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Solidaridad

14

Noviembre 1944

BUENOS

AIRES

olidaridad

REVISTA MENSUAL

DIRECCION Y ADMINISTRACION: Calle SARMIENTO 412 - Piso 1 0 U. T. 71 - 8090 - Buenos Aires

Solidaridad de los Católicos Americanos

para la unidad del continente. Unidad del continente

para la paz del mundo

Año II

Noviembre de 1944

N.° 14

A/leditación acerca del día

de la hispanidad

ABAL justicia sería llamar al 12 de octubre con estas simples y claras palabra, “día de la hispanidad” ; pues, adaptando con alguna audacia pero no sin cuenta de lo que media entre lo divino y lo humano, uno de los “logias” del Evangelio, nadie se atreverá a negarnos que podrían y debería empezarse una historia de América diciendo: “En el comienzo era España”.

Su arremetida épica, en efecto, abre al Nuevo Mundo las puertas del tiem- po. El continente oscuro, aletargado en el sueño de la barbarie, de su mano recibe con la gracia de la Luz el privilegio glorioso y doloroso de la vigilia creadora.

Desde Europa, cáliz henchido hasta los bordes por el fervor religioso, el he- roísmo guerero, la sed de aventuras , los fantásticos sueños, los crecientes dolores y la codicia del oro, la vida se derramó como una lágrima y vino a empapar estas playas con su salobre angustia, mas también con los consuelos de la fe y las pro- mesas de la esperanza.

En el entresijo de dos océanos, celada por la cautela de lo incógnito, defen- dida por los dragones del mito y del pavor, Dios se tenía reservadas estas tierras como un ensanche potencial del mundo, como una. Canaán prometida por su gra- cia a la plenitud de los tiem-pos o quizá mejor, como un lugar enjuto de cris- tianos odios fratricidas donde construir, para un diluvio más o menos lejano pero cierto diluvio de fuego y no de agua que podríamos decir se está cum- pliendo— , el Arca de Salvación de la humanidad futura.

Y en esa empresa de abrir las rutas de los siete mares y señorear la tierra, España fué la comodora de Europa. Abanderada fué e iniciadora de una cruza- da impar y sin segundo ante la cual las otras, que ensangrentaron el feroz oriente musulmán, apenas si cuentan como ensayos cruentos e inhábiles, me- dios dispendiosos de comprobar lo efímero de las fundaciones de la espada, in-

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tentos frustrados de abrirse a tajos de montante y botes de lanza una picada al porvenir.

España, nación de gentes recias, veterana de ochocientos años de guerras, entonces fusión de reinos de naciente pujanza, puso bajo los sueños de Colón, la alfombra mágica de su poderío. Sobre la palabra de un alucinado botó sus carabelas llenas de cruces y de espadas, de frailes y soldados y los lanzó a co- lonizar las lejanías del misterio. Y como la cruz brillaba ya entre las constela- ciones de estos cielos la cruz traída por España arraigó y prosperó en América con una proliferación de milagro, vencedora por la sola acción de presencia del ídolo pétreo y la faligínosa mentalidad del indígena y también juez severo de los “malos usos” y abusos de encomenderos y conquistadores.

Cristiano y español nació este continente para la vida y para la historia, el 12 de octubre de 1492. Cristiano de norte a sur y de polo a polo y católico a justo título. La herejía vino un siglo más tarde e importada por hombres que ni eran de raza hispánica ni tenían los mismos ideales y estilo de vida. Y nótese que en América, donde se predicó el catolicismo nunca brotó la herejía como vegetación espontánea, siempre apareció como planta exótica e invasión exógena. Hágase el inventario de los monumentos arquitectónicos de la colonia y se verá, peyorativa y elogiosamente, que es como hacer un recuerdo de igle- sias. Imágenes milagrosas de antiquísima adoración o veneración especial po- drían dividirla en provincias místicas. Penetrar en sus leyendas, estudiar sus supersticiones, examinar su folklore es rastrear un fondo ancestral de creencias cristianas, a veces torpemente deformadas, otras peregrinamente conservadas.

En su obra-. “Las grandes Bulas de Alejandro VI”, certeramente ha podido decir el P. Leturia que: “No es posible volver los ojos a los orígenes de la civi- lización cristiana y europea en el Nuevo Mundo sin tropezar con el pergamino y los sellos plúmbeos de las Bulas pontificias. Los originales de las dos celebé- rrimas de Alejandro VI, la de la de la donación de las tierras descubiertas y por descubrir del 3, y de la demarcación del 4 de mayo de 1493, presiden la his- toria dormida del Imperio Español, en el Archivo de Indias de Sevilla”. Y añade Vicente D. Sierra, cuya es la cita arriba transcripta, en su libro : “El sentido misional de la conquista de América”: Afirmamos una fe. Esas Bulas continua- rán rigiendo la historia de la hispanidad” .

Bien se deduce pues, por todo lo dicho, que no es caprichosa conjetura ni afirmación infundada decir que cristianismo e hispanidad se funden y confunde en el primigenio ser de América, que, cualquiera que sean nuestras ideas ac- tuales al respecto, si procedemos con sensatez y no queremos amputarnos las raíces mismas de nuestra personalidad originaria, debemos tenerlos muy en cuenta. Un liberal inteligente que los hay e ilustre en las letras españolas del siglo pasado, Clarín, ha dicho con franqueza que honra la sinceridad de su pensamiento : “Desde ese punto de vista el suyo, naturalmente, el liberal yo no concibo un buen español, reflexivo, que se considere extraño al catolicis- mo por todos conceptos. Ah! , no; sea lo que sea de mis ideas de hoy, yo no puedo renegar de lo que hizo por Pelayo ( o quien fuese), ni lo que h'zo por mi madre. Mi historia natural y mi historia nacional me atan con cadenas de reali- dad, dulces cadenas, al amor del cato icismo . . como obra humana y como obra española. Yo todavía considero como cosa mía la catedral labrada y erigida por la fe de mis mayores; en ella penetro sin creerme profano; yo no escucho allí la voz de Mefistófeles que me dice: Oh, tu non dei pregar!”

Si estas palabras pudieron ser escritas en el esplendor del racionalismo y en la propia casa solariega de la hispanidad, allí donde el paisaje se ha hecho historia y el paso de encontradas cidturas dejó rastros para entretener y dar pá- bulo a las más variadas meditaciones, ¿cuánto mejor las pronunciaríamos nos-

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■otros, depuradas de reticencias escépticas, ahora, que castastróficas experiencias han desbaratado las arrogancias del progreso indefinido, y aca, donde, sobre el paisaje desértico y en 'casi todo el ámbito de América, la arquitectura recia y ar- moniosa de las iglesias es la fusionada expresión del arte, la religión y el pa- sado?

“Se hunden las viejas culturas del Mediterráneo y América, para salvarse ■se repliega en misma ha podido decir un escritor , unida por su conciencia histórica y por el presentimiento de su destino”. Serio es el trance y tenemos que meditarlo porque nos va en ello la vida perdurable y nuestra dignidad como pueblos.

La historia está llamando a las puertas de América para hacer de ella, en verdad, el Nuevo Mundo del futuro y tenemos que prepararnos para asumir con dignidad y eficacia esa tremenda responsabilidad.

“Hay que pelear con la vida que pasa por la vida que nos queda sen- tenció Unamuno, y Ortega y Gasset afirmó acertadamente que : “De lo que hoy se empiece a pensar depende lo que mañana se vivirá en las plazuelas” .

Hace dos años expresó en parecida circunstancia don Ricardo Rojas, que': “En los utimos cincuenta años, América ha adquirido una mayor conciencia de sus realidades y de sus posibilidades. Somos hoy menos ingenuos y más[ capaces que hace medio siglo. Han avanzado el panamericanismo, el aiutácto- nismo, el populismo, y se va esclareciendo en todas las regiones americanas la emoción telúrica y el ideal autonómico. Podemos afirmar sin jactancia que estamos viviendo el ciclo de nuestro propio descubrimiento de América. Nues- tras carabelas zarparon en la epopeya libertadora; hemos navegado durante más de un siglo entre tempestades y escollos y calmas leta'es; pero no es aven- turado decir que vislumbramos ya las playas de la esperanza”.

Son palabras arrogantes pero en buena parte equivocadas. Pertenecemos, sin sujeción a nadie, a la España eterna y no podemos ni debemos desenten- demos de sus genuinas esencias que son con la nobleza, el ánimo esforzado y ¿l amor apasionado a la libertad, la religiosidad ascendrada, el cristianismo me- dular.

El diabólico crisol de la guerra va a fusionar a los pueblos en grandes gru- pos rivales por homogeneidad de caracteres raciales y creencias doctrinales. En ese trance, conservar la unidad será conservar con la dignidad el respeto y las posibilidades. Toda América, y la de haVa hispánica en particular, tiene un irrenunciable destino cuya custodia le impele a restaurar un pasado que con- tiene unificantes elementos en las aspiraciones comunes en el idioma y en las creencias religiosas que informan el espíritu de sus instituciones. El gran si- mulacro de la España de Indias que fué la Colonia despedazada a justo título durante el proceso de la emancipación tiende ahora a unir idealmente sus se- parados trozos y reconstituirse en entidad espiritual. Diversos somos y diver- sas seremos las naciones de hipano América, pero en cada una alienta como propia el alma de la España eterna, es España que partió de Palos y aquí se aposentó sin que por eso dejara de alentar, ^ubicua, sobre “el cuero del toro”, sobre el suelo español.

Carece por completó de sentido la expresión de quien dijo: “Si se amputara a España su apéndice ultramarino no padecería mutilación vital. Pero a las na- ciones de Hispano América no pueden ser separadas espiritualmente de la ma- dre patria sin que aparezcan como decapitadas” . De un lado y otro del océano vive, como substratum étnico, la España clásica, la España del conquistador y la del Cid, y tanto la moderna España como las naciones hispanoparlantes hijas y herederas son de la gloriosa, y vieja, aunque no nos repugna conceder a la

primera , como los tiene, solar y privilegios de mayovazga en el goce de la materna herencia y en la consideración de las patrias americanas.

Pero es necesario depurar debidamente antes de adoptar este concepto de la hispanidad, malamente inficionado de doctrinas extrañas tanto de derecha como de izquierda. Todo hispanismo que no beba en las fuentes remotas y cime- ras de lo c'ásico hispánico es remedo y falsedad. Hispanismo es cristianismo y generosidad, es nobleza y honor, es respeto y libertad; un estilo de vida y un verbo en los que lo individual y lo colectivo hallan expresión cabal. El cardenal Isidro Goma y Toma lo definia como “la proyección de la fisonomía de España fuera de y sobre los pueblos que integran la hispanidad. Es el temperamento español, no el temperamento fisiológico, sino el moral e histórico, que se ha transfundido a otras razas y a otras naciones y a otras tierras y las ha marcado con el sello del alma española, de la vida y la acción española”.

Hispanismo y cristianismo son privilegios irrenunciables de las repúblicas de Sud América. No hay opción posible sino entre el ser y el descantamiento, es decir la entrega a otro estilo de vida en el que se entrará forzosamente con librea de servidumbre. No hay división tampoco, aunque muchos lo quieran: his- panismo y cristianismo es una fusión de tiempo y sangre que sólo el tiempo y la sangre podrían separar.

El 12 de octubre debería ser llamado el día de la hispanidad.

Antón Belalcázar

Quito - octubre 1944.

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f UERA la democracia ! ¡Viva el gobierno del pueblo! ¡Abajo la

A dictadura ! ¡Arriba la tiranía! TaCs fueron las expresiones que / [) / barbotó el hombre de galera negra y bigotes gruesos, según refe- cencías de los peatones que le escucharon el principio. Cuando yo llegué el orador estaba en la apódosis de uno de sus magníficos períodos:

, caen en la fenomenología psicoanalítica del existencialismo, den- tro de su aspecto matemáticamente relativo obnubilados por la cosmotrópica mecánica ondulatoria de la bomba cohete . . .

Una salva de aplauso y un griterío ensordecedor acogieron tan brillan- tes y sabias palabras.

La multitud apiñada en la vereda u en parte de la calle, ofrecía el espec- táculo frecuente en la “Avenida de Mayo’’ donde no pasa tarde sin que se detengan individuos a cual más extravagante ; para coviferar propagandas de agujas mágicas que se enhebran con sólo apoyar el hilo sobre su imán o de monda-papas que rebanan los tubérculos en rodajas matemáticamente seme- jantes. Pero el locutor de la galera negra, no era un vulgar propagandista; “se trata de un sabio’’ decían unos; “es un fenómeno’’ . exclamaban otros; “el mejor hablista’ , expresaban éstos; “un loco lindo’’ comentaban aquéllos.

Admirados o irónicos, lo cierto es que todos le escuchaban en ese instante con silenciosa atención.

El locutor tomó de nuevo la palabra :

El aplauso de ustedes es un sigho de aprobación con que se ponen de acuerdo conmigo en principio. Lo interesante para sería que ustedes estay vieran de acuerdo conmigo al final. No todos podemos hacernos oír a balazos porque no todos disponemos de balas. Por eso, debemos imponer el discurso, que generalmente tampoco tiene ninguna utilidad sino la de envanecer al que habla, pero que se convierte en cosa grande e incontrastable cuando es discurso.

Discurso significa razonar para persuadir y todo el que no sea un per- fecto burro comprenderá fácilmente que un discurso que no convence no es discurso. Pero yo no he venido en este instante a exponer un tratado de ora- toria porque a ustedes les importan un bledo la oratoria y los discursos. Sólo les interesa divertirse, distraerse, pasar el rato, entretenerse. Y yo los voy a entretener a todos ya que todos ustedes a la vez tienen profundo interés e‘n instruirse con el menor esfuerzo, en el menor tiempo y sin el menor pasto. No otra cosa hacen los escritores, que al fin y al cabo son oradores por escrito. Tra- tan de entretener, ya que a nadie le interesa ser convencido de nada. Unos y otros, oradores y escritores leen mucho y por lo tanto no tienen necesidad de pensar. A los que tienen que hablar y escribir a diario, no les queda tiempo para pensar. No quiero decir que estos eruditos plagien. Citar y repetir a su modo no es plagiar. Y es una verdadera lástima que los oradores y escritores no plagien, al pie de la letra porque reeditarían obras bien pensadas sin desna- turalizarlas.

Yo comprendo que ustedes se fatiguen con esta exposición, porque aunque les interesa muchísimio instruirse, en los días de sol prefieren ir a un partido de fútbol y en los días de luna prefieren ir al café a quejarse de los curas y del gobierno. De sermones estamos hartos y aquí como en el Norte, lo único que interesa es empacar mucha moneda y la moral que reviente. ¿ Dónde está la moralf ¿ Dónde la conciencia ? preguntaba un cura desde el púl- pito. Y a los pocos minutos, cuando descendió tuvo que agarrarse a patadas con otro cura ( detrás de la sacristía ) porque ambos pretendían desempeñar un alto puesto ministerial con la intención de enseñar a los hombres la conciencia y la moral.

Y los curas tenían razón ; porque si Jesucristo volviese al mundo, con el progreso a que éste ha llegado en tanques, saper-aviones y robots, segura- miente impondría a patadas su ley de amor y de caridad. Por otra parte, hace falta plata para todo, hasta para comprar catecismos y acaso también para adelantar en el ejercicio de perfección y virtudes cristianas. Y cuando no se puede vivir del altar, no es un crimen vivir del presupuesto.

En todo es cuestión de tener ideas claras, señores. Lo que es claridad, podrimos afirmar que no falta, porque ahora todo el mundo pretende hablar claro, pero la cosa es encontrar ideas. Yo confieso francamente que no las encuentro por ningún lado, a pesar de mi afán por leer cuanto libro se escribe y oír cuanta conferencia se pronuncia.

"HAY UN CONFUSIONISMO BARBARO , repiten a diario los inte- lectuales y los no intelectuales de todos los pelajes. Es evidente que quienes hablan del confusionismo ajeno carecen de toda confusión desde que lo afir- man con una sapiencia, seguridad y violencia incuestionables. Yo, sinceramente me siento algo confundido en este apocalíptico torbellino al que todos aluden. Pero lo paradógico del caso es que debo ser el único confundido porque los demás hablan siempre del confusionismo ajeno, aunque mezclen lo literario a lo político y a lo temporal y a lo artístico y a lo eterno y a lo económico y a lo religioso.

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Francamente, no soy profeta ni taumaturgo ni vidente, sino a lo sumo una voz que clama en el desierto de la Avenida de Mayo.

Y ojalá estuviese desierta sólo la Avenida de Mayo, lo grave es que las arenas del desierto lo han invadido todo.

El locutor tomó un respiro que aprovechó uno de los oyentes para ex- clamar: “este tipo está loco”.

Les niños y los locos, dicen siempre la verdad retomó la palabra el orador ; los que no son niños n< locos no la dicen nunca. Y o que no soy niño, al menos en el sentido de la frase, pero no si soy loco. Lo terrible sería hacerse el loco para poder decir la verdad. Denotaría que tas gentes están sumergidas en la mentira hasta un grado inconcebible y en este caso, franca- mente no tengo ningún interés en ser cuerdo. No hay duda que la cordura impone respeto, ¿no les parece a ustedes, ponte c sencillas, que se debería analizar también qué clase de locura es la llamada CORDURA ?

Es cordura, por ejemnlo. que los nueblos débi'es y desarmados no se opongan a los fuertes, porque les va la vida aunoue tenaan razón. Y cuando un pueblo fuerte comete injusticias contra determinado estado, es cordura que lo apoyen todos los países satélites con intereses creados o sin eHos, porque (como decimos los criollos ) hau o'<e deíarle aanar al caba'lo del comisario. Aunque, dado el progreso a que ha denado el mundo, sería calumnioso afirmar que los estados pequeños tienen interés o temor. Es evidente aue lo único que interesa a los grandes y a los pequeños estados es la justicia, la lealtad, la rectitud, sin la menor presión ni en el orden internacional ni en el orden interno. ¿Quién puede dudar de Ja plenitud dp soberanía de aue noza cada estado y de las francas y absolutas garantías de libertad? Las diplomacias no desarroVan su acción sino dentro del cumplimeinto de pactos, de la solidaridad espontánea, de la unión libre de todos los pueblos. ¡Y a"é cosa grande es la libertad, sobre todo para los pueblos chicos! ¡Viva la libertad ! ¡ Viva la grandeza de los pueblos grandes y la chicura de los pueblos chicos! ¡Viva . !

El orador fué interrumpido por los ap!ausos de unos y por los gritos de otros. No se podía adivinar todo el alcance de las aclamaciones, pero es lo cierto que el locutor en el paroxismo de su entusiasmo y emocionado al extremo no reparó que la galera había volado de su cabeza y que la multitud (que en ese instante era enorme ) se la había repartido a pedacitos en pocos minutos, como reliquia de santo. Después de pro'ongada pausa y honda respiración tomó de nuevo la palabra :

Y bien; vosotros, amados feUareses, gentes sencillas, católicos autén- ticos y prácticos de la Avenida de Mano; continuad con vuestras prácticas piadosas y vuestros trabajos oletóricos de espíritu sobrenatural. Si sois perio- distas, seguid llenando las páginas de las revistas con chistes verdes y mujeres en malla; total son pecaditos de escándalo y de incitación a la lujuria que no tienen importancia. Unos miles más o menos de armas que se condenen por vuestra originalidad periodística no os puede ser tomado en cuenta, ya que compensáis esas f ahitas artísticas confesando que sois católicos, apostólicos, romanos.

Y vosotros, los nenes de mamá, que vivís de renta, católicos prácticos también, puesto que jamás faltáis a misa los domingos; seguid en vuestras voiturette LEV ANT ANDO PROGRAMAS u engañando a vendedoras y modistas.

Estad seguros que Dios disimulará esos pasatiempos inocentes, puesto que vosotros depositáis moneditas en el platillo que circula durante la misa. ¿Acaso no compráis también escarapelas de beneficio cuando os las ofrecen “niñas bien’’ en las puertas de las confiterías? Por otra parte, ¿qué culpa tenéis vos-

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y vosotros, “católicos prácticos” . . .

otros de que las corrom- pidas obreras se dejen se- ducir con tanta facili- dad? Lo traen en la san- gre y por otra parte se- rá un honor p\ara pju- chas de ellas haberos brindado sus amabilida- des. Sería ridículo . ade- más, que renunciarais a vuestras caracterís ticas “vivezas” de las que os jactáis con toda razón cuando sentados contra el mostrador de los bares os dedicáis a sorber los co- petines más explosivos y a comentar éxitos donjua- nescos mientras paseáis el ambiente con miradas veteranas y cancheras.

Continuad por ese ca- mino, único en que halla- réis paz para vuestros co- razones, st es que tenéis corazón, ya que ahora este utensilio está fuera de moda.

Y vosotros, católicos prácticos” también, pero especializados en la jus- ticia y caridad que predican los pontífices, ya que disponéis de holgura eco- nómica para tener choferes, mucamos y sirvientas; continuad obligándolas a levantarse a las seis de la mañana y tenedlas al trote hasta las once de la noche. Contribuiréis así a evitarles la ociosidad, fuente de todos los vicios y les ahu- yentaréis los malos pensamientos, esos pensamientos que vosotras ¡niñas bien! alejáis tomando copetines y asistiendo a películas de amor. Más aún, vosotras mismas comentáis en piadosas tertulias que ni el cine inmoral puede ser repro- bable cuando se asiste para poder criticar las películas malas y evitar a las hijas el peligro. Estáis, hijas mías, demasiado bien isformadas en móral y con criterio de tan subidos quilates no necesitáis consultar ni a sacerdotes sabios, prudentes y honestos, que los hay.

Amados y amadas oyentes: prestad atención a lo que debo añadir, porque tiene suma importancia. Fijaos en la expresión: No incurráis en el error de darles demasiado bien de comer a vuestros sirvientes, acordaos que el ayuno ayuda mucho a contener las pasiones.

Vosotros, aunque no ayunéis ni en cuaresma, no importa, tenéis siempre las pasiones a raya, cuando tenéis pasiones, porque la “gente bien” general- mente no tiene pasiones. ¿Y para qué las necesita ? ¿ Verdad hijos e hijas ?

Ahora bien, si vuestros peones y sirvientas tienen alguna vez la audacia de pediros aumento de sueldo dominados por el pecado de ambición, debéis delatarlos inmediatamente a la autoridad que corresponda porque con segu- ridad están contaminados de comunismo. A esta gente que pide aumento de sueldo lo mejor es asegurarla en la cárcel. ¿ Para qué necesitan más de cuarenta o cincuenta pesos ? Vamos a ver, ¿para qué? Ellos no necesitan medias caras.

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ni trajes elegantes, ni tabaco fino, ni muebles mullidos, ni diversiones. Que se den una vueltita por “la costanera y se acabó.

A esa ralea hasta es peligroso darle comodidades; se acostumbran mal y se ponen imposibles. Por otra parte, ahorros no necesitan porque hay asilos para cuando envejezcan. Francamente, yo creo que los Papas y los grandes sociólogos han exagerado.

Finalmente, mis amados católicos prácticos y sinceros, vosotros los que podéis dar puestitos y hacerlos quitar y que en todo ajustáis vuestra conducta sólo al estricto cumplimiento del deber, echad “sin asco a la calle a cuantos sepáis “por chismes" , que hablan mal de vosotros.

Total, el pecado de venganza en vosotros es integridad y aunque fuera venganza ¿no dice la Biblia que Dios sabrá tomarse venganza de sus enemigos ?

Y nada de acomodar" a los que no tengan buenas cuñas, porque quienes no poseen el arte de buscarlas no merecen nombramientos ni ascensos; ¿quién les manda ser tan pusilánimes? “Deus salvavit homines et jumenta” se ha dicho. En consecuencia, si Dios se encarga de salvar a estos idiotas que llegan puntuales a la oficina y hacen méritos en ella, ¿por qué las van a sacar barata también en esta vida?'

Por otra parte, amados directores y jefes de reparticiones: no os fiéis de estos pavotes ’’ que “se rompen todo por ser leales, cumplidores, eficaces, productivos; os quieren adular y pretenden ascensos, no son heroicos, son innobles. Fiaos de los que os saludan y alaban ( mientras estáis arriba ) de los que os hacen telegramas y os envían flores y regalitos. Estos son derechos y competentes .

El orador no pudo continuar porque las risas, carcajadas, aplausos y gritos le impedían hacerse oír. Saludó con la mano , bajó de la silla y se introdujo en una Lechería- bar ’’ no sin preguntar en la puerta si el establecimiento estaba en la “lista negra" . Ocupó una mesita y cuando el mozo se aproximó , limitóse a pedir: “Ensalada" .

U nos hombres que habían ocupado mesas próximas observaron la finura con que el orador almorzó dos o tres platos de ensalada, algunas frutas y una bebida sin alcohol. Después pidió papel y tinta y comenzó a redactar una carta. Mientras escribía, se presentaron unos señores, que casi a viva fuerza le obli- garon a que los acompañara. Mientras caminaban por la vereda, la multitud que los seguía escuchó:

Diga, amigo, ¿usted es evangelista?

No, señores.

Entonces es judío.

Tampoco; soy católico.

Bien, pero ¿con qué permiso dirige la pa’abra a los católicos prácticos?

Con permiso de la policía.

Es que usted se mete en el dogma y en los misterios y no tiene la auto- ridad jerárquica.

¡Chél Ustedes me están cachando.

¡Qué lenguaje más heterodoxo usa este sujeto (se dijeron mutuamente) .

Diga insistió uno de ellos ¿por qué se mete con los católicos prácticos?

Respondiendo entonces, el orador dijo: Os preguntaré yo también una palabra; respondedme :

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Vuestro catolicismo práctico que menosprecia a los judíos ¿es el mismo que predicó el judío Nuestro Señor Jesucristo ?

Vuestro catolicismo práctico que acepta diferencias de clases, diferencias de rangos, diferencias de apeVidos ¿es el mismo que predicó el pobre obrero de Nazaret que naciera en un pesebre? Vuestro catolicismo práctico que fomenta envidias, traiciones, deslealtades, venganzas, lujurias, egoísmos, murmuraciones, calumnias ¿es el mismo que predicó el Hijo del hombre, verdadero Hijo de Dios? Entendedlo de una vez por todas: yo pertenezco a la religión católica, apostólica y romana, pero al catolicismo formulista e hipócrita en que habéis caído la mayoría de vosotros que no estáis con Cristo ni con el espíritu de las directivas del Romano Pontífice, vicario de Cristo, francamente no pertenezco.

ti m

Los hombres se miraron unos a los otros y se dijeron: está loco” y bur- lándose de él le llevaron fuera de la ciudad donde le dejaron molido a golpes.

J. Lezica Unzué Anchorena Dorrego Alzaga Paz ( Seudónimo de J. Rodríguez Pérez García López Domínguez Tallarini)

Versión de Lucien Fontenay

Evocación emotiva ante la esta- tua gloriosa del Coronel Falcón

*0 AY hombres en la historia de las instituciones humanas, cuya exis- / J tencia está señalada por un signo providencial. . . Ese signo puede y / ser unas veces blasón de privilegio, y otras, consigna de inmola-

r ción y de sacrificio. . . Ese es el signo glorioso que ostenta para

orgullo de la Policía argentina la vida luminosa del Coronel Fal- cón: Una vida forjada en el yunque de las recias disciplinas humanas... adies- trada en las justas heroicas del renunciamiento y del sacrificio. . . vida aureolada con el nimbo que ostentan únicamente, los predestinados que se hacen acreedo- res al reconocimiento de la posteridad y los que, sembradores del bien y após- toles del deber, —sin claudicaciones, debilidades ni desmayos dieron a su de- leznable envoltura humana, consistencia metálica de bronce y dimensión gra- nítica de estatua. . . eso fué, es y será siempre, mientras exista bajo el firma- mento azul de nuestra patria, el hálito vital de la libertad y de la hidalguía, la figura inolvidable y señera del Coronel Falcón. Bronce y estatua. Bronce tem- plado en las más arduas vicisitudes, bronce de firmeza, en la firmeza broncínea del carácter, en la tenacidad de la voluntad, en la dura resistencia para el sacri- ficio. . . bronce resonante para los acentos viriles de la autoridad... bronce para los llamados difíciles e ineludibles del deber... bronce para la consigna aidua e impresionante del peligro. . . bronce para templar en la curva de la resignación y del perdón cristiano, el bronce envenenado y cruel de la bala ho- micida. . . y bronce, finalmente, que es perfil cincelado por la mano de un ar- tista invisible, que quiere, perpetuar los rasgos de un hombre, destinado a com- partir los honoies de la deidad. . . ¿Cómo? En la dimensión granítica de la estar.ua. . . El Coronel Falcón, fué en su vida, en su actuación humana y azarosa, una estatua venerada y admirable . . . Imponía, por su sobriedad, entereza, fide- lidad y hombría de bien y despertaba la admiración y el respeto de todos los que lo rodeaban, porque fué en su tiempo y en el ambiente convulsionado de su época, un hombre extraordinario y providencial. Falcón, espíritu integérrimo e incontaminado, que siempre entonó con sereno entusiasmo y acendrado patrio- tismo las viriles y exultantes estrofas del himno patrio: “Oid mortales, el grito sagrado, libertad, libertad, libertad”, no pudo sospechar jamás que una palabra meliflua, coi dial y exótica “tovarich” camarada traída a nuestro país con las melodías sentimentales y suaves de la canción de los barqueros del Volga, podría ser algún día en nuestra patria generosa y libre, la consigna para la perpetración de un atentado, o para la ejecución de un asesinato... y sin em- bargo, la unción inspirada de las notas del himno patrio: “Oid mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad” no fueron capaces de ahogar en el pecho excéntrico y amargado de Radowiski, las ansias de rebeldía, de venganza, de

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sangre, de asesinato. . . He ahí, la antítesis que la Providencia ha querido yux- taponer para ejemplo de las futuras generaciones argentinas, en la luctuosa jornada del 14 de noviembre de 1909. Falcón y Radowisky: La luz y las tinie- blas; el orden y la rebeión; la enseña inmaculada y el trapo rojo... la disci- plina y la insubordinación... el acatamiento y la intemperancia... la modera- ción y la violencia. . . el derecho y la anarquía. . . la justicia y el pistolerismo. . . la oración y la blasfemia. . . el honor y el ultraje. . . la caricia evangélica y la perfidia judaica. . . la mano generosa y amplia que se extiende para oblar una limosna caritativa, y el puño duro y áspero que se cierra y contrae, para arrojar el petardo, manejar el revólver y perpetrar el crimen. . . ¡Falcón y su victimario! La policía y el anarquismo... Falcón pievió, porque tenía un sentido profun- damente argentinista de os problemas, el peligro que se cernía sobre nuestra ciudad y sobre nuestra Patria. . . Sintió con amargura el choque de las nuevas corrientes ideológicas encontradas. Supo darse cuenta de que nuestro país no es terreno propicio para los “ismos” exportados. . . que la Patria de San Martín y de Belgranc, de Rivadavia y Sarmiento, de Justo Santamaría de Oro y de Mamerto Esquiú, no puede conve: tirse en campo de experimentación, para el culcivo de doctrinas sin raigambre y sin tradición en nuestro suelo... Que la Argentina, constituye en el continente, una promesa y una realidad . . . Promesa de una democracia depurada y de jerarquización y realidad geográfica de espí- ; itu y unidad, indestructibles . . . Falcón fué un hombre de orden, porque fué un hombre de hogar. . . y fué un hombre de hogar, porque tuvo el culto de la ho- norabilidad y la hidalguía, traducidos en la adoración a Dios, el respeto a la familia y la veneración a la Patria. . . Tres virtudes que son el “santo y seña” y la consigna gloriosa de las dos instituciones a las que Falcón dedicó durante su vida, sus afanes y sus desvelos: el Ejército y la Policía. . . Por eso, la ima- gen de Fal ón debe perpetuarse en el recuerdo de las generaciones argentinas, como ejemplo y como símboo... Ejemplo de honradez, de abnegación, de pa- trioticmo. . . Símbolo inmortal, antorcha inextinguible, grito perdurable ante la amenaza y el peligro, que levanta su voz para decimos desde las riberas de la inmortahdad, que pese a desplomarse el 'cuerpo ante la bomba incendiaria o la tala homicida, el espíritu, el heroísmo, e' amor... no perecen ni se extinguen jamás... ¡Coronel Falcón! Los argentinos no te olvidaremos nunca y honra- remos eternamente tu augusta y que: ida memoria.

José M. González Alfonso

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L I B C 5

“AMIGOS Y MAESTROS DE LA JUVEN- TUD” por Manuel Gálvez.

AMIGOS y maestros de la juventud” está hecho ' con la sustancia sentimental de los recuerdos al igual que sus hermanas eminentes y clásicas ya en la literatura argentina : “Ju- venilla” de Miguel Cañé, “Tiempos Ilumi- nados” de Enrique Lar'reta y “Retablo es- pañol” de Ricardo Rojas. Pero no es un libro que como los citados idealice un tan- to la realidad y retenga solamente los ras- gos verdaderamente dignos de perdura- ción de sus modelos. No repite en su es- píritu la generosidad hombruna del ver- so del poeta : “La cidpa no fué de nadie y ya estamos todos viejos”. El autor ha pre- ferido hacer un retrato bien realista que, como aquellos daguerrotipos antañones que maravillaban a nuestros abuelos, es fiel, pero no favorece mucho a sus modelos. El barojismo, de Gálvez, tan perceptible en sus últimos artículos de “El Pueblo”, está ya omnipresente en el alma de estas páginas. Sólo en contados retratos de amigos la plu- ma del autor no destila sus recatados áci- dos y son ellos los de Carlos Octavio Bun- ge y Delfina Bunge de Gálvez, tratados por el autor con esmero de artista y simr pático propósito.

Pero estos amigos y maestros de la ju- ventud de Gálvez, cuya condición de tales no está acreditada en todos los casos de modo indubitable, no son en realidad el asunto de la obra. El autor transparece de- masiado por debajo de ellos para que no pueda ser considerada en justicia como una autobiografía escrita por un procedi- miento reflejo, una autobiografía en que estos autores deponen directamente o indi- rectamente acerca de la personalidad o de la labor literaria del autor, que es cierta- mente muy interesante manera de escribir una autobiografía y merecería ser concep- tuada como una, verdadera innovación en la materia.

Manuel Gálvez, cuya obra ingente ha fatigado la prensa en una producción in- cesante, ocupa un lugar distinguido jun- to a esa otra cumbre de la literatura ca- tólica argentina, tan pobre en esta rama

de las letras, que se llama Martínez Su- biría y casi tan fecundo como él, y no hay duda, que se ha vinculado por lazos de ca- maradería a los más destacados hombres de letras que hayamos tenido nunca y ha vivido en una de las épocas más brillantes e inquietas de la literatura argentina, la década que va de 1900 a 1910, cuando viejos maestros del pasado, gloriosamente supérstites, cedían plaza a jóvenes talen- tosos e iconoclastas, no sin librar antes des- comunales combates que alborotaban los cotarros.

Era la época en que bajo la égida de “La Nación”, Rubén Darío ejercía su magisterio poético, renovaba la lírica con los aires de Francia e injertaba sus ro- sas paganas en la encina española. Leo- poldo Lugones, escintilaba sus rimas e imágenes funambulescas, derrochando pu- janza vital en contorsiones y audacias que hacían bizquear de fastidio a retóricos y filisteos. Payró, Quiroga, Florencio Sán- chez, Joaquín de Veclia, Juan Pablo E cha- güe, Roldán, Ingenieros, Becher, y tantos otros trabajaban, soñaban, vivían una bo- hemia que si no era la que retratara Mur- guer, como afirma el autor, era un em- peño romántico, cerebral e inocente de vi- vir como por entonces vivían algunos ar- tistas de Europa. Más o menos todos aspi- raban a ser “raros” o porque por tal se les tuviese en los corrillos de la Gran Aldea.

El Buenos Aires, burgués, ostentoso y “noveau riche” de fines de siglo pasado y comienzos del presente, causaba a los inci- pientes escritores, dentera y grima y oca- sión sobrada para malsinar a troche y mo- che de cuanto tenque se les presentara a la vista, sin perjuicio de pasarse al enemi- go en la primera oportunidad, pero no sin derrochar, mientras tanto, talento en epi- gramas y frases. En los “Versos de Año Nuevo” de Rubén Darío hay una “sauda- dosa” evocación de todos esos afiebrados soñadores que concluían con el correr de los años en buenos “papás” y hasta en “mi- llonarios”.

Ese es el Buenos Aires y esos son los hombres que pinta Gálvez en “Recuerdos de la vida literaria. “Amigos y maestros de la juventud” . Una pintura asaz verista

y por lo tanto, con frecuencia, triste. Nos- otros hubiéramos preferido menos verdad real y más verdad artística, es decir, ese procedimiento que acicalar, sabiamente su- primir lo demasiado humano, lo que no in- teresa, porque aun calladas las flaquezas se presuponen y expresadas no condicen con esa caridad y generosidad que parece re- clamar el pasado. Cuando la muerte borra de la vida a los hombres lo que importa no son los defectos que pudieron tener sino las virtudes si las hubo. Debiera haber siempre un sentido constructor y ejemplar en la redacción de l memorias. No todo re- cuerdo es viable. Bien ha dicho Gradan: “No todas las verdades deben decirse-, unas porque me importan a mí, otras porque a otro”. Y no es que Manuel Gálvez no ha- ga algo de justicia a los grandes méri- tos de sus amigos y maestros. La hace Pero siempre la mención de algún caso o cosa viene a deslucirlos y ella queda des- agradablemente como vulturina tullidura sobre una cima.

Sentimos en verdad hallar estos lunares en una obra por otros conceptos estimable. Pero, ante todo, nos debemos al lector y a la verdad antes que a la fama y el respeto que nos merezca el escritor, caso en que se encuentra Manuel Gálvez a quien admira- mos sinceramente.

Lea el lector “Amigos y Maestros de la juventud” y estamos seguros que en- contrará solaz y el semblante de una épo- ca porteña que nunca más ha de volver.

“LA POLITICA ARGENTINA Y EL FU- TURO DE AMERICA”, por Enrique

Ruíz Guiñazú.

Cuando la política internacional produce literatura puede aseguraise que las cosas no marchan como sería de desear y que naciones o personas necesitan absolver po- siciones, como se dice en términos foren- ses, con miras a propiciarse el dictamen del futuro. Por eso, con todo y apreciar debi- damente la claridad, sinceridad y elevadas intenciones de este libro y estimarle sobre- manera oportuno y conveniente, hubiéra- mos deseado, en bien de nuestro país, que su autor ni nadie tuviese nunca ocasión de escribir nada semejante. Diplomacia que se explica y justifica es negocio que se ha enredado y que al final dejará un saldo melancólico.

A veces, naturalmente, no está en manos

humanas conducir a términos de benevo- lente comprensión las complicadas relacio- nes de los pueblos. Imponderables de des- confianza, de resquemores y prejuicios in- terfieren tenazmente las ocasiones de mu- tuo entendimiento, precisamente frente a problemas vitales, y el imperio de ideas- fuerzas hacen hablar idiomas distintos a los hombres. Este es el caso de la política continental sustentada por nuestro país frente a la concepción norteamericana de esa misma política en el actual conflicto bélico y esas las gestiones que ha tenido que encarar y los inconvenientes que ha debido afrontar el ex canciller de relacio- nes exteriores de la República Argentina doctor E. Ruíz Guiñazú.

“La política argentina y el futuro de Améiica” es la exposición prolija de una difícil gestión ministerial en el concreto caso de entender y ejercitar la solidaridad continenta1, salvando al mismo tiempo los inalienables derechos de la soberanía harto comprometidos por la presión del más fuerte sobre los más débiles.

Comprendemos perfectamente que para hallar soluciones instantáneas y concilia- doras de todos los intereses habría sido necesario no ya el talento, sino lo imposi- ble el genio y la fortuna. Debemos confor- marnos entonces con que la gran inteli- gencia, la experiencia y el patriotismo del doctor Ruíz Guiñazú hayan salvado los principios secularmente sustentados por nuestro país en sus relaciones con todas las naciones del mundo.

Pero este libro no es simplemente una memoria de cosas que pasaron, es también un sincero intento de “desatar el nudo y no cortarlo”, según propias palabims, mi- rando y estimulando a contemplar cómo cii cunstanciales e influidas por una men- ta'idad de guerra los bruscos gestos e in- adecuadas actitudes de la gran Nación ha- cia la altiva república del Sur de América. Contiene asimismo este libro sugestiones para rever y perfeccionar el panamerica- nismo, en el futuro, evitando la gradual de- tonación de lo que en sus orígenes fue noble y sentida aspiración de todo el con- tinente.

El autor ha pensado sensatamente que la República Argentina debe salir del actual impasse en que se halla frente a Estados Unidos, y que el hombre de la calle debe tener todos los elementos de juicio para

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orientar su criterio. Aquí están, pues, no sólo sus pasos por las cancillerías y por las conferencias intei nacionales, no sólo sus cambios de ideas con diplomáticos extran- jeros, conversaciones y correspondencia, documentos y conclusiones, sino también sus actuales puntos de vista y sus previ- siones para el futuro. Mira al continente como a una gran patria; halla posible y deseable el entendimiento con EE. UU. y se muestra siempre como el celoso defen- sor de la soberanía y la libre determina- ción de los pueblos.

Cree que, para la consecución de todos estos propósitos y aclarar debidamente la atmósfera internacional, debe eliminarse ■“la propaganda sistemática que ha vocea- do una postura internacional argentina en la que nunca se ha encontrado. Porque si la política de la neutralidad ha sido fiel al dictado de una conciencia y de una tra- dición rectilínea al presente, la ruptura de relaciones con los países del Eje que ja- más fué descartada como posibilidad tie- ne el sello de lo irrevocable”. Dice bien el

doctor Ruíz Guiñazú, y nos parece que en esa eliminación que propicia debe proce- derse sin contemplación contra todos los extremismos, pues tanto el de izquierda co- mo el de derecha traen el agua a su molino con evidente perjuicio «para el buen enten- dimiento.

Las actitudes internacionales de los pue- blos deben ser una continuidad y no cam- biar con los hombres que pasan por las re- piesentaciones de los mismos. Y se podrá sostener y aun demostrar que el doctor Ruíz Guiñazú ha sido un tanto rígido en la interpretación de los principios; que le ha faltado esa superior habilidad para con- ciliar los opuestos sin menoscabo de nin- guno. Pero siempre se habrá de convenir que, de acuerdo a su recto saber y enten- der, obró como bueno, con patriotismo y equidad, y devolvió la dignidad de la na- ción que se le había confiado, sin reproche y sin tacha. El libro del doctor Enrique Ruíz Guiñazú debe leerse y meditarse.

Editó Huemul.

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Aquilino Casaba Panizza

QUILINO C a s a z z a Panizza se ha consa- grado y sin exagerar puede afirmarse que forma ya parte de esa pléyade prestigiada de artistas del pinc< l , que honran nuestro suelo.

Hablar de calidad en arte, es discri- minar acerca de un problema de valo- res, el cual encuentra su justa equiva- lencia. en el campo de las relaciones es- téticas.

Nada hay más hermoso para el espí- ritu, que enfocar estos valores desde el mundo imaginario de estas realidades aparentes e idealizadas, después de un proceso de elaboración íntima. Dichos valores adquieren por la luz, el color y la forma, la vida que necesitan para transmitir las vibraciones desde el marco aparencial de toda una realidad subjetiva y emocional.

Situar a Casazza Panizza, en la tra- yectoria casi inicial de su carrera artís- tica, es reflejar aquellos instantes que pertenecen al recuerdo, que parecen prendidos sin medida de tiempo, en el espacio, en mi retina y mi memoria , los que hoy estimo revivir e intento di-

bujar en este esbozo de crítica de arte, un tanto personal, porque me compren- de una de las generales de ley. Aun así, considero que la forma particular de su labor, me expresa en todo instante, lo que puede la voluntad. De no haber na- cido con esta condición tan suya, en co- munión espiritual y permanente con una personalidad fuertemente emotiva, todas las hermosas vibraciones de la escala cromática que surgen de la pa- leta de Casazza Panizza, tan persona- les como impregnadas de sugestión; (su sensibilidad frente al paisaje) no habría encontrado la expresión soñada y se en- contraría hoy adormecida tras unos trazos perfectos, de tonos grices y fríos, en contraste un tanto violentos de la gama de colores que van del amarillo luz hasta el púrpura, pero sin vibracio- nes expresivamente cálidas.

Así era cuando le conocí.

Se afirma que “la intuición artística, es siempre intuición lírico”, (1) y el arte así definido se hermana a estados espirituales de elaboración íntima. Nun- ca he podido estar más en contacto con

(1) Benedetto Croce. “Breviario de Estéticas- Buenos Aires. Espasa-Calpe, 1938. p. 42.

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esta sensación intuitiva que, siguiendo los dictados de esta inspiración. Paniz- za manejaba los pinceles y componía los colores en su paleta. Y abstraído parecía estar bajo la advocación de un ángel bueno que le protegiera. Entor- nando los ojos, al frente el paisaje, transportaba a la tela con trazos alados y ágiles, las impresiones retínales ela- boradas, y en cada pincelada de color, surgía la gama cromatizada de todos los tonos del verde que tanto ama e in- terpreta de la naturaleza.

Entre sacrificios de toda índole e in- tensa disciplina, sin dar tregua a sus horas de labor, definió su técnica.

Un día recibí unas líneas suyas, como siempre, abundante de adjetivos y cali- ficativos; la inquietud de su espíritu trasuntaba de las frases recortadas por el entusiasmo inquieto por hallar una definición a su sentimiento. Decía: “lu- nes, día en que todavía me encuentro en Tandil, salí con un pintor de esta

localidad, un viejo amigo, a “explorar" , y he visto cada cosa, sobre todo unas callesitas serranas preciosas” . . . Co-\ menzó su carrera pictórica, enamorado de estas callesitas como motivo de su inspiración, las buscó en los pueblos serranos, en el éjido de los pueblos sub- urbanos, en los barrios típicos que con- servaban fuertes rasgos costumbristas, y ellas fueron los primeros peldaños de su carrera artística. Rememorar aque- llas callesitas, en las horas de sol casi vertical con impresión de lejanía o re- codos impregnados de extraña suges- tión, es ponderar el valor estético que adquiere la imagen al ser considerada con un criterio de intimidad.

La función propia de la obra de arte, consiste en manifestar el carácter esen- cial, o al menos un carácter importante del objeto visualizado tan preponderan- te y tan destacado como sea posible. Para conseguirlo debe el artista anu- lar todo lo que le oculta e incidir en los

"humildad óerrana"

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rasgos que muestran la cualidad sobre- saliente del motivo. Tratando así de en- trar en la intimidad del tema, Casazza Panizza en contacto 'permanente con el paisaje, sabe recortar la belleza, bus- carla e interpretarla podada de todos aquellos valores secundarios que no suman al conjunto armónico.

De las mañanas frías, toda la sensa- ción ambiental en el color ; y en las no- ches, la serenidad, todas claras de lunas presentidas , impregnadas de sugestivos silencios.

Ama el “ranchito criollo”, en todas sus formas típi- cas, de adobe y te- ch ado de paja ; hasta el norteño de tejas, llenos de color y poesía gau- chesca; en t o d o s ellos hay algo del cariñoso historial de la tierra crio- lla.

¡Quién ha olvi- dado, sus bellísi- mos grabados,

“Alero”, “VespA- ral”, “Casa histó- rica de Caseros”, en los que la, maes- tría y el equilibrio en la técnica del dibujo, como su lograda perspectiva sorprendieron y entusiasmaron!

Se dijo, sin embargo que, Panizza co- mo dibujante era algo “arquitectónico” ; no hay tal cosa, es más bien error de conceptos; maneja con habilidad sor- prendente todos los secretos de la téc- nica del dibujo y tiene un conocimiento profundo de la perspectiva y una noción precisa de lo i dimensión dentro de la forma; por eso todas sus telas produ- cen sensación de volumen y profundi- dad. Maneja los planos y los términos, los que no repite y distribuye en valores que no atenten contra la armonth del conjunto.

Del paisaje extrae el color, que trans- porta en forma maravillosa. Nunca com-

pone > en su n atelier ”. Es el paisajista que vive en contacto con su modelo. José León Pagano, en una de sus críticas de arte, afirmó; “modesto, laborioso, se impuso una misión a la cual ha perma- necido fiel: la de interpretar el paisaje de nuestra tierra, de llanura, de monta- ña, y darnos de cada aspecto una ima- gen sentida y vivida”.

Hacía algunos meses que no le veía; el anuncio de su arribo de tierras nor- teñas produjo en mi un deseo casi in- contenible de conocer su labor, realiza- da durante su jira, tanto más que se anunciaba próxi- mo el acto inaugu- ral de su exposi- ción. Fui una ma- ñana, hasta su do- micilio particular, guiado por un pre- sentimiento que pronto se convir- tió en realidad cuando, al recibir- me, una sonrisa ampl i a dibujada en su rostro dela- tó la seguridad de algo hermosamen- te s a t i sfactorio. Así fué. Allí esta- ban las telas que desfilaron ante en visión armónica: todo lo bello que la luz puede realizar con el color y la for- ma.

Al abandonar su casa, embargado to- davía por tanta belleza sugestiva, pensé que Casazza Panizza terminaba de lo- grar el equilibrio perfecto de sus fuer- zas, alcanzando cumbres parejas en su arte. Contradiciendo palabras que al instante recordé haber leído en un libro de don Ramiro de Maeztu y que si bien no fueron expresadas para hacer con- sideraciones acerca del artista a que me refiero, bien vale su aplicación para medir la amplitud de un concepto; Ca- sazza Panizza, es un “Don Quijote, que no ha puesto sus sueños más arriba que sus medios de realizarlos” .

Callecita a les cerros

Aurelio Víctor Cincioni

Ha vuelto ha presentarse ante el pú- blico porteño, con una muestra indivi- dual, el conocido paisajista, Aurelio Víc- tor Cincioni. Lo ha hecho esta vez en la Galería Witcomb y con una serie de paisajes de la serranía cordobesa. Hay en ellos un derroche de luz. Siempre en los cuadros de Cincioni el personaje principal es la luz. La luz que se re- fracta y desvanece en una gama varia- da de matices sobre los seres y las co- sas. Y como el color de un instante dado es un recuerdo en el siguiente y Cincioni un sincero, hay en su pintura no poco de estado de ánimo, que en de- finitiva eso es el paisaje o mejor para reptir la afirmación de Gautier: “el paisaje es un estado de ánimo”. Visio- nes de la serranía cordobesa, constitu- yen, esta vez como otras, ¡a temática de Cincioni, en puntos tan pródigos en naturales encantos como Tulumba, Ca- pilla del Monte, Los Cocos, Valle Her- moso y Agua de Oro y debe decirse que la sensibilidad del pintor se acuerda perfectamente con esos paisajes lumi- nosos y llenos de color.

El registro de Cincioni es amplio.

Pasa con igual maestría de los efectos de sol y de luz cruda a la gama de los más finos grises, a atardeceres y noc- turnos de sutil emoción. Existe en su pintura un afán de captar los juegos múltiples y fugaces del color que ha hecho ágil su pincelada y acabado el oficio. Sobre cielos y profundos proyec- ta la mole amoratada de las serranías, la fronda de los árboles o el garabato aéreo de los ramajes sinfonizando dies- tramente los efectos, con una clara no- ción de masas y de espacio.

No sólo el óleo es familiar a Cincio- ni sino que maneja con igual maestría el temple y la aguada. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en esta expo- sición donde figura un' cuadro al tem- ple y también en el Salón de pintura al agua de Nordiska donde Cincioni se hace presente, gallardamente, con dos temples de excelente factura.

No nos cabe la menor duda que este trabajador tan bien dotado ha de lo- grar en su arte muy brillantes triun- fos todavía. Asciende a su cénit y nos- otros auguralmente le tributamos nues- tro aplauso.

M. S.

'"Vdediodia'' ( Tulumba )

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MERCEDES MOLINA Y ANCHORENA

presidenta recientemente electa de la Aso- ciación cuya obra reseñamos en estas pá- ginas; bien conocida en el mundo de las letras, donde se ha señalado por su asidua colaboración en revistas de gran prestigio, tales como “Criterio”, y miembro destacado de la Acción Católica Argentina.

Un lustro de actividad en favor del Apostolado Intelectual Femenino:

La Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas

9NICIA la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas una nueva etapa en su fecundo apostolado, a raíz de la renovación de sus auto- ridades que con visión certera encaminaron la actividad literaria en el campo femenino católico de nuestra patria. En efecto, surgida a iniciativa de la prestigiosa escritoia Lucrecia Sáenz Quesada de Sáenz, hace algo más de un lustro, tuvo por virtud aglutinar el esfuerzo de las mujeres intelectuales en una obra de conjunto que ha dado ya benéficos resul- tados. Basta para comprobarlo recordar los dos volúmenes colectivos dados a publicidad, uno de los cuales estudia el Matrimonio en sus varios aspectos, es- tando el segundo dedicado a evocar la figura del Cardenal Pacelli, en ocasión de cumplir sus bodas de plata episcopales el Pontífice reinante (1). Dichas pu- blicaciones merecieron la más favorable acogida de nuestro público y por parte de autorizados críticos literarios las más elogiosas alabanzas.

l*í'o se limita la acción de la entidad que nos ocupa a la labor escrita de sus socias, muchas de las cuales se destacan como oradoras de nota. De ahí que tuviera particular resonancia la acción desarrollada a través de ciclos de con- ferencias radiotelefónicas sobre temas religioso-sociales, y la labor de divul- gación de la doctrina de la Iglesia en sus múltiples aplicaciones a los problemas de la hora actual.

(1) “Pío XII (2629 Sucesor de Pedro)”. Editorial Huemul.

El lema de la Asociación “Veritatem facientes in cbaritate” hacer la verdad en la caridad habla bien alto de los fines nobilísimos que se asigna en su acción y del espíritu que anima todas sus empresas. Como lo expresaba la ya citada Señora de Sáenz al constituirse la Asociación en la Panoquia de San Benito cuna de la Asociación, que cuenta con el prudente consejo del Asesor, el R. P. Andrés Azcárate, O. S. B. “nuestro carácter de escritoras católicas que supone ya en nosotras el afán y el deber de! apostolado literario, debía forzosamente llevarnos a buscar, para ese apostolado, la colaboración de todas, la fusión de todos los esfuerzos en favor de la defensa de la fe, que es asimismo la defensa del bien, de la moral y de la belleza de la vida. Nuestro carácter de escritoras católicas debía llevarnos también a buscar el apoyo mutuo, la ayuda que unas a otras nos podemos dispensar, porque es indudable que poco o nada es lo que se ha hecho hasta la fecha en pro del escritor católico —tantas veces con- denado al ostracismo y al olvido y que es esquivo el triunfo para quien ha de imponer a su pluma, como condición indispensable la limpieza, y a su espíritu como norma, la elevación de miras”. Y agregaba a estas acertadas palabras cuanto sigue: “precisamente, para no caer quizás en la tentación del trabajo fácil que se abre pronto camino, o del que despierta una malsana curiosidad, hemos de animarnos con el trato recíproco, e intentar robustecer al mismo tiempo la inteligencia y el corazón, a fin de que, templada la una en el estudio concien- zudo, y fortalecido el otro en la piedad, podamos cumplir en la medida que Dios desea de nosotras, la misión que El nos ha confiado: misión noble y grande que comprende el sembrar la semilla fecunda de las ideas buenas, y el contrarrestar la influencia nefasta de las malas ideas; el abrir brechas de claridad en las mentalidades y el trazar senderos luminosos por entre la maraña de la confu- sión reinante, por esa fatal desorientación que es sello y castigo de la edad moderna”.

Es de hacer notar que lejos de limitar su benéfico influjo a nuestra patria, la Asociación ha establecido sólidos vínculos con las naciones hermanas, como lo atestigua una reciente reunión de confraternidad en la que se agasajó a dele- gadas venidas del Perú y de Chile con motivo del IV? Congreso Eucarístico Na- cional. En dicha reunión nuestra colaboradora, la Srta. Josefina Molina y An- chorena - hermana de la actual presidenta hizo una amplia reseña de la labor cumplida, a la vez que historió el origen de esta agrupación que ofrece gran semejanza con otras similares que a través del mundo persiguen idéntico fin. Le cabe a la Argentina el honor de haber sido la primera nación latino-ame- ricana que viera surgir una asociación que agrupe a todas las mujeres de letras que cifran su gloria en poner su pluma al servicio de la más noble de las causas cual es la de la Iglesia, contribuyendo eficazmente a la extensión del reino de Dios sobre la tierra. Son significativos a este respecto los términos empleados por el Emmo. Cardenal Maglione en carta dirigida a la presidenta, Srta, Mer- cedes Molina y Anchorena, cuando al acusar recibo del envío de su obra “Pro- yecciones del Vía Crucis en nuestros tiempos”, expresaba en nombre de S. S. Pío XII los plácemes del Santo Padre por los “sentimientos de filial devoción hacia la Santa Iglesia y hacia su jefe que habían guiado su pluma” al glosar en adecuadas meditaciones en torno a los dolorosos misterios de la pasión que se contemplan en la vía que conduce de! Getsemaní al Calvario los prin- cipales párrafos de su Encíclica inaugural Sumnni Pontificatus.

Y bien cabe decir que el supremo anhelo de cuantos integran esta asociación no es otro sino servir, en conformidad con aquella palabra de un gran maestro de los intelectuales y escritor egregio él mismo, el R. P. Yves de la Briére que tanto alentó el apostolado intelectual entre nosotros ; “Servir a Dios y no ser- virme a mí, servir en el trabajo y aun en el sufrimiento si es preciso. Servir en Cristo, para Cristo, con Cristo, olvidándome de mismo en El, para hacerlo vivir en para los demás, en el destello y el gozo de la gloria de Dios”.

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Entre las obras en preparación merece mencionarse el próximo volumen colectivo al que se dará el carácter de recuerdo del Congreso Eucarístico que con tanto fervor y con fruto perdurable para las almas y la sociedad acaba de reali- zarse en nuestra metrópoli. Amén de la parte doctrinaria que estudiará en su faz teológica el modo de presencia de Cristo bajo las especies sacramentales ; cons- tará ese libro de una valiosa información en lo que respecta a la historia de los Congresos Eucarísticos Internacionales y Nacionales, su origen y finalidad, sin olvidar las impresiones y ecos que está destinado a prolongar, y que serán refle- jadas en sus páginas por escritoras de gran valía, entre las que nombraremos a la autora de la letra del himno oficial del Congreso Eucarístico del año 1934, Sara Montes de Oca de Cárdenas cuyos acentos han resonado nuevamente bajo la cúpola del cielo argentino al elevarse en alto sobre la ciudad la custodia que un día llevó en recorrido triunfal por nuestras calles el Jefe supremo de la Iglesia:

“Dios de los corazones,

Sublime Redentor,

Domina a las Naciones Y enséñales tu amor!

Y cálidas notas De timbre argentino Saludan tu hechura De Dios escondido”. . .

Entre los miembros de la Asociación las hay cultoras de los más variados géneros: desde la novela hasta el libro de cuentos, desde el ensayo hasta la bio- grafía, y desde el estudio científico hasta el libro de relatos para niños, ningún género es extraño a las escritoras que la integran. Básténos citar en confirma- ción de lo dicho, para no repetir nombres ya citados , a Delfina Bunge de Gálvez, a María Magdalena Fragueiro Olivera, a Erna Solá de Solá, a Eugenia de Oro de Núñez, a Hortensia Margarita Raffo, a Beatrix Gallardo de Ordóñez, a María Raquel Adler, Sofía Molina Pico, Mercedes de Iriondo, Concepción So- neyra de Victorica y a otras muchas que por la brevedad a la que nos obliga' esta nota, nos vemos en la imposibilidad de enumerar.

En lo que respecta al intercambio intelectual entre las naciones america- nas, no puede menos de señalarse la eficaz actuación de la delegada argentina ante la Comisión Interamericana de Mujeres en la reciente Conferencia celebrada en Wáshington que contribuyó grandemente a afianzar los vínculos de solida- ridad que unen a las mnjeres de ambas Américas deseosas de trabajar por un porvenir mejor y que dan a su labor un alcance social que se traducirá en acción benéfica para todas las naciones. A la Srta. Angélica Fuselli también colabo- radora nuestra y bien conocida por sus obras en prosa y en verso cupo des- empeñar tan eficaz cometido, a la vez que hacer conocer los valores argentinos en sendas conferencias en que destacó el incremento del movimiento intelectual alcanzado entre nosotros.

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Y cabe agregar que los frutos que es lícito esperar de esta acción conjunta han merecido la aprobación de la más alta autoridad de la Iglesia, el Santo Pa- dre, quien a raíz de una exposición verificada en 1939 de obras publicadas por mujeres católicas del orbe entero en los más variados idiomas, expresó no sólo su complacencia por este homenaje tan significativo, sino que auguró que esa acción se viera premiada por las más abundantes bendiciones divinas, otorgando su bendición a cuantas habían intervenido en la organización de la misma como prenda de consuelos y favores celestiales. ¿Será menester agregar que el mismo Pontífice, entre los obreros más eficaces de la tan ansiada restauración social, otorga un puesto de preferencia a los escritores, señalando como una de las formas de apostolado más gratas a Dios la que se realiza mediante la palabra y el escrito?

Por ello auguramos bien de la labor futura de esta joven mas ya floreciente Asociación, que suma su esfuerzo al de tantas instituciones meritísimas que, respondiendo a las más diversas necesidades, y con métodos propios, procuran instaurar el reino de Cristo en la sociedad y orientan a nuestros coetáneos por los verdaderos caminos. Nuestra confianza se funda, por una parte, en la tarea ya cumplida, por otra en las garantías que ofrecen las intelectuales a cuyo cargo está la orientación de ese apostolado colectivo.

De ahí que al presentar nuestros parabienes a la Comisión que inicia sus trabajos, hagamos nuestro el cristiano voto de que obra tan bien iniciada, el mismo Señor la haga prosperar y florecer para bien de la Iglesia y de la Patria.

F. Caballero

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El final de Alvar Gutiérrez

ESTAMPA MEDIEVAL Sobre un tema de Luciano(1)

OR tierras de Zaragoza, entre Palomar y Aranda, según se va hacia Calcena, existe un campo quebrado donde en tiempos de Alfonso el Magnífico, rey de Aragón, se levantara el castillo de los Alvar Gutiérrez.

Hoy las mismas ruinas han perecido, etiam ruinae est perier, y apenas si de vez en vez algún pastor de los que por esos sitios apacen- tan ganados, descubre, medio soterrados entre malezas, los cantos mo- hosos y carcomidos de un sillar.

Pero, más persistente que la piedra, la inmortalidad de humo que es la leyenda, en boca de lugareños suele revivir impronta de la nada hombres y cosas extinguidas.

Víctima de extraño mal yace en su lecho Jaime, el primogénito del barón de Alvar Gutiérrez. Nadie sabe qué adolece. Los más expertos físi- cos que le visitaron no pudieron determinar el mal que a ojos vista le acaba y enmegrece, devora su cuerpo, hundiéndole las órbitas, demacrán- dole el semblante y turbándole el ánimo. Ayer no más era un mozo lozano y fuerte, el vivo retrato de su padre, rudo señorón de horca y cuchillo, que a los cincuenta años fatiga los montes en constantes cacerías. Hoy, don Jaime es un espectro pálido y tembloroso. Vaga lamentable por las gale- rías del castillo o por días yerra por los montes yantando con pastores y durmiendo en cabañas.

Por los pueblos se habla de embrujos y se le llama, el hechizado.

Mucho preocupa al barón de Alvar Gutiérrez la salud de su hijo. El es su mayorazgo, lograda esperanza de brillo y prez para su linaje; joya viva que le dejara al partir, hará veinte años, su primera mujer. Por eso, en trance de perderlo el carácter áspero de ordinario, tórnasele violento, insoportable casi para vasallos y servidores. Solamente doña Elvira, su bella esposa actual, logra aplacar por instantes las brutales explosiones de su genio.

(1) Luciano de Samosata: “La diosa de Siria”.

Ella, solícita, está en todo: pese a sus jóvenes años, buena castellana, rige con acierto el tragín de la servidumbre, lenifica el ánimo de su ma- rido y señor con palabras esperanzadas. Para el enfermo tiene ternuras de madre. Doñeguil vésela ir y venir por las estancias altas y severas, bajo las pétreas arcadas del castillo, leve de planta como un ángel, rubia como la primavera.

En veces el enfermo dícele con suavidad y gravedad turbadoras:

Señora, doña Elvira, que no pareces la mi madrastra. . . ella en- tonces huye riendo y el cuitado la sigue con ojos que abrillanta la fiebre y el agradecimiento dulcifica.

Evandro, sólo Evandro, podrá curarte suele opinar a las vegadas el barón de Alvar Gutiérrez . Esta recua de albéitares que se dicen men- ges y físicos, mal podrían hacer cosa alguna si nada saben. Evandro, en cambio, es un mago. Tengo noticia de su mujer que aína estará de vuelta del viaje por Italia.

El enfermo desconfía con una sonrisa lánguida.

crees, padre, que atal podrá curarme?...

Atal, sin duda y la barba del barón, moviéndose afirmativa, es oro sobre el velarte oscuro de la túnica.

Evandro ha llegado. Hidalgo de privilegio en mérito a su ciencia y por favor del rey es vasallo de el de Alvar Gutiérrez y tiene casa en los aledaños del castillo. Apenas quitado el polvo del camino acude al llamado de su señor. Hijo de uno de sus collazos Evandro débele al castellano su condición actual; su ciencia es obra suya, sus dineros le valieron viajes y maestros: ahora tócale pagar algo su deuda, ahora que es el mago de la salud según la fama.

Elsa, su mujer, apenas quitado el polvo del camino, con el beso de la bienvenida le va enterando muy por lo menudo. Ella, que por su picante donaire y genio alegre es buscada compañía de la baronesa, doña Elvira, lo sabe todo.

A lo que creo dícele entre mohines adorables el cuitado don Jaime está en grande peligro de fallir. ¡Si le vieras!. . . no es ni sombra de aquel rapaz trefudo que dejaste. La triste agranda sus ojos que húnden- se en las órbitas. Su palidez es de cera. Yerra por los campos, estágie! mano en mejilla atalayando en las almenas o por días yace en el lecho, caviloso y sañudo. No juega las armas, ni caza, ni ama ya los aleones ni los perros.

Evandro, cenceño y fuerte, imponente en su traje de oscuro tercio- pelo, oye al parecer atento, las noticias que su mujer la da. Pero sus ojos profundos sólo se fijan en los labios carnosos y bellos de Elsa.

Mi señora, voy allá y la deja desconcertada con un beso, ma- riposa de amor en los labios floridos.

Tierra cercada y castillo de murallas pétreas. De los primeros que se hicieron en España, ingente fábrica levantada por el primer barón del título, padre del actual castellano, fardida lanza que hizo nobleza derra- mando a ríos sangre de moros y de cristianos.

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El nido feudal, destácase pétreo y cimero contra el cielo azul de la mañana. Evandro, al acercarse, no puede menos que admirar su aploma- da grandeza. De pronto, le distrae el son de un cuerno que asaeta el aire y los oídos. Se escucha rumor de armas y de caballeros y crujir las cadenas del puente levadizo. Mensajero del rey ha llegado. Mensajero que convoca a lid con el moro a los caballeros del reino, empresa de mucha monta para el honor y el provecho.

Evandro, que ha llegado en el torbellino sonoro de los hombres de ar- mas y entre la algarada de la chusma, recibe las nuevas de la propia boca del barón de Alvar Gutiérrez. El noble señor tiene al igual que los suyos encendida el alma de bríos: brazos y corazones ya están templados para la pelea. Pero, el negocio de Evandro es otro, y así pide ver sin demora al doliente don Jaime.

La encuentra con una súplica en los labios. Ya conoce las nuevas y quiere partir con la mesnada.

Dexarme ías? pregunta con ruego su padre.

Aquí está Evandro. Qué él te cure y ello será. Hay un mes para el apresto responde grave el castellano.

Evandro, entre tanto, no ha perdido el tiempo. Sus ojos han observado acabadamente el aspecto del enfermo. Hace preguntas, palpa, mira, y al fin, dice:

Raro daño el tuyo, don Jaime y no aparta de él sus escrutado- res ojos verdes raro a fe. Una fiebre te consume y estás frío. La debi- lidad te tira sobre el lecho y quieres salir al campo a combatir. Hablando con el barón y doña Elvira que acaban de llegar, agrega Mis señores nada puedo deciros por ahora. Necesito permanecer en el castillo. Enviad recado a mi mujer para que ella venga y me acompañe. Perdonaréis és- to. . . mi ausencia ha sido larga, mi tiempo es medido, y debo partir para la corte.

En el silencio de la habitación se alza de nuevo regatero el ruego de don Jaime que quiere partir con los soldados.

Dexarme ías, por Dios, dejarme ías?...

Han pasado días. Las herrerías del castillo atruenan batiendo el hie- rro de las lanzas, los escudos, los arreos, en la fiebre del apresto. Van y vienen chalanes negociando caballos. Ahora siempre está bajo el puen- te levadizo para facilitar el movimiento de las gentes que se hacen paso a gritos entre chiquillos y perros. La partida es inminente.

Entre el tumulto, las parlerías y los donaires de Elsa tienen anima- das y risueñas las mujeres del castillo. Hasta la castellana, doña Elvira, olvida un tanto las zozobras que la guerrera empresa despierta en su co- razón, la enfermedad de don Jaime, el rudo humor de su marido, para reír las gracias de la dueña.

Don Jaime mira los preparativos con ojos melancólicos. En veces toma las armas, embraza el escudo, juega la ballesta, pero se fatiga, se hastía y cae de nuevo en sus negras melancolías; sus halcones y neblíes están grasos e inactivos en las jaulas; sus perros languidecen a la espera de las correrías por el campo.

Con ansiosa mirada síguele su padre. El barón de Alvar Gutiérrez está de peor humor que nunca. Evandro tampoco ha podido determinar el mal de don Jaime, ni procurarle remedio. Presagios siniestros parecen

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cernirse sobre la vida de su heredero y el porvenir de su casa. Impone el deber partir y el corazón quedarse; piensa por primera vez en trance de almogavarear, que las batallas traen la honra y los provechosos pero también los lutos y el olvido y su esforzado ánimo se estremece. Por eso rechaza indignado los ruegos de don Jaime que porfía marchar con la mesnada.

Folya exclama viéndole tan laso que apenas si se tiene de pie.

Evandro, comprometido en ku fama, persigue con tenacidad los hilos del enigma, el mal de don Jaime. Afiebrado, busca explicaciones, ensaya remedios y se angustia de los resultados.

Un día el enfermo le está rogando que medie con su padre para que le deje partir a la pelea.

Es mejor muerte dice don Jaime acabar en el campo con la espada en la mano junto a caballeros, que no en el lecho, entre mujeres.

Evandro no se cura de su charla, promete, sí, distraídamente, para no cumplir. Y su mano está cariñosa sobre el pecho del enfermo: así se hará, se cumplirán esos deseos ; sobra razón. Pero, de pronto, la mano de Evandro, toda sensibilidad se pega al pecho del enfermo; algo nota que al tiempo hácele volver la cabeza. Por el vano de la puerta se ve en el corredor pasar a doña Elvira, y que sonríe desde lejos al enfermo. Con gran prisa llámala el médico, que tiene posada siempre su mano cariñosa en el pecho del enfermo.

Señora, mi señora; haced gran merced: una manta para los pies de nuestro enfermo. Así, señora. Cumplido está el servicio.

Oh, y vos, doña Elsa . . . venís que ni mandada por el cielo. Alcan- zad un poco de esa pósima a nuestro don Jaime.

La mujer de Evandro que ha llegado cumple lo pedido con una de sus sempiternas bromas en los labios. Sonríe el enfermo y es feliz. Bebe sin protestar el inopinado brebaje.

Gracias, señoras.

La cuidada mano del físico es como de mármol en los rojos coberto- res. Reposando sobre el pecho del enfermo su inmovilidad es perfecta.

Un ruego todavía, doña Elvira dice Evandro , arreglad un poco la cabecera de este lecho.

Don Jaime envuelve a su madrastra en una mirada en que el agra- decimiento es casi luz.

Por fin retira el médico su al parecer ociosa mano. Las mujeres sonríen junto al lecho. Evandro también; ya es otro hombre; está locuaz; se restrega las manos satisfecho.

—Amigo mío --dice el enfermo , casi te aseguro que marcharás al lado de tu padre contra los moros. ¡ A f e de Evandro ! . . .

Es la víspera de la partida. La tarde pinta de sol los muros del cas- tillo. En los patios se espesan sombras melancólicas. El barón de Alvar Gutiérrez está en un aposento, sentado junto al hogar apagado, dos gran- des dogos se adormilan a sus pies. Está esperando a Evandro, cuya pre- sencia ha requerido. Quiere averiguar la suerte del enfermo. Al cabo se oyen los pasos de éste sobre las losas y comparece en actitud respetuosa.

Mi señor dice inclinándose conozco el motivo de tu llamado.

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No te di noticias de la salud de tu hijo. Y bien, hora es ya de hablar claro.

¿.Conoces su mal?

A fe de Evandro. Parece un mal terrible. No es daño del cuerpo. Su enfermedad está en el alma.

¿En el alma? y el barón alza hacia el médico su barbada faz, mirándole con extrañeza, éste prosigue.

Del alma sí. Le quema el corazón una pasión ilícita el médico se exalta a medida que habla—. Muere de callar, de sofocarla en el pecho. Por esto se atosiga, agotándosele las fuerzas y se le enmagrece el cuer- po.. . y va a morir, pues nunca peno al decirlo, barón de Alvar Gutié- rrez— , nunca podrá satisfacer esa pasión . . . como la sorda lucha el médico prosigue . Diciéndolo presto don Jaime se ha enamorado de doña Elsa, mi mujer. . .

Estás beodo, Evandro . . .

Quisiera estarlo. . .

Tu explicación es necia, físico. . .

No se es muy cuerdo a los veinte años. . .

El castellano medita un momento y luego pregunta:

¿Y don Jaime se atrevió a confesarlo?. . .

Nunca se dicen esas cosas, señor; pero nada resiste la astucia del sagaz. Las miradas de tu heredero ya me habían prevenido . . . después un sencillo ardid. Puse la mi mano sobre el corazón de don Jaime y con pretextos fui llamando a las mujeres del castillo y una sola proximidad, la de mi mujer, desordenóle tanto el latir que no tuve necesidad de otro lenguaje para que su culpable afecto se me revelase: tu heredero desea a doña Elsa y yo Evandro vehemente lo deshaucio.

—¿Ella lo sabe, acaso?

¡Oh, no! ¡Una palabra!. . . podría jurarlo!

El barón se toma la cabeza entre las manos.

Lo que dices es terrible, Evandro . . . , sin embargo debes cono- cer algún medio de curarle.

Médico de cuerpos soy, señor, y no de almas.

Suspira el castellano y dice:

Ya hace años que casé con doña Elvira y el cielo no ha querido darnos un hijo. Aparte el cariño, don Jaime es la única esperanza de per- duración para la casa de los Alvar Gutiérrez ; título y señorío, si él fenece, serán sal en el agua. . . nos deshaucias y soy tu benefactor.

Pasiones como la de don Jaime no se curan con pésimas. . .

Pago de cuervo, señor físico . . . ¡ y me lo debes todo ! Oscuro era tu origen y el rey te hizo hidalgo a mi pedido. . .

Justicia a mi ciencia, señor. . .

El barón prosigue con sorda violencia.

Lego era tu acúmen y mis dineros te hubieron viajes y maestros que te valieron ciencia y provechos. . . Pensaba que si salvabas a mi hijo te recompensaría largamente; ahora te digo que partiría mis bienes con- tigo. El rey, a mi pedido, te haría mi igual, tendrías señorío de realen- go.. . No, no te pido nada que afrente tu honra. . . pero haz algo, Evandro. . .

El rudo señor está rogando. Evandro se mantiene impenetrable.

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Estas pasiones no se curan con pósimas. Su triaca es saciarlas. Y ello grita no ha de ser a fe de hidalgo.

Responde el señor.

(Nosotros tenemos para vivir este solar. tienes para tu vuelo la tierra entera. Doquiera hermosas mujeres se honrarían con tu compañía. En siendo poderoso y rico. . .

El médico interrumpe.

La memoria es tenaz y el' corazón harto fiel. No, mi señor.

El castellano se exalta.

Eres mi vasallo, Evandro. . . en derecho puédote tomar “la vida y cuanto en la tierra ovieses”.

¡ Malos usos, señor de Alvar Gutiérrez, malos usos ! No soy payés de remesa; hidalgo soy de privilegio y pediré favor al rey.

¿Y no te dice nada, Evandro, tu deber de médico? ¿Dejarás perecer a quien pudiste devolver la salud? ¿El egoísmo de un afecto te cegará al punto de convertirte en criminal, pues que matarás a sabiendas?. . .

La voz del barón ha vibrado con tan hondo ruego que la entereza del médico parece derrumbarse y así dice, balbuceante.

Mi señor ! . . . Perdóname ! . . . Daría la vida por evitarte este mo- mento. No concibió pasión ilícita por mi mujer, don Jaime, la verdad es aún más terrible ; es . . . por mi señora doña Elvira por quien agoniza.

Hace tiempo que el eco de los pasos de Evandro se ha apagado. El castillo rumorea con los preparativos de la cena. Se difunde en el aire el olor y el humo de las antorchas. En la estancia en sombras el barón de Alvar Gutiérrez continúa inmóvil, la frente entre las manos, los ojos absortos. De pronto intercepta la vislumbre que penetra por el vano de la puerta, una figura alta y vacilante. Y una voz, la de su hijo, dice con honda súplica.

Padre, ¿me dejarás partir con la mesnada?. . .

El barón de Alvar Gutiérrez se yergue. Con cariñosa mirada con- templa a su hijo y con voz bajísima, ronca, dice no más que:

Partiremos.

Y nunca más volvieron los señores de Alvar Gutiérrez.

Miguel Sotomayor

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PERISCOPIO DE (REVISTAS

INTRODUCCION

En uno de esos prontos que nuestro director suele tener, nos ha dicho: “Usted se encarga esta vez del Periscopio de Revistas”. Refunfuñamos un poco, empezando por el título. “¡Perisco- pio!”... ¿por qué “Periscopio”? ¿Es que navegamos sumergidos? ¿Es, por ventura, refle- ja y no directa nuestra visión?... Pero como “Revista de Revistas” es manido: “Hojeando u ojeando a gusto del consumidor, señores( periódicos”, puede escamar ¡manes de Ave- llaneda— el horror al gerundio de los argentinos, y como la pereza es mucha y la inventiva poca, he aquí que determinamos no más utilizar, como quien dice, este chisme que el vulgo llama “periscopio” para atisbar en el inmenso mar de la producción periódica.

“Tiene amplia libertad para aprobar o desaprobar lo que juzgue digno de censura o ponde- ración” — añade nuestro director para animarnos un tanto y al vuelo le tomamos la palabra, no sólo por la fruición de repartir mandobles y aplausos entre tirios y troyanos, sino para comprobar si del dicho al hecho hay algún trecho y también porque es conveniente que de vez en vez palabras sin compromisos previos penetren en el convencional mundillo de la letra

impresa. Empezamos, pues.

“NUESTRO TIEMPO” de aquende y allen- de la Cordillera

Dos revistas de este título que sepamos se publican en nuestro idioma. La una es quincenal y aparece en Chile, la otra se- manal y se publica en Buenos Aires.

No va más allá del título la coincidencia porque los fines perseguidos por una y otra no solamente son distintos sino tam- bién en absoluto opuestos.

“Nuestro Tiempo”, de Santiago de Chi- le, es el órgano de Falange, el partido ca- tólico chileno. El contenido de sus páginas es el reflejo de una acción y en él colabo- ran gentes jóvenes y tan animosas como Carretón Walker, Eduardo Frei M., Leigh- ton, Rogers, Tomic, etc. El cristianismo que los mueve es tan intrépido que por veces parece aventurado. Allí al parecer se toma al comunismo por un compañero de lucha que se vigila pero que no asusta; quizá por- que en Chile los católicos han tenido más éxito en la acción política y el comunismo en cambio ha fracasado repetidas veces. Verdaderamente, a través de las páginas de “Nuestro Tiempo” el experimento político que realizan los católicos chilenos parece digno de seguirse con toda atención.

“Nuestro tiempo”, en cambio, el sema- nario que ve luz pública en Buenos Aires, se inspira en un cristianismo desconfiado y agresivo, dextrogiro 1 y nacionalizante, usando esta palabra en el particular sen- tido que comúnmente se le da en política.

En sus entregas del mes de octubre apa- recen unos artículos de su director, el Rvdo. P. Meinvielle en que se ataca despiadada- mente a Jabeques Maritain y a sus teorías, si es que este filósofo tiene algunas que se aparten del neotomismo a que siempre se adscribió. Vamos a examinarlos despacio, porque tanto Meinvielle como Maritain, en nuestro sentir, se lo merecen.

Ante todo, nos parece que el Padre Mein- vielle abusa un tanto de su autoridad con respecto al grupo de gentes que le siguen. El argumento de autoridad es el más falaz de los argumentos. El buen sentido y San- to Tomás han dicho: “Locus ab auctoritate quae fundatur super ratione humana est infirmissimus” ( Sum . Teol., Ira., q. 1, art. 89, ad. 2). Pero precisamente a favor de esa autoridad de “magister” , timando a sus lectores el articulista vapulea a Ma- ritain. Lo sitúa sin vacilaciones en la he- rejía junto a Lamenais, y utiliza en su contra el “Sillón”, un documento de Pío X

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de hace cuarenta años, en que este papa condenaba el modernismo.

En su “trouvaille” especiosa el articu- lista procede de este modo: cita algunas palabras fragmentadas de alguno de los li- bros de Jacques Maritain, con mención de página y nombre del texto, para dar idea de rigor en el método y ambientar la vero- similitud de lo que vendrá a continuación, una exégesis caprichosa y deformante del pensamiento del filósofo católico luego una cita del “Sillón” o de otro documento pon- tificio en que aparecen como anticipada- mente condenados por el papa los errores que se atribuyen a Maritain.

No es honesto este proceder. Quien no se deje guiar por el pensamiento de otro, al releer los libros pertinentes de Jacques Maritain, a la sola luz de la doctrina y los principios de la filosofía perenne, compren- derá que éste no es responsable de las af ir- maciones que se le atribuyen ni de las ex- plicaciones maliciosas que se hacen de su pensamiento. Y nos extraña este proceder. Nosotros creíamos que muerto don Lisan- dro de la Torre no habría quien imitase sus procedimientos de polémica, pero vemos que ha hecho escuela y precisamente entre quienes era menos de esperar. Dijeron bien los que afirmaron que sólo la hermosura no se pega.

Por otra parte el P. Meinvielle incurre, en la impugnación de los pretendidos erro- res de Jacques Maritain, en el vicio lógico de abuso de las analogías. El ha creído po- der asimilar la posición del nombrado fi- lósofo con la de Lamenais y otros moder- nistas y ha procedido como dice el carde- nal Mercier en su Lógica, criticando el abuso analógico, pág. 297 : “Exagéranse unas veces, a capricho, las semejanzas, ce- rrando los ojos a las divergencias...”.

Y para que se palpe de modo cabal la inconsistencia de la refutación intentada por el P. Meinvielle, transcribiremos in ex- tenso algunos párrafos de sus artículos con las correspondientes agotaciones subsi- guientes.

He aquí lo que dice en la entrega del 13 de octubre, en el artículo intitulado : “LA CIUDAD FRATERNAL DE MARI- TAIN”:

“Segundo error : construcción de una nue- va cristiandad. Convencido Maritain de que “los pueblos formados para la libertad, ha- rán surgir los hombres necesarios y fran-

quearán el camino hacia una nueva civili- zación y hacia una nueva democracia, de inspiración cristiana” (Cristianismo y De- mocracia, pág. 19) se ha sentido llamado a la tarea de forjar “la instauración de una ciudad fraternal donde el hombre se halle liberado de la miseria y de la servi- dumbre” ( Los Derechos del Hombre, pá- gina 71). A esta “ciudad fraternal”, llama también “nueva democracia” q “nouvelle chrétienté” y dice que “debe ser concebida como un tipo esencialmente distinto de la cristiandad medieval" (Humanisme Inté- gral, pág. 151) .

¿Qué enseña respecto a ésto Pío X en el Sillón? Persuádanse dice el Papa (N. 11) que la Iglesia que jamás ha traicio- nado la felicidad de los pueblos con alian- zas comprometedoras, no tiene que desli- garse del pasado, antes le basta anudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos ro- tos por la revolución, y adaptarlos con el mismo espíritu cristiano, de que estuvie- ran animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad con- temporánea: porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios, ni novadores, sino tradicionalistas” .

¿En qué estriba la divergencia del P. Meinvielle con Jacques Maritain ?

Sencillamente , en el significado equivo- cado que da a las palabras instaurar y dis- tinta. Si la primera valiera como instala- ción novísima y la segunda significase di- ferente sustancia, el P. Meinvielle tendría razón. Pero dice el Diccionario de la Aca- demia con respecto a instaurar: “v. a. Restablecer, restaurar” y Balmes, en su Filosofía Elemental, con respecto a distin- to dice, criticando el mal uso que de esta palabra hace el filósofo Espinosa: “Espi- nosa confunde la diversidad o diferencia con la distinción: para la diferencia se ne- cesita variedad en los atributos; para la distinción, basta que el uno no sea el otro. La figura de un cuadrado es diferente de la de un triángulo; dos cuadrados exacta- mente iguales no son diferentes, pero distintos”.

Todo lo que Maritain pretende es, apo- yándose en los mismos principios de la cris- tiandad medieval ( de aplicación analógica ) pág. 161 op. cit.— infundir al mundo la savia cristiana, para lo cual aconseja: “Y nosotros que estamos en el mundo, debe-

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irnos no sólo obrar en cristiano y en cuanto cristianos, en cuanto miembros vivos de Cristo, en el plano de lo espiritual; debe- mos aún obrar como cristianos, como miem- bros vivos de Cristo, en el plano tempo- ral” — pág. 289 . ¿Qué es esto pregun- tamos nosotros sino aspiración de re- torno a las viejas sendas abandonadas por la sociedad política desde la Reforma? ¿Qué es esto sino pretender restaurar o instaurar la sociedad in Christo, como di- ce el apóstol? Naturalmente esto no se ha- rá calcando la futura cristiandad sobre los moldes de la sociedad medieval por una ra- zón muy simple, a saber: que la humanidad del siglo XX no es la misma que la del si- glo V, según Perogrullo. Y aquí encaja lo de distinta porque no será la misma sino otra.

¿Pero es que el P. Meinvielle ignora es- tas elementalidades sólo disculpables en un reportero que desconoce su instrumento de expresión, el idioma? Lamentamos por él decir que no, porque en el mismo artículo usa instaurar en su recto sentido de reno- var, y así transcribiendo un párrafo del “Sillón”, su caballo de batalla, anota: “No se trata más que establecerla y restaurarla sin cesar, sobre sus fundamentos natura- les y divinos contra los ataques, siempre renovados de la utopía malsana, de la re- beldía y de la impiedad: Ommia instaurare in Christo”.

¿ Y entonces ? . . . Saque el lector la con- clusión y la moraleja: la pasión es mala consejera.

Por otra parte, para terminar con este punto, véase lo que dice al respecto el za- randeado y discutido P. Ducatillón tam- bién traído a cuento por el P- Meinvielle en una entrevista concedida al periodista Antonio Ricabarren de Chile: “Sin duda no se trata de innovar el plan en los prin- cipios fundamentales, al contrario, son esos principios los que hay que salvar permi- tiéndoles ser verdaderamente principios, es decir, fuentes de energía, de inspiración vital”. Y conste que esta cita no significa que tomemos en serio ese parentesco ideo- lógico que se atribuye a Maritain con el referido sacerdote dominico.

Otra cita agregaremos, tomada del ar- tículo del P. Meinvielle, intitulado: “El mito de la persona Humana”, entrega del 20 de octubre, uno de cuyos párrafos reza así:

Sabemos dice Maritain (Los Derechos del Hombre, pág. 12) que para defender los derechos de la persona humana como para defender la libertad, hay que estar pronto a dar la vida”. Maritain exagera y contradice abiertamente al Evangelio que enseña: ‘‘Pero yo os digo de no hacer fren- te al malo; sino a quien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera pleitear contigo y to- marte la túnica, déjale también el manto; y, a quien por fuerza te llevare una milla, vete con él todavía otras dos” (San Mateo V, 30-42). Si la tesis de Maritain fuera cierta habría que estar dispuesto a dar la vida por defender el sufragio universal y el sufragio femenino, derechos de la per- sona humana, según nos enseña (ib. pági- na 150 y Principes d’une politique huma- niste, pág. 77). Cosa completamente absur- da. Hay que estar dispuesto a dar la vida, no cuando están en juego meros derechos del hombre, sino tan sólo cuando lo recla- man los derechos de Dios y de la patria. Demostración concluyente de que los de- rechos de la persona humana, en cuanto tal, son posteriores a los derechos de Dios, de la Iglesia y de la sociedad”.

Es curioso que así piense ahora y sal- ga con estas peteneras el que defendiera en polémica con el mismo Maritain, y de aquellos polvos quizá sean éstos lodos, la denominación de guerra santa a la revolu- ción de España, donde con las respetables razones que se argumentan, como en otras luchas, no se trataba de ofrendar la vida por Dios, sino de quitarla al prójimo. Cu- riosas contradicciones. Por nuestra parte, comprendemos perfectamente la carga de pasiones que gravita sobre cuantos, en- castillados en una posición, intervienen de un modo u otro en el debate ideológico contemporáneo, pero siempre abominare- mos de ciertos métodos de ataque que no condicen con el respeto que a mismo y a sus adversarios deben las personas.

Y aquí como fin de fiesta viene lo más grave, porque \compromete la honestidad del escritor y del hombre. No nos responda a nosotros el P. Meinvielle que no nos in- teresa el diálogo con él. Responda a los que confían en sus asertos. El ha dicho tex- tualmente en “La Ciudad Fraternal” de Maritain : “Esta doctrina de Lamenais, Mla- ritain, Ducatillón y los suyos tiene capital importancia porque constituye el postulado

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sobre el que se asienta su construcción ideológica. Establecen con él que la huma- nidad ha progresado en su propio descu- brimiento — gracias sobre tocio al cristia- nismo— que ya ha alcanzado la edad de la madurez como para emanciparse de los principios tradicionales de la civilización cristiana, hasta ahora conocida y practica- da, y que es necesario entonces forjar nue- vas estructuras, cuya edificación les cabe a ellos, y que consisten en una civilización de la libertad y de la fraternidad” . Puede esto citando un solo texto de Maritain donde propugne que hay. que emanciparse de los principios tradicionales de la civili- zación cristiana. El P. Meinvielle sabe lo que es un principio y puede y debe instruir a sus creyentes sobre lo que ha querido decir para que nadie pueda suponer que ha querido calumniar a Maritain. A otra cosa.

“CRISTAL” Número 5. Córdoba -

Destacamos en el presente número 5 de esta simpática revista de noble contenido espiritual, la colaboración postuma del doc- tor Saúl A. Taborda, que estudia el misti- cismo en la poesía de Texeira de Pascoaes y Rainer María Rilke que acredita para su autor afinada inteligencia para captar los más sutiles matices de su tema en au- tores de tanta jerarquía poético como Pas- coaes y Rfke. Bucear en la poesía de es- tos inspirados es descender a abisales aguas y poseer los hilos de la filosofía y de la teología para retornar a plena luz con los hallazgos efectuados.

Nice Lotus contribuye con una lírica “suite” de cinco temas delicadamente des- arrollada.

José Carati entretiene e instruye con juegos gramaticales que revelan sólida pre- paración y amenidad en la exposición. Xa- vier Jacinto Jaramillo firma un soneto in- titulado: “Naves”, y José Saluzi ofrece un interesante capítulo de crítica literaria. Una xilografía de Aurora Magliano, notas fotográficas y diversas secciones de crítica literaria y musical completan la entrega última que nos llega de esta prestigiosa revista cordobesa.

“UNIVERSIDAD CATOLICA BOLIVA-

RIANA”

Está sobre nuestra mesa el número 36 de esta importante publicación colombiana

que dice bien alto del activo movimiento in- telectual de la gran república hermana. En ella encontramos trabajos tan importantes como la monografía sobre “Historia Ecle- siástica de la Amazonia Colombiana” del P. Fray Marcelino de Castelvi, que consti- tuyen algo más que meras apuntaciones como las denomina su autor , para la his- toria de la labor misionera de la Iglesia a partir de los años de la Conquista en las regiones colombianas que riega el Amazo- nas. Es una contribución importante para el estudio de ese movimiento tan intere- sante y rico en detalles que interesan por igual a la lingüística, a la etnología y a la historia misional propiamente hablando.

El hermano Daniel se hace presente con un documentado estudio paleotológico so- bre la fauna fósil de sudamérica, que ha de interesar vivamente al especialista por los valiosos y curiosos datos que contiene e hipótesis que aventura inductivamente.

Sobre “La estimativa Cristiana de los Bienes” discurre atractivamente Abel Na- ranjo Villegas contemplando el problema con erudición y galanura, a la luz de la doctrina secular de la Iglesia y de los do- cumentos pontificios. Y Ospina Yespes, Roberto Jaramillo Arango, White Uribe, Jiménez Londoña y Ronai firman intere- santes trabajos que junto con abundantes noticias bibliográficas, universitarias y bio- gráficas completan el material que ofrece este importantísimo órgano de cultura que fundara Monseñor Manuel José Sierra de tan grata memoria, y que auspicia la Uni- versidad Católica Bolivariana.

Hemos recibido también “Brotéria” , pu- blicación mensual portuguesa. “Agao Cató- lica” de Río de Janeiro, números 7 y 8, en- trega correspondiente a julio y agosto. “Digesto Católico”, octubre, Buenos Aires. Orden Cristiano” , Buenos Aires, núme- ro V-74. “Sal Terrae”, revista mensual de cultura eclesiástica, Santander, España. “Tribuna Católica”, número 115, Montevi- deo. “Ciencia Tomista”, tomo 66, fsc. 3, Sa- lamanca, España. “Estudios” , número 139, Santiago de Chile. Revista de Cultura”, número 213, Río de Janeiro, Brasil. “Orien- tación Social”, órgano de los Pregoneros social católicos, Buenos Aires. “A Ordcm”, 7, Río de Janeiro, y “Juventud Feme- nina”, N9 73 de Bogotá, Colombia.

Jean Emese

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Viniendo de lejos...

Viniendo de lejos, llegué hasta tu puerta, Pastor de mi alma. Me abrió tu Bondad. Me acogí al silencio de tu mansa Huerta, Me dormí a la sombra de su claridad.

Desperté distinta. De silencio y lima,

Se vistió mi alma. Cultivé un rosal;

Y una sola rosa, para mi fortuna,

¡Una sola rosa, fué mi rosedal!

Y yo te la ofrezco. Pastor de mi alma.

¡Es para Ti solo! La deshojo aquí:

Son estas estrofas, su corola blanca,

Sólo las espinas, guardo para mí.

No has de saber nunca qué Dolor alcanza, Este Amor inmenso que siento por Ti.

Micaela ó asiré

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\

Con todo respeto...

y dignidad

ERIA gravísimo eiror querer imponer, lo que algunos llaman “democra- cia”, a los demás, por la fuerza. La imposición, en este caso, sería un mentís a la propia democracia, aún que se la revistieia con el plumaje más llamativo, como son : derechos del hombre, respeto a las liberta- des, etc., etc.

La democracia es efectiva cuando se puede dialogar de igual a igual con quien sea, sin que el uno se considere ciudadano de primera y estime al otro como ciudadano de segunda.

Si yo me ufano de liberal y demócrata impidiendo la opinión ajena, mi pro- grama podrá ser muy bonito, pero mis actos lo tergiversan y anulan.

¡I

Lo que décimos de los individuos puede repetirse de los pueblos. El que pretende imperar por la fuerza e imponer la civilización a cañonazos, aunque despliegue todas las banderas de las democracias habidas y por haber, no lle- garán jamás a convencer a los ciudadanos conscientes.

Se nos pide, por ejemplo, que los suramericanos colaboremos con los Esta- dos Unidos, por la seguridad, el bienestar y la prosperidad de América y del mundo entero. Esto es magnífico, ideal y muy humano. En este sentido nosotros aceptamos sinceramente todos los repetidos ofrecimientos de buena voluntad, pero, a condición de que nuestras creencias religiosas sean respetadas y no se nos ofenda pretendiendo tratai’nos como países de infieles.

Si hemos de aceptar a los demócratas como son, queremos que también se nos quiera como somos.

Se nos habla de colaborar en una acción conjunta, como símbolo de solida- ridad interamericana. Idea bella y fecunda que merece nuestra total aceptación, pero, esa aspiración de llegar a presentarnos unidos por los vínculos de un co- mún ideal a todos los países del continente americano, la consideramos irreali- zable, mientras continúe la inconsútil y absurda campaña protestante, en nues- tros países católicos, campaña protestante que en vez de sumar simpatías las resta, campaña protestante que no solamente nadie reclama ni necesita, sino que no resuelve ningún problema social candente, como por ejemplo, el abarata- miento del pan, campaña protestante alentada y sostenida con el oro de ciertos grupos norteamericanos, y decimos ciertos grupos norteamericanos, poique sa- bemos perfeqtamente que existen en Estados Unidos millones de ciudadanos que

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con nosotros comparten la misma idea de considerar como obra perturbadora la campaña y la propaganda pi otestante en Hispano- América, por elementos ca- pituleros de sectas, que parecen empeñados en hacer imposible la convivencia de buena vecindad.

La idea de colaboración entre las Américas, es sencilla y podría ser muy fácil de resultar una realidad colaborar conjuntamente por el progreso, pero respetando nuestras creencias religiosas.

Nos encontramos en el comienzo de la época histórica de América. El mundo entero tiene puesta la mirada en el continente americano, como tierra de liber- tad en que el sentido de la vida toma un matiz más humano que en el de otros pueblos en que, para vivir, hay que luchar hasta destruirse y aniquilarse.

Esta feliz perspectiva de que el Hemisferio Occidental pueda ser realmente la tierra de promisión de la humanidad, requiere la unión de todos los america- nos, del Norte, del Centro y del Sur de América, para cumplir con la delicada misión que los nuevos tiempos reclaman. Pero, si una buena parte influyente y decisiva de norteamericanos, siguen viniendo hacia nosotros, y en vez de consi- derar nuestro derecho, continúan ofendiendo el sentimiento católico de los pue- blos de Centro y Sud América, con propagandas contrarias a nuestra catolici- dad, editando toda clase de libros, folletos y panfletos, en los cuales se hace burla y escarnio de nuestra religión católica, insultando a los religiosos y a la jerarquía del credo católico, y de esa manera, en vez de ayudarnos a resolver los problemas económicos y de procurar el abaratamiento de las subsistencias, dan motivo de que se produzcan luchas religiosas, que antes no teníamos ni nadie necesita ni reclama, haciendo, por consiguiente, imposib’e toda colaboración y entendimiento para ir juntos y acordes, todos los americanos a cumplir la mi- sión que las circunstancias actuales nos obligarán a hacerla efectiva.

No puede haber unión, y mucho menos colaboración, donde no hay respeto mutuo. El hombre digno jamás será el oompañero ni el camarada de quien le infiere los más graves insultos y hiere con los más gi oseros agravios los íntimos sentimientos de su alma y de su fe.

Rec’amamos que los norteamericanos recuerden que la América Central y la del Sur, es católica desde hace cuatro siglos. Además de la lengua, en His- pano América sus pueblos legaron de sus colonizadores la fe católica, que es- timan como el más precioso bien del mundo: El Evangelio de Cristo.

La doctrina de Ciisto, desde que los españoles vinieron a América, ha sido predicada en las naciones del Centro y del Sur, sin interrupción, más de cuatro siglos a lo largo de sus montes y selvas, en la sierra, en la montaña, en las lla- nuras, en pueblos y ciudades. ,

Al visitar Centro y Sur América, lo que más salta a la vista y causa mayor admiración, es ver la obra positiva de evangelización que los misioneros cató- licos y religiosos de diversas congregaciones de ambos sexos han realizado, lla- mando la atención la erección de templos majestuosos e imponentes, llenos de arte y de severidad religiosa, y que hay que recorrer los inmensos territorios y las largas distancias, para poder creer y apreciar la obra inmensa, de total evangelización llevada a oabo en toda la América hispana, por los incansables misioneros católicos.

Como decía un articulista de Colombia, “los misioneros protestantes que vienen de los Estados Unidos con el pretexto de predicar el Evangelio, hacen una irritante ofensa considerándonos iguales a los paganos”.

En Centi'o y Sur América se conocieron el Evangelio y la Ciuz mucho antes

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que en la América del Norte, y la religión católica ha sido el nexo, y es, más poderoso que cohesiona a los elementos constitutivos de la náciona idad, y de internacionalidad, y esta armonía intercontinental derivada de una misma fe y de una misma forma de expresión, sería más que insensato, criminal, pretender disolverla y trocar dicha armonía en vivero de discordias y de odios, viniendo a traernos la lucha religiosa con la predicación de un credo que hiere y ofende nuestro catolicismo, que es alma de nuestra alma.

Los católicos decimos la verdad' y reclamamos que se nos crea.

Nosotros vislumbramos el porvenir de la fe y de la Cruz de Cristo en las Américas. Los católicos deseamos convivir y colaborar en esta obra, y er. esta nueva era que se avecina, en la reconstrucción espiritual de la humanidad, pero no se nos ocurriría jamás pretender alcanzar este fin, por medios groseros, como lo son la intromisión y la interferencia en los derechos y sentimientos ajenos.

Esto último es lo que hacen los sectarios protestantes norteamericanos, con su falso sentimiento evangelizado^ pues ya se ha visto y se que los pue- blos hispano-americanos repugnan la obra perturbadora de soportar la predica- ción de un falso Evangelio para arrebatarle del alma el verdadero, que ya co- nocen desde más de cuatro siglos. Es como si dijésemos que vinieran viajeros y turistas trayéndonos moneda falsas en cambio de las nuestras, acuñadas con oro de ley.

La hora de colaboración ha llegado. Pero, si Estados Unidos no se da cuenta, a tiempo, de que los capituleros protestantes de su país vienen a los nuestros a sembrar la cizaña y la discordia, araremos inútilmente en el mar, y la política de buena voluntad y de buen vecino, vendrá a sei iteración exacta de la labor de Penélope, un eterno tejer y destejer propósitos e intenciones que no plasma- rán jamás en nuestros pueblos, mientras el catolicismo de nuestras naciones vaya siendo perturbado por la acción constantemente corrosiva del protestan- tismo de sectas norteamericanas, que desecuidando su ve; dadera labor de cris- tianizar a los tantísimos millones, que según el censo oficial de Estados Unidos, declaran no profesar ninguna religión, vienen a nosotros a sembrar antipatías y haciendo imposible una franca, abierta y espontánea política de buena ve- cindad.

¿No sería mejor, pues, que los protestantes norteamericanos ti ataran de convertir a sus compatriotas ateos, que venir a nosotros a dividirnos y a des- unirnos, semebrando la cizaña y la confusión en nuestros pueblos esencialmente católicos?

Como creemos y sabemos que en Estados Unidos hay millares de hombres de verdadera buena voluntad, respetuosos sinceros, que anhelan cooperar y co- laborar en una nueva era de comprensión y sentido humano de la vida, deseando cosechar simpatías, en vez de perderlas, a ellos nos dirigimos, con todo el res- peto, pero con la máxima dignidad, para hacerles conocer lo que sucede, lo que se piensa y lo que se siente en los pueblos de Centro y Sur América, y les invi- tamos a que hagan una prueba de ensayo, dando ma: cha atrás, es decir, ver de suprimir la ofrenda y la ofensa que el protestantismo nos infiere, invitando a las sectas que cesen en su labor perturbadora, viniendo a nosotros los que sien- tan y comprendan nuestro sentimiento espiritual, que compartan, con nosotros, las sublimidades de la doctrina católica, realizando, así, una consciente y lógica colaboración, y podemos asegurar al pueblo norteamericano, de que si así se hiciese, el recelo justo y fundado que sienten los centro y sur americanos hacia el coloso del Norte, se volvería, en qorto espacio de tiempo, en una perfecta unión fraternal de pueblos, que darían a la humanidad do iente un ejemplo de since- iaad, de amor y de fraternidad verdaderos.

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Colaboración, buena vencidad... sí, las queremos.

Lo que jamás podremos aceptar, en su nombre, es una sumisión incons- ciente, ni una sujeción suicida, renunciando nuestros valores esepirituales, al imponernos falsa y arteramente, un Evangelio que está en pugna con nuestro Evangelio católico, que es el de Cristo y nuestra Iglesia Católica.

Si se nos quiere quitar este caudal religioso, que es nuestra fuerza y nues- tro nexo de unión, se estrel’arán contra el muro de nuestra conciencia, todos los halagos y todas las ofertas que se nos hagan, mientras al protestantismo secta- rio le sea permitido continuar la obra de desunión y de perturbación que está desarrollando en los pueblos católicos de Centro y Sur América.

Los norteamericanos que conviven con los hispano-americanos, habiendo constituido sus hogares enti'e nosotros, y que no están animados de ningún sec- tarismo interesado, saben y conocen perfectamente, como nosotros mismos, que la propaganda protestante, a la larga, es una mala colaboración que produce efectos oontraiios a los propuestos. El hispano-americano no ni puede ver con agrado que su nexo principal de unión y fraternidad, como lo es su religión cató ica, sea minado y socavado, para hacerle claudicar sus creencias, y hay que considerar como una actitud criminal, la acción de sectarios, falsos predicadores de un evangelio que ellos mismos lo aqeptan de una manera distinta entre sí, que con sus prédicas contradictorias, no tienen otra virtud que dividir las con- ciencias de los que tenían un mismo credo, y hacer germinar el odio en el co- razón de los ciudadanos que han aceptado las falsedades doctrinarias importa- das, y que tan sólo logran convertir en enemigos irreconciliables a los que hasta ahora habían sido hermanos.

Si verdaderamente es cierto el deseo de actuar las Américas unidas, y que la unión obtenga la realidad requerida, no hay más que contraerse a la realidad efectiva e histórica, dejando a las naciones de Centro y Sur América con su doctrina y prácticas católicas.

Luis G. Fábrega y Amat

Lima, setiembre de 1944.

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\

9 religioso

en el arte a través de

de Beethoven su epistolario

HORA que, en sucesivos conciertos, se está haciendo oír una vez más en el Teatro Colón de Buenos Aires el ciclo de las Nueve _ Sinfonías de Luis van Beethoven, se me ofrece la oportunidad de

/ tocar un aspecto del arte beethoveniano que aún no he visto con-

siderado en la vasta bibliografía con que se ha comentado y juzgado la obra del maestro. Dicho aspecto es el que titida el presente ensayo, y con él pretendo, dentro de mis modestos recursos, aportar un nuevo elemento para comprender debidamente la música de este compositor extraordinario, el más grande, el más universal de todos cuantos ha dado hasta ahora la humani. dad.

Cuando nos hallamos en presencia de un universo sonoro, como es la obra de Luis van Beethoven, se advierte que únicamente la aprehenderemos en su real magnitud si la juzgamos con criterio sobrenatural. Por el contrario, ape- lando a recursos comunes de interpretación, sólo abarcaremos una, perspectiva limitada y superficial del conjunto, como sucede cuando, contemplando las cor- dilleras y los océanos desvinculados del cosmos al cual está sometido el planeta que los contiene, nos los explicamos por la multiplicación del grano de arena o de la gota de agua sin precisar con exactitud la naturaleza de éstos ni la fuerza ciclópea que los reunió en tal medida. De este modo, cuando los biógrafos de Beethoven se refieren al aspecto sentimental de su vida, a mi modo de ver hacen demasiado hincapié en él al considerarlo como un factor decisivo de ins- piración en el arte del maestro. Es indudable que todo acontecimiento que sacudió las cuerdas íntimas de su sensibilidad debió arrancarles inevitablemente armonías exquisitas; y si Beethoven amó a la mujer en el grado que lo dejan entrever algunas de sus epístolas, este amor claro se debió cristalizar de cierta manera en su arte. La inmortal bienamada pudo ser Julieta Giucciardi o la condesa Teresa de Brunswick, enigma aún no develado por nadie. Sclüinder, Riemann y Kalischer se inclinan por la primera, mientras Thager, La Mara y Chantavoine por la segunda. En cambio D’Indy es neutral y funda su voto en blanco en que por ejemplo la Sonata en fa sostenido ( op . 78) dedicada a Teresa, es de las menos inspiradas del maestro, lo que probaría que la huella de esta mujer en el alma del compositor no debió ser muy profunda. Por lo pronto está probado que los transportes amorosos de Beethoven no hallaron concretamente eco en pecho alguno de mujer. ¿Fué este desdén ocasión de que el sensible músico derramase sus lágrimas y volcase sus sentimientos más tiernos de su corazón soledoso sobre el teclado? Tal vez, pero me resisto a creer qtce esas mujeres u otras significaran para el compositor y su arte lo que en Dante una Beatriz o en

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Petrarca una Laura de Noves. Para este caso bástame consignar que ese vacío en donde depositar sus cuitas jamás significó para él una derrota, como no lo fueron sus enfermedades incurables, sino un incentivo más para elevarse por encima de la realidad, áspera e insensible, y sacar, no de ésta sino de su bús- queda de mayores perfecciones de bien y de belleza los mejores medios con que creó su arte excelso. Queda por lo demás probada la naturaleza de aquel amor por lo que dice R. Rolland quien manifiesta que Beethoven “tenía sobre la som- tidad del amor ideas intransigentes” cuya opinión >la subraya el testimonio de su amigo más íntimo Schlinder: “cruzó por la vida con un pudor virginal, sin haber tenido nunca que reprocharse una flaqueza”.

En general, el genio poco le debe al medioambiente social. Vive por encima de él, y, mejor diría, se anticipa a él. En el genio domina la ausencia, la contra- dicción y la abstracción. Es piedra de escándalo para sus contemporáneos, i Cuántas obras geniales de un manifiesto optimismo fueron sin embargo reali- zadas en circunstancias de las más tristes o viceversa? Así en Beethoven la Segunda sinfonía fué escrita en uno de los períodos más atormentados de su vida, cuando redactara el famoso Testamento de Heiligenstadt, íntima confesión a sus hermanos sintiéndose ya próximo a morir. En tal oportunidad, esta sin- fonía es, para un crítico, Bellaigue, “una heroica' mentira, una mentira gozosa, porque se trata de una obra de júbilo nacida entre horas de sufrimiento” . El propio Beethoven, con ocasión de una visita que le hiciera Wágner, entonces un adolescente, cuando el eminente autor de Fidelio se extinguía en un suburbio vienés, en la pobreza y el dolor, expresa: “El mundo querría que yo tomase por norma el concepto que él forma de lo bello y no el mío; pero él no ve, que en mi triste estado de sordera, yo no puedo obedecer más que a mis inspiraciones íntimas, que me sería imposible poner otra cosa en mi música que mis propios sentimientos” . El sintió que el arte sólo era capaz de elevarlo sobre las miserias terrenas hasta la divinidad, al poseedor de la belleza, del bien, de la verdad, de la justicia y demás virtudes tan apetecidas por su alma noble, de modo que el pensamiento de lo eterno, puede decirse, fué el primer motor de sus creaciones inmortales. “Si conservo mi vida algunos años aún dice en carta a Bettina Brentano habré de dar gracias por ello, como todo bien o mal que me sobre- venga, al que todo lo concentra en El, al Altísimo. . .” Y su grito de lincha queda sintetizado en esta exclamación suya: ¡O Gott über alies! (¡Dios por encima de iodo!). Aquí hallo la metafísica y el arte de Luis van Beethoven, yuxtaponién- dose, engendrando el fruto inefable de la unión de lo humano y lo divino. Es que una obra de arte será lo que sea la metafísica que posee su autor.

Ha observado San Jerónimo, comentando el Libro, de Job, que algunas de ¡as expresiones de este justo, tienen un sonido áspero para algunos lectores poco instruidos , porque no saben tomar en el verdadero sentido las palabras de los sanios atribu ados, por no revestirse de la disposición de ánimo en que aquéllos se hallaban. Guardando las proporciones, ¿quién no ha visto cómo, semejante en ligereza, es el juicio que le merecen a algunos oyentes ciertas obras de Beethoven? Siempre he hallado, por la demás, cierta semejanza entre Job y Beethoven en la manera como se elevaron en medio de sus tribulaciones por la virtud de la paciencia, hasta la esperanza, conform-e la esca'a que establece San Pablo en la Epístola a los Romanos. En carta a la citada Bettina, Beethoven manifiesta: “De esperanzas vive la mitad, por lo menos, de los mortales. Yo he tenido la esperanza por compañera toda mi vida, de otro modo, ¿qué hubiera sido de mí?”. Digno eco éste del himno de esperanza del atribulado varón husita.

En 1800, en una epístola a su íntimo amigo Wegeler, el maestro, completa- mente sumido en la desesperación, le comunica: “Mil veces he maldecido en mi

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desgracia la vida y la Creación”. Esta sombría frase ha hecho decir a algunos biógrafos que el insigne compositor no profesaba religión alguna. Job, nos dice la Escritura, era un hombre “recto y temeroso de Dios y que se apartaba del mal”. Sin embargo, en medio, también, de la desesperación no pudo reprimir esta ex- clamación: “Tedio me causa ya el vivir. Soltaré mi lengua, aunque sea contra mí' hablaré en medio de la amargura de mi alma”. Y del mismo modo, como el dolorido músico añade aquel reproche contra su propia creación, el justo habi- tante del país de Hus prorrumpe en un lamento no menos ofensivo para los de- signios inexcrutables del Creador: “¿Por qué me sacaste del seno de mi madre? Ojalá hubiera yo perecido antes que ningún mortal me viera”. Y así podría pre- sentar diversos pasajes semejantes de la vida de ambos atribulados. La obra de Beethoven es su misma vida interior, doloroso, amurga, solitaria, pero llena de paciencia y fortaleza en el sufrimiento ; y puedo afirmarlo, ninguna de sus par- tituras es totalmente doloroso y desesperada. Siempre sus piezas guardan un ma- ravilloso equilibrio de sombra y de luz, de muerte y de resurrección. Jamás re- matan en la desesperación y hasta muchas veces culminan en una apoteósica alegría.

A un amigo en Londres le escribe: “Si supiera Ud. mi situación. . . más bien quedaría admirado de que sea posible componer con todo lo que me ocurre”. Y aún lo expresa con mayor elocuencia en carta a la condesa Erdoedy: “Nosotros, seres finitos, con un alma infinita, hemos nacido para el dolor y la alegría; pu- diera decirse que los selectos logran la alegría por el dolor”. Este es, precisa- mente, expresado en palabras, el leit motiv de sus más grandes obras. No otro es el espíritu de la Novena sinfonía, concluida tres años antes de su muerte, a través de la cual el maestro, en una síntesis magistral, nos presenta todo el mis- terio de su vida triunfante sobre el dolor y el júbilo de su alma a las puertas de la gloria inmortal existente “más allá de las estrellas”.

Job, tal vez, no sacó tanto provecho de idéntica situación al decir: “Mi cítara se ha convertido en llanto, y en voces lúgubres mis instrumentos músicos” . Se ha dicho que el Libro de Job es un poema. Pues bien igualmente lo es toda la obra de Beethoven. Un extenso poema dramático cuyos versos expresan la gran debilidad humana en la tribulación, pero asimismo el triunfo inmarcesible del alma paciente y confiada, cuando pone su esperanza en Dios, de modo que no hay en la tierra frutos tan hermosos como los que en ese estado se cultivan. “Me armo de paciencia y espero se consolaba hacia el fin de su vida ; todo mal nos trae muchas veces algún bien”. Tal fué el ánimo de Beethoven hasta el postrer aliento satisfaciendo así la exhortación paulina: “Que cada uno de vosotros muestre el mismo fervor hasta el fin para el cumplimiento de su esperanza” .

Beethoven no compuso nada que respondiera a la máxima de la estética he- terodoxa: “el arte por el arte” . No compuso para un grupo de hombres sino para toda la humanidad; no compuso para solaz de los sentidos, sino para elevación del alma; no compuso por un mero desahogo estético, sino para dejar un mensaje a sus hermanos que sufren y ríen, que aman y esperan. No tuvo que llorar, como Enrique Heine, según la expresiva frase de Alfredo Tonnellé, “a los pies de la Venus de Mito el día en que conoció por primera vez que tenía necesidad de apo- yarse en algo más fuerte y más alto que él, porque sentía del modo más amargo la insuficiencia del arte, que había sido su única religión, y vió caer esa belleza humana, a la cual había tributado culto ardiente y único”. Beethoven ejerció su arte con el convencimiento absoluto de que realizaba así una tarea útil al bien común y tendida hacia el logro de una felicidad sobrenatural, que sólo podrá hallarse en Dios. He subrayado esta frase en una de sus epístolas, la dirigida a Wegeler el 2 de mayo de 1810: “De no haber leído en alguna parte que el hombre no debe renunciar voluntariamente a la vida mientras no haya cumplido el fin para el cual ha sido creado, hace ya tiempo que tu amigo no existiría: se habría suicidado” .

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Beethoven amaba al prójimo. Su arte estaba al servicio de los hombres para hacerlos buenos y felices. Obraba así desinteresadamente : “Nunca, desde mi niñez escribe pidió mi celo por servir con mi arte a la pobre humanidad que sufre otra recompensa que la íntima satisfacción q.ue acompaña siempre a esos actos”. Y en otra carta explica que no deseaba recibir en la misma medida que daba: “Me causa verdadera contrariedad molestar a nadie. Desde mucho tiempo atrás estoy habituado a hacer más por los otros que los otros por mí”. A través de la lectura de sus cartas vemos, en efecto, las grandes luchas que tuvo que empeñar para ganarse el pan de cada día. En una, se lamenta amargamente: “Mi crítica situación exige que en vez de dirigir la mirada al alto cielo, como lo hago casi siempre, la ponga aquí abajo, obligado por las duras necesidades de la vida”. Y en otra, añade: “Nada hay más triste que escribir para ganar el pan”. A si¿ amigo Czerny, le comunica: Ruégole me indique de qué modo puedo contribuir a arreglarle sws dificultades . . En cuanto tenga alientos para ello iré a hablar con Ud.. . . Tenga la seguridad de que le aprecio verdaderamente y de que estoy dispriesto a demostrárselo con mis actos en cualquier ocasión”. En 1807 dirigió una petición a la Dirección de los Teatros Imperiales y Reales de la Corte a fin de que se le otorgase el permiso de celebrar conciertos en una sala del Teatro, solicitud que le fué denegada. Cabe notar que ofrecía iniciar esas interpretaciones con ]a Anunciación de María, cuya “fecha se podría fijar alrededor de las fiestas de Navidad”.

También tuvo ocasión de manifestar más de una vez su caridad auxiliando a unas Religiosas, las Ursulinas de Gratz. A un amigo , Varenna, le escribe: “Le ruego diga a esas venerables Ursulinas mil cosas agradables en mi nombre. Yo quedo siempre reconocido a quien me proporciona la ocasión, sea quien fuere, de prestar un servicio con mi arte. Así, pues, no bien juzgue Ud. que mi arte puede ser de algún provecho a esas respetables Religiosas, sólo tiene que hacer una > cosa: escribirme. A ese propósito, tengo ya compuesta una nueva sinfonía. Por lo demás, si esas buenas Religiosas desean hacer algo en mi provecho, que ellas y sus educandos me tengan presente en sus oraciones” . Tiempo después, vuelve a ofrecerse a1 mismo destinatario, en igual sentido: “Nada en el mundo me im- pedirá que acuda en auxilio en cuanto me sea posible, con mi modesta obra de vuestro convento de monjas. ¡Sufren las pobres tantas penalidades sin culpa alguna!” Refiriéndose a un ofrecimiento pecuniario que el amigo le oferta, dice : “En persona. . . si me encontrase en una situación normal le diría sencillamente : “Beethoven no acepta nada cuando se trata de hacer bien a la humanidad” . Pero al presente mis sentimientos caritativos me han puesto en un estado deplorable aunque en cuanto a las causas no tenga por qué avergonzarme de ello . . . En suma, no he de rehusar lo que se me a condición de que provenga de una ter- cera persona”. Para ser más expHcito, añade: “Si no se presentase esa tercera persona, tenga Ud. la seguridad de que, aun sin indemnización, me hallo dispuesto como el año pasado a hacer algún bien a mis amigas las respetables Religiosas”. En otra carta, fechada tiempo después, leemos lo siguiente: “Me ha disgustado el envío de esos cien florines en nombre de las pobres Religiosas. Destinaré parte de ello a los gastos de copia y el resto le será remitido a las buenísimas monjitas con la cuenta de dichos gastos. No quiero aceptar más a este propósito. Creía que la tercera persona de que Ud. me hablaba era quizá el antiguo Rey de Ho- landa”. Y al pie agrega esta post data: “Afeotuosos recuerdos a nuestras que- ridas Ursulinas, a las que me felicito de haber sido útil nuevamente” .

Con el Archiduque Rodolfo, discípulo y gran amigo de Beethoven, que era además eclesiástico y que con el tiempo fué elevado a la dignidad cardenalicia así como a la sede episcopal de Olmutz (Moravia) , el maestro no obró con menor delicadeza al dedicarle gran número de sus obras, incluso una de las dos gran- des Misas, la op. 123. “Al componer esta gran Misa expresa en otra carta ha sido mi deseo principal el de despertar y hacer perdurables los sentimientos reli-

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giosos, tanto en los cantores como en los oyentes”. A través de estos párrafos se puede advertir que de su música hizo evidentemente un verdadero apostolado.

Este espíritu fué tal vez lo que le movió a rechazar en 1802 la propuesta de unos editores en estos términos ( conviene tenerlos presente cuando algunos bió- grafos nos presentan a Beethoven como encendido partidario de los dogmas de la Revolución francesa ) : “Esto hubiera podido hacerse quizá en la época de la fiebre revolucionaria. Pero ahora, cuando todo parece tornar al buen camino, cuando Bonaparte ha hecho un Concordato con el Pava, ¿qué objeto tendría una sonata a*í? Si se tratase de una Missa pro Sancta Mana a tre voci o de un Ofi- cio de Vísperas, etc Pero ¡por Dios santo! ¡Una sonata de esa clase en los

nuevos tiempos creyentes que se avecinan!” Como se ve. Beethoven estaba per- fectamente al tanto del acuerdo firmado entre el Po.pa Pío Vil y el General Bo- naparte, aún Cónsul, en fecha 15 de ju'io de 1801 y promulgado recién el 8 de abril de 1802, por el cual se reconocía a la Religión católica como la de la mayoría del pueblo francés, se establecía la división eclesiástica jurisdiccional de Fran- cia y se determinaban no menores ventajas recíprocas para ambos poderes que traerían al país la instauración de la paz religiosa, y. con eHa, la paz política, a cuyo fausto suceso vino a sumarse la oportuna publicación de la brillante apo- logía de la fe católica escrita por Chateaubriand: El genio del Cristianismo. No se me escapa, por otra parte, la ironía que acompaña c la, contraoferta del maes- tro. Era habitual en él bromear y expresarse por medio de paradojas y retrué- canos. Los traviesos scherzos interca1 ados en algunas de sus obras de contenido severo y trágico, y que constituyeron el escándalo de algunos críticos de su época, traducen sin duda musicalmente esa m-odalidad espiritual, que tantas incompren- siones le acarreó. El compositor se excusaba diciendo: “Cáusame gran pena el constatar que los sentimientos más puros, más inocentes pueden ser a veces mal interpretados” . Y, en forma tajante, adelantaba esta respuesta: “Esto obedece a que soy un hombre asaz brutal, con deplorable frecuencia”. Luego de esta hu- milde confesión, se alza sin embargo con aquel orguVo con que siem.vre amparó sus sentimientos más caros: “Sepan que jamás, jamás podrán tenerme por un villano: desde mi niñez aprendí a amar la virtud y cuanto es bello y bueno”. O bien de este modo: “Las murmuraciones, las calumnias quedan muy por debajo de la dignidad de un hombre que sabe hacerse superior a ellas. . . Muy a su punto estaba, ciertameyite, mi indignación, pero el justo debe sufrir con paciencia la injusticia sin apartarse lo más mínimo de la justicia. Animado de este espíritu soporto cuantas pruebas caen sobre mi persona”.

Esto me Veva a subrayar una virtud asaz notable en Beethoven: la humil- dad. Primero ante el Creador a, quien atribuía cuanto su genio construyera. A un destinatorio lejano le escribe: “¿Se ha oído ya ahí algunas de mis grandes obras?” Ante este asomo de vanidad retrocede y pone las cosas en su punto: “¡Y he dicho grandes! En comparación con las obras del Altísimo todo es mezquino” . Luego, frente a los compositores como él: “No despojes de su corona de laurel a Haendel, Hayden y Mozart —le regaña a un amigo porque son ellos quienes la merecen y no yo”. Al úHimo, principalmente, le profesaba una gran admiración: “Siempre me he contado entre los más grandes admiradores de Mozart y lo se- guiré siendo hasta mi último suspiro”. Y a Cherubini le escribe: “Sí, icréame que me siento transportado a otro mundo cuando oigo alguna nueva ópera suya; pongo en ello un interés mayor que en la audición de mis propias obras. En suma le rindo homenaje y le admiro”. En otra oportunidad había dicho: “Por lo que al genio se refiere, sólo el alemán Haendel y Sebastián Bach lo han poseído”. ¿Y con el resto del prójimo? En una carta afirma: “Me hace daño la humildad del hombre ante el hombre”. Sólo veía la superioridad de Dios, aunque como ya vimos se inclinaba ante el genio de otros hombres. Y dice: “Considerándome en rela- ción con el universo ¿qué soy yo y qué es el que se tiene por mtuy grande? Y sin embargo he ahí lo que hay de divino en el hombre”. Conocido es aquel pasaje en

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que, al regresar a su casa en compañía de Goethe, y al aproximarse toda la fa- milia imperial por el camino, se cala el sombrero hasta los ojos, se abrocha el paleto, cruza los brazos a la espalda y entra en medio de la multitud, mientras Goethe se deshacía en reverencias y cumplidos al paso de los monarcas. Al narrar esta escena en una carta, Beethoven expresa: “Los reyes y los príncipes pueden, sin duda, crear profesores, consejeros y conferirles títidos honoríficos, conde- coraciones, pero está fuera de 'su alcance hacer grandes hombres, espíritus que se eleven sobre la vulgar muchedumbre” . La verdad, frente a estas aparentes contradicciones, se manifiesta en estos párrafos: “El verdadero artista no conoce el orgullo. Sabe ¡ay! perfectamente que el arte no tiene límites; de un modo im- preciso comprende cuán lejos se halla siempre de la perfección, y mientras otros hmnanos acaso le admiran, él lamenta no haber llegado aún a esa meta, allí donde una perfección absoluta no brilla para él sino como un sol lejano”.

Estando en Moelding, el 15 de julio de 1819 escribió una epístola al Archi- duque Rodolfo' en la que se excusa de no poder visitarle, a pesar de las tentativas que ya había hecho en ese sentido, pues se halla muy delicado de salud; y añade el siguiente párrafo: “Las perpetuas contrariedades motivadas por mi sobrino, cuyo ser moral puede considerarse arruinado, en absoluto, han influido de un modo considerable en mi estado”.

Desde enero de 1816 hasta marzo de 1827, el ya de sobru atribu'ado compo- sitor tuvo que sobrellevar la pesada cruz de la tutela de Carlos, hijo de uno de sus hermanos muerto en aquella fecha. Las cartas dirigidas a Giannastasio del Río, preceptor a quien Beethoven entregó a Carlos para su educación, como tam- bién toda la correspondencia enviada a los distintos destinatarios comprendidos en esos once años, expresan de algún modo, directo o indirecto, el celo, la preocu- pación, las contrariedades y dificultades que su función de padre adoptivo le oca- sionaba, hasta llegar al estado que el párrafo antes transcripto determina. En 1818, la madre del jovencito, mujer de vida oscura y silenciosa, consiguió arreba- tarle dicha tutela, la cual sólo pudo recuperarla el maestro dos años después tras complicadas gestiones judiciales. En una carta dirigida al Municipio de Viena expone las razones de su reclamo, y entre otras cosas expresa: “Ya en vida de mi hermano me había designado para esta misión cerca de su hijo, y debo con- fesar que me siento llamado más que nadie a enfervorizar a mi sobrino con el ejemplo de mi virtud y de mi actividad”. En otros párrafos alega: “Mi moralidad de costumbres es reconocido, no sólo general y públicamente, sino por escritores tan distinguidos como Weissenbach”, y agrega que no lo guía otro interés que el de “practicar el bien y el de tener la plena conciencia de haber procedido recta- mente y de haber educado a un digno súbito del Estado”. Al exponer el carácter de la educación que ha ordenado se le impartiese, expresa: “Además, he encon- trado un eclesiástico que le inculca los deberes de cristiano y de hombre, ya que só’o sobre esa base se puede formar verdaderos hombres”.

Todos sus desvelos, sus fatigas, sus vigilias e inversiones de dinero para hacer de Carlos un hombre honorable fracasaron a tal grado que, en 1825, le di- rige al ingrato sobrino una carta de la cual destaco el siguiente párrafo, lleno de amargura pero también de dignidad: “Dios jamás me ha abandonado y ya en- contraré a alguien que me cierre los ojos”. Y termina con estas palabras: “Adiós; aquel que, sin duda, no te ha dado la vida, pero que ciertamente te la ha com- servado y que ha venido cuidando de cultivarte el espíritu con preferencia a cual- quier otra cosa, paternalmente, y aún más, te ruega que camines por la única y verdadera senda de todo lo que es bueno y honrado. Adiós. Tu fiel y buen padre”. Como corolario a este episodio de la vida Beethoven, cabe añadir que en la hora de morir expresó su voluntad, por escrito, de que: “Mi sobrino Carlos debe ser mi único heredero” .

Aunque creo se podrían destacar aún otras facetas más de la religiosidad de Beethoven, en las múltiples formas con que ella se manifiesta cuando un cris-

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tiano vive su fe, cerraré este artículo consignando el entrañable amor que el com- positor sentía por la naturaleza en cuya contemplación se refugiaba para dar paz a su alma; y aunque a veces comprobaba “con tristeza que aun no puedd hallar punto de apoyo sino en mi propio corazón” y “que en torno mío no haij consuelo para mis dolores”, nada le produce tanta alegría “como vagar ci través de las enramadas de los bosques, de las praderas y de las rocas, con mi papel de música por compañero” . Era un amor límpido, inocente, fecundo, libre de las lu- cubraciones filosófico-naturalistas que algimos biógrafos le endosan; y, aun diría, era un amor a la naturaleza como creación de Dios, “el que todo lo con- centra en El”. De su pecho anheloso se escapa esta exclamación: “¡Dios todo- poderoso! Soy feliz en los bosques, feliz en los bosques donde cada árbol habla de ti. ¡Qué esplendor! En estos bosques y en las colinas encuentro la calma, la calma para servirte!” Y de este amor, sí, creo no equivocarme, surgieron muchas de sus obras, y hasta me lo imagino en este sentido como Juan Joergensen nos presenta a San Francisco de Asís en el acto de crear el inmortal Cántico del Sol : “En su tugurio de San DamJán, Francisco vivía como un ciego, sin poder aguan- tar ni la luz del sol ni el brillo del fuego. Una noche así arreciaron sus padeci- mientos que no pudo menos de exhalar para Dios este grito: “¡Señor, acúdeme, porque yo pueda llevar en paciencia mi enfermedad!” Entonces oyó en espíritu una voz que le decía: “Dime, fray Francisco, ¿quedarías contento si en cambio de las penas que te afHgen, te fuera dado un tesoro tal que, con él, toda la tierra valiera nada?” Francisco respondió incontinenti que sí. Entonces la voz con- tinuó: “Pues bien, Francisco, alégrate y carda en tu dolorosa enfermedad, que con ella tienes ganado el reino de los cielos”.

Al día siguiente, levantándose con el alba, el santo propúsose componer “un nuevo canto de alabanzas de las creaturas del Señor, de las cuales nosotros nos servimos a diario, sin las cuales no podríamos de ninguna manera vivir” , y así comenzaron a brotar las estrofas del cántico celebérrimo que empieza de esta manera: “Alttisimo, omnipotente, bon Sigñore...” No de otro modo, y en cir- cunstancias muy similares, debieron brotar también las inmortales armonías de una Sexta sinfonía.

Si bien el famoso testamento de Heilingenstadt fué escrito por Beethoven en 1802, hay párrafos que, al ocurrir efectivamente su muerte en 1827, conser- van toda su actualidad. De modo que, cuando en la tarde de aquel 26 de marzo en que el genial compositor agonizaba tras terribles sufrimientos físicos y mo- rales, abandonado de la mayoría de las personas que habían disfrutado de si% amistad y hasta habían, muchos de eVos, enriquecido a costa de su trabajo, hu- biera podido escribir lo que un cuarto de siglo antes manifestara en dicho testa- mento: “El mal que me causasteis alguna vez os fué perdonado, com,o sabéis, hace mucho tiempo. Mi más ferviente deseo es que logréis una vida más grata, más Ubre de preocupaciones que la mía. Recomendad a vuestros hijos la virtud: es lo único que puede darnos la felicidad; ella y no los bienes materiales. Hablo así por experiencia personal. La virtud es lo que me ha consolado de mis desdichas”.

No he hallado, en ninguna de las 19 cartas editadas en castellano, una sola opinión heterodoxa de Beethoven. N.o si en otras epístolas, no vertidas a nues- tra lengua, la habrá. Pero lo cierto es que la que cita R. Rolland en su pequeña biografía del compositor , donde no le ha faltado ocasión en querer demostrar “la libertad de las inspiraciones religiosas” del gran músico, no prueba nada en contra de la fe católica de éste o, en el mejor de los casos, demostraría que su formación dogmática sería algo confusa, como ocurre hoy mismo con tantos fieles de piedad acendrada, que viven de los sacramentos, pero que no se preocu- pan de perfeccionar su formación religiosa. Por lo demás, Beethoven vivió en una época en la que se oían por doquier los sarcasmos impíos de Voltaire, que había dado a luz de Michelet e incubaba a Renán. Viena, ambiente donde el com- positor compuso casi todas sus obras, arrancó estas frases amargas a Wágner

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cuando visitara a Beethoven: “Al decir Viena, está dicho todo. Borrádo todo resto del protestantismo alemán; hasta el acento nacional se ha perdido e italia- nizado ... Es el país de la historia falsificada, de la i ciencia falsificada, de la religión falsificada . . . Con un escepticismo frívolo que había de arruinar y hun- dir el amor a la verdad, al honor y a la independencia”. Sin embargo, Beethoven supo sustraerse a tanta miseria y elevarse a cumbres que no hubiera alzando, a pesar de su genio, si no hubiera contado con la ayuda de un profundo espíritu religióso.

El 14 de marzo de 1827 escribía en una de sus postreras epístolas: “Verda- deramente un signo cruel me persigue. Pero a él me entrego rogando a Dios para que en su divina voluntad haga que no pase necesidades lo que me reste de pa- decer en esta vida. Esto me infundirá fuerzas para soportar mi suerte, por dura y terrible que siempre sea, resignándome a la voluntad del Altísimo”. Expresaba así por escrito lo que ya había sido una de las principales características de su vida: la resignación fundada en la confianza en Dios. El 24 de ese mes recibía los últimos sacramentos. El 26, a las 6 de la tarde, mientras se desencadenaba sobre Viena una furiosa tempestad, Beethoven entrega su alma al veredicto del Juez Omnipotente. Fué fiel, hasta el postrer aliento, a dos cosas, a las mismas que Donoso Cortés otro genio también violentamente bondadoso atribuyera su redención: “El sentimiento exquisito que siempre tuve de la belleza moral y una ternura de corazón que llegó a ser una flaqueza”.

Quizá a algún lector se le ocurra pensar, ya al término del artículo que más ■oien he destacado lo moral antes que lo religioso a través del epistolario de Beet- hoven. Es probable; pero bajo las virtudes morales aquí subrayadas cuesta poco advertir nítidas y firmes las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, con lo que nos hallamos a la vista de una vida, y de un arte, sostenidos sobre los fundamentos inconmovibles de la religión revelada.

Carlos R. Garat

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“En una de las horas más dramáticas de la historia secular de Polonia, citan- do después de un mes y más de resistencia los patriotas del general Bor se ven obligados, a retirarse bajo la presión alemana, sin que el ejército ruso, situado a veinte kilómetros de distancia, haya querido enviar siquiera alimentos a estos héroes, llega a un escrito, compuesto casi exclusivamente de documentos cu- ya autenticidad no puede ponerse en duda.

El 30 de enero de 1939 el Sr. Adolfo Hitler decía en el Reichstag : “hace 5 años hemos firmado el pacto de no agresión con Polonia. En la hora actual apenas se hallaría una divergencia de opinión entre los verdaderos amigos de la paz acerca del valor de este instrumento. En el curso de los meses inquietos del año pasado la amistad germano-polaca mostró ser uno de los factores de apaci- guamiento de la vida europea”. Siete meses después, sin que hubiera cambiado tena sola circunstancia exterior, cinco ejércitos alemanes invadían el 19 de sep- tiembre Polonia, y al cabo de un mes, unido en una misma acometida a Rusia con quien había combinado un ataque convergente, el mismo Hitler exclamaba en el Reichstag: “Polonia ha sido barrida de la carta geográfica”. He aquí en dos frases, todo el drama contemporáneo. i

Tarde o temprano tocia injusticia se paga, y las cometidas con Polonia en la hora actual son innumerables. El presente folleto trae algunas y no vacilo en decir que la mínima parte. Ellas bastan para horrorizar todo corazón no corrom- pido. Es muy posible que al final de la guerra quede otra vez Polonia disminui- da. Será entonces como el grano de trigo de que nos habla la Escritura, que caer en el surco y parece morir en él, pero del que nace mies abundante. El pa- sado me da confianza en el porvenir. Y repito aquí las palabras del carmelita Marees Jandolowicz, fundador de los Caballeros de la Santa Cruz: “Oh Polonia, debes primero caer en polvo; pero como el ave del sol renacerás de tus cenizas, y tu espíritu se convertirá en la luz y ornamento de Europa”.

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