suave pendiente, que elevándose desde el rio por la distancia de una milla, pierde gradualmente su declive hacia el sud, pero que pasando el pueblo, en dirección opuesta, ad- fmes elevados— la lucha entre la civilización y la barbarie, y so- bretodo, la luciía entre las malas Ideas arraigadas por la colonia y que en general son comunes á la raza latina, y las ideas verdaderas del buen gobierno. Si las campanas han luchado contra las ciudades, no toda la culpa es de aquellas ; quizá estas son los mas criminales, por que no se han cuidado de educarlas, y sobre todo, por no haber tratado de refor- mar la mala conformación territorial legada por la conquista, que plan- teaba pueblos separados por enormes distancias, haciéndolos por consi- guiente, casi estraños entre si. En cuanto al estado de la lucha, mas puede decirse que es necesario estinguir una parte de nuestra pobla- ción, pues para todo el que habita en este pais, es manifiesto que la lu- cha puede darse por terminada. Los últimos movimientos de las pro- vincias, apenas pueden llamarse sublevaciones ó montoneras, y la fácil lidadcon que han sido dominadas, demuestra que son las últimas esca- ramuzas de la batal'a. En cuanto á la provincia de Buenos Aires, para to- dos 63 una verdad que las revoluciones son imposibles. Si el Sr. Master- man, conociera la opinión argentina, manifestada por su prensa, sabría que no hay razas en lucha, y que la discusión de intereses materiales versa al presente, sobre las ideas mas ó menos adelantadas del derecho federal, sobre los intereses materiales del pais, sobre ideas administrativas, sobre todo aquello en fin, que engrandece á, los pueblos y los impulsa á la paz y la felicidad. (N. deí E.) — 18 — quiere una elevación mayor. Antes de la guerra tenia una po- blación de cerca de veinte mil almas. Debido á la escasez de grandes edificios, presenta desde el rio un aspecto mezquino, y como las casas, por lo jeneral, po tienen sino un piso, apenas se ve á la distancia otra cosa que techos de teja rojiza, con uno que otro mirador blanco que los domina. El único edificio hermoso en aqael pueblo era el palacio edificado por D. Francisco López, para su pro- pia residencia, el que nunca llegó á ocupar. La estación del ferro-carril, y la iglesia nueva no están tampoco terminadas. El muelle, que era lo que el viajero veia primero, no tenia ni el aire, ni el bullicio de los negocios, y esceptuando algunos soldados haraganes, ó mujeres que iban cigarro en boca al mer- cado, estaba por lo jeneral desierto, y los buques en vez de cargar ó descargar parecían podrirse en sus fondeaderos. Sin embargo, no dejaba de hacerse un tráfico considerable, á pesar del aspecto indolente del país. . Estando los muelles construidos en la estremidad de una curva, que forma el rio enfrente del pueblo, el agua los va de- jando en seco, y por via de compensación, invadiendo la már- jen opuesta, de manera que dentro de poco el canal quedará le- jos de la ciudad. Cien años ha, el desembarcadero distaba mas de una milla de su sitio actual. En el dia queda lejos de la parte comercial del pueblo (porque los negociantes no se han retirado como el rio) del cual lo separa un terreno arenoso, un arroyo bajo y cenagoso, y un puente arruinado. Sobre la derecha del desembarcadero se halla el arsenal, gran edificio terminado á medias, que ocupa el centro de un gran número de galpones que le rodean. Los injenios, las má- quinas, así como los materiales eran todos ingleses, y las obras eran dirijidas y ejecutadas en su mayor parte por ingleses también.— Mr. W.Whylehead, injeniero en jefe, era un hombre notablemente capaz y un administrador de primera clase ; su muerte, durante el primer año de la guerra, fué una pérdida irreparable para López. Pasaudo el arsenal y sobre una pequeña emioencia se Jialia - 19 - el hospital, que es un cdiñcio largo y bajo, con un peristilo do columnas muy pesadas al frente y un techo de tejas rojizas. En línea con este hospital y sobre el rio, se levanta una ba- lería d3 ladrillo, que estaba jeneralmentca artillada con ocho piezas y que fué atacada por los encorazados en 1868; mas abajo existe un formidable terraplén. El hospital está tan mal situado', con respecto á estas defensas, que difícilmente deja- rla de penetrarle una bala que errase á una ú otra de aquellas. En la otra eslremidad de la muralla se halla otra batería, que es una casamata bien y sólidamente construida. Al lado de esta se halla la aduana, que como todas las otras obras del país, queda sin terminarse, yes ademas tan espantosamente fea, que lio puedo menos de lamentarse que haya sido principiada. El terreno en que está edificada forma un declive de cerca de diez grados, y como los paraguayos no conocen la belleza de las líneas, ni la necesidad de los planos, todo el frente del edificio, que es muy largo, sigue la forma natural del declive. Para empeorarlo todavía, no hay una sola interrupción ó proyección que oculte el defecto, y la columnata con sus veintidós arcos, y pesada cornisa, parece que quisiera zambullirse en el río. Un inglés, que no puede ver ni un cuadro mal colgado, en- cuentra muy curiosa esta indiferencia de los paraguayos por el nivel y la simetría, la que se demuestra en todas partes, tanto en sus casas como en las calles. En una hilera de ventanas hay siempre una ó dos mas altas ó anchas que las demás, y las cornisas de los cuartos, los dibujos de los empapelados y aun los entrepaños, presentan á la vista el mismo defecto chocante. Por otra parte, las calles están tiradas á cordel, cruzándose siempre en rectángulos y á distancias iguales. Las manzanas así formadas, están edificadas solo sobre la calle, ocupando el cen- tro los patios de las casas, y algunas veces sus jardines. Las mejores calles, que se hallan sobre el río, aunque arenosas son bien construidas, y la vereda por lo jeneral bastante buena ; las casas tienen un aspecto decente, y se han hecho algunos esfuerzos para probar que el paraguayo no ca- rece de conocimientos arquitectónicos. Sin embargo, la parte alta del pueblo está entrecortada por barrancas, que solo han sido — 20 — compuestas en algunos parajes ; y cuando csías se convierten en lagunas ó canees de torrentes, no es fácil visitar por muchas horas al vecino de en frente. Con pocas escepciones, las casas tienen solamente un piso, y por lo jeneral están construidas con adobes mas ó menos de la misma forma y tamaño que la teja romana. Guando en- tré por prim.era vez en la Asunción, no dejó de sorprenderme la semejanza que tienen sus casas con las de Pompeya, Los en- trepaños de las paredes esteriores, decorados con pilastras en bajo relieve, y pintados de amarillo claro ó violeta ; sus anchos y elevados portones, que no dan sobre el interior de la casa sino sgbre un espacioso zaguán, dejando ver mas adelante sus patios adornados con una sucesión de columnas, que com- pletan la semejanza ; los techos cubiertos de dos capas de tejas semi-cilíndricas ; sas hermosas salas, y sus tristes alcobas, las mas veces sin ventanas ; lahoUinienta y ennegrecida cocina con su fogón de tierra; en fin, todas estas disposiciones para una vida casi campestre, y la falta de esas comodidades do- mésticas que hacen parecer tan tristes las antiguas habitacio- nes romanas— todo, todo esto, me presentaba una idea exacta de lo que eran las casas, hace mil ochocientos años. El aljibe de los Moros, ha reemplazado el compluvium romano ; fallan las hermosas decoraciones, y las pinturas con que se adornaban las paredes; son unas casas pompeyas, saliilas de manos de arquitecto, y en las que nunca ha entrado el artista. Pero como los tonos sonoros del idioma español, estas obras nos recuerdan losdias del antiguo mundo, que, sin violencia alguna del espí- ritu, podríamos imajinarnos en toda su terrible realidad. He pensado también frecuentemente, que el adulterado ro- manismo observado en el Paraguay (y por lo jeneral en toda Sud-América) debe parecerse al antiguo culto pagano, tal cual podría verse tal vez en alguna aldea de montaña ó distrito re- moto del imperio; en donde imájenes rudas eran adoradas con ritos mas rudos todavía, por rústicos que habían olvidado á me- dias, ó no comprendido nunca su primitivo significado. La relijion en el Paraguay es la cristiana, aunque solo en el nombre ; prácticamente no es sino una vergonzosa idolatría ó — 21 — feüquismo. Los sacerdotes son ignorantes é inmorales, aficio- nadísimos á la riña (le galios, y jugadores; poseen una gran influencia sobrejas mujeres, de las cuales abusan escandalosa- mente ; pero de parte délos hombres son muy poco respetados. El ídolo favorito es la vírjon, forma incongrua de Venus y Diana, pero que tiene apenas un vestijio de la belleza poética de sus antetipos. Una madre vírjen, con aires de cortesana, una pobre reina de madera sentada sobre una medialuna, coro- nada de estrellas y vestida con oropel y otras miserias lujosas es la divinidad que adoran y que celebran con jenuflexiones, mientras no se oye jamás el nombre de nuestro Salvador, sino en forma de saludos é interjecciones. Tengo la convicción ín- tima de que si no recordaran las palabras del catecismo, con-^ testarían en caso de sor preguntados, que la Yírjen Maria hizo el mundo y todo lo que contiene. Nuestra Señora de Dolores reemplaza á menudo y bajo todos aspectos á la reina de Pafos ; una Friné paraguaya en vez de mendigar un collar para su Venus, pide amorosamente un ro- sario de oro para la imájcn de la Santísima Vírjen . (1) Dicho esto, sigamos con la descripción del pueblo. Los edi- ficios públicos son numéricamente pocos y de muy pobre apa- riencia, si se esceptúa una inconclusa iglesia, cuyo arquitecto era italiano. El frontispicio de la catedral, y el de la iglesia de San Roque han si lo elevados á una gran altura sobre el techo, con el objeto de darles una elevación ficticia, la que vista por atrás desaparece y le da un aspecto ridículo. El Cabildo es un cdi- [1] Suponemos caritativamente que el autor solo quiere atacar el es- tado lamentable ;i que se vnía reducido el cristianismo en el Paraguay, apesar de que con el poco criterio que demuestra respecto á los pueblos de la América del Sud, que no conoce,y entre los que incluye como es na- tural á la República Argentina, dice que casi en todos ellos sucede lo mis- mo. Si no supiéramos esto, refutaríamos su idea estensamentc ó supri - miriaraos estepirrafo que vendría á herir profundamente el sentimiento religioso y la suave y poética ligara de Maria. La verdadera escuela cató- lica, á que per:enece la República Argentina, rechaza y protesta contra los absurdos atavíos y las falsas prácticas, precisamente porque conserva un santo respeto por la madre de Jesu-Cristo. (iV. del E.) — 22 — ficio de dos pisos, sin gusto alguno y que sirve para los Lesa, manos ó levées del Presidente. Un teatro nuevo, diseñado por el arquitecto italiano ya mencionado, estaba medio concluido cuando llegué al país, y queda todavía en el mismo estado ; en realidad es muy grande para la población y es necesario que pase un siglo para que le cuadre; el arquitecto declar¿ con toda injenuidad á Mr. Wiiytehead que no se hallaba capaz de concluirlo. López emprendía con el ardor febril y el entu- siasmo de una criatura, toda clase de proyectos nuevos, pero cansándose pronto, se aplicaba á alguna otra cosa que le era mas atractiva. De este modo, hizo comenzar un palacio, una iglesia nueva, un ferro-carril, un nuevo arsenal, una nueva aduana, un correo, un plan para una hermosa casa da gobierno y una esplanada, sin concluir ninguna de estas obras; en efecto, dos de ellas á la vez habrían sido mucho para él; de ahí re- sulta que el frente de la estación del ferro-carril , cons- truido á gran prisa, se está derrumbando ya ; las macizas cornisas de la aduana fueron casi demolidas por una tormenta de granizo, y el teatro es un desierto completo de arcos y ele- vadas murallas. Habíalo que se llamaba la Biblioteca pública; pero siendo teolójícos casi todos los libros, nunca supe que hubiese quien los leyera. López, sin embargo, los utihzó con su buen tino de costumbre. Hizo cortar los inmensos tomos para convertirlos en cohetes y fuegos artificiales. Vi practicar un dia esta operación sobre una biblia hebrea y latina — modo muy sud-americano de difundir los conocimientos útiles. (1) En todo el país, las ventanas de las casas están protejidas por fuertes rejas de fierro, que les dan la apariencia de cárceles; y los postigos, las puertas y sus cerraduras son macizas, por- que los paraguayos son hábiles ladrones y rateros incurables. Me gustan las antiguas casas españolas con sus murallas ma- (1) Es verdaderamente criticable el uso que de los libros se hacia en el Paraguay, pero es ridículo que el jefe de la fábrica de los cartuchos que se quemaban contra la civilización, lanze un apostrofe tan rudo ú los sud- americanos. La razón que puede disculpar al Sr. Masterman, es la ignorancia pro- - 2 «A cizas de inas de una vara de ancho, con sus altas habitaciones,' y sus portones tan anchos y elevados, que si á uno se le antojase podría entrar <á caballo sin agacharse ni apearse hasta la sala misma. Sus pesados techos, sostenidos por vigas de enorme tamaño, las pequeñas ventanas casi perdidas en el grueso de las paredes, el espacioso corredor, todo conviene perfectamente al clima, disminuyendo el calor y suavizando la luz de una manera indeciblemente grata, sobre todo después de un paseo á caballo en las horas de sol, por caminos arenosos, ó calles en cerradas, y casas cuyo brillante color blanco lastima en estremo la vista. Pero desgraciadamente uno de los resultados de la ostenta- ción y eetravagaucia introducidas por Francisco López, fué la predilección por un estilo meretricio de arquitectura, del carác- ter mas estravagante y pretencioso. Los frentes de las casas fueron edificados á una gran altura sobre los aleros; se pusie- ron á la moda unas inmensas ventanas con la inevitable reja para el solo objeto de ostentar á los transeúntes los muebles, la alfombra de la sala, y todas las comodidades domésticas, y hasta la solidez fué sacrificada para presentar á la calle un lu- joso frente. CAPITULO III Los PARAGUAYOS— El TRAJE NACIONAL— La EDUCACIÓN. Los paraguayos son de oríjen indo-español y descendientes de las varias tribus que habitaban el país antes de la conquista fantla que ostenta en todas las partes de su libro, que se refioreQ á la his loria y estado de los pueblos del Plata, y aun al Paraguay, sobre todo en la <^poca de Francia. Decir que la destrucción de los libros es una manera sud-americana de difundir los conocimientos útiles, porque esto se hacia en el Paraguay, es como si dijéramos que la manera europea de introducir la civilización en América es poner sus hijos al servicio de los tiranos, y contribuir al sosten de la barbarie mas refinada. {N. del E.) — 24 ~ y de sus invasores españoles. Tienen hoy dia mucho de lo que caracteriza ambas razas. Es singular, sin embar¿^o, que el len- guaje de los vencidos, que es el guaraní, ha prevalecido, y en la campaña hay pocos que sepan otro. Los hombres son en jeneral de estatura mediana, robustos y bien formados ; su tez es morena ó aceitunada. Han here- dado de los indios la pequenez de los pies y las manos, y sus largos y lisos cabellos negros. Son pocos los que tienen barba y patillas, y los que las tienen, se las afeitan siempre. Sus bi- gotes son cortos y escasos. Las mujeres cuando jóvenes son á menudo muy bonitas ; sus finas y graciosas formas, sus grandes y brillantes ojos negros, á los que sus largos párpados dan un aire de languidez orien- tal, y sus largas y densas trenzas intensamente negras, produ- cen una clase de belleza que se armoniza bien con las brillantes flores y el hermoso cielo de su patria. Pero como las mismas ño- res, se marchitan pronto, y careciendo completamente de edu- cación ú otros adornos del espíritu, sus encantos desaparecen rápidamente y para siempre. Esta prematura decadencia se apresura á menudo por la temprana edad en que llegan á ser madres. Su tez es por lo jeneral oscura aceitunada ; pero he visto mu- chas veces á paraguayas puras, quiero decir, nacidas de padre y madre paraguayas, singularmente blancas; á estas las llaman rubias : he visto á otras tan blancas como nosotros mismos, con ojos azules y cabello rubio descendientes de vascos según creo. El traje de los hombres es parecido al de los gauchos arjen- tinos, que consiste en un par de calzoncillos blancos con cribos, un chiripá de algodón blanco, un ciníuron ancho de cuero, una camisa blanca, á menudo hermosamente bordada, y un pon- cho. Completa el traje un sombrero de paja y enormes espue- las de plata, que pesan por lo regular dos libras cada una ; je- neralmente no usan calzado. En la capital, todos los que podían hacerlo se vestían á la europea, siendo apasionadísimos de las botas de charol, porque este artículo indicaba el estado de] que Jo llevaba, y Ja frase — 25 — jcnie calzada ó la contraria, se empleaba á menudo para dislin- guir á los ricos y los pobres. El vestido de las mujeres, aunque sencillo es muy gracioso. Forman su toilete, una larga camisa da algodón, llamada tupoi, que llega apenas al cuello, con una ancha franja de lana negra ó escarlata bordada, y cosida á la estremidad superior, unas mangas sueltas de malla, y faldillos de muselina ó seda, abul' tados como si fueran forrados en crinolina, por la cantidad de almidón que llevan las enaguas, y aseguradas á la cintura por una ancha faja. Escepto eii la capital muy pocas andaban cal- zadas. Su tocado consiste en dos largas trenzas que, á veces circun- dan la cabeza en forma de guirnaldas y otras caen sueltas so- bre sus hombros, aseguradas con un enorme peine de carey engastado con oro y piedras preciosas. Bastaba para completar, su muy bonito tocado una rosa, o una pluma suave y sedosa, lánguida y coquetamente colocada. Endiasde fiesta ostentaban sarcillos de escesivo tamaño, trabajados en el país y tan largos que descansaban en los hombros, uno ó dos collares de oro macizo y sortijas suficientes para tapar todos los dedos de la mano. Este traje, sin embargo, está casi fuera de moda entre las fa- mihas de tono, y una peineta de oro significa hoy dia una mu- jer de la clase inferior. Este cambio debe echarse de menos, porque el antiguo traje es notablemente pintoresco y adaptado al clima. He dicho que algunas de las casas me recordaban las de Pompeya; el recuerdo se convertía casi en ilusión, cuando sen- tado al anochecer en un estenso, silencioso y sombrío salón, veia pasar á lo largo del peristilo una criada, que con paso si- lencioso y felino, llevaba en su cabeza un cántaro , con sus torneados brazos pendientes á los costados, y su blanco tu- poi realzado por sus negros ribetes, cayendo de los hombros en pliegues graciosos y hasta tentadores. Parecia una cariátide, que cansada y relevada de su enorme carga, se deslizaba viva á nuestra vista. i Los niños de ambos sexos andan por lo jeneral hasta la — 26 «- edad de ocho ó diez años, enteramente desnudos. A las mu- chachas de la clase inferior, se les enseña desde el momento en que caminan á llevar cántaros en la cabeza. Cuando son grandes, raras veces llevan su carga de otra manera. Muchas veces he visto mujeres haciéndose camino á travez del mer- cado en las horas de mas bullicio, con una botella de vino balanceada en la cabeza, llevándola con la misma seguridad que si estuviera en un canasto. Un dia presencié un cuadro encan(ador: una criatura de cercado ocho años de edad, ve- nia de la fuente sin su cántaro, pero evidentemente creyen- do que lo traia, llevando en su lugar un largo penacho de nardos blancos ; los últimos rayos del sol, y el vasto desierto de ardientes arenas que se estendia á su espalda, formaban una áurea perspectiva á la graciosa í3gura de la niñita cuan- do pasó cerca de mí, mientras que sus grandes, melancólicos y distraidos ojos iban tristemente fijos en una cabana que estaba á su frente. No recuerdo haber visto jugar jamas á los niños paraguayos, al menos algún juego conocido, y aun los juguetes les parecían cosas casi desconocidas. Obtuve de Inglaterra algunas muñe- cas y otros juguetes para distribuirlos entre algunos de mis amiguitos; á primera vista estos últimos les parecían muy bonitos « epoinaeté», pero pasado el momento de sorpresa los hicieron pedazos ; las mayores se apoderaron inmediatamente délas muñecas y las convirtieron luego en lujosos y fashio- nables Santos. Vi en la Catedral, un dia de la Natividad, un altar en la nave lateral, adornado en la forma del Pesebre, es decir, una cuna, con todo lo conLenido en una (nArca de Noé » dispuesto de manera que representasen la adoración de los Magos, y en que figuraban Sem, Jam y Jafet, vestidos de paltos cilindricos de madera, haciendo los honores de la casa á los tres reyes. Las criaturas de ambos sexos aprenden á fumar apenas ca- minan solos, y los muchachos á jugar, tan pronto como pue- den hablar. Estos vicios de sus padres reemplazan los entrete- nimientos mas naturales de la niñez. Una vez encontré un número de niños muy ocupados enter- - ^7 — rancio viva una criatura ; habían cavado un pocito en medio del camino y tapado el chiquiío hasta el pescuezo. Parecia algo asustado, como era natural, pero se mantenía bastante tranquilo en las arenas calientes. Dos ó tres de sus compañeros que tenían cerca de 5 años de edad, muy viejos supongo para diversiones tan pueriles, — estaban sentados en el borde de la vereda, fumando sus cigarros y contemplando el procedimiento cou la mayor gravedad. Después de fumar y tomar mate, el mayor entretenimiento de los paraguayos es el baile, al que se entregan como nunca he visto á nadie. Talvez una de las razones porque las señori- tas gustan tanto del bailo, es que no tienen otra oportunidad para escuchar libremente á sus novios; en todos los demás momentos son espiadas con suma rijídez por las madres ó las lias — siento decirlo, que con motivo— y tan es así, que an- tes de casarse apenas puede hablarse un minuto á solas, y nunca se pasean por las calles con sus amigos, ni aun con sus hermanos. Pero en los bailes públicos, las dueñas se sientan solas en la antesala. A menudo me daban lástima las pobres viejitas : no podían ni aun fumar, tal era la vijilancia que des- plegaban sobre las chicas. Sínembargo, tenían su desquite en la cena, donde no solamente comían todo lo que podían, sino que escamoteaban cuanto cabía cómodamente en sus vestidos. Fui testigo ocular de un merodeo cometido por una rolliza matrona, que sustrajo una pagoda entera de alfeñi- que, de unos dos pies de alto, y en jeneral todas se embolsa- ban pollos asados con una calma encantadora. La manera de comer de los hombres es muy primitiva ; habiéndose introducido recien los tenedores, su maniobra es un tanto peligrosa. El modo correcto, por ejemplo, de comer asado, es meter entre los dientes cuanto quepa, y cortarlo en seguida raspando los labios con un largo y bien afilado facón. Las señoritas, por supuesto, no siguen la moda públicamente ; pero tengo muchos motivos para creer que la seguían en su casa, porque eran siempre muy reservadas en la mesa, cuando habían eslrangeros presentes. Me pareció bastante gracioso un rasgo de la urbanidad para- — 28 -- guaya. En un pic-niG, al cual fui invitado poco después de mj llegada, las señoritas que tenia á uno y otro háo ele- jian los mas tentadores bocados do su plato y diciendo en seguida « Toma Señor yi me rellenaban la boca con ellos. A su vez, esperaban que les cortase la carne. He dicho que las mujeres carecen completamente de toda clase de educación, al punto que es muy raro encontrar una que sepa leer y escribir. Sinembargo, los hombres casi todos saben hacer ambas cosas. En cada pueblo ó aldea habia una escuela primaria, costeada por el gobierno, en donde se ense- ñaban á los niños estos sencillos conocimientos y los rudi- mentos de la aritmética. Pero nunca encontré un hijo del pais que supiera resolver con propiedad una cuenta de partir denominados, y la facilidad con que nosotros los estrange- ros, al servicio del pais, resolvíamos los diferentes problemas' era para ellos una fuente inagotable de admiración. Poco después de mi llegada á la Asunción tuve motivo de ir á la tesorería para percibir mi sueldo ; siendo la primera vez que vcia al señor colector, llevé conmigo una traducción de mi contrato, y una anotación de la suma que necesitaba. Le en- contré en la oficina de pago, habitación que tenia como diez pies cuadrados, pero que era muy alta, con paredes blanquea- das, y cielo raso de palmas, adornado con col gaduras de tela raña, y en uno de los rincones con un inmenso hormiguero de hormigas blancas. Ocupaba el centro una mesa cubierta con una bayeta verde, muy sucia y manchada con tinta; detras, estaba sentado el habilitado, viejo poco pretencioso al parecer, muy moreno, y que tenia el aire de vivir eternamente perple- jo. A su lado estaban dos oüciales vestidos á la moda del ciu- dadano del pais. Sobre la mesa se veia un montón de papel moneda, un tintero lleno de moscas, algunas plumas vetera- nas, y el inevitable arenillero ; en el fondo se hallaba un baúl de cedro americano que estaba abierto, unos cuantos libros, un montón de pesos plata, y una bandeja llena de sucios do- blones de oro. En la puerta^ cuidando todo, estaba un centi- nela, vestido de bayeta colorada, con un ridículo sombrero, compuesto de cuero y bronce, que no podria compararse con - 29 — oirá cosa que con un (ambor de niño. Al principio me echó una mirada feroz, y luego, porque no le quité el sombrero como lo hubiera hecho un paisano, me saludó muy humilde- mente. Di la mano al colector, le presenté los documentos, acepté un cigarro y una silla, y esperé que se enterase de mi solicitud y me pagase el dinero. Apenas es creíble, pero pasó mas de una hora antes que pudieron dividir cierta cantidad de pesos y reales por doce. Difícilmente podia contener la risa viéndolos tan perplejos y cubriendo desesperadamente de nú- meros pliego Iras pliego de papel oficial. Para hacer la escena mas cómica todavía, unos holgazanes les ofrecieron sus servi- cios gratis, exhibiendo asombrosos y complicados sistemas de cálculo, que ni el mismo Gocker conoce 1 Hasta el centinela, arrastrado por la generosidad y el entusiasmo, depositó su triste fusil de chispa, y dibujó tremendos números con los restos de una pluma, para esplicarles como calculaba él su sueldo, es decir un peso por mes, cuando el pobre lo obte- nía, lo que no sucedía muy frecuentemente. Me senté con la silla ladeada, á la moda de los paraguayos, escuchando la música de la plaza, y cuando me decían, adivinando, que la suma era tanto, lo que hacian de rato en rato, les contestaba tranquilamente, que yo necesitaba tantos pesos, y que no me iba sin llevarlos. Por último, vi cruzar la plaza al Dr. Stewart, él que fué bastante bueno para venir en mi protección diciéndo- les que podían tener toda fé en mis cálculos, y recibi la suma que habla pedido. CAPITULO IV. Bosquejo de la historia del Paraguay, — Francia. — Carlos López. — La historia de Garlos Degoud. — De los emplea- dos oficiales. Bajo el gobierno de los monarcas españoles, la provincia del Paraguay abrazaba todo el territorio al Este de los Andes, y al Sud del Brasil. Pero cuando los colonos arrojaron el yugo español, toda el país al Oeste del Paraná y Paraguay se separó, formándose un Estado llamado el Estado de Buenos Ayres — 30 — ó la Confederación Argentina ; el territorio entre el Paraná y el Uruguay se llamó la República de Enlre Rios, y el resto al Este de esta última, la República del Uruguay, ó la Banda Oriental; dejando al Paraguay como estaba entonces cons- tituido, solo la pequeña zona que se ha descrito en el primer capítulo. (1) Los españoles y los mestizos del Paraguay, así llamado, fueron los últimos en rebelarse contraía madre patria, y cuando la nueva República del Plata envió un ejército para « invitar- los» á cooperar con ellos á este fin, y en caso de negativa imponerles la libertad, los paraguayos atacaron y derrotaron á los mismos hombres que iban á ofrecerles la libertad y la independencia. Con la ceguedad de siempre, han hecho la misma cosa durante la presente guerra defendiendo á López á todo trance, cuando su destrucción les hubiera traído una ventaja inestimable, dcándoles la oportunidad de formar un gobierno suave y liberal, en lugar de una tiranía, que no tiene paralelo en los tiempos modernos. Sin embargo, algunos meses después el Paraguay siguió el movimiento liberal, y habiéndose negado á formar parte de la Confederación Argentina, se declaró en 18H república hbre é independíente. En el año siguiente, se elijieron dos cónsules con poderes iguales, llamados Francia y Yedros. El primero era un hombre muy notable, de orijen francés, pero nacido, según creo, en la provincia de Córdoba. Estudió en la Universidad de este pueblo la teología y la jurispruden- (1) Gomo este libro está destinado ácírcu'ar en Sud-América parece in- necerario reparar este error del Sr. Mastcrman. Las provincias que forma- ban el virreinato del Plata, inclusive el Paraguay y Alto Perú (lioy Bo- livia) fueron comprometidas en el movimiento revolucionario de 18i0. La independencia del Paraguay no fué declarada hasta 1840 y la de la Re- pública Oriental hasta el tratadlo de 1828. El territorio de Entre-Rios y el de Corrientes se separaron de la Provincia de Buenos Aires en el curso de la guerra civil, pero no para constituir naciones, sino provincias inde- pendientes relativamente y exentas del gobierno local de Buenos Aires, pero integrantes de la Confederación Argentina. (Nota del traductor.) - 31 - cia, recibió el grado de doctor, el cual, digámoslo de paso, es muy común en Sud América, y luego se dirigió á la Asunción, donde abrió su estudio de abogado. Su colega^Yedros, era imbécil é ignorante. Francia se des- hizo de él muy pronto, y dos años después, estando su auto- ridad firmemente establecida, fué nombrado cónsul y mas tarde dictador. Al principio gobernaba con justicia y moderación ; se esforzó en mejorar la condición del pueblo, fundó escuelas, y redujo por un proceder muy espedilivo las calles de la ciudad á la re- gularidad que hoy tienen. Entre tanto, hablan empezado sus reyertas las repúblicas vecinas ; no se oia hablar do otra cosa sino de tumultos, y matanzas, conspiraciones y revoluciones ; y con el objeto de impedir que se reprodujeran en las rejiones pacííicas que gobernaba, Francia determinó aislar completa- mente al Paraguay del resto del mundo. A pocos permitía en- trar en el pais y á nadie dejarlo. (1) Reunió y disciplinó personalmente un ejército poderoso; estableció fueites y guardias á cortas distancias á lo largo de los rius fronterizos y derrotó á los indios del Chaco, que le molestaban. Aisló tan completamente al pais, que no lo podia dejar un solo paraguayo, y los pocos estrangeros que logra- ban visitarlo, se velan en grande dificultades cuando querían salir. A uno que otro buque mercante le permitía subir hasta Ñembucú, pueblo situado un poco mas arriba de la emboca- dura del Paraguay ; examinaba el manifiesto de su cargamen (i) El Sr. Maslerman no ha penetrado evidentemente del carácter de Francia. El Presidente del Paraguay cerraba los puertos del país al ccmercio eslranjero, no por las reyertas de los pueljlos vecinos, como dice, sino sistemáticamente como lo han hecho los chinos y los japoneses hasta hoy dia. Recomendamos al Sr. Masterman que lea las ohras de nuestro célebre literato Carlyle, que sin haber estado jau)ás en Sud-Amórlca conoce mucho mejor las razones políticas que tenia Francia para fundar un sistema de gobierno como no se ha visto entre jcnte civilizada. £1 íUüSofo desde el fondo de su gabinete vó á menudo mas lejos que el hoEobre de negoQios on el teatro mismo de los heclios. (N. del T.J - 32 - to, elejia lo que necesitaba, armas y municiones sobre todo, las pagaba con ycrba-male y los despachaba en seguida. En mi opinión, esta medida era buena, en vista de las circuns- tancias, y creo, que si la raza hubiese sido de mejor tipo, hu- biese hecho un admirable gobernante. Pero siendo hombre de talento y de ideas propias, no tenia paciencia para soportar su charlatanismo é incapacidad. Descubrió, que solo el temor y no el respeto, influia sobre semejante gente, lo que le hizo adoptar por sistema de goÍDÍerno la mas espantosa tiranía. Le disculpo en parte, sabiendo por esperiencia, cuanta pa- ciencia se necesitaba para vivir en el Paraguay, tenien- do que enseñar hombres que no hacian esfuerzo alguno para aprender, que hablan bien, casi elocuentemente y que todavía no parecen tener el poder de raciocinar ni de ad- quirir conocimientos úliles; y ademas, cuan difícil era con- tenerme de usar y tal vez de abusar del poder que tenia, de castigarlos. Francia no tenia ni mi paciencia ni mis escrúpulos, y se ha hecho la fama de haber sido un cruel y desapiadado tirano. Espoliaba á los ricos levantando dinero por contribu- ciones forzadas, y fusilaba á los que apelaban contra la tasa- ción de sus fortunas; pero no se quedaba con un solo cuar- tillo y murió pobre, aunque pasaba por sus manos toda la renta de la República. Logró crear al pais recursos propios y suficientes, y la pobreza no era conocida dentro de sus límites. Siendo muy inteligente para temer á los corrompidos é igno- rantes sacerdotes, que administraban los oficios de la iglesia, refrenó su poder, se rió desús dogmas y los despojó de sus ri- quezas. Quedó abolido el diezmo que era un impuesto desigual y opresivo, y los indolentes chacareros fueron obligados á adop- tar un sistema mejor de agricultura. (1) Hizo mucho bien, pero (i) Estos rasgos sobre el gobierno de Francia y los fines y causas de su pohtica parecen escritos por el autor durante su residencia aun en el Paraguay, cuando los López prohibieron que se liablararaal del dicta- dor—Deciv que Francia hizo bien en aislar á su país del estranjero, que le creó recursos propios, disculparlo de sus crueldades, contar como una cosa natural y casi racional que despojaba á los ricos y asegurar que la pobreza — 33 — fué estremadamenle severo é iracundo ; estando siempre ator- mentado con el temor del asesinato y la rebelión, se hizo en su vejez un tirano caprichoso, áspero, cruel, sin amigos y sin poder gozar de una sola hora de tranquilidad. no era conocida en un país en que el trabajo libre no era posible, porque estaba monopolizado por el gobierno, y porque el comercio no existia; donde la fortuna como la vida se hallaba á disposición del tirano — y sostener que el gobierno mas absurdo y bárbaro, era el conveniente para un pue- blo digno de otra suerte, es una verdadera aberración. El Sr. Masterman debia saber, que la tiranía de los López es hija de la de Francia, que quien corrompió aquel país, fué Francia y que si su tira- nía fué intelijente, fué precisamente porque mató las ideas y hasta las espe- ranzas de aquel pueblo. — Guando persiguió la relijion, no lo hizo por la ignorancia de sus Ministros, que quizá entonces no eran tan ignoran- tes como hoy — lo hizo porque matando y persiguiendo los principios re- lijiosos por el terror, como destruyó la familia por medio de la aboli- ción del matrimonio, mataba los dos centros que sirven siempre de refu- jío á las ideas perseguidas por él— y á cuyo calor, tarde ó temprano, se tnjendran las grandes revoluciones. Destruida la fé y el hogar, absor- vidos por el terror todos los derechos políticos del pueblo, cortada toda comunicación con el esterior, Francia destruyó en el pueblo paraguayo todas las ideas políticas y morales que ennoblecen á los hombres, des- truyendo por su base la sociabilidad. Amontonar dineros robados en las arcas del Gobierno, no es lo que se ha llamado nunca crear recursos para un país — ^y considerar como bueno este sistema económico, cuando á las puertas del Paraguay estala Repii- büca Argentina, con 14 millones de pesos fuertes de renta nacional y cer- ca de 8 millones de rentas provinciales, es un error verdaderamente sin- gular. Diremos con verdad que no creiamos existiera un inglés que profe- sare las ideas económicas del autor. tíl sistema de Francia lejos de crear recursos para el Paraguay se los quitó, y aquella rica tierra es uno de los pueblos mas pobres de América gracias á su sistema. Los tiranos, en general, matan la riqueza pública ; las guerras son menos perjudiciales al trabajo que las tiranías; donde la li- bertad existe, el trabajo fructifica, el hombre adelanta y la sociedad pro- gresa ; donde reina la tiranía, reina la muerte y la pobreza pública. El Paraguay ha gozado de la paz de la muerte durante 60 años— ha gozado del buen sistema de gobierno dadas las circunstancias de sus vecinos (tngwrra cipí/j— compare el Sr, Masterraau el estado finauciero de aquel s — 34 — El gobierno de Francia fué un despotismo puro ; murió des- pués de un reinado de veinte y seis años, el 25 de Diciembre de 1840 á la edad de setenta y ocho años ; lo enterraron en la iglesia de la Encarnación, la mas antigua de la Asunción, en una tumba construida en el piso del coro. Al dia siguiente los la- drillos se veian desparramados en todas direcciones y su ca- páis con el de la República Argentina á pesar de sus guerras, y díganos cual de los sistemas lia dado mejores resultados. Daremos los siguientes dat^s tomados del Rejistro estadislico de la Aduana de Buenos Aires, correspondiente á 1868-para que sirvan de comparación con los que el au!or debe tener sobre el Paraguay : Valor oficial de las mercaderías importadas por esta Aduana, siendo de notar que el avalúo de la tarifa, es inferior á los precios en plaza, pesos fuertes. . 66039712 Calculada la diferencia de los precios de plaza sobre los de tarifa, lo que escapa á la vijilancia fiscal, y los artículos libres de derecho, en un 20 por ciento sobre las cifras demostradas, lo que ciertamente no es exajerado, el valor del comercio de importación y esportacion en 1868, fué de pesos fuertes. . . 79247654 La renta recaudada por la Aduana de Buenos Aires, pesos fuertes 1024260S El número de paquetes á vapor entrados al puerto de Buenos Aires en 1868, ascendió á 1083 Salidos en el mismo año 1083 2166 El numero total de buques de vela entrados y salidos 2502 Total de entradas y salidas de buques de japor y devela 4668 No siendo conocido el tonelaje de los vapores, solo podemos dar el de los buques á vela, que ascendió á toneladas 691663 Para mayor ilustración del autor, le daremos datos particulares sobre el comercio de la Aduana de Buenos Aires con su propio pais. El valor oficial de la importación de Inglaterra á la Aduana de Buenos Aires en 1868, fué de fuertes . 979S005 La exportación de la misma Aduana para Inglaterra ascendió á, .,..,. ....... 3872240 Total de importación y exportación. . 13(367345 J — 35 — dávcr había desaparecido. No se sabe su deslino, pero dijeron los curas á las personas que los escuchaban temblorosos, que el diablo lo habia llevado en cuerpo y alma durante la noche. Sinembargo, imajino que si pudieran hablar los caimanes po- drían aclarar el misterio. No murió con él el terrible temor que inspiraba su nombre. Un paraguayo nunca hablará voluntariamente de « el muerto » como le llaman ellos; y aun hoy dia, cuando lo mencionan, miran temblando al rededor de sí, para decir á sus mas ínti- mos amigos, y solamente con voz ahogada y misteriosa, las historias de sus crueldades y sobrenatural sabiduría. Después de un corto interregno, se elijieron otra vez dos Cónsules, D. Garlos A. López y D. Mariano]Alonzo,'que se insta- laron en Mayo de 1840. Se cuenta, que tres años después D. Garlos propuso á su colega que optase entre la muerte y su retiro ; este tomó prudente la última alternativa ; y D. Garlos A. López fué nombrado luego por un Gongreso estraor- dinario, primer Presidente de la República. Este acto tuvo lugar el 13 de Marzo de 1845. En la navegación de Ultramar los buques ingleses á vela entrados al puerto de Buenos Aires, fueron . 231 con 79774 tons. Salidos con carga 177 « 55262 « Total. . . 408 135036 « Buques ingleses salidos en lastre 81 Total general. . . .489 Buques á vapor ingleses entrados y salidos, llegaron á 213 Procedentes de Inglaterra 46 4 Este movimiento comercial ha aumentado en 1869, y va aun en vía de progreso en 1870, sobre todo el número de vapores y paquetes — toma- mos solamente datos de la provincia de Buenos Aires porque su aduana es la única que lia publicado una estadística minuciosa. Esperamos que esta lección de números aprovechará, A los que creen que la paz que Francia dio al Paraguay, era conveniente y que su sistema le creó recursos propios, y que hizo bien en aislar su nación para evi- tar el contajio de sus vecinos. (^. del E.) — se- para aclarar todas las dudas seria bueno mencionar, que el Presidente nombra á los oficiales, que elijen á los diputados que lo nombran, de suerte que terminado el periodo no- minal de diez años de presidencia, no solo vuelve á hacerse reelejir, sinoá asegurarse su apoyo, en todas las cuestiones da lejislacion. Sin embargo, su administración no se manchó con mucha sangre ; fueron casi abolidas las restricciones para la libre navegación de los rios, introdujo al pais artesanos eu- ropeos, fundó el arsenal, y estableció entre la Asunción y Buenos Aires una línea quincenal de vapores ; en una pala- bra, su gobierno fué de los mejores que se han visto en Sud América. La administración interna presentaba pocas dificultades, porque habiendo sido bien disciplinado el pueblo por Francia, para recibir ciegamente las órdenes superiores, y considerada la reverencia con que miraban los paraguayos sus facultades, obedecían humildemente sus decretos por mas severos que fueran. En conversación, López hablaba del supremo poder del go- beirno como de una abstracción vaga y terrible, que él no lo era, sino que lo representaba solamente, y por esta razón reci- bía cubierto y sentado á todas sus visitas, hasta las mas dis- tinguidas. Jamás contestaba un saludo, porque esta prueba de respeto no se hacia á él como individuo, sino al gobierno supremo de que él no era mas que el símbolo vivo. En el año 1859 se descubrió, ó á lo menos se dijo, una conspiración contra él. Fueron presos muchos paraguayos y un subdito inglés llamado Ganstatt. Sin embargo, debido á la actitud enérjica de Mr. Henderson, cónsul de S. M. B. en la Asunción, le soltaron pronto de la cárcel ; pero los para- guayos permanecieron por muchos años encarcelados, y dos de ellos fueron fusilados. Es tan trájica la historia de una de las víctimas, que la voy á narrar. Empezaré diciendo, que se vén comunmente en los cami- nos del pais, cruces rudamente talladas, pintadas de negro y envueltas en una faja de encaje. Un pequeño cerco las pro- teje de los animales, y en una jarra de loza metida en la -«^7 - tierra, y á cubierto del viento, se coloca una vela, que Be enciende de noche. Los estranjeros creían jeneralmente, que marcaban el paraje en que se habia cometido un asesinato ; pero esto no es cierto, el pueblo no era sanguinario, y el asesinato, como la yerba mate, era casi un monopolio del gobierno. Eran simplemente recuerdos á amigos, que des- cansaban pacíficamente en las tumbas de un distante cemen- terio. Una de estas cruces, que llamó á menudo mi atención, se hallaba en el camino de la Asunción á la Recoleta. El encaje que la rodeaba era finísimo, hermosas y frescas las ñores esparcidas á su pié, y por temprano ó tarde que pasase des- pules de anochecer, veia constantemente brillar desde el enterrado cántaro la luz de una vela. Nunca encontré á nadie que la cuidara. En el fondo, y á corta distancia se divisaba una pequeña cabana, con algunos campos cercados ; pero si se esceptúa un anciano, que labraba la tierra de* vez en cuando, no vi indicio alguno de vida, ni dentro ni fuera de la casa. Admirado de esto, preguntábame á menudo, quien podría traer las flores y arreglarlas tan esmeradamente. Aquellos cuidados eran demasiado delicados para que fueran del an- ciano ; pero pasó mas de un año antes que descubriera este misterio. Algunos paraguayos amigos mios residían entonces cerca de la Recoleta, y algunas veces me demoraba en su compañía. Una noche me retardé mas que de costumbre, y seria ya la media noche cuando llegué á este sitio, y con gran sorpresa vi una joven vestida de luto, hincada delante de la cruz. El camino era tan mullido y arenoso, que se ahogaban comple- tamente los pasos de mi caballo, y como iba al tranco, habia llegado casi bastante cerca para oír las oraciones que mur- muraba, antes de ser apercibido. La joven medio hincada, medio postrada en tierra, sollozaba amargamente, y sus bra- zos pendientes, y la postura de su cabeza revelaban una incu- rable tristeza. Horrorizado de violar y hasta de presenciar un tan sagrado - 38 — dolor, me apartaba lentamente con el objeto de tomar otro camino, cuando desviándose repentinamente mi caballo, mi espada chocó con las espuelas, y la desconocida, lanzando un grito de terror, se puso instantáneamente de pié. Nunca olvidaré su hermoso rostro, hermoso aun, á pesar del dolor que le agotaba la vida ; muda é inmóvil me miró ; su rostro iluminado por la brillante luz de la luna era es- trañamente bello, si no hubiese hablado, hubiera creido que era una visión de un mundo mas triste aun que el que habi- tamos. Le demostré en pocas palabras mi vergüenza y pesar por haberla perturbado. «No es nada; quédese con Dios, adiós, señor, » me contestó, y desapareció por una abertura del cerco, en dirección á la cabana. Después de haber an- dado una cuadra ó dos, miró hacia atrás. Habia vuelto y estaba arrodillada como antes, siempre en su desoladora ac- titud. El día siguiente fui á caballo hasta lo de mis amigos para preguntar quien pudiera ser aquella doliente solitaria de la noche. Las burlonas é incrédulas miradas con que escuchaban al principio mi historia se convirtieron cuando hube concluido en lástima y compasión, y la señorita á quien interrogaba dijo: «¡ay de mí!» es un mal augurio : habéis visto á Carmelita ; pobre niña, está loca. » La rogué me contara su historia, porque me despertó curiosidad la inacostumbrada gravedad de la vivaracha paraguaya. « Unos años ha, empezó, sentán- dose á mi lado, Carmelita R. era la mas bonita niña de la Asunción, la mas entusiasta en los bailes, y la mas alegre en la conversación. Habia perdido á su padre, siendo niña, mas su madre era rica ; la niña tenia muchos pretendientes, pero favorecía solamente á D. Garlos Decoud. Debia casarse con ella unas semanas después, cuando en mala hora la vio D. Francisco S. López, entonces coronel del ejército; se ena- moró de ella, y le hizo las mas vergonzosas proposiciones que fueron rechazadas con desprecio. La dejó jurando vengarse. (( Pocos dias después, Carmelita supo con indecible terror que su novio, junto con un hermano hablan sido arrestados y -. 39 -^ metidos en la cárcel; nadie sabia la razón, y pronto Íes tocó á muchos oírosla misma suerte. Pasaron semanas: uno de los presos, paisano suyo, señor, fué puesto en libertad y entonces se supo que se habia descubierto una conspiración. » Dicho esto, la niña se detuvo, miró al rededor de si para ver si nadie nos observaba, y luego continuó en voz baja : « los demás permanecieron largo tiempo presos, y por ultima dos de ellos fueron fusilados. La sentencia se ejecutó en la plaza de San Francisco. Uno de ellos fué Carlos; y, ¡oh horror! su cadá- ver fué arrojado desnudo delante de la puerta de su madre ! (1) Carmelita estaba entonces en la casa ; oyendo el ruido sa- lió corriendo y cayó exánime sobre el mutilado cadáver de su amante. Pasó muchas semanas, presa de la fiebre y el delirio ; por último, dejó su cama salvándose apenas de las garras de la muerte. . . mejor le hubiera sido morir porque estaba incurablemente loca. Poco después perdió á su madre; y quedando huérfana, vive del trabajo de un anciano esclavo, que labra la tierra por donde vd. pasa tan frecuentemente. No se la ve jamás de dia, y vive solamente para adornar la cruz que levantó en memoria del pobre Garlos, para rogar por el reposo eterno de su alma, y por aquel feliz dia, en que la muerte y nuestra Señora de Dolores enjugarán sus lágrimas para siempre. » Durante la administración del finado Presidente no queda otro acontecimiento que merezca mencionarse, si se esceptúa la visita de la espedicion esploradora norteamericana en 1854. Era mandada por el capitán Pago, bajo cuya hábil dirección fué completamente esplorado el rio Paraguay, como lo hubiera ífido el Paraná, á no ser por una desgraciada desavenencia con el Paraguay, que no permitia á otros buques que los suyos penetrar cierto canal bajo las piezas del fuerte de Itapirú. Los (1) Garanto la verdad de esta parte de la historia. (Nota del Autor.) - 40 -^ paraguayos hicieron fuego sobre el Water- Witoh y un hombre fué muerto. Por el mismo tiempo, una compañía establecida en la Asunción por Mr. Hopkios, cónsul de los E, U., con el objeto de trancar en tabaco y otras yerbas, se vio en conflicto con el gobierno. La compañía se disolvió, le casaron al Cón- sul el exequátur, y por algún tiempo parecieron inminentes las hostilidades. Sin embargo, se arregló amistosamente el asunto; pero la manera de hacerlo, no fué honorable para una ni para otra parte* El Sr. D. Garlos López era bajo de estatura y sumamente grueso; las facciones eran buenas, pero no dejaban de mostrar á primera vista vestijios de la sangre guaycurú que heredaba de su madre. No le hablé jamás, y creo que no le gustaba entenderse directamente con estrangeros. Gomo empleados del gobierno, teníamos que vernos con su hijo D. Francisco. Sus maneras eran imperiosas ; y para con los de su nación era altivo y dominante. El siguiente incidente dará á entender como trataba á sus propios ministros de gobierno. Guando Mr. Doria, Ghargé d'affaires de S. M. B. fué al Paraguay, con el objeto según creo, de arreglar los reclamos Canstatt, dirijió una nota oficial al Ministro de Relaciones Esteriores : « A Su Escelencia D. F. Sánchez, etc. » como es costumbre. El dia siguiente éste fué á verlo privadamente, y le dijo balbuceando, que no debia darle el título de Escelencia, por temor de que se diera por ofendido el Presidente. Mr. Doria contestó, que era el título oficial de los hombres en su posición, y que no podia comprender como habría de ofenderse por ello el Escelentísimo. El Sr. Sánchez respondió que temia no poder aceptarlo, y le pidió que la próxima vez que viera al Presidente se lo mencionase. Lo hizo, y López le contestó con brusquedad : « Llámele como quiera, no por eso dejará de ser un zopenco. » Don Garlos López murió el 10 de Setiembre de 1862 á la edad de setenta y dos años, y fué enterrado con gran pompa en la Iglesia de la Santísima Trinidad, tres ó cuatro millas fuera de la Asunción. — 41 - CAPÍTULO V. Pon Francisco López elegido Presidente— Arrestos — Fiestas. DoD Francisco Solano López, hijo mayor del último Presi- dente del Paraguay, habia sido nombrado por este, Vice Presidente de la República, y entró luego en el desempeño de BUS funciones. Un mes después de la muerte de su padre decretó la reunión de un Congreso estraordinario de los diputados del Estado para elegir un nuevo Presidente ; todos sabian perfectamente bien ya quien seria elegido, ó mas bien pateado por su futuro amo y presidente. La elección no pasó de una farsa: se reunieron en la capital los diputados por los noventa y dos partidos de la República y se instalaron en el Cabildo, que fué rodeado por un gran nú- mero de tropas mandadas por el mismo hombre que solicitaba sus votos ; y esto porsupuesto coarlaba la libertad de obrar y aun de discutir. Es cierto, que un miembro tuvo la audacia de decir que la presidencia no podia ser hereditaria por la ley or- gánica del país y que López, por consiguiente, no era elejible : otro opinó, que el presente caso ofrecía una buena oportunidad para modificar las leyes del país ; procedía á esplicar su teoría cuando López le dijo bruscamente que se callara, que los dipu- tados estaban reunidos con el objeto de elejir un nuevo presi^ dente y no para considerar las leyes del país. Ambos desapare- cieron aquella noche y hasta hoy dia no se sabe nada de ellos. (1) Es inútil añadir que al dia siguiente « el ciudadano Francisco Solano López fué unánimemente elejido jefe supremo y jeneral de los ejércitos del Paraguay.» Fué investido el 16 de Octubre 1862, y uno de sus primeros (1) Las personas á que alude el autor son sin duda el padre Gorbalan y el padre Maíz. Aquel, como se verá luego, fué fusilado en 1868, mientras que Maíz fué puesto en libertad en el mismo año, y llegó á ser un instrumento ciego de lopez. (Nota del traduclor.f — 42 — actos faé pedir se aumentara su sueldo hasta la suma dü ^ 50,000. Su padre se habia contentado con la quinta parte de esta cantidad. Sin embargo, debe convenirse en que la de- manda era todavia moderada, porque tenia absolutamente á su disposición toda la renta de la República ; allí no se discutía jamás un presupuesto, ni se dio cuenta de los ingresos y gastos anuales, y la memoria del ministerio de hacienda constaba de un informe mensual de los derechos de entrada y salida, y de la renta de la aduana. Pero López siempre quería hacer creer que gobernaba constitucionalmente, y el estranjero que leyera sus discursos en el «Semanario», le hubiera tomado sin duda por el mas justo y liberal de los hombres, y por el mas celoso defensor de las libertades de su país. Su elección fué seguida de una sucesión de suntuosos ban- quetes, bailes y espectáculos, y por mas de un mes se prolon- garon las procesiones y felicitaciones hasta dejar medio arruina- dos los negociantes y tenderos, y cordialmente cansada á toda la población. El nuevo presidente nació el 24 de Julio 1826 y tenia por consiguiente treinta y seis años cuando fué elejido. No es un hom- bre de gallarda apostura ; tiene cinco pies y cuatro pulgadas de estatura; es sumamente grueso, y en los últimos tiempos ca- recía de flexibilidad. Su cara es muy chata, y las facciones poco nobles ; su cabeza medianamente buena, es deprimida en la frente, y muy desarrollada en la parte posterior. La parte inferior de la cara tiene una anchura y solidez muy siniestra, peculiaridad que heredada de sus abuelos los guaycurús sirve de indicio para conocer su carácter — una cara cruel y sensual, que no ennoblecen los ojos, por estar sumamente juntos. Guando estaba de buen humor sus maneras eran notablemente simpá- ticas ; pero cuando tenia un acceso de ira, como los que le he visto en dos ocasiones, su espresion era verdaderamente feroz: el indio salvaje se manifestaba á través del escaso barniz de la civilización, así como el cosaco se revela en un ruso ira- cundo. Su palabra , tanto en publico ,como en privado , era fácil, aunque su articulación era imperfecta por la falta de los dientes inferiores, y hablaba tan bajo, si se esceptúa en ^ 43 — una memorable ocasión á la que me referiré luego, que solo las personas inmediatas podian entender lo que decia. Hasta el momento en que fué á Humaita me recibía siempre muy bondadosamente, levantándose cuando entraba, y dándome la mano (honor rara vez concedido á un hijo del país) con mucha familiaridad. En 1854, partió para Francia é Inglaterra, con el objeto de negociar un tratado de paz y comercio entre estos estados y el Paraguay. Permaneció en Paris largo tiempo, de donde intro- dujo dos novedades— el uniforme francés para los oficiales, y una querida para sí mismo ; esto último fué el paso mas fa- tal que dio en su vida : y puesto que esta señora ocupó por fin un lugar muy importante en los negocios del Paraguay, y que, por sus malos consejos fué, según ci eo, la causa remota de la terrible guerra que ha arruinado completamente al país, me veo en la obligación de consagrarle unos renglones. Sus padres eran irlandeses, pero nació en Francia, donde se casó con un cirujano del ejército, que entiendo vive todavía, de suerte que suprimiré su verdadero nombre para llamarla madame Eloisa Lynch, apellido por el cual se la conocía en el Paraguay. Era, cuando la vi por primera vez, una alta, rolliza y hermosísima mujer, y aunque la edad y los muchos hijos que tuvo, habian deteriorado su belleza no tengo dificultad en creer la historia, de que los pobres paraguayos se quedaron pasmados de admiración cuando llegó, creyendo ver desem- barcar en la Asunción un ser del otro mundo, á tal punto los conmovió su fausto y encantos. Su educación era lucida, ha- blaba igualmente bien el inglés, el francés y el español, daba magníficas comidas, y podia beber, sin que la marease, mas champagne que ninguna otra persona que yo haya visto jamás. Se comprende, desde luego, que debia ser inmensa la influencia que ejercía esta iníelijente, egoísta y desapiadada mujer, sobre un hombre como López, que por ser arrogante no dejaba de ser también débil, vanidoso y bestial. Con un admirable tino, le trataba aparentemente con suma deferencia y respeto, mien- tras que en realidad hacia de él lo que le daba la gana, y era bajo todos respectos la soberana del Paraguay. Tenia en vista - 44 — dos ambiciosos proyectos: el primero era casarse con él; el segundo era hacerlo «el Napoleón del Nuevo Mundo.» El pri- mer proyecto era difícil, porque su marido, en calidad de fran- cés, no podia demandar un divorcio; pero si lograse el segundo, no seria muy difícil talvez obtener una dispensa, y su posición equívoca llegarla á ser segura y envidiable. Por eso es que la muy astuta empezó á iiacer creer á López que era el mas fa- moso guerrero del siglo, y con estas adulaciones, el crédulo, vanidoso y codicioso tirano, se convenció de que estaba desti- nado para levantar el Paraguay y hacerlo la primera potencia sud-americana. Para realizar este ambicioso proyecto era necesa- rio emprender una gran guerra ; y con vecinos, uno tan usurpa- dor como el Brasil, otro tan turbulento y desenfrenado como la República Arjentina, no fué difícil encontrar un pretesto para la guerra; ni se hizo tardar la oportunidad. Entretanto, todos los preparativos estaban hechos. Aun durante el tiempo de su pa- dre que decia : prefiro perder una cuarta parte del territorio an- tes que hacer la guerra en su defensa, — López habia juntado una inmensa cantidad de materiales y municiones, y durante el pri- mer año de su majistratura formó en Cerro León (hermoso va- lle cerca de la cordillera del misno nombre, -al sud-este de la Asunción y como cincuenta millas distante de ella) un Tasto campamento de instrucción, y en Junio de 1863 tenia reu- nido un ejército de 80,000 hombres. Estos preparativos produ- jeron entre los estranjeros y los mas intelijentes paraguayos, una gran inquietud ; y algunos de estos debian haberse espre- sado con demasiada franqueza, porque un gran número fué arrestado en esta época. Volviendo tarde á casa, he visto en dos ocasiones un grupo de hombres de la policía con bayonetas caladas, llevando á gran prisa á la cárcel jente bien vestida— que tal vez no vol- vieron á ser vistos nunca por sus parientes, y cuyos nonibres se mencionaban "apenas por el peligro que esto acarreaba. Raras veces se conocía la acusación verdadera contra los prisione- ros políticos ó su sentencia— y nunca el nombre de su delator ó testigos, y su familia y amigos eran evitados como si fueran apestados, porque toda persona sospechada era persona conde- — 45 — nada, y pocas veces se incurría en el odio del gobierno sin comprometer al mismo tiempo la mitad de los parientes. Los primeros que cayeron fueron dos sacerdotes de la capital, el padre Gorbalan ^¡ el padre Maiz, el primero pertenecía á una de las primeras familias del Paraguay, y el otro tenia un gran talento y mucho saber. Debo escepluar á ambos del cargo que hice á los sacerdotes, porque eran muy respetados y no sin razón. Sin embargo, habiendo hablado desdeñosa- mente del Presidente (todas las antiguas familias españolas le miraban con desprecio por su oríjen bajo y su sangre india), fueron delatados y metidos poco después en la cárcel pública. El padre Gorbalan permaneció preso muchos años y fué tra- tado bárbaramente, y muerto por último en la carnicería jeneral que tuvo lugar á íines del año 1868. Su compañero, según corda, habia sido denunciado por un sacerdote lla- mado Palacios, quien por este y otros servicios fué nombrado Obispo del Paraguay. Maiz permaneció preso tres años, hasta que fué puesto en libertad, y se hizo muy pronto uno de sus grandes favoritos. Fué nombrado capellán del ejército, y después miembro del terrible tribunal destinado para juzgar las personas acusadas de conspirar contra López en aquel año. En este carácter, condenó al mismo Obispo, que cinco años antes le habia metido — imprudente pero inocenie— en la cár- cel pública. No puedo garantir la verdad de la parte ante- rior de esta historia; pero si es verdadera, Palacios encontró una terrible retribución : fué juzgado, atormentado y decla- rado culpable de un crimen que no pudo haber cometido. Ni su carácter sagrado, ni su mucha edad (1) pudiera salvarle y cayó con una bala en el corazón en los campos sangrientos de Villeta. (1) El señor Masterman parece no conocer al obispo Palacios, que no «ra el anciano que nos pinta, sino un joven recien elevado á su puesto. Según el señor Thompson, que tuvo muchas ocasiones de verle, Palacios era un hombre joven, nervioso, y tímido; estremadamente obsequioso para con López, de quien era compañero constante, y como muchas suponen, cómplice en sus crímenes. (Nota del traductor). — 46 — Los arrestos fueron mucho mas numerosos y se notaba una indescribible ansiedad por saber cómo terminaria todo esto. Sin embargo, para el recien venido, la Asunción ofrecía el aspecto de un pueblo próspero y feliz. El Semanario, único diario del pais, bajo la inspección inmediata de López, estaba lleno de entusiastas elojios sobre el progreso del Paraguay, y sobre las virtudes y sabiduría de su « provi- dencial gobernante, » que le hacia la mas grande y envidia- ble de las repúblicas. Toda fiesta y todo dia notable en la historia del país se aprovechaba para dar banquetes y bailes y para hacer discursos públicos ; así es que las personas que no podían ver las cuerdas, ni la mano que móvia los títeres, hubieran creído al Paraguay la nación mas feliz del mundo, y á López el mas benéfico de los presidentes. Con motivo del primer aniversario de su elección, se gastó una inmensa cantidad de dinero en adornar las plazas públi- cas, en fuegos artificiales y en banquetes. Se construyó en la calle principal un hermosísimo arco de triunfo, y en la plaza del gobierno un inmenso salón de madera. El Estado corría con los gastos principales, pero maclios ricos ciudadanos die- ron también su parte. H(3 dicho que el río se retira gradual- mente de la Asunción, y que ha dejado en dirección norte una serie de lagunas poco profundas, y en las que abunda la Victoria réjia. Cuando el rio está bajo, una ancha playa de arena, llamada Riheria, se estiende por millas entre la márjen de las lagunas y las altas barrancas de la costa. Allí se construyó una inmensa plaza de toros, tan grande que cabían paradas y sentadas varios miles de personas. La arena, que estaba descubierta, tenia cincuenta yardas de diá- metro, pero con el objeto de poner á los espectadores á cu- bierto de los rayos del sol, la rodeaba una ancha zona de tela, bordada con coronas de flores, banderas y ramos de palma. En frente del corral en que se hallaban los toros, se veia una sucesión de palcos adornados de paño escarlata y cortinas de muselina ; el que ocupaba el centro pertenecía al presidente y á los ministros de Estado, los otros estaban destinados para — 47 — la gente de íono, mientras que el resto quedaba libre para el pueblo, que desde las barreras hasta la cima de las vigas lle- naba todo el circo. El panorama, visto desde una elevada posi- ción, se asemejaba á un jardin de crisantemos, y la compara- ción es muy admisible, si se considera los ñamantes colores que preseiita siempre una muchedumbre paraguaya. Aquella zona viviente, que reflejaba el rojo, el verde el amarillo y el celeste, era rodeada por un disco de arenas relucientes, y aquellos vivos calores realzaban mas la nevada blancura de los tiipois y cherifes á la luz de los ardientes rayos del sol, que reflejaban sin cesar el movimiento de los abani- cos y el relucir de las piedras preciosas que adornaban las cabezas. El sitio, que eraimmejorable, se hallaba cerca de laslagunas, entonces adornadas con lirios y verdes camalotes, en un lugar, donde la igualdad de la arena y la suavidad del césped, se es- tienden desde las barrancas hasta el rio, en cuyas aguas van á perderse imperceptiblemente ambas cosas. La barranca del frente cortada á pique, se levantaba como una muralla hasta ia altura de cuarenta ó cincuenta pies, la dominaban sinem- bargo la catedral, y el antiguo y arruinado cabildo, y mas allá aun, se veian casas igualmente viejas y una parte de la ciudad. El paisaje en la dirección de las lagunas era muy hermoso. La anchura y rapidez del rio, su tortuosa corriente, que se perdía á la vista en el lejano horizonte, su márjen hermosamente bordada de selvas, que entonces se levantaban soberbiamente sobre las aguas, y ocultaban en su sombra, una que otra habi- tación, que vista á travez de un lijero vapor purpureo, parecía magnificar el paisage, ofrecía al espectador el mas suave y el mas alegre de los cuadros. Allí se había reunido para lucirse toda la población de la Asunción ; porque ademas de la corrida de toros hubo carreras, música y la sortija, entretenimiento moro al cual son muy afi- cionados todos los sudamericanos. Puede suceder que el nom- bre no sea familiar á todos, pero el juego se hace de la siguiente manera. Se cuelga una sortija de oro asegurada con una cinta desde el alto de un arco y la persona que la ensarte pasando á — 48 ^ todo galope, en la punta de su espada, ó en una varita pintada si no es militar, es declarado vencedor y la sortija es suya. El vencedor es recibido con músicas y vivas. Se abrieron tam- bién dos pipas de vino, que fué distribuido liberalmente así como la caña, á todos los que quisieron beberlo. El espectá- culo adentro del anfiteatro, sise esceptúan los espectadores, era muy pobre. Los picadores y matadores no eran sino vaqueros con su traje de costumbre ; no dejaban de ser pintorescos, pero no eran bastante lucidos para la arena. Los toros eran muy mansos, y se mostraban poseídos de un gran terror. Los que contribuyeron mas al entretenimiento fueron los Cambá '^an- ^diS ó imágenes negras, máscaras grotescas que bailaban, sal- taban, y hacian mil cosas absurdas en el circo. Pero todos per- tenecían á la policía, é imajino que el dinero que les tiraban era mas bien para atraérselos que para recompensar su des- treza. Las carreras fueron un poco mejores ; pero la manera de correr debe parecer muy estraña á los ingleses. Una sucesión de postes y barandillas que se estendian por la distancia de doscientos varas, señalaba el curso. Solo dos caballeros de uno y otro lado de las barandillas partían á la vez y á no ser por las muchas partidas, cada carrera se hubiera terminado en un minuto. Los Joekeys solo tenían en vístala salida, la que debido á la corta distancia corrida, decidía la carrera. Los jinetes no calzaban espuelas, sino que partían, con consentimiento mutuo, animando á los caballos con el pié descalzo ; pero la salida solo se consideraba limpia cuando ambos se servían de sus reben- ques. De esta manera, si uno de los caballos partía bien, el jinete del otro, dejaba de levantar su látigo ; y su adversario muy contrariado, lo que no dejaba de mostrar con palabras guaranis, tenia que volver de nuevo al punto de partida. Esto ocurría tantas veces, que á menudo se perdía una hora y pico en peleas é enjurias antes que la carrera se hubiese decidido. No había mucha animación entre la muchedumbre, ni muchas apuestas. Se levantaron en la plaza dos enormes tiendas que fueron espléndidamente adornadas con siempre-verdes y banderas. - 49 — Allí día y noche por cuarenta y ocho horas tronó sin cesar la fjomha — inmenso tambor indio que no podia oir sin estre- mecerme— la tocaban alternativa y voluntariamente cen- tenares de personas; al son de ella bailaba incesantemente el pueblo como solo bailan los salvajes (1); girando, chillando y gesticulando como energúmenos á los golpes del tambor, que resonaba cada vez mas rápido, hasta que por último sahan tremblorosos, cansados y agotados, después de aquella feroz escitacion, pero solo para dar lugar á otros deseosos de reem- j)Iazarlos. Pero en aquella muchedumbre de cerca de diez mil personas, á pesar de los ojos chispeantes y frenéticos ahullidos, á pesar de la caña, de que todos podían participar, no hubo ni riñas ni accidentes hasta el último dia, en que un peón que habia sido bolseado por una muy coqueta morenita, la mató junto con su rival de una puñalada, y tirando luego su ensan- grentado puñal, se entregó voluntariamente en manos de la policía para ser fusilado inmediatamente. CAPÍTULO VI. El carácter del pueblo— Las manufacturas— La yerba-mate. A pesar de haber estado largo tiempo aislados del resto de mundo, da su falta de educación, y de pensar siempre en un idioma que no tiene palabras con que espresar «gracias» ó « si vd. gusta )), los paraguayos son notablemente políticos, tanto en su maneras como en su modo de hablar. (1) El espíritu con que está escrita esta obra es muy diferente del que caracteriza el libro del Sr. Thompson. El Sr. Masterman ha sufrido sin duda, pero sabiendo por esperiencia hasta donde alcanza la mano del tirano podia y debia ser mas moderado en su lenguaje. Como traductor rechazamos pues los epítetos y el lodo que arroja aquí y en otras partes sobre un pueblo taa sufrido y valiente como el paraguayo. (ífota del traductor). — 50 — Francia proclamó una ley obligando á todos los hombres á que llevasen un sombrero ó algo que se le pareciera, aunque no fuera mas que una ala, (lo que se suele ver á menudo) con el objclo, decia, deque pudieran descubrirse y mostrar su res- peto para con sus superiores. Y un ciudadano, cualquiera que sea su posición social, nunca encuentra á un oficial; aunque sea del mas ínfimo rango, sin hacerle el saludo de costumbre. Esta es la llave maestra que descubre en el Paraguay todo su sistema de gobierno. Los militares se distinguen sobre todo, y son tratados mucho mas respetuosamente que los sacerdotes ó los empleados civiles del gobierno. En la campana si uno pide un fósforo para encender su ci- garro (tatáme) ó un vaso de agua (eumé) el vecino siempre le invita á bajar del caballo y tomar asiento. Entonces le convi- dan con uu cigarro, y si la casa es de una familia de la clase media, la que con todo seria considerada en Inglate- rra como muy pobre, le ofrecen también un refresco de limón ó de naranja. Es de muy mal tono rehusar un cigarro, pero el convidado no está en la obligación de fumarlo. ¡Sin embargo, la costumbre de fumar es casi universal, porque hombres, mu- jeres y criaturas se entregan desenfrenadamente á este vicio ; sin embargo, últimamente las mujeres de la alta sociedad se avergonzaban de hacerlo, y solo fumaban en secreto. Como DO quiero pasar por un ingrato, no hablaré de la mora- lidad de las paraguayas, observaré solamente, que no se reputa por crimen uno que otro desliz antes del matrimonio, pero nunca oí hablar de una mujer infiel en todo el tiempo que estuve en el pais. Los paraguayos son apasionadísimos del lujo, y se aprove- chan de toda ocasión para lucir su traje, pero muestran una indiferencia suprema por el bienestar doméstico. Gomo mé- dico pude conocer la vida íntima en todas sus faces, y este pri- vilegio me causó mucha pena. Era como entrar entre bas- tidores durante un ensayo. No dejaba de ser un espectáculo muy curioso de las costumbres paraguayas, aun cuando poco agradable, encontrar, por ejemplo, en el bailo del Club, á la esposa de un coronel vestida á la última moda de París, y luego al día bi^uicule ver á la misma muy pobre y escasamenlc vestida de algodón, sin nieclias ni zapatos, sentada en medio de sus esclavas, con los cabellos sueltos, riñéudolas ásperamente en í^uarani, mientras sus hijos sucios y abandonados, se revolca- ban con el cigarro en la boca, entre las cabras y gallinas de la casa. Después del cigarro, el mate es sin dada la mejor escusa para desperdiciar el tiempo. El tiempo legítimo para beber este brevaje eran las primeras horas de la mañana, y después de la siesta ; pero las personas que tenian bastante yerba y también poco que hacer, pasaban todo el tiempo que no dor- mían con el mate en la mano. La yerba es la hoja seca y pul- verizada del Ilex Paraguayensis, árbol que por su tamaño y follaje se parece al naranjo (es decir, al naranjo paraguavoljue tiene á menudo treinta pies de alto) y cuyas flores son blancas, pequeñas y se presentan en forma de racimos. Pertenece ú la familia llcx, pero contiene un principio amargo parecido y casi idéntico á la teina, alkali encontrado en el té y el café. El modo de servirle es original: el mate, que es una calabaza ennegreci- da, conteniendo de tres á cuatro onzas de agua, se llena de yerba rudamente pulverizada ; dentro de él se mete una bom- billa ó tubo de plata terminado por una estremidad en un globito lleno de agujeritos, entonces se llena de agua, y la infusión es chupada inmediatamente por el tubo y exactamente lo mismo que si fuera un Sherry-cobbler, con la diferencia deque el agua se echa diabólicamente caliente. Algunos lo toman con azúcar, pero los verdaderos aficionados lo prefieren amargo. Cuando nos instalamos en la legación, lo usábamos en lugar de té, lo preparábamos de la misma manera, y nos gustaba bastante. Mas tarde, en mi viaje á los Estados-Unidos, me encontré con un americano que lo habia estado cultivando en el Paraná, al Sud del Brasil, y que viajaba para Nueva York con el objeto de introducirlo en aquel mercado. Estaba muy en- tusiasmado y confiaba en el éxito, creyendo que una vez pro- bado el articulo, habia de reemplazar al té y al café. Lo habia tomado por años y me gustaba, pero no soy de la misma opi- nión que el yankee. El modo do tomarlo es ciertamente UNIVERSITY OF llllNniS LIBRARY - 52 - singular, y se ha aseverado en una obra científica inglesa de bastante fama, que se toma así por el color negro y des- agradable que adquiere cuando se espone al aire libre. Esto no es cierto ; la infusión tiene un color verde oscuro, y no se ennegrece ciertamente hasta que se descompone. La razón porque es preferible este modo de tomarlo, provie- ne de lo menudo de la yerba, que la bombilla detiene y filtra en su camino á la boca. He visto algunas veces el hueso de una gallina con una estremidad tapada con algodón haciendo las veces de una bombilla; la yerba como el té, es estimulante y astringente, y si la teoría de Liebig sobre la acción de aquella planta es exacta, esta seria también indirectamente nutritiva y retardaría el gasto de las fibras. Muchas plantas medicinales crecen en el Paraguay, y los habitantes creen que toda planta ó flor sirve de remedio para alguna enfermedad; menosprecian sus propias flores sil- vestres, aunque tienen en mucha estimación las rosas, cla- veles, pensamientos y otras exóticas, y creian, siempre que me velan cojerlas, que lo hacia para la medicina. Un dia cojia algunas espléndidas verbenas escarlatas, que crecían al lado del camino, cuando se me acercó una paisanita que llevaba una caña de azúcar, y después de observarme un rato, me dijo tími- damente : « ¿ Para qué enfermedad sirve de remedio aquella flor? «Para ninguna, según creo.» « Entonces por qué las cojeVd. ? me preguntó asombrada. «Porque como Vd.es brillante y bonita. » / Nai-nah, che carai ! no me fastidie Vd. señor, dijo y se dio vuelta media ofendida, porque pensaba que me reia de ella. Los paraguayos.tenian ideas muy raras sobre lá jeograffa, debidas en parte á que pocos habían dejado su país y á que no podían comprender los mapas. La representación de un vasto territorio sobre un papelito, era para ellos una cosa tan in- concebible, como lo, es para un rústico una cantidad abs- tracta. En efecto, apenas lograban comprender el significado de los dibujos, si se esceptúan los grabados de santos. Una vez que terminaba un cuadro al óleo, de la montaña Lambaré, me observaba muy atentamente un sacerdote ; en el primer tér- - 53 - mino del cuadro se veían dos figuritas, que él encontró « muy lindas, » y me preguntó luego con cierta desconfianza, quie- nes eran aqviellos santos y por qué los achicaba tanto. El Para- guay les sirve de norma para determinar la posición y distancia de otros países, y todos, según los paraguayos, estaban ó arri- ba, ó abajo del rio. Imaj izaban que llegaba hasta la Europa misma, y no podían concebir la existencia de otro continente con un océano de por medio. Un anciano me hizo una vez la muy común pregunta, de sí yo estaba muy distante de mi país nativo. Le dije que sí, mas de dos mil leguas. « ¡ Qué bar- baridad ! » esclaraó, como si dijese, que es cruel madre la tierra para separar así sus hijos. Siempre confundían á Londres con la Inglaterra ; y aun el padre Román, que tenia una biblioteca, que para esta parte del mundo debe considerarse muy grande, es decir, cerca de cincuenta volúmenes, y á quien encontré leyendo una traduc- ción españoia de la vida del cardenal Wiseman, me preguntó muy confuso, si Londres estaba en Inglaterra ó Inglaterra en Londres, y si esta última lindaba con la Francia ! Por estar aislados, abrigaban como es de suponer, una muy alta idea de su país, y de la vasta importancia política que debe poseer entre las naciones ; su odio y desprecio por los estranjeros, provenía también del enorme sueldo que, según ellos, per- cibían, y á causa de haber venido de tan lejos para el servicio del gobierno de la República. Como se comprende en un pueblo como este, las ciencias y las artes son naturalmente primitivas, especialmente laí que pertenecen á la agricultura y á las manufacturas domésticas. Aquella tierra rica, arenosa y pulverizada exíje poco trabajo; el mas rudo de los arados, que consiste solo en una rama gruesa con dos vastagos diverjen- tes sirve para todos los procederes de la labranza. Este instru- mento, tiene como fres pies de largo, es puntiagudo, la parte que hace las veces de reja es endurecida por medio del fuego, y los dos brazos laterales sirven de manijas. Completa el ins- trumento, una yunta de bueyes que tirando una guasca asegu- rada á un yugo, al que se uncen los animales. Cuando se en- vejece ó descompone una rama cualquiera del aparato arriba - 54 — mencionado, se le reemplaza. Se ignora del todo el uso del abono ; la basura de la capital era depositada en la plaza y en frente á las oficinas públicas, con el objeto de echarla después al rio. El algodón es indijena y el arte de hilarlo, que es tal vez el mas antiguamente conocido en el país, es muy sencillo. Las hilanderas loman en la mano izquierda un puñado de algodón y revuelven la hebra con una rueca ó pequeño huso, que aseguran con la derecha, haciéndolo jirar rápidamente con el índice y el dedo pulgar ; no han adelantado un paso sobre el método seguido mil años há. Tí hilar precisamente de la misma manera á los á tártaros en la Crimea, que tenian también la misma afición que los paraguayos, por la manufac- tura de toallas con bordados y ribetes del mas esquisito trabajo. Pero los tártaros mostraban preferencia por modelos sencillos, que ejecutaban con seda ó lana de vivos colores, mientras que los paraguayos, despreciando los colores, hacian sus trabajos de aguja con el mas intrincado encaje. El hilo asi manufacturado es notablemente fino, liso y fuerte. Re- corrían el país tejedores que llevaban al hombro su sencillo te- lar ; he visto montarlo, muchas veces, y al obrero empeñado en su trabajo, bajo un naranjo, al lado del camino ; aseguraba el rodillo en una rama, y lo balanceaba por abajo con piedras, que colgaba también con huascas para levantar las careólas. Allí, sentado tal vez en una cabeza de caballo, producía una obra tan hermosa como durable. Es mas sencilla también su manera de hacer los ponchos de lana y los mandiles. Se de- vana la urdiembre sobre un marco de madera poco mayor que el poncho, y se pasa con la mano entre los hilos una ruda lanzadera en forma de bote. Se producen de este modo muy buenos modelos cuyos colores son, por lo jeneral, negro y blanco, ó un hermoso color azul que se saca del añil del país. Después de hilar y bordar, las mujeres son habilísimas para hacer cigarros, de los que fabrican una inmensa cantidad. Los cigarros, si se esceptúa los que fuman las mismas fabricantes, son mucho mas pequeños que los que se conocen en Europa ; - 55 - los « fuertes » tienen mas ó menos el diámetro de un lápiz y el tabaco se eslima en razón de su fuerza. Una clase, que se obliene quitando las hojas inferiores de la planta y dejando maduras solamente las mejores, so llama « para hobi » ú hoja manchada y vale cinco ó seis veces m;'.s que el tabaco ordinario. He visto producirse en personas que no acostumbran á fumar- lo, síntomas alarmantes de conjestion al cerebro. La caña de azúcar crece abundantemente, pero como todo lo demás no saben callivarla. Su sementera es escesivamen_ te densa, y he visto crecer las plantas, como el trigo en Ingla- terra; resulta de esto que el jugo del az Jcar es muy pobre, la manera de condensarla es también sumameníe ineficaz. For- ma todo su injenio un marco maciso de madera, colocado per- pendicularmente con dos cilindros de madera dura, que so disponen para este fin con dientes de madera; el eje del cilindro superior sobresale, y en el se asegura un palo largo, cuya estremidad contraria, se ata á las astas de una yunta do bueyes; estos marchan en un círculo trazado y de esta ma- nera ponen en movimiento los cilindros. Entre estos cilindros se introduce la caña poco á poco, pero como no están bien ajustados y no tienen otro sostén que los rudos agujeros en quejiran, se pierde, como es natural, la tercera parte del jugo. Un paño ordinario sirve para colar el producto que se evapora en seguida en una honda olla de cobre, colocada sobre el fuego, á campo abierto. La cmrificacion no se hace con cal, cuyo uso es desconocido, y como el jugo por lo jcneral es ácido, y largo tiempo hervido, el procedimiento de la cristalización se hace muy difícil, de lo que resulta una deli- ciosísima aunque costosa miel de caña. Este producto es almacenado en sacos de cuero atados como se ataría un budín dentro de un paño. A veces obtienen una escelente azúcar granulada oscura, pero esto es casi siempre casual. El azúcar brasilera, á pesar del largo viaje por agua, que suele durar tres meses, y del impuesto de VO p.§ que la recarga, es mas barata en el Paraguay que la manufacturada en el país. La melaza se llama allí simplemenle miel, y por esta palabra nosotros entendemos solamente la de abeja, lo -se- que sin duda hizo incurrir á M. Parish en el error de asegurar que la bebida principal de los paraguayos se hace de la miel de abeja, que abunda en el pais, lo que no es cierlo: la miel de abeja [que diremos de paso es elaborada en el pais por una verdadera avispa] es sumamente escasa y cara. La manteca, que no se usa sino como remedio ó pomada, es reemplazada con la melaza que se toma á menudo con pan ; pero se fermenta y se destila muchísima para hacer caña^ ó licor que tiene generalmente, por no estar purificado, un olor asqueroso y que contiene una peligrosa cantidad de aceta- to de cobre por ser de este metal el condensador. Los habitan- tes en general son moderados y beben poco, pero los artesanos ingleses en la Asunción, con el descuido y temeridad conocida de los de su clase, bebían enormes cantidades de caña, y puede atribuirse directa ó indirectamente á este esceso la muerte de la mitad de ellos. Los alambiques eran casi todos hechos de cobre, pero en prueba de su atraso vi en la aldea de San Lo- renzo, uno hecho de tierra que daba la corriente mas reducida posible de licor fuerte. Esta vasija no era otra cosa que un jarro de arcilla rojiza que tenia como cuatro pies de alto y cuya tapa era hecha de madera ; cerca de esta se introducía un tubo de estaño que pasa oblicuamente por otro jarro parecido lleno de agua. El primero contenía el licor fermentado y se hallaba en tierra en medio de un gran fuego. El producto que probé era detestable, y me asombro de que hubiera perso- nas que pudiesen beberlo. Una clase de caña llamada sustancia, se purifica con estraor- dinarios ingredientes : para entonar el licor, según dicen, se meten adentro de algún alambique pollos desplumados, espi- nazos de vaca, y carne. Se mejora ciertamente tanto la fuer- za con el gusto, pero la carne quemada la deja impregnada de amoniaco. Solía hacer para mi propio consumo un licor inmejorable, é hice montar á la europea un pequeño alambi- que como su correspondiente hornaza y chimenea, y procuré á menudo seducir álos habitantes á seguir mi ejemplo. Admi- tían que era «muy lindo, maravilloso », pero que no valia la pena. Un destilador francés, llamado Lasserre, tenia un buen — 57 — aparato que le dio mucho dinero ; el ahorro de combustible no mas le dejó pingües ganancias. El ingeniero encuentra abundantes y aun tentadores arroyos con que mover molinos de agua que servia para atizar las fun- diciones en Ibicuy. Me dijeron algunos ancianos que los Je- suítas hacian andar su maquinaria con agua, pero apenas que- da el recuerdo del hecho. Todo el pan se hace pulverizando el maíz en morteros de madera ; esto lo hacen las mujeres dos ó tres á la vez, machacándolo con gruesos y pesados palos en el mismo mortero, que es el tronco de un árbol cavado; pe- gan rápida y sucesivamente, llevando tan buen compás que el incidente me recordaba el ruido de un batán. Se oye por todos lados en las aldeas, largo tiempo antes de amanecer, el rápido pero sordo golpe de las maizeras preparando la harina que necesitan por el dia. Se lanza en el aire la ordinaria y pe- sada harina asi producida para que se lleve el viento la cascara. Dos mujeres trillarán un almud, que es medio pié cúbico de maiz, por un medio, ó dos peniques y medio de nuestro dinero. CAPÍTULO VIL Un paseo á las cordilleras — El paisaje — Las selvas — Una fiesta en Paraguari. Durante el año 1864 el estado de la capital era aparente- mente muy bueno; y se prolongaban tanto las numerosas fiestas, que todos los dias parecian feriados ; pero se acercaba yaá su fin este breve intervalo de la prosperidad del Para- guay, y estaban próximas á estallar las tormentas y las tem- pestades con que debia iniciarse aquella noche de espantosa desolación. Los sufrimientos del pueblo, encubiertos bajo una engañosa y farsaica alegría, ó revelados en algunos pocos por un pesar reducido al silencio, habíanse empezado. Llena- ban las cárceles personas de las mejores familias, y la flor y nata de la juventud del país, era arrancada por millares de sus hogares para hacerla sentar plaza en los ejércitos. Coa el mas profundo pesar concurría á los brillantes bailes que se daban semanalraente en honor de López, porque sabia cuán- tos habia, que obligados á asistir como yo, lamentaban la pér- dida de seres queridos, y que finjiendo alegría y entusiasmo, procuraban granjearse la buena voluntad del tirano, á quien temían tanto como odiaban. (1) Entre muchas otras conocía á una señora, doña Dolo- res Carísimo, esposa unos meses antes de D. Bernardo Jove- llanos. Esía infeliz mujer, que era una excelente y tímida criatura, se v.eia obligada á mezclarse con un rejimíento de ver- gonzosas rameras, disciplinadas y encabezadas por madame Lynch, que cantaban un himno patriótico en honor de López, mientras que su maridO; cargado de grillos, yacia preso «n el « Colejio. » Sin embargo, antes de empezar la descripción de las peno- sas escenas y episodios de la guerra, séame concedido el placer de hablar, aunque sea por un momento, de algunos felices dias que pasé esplorando las inmensas selvas del país y gozando del hermoso panorama de las cordilleras. Habia obte- nido una Ucencia de quince dias, con un pasaporte especial, en que se ordenaba á las autoridades de todo pueblo ó aldea por donde pasase, que se me suministraran caballos y todo cuanto necesitase. Llevé conmigo mí sirviente, y un alemán que iba á comprar tabaco nos acompañó en una parte del viaje, y nos indicó jenerosamente el camino que nos convenia mas seguir. No partimos hasta muy tardo, y ya se había pues- to el sol cuando pasamos los límites de mis acostumbrados paseos á caballo. Los caminos eran buenos, pero como te- (1) Estas y otras observaciones del autor dan iug^ir á creer que la estraordinaria adhesión qua los paraguayos desplegaron por la causa de López, se limitaba, por lo jeneral, á la raza mista. La cuest'on es bas- tante curiosa, y nos gustaría verla tratada filosóficamente por personas competentes, porque incluye, según nuestro modo de pensar, un proble- ma ílsiolójico muy importante. (JSnta del traductor). — 59 - níamos que mudar caballos cada dos legua?, en las postas del gobierno, perdimos tanto tiempo que era ya de noche cuando llegamos al pueblito de Gapiota, aldea cuyas casas hechas de adobes, con techo de caña, ocupan los (res costados de una manzana; el cuarto lo llenaba todo la iglesia, edificio en forma de galpón, con un campanario de madera. Cenamos con el comandante, pero no gustándome el sofocante cuartito que me tenia preparado, dormí al aire libre en mi hamaca, que colgué en un árbol vecino. La brillante luz de la luna me despertó á las 2 de la mañana, y llamando á los sirvientes los hice ensillar los caballos, y después de bañarme en el arroyo que corria ruidosamente por una pedregosa quebrada al pié del pueblo, me fui á toda prisa, considerando el estado del camino, que en aquel lugar era pantanoso y lleno de angostos y profundos cañadones. En la primera posta, mi sirviente, que llevaba todo cuanto poseia en un poncho que le rodeaba la cintura, sufrió una caida atroz del caballo, pero salió ileso, gracias al inmenso bulto en que iba envuelto. Aunque viajábamos á principios de la estación calorosa, hacia un fresco delicioso de noche, y la luna llena, arrojando benignamente su luz májica sobre árboles, rocas y campos, iluminaba nuestros pasos suficientemente para evitar las zan- jas y pantanos, tanto mas peligrosos, cuanto que estaban cu- biertos en muchas partes del camino, que era por si mismo bastante malo, de una magnífica vejetaciou verdosa. Sinera- bargo, pronto llegamos á un terreno mas elevado ; pasamos interminables campos de mandioca, con su hermoso follaje verde y rosado, y muchas sombreadas sementeras de tabaco, hasta llegar al pueblo de Itaguá, en el momento que se toca- ha la revcillé. Después de tomar un vaso de vino con bizcochos, encendimos nuestros cigarros y partimos al galope. En la próxima posta supimos la desagradable noticia de que las lluvias habian destruido una parte del antiguo camino y que seria necesario hacer una larga vuelta. Por una legua, tal vez, anduvimos por el cauce de una pequeña pero rápida cor- riente, que en países tan densamente poblados de árboles ~ 60 — como el Paraguay, forman á menudo el único camino practi- cable en las selvas, donde las sendas apenas se hacen, vuelven á cerrarse por lo prodijioso de la vejetacion. El agua nos llegaba á veces hasta las cinchas, y las copas de los árbo- les eran tan tapidas y enlazadas, que la via parecía un túnel de hojas. Kecorriamos frecuentemente centenares de yardas tendidos "en el lomo del caballo para evitar las ramas de los árboles y las redes de las parásitas y enredaderas. La atmósfera era sofocante y calorosa, y casi podria decirse animada por la multitud de espléndidas mariposas, que navegaban lenta y lánguidamente en los rayos oblicuos del sol, que lograban penetrar acá y allá la densa vejetacion, é iluminar el fondo lejano y recóndito de la selva. Nuestros caballos se detuvieron varias veces aterrorizados por los caimanes que se zambu- Ilian en las aguas. El terror del caballo por los yacarés no es esplicable, porque nunca atacan animales grandes. Con mas razón los asustaban las boas, que eran mas gruesas que mi brazo y se refujiaban en el follaje, señalando su camino con la luz trémula de sus ondulantes escamas bruñidas como la plata. Mucho me alegré cuando se estendieron á nuestra vista, á medio dia, las vastas llanuras de Gaacupé, pueblo que, como todos los demás, consta de una plaza. Elplan que los Jesuítas introdujeron en las reducciones ha sido fielmente copiado por toda la República, de suerte que basta ver un pueblo cual- quiera, para tener una idea exacta de los demás, porque todos son iguales. Llamaban mucho la atención los dibujos que saca- ba de los paisajes ; los habitantes formaban un ancho semi- círculo á mi alrededor, se asomaban tímidamente por sobre mis hombros y retrocedían en la mayor confusión si echaba una mirada hacia atrás. Invité á uno de ellos á que pasara al frente para sacarle el retrato; pero pareció poseído de un susto tan exajerado, que tuve que abandonar mi idea, por no poder coqtener la risa. Pasando adelante, el paises muy montañoso, y toda la co- marca me pareció rica en maderas. Vi por primera vez crecer in sitiiel Guayacum y la Copaiba, hermosos y elevados árboles. En el camino había gran abundancia de naranjas dulces; mi — 61 — sirviente añadió cerca de media fanega á la carga que llevaba ya, é hizo con ellas un espléndido almuerzo. Gomo no seguía- mos Lacia tiempo el camino, los chacareros por cuyos ranchos pasaba, me suministraban voluntariamente y con urbanidad los caballos, aunque yo tenia poder para tomar cuantos quisiera. Era ya mas de la una, y la cordillera que debiamos atravesar presentaba un aspecto azulado por su mucha distancia ; con este motivo, antes de pasar mas lejos, crei conveniente almor- zar y echar una siesta, porque los rayos perpendiculares del sol nos obligaban á ello. La próxima fonda á que llegamos nos invitaba por su aseo, é hicimos una escelente comida compuesta de asado y mandioca. El viejo sárjenlo, á quien pertenecía la casa, hacia él mismo el servicio de la mesa con suma bondad, y miraba comer al estranjero teniente, con uQ respeto que no dejaba picar en curiosidad. Guando concluí la comida, la hija del patrón, rubiecita muy bonita, nos trajo agua y toallas hermosamente bordadas, y luego nos dio cigar- ros. El patrón y mis compañeros se durmieron pronto, pero yo pasé el tiempo mas á mi gusto charlando como podía con la chica. No sabía ella hablar el español ni yo el guaraní ; y nos reimos tanto que despertamos al « taita » quien sumamente escandalizado la echó inmediatamente. El camino en adelante recorría los mas hermosos campos que había visto en mí vida. El pasto llegaba hasta el lomo de los caballos. Yí un tujujuó grulla blanca, con cabeza negra que tenia cinco pies de alto. A las cuatro de la 44rde comen- zamos á subir la Cordillera Oscura; No presentaba obstácu- los tan formidables como los que yo esperaba encontrar, hasta llegar muy cerca de la cima, donde el declive se hacía tan es- carpado, que se habían construido calzadas con troncos de árboles fuertes colocados trasversalmente, de manera que for- man casi una escalera. Nuestros caballos treparon sin acci- dente alguno ; y aunque la distancia era corta, no me pesaba haber llegado á la cumbre, porque no se podía mirar atrás sin estremecerse. El nivel del paso sobre el valle puede tener 1500 pies, pero es difícil calcular á ojo la altura de colinas tan densamente poblada» de árboles. — 62 — La perspectiva desde la cima era magniQca; las cordilleras, el lejano rio, y las inmensas llanuras presentaban un espléndido panorama. A nuestros pies se estendia el hermoso lago Ipa- carai, que tiene como cuatro leguas de largo y tres de ancho; los rizos de sus aguas lavaban los troncos de las palmas, que cubrían la playa y deshacían la profunda sombra de su plu- mado follaje, que obedecía entonces como siempre al dulce impulso de la brisa. Se vela en los potreros uno que otro rancho, con paredes blancas y techo de paja ; mas aliase le- vantaban otros palmares, luego cedros, y altos árboles silves- tres adornados con tapices y colgaduras de orquisos y lianas, que de oleada en oleada llegaban hasta la misma cumbre. Llenaba el claro un vivido color verde, que se reduela gra- dualmente con la distancia hasfa convertirse en un suave co • lor gris purpúreo, que con no bien definidas márgenes se fun- día en el nebuloso horizonte. La misma senda era encerrada por murallas de cactus, cubiertos de espinas, cargados de blancas y rosadas flores, y reforzados con formidables eufor- bios, cuyas espinosas ramas no solo hieren sino que son ve- nenosas. Reemplazaba al pasto, el anana silvestre ó caraguaytá que cubria el suelo y cuyas dentelladas hojas con su centro escar- lata, cortaban el paso á todo el que quería apartarse del ca- mino. Esta última tendrá algún dia un gran valor comercial ; desde los mas remotos tiempos los habitantes se han servido de su hebra para hacer redes de pescar, cuerdas, y un paño muy fuerte y ordinario. El Capitán Page habla de ella en tér- minos calorosos, pero la llama equivocadamente aloes ; per- tenece á la familia Bromiliaceas. En los últimos años de la guerra, Mr. Yon Truenfeldt fabricaba con ella el papel en que se imprimía el Semanario. Mientras descansábamos en la cumbre de las cordilleras gozando déla fresca brisa y de la hermosa perspectiva, se me acercó el vaqueano y me contó la siguiente leyenda, que doy masó menos con sus propias palabras. « En el sitio en que vemos ahora la gran laguna, se hallaba muchos años há un espacioso y fértil valle ; y cuando los bue- — 03 — iiüs padres jesuilas plantaron por primera vez la cruz cu el Pa* raguay, encontraron en aquel lugar una gran aldea india con sus campos de maíz y mandioca. Predicaron el evanjelio *como de costumbre, pero los habitantes rehusaron convertirse y á mas de esto, no quisieron tener trato con ellos ; prefirien- do comer mandioca, lomar mate, fumar sus cigarros y vivir en deplorable ignorancia antes que recibir la civilización y el cris- tianismo—es decir, preferían antes que adorar ídolos rendir culto al sol naciente, antes que hincarse en templos lujosamen- te pintados hacerlo en los solemnes y seculares bosques, don- de sus padres habían orado y temblado en presencia de un misterio que no podían comprender, ni se atrevían á nom- brar sino con una esclamacion de asombro. « ¡ Tupa, que! » (¿qué es esto?) y en fin á que sus buenos amigos los padres los convirtiesen en bestias de carga. Como es de suponer una conducta tan mala y perversa no podía sino atraerles un casti- go ejemplar. Los padres, indignados con su impiedad y dis- gustados con su obstinación se retiraron maldiciendo amarga- mente álos paganos. La misma noche el agua del único pozo del pueblo se levantó rápidamente, corriendo cada vez mas lijero hasta lanzar una caudalosa corriente. Un loro pertene- ciente á un hombre que habia dado á sus huéspedes un pedazo de chipá, voló alrededor suyo gritando, ¡ Terri-ho ! ¡ terri-ho ! (idos, idos). El hombre se levantó y huyó aterrorizado delante de la inmensa creciente, pero los demás infelices dormían profundamente en sus hamacas, y jamás volvió á vérseles. Al dia siguiente al salir el sol, las profundas aguas de la azulada laguna corrían por encima de la maldita población, y hasta los mismos pies del fugitivo, que habia caído enteramente des- fallecido en la pendiente de las cordilleras ; «i Sigue crecien- do la laguna, le pregunté? -No mi teniente. Los buenos padres regaron la margen con agua bendita : se detuvo al ins- tante y desde aquel tiempo hasta hoy día, ha permanecido como lo vé vd. ahora. » La noche estaba muy avanzada cuando llegué al pueblo « Barrero Grande » — ciudad grande y notablemente aseada. Me recibió admirablemente el comandante Don Justo Fran- — 64 — co, y según la costumbre paraguaya, me aseguró con un em- peño que era casi ridículo, que me pertenecía su casa y todo lo que contenia, y que él, su esposa é hijos eran mis muy humildes esclavos ! La jornada habia sido larga, talvez veinte leguas ; después de una inmejorable cena y de un buen cigarro, me envolví en mi poncho y apenas mi hamaca se habia columpiado doce veces, cuando me hallé profundamente dormido. Sin embargo, me despertó una serenata dada en honor mió, por el coro del pueblo, apoyado con las armonías de un clarinete, una flauta, un triángulo y un tambor. Los niños tenían unas voces atrozmente agudas, y un diablo de muchacho se plantó en la puerta, y por el ojo de la llave, me soplaba frenética- mente versos cumpliméntanos, que me llegaban envueltos en una nube de tierra; sus intenciones eran buenas, pero es- tando muy cansado me dormí como un ingrato en medio de la sinfonía. Apenas habia apuntado el sol, me levanté para bañarme en el arroyo, que pasa por el pueblo, y en se- guida de tomar un mate, salí á cazar hasta la hora de almor- zar : el resto del dia lo pasé sacando bosquejos y estudiando la botánica de la vecindad. Me habia comprometido con un amigo á llevar una carta á un chacarero de cerca de Barrero, y partí solo al dia si- guiente para cumplir con mi promesa. Encontré que cerca quería decir la distancia de tres leguas, entre las colinas. Llegué á tiempo para cenar, y en aquel remoto lugar, mi vi- sita fué recibida con gusto. Consistía la familia en un estan- ciero, su esposa, dos niñas crecidas y varios hijos menores. Hablaban muy poco el español, pero me encontré muy pronto á mis anchas en la casa. Era muy tarde para volver, de manera que me quedé por la noche. Cuando me desperté la mañana siguiente, llovía á cántaros, y continuó lloviendo por tres días ; los caminos, como que seguían la base de las mon- tañas eran intransitables, mientras durara la tormenta. Sin embargo, el tiempo se me deslizó rápidamente, hice bosque- jos de cuanto había por la casa, figuritas de papel para las criaturas, estudié el guaraní con las niñas, que se intere- ^ 65 — saban mucho en mi progreFo, famé muchos cigarros y tomé un sin número de mates. Por último, se despejó el tiempo y volví á Barrero. D. Justo vino ansiosamente á recibirme, y me dijo mi sirviente, que mi larga ausencia lo liabia inquietado mucho, « ¡ Santa Virjen ! » continuaba repitiendo, «qué puedo haberse hecho el in- glés. » Al dia siguiente cruzé el campo en dirección á Peribebuy, pueblo que llegó á ser notable por la resistencia que Ló- pez hizo allí, después de su derrota en las Lomas Valenti- nas en Diciembre 1868, y en donde juntó el triste resto de su pueblo, para hacerle perecer por el hambre y las enfermeda- des. Vestido de gran parada, D. Justo me acompañó algunas millas á caballo, y adelantó uno de sus hombres para enfre- nar los caballos en la próxima estancia, que estaba muy dis- tante del camino. Partí sin almorzar, esperando llegar hasta Peribebuy antes de medio dia, porque el camino recto solo tiene siete leguas. Pero erramos el camino y tuvimos que apartarnos mucho para mudar caballos ; *era ya de noche y estábamos todavía en las selvas. Habia estado ocho horas sobre el caballo, y casi en ayunas, porque si se esceptúan unas naranjas silvestres, no habia comido nada en todo el día. No teniendo ya paciencia, y estando mejor montado que mi sirviente, me adelanté á galope en busca de una casa en que pudiéramos mudar caballos y obtener un baqueano. A poco rato vi un gran rancho, con varios caballos ensillados á la puerta ; me acerqué á él sin esperar al sirviente. Una docena ó mas de peones indios se hallaban en el espacioso zaguán, armados con sus formidables facones, y un pájaro de mal agüero fumaba en la puerta. Yo estaba vestido de ciudadano, con escepcion de la gorra de teniente, y habia dejado mi es- pada en casa, pero llevaba un revolver á la cintura. Les di las buenas noches, pero con gran sorpresa mia no contestaron al saludo, y entonces cometí el error de pedir caballos en vez de exijírselos. Un gruñido guaraní fué su única contesta- ción; contrariado, cansado y con hambre", les mostré mi revolver, y les dije bruscamente : « tráiganme tres caba- -« 66 — líos. » El cambio de tono hizo un efecto instantáneo, y cuando llegó mi criado, estaba ya montado y listo para partir, con un mucbacbo por guía ; pocos minutos después corríamos al galope en las tinieblas de la noche. El camino era detestable y Ja noche tan nebulosa, que ape- nas se veía la oscura y elevada muralla de árboles que se le- vantaba á ambos lados del camino. Sin embargo, nuestro baqueano iba á todo galope, le seguíamos como mejor podía- mos, y en una hora nos llevó al pueblo. Estoy por decir que el jefe de Peribebuy no había visto antes á ningún estranjero. Era un hombre muy grueso, mo- reno, con una nariz que no merece mencionarse, unos ojitos pequeños, redondos y negros como cuentas, que tenia cla- vados en mí incesantemente, y repetía de vez en cuando, como si fuera una cosa inesplicable para él, « vuestra señoría es realmente inglés ! ¡ María Santísima ! un inglés vivo en esta mi pobre comandancia ! ^ Peribebuy es un pueblo grande, pero muy pobre, ediBcado en una desnuda colina rocallosa, y rodeado de campos es- tériles. Me parecía uno de los parajes mas áridos de todo el Paraguay. Se considera muy pobre el que no tiene cinco vacas, y allí nadie, por lo que me dijo el jefe, las tenia, es- cepto él mismo. Al pié del pueblo corre un hermoso arroyo ; su cauce consiste en una especie de pizarra, y forma un sitio excelente para un molino de agua. Al dia siguiente muy temprano me bañé en él con gran asombro de las jentes, que, aunque muy aficionadas al agua en verano, nunca se atreven á lavarse cuando hace frío. « ¡ Qué guapo ! » decía uno — « j Qué loco ! » decia el otro. Dejé esta aldea en viaje para Garaguatay, que significa el rio de los Ananas silvestres. Este pueblo, entonces grande y próspero, fué el término de mi viaje ; pero á fin de aprove- char bien el tiempo, me dirijí hacia el Sud, haciendo un largo circuito de casi cien millas en mí vuelta á la capital. Encontré allí á un inglés, llamado Robert-Emery, que era ladrillero y curtidor. Hacía diez y ocho años que estaba en - 67 — el Paraguay, se había casado con una hija del país, y él mismo parecía enteramente paraguayo. El camino volvía á pasar por entre las selvas, y la belleza pintoresca de los bosques, se veia allí en toda su perfección. Tenemos todavía en Inglaterra muchas arboledas ; excitan aun nuestra admiración los numerosos « monarcas de los valles, » que hace muchos siglos eran hermosos árboles, y un paseo por los verdes bosques, encantan siempre al anciano y al niño. Pero en los ilimitados bosques del Nuevo Mundo, un sentimiento de pavor que llega hasta la reverencia, templa el placer con que se les contempla. Son sublimes por su enor- me estension, y casi opresivos por su profundo silencio. Por ser tantos j tan agrupados se olvida casi su estraordinaría altura ; pero llaman forzosamente nuestra atención sus enor- mes y sólidos troncos nudosos, torcidos y envueltos en jigantescas enredaderas hasta la punta de su mas elevada rama, ó canos y podridos con la vejez, pero siempre brillantes con el tierno follaje de las parásitas que aun los tienen abrazados. Aquellos enormes cedros y lapachos son estraña- mente bellos, pero me impresionaba mas el eterno silencio interrumpido solo por el silbido de la cigarra, y el eco de los vasos de mi caballo. Apenas habíamos salido de la selva, cuando el camino se hizo malísimo y por mas de una legua, chapaleamos el agua y los pantanos á través de los esteros, esperando por momentos que los caballos quedasen enterrados en el barro : el ca- lor era escesivo en campo abierto. Me causó placer llegar al próximo pueblo, y descansé á la sombra de las macisas bó- vedas del corredor del antiguo colejio de jesuítas «Yaguaron.» El pueblo es una tristísima aldea, pero el colejio, que es hoy la residencia del comandante, es un hermoso edificio con grandes cuartos y espaciosos y sombríos claustros. En el centro del patio se halla un cuadrante de piedra hábilmente labrado. La iglesia, una de las pocas que quedan de las que edificó la Compañía, se parece por fuera á un inmenso granero, porque la torre se ha caído y las campanas están aseguradas á una viga del frente. El interior es muy curioso ; los arquitectos — 68 — evidentemente pretendían producir mucho efecto con escasos medios. Con tablas delgadas, se representan de perfil en el coro arcos y columnas macisas, pintadas para imitar piedra. El techo está lujosamente pintado de verde y colorado, y se disimulan las vigas con esteras muy bien tejidas. El pulpito es sostenido por una figura de mujer vestida á la romana, y adornada muy artísticamente con pequeños medallones. Las paredes tienen cuadros toscamente ejecutados, que representan de un lado escenas de las Escrituras y del otro las vidas de los santos. Pero se ha prodigado la mayor finura y labor en" los altares y relicarios. El primero es una vasta construcción de madera labrada y dorada, con una escalera detras, que da acceso á las hileras de candeleros que se levantan una sobre otra hasta la bóveda. Sobre la puerta occidental, se halla una galería para el coro y un órgano. Me sorprendió mucho de que hubiera semejante instrumento en tan remoto lugar; quise examinarlo pero se habia perdido la llave de la galería, y me dijo el comandante que no se oia hacia siglos. El jefe estaba muy orgulloso de su antigua iglesia ; entretanto no la cuidaba nada y estaba medio arruinada. El dia siguiente, me hallaba de nuevo en las colinas, y volví á cruzar la cordillera por el Paso Ivie (el paso malo) que bien merece su nombre. Me hablan dicho que estaba intran- sitable para carretas de bueyes, y por lo mismo esperaba en- contrarlo malísimo, porque estos rudos vagones, con sus enor- mes y anchas ruedas, logran pasar caminos que á nosotros nos parecerían enteramente intransitables. Formaba el paso una angosta y escarpada quebrada, destro- zada por las lluvias y tan precipitada, que mirando desde arriba abajo (una profundidad de mas de mil pies) parecía no haber otro descenso posible que el de irse de cabeza. Sin embargo, habia adquirido la forma de unos escalones á veces anchos, otras veces estrechos, de piedra arenisca, á la que las aguas habían llevado su capa de tierra dejándola desnuda ; descen- dimos este declive como mejor pudimos. Confieso que hubiera preferido desmontarme, pero no haciéndolo el baqueano no lo hice yo tampoco, sino que seguí su ejemplo: mi criado cerraba -. 69 — la retaguardia, llevando mi fusil. Guando llegamos al fondo, afortunadamente sin descalabro, supe que el jefe de Yaguaron habia cargado, sin avisarme, ambos cañones de mi escopeta, y que los gatillos descansaban en los fulminantes: nuestro escape fué pues milagroso, porque si se hubiese disparado el tiro, aun- que DOS hubiese errado, se habrian asustado los caballos, y probablemente nos hubieran precipitado al fondo del abismo. Hicimos otra jornada larga por arbustos y praderas, costeando las cordilleras hasta llegar á su terminación en cerro Santo Tomás, montaña cuadrada, de aspecto imponente y casi per- pendicular, sobre el costado occidental. En el tiempo en que el Atlántico ostentaba sus olas en las bajas y arenosas llanura» de La Plata, este promontorio áspero y rocalloso debe haberse adelantado audazmente sobre sus aguas. El cerro consta de mica, y le da su nombre una pequeña cueva ó gruta en que residió largo tiempo Santo Tomás, cuando emprendió su notable viaje para la América, muchos siglos antes del pretendido descubrimiento por Colon y de que no nos dicen palabra los historiadores seglares. Sin embargo, no cabe duda de que el buen santo vivió allí; porque queda de recuerdo una cruz rústicamente hecha, asegurada con clavos parecidos á los que se hacen hoy dia en Sheffield — prueba ine- quívoca de que no se han hecho grandes adelantos en la manu- factura de clavos desde el tiempo en que el santo visitó la América. La gruta sirve de capilla, y eldiade Santo Tomás la frecuenta mucha jente que trepa la roca para oir misa : la ocupan lo de- mas del año los buhos y los murciélagos, porque en el Para- guay no hay hermitaños. Al pié del cerro se halla la aldea Paraguarí, que como Ya- guaron fué fundada por los jesuítas, quienes edificaron allí un colejio y una iglesia. Esta última estaba en ruinas, y cuando vine, la estaban reedificando ; del primero se hizo la residencia del comandante (hombre de importancia, porque el pueblo es una estación militar) y del cura del partido. Guando dejé mi hamaca, al otro dia muy temprano, en- contré señales esfraordinarias de vida, en el soñoliento pue- — 70 — Lllto. Los dueños de las dos tiendas, que representaban el ele- mento comercial del distrito^ estaban muy ocupados abriendo varias cajas de madera y ostentando el coníeaido á un alegre grupo de señoritas acompañadas de dos ó tres ancianas vesti- das de negro, que examinaban las brillantes telas y cintas, mirándolas con los brazos abiertos, ó colocándolas desde la cintura abajo, pruebas con las que demostraban su regocijo por los trajes nuevos. Las acompañaban algunos mozos del campo, que envueltos en sus ponchos de color chocolate se apo- yaban ociosamente, cigarro en boca, contra la puerta ó cami- naban afeminadamente en la punta del pié, porque las inmen- sas rodajas de sus espuelas de plata les impedían el uso de los talones; me paré del otro lado de la plaza mirándolas, admirado de la razón que pudieran tener las niñas para venir en busca de vestidos lan temprano. Por último, una de ellas con quien habia fumado el dia anterior, me hizo seña para que me aproxi- mara: fui y le hice conocer mi curiosidad. « Oh señor! esclama- ron todas á la vez, «mañana Garlos Fernandez da un baile en' su quinta, y todas vamos. ¿Vd. irá porsupuesto ?» — «Tendría mucho gusto, pero no he sido invitado.» — «Qué importa! no se necesita invitación : Vd, los conoce y basta.» Habia tenido el placer de encontrar varias veces en la capital á doña Eusebia Fernandez, hermana de don Carlos, y por esto resolví que- darme para ir con ellas. El dia siguiente se levantó el sol con su brillantez de siem- pre, pero por la tarde el viento cambió de rumbo y sopló del sud. Una garúa seguida do nieblas, que bajaban de la mon- taña en forma de grandes y macizas columnas envolvió la triste aldea en un manto de oscuridad, que le daba un aspecto su- mamente melancólico. Sin embargo, este accidente no bastó para detenerme en casa, y partí en busca de mis bellas ami- gas. Las encontré muy moriií^cadas por el chasco ; me dijeron que no podían ir porque el tiempo estaos tan malo, y hasta sus hermanos, por salvar sus trajes de gala, no querían ¿moverse de la casa; entonces determiné irme solo. La quinta distaba como tres leguas, pero se me dijo, que no era difícil encontrar el ca- mino. Por mi parte, le hallé muy jntricadO; porque después - 71 — de haber andado una horn, no hallaba rasiro de la senda. Siendo rocalloso y casi estéril el terreno, no dejaban huellas las rue- das de las carretas, mientras que los jinetes cortaban el campo por donde mas les convenia. Pronto me convencí de que el viaje seria inútil. El cerro que hasta entonces me servia de guia, se me perdió de visla en las tremendas ráfagas y en la copiosa lluvia que, descendiendo bravamente de la cordillera, me azota- ban ferozmente en la cara, y solo pude calcular mi posición rela- tiva por la dirección de la tormenta. La noche se acercaba y determiné volverme, mientras quedaba todavía suficiente iuz para avilar los obstáculos del camino. No habia andado mucho, cuando se me presentó un hombre que venia á toda carrera, con el poncho flotando al aire. «¿Adonde va Yd. amigo?» le grité.- «Voy al baile,» me con- testó.—«¿Quiere enseñarme el camino?»— «Con mucho gusto, señor;» y partimos juntos á todo galope. Al desaparecer el sol en el horizonte Se despejó el cielo, y cuando llegamos á la casa hacia un hermoso tiempo. La quinta era un edificio doble, con una sucesión de cuartos á ambos costados que tendrían treinta pies de largo y quince de ancho. El espacio entre los dos costados, estaba cubierto á la manera de una era, según me pareció. Una de las estremidades estaba cerrada con tablas y cueros de vaca, dejando lugar para formar un buen salón de baile. De las vigas pendia una ruda araña de madera, y las numerosas velas pegadas á las paredes, daban una luz brillante pero inconstante por no estar ¿cubierto del viento. Un grannúmero déjenle al airelibre miraba á los qnebailaban, y castañeteaban al compás de las guitarras y arpas que forma- ban la orquesta. Después de bajarme, y agregar mi silla á muchas otras amontonadas en la puerta, solté mi caballo y me diriji, previa una corta pausa, al baile, donde estaba doña Eu- sebia, que era una alia y bella joven, vestida con un hermoso tupoi de encaje, y una faldilla de seda. La música calló momen- táneamente con la entrada del estranjero y quedáronse fijas en mi las miradas de todos, porque la presencia de un oficial del gobierno no era bien recibida; pero mi amiga me reconoció in- — 72 — mediatamente, y dándome ambas manos en seña de agasajo, esclamó: «Oh! señor don Federico, qué sorpresa me da Vd.; solo faltaba Vd. para completar nuestra felicidad.» Después de esto siguió el baile. Me presentó á sus hermanos, lindos y hermosos hombres yá su sobrinita, en cuyo honor, por ser el día de su santo, se daba el baile. Charlamos unos minutos en la sala y ■volvimos después á juntarnos con los convidados. El espectáculo era muy iñntoresco y especialmente calculado para llamar la atención de un inglés. En el momento en que entrábamos, cercado veinte parejas ejecutaban « el cielo» danza complicada, medio minué, medio valz, que como muchos bai- les españoles se efectúa haciendo figuras y dando majestuosos pasos. Los bailarines cantan al mismo tiempo que llevan el compás de la música, y los espectadores, con intervalos, toma- ban parte en el coro. Si mal no recuerdo, los cinco músicos tenian dos arpas y tres guitarras con cuerdas dobles metálicas, y tocaban una melodía salvaje, cuyas notas como el viento entre las coUnas, cambiaban caprichosamente de altas en bajas, y cuya clave variaba con el cambio del significado de las palabras que can- taban: á veces era melancólica, triste y bajo como cuando bai- laban lenta y lánguidamente al son de la lúgubre queja : «Ay Cielo ! ay Cielo ! este cruel amor,» y luego se avivaba cuando con el entusiasmo de la marcha prorrumpían llenos de gozo en estas palabras: «Es mía, es mia, Cielo soy feliz.» La cadencia que habia sido lenta hasta aquí, se hizo rapidísima ; las parejas castañeaban con los brazos estendidos, y un Valz ádeuxtemps, terminó la danza entre los aplausos de Jos espectadores. Tuvi- mos varias otras danzas, el grave Montonero, la Media caña, el gracioso Pishesheshe, que deriva su nombre del sonido que hacen con el pié derecho al restregarlo suavemente en el piso, y otras muchas que no recuerdo. Los que bailaban eran muchoS; llegarían á cíen : y el espec- táculo era realmente encantador. Todas las muchachas lleva- ban el traje del país— el clásico tupoí y faldillas de muy vivos colores. Este traje tiene también la ventaja de que con él se creen — 73 — vestidas las Diñas (pero revela talvez unpeu irop sus encantos) y el ribete negro ó escarlata del blanco iupoi produce un nota- ble efecto, y sienta á las mil maravillas á su color aceitunado. Las paraguayas han heredado de sus madres indias talles finos y flexibles, pasos elásticos y liJ3ros, que las hacen in- mejorables bailarinas; me quedé admirado de verlas ejecutar con tanta precisión, lijereza y naturalidad los pasos complica- dos del ttCielo». Todas llevaban peines de oro manufacturados en el pais y algunas tenían los dedos literalmente cubiertos de anillos, bastante grandes para cubrir una coyuntura y en- gastados con crisolitas rudamente talladas. Algunas tenian los cuellos envueltos con cadenas y rosarios, todos de oro ma- cizo, y que representaban por lo jeneral la fortuna entera de lasque los usaban. Ninguna, si se esceptúa doña Eusebia y sus hermanos calzaba zapatos, y sus pies descalzos no retum- baban en el piso de tierra. Los hombres llevaban su traje campestre de costumbre, que consiste en camisas blancas como la nieve, ricamente bordadas, cherifésy ponchos de car- mesí, ó de algún otro brillante color, asegurados á la cintura. Me parecía muy estraña una de sus costumbres; cuando se levantaban para bailar, siempre se ponían los sombreros, y cuando se sentaban los tenían en las manos — prueba de que desconfiaban, y con mucha razón, de la honradez del pró- jimo. Las niñas, que se sentaban sin decirse apenas una pa- labra, esperando reservada y modestamente á que las sacasen, ocupaban dos bancos que se estendian desde una extremidad á la otra del salón. No había ni cuchicheos, ni aquel bullicio de la conversación^ que nosotros creemos el encanto de semejan- tes reuniones ; el baile formaba la orden del día, y no querían saber de otra cosa. Mas tarde llegaron otros músicos y en honor mío tocáronlas cuadrillas; pero no hubo posibilidad de bailar ó seguir la música, porque á los dos pasos ejecutaban de nuevo las antiguas danzas, y las dos orquestas se estorba- ban mutuamente. Por lo tanto, me contenté con mirar á los demás, y charlar con mis amigos, porque no me atrevía á ensayar los complicados pasos que otros ejecutaban con tañía gracia. — 74 - A media noche la concurrencia se desprendía en destaca- mentos para ir á cenar ; la mesa fué espléndida, y hubo durante toda Ja noche á la disposición de todos, cigarros y caña. Se rompió el baile poco después de ponerse el sol, y no se habia terminado todavía cuando amaneció; muchos se ofrecían voluntariamente á relevar á los músicos y las huéspedes nunca se cansaban de bailar. Ahora ¿ quienes eran los convidados? Si se esceptúa la familia y unos cuantos que vinieron de Paraguarí, todos eran chacareros y vaqueros con sus esposas, hermanas é hijas, pero era admirable su compor- lacion, su natural urbanidad y mutuo respeto. E\ ¡natrón, hijo del general Fernandez, era hombre rico y altamente colocado. Hablaban con él y con sus hermanas con respeto, pero sin la menor torpeza ni encojimiento ; las jóvenes bailaban y se movían con mucha gracia, y aunque no logré sacarles otra respuesta á todo lo que les dirijí que líDaí guai castellano ca- ballero» [no hablo español, señor) si hubiera podido hablar su propio idioma, hubieran conversado conmigo con soltura y buen juicio. Procuré esplicarme y frecuentemente me ha sucedido lo mismo, por qué razón la misma clase de gente en Inglaterra es desesperadamente ruda y grosera. (1) No es ciertamente (1) La observación del señor Masterman, que es por otra parte verda- dera, no tiene nada de nuevo. La aspereza del carácter inglés uo se li- mita á la clase mas inferior, ni se funda, como dice el autor, en su in- capacidad para apercibir su brusquedad, sino en el individualismo de la raza. Es un vicio nacional, de que no nos podemos curar, y que no nos pesa, porque en el fondo demuestra el valor, la franqueza y la indepen- dencia del pueblo. Tácito hallaba el mismo defecto en nuestros antepa- sados y Froissart liablando de los Ingleses, sigloá lia, dice, «c'est le plus perilleux peuple qui soit au uionde, et leplusoutrageux etorgueil'eux.» Es un rasgo de un pueblo libre, que se encuentra solamente en los in- gleses y los yankees. La deferencia personal se nota mas entre los fran- ceses que éntrelos ingleses, entre los españoles que éntrelos italianos, entre los griegos que entre los italianos, entre los griegos que entre los turco?, y entie los turcos que entre las naciones bárbaras del Asia como los chinos y japoneses, es decir la independencia de carácter se manifies- ta en razón directa de la civilización del individuo. Por mas pormenores consúltese el «Ncny Araérica» de Hepworth Dixon. (.Vom del T.) — 75 — por falta de instrucción (porque aun nuestros campesinos, la tienen mejor que la mayoría do los paraguayos) sino que parece fundarse en una completa incapacidad para apercibirse, de que sus maneras no son graciosas ; y que por esta razón cceteris paríbus serán siempre inferiores á un español ó á un italiano; porque los paraguayos deben sus maneras distin- guidas á sus abuelos los españoles. El indio del Chaco ó el de las pampas es un salvaje tan brutal como pudieran desear- lo el mas enlusiasta defensor de Ja teoría del desarrollo gra- dual de la especie. Durante la guerra fueron promovidos muchos artesanos in- gleses, y en su carácter de oficíales fueron invitados á los bailes públicos; pero me avergonzaron profundamente la rudeza, los escesos, y la brusquedad de mis paisanos. Les eran infinita- mente superiores en buena crianza y buen gusto los pobres paraguayos á quienes despreciaban con toda su alma. Dicho esfo volvamos á nuestra fiesta: bailamos hasta las seis de la mañana, hora en que se fueron casi todos los con- vidados, entonces se sirvió el mate y entró un gran número de peones vestidos de cdmba-ranghás, algunos de tigres, otros de cabras, ó de gran bestia, y otros de demonios. Ni aun en sueños había visto un espectáculo tan horriblemente grotesco. El caballo se me fué, pero me prestaron otro mejor, y por la tarde volví á Paraguarí. Hacía bastante frió, en efecto, dicen que aquel es el pueblo mas fresco del Paraguay. Los elevados y casi verticales costados del cerro dan otro rumbo al viento del Sud, que pasando por encima del lugar, disminuye consi- derablemente la temperatura. Por la tarde continué mi camino hasta Itá, pueblo grande, en donde se manufactura con una arcilla azulada ordinaria, la mayor parte de la loza que se usa en el Paraguay. En Itá vivia entonces un inglés que habia es- tado preso muchos años en el tiempo de Francia ; tenia mas de ochenta años de edad, pero parecía muy sano yestrema- damente rolDusto ; murió como dos años después. Dormí, como de costumbre en la comandancia, y partí á las tres de la mañana para llegar á la Asunción antes de medio-dia, hora en que espiraba la licencia. - 76 - Mas encantado que nunca del hermosísimo pais en que me hallaba, este paseo me determinó á no volver todavía á Ingla- terra, porque estaba muy lejos de pensar que dentro de algu- nos meses todas mis esperanzas se habrían desvanecido, y que aquel pais seria teatro de sufrimientos tan terribles, que la mas pálida descripción que de ellos se haga, parecerá exajerada ; y aun yo mismo que los he presenciado, apenas creo en mi memoria cuando los relato. CAPÍTULO VIH. Las causas de la cuEnRA— El General Flores— La Toma DEL « Marques de Olinda » — La espedicion de Matto Grosso. Los que creyeran que el orijen de la guerra entre los aliados y los paraguayos, tenia por base la antipatía de razas, ó que se hacia por la voluntad del pueblo paraguayo, irían á buscar sus causas en razones de masiado lejanas ; es decir, en los remotos tiempos del establecimiento de las colonias españolas y portu- guesas en el nuevo mundo. Si la guerra hubiese sido entre los arjentinos ó los orienta- les y los brasileros, entonces sí podria hablarse de aquellas antiguas querellas y reyertas, que han inundado de sangre la gran península del Sud y enjendrado un odio intenso y eterno entre pueblos íntimamente ligados por su orijen y su lenguaje. Pero no ha sucedido esto, porque los paraguayos, á causa del largo aislamiento á que los sometió Francia, ha- bían olvidado completamente que los brasileros eran « sus enemigos naturales, » y aun ahora mismo los miran mas bien con desprecio que con odio. Los paraguayos merecen nues- tras mas ardientes simpatías por su valor é infortunios ; pero no se debe olvidar que la guerra que han hecho es injusta, pues fueron ellos quienes la provocaron. Podré, sin embargo, demostrar que la guerra es esencialmente personal ; López ambicionaba adquirir fama y poder, y los aliados procuraban — 77 — aplastarlo antes que obtuviera la peligrosa supremacía quo buscaba. Creo que el oríjen de la guerra puedo remontarse hasía la época en que López hizo su viaje á Francia en el año 1854. Salia de una república semibárbara, remota y casi des- conocida, y las paradas, la pompa, la falsa gloria y los esplén- didos recuerdos de guerras y guerreros de que se vio rodeado, le ofuscaron. El ambicioso sabia que un dia no remoto go- bernaría un pueblo valiente y entusiasta, é imajinaba no encontrar obstáculos para levantar su prestijio entre las na- ciones sud-americanas, hasta el punto de hacerse temible y solicitado. Muy luego sus ambiciosos proyectos tomaron cuerpo y for- ma ; una voluntad superior á la suya le dominaba fatalmente, y solo le faltaba que muriera su padre y adquirir el poder absoluto, para precipitarse en una guerra con la primera nación que le ofreciera un pretesto, ó á falta de esto creár- selo él mismo. Pero con vecinos tan pendencieros como las repúblicas revolucionarias del Sud y del Oeste del Paraguay, no necesitaba de la última alternativa ; no tenia mas que hacer causa común con un partido cualquiera y la guerra era inminente. A pesar de todo lo que he sufrido, á pesar de las terribles crueldades con que he visto martirizar á otros por López, á pesar de todo en fin, y de la manera severa con que le he juzgado, me causa pena y lástima, el pensar en este período de su vida. Estoy cierto, por lo que vi después, que era en- tonces tan fácil de amoldar como la cera, y si hubiera tenido un fiel consejero, uno solo siquiera, que hubiese desarrollado en él lo que tenia de bueno, y no lo que tenia de malos habríase hecho un celoso, aunque débil gobernante, y hu- biera continuado introduciendo mejoras de igual valor y utilidad á las muy importantes que llevó á cabo durante la vida de su padre. Pero en el Paraguay no existia un Mentor semejante, ni era posible que existiese, á causa del aislamiento en que siempre vivían en el país las personas altamente colocadas. La amiga que escojió en el estranjero, la ambi- ciosa y desapiadada mujer á quien confiaba todos sus secretos, -, 78 — fué su mayor enemigo, y su deseo de adquirir fama de guer- rero, que no hubiera pasado tal vez de un capricho pasajero, llegó á ser, por sus malos consejos, la pasión dominante de su vida (1). He aludido al estado febril é inquieto do las repúblicas del Plata ; en efecto, su condición normal puede decirse que es revolucionaria, y esta es tal vez la razón porque hablan eter- namente de la libertad, del patriotismo y del progreso, sin saber lo que es la primera, sin tener la segunda y deu- dores á los estranjeros de la tercera, que los adelantan á pesar suyo (2). Un inglés hallaría tan difícil como inútil todo esfuerzo (1) Nos parece que el autor exagera la influencia de M. Lyrcb, y que su juicio sobre el carácter del tirano no es exacto. Si López hubiera encerrado en su corazón un solo resto de sentimien- to humano y racional, alguna vez en el transcurso de mas de cinco años se hubiera abierto paso en las tinieb'as de aquel error constante. D. Manuel P. de la Peña, que había conocido profundamente á Francisco Solano López, y que acompañándole á Buenos Aires en tiempo de D.Juan Manuel Rosas, cuando lo mandó su padre en Comisión repella á menudo, antes de la guerra, y á principios de ella, cuando nadie imajinaba los crímenes que habia de cometer después: «Este muchacho tiene un co- razón de tigre; Francia y su padre eran santos á su lado— esperen ustedes á que tenga la ocasión y me dirán si este juicio es exacto». La realidad ultrapasó el pronóstico. Las atrocidades cometidas por su orden se bre niños, viejos, mujeres y hasta sobre su propia madre, sus hermanas y hermanos, y su cobardía sin límites— prueban la crueldad de su carácter, y es sin duda una ilusión de M. Masterman , creer que nadie habria podido reformar las negras entrañas de aquel monstruo. (2) El señor Masterman con su manifiesta falta de conocimientos respecto á la República Argentina, le lanza este sangriento insulto con toda la petulancia y magostad del que habla sobre lo que no entiende. La República Argentina ha pasado por la via-crucis de la guerra civil, indispensable á las naciones que conquistan sus derechos y libertades pal- mo á palmo, y es quizá uno de los pueblos del mundo que la ha recorrido mas rápidamente, si se considera que en 50 años ha conseguido el triunfo de la forma y de las ideas mas adelantadas de gobierno, mientras que mu- chas naciones de la Europa después de luchas mas prolongadas están aun por conquistar lo que nosotros poseemos ya, y la gran mayoría de sus — 79 — que hiciera para comprender los principios y disciplina de sus partidos políticos. Tenemos los blancos y colorados ; los crudos y cocidos, los confederados y unitarios. Este último no es una secta relijioso, ni entra la teolojía en sus reyertas, pero ni aun siéndolo podrían odiar mas intensamente á sus ad- versarios, ni tener menos conocimiento de la cosa por la cual pelean, que si se tratara de la cuestión mas abstracta. En hombres políticos, £i esceplúan los ingleses, mas atrasados que los nues- tros en la inteligencia de la libertad y de su gobierno. Dice el señor Masterman con una seriedad encantadora por su rudeza, que debemos nuestro pr'ogreso á los cstrangeros que nos adelantan á pesar nuestro; y esto después de haber asegurado, que no sabemos lo que es la libertad y el patriotismo. Respecto ala libertad, nuestra constitución, y nuestra prensa, demues- tran el error; del patriotismo responde lalargasórie de nuestros mártires y en cuanto al progreso del pais,lo remitimos á la estadística del comercio de su propia tierra y si lo desea de la Europa entera, y fuera de las estadís- ticas, á las numerosas empresas, que tienen su residencia en la misma In- glaterra, y que esplotan telégrafos, ferro-carriles y empréstitos en la República Argentina. En cuanto al progreso que, según su opinión, nos injertan violenta- mente los inmigrantes debemos hacerle algunas observaciones. La emigración es sin duda una palanca poderosa en el rápido adelanto de este país desconocido para el señor Masterman, pero está muy lejos, como no escapará al espíritu menos investigador, de ocupar la posición que le atribuye. La emigración por si sola, sin libertad, sin leyes protectoras, y sin gobiernos hábiles y progresistas, ni es numerosa, ni influye en nada en la civilización de ios pueblos. El señor Masterman y muchos estrangeros han vivido en el l^araguny, y sin embargo no han dejado rastro de su misión civilizadora. Las ventajas que la inmigración produce á este país, son hijas de sus leyes, de sus libertades, de sus riquezas naturales. Las conveniencias para el país > para el inmigrante son reciprocas, y el bien general resulta de esta conveniencia individual délas partes, que teniendo solo en vista tra- bajar para si mismas, producen el progreso para todos. Ni la República es un hospicio de beneficencia, ni los inmigrantes son misioneros abnegados de la civilización. La primera busca el progreso, los segundos el trabajo y la fortuna. Pero si estos intereses dan por resultado el progreso — esto se debe á las sabias leyes del país, á la amplia protección acordada al cslranjero, que es recibido cariño- — 80 — una palabra, derrocaron el gobierno despótico de la España, sin saber gobernarse ; han ganado la libertad y no saben ser- virse de ella. (1) Gomo dije, López no tenia nías que hacer causa común con alguna de aquellas infelices facciones para encender la guerra y producir la confusión en toda la parte oriental de Sud América ; porque su poder era tan conocido, su persona tan odiada de todos, que su alianza con un partido cualquiera bastaba para levantar los otros contra él. Para demostrar que esta esposicion mia del estado polí- tico de las Repúblicas del Plata no es exajerada, consúltese la relación que hizo Darwin del viaje del « Beagle. » Declara el naturaHsta que cuando visitó á Buenos Aires en 1850, (2) se hablan instalado y desterrado diez Presidentes en doce meses, y que ocurrieron, mientras se hacia la guerra, cinco insur- samente, y á quien la República Argentina concede todos los goces y prerogativas del ciudadano, sin imponerle sus cargas, liberalidad exajera- da y desconocida hasta en la libre Inglaterra. El progreso no se hace á pesar nuestro, sino que mas bien se hace á pesar del inmigrante, que contribuye á él sin sospecharlo, porque solo busca su bienestar personal, aun cuando produce un beneficio inmenso á la tierra que lo recibe como hijo. En cuanto á la aseveración de que se nos han civilizado, onalgré tout, debemos observarle, que las ocho décimas partes de la inmigración, no traen mas contingente civilizador que sus puños y el legitimo deseo de mejorar su suerte, y por consiguiente que muchos.tienen que aprender, y muy raros que enseñar. (N. del E ). (i) Nos parece escusado entrar á refutar al autor sobre este juicio de los partidos; baste decir que no sabe bien ni sus nombres, para demos- trar que no puede comprender sus tendencias. Los crudos y los cocidos no han dividido jamás á la República; eran simplemente una clasificación pasajera, que se aplicaba á dos fracciones de un mismo partido en una lucha electoral. Algún diario de esa época habrá caido en manos del autor, y le ha suce- dido como se dice vulgarmente, que ha oido repicar sin saber donde. (N. del E.) (2) Darwin llegó á Buenos Aires en 1833, cuando Balcarce era gober- nador déla provincia. (N, del T.) — 81 — rccioncs y una revolución. (1) Y cuando se considera que el partido que ocupa el poder compra jeneralmenlo á los jefes insurrectos para que licencien sus tropas, no hay por qué admirarse de que continúen los embrollos. Este modo de proceder sirve para fomentar la insurrección. En 18G3 los blancos eran el partido dominante en la Banda Oriental; los colorados se hallaban en el destierro. El jefe de aquellos era el Presidente Berro, y sus adversarios solo esperaban un momento oportuno para echar á ambos ; porque los colorados, aunque aplastados momentáneamente no ha- bían perdido el ánimo, ni olvidado la terrible carnicería de Quinteros, en que .500 hombres de su partido, que se hablan rendido con los honores de la guerra, fueron bárbaramente asesinados. El jeneral Flores, que era entonces Presidente, era un colo- rado ultra, pero no era ni mal hombre, ni mal gobernante (2), Sin embargo, le echaron cuando no se había terminado aun la mitad del tiempo presidencial. Se refujió en Buenos Aires y entró al servicio militar de aquella república, que entonces hacía la guerra á los Confederados, mandados por Urquiza. Permaneció allí casi olvidado hasta principios del año de 1863, en que determinó atacar una vez mas á sus antiguos enemigos los blancos. El tiempo le era favorable ; se inani- festó contra Berro y su gobierno de facto un sentimiento muy (1) Si el señor Darwin, es tan verídico en todas sus relaciones co- mo en esta, puede juntarse con Santiago Arago, que cuenta, que los gauchos enlazan un caballo, le sacan un matambre, y lo largan luego al campo para que retoce. Este dato es parecido á la compra de los gafes en la guerra civil; quizá el señor Masttrman se refiera al conocido negocio del soborno del Almi- rante de la escuadra de Urquiza en 53; le recomendamos que pregunte como se llamaba para que se cerciore que no era arjentino. (N. del E.) (2) El presidente de la República Oriental cuando Quinteros era el señor Pereira, hombre anciano y débil ; el que ordenó aquella massacrc fué su ministro el Dr. Carreras, á quien el autor conoció en el Paraguay. (N. del E.) G — 82 - hostil, que tomo cuerpo no sólo entre el pueblo que gober- naba, sino también entre los Estados vecinos, y de que parti- cipaban igualmente los estrangeros y sus representantes (1). Seria largo esplicar las causas de este descontento, pero con- tribuyó á aumentarlo mucho, el poco ó ningún respeto por la vida y la propiedad, y las atroces crueldades de que eran víc- timas los estancieros de las fronteras. Se habian cometido, sobretodo en la frontera brasilera, algunas escandalosas tro- pelías, en las que es difícil decir quien llevaba la palma de la barbarie, si los portugueses ó los españoles. Sea como fuera, se habian distinguido por sus violencias algunas tropas per- tenecientes al gobierno oriental, y el imperial pidió satisfac- ción é inmediata reparación de sus agravios, la que le fué ne- gada con una insolencia raras veces vista en el lenguaje diplo- mático. Entretanto, Flores tenia sus planes maduros, y el 17 de Abril de 1863 desembarcó en la márjen izquierda del Rio Uruguay acompañado solamente de dos personas ; pero su nombre valía un ejército, y pronto vio reunirse á su estandar- te miles de gauchos. Un gaucho, debo decirlo de antemano, es un vaquero ó pas- tor, pero cuyo tipo es enteramente desconocido en Europa. Es una raza salvaje de mestizos, dotada de una destreza estraor- dinaria en el caballo, yañcionadísima á la vida errante, al jue- go y á la guitarra ; el gaucho tiene el mayor desprecio por las leyes sociales y morales, y una marcada tendencia á degollar á sus vecinos por la menor provocación. Tales son los gauchos, los Ismaeles del Nuevo Mundo, y de tales constaba el ejército de Flores que pronto llegó á ser mu- cho mas numeroso que las tropas del gobierno ; pero su gene- (1) Esta aseveración es también inexacta. El gobierno del señor Berro pudo ser combatido por su política, pero su administración es reconoci- damente respetada por todos, y tuvo gran partido especialmente éntrelos eslranjeros. (N. del T.J - 83 — ral parece haber sabido manejarlos y contener sus escasos coa eficacia. El dia en que se desembarcó apareció la siguiente proclama en Buenos Aires, en donde sus intenciones eran Lien cono- cidas : — ¡ Soldados del Ejercito Libertador ! Las puertas de la patria que os habia cerrado la tiranía se han abierto, y vamos á libertar á nuestros compatriotas de los vejámenes que sufren. Nos hemos armado en su suelo, para combatir al gobierno de los déspotas, (¡uc vencidos siempre, han aplaudido y continuado los escándalos originados de la bárbara hecatombe de Quinteros. Soldados!! !— Ya que habéis corrido presurosos al clamor de tanto buen ciudadano perseguido, espero con entera con- fianza que al desempeñar la noble misión confiada á vuestro valor, jamás desmentido, os mostrareis dignos do vuestros antecedentes, sin olvidar en el ardor de la lucha, que com- batís contra hermanos, y fuera de ella, que debéis respeto y protección á sus familias y á sus propiedades, así como á las de los demás habitantes nacionales y estranjercs, porque solo debéis considerar como enemigos á los que os combaten con las armas. Soldados ! Al abrir esta memorable campaña dad un grito entusiasta de Viva la patria ! ! Viva la libertad ! ! Vivan las instituciones ! ! VENANCIO FLORES. El gobierno de la Banda Oriental se alarmó mucho, y el de la República Argentina hizo ostentación de celo en defensa de la ley y del orden, prohibiendo á todos los orientales emigrados la salida del pais ; pero permitiéndoles que salie- sen cuando y como se les antojaba, los dejaba mostrar su desobedencia por esas mismas órdenes. En Agosto de 1864, quince meses después de estallar la re- volución, el Brasil envió á su Ministro Saraiva, cuya primera — 84 — nota (fecha 18 de Mayo del mismo), había sido muy mal re- cibida, para instar las demandas del gobierno imperial sobre la reparación de los agravios que antes he mencionado. Fué muy mal recibido, y sus reconvenciones rebatidas con lenguaje tan anti-diplomático, como el que caracterizaba los despachos del año anterior. Esto dio oríjen á que el plenipotenciario brasilero pasase un ultimátum con fecha Agosto 10 de 1864. El gobierno oriental declaró, que estando la República ocupada en sofocar una revolución en que tomaban parte mu- chos brasileros, las exijencias del Brasil eran inoportunas y las rechazó. López prestaba mucha atención á estos sucesos y se ofreció como mediador entre las partes contendentes; pero ambos declinaron terminantemente aceptar sus servicios, y la prensa argentina trató sus ofertas con menosprecio y sarcasmo. Hasta aquí estaba en su derecho, y acertó todavía mejor cuando protestó contra la intervención brasilera en la revolu- ción oriental, negando al gabinete imperial el derecho de intervenir en las querellas de los poderes vecinos, y declaran- do que no permanecería de simple espectador cuando se tra- taba de violar el derecho internacional. Esta protesta tuvo la misma suerte que su oferta de mediación : fué recibida con risas, y los colorados aconsejaron á su autor, que se ocupara del estado de su toldería, y que mediara en las pendencias de sus chinas. Después de esto, el Brasil se alió con Flores y dio principio á la guerra libertadora con el bombardeo del desgraciado pue- blito de Paisandú, y con el degüello del gefe enemigo des-^ pues de la rendición de la plaza. En seguida el mismo Mon- tevideo fué bloqueado por la escuadra imperial ; lo que de- terminó la fuga de Berro y sus ministros, quedando FJores dueño de la situación. Sinerabargo, rehusó aceptar la pre- sidencia hasta no estar regularmente elejido ; arreglado esto, recibió al mismo tiempo poderes estraordinarios en considera- ción á la condición anómala del país. Si se supone que las intenciones de López eran honorables, — 85 - no puede haber duda de que fué muy mal tratado por todos en aquella circunstancia y que los orientales desconocieron sus propios intereses cuando declinaron aceptar sus servicios. Pero la verdad es, que el nombre mismo del Paraguay era odiado de todos en los Estados del Plata, y que no habia habido un solo estrangero que hubiera penetrado en el pais, que no hubiese sido mal tratado (1). Los forasteros iban allí ha- lagados con la esperanza de hacerse pronto ricos; algunos lo consiguieron y partieron en el acto contentos de haber logra- do escaparse, otros continuaban permaneciendo en el pais por no poder liquidar sus negocios, pero no dejaban de hacer conocer á sus amigos, su triste condición y las vejaciones á que se hallaban espuestos. Para estos hombres López era un tirano altanero, y su pueblo se componía de ignorantes y su- misos salvajes. López, sinembargo, no declaró la guerra contra el Brasil, y el « Marques de Olinda, » vapor mercante que hacia la carrera entre Rio Janeiro y Matto Grosso, partió pai-a este punto como de costumbre (Noviembre de 1864). Hizo escala en la Asun- ción ; pero no se le permitió por tal ó crual razón comunicar con tierra. Después de una demora de algunas horas continuó su viaje aguas arriba. López estaba evidentemente indeciso : no habia declarado la guerra, y sabia que no podia apode- rarse del buque sin incurrir en un acto de piratería. Por otra parte, la tentación era grande. No tenia un buque igual al « Marques de ülinda, w y este habia caido en una trampa, por- que estando desarmado rio podia hacer resistencia. La misma noche determinó darle caza y la cañonera Tacuarílo persiguió (1) Esto no es exacto, los paraguayos no eran odiados por sus vecinos del Plata, y la guerra misma ha dado ocasión para probarlo muchas ve- ces. Lo que hay de cierto es que la opinión estaba enteramente equivo- cada respecto al poder militar del 1 ar-jguay, casi todos, nacioDales y cstranjero", creían que aquel poder era una farsa, que al primer empuje de las tropas aliadas se desvanecería, y por otra parte, se consideraba irrisorio que el mas bárbaro déspota de la América, tomara parte en cues- tiones de derecho, que no entendía ni practicaba. — 86 - ^ y volvió trayéndole al muelle de la Asancion. El nuevo gober- nador de Matto Grosso se hallaba abordo, con una fuerte su- ma de dinero que llevaba para pagar las tropas de la provin- cia, pero desgraciadamente para López, la traia en papel mone- da. El gobernador fué preso, y el buque se convirtió en cañonera, para cuyo objeto fué armado inmediatamente. Con el ñn de que la noticia no fuera conocida pronto aguas abajo, embargó to- dos los buques que babia en el rio y se pasaron doce dias antes que nadie tuviera conocimiento del hecho, fuera del Paraguay. Esta notable hazsña fué el primer paso fatal que dio López; los pueblos del plata estallaron de indignación, y este hecho le enajenó los pocos amigos que le quedaban alli ; su pró- xima operación fué la invasión de Matto Grosso, donde las plazas indefensas y las habitaciones privadas, á pesar de ser declaradas inviolables por las leyes ordinarias de la guerra, fueron saqueadas y quemadas con inauditas crueldades. Todo el mundo por último se convenció de que no podia fiarse en un hombre tan traidor, y tan bárbaramente cruel. Las fuerzas enviadas aguas arriba iban bajo el mando del general Barrios, cuñado de López y constaban de cerca de 300O soldados, del «Tacuarí»yde dos pequeñas coñoneras, que llevaban dos piezas lisas de á 68 y cuatro de á 32 ; el 14 de Noviembre, los buques fondearon frente á Gcimbra sobre el Rio Paraguay á 19" 50" de latitud Sud. Las cañoneras anclaron á alguna distancia del fuerte, pequeña plaza, que contenia una guarnición de cerca de 200 soldados y que estaba defendida por seis pieza? de bronce de á 12 y dos de á 32 ; después de un nutrido fuego que duró ¿"^s dias, ninguno de los beligerantes habia sufrido serios perjuicios. EntonC:"=i se desembarcaron las tropas y se pusieron á abrir por entre los cactJo, bromelias, y otras plantas espinosas un camino que condujera al fueriC. Mientras los sitiadores se empeñaban en este trabajo, un pe- queño vapor fondeado al Norte de la plaza logró calcular su distancia, y les causó graves pérdidas ; pero cuando los asal- tantes llegaron hasta las murallas, fueron recibidos con un fuego tan nutrido de mosquetería y granadas que se retiraron después de haber perdido 100 hombres entre muertos y heri- — 87 — dos. Por la tarde, los paraguayos comenzaron á desembarcar sus piezas y á montarlas en la cosía, operación que debían haber hecho antes. Sinembargo,el enemigo les ahorró la mo- lestia de abrir brechas en las murallas escapándose en la no- che á bordo de un pequeño vapor, que partió antes de ama- necer. Efectuaron su retirada con tanto sigilo, que los para- guayos no supieron hasta después de muchas horas, que la plaza estaba abandonada. La fuga debia ser precipitada por- que los cnñones no fueron desmontados, ni clavados, y los al- macenes estaban bien provistos ; se encontraron en ellos al- gunos objetos partícula! es de mucho valor, especialmente una caja de instrumentos de cirujía, la mas costosa que yo haya visto jamas. Este suceso, mientras infundía ánimo á los paraguayos, pa- rece haber desanimado completamente á los brasileros, porque apenas hicieron un simulacro de resistencia en Alburquerque, Gurumbá, Dorado, y Miranda, que cayeron sucesivamente en ma- nos del enemigo. De este último lugar se retiraron sin siquera hacer fuego con las piezas que tenían cargadas. La conducta de las tropas brasileras fué vergonzosa; solo desplegaron acti- vidad en la retirada, huyendo lo mas pronto posible y lo mas lejos que pudieron. Debe recordarse, que el general Barrios tenia solamente pequeños buques de madera, y piezas lisas, y que al principio estuvo tan cobarde como sus enemigos. Llegó á Coimbra en un estado tal de embriaguez, que no podia dar órdenes inteligibles, y muchos de los oficiales se hallaban en el mismo caso. Los soldados atropellaron el fuerte sin método ni plan ; un sargento y siete hombres de tropa treparon inme- diatamente la muralla, pero fueron hechos pedazos en el acto; si los hubiesen sostenido los demás, no tengo duda de que la plaza hubiese sido tomada el primer dia. En Gorumbá ocurrió un accidente serio : cuando se embar- caba la pólvora, voló por algún descuido y mató cerca de treinta hombres, y entre ellos a! teniente Herreros, el mejor oficial que tenia López. Aquel pueblo indefenso fué tratado con gran crueldad, y entregado al mas atroz pillaje. Algunos ricos estancieros, -se- que no entregaron todo el dinero que Barrios exijió, fueron atados desnudos á las piezas de bronce, en donde queda- ron varias horas espueslos al sol; otros fueron fusilados ó azotados por la misma razón. Dos hijos del barón de Villa María fueron degollados por querer escaparse; su padre debió la vida á la lijereza de su caballo. Después de un penoso viaje llegó á Rio Janeiro salvo y sano, llevando la noticia de que el Brasil habia perdido una de sus mas ricas provincias. Fueron tomados prisioneros todos los estranjeros que caye- ron en sus manos, y los llevaron á la Asunción después de robarles todo lo que tenian. Fran principalmente alemanes, italianos y franceses. Yí á muchos infelices que unas sema- nas antes habian sido ricos comerciantes, ó propielarios, tra- bajando de peones ó D.endigando su pan por las calles. Los paraguayos volvieron llevando consigo setenta piezas, tres vapores, quinientos prisioneros y una numerosa cantidad de armas y pertrechos de guerra. Entre tanto se procedía rápidamente á la concentración de las tropas en Cerro León y Humaitá, y á principios de 1865 López tenia bajo su mando 100,000 hombres, hermosos, ro- bustos y aguerridos, que bien mandados y con buena oficia- lidad, no hubieran sido inferiores á las mejores tropas del mundo. Al principio estaban mal armados ; una quinta parte solamente tenia fusiles fulminantes, un número igual, tal vez, estaba armado con fusiles de chispa, y los demás llevaban lanzas y facones ; pero los brasileros fueron bastante buenos para suministrarles pronto y gratis todo lo que les hacia falta: en una palabra, creíamos que los cambas tenian miedo á sus propias armas y que las arrojaban por temor de que se les reventasen. López cometió un error fatal retirando á la vez ú tantos hombres de su industria y ocupaciones. La población del pais antes de la guerra consistía en cerca de un millón de almas, y un décimo, la ñor y nata de los hombres, se convirtieron inmediatamente de productores en consumidores ; por mucho tiempo el alimento fué abundante, sobretodo la carne de vaca, que era su único comestible. Pero los paraguayos no son como — so- los argentinos y los orientales, csclusivamente carnívoros; en realidad, se consume poca carne on el interior, donde los artículos principales de consumo, son : el maiz, la mandioca y las naranjas. Estos hombres fueron enviados de golpe y en medio del invierno á Humaitá, lugar húmedo y mal sano, en donde no se encontraba una partícula de alimento veje- tai ; de lo que resultó, como era de esperarse, una muy obs- tinada clase de diarrea, pneumonías y fiebres gástricas. Los miserables galpones que servían de hospitales, estaban llenos de enfermos, y se hicieron pronto el foco de muchas enferme- dades ; y aquel hermoso ejército se fundió rápidamente y des- apareció sin gloria de la faz de la tierra : el sepulturero tuvo pronto mas ocupación que el instructor. Entretanto Flores, ayudado por sus aliados los brasileros, había derrocado á Berro, se había hecho nombrar « Director Discrecionario» de la República del Uruguay, y de acuerdo con ellos había declarado la guerra al Paraguay. No estando satisfecho López con tener estos dos poderosos enemigos, determinó emprenderla con los argentinos, y con este objeto pidió permiso para cruzar el territorio de Corrientes. Estando los argentinos en paz con el Brasil se lo negaron como es de suponer, y López tomó inmediata posesión de la ciudad de Corrientes, capital de la Provincia. Se dice que madame Lynch le instó á tomar esta medida, porque el Redactor de un diario de este pueblo, que era el Siglo si mal no recuerdo, habja publicado una biografía de aquella señora. La obra no era muy satisfactoria, y ella fuera de sí, indujo á su amante, á dar este paso fatal. Sea de esto lo que fuera, Corrientes se entregó á los paraguayos sin ofre- cer ninguna resistencia, el 14 de Abril de 1865. Dos pequeños vapores, el 25 de Mayo y el Gaaleguay, estaban fondeados ea el puerto. La tripulación del primero cargó las piezas, pero se echaron al rio sin hacer fuego ; desde la playa hicieron uno que otro tiro, pero una bomba ó dos de los invasores, los redujeron al silencio; á bordo de estos dos buques so encon- traban trece ingleses, maquinistas y foguistas, y los paraguayos los tomaron presos y los enviaron á Humaitá. Se les propuso — 90 — que entrasen en el servicio de López; dos aceptaron la pro- posición, los demás se negaron á hacerlo, y fueron metidos en los calabozos de la capital, donde murieron pocos meses des- pués de hambre y de enfermedades. Tres dias después, los argentinos declararon la guerra, y el primero del siguiente mes se firmó la famosa «triple alianza» entre el Brasil, la República Argentina y el Estado de la Banda Oriental, en el apéndice se encuentra una traducción de este documento, por Ja que se rerá, que aparentemente los aliados solo buscaban la destrucción de López, y la libre navegación del rio y que la libertad é independencia del Paraguay estaban perfectamente bien garantizadas. Dos meses antes se habia reunido en la Asunción un con- greso estraordinario, y López informó á sus miembros de lo que habia hecho, y de lo que tenia la intención de hacer. Hubo por supuesto una gran demostración patriótica, y las vidas de los habitantes con todo lo que poseían, le fueron con- fiados— oferta, digámoslo, supérflua, puesto que podia ya disponer de ellos á su antojo. Le dieron el título de mariscal de campo, y aumentaron su sueldo hasta 60,000 duros al año. Las mujeres también quisieron dar prueba de su patriotismo porque se les sujirió que le ofreciesen la décima parte de toda la joyería que poseían. Desgraciadas aquellas que no lo pa- gasen en género ó dinero, hasta el último cuartillo. Se hacian constantemente y con varios pretestos, cobranzas de estos re- galos, una vez fué una estatua erijida en honor de su finado padre, que produjo cerca de 30,000 pesos fuertes ; otra, una espada de oro, después una caja de oro para guardarle, y joyas para adornarla — no se aceptaban sino brillantes; las crisolitas no servían, aunque los dueños no las volvían á ver; algún tiempo después fué una guirnalda de oío para ceñir su heroica frente ; este regalo le fué ofrecido en los últimos años de la guerra, cuando se escondía cobardemente en una casa- mata á prueba de bombas, que no abandonaba jamás ni de dia ni de noche. Ademas de todo esto, los infelices habitantes estaban en la obligación de cantar himnos patrióticos, y de presentars- en masa delante de él, vestidos de gala para el deleite de su vis- — 91 — tay de su oído. Presencié muchas de estas tristes exhibiciones, en que los miembror^ de las mejores familias del Paraguay tenian que asociarse con el populacho ; los vi cantar y bailar para entretener al vil y egoísta tirano, sin atreverse á mani- festar su pesar, porque el lufo era prohibido ; su bajeza llegó hasta el punto de robar á las mujeres del mercado sus cade- nas, zarcillos, y chiches del bolsillo, que fueron arrancados por agentes de la policía, en nombre del patriotismo y de la li- bertad. Partió para Humaitá el 8 de Junio de 1865, para mandar el ejército en persona y llevó consigo toda la moneda de oro que quedaba en la tesorería, junto con los regalos que se le hablan hecho. Tres dias después tuvo lugar la batalla del Riachue- lo, la primera de una larga serie de derrotas y desastres par- ciales de los que cualquiera habria sido decisivo, á no ser por la cobardía ó ineficacia del enemigo. En prueba de que no hablo sin razón, copio el siguiente despacho de Mr. Gould á Lord Stanley con fecha 10 de Setiem- bre de 1867. « Cuando López comenzó la guerra; estaba al frente de un hermoso ejércilo. . . . Desde entonces debe haber perdido de una manera ú otra, mas de 100,000 hombres, porque mas de 80,000 han perecido de enfermedades solamente. «Si ha podido prolongar su resistencia, es debido solamente á la lentitud con que proceden los aliados, y á su faltado ener- jía. Si la escuadra hubiera llegado á tiempo al Paso de la Patria y ocupádolo después de la rendición de una parte de las tropas paraguayas en Uruguayana, ni uno de los 25,000 hombres con que López invadió la provincia argentina de Cor- rientes hubiera podido escapar al otro lado del Paraná. « El '24 de Mayo fué rechazado con pérdidas tan tremendas que los aliados hubieran podido penetrar al dia siguiente en su campamento sin el menor obstáculo. Él mismo confiesa que empleó tres dias en la reorganización de una parte de su eiército. Perdió en aquella jornada de 12,000 á 15,000 hombres. «Si los aliados hubiesen marchado directamente sobre Cu- — 92 — rupaity el 2 de Septiembre, dia en que tomaron áCuruzú, hu- bieran podido hacerse camino con muy poca resistencia. Desperdiciaron quince dias, tiempo en que logró atrincherarse fuertemente, y los aliados fueron después rechazados con una atroz carnicería .... permanecieron mas de seis semanas en una total inacción, cuando un movimiento bien apoyado sobre la derecha habría cortado completamente la comunicación con el interior, y le habría obligado muy pronto á rendirse á discreción. Mas adelante haré un resumen de estas operaciones. Anti- cipo mi narración, pero el lector puede convencerse comple- tamente desde luego, de que la prolongación de la guerra es debida solamente á la inepcia de Gaxias. Creíamos á veces que lo hacia de intento y con fines políticos, que tenían por objeto esierminar á los paraguayos. CAPÍTULO IX. La batalla del Riachuelo— La capitulación de Estigarri- BiA — El jeneral Robles— Su deshonra— Los Corbalanes. A principios de Junio de 1865 los brasileros habían roto las hostilidades, bloqueando el rio con siete navios y dos encora- zados (i) ; no solo no se habían atrevido á penetrar en la embo- cadura del Rio Paraguay, que estaba defendida solamente por el fuerte Itapirú, artillado con tres piezas de ¿i 32, sino que se habían eslacionado en el Paraná, tres leguas al Sud de Cor- rientes, en frente á un arroyo llamado el « Riachuelo » . López determinó atacarlos en su posición, augurándose una (1) El autor padece una equivocación, debida sin duda, á los datos adulterados que se iiacian circular en el Paraguay, los brasileros no tuvieron su primer buque encorazado, que fué el «Brasil,» basta mu- chos meses después de la batalla del Riachuelo. - 93 — fácil victoria. En efecto, solo le preocupaba el temor de que se le escaparan antes que pudiera batirlos. Con el objeto de cortarles la retirada, hizo adelantar una pequeña columna alas órdenes del Coronel Bruguez, y esta- bleció en Bella Yista, punto ventajoso, situado algunas millas á retaguardia de los brasileros, una pequeña batería que cons- taba de seis ú ocho piezas rayadas de á doce. (1) Con el mismo fin, ordenó al Capitán Meza, que mandaba la escuadra paraguaya, que pasase por el enemigo á todo vapor, sin hacerle fuego, y que dando vuelta en seguida, lo tomase ó arriase aguas arriba. Esta precaución, considerando la co- bardía de los brasileros en Matto Grosso, no parecía del todo descaminada, y estoy cierto que el enemigo hubiera preferido cortar sus cables, antes que pelear, si no hubiese sido tan des- proporcionada la fuerza que lo atacó. La escuadra paraguaya constaba de ocho vapores de madera y fierro, construidos para hacar la navegación de los rios ; (2) cuatro median de 300 á 600 toneladas, los otros tenian mas ó menos el tamaño y construcción de los vaporcitos que lle- van pasajeros del puente de Londres á Westminster. La si- guiente enumeración de su fuerza, los-dará á conocer: el Ta- cuarí tenia seis piezas, el Marqués de Olinda cuatro, el Igurey cinco, el Paraguarí cuatro, el Salto de Guaira cuatro, el Jejuy dos, el Iporá una, el Pirabe bé una, y ademas cinco cha- tas, que constituían la parte mas formidable de la escuadra, llevando cada una una pieza de á 6 8. Los cañones de los (1) La batería establecida por Bruguez, estaba colocada sobre la bar- ranca del Riai huelo, y constaba de i8 cañones el mayor de estos de 18. Esta batería existia el dia del combate naval, en ese día combatió vale- rosamente, y fu6 la misma por donde pasó la escuadra el 13 de Junio. La de Bella Vista, solo la estableció cerca de dos meses después, ha- biendo sido reforzado ya con 2 piezas deá32— El pasaje déla escuadra por esta segunda batería tuve lugar el 22 de Agosto. Bella Vista distaba muchas leguas del Riachuelo. (2) Del.e esceptuarse al « Tacuari, » que era un veríadero boque de guerra, mandado construir por D. Carlos A, López en 1852. - 94 — vapores eran en general piezas de á 14, pero habia dos de á 32 una de las cuales se inutilizó al primer tiro. La escuadra brasilera constaba de nueve navios de los cua- les dos eran encorazados, y llevaba cerca de sesenta piezas, entre las que hablan algunas Whitworth de á 70, y dos de á 120. Todos tenian su guarnición completa, y fuertes redes de bordaje. El 11 de Junio muy temprano, el capitán Meza se dirijió aguas abajo al frente de su pequeña escuadra, y llegó al costado de sus formidables enemigos, un poco antes de medio dia. Te- nia que andar despacio, porque las chatas que llevaba de re- molque retardaban mucho la marcha de los vapores; sin embargo, ejecutó Ja maniobra preliminar sin sufrir grandes averías. En efecto, los brasileros pasaron un terror pánico, y se hallaban tan consternados al ver que los vaporcitos seguían su marcha, y que tendrían después que recibir su fuego, que si los paraguayos hubieran tenido un Dundonald, en lugar de Meza, habrían tomado toda su escuadra. Mr. Watts el inje- níero del «Salto de Guaira,» le sujirió un escelente plan ; que consistía en echar á pique á retaguardia del enemi- go dos desús propios vaporcitos, y entonces atacarlo con las grandes piezas de las chatas, hasta que se levantara una batería en la costa y á vanguardia de los brasileros. No hay duda de que este plan hubiera tenido un éxito completo, pero Meza estaba demasiado exilado para comprender nada, y se perdió una espléndida oportunidad (1 ). Casi toda la oficiahdad estaba embriagada, los soldados peleaban como querían ó como po- dían, y las maniobras las ejecutaban en realidad, los maqui- nistas ingleses que iban á bordo. (1) Si se hubiera ejecutado el plan de M. Watts, es probable que el resultado de la batalla hubiera sido muy dudoso, pero de todas maneras habría sido el combate naval mas curioso de que se haya tenido noticia hasta el dia. Indudablemente M. Watts no era un hombre vulgar; si él hubiera mandado la escuadra, quizá la habría dirijido m.ejor que Meza — y sobre todo, nos habría dado el espectáculo de combatir y asaltar una escuadra con hateas elevadas á la categoría de máquinas de guerra. — 95 — Después de mantener por largo ralo un fuego irregular, y de hacer á los brasileros un darlo considerable, los paragua- yos volvieron á subir, llevando las chatas todavía á remolque, y los marineros hicieron esfuerzos desesperados para abordar á sus jigantescos antagonistas. El Tacuari se plantó al costado del encorazado Pamna/í!//í«. La superficie de su tambor ape- nas llegaba hasta la obra muerta de esta; un sarjento con una docena de soldados lograron penetrar y deshacer las redes de bordaje con sus machetes, y lanzándose sobre la cubierta, la lomaron sin dar un solo golpe. Su tripulación, oficiales y to- dos en fin desaparecieron bajo cubierta sin reparar en el número de sus enemigos, ni apercibirse que su buque, no habiendo podido contener su marcha habia pasado de largo. El vapor hubiera sido tomado, si los paraguayos eTi su entu- siasmo hubiesen cerrado inmediatamente las escotillas ; pero el sarjento de puro contento, se entretenía en marchar de una eslremidad á otra del buque, tocando dianas en un tambor que encontró. El toque sirvió de llamada, y una multitud de soldados con bayonetas caladas subieron á toda prisa del in- terior del buque y con sin par heroísmo cargaron á los invaso- res. Viendo estos que su salvación dependía de una inmediata retirada se echaron al rio y escaparon á nado, ganando la costa. Este mismo sarjento estuvo algún tiempo después bajo mi inmediato cuidado, y le he oído á menudo contar este epi- sodio, y que sus compañeros se morían de risa al ver caer uno sobre otro á los cambas^ tal era la prisa y el terror con que entraban á la bodega (1). (1) Esta relación no es tan exacta, como la del señor Thompson, que está de acuerdo con todas las que se han hecho de este episodio, y aun con lo que podía inferirse de los mismos partes. El autor equívoca al «Tacuari » con el « Salto. » El « Salto, » vapor á hélice, se aparejó á la « Paranahiba, » y al pasar por su costado saltaron dentro de ella, treinta paraguayos, los que, dando golpes á derecha é izquierda crrollaron á los jjrasileros, que se echaban al agua, y aterrorizados se metían bajo cubierta. Los paragua- yos eran dueños de la c» Paranahiba » desdo la popa hasta el palo mayor. Arriaron la bandera brasilera y lomando el timón dieron dirección al — 96 — Este éxito momentáneo fué el único que obtuvieron los pa- raguayos ; los brasileros dejaron de hacer fuego, se lanzaron á todo vapor sobre los pequeños buques del enemigo, y aplas- taron á cuantos pudieron alcanzar. El «Tacuarí» habia pasado adelante antes que se hubiese practicado esta maniobra y el « Igurey » aunque llevaba la «Ipora» á remolque logró escaparse. La «Ibera)), afortuna- damente para su tripulación, no habia pasado la escuadra enemiga por haberse descompuesto momentáneamente su máquina, y juntándose con sus tres consortes, los cuatro na- vegaron lentamente aguas arriba. Los brasileros no deseaban otra cosa que ver desaparecer á la distancia á sus atrevidos enemiguitos ; y no tomaron ningu- na medida 'pQ.va. detenerlos ó seguirlos. La historia de los de- mas es breve. El « El Marques de Olinda », hermoso y bien construido buque, con cámaras á prueba de agua, no se fué á pique, pero cayéndose de costado fué llevado aguas abajo y embicó por último en la costa del Chaco donde naufragó com- pletamente. El «Salto de Guaira» se hundió inmediatamente, pero el rio era tan poco profundo en aquel punto, que una parte de su cubierta quedaba fuera del agua. Su comandante yacía entonces en la mesa de su camarote mortalmente herido, los demás oficiales hablan muerto, y su cubierta parcialmente su- merjida estaba llenado muertos y moribundos. La « Belmon- te» que lo echó á pique, volvia á la carga, cuando Mr. Gibson su maquinista, subió sobre el puente y gritó á la tripulación que no hicieran fuego. Un oficial se adelantó y le intimó que arrease la bandera ; obedeció y los brasileros enviaron botes para sacar á los heridos ordenando á los demás que se queda- ran donde estaban. El «Paraguarí » baró, se prendió fuego y buque. En ese momento llegaron, el «Amazonas)» y otro vapor, y haciendo fuego sobre la « Paranahiba y> mataron las tres cuartas partes de los paraguayos, que quedaban á bordo : viendo los brasileros que sobrevivían los cargaron y mataron tres ó cuatro, logrando el resto escaparse á nado— Thompson— Guerra del Paraguay— Imp. Americana. — 97 — se consumió, no quedando de él sino el casco y las máquinas. El «Jejuí» fué complelamentc nplaslado. Los paraguayos perdieron según ellos mismos 750 hombres, pero tuvieron do- Lle número de bajas, y dos de los maquinistas ingleses pe- recieron. Los brasileros sufrieron grandes pérdidas, que no bajarían de 500 á 800 hombres y sus navios recibieron serias averias. La « Belmonte )) estaba acribillada de balas; baró después en la costa y fué abandonada por los brasilero?. Sin embargo no estoy muy cierto sifué esta ola «Jequitinhonha» laque ba- ró y no pudo sacarse á tiempo ; porque habiéndose establecido una batería en la costa, Bruguez obligó cá los brasileros á reti- ra'^se precipitadamente sin pegar fuego a! polvorín, ni clavarlas piezas, que cayeron inmediatamente en manos de los para- guayos (I). Así terminó la batalla del Riachuelo, y no creo muy aventu- rado decir, que esa batalla, que duró cuatro horas y medía, de- cidió la suerte de la guerra, porque dio á los aliados el dominio del rio. Si aquellos nueve buques hubiesen sido capturados, estoy cierto que López hubiera triimfado, porque se habría pre- sentado inmediatamente en Buenos Aires y Montevideo, y con la amenaza de un bombardeo, las habría obligado á entrar en arre- glos. El fuerte de Martin García no habría acobardado ni con- tenido á un hombre, que se habia atrevido á atacar una escua- dra semejante con fuerzas tan inadecuadas (2). Mr. Gibson permaneció á bordo délos restos del «Salto» hasta la noche, y entonces como no le venían á socorrer, se puso á construir una balsa con algunos paraguayos que sobrevivían ; terminada su obra se embarcaron y dejándola correr aguas abajo (1) El Jiuqnc íibandonado fuú la « Jcquitinhonlia. » (2) El Eiitor (Ifíbia decir, « que se liabia atrevido á mandar atacar» y no A atacar, porque López no era capaz do liacerlo. En cuanto á la intimidación de Mcntevideo y Dueños Aires, por el IjoniLardeo, el autor debia recordar, que esta ciudad no ss lia intimidado eu las diversas veces en que lia sido amenazada ó atacada. (N. del E.) 7 — 98 — en las tenieblas, llegaron á la costa del Chaco. Hicieron su ca- mino á través de mil obstáculos en dirección del Paso de la Patria ; estaban casi muertos de hambre cuando se encontraron con un buen estanciero, que les suministró cuanto necesita- ban ; desde este lugar pasaron á Humaitá. Gibson fué preso apenas llegó, y declarado traidor por haber arriado la bandera, en vez de ser recompensado por haber salvado las vidas del resto de la tripulación con su presencia de ánimo. Permane- ció tres meses engrillado, al fin le pusieron en libertad, pero murió poco después (1). > El capitán Meza fué herido muy gravemente por una bala de fusil que le atravesó el hombro y el pulmón izquierdo. Llegó á Humaitá moribundo. López le mandó decir para con- solarle, que si sobrevivía lo fusilarla por cobarde, pero creo que murió al dia siguiente. El dia de la batalla hice una visita al jeneral Barrios, cu- ñado de López, que acababa de ser no mbrado Ministro de Guerra y Marina, para felicitarle por su nombramiento; mientras fum.aba con él, vino un telegrama diciendo, que se habla ganado una gran victoria. Esto sucedió á las 11 de la mañana, y debió haberse enviado antes de empezar el com- bate. Estaba muy entusiasmado, y se hicieron preparativos para un banquete y un baile esa misma tarde ; pero como no se recibió la confirmación del mensaje, fueron postergados. Al dia siguiente por la mañana, ya se vislumbraba algo de lo que habla pasado, y las personas quetenian parientes en la escuadra, anticipaban el desastre por la gran ansiedad y tris- teza que revelaban. Debia haber mencionado antes, que dos injenieros alema- (1) El ejemplo de este valiente, cuya vida se estinguió consumida por la herida inferida á su dignidad, debia haber Iluminado á los demás oficiales eslranjeros que servían al tirano, ya que los ioíelices paragua- yos vivian ofuscados por el fanatismo y la ignorancia. Otro maquinista inglés, M. Watts, que se portó tan brillantemente como Gibson en el com- hate del Riachuelo y que propuso á Meza un curioso plan de ataque, fué fusilado sin causa tres años después, N. del E. — Ü9 — nes, Mr. Yon TruenfekU y Mr. Fischer, hablan construido una línea telegráfica enírc Ja capital y la Asunción. Mis amigos de llumaitá me hicieron una descripción gráfica de la ansiedad que allí se sentía, mientras las dos escuadras se batían. Por la tarde, temprano todavía, llegó un bote de la re- serva, con la noticia de haberse ganado una completa victoria, y todos se dispusieron á recibirá los vencedores, con grandes de- mostraciones. Pero pasó hora tras liorasin saberse nada de nue- vo, y los temores do un desastre llegaron á ser casi una certeza ; pero la verdad no fué conocida enteramente hasta el día si- guiente, cuando entraron en el puerto los buques destrozados. Hacía mucho frío al amanecer ; cubría el rio una densa ne- blina, y los grupos de hombres que se formaban en las bate- rías y el cabrestante de estirar las cadenas, se estremecían en aquel aire húmedo, como sí quisieran penetrar con la vista la sombría cortiua que tenían por delante. Muy luego aso- maron los mástiles de los buques, con el cordaje despeda- zado y las jarcias y la motonería colgando como los trapos de las destrozadas vergas. La multitud descendió rápida y an- siosamente los resbaladizos escalones ; hubo muchos cuchi- cheos, porque le iba la vida al que esparciera malas noticias ; y se principió el desembarco de los muertos y los heridos. El astro de López palidecía ; ya no podía hacer al enemigo presas como las del «Marques de Olinda» y las ciudades de la costa ; obtuvo es cierto triunfos parciales y los aliados pa- garon caras sus victorias, pero el sol del déspota se ponía para siempre entre lluvias y tempestades. Lo que hacia tremenda la derrota del Riachuelo, no era tan- to la pérdida de los cuatro buques, sino la de la oportunidad de hacerse de algunos hermosos vapores y de mucha artillería pesada ; oportunidad que ciertamente no volvería á presen- tarse. He dicho ya, que se había establecido una batería en Bella Vista, otra fué colocada por el Mayor Cabral en Cuevas, seis leguas al sud de aquella. Los Brasileros permanecieron un mes en el Riachuelo componiendo sus buques, y después se dirijieron aguas abajo á toda carrera. Todas las tripulaciones — 100 - escepto los limoneros, se metieron bajo cubierta, se dice sin embargo, que sufrieron grandes pérdidas. (\) Tan pronto como se marcharon, bajaron los paraguayos, procuraron sacar el en- corazado (2) que se habia barado, pero no lográndolo, se lle- varon sus cañones y máquinas. La batería del coronel Bruguez habia rechazado á los brasileros cuando quisieron hacer otro tanto. Levantaron también el casco del «Paraguarí » que habia sido construido en Inglaterra unos meses antes para López por la suma de 50,000 pesos, y lo llevaron á la Asunción con la intención de repararlo, pero nunca lo hicieron. En esta época la mitad del ejército estaba concentrado en territorio arjentino bajo las órdenes del general Eobles, y en Agosto un cuerpo de doce mil hombres, compuesto de la me- jor tropa que López tenia, y bien armado, la mayoría con rifles Enfield, fué destacado bajo el mando del general Estigarribia. Su intención era pasar por territorio arjeníino, brasilero y (1) Labateríade Bella Vista fué establecida por Bruguez a los dos meses del combate en el Riachuelo, despuesde haber recibido refuerzos de tropa y dos piezas de 32. Cuando la escuadra conoció la existencia de esta batería, retrocedió y pasó por ella haciendo fuego, y con toda su tropa sobre cu- bierta. Como la barranca tenia 50 pi6s de altura, el fuego de la escua- dra no causó casi ningún daño á los paraguayos, estos en cambio hicie- ron un terrible estrago en los buques brasileros literalmente cubiertos de tropa. La escuadra fondeó como seis leguas mas abajo, y Bruguez, marchando rápidamente en la noche, estableció una nueva batería en Cuevas. La escuadra retrocedió nuevamente, pero esta vez cerró sus portal* nes y pasó á todo vapor. Solamente el vapor argentino .«Guar- dia Nacional», buque mercante y viejo, pasó las baterías haciendo lue- go, con toda su tripulación sobre cubierta; este fué el ún'co buque que se comportó bizarramente según la espresion del mismo Sr. Thompson. El «Guardia Nacional» era el solo buque argentino que había en la escua- dra. El «Jequitinhonha» no estaba frente á Bella Vista sino en el Ria- chuelo, es decir, en el sitio mismo del combate, muchas leguas arriba de este último punto. Así pues, Bruguez estableció tres baterías; la del Riachuelo, •! día mismo del combate, la de Bella Vista como dos meses después y la de Cuevas al otro dia del pasaje de la escuadra por aquella. (N. del E.) (2) Como ya hemos dicho, no hubo buque alguno encorazado; el vapor barado era la « Jequitinhonha », (N. del E.) — 101 - oriental y marchar sobre Montevideo. Si la audacia fuera un título seguro para el buen éxito, López hubiera sido cierta- mente feliz en sus empresas. Esta pequeña fuerza, jamás apoyada en su marcha, privada absolutamente de los medios necesarios para protejer su reta- guardia ó para tener libre la comunicación con el cuartel ge- neral, sin otras provisiones, que una pequeña tropa de novi- llos suficiente para el consumo de algunos dias, contando con encontraren el camino lo demás, debia adelantarse peleando, encaso de ser atacada, y marchar siempre por un país hos- til, en una distancia de casi ochocientas mijlas, y dudo que hubiera entre ellos, un solo hombre, que entendiera un mapa ó supiera á donde lo ilevaria el camino. Pero la suerte de la espedicion se decidió pronto. Cerca de San Borja, en la márjen izquierda del rio Uruguay, en territo- rio brasilero, chocó con las tropas imperiales mandadas por el Emperador en persona. Puede ser que López sabiendo que los brasileros concentraban tropas en ese punto, pero creyen- do inferior su número, mandara á Estigarribia, con esta pe- queña fuerza, contando con derrotarlas fácilmente, y con que su marcha hacia el Océano, no pasarla de ser un paseo militar. Pero en uno y otro caso Estígarribia no tenia medios de salva- ción ; sus soldados se morian de hambre, y el resultado seria el mismo, ya fuese vencedor ó vencido. Los paraguayos ocuparon el pueblo é hicieron algunas tenta- tivas para atrincherarse; pero habiéndoles enviado bandera de tregua, se abrieron negociaciones y capitularon el 17 de Setiembre [i]. (1) La «spediclon al tJruguay que sucumbió definitivamente en la Uruguayana se componia en efecto de i2,000 hombres. Cruzó un territo- rio desierto y llegó á las márjeneá del Uruguay, donde se dividió en dos cuerpos; una vanguardia de 2,500 hombres bajo las órdenes de Duar- te, y el resto bajo las de Estigarribia, que atravesó el rio y se posesionó de la Uruguayana. Las fuerzas que tenian alli los brasileros, no pasaban de 8,000 hombres de caballería bajo las órdenes de Canavarro, aunque se dice, que se habia hecho creer al gobierno imperial que aquella columna — 102 — Algunos de los prisioneros lograron escaparse y después de andar vagando varias semanas hicieron su camino hasta Hu- maitá y trajeron In.s noticias de este nuevo desastre; du- rante mas de quince dias el Semanario no hizo mención del era mucho mas numerosa. Cuando el Emperador llegó al sitio de la plaza, no trajo sino un reducido número de tropas, también de caballeria. Por este tiempo Canavarro había sido relevado por Porto Alegre. La espedicion del tJruguay fué conocida en Buenos Aires antes de partir parala Concordia el Jeneral en Jefe, y fué en su casa particular donde se reunió la junta de guerra, que aprobó el plan de campaña que presentó, y dio por resultado la pérdida completa de Estigarribia. La columna que se desprendió de la Concordia era compuesta del ler. cuerpo del ejército argentino, de la división Oriental, y de una briga- da brasilera, bajo las órdenes del Jeneral Flores. Es!a columna, cuyo total ascendía á 9,000 hombres, encontró la de Duarte en Yatay el 17 de Agosto de 1865, y la aniquiló completamente, con solo una parte do su fuerza. Atravezando después el Uruguay, pisó en territorio brasilero, llevando á nuestros aliados el continjente de lo que carecían, es decir, de infantería. A causa de las diücultade.-? surjidas entre algunos jefes brasileros y el Jeneral Flores sobre el mando del ejército en el territorio imperial, el almirante Tamandaré vino á la Concordia, y trató de que el Jeneral Mitre marcliara al teatro de las operaciones, para allanar todas las dificultades. Sucedió asi en efecto, saliendo el Jeneral del campamento con solo 4 ayu- dante-:', pues Tamandaré le indicó la conveniencia de que no llevara mas infanterías arjeniinas, pero al pasar por la Federación, encontró dos batallones, uno brasilero y otro arjentíno, y los embarcó con él en el va- por «11 de Junio». El ejército que se formó al frente de la Uruguayana, se componía de infanterías arjentinasen su mayor parte, pues solo había dos batallones orientales y tres ó cuatro brasileros y de una numerosa columna de ca- balleria brasilera, aumentada con la que trajo el Emperador ; el total de estas caballerías ascendería á 10,000 hombres. El ejército aliado frente á la Uruguayana se componía de cerca 20,000 soldados, es decir de 9,000 que formaban el ejército que estuvo en Yatay, los batallones que llegaron con el Jeneral en Jefe, y Ls ocho mil hombres de caballería que tenia el Barón de Porto Alegre, aumentados con alguna fuerza que se le incorporó después. La artillería pertenecía á los tres ejércitos. Aunque el Emperador conservó en el nombre el mando dJ ejército, con arreglo alas prescripciones de la Constitución de su país, el sitio y el — 103 — hecho a pesar de ser conocido de todos, pero nadie conversaba de ello, porque era muy peligroso hablar sobre estas cosas. López estaba furioso, por muchos dias nadie so atrevía á decirle una palabra, y el nombre de Estigarribia solo podia mencionarse secretamente. Por último cuando el Semanario habló de su capitulación, lo hizo solo para maldecirle é inju- riarlo como á un traidor infame. Se decia que se habia dejado seducir por el oro brasilero ; que su ejército tenia víveres de sobra, que los soldados ardian en valor, y desea- ban atacar al enemigo, pero que él los habia contenido ; estas y mil otras mentiras y calumnias se estampaban hasta el can- saacio en las pajinas de aquel periódico. Entonces se dudó de la lealtad de Robles, y con motivo tal vez, porque era un hombre malo y cruel, y los brasileros no sabian servirse de otra arma que del oro. Pero las historias de que se hablan encontrado cartas bajo piedras cerca de su carpa y dirijidas á él son muy dudosas. Desconfio del hom- bre, pero desconfió mas de las pruebas de su traición. Sin embargo, esto bastaba para López y el general fué arres- tado. (1) plan de operaciones sobre la plaza, la dirección positiva, en fin, fué ga- lantemente encomendada por el Emperador del Brasil, al Presidente de la República Arjentina. La L'ruguayana después de algunos dias de sitio y en momentos de ser csaltada, se rindió, coqio era inevitable que sucediera, y es completamente ridicula la suposición de que Estigarribia fu6 sobornado. Como el autor tiene que referiríC á los dalos que corrían en el Paraguay sobre toJos estos sucesos, no lia podido conocer sus detalles verdaderos, lo que no es de estrañarse bajo un gobierno como el de López, y es por esta razón que sus errores respecto á operaciones son disculpables. Por mas pormenores, puede consultarse el libro del Sr. Thompson, pj ji- ñas 96 álli. ^V. del E.) (1) El Sr. Thompson con la severidad que lo caracteriza, cuenta los detalles de esta prisión, que son ciertamente interesantes y dan su colo- rido peculiar á los actos de aquel gobierno, pero él mismo ignora los ?i- gu'enles detalles: Parece qui' la causa de la prisión del Joncral í'ob'eis, fué la siguiente : — 104 — El general Barrios faé enviado para conducirlo á Humaitá, y se comportó para con su antiguo caraarada, antes su intimo amigo, con la mayor insolencia. Siendo un hombre grueso y pesado le hizo andar á pié, á la cola de su caballo, y al rayo del sol hasta llegar al embarcadero que distaba dos leguas. Al llegar á Humaitá, le pusieron grillos, le juzgaron, le conde- naron, y cuatro meses después fué fusilado. Este largo in- tervalo entre la condenación y la ejecución no debe consi- derarse como prueba de compasión y piedad ; por el contra- rio, no tenia nada de humano ; es elantiguo sistema español de tratar á los criminales. Los prisioneros eran á menudo ator- mentados para obligarles á confesar su culpabilidad, ó fre- cuentemente, para que declarándose reos, revelaran á fuerza de nuevos tormentos los nombres de sus cómplices. Por esta razón permanecían engrilladas muchas personas conde- nadas á muerte, con la esperanza de que comprometiesen á algunos de los que no hablan sido sospechados todavía. Inútil es añadir, que mucha jente inocente fué acusada de esta manera, por desgraciados, que se agarraban frenética- mente de todo pretesto con la esperanza de prolongar su vida. Robles no fué fusilado hasta el 8 de Enero de 1866. Poco después del desastre de la Uruguayana pasé tres sema- nas en Humaitá, y con motivo de alguna fiesta nacional, asistí á un hesa-manos en que el Presidente pronunció un discurso, Algunos délos gefes ú oficiales de la Lejion Paraguaya, que hacia parte del ejército argentino, escribieron á dicho Jeaeral, Las primeras cartas fueron devueltas, según creemos sin abrirlas, pero las segundas, quizá con la intención de contestarlas, las guardó en un bolsillo secreto de su carruaje. Como López tenia organizado el mas tenebroso sistema de espionaje, supo inmediatamente el hecho ; y en el acto de prenderse al Jeneral se tomó la galera, y sin vacilar, se sacaron las cartas de donde es- taban. Se dice que el e.-pia del Jeneral Robles era el Coronel Alen, que fué después jefe de Humaitá. La verdal es que si bien Ro])les reci- bió las carias, nadie sabe loque pensaba contestar; la muerte, pues no importaba otra cosa la sospecha del tirano, le sorprendió quizí inde- ciso respecto ¿la conducta que debia observar con sus compatriotas liberales. (N. M E.) — 105 — que jamás olvidaran los que lo oyeron. El Obispo, y noel Ministro de la Guerra como se acostumbraba en estas ocasio- nes, le dirijió la palabra, y después de una larga sucesión de cargados cumplimientos, le habló con reserva de la deserción y traición de Robles y Estigarribia. López le escuchó con gran impaciencia hasta el íin,ycas¡sin mencionar su reco- nocimiento por el exordio del discurso del Obispo, prorrum- pió en un torrente de injurias y amargos denuestos, y conclu- yendo con una voz mucho mas alta que de costumbre, dijo : « Trabajo por mi país, por el bien y el honor de todos, y nadie me ayuda. Me hallo solo— no tengo confianza en ninguno de los aquí presentes, — no puedo fiarme de nadie. » Enton- ces dio tres ó cuatro pasos al frente, y levantando su mano cerrada, y pálida como la de un muerto, á causa de la violenta tensión de sus músculos: — Cuidado! esclamó! Hasta aquí IIE PERDONADO LAS OFENSAS, IIE ENCONTRADO PLACER EN PER- DONAR, PERO DE AQUÍ EN ADELANTE, NO PERDONO Á NADIE !» Y la feroz espresion de su rostro redoblaba el terrible poder de su amenaza. Al salir de la habitación, toda la numerosa oGcialí- dad le saludó muy sumisamente; observé una tristeza gene- ral, porque todos los presentes sabían que el energúmeno cumplirla su palabra. Entonces estableció el sistema de castigará los parientes de todos los desertores, fueran verdaderos ó supuestos, y espar- ció pronto de una estremidad á la otra del pais, la miseria y la ruina. Centenares de personas enteramente inocentes, espe- cialmente mujeres, sufrieron en sus personas las fallas ó las desgracias desús hijos, maridos ó hermanos. Era amigo íntimo de una familia que fué una de las que se persiguieron primero, por culpa de uno de sus miembros, se- parado de ella por centenares de millas. Constaba de una viuda y varios hijos. Aquella se llamaba Doña Olivia Corbalan, espa- ñola pura de oríjen, muy orgullosa de este incidente, algo al- tanera para con los eslraños, pero festiva y alegre para con sus amigos, piadosa sin ser fanática, generosa y caritativa hasta el esceso. Como vivían jeneralmeute en su hermosa quinta poco distanto del pueblo, la señora habla incurrido en el gasto _- 106 — de hacer venir un carruaje desde Inglaterra, pero habiéndole hecho decir el austero viejo Presidente, que «solamente él y su familia podían gozar de aquel lujo, que no era para repu- blicanos,» tuvo que abandonarlo. Su hermano era el padre Corbalan, que he mencionado en el capítulo quinto, porque es una costumbre curiosa del pais, que las señoras casadas, así como las viudas conservan sus apellidos ; su marido se llamaba Garcia lo mismo que los hijos, pero ella se conservaba Corbalan como antes de casarse. Mientras vivia el marido se le llamaba Doña Olivia Corbalan de Garcia. Cuando su hermano fué arrestado, compró una gran casa en la capital, la que habia sido edificada para Mme. Lynch, que no quiso ocuparla, porque Ja incomodaban los gritos de los presos que eran atormentados en el Calabozo, situado á los fondos. Y fué precisamente su posición, lo que la recomendó á la señora, por que con solo sentarse constantemente en un balcón del fondo, podia á veces, echar á su hermano una ojea- da fujiíiva y asegurarse de que vivia todavía. Tenia cinco hijos ; Jaime el mayor era uu muchacho ocioso y relajado que vivia en el pueblo; el segundo se educaba en París ; los menores, niños alegres y delicados, que tenian respectivamente ocho, diez, y doce años, vivian con ella. Te- nia también cuatro hijas, d(»s de ellas mozas, bonitas y bien criadas. Poco después del principio de la guerra, Jaime, que tenia entonces cerca de veintidós años, fué enviado de marine- ro abordo del Tacuarí y Froilan, el segundo, al ejército. Cerca de seis meses después, una hermana de Doña Olivia que acababa de enviudar, fué arrestada por haber, según se decia, hablado irrespetuosamente de López. La conocía muy bien; era una mujer tímida y juiciosa, que estoy cierto no habría hecho semejante cosa. Fué condenada por supuesto, y colocada en un cuartujo detrás del Ministerio de Hacienda, que hacia mucho tiempo servia de perrera de Mr. Skinner. Aquella joven y delicada mujer permaneció seis semanas en ese lugar con un centinela día y noche á la puerta. Durante el año 18Gü, López estaba muy ocupado en llenar — 107 — el rio de unos íorpedos, que fabricaba un americano que le inventó la idea. Cuando este hombre murió, la obra fué conlinuada por un refujiado Polaco, llamado Mischkolfsky, que se había establecido en el pais, y se habia casado con una prima del Presidente. Solia llevar los torpedos aguas abajo en una canoa, qne remaban cuatro muchachos, y se ordenó ó. Jaime Corbalan que le ayudara en este trabajo; uno de los muchachos llamado González, era sobrino del Ministro de Agricultura. Una mañana de Setiembre de aquel año, Mischkolfsky partió como de costumbre con el torpedo. No habia ido muy lejos cuando recordó que habia olvidado algo y dijo á Jaime, que le desembarcase y lo esperase hasta que volviera. Jaime aguardó solamente á que se perdiera de vista su superior, y ordenó á los muchachos que continuasen remando; como es- taban del otro lado de las balerías, su escape fué fácil, y se entregaren á los brasileros con la canoa y el torpedo. Cuando vino el injeniero. buscó en vanóla canoa, y entonces volviendo á Humaitá, dio parte de lo que habia sucedido. Fué arrestado inmediatamente, acusado de haber sido cómplice de los desertores, cargado con grillos dobles, y rebajado luego á soldado raso (habia tenido el rango de capitán) fué mandado á la vanguardia, y muerto poco después. Cuando llegaron estas noticias ala Asunción, me conmovie- ron mucho, porque sabia que los parientes de los desertores serian severamente castigados, y casi todos ellos eran amigos míos. Dos dias después, la señora Corbalan se hallaba en po- der de la policía, todos sus bienes muebles é inmuebles fueron confiscados, y ella y sus hijas desterradas á Cuaguazú, establecimiento indio en la gran selva del mismo nombre, dis- tante ciento cincuenta millas de su feliz morada de otros tiem- pos. Fueron despojadas de cuanto poseían, hasta de los zar- cillos y joyas de las criaturas, y aun de los trajes que vestían. Les arrojaron algunos trapos para cubrir su desnudez, é hicie- ron descalzas su largo y penoso viaje. He sabido después^ que doña Olivia ha muerto, que su hija mayor está loca, y las demás criaturas desamparadas y sin un centavo. El tercer hijo ~- 108 — habia sucumbido ya en la guerra. Sus bermanos fueron envia- dos inmediatamente á la vanguardia; uno murió del cólera, el otro, muchacho anjelical y tímido, mi gran favorito, murió en el campo de batalla. Uno de mis colegas le vio llevar á la retaguardia mortalmente herido; la pobre criatura le reconoció pero nopodia hablar, y dándose vuelta al oir su voz, murió con la sonrisa del reconocimiento sobre los labios. (1) Las familias de los demás participaron de la misma suerte. La madre y las hermanas de González fueron enviadas á una guardia en el gran Chaco, estero pestífero en que solo pueden vivir la grulla y la boa, y murieron muy luego. Su lio, el ministro, un anciano de cabellos grises, fué ator- mentado en el cepo Uruguay ana, y después de haber estado largos meses encarcelado con grillos, fué enviado á pelear como soldado raso. Habían ocurrido varias deserciones antes de estos aconteci- mientos, y álos parientes de los culpables, se les permitió dis- culparse públicamente, maldiciéndolos en las columnas del Se- manario y renegando tener parentesco alguno con los deser- tores. Tengo delante varias de estas miserables publicaciones. En una de ellas, una madre maldice á su hijo; en otra un hom- bre ruega al Cielo que descargue toda su venganza sobre un hermano ; una esposa reniega y vitupera á su marido, quien por lo demás no habia desertado, sino que habia muerto prisionero en la ciudad de Corrientes. Vi á esta señora algunos dias después de la publicación de su carta y conociéndola mu- cho, me atreví á preguntarle como habia podido escribirla. — «Para salvar ámis hijos, me contestó la mujercita mas vivara- cha y alegre del mundo. Toda ella es falsa, Vd. sabe que quiero á mi marido con toda mi alma, — pero señor, qué quería Vd! (1) Hemos conocido iiilimamentc al niüo ú que se refiere el Sr. Mas- terman, era verdaderamente cerno él lo pinta ; vivió en Buenos Aires al- gunos años y durante su permanencia en los Colejíos era querido de todos. Tenía cerca de trece años cuando murió y se llamaba Marcos Gar- cía, muchos le echarán de menos y nadie mas que el traductor de este libro. (JS. del T.J — 109 — qué hiciera ? w Dudo si puede presentarse un cuadro mas horro- roso del oslado del Paraguay que la revelación que nos presenta cualquiera de dichas cartas. A pesar de esto, e! Semanario se ha recibido en Europa, como la mas franca y última palabra en la cuestión paraguaya, un diario cuyas columnas estaban llenas de patriotas cartas como las que hemos mencionado, y cuyos arliculoseran sometidos todos al criterio de López antes de im- primirse ; se han citado comunicaciones al redactor, firmadas por jornaleros ingleses en prueba de que ningún subdito británi- co deseaba salir de aquella morada de la esclavitud, y se creia encontraren sus pajinas rastros de los sentimientos del pueblo. Otra víctima, que padeció á fines del mismo año, fué el señor Acuña, hombre alto, cano y que tenia cerca de setenta y dos años de edad. Habia sido por muchos años director del Correo en la Asunción, y sus buenas y finas maneras, le hablan hecho querido de todo el mundo. Habia nacido en la ciudad deTucu- man,pero vivia hacia mucho tiempo en el Paraguay y se habia casado con una hija del país. Habia incurrido en el odio del gobierno, no sé por qué razón, á no ser que fuera porque una hija suya se habia casado con el ex-cónsul brasilero; aunque con el objeto de no ofender al gobierno no la habia hablado desde el principio de la guerra. Fué metido en la cárcel, y poco des- pués su esposa, mujer anciana, participó de la misma suerte pero no de la celda de su marido. Permanecieron siete meses presos y aislados, y salieron moribundos. Murieron ambos con un pequeño intervalo, poco después de haber sido puestos en libertad. Me alegré mucho cuando lo supe, porque después de tantos sufrimientos en una edad tan avanzada, la muerte no podría ser para ellos sino un huésped bien venido. CAPÍTULO X. La cocina nacional y sus peculiaridades— Visita á Humaitá Escenas en los hospitales. Fatigado mi espíritu con la triste narración que acabo de hacer, buscaré un refujio y un alivio en las reminiscencias de mis dias mas felices de la Asunción. — lio — Tan pronto como hube aprendido el español, fui nombrado profesor de materia médica y de química, y tuve á mi cargo una clase de cerca de cuarenta practicantes. Pero la (área era desanimadora; los estudiantes tenian muy poca memoria, nunca querían pensar por sí mismos, y jamás procuraban seguir hila- cion alguna do raciocinio. Su preocupación constante eran las recetas de sus abuelas, las que constituían siempre un obstá- culo invencible para su adelanto. Una vez que se le£ metia en la cabeza una idea falsa, nadie se la arrancaba ni podia modifi- carla. Eran como los indios de la América Central, que ha- biendo confundido invierno zovl infierno, no pudieron después dejarse persuadir por los jesuítas de que este último lugar era caliente. Poco después del bloqueo, se agotó nuestra provisión de me- dicinas, y me ocupaba principalmente en buscar remedios del país, que las reemplazasen. Hallé entre las mimosas bastantes astringentes, habia mucho carminativo, purgantes euforbiales, y estraje como pude de la cal, varias mixturas absorventes ; en vez de la quinina, dábamos el arsénico, y el calomel lo manu- facturábamos ; pero fué imposible reemplazar el opio que nece- sitábamos mas que nada. Habia plantado una cantidad de ama- polas, pero desgraciadamente todasfueron destruidas una noche por las vacas. La planta del aceite de castor crece silvestre por todo el país ; se llama en Guaraní mbaiubó, y es muy estra- ño que los paraguayos, aunque las semillas les servían de un violento y peligroso purgante, no se imajinaran, que podían hacer de ellas el aceite que compraban tan caro en Buenos Aires. Creo que no he dicho nada todavía sobre nuestro modo de vivir, ó sea loque comíamos. El pan fermentado es poco usa- do ; podía ser comprado en la Asunción, pero los hijos del país preferían el chipa, que se hace de mandioca ó almidón de ca- sava, que los ingleses conocen con el nombre de arroiv-root brasilero y de tapioca cuando está manufacturada en otra for- ma. El almidón se amasa con queso fresco, gordura, sal, agua y un poco de semillas de cilantro, y se coce en unos hornos de tierra, que tienen la forma de un enorme hormi- — 111 — güero, y que se ven detrás de todas las casas. La forma del pan es por lo general de un largo cilindro, pero cuando lo des- tinan para regalo, lo reducen á formas muy grotescas, varia- das, y muchas veces indecentes. Es blanco, abiscochado, y muy agradable al paladar cuando es fresco, pero se le puedo guardar largo tiempo. Si se le agregara un poco de ceniza de huesos, seria un alimento perfecto, un pan, tal cual se lo imaginaría un químico. El maíz es un arfículo muy común y son muy ricos los do- rados bollos que se hacen con su tosca harina. Se usan también á veces de la misma manera las semillas de la Victoria Regia, llamada allí abaH-iru¡)e ó maiz del agua. Los platos ordinarios son simples y buenos ; la vaca á la parrilla es inmejorable; y la mandioca la acompaña admirable- mente, aunque no tan bien como las papas, que digámoslo de paso, son raices apenas mas grandes, que las castañas en su pais nativo. Sin embargo, no me gustan sus mas famosos platos, si se es- ceptúa la carne con cuero, que es deliciosa. Sus pasteles y otros dulces, siempre me traían á la memoria, á pesar mió, el banquete á la moda de los antiguos, descrito en « Peregrine Pickle ». Hay un plato abominable al cual son muy aficionados y que debe haber sido muy estimado en el tiempo de Garlos II en Inglaterra, á saber, el nonato, porque Shadwell en su « Woman Gaptain » entre otras delicadezas menciona el : « Fawns out of their dams' bellies ript ». Les gustan mucho las conservas, y sus frutas azucaradas y dulce de guayaba, son escelentes. Emplean una cantidad escesiva de gordura en sus diferentes platos, y no me halagaba mucho ver á la cocinera derretir una vela para freir costillas ; pero es preciso tener presente, que la vela se hacia de grasa fresca. La grasa sirve también de poma- da. Durante las fiestas he visto muchas veces á una peineta do- rada (1) sentarse en el umbral de su casa aprovechando el último rayo del moribundo sol, para hacer su tocado, con un (1) Véase Thompson pag. 54. — 112 — espejo apoyado en una pierna, un poine en una mano, y debo decirlo, con una vela en la otra, que pasaba alternaliva- menfe por sus largos y abundantes cabellos antes de trenzar- los y de enarbolar su rodete negro como el ala del cuervo ; tenia á sa lado en el mismo umbral, la rosa, los macisos zarci- llos, y el peine de oro. Me entretenía en cojer al vuelo la viva ojeada, que me lanzaba la picaruela desde su espejo cuando pasaba. Una rosa posada detrás do la oreja izquierda, á la cual he visto muchas veces pegar dos ó tres luciérnagas, formaba un artículo indispensable de su toilette. Las paraguayas son amables y sencillas, y tan apasionadas á las flores, que no era posible conservar un ramo intacto, ni por algunos minutos. Si se tenia alguno sobre la mesa y llega- ban visitas, era indispensable ofrecerlas algunas flores, las que siempre debian ser aceptadas; y si se salia de una casa con un ramillete, y se hacia otra visita, era preciso perderlo ó a lo menos cambiarlo por otro. Guando eran estraordinaria- mente bellas, entonces el regalo pasaba de ser un mero cum- plimiento. Un dia me regaló unas hermosísimas cam.elias, una señorita, á quien vi después esposa, madre y viuda en me- nos de un año, y no queriendo perderlas las até á mi silla an- tes de hacer mi segunda visita. Sin embargo, al despedirme de doña Juanita, descubrió desgraciadamente mi tesoro, y después de muchas disculpas por mi descuido, la rogué me hiciera el favor de aceptarlas. Las admiró mucho, me preguntó con aire de indiferencia quien me las habia dado, y en seguida, se despidió de mí con la cara mas risueña del mun- do. Me fui, pero echando de menos un guante volví, y entrando en la casa de improviso, encontré á mi risueña amiga, destro- zando el ramo, haciendo pedazitoslas camelias y pisoteándolas conunaespresionde fisonomía, que no tenianadade angélico. Tenia en mi poder un aparato fotográfico, y deseando sa- car algunos retratos de los indios payaguás, pedí al cacique que solia venderme plumas de avestruz, mates etc., permiso para sacar el suyo, pero me contestó; — que él no quería hacer sacar su fea cara para que se rieran de él los blancos, — y se mandó mudar ofendido. No queriendo darme por vencido ' - 113 - recurrí al capitán Meza, que era entonces capitán del Puerto y le pregunté si tendría la bondad de mandarme dos ó tres de clips. La idea de hacer retratar á los indios le pareció muy graciosa, y me prometió enviarme cuantos quisiera. La ma- ñana siguiente mandó unos cuantos soldados al Gliaco c hizo venir toda la tribu, hombres, mujeres y niños, y para estar seguro de que no se escaparan, montó á caballo y poniéndose á su cabeza los condujo él mismo. Saqué los retratos con suma facilidad ; porque se quedaban tan inmóviles como si fuesen tallados en madera, y tenian un miedo exajerado á la cámara. Entre ellos se hallaba una vieja horrorosa, que tenia, según se decia, mas de cien años de edad; su cara era apenas , humana, sus cabellos grises y blancos le llegaban hasta la cintura, y sus miembros eran mar- chitos y descarnados. No he visto jamás objeto alguno tan espantoso, como me pareció aquella vieja vista patas arriba en el foco del vidrio. Guando acabé, les di dos botellas de rom, io que ocasionó una pelea jeneral, y temo que la vieja, á quien" entregué una de las botellas, bebió demasiado antes de soltarla, porque mientras peleaban los otros entre si por lo que quedaba, ella me besaba locamente las manos, y luego con profundo horror y confusión mia, echó á un lado su frasada, y se puso á jirar y bailar frenéticamente al rededor de la cámara oscura, abso- lutamente desnuda. Poco después de capitular Estigarribia, bajé hasta Humaitá, para inspeccionar el hospital y boticas de campaña, pero no encontré en ninguna parte aquellas formidables baterías que la han hecho tan famosa. Es un tristísimo paraje, llano y pantanoso ; el terreno consiste en un arcilla porosa, de manera que un aguacero lo convierte en una laguna. Se cstienden en todas direcciones funestos esteros atravesados por angostos y malísimos caminos. Se levantaban un poco sobre el nivel jeneral unos campos descuidados, un monte de naranjos ralos y viejos y un pobre ranchito; ninguna otra cosa se vcia entre el bajo parapeto y la línea azulada de las montañas, que se — 114 — destacaban en el lejano horizonte. Dentro de las defensas y las obras, se hallaban una sucesión de cuarteles, galpones he- chos de adobe con techos de caña, una casa de ladrillo de un piso, en una de cuyas estremidades residía el Presidente, y el Obispo en la otra, con madame Lynch en el medio á igual distancia de ambos, y unas cuadras de cuartos con techos de teja, para los oficiales. La iglesia era una buena muestra de la arquitectura paraguaya, pomposamente pintada por afuera y adornada por adentro con una doble hilera de santos de madera, de tamaño natural. La torre habia sido tan mal edificada, que no se atrevieron á servirse del campanario, y fué necesario colgar las campanas en una viga fuera de la iglesia. Una lengüita de tierra cubierta de árboles ocul- taba las baterías, que no podían verse por consiguiente desde las líneas, y á nadie, si se esceptúa á las personas ocupadas en el servicio, se le permitía acercárseles. Eran en jenoral terraplenes, pero habia una casamata de ladrillo, llamada la Balería Londres ; contaban entonces con cerca de 200 piezas, que eran principalmente de á 32. Por el costado de tierra, la defensa consistía en un solo parapeto y un foso con ángulos reentrantes dominados por piezas de campaña colocadas á barbeta y bastiones á grandes intervalos, protyjido cada uno por cuatro piezas de grueso calibre. Pero cuando Mr. Gould, cliargé d'affaires de S. M. B. la visitó en Setiembre de 1867, las defensas habían sido muy aumentadas y era una plaza muy formidable. Él nos dá el siguiente informe: « Las baterías de Humaitá, del lado del rio, presentan en la actualidad, solo cuarenta y seis piezas, á saber : una de á 80, 4 de á 68, 8 de á 32, las demás de diferentes calibres. La batería de Gurupaytí, en dirección del rio cuenta con treinta de á 32, (esta era una obra avanzada al Sud Oeste de Hu- maitá). , « El centro está defendido por cerca de cien cañones. En la izquierda se hallan 117 piezas, de las que cuatro son de 68, una rayada Whitworth de á 40 (sacada del encorazado — H5 - brasilero después del combate del Riachuelo) un mortero de á 32 y muchas piezas rayadas de á 12. (1) « Por el lado de tierra, Ilumaitá está protejida por tres lí- neas de terraplenes, cuyo interior está armado con ochenta y siete piezas. El número total sobre la izquierda, es de 204 cañones. La suma total es, por consiguiente, de 380 piezas. » Los hospitales se hallaban muy distantes de los cuarteles, y á retaguardia de las baterías, de manera que era imposible que no sufrieran una buena paile del fuego, que iba á rom- perse sobre ellas , como sucedió en efecto ; ocurrían fre- cuentemente accidentes en las salas, y en una ocasión, una sola bala mató á trece personas, que estaban acostadas en sus camas. Vi por primera vez en los esteros que rodean tres costados de la fortaleza, la rana tonelero. El canto de este animal es muy singular, y sumamente parecido al sonido que se hace cuan- do se machaca una hoja delgada de fierro. Los batracianos de los trópicos son tan ruidosos como feos, y la manera de es- presar sus sentimientos es muy curiosa. Me he detenido muchas veces en los esteros para escuchar el coro de su canto. Uno dá la clave, con tonos fuertes y solemnes, y entonces cen- tenares toman parte en el concierto, hasta que la tierra misma parece vibrar con el bajo profundo gutural de aquel coro panta- noso. Hacían una pausa de algunos minutos y entonces alguna Lablache, vestida con chaleco amarillo, lanzaba refunfuñando un solo tremendo y el coro doblaba y redoblaba las notas que había recojido, hasta ensordecer al oyente. Por la tarde, después de una tormenta, hora en que las ranas son mas ruidosas, los esteros se iluminan con las luciérnagas, [lam- (1) Los cañones que los paraguayos sacaron de la « Jequitinhonlia » eran piezas comunes. El único cañón Wliitwortli que tuvieron fué lo- mado á los brasileros en el ataque llevado á Tuyuty el 3 de Noviembre de 1867. Véase la curiosa relación de este incidente en la obra de Thom- son, píij. 251 (N. del E.) — 116 — paris occidentaUs), que despiden una luz amarillenta inter- mitente y de notable brillantez; y como no se veian nunca, sino sobre terrenos pantanosos, el ruido y la luz servían de faroles y boyas, y me indicaban á menudo los lugares peli- grosos cuando volvia de noche á mi domicilio. Es en estas silenciosas y húmedas tardes, en que la atmós- fera está casi saturada de humedad, cuando su actividad y brillantez son mas espléndidas. Sin embargo, la lucierna, (pyrophonts luminosus) que despide una luz verde y constante, que puede aumentar y apagar casi á su antojo, es muy supe- rior como lumbrera á la luciérnaga común. Siento no haber examinado este fenómeno mas escrupulosamente. Sometidos ala prueba del microscopio, los iluminadores presentan la apariencia de glándulas conglomeradas, ó de un número de sacos en forma de peras, atravesados por enormes traqueas con varias ramificaciones. Casi diria, que la cantidad de luz es regulada por la admisión graduada del aire que pasa por estos tubos; no es indudablemente un fenómeno vital, porque me he cerciorado que continuaba presentándose largo tiempo des- pués de la nmertC; y aun después de la separación del órgano. Hay otro insecto que produce una luz todavía mas bella, á saber, la larva de un escarabajo, gusano gris y feo de dia, pero que de noche se convierte en un brazalete digno de la misma Titania, cadena doblo de esmeraldas vivas, teniendo por broche un enorme rubí. Pero volvamos á la fortaleza ; habia pensado quedarme una semana, pero fui. detenido tres, y poruña razón tan absurda, que no puedo recordarla sin reírme. El Presidente López habia encargado á Paris ana caja de vistas parecidas á las que se vén en las ferias en Inglaterra,pero en escala mayor, y una hnterna májica. Llegaron sin averias poco antes de la clausura de los ríos, pero desgraciadamente se estravió la dirección del modo de usarlas, asi es que su excelencia ordenó al Capitán [ahora Teniente Coronel] Thomp- son yá mí, las colocáramos y las pusiéramos en exhibición. No nos gustaba mucho semejante tarea, pero le obedecimos. — U7 — Cuando todo estaba listo para la exhibición, López acompa- ñado del obispo y de tres ó cuatro generales, recorrió toda la esposicion al son de una música guerrera, y seguido por nos- otros que hacíamos de cicerones. Tuvimos mucha dificultad para contener la risa : hasta tal punto eran absurdos el encanto pueril y las ideas falsas de nuestro rollizo patrón, mientras se paraba en las puntas de los pies para contemplar en los vi- drios « la Babia de Ñapóles á la luz de la luna » 6 un « Ghas- seur d'A frique combatiendo diez árabes á la vez. » La hnterna májica era más risible todavía; se cerraba con una cortina la estremidad de un zaguán que unia dos patios^ y la otra con un biombo ; la máquina se colocaba en este, y las sillas, para el famoso y su séquito, se colocaban en semi- círculo, mientras que los soldados, para cuyo entreteni- miento, según se decia, estaba princij)almente destinada la esposicion, tenian que contentarse con quedarse parados afuera. Muchos de los cuadros representaban vistas de batallas to- madas en la última guerra franco-italiana, pero nosotros nos tomamos la libertad de bautizar de nuevo á algunas, como por ejemplo : « Batalla de Copenhagen, entre los Persas y los Ho- landeses )) — Ah ! qué horroroso combate fué aquel, decia López al obispo haciéndose el entendido. — «El campo deTrafalgar después de la batalla ; los Mamelukos llevando los heri- dos. ))— -« ¡ Qué humanidad cristiana. Excelentísimo Señor ! » murmuró el obispo. Seguimos con la farsa. «Toma del Jun- fraú en la carga final de Magenta, w dijo Thompson con voz poco segura, dándome al mismo tiempo un pequeño golpe sobre la canilla por debajo de la mesa, y « la muerte del general Ordenes,en el momento de la victoria » fué el título del siguiente cuadro, que sonaba pomposamente en español, y con el que concluía la serie de vistas. Sucedieron á estas ios cuadros cómicos, y con motivo de ellos el obispo casi nos perdió. El biombo reflejaba luz suficiente para poder verle distintamente; sus sacudimientos, cuando trataba de contenerla risa metién- dose el pañuelo en la boca, eran irresistiblemente compromete- dores. No se atrevía á soltar la carcajada, pero no pudiéndose contener, casi murió de convulsiones, sobre todo al ver una - 118 — de las vistas en que ia nariz de un enano llegaba á tomar gradualmente dimensiones colosales. (1) La diversión hubiera sido famosa para una noche, pero ha- blamos trabajado tan bien, que fué necesario continuar con este pasatiempo hasta nueva orden, y la cosa no era broma; sin embargo me enfermé pocos dias después, y se me permitió que volviera á la capital. Me quedé en cama durante una semana después de mi llega- da. Mientras estaba todavía enfermo, murió repentinamente, con muchas sospechas de haber sido envenenado, Mr. Atherton, comerciante ingles, que habla sido escandalosamente injuriado por López, después de haberle robado una fuerte suma de di- nero, con el protesto de que habia tenido negocios con D. Gar- los Saguier, desertor paraguayo. (2) M. Cochelct, cónsul francés, procedió enérjicamente en este caso, como lo habia hecho antes en favor de algunos jorna- leros del arsenal, incurriendo por esta causa en el odio eterno de López. Este caballero merece la mas ardiente gratitud de los ingleses en el Paraguay, por el celo desinteresado y por la actividad que demostraba, siempre que su posición oficial le permitía serles útil. Su majestad no tiene cónsul en aquel pais. Poco antes de esto, murió Mr. Whytehead injeniero en gefe, ocasionando un profundo pesar á sus amigos y una seria pérdida á los paraguayos. Era un hombre de estraordinaria capacidad, y habia levantado el arsenal hasta ponerlo en pié de prestar notables servicios. Guando volvía la Asunción, se habían enviado muchísimos heridos al hospital. Esos infelices estaban colocados de á dos en cada cama, muchos en el suelo de las salas, y algunos cen- [1] Por este tiempo López no permitía á radie que dijera chistes en su presencia, ñique se riera; pues ambas cosas constituiaQ un desacato á su persona. Véase Tliompson, rmabaca la Ccncord a y el general Paunero estaba en Corrientes con unos dos mil b.ombresde li- nea, reuniendo las miliciai, correnlinas. Endjarcámlose con estos dos mil hombres fué á Corrientes donde desembarcó de 600 á 700, tomando la ciudad después de un reñido c •mbate, y reembarcándose en seguida, por- que sus pequcfas fuerzas no eran capaces, ni lleva]:an la inteu ion de batirse con todo el ejército de Robles, fuerte de 25,000 hombres. Los aliadi'S no estuvieron rt.uni 'os sobre el Pa^o déla Patria basta Enero de i86' ; los paraguayos Iiubian e-acuado á Corrientes con mucha anticipación, porque en el acto en que López súpola rendición de Esli- garribia ordenó la retiraila — mal juidieron pues ser cortados por el ejér- cito— fué l.i escuadra brasilera quien debió impedir el pasaje del rio, p;ra dar tiempo á que el ejército aliado avnn/.ára sobre ellos. Los aliados no estuvieron listos para el pasaje bastí ALtíI. Los com- batc3 de Uapirú y las chalas on los encoraza los duraron tres semanas y 9 — 130 — pifal, bajaron hasta Paso Pucú para presentársela, y su suerte debe haber alentado niucho á los demás. Dos de ellos fueron fusilados por falla de patriotismo una semana después de su llegada, uno quedó preso y engrillado, otro murió del cólera, y solo dos volvieron. Los aliados estaban tan desanimados después del rechazo de Gurupaity, que limitaron sus operaciones á un bloqueo rí- jido del rio y á un débil y mal dirijido fuego de los encoraza- dos, hasta el 15 de Agosto de 1867, época en que diez moni- no tres meses ; lo que no es por cierto poco, vista la diferencia de fuerzas El ataque de la isla, no es tampoco fielmente relatado ; la sorpresa se realizó en la noche, los encorazados rodearon la isla, y la matanza de paraguayos fuó horrible, pero cuando el sol salió, su luz solo sirvió para iluminar el horrendo estrago de la metralla, y la fuga de los heridos en sus canoas. Es un error decir que esta operación pudo tener conse- cuencias serias para los aliados ; la toma de la isla, no liabria modi- ílcado en nada las cosas ; fué una de las tantas calaveradas sangrien- tas del tirano López, que no tuvo otra idea que apoderarse de la batería, sin saber por qué ni para qué, como puede verse en Thompson y en las declaraciones deResquin. Los aliados invadieron al Paraguay el 16 de Abril, y esta operación fué una de las mas hábiles y íeüces de la campaña, pues desbarató todos los planes defensivos de López (véanse las declaraciones de Resquin). Los aliados no acamparon inmediatamente en Tuyuti, ó frente al Rellaco, pues este punto estaba aun distante. La primera operación practicada en el territorio enemigo fué contra el campo atrincherado de López en el Paso de la Patria, que este abandonó ; posesionados de él los aliados continuaron su marcha hacia Humaitá, y mientras se llevaba á cabo este movimiento tuvo lugar «el 2 de Mayo» la sorpresa traida por los paragua- yos al campo del general Floros, y su derrota inmediata. El ejército con- tinuó adelantando y recien el 20 de Mayo llegó á Tuyuty, así pues no era posible que existieran el 24, las grandes defensas que el autor supone ; apenas sí habia algunas tijeras trincheras levantadas al acampar. Por consiguiente, los paraguayos no pudieron apoderarse de lo que no existia. La circunslancia de hallarse todo el ejército aliado, formado y listo para un reconocimiento, fué fatal para les paraguayos que perdieron en este día mas de i3,000 hombres. El cargo liecho á los oficiales paraguayos es injusto, estos morían con igual fanatismo que sus estraviados sol- dados. A pesar de esta derrota, las líneas de Tuyuty, que son his mas fuertes - 131 — lores pasaron las balcrias y echaron anclas una milla mas aba- jo do Humaitá, que no se atrevieron á pasar hasta después do descansar y recapacitar seis meses, como do costumbre . En el mes de Agosto del mismo año, un norte-americano llamado Manlovc, que habia sido hacia poco sárjenlo mayor de la caballería Confederada, so presentó de voluntario {\ López; que sostuvo López en esta campaña, eran defcnJiblcs con ventaja, si no impenetrables ; la única operación ventajosa y (pie nos liabria quizá dado un triunfo inmediato, habría sido la marcha de ílauLO liáciaTuyu-cuó, que se llevó á cabo en 1867; pero en ese tiempo no tenia mas partidario que el general en gefe, 'y además el ejército carecía de los suficien- tes medios de movilidad para apartarte de su base de operaciones ; en la batalla del 24, no tuvieron los aliados ni iOOO soldados de caballería montados. La conferencia de Yatayti-Corá no fué entre los brasileros y López, sino entre este y el general Mitre; el general Flores (oiiental) asistió por un momento, pero se retiró á causa de una disputa que tuvo con López por recriminaciones que ambos se dirijieron ; el general brasilero no asistió. López salió de ella furioso, porque el general Mitre le noti- ficó, que no trataría sino sobre las bases de la alianza, y protestó enérji- camente contra la insinuación de tratar' por separado, así pues no tuvo necesidad de mandar al otro dia la respuesta ridicula á que el autor se refiere ; esa respuesta fué dada á M. Gould ea 1867, después de haber con- seguido arreglar con los aliados los priliminares de un tratado, sobre bases aceptadas de antemano por el mismo Tirano. El desastre de Curupayty, no puede compararse con el del 24 de Mayo — Los aliados perdieron cerca de 5,000 hombres, mientras López perdió 14,000. La retirada se hizo en el orden mas completo ; y las tropas de López no se atrevieron ^ salir ni una pisada fuera de sus baterías. El espíritu del cuerpo de ejército que hizo este ataque era tal, que si le hu- bieran mandado avanzar nuevamente, lo habría hecho con lanta gallardía como la primera vez. Además, solo entró en combate la mitad de su fuerza. Las causas de este desastre se hallan estensamcnte consignadas en las notas á la páj. 196 y síg. del libro del Señor Thompson. El general Caxias no vino al teatro de la guerra hasta después de Cu- rupaíty y la primera ascensión del famoso globo tuvo lugar en Junio de 1867— un año después de aquel desastre. La lejion paraguaya, que acompañaba al ejército arjentino, se formó en Buenos Aires voluntariamente por los emigrados paraguayos, y sí cuando estaba en el ejército fué engrosada por algunos prisioneros, estos se alistarían en ella por su voluntad, pues la mayor parle de ellos venia .- 132 — {¡ero fué recibido m)iy friamenlc, porque su rcpulacion le ha- bía precedido. Parece que López (cnia amiíjos en el campa- ip.enlo de los aliados, porque se le enviaban diarios regular- mente, y un peri(3dico hablaba del mayor Manlove como de un excelente tirador al servicio arjenlino, que iba rifle en mano á malar á los oliciales paraguayos. Sin embargo, sometió á López un injenioso proyecto^ el cual si lo hubiera adoptado, podría aun entonces haber cambiado matürialmcnte el aspec- to de la guerra . Solicitó una patente de corso para hacer la guerra á los aliados, y sobre iodo á su comercio, con buques equipados en los Estados Unidos. No pidió dinero, ó solo exigió el suficiente para sufragar los gastos del viaje hasta su pais por la vía de Bolivia y Panamá, y uno ó dos oficiales que le acom- pañasen como jefes subordinados. Declaraba que tenia dos monitores listos, y que partirían tan pronto como recibieran patente para distinguirse de los piratas. López, sin embargo, no quiso fiarse de él; le tomó por es- pía, le tuvo preso largo tiempo, después fué puesto en li- bertad y mandado á la capital en donde percibió sueldo del go- bierno por algunos meses; pero en 1868 fué arrestado ce nue- vo, y murió ó fué fusilado á fines de aquel año. Uno de los rasgos caracteríslicos de López, y que apresuró materialmente, sino ocasionó su caída, fué una desconfianza general de todos los que lo rodeaban, aun de aquellos cuyos propios intereses los ligaban íntimamente á su política. Si á Buenos Aires, ó iba á Montevideo ó Rio de Janeiro. Es liasta ridiculo proponerse contestar al cargo de los fusilamientos. Jamás se pasó al ene- migo un cuerpo de 700 paraguayos porque nunca existió. Lo que liacia imposible los tratados después de Curupayty, no era el amor propio brasilero, sino lo que siempre habia obstado á la paz,— la presencia de López. — Los bochospoiteriores lian demostrado la previsión de los autore.5 del tan criticado tratado do alianza. Aiemis si liabia amor propio brasilero debía baberlo arjentino, puesto que sus tropas con- currieron al ataque en iguales proporciones. Estas tijeras observaciones demuestran la atmósfera de miedo, de mis- terio y de mentira en ([ue se vivia en el Paraguay— y hace mas relevan- te el mérito de la Historia de la Guerra, publicada por el Sr. Tliompson. — 133 - an(cs de empezarla guerra hubioso declarado francamente al injenicro en jefe Mr. Wliylehead y al cirujano mayor Síewnrd, lo que habia de suceder, y pedidoíes su opinión, estoy seguro de que liubiera recibido excelentes y valiosos consejos; el país fuertemente atrincherado por la naturaleza, se hubiera vucKo inespugnable merced á los conocimientos y á los infinitos re- cursos de Mr. Whyíehead, Fobrc lodo, conlra un enemigo (an despreciable como el Brasil; y la terrible morfandad que casi destriijó su ejérci(o antes de entrar en campaña, se habria evi- tado sise hubieran consulíado los médicos y adoptado sus con- sejos. Pero «los Dioses ciegan á los que quieren perder» y el casü- go desús crímenes parecía sa sombra; y con todo esto, nunca dejaba escapar la oportunidad de dar un golpe de mano, y con el apoyo de los artesanos ingleses, que estos le prestaban gus- tosos, sacó el mejor partido que pudo de sjs limitados recur- sos . Una de las mas antiguas defensas de Humaitá, consistía en una cadena tendida de una márjen del rio á la otra, por Don Garlos López; cuando se rompieron las hostilidades, se anadie • ron dos mas, y las tres eran sostenidas por lanchas y estiradas por medio de cabrestantes colocados en la costa. Estas lan- chas servían también de prisiones flotantes, y adentro de una de ellas se hallaba encarcelado el padre Corbalan. Se añadieron también estacadas ; pero estas no dieron el resultado que so esperaba, por la necesi dad de pescarlas cuando el rio estaba crecido. Fueron sumerjidos un gran número de torpedos, de los que algunos tenían enormes dimensiones ; pero la mayor parte voló á causa de his maderas que venían aguas abajo cuan- do el rio estaba crecido, ó de los caimanes que trataban de sa- tisfacer su curiosidad . Guando la guerra estalló, las piezas mas fuertes que tenían los paraguayos eran cañones li^os de á 68, pero los artesanos ingleses construyeron en el arsenal algunas excelentes pie- zas rayadas, sobre todo, dos Whitworth de 150, que fundie* ron con las campanas tic las iglesias. Los brasileroá les luminiütrabun las balas ; pero á pesar do estOi sd futidicron — 134 — para hacer proyectiles varias máquinas, cuyo valor ascen- día á millares de libras. Se hizo también un esfuerzo para convertir el Igurey en encorazado, con rails do ferro-carril, pero el casco no era bas- tante fuerte para aguantar la armadura . CAPÍTULO XII Arresto del Dr. Rhind y del cirujano Fox. — Mi encarcelamiento. Entretanto continuamos nuestras tareas como de costumbre. El hospital estaba siempre escesivaniente lleno á pesar de la terrible mortantad, que no nos era posible contener, aunque trabajábamos dia y noche con este fin. Mi salud sufria por el escesivo trabajo físico y mental, y en varias ocasiones tuve que quedarme en cama durante algunos días seguidos, por es- tar completamente rendido. Ademas de los deberes de mi profesión, me había encargado no hacia mucho tiempo de las mujeres inglesas, esposas de los artesanos, y de sus hijos. Su- frían mucho por el subido precio y la escasez de los alimentos, y muchas se hallaban seriamente enfermas. Estábamos á principios de Octubre, y no nos causaba poca ansiedad el efecto probable que tendrían los calores sobre les enfennos de aquellas pestíferas salas ; ni senos pasaba por la imajinacion que pronto nos veríamos obligados á abandonar- los á su propia suerte. El 6 de este mes había hecho un cor- to paseo á caballo, placer á que entonces me entregaba raras veces, y ámi vuelta encontré al Dr. Rhind bajo la presión de una gran ansiedad. So había recibido un gran telegrama de Paso Pacú ordenando á él y al Dr. Fox que visítase á la señora Presidenta. La orden acababa de llegar, y el Dr. Rhind fué inmediatamente en busca de su colega, pero no pudo encon- trarle hasta las ocho y media. Inmediatamente se presenta- ron á las puertas del Palacio ; pero la vieja estaba muy mal humorada y no quiso recibirles. A la mañana siguiente se — 135 — presentaron de nuevo, pero con el mismo resultado que an- tes. Poco después vino una nota del cirujano mayor Stewart, escriía por orden del Presidente, mandándoles que declarasen terminantemente las razones por qué se ausentaban de sus puestos, y qué liabian hecho en la tarde anterior. Cumplieron la urden , pero la respuesta del Dr. Fox, fué considerada tan poco satisfactoria, que envió órdenes al mayor de plaza Gómez para que los arrestase. El pobre Rhind, que era tisíco, estaba entonces muy enfermo y débil, vino á verme muy aflijido, y me dijo que el mayor lo hahia mandado llamar, y añadió : «estoy cierto que me van á encarcelar. No podré resistir la prisión ; estoy seguro que no saldré vivo. » Procuré darle ánimo, pero no lo conseguí porque estaba tan agitado como él y me imaginábalo peor. Trabajé todo el dia como de costumbre, pero mis pensa- mientos estaban en mi amigo ausente. Por la tarde su ayu- dante vino á decirme que estaba preso, y que yo debia tomar á mi cargo el Hospital General, que entonces contenia ocho- cientos heridos. Quedó encargado de los hospitales del Es- tanco y de San Francisco el teniente Ortellado, antiguo practicante del país, que sabia tanto de cirujía como el hom- bre de la luna. Incluyendo los inválidos había en todo mil quinientos he- ridos confiados á nosotros dos y á unos cuantos practicantes ó estudiantes de medicina. En la mañana siguiente recibí un billete abierto de Dr. Fox, rogándome que fuera á verle y le llevara sus llaves. Fui inmediatamente, vi al mayor de plaza, queme dijo bruscamente: están incomunicados. Le rogué pro- curase obtener una escepcion en mi favor y me prometió ha- cerlo. El Dr. Rhind habia llevado accidentalmente consigo un escalpelo mió, de que necesitaba para la disección ; me serví de este pretesto para mandarle por conducto del Minis- tro de Guerra una carta, por supuesto abierta y en español, pidiéndoselo, pero en realidad para asegurarle que lo enviaría — 136 - cuanto iiecesilaso y que haría cuanto fuese posible para aevle úti!. Pasaron quince dias ; trabajaba liíoralmcnle dia y noche, porque abrigaba el pensamiento que había de seguir pronto á mis cülcijaS; y me afanaba porque quedase lo menos posible que hacer. Ejecuté pues en aquel iiempo mas operaciones serias, que las que jauíás esperé tener la buena fortana de practicar en toda mi vida. Aíbrtunadamente estas ocupaciones distrajeron mi atención, porque cuando reflexionaba en las des- gracias que me rodeaban y pensaba hasta qué punto habrían sido mitigadas sin el arresto de mi ami^^o, apenas jiodia contener mi indiiínacion, cuya manifestación hubiera sido tan [leligrosa para él como para mí. Sin embargo, siem- pre pensaba en mi poljre uliin;'i y en las miserias que debia sufrir. En !a mañana del 52, Mr. Laurent Gochelet, cónsul francés, me envió un paquete de cartas, que había sido introducido por las líneas hasta el Paso Pucú, por el cliargcd'affaircs y que él había llevado consigo hasta la Asunción. Dos de ellas eran para mí, y las demás para el Dr. Rhind. Recibí con gran placer las mías, porqp.e había pasa !o dos años sin tener noticias de mi pais, y me regocijaba también imajináuílome el entreteni- miento y satisfacción qno tendría el doctor, sí pudiera recibir las suyas. Me puso, pues la espada, y fui inmedíalaraente á la mayoría. El ayudante me dijo, que el gran liombrc estaba ocupado. Permanecí dos horas al sol, esperando verle ; eslai)a muy contrariado por la pérdida de momentos tan preciosos, y supe por fin, que el individuo se ocupaba solamente en pre- senciar el juego do la sortija. Estaba seniado con el gefe de policía y otro oficial, cuando me aproximé a él, y le pregunté sí no habia recibido ya la respuesta á mi solicitud pidiendo permiso para visitar á mí amigo. «No, dijo; ¿porqué está Vd. tan ansioso de verlo? » « Porque me dicen que está en- fermo, y él, según sé, desea mucho verme. » Continué dicién- dolé que habia recibido por conducto del cónsul francés algu- nas cartas^ que lo enviaba su familia, y que deseaba mucho entregárselos pergonaUriQnlo, E.ftaba seguro quo el no %^ M's - -^'^y-rX-V - 137 - entregaba yo mismo no las recibí ria. «. Déme á mi esas carias, me dijo el mayor con mucha brutalidad. » « Señor, le dije tranquilamente, no pncilo hacerlo ; las carias son privadas. » a Terriho (vote), me dijo enojadísimo, y no vuelvas á moles- tarme. » Le contestó que era el último favor (jue le pe lia, y me retiró. Pero no me imnjiné del lodo lo peligroso de mi situación, Por la tardo tomó mi caballo y fui al consulado francés para contar á Mr. Cochelet lo sucedido ; es'aba comiendo, y hacién- dole saber que volverla mas larde, pasó adelante con el ob- jeto de visiíar á un amigo del pais. Un oíieial me alc'^nzó en el camino, y me dijo con mucha urbanidad que el mayor do p!aza quería verme, y que podía llevar las cartas. Fui inme- diatamente, creyendo que había venido el pcrmi>o para visitar al t)r. Hhind, pero muy luego supe que me engañaba miserable" mente. Tan pronto, como Gómez me vio, gritó : « Le declaro preso.» «En verdad? lo dijo serenamente, ¿y por qué? ¿y hasta cuando? » « Eso lo sabrá Vd. mañma. ¿Tiene Vd. las cartas?» Contesté afirmatívamento, a Tenga cuidado do ellas » Llegó á la puerta una compañía con bayonetas armadas, y me bicicron marchar para el cuerpo do gur.rilia, atraves del patio, y después por un angosto zaguán hasta llegar á una celda en cuyo suelo se hallaba una vela encendí ¡a. Entonces com- prendí mi posición cu lodo su horror. Estaba preso. Me senté sobro el caire y pedí al oficial que me condujo, un cigarro; me lo dio. Lo dijo f[uo tenia hambre, porque no había comido, y me prometió mandarme alimentos. Entonces examinó el calabozo en cuanto me lo permitía la Ijz ; tenia cerca de doce pies vde largo y ocho do ancho ; las pa- redes e.staban hechas de adobo ; desde una pesada columna en la pared partían dos arcos, encima de los cuales y á una gran altura, se hallaba el techo que consistía en palmas, tierra, y baldozas. El piso era barroso, lleno i\'¿ agujeros, frío y hú- medo. Tenia por muebles un caire y una silla. No había cerrado los ojoe la nocho anterior por babor estado ocupado (in hacer una oparadon tiuirórglija muy complicada, y cuando — 138 -« acabé de cenar me eché vestido sobre la ruda cama, y pronto me dormí profundamente. Me despertó en la madrugada siguiente, á las cuatro, la banda que tocaba la diana á labora de costumbre. Me quedó despierto en cama varias horas : podia oir que llovia fuerte- mente afuera, pero no apercibía la luz del dia. En efecto, descubrí muy pronto que la prisión en que me hallaba estaba situada de tal manera, que no entraba la luz sino cuando el tiempo era muy hermoso. El poríon estaba abierto de par en par ; pero como no daba sino sobre un largo y arqueado pa- saje que unia los dos patios del colegio (porque me hallaba dentro del antiguo colegio de los jesuítas) toda la luz que podia tener era la que reflejaba la pared. El cuarto habia tenido antes una ventana, pero esta estaba ya cuidadosamente tapada; quedaba sin embargo un poyo, que me sirvió muy bien para estante. Cerca de las diez entró un sárjenlo, y me dijo que le siguie- ra. Obedecí sus órdenes, y me llevaron cá un pequeño cuarto al frente del edificio. Me encontré con el capitán Silva, un alférez, un sarjento, y un señor Ortellado, notario público. Este último después de tomarme el juramento sobre la espada, me interrogó muy fastidiosamente durante varias horas. Me leye- ron preguntas escritas y apuntaron mis respuestas en pliegos sueltos, que ponian en lim¡)io sobre papel sellado. Me hicie- ron primero un gran número de interrogaciones de forma,acerca de mi nombre, edad, nacimiento, religión y otras cosas aná- logas y luego me preguntaron si sabia la razón por que estaba arrestado — No. — ¿No sabia que el obedecer era el primer de- ber del soldado? — Sí, por cierto, pero yo no era soldado, mi rango era honorífico. — ¿ Era yo empleado de la República? Si, pero no tenia contrato ; y mi puesto era civil — ¿ No sabia que era prohibida por la ley la entrega de cartas que no habían pasado por el Correo? No, jamas habia visto, nioido hablar de semejante ley, pero á pesar de esto la habia quebrantado aun, puesto que no habi^ entregado las cartas. Las enviarla á su des- tino, si me lo permitían, pagando el franqueo — Me preguntaron entonces, si tenia las cartas, y me ordenaron que las entregase. — 139 — Objeté, poniendo en duda su derecho para quitárrxielas, puesto que no me habían manifestado por autoridad de quien obra- ban. El capitán Silva ordenó al sárjenlo que pusiese un par do grillos sobre la mesa. Comprendiendo lo que esto signifi- caba, entregué las cartas, porque como es de suponer, la resistencia era imposible. Entonces me interrogaron muy minuciosamente acerca de mi correspondencia privada, la gente á quien escribía, donde vivian, y muchas cosas por el estilo. — ¿Por qué rehusé obedecer las órdenes del mayor de plaza?— Porque pensaba que no tenia derecho para quitarme cartas privadas, les respondí, y porque, si lo hubiera hecho, no se las habria entregado al dueño; puesto que habia to- mado ya una carta mia prometiéndome terminantemente en- tregarla, y que no lo habia hecho. — ¿Cómo sabia yo esto? — Porque exigia una respuesta terminante, y no la habia reci- bido, y porque su sirviente á quien veia todos los dias, habia dicho no haberla recibido. Entonces me mandaron de nuevo á la cárcel hasta la tar- de, en que, previo examen del criado arriba mencionado, que negó haberme dicho nada acerca de la carta (temia decir la verdad) me llamaron de nuevo. Ortellado me dijo, que era un embustero, y me preguntó có- mo me atrevía á perjurar. Le contesté que los ingleses nunca mentían, que yo no era paraguayo, y que mi palabra merecía ciertamente mas fé que la de un criado. Pero no que- riendo enredar al sirviente , porque esto causaría mal al mismo Sr. Rhind, dije, que hablando él muy poco español y yo menos guaraní tal vez me habia equivocado. Al volver á mi celda, encontré que la habían mejorado íra- yéndome la cama de mi habitación, un lavatorio y una silla pero era sin embargo una habitación tristísima y sumamente fría. Cerca del umbral, pero en el zaguán se hallaba día y noche un centinela armado de fusil con bayoneta, que era relevado cada dos horas. Quedaba frente á mí, y á ocho pies de la cama; y desde las nueve de la noche hasta el toque de diana gritaba cada quince minutos: «Centinela alerta!» para probar que no — 140 — estaba dormido. Este grito que me tenia sobresaltado lo reco- jian todo?, los centinelas sucesivamente dentro y fuera do la cárcel, de manera que lo tocaba al primero cuando el último acababa. Aquello era terrible! Este repentino alarido me atormentaba sobremanera, me despertaba y ya no me era po- sible dormir pacíficamente, porque me recordaba constante- mente que estaba preso. Nunca podré borrarlo de mi memoria. Pasé raucbas noches enteras paseándome de un lado al otro de la sala, ó acostado con los dedos bien metidos en los oidos para que no me despertara aquel horrible grito. Durante mu- chos meses no dormia sino cada tres noches. Dicho es!o volveré á mi interrogatorio. El dia siguiente me citaron para oir leer la declaración desde el principio hasta el fin. Cuando me la tomaban, había observado que el capitán Silva V el notario sallan frecuentemente del cuarto llevando consigo los papeles y al oiría leer comprendí porqué lo hacían. Mis contestaciones nominalmentc copiadas de las hojas sueltas habían sido infamemente íerjiversndas; se omiiia todo lo que tendía á disculparme, y se había insertado una confesión fal- sificada de culpabilidad, agregando que yo había pedido per- don por mis culpas, y que estaba dispuesto á sufrir cualquier castigo que se me impusiera. Apenas tengo necesidad de decir, que yo no habia confesado ni dichü cosa que se pareciera á una confesión, porque el sen- tido df> aquel documento era enteramente contrario á todo cuanto habia contestado y á >la verdad mísrab. Protesté enérjícameníe contra la falsificación de losliechos, y la manera indigna con que se me trataba después de mJs lar- gos y muchos servicios; y agregué que en vez de interrogarme lealmente, se habían empeñado solamente en declararme reo, rehusándose á escuchar mis espücacíones, y adulterando mis respuestas. I^es dije ademas que sabia, que las leyes no se evadían con no saberlas, pero que no solamente no sabia que existiera seme- jante ley con respecto á ¡as cartas, fdno que todavía no la habia quebrantado. No habla entregado las cartas al Dr. Khind y Gonsld eraba que tsnia pleno derecho para resilnrlag úq Mí Qq"- -/>í » 'í'.H'- ■>..*>*'"■•.. í'-vsví'í-r- ^'' "• ■ ^ ~' — iU — chclel. ; porque le habimsiilo enviadas con bandera de tregua junio con los despachos, por el secrelario do la legación fran- cesa, y llevadas desde Paso Pucú por el címsul en p rsona ; y que en vista de esto, pensaba que no se debía cobrar franqueo ni habia necesidad de mandarlas al correo; que sin embargo, si era necesario proceder de esta manera, era claro que el cón- sul y no yo era quien debia haberlas enviado. Además habia recibido muchas cartas oficiales y privadas de Ilumaitá y Paso Pucú, enviadas a su deslino, algunas por el mayor de plaza mismo, otras por ci capilan del puerto, y nin- guna de ellas habia pasado por el correo ni sido eslanii)ilhida. Sabia muy bien, al defenderme asi, que nada me valdria para prevenir mi condenación; pero es[)oraba que uno do ellos— el capitán Silva especialmente á quien llanió mucho la atención mi argumento — daría parle á l.opoz, que se informaría asi de la injuslicia con que mo trataban. Porque hasta entonces, (ú me habia tratado muy l)ien, y creia que por ser ingles, y por haberlo servido fielmente muchos años, me pondría pronto en libertad. Ortellado me dijo que firmase las declaraciones sin mas réplicas. Me negué diciéndoles, que ellos sabían que eran falsas é injustas. Me hizo presente que podía engrillarme y me aseguró al mismo tiempo que si los dejase de molestar, me pondría en libertad dentro de algunos días. Viendo que con la resistencia no adelantaba nada, y temiendo ios padeci- mientos á que me csponia si me remachasen los grillos— pri- vado de cama y de asiento, y no teniendo sino un cuero para sen- tarme ó acostarme, — firmé los documentos de muy malagana. Añadiré con gran satisfacción, que el capitán Silva no dejó ja- mas de tralarme con urbanidad y respeto, y era evidente que cumplía coníra su volunlad las órdenes que había recibido. Contuvo inmediatamente la insolencia con que me dirijía la palabra el alférez, y me dijo cuan agradecido me estaba por mis servicios á los enfermos ; me dio cigarros, y me apretó amistosamente la mano al separarnos— al partir para siempre El pobre murió del cólera poco después. Tenia pues en perspectiva la vida monótona del prisionero. Al principio contem¡)lnba mi situación con un temor y horror «- 142 - tales, que no me dejaban pensar en la realidad y en cuanto du- raría mi prisión ; pero nunca me entregué á la desesperación: procuró encararla como una faz déla vida, parecida á una en- fermedad ó á la fractura de un- miembro, que es necesario sufrir con paciencia; rogaba á Dios, que me diera fuerza y resignación para soportarla, y me devolviera según su voluntad la libertad. Esta gracia me fué concedida, y salvo cuando estaba momen- táneamente casi fuera de mí, á causa del delirio ocasionado por la fiebre y el abatimiento nervioso, sufrí todo con una calma y paciencia que aún me sorprende. Me acostumbré poco á poco á la débil luz que reflejaba la pa- red del zaguán, y cuando hacia buen tiempo podia leer duranle varias horas del dia. Pero estando el dia nebuloso me veia ro- deado de una oscuridad tan grande, que para el que entraba era una profunda tiniebla. Lo que mas temia era que me afec- tara Ja humedad, porque el piso que era de barro, estaba abajo del nivel del patio, y las paredes, las vigas, y aun el colchón de mi cama estaban cubiertos de un moho verdoso. La celda era estremadamente fría, pero no se me permiíia hacer traer una frazada de mi habitación, y en su lugar no tenia mas que un pedazo andrajoso de bayeta colorada, que por largo tiempo habla servido de mantel. Mis compañeros en la desgracia estaban alojados en el segundo patio. Mr. Fox tenia, según lo que me dijo después, un aposento muy alegre sobre la calle, de donde podia ver á las señoritas ir á la iglesia, y á veces el movimiento de un pañuelo en señal de saludo. El Dr. Rhind se hallaba mas cerca de mí, pero su cuarto estaba mejor alambrado. Supe por un centinela que estaba preso, y un domingo por la mañana á fin de que supiera el local donde se hallaba cantó el Te-Deum de Jackson desde el principio hasta el fin. Al lado de mi celda en un corredor abierto se hallaban muchísimos presos cargados de grillos, cuyo tristísimo crujido se oía todo el dia; por las noches solían rechinar todos simul- táneamente sacudidos por el inesperado alerta de los centi- nelas. De vez en cuando lograba verlo por una abertura de las tablas que tapaban la ventana, y á veces entraban en el gran cuadrángulo por un zaguán situado en frente de ir' puerta. — 143 - Los habia de todas edades, algunos eran ancianos, oíros ni- ños, pero todos estaban reducidos al último grado de, la mi- seria; no les quedaba mas que el cutis y los huesos. Todos llevaban un par de grillos de mucho peso, remachados en los tobillos, afeados por callosidades y cicatrices de antiguas heri- das ; muchos tenian dos pares ; habia uno que tenia en sus piernas de esqueleto tros barras formidables de fierro, que cuando marchaba lenta y penosamente, vibraban como un co- lumpio. Sin embargo estos infelices no eran tan desgraciados como podria imaginarse ; solian reírse, cantar y hacer rui- dosas y penosas carreras en aquella estrecha cancha. Uno de ellos— creo que debe haber sido el de la triple barra de grillos, porque tenia una cara muy cómica — solia contar historias in- terminables (podía oír el débil murmullo de las palabras através de las gruesas murallas) que los otros recibían con gi andes ri- sotadas acompañadas con un feroz crujido de cadenas, queme recordaba aquella terrible escena do «Los Miserables» en que los galeotes locos y desesperados horrorizaban la primera luz de la mañana con su gritería y el rechinamiento de sus fierros. Les permitían esto los centinelas á quienes las historias y chis- tes gustaban tanto como á los presos, y además les avisaban siempre la llegada de los oficiales. Un día, sin embargo, esta- ban todos tan interesados en nigua cuento graciosísimo, que no oyeron el charque de costumbre (cuidado) y el mismo viejo y austero comandante, los sorprendió en lo mas fuerte de su jarana. Se callaron instantáneamente ! Un profundo silencio sucedió al alboroto, y pude ca^i sentir que habían palidecido de terror; el corazón se me detuvo y luego palpitó con violencia, porque temía que fueran cruelmente castigados. El coman- dante no dijo una palabra, pero se retiró para volver en se- guida con una compañia de soldados. El desgraciado narrador fué echado en tierra, y bárbaramente azotado; sus llantos ha- cían resonar todo el edificio: dos ó tres de sus mas grandes admiradores participaron de su suerte. Por toda una semana permanecieron mudos y silenciosos como unas lauchas. To- das las semanas se sacaba al patio uno que otro preso y era atrozmente azotado. Estos eran dias de tristeza para mí; temia - 114 - su llegada, y no recobraba m¡ tranquilidad hasta muchas hora después do terminado el martirio. Creo que los castigos horrorizan mas cuando so oye su apli- cación sin poder verlos. Mo enfermaba casi hasta desmayarme al oir el sordo y pesado sonido del palo, man 'jado por las ma- nos de robustos y crueles cabos, al caer sobre la carne viva que se estrcmccia de dolor al recibir cada golpe. Como ciru- jano, pasaba por ser el mas imperturbable de los operadores y sin embargo, este sonido me enervaba completamente portoílo el día. Estaba muy lejos do pensar entonces, que un dia tendría yo que sufrir un maríirio peor aún. No estaba enteramente solo en mi calabozo, pero mis compa- ñeros perlcnecian á una clase de que me liubiera guslado ma- cho verme lib e, Ilabii cientopies, e3corp¡ones y zapos; eslos úlíimos eran tan grande?, tan fríos y tan liorri[)Iementc feos que la mujer mas guapa hubiera grifado de espanto sin sonro- jarse. Personalmente hablando, no tengo aníipatia á los zapos, y mo he reído amcnudo muy cordialmonte del susto que cau- saba á mis amigos del país, que creen como en Europa que . o i venenosos, tomando cariñosamcnle en la mano algunos, que por su tamaño apenas cabían en mi sombrero. Pero la sensa- ción de pisarlos descalzo en el ac'o do buscar las chinelas en la oscuridad, no es de ninguna manera agradable, y los estraordi- narios sonidos, que hacen á media nocba no son molivos para considerarlos como una buena compañía. Son mucho peores, por ejemplo, los primeros que he mencionado : tongo á los cieníopies y á los escorpiones una aversión positiva, la (]ue [lo se disminuyó por cierto con la presa que hice en una semana de tres de estos interesantes animales. Supe además, que yo no era el único que les tenía miedo. Yí una tarde huir aterro- rizadas de un agujero de la paied una docena ó mas de cuca- rachas. Venían cavéndose una tras otra sin son ni ton, en el paraje ma^ alumbrado del cuarto ; yo las acometí salvaje- mente apenas empezaron á moverse— porque detesto á la cuca- racha, una de las pestes de Sud-América, casi como aborresco á los cientopies — y me aproximé asombrado para ver lo que las ha- bía asustado; esperaba ver asomarse una serpit;nte, pero hó aquí f — 145 que se presentaron dos enormes escorpiones macho y hembra, con los (lardos tendidos; no es posUílc imajinarse dos anima- les mas feroces. A fin de corlarles la retirada metí hábilmente el pucho de mi cigarro en el agujero y eníonces contemplé su manera de maniobrar. Se detuvieron por un momento sobre el borde, y luego buscaron atónitos y apresuradamente las cuca- rachas, recorriendo un gran círculo á su alrededor. No pu- dicndo encontrar rastros de su presa, se asustaron á su vez, y trataron de escaparse, pero la Nemesis en forma de zapatilla . descendió y los hizo pedazos. Me sorprendió mucho, que una araña que se habia acuartelado eu el agujero de un poste cerca de mi cama valiera mas que ellos, y cuan rápidamente inutifizabaásu armado enemigo arrancán- dole su fuerte y nudosa cola. Varios escorpiones pequeños y uno grande fueron presa de mi activa aliada. Después empezó á poner huevos; y deseando probar la fecundidad de las ara- ñas, lequitó^varias veces su depósito (casi tan grande como ella misma) apenas estuvo terminado, y volvió á reponerlo seis veces en algunas semanas. Tenia una gran parentela en mi sombrío alojamiento. En efecto, mirando el estado de las alfa- jias y de las vigas encima de mi cabeza (una larga abertura bajo el alero daba entrada á un débil rayo de luz, qae dejaba ver el techo y las interminables colgaduras de telaraña con que estaba adornado) podía casi decir, que vivía en una inmensa tela ro- deado de una próspera y numerosa familia de arañas. Pero no hilaban todos como el enorme y peludo nyancU, araña que parece superior al pardillo ; habia varias que se servían do su habilidad y ajiiidad para asegurarse la comida. Estas arañas beduinas, no permanecían mucho tiempo en casa, sino que comían casi siempre afuera ; y caían tan repentinamente sobre su presa, que parecían brotar en el lugar mismo en que se les veía. Una sobre todas, araña gris y chata cuyo cuerpo tenía de largo el diámetro de un cheling y de grueso talvez su espesor, y cu- yos miembros de varios colores estaban verticalmente compri- midos, se movía con una rapidez maravillosa, pudiendo lan- zarse en grietas tan angostas, que parecía hundirse en la misma pared. Encontré sin embargo, que podía aprisionarla bajando 40 — 146 — sobre ella lenta y perpendicalarmente el dedo, y una muy grande que cojí así varias veces durante las horas de una larga tarde, dejó por último de resistir y me permitió pasarle la mano cuantas veces quise, con una verdadera satisfacción. Su cuerpo aparentemente tosco, que yo creía estar cubierto de es- camas cartilaginosas, era en realidad tan suave como el ter- ciopelo; causaban la ilusión, las ligaduras de las sepias y con- servaba su forma curiosamente comprimida. Pero me divir- tieron mas las acciones de una clase mas pequeña, que no pasaba del tamaño de las semillas de la nabina. Cubrían todo hue- quito en la pared de pequeñas y sedosas telarañas con abertu- ras ovaladas en ambos costados, por las que escapaban, apenas una cosa cualquiera les tocase los hilos. Salían en momentos de escasez á recorrer los confínes de sus nidos y á hacerse visi- tas, ó mas bien, precipitados malones; así por ejemplo, cuando una se lanzaba por su puerta otra intrusa tomaba su lugar para ser arrojada á su vez inmediatamente. Este entreteni- miento solía durar á veces horas enteras; pienso que es una es- pecie de coquetería de arañaSjCon intenciones serias, peronunca logró averiguar si eran de matrimonio ó de carácter glotónico. Vivía con el temor constante de ser mordido ó herido por al- guno de los insectos venenosos que me rodeaban ; pero si se esceptuan los que pertenecen al género cimex, no me molestó ninguno durante mis muchos meses de cárcel. El lugar era muy húmedo para que existiesen pulgas en él, de suerte que me salvé de una de las pestes de la zona tórrida. Muy amenudo me preguntaba cuál seria la causa de mi arresto, porque sabia perfectamente, que la cuestión délas cartas no pa- saba de un pretesto. Solo después de mi vuelta á Inglaterra, supe por el Dr. Stewart la verdadera razón. He dicho anteriormente, que había fuertes sospechas de que M. Atherton había muerto envenenado. Me seria imposible decir de donde partió este rumor ; pero según supe, yo cargué con la culpa y López solo buscaba un pretesto cualquiera para castigarme por mi secreto delito. La relación intima en que vivia con los Gorvalanes y el cón- jBul francés, lo habían también prevenido contra mí. — 147 — CAPITULO XIII. Vida en las cárceles—La libertad del Dr. Rhind y Mr. Fox — La mía. Al principio no veia á nadie sino al sárjenlo y al preso que me traian diariamente la comida. No me hablaban jamás ; y cuando pedia algo que necesitaba, significaban su beneplácito ó su negativa con un lijero movimiento de cabeza. Un día, cerca de un mes después de mi arresto, un soldado vino ea lugar del preso, lo que comprendí, por no oir el crujido de los fierros al caminar, pues la oscuridad era tal, que era imposible distinguir su traje ni sus facciones. Al dia si- guiente se presentó el mismo individuo, y como el tiempo era hermoso, reconocí con gran satisfacción á mi viejo criado Tomás. Se conmovió mucho al verme ; le temblaban los platos en la mano al ponerlos sobre la cama, que servia de mesa también; y me murmuró ajitadamente en el oido ; « ¿Cómo está vd., mi señor? » c Muy bien, Tomás, gracias. » Iba á añadir algo mas, y deseaba — Dios sabe con cuanta an- siedad—preguntarle algo acerca de mis amigos, pero el sar- jento le gritó brutalmente que se mandara mudar, y que no me hablara. Sin embargo, siguió viniendo todos los días ; cuando cesaba la brillante luz del sol, se encontraba en com- pletas tinieblas, y tenia que caminar á tientas, mientras que yo, acostumbrado á la oscuridad, podia ver á los ratones jugar intrépidamente, en el mas remoto rincón de mi calabozo. Al- gunas veces se nos permitía cambiar algunas palabras, ó mas bien, podia contestarme sin atreverse á hacer pregunta alguna ; el sarjento con la espada desnuda se paraba entre los dos, para que nuestra comunicación se limitase á esto. Era un criado fiel, y me quería mucho; siempre me llamaba taita (tata), y si se esceptúa el azúcar, que ningún indio puedo dejar de escamotear, jamás me tomaba nada ; tenia gran cui- dado de todas mis cosas, y se ponía fuera de sí porque el co- mandante solía montar mi caballo. El mayor Gómez vino á inspeccionarme oficialmente y le regué me dejase recibir libros y vino. Con la lectura acortaría — 148 — mucho aquellos largos dias, y tal vez pudiera estudiar ó leer penosamente alguna pajina muy conocida, por otra parte, me debilitaba y enflaquecía tanto, que el vino me era del todo indispensable. Me concedió ambas cosas. Tenia muchos libros y buena provisión de vinos, y los obtuve, de mala gana al prin- cipio, pero después sin ninguna dificultad. Solia entonces quedarme en cama hasta medio dia ; porque por lo jeneral sufria de insomnios, y solo por la mañana lograba algunas ho- ras de reposo y olvido de mis penas. Mis ensueños, lo que parece singular, no se ligaban jamás ó muy raras veces con las escenas que me rodeaban, (oia confusamente relevar las guar- dias y el movimiento, el alboroto y los martillazos de los artesanos en los talleres, que estaban encima de mi cabeza) sino que asumían otras formas y traian á mi mente estrañas asociaciones de ideas que se referían á otra época de mi vida, y me despertaba frecuentemente, imajínándome lejos^ en mi patria, y riéndome de algo absurdo y cómico que mi fantasía habia fraguado. Después de esto, los fastidiosos y pesados dias de la prisión y sus noches de insomnio, me producían la sensación de un horrible vacío! Me traian el almuerzo á las ocho 5 pero me quedaba en cama, y si me lo permitía la luz, leía hasta las doce, dedicando la mañana á estudiar sería y metódicamente la Biblia, que la leí toda tres veces desde el principio hasta el fin, y los Salmos y parte de los Profetas muchas mas. Además me bañaba á mi ma- nera, porque mi baño era muy grande, y hubiera consumido demasiada agua; tenia solamente una palangana, que afortu- nadamente no era francesa, y un cantarillo con dos golletes, que contenia muy poca cantidad. Esta operación, que tam- bién practicaban mis amigos, producía la mayor admiración entre centinelas y transeúntes. Para ellos, que un preso se lavara era tan estraordinario como si lo hiciera un enfermo, pues cuando lo estaban se guardaban de mojarse la punta de los dedos como de echarse al fuego, pues consideraban que mojarse era como suicidarse seguramente. A propósito de esto, cuando subí el rio por primera vez, á bordo de un va- por paraguayo, no encontré sino una palangana y dos toba- >- 149 — lias, para los treinta y das pasajeros que iban en él— y aun de estas, dispuso yo solo. Los demás me miraban y cavilaban si padecería de alguna enfermedad, que necesitaba frecuentes abluciones, pero por último llegaron á deducir que debia ser algún animal muy sucio puesto que necesitaba lavarme tanto. Dicho esto, volveré á recojer el hilo de mi narración. Este pasatiempo me ocupaba un buen rato ; entonces me traian la comida, que me enviaba muy jenerosa y valiente^ mente una familia del país con quien tenia relaciones Intimas y que me hacía mil otros favores ; en seguida fumaba dos cigarros y entonces volvia á leer hasta que anochecía. Guando estaba cansado de leer y durante el largo intervalo entre el fin del dia y la llegada de la linterna, que anunciaba la entrada de la noche fuera del calabozo, solía pasearme do una estremidad á otra del cuarto, y formé de esta manera una huella profunda. Los centinelas se divertían mucho con mi inquietud, porque á un paraguayo no se le hubiera ocurrido hacer esfuerzos para matar el tiempo ; si obtenía un cigarro, se acostaba y dormía como un lirón : por eso es que gritaban á los transeúntes, Miré que guarió « qué pájaro es este indivi- duo, y No para un momento quieto ; anda de un lado al otro casi toda la noche. Mientras iba y venía de esta manera, me divertía dictando mentalmente cursos peripatéticos, alternativamente en inglés y español, sobre asuntos sociales y científicos, á un auditorio imajinario. Pero encontré, que este ejercicio mental me ex- citaba excesivamente, tanto que cuando había llegado la tan deseada tercero^ noche no podia dormir, y me acostaba cansa- dísimo, revolviéndome de un lado á otro, y escuchando cada cuarto de hora durante aquellas largas horas, el grito maldito de (c centinela alerta. » Abandoné pues mi profesorado fan- tástico, encontrando que para dormir, lo mejor era caminar lentamente y dejar mis pensamientos seguir el rumbo que les pareciese. Pero cuando me había debilitado mucho la lenta fiebre de que padecía (después de seis meses de prisión), no podia dormir ni aun con estas precauciones, y solia pasar toda ^ 150 - la noche paseándome, fatigado y gastado, pero incapaz y sin poder estar quicio ni por un momento. Algunas veces cuando veia el reflejo de la pálida luna en la pared del frente, cubriendo con su arjentina luz un costado del patio (me lo permitía una grieta de los postigos) y los viejos claustros mas lejanos todavía, que se divisaban apeaas en la sombra, me sentía próximo á perder el juicio ; tan grande y tan penoso era el contraste entre la calma y la belleza del esterior, con la sórdida miseria de mi cárcel. Mis colegas permanecieron presos tres meses, al cabo de los cuales, una buena mañana los pusieron en libertad. Ambos habían sufrido mucho. La salud del doctor Fox estaba muy quebrantada. La enfermedad del Dr. Rhind había hecho grandes progre- sos, y nunca se restableció del golpe que le ocasionó su arres- to ; vivió sin embargo por mas de doce meses, y murió tran- quilamente en su casa. Si dijera que vivió umversalmente estimado y murió lamentado por todos, no haría mas que repetir un dicho común, pero que en este caso espresa la pura verdad : era hombre que se hacia amigos sin pensarlo, y jamás perdió ninguno de los que conquistó. Mi criado vino con cara risueña á darme las noticias, esperando que mi liber- tad viniera en pos de la suya, sin pensar que me faltaban todavía ocho meses mas de sufrimientos. En el segundo patio se hallaban varios presos políticos, á quienes conocía mucho. Uno de ellos era el Sr. Gapdevila, arj entino, á quien vi pasar muchas veces por mi puerta ; había sido uno de los mas acaudalados comerciantes de la Asunción, y cuando estalló la guerra contra los aliados, permaneció en ella, pues supuso que siendo una persona tranquila ó inofensiva, escaparía á la persecución ; pero muy pronto lo enviaron preso á Humaitá sin otro motivo que el de ser argentino. Sin em- bargo, su esposa sobornó á Madame Lynch, que interpuso en su favor sus empeños, y con dos ó tres mas fué puesto en libertad. Compadeciendo á sus compatriotas que estaban toda- vía presos, les envió alimentos y ropa varias veces ; este acto de caridad fué considerado como una ofensa contra López y le — 151 — enviaron engrillado al.Colejio. Cerca de un mes después, vi llevar á este anciano, supongo que á la policía, y volver con dobles barras de grillos; le quitaron su catre de cuero y le hicieron acostarse en la tierra desnuda. Tres meses mas tarde pasó de nuevo, lenta y débilmente, y volvió algunas horas después con tres barras de fierro. Me divisó al pasar y en el acto de quitarse el sombrero tropezó y cayó en tierra. Lo piso- tearon brutalmente hasta que se puso de pié. La copa de amar- gura no estaba todavía llena : habia trascurrido un intervalo mas corto, cuando le sacaron nuevamente y como tardó algunas horas en volver, crei positivamente que habia sido puesto en libertad, pero imajínese cual sería mí pena y mí dolor, cuan- do le vi volver, tarde de la noche, en un estado mucho mas lamentable que cuando salió. Llevaba siempre las tres barras de grillos, que eran tan gruesas y largas que se bamboleaba bajo su peso ; empleó mas de media hora para cruzar el patio, pulgada por pulgada ; por último cayó en tierra y pasó por mí puerta arrastrándose en cuatro pies. A pesar de este largo martirio no murió hasta muchos meses después ! Pero había crueldades todavía mayores. Vi frecuentemente conducir á ese abominable patio, hombres bien vestidos, se- guidos de un grupo salvaje de policiales ; y sabiendo de lo que se trataba, me tapaba los oídos con los dedos ó metia la cabeza bajo la ropa de mi cama, para no oir los terribles gritos y jemidos de agonía, que tarde ó temprano me revelaban las crueldades infernales de los verdugos. Algunas veces oía los golpes, pero frecuentemente solo los llantos de las víctimas me indicaban hasta que punto se les atormentaba. Una tarde, un pobre individuo fué estaqueado— horizontalmente crucificado, bajo mi ventana. Nunca olvidaré lo que sufrí aquel día ima- ginándome sus espantosos sufrimientos al escucharle gemir unas veces, ahuUar otras frenéticamente, ó pedir piedad á sus verdugos. Después de atormentarlos asi por horas enteras los veía pasar unas veces con paso vacilante, y otras cargados por los sicarios que los conducían á sus calabozos, pálidos, sangrientos, y moribundos ; el espectáculo era desgarrador. Se me puede preguntar, si no formó jamás proyectos para — 152 ^ escaparme. La idea me occurrió á menudo, pero sabia que no tenia esperanza de lograr mi intento. No habiéndome además notificado mi .sentencia, cosa que sucedia allí á me- nudo, esperaba que cada ^lia seria el último, y que me veria libre á la mañana siguiente. A prim.era vista el escape pa- recía fácil. La puerta de mi calabozo estaba abierta de par oa par, el centinela á menudo no pasaba de ser una criatura, que apenas podia echar el fusil al hombro, y que con frecuencia dormia profundamente tendido en el umbral ; pero las paredes del patio eran altas, habia otro centinela en la estremídad dei zaguán, y la única salida era el cuerpo de guardia que estaba siempre lleno de jeníe. Pero suponiendo vencidas estas dificultades, no se lograba otra cosa que pasar de una prisión estrecha á otra mayor; iodo el pais era una inmensa jau- la, los aliados estaban á doscientos millas de distancia, el rio estaba cubierto de guardias y era imposible viajar por tierra. Mi trajej mi cutis, mi lenguaje, ó mi silencio, me hubieran traicionado en el acto, y no habria hablado con hijo de mujer que no me hubiera denunciado, porque asilo exigia irremedia- blemente su propia salvación. Me hubiera sido imposible hasta obtener ahraentos, y no podia ni pensarse, en cruzar á pió los fatales esteros en que abundan las culebras de cascabel y los leones ó atravesar las. pampas y colinas sin ser visto. Una prueba evidente de esLa verdad, es que no hubo un solo prisio- nero que lograra escaparse, y si se esceptuan unos guaicurús, no hubo quien lo intentase entre tantos centenares de presos. Dudo que el mismo Barón Frenk lo hubiera logrado. Creo que los centinelas deben haberme envidiado muchas veces, porque el arqueado zaguán en que hacian el servicio era estremadamenlo írio. A menudo se introducían de noche furtivamente en el mismo calabozo y se acostaban tiri- tando de frió, sin otro cobertor que sus tristes ponchos y un par de calzoncillos. Estando despierto algunas noches he oido llorar amargamente á los mas jóvenes, niños íalvez de doce y trece años de edad, que temblaban de frió y hambre ó de miedo al hallarse solos en la oscura bóveda. Vi una vez un muchacho rubio y bonito, que sostenía su fusil corneo si fuera — 153 — un palo, derramando abundantes lágrimas, y tratando de llo- rar silenciosamente, poro un profundo sollozo le agitaba do vez en cuando y le descubría. Le pregunté en voz baja lo que tenia. « Quiero irme á lo de mama, me contestó este la- crimoso héroe ; y tengo miedo de la oscuridad. » Pobre que- rubín, me decia á mí mismo, tú eres mas desgraciado que yo. Durante el dia pasaba constantemente mucha gente y veia á veces á algunos de mis antiguos enfermos caminando penosa- mente con una pierna de palo, y dirigiéndose talvez á los talleres, quo estaban en el fondo. Uno de ellos me saludaba siempre que podia hacerlo sin que lo vieran, ó espresaba su simpatía por una especie de pantomima, manifestando el apre- cio que me tenia de una manera tan escénírica, que debo refe- rirla. Vino desde Paso Pucú poco después de mi nombramien- to de cirujano ayudante y habia sufrido tonto, que tenia muy poca esperanza de poder salvarle ; era ademas loco, y lo habia sido hacia muchos años. Le hice alimentar bien, y después le amputé una pierna debajo de la rodilla, le saqué una bala de la cadera opuesta, y le cosí varias heridas en el cuerpo. Con gran sorpresa mia, sanó muy rápidamente, y se puso tan gordo y fresco, que nunca podia verle sin que mo causara risa, porque empingoratado en la pierna que le que- daba, parecía un enorme trompo ; y cada vez que pasaba por stt cama gritaba uChc-nesi-etó, taitayi (estoy muy bien, padre) y metia la cabeza debajo de su poncho para que no le examinara. Poco después de mi arresto fué enviado al Colegio para trabajar de zapatero. Una noche oí á alguien murmurar en voz baja á la puerta de mi calabozo, pero siendo muy débd la iuz do la linterna no podia decir quien era el que lo hacia ; algunas no- ches después ocurrió la misma cosa; me sentó en la cama para escuchar, y reconocí que era mi enfermo loco. El centinela estaba profundamente dormido, y él habia llegado arrastrán- dose hasta el umbral, donde arrodillado y con sus manos le- vantadas oraba por mi, «por su querido padre, el buen doc- tor» como me llamaba, rogando á la Virjen santísima, que me protegiera y salvara. La manera con que este infeliz espro- saba su gralilud y compasión me conmovió en estremo. - 154 - Perdí por último la salud ; una lenta fiebre me dejó tan postrado que mis carceleros se alarmaron temiendo matar- me sin orden; y Ortellado, médico paraguayo del hospital de San Francisco, fué enviado á verme. Le dije lo que necesi- taba; me contestó que nunca habia oido hablar de semejan- tes remedios, que solo podia recetar purgas y varias decoc- ciones de yerbas que rehusé tomar, prefiriendo morir de muerte natural ; él dio parte á López de que yo habia pedido drogas para envenenarme ! Afortunadamente recibí tres ó cuatro botellas de cognac, justamente cuando mas las nece- sitaba. Este regalo me fué enviado por mi buen amigo La- serre, destilador francés de la Asunción, y creo que á él, des- pués déla voluntad de Dios, debo mi salvación. Tenia la gar- ganta tan hinchada y relajada por la humedad de la prison, que no me atrevía á acostarme de miedo de sofocarme, y no tengo duda de que hubiera muerto á no ser por el cognac, que recibí tan oportunamente ; porque aunque sabia que ne- cesitaba tónicos, estaba tan enfermo y me habia puesto tan indeferente al ver burladas mis esperanzas, que dejaba cor- rer los dias sin decir á Tomás que me lo trajera. Es inútil prolongar esta parte de mi historia que es ya esce- sivamente larga. Permanecí encarcelado once meses sin ver jamás la luz del sol, ni salir una vez siquiera del calabozo, su- merjido en una oscuridad parcial ó completa y rodeado de una atmósfera fétida y de presos que morían incesantemente del cólera asiático. Salí de la prisión débil, enfermo, casi ciego y tan cambiado que mis mas íntimos amigos apenas me conocieron. En la tarde daÍ22 de Setiembre de 1867 se me presentó un sar- jento, y me dijo, que me aprontara para ir á ver al Mayor de Piaza; media hora después se me conducía á través del gran patio, á la misma hora en que lo habia pasado hacia tanto tiempo. El sol se habia puesto y se veían ya velas encendidas en los cuartos de los oficiales; pero aquella luz era demasiado fuerte para que la pudieran resistir mis ojos, y encandilado y bamboleante, dudando de la realidad de lo que veía, entré len- tamente en el cuerpo de guardia. Allí estaban reunidos todos los oficiales. Esperaban sin duda, verme pasar humillado y V % — 155 — descubierto como ellos lo acostumbraban ; pero si mi suposi- ción es cierta, se engañaron miserablemente. Con el Mayor de Plaza estaba el señor Ortellado, que me leyó la orden en que se me ponia en libertad, con la condición sin embargo, de que nosaliese del ejido del pueblo; de suerte que todavía no estaba del todo libre. La firmé, y entonces Gómez hizo una pausa, esperando evidentemente que espresara mis acciones de gracias al magnánimo Presidente. Pero me hubiera creido rebajado espresando uua gratitud que no sentia, y se pasmó de asombro cuando le dijo en pocas palabras, que me habían tratado injusta y cruelmente. Dicho esto salí del cuarto saludando á ambos muy fríamente. Me proporcionó cuatro sol- dados que me llevaran la cama y otros efectos; y como mi criado no había llegado y no sabia donde vivía el Dr. Rhind, fui á lo de Mr. Taylor, el arquitecto, que era la casa mas próxima. Guan- do entré, él y su familia cenaban con la puerta abierta. Llamó y pasé adelante. Apenas me vieron se levantaron asustados de la mesa, y tenían razón, porque yo mismo me asusté, cuando poco después me miré en el espejo. No es posible imajinarsc una figura mas espectral. Estaba descarnado y mortalmente piUído, parecía mas bien un cadáver que un ser viviente. Mié cabellos, que no había hecho cortar hacía trece meses, caían sobre mis hombros y se entretejían con mi barba ; ambos estaban comple- tamente grises, mientras que en mis ojos, cuyas pupilas se ha- blan dilatado enormemente en la oscuridatl, parecía haberse concentrado la vida que había desertado del resto de mi cuerpo. No era pues estraño que es[tantara, y que las criaturas queda- ran petrificadas de horror a! contemplaraie. Al principio no pude balbucear una sola palabra, tal era la ajitacion y la fatiga que me había producido el corto camino que habia hecho. Mr^ Taylor se levantó apresuradamente y me'dijo : i* —«i Qué quiere Vd. señor ?» *^" ¿^ — «Vamos Taylor, le dije, no me conoce Yd.?)^ — «Dios mió! exclamó, temblando ; seri'i Vd. el señor Mas-^ terman?» * Y los ojos se le inundaron de lágrimas al apretarme la mano. En efecto, todos estábamos tan conmovidos que la lástima *- 156 - que les inspiraba parecía hacer inoportunas las felicitaciones^ La noticia de mi libertad cundió rápidamente por el pueblo. El Dr. Rhind á quien faltaban palabras para espresar sa gozo, me llevó á su casa, y el ministro americano, el cónsul francés y un gran número de amigos estranjeros y nacionales vinieron á visitarme ó me mandaron felicitar por tenerme de nuevo entre ellos. Supe que el-Dr. Rhind y elDr. Fox continuaban á pesar suyo al servicio de López, y que el último habla sido enviado á Humaitá. No sabia que partido tomar. Me sentía inclinado á socorrer á los enfermos y á los heridos, pero al mismo tiempo me repugnaba servir á un hombre que me ha- bla tratado tan mal. Creí poder vencer todas las dificultades pidiendo licencia para ejercer mi profesión públicamente ; pero me encarpetaron ó rehusaron la solicitud, y dado este paso, no podia, como es natural, entrar de nuevo al servicio de la República. CAPÍTULO XIV. El cólera — La Carta de Mr. Washburn— ÍjA misión DE Mr. Gould— Estractos de su correspondencia. Supe que debia mi libertad álos buenos oficios del H. Garlos Ai Washburn, ministro de los Estados Unidos, que deseaba estu- viera yo presente cuando madame Washburn saliera de cuidado, y habia solicitado mi perdón con tanta perseverancia; que por fin lo habia obtenido, y cuando estuve libre me ofreció el puesto de cirujano privado, que me cambiaría en el de «cirujano de Legación» dado el caso en que el Gobierno Paraguayo se dispu- siera á molestarme. Acepté su oferta con mucho placer, por- que á pesar de que era solamente honorífico, creía me pusiera en el porvenir, á cubierto de toda persecución y me facilitara pronto alguna oportunidad para abandonar el pais, aun cuan- do no se terminara pronto la guerra como lo esperábamos y creíamos. - 157 - Encontré al ministro alojado en una gran casa en la plaza vieja de la Asunción, lugar bastante espacioso para servir de cuartel ; en efecto hubo época en que cincuenta personas vivían en ella cómodamente y encaso necesario habrían cabido otras tantas en los cuartos que habitábamos yó y el Secretario; ocupaba casi todo un costado de la plaza, tenia un espacioso jardin en el centro, un enorme aljibe, y almacenes capaces do contener inmensos depósitos. Solía andar mucho á caballo, pero dentro del ejido del pue- blo como debe suponerse, seguido y vijilado constantemente por ajentes de la po licía ; concluí también varios cuadros al óleo que habia empezado largo tiempo antes. El tiempo, que so deslizaba agradablemente, me pareció aun mas risueño cuando Mrs. Washburn y su niño necesitando cambiar de aire, se muda- ron á la quinta de Bedoya, en la Trinidad, á dos leguas del pueblo. La casa edificada y amueblada por el finado Presidente para su propia residencia, era hermosa ; después de su muerte tocó en la repartición de bienes á Doña Rafaela, su hija menor, que se casó mas tarde con D. Saturnino Bedoya, Colector General, puesto que significaba una especie de comisión gene- ral de obras, reasumida en solo hombre y almacenero en gefe. Obtuve con cierta dificultad permiso para ir alH á visitar á mis ^enfermos dos veces por semana, porque Mr. Washburn declaró que no aceptaría la invitación para ocupar la quinta sin que so me concediera el permiso. La señora Presidenta deseaba mucho que la ocupara, porque esperándose diariamente que los aliados avanzaran, sabia que su presencia, protegería su personay su propiedad. Resultó pues, que el pobre anciano Yice-Presidente, Sr. Sánchez, dio ordenes á los piquetes bajo su propia responsabilidad para que me dejasen pasar. Deseaba mucho servir ala señora Presidenta, madre del Mariscal, pero al mismo tiempo temblaba ala sola ideado ofen- derle, sabiendo que estaba tani ndígnado deque yó no quisiese volver á entrar al servicio de la República, que el señor Sánchez, que era un verdadero cero á la izquierda, no se atrevía ni á men- cionarle mi nombre ; hago esta insignificante observación sobre piimodo do proceder por la interpretación que se le (íió después. — 158 — Había presentado una solicitud en la debida forma, pidiendo permiso para ejercer mi profesión privadamente, y el Dr. ñhind apoyó calorosamente mi petición. Sin embargo fué recha- zada lo mismo que otra petición de los artesanos Ingleses, rogan- do que se me permitiera prestarles mis servicios profesionales á su propia costa. Debo observar que esta solicitud se firmó sin que yó lo supiera, y que solo tuve conocimiento de ella después de presentada. El Vicepresidente dijo que la recha- zaba porque yo me habia negado á servir á la República y que no habia asistido á Mrs. Washburn, aunque se me habia dado la libertad con este solo ñn. Al oir esto pedí á Mr. Washburn una nota que probara lo contrario, aloque se prestó inmediata- mente. (1) El cólera asiático habia aparecido en el Paraguay en el año de 1867, pero sus estragos se limitaron principalmente al ejer- cito. A principios del año siguiente, que en Sud América es la estación calorosa, estalló en la capital, haciendo horribles estra- gos. Al principio no salvaba ninguno de los atacados ; apenas los llevaban al hospital, se morían; la cuarta parte de la pobla- ción, que entonces consistía principalmente en niños y mujeres, perecía miserablemente. Muy luego lo tuvimos en la Legación; Basilio criado de Mr. Washburn fué atacado, y tuve la oportuídad de tratar un caso de la peor clase de cólera asiático, y la gran satisfacción de sa varíe. (1) Mr. G. T. Masterman. Querido Señor: — En contestación k su nota pidiéndome un certifi- cado que haga constar sus servicios á Mrs. Washburn, declaro que Vd. fué su médico durante toda su enfermedad; no solo digo esto, sino que Vd. se comportó satisfactoriamente, y que el Vice Presidente al declarar lo con- trario, debe haber sido mal informado. ' Muy respetuosamente su humilde servidor: (Firmado) Carlos A. Washburn. Legación de los Estados Unidos, Asunción iO de Mayo de i868: — 159 — Luché con grandes dificultades para llevar á cabo el trata- miento necesario, porque la madre, que era una vieja Payaguá, hizo todo lo que pudo para contrariarme. En el Paraguay hay una sola palabra para designar todas las enfermedades, y esta es la afiebre» , y no tienen sino una manera de tratarla, que es ja dieta, el hambre, los vomitivos y las purgas. Recuerdo to- davía el asombro de la mujer del pobre Mischkoffsky, que era paraguaya, cuando le di á su criatura, que se moria rápidamen- te de fiebre tifus, una copa de vino y le ordené continuara dán- dosele cuanto pudiera tragar, y ademas una dosis de extractum carnis. «Pero señor, me dijo agarrándome la mano, la criatu- ra tiene fiebre.» «La tiene en efecto, pero este es el régimen que debe seguir.» Solo pude inducirla á seguir este tratamien- to, que le pareció tan estraordinario, porque el curandero Ita- liano, que mataba á la criatura con el hambre y las purgas, le había dicho que morirla sin remedio; supe después, que te- nían ya preparado el cajón para el enfermo, porque en el Pa- raguay se entierra antes de las veinte y cuatro horas, y que estaba en el cuarto próximo. Sin embargo no lo ocupó. Si una mujer inteligente y de la mejor clase abrigaba estas ideas, debe imaginarse los obstáculos que me presentó la cabezuda india, que era ademas una vieja horrible, que tenia apenas cuatro pies de alto, arrugada, morena y con cara de bruja. Se subia en una- silla á la cabecera de Basilio, le miraba ansiosamente la cara, que no dejaba de tener un aspecto mortal y lanzaba los mas horrorosos ahullidos que pueden imaginarse. Pobre, le amaba apasionadamente, con ese feroz y celoso amor que las indias tienen por sus chicuelos ; ade- mas era su hijo único, y ella era viuda. Abrigaba, me parece, una vaga idea, de que yo hacia esperimentos en la persona de su hijo, y que mis remedios eran malditos y venenosos, y de ahí provenia su desconfianza. Durante el restablecimiento de Basilio, mi amigo Mr. Las- sere fué atacado por el flajelo. Deseaba mucho asistirle, pero el riesgo era grande porque la policía me vigilaba tan de cerca, que apenas me atrevía á salir de la legación. Sin embar- go debía tanto á él y á su generosa familia, por las atenciones — 160 - que me prestaron cuando esíaba preso, que me creía en el deber de ayudarlo en aquel trance, y lo hice. El caso era también gravísimo y no podía abandonarlo un solo momento. En la tarde del segundo dia me hallaba completamente aniquilado por la falta de reposo y la ansiedad, pues se habían enfermado dos miembros mas de la familia, cuando equivoca- damente vino el Mayor- Manlove á decirme, que les agentes de policía estaban en la calle esperando á que saliera para arrestarme, y que yo no debía dejar la casa hasta que estuvie- ra de vuelta Mr. Washburn, que entonces se bailaba ausente. Madama Lassere, que no comprendía bien lo que pasaba, cre- yó al verme contrariado, que su marido era hombre perdido, se puso casi fuera de si, á pesar de todo lo que le dije para darle ánimo y por último se desmayó. Volvía á la cabecera del enfermo, cuando entró apresura- damente un criado escoces del Sr. Washburn, diciéndome que Basilio estaba muerto, que él creía que todos los demás se habían vuelto locos, y que debía trasladarme inmediatamente á la Legación. Fui ; la alarma por la policía era falsa, pero convine completamente en la opinión del sirviente cuando entré en el patio, porque reinaba en él un alboroto indescrip- tible. Había una multitud de mujeres indígenas al rededor de la cama de Basilio, abultando por el muerto, y se distinguían sobre todos, los alaridos de la madre.—Mrs. Washburn aterro- rizada estaba en el corredor llorando, y con la criatura en los brazos preguntaba en vano lo que había sucedido : Hice vol- ver á la cama á Mrs. Washburn, y cuando puse término al albo- roto descubrí, como lo esperaba, que BasíHo no solo no estaba muerto, sino que ni había probabilidades de que muriera. So había levantado de la cama á pesar de mis órdenes, se había caído de debilidad y habiéndose golpeado la cabeza contra una silla, yacía aparentemente exánime. Su madre, que era una espía de la policía, acababa de volver del departamento y le encontró en el estado que acabo de descríbrír. Se ílguró en el acto que estaba muerto, y reunió inmediatamente á todas las mujeres que pudo encontrar para ahullar sobre sus restos, y hé ^quí el origen del tumulto. — 161 — Poco después tuve oportunidad de castigarla; jantj un gran número de cuellos de papel sucios, y undia en que me ro- gaba le diera la ocasión de mostrarme su gratitud por el restable- cimiento de Basilio, se los di, ordenándola que los lavase cuido- samente y me seaté en la puerta para ver en qué paraba la farsa. Trajo una gran batea con agua, y sentándose sobre los talones, en el césped del patio, empezó á lavarlos vigorosamente. Nunca olvidaré la espresion de su cara cuando contempló atónita y aterrorizada la masa de andrajos cu que se le convirtieron al res- tregarlos en sus manos. Se levantó lentamente y con la boca y los ojos desmesuradamente abiertos, me trajo temblando los fragmentos. Traté en vano de permanecer serio y por último soltó la carcajada ; me echó una furibunda mirada, se marchó furiosa, volteó la batea de una patada, y afortunadamente no rae habló durante mas de un mes. M. Lassere mejoró, lo mismo que su hermano, y un criado cuyo ataque habia sido benigno ; pero hubiera sido preferible que todos hubieran muerto, porque algunos meses después fueron arrestados y enviados á San Fernando como cómplices en aquella célebre conspiración, que no tuvo ni siquiera visos de verdad; miserable invención, que causó la muerte de tanta gente inocente ; y la pobre madame Lassere, mujer joven, simpática y notablemente inteligente quedó huérfana y viuda —su padre, marido, y hermano fueron fusilados. Se ligaba con este caso un pequeño incidente que mostraba cuan inútil era toda tentativa de ocultación. Mr. Lassere sufria mucho de calambres durante el ataque, y muchos de sus paisanos entraron para darle frotaciones. Uno de ellos, carpintero de oficio, le frotó de tal manera, que casi le dejó desollado. Algunos dias después la señora Presidenta vino á visitar al Ministro y le fui presentado. Tuvimos una larga conversación, y me dijo: «Oh Sr. Doctor, es cierto que el carpintero grande dejó casi desollado á D. Narciso ? » Me quedé asombrado, pero le contesté reservadamente, «puede ser señora, porque fué el Dr. Rhind quien le asistió. Lo que era la verdad ; porque aunque estaba entonces muy enfermo para trabajar, permaneció en la casa algunas horas y me prestó grandes servicios con sus consejos. n — 162 — Cuando me soltaron del colejio, deseaba muchísimo saber lo que se habia hecho durante mi ausencia. Supe que muchos amigos mios habían muerto, pero si se esceptúa la vuelta de Mr. Washburn, no se notaba gran cambio en el estado de las cosas. Los aliados no hablan hecho otra cosa que bom- bardear á Humaitá á grandes distancias, y el fin de la guerra parecía tan distante como antes. El Ministro tuvo muchos inconvenientes para volver al Paraguay ; por lo pronto los bra- zileros se negaron á dejar pasar la « Wasp » cañonera desti- nada para llevar aguas arriba á S, E. y su familia y se le detuvo en Corrientes por mas de seis meses. Mientras permanecía allí visitó el campamento de los aliados y fué recibido de una manera muy lisonjera por el Presidente Mitre. El Marqués de Gaxias le mandó decir, que estando detenido por las fuerzas imperiales era enterameníe justo que el Brasil sufragara sus gastos, declarándole que tenia una gran suma rá su disposi- ción. Este paso se dio sin duda con intenciones de sobor- narle. Mr. Washburn rehusó sin embargo el ofrecimiento, y en un despacho dirigido al Almirante Ignacio, significó su inten- ción de forzar el bloqueo. Algunos dias después la «Wasp» pasó á todo vapor por medio de la escuadra, la que, contra lo que podia esperarse, no le presentó obstáculo alguno, dicien- do cortcsmente el Almirante, que no les convenia tener disi- dencia con sus buenos amigos los norte americanos. Mr. Washburn presentó á López los documentos que lo acre- ditaban Ministro residente (tenia antes el puesto de comisio- Bado de los Estados Unidos en el Paraguay) é inmediatamente se ofreció como mediador entre las partes contendentes. López se aferró con rara tenacidad á sus antiguas condi- ciones, pero por via de concesión se dispuso á trasladarse á Europa por dos ó tres años, cosa que los aliados no quisieron ni oir. A causa de esto Mr. Washburn con muy poco tino, se constituyó en su defensor, y conociendo perfectamente el carácter del individuo y las horrorosas atrocidades que habia cometido, escribió un despacho al Ministro brasilero, que pu- l>licó en el «Semanario,» en el cual le preguntaba que pen- sarian los brasileros si el mariscal López, por preliminar — 163 - (le iin.T tregua, pidióse In nbdicacion dol Emperador. Fslo no pasaba cicitaniunle de una pura charla; sabíalo que habia dado origen á la guerra, como se había hecho, y la inútil re- sistencia de los paraguayos. Sabia también, qnc la renuncia do I.opez le pondría ínmedíalomanle término, y que si sus palabras merecían alguna fé, si verdaderamente peleaba solo por el honor y gloria de su pueblo, debía sacrificar contento su poder y su posición por el bienestar de su patria. Sabia ademas, que López solo habría quedado plenamente satisfecho cuando la po- blación hubiera sido destruida (si se esceplúa el número sufi- ciente para labrar el país y convertirlo en una enorme estancia suya) con tal que pudiera siempre dominarla. Esto no es un vano palabrerío : mucho antes de la guerra, ordenó que se depositase en sus manos los títulos de todas las grandes pro- piedades y de las fincas de todos los presos políticos, de todos los desertores, verdaderos ó imaginarios, y en muchos casos, bástalos de sus parientes fueron confiscad o.^ en favor del Esta- do, es decir, de él mismo. To Jos los títulos que no estaban en la forn^a debida eran destruidos, y la propiedad volvía al «Estado.» Puedo juzgarse la manera como se les juzgaba por la siguiente anécdota, de cuya autenticidad puedo dar fé : I). Carlos López deseaba comprar alguna finca que pertenecía á una acaudalada familia que vivia en la calle Comercio, poro esta no quería venderla, mas se le ordenó que enviara los títulos de la casa que ocupaba para verificarlos. Se los entregaron á un juez de paz, el que informó que estaban inmejorables. El Pre- sidente le dijo bruscamente que se mandase mudar, y hacien- do llamar cá otro juez, le dijo : «di estos títulos al juez fulano para que los examinase y el imbécil contesta conforme; examí- nelos minuciosamente y dígame si lo están.» Es inútil añadir que el dueño, á quien conocía mucho, permaneció muy poco tiempo en posesión de su casa, la que entregó tranquilamente al que la codiciaba. Ademas, este despacho del Sr. Warhburn hizo mucho daño, porque el público europeo, que no podía tener informes de fuente segura sobre el estado verdadero de los negocios públi- cos en los pueblos del Plata, y en quien, como es natural, des- — 164 - pertaba mucha simpitia una perjuoña república hoslilizafJa aparcntemenlo por dos mayores, aliadas con ol imperio del Brasil, creyó que un hombre abicrtamenlc apoyado por el ministro americano, debía sostener una causa justa, y qi;c las horrorosas historias de sus crueldades, que llegaban de vez en cuando á sus oídos, debían sor inventadas ó extraordinaria • mente exageradas. Sin embargo, este documento no tuvo re - sultado práclíco y el distinguido amigo del Paroguag y la Li- bertad fué pronto olvidado por el «Semanario». En el mes de Agosto de 1867 Mr. Gould, encargado de Negocios de S. M. B., fué al Paraguay con el objeto de obícner la libertad de muchos subditos bri (añicos, que en aquella épo- ca podían considerarse como verdaderos prisioneros de López. No logró su objeto pues solo obtuvo la libertad de tres viudas y de sus cinco hijos. Pero me es satisfacíorio decir, que no se dejó engañar por la adulación ni las mentiras de López; y cuando sus cartas fueron publicadas por órdenes del ministerio de relaciones esteriores, se dio al mundo por primera vez una verídica y clara historia del estado exacto de aquellos asuntos. Estas notas son tan gráficas y vienen tan a propósito para con- firmar mis propias declaraciones, que doy los siguientes es- tractos : «Cuartel General, Paso Pucíi, 22 de Agosto de 1867. «La misma tarde de mi llegada (el 18 del corriente) fui informado que S. E. me recibiría en audiencia privada, y tuve el honor de pasar un par de hoFas con el Presidente, quien me recibió de una manera cordial y franca. «Después de recordarme que la entrevista no era oficial, y de preguntarme el objeto de mi visita á su campamento, S. E. dijo, que sentía profundamente que me hubiera encargado de semejante misión, puesto que en vista de las circunstancias no podía de ninguna manera pasarse sin los servicios de los subditos británicos en el Paraguay, que eran todos empleados suyos, y estaban obligados por contratos. S. E. añadió además, que no podia permitir á lo3 estranjeros que salieran del país en aquellos momentos, ni aunque volviesen del campamento á — 165 — la capital. Si concediera licencia á uno, observó S. E., es mas que probable que tocios los demás qucrrian seguir el ejem- plo. Por eso era que se habia visto obligado á rehus?,r una petición, urjeníe y reservada que M. Wasbburn, ministro de los Estados Unidos en la Asunción, le habia dirijido en favor de un ciudadano americano.» Este ciudadano era el mayor Man- lovc. « A consecuencia de es!o el Sr. Berges, su ministro de Rela- ciones Exteriores acababa de notificar al público, que en el es- tado actual y en las circunstancias críticas porque el país pa- sa, no se dará licencia á ningún cstranjero para salir del país.» Este aviso era tan reciente, que solo se publicó cuando Borgcs recibió la nota del Sr„ Buckley Mathcw declarando que el objeto do la visita de Mr. Gould '-era facilitar la salida de los subditos británicos que desearan partir del Paraguay." "S. E. habló estensamente sobre la preferencia que en todo tiempo habia mostrado por los ingleses, á quienes habia em- pleado siempre esclusivamente, y sobre los grandes benefi- cios que habia hecho á algunos." Nunca pude averiguar cua- les fueran estos beneficios, ano ser, la condecoración de la "Or- den del mérito" que otorgó al Dr. Stewart y á algunos otros, y el permiso que dio al Dr. Ilhind para casarse en el país: no hay para que hablar de nuestros sueldos, de los que nos quita- ban el cuarenta por ciento, "S. E. me aseguró también, que ninguno de ellos tenia el menor motivo de queja; por el contrario todos, hasta el último, estaban enteramente contentos y eran felices. Ninguno de ellos, alo menos que él lo supiera, deseaba partir, y todos te- nían compromisos que cumplían con entera satisfacción. Que me proporcionaría todas las oportunidades que deseara para conversar con los pocos subditos británicos que estaban en el campamento, los que corroborarían todo cuanto habia dicho. " Poro, cuál es la verdad de esto? Sí se esceplúan dos ó tres individuos, todos los demás habíamos cumplido nuestros contra- tos hacía mucho tiempo y deseábamos ardientemente salir del país, pero no nos atrevíamos á decirlo. Mr. Gould era rigorosa- mente espiado y «los pocos subditos ingleses del campamento» — 16G — tenían miedo de que los vieran hablar con él ; en la mañana Bígulonle ala enlicvisla, [^opez mandó llamar al Dr. Slewait, y le dijo : "Cuidado con que yo sepa que algún ingles diga que quiere salir del país !" Solo ios que conocen á López pueden penetrarse dd valor verdadero de eslas palabras. "S. E. pasó á quejarse de la poca simpatía que el gobierno de S. M. D. mostraba para la causa paraguaya ; habló de su deseo de estrechar las relaciones de los dos países, del modo equívoco con que lo.s ingleses interpretaban su política; y por último de la violación de las leyes ¿C }a neutralidad hecha por el gobierno de S. M. durante la presente guerra. ^^J^ ^1"^ P^"^ desgiacia él no tenia quien defendiera su causa, porque su CO' muuicacion con el mundo estaba completamente corlada. Que creia que el gobierno de S. M. obraba deslealmente exijiendo que entregara los pocos subditos británicos que tenia á su ser- vicio (no para pelear); mientras parecía, no hacer caso de los empréstitos, buques y armas, obtenidas por sus enemigos en Inglaterra y de los centenares de ingleses que peleaban en sus ñ!as contra él. "En cuanto al despacho dirijido por V. (Mr. Buckley Mathew) á su ministro de Relaciones Esteriores, S. E. declaró, que no podia esperar que le diera el valor de un documento oficial por cuanto todavía no le habia presentado sus credenciales, lo que solo es permitido hacer personalmente. Por estas razo- nes se consideraba plenamente justificado, rehusándose á es- cuchar toda demanda, que se me ordenara hacer en favor de los subditos británicos en el i^araguay, en vista de que no me hallaba munido tle ninguna comunicación directa del go- bierno d(; S. M. b. para el del Paraguay." Mr. Gould no tenia fuerza armada para apoyar su demanda, ni aun el derecho de hacerlo. "Sin embargo, para probar lo ostrcmadamente deseoso que es;aba de ponerse de acuerdo con el gobierno de S. M. di- simulaiia las informalidades diplomáticas, y procuraría hacer alguna c-.>ncesion estraordinaria en su favor, siempre que uo perjuLÍic.ira á su situación, que se había hecho sumamente de- licada con respecto á los poderes neutrales desde la publicación del aviso arriba mencionado, — 167 — «S. E. concluyó haciéndüme algunos finos cumplimientos, y diciéndome que era tal la simpatía que me profesaba, que por molivos puramente personales deseada ver terminada mi mi- sión satisfacloriamente.» No se puede menos que admirar la habilidad que López desplegó en esa entrevista ; (el astuto salvaje se mostró casi enteramente á la altura de su antagonisía, atado como lo estaba por el temor de perjudicar á las personas á quienes teníala misión de salvar, con una observación intempestiva que descubriera la verdad de los hechos,) y la viveza con que quiere hacer aparecer la entrega de las tres viudas y sus hijos como una prueba de sus amistosos sentimientos para con la Inglaterra y un cumplimiento para Mr. Gould, quien continúa: «Empecé tratando de convencer al Presidente, que mi misión no era quejarme del tratamiento de los subditos británicos en el Paraguay, sino sencillamente pedirle que permitiese á los que deseaban salir del Paraguay, que aprovecharan para ha- cerlo los medios que el gobierno de S, M. B. ponia á su dis- posición. Añadí, que esta amistosa demanda se fundaba en un verdadero principio de derecho internacional, y que una ne- gativa de su parte sería no solamente impolítica sino también inhumana. Si estós subditos británicos fueran, como él lo iccia, felices y estuvieran contentos, el número de los que deseasen partir sería tan insignificante, que su falta no perju- dicaría en nada á su gobierno, y que por el contrario atraería á su causa con este pequeño sacrificio, no solo al gobierno de S. M. sino la opinión pública del Reino Unido, que se habia preocupado mucho de estos individuos. Que por la llegada de la cañonera de S. M. los ingleses se hallaban en un caso escep- cional, que hacia inaplicable la notificación á que se referia. Yo no queria poner en duda las aserciones de S. E., pero tenia muchas razones para creer, que los contratos de la mayor parte de mis paisanos hablan espirado hacia mucho tiempo, y que por lo menos algunos, deseaban volver á su patria. Que yo no procuraría sinembargo averiguar sus verdaderos sen- timientos sobre la cuestión, hasta que S. E. permitiera que saliesen del país. Haciéndolo no habria hecho mas que colo- carlos en una falsa y diücil posición. — 168 - «Concluí asegurando á S. E. que por medio de vd. llamaría la atención de S. M. sobre los diversos motivos ae quejas que se había creído en el derecho de manifestarme ; me compro- metí ademas á participarle á vd. la peculiar y crítica posición en que se hallaba. «El Paraguay hace muchos años ha empleado casiesclusi' vamente á ingleses. El servicio médico de su ejército eslá conüado á cuatro cirujanos y un boticario ingleses. Las obras de los arsenales son ejecutadas por injenieros y artesanos ingleses. Los maquinistas de los vapores son ingleses. Su ferro-carril, muchos de los edificios públicos y el formidable sistema de obras defensivas que por tan largo tiempo han puesto á raya los ejércitos aliados, han sido levantados bajo la dirección de tres injenieros civiles ingleses.» Esta última declaración no es enteramente exacta: las baterías de la costa fueron levantadas por el capitán Morice de la marina Real que dejó al Paraguay antes de mi llegada, y por el coro- nel Weisner, austríaco. Las nuevas obras fueron trazadas por este último y por el Sr. (ahora teniente coronel) Thompson, que era injeniero civil y el único ingles que se puso al ser- vicio militar de López durante la guerra. «En fin, sus minas están esplotadas bajo la dirección de un injeniero inglés de minas. Se debe príncipalmente á los es- fuerzos de este puñado de ingleses el que el Paraguay, reducido á sus propios y escasos recursos, haya podido hasta aquí, bajo la dirección del Presidente López, prolongar la desesperada lucha que emprodió hace mas de dos años. De aquí pro- viene la repugnancia de S. E. para deshacerse do personas cuyos servicios no tienen precio, y á quienes en vista de las circunstancias no tendría esperanza de reemplazar.» «En una entrevista posterior, el Presidente López me dijo, que en ausencia de su ministro de Relaciones Esteriores, que estaba en la Asunción y por las dificultades de comunicarse con la capital, prefería que me quedara en el cuartel general, y que en seguida nombraría á su secretario, para que me en- tendiera con él oficialmente. Agregando, que si yo persistía en llevar acabo mis instrucciones al pié de la letra, se hallaría en — 169 — la penosa necesidad de cortar inmediatamente toda negocia- ción. Que, sin embargo, si yo me declaraba satisfecho con la entrega de las mujeres y las criaturas á quienes estaba dis- puesto á entregar, por motivos de humanidad, y esponía al gobierno de S.M., que esta érala única concesión, que so hallaba dispuesto á hacer en aquel momento, permitiría que salieran del país, con tal que se tomaran las medidas conve- nientes para impedir se pusieran en comunicación con el enemigo, por el daño que esto podría ocasionarle. «Acepté en parte sus términos, observándole sin embargo, que yo personalmente no podia garantir que el gobierno do S. M. se contentara con aquellas medidas parciales ; pero que creía que el paso que daba disminuida en mucho la des- favorable impresión que produciría una absoluta negativa. «He resuelto proceder con suma circunspección ; y si por último encuentro imposible obtener la libertad de las personas, que se me ha comisionado sacar del país, aceptaré el ofreci- miento do S. E. librando la cuestión al juicio del gobierno de S. M. que decidirá sobre los medios mas adecuados para obte- ner la salvación de los subditos británicos que todavía perma- necen en el Paraguay. Con este objeto no apresuraré las nego- ciaciones por cuanto, á pesar del peligro y de las incomodidades personales á (jue me espongo, tengo la convicción íntima de' que mis compatriotas so hallan comparativamente seguros mientras yo permanezca á su lado. » Mr. Gould recibió entonces una nota del jeneral Barrios, ministro de guerra y marina, en la que se le decía, que el ma- yor Caminos había sido nombrado para tratar con él oficial- mente, y que las negociaciones debían hacerse por escrito.- Abrió las comunicaciones en francés ; sabiendo que el secreta- rio no pasaba de un cero, y que trataba en realidad con Ló- pez que hablaba muy bien aquel idioma. — Mr. Gould continúa diciendo : «Antes de contestar mi nota el Presidente manifes- tó el deseo de verme.» Mr. Gould, sin embargo, estaba indis- puesto y pasaron varios días antes que pudiera visitarlo ; en- tonces, «en presencia del Sr. Caminos leyó la nota, y me lla- mó amistosamente la alencion sobre lo que él consideraba un — 170 — error de gramálica y que yó corregí de buena gana. Entonces empezó haciendo otra importante alteración, pero no me ma- nifestó dispuesto á aceptarla ; por último, convine en que me volviera la nota para meditarla de nuevo, con el fin de evitar que el asunto terminara en una discusión desagradable, que ante todo rae convenía esquivar. S. E. llegó á proponerme, que cambiara la redacción de la nota hasta el punto de patentizar, que el gobierno de S. M. B. nótenla otro objeto al mandar la «Doterel» al Paraguay, que facilitar la salida de las pocas mujeres inglesas que S. E. estaba dispuesto á entregar. Convine en que estas mujeres tenían indudablemente prio- ridad de derecho, y que el gobierno de S. M. reconocería con gratitud la escepcion que se hacia en su favor ; pero que esta concesión no destruía en lo mas mínimo el derecho, que tenían los demás ingleses que habitaban en sus dominios, ala consi- deración de su propio gobierno. Sin embargo, le dije que su propuesta seria asunto de madura reflexión, pero que temía que mis instrucciones me pusieran en el caso de no poder aceptarla. «Al día siguiente entregué de nuevo al Sr. Caminos la nota ya mencionada después de sustituir las palabras ensurtout por eti outre, á principios de la frase que se refiere directamente á las inglesas detenidas en el Paraguay » quedando así: «fn ou- tre (et surtout) il y á des femmes et des veuves d'anglais chargées d'enfants, qui ne doivent continuar d *"' eigí- sans but esposées aux perüs de la Quc'^'^' ^ Esta nota lue "^Iguida ¿q otras varías, pero como era de es- ^trárse, no tuvieron ningún resultado. Mr. Gould dice : «las únicas observaciones que me atreveré á hacer respecto de la nota del Sr. Caminos con fecha 23 de Agosto son las siguientes ; que evita completamente la cuestión principal, primero, pro- curando demostrar plausiblemente que no hay subditos britá- nicos en el Paraguay que deseen abandonarlo; segundo, que no cree oportuno darles la ocasión para espresar sus deseos so- bre el asunto ; tercero, que aunque sienta decirlo, sabe muy bien, que varios no hacen misterio de sus deseos de salir del - 171 ^ pais, de lo que se juslíQca hssta cierto puDto sosteniendo, que ninguno de ellos había solicitado oficialoaente pernaiso para partir, y agregaba por últiaio, que sea lo que fuera de todo esto, no se le permitiiia salir á ninguno, p aConvendria talvez, antes de penetrar en el fondo de la cuestión, hacerle presente la peculiar posición que ocupan los subditos británicos en esta remota República. Todos están, creo que con una sola escepcion, al servicio del gobierno. » De- biera haber dicho con la escepcion de tres personas. « Los contratos que se hicieron en Inglaterra, se renovaron nueva- mente en el pais; pero la mayor parte de estos contratos han espirado el principio de la guerra. Es por esta razón que muchos que no podían partir, cuando la Dotorel subió anteriormente, podrían querer retí iar.se ahora, que estaban libres de compro- misos. Ademas, la permanencia de la cañonera fué corla y el oij'"'^ ^^^ ^'^J® ^^ ^"^ sabido de todos. Por lo jeneral loi flubditos británico: ^^n sido bien tratados por el Presidente, y aun hoy reciben sus sueldo^ 22'' regularidad. Sin embargo, por una parte sufren una pérdida de cuareiu* ?^^' ciento por la depreciación del papel moneda en que se les paga la muíxyx ^^ sus sueldo», mientras que por otra, ti«nen que pagar pre- eios exhorbitantes por todo lo que necesitan, á consecuencia del rigoroso bloqueo que hace dos años ha cortado completamen- te toda comunicación entre el Paraguay y los demás países del globo. El Presidente López los trata como lo haría con la mejor clase de sus subditos; es decir, no les tiene ninguna consideración, y los ocupidela manera que se le antoja, sin que ellos se atrevan á manifestar su desagrado. De esta mane- ra puede decir, sin peligro de que le contradigan, que jamás ha violentado á nadie, porque aponas les comunican sus deseos, se apresuran á complacerle al parecer de buena gana. Por otra parte, el temor de disgustarle es tan grande, que no se atreve- rían á hacerle la menor indicación, porque no solo no serian atendidos, sino que la menor imprudencia podría acarrearles las mas graves consecuencias. «El caso del Sr. Henríqje Valpy es el mas injustiflcablede todos. Esto caballero es ingeniero civil, y vino espresamente — 172 — íle Inglaterra con el Sr. Burrel para construir un ferro-carril. El contrato del Sr. Valpy aunque se renovó, ha ícrminado hace mucho, tiempo, y las obras del ferro carril, están suspen- didas á consecuencia de la guerra. Esle caballero fué invi- tado á ponerse al servicio militar de la república, pero tuvo la resolución suficienle para no prestarse y ofreció renunciar á s,u sueldo puesto que su empleo estaba suspendido de hecho.- Sin embargo el Presidente se empeñó en que percibiera medio sueldo, y desde entonces ha hecho lo que ha podido por el bien general, cu la Asunción. Ahora diez meses, lo llamaron á casa del gobierno en donde se le dijo, que se preparara para mar- char al campamento. Se opuso, pero se le informó que aquella era la voluntad del Presidente y que por lo tanto tendría que obedecer. Al llegar al campamento, S. E. le regaló una espada y leordenó que pidiera un uniforme,ápesardchaberlemanifes: tado que no podia aceptar coacienz;]damente el servicio militar. Se ha resistido siempre á ponerse el uniforme, y sus quehace- res se redujeron á levantar planos en la retaguardia; pero á pesar de esto muchas bombas han reventado á su alrededor. So le vigila casi conio á un [uásionero ; esta resistencia pasiva y el. haber manifestado por mi conducto, sus deseos de salir. del país, han exasperado tanto al Presidente, que tengo muchos motivos para temer por su vida. Para perjudicarle, es bastante según creo, que so haya visto frecuentemente conmigo. «El señor cirujano Fox tiene también grandes deseos do partir. No lo obliga ningún contrato, ni aun siquiera un com- promiso verbal, y además su salud está muy quebrantada. Hablé sobre él á López, como incidentalmente, para no com- prometerle. «Otro lanío habrían hecho ca^i todos, pero temiendo las consecuencias, se abstuvieron prudentemente de espresar sus íntimos deseos sobre este punto. El presidente López me dijo incautamente que tenia perfecto derecho para tratar á los ingleses á su servicio, (sin embargo de no permitirles retirarse) de la misma manera que traía á sus propios subditos. Se en- carcela á los empleados del arsenal por las mas insignificantes faltas y se les manda, á bordo de los vapores, donde sufren ^. 173 — trp.bajos forzados y se csponcn conlinuamcnle al fuego de los encorazados brasileros anclados debajo de 'Humailá, «2«/ es el terror que inspira el Presidente López, que temiendo que pudiera atribuirse d los ¿úhdilcs ingleses del campamento, los informes que tenia, no mencione el caso de un jói' en boticario inglés, que por alguna insignipicanie [alta se Iial/a preso en la capital hace onas de nuevo meses. Ilasla principios de la pre- sente guerra, la posición de los subditos británicos en el Para- guay era muy buena ; pero desde entonces ha cambiado totalmente, como me parece queda ya demostrado, y temo que su actual estado pueda llegar á;-cr mas crí'ico toJavia.» El pá- rrafo con leti'as itálicas se refiero á mí mismo. Termina Mr. Gould : «Durante mi prolongada permanencia en este campa- mento, mis desgraciados compatriolas se han hallailo por for- tuna, comparativamente seguros, aunque mi posición era á. la vez estremadamente desagradable y no exenta de peligros. Todo el campamento está hoy dia mas ó menos á tiro del cañón enemigo, y la ferocidad del Presidente López es tal que me previnieron onuchas veces, que estuviera muy en (juardia en nuestras entrevistas. ^y Mr. Gould partió llevando consigo las mujeres y criaiuras, de que se ha hecho mención; pero á pesar de su esposicion sobre las violencias de López y de la peligrosa situación en que quedaban nuestros compatriotas, poco ó nada se hizo para socorrerlos. Una cañonera, es cierto, se presentó dos veces en las aguas del Paraguay para repetir la farsa de pedir la libertad de los subditos británicos ; la primera demanda tuvo por contestación, que nadie deseaba salir del país y un capataz del arsenal fué á bordo para dar fe de esta verdad, pero Mr. Nesbit, que es la persona en cuestión, habia dejado en rehenes á su esposa yá sus hijos en manos de López. La segunda vez lograron sacar á Mr. Fox, que estaba entonces tan enfermo que naturalmente no podia cumplir con sus deberes profesio- nales; y me parece también, que se envió aguas arriba una tercera cañonera después de la fuga de López á las cordilleras, la; que se volvió como habia subido. Otra nota de Mr. Gould con fecha 16 de Setiembre de 1867 — 174 - merece citarse, porque patentiza la astucia de López; dice en ella, que considerando inútil conlinuar las negociaciones resolvió parlir; y agrega: «e' estado de mi salud era tan malo, que necesitaba un cambio inmediato de aire, y alarmó seriamente á los médicos ingleses del campamento, los quo me prodigaron las mas finas atenciones, esponiéndose por esto á peligros de gravedad. aCon gran sorpresa mia, el teniente comandante Michell, acompañado de los tres ayudantes del Presidente, se presentó repentinamente en el campamento estando ya muy avanzado el dia. Me informó, que Iiabia pasado una hora solo con S. E, quien le habia tratado con suma bondad y condescendencia (!) preguntándole lo que pasaba por el mundo y en el campa- mento vecino. Este fué el primer aviso que recibí de la llegada déla cañonera, aunque Gurupaity está en comunicación con Paso-Pucú por medio de una línea telegráfica. Apenas el co- mandante Michell me habia dejado para volver al Cuartel General, llegó un soldado trayendo un caballo de la brida, pero me hice el que no comprendía la indicación, hasta que el Presi- dente me significase como se debía, que podia reembarcarme cuando quisiese. Poco después me mandó dos oficiales que me acompañasen, y entonces me puse en marcha para Guru- paíty ; allí me detuvieron una hora larga esperando al coman- dante Michell y su séquito. «Mientras permanecia allí, los encorazados brasileros ancla- dos debajo de Humailá, lanzaron en mi dirección dos ó tres bombas, una de ellas al esplotar cubrió de arena al coman- dante Michell. Este error, que los brasileros no hicieron in- tencionalmente, solo puede atribuirse á que, por una razón que no me esplico del todo, se arrió la bandera inglesa en Curupaity mucho antes de que el comandante Michell y yo nos hubiéramos embarcado. A causa de estas demoras la ca- ñonera inglesa no pudo volver antes de anochecer á su antiguo fondeadero á retaguardia de la escuadra brasilera, enfrente de Curuzú. » Me hubiera gustado mucho tener la oportunidad de oír sin ser visto, la amable y familiar conversación que Lopfjz tuvo - 175 ~ con el valiente y ngradecido comandante ; imagino que debía pertenecer »i esa especie de averignaciones^que se espresan panto- mímicamente,imitando con el brazo el movimienlo aspiratorio de una bomba imaginaria, y que debió servir por mucho tiempo á Mrs. Lynch de escelente materia prima para los chistes y gra- cias, con que solia amenizar sus postres y sus vinos. No cabe duda que la bandera inglesa se arreó por orden de López. Mr. Gould, tratando de llevar á cabo sus instrucciones habia desplegado una obstinación muy importuna, y sehabia cerciorado de algunas verdades, que convenia mucho ocultar al mundo; por eso es que esperaba, que una bomba brasilera le tapase la boca para siempre, y yá se ha visto cuan poco faltó para que lograra su intento. En la no!a del i O, iba incluso el siguiente notable sumario de los informes que Mr. Gould habia podido recoger: — «Desde el principio de esta larga guerra, no se ha sabido nada seguro sobre el estado actual del pais. Aunque las oportunidades de averiguar el verdadero estado de las cosas han sido sumamen- te escasas desde mi llegada, sin embargo he logrado reunir informes de mucho interés. «Todo el pais está arruinado, y poco falta para que quede enteramente despoblado. Se embarga todo para el uso del gobierno. El ganado de la mayor parte de las eslancias ha desaparecido del todo. Se han llevado todos los caballos y hasta las yeguas. Los esclavos que constaban de 40,000 á 50,000 personas han sido emancipados; los hombres fueron mandados al ejército y sus mujeres con muchas otras, trabajan en cuadri- llas para el gobierno. Muchas estincias están enteraraenle desiertas. Se monopolizan las escasas cosechas que recojenlas mujeres, para aliraenlar á las tropas. Las mujeres se han visto en la necesidad de deshacerse de sus joyas, aunque osla esfre- ma medida se ha llamado un sacrificio patrólico de su parte. » « Tres epidemias, el sarampión, las viruelas y el cólera, ayuda- das por privaciones de toda clase, han reducido en dos terceras partes la población de este desgraciado pais. Según los diferentes cálculos, nunca ha tenido mas de 700,000 á 800,000 almas, pero sobre este punto no he podido obtener informes seguros. La — 17G — morfalitlad do las criaturas ha sido horrorosa, y tanto el escor- buto como la sarna, son enfermedades muy comunes. El comer- cio conBoIívia, debido á obstáculos decomunicacioa casi inven- cibles, es insignificante. «A principios de la guerra el Presidente López se hallaba al frente de un hermoso ejército de casi 100,000 hombres, yposeia inmensas cantidades de armas y municiones que su padre y él habían ¡do acumulando durante muchos años. Sin embargo, su escuadra consistía solamente en doce ó trece vapores de poca resistencia. «Desde entonces debe haber perdido de una ú otra manera mas de 100,000 hombres, porque mas de 80,000 fueron victi- mas de las enfermedades solamente. Le han tomado ó destruido muchos vapores; le pueden quedar todavía ocho ó diez, pero do estos, dos solamente pueden prestarle algún servicio. « Si puede todavía prolongar su resistencia, la culpa la tienen los aliados, su falta de energía, y su manera lenta de operar. Si li escuadra aliada so hubiese presentado á tiempo entre el Paso de la Patria é Itapirú después de rendirse una parte de sus tropas en laUruguayana, no hubiera podido atravesar el Paraná un solo hombre de los 25,000 que invadieron la provincia argen- tina de Corrientes. El 24 de Mayo 1866 López fué rechazado con pérdidas tan espantosas.que los aliados habrían podido pene- trar el dia siguiente en su campamento atrincherado con suma facilidad. Sus pérdidas en esta jornada fueron de 12,000 á 15,000 hombres. Si los aliados, cuando tomaron Curuzú el 2 de Setiembre de 1866, hubiesen marchado inmediatamente sobre Gurupaíty, habrían avanzado sin encontrar ninguna resis- tencia seria. Perdieron quince dias, dándole tiempo para atrin- cherarse fuertemente y fueron rechazados en definitiva, con in- mensas pérdidas. Después de esto, cuando marcharon hace poco sobre Tuyucué,Lopez no estaba preparado para resistir un ataque serio. Pero desde entonces las defensas por aquella parte han sido muy aumentadas. lían permanecido allí mas de seis semanas inactivos, mientras tanto si hubieran adelantado algunos miles de hombres sobre la cstrema derecha, su comunicación con el ntcrior habría sido completamente cortado,, lo que Ic habría — J77 — obligado á rcndirso muy pronto, porque no tiene suficientes fuerzas para arriesgar un ataque formal. «Los aliados tienen hoy dia 48,000 hombres en campaña, y 5,000 á 0,000 en los hospitales. De estos : 45,000 son brasile- ros, 7,000 á 8,000 son argentinos y 1,000 orientales. Desde mi vuelta en abril, el ejército brasilero ha sido reforzado por el segundo cuerpo que defendía á Curuzú y por el tercero á las órdenes del jeneral Osorio, que estaba en aquella época en las Misiones. Además de estos, han llegado directamente del Brasil grandes refuerzos, y el gobierno Imperial se ha com- prometido á enviar 2.000 hombres mensualmente para man- tener la fuerza numérica del ejército que tiene ahora. El Presidente Mitre ha vuelto también con una parte de las fuer- zas que se enviaron hace poco para sofocar la insurrección en las provincias argentinas. Están admirablemente equipados y con todo lo necesario para abrir la campaña. De la suma arriba mencionada 8,000 por lo menos son soldados de caballería perfectamente montados; además llegan todos los dias gran- des remesas de caballos nuevos. El ejército está también provisto de un gran número de piezas de campaña. «La escuadra encorazada brasilera consiste en diez buques, que forzaron las baterías de Curupaytí sin ninguna dificultad. Existen, me parece, dos canales navegables enfrente de es- tas formidables obras. El mas distante es defendido por tres lineas de estacadas protejidas por torpedos. Sin embargo, el almirante Ignacio lanzó su escuadra por el canal mas próxi- mo y cerrando las troneras y manteniéndose próximo á la barranca en que están montadas las baterías, se puso, hasta cierto punto, á cubierto de sus fuegos, porque el enemigo no pudo dar á sus piezas el grado suficiente de inclinación para causarle perjuicios serios. Se inutilizó solamente uno de los buques, que recibió una bala en el condensador, lo que lo es- puso á un tremendo fuego hasta la llegada de otro, que amarrándolo á su costado lo sacó á remolque por el frente de las baterías. La escuadra está fondeada en este momienlo á una milla mas ó menos al Sud de Humaitá, que está espuesía á sus bombas lo mismo que la retaguardia de Gurupaití. La — 178 — comunicación de la escuadra de madera, que consiste en sieíe ]:uques fondeados en frente de Curuzú y debajo de Garu- paity, se mantiene fácilmente per medio de un camino de echo millas, que pasando por el Chaco, es defendido por tres reductos y 1,400 hombres. «De suerte que todo el rio á la derecha é izquierda del cam- pamento paraguayo está espuesto á los fuegos de la escuadra. «El número total délas fuerzas paraguayas llega á la cifra de 20,000 hombres, de estos 10,000 ó 12,000 á lo sumo son buenas tropas, los demás son niños de 12 á 13 años de edad, viejos ó estropeados; tienen además de 2,000 á 3,000 heridos y enfermos. Los soldados están debilitados por la intemperie, las fatigas y las privaciones. 1 Actualmente se caen de debilidad. El alimento se ha reducido durante los últimos seis meses á carne solamente y esta de la peor calidad. De vez en cuando so les proporciona un poco de maíz ; pero este, la mandioca y la sal sobre todo, son tan escasos, que tengo la convicción de que se les reserva solamente para los enfermos.» (Mr. Gould debia ha- ber dicho, para los oficiales enfermos.) «En todo el campamento no se halla nada que comprar. Debe haber, por lo que vi, una gran escasez de drogas y medicinas, ó tal vez una falta abso- luta de ellas, porque los enfermos, que son numerosos, se au- mentan rápidamente. Envista de estas circunstancias, como se puede suponer, pocos son los que se restablecen. El cólera y las viruelas, que existen hasta cierto grado en el campamen- to aliado, se estienden á pasos jigantescos entre los paragua- yos. Casi toda la caballada ha perecido , y los pocos animales que todavía les quedan están tan débiles y flacos que apenas pue- den sostener al ginete. Con todo, acaban de traer las últimas cabalgaduras que se encontraban en el país, es decir unas 900 yeguas. Elesíado de los bueyes mansos es lamentable ; es im- posible que aguanten mucho tiempo. El ganado existente en el campamento, que serán de 15,000 á 20,000 vacas, se muere to- dos los dias por falta de pasto. De vez en cuando se introdu- cen de noche animales nuevos, pero estos son por lo general de la misma calidad. Se dice, que so encuentran grandes — 179 — troi)as cerca do Ilumnilá, en un lui;ar pantanoso próximo al rio y que es de muy difícil acceso para los aliados. I. os pocos vapores que todavía hacen la carrera enlrc la capital y el campamento, descargan solnm.cntc de noche porque tienen que ponerse fuera de tiro de la escuadra brasilera, que está al otro lado de Plumailá. Muchos de los soldados están casi desnudos ; no tienen por lodo abrigo, mas que un cinturon de cuero, una camisa andrajosa y un poncho de fibras vejota- les. Todos llevan un ñ^ísimo morrión de cuero. Muchísimos están todavía armados con fusiles de chispn, aunque se han tomado á los aliados en las peripecias de la guerra muchos rifles Minid. «Los paraguayos son una hermosa, valiente, sufrida y obe- diente raza, pero empiezan á desanimarse á juzgar por lo que he visto y por lo quo he oído. Los mismos heridos no dan ni ace[itr!n cuartel. ( Esta declaración no es enteramente exncía ; los numerosos prisioneros que he visto, prueban que algimas veces aceptaban cuartel.) «Se han vislo heridos para- guayos moribundos, cosí en agonía, herir al primer enemi- go que Ec ha puesto á su alcance. (Debo añadir, y esto lo puedo asegurar con toda certeza, quo losniñitos, que se convirtieron ensoldados, tuvieron órde- nes de degollar á todos los heridos, que encontrasen postra- dos; y un sargento, que fué uno de los que me informaron del hecbo, me dijo con cierto amor propio y satisfacción, que ha- bía degollado á varios de sus propios soldados con el objeto de que no cayeran en poder del enemigo. ) «Otros, desde al- gún tiempo á esta parte sobre todo, se echaban en tierra cuan- do se les acercaba el enemigo, sin ofrecer ninguna resistencia, pero se rehusan tenazmente á rendirse basta el punto de obli- gar á los aliados á bayonetearlos sobre el campo. » Creo que los pobres hacían esto porque no comprendían el español sino el guaraní y creían que el arrojarse en tierra, sig- nificaba que estaban prontos á rendirse; sin embai'go se les in- culcaba sistemáticamente que los «macacos)^ degollnban siem- pre á sus prisioneros; en efecto, después déla derrota de Lomas Valentinas, el Dr. Stevvard vio n atar á bayonetazos á los he- — 180 — ritlos, qaií yacian en largas filas al pié do Jos árboles. Gomo se sabo na enemigo cobar-lc es siempre cruel. (I) « íiñ guarnición de íIiimailáconsis:ía on cinco ba'alloncs; de estos, tres se componían de antiguos soldados, uno de mucha- chos y enfermos dados de alta, y olro de heridos que hacían el servicio; su número folal seria de 300O hombres: GOOO sol- dados estaban acantonados sobre la izquierda desde Ilumaiíá hasta el Ángulo, y 5,000 hasía Gurupaiíy. Las reservas, que consi?lian en tres batallones de infanlouia y cuatro o cinco mal montados regimientos de cabalioria, (en todo 2,000 ó 2,500 hombres) oslaban estacionados en Paso Pucú, que era el punto mas central del campamento y el cuartel jenera] de López. De todas estas tropas los hombres hábiles no pasaban probable- mente de 10,000. (1) El Sr. Masterman vuelve á rer injusta con les brasileros, y ele paso DOS ofrece una razón ridicula para csplicar en parte la obstinación de los paraguayos. Si estos no sabían español, no ignoraban por cierto que las balas mütabau, y aun tóndid, s en tierra, disparaban sus armas sobre el soldado que se les aproximaba para desarmarlos. Peleaban basta rncrir y mataban ú los que querían rendirlos por en- ceguecimiento, quizá pur las ideas que se les inculcaban, ó porque supondrían que se les mediría con la misma vara con que el tirano mar- tirizaba á los de.^graciados prisioneros aliados, pero sobre todo por las re- presabas terribles que tomaba bopez contra las familias de los que caían prisioneros, aun cuando fueran lieridos. Por otra parte, esa resistencia inconducente no solo se ejercía con los brasileros; lo mismo pasaba con los argentinos, Si alguna fuerza brasile- ra, con el calor del combate, se encarnizaba en la persecución, deben re- cordarse los horrores que practicaron los soldados de López sobre sus in- defensos compatriotas de Malto Groso y del -írvJarquós de Olindan; y los que ejercían diariamente sobre sus desgraciados compañeros de armas, cuando caían en su poder. Los brasileros nunca mataron á sus prisioneros, dife- renciándose en esto de sus enemig .s, que jamás los perdonaban, pudien- dü considerarse felices los que morían á bayonetazos, pues se libraban así de los horrores del martirio. El Brasil ha devuelto al Paraguay centenares de prisioneros de guerra, y de los brasileros caídos en poder do López de una ú otra manera, no lia salvado ninguno. Por lo demás, es ridículo pretender que en una batalla no se hagan — i81 - Sin embargo y á pesar do la debilidad, de! hambre y la mise- ria que sufrían los paraguayo^ mantuvieren su posición por armas contra un hombre, ([ae no soliimenla no ¿e rinde, sino que hace fuego sobre e! que se aproxima. El autor puede considerar que las tropas brasileras no sen las mas famosas del mundo, pero es injusto tratarlas con un desprecio hijo de la preocupación y llamar cobarde á un ejército, qiTe en la sola campaña de Diciendjie do i8tí7, de^de el 4 basta el 21, perdió en los combates la mitad de su fuerza (15,000 hombres). En una do estas batallas los brasileros tomaron un gran númer.) de prisioneros, entre ellos, á casi todos los oficiales y gefes, incluso el jene- al Caballero. Lejos de asesinarlos los custodiaron tan mal, qué casi todos y el mismo Gilallero, se fugaron en lú noche y fueron de nuevo á reforzar al tirano. En Lomas Valentina; el ataque se hizo por tropas brasileras y argenti- naL>, siendo estas las primeras que ocuparon las posiciones de López ; murieron loj que no se rindieron, pero los muchos prisioneros que se tomaron entonces, destruyen la aserción del Sr. Masterman. Además, (lo que por cierto fué un error) no hubo pérsecúcioli, y por consiguiente la tropa no tuvo ni la ocasión de tomar represalias. Dice el autvr, que no fueron los brasileros lus que rindieron áHumaitú sino el hambre. En primer lugar debemos decir, que no eran los brasileros sino loa ali-.düS los que sitiaban la plaza, y en segundo, que el IVámbfe fué proilucido por el rigoroso sitio h qu-é se le redujo— Si el aüter alude á que no la asaltaron, tíos permitirá objetarle, que cuando un ejército ptiedié aislar absolutaínente una 'p'b.>!'j, iio lifene interés, ni toñ'dria razón en sacrificar cuatro ó cinco níil vii'a', para tomar hoy l^.i t¡üe leentre- gnrñn mañaní!. Si hubo error en esta operación, 'no fué el nó asaltar, sino el dejar que so retiraran los sitiados, cUaiido era fácil impedirlo coníand > con una poderosa escuadra. Hacemos estas observaciones, porque el autor participa (ic la antipatía contra él Bra.-ií que ha inspirado á otres muchos escritores, á pesar de !ás pruebas de patriotismo y valor que ha dado la í\acion brasilera éU lós últimos añcs. El Sr. Masterman, no sabemos si con intención ó sin ella, habk Rie:r.- pre de tropas brasileras, de gefes brasileros y de ministros l/m.-iíertü" ; y sin embargo todo el mando conoce la parte importantísima dCíOhip.'>Í'':li 'd en ia puerrapor laRtípú!)lica Argentina, cuyo presidente ha ni;ind.;rí) en gofo los ejércitos aü&dos en lo mas duro de la guerra y ha propuesto ó (!i- rijido las mas importantes operaciones de ella, la influencia ¡jí^lítica do sus hombres én la dirección de estos negocios, y también la particip'acion de una división oriental ea casi toda la campana. ^- 18-2 — cerca tío á\oz y oclio meses mas; entonces fueron arrojarlos, ro por los brasileros, sino por mas formiilablGS ce.emigos— el hambre y las enfermedades. CAPITULO XY. Los Indios Guaiqis.— Arañas Gregai\ias. — Piques. — El bom- bardeo DE LA Asunción. — La retirada A San Fernando. Mientras el ejército aliado permanecía inactivo delante de Curupaity, se trababan frecnenles escaramuzas entre la(\aba- llería paraguaya y la brasilera ; López exageraba mucho es- tos encuentros, llamándolos siempre grandes victorias; las pérdidas del enemigo llegaban por lo general hasta 5,000 hom- bres, mientras las suyas, según los. partes pnblicailos en el Semanario, se reducían ádos ó tres muertos v media docena de heridos; sin embargo, estos últimos, algunos dias después, en- traban nor veintenas á los hospitales. Es por esto que nos inclinamos á creer, que la animosidad contra el Brasil y el deseo de atacarlo en toda ocasión, le haie ver brasileros por todas partos. Precisamente en la época á que se refiere este cnpítulo, Mr. Gould estu- vo alojado en el cuartel jeneral del jenoral Mitre, presidente de 'a R. A. Referiremos un episodio relativo á Mr. Gould, que sirve para demos- trar la diferencia que e.\istia entre López y los aliados. Cuando el Sr. Gould estuvo en A cainpamento aliado varios dias, quiso dormir en el cuartel jeneral del jeneral en joTc, y no se le permitió iia'^erlo, aunque él lo deseaba, porque estando á tiro del enemigo, era Jjoniharde.ido constantemente, y aunque el jefe argentino no liabia querido removerlo arriesgando su vi !a, no quiso de ningún uiodo se espusiera la del representante de S. M. B. Jísta manera de proceder, comparada con la de López, que se propuso hacerlo de.-aparecer, para que no divulgara los misterios d.j su aniro, mas la libertad con tjue circulaba todo el que qucria por i.'i canipam-nlo ülia!o, bastaría para demostrar ai í^r. Maslerinan y á cnai ¡u ero, la jtro- íunda d íoroncia qu: |Gxiólia entre el renresoníaiUe de la lüa-; cruel harb re V \r<á de ¡«civiliza.; u.i mas liuman íar'.a y liberal. .'-Y. ilcl E.) — • 1 o¿) 1 oo — En 18G6 se desnubi'ió un cnniinn (nio prisando por las selvas desdo el oricnle de Bolivia, llegaba hasta los manantiales del Paraguay; y unos nci^ociantes que lo conocían vinieron ala Asunción en donde realizaron enormes ganancias con la venta de las zarazas mas ordinarias que espendian á un peso la yar- da ; el chocolate se veudia á cinco chelines la libra, y la sal á treinta y cinco pesos la arroba. Algunos de estos negociantes lograron partir con su dinero, pero los demás cayeron en las garras de Lopoz, que les declaró conspiradores, y perdieron sus ganancias junio con sus vidas. La escasez de sal me trae á la memoria un gracioso error, que encontré en una ilustración Norte Americana, llamada Lesliés Weekly. Su autor el teniente Hohnes, de la "Wasp, mandó á la redacción de aquel semanario sus apuntes y bosquejos, quo el redactor comunicó á sus lectores como «sencillos y concienzudos apuntes de un marino observador. « Después de espresar las impresiones que lo causó el rio, y su admira- ción por él « y las hermosas parásitas que crecen en el agua, » después de admirar los estraños animales «kapurchas» (car- pinchos), semejantes á los tapires (!) habla de la montaña Lumbarcú (Lambaré) como « de una montaña de trescientos cincuenta pies de alto, compuesta enteramente, según dice, de sal de roca ; y por consiguiente de gran valor para el país, en donde este condimento es muy escaso. » Por lo que se vé, no se le ocurrió á este marino observador, que la sal en un pais en que existiera una masa semejante sobre la superficie de la tierra, debia ser tan v. escasa ■>•> como lo es en el Océano Lambaré es en efecto, una roca de basalto, y supongo que equi- vocó esta piedra con la sal de roca. Sus apuntes sobre los parajes que él cree describir, son tan chistosamente inverosímiles como es posible ira ajinarse. Un boliviano, el Dr. Rocas, fundo un -Semanario llamado «El Centinela » y otro « El Cacique Lambaré» fué publicado por el Gobierno, en Guaraní. Doy en el apéndice una muestra de este asqueroso pasquín. Poco después, algunos Indios llamados losGuaiquis, habitan- es do las grandes selvas al norte del Paraguay, fueron traídos — 184 — ala AsuncioD, y habiendo sido atacados por las viruelas, el Dr. Rhind tuvo oportunidad para observarlos mientras yo estaba todavía preso en el Colegio. Parecían pertenecer al tipo mas ínfimo de la especie humana; su poca estatura, su cutis casi negro, sus ñacos y delgados miembros, me recordaban desa- gradablemente á les monos; su inteligencia parecía ser infe- rior ala de estos animales. No construyen cabanas, ni llevan ropa, ni conocen el uso del facgo ; viven en las selvas y so ali- mentan de frutos y raices, á veces roban las gallinas de los colonos establecidos en su vecindario y las comen crudas; los soldados dijeron al doctor, que si los encorralaban no se les ocurrirían para escaparse otros medios, que los que emplearían las vacas en idéntica situación. No parecen tener un lenguaje articulado y la Señora Lelie-Percira me aseguró, que había teni- do dos de ellos (que tendrían cerca de seis años cuando los lomaron) en su casa, durante muchos años, pero que nunca habia podido enseñarles á hablar. Varios de los hombre», que asistió el Dr. Rhind murieron^ y las mujeres mostraban su pe- sar poniendo sus cabezas entre las rodillas, y dándose vueltas como pelotas^ al rededor de ios cadáveres, gimiendo y lanzando cortos y repentinos chillidos. Cuando estaba preso, vi un hom- bre que permaneció mucho tiempo en frente de la puerta do mi celda, asombrosamente parecido aun mono ; teníala misma quijada saliente de estos animales, su pronunciada curva entre la punta de las narices y la frente, los ojos muy próximos, y los párpados superiores largos y tubulares, que abría y cerraba incesantemente, y cuando so lo hablaba, reía y exhibía sus fuer- tes y compactos dientes como lo hacen los monos domestica- dos. Me inclino á creer que los Guaiquis son cretinos, que provienen del constante y tal vez incestuoso comercio de algunos indios de un tipo mas elevado, perdidos en las selvas. Perola asombrosa inteligencia, la espi'esion triste y las acciones casi humanas del mono, por una parte, y por otra las facciones macacas y la vida puramenteanimal de muchos paraguay os, me impresionaban muy desagradablemente. Nunca pude ma- tar un mono, auíiquc lus Paraguayos tiraban á los Guaiquis sin ningún remordimiento, diciendo que no eran cristianos, y que eran ladrones incurables. — 185 - Mientras estuve en la legación tuve excelentes oporlunida- des de estudiar los hábitos de la araña gregaria, la que ofrece aparentemente una escepcion á la regla de que las arañas son los animales mas insociables y sangrientos. Estas arañas, cuando son mayores de edad, tienen media pulgada de largo ; su color, si so escep'úa una sucesión de manchas encarnadas en la barriga, es negro ; tienen cuatro ojos, mandíbulas nota- blemente fuertes, y gruesas y peladas patas de casi una pul- gadade largo. Gonstrayeo en sociedad inmensas telarañas, que tienen frecuentemente treinta pies de largo y ocho de profundidad ; las colocan por lo jeneral entre dos árboles y á una altura de diez á doce pies. Les gusta mucho tender sus tejidos de un lado al otro de un camino; en este caso, colocan siempre las telarañas á la al- tura suficiente para permitir el tránsito de hombres á caballo y de carretas de bueyes ; sin embargo, podia casi siempre alcanzarlas con mi látigo, porque estando demasiado altas se les hubieran escapado las moscas y mosquitos, que no se elevan á una gran altura sobre la tierra, y constituyen su alimento prin cipal. En el patio de la legación habia un jardincito cuyos bancos de tierra estaban cubiertos de un ladrillo rojizo , y cercado de la misma manera que el de lord Paulet en el reinado de Carlos II, cuya descripción leia ea estos dias. Pocas perso- nas entraban en él, si se esceptúa la vieja jorobada, madre de Basilio ; las arañas hablan estsndido en él seis de sus enormes redes, apoyándose por un lado en un jazmin del cabo y por otro en unos naranjos y duraznos, que estaban, sobre todo estos últimos, cubiertos do una variedad de muérdago, que los pa- raguayos llaman poólieamente la planta huérfana. La distan- cia entre los árboles, que les servían de apoyo, era de cuarenta pies; para formar la marjen de la tela, las arañas hablan estendido de un lado al otro dos fuertes cables tan gruesos como un hüo de sastre; el mas bajo estaba solamente á la altura de cuatro pies y ocupaban el interme;iio finos é irregula- res tejidos imperfectamente divididos en cuadros ó círculos, que tendrían respectivamente cerca de un pié cuadrado do super- — 186 - ficie. Cada una de estas telarañas inferiores osíalia-cusíodiada por una araña, desdo la pucsla hasta un -poco después de la salida del sol, y las seis, contenían tal vez unos diez mil habi- tantes. Pero CíTrabiaban do posición frecuentemente, y se veia pasar y ropa?ar constaníemento los cables, una fila doble de arañas, que parecían fortificarlos en sus idas y venidas ; algunas veces observaba tres ó cuatro en asecho, á poca dis- tancia una de otra ; pero reparé que se ocupaban en dar á los cables un movimiento rápido y casi eléctrico, siempre que una compañera abandonaba las jarcias mayores, que eran los portalones por donde se lanzaban sobro los hilos mas finos. Cuando se encontraban en el ca:rJno, p^'-aban una al lado de otra sin ofrecerse la menor muestra de consideración ó respeto, no haciendo como las cucarachas y las liormig-as, que al en- contrarse se detienen y observan siempre las leyes de la buena crianza. Poco después de amanecer abandonaban las telarañas y retirándose á la som.bra formaban dos ó tres grandes bultos del tamaño de un sombrero, debajo del espeso follaje del jaz- mín ; allí permanecían inmóviles, hasta ponerse el sol, hora en que el bulto negro se derrumbaba, cayendo en pelotones, (este derrumbe vale la pena de ser presenciado) y las arañas se despariomiban tranquilamente; poco después todas ellas ocupaban su puesto de pesca en sus aéreas posiciones. El aire estaba tan lleno de mosquitos, que caian en las redes por do- cenas, pero ellas desdeñaban esta pobre y despreciable caza, que solo permanecían en los hilos hasta que llegaban las caza- doras y los limpiaban á gran prisa para dejarlos invisibles y listos para mas provechosa cosecha. Las moscas grandes y las polillas eran atacadas inmediatamente y devoradas por la que llegaba primero, ó por varias á la vez, porque he visto frecuentemente á media docena de arañas cebarse juntas en el mismo cadáver. Averigüé también, qne no se contciitaban con chupar el jugo de su presa, sino que devoraban todas 'as ¡iar'es blandas hasta dejarlas completamente limpias. Alas poiülas no les dejan mas quo las alas y alas cucarachas solo les economizan - 187 — ]a j-arriga. Tienen las gorras y las quijadas aiuy desarrolla- das, (les he permitido varias veees pií-armc el dedo, pero no sen lia sino el dolor de una lijera punzada en el momenlo en que me herian) y aparentemente constituidas para despedazar y desmenuzar su alimento con gran .facilidad. Tienen además la pceuliariilad de tragar la telaraña que el viento rompe ó destroza. Guando ocurría un accidente de esta natui'aleza, la araña mas cercana recouía los hilos sueltos, los convertía en un rollo y se los comia inraediatannente. Lasho sorprendido en el acto de hacerlo, y he descubierto que antes de tragar la seda, la mojaban con saliba. Me costó mucho ave- riguar como estendian de un árbol á otro, el primer hilo, que tenia frecuentemen'c de sesenta á setenta pies do largo. Los arbustos intermediarios y otros obstáculos del camino, detru- yen la teoría de los Paraguayos, que la esplican diciendo que amarran una punía del cable al primer árbol, descienden con el otro estremo hasta el suelo, cruzan el camino, suben al otro, y una vez arriba, lo estiran y echan el nuílo maestro de costum- bre. Un dia tuve la dicha de ver como lo ejecutaban. El algibe, que teníamos, estaba adornado de un arco de fierro, que servia para sostener la rondana; arriba de este se vela una ara- ña que formaba con mucha actividad un rollito de seda liviano y suelto de un volumen casi igual al del insecto mismo; poco después el viento le arrebató la hebra y su punta fué á parará un árbol vecino; la araña se puso inmediatamente á estirarlo, y cuando estuvo bien tirante lo recorrió con la rapidez y lim- pieza de un acróbata, pasándolo y repasándolo en todas direc- ciones, hasta dejarlo bastante sólido para soportar una telara- ña. Cuando el tiempo estaba malo y húmedo permanecían api- ladas hasta que se despejaba un poco, y al dia siguiente se veían ya reemplazadas las telarañas, que hablan sido arreba- tadas por el vie.ito. Habia en los patios varias otras de estas construcciones, que se habían estendido de un arbola otro, pero todas estaban bastante elevadas para que los caballos pudie- sen pasar \)(y: ahajo : destruí vaiias veces las que estaban en el jai'diu, peco á pesar de esto las construían siempre á la - 188 - misma altura. Estas lelas fueron ocupadas por Jas arañas cerca de dos meses, época en que ío las dosaparcciei^on repejilina- mente ; pero poco después descubrí bijo las hojas do los ár- boles, varios nidos con huevos, que evidentemente hablan sido depositados allí por ellas. lie dicho que eslos rasgos característicos del falansterio do las arañas, es decir, el ti-abajo en común y las asociaciones pacíficas, ó sean reuniones sin reñir á mano armada, no son aparentemente mas que escepciones á la regla jeneral ; porque opino, que el período laborioso en que so entregan á estas faenas, trabajando amisíosamente, es el que precede á la pu- bertad, y que apenas se encuentran desarrolladas, y eníra en función su potencia reproductiva, la ferocidad natural de la raza aparece. En'onces se traba una sangrienta batalla ; las pocas que sobreviven, todas probablemente hembras, devoran á las muertas, hacen preparativos para la futura cria, y mue- ren á su vez. Esta es mi opinión, nonpje todos los habitan- tes de la misma telaraña tienen dimensiones iguales, so reúnen para dormir juntas, como lo hacen ¡.or lo jeneral las chiquitas y desaparecen repentinamente, sin que quede ninguna resagada para decirnos lo que se han hecho sus compañeras. Debo confesarlo, no pude encontrar ni restos de los muertos, pero esto se espüca por la actlviilad de las hormigas, que son los basureros de los cliraastórridos. Hemos observado todos, que las arañas por varios días y aun semanas, después de em- polladas, viven unidas con gran armonía, y que hilan una tela- raña que es de propiedad común. Creo, pues, que el carácter gregario de esta variedad puede considerarse como el resul- tado del desarrollo tardío de los órganos de la jeñeracion ; y si asi no fuera, ¿qué razón habría para que desaparecieran tan repentinamente, y en el momento en que su alimento es mas abundante que de costumbre? Tuve otra duda que quiso aclarar: ¿ por qué el Pique, chi- goe, (piilcx pcnctrans) deposita los huevos debajo del culis de seres animados? « Ge vilain insccte », como lo llama Du Graty es tan diminuto que no pasa de la vijésima quinta parte de una pulgada do largo, hace una abertura debajo del cutis, — 180 -^ (') mas bien entre la epidermis y el verdadero culis, y allí, como se supone jenoralmente, deposita sus hucvoS; produ- cien:lo una hinchazón, que contiene un saco blanco azulado, del diámetro de ía décima parte de una pulgada, que está lleno de ellos. Pero el caso no es tan sencillo ; cl saco no es sinqifementc una vejiguilla de huevos, sino la barriga de la misma pulga desarrollada después, que conserva los principios de su vitalidad, cuando el resto de la madre ha perecido, y en esto momento, los huevos no son mas que jérmcnes, que jeneralmente perecen al mismo tiempo. Sometidas al mi- croscopio, se observa una gran diferencia entre esta pulga y la común (p, domesticus), la cabeza y el tórax están fuertemente unidas, las dos primeras patas son apenas nías robustas que los otras, y del ano se destaca una especie de probóscide armada de un par de fórceps, doblados en las estremidades. Sus instrumentos de disección, consis- ten en dos lancetas en forma de cimitarras, colocadas en una sola vaina ; con estos instrumentos ábrese una guarida debajo del cutis, bastante grande para enterrarse enteramente, se ar- raiga con los ganchos de la probóscide, y muere uno ó dos días después. Pero la sección abdominal sobrevive, absorbe nutrimiento por los costados y crece rápidamente, á costa del suero que despide la irritación del culis en que está alojada ; crece tanto en circuito como en diámetro, se desarrollan en ella fuertes bandas ligamentosas, y lo que es todavía mas curioso, los huevos que la llenan, crecen también, engrande- ciéndose en la misma proporción sus tiesas y membranosas envolturas ; los huevos maduros, tienen por lo menos la mi- tad del tamaño de la misma pulga. Se vé pues la razón porque el pique, no puede depositar los huevos como los demás miembros de su familia ; y creo que es muy probable, que no consuma mas alimento del que lleva consigo, cuando deja el huevo, y que á causado no poder ali- mentarse con otra materia, su desarrollo termina allí mismo. No he podido jamás encontrar á los machos; imajino que mueren tan luego como han ejecutado su parte en la creación. Examiné un gran número do estas pulgas para sentar es- — lÜO ~ tos punios, mientras esperaba, que mo arrestase la policía, y íiivo la dicha de encontrar un asunto, que me interesó muellí- simo. Si no fuera por el interés científico que tienen, serian solo una gran incomodidad; causan muchos padecimientos á las criaturas descuidadas, lo mismo que á los perros, que se bac'jn pedazos las patas para sacárselas, y se les introducen frecuentemente en lo.s labios y narices, de donde, como es natural, no pueden desalojarlas. Nunca me molestaron mu- cho, porque las sacaba fácilmente con la punta de ¡a lanceta y la herida se curaba inmedia'amente. He mencionado scdamentc á unos cuantos de los animales salvajes del Paraguay y a esíos solo de paso ; pero son nume- rosos, variados é interesantes. El tigre paraguayo, (jaguar de los naturalistas,) es un animal muy formidable, tanto por su tamaño como por su indoma- ble ferocidad. Nunca tomé exactamente sus diaiensiones, pero tenia una alfombra rectángula de seis pies largos, hecha de un solo cuero, sin la cabeza. Uno de ellos se mantuvo largo tiempo en la capital, la policía lo alimentaba con los perros que andaban sueltos por la población, f.opez tenia dosen Humaitá, en una jaula colocada cerca de los cabres- tantes ; ambos eran inmensamente grandes. Se dice, que tres brasileros, que se suponían ser espías, les fueron arrojados vivos. La historia tiene muchos visos de verdad ; y una muerte semejante seria muy benigna comparada coii las torturas que sufrieron otros acusados de la misma falta. He visto también una hermosa muestra del león ó puma , como debiera llamarse (Felis Gaguar). Este animal se domes- tica fácilmente y se hace casi tan dócil como un perro. La puma de que hablo solia andar suelta por el campamento. Presencié una noche una escena muy ridicula. Un ami- go mió tenia un miedo casi mórbido á los tigres. Una vez, que deslindaba unos terrenos cerca de la Villa Oliva, tuvo que acampar al aire libre, lejos de toda habitación humana ; mandó á sus criados paraguayos, en busca de alimentos, y acostándose al lado de sus caballos, que estaban atados á las estacas, se durmió; repentinamente le despertaron los ani- — 191 — males que tiraban de los cabrestos para escaparse ; traló en vano de calmarlos, bas(a que por úliimo rompieron las so- gas y partieron á [oda carrera. Sospechó que algún tigre debía haberlos asustado y que podría volver; para ahuyentarlo, se pusu á encender un gran fuego, y aproximándose á su llama, empezó á disparar los tiros de su revolver, como para avisar lo peligroso do su situación. Su posición era por cierío difícil ; sus criados, al parecer, se habían estraviado ; no había ni árboles ni casas en todo el contorno ; al mas insigne caminador no se le ocurriría pasar los esteros á pié, y el peligro de las culebras era verdadera- mente serio, y mucho mayor que el délos tigres, que nunca, al menos que yo lo sepa, atacan á los hombres. Llegó por último la mañana, y sus criador, no tardaron en venir. En efecto, habían oido al tigre bramar a la distancia y quizti lo espantaría el tiroteo; el miedo ahuyentó el sueño de sus ojos durante (oda la noche. Después de esta aventura, el solo nombre del tigre bastaba para perturbar su equanimidad, y todo animal grande, que veía iraporfecíamente, asumía para él la forma de un caguar. Cerca de los cuarteles do López, cercada por dos paredes, se hallaba una callejuela, y por ella caminaba mi amigo una noche, muy tarde, llevando una linterna. A medio camino, su luz se posó en dos ojos do fuego y un bramido inconfun- dible saludó sus oidos. Sin recordar la 'puma, ni otra cosa que la triste noche que pasó en el estero, dejó caer la lin- íerna, lanzó un alarido involuntario, huyó desesperadamente á través del patio, y so arrojó adentro de la habitación del Dr. Steward, casi muerto de miedo y de fatiga. La puma le siguió tranquilamente al trote, contemplando con asombro el singular espectáculo presentado por un caballero corpulento, y de edad mediana, que huía á través del patio iluminado por la luna, sin su linterna, y mas rápidamente que el tra- dicional farolero. Se encuentran en el Paraguay varias clases de galos mon- teses y uQ ocelote, todos hermosamente manchados. Los in- dijenas han cometido un error singular al denominar al — 192 — animal mayor: lo llaman ^/«í/uarc/c, es decir, perro grande, 7/«í7wo?- es la palabra guaraní, que significa perro ; pero llaman muy oorrectaraente á los ocelotes mbardcayá, que es el nom- bre jenérico que dan á los gatos. He visto una vez un hermoso lobo, con una linda melena ne- gra; (canis ruber) los zorros son numerosos. Du Graty, menciona tres clases de monos, uno de los cuales tiene tres pies de alto, pero los que yo he visto son mucho mas pequeños. Sin embargo los animales mas singulares son el hormiguero ■^ q\ carpincho. Aquel, adquiere grandes dimensiones; las niñas emplean su fuerte cerda para abrirse agujeros en las orejas, creyendo que la picadura de esta no se inflama. El último animal es el Capyhyra -paluslris ó [sea lúdrochscrus). Lineo. Es el mas grande de los roedores que existen hoy y es un animal muy estraño. Apenas se puede contemplar sin reir, su paso rápido y su estravagante chata y ridicula cara. Tuve uno por mucho tiempo; le gustaba tanto el calor, que solia chamuscarse el pelo por aproximarse demasiado al fue- go de la cocina, que como es costumbre se encendía en el suelo. Necesita mucho tiempo para masticar su alimento, que consiste en pasto y otras plantas, porque su exófago es tan estrecho, que apenas admite la introducción de una pluma de ganso, aunque el animal es tan grande, que pesa algunas veces mas de dos- cientas libras. Parece que su destino es alimentar tigres, los que viven principalmente de su carne. Hay otro roedor el Tapilí huruchú ó chinchilla,, que se halla muy comunmente en los campos y en los esteros; tuve uno manso que corria por mi cuarto ; pero como todos mis anima- Jes favoritos, tuvo una muerte prematura. Procuré domesti- car toda especie de animales, desde el yacaré hasta los tapuis, desde las bestias mas ciegamente feroces hasta las mas tími- das. Para mí, el Cuatí (Viverra Rasua) era el mas entretenido de todos : inquieto como un mono, pero sin su triste semejan- za al hombre, se entretenía en trepar y saltar todo el dia ; de vez en cuando se hacia el dormido, pero apenas oia el mas »-- 193 — ligero ruido, sus redondos y penetrantes ojitos parecían una brasa ardiente en medio del oscuro pelo que los rodeaba, y como la ardilla, á la que se parece mucho, se despertaba de un brinco. Solía tre|)arse hasta mis hombros, y con mi pescuezo porpun'io de apoyo, que envolvía con su larga y musculosa co- la, introducía rápida y sucesivamente en todos mis bolsillos su agudo y flexible hocico, en busca de algo que comer. Tuve por varías semanas una hermosa muestra de la enor- me grulla llamada en guaraní Tuyuyú es decir, la que anda en el barro. Era casi tan alta como yo ; y su pico tendría mas de un pié de largo. La tenia atada con una soga asegurada á un gran ladrillo. Un día que se asustó, al entrar en el patio un peón al gran galope, se voló con la soga y el ladrillo, el que golpeándose contra la pared, se partió en dos pedazos, que ca- yeron sobre un soldado que estaba dormido y le dejaron casi muerto. Voló en dirección al Gran Chaco, y cruzó el rio lle- vando la soga, que flotaba en el aire como una bandera. El Paraguay, ofrece al cazador mil atractivos, por que la ca- za es abundantísima. Manadas de eramos recorren los valles situados entre los arroyos y los montes. Miles de javalíes, se encuentran en las profundidades de las selvas; en los esteros se ven bandadas de perdices, como las nuestras, y otra ave de la misma clase, pero tan grande como un faisán, el Yñamlúgua- zú ; son también muy numerosas los Miitús ó codornizes, que son todavía mas grandes, lo mismo que las becasinas y las pa- lomas süvestres ; estas últimas tienen un gusto tan esquisito, que no he probado jamás cada mejor. Una persona aficionada á las aventuras encontrará en el Paraguay un magnífico teatro para entretenerse. Visitará por ejemplo las grandes cascadas del Paraná, el salto deGuayrá á los 24° 6' latitud sud, que ningún Europeo ha visitado hace mas de un siglo, y que por su magnificencia debe rivalizar con el mis- mo Niágara. Encontrará las dificultades suficientes para añadir asemejante viage, el sabor del peligro, con montañas, selvas y ríos que ofrecen vistas tan imponentes y salvajes como para dejar satisfecho al mas fastidioso amigo de lo pintoresco. El viaje desde la Asunción hasta Vüla Rica, le seria fácil ; des- 13 - l'Ji — de esto pun!o cl camino le llevarin atravós de las Cordilleras de Gaaguazú y por selvas víri^cnes, hasta las aguas del rio Monday, y entonces su itinerario seria aguas abajo, siguiendo su rápida corriente por la dislancia de cien millas, hasfa lle- gar al pié de la gran cascada, del casi mitolójico Salto de las siete caídas. En su camino podiia encontrarse con algunos in- dios Ginjracuis, los que son poseedores, de unos rabos cortos de una tiesura tal y tan incomoda, que obligan á sus portadores á llevar unos palos puntiagudos, con el ohjcío de abrir un agujero en el suelo para poder sentarse cómodamente [1] Pero sea de eslo lo que fuera, deberá llevar un buen rifle, y hacerse acom- pañar de algunas personas armadas de la misma manera ; por- que otras tribus,, que encontraria inevitriblemente, son muy diestras y bastantes listas en el uso de las flechas envenenadas. De noche podria ver ese pájaro maravilloso, el Ypegtétá, pasar cual un meteoro, sobre los mas allos árboles, é iluminarlos con su luz mas brillante que la de la luna llena ; (!) ¿por qué no dirian los naturales que este pájaro se alimentaba con luciérna- gas, y exhibía su asombrosa brillantes de una manera mas in- tensa todavía? Encontraria las innumerables islas del Paraná, llenas de ti- gres de las mas soberbias dimensiones; y si encontraba tapizes tan grandes como los que yo he visto, podria hacer una caza ca- paz de excitar la envidia de Gordon CaniTiing. Los Paraguayos dicen que se encuentran en los yerbales armadillos de un tamaño estraordinario, pero yo no he visto ninguno. Hay uno que tiene cada escama de su armadura bor- dada de fuertes cerdas. He mencionado ya la:- culebras, poro los paraguayos exajeran su peligro; encontré que varias de lasque me dieron como muy venenosas, no tenian absolutamente colmillos ponzoñosos. Sin embargo, rae han asegurado, que es peligroso procurar coger la vainilla, que crece silvestre en las márjenes del alto Paraguay, porque su aroma atrae las culebras de cascabel. (1) Mi auíor te reB'.rc á los mitos indígenas. - 10'. - I,oi lag.irtüs so!i muy n'imui'osos y a'¿,iinos muy gfandcs. riescLibrí que sus pulmones son muy dignos do rsludio, presen- tando como se sabe, una forma muy simple de órganos resj)i- raderos, íioenas mas desarrollada, que la de los insectos. I, a /í/wa;ia por ejemplo, tiene dos sacos membranosos completa- menle unidos, en cuya superficie interna se ramifican las arterias ^¡ absorben por sus delgadas paredes el oxígeno del aire, que penetra por la traquea mayor. En realidad se le puede conside- rar como una sola celda del pulmón humano pero muy aumen- tada. Los paraguayos las uli izan de una manera muy singu- lar Meten adenti-o de ellos el liigado del ropül, que es suma- mente gordo, y lo cuelgan al sol lip.sla que destilan el aceüe que contiene. Eslc, les parece un remedio soberano para las lorccdurasy contucioncs; los paisanos en Inglaterra tienen el mismísimo res[)elo por la grasa del ganso (1). La cola do la iguana, asada como carne con cuero, es según los paraguayos, un riquísimo plato. Pero no soy partidario Uo los esperiinen- tos gastronómicos y nunca la probé. Los paraguayos desplegan estraordinario valor cuando so encuentran contigresdel mayor tamaño, y no se sirven de otras armas, que del cuchillo y un poncho. Por lojcneral viajan de á dos, acompañados de algunos porros para contener al animal. Uno de ellos envuelve su brazo izquierdo en el pon- cho y con un largo y afilado cuchillo en la derecha, recibe el asalto del tigre, y por lo jcneral le hunde el puñal, con admi- rable destreza, en las vértebras de su pescuezo. Si hierra el golpe, su compañero viene en su auxilio, y en un momento, la enorme bestia cae rendida á sus pies. Pero tienen otro modo mas común para destruirlos; les ponen trampas, que consis'en en jaulas de madera con puertas escurridisas, parecidas á las de las antiguas ratoneras, y después los matan á lanzasos. El Sr. Washburn y su familia volvieron de la Trinidad á prin- (1) No es de Cí^trnñfirsc que In gente ignoranlo crea en semejantes absur- do?, cuando el capitán Poge, de la marina de Ks E. U. alribuye, laí pr> piedadcs medicinales y el color del rio Fegro, ú lu gran cantidad de zarzaparrilla, que crece en suá aguas. (N. de A< — 196 — cipios de Febrero 1860; pero entonces ya no era el favorilo do otro tiempo. Supongo que López estaba contrariado porque su oferta de mediación habia fracasado, y que odiaba á Mr. Warhburn por haberse empeñado tanto en su favor; pues López tenia entre otras rarezas la de desconQar de todos aquellos que se cnforzaban en serle útiles, y trataba peor á las personas á quienes mas debia. Sinembargo, los negocios públicos seguían siempre la mis- ma ruliiia. Mi estimado amigt) Mr. Gochelet, cónsul francés, habla logrado sacar á su familia del país salva y sana, aun- que López, que le detestaba, puso en práctica para matarle, el mismo proyecto de que se habia servido para con Mr. Gould, y con mayor pertinacia todavía, porque le detuvo mas de una semana, á él, ásu esposa y sus cuatro hijos, en Humailá, es- puestos á todo el fuego de las líneas enemigas. Solia reirse á dos carrillos en las horas de comer del «gran susto» que que les «pegaba» antes de su partida. Me complazco en decir, que ninguna persona de la familia fué herida^apesar de que las bombas reventaban frecuentemente á su alrededor. Su sucesor, que era un hombre de muy diversa estofa, no ahorraba medios para hacerse popular en el sentido que daban á la palabra laa pindongas de la Capital. Siento no hallarme con la libertad suficiente para hablar de él como lo exije la justi- cia, pero espero llegará dia en que podré decirlo todo. Poco después de su llegada dedicó una bandera de seda á Santo To- mas, de un lado tenia las armas de la Francia y del otro el nombre y los títulos de López y la colocó con grandes cere- monias en la gruta de aquel santo. Creo también que «asistió» como lo decia, á una visita que hizo Mrs. Lynch á la Vírjen de los Milagros en Cáácupé. Esta Vírjen merece mencionarse al correr de la pluma. Es una imájen de madera, que existe en la iglesia de aquel pueblo y que inclina la cabeza de una manera benévola, y lo diré, sobre natural, cuando la petición que se le hace ha de ser concedida. Pero para no molestar á la vírjen (no sé si se habla de la vírjen celeste ó de la de madera) con ruegos inconducentes, el suplicante debe someter previamente — 197 — á ]a consideración del cura el favor que pide y pagar la suma do un peso ; entonces, si obtiene su asentimiento van juntos á la iglesia y hacen su petición en el templo de Dios, al lujoso y favorito ídolo, y como debe suponerse la cabeza se inclina oportunamente. Olvidé mencionar en el lugar debido una desesperada ten- tativa que se hizo el 3 de Noviembre del año anterior para destruir los depósitos y almacenes de los aliados. Una fuerza de 8,000 paraguayos cayó repentinamente sobre el campamento, por un lugar llamado Paso Ghanár ; llevaron elalaque con ianto aidor, que los ociosos centinelas fueron sorprendidos y muertos en el acto, y hablan ya pendrado espada en mano en los depósitos de los arjentinos, que incendiaron antes que es- tos comprendieran lo peligroso de su situación. Afortunada- njente para los aliados, los paraguayos estaban muertos de ham- bre, de suerte que se detuvieron para saquear los comeslibles ; esto dio tiempo para que llegaran los brasileros, que acuchi4« liaron á los merodeadores dorrolándolos con inmensas pérdi- das. Los paraguayos dejaron 3,000 muertos sobre el campo de batalla, pero apcsar de ser derrotados lograron tomar á los reconquistadores varias piezasde campaña. El Hon. Mr. Pakcn- hám escribe á Lord Stanley: «En el combate arriba mencio- nado ocurrió un curioso incidente; — los vencidos se apodera- ron de varias piezas y lograron llevarlas consigo ; cosa desco- nocida en los anales militares de la historia moderna ». (1) (1) KI ataque del 3 de Noviembre fuó una \crclacicra derrota para López. Rl objeto del etaqne era principalmente arrebatar algunos cañones, y distraer al ejército aliado de sus operaciones de fla'nco. López ordenó á sus Jefes, que remitieran inmediatamente todo cañón que tomaran, y lo que es inaudito, que perniilier;in á fus tropas cotregarse al snqueo del campo aliado. La primer orden fuó la causa porque consiguieren llevar artiiieria; la segunda, el principio de su espantosa dorrota. Las posiciones estaban tan próximas, que aun cuando los centinelas liubieran dado aviso, babria sido difícil contener el ímpetu del primer ataque. La primer fuerza que se presentó á combatir á lus paragu lyos y que restableció el combate inmediatamente, fuó la caballería arjcntina man- dada por el Jencral Hornos ; entonces salieron las fuerzas brasileras do — IOS - Á principios de esto año (18G8) so formaron efeclivamente varios rejimientos de mujcros. Sus servicios eran porsupueslo vo'untarios, pero no se necesita recordar al lector lo que esto si¿^nificabn en el Paragaay; hubo momentos en que se espe- raba verlas marchar al ejércilo, pero después de adiestrarse por algunas semanas en los ejerciciv)s militares, la idea fué abandonada. Este hecho ha sido objeto de muchos comenta- rios y ha sido negado igual número de veces, pero yo doy fó de su verdad. Tengo en mi poder una lista impresa con los nombres, sesenta por toJo, empezando con el do Juana Tomasa Frutos, y terminando con el de Brígida Chaves y encabezada «Lista nominal de las señoritas, que se ofrecen para tomar las armas». Doña Carolina Gilí, antigua amiga mia, era ccapitana» de una compañía. Durante los meses de DiíMcmbre y Enero el rio habia crecido estraordinariameqle, los encorajados brasileros se atrevieron á ponerse al frente de Ilumailá, porque los torpedos que los tenían á raya esíaban á veinte pies debajo de la superficie ; y on la mañana del 19 de Febrero, se vio que una de las boyas, q. e sostenía la cadena se había volcado y que por consiguiente estos impcdimienlos ya no existían. El enemigo mostró tai- vez por la primera vez durante la guerra alguna audacia, y tres monitores forzaron las baterías de la ribera sin recibir serios perjuicios y anclaron al norte del fuerte. (I) Estas nolicias lie- la Ciudadela, Jy el efímero triunfo del enemigo, 83 convirtió en una espan- tusí de I rola. Un cuanto al asombro del Honorjble Mr. rakenlnn, debe convenirse en que ese señor era demasiado as nibradiso, porque no es tan estraño tomar prisioneros y arrebatar algunos ca"iones en un primer encuentro, óon un triunfo parcial, y sin e;nb;~trgo perder coinplolaniente una batalla. El único liccho inespücab e do estedia, fnú el del cafiou Wliiwortli. Sobre este acontecimientuv- aso la iiuerosante relación del Sr. Thomp- son yn tas, píjiíias 249 y 2"G. iN.del K ) (1) Los motivos que el autor supone delerminarun el pas. je de IIu- ni itá por la escuadra, no son serios ni exactos, las caucas que csponc, quizñ concurrieron, pci'O de ninguna manera determinaron el lieclio — Véanse notas á la Guerra del Paraguay por Thompson, p jiña 26i— Apén- dice al mismo libro, pnjina CXXIll. f'.V. del E.) - J90 - garon á la Asunción el 21 y se ordenó la evacuación déla ciu- dad en 24 horas. Apenas puedo decir cual fué mayor, si la consternación ó la alegría con que fueron recibidas. Si se esceptúa la policía y una pequeña guarnición, no que- daban de la población nativa, masque mujeres, niños y al gunos centenares do eslranjeros. Aquellas es!aban horroriza' das á la idea de abandonar sus casas, pero al mismo tiempo se imajinaban que al ñn terminarla esta fastidiosa guerra. Don José Berges, ministro de Relaciones Exteriores dio parto á Mr. Washburn de la orden que habia recibido, y que la capi- tal seria removida á Luque hasta nueva orden; este pueblo dis- taba doce millas de la Asunción. Este, sin embargo, se negó á partir, porque esperaba ver ocupar la ciudad inmediatamente por los brasileros y que todos escaparíamos. Pero se equivocó grandemente. El mismo dia, el Doctor Don Antonio de las Carreras ex-ministro de Montevideo y el señor Rodríguez ex- secretario de la Legación Oriental, pidieron permiso para que- darse con él ; y habiéndole pedido hospitalidad y protección un número de artesanos ingleses cuyos contratos habían ter- minado, les dijo, que si el Vice-PresidenLe les daba licencia para permanecer, podrían ocupar algunos cuartos vacíos del edificio. Fueron á casa de Gobierno y se vieron con el coro- nel Fernandez, que era el factótum de la ciudad, el que les dijo, que podrían quedarse en la Legación con tal que no salie- sen temerariamente á las calles; de modo que seis ú ocho hom- bres, con sus esposas é hijos, veinte y dos personas en todo, so alojaron con nosotros. Al día siguiente la ciudad quedó completamente desierta, y cuando se presentaron el 24 dos monitores, si se esceptúa un porro vagabundo, la población no daba señales de vida. Mr. Washburn, el cóuluI francos(l)y yo, los contemplábamos acer- carse docde la azotea del consulado, con mucho interés, esp^ rando verlos tomar posición en frente á la ciudad, porque 1 1 (l) Ce?puos del primer tiro esto caliallero so rctiri'i, diciciv.'.o que «■! sol liaciu ni;d á .a y simpática, era paraguaya, habiaatraveza- do el Atlántico y vivido algunos finos en Lisboa después de ca- sarse. Era una escelen le muestra de lo que seria una para- guaya bien educada. El 12 de Junio á medio dia nos despedimos de ellos para siempre. Apenas habían salido de la casa fueron sorprendi- dos por los vijilantes que dia y noche habían estado^espián- donos por mas de un raes y conducidos inmediatamente á la Policía. Allí les pusieron grillos y los mandaron en seguida aguas abajo á San Fernando. Partieron también el mismo dia todos los ingleses, escepto yo. El coronel Fernandez prometió á Mr. Washburn, que no permitiría que los moles- tasen : pero fueron presos y detenidos algún tiempo en la estación del ferrocarril, y enviados después tierra :idenlio. Dos por lo menos, fueron arrestados, y uno, Mr. Watts, fuó fusilado, dejando una esposa y varias criaturas. En una de las noches que pei'manecian en la estación, llegó un tren cargado de presos. No pudieron ver á aquellos infelices, porque era prohibido encender luces, pero oían sus jemidos, sus suspiros y el crujido de sus fierros. Eran casi toda la población masculina de Luqné. En efecto, quedaron solamente tres oficiales, Sanabria, jefe de la Policía, el coro- nel Fernán lez y Benüez. P^uerc-n tomados cerca de ochenta italianos, veinte franceses, lodos los bolivianos y varios otros de diferentes nacionalidades. l']l 13 del mismo mes vino otro pedido. So exijia mí es- pu!siün y la de Mr. B'iss, y, al decir el ministro que éramos miembros de su séquito y por lo tanto con derecho á sus mismas inmunidiidcs, tres dias después se acusó á bliss de los mismos crímenes que al Dr. G nueras, y á mí. « por haber com.'íido otros igualmente graves.» Apenas acababa Mr. — 21i — Wa>hburn de confcsíar esta demanda, cuando llegó o!ro dos- pacho, do treinta pajinas de papel de oficio, que contenia las confesiones de Carreras, Berges, y d;.'l capitán Fidanza ; este último ora italiano y amigo íntimo de Mr. Wasliburn. Acu- saban á Mr. Washburn de ser el jcíe de un comité revolucio- nario, de que ellos formaban parte, y que trab;ijaba por la destrucción do López y la rendición del país á los aliados. Le acusaban de haber recibido una gran suma de dinero de D. Benigno López (hermano del Presidente), para distribuirla entre él, y los demás conspiradores, y decían que tenia de- positado en una caja de fierro en su escritorio, las acias de sus reuniones, con varias carias enviadas por Gaxias, con- teniendo un plan fie cooperación y alianza mutua, Mr. Wash- burn, y digo esto con el debido respeto, cometió el gran error en contesiav scriatim á los cargos que se le imputaban, argu- yendo todos sus puntos, ó injuriando al Dr. Carreras y al Sr. Bodriguez, á quienes llamaba embusteros, perjuros ó ingratos. '' Miraba con gran pesar su modo de proceder y me atreví á aconsejarle una manera de obrar mas digna y un estilo de re- dacción menos familiar. Sin embirgo, mis insinuaciones fueron tan mal recibidas, que no me fué posible ofrecerle de nuevo mi continjente de luces; y redactó ñolas, cuya lectura debe avergonzar al mundo diplomático, y que, no tengo la menor duda, le rebajai^on en la opinión del mismo López. Se recibian cada diez ó doce dias voluminosos despachos del señor Benitez ; su redacción era cortés, so protestaba siempre el mayor res[)cto por el señor Washburn, á menu¡!o, su conca- tenación era aílmirable, y su redacción joncralnrjnte correcta; sin embargo, es'aban repletos de los mas serios cargos contra él, tan bien argumentados, tan claramente sostenidos, y apoyados en una masa tal de pruebas, que me mortificaba el cerebro horas seguidas, leyendo y releyendo estos papales, y apenas podia convencerme de que todo cuanto decían, desJe el princi- pio hasta el fin eran falsas, vergonzosas y viles invenciones. El Señor Benitez, no se contentó con escribir, vino en per- sona una noche muy tarde c insistió en que Mr. Washburn en- --• 215 (rogáramos popeles de Berges, suministraüdoosí una irrecusable prueba contra los conspiradores, que todavía no babian caldo. Su Exelencia tenia por desgracia un conocimiento muy imper- fecto del español, y como estuvieron solos, no se sabrá jamís la importancia de lodo loque le dijo el ministro Bcniíez. Yi momentáneamente la cara do Mr. Washburn cuando pasó de la sala á su Escritorio; estaba mortalmente pálido, y toda su persona sumamenje agitada — no porque fuera criminal^ sino porque temia que el asunto terminara con su prisión. Beni- lez le dijo, «todo está descubierto, — debe usted pues confesar- lo todo»; palabras, que como se verá luego, ocasionaron su pro- pio arresto y ejecución. Cerca de una semana después vino Madame Lyncb con el mismo üu. Le dijo también, que te- nia que confesarlo todo; que Berges babia declarado positi- vamente, que los papeles babiansido depositados en su poder; que debia enlregarlos, y «tener fe en la piedad y generosi- dad del Mariscal, que se complacía en perdonar pecadores ar- repentidos.» En la nota subsiguiente, el ministro repetía la frase, que Be- nitez babia usado, y que babia mencionado también en ua despacho anterior, diciendo que la conspiración debia esfallar en el diadel santo del Presidente. Benitez negaba en el despa- cho en que le contestó, haberse servido de aquellas palabras; y agregaba, «no fui yo señor ministro quien dijo, que la revolución estallarla en el dia que V. E. menciona, con todo le agradezco á Y. E. el informo. -k) Mr, Washbura se puso furioso y [tor mu- chos dias repetía continuamente. «No fui yo, Sr. Ministro, quien dije etc. etc.» Podría sin embargo haber aguanlado el Insulto con paciencia; porque, esta fué la última nota que escribió el Ministro: pocos dias después le engrillaron, le torturaron, y su declaración fué á aumentar el volumen de las que él citaba constantemente! Me tocó también mi parte en las injurias. Me describían como un pordiosero, que habla venido al Paraguay para mendigar mi pan. ¡Mi contrato fué firmado en Londres! «Se me acusaba también de haber estado conspirando muchos me- ses antes de entrar en la Legación.» Indudablemente tendría por cómplices á mis amigaslas arañas. Se agregaba que so — 216 — me habia dado de bnja y echado vergonzosamonte del ejérci- to; sin embargo tengo las pruebas de que me negué á lomar servicio nuevamente. Apesar de esto lo. aguanté todo y con gran serenidad. Como Mr. Washburn no quevia que lo ayudase, me dedique al estudio del francés y del español, leyendo un gran número de novelas — á propósito de estas, el que representa en ellas el papel de hipócrita ruin, ó el de brutal bandolero, según lo exije el argun)ento, es siempre un inglés! Me hizo suma gracia una, que decia, que un miembro del Parlamento fué honrado, por sus colegas con varias esta- tuas de diferentes tamaños por haber presentado un proyeclo de ley proponiendo la destrucción do los católicos. Aprincipios de Agosto, toda la correspondencia fué publi- cada en el Semanario, si seesceptúan dos notas de Mr, AVasli- burn, que perjudicaban mucho la causa de sus enemigos. En una se hablaba de mi y de Mr. Bliss en términos altamente fa- vorables; de él como literato de gran talento, y do mi, como de un «hermitaño dedicado cá las ciencias'^» siendo según él, la persona menos á propósito para entrometerse en conspi- raciones y revoluciones. Benitez replicó con mucha ingenuidad: «V. E. formaba los mismos favorables conceptos de Carreras, Rodríguez y otros reos confesos, antes de que estuvieran presos y hoy los llama embusteros y perjuros ; » lo que demuestra el gran error en que el Sr. Washburn habia incurrido, cuando creyó que es- tos señores podrian haberse prestado voluntariamente á do- clarar contra él, debiendo comprender perfectamente, que no era posible que lo hicieran. Era evidente que se les habia aplicado Ja tortura, ó quese hablan supuesto las declaraciones. Uno délos documentos, que se decia ser la declaración de D. Benigno Ló- pez, era una verdadera curiosidad. Describía con una minu- ciosidad, asombrosa una visita que habia hecho á Mr. Wash- burn, loque conversaron, donde se sentaron, coñio fueron in- terrumpidas sus péríidas conferencias por la entrada de «Cali» (Kate, mucama cié Mr. Washburn) con una bandeja de vasos con cognac y agua, comj lo [)agó entonces una gran cantidad (1¡3 oro, y de la remesa que le hizo después do dos cnnasíos He- .— 217 — DOS de papel moneda. Todo, si so esceptúa el pago del dine- ro y una parte de la conversación era indudablemente verdade- ro, porque Mr. Washbuiii era sumamente indiscreto en su con- versación. Entre nosotros nada importaba loque decia sobre la guerra y el carácter de López; perobablaba muchas cosas con los Paraguayos, con el mismo D. Benigno, con Berges, con muchos otros y sobretodo con un italiano adulón llamado Ta- rodi quien con llamarle «Exelencia»le arrancaba las mas peli- grosas confídencias que revelaba inmediatamente á Mada- me Lynch. Estas opiniones particulares no tcniari nada de malo consideradas en sí mismas, pero dada la situación, se con- vertían en conspiraciones y traiciones. Por otra parte se había colocado en una falsa posición des- de el principio. Nadie conocía el carácter de López mejor que é!, sabia, que era un tirano, cruel, egoísta y despiadado, que (arde ó temprano ocasionaría gradualmente, 6 por una grave y repentina calamidad, indecibles miserias al pueblo que goberna- ba, puesto que se ocupaba en escribir un libro sobre el Paraguay que Itaria cslremccer al mundo llenándole de asombro. Y apesar de esto, tuvo la audacia de escribir al roinislro brasile- ro la nota que he citado, volvió al Paraguay después de ha- ber salido de él sano y salvo, y con su presencia prestó á López un apoyo moral, que le valió mas de lo que puede imajinarse. Además, empeoró su posición con la publicación de aquellas desgraciadas notas, que no tuvieron ningún resultado útil. Nuestro arresto no so hubiera anticipado, un solo día, aun cuando no hubiera escrito ninguna de ellas. Estaba complela- mente inocente de haber conspirado contra López como es natu- ral suponerlo, ponjue no había, ni hubo jamás, semejante conspiración: peio su falta de dignidad y de ir.dcpcndencia, el desconocimiento do aquellas delicadas leyes, llamadas oíos hábitos de la buena sociedad vque los Paraguayos con su carác- te)" grave y urbanidad española esliman lanío, fueron en rea- lidad, la causa de todas sus tlesgracias; el error cuyo castigo sufrió fué el apoyo que prestó á un hombre que no podía con- cienzudamente sostener. No podía darme cuenti del [emor que — 218 - tenia de que le examinaran sus pápelos, hasta que descrubrí quo el manuscrito de su «Historia» era el verdadero peligro. Hasta los mismos fiscales, en vista de sus maneras y trepidaciones empezaron por último, á convencerse de que la historia in- ventada por ellos mismos, era verdadera y que los «papeles de Berges» que no hablan existido jamás, estaban verdaderamen- te escondidos en la caja de fierro. La guerra no se habla interrumpido apesar de estas luchas diplomáticas. López encontrando mala su posición do San Fernando, so puso en retirada, costeando el rio aguas arriba, por una distancia de cuarenta leguas hasta llegar á Villeta y levantó balerías, dos leguas mas abajo de este punto en un lugar llamado Angostura, con el fin de dominar el lio; este es el mismísimo paraje en que Sebastian Gaboto tuvo su pri- mer encuentro con los indios paraguayos en 15C8. Los brasileros le siguieron la pista, desembarcaron en la márjen derecha al Sud de i^ngosturo y después de practicarse un camino por el Chaco, marcharon con una parte de sus fuerzas hasta ponerse á su retaguardia, quedándose el principal cuerpo do ejército en Palmas, paraje situado algunas Icguüs mas abajo. Podíamos oir distintamente desde la Asunción el cañoneo, y esperábamos, pero en vano, que por último los aliados des- plegaran alguna enerjía y nos sacaran de nuestra peligrosa situación. La legación, como lo he dicho, quedó completamente blo- queada desde el dia en que se arrestó á Carreras; pero los cria- dos indíjenas solian conversar con los vijilantes, y sabíamos por su conducto lo quo pasaba en el csterior de nuestro pequeño mundo. Un dia supimos que una cañonera ameri- cana había llegado; y en efecto Mr. Washburn recibió el 29 de Agosto una carta del comandante de la Wasp, cañonera Norte Americana. Mr. Washburn so puso loco de contento y á fé mia que tenia razón, porque abrigaba serios temores de quemas tarde ó mas temprano la emprendiesen con él personalmente; pidió pues inmediatamente sus pasaportes, los que no le fueron sin em- bargo enviados hasta el 8 de Setiembre, y entonces supimos - 219 — q\e nnosfra suerte estaba decretada: «los criminales Büss y Masterman deben quedarse para ser juzgados por los tribuna- les del pais, decia la nota que acompañaba los pasaportes para los demás. Ocupé el intervalo que me quedaba, escribiendo cartas á mis amigos de Inglaterra (ponjuo aunque tenia un gran pre- sfíníimion'o de escapar con vida, sabia sin embargo que la situación era desesperante) y ocultando un poco de quinina y opio en las costuras de mi casaca. Por la tarde, la señora Leüe Pereira, á quien se le permitió quedarse después del arresto de su marido, partió para vol- ver á la casa de su ¡na Iré, situada á algunas millas del pue- blo. Este fué para mí un momento muy penoso porque la es- timaba mucho; no he sabido después que ha sido de ella. Nos acostamos temprano. No dormí mucho, me puse de pié al amanecer; en seguida tomó un vaso de leche, con un biscocho, y aguardé mi destino. Los cónsules de Francia é Italia llegaron temprano, Mr. Washburn confió á este úlíimo Ja inmensa cantidad de valores pertenecientes á estrangeros que hablan sido depositados en su poder, buscando mayor seguridad para ellos, pero que por el contrario cayó con mayor facilidad en poder de López. Gomo es natural de suponerse todo fué una farsa. Mr. Cuvervillo, me hab'ó do sus propios temores; diciendo que su canciller Mr. de Libertad, habia sido denunciado y que esperaba verse arrestado de un momento á otro, y me con- firmó la noticia de que todos los estrangeros de Luque habían sido arrestados. Para ahorrar áM" Washburn la pena y los disgustos de los úl- tinios momentos, se convino en que dejase la Legación acom- pañado del Secretario Mr. Meinke, su niño, mi enfermito de ojos celestes, y dos de sus criadas inglesas, y que los demás no partiesen' hasta que se perdieran de vista. Al acompañarlos hasta la puerta cochera los policianos se arrojaron sobre mi, pero los eludí por el momento. Di la mano á todos los criados paraguayos, sin olvidarme de mi amiga favo ita, la madre de Basilio, quien me dio su ben — no — dicion, y do una tonta y lolüza cocinera que lloraba como una desesperadci; dospups de esto aguanló, h.isla q\ic Mr. Wasli- huin estuviera listo. Eq el último momento, merepitió lo quemo habia dicho mas detalladamente la noche anterior, «que estábamos en plena li- bertad para acusarle délo ios los ci-ímenes, si con esto podíamos salvar nuesira vida, porque habia sabido por los criados, que lodos los presos habían sido torturados, y esperaba que nos- otros tendríamos que pasar por la misma prueba.» Mr. Blíss deseaba mucho que nos trazásemos algún plan de acción, ó que inventásemos alguna historia para apoyarnos mutuamente; pero yo opinaba que convenia, ante iodo, decir la pura verdad; él, justo es decirlo, se hallaba en una posición muy diferente déla min, porque pasaba la runyor parte de su tiempo en compañía del Dr. Carreras y del Sr. Rodríguez, y por lo mismo, en caso de q^ie hubieran hablado de conspira' ciofjes (sabía que se ocupaban siempre de política) debía es- tar al cabo de todo; pero yo huí cuÍL¡adosamenle de su so- ciedad, desde el dia en que eníraron en la Legación. Estaba convencido por esta razón, que era inútil tratar de salvarnos por medio de alguna invención nuestra, si López se había re- suello á sacríOcarnos, rehusé aun entonces aprovecharme de la licencia tiuQ Mr. Washburn nos ofreció. CAPÍTULO XVIL Er. víAjF. Á VinLKTA. - Sr: me apíjcv l\ T.tnruRA.. La ejf- CUCION DE CAnnF.RAS Y BkmTKZ. Salimos de casa todos juntos, pero Mr. Washijnrn caaúnaba lan líjero que loscó:¡sues y nosolro.s apenas podi:unos seguirle, y cuanilo llegamos hasta el íénnino del peiislilo ya se nos había adelantado algunas yardas. Alií losvijilanles, (jue ibane.-ínchan- do el cerco poco á poco, dtS(,'nvaínaron sinudt;íncanien;e sus espadas, se lanzaron al ataque, y nos separaron bruta'uicnto de los cónsules. Levaníé nu sondjrero y dijt'íucríe y ;i¡('¿,rfnieide, -~ 2i>l - «adiós Mr. Washburn; iio nos olvide.» Dio media vuelta, su cara oslaba moríalmenle pálida, hizo un movimiento desprc dativo con la mano y continuó marcliando rápidamente. Nos- otros, es decir.. Mr. Bliss, el negro Baltazar, y yo, fuimos ro- deados por cerca de treinta vigilantes (los demás tomaron posesión de la Legación), los que nos ordenaron á gritos, que marcliásemos á la Policía. Yo iba cargado con una pequeña balija llena de ropa limpia, una capa impermeable, y un col- chón liviano; pero podia haberme ahorrado esla molestia, por- que me quitaron todo, y no he vuelto á ver mis efectos desde entonces. Cuando llegamos al despacho, nos hicieron parar en la calle, donde nos detuvieron cerca de una hora; al cabo de ésla introdujeron al negro, un poco después á Mr. Bliss y por último á mí. Encontré al jefe de Policía sentado en el corredor, rodeado de un grupo salvaje de individuos; me miró un rato sin pronunciar una sílaba, y entonces con un gesto ordenó que me desnudasen. Mi ropa fué prolija y sistemá- ticamente registrada, el forro fué arrancado, y todo pliegue abierto; se descubrieron, como es de suponer, mis pequeños atados de opio y de quinina, se apoderaron de ellos con gri- tos de triunfo, y fueron cuidadosamente colocados aparte. Me quitaron el pañuelo, la corbata y el dinero, y me volvieron lo demás. La puerta estaba asegurada, y como el cuarto carecía de ventanas, me hallé sumergido en una completa oscuridad, víctima de las mas acerbas reflexiones. Habiendo convertido mi poncho en almohada, me acosté en el suelo, porque no habia ni un banco en el calabozo, y procu- ré dormir; pero todo fué en vano: pasé pues el tiempo revol- viendo cuidadosamente en la mente los acontecimientos de los úlmimosseis meses, para tenerlos bien fijos en la memoria, y hice lo mismo sistemáticamente en los dias siguientes, porque tenia el firme presentimiento de que, por mas grandes y largos que fuesen mis sufrimientos, escaldarla con vida, y que algún dia podría narrar, como lo hago ahora, la historia de mis sufri- mientos. A las siete mas ó menos de la noche se abrió la puerla; un sargento y dos soldados entraron llevando una literna; uno O")--) /V -w -^ li'uia un marlillo y ua pequeño yunguo; el otro cargaba un par de grillos. Me puso do pié cuando entraron, pero el sargento orJc'nú fpio me scniasc o'ra vez. Mo quilaron los grillos que tenia, y se mo remachó en su lugar la barra de fierro maciso que traia el soldailo. Primero me pusieron en los lobillüs dos anillos de fierro con pequeñas aberturas en las cstremida- des, luego mci¡eron por cslas aberturas la barra, que tenia diez y ocho pulgadas de largo, y dos de diámetro; en uñado las estremidadcs remacliaron á maitillazos una chaveta de fierro, mieníras un tornillo aseguraba la o'ra. Asi engrillado mo le- vanté con la mayor dificultaJ, pero 'uve que volverme á sentar, pues apenas podía aguantar el peso. Anícs habia oido ya remachar estos fierros en los miembros de mis compañeros. Poco después el sargento volvió áentrar y mo hizo seña de que le siguiera. Lo hice. Me sacó al frente de la policía, en donde merced a la luz de la linterna, vi á Mr. Bliss y á Bal ta- zar montados en muías y un tercer animal reservado para mi. Me pusieron en la silla porque no podía levantar un pié del suelo, me lo impedían las treinta y pico de libras que llevaba. Aquel grupo de brutales policianos, nos deseó con grandes riso- tadas, buenas noches y placentero viaje, y partimos custo- diados por un sargento y dos soldados armados hasta los dientes. Reconocí al primero por haber sido an!es uno de misenfermos; y debe haber sido un individuo de buen cora- zón, porque apenas perdimos de vísía la policía hizo alto, bajó de su muía, y ató las barras de fierro á las jergas de nuestras sillas, lo que nos permitía sostenerlas con las manos; pero antes de llegar al fin de nuestro viaje tenia las muñecas casi disloca- das por el peso. Pensaba al principio por !a dirección que lle- vábamos que íbamos ala estación del ferro- carril solamente; pero pronto supe con gran pesar, que nuestro destino craá YíUe- la— punto que dislaba treinta millas. " Este viaje, aun haciendo abstracción del dolor que sufría, me ocasionaba una tristeza indecible, porque aquel camino cercado por hermosos cedros y naranjos, era mi paseo diario cuando salía á caballo, para estudiar la bolánica ó sacar bos- quejos del pai§. No habia luna, pero las estrellas chispeaban en g1 cielo, que estaba claro y despejado, y todo arbusto, lodo valle en donde crecían los elachos y los al(os aruuies eran visibles, á su amarillento reflejo. Las blanqueadas quintas adornadas con parras y multiflores, en donde habla pasado tan fülices horas, me traían á la memoria escenas y re- cuerdos, que hubiera deseado mucho olvidar, hasta alcanzar mas felices tiempos. Las casas estaban vacías, muchas esta- ban va en decadencia, sus dueños habían muerto ó estaban presos como yo; los cercos estaban destruidos, y los jardines estropeados por los animales eslraviados. La destrucción, la desolación, la guerra, la peste y el hambre habían bor- rado de la faz de la tierra todo rastro de alegría ; solo sobre- vivían la amargura de los recuerdos y la esterilidad del sentimiento. Rogué al sárjenlo, que nos dejase marchar lo mas lenta- mente posible, porque la inmensa barra se columpiaba á cada paso, y un tro[iezon cualquiera nos causaba dolores angus- tiosos. Accedió á mi petición ; pero una vez que bajábamos una escarpada pendiente, las muías tomaron el trote, y tra- tando de asegurar la barra, perdí el equilibrio, y caí en tierra. Estando asegurado á las cinchas no pude desenredarme y fui arrastrado boca abajo por alguna disíancia ; la muía mien- tras me arrastraba, se daba maña para cocearme. Afortuna- damente no me hice mas herida, que una profunda en el tobillo y algunas contusiones en otras partes del cuerpo. El sárjenlo fué bastante bueno para permitirme descansar un rato en tierra y en seguida continuamos nuestro viaje. Poco después, el camino se hizo malísimo ; y mis dos compañeros fueron arrojados del caballo en una profunda y fangosa que- brada, pero no sofrieron mucho en la caída. Nos parábamos unos minutos en cada guardia, y lograba, á veces, obtener un vaso de agua para apagar la ardiente sed que me devoraba, porque el fierro, á causa de su aspereza, pronto penetró por los pantalones, las bolas y las medias, y se columpiaba sobre mi carne viva, siempre que mis cansados brazos me obligaban á soltarlo. El dolor me acarreó la fiebre ; en efecto, era á veces — 224 — íaii intenso, que solo el temor de fraclurarmc una pierna me impedia desmayarme. El camino nos llevaba frecueníemonte cerca del rio y vi disUníamenle las luces de la cañonera norte-americana, que conducia á Mr. Washburn y á su familia, aguas abajo, en dirección a Angostura. Algunas veces encontrábamos bás- tanle dificultad para atravesar las profundas aberturas de los tórrenos pantanosos; pero teníamos luz suficiente para divi- sar las sendas, porque Ja noche, como he dicho, era hermosa, serena y calorosa, el aire estaba impregnado por el perfume de los azahares y délas flores do los orquidcs, que cubrían de guirnaldas á los árboles que cercaban el camino, é iluminado por las luciérnagas que salpicaban chispas de fuego en sus correrías por las ramas. Pasó por último esa larga noche; las estrellas desaparecie- ron una por una tras de las colinas del oeste, el aire se hizo fresco y el manto gris del alba se estendió á nuestra vista cuando nos acerramos á la colina basáltica de Ipané; pero nos faltaba todavía muchas millas para llegar al lugar de nuestro desfii"). Algunos hombres y muchachas pasaban casualmente por el camino ; llevaban canastos en las cabezas y se dirijian al campamento ; algunos no apartaban la vista de Ja tierra, otros nos miraban con mucha compasión ; pero el espectáculo de cuadrillas de presos era muy común para que les llamase la atención ó escitase su sorpresa ó sus comentarios. Me hallaba aniquilado por el dolor y el hambre^ y viendo una muchacha con un canasto, le rogué al Sargento que nos diese un boca- do de cualquier cosa ; compró humanamente un viscochito de casava y dándose vuelta cautelosamente para asegurarse de que nadie nos miraba, lo partió entre nosotros ; no era mas que un bocado, pero lo recibí con gusto porque en todo el dia anterior no habia tomado masque un vaso de leche. Nos habia tratado con suma consideración en todo el tránsito ; pero ya no se atrevía á mostrarnos mas atenciones porque nos encontrábamos con gente, y un oficial podría pasar cuando menos lo esperásemos; noshablaba, empero con aspereza, y nos instaba para que aprasurásemos el paso. Cruzamos una — 225 - colina li-as o(ra, ó mas bien varias cuchillas, cubiertas de un paslo ordinario y de pequeños arbustos, y por último trepamos la que dominaba la aldea de Villcla; allí hicimos alto en presencia de un grupo de oficiales; me soltaron las piernas y cai en tierra aniquilado y casi exánime. Un alférez me ordenó bruscamente que me parase ; quise hacerlo pero el peso de los fierros me volteó boca abajo ; haciendo por último un esfuerzo supremo logré ponerme do pié. A cuatro pasos de allí se hallaba un terrenito cuadrado cercado de huascas; se me mandó que entrase en él, me hallaba demasiado fatigado para observar como se trataba á mis desgraciados compañeros de prisión ; me tiré en tierra y en el acto me quedé profundamente dormido. A la oración me despertaron á palos, y se me ordenó que me levantara y marchara á un montecito de naranjos, que distaba cerca de media milla. Me dolian todos los miembros, pero obedece inmediatamente, y sosteniendo mis grillos con una huas qui- ta, salí con gran dolor y dificultad en la dirección indicada^ tan apresuradamente como meló permitían mis ensangrenta- dos y machucados pies. Un cabo, armado de una bayoneta y de un palo me seguía « ¡ camine mas lijero ! » gritaba á cadains. tante ; quise hacerlo, pero en vano ; me apaleaba tan brutal- mente por los hombros y los brazos que me derribó ; entonces me pegó mas cruelmente todavía; por haberme caído. Llegué por último contuso y casi exánime i\ un grupo de tolditos he- chos con ramas y cañas, colocados en líneas rectas. Yíllegar á parte y separadamente á Mr. Bliss y áBaltazar. Yo pasé al otro lado, y entré en la cabana mas distante. Encontré sentado dentro de ella á un viejo capitán y á un sacerdote, quien, por lo que supe después, llenaba el oficio de secretario. Aquel me hizo señal para que entrara, y después de escudriñarme al- gunos minutos, dijo : — ¡ Ah ! por finio tenemos, ahora confie- se vd. que Mr. Washburn es el gefe de los conspiradores y que vd. se refugió en la Legación con el objeto de conspirar contra el gobierno. Contesté que no tenia nada que confesar, que nunca había conspirado contra el gobierno, que por e^ contrario había hecho cuanto me había sido posible para ser- 13 virales Paragiinyos : (jiio estaba ciciio que Mr. "Wiishbum cr;i onloramento inoconlc de los ciímencs que se le impula- ii;in, y cspliqnó en pocns palabras las circiinslancias por las cuales habia enfrado á su servicio. Me escuchó hasta el íin con iníhcios do gran impaciencin, y cuando concluí me dijo: — «No quiere confesar?» — «No tengo nada que confesar.» — ((Conricse, le repilo, porque me veré obligado á hacerlo con- fesar.» Entonces dirigiéndose al sacerdo!e, le dijo, que me sacara y que me aplicara el ;ioíro. Me llevó tras dci rancho, pero ían cerca de éi, que Falcon podiaoir desde donde estaba todo lo que pasaba. Imploré silenciosamente rá Dios, me diera fuerzas para soporíar esta terrible pruebn, y después miré á mi ^alrededor en bus^^a de los instrumentos de la tor- tura; pero encontré que estos salvajes, como los de «El últi- mo délos Mohicnnos» podian lamentar lo atrasado de sus instrumentos para inílijir el dolor. El sacerdote rae instó de nuevo para que confesara, pero contesté como antes, que no era conspirador, y que no tenia nada que confesar. Enton- ces dijo algo al cabo en Guaraní, y este gritó: ¡Traigan aquí la Urur/uaijana ! A su llamamiento se adelantaron dos solda- dos trayendo varios fusiles y muchas huascas. Me dijeron que rae sentase en el suelo con las rodillas levantadas, lo hice, y rae preguntaron de nuevo — ¿Quiere confesar? — No, soy iuo- conle. Entonces uno de los soldados me aseguró bien los brazos sobre las espaldas, el otro pasó un fusil por rais corvas y apoyando después su pié, en medio de mis espaldas, dobló violentamente mi cabeza hasta que mi garganta tocó en el fusil inferior, me colocaron un segundo fusil sobre la nuca y los ataron con tanta fuerza, que me dejaron enteramente in- móvil. Permanecí asi por un buen rato, pero de cuando en cuando daban martillazos en la culata del fusil;, el sacerdote entretanto, convoy monotonía, como si repitiera una fórmula, que hubiera ya pronunciado muchas veces, se empeñaba en ha- cerme confesar y aceptar la piedad del bondadoso y generoso Mariscal López. No contesté nada, sufriendo en silencio el in- tenso dolor que me infligían. Por último me desataron, y me 997 progunlaron una vez mas : —«Quiere vd. confesar» GonLeslé negativamente. Me alaron nuevamente como antes, pero agre- gando dos fusiles mas sobre la nuca. Mientras estiraban las cuerdas ectié la cabeza hacia adelante para evitar la presión sobre la garganta y golpeándome contra el mosquete superior me ocasionó fuertes heridas en los labios; la sangre casi me ahogó; por fin, no pudiendo aguantar aquellos atroces dolo- res, me desmayé. Guando recuperé mis sentidos, estaba tendido en el paslo, y tancompleíameníe estropeado, que comprendí que ya no podria sufrirmas y que seria mucho mejor, hacer una pretendida con- fesión y ser fusilado, antes que ser torturado nuevamente, üo suerte, que cuando se me iba á aplicar de nuevo la Uniguayana, como se lellamaba, dije— «Soy culpable; confesaré:» entonces me desataron inmediatamente — El sacerdote me dijo: ¿Porqué ha sido vd. tan imbécil y tan cabezudo ? A su compañero Bliss no se hizo mas que amenazarlo y confesó inmediatamente. Esta era la verdad, como él mismo me lo dijo después. Ilabia oido varias veces al pobre Ballazar pidiendo piedad á gritos, y en aquel mismo momento el sonido de pesa- dos golpes, seguidos cada uno de tremendos alaridos, pro- baba hasta donde llevarían su crueldad para con nosotros; le azotaron sin compasión y después le aplaslaron los dedos á marlillazos. Le tenia mucha lástima^ porque no sabiaabso- lulamente nada, ni de la pretendida conspiración, ni de las acu- saciones contra su amo, y no podia salvarse aun cuando pro- testase que era culpable. Bebí un poco de agua y procuré comer la poca carne que me ofrecieron, pero no pude. Yolviendo en seguida al rancho repetí, como me fué posible recordarla, parte de la misma historia que se habia arrancado á Carreras, Berges, Benigno López, y á los demás, cuyas declaraciones habia leido con Mr. Washburn. No pude remediarlo, pero Dios sabe con cuanto dolor y vergüenza rccilé aquel miserable tejido de fá- bulas y mentiras. Pero debe recordarse, que habia vivido tres meses en la mayor ansiedad esperando diariamente ser arrestado, que sabíala manera feroz como habían sido mal- tratadas las personas qiio roliusaban confesar antes de ser eje- cutadas; que había liechj un largo y penoso vinjc y (|ue lia- bia carecido de alimento por casi dos dias. Por otra parte no podia hacer á los acusados mucho mal. Mr. Washburn esta- ba salvo y sano á bordo de la « Wasp ; » hablan sido fusilados ó habian muerto ya, Rodríguez, Gómez (el ex-mayor de plaza) jjedoya, Barrios y González ; en cuanto á los demás, solo podia mencionar como conspiradores á los que decían serlo por sus propias declaraciones. Tenia además el permiso espreso de Mr. Washburn, para de- cir contra él, todo cuanto pudiera. En su declaración ante el comité del Congreso, dice contestando á Mr. Willar. « Dije á Bliss y Masterman; podéis decir sobre mi todo loque creáis pueda saloaros. Podéis decir, que me visleis robar carne- ros ó asallar casas, si con esto eréis poder prolongar vuestras VIDAS.» ( \Vashington, E. U. 30 de Marzo, 1869.) Estaba convencido desde el principio, que solo me necesita- ban como declarante, y en realidad tal era el caso ; y si no hu- biese dado el falso testimonio que me exijian, este hubiera sido falsificado, y yo habría sido fusilado para que no lo contradije- se. Sin embargo, hice una declaración muy imperfecta aunque no tenia dificultad alguna para repetir las palabras y hasta gestos de Mr. Washburn, demostrando de una manera patente que sus opiniones no eran sino verdaderos actos de conspira- ción. (!) En cuanto a los demás declaré con toda verdad, que nunca me habian hablado sobro el asunto. Falcon y especial- mente el sacerdote, perdieron enteramente la paciencia con- migo; me amenazaron veinte veces con aplicarme c/y^oíro por segunda vez y estuvieron dos veces al punto de hacerlo, cuan- do afortunadamente recordé algo que Mr. Washburn había di- cho contra López. Creo que el viejo capitán no era mal suje- to, me ayudaba siempre que le era posible, con preguntas há- biles ó insinuantes, y logró convertir mi escasa declaración eri (1) Eiilas tleclaracioiiesnose había dicho una sola palabra contra mi, y esto aumentaba mis dificultados porque no sal)ia de (pie querían que rae acusase, .^- 529 - una imponcnto esposicion ; pero, como es de suponerlo, él mismo estaba al bordo del precipicio. y si me hubiese manifes- tado alguna simpatía real, ninguna sociedad de seguros habría asegurado su vida por dos horas. El sacerdote por el contrarío, mo mostraba el mas ponzoñoso rencor, se rola de mis «medias revelaciones» é instaba á Falcon á cada momento para «que pusiera á ese obstinado diablo en la Uniguayana, y acabara con él de una vez. w Durante mi interrogatorio entraron varios oficiales, el ma- yor Avoiro, el ca[)itan Jara, el Coronel Serrano y otros. Jara era hijo y heredero de D. Luis Jara, dueño hacia poco déla ca- sa que ocupaba Mr. Washburn, y por la cual este último, muy imprudentemente, se rehusó á pagar alquiler, fundándose en que los ministros gozaban de este privilegio ; Jara deseaba mu- cho saber lo que se habia dicho sobre esto. Se lo dije, y contesté á los demás do la manera mas vaga posible. Por la conversación de estos hombres adquirí algunas ideas muy buenas sobre el mejor modo de proceder, y averigüé también íncidcntalmento, que Mr, Washburn estaba entonces abordo de la « Wasp, » y que por consiguonteno podía ponerle on jioligro todo loque dijera contra él. A una hora muy avanzada de la noche entró un sacerdote llamado Román y [¡idió que le entregaran mis declaraciones. Falcon que le tenia evidentemente un gran miedo, se Ins entregó. Las leyó de cabo arabo; estaba por hacerlas peda- zos, cuando se contuvo y las arrojó despreciativamente sobre la mesa diciendo— « qué miserables disparates!» Entonces dándose vuelta hacia á mí, dijo :— « Son estas sus declaracio- nes? Mire, escúcheme, voy á dar nn corto paseo á caba- llo, y si á mi vuelta encuonlro que vd. no ha confesado sin reserva ninguna que la r/ran bcwlia úq llr.Waíihbuvn, es el conspirador en geíe, que estaba en relaciones con Gaxias, y que recibió dinero, y correspondencia del enemigo, y ((vr vd. lo miña, le pondré on la Vruf¡uoyana y le dejaré en ella hasta ([lie lü haga.» El capitán Falcon respinj libremente, cuan- do su terrible colega se retiró. Rogué que me diesen tiempo para reíloccionar, prometiendo decirles después todo lu (jue -. no — fiipícra. Tenia sobrado motivo para pedirlo, me hablan inter- rogado seis horas, y me hallaba enteramente agotado. ¡ Hoy mismo cuando me detengo á pensar en lo que dije, la esce- na se me presenta en toda su realidad! Un pequeño rancho de diez pies do largo y tres de ancho, con paredes de mimbres y techo do cañas, iluminado por las inseguras y caprichosas llamas do dos velas de sebo, espuesías á la corriente del aire, constituía la sala del Tribunal. En el centro se hallaba una mesa con solamente tres patas enteras, la cuarta estaba rota, y un buen pedazo de caña de azúcar asegurado con una huas- ca, suplía la que le faltaba. Las velas que ardían formaban depósitos de sebo en los candeleros de barro, y su luz ponía en un fuerte relieve el rostro y la estrecha y señuda frente dal sacerdote; su cara baja, astuta y profundamente arrugada, le hacia aparecer mucho mas viejo de lo que era, sin que me- jorara su aspecto el rastrojo que cubria su descarnada y angu- losa quijada,que haria como una semana no se habría afeitado; la tonsura parecía un monte recién derribado por el leñador. Se ocupaba en morderse las asquerosas uñas y contemplaba la cara del capitán con aburridas é impacientes miradas, que se convertían en ojeadas humildes y adulonas cuondo sus ojos se encontraban. Su compañero me concedió con gusto el tiempo que le pedí, él mismo estaba cansado y perplejo; fumando su cigarro sin saborearlo, mas bien lo masticaba que lo fumaba. Era un hom- bre bajo, grueso y calvo; cuando se quitaba sus enormes anteojos tenia un aire de honhomia, que hacia un estraño contraste con su ocupación. Estaba sentado en un cajón lleno de atados de manuscritos, que eran las declaraciones de los acusados; lal vez jamás se haya visto en la historia del mun- do tantas mentiras enfardeladas en tan pequeño esjacio! Algo mas alia estaba su cama, que consistía en un cuero y unos fardos de pasto; no tenía cobijas, al poco rato se envolvió en su poncho y se durmió vestido tal como estaba. Sobre su cabeza pendíala espada, ima pistola y la montura, y es!,o era {o:lo cuanto tenia. Yo estaba ñi'nlado en un banquiío cerca d'.' la puorta, cuyo asien- to tenia una foima empozada. En la parte do afuera los tres ^3i •«s hombres de guardia, estaban acostados en el suelo; uno da ellos tenia el fusil bien asegurado en su fuerte y tostada aia-» no, los de los otros dos estaban apoyados contra el rancho^ El crujido de mis hierros, al estremecernie nerviogamente en la silla, llamó la atención del fiscal, sobro el .negocio qm tenia entre manos. — « Vamos MasterroaU;)) dijo con cierta ter^ nura, « cuéntenos toda la historia ; díganos como era que la gran bestia pensaba concluir con todos nosotros.» So puso los anteojos y apuntó y condensó mis contestaciones, en un pedazo de papel, porque le gustaba amplificarlas él migmo, sin prestar mucha atención á lo que se le decia ; pero yo estaba demasiado cansado para objetar ó proteslar como lo hacia al principio, y casi estaba cierto de que era mejor dejarle hacer lo que le diera la gana, a Habiendo el criminal confesado libre y voluntaria- mente su crimen,» empezaba á dictar al secretario echando en olvido mi tortura, « y habiendo sido solemnemente amo- nestado por los Señores fiscales á que dijera toda la verdad, á fin de descargar su conciencia, depone, que Mr. Wasbburn era el inventor y el gefe de la conspiración.» Y llenó dos plie- gos de papel de oficio menudamente escritos, con cstrava- gancias de este género. Todo iba muy bien hasta que rae pre- guntó cuanto dinero me habia pagado Mr. Washburn. — «Ni un real» contesté enérgicamente y con toda verdad. — « ¿ Y cuan- to le ofrecieron?» — «Nada, nunca me ofreció dinero, porque yo no podría haberlo aceptado.»— «Señor Capitán, dijo, dirigién- dose impacieníemento á su compañero y señalándome con dedo trémulo, « ponga ese añariú, (ese hijo del demonio) en e\ potro, aplástele de una vez; nos está haciendo pender el tiempo con sus mentiras. » Protestó con enerjia^ que decia la verdad, y mientras habla- ba me devanaba los sesos procurando inventar algo, que re- conciliara mi participación en el crimen, con la declaración que habia hecho, de que nunca habia sido de los conspiradores, porque lo que me preocupaba mas, era que me pidiesen decla- raciones contra los Ballesteros, Lasserres y otros—amigos ínti- mos mios algunos, otros conocidos de nombre solamente — á quienes se habia arreglado al¿junofc meses antes, pero que po- — 232 ~ (lian estar aun vivos ; antes que hacerlo hubiera preferido mo- rir atormentado. Concebí inmediatamente un plan, que sirvió á mis propósitos y que me habilitó para esquivar las terribles interrogaciones que me hacían. Por ejemplo : habia tenido mu- chas disputas con Mr. Washburn sobre asuntos políticos y li- terarios ; él, era demócrata ultra-rojo-republicano por princi- pios, y cstremadamenLe dispuesto á olvidar, en el calor de la discusión, las formas de la sociedad culta, y detestando cor- dialraente á la Inglaterra, no era persona para convenir con- migo en estas cuestiones y tuvimos muchos altercados de esta clase. Exajeré nuestras discusiones hasta hacerlas pasar por verdaderas querellas; y les preguntó si como hombres raciona- les, creían probable, que una persona que me miraba como enemigo y que me retenia en su casa solo porque necesitaba de mis servicios profesionales, arriesgarla su vida confíándome plenamente lodos sus secretos? Y agregué, que opinaba, que me habia iniciado solamente, en una parte de su crimen, por- que temia que por algún accidente descubriera lo que pasaba y que me vengara acusándole. Mientras que comunicándome una parte de sus proyectos, aseguraba mi silencio poj* ser cómplice, y además, porque yo consideraría una cuestión de honor, guardar un secreto que tan generosamente me habia revelado un hombre que me detestaba y que me habia maltra- tado. Mi historia bastante plausible por sí misma, llevaba consigo suficientes visos de verdad para que la tragasen in- mediatamente. Falcon me escuchó sumamente complacido ; y por ser casi media noche, me dijo, que podía acostarme en la arena y dor- mir ; me acosté á corla distancia de la cabana mientras ponían mis declaraciones en limpio. No podía dormir, y permanecí en la oscuridad repasando en la mente los aconlecimientosdeldia; la noche era borrascosa ; oscuras y fugitivas nubes atraveza- banen rápida sucesión la iracunda faz del cielo. Trascurrió mas de una hora; me llamaron de nuevo, y me leyeron «la primera eclaracion» á la que puse mi firma. A! salir del rancho, el viejo capitán me dio la mitad de un pan de chipa, que se lo agra- decí fervorosamente y me prometió que al día siguiente haría — 233 — cambiar mis grillos por otros mas livianos. Llamaron á los sol- dados y estos me condujeron de nuevo á la guardia y me ata- ron de los pies con una huasca. Me envolví en mi poncho, y á los pocos minutos estaba profundamente dormido. Guando desperté al dia siguiente, me encontré comple- tamente mojado y casi sumerjidoen un pantano (habia llovido mucho durante la noche y hacia un frió espantoso) y rae con- vencí, cuan verdadero es que la desgracia nos proporciona estraños compañeros de dormitorio. Atado á un lado yacia el Dr. Carreras, que dormía todavía, y del otro el cadáver del Teniente Coronel Campos. Este murió durante la noche de- samparado y abandonado, no hubo una alma caritativa que lo atendiera; allí yacíü con los ojos abiertos mirando fijamente, aunque en vano, los primeros rayos del sol naciente. A las siete de la mañana desataron una estremidad de la huasca; los presos fueron despertados con una lluvia de palos y cuando nos tocó el turno nos libramios de los lazos que nos aseguraban por los tobillos. El oficial de dia preguntó— -¿Qué no hay mas que uno es(a mañana? El cadáver fué en seguida arrojado sobre un cuero, y sacándolo á la rastra lo tiraron al rio. Entonces nos colocaron á la distanciada diez pies uno de otro y se me previno, que no hablara á mis compañeros ; me senté pues, en el lugar mas seco que pude encontrar á mi al- cance y eché una fatigada mirada á mi alrededor. ¡Qué horri- ble espectáculo ! Sobre aquella suave pendienie, en un espacio de menos de cien pies cuadrados, y que se habia desmontado apresuradamien- te al efecto, yacían cuarenta presos; y por todos lados hasta donde alcanzaba mi vista, había otros cuadros ocupadosde la misma manera que el nuestro. El mas próximo tenia ciertas pretenciones al lujo, porque cada preso tenía una perrera con paja para acostarse; vi allí á D. Venancio, hermano mayor del Presidente, y al Capitán Fidanza, antiguo amigo de Mr. Washburn; los demás eran oficíales, y algunos de alto rango. He dicho que el Dr. Carreras dormía á mi lado durante la no- che; en la mañana siguiente le llevaron un poco mas adelante, pero tuvo tiempo para decirme en voz baja:- -«Se ha ido Mr. w 234 - \Vashbarn!)> «Sí» conleslé. Ibaá hacerme raaspr(^gun(Qs, cuando nos sorprendió un ceniinelo, y refunfuñó: acállense la boca.» Carreras presentaba un aspecto lamentable ; en efecto, habia cambiado tanto que apenas pude reconocerlo. Descarnado, manchado do barro y de sangre, lo era sino la sombra de lo que habia sido; durante dos mese» habia estado acostado déla misma manura que lo vi, ai aire libre y sin mas abrigo con- tra las lluvias y el calor del sol, que una raída frazada. Habia convertido esta en asiento y procuraba interrrogarme furtiva* mente con el movimiento de los labios. Tenia las manos envuel- tas en unos trapos sucios; los desató, y me mostró sus dedos tan horriblemente mutilados, que me descompuse; pasó la mayor parte del diasentado é inmóvil ; sus ojos estaban hun- didos; su vista clavada en la tierra, y sus escasos y grises ca- bellos flotaban al aire, y le caían sobre la cara sin que' él lo apercibiera. Su criado, el pobre Baltazar, estaba en un rincón mas remoto, acostado boca abajo y en esa posición permnueció rehusando todo aumento, hasta que murió pocos dias des- pués. La única persona que yo conocía además de estas, en aque- lla triste compañía era Mr. Taylor, el arquitecto ; no tenia grillos, pero parecía lamentablemente enfermo y fatigado. Estaba entre un grupo de italianos, á juzgar por su acento, los que hasta cierto punto eran privilejiados ; habían hecho una pequeña tienda estirando una sábana sobre cuatro palos, á dos pies de altura, y se les porraitia conversar ; tenían yerba y estaban abrigados al rededor de un fuego, sobre el cual ca- lentaban el agua, porque si- se esceplúa uno que parecía estar enfermo, todos habian salido de abajo de la carpita y esta- ban sentados en círculo á su rededor ; por falta de mate, pre- paraban el brebaje en una aspa y lo tomaban alternativamente por una bombilla de estaño. Taylor me miro, y levantando la mano hizo un gesto de compasión, poro no se atrevió á dar otra señal de reconocerme. En el centro del campamento de presos, ó guardia cumo lo llamaban los naturales, se veía una fila de sacerdotes, oidio si mal no recuerdo ; todos esta- ban cariados de fierros, v debían h?Lier sido traídos hacia ppeo, porque sus largos mateos de parlo estaban poco gastados ; mas allá y próximos á estos, so hallaban los prisioneros de guerra; habla entre ellos un mayor y Ires capitanes, como lo supe poco después cuando los llamaron por los nombres ; no estaban engrillados, pero se hallaban en el último grado de miseria ; y casi desnudos; algunos lo estaban completamente, cubiertos de heridas, y la mayor parte demasiado débiles para camanar ; y por úllimo, un grupo de malhechores que se distin- guían por tener el tobillo derecho asegurado con un solo anillo de fierro; estos apenas parecían seres humanos, no tenian ni veslijios de ropa, y se acostaban por lo jeneral juntos y amontonados en la tierra. Todos los dias se cscojia entro ellos cierto número' de jente para barrer, limpiar la guar- dia y acarrear agua y leña para sí mismos y para los de- más; los soldados. les daban á cada paso palos y punla-piés, y los injuriaban de la manera mas vil y cobarde. A nuestra retaguardia estaba la cocina, es decir, una gran caldera do fierro, colocada sobre el fuego al aire libre ; un fornido negro, ayudado por varios presos, preparaba la comida para todos, la que era malísima y escasa ; nos daban hervido por la mañana, y á la noche un puñado de maíz y los huesos que dejaban los soldados. Vi á Carreras, antes hombre de suma importancia en la República Oriental, royendo ávida- mente la ternilla de unos huesos bien pelados/ que le tiró despreciativamente algún transeúnte. ¿Puedo ofrecer un cuadro mas resalíante do nuestra miserable condición? La carne, después de cocida, era colocada en pequeñas tinas do madera, como las que se usan para los cerdos, y distri- buida éntrelos presos. Estos estaban dispuestos en grupos de á cinco, y se colocaba una tina en el centro de cada uno ; algunos tenian cucharas de cuerno, otros, pedazos de cas- cara de naranja ó trozos de mate, y con estos instru- mentos bebían su caldo y luego so repartían la carne y los huesos. Las cucharas de cuerno eran tesoros muy codicia- dos; cuando moría un preso que poseia alguna, solía haber una terrible lucha, entre los que sobrevivían, para heredarla, confíen la que terminaba frecuentemente con sendas palizas, - 236 — adminisíradas á todos indistintamente. Por ser recien lle- gado, no se me dio nada hasla muy tardo ; \)ov último el negro vino con un pedazo do carne que comía, y me dio parte de él. Este era el tercer dia qao pasaba en ayunas, si se escep'úa la mitad de chipá quo había comido la noche anterior; pero no tenia ganas de comer. Pedí solamente agua pero no me la quisieron dar. Por la tarde se me citó de nuevo para presentarme delante de los fiscales, y se continuó mi interrogatorio, dirigido esta vez por el padre Román en persona. Se repitió la misma an- tigua historia : relaté toda la conversación que recordaba haber tenido con Mr. Washburn, en la que este injuriaba ó ri- diculisaba á López, teniendo presente el cuento del dia anterior, y declarando siempre que se mencionaba el asunto, que no sa- bia nada absolutamente de la conspiración, sino simpleniento que existió, agregando algunos detalles que pude sacar de las declaraciones de Bergesy Carreras. El padre Román se satisfizo mas fácilmente de lo que creí y me despidió mas ó menos á las ocho do la noche. Me llevaron á otra cabana, que estaba peco distante, en donde encontré al mayor Aveiro (un negro) y al teniente Levalle, paraguayo educado en Inglaterra y que hablaba inglés y francés bastante bien. Hablan sabido por Mr. Bliss que habla escrito á Inglaterra por conducto de Mr. Wash- burn ; pero les habia dicho que la carta era para mi madre, sin decir nada acerca do la otra que escribí al Times. Por una afor- tunada coincidencia, dije la misma cosa, porque hubiera tenido pocas probabilidades de escapar con vida si se hubiese sabido que la última existía. Se me ordenó entonces, que escribiera otra carta, que Aveira dictaba en español (mi versión era por su- puesto en inglés) en la que se me hacia decir, que era culpable del crimen de conspiración cont'a López, que lo habia libre y voluntariamente confesado, asi como la culpabilidad de Mr. Vvashburn y que me habia entregado á la merced del Presiden- te, con la esperanza de que me salvaje la vida. Esta versión fué cuidadosamente examinada por í^ovalle, leyéndola palabra por palabra, quien la esplícaba á Aveira y á otro oficial que estaba presente. Una frase les embarazó: habia cscrilo, «Mr. Wash- - 237 — biirn conspiró contra S. E. el Presiclenle y conira el gobierno del í^iraguay.» — Aveiro dijo, pero S. E. es el gobierno, aqui no puede haber otrogobernador. No podia absolulamente con- cebir la idea de una administración constitucional. El padre Ivoman entró un poco después, y le recordé la promesa de ha- cerme cambiar los grillos. Me dijo, que me lo mandarla hacer al dia siguiente y que me baria dar mejor trato y alimentos ; este cambio lo atribuyo á una carta que Mr. Washburn habia enviado á López, en la que protestaba contra el ulíraje de ar- restar dos miembros de su séquito, haciéndole presente, que nuestra prisión en la calle y en su presencia era un insuKo tan crrande á la bandera Norte Americana, como si nos hubiesen apresado en la misma Legación y que el Gobierno de su pais lo vengarla seguramente. Entonces se introdujo á Mr. Bliss, y se le preguntó, si era verdadera su primera declaración acerca do la carta; contestó «que sí» y para que no me comprome- tiera con algunas peligrosas preguntas, que me hacían sobre su anterior declaración, le dije rápidameníe todo lo que le ha- bia dicho y escrito. Se me ordenó además, que escribiera otra carta á los mismos fiscales, esta me la dictó Román. En ella pedia respetuosamente permiso para escribirla caria, «con el fin de aliviar mi conciencia del peso que la agoviaba, y para adelantar los fines de la justicia.» Supe después, que Mr. Bliss habla escrito ya una larga carta á Mr. Washburn en la que le decia: «Encontrándome libre por fin de la presión que V. E. ha ejercido por tanto tiempo sobre mi voluntad, no pucclo menos que confesar libre y vo- luntariamente la parte importante que V. E. ha tomado en la revolución en que ha comprometido a tantas personas y á mí entre otras. He declarado (lo siento profundamente, por- que hubiera querido ahorrar este escándalo á Y. E. pero debo decir la verdad) que V. E. ha sido el alma de la revolución, y si este hecho queda revelado y confesado por sus cómplices, i á quien debe su existencia, sino á V. E. que ha continuado siendo su gefe hasta el último momento? No me considero pues absolutamente obligado por la promesa que V. E. me arrancó ayer en su escritorio, de no revelar sus procederes 000 — •Coo — nntcriorns (j .icluales,» coniinuaba diciendo muchas cosas por L'síc cslilo, y terminaba así, después de pediile que le devolviera sus carias aestandola verdad plenamenfe revelada y conocida, estas carias no pueden servirle tá V. E. para nada, y puesío que son falsas, no ine conviene ya gaardar el misícrio de la liipocresia, etc lo aconsejo como amigo, no procure luchar contra las pruebas dadas por iufii:i(os testigos. ■» Si de lo que yo dije, se esceptúa que creia en la existencia de la conspiración, que Mr. Washburo era su gafe, y que se me liabia invitado á tomar parte en ella, toda mi declaración era enteramente verdadera, porque afortunadamente para mi, Mr. Washburn tenia <á López una tal aversión (dehí cual yo partici- paba cordialmentc), y le habiainjuriado y espresado sus pensa- mientos con tan poca reserva, que no tuve dificultad en satis- facer plenamente á los fiscales (dentro de los limites que mi primera bistoria prcscribia) sin faltar ni aun á la confianza, puesto que Mr. Washburn, me había dado permiso espreso pa- ra decir cuanto se mo antojara contra él. Continuo con mi narración; á la mañana siguiente cambiaron mis grillos por otros mas livianos, y toiios recibimos un pe- queño bollo de casava y un pe-lazo de carne cocida, que des- pués nos continuaron dando dos veces al dia. Cuando nos lo trajeron observé un rasgo del carácter de Carreras, que me agradó muchísimo. Es costumbre Sud Ame- ricana, que los esclavos lleven los mismos apellidos que sus amos, y cuando el comandante dijo, que tenia órdenes para dar á Carreras mejor alimento, el doctor esclamó calorosamen- te, « Aquí hay dos que llevan ese nombre, he ahi el otro, » señalando á su criado moribundo, «por cierto que los dos de- bemos recibirlo.» Aquel dia y el siguiente hizo malísimo tiempo; !a lluvia caia á torrentes y teníamos que sentarnos ó acostarnos literalmen- te cu un charco de agua. Pero pronto descubrí, que el sentar- se, aunen medio de un diluvio, era preferible á los ardientes rayos del sol, á .que después estuve espuesto durante muchas horas seguidas, tendido en un suelo, cuyas grietas demostraban lo abrasador del calor. La bebida mas abundante no hubiera -- 239 podi-Io npaciguarla sed que tenia, mucho menos las doscop¡(as (le agua que nos daban al dia. Si á mi que estaba tapado con una gruesa frazada me causaban tantos sufrimientos los ar- dientes rayos del sol, ¿qué tormentos no habrían sufrido los desnudos prisioneros que estaban á mi lado ? Algunos eran Paraguayos, otros negros del Brasil; estos po- dían aguantarlo sin gran molestia, pero la mayoría eran es- trangeros, y causaba un dolor acerbo ver el silencioso sufrimien- to que revelaban sus rostros, y la ansiedad frenética con que vaciaban el contenido de las aspas; cuando les tocaba el turno cgotaban hasta la última hezde aquella agua caliente éinmunda. 1/03 prisioneros de guerra, y los criminales nos llevaban gran ventaja á este respecto; iban dos veces al dia á los pozos que reci- Iiian las lluvias; podían beber cuanta querían y volver con toda la que cabía en sus vasijas. Algunos poseían aspas ó copas de estaño, otros mates ó pedazos de cuero en forma de bolsas, uno de ellos me parecía mas feliz que los otros— por- que con la sed que tenia codiciaba su tesoro — poseía una bota que le servia de cántaro. Era un mayor Brasilero, espan- tajo andrajoso y sucio ; pero cuando pasaba llevando ensar- tada en UR palo, á través de los tirantes, su bota llena de agua sucia, le mirábamos con ira, y nuestros ojos chispeaban fe- rozmente envidiando su felicidad. ¡Cuan egoístas ; cuan brutal- mente crueles nos hacemos en la desgracia! Con cuanta en- vidia mirábamos al hombre que cargaba menos fierros que nos- otros, y como maldecíamos al infeliz, que había logrado arras- trarse hasta ponerse al abrigo de un arbusto en la margen del cuadrado ; un dia que volvía de los pozos la interminable y banboleante fila, un italianO; cuyos ojos brotaban fuego por la fiebre, se levanto apoyándose en el codo al oír el ruido de las vasijas de estaño, y en un tono apenas perceptible, pidió por amor de Dios una sola gofa de agua ; mientras suplicaba csfendiü su brazo tembloroso, agitándolo á tientas en el vacio, pero ni sabía á quien lo dirijía ni podía mantenerlo fijo; el hombre á quien imploraba, que estaba á su vez con un pié en el sepulcro, se la negó profiriendo mil maldiciones ; aquel infe- liz cayó de espaldas, dio una media vuelta, y espiró. De — á4ü - esta manera disrainuia nuestro número diariamenlc, desapa- reciendo de á dos y de á tres, para ir á descansar eternamen- te. Los compadecía ? ¡Ab, no! En esos momentos hubiera aceptado la muerte (an contento, como la criatura fatigada, que busca reposo en el regazo de su madre. Cerca de una semana después me apartaron de Carreras, co- locándom.e algunas yardas á su retaguardia y ambos nos arras- trábamos y nos metíamos en unos ranchitos de cañas que ten- drían cerca de tres píes de alto. El mío había sido construido sobre un campo de pinas silvestres, que con suprema indiferencia ó tal vez intencíonalmente, habían sido dejado en él sin arran- car. Cuanto SQ los agradecí, no solo por la sombra que rae proporcionaban^ sino también porque me daban ocasión de ocu- parme en arrancar la raíz del Caraguatá; me puse á trabajar ca- vando profundamente con un palo punteagudo, j)ero apenas había trabajado una hora, cuando recibimos orden de marcha. Nos hicieron salir al sol y tuvimos que esperar algún tiempo, porque estábamos al frente déla triste procesión de aquellos centenares de presos, y costó bastante hacer entraren fila las guardias y los hombres que llevaban las ollas y las tinas; los enfermos y los resagados eran apaleados sin compasión. De una de las próximas chozas salió en cuatro pies D. Be- nigno López, hermano menor del Presidente; estaba bien vestido,pero sobrecargado de pesados fierros; y de otra, un viejo, fantasma de hombre, que reconocí apenas; era el ministro de Relaciones Esteriores D. José Berges. Se apoyaba débilmente en un palo y era seguido por su sucesor D. Gumesíndo Benííez, que iba descubierto, descalzo, y engrillado. Luego se pre- sentaron dos viejecitos, evidentemente chochos ; no tenían ni un trapo con que cubrir su desnudez; el uno estaba engrillado, y no podia mas que arrastrarse penosamente en cuatro pies ; el otro, miró alrededor suyo al pare<:er contento y risueño, y su tímida sonrisa y la imbecilidad de sus facciones, revelaban la satisfacion que le ocasionaba el bullicio, aunque evidentemente no comprendía lo que pasaba á su alrededor. ¿ Puede exigirse una prueba mas eficaz de la cruel ferocída^ de López? Octo- genarios engrillados, hombres que hacia mucho tiempo ha- — 241 — bian dejado de ser personas responsables, de quienes no podia bacerse mas caso que de las criaturas recien nacidas, porque con el vuelo de los años habían vuelto al desamparado estado de la infancia; horroriza hasta el pensar, que semejantes ves- tigios de la humanidad, temblorosos ya y cuyos miembros crujían á causa del tormento, que babian sufrido en vida, debieran pasar el resto de sus días presos y engrillados. ¿Y cuál seria su crimen? Alguna lastimosa queja por la pér- dida de su escaso bienestar, algún apasionado lamento por la muerte de sus hijos ó nietos, alguna vana palabra dicha en la amargura y locuacidad de la vejez y traidoramente inter- pretada, ó quizá no tenian otra culpa, que ser parientes de algún desgraciado, que había muerto en la tortura ó en el ca- dalzo. Por último, partimos en dirección al Este, á lo largo de la falda de las montañas y caminamos por un estrecho desfilade- ro, hasta penetrar en una selva casi intransitable. Al pasar por la garganta de la montaña hubo alguna confusión; los presos se estrecharon y se alejaron un poco de los soldados, que los custodiaban con sus bayonetas armadas ó sus sables de- senvainados. Esto me dio la oportunidad que deseaba tener hacia mucho; me hallé algunos momentos al lado de Carreras; me preguntó otra vez en voz baja si Mr. Washburn se ha- bla ido. «Sí, está salvo y sano,» contesté, con el mismo sigilo, y continué preguntándole si había alguna verdad en sus declaraciones; me replicó con rapidez convulsiva— iVo, no, mentiras, todo es menlira, desde el 'principio hasta el fin. — Porqué las hizo entonces? le pregunté, talvez innecesaria- mente.— «Ese terrible padre Maiz^ contestó, roe torturó en ].a Uruguaya.na por tres días seguidos, y después me pulverizólos dedos con un martillo.» Me miró con la cspresion de un hom- bre completamente agoviadoporlos sufrimientos, y me mostró sus mutiladas manos en prueba de la verdad de lo que decía. Galló por un rato y me preguntó á su vez: — «Ha confesado V.» — «Sí» contesté tristemente. — «Ha hecho bien, lo hubieran obli- gado: Dios nos ayude.» Le hablé de la dificultad que habia teni- do por no poder dtcir cuanto dinero se decía que Mr. Wash- 16 o,'.-) _. burn habia recibido de los bn.sileros, aunque so Iiabia men- cionado varias veces la suma en las declaraciones, y tratando de averiguar cuanto debia decir— «Serian quince mi! onzas?» le pregunté, y me contestó: — ¡Mentira, todo es falso, todo es mentira ! No habia visto á Rodríguez por varías semanas, y creia que habia muerto. Me preguntó entonces por la suerte de su criado, que le habia servido desde su niñez, y que habia desaparecido dos dias antes ; sin duda habia muerto ya. Se limpió inmediatamente en la selva un lugar para acampar, porque estaba formada principalmente de arbustos y retoños, y solo quedaban algunos (roncos para demostrar que se hablan destruido los árboles viejos. Era ya mucho esperar que nos hu- bieran dejado alguna sombra; el potrero que se hizo tenia en efecto tanta estension, que hacia en él un calor tan abrumador como el que se sufre en las faldas de las montañas. Se descubrió que los dos ancianos no tenían suficientes fuerzas para caminar ; los metieron á arabos en un cuero., que llevaban dos soldados por medio de un palo ; cuando hicimos alto los tiraron al suelo á mi lado, sin embargo, agradecieron á sus portadores diciendo: — «Dios los recompense, hijos mios. Dios los recompense » Pero al dia siguiente se les negó este favor, y fueron horriblemente apaleados por los cabos para que marchasen mas lijero ; partia el alma oirlos suplicar con trémulos y bajos acentos, y verlos llegar, una hora después que los demás, cubiertos de tierra y do sangre porque se hablan arrastrado en cuatro pies por casi una milla. (1) Ese dia trajeron varias mujeres, todas, escepto una, me eran desconocidas, pero era evidente que pertenecían á la mejor clase de la sociedad ; dos ó tres de ellas tenían las cho- zitas que he mencionado, otras hablan formado un toldo ten- diendo un chai sobre tres ó mas palos ; y vi á una pobre niña, que tendría diez y seis años de edad, agachada, cubriéndose con un cuero que se echaba por los hombros ; no se movía jamás sino para cambiar su toldito según el movimiento del sol ; se sentaba con los ojos clavados en la tierra, y las lágrimas le (1) Nos liabiamos retirado mas adentro de la selva. •l'ü] corrían furlivamcnte por las mejillas. Una nocho los soldados les ordenaron que rantasen ; murmuraron apenas un irisle una de aquellas melancóiica? canciones amorosas, que parecen un suspiro de la tarde, y que tanto agradan álos Paraguayos. Escuchando sus plañidos, apenas mas fuertes que la brisa vespertina, pensaba que nunca había oído notas tan lastimosa- mente tristes. Poco después de nuestra llegada, D. Benigno, Borjes y Car- reras fueron llévalos á otra parte; á mi me apartaron de los demás y recibí mejor alimento que ellos; en efecto, si me hu- bieran puesto solamente á cubierto del sol y me hubieran su- ministrado mas agua, habría podido aguardar pacientemente hasta el fin — ya fuera para recibir la muerte á que me habían condenado, ó ya mi libertad. Mis sufrimientos por la sed eran intensos; se me reventaban los labios y tenía la lengua seca y mohosacorao un enfermo de tifus; para aumentar su cruel intensidad, á pocos pasos de distancia corría un limpio arroyo. Durante todo el día, siempre que pasaba un oficial, se oía el débil grito de — «¡Agua, señor, per el amor de Dios; un poco de agua! í Les suplicaban en los tonos mas tiernos centena- res de personas que se morían de sed. Los que dormían, al oír estas palabras soñaban tal vez, como me sucedió á mi mu- chas veces, con dulces corrientes y con frescas fuentes, y se despertaban derrepente creyendo que la hora en que se dis- tribuía el agua había llegado, al tocar la realidad se dejaban caer en tierra lanzando gemidos, con la amargura del desenga- ño. Sin embargo, cinco minutos de tiempo y algún trabajo nos hubieran proporcionado el favor que tan inútilmente pedíamos. Permanecí tres días en este punto; y una tarde mientras contemplaba el horroroso espectáculo de un preso á quien se atormentaba en presencia dé todos, vino una guardia y me lle- vó en compañía de Mr. Biiss para ser fusilados, según creí ín- timamente, pero solo fué para juntarnos con nuestros compa- ñeros anterictres. Estaban colocados en una caverna en la mon- taña lejos de los demás. Eocontré al!í á Leíte-Pereira, al Ca- pitán Fidanza, á Berges, á D. Benigno y á D. Venancio López, coronel y hermano mayor del Presidente, á Benítes y á Carreras, — 244 — cada uno tenia su respectivo rancho. Nos colocaron con ellos dándonos por abrigo algunas ramas, pero lo que aprecié mas que todo fué ún mate grande lleno de agua limpia y fresca, que me trajo el sargento. Apenas hablamos descansado cuando vi- nieron órdenes para marchar de nuevo. Sin pensar siquiera en quejarme, me levanté otra vez del suelo y atando una huas- ca á mi barra de fierro, parlí. Marchamos en fila cerca de media milla, cuando llegó un oficial á caballo y nos detuvo ordenándonos, que volviéramos nuevamente al punto do parti- da ; después de una demora de cerca de diez minutos partimos una vez mas, alas cinco de la tarde si mal no recuerdo. Lleva* hamos por camino una profunda y arenosa senda á travez de las colinas, tan angosta que no cabian mis grillos, y me costaba tanto trabajo desembarazarlos, que tropezaba y caia á menudo al querer hacerlo. Marchamos ó anduvimos á tropezones uno por uno con un soldadi) entre cada dos presos, y el coronel Ló- pez á nuestra cabeza. Caminaba como los demás pero la espre- sion de su rostro revelaba la ira y la impaciencia ; miraba fre- cuentemenle hacia atrás en busca de s'j hermano, que á causa del enorme peso que llevaba no podia andar sino muy lenta- mente. Tenia á su frente á Carreras, engrillado también, y tan débil que se arrojaba en tierra completamente rendido siem- que nos deteníamos para descansar. Se oia muy claramente el eco de la artilleria enemiga, y la rápida detonación de las bom- bas al reventar; en efecto, fué el repentino avance de los brasileros el que motivó nuestra retirada. ¡Cuanto nos hubie- ra agradado verlos asomarse á nuestro frente ! Aunque no dudo que semejante acontecimiento nos hul^iera acarreado nuestra inmediata ejecución, pues, he sabido después, que era una mania favorita de López, mandar á la vanguardia gru- pos de presos contra quienes no se podia probar nada, y lue- go manifestar su profundo pesar porque un movimiento ines- perado del enemigo, le habia obligado á mandarlos fusilar para impedir cayeran en su poder. Varias personas eminentes fueron asesinadas de esta manera. Después de andar cerca de dos horas alcanzamos al cuerpo principal de los presos, que se estendian en gran número por - 245 — toda aquella vasta y polvorienta llanura— «¡Aquí viene otra tropa de bestias!» gritaron los soldados á nuestra llegada; y á fé mia, la mayor parto de los presos apenas parecían seres humanos. Se dccia entonces que llegábamos á seiscientos, pero no dudo que eramos muchos mas, tal vez el doble. Hombres, mujeres y niños divididos en tres grupos eran cercados por soldados á pié y á caballo, bien armados y con palos en las manos, para apalear á los que se acercaban á los costados y a los que caian rendidos, mientras que los oficiales con sus espadas desenvainadas, cargaban á caballo por el cen- tro de los grupos, dando golpes á derecha é izquierda indistinta- n^iente y por pura crueldad. Aquel espectáculo parecía mas bien una escena, que Dante habria envidiado para su Infierno, que un episodio de los tiempos modernos presenciado por un ser viviente. Cuando nos divisamos por primera vez, nosotros que for- mábamos la retaguardia estábamos en la colina y los de la vanguardia en el campo que se estendia á nuestra vista ; los objetos no se podian distinguir claramente, se vela una densa nube de tierra y una ondulante y tumultuosa multitud, que parecía andar columpiándose en su lenta marcha hacia las colinas, que se destacaban en el horizonte. El sol se ponia y sus rayos al reflejarse en los aceros que la oficialidad vibraba en el centro de la columna, y mas constantemente aun en la ínea de bayonetas que custodiaban los flancos, parecían llamas de fuego flotando entre gemidos; pequeños grupos se destacaban en la retaguardia, de donde procedía prin- cipalmente una horrible grifería, que á la distancia parecía un confuso bramido ; pesados golpes, sordos sonidos de gar- rotazos, ó rápidos é hirientes revencazos resonaban en todas direcciones acompañados por el crujido eterno de los hierros: lamentos, gritos, llantos y maldiciones, todo me recordaba el fin de una batalla, cuando ya no quedan por matar sino los inde- fensos fugitivos. Las salvajes pasiones de nuestros custodiantes parecían enfurecerse con el espectáculo; nos instaban á marchar mas ligero, ya no nos daban descanso, y al pobre Carreras le pegaron muchas veces con el -revés de la espada por haberse caido en su vacilante marcha. — 246 — Mrs. Lynch se nos adelantó poco después, iba en carranje, nos saludó risueííanrienfe ; nos descubrimos en su presencia» porque sabíamos que una palabra suya bastaba para mandarnos al día siguiente al cadalso ó á otra cosa peor todavía. He sabido después, que se aprovechaba de toda oportunidad para hablar de la conspiración é injuriar á Mr. Washburn y á sus amigos en presencia de López, que ponderaba eternamente su generosidad como presidente, y la vil ingratitud de sus ami- gos. «¡Oh, como se ha sacrificado V. E. por el amor de su patria!» decia desnues de comer, al corpulento ebrio y siba- rita tirano; «y estos malvados han conspirado contra V. E. ! Esto es muy trisle señor! — oh! tristísimo!» Decia esto, no porque tuviera deseos de perdernos, sino para salvar su propia vida. Debia estar segura de que el hombre que habia encarce- lado á sus hermanos, azotado á sus hermanas, fusilado á sus maridos, y amenazado ásu misma madre, no tendría gran res- peto por ningún otro vínculo posible. Habiéndose internado en un desfiladero la multitud que iba delante, la alcanzamos antes de anochecer y la escena que de ello resultó, fué demasiado horrible para que pueda pintarla. Aquellos infelices no habían descansado en el camino, como lo habíamos hecho nosotros, estaban muertos de hambre y se caían por tierra á cada paso ; como se habían amontonado esta- ban medio ahogados por el calor y la tierra, y sus ensangrenta- dos miembros eran prueba suíiciente déla manera cruel como habían sido arreados. Vi tropezar y caer á mí lado, un anciano alto y delgado, estrang^ro al parecer, y bien vestido; inmedia- tamente lo desnudaron y dos cabos lo apalearon sin compasión; se levantó con mucha dificultad, y se adelantó ciegamente con toda la prisa que le permitían sus grillos, pero cayó de nuevo; se repitió la misma espantosa escena, y un oficial después de darle varios snblazos, le dio con el taco de su b(>ta en la ca- beza, hasta dejar sus blancos cabellos cubiertos de sangre. Pasó en el mismo momento una carreta vacía, y lo echaron adentro como SI fuera un pedazo de madera. Roííhó entonces, y lo es- pero aun hoy, que nunca recuperase sus sentidos. No me sucedió mas que una desgracia — caerme en un pozo, — — 247 -- y no recibí sino unos cuanlos palos á la salida^ por vía de es- tímulo. Guando llegamos á campo abierto, nos apartamos una vez mas dol camino, y marchamo? en medio de la oscuridad por esteros y lagunas secas. La tierra estaba cubierta de mon- tecitosde paja tan gruesa como las cañas, con algunas senditas esparcidas aquí ó allá. Los Paraguayos hacian su camino fácil- mente escojiendo estas sendas, porque veían de noche casi tan bipn como los galos, pero no sucedía lo mismo á los estrangeros ; los montecitos eran demasiado aiíos para pasar por encima, aun cuando no hubiésemos estado engrillados, y demasiado densos para forzarlos. Yo me mantenía cerca del soldado que iba á mi frente, y andaba tolerablemente bien ; pero Carreras con su mala suerte de coslumbre cruzaba los montecitos á tropezones y se caiaácada momento cortándose horriblemente la cara y las manos, hasta que por último el oíicial, cansado de pegarle ordenó á dos soldados que lo tomaran por los bra- zos y lo arrastraran violentamente el resto del camino. No puedo decir el tiempo que empleamos en vencer y concluir esta marcha, ni la distancia que recorrimos, supongo que no pasarla de cuatro millas ; pero la noche estaba muy avanzada cuando hicimos alto. Me encontraba completamente rendido, y casi examine por los esfuerzos que habla hecho ; el agua sin embargo estaba cercana; todos bebimos sendos tragos ; se cla- varon estacas en el suelo, se estiraron las huascas, y nos amarraron como siempre, pero antes que hubieran acabado de atarme, estaba profundamente dormido. Pensaba que tendríamos que continuar nuestra marcha al día siguiente, creyendo que nuestro destino era llegar hasta la cordillf^ra de Paraguari, que velamos á lo lejos sobre el pur- púreo horizonte, pero esta debia ser mi última etapa, y la tum- ba de tolos mis compañeros, con escepcion de dos. Estábamos en un distrito llamado Pikysyry, próximo al lu- gar donde tres meses después fué derrotado López. Era, como ya se ha dicho, un estero sin agua, lugar nada agradable, por- que las grandes lluvias, que pronto debían caer, le volverían en pocas horas á su primitivo estado. Al dia siguiente el vien- to cambió de rumbo y nos sorprendió un furioso pampero del - 248 - Sud, que nos ahogó en tierra, y nos hizo estremecer de frió; á la noche llovió á cántaros. No dormí, porque tenia los to- billos muy mal heridos, y se me hablan hinchado hasta el punto de llenar los grillos, que me lastimaban de tal manera, que no me dejaban dormir. Estaba á sotavento de un montecito y á cubierto de lo áspero del viento, pero no por esto dejé de ha- llarme muy luego completamente mojado. Mi situación era har- to penosa, porque estaba bien atado y tendido en la tier- ra; no estando enfermo, apenas podia darme media vuelta, pero ahora me acosaba el dolor de tal manera, que no podia ni pensar en mover los tobillos. Scntia caer las gotas, y lo que era mu- cho peor, subir lenta y paulatinamente por la espalda, el agua que crecía siempre ; sabia también que tenia que sufrir esto ca- torce horas seguidas permaneciendo siempre en la misma posi- ción, y tal vez otras tantas envuelto en una frazada empapada. Todas las tardes á las cuatro, se enviaban aquellas detestables huascas á los pozos^ de donde se sacaba agua para nuestra bebi- da, con el objeto de mojarlas y ablandarlas ; una estremidad, so ataba á una estaca bien clavada en la tierra, y después de formar una serie de lazos, se metian adentro los tobillos de los que no estaban engrillados, se aseguraban en seguida con un nudo y se estiraba el todo liasta donde alcanzaba la fuerza de dos hombres. Siel nudo se corria, como sucedía frecuentemente, el dolor que ocasionaba, era verdaderamente atroz. Los que estaban engrillados pasaban mejor la noche, porque la huasca se les ataba en ambas estremidades del fierro, y podian darse vuelta de un lado al otro. En dos ó tres dias se nos contruyeron perreras de la forma ya mencionada; es decir, de manera que no cupiera en ellas una persona sentada; pero como se me suministraba casi la mitad de lo que podia comer, y abrigo contra los calores, aunque no contra la lluvia, que penetraba por el techo como si fuera un arnero, si hubiera podido solamente evitar nuevos interrogatorios, me habría considerado, vistas las circunstan- cias, altamente favorecido por la fortuna; y en efecto, me'de- jaron de molestar por tanto tiempo que empezó á creer que me habían olvidado del lodo. Mis compañeros fueron menos — 249 — aforÍLinados ; todos los dias y frecuentemente dos veces, los sacaban al otro lado de un monte de naranjos, (se me liabia hecho odioso hasta el nombre de aquel árbol, y no he vuelto á comer su fruto desde que partí del Paraguay ; siempre que lo veo me parece que tomo olor á sangre) ; tardaban algunas horas, y luego aparecían mas fatigados y tristes que nunca. Se atormentó á D. Benigno López ; el 23 de Setiembre, le sacaron por la mañana temprano y no volvió hasta después de medio día, hora en que le vi arrastrarse lentamente adentro de su cabana, que estaba en frente á lamia; poco después llegó nn oficial con tres soldados trayendo la bien conocida haz de los fusiles. D. Benigno se puso pálido y se levantó temblando cuando se le acercaron ; pensaba talvez en su cuña- do D. Saturnino Bedoya, que habla muerto en el tormento al- gunos meses antes, y á una señal del oficial, los siguió hasta llegar detrás de un monte vecino. Pasó cerca de una hora, fueron averie varios oficiales y entre otros el mayor Aveiro, y por último volvieron á traerle poixjue no tenia fuerza para sostenerse ; su cara se habia desfigurado horrorosamente con el sufrimiento. Pasé despierto toda esa noche, tratando de darme cuenta del motivo de aquel martirio, puesto que D. Benigno habia he- cho una declaración completa, y pensando que yo tendría tal vez que pasar de nuevo por aquella terrible prueba. En la tarde del dia siguiente, con gran espanto mió. me mandó lla- mar el padre Román. Le encontré instalado en un confor- table rancho situado detrás de algunos naranjos; cuando entré escribía, y como siguiera algún tiempo en la tarea que tenia • por delante sin apercibirse aparentemente de mi presencia, tuve la oportunidad de estudiar con calma su fisonomía y no es probable que la olvide. Era capellán del ejército, vcstia el uniforme de teniente y llevaba espada; nada tenia que indi- caía su ministerio, si se esceptúan una pequeña cruz roja en el lado izquierdo del pecho, y su corona, cubierta de pelos cor- tos y tan tiesos que parecían cerda. Plabria servido admirablemente para modelo de un Torque- mada. Su figura era hermosa, alta y airosa, pero su rostro re- - 250 - velaba la crueldad y el sensualismo, y sus labios finísimos in- dicaban uno de esos caracteres inflexibles, que no conocen la piedad. Por último, echó á un lado sus papeles con un gesto de im- paciencia, y me miró fija y plenamente á la cara; yo eslalia pa- rado sosteniendo los grillos con una mano y teniendo en la olra mi sombrero — «¿Y bien, cómo se ¿iente?») me dijo-«Esloy enfer- mo y débil»— «Vaya! es que le remuerde su conciencia. Confiese sus crímenes, confiese lo que hizo es-ábeslia dcWashburn. Mire, dijo, enseñándome un grupo de soldados que estaba afuera: le tengo lista la 6Vi/<;ur/?/ana y después se le fusilará.» — Le dije que no tenia nada de nuevo que confesar, y que no podría ab- solutamente arrancarme nada mas. — cBion, dijo, le daré una oportunidad mas; dígame de nuevo todo lo que ha dicho an- tes, y con es!e motivo complete su historia.» Conté todo de nuevo, insistiendo especialmente en mis peleas con Mr. "Wash- burn, y en lo improbable de que pudiera estar muy interio- rizado en sus secretos, sosteniendo que por no creer po- sible el descubrimiento de la conspiración, no habia ni apuntado, ni querido recordar sus pormenores. — «Pero V. debe haber conversado mucho con él sobre el asunto.» — «Muy poco, no me tenia fé; y los culpables evitan siempre hablar de sus fechorías.» Comprendió que no hacia sino entre- tenerme con él, y perdiendo del todo la sangre fria, me dijo, que Bliss, el que parece confesaba y denunciaba á troche y moche, habia llenado ya muchos pliegos de papel de oficio con sus declaraciones, y que si no le imitaba, me baria lamentar mi terquedad poniéndome en el pntro. Mientras hablaba, entró oiro Paraguayo vestido como él ; era uu hombre hermoso, alto, con aire de soldado, de cerca de treinia años de edad, su cabeza era admirablemente formada, y sus facciones finas y hermosas. No observé la crucecitaroja, y en aquel momento no tenia idea de que fuera sacerdote. Se sen- tó mir-índome sin pronunciar palabra hasta que concluyó Román, y entonces dijo : —«Vamos Mastermán (los paraguayos acentuaban siempre mi nombre así) veo que su cabello est.l completamente gris aunque V. tiene mucha menos edad que yo - 251 — ¿cómo es eso?»— «Señor, conteslé, he estado once meses encar- celado, no es mi edad la causa de mis canas.» — «Once meses» eso es una bagatela ; yo esluve preso mas de tres años» — «En verctad/ Le compadezco; ¿nomo se llama V? ó con la grave- dad española ¿cómo es la gracia de V?» Se sonrió y dijo que no me lo diria por entonces, piro supe después con sorpresa, que era el terrible padre Maizde Carreras. Le habia supuesto un tipo muy diferente. Consultaron un buen ralo hablando en voz baja, y después el padre Maiz se retiró á un pequeño rancho, que no estaba Qiuy distante, y volvió trayendo consigo á Mr. Bliss. No me habia imajinado hasta entonces cuan triste seria mi aspecto ; pero el miserable mas abyecto, que me hubiera podido imajinar no sobrepasaba, en la realidad, al que se me acercaba ; parecían haberle arrancado totalmente todo el valor que habia poseído y apcsar de estar sucio, hambrienlo, harapozo, despeinado y barbudo, retrocedí horrorizado ante la idea de relacionarme con él. Se me ordenó le dijera lo que habia confesado. Cumplí con lo que se rae ordenaba y él confirmó plenamente todo lo que ha- . bia dicho sobre mis oeleas con Mr. Washburn, entonces —como me lo dijo después para probarme como se agradaba mas á nuestros jueces — continuó relatando algunas historias escan- dalosas del Ministro. Me apresuré á interrumpirle y rogué á los fiscales que no se enterasen desemejantes asuntos. Me dijeron que me tranquilizase, que todo esto era ya perfeclamenle cono- cido, y estaba archivado gracias á Bliss y otros tesligos. Guando se retiró, el padre Román se reclinó blandamen- te en «u silla y con ávidos ojos y labio pendiente, se preparó á escucharlos cuentos que habia oido, y cuya repetición le hu- biera gustado tanto. Tuve infinito placpr en chasquearle dis- trayéndole también con razones que herian su orgullo nacional, y apelando con tan buen éxito al patriotismo dtd padre Maiz, que me dejaron ir, y volví muy agradecido á mi triste perre- ra del Estero. Me habia hecho inmediatamente después de mi llegada á Pikisyry un calendario con sortijas de pasto, añadiendo — 252 - todas las mañanas un eslabón á la frájil cadena, y uno mas grande los domingos. Había llevado antes mentalmente la cuenta de los meses y do las semanas, pero advertí que se rae olvidaba; y pedí un día á ün buen sargento, que me dijera la fecba, entonces continué con mi cadena, que reemplazaba los cortos y largos rasguños con que solía anotar el vuelo del tieuipo en las paredes de mi calabozo. Unaguardiacon bayonelas armadas llevó el 27 de Setiembre al Dr. Carreras y á D. Gumesindo Benitez, al pequeño monte á donde había sido conducirlo D. Benigno algunos días antes; dos sacerdotes y algunos soldados con azadas los seguían. Bogué cá Dios que los ejecutasen pronto para que terminasen sus penas. Pero he sabido recientemente, que les estaba re- servada una suerte mas terrible; fueron bárbaramente atormen- tados largo tiempo antes de ser ejecutados. Aguardé el fin con una ansiedad febril; y era ya muy tarde cuando una ligera nu- be de humo, levantámiose sobre los arbustos, me reveló que todo había concluido, que «los m.alos habían dejado de moles- tar, y que los fatigados estaban en paz.» El Dr. D. Antonio de las Carreras era hombre do talento y de saber muy superior á la generalidad de sus paisanos, de ma- neras cultas y de mucha lectura ; era literato y caballero. Hubo época en que fsié muy poderoso y según algunos cruel; pero se justifica la severidad con que sofocó ia revolución en el Salto ; pues en efecto, la falta de firmeza ha servido de estímulo para la rebelión en su Bepúblíca y en las de sus vecinos, y las ha hecho el teatro de matanzas y de una anar- quía perpetua. Fué cobardemente asesinado en el pais en que había esperado encontrar refugio y por el mismo hombre que debiahaber sido su mas firme amigo, y en cuya defensa habia arriesgado su propia vida, y perdido su reputación, riqueza y posición. D. Gumesiydo Benitez no pasaba de ser un Paraguayo vulgar, capaz d(? pronunciar un discurso bombásiico y de escribir lo que se le ordenara. Perdió la vida por su escesivo celo : tratando de enredar á Mr. Washburn en las mentiras que lejia, cayó torpemente en la red en que trataba de envolverlo. — 253 - Procuró por medio de cartas, y después por conversaciones personales inducirle á que se confesara culpable de un crimen que nunca habia cometido, diciéndole que delatando á sus cómplices podía salir de su peligrosa situación ; al efecto, so sirvió desgraciadamente de esta frase: « todo está descubierto, tiene vd. que confesar. » Gomo López no babia descubierto todo lo que queria saber llegó cá suponer, que el mismo Benitez debia ser conspirador, puesto que hablaba de un conocimiento perfecto que los fiscales no fcnian(l). Fué. arrestado inme- diatamente y atormentado; repitió la misma historia de menti- ras y de infamias que antes habia inventado con tañía ligereza, y después de infinitos sufrimientos murió de una muerte ver- gonzosa. CAPÍTULO XVIIL SE CONTINUA LA NARRACIÓN — LAS ATROCIDADES DE LÓPEZ ~ MI LIBERTAD. Al dia siguiente se fusilaron muchísimos presos en el mis- mo paraje en que yo me hallaba; eran principalmente oficiales (1) Esta información me la dio incidentalmente el Teniente Levalle. El nombre de este oficial me recuerda que servia para demostrar la naturaleza incivilizuble de ios Intlo-Españoles. Fué enviado á Inglaterra siendo muy muchícho, á un cjlti^io en Iliclimond (el del Dr. KenuN's) donde permane- ció algunos años, y aprendió] á hablar el inglés bastante Lien y el francés mucho mejor, sin adquirir muchos mas conocimientos ; observé sobre todo que no habia logrado vencer las dificultades de la aritmética, que son el tormento de su raza; no podia resolver el problema mas sencillo en la multiplicación de denominados. El gran adelanto de Inglaterra, las comodidades de nueiítras casas, el bienestar de nuestra vida social, nues- tras calles y edificios, no parecian haberle beclio impresión alguna. Gusta! a de conversar conmigo, y quise averiguar qué efecto habia pro- ducido sobre él la vida europea ; pero uu sentimiento de amargo rencor contra sus condiscípulos, que le hablan vejado en Richmon 1, y esto lo su- pe mejor por elfuegj que enrojecía sus oj >s y sus mejillas cuando lial)la- ba de ello, que por lo que deterrcinadameníc me d jo p.irecia ser su principal recuerdo. ■V »_' -J parnguayos que no liacia rancho ocupaban la segunda guardia. La carnicería conlinnoiola la tarde; deben liaberpíM'Ccido cua- renta ó cincuenta personas cuindo menos. El fuego fué tan nutri- do en ese momento que un centinela próximo pregun'ó al sar- gento si les habian caido los cambas. «No, contesto con indife- rencia; no hacen masque fusilar presos». Diatras diase come- lian los mismos horrores. Se oia á lo lejos el crujido de los fierros; pasaba tropezando un andrajoso casi loco por la desgracia, y fre- cuentemente no volvía— ¿Por qué? . . . De esto respondía una confusa é irregular descarga. Algunas veces, sin embargo, el drama consistía en una visita, corta ó larga según el caso, al rancho situado del otro lado de los naranjos, Alliiba todos los días uno que otro de mis com- pañeros; el ñaco y descarnado don José Berges, y don Benigno eran conducidos amenudo á aquel punto. Un dia vial primero arrodillado en el barro á los pies del Ma- yor Caminos. Alli estaba, en medio de la llovizna el ex ministro de doce años, y encargado de una misión especial en Inglaterra y Estados Unidos, implorando, ala vejez, con sus manos juntas y trémulas la piedad de un soldado brutal, que dos años antes solamente se le habría acercado tímidamente con el sombrero en la mano. Nada le valió esto, ni sus largas y escasas canas que notaban húmeda^ y enredadas al capricho del viento. Ló- pez le odiaba, y según creóle temia; porque cuando se ha- blaba de su propia elección, el pueblo decia sin mucha reserva que don José seria su candidato, si tuviera la libertad de ele- gir y por esto le espiaban y temían desde el principio de la guerra. Pasó el mes de setiembre y el siguiente sin grandes noveda- des. El tiempo se hacia mas caloroso; pero no sufría ya de la sed, porque un generoso comandante me había regalado un canta- rillo, pequeña botella de barro con dos aberturas, que me llena- ban todas las mañanas con un litro de agua; diariamente pasaba un reto deansiedad por temor deque me lo rompieran cuando mandaba llenarlo con el agua asquerosa que nos traían en cueros; solia poneren él pedazos decarbon de leña que mejoraban mucho su sabor; los obtenía guardando la brasa candente que so me da- — 35.J — ha para encender el cigarro; porqao gozaba entonces del es- fjuisito placer de fumar. Se presentó una tarde un oficial llevan- do un buen número de cajitas que conienian regalos de parle de Madame Lynch, para ser repartidos entre los mencionados en una lista que traia en la mano, por la que supe, sise me per- mite la digresión, que el mayor Manlove vivia todavía. Recibí algunos cigarros, azúcar, yerba y una botella do caña; des- pués de vivir dos meses con solo una pequeñísima cantidad de hervido, frecuentemente sin sal, puede imaginarse con qué gusto saborearia estos regalos. Había contemplado amenu lo con hambrienta envidia las encomiendas que recibían los dos hermanos del Presiden- te, y deseaba ardientemente participar de su alegre festín, sobre todo del pan fresco que les traían casi todas las maña- nas déla casa de la madre; solo una persona que ha vivido va- rias semanas, solamente con carne y aun esta misma escasa, puede decir que refinada delicadeza son el pan y los bizcochos. Continuaron interrogándome con intervalos; algunas veces me mandaban llamar á media noche, ó al amanecer, y se me inter- rogaba ocho ó diez horas seguidas. Aun ahora mismo admiro como pude hablar tanto y decir tan poco, y no me sorprende ab- solutamente quQ el padre Román me amenazara siempre con fusilarme ó mandarme al potro. Pero creo que tenia un amigo secreto en el padre Maíz; este deseaba mucho instruirse, y solia conversar largamente conmigo sobre tópicos que nada te- nían que ver con la conspiración, lo que disgustaba grandemente á su irascible colega. Ofrecí también levantar de memoria un piar o minucioso de la Legación; eché á perder intencíonalmente dos que hice, pero Román me lo hizo pagar, deteniéndome toda una noche sin dormir para rehacerlos; tenía por objeto eludir las preguntas que se me hacían sobre mis declaraciones; porque un solo error bastaba para perderme, probando que no era tan criminal como lo pretendía. Vacilé un día en llamarme, reo confeso; Román me atacó instantáneamente. — ¡Como! no es vd. criminal? ¿Debo mandarle al tormento para poder tomarle la de- claración de nuevo? ¿Rsa bestia de Washburn no es conspira- dortampoco? Protesté que me había comprendido mal, y que — 256 ~ yo era el mas culpable de los hombres. «Ah! dijo, lo verá cuando le mande fusilar» ¡Qué consuelo! Los vi una tarde ocupándose en poner á un estranjero en la Uruguayana. Vi su cara solo por un momento ; estaba mor- talmenle pálido, y eslendia las manos en la actitud de quien pide compasión. No he podido averiguar quién fuera, pero es- toy cierto de que no era paraguayo. Inmediatamente á la retaguardia de mi rancho, estaban en- carceladas las dos hermanas de López, doña Inocencia de Barrios y doña Rafaela de Bedoya ; cada una estaba presa en una carreta, que tenia cerca de siete pies de largo, cuatro de ancho y cinco de alto. Estas desgraciadas señoras permanecieron mas de cinco meses encerradas en aquellas cárceles portátiles. Las vi á menudo conducir por frente de mi rancho, en su camino al Tribunal; el frente y las venta- nas estaban tapadas, y la puerta trasera estaba asegurada con un candado ; pero se habia practicado una abertura en el frente, que tendría seis pulgadas de alto, por la que, según creo, se les entregaban sus alimentos. He oido muchísimas veces que algunas criaturas lloraban dentro de ella pero no sé si eran las suyas. Los sufrimientos que soportaron, sobre- pasan casi todo lo que se puede imajinar. En Diciembre de 1867, sus maridos se acarrearon el odio de López, según se dice, porque los discursos que pronunciaron al presentar- le la espada de honor no fueron bastante patrióticos ; desde entonces fueron detenidos y sus familias recibieron orden de partir para San Fernando. Se las arrestó á principios del año siguiente. D, Saturnino Bedoya fué acúsalo, primero de haber robado la Tesorería (era Tesorero jeneral), y después de ser cómplice en la pretendida conspiración, protestó su inocencia, pero fué puesto en el tormento, y se lo aplicaron con tanta crueldad que le dislocaron el espinazo y murió con una atroz agonía. El jeneral Barrios, para escapar á un desti- no tan horrible, quiso suicidarse cortándose el pescuezo, pero la herida, aunque profunda, no lo era suficiente para tener un resultado fatal ; se la vendaron y se !e fusiló al dia siguiente. Su esposa y hermana fueron sacadas de la cárcel y obligadas — 457 — á presenciar su ejecución. Las infelices, desgarradas y fuera de sí, espresaron como era natural su desesperación por la barbarie contra-natural de su feroz hermano ; cuando él lo supo ordenó que las azotasen de una manera ultrajante á la decencia y á tolo sentimiento de humanidad, y . sus órde- nes fueron inmeliatamente ejecutadas. No quedando satis- fecho con esto, las mandó de nuevo á sus cárceles, y las obli- gó por amenazas de un tratamiento peor todavía á dar falsos Icslimonios contra sus asesinados maridos. En Diciembre de 18G8 obligó á su madre á dejar su casa de la Trinidad, en donde hnbia permanecido brutalmente presa por cerca de dos años, é ir ¿i Luque, capital provisoria, y allí, delanío del altar- de la iglesia, jurar que elia solo reconocía por hijo suyo á Solano López y maldecir á los demás por rebeldes y traido- res. Se escusó lastimosamente alegando su ancianidad (tiene mas de setenta años) y estar enferma del corazón, para no cumplir con la orden ; pero el oficial encargado de ejecutarla, le dijo que tenia que obedecer ó morir, y se vio obligada á mentir. Creo que la triste historia de los crímenes de la humanidad no puede producir uno que sobrepase éste, por su (lesapialada crueldad. Era una madre viuda, que habla visto ejecutar como criminales á su hijo menor y á sus dos yernos; de los hijos que le quedaban, uno estaba preso, y el otro, por ser un demonio encarnado, era odiado y maldecido por millares de personas ; sus hijas estaban ul [rajadas y enjau- ladas como bestias salvajes, y ella en el desamparo de la vejez, se vela obligada, bajo penad) muerte, á pronunciar maldi- ciones contra los muertos y los vivos, que le eran mas queri- dos, y esto por orden de su hijo mayor, criatura monstruosa que antes habia alimentado con tanta ternura. Preferible le habría sido morir; pero mil veces mejor habría sido que su hijo no hubiera nacido. A mediados de Noviembre llegó á Pikisiry M. de Libertad canciller del consulado francés. Antes de mi arresto el cón- sul mo dijo que este señor habia sido acusado de conspi- rador; apenas creí que López se hubiera atrevido á dar este paso, pero el hecho prueba hasta donde habia llegado su te- 47 — 458 — meridad. Cuando llegó, me pareció muy fatigado y asustado y no comió casi nada por varios dias. Le colocaron en el ran- cho próximo al mió; no llevaba grillos, pero le aseguraban en el cepo de lazo todas las noches, como á los demás. Los dos hermanos de López solamente se vieron libres de esto. Fué examinado repetidas veces y en detalle ; volvia siempre con la mirada abatida de una persona casi muerta de vergüenza. Habia sido amigo íntimo de D. Benigno, lo que unido á su posición oficial daba aparentemente mucho valor á sus decla- raciones, como medio de ocultar á los paraguayos y á ios demás pueblos del mundo, la estremada violencia de estos actos. Pero no lograron sacarle mucho, segan creo, hasta que, por último Mr. Bliss (que habia llegado ya áser un gran favorito del padre Román) fué comisionado para indicarle lo que deberia decir. M. Libertad, como es natural de suponerlo, se horrorizó ante la idea de mentir tan vergonzosamente, y por último le dijo en- teramente desesperado: — «Dígame lo que quiere que declare, y lo declararé.» Sé esto por el mismo Mr. BHss que me habló con supremasatisfaccion de las miserables fábulas cuya autenticidad, le hizo jurar, de las reuniones que los cospiradorcs hablan te- nido en casa de D. José Berges, de sus proyectos, de los docu- mentos que redactaron, y de los nombres de los miembros de la comisión de que Bliss era secretario. Creo que tengo razón para asegurar que esto no habia tenido nunca entrada en la casa de D. José Berges, y que como es de suponerse el mi- nistro no habia condescendido jamás en formar una relación intima con semejante individuo. M. do Libertad, sinembargo fué mas afortunado que todos nosotros, porque el ministro francés mandó una cañonera aguas arriba en busca del cónsul tan pronto como Mr. Washburn le participó la peligrosa situación en que se hallaba. Cuando aquella llegó se mandó á bordo á Mr. de Libertad en calidad da preso. Se me ha informado después, que ha sido despedido del servicio diplo- mático; pero no porque se creyera que hubo una conspiración en que tuviera parte, sino por no haber sosteriido con suficiente energía la dignidad de su puesto. Sé, que solia hablar muy imprudentemente con D. Benigno sobre los sufrimientos del — 459 - pueblo, y la inutilidad y locura de continuar una lucha de- sesperada; pero no abrigo por un momento la creencia de que estas opiniones asumieran jamás la forma de una cons- piración. Nunca tuve gran intimidad con él, ni con D. Benig- no, pero sí con los demás que se decia eran sus cómplices ; y estoy plenamente convencido de que si se hubiese tratado de semejante cosa yo la hubiera sabido también. Además, la confesión de Carreras decide totalmente la cuestión y disipa todas las dudas; y la seriedad con que pronunció las pala- bras, « mentira, todo es mentira desde el principio hasta el fin )) encerraban una plena convicción. No puedo dudar de su perfecta inocencia. Un dia en este periodo rae mandaron llamar los fiscales, y el padre Román me favoreció con una larga recitación, dicién- dome que no debía tener la menor gratitud á Mr. "Washburn por haber obtenido mi libertad en 1867 y que la amistad no debiera ser motivo para impedirme decir toda la verdad acer- ca de él; continuó un buen rato hablando en este sentido, y me informó luego que Bliss, escribía una historia de la conspira- ción, y me preguntó s'i querría hacer lo mismo. Le dije por supuesto que sí; entonces me dijo que si la obra fuera satis- factoria, salvaría talvez mi vida ; porque aunque creían la de- claración que había hecho de no haber tenido parte en la cons- piración, sin embargo se castigaba con la muerte el conoci- miento de su existencia, y sabia que estaba condenado. Inspirado por estas inñuencias comenzé á escribir mi pri- mera obra. Me agrandaron el rancho hasta dejarme lugar para poder sentarme en el suelo, y me dieron por mesa un baúl ; se me suministraron también dos pliegos de papel á la vez, un tintero y una pluma, que me quitaban antes de ponerse el sol, por temor de que procurase escribir alguna cosa clandestina- mente. Di principio á la obra con gusto y energía, porque esperaba poner en boca de Mr. Washburn opiniones y obser- vaciones que no me atrevía á decir por mí mismo, y revelar asi al mundo el verdadero estado de las cosas. Empezó descri- biendo brevemente la prosperidad y felicidad del país cuando puse el pié en él por primera vez ; entonces repetí muchas — 4G0 — conversaciones que había tenido con Mr. Washbarn, en las cuales López figuraba como un cruel y avaro tirano y una nu- lidad completa en la ciencia militar; en las que discurría -so- bre la locura y la vanidad de luchar contra los aliados cuya fuerza y recursos exageré ; en bis que hablaba de la certeza de que el gobierno de los Estados Unidos vengaría el insulto inferido á Mr. Washburn y del inmenso poder de que dispon- dría desde el momento que llegara á Washington. A fin de ve- lar mi verdadero objeto, traté de ridiculizar siempre que se me presentaba la ocasión, tanto á él como á sus amigos los macacos y los cambas y de exagerar tan'o la gloria de López que habría de ser ciego el hombre que no lo comprendiera en el acto. No dije una palabra sobre la conspiración ; pero el padre Román insertó un párrafo de unos cuantos renglones significando, que Washburn era gefe de los conspiradores y qae Carreras, me ha- bía invitado á correr la misma suerte que ellos. El conjunto formaba un folleto de cerca de doce paginasen octavo. Estando descontentos de la obra, me dijeron que habia desplegado tan poco zelo que acabarían probablemente por fusilarme ; no lo estrañaba, porque mi trabajo era muy pálido comparado con el de Mr. Büss, que tengo por delante en el momento en que escribo este libro. Pretende contener una villa de Mr. Washburn á quien acusa de toda clase de ca- nalladas desde el robo de cucharas en el colegio hasta la in- tención de asesinar á López mismo; sigue una relación deta- llada de la conspiración, los proyectos de los conspiradores y la forma de gobierno que pensaban introducir. Monr. Laurent Cochelet, poco antes cónsul francés en la Asunción, hombre alta y merecidamente respetado, figura como uno de sus agen- tes ; y la prueba contra los demás «traidores» aparece com- pleta en todo sentido. Estrañaba mucho ver á los fiscales mandar llamar tan frecuentemente á mis compañeros ; pero supe después que volvían á examinarlos, y que estos se veían en la obligación de atestiguar bajo juramento la verdad de to- das las historias inventadas por Mr. Bliss. Me escapé mila- grosamente de la prueba; me mandaron llamar un día á gran prisa; se me dijo que habia asistí lo una vez en la casa de 'íGl - Bliss á una reunión do conspiradores y se me exigió, qae dije- ra lo que liabia ocurrido en esa ocasión. Se leyeron los nombres de los presentes ; pero casi todos me eran nuevos y pude jurar con toda energía, que nunca los habia encontrado y que no sabia nada do ellos. El capitán Falcon, afortunada- mente para mí, era interrogador, y tuve la suerte de conven- cerle de que decia la verdad. Si hubiera sido el padre Ro- mán no tengo la menor duda de que mo habrían atormen- tado. riibia estado preso cerca de once semanas cuando el Coro* nel pasó á habitar un rancho mejor, y, su lugar fué ocupado por el objeto mas deplorable con forma humana que haya visto en mi vida. Llegaron con paso poco seguro dos soldados llevando en un cuero, suspendido de una caña, un hombre casi desnudo, que apoyaba !a cabeza en sus rodillas y que hubiera creído muerto sino fuera por el hondo jemido que lanzó cuando echaron la carga en (Ííutíi. Yí momentáneamente su descar- nado rostro cuando le arrastraban dentro del rancho, pero no le reconocí ; sus enormes coyunturas demostraban que habla sido an'es un hombre alto y robusto, pero estaba en un esta- do tal de estenuacion^ que las partes agudas y huesos de su cuerpo parecían que iban á rasgar el cutis. Permaneció dobla- do mudo é inmóvil como cuando le vi por primera vez; pero apesar de estar tullido y estropeado cargaba fierros do- bles. Duraníe la siesta un buen sargento, que me venia á hablar frecuentemente cuando el oficial estaba dormido, se introdujo fartivanieníe en mí rancho, y le pregunté quien era ei recien venido. — «Es el Coronel Alen, m.e dijo, al pobre le han estropeado en la Uruguayana de tal manera que nunca podrá enderezarse. » Este oficial habia sido Secretario de Ló- pez antes de la guerra, y mas tarde Gefe de Humaitá. Era entonces un hermoso hombre y de maneras simpáticas, fran- cas y festivas; recuerdo bien haberle visto un día encabezar una bandado música en el campamento, acompañada de una mul- titud de bailarinas, y llevarlas á saludar al Dr. Rb.ind y á mi mismo, concluyendo la jarana con un discurso en honor nues- tro. Se le acusó de traición después de la toma de Humaitá, — 462 — le arrestaron, le azotaron, le atormentaron atrozmente, y aca- baron por fusilarle. Los fiscales entretanto trazaron un proyecto para justificar la manera como me trataban. Declararon, que nunca se mo había perdonado mi ofensa anterior, y que se me habia pues- to en libertad solo condicionalmente : que pude asistir á Mr. Wasbburn, pero no practicar la medicina ; que lo habia hecho apesardc esto é ido á la Trinidad sin licencia, y que era por esto que se me habia vuelto á arrestar. Se me dijo que Mr. Wasb- burn habia mentido, cuando me dijo que el Vice-Presidente ha- bia dado órdenes á los centinelas para que me franquearan el pa- so. (¡No solamente sé que se concedió la Ucencia, sino que vino el mismo D. Venancio, hermano del Presidente, á decir á Mr. Wasbburn que yo podria ir cuando me pareciera.) Cele- bré saber esta historia, porque me probaba que se ocupaban de mí; en efecto, la noticia de la próxima llegada de una caño- nera americana, los preocupaba bastante. En la mañana del 3 de Diciembre me mandaron llamar, y encontré al padre Maiz sentado á la sombra de un árbol ; ordenó á los soldados que me custodiaban que se retiraran un poco, y pronunció un largo discurso sobre la conveniencia de ser consecuente, aña- diendo que yo debia decir siempre en todos lugares y circuns- tancias la misma historia que les conté, y que era deber mió delatar á Wasbburn por conspirador en todas partes del mun- do. Apenas pude ocultar mi alegría, porque supe que hablan venido en mi protección, pero contesté sumisamente, que lo que estaba escrito, lo estaba; y que no podia negar lo que ha- bia dicho. Se sonrió en señal de satisfacción; porque todo lo que se decia en forma afirmativa le airradaba sumamente. Continuó dicién- dome que habia llegado un nuevo Ministro de los Estados Uni- dos, que el Presidente me habia conmutado la sentencia de muerte en destierro perpetuo, y que él esperaba verme em- plear los diasque me quedaban celebrando la clemencia del Mariscal y denunciando las maldades de Wasbburn. Prometí hacerconoccrla verdad desnuda, y cumplo ahora con aquella promesa. — 463 — Se llamó un herrero, que partió los remaches, y mis hierros cayeron crujiendo; pero aun e ilonces, apenas pude creerme tan afortunado. Habia vivido tanto tiempo con la muerte cons- tantemente en perspectiva, que no poJia estar cierto si el padre ^laiz quena ó no divertirse conmigo, al decirme que saldría del pais dentro de pocos días. Sin embargo, le agradecí cordialmen- te la bondad que me habia mostrado, y las buenas noticias que me daba; pero me dijo, que debia estar agradecido al Presiden- te, y que debia escribirle una carta dándole las gracias en prue- ba de gratitud. Me escusó diciendo que él podia espresárselas verbalmente mucho mejor que yo, que no conocía sino imperfectamente el es- pañol, y que por esto le confiarla la tarea. Una sonrisa se dejó traslucir en su rostro y me dijo : puede vd. retirarse á su ran- cho; sospecho que fué bastante sagaz para adivinar loque pa- saba en mi mente en aquel momento. Volví con ligereza á la guardia sintiendo un alivio y unaale- gria indescriptibles; al pasar por delante de mis compañeros do desgracia me dirigieron fatigadas y estrañas miradas, me pregun- taban mudo?, que podría significar el cambio, por que ellos habían perdido toda esperanza y la muerte era la única liber- tad á que aspiraban todos: si se esceptúan dos, todos murieron quince dias después. En la tarde un oficial me trajo té, biscochos y cigarros y lo que apreció mas todavía, ropa limpia aunque ordinaria. Dos dias después me ordenaron de nuevo que acudiera al rancho de los jueces. En el tránsito tropezó con el padre Maíz, quien me repitió lo sustancial de lo que me habia dicho antes, y me dio á entender que mi vida dependía de mí discreción. Me dijo tam- bién, que dos oficiales Norte Americanos me aguardaban para oírme confesar, que mis declaraciones eran verídicas y que yo debia satisfacerles sobre la verdad del caso. Sentía amarga- mente la falsa posición en que me hallaba, pero no dudé jamás de que conocerían mi inocencia y que por lo tanto apreciarían lodo lo que dije en su justo valor. Cuando me acerqué á sus cuarteles, observé inmediatamente que se habían empeñado mucho por dar al paraje un aspecto — 464 -^ mas decente. Se practicaron algunas mejoras en el viejo y ruinoso ranclio dándole m.ayor altura y solidez, el terreno á su rededor estaba bien barrido, no quedaban rastros de cade* ñas ni de huascas, y en el arenal no se veía nada que indicara la matanza de que había sido teatro; por otra parte, el monte de naranjos, y los densos arbustos que crecían por abajo ocultaban á la vista los f resos. Cerca de la puerta se hallaba una mesa coa una botella de caña y vasos, sentado á su lado estaba el tenien- te Kirkland y dentro del rancho se veia al capitán Ramsay, am- bos de la marina Norte Americana. Guando me aproximé, tropezé con Mr. Bliss que salía lenta y servilmente, inclinándose delante del padre Maiz quien dijo impacientemente á los soldados que le llevaran dealli; casi les perdono á sus paisanos la manera con que me trataron, cuando recuerdo su aire y figura. (1) Al pasar cerca del capitán Ramsay, le dije al oído, que espe- raba me dispensaran aquella degradaciofs sin juzgarme por ella. No me atreví á decir mas, porque Levalle y otro paraguayo que hablaba también el francés y el inglés, me siguieron inmediatamente. Sentados dentro del cuarto en- contré al padre Román, otro sacerdote que hacia de se- cretario, y al mayor Aveiro, Se empezó á dar lectura á mis declaraciones en Español, porque los dos americanos compren- dían aquel idioma y al concluir cada pliego se me preguntaba aEstá conforme, y es esta la firma de vd.t» Contestaba, como es de suponer, que sí. Cuando se leia la hoja en que se me hacia decir que yo era criminal, y que sabia que existia una conspi- ración, el capitán Ramsay me preguntó con aire de duda. — «¿Pe- rú es realmente verdadero todo esto?» Vacilé, y rae dispuse momentáneamente á arriesgar todo y decir francamente, no, to- (1) López le perdonó sin condiciones y le liizo saber que en vista de su verdadero arrepentimiento y del zelo que haljia desplómalo por redimir sus crímenes, podía quL'darsecon lus 15,000 pülacones que juró liaber re- ciljido de los brasileros y enviado á Buenos Aires por mano de Mr. Wasli- burn, agregando que confial'a en que liaría buen uso de su dinero! Esto fi que es pagarle á un liombre en su misma moneda. -^ 4G5 — do es enteramente falso; pero creyendo que podría justificarme algunas horas después, y que seria el colmo de la locura espo- nermi vida por hacerme el valiente, contesté en inglés «le ruego á. vd.que no me haga preguntas.»— «¿Qué dice?» preguntó en Guaraní, el padre Román con recelo, y Levalle le tradujo mi respuesta. Se detuvo un m.omento y entonces levantándose invito á los oficiales á tomar con él un vaso de caña. Salieron juntos, pero él volvió inmediatamente y preguntó fruciendo las cejas, «¿por qué no quiere que le hagan pregun- tas?» Le dije que estaba enfermo y débil (lo que era muy ver- dadero) y que deseaba mucho volver á mi rancho, lo que le satisfizo, pero esto probaba entretanto, á lo que podia esponer- me una palabra dicha descuidadamente. Los dos oficiales fraternizaban mucho con los paraguayos y se regocijaban al oír las injurias que decian contra Mr. Washburn. Habían almorzado con López y Madame Lynch y parecían estar plenamente convencidos de que yo era tan cri- minal como parecía serlo. Había causado en Buenos Aires tanta indignación la defensa de López hecha por su ministro ant'^iior, que no estrañé mu- cho que estuviesen tan dispueslosá ¡ragar los cargos que so le hacían, y si él era criminal y conspirador claro es que habían de suponer que yo lo era también. Cuando los Americanos se fueron se me mandó volver á mi rancho, donde pasé una muy tiíste noche; porque el coman- dante, deseoso de que yo apreciara la libertad cuando la obtu- "viera, me aseguró tan sólidamente con huascas que no pude dor- mir un momento por el dolor queme causaban. Pasaron cin- co días, llegué á suponer que al fin y al cabo se mo había en- gañado y que serviría de pretesio para detenerme, lámala vo- luntad que mostré para corroborar las tituladas declaraciones, y que siendo ingles y estando abandonado por mí propio go- bierno, no podia esperar, que los Americanos se molestaran mucho para salvarme. Pero el Almirante había incurrido en el mismo desgraciado error que nuestros oficiales y fué esto lo que c lusó la demora. Es- lando prevenido contra Mr. Washburn y atizadas sus sospechas — 466 — por el astuto López y su manceba, faltó á sus órdenes y acudió á la diplomacia; pero fracasó. Consintió en recibirnos como pre- sos, en que fuésemos tralados como tales durante el viage y que fuésemos enviados á Washington para ser juzgados allí. Nunca satisfizo á López ó mas bien dicho tea^jia las revelaciones que inevitablemente haríamos; y por lo tanto, se empeñó toda- vía en detenernos; y solo cuando el Almirante le amenazó con hacer fuego sobre sus baterías, fué que nos dio permiso pa- ra salir. Yo, como es de suponer no supe nada de esto hasta después; y cadadia me parecía mas largo y mas desesperado que el anterior, pero en la tarde del 10 de diciembre, tres me- ses justos después de mi arresto, me mandaron llamar por la última vez. Había estado dos horas en el cepo y atado con tanta violen- cia, que apenas podia mantenerme de pié cuando me soltaron las huascas. Me encontré en el antiguo y acostumbrado lugar con el pa- dre Maíz; me apretó cordialmente la mano, me dio una silla y en tono de reserva me felicitó por mi escape. Su colega estaba sentado adentro del rancho; examinando un montón de papeles recien impresos, y cuando pasé por su lado solo me favoreció con un gesto de goloso chasqueado, supongo que debería sentir- lo que la hambrienta araña, que ve escapar una mosca después de haberla enredado en la tela y humedecídola con su baba. Re- partí contento los cigarros y biscochos que me quedaban, entre los soldados que me hacían la guardia, y rogué al bueno del sargento tuviera la bondad de dar mi cántaro al coronel Alen; se alegró mucho también y me prometió entregárselo. Pero tuve que esperar todavía largo tiempo, porque López no quería que nos vieran partir las tropas, de manera que era ya muy de noche cuando salimos; Íbamos tan mal montados que era ya mas de medía noche antes que hubiéramos llegado á An- gostura en donde estaba anclada la cañonera. El oficial que mandaba nuestra partida deseaba mucho con- versar conmigo y su voz me. parecía singularmente familiar, pero la oscuridad era tal, que no podia distinguir sus facciones; supe después que era don Eduardo Aramburú antiguo amigo — 467 — mio- En el camino tuve pruebas innegables de que los aproches al campamento eslabau rigorosamente vigilados y de que la fuga habria sido una temeridad imposible; no andábamos diez minutos sin ser detenidos silenciosamente por un piqueío de soldados con los fusiles al hombro y listos para hacer fuego ; algunas veces los piquetes se componían de una docena de hombres, oirás veces de dos ó tres solamente tendidos en el suelo, y tan perdidos en el pasto, que parecían brotar de la tier- ra á los pies de nuestros caballos. El camino por los esteros era detestable, de suerte que an. dábamos solamente al tranco; de vez en cuando nos perdíamos casi en los pozos y las bestias hambrientas que montábamos te- nían que hacer esfuerzos supremos para salir de ellos. Me ale- gré cuando llegamos por fin á las baterías y pudimos divisarla brillante luz délos vapores reflejada en las distantes ondulacio- nes de las aguas del rio. Nos apeamos, don Eduardo me dio la mano y coaio la bar- ranca era honda y resbalosa y yo estaba muy débil para cami- nar mucho, me tomó en sus robustos brazos y me colocó aden- tro de la canoa, díciéndome al oido — Ah! mí amigo, cuanto le envidio! La fuerza de la corriente y el juego rápido de los re- mos nos llevaron pronto al costado de la «Wasp.» Había esperado tener la entusiasta recepción, que hubiera recibido á bordo de un navio inglés, vistas las circunstanciasen que me hallaba, pero el comandante Kírkland, llamó al maes- tro de armas y le dijo: «lleve á estos individuos á la proa y póngales un centinela. » Quedé atónito. Mr. Bliss, sombrero en mano, hacia como siempre el papel de adulón; le dije furio- so que se pusiera el sombrero y observé .' — «Seguramente V. nos vá á poner presos?» Mr. Bliss es hijo de un pastor Bautista, y yo he ocupado el rango de teniente en el servicio de S. M, B., y aun aquí mismo por varios años. Gaando V. nos vio la última vez se nos trataba como criminales, espero que V. no nos tome por tales. » Contestó: — «Los recibo como criminales y los trataré como tales hasta tener pruebas de su inocencia.» El almirante Davis me espresó después su pesar por la manera indigna con que se me trató, porque me ase- — 468 - guró que llevaba órdenes espresamente contrarias; pero cuando supo después que Kirkiand habia tratado á la señora Wash- burn con la mayor rudeza a bordo de su propio linque, solo porque csíaba mal con su marido, dejó de sorprenderme do su brutalidad para conmigo. Pasé la mayor parte de la noche comparando notas con Mr. Bliss, y me disgusíaron muchísimo las declaraciones que según me decía, habia hecho. Podian perdonársele algunas cosas que habia dicho, sino fuera por la satisfacción que ma- nifestaba por ül mal que habia hecho, y en efecto, me dijo con la mayor alegría, cómo habia completado la prueba en to- dos sus pormenores contra los presos que no hablan sido eje- cutados todavía, mostrándose absolutamente orgulloso del rol infame que habia jugado. Durante el resto del viaje me alejé de él cuanto pude. Permanecimos fondeados frente á Angosíura por tres dias, con el objeto de desembarcar al general Mac Mahon, nuevo Ministro Norte-Americano, y su bagaje, y luego seguimos aguas abajo. Pasamos las ruinas de Humaitá en la tarde del 15, habia sido nivelada casi con la tierra ; el único objeto cons- picuo, era un montón de escombros coronado por los restos bamboleantes de dos torres, con uno que otro rastro de pintu- ra y adornos, que indicaban el sitio de la iglesia. Los cuarteles de López hablan desaparecido del todo, y también la mayor parte de los galpones ó cuarteles délos soldados; en cuanto á las baterías quise eu vano encontrar una tronera ó parapeto que me dijora el lugar en que se hallaban antes. Al Sad de la antigua plaza de armas se habia levantado májicamente una aldea de vivanderos con sus ranchos de madera, muy parecida á las (]Ue habia en hi Crimea; las carpas de madera y lienzo eran casi iguales, y llevaban las nunca olvidadas tablillas, «Hotel de Franco» y «Gafé d' Alliance )i pintadas en letras mayúsculas, que se estendian desde una estremidad á la otra del frontispicio. Pero se hablan olvidado el aseo y orden, que se observaba en Jíumaiíá bajo el antiguo réjiuic, y no se po- día imajinar un lugar mas sucio y escandaloso. El rio estaba lleno de buques ; conté mas de cincuenta entre Humaitá y las Tres Bocas, en que notaba la bandera brasilera. - 469 — Tan pronto conno fondeamos en Montevideo fuin:ios trasla- dados al buque almirante Guerriere, y aunque no esíuviese arrestado, como me vijilasen, escribí bajo sello volante al Encargado de S. M. B. en esa, describiendo los insultos á que se me esponia, y rogándole que se interpusiera. Gonlestó que babiendo entendido él, que yo habia reclamado la protec- ción de los Estados-Unidos, no habia lugar á mi petición, pero me aconsejó, que me dirijiese personalmente al almirante Devis. Lo hice y tuve con él una entrevista muy satisfactoria. De- claró que ignoraba que se me habia traído como preso, abordo de su buque, pero dijo que habia prometido á López, que no se me permitirla comunicar con la costa en aguas brasileras. Me esplicó todo lo que habia hecho y pareció bastante asom- brado de los informes que le di sobre los negocios del Para- guay. Le di mi palabra, que aceptó inmediatamente ; y quiso que los oficiales me tomasen por huésped, y me dejasen en plena libertad. Permanecimos una semana en Montevideo, y luego parti- mos para Piio Janeiro. El dia después de nuestra llegada vino á bordo Mr. Buckley Maíhew Ministro de S. M. B. El almiran- te me presentó y tuve con él una larga é interesante conver- sación ; habia sabido la manera como Kirkland me habia tra- tado y esperaba que yo le presentara mis quejas, y hasta me reconvino privadamente por no haberlo hecho; pero después de la fi'anca declaración del almirante, que espresó su pesar, y considerando que me habia salvado la vida, comprendí que no seria jeneroso de mi parte revolver la cuestión, y por esta ra- zón resolví callarme. El 25 de Enero me trasladaron al Mlssissipi, vapor correo y partí para Nueva-York. En el camino tuve el placer de ver á vuelo de pájaro el paisaje de las Amazonas, porque subi- mos hasta Mariñon para embarcar algunos pasajeros y algunas toneladas de caoutchou. Llegamos á nuestro destino sin te- ner ningún incidente digno de mencionarse ; y di parte inme- diatamente de mi llegada á Mr. Seward el que me dirijió la siguiente contestación: — 470 — Dcparlamentodc Estado, Washington, 24 de Febrero 1S69. Señor : He recibido su carta de focha del 21 del corriente, en la que me anuncia su llegada á Nueva York en cumplimiento de las órdenes del Vice-Almiranle Davis de la Escuadra del Atlúnlico delSud. En contestación tengo que participarle, que el Gobierno de los Estados Unidos, no reclama jurisdicción sobre V. por las órdenes á que se reñere, tanto mas cuanto se comprende que Y. no solo es subdito británico, sino también es ahora ó lo era hace poco, oficial al servicio del Paraguay. Sinembargo, este departamento recibirla contento de V. ya por escrito ó ya verbalmente,tGda declaración que V. crea pro- pio hacer; respecto á los interesantes hechos del Paraguay con que se liga su nombre, de algún tiempo á esta parte. Soy Sr. su obediente servidor. (Firmado) — Willíam II, Seward. Al Sr. Masterman, ex-Girujano ayudante al servicio del Para- guay. Continué pues mi camino hasta Washington, y tuve el pla- cer de conversar media hora con Mr. Seward y de darle todos los informes que imajinaba podrían interesarle; volviendo á Nueva-York, partí inmediatamente para Inglaterra. A propósito de esto, puedo decir que mientras permanecía en esta ciudad esperimenté el curioso procedimiento de inter- viewing (visita de inspección). (1) Uno de los redactores de la Tribuna vino á verme y me rogó con mucha urbanidad que le suministrara verbalmente todos los pormenores de mi vida en el Paraguay. Estuve al punto de soltar la risa va- (1) En los Estados Unidos, cuando llega algún hombre notable, todos los diaristas se presentan á conocerlo, con el objeto de recojer sus pri- meras palabras y levantar su filiación, para publicar inmediatamente los menores detalles sobre su vida y su persona. Este procedimiento so llama allí interviewing^ palabra que no tiene equivalente en español. — 471 - rias veces durante la entrevista, sabiendo el uso que haría de ella, pero me contuve por el convencimiento de lo que debia á los norteamericanos. Al dia siguiente encontré que tres columnas de la Tribuna estaban dedicadas á la relación completa de mi conversación, observaciones, aspecto perso- nal, y otras cosas por este estilo. CAPITULO XIX. Las narraciones del señor Taylor y del capitán Saguier. Gracias á la cortesía del señor llussell Shaw 1. G. puede dar al público la siguiente narración de los sufrimientos de uno de mis compañeros de desgracia, dictada á aquel caballero por el mismo AIoDzo Taylor, poco después de su salvación y de su lle- gada ala Asunción. Dice así: «Me llamo Alonzo Taylor. Nací en Chelsea y trabajo de maestro albañil y arquitecto. «En Noviembre de 1858 me contraté, por medio de los seño- res Blylhde Limehouse para servirá López en el Paraguay por un periodo de tres años, y para enseñar mi oScio á sus paisa- nos. «Soy casado, pero me pareció conveniente trasladarme solo para conocer bien el país por mí mismo. En 1861 se juntaron conmigo mi esposa é hijos y vivimos en una casa cerca de la Aduana. En la sala construí una chimenea con estufa^ que fué la primera que se vio en el país. «Tenia un buen sueldo y poco trabajo, y el Presidente (era general entonces) me trataba con mucha consideración, de suerte que firmé un nuevo contrato poco después de mi llega- da obligándome por cuatro años mas. «La guerra contra el Brasil y la Confederación Argentina es- talló en 1865; pero esto no me afectó mucho, aunque per- cibiamos menos sueldo porque la guerra ocasionó una deprc- ciacion en el valor del papel moneda. Por lo luuLo, cuando se concluyó mi contrato, pedí al Gobierno se me dejara presen- tar uno nuevo, se me contestó en el Miaisterio, que estaban — 472 — muy ocupados para atender á semejantes cosas, pero que si trabajábamos como siempre nos remunerarian generosamente. No me ocupé mas del asunto basta Diciembre de 1867, en que el Mayor Fernandez, Oficial Mayor del Ministerio, de la Guerra, me dijo que si queríamos poilriamos (es decir los bombresdel arsenal), hacer nuevos contratos y presentar al efecto nuestras proposiciones. «Fué en esta época que volví del Iníerior en donde babia es- tado construyendo bornazas para destilar azufre con el objeto de hacer pólvora, según un plan que concerté con Masterman. «Aunque me disgustaba ya la guerra y el cambio que natu- ralmente acarreó, íodavia no se me ocurría lo que debia hacer n como sacar del pais á mi esposa é bijr)s, porque López nunca dejaba este punto á nuestro albcdrio; bice pues un contrato por un año mas. Muchos ingleses al servicio del Gobierno se rehu- saron á renovar sus contratos, y siento no haber obrado delí misma manera. «Durante mi permanencia en el Paraguay me ocupaba de la parte práctica do muchas obras, como por ejemplo, del taller de moldes, de ia nueva fundición y de la colocación y disposición de las varias máquinas del Arsenal; dirijí la construcción de las estaciones del ferrocarril, del nuevo muelle y del her- moso palacio del Presidente. E! palacio que es muy espacio- so está sólidamente construido, el material consiste en piedra y ladrillo de superior calidad; pero él nunca lo ocanó, y deseo ardientemente que no lo ocupe jamás. Solía percibir el sueldo de algunos de mis paisanos cuando no estaban presentes, y se los reservaba y protegía á las viudas y las huérfanas, de las que había un gran número, porque muchos de nuestros artesanos se suicidaron con la bebida. «Digo todo esto para esplicar porqué fui al Paraguay y por qué permanecí en él ; ahora contaré mis sufrimientos durante cinco meses de cruel cautividad. Estando sin embargo mas acostumbrado á trabajar con el cincel y la trulla, que con el com- pás y el lápiz, apenas podré describir como se debe los horrores que he presenciado, de manera que me limitaré á decir la ver- dad pura y llana como hombre sencillo; pero desearía poder — 273 — pintar aquellas terribles escenas como podrían hacerlo per- sonas mas instruidas, para que el lector se formara una idea de sus horrores y miseria y para que pudiera imaginarse, como yo me imagino y aun creo oir en este mismo momento, los la- mentos y gemidos de los muchos infelices, que murieron en el tormento. «Mis sufrimientos comenzaron así : después de un dia de duro trabajo en las jabonerías de Laque-, volví á casa á les 10 de la noche. Poco después un soldado de caballería llamó ala puerta, y antes de que le abriera, me dijo que traía óidenesdel Ministro de la Guerra y Marina, llamándome ala capital, pero sin poderme decir porque razón. Sabiendo qae era inútil resistir, monté en m.i caballo y acompañé al soldado, quien al pasar por el Ministerio, me dijo que tenia órdenes para conducirme alo del Capitán del Puerto; asi fué que continuamos nuestro camino hasta llegar alas orillas del rio donde nos encontramos con un gran número de jcníe. Al bajar del caballo, apesar do protestar enérjicamente, me pusieron una barra de grillos y me colocaron en compañía de ocho ó nueve presos mas, bástala aiañana si- guiente en que nos trasportaron á bordo del vapor «Salto do Guayrá» ; Mrs. Lynch y su hijo mayor Francisco, acompañados de varios oficíales vinieron á bordo antes de zarpar el buque aguas abajo. Al dejar el vapor Mrs. Lynch me vio, pero pretendió no ver- me, aunque solía tenerme en mucha consideración y mi hija frecuentaba mucho su casa. Pregunté á un oficial, que estaba presente y que era antes muy amigo mío, si me permitirla ha- blarla, pero me dijo que estando preso, no podía hablar con na- die y mucho menos con ella. Me injurió y parecía gozarse en mis infortunios. En esla época el Presidente López tenia sus cuarteles gene- rales en el Tebicuarí, gran rio que desagua en el Paraguay. Llegamos á este punto á las cuatro de la mañana, nos desem- barcamos y tuvimos que marchar al campamento engrillados por una distancia de seis millas, y fué entonces, que empezaron nuestros sufrimientos. Nuestra partida consistía, en un viejo llamado Sortera (estaba muy enfermo, y no cargaba grillos, 18 — 274 — porque no podía caminar, era padre del segundo capitán del puerto), en dos orientales, seis italianos, un correntinO; tres españoles, un paraguayo y yo, es decir, once perdonas. Si se esceptúan dos, todos llevábamos grillos y algunos cargaban dos pares, es decir, gruesas barras de fierro con argollas, que pesaban entre veinte y treinta libras. Un paseo de seis millas en épocas normales en el Paraguay no dejarla de ser una hazaña para un pedestre libre de toda traba, pero era una tarea tremenda para el que marchaba á tropezones con sus tobillos aprisionados en pesados grillos. Además tuvimos que llevar á dos de nuestros campaneros enfermos, al viejo Sor- tera y á un italiano. Fueron colocados en hamacas que llevá- bamos suspendidas en un palo. La fuerte compañía que nos guardaba aceleraba nuestra marcha á bayonetazos y azotaba con huascas á los fatigados. « El infeliz Sortera fué el que sufrió mas, porque estaba casi loco; y sin contar sus quejas eternas por el cruel trato que le daban en su vejez, los injuriaba y le arrimaban sin compasión con el fin de hacerle callar. « Aquella terrible marcha me impresionó masque todo lo que sufrí en seguida; porque todo esto rae era nuevo y tenia una salud robusta. Después habiendo perdido la salud y la fuerza llegué á ser sumiso é indiferente y sufrí mucho menos, tanto moral como físicamente. Vela torturar diariamente á muchos hombres en el cepo üruguayana, pero de esto hablaré en o!ra parte ; vi malar á hombres y mujeres á bayonetazos ó azotes de la manera mas bárbara en los meses de Julio, Agosto y Setiembre ; todos los castigados eran acusados de traición y rebollón apesar de estar completamente inocentes de semejantes crímenes. Pe- recieron en todo mas de setecientos. Al llegar á San Fernando vi á Mr. Stark caballero anciano de gran corazón, ingles y comerciante. Había residido muchos años en la Asunción, y todo el mundo le tenia gran res- peto y estimación. No se me permitió hablarle, pero vi azotarle, y tratarle cruelmente de diversas maneras. Fué fusilado en compañía de varios otros á principios de Setiem- — 275 — bre. John Watts^ otro ingles, que fué primer maquinista de una cañonera, y Manlove, norte americano, fueron pasados por las armas en el mismo dia. Al menos que yo sepa, López no fusiló sino dos ingleses; el otro murió de hambre y de la intemperie, como le sucedió á un compañero mió el dia des- pués de mi llegada. El desgraciado de Mr. Neuman fué bár- baramente azotado. Podian oirso sus gritos por todo el cam- pamento y murió en medio de la aplicación del castigo. « El viejo Sortera resistió meses enteros de sufrimientos, pero murió por fin del chucho, en Villeta. vc En San Fernando había centenares de presos en la misma deplorable situación que nosotros; pero como no se nos permitía hablar, solo podiamos comparar apuntes, y solamente después de verme libre supe que todos estábamos acusados de traición. (( Nuestra titulada cárcel no pasaba de un lerrenito de cerca de veinte varas cuadradas rodeado con estacas y sin mas cielo raso que el firmamento. La manera de asegurarnos era muy primitiva, pero atrozmente dolorosa. Se ataba á una de las estacas una huasca, entonces llama- ban:— preso núm. 1, supongamos. — Échese de espaldas, le decian, y se le aseguraban los tobillos con un lazo ; entonces venia el N '^ 2 "^ , se acostaba á dos yardas de aquel y le ata- ban á la misma cuerda. Esto se repetía hasta que no cabían mas hombres en la misma hilera, entonces se empezaba con otra cuerda, y después con otra, hasta que todos quedaban ase- gurados. Las estremidades de estas huascas eran amarradas á las estacas y las estiraban dos ó tres hombres hasta dejarlas como una cuerda de violin. Sufríamos atrozmente ; pronto tuve los tobillos cubiertos de heridas y casi dislocados por la ten- sión violenta del lazo. Habia en cada corral una sarta de cin- cuenta hombres. Este modo de asegurar á los presos se llama el cepo de lazo. Permanecíamos de esta manera dia y noche, si se esceptúa un rato de la mañana, en que marchábamos al interior de la selvas bajo la inspección de una fuerte guardia. Algunas veces las personas que nos ataban eran mas pía- .- 276 — dosíis que otras y no csiiraban lanío la cuerda, pero el dolor era frecuonternenle mas iníenso do lo que puede describirse. Nos cercaba un cordón de cenlinelas que nos paleaban y pegaban á su guslo. Tenían ordenes de íusilar ó bayonetear á los que internasen escaparse. Todo les servia de motivo para azotarnos crnelmrnto, hasta el pedirles un poco de agua. ((Estábamos de esta manera espuestos á los rayos ardientes del sol, á la lluvia y á las tormenlas; casi nos enloquecían las mordeduras de los millares do insectos tropicales, y eslem- bamos tan lüal alimonta'los, que solo comíamos las entrañas de los animales que se matal)aii para las tropas. No uos daban ni sal ni tabaco, el qae echábamos de menos mas que nada. «Se sacaban á los iu'csos todo^ losdias, á unos para tomarles declaraciones, a otros para atorm.'ntarlo^, y á muchos pnra fusüarlos. No vi sino pocas veces atormentar, porque este castigo se ejecutaba tras do los arbustos, ó en los ranchos de los jneces. «Yí sacar un dia á un oficial arjonfino; cuando vo;vi() traia iodo el cuerpo liecho fiedazos. Al dia siguiente en el momento de soltarnos, le indiqué su espalda sin hablarle, dejó caer la cabeza sobre su pecho y con un palo trazó en la arena 100. Comprendí por esto, que había reci- bido cien azotes con una huasca, ó con una planta que llaman liana, y que crecía abundantemente en los árboles que nos rodeaban. En esa misma tarde le mandaron liamar de nuevo, y cuando volvió escribió 200. El dia siguiente le fusilaron. «Los presos pertenecían á diferentes nacionalidades, grados y posiciones; pero el calor, la liuvia, la anguslia y los vientos redujeron muy pronto á todos al mismo estado de penuria y desnudez. Además, nuestras centinelas solían ofrecernos pe- dazos de pan ó algunas espigas de maíz en cambio de nues- tra ropa: y suíViamos tanío por el hambre, que comprába- mos muy contentos la vida de un dia á costa do una casaca ó una camisa. Entre los presos había muchas mujeres per- tenecientes á las mejores familias del país; algunas eran muy ancianas, enteramente canas y otras eran jóvenes y bonitas, - 577 - sobre loilo Dolores Recakle, alia y hermosa niña, y Josefiaa .Uequclmé, iiuijür herniosa de bellísimos ojos. Estas infelices sufrían muchí-imo aunque (enian pcijueúos ranchos de paja en que refujiarso (>omo los que tenian algunos presos de ca- tegoría) y lan^.eitiban dolorosamente su c;'uel posición. « .Votes de dar una noticia detallada de mi declaración y tormento y de lo que sufría diariamente en el cepo de lazo, debo mencionar una círcunslancia, que ocurrió algún tiem- po antes y que como se verá por mi declaración, esplica la causa de mi arresío. «Dos ó tres años antfts llegó á la As-mcion un italianolla- mado Tubo y abrió allí una eacueln ; era hombre agradable y comunicativo, pero no me gustaba. Sin embargo envié por algunos meses á uno do mis muchachos á su escuela. El Sr. Tubo se aprovechó de esto para pedirme dinero prestado. Algún tiempo después me mandó un recado invitándome á una reunión que debía lener lu^ar en su casa, con el ün de iniciarme en los místenos de la frane-masoneria. « ilabíendo oido que era cosa buena hacerse masón, sobre todo en el eslrangero, y teniendo también curiosidad de cono- cer sus secretos, fui, [¡ero encontré que todo era una pobre farsa con el objeto de arrancarme dinero. No obtuve otra cosa que un deianlalcito, la vista de algunas letras cabalísti- cas con que el farsante de Tubo había adornado el cuarto, y una cantidad de disparates mísíicos que no pude compren- der. Co pronurcié una palübra en todo el tiempo que estuve presente y parü tan pronío coaio me fué posible, llevando conmigo el delanfa'ci'o para no perder del todo mi dinero, aunque era demasiado pequeño para serme útil. «Al dia siguiente hablé de es'o con el Sr. Watts, maqui- nista de una de las cañoneras, y me contestó, que todo era farsa y que el tal Tubo no sabia nada de la franc-maso- nería. c. Yo no pjcjo decir si la f¡'an>masonería tenia algo quo ver con la titulada conspiración. En cuanto á mí , no creo que hubo absolutamente tal conspiración, á no ser que la hubiera de parte del Presidente y algunos de sus instru- mentos, con el fin do robar su dinero á los estranjcros. — 278 TT? «Pero volvámonos á San Fernando. Un dia en que es- taba atado conao de costumbre, vi pasar al Mayor Serrano ; le llamé, porque le conocía mucbo y solía tomar mate ¡con él casi diariamente, díciéndole — « Mayor Serrano, conoce vd.'á Thompson ?» (El S'r. Thompson era un injeniero civil, que sé' puso al servicio de López y queso distinguió tnuchísimo hasta' llegar á ser Teniente Coronel). Serrano me contestó-— «INo tiene poder alguno áquí.^ Esto me lo dijo corlesniente, peir'o éri'un tono quéiñdicaba, que no podra esmerar t]a:ciFa' de' xjl'."Éb dije que solo quena hacer traer alguna ro^'á y tener algo qué comer. . i^m'iñ ¡m oh h&u&'j ¿1 " '« Serrano nó rríe contestó, pero ordenó al calDo' de' lá'gti'ár- dia que me soltara y entonces llevándome aparte tuvimos íéí siguiente diálof^o* ' ''^"^ .tíutvJ«yj^ ym un 0*1 y q ,oviltí'jinumoo / — «¿Sabe Vd. porque se halla aquí? , ''^ .olhíi- «,, , . ;. Í! ■ ii .: .' ,1 doavoiOG 68 odui — « i\o 10 se, Y quema saberlo. ^ , ^« Hay vanas acusaciones contra vd., primera que vd. cono- ce el nombre del nuevo Presidente, destinado para reempla- zar á López ; segunda que Vd. ha recibido una suma de dine- ro del Capitán Fidanza ; y además Tubo ha confesado que Yd. es uno de los cómplices! — (c Le repliqué, que todos aquellos cargos eran falsos 3^ que tanto él como Tubo, ío sabían perfectamente. « Serrano continuó diciendo :— Esíá bien, le doy el plazo de doce horas para refleccionar, y sí Vd. hace una confesión neta, el Presidente le tendrá piedad y le perdonará la vida. «Respondí :— que no tenía nada que confesar, ni al día si- guiente, ni en ningún otro tiempo y que mi posición y carácter eran muy conocidos para temer semejantes acusaciones, y que tanto mis paisanos como el Gobierno, habían tenido siem- pre en mí una confianza completa. , — « Efectivamente, me contestó Serrano ; en otro tiempo tuvo Yd. las manos limpias, pero las cosas han cambiado, y Yd. se ha m.anchado como todos los demás. Entonces ordenó que me ataran de nuevo. «Serrano me vino á ver al día siguiente y me preguntó si ha- bía considerado su proposición y si quería confesar todo lo que — 279 - sabia. Leconlesfé, que no sabia nada y lo pedí que me pusiera por delanteámis lituladoscómplices. «Serrano se enfureció, y ordenó inmediatamente al oficial de guardia, que me pusiera en el cepo Üruguayana. Se dice que es- te tormento se inventó en el tiempo de Boüvar, Libertador de Sud-Américay que se llama por eso mismo el «Cepo Boliviano» cambiado por López en Üruguayana, después de la rendición do Esligarribiaen 1865. «El tormento, según mi propia esperiencin, es el siguiente ; me sentaron en tierra con las ro lillas dobladlas bácia arriba, rae alaron prira». ro las piornas y luego me ligaron las manos sobre las espaldas con las palmas al aire. Entonces pasaron por mis corbasun fusil, y luego colocaron un atado de seis fusiles sobre mis'espaldas, los que aseguraron por una de las eslreraidades coa una huasca ; luego hicieron un nudo en forma de lazo en la otra á fin de ligar los fusiles de arriba con los de abnjo, los soldados que tiraban de la huasca me doblaron la cabeza hasta que tocó las rodillas y me dejaron en esta violenta posición. «El efecto era el siguiente: Primero se rae durmieron los pies, después sentí un ruido sordo en los dedos que se eslen- dió gradualmente hasta llegar á las rodillas; lo mismo me su- cedió con los brazos y las manos, aumentándose el dolor, hasta convertirse en unaagonia espantosa. Se me hinchó la lengua, crcia que se me dislocaban las quijadas, y tuve un lado de la cara completamente muerto durante quince dias. Mi sufrimien- to era horroraso, hubiera confesado ciertamente si hubiese te- nido algo que confesar y no tengo duda, que muchos inventa- rían cualquier mentira para no sufrir el espantoso dolor de este tormento. Permanecí dos horas en la posición que he descrito y me considere afortunado en poder escapar con esto, porque á muchos los ponian dos y hasta seis veces en la üruguayana y con ocho fusiles en la nuca. «La señora de Martínez sufrió este tormento seis veces, siendo además azotada y apaleada hasta no dejarle sana ni una pulga- da de su cuerpo. «Al terminar dos horas me soltaron, Serrano vino á verme y me preguntó si quería confesar quien debería ser el nuevo '.y — 580 -~ Presidente. Yo no pedia hablar y él conlinuó diciendo, quo debido ¿ la clemencia de S. E. el Mariscal, me hablan tenido poco tiempo en el cepo, pero que si no queria confesar me ba- ria remachar otros dos pares de grillos, y me volverla á la Urii- ^uayana con ocho fusilas en vez de seis, conservándome en ella mucho mas tiempo. Estaba tan completamente exhausto y rendido en aquel momento, que sus amenazas no me hicie- ron impresión alguna. En seguida me llevaron á la guardia y haciéndome un gran favor no me ataron aquella noche. «Al dia siguiente, que era el 25 de Julio, Serrano me llamó de nuevo y me preguntó, quien me habia autorizado para minar el puente del ferro -carril en íbicu y, arroyoqncdistacercadetres millas de la Asunción. Contesté, que nunca habia oido que el puente estuviera minado y que no sabia nada de semejantes mentiras. «Serrano volvió á verme el 26, acompañado de un Oficial llamado Aveiros. Esle me preguntó que grado masónico era el mió. Respondí que no era masón, pero que habia asistido una vez á una reunión en la casa de un italiano llamado Tubo, quien procuraba fundar una logia bajo falsos protestos. «Aveiros dijo, — sabe V. que tenemos á Tubo aquí presente? — No, respondí, cómo lo habia de saber? — Serrano, dijo en- tonces, vamos á confrontarlos. Tubo fué introducido al ran- cho. Dirigía el interrogatorio un joven Paraguayo, abogado, que habia residido va'ios años en Inglaterra y se llamaba Cen- turión. Me pregunli), enseñando á Tubo — ¿Conoce V. á ese hombre? ¿sabe V. que él le detesta?; repitió las palabras, sabe V. que él le destesta, en inglés, porque no las comprendí cuan- do las dijo en Español. Le dije, querría esplicarme en inglés, puesto que V. lo comprende perfectamente. Me contestó que no habia necesidad, puesto que yo hablaba el Español y el Gua- raní bastante bien. Respondí entonces, que debei'ia odiar á Tubo por haberme sacado mucho dinero bajo falsos prelesíos, habiéndome embromado con su farsa de franc-masoneria. «Tubo, dijo entonces, que yo habia firmado un documento en que me prestaba para ser miembro de la Sociedad Masóni- ca. Se lo negué, y, entonces GinLuricn preguntó á Tubo,?i yo - 281 - había firmado semejíinte escrito. —Tubo vaciló y dijo: creo que í^í.— Centurión esclan^ó enfurecido, su creencia no nos sirve pa- ra maidilala cosa ¿firmó Alonzo Tayloi* el documento, sí ó nó? «Tubo se confundió todavia mas, y no pudo dar contesta- ción alguna, lo que me hizo decirles francamente que todo aquel asunto era una impostura. Le echaron, y nunca mas le volví á ver, pero se me dijo, que habia sido fusilado. «Guando Tubo se fué. Centurión me interrogó acerca de mis compatriotas, preguntándome porqué algunos no querian renovar sus contratos,— Contesté en español, cada barril tiene su asiento, y cada persona conoce sus intereses. Serrano yAvei- ros contestaron á la vez: — No, no, Alonzo, á otro perro con ese hueso : Vd. bien sabe porque no quieren renovar sus contratos. — Conlesté, no lo sé, pero si sé, que nosotros los ingleses esta- mos hastiados de la guerra, y la razón porque fuimos á la Legación Americana fué por carecer de un consulado ingles en la Asunción, y porque creíamos que allí nos protejerian hasta que tuviéramos oportunidad para marchar á Ingla- terra. Tenia otra cosa en vista al ir allí; quería que Hrs. Taylor, que estaba por salir de cuidado, fuese asistida por Mr. Masterman, porque no habia otro médico en la Asunción; además el Sr. Masterman era conocido mío! — «Centurión agregó: ¿Con que esas tenemos? Entonces Vd. cree que los negros tomarán el pueblo y que Vd. podrá servirles ? — «Le contesté que no, que habia sido siempre fiel á S. E. y que todos los ingleses habían cumplido con su deber, pero que estábamos cansados de la guerra y que queríamos salir del pais ! — «Entonces dijo Serrano: anles era Vd. un buen servidor, Alonzo, pero desde algún tiempo á esta parte se ha condu- cido malísimamente. «Me llevaron de nuevo á la guardia, y me asegura- ron como siempre, dando órdenes estrictas para que nadie me hablara. «Es inútil tratar de describir las miserias de nuestra vida diaria en San Fernando, que ofrecía siempre Ja misma faz, — 282 — privaciones conlínuas, nuevos presos, castigos y ejecuciones. No pasaba un dia sin que alguno fuera sacado para azotarle, atormentarle ó fusilarle. Los gritos de los azotados desgarra- ban el alma. Vi malar á azotes á dos orientales; y cuando el joven Gap levila fué fusilado, estaba estropeado des le los pies hasta la cabeza á consecuencia de los palos que habia recibido. « Ilabia varias péñoras entre los presos ; las azotaban en los ranchos, pero se oían sus gritos y sus llantos. « Algunos de nosotros fuimos bastante afortunados parí^ tener un cuero en que acostarnos y con que abrigarnos du- rante el dia. Solo las personas que han vivido en los trópi- cos saben que especie de tormento es acostarse á los rayos del sol sm abrigo ninguno. « Nos daban un alimento escasísimo y que se reduela á los desperdicios de los soldados ; cuando llovia, lo que sucedía frecuentemente, no nos daban absolutamente nada de comer, y yo por mi parte sufria una hambre incesante. " .'^ « Habia logrado conservar un pedazo de lápiz y con él hacia apuntes en el forro de mi sombrero, con el objeto de recor- dar la marcha del tiempo y marcaba en él las ejecuciones de la misma manera ; las rayas largas indicaban personas de impor- tancia y las cortas hombres de posición mas humilde, pero el forro de mi sombrero se desprendió y lo perdí con el lápiz en la marcha de San Fernando á las Lomas Valentinas, perecien- do de esta manera el único recuerdo que tenia del número de las ejecuciones. Estoy cierto que no exajero cuando digo, que se fusilaron mas de trescientas cincuenta personas durante nuestra permanencia en San Fernando (1). « Habia varias guardias además de aquella en que yo me hallaba, y una especialmente destinada á vijilar presos con- denados; estaba próxima á la mia, y podia ver muy bien ,^ cuantos se sacaban para ejecutar y reconocerles fácilmeníe. Vi sacar á Mr. Watts y áMr. Stark á fines de Agosto ó á prin- cipios de Setiembre. (t) tas que perecieron en realida-l, fué casi el doble de este número. — 283 - La primera ejecución de que tengo conocimienío tuvo lu- gar el 4 de Agosto, dia en que se fusilaron cerca de cuarenta y cinco. Entre eslos se hallab:in los dos Susinis y otro ita- liano llamado Reboudi. A los que no podiaa caminar, los llevaban en carretas, los otros marchaban de á dos y engrilla- dos. En seguida una descarga y uno que oíro tiro tardío, nos daban motivo para reflexionar. Si las víctimas llevaban ropa, velamos á la guardia y á los oíiciales inferiores volver enga- lanados. (^Echaba de menos al tabac'"», mas que nada ; pero un dia recojí un pedazo de arcilla con laque formé un pito que sirvió después para todos mis compañeros en nuestra marcha á Vi- lleta ; solia andar en busca de tab;]co, cuando nos soltaban por la mañana, rejistrando el camino y los cercos. Las llu- vias, los calores-'y'el hambre ocasionaron el reumatismo, el chucho, y 'la disentería de que muchos murieron; en verdad me parece casi milagroso el que alguno pudiera sobrevivir á semejantes privaciones. No puedo recordar la fecha en que el ejército empezó á re- plegarse sobre YiHeta;' pero fué en el mes de Setiembre; nunca olvidaré lo que sufiimos en" eí camino. « Para dar una idea de esto debería decir algo sobre la topografía de esta parte del país. Cjmo toda la orilla occi- dental del Paraguay hasta la Asunción, es 'llano y pantanoso, cubiertodeselvas intransitables ó inmensas lagunas, y cort'ado enlodas direcciones por rios ; está en mi opinión casi dividido en tierra y agua. Los caminos, ó mas bien sendas, no sori directos, sino que siguen los bordes de los montes, y pasan de una cuchilla á otra, obligando al transeúnte á recorrer tres ó cuatro millas, para avanzar lina en su marcha. Las seívaá están llenas de enredaderas, que parecen andamios, cubier- tos de cuerdas, y las lagunas, cuando las aguas bajan, están llenas de cañas y yuyos de cinco ó seis pies de alto, con filoá que cortan como cuchillos. En otras partes, los palmares pa- recen haber sofocado toda otra vejetacion y se estienden por muchísimas leguas; elandar á pié es muy penoso porque las hojas caídas v las ramas están erizadas de espinas.'"' ' !i " ;■• u.(í ;tiinií]i ib -Obi"' 1' — 28i — « An!es (le marchar no? quitaron losgrillos, pero los ¡levába- mos en las manos, y se nos permiüó coüverf-ar en el caiiuno ; cuando vino la n^iclie nos pusieron en el cepo como aníes. Conté cerca de 260 presos, de los que catorce eran eslracjeros, y los demás paraguayos. En! re aquellos recuerdo á — ft Gaíeura, argentino y amigo íntimo de Stark. « Tulger, relojero alemán. (( riorman, alemán casado con paraguaya. c El teniente Romero, argentino. « El capitán Fidanza, italiano. « Leite-Pereira, portugués. « Segundo Bello, argentino. « Bartolomé Quintana, id. « Con estos iban cua(ro señoras : Da. Juliana Martínez ; es- posa del Coronel Martínez, quien después de la evacuación de Humaitá, se en!regó al enemigo con sus 500 soldados re- ducidos á esqueletos por la fatiga y el hambre. Doña Dolores llecalde. Las Señoritas Egusquiza, dos ancianas solteras, hermanas do Egusquiza, antes agente do liOpez en Buenos Aires. Iban con nosotros dos carretas de bueyes en que se suponía iban las her- manas de López. «El primer dia marchamos tres leguas, y fuimos horrible- mente estropeados perlas espinas y lospasfos. En la tarde del segundo dia llegamos á la orilla de un gran Eslero, y los vaquéa- nos dijeron, que era necesario esperar el dia para cruzarlo, pero cuando se apeló al Oficial que mandaba, dijo, los presos tie- nen que adelantarse inmediatamente y si ncccsilan cslímulo, luc- íanles hayoncla. Seguimos pues nuestra marcha en que no se economizó la bayoneta. Andábamos hasla la cintura en el agua, exhaustos por la marcha anterior y por el hambre; sin embargo tuvimos que hacer la travesía que duró cinco ho- ras; todos estábamos completamente rendidos y cuando llega- rnos por fin al otro lado^ no obtuvimos nada para comer, pero se nos permitió encender fuego y calentarnos porque las no- ches eran intensamente frías. «Hicimos en siete días nuestro viaje do cien millas aposar de — 28.5 - Jas dificultades del camino y de nuestro estado de estcnuacion. La señora Martínez recorrió ¡oda la distancia ápié, aunque tenia el cuerpo cubierlo de heridas, su cara ennegrecida y desfigurada, y las espildasy la nuca completamente en carne viva, porque á esta desgraciada señora la habían puesto seis veces en la üruguayana. Ilasla su arresto, era amiga intima de Madama Lynch ; pero después la abandonó cobardemenle, deján- dola entregada á su terrible suerte. Guando la conocí era notablemente bonita, y no tenia mas de veinte y cuatro años cuandosubió al patíbulo. Me habló muchas veces en la marcha porque en la desgracia nos hacemos todos iguales y comuni- cativos; Da. Juliana me contó todas sus penas. Tenia una gran ansiedad por sabor si desaparecería alguna vez el cardenal que tenia encima de un ojo ó si la desfigurarla para toda la vida. Lo tuvo efectivameate, porque vi conducirla al patíbulo el 16 ó 17 de Diciembre; llevaba siempre la horrible marca. No tenia otro crimen que ser la esposa de un valiente gefe abandona- do por López y que fué obligado por el hambre á rendirse. Obtuvimos muy poco alimento en el camino, porque solo teníamos el tiempo suficiente para asar la triste carne, que nos daban cuando nos apartábamos del camino para dejar pasar las tropas. «Recuerdo bien un tremendo estero que tuvimos que atra- vesar; se llama el Estero Ipoa y su fondo es de una profunda y pegajosa arcilla. Era de noche cuando lo abordamos y sa- limos de él al dia siguiente temprano, pero muchos de los que entraron en él, sobre todo los débiles, enfermos y ancia- nos, no salieron y murieron ahogados ó bayoneteados. Vi á dos ancianos quedarse enterrados en el barro sin poder mover- se, tal vez fueron víctimas del hambre, ó de los buitres que se cernían sobre ellos ! «Llegamos á Villeta en Setiembre, y allí nos colocaron al aire libre y en el cepo. Yí un día traer preso y engrillado á Masterman y con él á un americano llamado Bliss; pero no permanecieron largo tiempo en la misma guardia. No me atreví á hablarle; un dia le vi con la cara cubierta de sangre, por lo que deduzco que le hal.úan atormentado. — 286 — «Solo hubo tres ejecuciones en este lugar antes del mes de Setiembre. El Sr. Carreras, antes ministro de gobierno en la Banda Oriental, faó el primero en morir; se puede adjudicar á este hombre el orijen de esta desastrosa guerra. (?) Llegó en una carreta desde San Fernando; le acompañaban el her- mano menor del presidente y Leitte Pereira, cónsul portugués. Entonces se ejecutaron varios sacerdotes, y se fusilaron también en esla ocasión muchísimos oficiales, (creo que cincuenta.) «Nuestras miserias se aumentaron con el estallido del có- lera, ^ nuestro campamento fué trasladado cuatrocientas yardas arriba de la colina. Algunos dias después mudamos otra vez de campamento, yendo mas lejos. Me parece que los paraguayos debieron perder muchos hom- bres el 7 de Diciembre; porque se escojieron diez y seis oficiales de entre los presos y los pusieron en libertad. Al mismo tiempo se ejecutaron cerca de treinta estranjeros que hablan sido traídos de Cerro Leon^ y muchísimos paraguayos, que habían sido encarcelados por diferentes razones. Vi confesar á todos antes de fusilarlos. Los sacerdotes trajeron sillas, y los condenados se hincaron delante de ellos cada uno á su tur- no. Entre las personas fusiladas esta vez, vi á Fulger y á Gus- tavo Horman, alemanes, y al teniente argentino Romero. Poco después trajeron preso á Mr. Treuenfeld, el telegra- fista alemán. No pareció reconocerme; pero estando juntos de noche, me dijo tengo mucho que decirle acerca de Mr. Wash- burn y las cañoneras inglesas; pero no puedo hacerlo ahora, porque se rae prohibe hablar. «El 1(5 ó 17 de Diciembre el coronel Marcó, antes gefe de la policía, llegó á la guardia acompañado de varios oficia- les, y leyó en un papel los siguientes nombres: «Sosa (sacerdote.) «Juliana ^Martínez (pobre señora I apenas podia pararse por que estaba en el último grado de estenuacion y debilidad.) «Dolores Rccalde (alta y antes hermosa niña.) «Luisa Egusqjíza (esta infeliz señora parecía tener se- senta años de edad, era cana, de semblante benévolo y ^ 287 — venerable. Su hermana había muerto en su ranchito com- pleíamente abandonada.) «Benigno López (hermano del Presidente.) «José Berges (ex -ministro de Relaciones Esteriores.) «José Bogado (Dean de la Catedral de la Asunción.) «El coronel Alen (uno de los gefes de Humailá. Habia per- dido un ojo por haberse querido suicidar.) «Simón Fidanza (capitán italiano de un buque mercante que vendió á López; do se le permitió después salir del pais.) «Leiíe-Percira (cónsul portugués.) «Todos respondieron al llamado dando dos pasos al frente, hasta concluir la lista y dejar completa la fila. Entonces re- cibieron órdenes de marchar acompañados de una fuerte guar- dia al frente y á la retaguardia. Cerraban la triste procesión tres sacerdotes llevando sillas para confesar á los condenados en el lugar de la ejecución. No los vimos después. Cuando hubo trascurrido cerca de una hora se dejó oir una descarga, luego uno que otro tiro, y todo se acabó. La guardia volvió; un viejo soldado llevaba el sobretodo del capitán Fidanza, y el o'acial el uniforme de Leite-Pereira con sus botones dorados. ^,« Algunos de estos hombres raerecian tal vez la muerte. Sé decia que el Capitán Fidanza habia denunciado á los de- más ; pero esto no sucedió hasta después de haberle f,tormen- lado al punto de enloquecerle. Sin embargo no se podrá escu- sar jamás el horroroso crimen de fusilará desamparadas é ino- centes mujeres por las faltas verdaderas ó falsas de sus mari- dos, hermanos ó novios." Si hubo conspiración, el tiempo lo probará ; pero si se condenó á los titulados conspiradores siii pruebas mejores, que las que me dieron para detenerme preso PQr cinco meses, debe considerárseles como victimas y már- tires. Se conocerá la verdad algún dia, y entonces el Presi- dente López pasará á la historia, ó como un héroe, ó como un demonio. , , , , « El 21 de Diciembre nos soltaron como siempre á las 6.30, pero nos ataron inmediatamente, porque los brasileros ha- bían calculado nuestra distancia ; las bombas estallaban en todas direcciones á nuestro alrededor y los paraguayos e?- - 288 — peraban verse libres de nosotros con osle cañoneo. Yo no me alarmé absolutamente porque estaba enterameníe resig- nado á mi suerte ; la horrorosa miseria que liabia sufrido durante cinco meses, habia embolado, sino obliterado, todos mis sentimientos morales y físicos. Cuatro dias después, López y madama Lynch acompañados de un gran séquito pasaron á caballo por la guardia y creo que ella le llamó la atención sobre nosotros. Se nos ordenó que nos presentásemos en fila; se nos acercó, y preguntó: « ¿Son todos presos? » Contestamos, sí. Y entonces el Sr. Yon Treuenfeld apeló á S. E. ; quien le preguntó porqué estaba allí. El Sr. Treuenfeld, dijo que no lo sabia, y el Presidente le dijo, que estaba en libertad y que podia retirarse. Yo entonces me acerqué diciéndole, que le quedarla muy agradecido si me concedía la misma gracia. López me preguntó quien era, pretendió sorprenderse mucho al oir mi nombre y dijo— « ¿Qué hace Yd. aquí? »— Está Yd. libre. Entonces los demás presos, que eran diez, se acercaron y recibieron la misma respuesta. Permanecimos al lado del oficial hasta el 27 de Diciembre, en que á las cinco de la mañana, se rompió un tremendo fuego ; las balas redondas y las bombas caían entre nosotros, y poco des- pués recibimos una carga de la caballería brasilera. Recibí una pequeña herida en el hombro, pero logré internarme en Jas selvas acompañado de dos caballeros argentinos. Muchos de los presos estaban demasiado débiles para moverse, y fue- ron muertos. « Mas farde, en el mismo día caímos en manos de algunos soldados brasileros, quienes nos llevaron á presencia del Mar- qués de Caxias. Me interrogó, y después me dijo que podía ir donde me diera la gana. Le dije que no tenia fuerzas para caminar, y uno de sus oficiales, el Coronel G. (1; que había sido médico, tuvo la bondad de acompañarme. No puedo es- presar con palabras cuanto le debo. «Yo era un miserable objeto reducido á esqueleto y debilí- ;!} í e ^ráca'aieiite el nombre deesie ofci-l no es lej ¡ble. — 289 — tado hasta el último grado. Guando estaba en Luque pesaba 178 libras; y cuando fui á bordo de la cañonera «Gracker» no pasaba de 98 libras. Después de recobrar niis fuerzas durante los cuatro dias que permanecí en Lomas, partí á caballo para la Asunción. Sufrí horriblemente en el camino, porque apenas tenia un poco de carne sobre ios huesos y no tenia fuerzas suficientes para man- tenerme á caballo. Llegué por último á esta plaza, pero tan enfermo que no pu- de hablar por algunos dias; otro oficial brasilero fué muy humanitario conmigo, como lo fué también el Mayor Fitzmau- rice, oficial inglés al servicio argentino. Al dia siguiente fui á bordo déla «Gracker», donde fui muy bien recibido por el Gomandanto Hawksworth Fowke, y me encontré por último á Dios gracias, salvo y cubierto por la bandera inglesa. Todo el mundo hizo á bordo cuanto pudo por mí. Trascurrieron algunos dias antes de que pudiera hablar claro, pues solo podia descansar como un bulto en la cubierta. «No he visto todavía á mis hijos y esposa, pero el cónsul francés me dijo que estaban en las Gordilleras salvos y sanos. Recupero mis fuerzas todos los dias, pero parezco un hombre convaleciente de la fiebre amarilla, y al dictar esto á Mr. Shaw, me parece que la memoria se me vá; á veces no puedo con- centrar mis ideas; espero recobrar pronto mi salud mental y fí- sica. Asunción, Enero 20 de 1869. Al fin de esta dolorosa narración el señor Taylor dá una añi- jente relación respecto al dinero que le confiaron sus compa- ñeros del arsenal, todo el que, como se puede suponer, fué perdido. La siguiente narración apareció en La Nación Argentina, dia- rio que se publica en Buenos Aires, fecha 15 de Enero de 1869. Gonocí á su autor el Gapitan Saguier, y por ser uno de mis compañeros de desgracia, su testimonio me es sumamente interesante, sobre todo, porque viene á probar la verdad de mis propias declaraciones. «9 ^- 29Ü — Vi una mala Iraduccion de ülla en un diario inglés poco des- pués de mi vuelta del Rio de la Plata, pero no he podido dar con ella. En la siguiente versión he seguido el leslo original casi al pié de la letra. El Redactor de La Nacían, dice : «El capitán ü. Adolfo Saguier ha suministrado los í^igu!entcs detalles sobre los actos de barbarie perpetrados por López. López hacia azotar á los prisioneros, con quinientos, mil y dos mil azoteS; antes de fusilarlos. El Dr. Carreras fué azotado así, del modo mas bárbaro. El Sr. Saguier, que se hallaba á la vista del Dr. Carreras y también con una barra de grillos, desde hacia cinco meses, presenció el hecho, y cuenta hasta los gritos que arrancaban á Carreras, el lazo y las varillas con que le daban los azotes. Berges también fué azotado antes de fusilarlo. D. Benigno López, antes do ser ejecutado, fué también despedazado á azotes. El Sr. Saguier lo ha visto y cnnoco al verdugo que lo azotó. Se llama Aveiros, antiguo escri- bano de gobierno y hacienda. El marqués de Caxias tiene prisionero al capitán de caba- llería Matías Goiburu, que fué el que mandó la ejecución de Benigno López, jeneral Barrios, el Obispo, el Dean Bogado, la mujer del coronel Martínez, doña Mercedes Egusquiza, Da. Dolores Recaída y otras personas mas, cuyo nombre no re- cuerda. Esto sucedió el 21 de Diciembre, y las ejcoaciones fueron presenciadas, de orden de López, por sus dos hcrmaLas ; Ino- cencia, mujer del jeneral Barrios, Rafaela, viuda de D, Satur- nino Bedoya, á quien hizo morir López en la tortura llamada Cepo UruQuayana, y su hermano Venancio, quienes después de la ejecución, fueron internados al interior en un carretón, sin saber á qué punto se dirijian. La gran mayoría de lodos los presos han sufrido lorluras de toda especie, antes de ultimarlos, y ellas consistían en el Cepo Uruguayana, azotes y hambre. Muchos de los infelices condenados á la tortura, morían diariamente de cinco á seis por no poder resistir á los tor^ ^ 291 — menlos y al hambre. Todos estos horrores inautüíos suce- dían á algunos pasos y en presencia de D. Adolfo Snguicr, quien igualmcnle eslaba en la íorlura con una barra de gri- llos de 45 libras de peso, y además, en cepo de lazo, perma- neciendo así durante cinco meses, al sol y al agua, como lodos sus compañeros de infortunio. Este señor ignora por qué ha sido preso. Sin embargo, el supone que habiendo sido nombrado fiscal para encausar á la manera de López á mas de veinte infelices, princi[)ió á encau- sarlos y no los puso á la tortura ni les hizo dar de azotes, ni les encontró culpa, razón por la cual fué inmediatamente agregado á las víctimas, para seguir la suerte de ellas ; y ú ha salvado ha sido providencialmente y para relatar al mundo los horrores de ese malvado. Sufrió igualmente la tortura del Cepo Uruguayana, que, según él, es mil veces peor que todas las que inventó la inquisición en tiempo de Torqueniada. Al sufrirla, poco des- pués se desmayó, y cuando volvió en sí, se encontró en su antigua posición, con su barra de grülos y en cepo do Inzo. Hizo la marcha á pié, de San Fernando á Villctn, con los pies hinchados y estenuado por los sufrimientos, y se resignó, como lodos, á esa tremenda marcha de 40 leguas, por cami- nos impracticables, porque la orden era de matar á bayoneta- zos, indistintamente, á todos los que se cansasen, fuesen jenerales, jefes, oficiales, soldados, presos, clérigos, mujeres, niños, ancianos, en fin, todos los que hacían la travesía, y, como es natural, muchos infelices cayeron al suelo, estenna- dos, pidiendo por Dios y á gritos, que les diesen un solo momento de descanso, para continuar después. Pero la orden del malvado era lerminante, y los que caían eran ejeculados sin misericordia por el esbirro Hilario Marcó, antiguo Jefe de Policía de la Asunción, muy conocido de to- dos. Es inútil pretender describir los hechos del malvado López, porque no se ha inventado aun voz para narrar los horrores inauditos ejecutados en el siglo de la civilización. Los que tuvieron lugar en los tiempos mas bárbaros no al- OíjO canzaron, ni oon mucho, á asemejarse á lo quo el bárbaro ha practicado casi á nuestra vista. No tiene ni una ?üla de las viriiidcs del mililar. Cobarde como 61 solo; siempre lejos del peligro y empeñoso en sacri- ficar en combates inútiles hasta el úUirao de sus soldados. Eu los dias 21 y 27 cayeron todos los que se escaparon con él ; van en su mayor parte heridos, careciendo, en el interior de recursos, hombres y municiones. Solo le quedan tres ó cualro vaporcitos, escondidos en los Arroyos en el Alto Paraguay, eu donde le quedaban insigni- ficantes recursos de quo habrá dado ya cuenta la espedicion que marchó en su busca. Entre los verdugos mas caracterizado?, al servicio del tirano, podemos citar con nombre y apellido los principales, dejando para otra oportunidad los de segundo orden. Ellos son los siguientes : General Resquin. Teniente Coronel Hilario Marcó. Teniente Coronel Germán Serrano. Los clérigos Maíz y Román. Maiz era el que estuvo preso por tres años, acusado de conspirador. Después se desdijo de todo y se convirtió, al salir do la prisión, en el mas bárbaro y cruel verdugo de López. Luis Caminos era otro de los verdugos que juzgaba y man- daba ejecutar por su cuenta. También un Reron y el Aveiros que antes nombramos. Entre los cstrangeros que han sufrido torturas existen de todas las nacionalidades, ingleses, franceses, noríe americanos, españoles, italianos, portugueses, alemanes. No hay que hablar de los arjenlinos, orientales y brasileros, que han sido sacrificados en masa. Entre los franceses que podemos citar al correr de la pluma, muertos á azotes, podrem.os nombrar, entre otros, á los señores Anglade y á Filisper. Es de notar que tampoco se escapó de muchos cintarazos délos esbirros del tirano el can- ciller del co7isulaclo de Francia, Mr. de Libertad, quien ha pasado — 293 — para Europa, en calidad de preso por orden de López, en la cañonera francesa « Dcci !ée v) ! Italianos, Fidanza (el coniandanlo), dos hermanos Susinis, Rebaudi y muchos mas. Ingleses, Staik y otros cuyos nombres propios no tenemos presente en este momento, pero los curiosos ó las parles inte- resadas podrán saberlo del cirujano inglés Mr. Síuarl, quien está al cabo de todo. Alemanes, los señores Newmann. Gustavo Ilamann y algu- nos otros. Españoles, Galarraga, Elordi, Uribe y muchos otros. Portugueses, el cónsul de S. M. F. I.eite Pcreira, el vice- cónsul Vasconcellos y otros. Ya hemos referido que los arjcn- tinos, brasileros y orientales fueron sacrificados en masa. Hay una circunstancia especial y tal vez la única en el mundo con respecto al Coronel Laguna. Recibió el fuego de los tiradores y fué traspasado por cuatro balas. Apesar de eso se volvió á sentar, recomendando que lo ulliraasen. Segunda vez recibió el fuego y se volvió á sentar, teniendo el pecho heclio pedazos. Le volvieron á tirar y se volvió á sentar. Así continuó este drama tremendo hasta la quinta vez en que recien rindió la'vida. Los bolivianos que pasaron por Santo Corazón para comer- ciar con el tirano, ñieron sacrificados sin escepcion en compañía de todos los gefes y oficiales que el General Saa, del Pocito, lo habia mandado á López por via de Bolivia. Gaspar Campos y Telmo López fueron los que mas sufrieron de hambre ; porque entre la inmensa cantidad de presos, es- taban á retaguardia, muy cerca del Sr. Saguier, y el negro que repailialas raciones, que consistían en un pequeño pedazo de carne á las diez y á las cuatro, sin duda era un poco carnívoro y solo después de estar bien rephíto se dirijia á las víctimas en las horas indicadas y á veces no alcanzaba para todos. En íal situación muchos esíenuados, y con una naturaleza mas débil que la de los otros, , sucumbían ; pereciendo de hambre cada dia, seis, ocho ó diez prisioneros. Es inaudito que en el siglo del telégrafo que ha facilitado la - 294 - comunicación inmediata á todos ios pueblos y por lo (anto ha morijerado las costumbres mas duras de lo? paises mas salva- jes, se hayan estado cometiendo atrocidades (ales tan cerca de nosoU'os y en presencia de muchos agentes estranjeros, que han estado en cierto modo autorizándolos con su presencia, y que además hayan tenido comunicación frecuente, por medio do cañoneras de guerra y no hayan protestado, ó escapándose de íilli si no tenían valor para hacerlo, para clamar justicia cerca de sus gobiernos y tratar con tal paso humanitario de salvar tantas víctimas inocentes de la ferocidad del salvaje López. Lejos de esto. Han permanecido tranquilos em';arcando loa tesoros robados á todos los nacionales, á loa estranjeros y al tesoro público del Paraguay. Ahora queremos saber cuál será el gobierno que admita en SLis oslados á tan feroz criminal ? Pronto lo veremos. El bribón esíá en los montes y probablemente en camino de Bolivia; y si llega á aquella República hermana, so lo reco mondamos al General Melgarejo, no para que le hnga un juicio político de q;ie ahora no se trata, sino para que proceda contra él en nombre de los mas sagrados derechos de la humanidad conculcados por aquel monstruo, en cuyo renlido López es justiciable ante todas las naciones. Terniinamos por hoy aquí, garantiendo la autenticidad do estos detalles, que nos han sido suministrados, lo repetimos, por el Capitán Soguier.» El Capitán Saguier alude en un párrafo de su declaración á los Cónsules de Francia é Inglaterra, que eran muy amigos do López, recibían regalos de él y de M"*" Lynch, hacían dis- cursos y toda clase de demoslracíoaes en su defensa y comían tete a léte con él y su manceba, mienlras sus paisanos, en cuya protección habían sido enviados al Paraguay, eran asesi- nados todos los días después (le sufrirlos mas horrorosos tor- mentos y miserias, y d¡c(; qne nadie sabia mejor que M. Cu- verville, (]ue todos aquellos infelices* hombres, mujeres y niii^)3 eran completaní ¡nte inocentes de los críinenes de qno so les acusibui y por 'o; que s ifrian ; él solo tenii la llave .K; ■-** 20o ^-^ )o3 raistei'ios y los medios do probar ¿fondo, qac los cargos quo se les hacian eran ÍIcIígIos. El tesoro de que se ha hecho mención, ora el quo conlenian varias cajas que llevaban el nomiire deMuie. Lvach y que fue^ ron recibidas á bordo do las cauonoras italianas y fi'iincosas, Yo dudó algún tiempo de la verdal de esía historia, pero mi amigo elTenienic Coronel Thompson, que oslaba al fronte do la batería en donde sa embarcaron las cajas, viene á confir- marla en su Guerra del Paraguay, en qna ákQ (p. *9ü). «Al- gunos de estos vapores llevaron un '^^ran número de aajm quo pesaban tanto, quo so necesitaban sois ú ociio personas pnra mover cada una de ellas ; conlonlan probablomonle una porto do las joyas quo se hablan colectado en 1867, y muchos doblo nes del mismo oríjen. CAPÍTULO XX. Las batallas de ípank y de Ita Ivaté— DEim ta y fuga df, LoPE/5 — Salvación de los ixgleses— Comclusion. Mientras estuve ¡ireso podia oirdiariamento las sordas vibra- cioiies do la artillería brasilera, y do vez en cuando el mas rápido eslalhdo de una bomba que reventaba ; pero me parecía que el enemigo adelantaba poco. En efecto, habia dejado hacia mucho de esperar protección :le los aliados, sin quo todavía entraran en completa aclivldad. En el primer dia de Octubre cuatro encorazados pasaron por delante de las baterías de Angostura. Esperaban haí-'^r el pasaje furtivamen- te y de nücho, cubriéndose con la profunda sombra de las selvas de la orilla opuesta, pero sus enemigos estaban siempre alerta, y recil)ieroii varios balazos ; las balas, dando contra la coraza, dice Thompson, producían una luz chis- peante (hermosa ilustraL'ion dü la conversión del movimiiuilo en calor y luz) y fragmentos de madera (jue la corriente lleva- ba mas abajo, probaban que el pasaje no se efectuó impune- — 296 — mente. A mediados del próximo mes otros varios buques se unieron ilesos con estos, porque debido al curso irregular de las corrientes en'fondos arenosos, el canal que en el año ante- rior no pasaba de un pobre arroyo cubierto de lirios, se habia ahondado gradualoiente dejando una rada bastante profunda para permitir la entrada de cañoneras; tenian además á su fren- te un islote que los ponia á cubierto de los tiros paraguayos. Los encorazados efectuaron el pasaje y fondearon en Yilleta. Tuvieron sin embargo sus dificultades, porque estando embos- cado en la orilla izquierda un buen número de rifleros, no so asomaba un brasilero sin hacerse el blanco de una docena de balas. Gaxias estaba convencido ya de que no era fácil concluir la guerra siguiendo á López paso á paso y dejándole escapar á su antojo al interior del pais ; y concibió el proyecto de abrir un camino por el gran Chaco y atacar la retaguardia de sus posiciones. - La obra fué larga y difícil, aunque la distancia no pasaba de tres ó cuatro millas, porque se necesitaba construir cada pié del camino en un estero densamente poblado de árboles y cortado por centenares de arroyos. Sin embargo los árboles fueron derrumbados y colocados en líneas paralelas, y su solidez reforzada con troncos de palmas ; se construyeron del mismo modo varios puentes y el camino quedó listo á fines de Noviembre para el tránsito del ejército. Los arjentinos permanecieron en Palmas, algunas millas al Sud de Angostura; pero los brasileros hasta el número de 32,000 hombres de todas las armas, se pusieron en marcha el 25 de este mes, se embarcaron en los encorazados en la otra estremidad del camino, y desembarcaron en San Antonio, aldea á cuatro ó cinco millas al Norte de Yilleta. Se les dejó desembarcarse sin ofrecerles la menor resistencia; y podia divisar muy bien desdo mi rancho las largas líneas de sus carpas. Mediaba entre su posición y la de López un angosto y pro- fundo arroyo, que al precipilarse en el Paraguay se deshace en torrentes de espuma ; un puente que atraviesa el arroyo en — 297 — este punto sirve para continuar el camino real del Sud ; el puente, los esteros y los montes protejian la retaguardia y el flanco de los paraguayos hacia el Norte. Siendo pues este punto la llave de la posición, López mandó al general Caba- llero con 5,000 hombres y doce piezas de artillería para defen- derlo. El enemigo lo llevó el ataque con todas sus fuerzas el 5 de Diciembre. El ejército estaba dividido en tres cuer- pos. Osorio al frente de la tercera brigada esperando encontrar un paso siguió el arroyo aguas arriba por la mañana con el objeto de flanquear á los paraguayos; pero el terreno presen- tó tantos obstáculos que no logró sino ponerse en la imposibi - lidad de prestar el menor socorro á Jas otras divisiones durante el combate. Se encargó al General Argollo el mando del centro con órdenes de tomar el puente, quedando Gaxias con la reserva á la derecha. A las diez de la mañana Argollo, que es un valiente, llevó bizarramente sus soldados al ataque, y apesar del terrible fuego que le hacia la artillería paraguaya, atravesó el puente al frente de su columna y cargó á Caballe- ro; pero después de un combate encarnizado al arma blanca, el enemigo le obligó á replegarse. Los brasileros adelantaron sus piezas de campaña para despejar el puente, y Argollo cargó de nuevo, pero fué batido una vez mas con numerosas pérdidas- Aun después de la tercera tentativa, no lograron desalojar á los paraguayos que luchaban desesperadamente hasta teñir con su sangre y la del enemigo las aguas del arroyo. El ene- migo vencido y desanimado retrocedió ; los paraguayos solo abandonaron la posición cuando Caxias al frente de su reserva los atacó con todas sus fuerzas; sin embargo, se defendieron obstinadamente y se retiraron con la mitad de sus piezas, dejando 3,000 brasileros muertos en el campo de batalla. La situación de Gaxias era muy crítica. Encontraba gran- des dificultades para proporcionarse víveres ; López hostili- zaba incesantemente sus avanzadas, y le arrebató varias tropas de ganado en su tránsito por el Chaco ; y con victorias gana- das á costa de tantos sacrificios, habriase visto por último obli- gado á retirarse ; pero haciendo de tripas corazón, se adelantó de nuevo, y después de una seria escaramuza con la vanguar- «- 598 — (lia de los paraguayos en Avay (1) chocó otra vez conti'a las fuerzas do Caballero, que habla rocibido refuerzos y mandaba entonces 4,000 soldados y dos piezas de ariiiloria. Los brasi- leros toníin 24,00) hombros y los coreaban conipletaiTionle ; pero aquellos, como siempro, pülenrt)n con tanta rcsolaoioii quo fueron diezmados antes de rendirse. Gabcillcro fué ar- rancado do su caballa y lo robaron sus espuelas de plata, pero afortunadamente los galones de oro so habian hecho tan escasos, que los Cambas no imajinaron que habian tomado preso áeslc famoso Jefe, y logró escnparso de sus manos aconíi- panado de algunos de sus mejores soldados. Los brasileros tuvieron 4,000 hombres fuera do cornb.ito y Oiorio q lO man- daba, fué gravemente herido. López se alarmó seriamente con este último golpe y empozó á atrincherarse ú gran prisa en Itay. Deseoso siempre do ale- jarse cuanto podia del lagar del combate, ordenó estender las líneas al punto de no tener con que defenderlas, y su retaguar- dia quedó completamente descubierta. « Esto sin embargo, (copio las palabras del coronel Thompson ([ue las construyó) no significaba nada con un jeneral como Caxias, que lograba siempre descubrir y atacar los punios mas fuertes, como suce- dió en efecto en el caso presente. » Pero López era aun peor jeneral que el brasilero. Era el coraje desesperado de sus soldados y no su talento lo que le habia sostenido portan largo tiempo. No cabe duda de (pie si hubiera tenido en las líneas do Ita-Ivaté los batallones que sacrificó tan inútilmente en llororó é Ipané, habría podido aun entonces haber derrotado á los brasileros, y cayendo en segui- da sobre los arjentino?, haber recuperado su i)osicion ciando parecía capí desesperada. Es difícil dar una idea neta de la po?;icion pnraguaya sin un mapa; pero será suficiente decir que la cima de nnn ¡x^queña colina estaba coronada pi)r un fucile, proíejido en dirección al (i) Ua arroyo llamadlo asi del nombre de un fnmoso jefe de !ü5 gua- ranis. v« 299 - rio por una zanja y parapeto, y al Sud por lincas nQiicho mns fuertes que arrancaban íIcscLü el rio ; el oíro costado la de- fendía e! estero de Pikisiry. La guarnición de esto punió consifilia en -1500 soldados entro hombres y muchachos, con cuarenta piezas do arlillerí;i. Cerca de 3000 soldados, flor do los que sobrcvivian, con caíorce piezas, defondian e! fuerte, j' niil mas estaban esparcidos poi" el parapeto esterlor. En la mañana deM7 de Diciembre los brasileros hicieron un reconocimiento con su caballería, y tomando por sorpresa ol rojimiento 45 de lancero?, mataron á ti)dns salvándose nnl' camento el jofo con tres soldados; el 2 i todo o) ejército, quo consistía entonces en ?5,000 hombres, tomó posición fren- te á ¡as líneas paraguayas. Se destacó una división cá las órde- nes del Jeneral Darreto con una bateiia do piezas de campaña que atacó las trincharas de Pikiáiry y las lomó matando 700 de los defensores y tornando 500 prisioneros en!re les cuales se hallaban muchas mujorcs y criaturas. Poco después de las doce, el cuerpo principal del cjérci'o, curao so había previs- to, escojiendo el único pai-io en q;¡e podría hn])er resision- cía seria, alacó el centro de las líneas para^uavas v lo tomó después de sacrificar inút¡im> nte niucliísimas vidas ; habiendo ari'oIkKlo á ios aitül-.'ros fueron rechazados a su turno del fuer- te y teuian antes do punorso el sol una pérd.ida de 37Ó00 entre muertos y hcridus. Diirnnée la noche mandó llamar López á ¡as pocas tropas que había adelantado en dirección de Cerro León y Caapucú, y un refuerzo de cerca de 600 soldados se reunió con sus escasas fuerzas; pero era evidente que no tenia otra salvación sino retirarse cuanto antes á las cordilloras. Los brasileros esperaban cá que se juntasen con ellos los arjenlinos, y les faltaba una parle de su aríilleria que hal.iian dejado en Palmas; esto le daba una escálenle oportunidad. |)ara escaparse sin arriesgar otro comba!e en las i!anura:>; p.ero no lo efectuó, porque espera!.)a sin duda quo los aliados como de costumbre, le habían lie drjaa- (!e molcsíar i)or algunas so- manas nías. Llegaron los arion tinos el 24, v en la maíiana de ía Na'ividad los jenerales aliados dieron á Lop-'Z el plazo de diJC'> ho¡as inimánd'dc (¡no so ¡in-iiera y ontregai-n ¡as arma- ; ^ 30O — le hicieron presente íocia la sangre que se habla derramado, y le rogaron que salvara, sometiéndose inmediatamente, las vidas de la poca jenle que todavía le quedaba. La respuesta fué muy notable. Siento no tener el testo porque la traducción in- glesa que he visto es tan pobre c incorrecta que dá una triste idea del orijinal; imajino que fué el padre Maiz quien la escribió; pero quien quiera que fuese su autor, le hace gran honor. López escribe ú otro lo hace por él, pretendiendo honrar á los jefes aliados aun sin tomar en consideración su nota; y como si fuera el mas jeneroso, el mas abnegado y el mas valiente de los patriotas, habla en términos que con- mueven, del valor y del desinterés de sus soldados, vuelve á repetir la vergonzosa mentira de que él y ellos han peleado y combatirán siempre en (lefensa de la libertad y seguridad de su patria ; y echa toda la culpa de la guerra y del crimen de la matanza de su pueblo á los aliados. En el momento mismo en que decía esto, tenia las manos teñidas en la sangre de su propio hermano y del obispo que ha- bla sido su compañero y condiscípulo en la niñez y su amigo mas sincero en todas las épocas de su vida, y en la de los mas valientes é intrépidos de sus oficiales. Con razón se ha obser- vado qae el lenguaje (sobretodo el lenguaje escrito) nos es da- do para ocultar nuestros pensamientos! Tan pronto como se trabó el combate en lía Ivaté, López abandonó sus cuarteles é hizo levantar su tienda en una selva á una milla de retaguardia y se m.antenia todas las mañanas listo para huir en caso de que los aliados tratasen de tomar el puesto porun asalto jeneral. Teniendo el enemigo 4.6 piezas en posición el dia 25, rompió un fuego tremendo pero mal dlriji- do sobre la posición paraguaya. Balas, bombas, cohetes, calan dentro délas líneas durante todo el dia; al .«íguiente los brasi- leros atacaron, pero con asombro de todos, sus veinte mil com- batientes fueron rechazados en la mayor confusión por menos de dos mil paraguayos! lie hablado muchas veces ya del cora- je de esta desgraciada raza, pero todo lo que he escrito pare- ce pálido comparado con los hechos y hazañas de aquel día. La admiración que les tengo casi me disgusta sabiendo que — 301 — peleaban por un cobarde miserable y por una menlira vergon- zosa. Pero csloy orgulloso de mi intimidad con ellos y del poco auxilio que les presté de tan buena gana. El fuego de la artillería volvió á tronar y continuó todo el dia siguiente, pero los paraguayos contestaban siempre con los tres ó cuatro cañones que les quedaban haciendo fuego desde el suelo después de habérselos desmontado, y rehusando ab- solutamente rendirse. El 27 los Arjentinos apoyados por los brasileros esterminaron los ¡«ocos que sobrevivían (menos de mil) pero la vida de cada uno costaba al enemigo dos ó tres ; cerca de trescientos que se habían internado en las selvas fue- ron cercados y tomados prisioneros; los demás perecieron to- dos hasta el último, (i) Lopex huyó temprano, partió solo porque nadie le echase de menos: no lo advirtió ni aun Madame Lynch que habla perma- necido á su lado: la abandonó sin que ella supiera cuándo ni donde había ido. Todo su bagaje fué tomado. Sus tesoros, es decir, el dinero que habia robado á es'ranjeros y paraguayos asesinados, iba ya en camino para Perebibuy bajo la protección de Mac Mahou. Cayeron en poder de los enemigos sus papeles y las listas de los presos que habían sido ejecutados; se apodera- ron también de cien pares de botas de charol con las cuales co- mo se ha mencionado ya, estaba sumamente orgulloso como lo son iodos los paraguayos. Le quedaba la satisfacción de que pocos podrían calzarlas porque tenía el pié muy chico. Huyó sin sujetar su caballo hasta llegar á Cerro León, reu- niendo en el camino unos cuantos hombres de caballería que fugaban en la misma dirección, ¡y huyó sin ser perseguido! Por no estar allí en aquel tiempo cito el siguiente párrafo del Coronel Thompson que si lo estaba, porque el hecho es muy difícil de comprender. «En la orden del dia, dice, Gaxias declaró que López en su re- lirada, solo iba acompañado pov 90 hombres. Si esto no es en- (i) Estos (latos no son del todo exactos. Véanse notas á la Guerra del Paraguay por el Coronel Thompson pág, 329 y 339. — 302 — (orníiie!it.o oxaolo, poco lo falta para serlo; y sabiondolo ¿pul- que razón Cnxias, jcneral en jufo del ej\'rcilo aliado en guerra, no Culi la nación paraguaya .sino con sa gobierno, y loniondo 8,000 Iiombres do eaballeria adnnirablcincnLo montados v cn- (cramoníe desociipados, no persiguió á López, á quien podia haber (ornado sin pdrd.M' un s.j lo hombre? ¿Fué por imbecilidad ó por sacar mas dinero de ía provoiídaria del ejército? ¿Fué un protesto para tener permanenlemente nn ejército brasilero en el Paraguay óexisLia una inlelijonciasecroia entre Caxias y López? ¿O lo hizo para dar á López el tiempo necesario para reunir hasía el último paraguayo con el objeto de esterminarlos en guerra civilizada^ De cualquiera manera que se considere la cuestión, el mai'ijuos de Caxias es rcs[)onsable de todas las vidas que se han [)crdido en el Paraguay desde Diciembre de 1868 y de to- dos los sufririiientos de los hombres, mujeres y niños que con- tinúan en poder de López. « (1) En el (lia 20 se intimó á la guarnición de Angostura que re- sislia aun, que se rindiera, poro se negó á hacerlo; sin embargo, al di.'i siguiente el teniente coronel Thompson que la mandaba, izó bandci'a de tregua y envió nna carta á los jonerales alia- dos quí'jándiose de un monitor que no la habia respetado el día aoíorior. So le contestó secamiOníe, y so le informó que 1.0i)(.'Z, Iiaiii(.'[;do sido eomplelamenle derrotado, habia fugado a Jas cordi;l(;i-,'.s, concluyendo por intimarle do nuevo que so riudnera. Thompson piíüó licencia para enviar cinco ofi- c-iah.'s con salvo conducto, para saber si lo que decian era cierio; á In vuelta de los oficiales, convinieron en capitular, lebií'üdo Ic'S soldados salir con los honores de la guerra y los oHciales conservar sus espadas, bajo palabra de honor de no servii'so de ellas contra los aliados en la presento guerra. Es- tos ii'rmirios fueron aceptados, y á las once de la mañana del 30 tle Diciembre úq 18G0 se entregó al enemigo el último baluarte importante de López. La guarnición consislia en (1) Véanse aoías á la Guerra del Paraguay, pág. 33i— donde se liallan datos curiosos sobre el particular. ( - 303 ~ 1200 hombres li:iÍ3Ík'S, poro la iiioyor [iarlo eran ancianos y muchachos; habia 800 heridos y muchísinjas mujeres y uiños. López [)arl¡ó {lir(>c!amonío, como so ha dicho, á Cerro León ; los profund.os arroyos que tuvo que vadear á nado re- tardaron aliiLin Lanío su fuga, dondo iiem[)o para qnn Madame Lynch, y los jeneraics Uosquin y Caballero le alcanzasen. Ks!e volvió después para juntar los dispersos con el obje'.o de p¡'0- tejer su retirada contra las partidas sueltas de la caballería brasilera que recorrían las pequeñas eminencias del Es¡e ; pero fué obligado á su vez á retirarse en presencia de fuerzas mucho mas numerosas. El jcneral Resquin, tratando do andar al mismo paso que López estuvo á punto de perdci'Se ; sufrió una mala caída del caballo quedándose mucho liem.po atur- dido, pero por úllimo se recobró !o bastante para poder andar montado. Debo también mencionar á otro oficial su- perior que fué menos aforlunado. Viendo accidentalmente su nombre, recuerdo tan bien su hermosa figura y aire mar- cial, que ímajíno casi oír el franco « Buenos dias» con que me saludó tantas veces; este era el coronel Toledo. Era el gran favorito de Carlos López, y habla llenado por muchos años el puesto imporlante de comandante de la escolta del Presi- dente. Cuando le conocí era un hombre alto y hermoso con cabellos blancos; su vo:^ y maneras eran tan atraclivas como para *dar enviijia al mas reíinado diplomático. Cuando se encarnizó mas la batalla de iLa-Ivaté, Lopoz se habia amparado de dos espesas murallas, pero sus guardias caian uno tras otro. Su anciano coronel permnnecia sin embargo inmóvil en medio de ellos; su cara estaba tan serena como si estu- viera de parada; no hubo trascurrido mucho tiempo cuando López le llamó diciéndole: «vaya á pelear, » se inclinó, íouió una lanza al primer soldado y mandió contra el enemigo; pocos momentos después cayo muerto del caballo, casi á los pies de su inexorable amo. Cuando López hubo recorrido la mitad de la distancia en su marcha á Cerro León, se enconlró con el coronel Caminos, que venia de aquel punLo seguido de 2500 ho¡nbre¿ y algunas — 304 — piezas de arlilleria; pero no sintiéndoso todavía seguro con- tinuó su fuga precipitada casi solo, ordenando que le siguiesen lo mas pronto posible. Los hospitales cerca del Cerro es- taban llenos de heridos; se descubrió de una ú otra manera, que tres mil de estos servían para llevar armas ; y estos y los soldados hábiles de Caminos formaron la guarnición del lugar que empezaron á forliücar lijeramente ; pero en el último dia de Diciembre, López se replegó sobre Azcurra, al pié de las cordilleras. He hablado del carácter salvaje y pintoresco del paso; y de la perspectiva que, mirado desde su cima, presenta el ancho ■valle, hermoseado con las brillantes aguas de la laguna Ipa- caray, enriquecida por el Rio Pirayú, que lo recorre en toda su lonjitud hasta las elevadas colinas de Paraguarí y las pre- cipitadas rocas de Santo Tomás. Yo habia contemplado esa escena con completa serenidad de alma; pero los hambrientos paraguayos la miraban con sen- timientos muy diferentes ; desde los palmares en las alturas del paso, podian divisar las praderas de Paraguarí, que pare- cían ardiendo en las primeras horas de la mañana antes que las anublara el paisaje del medio dia, y mas brillantes todavía cuando los últimos rayos del sol se despedían de los vastos y dorados campos de maiz ; porque el hondo y rico valle estaba sembrado con millares de fanegas de grano, que harto escaso era para los pobres habitantes, y que reclamaba urjentemente la hoz. Le vieron madurar al calor del sol y le vieron podrirse con los torrentes de las lluvias del equinoccio ; los infelices murieron de hambre por centenares, en frente de millares de Acres de dorado trigo. Se introdujeron algunas carretadas para el uso de los sol- dados y de los caballos de los oficiales principales, pero no recibieron nada las multitudes de mujeres y criaturas que es- taban cerradas en las quebradas de las montañas; no se les permitía recojerlo por temor de que se pasasen á las filas bra- sileras que estaban acampadas al otro lado. Durante este intervalo los aliados habían subido hasta la Asunción y la habían ocupado; y habiéndoles proporcionado - 305 - á las tropas el descanso que tanto necesitaban, se dispusieron para terminar la guerra. Les prestaba grandes servicios el ferro-carril que arrancando de la capital; llegaba hasta Para- guarí; pero les sirvió de gran impedimento la destrucción del puente de un arroyo á pocas millas do la Asuncioq. Se me ha criticado amargamente por tener una opinión muy pobre de los soldados brasileros: creo sinembargo que nadie negará que son trislísimos injenieros; porque les costó dos meses re- parar aquel solo puente, obra, que me atrevo á decirlo, un carpintero inglés hubiera logrado completar en ctras tantas semanas. Por último, dieron cima á la obra y llegaron hasta el Pirayú á mediados del mes de Mayo obligando á los para- guayos á retirarse cerca de una legua al pié de las cordi- lleras. Quedaron algunas tropas en Cerro León y con ia llegada de los brasileros se trabó un combate muy sangriento considerado el corto número de los paraguayos. Estos se retiraron con grandes pérdidas, y en el mismo dia López atravesó las cor- dilleras, destruyendo antes de partir, toda casa, cerco y huerto, dejando como siempre en pos de sí un desierto completo. A mediados de Abril estando todavia los paraguayos en posesión del ferro-carril en Paraguarí, López emprendió una nueva y tal vez inj enlosa clase de guerra. Hizo montar una pieza pesada en un carro asegurado á los wagones de un tren que es- taba lleno déjente; y en un dia señalado, el tren salió en direc- ción al puente y se trabó un combate con el enemigo á corla distancia. Se les volvió el fuego con tanta enerjia que los paraguayos se apresuraron á retirarse, no por las pérdidas que hablan sufrido sino por temor de que cayera el tren en manos del enemigo. Estando los brasileros todavia en Pirayú so destacó una divi- sión en direcion á Paraguarí que, penetrando la cordillera ea el paso Sapucaí sin encontrar gran resistencia, ocupó la aldea de Ibitimé á distancia de setenta y cinco millas de la Asun- ción. Su marcba fué tan rápida é inesperada, que López no habla tenido tiempo para ordenar que se le evacuara y des- truyera, y se rescataron muchas familias del pais. Los brasi- 20 — 306 — leros las trataron jenerosamente dándoles raciones de carne y fariña, pero López les había imbuido tales ideas sobre la bar- barie del enemigo que muchos huyeron después, internándo- se en las selvas. Caballero recibió orden de arrojar á los invasores, pero llegó demasiado tarde. El enemigo habia atr¿ivesado las cor- dilleras de Pirayú antes que les hubiera dado alcance. Sin- embargü, volvió á tomar á muchas mujeres que fueron cruelmente atormentadas y ejecutadas después por López por haber querido escapar. Entre las fujitivas se hallaba una señorita cuyo nombre no puedo recordar pero que era prima de Caballero. Estaba sentada en una carreta que contenia todo lo que poseia en la tierra; el vehículo andaba tan lentamente que estaba por quedarse atrás y caer en manos de los paragua- yos cuyos gritos se oian distintamente; varias compañeras, estando imdecisas, tardaban y miraban hacia atrás, pero ella se arrojó de la carreta y abriendo un atado que llevaba, les tiró un rollo de billetes del valor de trescientos duros diciendo: «Si tenéis la intención de permanecer con López tomad esío por- que lo necesitareis; voy á donde me darán de comer; y partió como un rayo al frente de la columna. El arsenal establecido en Caacupé en 1868 y al cual se habia trasportado una gran parte de las máquinas del que estaba en la Asunción, funcionaba dia y noche produciendo en seis me- ses sesenta piezas de poco calibre adaptadas á la guerra de montaña ; muchas eran rayadas ; eran obra de paraguayos bajo la dirección forzosa de artesanos ingleses. Se enviaron también partidas sueltas á los campos de Villeta y se recuperó un número considerable de riñes, que los aliados no se dieron la molestia de juntar; se manufacturaron lanzas para los que no tenian fusiles; de suerte que López se encontró una vez mas rodeado de una fuerza armada. Guando Caxias cometió el crimen de dejarle escapar, se reia de la idea de que los pa raguayos pudieran jamás hacerse formidables: olvidando el proverbio español ano hay enemigo chico» y es realmenle maravilloso cuan pronto se formó y se equipó un ejército nuevo. — 307 — Los brasileros continuaron las operaciones enviando dos en- corazados que calaban poco arriba de Manduvirá, pequeño rio que desagúalos valles situados al norte de la cordillera menor y que se une con el Paraguay un poco al norte de la Embosca- da. Los tres pequeños vapores, que les quedaban á los para- guayos, estaban escondidos en las ensenadas frondosas de este riacbuelü, y el enemigo tenia por objeto capturarlos y ponerse también en la retaguardia de López. Este, sin embargo, logró frustrar ambas ideas, echando á pique el mas pequeño. de los Ires vapores en un paraje muy angosto del canal y cerrándolo por completo. Durante este intervalo babia sido relevado el Marqués de Ca- xias y sustituido por el Conde d'Eu, yerno del Emperador, en el mando del ejército; y en Mayo de 1869 babia concentrado las troi)as en Pirayú, quedando muy pocas fuerzas para defender la capital donde se babia formado un gobierno provisorio, que debia funcionar basta concluir la guerra. Con los prisioneros y los desertores se babia enrolado una legión paraguaya que desplegábala bandera nacional que es tricolor con rayas horizontales y un león en el centro prote- jiendo el gorro de la libertad. López se irritó cuando supo es- to, y escribió al conde d'Eu diciéndole que si no la arreaban in- mediatamente daria orden de fusilar á todos los prisioneros brasileros yarjentinos. El jefe brasilero contestó, que lalejion paraguaya se componía de voluntarios y que ellos y noel, deci- dirían con que bandera babian de combatir. En cuanto á los prisioneros dudaba si alguno quedaba vivo; pero que si alguno hubiera, moriria pronto ahorrándole la molestia de fusilarle. Le decia verdades amargas, porque los ochenta cautivos que López tenia entonces cedían rápidamente al hambre y alas en- fermedades, y los mataban á lanzadas siempre que se les ofre- cía un pretesto; sin embargo no llevó á cabo su amenaza, pe- ro aun cumpiéndola, les habria hecho un gran servicio, porque muy pocos sobrevivieron un mes. Pero fueron las mujeres y los niños quienes sintieron mas los sufrimientos de que participaba todo el pueblo. Se distri- buían esclusivamente entre los soldados las escasas raciones de — 308 ~ carne; los demás tenían que vivir del alimento tal cual lo encon- Irabaij en las selvas. Se consumían las naranjas que allí se en- cuentran por los caminos, antes de estar siquiera medio madu- ras, y se arrancB.ban las guayabas todavía verdes ; se buscaba con avidez toda planta ó baya que pudiera servir de alimento, pero la multitud era demasiado numerosa y las plantas nutri- tivas muy pocas, y se prolongaba la vida solo para morir mas dolorosanienle. Salía del campamento todas las tardes al ponerse el sol una larga procesión encaminándose lentamente en dirección de la iglesia de Caraguatá! y se detenía en el borde de un po- zo poco hondo que se abría en la arena movediza. Veíase una fila de mujeres, medio desnudas, llevando cada una en la cabeza un cadáver asegurado á una tablita ó bamboa tan liviano y estenuado por el trabajo destructor de la lenta muer- te del hambre, bajo aquel sol ardoroso, que las portadoras aun- que exhaustas, podían llevarlos solas y sin esfuerzo. Sus pa- dres y maridos vacian en los esteros pestíferos de San Fer- nando y ahora llevaban á sus hijos á la tumba. Habían ca- bado el foso con sus propias manos y con ojos fatigados, en oue no cabían ya las lágrimas, contemplaban á sus hijas? antes que las mismas mauos que los habia acariciado en la cu- na los cubriesen con la dorada arena que fué su única mortaja. La portadora solía frecuentemente tropezar bajo el peso que llevaba, añadiendo otro cadáver ala lista. No se podía andar dos cuadras en las selvas sin tropezar con una docena de mu- jeres que habian muerto buscando alimento. «Eumenos de seis meses, dice Mr. Valpey, quien me proporciona estos por- menores y que presenció todo, mas de cien mil mujeres y niños perecieron de hambre en las cordilleras.» Se había enviado alas viudas y parientes de los titulados cons- piradores áYhú, aldea á 30 leguas próximamente de Azcurra. Pertenecían con muy pocas escepciones á las mejores familias del Paraguay; muchos llevaban apellidos muy conocidos en la historia española. Les quitaban todo, si se esceptúa sus tupoís y chales, obligándolas á andar á pié á través de inmensos este- ros y por lagunas de tres y cuatro pies de profundidad. Mrs. - 809 — Stark subdita inglesa y sus cuatro hijos, vergonzosamente abandonados por el gobierno de su pais, emprendió el mis- mo viaje llegando^ viuda á su destino. EL terror y la ansie- dad que revelaban los restos de estas infelices era una cosa que desgarraba el alma. En los meses de Junio y Julio los aliados hicieron espedi- ciones contra San José y las minas de fierro de Ibicuy con el fin de. destruir los talleres y las fundiciones; sin embargo, dieron á López tiempo suficiente para llevar todas las piezas que necesitaba. El Presidente estaba siempre acampado en Azcurra, pero Peribebuí habia sido atrincherado y se hablan levantado baterías que doruinaban los aproches, y el grueso del ejército esperó en este punto el alaque del enemigo. En Agosto, los brasileros destacaron una columna que, pa- sando por Valenzuela destruyó las obras de azufre que allí se hallaban; de este paraje tomaron el camino de Barreiro Gran- de situado cinco leguas al este de Azcurra. Al mismo tiempo, una parte de las tropas^arj entinas mandada por el Jeneral D. Emilio Mitre, forzó el paso de Atyrá ocupando la aldea de este nombre, situada cinco leguas al nordeste de Azcurra y tres de Barreiro Grande. López estaba pues cercado de todos lados : á su frente en Pirayú se hallaba el grueso del ejército brasilero, en Tacuaral y Guasuvira una parte de los arjentinos, en Barreiro Grande una división brasilera y la Lejion para- guaya, y en Atyrá el resto de los arjentinos : los encorazados estaban fondeados en Manduvirá. Nada hubiera sido mas fácil que su toma ó destrucción. Pero los aliados cometieron en esta ocasión uno de aquellos incomprensibles errores que tanto distinguen esta famosa guerra. En vez de lanzarse sobre Azcurra y de concentrarse rápidamente sobre un solo punto, cercando del todo á López y cortando sus comunicaciones con Peribebuí, Mitre llevó sus tropas á Altos, dos leguas al norte de Atyra y los brasileros se dirijieron sobre Peribebuí. En efecto, en vez de reconcentrarse estendieron sus líneas en formado un abanico roto, dejando abierto en la retaguardia un espacio de veinte millas por el cual López pudiera escapar ! En el dia 12 de Agosto el Conde d'Eu intimó la rendición á — 310 — Caballero; este, sin embargo y apesar de saber que loda resistencia era inútil, temia á López mas que á los brasileros. Rehusando capitular fué tomada la plaza por asalto. Los para- guayos tenian 1,500 hombres, y el enemigo 10,000; estos últimos sufrieron grandes pérdidas, y el bizarro Jeneral Mcnna Bárrelo fué muerto; apenas salvó uno que otro de sus enemi- gos, y muchísimas mujeres y niños perecieron en la lucha. El Coronel Caballero cayó vivo en manos de los alíalos, pero fué bayoneteado mientras rogaba de rodillas que le perdona- ran la vida, (1) En la tarde del mismo dia López anunció que habia ganado una gran victoria, y la hizo celebrar con un Te-Deum en el mismo campamento; pero al siguiente se preparó silenciosa- mente para retirarse. Pasó á las 10 de la noche por Caacupé en su camino á San Joaquín habiéndose hecho preceder varias le- guas por algunas de sus mejores tropas seguidas de 15 piezas de artillería arrastradas por mujeres. Llegó á este lugar sin ser molestado por el enemigo. Desde entonces ha hecho una guer- ra de recursos yendo de una montaña á otra, donde perma- nece aun (30 de Marzo 1870) sin haber sido vencido. Perma- necieron en Caacupé en la mayor ansiedad é incertídumbre muchísimos paraguayes, así como el resto de los empleados ingleses inclusos, Mr. Valpy, Mr. Burrell, y Mr. Twíte ínjeníe- ros civiles y Mr. Skinner cirujano. Algunas tropas ocupaban todavía el pueblo esperando por momentos recibir órdenes de marchar y con la perspectiva de ser atormentados ó muertos, por haberse quedado atrás, con la intención de desertar, como López lo suponía siempre en estos casos. En estas circunstancias mandó un oficial con órdenes de hacer- (i) En el asalto de Peribebuy, tomaron parte varias tropas argentinas h las órdenes del Coronel Campos, que fueron los primeros en penetrar las trincheras del enemigo. El Conde d'Eu, admiró tanto el valor de Campos y sus tropas, que no quiso dividir las banderas tomadas, y que- riendo premiar á Campos y no teniendo condecoraciones, desprendió una de las que adornaban su pecho y se la colocó al valiente gefe argentino, { N. del E. ) — 311 — los retirar; pero Bacoá quien tantos ingleses se habían sacri- ficado con una devoción tal, que habiaa rendido su vida en sus altares, vino en su protección. El oficial tropezó con una botella de caña, y cuando llegó al campamento estaba tan borracho que no podía ni hacerse entender; le sacaron del caballo y le depositaron en tierra para que durmiera; cuando se despertó se halló preso por los brasileros. Mr. Skinner y Mr. Nesbit partieron temprano para juntarse con López y desde entonces no se ha sabido nada de ellos. (1) • En el día 15 de Agosto llegaron los brasileros y salvaron á los demás; al principio los trataron ásperamente, y esto no es de estrañarse, porque los aliados sabían perfectamente que los injenieros ingleses habían prestado grandes, aun cuanao forzados servicios á la causa de López. Sin embargo los pu- sieron en libertad y casi todos han vuelto á Inglaterra en donde me han dado verbalmente ó por escrito pormenores muy inte- resantes de sus aventuras. Soy sobre todo deudor de Mr. Valpy por las notas que nae han servido para componer casi entera- mente este capítulo. He terminado por último esta dolorosa historia; he pro- curado contar los hechos como los vi, y las escenas tales cuales las presencié, sin exajerar nada intencionalmente, ni servirme de un lenguaje que pudiera hacerlos aparecer mas horribles de lo que fueron en realidad. Mis anotaciones, mas bien que relaciones de las batallas, son necesariamente imperfectas, y pueden ser incorrectas en muchos detalles, porque uo presencié ninguna, y mis fuentes de información no eran siempre fidedignas : no he mencionado tampoco muchos incidentes de la guerra que merecen estudiarse, pero cuando pondero el coraje é intrepidez estraordinaria de los paragua- yos me encuentro invariablemente apoyado por todos los que han hablado ó escrito sobre este singular pueblo, cualesquiera que fueran sus opiniones políticas. (1) Mr. Skinner estaba presente en el desenlace final de este gran dra- ma; presenció la muerte de López, y vive actualmente en el Paraguay. (N. del T.) — 3iS — No exisle ya :— hay un claro en la familia de las naciones ; pero no debe perecer con él la historia de sus sufrimientos y heroísmo. En cuanto á mí, compadezco profundamente á los paraguayos ; las crueldades que algunos me hicieron sufrir no han afectado absolutamente la simpatía que les tengo como nación : pero al mismo tiempo no dejo de comprender que su destrucción inevitable era cuestión de tiempo ; «el árbol que no dá fruto será cortado y arrojado al fuego. » No eran bas- tante inlelijentes para comprender la civilización ; no podian gobernarse á sí mismos, y hubieran permanecido en su estado infantil por toda la eternidad. Su magnífico pais no pasaba de una gran selva y no querían que nadie hiciera lo que ellos no querían hacer por sí mismos. Los estranjeros, de quienes desconfiaban, cultivarán el terreno que ellos de- jaban presa de las zarzas y zizañas, y gozarán de la bella herencia que ellos eran indignos de poseer. Hacían de la idolatría su relijion: vivían verdaderamente sin Dios, gozaban del presente sin acordarse siquiera del mañana. La población por su indolencia y disolución aumentaba muy poco y la condición de la gran masa del pueblo era tan deplorable quo no habia un hombre do salud vigorosa. Incapaces de pensar y de raciocinar, vivían contentos en la ignorancia y la barbarie, y marchaban un siglo á retaguardia de sus vecinos ; se doblegaban tímida y servilmente ante cual- quier tirano que se les impusiera, ante cualquier déspota bas- tante desalmado para robarles, y eran incapaces de levanlar un dedo para protestar contra cualquier carga, que se les im- pusiera, por pesada y estúpida que ella fuera. No puedo íodavía, ni culparles del todo, ni compadecerles. Su alegría, su urbanidad, la espontánea bondad y la caridad de los unos para con los otros, cuando ni la somhrcí de la sombra del gobierno pasaba sobre ellos ; su obediencia á sus superio- res, tan estraordinaríamente probada en las crueldades que sufrieron y que inílijieron, su amor al hogar y á la patria, su coraje y su paciencia, les hacen merecedores de uno ú otro sentimiento. - 313 — El teuíon y el anglo-sajon, llenarán pronto el vacío abierto por esta guerra do esterminio, y una prosperidad flamante borrará todos los rasl ros de sus desvastaciones. Y así debe ser. Guando pienso en ello, me imajino lo que pasarla por una persona, que viera por ñn converlirse el terreno inutili- zado por una vieja y peligrosa selva» en una población indus- triosa, cubierta de casas y de calles. Reconocería que el cam- bio era una gran mejora, pero recordaría siempre con pro- fundo pesar las pintorescas bellezas de los musgosos árboles y las brillantes y silvestres ñores que crecían á su sombra. TRATADO DE LA TRIPLE ALIANZA. Esíe tratado, cuya publicación se anticipó á solicitud del Gobierno de S. M. B,, produjo la mayor indignación en toda Sud-América. Se publicó en el Semanario del 11 de Agosto de 1866 y con- tribuyó mas para entonar la causa de López, que iodo lo que sus mejores amigos hubieran podido inventar. Se trasluce en varios de sus artículos que el Brasil no tiene otro fin sino apoderarse del Paraguay, aunque el tratado parece proveer contra semejante medida. Compárese el art. 8. ^ coq el 14. "^ , y uno y otro con el 1. ° y el 2. "^ del protocolo. Se declárala república libreé independiente; pero debiendo reem- bolsarse los aliados lo que han gastado durante la guerra y recibir compensación por daños y perjuicios públicos y priva- dos, es patente que se exijirá alguna garantía material, por- que habiéndose apoderado López y Mme. Lynch de todo el metálico del país, hasta de las sortijas, cadenas y peines de las mujeres públicas, y de los inmensos haberes de los esíranjeros abandonados por Mr. Washburn, que en su mayor parte han sido embarcados ó escondidos, la única cosa que puede servir de fianza es el suelo del Paraguay. En el último ajuste de sus límites el Brasil se ha apoderado del distrito de los yerbales que produce el artículo mas valioso de esportacion del Para- guay, dejando á sus aliados solo las llanuras arenosas del cen- tro y los esteros de los departamentos del Sud. Queda pen- diente la cuestión de las Misiones. — 314 ~ ¿ Cómo puede un pueblo vencido y exhausto, sin armas ni fortificaciones tener la esperanza de resistir á sus turbulentos y cínicos vecinos del Sud, ni aun a los indios que todavía ha- bitan las selvas á lo largo del Paraná y las inmensas florestas al otro lado del Gaaguazú? ¿No se verá en la absoluta necesi- dad de solicitar de los brasileros que tomen el pequeño terri- torio que les queda y lo anexen como la provincia menor de su imperio? NÚMERO DE PRESOS EJECUTADOS. La siguiente es una lista oficial de las personas ejecutadas «por traición y rebelión», encontrada entre los papeles de López después de su derrota en Lomas Valentinas: Estranjeros ejecutados 107 » muertos en ia prisión .... 113 220 Paraguayos ejecutados. . . " 176 » muertos en la prisión. ... 88 264 Ejecutados el 22 de Agosto de 1868, nacio- nalidad desconocida 85 Muertos (bayoneteados entre San Fernando y PikvsYry) 27 ^ 112 Número total de muertos hasta Diciembre de 1868 596 Después de esa fecha se ejecutó un gran número; en reali- dad casi todas las personas que quedaban de las 700 ú 800 que fueron arrestadas. «El Lambaré )^ . Este fué un diario publicado por el gobierno en guaraní y que interesa por ser una muestra de aquel singular idioma. Su formato era de medio pliego doblado y bastante bien im- preso. En la primera pajina se veia un tosco grabado que re- presentaba el cacique de Lambaré tirando flechas contra un dragón de triple cabeza, que llevaba de la cola un globo, em- blema, como se puede imaginar, de la triple alianza, A la iz- — 315 — quierda se destaca el monte Lambaré con una puma descan- sando á su pié ; el rio parece correr cuesta arriba y un vapor pronto á estrellarse en su costado : los artistas paraguayos no tenían ideas muy claras de la perspectiva. En la lontananza se \é un tren de ferro carril y algunos asombrosos palmares. El título es « Lambaré » . « Cuatia ñeé y bely rusu güi osé bie. » Lambaré. Diario que dice verdades y que viene de su mon- taña. La mayor parte de los artículos eran tan feroces y llenos de porquerías que no puedo entretener á mis lectores con una traducción ; pero como muestra de aquel idioma doy una traducción literal de una canción que apareció en sus colum- nas el 5 de Setiembre de 1867 omitiendo algunas palabras. MBURAHEI OSE BAE YBYTY RASUE GUI. UNA CANCIÓN QUE VINO DE LA MONTAÑA. El cacique Lambaré I huy ombohacua Opanaguá omondorG Las cambai rebicua £1 jefe Lamberé Afila sus flechas Para despedazar Las espaldas de los negros. Tounte las camba curu Na ne Reta pota hára Kébicua rehe onandu nc Upe hendy hoe overa ba Lambaré heta ete oioiái ümi camba byroton Porque ndo hecha moáiri Oipata ete ba IV^sunciou Oparupi rei oiape Nao icuaábei hembiapo rá Icaá pa pota ete maco Umi ana rerabichyra. Olme olio cu laicuaá bae Inboca rubichá guazu Josopy que tebi Iguacio El camba rebicua pucu I mbegiie caraia mbaásy Cachimbo hei ba ¡chupe Carumbe hae iatyta Ichugui ipyae mibe Oñeguáhe Curuzugüi Opama ramo opotí Haetohoque mombyry lujii aña rymba cati. Que vengan los sarnosos negros Que codician nuestro pais: Sus espaldas sectirán Atravesadas de parte á parte Lambaré se rie de Estos negros idiotas Quienes, por mas que lo deseen Nunca verán la Asunción Huyen acá y allá, No saben qué hacer Casi se les ha acabado su alimento Y el Diablo los va á freír. El huyó la presencia de aquel que co- (nocemos El gran capitán de la artillería Ignacio negro. Aquel n.acaco enfermizo Que se llama cachimbo (1) ; lia tortuga y el caracol Marchan mas lijeio que él Huyeron de Curuzú Guando todos ,. . . . Que se vayan lejos de aquí Estas bestias hediondas del diablo. (1) El marqués de Casias, — 316 - Mamo pa oimeCaxias ¿ Dónde está Caxías ¿ I curumbc eta ndibe ? Con todas sus tortugas? Mbae gui udo ieraiái ¿Porque no viene 1 caraia ela rebebe? Con su tropa de macacos? Ma pico Bartolo ypi ¿Qué ba becho Bartolo ITae acó burro monda cié Y ese burro ladrón Osee ba icbupc Flore Que se llama Flores, Umi aña membyrc ? Hijos del diablo ? Caraia Perú tiijape M viejo macaco Pedro (1) Wocüibe orneé oguétá Ambos se lian vendido llae op;úeru cincapa efe Y lian llevado al matadero Umi bétá ygna cuera etá A muchísimos de sus paisanos ¡ Ibyro co umi aña cuera ¡ Qué imbéciles son estos diablos! Umicba gra na fiahendui Jamás se han visto sus semejantes. Ni aipo Keron tuia yma ¡ Nerón en la antigüedad, tal cual era Abe pe no momboioái ! No se puede comparar con ellos ! ümicha gua mborebi pe Con estos (animales) como tapires Topo ule león ñaro A quienes el feroz león persigue Ja hésás naudc Rubiclia Viva nui slro jefe Hae icatu bao ña ñorairo ! Y nosotros continuaremos peleando i . {Vj El Emperador D. Pedro. Es digno de notar que cm-ai significa hombre, y caraiamono, en guaraní ; siendo esta voz, según creo, una contracción de carai camba, hombre negro, ó tal vez de carai aba, hombre peludo, que es probablemente la mejor interpretación. Debe tenerse presente que los indios sud americanos son castaños ó aceitunados y no tienen barba. Apuntes sobre las enfermedades del Paraguay. En una obra destinada para la lectura popular no puedo es- tenderme sobre las enfermedades del Paraguay ; sin embargo ha de esperarse que no las pase enteramente por alto. Puedo mencionar algunas de las mas serias, pero sin hacer mas que aludir á la que era mas general, pero menos mortífera. La pulmonía era común, y la tisis sobre todo; lo cual parece destruir la teoría, de «que esa es una enfermedad que resulta de un grado estremo de civilización y de una crianza demasiado refinada», tesis que he oído sostener algunas semanas ha en una de nuestras primeras escuelas de medicina ; la pneumonía y los catarros ocurrían frecuentemente en el invierno, requi- riendo casi constantemente estimulantes. — 317 — La fiebre amarilla, el íífus, y la fiebre gástrica eran descono- cidas, como lo era el cólera basta la guerra cuando lo introLlu- jeron los aliados, asi como las viruelas (1) y talvez el saram- pión. Esta enfermedad hizo horribles estragos en toda la po- blación, y por la razón misma de haber tomado todas las pre- cauciones contra su introducción, no se limitó como entro nosotros á los niños que son menos susceptibles de las com- plicaciones que puede acarrear, sino quo atacó á viejos y jó- venes y costó alómenos la vida á 60,000 personas. La indijestion y las enfermedades del hígado no eran muy comunes entre ios paraguayos, que son por lo jeneral muy moderados ; pero los empleados ingleses al servicio del gobier- no que comimmente comian doble de lo que necesitaban, y que por supuesto bebian muchísimo ma$ de lo que les conve- nia, sufrían á menudo irritaciones y coujestiones en aquellos órganos. La diarrea, la disenteria y el cólico (esta enferme- dad provenia de que los paraguayos comian el maiz crudo y de la enorme cantidad de sandías que tomaban) eran muy comu- (i) El Sr. Masterman incurre en un grave error. Consta según cree- mos, que las viruelas grandes y chicas son oriundas de las Américas. Vol- taire por lo menos parece favorecer esta teoría haciendo una larga historia de la última enfermedad en las primeras pajinas de Candide. Las viruelas eran desconocidas talvez en el Paraguay en el tiempo del Sr. Masterman ; pero nuestro distinguido amigo D. José Manuel Estrada, que conoce la historia del Paraguay como pocos, nos ha suministrado los si- guientes interesantísimos datos que establecen la verdad de los hechos. La población total de las Misiones en 1764 era 91,545; de este número murieron en aquel año 7414 personas de viruelas. En el pueblo de Santo Tomé (Uruguay) con una población de 2511 hubo una mortalidad de 570. Santa Maria la Mayor (Uruguay) con una población de 1228 perdió 668 per- sonas. Mártir&s (Uruguay) con 2220 habitantes perdió 808; y en la Santa Rosa ("Paranii) con una población de 2051 hubo una mortalidad de 1596, es decir mas de cincuenta por 100. Los Carmelitas descalzos, misioneros del Amazonas introdujeron la inoculación en el siglo 18 ; pero tardó mucho en propagarse. Es digno de mencionarse que el conocimiento de la inoculación que fué precursora de la vacuna fué introducido y propagado en el Oeste de Europa en el siglo 17 por Lady Mary Montaguo esposa del embajador inglés cerca de la Cor- te del Sultán Achmet IL (Nota del traductor). — 318 — nos, pero cediaa muy pronto al tratamiento aplicándoles el réjimen debido. El chucho era muy jeneral en los disíiitos húmedos, apare- ciendo íi veces en la capital cuando el viento continuaba so- plando del Oeste, (atravesando como se supone los Esteros del Gran Chaco) pero los remedios al caso lo curaban pronto. Vi muchísimos casos de coto y varios entre mujeres de buena familia, que comian y se alojaban bien, que no bebían nieve derretida; que vivían en llanuras abiertas y risueñas donde había una gran escasez de cal, y no conocían hondos y rocallosos valles mas que de nombre. Resulta pues que Jas teorías del caso no esplican su existencia entre ellos. Pero por otra parle, era mas común en las clases pobres que vivían mal alojadas en miserables ranchos pasando una vida brutal é indolente en las selvas. El Dr. Stewarí hablando de patolojia menciona la siguiente singular circunstancia: «Guan- do los ejércitos paraguayos, dice, invadieron á Corrientes (du- rante la guerra contra llosas en 1845) un número considera- ble de las tropas fué atacado casi repentinamente por el coto, pero desapareció casi repentinamente también cuando los soldados volvieron á su patria. Nunca era acompañado del cretinismo. A propósito de esto no recuerdo haber visto ni oído mencionar un solo idiota pa- raguayo, aunque no dejaba de ser común entre ellos una forma violenta de locura que so podía atribuir á la rijidez de los re- glamentos policiales. Esta declaración uo anula lo que dije en la pajina 19. La idiotez, que se encontraba entre los in- dios guaquis seria de una clase enteramente distinta de la que suele acompañar al coto. Un cretino nunca ha tenido una intelíjencia que perder, es decir, una estructura cerebral capaz de desarrollarla. La una, según lo entiendo yo indica falta de la estructura; la otra falta do potencia. Perc creo que la presencia del cretinismo en casos de coto en lo relativo á la causa y el efecto es una suposición gratuita. Algunas veces se encuentran juntos porque la misma causa obrando sobre distin- tas estructuras y funciones puede producir efectos enteramente diversos, lo que se deduce por sí, pero no se sigue con se- guridad que aquellos efectos dependen uno de otro. — 319 ~ Se encontraban algunos casos de esa misteriosa y asquerosa enfermedad que se llama elofanteasis (peabydermia) y por suponerla contajiosa desterraban á todos los que padecían de ella enviándoles á una lejana aldea del interior. El cutis de los enfermos toma grandes proporciones; el de la cara y de los brazos sjbre todo presenta profundas y ásperas grietas dándo- les la apariencia de lo que los antiguos llamaban la «cara leonina» Todos los tratamientos que ensayé ó que vi ensa- yar fueron estériles. Vi varios casos de tétano, y me parecia que las mas veces eran debidos al enfriamiento del cuerpo después de un fuerte ejercicio, ocasionado por el viento del sud, que es allí tan per- nicioso, como entre nosotros el del norle. Con todo, y apesar de esta formidable lista, debo añadir que el clima del Paraguay es uno de los mas sanos, si se observan Jas mas simples precauciones sanitarias: quiero decir, deben evi- tarse los grandes calores, vivir con moderación, llevar flanela, bañarse con frecuencia y alejarse déla vecindad de los esteros. Sí se esceptúan las epidemias arriba mencionadas no habia quizás una dolencia que no pudiera atribuirse ó á la indolen- cia, ó á la glotonería ó á la inmoralidad. «Puesto que somos mortales, dice Jonh Himlor, algunas enfermedades deben necesariamente tener un íin fatal; pero estoy convencido de que uno tiene mas probabilidad de morii en el Paraguay que en Inglaterra de la enfermedad llamada la vejez que no es tan comAin entre nosotros como podria serlo. Es un error creer que el clima no conviene á nuestra constifuciou y que no podemos trabajar allí como acá. Los ingleses no trabajan allá tanto como en su patria por la sencilla razón de que no tienen necesidad de hacerlo, porque pueden enriquecerse mediante una suma de trabajo, que aqui bastar-ia apenas para llenar las necesidades de la vida; pero si realmente trabajasen con cierta contracción, recibirían sin duda !a recompensa de sus esfuerzos. Relación de Mr. Edén. Yo Guillermo Edén dejé la Inglaterra para ir al Paraguay en 1861; estaba contratado por tres años para dirijir una carpinte- — 320 — ria mecánica y llevé conmigo á mi esposa. Guando hubo termi- nado el contrato quise dejar el pais, pero se me prohibió hacer- lo; sin embargo no recibí grandes vejámenes hasta el bombar- deo de la Asunción por los encorazados brasüeros en Febrero de 1868. Se ordenóla evacuación del pueblo; pero nosotros y casi todos los ingleses, nos refujiamos con permiso del coro- nel Fernandez en la Legación de los Estados Unidos. Nos ha- llábamos alli tolerablemente cómodos hasta el mes de Mayo en que la policia empezó á molestarnos rodeando toda la casa con centinelas. López quería hacernos volver á nuestras faenas y nos dio orden al efecto^ pero creyendo que no se atreverla á molestarnos en casa del ministro norte americano, rehusamos hacerlo, aunque nos pesó mucho después. Se le intimó á Mr. Washburn el 11 de Julio que nos arrojase ala calle, y por no tener medios de protejernos, accedió inme- diatamente á los deseos del gobierno. Habia además del decla- rante tres ingleses á saber: Juan Watts, Jorge Miles y Guiller- mo Newton (ios demás prefirieron salir de la capital como se les ordenó) con sus esposase hijos; habia también dos viudas y va- rios huérfanos. Apenas hablamos salido á la calle un gran número de viji- lantes con espadas desenvainadas nos puso presos ; fuimos conducidos en seguida á la estación del ferro-carril en donde nos detuvieron agrupados en un rincón de la sala de recep- ción por el espacio de ocho dias. Entonces nos llevaron á un lugar llamado San Lorenzo cerca de diez millas de la Asunción, y nos colocaron á todos ea un mismo rancho que tendría doce pies cuadrados, pero nos permitieron á mí y á mi esposa, dor- mir afuera á cubierto de un pedazo de alfombra con que ha- blamos envuelto una de nuesiras cajas. A medianoche pene- traron en este recinto tres hombres con espadas desenvaina- das, se apoderaron de Watts, le ataron los brazos, y haciéndo- le dar media vuelta, se fueron con él dejando á su esposa y cuatro pobres criaturas prosas de la mayor angustia. Fué la última vez que se le vio; siipiaios poco después que le habian pasado por las armas. Quince dias mas tarde de este incidente, Mrs. Watts pidió á Miles y á Newton que le abrieran — 321 — SLi baúl porque su marido habia llevado consigo las llaves, y necesitaba sacar dinero y ropa. Viéndoles uno de los giiardias hacer esto, les sacaron inraediatamente junto conmigo, y ape- sar de dejarnos al aire libre, nos declaraban encarcelados y de noche nos ponian en el copo. Guando habieron pasado cuatro dias se presentó el jefe de policía con un sacerdote, y llamán- dome á parte, me dijo que, no habiendo ayadado á abrir la caja podria ir á casa. Esto me esplicó por primera vez la razcn por la cual se nos trataba co;i tanto rigor. Mis compañeros permanecieron pre- sos once semanas mas al aire libre. Mi esposa se encargó de prolejer á los niños de Mr, Newtoa y lo enviábamos dia- riamente á él y á Miles alimen'o para qua no murieran de hambre. Dospues de esto no nos molestaron por mucho tiem- po, pero se nos ordenó que no habláramos con ningún hijo del país y que no nos acercáramos á sus casas. Nos vijilaban, pues, constantemente. Durante este tiempo los estranjeros que vivían á nuestro lado desaparecían dia por dia, y vimos llevar frecuentemente á muchos montados en malas con los pies cargados de grillos. Nos sorprendió el 5 de diciembre de 1858 una orden de la policiaintimándonos que nos presentáramos inmediatamente en Luque. Fuimos, y se me preguntó á que parte de la campaña querría ir: contesté, que por sor estranjero no sabia natía de la campaña, y me espidieron un pasaporte para Piribebuy situa- do al otro lado de las montañas. El oficial me dijo que podría- mos ir por el ferro-carril hasta donde alcanzaba la línea, pero nos lo hicieron pagar muy caro, y pusimos dos diaspara llegar hasta la estación mas próxima; sin embargo nos adelantó cerca de treinta millas y nos bajamos en un lugar llamado Tacuaral. Vimos traer á muchísimos heridos; su condición era deplora- ble pero nadie parecía prestarles la mas mínima atención. Permanecimos en este punto diez dias al aire libre sin tener un árbol siquiera que nos prolejiera; teniamos por único abri- go el pasto y los arbustos. Ofrecimos una suma exajerada por llevar adelante nuestro equipaje, pero todas las carretas y bue- yes estaban embargados y puestos al servicio del ejército; ví- nierun por último órdenes de continuarnuesíra retirada sin de- mora porque el enemigo avanzaba á marchas forzadas. Habla varios miles de fujiíivos, además de nosotros, de toda nacio- nalidad, y cuando vinieron las órdenes, cada uno rocojió de lo suyo loque pudo y nos fuimos como un rebaño de carneros. Di á algunas paraguayas cincuenta pesos por llevar mis efec> tos á través de un estero, y después de una marcha de cuatro dias llegamos á la gran laguna de Ipacaraí situada al pié de las cordilleras. Lo atravezamos en un paraje en que las aguas estaban ba- jas en una falúa que llevaban por delante ocho bizarras jóve- nes desnudas que andaban chapaleando (1) en el agua su- merjidas hasta el cuello; ganaron muchísimo dinero en aquel dia porque pedian cinco pasos por cada viaje. En este viaje vi miserias y desgracias suQcientes para despedazar el corazón de un salvaje; el camino estaba sembrado de muertos y moribundos y no habia nadie para socorrerles. Afortunadamente hice el hallazgo de una pequeña carreta que alquUé para llevar nuestros baúles através de las montañas á un lugar llamado Atira. Mi esposa y yo andábamos á pié, pero cuando llegamos á este punto el carretero no quiso ir mas adelante; estando en esta situación fui á ver al jefe para solicitar otra; pero nos ordenó continuar inmediatamente la marcha; no pudiendo sin embargo hacerlo, nos ocultamos cua- tro dias y pasamos la natividad en un tristípjmo rancho cs- puestos á un fórrente de lluvias, que duró 'cuarenta y ocho horas y sin nada que comer. Nos separaron en este punto y no se me permitió acompañar á los demás de mis paisanos; por último alquilé otra carreta, y compré un caballo para ayudarnos á vencer las dificultades del camino, que no pasaba de ser una áspera senda por entre selvas y esteros. Después de una marcha penosa de dos dias llegamos ánucs- (i) La voz chapalear es una corrupción de la palabra chni)oica)\ pe- ro que vale mas que la prirailiva (N. del T.) — 3-23 — tro desliao ; el viajo entero nos tomó veiüle y cinco dias. Eii- contraiiios en Piribebuy á Mr. Yalpy y Burrel iajenieros civi- les, quienes nos recibieron muy jenerosamente enviándonos alimentos apenas supieron nuestra necesidad. El pueblo estaba lleno déjente de todas las nacionalidades. Octave licencia para ir á vivir con algunos paraguayos á dos millas de disíancia, con quienes permanecí hasta el lin de Mayo. Sufrimos grandes privaciones y miserias y dos de mis compaño- ros sucumbieron al hambre, eran hombres ricos cuando la guerra estalló, pero López les había robado todo lo que poseían. Me llevaron el caballo algunas semanas después y tuve que ir á pié todos los dias al piiebio, espuesto á los calores y á las llu- vias, ó para hacer constar á la policía mi presencia, ó para tra- tar de adquirir alimento, pero volvía frecuentemente al lado de mi esposa con las manos vacias y con el dinero en mi bolsillo; ella estaba enferma de fiebre reumática y tenia los pies muy mal heridos después de la travesía de las montañas; entonces para colmo de nuestras desgracias yo me enfermé sufriendo de fiebre y chucho. Por último mi esposa para salvar nuestras vidas resolvió ir | á ver á madama Lynch y rogarle que interpusiera sus buenos oficios con López á fin de que mo empleara de nuevo; la recibió muy bien y le dio esas pequeñas comodidades que no podían adquirirse con oro; le estaré eternamente agradecido porque creo que fué el medio de salvarnos la vida. t Después de alguna demora volví á trabajar en el nuevo arse- nal en Caacupé, pero sufrí grandes penurias; se trabajaba casi día y noche, se nos daba muy poco que comer, y se nos tenia á medio sueldo. Pero yo y los ingleses en jeneral eramos dichosos comparados con los infelices paraguayos, sobre todo con los pobres prisioneros de guerra, á quienes se les hacia trabajar dia y noche, y la pluma se resiste á pintar su miserable estado y el tratamiento que recibían. Casi toda la población también estaba desnuda, hambrienta y moría por contenares de personas; tan espantosa érala miseria que los pocos que sobrevivían, no tenían fuerzas suficientes para enterrar á los muertos que yacían en el lugar mismo en que caían — 324 — por los campos y caminos, y he ahuyentado muchas veces á los buitres interrumpiéndoles en su horrible festin al ir y al volver (1) de mis faenas. A veces algunos do ellos trataljan de pasarse á las ñlas de los brasileros, pero eran sorprendidos siempre, y casi les mataban á azotes; en seguida les estaquea- ban oles lanceaban para escarmiento de los demás; tanto los hombres como las mujeres eran tratados de esta mane/a. Una vez que iba á mi trabajo, me llamó un paraguayo conocido, para que viera ejecutar á un joven con quien tenia una rela- ción muy íntima. El pobre estaba de pié y cargado de cade- nas al borde de un sepulcro abierto; le taparon los ojos, en seguida le quitaron el poncho, y vi qife su espalda estaba hecha pedazos. Un momento después me horrorizaba de verle traspasar con las lanzas; entonces le quitaron los grillos y le arrojaron dentro de la tumba. Pregunté al hombre que me habia llamado, cuál habla sido su delito, y me dijo: «so- lamente porque se separó á buscar alimento.» Pero me enferma el continuar esta relación; no podria decir en una semana la mitad de las miserias y crueldades que he presenciado en el Paraguay. Pero las mias terminaron el 15 de Agosto de 1869, cuando fuimos rescatados en el último momento por los brasileros. Habia perdido toda esperanza de salvar mi vida, pero Dios, en su gran misericordia, nos libró, á mi y á mi esposa. La declaración de Mr. Newton es exactamente igual á ¡a que precede, por cuya razón no hay necesidad de molestar á mis lectores con su reproducción. (1) Nos atrevemos á introducir en el castellano esta construcción que es inglesa. iNo nos parece gramaticalmente correcta la costumbre españo- la de hacer depender de una y la misma preposición dos verbos que lijcn partículas diferentes. (Nota del traductor). — 325 — Significado de algunas voces Guaraní. Aguapé Agua peí Apíi Caá Cáñguazú Cáápucú Caraadaf Caraadaití Curúpaí Cui upaití Caragualá Caraguataí Cambaí Curuzíi Guasu Guazuvirá Guazu Güira Hobí Ha Mó Y (eú) Mi, michi, mími, mití I oroti Mbuyapeí Neiiibucii Pucii Pona, poa Pili Piíibebuí Peeuáho Para Paraná Para Tacuara Tacaarí Toi-icuarí Taliati Tavi Yaguaroii "Vbtrá Ypoa Ypitá Yta ó ita Yt;¡!ié Yt iquá Ytapuá YL.caí Yuqui Ybitiini El lirio, Victoria regia Laguna cubierta de esta planta Lento, rio asi llamado Árbol ó planta La gran selva Pasto largo Una palma Monte de palmas H acacia Monte de hacacias líromelias El rio de las bromelias Rio negro Cruz Ciervo ., Campo de ciervo, una palma Grande Un pájaro Verde, azul Negro Agua, rio Pequeño Blanco El 1 io del pan Charlatán Largo Hermoso Juncos El Estero de los juncos Un Estero profundo El mar Semejante al mar Manchado Banibú El rio de los bambúes El nombre de un rio Casa blanca Lapacho, árbol ^ La colina de los tigres ' Las aguas brillantes Las aguas hermosas El rio Colorado Una piedra Piedra chata Piedra movediza Una roca elevada Arena La sal Un montón de tierra Ocuparía deinasiado espacio si mñ detuviese ú examinar la consiruccion d.- esa singular y tuui compleja lengua, pero tiene uua peculiaridad que debo mencionar; unas pocas palabras que por lo jeueral espresan el cariño ó la sorpresa, esián — S26 — rcservaí-Ias para el uso de las mujeres; se reirian del hombre que las usase. Es muy probable que este idioma sea el resul- tado de la fusión de dos lenguas, una de las cuales pertene- ció á una raza conquistada y estinguida. Cuña mujer, signiüca lengua su(3l[a. Cuñatai significa una muchacha tierna de lengua suelta. Cuñacamt, vieja, y carai hombre, se componen de la misma palabra. En el momenlo de poner en prensa estas pajinas, me llegan los detalles de los padecimientos sufridos en el Paraguay por el Mayor Yon Versen. Do otra manera, los habria insertado en su lugar correspondiente ; porque apenas se podría encon- trar un ejemplo mejor de la caprichosa crueldad de López, ni al mismo tiempo, proporcionar una prueba mas fácil de su rea- lidad á aquellos que todavía consideran al dictador como un granJeneral y un hombre jeiíeroso, que la referencia por escri- to queharia á cualquiera el mismo Mayor Yon Ycrsen. En 1866 la fama de la valiente defensa de los Paraguayos había llegado hasta la Prusia; y el Mayor Yon Yersen, enton- ces oficial do la escolta del Jeneral en jefe, admirado del indómito coraje que desplegaban y de la admirable estratejia de López, hizo una solicitud al rey de Prusia pidiendo licencia para ausentarse del pais á fin de estudiar en el sitio mismo de la guerra la táctica que daba tan asombrosos resultados. Se le concedió la licencia y partió provisto de credenciales de S.M. para el gobierno del Paraguay recomendándole á su pro- tección y esplicando el objeto que tenia en vista. En Julio del siguiente año llegó al campamento de los alia- dos, pero no se le permitió pasar las lineas. Sinembargo, con esperar un momento oportuno, logró burlar la viji- lancia de las avanzadas llegando salvo y sano al campamento Paraguayo en Paso Pucü. Allí le constituyeron preso inme- diatamente según lo había calculado, y le privaron de su caballo. Fué conducido por un oficial que mandaba la avanzada, el capitán Miguel Hojas, á los cuarteles del jeneral Piesquin, á cuyas órdenes estaba aquel punto. Después de rejistrarle - 327 -. minuciosaaiente le llevaron dentro del rancho donde enconiró al mismo jeneral, al obispo, ni general Barrios y al coronel Caminos que era el secretario de López. Se le preguntó quién era y porqué Iiabia llegudo al campamento. Les contesttj dándoles su nombre y á mayor abundamiento les mostró sus credenciales, porque deseaba esplicarse mas detalladamente á López á cuya presencia quiso que le condujeran. Se le rieron en sus b.irbas, le dijeron que era un espia y su carta" una falsificación, y le dejaron bajo custodia, mientras se daba parte al dictador del resultado do su examen. Ahora, el ma- yor Von Versen tiene una flaqueza perdonable: cree en la homeopatia. Tenia en el bolsillo un botiquín de esos inocen- tes globulillos, y envuelta dentro de este, una receta en ale- mán, de las dosis y manera de usarlos. López, al verlos, se asustó y prefendió descubrir en ellos una conspiración para atentar contra su vida y envenenar á sus oficiales, creyendo que los centenares y miles — como solían llamarlos los niños — poseían realmente las terribles cualidades que indicaban los nombres puestos sobre los lindos frasquitos. Convocó inme- diatamente un consejo de médicos y les preguntó si el arsé- nico y el acónito etc., no eran venenos atroces, v< Por su- puesto que son»— dijo uno de ellos — mientras un estremeci- miento iniciado por el Obispo ajitó todo el círculo de los con- gregados. — «Pero,, — continuó otro, señalando despreciati- vamente los globulillos— «Si Y. E. cree que esos son venenos los tomaré lodos de una vez para probar su completa inefi- cacia ». López se avergonzó y echando al entusiasta alópata, envió la receta á un alemán que estaba entonces en el campamento, para que la tradujera, y después sucesivamente á dos mas que estaban en la capital, para comprobar la fidelidad de la prime- ra traducción. El resultado, como es de suponer, fué abso- lutamente absurdo; pero rehusando siempre creer en la buena fé é inocentes intenciones de Von Versen, lo detuvo preso, resistiéndose á darle audiencia. Sin embargo, su tratamiento no fué tan seveio como el que sufrieron muchos otros; se lo permitía retener su dinero y pasearse al rededor de su rancho — 328 — bajo custodia; pero seis semanas después, se enfermó grave- mente de disenteria, á consecuencia de los malos alimentos y de sus crueles desengaños, y fué enviado al hospital. Estaba alli cuando Mr. Gould visitó el Paso-Pacú, y este caballero á su regreso á Buenos x\ires, informó á Yon Giilich, Ministro prusiano en esta, del tratamiento que sufria, quien en conse- cuencfa escribió á López asegurándole fjue Yon Yersen era ea efecto lo que él manifestaba ser, y rogándole que le pusiera in- mediatamente en libertad. Esta nota fué enviada por las líneas pero no se le prestó la menor atención. En Marzo de 1868 fué enviado aun calabozo de Pluraaitá, y después bizo con los de- más presos el terrible viaje hasta San Fernando por el camino del Chaco; sin embargo, afortunadamente le quedaban todavía algunas libras esterlinas, y con este recurso indujo á algunos de los mas fuertes de sus compañeros de desgracia, á llevarle cargado cuandose le agotaron las fuerzas, escapando de esta ma- nera á los bayonetazos que terminaban la vida de tantos de sus compañeros. Poco después ile la llegada de la escolta á las ori- llas del Tebicuarí, el doctor Stevvart estaba sentado en su rancho con el capitán G. H. Thompson, cuando le trajeron al Mayor Y'on Y^'ersen para que le prestara su asislencia médica, y apenas puede imajinarse un espectáculo mas conmovedor. Esíaba demacrp.do hasta el último grado, su ropa estaba hecha andrajos y sus facciones hundidas por la miseria y el hambre. El doctor Síewart hizo una señal á sj criado para que alejara á los centinelas, y entonces dio al infe'iz una taza de cafó y un peiazc de ch'pd\ bebió con avidez el fortificante líquido, y levantando sus miradas al cielo, rogó fervorosamente á Dios que bendijera al moríal que por segunda vez le había devuelto ala villa, (!) El doctor Síewart pudo después suministrarle alimentos de vez en cuando, pero con grave peligro de su vi- da, y sobrevivió á la miseria en Yilieía, hasta que fué resca- tado por los brasileros en Gáa-cupé. (i) Envió hnc'3 poco tiempo un hermoso juego ái café trabajado en plata, «eu memoria, docia, de la taza decaía que vd. me dio, ú la cual y 4 su bondad ilebo mi vida.» — 329 — I» Esta historia perderia la mitad de su importancia, si yo aña- diese al^un comentario mió, y solo me limüaré á recomendar átodo el que desee detalles, que se dirija al Mayor Yon Ver- sen, en Posen (Prusia.) donde se encuentra de guarnición. FIN. PÉNDICE r» i T/ ADVERTENCIA. Para hacer mas completa la interesante obra del Señor Más- terman, hemos creído conveniente agregar en su apoyo una serie de documentos tomados entre los papeles del tirano, que cayeron en manos de los Aliados después de su derrota en Ita- Ivaté. Para comprobar el estado del pais y la influencia de la tiranía sobre sus habitantes, reproducimos como muestras, va- rias de las manifestaciones que todos los individuos y corpora- ciones estaban obligados h presentar al (jran mariscal en el aniversario de su nacimiento. Damos también una muestra de lo que era la prensa, y re- producimos unsplecimen de las publicaciones que se hacia fir- mar á los padres y parientes de los paraguayos que afortunada- mente se hallaban lejos délas garras de López, ó que hablan caido prisioneros, cuando no muertos en el campo de batalla. Además hemos agregado una serie de declaraciones, de las que el Señor Masterman no pudo tener conocimiento cuando publicó su libro, pues muchas de ellas son posteriores; en- tre otras, la notable relación de Mme. Lasserre, á quien el autor cita en el testo del libro, quizá sin saber que habia escapado al martirio y que publicarla una de las mas tocantes y verídicas narraciones de las miserias y padecimientos de los desgraciados habitantes de aquel pais. Llamamos también la atención sobre la declaración de los Jueces encargados por López para procesar á su anciana madre. Sí después de conocer los datos suministrados por el señor Masterman, las declaraciones que lo apoyan y la copia de do- cumentos oficiales, compilados para esta traducción, quedan to- davía partidarios del Gran Americano, como se llamaba á Ló- pez en una República vecina, será necesario desesperar del buen sentido de los hombres. Después de haber leído todo el libro del Sr. Masterman de- tenidamente, y sobre todo los capítulos relativos á sus padeci- mientos, hemos cobrado admiración por su talento, y simpatía por sus desgracias, razón por la cual deploramos la acritud de — 334 — algunas notas, sin embargo de que las irritantes injusticias del autor para con la República, que se repetían en cada capi- tulo que llegaba á nuestras manos, justiíica la viveza del len- guaje, si se tiene en vista sobre todo, que sus pajinas se pu- blicaban en un peri(jdico del pais. Esto en cuanto á la viveza de la forma, pues en cuanto al fondo habria que decir mucho mas de lo que hemos dicho, y contestar á muchas apreciaciones que hemos pasado por alto para no aumentar demasiado el volumen del libro. Agregamos también á esta edición, el Juicio de un escritor brasilero, que como muchos otros de su pais no tienen bastantes dicterios para los Sres. Thompson y Masterman, y hasta páralos anotadores del 1 '^ , demostrando con una furia prolongada á travez de 400 pajinas, que la verdad necesita mucho palabreo para poder ser desfigurada. COLECCIÓN DE BOCÜMEI^TOS OFICIALES Tr-ascr'ipciones , rnanifestaciones, decla- i^aciones y documentos oficiales que sii^- ven pai^a demostráis la verdad de las opinioiies del autor sobre la tiranía de López y sus crueldades. SiO i|ttc ci*i\ la \^vens*A cu e\ l*iu*agnay. FRAGMENTOS DE ARTÍCULOS DEL SEMANARIO, CON MOTIVO DEL CUMPLE- AÑOS DE López. Si en todas las solemnidades ha sabido desarrollar el entu- siasmo que le caracteriza, el dia á4 de Julio es para él de doble importancia, porque le recuerda por un lado la memoria de un liéroe sagrado que con sus trabajos apostólicos alianzó la paz de los pueblos Americanos, y por otro la grata memoria del nacimiento feliz del Gran Ciudadano que tan siibia y dignamente dirije los destinos de la Nación Paraguaya. En justa celebración de este dia memorable, tuvo lugar en la Santa Iglesia Catedral una pomjiosa función en honor de San iM-ancisco Solano Apóstol y Protector de la América, y por la prosperidad del Magistrado Supremo D. Francisco S. López (pie incansable trabaja por defender la paz del mismo continente, y especialmente por consolidar la de su Patria natal. Por mas que nos hayamos esmerado en celebrar con el en- grandecimiento posible "el dia del Señor Presidente, por mas que cada uno á su vez haya desplegado su buena voluntad á tomar parte en tan augusta celebridad, nuestros corazones han tenido que quedarse sin aquella satisfacción completa, que espe- rimentan con la presencia del que es objeto de sus demostra- cienes. 336 — Sin pretender la narración completa de las funciones popula- res ofrecidas en la capital en festejo del feliz cumplea-anos del Exmo. Sr. Mariscal López, Presidente de la República, vamos á dar á nuestros lectores una resena de ellas, breve, pero sufi- ciente para formar una idea del cuadro de satisfacción que esperimentábamos todos. Amaneció el Lunes, y los estruendos de los cañones de la plaza de \\ de Mayo al saludar el paño tricolor, anunciaron que era llegado el dia del natalicio del Exmo. Sr. D. Francisco S. López: el pueblo paraguayo esencialmente relijioso se acordó en primer lugar, en ese momento, para dirijir sus fervientes votos al Altísimo, por la prosperidad del Ciudadano y Majis- trado que se sacrifca en pro y honor de los derechos sa- grados de la patria. Las demostraciones populares de la adhesión y simpatías hcácia el Señor Mariscal Presidente López son altamente reco- mendables. El pueblo paraguayo se entrega en familia al festejo del aniversario del nacimiento del primer Magistrado que dirije los destinos de la Uepública, y con general aplauso contem- plan sus hijos donde quiera que estén, la aparición del emi- nente estadista, 'político y militar, elaborando la grandeza y la prosperidad del suelo que le vio nacer el 24 de Julio. El nombre del Mariscal López significa en estos momentos la augusta imájen de la Patria, porque en él tiene depositadas todas sus esperanzas, y toda la confianza que reclama la grande empresa que envuelve la causa que nos ha hecho tomar las armas para no dejarlas sino cuando hayamos alcanzado los sagrados objetos que blazonan los colores' nacionales en la cru- zada de la paz continental. Todas las clases de nuestra sociedad en la campaña se en- tregaron con placer al festejo del feliz cumple-anos del Sr. Mariscal López, y todos le aclaman el Padre de la patria. Con razón se aplaude el natalicio del Sr. Mariscal López, porque él ha hecho bienes especiales k la Nación que trae- rán otros incalculables á la posteridad. Presentemente todos sus conatos se dirijen á proporcionar mayores bienes á la República, empleando los mas decididos esfuerzos para este laudable fin. El 24, enarbolado el pabellón nacional, al frente del Colegio y por las casas particulares, al primer repique de campanas los empleados vecinos y residentes mas notables se reunieron en el salón del Colegio, que se hallaba adornado, ostentando en el -= 337 — lugar conveniente el retrato del Exmo. Señor Mariscal Presi- dente de la República, y al último repique se dirigieron al tem- plo á pedir á Dios Nuestro Señor para la conservación de la vida deS. E.ydc los Ejércitos de la República, y para que triunfe completamente de nuestros cobardes enemigos. El Señor Cura sostituto ofició una Misa cantada solemne con Te Deum en acción de gracias al Todo Poderoso por la felicidad y acierto del Supremo Gobierno de la República, habiendo tam- bién pronunciado una plática referente al dia que se celebra. (Semanario de 29 de Julio de 1SC5). Vejámenes í\\íq se im\í«mau á Ioh cstiwa^cvos. Maxifestacion firmada por estos. [Con raras escepciones lodos los frmantes fueron fusilados an- tes de terminar el año 1868) ExMO. Señor : Todos los habitantes de la República festejan con inmenso júbilo el dia 2't de Julio, porque es época memorable para un pueblo aquella que le recuerda el nacimiento de sus grandes hombres; y Y. E., Exmo. Sr., es justamente acreedor á este título, pues que, si en tiempos normales de paz y bonanza, ha sido siempre V. E. el iniciador y el protector de la civilización y del progreso, bajo todas sus formas, hoy que la patria exije de sus hijos supremos sacrificios, es también V. E. el primero á desplegar en el campo de la gloria, el lábaro sagrado que sim- boliza el honor y la dignidad nacional. Los residentes estranjeros, Exmo. Sr., anhelábamos ardien- temente que llegase este fausto dia, para tener el honor de poner á los pies de V. E. la respetuosa ofrenda de nuestros votos, y de nuestro agradecimiento ; mientras abrigábamos la lisonjera esperanza de escuchar de los elocuentes labios de V. E. aquellas palabras de jenerosa benevolencia en que reco- nocíamos mas bien al bondadoso protector, que al Supremo Majistrado. Menos afortunados, tenemos que resignarnos hoy á consignar la espresion de nuestros vivos sentimientos de gratitud por la benévola protección que V. E. no cesa de dispensarnos, en esta sencilla manifestación, que respetuosamente elevamos á manos de V. E. Con esto, Exmo. Sr., esperimentam.03 la dulce satisfacción que produce el cumplimiento espontáneo de un deber sagrado, pues nunca podríamos agradecer debidamente la culta hospi- aa — 338 — talidad que recibimos en esta República en que, ni la misma situación anormal que atravesamos ha alterado en lo mas mínimo el pleno goce de todas las seguridades y garantías que hemos disfrutado siempre bajo el ilustrado Gobierno que V. E. tan dignamente preside. Al ofrecer respetuosamente á V. E. el humilde obsequio de los fervientes votos que hacemos por la felicidad mas completa de V. E., deseamos vivamente, Exmo. Sr., que los esfuerzos patrióticos de V. E. sean coronados del éxito mas brillante y afortunado, para que el iris de paz que no tardará en aparecer en el sereno horizonte de la República, sea la aureola de gloria mas digno del ínclito nombre de V. E. ExMO. SeSor. José Solis — Domingo Parodi — José T. Ramírez — Egidio Terrero — Florencio Urihe — José Agus- lin de Elordui — Ignacio de Gahirraga — Ven- tura Gutiérrez— José Cateur a— Andrés Delle-piani — Agustín Piaggio — Eugenio M. Aguiar — An- tonio Rehaudi — Antonio Susini — Nicolás 5w- sini — Desiderio Arias — Adolfo Soler — Gustavo Maman — Ramón Capdevila — Hipólito Pérez — Cornelio Blis — Jorje Stewart — Guillermo Stark — Emilio Neuman — Guillermo IJasterton — 3íi- guel Jeiiberí — Joaquín Romaguera — Venancio Urihe — Narciso Prado — Ygnacio Ruiz — José María Leite Perelra — Caetano Raviza — Pedro Anglade — Enrique Tuvo — José Pefaur — Juan BeltratK) — Constantino Barleta — Francisco Bar- leta — J^dio Veía— José Font — Pió Pozole — Francisco }ldal — Federico líofman — Octavio Fullgraff— Miguel Lomharde — Francisco Vílas José ilíaría Jilas — Ynoccncío Gregorio — Jaime Folladosa — Luis Anastasis — José Lacorte. (Semanario de 5 de Agosto de 1S65). Habiendo sabido que un gran número de estrangeros residen- tes en esta Capital habían firmado una manifestación con motivo del cumpleaños de S. E. el Señor Presidente de la República, y como por no tener conocimiento de ello, y deseando ser del número de las que con tanto justo motivo han dirijido sus feli- citaciones á la ilustre persona del gran Patriota que rije los des- tinos de esta Nación, ruego á V. quiera insertar en las columnas de su apreciable periódico la presente manifestación ; favor á que quedará sumamente reconocido. Su affmo. y S. S. José Balet. Asunción, 25 de Julio de 1865. ooJ — Algunos hijos del paisytiimbicnestrangcros no liabian podido suscribir las felicitacioues dirijidas á S. E. el Señor Presidente de la República, por faltas independientes de la voluntad de ellos, de los cuales nos han pedido Don Antonio írala, y Mr. Balet para publicar esta circunstancia, con la espresion de que se adhieren de todo punto á aquellas justas felicitaciones. (Semanario de 29 de Julio de 18C5\ MiTinltcstacloii del Clero ^'üriYagiis^yo. [Los firmantes que no fueron fusilados se convirlieron cu verdugos). i Viva la Replblíca del Paraguay ! Exffio. Señor. En este dia solemne en que Vuestro Augusto Nombre elec- triza los corazones de todos los Paraguayos: cuando las voces de los fieles y de los ministros del Altar suben de todos los Tem- plos de la' República entre torbellinos de incienso ante el Trono del Altísimo á pedir larga y próspera vida para el Piadoso Pa- trono de la Iglesia Nacional, cuando los habitantes de nuestra Patria querida hacen en todos sus ámbitos resonar sus parabie- nes al ínclito defensor de su Independencia y Prerrogativas : el Vicario general y Clero de esta Capital, que participan en el mas alto grado de ése mismo entusiasmo que agita toda la Na- ción, ya que no les es dado apersonarse ante V. E., llenan por escrito este deber de gratitud. Recibid, Exmo. Señor, con vuestra acostumbrada benigni- dad las felicitaciones que os dirijimos en vuestro Dia Natalicio, y vivid muchos años á la grandeza y seguridad de la República, y al acendrado amor y veneración de vuestros súbdiíos. Deseamos que el Cielo siempre propicio con la Patria de los Paraguayos conserve colmada de bendiciones la preciosa vida de V. E., y que con verdes laureles de triunfo recogidos en el cam- po del honor vuelva V. E. alienar nuestro consíante anhelo por su simpática presencia. Asunción, Jubo 24 de 180^. ExMO. SEííoa. Justo Rojian. José Teodoro Escobar. Gerónimo Becchis— Mariano Aguiar— Nicolás Izasi— Sebas- tian Venega—Eliseo Patino—Francisco Ignacio Maiz— José _ 340 — Gregorio Moreno— .Aíanucl Yiceiiíe Moreno—Santiago León— José Ramón González— Carlos Casco— Juan Bautista Céspedes —Domingo Candía— Vicente Benitez— Vicente A. Bazan— Jus- to Bueno— Garlos Vázquez— Ángel Céspedes— Juan Bautista Viliasboa — Ignacio Acosta — Uafael Rios — Eleuterio Benites — Juan Andrés Aranda— Gabriel N. Sánchez — Antonio Ortiz— José Félix González- Bernardino Sandoval— Alejandro Sosa— RocjueA. Campos— Olegario Borja— Eustaquio Estigarribia— Del Pilar Jiménez — Francisco P. Aguilera. Exmo. Señor Mariscal Presidente de la República y General en Gefe de sus Ejércitos Ciudadano Francisco Solano López. Mamlüesiacioii t\« los cmvlei^dQs. I Viva la República del Paraguay ! Exmo. Señor. El pueblo parayuayo, con la mas viva emoción y laudable en- tusiasmo que un pueblo grato y reconocido puede tributar al bien hechor general y Padre de la Patria, celebra este dia 24 de Julio, con particular regocijo el aniversario del natalicio de V. E., el protector ilustre de la nacionalidad paraguaya, del hombre por exelencia, que por tantos y tan honrosos títulos se ha atraído la simpatía general de sus conciudadanos, del Magistrado que des- de los primeros albores de su amable juventud, ha inspirado á la Patríalas mas alhagüeñas esperanzas de un grandioso porve- nir, como lo ha manifeslado desde la inaiicjiíracion de la bene- mérita persona de V.E. al solio déla Dignidad, Suprema, en la Presidencia de la Repithlica. Los empleados que suscriben, y que tienen la honra de ele- var estas sinceras y respetuosas felicitaciones, ante la augusta persona de V. E. en el deslino en que se encuentre, se compla- cen en trasmitir estos humildes pero verdaderos conceptos, co- mo intérprete fiel del íntimo deseo que les acompaña de tribu- tar personalmente cá V. E. el digno homenaje de nuestra grati- tud y reconocimiento, en el memorable día de su nacimiento. La ausencia de V. E. nos priva hoy, Exmo. Señor, del parti- cular gusto, que deseamos tener para representar en persona plácemes respetuosos, y ofrecer como ofrecemos desde aqui, nuestro humilde contingente para compartir con V. E. las fati- gas de una campaña, en que se encuentra por sostener los sagra- dos derechos y la dignidad de esta Patria, que le ha confiado sus destinos, y que cuenta ya con hechos gloriosos de armas, que inmortalizarán su nombre, y coronará de laureles á la Nación entera. Quiera pues, Exmo. Señor, aceptar la demostración sincera — 3il - del respetuoso cariño, con que nosotros, y todos los hijos de la Asunción, tributamos á V. E. las mas cordiales felicitaciones por su feliz cumple-aiios, con los fervientes votos que incesante- mente imploramos de la Divina Providencia, por la salud y feliz conservación de V. E., por la victoria do sus Ejércitos,' y un triunfo completo de nuestras armas. Dios guarde por dilatados y felices años, la importante vida deV. E. para el engrandecimiento y prosperidad de la nación. Asunción, 24 de Julio ilc 1865- Exmo. Señor. Carlos Riveros— Saturnino Bedoya— José Falcon— Pablo An- tonio González — Francisco Javier Acuña — Gumesindo Benitez — Benjamín UrLieta — Sebastian íbarra — Abdon Molinas — Pas- cual Bedoya — Julián Aquino— Exmo. Señor Mariscal Presidente de la República del Paraguay. '^iamf eat'iicloFi tic les eiiit'' eatlcs 4!l\'l\Gs. ! YiVA LA República del Paraguay ! Exmo. Se.xor. En este grandioso dia veinticuatro de Julio en que la Patria celebra con entusiasmo el natalicio de V. E., la corporación de los empleados civiles cree cumplir con su estricto deber de gra- titud, dirijiendo á V. E. sus mas cordiales felicitaciones. Los que suscriben, Exmo. Señor, desean á V. E. largos años de vida en premio de los innumerables beneficios que habéis he- cho en vuestra larga carrera diplomática, militar y administrati- va á la República: desean que bajo vuestros auspicios y dirección las armas nacionales lleguen al apogeo déla gloria, escarmentan- do á todos los enemigos de la independencia y libertad nacional, y que V. E. coronado de laureles vuelva cuanto antes á alegrar con su presencia esta Capital. .Dios guárdela importante vida de Y. E. muchos años. Asun- ción; Julio 24 de 1805. Andrés Gilí — Manuel Caballero— José Maria Escalada — José Maria Montiel — Domingo Rojas — Félix LaiU'osa — Escolástico Garcete — Manuel Maria Rivarola— Miguel Borges — Pastor Gon- zález—Dolores Insfran — Martin Zelada — Eliseo Galeano — Ze- non Rodriguiez—Fcrmin Bazarás— Bernardo Ortellado— Manuel Trifon Rojas — Eustoquio Recalde — Exmo. Señor Mariscal Presidente de la República del i'aiajuay. — 342 — Maldición de un padue á su hijo. Señor Redactor del Semanario. La noticia de la pérfida y cobarde deserción de mi hijo Ber- nardo, rcjistrada en las columnas de su apreciaLle ])eriódicodel 27 del pasado, me ha llenado de vergüenza y de pesadumbre. ¡ Ojalá hubiese yo bajado á la tamba antes de ver tanto baldón sobre mi familia ! Bernardo, tu has perdido mi afecto para siempre: tu Madre ya no te llamará hijo, ni mis hijos te conta- rán en el número de sus hermanos, lías cubierto de vergüenza mis canas y lias llenado de amargura los dias de mi vejez. Los epítetos de miserable, menguado, cobarde y traidor que te dá el coi-responsal del Semanario, son bien merecidos; y sí yo supiese espresar la repugnancia y el horror que me cansa tu crimen, mucho mas te diria. Olvídate pues de mí, Bernardo, olvídate de tu madre ya (lue te olvidastes de tu Patria y traicio- naste á la confianza del Gobierno Nacional. Asunción, í ^ de Febrero de i86ü. Hilario RecaJdc. El mismo dia mes y año, el señor Juez Fiscal hizo comparecer ante sí y presente Secretario al Teniente Coronel D. Lucas Carri- llo, que perteneció al ejército paraguayo y que mandaba junta- mente con el Comandante Thompson la posición denominada «Angostura,» y que capitularon después del contraste que sufrió enCumbarity el ejército al mando inmediato del mariscal López en los dias veintiuno á veintisiete de Diciembre del año próximo pasado. El Sr. .íuezFiscallo iuvitó ¿contestar bajo su palabra de honor á las preguntas siguientes: Preguntado— Sa nombre, patria, edad, religión y empleo: Dijo: llamarse Lucas Carrillo, ser de edad de treinta años, su patria, la Bepública del Paraguay, de religión C. A. R., y que es Teniente Coronel de Artillería. Pregiintadn — Qué parentesco lo une con el ?>Iariscal Lopez: Dijo*, que era primo hermano de él. Preguntado — Qué población se daba á la República del Para- guay antes déla presente guerra: — Dijo*, que se le calculaba ge- neralmente seiscientos mil habitantes. - 343 - Pregitntado—Qm personal contaba el ejército al principio de la guerra, ya en tropa de linea, ya en Guardia Nacional, su com- posición, su disciplina, su organización, su vestuario y nutri- ción, su armamento, espírituy trato que se daba al soldado, sus posiciones militares en todos "los puntos de la República, así como sus dotaciones resí)ectivas en todos los ramos y los Gefes que lo comandaban: — Dijo: que el ejército tenia cincuenta y seis mil hombres por todo, pues allí no hay Guardia Nacional, esto es, en 186't; que en cuanto ásu composición solo puede decir que era de las tres armas, incluyendo la marina; que en cuanto á su disciplina era regida por la ordenanza espaííola, sin mas modificación que el capricho de la tiranía que dominaba aquella infeliz patria: su vestuario era compuesto de una camiseta colo- rada y pantalón de lonilia, y que no siempre estaba bien equipa- do; el armamento se componía en artillería, una batería de seis piezas rayadas de á nueve, la demás artillería era común y se calculaba por todo en trescientas y tantas piezas de todos calibres, inclusa la de marina y la de ciento cincuenta y otra de ciento veinte, compuestas con las campanas de las iglesias estas dos últimas; que el espíritu del ejército era excelente, que el trato que se daba á la tropa estaba sugeto al carácter del gefe que mandaba los cuerpos, que las posiciones militares al principio de la guerra en toda la República, eran Humaitcá, la Asunción y el fuerte Olimbo, que las demás conocidas fueron planteadas duran- te el curso de la guerra: que en llumaitá el gefe era el Coronel Hermosa, en la Asunción el General Barrios y en el Olimbo era un Teniente Sánchez. Preguntado — Cuál es el estado actual de la República del Paraguay, y su ejército hasta que se separó de él, el que declara dijo •• que el estado general de aquella república es el mas lamentable, pues ha quedado reducida á escombros en su población, sus haciendas destruidas y su familia en la mas pro- funda horfandad, y su población toíaTreducida á mujeres, niños, inválidos y heridos, se calcula cuando mas en trescientas ci cua- trocientas mil almas; que el ejército ha quedado reducido cuanto mas, de mil quinientos á dos mil hombres útiles, que en cuanto á su armamento y municiones, todo ha concluido con los com- bates últimos de Cumbarity y Angostura, quedando en poder de los aliados. • Preguntado — Cuántos Generales y Coroneles tenia el ejército, qué sueldo recibían sus Gefes, oficiales y tropa durante la guer- ra;— Dijo, que al principio de la guerra solo tenia el ejército dos generales, que era el mismo Mariscal López y el General Robles: que Coroneles había diez, pero que mas tarde con el curso de la guerra ascendieron á Generales Resquin, Barrios, Brujnes, Díaz y Caballero: que los sueldos antes de la guerra ignora lo que tenia un General, que en cuanto á los demás gefes, los Coroneles tenían ochenta patacones, los Tenientes Coroneles sesenta, Sar- - 344 — genios Mayores cincuenta, Capitanes treinta y seis, Tenientes treinta, Alférez veinticinco, la tropa siete pesos, los sargentos diez y seis, los cabos doce: que estos sueldos se pagaban cada dos meses, la mitad en metálico y de la otra mitad una parte en géneros y la otra en billetes; que en el curso de la guerra han da- do al ejército tres ó cuatro gratificaciones solamente, pagírndose sueldos íntegros solamente á las fuerzas que combatían, por ejemplo el 2 'í de Mayo enluyutí, 18 de Julio en Sauce (Boque- rón),'22 de Setiembre en Curupayty y en Tatayuba. Preguntado — Qué número de soldados calculaba haber per- dido en el curso de la guerra la República del Paraguay;— Dijo: que en su concepto no bajarían de setenta á ochenta mil, tanto en los combates, cuanto por las numerosas pestes que ha sufrido el ejército, esto es, muertos solamente, fuera de heridos é inváli- dos. Pre(]iinfado--i')m edad se exijia antes déla guerra para la recluta del ejército:— Dijo; que desde diez y seis anos hasta cincuenta, pero que en el curso de ella se han traidoal ejército desde diez hasta sesenta anos. Preguntado — Si á mas del vestuario de que ya so ha hablado, tenia algún equipo mas la tropa;— Dijo: que no tenia otro que el fusil y la cartuchera; sin calzado ninguno. Preguntado — Si las tropas que formaban la guardia del Maris- cal López estaban ala par de los demás cuerpos del ejército, tanto en su vestuario, sueldos, equipos y demás: — Dijo*- que antes de la guerra la escolta, tanto de Gobierno como la del Ge- neral en Gefe, pues había dos escoltas, tenia un uniforme distin- to que el del ejército, pero que en la campaña vesíian lo mismo que los demás cuerpos, lo mismo estaban en todos los demás ramos. Preguntado — Cual ha sido el trato que se ha dado en el ejér- cito á los prisioneros do guerra argentinos: — Dijo: que el que declara ha estado siempre distante de los puntos en que se tenia á los prisioneros, que de algunos le consta que los castigaban cuando no qncrian declarar lo que ss les, preguntaba del ejército aliado: que en cuanto á los aumentos seles daba un pedazo de carne. Preguntado — Cuantos Gefes y oficiales argentinos han sido fusilados el 21 de Diciembre de 1868, y cuántos antes de esta fecha, con espresion de sus nombres: el número de mujeres, como igualmente el do Generales, Ministros, individuos de la familia del Mariscal Lopsz, y personas del clero: — Dijo: que ignora precisamente el número de Gefes y oficiales -argentinos que fueron ejecutados en la fecha que se le pregunta, porque el que declara estaba separado del ejército por la interposición de fuerzas aliadas; que solo sabe de cierto la ejecución delCoroníl Telmo López, que en cuanto á Generales, délos que sabe sola- mente es el General Barrios, Robles (Paso de la Patria), Brujnes - 345 — (San Fernando); Ministros estrangeros qae no babia ninguno esccpto el ameiicano; que los que se ban ejecutado ban sido los cónsules Oriental D. Antonino Nin Reyes, Portugués Yascon- sellos; que en cuanto al Cónsul Brasilero murió de muerte natural ene! campamento de Paso Puci'i, estando preso, que en cuanto á señoras, de las que sabe fueron ejecutadas, son la seiiora del Coronel Martínez, la señora Monjeló, bermana de D. Féli:\. Egusquiza, y la seiiorila Dolores liecaide, estas después de haber sufrido larga prisión y aún cree que Ja señora del Coronel Martínez fué azotada, también agrega que la señora del Coronel Martínez, joven do diez y ocho á veinte años, era prima bermana del Mariscal López. Respecto á sacerdotes, dijo que los que le consta que lian sido fusilados, son el Obispo Palacios, el Dean Bogado, se dice de un padre Baconos también, pero que en esto no está cierto. Preguntado — Qué número de bolivianos han sido fusilados espresando sus nombres, como igualmente de otras nacionalida- des que bayan tenido el mismo íin; — Dijo-, que del único que se sabe es del Dr. D. Trisían Roca boliviano, que este señor es el mismo que redactaba en la Asunción el periódico llamado «El Centinela»; italianos dos hermanos Susini, Capitán Fidanza y Paulino (no recordando su apellido); orientales Dr. Carreras, Coronel Laguna, Rodríguez secretario que fué del Ministro Sagastume, Tomé, Anabitarte, y otro mas cuyo nombre no re- cuerda; ingleses Mr. Síark; brasileros el Señor Leite Pereira; argentinos Tomás Ramírez, Cateura, Arias, Capdevila, tres se- ñores Cáceres, Gutiérrez, Coroliano Marques, Mayor Carranza: que estos son los que recuerda en este momento. Preguntado — En que caso era aplicada la pena de muerte en el ejército paraguayo, que tramitación se seguía al efecto para apli- car los castigos; — Dijo: que al retirarse del campamento del Paso de la Patria el ejército se dio una orden general prescribiéndola pena de muerte al individuo que faltase á tres listas, pero que en general no precedía para estas ejecuciones ú otros castigos, sino una orden del Comandante General de la División del Sud, que lo era el General Resquin y en otros casos era el mismo Mariscal López, procediéndose así con todos los individuos del ejército, fueren del grado que fueren; que esta era toda la tramitación. Preguntado— Si existía el espionaje como medida gubernativa en el ejército y en los demás- puntos militares déla República ó fuera de ella con el íin de obtener noticias ó de yijilar la íidelidad de sus servidores; — Dijo: que en efecto estaba establecido el es- pionaje con el c ¡rácícr que se le pre-^unta y de tal manera que no se abrigaba confianza ni aun en la intimidad, que amas era un medio eíicaz y seguro para obtener ascensos; que esto sucedía en todos los puntos déla República y aun en cada cuerno; que en cuanto al Esterior estaba reservado al (iCneral Mariscal López. Preguntado — Si sabe ó le consta de qué medios se valia el — 346 — Mariscal Lapez para facilitar su correspondencia en el Exterior de la República ó si sallan de ella agentes con ese ú otro objeto; — Dijo que lo único qnc se sabe es (juesu correspondencia la reci- bía por los buques do guerra estranjeros ó parlamentos con ajen- tes estrangeros que se presentaban en el ejército aliado*, que en cuanto á Agentes, su creencia es que no habla ninguno, escepto los que se mantienen en Europa. Leída que fué esta su esposicion, dijo ser la misma que ha presentado, que nada tiene que agregar ni quitar. Que lo dicho es la verdad según su conciencia y su palabra de honor prometi- da; y lo íirmó con dicho señor Fiscal y presente secretario. F. Olegario Or quera. Lucas Carrillo, Fiscal, Ante mi— CalistoE. Fálcalo. ^ En Buenos Aires á los diez y ocho dias de Enero del año de mil ochocientos sesenta y nueve, el Sr. Juez Fiscal hizo comparecer ante sí y presente Secretario al Coronel D. Francisco Martínez, que perteneció al ejército Paragua- yo y que capituló en la Península frente á Humaitá en el mes de Agosto del año ppdo. y h quien hizo presente dicho señor Fiscal, contestara bajo su palabra de honor á las preguntas si- guientes, á lo que se comprometió hasta donde sus conocimien- tos le permitiesen, hacerlo así. En seguida el Sr. Juez Fiscal le propuso si le convendría mas escribir por si la contestación á las preguntas siguientes, á lo que se comprometió. Primera — Su nombre, patria, edad, religión, estado y pro- fesión. Sequnila — Su empleo en el Ejército Paraguayo, el como se encuentra en esta Capital y (jue trato ha recibido entre los aliados. Tercera — Donde se encuentra su familia con todos los por- menores que tenga de ella y si su señora tenia algún parentesco con el General López. Citarla — Qué disciplina tenia el Ejército Paraguayo y de qué modo se castigaban ¡as faltas militares, si se hacia uso del tormento con los militares. Quinta— Gnu era el alimento, vestuario y tratos que se daba al soldado, ya en las lilas, ya en los hospitales del Ejército. - 347 - Seata—Qwú edad se exijia al ciudadano para ingresar en el Ejército y en qué forma so liada la recluta para el mismo, antes de la guerra y en la última época de la misma. Sqitima — Qué sueldos gozaban las clases del Ejército antes de la guerra, en el curso de ella y en su última época-, y en qué forma ellos se pagaban. Octava — Si los cuerpos que formaban la guardia del Gene- ral en Gefe y Presidente, estaban en las mismas condiciones y trato que los demás cuerpos del Ejército. Novena — Si existia el espionaje como medida gubernativa en el Ejército y en los demás puntos militares de la República, ó fuera, con eí íin de obtener noticia, ó de vijilar la fidelidad de sus servidores. Decima — Cuál era la población del Paraguay antes de la guerra. Undécima — Qué personal tenia el Ejército Paraguayo antes de la guerra. Duodécima — Cuántos Generales y Coroneles tenia el Ejército. Trijésima — En qué caso se aplicaba la pena de muerte en el Ejército Paraguayo y la tramitación que se seguía al efecto para aplicar los castigos. Décima ciiarla — A mas de las anteriores, diga cuanto sepa é importe poner en trasparencia el sistema que caracterizaba el Gobierno del Presidente López y su administración en jene- ral, tanto en el pueblo cuanto en él Ejército. En cumplimiento de lo que tiene prometido en el interroga- torio que precede, el infrascrito Coronel Francisco Martínez, pasa á contestar por su orden las preguntas contenidas en dicho interrogatorio. Contestación ála'pregunta I ^ —Se llama Francisco Martínez natural de la Piepública del Paraguay, de 38 años de edad. Ca- tólico Apostólico Ro mano, casado, cíe profesión militar. A la 2" — Su empleo en el Ejército Paraguayo es de Coro- nel de Caballería, se encuentra en esta Capital en virtud de capitulación, ha sido bien tratado por los aliados en los prime- ros momentos de su capitulación, del mismo modo que en Bue- nos Aires punto de su residencia. A la 3"^ — Su familia residía en Villa-Rica, pero de todos los miembros de ella, solo vivían en los últimos tiempos, su es- posa D*^ Juliana Isfran y su suegra. Su dicha esposa se halla- 13a, según noticias, en la Asunción, al tiempo que él capitulaba en la Península frente á Humaitá: y se asegura hoy por prisio- neros tomados por las fuerzas aliadas que fué presa por orden del Mariscal López luego que llegó á conocimiento de este la noticia de dicha capitulación, conducida al campo de San Fer- nando sobre el Tebicaary, y de allí al de Villeta. Obligada á hacer á pié ese camino de 40 leguas entre muchos otros presos, todos con orden de ser muertos á bayoneta si no pudiesen acom- -- 348 ~ pañar al Ejército en su retirada precipitada y que subsiguiente- mente fué puesta en toda clase de toitiira, y por último fusi- lada, todo á lo que se dice por no haberse prestado á renegar de su matrinuuiio. Igual suelte cupo, según noticias del mis- mo orijen á la suegra (M esponente, madre de su desgraciada esposa. Doña Juliana Ysfran de Martínez era prima en tercer grado con el Mariscal López. A ¡a 4"— La disciplina en el Ejército Paraguayo era severa, castigándose las faltas militares ordinarias, según ordenanza y empleándose el tormento, el azote por- lo jeneral, para asi arran- car declaraciones en los casos de sospecha ó delación de cons- piración ó conatos de lo mismo, por orden especial. A la 4 " —El alimento, vestuario y trato que se daba al sol- dado en las lilas y en los hospitales, han sido bastante bien en los primeros tiempos, pero muy escasos mas tarde, A Ja {) =^ —Antes de la guerra no se rechi.taban jóvenes meno- res de quince años, pero en los últimos tiempos, no era raro ver niños de diez años inga-esar en las filas del Ejército. Los reclu- tamientos eran practicados por oficiales militares enviados al efecto en los diferentes departamentos, con orden de completar el número que se les pedia, con buena jenteó con lo que podia, siendo dichos oficiales eficazmente coadyubados en su tarea por los gefes departamentales. Á la 7 « —Desde que empezó la guerra actual el Ejército no recibía ningún sueldo fijo, pero si pequeñas sumas de di- nero, de tiempo en tiempo, como gratificación. Al esponente no le consta los sueldos que gozaban las clases del Ejército an- tes de la guerra por no haber hecho parte de él entonces. A la 8 " —Los cuerpos de guardia del Jeneral en Jefe y Pre- sidente estaban en las mismas condiciones de los demás cuerpos del Ejército, escepto en su vestuario, á que se atendía algo mas. A la 9 =^ —El espionaje existía en el Ejército y demás puntos de la República. El esponente ignora lo que ha podido pasar fuera de ella á este respecto. A (a 10— ignora el exponento la población que hubiere teni- • do el Paraguay antes de ¡a guerra. Ala 11— El esponente supone que el Ejército paraguayo contaba de 30 á 70 hombres al empezar la guerra. A la lá— El Ejército tenia al empezar la guerra, un Maris- cal y un brigadier; en el curso de ella han existido en diferen- tes épocas, seis Jcnerales, mas el esponente recuerda haber ha- bido nueve Coroneles hasta la fecha en que capituló. A la 13— La pena de muerte se aplicaba en la mayor parta de los casos prescriptos por la ordenanza española, siguiéndose al efecto las tramitaciones de la misma ordenanza, asi como frecuentemente por una simple orden del Mariscal ^Lopez, -i ii forma alguna de proceso.. Entre las ejecuciones de esta última categoría el esponente recuerda enlrc otras las sii^uientes: La ^. 349 — del teniente Ibaíiez, valentísimo oficial de caballerin, por haber dicho que el enemigo estaba fuertemente atrincherado lo (¡ue el Mariscal López afectó traducir en cobardía. La del no menos valiente Elíseo, del batallón núm. 40, cuyo apellido no recuerda el esponente, por habérsele antojado des- confiar de lae:íactitudde la relación que le hizo de su partici- pación en un combato del 18 de Julio de 18GG. Al mandarlo al suplicio, López dijo á este oficial: «Yo lo he formado y yo voy cá destruirlo.» Y la de tres oficiales de los batallones 4 y 45, por no haber protestado que en adelante se conducirían mejor en la ocasión de una reprensión que les hizo hacer el Mariscal por conducto de un ayudante suyo. Los demcás oficiales délos mismos bata- llones camaradas délos cuatro ejecutados, fueron todos degra- dados por la misma falta. A la 14— El esponente espera que las respuestas que pre- ceden bastarán por si solas para poner en trasparencia el sis- tema que caracterizaba el Gobierno del Mariscal López y por esta razón cree seria innecesario responder de un modo espe- cial á la 14 y última pregunta. Buenos Aires, Enero 20 de 1869. Francisco Martínez . Otro si — El esponente cree deber también mencionar como una prueba mas de la arbitrariedad que caracterizaba la ad- ministración del Mariscal López, que en el tiempo en que él (el esponente) se hallaba todavía en el Ejército Paraguayo, al mando de Humaitá, llegó á su noticia por conducto de una per- sona que se hallaba á su servicio en sus establecimientos pro- pios, que las haciendas de campo que poseía en dos estancias, habían sido arreadas en su totalidad, para gastos de las tropas, como es de suponer, sin que él hubiese recibido antes ni des- pués ningún aviso directa ni indirectamente. También cree deber mencionar que un capitán de caballería llamado Torres fué fusilado por orden del Mariscal López, sin forma ni proceso, por haber dicho á un soldado después del ataque á las posiciones aliadas de Tuyutí, el 3 de Noviembre último, que en el Ejército Paraguayo solo se ponderaba la pér- dida sufrida por el enemigo, sin hacerse mención de las pérdi- das paraguayas, que no habían sido tampoco insignificantes. A la fecha ut sufra, F. Olegario Orquera. Francisco Martínez . Fiscal. Ante mi Juan Sinclair. — 350 — lí:.sp«!í»ieiQU üel s«í^t\ilo lli\^i;i^o Ai^lonlo "^iiilvcviwl En Buenos Aires, á los veinte días del mes de Enero del año de mil ochocientos sesenta y nueve, el señor Juez Fiscal liizo comparecer ante si y presente Secretario, al individuo D. Anto- nio Pulverini, á quien hizo presente diclio señor Fiscal, iba á ser interrogado, y si prcmelia y juraba decir la verdad en lo que se le preguntase, á lo que contestó que sí, y en esto se le hicie- ron las interrogaciones siguientes: Pregunlado—Sn nombre y empleo. Dijo : llamarse Anto- niiU^ulverini, natural del reino de Italia, de edad de cuarenta y un años, de la marina de guerra nacional de la República Ar- gentina, de rclijion C. A. il. Prennntado — En cual de los buques de guerra de la marina prestaba sus servicios ; — dijo : que en el vapor de guerra « 25 de Mayo» en clase de oficial de proa (primer contramaestre). Prefjuntado— Como fué el suceso de la aprehensión por las fuerzas paraguayas en el puerto de Corrientes : Dijo : que es- tando el dia catorce de Abril del año de mil ochocientos sesenta y cinco, fondeados en el puerto de Corrientes, como á las siete ele la mañana, se presentó la escuadra ])araguaya, compuesta de cinco vapores, aguas abajo, y después de haber pasado el vapor «25 de Mayo », un trecho de una cuadra masó menos, dieron vuelta con dirección cá dicho buque, llegando hasta él y ponién- dole la proa encima saltaron á bordo, intimándoles prisión y apoderándose del vapor, de cuya tripulación lograron escaparse treinta y ocho individuos, entre los cuales se contaron cuatro oficiales, y cuyo resultado fué alzar los paraguayos las anclas al vapor «25 de Mayo» y hacerse á la vela hasta el Paso de la Patria. JPr<'(jiín/'flf?o— Llegados áese punto, que medida tomó el Gefc de la escuadra para el que declara y demás prisioueros ; que trato recibieron ; á donde fueron conducidos, con todas las de- más circunstancias de lo ocurrido con el que declara y con los demás, sus nombres, así como el de los que los custodiaron :— Dijo, que llegados al «Paso de la Patria», los desembarcaron por orden del General Robles, que de allí los condujeron con una escolta decaballeria á Villa Franca, que la partida que los condujo los trató muy bien, no así en el Paso de la Patria al des- embarcarlos donde eran amenazadas instantáneamente sus vi- das, ya por lancearlos, ya con el cuchillo para degollarlos ; que el número de prisioneros, incluso ei que declara, el Comandan- te del vapor «25 de Mayo» D. Carlos Massini, Capitán Oliviere, Tenientes Calvo, Leston, Constantino Lluvancli, perteneciente á la Lejion militar, Federico Casa, vaqucano.y demás tripula- ción hasta el número de treinta y siete ; que llegados á Villa Franca los llevaron á un cuartel en donde los pusieron en clase de presos bajo la custodia de un piquete de tropa ; que allí los — 351 - hacían trabajar en Laldozas y tejas, esceptoá los oficiales ; qne el alimento que les daban era una libra de carne cada veinte y cuatro horas, que el vestuario que tenían cuando estaban á bordo del vapor « 2o de Mayo » se los quitaron, dejándoles solamente lo encapillado; que el trabajo que les exijian era forzado aunque no recibían castigo ninguno ; que en ese punto permanecieron siete meses y medio bajo la misma situación; que después de esa fecha, una noche, á eso de las once, se presentó el vapor de guerra paraguayo « Iporá » y los condujeron custodiados á to- dos «abordo, en "donde por orden del Presidente López los co- locaron en el cepo de campaiía desde el Comandante IMassini abajo á todos, trayéndolos de ese modo hasta llumaitá, allí los desembarcaron y'los condujeron escoltados hasta el paraje de- nominado « Tres árboles » , que en ese punto su situación fué peor, pues los obligaron á trabajar como en Villa Franca tejas y baldozas, bajo el rigor del látigo, al que se mostraba estenuado por la apatía : permanecieron nueve meses en ese estado escepto los oíiciales. Que estando en Humaitá, tuvieron lugar los combates del Paso de la Patria y 2't de Mayo; en consecuencia de este último, ellos vieron los soldados desbandados y en derrota que entraron en Humaitá, unos desarmados, otros á pié, enancados otros, y con todo el aspecto de una derrota com.- pleta ; esto es, la tropa del ejército paraguayo. Que de ese des- tino y después de los citados combates, los condujeron embar- cados en el vapor de guerra «Polasco» á la Asunción ; en ese punto los colocaron en la cárcel á todos, que de allí los sacaban, menos á los oficiales, á trabajos forzados en las calles como y á la par de los criminales, que su alimento era el mismo que se ha dicho antes, permaneciendo en ese estado siete meses mas ó menos; que allí en la cárcel, el auxilio único que recibían era por un señor Capdevila, que les mandaba la comida todos los dias ; que en un dia primero de año, aunque no recuerda de cual era, le remacharon una barra de grillos á este señor por haberles mandado el alimento, que después del tiempo ya men- cionado y con motivo de un rumor de revolución, ó bajo este pretesto sacaron á todos los oficiales y algunos marineros, con- duciéndolos al cuartel de Francia que es el de San Francisco ; que en seguida los condujeron á todos los marineros y soldados prisioneros del ejército aliado á la fábrica de Ibicuy, que está á cuarenta leguas al interior de la Asunción, quedando en la ca- pital el comandante Massini con los demás oficiales ; que en ese punto bajo el rigor mas cruel del látigo y palo, los hacían traba- jar noche y dia en las fundiciones de proyectiles de guerra de toda especie -. muchos de ellos perecieron en ese destino por la fatiga y falta de alimento, pues llegó al estremo de hacerles co- mer cueros de cabeza de animales vacunos, haciéndolas asar y después hervir ; allí fueron degollados dos soldados brasileros por haber desertado, y uno fué fusilado por la misma razón, — 352 - que alli permanecieron seis meses los que sobrevivieron á los mas terribles sufrimientos y sin nombre, la crueldad mas espan- tosa. Que á los seis meses el que declara fué reclamado por el cónsul Italiano, como otros mas, y entonces salió de ese destino á Luque, que en ese destino, después de cuatro años de sufrimientos roci4)ió el que declara del citado Cónsul una camisa y unos calzoncillos, pues que en la prisión quedaron reducidos á tal desnudez, que solo tenian por único vestido un pedazo de cuero que ellos habian conseguido para cubrirse ape- nas la cintura por delante, lo bastante para cubrir las partes naturales; de ese destino el Cónsul Italiano lo bizo embarcar en la Angostura abordo de la cañonera de guerra italiana « Be- ruche» cuyo Comandante por medio del Cónsul citado, recibió orden del Presidente López para conducirlos bajo de cubierta al que declara y tres mas de los prisioneros del « 2o de Mayo » hasta esta capital, en donde el ministro italiano no permitiría desembarcarlos ni aqui { Buenos Aires ) ni en Montevideo, debiendo embarcarlos directamente para Europa ; que en el esteridr de la baliia de Montevideo debian ser trasbordados, según disposición acordada entre el ministro italiano de esta capital ( Buenos Aires ) y el Gefe de la estación Italiana en Montevideo tan luego como llegase á este puerto la barca «Josefa de Lima» para seguir viaje á Europa. Que habien- do sido en aquel punto trasbordado el que declara y sus com- pañeros de la cañonera «Baruche» á la fragata «Dellone» de k bordo de este buque, el que declara se lanzó á la agua la noche buena á las dos de la mañana del 24 de Diciembre del año próximo pasado, y cá las cuatro arribó al puerto de San José ; mas ó menos igual operación hicieron tres compa- ñeros, logrando salvarse dos y siendo aprehendido uno por la fuerza de la «Josefa de Lima», que el que declara, per- maneció en Montevideo en el Cordón ocho dias oculto en una casa; y luego se vino cá j\íontevideo, embarcándose para esta capital cá los dos dias, y llegado aqui, se presentó al Gefe de la Escuadra Nacional Coronel D. José Muratore. Preguntado — Si durante se embarcó en la Angostura, ó antes, ó después de estar cá bordo, ha visto embarcar algunos objetos de cualquiera naturaleza que sean pertenecientes al Presidente López á bordo de la cañonera «Beruche» ; — Dijo, que no ha visto embarcar nada en la Angostura, pues luego de venir á bordo el que declara, zarpó la cañonera aguas abajo, pero que en Montevideo, cuatro cajones como de un pié cua- drado, con dinero, perteneciente al Presidente López y con di- rección escrita sobre los cajones al Cónsul Francés en Montevi- deo, fueron desembarcados en esa plaza ; que aun que el que declara no leyó la dirección por no saber leer, pero que todos abordo la leyeron en su presencia. Prr.g^lnlado—Duvs^niQ su prisión en el ejército paraguayo, que especialidad ha vi^to sobre el personal de todo este cjécito, sus pérdidas en el curso de la guerra y el estado en que lia dejado el que declara aquel país, y todo lo que ha presencia- do úoido decir á los mismos paraguayos : — Dijo, que le oyó al Comandante de Villa Franca, que el Presidente López tenia al principio de la guerra un ejército de ciento veinte mil hombres, que después de las pérdidas que sufrió el mismo ejército en la Uruguayana y de un Gefe paraguayo que se decia haberse pa- sado á los brasileros en Mattogrosocon tres mil hombres, se decia que aun le quedaban á López ochenta mil hombres, que lo que ha presenciado el declarante es que en Humaitá, des- pués del combate del 24 de Mayo, le quedaron como diez mil hombres, que el estado del país según ha oido decir á los mismos paraguayos, y lo que ha presenciado el mismo que de- clara, era el mas lamentable, las familias con sus pequeños hi- jos en una desnudez completa y estenuados por el hambre ; que ha visto en un rancho, cuando lo trajeron á Luque, como treinta mujeres con sus criaturas desnudas completamente, pre- sentando el cuadro de una miseria espantosa, que es tal el ter- ror que ha presenciado en las familias paraguayas que al nom- brarlo á López, caen de rodillas como en adoración al mismo Dios. Preguntado — Si tiene alj^unos otros pormenores que agregar á esta su declaración, relativos al Presidente López, su admi- nistración y estado general del país : — Dijo, que lo que puede agregar es que, en aquel pais de doce años arriba, eran los varo- nes obligados al servicio de las armas, que en la Angostura la mayor parte de la tropa eran muchachos, que lo mejor de la fuerza la tenia en las Lomas de Gumbariíí, donde estaba el mismo López. Leida que le fué esta declaración, dijo ser la misma que ha prestado, bajo la fé de juramento, que no tenia que quitar ni agregar ; por no saber firmar hizo una seña de cruz, firmándolo dicho señor y el presente Secretario. F. Olegario Orquera. f Anlemi— Juan Sinclair. Awtorulad de larclaelow. laos s«\^erlovcs á mcv- ceA i\e los íiif eráovcs. El alférez Vicente Goybuni me ha dado cuenta de que el cabo Silverio Fernandez, del Regimiento No. 7, enfermo en el hospi- tal general, le habia dado parte de los abusos que se estaban co- metiendo en el hospital, y que son : que cuando el practicante 23 — 354 — Talayera mandaba una fio las salas del hospital, tenia consigo un primo suyo llamado Zoilo Kccaldc como enfermero, á quien depositaba todos los víveres destinados á los enfermos, y quien hacia uso de ellos á discreción. Que el cabo noticiante fué una ocasión cala carneada y de orden de Talavera, entregó todo el sebo de una rez á Recalde, quien hizo de él uso particular, que el mismo Recalde por valimiento de Talavera ha pasado como enfermo al hosj)iial de Cerro León y (juc no estaba enfermo. Que una vez cuando el Alférez Cirujano N. González le asistía en la sala, le dijo, para que le curase de un mal que padecía y no le hizo caso. Campamento en Pikysyry, Noviembre 18 de IS68. Hilario Marcó. Campimcnlo en Pikysyry, Noviembre 21 de 1868. De orden Suprema, castigúese cincuenta palos en círculo al practicante Felipe Talavera y de alta en el Batallón No. 40 á servir en clase de soldado. El soldado Zoilo Recalde, cien palos en circulo y de alta en el Batallón No.. 3. F. I. Resquin. En cumplimiento de la Suprema orden antecedente, yo el infrascripto, Capitán Comandante del Batallón No. 9, mandé castigar en círculo de tropa de parados con 50 palos al practi- cante Felipe Talavera, y con 100 dichos al soldado Zoilo Recal- de, destinando en seguida el 1. ^ á servir de soldado al Batallón No. 40, y al segundo en el Batallón No. 3, y para constancia, fir- mo en este Campamento de Pikysyry, Noviembre 21 de 1808. Cándido Mercado. i\c clases y ciii^sa de tjii dvísíoíi. Cabo 2.^ Trifon Olmedo, del Batallón No. 1, se halla ence- pado desde el 29 del mes próximo pasado, por haber licenciado al soldado Clemente Duarte para irá comprar naranjas á distan- cia de una cuadra y media, quien aprovechándose de la ocasión, se desertó y no se ha capturado hasta la fecha. Los Sargentos Concordio Correa y Marcelino Torres encepa- dos el 9 del corriente ; el 1. ^ por haber despachado dos sóida- — 355 — dos solos á leñar, de donde se desertó uno de ellos, llamado Ignacio Caballero, quien fué capturado : y el 2. - {)or haber dejado de partear al citado desertor, creyendo que estuviese en el rancho con el Sargento Correa ; ambos pertenecen al Batallón No. 13. Sargento ¿.^ Agustín Estigarribia, encepado el 11 del cor- riente, por haber abandonado su cuer])o de noclie. Soldado Ensebio Rindiar, del Batallón No. U, encepado el 11 del corriente por igual causa del antecedente. Sargento 2. ^ Félix González del Batallón No. \\, encepado el lo del corriente, estando de guardia con el Teniente Pascual Valiente durmió sentado, y por esta falta le ordenó para hacer porta y no obedeciéndolo, le dio dos cintarazos. Alférez 2. ^ Policarpo Guillen, del Batallón No. í)3, arres- tado el G del corriente, por haberle desertado de su cargo un soldado del trabajo, quien fué ya capturado. Teniente 2.^ Saturnino Ortiz, del Batallón No. 37, arres- tado el 7 del corriente por haber licenciado á un soldado estan- do de facción en la guardia de campo. Sargento 2. ^ Leandro xVcuña, del Batallón No. 29, encepa- ndo el 4 del corriente, por haber cortado un dedo de la mano del soldado Baltazar Gavilán, que estaba atajándole un espinazo de carne, siendo ambos rancheros. Cabo Silverio Flores, del Batallón No. ol, ence¡)ado el 8 del mes próximo pasado, por haberle desertado un soldado estando de guardia, quien fué capturado. Total 10. Can;paaicn[o cníikysyry, Octub¡cl7de 1S6S. Teri'lVtísiimcstva ácl sistema ils csii>lciiiir4|c y ilela- cloia cslal^lci'iilo ea el ^aragu'Ay. Batallón No. 29. El Alférez Elias Armoa, que se hallaba de guardia en la co- misaria, el sargento y los dos cabos de la misma, que no advir- tieron el robo que ejecutaron de frutos, el cabo Ángel Bolaíio en complicidad del cantinela de la misma guardia, soldado Lá- zaro Gumbarity, de Orden Suprema queda suspendido de su empleo el citado alférez haciendo. servicio de sargento dentro el cuartel de su Batallón -. el Sargento que no se ha nombrado que se hallaba do guardia, sufrirá cuarenta palos y suspendido de su empleo, haciendo el servicio de Cabo adentro de trinchera, lo mismo que el suspendido Olicial -. los Cabos de dicha guar- dia sufrirán treinta palos en circulo, con suspensión de su cm- — 356 — pleo, haciendo el servicio de soldado en la forma que queda or- denada : el Cabo Ángel Bolaño sufrirá la pena de ochenta pa- los en círculo y rebajado á la clase de soldado, h dormir de noche en la guardia de bandera, haciendo servicio de rancho bajo de vijilancia : el centinela cómplice de Bolaño, soldado Lázaro Cumbarity, sufrirá ochenta palos en círculo y en liber- tad á servir á su compañía bajo de vijilancia, debiendo hacer en- tender á los dos ladrones que debían ser fusilados y que por clemencia del Exmo. señor Mariscal, Presidente de la Kepúbli- cay General en Gefe de sus Ejércitos, se le han conmutado la pena. El soldado Ventura Cano, que se halló también de centinela cerca de Lázaro Cumbarity y que no ha dado parte á su cabo, sufrirá cincuenta palos en círculo y en libertad, cometiéndose la ejecución al Gefe de dicho cuerpo Sargento Mayor José Ori- huela, previa notificación á los reos, debiendo sacar copia de esta sentencia paj-a constancia, devolviendo el original en cum- plimiento de lo mandado. Cauípamento en Pikysyry, Noviembre 2 de 186S. F. I. Resqiiin. • He cumplido la respetable Suprema Orden á mí cometida, y les hice entender á los dos ladrones que debían de ser fusilados y que por clemencia del Exmo. Sr. Presidente Mariscal y Gene- ral en Gefe de sus Ejércitos, se les ha conmutado la pena, que por constancia firmo — Campamento en Pikysyry, Noviembre 2 de i868, JoséOrihuela. l^esovlc i\c \a t\lsci\Uina en e\ ejévcUo i\e tioi^cz y esipllc'Acion t\c obediencia ciega . ESPINILLO. De orden Suprema, el Sargento Antonio Amarillo, del Bata- llón No. 19, suspendido de su empleo, haciendo el servicio de cabo. Soldado Pedro Sarco, 4. ® Regimiento de Artillería, 40 palos y á servir bajo de vigilancia. Teniente Francisco Céspedes y Alférez Rosendo Céspedes, amonestados y en libertad. Teniente José Gamarra, amonestado y seis guardias dobles. Cabo Manuel González, 30 palos y en libertad. Soldado Elíseo Giménez, 100 palos en círculo y á bandera. — 357 — Sargento Saturnino Veron, amonestado y en libertad. Soldado Valeriano Acosta, 2o palos y en libertad. Alférez Juan Largosta, del Batallón No. 29, ocho guardias dobles, con fusil y privación de espada. Cabo Antonio Gliauíorro, rebajado tá soldado y 25 palos. Soldado Dolores Amarilla, 4.*^ Regimiento de Artillería, pasado por las armas. Teniente Nicolás Ferreira, amonestado, y 4 guardias dobles. Cabo Claudio Palacios, y soldado Olegario Laguardia, pasados por las armas, amonestándose severamente al Alférez Patricio Pereira, por no haber tomado pronta providencia. Campamenlo en Paso Pqcú, Enero 13 de 1S6S. Francisco I. Resquin. A S. S. el señor General Brujnes. Campamento en Paso Espiaiilo, Enero 13 de 1S68. Habiendo recibido con la debida consideración la precedente tlista providenciada de orden Suprema, hice cumplir las penas, castigos y amonestaciones en ella ordenadas, dando orden que los tres cadáveres sean sepultados en el cementerio general del Ejército. Y dando cuenta de su cumplimiento le devuelvo á Y. S. JoséM. Brujnes. Sistema liiicims\lovli\\. Proceso por haber dudado del éxito de la guerra. Esplicacíon de la pretendida unidad de acción y valor del paraguayo, lo que hace el espionage. téngase presente que quienes acusan son niños de doce y catorce años. Relación sobre las espresiones proferidas contra la Patria por el soldado Pedro Gautó, del Escuadrón suelto de Villa Fran- ca, que formo yo el infrascripto de orden Superior poniendo por cabeza el Oficio del Comandante de aquella Villa. I Viva la República del Paraguay ! ^Tengo el honor de llevar al conocimiento de V. S. que el oficial telegrálico de la Estación Provisoria en esta, Juan Cli- mado Valdovinos me ha pasado parte que el joven llamado Dionisio Gallan, le habia dicho que ahora cerca de dos meses. — 358 - ha oido hablar a! sohlado del Escuadrón de esta, Pedro Gaiito, queso hallaba do chacarero en la chacra del estado «iíogadone» por asunto de la guerra actual con una mujer que iba en reti- rada en la Villa del Pilar, cuyo nombre se ignora, y que entre h conversación que han tenido, Gautó habia dicho á la mnger, que todos los esfuerzos que el Supremo (jol)ierno de la Pvepú- blica cstai)a haciendo eran ya inútiles, por razones que los enemigos ya nos iban agarrando á todos, y que únicamente por prudenciar r¡n poco mas, el Gobierno estaba haciendo un esfuerzo simulacro, y que ha oido también estos dichos el jíWen llamado Del Pilar Yegros, i)orquo los dos estaban juntos cerca de ellos, en su consecuencia llamé ante mí á los dos jóvenes y tomándoles á cada uno separadamente su declaración, salieron contestes el uno con el otro. Seguidamente llamó ante mí al soldado denimclado y pre- guntándole sobre el particular y cá pesar do los esfuerzos (juc hice para sacarle la verdad, él so puso de todo negativo y en resultas lo mandé asegurar con una barra de grillos hasta la Suprema deliberación de V. S. Es cuanto tengo el honor de elevar al conocimiento supe- rior de V. S. Dios guarde á Y. S. muchos años. Yila Franca. Abril S de ISGS. Isidro José Arze. ñor Brigadier Genera' sion del Sud. A S. S. el señor Brigadier General Comandante de la divi- Interrogado el joven Del Pilar Yegros sobre las mencionadas producciones de Gautó, dijo *• que siendo él uno de los cuida- dores de aquella chacra al mando de Gautó •• estuvo una tarde como á ías'tres sentado en un cuero en tierra en el corredor de la casa de la chacra con otro joven de la misma, llamado Dionisio Galean, estando al mismo tiempo Gautó sentado en una hamaca y una mujer, oyó las palajjras siguientes : «nues- tro Superior ya por demostración, procura y por no mostrar de que ya so e'ntrega del todo porque tiene ya poca gente» que («auto no aclaró mas de la manera que se refiero, pero que el declarante entendió que hablaba por el Exmo. Señor Mariscal Presidente do la República y los enemigos, que la dicha paisana no movió ni una palabra en contestación, manifestando úni- camente un semblante medio risueño cuando lo hablaba, que ignora el nomjjre y vecindario de la referida mnger, pero presume que hubiese sido concubina de Gautó, porque andaba y dormia con este, por el tiempo de tres y cuatro dias y des- iraes pasaba habitando dos y tres dias en una casa en tapera, de donde volvía á la chacra'; que el caso sucedió como tres ó cuatro dias antes de la arribada de las corazas enemigas; que - 350 - después de uno ó dos días del suceso, pasó aquella paisana al lado de la capital. Que al levantarse con Calcan de sobre el cuero en que estu- vieron cuando lial)l(!) Gautó, se dijeron uno á otro de que seria bueno dar parte de aquellas producciones, pero como no tuvie- ron enteramente lugar por las ocupaciones de la cliacra, no pudieron dar parte mas tempranamente, hasta que después de algún tiempo pasaron cá la misma chacra dos oficiales telegrá- ñcos, de apellido Martínez y Yaldovinos, y á este refirió el caso primeramente su compaíiero Galean, mientras el deponente estuvo en la copuera y cuando volvió de allí averiguó con (\ Yaldovinos, y se lo refirieron juntos todo el caso, y al siguieníe dieron parte en la Comandancia ; dice Yegros ser de doce años de edad. Interrogado seguidamente el joven Dionisio Galean sobre las mencionadas producciones de Gautó, dijo que como cuatro (lias antes de la arribada de las corazas enemigas, en circunstancias que como á las tres de una tarde estuvieron el declarante y su compañero Del Pilar Yegros, sentados en tierra sobre un enero, el soldado Pedro Gautó en una hamaca y una muger cuyo nombre y apellido ignora, sobre la reguera del galpón que sirve de corredor en la chacra del Estado denomi- nada «Bogadone» habló Gautó sobre la guerra actual, diciendo primeramente «muchos de nuestra gente han muerto» y en seguida dijo, por S. E. el Sr. Mariscal Presidente de la Repú- blica— devalde procura nuestro Superior, porque ya no puede y únicamente por no demostrar de que ya se entrega, procura un poco todavía» — diciendo también en seguida — «Parece que vamos á i)erder» — esto dijo, hablando sobre la misma guerra -. que las espresiones dichas dirijió Gautó cá la referida muger que estaba con ellos, pero que ella no le respondió ni una palabra, ni tampoco manifestó agrado ni desagrado, porque estaba con semblante muy formal : (jue ignora de qué vecindad sea aquella paisana, pero cree sea del Departamento de la Yilla del Pilar, porque cuando se retiraron los vecinos de por ahí, fué ella á detenerse por las inmediaciones de la citada chacra y trabó amistad con Gautó, porque iha á dormir de noche con él y por la mañana volvía á su habitación que era una casa dejada por una vecina, que también le refirió ; que como dos días después del caso, pasó dicha muger para Vi lleta, ignorando el deponente que por donde andaría, bien que ella decía de que iría únicamente á ese partido por no tener ni saber donde irse. Que Gautó no habló otra ocasión en presencia del de- clarante, profiriendo iguales producciones : que solamente á cuantos pasajeros que iban del lado del Ejército, siempre pre- guntaba de los sucesos de la guerra, y algunos le referían de haber muerto muchos enemigos, pero que jamás ha habido en esas conversaciones cosas desagradables ; que el declarante es vecino de Villa Franca, que se ocupaba al servicio de dicha - c60 - chacra en clase de soldado de milicia urbana, que los demás soldados de la chacra, escepto Yegros no oyeron la producción de Gautó ; que el deponente y su dicho compañero Yegros se convinieron luego para dar parte del suceso, pero como no tuvieron proporción no lo hicieron inmediatamente, hasta que como veinte y tantos dias después, cuando los oñciales de la Telegrafía pasaron á colocar su máquina en la misma chacra, relirió el caso el deponente á uno de ellos de apellido Yaldovinos, y este averiguó bien con Yegros y bien enterado del suceso, dio parte al Comandante de Yilla Franca •• que el declarante recuerda que no hizo su denuncia á Yaldovinos tan luego como llegó á la chacra sino como tres dias des- pués, que el dia que hizo su denuncia de Gautó, tuvo la diferencia con este motivo de haberse perdido algunas balas de plomo de su caja y puso por el que declara •• que en una disencion dijo Gautó ál deponente de que era traicionero y descendiente de los Cambai á lo que se le contestó, de que él era traicionero, porque habló contra la Patria ; que antes de la diferencia que tuvieron, dijo el que declara por dos veces á Gautó de que lo delatarla por aquellas espresiones ; y que desde entonces les apuraba mas á él y á Yegros á los trabajos de la chacra, por cuanto no pudieron hacer presente al Comandante de la Yilla y dijo de ser de catorce á quince años de edad. Para continuar las interrogaciones en averiguar bien todas las circunstancias del crimen de Gautó denunciado por Gatean y Yegros, ayer diez y ocho del corriente mes de Abril como pasado de las ocho de la noche, fué de la mayoría el Alférez Ignacio Caballero, del rejimiento níim. 7, cá conducir al reo Pedro Gautó, á quien lo trajo al calabozo de este campo, con el cabo Antonio Guerren y dos soldados del batallón núm. 12, montado en su caballo, y habiéndolo traído, dando vuelta por el camino real inmediato, que se halla al Oeste del corral grande, al salir atado de la guardia de prevención del Trozo de Infantería, sintieron los conductores de que Gautó se de- gollaba y que con la brevedad posible el Alférez Caballero le habia agarrado á Gautó del brazo, pero ya después de haberse inferido la herida en la garganta, y no halló arma alguna en la mano del suicida, que allí mismo Gautó se encontró en mal estado ; en cuyo paraje fué primeramente el Sarjento Ma- yor, ciudadano Jos^é Palacios, con el Alférez, cirujano, ciuda- (lano Julián Quevedo, quien inspeccionó al herido y halló que se hallaba en estado de no poder hablar y lo condujeron á la guardia citada del Trozo de Infantería. Estando allí, pasé yo con un sarjento y llamando íi los dos cabos de la guardia, los puse en disposición de prestar juramento al citado reo, á quien interrogué en los términos de ordenanza, pero ya no pudo hablar, aunque se hallaba con gran fuerza y haciendo il «~ 361 — revoltijos sobre el enero en que estaba tendido, y al ver el estado del herido lo c^íliorlé por todo estilo, ordenándole me respondiese y declarase quien le habia herido, y con qué ins- trumento y que si no podia hal)lar me indicase con señas si era él el que se habia inferido la herida, pero no he conse- guido me diese ninguna respuesta hablando, ni con señas. Seguidamente jiice llamar otra vez al cirujano que lo habia inspeccionado, y tomándole juramento en forma de ordenanza, le ordené inspeccionase de nuevo y me diese su esplicacion de la herida, y practicándola debidamente dicho cirujano, dijo: que la lierída del soldado reo Pedro Gautó, estaba en la la- rinje y que se cortaba el exófago, que no era punzante, sino cortada hecha con instrumento cortante, teniendo de dimen- siones tres pulgadas y de profundidad una y media, dichas con el conducto del exófago que la herida no i>ermitia pro- nunciación de palabra, por cuanto ya no hablaba Gautó y que según su leal entender, la herida era muy peligrosa. Esta mañana se dio parte por la guardia en que quedó vivo con la herida costureada el reo Gautó de que éste ha muerto. Inmediatamente hice reconocer por el mismo Alférez ciru- jano Julián Quevedo por ante los mismos cabos déla guardia, si estaba muerto el reo Pedro Gautó y declaró Quevedo des- pués de haberlo reconocido muy detenidamente, de estar muerto Gautó. Seguidamente se le quitó al cadáver las pri- siones que tenia y se mandó dar sepultura en lugar profano atrás del cementerio de este campo, como suicida que es, se- gún los conductores. Al difunto ya le recibí ahora algunos di as por un momento en seguida de las interrogaciones que les hice á los denuncian- tes, declaración, y á las primeras preguntas se puso negativo, pero luego con las exhortaciones que le hice á que hablase la verdad y no mintiese y me contestase, declaró que cierta- mente habló algunas palabras, de las que yo le echaba en cara, en vista de su tenacidad de no qaerer declarar, con arreglo á lo que arrojan las relaciones de los denunciantes Galean y Yegros, pero no asenté en aquel acto por pasar á otras ocu- paciones, y por decir también Gautó, en aquel acto, de que no tenia bien presente sus producciones, pero que según se habia denunciado como se le hacia cargo verbal, arreglado á las re- laciones asentadas que por su tenacidad se le echó en cara, recordaba ya; y enseguida hice conducir otra vez á la guar- dia de la mayoría, de donde pasó al calabozo ; por todo lo cual dio Gautó á entender de su convencimiento del crimen de que fué acusado. El instrumento con que pudo haberse herido el reo Pedro Gautó ha sido buscado esta mañana temprano por un sár- jenlo y un cabo con un soldado en mi presencia, en el mismo - 362 - paraje cn que sucedió la desgracia, y no se pudo hallar aun por toda laiumediacion, habiéndose ya buscado anoche con todo empeño. Para hacer constar el modo con que sucedió la desgracia, hice traer á mi i)resencia al Alférez Ignacio Caljailero, que se liallaba en arresto, y le interrogue sobre el suceso, dijo -. que ayer á prima noche le envió al calabozo el sarjento mayor, ciudadano José Palacios, á conducir al reo Pedro Gautó para tomar la declaración, y habiéndolo conducido con un cabo y dos soldados guardianes del mismo calabozo, vinieron ]ior el lavadero de la retaguardia de los cuarteles del batallón núm.9 y poco antes de descargar una guardia de la orilla del ro- sado, el soldado que venia trayendo de un pedazo de soga el montado del reo, vio que el reo hacia movimientos para de- gollarse y avisó al dejtonente, y al instante pasó á agarrarle al reo del brazo derecho, del lado iziiuicrdo del caballo y enton- ces estaba ya Gautó degollado, pero la mano vacía, porque ya no tenia ningún instrumento cortante ; que cuando el soldado le dio el aviso, el declarante vino haciendo caminar ai mon- tado del reo, por cuanto venia muy cerca del que hice traer del calabozo, al reo no lo rejistró para ver si tenia alguna arma, pero que eso fué por falta de precaución, y por otra parte, como el reo difunto estaba ya preso y bajo centinela en el calabozo, no pensó que tuviese arma alguna : que los nombres ni cuerpos del cabo y dos soldados que los trajo de custodia, no sabe el deponente-, que aunque estaba oscura la noche vio también el que declara, cuando Gautó tenia la mano tocada á la garganta tan luego que le avisó el soldado que traia el caballo ; que tan luego que sucedió la desgracia, pasó el de- ponente á dar aviso á la mayoría ; y que lo declarado estcá con- forme al acontecimiento, sin haber faltado á la verdad. Seguidamente interrogué al cabo Antonio Guerren del bata- llón núm. 12, que era custodia del difunto Pedro Gautó sobre las circunstancias del suceso de la desgracia de este reo en la noche del 18 del corriente, dijo: que siendo el guardiero del calabozo de este campo ; el dia 18 del corriente fué un oficial, cuyo nombre y apellido ignora, á traei' á un reo engrillado que no'síilje su nombre y apellido, y envió al declarante y los solda- dos Andrés González y xVntonio Zamudio, todos de su cuerpo, el oficial de guardia de custodia con el oficial conductor ; y ha- biendo conducido al reo montado en su caballo, trayendo h este déla soga el soldado González, el deponente á la izquierda y Zamudio á la derecha, y el oficial atrás del reo entraron en el lavadero de los cuarteles del batallón núm. 9, para salir á la mayoría de este campo y como dos cuadras antes de alcanzar una guardia que estaba en la orilla del rosado vio el soldado González (iñe el reo hacia movimientos para degollarse, y en- tonces dio su aviso con esta advertencia, al oficial conductor, ^ 363 .. con prontitud pasó á agarrar del brazo derecho al reo, á quien ya se lialló con la herida en la garganta, pero la mano vacía, lo bajaron del caballo y lo rejistraron, pero no le hallaron ningún instrumento cortante, y en seguida pasó el oficial á dar pai'te á la mayoría de la desgracia, que para sacarlo al reo del calabozo no lo rejistró el oficial, que por el camino, el difunto reo no habló ninguna palabra ni tampoco hizo ningún ademan que indicase el hecho; pues que Gautij se infirió la herida en la garganta y no otra persona ; que todo lo declarado es la verdad. Hoy dia 21 de Abril hice comparecer ante mí á los soldados Andrés González y Antonio Zamudio, que vinieron de custo- dia con el cabo Antonio Guerren, cuando el Alférez Caballero condujo del calabozo al difunto reo Pedro Gautó, é interrogán- doles juntos sobre las circunstancias del suicidio mencionado, dijo González -. que ahora cuatro dias, estando ellos de guardia en el calabozo de este campo, fué allí un oficial que no cono- cía, (á traer á la mayoría un reo engrillado, que también ignora su nombre y entonces su oficial de guardia, el sub-teniente M. Leguizamon, de su mismo cuerpo, del batallón núm. 12, ordenó al sarjento de la guardia para enviar al cabo Guerren el deponente y Zamudio ; que el declarante trajo al reo mon- tado en un caballo que lo tiraba de un pedazo de soga, el cabo y el otro soldado en los costados y el oficial atrás, haciendo caminar al caballo con su rebenque y cuando traian ó venían por el Lavadero de la retaguardia de los cuarteles del bata- llón núm. í), el que declara, por momentos venia dirijiendo su vista al reo, y en una de sus miradas vio á pesar de ía oscuri- dad de la noche, que era como cerca de las ocho, cuando el reo hacia movimientos de cortarse en la garganta y por eso al instante dio su aviso al oficial y cabos ; con tal motivo con prontitud pasó el oficial á agarrar de la mano al reo, que lo bajó á tierra pero no se le halló en la mano ningún instrumento cortante, y apesar de haberse buscado por el suelo y por toda la inmediación, no pudieron hallar, pues cree que al tiempo de ser agarrado el reo de su brazo, pudo haber saltado el instru- mento con que se dio la herida, que no ha visto si ha sido rejistrado el reo para traerse del calabozo si tenia ó no alguna arma y que asegura que el difunto reo se infirió la herida por sus propias manos, y que todo lo relacionado es verdad. El soldado Zamudio dice, que todo lo declarado por González es conforme al suceso y que él de su parte no tiene que aíiadir ni quitar á la narración de este, por ser todo verdad, sin haber en ella la menor falsedad. Campamento en San Fernando, Abril 21 de 1S68. Vicente Ahalos. — 364 — Coia^o l^voccsal^a liO\)cz— FaUa i\c ileíciisa. Regimiento No. 4. — Relación del soldado Antonio Iuala del espresado cuerpo, vecino de quindy, qie desertó el í8 del corriente mes. (1) Dice, que la mañana del espresado dia desertó de su cuerpo con la intención de pasar á su partido á ver á la mujer Teresa Almiron, que le ha criado, y cuya ausencia lees sensible, pero' habiendo entrado en Tacuaty, distrito de este partido de Villeta, le capturó su sargento que habia estado vigilando esos lugares, según se lo dijo el mismo capturante, quien le entregó al te- niente ciudadano Ca^jano Romanen Yuquito y este le hizo con- ducir cá esta mayoría. Por tal motivo, queda el citado prófugo encepado en la guar- dia de su cuerpo. Campamento en í'ikysyry, Octubre 21 de 1SC8. Jlilario 31 arcó. Campamento en Pikysyry, Octubre 23 de 1868. De orden suprema, pásese por las armas al soldado desertor Antonio íraladel Regimiento núm. 4. ^ capturado en Tacuaty. F. I. Resquin. En cumpHmiento de la suprema orden que antecede esta, hice pasar por las armas al soldado desertor Antonio Irala, capturado en Tacuaty, para que conste, íirmo. Campamento en Pikysyry, Octubre 23 de I8GS. Benito Rolon. Batalon Ní!M. 41.— Relación del soldado Matías Vera del es- PRESADO, VECINO DE SaN JcAN BaUTISTA, QUE DESERTÓ DE ESTE PUNTO EL 23 DEL PRESENTE MES. Dice, que la siesta del dia espresado desertó de su cuerpo sin motivo alguno, con la intención de pasar á vivir en el partido de Itariguá donde dice tener su familia ; que al siguiente dia de su deserción le capturó un hombre en la cañada de Aldana, ju- (1) So encontraron mas de vcílíc úrdcncs por el estilo de esta cnire los pa- peles oncoulrados ú López. - 365 — risdiccion de Itá y le condujo al señor ge fe de IMilicias respec- tivo, quien le hizo remachar una barra de grillos, le mandó al calabozo y le remitió á esta mayoría. Por tal motivo quedad prófugo con la misma posición en la guardia de su cuerpo. Cumpaniciiloen Pikysjry, Noviembre 3] de 1SG8. IlUario Marcó. Campamento en Pikysyry, Diciembre 10 de 1S68. De orden suprema pásese por las armas al soldado desertor Matias Yera del batallón núm. 41 capturado en el partido de Itá. F. I. Resquin. En virtud del supremo decreto de fecha de hoy ha sido pasado por las armas el soldado desertor Matias Vera del batallón núm. 41 capturado en el partido de itá y para que conste el cumpli- miento de la suprema orden del Exmo. Señor Mariscal Presi- dente de la República, firmo el presente en este Campamento de Pikysyry á 10 de Diciembre de 1868. Francisco Roa, lia slelaclon coísso laeillo i\c venganza. ¡ Viva la Replblica del Paraguay ! Con todo mi respecto doy parte á V. S. que el prisionero de guerra Bernardo Encrito Pinto me ha dado parte de que el sar- gento Francisco de Pablo Montero igual prisionero, le habia contado haber oidoá Antonio Garballos de Sosa amenazará An- tonio Moreira de Sosa, para poner al conocimiento de la autori- dad competente por las repetidas invitaciones que les hizo para desertarse al campo enemigo. En esta virtud hice las interrogaciones que demanda el caso entre ambos pretendientes de la fuga, y resulta ser el, Antonio Garballos de Sosa, fué que le hizo la invitación y no el Antonio Moreira de Sosa en cuyo estado hallándose complicado según — 3% — sus relaciones, mandé asegurar á los dos con la prisión do una barra de grillos. Es cuanto tengo el honor de poner al conocimiento de Y. S. para lo que haya lugar. Dios guarde ix Y. S. muchos años. CampaiiiciUo cu Paso Pacii, Diciembre 21 do 1SG7. Maíias Goyhuní. Seíior General Comandante de la División del Sud. Campamento en Paso Plicü, Diciembre 30 de ÍSG7. De orden suprema, pásese por las armas á los prisioneros de guerra Antonio Carballos de Sosa y Antonio L'oreira de Sosa que convinieron desertarse al enemigo, cometiéndose la ejecución ai capitán de caballería ciudadano Matias Goyburú. F. 1. licsquiu. Campamento cu Paso Pucú. Diciembre 30 de 1SG7. Estando cumplida en debida forma la Sü¡)rema orden que antecede, la devolví á S. S. el señor General Comandante de la División del Sud con la diligencia del cumplimiento y para constancia firmo : de que certifico. Mallas Goyhv.rú, I YiVA LA República del Paraguay ! Exmo. señor: Con el debido respeto comunico á Y. E. que he puesto pre- sente la orden de V. E. al señor general Resquin para que me hiciera conocer ó aprender á tener juicio, pues que á mi me fal- taba grandemente, que en efecto, el señor General me hizo ver con tanta claridad mis faltas en esta ocasión (jue me ha dejado únicamente lugar para ver con mas lucidez la benignidad que Y. E. jamás descanza de alcanzarme, por tanto, Exmo. señor ; mi aber bueno de haber tenido el atrevimiento de pedir perdón á Y. E. y arrepentido de la ingratitud con que he correspondido — 367 — á V. E. á la confianza con que V. E. me lia elevado con esta oca- sión, movido de mi conciencia pido á Y. E. justicia y no per- don, porque soy indigno de ello, porque no he sabido portarme y hubiera hecho cualijuier sacriíicio en agradar á V.E. en las circunstancias y no repararen nada sino cumplir exactamente las órdenes de V. E. y marchar adelante, y esto no lo hice y lo que bien Exmo. señores faltar y faltaren cosa ruin y baja y no remediar á su tiempo y asi señor, justicia. Es todo lo que me cabe comunicar á V. E. en esta ocasión. Diosguardela vida de V. E. por los diasde la patria, muchos años. Campamento Briíc, Diciembre 10 de 1867. Julián Nicanor Godoy. Exmo. Señor Mariscal Presidente de la República y General en Gefe de sus ejércitos. Diciembre 10 de 1S67, Para la administración de justicia que el mayor Godoy solicita pase al Brigadier Resquin para que nombrando un fiscal, levante el correspondiente sumario y con la sentencia dé cuenta. LÓPEZ. Oráeii V*á¥líai"i\ solirc üescrcioii. I Viva la Repiclica del Paragiay. De orden del Exmo. Señor Mariscal Presidente de la Repú- blica y General en gefe de sus ejércitos, se establece los castigos siguientes : A ¡os que duermen estando de guardia. i.^ El oficial será preso y dado cuenta á S. E. 2.° El sargento sufrirá -^Ó palos de parado. 3. ^ Los cal30s serán castigados á 40 palos. 4. ^ Los soldados á veinte y cinco palos. Alos cmfleados y coslados de Jos desertores que hacen su fuga estando fuera déla compañi a. -1.^ Los dos soldados del que se deserta, á veinte y cinco palos. 2.^ El oficial encargado de la tropa de que se deserte algunos de ellos, será preso y dado cuenta al supremo gobierno. 3. ^ El sargento oO palos de parado y destinado en su compa- - 368 - ñia á servir un mes en clase de soldado y otro en la de cabo, cumplidos estos dos meses volverá i\ su clase de sargento. 4. ^ Los cabos sufrirán á 40 palos en círculo y destinados en su compañía á servir en clase de soldado dos meses, cumplidos volverá á su clase de cabo. Esta orden se entiende con las tropas ó partidas que salgan de la compañía á cualquier trabajo ú ocupación á cargo de los res- pectivos empleados. Campanienlo en ti Paso de la Patria, Marzo 25 de 1866. Es copia. Francisco I. Resquin. ILsi^ViciicloM «lela lAes^'^^^^í^clo». ¡Viva la República del Paraguay! De Orden Suprema despacbo á novecientas mugeres á cargo del Alférez Ignacio Romero, con treinta de tropa armados, para escoltarlas basta ese punto, debiendo vd. bacer lo mismo basta el cerro de Aruaí, de allí á Paraguarí y de este punto áCuacupéal otro lado de la Cordillera, para que el señor Gefe de dícbo parti- do de Caacupé las baga acomodar en los partidos mas lejanos de aquella parte de dicba Cordillera, á fin de que tengan lugar de bacer algunas plantaciones de porotos, andaices, etc., etc. Para cuyo efecto jirará este oficio basta la Gefatura de Paraguarí y Caacupé. Dios guarde á vd. mucbos años, campamento en Pykvsyry Di- ciembre 18 de 18G8. Francisco I. Resquin. Al Sr. Capitán Ciudadano Bernardo Amarilla. / Viva la República del Paraguay! De orden Suprema despacbo otra porción de 640 mugeres ve- cinas déla Yilleta 170 dicbas de diferentes distritos para que, como la vez anterior, sean escoltadas para seguridad del tránsito desde el Paso de Yuquity con 30 bombres de caballería bien ar- mados á cargo de un Oficial basta el cerro de Aruaí, si allí no hubiese guarnición, basta Paraguarí, si no bubiese, de cuyos puntos marcharán á la Capilla de Caacupé, con prevención de que el señor Gefe de aquel partido inmediatamente ala llegada de dicbas mugeres mandará distribuir en las otras Capillas del centro de aquella parte de la Cordillera, cuidando de que se ocu- — 369 - pen utilmente en la agriciiitiiraú otros ramos, para agenciar su subsistencia h cuyo íln les proveerán de los auxilios que se pue- dan. F. I. Resquin. AI Capitán Comandante del Destacamento de Yuquity y los señores Gefes de Paraguarí y Gaacupé. Campamento en Tikysyry, Kovieiribre 13 de 1S63. De orden Suprema pásese por las armas al Teniente Manuel Sayas, dei batallón K° 22, por no haber querido levantarse ala diana cuando fué despertado para hacer servicio en el rancho, dio unos cintarazos á dos soldados que estaban cantando al frente de su cuarto en aquella hora, y no obedeció la orden ([ue le ha ira ido de su comandante del cuerpo, para entregar su espada al oficial de dia, diciendo que después .de verse con el comandante la entregaría. Francisco I . Rescmin. j. Campamcnío en Nandipay, Noviembre 13 delSGS. Hice ya pasar por las armas al Teniente Manuel Sayas, en cumplimiento de la orden Suprema que Y. S. me trasmite. Manuel Montiel. Fusilamiento por conversar y palos por oír. ; Viva la RefíchUca del Paraíjuaij! Relación del soldado Cándido Ayala, de la compañía de Grana- deros del Batallón número 3, ij es como sigue: El referido soldado anoche estando en la fogata con otros com- pañeros de su misma compañía, refirióles los dichos y ofertas que los enemigos les hacian andando en la Vanguardia al mando del Sargento Mayor ciudadano Benito Rolen en ocasiones de ha- llarse de donde se percibían unos y otros: y en una de ellas le dijo, «vengan entre nosotros, echen los ponchos de cuero, aquípasa- — 370 — moíLien, no Irs im dü faltar nada, y olviden á vuestro Presiden- te, ese indio viejo baiTÍ.L;(MU) y en este momento (¡ne el Coman- dante del rnerpo se hallaba inmediato de ellos, les oyó la conver- sación: al j)ronto les reprobó y cortó, diciéndoles, fállense, quien los ha facultado á referir semejanti^s diclios di; esos canallas, y (}ué tienen (jue decir, ni tachar á nuestro ilustre Mariscal, siendo el soberano mas bello y gracioso en todo el continente americano, llamando en seguida al soldado y preguntándole con que idea estaba refiriendo aquella conversación, cuando se dirijia á herir y tachar personalmente á nuestro Seíior Presidente, y dijo que referia sin malicia alguna, ignorando que seria reprobable, y al pronto liizo enceparlo en la guardia bandera, donde queda, dan- do cuenta al Comandante de la División. Cair.pam- nto en ?an Fernando, Abril 4 tic 1SG8 Julián N. Godoy. De orden del l-^xmo. Schor Mariscal Presidente de la Repúbli- ca y General en Gefe de su Ejército, pásese por las armas al acu- sado soldado Cándido Ayala del Batallón núm. 3, y castigúese á cincuenta palos á los individuos de su compañía que estuvieron con él oyendo la conversación: cometiéndose la ejecución de esta sentencia al Sargento Mayor Comandante de dicho cuerpo, quien en su cumplimiento liará constar los nombres de los casti- gados á palos para conocimiento. Campamcnío en Tcbicuary Abril 4 de IS6S. Francisco I. Reí^quin. En cumplimiento de la presente orden suprema, que con el debido respeto he recibido, para liacer pasar por las armas al soldado Cándido Ayala del batallón número I], por la causa arriba espresada, la hice cumplir hoy mismo con arreglo á ordenanza, haciendo así mismo castigar á cincuenta palos al sargento Faus- tino Sanabria, los cabos JoséFigueredo, Blas Giménez yá los soldados Baltazar Medina, Matilde Pino, Tomás Duarte, Cecilio Maciel y Canuto Gaicano, quienes estuvieron oyendo las provoca- ciones del espresado Ayala, y como el soldado Canuto Galeanu fuese castigado por equivocación del cabo con cuarenta y nueve I)alos, ordené le completara los cincuenta, los que cumplidos se me volvió como ofendido, pidiéndome le hiciera castigar mas si todavía faltaba, por cuya soberbia le hice castigar en el acto con veinte y cinco palos mas dejándole encepado. De todo lo que respetuosamente doi cuenta á V. S. Camparacnlo en San Fernando, Abril 4 de 1SG8. Julián Nicanor Godoy, -■ 371 — TíibV.^s 4lc HiUigve, 4^c IL". ^. LiO\^C2. fu."ilami!:kto en seis meses, pruer\ de uxa tira.ma atroz. Diario de Rcsquin. Campaniciilo de San Fcinando, 31 de Mayo de ISGS. Por ói'don supcriur furron pasados por las armas en Yiüa Franca los desertores Domingo Caballero y Juan López, solda- dos del batallón núm. i'^, capturados en los montes íh dicha villa, teniendo el primero dos heridas, una debida á él y otra á sus perseguidores. íl de de Junio. Por orden superior, fué pasado por las armas el brasilero esjiia enemigu,), Juan da Silva, también en deserción, el soldado de artillería de Tibicuary, José Dclvalle. 18 de Junio — Falleció el traidor Silvestre Silva do muerto natural. También por orden superior fueron pasados })or las armas los reos traidores do la capital Esteban Homen, Vicente Cabrera, Apolinario Diaz, Nicolás Medina, Gregorio Fcrreira y Félix Diaz. 22 de Junio — Por orden superior fueron pasados por las armas el desertor por tercera vez Antonio Babadila, del batallón núm. 43. También fueron pasados por las armas por orden superior los reos traidores de la Capital Juan Benitez, Antonio Barbosa, Francisco Pereira, Pió Ayala, Bernardo Pereira, Dio- nisio González yJoséDcvnae. 25 de Junio — Por orden superior fueron pasados por las ar- mas los re.os traidores engrillados Soto Diaz, Domin^^o Tala- vera, Bartolomé Mayo, Gaspar Morinigo, .AÜguel Giménez, Tomas Vázquez, José Maria Quintana y Germán Egiisquiza, todos traidores de la Caiútal. 28 de Junio — Por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores Vicente Ortigoza, Tomas Pedroso, Eujcnio Cáceres, Martin Morales, Tomas Cardoso, Galo Iturbe, José Manuel Ütazu y Vicente López, todos traidores de la capital, Falleció de muerte natural en un calabozo el desertor brasilero Pedro Antonio Alvcs. ■1 ^ de Julio — Por orden superior fué pasado por las armas el desertor Victoriano Zaraque, del cuerpo de remeros. 5 de Julio — Falleció de muerte natural en un calabozo el reo traidor Juan Gómez ex-Tenicnte Coronel. Otro si, el reo traidor Sotero Torres, soldado de caballería. C de Julio — Por orden superior fué pasado por las armas el desertor Eujenio Nuñez, soldado del regimiento núm. 19. 7 de Julio — Falleció de muerte natural el reo engrillado Emilio Loroman, de nación alemán. 9 de Julio — Falleció de muerte natural el reo engrillado Pa- blo Becaris, de nación italiano. También por orden superior -™ 372 — fué pasado por las armas el desertor Basilio Rivarola, del bata- llón ^23. 13 de Julio — Por orden superior fueron pasados por las ar- mas los reos traidores Juan Bautista Lescano, Marcelino Már- quez, Salvador Martínez, Zacarías Pereira, José Ignacio Garay, Manuel Cardoso, José Tomás Martínez, Serapio Escobar, Ra- món Infran, Juan de la Cruz Vera, Manuel Vieira, el cabo Án- gel Alderete, Basilio Villalba, Nemesio Benitez, José Luis Yote- lla, Manuel Montero Braga, Francisco Magallanes, Antonio Car- los de Oliveira y Julio Bautista Dacosta. li de Julio — Por orden superior fué pasado por las armas el reo traidor, alférez de caballería, Miguel Gayoso. i5 de Julio — Falleció el reo traidor, Juan Lenze Colomno, inglés. Falleció el reo traidor, Manuel Madruga, portugués. Falleció el reo traidor, Policarpo Garro, paraguayo. Falleció el reo traidor, Trifon Cañete, paraguayo. IC de Julio — Falleció el reo traidor Buenaventura Cáceres, paraguayo. Fué pasado por las armas el reo traidor Miguel Antonio Eloduy, menor y paraguayo. 17 de Julio— Falleció el reo traidor Manuel Bicinejui, italia- no. Falleció el reo traidor José Bedoya, correntino. 18 de Julio — Fué pasado por las armas el reo traidor Tomás Pisarclo. Fué pasado por las armas el reo traidor Gregorio Luibedo. 19 de Julio— Falleció el reo Isidoro Troche, paraguayo. Fa- lleció el reo traidor Domingo Purniez. 20 de Julio— Falleció el reo traidor Miguel Bergues, pa- raguayo. 21 de Julio— Falleció el reo traidor Agustín Elezdui, espa- ñol. Falleció el reo traidor Justo Benitez paraguayo. 23 de Julio— Falleció el reo traidor Clemente Velóte, para- guayo. 24 de Julio— Falleció el reo traidor Raimundo Ortiz, para- guayo. Falleció el reo traidor Estovan Luisaga, paraguayo. Falleció el reo traidor Agustín Piaggio, italiano. 25 de Julio— Falleció el reo traidor Carlos Orrute. Falleció el reo traidor Ignacio Galarraga, español. Falleció el reo traidor Escolástico Garesse, paraguayo. Fa- lleció el reo traidor José C. Fernandez, paraguayo. 28 de Julio— Fallecieron los reos traidores, Estovan Idelusis y Antonio Susini, italianos. 29 de Julio— Falleció el reo traidor José Angelo, paraguayo; y por orden superior fueron pasados por las armas, Santiago Oscarizy Manuel Cabral, paraguayos, y Cándido Vasconcellos, portugués. 30 de Julio— Fallecieron los reos traidores, Bernardo Artaza y Fermín González, paraguayos. 31 de Julio— Falleció el reo traidor, Francisco Rosas. — 37H — 4 de Agosto— Fallecieron los reos traidores,, Manuel Coelho, portugués, Abdon iMolinas, paraguayo, y Pedro Ánglade francés. o de Agosto— Falleció el reo traidor, Sinforoso Cáceres, cor- rentino. 6 de Agosto— Por orden superior fué pasado por las armas el reo desertor, Ensebio Herrera, argentino, y falleció el reo trai- dor, Vicente Valle, paraguayo. - 7 de Agosto— Falleció ¿1 reo traidor Salvador Figueredo, paraguayo. 8 de Agosto— Fallecieron los reos traidores, Luciano Baez, paraguayo, y Juan Fusoni italiano. 9 de Agosto— Fueron pasados por las armas los reos trai- dores siguientes: Américo Várela, Anjel Silva, Antonio Arana, Antonio Tomé, Antonio Rebandi, Antonio Guaner, Antonio Foboas, Antonio Irala. Arístide Dupirá, Caldomero Ferreira, Benjamín Santerre, Cayetano Barbosa, Eujenio Mateo Agariaz, español, Faustino Martínez, Feliciano Hermosa, Francisco Canteros, Francisco Samaniego, Francisco Solera, Fermín Ba- rarvaz, Gregorio Arguelles, Inocencio Gregorio, Isidoro Arrio- la, JoséCaraiza, José Valle, Juan Campen, Juan Fusoni, (este último murió de muerte natural, un momento antes de ser ejecutado) Julián Rodríguez, Julián Aquino, Luis Avila, Mar- tín Candía, Nicolás Cassales, Nicolás Susini, Nicolás Delphíno, Pedro Falcon, Pelayo Arcona, Román Franco, Román Capdevi- lle, Serapio Puclieta, Venancio Oribe, Vicente Servin y Vicen- te Galarza. 10 de Agosto— Falleció el reo traidor Juan Padilla, argen- tino. '14 de Agosto— Fallecieron los reos traidores, Agustín Vieira y Elíseo Galíano, ambos paraguayos. 17 de Agosto— Fallecieron los reos traidores, Pedro Burges, paraguayo, y Corolíano Marcjuez, arjentíno. 18 de Agosto— Falleció el reo traidor, teniente Juan Caba- llero. 19 de Agosto— Fallecieron los reos traidores, Dámaso Cuevas paraguayo, y Alfredo Levrínt, francés. 20 de'Agosto— Fallecieron los reos traidores, Florencio Ori- be, español, y Benjamín Oribieta, paraguayo. 22 de Agosto— Fueron pasados por las armas los presos trai- dores, Cipriano Dupra, Andrés Urdapilleta, Carlos Recia, Julio Carranza, Vicente Varíeto, Constantino Borleto, Antonio One- to, Elísardo Baca, Sebastian Ibarra, Gregorio Vera, Narciso Lascerre, Felipe Millares, Juan Ñera, Alejandro Pinto de Sou- za, Nicolás Jupelíni, Federico Anavitarte, Tristan Rosa, Benig- no Gutiérrez, Raimundo Baraga, Leandro Barrios, Román Silvero, Honorio Grillo, Mateo Muso, Ignacio Ruiz, Félix Gar- cía, Félix Arrióla, Pastor González, Juan Baeco, Juan Bautista Duré, Leopoldo Anglade, Francisco Cardoso, Miguel Lombar- 07 4 di, José Mino, Domingo Fernandez, Federico Cariada, Juan Gregorio Valle, Miguel Perujo, Miguel Espinóla, Félix Candia, Joaquín Fernandez, Enrique Fuvo, Lorenzo Craz, Francisco Molina, Juan Andreo, Egydio Ferrero, Desiderio Arias, José Kemondini y Pió Pozoli, Total 48. En la misma fecha fueron pasados por las armas los reos traidores, Francisco Rodríguez Larreta, Narciso Prado, Santia- go Afayoza, ülisis Martínez, f^rancisco Lagnna. José Garay, Guillermo Stark, JJernardino Ferreyra, 1. M. Intigaraba Lean- dro Sion, Nicolás Fraya, Salvador Echenique, Santiago Deluqui, Pablo Kert, JoséRustei, Joaquín Bargas, Celso Correo, Domin- go llosas, Enrique García, Pilar Guaicochea, Pascual Redoya, Juan Batalla, Juan Perrasi, Gregorio Molinas, Pioque Céspedes, Marcelino Gómez, Francisco Vidal, José Rodríguez, Joaqnin Romaguera, Pedro Polleti, José Maria Saucedo, Vicente Urda- pilleta, Anjel Ugalde, Aurelio Mauchuet, Ginés Raustas, Ber- nardino (]abral, Faustino Rodríguez, presbítero, esceptuándose Nicolás Froyra que murió antes de l.i ejecución — Total 37. 23 de Agosto— Falleció el reo traidor, capitán Ramón Boga, y por orden superior fueron pasados i)or las armas los reos traidores: Juan Watts, Natalicio .Aíartíuez, Benigno Rosas, Luís Echevarrieta, Teodoro Gauna, Marcos Pernabé, Celestino Caítim, JoséSanyur, Vacilíano Lampini,. Enrique Fenaus, José ílaller, Carlos Tristón, Alejandro Gal(;ano, Francisco Sora, Francisco Balbuena, Bartolomé Albertont, Estévan Meza, An- teoxeliano CapdevíUe, Antonio Lucero, Agustín Píris y Manuel Fernandez, paraguayos estos 3 últimos — Total 23. 2^t de Agosto— Falleció el reo traidor D. Jesús López, paisa- no, fueron pasados por las armas los traidores : Clemente Pe- reira, Martín Vera, Aniceto Duarte, Casimiro Aquíno, Francis- co Román, Pablo Rosas, Miguel García, éstos paraguayos, y Epifanio Palacios, Juan Moreira, Máximo Rodríguez y José Lo- co, csíranjeros — Total i i. 2G de Agosto— Fueron pasados por las armas los reos traido- res : Francisco Fernandez, paraguayo, ex-sarjenío mayor, ca- pitán I\Iiguel Itaed, teniente Anastácio Vallejos, alférez José Villasante, alférez Dionisio Villalva, urbano, Pablo González, urbano, Francisco Frutos, urbano, Alejo Acuna, urbano, Ma- tías iMontríl, italiano, Selvcrino Voíe ; y los estranjeros Hilario Santana y Antonio Fonseca — Total iO. Por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores : José Maria Bruguez, el ex-coronel Manuel Nunez, el sárjenlo mayor Vicente Mora, alférez Rosario Bobadilla, capitán ?iííguel Rosas, el particular Carlos Ríveros, Manuel Céspedes, el ex-presbítero Vicente Razan, Fidelio Dávíla, Juan Morales, Teodoro Vera, alfere: Gerónimo Delíin, Juan Madera, Sixto Pereira, Angelo Cacens, Antonio Nín Revés y Antonio Vascon- ceilos— Total iO. - S75 — Por orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores: iManuel Trete, Pablo Sarraclio, Blas Uecalde, Juan Antonio Rodrigiiez, Francisco Dccoud, Valentín Vargas, Pru- dencio Avala y Valeriano Avala— Total 8. Campamento en Cumbarity, 7 do Setiembre— Fallecieron los reos traidores Francisco Cándia, el teniente Jos¿ Martínez y urbano Dionisio Figueredo. 3 de Setiembre— Falleció en prisión el traidor Narciso Nuñez, ex-juez de Paz en Villeta. O de Setiembre — Fallecieron en la prisión los reos traidores Anacleto González, correntino y JoséFen, norte-americano. 9 de Setieinbre— Fallecieron" el reo traidor y soldado Nicolás Sanabria, paraguayo, y Timoteo Correa brasilero. iO de Setiembre — Fueron pasados á bayoneta los espías Vi- cente Amarilla é Inocencio González, soldados j)araguayos. 11 de Setiembre — Fallecieron los reos traidores Gustavo Aman, alemán, teniente, Patricio Gorostiaga, argentino, y An- tonio da Silva, brasiler(j. 12 de Setiembre — Falleció el reo traidor, alférez Tomás Cés- pedes, y el urbano Ramón Gandía, paraguayos. 13 de Setiembre — Fallecieron en su prisión el teniente coro- nel Gaspar Campos, prisionero, y el traidor Gabriel Coria, ar- gentino. Lista de los presos muertos en tránsito de San Fernando ci Cnmharity, de^deelT¡ del pasado Aíjo^to hasta el 3 del cor- riente. Juan Pastore, Pedro Lalena, Antonio Cliarman, estrajeros ; el traidor Jorge Kes, suizo ; Manuel Antonio do Espíritu San- to, el traidor ísidoi'o Martínez, mejicano ; José Cayetano Beur- ro, Carlos Bono, Jorje Daly, Antonio José de Mora, Pedro La- garde, Andrés González, Fieuterio Eneiro, Aíanuel Peña, José Vicente Jestíjno, José ufaría Castro, Andrés Ibañcz, traidor bo- liviano ; Eust;!quio üriarte, IManuel Riveras, Juan Almoya, Roberto Casimiro, F.leuterio Bcnítcz, Raimundo Aquino, Ma- nuel Berges, ¡Miguel Silva y el alférez José Gavüa — Total 28. W de Setiembre — El teniente Alejo ibero fué pasado á bayo- neta, y fallecieron los reos traidores Marischavel espaíiol, y Carlos Moreno, argentino. Púsose en libertad al coronel Ber- nardino Deniz. Con feclia 4 del corriente se sacaron de la pri- sión j)asados del enemigo, los prisioneros de guerra y presos por otras causas para trabajo de trinclicras, en número total de 190. lo de Setiembre — Fallecieron los reos traidores Jacinto Duarte, parag\iayo, Baltazar de las Carreras, Oriental. 18 de Setiembre— Fallecieron los reos traidores Aguntin Tri- go, Sebastian Zusfron, Eufemio 3Jendez, Antonio Ortiz, todos paraguayos, Wenceslao José María, brasilero. ~ 376 — 18 de Setiembre— Falleció el traidor Justo Cáceres, para- guayo. Para trabajos de trinclicra fueron. pasados los siguien- tes reos: , Simón da Silva, Antonio Luis' Morales, ínocencio Monteiros do Mendoza, José da Silva,' José da Costa Lcitc, José Justiiiianp, Indalecio de Souza, Manuel dos Santos, Manuel AntpniO; da Silva, ManueíCarneirA, brasiloros todos estos diez^ y Rarrion Lescáno; Antonio Sancliez, 'argéntÍno,s---total 13. ^20 de Setiembre— Fallecieron el reo traidor paraguayo Mau- ricio González en su prisión, y el de¿er,t9r;l)rí^^,ileí'o Juan Sua^ rcz de Araujo. , "'!:'.'•' ¿..\" :V , 2! de Setiembre— Fallecieron en la prisión, los traidores Fulgencio Gonzaltóy Antonio Quintana, jíáraguayós, Justino Lescano, argentino, y Antonio da Silva, brasüoro. 21 de Setiembre — Fallecieron los reos traidores Francisco Pintos y José Vega, paraguayos. Camparaenta.ea Pikysvry, Siuicnibrc 28 'c I8G8. Por orden superior fueron pasados por las armas el soldado desertor José Segovia del 3er. ilejimienío de aríilleria, captu- rado en el distrito delta. El sárjenlo de policía Luciano ílcci- dias recibió treinta pesos de premio por el celo.de capturar al desertor José Segovia del 3er. rejimienío de artilleria, gratifi- cación que se dignó conceder el Exmo. Mariscal Presidente de la República y General en Gefe de sus ejércitos— Fran- cisco I. Resqurii — Es. copia. 22 de Setiembre— Falleció el reo traidor Sebastian Salduon- do, paraguayo. 24 de Seti'embre — Fallecieron los reos traidores paraguayos, Ramón Marceo, pasado á bayoneta, gefe del Tayty, José Lino Torres,' particular, Dolores Caballero ; brasilero', José Veiga. Por orden superior fué puesto en libertad el reo Lázaro Gon- Qalves de Yagaaron. 25 de Setiembre— Fallecieron en la prisión los reos traido- res Juan Rodríguez, brasilero, Pedro Merolles, italiano. 20 de Setiemlu^e— Falleció el reo traidor Joaquín Patino, pa- raguayo, Antonio de Souza, brasilero, desertor de Yaguaron, fué pasado á bayoneta. 27 de Setiembre— Falleció en la prisión el reo José H. Va- rclla, italiano. Pasaron á la trinchera para trabajar los prisio- neros de Iberyby', soldados; Deodato José dos Santos, Manuel Isidoro da Silva, y Pedro Rcginaldo, brasileros. Falleció el reo traidor,, Facundo Salduondo, paraguayo. Por orden supe- rior fueron pasados por las armas los reos traidores -. ex-mayor Matías Sanabria, paraguayo ; cx-capitan Ignacio Garay, id., ex-íeniente Elias Ortellado, id. id., Francisco Souza, id., ex-presbitero Martin Serapio Servin, id., id Juan Evangelista Barrios, id., ex-sargento Dolores Bera, id., Bernardo Ortellado, id.,Gumesindo Benitez, id., Manuel Leandro Colunga, id., Za- 377 — carias Rodríguez, id., Vicente Dentella, id., ScgundoGolunga,, id., Isaac Alvarez, id., Francisco Ozedá, id., Juliano Jacqiiesd id., MatiasFerreira, id., Francisco Zelada, id., Daniel Valiente, id., José Mariano Servin, id., Miguel Rbmirez, id., Jorje Cen- turión, id., José Franco, id., Antonio de las Carreras, oriental, Francisco Xavier de'Mattos, brasilero, Juan Fernandez Gon- tadonia, id., José Gómez Maciel, id., Francisco Eleuterio de So'uza, id., Juan Beitiano', italiano^ Francisco ínVerni&e, id., Juan Viseaba, id., Julio Beca, id., Vicente' 'Reina, -español, Francisco Viias, iá., José Maria Vilaé, id., Enrique Reina, Ventura Gutiérrez,, argentino, JoséGaíeura, id., Calisto Les-' cano, id., Juan de la Cruz Lopez^ id., Grisóstomo Carrano, id., Leonardo Ruz, francés, I^Iigucl Aldcrry, id., José Pelifer,. id.. Octavio Julgra, alemán, Francisco Ordano, ruso, Isidoro Gordina, español — Total 47. . 28 de, Setiembre— Pasaron de la prisión para el trabajo de la trinchera los reos : Nicolás López, correntine, Simón Rállejos, id., Luis Bernardo Mure, italiano, José María Gómez, argenti- no, Santiago Romero id., Jusío Faria id., Celestino Kanua, es- pañol, Celestino Leite de Oliveira, brasilero, Francisco Joa- quin, id., Ludovico Barroso, id. — Total 10. * Por orden superior fueron ^ pasados por las armas los reos traidores: r\Iáximo Falcon, paraguayo, Pablo Colman, id., Cecilio Ballejos, correntino-— Total 3. Por orden superior fueron puestos en libertad los reos si- guientes: presbítero Facundo Gilí, paraguayo, presbítero Ma- riano Aguiar, id., sargento Buenaventura Borden, id.— Total 3. 20 de Setiembre— Falleció en la prisión el soldado Manuel General vez, brasilero. 30 de Setiembre— Falleció en la prisión el reo traidor Tomás Gilí, paraguayo. 1.^ de Octubre — Falleció en la prison el reo traidor sar- gento Rivas, paraguayo. 2 de Octubre—Falleció el reo traidor Andrés García, para- guayo. 3* de Octubre— Falleció el reo traidor Vicente Robrero, argentino. 4 de Octubre — De orden superior fué puesto en libertad el prisionero de guerra tomado en Surubyby, capitán Joaquín Gómez Peso, l3rasiiero. Falleció el reo' traidor ex-alferez Antonio Santa Cruz, paraguayo. 6 de Octubre-— De órdün superior fueron puestos en liber- tad los prisioneros sargento 'mayor Maximiliano Barsen, ale- mán; teniente Gerónimo de Amotim Valporto, brasilero. Falleció el reo traidor Marcelino Sánchez, paraguayo. 7 de Octubre — Falleció el reo "prisionero alférez Severo González, argentino. Falleció el reo traidor francés Juan Garlos Leuzensi. ~ 378 — 8 Je Octubre— Falleció el reo traidor ei-alférez Manuel Baez, paraguayo. Falleció el reo prisionero, brasilero, José Suarez, . il de Octubre—Falleció el reo traidor José Riveros ; para- guayo. 12 de Octubre— Falleció el reo traidor Vicente Quadra, italiano. 19 de Octubre— De orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores que desertaron la guarda bandera del batallón número 9, soldado Luis Alcaráz del regimiento número 3 y ilamon Paredes. 19 y 20 de Octubre— Falleció el reo traidor soldado José Palacios, paraguayo. 21 de Octubre — Falleció en la prison el reo traidor brasi- lero Fernando José ^loreira. 25 de Octubre— Falleció en la prison el reo traidor brasi- lero, Ricardo Costa Leite. 28 de Octubre— Falleció el reo traidor, brasilero Thomé da Costa. 29 de Octubre— Falleció el reo traidor brasilero, Juan Mo- raes Bueno. T) de Noviembre— Falleció el reo traidor paraguayo, Mi- guel Patino. 7 de Noviembre — Falleció el reo traidor paraguayo, Benito Alvarez. 8 de Noviembre — Fallecieron en la prison los reos traido- res brasilero, José Manuel de Campo, argentino, Cipriano González, paraguayo, José Maria Franco. 9 de Noviembre — Falleció de peste en el liospital, el reo traidor paraguayo, Valentín Fernandez. Falleció de peste en el bospitaí el reo traidor paraguayo, De la Cruz Cañete. Falleció el reo traidor paraguayo, Sinforiano Martínez. 10 de Noviembre — Falleció "de ])este en el bospitaí el reo traidor paraguayo. Buenaventura Blas(}ue, ex-juez de Paz de Garapeguá. Falleció en la prisión la rea traidora María de Jesús Egusquiza, paraguaya. Lista de los reos muertos en la trincliera : paraguayos, Ma- riano López, Francisco Sánchez, Alejo Benitez, Sebastian Ferreira y Buenaventura Soria. Argentinos •• Santiago Romero, Cornelio Salazar, Lnis Soto, Aniceto Corche, José Pérez, Simón Romero, Roque MansíUa, Manuel Sánchez, Ángel Agüero, Cí¡u-iano Alonso, Basilio Ca- noma, Marcelo Herrera, José Torres, Lázaro larini, Santiago Avila, Andrés Atuno, Primitivo Sosa, José Montero, Manuel Alvarez, Isidoro Agüero, Lino Tai'cla, Nicolás Vera, Antonio Sánchez, Badurlello Artaza, Francisco Arguello, Inocencio Mendoza, Savino Pari, Ramón Mansilla, Martin Acebo, Ramón Pérez, Celedonio FernandeZj Estevan Guanez, Maria Gómez, Juan Larrea— 34. Brasileros: José Costa, Antonio Francisco Simón de Santos, Josó Tertuliano, Manuel Souza, Joaquín Soares, José Lucas, Vicente Correa, Lázaro Gonfj'alves, Joaquín de Souza, Emilio Alves, Francisco Puede, Vicente Fernandez, José do Nasci- miento, Basilio Dinis, José Lautela, Manuel de Santos, Manuel Antonio Felipe da Silva, José Justiniano— 20. Italiano, Juan Canelo— 1. Total GO. •14 de Noviembre — Fueron pasados por las armas los reos: capitán Andrés Maciel, paraguayo traidor; tenientes Francisco Ortellado é Ignacio Oseda,.id. id., presbíteros Talavera, Anto- nio Baldovinos y Juan Arza, id, id., soldados Bernabé Sánchez, Donato Lescano, Aniceto Joare, Francisco Sánchez, Sebastian Alonzo, id, id., urbanos Francisco Sánchez, Victoriano Ca- brisa, Ignacio Vera, Basilio Pereira, Gaspar Loj)ez, Eleuterio Barbosa, Luciano Decoud, Simón Céspedes, id. id., coronel Telmo López, saníafecino traidor. Particulares Malaquias de Oliveira, Francisco Salazar de Oliveira, Juan A. Deante, bra- sileros; José Meira Cácercs, correíilino ; Carlos Ulrich, León de Delmc, Pedro Nolasco Conde, corrcníino ; coronel Ulpiano Lotero, correníino prisionero ; tenientes Juaquin da Silva Gusmao, brasilero ; José Romero, argentino prisionero ; alférez Paulino Baez, correntino, id.; sargento Francisco Barreira, brasilero, id.; cabos Francisco José de Olivera, José Fran- cisco de Amorin, id. id, soldados José Barroso, Manuel A. dos Santos, Antonio Manuel Rodríguez, Antonio José da Silva, id.; pasados, José Porciam, Francisco Tavares, (espía,) Martin Machado, brasiioros ; Raimundo Ruiz, enterriano prisiunero, Ireneo Alvariza, oriental id., Honorio Cambá, francés, José Espíritu Santo Rodríguez, Seraphin Gómez de Moura, José Ferreira Brandao, Joaquín Gont^alves y José Tomás da Costa, brasileros prisioneros — Total 49. 12 de Noviembre — Falleció en príson el reo traidor ei- presbítero, Antonio Corvalan. Fallecieron en prisión los reos paraguayos Cándido Centurión, paraguayo traidor, B. Ventura María dé Mattos, brasilero pasado. Fallecieron de peste en el hospital los reos traidores; e.\-presbitero Santiago Narvaez, paraguayo, paisano Pedro Barrios, id. soldado Francisco En- cina id. 13 de Noviembre — Falleció de peste en el hospital el pri- sionero de guerra capitán Antonio Falcon, argentino. Fa- lleció en prison el prisionero teniente Mauricio Soto, argen- tino. 44 de Noviembre — Falleció en prisión el desertor del ene- migo ; soldado José Pereira Campos, brasilero. 45 de Noviembre — Falleció de peste en el hospital el bra- silero desertor, soldado Raimundo Coello. De orden supre- ma, datada el 42, fué pasado por las armas el reo ei-alférez Eze- quiel Duré, del batallón número 48. — 380 — 17 de Noviembre— De orden superior dióse de alta, pasando á la capital el reo traidor Gustavo Bayon de Libertad, francés. 21 de Noviembre — De orden superior fueron pasados por las armas los reos traidores, espias del enemigo, soldados Juan González, de Carapeguá y Basilio Escobar. Falleció en pri- sión el traidor particular Simón Condes. 22 de Noviembre — Falleció en prison el reo traidor Satur- nino lavares de Silva, brasilero. 23 de Noviembre — Falleció en prisión el reo traidor paisano Juan Cabrisa, paraguayo. Falleció el prisionero de guerra Joaquín Manuel Conceifjao, brasilero. 29 de Noviembre — Falleció en la prisión el reo traidor Sa- turnino, ex-teniente de caballería, Eduardo Barrios. l.^de Diciembre— Falleció el prisionero, soldado Fran- cisco Juan da Silva, brasilero. Falleció el reo traidor Vi- cente Gómez, paraguayo. 10 de Diciembre — Entregáronse presos para ser conducidos al esterior, los traidores Peter CornelioBliss, norte-americano, y George F. Masterman, inglés. 11 de Diciembre— Reos puestos en libertad: coronel Ve- nancio López y presbítero Eujenio Bogado, agregado al estado mayor. 14 de Diciembre— Fué lanceado el traidor teniente Sim- plicio Linche. Total de víctimas— 605. — 381 — Al ■D ■D -1 ■1 < 0 a -í -> 15 3 ?5_ £2- -S Cj = 13 "-5 re O W w' v¡ Pasados por las armas. . . » íi bayoneta: Lanceados Fallecidos en la prisión on el tránsito de San Fer- nando Sacados de la prisión para el trabajo de las trinche- ras S ^ Paraguayos o co Ci o i.. Brasileros M- o 1 o 00 >»■ ^ Argentinos oc (-■- Orientales tí; 1 ►»■ o Italianos l^^ 1 1 . l-S 1 H» O! Españoles M to Portugueses K- 1 l-S H«~ ►^ Ingleses 1 S 1 (^ • co Franceses I.^S 1-^ H» Norte-americanos !■>- 1-^ Mejicanos !■» 1 r^ Bolivianos ►^ ►»■ Suizos ^!» : PiUSOS ^ 1^ to H»> Alemanes .V5 í,9 Estranjeros C3 1 o : Sin designación í :^ ^ 1.^9 t-e K- >te • 1^' l-S TOTAL H Q d^ m (I) CQ p c ^■ ^ O 0) ® CD o P 0) o o c o 3 3 p O o o (D O ^ O ^ o p o B ° a CD >-^ O (D C CQ rt- O Q - 38-2 — lv>sposlei«íi\ Cic^ Sv. 15. Jliiusí í\c 15. ^' aillos' mo En diez y sois del mismo mes y año, compareció D. Juan de Dios Valdovino, c! que fué citado en virtud de haber pertenecido al ejército paraf^niayo, en cuyas lilas se halló liasta el 25. do Diciembre de mil (tchocientos sesenta yoclio, y preguntado el tenor del interrogatorio de fojas una, y recomendado diga y declare cuanto sepa, no solo respecto á los tres jtuntosque en- cierra dicho interrogatorio sino también lo que no constando do él sepa, dijo: Uespondiendo al primer punto del interrogatorio, que los indi- viduos de trojKi prisioneros eran obligados durante el dia á traba- jos de pala y azada, teniendo solamente para descanso una hora indeterminada del dia, en la que se les repartía un pedazo de carne mas ó numos como de una lilira, la que cada uno la cocia ó asaba sin sal, y era el alimento único que se les daba durante las veinticuatro horas; que á veces muchos de ellos imposibilitados por la debilidad no podian soportar las fatigas, pero entonces eran obligados á continuar en el trabajo, apaleándolos en la espalda con varas llexiblcs de enredadera, gruesas masó menos, como de una pulgada de diámetro, habiendo llegado el caso de que algunos liayan quedado desmayados en este castigo: que estct.iabajo cesaba á la oración, en cuya hora se les ponia en ce- pos de lazo de ambas piernas generalmente á la intemperie, que la mayor parte de la línea de Pikysyry fué trabajada por ellos. Que sabe respecto á los Oíiciales, que recibían doble porción de carne que la tropa, sin sai también, y que permanecían presos bajo guardia constantemente; que ignora pormenores respecto á ellos, porque en su clase de Sargento primero de Artillería, se veia en la necesidad de estar siempre en la línea. One sabe tam- bién que en el Paso-Pucú quizo evadirse un Capitán prisionero del 3 de Noviembre, cuyo nombre ignora, y el que fué tomado en la División Curupaity. Qne después de tomadas algunas indagato- rias, con escepcion del Capitán, fueron azotados la mayor parte de los que decían estar en combinación con él á fin de que decla- rasen de que realmente lo estaban, siendo fusilados en seguida en número de diez y siete, incluso el Capitán, por un piquete del ba- tallón de muchachos núm. 52, á las órdenes del Comandante Mar- có, á razón de tres tiradores por cada uno délos 17, habiéndose hecho esta ejecución en una sola descarga, y de los quede ella no murieron, como era consiguiente, por ser sumamente reclu- tas y pequeñas aquellas criaturas, fueron ultimados á balloneta, resultando (¡ue para adiestrar á esos niños en aquel ejercicio, jugasen con los cuerpos de los desdichados prisioneros. Contestando al segundo punto, dijo: Que no ha presenciado castigo ni ejecución de mujeres, que solo ha visto entre los cadá- veres de los que se fusilaron el veintiuno, uno de mujer, tam- bién fusilada; pero que por paraguayos á quienes dá crédito — 383 — salíc ((lie lia iia])i(lo estas ejecuciones. Asi mismo saben por rechilns que lli\jjaban al ejército, (jue en toda la camj)aíia se deja- ba una muj(>r j)or cada cinco, para que esta trabajase para la fa- milia llevándose las demás á las cbacras donde trabajaban para el ejército: que cada rjO mujeres mas órnenos se les ponia unsar- gento que debia ser muy viejo ó inválido, el cual desempeñaba ias Innciones de primer capataz, nombrándose también una mujer para cada diez ó doce, resp-onsalde del trabajo que se les encomendaba, según la gravedad de la falta en que algunas de ellas incurriesen, eran castigadas con la pena de diez y seis á cin- cuenta azotes. Al tercer punto, contestó: Que respecto á fusilamiento de estranjeros, sabe los de Carreras, Telmo López, Nin Reyes, Igna- cio Galarraga, Miguel Elorduy y sus sobrinos Uribe, Susini y otros comerciantes de la Asunción, cuyos nombres no tiene pre- sente, pero que aseguran pasan de cincuenta, incluyendo entre estos los que lian muerto en tormento, como cepo trvfjuaijüna ó azotados con lazos, en cuatro c.síaras, desde la nuca basta la nalga, en cuyo tormento, murió el ciudadano ar<^entino Deside- rio Arias, á (juien se le castigó de este modo repetidas veces, para que declarase que tenia relaciones y estaba complicado con los que se pretendía que fraguaban una revolución*, que de este modo se conseguía, que muchos para no sufrir este martirio dijesen que era cierto loque se le preguntaba y entonces se les pasaba por las armas. (Jue respecto á la confiscación de intereses, no ha visto, pero sabe que babia una comisión, laque después de aprenderlos, en- grillarlos y hacerlos conducirá los calabozos délos cuarteles, penetraba en su casa, tomaba el dinero que en ella babia, y des- pués de registrar la correspondencia y documentos que en ella luibiesen, sellaba las puertas, llevándose previamente los docu- mentos que tuvieran importancia: que el temor de hacerse sos- pechoso en el ejército, le ha impedido averiguar quienes compo- nían esa comisión. Que concluida esta operación, los embarcaban y conduelan á San Fernando, donde eran desembarcados y conducidos al cam- pamento cuya distancia al punto de desembarque era una legua y que debia liacerse este trayecto á pié y engrillados, ha habido algunos á quienes el anillo del grillo les ha gastado la piel y la carne hasta verse limpio el hueso, que como es consiguiente esta herida les impedia caminar, pero entonces se les obligaba á ha- cerlo, dándoles de palos con el sable, hasta el estremo de haber- les hecho vomitar sangre á algunos: que debe tenerse presente que el grillo no pesaría menos de una arroba: que es todo cuanto por ahora tiene presente y tiene que declarar y que en prueba de ser verdad, empeña su palabra de honor, y suscribe esta de- claración, ante mi el Capitán del Puerto. Fancisco Fernandez. Juan de Dios Valdovino. — 384 — En el mismo dia, mes y año, compareció D. Bartolomé Quin- tanilla, quien enterado del interrogatorio, fojas una, dice : Que estando preso en San Eernando, en cepo de lazo, ha visto po- ner en el tormento del cepo colombiano al Teniente coronel D. Gaspar Campos y á un Capitán llamado Falcon, para obli- garlos á estos á declarar el estado en que se encontraba el ejér- cito aliado, y que ambos murieron de resultas do este tor- mento, y del mal tratamiento que se les daba continuamente ; que los Tenientes Murillo é Iberos, también prisioneros, fue- ron fusilados á su presencia en Loma Valentina, y que la mayor parte de los demás Oficiales subalternos sucumbieron en el cepo de lazo : que los individuos de tropa sufrían diaria- mente castigos de sus capataces y por la noche dormían como todos en el cepo. Que le consta que en el trayecto hecho de San Fernando á Loma Valentina, fueron bayoneteados todos aquellos que por el cansancio se veian en la imposibilidad de continuar la marclia ; que le consta igualmente que en la mina de fierro que se halla situada en el departamento de Lbicuy, se encontraban de 400 á 500 prisioneros de los aliados, sin saber el íin ({ue estos liayan tenido ; que presenció también el fusi- lamierito del Teniente Romero y Sarjento Barrera, ambos pri- sioneros del 18 de Julio y muertos el dia i4 de Setiembre. Contestando á la segunda pregunta del interrogatorio, dijo : Que doña Juliana Isfran de Martínez, prima hermana de Ló- pez y esposa del coronel Martínez, señora que gozaba de la estimación jeneral de todos ios arjentínos y estranjeros, por su carácter afable y bondadoso, fué atormentada bárbarapiente en el cepo colombiano, y azotada ; órdenes que recibió é hizo ejecutar el Capitán Goiburú, todo por no haber querido mal- decir y renegar de su esposo. Constate igualmente al declarante que el dia veintiuno de Diciembre, fueron fusiladas las siguientes : D* Josefa Isfran de Martínez. « Dolores Recalde. (■( Mercedes Egusquíza. Que doña Jesús Egusquíza, murió de miseria en su prisión. Sobre el tercer punto del interrogatorio, dijo : Que sobre los fusilamientos de estranjeros y confiscación de sus bienes, sabe los siguientes : Cónsul, oriental, Antonio Nin Reyes; Dr. id., Antonio Car- reras ; id. Francisco Rodríguez ; id. Federico Anabítarte ; ar- jentino, Enrique García; aloman, Emilio Neumad ; arjentino, Desiderio Arias ; id.,. Reinaldo Barrasa ; español, Ignacio Ruiz ; id., Salvador Echenique; id., Aniel Silva; arjenüno, N. Pa- lacios; español, Ignacio Galarraga ; id., Inocencio Gregorio; sárjenlo mayor arjentino, ülises Martínez, (con 2 ayudantes) ; - 385 - oriental, Anjel Ugakle ; español, Francisco Sotcro ; oriental, N.Caravia; italiano, Ejido Ferrera ; portugués, Amcrico Vá- rela ; italiano, Paulino Vacari ; id., Nicolás Troya ; coronel arjcntino, Telmo López ; id. oriental, Francisco Laguna ; sar- jcnto mayor arjentino, Julio Carranza; italiano, Antonio Su- sini ; id., Nicolás Susini ; id., Antonio Rcboadi ; inglés, Gui- llerino Estek; italiano, Agustín Piaggio ; alemán, Federico Vilr^-raf; español, Martin Madreñas; arjentino, Aurelio Cap- devila y hermano; español, Carlos Urutia ; italiano, Constan- tino Barlcty ; id. Yicenic Barlcty ; español, Miguel Elorduy (con G sobrinos^ ; iíaliano, Fidanza ; arjentino, Sinforoso Cá- ceres ; id. Anjel Cáceres ; español, Francisco Vidal-; id. Juan Andreu ; id. Éujenio Maten; arjentino, Ventura Gutiérrez; teniente id., Maurico G. Soto (murió en el cepo) ; italiano, Pío Pozoly ; arjentino, José Cateura; doctores bolivianos. Ro- ca, Baca; boliviano, Guiteres ; portugués, Manuel Madruga; id., José M. Madruga Leiíe ; id., Antonio Vasconcellos, id., Cándido; francés, Juan Andrade é hijo; italiano, N. Barriso ; id., Nicalás Tubo ; español, Pelayo Ascona ; id., Isidro Martí- nez ; cónsul arjentino, Cayetano Virasoro ; id., id. José La- tero ; arjentino, Lorenzo Grass ; español, Victoriano Faguas ; francés, José Jelisber ; id., Narciso Lasei^re ; id., Juan Duprat; italiano, N. Paitori; francés, Sr. Remy, ambos fueron lancea- dos en el camino por no poder continuar la marcha ; alemán, Carlos Olrido ; español, Enrique Reina ; inglés, Juan \Varo ; alemán, Francisco Sales de Olivera ; portugués, Francisco Eleuterio Sosa; brasilero, el Presidente para Matto-Grosso, Carneiro Campos y suE. M. de cinco oficiales, que murieron de miseria en la prisión. De los paraguayos fusilados y sus bienes confiscados, sabe de los siguientes, todos hombres respetables por su posición social en el país. Martin Candia ; Gregorio del Valle ; Francisco Molina ; Es- teban Luisaga ; Antonio Guanes ; Manuel del Valle ; Ramón Franco; Abdon Molina ; Felipe Miilers ; Pablo González, co- lector; Saturnino Bedoya, tesorero; Federico Gaziaga ; Se- bastian Ibarra, oficial i" del. Ministerio de Gobierno ; Benja- mín Urbíerta, juez de paz ; Leonardo Zion ; Pascual Bedoya ; N. Gómez, teniente coronel ; Bernardo Ortellano, juez civil ; Elias Ortellano, teniente 1°; José Quintana ; Miguel García; Luciano Baez ; Nicolás Candia ; Juan Gavilán ; Vicente del Va- lle ; José M. Estigarraga ; N. Brujnes, bri;^%adier jeneral ; Ma- nuel Benitez ; Gumesindo Benitez , ministro cíe relaciones estcriores; Miguel Hacedo, capitán; Francisco Fernandez, ministro de guerra y marina; José de la Cruz Fernandez, sarjento %ayor ; Manuel Aquino ; José V. Urdapilleta ; An- drés Urdapilleta ; Raimundo Ortiz ; Santiago Oscaris ; Esco- lástico Garcete ; Juan González ; Dolores Isfran ; Vicente 25 — 38G — iianit-.-, bngailier jiíiieral ; Pedro IJanios ; Ijriii-:;ii(i Lojiez, horinaiio del l'i'csidenlc López ; (Ja^jiar I-,(tpcz ; José Jjerjes, esceleiitísimo Iuini£^tI'0 ; Ferinin Bailaras; rs. yauajjrta, sar- jeüU) mayor; Francisco Palacios, oliispo de .Ala'lo ; N. Cor- valan, canónigo; N. Bogado, id.; N. Barrios, id.; N. Paliños, presbítero; Joaquin Talayera, id.; N. Arce, id.; Miguel j5er- jes ; N. Alen, coronel; Policarpo (jarro; el mayor Palacios y el capitán 1), Adolfo Sagnier; y grupos de 10, lll yiá) per- sonas de la campaña, cuvos nombres ignora, pero (inc pasan de 200. Preguntado: Cómo se hallaba preso en el campamento de San Fernando y las cansas jjonjué lo fué ; dijo -. ipie resi- diendo en el deparlamenlo de la (lapilla de Pyryljebuy, á consecuencia de la orden que recibieron ¡tara abandonar ia cai)ilal, el dia veinte y dos de Julio de mi! ochocientos se- senta y oclio, el jefe de urbanos del punto de su residencia, D. N. Nogueras, le intimó la orden de prisión, haciéndído conducir hasta Lnque, custodiado por dos individuos de tropa, que lo entregaron a! Jefe de Policía, i\Jayor I). Mateo Sana- bria, quien en el acto ordenó al ayudante D. Manuel Solaün- diez, que le hiciera remachar una [¡arra de grillos, lo que fué ejecutado en el acto, conduciéndolo en seguida á un ran- clio cíe paja, donde se liallaban presos y engrillados también, los siguientes comerciantes : Enrique García, arjcntino. Gustavo Admam, alemán. Juan "Ward, inglés. Segundo Bella, italiano. Y un correntino cuyo nombre no recuerda, ni ligura en la lista de esta declaración, pero que fué también fusilado en San Fernando ; que en ese mismo dia fueron conducidos á esa prisión ; Juan xVlvarez, arjentino. Antonio Vasconcellos, Yice-Cónsnl portugués. Anjel Cáceres, arjentino. Miguel Lombardi, italiano. Constantino Barleta, id. Y además, otros italianos cuyos nombres no sabe: que de allí fueron conducidos en un v/agon bástala Asunción, donde fueron embarcados en el vapor «Ipora,» con la viuda y dos liijas de D. Jaime Folladosa, español : que el viaje duró dos días y medio, en los que solo tomaron agua por lodo ali- mento: que llegados al puerto desembarcaron al amanecer y emprendieron la marclia hasta el campamento, á donde lle- garon á las cuatro de la tarde, poco mas ó menos, sieiido mortificados en esta marcha, ya á culatazos ó ;>])alos, aun aquellos mismos que por habei'sc llagado las ¡)iernas con los grillos, no podían caminar; que la familia que acaba de — 387 — noniljinr, fuó covuiucida cu una carretM, y (pie. uins larde I¡i ludiularuu al iulerioi", siu saber el (jeclaraule addude, ni lo (jue haya sido de ella. Que la causa d(.' esta prisión, fué la supuesla revolución que se decía fraguaban los estraujeros residentes en el Para- L,may. Con e.-((i se dio ])or terminada la presente declaración y empeiiaudo su )ta labra de honor en le ile ser verdad lo es- puesto, la lirnió con el Capitán del Puerto. Francisco Fernondez. .Ih'iitabé OuiníaniUo . CAPITÁN DEL EJÉRCITO DE LÓPEZ En el campamento general del Ejército Argentino, en Trini- dad, á los doce diasdel mes de Febrero, de mil ochocientos se- senta y mieve, habiendo dispuesto S.E.el Sr. General en Oefe, nueporsu Secretaría, se tomen algunas declaraciones al tenor (lela nota que encabeza este espediente, hice comparecer á mi l>re?encia á D. Matias Goyburú, á quien previo juramento, inter- rogué de la manera siguiente -. Preguntando : Por su patria y empleo, dijo— que es paragua- yo, que ha sido Capitán del Ejército de López, y que actual- mente es Ayudante de este Cuartel General. Preguntado -. Cuando y como dejó el servicio de López, dijo — que dejó el Ejército de López el 27 de Diciembre, y que lo hizo voluntariamente, valiéndose de la confusión del combate que se había iniciado ya. Preguntado -. Sobre el trato que recibían de López los prisio- neros de guerra, y que diga y declare sobre el particular cuanto sepa, individualizando si fuese posible algunos hechos, dijo — Que sobre la pregunta (jue se le hace, puede contestar con cono- cimiento de causa ; pero que tiene que partir del tres de No- viembre de mil ochocientos sesenta y siete, por ignorar lo qui; anteriormente á esta fecha sucedia, no queriendo decir esto, que de pública voz y fama no supiese que los prisioneros eran ya tra- tados con crueldad. Que ahora, contestando á lo que se lo. pre- gunta, dice : que el trato que recibían los prisioneros, salvo muy contadas escepciones, era cruel y sangrientamente bárbai'o y que es necesario haber }>resenciado lo mucho que aquellos ¡;i- íelices sufrían para creerlo. Q e en el combato del 3 de ?-o- - 388 — viembre en Tuyutí, se tomaron de doscientos á trescientos pri- sioneros, de los cuales fueron estaqueados y azotarlos á lazo do- Ijlado mas de cien y fusilados cuarenta y cinco. Que se jíretestó l)ara consumar esta crueldad, un levantamiento en el campo, en consecuencia con el Vizconde de Porto Alegre, y que el indivi- duo que no declaraba lo que se le exijia por su Fiscal, era irre- mediablemente esta([ueado y azotado hasta que se le? arran-- caba la confesión que se deseaba. Que el principio de e-ío con- sistió en haberse fugado uno de los prisioneros — un negro brasi- lero— el cual fué tomado al salir de la trinchera, quien interro- gado, apremiado y martirizado, dijo qr.e iba en busca de alimen- to, pues se estaba muriendo de hami re. Después de nuevos y horribles castigos, declaró que se iba con el fin de propiciarse el Vizconde de Porto Alegre, para que protejieseun moviniento que iba á estallar entre sus compañeros, siendo el objeto de esto forzar la guardia que los custodiaba, tomar sus armas y después de matar cuantos pudiesen, tomar hacia el campai-icnto brasile- ro, en cuyo tránsito debian ser protejidos por el referido Viz- conde. Que sabe esto por haber estado el mismo declarante encargado de la custodia de estos desgraciados, y que mas de una vez con harto dolor de su corazón tuvo que presenciar y aun ordenar castigos que la humanidad y la civilización reprue- ban. Quede esos mismos prisioneros murieron muchos des- pués, unos de miseria, otros por cfecíode los castigos que su- frían, y varios fusilados en distintas ocasiones. Quee' decla- rante cree que la suerte délos primeros ha sidoniíjorq .ela de los últimos, porque al íin dieron su vidí al tirano sin pasai por los horrendos martirios de que después fueron victimad sus compa- ñeros de infortunio. Que López habia eiíabiecido una responsabi- lidad tan bárbaramente arbitraria, que el delito que uno cometía era purgado por sus demás compañeros. Que en la época de que Tiene hablando, los Gefes y Oficiales prisioneros gozaban de una relativa libertad, y que á consecuencia de haberse huido un Capi- tán brasilero, de apellido Correa, que fué aprendido al dia si- guiente de su desaparición, todos los Gefes y Oficiales fueron puestos en rigurosa prisión, con sendas barras de grilios y á media ración dfi tropa, yqueá vueltas de tanto padecimiento tres de estos desgraciados murieron de miseria, y sobre todo, de hambre. Preguntado: Diga y declare cuanto sepa sobre e! tratamiento que los prisioneros de guerra recibieron después de la época cita- da; si ha conocido al Teniente Coronel D. Gaspar Campos y á algunos otros gefes y oficiales, y que esprese cual ha sido el fin que ha tenido, con lo demás que sopa y diga relación cpn esta J pregunta, dijo: Que el trato recibido por los prisioneros en las 1 épocas posteriores á la que queda mencionada, ha ido haciéndose 1 mas cruel y bárbaro, y que á medida que la posición de López se iba haciendo difícil, hacia multiplicar los castigos yclismiuuiael alimento á los prisioneros y los cargaba de prisiones. Que desde — 389 - que López abandonó Humaitá, los oficiales que custodiaban los prisión ¡ros í. nian urden <.le fusilará todo aquel que se cansase duranít; las marchas, y que le constaba que en Ir.s marchas hechas desde Sin Femando hasta Lomas, fueron fusilados ó lanceados varios que tubieron la dct';;racia de no poder dar un paso, agobia- dos poi la niiícria, por los 'padecimientos y por las enfermedades. Que en los últimos tiempo,;, todo el que se pasaba ó tomaba pri- sionero, fuefo ücfe, Oficial ó individuo de tropa, era azotado hasta qoe no declaraba lo que se pretendía que declarase, y que varios lian ni'ierto por efecto délos castigos sufridos, habiendo sido otros futrados después. Que ha conocido al Teniente Coro- nel D. Gaspai Campos y que sabe que ha llegado áVillela; pero que, cuando lo vio, estaba ya muy estenuado, y que ha oido decir que ha muerto de miseria en los últimos tiempos. Que sabe que el TenJciníe ííorillo de la Aríilleria Argentina, fué lanceado, y que varios otros fueron también sacrificados, ignorando los nom- bres y circunstancias de su muerte. Preguntado: Sobre los fusilamientos ordenados por López, in- dividualizando causas, nombres y circunstancias de nacionalidad y sexos, dijo: Que sabe y la consta que Miguel Elorduy, Floren- cio üribe, JcséEíorduyi^ bernardo Artaza, ñJiguei Elorduy (so- brino), Lucio Echavarriosie, Ignacio Calarraga, Francisco Lote- ra, Ma-tinMidrenas, Euj3nioM. Aguirre, Francisco Vidal y su yerno, Snriqíe Reina, Pelayo Azcona é Isidro Martínez, lo mis- mo qiiw Inocencio Gregoiio', todos espaí'ioles, murieron en el campamento de López, la mayor parte de ellos á consecuencia de las torturas ó por efecto de la miseria, habiendo solo muerto fusi- lados Lucio Echavarrioste, Francisco Lotero, Francisco Vidal, Enriqííe ileinaé Isidoro Martínez, que fué lanceado en la mar- cha, por serle imposible caminar. Que murieron déla misma maner; los individuos alemanes Gustavo Ilamann, Emilio Neu- man, T . Hofrnan, Garlos Urrich y el subdito inglés Guillermo Stark. Que también tuvirron igual fin los franceses Lassere y los hermanos Du^)rat y su hij j, Valet, Anglade y su hijo, y los italia- nos Nicolás Troya, Antonio Susini, Ejirio Terrero, Antonio Re- baudi, Nicolás Susini, Agustín Piaggio, Simón Fidanza, Pió Pozzoliy N. Ravizza, así cimio E. Tubo y H. Grillo. Que fusiló á los boliviancs D. Tristr-n Roca, Dr. N. Vaca, D. N. Gu- tiérrez, y varios otros. Que hizo matar á los portugueses Cán- dido Visconcellos, Amerito Várela, Antonio Vasconcellos, Cór- rela Midrugü, Leite Peí eirá y varios oíros, cuyos nombres no recuerc.a. Q.'.e hizo lo m\^mo con los orientales Antonio Nin Re- yes, do Jor A itonio de las Carreras, Francisco Rodriguez Larrae- ta, Feaericc Anavitarte, N. Caravia, Coronel Laguna y muchos otros, y con los argentinos Coronel Lotera, Coronel Virasoro, César Gondr? , Coronel Mi-rtinez, Sargcnlo Mayor Lucero, Capi- tán Go.;ycocli;;a, Corunel Tolmo López, Capitán Garay, Enrique García, Desiderio Arias, N.Barrasa, Mayor Carranza, Aureliano — 390 — Capdevila, Siiiforoso Cáeeres é hijo, N. Gauna, José Caloiira, Ra- món Capdevila, N. Palacios, Ventura Gutiérrez y Coriolano Mar- ([uez. (Jue además de estos hay muchos otros de las men-cionada¿ nacionalidades, cuyos nombres no sabe, y que además han perecido casi lodos los prisioneros de guerra del Ejército Alia- do. Que sabe todo esto, porque él niismo ha sido Fiscal de varias causas y que declara, que los riscales obraban bajo la férrea presión de López, teniendo siempre á su lado inspecto- res especiales que les ordenaban lo que debian hacer. Preguntado: Diga y declare, (jue se ha hecho de los Inenes muebles é inmuebles de estas víctimas, dijo-. Que ha oido que han sido embargados por orden de López; pero que no pueda dar detalles porque á él y á los demás Fiscales, solo se les daba participación en la sustanciacion de las causas, siempre bajo la dirección de López. Que lo único que puede declarar es, que el dinero y alhajas que los reos llevaban, se les quitaba sin que jamás se volviesen á juntar con ellas, ni ellos ni sus deudos. Preguntado: Sobre las torturas y fusilamientos de sus mismos compatriotas, homl)res y mujeres, ordenados por López, (jue diga cuanto sobre el particular sepa, dijo: Que salvas muy raras escei)CÍones, López ha sacrificado lo mejor y mas decen- te de la población del Paraguay ; que algunas veces forma- lizaba una cansa de la que resultaba loque él quería; pero que casi siempre azotaba y fusilaba las personas notables sin forma de juicio; que de su misma familia fusiló á su hermano Benig- no y á sus dos hermanos políticos Barrios y Bedoya, y en fin, que este monstruo habría esterminado á todos los habitantes del Paraguay si le hubieran dado tiempo para hacerlo. Que tiene apuntes, y fjue si se le llama de nuevo á declarar, deta- llará é individualizará ciertos hechos cuya sangrienta cruel- dad espanta. En este estado, se determinó suspender esta declaración con cargo de proseguirla mas tarde si fuese necesario; y habiéndo- la leído al declarante, se confirmó y ratificó en ellas, firmándola connugo. Aijustin Marino. Secretario. Matías Goyhurú. Sis»© Va i\cc\avaclon i\c lí. MiiUas íiolbuv^». '» En la ciudad de la Asunción, á los catorce días del mes de Marzo de mil ochocientos sesenta y nueve, previa citación. - 391 - compareció ante mí, el Ca})itan D. Matías Goyburú, á efecto (lo complementar la declaración j)resentada en este espediente en doce de Febrero del corriente año; y después de prestar el juramento que segiin clase le corresponde, fué interrogado de la manera siguiente-. Preguntado: Sobre las torturas y fusilamientos hechos por López en las personas de sus com[)atriotas, hombres y mujeres, y que esponga cuanto sobre el particular sepa, dijo: Que aparte de los miles de víctimas que' produjo el estado violento á que el dictador arrastró á su patria, — cuyo numeróle es imposible señalar, — es creencia jeneral, que López ha sacrificado, por órdenes directas dictadas al efecto, de mil ochocientos á dos mil personas, entre las que puede señalar las siguientes: José Jíerges Ministro de H. E., Gumesindo Benitez su suce- sor, Benigno López hermano del tirano, Vicente Valle Escri- bano de Gobierno y Hacienda, i)r. Brujnes General del Ejér- cito, id. Vicenta Barrios id. id. id., José Mongelós, Paulo Colman, Vfcente Dentella, José V. Urdapilleía, Andrés Urda- pilleta, Francisco Moiinas, Francisco Lotera, Juan Cabrizas, Jiamon Franco, N. Franco (de la Recoleta;, Juan Molas doc- tor en Medicina, Isaac Alvarez, Francisco Vera, N. Vera, N. Salduondo, N. Rivas (Do Luquo), Venancio ürbieta gefe de Yaguaron, Tres subalternos del anterior, Miguel Berges Juez, Pastor González id.. Escolástico Garcete id., Raimundo Ortiz id., Fermín Basaras id., N. Ojeda id., N. Pelara id., N. Nuñez id., N. Grillo Comandante de Villeta, Miguel Rojas Coman- dante de Villa Oliva, N. Burgos Juez, N. Benitez id., N. Candía Gefe do [tanqua, Nicolás Troya Comisario, N. Duarte Juez do Itá, N. Galiano gefe de ííá, N. Aquino Mayordomo de Itá, Victorino Cabrizas gefe dé" Yaguaron, Juez de Garape- guá, M. Molina gefe de Paraguarí, N. Fernandez Juez de id., Francisco Sancliez gefe de Carapeguá, Buenaventura Brasque gefe de id., F. Bogami gefe de Acahay, N. Garay capitán gefe de Carapeguá, Francisco Frutos gefe de íbitimi, Piamon Mi- recos comandante de Villa-Rica, F. Ramírez gefe de Caasapa, N. Torres gefe de Yuti, El Juez de Paz id. id., N. Pérez Juez de los Altos, N. Salduondo gefe de Arroyos y Esteros, N. Ojeda teniente comandante de Villa del Rosario, Daniel Va- liente Gefe de la Villa de San Pedro, N. Nuñez coronel gefe de caballería de vanguardia, N. Gómez teniente coronel ma- yor de Plaza de la capital, José Fernandez ayudante de campo de López, Miguel ilaedo Comandante del cuartel de San Fran- cisco, Francisco Fernandez Teniente Coronel Ministro de Guerra y Túarina. Mateo Senabria, Sargento Mavor gefe de Policía de la ca- pital, N. Mesa Sargento Mayor i^-sfe del Batallón 11, N. Mora gefe muy antiguo, N. Arguello Capitán Comandante de los hospitales, N. ?iíacíel capitán educado en Londres, Gaspar López Secretario de Berges educado en id., Elias OrlelJado teniente Ayudante de López, Francisco Ortellado Cirujano, Bernardo Ortellado empleado civil,— (hermanos). N. Ferreyra teniente de Policia, N. Villaeanti, N. Hermosa capitan-Gefe de la capital, N. Caíiete id. id. id. id., Saturnino Bedoya em- pleado de Aduana, Paulo González id. id., Sebastian Ibarraid. id., Felipe Milleres id. id., Bcnjamin Urbieta id. id., Abdou Molina id. id., Leonardo Lion id. id., N. Candia id. id., Y como doce ó catorce escribientes de Aduana, Dr. N. Palacios Obispo, id. Eugenio Bogado Presbítero, id. Jaime Corvalan id', id. Martin Servin iargo sabe por relación de algu- nos compañeros suyos que han sido fiscales de muchas causas mandadas instruir por el Mariscal López entre los cuales se cuenta el Capitán Goyburúl que dichos prisioneros han muerto todos. Preguntado: Qué clase de martirio se imponía á las mujeres del país, y si tiene conocimirnto de las que hayan sido fusiladas, dijo:_ Que se imponían los mismos castigos que á los soldados, azotándolas y poniéndolas en cepo de lazo y colombiano. Que no ha visto fusilar ninguna mujer, pero sabe que lo han sido algu- nas, como la señora I> Juliaua Isfran de Martínez, l)^ Mer- ~ 396 -^ cedes Egusquiza y Da. Maiia de Jesús Egusquiza, y que mejores datos se podrian recojer sobre esto del Capitán Goyburú, que ha sido fiscal cu estas causas. Preguntado: Cuanto sepa respecto á fusilamiento ó muerte en cualquier otra forma, de csíranjeros y confiscación de sus bienes, dijo: Que sabe fueron reducidos á prisión y tratados del modo mas inluimano todos los estranjeros que estaban estable- cidos en la ciudad de la Asunción, que rauclíos de estos lian sido fusilados por orden de López, y otros han muerto á conse- cuencia de las torturas ó por efecto de la miseria, entre cuyas personas se cuenta su cuñado, de nacionalidad inglesa, llamado, Guillerm.o Stark. Que ha fusilado lo mejor y mas decente del Paraguay, siem- pre por causas que él formalizaba, de las que resultaba lo que él quería. No teniendo el declarante nada mas que añadir, se dio por terminada la presente declaración, y habiéndosela leido, dijo ratiíicarse en su contenido, á cargo del juramento que tiene prestado, firmándola conmigo. Joaquín Montaña. Eduardo Aramhurú. "declaración «le H. José M. Massot En la ciudad de la Asunción, á primero del mes de Abril de mil ochocientos sesenta y nueve, hice comparecer ante mi pre- sencia, á D. José alaria Massot, á quien previo juramento, lo interrogué de la manera siguiente: Preguntado: Por su patria y empleo, dijo: Que es paraguayo y que ha sido Sub-teniente de Artillería del Ejército del Mariscal López. Preguntado: Cuando y como dejó el servicio de López, dijo: Que el dia veinte y nueve de Diciembre del año próximo pasado con la rendición de la Angostura. PreguQíado: Sobre el trato que recibían de López los prisio- neros de guerra, y que diga y declare sobre el particular cuanto sepa, individualizando si fuese posible, algunos hechos, dijo: Que con muy raras escepciones, todos los prisioneros del ejér- cito aliado, han estado sujetos á los mas horribles padecimien- tos, inventándose por el Mariscal López, los castigos mas bár- baros para martirizar á los que teman la desgracia de caer bajo' el látigo del tirano de su patria. Que ha observado el Presidente López, durante la guerra, — 397 — agrega el declarante, las reglas mas bárbaras y absolutas que hayan existido jamás en el mundo, apartándose completamente de todo principio de justicia y equidad, sin miramiento por ninguna ley, como si una declaración de guerra desencadenase todos los crímenes. Que no ha dado cuartel á nadie y que no solamente no se ha contentado con privar de la vida á Tos prisio- neros, csponicadolos aun tratamiento cruel, sino que ha llegado hasta el cstremo de degradarlos por las mas horribles mutila- ciones. Que la época mas Jiorrible que han pasado los prisione- ros de guerra ha sido cuando el ejército estaba situado en San Fernando; allí, dice el declarante, se martirizaba tan inhuma- mente á los prisioneros de guerra y á los estranjeros, que se encontraban presos, que para creer lo que sufrían, es necesario haberlo presenciado; que allí han sido estaqueadas y azotadas mas de cien personas, que para consumar semejantes cruelda- des, preíestaba levantamientos en el campo, ó complicación en conspiraciones que se decía se fraguaban contra el Ptíariscal Ló- pez. Que había establecido una solidaridad tal para con los presos, que la mas leve falta ó sospeclia de uno de ellos era pur- gada por todos. Que no recuerda bien los nombres de los prisio- neros y estranjeros que se encontraban presos en esa época, pero que recuerda de algunos Gefes que fueron fusilados, como el Jeneral Brujnes, Leite Pereyra, Coronel Nuñez, Mayor Mesa, Coronel Laguna, Comandante Fernandez y otros. Que en los úlíimx'S tiempos, todo aquel que se pasaba o se tomaba prisio- nero, era azotado hasta que declaraba lo que se pretendía que declarase, murieudo muchos cá consecuencia de estos bárbaros castigos. Que el Capitán D. Matías Goyburú y el Sub-teniente D. Bernardo Valiente, deben tener presente los nombres de to- dos los que ha fusilado López, por haber estado dichos oficíales siempre al lado del Mariscal López, y muy particularmente el primero, que ha sido fiscal en muchas causas. Preguntado: Qué clase de martirio se imponía cá las mujeres del país y si tiene conocimiento de las que hayan sido fusiladas, dijo: Que ha visto muchas mujeres espuestas á los mas horri- bles tratamientos y muy particularmente aquellas señoras que tenían sus esposos complicados en la conspiración que decían se fraguaba contra el Mariscal López, que por medio de torturas les hacia arrancar la delaracion que él quería, azotándolas des- pués, y entregando algunas á piquetes de nmchachos bízoños para su fusilamiento, concluyéndolas de matar á bayonetazos. Que entre las señoras que ha Visto fusilar de esta manera se en- cuentra la del Coronel Martínez, que se rindió con todas sus fuerzas en la Península. Preguntado: Cuanto sepa respecto á fusilamiento o muerte en cualquiera otra forma, de estranjeros ó conñscaciou'de sus bie- nes, dijo: Que en esta guerra todos los estranjeros han sido tra- tados como enemigos, reducidos á prisión y espuestos á tormén- — 308 — los de liíila (:las(\ Quo rcspcclo ;i lus Íjieiio¿ de luá csli'íuijci'us lodos lian sido couílscados por Lojicz. Que lu) leiiia mas que añadir, y habiéndosele leido esta í>íi dc- claraciun, dijo raliíicarse en su contenido, á cargo dtd jnia- mentó que tenia pieslado, jirmándola conmigo. Joaqcin No)!fcJi(i. José M. jíIüssoL €uvii\M\yíy (1). Después de liaberse retirado nuestros ejércitos, salieron los paraguayos para recojernos, teniendo estos orden, de recojer nada mas que los (juc se podian levantar, acabando de matar á los i]ue liabian quedado muy mal heridos. El número que sobrevivimos á esta sangrienta carneada del 2á fué 83. Después de habernos recojido, nos conduje- ron á Curupayty en medio del campo, á la orilla de una la- guna, donde quedamos hasta el 2o del mismo, sin casa, sin cama, nada mas que el cielo y la tierra por asilo. El 2o nos llevaron al hospital JMendez , distancia de legua y media de Humaitá ; allí nos lavaron nuestras heridas, te- niendo el cuidado de quitarnos las prendas de vestuario de su agrado, con el pretesío de lavarlas, pero nunca mas nos las entregaron. El 2G del mismo marchamos para Humaitá á pié ; llegamos el mismo dia á esta plaza de armas; al llegar nos hicieron hacer alto en el medio do la plaza, mandando llamar á todas las mujeres. Allí nos circularon y nos mostraron á estos ignorantes como animales, diciendo y recomendando de no tener comu- nicación con nosotros, porque éramos animales sin agua de bautismo. Después de haber quedado una hora y media sujetos al ridí- culo y bárbaro modo de recibir á los que hablan derramado su sangre para librarlos, nos hicieron entrar en el Hospital. Allí no habia para cama nada mas que cueros de vaca, sin poncho, siu frazada, sin puertas, sin ventanas ; espuestos á sufrir los rigores del frío. Ochenta y tres entraron, y cin- cuenta murieron allí mismo mas bieií de frío v de mal cui- (i) Con las misinos fallas de idioma con nao está esciilo publicamos Ja relación que vá á leerse. — ooJ — dados i[uo de las heridas. Xus daliaii de coiíicr ni una batea cuDiu á los chn.iichus, cada !)alea para cuatro individuos. Los priiücroi; dias iiingurio (jiicria comer en ellas, maliciando (jni? eran las mismas hateas que nos servían para liacer nucstiv, necesidad, lía sido después de tener hambre y hal)ernos per- suadido que eran otras, que hemos comido en ellas. La comida era un locro de maiz con carne, algunas veces con sal V otras sin sal. El cirujano en jefe que nos cuidaba era un señor inglés que se llamaba Skiner, Teniente Coronel de la Plana Mayor. El señor como europeo hacia lo que podía para que se hiciera lo que él oi'denaba; ju.'ro como no podia presenciar las curas, por causa de la cantidad de enlermos que tenia á su cargo, los i)racli- cantes que hacían sus veces, nos lavaban, dándonos golpes, cachetadas, y á otros de un poco mas de respeto, palabras mor- tificantes; haciendo recuerdos con injurias de S. E. D. P>arto- lomé Mitre, que entonces era el Presidente de la República Argentina. Este valiente General ha sido tratado por estos malvados de cobarde, diciendo que nunca se presentaba en el campo de batalla. Por haber tomado la defensa de estas injustas injurias, yo y otro cabo 1. ^ del 12 de línea, Justo Oviedo, de la Provincia de Córdoba, hemos sido castigados.— (El nombrado ha sido fusilado en Cerro León un año después). Nos han curado es verdad ; como para mejor decir, si se salvan bien! y sino poco importan! Esta es la humanidad que han tenido con nosotros: cuando se moria uno, su cadáver era ¡a causa de la risa y burla de los señores que nos asistían con tanto despotismo. En ñu después de haber convalecido, el primer trabajo que nos hicieron hacer ha sido de policía ; es decir de ir por las plazas y calles públicas, recojíendo inmundicias con las ma- nos, y llevándolas y arrastrándolas en un cuero. Después con mas rigor, mudamos de trabajos, cortando ado- bes. Entonces principiaron para nosotros los padecimientos horrüjles, que son los de la privación de todas las necesi- dades. La comida fué disminuida; no ha])ia mas almuerzo, ni galletas; dos veces al dia el miserable locro sin sal y á la mi- tad disminuido. Alguno se quejaba de ser enfermo; no se acreditaba, so pegal.ia para curarle, tratándolo de mañero, que no tenia amor á la patria ; y esto en el Paraguay es el mas grande crimen. Siendo uno acusado de este delito y probado, ó es muerto ó bien engrillado con cadena y zoquete y cien lazasos. El temor de semejantes castigos por tales motivos, nos ha- cia trabajar enfermos 6 no, hasta caer en el suelo como cayó — 400 — un inglés llamndo Juan Devcs, que cayó desmayado á la orilla del pozo donde hacia el barro. El sárjenlo Viéndolo caer, lo levantó á fuerza de varillazos; el sargento se llamaba Andino. El arriba nombrado ha sido muerto en la Cordillera frente á laípacaray Laguna) el 17 de Enero de i8()9, con 12 lanza- sos. Con el murieron el mismo dia y por el mismo motivo, otros cuatro estrangeros, un inglés, un boliviano, un oriental y un brasilero, El crimen que habían cometido estos mis cinco compañeros es haber tenido sus nombres en seguida de los de tres desertores. Con que terror y que horror hemos mirado los demás ese execrable castigo, y con que miedo hemos vivido después. Ni dormir podia mi imajinacion, siempre presente el espec- táculo del 17 de Enero. Salimos veinte y un compañeros de Humaitá, quedaron diez inútiles, nos embarcaron nos llevaron para la Villcta ; allí quedamos tres meses, sin trabajar, sin hacer entera- mente nada; pero conforme no se hacia nada, se comía lo mismo. Una vez al dia nos daban un pedazo de carne do media libra, y si no hubiese sido por las limosnas de la pobla- ción, allí no mas se hubieran muerto la mitad de hambre. A mí, quien me ha dado de comer, es un francés llamado Pedro Resquin, maestro carpintero ; no sé donde se encuen- tra ahora este protector de los aflijidos.^ Después de haber quedado tres meses en esta población, nos embarcaron como para ir á la Asunción ; pero en lugar de desembarcar allí nos llevaron al Chaco, donde quedamos ocho días trabajando en Capucras. El 20 de Junio de 1867, nos embarcaron de nuevo para la Capital, á donde quedamos hasta el 21 del mismo. El 21 subimos en el Ferro-Carril para ir á Yuquerí para ha- cer de carboneros. Aquel lugar ha sido el verdadero infierno sobre la tierra para nosotros antes de amanecer se tocaba un tambor como para pasar lista. El pobre infeliz que por causa de la fa- tiga del dia ó de la noche, (porque de noche se trabajaba también) se encontraba dormido, se le pegaban 12 va- rillazos. Se quitó este castigo después de haberme quejado al Co- mandan te del Carril. Para trabajar no había mal tiempo, que lloviese ó hiciese frío ó calor, nada importaba. Domingo y días de fiesta, estos no se conocían ; siempre trabajos y trabajos ; sin suel- do, sin vestuario, desnudos, nada mas que una tira de coco que no tapaba las vergüenzas, nada mas que la comida que se componía- de carne de vaca la mas flaca ; y los bofes mez- clados con harina de maíz blanco sin sal. — 401 — Después de haber trabajado un año de este modo, salió un pa- gamento á nosotros. Este pagamento ha sido de 4 pesos pa- pel. AI mismo tiempo como se aproximaba el dia 24 de .lulio, dia de la fiesta de San Francisco Solano, nos obli- garon k contribuir con nuestra plata del pagamento para la fiesta que ellos solos, los paraguayos que nos cuidaban, debian disfrutar, puesto que nosotros teníamos que quedar en el trabajo después de haber contribuido. Hasta que pun- to iban las opresiones de los feroces que nos cuidaban! Algunos quisieron desertarse, pero pronto vueltos á agar- rar, fueron castigados, pero no muertos. El motivo i)or que no los han muerto, ha sido que el Mayor Fernandez ha- bla sido á favor de la triplo alianza, y ha de ser cierto esto porque él ha sido víctima de sus buenos sentimientos. El tigre deseoso de sangre, en San Antonio se lo ha comido. Después de haber perdido nuestro protector vinieron ór- denes mucho mas rigorosas para nosotros. Cada uno tenia que cuidar por el compañero, escuchar las conversaciones, é ir á dar parte, de lo que se decia, de lo que se queria hacer, y no faltaban algunos de estos correntinos traidores que después de haber vendido á su patria, hacian de espia de sus paisanos y de nosotros también. Todavía queda vivo uno de estos infames ; lo he dejado en Pirayú, se llama Juan de Dios Giménez. Este hizo un parte contra uno de sus paisanos, llamado Genaro López, diciendo en su parte •• que había oído decir al susodicho que queria desertar ; pero que no era todavía tiempo, que se es- peraba un poco mas, como para dejar aproximar nuestro ejército. Inmediatamente fué puesto preso, y puesto una barra de grillos, lo llevaron á la capital como para pasar por consejo de guerra. El Mayor Fernandez vivía, el acusado no podía morir todavía ; pero no pudíendo perdonarlo del todo, lo mandó nuevamente en nuestra compañía á trabajar, teniendo una cadena de 2 varas y media de largo y zoquete de cinco li- bras. Muerto el Mayor Fernandez y habiéndose despoblado Yuquerí para pasar á las Cordilleras, el infeliz Genaro López que había arrastrado su cadena en los trabajos de la car- bonería como 8 meses de tiempo, no había pagado toda- vía suficiente, tuvo .que morir fusilado junto con un bra- silero llamado Buenaventura da Silva. Al mismo tiempo que los prisioneros padecían en Yuque- rí, el tirano López mandaba recojer <á los estranjeros que habitaban en la República. De dia y de noche, cruzaban estas víctimas del afamado tigre, sea por el carril sea por el camino real, con los píes engrillados ; los llevaban á Luque ^ la prisión, 26 s — -iO-2 — Al!í j>riiicijti;(ba para ellos, estos suín'mieiilos es{»iri- liiüles y rorporales que los llcvahnn á la tiiiuha. Lo sui)e yo desjuies, haciéndoiuclo citiiíar con los soldados para^jjiiayos enfermos en Caacupéíiue estaban conmigo. En l.iiqne les daban de comer, j)orotos cocidos en agua sola, sin sal, medio crudos y poca la cantidad, como ))ara tenerlos siempre con hambre. Despnes de nn tiempo los llevaban á la capital y de allí al campamento donde vivia el Jiiónstrno luimano. Para liacerlos declarar, el juez los acusaba: el negar era devalde; cada vez que negaba el acusado, se le daban desde i20 hasta 100 lazasos ó varillazos. Dos ó tres veces al dia se hacian las declaraciones y siem- pre con el" mismo sistema. Acabando de declarar, los casti- gaban hasta qne cansados, vencidos por las penas, confesa- ban por escrito una mentira. El sacerdote italiano liaez, redactor de la «Estrella» dijo lo mismo en Caacupé en pre- cncia de los ingleses maquinistas y yo : en una invención de López esta tradiccion que se ocultaba á los estrangeros, al her- mano y por fin á todos los qne han caido bajo el cuchillo de López. Algunos se han muerto en el famoso cepo colombiano, castigo que se hace con fusil. Atados qne eran esos fusiles, los apretaban, hasta sonar los huesos y reventar el espinazo. Qué torturas horribles han sufrido estos pobres infelices, sin tener crimen ni cosa alguna según dice el sacerdote Baez. Y él lo ha de saber mejor que nadie, porque él tomó la cor- respondencia de López. Después de haber hecho esta carneada, salió orden á los paraguayos de no caminar con los estrangeros, porque todos oran traidores á la patria. En fin, en medio de tantos terrores y horrores, el corazón de los prisioneros se alegró oyendo los cañones de Ita-lvaté, y viendo el apuro con que disparal)an estas pobres pobla- ciones con los pocos trastes que podian llevar para ir á es- conderse en las Cordilleras. A nosotros también nos hicie- ron abandonar esta pobre carbonería para ir también á las Cordilleras á ser testigos de los horrores del hambre que debíamos juntos con los paraguayos, sufrir hasta que Dios dijo « basta. » Llegamos á Caacupé, los primeros trabajos fueron armar con mucho apuro el arsenal para fabricar cañones, porque López en su disparada habia perdido casi toda su artillería. En este lugar se me declaró en la pierna derecha una úlcera que me obligó á entrar en el Hospital ; allí tuve que ver morir falto de aliento á los mismos paraguayos. No habia nada para alimentará los enfermos ; poca comida, una vaca jiara irjOy áOO; animales flacos, algunos que se morían de ' flacos ó enfermos se — -i03 - mau(la])aii carnear, lo mismo se cociuiba y se diba á ios ]iara[íuayos enfermos. He visto morir mas uo 2rO pai aguayos (ie hambre. Solo los padres, curas, oficiales, cirujanos, prnclicpiUc; y en\{)leados en ia Plana Mayor, comiau lo sulicieníe para vivir. En medio de tales calamidades se aprox'maba el "íI'í- de .Jnlio, ó bien San Francisco Solano. Como 8 dias antes, obligaron á todos á ir mañana y íi'rde á la Iglesia á rezar por el santo ; pero no era para el sr.nto, sino p:\ra Francis- co Solano í^ojH'z. Un uia me vino á mi también la gana de entrar en la iglesia para oir el sermón que pronunciaba el padre. Cual no ha sido mi estupefacción cuando he oido al padre este, comparar al tirano del Paraguay á San Francisco Solano. Acabando su sermón dijo -. Quien no ruega por el Presiden- te I). Francisco Solano López no ruegan Dios; rogando por él ruegan á su santo, y quien no lo liace no es cristiano ; por consiguiente no gozará el paraíso después de muerto. Manifesté mi admiración á un amigo mió paraguayo, oficial cirujano llaujado Medina, con quien tenia alguna con- fianza, viviendo reconocido este oficial por todo á nuestro favor. Me contestó que todos los sermones que se hacian se hacian con las mismas fórmulas, ó bien otras en el mismo sen- tido. El dia 22 llegaba ; precisaban hacer una fiesta, i)ara eso los ci- rnjanos dejaron sus raciones de yerba, tabaco y carne. La prime- ra se vendió por comestibles necesarios, la segunda se hicie- rou los cigarros etc. etc. Después de la misa se reunieron en el salón deCaacupé, como para principiar el festejo del tirano Francisco Solano López, que ellos llamaban el jénio de la América del Sur. En el medio de la comida cada uno pronunciaba un discurso, que se volvia puros elojios y adulaciones para el tirano. Allí me aproximé hacia la puerta del salón para escuchar esos discursos, y en medio de uno de ellos oí pronunciar por la bo- ca de un padre la blasfemia siguiente : « No cumpliendo con las voluntades y órdenes del Pre- sidente López, no se cumple con la voluntad de Dios. » Estas palabras, yo, el abajo firmado, he oído decir por un padre, el dia 2i de Jnlio de 1869, en Caacupé. Los ignorantes paraguayos oyendo estos discursos y siendo pronunciados por un padre, los creen lo mismo que nosotros creemos en Dios. En fin, el dia que debia poner á luz tantas calamidades se aproximaba : el canon lil.ieral se hacia oir de tiempo en tiempo y ))or fin se hizo por Piribebuy un camino por don- de debían venir á libertarnos á nosotros pobres prisioneros — 404 — y paraguayos que hahiamos gracias á la Providencia de Dios escapado á la ferocidad del tigre bípedo López. El dia de la toma de Piribeíjuy, vino la noticia á Caacii- pé, que los negros (asi es que nos llamaban al Ejército Aliado) habian sido vencidos, perdiendo 1)2 piezas de cjiáon, i9 regimientos y 12 batallones. Esta noticia causó bastan- te alegría á los paraguayos; á la noche del mismo dia hi- cieron íiesta en todos los rincones. Una muger tuvo la desgraciada suerte de escaparse ;s son los recuerdos que me quedan ahora para ali- mento de la vida ! Guindo empezó la guerra no pensamos en salir del Paraguay, porque nu]ica supusimos fuese la idea de López esterminar su nación. El modo de que se sirvió para principiarla, nos hizo creer que su intención era socorrer á Montevideo que estaba en guerra c;ui el Brasil garantiéndose así de la misma Repúbli- ca y de la i* rjentina. Lr-s tramas y preparativos que se hacían, nos' hicieron pensar esto, asi es que no nos movimos siguiendo (1) Eujenia Yillattí de Gutiérrez. _ 406 — fúcilmentc nuestro comercio sin cuidarnos para nada de lo que se decia y liacia. Mi marido me recomendaba siempre el sijilo y reserva para con mis amigas y mucha discreción sobre lo que públicamente se hacia, y por último, en nuestra casa no se proferia una palabra subre estus asuntos de temor, (jue pudieran ser mal oidas ó interpretadas por los sirvientes. llaciamus una vida completamente retirada de toda sociedad y sinembariío, ]»or diversos modos, y sin preguntar nada á na- die sabiamos tudas las tramoyas vergonzosas de los del poder. Mi pobre liermano era el que despacliaba en el almacén de ne- gocio, joven muy circunspecto y como era muy (juerido de todos los que le conocían, recibía las confidencias de una por- ción de mujeres, las que hacian su pequeño comercio sacando del almacén lo que necesitaban. Poca de esta jcnte sabia leer y escribir y para hacerlo se vallan de él, escribiéndoles las car- ias que enviaban al ejército y contestando las (jue de allí ve- nían, servicio que hacia con paciencia y desinterés, de modo que, sin pretcnderlu, era sabedor de una inhnidad de tramas, aclarándose así muchos asuntos pídjlicos que eran muy oscuros para los que vivíamos lejos del ejército, liabian también unos cuantos espías, ])obrcs hombres sin malicia que por haber sido sirvientes en casa y sin mas motivo, tenían la conlianza de referirle el servicio que hacian como las órdenes que recibían respecto á tal ó cual persona; pero de todo lo que se supo en mi casa nadie supo palabra; allí quedaba el secreto. El único á quien hablamos de lo que pasaba en casa, era al canciller fran- cés Monsieur Parcos. Mi padre se pasaba los días sin hablar con ese señor que era nuestro mejor amigo. Ninguno de los tres se mezclaba en la política de López, ha- ciendo siempre cuanto imajinar se puede, para no llamar sobre si la atención de nadie, no haciendo ])ara ello ni bien ni mal. Si se hizo algún bien á los desgraciados fué hecho sin osten- tación y con las precauciones necesarias para no ofender ni ajar á nadie, para no ser mencionados como socorredores de per- sonas que se querían hacer padecer-, era tan delicado mi marido en sus dávidas, que ni yo conocía la mitad de su bondad. Las gracias que mas tarde he recibido de varias personas, me hicieron conocer que en mi nombre hacia esas limosnas, queriendo de ese modo que los beneliciados fuesen menos mor- tiiicados al recibir la pequenez con ipie se les auxiliaba, y tam- Isien para llamar menos la atención del monstruo, que conde- naba á moiir de miseria á ciertos hombres y á los que nadie se atrevía á socorrer. Para evitar su venganza era necesario siem- pre aparecer apoyando sus crueldades. Mí familia se declaró neutral completamente, por lo que tengo la satisfacción de no haberme rebajado jamás, y el consuelo de saber positivamente que los tres mártires de nií fa^iilia han muerto sin quererse prestar á las infamias y bajezas que se les exijia. — 407 — La pulítica de López empezó á ser lemilile-. asi fué que, en cuanto empezó á j)ei(.lei' esas fabulosas batallas que él siempre daba coinu ganadas, ya nos fué desde entóneos preciso estar rüuy ])reYeniilos y listos para saber lo que se liabia de contestar á ciertas palabras inmuíalues (|ue se dirijian á todos, viniesen de amigos ó conocidos, para lo que era necesario mentir ó cortai" la conversación, Teuian de espias á las seiioras do buen tono, para con ciertas personas de su relación, y vice-versa, \n<. sirvientes para éstas mismas; de manera que recilua J^opoz cada dia tres partes. Uno de los es])ias de la policía, otro de los del ministerio y el otro de una mala mujer ;i) que se babia distinguido como uiuy á prop'ósito [¡ara el caso. Si estas es- pias bubiesen bablado'siempre la verdad, no se babria aprisio- nado tanta jenle, pero como siempre esos cargos sirven para ejercer venganzas fué eso lo ijue ba sucedido desde (jue López subii') al poder, desde cuya éjioca desató sus odios, dando siem- pre crédito á cuanta delación recibía, protejiendo asi ajenos odios personales. Los desgraciados á quienes cal)ia esa suerte eran llevados á la cárcel sin forina ninguna de juicio y sin decirseles por que se bacia aquello con ellos. De esta clase de reos en que no babia distinción ninguna, se llenaron las cárceles, y cuando ya estaban repletas, se saca- ban y enviaban á distintos puntos del interior, importando poco ó nada, que viviesen ó nmriesen. El cónsul de Francia, M. Laurenl Cocbelet, demostró siempre el mayor interés por todos los presos estran joros: los visitaba, los alimentaba é iba y venia al ministerio para averiguar sus causas y pedir que se los juzgase mostrando siempre un empeño digno do un ájente; distinguiéndose ademas por su bumanidad para con el desgra- ciado y porque babia becho punto de bonor en salvar el dere- cho de jentes abandonado por la mano de Dios. Fué el único ájente, que se hizo respetar de López y estoy segura que si él liubiera permanecido en su puesto basta el fin de la guerra, se habrían evitado mil calamidades, pues solo un carácter tirme imponía á López, y sabe Dios si asombrado de la honrada per- sona de M. Laurent Cocbelet no hubiera procurado encubrir sus crímenes nuestro tirano. La desgracia de los estranjeros residentes en el Paraguay ha sido el cambio de cónsul, así se lo dije cuando se despidió de mí. Mis temores lo enternecieron y creyó que aunque joven ^1. Paralt de Caraliere de Cnverbilíe seria á lo monos un buen francos. Mucho se equivocó y yo también lo estuve i)or mu- cho tiempo. Desgraciados franceses, que creyéndose protejidos (1) Mada.'aa Lincli. — 408 — iban y le contaban las noticias que corrian con la confianza qne se tiene en un padre, y además, porque creian cumplir un deber dándole cuenta de todo. De ese modo sabia él lo que pasaba y por la noche no faltaba quien lo magnetizase (1) con distintas clases de vinos, de ([ue desgraciadamente gustaba mu- cho el dicho señor Cuverbillc, é insensiblemente y con maña, le sacaba todo cuanto sabia. ¡ Qué figura la de nuestro cónsul que sin sentido y solo por los efectos del vino, servia de filo para los franceses, y para varios otros, que por la estimación que daban á su titulo le depositaban su coníianza ó discutían con él sobre los azares de la guerra. Quiero creer que si no hubiera gustado tanto del vino no hubiera servido tan indigna- mente á los designios de López. Dos dias antes de la evacuación de la capital, dijimos á Mr. de Cuverbille que era preciso no salir de nuestras casas si no nos daban pasaporte para ir donde quisiéramos. Participaba de esa opinión, mas, después de haber estado en cierta casa mudó de opinión ofreciendo convocar á todos los franceses para que dieran puntual cumplimiento á la orden. Asi fué, el 22 de febrero de, 1868 vino á anunciarnos, que habia orden para salir esa misma tarde y que nos alistásemos; hicimos muchas observaciones sobre eslo; pero todo fué inútil; le pedimos que pidiese pasaportes para salir del pais los que no quisieran salir á la campaña, dando para ello poderosas razones. Nada lo pudo convencer, era un partido tomado de que hablamos de dejar nuestras casas é intereses para ir á vivir en donde le diera la gana á López. Se llamaron á todos ios estranjeros á la policía donde estaban impresos los pasaportes, y el jefe, que tenia ya una lista de los nombres con el lugar designado á donde debia ir cada persona, empezó á llamar uno por uno, y ordenándole que debia salir á las doce de ese mismo dia, le entregaba el que le pertenecía. Llamó primero á mi hermano, su pasaporte era para «Peribebuy,» de lo que reclamó diciendo: que él esta- ba bajo el dominio cíe mi padre y que solo él podia encabezar la familia, que vivíamos juntos y que no teníamos medios de vivir separados; se convenció y nos dio orden de ir á «Yalen- zuela.» Mi padre vino á anunciarnos nuestro destino; no te- níamos medios de salir ese mismo dia sino dejándolo todo aban- donado; nos parecía imposible hacer ese viaje sin llevar siquie- ra colchones y ropa, asi es que aguardamos hasta encontrar una carreta. En esto salió un bando que se publicó por un juez en todas las' calles diciendo: que desde esa hora tenían cuarenta y ocho horas para desocupar la capital; que pasado ese término seria fusilado todo y cualquier individuo que se encontrase en la capital, que so pena de la vida se prohibía tocar las puertas (1) Madama l.inch. — 409 — ajenas, imponiendü la misma pena á todos los que tuviesen relación con el enemigo yá losquesabién¡lolo, no dieran cuenta de ello á la au[,i)ridad. Hicimos dilijcncia para que cambiasen el lugar donde debíamos ir, lo- que se obtuvo por medio del cónsul, yendo h «Limpio,» donde teníamos amigos. Fuimos con la familia Gutiérrez é hicimos allí vida tranquila hasta el viernes santo. Esedia se dio orden á todos los estranjeros para presentarse al juzgado donde se les leyó un papel en que se ordenaba, que desde ese momento no podian salir del particlo sin pedir un pase al juez de paz, el que no lo podia espedir sin obtenerlo del jefe de policía que se hallaba en Luque. Esto nos ocasionó estrema- dos apuros, porque en Limpio no habla mercado ni nada por lo que teníamos que mandar á Luque para surtirnos de todo, im- portaba asi esta disposición una disimulada orden de arresto para todos los estranjeros que vivíamos en la cajupaña. Nos valimos de un ardid para dar cuenta al cónsul de lo que pasaba y pedirle que por medio de la policía hiciera llamará mi marido, proponiéndonos con suida á Luque hacer dilijencias para mudar de residencia, lo que se hizo. El cónsul se prestó con amabilidad á esto practicándolas todas con empeño, por lo que todo se consiguió brevemente. Nos mudamos auna casa de campo situada en una isla perteneciente al partido de Lu- que, por lo que nos vimos obligados á separarnos de la familia de Gutiérrez. Nos ocupamos en el trabajo de la destilación de la caña. Vi- víamos aislados de toda sociedad; pero contentos por ver toda la familia reunida. Se oía á menudo hablar de prisiones, ya de paraguayos notables, ya de estranjeros y sin embargo jamás di- jimos una palabra ñe esto á nadie, porque sabíamos era para López un gran crimen hablar de las prisiones ordenadas por él. Llegó para mi el dia fatal. El 6 de julio de 1888 á las nueve de la noche llegó á nuestra casa un soldado diciendo que el Se- ñor jefe de policía quería hablar con el Señor Don Narciso Las- serre Partió el infeliz, para no volver mas! Al otro dia temprano fué mi madrea ver al cónsul para que hiciera dilijencias á ñn de saber donde estaba mi marido. Sorprendido quedó el cónsul al oir que lo creíamos preso. C'est ce que je craigneis ! es- clamó. Esa palabra sonó mal al oído de mi padre! Por qué lo temía V. ? le preguntó; ¡qué es Ioíjuc hay! oque antecedentes tiene V. de mi yerno para espresarse de' esa manera? — Se cortó el cónsul; no contestó directamente; pero hizo con prontitud di- lijencias de toda clase y resultó que el Sr. Lasserre no estaba preso por causa política. Volvió mi padre con el cancillera darme esa buena noticia, la que fácilmente creí porque sabia ~ no — perfectamente que mi marido mmca se liabia ocupado ni mez- clado en nada y esperé. Por varias veces luí á ver al cónsul y al jefe de policía y siempre la misma contestación. El doce reci- bí la ropa que me enviaba pura hacer lavar, bus({ué en todas las costuras y hallé dos ¡nipelitos, el uno escrito con jugo de naran- ja, y el otro con i^lomo (]ue yo había mandado escondido enlre la ioj)a limpia. El primero de estos papelitos decía-. Onm'a enferme in sans í»c rieii (I ¡re, on me n'a pus encoré laissé voir h chef de ]^oJ¡ce; el otro decia j'e ííe sah ríen, on ne m'a faf¡ encoré inlerrofjé. Fui á ver al cónsul y supe que ya no estaba mas en Luque mi mari- do, que en la víspera lo habían mandado hacia la capital á caba- llo. Sobremanera me aflijió este cambio; el cónsul hízose el ignorante, pero después se descubrió él mismo diciendo que ya sabia lo (pie pasaba. Estando yo presente fueron llamados al Ministerio de Relaciones Esteriores los cónsules de Italia y Fran- cia, y al volver dijeron que les habían leído la orden que m.an- dalta por el telégrafo S. E. en estos términos-. «Dése á saber á los cónsules de Italia y Francia que entreguen como presos toda la jente de su casa; sí ño lo hacen por voluntad que se apresen por la fuerza.» M. de Cuverbílle se enfureció diciendo incendios de López como acostumbraba hacerlo siempre que hablaba conmigo. Ale despedí aterrorizada porque comprendí que iban k ser presos todos en jeneral. Llegué á mí casa envuelta en un mar de lágri- mas, anunciando á mi padre y á mi hermano que ellos también tendrían muy pronto la misma suerte. Vivían con nosotros dos carpinteros franceses; á las doce de esa misma noche tres sol- dados vinieron por ellos y dos horas después vino otro por mí padre. Al momento di aviso de esto al cónsul, quien me contes- tó amistosamente diciéndome que todo el mundo caia preso en aquel dia-. jueces, empleados y estranjeros son todos con- ducidos presos; creo que antes que llegue la noche lo seré yo igualmente y caso contrario, disponga V. de mi y de mi casa como la suya. Pasaré por alto lo mucho (pie sufrí en esos días; no me siento capaz de conservar serenidad sí me pongo á referir tan tristes recuerdos. Tenia entonces á mi querida madre moribunda: hice esfuerzos sobrenaturales para ocultarle mis angustias. Pasé el dia IG esperando por momentos vinie- sen en busca de mi hermano, lo que no sucedió, pasando una noche mas juntos y bajo un mismo techo. Ya le había hecho una bolsita con ropa y algo de comer para ([ue no saliera tan desprevenido como los otros dos. A las dos de la mañana del 19 se oyeron unos golpes desmedidos á la puerta con ruido de armas y caballos prcgantando á gritos, si Arístide Duprat estaba adentro; no nos dieron lugar para abrir la puer- ta, la que á empujones echaron abajo descomponiendo bicerra- — 411 — dura, entraron tros suldados con caras asustadas mirándonos co- mo si fuéramos un batallón cuntra ellos; todo ese aparato me sorprendió estraordinariamente, pues habiendo llevado á los de- mas con tanta quietud no esperaba se emplease semejante bulla para con el último: nuestra calma les impuso, no dándole sin embargo tiempo á mi pobre liermano para vestirse y ménus i)a- ra hacer traer su caballo. Con ironía me preguntaron si era un caballo tordillo, áluque contesté que lo mismo seria cualíjuiei- otro, alo que se me dijo: traemos caballo para él. Efectiva- mente, .le acompañé hasta el patio para despedirme y vi allí que le hicieron montar en uno de sus caballos ordenándole abriese la marcha. Al volverme para adentro oigo sorprendida ruidoso movi- miento, retrocedo, salgo y llego en el momento en que ataban los brazos á mi hermano. Te atan, le dije! y él me contestó: — «coraje, paciencia, no se lo digas á mamá.» Hasta hoy ésta lo ignora; lo habían hecho bajar del caballo para esa operación y encontrándose así, difícil le era volver á montar. Le traje una silla y dije al sarjento; inútil es que V. ate á mi hermano, mien- tras vivan su madre y su hermana tiene V. en él un cordero. Que si las dos moríamos, entonces si se cuidase de él que él sa- bría vengarnos. Procuraba siempre despedir con serenidad á mis pobres mártires para evitarles la triste impresión de tan cruel momento, pero esta última vez fué ya demasiado, no pude ya contener un acceso de dolor, desde aquel momento lloré con- tinuamente siendo mi vida la de una estatua. Fui al cónsul quien se compadeció mucho de mí aparentemente. Sé del mo- do como lo han tratado á vuestro hermano, me dijo, como que su prisión no había sido ordenada por López sino hecha por abu- so del sarjento. Mas tarde supe que habían llegado á la esta- ción del ferro-carril como á las tres de la mañana, estando allí á su espera el jefe de policía Sanabria, quien le hizo remachar dos barras de grillos despachándolo en seguida con un sarjento para la capital, para ser conducido de allí á San Fernando co- mo á los demás. El cónsul me ofreció su casa para vivir en ella, para no vivir aisladas ya que me quedaba sola con mí ma- dre; le agradecí mucho su buena intención, no aceptándole en ese momento, por motivos particulares, pero le dije, que le aceptaba para cuando hubiese algún motivo, que entonces iría á ponerme bajo su techo y la protección que por tan repetidas veces había tenido la bondad de ofrecerme. Ofrecióme también ser el intermediario para mandar mis en- comiendas á los presos, y creyendo que irían mas seguras con el sello del consulado, acepté con agradecimiento, preparan- do al otro día un cajón que mandé para el primero que fué pre- so. Pasé sin noticias hasta el 22, dia en que fui á ver al cónsul para consultarle, si no seria bueno que para el "l'i- de julio 1) (1) Cumple años de López. ~ 412 ~ pidiese la libertad de mis presos; le gustó mucho la idea, y lia- ciendo mucho misterio dijo, que habia un asunto muy grave de mucha importancia, al cual se referían las prisiones que hablan tenido lugar aquellos dias. Qué es? le pregunté, parece V. atli- jido, dígame lo que hay. Una gran conspiración, me contestó con aire teatral, y como eso era loque yo menos esperaba como cosa totalmente imposible en el Paraguay, me reia. Es una broma le dije, pues nunca creeré que los paraguayos sean bas- tante guapos para animarse á conspirar, y los estranjeros escu- sado es ni pensar que se puedan' haber nielido en nada-, bien sa- be Y. como yo que son ovejas y no tan tontos para meterse en uu'i revolución que á ellos no les importa nada. Esperóme dijo, que pocos serán los comprometidos, pero hay algunos co- mo Posohj y otros que son buenas piezas y muy entrometidos en todo. Discutí con él como si fuera un hombre que teniendo sus cin- co sentidos podia ser sombra de becerro en esa conspiración, que suponía una farsa: pero aun cuando sea cierta tengo las m.a- yores esperanzas que pronto los mios serán puestos en libertad porque ellos jamás han oido hablar de tal cosa ni metídose-en nada. Me retiré para hacer mi súplica, la que mandé el 23 al cónsul exijiéndoie el cumplimiento de su palabra, enviándosela á Ló- pez. Pasé algunos dias á esperas de una resolución, en uno de es- tos vino el cónsul y me dijo que no habia mandado mi papel porque el soberano habia dicho que no podia recibir súplica nin- guna, que estaba muy furioso y que valia mas aguardar hasta el 16 de octubre. (1) Me chocó la manera sencilla é indiferente con que alargaba el martirio de los pobres presos, prisión que como yo, él creía tan injusta. Se lo dije obteniendo por contes- tación que no veia otro aniversario mas próximo. Preparé otra encomienda, y el sirviente^quela llevó me dijo que la habia depositado sobre la primera, que hacía quince dias tenia en su poder y que aun estaba por mandar. En esos dias fué el cónsul á visitar á López á sii campamento. A la vuelta me dijo que todos los mios estaban buenos, que no precisaban de nada, que esa mala mujer de quien ya he hablado se habia constituido en protectora de todos los presos estranjeros, que les mandaba hasta cigarros y carne como también ropa para algunos que la precisaban-, nótese que esto me lo decia después que el Sr. Presidente habitaba ya las Lomas ó Yilleta y ahora sé que antes de su huida de San Fernando líabia concluido ya ese verdugo con todos los presos. Si el cónsul estaba engallado no lo sé, lo cierto es que á mi me engañaba. (i) Día en que fué electo presidcale López. — 4i3 — Seguí mandando encomiendas, y cuando se presentó la ca- ñonera francesa en Angostura, tuvo el señor cónsul por segun- da vez que volver al campo de López, pasando, antes de par- tir, á mi casa para hacerme saber que el ministro francés resi- dente en Buenos Aires Mv. Noel, mandaba la caiionera, cu busca de los franceses que fuesen dignos de alguna conside- cion. Le contesté que en esa ocasión todo francés por poco que valiese era digao de todo interés, pues, se trataba de sacar- los de una prisión segura ó de morir de hambre. Le pregunté si tenia la certeza deque viviesen los mios, porque habia man- dado al ejército varios espias los que me habian dicho que no existían. Motivo fué este para que el cónsul se impacientase por mis preguntas, y me dijo varias veces que no sabia como esplicarse para convencerme; que ellos y los otros también presos, estaban no solamente vivos, sino muy buenos y bien tratados. Que respondía con su cabeza de las tres personas de mi familia, lo que me hizo decirle, que en ese caso me que- daba en el Paraguay, pues si me iba temia la venganza de López, por lo que podía yo hablar abajo. Que me resignaba al sufrimiento de todo lo que nos podría sobrevenir si subíamos la Cordillera, pues no dudaba que pasaria muchas miserias. Me contestó que él no creía que López ejerciera venganza so- bre los presos porque yo me fuera, pero que no me aconsejaba lo hiciese, porque no habia nada que temer de la ida ala Cordi- llera, que de un día k otro y cuando menos se pensase entrarían los enemigos, no dando ni tiempo á recibir las órdenes para mudar de" lugar. Que en cuanto á él, habia recibido orden del ministro francés de no moverse de Luque sino para volver ala Asunción. ¿Y sus subditos, le dije, no tendrán protec- ción de vd. contra la orden de salir, en virtud de que vd. no se mueve de acá? — Sobre eso el ministro no me dá instruc- ción ninguna, pero, puede vd. estar sin cuidado, no irá á la Cordillera. Sí recibe alguna orden avísemelo al momento, para decirle lo que debe hacer; y se retiró. Al otro día vino un francés, llamado Theoílle Yante, á des- pedirse de mí, ofreciéndome dinero y almidón porque sabía que no partía para Francia, y que de eso iba á necesitar. Agrade- cí la oferta y aceptándola para el caso de que me fuese posible mandar buscar la del almidón, pues me había olvidado men- cionar aquí que el día i 2 de Agosto había el señor gefe de policía mandado en busca de todos mis caballos y que los abas- tecedores me tomaron las muías, de modo que tenía solo el carro, del que no podía hacer uso sino cuando encontraba ([uien me prestase muías. Ese francés me dijo que el cónsul les aconsejaba á todos que se quedasen en rl Paraguay, hacién- doles mil reílexione?; que muchos no iban por lo caro del pa- saje, que á él le había ofrecido prestarle dinero, pero el tenía como costear su viaje. Estrañé mucho esto, porque siempre — 414 — liabia oido tlocir (jiio vai)ürc's ilo guerra inaiulados á prupósilo como en esta ocasión, nu cobraban pasaje, ni cosa alguna ¡Ma- los que se embarcasen en ellos. Nada he sabido de como se ar- reglarían, lo (jue sé es que no fueron algunos por no tener como l)agar su pasaje, ni aquí ni en Francia. Cuando volvió el cónsul de llevará los pocos que se fueron, entró á mi casa diciindome, (pie me traia una buena noticia, por la que me iba á alegrar mucho. S. E. le habia hecho decir que podian es- cribir á los presos. Fué para mi una íiesta; le averigüé lo que sabia en particular de cada uno, y me dijo que no estaban muy comprometidos, uombrándonu^ doce de los que al parecer h» estaban mas; me contó una porción de cuentos sobre ciertas declaraciones de unos y otros, menos de los miosy por fin, me ofreció mandarme el lu^oceso de la conspiración para que yo viese y me cerciorase de la existencia de ella, cosa que no me resolvía creer. Para desechar hasta la sombra de 'esa idea, bastaba saber que entre los que se hallaban presos como cons- piradores, se encontraban los mios. Si hay declaraciones de los mios, sí acepto, le dije, porque estoy ansiosa de conocer el rol que les han hecho jugar; si no hay nada de ellos, no quie- ro leer esa sarta de invenciones. Por mas esfuerzos que hizo para convencerme, encontraba siempre verdades sangrientas con que contestarle, probándole (pie todo era una comedia ó una trajedia inventada para robar la aduana, y confundir al mundo entero sobre la segura pérdi- da de esta guerra, demostrando ser ocasionada por traiciones, cuando la causa importante era hacer desaparecer los emplea- dos que le servían pai"a que quedase el secreto encerrado en la persona que mandaba. Ya se ha visto la prueba clara de que yo tenia razón, pues hasta hoy sigue degollando á todo el (jue ha tenido su confianza ó malogrado sus instrucciones reemplazándoles con ignorantes que poco tiempo después de ejecutar sus órdenes puntualmente son lanceados, so pretesto de (jue cometen esos liorrores de su cuenta, y por estupidez. ¡ Üh! política la de López tan clara y á la vez tan oscura. Es preciso que los paraguayos que te siguen sean atrai(ios como lo son por las miradas de esa mala mujer 1' (jue te ha embrute- cido y te tiene como una marmota jugando al papá con tus Lopecitos, mientras ella juega á la presidenta y á la jenerala en jefe del ejército, rodeada de sus bonitos jenerales con los que despacha sus oficios, y á los que apalea cuando son demasiado coquetos, disponiemío asi de todo á su antojo y capricho, hasta jugar á las muñecas con los diplomáticos cstranjeros. Ese es el únjel de Mr. de Cuverbillc y de Mac-Mahon á quien convirtió (i) Mu Jama LiucIj. — 415 — en calinoso ayo (lo los Lopecitos, según se tlk'O; tjs la ([ue rn- Yiielvoá todos en esa tela de araña, de la que no saben salir, pereciendo hoy en los mayores tormentos, cuando no son ya necesarios, y para lo que no falta una acusación de (piercr socorrer con víveres y dinero á los brasileros }>risioneros, i)ara cuyo efecto sirven las naranjas agrias. Escribí tres cartas, y para enviarlas fui á lo del cónsul á saber donde se dcbian mandar, indicándome para ello la }>oli- cia. En la conversación que tuvimos ese dia me dijo (pie cor- rían dos versiones, la una era que los traidores habían robado cinco millones de patacones de la aduana, y la otra era que López hacia correr esas voces para cargar con el tesoro: falta- l)a saber á donde se hallaba. Desconüé de esa conversación hecha en su casa en alta y clara voz, donde habia criados y es- pías, y recordé entonces lo que el seiior Yanté me habia dicho respecto á Mr. de Cuverbille-. «II ncus á vendus, madame, (f je le sait; la fin fera voir^^ue notre cónsul á étó notre espión, « il dit un jour devant plusieurs francais: «ij ne tien qu a « moi d'étre mílíonnaire: on m'offre un millíon de ma sígna- f( ture: j'aí refusé;» eh bien! madame, il á acepté, je vous « en répcuids: autrement le gouvernement francais ne se- « rait pas trompé sur la véritable sort des Franjáis; méfiez- '( vous de luí, il nous laisserá perir ící, il nous a vendus.» Yo lo quise defender, porque lo creía incapaz de una bajeza hecha á propósito. Sin embargo contesté con franqueza y alto, que el tesoro viaja) )a en ese momento y se hallaba refugiado en un montecillo de «Caacupé». Me habló alJí de sus temores dia- rios respecto á su prisión, á lo que le contesté que no temiese semejante cosa, que quien bailaba la galopa cada vez que ga- naba López una victoria estaba libre de ello, que ínter hubiesen bailes podría estar tranquilo, sin ellos no respondía. Me des- pedí y fui á llevar mis cartas y encomiendas al gefe de policía, retirándome en seguida á la quinta. El 2 de Diciembre fuimos con la señora de Gutiérrez á visitar la señora del cónsul Italia- no, y estando allí llegó un hombre trayendo carteles en los que se ordenaba á todos los nacionales y estranjeros fuesen á la ca- pital á sacar todo lo que quisiesen de sus casas, porque desde el dia 6 del mismo mes quedaba prohiltida la entrada para todos. Aprovechando de esta orden, mandé sacar licencia á un sir- viente francés para ir con el carro en compañía de la señora de Gutiérrez, fué á la ciudad haciendo uso de la orden, y á quien entregué las llaves de mi casa para sacar y traer de allí algunas frioleras. Llegaron allá, y no pudíendo la señora de Gutiérrez entrar en su casa sin la presencia del juez porque no tenia las llaves, pasó á la mia, no pudíendo tampoco allí hacer uso de las llaves jMir encontrar vencidas todas las cerraduras, fué á duras penas y pasando por encima de una pared que pudo entrar el sirviente ^ 416 - y abrir las puertas. La señora de fiiitierrez entró, y cuando se clisponia á almorzarse presentó allí elJuez La.... quien se puso furioso por haber entrado ella en casa ajena. Para satisfacerlo le mostió un papel que yo le babia dado y las llaves, y sin em- bargo. ¿De donde sacó vd. esas llaves? le dijo. La dueña me las ha entregado, contestó la Sra de Gutiérrez. Cómo es que existen esas llaves, cuando yo be tenido ((ue mandar hacer es- tas (mostrándole un manojo de llaves) para poder entrar? Será por que no las han pedido, contestó la señora, y se habrían ahorrado vds. de hacer llaves falsas, que es cosa de ladrones. Solo en el Paraguay se ven semejantes cosas ! Yo no tengo la culpa, señora, dijo el Juez, lo he hecho por orden del Gobier- no. De allí pasaron á otros cuartos á buscar lo que yo babia pedido, que fué unas damajuanas de vinagre, ya no existían; una caja de cigarros, ya ninguna había; unos libros, no quiso que me los trajesen por que eran franceses é ingleses, y que él no los entendía. Pidió á la señora las llaves de mi escritorio, diciendo que dos cajones solamente había podido abrir, y que por no romper los otros babia dicho que nada contenían. Pues siga vd. diciendo así; le contestó ella, no le daré las llaves. Así por el estilo, todas las personas que fueron, encontraron que el Juez tenia llaves falsas y había entrado por todas partes. La señora de Gutiérrez encontró todos los almacenes vacíos, los muebles de su cuarto descompuestos, un armario y un es- critorio roto. A esto decía el Juez que él no tenia la culpa, que todo lo hacia por orden del Gobierno. Volvieron á la quinta el dia seis de Diciembre. La misma tarde el sarjento urbano de nuestra compañía pasó por todas las casas á dar orden de desocupar el partido, ^o vino á mi casa, ni á la de Gutiérrez ; mandé mi sirviente á preguntarle si yo no estaba incluida en esa orden, me mandó decir que iba á preguntar al gefe en Luque, que al otro dia me contestaría ; efectivamente vino á decirme que el Gefe Político, que era el q^'ue ordenaba la salida, me mandaba decir que á los estranje- ros no podía ordenar nada, que lo único que yo podía hacer era sacar pase de la policía para salir cá la cordillera. Mandé avisar de esto al cónsul, que me contestó que no me moviese hasta recibir orden formal ; quedé olvidada con la señora de Gutiérrez en esa quinta, sin embargo me aílijia ese silencio y mandé á lo del cónsul h que me prestase unas muías que me había ofrecido : me hizo decir que en ese momento no las tenía, que un carrero había desaparecido con ellas, que la po- licía estaba avisada, y que, lo que volviesen estaba á mi dis- posición ; le preguntó al serviente si yo quería las muías para hacer el viaje de las cordilleras ; no señor, le dijo el otro, la señora no ha recibido orden ninguna. Oh ! orden, orden, la señora aguarda orden como si no supiera que el Sr. Presidente quiere ser obedecido en sus deseos 1 El so vengará sí no le hace - 417 — el gusto, y de la manera mas terrible. El sirviente le replicó ([ue él mismo así me lo habia aconsejado ; «así es Cristo, dijo, pero ahora seria mejor que partiese sin orden, por íin, (luc llaga lo que (juiera, ella es la que sufrirá por su capricho. » Vino á contarme todo eso el criado, entonces me decidí á mandar el carro con unos pocos trastes <á «Atirá» á casa de una amiga ; para no estar tan desprevenida si llegase la orden, mandé buscar las muías al otro dia, pero se encontró (juc toda la casa estaba abandonada. Mme. Angladey Ducasse el co- cinero, que eran los únicos habitantes del consulado le dijeron que las muías no volverian ya, que el Cónsul habia ido á « Pe- ribebuy » con una carreta cargada, que habia llevado una cama, y habia dicho que iba á pasar las fiestas del 25 allá y volvería muy pronto. Sabiendo esto me quedé en silencio aguardando órdenes ; pasé así hasta el 1^ de Enero; á las 12 llegaron dos sar- jentos trayendo orden para que se presentasen los liombres de mi casa en la comandancia de Luque, la señora de Gutiérrez estaba en casa con toda su familia, de manera que se encon- traban en casa tres hombres, mi sirviente que era un francés Luis Ribieré, el dependiente de la casa de Gutiérrez, argentino, Juan Benítez y un español cocinero, Antonio Camban ; los des- paché con un papel dando satisfacción al comandante sobre la estada de esos hombres en mi casa, los mandó al momento otra vez con orden de que nos aprontáramos para hacer á la mayor brevedad el viaje á la cordillera. Los mandé que buscasen por el campo unos caballos vie- jos, pero en cuanto salieron, cayó un torrente de lluvia espantoso que les impedió recojer los animales ; á duras penas se encontraron dos caballos de la Sra. Gutiérrez, una muía y dos yeguas flacas y ajenas ; nos pareció imposible partir des- nudas y sin comida ; hicimos un último esfuerzo •• la Sra. d^ Gutiérrez mandó mi sirviente con una carta á Mr. Chapperon, cónsul de Italia, que nos habia hecho siempre mil ofrecimien- tos, pidiéndole nos prestase muías ó bueyes para llevar algo en nuestra ida ; él contestó por escrito, que le era im])osible mandarnos anímales porque no se los podríamos devolver ; lo llamó en particular al sirviente, y le dijo que, Mr. deCuverville habia llegado esa mi:-Tria noche de Períbebuy, que me dijese que López habia milagrosamente escapado de los enemigos, que ya estaba refujíado en las cordilleras, que los brasileros habían derrotado completamente el ejército paraguayo y to- mado todos los presos vivos ; entonces le contestó el sir- viente, «seria bueno que Mme. Lasserre se escondiese por dos días, si están los presos libres pronto estarán acá.» «Eso es mas delicado, no sé que aconsejarle, pero me pa- rece mejor que cumpla la orden mas bien que de esponerse á ser maltratada por los espías, supuesto que antes de quince — 418 — (lias todo estará concluido. » Cuanílosupe esto lomé aliento; contenías subimos á caballo con un atadito cada mv.\, conte- niendo dos mudas de ropa interior, y fuimos, lle;.;anüO á ias dos de la tarde del 2 de Enero, á la co)nandancia de Lu({ue, escol- ladas por dos soldados armados. Nos recibió el comandante con cara de vinagre, preguntcándonos cual de nosotros enca- bezaba la casa, le mostré á mamá, le preguntij por qué no ha- blamos desocupado el partido antes de ese dia, le contestó que no hablamos tenido orden. — Pues dcLianliaber salido sin orden, dijo. Se acabó el inter- rogatorio, escribió nn pase (}ue dio á un sargento urbano viejo á quien nos entregó para llevarnos á la Policía de Peribe- l)uy; yo las alcanzaré en el camino, me dijo el comandante con amabilidad, pues desocuparé este punto esta misma tarde con toda mi jente. Infectivamente, estábanlos restos de las tropas y los pocos urbanos que hablan quedado todos reunidos en la plaza con sus ataditos esperando la última orden. Seguimos al sarjento, llegamos á eso de las cuatro al nuevo arsenal de «Yuquerí.» llabia lui gran vaivén, estaban pasando maquinasen canoas, y cargándolas en wagones ; en íin era una mudanza com- ])leía. Fuimos á dormir á tres cuadras de allí en una casa desocupada. Como á las once de la noclie olmos nn barullo de caballos y jente, se bajó un oficial herido contando su jente, y llamando á cada uno por su nombre, no contestaron ni la mitad, casi todos hablan huido; nos preguntó qué jente éramos, pidió que le de- jásemos poner su hamaca debajo del galpón, fué admitido, se acostó, se hizo lavar una herida vieja llena de gusanos, y desde su hamaca mandó espias y apostó centinelas. El ruido fué tan continuo desde esa hora, que no pudimos dormir, llegalian solda- dos urbanos de todos lados á reunirse, y amanecieron allí mas de cien almas ; llegó el comandante de Lnque á reunirse también allí con alguna jente ; pasaron los wagones cargados de trastes de los arscuahros, siguiéndole como 00 oliciales del arsenal y algunos ingleses ; nos dieron orden de marchar ; mandé ensillar los caballos, no faltó uno, seguimos nuestro camino en medio de la sold;idezca, que llevaba aguardiante que tomaban todos en el camino, asi fuimos andando hasta pas;u- la estación de Are- guá, allí nos paramos en una casita aislada á descansar, hice matar una oveja; mientras se cocinaba empezó á llover y siguió sin descanso una fuerte lluvia toda la noche, teníamos muchas esperanzas de que el ejército aliado nos alcanzase allí, hice hacer la enferma á la señora de Gutiérrez para ganar tiem- po, pero á las ocho de la mañana se mejoró el tiempo y no hubo mas disculpa, teníamos que montar á caballo, y dirijirnos hacia el pa^o de Reventón en la Laguna Ipacaray en Tacuara- íes, estaba muy crecido pero no conocíamos el peligro que — 419 - Íbamos á coiTcr. Yinius embarcar joiite cu u:ia canoa*, mandé mi sirviente i)ara ver como era y traernos otra vez la canoa, volvió muy pronto, y creimos (jue todo el traljajo seria para el pasaje de los caballos; nos embarcamos, y llegada la canoa á cierto punto arrimáronse los animales, los volvieron á ensillar en el agua, y de la misma canoa subimos á caballo. El sárjente no sabia el paso y nos iba guiando, á veces todo su caballo se hundía en el agua, nosotras que estábamos atrás queríamos evitar esos malos pasos, liaciamos una vuelta y nues- tros caballos se metían hasta el anca, salíamos y caíamos en un nuevo precipicio, esto nos asustó de tal manera (}ue mi sirviente se puso delante y á pié para tantear los pasos; rato por ralo lu veíamos desaparecer ysurjír de nuevo buscando mejor camino, asi anduvimos en duda sí nos ahogaríamos ó no, durante tres ho- ras: cuando llegamos al puente, mamá se desmayó, habíamos l)asado sobre el agua las peores horas del sol, las angustias que padecíamos las unas por las otras nos habían alterado á tal punto que mamá al reponerse de su desmayo fué atacada por una liebre muy fuerte. Después del puente ha])ia mas agua que pasar para llegar hasta la casa de Da. Luisa Gelly 1 1) donde había una guardia paraguaya ; allí fuimos á hospeclárnos. Esa misma noche iban y venían gentes de la estación de Tacuarales, trayendo todo loque podían de las ropas y alhajas, encontradas en una can- tidad inmensa de baúles, que unos oficíales paraguayos habían deshecho só pretesto de que los enemigos no se aprovechasen de su contenido ; al otro día no amanecieron la muía y uno de los mejores caballos, por suerte pasó una car- reta donde coloqué á mamá y fuimos andando como dos le- guas hasta otra casita abandonada; llegamos en el momento en que pasaba gente y soldados gritando — los enemigos, los enemi- gos,— tuvimos un Inien rato de esperanza ; en el tropel, un solihdo nos robó un atado con cinco hamacas finas, lo se- guímos, y se le quitó el robo ; se disculpaba diciendo que lo llevaba para que los negros no lo aprovechasen. No pude menos de reír : algunas veces los paraguayos son rateros muy graciosos. Al otro día de estar allí vino un sarjento á quitarnos otro caballo, de modo (jue nos quedamos con un solo animal para cinco personas; no sabíamos que hacer para movernos'- de allí ese sarjento, me dijo que tenia facultad de tomar de cual- quier persona su ropa, su poncho, y por fin todo lo que se le antojara, que le agradeciésemos su bondad: se despidió. Nos decidimos á mandar á nuestro sarjento á pedir auxilio de (l) Tia carnal dd General D. Juan A. Gelly y Obes. — 420 — carretas. Se fué desde allí hasta Peribebuy, y durante su au- sencia me enfermé de un tabardillo que redundó en chucho. A los tres dias estando todavía muy mala, un sarjento es- traíio nos ordenó subir á la Cordillera. Subió mamá sobre el único animal que nos quedaba, y fuimos todos los demás caminando á pié por primera vez., Llegamos ala cima de la cordillera como á las diez de la ma- riana, hicimos un caldo, ya me principiaba el chucho, cuando se apareció el sargento, qiie nos había tomado el últiiuo caballo, diciendo que nos traia una carreta ; roe pidió mi nombre y el de todos mis compañeros de viaje, despachó el papel á Ascur- ra, tomó' unos bueyes cansados que volvían del servicio, los unció á una carreta de mala muerte, nos ordenó subir ■ mar- chamos yo muy enferma y mamá también, iban dos solda- dos delante y dos detras ; así nos llevaron como presos sin descanso ni escusa ; muy tarde ya se ordenó un alto. Allí llegó el sargento que tenía nuestro pase, con orden del Gefe de Po- licía de sacar carretas de ausilio de partido en partido hasta ¡legar á Peribebuy, se hablaron con el otro, pero el que nos llevaba no nos quiso entregar al primero; y nos llevó do carrera hasta Peribebuy, nos hizo pasar por Caacupé, que nos causó una horrible impresión, nunca habia pensado ver una miseria tan espantosa, un conjunto de toda clase de infelices, entre una fetidez que me obligaba á taparme las narices, desde la Boca de la Picada hasta Peribebuy, pues el camino estaba sembrado de jeníe y animales muertos. Llegamos á Peribebuy el 11 de Enero; después de un largo interrogatorio de los dos sarjeníos nos constituyeron presos afuera, en frente de la guardia. Dos franceses me vinieron á ver, y me contaron que el Cónsul después de haberles prometido que no desocuparía Luque , se negó á protejerlos en el último momento, díciéndoles que el consulado no era posada, que después los habia venido á visitar, y á despedirse de ellos diciendo, que habia alquilado una casa y que volvería dentro de quince dias para protejerlos mas tar- de, que esa noche lo apresaron con Carlítos que iba como secretario del Cónsul italiano, y que medíante este último, que rompió los palos de un cercado, se escapó el dichoso señor de las garras de López. Mas tarde otras personas pidieron verme, no se les permitió el haljlarme. Asi pasamos la primera noche tirados en el suelo. Al otro día amaneció muy enferma la chica de Gutiérrez, pedí un médico, me lo mandaron, dijo que ante todo era preciso curarnos á lo menos ocho días, pues estábamos en muy mal estado, y ver si podíamos salir á buscar un cuarto : fui á ver á Solalíndcs, que me negó toda asistencia y con bastante dureza me dijo, (|ue no pararía en Peribebuy ; me retiré. Ese día tuve el chucho tres veces. El sol era tan - 421 — fuerte aquel clia que casi me mató. Solalindes dio urden al cabo de rehusarme todo loque pidiese, porque no quería ser moles- tado por mi : dormimos otra noche allí, al otro dia pregunté si podía mandar lavar ropa, me contestó (|ue nó, que á las doce del dia me despacharía para Ihú. — ¿ Y por qué me manda V. allí? le dije. — Es orden del Gobierno, me contestó.— ¿Y cómo iré? A pié me dijo, mirándome como un tigre. i.e repliqué, que era muy estraño (|ue después de haberme (luitado todos los caballos me maiulascn á pie tan lejos ; me coníest'.'» que el estado no tenia carretas para mí servicio ; reílexíoné un rato y le pedí licencia para salir por la población á com- prar algunos animales ó aufuilar carretas, consintió. Salí mas muerta que viva, recorriendo por primera vez en mi vida casas estrañas como una limosnera, preguntando por ca- ballos y carretas; me corrían las lágrimas, apesar de ios es- fuerzos que hacía para serenarme; me fué imposible encontrar nada. D. Benito Rolon que se compadeció de mí fué á com- prar un caballo, y un soldado me buscó una yegua; ya eran tres animales, pero no era suficiente y no sabia donde ir á bus- car otro, fui á casa del ministro Falcon á decirle lo que me pasaba : él me aconsejó fuera á ver al Juez del Partido y le suplicase me diera una carreta; fui, me recibió muy bien, y me prometió la carreta ; al otro dia me hizo comparecer Solalindes para hacer mi pasaporte, me preguntó que con qué condiciones fui á pedir carretas al Jaez •.—alquilada, le (lije, porque no pediré limosna sino cuando no tenga un real. — Bien, rae dijo,V. pagará 8 pesos por la carreta de la gefatura hasta llegar á su destino, así lo pongo en el pase. Le pedí que no destinase á los sirvientes, que los dejase li- bres de seguirnos ó no, no quiso y ios puso en el paseacom- paíiúüdonos como residentes en Ihú. Subia la carreta á la hora del chucho el i 4 de Enero, para San José, que era donde debíamos de mudar el vehículo. Fuimos sin tropiezo, allí el jefe nos acomodó bajo de un galpón y nos despaclió á las i i del otro dia, muy amable. Marchamos para Ajos muy enfermas todas, llegamos, nos pudieron en un galpón. Cual no fué mi sorpresa cuando me vi en medio de una porción de señoras de la capital ; á todas les pregunté qué hacían allí ; me contestaron, preguntándome qué era lo que hacia yo; ks contesté que era destinada á ihú. Y nosotras también, me dijeron. Dormí cerca de la señora de Arias, que tuve el honor de apreciar esa misma noche como una de las mejores paraguayas; fué tal su bondad que la tomé un carino de hermana, que no se lia desmentido hasta el presente ; me animó mucho y me curó, y mediante ella reviví. tr El otro dia lo pasamos en Ajos; allí supe que muchas es- angeras estaban dcstinailas también. Fué entop.ces que conocí el motivo de la orden de destierro del 2 de Enero hecha en Azcnrra. Al segundo dia se prepararon carretas y nos des- pacharon en grupos para Carayaó, tratando de asustarnos ter- riblemenlo , puos nos veiamos ya enterradas con carreta y todo ; pero no había mas que re'signarse. Efectivamente lle- gamos á los dos dias frente al tal estero que pasamos vo- lando : habla sido tal el susto que habíamos tenido antes, que nos pareció un disparate y nos reimos mucho de liuostros temores. Fuimos llegando al Tasatyny que pasa- mos en canoa, allí vino el juez de Carayaó k buscarnos ]f)ara oolocarnos en casitas cerca del rio, aguardando que nos viniese á buscar en carretas para conducirnos á la Capilla, que dista dos leguas; nos recomendó h. los dueños de casa que fueron muy atentos, y al otro dia mandó 6 buenas carretas á buscarnos. Llegamos á Carayaó, nos dio cuarto, se nos ofreció en todo, nos sirvió como un caballero, su nombre es Nicolás Larrosa. A mi en particular me obsequió por haber sido antiguo amigo de mi hermano, se lo agradecí doblemente por que ya habia recibido muchos desprecios por ser de familia de traidores, y él me obsequiaba en recuerdo de uno de ellos. Allí estuve enferma, casi á la muerte. Salimos al otro dia de ese pue- blo para Santa Ana, jurisdicción de San Jaoquin; llegamos sin tropiezo. Allí ya no habia mas que tres carretas, que apenas podían sufrir la carga ; tuvimos que aguardar diez dias. La señora de Gutiérrez recibió estando allí una encomienda de Mma. Linch con una carta, que no me quiso mostrar ; mas tarde estando ella enferma, tuve que revisar los papeles y viendo mi nombre en uno de ellos lo leí, en ese le decia, que ella se hacia mucho mal hablando en sus cartas de las seno- ras de Duprat y Lasserre, que su intención no era influir en nada sobre sus amistades, pero que no podía menos de de- cirle lo mal que hacia pronunciando nuestro nombre ; «quiero creer, decia, que esas señoras ignoran la parte que han tomado sus esposos en la conspiración, pero le diré las declaraciones de los mismos crimínales: El Sr. Duprat padre, ha sido uno de los mas activos conspiradores, espia brasilero en corres- pondencia con el Barón de Villa María ; se encontraron muchas cartas escritas por él muy comprometedoras, pero S. E. quiso cerrar los ojos sobre esto, y lo dejó en libertad ; elSr. Lasserre, agente peligroso de la conspiración, ha recibido una gran can- tidad de dinero de la aduana para sostener varios conspirado- tes y ha mandado abajo una fuerte suma; por fin el Sr. Arís- tide Duprat habia sido escojido entre los conspiradores para clavar el puñal asesino en el corazón de la augusta persona de S. E. Ya puede Y. figurarse el mal que Y. se hace estando en intimidad con ellas; si no fuera eso estaría ahora al lado de su esposo )). Esto era decir que yo tenia la culpa si Gutiérrez habia sido arrestado. ^ 423 — C( 'orno ya dije, ignore e>to nlgun tiempo; á los diez diasse- guiuios ei Yiajc, nos depoLí.itiiron en otro Ingnr llamado la «Es- cuela»; allí no Isabia cuarto ni galpón: permanecí bajo la carreta con el chucho, empezó á llover, no hubo donde resguardarse, casi morí de resultas de esa moj."dnra, pero yo quería vivir íi todoti-ance para volver á verá mí Narciso. Creo que en mu- chas circunstancias la esperanza me lia salvado. Tuvimos que permanecer eu ese lugar aguardando carretas, en- tonces vimos una casa vecina, nos hospedó en un galpón todo abierto ; y allí estuvimos viviendo un mes y seis días. Los sir- vientes de la señora de Gutiérrez se disgustaron, el mió estaba con las piernas miserables de sarna, de modo que en los últimos días me determiné á hacer un esfuerzo é ir al rebusque ; esto es, á buscarla vida. Subí sobre un caballo que un poco de peso hacia bambolear, y fui pasando aguas y barro, cayendo y levantando á ver si encontraba algo: volví con ocho espigas de maíz y tres mandiocas; la carreta vino por íin, que nos tenia que llevar hasta la capilla; los caminos eran horribles. La ascensión del Cerro fué muy diíicil para las carretas ; pero no encontramos tropiezo. Llegamos á San Joaquin á las doce de la noche, el .Juez nos recibió bien, nos dio un buen cuarto, nos ofreció descansar y lo que quisiésemos, no acept;imos deseo- sas de llegar á íhú,'porque senos acababa el dinero, y seguimos hasta allí al día siguiente, tardamos dos días en el viaje, ven- tramos á la capilla el 21 de Marzo de 18G1). ?sos hospedaron las señoras de ilolandi y Snsini; nos presentamos al Juez, que nos recibió perfectamente, nos inscribió como pobladoras, y nos dijo que podíamos caminar sin pase hasta una legiia, al rededor de la capilla, que buscásemos pronto cajmeras, (1) ó sino que nos baria dar terreno para sembrar, que él nos propor- cionaría toda clase de semillas, y nos retiramos. Al otro día vinieron unos sargentos del partido, queriéndonos obligar á ir personalmente al monte á corlar palos para hacer cujas, hice uso de mil mañas para no ir, pero era una continua moríiíicacion. Eramos todavía seíioras delicadas y nos veíamos tratar peor que esclavos, ])or los que tenían orden de hacernos sufrir. Me fui á quejar al Juez, ({uien me dijo, que no podia intervenir en lo que hacían los sargentos, que éramos poblado- ras y que estábamos sujetas á hacer las obras públicas como las hicimos. Estando allí fué que supe el contenido de la carta que mencioné. Al instante me separé de la señora de Gutiér- rez, creyendo que mi compañía podía causarle perjuicio, espe- raba que Mma. Línch la atendería sino viviamos juntas. Fui á vivir en un.a casa retirada de la ea})illa como una legua. Bajo ciertas condiciones me daban de comer ; — mi sii'vienta me II) Chacra. s ~ 424 — • habia abandonado, porque no podía comer sin sal y porotos. Como yo no tenia otra cosa qne comer, tuve que sujetarme á lo que allí me daban. Mi sirvienta buscó su vida donde pudo, nosotros fuimos áesa casa; alü enseñaba á leer y escribir á cuatro niños : por gusto ayudaba á la señora en los quehaceres de una casa de campo ; le cobré mucho cariño porque atendia á mamá con mucha delicadeza, observando la misma conducta durante los cinco meses que fuimos sus huéspedas — nunca me olvidaré de esa campesina, de maneras nobles y bondadosas, reuniendo en sí todas las cualidades de una gran señora, que aunque en camisa y haciendo toda clase de trabajos, puede sin recelo ocupar un buen lugar en un palacio. Me la figuro 'siempre con su sonrisa buena y su porte gracioso y magesíuoso á la vez, trayendo á mamá el almuerzo á la cama. La mu- ger que describo es una paraguaya, una escepcion, se llama María Ana Paredes de Yillagra, nacida y criada en Ihú. Esa mujer me hizo pasar el tiempo sin sentirlo -. estábamos bien, muy bien: hasta el principio de Setiembre no ocurrió nada de particular. El 2 ó 3 de ese mes aparecieron unos 12 soldados gordos, bien vestidos, sobre caballos regulares ; se desconíió de ellos, pero por fin se admitieron como paraguayos de López, se les festejó, pedían cintas amarillas y verdes para adornar sus som- breros, todas las señoras se las dieron. El oficial que los coman- daba tuvo una conferencia con el Comandante de íhú, le dijo que su cuerpo se componía deoOO hombres, que buscaban al Presidente, que él habia venido á ver sí el camino estaba lim- pio, que tuviese la bondad de darle un hombre para despachar un aviso á anunciar que podían caminar, que no habia tropiezo. Así se hizo, pero el oficial dijo, que habían salido de prisa de Villa Rica, porque los enemigos estaban atrás, que sí hubieran .'alcanzado su tropa estarían ya derrotados ; que no podía asegu- rar cuales se presentarían primero, en caso de que fuesen los enemigos, aconsejó al comandante se rindiera ó escondiera eu los montes. Se despidió y se fué con sus hombres, dejando la población en una gran emoción. El sacerdote de San Joaquín mandó un propio á decir, que él se preparaba á recibir los enemigos -. se llamó á junta á los paisanos. Se pusieron guardias y en la duda de que vinieran paraguayos ó brasileros, se fueron calentando los espí- ritus hasta el punto de declarar sin mas noticias, que se aguar- darían á los enemigos con bandera blanca, para evitar que bom- bardeasen el pueblo. El Juez hizo reuniones donde se ense- ñaba á hacer manifestaciones mas dignas de los libertadores de la patria, y por ese estilo llegó la locura hasta preparar co- ronas con los colores brasileros para recibir aquel ejército. Hubieron personas entre las destinadas que ofrecieron en altas voces vengarse del Comandante. El io supo y creyendo real- — 455 — mente que lo harian matar, gritó que él iba á buscar al Presidente y (jue se vengaria de las destinadas y en particular de dos familias ; obligó al Juez á seguirlo infundiéndole miedo de López y de los enemigos. De este modo partieron todos dejándonos solas. A la noclie volvió el Juez con una orden para que las destina- das caminasen hacia (]uruguaty, pero estaba esc hombre tan asustado y apurado, que ni juntó la jente para darles la orden, la dio á algunas personas que se hallaban en la vecindad con orden de pasar la voz á las dom.ás, y él se mandí) mudar á todo galope ; la voz se esparció, pero como no habia quien represen- tase la ley y obligase á marchar, pocas personas se movieron. A los dos dias vino un sargento mandado por el Juez, di- ciendo que él estaba aguardando á la gente en el arroyo íbicuy, que nos diésemos prisa en ir, que sino él obrarla de otro modo; muchas destinadas habían marchado con él, muclias se pusie- ron en camino para reunirscle, por fin las últimas nos pusi- mos en marcha lentamente aguardando de hora en hora un movimiento. El Juez siguió su camino en los montes; nosotras teniamos la disculpa, si acaso era ejército de López el que venia, de que considerábamos al Juez como huido, puesto que él partía por delante cuidándose poco si lo seguíamos ó no, y si eran aliados estábamos salvadas. Así fuimos dando lugar al tiempo. Dos de entre nosotros escribieron al Comandanío- del ejército que venia suplicándole que si no pensaba llegar á Ihú pron- tamente, mandase alguna fuerza para custodiarnos : un joven paraguayo llevó la carta, ¡o apresaron, lo lancearon, pero mu- rió sin descubrir los autores de la carta. Por lin llegó una punía de caballería comandada por el capitán Aquino, un mulato renegrido, que llegó por el camino donde estaijan las familias arrimadas al monte, á todas las aga- sajó muchu, diciéndoles que se fuesen á su casa, que el Juez era un traidor que las quería llevar al enemigo, quG_, no podia existir orden de López para nuestra salida puesto que no se sabia de él. Todas muy contentas volvimos á nuestra casa y á nuestros tra- bajos. Yo no presencié los bailes que hubieron en la capilla en los cuales no se dieron vivas. Los soldados pedían cintas de los colores del imperio, los oficiales no eran reconocidos por los soldados, ni estos entre si se conocían. Llegó la cosa hasta tal punto que las partidas volantes, que hacían descu- bierta, cuando se encontraban, se apresaban, y hasta se mataban considerándose espías brasileros unos á otros. De unas conversaciones que tuve con varios de ellos, dedu- je que eran heridos escapados del combate, que al salir de al- gunos montos habían formado un cuerpo -. la misma incerti- dumbre que ellos mostraban daba muclio que pensar. - m - A los odio (lias (le estar entre nosotros, luibo una reunión general so pretesto do nombrarse un nuevo Juez ; todas acu- dimos, nos reunieron en un cuarto, alii nos contaron : después entraron preguntando cual era nuestro partido : en seguida llegó un convite para baile so pretesto de (jue faltaban algunas señoras. Este niodo de tratarnos alucinaba nuestras ideas. Como á las cuatro tocaron llamada, nos formaron en li- nea y separaron las viejas, las de media edad, señoritas, señoras casarlas y estrangeras, todas en grupos separados ; entonces prin- cipió á enojarse un sargento con las estrangeras, porque no enten- dían el guaraní, llamándonos en burla Pernambuco-cueva ; ofreció cuarenta palos á la que no estuviese en linea, separó 50 viejas, y las mandó á presentarse en seguida, llamó después todas las estrangeras, nos apuntaron; me llamó á parte y me dijo con tono áspero ; «vd. señora retírese basta segunda orden ; llamó aun nombre y le encargó que atendiera á que los dueños de casa nos liicieran trabajarla tierra, me despidió, me fui á casa, pasé la noclie trabajaiulo para la dueña de ella. A media nocbe oimos un gran ruido y era que los soldados acababan de irse; amanecií'» la capilla en silencio, esperamos en Dios que las apuntadas no partirían y fui á ver á mamá. A la tarde supe, ([ue babian venido dos espías á llevar todas las apuntadas bacía San .íoaquin á ])resentarse al giMieral Del- gado, fué allí donde las madres pidieron por sus bijas, y fue- ron atendidas. Les ordenaron volver á San Antonio, man- dar llamar cada una sus familias y partir al otro diapara Curuguaty. Unos estranjeros llamados Juan Benitez, argentino, Anto- nio Cambone, español, y José Vidal, que babian sido tomados como soldados, fueríui despacbados como acomi)añantes de esas señoras con plazo de i O días para presentarse en sudes- tino. Quedamos las de Ibú en un continuo sobresalto; los espías iban y venían, agujereaban casas, sacaban miel y co- mestibles en unas, en otras pedían con instancia ropa, comida, cualquier cosa, que se les antojaba, basta que se las daban; to- dos los días carneaban vacas de los particulares y destina- das, por ñn el 19 de Setiembre, llevaron todos los animales que íjuedaban en el partido y á las 10 de la nocbe llegó una partida volante con orden de arrear las destinadas á lanzasos basta Curuguaty. Nos alistamos al momento y nos pre- sentamos. En cuanto supo mi antiguo sirviente la orden, aunque á él no le tocaba por ser residente, pidió con ins- lancia acompañarnos, estaba enfermo, pero no bizo caso de lo que le decía y se puso en marcba con nosotras. Partimos de lliú á las doce de la nocbe, y caminábamos como podíamos por pantanos, arroyos y carg:idas. Yo no tenia para el camino sino quince libras cíe almid(ui, una libra de azúcar negra, tres libras de grasa y un puñado de sal : - 457 - éramos tres personas para vivir con esto, quien sabe cuanto tiempo; llegamos á un punto donde no ya sabíamos el camino, nos babiamos juntado como 30, nos acostamos en medio campo hasta amanecer, nos levantamos al alba, vimos el campo semlu'ado de partiilas volantes levantándose, descu- brimos un caminito y lo seguimos, buscando las que tomaban mate, no teniamos pntre todas medio para hacer fue- go, al Un dimos con una partida mejor provista, nos senta- mos cá almorzar, tomamos mate y una torta, que fabriqué á la ligera, nos juntamos con otras 'tropas que sabían el camino y con el sol ya fuerte llegamos á una casa cerca del paso Ibicuí, donde todas cocinaban. Hice buscar carne entre la con- currencia, siquiera para el sirviente, que no se acomodaba con torta sola, pero nadie me quiso vender, la señora de Leite Pereira viendo mi apuro, me dijo que mi sirviente podia co- mer de la carne que cocinasen los suyos, le agradecí so- bremanera y aceptó su oferta. Me puse á cocinar una sopa que inventé, la invitó á partirla conmigo y aceptó. Desde ese momento, fuimos s¡guiói]donos en todas partes, C(UTiia- mos juntas, dormíamos juntas, y no nos hemos separado mas. Tuve el gusto de conocerla íntimamente y de apreciar de cerca íi la paraguaya, que se había espuesto tantas veces á la ira de López, socorriendo á los aliados oprimidos. De allí caminamos hasta el arroyo, pasando el estero ; mojé mis botines ; todos me decían que tendría que descal- zarme : me los quité y al momento que pisó en el suelo des- calza me dio un dolor de muelas terrible. Pedimos al sar- gento que nos hiciese pasar el arroyo para reunimos con otros compañeros que habían ido adelante y accedió ; nos mandó que durmiésemos en unas carretas vacias que las destinadas á Gaaguazú habían tenido que dejar allí. A eso de las once de la noche llegaron unos cuantos soldados, que metieron bulla, ordeucándojios al momento pasar el arroyo, diciéndonos que sí el alférez nos encontraba allí á la vuelta de su ronda seríamos lanceadas. Les informamos del motivo por que dormíamos allí se apaciguaron un poco y nos contaron que ellos venían de Caraguaty mandados por el mismo López á buscar las destinadas con órdenes muy severas de lancear á las que se cansaran en el camino ó que pareciese de mala voluntad. Así pasamos el arroyo Ibicuí á la una de la mañana; me había vuelto á calzar y desde esa h ora caminamos por sen- das en un monte espeso sin ver nada, entrando y saliendo del camino; me caí en unos posos muy feos, porque iba ade- lante para evitar que mamá tropezase y ayudarla á salir de aquellos hoyos, donde dejó primero un' botín y no muy lejos el otro. Caminó asi en medias hasta que alcanzó las com- pañeras que estaban fuera del monte ; todavía no amane- - 428 - cia, no se nos dejó descansar,y se hizo levantar á las otras amena- zándolas lanceaiiaá. Segnimos la marcha ; entramos al ama- necer en otro monte y no nos separamos hasta salir de él. Serian las dos de la tarde, ninguna de nosotros habia toma- do un mate todavía-, alli era el punto lijado para aguardar ese alférez (pie habia ido hasta íhú á ver sino habla al- gunas destinadas resagadas. Efectivamente llegó; apenas habiamos prendido fuego cuando cayó nn aguacero es- pantoso, que recibimos sin pestaiiear; cuando pasó, las que tenian ropa se, mudaron, nosotros nonos secamos liasta dos dias después: pasado la lluvia nos dormimos. La señora de Leite snfrió mucho, yo no sentia nada, parcela de hierro. Al amanecer lloviznaba. Se ordenó la marcha, apre- tadas, unas con otras. Las órdenes y amenazas do avanzar llovían de atrás; pero no se podia salir de aquel barro infecto y espeso ; empleamos como dos horas para salir de un peque- ño trecho, entramos en otro monte por un caminito angosto con un barro colorado y resbaladizo como jabón, era de cinco leguas de largo y no descansamos hasta salir : pasamos á la tai'de un puente horrible, pero con el coraje de la desespe- ración salimos sin tropiezo, llovía siempre. Descansamos una hora : comimos unas tortas que habia preparado la no- che antes, y seguimos hasta salir del monte; ya era muy tar- de, y oscurecía cuando prendimos fuego, pero Íbamos tan can- sadas que no comimos por dormir ; antes del dia nos des- pertaron. Siempre con amenazas, apenas tomamos mate, y {)artimos ; no recuerdo bien que camino llevamos ese dia, pero salió el sol,á las doce nos paramos un momento á secar la ropa y tomar mate. A la tarde de ese dia pasaron unas mujeres y un espia corriendo y gritando : (dos enemigos nos siguen, caminen, caminen.» Todos nuestros guardianes nos dejaron, y se fueron disparando á alcanzar al alférez que iba adelante, hicimos el co5.'!p/o¿ con la señora de Leite de hacernos las enfermas y de quedarnos allí para internarnos en el monte cuando nadie nos viese ; asi lo hicimos ; pero siem- pre pasaba gente asi es que estábamos siempre en el camino, el alférez mandó 6 espías á bombear á retaguardia, nos en- contraron allí, se sentaron con nosotras, exigieron que Jes hiciésemos de cenar, tenian mucho miedo y asi que cumplie- ron las órdenes, lo pasaron con nosotras hasta el salir de la luna; á esa liora vino el alférez, ellos se esparcieron, y nos- otras íuvim.os que caminar. Los arroyos estaban tan cre- cidos, que nos metíamos hasta la cintura ;']os pasagesse hacían á todo correr. Ese dia caminamos sin descanso. En Un, marchamos así de dia y de noche hasta llegar á Cu- ruguaty el dia 28 de Diciembre al amanecer; nos contaron, nos reunieron bajo un árbol, hicieron una lista, y nos dejaron descansar aquel dia; yo lo pasé escribiendo, todas hacían protes- - 429 — . las de ainislad á Lojtcz oii Ludo sentido, {lidiendu unas veces per- don, otras seguir al ejército, a en lin mil bajezas innecesarias como acostumbra la gente del pais». A la noche llegó un sargento y nos hizo marchar de repente, nos asustamos mucho, pues nos liabiamos formado la idea de descansar esa noche. Ca- minamos como 4 cuadras, se hizo alto y dormimos. Olvidaba decir, que nos dieron muy buenas raciones de carne, al amane- cer supimos que López habia entrado y salido esa noche de la capilla, que ese fué el motivo porque nos hicieron dormir lejos del centro. Con mucha calma, después de dejarnos tomar muclio mate y hasta hacer tortas, se nos hizo caminar con un guia que nos llevó hasta Ygatimi, nos condujo despacio con muchas atenciones, cuidando á unas y á otras, y haciendo alto á donde queríamos : al segundo dia de marcha á la tarde pasa- mos el Jejuí, allí hubo apuro porque se dijo que los enemigos venían por ose río, pero no sucedió ninguna desgracia. Al otro dia caminamos hasta cerca de la capilla, y nos pre- sentamos al com.andante Pablo Urbieta. El 1 ^ dé Octubre nos pasó lista con cara muy agria, delante del padre Cantero, des- pués de las dos nos liicieron un sermón sobre los deberes de nuestro estado, diciéndonos, que debíamos trabajar la tierra para ganar nuestro sustento, que la que se negase á hacer per- sonalmente ese trabajo era por que quería morir; que por consiguiente se le lancearía para que concluyera. Con esta exhortacioKi nos entregó á un teniente para Ser conducidas á Ytamaran, donde estaban acampadas las comi)añeras que habían venido adelante. Llovió, pero seguímos andando, llegamos á un arroyo que tenia un barrial terrible á la ba- jada, y otro peor á la subida, por fin arribamos á nuestro destino, mojadas, ensopadas, allí nos pasaron lista y nos ordenaron que al momento hiciésemos casa. Cual seria nuestro desaliento viéndonos tiradas en medio del monte como animales, sin recursos y con órdenes tan bárbaras, no teniendo siquiera ni donde sentarnos i\ descansar. Ahí me en- contré con mi amiga Eugenia, cocinando á otra persona para conseguir un bocado para sus hijas, mojada hasta los huesos. Mis sensaciones son indescriptibles, y temo también dejarme llevar de esos tristes recuerdos, siento poco coraje, mas tarde daré quizá una pequeña idea de nuestros padecimientos mo- rales. Allí me enfermé, la señora de Leite y mamá hicieron una ca- sita donde me llevaron, tuve un acceso de fiebre pero amanecí buena, gracias á la misericordia de Dios. Salió el sol, nos seca- mos un poco, vino un sargento á ordenarnos ir á ver la capuera cscmisrao dia, pero una hora después vino el mayor ordenando nueva marcha. Esto fué un laberinto, nos llevaron por un mon- te sin camino, })orfin á puesta del sol salimos de este enredo, y nos encontramos sobre un rosado, nos ordenaron arrímarjios al monte lu mas que pudiéramos, nos vimos entre una maciega — 430 - jiias allit (|iir, iKjsoUas, pero cuii cucliillos y palos Iini])iai)i()S tiii iídcoii (\(n\á\) nos acostamos. Al otro día vino oí sargento á onloiiai-nos limpiar os(M'osa(lo, yÍ(muI() (jue nosdáhamos j)Oca piisa (Miohcílcciírle, vino el comaiulante, nos juntó, nomliró de ('iiti'i>, nosotras dos sárjenlas con ónlcn do formar dos coinpa- íiías (pío trai)ajai'ian la tierra cada nna un dia, dando un dia de descanso ])ara salir al rel)ns(pic, yo fní oscrihionta de mi sárjen- la, (iada mañana do trabajo iba á pasar lista, nos llevaban con nuestros cuchillos en pedazos de ]>alo á coi'tar y (piemar osa maciega. Venia (d mayor y nos retaba i)or lo poco que liacia- mos, asi ora (pie las sarjei\tasnos apuraban mucho ; desjuios de limpio un gran espacio de terreno, unas fueron mandadas á buscar ramas, otras á alinear y hacer agujííros i)ara j)lantar la rama, y otras á tapar el sombrado; no habia en la sociedad mas (pn; tres arados ('n^ hierro, los demás eran de palo, nos can- sábamos muclio, i)ero era ])reciso ciimi)iir la (U'den, y lo mas gracioso, era íjuc algunas comjtañeras nos apuraban y retaban ponpio haciamos mal los agujeros, ú otras cosas por el estilo, convirtiéndose ellas mismas en otras tantas tiranas; me reia mucho de esto y las condenaba á comer toda la m;nidioca que saliese. I.oí^ dias de por medio sallamos á rodar dos y tres le- guas, comprando mamones y bananas verdes, por fortu- na miel y mandioca, ¡)or casualidad algunas patatas, y en lin, comiamos algo. Las (¡ue tenian ropa la cambiaban, y si al- hajas taml)¡cn ; .do este modo pasamos algunos dias. La señora Carmen Üoiburú (piiso (jue se hiciese nna súj)lica al Prosi(iento, á ver si nos dejaba liabitar como residentes en la capilla, me pidieron consejo, desaprolxí ])or lo (jue imo tocaba, d(>jando á cada una (jue luciese lo que (piisiose ; 1?. hicieron y firmé taml)ion por (pie no me gusta llamar la atención en nin- gún sentido, ])(M'o hubo |)or eso un liarullo terrible. Kl mayor vinoá retarnos do la manera mas seria, at('t y a|)res(') á la enca- bezaido del pajKd, y nos jírohibií') formar una letra ; nna tarjeta que fuera, seriamos castigadas de muerte ; ({uedamos en silen- cio otra vez siguiendo nuestro trabajo. S'ino orden de hacer casas; una parlo fué al monto á cortar palos, otra á arrancar jtaja y á acarrearla ; yo fui allí -. otras tuvieron (pie alinear y faliricar los ranchos, cuando yo acarrié los palos j>ara la mia ó hice el primer agujero para el horcón princii)al, recibimos ai alborear la (U'don do marchar. Hacia dos dias (pie baldamos recibido (jrdon do no salir d(d rosado, bajo pena (,ío la vida, por(|uo el presidente estaba cerca. ]']1 23 de Octubre salimos del rosado, nos tomó el sol todo el dia, pasóse listado dos mil catorce personas; se nos entregó á nn sargento, (lomo á las tres do la tardo dio orden de caminar, fuimos andando como ovcjjas, hizo alto á la puesta del sol á la entrada de un monte, preguntó con disimulo quienes eramos, procuró conocerlas principales familias, pero tenia un cuidado i31 — /. especialdo la scüora dcLeitc y ucmí ; muclias veces hacia alto á deshoras porque deciamos que estábamos cansadas, si caiuiná- baiiios (hí r.ocíienos aeoiiipauaba de cerca, se enln([uecia si nos perdía de vista, i)reguntando ¿i todo ol mundo si nos linbían visto. Nos causó tanta gracia (juc nos cscondianios ¡¡ara darle (pie hacer. Empleamos siete dias para ilegar al Spadin, debía tener orden de traernos con tnnla lentitud para que nos dehilitá- semosen el camino ; en fin, la última nonlie- nos acostamos en el montecito antes del paso Igatimí, Cayó una lluvia espantosa: estaba con un dolor terrible de muelas, nos mojamos en grande, amanecimos sin un mate de yerba que tomar, ni un bocado de algoíiue comer: eran ya las doce, llovia siempre, ya teníamos verdadera haml)re, la sirvienta de la señora de Leite estaba en un estado deplorable de languidez, cuando de repente abortó una burra de la señora; yo les dije que en Francia se comía burro, y que comiese el aborto al momento. Se animaron y Ijajonna continua lluvia cocinaron .esa carne. Mamá y la señora de Leite tuvieron una espantosa repugnancia hasta de mirar, yo cerré los ojos, pues habia jurado vivir y comí ese alimento. A la noche no quedaron ni las patas ni el cuero de a(iuel bur- rito. Fuimos guapas ¡¡ara pnsar el arroyo ; nos establecimos en una islita cerca del rio, allí estuvimos creyendo no ¡)erma- necer ni ocho dias en ese lugar ; pues por momentos nos veíamos enterradas, ó salvadas por los enemigos. Las que tenían comida no se allijian, pero las que no tenían se deses})eraban ; en hn, era un desaliento sin igual. El sar- jento nos juntó y nos entregó á otro sarjento (¡ue parecía no hacer mucho caso del cargo que tenia ; nos dijo que podíamos buscar frutas silvestres en el monte ; pero que no debíamos ¡)or eso desatender nuestra ¡'>ol)lacion ; marcó el lugar de casa di- ciéudonos que ese era el lugar donde debíamos ¡iasar nuestros últimos momentos de vida, que seria considerada como deser- tbra la que pasara el cerco y el arroyo Igatimí. Sin mas ni mas se des¡*)idió de nosotras diciendo que iba á contar á S. E. lo mucho (¡ue ya sufríamos, que no habia ni na- ranjas agrias allí, para que se compadeciese de nosotras y nos perdonase. La señora de Leite le dijo, que era escusado que se to- mase ese trabajo que y.-j estallamos condenadas á morir de ham- bre, })ues ya sabia el señor ¡)resideníe como era ese lugar, y que l)ov su escasez de todo lo liabian escojido para nosotras. No contestó una palabra, se fué. A la tarde, se carneó una muía jlaca que habia quedado empantanada; la dueña de casa no estaba tan escasa de comida como muchas de nosotras, dio una ¡larte del animal ¡lara ser repartida entre todas. Mi madre estaba acostada sin poderse mover de debilidad, pero no se resolvía á comer burro. Encontré un medio trozo de coco, lo pisé é hice una sustancia con la que mi madre pasó aquel día, - 432 — El I.^ (le noviemlírc unas mujeres (|ac liabiau cutraclo en el uionte descubrieron que había allí una gran cantidad de na- ranjas agrias, todas dimos gracias al Todopoderoso. ¡ Nos reía- mos cuelas barbas de López ! Pues con un monte de naranjas agrias creíamos resistir hasta ocho dias. Ya velamos llegar á los aliados en nuestro ausilio con cargueros de farifia, azúcar, arroz, sal, caballos blancos ensillados para las jóvenes i coches para las ancianas. Nos alegrábamos de antemano de la que lo Íbamos á jugar á López. Ilabia noticias cada mañana, es decir, creíamos tenerlas, pues continuamente velamos castillos en el aire. En íln los prime- ros dias mamá resistió, pero de repente se aniquiló, entonces me afliji, lloré ; ella no (}uiso ser causa de mi desesperación y se resolvió á tomar la carne de burro, pues era preciso vivir, la compré i\ un precio fabuloso, lo hice un caldo sin sal ni nada, y lo sazoné con jugo de naranja agria, lo tomó con gusto, comió toda la carne, i se restableció al momento. Así fuimos pasando, pero cuando se acabaron los burros fué la (lesesperacion ; ya moria mucha jente, se liabia elejido la orilla del rio frente á nuestra casa para cementerio, de modo (jue todo el dia presenciábamos esa muerte de hambre tan ter- rible, y aquellos entierros tan conmovedores. Llegó el dia en que se oyó un grito de desesperación, las na- ranjas agrias se acabaron, 'no creíamos poder resistir hasta el momento de obtener nuestra libertad. FA pindó era lo único que nos quedaba y tan difícil era conseguir una hacha para cor- tarlo como encontrar quien lo hiciera. En íin, había dias en que todo era difícil y en que era preciso cambiar hasta nuestros últimos trapos j)ara no morir. Algunas mujeres guapas que andaban por los montes, pasaron esteros y encontraron otro naranja!; fué un regocijo jeneral, las espe- ranzas y los sueños dorados volvieron á nosotras. Comíamos una inmensa cantidad de naranjas, pero sentíamos la falta de la carne de burro-, algunas familias comieron perros, zapos y serpientes. Los muchachos se paseaban ñacos como esquele- tos agarrando lagartos, pero la mortandad seguía llevando cria- turas y viejos; los dias de lluvia sobretodo, eran fatales; hoy amanecían yertos, helados, aquellos que ayer aun buscaban su sustento. El 28 de noviembre se oyó un gran alboroto, corrimos á la novedad, eran los indios que venían con comestibles-, todos cayeron encima, con cantidad de patacones, con toda clase de ropa para cambiar por alimento, asi es que los indios se pusie- ron muy careros. Solamente las que menos precisaban consiguieron de todo; en íin, eso ayudó á pasar. Se fueron á cazar en los días siguientes y trajeron carne muy cara. Era tal el mercado que la jente iba á dormir en los toldos. -~ 433 - Dos voces me csíropic los [iiés, pues liabiau tres leguas de distancia, y no conseguí nada porque me quital)an de la mano lo que compraba, como es costumbre entre los paraguayos, digo esto por({ue eran señoras ó pasaban por tales las que anda- isan atropellando á las mas tímidas; las dos veces volví con los ¡iiés llenos de espinas, y no quiso saber mas de los indios. El 2 de Diciembre amanecimos con una sensación jeneral en nuestro campamento, pues faltaban tres principales familias de cutre nosotras, ¡>ersonas que dias antes habían dado ropa, dinero, carne, sal y alhajas en cambio de comestibles. En la capilla estas seiioras hicieron grandes beneficios, in- virtiendo su dinero en compra do lincas, cuyo importe, aunque módico, proporcionaba á sus dueños con' que poder atender y satisfacer las primeras necesidades de la vida; todas las que hicieron ese negocio no tuvieron perjuicio, pero algunas sí; yo era el escribano, puede calcularse cual era la formalidad de la venta. En fin, la desaparición de esas familias nos llenó de temores que no eran infundados, pues López ha dado tantos terribles ejemplos de venganza, que nos estremecíamos al pen- sar, (jue á la hora que supiese esa deserción, nos llevaría á Pa- nadero y allí seriamos víctimas. A mas, ninguna de noso- tras nos sentíamos con fuerzas para hacer diez leguas de ca- mino. ¿Cómo habíamos de hacer treinta? Entre nosotras no habia mas que una alternativa, morir de liambre ó morir lanceadas-, escoj irnos la de entregarnos á ios indios. Nos consultamos unas con otras y mandamos una di- putación al toldo para que trajese al indio con el fin de tratar con él. Nos arregíamos por grupos de cinco á seis familias y se convino pagar un tanto allí mismo y otra cantidad des- pués de estar entre los aliados. Fué una locura*, á la entra- da de la noche, salieron mas de 200 personas, las niñas mejores y las mas guapas. Ya estaba lista para marchar cuando regresó la señora de Leite del toldo adonde habia ido por la mañana temjirano á hacer cambio; traia u.n pedazo de carne, me dijo (¡ue no le pa- recía bien la comportacíon de los indios, que desconfiaba de ellos, que yo podía liacer lo que quisiese, pero que ella no se movía. Mamá se desanimó y fui á dar parte tiue no iríamos. Amanecieron muchas casas vacías, por lo ({ue el temor nos trastornaba mas y mas. Las naranjas se acabaron-, entonces la señora de Leite se resolvió á salir. También llegó un soldado de la guardia que dio la voz que el sarjento habia ido á dar parte que todas las destinadas se iban-, eso determinó á muchas y volvimos á hacer trato con otro indio; lo cargamos de ropa, liamacas, ponchos y nos fuimos. Esa noche era el 14 de Diciembre-, al pasar el estero me hun- dí; detras de mí venía la señora de Joana, que también se hun- — 434 — dio; ])cro en cuanto salvamos nos mudamos de ropa; cslábamos bañadas. Al ])Oco rato so jiidió socorro, la señora do Leite, sehabia metido hasta medio cuerpo en el barro, esto me ])are- ció de mal agüero, pero seguimos al indio en silencio, nos hizo atravezarun inmenso quemado que nos desolló los pies y ras- guñó las piernas horriblemente ; pero seguimos sin proferir una queja; caminamos hasta media noche, alcanzamos una punta de monte, nuestro guia nos ordenó nos sentáramos en silencio y lo aguardáramos. Al poco rato llegó diciéndonos, que era ma? prudente retirarnos á nuestro ranclio, que la guardia habia apresado á todas las señoras que hablan jiartido antes; creímos que fuese una astucia del Indio para robarnos nuestros efectos, pero desgraciadamente era la })ura verdad; volvimos pues hacia nuestro campamento. Las compañeras entraron antes del día en td, pero yo no me animé á })asar el estero de noche, nos sentamos sólitas con manifá á aguardar que amaneciese, en esto pasaron dos indios cargados con las cosas que les hablamos dado, se iban á sus toldos. Al amanecer pasamos, llegamos á tomar mate en casa de una vecina, ¡ qué noche hablamos pasado! Ya llegábamos determinadas á morir sin movernos mas de nuestro destierro, pero no quise volver á mi rancho, saqué la cuenta que era nuis prudente vivir retiradas del pueblo junto al monte, por si acaso venían á llevarnos poder escondernos. Llevé á mamá al rancho que habla abandonado doña Olivia Corvalan, que era el penúltimo, lejos de todos; la señora de Leite aprobó mi idea y vino con nosotras; ella y mamá se acostaron y estuvieron muy enfermas de resultas de nuestra aventura. Cada dia formábamos nuevos proyectos como v. g. ir á habitar el tercer monte de naranjas; pero acordándonos de nuestras casi perdidas esperanzas no queríamos movernos del centro. Asi fuimos pasando hasta el 22 de Diciciembre-. nos tomó otra vez la locura porque una señora que se habia escapado de la tropa que iba al Panadero nos mandó decir que fuéramos pron- to, que no habia nadie en el cerro y que López al dispersar- se haría cosas terribles. Nos juntamos cinco familias; el 21 á la noche fuimos cami- nando, llegamos á un monte habitado por los indios, nos acos- tamos á aguardar el dia; á media noche empezó á llover, nos pusimos bajo unas frazadas, y nos mojamos completamente. Cuando fué de dia fui á cebar mate á mamá, hice sustancia, y vendí mi última cuchara de plata por un poco de miel de abeja, de allí partimos después de asar unos pedazos de cuero. Ya era tarde, no hablamos hecho quince cuadras cuando nos vinieron al encuentro unas que la víspera habían caminado á lo largo y hablan llegado hasta el cerro; allí hablan presenciado la llegada de tres espías que se llevaron una porción de jente. Por segunda vez retrocedimos, caminamos hasta muy tarde, — 435 — de miedo del tólciro, nosacuslMinus cu ¡nediu dolcaiujiu, y ama- nocimos mojadas por d roció, .^o sabíamos como hacer fuego pava lomar im mide, fuimos por atrasa unos ranclios de resi- dentes; apenas nos admitieron cerca de su fuego. >;os ar- reglamos bajo de iirj ¿irboi y después de tomar mate entré en el monte con otras mncbaclias á buscar frutas. Tuvimos la suert'.í de encontrar un coco volteado, lo ipiita- mosel cogollo que eramagnilico, nos fuimos con nuestro itotin á hacer un buen caldo con cuero, comimos perfectamente, traje una llor tierna que mamá se propuso cocinar para la noche. A la tarde fui al monte con una conipatiera á sacar fruías, cortó ella el árbol y después de recojer las frutas salimos, yo por un lado ella por otro. Le dije que erraba el camino, me contestó (jue no, la seguí. Siendo tan cer/'a la boca del monte no hice caso, fuiinos andando, (lió vueltas y mas vueltas, y nos enredamos en las ma- ciegas. Cuando oscureció me dio una locuia de dolor pensan- do en las alHcciones que tendría mi madre no viéndome volver, me ])use á llorar y grití r sin juicio: parecía que de afuera oían mi llanto y me contestcd^an, Pero conio yo no cesaba wn mo- iuento de giilar no oi na da, nos fuimos internando en el monie. (Xiando oscureció no pude caminar atrás ni adelante, me paré á gritar, me contestaron. Esto me sirvió de consuelo, de rato en rato grital)a, me senU'í con mi compaiiera y allí aguardába- mos temiendo nos asaltar a toda clase de bestias. Pasé esa noche horrible pi-nsando en mi madre y llorando; al amanecer pegué un grito que al instante fué contestado, rom- pimos la maciega en dirección á la voz amiga que me llamaba, salimos, y abracé á mi pobre madre que hal)ia])asado la noclie llorando "también; comí la cena que me había guardado y des- j)ues de reposar un rato fui á otro monte en busca de cogollos de pindó y volví tarde. El sol ya había secado las pajas que me abrieron las lastima- duras qué á la noclie me había hecho sin sentir, me dolieron de tal modo que llegué casi desmayada junto á mí mamá. Me acosté, pasé el día así, y á las cuatro de la tarde marchamos otra vez al Espadín. No me quiso recibir la mujer que me hospedaba porque estaba enferma; pasé sinemliargo la noche allí, y al otro día me alquilé para pisar palma, con el objeto de ganar un poco de harina, y á la tarde me hospedé en casa de una vecina. Al anochecer vino la noticia que Josefa Rojas venía del cerro á buscarnos, que los brasileros estaban aguardándonos. Está- bamos entre ir y no ir porque temíamos una emboscada de López para concluir con nosotras. Nos acostamos rauy tarde y apenas habíamos dormido, una voz nos dispertó gritando: va- yan al paso, allí hay una cantidad de señoras (juelas aguardan. N'os levantamos rápidamente, tomamos nuestros atados y salimos. ^ 436 -^ Vu lloralja amargameiiíe, mi madie me preguntó si creia (;|ue era López (luieii nos hacia llevar, lo dije que no, (luc eran nuestros salvadores, pero que para mi era la hora cruel del de- sengaiio, que pronto sabría á (jue se reducian tantas esperanzas, que en ese momcrito me parecia haber aliuientado sin mayor razón, pero le prometí conformarme á la voluntad de Dios que me salvaba déla terrible muerte i-el hambre. Llorando caminé hacia mis salvadores, pasamos el arroyo donde nos recibió la ordenanza del comanda'nte I^Joura, que nos esperaba con pala- bras de consuelo al otro lado del estero; se tomaron dos espías entre nosotros que quizá estaban ya con orden de hacernos marchar. Esto era la nociie del í/i de Diciembre. Salimos con; una hermosa luna, caminamos dos leguas donde se hizo alto á tomar mate aguardando las disposiciones. Al romper el día seguimos, íbamos tan lijero, (fue era imposible creerlo, pasando por alto los incidentes do un viaje que hacía- mos con placer y temor. Llegamos á la guardia, allí fué ((ue oí decir al comandante que todos los presos habían muerto ; fué un golpe terrible, ])ero me aluciné todavía. Caniinam.os todo el día sin cesar; el suelo era fuego, el dolor de los pies nos desmayaba; pero el afán de salvarnos cria mas poderoso, hicimos un esfuerzo y nos presentamos al Príncipe y su estado mayor, quien nos ma- nifestó con el mayor interés y nos dio las muestras de la mas sensible compasión. Dos franceses me ofertaron su casa, que acepté con agra- decimiento, pues me encontraba tan sola y tan desamparada en el mundo, que mi salida á la vida uie hacia llorar. Nos hicieron pasar á la ayudantía jeneral ])ara inscribirnos; en seguida pasamos al patio á aguardar ración de carne, sal y fariña. Estando sentada allí vinieron unos señores, conversaroii conmigo, entre ellos mí distinguido huésped el señor coronel Pinheiro Guim-araes, que me pidió algunas notas : ;i él es á quien dedico este triste recuerdo de mis desgracias, las que él me ha hecho olvidar tan amenudo en los días ¡jue he tenido la dicha de pasar bajo su teclvo hospitalario; las mas delicadas atenciones, ios mas atentos cuidados han sido empleados por él y todos sus compañeros, para hacernos olvidar nuestra reciente agonía. (Firmado) — Dorotea Lasscrre. P. S. Llegadas á Curuguaty tuve la triste certeza que los tres de mi familia fueron ejecutados en San Fernando, mí her- mano el 9 de Agosto de i8G8: nú padre y mi esposo el 22 del mismo mes.— En una párteme parece haber escrito Paso Pucú, en lugar de San Fernando: no tongo tiempo de revisar. Dorotea Lasserrc. ~ 437 - TeríUílcs ve tclaclones ^lc\ Si\cevi\ole í'ray Cuyaba, Noviembre 12 de 1869 . Cinco afios de toniiontos Incesanics y sin tiegiia I'or causa fan soiaaicntc De la Iglesia y de Jesiis Muv reverendo padre General. Después de veinte y ííts años de un apostolado lleno de fatigas en las regiones mas 'meridionales de la América, y siendo esta la primera vez que tengo el honor de dirijirosmis homenajes, lo hago con viva alegría Heno de reconocimiento hacia ia Ijon- dad divina queme h'i arrancado do !a mnerte y me ha librado lie ias manos de tiranos mas feroces que lo que fué la Sina- goga para la iglesia de Cristo. En esta narración, corta, pero exacta, veréis de una parte la divina misericordia y de oíí-a, la maldad humana llevada á un grado tal, que parece sobrepasar los iímites de lo verosí- mil. Es verdad que se traía de hombres que solo la imagen tienen de humaao, y que no siguen otras leyes que sus salva- jes inj;tiníos. Me reíiero á López y á Sancliez, su cómplice, rodeado de una turba de sanguinarios secuaces. Desde 1805 hasta el día, estos bandidos han sacrilicado millares de fa- milias, con el úüico íin de apoderarse desús bienes. El nú- mero medio (ie las víctimas es de áO ó 2a por día. Un dia, en el campo de Caraguatay, el sacrificio fué de iOOO iiombres y de 70 mujeres. Allí fueron muertos oO sacerdotes, y el obispo diocesano, Manuel Antonio Palacios. Princinio mi relación : A priucipios de i8G5 me encontraba, por orden de mis superiores, cu la ciudad de Miranda, en las fronteras del Bra- sil y del Paraguay, para ericargarme del cuidíulo de 3000 in- dios, entre los cuales habia construido una iglesia, dedicada á nuestro fundador, gracias á la coníianza del Obispo de Cuya- ba, del gobierno y de las poljlaciones del lugar ; era yo al mismo tiempo cura, delegado episcopal y visitador en la vasta división eclesiástica llamada Bajo Pciragucuf. Por este tiempo una horda de Guaraníes, mas furiosos que los Caldeos, invadió este municipio, tan íloreciente en otro tiempo, y hoy tan desgraciado. Por do quiera pillan, (jiícman. matan. Los pobres habitantes, tanto indios como civilizados, tomados de sorpresa y desarmados, huyen ante los vándalos, abandonando todo por salvar su vida. Se me rogó, á mi que era el pastor, que me (piedase para proteger el resto de los habitante;; en caso de invasiou. — 438 -~ T)ijo. conSnn ^í^rti^, romo dehia l\aperl n ; Domine, si ¡ic fuli-> tuo íítini iiprpío de Barueiho. Fué pI (lia de mi Uheríad. Al siguiente, me pre- senté al conde D'Eu, gefe del ejército victorioso. El campo estaba sembrado de cadáveres délos salvajes que, la víspera misma, se hallaban dispuestos á atravesarme á lanzasos. Qu pcrsequelantur fmíems demergisíi eos. En seguida volví á la Asunción donde encontré á mis co- frades, limosneros del ejército lu-asilero, que me dieron un hábito para cubrir mi desnudez. De allí, volví aquí, donde he aparecido como un resucita- do. Fui muy bien acojido por todos, especialmente por mis es- celentes amigos el Obispo y el Gobernador de la Provincia. Monseñor ce¡ei)r(') en persorúi una misa en acción de gracias por mi libertad. El pobre padre Angelo isa sido muerto por López en Abril de este mismo año en Azcurra. Perdono de todo corazón á estos hombres, tanto mas cuanto que todos los que me han causado daño han muerto '• mis perseguidores, han perecido de una manera espantosa -. - 441 — Per qu 'peccat qnis, per hoc punieíur. Pido humildemente vuestra paternal bendición. Soy vuestro humilde é inútil servidor. Fray Mariano da Bagnalia. Vice-Piefeclo de las Misiones de Mato-Grosso en el Brasil. Inte ves í^n te carta DIRIJIDA AL Sr. ClELLAR, PRESIDENTE DE LA GORTE SUPREMA DE BOLIVIA SOBRE EL MARTIRIO Y MUERTE DEL REDACTOR DEL « CEN- TINELA » Y LOS PADECIMIENTOS DE SU FAMILIA. Sanfa Cruz, Enero 10 de 1S70. Sr. Dr. D. Basilio de Cuellar. — Sucre, Mi muy respetable señor : No pude contestar á su apreciable carta en el correo anterior, por haber salido á encontrar á Merceditas que llegó el 2G del pasado. La relación circunsínnciada que esta hermana desgra- ciada me ha hecho de la suerte de su esposo y los sufrimienícs de ella, dan por resultado que López es el mayor malvado que ha producido la naturaleza. Los referiré, no solo cumpliendo con los deseos devd., sino lleriandoel sagrado deber, queim.po- neel sincero cariiío que vd. le tenia ¿i Tristan, lo mismo queá Merceditas, á la que no dudocompadecer.ávd. Así que llegaron á la Asunción, dio Tristan á la prensa algu- nos artículos de fondo, que bastaron para que se captase las simpatías de ese gobierno. Empero, esto fué el ])reludio desús futuras desgracias, porque desde entonces le trazó la forma y manera como debia dará luz el Centinela, que publicó contra sus sentimientos hasta el dia que fué preso, — ni como evadirse, porque la negativa jiarecia importarle su desaparición. Poco tiempo después se trasladó la capital al pueblo de Luque, distante tres leguas de la primera, y de allí solicitó la gracia de establecerse en Aregua, cuatro leguas mas adelante, por la necesidad de los baños medicinales, que allí se encuentran, y con la condición de que bajaría á Luque en las fechas que debiera salir el periódico ; la petición fué adi-Htida, el ferro-carril le proporcionaba la celeridad desús marchas continuadas al referi- do Luque y aun hasta la Asunción. La guerra obligó á López a retirarse á San Fernando, punto medio entre iíumailá y Asunción, y en ese pueblo forji'i ei horri- _ 442 - ble plan de que los pnrngiiayos, bolivianos y extranjeros liabian robado al tesoro nacional :5.00(),000 de fuertes, con el objeto de fraguar una conspiración, teniendo por base el asesinato del tirano, y desde ese momento principiaron las matanzas. Se a])ivsaban cada dia cientos de paraguayos y estranjcros llevándolos enseguida abordo, donde los martirizaban del modo mas bárbaro. Llegaban á San Fernando y se les tenia un mes sujetos á distintos tormentos, en los (jue se les obligaba á firmar declaraciones que les presentaba un tribunal inquisitorial; con- fesando liaber sido cierta la conspiración y recibido dinero para llevarla á cabo. Hecho esto, á unos los lanceaban, á otros les descuartizaban atados á cuatro muías, etc., y ninguno era pa- sado por las armas. En el mes de junio del año pasado, el boliviano Yaca fué llevado á San Fernando : los demás paisanos se consideraron ya encapilla. Tristan decia á Mercedes: no sé que hay; haz pro- mesas, la crisis que atravesamos es fatal, i Por (jué "temer? ¿No est ry sirvieiulo con mi pluma al mariscal? ¡ Ledaria vergüenza tocar mi persona ! El tiempo avanzaba. Mercedes es nombrada comisionada para entender en una ofrenda que el bello sexo presentaría á López en su cum}>le aíios ; con tal motivo venia frecuentemente de Aregua á Asunción para verse con Madama Linch, querida de López, quien era la que dirijia tales ofrendas. Tristan venia á Luque los días martes á dar á luz el periódico, y el L) de julio que estuvo, Mercedes pasó á la Asunción y en esa misma fecha llama la i^licia al Dr. Gutiérrez, al padre Basilia- no,áD. Juan Padilla y á Tristan, los meten al)ordoylos ponen en cepo de lazo, que consiste en atarles las manos por detrás y estirarles las piernas con dos lazos hasta medio rasgarlas, te- niéndolos sentados abajo en el suelo. Llegan á San Fer- nando y á Tristan le sueltan á los cinco dias ; escribe á Ló- pez solicitando una entrevista y no recibe contestación. AI sesto dia amanece encadenado y el tribunal quiere que ab- suelva el interrogatorio que se le presenta ; se le condena al tormento de prensa á todo el cuerpo, pide la muerte; pero en vano, pasa tres veces por el martirio, su espíritu desfallece por los dolores y al íin firma la declaración que se le presenta, y sale por último para ser lanceado después de ha])erse negado, protestando con la energía de un valiente ser absolutamente inocente, y haciendo un esfuerzo sobrehumano grita, aseguran- do que su íirma ha sido arrancada por el tormento y que el cielo castigará la injusticia de su muerte, ^Mercedes, (jue pasó á la Asunción el 18 de .íulio, como tengo dicho, fué retenida por Madama Linch seis dias, acariciándola del modo mas tierno: al hn la deja marchar encargándole un recuerdo ])ara Roca. Llega á Aregua, nadie leda razón de su esposo: regresa á Luque y nada sabe: pasa á la Asunción y la — 44o — maliüta mndama Lynch rpUní^a verla-. rncp;a, llora y ?p (Ip^ps- pera porque se le permita ])asar á San Fernando y todos le vuelven la cara jjorqne ha ineurrido en el crimen de traición : so vá á Are^iíua, y elJnez le toma á su llegada dos declaraciones en días distintos sohre el armamento que debe tener oculto su marido, lo n^ismo (|ue :ío, 000 pesos en metálico : contesta que ignora todo esto, y que se le calumnia á Roca, porque si tal cosa hubiera habido, seria sabedora. Al siguiente dia de la últi- ma declaración se le presenta el juez y le confisca los cortos intereses cjue le hablan quedado ; la vota "de la casa y liecha llave á las inierlas. La infeliz se refujia en frente, y suplica se la admita; pero la dueiía de casa rehusa recibirla, porque teme morir ; pasa algu- nos dias en iin corredor con sus dos hijitos, y embarazada de dos meses. Al fin se le devuelve únicamente su ropa, y vendién- dola poco á poco consigue no morir deliambre: se le concluye aquella y desde entonces come cinco naranjas, unos dias con la corteza, raspándole solamente el zumo, con sus dos hijos, y otros dias nada ; otros come afrecho de yave, y seria no acabar referir sus padecimientos. Se da orden que la poblaeion de Aregua desocupe este punto, y sale Mercedes á pié, metiéndose por fangos hasta la cintura ; llega á Azcurra y después de seis meses sale al encuentro de madama Linch, que se presenta allí : le ruégale avise la suerte de su esposo, y le contesta secamente que liabia muerto ; pasan pocos momentos y la hace llamar Lojiez á su cam{)amento, situado á la orilla del pueblo ; seatlije, duda de salir de allí con vida y se resuelve á ir acompañada de sus hijos; se presenta al tirano, que la recibe tomándola de la mano y le brinda una silla, sentándose él sobre un zurrón de yerba ; entonces poniendo á uno de los chiquillos sobre sus piernas, tiene lugar el diálogo siguiente : — Señora, siento mucho conocerla peregrinando •• yo la he de sostener con dignidad en el Paraguay mientras viva. —Aunque veo la imposibilidad dé volver á mi patria, deseo regresar á mi país. — Regresará vd. señorita, y allí la sostendré con dignidad. — Ojalá, señor, no se haya obstruido el camino de Currumbá. —Regresará vd. á Santa Cruz, y allí tendré el placer de que me convide con una copa de limonada. -Roca me hará falta en Bolivia. — Usted no ha sabido aconsejar á su esposo, ni á vd. ha sabido dirijirla su confesor, ese fraile Basiliano. — Señor : Roca solo se ha ocupado en el Paraguay en servir á V. E. y el padre Basiliano ha dirijido mi conciencia muy bien. — Vohe hecho lo posible por salvar á su esposo; pero él no me ayudó. Cálmese vd., es vd, muy joven y encontrará otro esposo. -. 444 — — Yíiel mundo, señor mariscal, lia muerto para mi. — Xo me agrada disentir con las señoras. Señorita : ;. le lian devuelto sus intereses? — ^0, señor. — Hag^a vd. una presentación sin decir que yo se lo he dicho. Se retira Mercedes; hace la solicitud que jamás se le prove- yó. Estando en Azcurrase aproximan los aliados y se dá enton- ces la orden de que el jiueblo se retire á Caraguatay : á este punto parte siempre á pié }ior entre fangos, y muy próxima á desembarazar. Luego después tiene lugar un horroroso combate en el promedio de uno y otro pueblo. López abandona el campo, dando orden de que las familias que no sigan al ejército, sean degolladas: al cumplirse esta inicua orden avanzan los aliados y salvan al pueldo. Inmedialameute estos proporcionan cuarenta carruages para las familias que quieran vulver á la Asunción: a ),íercedes le toca uno, y regresa hecha un esqueleto, y con solo unos harapos con (jue cubria sus carnes, después de haber muerto do hambre su chiquillo, que dio á luz en Caraguatay, porque sus pedios no daban lecho. Supo al partir que lUiguel Zarco, esposo de nuestra hermana Mariquita, habla sido lancea- do por orden del mismo López en el centro de la cerranía con los únicos cuatro paisanos mas, que habían ])odido sobrevivir Luis Antonio iustiníano, }uauuel María Bueiiar (hijo del señor D. Nicolás], un tariñejo Mareñoy un mozo mas. Llega Mercedes á Asunción el 10 de Setiembre último, y por Fr. Jerónimo Bechi, italiano, y D. Adolfo Layer, paraguayo, ambos amigos de Tristan, quienes milagrosamente escaparon de los suplicios de San Fernando, vino á saber que el ¿2 de Agosto del año pasado tuvieron lugar las ejecuciones del malo- grado Tristan, paisanos y del amabilísimo P. Fr. Basiliano. Los dos citados arriba presenciaron estas muertes, según le rela- to á vd. en esta. A fines de setiembre entra á la Asunción el Sr. David Oronenboit, yerno del Sr. D. José Suarez, que marchó de esta ciudad con negocio, y muy recomendado para que buscara á Mercedes y la trajera. En efecto, este señor la ha sacado, prestándola en su marcha mil consideraciones. En Corrientes murió uno de ios chiquillos, y solo ha llegado acá Merceditas, ([ue es lo mejor. Losniñiíos aun nolosha visto su madre por (jue están en Santa Rosa. Mercedes sigue convaleciendo, y al saber qufi yo le escribía á vd., me ha encargado lo salude de su parte, y esprese su sentimiento por la muerte de la señora íio- mana. Concluyo, señor, asegurándole, la buena voluntad que le profeso, jnníameníc con Teodolino, como su afectísimo y A. S. Zacarías Rlvfír ó. Adición.— Se me olvidaba decir á usted que cuando madama - 445 - Lynch retuvo á Mercedes seis dias, fué para que ayudase á coser día y noche á otras estranjeras, que habia hecho llevar á su casa con'este objeto. —Z. i?. lm\\ovi*Aiilc i\cc\i\i*t\cioa i\c ü. Mim\ic\ Palacios De la secretaria del cuartel general de López, y uno de los FISCALES encargados DEL PROCESO DE SU MADRE. A bordo de la cañonera Iguaiemí/ en c\ puerío déla Asunción, '20 de Marzo de 1S70. Deseando dar una cumplida satisfacción de mi conducta cerca de López, desde que he estado cerca de él •• paso á es|)o- ucr todo lo que ha pasado á mi respecto, lo mismo (lue cuanU) lia llegado á mi conocimiento y de alguna importancia con- sidero. El 7 de Mayo del año í86o, por orden del ministro de la guerra Venancio López, fui llamado al servicio del telégrafo eléctrico, en donde he servido hasta fines del 67. En est;i época me halla})a en la estación de Paso-Pucú, cuando me llamó López, y me dijo, que entonces habia poco trabajo en el telégrafo por (jue la línea, que habia del ejército para la Asun- ción habia sido cortada por la caballería enemiga y el telé- grafo no funcionaba sino dentro de las trincheras, y que rae- iba á llevar á su cuartel jenerai para darme alguna ocupa- ción. Por este motivo dejé mi oílcio, fui alba y anduve mas de tres meses sin ninguna ocupación, si no es mandarme una (¡uc otra vez á buscar noticias en el telégrafo, especialmente cuan- do haljia movimiento en el campo enemigo. Mas el 26 de Febrero del 68, creó López una secretaria nom- brando secretario jenerai al después ministro de guerra y ma- rina Luis Caminos, y oíiciales primeros de esta secretaria al hoy coronel Aveiro y á mi; al secretario jenerai dio la graduación honorífica de coronel y ¿i nosotros la de sargento mayor. Al ]ionerme en posesión del empico, me encargó de recibir los te- legramas, que vinieran para él, cuando esiuviese dormido, ó fuera de su cuartel; si trajeien novedad, tenia orden de hacerlo recordar luego por los ayudantes del servicio para entregarle, y sino esperase á que amaneciera. Como el sitio se habia hecho sentir con fuerza sol)rc el ejér- cito, no siendo bastante la via del Chaco, López se resolvió á abandonar su campamento de Paso-Pucú, pero antes de hacer- lo habia querido ensayar un asalto á los dos encorazados, pues — 446 — tlecia L()j)cz, que sL se logruba tüiiiai' alguno, cu quince flias concluiria la guerra. En la nuche del á de Marzo mandó algunas canoas con orden de abordar los encorazados, que lia- ciau la vanguardia en lluniaitíi; la espediciou no tuvo buen resultado, entonces volaron los sueños dorados de Lojiez y se vio obligado á abandonar Paso-Pucú. En la noche del i)) de Marzo del mismo G8 pasamos á Tim- bó, y de allí seguimos para Monte Lindo y después de algunos dias de estar en el Seivo pasamos á San Fernando. Poco á poco las tropas iban viniendo y líumaitá ijuedó completamente ais- lada. En San Fernando habia yo continuado con el mismo encar- go de recibir los telegramas, y si alguno nccesita])a de contes- tación, escribía yo, así como una que otra vez, órdenes para los gcfes que ocupaban puntos militares. A íines de Junio ó principios de Julio habia comenzado el terrible cataclismo, titulado (irau conspiración fraguada contra López en la Asunción, por nacionales y estranjeros. López no respetó ninguna clase de nacionalidad, á todos mandó arrastrar á San Fernando, donde eran sometidos á declaracio- nes y juzgados por consejos de guerra, en (jue eran todos sen- tenciados á muerte. Sin embargo de ({ue yo nunca habia ido por tribunales, he sabido que todos eran torturados para hacer sus declaraciones. Los íiscales hablaban con López, ó solo en presencia del obispo Palacios, los jenerales Barrios y Kcsquin y el secreta- rio Caminos, después de estos nadie so aproximaba por allí, teniendo sobre esto rigurosa orden Iíjs ayudantes de servicio. Una ocasión, cuando el asunto estaba en su mayor calor; habia estado yo también muy próximo de ser arrastrado á los tribunales. Una prima noche me llamó López y me preguntó, «á quien habia yo ofrecido prestar mi paleto, » le contesté ne- gativamente y me hizo retirar recomendándome que hablase la verdad, pues que de lo contrario me iria mal, y una ame- naza semejante en boca de López era terrible. Después de un momento fueron ya Caminos y el cajiitan Serrano, uno de los íiscales, á hacerme una cáfila de interro- gaciones, á que satisfice ; pero mas por la providencia di- Vina me escapé del incendio. Muchos dias anduve sin hacer ningún servicio. Después averiguando jioco á })Oco, he jíodido saber de donde habia surjido esa investigación conmigo y había sido, que alguno en el curso de las declaraciones liabia dicho, (jue embosado con un paleto grande, habia debido entrar en el cuartel jcneral de noche para dar de pistoletazos á Loi)ez. Desde entonces López mandó doblar guardias y colocar una infinidad de centinelas. El sangriento drama cada día era mas tenible, pues ha^tu las personas, que hablan sido íntimas de — /,' '1. / López eran lambituí llevatlas á los tribunales, como son el obispo, losjeuerales Barrios y Bnigiiez y todos sus heriiiauos y hernia- iias, y por Un todas las personas, que mas servicios le hablan jireslado. En e.se tiempo López ya no escribía mas á nadie, ponjue de todos descon liaba. En este tiempo, el ejército aliado se habla acercado al Te- bicuary y López temió ser batido en esa posición y siguió ca- mino para la Vületa habiendo concluido antes de la marclia con las infelices víctimas. Después de una muy acelerada, lle- gamos á Villeta el 1'^ de Setiembre y luego empezaron los trabajos de defensa, tanto sobre el rio, como en la linea de Pikysyry. Después de estar en Itaybaté ó Lomas Valentinas, como el secretario Caminos liabia sido nombrado ministro de Guerra y Marina y habla pasado á la Asunción, yo habia preguntado \ López, quien autorizarla en adelante las patentes de promoción y entonces me dijo que lo hiciera yo ó Aveiro en ausencia del secretario jeneral. Cuando estábamos en Lomas Valentinas hablan arribado á la Angostura algunos buques estranjeros, ingleses, franceses, italianos y americanos, todos á escepcion del último han traído el objeto de buscar sus paisanos para sacarlos del pais, como lo han hecho. El buque americano vino trayendo un ministro acreditado cerca del gobierno de López. Uno de los buques italianos, me consta, que ha traído á ma- dama, muchos remedios de botica y alannos. fardos de jéncros que entiendo eran -paños y bayetas. Por el va¡ior fraveés he sabido que López ha mandado algunos sacos de dinero. Cuando el ejército aliado habia abierto camino por el Chaco y desembarcado en San Antonio, López mandó cá las órdenes del jeneral Caballero una división de cuatro á cinco mil hom- bres á guardar el puente del arroyo Itororó, pero después del ataque que recibió allí, y perdida la posición, la mandó retirar sobre el Ahay y ese dia en que fué atacado otra vez allí, que fué el íi de Diciembre, iba López á replegarse á si en Lomas Valentinas, la división de Gcballero. En esta acción sucumbió todo, salvando solamente Caballero con dos jefes heridos y algunos soldados. Entonces no quedaban á López sino como tres mil hombres, fuera de los que estaban en la Angostura y la trinchera grande, Después vino el ataque del dia 21 en Lomas Valentinas, el combate estuvo muy reñido y para la entrada del sol todos nuestros jefes ó hablan sido muertos ó heridos, la mayor parte de los otlciales estaban también fuera de combate y para que de- cir de la tropa; de manera que si en la madrugada del 22 no hubiera llegado.un rejimiento de cabaTeria y un batallón de in- fantería de refuerzo, no se hubiera rechazado mas el ataque de aquella maíiana, que felizmente fué en un solo punto. — US - EJ itiíiiisLi'i) aiuericiuso -\I;)c-M;>hom se ]i;illaba oiiLunces oii. nuesíro c;uni)u y como corria muchísimo riesgo, (}iie le tocase alguna bala por allí, porque los fuegos continuaba n siempre con toda fuerza, el (lia %] por la mañana salió para Peribebuy, llevando consigo tíidos los hijos de López, asi como algunos intereses. Ese mismo dia también se mandaron para (^erro León todos los heridos que se ])udo. El dia á't por la mañana los jenerales aliados intimaron de- posición de armas á Lojtez y este contestó negativamente, sin (}ml)argo de que m) tenia ni trescientos hombi'es, i>ero estaba esperando refuerzos de varios puntos; pero aun sin eso mismo López decia f[ue nunca depondría las armas. El dia irj hasta las i2 hubo un bombardeo muy nutrido de toda la artillería de tierra sobre nuestro campo V á la tarde algunas pequeñas escaramuzas entre la caballeria á*la derecha. El dia 20 no iiubo cosa particular y de los refuerzos que es- peraba López no b.abian llegado sino dos batallones de reclu- tas y muchachitos todos, él había llamado la guarnición de la Asunción y el batallón de marina, [jero estos no aparecian, López no estaba para resistir un ata([uc, porque no tenia fuer- za, no tenia absolutamente artillería, todas las piezas estaban fuera de combate ó no tcnian ya dotación, de manera ([ue los refuerzos esperados eran el áncora de salvación para López. El 27 á las G de la mañana después de un recio bombai'deo se inició el ataífue por la derecha y luego por el frente y la iz- quierda. Luego entraron por todos los puntos dentro de las trinche- ras y la cabaücria que había corrido mas á la derecha como á cortar la retaguardia, tuvo un choque con una poca caballería, que López mandó apostar allá, pero luego fué desparramada, y en vez de quedar á cubrir la retaguardia volvieron los Teji- mientos enemigos á buscarla liácia Lomas Valentinas. La infan- tería enemiga y algunas piezas de artillería halrian avanzado ya cerca de una cuadra, cuandG Loycz con su estado mayor se retiró por el caviiino del foirero 3f¿[rinol ti vista de lodo el ejército enemigo hasta larga distancia, pero no tentaron perseguirle. El jeneral Caballero habia quedado todavía en el campo, sos- teniéndose con alguna poca caballería, pero pronto también, se retiró con los suyos por el camino que López habia traído. Fué entonces que la caballeria enemiga hizo la persecución, y eso hasta cerca del Yukyry no mas, pues si hubiera pasado este, seguro de qu.e hubiesen alcanzado á López. Este siguió luego para Cerro-Leon, haciendo volver para alLá ix la guarnición de la capital, que encontró en las cercanías de Zaguaron, lo mismo que un rejimiento de caballeria que venia de Gaacupé. Esa misma tarde llegaron á Cerro León. He sabido que el dia 2i un poco antes de venir el ataque habían sentenciadas muchas personas á pena capital, entre ellas — 449 — su hermano Benigno, el obispo, el jeneml Barrios y el ministro Berges. A Venancio 3' sus dos hermanas les fué conmutada la pena capital, mas no sé en qué. En estos asuntos Aveiro era quien entendía. Estuvimos tres dias en Cerro-Leon, en donde llegaron mu- chos de los derrotados el :27 y pasamos á la Cordillera de Azcur- ra, en donde López se orupó en formar otra vez su ejército ; hizo nuevos reclutamientos y mandó sacar del hospital todos los hombres, que sus heridas les permitieran andar. Despachó á Gaicano á San Pedro para mandar ganados y caballos de todos los departamentos de costa arriba, asi como para re- clutar y organizar tropas. Se volvió á establecer el telégrafo para Peribebuy, Caacupé y Cerro León. Al principio López quiso sostenerse én la Corcli- ílera, á lo menos si le atacasen de Trente. Cada tres ó cuatro dias salia un propio para Concepción ó San Pedro, y escribía para ios que mandaban esos puntos; pero lo que mas ha recomendado en todos los oficios que lian pasado por mis manos, ha sido la remisión de ganado y caballos. En Mayo despachó de Azcurra para Caázafra al coronel Piomero con orden de organizar tropas y disciplinarlas para cuando el enemigo pasase á la villa de la Encarnación, porque ya López esperaba eso, como en efecto ha sucedido; pero todas las ins- trucciones que habia trasmitido á Romero, quedaron nulifica- das por el movimiento de la fuerza que avanzó por Yaty. López siempre se quejaba de que los jefes no cumplían sus órdenes, y la razón era muy sencilla, pues en asuntos de guer- ra, minutos son bastantes para cambiarse completamente una situación y exijir nuevas medidas, nuevas disposiciones, y él pensaba dirijir con acierto desde treinta, cuarenta ó mu- chos centenares de leguas, los movimientos y operaciones de sus jefes. En la noche del 13 de Agosto salió de Azcurra el ejército con un pesado convoy, cjue consistía lo mas en intereses particu- lares de López y madama Linch. López habia organizado dos divisiones, una al mando del Jeneral llesquin y otra al de Ca- ballero, que llevaba la retaguardia, que fué batida y destruida completamente en Barrero. Después de esto López ya no pensó sino en marchar á toda prisa hasta San Estanislao. Aqui el 30 de Agosto, aniversa- rio de su protesta, declaró en presencia de todos los jefes y oficiales, que él habia hecho su retirada de Azcurra en el interés de economizar mas sangre, pues que habia tenido bue- nas esperanzas de alcanzar un buen resultado en caso de un ataque y que su propósito era hacer la guerra en adelante con las piernas: el donde, ni el cuando dcbia marchar no le con- venía declararlo. Ese dia proveyó muchas patentes de pro- as — 450 — iiiüciuu cutre las qae tauíbien salió, una para mi pero siempre honorílica. A los dos (lias yo lleguó á ({iiebrar con él, pues me habia üínnadoy como no acudiese proiiío, mv mandó arrestado por algunos dias, y después, sin emh;;r!';o de levantarme obierno y hacienda. Continué ejerciendo el oílcio de oficial l."^ hasta Diciem- bre de 1868, eu que después de la batalla del 2i, en Ita- ibaté ó Lomas Valentinas, rae promovió á íenieníe conmel de infantería con servicio de ayudante de órdenes de su '¿. M. El 24 del mismo mes, con motivo del fallecimiento de losgefes queuiandabau el cuartel general, me encargó el man- do provisoriiunente, teniendo por segundo i\ su hijo, el mayor entonces, Juan Francisco Loi)ez, conservando sieui- pre' el título de oficial 1.^ ])ero casi sin prestar servicio eu la secretaria, co:uo muy poco lo había prestado anteriormente, ocui)ando siem.pre al comandante Palacios, y al ministro Caminos, si «ste se hallaba presente en e! ejército. El i3 de Agosto de i8G9 me nombró ayudante de campo y el 30 del mismo mes, en San Estanislao, recibí la patente de Coronel. En Paso-Pucú. en Julio del GG, me nombró caballero de la Orden nacional del Mérito ; y en Azcurra en los primeros días de Enero de 1869 me nombró oficial déla misma orden; en los últimos días, en Cerro-Corá, decretó una medalla al ejército. Estos son los empleos que he recibido durante la admi- nistración del mariscal López. Pasando ahora á los servicios que he prestado en las cau- sas que se han seguido y en las cuales he tenido que tomar parte, ellos fueron los siguientes -. Kn Paso Pucú, en los primeros meses del G7, fuimos nom- brados juntamente con Carlos Rivero, oíiciales i"' del mi- nisterio de gobierno, fiscales en la causa del juez de paz ■f.^ déla catedral, Domingo Rosas Aronda, acusado de pro- du.cciones sediciosas contra la administración de López y contra sus disposiciones en el desarrollo de la guerra fene- cida. Sus cómplices fueron Policarpo Garro y el juez del crimen en primera instancia José María Monílel. Los dos primeros después de poco tiempo de prisión, regresaron á la capital en libertad, y el último pasó á servir de solda- do en uno de los cuerpos de infantería, según he sabido después. Yo he entregado el proceso en el despacho de López, proceso que no pasó de una simple indagatoria, sin ha- ber habido durante las actuaciones ningún piocedimiento violento. En el mismo momento se me encargó también por el ge- neral Barrios tomara la declaración del norte americano J^- — 454 — mes Monlo^vo, que pasando por las lincas del ejército aliado se habia presentado en el ejército paraguayo con objeto, según declaró, de obtener del gobierno patente de corso, ofreciendo la venta de seis encorazados para arriba, á abo- narse después de la terminación de la guerra. Este objeto no quiso revelarlo al principio á otra persona que al maris- cal, y fué lo que motivó su declaración jurada en que muy corrientemente esplanó todo. Dijo además Manlowe, que á ese objeto no era estraíio el ministi'o americano Wash- burn, que á la sazón se hallaba en Corrientes. Su proposición no fué aceptada y algún tiempo continuó Manlowe detenido en la mayoría hasta que últimamente fué enviado para la capital en libertad. Estando el ejército en Seibo, en su retirada por el Chaco, asistía una conferencia que tuvo lugar entre el Obispo Palacios, ministro Caminos, el ministro Berges, Gumesindo Benitez y Car- los Riveros, oiicialcs primeros, el comandante Francisco Fernan- dez, juez de lo civil Bernardo Ortellado y tesorero Saturnino Be- doya. La conferencia ó mas bien el careo rodaba sobre una espe- cie de cambio de gobierno y medios de terminar la guerra, que el último Bedoya, detenido en Paso Pncú, habia ido á revelar (el mis- mo dia que las corazas forzaron el paso de Mumaitá) al general Barrios y a! Obispo Palacios, como la única causa que decie Bedoya reconocer en sí, habiendo ese pensamiento nacido de él, en conversaciones que tuvieron en la capital con su cuña- do Benigno López y el gerente del consulado francés Mr. Cuverville, siendo candidato el mismo Benigno López. La conferencia de Seibo [ á que íiií enviado y he asistido sin sabfcr antes nada) habia tenido por objeto esclarecer esa vaga y confusa especie, ai lado de otro incidente, que ocur- rió en la capital, cuando por primera vez arribaron las corazas á la Asunción. Al divisarse las corazas habían te- nido su reunión los consejeros de estado del gobierno vice- presidencial, y se habia puesto en discusión la moción del comandante general de armas, coronel Venancio López, de si tiraban ó nó á las corazas, cuando so aproximasen á la rada. Ai principio los pareceres habían estado divididos, pero últimamente resolvieron unánimes hostilizarlas, como en efecto lo hizo el comandante Fer;iandez, dirigiéndoles algunas ba- las, y las corazas después de algunos cuantos tiros que se les hi- cieron, retrocedieron. Nada de estos dos puntos pudo esclarecerse, y entonces el mariscal proveyó se instruyerít una sumaria información contra la conducta ines-plicahlc. de Bedoya, cometiéndome las diligencias. Fué llamado Bedoya repetidas veces á declara- ciones. Tenia entonces por secretario al después coronel, y subtendente entonces, Delvalle, y en las actuaciones no se ha usado de ninguna me dida coercitiva. — 455 — Entretanto y con poca diferoncia de tiempo se iniciaron en San Fernando tres causas distintas en orijen, mas en ten- dencia idénticas casi, que era censurar el régimen guber- nativo de López en todos sus actos, y procurar su derroca- miento del gobierno para sostituirlo con otro etc., etc. Una de estas causas la instrnia el Canónigo Juslo Koman con el Preshitero Fidel Mai:>;, Otra, instruía el coronel Manuel Nuñez, y otra el después coronel, entonces capitán Serrano, asociado al ministro Falcon Como capitán honorario. Los reos del primer tribunal fueron al principio, el Arce- diano N. Barrios y algunas uuijeres de cuyos nombres no me acuerdo, pero eran bijas de un tal Cai'reras de la ca- pital, cuyas mujeres fueron luego restituidas á su vecindad por haber declarado todo lisa y llanamente. Los reos del segundo tribunal fueron, el trompa Félix. García, mayor José Fernandez, Benigno López, Comandante .luán Gómez y el Arcediano Barrios ( Evangelista ) el juez de San Hoque Pastor González y otro de Recoleta cuyo nom.bre no puedo recordar. Los del tercer tribunal fueron el presbítero Paíiíio, y al- gunos prisioneros de Corum])á con otros reos paraguayos, de la cárcel, (pjc fueron transportados al ejército, según ii)an resultando ciins conti-a ellos. De estas causas yo no tuve conoL'imiento sino después de algún tiempo de haberse iniciado, y cuando ya se iiabian es- clarecido bastríüte los bechos acusados, á escepcion de la se- gundiv que yo Uú comisicnado para llevar la redacción, pero después que el coronel Serrano había averiguado todo verbal- mente, empleando medidas de rigor, como azotes y cepo de campaña, de suerte que á mi no me toeó sino el trabajo de de la redacción del proceso que no concluí, habiéndose en- cargado de ella el presbítero Maiz, reprobándome como que no hacia nada para adelantar las actuaciones. El Coronel Serrano en aquel tiempo, oi decir en San Fernando y lo mismo en Íta-Ivaté, íiscalizaba á todos los tri- bunales y fué el príiuero enSan Fernando que puso en práctica el azote y cepos con los reos, aplaudiéndose estas medidas por el obispo Palacios, los generales Barrios y Eruguez y el mi- nistro Caminos, asi como por el coronel Nunez, diciendo al mariscal que era el único medio eíicaz para adelantar el esclarecimiento breve de las causas y de librarse, ílecian, de tantos malvados, con lo q|ie quedó establecido este procedi- miento. El obispo Palacios y el general Barrios llegaron h decir mas de una vez que era de necesidad corlar esa causa, de- gollando á todos los citados sin forma de proceso, de que no habla necesidad cuando estaba tan esclareciila la causa, y ■ — 450 — cuando por otra parto el estado de guerra apremiante no permitia un procedimiento jurídico prolongado etc. <-uando no lograron ests deseo, apuraron á los fiscales privadamente á la lirevcdad, es decir , que para conseguir esto no omitie- ran los rigores necesarios. Y mientras tanto el primero ha- bla llevado na diario con espíritu muy oj)uesto. Ya anteriormente ou Paso Pucú el coronel Centurión pu- so en práctica el castigo de azotes con los prisioneros y pa- sados del ejército aliado, y por íin- con todos los delincuentes encargados á él para lomarlos declaración. Allá he oido por primera vez el azotamiento de algunos valientes oüciales, como el capitán Pascual Elizalde y otros, por el coronel Centurión. Volviendo ahora á los procesos arriba mencionados, de ellos habia resultado, poco mas ó menos á un mismo tiempo, la existencia de una conspiración en la capital. En el proceso del canónigo Homan, declararon por primera vez, un brasilero pasado, llamado Amru'icto, de su apellido no me acuerdo, y llamona Egusquiza, el primero antes de sufrir los azotes que se le preparaban y la segunda después de liaber estado encepada, uno y otro por Serrano. A esto siguieron la confesión do un tal Prado español y del italiano capitán Fidanzia, el primero declaró lisa y llana- mente antes de sufrir nada y el segundo después de haber estado algunos minutos encepado. De este último no re- cuerdo bien si fué asi, ó si fué después de habérsele remacha- do una barra de grillos. Yo hablé con Prado y Serrano con Fidauza. Los cuatro continuaron después en simple arresto, y Amánelo y Piamona fueron puestos en libertad. En el proceso seguido por el coronel Nuñez, declaró pri- mero el mayor José Fernandez que debia haber sido invita- do por Benigno López en ocasión de visitarle clandestina- mente en su arresto, en cuya ocasión le hizo referencia de estar ya la mayor parte de ios hombres en la capital com- prometidos con' él para obrar una revolución, citando espre- saiuente al comandante Gómez, ai tesorero Bedoya, al arce- diano Barrios y otros dos mas. Estas declaraciones ocasionaron las numerosas prisiones que entonces se verilicaron y ocasionaron tamlíien la crea- ción do cinco tribunales mas con cesación de los del coronel Nuñez y del coronel Serrano. Estos tribunales se compusieron del modo siguiente : l.~ Del coronel Carmona y coronel Centurión, ambos ca- pitanes entonces. 2. ^ Capitán Andrés Maciel y teniente Mauricio Benitez, hoy teniente coronel. H. - Capitán Matias Goyburú y teniente Juan Bautista Del- valle, hov coronel. 4o7 i).-" C;ipit;iii Josó Falcon, después ministro de gobierno y 4.® Capitanes Francisco ó Vicente Abalos y Adolfo Sa- gú ier. el 1. ^ liov coronel. alférez bouorario de marina Ángel Benitez Cada uno de estos tribunales dependía del Canónigo Ro- mán, de donde recibiau sus instrucciones y conocimientos, pero en lo demás todos se cüteudian directamente con el mariscal ; de quien recibiau órdenes y recomendaciones es- peciales i)ara con cada reo, de cuyas declaraciones ellos mismos le daban cuenta. Yo liabia recibido el encargo d(í atendcilos en sus trabajos para que no hubiera entreteniinien- to y resolverles sus ciadas directamente con algunos reos, cuando hubiese recibido orden para ello ó establera presente en un tribunal. Con la visita de los reos y la penalizacion corría inme- diatamente el Coronel Serrano, quien decia llevar la can- auardia en estos casos, es decir qae antes de ser llamado un reo por los tribunales, verbalmento él lo examinaba, man- dándolo castigar ó ponerle en el cepo. Pero los tribunales en lo demás eran libres para tomar toda medida con los pre- sos. Lo que tenia el mariscal era, que la declaración de cada uno se le hacia cada vez mas de urgente necesidad y preci- sión, y por esto él mismo prescribía la clase de rigor que ha- bla que usar contal ó cual reo. (Mtado el ministro Berges por numerosos declarantes. Ser- rano recibió orden de entenderse con él, después de la no- tificación de su destitución que le fué hecha por el ministro Ca- minos, Serrano le dio en dos ocasiones como ochenta azotes, si mal no me acuerdo. Con este castigo no confesó nada, pero después con el careo que tuvo con Venancio López, Fidanza, Leite Pereyra , Vasconcellos y otros mas, se dio por conven- cido y dio sus declaraciones, sirviendo después como el mas fuerte convencedor de sus cómplices, por lo que estuvo siem- pre en simple arresto, asi como los nombrados arriba. Berges y Venancio López con el comandante Francisco Fernandez hicieron declarar á Benigno López, antes tenaz- mente negativo, á quien Serrano puso varias veces en la üru- guayana. Cuando todos estaban confesos continuaron todos por enu- merar á sus cómplices, entre los que el segundo y el último, juntamente con el arcediano Barrios y teniente cirujano Roque Céspedes, citaron á Juliana Isfran de Martínez, espo- sa del Coronel Francisco Martínez. Ella vivía á la sazón con Elisa Linch ( como su compañera que ha sido siempre des- de el Paso de la Patria), en el cuartel general y fué man- dada en arresto cuando se acumularon aquellas citas. Ese msmo día se entregó al tribunal de Falcon para to- — 458 — maiie la declaración, con recomendación especial deque desde ese mismo dia se le hicieran confesar los cargos que contra ella resultaban. Ilabia verLalinente baldado primi^ro Serrano con ella mas sin resultado, por lo (¡w el mariscal comisionó de nuevo al mismo Serrano, al comandante Ber.itez, á mí y no recuerdo si algún otro, en cuyo caso debió ser el co- mandante Manuel A. Maciel, de lo que tengo especie, para asistir á sns declaraciones, con prevención de decir á Julia- na, que si declaraba bien seria perdonada, y que sino decla- raba, ninguna medida de rigor se omitirla con ella. Quiso que cuando se manifestara tenaz, se le dieran algunos golpes de mano y empujones, como en efeclo se le dieron por el comandante Benitez y por casi todos. Y manifestándose aun tenaz se le careó con el teniente Céspedes, primero, cuyo careo fué igualmente sin resultado; entonces se dio cuenta de su constante negativa y ordenó que se le diera de azotes hasta (jue declarase. En efecto, el comandante Serrano le mandó de sesenta á ochenta azotes y no querien- do sin embargo declarar nada. Serrano la llevó cá poner en la Urucjuarjana, tortura que el mismo Serrano inventó por enseñanza de un soldado, que fué de los de la Uruguayana y habia visto allí, sogun decia, esa clase de cepo, por lo que se llanu') Lru(¡umjana. Llamada después á careo con todos los que la liabian citado, ninguno pudo convencerla, y sin declarar nada fué condenada á sufrir la pena capital por scníencia del conse- jo de guerra, que tuvo lugar el 19 de Diciembre tle 181)8, cuyo consejo condenó también, á la misma pena á todos los que resultaron cabezas de la conspiración, como Benigno Ló- pez, José Berges general Barrios, obispo Palacios, Dean Bogado, Simon'lrlanda, Leite Pereyra, Viísconceílos y coro- nel Alen, A solicitud de López fueron induUados sus ber- manos Venancio López é inocencia y Bafaeía de la misma pena. Después que el ejército se trasladó á Ita-Ibaté el mariscal dijo un dia, al darle cuenta de la declaración de nuestros reos, «y bien, Juliana no va á hablar.» Entonces encargó de nuevo á Serrano que la examinase verbalmente como en efecto lo hizo Serrano azotándola y torturándola, pero no habiendo conseguido que hablase dio cuenta, y entonces, manifestando disgusto conmigo y Serrano, preguntó al coronel Carmona , capitán entonces, si él también se desanimaba para hacer hablar á Juliana, y diciendo Carmona que no, fué con mucha seguridad para hacerla hablar. La tuvo iíurante dos dias haciéndola pasar por todas las pruebas del rigor, pero ella se sostuvo firme, y habiendo de resultas quedado muy enferma, yo la mandó asistir con medico; recomendé su buena asistencia, v no tardó en convalecer. — 459 — Después de esta causa que se concluyó en Ita-lbaté ya no tuve ingerencia en ninguna otra hasta Tandey, en la villa de San Isidro. En todas las causas que se sii^'uieron en Azcurra y en San Estanislao se entendían siempre el coronel Cen- turión, coronel Abalos, comandante Benitez y otros oficiales de inferior graduación. En Tandey liabia sucedido la aparición de una mujer desconocida que fué denunciada al general Resquin, quien la recogió y entregó después al coronel Centurión para exa- minarla "detenidamente, desconfiando de ella el general Res- quin, que como he dicho la hal)ia examinado ya. El general Resquin habia dado cuenta al mariscal de esta muger sospechosa y este envió al ministro Caminos para que acompañado de Centurión la examinase. Esta muger resultó ser viuda de un criado de la señora Juana Carrillo de López, que se encontró asesinado cerca de su casa. Vehementes sospechas hubo entonces contra la misma (que resultó ser adúltera) de que ella misma hubiese procurado la muerte de su marido. Sin embargo no hubo pruebas y fué puesta en libertad. Y habia declarado á Caminos y Centurión, que cuando la retirada del ejército de Azcurra, ella se habia encontrado en Piribebuy y que allí habia hablado con algunos brasileros y también con algunos paraguayos, y que fué ocupada por ellos como espia. Apurada mas por Caminos y Centurión habia declarado, que habia sido ocupada ante Venancio López, de vaquearía, con unos espías. Hicieron comparecer á todas las personas citadas y resul- tando identidad en sus declaraciones, se formalizaron las ac- tuaciones y se estrechó la prisión á Venancio López, creándose dos tribunales, compuestos, el primero del coronel Abalos y el mayor Bernandino Villamayor y el segundo del comandante Palacios y el capitán de fragata Romualdo Nuíiez. Después, en Itanaranú, reemplazó al coronel Abalos, que se enfermó, el comandante Benitez (Mauricio). Venancio López, en Azcurra habia sido nuevamente preso y puesto en incomunicación ; en la retirada se habia en- cargado su custodia h un oficial h las órdenes del coronel Marcó, gefe de la mayoría, pero se habia ¡do poco á poco ensan- chándole su libertad hasta gozar ya en Tandey, casi de la mas completa, sin orden ni autorización para el efecto, permitiéndo- i^ele estar en relación íntima con todos los de la mavoria, y aun con personas estraíias á ella, por cuyo abuso fué también arres- tado el coronel Marcó, quien llamado á responder de esta con- ducta, se declaró reo de complicidad con Venancio para un cona- to de asesinato del mariscal, á fin de terminar la guerra. Venan- cio López á su vez se declaró también reo de la misma causa en — 460 — complicidad con Marcó y varios oficiales de la mayoría, conato ([ue intentaron realizar el 19 de Octubre último, teniendo pre- paradas dos canoas para fugar en caso de fracazar ó de ser per- seguidos. « Confesos todos loscómpüces. Venancio López, Marcó y su « mujer Bernarda Barrios, delataron contra la seiiora .hianaCar- « rillo de López y sus hijas viudas, inocencia y Rafaela López, « estas como conocedoras y la primeía como empeiíada coope- « radora del asesinato proyectado, (í Venancio Lo[)ez, al principio de sus declaraciones sufrió « de mí algunos sablazos, y después por orden de López le <í mandé castigar con doce azotes. Le hube de castigar mas, « pero él no dio mas lugar.» En este estado, y resuelta ya la comparencia de las dos últi- mas ante los tribunales, un dia en ítanararú reunió ante si el mariscal, á S. E. el vice-presidente Sánchez, jeneral Res- quin, ministro Caminos, ministro Falcon, coronel Centurión, c:;pe!lanes 3íayores, Maiz, FraucisC!) Solano Espinosa y José del Rosario Medina, comandante Palacios, capitán Romualdo Xuiíez y yo, y pidió á cada uno su parecer sobre la nece- sidad de hacer comparecer á su madre en juicio á respon- der ;i las acusaciones que contra ella se hacían y entonces hablaron algunos para escusar su comparecencia y sobreseer en la causa respecto de ella. Entonces hablé yo diciendo, que me parecía de necesidad su comparencia á responder á los cargos que pesaban sobre ella, no para sujetarla á las consecuen- cias de la causa, cierto de que el gobierno por las faculta- des estraordinarias que le acuerda la Ley y por el derecho de gracia mismo, podia librarla de todo, sino para que se reco- nozca y pueda asi en adelante enmendarse ante la sociedad y hasta en su reiijiosidad pues habla llegado en su estado de error hasta dudar de la existencia de Dios, blasfemando contra él y proliriendo tei'ribles imprecaciones con sus hijos á quienes con el cruciíijo en la mano les hizo jurar, para que no declara- sen nada si fueren llamados á deciaraciones. Para dar este parecer deseé de corazón sinceramente, que la señora se confesase en juicio y se enmendase de sus estravios pasados, cosa que me parecía no poderse conseguir mientras ella no pasase por esa prueba del juicio, por que me parecía que el estado de error en (¡ue vivia le habia traído de precipi- cio en precipio, incurriendo en los cargos que resultaban de nuevo contra ella, pareciéndome además, que habiendo llegado la causa á la altura á ({ue llegó, la rectitud de la justicia no podia prescindir de hacer comparecer á la que estaba acusada como uno de los principales. Cuando acabé de hablar, el mariscal habló, concordando con mi parecer y diciendo á los otros, que les agrade- cía por el parecer que habían emitido, pero que no podia acep- ^ 461 — tar por que era una adulación para con él, que no le gustaba, etc. etc. Francamente, al dar aquella opinión, lo hice con la mejor intención, la misma que he espresado, pues no abrigué nunca para con la señora Carrillo bastardas intenciones, ni menos deseé que sufriese inútilmente, habiendo sido la persona que en otro tiempo, me ha dispensado consideraciones y favores muy especiales, y acordándome de esto cuando di mi opinión, mis ojos V(>rtieron lágrimas, que á nadie se habrán ocultado. Me acordaba también de su difunto marido que tanto me habia querido. Mas la justicia me parecía superior al reconocimien- to. Habia 6Ído para infortunio. No me acuerdo bien si fué con anterioridad á esta reunión ó posteriormente, que el mariscal llamó á su madre y hermanas repetidas veces á hablarles sobre la causa y á aconsejarles sobre la necesidad que habia de que lisa y llanamente hicieran sus confesiones. Entendía yo, que les decia, que los fiscales las pedían ya, y que él no podia librarlas de este trámite, pero que dando cumplida satisfacción á la justicia, él les librarla de toda pena. Marchamos de Itanaranú al Arroyo-guasú y allí nos mandó liacer comparecer á sus hermanas. En efecto llamó primero á Inocencia quien muy luego y sin demostración alguna se puso en términos, declarando, conforme con los datos del proceso, interesándose además, en hacer hablar á su hermana y madre, con quienes dijo tener compromiso de si jilo, })ara que de una vez confesasen todo para buscar su salvación en la clemencia de su hermano, etc. Después fué llamada Rafaela y antes de todo fué también llamada su hermana inocencia, quien conforme habia deseado, le habló mucho y muy tiernamente, para que no tratase de ocultar nada, pues que todo estaba sabido, cosa no estraña le dijo, desde que hemos vuelto á meternos con Venancio. Le dijo además que se desentendiese del compromiso de reserva ó siji- lí) que hablan hecho y que tratasen de buscar por una sincera confesión, la clemencia del mariscal, que asi les habia prome- tido. Recomendó el mariscal como en el caso de Inocencia, que se guardara toda consideración á su hermana Rafaela, procurando convencerla, decia, con la fuerza de la lógica. Durante cuatro ó cinco dias de constante negativa, pasamos, y al fin no pu- diendo resistir la fuerza de las razones, declaró y dio conforme con |las que precedieron con algunas variaciones poco esen- ciales. Pero después se puso á restringir lo que habia decla- rado, y poco á poco fué retractándose de todo hasta afirmar últimamente que todo era falso-; esto sucedió cuando fué in- terrogada respecto de su madre. Procuramos hacer que volviera á ponerse en términos pero — 462 - cada ver. ella se iba desconcertando mas: entonces se dio cuenta do su estado y el mariscal dijo-, que se procediese toda- vía con ella con paciencia, (jue pronto habia de volver en si y se i)ondria de nuevo en términos. Pasamos un dia y otro sin ningún resultado, con lo que di- mos cuenta de nuevo y el mariscal dijo que sin embargo de que le pesase dar órdenes contra una hermana, la necesidad de la sustanciacion de la causa le obligaba, y tjue asi, podíamos pro- ceder con ella, al principio con demostraciones leves, pero que si aun se manifestaba tenaz, con semejante proceder, ella se babria retirado toda consideración y puéstose en la condición de todo otro reo, y seria tratada con rigor. Pero antes de todo ({uiso que esto se dijera á su hermana, con el agregado de que le aconsejaba por última vez, que escusase esa tenacidad y que diera una franca declaración, que así, él podia todavía hacer mucho en su favor. Le dimos este recado pero después, lejos de aprovecharlo, se puso en peores términos, hasta negarse íi responder á las pre- guntas que se le hadan. Entonces se le hicieron algunas de- mostraciones leves y esto la enfureció. Era á prima noclie y hacia bastante frío, por lo que hicimos debajo del ranchlto en que se trabajaba una fogata, y en el mo- mento menos esperado se echó á la fogata procurando echarse en la boca una brasa, pero no lo logró porque fué á tiempo le- vantada. Se le preguntó después para que quiso hacer eso y ella res- pondió (esto fué después que volvió á dar su declaración), que era con el propósito de mhal)llltarse por completo para pres- tar sus declaraciones, pues que habia oído entre la familia, que puesta una brasa sobre la lengua, en el momento se hinchaba y no se podía hablar hasta morir. De este Incidente se dló de nuevo cuenta y entonces dijo, que ya no habla que tenerle ninguna consideración, y que estába- mos autorizados á proceder con ella con rigor hasta que con- fesase sus crímenes. En efecto, después de las largas exhortaciones que aun le hicimos, no quiso aprovecharlas y se le hicieron algunas demos- traciones de rigor, que no fué mucho, porque pronto se puso en disposición de declarar, y declaró todo desde el principio hasta el tin, lamentando haberse comportado ante el tribunal de la manera como lo hizo, perdiendo así, según decía la gra- cia de su hermano y hasta la esperanza de un segundo perdón. Después se movió el ejército para Sanja-hú, cerca del Pana- dero, y allí el mariscal ordenó á los liscales de la causa para que le dlrljeran una representación pidiendo el allanamiento de su madre, para serle tomada su declaración. En efecto el presbítero Maíz redactó ese oñclo, que firmado por los fiscales presentaron al mariscal, quien proveyó con estas — 463 — l)alabi'as: «Sea interponiendo desde ahora ])aia su tienipu. todo mi valer en favor de mi madre, y en el de mij; hermanas, aquello que la ley pueda aun permitirme.» Mas ó menos era en estos términos el decreto que dio en la representación cita- da del tribunal, á quien al entregarla dijo: «la copa est¿\ servida, es {)reciso bebería» y ordenó después que los tribunales colec- tivos se constituyeran en la morada de la señora, como lo lucimos, con asistencia mia y del presbítero Maíz. Las actuaciones con la señora duraron nueve dias sin resul- tado alguno. Fué careada con Bernarda Barrios de Marcó, que no llana- mente la recordó, sino que la exhortó, la rogó y hasta le lloró para que confesase sus criminales estravios, que la hablan per- dido a ella misma ; Bernarda. Después fué careada con su hija Rafaela, la cual le habló muchísimo y de una manera muy tocante y conmovedora, pero también sin resultado. Desde cinco á seis dias de estas acusaciones ía señora se so- brepasaba para con el tribunal, y á veces quería avalanzarse del cuarto en que se hallaba para echarse á correr decía, y estos son dos de los motivos porque sufrió algunos empujones y gol- pes de mano, así como cuando no quería estar en pié, y se sen- taba ó se dejaba caer en tierra, en cuyas ocasiones se le hacia levantar forzadamente. Pero de todo lo que se hacia con ella se daba minuciosa cuenta á su hijo el mariscal, tanto mas cuanto que conocíamos, que la señora nos provocaba de propósito, y de cualquiera cosa, que se le hacia ó se le decia, con alguna dunjza, iba acumulando quejas contra nosotros mismos para con su propio hijo. El mariscal nos oía al darle cueata del procedimiento, que habíamos guardado con ella, y decia— «cómo ha de ser, ella no me ha querido oír.»— Siento mucho etc. En el proceso deben constar todo los desmanes de la señora durante esas actuaciones. Al moverse el ejército de Sanja-hú para la campaña del Amambay, teniendo en consideración, dijo el mariscal, el buen coiñportamienío de Rafaela en el careo con su madre, mandó que se juntase con su hermana Inocencia á quien man- dó también entregar su hija .1 nanita para tenerla consigo y desde entonces durmieron en un mismo cari'eton. En Sanja-hú también mandó recojer el equipaje de la seño- ra para proceder al escrutinio de una carta citada por sus hijos, escrita por Venancio, y se encontraron oíros papele> que se glosaron al proceso. El dinero en onzas, patacones y billetos y las alhajas y joyas, mandó que se reunieran en una' caja grande y se entregasen, como se hizo, en depósito, al ministro Caminos— y toda la plata labrada y ropas las mandó acomodar en un carretón, que en Sa- — 464 — macera i)or falta de bueyes se dejó con llave á cargo del mayor Félix García, que últimamente se supo haberse desertado ro- bando muchos objetos preciosos de su cargo. Del dinero en onzas, el dia mismo de nuestra marcha de Sanja-hú, me pidió le trajera alguna cantidad. Llevé conmigo á un olicial, saqué cinco ó seis bultos y dos cinturones, entre los bultitos se vieron dos caños de lata soldados, dejando seis de estas mismas latas. Cuando se los entregué me mandó po- nerlos en un rincón sobre unas piezas de paño. Yo entiendo que este dinero lo habrá enviado para el esterior por conducto de los ingleses Mr. A'ervit y Mi\ Hunter, que fueron ese mismo dia despachados con una carta. Yo calculé la cantidad como en ochocientas onzas poco mas ó menos. Algunos ornamentos y dos ó tres piezas de plata de dos servi- cios de iglesia, fueron entregados al presbítero .Maiz de orden del mariscal. En Rio Corrientes con motivo de una enfermedad grave de Ve- nancio López, ordenó mviy urgentemente el careo de él con su madre, que aun no se habia practicado, diciendo que iba ;i nom- brar ese dia un consejo de guerra , que después no se nom- bró. Sabíamos que la señora andaba muy furiosa con todos y mas contra su hijo el mariscal, á la vez que con sus fiscales — con cuyo motivo y para no errar yo le pregunté, que si salla con in- solencias á nosotros si las dejaríamos pasar inapercibidas, y en- tonces me dijo, que no era posible que hasta alli llegara, pero si tal sucediese no seria bueno dejarla pasar, ya han jugado mucho CON USTEDES Y PUEDEN HASTA SINTAREARLA CON ALGUNOS GOLPES. Y'o NO LO Hl'IilERA QUERIDO PERO EN FIN ELLA SE VA PORTANDO MUY MAL. Se practicó el careo, y Venancio con un interés verdadero, le dijo, que no tratase de ocultar nada, que él habia decla- rado todo, que nada se podia ocultar á la justicia, y que este era el consejo que le daba desde la puerta de la tumíja en que ya se hallaba, desprendido de iodo vínculo mundano y querien- do solo satisfacer á la justicia y reconciliarse con Dios á quien tanto habia ofendido, etc., etc. La señora dijo «que no tenia nada que declarar, (jue nada sabia y que por Dios se le dejase descansar: que como mentían tanto, etc. etc. » En esto se le- vantó y quiso subir-i en su coche, y requerida por el tribunal .que para qué quería subir, dijo, «para qué quieren saberlo vds.» , y prevenida que no estando aun concluida la dilijencia no podría sin un exijente motivo levantarse, se insolentó mas, gritando á voces, con un maniííesto desprecio á los circunstantes. A lo que su hijo le dijo « que no convenía asi á los estrados de la jus- ticia, que se moderase; ella no quizo oír nada. Cada uno procura- mos que se moderase, pero no atendió á nadie y entonces le di como cuatro golpes de sable, no tan fuertes, con lo que se sujetó, diciendo solamente, ¿porquó me tratan así? Yo di cuenta — 465 — al mariscal de haberse dado esos sintarazos, y él me dijo: co- mo ha de ser, deade que ha dado lugar , pero hubiera sido mejor otra dewonírarion. És esta la última vez que yo me he visto y hablado con ella. Me mandaba pedir solamente sus necesidades que le proveía con conocimiento y orden del mariscal, pues yo nada tenia. De lo que no le proveí fué deyeiba, cafó, azúcar y dulce, porque López decía que ya no hnbia, sin embargo de saber yo por otro conducto, de que habla bastante de lustres úitimos artículos. Son las causas en que he tenido qne ver por comisión espe- cial del mariscal, y aunque han habido otras muchas, fueron oíroslos encargados de correr con ellas. En cuanto á ¡os detalles en las causas que dejo meíicionadas, los he referido muy lijera- mente solo para establecer los hechos y pasar á referir la partíci- cípacion que yo he tenido en ellos. Por lo que hace á mí posición cerca del mariscal, ella ha sido de alta suposición al parecer, pero es sabido, que no era muy asi, porque aunque mandaba yo en primer lugar, no se hacía en el cuartel general sino lo ifue (juería su hijo, el coronel López, que era mi segundo. Desde Azcurra tuve yo que someterme completamente, porque mi oposición á él, me ha atraído mu- chas veces la indignación del mariscal y mi propio desprestijio. Lo que habia era, que ci coronel López quería echarme para nuií^dar él en primer lugar, y ante su padre él nunca perdía. Coníianza do secretos de Estado, o de importancia sobre asuntos de guerra, ú otros, nunca rae ha hecho, siendo las perso- nas á quienes la hacia. eJ ministro (Caminos, el general Caballero y el general Restjuin. Madama Línch íingía mucho conmigo, mientras que yo sabia que no me quería, y alguna sombra de motivo que hubiese dado me hubiera echado. De esto he hablado siempre con mis amigos, asi como de la opresión en qus me tenia el coronel López, que murmuraba mucho de mi como su madre. Madama Línch ha contribuido mucho para la desgracia de muchos. Las veces que ella íl)a á la capital, después deregre^ar, raían muchos, interesada hasta el estremo ella ha soplado ai pue- blo el asunto de las alhajas, de la espada, del tintero, etc., ha- ciendo hasta el escándalo de comprar tierras y casas por billetes, asi como de joyas y alhajas. El mariscal en privado y públicamente me echaba en cara mi carácter bondadoso para con mis inferiores, diciendo que era la causa del amilanamiento y flojedad de ellos, lo que no su- cedía, decía, con el coronel Centurión, el coronel López y el mayor Segovía, quienes mandaban como ge fes, con energía y falta alguna toleraban. En el ejército son conocidos como mas bravos aquellos tres y como mas mansos y de consiguiente nulos, el coronel Aveiro y el mayor Obelar, á quien reemplazó en el mando de los rifleros el mayor Segovía. El niismo general Kes- 80 — 466 — qninmedijo, que yo era demasiado suave, que no servia sino para mandar en tiempo de paz. En los parlamentos llevábamos la prevención de no dejarnos sondear y de rechazar con energía cualquiera producción poco conveniente. Este era el motivo porque algunas veces cargába- mos de algunas bravatas para los argentinos particularmente por que ellos querían locarnos. Con los brasileros muy pocas veces he tenido que hablar, porque ellos han dado siempre menos ocasión. Y aquellas bravatas no pasaban de palabras. Es cuanto jiuedo recordar por ahora , y respetuosamente espongo á V. A. 1. bajo mi palabra de honor. Yosefior, desde que vine cá entregarme prisionero á las au- toridades del ejército brasilero, se me abrieron los ojos, que antes habia tenido enceguecidos, y reconozco, que soy culpable de ha- ber servido con lealtad t;uilo tiempo y con tantos sacrificios al gobierno del mariscal López. ¡Oh ceguedad! ¡ Me abismo en mi miseria ! Crcia servir á mi patria y me húÚA eK]uivocado. Lo deploro hoy de todas veras y no me queda otro consuelo sino la esperanza en la bondad y clemencia de Y. A. L de quien imploro su perdón y la protección como prisionero que soy de las fuerzas que Y. A. í . manda con tanto acierto y tan buen suceso. Y me permito, señor, pedirá Y. A. I. una gracia y es que me haga llevar para el Brasil eu mi calidad de prisionero. Yo, señor, sabré siempre reconocer esta gracia muy especial de la benignidad de V. A. 1. y nunca jamás propenderé ni en lo mas mínimo contra la política del gobierno imperial, de cuyos empleados recibo en mi desgracia un generoso tratamiento, de- bido todo á la magnanimidad de Y. A. í. De Y.A.Í. su mas humilde prisionero. Silvestre Aveiro. Importante escrito i\c Mr. 'Waslibarn, Ministro i\c los 1E. U. cii eV Paraguay Revelaciones sobre las pretensiones deLopbz al Imperio del Rio DÉLA Plata, su deseo de casarse con lina hija del E.MPEftABon DEL Brasil — Recapitulación de varios juicios sorre Lupe:?. (Escrito publicado en Nueva York, Enero 22 de i870) Nueva York , Enero 22 de 1870 El ex -ministro norte- americano en el Paraguay, xAlr. Charle A. Washburn, publicó ahora tres meses una larga ~ 467 — carta contestando lo que en favor del tirano de esc pais, estaba en aquel tiempo publicando el ex - ministro Mnc- Maiion y otros amigos y admiradores de Lopoz. 3ír. YVasii- burn no dice cosa que no estuviese en el dominio del público rio piálense, lo que ha lieclio es mostrarnos una vez mas las escenas de horror tan multiplicadas en el Paraguay por la tiranía de López y llenas cié peripecias tan espantosas, que ahora, cuando parece que este pais está libre de ellas, los lectores querrían no verlas vivificadas en su imajinacion. Pero la carta de Mr. Washburn es- tá íirmada por un hombre de carácter público y que represcüló un papid muy impértanle en las complicaciones del Paraguay. Ella es un escrito que en el porvenir será sometido al estudio déla historia, é importante, sino por su peso ilustrativo en las cuestiones, al menos por ser un documento americano, en el cual el bárbaro López está íielmente retratado. Mr. Washburn llegó á esta ciudad, con procedencia de Yvas- hington,justamonte cuando el //p?-a/.'/ daba publicidad á todos los despachos que contra Washburn y en favor de López le man- dabLiu de Washington los corifeos de la gloria del déspota. Washburn escribe así •• « Al editor de la 2'ribuva. — Señor-. —Aunque esté pendiente la investigación sobre los negocios del Paraguaya que ahora pro- cede la comisión de negocios estranjeros de la cámara de repre- sentantes, pretendía no publicar por la prensa ni una sola línea sobre la materia deesas dificultades: pero habiendo notado que íi;eestá haciendo una tentativa desesperada por j)arte de los ami- gos de aquel fratricida matador de sacerdotes y obispos, deaq;irl asesino de todos los estranjeros y esterminador de su propio pueblo, Francisco Solano López, para falsear la opinión públi- ca por medio de un osado y desvergonzado sistema de mentiras, — creo que esdejjer mió y de las otras víctimas de los inliu- manos l)arbarismos de aquel déspota, hacer algunas breves aclaraciones. «Ante todo permitidme trata¡' de una noticia apareciiia en gran número de perii'fdicos, á sabej", (pie en el curso de esta investigación el comandante Kirklaaid, del JVas}), depuso que después (}ue yo me zafé de las manos de López con parte de mi legación, y estando á bordo de su buque, la señora Wash- burn declaró en la mesa de comer, en presencia mia, (¡uií habia habido en el Paraguay una conspiración con el propó- sito de echar por tierra á López y (devar en su lugar á l-u hermano Benigno. Y se agrega : (cAl hacer su señora esta o]i- servacion, el ministro Washburn tornóse háiña ella, fi uncien- do visiblemente las cejas. El comandante Kikiand no {)udo dejar de notar esta declaración de la señora y la angustia de su ma- rido al vérsela hacer y cambió ojeadas signilicativas de su sor- presa con un joven venido con él de Buenos Aires en calidad d^ intér|)reto. Dicea* que etta denuncia hecha por bi señora 468 ^Va^hbul'^ produjo iinn im[)resiün muy violenta en el ánimo de la comisión investigadora.» f{ Todo esto, punto por punto, es una gmiide falsedad. Ks falso (|ue la seiiora Wasliburn dijese que habla habido nna conjuración, pues ella ni quien ((uiera (|ue haya escapado de las manos de López, cree (jue haya ha])ido tal cosa. Es falso también que cosa alguna respecto de esta pretendida revelación del secreto haya ocurrido ante la comisión. Lo fjue e! capitán Ivirklaud declaró, fué tjue un dia, en mi ausen- cia, mi esjíosa dijo que no hubo consj)iraciün alguna, pero sí üu {dan para deponer á López, haciéndole suceder por sus dos jieniianos. Decían') además que esta observación de la señora {\v 'NVashburn estaba tan en contradicción con lo que yo habia hablado antes, en presencia de ella y con su apoyo y entera ad- hesión, que él quedó sorprendido y no sabia qué acreditar. Ahora, pues, él sin preguntar abs!)lutamente la razón de la dis- crepancia ni á ella misma ni á mí. la retiriócoula lidelidad digna del amigo de López, á su jefe el almirante Davis. 'cPero como fuese concebible ({ue esta historia era muy absur- da paia poder ser creída bajo su propia fé, salió con la de- jtosicion bajo juramento de un amigo suyo llamado Davie (jue dijo estaba presente cuandíi la señora ^Vasiüjurii descubrió el secreto. (Jué ])apel hacia este Mr. Davie á bordo del H'asp, es lo (}ue nunca supe. Kirkland, dice que lo tenia como intér- prete, traductor etc : pero Kirkland habla el espaíiol con tanta perfección como el ingles, y no jtrecisaba de traductores. Lo que puedo inferir déla presencia de ese hombrea bordo, es que fuese puesto allí justamente para ser lo que fué, un testi- go de fácil ajuste, una espía. Este hecho de Kirkland, de que- rer corroborar su historia con una deposición estrnña, mues- tra bien que ella es tan aijsurda que no contaba hacerla creer mediante su sola declaración. ;. Pero porqué es que no presentó también deposiciones juradas sobre ios hrrhoí^ acerca de los cuales depuso su amigo ? ¿. De qué sirve, pues, esa depofi- cion ■? Después de la vuelta del almirante Davis á buenos Aires, ocur- rida la entrega de Büss y de Mastermann para ser conducidos presos, según las órdenes de López, juzgados, como mis cóm- plices en la conjuración imajinaria. circuló jeneralmente en to- da la prensa del país que i)avis daría prueba irrefragable de que en el Paraguav existió una consuiracion á la cabeza de la cual yo me hallaba. Es claro que esta noticia vino ó del mis- mo aimirante, ó de alguno de sus oficiales Ramsey ó Kirkland, eran ellos las únicas j)ersonas de la escuadrilla que tuvieron entrevistas con Lo[iezó cuakpiieroíro, en su campamento. Todavía á cada uno de estos héroes marinos preguntó la conii- sion si tenia alguna prueba de persona que hubiese estado en el Paraguay antes y durante la guerra y que hubiera escapado — 469 — de las manos de López, que mostrase que no liabia habido tal conspiración: y los bravos fueron obligados á declarar (jue no cabían de persona alguna, escepto Jlr. Washburn. con la declaración que hizo, declaracituí que ellos mismos confesa- ron estaba en contradicción maniüesta con toda mi primera conversación abordo del Wasp. Es verdad que el almirante Davis, no teniendo á su ayo liamsey ])ara avisarle del dispa- late que iba á hacer, leyó un estracto de cartas mias á Be- nitez el secretario de negocios estranjerosde López y ;'i quien este mandó matar despnes'i, en que yo declaraba ignorar com- j)letameníe los estranos hechos que se producían á mi ali-ededor, pero por las medidas tan enérjicas tomadas por el gobierno, estaba persuadido de q;;e se tiescubria algo cstraordinario. <( Cuando ayer a la no^lie salí de >Yashington, vi en ei He- rald una resella de lo (jue anteayer liabia traspirado en la co- misión. Los materiales de este' tejido de falsedades está visto u'.ie fueron dados por el jeneral Mac--Maiion, quien cayó en el mismo error estúpido del almirante Davis, pretendiendo pro- bar con mis despaclio;» á Beniíez que había habido una conspi- ración. La cita que ambos hicieron y tan íriunfalmente alardearon fué sacadí;. de una carta en que yo replicaba á una noticia uiieial de que se había descubifrio una conjuiaciou para asesinará Lope<:, y iiue se frustró. No creí en tal cosa cu auuei tieuijU) ; pijro decirio no se acordaba con mi ca- rácter de ministro. Los usos diplomáticos y la cortesia me obligaban á espresnr mis felicitaciones por el hecho de iiaber el presidente escapado de tan inminente peligro. « Tal es el simple liecho presentado como prueba suficiente para demostrar que hubo conspiración, á pesar de que, como dice el resto del despacho, yo solo supiese eso por via de los mismos ministros de López. Ni el misnu) Mac-'^Jaíion, á peinar de haber sido ínterrogaílo muy circunstanciadauiente por la comJsio]!, puede decir (pie creia hubiera tal conspira- ción, puesto que lo divulga de un n.iodo repugnante [sor ¡as líneas telegráíicas. En cierto tiempo confieso que realiucnle creí haberse descubierto una conjuración contra López ; pero en mi casa no había quien supiera de esto. «Así (pie se me mand('i las declaraciones de las víctimas íiu-- turadas pior López, en que se referían conversaciones imaji- narias conmigo, y se me imputaba gran número de acciones que ni halda sonado, pensado ni oido, y que vi acusa'ian del crimen de tentativa de asesinato á hombres que bien sabia yo ni imajinaron semejante cosa; entonces reconocí que todo era falso, y que e! negocio no pasaba líe un ¡jlan de López para ma- tarnos á todos, giiardáiidose tales declaraciones, que incgo aprovecharía lanzándolas al mando como confesiones, pai'a justilicarse. « Nunca supuse que me mandara ejecutar, abierta y. pública- — .170 — mente ; pero tengo la prueba mas concluyente admitida pol- la naturale;:a del caso, de tjue estaba auíieipando el placer de venne conducido á su curd'íel jeneral, lorturudo á su vista, y de divulj^ar el resultado probable de esta tortura como un Ulero accidente ó uu suicidio á consecuencias de mis confe- «Sé porfec lamente (jue los ini-deses y otros estranjeros que audaljaii |)oi- (>l ca¡npanuuUo de l.opez, csperabau á cada bora vei'iae apreliiuidido, y que entonces ellos y todos los (jue en el porveuir (ir.dieran dar al.i^iina prueba de mi destino, serian li!e.i;o sacrilicados, como medida de precaucido. f'ero la lle- gada d(d V/üS'p desconcertó los plaiies del dictador, ponjue entonces no podia nprebenderme sin que el becbo se esparciera por todo su ejéi'cito, y si el biupie iuibiese vuelto sin mi, íodíis babrian becbo conjeturas sobre mi destino. Además de iodo eso, no ienia tiem¡>u ¡le pcpunrar las ulLeritu-es d(*sposi(MO- ues y confesiones necesarias para su justiíicacion en el este- rior. Al jeneral "Weijb del)0 (jue el ÍV.:iCf no llegara tai'de. Si el gobierno del Brasil no hubiese tenido otro con quien en- tenderse sino ei abuirante Davis, el M'f.'Kp ud liubiesc hallado ai ministro á su lleí^ada al ParaL^uay. " Solo muchos meses después vine á saber cuál era la causa de esta acúrriiua liosíilidad de López para coíimigo. íléla aquí simplemente: Cuando al linde los dos primeros años de lucha, López bailó (¡ue los aliados nunca tratarían con él, y (pie ni á cambio de los mayoi-es sacrificios periuitirian dejar á la ca- beza de una nación vecina un déspota que no respetaba ley alguna, divina ni bumana ; entonces comprendió que, sin la intervención de al;^'una potencia estranjera, seria derribado. En estos apuros, supo con gran confortamiento para su ánimo que los Estailos-Unidos babian ofrecido su mediación en el negocio. Esto ofrecimiento no fué aceptado j)or los aliados, y aunque o])edecí mis instrucciones tan a la letra que merecí improperios de parte de los aliados, aun así López desde en- tonces se tornó en mi acerbo enemigo. _ «El tenia para si (jue yo podia, si quería, inducir á mi go- bieriio á unirse á su cansa, y por medio de una activa inter- vención, sacarlo de la situación desesperada á que lo preci- jHtaron su })ropia ambición y locura. Pero como ni aun que- riéudoío iiubiese yo podido bacer tal cosa, desde entonces comenzó á injuriarme con las espresiones mas injustas é inde- centes, particularmente durante sus accesos de acrimonia. _ « Pero por entonces no dejó ver esto en sus relaciones oli- ciaies, y solo mucbo después es que lo supe. En las desespe- radas tentativas (|ue recientemente se ban becbo para falsear la opinión y j)oner á cubierto al almirante Üavis y sus inqui- sidores Ramsey y Kirkiand, los admiradores de López lo pin- tan sistemáticamente como ulti'aiado por mi y otros. Las — 471 — declaraciones dadas en sii favor dicen sor hechas bajo la auto- ridad de mi sucesor, el jeneral Mac-Mahon. t*ero este testi- monio es de un carácter negativo. El jeneral Mac-Mahon solo puede deponer no hal)er visto á López torturar ni matar per- sona alguna. Yo tampoco lo vi, á pesar de haber demorado en el pais diez veces mas que él. Pero sé, como si lo hubiese visto por mis propios ojos, (pie millares de personas fueron in- humanamente torturadas y ejecutadas por aquel monstruo execrable, y todo esto se hizo, digámoslo así, no por castigar crímenes que hubiesen cometido, sino para que callaran por siempre aquellos, cuyo dinero habia sido robado, y para dar á L(q)ez el mayor placer d»^ que es susceptible su torpe natura- leza— el de intlijir los nuis crueles tormentos á sus desventu- radas víctimas. « El pro¡)io jeneral ?Líac-Malion confiesa que este modelo de presidentes ma!ó su obispo y gran número de sacerdotes; pero si ])¡ensa ahora íiue el aseiinato de obispos y sacerdotes es una diversión propia" de un buen jefe católico, debe informar de esto al público. " Tod?,s las deposiciones directas ó positivas versan hacia un solo punto de esta cuestión. Todos los testigos compe- tentes para prestar una declaración cuahiuiera de su propio conocimiento, están de acuerdo en lo que toca al carácter de López, su cobardía y sus barbarismos. Se ha hecho gran esfuerzo para desacreditar las deposiciones de los señores Bliss y Masterman á resultas de cuya memoria al congreso, la comisión ha procedido á la investigación presente. Pero lo (}ue ellos dicen está plenamente corroborado por todos los escapados de las garras del monstruo. Si produzco sus nom- bres, tengo miedo de verlos insultados y difamados como últi- mamente Xiv. Bliss lo ha sido por los amigos de López en este pais. «Y ahora séame permitido destruir la ilusionen que aquí to- dos están, de que ia causa de López es la causa del republicanis- mo contra el monarquismo. Desde 1811 adelante, el Gobierno del Paraguay ha sido mas absoluto y mas despótico que cual- quier rey ó emperador; y el mismo López pretendía, al comen- zar la guerra, proclamarse emperador del Paraguay, si de ella surjia resultado favorable á sus planes y si conseguía incorporar á su país territorio bastante para dar á aquel dimensiones respe- tables en el mapa. Una vez me dijo que el Brasil le habia ani- mado á declararse emperador del Paraijaa;/, tj asequrómt que le era cosa facilísima. Llegó hasta iustituir una 6i\m':'S del mérito, (t guisa de lejuon de uonok cuijo alto grado solo seria conferido (lias testas coronadas ó ¿i príncipes hereditarios de las coronas. Además de eso, se sabe que «el modelo de una corona imperial fué vltinnunenle hallado entre algunos objetos de real mani- ficendaque López recomendó á Paris, y que naturalmente eran deííinados para su uso durante y después de la coronación.» — 472 — «Como S.M. don Pedro lo trató i na vez de grande y buen amigo y hermano, nitria la esperanza de que el enl'erador 1>0- DRIA VENIR Á SER SE SUEGRO, DÁNDOLE EN MATRIMONIO, PARA REPAR- TIRSE SU TRONO, SU HIJA MAS J(3VEN. LOPEZ HIZO PROPOSICIONES EN ESTE SENTIDO, Y CUANDO SUS ESPERANZAS ESTARAN MAS EXALTA- DAS, PREMEDITARA lIAClíR GUERRA DE CONQUISTA Á LA CONFEDERA- CIÓN Argentina y aumentar sus dominios á costa he este país. Pero el emperador, ya bien enterado de sus instintos feroces, preferiría confiar su hija á algún yacaré del rio antes de entregarla Á LAS tiernas CARICIAS DE LoPEZ. FuÉ PUES GRANDE SU MARTIRIO Y SORPRESA CUANDO, EN EL VERANO DE ISG'í-, LE CONSTÓ POR LOS DIARIOS QUE LAS HIJAS DEL EMPERADOR IRÁN Á CASARSE CON LOS NIETOS DE Luis Felipe. Desde entonces Mrs. Lynch comen- zó á instarlo para poner en ejecución sus designios imperiales. Eslamujer es casada con un cirujano do la marina francesa y Ló- pez la halló en las calles deParis, hace cosa de diez y siete años. Le ha dado varios hijos, y la po])recita abrigaba !a esperanza de que alguno de ellos fuese un tiia el segundo emperador siendo ella y su cómplice los fundadores de una dinastía. «Con estas intenciones fué que nuestro campeón del republi- canismu comenzó la guerra sin haber hecho declaiacion previa alguna, de un modo tan salvaje y con tal escarnio del dereclio de jentes, que el Brasil nunca podría tratar con él sin incurrir en el justo desprecio del mundo. «Ahora quiero ofrecer el testimonio de algunos de los estran- jeros presenciadores ó víctimas de los barbarismos de López. No se diga que son deposiciones de brasileros; las doy de ingle- ses, alemanes y de otros honestos y respetables esíranjeros que vieron y sufrieron. «El Sr. R. von Fisker Trenenfeldt, el constructor de los telé- grafos paraguayos, hombre excelente y digno de toda confian- za, es mi prim^er testigo. Estaba en "libertad cuando salí del Paraguay; [¡ero algunas semanas después {>ídió licencia para retirarse del paisen unacaiionera italiana que había ultrapasa- do las líneas del bioijUcO, y fue iiimediatameníe preso como conspirador, llevado al cuakei jeneral, y como tal juzgado. Se escapó recien en las batallas de Diciembre áe\ año pasado. Hé aquí como él mismo pinta sus sufrimientos. «Me dijeron ijue el Tribunal tenia muchas pruebas de que yo sabia todo acerca de la revolución, y que habia recibido dine'ro del Comandante Fidanza, par;i ¡nantenerla. Como negase a ¡n- bas acusaciones, uno de los capitanes ordenó á un cabo que fue- se á buscar un par de esposas que felizmente no se me' llegó á aplicar . . . . . ElJuez me aseguró que ei Tribunal estaba perfectamente persuadido de ser yo reo, y que el Tribu- nal-nunca llamaba á nadie á su presencia sino cuando habia de- lito. A esto repliqué que siempre habia creído que m\ Tribu- nal tiene derecho de llamar cualquier persona á su barra, pjeru - 473 — que solo puede castigar á los criminales. Con eslo terminó el examen, y fní prevenido de reconciliar mi alma con Dios, jior- que mi vida seria corta. Me condujeron de nnevo á la prisión, y nunca mas vi personal) juzgailo alguno. Entre tanto ])odeis ver, mi caro señor, que fui el mas (¿fortunado de todos los])re- sos, porque nunca me pusieron esposas ni emplearon conmigo aquellas diabólicas máíjuinas del tiempo de la inquisición, con las cuales torturaron y forzaron á todos los demás estranjeros á confesar y afirmar que realmente había habido un plan de n^vo- lucion y que todos ellos hablan entrado en él . . . Por la mañana temprano del 21 de Diciembre, un cuerpo de oficiales y sacerdotes vino á nuestra prisión, y el comandante Marcó leyó una lista de mas de una tercera parte de los presos que debian dar un paso al frente. Todo contribuía á mostrar que aquel era uno de esos momentos solemnes que los paraguayos se atre- ven á llamar ejecución de justicia. Entonces los presos cuyos nombres se leyeron forau'ironse en círculo, el Coaiandante Mar- có leyó una corta sentencia, ios sacerdotes les confesaron, un de soldados les condujo al lugar en que las tinieblas son mas den- sas, y después de algunos momentos de absoluto silencio una descarga acabó con todos. Entre ellos estaban-. Benigno López hermano del presidente; Barrios, su cuiíado; el Ministio Berjes; el Obispo; el Cónsul portugués, Leite Peieira; el Coronel Alen, el Capitán Fidanza, la ya caduca madre y la esposa del Coronel Martínez y el padre Bogado, Teníamos también como compa- iieros de prisión á las hermanas del presidente y á su otro herma- no el Coronel Venancio López. Estos fueron encerrados en un carro cerrado, y llevados no sé dónde. . . . Cuando López huyó para Cerro León, despachó un ayudante con una lista de todos los presos antiguos y nuevos, quienes debian ser muertos dondequiera que se hallasen. Felizmente nos escapamos; los brasileros agarraron al ayudante con su lista, y asi me salvé de una segunda condenación á muerte,» «Tal era la invariable costumbre de Lopez: siempre que huia de alguna batalla oposición perdida, daba orden para matará todos los que no podían ya ser sujetos á las largas torturas que se complacía en inflíjírles. En su último descalabro, habién- dose escapado cuarenta y un ingleses, la mayor parte mujeres y criaturas, dio la orden de costumbre, de matarlos .i todos, Pero el oficial encargado de cumplirla halló algunos licores es¡)irituo- sos y secmbriagí') antes de llegar á su destino, y llegando luego los brasileros, lo tomaron, salvándose asi los condenados. «Los sufrimientos que estos infelices contaban haber pasado en poder de Lopez, hacen estremecer el corazón. Elcíi'ujano Tarabull, de la caiioutíra inglesa CracUer, publicó en los perió- dicos britcánicos una narración de su estado y padecimientos en aquel país. Trascribo el siguiente párrafo de su carta: «Todos los estranjeros escapados últimamente confirman lo peor que se — 474 - lia dicho de las terribles atrocidades de López, y hablan del horrible estado en que vivieron no durante meses, sino durante aíios. A los que se toman algún interés en esta guerra, basta de- cir que cad.a una de aquellas víctiii:as habla en favor de ?iír. Yv'ashburn el Ministro de Estados-Unidos, y tndos están nn.áni- nies en condenar á sn sucesor, el jeneral ^iac-Mahon.)' « M V. W. Eiien y sn señora, que vivieron cinco meses y me- dio en la legación, fueron de los escapados en a([uella coyuntura. Mr. Edén relirióestensamente en el Slaiiddi-d de l3nenos Aires los terribles snfrimient(is que López les impuso. Dijo (pKvno creyó (jue hubiese jamás consjiiracion algi.uia., y (pie su mujer, qne estuvo á la cabecera déla cama de ?,ir. Ys'asid)urn en su úl- tima cníermedad, nnnca oyó hal)hir tic ^enu-jante cosa. Si ella Imbiese sido tan lis-a para descnbrir traiciones y servir á Lojiez como lo fué td capitán Kirkland, tal vez hubiera descubierto tanto como esíe des''u.brió. " El corone! .jorje Tliompson, qne fué el i)riiiíMpal injeniero de López y el verdaílero héroe déla guerra, y (pie se i'indió l'/risionero en la batalla de Angostura, })ublicó un libro dando la historia militar de la guerra. En esíe libro presenta á López como un mánsiruosiit semejante, coiiarde y cruel. Hablando del asesinato descrito mas arriba por Trenenfóldt, dice (puf "estas ejecuciones se hicieron á vista de las propias hermanas de López horriblemente apaleadas, nadie sabe porqué, y después mandadas parajdentro del país en carretas de bueyes." Sobre el coraje de López, dice el coronel Thompson : " Antes de estos últimos dias de la guerra, López nunca estaba al alcance del fuego, y aun así mal se puede decir que entrase en fuego, pues se conservaba siempre fuera délas líneas ó abrisgado por las anchas paredes de su casa. En ¡os últimos dias de Diciembre juró repetidas veces á sus tropas qne había de vencer ó morir con ellas. AI fugarse él casi sin oler la pólvora, su jeníe, aunque perfectamente jneparada para juzgar como muy bueno lo que él hiciese, aun asi llenóle de ira su proceder, y yo mismo hoy á muchos caídos prisioneros condenar su co- "bardia." "Hablando de los motivos que llevan á López á toriurar y matar tanta jente inocente, Thom{¡son dice'- "No hay casi duda de ([ue el proposito al cual tendía López haciendo esto, era robar todos los caudales, particulares y públicos, que encontrase en el i)aís, y al mismo tiempo librarse, aprovechando la excelente ocasión, de todos afpjellos contra quienes nutria despecho. Gi'acias al tan bien establecido sistema de espionaje, siempre en obra, especialmente en la repartición del tesoro, el robo de los dineros públicos lo podia hacer en el Paraguay él solo. Después de ordenar que todos los dineros públicos fue- sen depositados en sus propios cofres, y natui-ainienle que fuesen depositados en diversos sitios úú país, mandó [¡ara el 4/ü ejército y allí Ilizo matar á íí;/o])oí' ííiío do los que tenian algo que ver "con el tesoro, con e!u¡¡leo? públicos ó con su mayor- (lomalo particular; de luanora que ahora no existe un solo viviente, juera de él mismu, (¡iie tenga la míniír.a iriea de donde están ida dineros del tesoro paraguayo. Todos los comerciantes y otras i)ersonas que tenian algún dinero, reci')ieron igual tratamiento."" " Mr. Alonso Tayior, otro ingles j)or miiclic tiempo residente en el Paraguay, y hom!)re de carácter e\elent¿, fué, como casi todas las })ersonas decentes liahitantes allí, |>reso y sujeto á !a tortura, como conspirador, en el copo Urw^uanana. l!é aquí comu -Mr. Tayior describe este predilecto niedi(.t tpie Lopeii empleaba para arrancar confesiones : ** La t(Utura es a^i, al menos Sí'gnn yo la sufrí; Ale puso en cuclillas en el suelo. Primeramente mis piernas fueron bien ligadas juntas, y me amarraron las manos á Ja espalda, con las palmas vueltas jiara afuera. Entonces nn^ ataron una carabina en la curva de kis j)iernas, y me pusieron se.us masen los hom- bros, atándolas todas en las estremidaiies con tiras de cuero. Después hicieron un ia;:o que lomaba en la c irva de las piernas lacaí'abina puesta encima, y ¡ios soldados, tirando el estremo de esti;" lazo, me hicieron agachar la cabeza Imsta abajo de las rodillas, dejándome asi. "El efecto fué el siguiente: Primero se me durmieron los pies; luego las puntas délos dedos me empezaron á temblar, estendiéndosc el temblor gradualmente á las rodillas, á las manos y á los brazos, aumentándose hasta qtie era insufrible. La lengua se me hinchó mucho, y creia teuijr las carretillas fuera de su lugar. Después del martirio estuve quince dias incencible de uno de los lados de la cara. El sufrimiento fué terrible. Ciertamente yo habría confesado todo si hubiese teni- do ([ue confesar, y creo Jjien (¡nc muchos haya a preferido decir cualquier cosa á sufrir la terrible agonía de ese suplicio. Estuve dos horas en el estado descrito, y me consideré muy feliz cuando me dejaron retirar. Muchos fueron puestos en cepo Urunuaya- iia dos veces, otiosseis veces y con ocho caraoinas en la nuca. " La señora de Martínez fueseis veces tortorada en ese tor- mento terrible, además de haber sido apale.ada hasta quedar todo su cuerpo convertido en una inmensa 'lerida Por mi parte no creo que hubiese conspiración alguna, á menos que no sea la del mismo López para robar el dinero délos estrau- jeros. "El capitán Adolfo Saguier, natural del Paraguay y primo de López, sujeto á la tortura sin ningún mo.Vivo, como él dice, sino el mismo por el cual se inilijió igual castigo á los otros, esto es, no ser bastante salvaje y cruel para adorar al monstruo, declaró por escrito, después de haberse escai)ado, que " la mayor parte de los prisioneros sufiieron torturas de todas — 476 - clases, antes de dar fó de eso, tales como el cepo Ururjuaj/ana, la baqueta y el hambre. Muchos de ellos murieron, á veces cinco y seis por dia, de martirios y de hambre." " Tengo ante mí un gran montón de testimonios del mismo carácter. Tengo las aiegaciones de cerca de cincuenta testimo- nios dií"erentc^^, Lodos los cuales hablan de la crueldad del monstruo sin discrepancia alguna en cuanto al fondo y las princi- pales circunstancias de su liorrorosa historia. í^o que apenas aparece respecto de la conspiración, es que centenares de estranjeros y casi loda la mejor ciase de los nacionales fueron torturados y ejecutados por estar complicados en ella. De esos otros testimonios me basta citar algunos. "El doctor Yon Stewart, médico escoces, que ])or muchos años fué el facultativo de López y estaba mascón él y conoce su carácter é índole mejor que cualquier otro de los escapados de sus unas, me escribe lo siguiente en una carta datada el iO de junio úiíinu) -. "Me indigné ai saber que habéis sido calumniado por la prensa, á vuestra llegada á los Estados Unidos; y uie mortiíica ver que los diarios no cesan de perseguir á un hombre que hizo todo cuanto podía iiacerse en la posición terriblemente critica en que os hallasteis en el Paraguay, p.ara no desaliar á un dés- pota sin escrúputos, que en cualquier momento podía mandaros malar y someter vuestra familia á horrores indecibles...." "En cuanto á la parte de responsabilidad que toca á .\írs. Lynch en los barbarisrnos de López, es mi creencia que ella fué quien le insyi) á declarar la guerra ; que antes y después de estallar ésta, ella nunca perdió ocasión de envenenar el espíritu de su hombre ccmódio y celos hacia todos los que teman algún mérito; (jue aprobó siempre la severa justicia de López, diciendo (¡ue eso era muy bueno ; tpie tanto cuanto pudo, aumentó su disposición naturalmi^iite cobarde, porque sabia que nada le agradaba tanto couio decirle que corría peligro de ser asesinado ; que no perdió ocasión de echar mano á todo objeto de valor exisíente en el tesoro y en los santuarios del país. Sé que ella animó á todos á creer en la pretendida conspira- ción. En estas occisiones muchas veces lijé mis ojos en los suyos, y por la confusión en que entonces la veía caer, estoy cierto de que se hadaba convencida de la falsedad que sostenía... " Xo tengo duda, de que su memoria será maldecida hasta por las jeneraciones ([U2 nazcan en aquel desventurado país. «Me preguntáis cual es mi opinión so[)re cómo la idea de una conspiración brotó en el eí^pírilu de López. íie tratado minuciosamente este asunto en algunos escritos que os remi- tiré asi (¡ue vengan á mis manos. Debemos ir muy adelante en las mas jieijueñas circunslaucias que ro(iean este asunto. Los nombres de los muertos exijen que nosotros, Cifcapados de — 477 — igual suerte, llagamos una esposicion muy completa de toda esa histoi'ia y de que López sabia perfectamente (¡ue todas las acusaciones de conspiración no tenian el menor fundamento. «He de esforzarme por mi parto para hacer esta obra de justicia, ^luchas de las víctimas asesinadas por López eran mis amigos íutimos y carísimos. Su sangre reclama mi de- fensa contra las aserciones de López y de sus mirerables de- fensores y apolojistas, á quienes aun se ])ermite degradar la marina deeste}»aisy pasear las calles con las insignias (jue ha muclio se debia haberles arrancado de los hombros. Durante la visita que últimamente hice á Inglaterra, supe la llegada del jeneral 3Jac-Mahon á Paris, é inmediatemente circuló por los diarios que López era un hombre muy difamado y que estaba mas fuerte que nunca, aun mas, en una posición absolutamen- te iuespugnable. So dijo también que los ingleses residentes en el Paraguay estaban tau contentos y bien tratados, que no mostraban deseos de retirarse. «Pero desde que esto se escriliió, ya López fué corrido de aquella {ncspufjnahJe posición con gran pérdida j)ara su ejérci- to, y los coHlcntos ingleses se escaparon y imblicaron en los periódicos de Buenos Aires las mas chocantes nan'aciones de los sufrimientos y crueldades que esperimentaron en las ma- nos de López, denunciándolo unánimemente como un infame monstruo. Se contestó por los diarios que cuatro ó cinco no escapados habían acompaiíado al tirano; pero desde entonces uno de esos acompañantes voluuíarios, },\i\ C. H. Thompson, escapó, y nuestro ministro en Buenos Aires escribe ahora que se conlirma todo lo ((ue anteriormente se dijo de las atrocida- des de Lo})ez, y agrega que mucho ann queda por decirse. La mayor parte de esos ingleses, á su llegada á Buenos Aires, se alojaron con Mr. Kirk, y (así me escribe este- todos sostuvie- ron entusií'.stamente mis actos y condenaron á mi sucesor. También dijeron que «ni la mitad de las crueldades de López iiabia sido referida.» Todos agregaron igualmente que nunca hubo tal conspiración. «Con esta porción de teLstimonios, ninguno de ios cuales fué aun contradicho, creo iiuecl espíritu piibiico debe haberse con- vencido de que López es td peor monstruo que jamás aílijió el continente americano, ni el mundo entero. El ha hecho lo ({uc ningún tirano hizo aun-, causó el casi total csterminio de su pueblo. De 800,000 paraguayos existentes cuando subió a! poder, dudo (jue haya mas de 100,000 vivos, y mientras tan- to no hay mas de ^,000 hombres dentro de sus líneas. Aiirmo de nuevo' que ni un solo de los testimonios que acabo de emi- tir, ha sido refutado. «.Alac-Mahon no puede contradecirlos porque no sabe sino lo que López le dijo. Su admiración por López y Mrs. Lynch Qi tan maniliesta, que los ingleses contentos que encontró en el — 478 — ciinrtel jciioí'al no se animnroii ñ confiarle su opinión sobre el tirano ó ([nejarse (Je su tratamiento. «Se ha esparcido \)ov todo el pais que el secretario de Estado Fisch aprneba en todo oí procedimiento del ministro riilac-]\ia- lion, y que va á mandarlo otra vez á entregarse á Jos tiernos brazos de López y de Mrs. Lyncli. Esta úituna noticia sé que es falsa, y en la primera no ci'eeré sin prueba ulterior, y esta aun no se ha visto i)ublicada en parte alguna. Aprobar á 3iac-3flahon es no solo aprobar á López, su violación de la le^ gacion americana y la prisión y la tortura de sus miembros, sino también hacer la bestial declaración, hecha puijlicar en su nombre ¡lor todo el pais, de que el emperador del i3rasil, el ex-[)residente Mitre y los otros jefes aliados son tan malos ó peores que el demonio del Paraguay. «Ahora el como la repartición de la marina considera el pro- cedimiento del almirante Davis y desús inquisidores Kamsey y Kirlnnd, se puede inferir del hecho que, pendiente esta inves- tigación y de un modo como para mostrar des])recio por el congreso y especialmente por la comisión de negocios estranje- ros, Kirland fué repuesto en el en^ipleo de Comandante del íK«.s]) y Harasey fué designado para un empleo magnifico en el arsenal de marina de Washington. Cual recompensa reserva el ministerio de marina para el almirante Davis, no se sabe; indico al secretario Kobeson que en su memoria al congreso proponga sea hecha en su honor una medalla, cuyo anverso tenga en relieve el retrato del almirante y el reverso de su amigo López. CiiAiiLES A. Wasiibirn. llfiíel de >-an i\'ico'as,5Iiiova York, IN'ovieiiibre 16 dt- 1869.» Del general Fiiancisco Isidoro Resql'lv, jefe de Estado Mayor DEL E.IÉRCrrO PARAGUAYO, PRESTADA EN EL (lUARTEL GeNERAL DEL (lOArANDO DEL EjÉHCITO BRASILERO EX JlCMArrÁ EN 2Ü DE MaRZO DE ia7o. A los ;20 dias del mes de Marzo compareció ante el Señor Co- ronel ]). l'rancisco Piíiero Cuimaraens, el General Francisco Isidoro ]les(piin, gefe de E. M. del ejército [laiaguayo y declaró; tener 4G años de edad, ser soltero, auiu[ue vivia en compaísia de una mujer con cinco hijos. Declaró además liabersido pri- sionero en Cerro Co''á [lor las fuerzas ¡)rasil(U'as, y que al prin- cipio de esta guerra era coronel y que mandaba una columna do 12,oü0 hombiéc-, casi todos de caballería, que iuvadió portici- — 479 — ra á la provincia de Matto-Gros^o, yendo el declarante;! órdenes del General Harrios que siguió embarcado para aquella }>rovin- cia, llevando consigo cuatro mil y tantos houbres. Esta^ fuerzas efectuaron su reunión en la Villa de Miranda, después de apoderarse Barrios del fuerte de Goimbra, sufriendo grandes pérdidas. La caballería paraguaya llegó á pié á .Miranda, y no encon- trando camii\o, se estacionó allí. Algún íicmpo después se re- tiró híicia los lados del Niosac; pero antes de llegar á este punto, (y habiéndose enviado de Bella Vista los caballos necesarios) re- cibió orden del Presidente López para enviar á Coxim una fuer- za de 300 liombres. El camino á Coxim era intransitable: había que atravesar un bailado de Hi leguas. La espedicion no encontró h nadie en Coxim y perdió '¿O hombres, y regresó cargando gran número de enfermos. El declarante entregó el mando de la columna al Mayor Ur- bieta enNiosnc, y siguió en una canoa para la Asunción, y de allí á Ilumaítá.en el mismo día que llegó á presentarse al Presi- dente López. Estele hizo algunas ligeras reconvenciones; pe- ro después se serenó, y al día siguiente 21 de Junio de iSlíri lo hizo brigadier general diciéndole que lo iba á mandar ñ Cor- rientes, como segundo de Bobles, de quien no estaba satisfecho, abrigando sospechas acerca desús procederes, por cuanto se le manifestaba activo. López no quería romper de pronto con Robles; jiero quería averiguar sus procedimientos por inter- medio del declarante que debía él entretanto organizar las ca- ballerías. El declarante se dirijió al Empedrado en Corrientes, y ocho días después el General Robles fué preso por el ^linístVo de la Guerra, General Barrios. El entretanto, nada notó en el pro- cedimiento de Robles que motívase sospechas, y hoy mismo cree que nunca fué su intención traicionar. El Coronel Alen fué quien denunció á Robles ante López, diciéndole que despreciaba una condecoración que López le ha- bía enviado, y que tenía correspondencia con losgefes correnti- nos. Alen era gefe de Estado Mayor, y estando desavenido con Robles, formó contra su general una especie de partido. El hecho es que las fuerzas estaban desnudas y que solo te- nían carne para comer, faltándoles los medios de movilidad, y mientras tanto López apuraba á Robles para que avanzase. Preso Robles se encargó el declarante de las fuerzas en Pe- guajó, quedando siempre como gefe de Estado Mayor el Coro- nel Alen. En aquella ocasión ascendía la fuerza á ^0,000 hom- bres de la^ tres armas con 30 piezas de artillería, que era lo que formaba el ejército del Sur. Además de estas fuerzas había en líumaiíá 1:2,000 liombres, en Corro León 5,000, eu la capital i, 000, y de la Encarnación h - 480 — liabia partido Estigarribia con 10,000 hombres, dejando algu- nas fuerzas en aquel punto. Por todas partes se reunían reclu- tas, de modo que en un año López levantó 80,000 hombres he- chos. La mortandad, sin embargo, era escosiva. La diarrea, sobre todo, hacia grandes estragos. Cerro i. con y llumaitá eran ver- daderos ceiueuterios. El estado sanitario del ejército del Sur era sin embargo, mu- cho mejoi'; y únicamente al retiiarse de Corrientes fué atacado por la escarlatina que en el Paso de la Patria le causó un gran número de víctimas. Cuando se encargó del mando del ejército del Sur le fueron dadas las siguientes instrucciones: reuniese ios gefes y propo- nerles maicliar sobre el Uruguay, en caso que el de'clarante se decidiese á ello, debiendo reunirse con Estigari'ibia para batir al General Flores que marchaba sobre Estigarribia con una pequeña columna. Keunidos los gefes iodos aprobaron el plan ; pero el de- clarante les hizo ])resente (jue habia gi'an escasez de medio de movilidad, y (jue. los comandantes de divisiones,' coui puestas de ÍJOOO á 4000 liombi'es, no sabían hacerlas ma- niobrar, y que, p>(u- lo tanto, se esponía el ejército á una derrota. Esto mismo escribió el declarante á López, agre- gando ({ue no se sentía con fuerzas para llevar á cabo la empresa, y que solo S. E. el señor Mariscal podría rea- lizarla poniéndose á la cabeza del ejército. López le contestó (¡ue en breve iría con á2 mil hombres mas á reunii'se á el ejército del Sur j3ara dírijir las ojiera- ciones. Esta ¡nisma promesa le habí;v hecho ya Lo})Cz al declarante, y ella le animó á escribirle en aquel seniido. López agi'egaba ([ue le mandaría carretas, bueyes y caballos ; pero nada de esto le envió. Esperaba la venida de López en Santa Lucia, cuando el o de Octubre de IHG-j, le dio la noticia el ministro de la guerra de que las fuerzas de Estigarribia se liabian rendido, recibiendo en consecuencia orden para retirarse él con el ejército de su mando i)ara el l^araguay en vista de que ya nada mas tenia que hacer en Corrientes. López le ha])ía dicho anteriormente que el General Urquiza se habia coinprometído á unirse con él paia hacer la guerra al Brasil y á la Confederación Argentina ; pero que cuando López hizo la protesta de 30 de Agosto de 1861, el general ürquíza se ajiartó de él. López persistió en mantener solo aquella protesta. Sea lo que fuere, el ejército del Sur no recibió el menor auxilio del General Urquiza. El ejército del Sur llegó con muchas dificultades ala mar- een del Pai'aná, y lo atravesó en dos balsas, remolcada la o — 481 — lina por un vapor, y la otra á remos. Cada balsa llevaba un batallón. Empleó el ejército cinco dias en el pasage, dejando en la márjen izquierda del Paraná una fuerza de 3000 hombres al mando del entonces teniente coronel Diaz, ron las carretas, bueyes, caballos y 6 piezas de artillería. Esta fuerza tenia por objeto recojer algunos animales, y solo pasó el Paraná al cabo de lá á 15 dias después. Al llegar al Paso de la Patria el mariscal López reasumió el mando de todas las fuerzas, quedando el declarante como ge fe de E. M. La escuadra brasilera no pasó sino una sola vez la con- fluencia del Paraná con el Paraguay, cuando ya el ejército paraguayo habia atravezado el rio. en cuya ocasión disparó uno ó dos cañonazos que no podian impedir la operación. Declaró además que el ataque á la isla frente de Itapirú fué concebido por López, aceptado con entusiasmo por Diaz, y puesto en práctica, no obstante haberlo impugnado el de- clarante, por no alcanzar la ventaja que de ese ataque podía reportarse. López le respondió que al menos, los soldados se ejercitarían en atacar trincheras artilladas. El éxito fué tan desastroso como era de esperarse •■ los pocos que escapa- ron lo consiguieron gracias á ser buenos nadadores, y todos llegaron heridos. Declaró además que López esperaba que el desembarque del ejército aliado en el Paraguay se efectuase mas abajo y á in- mediaciones del fuerte de Itapirú, y preparaba fuerzas para salir al encuentro de los invasores en el momento del des- embarque ; pero habiendo desembarcado las fuerzas brasileras muy abajo de ese punto, el plan se frustró, y recien al siguiente dia, 17 de abril de 1866, mandó López algunos batallones de infantería y regimientos de caballería, poca fuerza, con dos cañones, á esperar la columna brasilera en la estrecha lengua de tierra que vá á Itapirú. La caballe- ría é infantería paraguaya se dispersaron ; su artillería fué tomada. En la misma noche los paraguayos abandonaron á Itapirú y fueron á acampar en el Paso de la Patria, dejando algunas'guardias avanzadas, en observación del lado de Ita- pirú. El Paso de la Patria estaba fortificado; pero apesar de estar guarnecida la trinchera con 24,000 hombres, la juzga- ron demasiado estensa, y com.o además de esto podía ser flan- queada, desembarcando fuerzas en el rio Paraguay, mas abajo de la Laguna Piris, operación que cortaría la retirada del ejército paraguayo, resolvió López abandonar esa posi- ción. Declaró que el ataque del 2 de Mayo, asi como el de Corrales, fué motivado por el deseo que tenia López de ejer- citar sus fuerzas en pequeños combates, pues ie con;;íaba 91 — 482 — que el General Mitre tenia en vista evitarlos. Qncria tam- bién probcir las fuerzas aliadas, y ver si sorprendiendo las í^uardias avanzadas obtenía algunos prisioneros que le diesen datos respecto al número de esas fuerzas, pues carecía d'? ellos. Para Corrales mandó iOO hombres y después 1,000 mas de refuerzo, que solo tomaron parte al fin de la lucha, al desembarcar. Los paraguayos entre muertos y heridos tuvie- ron en el combate :W0 bajas. El combate del 2 de Mayo fué traído por 3riOO hombres; además de esa fuerza habia alguna infantería y ocho piezas de artillería de reserva sobre el Estelo Bellaco para protejer la columna que atacaba. La infantería que atacó era mandada por el teniente coronel Díaz, que fué quien aconsejó á Ló- pez, esa operación. La caballería, por el comandante Beniíez, que murió en la acción. La columna paraguaya perdió cuatro piezas que traía y llevó otras cuatro que estaban en la vanguardia brasilera, mandada por el General Flores, y que fué sorprendida. Ignórala pér- dida total, pero afirma, que solo en el Estero Bellaco, donde tuvo lugar la última base del combate, dejaron los paraguayos 250 muertos, contados después que los brasileros se retiraron á sus carap.amentos. La causa de ignorar la pérdida total es que el Teniente Coronel Díaz, dio parte de ella directamente á López. Que todo el ejército de López se puso en movimien- to, pues se creyó completamente perdida la situación y se juzgó que ni la reserva se podría retirar. En cuanto á las columnas que atacaban fueron totalmente desbaratadas, rehaciéndose en grupos de -10 y 12. Los aliados, por su parte, después de haber hecho pasar algunos batallones el Estero Bellaco, lo repasaron de nuevo, y dueños del campo, volvieron á sus campamentos. El día 2 de Mayo, el ejército paraguayo que habiendo sa- lido del Paso de la Patria habia acampado en el Estero Bellaco donde permaneció cuatro días, que se hallaba mas allá del Estero Hojas, el cual muy luego empezó á cubrir con trinche- ras, pues hasta entonces no existia ninguna. Declaró ademiss, que el día 23 de Mayo, López reunió á sus principales gefes y les dijo , que habiendo sabido que en el día 25 el ejército aliado debía atacar sus atrincheramientos, que apenas se hallaban artillados con algunas piezas de campa- ña, y no teniendo bastante confianza en ellos ni en la fir- meza é instrucción de sus soldados y gefes, quería atacar por sorpresa á los aliados, haciendo al efecto una especie de salida. López tenia entonces 2i mil hombres en el campamento de Rojas, de los cuales 2,500 enfermos. Dispuso para el ata- (jue de 16 á 37 mil hombre?, divididos eu tres columnas, del — 483 - modo siguiente: Una de la izquierda compuesta de oclio regi- mientos de cabaüeria y dos baíMllones de infanteria con dos co- heteras á la cungrev'e, ascendiendo el total á Ti, GOO hombres á las ordenes del declarante-, esta fué la fuerza que atacó al ejército argentino y parte de la vanguardia brasilera. Otra columna del centro compuesta de 7,000 hombres, llevando cuatro regimientos de caballería y alguna arlilleria de cnmpaña, al mando del coronel Díaz. La tercera de la derecha se com.- ponia de 4 á rj mil homibres, entre los cuales figuraba apenas un escuadrón de caballería , mandando esta columna el genenil Bar- rios. Estas dos columnas últimas atacaron al ejército Brasilero. La columna del centro terda ademas por apoyo cuatro ba- tallones que formaban la reserva con un total de dos mil hombres, los cuales únicamente se empeíiaron después que se inició la acción. El resto formó una segunda linea que proíejia la retirada de las columnas de ataque. Las columnas de ataque sufrieron enormemente. Su pérdida entre muertos y heridos ascendió á 12 mil hombres, mas bien mas que menos. La derrota fué completa. En esa misma noche López hizo venir cuatro batallones de infanteria, y un Tejimiento de cnba- lleriade llumaitá, donde tenia i4mil hoffibres inactivos. De allí vinieron \9. piezas de artilleria del calibre de á 32 y 08. López pasó el dia 2o con uuicho recelo de ser aí;acadG; y eñíences dccia él, que si en aquella noche ó en el siguiente dia no fuese ata- cado, podia contar con larga vida. Entre tanto la izquierda de la linea de Rojas desde el p;iso Saty no tenia trincheras, esíaóa franca y era apenas defendida poV algunas guardias. El Estero era allivadeable en cualquier punto. Los aliados lo suponían naturalmente difícil de atravesar porque no lo r;'- conocieron. Durante el periodo inactivo de los aliados, el ejér- cito paraguayo se ocupó en levantar trincheras por aquella parte. El combate del 10 de julio fué determinado por la construcion de una trinchera en el íjosíjuc (¡ue quedaba á la derecha de las posiciones paraguayas, cuya artilleria debía tomar de íTanco al ejército aliado. Ino se terminó esa trinchera por haber siílo tomada por los aliados en el combate de lude Julio de 1800, y que fué motivado |)or su posesión. En el combate del 18 una fuerza aliada llegó á apoderarse de latrinceradel Sauce, á la derecha déla paraguaya. Esta trin- cera entonces era insignificante, poco elevada, y su foso' tenia apenas una vara de profundidad. Sin embargo, después de haber sido tomada por los aliados, una fuerza paraguaya cargó so- bre los asaltantes y los desalojó, retomando la posesión pcrdi:ivT, por carecer las fuerzas aliadas de protección ó reserva. tin ol dia i'3 la perdida de los paraguayos fué muy ''.'roci- — 484 - (h. murioudo el General Aqiiino. Los para;j;uayos perdieron la artilleria (¡ue pretondioron colocar en la nueva trinchera. Después del 18 de Julio los paraguayos se reforzaron, dan- do grande desenvolvimiento á las trincheras. Declaró además que Curuzú estaba guarnecido por tres bata- llones de infantería y un escuadrón de caballería. Los batallo- nes tenian^jOO p azas, y su artilleria era do diversos calibres, teniendo uno (3 dos cañones de 08. En Curupaity habia apenas un batallón y cuatro 6 seis piezas de artilleria del calibre de á 15. Las trincheras de Curuzú eran las que defendían á Curu- paity por el lado de tierra. Tomadas estas no habia nada mas fcácilqueel que los aliados se apoderasen de Curupaity, y tomado Curupaity, quedaba el ejército paraguayo compíeta- mente cortado. Fué después de la toma de Curuzú que se hi- cieron las trincheras de Curupaity, trabajando á gran prisa de dia y noche. En el dia 22 de Setiembre de 18G8, dia en que lo:, aliados atacaron Curupaití, este punto estaba perfectamente atrinche- rado, y tenia una guarnición de .'iOOO hombres y mas de üO piezas de artilleria. La linea de Hojas estaba defendida por tres divi- siones : una en el Sauce, otra en Rojas propiamente dicho, y otra en el Paso de Saty, lo que daba por esta parte una fuerza de 10,000 hombres, sin contar 1,000 hombres de caballería de vanguardia que cubrían el espresado Paso de Saty. En Paso Pucú, donde estaba entonces el cuartel jeneral pa- raguayo, babia ocho batallones de infantería y cuatro rejimien- tosde caballería. Esas fuerzas fueron formadas del resto de la gente que entró en pelea el 24, de heridos que sanaron, y de 8,000 hombres venidos de la capital, de Cerro León, de En- carnación y del Paso de Tebicuari, y el reclutamiento conti- nuaba siempre. El ejército paraguayo perdió en el ataque de Curupaití ape- nas 2-^0 hombres entre muertos y heridos, y nunca salió detras de las trincheras. Declaró que el contento de López por haber rechazado el ataque de Curupaití era tanto mayor cuanto que poco antes habia propuesto en una conferencia celebrar la paz con las po- tencias aliadas á costa de cualquir sacriíicio ; pero que habiendo el general Mitre impuesto como condición la retirada de López del poder y del pais, diciendo que podia ir á vivir á Europa con toda su familia y bienes, López rehusó ; pero reunido un consejo de jefes y personas importantes del ejército, dioles parte de su proposición y de la respue^'a del general Mitre, alegando que esto era un insulto no solo para él, sino también para la Nación paraguaya á quien se quena ds este modo quitar ¿1 gobieroo por ella elejido; pero que. ?ntro lauto, dicfcn 3^ opinión los mierol^ros del cQp.s,eja. — 485 - Ahora bien, siendo evidente que López no aceptaba la con- dición impuesta, pues si quisiese sacrificar su poder por la salvación de la patria, no necesitaba acudir á ningún conse- jero, y mucho menos, no se esprcsaria de aquel modo; nin;^U!io de los' miembros osó declarar que debía ser ace[)iaua la condi- ción de los aliados. Dice además el declarante que el ejército paraguayo percibií) claramente la marcha de ílanco hecha por el ejército aliado en julio de !8o7, pero que López preíirió ser sitiado á salir al encuentro de las fuerzas aliadas, pues habiendo marchado estas en dirección cá Tio Domingo, se necesitaban para alcanzar- las j^iedios de movilidad que no poseia. Declara además que cuando el ejército aliado terminó su movi- miento de -lauco y llegó á Tuyu-Cué, las tricheras que unian Humaitá á la linea' de \lojas estaban concluidas, á escepcion de algunas esplanadas para colocar artillería, y el ante-toso que después se terminó. ' Esa chinchera fué principiada el 23 de Setiembre, después que Fores el dia ár^ ilanqueando la línea de Rojas, amenazó aquel lado del cuadrilátero, punto entonces descubierto, man- dando un rejimiento hasta San Solano. En esa espedicion el grueso de la fuerza de ese General no atravesó el paso Canoas y permaneció del otro lado del Estero. Declaró además que ios com])ates del 3 y 21 de Octubre fueron en estremo fatales á las fuerzas paraguayas, escapando de estos apenas unos soldados y oiiciales dispersos. En esos dos combates dados por López sin ningún fin estra- téjico, perdieron los paraguayos toda su caballería. López, sin embargo, para reanimar el espíritu abatido de sus tropas, dijo que hahia triunfado y dio condecoraciones. Declaró además que López intentó dos ó tres veces atacar los convoyes que se dirijian de Tuyuty á Tuyu-Gué, mas ha- biendo salido mal parado de esas Oj)eraciones las abandonó. Declaró además que ocupado por los Brasileros el ])unío de Tayi, todas las antiguas comunicaciones de Humaitá con el interior quedaron cortad:is. En cuanto al ataque llevado por los paraguayos á Tuyuty el 3 de Noviembre de ISG/', declaró que López tuviera por lin, atacando la base de operaciones de los aliados, obligar á las fuerzas que habían ejecutado el movimiento de fianco, á-retro- ceder hasta Tuyuty en ca?o de que las tropas paraguayas con- éiguie.-en apoderarse de ose punto, y aun cuando de él no se apoderasen, obligar á los aliados á guardar con mas gente á Tuyuty, debilitando las fuerzas que guardaban á San Solano, para poder romper por allí la línea del sitio, dirijiéndose al Arroyo Üoudo. Para el ataque de Tuyuty preparó López éj.OOO hombres de las tres armas, mandados por el general Barrios, que en la ma- ^i^ dragada del referido dia 3, cayeron de sorpresa sobre las líneas, por demás esterinas, que guardaban <á Tuyutj. Al principio, como era natural, esas fuerzas obtuvieron grandes ventajas ; pero después fueron rechazadas perdiendo 2,500 hombres. Solo la caballeria volvió con al.^un orden. La poca gente de iníanteria que regresó venia completamente desbandada y en pequeiios grupos. Este mal resultado obtenido por López le obligó á abandonar el plan de forzar la linea de sitio, decidiéndose á escapar por el Chaco. Mandó abrir por allí un camino, que desde un punto íroiUero á liumaiíá iba iiasta frente á San Fernando. Eso camino, malo en un principio, compúsose deanes. Cuando la escuadra brasilera forzó á Ilumaitá, López tenia aun en el cuadrilátero 22,000 hombres, incluso los en frente y sin contar la guarnición de íiumaitá. _ El sitio del cuadrilátero, que hacia tiempo causaba priva- ciones á sus defensores, no permitía ya que tanta jenle se mantuviese en aquel mvdo. La diarrea y el hambre hacían gran número de víctimas; además, solo una peijueña cantidad de ganado podia venir por el Ciíaco. De las 17,000 cabezas que tenían de reserva, del ganado que fué traído por diver- sos puntos, iÍj,ODl) murieron de maj(:star y fueron enterradas. En cuanto ai ganado que estaba cu el potrero Oveiia, una parte fué tomado por el ejército brasilero. En vista de esto, López con una escolta y alguna fuerza, siguió por el Chaco, en 11 de Marzo, para San Fernando, mandando retirar poco á poco para Humaitá la artilleria y las fuerzas que guarneciau las íriachcras de Rojas y Paso-PÚcú. Esas fuerzas de íiumaitá pasaron el Chaco, de manera que cuando los brasileros rompieron las líneas de fortiiicacion en el Sauce, no había en las líneas de Rojas, Paso-Pucú y Curu- paity mas do 10,000 hombres que se reunieron en Humaitá. En ese dia el declarante, que con el jeneral Barrios había permanecido en Paso Fucú, se retiró á Humaitá, y de allí siguió por el Chaco para San Fernando, dejando en 'Humaitá dos rejimientos, dos batallones y i2 piezas de campana. Esa fuerza se unió á ;J,0G0 y tantos* hombres que pertenecían aja guarnición de esa fortiiicacion y que en ella permanecian. Dijo que cuando los brasileros rompieron la linea en el Sauce, los paraguayos se preparaban á abandonarla deíinitivamente. Ha- biendo tenido en un principio la idea de guardar la segunda línea que iba de Curupaity á Paso-Pucú, la desecharon des- pués por ser aun muy esíensa esa segunda línea y reclamar una guarnición que no podia tener alimento suñciente. Juzgaron mejor concenírar los defensores solo en los muros de Humaitá, dejando allí apenas o,000 y tantos hombres, no solo por la cuestión de alimentos, corao también por no tener — 487 — mucha jente aglomerada bajo los fuegos de la artillería que los aliados no tardaron en asestar. Déla jente que quedó en Hvimaitá solo 800 hombres poco mas o menos escaparon y se reunieron al ejército de López con el coronel Hermosa, esto, según parte telegráfico del jeneral Caballero que estaba encargado por López del pasaje de aquella jente al través del Chaco. Entre esos 700 hombres se contaban los enfermos que pa- saban con las mujeres, al principio, cuando aun no habia fuego. En San Fernando reunió López 18,000 hombres sanos, con los cuales marchó á Pikisiry. López nunca pensó resistir en San Fernando ; pues la posi- ción era insostenil.de, y se detuvo allí solamente para orga- nizar sus tropas, darles algún descanso y protejer ios cañones y Ja retirada de la;? fmu'zas del Timbó. Declara que nada sabia respecto di"" la conspiración que se descubrió en San Fer- nando, sino lo que López le digera : esto es, que Benigno López queria hacer una revolución, asesinar á López con un cuchillo que al intento encargara, como fué revelado por un corneta. Que Beniguo, su cufiado Bedoya y oíros habiau robado en la tosorcria para comprar cómplices. One Benigno mandarla al marijués deCaxiasun mapa de las posiciones por donde éste se podia guiar, y dos petacas con oro. Que Bar- rios, habiéndole diclio López que él y su muger [hermana de López) se hallaban complicados en la conspiración, volvió á su casa y se cortó el cuello con una navaja, lo que no obstó para que fuese fusilado después de curado. Sin embargo, como ministro de Guerra y Marina y General de División, Barrios, formando el ejército, hubiera acabado con López. Que si hubo conspiración, le causa mucho espanto, el que hombres importantes, después de descubierta esta, se hubiesen dejado tomar y traer como carneros á San Fernando, donde eran sacrilicados. Venancio, sobre todo, como comandante en la Asunción, recibía orden de mandar á ser procesados á sus supuestos cómplices, sin ignorar el motivo y no se com- prende como no procuró escaparse si era criminal. Asegura que las declaraciones obtenidas contra los comprometidos, lo eran por medio de torturas, cepo üruguayana y rebenque. Calcula que en San Fernando fueron ejecutadas 200 personas y asegura que desde entonces las ejecuciones no cesaron. Que los estrangeros fueron muertos por suponerse cómplices de Benigno y comprados por él. Declaró además que el ejército paraguayo marchó de San Fernando á Pikysiry y que al llegar allí se puso á levantar trincheras y á fortificar la Angostura, fortiíicacion de que fué encargado ¿! Teniente Coronel Thompson. Este Thompson, antes de ser encargado de ese trabajo, no era mas que un — 483 ~ prntejido de Mme. Lynch, con quien vivia y cuyo piano afi- naba. Voy su timidez, no se le encargaba otro servicio que el trazado de disenos. No habiendo entrado nunca en combate, obtuvo sus ascensos por pedido de Mme. Lynch. Frecuente- mente el declarante oyó decir á Mme. Lynch: «leste pobre Thompson se muestra tan interesado ! trabaja tanto en sus diseños ! es |)reciso darle un ascenso.» Y Thompson era pro- movido ó recibia alguna condecoración. Declaró además que la posición de Pikisiry era escelente •• que si el ejército aliado atacase de frente, la defensa tendría una grande ventaja ; si procuraba flanquearle por la izquierda tendiia que pasar por desfiladeros muy estrechos que hacían dificilísima la operación y que la marclia por el Chaco dio un golpe mortal al ejército paraguayo. Agrega que López juzgaba imposible que el ejército aliado pasase por el Chaco, tanto mas cuanto que, una comisión pre- sidida por el mayor Lara, aseguró esto. Quedó, pues, muy sorprendido López, no obstante saber que se trabajaba en el Chaco, cuando el ejército brasilero atravesó esta región de pantanos, yendo á desembarcar en San Antonio. Entre tanto, apesar de sentirse flanqueado, no quiso retirarse de Pikisiry, ni de Ita-Ibaté (Lomas Valentinas), diciendo que no quería entregar á los aliados la capital, ni los distritos inmediatos á ella que estaban muy poblados. Lo que hizo fué mandar 5,000 hombres á las órdenes de Caballero para esperar á los aliados en el puente de Itororó. Esta fuerza fué rechazada el 6 de Diciembre de 18G8 con gran pérdida, y se retiró para el paso de Avahy. Allí fué reforzada por un regimiento y un batallón que estaba en Villeía ; pero atacada de nuevo el il de Diciembre por las fuerzas aliadas, fué totalmente destrui- da. Apenas volvieron cá reunirse al ejército de López algunos hombres que escaparon por los bosques, y que llegaron heri- dos. El general Caballero regresó con sólo dos hombres. López en vista de esto decidió no retirarse aun. Mandó abrir una trinchera protejiendo á Angostura por la parte de Villeta, y colocó en el camino que de Angostura va á aquel punto una vanguardia de tres rejimientos, que fueron destro- zados el 17 de Diciembre. Al mismo tiempo se levantaron algunas trincheras en Ita-Ibaté (Lomas Valentinas). Declaró además que el dia 21 de Diciembre López tenia 13 mil y tantos hombres distribuidos del modo siguiente*. 700 en Angostura, 2,500 á 3,000 en la línea de Pikisiry, y el resto en Ita-Ibaté (Lomas Valentinas;. Declaró además que los puntos atacados por el ejército brasi- lero el dia 21, eran precisamente los mas fuertes: pues solo por esos puntos íiabia trincherasy artillería; pero apesar de esto, á las once de la noche de ese dia, habiéndose pasado revista de la fuerza paraguaya allí existente, solo se hallaron 300 hombres en línea. — 489 — El (lia 22 por la mañana, un cuerpo de caballería que hubiese entrado por la (lereclia, donde no existia ningún obstáculo, ha- bría tomado prisionero á López con todo su cuartel general. En la noche del 21 López pensó en retirarse para las Cordille- ras con la jentede Angostura, á cuyo efecto pensaba mandarla llamar; pero mudó de })arecer. En el transcurso del dia 22 pu- do reunir mas de 500 hombres, entre asistentes, sirvientes de los hospitales, guarda parques, empleados en la comisaria, y otros soldados qu^á preíesío de conducir heridos se hablan re- tirado del combate. En el dia 2i llegaron de Cerro-Leon ocho batallones de conva- lecientes y urbanos; y en el dia 25 tres rejimientos y dos bata- llones mas déla capital. Que el bombardeo hecho por el ejército brasilero el dia 25 causó muchas pérdidas, porque en todas partes mató gente. Que en el dia 27 todo fué empezar el ataque y empezar la der- rota. Las fuerzas que entraron por la derecha, no encontraron ni podian encontrar resistencia seria. López con su cuartel ge- neral se retiró, cuando las tropas asaltantes se hallaban á medio tiro de fusil, librándose por acaso de ser envuelto. Con sesenta hombres huyó por una [ticada del potrero Mármol. Al salir del potrero una fuerza de caballería biasilera que cruzó viniendo de los lados de la Villeta, alcanzó á cam.biar al- gunos tiros con los soldados paraguayos que cabrían la reta- guardia en la fuga de López. López pasó el arroyo Yuquery, y de alli para adelante ya no avistó mas fuerzas brasileras. A las seis ó siete leguas de íta- Ibaté (Lomas Valentinas) López encontró una fuerza paraguaya de 700 hombres que se le iba á incorporar, al mando de Cami- nos. Dejó 300 liombres en el camino y con el resto se dirigió á Cerro-Leon, donde existían dos batallones y un regimiento de artillería, y gran cantidad de enfermos y heridos. Los heridos y enfermos de Lomas Valentinas, se habían replegado desde e! dia 21 á aquel punto por orden de López. De Cerro León pasó López á Azcurra, donde empezó á reunir gente que le iba llegando de diversos puntos, y que además de las de Cerro León eran las guarniciones de Carapeguá, Caacupé, Caapocú, San José y otros lugares. Mandó hacer nuevo reclu- tamiento de viejos y muchachos, y gran número de heridos que fueron incorporados á las filas, dé manera que cuando el ejérci- to brasilero llegó á Pirayú, ya López tenia 13 mil hombres orga- nizados. Por el ferro-carril siguieron para Azcurra los materiales para el establecimiento de una fundición, cantidad de yerba y tabaco y varios otros objetos que en el primer momento habían queda- do abandonados en Itagiiá, Iparacay y círcs puntos de ía vía férrea, y que anteriormente habían. sido traídos de la Asun- ción. — 490 - Al principio todo era un laberinto: nadie se entendía: el cami- no estaba lleno de objetos de toda especie, incluso el dinero del tesoro, además de una población numerosa, que violentada y en desorden procuraba ganar las Cordilleras llevando sus haberes, lo que aumentaba la perturbación. La confusión en los espíri- tus eia tan grande como en las cosas. El Ministro Caminos acusaba al Ministro González; el Minis- tro Gonz;i!ez acusaba al Ministro Falcon: lodos acusaban al Vice- presidente, y López á su vez confundía á todos, sobre todo por no aparecer'el dinero. Eldoclaranle en tales circunstancias era el ¡jurro de carga, arreglando losíransiiortes de tod;) especie con inmenso esfuerzo. Con cnrrelas, y poderosamente auxilia- do por el ferro-carril, consiguió al lin trasladar todo á Azcurra, Caacnpé y Peribebuy, liabiéndosc hallado el dinert». En (]a;\cu{)6se estai)l;ció la fundición, que fundió 18 piezas de artillería, 2 de fierro y l'o iU^, bronce. El re^to de la artille- ría que López presentí!) fué traída de la Asunción, Cerro León, Caacnpé y San José. Lupez 'mandó recojer de Lomas Valentinas los fusiles aban- donados en el campo de baíaüa, y de este niodo' consiguió SOO fusiies. En Azcurra se levantaron trincheras, y López permaneció en la falda de la Cordillera, remoníando á la cima de ella en víspe- ras de llegar á Pirayó el ejército brasilero. El ejército de López continuó recibiendo gente. En esta po- sición López esperaba sei' atacado por Azcurra, ó tai vez por Altos, y cuando el declarante le decía que el ejército aliado su- biría por la derecha en nn punto distante de Azcurra, aunque no tuviese mas objeto que contarle los recursos, López se reía. Insistía el declarante en decirle, que si Portinlio ocupase Ibi- timy, que si el ejército aliado diese la vuelta por San José, que si fuese áCaraguatay, ó que si maniobrase entre Peribe- buy y los caminos qi^ie de Caacnpé y Pobaté van á aquel pueblo, quedaría el ejército paraguayo completamente cortado de todos sus recursos y de algunas pequeñas fuerzas que tenia en el ]N'or- te, ocupadas en recojer ganado para mandar al Sur. En cualquiera de estos casos, López de no querer aceptar nn combate de ^igual, se vería forzado á hacer una retirada precipi- tada por alguno de los caminos que por ventura los aliados le de- jaran abiertos por falta de fuerzas con que interceptarlos, y su- jetaría á sus fuerzas á los terribles azares de uno de estos movi- mientos, hecho al frente de un ejército superior en todos respec- tos. López le contestaba á esto: Y. está soñando: el ejército aliado no podrá nunca realizar una marcha de ílanco semejante, que requiere tantos medios de movilidad. Entretanto, cuando vio que la espedicion del general Juan — 491 *- Marciel llegó hasta Ibitimy, mandt'j fortificar y guarnecer á Sa- pucay, y concentró en San José las fuerzas de Caacupé hacién- dolo fortificar igualmente. En cuanto á la emboscada preparada por Caballero al general Juan Marciel, el declarante suí)o que las fuerzas paraguayas solo habían conseguido retomar íilgunas mujeres y matar otras, pues se salvó hasta la fuerza brasi lera que fué cortada eii aque- lla ocasión. Agregó; oue cuando López sintió el movimiento de! llanco del (.'jérciío brasilero, ya no íraLó de fortificar á Sapucay. En seguida mandó ordena liomero para que se reuniese á -a divi- sión existente en San José, dejando nbierta la picada de Yalcn- zuela por no juzgarla de importancia desde que la de Sapucay estuviese ocupada, ó también por no conocer bien aquella subi- da: y si no mandó mas jente á í lefendcr Sapucay fué por su poner qutí una fuerza brasilera podia dar la vuelta por otro camino de Sapucayy saliendo á retaguardia de la posición cortar toda la fuerza que en ella estuviese. Agregó además: que López r/o habia preparado su retirada, y solo ])erisóen realizarla despuei; déla toma de Peribebiiy, sien- do sus movimientos üL-termi nados por los de ios aliados, los cuales, según el declarante, fueron los que él habia previsto, co- mo los mas propios para destruir el ejército de López. En cuanto á Peribebuy, Lopey. siempre esperó que sus fortifi- caciones detuviesen el ejército ^brasilero el tiempo suficiente pa- ra poder él maniobrar. A bs 10 de la mañana del 'mismo día, en que fué tomado Peribebuy, López supo por m edio de las fuerzas que tenia en los bosques, que el ejército brasilero habia entrado en aquella villa; pero ocultó la noticia, anunciando que tai ejército habia sido rechazado; para solemnizar tan feliz victoria (según él) mandó celebrar un Te-De.um. López, el declarante, todos los miembros y mucha gente del ejército asistieron á esta festividad. López se mostró muy saíisfe.'ho y recibió los cumplimientos de todos. Entretanto ninguno de los defensores de Peribebuy, que ascendían á dos mil y tantcis hombres aparecí ) en Azcurra. Al dia siguiente por la maiíana, López dijo al declarante yá las personas de mayor graduac;ion del ejército, que habia sido engañado, que Peribebuy habia sido tomado por los brasileros, y que en la tarde el ejército debia moverse, recomendándoles sin embargo el secreto. La fuerza que estaba en Azcurra subia á once mil y tantos hombres, sin contar 1,800 enfermos. Estaba dividida en dos cuerpos de ejército. El segundo cuerpo mandado por el general Caballero fué encargado de escoltar el parque y los objetos pesados, asi como de cubrir la retaguardia. En ese dia (13 de Agosto) á la tarde, el ejército paraguayo se 492 - puso en movimiento, marchanclo á la cabeza del primer cuerpo de ejército con 5,0D0 y tantos hombres á las órdenes inmediatas de López con quien iba también ei declarante. A retaguardia seguia el 2.^ cuerpo arrastrándose pesada- mente. El primer cuerpo marchó toda la noche del 13, y en el dia i4 por la mañana al rayar el so'i, habia pasado el camino que de Perihebuy se dirije cá Caacupé, punto que se llama la Encrucija- da. Marchó todo el dia 14 y en la noche de ese dia, y durante el dia 15 apenas tomó algunas horas de descanso. En la noche del dia 15 llegó á Caraguatahy. La tropa estaba fatigadísima -. no habia comido ni dormido. , El secundo cuerpo que venia rnuy pesado, fué alcanzado por el ejército brasilero el 16 y completamente derrotado. Perdió no solamente su artillería sino también el parque general del ejército, víveres, archivo, etc. De la gente derrotada en este combate ninguna se reunió al primer cuerpo, á escepcion del ^",TneraI Caballero con cuatro ó cinco hombres, todos á pié que úiabia conseguido escapar por el bosque. Al seguir para Caraguatahy López destacó del primer cuerpo una fuerza de 900 hombres con artillería, bajo el mando de! Coronel Hermosa, la cual guardó la boca de la picada que con- duce á aquel punto, y quefué compleLaniente derrotada el dia 18 de Agosto cuando los brasilexos atacaron y tomaron aíjuella picada. Ellt) ala tarde el primer cuerpo pasó el Cagay ; el dia 17 comió y descansó, y en el 18 se pasó en marcha para San Estanislao. Desde este dia su retaguardia -empezó á ser hostilizada por los aliados, hasta llegar al Rio Hondo, perdiendo carretas y algunas pequeíias fuerzas de retagiuirdia. De allí para adelante ya no fué perseguido mas. El declarante nu está cierto, pero cree queel primer cuerpo llegó á San Estanislao el dia á5 cié Agosto. Durante esta marcha murioron muchas mujeres y niños, estraviándose soldados, pues el camino era pésimo, y casi no se hizo alto ni para dormir, ni para comer. El primer cuer[)0 llegó á San Estanislao con 4,000 hombres, á los cuales se reunieron mil y tantos mas de diversas guardias y del campamento de Taperaguay. En el dia 30 López hizo una gran promoción. El declarante y el General Caballero fueron ascendidos á Generales de Divi- sión, Uoca y Delgado á Brigadieres, etc. En este tiempo una mugery un individuo que la acompañaba fueron presos cerca de Paraguaty por sospechosos, pues el hombre era paraguayo y andaba armado. Este escapó, y la 493 muger fué conducida al cuartel general! de López en San Esta- nislao. Fué fusilado un sargento de los urbanos por haber dejado escapar al hombre, y la muger fué sugetaá un interrogatorio, en el cual declaró ser espia del ejército aliado, estar en inteli- gencia con el alférez Aquino, de la escolta de López, con quien según decia, se habia convenido anteriormente, desde que el ejército paraguayo estaba en Azcurra, para qu'.e, con nna parte de la escolta del mismo López se sublevase y lo asesinase. Que desde que el ejército paraguayo se movió, ella recibía las noticias por medio de Aquino, las que trasmitía al ejér- cito brasilero, y que habla sido encontrada cerca de Curu- guaty, porque venia de Villa Rica por Ayor y San Joaquín á reunirse al ejército paraguayo, á fin de dar parte al general brasilero de todo lo que viese. Careado el alférez Aquino con ella, negó ai principio ; pero después habiendo sido cas- tigado con azotes y cepo, confesó todo va mismo López, diciéndole que no era á él á quien qneria raatar, sino á la patria. López en tal ocasión le mandó dar de comer y be- ber aguardiente. Aquino denunció algunos individuos como cómplices suyos, estos denunciaron i\ otros, y asi de un golpe fueron fusilados 80 individuos de tropa y 16 oficiales, entre los cuales el coronel Mongiló comandante de la Escofia y el mayor Rivero su segundo, no porque hubiesen tomado parte en la conspiración, sino por haberse urdido en el cuer- po de su mando una trama tal sin haberla ellos descubierto. Los otros oficiales antes de ser fusilados fueron azotados á vista de López hasta el punto de estar casi espirantes. El 12 de Setiembre, poco mas ó menos, se movió el ejér- cito paraguayo de San Estanislao con dirección á ígatimy. El ganado que tenia se habia traido de Azcurra, habiendo sido traído de Ayos y recojido por allí á las inmediaciones de San Esta- nislao. En el camino encontraron ganado enviado de Gon- cejKion. El ejército continuó siempre marchando, parando aquí y allí dos ó tres días. Aun en la entrada de Pacora, donde López desde San Estanislao habia ordenado que se le construyese una casa, poco tiempo se detuvo, pues ya las fuerzas brasileras estaban en San Joaquín. En Capinari fué donde el ejército j)araguayo se estacionó seis días para pro- ceder nuevas pesquizas relativas á la conspiración de Aquino. Alli fueron fusilados G9 hombres mas, y el Alférez Aquino. Mientras tanto la mujer denunciante continuaba presa. El declarante y otros gefes vivían sobresaltados, con temor de ser ejecutados de un momento á otro, aun sin haber dado para ello motivo, porque López era un monstruo que despre- ciaba de tal modo la vida del prójimo, que por una nada mandaba raaiar á sus mas fieles servidores. En Tandey, á inmediaoiones de Curuguaty, acamparon» — 494 — con intención de detenerse algnn tiempo ; pero la noticia de la llegada de las fuerzas brasileras á San Estanislao y de que se iban á mover, fué lo (\\iQ hizo que Luj'oz levantase su campo en la íiirde (iel IG de Octubre y marchase preci- pitadamente para Igaíiray. En Cnruguaty apareció otra nueva historia de conspiración. López dijo, qué su madre, sus hermanas y su hermano Ve- nancio de acuerdo con el ('oronel Marcó hablan tramado envenenarlo el día IG de Octubre por medio de unas con- servas y chipas preparado para su comida en aquel dia. La madi'e fué inmediatamente puesta en prisión en el cuar- el general y sus hermanas que estaban en libertad fueron de nuevo presas. El Coronel Marcó fué preso entonces por la primera vez. Asi marcharon para Igatimy. Allí reunió López a! declarante, h los Ministros y á lo^ principales gefes, y les consultó si debia ó no procesar á su madre. El declarante y oíros gefes, á esccpcion del coronel Aveiro, por haber dicho que era mejor no procesar formalmen- te á la madre, fueron insultados por López, llamándoles adulones y serviles, elojiando mucho al coronel Aveiro por haber dicho que su madre debia ser tratada como cualquier otro criminal. En consecuencia se abrió el proceso. Marcó y su muger fueron azotados, hasta que dieron de- claraciones que comprometían á los acusados. El igatimy ya comenzó el ejército á sufrir muchas penurias, porque la ocupación de Concepción por los aliados no permitía que les llegase el ganado necesario, y tenia únicamente para su consumo las reses que del Sur habia traido. Desde Pandey donde acampó el ejército, empleó de 12 á 15 dias para llegar á Igatimy. Allí se estacionó cerca de un mes, continuando en seguida para Panadero, desde donde se movió en los primeros dias de Enero (el 2 ó el ?>) en dirección á Cerro-Corá. La retirada del Panadero Tiié motivada, no solamente por la noticia de la aproximación del Jeneral Cámara al Rio Verde, sino también porque López recelaba, de que una fuerza brasi- lera que saliese de Guruguaty, subiera la cordillera y lo cortase por la retaguardia. Ya en Panadero el hambre era escesivo y se empezaro n á comer los bueyes de los carros, hallándose los palmares que proporcionaban el coco á mucha distancia. Entretanto López salió del Panadero con cinco mil hombres y veinte cañones, algunos de grueso calibre. Tanto en igatimy como en Panadero hubo fusilamientos y lancsamientos. Al romper la marcha dol Panadero tuvo lugar una ejecu- — 495 — cion en grande escala: entonces fué lanceada también la denun- ciante del alférez Aquino. Los enfermos quedaron abandonados en el Panadero. Cree el declarauLe que Panciía Garmendia murió de hambre en ígatimy. Marcó y su mujer fueron fusilados en el Pana- dero. Durante la marcha á Ccrro-Corá atravesó el ejército para- guayo los rios de Igalimy, Amarchahy y Corrientes. La marcha de! ejército del Panadero á Gerro-Corá, contando con las vueltas del camino, fué de mucho mas de sesenta le- guas, y tal vez de ochenta leguas. Toda aquella región era completamente desierta, y la mar- cha fué muy penosa. Mucha jente murió de hambre y los soldados y oficiales se desbandaron en grupos de ocho y de diez. Los que eran en- contrados eran lanceados inmecíiamente sin mas forma de proceso. El camino quedó sembrado de cadáveres: unos muertos á lanza y otros de hambre. De los cinco mil y tantos hombres que partieron del Pana- dero apenas llegaron trescientos íi Cerro-Corá, incluyendo en este número jefes y oficiales. De la población que acompañaba al ejército, muy poca llegó con él. Delvalle quedó atrás con alguna poca jente y dos piezas de artillería, cuidando de las carretas rezagadas. El jeneral Roa aun conservaba entonces ocho piezas de ar- tillería. El jeneral Caballero fué despachado de Cerro-Corá á Dora- dos con 23 oficiales á pié, á fin de reunir ganado. El de.^ierto, las marchas forzadas, el hambre, las miserias de toda especie, habian devorado cinco mil hombres, último resto de los ciento cincuenta mil, sino mas, que López armó para esta guerra, según los cálculo^ del declarante. En medio de tantas miserias, y de estas escenas de desola- ción, y de las ejecuciones sin término, López continuaba ha- ciendo la misma vida que antes: se levantaba á las 9, á las 10 V á las H de la mañana y á veces al medio dia, fumaba y juga- ba con los hijos; comia bien y bebia mucho, quedando muchas veces en un grande y terrible estado de escitacion. Madama Linch siempre se mostraba vestida de seda y en gran toilette. Hacian ocho dias que estaban en Cerro-Corá cuando fueron sorprendidos por el jeneral Cámara el dia 1 ^ de Marzo. En tal ocasión López ordenó al declarante que siguiese por la de- recha acompañando el carruaje de madama Linch, y mientras tanto, Lopes huyó por la izquierda. Perseguido por la caba- - 496 ~ lleria brasilera fué alcanzado y muerto. El declarante se rindió. Aprovecha In ocasión que se le presenta j)ara manifestar que, desde el momento en que se entregó á las fuerzas brasi- leras como prisionero, tanto él, como los jefes, soldados y familias que cayeron en poder de estas fuerzas, fueron siempre perfectamente tratados. Para ellos fué su captura una salva- ción, pues de lo contrario habrían muerto de hambre, si hu- biesen permanecido (¡uince dias mas en Cerro-Corá. Terminó declarando que López nunca le dijo, ni le mani- festó por acto alguno, intención de retirarse del Paraguay. Aseguró además el declarante que López buscó el desierto y siguió el rumbo que llevó forzado por los movimientos del ejército brasilero, que puede decirse lo persiguió incesante- mente desde que salió de Azcurra. En los departamentos de Curuguaty y de ígatimy podria liaber permanecido un año, merced á las estensas plantaciones que allí habia. Hasta tenian ganados vacunos y caballos, que invernados habrían engordado, y que con las "marchas subsi- guientes perecieron en gran cantidad. Perdidos todos estos recursos se vio obligado á replegarse al Panadero, huyendo de la columna brasilera que ocupó aquellos departamentos. Amenazado por esa columna, que destacó espediciones, por una parte del lado del potrero de Itaramá, y de otra por Es- padín encima de la cordillera, por donde se le podía cortar la retirada: viendo además de esto, que las fuerzas de la Concep- ción ya llegaban al Río Verde, y no pudíendo ya recibir re- cursos de punto alguno, se retiró precipitadamente de Pana- dero, siguiendo el único camino que le quedaba abierto. Efec- tuó esta retirada con tanta mayor precipitación cuanto que temía enconli'arse frente á frente con la columna de Curu- guaty antes de alcanzar el paso de ígatimy. Nada mas dijo ni le fué preguntado; y habiéndosele leído esta su declaración, se ratificó en ella por hallarla conforme y iirmó conmigo el presente documento por mí escrito.— ^nío- nio Raymimdo Mirando de Carvallio, teniente de órdenes de la repartición del diputado del ayudante jeneral cerca del co- mando en jefe. — Francisco Isidoro Resquin. — Como testigo, el Capitán Fernando Melquíades Fcrreyra Lobo. — Y yo el te- niente Anacido Ramos de Abren Carvalho y Contrerás que lo copié del orijinal— Conforme, Francisco Xavier de Godoy^ Mayor. N. B.— Esta declaración ss publicó el 28 dó Mayo de 1870, la Revista Argentina del 1° de Junio decia sobre ella lo siguiente : « Se ha publicado en estos dias un importante documento para la his- tovia do la |Uerra del paraguay, tras|jj,cido dolos diarios de Rio Janeiro. — 497 — Es la declaración del célebre Resquin, conocido como p;enera] de una divi- sión del ejército del Paraguay, pero en realidad pefe del Estado Mayor, y mas que esto, Gefe de i-olicia y encargado de ejecutar la mayor parte de los crímenes de López. « Er.le documento, que será agregado al apéndice del libro de Masíer- man, por los editores de la publicación, es ^in duda uno de los mas notables que liayan visto la luz. o Pero nos parece ver en ciertas partes del relato, la mano interesada del Hrasil, ó de sus gcfes militares. El golpe ha sido preparado con ha- bilidad; solo ha habido torpeza en un punto de que nos ocuparemos mas adelante. « Todas las operaciones que han sido llevadas á cabo por brasileros solamente, ó cuando el ejército estaba bajo el mando de estos, es realzada por la forma en que esta concebida la declaración, y las que se han hecho por tropas argentinas ú bajo la dirección de su gefo, pasadas á la lijera ü oscurecidas por alguna sombra. La trampa es disimulada y está calcu- lada para que los futuros escritos brasileros esploten el documento en su favor. « El punto en que sin duda han sido poco hábiles y en que se descu- bren sin querer, es el relativo al Tenientii Coronel Thompson . « Llama mucho la atención, que no hablándose en toda la relación, de ninguno de los muchos gefes que han tomado una parle brillante en la campaña, como Bruguez, Diaz y otros, ni de los atroces verdugos que hau acompañado á López (lo que quizá sea un escrúpulo del declarante), solo se pidan y se den detalles, sobre un injeniero, que recien tomó parte como soldado en las últimas posiciones del enemigo ; pero el misterio se aclara, recordando, que Thompson ha escri'oun escelente libro, en don- de los brasileros y sobre todo la escuadra, son duramente atacados y en que se retrata en cortos, severos y merecidos rasgos la íigura del decla- rante, que es una de las mas* siniestras de la guerra, á juzgar por las tablas de sangre que se publican en este apéndice y por la aseveración de Thompson. « La posición equivoca que Resquin atribuye á Thompson en el cam- pamento, diciendo que solo se ocupaba en hacer diseños, y en cortejar k la Lynch, tiene por objeto desprestijiarle, á no ser que el militar gefe de Policía, sea tan poco entendido que no distinga copiar modelos de hacer planos. « Esto no seria del todo estraño ; el general que sitiaba á Tolón, en tiempo de la revolución francesa, escribía quejándose de un oücialito que le hablan impuesto, y decia « me han mandado un mequetrefe, que pasa el dia tirando rayas y haciendo dibujos.» El mequetrefe era Napo- león. « Sin mas antecedentes, que la lectura de su libro, puede asegurarse que el Sr. Thompson es un hombre serio, de talento, y que no ha podido representar el papel de farsante; ; si lo fuera habría hecho valer sus servi° cios y su persona en todos los capítulos de su libro, y por el contrario, apenas se le encuentra en un modesto rincón de sus pajinas. (( Que solo recibió su último grado cuando fué á fortilicar el Pikiriry, no es una novedad, pues él mismo lo dice ; y que solo sirvió como oíicial en los últimos tiempos, también lo dice él mismo. « Asi, pues, á no ser que Resquin confunda la copia, con el trazado de planos y los trabajos de injcnieria, ó que ignore la verdad, la declaración es conceliida con el premeditado ün de desprestijiar á un hombre que ha dicho la verdad al declarante y á los interrogadores. « Si el estilo es el hombre, — pocas figuras n:ias fáciles de diseñar que la de Thompson. Es un inglés de sangre pura, duro, breve, y de muy pocas palabras ; no dice lo que no hará, ni escribe para alabarse, si da un dato inexacto, es por ignorancia y no por malicia — es imparcial hasta donde es posible y casi rudo para espresar sus opiniones. Un hombre - 498 — así, no es nunca una figura vulgar, silo fuera habría hecho su libro para su persona y no para la historia.» El juicio anteiior ha sido coiilirniado por los hechos. En una refuta- ción al libro del Sr. Thompson, que se ha publicado en el Brasil, la relación de Resquin figura en primera línea, osplotada, en el sentido indicado por la Revista^ cuando recien apareció en Dueños Aires. Como apcsar de sus defectos cnpitales, el documento de este general tristemente célebre, es una de las piezas mas importantes para la historia del. Paraguay, lo publicamos íntegro, esperando que el lector juicioso conociendo los antecedentes de su autor y las circunstancias en que fué tomada su declaración, sabrán fallar. (N. del E.) FIN índice PAcmA Introducción 3 Capítulo I — El Paraguay — Navegación del Rio aguas arriba — El paisage" — Una historia de RuiDiaz de Guz- man — Los mestizos 7 Cap. II — La Asunción — Los edificios públicos — Las calles — La Religión 17 Cap. III — Los paraguayos— El traje nacional — La educación. 23 Cap. IV — Bosquejo de la Historia del Paraguay— Francia — Carlos López —La Historia de Carlos Decoud — De los empleados oficiales 29 Cap. V — D. Francisco López elejido Presidente — Arrestos — Fiestas 41 Cap. VI — El carácter del pueblo— Las manufacturas — La yerba-mate 49 Cap. VII — Un paseo á las Cordilleras — El paisaje — Las Sel- vas— Una fiesta en Paraguary 57 Cap. VIII — Las causas de la guerra — El General Flores — La toma del « Marqués de Olinda » — La espedicion de Matto Grosso 76 Cap. IX — La Batalla del Riachuelo— La capitulación de Es- tigarribia — El General Robles — Su deshonra — Los Corbalanes. 92 Cap. X — La cocina nacional y sus peculiaridades — Visüa á Humaitá — Escena en los Hospitales 109 Cap. XI— Batallas de Paso de la Patria, de Tuyutí y de Cu- rupaytí — Negociaciones y diplomacia 123 Cap. XII — Arresto del ür. Rhind y "del cirujano Fox — Mi en- carcelamiento 134 Cap. XIII — Vida en lasctárceles — La libertad del Dr. Rhind y Mr. Fox— La mía 147 Cap. XIV — El cólera — La carta de Mr. Washburn — La misión de Mr, Gould— Estrados de su correspondencia. iS6 Cap. XV — Los indios Guayquis — Arañas gregarias— Piques — El bombardeo de la Asunción — La.retirada á San Fernando 182 Cap. XVI — La evacuación de Humaitá — El arresto de los Sres. Carreras, Rodríguez y Leite Pereira — Los cargos hechos contra M. Washburn, su corresponden- cia— La llegada de la «Wasp» 206 Caí». XVII — El viaje á Villeta — Se me aplica la tortura — La ejecución de Carreras y Benitez 220 500 índice PAJINA Cap. XYIII— Se continúa la narración— Las atrocidades de Ló- pez—Mi libertad 233 Cap. XIX— Lns narraciones del Sr. Taylor y del Capitán sá- giiier 27j[ Cap. XX— Las batallas de ¡pane y de íta-lbaté— Derrota y fuga de López— Salvación de los ingleses, conclu- sión 295 — Tratado de la Triple Alianza 3i:; — Número de presos ejecutados 3i4 — El Lambaré 314 —Apuntes sobre las enfermedades del Paraguay. . . 316 —Relación de M. Edén 3i9 — Signillcado de algunas voces guaranís 325 Apéa'dige — Advertencia 333 —Lo que era ia prensa en el Paraguay— Fragmentos. 33o -Vejámenes que se imponían á los esírangeros 337 -Manifestación del Clero Paraguayo 339 » de les empleados . /. 340 » )) civiles 341 —Lo que puede el teiror— .Maldición de un padre á su hijo 342 —Declaración del Teniente Coronel Paraguayo Lu- cas Carrillo, 2» Gefe de Angostura y pariente cercano de López 342 — Esposicion del Coronel Paraguayo Francisco Mar- tínez, gefe de Humaitá y casado en la familia de López '. 346 —Esposicion del subdito italiano, Antonio Pulverini 330 — Autoridad de la delación — Los superiores á mer- ced de los inferiores 3o3 —Modelo de una lista de presos, con especilicacion de clases y causas de su prisión 354 —Terrible muestra del sistema de espionaje y dela- ción establecido en el Paragoay 353 — Resorte de la disciplina en el ejército de López y la esplicacion de su obediencia ciega 356 — Sistema inquisitorial— Proceso por haber dudado del éxito déla guerra— Esplicacion de la prelen- dida unidad de acción y valor paraguayo — Lo que hace el espionaje— Téngase preseiite que quienes acusan son niños de i2 años 357 — Como procesaba López — Falta de defensa 364 — La delación como medio de venganza 365 — Efectos del terror — La abyecion 366 — Orden bárbara sobre deserción 367 —Esplicacion de la despoblación del Paraguay. 368 —Fusilamiento por no madrugar 369 — Atrocidades — Fusilamiento por conversar y pa- los por oir 369 —Tablas, do sangre de Francisco Solano López— Fusilamientos en seis meses— prueba de una atroz tiranía — Diario de Resquin 371 —Esposicion del Sr. D. Juan Valdovino 382 '> » » B. Quintanilla 384 u » » Matías Goiburü, capitán del ejército de López 387 —Declaración de D. Eduardo Aramburú. . , 395 INDI es 501 PAJINA -Declaración de D. José Massot 396 -Relación de un prisionero argentino tomado en Curupaytí 398 -Aventuras y padecimientos de Maria Dorotea Du- prat de Lasserre 404 -Terribles revelaciones del sacerdote Fray Basilio de Bagnalia 437 -Interesante carta dirijida al Sr. Cuellar, Presiden- te de la Corte Suprema de Bolivia, sobre el mar- tirio y muerte del redactor del «Centinela» y los padecimientos de su familia 441 -Declaración importante de D. Manuel Palacios, de la Secretaría del Cuartel General de López, y uno de los liscales encargados del proceso de su madre. 445 -Declaración de Silvestre Aveiro , Secretario de López, liscal encargado de muchas de las terribles causas inventadas por el tirano y sus secuaces, conteniendo detalles notables sobre el proceso y la suerte de la madre, hermanas y hermanos de Ló- pez 432 -Importante escrito de Mr. Washburn, Ministro de los Estados Unidos en el Paraguay — Revelaciones sobre las pretcnsiones de López al imperio del Rio de la Plata, su deseo de casarse con una hija del Emperador del Brasil — Recapitulación de va- rios juicios sobre López 466 -Declaración del jeneral Francisco Isidoro Resquin, Jefe de Estado Mayor del ejército paraguayo, prestada en el cuartel jeneral del comando del ejército brasilero en Humaitá, en 20 de Mayo dei870 478 I EN LA IMPRENTA AMERICANA Quinta edición, considerablemente aumentada y reformada por su au- tor, el Sr. Sastre — contiene ocho capítulos nuevos. LA GUERRA DEL PARAGUAY POR EL CSRClír.- THOIÍFSCII Primer injeniero de López Acompañada de 8 planos del teatro de la guerra levantados por él mis- mo, y rectificado y anotado en las falsas apreciaciones sobre el pais por los traductores, y aumentado con la colección completa de los partes oü- ciales Argentinos. SIETE AÍlOS DE AVENTURAS Efj EL PARAGUAY POR G. F. Masterman Traducción de D. Lewis, aumentado con un apéndice de 200 pajinas. LA REVISTA ARJENTIIVA L2l Revisti Arjentina, sale el 1° y el 16 de cada mes; cada entrega consta de 96 pajinas impresas en buen papel y encuadernadas ala rústica, como la presente. Cada 6 entregas forman un volumen de 576 pajinas, que llevará su correspondiente índice. El precio de cada entrega es 20 ps. mic en Buenos Aires. En la cam- paña 400 pesos anual«s adelantados, en el esterior 18 pesos fuertes en la misma forma. Se vende la colección de 10 tomos de SOO á 600 pajinas. AGENTES En Buenos Aires, D. Ezequiel Leguina, Moreno 54— Montevideo D. Ci- priano Martínez— Córdoba, D. Agustín Arjibay— Rosario, D. András Gon- zález—Santiago de Chile, D. M. Raimond— Coya, D. Tomás Mazzanti— Paraná, D. Cayetano RipoU— Asunción del Paraguay, D. Juan P. Lalanne. Elemesilos tic físiá^'a teE*fesl:*ü— por Eujenio Sismonda, traducidos y considerablemente aumentados y arreglados para los cursos preparatorios ác la Repiiblica Argentina, por J. Ramorino. líoláiTticíi — por Rodolfo Amando Pliilinpi, miembro de la Univer- sidad do Cliile, profesor de Rotúnica y Zoolojia en el instituto Nacional de Cbile, texto adoptado en Buenos Aires. M¡ní*í"íilí»J¡a — por J. Ramorino, profesor del ramo en la Univer- sidad y Colejio 5íacional de Buenos Aires. ISisitot Sit feísga"«íln — por Duruy, correjida especialmente para esta edición. <0>i't4ig£*;»ríí-s ¿¡tí li» leí:ííi.3ií — por la Academia Española. ÍLí» «Co-nolcucítí tía cm i!í'rit> ó «eü el Eí'ieJ.or Giile- ci^eiio fie l.'í Ü5í itri ¡rTíint iIí*Í!».titiEi;». 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"^ V V C ce, ce c c í^ ^^ <^ C' CC: ce C ^ CCivXC c < Cv " C. CCíC C C> <<■"•<<• -'. <_ d SS-'^^^ C c:cC ^ ce ce -ce. C C Ce CCC CC Cv eV Ce c SS^'V^ ^ ^ ce'.eCX C CCC- cce c<¡ C' v> < V . \ ^S-^^-^ <^ <- CCvcCC c c c C-' c C e e Ce \^^^/^ ^ ^ "^ Cc.^c^c e- c Cc-<' C C < e< C e ic cí t /^ ^*^S <- <^ c C Cv ^c e c c c < c C < e^« •^ e Vic, . ^, ra r *C ^' 'e e C c cccx e C e . c ce e c 5^S "^"^"^^ Ce e cree-^o Cc O - Ce CcC C,,: vXec t,^ (,,,, c e ct c ece<;^c C ee CíC^xc CCei< Cc.C' .C t^Í^*"^5;^' ^ *' <. 'u.<. re e < C: •ei C •c eccc^ .'-c > <:« C e e Cv C'O*/ Cn- SSe C c- ^ eC eíviv.C C C e ^C Cc C .■ ííC. C <■'■ < <«' '• V C CvC cC C- ■ C«^ C ece eC Ce C<-cc: c -^ ' *^' --■" ^ " e ce c 4-- df f ce: ' : ce . c c '«í:* •■'• c c ^ * >( v c c^'^ ccc ?X<^-\^;_t;l O..CXC UNIVERSmr OF ILLINOB-URBANA 3 0112 056098483 .$