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ELIJAH CLARENCE HILLS 1867-1932

Elijah Clarence Hills was, from 1922 till his death, first a Professor Spanish and then Professor of Romance Philology at the University of California. A nativc of Illinois, reared in Florida, he graduated from Cor- nell in 1892 and studied in Paris; he was successively professor in RoUins College, m Colorado College, librarian of the Hispanic Society of America, and head for romance languages at Indiana University. For his distin- guished achievements in Spanish philology, he was made Knight Com- mander of the Royal Order of Queen Isabel.

In Professor Hills were combined vast and precise learning with extraor- dinary humanity. Though a grammarian and philologist, his teaching imphed the great world. He had a talent for friendship: capable of the seclusions of the scholar and editor and born to an inviolable personal dig- nity, he possessed also an uncommon social charm which exercised itself in widening circles. His charity showed as kindliness, deference, toler- ance, the sharing of the possessions his long labors had accumulated. He was a wise collector of books, and specialized in Spanish lexicons. Mrs. Hills presented to the University of California his collection of books, ene of which is here inscribed to his memory.

TRES A^OS m LOS ESTADOSIJNIDOS.

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Lit.ae J.J.M'aTt]rie7.Ue5enü°:0>radnd.l653

i"5i' el tocino' el tQcino'."óTitó sencillameni.e unTie^ro que al parecer liatia hecho ya la elección.

TRES AÑOS

EN

LOS ESTADOS-UNIDOS.

ESTUDIO DE LOS HÁBITOS Y COSTUMBRES AMERICANAS, POn ÓSCAR eOMETTANT.

TRADUCIDA DEL FRANGES POR LOS SEÑORES

DON SANTIAGO INFANTE DE PALACIOS

Y

D. FEDERICO UTRERA.

Con un prólogo,

NOTAS Y UN RESUMEN FINAL POR LOS TRADUCTORES.

J. J. M., EDIIOR.

MADRID:

L^IPRENTA Y LITOGRAFÍA DE D. J. J. MARTÍNEZ, DESENGAÑO 10.

18S8.

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Es propiedad del Editor.

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PROLOGO.

La obra que presentamos al público, no necesita recomendación. Ha sido juzgada por toda la prensa parisién y se han agotado tres ediciones en muy poco tiempo , valiéndole á su autor una reputa- ción envidiable en el vecino imperio. Al escribir estas líneas no es nuestro ánimo deslumhrar con vanas palabras, entusiasmando á los lectores con frases pomposas que los predispongan en su favor; muy lejos estamos de eso, porque generalmente cuando se habla así, es para tributar á un libro, elogios inmerecidos, que la opi- nión pública rechaza.

No nos detendremos, pues, en encomiar un trabajo que, como hemos dicho antes , ha merecido completa aceptación en el pais donde la crítica es tan severa , y tan grande el movimiento litera- rio. Callaremos, porque callando decimos mas que cuanto pudiéra- mos escribir en pro de él.

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VI

Osear Comettant, es un joven de vasta instrucción, redactor de uno de los periódicos mas acreditados de Francia , y que por cau- sas políticas emigró á los Estados-Unidos , donde permaneció tres años dedicado esclusivamente á los estudios que forman el conte- nido de este volumen.

Con la asiduidad que le caracteriza, el entusiasmo de la juven- tud y el gusto que desde sus primeros años mostró por el estudio de otros paises, recorrió los estensos Estados de la Union Ameri- cana, tomando notas y apuntes para formar mas tarde el libro que sale á luz.

Vamos á ocuparnos de él: Comettant lo ha dividido en una se- rie de artículos; cada uno de ellos trata de diferente materia, y para hacer menos árida su lectura , les intercala alguna anécdota chistosa, propia del asunto.

Empieza en el primer capítulo, hablando de la clase de vida, que desde el momento de abandonar las costas de Europa, se tiene á bordo de los buques que hacen la travesía del Océano. Sigue de- tallando las costumbres de la gran capital de los Estados-Unidos , y sucesivamente dedica un capítulo á cada uno de los ramos que constituyen el saber en América. Con escrupulosa minuciosidad consagra su pluma á dar á conocer bien aquel pais, pintando admi- rable y perfectamente su vida pública y privada. Las costumbres generales de todos los Estados , sus leyes , religiones , comercio, industria, ciencias, diversiones, etc. etc., tienen su lugar en la obra, y termina con un largo capítulo donde retrata el aspecto ge- neral de los Estados del Sur.

Hemos indicado las materias de que consta esta obra para dar una pequeña idea del interés que inspira y del pensamiento que predomina en ella.

Nada es tan interesante para los españoles , que empobrecidos

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por guerras intestinas, prestamos á Colon bajeles en que atravesar el Océano y descubrir un mundo , como la pintura de ese mundo amamantado por nuestros abuelos y perdido por nuestros padres. En esa tierra virgen, de los mas caudalosos rios y los mas altos árboles, nosotros clavamos la primera cruz y echamos la semilla primera de la civilización. Allí, antes que ninguno, hicimos tremo- lar las banderas de la Católica Isabel en las cumbres de las mon- tañas, y las salvas de nuestra artillería retumbaron en las playas diciendo con asombro de la Europa: «el sol nunca se pone en los dominios de España. »

Ahora bien : ¿habrá un solo español que no se sienta conmovi- do al leer las páginas de Comettant? ¿que no se admire de lo que en ellas se dice? La perfección y verdad con que se nos á cono- cer la nación mas moderna, mas adelantada, mas libre, mas pode- rosa, y que como por encanto ha surgido de los bosques de un mundo nuevo condenado á la esclavitud por un mundo antiguo; las ideas que despierta en el alma, al recordar que de él sahó la chis- pa libertadora que incendiando revolucionariamente á la Francia, dio á la Europa independencia ; las reflexiones que naturalmente ocurren al contemplar los prodigios de la inteligencia de un pueblo pacífico é indiferente á las desastrosas guerras de Europa , no pa- sarán desapercibidas. Y hemos dicho antes que todo español se sentiría conmovido al leer estas páginas, porque efectivamente á ningún europeo puede interesar tanto como á nosotros. No somos ciertamente fundadores de esa colonia en América, elevada á la mas grande nación en el corto espacio de un siglo; pero sin em- bargo, nos pertenece algo de su gloria: los españoles fueron los primeros que regaron con el sudor de sus frentes los campos americanos quemados por un sol tropical, y los que vertieron su sangre para introducir el germen de la civilización en un

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continente que se hallaba como había salido de las manos del Creador.

No tenemos mas que decir, y aun lo que hemos dicho por ne- cesidad sentimos que pueda haber cansado á los lectores.

Terminamos esperando á que el público , juez severo , ante el cual nos sometemos, pronuncie su fallo sobre esta obra, la cual hemos procurado traducir literalmente para que no pierda nada de su carácter y belleza.

Y esta es la ocasión de rogar que nos dispense , si queriendo cumplir con este propósito no usamos un lenguaje tan castizamente español como hubiéramos querido emplear.

Madrid 7 de octubre de 1857.

Santiago Infante de Palacio*;. Federico Utrera.

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TRES AÑOS EN LOS ESTADOS-UNIDOS.

ESTUDIO DE LOS HÁBITOS Y COSTUMBRES AMERICANAS.

CAPITULO PRIMERO.

EL ESTRANJERO EN AMERICA.

El 1.° de setiembre de 1852, á las doce del dia, el Humbold, aquel gigante de los mares, que dos años después debia estre- llarse sobre las rocas de Halifax , salia magestuosamente del Ha- vre, saludando con su artillería las costas de la Francia. Su atre- vida proa sulcaba las rebeldes olas marchando con toda la fuerza de sus ochocientos caballos, hacia el inmenso espacio del Océano, su tempestuosa patria.

Estábamos sobre cubierta siguiendo con lastimera mirada los últimos promontorios que por graduación el horizonte ocultaba á nuestros ojos.

Al dia siguiente por la mañana, cuando nos despertamos, la tierra habia desaparecido, las olas eran mas grandes, y el mons-

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truo marino que nos conducía rugiendo, deslizábase sobre las lí- quidas •ti^ntaña;3.et€:v4(}o; como señor de ellas.

Estábannos 'eñ aíi*cliá]h\ai:.

I¿i Ki^úíaji&Qrdití .-tó^ .vapores tras-atlánticos es seguramente muy agradable y distraída para los pasageros de primera cámara, y que tienen la fortuna de no esperimentar ningún malestar de los que generalmente acometen á los que se embarcan para largos viajes.

Se sirve el á las seis de la mañana á las personas que lo de- sean ; á las ocho se almuerza de tenedor ; á las doce se toma el lunch (1); á las cuatro se come , pero sin vino ni café; á las siete se toma el ; finalmente , á las doce de la noche la cena para aque- llos que la exijen. A lo dicho añadiremos que la cocina es gene- ralmente buena y variada.

Los pollos encuentran á bordo barberos americanos que les afei- teny ricen el pelo con todas las reglas del arte. Un bar-rom muy bien abastecido ofrece á los bebedores vinos y licores á elección.

Para concluir, la sociedad es por lo regular amena , y se pa- san perfectamente los trece ó catorce dias que separan la Europa de la América.

Al decimotercio dia de nuestra salida, llegamos á New- York, admirablemente situada entre los rios Est y Hudson ; se sabe que es una de las ciudades mas hermosas , mas grandes y mas mercan- tiles del mundo. Su población, según la última estadística, se ele- va á la considerable suma de 800,000 almas, sin contar las vecinas villas de Brooklin y Hoboken , separadas de New-York por la an- chura de dos rios , y que se puede decir no forman mas que una misma y única ciudad de cerca de 1.500,000 habitantes.

Al desembarcar en New-York, el viajero se asombra verdade- ramente del movimiento tan grande que presenta el puerto. Vénse en él vapores de formas estrañas , de dos ó tres pisos , que pare- cen mas bien inmensas casas flotantes , que barcos ordinarios, y se

{\) Refrigerio que se acostumbra tomar en los Estados-Unidos y en Inglaterra á me- diodia. {N. de los T.)

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cruzan confusamente en todas direcciones por la bahía, conlíinclio- nes, yachts, schooners, y navios de mil tamaños y naciones.

A primera vista es fácil juzgar del genio activo de ese pueblo, trabajador hasta lo infinito, que vive para trabajar, y trabaja para vivir, siendo el comercio el medio y el fin de que se vale para ga- nar dinero, no sabiendo sino ganar mas aun. Fácil es también co- nocer prontamente su esencia democrática y el verdadero senti- miento de la libertad. *

El frac negro es el vestido de todos en los Estados-Unidos , y los trabajadores que se agolpan á bordo de los buques para ofrecer direcciones de fondas , como los carreteros y cocheros que preten- den llevar equipajes, tienen á la vista del observador la aparien- cia de perfectos gentlemen^ si bien algo estropeados. Cuando el via- jero se decide á partir, una enorme carroza de doce asientos de la forma de las antiguas francesas , se aproxima lentamente, carga el equipaje en su imperial, y lo conduce á su destino.

Ya se sabe lo que son las fondas de América ; inmensas casas amuebladas con lujo y magnificencia , servidas por regimientos de negros y batallones de jóvenes irlandeses, frescos y rollizos, á quie- nes les está encargada la asistencia de las habitaciones. Los milla- res de viajeros que traen y llevan los vapores y caminos de hier- ro de los diferentes puntos de la Union, llenan esos inmensos serra- llos. Fuera de los Estados-Unidos, donde se viaja con asombrosa rapidez y facilidad, semejantes fondas serian inútiles y ruinosas para sus dueños. Son tan diferentes de las francesas y está todo tan prevenido para el gusto y comodidad del que llega, que hasta los recien casados, mediante la suma de 60 pesos fuertes por dia, pueden entregarse orgullosamente á los placeres de su luna de miel^ en habitaciones verdaderaitiente regias , designadas bajo el nombre de habitación de la casada, donde con mas prodigalidad que buen gusto se confunden el oro, la plata, las sedas y los terciopelos. Tie- nen para uso de los viajeros, telégrafos eléctricos que desde el interior del edificio se comunican con las ciudades de los Esta- dos-Unidos, aprecios módicos. Hay además salas con mesas de billar , bar-rooms , especie de tiendas donde se beben en verano

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los mas esquisitos y variados refrescos ; boticas , cuartos de ba- ños , correo , cuadrantes que indican los vientos reinantes , gabine- tes de lectura llenos de periódicos y anuncios en tan gran canti- dad, que los arrojan á los pies del transeúnte para llamar su aten- ción. Hay máquinas de vapor para la ropa blanca; se lava, seca, plancha y pliega en dos horas, y son un portento de mecánica. Con relación á máquinas , el genio americano no tiene igual: en Cincinnatti, hasta los cerdos mueren á máquina: ponen el animal bajo una trampa donde lo degüellan; de allí pasa á una ancha cal- dera de agua hirviendo, que le levanta la piel; de allí, á otra sepa- ración que le despedaza; y así, de cepo en cepo, el desgraciado compañero de San Antón se halla al cabo de dos horas de tan rudo trabajo, simétricamente cortado, salado y puesto en barriles; hsto para ser llevado á donde lo reclame el estómago del hombre. ¡Esos desgraciados cerdos no tienen tiempo de mirar por sí!

Las fondas en América no son esclusivamente habitadas por viajeros , pues no es muy estraño ver á comerciantes largo tiempo establecidos en el pais , vivir con sus familias en ellas por el mis- mo precio que pudieran hacerlo en casa particular. New-York hotel, está casi habitada por familias muy recomendables, que siguen este método de vida en común, por no serles repugnante.

Los desayunos empiezan á las siete de la mañana para las per- sonas de negocios, y se pueden hacer hasta las once. No es estra- ño ver intrépidas viajeras que vienen en compañía de sus maridos, de sus hermanos, de sus prometidos, y aun solas, para visitar á New- York, levantarse á las seis de la mañana y bajar á almorzar á las siete ataviadas y de mangas cortas.

Durante el dia entran en la fonda para tomar el lunch, á fin de poder esperar hasta las cinco de la tarde, hora en que se sirve la comida. Esta por lo interesante merece ocupar la atención del viajero.

Mesas grandísimas , perfectamente preparadas de antemano y suntuosamente adornadas , esperan á las personas. Un horroroso ruido de campanas chinescas, colocadas por todas partes, anun- cian con sus continuas y bárbaras vibraciones que ha llegado la

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hora de comer. Cuando todo el mundo está sentado á la mesa, el gefe de los criados, viejo y feo como la misma fealdad, mueve sus amarillentos ojos, haciendo un gesto rarísimo con su negro rostro, al regimiento de negros que permanece inmóvil de pie, detrás de los huéspedes. A esa señal, como si fueran movidos por un mismo y secreto resorte, dan un paso y descubren los platos del primer servicio.

La comida, no solo en New- York, sino también en las otras ciu- dades de los Estados, no se compone de menos de cincuenta platos: estos son descarnes, pescados, legumbres, caza, mariscos, dulces y asados. En verdad están muy lejos de ser aderezados con el arte delicado que distingue á la cocina francesa. El primer dia, debe- mos confesarlo, comimos con una especie de horror algunos platos de legumbres que habian sido simplemente cocidas con agua, sin manteca ni sal. Si al menos un vino generoso hubiera venido á mez- clar su rico sabor al gusto insípido de las legumbres cocidas en agua clara y las aves conservadas en hielo y asadas al horno; . . . pero no: la templanza americana que desde los Estados del Maine amenaza á la América entera , y se estiende por medio de sus vapores hasta mas allá de los mares , quiere que un vaso de agua con nieve ocu- pe el lugar del Bourgogne ó del Médoc.

Quisiéramos saber si Brillat-Savarin, que ha permanecido va- rios años en los Estados-Unidos , se sometió al régimen del agua fresca , y se condenó á comer legumbres cocidas sin sazonar.

No se bebe , pues , sino agua en las comidas americanas: el vino tinto es casi desconocido, y solo algún huésped, haciendo escep- cion de la regla, toma para beber con los postres un vaso de Cham- pagne, sacado de una botella que se destapa con gran ruido á fin de llamar la atención de los circunstantes sobre este hecho , por uno de los waiters (1). ": .: ,

Es cierto que los sobrios gentlemen, retirados en sus cuartos, se reconcilian con el dios Baco, sin que sus esposas ó hermanas pongan el menor cuidado en evitarlo. Nadie cree que hace mal

(1) Camareros: ayudas de cámara. -

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bebiendo, hasta cierto límite, vinos y licores; además, en América los pecados ocultos, se perdonan en mas de la mitad, mientras que no hay perdón posible para los escándalos.

Después de comer, el estranjero opta por un paseo á Broad- ivay, la ópera, cuando hay compañía, ó el teatro americano; el nmseo Barnum , ó el espectáculo de los negros minstreh : á me- nos que no prefiera pasar la noche en el salón de la fonda abierto para todo el mundo, y que se halla ordinariamente lleno de ele- plantes señoras , las cuales con esa independencia americana , can- tan , tocan el piano , leen , ó pelan la pava , sin inquietarse por los estranjeros , en lo mas mínimo , á pesar de que pueden escuchar- las. Las diferentes personas forman grupos apartados, en inmen- sas salas, y nadie piensa en enterarse de las distintas conver- saciones de otros, ni mucho menos en criticar sus acciones. El ridículo , triste posición en que muchos se colocan en nuestra so- ciedad, puede decirse que no existe en América y la discreción es la virtud general. Hacer y dejar hacer sin trabas es la gran ley que cada cual observa.

En la práctica de la vida, mas aun que en las leyes, es donde se conoce si un pueblo es realmente libre y digno de serlo.

Además de las grandes fondas, se encuentran en New- York, así como en las demás ciudades de los Estados-Unidos, boarding-hou- ses, que ocupan el medio entre las fondas y las casas amuebladas de París. Esas boarding-houses reciben pensionistas desde 5 pesos fuertes hasta 10, 12 y 15 por semana. Se goza con corta diferen- cia de las mismas ventajas que en las grandes fondas: los pensio- nistas se reúnen por las noches en los salones ordinarios, parlors, y á menudo las señoras y caballeros improvisa!? bailes de una agra- dable y encantadora familiaridad , en los cuales la hbertad de las mugeres no es lo que menos llama la atención de los europeos.

No se puede creer el número prodigioso de estranjeros, princi- palmente alemanes é irlandeses que emigran á América , tierra hospitalaria por escelencia. En la ciudad de New- York, solamente los paquetes han llevado en el corto espacio de un mes, hasta 40,000 alemanes é irlandeses, que instalados primero en Castle-

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Carden se dirijen después á los diferentes puntos de la Union que necesitan brazos.

En cuanto al número de viajeros que toman pasaje en los vapo- res para venir á Europa, es también considerable. Por esta via, la mas costosa, han sido trasladados del Nuevo Mundo al antiguo, desde 1." de abril hasta I.'' de agosto del año de 1856:

A Liverpool 3,598

A Bréme . 821

A Southampton 136

A Glasgow 424

Al Havre 1 ,294

Total. . ."; .V . . 6,273

¡Seis mil doscientos setenta y tres pasajeros para Europa en cuatro meses! ¡Mas de mil quinientos por mes! ¡cerca de cuatro- cientos por semana!

Sin embargo, por muy hospitalaria que sea la América, ha in- terceptado la entrada en su territorio á los emigrados que no pue- den justificar la posesión de cierta suma de dinero, para hacer frente á los primeros gastos de instalación en las tierras. Los emi- grados indigentes han sido devueltos á su pais, por la intervención de sus respectivos Cónsules.

El emigrado cultivador es seguramente el mas feliz de los es- tranjeros. Compra en el Oeste , buenas tierras que desde el primer mes, producen para el sosten de su familia, y dan de utilidad anualmente, mas de lo que costaron.

Los hijos de los que actualmente emigran , serán sin duda al- guna dueños algún dia, de la América entera, cuyo vasto territo- rio podría abastecer al mundo.

Los trabajadores estranjeros que permanecen en las ciudades, son mucho menos felices que los agricultores, y se encuentran es- puestos á la falta de trabajo. Las oficinas del consulado francés en New-York, se ven siempre llenas de obreros desocupados, que ig- norando hasta qué punto alcanza la protección de sus Cónsules, lle- gan á pedir pasaje para volver á Francia.

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El estranjero que quiere viajar en la Union, encuentra esas in- mensas tierras, cortadas en todas direcciones por caminos de hier- ro , y esos mares sembrados de vapores que lo trasladan con pas- mosa prontitud y baratura.

En verano, magníficos vapores conducen á los viajeros desde New'York á Alhany (en 15 horas) por 10 rs. vn., y á veces por 5.

No hay en los vapores, como tampoco en los caminos de hierro, división de clases, y cada cual es dueño de escoger el sitio que mejor le plazca.

Es cuestión bastante seria en estos momentos , la prolongación de los caminos de hierro hasta California por Texas y Méjico. Creen que trece dias con sus noches bastarán para ir en tren directo des- de New- York hasta San Francisco. Los autores de ese proyecto ¿han calculado bien las fuerzas humanas? Nada asusta al genio ac- tivo, al valor de los americanos. Esa inmensa travesía por medio de desiertos y pueblos salvajes que están siempre en guerra con los de pálido rostro, como llaman á los blancos, se llegará á realizar algún dia.

En empresas industriales, es seguro, que todo lo que se puede hacer, se ha hecho ya en América, y lo que no puede hacerse se hará. El go a head (1) de los Yankees no conoce obstáculo alguno, y el deseo de conquistar ó adquirir no tiene limite sino en los límites del mundo. Que se descubra el medio de traspasar el espacio, y los americanos establecerán bien pronto mostradores de comercio en la luna, y sucursales de sus estados.

(1) Frase que significa: meter la cabeza: ir adelante: seguir traspasando todos los obs- táculos: y la usan los ingleses siempre que quieren indicar una fuerza de voluntad que no encuentra resistencia. (iV. de los T.)

CAPITULO 11

LOS NEGOCIOS.

En ninguna parte se ama tanto el dinero como en América, ni se hacen tantos esfuerzos para ganarlo. No hay trabajo productivo por largo, penoso y difícil que sea, que deseche la constante y fe* bril actividad de los americanos. Allende el Océano, un hombre no es ni representa nada como no tenga un capital. ¿Conoce Vd. á fulano de tal? dicen los americanos. Sí; vale veinte mil duros. *' '^■^^^'- ^^'^^

¿ Y á zutano , le conoce Vd? —Sí; no vale nada. ,;^ '' í j ' ,

Nunca se habla de su mérito personal , de siis virtudes ó ta- lento. Beranger, que vivia en Pa5<9i/, de una modesta pensión, no valdria nada en América. .??*n:iií|oa

El dinero que solo hace hombres , es lo que naturalmente aman en ese pais , donde el deseo de enriquecerse es la sola pasión do* minante.

Mas esta fiebre por ganar , que empieza en la infancia y no con- cluye sino con la muerte , no tiene como en Europa por fin el des- canso del trabajo y el bienestar.

En América se desconoce el estado negativo de rentista , y na- die piensa en llegar ni quiere serlo. Comienzan ante todo por ganar

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dinero para vivir , continúan para emprender negocios , y luego para hacerlos en grande escala y no cesar de adquirirlo.

Las famosas Diez mil libras de renta que Mr. Scribe ha puesto tan amenudo en boca de sus honrados comerciantes , como el h'mite de su ambición y el precio de su trabajo , no serian comprendidas en América, donde la ambición es ilimitada.

Los comerciantes americanos son jugadores que tienen por ru- leta los mercados del mundo y por apuesta stocks (1). Un juga- dor no se corrige nunca. Cuando gana, quiere ganar mas aún , cuan- do pierde desea desquitarse, cuando no tiene dinero para jugar, les á los demás jugadores un golpe con apuestas imaginarias.

Tal es la irresistible pasión de ese pueblo que hace los negocios como jugador, tanto para tener las fuertes emociones del comercio, como para recoger el fruto.

Esa pasión del tráfico, ese placer del cambio , ese amor al em- brollo mercantil , exalta los espíritus de un modo tan estraño , que se verá nacer acaso una nueva clase de poetas enteramente desco- nocidos hasta hoy: los poetas comerciantes. i> y oj^nííoq ,0;^!!;- ; k^

Y decimos esto, por el hecho siguiente: . .

Hallándonos un dia en compañía de una linda lady , de esas per- fectas y angelicales figuras de viñetas inglesas , la conversación reca- yó sobre los privilegios que las mugeres gozan en América ; privi- legios que poseen hasta por las leyes, que tienen con ellas cierta tolerancia y estrema galantería .

^Es verdad , dijo ella , que nosotras somos muy felices gene- ralmente en América , mas á pesar de esto quisiera haber nacido hombre.

^■^ —Hubiera sido lástima , dijimos , ¿pero, por qué hubiera usted querido formar parte de la mas fea mitad del género humano?

¿Por qué? dijo rápidamente; ¡y Vd. me lo pregunta! .(En ese instante sus facciones se animaron; sus ojos azules to- maron bajo sus largas pestañas negras un aire inspirado, apareció, en fin, bajo el encanto de un grave y filosófico pensamiento.

(O Mercancías: sacos; pacas: fardos. »^vj{ :* -v

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Esperábaiuos oiría decir que hubiera deseado ser hombre [Kua dirigir un ejército , maudar uua escuadra , brillar en la tribuna ó el pulpito por la elocuencia de su palabra , ó tal vez para hacer á imi* tacion de otros filibusteros , la conquista de Méjico ó Cufja. Mas apenas hablamos hecho esas rápidas reflexiones , se acercó y nos dijo con voz conmovida:

—Pues bien; quisiera ser hombre para hacerme business-man! (comerciante).

Esto no es invención: semejantes rasgos no se inventan.

Los americanos aman el dinero bástala adoración y no -son sin embargo avaros á la manera de Harpagon. Este , ama el dinero por el dinero: lo guarda con temor, lo oculta á todos los ojos, lo rehusa hasta á él mismo y no tiene en su inesphcable locura, nada mas voluptuoso que meter sus insensatas é innobles manos en sacos de oro que no vacia jamás. Esta clase de avaros , cuya raza parece degenerada, no es tampoco común en Europa. Sin embargo, la policía suele encontrar en miserables boardillas, sepultadas en l()s muros ú ocultas enjergónos, sumas de dinero mas ó menos gran- des , que la avaricia bajo la forma odiosa de ricos mendigos , ha criminalmente guardado. Mas los americanos no son generosos, ni les gusta disponer su dinero en favor de otro ó gastarlo en su pro- pio placer; sin embargo, lo arriesgan voluntariamente en los nego- cios y con atrevimiento sin igual.

El Yankee se arruina ó enriquece en poco tiempo y sin grande emoción . ^i^í^ lium m en p , 5^oi\\'

.{En ambos casos, continúa sus negocios y su manera de vivir.

He aquí de qué modo viven en New-York los comerciantes; es decir, casi la totalidad de los hombres. ^ r^^") .-^^

Los comerciantes, desde el mas grande naviero hasta el mas modesto dependiente, se levantan todos los dias á las siete de la ma- ñana aunque baje el termómetro como en Rusia, ó suba como en el Senegal , nieve como en el monte de San Bernardo ó ventee como en la isla Borbon, pues en New-York existen tan variados chmas y á veces en un mismo dia.

Almuerzan de siete y media á ocho ío más tarde. Eldesayuno

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se compone lo mismo para el rico que el pobre, de una taza de café con leche ó de (1) y una lonja de jamón que se reemplaza al- gunas veces por un trozo de roast-beef frió.

Terminada esta modesta comida , el comerciante se encamina á la ciudad baja que es el punto de los negocios. A las ocho ú ocho y media todo el mundo está en su destino , es decir en su office.

Entonces hacen en Wall- Street y en las calles próximas un tra- bajo propio de hormigas: se cruzan, se empujan y hacen señas con la mano por no perder tiempo en hablar: y en cuanto á lo moral, im solo pensamiento domma; huir de las astucias de los unos y en- gañar á los otros. ;i *^ ^ . ;

Para el comerciante, cuando está en su office, rio hay padres, ni hermanos , ni amigos, ni amantes, ni Dios, ni diablo; no hay mas que parroquianos y negocios. El hombre mas delicado, mas sensi- ble, el mejor hijo, el padre mas virtuoso, el amante mas casto, el marido mas fiel, llega á ser el mas inflexible, cuando discute en su office sobre una partida de bacalao salado de la que quiere des- hacerse, ó sobre una caja de sebo de Rio Grande que desea adqui- rir. Su corazón se trasforma , ó mejor dicho no tiene mas que un duro en el sitio del corazón. Anunciadle la pérdida de todos sus pa- rientes, y responderá. ¡Sírvase esperar un instante; concluyo un negocio y soy con Vd. en seguida. Ya sabe Vd. ante todo son los negocios! : / ; "^

Podríamos citar nombres de personas muy estimadas , buenas y sociales fuera de su office , que en una reciente y terrible catástrofe perdieron una parte de sus mas cercanos parientes , y consideraron un deber de comerciantes, no interrumpir el curso de sus operacio- nes mercantiles. Con la muerte en el alma fueron en ese momento á discutir sus asuntos con sangre fria y no desperdiciaron ocasión de esplotar algún parroquiano en provecho de su bolsa. Por la noche hubieran llorado á sus desgraciados parientes de todo corazón, con tal de secar sus lágrimas en la mañana próxima á la hora de los negocios.

(1) Se consume anualmente en América la inmensa cantidad de 35.200,000 libras, {N del A.)

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Elste es el estoicismo mercantil, llevado hasta el heroísmo. A nosotros nos gustan las anécdotas , cuando son característi- cas. Hé aquí una que hemos oido contar. '1 ao^y oirür

Un joven dejó á New- York por las Indias adonde fué á probar fortuna. Permaneció diez años ausente. Después de ese largo inter- valo de tiempo y sin prevenir á nadie volvió á New- York. La casua- lidad hizo que al desembarcar se encontrase con un hermano suyo. ¡Calle! ¿Vd. aquí? ¿Con que ya es Vd. de los nuestros? ¿Cómo estáVd.?

—Muy bien, ¿y Vd.? le dijo el inesperado viajero tendiéndole la

mano. > ^■^'^'■■' ''^^-h

—Perfectamente. Estoy muy contento de verle á Vd.; muy

contento. •■'•> o ,í^,>i.!i..<íi '¿-mx^^^^ íjú 0}./í>, ijt l*íí jJíj¿jU.»jií'j, jjí '.>*.• íma*.

Yo también.-'"-'^'"' "v,,-. v^ ..,.,,.„..:.. ..,..:'..., ...,;..,, i .,.,,., ,,,,.,)

—¿Ha hecho Vd. buen viaje?

Bastante bueno. ¿Y aquí va todo bien?.G)aiaoiíííí9(i x!í07íIí1 y^^^^^

¿No hay nada nuevo? " •'>'! íiidííiiiD ojrü mt^Bob on óup

No. . . Es decir, una gran noticiauíp 'ísooum^ ormatyooa ali

•í— ¿Cuál? H'Ti iftr»7^';í'íí-t júofíO'íííloiiil íú .¿iOí:)o^í3ii ji'iijq oÍHUjm

Nuestro padre ha muerto. '^qníO^Mi/a oiqmíi)Í8 jsiJííoíjí)íío JíbI)

El recien llegado, tomando entonces un aire triste, puso á

silbar lúgubremente, prolongando el /or/^ hasta el smorzando; lo que

puede traducirse por esta esclamacion: «¡Ah diablo! Y tomando en

seguida un tono desenvuelto: ; üíiHiiiif

—¿Dígame Vd., y los algodones están en alza? -m-í^mí

Un silbido (tierno y espresivo en verdad), fué la única brffcíbri

fúnebre pronunciada por el hijo en honor del padre difunto; la flor

arrojada piadosamente sobre su tumba apenas cerrada ; como dicen los

croque-morts (1) literarios, en los entierros de sus amigos, nai lUc:

Los negocios tienen un momento de intermitencia á las dos de

la tarde, hora de la comida para la gente comercial. Las fondas,

que abundan en la parte baja de la ciudad, están á esa hora llenas

= '?lí>q .ijoi^íh'i ^>i> «ínobBímol .aíitHríoíl m ecMívyrm'} v

(1) Enterradores. ''^^^l<¡ í^OIO^íüíO'iq

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de gente que come silenciosamente y que parece sentir el tiempo que pierde en esa operación. La comida no es larga: no hay sopa; un plato de carne con legumbre ; un poco de pescado ; y para pos- tre un enorme pedazo de pastel ó frutas á medio cocer. Hay que añadir que la bebida es agua fresca. Después de comer cada cual vuelve á su office , y los negocios toman nuevo aspecto hasta las seis de la tarde. En ciertos casos, cuando el trabajo lo exije, el gefe de la casa, solo en su negro y triste despacho , trabaja hasta las nueve ó diez de la noche.

La sola diferencia que existe entre el modo de vivir del comer- ciante rico y el pobre dependiente que gana diez duros por sema- na, es esta: el rico posee una magnífica y espléndida casa en lo alto de la ciudad, de la que no gozsf nunca, ó casi nunca; mien- tras que el pobre no tiene ninguna y goza infinitamente del parlor de su hoarding-house , donde por las noches discute con las jóve- nes y Ubres pensionistas de la casa. Esto no impide que todos los dependientes quieran cambiar su posición por la de los propietarios que no desean este cambio retrospectivo.

Es necesario conocer que la América es el primer pais del mundo para negocios. La inteligencia comercial unida á la activi- dad, encuentra siempre su recompensa en los Estados-Unidos, don- de el crédito es fácil y las transacciones considerables. Ademas las leyes están hechas para dar al comercio toda la amplitud posible, r No existen trabas para la avaricia. No hay reglamentos que limiten el número de profesiones ; no hay privilegios acordados á ninguna industria , en detrimento de otra , no hay contribuciones infrhgidas con perjuicio de los comerciantes, cuya espuela es el interés y la competencia el freno; ninguna imposición tiránica, nin- guna sujeción, libertad completa para vender y comprar las cosas, sin tarifas, para todas partes y siempre.

Así se ven personas que cambian de comercio cada tres meses, ser primeramente panaderos, después almacenistas, llegar á car- niceros, á comerciantes de novedades, á fabricantes de féretros, y convertirse en floristas, fundadores de rehgion, peluqueros ó profesores de piano. : ..ai: .

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Ninp^una desconsideración alcanza al comerciante desgracidado ó demasiadamente atrevido ni á los falsos especuladores que se presentan en quiebra. Es una desgracia de la cual el acreedor se consuela bien pronto y se olvida en el torbellino de los nego- cios. El comerciante tiene por base de su conducta este precepto, del cual no se separa jamás. «El tiempo es dinero.» Quiere mas bien creer á un mal deudor que le dice lo ha perdido todo, que pasar su tiempo en adquirir pruebas. Hace algunos años, el co- merciante que se presentaba en quiebra , no enseñaba á sus acreedores los libros, contentándose con decirles: «No puedo daros sino tanto por ciento.» Y algunas veces: «No puedo absolutamente daros nada.»

En América, donde las leyes protejen generalmente al pobre y garantizan la libertad individual, basta en casi todos los Estados que un hombre declare no tener medios para pagar lo que debe, y que jure sobre la Biblia, para que no pierda sus derechos ulte- riores y el acreedor no pueda reclamar contra él. í * Parece bárbaro á ciertos legistas americanos, aprisionar al que no puede pagar sus deudas, y encuentran cruelmente ridículo que se le impida trabajar cuando solo con el fruto de su trabajo puede satisfacer á los acreedores. Comprenden que es mejor que conde- nar despóticamente , obligando á los deudores á trabajar para otro, cuando el trabajo de un hombre no es suficiente á satisfacer sus propias necesidades , dejarlo en libertad ; mucho mas si se tiene en cuenta que la deuda aumenta por los grandes gastos de justi- cia y que se condena á la inacción al deudor. -jiiiMnq .oit^i^u

Advertimos que esta opinión ha encontrado contradictores, pues en algunos puntos existen prisiones por deudas.

El espíritu comercial está tan arraigado en los americanos, que la mas mínima de sus acciones trasciende á especulación, ün ame- ricano ve un paletot, un pantalón, un reloj, un sombrero, unas bo- tas , un bastón , cualquier cosa, como le agrade: examina el objeto que hiere su atención, pregunta el precio; después de haber hecho la pregunta, en la espresion de su fisonomía es fácil adivinar que el americano dice para sí: ¿será esto un buen negocio?

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Estábamos en un baile al lado de una pareja: el caballero, des- pués de hacerle observar ala señora que hacia buen tiempo, fvery fine tveatherj le elogió el peinado preg^untándola el precio.

Jóvenes de ambos secsos pasan las noches enteras, hablando de la crisis monetaria , de la cosecha de algodón , de la subida del trigo y de las mercancías secas y mojadas. Estas conversa- ciones son poco agradable para las americanas, completamente estrañas al comercio, y que no se mezclan jamás en los asun- tos de sus maridos, llegando hasta ignorar si son ricos ó pobres; pero es tal la irresistible atracción que tiene una conversación comercial entre ciertos jóvenes , que se les olvida hasta que ha- blan á una señorita. .? i -:; r; •;

Los americanos tienen generalmente una estrema atención para con las mugeres. Una señora, por ejemplo, se presenta en una tienda de modas: dice que no lleva intención de comprar, pero que quiere ver y examinarlo todo, únicamente por pasatiempo. Al mo- mento se dan prisa á desplegar ante su vista innumerables piezas de tela; le dan aprobar chales, manteletas, adornos, etc., etc. durante dias enteros. A esto üdíuidinmagasiner (1): cuando se can- san de este placer, ni aun dan las gracias; hacen una pequeña in- chnacion de cabeza como muestra de saludo, y se van á magasiner á otra parte. Los dependientes necesitan horas para arreglar y poner cada cosa en su sitio.

I^ paciencia es la cualidad común de los comerciantes de los Estados-Unidos. Proponed al Yankee tal ó cual negocio que agrade, practicable ó no, lucrativo ó ruinoso, loco ó sensato, y escuchará hasta el fin sin interrumpir jamás y sin contestar en el instante: pedirá tiempo para reflexionar, tratará de comprender el * secreto, si lo es, persuadido de antemano que si él sale bien, el mundo le aplaudirá Mamándole ^marí man (2).

El abuso de confianza es nada ó muy poco castigado por las le- yes que rigen en. la mayor parte de ios Estados de la Union.

.í?P !í:n" ,^ . UH tú) íf0^^^^fpy !;i üo',iti(itíi¿oTf| (;'

(1) Almacenear: tendear: ir á tiendas, , ^ ., . ',

(2) Hambre inteligente. O UU .:í^o ;;t.>;í :iP irií>l :>■>!.- ..m/)rmn

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El district attorney ó ministerio público , no ios persigue oílcial- mente.

Por las calles no se oyen otras palabras que pérdidas, ganan- cias, negocios , duros. En el teatro, en las tabernas, en los clubs, en todos los lugares públicos, no gira la conversación mas que sobre negocios; cada cual se esfuerza en hacer hablar á otro para apío^ vecharse de sus ideas. Añadiendo que los americanos son gene- ralmente muy inteligentes y dotados de una astucia que deja atrás á los mas astutos Normandos. En los Estados-Unidos no hay niños, sino hombrecitos comerciantes y jóvenes empleados. Nosotros hemos conocido un cajero que tenia doce años: diariamente envian para el cobro de sumas enormes agraves muchachos, á quienes iio se atreverian á confiar dos sueldos en Francia. Tratad de engañarlos.* nacen sabiendo del seno de sus madres.

El interés domina tanto á las almas de los americanos que cuando nuestro Frangois Avago murió , tino nos dijo: «¿No es cierto que debió ganar mucho dinero? La astronomía debe producir bastante.*- ■'^'•í

Hemos reido estraordinariamente en América al pensar éh el rostro de conmiseración que pondría en New-Yotk X^bohemé (1) ar- tístico-literario-cientíñco de París. Todos esos habitantes de un mun- do imaginario , en medio de un pueblo positivo , qtie receje las cosas para él beneficio pecuniario , tendrían que hacer como la compañía de actores chinos, la cual encontrándose un dia sin dinero, preten- dió ahorcarse en masa. Pusieron garruchas en los cuatro estreñios de las paredes de un cuarto y prendieron de ellas cuerdas con nudos corredizos ; iban ya á la voz de su director á consumar el acto cuando abrieron la puerta. Cinco minutos mas tarde los treinta y tres chinos hubieran estado en el otro mundo.

Paitaba á la literatura industrial de los Estados-Unidos un libro que acaba de darse á luz ert estos últimos tiempos. Es la biografía de los comerciantes ricos establecidos en América con los detalles circunstanciados de la historia de sus respectivas fortunas. Ni Ale- jandro Dumas, Eugenio Sue, Víctor Hugo, Lamartine, Shakespeare, VoU

(1) Palabra francesa que significa: bajo: villano: inmundo: y sirve para indicar siem- pre todo lo que es miserable. (iV. de los T.)

4

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taire, Rousseau , Goethe, Schiller, Byron, Corvantes^ Tasso, Dante, Vir^ guio, ni el mismo Paul de Kock , (¡Dios nos perdone!) han escrito tan apropósito para el pueblo americano , como esa historia de fortunas adquiridas por el trabaio, la inteligencia ó la casualidad.

Jhon por ejemplo, empezó siendo carretero del puerto; aseguran que vendió manzanas, coles, pescado salado , después maderas de construcción, algodón, harinas: ha armado buques cargados de pólvora para las costas de África ; ha espedido fusiles y sables con objeto de defender las instituciones de un pais que no importa saber y en un caso para combatirlas como dice Henri Monnier; mas tarde construyó vapores; se hizo concesionario de ferro-carrjle^ ; abrió iglesias para rehgiones clásicas ó modernas , que es siempre un gran negocio allende el Océano ; (la religión payant bien (1) dicen los americanos); en fin, que ha vendido negros en el Sur y predi- cado la emancipación en el Norte , para tener amigos en todas par- tes: que tiene buques en todos los mares ; despacho en todos los puertos; y esto es lo que seduce, instruye y conviene á los lecto- es del Nuevo-Mundo.

Hoy que los pueblos se baten á su pesar , que no hay Horneros, la epopeya por escelencia , es esta historia de la miseria ambiciosa contra la fortuna rebelde. No conocemos mas que un libro cuya na- turaleza llevarla ventaja al Origen de las fortunas en los Estados- Unidos. La historia universal de las quiebras , con una instrucción científica sobre la manera de servirse de él. Unos leerían esta obra para ponerse en guardia contra los que presentan quiebra y los otros parajsaber presentarse; estamos seguros que todo el mundo la leerla.

La tolerancia que reina á fin de dar á los negocios las facilida- des deseadas, produce algunas veces estraños contrastes. Gada cual es libre para abrir tienda donde quiera y esplotar aquello que le agrade.

Así, en las calles mas frecuentadas de New- York, se ve al lado de un comerciante de modas, por ejemplo, una carnecería; y un

(l) Pagando bien: quo dan producto. * t /. r

27 pastelero cerca de un fabricante de féretros , cuya industria aterra- dora se estiende en anchas vidrieras hasta la apetitosa esposicion de su vecino.

ün francés quiso un dia hacer compras de perfumería ; equivo- cóse de puerta y entró en casa de un comerciante de féretros.

Sorprendido al pronto , casi espantado de ver por todas partes las fatales cajas, tomó luego el partido de bromear un poco á costa de su engaño.

¿What do you want Sirt ¿Qué necesita Vd. caballero? preguntóle el honrado industrial con tono afectuoso. —Un féretro, respondió el francés con grave solemnidad. Mr^¿No necesita Vd. mas que uno, caballero? '*"

^^Es bastante por ahora, eb . ír/Mó^-ob (>V);,Tím8íMi!^^ <^ K-uíq-^"' —¿De qué tamaño lo quiere Vd.? '^ '^^f"^'

—Del mió. ,

: ¡Ah! ¿es para un hombre de su talla? * *'^

' '^Es para mi mismo. rrim^c^iSom eol

—¡Cómo! ¿Quiere Vd. un féretro para Vd. mismo. . . y no aguarda? —No señor: ruego á Vd. me tome la medida. ¿Pero desea Vd. que se le entregue en seguida? < '^'^'

—Mañana á mas tardar lo necesito , pues tengo prisa. 'M -

I Ah! comprendo: Vd. desea suicidarse hoy, y naturalmente como hombre prevenido. . . Pues bien, caballero , tengo un placer en decirle queá nadie puede Vd. haberse dirigido mejor que á mí. Tengo en estos momentos un magnífico surtido de féretros de caoba, del, mejor gusto. ^'h ^'á^X'-":''' ^;f ^w\ ^-uthbui^r* j;i ^r^ú^■■^: "^[y^úfmi . >^Me alegro: siempre me ha gustado loque está eíi moda, pero es preciso reunir lo útil á lo agradable.

¿Son bien sólidos sus féretros de Vd.? ,

Puedo garantizarlos por tres años. -.^^"^-^mk

^Está bien; creo lo que Vd. me dice: tome Vd. la medida; mas le prevengo que soy difícil de contentar. /íjIií / •: v ; s: '>■ ',3í; —Caballero, Vd. puede tomar lo que yo le'offezeo,'«oii toda confianza. Jamás he recibido quejas de ninguno de mis parroquia- nos. Tengo lo mejor de toda New- York. ofMÍoHhq r kv'Hífnhi:»^

28 El lúgubre bromista , probó varios féretros , hizo sus observa- ciones, prodigó sus elogios á la calidad de la madera y á la es- celencia del barniz , pero notó que todos le molestaban las espaldas. En fin, á la cuestión de precio le llegó su vez.O;ii-M; «')*)í]n = ;

¿Lo quiere Vd. simple ó doble? preguntó el fabricante. ' o^o:^ , —Lo quiero doble por ser mas >calientev'>w I ,,, ,. i ; ; iH —¿De zinc ó de" plomo? o-i-r-ff í'^ m-s-ji^ óíír^^t ^níiiD ^slcJ-if ^i^ —De plomo, porque dura mas. ■mijzm i!>^ 'j'[

En ese caso valdrá sesenta duros., fú?^ mms SiO\\ ú-) u>iV?íy- ¡Sesenta duros! Vd. se chancea. ' ' - ' -■ ' —No señor: puedo proporcionarle aVd. otro mas barato; pero con medida es imposible. El artículo está en alza desde hace algún tiempo: tenemos un poco de cólera , de fiebres tifoideas , y conside- rable disenteria: los trabajadores rio dan avasto á los pedidos.

;¡Diablo! Entonces cambia la cuestión. He hecho mi presupues- to: deseaba uno, con el objeto que Vd. sabe, y veo que no tengo los medios para suicidarme. Aguardaré á hacerlo, cuando los fé- retros estén en baja. q o lioi-u híj .íjV o'íJíi^y.. .u ítoJ

—Como Vd. guste, caballero: vaya VdTá otra parte, que yo no tengo cuidado, pues cuando se decida respondo en que me llevaré

la preferencia. poim , (ñk^t)Sñ(A liilnúí ^mílí: mr-t^íM

El autor de esta fúnebre chanza es un ingeniero francés estable- cido en New- York. Por medio de un nuevo sistema (suprimiendo las ruedas de ios vapores , que levantan masas de agua , como se sabe, y pierden un treinta y cinco por ciento de fuerza) ha inventado el medio de doblar la velocidad de la marcha de los vapores. Se iria del Havre á New- York en seis ó siete dias. Bien pronto se verá que New-York hace mal tercio á Versailles , y los desocupados dudarán entre una partida de caza á los alrededores de París ó un paseo á América. < ':AimkimBV^ cí^íji^í

Los Estados-Unidos que deben su prodigiosa prosperidad á la agricultura y al comercio , no se crea que están destinado^ á pro- ducir solo agricultores y comerciantes. Que se le tiempo y esc pueblo lleno de noble ambición , de justo orgullo , animado de un sentimiento patriótico sin igual, brillará, no lo dudamos v ^pof 1^

29 cultura de su talento, como la primera de las naciones del mundo. Asegurado en sólidas bases su bienestar, estamos convencidos que veremos las inteligencias vivas é impresionables de los ameri- canos , volverse hacia las ciencias y las artes. Ya en medio de esos hombres-hormigas , se aperciben algunas jóvenes-cigarras que cantan todo el verano , persuadidas de que en el invierno no les faltará lo necesario. Aun no pueden verse en América hijos pródigos, rivah- zando con padres avaros , pero los hay mas generosos que sus pa- dres y se citan ricos herederos que empiezan á comprender que tiene otro destino el dinero mas que el de aumentar el comercio , y que el placer tiene también sus encantos.

Un dia , una sociedad de beneficencia , se presentó en casa de Mr. Astor , padre, que como dicen los americanos, vale alguna cosa ; como cerca de cien millones de francos ganados en el comer- cio. Esta sociedad fué á reclamar socorros para no sabemos qué necesidad. Mr, Astor abrió su despacho y firmó un check (1) por va- lor de dos mil francos; esperaban mucho mas. Uno de los indivi- duos mas atrevido que los otros , dándole las gracias al millonario, le hizo observar que su hijo se habia suscrito por quinientos fran- cos mas que él.

Puede hacerlo: respondió Mr. Astor con mucha gracia. Mi hijo tiene un padre que le dejará una fortuna, mientras que el mió murió, dejándome solo el recuerdo de sus virtudes.

¿Por qué Mr. Astor (hijo) no ha perseverado en sus sentimientos de munificencia y ha continuado el comercio de tal suerte , que la fortuna del padre se ha acrecentado en sus manos y es hoy dos veces mayor que la de RothschiW.

Que Dios le hijos generosos de larga vida , amigos de las artes y ciencias, de la literatura, del buen vino, de los placeres, y de todo aquello que es en este mundo amable, bello y grande. Con semejantes hijos y semejantes millones, la América no tendria nada que envidiar á la Europa.

(1) Dono, pagaré á la vista.

—ai.

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uim (9 90p 8inl«9ifn ^MohtiSi x^í^íj éinbf) 9I oup ei¡)m¡ oí; eaoU o|jí. .39bíJi^iy 8ír3 9bo[>i9n90'í íd 0ÍO8 íuiíobniiiab A^imín '^"Ohxtmúiaop. p.m m obfnovsBiQq üííoii i^njá) *^ouiv r^\'. V'- ^^^^h,

id 9íip ,9l'!9íf8 líít 9b 0Í919ÍÍ100 l9 0bíiíJlíÍlll09 i:í; -V Jh-'.'

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LAS DIVERSIONES. .8f;ib^ín

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Los placeres no $on comunes en Amérieá , ^5^ pocas personas los buscan. Apenas se está dispuesto á divertirse por la noche después del cansancio que producen las vivas y absorbedoras emo^ clones del comercio. Se necesita tiempo á discreción y una fortuna adquirida para el placer. El goce que toma el lugar del trabajo es amargo: los torbellinos de la locura no apagan la voz inquieta del corazón. Ya lo hemos dicho; hay muy pocas fortunas patri- moniales en América: cada uno trabaja, y para el mayor nú-^ mero apenas hay otro placer que el negativo del descanso. En New- York, que es bajo algunos puntos de vista el París de la Amé- rica del Norte, quedamos bastante sorprendidos al ver tan pocos teatros: tampoco existen cafés propiamente dichos. Se encuentran simples ¿ar-room^, donde los que consumen se hallan de pie junto al mostrador y beben aprisa un vaso de brandy, sherry, ivisky o brandy cooktail, masticando un bizcocho ó un pedazo de queso.

Creímos que en un pueblo tan importante faltaban diversiones y sociedades. Nos engañamos; pues la especulación que. nada olvi-

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da, ofrece incesantemente al público new-yorkers mas diversiones de las qne desea.

Lar^o tiempo nos preguntamos dónde se hallaba la inmensa po- blación flotante que encumbra las fondas de New- York. Nos pareció estraño que los viajeros permaneciesen por las noches en sus cuar- tos ó pasasen el tiempo en los salones de las fondas. Nuestro en- gaño dependia de comparar á París, ciudad de placeres donde los estranjeros vienen á gastar el dinero, con New- York, ciudad mer- cantil, donde se á ganarlo. Los americanos no olvidan nunca este precepto.

«La fortuna no se hace: se economiza.»

Cuando se divierten es lo mas barato posible , y los placeres que cuestan mas de veinte y cinco sueldos no los gustan sino á medias.

Barnum, el genio del Humbug (1) fué el primero que comprendió esta verdad, abriendo su famoso museo en New-York, donde por la bagatela de dos schellings americanos , (1 franco y 25 céntimos) se enseñan detenidamente tres grandes pisos llenos de curiosidades de todas clases con los fenómenos del dia que varían desde Tom-Pouce hasta la muger barbuda ; desde esta hasta los hermanos Simes ; desde estos, hasta los Aztecas-, desde los Aztecas hasta la giganta] des- de la giganta hasta la foca sabia, que dice, «papá» y «mamá» y por último bástalos Esquimales , etc., todo esto acompañado de dos piezas dramáticas, bien ejecutadas en un teatro elegante donde se reúne una sociedad numerosa. Esta sociedad galante que invade museo Barnum, especie de feria amorosa, merece observarse, y lo haremos en el capítulo consagrado al Amor.

Algunas veces Barnum despierta del sueño en que le han sumi- do hace tiempo sus quince ó veinte millones de francos: desdeña entonces sus fenómenos ordinarios y ofrece al público algún nuevo espectáculo* í-UL.l ü.í LI'Jí.íü-.: j ■■> ^j- c-n u>^u^<.^- .-y-v^- •■ ^. ■■ ■'■''.^yv^.-- , . ...ii^^U ,\sbm>víS oh.oaí;/ aii j^ai'íqii; fk)dotJ' v '^^^^'^'"^^*->f^5 ^•'

(1) Quiere decir^ el genio del cliarlatanismo: Hnmbug no tiene traducción propia en castellano: es una palabra que participa de las tres propiedades que corresponden al habla- dor, charlatán y embustero. {N. de los f.) s >-'-i*'^i-^' ^!^ - í ' '- '-'i.i^ '• "

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intimamente tuvo la idea de hacer por la raza humana , lo que nuestros vecinos los ingleses hacen desde mucho tiempo por la ca- ballar y lanar. Anunció en los periódicos de los Estados-Unidos una esposicion de nifíos de pecho , é invitó á las madres y nodri- zas que quisieran honrarlo con su confianza , para que les enviasen sus monotes francos de porte , prometiendo menciones honoríficas á los mas robustos.

Este pensamiento imposible de realizar en cualquier otro país, tuvo en New- York un éxito admirable. Las conversaciones durante muchas semanas fueron esclusivamente sobre la baby show (1). De todas las ciudades de la Union, enviaron á Mr. Barnum, que los re- cibió como un padre, una multitud de fenómenos con anchas caras, triples barbas , enormes espaldas , abotargados como los ángeles de Rubens, repletos como gordos gansos. Una madre tuvo la ocurren- cia de enviar tres niños nacidos en un mismo parto: obtuvo premio y recibió de Barnum los mas Usongeros elogios.

Finalmente , la esposicion de niños fué el espectáculo predilec- to de los americanos y dejó desiertas las localidades de la Opera. Se formó una comisión para juzgar el mérito de los opositores, com- puesta de personas respetables y madres de familias inteligentes en la materia.

Hubo en esto como en todo, intrigas, y mas de una madre ó nodriza, se valió de influencias secretas para lograr que coronaran sus monotes contra la razón y la justicia. Llegó el dia de las recompensas.

Las madres y nodrizas conmovidas como es fácil comprender , esperaron con impaciencia y corazón anhelante el fallo de los jue- ces. Lo pronunciaron, y los fenómenos fueron presentados al pú- blico, que los acogió con aplausos y vivas entusiastas, álos cuales, sin embargo , es preciso confesar , se mezcló el tumulto de las no- drizas descontentas y algunos silbidos de desaprobación.

Barwwm presentó á los opositores reunidos: los vencedores na- turalmente atrajeron á todo New- York y llenaron la bolsa del hom-

(1) Esposicion de niños de pecho.

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bre hábil , que veinte años antes habia puesto el pie en el primer escalón de su fortuna, enseñando en una barraca, una vieja negra, que hacia pasar por la nodriza de Washington.

Animado por los buenos resultados de la esposicion de niños, tuvo Barnum la idea de abrir otra de mugeres bonitas americanas, prometiendo á la mas hermosa un dote si era soltera, y un aderezo de brillantes si era casada. El pensamiento era escelente,pero co- mo otros muchos, difícil de poner en ejecución.

Una madre enviará á la esposicion una niña de algunos meses, pero no permitirá que una hija mayor vaya á esponerse al púbhco con todas las seducciones de su gracia para optar al premio de be- lleza. Por lómenos un marido prudente rehusaría el permiso á su esposa. Era preciso , pues, contar con esa población femenina que los franceses en su picante galantería llaman lorettes.

Barnum tocó la dificultad y no exigió de sus Undas opositoras mas que retratos al daguerreotipo.

Esto causó pesar á la gente masculina que hubiera ido en tro- pel á la esposicion por ver los preciosos modelos.

Pero aunque los daguerreotipos están lejos de ofrecer el encan- to de los originales de quienes son copia, atraerán, no lo dudamos, gran número de curiosos y prometen un nuevo triunfo á Mr. Bar- num si alguna vez realiza su pensamiento.

Hay en todas las grandes ciudades de los Estados-Unidos como Boston, Filadelfia, Baltimore, Washington, San Luis, Cincinnati, Nue- va-Orleans, etc., etc. lindos teatros, museos del género de Barnum^ salones de conciertos , sin contar ciertas iglesias con las cuales se hacen transacciones alquilándose para la lectura pública sobre la libertad de todos los pueblos , la moral , la rehgion , la emancipa- ción de las mugeres, los espíritus evocados y para dar esplicaciones de música.

Los principales teatros de New- York son:

Academy of music: gran teatro de ópera, lleno de ornamentos y molduras , pudiendo contener cerca de seis mil espectadores , pero incómodo y de malas condiciones acústicas. Este teatro, inaugurado por Mario y la Grisi, hace poco mas de un año, no ha merecido el

So- fá vor del público. A la mitad de él es imposible ver la escena y las butacas de invención americana , que se levantan por medio de un resorte apenas se las abandona , son á la vez incómodas y ridicu- las. Cuando las personas que las ocupan tratan de levantarse, se aligeran de peso y saltan también empujando con toda la fuerza del muelle. Si se quiere por el contrario volver á tomar posesión, es necesario bajar el asiento con la mano para poder conseguirlo. He- mos visto señoras con los vestidos levantados , tratando de instalar- se sin poder conseguirlo.

Los teatros son demasiado grandes para los aficionados á la ópera y perjudiciales á la música misma, pues es imposible oiría bien en un local que el sonido espira antes de percibirlo el oido de los que escuchan. No hay voz ni orquesta que pueda luchar con el vacío del teatro.

Nihlo's'Garden es un espacioso y lindo teatro sin destino fijo: se representan todos los géneros desde la ópera inglesa , cuando hay cantantes, hasta la pantomima , cuando le agradad la compañía de Ravel atraer un inmenso gentío , con sus ejercicios siempre iguales y siempre aplaudidos.

La familia de Ravel ha hecho en América una fortuna conside- rable, que se aumenta continuamente. Su pantomima es para el pueblo americano la diversión por escelencia. En lo cómico le es imposible ver mas allá de los moines del Pierrot y el Arlequín cuan- do con pie ligero y palo en mano , persigue á Cassandre y le apli- ca sobre los riñones un golpe que resuena fuertemente; entonces rie hasta dejarlo de sobra y declara á los Ravel los primeros artistas del mundo.

Si la compañía de Ravel llega á cualquier ciudad de la Union, los músicos que debían dar un concierto, se marchan lo mas pronto po- sible para evitar tan terrible rivalidad. Todos los espectáculos, ópe- ra, tragedia ó comedia, se visten de luto, mientras el público satis- fecho goza de antemano pensando en la diversión que le disponen.

Hace quince años que los hermanos Ravel ejecutan las mismas pantomimas; y las seguirán ejecutando si quieren otros quince, siendo recibidas- con el mismo entusiasmo.

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Cuando en América llueve , están los teatros desiertos ; y sin embarg-o ni la lluvia , ni la nieve , ni el viento , ni el calor , ni la cri- sis monetaria, ni la elección de presidente, ni el cólera, impiden á los Ravel tener el teatro lleno.

La pantomima ejecutada solo por ellos hace furor ; produce en el público una verdadera locura: es el espectáculo mas popular unido al de los negros minstrels del que mas adelante hablaremos.

El dichoso teatro de Niblos-Garden, ha hecho su fortuna con la encantadora fugitiva de la Opera cómica, Madame Ana Thillon que ha representado las Operas de Scribe y Auber en inglés, después de ha- berlo hecho en francés en nuestro pais.

También euNiblo's-Garden es donde dos años mas tarde MUe. Py- ne cautivó á las gentes , con las melodías de su flexible garganta.

Casi enfrente de este teatro, en Broadway, Mr. Lafarge admi- nistrador de los bienes de la familia de Orleans en América, ha he- cho edificar hace pocos meses, otro magnífico, al que le ha dado el nombre de Metropolitan-theatre . Este teatro, escogido por MUe. Ra- chel para dar sus representaciones, no está siempre abierto. Se ha- lla :como el de Niblo á la disposición del que lo arrienda por una ó varias^iioches.

En América no se dan los teatros en privilegio por el gobierno, que no se ocupa sino de los negocios de Estado. Cada cual es due- ño de edificar un teatro donde le plazca, de abrirlo ó cerrarlo cuan- do quiera y de representar todos los g-éneros que se le antojen.

Sin embargo, el dinero que siempre es inteligente, no se em- pleará en construir nuevos locales de espectáculos si los que hay son ya suficientes.

Es difícil hablar del teatro Metropolitan, sin decir algunas pala- bras sobre las representaciones dramáticas que dio en él Mlle. Ra- chel. Hemos leido en diferentes periódicos varios artículos consa- grados á ellas y en todos hay muchas inexactitudes. La verdad es que la llegada de nuestra trágica, produjo en New- York una sen- sación general y profunda. Desde Jemy Lind, ninguna artista habia escitado tanto la curiosidad. Hablaron de /?aaW y Comeille durante las semanas que la célebre actriz permaneció en New- York, mas que

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lo habían hecho desde el descubrimiento de este pais, y sin embar- go, los americanos habituados al drama conmovedor de Shakespeare encontraban monótonas y casi fastidiosas nuestras tragedias.

Conocemos franceses que sobre este punto piensan exactamente como los americanos.

Sentada esta base se preguntará, ¿qué placer pudieron tener los New-Yorkers, cuya lengua es inglesa, en oir representar en francés tragedias que encontraban medianas en el fondo y de las cuales no podian sino apreciar imperfectamente los detalles? Responderemos lo que contestan los metafísicos álos curiosos: es un misterio.

Se formaría una idea falsa sobre el gusto de los americanos, si después del estraordinario éxito de MUe. Rachel, se les pintara co- mo apasionados por la tragedia francesa. Toda la compañía del teatro francés de París, iriaádar representaciones a New- York, sin lograr tener de entrada mas que la mitad del local, después de los seis primeros dias.

Lo que atrajo gente en las de MUe. Rachel, no fué ni Corneille rrí Racine, ni la lengua francesa, ni Sarah, ni Dinah, ni Lia, acaso no fué ni Mlle. Rachel misma á pesar de su famoso nombre: era su guarda- ropa cuyas maravillas hablan popularizado de antemano los anun- cios. La eminente trágica desembarcó en el Nuevo-Mundo con 52 cajas (la cifra es exacta) llenas de sorprendentes trages. Esta atracción no era débil para las americanas coquetas por escelencia. Los vestidos de Adriana Lecouvreur hicieron furor en el mundo ele- gante, de las influyentes ladies.~€\Oh\ ¡qué ricos vestidos! ¡qué magníficos brillantes! » decían. No fué necesario mas para que la actriz fuese proclamada, la mas grande artista del universo.

Ignoramos los motivos que disolvieron la compañía dirigida por Raphaéí Félix. Todo nos hace creer que no fué otra la causa que la salud delicada de Mlle. Rachel; seguramente la compañía hubie- se ganado millones si le hubiera sido posible continuar seis meses con las 52 cajas de trajes (1).

En Broadway-theatre representan á menudo y con aplauso, co-

(i) En los momentos de trazar estas lincas, los periódicos cstranjcros anuncian la

38 medias de magia, regulares para las personas que no han visto es- te género representado en París.

Se hacen también tragedias inglesas con el concurso de Forrest, el Taima americano. Este actor tiene buenas cuaUdades y grandes defectos. El mayor, es el de gritar como un ciego que pierde su bastón, su perro y la esperanza. ¡Qué órgano! senos figura oirle aún.

No obstante sus gritos ó tal vez á causa de ellos, Forrest está considerado como el primer trágico del continente, y el púbüco no tiene manos para aplaudirle.

En este teatro fué donde la Alboni, á pesar de sus grandes cua- lidades artísticas, hizo perder al director Mr. Marshall, nueve mil duros poco mas ó menos, que ella se trajo á Europa.

Bajando de Broadway, que es el barrio elegante de New- York, se encuentra el fresco y lindo teatro del Lyceum.

En él hemos visto á Henri Placide, Blake, Brougham, Lester y Wallack que es su director. Estos actores tienen una reputación merecida que se estiende á todos los Estados de la Union.

La dirección ha tenido el acierto de formar la mejor compañía

temprana muerte de Mlle. Racliel, y ya que nos ocupamos de ella, no podemos dejar de consagrarle estas cortas frases como tributo á su talento.

Mlle. Rachel ha muerto en los instantes que su genio rayaba á mas altura y sus dotes teatrales brillaban sin rival en la escena europea. Ha muerto á los 37 años de edad, des- pués de 20 de carrera y continuados triunfos. A semejanza de Taima, deja el teatro fran- cés huérfano, y baja á la tumba acompañada de las lágrimas de todos los artistas europeos y de los amantes del arte dramático.

Digna es de admiración esta gran artista, que empezó su carrera como una vagabunda, liija de un buhonero, educada en una secta sobre la cual pesa una maldición , y que sin apoyo, encontró fuerzas en su debilidad para enriquecerse y elevarse á la consitieracion universal.

Nosotros sentimos su pérdida de todo corazón, como debe sentirse todo lo que es bello, grande y sublime, cual lo era la eminente trágica cuyo nombre pertenece ya á la pos- teridad.

A los que no comprendan esta nota ó la tachen de intempestiva, les diremos que es un liomenage que rendimos en aras de la amistad y el talento, para quien nunca es intempes- tivo el elogio: ¡ojalá que los que no piensan así , obrasen sin embargo de esta manera siempre que se trate de un artista, para quien no hay propiamente patria! (iV. de los T.)

so- que se ha visto en América. Artistas de primer orden, mugeres bonitas, variedad y buena elección de piezas, exactitud en los tra- jes, lujo en las decoraciones, nada falta en fina este perfecto tea- tro. El arte dramático americano, estará eternamente reconocido á Mr. JVallack que rompiendo con el viejo sistema de adores étoiles (1) ha tratado de formar un conjunto completo.

Se representan piezas muy bien escritas por los americanos: la mayor parte comedias en prosa, ingeniosamente combinadas, ale- gres, chistosas y llenas de observaciones críticas sobre las cos- tumbres.

La comedia, muy difícil en América, donde la libertad práctica es tan grande que hace desaparecer el ridículo, donde la vida está ocupada por el trabajo y no hay ni tiempo ni voluntad para censu- rar las acciones agenas, empieza á nacer ahora. Las distintas aso- ciaciones, las religiones absurdas que nacen cada dia, por decirlo así, del espíritu inquieto de los americanos á impulso de la especu- lación; la ridicula ley de templanza constantemente violada por los mas fervientes apóstoles de agua clara: la emancipación de los es- clavos predicada en Boston por propietarios de negros en la Luisia- na; los incidentes insólitos, los rasgos curiosos de costumbres que se observan á cada elección popular, y tantas cosas que el interés, la pasión, la ceguedad, cambian en comedia, es pasto suficiente para alimentar el espíritu y la facilidad de los raros autores dramá- ticos. Añadiremos que los hijos del Nuevo-Mundo no son insensi- bles ala sátira; mas nunca á la particular, ya lo hemos dicho, sino á la general, y rien de todas veras siempre que encuentran ocasión. Los mismos periódicos, poco jocosos ordinariamente, contienen de tarde en tarde, observaciones críticas escritas con chispa y buen sentido.

Recordamos haber leido en los momentos de las últimas elec- ciones, hace algunos meses, un hecho muy original. Pedimos per- miso al lector para contarlo incidentalmente, pues no siendo políti-

(1) Actores estrellas. Asi se llaman en Francia á los actores eminentes que absorben la atención pública con perjuicio de los demás. {N. de los T.)

40 co nuestro trabajo no intercalaremos capítulo que trate de esta ma- teria especial.

El capitán Jack de Mobile, queriendo la víspera de las eleccio- nes inflamar el celo de los votantes de su partido , imaginó ofre- cerles un baile político. Esta clase de fiesta parece ser popular en Mobile, donde por una chocante antítesis se junta á lacabriola la voz grave de los candidatos.

El escelente Mr. Jack, sabiendo que en asuntos de elección es necesario no descuidarse, cuando se quiere salir bien, no quiso imi- tar la conducta de uno de sus torpes rivales que abandonado hasta el estremo ofreció á sus electores una tienda de zapatero por sala de baile, un barril de whiskey por bebida y un pobre negro que to- caba sucesivamente el violin , el clarinete y el banjo , por toda orques- ta. Mr. Jack hizo las cosas mas en grande y la mayoría de sus con- vidados le recompensó dándole su voto.

Pero después de su elección , no siendo bastante rico, como la Francia en otro tiempo, para pagar su gloria, encontró mas conve- niente que la pagasen los actores mismos de ella.

aquí exacta la nota de gastos que presentó á la junta electo- ral de su partido.

El partido, Debe al capitán Jack, á saber:

Duros. Céntimos.

Decoración del baile 55 »

Bebida 75 »

Bailarinas (cincuenta) 62 50

Cigarros 13 »

Despacho de billetes 2 »

Música 10 »

Celo por la causa 50 »

Total 267 50

¿Qué pensáis de ese desvergonzado Debe, de esas cincuenta bai- larinas alquiladas á razón de seis francos y algunos céntimos cada una; del adorno para la pieza del baile, del placer de los electores, y en íin de esos 250 francos reclamados por el celo en favor de su

íl -

causa? «Ese celo por la causa, decia el periódico del cual tomamos este hecho, no valia en política el precio en que fué estimado por el capitán Jack; mas para nosotros que reproducimos el bilí, es un Ítem inapreciable.»

Buscad en las cinco partes del mundo á ver si encontráis un he- cho semejante mas que en los Estados-Unidos.

Volvamos á los teatros.

El Bowery-theatre siiuado fuera de Droadway en el populoso bar- rio que se llama Bowery, ofrece espectáculos militares que bajo todos conceptos están lejos de valer lo que nuestras representacio- nes del Circo. Mas todo es relativo y donde no existe el muy bien es bastante el bien, y el Grandhistorical military spectacle no deja de lla- mar gente. La nación americana tan poco militar que apenas tiene mas que diez y ocho ó veinte mil hombres de tropas regulares, apasionada por todo lo que es ejercicio de guerra, no le falta oca- sión de jugar á los soldados. Vénse á cada momento por las calles compañías de milicia ciudadana compuestas de cuarenta ó cincuen- ta hombres, haciéndose preceder poruña banda de música mucho mas numerosa y marchando gravemente á bandera desplegada para ir no se sabe dónde y hacer no se sabe qué.

Marcar el paso al son de música es una dicha tan grande para los americanos, que el mayor placer de innumerables corporacio- nes es ir el domingo (dia inviolable de descanso) á enterrar á algu- no de sus individuos, con gran ruido de tambores, toque de corne- tas y alegres pífanos.

El Burton's'theatre, es el teatro del P alais-Roy al de New- York. Se rie en él á casquete quitado. Mr. Burton, propietario y director de ese teatro, es á la vez uno de los autores mas chistosos y un recomendable actor. Aconsejamos á Mr. Offenbach , hábil y feliz director del Bouffes-Parisiens, que adquiera las piezas de Mr. Bur- ton, graciosas, alegres y muy originales; con algún trabajo podría hacerse de ellas escelentes óperas cómicas para su divertido teatro.

Llegamos á un espectáculo verdaderamente nacional y notable.

A los bailes, á la música, al lenguaje de los negros del Sur,

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-il- imitado por actores blancos que se tiñen el rostro y las manos. M. Chrisíy, creemos fué el primero que tuvo la idea de ofrecer esta clase de espectáculo á los New-Yorkers , que se vuelven locos por él. Hoy Mr. Chrisíy es muy rico y ha abierto las puertas de la fortuna á numerosos imitadores, entre los que se distinguen mon- sieur Wood y los hermanos Buckley.

Mas para poder apreciar bien este género de diversión, es ne- cesario haber estado en el Sur de América, haber vivido en el cam- po con los negros, haber visto sus vestidos destrozados y sus som- breros rotos; haber estudiado su fisonomía espresivamente vasta y movible; es necesario conocer sus gustos ridículos, su espíritu raro, su índole fuera de propósito; haber sido testigo de su escesiva fuer- za, de su holgazanería sin igual; en fin, es preciso conocer lo pro- fundo de su sensibilidad musical y el ardor desenfrenado con que se entregan durante noches enteras y sin reposo alguno á los ejerci- cios de un baile violento y escandaloso. Con estas condiciones so- lamente puede apreciarse la originalidad picante de los espectáculos (le los negros minstrels.

La escena donde los actores negros trabajan, en número de diez ó doce, tiene forma de herradura. Los hijos de Cham, avanzan bestialmente, vestidos con enormes cuellos postizos, fracs ridículos, y armados con violines, guitarras y banjos, especie de bandurrias de largo diapasón de timbre grave, melancólico y alegre á la vez: sacan además panderos y un par de bone (que son como las casta- ñuelas, de hueso, y dan un sonido incisivo y ruidoso). Los actores cómicos, son; el del pandero, que toca con las manos, pies, cabeza, nariz y rodillas: el de bone que maneja los pedazos de marfil con fuerza y rapidez, dando saltos en su silla ó doblando el cuerpo con gracia, según la naturaleza del trozo de música que acompaña.

Los actores se sientan en sillas y debutan generalmente tocando una overtura de ópera. Siguen después los diálogos improvisados con gran palabrería , y que tratan de disparates de los negros , y picantes cosas de actualidad. El púbUco se pasma con esas con- versaciones que suelen tener animación y franca alegría. Después cantan coros y tocan sinfonías con solos de banjo; las cuales tienen

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un rilsmo singular que ha inspirado á nuestro amigo y célebre pia- nista Gottschalk.

La parte mas interesante de todo el espectáculo es la escena que se supone pasar en el Sur entre los negros, lejos de sus vigi- lantes cuando se van de oculto á jugar y cantar, y un negro ci- marrón que aparece escuchando sin atreverse á llegar. El trage carnavalesco del fugitivo escita la risa ; pero bien pronto se mani- fiesta la compasión entre la alegría, y todo el mundo se siente con- movido en favor del pobre esclavo. El sonido del banjo que le ha arrancado del seno de los bosques donde se hallaba oculto, produ- ce en el negro infeliz, privado tanto tiempo de sociedad y placeres, tal efecto, que olvida hasta la prudencia. Canta, baila, llora, y ríe á la vez. De tiempo en tiempo se acuerda de los pehgros de su po- sición; quisiera huir, mas no puede; una fuerza superior, invenci- ble, lo detiene aliado del tocador del banjo: se adelanta implorando piedad con una voz entrecortada por el placer y el temor, y cae de rodillas ante el músico juntando las suplicantes manos. Esta esce- na es muy verdadera y conmueve á todos los que conocen la natu- raleza y costumbres de los negros de la Luisiana.

El tocador de banjo levanta al cimarrón ; le asegura que no le denunciará, presentándole un banjo que toma con loca alegría. En- tonces músicos y danzantes se entregan al placer con frenesí. Este espectáculo termina siempre por un baile muy estraño y divertido, en el cual una negra fea y coqueta, recibe loores de un horroroso negrillo. Los hermanos Buckley dan pruebas con sus bufonerías de un verdadero talento artístico y uno de ellos compone canciones de graciosa originalidad.

Además de los teatros, hay en New- York, como una media do- cena de casas de fieras, un mal circo, un hipódromo al cual no gente, tabernas cantantes (1); por último, el famoso establecimiento de Female-Company en Grand- Street.

No hemos estado nunca en él , pero si damos crédito á los pe-

(1) Son establecimientos equivíilentes á nuestros cafés y los llaman cantantes en Fran- cia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y los Estados-Unidos , porque hay en ellos personas destinadas á cantar durante toda la noche para distraer á los concurrentes. {N de los T.)

riódicos y anuncios, este espectáculo tiene por actores, muge- res jóvenes, bonitas y bien formadas, que por medio de posiciones espresivas , voluptuosas y encantadoras , forman cuadros simpáti- cos y variados. Los anuncios añaden que después del espectáculo público , hay para las personas que lo deseen bailes particulares (prívate quadrilles) donde se puede tomando parte en ellos, apreciar de mas cerca la belleza de esas damas. El precio de los cuadros vivos públicos es 1 franco 25 céntimos; no dicen el valor de los pri- vados.

Los placeres en público no son del gusto americano , que pre- fiere los goces secretos, del club, las escuelas de baile (por las no- ches) la compañía de Young ladies que dirigen el gracioso arte de Cellarius y las reuniones íntimas. En invierno, las carreras en tri- neos de dos ó mas personas envueltas en abrigos de pieles, al ga- lope de cuatro, ocho, diez y seis, y aun veinte y cuatro cabaUos que vuelan, mas bien que corren sobre la nieve endurecida; este es el placer mas grande para los americanos ricos. Las locas y risue- ñas hijas delNuevo-Mundo, encuentran en estas veloces carreras á la luz de la luna y al relincho de los caballos, un encanto irresisti- ble acompañado las mas veces de dulces palabras amorosas: si la mas severa virtud corre algún peligro en América, no es en el baile ni en casa, ni en el campo; sino en trineo á través de las heladas llanuras y bajo un cielo estrellado.

En verano el mundo elegante, no permanece en las ciudades, donde el calor es insoportable lo mismo en el Norte que en el Sur. Se marcha á Saratoga ó á Newport, sitios frecuentados por la gen- te rica de los Estados-Unidos. Se vive bien y no faltan distrac- ciones.

Todas las noches hay bailes al son de una buena orquesta, y las señoras pasan el dia poniéndose y quitándose vestidos. Los hom- bres juegan á los bolos, beben, fuman, leen ó filosofan en los sitios sombríos.

Pero en el ramo de diversiones americanas, no dudaremos co- locar en primera línea el placer de apagar los incendios. El núme- ro de estos es incalculable y el gozo de los bomberos al apagarlos

verdaderamente indecible. Es preciso haber estado en el pais, vi- viendo largo tiempo , para formarse la idea del bombero america- no ; de su estraña pasión por las bombas que engalana con flores y adorna de la mejor manera posible , paseándose con ellas para mostrarlas hermosas. No hay fiesta sin bomberos y por consiguien- te sin bombas. Hemos asistido á muy diferentes solemnidades y siempre estaban presentes.

Las compañías de bomberos de distintas ciudades se visitan recíprocamente, para dirigirse cumplidos elogios por sus bombas.

Cuando la célebre cantatriz Alboni llegó á New- York, advertidos los bomberos de su arribo, fueron al muelle á esperarla con sus bombas. En todas las esposiciones industriales se ven figurar con un lujo estraordinario: las ha habido hasta de plata maciza. Los fa- bricantes de juguetes las confeccionan pequeñitas por el modelo de las grandes, para los niños, que juegan al bombero pegando fuego á algún papel ó rama de árbol, que apagan con aplauso de todo el que los ve.

Los propietarios ó inquilinos de casas, tanto por aseo como por el gusto arraigado de las bombas , se levantan muy temprano , y machacando en hierro frió, como suele decirse, dan á la bomba y limpian todas las habitaciones del edificio en la imposibilidad de poderlas apagar. Los bomberos allí, como en ciertas ciudades de Francia, son voluntarios y no asalariados.

Cuando la campana de alarma del ayuntamiento suena para un incendio, cosa que sucede todos los dias varias veces, se escucha por las calles un ruido infernal , de las bombas que ruedan arras- tradas por treinta ó cuarenta obreros. El gefe corre delante con una bocina en la mano: < ¡Valor! ¡adelante!» grita con voz estentórea, que se convierte en horrible al salir de la vecina. «¡Corramos, y que nuestras bombas queridas tengan el honor de apagar el fue- go! » Nos condolemos del transeúnte torpe ó sin hgereza para cor- rer, que pretenda atravesar las calles al pasar ese huracán de fu- ribundos hombres, bombas, escaleras y para-caidas. Seria despia- dadamente tirado á tierra, magullado é injuriado, sin que ningún bombero quisiese prestarle auxilio ni acordarse de él. El bombero

le- ño es hombre desde el instante que escucha la voz de fmgo-, es una fiera que destrozaría diez personas en su camino por apagar mas pronto las llamas de una chimenea. Sucede muchas veces que dos compañías de bomberos se dirigen por distintas calles á un mismo punto presentándose obstáculos para pasar. Oyense entonces jura- mentos espantosos y apelan al juicio de Dios, haciéndose justicia con fuertes puñetazos bajo la dirección de sus gefes, que se sirven mas que nunca de su bocina. Después de algunas costillas hundi- das , algunas dentaduras rotas , algunas narices aplastadas , vuel- ven á coger sus bombas , y agitando el aire con sus gritos de triunfo, se ponen nuevamente en marcha mas dispuestos que nunca.

Los bomberos visten una camisa de lana encarnada, un paletot de paño pilot color de nuez, llevado sobre el brazo, y un casco de cuero negro. Hay jóvenes cuyo entusiasmo por los incendios es tan grande, que se acuestan vestidos y á veces espían desde los tejados de las casas para descubrir mejor el fuego y llegar los pri- meros al teatro de la catástrofe.

Digamos sin tardanza que los bomberos americanos son va- lientes hasta la temeridad y serviciales hasta el sacrificio de su propia vida. No es raro verlos en grandes incendios, atrevidos y desinteresados perecer víctimas de su celo y bravura. Durante nuestra estancia en Nev^-York , se derrumbó repentinamente un muro sobre veinte y un bomberos que perecieron cruelmente en- vueltos en los escombros. Si acontecen semejantes desgracias, to- dos los compañeros se reúnen en corporación para hacer al difunto los honores fúnebres. La bomba del muerto se viste de luto por al- gún tiempo, cubriendo con gasas negras la puerta donde se guarda.

Cuando una bomba llega demasiado tarde para tomar parte en el incendio se oye la voz del gefe que grita con su terrible bocina stop. ¿Qué sucede entonces? ¿Se vuelve como ha venido sin dar seña- les de vida? ¡Oh! no; ¡tanto peor para la casa si se ha apagado de- masiado pronto! El entusiasmo sin freno de los bomberos da á la bomba llenando de agua el edificio. Hemos oido decir á los emplea- dos de la compañía de seguros que temen aun mas el celo escesivo de los bomberos que se atrasan, que el fuego mas devorador.

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Después del fiasco completo de la esposicion universal de New- York, quisieron los accionistas hacer su último esfuerzo y se propuso la dirección del Palacio de Cristal, in extremis, al célebre Barnum.

Este no queria comprometer su buena reputación sabiendo los peligros que presentaba esa empresa, mas como nobleza obliga y mas en América, el rey del humbug que no mezcla su ilustre nom- bre en especulaciones dudosas, accedió dejándose conmover por las súplicas de los accionistas.

El famoso Jullien se encontraba en New- York con una numero- sa y notable orquesta cuyo tronco principal se componía de los primeros músicos de Europa. Barmim fué á buscarle y le dijo: «Es necesario que por cualquier medio, llame yo la gente á Reservoir- Square. Cuento con su orquesta de Vd. y con todos los músicos que puedan aumentarla: los cantores que Vd. me designe y los cuerpos de coros que hay en New- York, Boston, Filadelfia y todas partes, de donde Vd. juzgue que deben traerse. Hágame Vd. por todo lo que hay en el mundo, una composición asombrosa, con algo de estraordinario, maravilloso ó espantoso; una obra maestra que al lado de ella, no sean las nuestras sino juguetes de niños. Vd. es hábil, conoce el pais, no repare en el gasto y adelante.» Quince dias después de esta entrevista, anuncios gigantescos de diez pies de largo por cuatro de ancho, cubrían las paredes de la ciudad.

Representaban el palacio de cristal abrasado por las llamas del mas violento incendio y estaban impresos con tinta encarnada. Mi- llares de personas espantadas corriendo en todas direcciones y viéndose al resplandor siniestro de las llamas y los torbellinos de espeso humo, diferentes compañías de bomberos arrastrando sus bombas que hacian operar.

Debajo de este dibujo imponente y terrorífico, se leia:

PARA LA REAPERTURA DEL PALACIO DE CRISTAL,

GRAN CONTRADANZA DE LOS BOMBEROS.

Compuesta espresamente para esta solemnidad,

POR

; JULLIEN.

-48 Sobre unos tres mil músicos concurrieron á ejecutar la pieza. Instrumentos de nueva invención, ó mas bien máquinas de Jullien, imitaban el estruendo de las maderas inflamadas que caian, el chir- rido de las llamas y el ruido sordo de las bombas luchando contra la inmensa conflagración. Centenares de cantantes provistos de bo- cinas mandaban las maniobras á los bomberos reunidos y los vivas de los espectadores, subidos para ver mejor, sobre los productos doblemente espuestos de la industria, muebles, pianos, estatuas etc. respondían á las órdenes de los gefes de los obreros, mezclando sus furibundos gritos á los atronadores sonidos de la orquesta. Aña- diendo á esto, los numerosos fuegos de Bengala que imitaban la combustión del edificio, no se tendrá sino una leve idea de este espectáculo desordenado y grande.

Se citan bomberos cuya imaginación exaltada, queria ver ab- solutamente en esta imitación, un incendio verdadero y pedian á gritos sus bombas para ponerlas en juego.

Después de esta grandiosa sinfonía pirotécnica, las diversas com- pañías de bomberos, fueron con sus bombas y música á la cabeza bajo las ventanas de Jullien para felicitarle por el mérito de su obra y darle las gracias por el honor que les habia hecho dedicándoles la contradanza de los bomberos, y le regalaron como prueba de su fu- tura estimación, una magnífica batuta.

CAPÍTULO IV.

EL ESPÍRITU DE LIBERTAD.

El carácter, las costumbres, y el genio particular de un pueblo, resultan siempre de las circunstancias bajo las cuales se ha forma- do. La América, poblada desde un principio por aventureros que buscaban fortuna y sectarios que huian de la persecución , es una prueba terminante de esta verdad. Los puritanos dogmáticos, se- veros y frios, propagaron austeras costumbres, mientras que los aventureros, poseedores de inmensas tierras, indisciplinados, igua- les por la fuerza de las cosas, daban á sus descendientes el saluda- ble ejemplo de la libertad práctica. Hoy, bastante debilitadas las creencias religiosas, no son mas que la doble máscara de la espe- culación y la hipocresía, á pesar de que se reproducen con mas os- tentosa variedad. En cuanto á la hbertad, se ha conservado como un sentimiento y una necesidad. Para poblar esas nacientes colo- nias era preciso atraer á los emigrados y fijarlos, ofreciéndoles ventajas materiales y dándoles una patria segura. Los primeros le- gisladores americanos comprendieron esta verdad ; hicieron leyes en favor de los pobres y acordaron dar el título de ciudadano con gran facilidad, á los estranjeros que iban á establecerse entre ellos. Un año de estancia bastó para comprobar el domicilio y tener el derecho de votar. Numerosos emigrados de todos los paises y re- ligiones, contribuyeron de ese modo al engrandecimiento y riqueza de una nación que en cien años se ha hecho una de las primeras

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del mundo, y que será en lo porvenir dueña de todo el continente americano.

Es verdad que este pueblo, esencialmente feliz, ha tenido para dirigirse desde su fundamento, los grandes caracteres de Washing- ton , Jefferson , Franklin , Monroe , Madison , Patrick-Henry , Lee , los Caw, los Adams, etc., etc. Sus nobles ejemplos han introducido en el espíritu americano, el germen de independencia que el egois- mo y el amor al dinero jamás lograran apagar completamente.

Los know-nothings, con su política disolvente , rastrera , intere- sada, y bajamente ingrata, que reclama solo para los americanos de nacimiento el derecho de ciudadanía, por mucho que hagan no lograrán triunfar del buen sentir de la mayoría.

La injusticia de tal doctrina con respecto á los estranjeros que han sido por largo tiempo la fuerza motriz de la nación , aparece como una villana ingratitud. El triunfo definitivo de los know-no- things, seria la anonadación de la libertad, y por consiguiente la ruina mercantil, industrial y agrícola, empezando una era de deca- dencia, que precipitarla mas aun las guerras de religión. Nosotros no creemos en la victoria de los know-nothings , porque tenemos en el porvenir de los Estados-Unidos.

El americano goza, desde el nacer, de übertad; puede inscribir su nacimiento en los registros públicos ó quedar oculto á gusto de sus padres. Antiguamente era uso general (y aun hoydia lo hacen algunas familias) apuntar los nombres y apehidos de los recien- nacidos en la hoja de una Biblia de familia que se legaba de padres á hijos. Este libro sagrado, sobre el cual prestan los juramentos de justicia, los catóhcos que no creen en él sino á medias, los judíos, turcos y chinos que no lo estiman en nada, es una autoridad para los tribunales en el caso de que una persona no haya sido inscrita en los registros públicos.

Mas si los americanos son libres al nacer no lo son menos á su muerte. Se entierran á su manera, donde y cuando quieren; con el cortejo que desean, á pie, á caballo, en trineo y precedido de mú- sicas militares, sin que nadie ponga obstáculos ni fije su atención. El espíritu de libertad hace á los norte-americanos poco comu-

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liicativos, y en apariencia egoistas; pero en el fondo son tolerantes y serviciales. No contéis nunca con la menor prevención por su parte: al precaver alguna cosa, temen contrariar la voluntad, y esta debe ser respetada.

ün americano os ve próximo á caer en un foso de los que ro- dean las aceras de las calles delante de las casas y que se llama hasements, seguro es que no gritará ¡cuidado! no por maldad ni in- diferencia, sino por espíritu de independencia y temor instintivo de poner trabas á vuestra libertad individual impidiéndoos que volun- tariamente os rompáis la cabeza si lleváis esa intención.

Tened por amigo á un americano millonario (y no os ofenda es- to): sed poeta, trágico ó fabulista sin tener mas caudal que el pro- ducto de vuestras obras: leédselas, y como no lo pidáis, os verá morir de hambre, sin tenderos su mano protectora.

Siempre que un americano se decide á prestar algún servicio á señoras que no conoce, como por ejemplo, ayudarlas á subir al ómnibus, darlas el brazo para sacarlas de algún apuro en las calles ó precaverlas de alguna cosa, lo hace con hesitación. Y las ame- ricanas no dan por esto las gracias (ya se verá mas adelante, que los hombres tienen que debérselo todo á ellas) pues miran dejando adivinar que dicen inpetto:

«¿Quién se ha permitido tocarme y dirigirme la palabra sin co- nocerme?»

Esta ingratitud no se la dicta la prudencia, sino el sentimiento íntimo de libertad individual que se rebela contra intervenciones no reclamadas.

Es tal el respeto á la libertad individual, que la desconfianza y la calumnia son desconocidas. No seles formar en silencio bajos y cobardes complots que tengan por objeto echar por tierra una reputación, divulgando un secreto sorprendido ó inventando una mentira.

Ese espionage mezquino de todos para cada uno, sin odio ni in- terés, que se llama critica entre nosotros, no existe en América. Irritarla demasiado oir murmurar sobre las acciones de alguien. Esta dignidad del americano le una fuerza moral que no es

fácil comprender. En New- York hay ciertamente miseria, y sin em- bargo, jamás hemos oido á ningún americano quejarse para que se conduelan de su desgracia. Cualquiera que sea su posición la acep- tan resignadamente y luchan con valor. Con los deudores son su- fridos y moderados en la forma de hacer sus reclamaciones. Nunca se entregan á esos escándalos que comprometen la reputación de un desgraciado con honra, poniendo en conocimiento del púbhco debates que no le interesan. Hacen" uso de su derecho con calma, paciencia y dignidad. Si prestan un servicio, nunca es con la pre- tensión de mostrar su valía ó reclamar el premio. No son agrade- cidos, pero tampoco exigen la gratitud. Si socorren es menos por generosidad de alma ó buen corazón, que por obedecer un princi- pio social que ordena al fuerte y al poderoso , ayudar al débil y al necesitado, sopeña de ver la sociedad desmembrarse y perecer. Esto es egoísmo, pero preferible á esa bondad aparente, á esa pre- vención astuta, que se ofrece á todo, por el placer de vanagloriar- se, consolando las penas para conocerlas mejor y hacerse útil por curiosidad.

El americano ni pide ni ofrece nada. Hace y deja hacer, sin to- mar disposiciones, y su conducta es en todo la consecuencia del es- píritu de hbertad.

La forma reservada, brusca algunas veces, que los estranjeros califican de incivilidad, no es mas que la fria espresion de su bien entendida cultura. Asi es que un americano no saluda nunca en parage público á una persona que conozca de las tertulias , como no haya sido presentado á ella particularmente.

Considera también como un deber de cortesía dejar á las mu- geres en libertad de elegir las personas que públicamente desea contar en el número de sus amigos, y en la calle, antes de saludar á las señoras, espera de estas una ligera inclinación de cabeza que le invite á hacerlo.

Los ómnibus y los cars de los caminos de hierro que circulan por las calles de New- York, y no están sujetos á reglamento, sue- len recibir mas gente de la que pueden contener. En el caso de es- tar ocupados todos los asientos y presentarse una señora, se levan-

—sa- ta un caballero y le ofrece el suyo sin mirarla siquiera: ella ig-ual- mente se instala sin reparar ni mostrarse agradecida. Esta deferen- cia se le debe al bello sexo.

Que se presente en París un caso análogo, y el caballero no perdonará la circunstancia de entablar conversación con la desco- nocida galanteándola. Y feliz ella si no la sigue después hasta la puerta de su casa.

Cuando llueve inesperadamente y cada cual busca refugio , los ómnibus son teatro de escenas muy chistosas para los estranjeros que no están acostumbrados á los usos del pais. Las señoras que huyendo del agua se precipitan en tropel dentro del carruage lle- no, se sientan sin que les rueguen, sobre las rodillas de los caba- lleros. Hemos visto ómnibus cuyos asientos estaban completamente ocupados, admitir una segunda fila. Es el espectáculo mas cómico y original del mundo. Las mugeres comienzan por sentarse modes- tamente sobre las estremidades de las rodillas; mas con el movi- miento del coche y la incomodidad que esperimentan, concluyen por hacer de las personas verdaderos sillones á lo Voltaire.

Pero lo que tiene esto de característico es el silencio de los hombres; su actitud respetuosa y grave forma un contraste lleno de originalidad con las locas carcajadas de las mugeres , que ha- blan alto y gesticulan en todos sentidos como niños llevados á una distracción.

El carácter estraño , espresivo , encantador de las americanas que son todas sin escepcion verdaderos niños mimados, merece- ria estudiarse estensamente.

Tienen un desembarazo y una confianza escesiva en mismas.

Hemos visto, particularmente en el Oeste, donde son mas inde- pendientes que los Virginios y Yankees, entrar un hombre en un al- macén de música con sombrero puesto y echado atrás, abrir un ór- gano ó piano, sin pedir á nadie permiso; sentarse, y acompañado del instrumento, con voz nasal, sonora y gutural, entonar himnos de todas rehgiones: católica, judía, protestante, universalista, lu- terana, calvinista, unitaria, metodista, anabaptista, presbiteriana, episcopal, cuáquera, congregacionalista, y aun mormona. Y des-

ni

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pues de concluir estos cantos, sin inquietarse por el dueño del es- tablecimiento ni los que están presentes, pasearse en el almacén; tocar, inspeccionar, cojerlo todo; un violin, una guitarra, una flau- ta, una trompeta, procurando producir sonidos para concluir mar- chándose sin comprar nada.

En el almacén de Mr. Horace Waters, situado en Broadway, en- tran señoras para escoger piezas de música. Se sientan al piano en medio de un gran concurso de gente que va y viene , poniéndose con la mayor franqueza á tocar polkas y valses, ó á cantar roman- zas. Hay ocasiones en que necesitando acompañamiento de coros, ruegan á los dependientes y al amo que canten con ellas para juz- gar mejor por el efecto general. A la súplica de una señora nadie resiste, dueño y dependientes abandonan su trabajo, y el primero, calándose sus gafas verdes, forma con sus empleados alrededor de la artista, un grupo que canta bien ó mal, acorde ó desentonado, sin que les moleste el concierto improvisado por la desconocida.

Las señoras en América tienen propiamente lo que en Francia se llama vida de soltero: los hombres , por el contrario , son en toda edad, como ya hemos dicho, negociantes perfectos.

Las jóvenes se van á pasear solas, dias enteros, elegantemente vestidas. A la edad de doce años quieren usar vestidos de seda. Van por todas partes; entran en las pastelerías; toman helados mu- chas veces al dia y llevan continuamente conñtes en la boca. Al volver á casa de sus padres, después de un paseo de algunas ho- ras, nadie le pregunta en qué ha invertido el tiempo. Cuando tie- nen novios (esto sucede desde muy temprana edad) salen con ellos en verano, y se van de noche al campo, al teatro, ó á pasear en vapores y ferro-carriles. En invierno recorren los sitios púbHcos en trineos hasta hora muy avanzada de la noche: tienen un Uavin, con el cual penetran de incógnito hasta su habitación , separada siem- pre de la de sus padres. Estas costumbres tienden ya á modificarse, particularmente en las grandes poblaciones , donde la continua pre- sencia de los estranjeros ha revelado los pehgros de esa conducta. Pero en los Estados del interior permanecen intactas.

En un número de casas muy respetables de americanos comer-

55 mdores, las señoritas tienen sus amigos particulares de ambos sec- sos, que apenas conocen á los padres de las jóvenes.

Un americano, de cuya buena no tenemos motivo para dudar, nos ha asegurado que en Boston visitaba todos los dias á una seño- rita sin haber dirigido jamás la palabra á sus padres , y sin que es- tos preguntasen ni opusiesen el menor reparo á sus visitas. La se- ñorita no tuvo por conveniente presentarlo á su familia, y esta por respeto á la libertad individual no exigió la presentación.

Los padres ceden comunmente á sus hijas el Parlar, y se reti- ran cuando un amigo particular viene á visitarlas, aunque sea de noche.

Podríamos mencionar el nombre de una señorita casada hoy, perteneciente á una familia honrada de New- York, cuya virtud es innegable, que por diversión convidó un dia á once jóvenes de am- bos secsos para cenar juntos en la fonda Taylor. Estos jóvenes de familias muy decentes y bien acomodadas, no faltaron á la cita. La cena fué alegre; se bebió Champagne sin esceso, pero riyendo de una manera inmoderada. Eran las tres de la mañana cuando la amable joven dio la señal de marcha. La cena le costó cien duros. Envió a buscar coches, escogiendo un caballero para que la con- dujese á casa de sus padres, poco inquietos acaso por su tardanza insólita, é hizo que las demás señoritas imitasen su ejemplo. To- das entraron bajo el techo paterno al rayar el dia, alegres y ani- madas, pero con el corazón puro y en calma. Este hecho de una señorita de diez y ocho años pareció un poco estraño aun en New- York; pero lo escusaron, y nadie pensó un solo instante en deducir consecuencias fatales para el honor de las convidadas.

En presencia de esta libertad práctica, se esperimenta una ver- dadera estupefacción al ver la espantosa tiranía que ejercen aun las creencias religiosas en los Estados-Unidos. No puede formarse idea en nuestro pais de la intolerancia que existe en América para observar la ley del domingo, ley que bajo el pretesto de honrar á Dios, suprime hasta los ómnibus públicos, y no permite sino á la gente que tiene coches particulares pasear en ellos ; que paraliza los viajes deteniendo los vapores y caminos de hierro; obliga á

56 cerrar las tiendas; imposibilita el trabajo de las fábricas; da por nulo todo contrato hecho en ese dia; sujeta al pobre á no ganar su vida; manda, para mayor gloria del cielo, que los mozos lleven solo bultos pequeños á fin de que no sean advertidos por los tran- seúntes.

La misma intolerancia produjo la otra ley que se llama de tem- planza, y prohibe vender los vinos y licores al pormenor, permi- tiendo de este modo que se emborrachen al por mayor. Mas es justo añadir que esta ley no ha sido observada un solo dia en New- York, y el alcalde Mr, Wood, por una prudencia que todo el mundo agradece, ha dado el ejemplo de la infracción en sus ordenanzas. Hay otros Estados mas sumisos que se conforman con el régimen del agua fría, ó mejor dicho, que se emborrachan á puerta cerra- da, ocultando las botellas bajo el piadoso manto de Tartufo.

Esta misma ley ha traido consecuencias que llaman mas la atención.

Se sabe que los americanos acostumbran desde largo tiempo purificarse la sangre con zarzaparrilla , y que tienen por esta raiz una especie de pasión. Esto no puede comprenderse y está en boga: acaso la Academia de medicina se ha ocupado de este hecho sin poder esphcarlo. Nos consideramos felices ayudando sus investiga- ciones.

La zarzaparrilla que se usa en América es invención del muy célebre, hábil, filantrópico y millonario doctor, Townsend el amigo de la humanidad. Este hombre que comprende las debilidades hu- manas y sabe trocarlas en beneficios, imaginó desde las primeras aplicaciones de la ley de templanza, disolver el jugo purificador y sencillo de la raiz de zarzaparrilla, en una porción conveniente de genuine brandy, propiamente dicho, coñac. Lo guardó en botellas dándolo á probar. Lo eocontraron escelente y se ha hecho uni- versal.

Se ha tomado para las jaquecas, calenturas, irritaciones, res- friados, dolor de muelas y de caUos: también para adelgazar ó en- grosar la sangre. Las señoras particularmente se ahogaron en bo- tellitas de zarzaparrilla, como un tiempo el Duque de Clarence en un

Oi

tonel de malvasía. Las nodrizas lo bebían para tener leche, y las que no querían criar lo tomaban para que se les retirase. Algunos lo usaron únicamente para conservar el cutis fresco. En fin, se con- sumió tanto , que el buen doctor entristeció los felices dias de Mr, Barnum.

De todas las anomalías que el antiguo régimen ha legado á los Estados-Unidos, la mas monstruosa es sin contradicción la esclavi- tud de los negros en el Sur.

Mucho se ha discutido este asunto en pro y en contra.

Los partidarios de la esclavitud hablan de la inferioridad inte- lectual de la raza negra, perezosa é indolente, añadiendo que los negros se venden por su voluntad. Los negros dicen que son es- clavos en sus paises natales.

Y aunque estas son verdades incontestables , no alegan ningún derecho en favor de los poseedores.

Los abolicionistas justamente indignados, gastan su sensibili- dad compadeciendo unos cien mil negros que son esclavos en Amé- rica, sin preocuparse por los millones de blancos que sufren mu- cha mas ruda esclavitud en Polonia, Rusia y Turquía, sin contar otros paises de la tierra.

La sola razón concluyente que se saca del estado actual de es- ta cuestión, es el deseo de que tarde ó temprano acabe de triunfar la emancipación en esos Estados que la rechazan sin hacer una abolición general de la esclavitud para toda América. Es necesa- rio tener presente que varios Estados americanos nos precedieron en la via de la abolición, que definitivamente no'data para nuestras colonias sino desde la revolución de 1848.

Nos felicitaremos cuando se encuentre medio de hacer de la li- bertad un bien para los negros y no un mal mucho mayor que la esclavitud. Desgraciadamente ese medio no se ha encontrado toda- vía. Pedimos perdón á Soulouque, pero su constitución social, con duques de la Casonada , condes de la Mermelada , marqueses de la Limonada y caballeros del Tamarin, no es mas que una broma de carnaval.

La colonia de Liberta, en la Guinea, fundada por la sociedad

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58 colonizadora de la América seteiitrional, en 1821, es un miserable pais medio salvage.

Añadiremos que la solución del problema, emancipación de los negros en los Estados abolicionistas, no es sino una vana palabra con muchos aspectos.

Los ciudadanos negros no votan: se guardarían muy bien de votar. La ley no les quita este derecho, mas si quisieran usar de él ¡quién es capaz de decir el número de bastonazos y puñetazos que los partidarios de la libertad de los negros les administrarian riy endose!

Todas las ventajas, todos los empleos, todos los honores, to- dos los placeres se rehusan aun á los negros aunque sean libres, en las ciudades mas abolicionistas.

Los negros no pueden ni subir en ómnibus, ni entrar en los bar- rooms donde van los blancos, ni introducirse en iglesia, hospital, museo, teatro, ni aun en el espectáculo de los negros -minstrels: no pueden pasear en los vapores, ni tomar asiento en los trenes del camino de hierro.

La industria también les cierra sus puertas y tienen que esco- jer para vivir, el estado de sirvientes de fondas (pues en casas particulares no los quieren) barberos, ó vendedores de ostras y li- cores fuertes, que venden al pueblo bajo.

Los negros que llaman libres, tienen sus caUes aparte ¡y qué calles! sus casas ó mas bien chiribitiles; sus hospitales, sus igle- sias aunque no hay mas que un Dios para todo el mundo. Tienen trenes especiales en los caminos de hierro, sobre los cuales, escri- to, con grandes letras , se lee: for colored people(l), en fin hasta los cementerios están aparte, como si los amarillentos huesos de los blancos, no quisieran por un orgullo postumo y fatal, mezclarse con los blancos huesos de los negros, después déla muerte.

Se han visto reyes, desposarse con pastoras; pueden verse rei- nas desposadas con pastores, pero no se tiene noticia de un blanco que se haya casado con una negra ó vice-versa. Semejante hecho seria un escándalo á los mismos ojos de Mistress Stow.

{]) Para la gente de color.

CAPITULO V.

EL AMOR.

Aquí es donde conviene colocar las observaciones que hemos hecho, apropósito de la belleza de las americanas en comparación con la de las francesas.

La belleza de proporciones, esa belleza independiente de la gra- cia y de la espresion que se llama plástica, es mas propia de las americanas que de las francesas.

La juventud, mucho mas prematura que la europea, cuya inte- Ugencia se fortifica desde la infancia con variados estudios, adquie- re prontamente todo su desarrollo. La sencillez, ese pudor del alma, ese atributo de nuestras jóvenes, es un sentimiento desconocido de las americanas y por consiguiente no presenta obstáculos al deseo de instrucción, ni á las artes de la coquetería. Resulta de esto, que las jóvenes de doce á quince años reúnen á la hermosura y delica- deza del rostro, el brillo de la tez, la libertad de maneras, la des- envoltura del paso, el lujo del vestir y la perfección moral. Ni las pasiones, ni las costumbres, ni las penas de la vida, han modificado la perfecta armonía de las facciones de esas jóvenes, niñas en edad y mugeres en su porte. La estrema libertad de que gozan, quita

60- toda traba á sus caprichos, haciéndolas sin embargo las mas ale-

gres de ambos mundos.

Esto no sucede en Francia: las niñas son bastante bonitas hasta la edad de seis ó siete años; mas no es raro que después las fac- ciones esperimenten un cambio poco favorable. En esa época es preciso adivinar por decirlo asi, lo que serán, pues sufren como la crisálida una trasformacion total. A veces las bonitas se vuelven feas ó vice versa: hasta los diez y ocho ó veinte años no termina la naturaleza su obra, y deja las mugeres tales como han de ser. Pero fija en ellas la belleza, se conserva mas tiempo que en las americanas. El arte de agradar cuyo secreto privilegio poseen, ayuda poderosamente á la naturaleza; no tienen movimiento sin gracia, ni gracia sin espresion.

Si la belleza francesa es menos precoz y perfecta, tiene en cambio, mas duración y es mas espresiva.

En América no puede encontrarse un Balzac que alabe los en- cantos de la muger de treinta años.

Reasumiendo; si las unas son mas hermosas para pintarlas ó daguerreotiparlas, las otras son mas bellas á la vista; y si las fran- cesas no son las que mas se admiran, al menos son las que mas se aman. «El cielo de Andalucía y el amor de una francesa, esclama Alejandro Dumas con entusiasmo, seria el paraíso terrenal.»

Se ha dicho que París era el paraíso de las mugeres; hubiera sido mejor colocarlo en América. Enumerar los privilegios que go- zan las hembras, es cosa larga. Los americanos desde el principio de la colonización no olvidaron nada, para conseguir el éxito de su empresa. Sabiendo que la mas débil mitad del género humano ha guiado siempre á la mas fuerte, y que donde la muger viva gusto- sa vivirá también el hombre , se valieron de todos los medios ima- ginables, para atraer las mugeres, ofreciéndoles como buenos co- merciantes , una parte de las ganancias: esta es grande y sus traba- jos domésticos se limitan, Biblia en mano, á crecer y multiplicarse cuanto las es posible.

El culto que profesan á la muger es tan grande, que por todas partes se ven estampas (mas ó menos decentes) de mugeres es-

—oí- puestas á la admiración pública. Venus saliendo del seno de las on- das, ninfas y jóvenes bañándose decoran los bar-rooms y los clubs ^ en unión de los bustos de Washington. En el fondo de los sombre- ros de los hombres, ponen retratos de mug-eres; en las portezuelas de los ómnibus también, hay camisas ilustradas, guarnecidas de ellos hasta los puños; y por el solo placer de tener imágenes, las piden los caballeros á las señoras que dándoles citas en los talleres de los daguerreotipistas, se dejan retratar sin escrúpulo alguno. Los gentlemen toman sus copias y se las llevan, conservándolas to- do el tiempo que quieren, sin interés ni consecuencias de ninguna especie.

Las feUces hijas del Nuevo-Mundo hacen lo que quieren, y go- zan de libertad hasta el estremo de pegar á los hombres que las disgustan, sin que estos puedan defenderse personalmente: decla- ran padre al que. sea menos acreedor á esta distinción , para lo cual no tienen mas que decir una palabra, y pronunciar un jura- mento sacrilego; abuso que aunque raro existe.

Se cuenta el hecho siguiente.

Un cuáquero austero y frió, como todos, tenia á su servicio una hija de Eva, joven, bonita, sensible, débil y sin previsión.

Cometió un desliz, y ciertos indicios la denunciaron á la vigi- lancia del cuáquero. No queriendo este obrar de hgero y deseando al mismo tiempo como era su deber penetrar el misterio, llamó á la sirvienta, y le habló en estos términos:

Hija mia: el espíritu suele estraviar al corazón , porque como dicen las Sagradas Escrituras, no es bastante fuerte para resistir las pérfidas tentaciones de la serpiente. (1) eres culpable, hija mia; no trates de disimularlo, pues otro mas culpable, mas fuerte que tú, ha tenido en su ayuda para arrastrarte al mal, al espíritu tentador del demonio. Dime quien es ese hombre , hija mia , y le obhgaremos á reconocer y reparar su falta, volviéndole al camino de la moral y la justicia.

(i) Los cuáqueros tutean á todo el mundo, amigos y estranjeros: no dicen usted ^ sino cuando se dirigen á Dios, (iV. de los T.)

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—Señor, le respondió la joven resueltamente, no puedo obede- ceros; ese es el secreto de mi corazón; no lo divulgaré jamás.

El cuáquero quiso persuadirla; pero fué en vano.

Era juez, y por interés hacia la pobre joven, y darle padre á la desgraciada criatura que iba á dar á luz, la hizo comparecer ante el tribunal que él mismo presidia, esperando que la solemnidad del lugar la impresionarla hasta el estremo de confesarlo todo.

La joven se presentó.

Ahora bien, hija mia; le dijo el cuáquero sentado en su sillón de juez; ¿te encontraré hoy menos enemiga de tus propios intere- ses , y mas penetrada de tus deberes consentirás por fin en hablar? —Yo no quisiera, mas puesto que lo deseáis absolutamente... —Me alegro, hija mia, la sociedad te agradecerá esa sinceridad, y yo por mi parte te doy las gracias: ¿nos dirás el nombre del culpable? —No puedo ocultarlo por mas tiempo... Muy bien , hija mia, muy bien: ¿quién es? —Vos.

Si un rayo hubiese caido sobre el cuáquero, no hubiera espe- rimentadouna emoción tan fuerte. Se defendió; puso al cielo por testigo de su inocencia; pero la criada juró sobre la Biblia, y él, con arreglo á la ley, se reconoció culpable, condenándose á indem- nizar á su mentida víctima y á mantener al niño.

En otro caso embarazó mucho á los tribunales encontrar la pa- ternidad.

Habiendo declarado una muger que la habia seducido un co- merciante estranjero, fué conducido ante los tribunales. La muger no merecía la confianza de los jueces. El comerciante no negó sus relaciones con ella, pero probó que otros al par que él hablan ob- tenido los mismos favores. En efecto, eldia del juicio, cuatro per- sonas comparecieron y declararon bajo juramento que reconocían fundadas las sospechas del acusado, en vista de las cuales se con- sideraban culpables.

La posición del juez era difícil y delicada. Mas todo se resol- vió de la manera siguiente. Después de dirigir una amonestación

63 severa ala muger, el juez terminó diciendo: «Como á pesar de esto, no es posible que la criatura que lleváis en las entrañas sea víctima de vuestra conducta y es deber de la justicia reconocerle un padre, poned la mano en vuestra conciencia, pedid á Dios que os ilumine y designádselo á vuestro hijo.»

La muger echó una mirada circular sobre las cuatro víctimas de su engañoso amor; los contempló un instante y señalando por último al mas rico, fué condenado por el juez, con arreglo á su po- sición.

Esplicaremos el significado de la palabra flirtation. Es una con- versación íntima, galante ó apasionada, que tiene lugar entre otra puramente amistosa. La flirtation (1), que los americanos pronun- cian fleurteichonn, nace evidentemente de dos principios contradicto- rios: el deseo que tienen las mugeres de agradar á los hombres y el temor de los hombres de sucumbir á las seducciones de las mu- geres. De ahí la estrema coquetería de las unas y la fria reserva de los otros.

La muger es para los corazones sensibles una amenaza. En América no es la oveja quien tiene miedo al lobo, es el lobo quien teme á la oveja. Así, dejad obrar á las americanas, que su espe- riencia (y ellas la tienen á toda edad) unida á las leyes, la defienden de todo peligro. No tengáis cuidado por esos apartes entre los jó- venes de ambos sexos, que se observan en los salones, teatros, bailes y en los Ice cream salooms (2). Esos Don Juan, á quienes per- sigue el miedo, son mas inocentes de lo que se cree y juegan con el amor, como los niños á los soldados, con sables de madera y pis- tolas de caña.

Si alguno de los dos flirteurs teme ceder á los atractivos del sentimiento, no es seguramente ella, sino él. Los rostros encanta-

(1) A pesar de que el autor el significado de esta palabra, como tiene otros mu- chos, nos parece conveniente hacer algunas observaciones para que el lector la compren- da, por ser intraducibie á nuestro idioma. Significa: movimiento ligero: gracia: coquete- ría. To flirt, que es el verbo inglés de donde han sacado la palabra flirtation, significa: corretear: mofarse: tener muchos cortejos: proceder con ligereza: variar coa facilidad: burlarse. (IV. de los T.)

(2) Neverías.

ei- deres de las young ladies están iluminados por la confianza y admi- ran verdaderamente esas colegialas de quince y diez y ocho años, que van por las calles engalanadas con elegancia y llevan un libro debajo del brazo mirando á los hombres descaradamente, y riyén- doseles para obligarles á bajar los ojos.

Las colegialas suelen ser prometidas esposas ó simplemente tienen uno ó varios adoradores. Nada mas divertido que ver á los helios de esas señoritas, como dicen los ingleses, desconcertarse, para hablar con ellas mas de cerca, ün marido ó prometido , solo tiene el derecho de dar el brazo á su muger ó á su futura. Cuan- do los hombres acompañan en un lugar público á las señoras, marchan á su lado sin ofrecerlas el brazo; pero pueden desconcer- tarse por estar admitido. Esphcaremos lo que significa desconcertar. el caballero apoya su brazo en la espalda de la señora, y la empuja ligeramente delante de él. Asi elude los rigores de la etiqueta. En otro tiempo los americanos acompañaban á las señoras por las ca- lles llevándolas cogidas del codo. El desconcierto es un progreso, mas empieza á desdeñarse en las grandes ciudades por las gentes de buen tono: las demás siguen la costumbre.

Hay en New- York sitios privilegiados donde la flirtation está, por decirlo asi, á sus anchas.

Tal es el museo Bamum, donde los jóvenes pasean por todas partes sans facón, llevando cogidas del talle á sus bellas y hablán- dolas tan cerca del rostro, que supondria cualquiera se estaban be- sando. Hemos visto en el teatrito de este museo, que Mr. Bamum persiste en llamar Lecture roow(l), por beatitud, pues Mr. Barnum es un santo que predica la templanza, al mismo tiempo que alaba sus bodegas á los mercaderes de vino. Hemos visto, decíamos , parejas amorosas besándose públicamente. Nadie fija su atención en eso, y si alguno lo observa es con aire distraído. Nunca seria permitido turbar á los amantes en el ejercicio de su libertad indi- vidual.

Finalmente, en los establecimientos públicos , en los ómnibus,

(1) Gabinete de lectura.

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en los vapores, en los caminos de hierro, se ven libres amantes hablando á las mugeres cogidas por el talle.

El espíritu de libertad individual mata en América la crónica escandalosa, y es raro que circulen por el público esas anédoctas de sociedad que forman el solaz de las revistas de París.

Mas si llega á presentarse este caso, si madame X... ha cla- sificado á su marido en la categoría de los predestinados deBalzac, á. los ojos de todo el mundo, no es ella la que aparecerá culpable, ni el infortunado marido, á pesar de que se conduelen de él muy poco: el único á quien vituperan es al seductor. Su honor queda comprometido y su crédito comercial muy mal parado.

Pero lo mas chocante es que la culpable encuentra sus mas ardientes defensores en las mugeres mismas. Esto echa por tier- ra las ideas admitidas y debe producir confusión en el espíritu de los moralistas. Las mugeres no se acusan jamás, y cubren y de- fienden sus debilidades con un ardor increíble.

El método que los americanos han heredado de los ingleses, ese método de reducirlo todo en materia de amor á una cuota de in- demnidad, ha producido una industria.

Una young lady se asocia á un hoy (1) cualquiera y tiende sus lazos seductores: si alguien se deja coger, el rostro de la encan- tadora toma en seguida una espresion inquieta y alarmante. '¿No oís ruido? dice á su adorador. , en efecto; ¿qué sucede?

¡Ah! ¡huid, huid, ó de lo contrario somos perdidos!... huid pronto... ¡ah! ¡Dios mío! ya no es tiempo; he aquí...

El boy entra solemnemente en el cuarto representando el papel de padre, hermano ultrajado, ó furioso marido. La lady se desma- ya, el aparecido coge al seductor, quiere matarlo, llevarlo ante los tribunales, dar un escándalo, ú obligarle áque se case con la vícti- ma. El seductor que comprende perfectamente, saca dinero del bolsillo y se arregla todo de la mejor manera posible.

No existen en el mundo maridos mas cómodos ni menos celo-

(!) Mucbacljo.

se- sos que los americanos. Ausentes todo el dia de su casa, dejan á las mug-eres en libertad de pasear horas enteras en Broadway. Cuando están cansadas de andar entran en el almacén de Stewart el comerciante de novedades y magasinent un poco; van á probarse vestidos al taller de Mme. Roidlier-Angier, ó al de 3ílle. Marie hábil representante en New-Yorkdeuna délas principales casas de París-

De entre las lindas paseantas, suele verse alguna que separán- dose del gentio, cubre su rostro con el espeso velo de vares verde, siempre unido al sombrero, y se dirige misteriosamente por una de las calles transversales á Broadway ; párase delante de una casa de apariencia misteriosa; mira un instante á derecha é izquierda, y pe- netra con ligereza cerrando la puerta tras sí.

¿Qué es lo que van á hacer esas elegantes y perfumadas se- ñoras (de las cuales muchas tienen casa y carretela en la quinta avenida) en estancias modestas y silenciosas donde no penetra ni la luz del dia? ¿Van secretamente á llevar socorros y consuelos á los desgraciados, ó son mugeres criminales que bajo ese protesto se dedican á la fabricación de la moneda falsa? Si es esto, ha de haber en New- York mas falsa que buena moneda, pues en todas las ca- lles se ven esos misteriosos edificios que llaman Assignation House (1).

Las señoritas americanas se casan con suma facihdad y sin par- ticiparlo á su familia. La pareja amorosa se presenta en la iglesia, si es católica; en el templo si es protestante; en la sinagoga, si es judía; ó mas, simplemente ante una autoridad civil; un juez de paz y dos testigos bastan para identificar las personas; la ceremonia se hace en cinco minutos , sin publicación de amonestaciones ni otra formahdad. Hemos tenido ocasión de ver en New- York á la hija de un ministro protestante que podríamos nombrar, la cual se casó seis meses antes que su padre hubiese podido ni aun sospecharlo, y sin que ella hubiese dejado de habitar bajo el techo paterno. El joven no era del gusto del padre y este se habia mostrado hostil al casamiento, por cuya razón guardó ella el secreto durante seis meses.

{i) Casa sofialada.

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Esta facilidad para contraer matrimonio, aunque tiene sus ven- tajas, tiene también sus inconvenientes. La poligamia es una de las consecuencias mas funestas. Se han visto hombres que se han ca- sado por especulación gran número de veces.

Se casan en un Estado, y cuando disipan el dote de la muger, vuelven á casarse en otro y así sucesivamente. Durante nuestra es- tancia en América, hemos visto condenar á un joven de veinte y nueve años por haberse casado catorce veces. Las catorce muge- res de este Pacha tras-atlántico fueron juntas á quejarse de él. En- tablada la demanda, se supo que en el espacio de tres semanas se habia casado dos veces; en Boston y Baltimore.

La justicia tiene indulgencia para esa clase de delitos, que la Inglaterra castiga severamente. Citaremos el llamado David Beatty- ra, condenado tan solo á veinte y dos meses de prisión por la que- ja de siete mugeres, sus legítimas esposas. Es decir, tres meses y algunos dias por cada una: esto prueba que es muy simple la pena para privarse del gusto.

He aquí sobre otro caso de bigamia, una sentencia curiosa*

En 1848, Mr. Georges Garrison casó con Miss Elisabeth Smith; dos años mas tarde, viviendo aun esta, contrajo segundas nupcias con Miss LmyPotts. Mistress Garrison, murió sin acusar á su infiel marido, y él alentado por la impunidad y deseoso sin duda de rendir tributo al nombre de su difunta esposa, casó por tercera vez con Miss Margaret Smith. Mas apenas celebró esta unión, Mistress Garri- son Potts, menos resignada que su antecesora, elevó queja contra el culpable. Se entabló demanda por lo que dijeron algunos testigos. Los curiosos acudieron para asistir al desenlace de este asunto, es- perando que el criminal fuese á la prisión de Estado, cuando con sorpresa general dio el juez el fallo siguiente:

«Relativamente á los dos primeros casamientos, Garrison no pue- de ser castigado por bigamia, porque la acusación no ha sido he- cha en el término de tres años, como está prescrito por la ley de estado de New- York. Tampoco existe crimen de bigamia con rela- ción á la primera y tercera muger, puesto que Miss Elisabeth Smith habia muerto cuando Garrison casó con Margaret Smith, Y finalmen-

-68- te, con respecto al segundo y tercer casamiento el crímenes nulo porque la boda del acusado con Miss Lucy Potts, celebrada en vida de la primera muger, no puede ser reconocida por la ley.»

En consecuencia, Mr. Garrison salió libre en posesión de su tercera esposa. Ahora, el lector comprenderá la pena áeMistress Lucy Potts, cuando sepa que esta desgraciada Ariádna se habia ya casado desde mucho tiempo antes con Benjamín Simons, que fué preso y condenado en medio de la luna de miel, por crimen de bi- gamia. Lucy Potts estuvo envuelta en la acusación; varios testi- gos declararon que ella sabia perfectamente que Simons era casa- do, y fué necesaria toda la habilidad de un abogado Yankee para presentarla inocente á los ojos de la ley. Esto se llama verdadera- mente ser infortunada en materia de matrimonio.

Aunque es muy ligera en América la ceremonia del matrimo- nio, hay ministros que la simplifican mas, cuando es al por mayor- «El tiempo es dinero» dicen los americanos, y es preciso saberlo economizar. El reverendo L. H. Moore de Michighan es una verda- dera máquina de casar de fuerza de varios reverendos. El Enquirer de Detroit dice que el mes de diciembre último Mr. Moore casó de un solo golpe tres distintas parejas, á saber: MM. Vaughan, Woodruft y Lapham, con Miles. Fanny Johnson, Bestsey Jarrington y Mary Drake. ¡Gracias á Dios que tenemos un reverendo que no le gusta hacer esperar á la gente!

Podíamos citar casos mas estraordinarios y mas rápidos aun.

El telégrafo eléctrico, suprimiendo las distancias, ha acercado los corazones. Se han llevado á efecto enlaces en que los contra- yentes estaban separados por dos ó trescientas leguas de distan- cia. Ministros religiosos ó simplemente autoridades civiles, reciben en las oficinas del telégrafo las respectivas declaraciones de los con- sortes y las inscriben en los registros que dan fé: el matrimonio concertado asi , tiene valor.

El Weekly 'Herald de Nevi^-York habla de unas bodas celebra- das en Bordentown con circunstancias que califica de singulares. Estando un joven de Bordentown en víspera de casarse, mu- rió súbitamente. Los prometidos y sus respectivas familias esta-

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ban muy unidos á las creencias espirituales y resolvieron que tu- viese lugar el matrimonio á pesar de la muerte del joven: efecti- vamente fué celebrado con todas las ceremonias. La señorita tomó por esposo, no el cuerpo sino el alma de su amante representado por un cadáver. En este acto hizo ella juramento de no volverse á casar jamás.

Los periódicos de todos los Estados de la Union contienen bajo la rúbrica matrimonial numerosas demandas de casamiento, y mas lejos, en la columna del personal, avisos y citas amorosas.

A continuación damos una muestra de los anuncios del personal. Los reproducimos fielmente, tales como han sido estractados de los periódicos:

<íFanny, Vd. sabe que yo la quiero: ¿por qué, pues, no viene Vd. á verme? J. L.»

«Esta noche á las nueve.— R. J. K. »

« ¡Ingrato! ¿me olvidará Vd. después de haber jurado que siem- pre me amaría? Venga Vd. y será perdonado. W. L.»

«No venga Vd. mas que cuando yo le avise. Mi marido lo sabe todo, mas yo lo arreglaré. A. Th. »

Algunas veces , estos avisos misteriosos se dan en varias len- guas, sin duda para que el púbUco los entienda menos: Ejemplo:

Quereos. You were right. Adieu. F. R.»

1 Mi querida,^ I loveyou , de tout mon cceur. This evening. Tu sais X. X.»

Podríamos multipUcar estas citaciones; pero las que hemos es- tampado bastan para dar una idea de esas correspondencias amo- rosas.

Muchos americanos, absorbidos por los negocios, no tienen tiempo de buscar esposa y recurren á los periódicos cuando desean casarse.

Conocemos una lady que debe su casamiento á este anuncio im- preso en el Herald.

«Un gentleman desea ponerse en relaciones, para casamiento, con una señorita amable. Es preciso que sea bonita, bien formada, de carácter dulce y de maneras distinguidas. Una rubia de diez y

co- séis á diez y ocho años será preferida. No importa que sea pobre, porque el gentleman está establecido y tiene buenos negocios; pero quiere que la señorita sea bella, amable y respetuosa. Dirigirse confidencialmente á casa del señor K. M. Fourth avenue 384, near Twenty-Eighth s(reet.)>

La señorita sin confiarse á nadie, se decidió á ir sola, defendi- da por sus diez y ocho años , la hermosura de su rostro, la elegan- cia de su talle, la amabilidad de su carácter y sus ruMos cabellos, á casa del autor del anuncio. Este la encontró encantadora, y tres dias después estaban casados.

Algunas veces, pero es raro, son las señoritas las que piden maridos. Ved aquí un modelo del estilo que usan para pedirlo; lo tomamos de un periódico del Oeste:

«Una señora viuda de veinte y siete años de edad , que posee una fortuna neta (clear) de 50,000 duros, desea eontraer nuevo en- lace con un gentleman bien educado y que sea poco mas ó menos de su edad.

»Como la que anuncia ha sufrido mucho con los desarreglos de su primer marido , exige que el segundo profese estrictamente los principios déla templanza, y que lo certifique. Es preciso ademas, que sea hombre piadoso, bien formado, de carácter serio, amable, y que no sea viudo.

»La secta á que pertenezca importa poco (esceptuando la mor- mona), pues la que suscribe es universaüsta y profesa abierta- mente la tolerancia.

í Se advierte á los appliquants (1) que envien al mismo tiempo de las pruebas , sus retratos hechos al daguerreotipo á las señas que van al pie.

»A los caballeros que se les devuelvan sus retratos, se suplica que no hagan gestiones ulteriores.»

Pero lo que reservamos para final es la demanda de una joven (blumerista sin duda) que encontrando las cadenas del himeneo muy pesadas de llevar, y queriendo sin embargo desechar el fastidio

(1) Solicitadores.

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de su corazón, hizo á los gentlemens la siguiente proposición que trascribimos exacta del New-York Herald con fecha del lunes 13 de agosto de 1855.

«A young lady, moderately good looking, twenty years of age, wishes to find á partner for life. Any gentleman desirous of chan- ging their isolated state for one of congenial happiness, will picase address JennieP. A. , box 271 Union square Post Office, Broadway. »

En español quiere decir literalmente:

«Una joven .regularmente parecida, de veinte años de edad, quiere asociar su vida á algún caballero. El que quiera cambiar su estado por semejante dicha, que se dirija á etc., etc. »

Hemos oido decir que tales proposiciones se encuentran escri- tas de puño y pegadas á la puerta de la Academia de medicina y de ciertos clubs.

La policía de New-York, severa desde hace tiempo con las mu- geres sospechosas, ha tomado contra ellas medidas rigorosas. Para reparar en lo posible los perjuicios que ocasiona el rigor, ellas se valen ingeniosamente de todo lo que pueden. Nosotros hemos visto un dia dentro de un ómnibus una muger elegante que llevaba un lindo y pequeño tiesto de flores, entre las cuales habia una tarjeta; dirigimos la vista y pudimos leer, como si fuera una instrucción bo- tánica, el nombre y señas de la casa de la propietaria.

No podemos abstenernos de decir aqui algunas palabras del club de los libres amores, que ha hecho tanto ruido en New-York. Este club tan celebrado se fundó bajo la dirección de Mr. Andrews, uno de los mas furibundos propagadores de las teorías sociahstas de Fourier, y autor de un sistema social, sin reglamento, gobierno, ni leyes. Mas adelante veremos que esto se ha ensayado ya en Albany ,

Mr. Andrews, casado y padre de familia, habia reunido para formar su club , partidarios de la libertad ilimitada en todo y por todo. Mme. Andrews asistía á ese club y llevaba á sus niños tam- bién. Se reunían dos veces por semana para bailar, cantar, predi- car la emancipación de la muger y divertirse á discreción. Nosotros hemos visto aUí respetables padres de familia con sus hijas, ma-

72- ridos con sus esposas, viudas y señoritas solas. Y toda estag^ente. estaba persuadida de que el primero y mas inmutable de todos los derechos es siempre el de entregar libremente el corazón á aquel que le hace latir. El club de los libres amores condenaba el matrimonio como un juramento que se viola muy á menudo en favor del co- razón, cuando no viola el corazón en favor del juramento.

Semejantes teorías no se discuten, y el sentimiento general las condena. Diremos para ser justos, que las asambleas de ese club han sido siempre muy decentes y mucho mas divertidas que sen- timentales. Una ó dos veces se han dado á propósito de alguna muger libre, algún libre puñetazo. Mas allí iban á distraerse ante todo, y es preciso no olvidar que el boxeo , distracción inglesa, es uno de los placeres favoritos de los Estados-Unidos. Hombres que no tienen motivo para hacerse mal, se marchan en silencio á un lu- gar designado donde les aguarda un público impaciente. Después de hundirse el pecho, romperse el cráneo y lastimarse toda la parte huesosa de su cuerpo, se dan las manos con g-racia, prometiendo volver á hacerlo lo mas pronto posible. Los espectadores que du- rante el combate han animado y aplaudido los golpes, se retiran dichosos, pagando á los actores magullados el precio convenido de este feroz espectáculo. Tan cierto es, como dicen algunos filósofos, que el hombre es naturalmente bueno.

Terminaremos este capítulo con un elogio dirigido á la lengua inglesa por la distinción que ha sabido establecer entre amar á una persona y una cosa. Los ingleses, y por consecuencia los ame- ricanos, tienen dos verbos amar: to love para los seres animados, y to like para las cosas inanimadas. De suerte que en inglés no se dice como en francés, yo amo á esa muger, y yo amo á esa pierna de carnero; amo á mi padre, y amo á las manzanas cocidas; amo á Dios y amo al cerdo salado.

Las palabras bien escogidas son para el pensamiento lo que el aderezo y las flores para las mugeres: las unas hacen resaltar la delicadeza de los sentimientos espresados: las otras añaden á la be- lleza natural voluptuosidad y gracia.

CAPITULO VI.

EL CHARLATANISMO.

El charlatanismo es el genio de los americanos. Han hecho de él una verdadera ciencia que nadie desdeña, elevándola hasta las mas altas especulaciones de la filosofía práctica. Mientras que los metafísicos europeos, sin beneficio para la bolsa, buscan la razón de las leyes divinas y los filósofos se esfuerzan en someter al análisis las pasiones y sentimientos del hombre, la escuela del humbug, se contenta con estudiar los vicios y estravagancias déla flaqueza hu- mana para esplotarlos en su provecho.

El humbug, se ha introducido tan profundamente en las costum- bres americanas, que es estimulante indispensable y alma que ani- ma todas las cosas buenas ó malas.

Ni la piedad misma lo deshecha.

Cuando la concurrencia se acumula, en las iglesias numerosas y variadas, es de ver como procuran mostrarse á cual mas hábiles para atraer á los fieles indecisos. Los industriales que cubiertos con él pulpito evangélico, han edificado y amueblado las iglesias según el culto escojido, no quieren sacrificar las bolsas á sus creencias. En estos casos es muy conveniente añadir al coro de la iglesia una

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-74 brillante cavatina italiana cantada en latin, para llamar la atención pública hacia los sentimientos religiosos. Algunas veces no es el canto tan poderoso que pueda atraer las estra viadas y testarudas ovejas, que se obstinan en salvar sus almas, soloá costa de no fas- tidiarse.

Para estos rebaños rebelados, se emplean grandes recursos. Contratan á un Smart young preacher (1) y lo envian á dar una vuelta por Europa , Tierra Santa, ó las Indias. Su misión consiste en estu- diar las costumbres de los pueblos que visite y recojer anécdotas ra- ras é instructivas formulando juicios sobre los hombres y las cosas.

Al poco tiempo, vuelve de su viaje con la cartera debajo del bra- zo , llena de notas curiosas , con las cuales forma discursos intere- santes.

En seguida envian prospectos á domicilio, é insertan en los pe- riódicos gacetillas y anuncios, poniendo ademas grandes y numero- sos carteles por todas partes. Asi dan pubhcidad al viaje que en medio de los mas grandes peligros acaba de hacer el young preacher con las impresiones del viajero y sus raras aventuras, fijando los dias en que habrá en la iglesia lectura pública de estos aconteci- mientos. Entonces es cuando estimulada la curiosidad, vuelven las ovejas al redil, dejando en él una poca de lana: They made plenty of money after all (2).

Ahora verán los lectores uno de los buenos puffs (3) de Améri- ca: el engaño fraguado por el reverendo Hanson; el cual persuadió á uno de sus cofrades Mr. Eléazar Williams) de que era hijo de Luis XVI. El pobre Eléazar, viejo y casi idiota, se dejó alec- cionar tan perfectamente por el astuto Hanson, que el infeliz misio- nero del pais de los Chappaways llegó á no tener duda de su origen real. Se acordó de un gran número de particularidades notables, relativas á su infancia: trazó el retrato de su desgraciado padre, como si lo hubiera visto el dia anterior. Todo le vino á la memoria;

{i) Joven é inteligente predicador.

(2) Ellos ganan mucho dinero después de todo.

(3) La exajeracion en alabar y recomendar alguna cosa para llamar la atención sobre ella. {N. de los T.)

hasta la brutalidad del zapatero Simón, que cincuenta años antes le liabia dado muerte, cuyo acontecimiento recordaba también. A causa de este mal trato se habia visto obligado á buscar refugio en las vastas soledades del Nord-JVest, donde mas tarde fué nombra- do ministro protestante, lo cual probaba su cualidad de hijo de San Luis.

Cuando el reverendo Hanson creyó á su cofrade Eléazar Wi- lliams suficientemente amaestrado en el papel , se puso en camino para New- York.

Seguro del éxito el reverendo Hanson, fué en busca del pro- pietario del Putnam-Magazine, revista que tenia necesidad de sus- critores.

—•Vengo, dijo el reverendo al editor, á proponerle un negocio.

Hable Vd., caballero.

Vd. tiene necesidad de algo nuevo que estimule la curiosidad de los lectores. Yo he hecho un descubrimiento que pondrá en con- moción toda la América, y tendrá un eco inmenso en Europa.

-¿Cuál es ese descubrimiento?

—El de Luis XVII; el desgraciado duque de Normandía, que se creia muerto en la prisión del Temple: se lo ofrezco á Vd. á partir ganancias. ¿Conviene?

—Sí. ¿Formará muchos volúmenes?

—El rey se propone escribir tantos artículos como Vd. quiera, y hasta que la curiosidad púbhca esté completamente satisfecha. El editor y el reverendo se entendieron , y el dia menos pen- sado se leyó á la cabeza de una entrega del Putmm-Magazine estas líneas escritas en gruesos caracteres que produjeron una sensación profunda:

¡LUIS X\1I, PRETENDIENTE Á LA CORONA DE FRANCIA,

NO HA MUERTO !

¡ESTÁ ENTRE NOSOTROS!!

El reverendo Hanson refirió en el primer artículo , y en otros que se dieron á luz, el milagroso descubrimiento que habia hecho

76 en la tribu de los Chappaways del infortunado hijo de Luis XVI. Las entregas fueron arrebatadas de la mano. Vertian lágrimas al oir recitar tantas desgracias, y abrieron una suscricion en favor del futuro heredero de la corona de Francia. Se distribuyeron á milla- res los retratos de Luis XVII en trage de ministro protestante, cosa bastante cómica por cierto. Y todo el mundo encontró gran seme- janza entre Eléazar WilUams y su padre Luis XVL

La exaltación llegó á su colmo: hubo grandes polémicas, há- bilmente suscitadas, y el embuste parecía que iba á salir adelante con su maravillosa empresa, cuando la fortuna abandonó de súbito al reverendo Hanson y su real engaño.

La presencia inesperada de la madre de Luis XVII vino á echar por tierra todo el edificio artificiosamente levantado por el reve- rendo.

Era una vieja salvaje de mas de ochenta años de edad, con piel roja y horriblemente pintada. Viendo que su hijo no volvia, é in- quieta por un viaje que se prolongaba mucho mas allá de los lími- tes fijados por Eléazar Williams, se puso valerosamente en camino la buena madre, abandonando su choza de los grandes lagos para ir al pais de los de pálido rostro á adquirir noticias de su muy querido hijo. Después de mil pesquisas supo su paradero y que vivia con su colega el reverendo Hanson. Acto continuo se pre- sentó en la casa que le hablan indicado.

Su aparición causó el efecto de un rayo. ¡Dios mió! gritó el reverendo Hanson viendo ala salvaje y di- rigiéndose á Eléazar; ¡temáis madre, desgraciado!

¡ Ay de mi! respondió Luis XVII profundamente avergonzado, es muy cierto; pero no es miala culpa.

¡Hijo mió! dijo la madre en lengua Chappaways y con doloroso acento; ¡ven á abrazarme!

—¡Adiós sueños de oro! murmuró el reverendo Hanson levan- tando los ojos al cielo.

Eléazar Williams ha vuelto á ser misionero evangélico en el pais de los Chappaways; pero aun no está convencido hoy de que no sea hijo de Luis XVI: tan imbuido lo dejó el reverendo Hanson.

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En este capítulo debemos dar un puesto honroso á itfr. Barmm.

Escribir su historia es hacer la del humbug y el j^w// en su mas alto grado. Bastarán algunos rasgos de este grande hombre para apreciar su inmenso mérito, que en diplomacia hubiera represen- tado el papel de Talleyrand.

Todo el mundo sabe que la mas famosa invención de Barnum es aquella de la nodriza de Washington; pero son muy pocas las per- sonas que conocen las circunstancias que le impulsaron á dar este golpe maestro.

Nosotros hemos podido recoger datos importantes.

Por el tiempo en que pasó esto, Barnum estaba modestamente empleado en una casa de comercio en calidad de comisionista.

En un viaje que hizo á Nueva-Orleans, el vapor que le condu- ela tuvo necesidad de renovar su provisión de carbón, y descansó en Tennessee á orillas del Misissipi.

AUí, un viajero habló de una vieja negra que en los alrededo- res contaba ciertos rasgos de la infancia de Washington, á quien decia haber conocido.

No se necesitó mas para inflamar el cerebro del futuro manager de Jenny Lind.

Dejó partir el vapor; renunció desde aquel momento á sus fun- ciones comerciales, y resolvió, con un golpe rápido, atrapar la fortuna.

Se dirigió lleno de entusiasmo á la habitación de la negra y le propuso al dueño comprársela. Este, no pudiendo sospechar las se- cretas intenciones de Barnum, se consideró feliz en venderla por cincuenta duros.

Terminado el negocio, Barnum entabló con la esclava este in- teresante diálogo:

¿Con que Vd. , buena muger, ha tenido el insigne honor de criar á Washington?

—¡Oh! lo que es eso no, mi digno amo; lo conocí en su juven- tud, le hablé varias veces, y nada mas.

—Sí, sí, no me engañe Vd.; estoy seguro que lo ha criado Vd. misma, con su propia leche; me lo han dicho.

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—Dispénseme Vd. mi digno amo; aunque yo no soy mas que una miserable esclava, la honradez y mi conciencia...

—¿Cómo es eso; qué quiere decir conciencia? Le repito que Vd. ha sido quien ha criado á Washington: ¡qué diablo! cuando le digo que estoy seguro de ello. Se me figura que la palabra de un gent- lemán como yo, es mas creíble que la chochez de una vieja sibila africana como Vd., que ha perdido la memoria. ¿Por quién me toma, horrible mona peinada? Merecerla Vd. que sin compasión á la edad y á esas lanas blancas que á guisa de cabellos tiene en la cabeza, mandase imponerla una severa corrección.

—¡Mi buen amo, perdón, perdón!

—¿Pero qué he hecho?... no, santa muger, este acaloramiento es impío, y yo soy quien debe pedir escusa. Ya lo adivino todo, Vd. trata por modestia de ocultar la verdad , por huir de los hono- res que merece. ¡Qué perfecta criatura! Tiene todas las virtudes y buenas cualidades. Sus candidas facciones, aunque marchitas por la edad penetran mi corazón! ¡Oh! ¡sí, sí! nadie mejor que Vd. pu- diera haber sido escojida por la Providencia para dar de mamar á nuestro inmortal Washington. ¡Cuan feliz y orguUosa debe Vd. estar!

—¡Mi buen amo!

—Pero no son suficientes mis alabanzas. El pueblo que sin cono- cer á Vd. la ama, espera el instante de tributar su profunda admi- ración. ¿No es Vd. la madre de la Patria siendo la nodriza de su salvador?

—¡Cuánta honra para una pobre negra al fin de sus dias! creo soñar. ¡Oh señor, yo no puedo contener mis lágrimas!

^Déjelas Vd. salir: ¡lágrimas preciosas, tan dulces á mi cora- zón! Venga Vd., celestial criatura. El pueblo espera que se mues- tre Vd. para eterna admiración. ¡Esta alta y estimable misión yo sabré llenarla!

^¡Ah! mi buen amo; esto es demasiado; no puedo soportar se- mejante dicha; ¡mi corazón se parte!

Sí, ese corazón generoso, sobre el cual ha reposado tantas veces la cabeza del niño , que el tiempo hizo hombre y las circuns-

-79— tancias nuestro salvador. ¡ Ah! diga Vd. que ha criado á Washing- ton ; que yo oiga esto y me precipito á sus plantas para recibir la bendición.

—¡Oh, mi cabeza, mi pobre cabeza! Estoy loca, pero ya no cabe duda, yo soy quien le he criado.

^¡Oh! perfectamente; mas ahora que ha vuelto Vd. á la me- moria, no perdamos tiempo; haga Vd. su lio; tome Vd. sus cosas y corramos á recibir honores de los pueblos impacientes por cono- cerla. Vamos; ¡hup!

Barnum acompañado de su negra octogenaria, á quien conven- ció sin mucho trabajo , fué á Filadelfia y sucesivamente á todas las grandes ciudades de la Union. Tuvo un gran éxito y pudo conti- nuar en mas grande escala, su nuevo comercio.

Barnum contrató para un dia determinado todos los barcos que hacion el servicio en los alrededores de la bahia de New- York; in- mediatamente anunció un gran combate de búfalos , que ofrecía gratis á todos los habitantes de los pueblos unidos; pero con la obligación de ir en los vapores que habia retenido. Los búfalos no se hicieron daño alguno ; por el contrario , parecieron mirarse con complacencia. Los concurrentes saheron poco satisfechos, pero de jando un ingreso considerable en los ferry hoats.

Al par del combate de búfalos es necesario admirar la sirena embalsamada que espuso largo tiempo en su museo.

Un dia , los periódicos , gigantescos carteles y bandas de mú- sica , anunciaron al público asombrado el encuentro de una sirena mitológica , mitad muger y mitad pez.

Pescadores insensibles á la música, como Ulises en otro tiem- po , fueron sorprendidos en la mar por los maravillosos cantos de una encantadora sirena.

Lejos de dejarse seducir por ese ser misterioso , la arponearon sin piedad, comoá un marsuino ó requin. Atravesada por el hier- ro mortífero , fué subida á cubierta donde espiró , cantando con voz entrecortada por el dolor, no sabemos qué; acaso el patético aria de la Luda, trasportado por una voz de sirena.

Cuidadosamente embalsamada después por los marineros, la

so- ofrecieron á Mr. Barnum para su museo nacional, tan rico en curio- sidades únicas, como decian los prospectos.

El maravilloso animal atrajo largo tiempo un gentío inmenso que venia de muy lejos á contemplar tal prodigio.

Sin embargo, llegaron á comprender que la pretendida sirena no era mas que un compuesto de paja cubierto con una piel bri- llante y que la caray el dorso eran de cera. Mucho hizo reir este engaño de un hombre que era ya la admiración general. Mas no por esa risa, dejó de serlo. Y tanta gente continuó viendo el puf f mito- lógico, después, como antes de saberse la mentira. El negocio con cluyó bien, pues Mr. Barnum, según dicen, ganó cerca de cien mil francos.

Hemos llegado á la época de la vida del gran maestro, en que fortificado su genio por la esperiencia y alentado por los buenos re- sultados, llegó á la plenitud de su importancia y desarrollo. Por una combinación sabiamente preparada llevó de un solo golpe su nombre al pináculo de la gloria y mereció para siempre el egregio título de Rey del Humbug.

Hablamos del viaje de Jenny Lind; esta Odisea musical, que nos parece, como invento al menos, mucho mas superior que la obra de Homero.

Lo que mas admira es el perfecto conocimiento que tiene Mr. Barnum del público extra-inocente á quien se dirige. Cualquiera otro que ese hombre se hubiera contentado con proclamar á Jenny Lind por la primera cantatriz del mundo, con mengua de las Catalariis, Grisis, Malibran y aun de las sirenas embalsamadas; pero él despre- ció estos medios vulgares; cubrió su engaño de un tinte rehgioso, cosa que no sienta mal por allá, procurando enaltecer la virtud de la cantatriz. Aseguró que no tenía de muger mas que la apariencia graciosa, siendo en realidad un ángel. Ün ángel bajado del cielo para alentar la piedad de los hombres y encantarlos con sus inefa- bles melodías.

La presentó como un emblema de pureza, como símbolo de la América, y la apellidó. Virgen del Nuevo-mundo.

Durante tres años estuvo escitando por medio de los periódico.

-81 (que solo Dios sabe el número de ellos) la curiosidad, el fanatismo, el respeto del público hacia el desconocido ángel. En los anuncios que se reproducían bajo distintas formas, ^astó la enorme suma de 250,000 francos (50,000 duros.)

Cuando creyó al público suficiente preparado, anunció al gran entusiasmo de las poblaciones, que la Virgen del Nuevo-mundo iba muy pronto ]i desembarcar en New- York.

Se pasaron tres meses en una continua ansiedad, durante los cuales el nombre de Jenny Lind estaba en todas las bocas. Muchas personas, vagaron dias enteros errantes por la playa, para ser los primeros en saludar á la famosa virgen.

Un grito general de alegría resonó cuando el canon 'del fuerte respondió al saludo del vapor que conduela á la casta Jenny. Enton- ces hubo un contento indescriptible; se daban las manos, se abraza* ban y hasta lloraban los mas sensibles. Desde el muelle en que es- taba anclado el vapor, hasta la fonda de Irving-house donde se hos- pedó la célebre artista, cuya distancia es de media milla, pusieron alfombras para que no tocasen al suelo sus divinos pies. Todas las noches por orden deBarnum, le dieron serenatas debajo de sus bal- cones. Convino con las modistas que hicieran sombreros á la Jenny Lind ; con los cocineros budines ; y con las señoras que fingieran ponerse malas á la vista de tanta inocencia.

En esto llegó el dia fijado para el estreno del ángel.

Por medio de una innovación capaz de llevar á su colmo el en- tusiasmo, dispuso que los principales asientos fueran adjudicados por subasta y al mas fuerte postor.

Preparó un asiento de honor que consistía en una butaca talla- da y dorada con riqueza, puesta en el mismo proscenio. Se le seña- ló en la primera subasta el precio de quinientos francos, y estraordi- nariamente disputada, subió bastados mil, siendo al fin adquirida por un sombrerero en la suma de dos mil cuatrocientos.

Desde ese dia, el sombrerero aseguró su fortuna y la gente fué en tropel á surtirse á su casa, porque no pudiendo aun contemplar á Jenny Lind , querían por lo menos ver al hombre que debía sen- tarse tan cerca de ella.

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Este hecho del sombrerero merece ocupar un lugar al lado de los de Barnum.

La noche del primer concierto de Jenny Lind en el espacioso local de Castle Garden, subió el ingreso á noventa mil francos. El público reunido esperaba ansioso la aparición de la milagrosa virgen.

Grande fué la sensación que causó al abrirse de repente la puer- ta del foro, dejando ver á Jenny Lind, que llegó á saltos al prosce- nio y desde él echó una mirada inocente á la sorprendida mul- titud.

El ruiseñor Sueco no se presenta de otro modo anteelpúMico; diríase que es un niño travieso que se escapa de la vigilancia de su ama y corre locamente todo lo que le permite el largo de la es- tancia.

Oyese el ritornelo y la maravillosa criatura dejó escapar de su divina boca los primeros y patéticos acentos del aria Casta diva de la Norma.

Sucedió lo que naturalmente sucede cuando se ensalza fuera de propósito auna persona, por mucho que sea su mérito. Encontra- ron á Jenny Lind inferior á la idea que se hablan formado.

La especulación angéhco-musical de Barnum se hallaba bastan- te comprometida.

Acaso hubiese fracasado del todo si un pensamiento del instan- te, arrastrando el entusiasmo del púbhco hasta el dehrio, ñola hu- biera salvado.

Sin esperar el fin del concierto, Mr. Barnum se presentó en la escena con aire profundamente conmovido, pidiendo permiso para hablar.

Al tumulto de la asamblea, sucedió el silencio: Barnum se re- cojió un momento como para pedir al cielo inspiraciones dignas de la alta misión que iba á cumplir, y en seguida dio algunos pasos adelante.

«Señoras y caballeros:

))Por indigno que sea llegar á este sitio á usar de la palabra, después de las celestiales armonías que acaba de haceros oir elán-

- 83 g-el de la joven América, la Virgen del Nuevo- mundo, yo no puedo g-uardar por mas tiempo un secreto de su generoso corazón. Jen- ny Lind, señores (el orador dirigió su vista al cielo al pronunciar este nombre que articulaba con unción), Jenny Lind enterada de los sufrimientos de la clase indigente, desea aliviarla en todo aque- llo que esté de su parte. Así, renuncia el importe de esta primera representación, que asciende á noventa mil francos, en favor de los pobres, y yo estoy encargado de entregarlo al alcalde de New- York á fin de que lo distribuya entre ' los necesitados de esta ciudad. »

Con frenéticos vivas acojieron estas palabras pronunciadas con el tono del entusiasmo. Semejante rasgo de magnificencia regia, pareció á los americanos, en general poco pródigos, una acción verdaderamente divina y que colocaba á Jenny Lind en el rango de los ángeles mas benévolos.

Las gentes se abrazaron llorando ó se dieron fuertes apretones de mano.

Aprovechando la emoción general, el sombrerero creyó cosa conveniente fingir un desmayo en su sillón de preferencia.

El concierto continuó algunos momentos después y acabó con el ruido de los aplausos, de los gritos, de los bravos y de los sil- bidos que allí tienen distinta significación que en Europa, pues son señal de la mayor satisfacción.

Después del discurso, Barnum se frotaba las manos en señal de contento; valiéndose de un medio atrevido acabó de decidir la vic- toria.

Desde este momento, Barnum acompañado de su ruiseñor, re- corrió triunfante toda la América. En su camino prodigaba el char- latanismo y recogia en cambio pesos duros.

Jamás se conoció delirio igual, y la historia de Orfeo encantan- do á los animales con los acordes de su lira, queda muy atrás de los milagros de Jenny Lind.

No recordamos en qué ciudad, se reunió debajo de la ventana de la fonda donde se hospedaba la célebre cantatriz, una turba de muchachos. Querían verla y reclamaban este honor á grandes gri-

Si- tos: «¡El ángel! ¡el ángel! ¡ queremos' ver a nuestro ángel! ¡el sím- bolo de nosotros! ¡la joven América!»

El ángel pedido no apareció, pero Mr. Barnum se presentó para apaciguar á los turbulentos.

«Señoras y caballeros, dijo dirigiéndose á los muchachos cuyo entusiasmo era sin duda pagado; el ángel que por un sentimiento de religioso amor, vosotros deseáis ver para tributarle homenage, se halla en este momento orando. He penetrado sin embargo hasta el santuario donde su alma se eleva al cielo para recibir las subli- mes inspiraciones de su inconcebible canto. Ella me ha comisiona- do, señoras y caballeros, para participaros su profundo sentimien- to por la imposibilidad de satisfacer vuestros justos deseos y ha- ceros saber la resolución de contribuir con una suma de quince mil francos páralos huérfanos de la ciudad.»

Los muchachos se declararon- satisfechos, y este nuevo rasgo de generosidad unido á otros muchos, cundió al momento por todas partes. Los periódicos hablaron con entusiasmo de la inagotable bondad de la celestial Jenny y los conciertos continuaron siendo productivos.

Mas llegó el instante en que los americanos desencantados cruel- mente, creyeron ser juguete de una estraña ilusión. Circuló la no- ticia de que el ángel, cortándose las celestes alas, se iba á quedar terminantemente en la tierra y' atener familia 'como el mas simple mortal. Esta dudosa noticia se confirmó, sabiéndose positivamente que la celestial criatura animada hasta entonces de espíritu etéreo, se habia desposado con Mr. Gddsmidt, pianista que gastaba gafas. El ángel mismo no pudo disimular al público un talle insólito, rico endulces esperanzas maternales. Esto arrancó un grito de horror por todas partes, y algunos espíritus débiles exajerandoelmal, de- cían que la América se hallaba atacada en la persona de su vivien- te símbolo.

Se calmaron estas inquietudes, pero Tue imposible continuar llevando gente á los conciertos del ángel caído. Barnum se vio pre- cisado á dar los billetes gratis para llenar las desiertas salas.

Un simple coche de alquiler condujo hasta el vapor al ex-ángeL

cuyo solo delito había sido amar. Los periódicos casi no dieron no- ticia déla partida del señor y la señora de Goldsmidt.

Barnum, tan firme en el ataque como en la retirada, espuso en la primera galería de su rico museo el busto en mármol blanco de la ilustre Jenny Lind, escultura hech^ afiles del casamiento de esta grande artista.

Reasumiendo: Jenny Lind y Barnum en sus respectivos pape- les de ángel y conductor, no ganaron en pocos meses menos de dos millones que dividieron entre los dos.

CAPITULO VIT.

LAS BELLAS ARTES.

En América se cultivan poco las bellas artes. Y no puede ser de otro modo en un pais donde las necesidades materiales no están aseguradas, sino en un corto número de personas, y donde todo el mundo tiene por objeto hacer fortuna. Solo el comercio podria pro- tejer las artes, pero este no piensa mas que en comerciar, ni tiene gusto para otra cosa. El comerciante no comprende al artista y le considera inútil, y por consecuencia inferior al hombre de negocios, cuyo papel es mas brillante en sociedad. El chalan mas ínfimo des- deñarla ocuparse de la música ó pintura y creerla faltar á la gra- vedad de su carácter si admirase un cuadro ó se dejase ablandar por los dulces acentos musicales. Pero como los americanos tienen el alma impresionable y viva, esta indiferencia por las artes no pue- de durar largo tiempo y se debe esperar mucho de las futuras ge- neraciones.

Entre tanto, como los hombres no valen allí sino el capital que poseen, los artistas, poco ricos generalmente, son considerados co- mo cosas sin valor. El mundo los tolera, mas bien que los convida á sus reuniones, y es conveniente hacer uaa advertencia á los músi-

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eos que quiemn abandonar á París, donde son tan estimados y fes- tejados, para establecerse en América: en aquellas tertulias no se convida al artista para que participe de los placeres de la fiesta, sino para oirle. «Un artista es siempre respetado, nos decia un an- tiguo vendedor de bacalao, cuando comprende su posición en el mundo y se coloca en su verdadero lugar.»— «Es cierto, contesta- mos; ¡ojalá pudiéramos dejar el papel pautado y el piano, por la venta del bacalao!» «Ese tiempo vendrá, joven, ese tiempo ven- drá: no hay que desesperarse; principio quieren las cosas.» Y cier- tamente que no hubiera tardado mucho como nos aseguraba el esti- mable comerciante, si hubiéramos perseverado en continuar vivien- do bajo el cielo poco melodioso de New- York.

No hay escuela de pintura americana, propiamente dicha, si se esceptúan algunos paisistas, cuyas obras correctas pero frias no tienen nada de original. Los aficionados á cuadros son muy raros en el Nuevo-mundo, y se queda uno sorprendido al ver en los sa- lones amueblados con lujo, horribles mamarrachos, comparados con los retratos que vemos espuestos en los boulevards y bajo los que se lee: Semejanza garantizada, precio 25 francos. Hemos visto cuadros al óleo, con marco y cristal como si fueran grabados. Parecen espe- jos é impiden que pueda examinarse el valor de la pintura, pero nadie se queja.

Se hace un comercio considerable con las pacotillas de cuadros que se expiden de Francia é Italia para venderlos en subasta. Pre- senciamos un dia una, en los momentos que se esponia un retrato de tamaño natural. Era de un capitán de bandidos, con el trage tra- dicional de los gefes; armado hasta los cabellos, con puñales, pis- tolas y carabina. Sus ojos inquietos, sus facciones marcadas y fero- ces, su larga barba, se dibujaban bajo un sombrero calabrés de fiel- tro negro. Debia ser Mandrin, Cartouche ó FraDiabolo. Tenia el nú- mero cincuenta en el catálogo; lo abrimos y en él decia: Retrato de Luis XIV, rey de Francia, pintado por Girar don. Esta clasificación es- taba equivocada, pero es muy precioso el tiempo en América para perderlo en rectificar. El gefede bandidos, se vendió como un Luis XIV á un aficionado entusiasta por la fisononn'a del glorioso mo-

89 narca: el verdadero retrato del rey debió necesariamente ser com- prado por algún discípulo de Lavater, tal vez, que le encontrarla las cualidades de la ferocidad.

Solo hay dos galerías particulares de cuadros en New- York. La mejores de Mr. Luis Borg, vice cónsul nuestro. En esta galería se ven algunos originales escelentes: lienzos de grandes maestros y muy buenas copias. Además posee Mr. Borg, curiosidades de va-^ lor, objetos que han pertenecido á Washington y Napoleón /; una co-» lección preciosa de grabados antiguos; esculturas de David (T An- gers, de Pradier, y la mendiga de Strazza; una considerable porcioa, de armas y muebles de marfil, esmalte, coral de otras épocas, y joyas de Saxe. Mr. Luis Borg, á quien tenemos el gusto de conocer con intimidad, es un aficionado distinguido á la música y compone melodías llenas de gracia y fi:'escura. Los artistas de mérito encuen- tran siempre en él un apreciador justo, deseoso de serles útil.

Creemos que las americanas solo tienen un escultor sobresa- liente; Mr. Pawers que ha hecho una obra notable: la Esclava grie- ga, verdadera inspiración poética digna de los mas grandes maes- tros. Mr. Pawers ha vivido largo tiempo en Italia en medio de te- soros artísticos, y ha sido guiado en sus estudios por las lecciones de hábiles profesores. Mas para que pudiese aprovecharlas fué ne- cesario que olvidase las que habia recibido en Boston; este doble esfuerzo de su espíritu, realza mas aun su mérito.

El grabado conviene mas que la pintura y escultura al genio de los americanos. En las estamperías, se ven buenas copias de cuadros grabados por ellos y las ilustraciones de sus libros son bas- tante bellas. Juzgando por los billetes de innumerables bancos de carniceros, tenderos, constructores de buques y ganaderos que existen en los Estados-Unidos hasta en los pueblos naden tes, se co- nocerá que abundan los buenos grabadores. En los billetes de ban- co (moneda corriente de América), dibujan, según el objeto de ca- da uno, figuras emblemáticas muy delicadas. Los carniceros, ani- males; los constructores, astilleros ó cUppers; los sastres, talleres donde los cortadores dan á la tela forma de vestidos, y los tende- ros, productos de su comercio. Podría formarse un álbum de los

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Do- mas pintorescos é interesantes, reuniendo cierto número de bille- tes americanos. Los hay hasta de cinco francos, pero se economi- zaría mas comprando á bajos precios los falsos ó verdaderos des- acreditados por quiebra, que son bastante comunes.

La música es la mas cultivada de las bellas artes, pero no por eso se estima mas que la pintura y escultura. En el número de los pocos músicos que pueden ó deben envanecer á los americanos, es preciso colocar en primera línea al célebre Gottschalk, hijo de Nueva Orleans. Pero Gottschalk no tiene de americano mas que el naci- miento: en gustos, costumbres y espíritu, es francés. Vino muy niño á París para recibir las lecciones del arte, y en París fué don- de le tejieron sus primeras y mas preciosas coronas: y á París ten- drá que volver. Nuestro corazón se exalta al pensar en la estúpida acogida que le hicieron los americanos, incapaces de apreciar su mérito. Gottschalk, ese talento tan fresco, tan poético, tan original hace seis ó siete años cuando le oyeron los parisims, ha llegado á ser el pianista mas perfecto. ¿Qué fué á hacer en la patria adoptiva de las medianías musicales y en medio de gentes que al verle re- correr el teclado sonoro con la rapidez del rayo, se reian á carca- jadas, y como nosotros lo hemos visto le tocaban á la espalda di- ciéndole por único elogio: «He ahí un buen ejercicio para el frío. Vd. deberá tener siempre calor.»

En cuanto á la prensa es curioso leer los artículos que algunos periódicos consagraron al talento del pianista. A consecuencia de un concierto, en que por despecho acaso, Gottschalk se escedió á mismo gastando toda la poesía de su alma herida, uno formuló este juicio: traducción.

«La música no nos agrada; y de los músicos el que menos po- demos soportar, es el pianista; asi, pues, ¡cuánto nos haf astidiado el concierto de Gottschalkl lo que hemos oido allí no es música ni pianista, etc. etc.» Estad, pues, dotado de una organización escep- cional, trabajad toda la vida en desarrollarla; tened talento, tanto como se puede tener; y gastad vuestra salud, para que os dirijan después semejante elogio!

¿Queréis otro ejemplo de la acojida que tienen los artistas en

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América? Pues no tenemos otro inconveniente sino la duda de sa- ber por cuál hemos de empezar: desde la Malibran, Bosio, Tedes- co, Lahorde y Damoreau Cinti, todos han perdido su tiempo y gana- do muy poco, hasta la Alboni que trajo ocho mil duros, que Mr. Marschall el empresario y director del teatro de BroaUway, dice haber perdido con ella.

Paul Jidlien, que, ha llegado á ser un violinista completo después de haber sido un prodigio de precocidad, no ha economizado nada en cinco años que lleva de estar alli. Podíamos citar músicos que creyendo encontrar allá la riqueza, abandonaron la Europa, donde vivian estimados y con comodidad, para caer en la mas espantosa miseria y desesperación.

M. S. pianista de la duquesa de Montpensier, toca el piano en las tabernas de New- York, para despertar el buen humor de los bebedores de whisky. Hace poco, uno de estos, demasiado alegre, se acercó al artista y por broma le saltó un ojo de un puñetazo. En cuanto á la ópera, ha arruinado á casi todos los directores desde el infortunado Palmer, que se ha visto reducido á vender macarrones aderezados por él mismo en un bodegón, hasta Mr. Hachen que ha perdido 20,000 duros con Mario y la Grisi y Mr. Peyne, que en la última temporada á pesar del concurso de la señora Lagrange y otros artistas de mérito, arregló sus cuentas con el déficit de 30, 000 pesos fuertes.

En América se ha .ensayado todo con respecto á especulaciones artísticas y han dado malos resultados.

Algunos empresarios atrevidos contrataron el año pasado al célebre Jullien, para una escursion de seis meses. Formó una mag- nífica orquesta; tocó de Mozart, Beethoven, Mendelsshon, Berlioz, Bo- sini, Meyerbeer, Verdi y de su propia cosecha: clásico, romántico, diabóhco, cencerril, panicofónico y bufo. Hizo tocar á Koenig, solos de cornetín de llave; á Lavigneáe oboe; á Collinet (hombre que tie- ne cien años) de flajolé; á Bottesini de contrabajo; embellecieron el local con fuentes elegantes que manaban Champagne á discre- ción: el precio á estos conciertos clásicos, románticos, fantásticos y báquicos, era el de cuatro schelUngs americanos (dos francos y cin-

92 cuenta céntimos) y á pesar de esto no iba gente. Los combinados esfuerzos de la orquesta, Jullieny los directores, no fueron sufi- cientes á impedir que se perdiera en esta especulación la suma de 250,000 francos, en seis meses.

Decididos entran ganas de partir al instante á dar conciertos en el Nuevo-mundo? ¿Por qué no? ¿No hay pacotilleros que han en- viado patines al Senegal y comerciantes que han mandado paraguas á Lima donde nunca llueve?

Sin embargo, como todas las reglas tienen escepciones, hay ar- tistas que no pueden quejarse de su estancia en América. Mas pa- ra vencer la indiferencia del público han tenido que apelar á recur- sos ágenos al arte.

Leopold de Meyer, el fogoso pianista autor déla marcha marroquí- na, ha dado buenos conciertos presentándose al público con panta- lón escocés de anchos cuadros, y dirigiendo sonrisas á todo el tea- tro, entre melodía y melodía: haciéndose arrojar flores por sus amigos y ofreciéndolas en seguida á las señoras. Entre las dos par- tes del concierto, pronunciaba discursos y enviaba besos á las jó- venes bonitas.

Todo esto lo encontraban sublime en mi hombre cuya fuerza física igualaba al mérito artístico.

Un violinista, en una ciudad del Oeste, tuvo la ocurrencia de vestirse de diablo con cuernos y rabo, para tocar las variaciones diabólicas del Carnaval de Venecia de Paganini. Apostó ademas mú- sicos ocultos en el local, que debían por su turno dividir las melo- días del violin, á manera de vocinas rusas.

Este concierto fué anunciado por prospectos y sueltos, capaces de exaltar los ánimos mas tranquilos. Llegó el dia señalado, y el diablo se presentó. La salida fué saludada por unánimes aplausos; la vestimenta hablaba en su favor; no le faltaba nada; los cuernos eran hermosos, y la cola larga pendiendo de una piel roja como el capa- razón de la langosta cocida. En fin como diablo, era preciosísimo.

Durante algunos instantes se paseó en la escena, haciendo ges- tos para herir la imaginación de los espectadores y preparar el efec- to de las primeras notas infernales.

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Despues se paró de repente, cogió con presteza el violin, con- templó el arco y empezó bruscamente como movido por un resorte diabólico, el Carnaval de Venecia.

Apenas el arco hubo recorrido las cuerdas en la primera parte del condenado tema, un instrumento invisible y estraño continuó la melodía y fué seguido sucesivamente por otros que sonaban en todos los ángulos del local. Durante estos diálogos de espíritus in- fernales, el diablo recorría la escena á grandes pasos, interrum- piendo el concierto con risas sardónicas, que repetían los ecos del local y fatídicas melodías. El final fué un tuti capaz de erizar los cabellos. Mucho se habló de esto y aun se habla hoy día.

La imaginación délos concertistas debe estar agotada. Todo se ha hecho. Conciertos de máscaras, de rifas, religiosos, históricos, improvisados, serios, bufos, pirotécnicos, enigmáticos, báquicos, bailables, y por último diabólicos. Un hombre solo, con una voz detestable, ha dado conciertos productivos, cantando sin acompa- ñamiento y durante tres horas consecutivas, salmodias soporíferas de todas las religiones. En Boston lo hemos oido.

Ün compositor ha escrito una sinfonía animal que tiene por título el Arca de Noé. En esta obra imitativa y estraordinaria, se oye el rebuzno del asno, el balido del cordero, el bramido de la ternera, el gruñido del cerdo, el silbido de la serpiente, el canto de los pájaros, el rujido del león, y la voz del hombre; y se acompa- ña de un programa descriptivo, digno de pasar á la posteridad con los prospectos odontálgicos.

Debemos citar á un violinista italiano, que creyó hacer fortuna imitando con su instrumento la voz de una vieja colérica. Esto solo tuvo un éxito mediano.

En muchos conciertos, á la voz cantante se mezcla la parlante, y después de la sinfonía sigue el discurso. El americano es muy aficionado al spsech (1) y quiere absolutamente que le hablen de to- do, apropósito de cualquier materia. Muchas veces entre los con- ciertos se pronuncian dos ó tres discursos. Si aplauden un trozo de música, pidiendo el autor, es ocasión para hacer un speech. Si fal-

{{) Discurso: oración: arenga.

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ta un ejecutante anunciado en el programa, speecJr, si aplazan el concierto para otro dia, speech; si tratan de dar uno nuevo, speech, y si no puede hacerse, speech.

Hemos oido muchos discursos apropósito de cavatinas y bri- llantes sinfonías, pero no hay dos que merezcan citarse. Sin tener la pretensión de traducirlos literalmente podemos asegurar que tra- zaremos su índole.

Era el beneficio de un hábil pianista, que es al mismo tiempo un compositor de talento. Después de la primera parte, se presen- tó un caballero de frac negro, trayendo al artista de la mano. Hizo seña al público que se agitaba en las banquetas, de que queria hablar. Se restableció el silencio, y después de los saludos de cos- tumbre, el orador se espresó en estos términos:

«Señoras y caballeros: (la galantería americana exije que cuan- do se habla al púbUco y en los carteles de anuncios, se antepon- gan las señoras á los caballeros:) no es porque yo sea abogado y desee aprovechar con maña los medios que me sugiere la facilidad de mi palabra, la fuerza de argumentación, y el encanto de mi elo- cuencia, por lo que tomo la palabra ante este escogido auditorio. Tengo, á Dios gracias, cuantos cUentes pueda desear, y dudo al escojer entre la multitud de procesos con que me abruman, tanto civiles como criminales. Mi objeto no es hablar de maridos desen- gañados que piden divorcio, ni mugeres engañadas que quieren engañar á los bribones, nada de eso. Si uso de la palabra ante vos- otros, es únicamente obedeciendo al sentimiento que me anima y para tomar parte en el entusiasmo que produce este compositor que tengo cogido por la mano.» (Aplausos). «Cuántos momentos felices me habéis hecho pasar ¡grande hombre! después de los lar- gos debates del foro. ¡Oh, la música! ¡Oh, amigo mió! ¡ oh prodijio! si no existieseis, seria preciso inventaros para dicha y gloria de la humanidad.» (Prolongados aplausos). En medio del ruido confuso del público y la orquesta, el beneficiado tomó á su vez la palabra. «Señoras y caballeros:

»Que me sea permitido devolver á mi amigo el gran orador aquí presente (el abogado hizo una inclinación) algunos de los li-

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sonjeros elogios que ha hecho de mi insuficiencia. ¿Qué os diré, señoras y caballeros? Yo amo á los abogados y después el piano, el clarinete, el cornetín de pistón y el piporro, instrumento que suena tan dulce en mi oido, como en mi corazón la voz de un abo- gado dilettante mezclada á los bravos del público.»

Este último speech fué acogido con unánimes aplausos, porque encuentra muy natural el público, que se prodiguen cumplidos elogios á sus respectivos talentos un músico y un abogado, para variar los placeres del espectáculo.

Hay en New- York una sociedad filarmónica alemana , que no admite sino músicos alemanes y ha creido hacer un gran honor á Gottschalk concediéndole el diploma de socio, después de largas discusiones. Uno de los mas encarnizados opositores, era Mr. Scha- ffenberg, músico estéril y pianista duro y monótono. Los socios to- can regularmente las sinfonías de Beeihoven, para las personas que no han oido las grandes orquestas de Alemania y del conservatorio de Paris. Pero id á decir enNew-York que su sociedad filarmónica no es la mejor del mundo y seréis comido vivo, por los Ramhergy Steinberg, Krokberg y Schaffenberg.

Los alemanes son la plaga del profesorado en América; dan lecciones de piano y de lenguas vivas á todos precios en perjuicio de otros.

La música que está mas en boga en los Estados-Unidos, es la de Verdi. II Trovatore ha hecho furor en New- York, en Boston y las ciudades donde Mme. Steffenone , Brignoli , Amadio y Mlle. Vest- vali lo han ejecutado. Si los americanos adquieren alguna vez el gusto por la música, el honor será para Verdi, cuyas obras se tocan en todos los pianos; que no es poco, pues la América sola fabrica mas que Francia é Inglaterra juntas. No se comprende esto en un pais tan poco musical.

«¿En qué se convierten las esponjas en New- York?» pregunta- ba un dia con curiosa solicitud un periódico de Key-West, asegu- rando que este solo puerto espedía para New- York, de treinta á cuarenta toneladas. A semejanza de él preguntaremos, ¿en qué se convierten los pianos?

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Estos reinan hoy, si no por derecho de nacimiento ó conquista, al menos de invasión. Es imposible figurarse la prodigiosa canti- dad que se fabrican allende el Atlántico. Para apreciar toda la es- tension de este comercio, baste saber que constituye con el algo- don, la venta mas importante. En New- York, Boston, Filadelfia, Baltimore, Richemond, Luis-Ville , Cincinnati, Washington, Saint- Luis, Chicago, Charleston y Nueva -Orleans; en el Norte como en el Sur, en el Este como en el Oeste, en las grandes ciudades como en las improvisadas, por decirlo así, cada dia en los bosques, hay fabricantes de pianos, dando considerable número de instrumentos al comercio. Bien es verdad que en los salones está considerado co- mo un mueble indispensable.

En un pais tan aficionado á la mecánica, los ingeniosos pianos de Mr. Debain debian producir y efectivamente han producido sensa- ción. Vimos uno espuesto en el Palacio de la Industria, y podemos asegurar que era general la admiración; los Yankees venian de to- das partes en busca del french-piano. Toc^v sin ser pianista cuatro veces mas fuerte que el mas fuerte artista, les parecia un adelan- to prodigioso; el supremo resultado del arte, y la mecánica. Estos entusiastas colocaban á Mr. Debain muy superior á Listz que con sus dos manos no puede tocar mas que una docena de notas á la vez, mientras que Mr. Debain podria hacer oir las ochenta y cinco notas de un piano de siete octavas, en un solo acorde.

ün periódico poco filarmónico, pero muy chistoso, hablaba en estos términos del piano-mecánico de Mr. Debain. «En la época actual, los pianos mecánicos del fabricante francés, están llamados á prestar un eminente servicio, propio del adelanto de la sociedad, aminorando los pianistas ó suprimiéndolos enteramente. »

» Después de efectuado este progreso, no hay mas que desear, sino que se encuentre el medio de suprimir los pianos. »

Es preciso que los pianistas sean gentes de mucho mérito, y los pianos, instrumentos muy agradables, para que el antiguo y el nuevo mundo, se diviertan en lanzar contra unos y otros semejan- tes epigramas.

Después de los pianos, el ramo mas importante de la fabrica-

-97 cion instrumental, es el harmonium. Por la bagatela de ciento cin- cuenta ó doscientos francos, los templos modestos pueden adqui- rir uno de esos instrumentos, que no son en realidad sino acordeo- nes encerrados en cajas de palo santo. El magnífico armonio que Mr. Debain envió en unión del piano-mecánico , al Palacio de la Industria, fué para los americanos una verdadera revelación. Los periódicos hablaron de ese instrumento que nosotros probamos y el jurado de la esposicion, acompañado de un diploma lisonjero, colocó á nuestro compatriota á la cabeza de los recompensados por este gé- nero de industria artística. Mr. Debain recibió una medalla. ¿Apro- vecharán los americanos esta lección? Lo dudamos. Aparte del ta- lento necesario para la construcción de semejantes instrumentos, tienen que venderse á un precio relativamente alto , y en América gusta mucho lo barato para dedicarse á la perfección de ellos.

De todos los instrumentos, el acordeón es el que ha adquirido alh popularidad. La moda ha pasado, pero hubo un tiempo en que no se podia dar un paso sin tropezar con uno. Habia propiamente reemplazado en manos del Yankee, al eterno cortaplumas con que sin cesar corta y talla pedacitos de madera. Cuando el Yankee care- ce de ellos, se emplea en los muebles, mostradores de tiendas, bancos de iglesias, ó si viaja en los costados del buque. Eso es un pasatiempo habitual y tanto peor para la madera que cae bajo su cortaplumas. En tanto estuvo en boga el acordeón, no se escucha- ron mas que sinfonías bajo el vasto cielo de la Union. Mas poco á poco fué decayendo el instrumento musical y el cortaplumas vol- vió á recobrar su imperio en las activas manos del Yankee.

En las iglesias de New- York tocan mucha y buena música. En las católicas, todos los domingos, se cantan misas con acompaña- miento de órgano, de Mozart, Hyden, Cherubini , Weber y otros grandes maestros. El coro se forma de tres partes; un tenor, un bajo y un soprano, pero sostenidos por el órgano, es preferible al canto-llano que entonan los sochantres y seises con voz falsa y sin espresion. El reglamento de Francia, que escluye del coro la pre- sencia de las mugeres, no se ha introducido en New- York, donde las buenas sopranos son buscadas con empeño.

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Los músicos militares, detestables hace tres años, tienden á mejorarse, y somos justos elogiando á nuestros compatriotas de la guardia Lafayette, que tienen una magnífica banda de música. Las invenciones de Mr. Sax han alcanzado un triunfo en América como en Europa. Pero allí como aquí, atrevidos falsificadores, imitan los instrumentos poniéndoles la marca de Mr. Sax, No solamente le privan de este modo del interés á que como inventor tiene dere- cho, sino que lo desacreditan, vendiendo como suyos instrumen- tos mal fabricados.

De lo que acabamos de decir, se conjetura que debe haber po- cos compositores en América. Sin embargo, tienen aires popula- res, tiernos é inocentes, que no carecen de encanto. Proceden de aires irlandeses, y como estos, poseen cierta melancolía fatal que penetra el alma. Mme. Sontag, cantaba baladas con un gusto es- quisito y un abandono simpático. jPobre Mme. Sontag! después de una escursion de diez y ocho meses por todas las ciudades de la Union, después de haber sufrido tantas penas y fatigas con un valor que sostenía el amor á sus hijos, fué á sucumbir á Mé- jico de una muerte singular y misteriosa.

Durante nuestra permanencia en New- York solo hemos oido una ópera americana. Era de i/r. Bristow, compositor, acompañan- te, afinador, organista, director de orquesta, profesor y fabricante de pianos. Se que no faltaban cuerdas al arco. La ópera fué perfectamente cantada por 3Ille. Pyne, tenia algunos trozos buenos y alcanzó un éxito brillante. El asunto del poema, sacado de la moderna historia americana, no contribuyó poco á hacerla simpá- tica para el público. Antes de Mr. Bristow, debemos colocar á Mr. Fry, que reúne al mérito de compositor una grande erudi- ción musical.

«Los niños, dice no sabemos qué escritor, creen generalmente que el bacalao nada en el fondo del mar, en forma seca, correosa y aplastada como lo venden.» Muchos profesores y compositores dis- tinguidos se hallan en el mismo caso, con respecto á la historia de su arte, lo mismo en Europa que en América. Fuera de la rutina no saben nada. Por la filosofía v estética de los sonidos no se toman

-99- el menor interés. El conservatorio de París que se cita con razón eomo la primera escuela de música europea, deja un vacío en este punto que hemos sido los primeros en advertir. «Mientras que se limiten, decíamos en una revista musical del Siecle, á enseñar la combinación de los sonidos bajo el punto de vista de las reg-las de armonía y no se espliquen los diversos efectos que producen en nuestra organización por el de las sensaciones morales, el conser- vatorio podrá producir buenos músicos pero no compositores.» Y acabábamos por pedir para nuestra escuela nacional la creación de una cátedra de filosofía é historia musical.

Animado sin duda por las mismas convicciones y el amor á la ciencia, Mr. Fry ha consagrado ocho años de su vida á escudriñar en las bibliotecas de Francia, Alemania, España, Italia é Inglater- ra, los distintos elementos con que ha formado una obra interesante. A manera de los conciertos históricos de Mr. Fétis, Mr. Fry ha dado varias reuniones en la gran sala quemada hoy, (¿qué salas y casas no concluyen por quemarse en América?) de Tripler Hall. Pe- ro estos conciertos tan interesantes é instructivos, por los cuales Mr. Fry se asoció á numerosos coros y orquesta completa, encar- gados de ejecutar los ejemplos^ han tenido poco éxito.

¿Qué importa á los negocios de New- York preguntamos nosotros, que los griegos hayan ó no conocido la armonía? ¿Que Palestina haya reformado la música religiosa, componiendo misas según las reglas particulares que se llaman contrapunto? ¿Que la primera obra de música impresa en Italia sea precisamente de un francés? ¿Que la primera ópera representada, íw^v^Euridice, compuesta por Jacques Péré y ejecutada en Florencia con motivo del matrimonio de Enrique IV y María de Mediéis? ¿Que esta ópera no se compusiera sino de recitados, etc. etc? Nada seguramente; y la menor noticia de algodón averiado, harina importada, ó bacalao, es mucho mas interesante.

No; América no es artística por ahora; nosotros le hacemos jus- ticia por sus grandes cualidades, y le diremos sus defectos con la misma franqueza.

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CAPITULO VIII.

LA MECÁNICA Y LAS MAQUINAS.

En un pais tan vasto como América, donde los brazos faltan las mas veces, y el trabajo es una fiebre general y continua, don- de la necesidad ha pasado á ser pasión , naturalmente la mecánica debe hallarse adelantada, puesto que economiza las fuerzas del hombre, abrevia el tiempo, y produce ventajas. El pueblo america- no es el que hace mayor número de aplicaciones del vapor. Por todas partes se ven máquinas útiles é ingeniosas y con formas es- traordinarias. Echemos una rápida ojeada sobre las de vapor, glo- ria industrial de América. No somos mecánicos ni sentimos humi- llación confesándolo, pues no escribimos para hombres especiales. Estas líneas se dirijen á los simples profanos y no tienen mas ob- jeto que poner á su alcance las costumbres americanas, de las cua- les la mecánica es un lado pintoresco.

La osada inteligencia délos americanos se demuestra sobre todo en las máquinas de vapor aplicadas á la marina. Algunas llegan á tener proporciones verdaderamente admirables. Pueden citarse va- pores de fuerza de mil doscientos caballos. Sin hablar de los gran- des que hacen la travesía larguísima de Europa y California, jcuán-

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to no pasman los que son mas bien palacios flotantes de dos ó tres pisos, y que surcan las aguas del Ohio, el Misisipí y el Hudson! Estos inmensos buques, desconocidos en Europa, son propiamente ciudades, que contienen dos mil viajeros, mercancías considerables y numerosos rebaños.

¿Pero qué son al lado del Ohio, del Misisipí, del Hudson, verda- deros mares de ag-ua dulce, los grandes lagos de la Suiza, tan de- cantados? El de Genova y el de Come, parecerían pequeñas charcas de agua, comparados con los prodigiosos de América. Mientras en Europa se admiran los vapores de fuerza de cuarenta caballos, allí se consideran ordinarios los de seiscientos. Esos vapores de per- fecta forma en el esterior no pierden su perfección interior. Están dorados, cubiertos de alfombras sedas y terciopelo; adornados de magníficos espejos y muebles de lujo. Tienen pianos, juegos de mil clases y bibliotecas. Desgraciadamente no se está siempre seguro en ellos. ¡Tengan cuidado los que viajan bajo el mando de un ce- loso capitán, que no tope con un adversario! En seguida quiere ade- lantarle y calentando la máquina mas de lo que puede resistir, no solo con carbón y leña sino hasta con resina, la suelta toda. Si su rival no cede, lo hace cuestión de honor. Bien pronto se propaga su entusiasmo á los pasajeros , que formando cadena desde la máqui- na al puente dan vivas de alegría, en tanto que el combustible toma incremento y suele volar el buque.

Los vapores americanos están construidos para recibir la carga en el puente. El interior lo ocupa la máquina; en medio del barco, no se apercibe de ella sino el gigantesco balancín, como una bom- ba que no cesa de moverse. Al lado de él, pero mucho mas alto y por encima de todos los pisos del vapor, se eleva un pabelloncito, donde permanece el capitán en observación y el timonel que dirijen los movimientos.

En América no hay vapores pequeños. Los mas chicos son los ferry boats áeBrooklin en New- York, que atraviesan el rio Est; tie- nen 160 metros poco mas ó menos. Los ferry boats no tienen me- nos fuerza de ochenta caballos. Atraviesan todos los ríos, pues los puentes son por dech*lo así, desconocidos en los Estados-Unidos-

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Las máquinas son generalmente bien construidas, sólidas, pero sin lujo. Las piezas no están pulimentadas. Lo útil reemplaza siem- pre alo agradable en los trabajos de herrería. Es preciso esceptuar de esto las bombas de incendios que los americanos adornarían de la mejor gana con perlas y diamantes.

Apropósito de las diversiones americanas, hemos hablado ya de las bombas y bomberos. No trataremos mas de este asunto. Solo añadiremos que son las mejores y mas elegantes del mundo. Ellos ríen de conmiseración pensando en la pobreza de las nuestras. «Pobres incendios y pobres bombas.» Dicen con desden. Lo cierto es que un bombero americano no vacilaría, en caso de apuro, en vender su vestido para decorar su bomba. No es mas celoso un amante de su querida, que un bombero de los atractivos de su bomba. Decidle á uno (en América todo el mundo tiene algo de bom- bero) que es ruin y estúpido; desdeñará esos insultos y puede que ni responda. Mas, criticadle una bomba, y os matará sin escrúpulo. Entre el bombero y la bomba, no se puede nunca poner el dedo. Al lado de las ricas bombas de incendios, incrustadas, cince- ladas con arte , decoradas con flores , y adornadas con los colores mas vivos, las locomotoras de los caminos de hierro, forman un contraste que llama la atención. Cargadas con una chimenea estra- ña, corta y ancha como la boca del infierno, son negras y tristes, como un pensamiento lúgubre; parece que llevan ya el luto por los viajeros que pueden precipitar en lo profundo de algún abismo ó en las aguas por algún puente hundido. Estas catástrofes son bas- tante frecuentes en los Estados-Unidos, pero llaman muy poco la atención. Lo importante para el americano es que con peligro ó sin él, bien ó mal, le trasladen con rapidez á cualquier punto de su vastísimo territorio. La vida del hombre se considera de escaso valor en América, pues ha visto desde el año de 1843, aumentar- se la población con 3.300,000 emigrados de todas naciones , y está acostumbrada á mirar á los hombres como introducción ó estrac- cion de mercancías. Los hombres le llegan completamente hechos como las telas tejidas.

Allí hay muy pocos niños proporcionalmente, y es porque la

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Europa le los hombres que contiene y son necesarios á ese pais avaro de tiempo, de goces y de brazos vigorosos que labren la tierra y edifiquen ciudades que se ven salir como por encanto de en medio de las selvas. Asi, pues, ¡qué actividad! ¡qué furor de trabajo! ¡qué esfuerzos por todas partes! A esta hora los Estados- Unidos, no poseen menos de 36,000 kilómetros de caminos de hier- ro: lo bastante para rodear con una línea el globo terrestre. La In- glaterra, que es el pais que tiene mas vias férreas con relación á su territorio, no posee mas que 20,000 kilómetros. La Francia 7 ,000. La Alemania con todos los Estados secundarios 12,000. La Bélgi- ca 1,500. La España 1,400. La Dinamarca 300. La Italia compren- diendo la Toscana, los Estados pontificios y el Piamonte 1,500. La Rusia, potencia mas vasta de Europa, 3.500.

Gracias á las comunicaciones prontas, fáciles y á poco precio por mar y tierra, los Estados-Unidos, se cultivan mas cada dia, estienden su población, que en algún tiempo cubrirá toda la su- perficie del continente, y marcha á pasos agigantados á la mas asombrosa prosperidad material.

El vapor y sus máquinas variadas, son una de las causas prin- cipales, después de la libertad, del pronto adelanto de ese pueblo trabajador.

Los agricultores, que saben todos leer y escribir y reciben dia- riamente un periódico, y los industriales de las villas, han seguido el impulso de la civihzacion. Los trabajos de la tierra se hacen en gran parte mecánicamente. Máquinas locomotoras de fuerza de cua- renta, cincuenta, y aun sesenta caballos, desmontan las vastas llanu- ras delKansas, del Orégonyla California. Se laborea, surca, siem- bra, siega, aventa, y recojo el trigo, por medio de máquinas.

Para todo lo que puede contribuir á aumentar la priesa de la colonización y ayudar rápidamente la prosperidad material se va- len de recursos mecánicos.

Allí se ha inventado el excavador.

Es una especie de máquina locomotriz para limpiar la tierra. Está formada de una grúa que gira media vuelta sobre misma. Del pico de esta grúa cuelga una cadena que levanta y baja el scoop

105 ó cubeta armada de dientes de acero que cava el terreno. Por detrás de dicha grúa se encuentra la caldera del vapor que impul- sa el mecanismo. En menos de un minuto se llena de tierra un wa^on, sirviéndose del excavador.

Este aparato se emplea en toda América y se ha usado en In- glaterra y en Rusia para la construcción del camino de hierro de S. Petersburgo á Moscou. Cuatro máquinas de esta especie, cons- truidas en Paris, funcionaron haciendo el trabajo de noventa hombres, en los caminos de hierro del Norte y del Havre. Es- te instrumento está llamado á prestar grandes servicios á la agricultura.

Vemos que una de las mejores casas de importación de Rio- Janeiro, la de D. Manuel Olegario Abranches, ha espedido para el interior del Brasil excavadores^ algunos otros instrumentos de agri- cultura. Se esperan los mas felices resultados del uso de estos di- ferentes aparatos, cuyo empleo en el Brasil es debido á la feliz iniciativa de dicho Sr. Abranches.

En los Estados donde junto á casas de madera, han edificado con ladrillo ó piedra, sirve para tallarla, hacer las cornisas, di- bujar los arquitrabes y cortar las volutas: es una máquina estre- madamente curiosa para estos usos: movida por el vapor funcio- na con todos sus úthes tallantes, picantes, rascantes y contun- dentes.

Hay máquinas para trasportar las casas de madera de un punto á otro, instalándolas sobre nuevos cimientos. El año último vimos en New-Brington, en el Staten-Island, mudar una casa de ese modo: fué trabajo de una mañana. Se hallaba situada en la falda de una cohna la víspera, y al otro dia estaba en el punto culminante.

Poco tiempo antes de nuestra marcha de New- York, ladrones atrevidos provistos sin duda de una máquina semejante, quitaron de en medio una casa desalquilada que se estaba recomponiendo. Advertida la policía por el propietario que no la encontraba, bus- có á los culpables. Prendieron á los ladrones, pero no pudieron prender la casa que hablan deshecho y vendido al pormenor.

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Este hecho auténtico y confirmado en todos los periódicos .de New- York, nos parece capaz de humillar á los rateros vulgares que se limitan á robar el pañuelo y la tabaquera del bolsillo de la gente descuidada.

La nación que publica el mayor número de periódicos, debe tener también las mejores prensas. Nada sobrepuja en efecto las admirables máquinas de triples cihndros de la fábrica de MM. Hoé y compañía, en New- York. Manejadas por algunos hombres, no tiran menos de 20,000 ejemplares por hora, según se nos ha ase- gurado. Y es cierto que dos horas después de la llegada de los vapores tras-atlánticos, el Herald y otros periódicos venden por las calles á miles, largos suplementos, conteniendo las principales noticias de Europa. Dos horas, pues, bastan para leer los periódicos europeos, componer y tirar millares de ejemplares.

« Time is money: el tiempo es dinero. » Hemos dicho que tal era la máxima fundamental de los americanos. Se comprende que con semejante regla de conducta, es preciso llevar siempre un reloj consigo y tenerlo en todas las habitaciones donde se permanezca, para no olvidar nunca la hora que es. Por eso el genio americano se ha apresurado á inventar máquinas, por medio de las cuales se pueden fabricar relojes á poca costa. Con respecto á esto, han lle- gado á un punto que sorprende. El Connecticut posee inmensas fá- bricas de péndulos de madera muy buenos y se venden por mayor á razón de dos francos y cuarenta céntimos cada uno. Junto á esta hay en Troy otra máquina para hacer zapatos. En los talleres que hacen uso de ella , no salen menos de cuatro mil pares por dia para todos los Estados de la Union.

Ya se conoce en Francia la máquina para coser. En América sirve para la confección de toda clase de prendas y ropa blanca. Son manuables y no ocupan con sus ruedas y útiles mas que un espacio de dos pies cuadrados. Manejadas por una obrera no dan menos de 500 puntadas por minuto.

Como apéndice á la máquina de coser, figura la de cortar, que puede hacerlo á la vez con doce fraques, y su uso está muy es- tendido.

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Las invenciones útiles que en los Estados-Unidos mas que en ninguna otra parte conducen á la fortuna , sobrescitan la imagina- ción trabajadora de los americanos. Van á quien inventa ó per- fecciona mas una cosa, y si el movimiento continuo se halla algún dia, seguramente ellos lo encontrarán.

Los inventores en el Nuevo-mundo, trabajan á su libre albe- drío, nada impide sus ensayos. No existen trabas de ninguna es- pecie que se opongan á los esperimentos difíciles ó peligrosos; se tiene el derecho de inventar el rayo en su cuarto, sin que nadie pueda quejarse. Se alquila una habitación en una calle cual- quiera; se paga un trimestre adelantado, que es muy usual en América, y se inventa todo lo que se quiera.

Sino temiésemos ser indiscretos, podríamos citar el nombre de un francés que ha inventado en su cuarto, Howard-street, tercer piso, un canon de bronce del calibre de 8, que tira treinta cañonazos por minuto y que ensayó muy amenudo en su casa. El inventor lo ha- cia todo en su cuarto, donde habia puesto su taller: hacia el oficio de herrero, limaba, cortaba, serraba la madera, partía el hierro, torneaba las piezas de cobre y recibía á sus amigos.

Cuando después de ocho meses largos de un trabajo tenaz, nuestro compatriota hubo realizado su propósito y se halló posee- dor de un terrible canon que habia inventado y hecho con feUcidad él solo, justamente orgulloso quiso probar y tirar como lo habia anunciado, treinta cañonazos por minuto. A cada detonación del terrible instrumento de muerte, la casa temblaba en sus cimientos: hubiérase dicho que se hundía. Pero los inventoras tienen de mo- lestos y fehces, que absortos en su trabajo no se inquietan nunca por los demás. Nuestro compatriota no se apercibía de la conster- nación que á su alrededor había, y cuanto mas tiraba mas desea- ba aun.

Los vecinos sobrecogidos de espanto primeramente, concluye- ron por tomar su partido y se acostumbraron poco á poco á estas demostraciones guerreras que les hacían temblar en sus sillas y saltar de las camas.

Un vecino que vivía en el mismo piso del inventor, quiso por

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un sentimiento de delicada atención, que nunca seria bastante ala- bado, admitir las visitas en su casa, y apartarlas de terribles emo- ciones. Escribió sobre un ancho rótulo colocado cerca de la puerta del inventor, este aviso con gruesos caracteres: «No os fiéis; aquí tiran cañonazos. »

El hijo del propietario de este cañón, que es uno de nuestros mejores violinistas, maravillado de la invención de su padre, fa- bricó también un cañoncito para dispararlo alternativamente con el grande. De suerte, que después de una detonación formidable de la pieza de á 8, se oia el golpe seco pero mas débil del cañoncito del hijo que respondía.

Nadie se quejó.

Sin embargo, no olvidaremos jamás la piadosa fisonomía de un inquilino de tranquilas costumbres, que nos dijo un dia en la calle mirando la casa del inventor en la cual iba á entrar: «¡Qué ruido hacen en esta casa!»

Diremos que el cañón de nuestro compatriota ha sido exami- nado por las personas mas competentes y los cónsules franceses de New- York y Washington, conviniendo todos los que lo han visto, en admirarlo como una obra maravillosa de destrucción. Es muy cierto que por medio de esta pieza de artillería, que ha funcionado delante de nosotros, se tiran veinte y cinco ó treinta cañonazos por minuto, con dos artilleros solamente y dando vueltas á una manibela, como se toca el órgano de Berbería. ¡Es terrible! si semejantes in- ventos no ponen término á la guerra, por la eminencia del mismo peligro, no contribuirán poco á la destrucción completa de la es- pecie humana.

Otro francés, Mr. Lamben Alexandre, ingeniero en New- York, ha resuelto uno de los mas difíciles problemas dg la mecánica de vapor. Ha reemplazado las ruedas de los vapores por un sistema propulsor directo, continuo, sin trasmisión de movimiento.

Nosotros hemos visto un modelo de este barco funcionando en el rio Hiídson, con un éxito completo y aplauso de todos los hom- bres competentes y autorizados.

Las ruedas de los vapores tienen varios inconvenientes graves.

-109 En tiempo ordinario, cuando el mar no es fuerte al hacer sus evo- luciones, elevan inútilmente masas de agua que aminoran la fuerza de la máquina en un treinta ó treinta y cinco por ciento: de este modo, una fuerza de cien caballos, por ejemplo, se reduce á setenta lo mas. En mal tiempo es aun peor, porque los vaivenes del barco hacen que las ruedas volteen en el aire alternativamente.

El nuevo sistema salva estos inconvenientes y crea nuevas ventajas. Asi que se hallan las ruedas sumergidas cuatro ó cinco metros debajo del buque, se agitan en una densidad superior á la capa en que funcionan las ordinarias. El campo de superficie de las nuevas es tres veces mas estenso que el de las que actualmente se usan.

Con este sistema, que revolucionaría completamente la nave- gación, el poder motor, como ya hemos dicho, es continuo, y la resistencia que esperimentan las ruedas, nula.

La colocación de la máquina en la quilla es una ventaja inmensa para la marina, porque la pone á cubierto del cañón enemigo.

Según el cálculo de los hombres mas competentes, los buques construidos por este nuevo sistema, no harían menos de 18 á 22 millas por hora. Asi , pues , se atravesaría el Océano atlántico en seis ó siete dias. ¡Qué ventajas resultarían para el comercio con una navegación tan rápida! La mecánica, triunfante, se burlaría del capricho de los vientos, que podrían moderar su fuerza , pero de- tenerle nunca.

Y en la guerra, ¿cómo se figura uno estos barcos andando 20 millas por hora, con su máquina garantizada, y armados délos nuevos cañones, que tiran treinta cañonazos por minuto?

Mr. Lambert Alexandre no satisfecho con dotar á los vapo- res de un nuevo propulsor, ka inventado para uso de la mari- na en general un instrumento admirable, destinado á reemplazar la guindola, tan poco conveniente: le ha dado el nombre de silómetro- grafo. Este aparato náutico, que algún dia ocupará su lugar en los buques junto á la brújula y el ociante, sirve para señalar sobre un cuadrante la marcha del barco con sus mas mínimas variaciones ? en un papel destinado al efecto que se enrolla y desenrolla por

no- mismo. Nada mas ingenioso, exacto y sólido á la vez que este ins- trumento capaz por solo de hacer la gloria de su inventor.

Hay en todas las grandes ciudades de la Union, hombres esta- blecidos que comercian con la fuerza. Tienen su casa abierta á todos los industriales que necesitan un motor. Alquilan uno, dos, tres ca- ballos de fuerza ó mas, si los necesitan. Este comercio de fuerza es muy curioso.

Un dia encontramos á un americano que parecía muy preocupado.

—-¿Qué tiene Vd? preguntamos, parece que está Vd. incómodo.

Un poco, respondió él; busco por todas partes medio caballo y no lo puedo encontrar. Los medio-caballos no son nada comunes des- de hace algún tiempo; los propietarios no quieren venderlos al por- menor.

¡Cómo! replicamos sorprendidos y sin comprender lo que queria decir el americano. ¿Busca Vd. medio caballo?

—Si , respondió sin apercibirse de nuestra sorpresa ; un caballo entero es demasiado fuerte para , y tengo bastante con medio: ¿Conoce Vd. alguno que quiera cedérmelo?

^No; dijimos mas asombrados, ¿acaso Vd. come ahora caballo? Se nos figura preferible la vaca, digan lo que quieran.

—A me gusta la vaca, contestó él riy endose, y no tengo mal- dita la gana de comer caballo. Lo que busco es medio caballo de fuer- za de vapor.

En los barrios comerciales de las ciudades de los Estados-Unidos están construidas las casas de modo que pueden contener cabrias y otras máquinas para trasportar los bultos desde la calle á todos los pisos de las casas. En América no hay mozos de cordel, los fardos son conducidos por carretas con caballos ó máquinas al efecto.

Un daguerreotipista ha tenido la idea de construir un aparato para el mejor servicio de sus parroquianos y por este medio les ahorra el trabajo de subir hasta un quinto piso donde tiene el ta- ller. En el cuarto bajo hay una butaca que atraviesa toda la altura de la casa y conduce cómodamente sentadas á las personas que quieren visitar al artista. Después que son daguerreotipadas en cinco minutos, vuelven á bajar por el mismo camino aéreo.

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Hay en América máquinas para todas las cosas y caminos de hierro para todos los usos.

El verano en los Ice cream saloons y en las fondas, abitan el ai- re por medio de grandes abanicos movidos con máquinas y produ- cen un fresco agradable.

Igualmente, como llevamos dicho, tienen en las fondas lavade- ros mecánicos donde lavan, secan y planchan en dos horas, la ropa blanca de los viajeros. Una máquina nuevamente inventada por un Canadiense, beneficia la atmósfera gruesa de las cocinas, sacando de ella un gas escelente para el alumbrado. Es tal la afición de los americanos por los caminos de hierro, que hasta en el pequeño ra- dio de las iglesias los han puesto con objeto de variar el pulpito de lugar, cuando les place. Está colocado de suerte que desde un rin- cón lo llevan hasta el altar mayor donde espera el sacerdote para decir el sermón. El ruido que produce al rodar es muy semejante al trueno.

En Longansport, estado de la Indiana, el doctor Alphens Myers se ha hecho verdaderamente dueño de la solitaria. Este célebre mé- dico que es también un mecánico de los mas ingeniosos, ha inven- tado una trampa para la tenia, cuya descripción encontramos en el Scientific American.

Dicha trampa se fabrica con una hoja delgada de oro ó plata, según los medios del propietario del gusano.

Contiene ademas un resorte espiral, que se apoya en una espe- cie de tenedor con dientes muy punzantes. Estos dientes están man- tenidos por una espiga ó alfiler que descansa sobre una de las pun- tas y la obliga á sostenerse en el resorte. Después de meter un pe- dazo de queso para engañar á la solitaria, que según parece es muy golosa, se cierra el instrumento.

El enfermo debe ayunar rigorosamente algunos dias.

Cuando el paciente no tiene nada en el estómago, que pueda servir de alimento al parásito y el doctor lo supone hambriento, es la ocasión de tender la red. Se desliza por la garganta el hilo que retiene la trampa, teniendo constantemente abierta la boca del en- fermo, por medio de un corcho colocado entre sus dientes. El ope-

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rador con red en mano acecha el instante en que el botriocéfalo impaciente por almorzar, deja su oscuro retiro, y asoma por la gar- ganta buscando el queso tentador.

Dice el doctor Alphens Myers:

«Existen solitarias indecisas ó caprichosas que dejan al enfermo con la boca abierta durante seis, diez y aun mas horas, sin tomar una resolución satisfactoria.» Mas adelante añade: «No hay que descorazonarse por esto.»

En efecto, el hábil doctor concluye siempre por contemplar con orgullo la víctima, en esta red de nuevo género.

En uno de los capítulos precedentes hemos hablado de una máquina para matar cerdos. Esta estraña aplicación de la mecáni- ca moderna de vapor, merece que nos ocupemos de ella detallada- mente. Los propietarios de esta temible máquina, en que todos los dias tienen pronta y estraordinaria muerte tantos miles de cer- dos, son MM. Borello é Hinglinton de Cincinnati.

La fábrica se compone de cuatro grandes cuerpos , ligados por puentes colgantes, y mas lejos, la terrible máquina está sembrada de innumerables rebaños de cerdos pertenecientes á distintos due- ños, que los llevan como el trigo al molino.

A una señal del mecánico se levanta una balaustrada que co- munica con la primera división de la máquina, llamada el degolla- dero, y empieza la operación. Están los cerdos muy oprimidos los unos á los otros, y les abren un desfiladero por donde se precipi- tan en el segundo cuerpo hasta un corredor estrecho en que pa- san dificultosamente uno por uno. Detenidos alh , mueren atrave- sados por el cuello con enormes cuchillos movidos al vapor, como todo el resto de la maquinaria. Eumenos de un segundo, los cer- dos degollados son cojidos por las patas traseras , arrastrados vio- lentamente y levantados por medio de garruchas hasta cierta al- tura. Suspendidos así, pasan luego á un balancín que se mueve sin cesar y zabulle repetidas veces al animal en un pozo de vapor, acabando por sumergirle. De este pozo vuelve á salir enganchado nuevamente por garfios para pasar al raspadero. Este es de forma cilindrica y formado por instrumentos parecidos al cepillo , que se

lis- mueven en sentido contrario, dándole sobre quince vueltas al cer- do en menos de medio minuto , tiempo que basta para limpiar al animal y dejarle la piel mas blanca que la de un pollo.

Después de esta operación lo trasportan rápidamente, valiéndo- se del mecanismo de las poleas, á un corredor especial , en que lo abren por el vientre desde el hocico á la estremidad de la cola. En- tonces los trabajadores le sacan todo lo que tiene de provecho, y arrojan lo restante en un ^ran canal que atraviesa los patios y va á perderse en el Ohio. himediatamente lo llevan á la penúltima di- visión, tendido en una ancha tabla para ser destrozado simétrica- mente. Luego se salan y cuelgan las partes que han de ser cura- das , mientras las restantes se ponen en salmuera y se meten en barriles.

Todo esto se hace con tanta rapidez, que cuesta trabajo seguir con la vista las múltiples y variadas operaciones. Los cerdos suce- den á los cerdos como los caballos de madera suceden á los caba- llos, en el juego circular de los anillos. Debe añadirse á esto los gruñidos siniestros de los cerdos degollados, cuyos ecos llegan hasta el oido. Esta lúgubre música no tiene fin, y á medida que los ronquidos de un cerdo se pierden ahogados en el pozo, la máqui- na degüella sin interrupción otro que vuelve á lanzar al aire nueva melodía de lamentaciones.

Este establecimiento curioso es muy frecuentado por los es- tranjeros que pasan por Cincinnati, siendo perfectamente recibidos por los actuales propietarios, que son verdaderos gentlemen. Un viajero francés cuenta que habiendo ido á ver la fábrica en dia de fiesta, á pesar de estar suspendido el trabajo, uno de los asociados á la casa, mató treinta cerdos con el solo fin de que viese obrar la máquina .

No pudo ser mas amable.

La electricidad aphcada como fuerza motora, preocupa tanto en América como en Europa el círculo de sabios é inventores. To- do el mundo presiente que la gran revolución del progreso indus- trial, está en la electricidad, cuyo poder mal desarrollado y casi desconocido debe algún dia reemplazar al vapor, con ventajas que

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nadie puede calcular. En el número de los ensayos que tienden á realizar este descubrimiento, hemos visto funcionar en New- York, la máquina electro-magnética inventada por Mr. Larmengeat y eje- cutada en pequeño. Consiste en un aparato simple, pero muy in- genioso, que mueve una prensa de imprimir con facilidad y pron- titud admirables. El público acudió en tropel á presenciar los es- perimentos del hábil inventor que acaso ha realizado (el porvenir nos lo dirá) el gran problema de la fuerza eléctrica aplicada á la maquinaria.

Entre las invenciones raras de América hay una del pais de los Yankeesipmos, que es muy digna de mencionarse. Time is money. Es una cama-despertador que no deja nunca de cumplir con su misión. Su mecanismo es muy ingenioso. Se le cuerda, y á la hora indi- cada toca la mas ruidosa y desagradable de todas las sinfonías fan- tásticas, patéticas ó cencerriles. Si el que duerme no despierta sú- bitamente con ese trozo de música, la mecánica bienhechora repi- te su advertencia, mas ruidosa y desagradable que la primera. Si á pesar de esta segunda sinfonía, la persona insiste en permanecer dormida por necesidad ó pereza, la mecánica recurre á un tercer medio infalible; esta vez sin acompañamiento de orquesta, el re- sorte que opera en el fondo del lecho, vuelca sin remedio y hace rodar por tierra al terco que duerme.

En Francia se sirven de péndulos-despertadores, cuando no se quieren quedar entregados al encanto del far niente ó como vulgar- mente se dice, que se peguen las sábanas al cuerpo; mas, conclu- yen por acostumbrarse al ruido de la péndola y se duerme perfec- tamente por mas que traten de 'despertarse.

¿Pero quién resiste al lecho-despertador de los americanos que tira por tierra á la persona entre los colchones y las mantas en desorden?

Un periódico americano, el Únele Sam ha contado apropósito del lecho-despertador una historia bastante picante, garantizando la autenticidad.

3ír. W. D, S., se habia desposado con la hija de un rico co- merciante, joven de diez y siete años, amable y encantadora. La

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boda tuvo lugar en casa del padre de la casada, donde habia un lecho-despertador.

Nada faltaba en la fiesta; la asamblea era numerosa, escojida y eleg-ante, y estuvo perfectamente en semejante dia de goces.

Así que dieron las doce de la noche, los convidados se retira- ron poco á poco y las luces disminuyeron en la casa.

Últimamente salieron los abuelos, dejando á la feliz pareja des- pués de bendecirla.

A la primera hora del dia siguiente, después de las dulces y vivas emociones del anterior, cuando el esposo y su tierna compa- ñera dormían soñando delicias, fueron repentinamente despertados por un horroroso crujido que salió del lecho. Se sintieron levantar por una fuerza superior é invencible, y por último lanzados en me- dio de la habitación.

Abrazados para morir juntos, creyéronse víctimas de un tem- blor de tierra.

No dudando de la triste suerte que les estaba reservada, espe- raron la muerte con valor. El esposo buscó para consolar á la es- posa, palabras de la mas apasionada ternura.

Mas como la muerte no llegaba, no tardaron en reconocer que no habia habido temblor sino en la cama.

El lecho-despertador, muy hermoso en verdad, fué elegido co- mo lecho nupcial por el padre de la casada sin sospechar la diablu- ra fraguada por Tomasito el mas joven de la familia. Este maligno muchacho concibió la chistosa idea de dar cuerda á la máquina del lecho y puso la aguja del despertador en las cinco de la mañana. El pihuelo comprendió que los recien casados estarían á esa hora muy dormidos para poder despertar con la señal de música única- mente y determinó precipitarlos fuera de la cama.

Ved ahora una máquina de un género enteramente nuevo, dig- no de Mesmer ó de Cagliostro. Esta máquina lúgubre y misteriosa es.... nos atreveremos á decirlo.... para hacer hablar las almas de los difuntos.

Hasta el dia , los espíritus evocados , se presentaban de cierta manera; no respondían ó lo hacían tan lentamente que era preciso

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arrancarles las palabras. Esto desesperaba álos americanos que no les gusta perder el tiempo. Enñn, gracias al doctor Haré de Fila- delfia, los espíritus han llegado á ser mas tratables; sino ha conse- guido obligarlos á hablar, por lo menos se comprende mejor y mas de prisa lo que dicen y la conversación no languidece. Esta ma- quina ingeniosa se llama Espiritu-escopo. Se compone de seis partes enteramente distintas, pero no pueden funcionar cada una de por sí. En lugar de contar un número de golpes correspondientes á ca- da una de las letras del alfabeto, lo que seria demasiado largo por poco locuaz que fuese el espíritu, no hay mas que dirijir la vista sobre un cuadrante que reúne todas las letras, para formar las pa- labras, según la voluntad del mudo interlocutor. Para Mr. Haré, que sea dicho de paso, es un químico profundo y hombre de inta- chable reputación, nada mas fácil, que por medio del Espíritu-escopo ponerse en relación con las almas del otro mundo. Así es como ese doctor ha tenido largas conferencias con Cesar, quien le ha dicho cosas espantosas. Con la hermosa Cleopatra, que ha estado amable y encantadora. Con Washington, que ha aprobado decididamente la invención del Espíritu- escopo.

Mas no puede hablar siempre con los espíritus y para poner el suyo á dieta, como decia Buffon cuando leia ciertos libros, Mr. Haré, hace voluntariamente bailar las mesas. Una mesa es para el doctor Haré el objeto mas interesante y mas encantador... pero después del Espíritu-escopo.

«¿Qué hay en el mundo preferible á una mesa? gritaba con en- tusiasmo. ¿Tenemos algo mas querido? Es inseparable de nuestra existencia. Sobre la mesa se tratan los negocios; las compras, las ventas, los contratos, se firman las cartas. La mesa, señores, ocu- pa el primer lugar en el famoso cuadro de Trumbull, representando la firma de la declaración de independencia. La mesa nos reu- nidos tres veces cada dia á su alrededor, y cuando el apetito no nos falta, no nos separamos; nosotros vamos á ella para gozar del atractivo de la conversación. Torpeza ha sido tomar por símbolo de la vida íntima el hogar: en los países tropicales le abandonan, mientras que á la mesa nunca! »

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Desgraciadamente para Mr. Haré no sucede con el Espíritu-esco- po lo mismo que con las mesas, sin las cuales es imposible pasar. Y la especulación del doctor nos parece muy aventurada, á pesar de que Washington la recomiende.

Mas si los espíritus evocados han decaido algún tanto en Amé- rica, pueden vanagloriarse deque estuvieron en boga en otro tiem- po. El senado de Washington ha estado preocupado con los espíri- tus evocados, al responder á una petición que le habia sido dirigida por 15,000 firmas.

Y puesto que el Espíritu-escopo nos ha conducido al terreno de las fábulas ruidosas de América, hagamos un estracto de esta rara petición. Esto servirá para quedarnos en paz con los espíritus evo- cados, y dar una idea exacta de la sensación producida en los Es- tados-Unidos por esta aparición maravillosa, creada por el charlata- nismo , á pesar de que no es invención de Mr. Barnum , pero que debe haberle impedido dormir mucho mas que el lecho-despertador.

Mr. Shields toma la palabra; copiamos testualmente.

«Tengo el honor, dice, de presentar al senado una petición que tiene quince mil firmas, sobre un asunto singular y nuevo.

íLos que firman, dicen que ciertos fenómenos físicos y morales, de naturaleza enteramente misteriosa, llaman la atención pública en este pais y en Europa. Elanáhsis parcial de esos fenómenos des- cubre la existencia de una fuerza oculta que se manifiesta por el levantamiento, el deslizamiento, la suspensión, por el movimiento en fin, que comunica á los cuerpos ponderables, contrariando las leyes naturales.

«Esta fuerza se manifiesta por los resplandores que aparecen de repente en los lugares donde ninguna acción química, ninguna fos- forescencia se desarrolla , y por sonidos misteriosos parecidos unas veces á golpes dados por un espíritu invisible , otras al murmullo de los vientos y al ruido de los truenos. Algunas veces se oyen vo- ces humanas ó de instrumentos estraños de música. Esta fuerza se manifiesta también en curas maravillosas.

»Los peticionarios están divididos en opiniones, sobre el origen de estos fenómenos. Los unos los atribuyen al poder inteligente de

lis- ios espíritus libres de la cubierta material; los otros pretenden que se puede esplicarde una manera racional y sastifactoria. Mas todos están conformes en la realidad de los fenómenos y piden que se nom- bre una comisión, para hacer una investigación científica.»

Después de esta lectura, Mr. Weller, pregunta lo que es conve- niente hacer con la petición.

3ír, Petler, Es preciso enviarla á los tres mil ministros. (Risas).

Mr. Weller. Yo propongo el envió de la petición al comité de negocios estranjeros. Podemos tener ocasión de entrar en relacio- nes estranjeras con los espíritus. Importa, pues, que esa junta, de la cual formo parte, decida silos ciudadanos americanos pierden sus derechos al dejar este mundo. (Nuevas risas).

Mr. Shields. Yo consiento, siempre que el presidente de la junta se sienta con fuerzas para tratar un asunto tan serio. Mi pri- mera intención era enviarlo á la junta de postas, porque puede ha- llar el medio de establecer un telégrafo entre este mundo y el es- piritual. (Hilaridad general).

Terminemos este capítulo con un hecho que interesa bastante á la historia del vapor aplicado ala marina. Hemos encontrado este hecho relatado en un librito muy curioso y que ha llegado á ser ra- ro en el dia: Las relaciones de un viaje á América, escrito por Brissot el convencional, é impreso en New- York en 1792 por Berry y Ro- gers, 35 Hanover Square. Vemos que desde el año 1788, se hacian en la Delaware, cerca de Filadelfia, ensayos costosos de vapores. El inventor Mr. Fác/¿, encontró socios para dividir con ellos los gastos, y veia disputado su descubrimiento por Mr. Rumsey que construía un navio destinado á atravesar el Océano en quince dias. En el barco de Mr. Fitch, la máquina de vapor ponia en movimiento tres largos remos de considerable fuerza que debian hacer sesenta revoluciones por minuto. Mas los americanos no daban á una invención que mas tarde debia hacer un cambio tan prodigioso en la industria y el comercio, y con su indiferencia quitaron el valor á los atrevidos é ingeniosos inventores. Fulton, hijo de Pensilvania tenia entonces veinte años; los ensayos de Fitch debieron ser conocidos por él. Hasta 1802 no hizo Fulton sus ensayos en grande, en París, y en

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1807 boto al agua su primer vapor en el rio Hudson. ¿Pero cien años antes, un médico francés, DenisPapin, no hizo marchar un barco de ruedas vahéndose del vapor, por el rio Fulda en Cassel?

Sea lo que quiera, es sabido que nunca son los primeros inven- tores, los que recojen el fruto de sus descubrimientos. Cristóbal Colon descubrió la América y le dan al nuevo continente el nombre de Américo, cuando debiera llamarse Colombia. En diferentes épocas Papin , Fitch , Ptumsey, inventan sucesivamente los vapores y es Fulton quien lleva la gloria, dejándole á otros los beneficios.

Así van las cosas en este mundo de exasperante mofa, donde nada está en su lugar; donde la fortuna camina con ojos vendados, distribuyendo sus favores á diestro y siniestro, bien ó mal, en me- dio de una discordancia moral, capaz de hacernos insensibles de de- sesperados, sino nos hiciese reir de conmiseración.

CAPITULO IX.

LA NAVEGACIÓN

El número de buques americanos que surcan los mares es ver- daderamente prodigioso. Si para el servicio del comercio marítimo no se valiesen de marineros de todas las naciones, habria mas ame- ricanos en el mar que sobre la tierra. Lo mismo en el Sur que en el Norte, en el Este que Oeste , en alta mar que en las costas, se ven los buques americanos en gran abundancia. Los Estados-Uni- dos no perecerían si hubiese un temblor de tierra que hiciese des- aparecer su territorio. La población flotante de los mares y las ri- quezas que se salvasen en los buques , bastarían para fundar nue- vos y florecientes Estados.

En los puertos no se ven mas que buques estrechamente unidos como inmensos bosques de mástiles. Los astilleros de construcción se aumentan á cada instante , y la actividad que reina llega á lo maravilloso. No sabemos si la marina mercante es la mejor bajo el punto de vista científico de marinos y tripulantes, pero si se juz- ga por las muchas desgracias que le acontecen , es la peor del mundo. No sabemos si sus buques, tan andadores generalmente, son los mas sólidos, cosa que no creemos por la madera que em-

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plean. En cuanto á la marina de guerra poco considerable , es pa- recer mismo de los americanos á pesar de su orgullo , que es infe- rior á la inglesa y francesa.

Últimamente propuso el Ministro de Marina, un plan relativo al establecimiento de un cuerpo permanente de marinos, é instruccio- nes para la formación de una Academia Naval. Mr. Fillmor era to- davía Presidente de la República. Respondió á las proposiciones con estas palabras, que pintan perfectamente el estado de la mari- na de guerra americana:

«El primero de estos proyectos debe, en mi opinión, contribuir grandemente á la mejora del servicio , y lo considero tanto mas digno del favor público, cuanto que deberá ejercer una saluda- ble influencia en la disciplina marítima quebrantada en estos momentos por el espíritu de insubordinación que aumenta cada dia y resulta de nuestro actual sistema. »

Mr. Fillmor aprobaba también la organización de la Academia Naval. Pero encontraba peligrosa la abolición de las penas corpo- rales en la marina. «Creo, decia, que todo cambio que tenga por objeto abolir para siempre el castigo, debe ir precedido de un sis- tema de alistamiento que á la marina buenos marineros , cuya conducta y dignidad de carácter quiten toda ocasión de recurrir á las penas de naturaleza dura y degradante.»

Es de estrañar que cuando se comunicó la ley de abolición de penas corporales en 1850 , hubiese á bordo de los navios de guer- ra una verdadera insurrección por parte de los marineros. Amena- zaban desertar en masa si no se restablecía la primitiva ley y se les privaba de los puñetazos, puntapiés y cordelazos á que hablan tenido siempre derecho.

Algunos zurriagazos vigorosamente aphcados y una distribu- ción conveniente de puñetazos y puntapiés, restablecieron el orden alterado y probaron á los satisfechos marineros que no hablan juz- gado mal la bondad de sus gefes reclamando, como lo hablan he- cho, el restablecimiento de los castigos corporales.

Es verdad que esta reclamación fué hecha por los buenos ma- rineros que temian la secuestración y no las cuerdas. En efecto, el

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ballos, destinada á hacer el trabajo principal, como cargar velas, descargarlas é izarlas. Mr. Mac-Kay, pensaba que navegase ese le- viatan de los mares y confió el mando á su hermano L. Mac-Kay co- nocido por el capitán del Sovereign of the Seas (1).

El fuego comunicado por una pavesa desprendida de una casa incendiada en el puerto , destruyó en pocas horas esa maravilla, de la que aun queda algo. La combustión la consumió hasta flor de agua, pero no pudo pasar de allí. Sóbrela parte intacta, han vuel- to á construir un nuevo navio que, sin ser igual al primero, es no obstante, el mas hermoso y velero que se conoce.

El entusiasmo por la navegación es tan grande que no hay office ó har-room donde no se vea en un cuadro el dibujo de los prin- cipales clippers y vapores al lado del Schooner de Mr. Stevens. Este célebre barco ganó el premio á los ingleses en la travesía de New- York á Inglaterra. La rivalidad entre los marinos ingleses y ame- ricanos pasa los límites imaginables. Nos condolemos de todo co- razón por los pasajeros de un buque americano que se encuentren en el mar con otro inglés mas velero. El americano desplegaria todas sus velas para adelantar á su adversario ; romperia sus palos y zozobraría antes de ser vencido. Hay en Boston un antiguo ma- rino, que se ha hecho ministro protestante, desesperado porque en un viaje á la India fué pasado por tres buques ingleses. «Yo hu- biera querido zozobrar y morir, dice, antes que sufrir tal vejación; pero Dios no lo ha querido y me he consagrado á él. »

El primer vapor que emprendió su viaje entre el nuevo y el antiguo mundo, fué el Savannah; esto es incontestable, pues está consignado en los anales de Liverpool, y las circulares comerciales de aquel tiempo , relatando este hecho , hacen constar la primada del pabellón americano.

El Savannah era de porte de 380 toneladas , aparejado con tres palos y máquina horizontal. Salió de Savannah (Georgia) el 26 de mayo de 1819 y llegó á Liverpool después de veinte y cinco dias, en los cuales solo diez y ocho habia funcionado la máquina. Según

l[l) El Soberano de los mares.

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Hemos tenido el gusto de ver minuciosamente esa obra maes- tra, algunos dias antes que el fuego, azote de América, le con- sumiese en la bahía de New- York donde estaba cargando. Esta imprevista desgracia fué objeto de un luto nacional por parte de los norte-americanos , tan orgullosos de sus clippers. Espectáculo doloroso, observar ese magnífico navio destinado á dominar los mares, quemarse sujeto por las anclas, sin que le pudiesen socor- rer, la víspera del dia que iba á darse á la vela por primera vez. La población entera de New-York fué á contemplar tan aflictiva catástrofe. Se hubiera dicho que el navio devorado por las llamas, al tener prematura muerte, hacia padecer á todo el que lo veia. El interés que inspiraba ese clipper, que era el navio mas grande del mundo se aumentaba por las dificultades que su constructor habia tenido que salvar.

Este era un simple trabajador de Est-Boston, llamado Donald Mac-Kay, que sin apoyo de ningún banquero ni comerciante llevó á cabo enérgicamente tan gigantesca empresa, sueño de una vida la- boriosa. El Great-Republic tenia 325 pies de largo, 53 de ancho y otro tanto de profundidad; cuatro puentes completos, y recibía seis ú ocho mil toneladas de flete. Se calculaba en 2380 toneladas la encina blanca que entró en su armadura, y en 1.500,000 pies el abeto duro con que se habia construido la sobre-quilla, el piso., la cubierta, los puentes, el bordage, etc. etc. El hierro empleado subia á 300 toneladas; el cobre á56 y las curbas á 1600. El buque esta- ba forrado en cobre; tenia 25 pies de elevación y se calculaba que para construirlo se habían tardado 50,000 dias.

Aunque de tan grande capacidad, reunía las cualidades de fuer- za, belleza y ligereza. Apropósito de esto debemos decir que esten- dia de un solo juego 16,000 varas de vela. Tenía cuatro palos, y el segundo delantero aparejado como la mesana de una barca; los otros tres como los de una fragata cualquiera. El palo mayor tenia cuatro pies de diámetro por 131 de alto; la verga grande 28 pulga- das de diámetro y 120 de cruzámen: el resto de la arboladura en proporción. Las cámaras estaban entre los dos puentes superiores, y en los costados tenia una máquina de vapor de fuerza de 15 ca-

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ballos, destinada á hacer el trabajo principal, como cargar velas, descargarlas é izarlas. Mr. Mac-Kay, pensaba que navegase ese le- viatan de los mares y confió el mando á su hermano L. Mac-Kay co- nocido por el capitán del Sovereign of the Seas (1).

El fuego comunicado por una pavesa desprendida de una casa incendiada en el puerto , destruyó en pocas horas esa maravilla, de la que aun queda algo. La combustión la consumió hasta flor de agua, pero no pudo pasar de allí. Sóbrela parte intacta, han vuel- to á construir un nuevo navio que, sin ser igual al primero, es no obstante, el mas hermoso y velero que se conoce.

El entusiasmo por la navegación es tan grande que no hay office ó har-room donde no se vea en un cuadro el dibujo de los prin- cipales clippers y vapores al lado del Schooner de Mr. Stevens. Este célebre barco ganó el premio á los ingleses en la travesía de New- York á Inglaterra. La rivahdad entre los marinos ingleses y ame- ricanos pasa los límites imaginables. Nos condolemos de todo co- razón por los pasajeros de un buque americano que se encuentren en el mar con otro inglés mas velero. El americano desplegaria todas sus velas para adelantar á su adversario ; romperla sus palos y zozobraría antes de ser vencido. Hay en Boston un antiguo ma- rino, que se ha hecho ministro protestante, desesperado porque en un viaje á la India fué pasado por tres buques ingleses. «Yo hu- biera querido zozobrar y morir, dice, antes que sufrir tal vejación; pero Dios no lo ha querido y me he consagrado á él. »

El primer vapor que emprendió su viaje entre el nuevo y el antiguo mundo, fué el Savannah; esto es incontestable, pues está consignado en los anales de Liverpool, y las circulares comerciales de aquel tiempo , relatando este hecho , hacen constar la primacía del pabellón americano.

El Savannah era de porte de 380 toneladas, aparejado con tres palos y máquina horizontal. Salió de Savannah (Georgia) el 26 de mayo de 1819 y llegó á Liverpool después de veinte y cinco dias, en los cuales solo diez y ocho habia funcionado la máquina. Según

\\) El Soberano de los mares.

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testimonio de otros y de los oficiales del Savamah, solo tardó diei? y ocho dias trabajando siete la máquina. Pero lo que hay de cierto es que en medio del mar hicieron uso de las velas, temerosos de que faltase el carbón y para aprovechar la brisa que se habia le- vantado mientras las ruedas estaban desmontadas : luego que se acercaron á las costas inglesas , reemplazaron nuevamente el sis- tema de locomoción, concluyendo el viaje como lo hablan co- menzado.

La vista de este buque que marchaba sin ayuda de velas , es- citó la mas viva curiosidad en Inglaterra. Cuando el Savannah re- montaba el canal de Saint-Georges, el comandante de una división inglesa, viéndolo desde lejos sin velas y envuelto en una humare- da espesa que parecia salir de la arboladura, creyó que era un in- cendio y después que hubo anclado, envió dos piraguas en su so- corro; mas reconoció su error y él mismo fué á examinar mas aten- tamente la maravilla. A la entrada en los docks de Liverpool, el Sa- vannah fué recibido con vivas de entusiasmo y el capitán festejado por todos los cuerpos constituidos de la ciudad. Hasta diez y nue- ve años después, no atravesaron el Atlántico los vapores ingleses. El primero fué el Sirius sahendo de Cork en 1838 y entrando en New- York el 23 de abril del mismo año, seguido algunas horas mas tarde del Greau Western que venia de Bristol. El Sirius habia hecho su viaje en diez y ocho dias y el Great-Westem en quince. El Si- rius es, pues, el primer vapor tras-atlántico que llegó á los Estados Unidos como gastador de una buena división.

Una cuestión de alto interés marítimo y comercial se agita en estos momentos. Interesa no solo á los Estados-Unidos sino al mun- do entero.

En las conferencias que tuvieron lugar en Paris en marzo y abril último para la paz con Rusia, el Congreso ha adoptado respecto á la marina, las cuatro proposiciones siguientes:

* 1 .*" El corso está y permanece abolido.

»2.'' El pabeUon neutro resguarda la mercancía del enemigo, á escepcion del contrabando de guerra.

))3.'' Las mercancías neutras, á escepcion del contrabando de

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guerra, no están sometidas a la toma bajo el pabellón del enemigo. »4.'' Los bloqueos para ser efectivos, deben ser eficaces, es de- cir, mantenidos por una fuerza suficiente á impedir que se acerque el enemigo.»

El gobierno de los Estados-Unidos, adhiriéndose á las tres úl- timas, rehusa acceder á la primera, que es la mas importante.

Ya el presidente actual Mr. Pierce, se ha mostrado hostil ala supresión de los corsarios, propuesto en 1854 por el rey dePrusia. «La abolición, decia Mr. Pierce, no puede desearse sino por las po- tencias que sostienen un armamento naval considerable, en propor" cion de su comercio. » Mr. Marcy, órgano del gobierno, toma este ar- gumento y lo desenvuelve con mucho talento. Sucede, en fin, que los Estados-Unidos rechazando la abolición del corso, no sirven solo á sus propios intereses sino al de las naciones que no pueden llegar a ser marítimamente poderosas.

»Los Estados-Unidos, dice Mr. Marcy, miran la marina podero- sa, las grandes armadas constituidas y los establecimientos perma- nentes, como nocivos ala prosperidad de una nación y pehgrosos á la Ubertad civil.

»Los gastos para mantenerlos están á cargo del pueblo; y son á los ojos de este gobierno, una amenaza contra la paz de las nacio- nes. Una fuerza considerable, lista siempre para las eventualidades de la guerra, es una tentación para precipitarse. La política de los Estados-Unidos ha sido, y hoy mas que nunca, contraria á tales armamentos, y jamás podrán ser arrastrados á adherirse á modifi- caciones de la ley internacional, que obligue necesariamente á man- tener en tiempo de paz una marina considerable.

wSi se ven precisados á reclamar sus derechos por medio de las armas, están satisfechos con las relaciones internacionales presen- tes y contar para sus operaciones mihtares de tierra con un ejérci- to voluntario; y para protejer su comercio marítimo es suficiente su marina mercante.

))Si ese pais estuviese privado de sus recursos, se veria obliga- do á cambiar de política, tomando ante el mundo una actitud mi- litar.

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» Resistiendo á toda tentativa de modificar el código marítimo existente, que puede conducir á semejante resultado, el gobierno de los Estados-Unidos otra cosa que su propio interés, abrazan- do en sus miras el de todas las naciones que no pueden de ningún modo llegar á ser potencia marítima dominante. Su situación en es- te punto, es semejante á los Estados-Unidos y la protección del co- mercio y el sosten de las relaciones internacionales pacíficas, indi- can tan enérgicamente como este pais, la resistencia al cambio pro- puesto en la ley admitida portas naciones.

»Para ellas, abdicar el derecho de recurrirá las autoridades, seria someterse á consecuencias contrarias á su prosperidad, co- mercial, sin ventajas en compensación. Ciertamente que no pueden darse mejores razones para semejante abandono; pero privarse del derecho de recibir los servicios voluntarios y la propuesta de re- nunciar al primero, no merece á la consideración del presidente, mas favor que la del segundo.

íNo debe esperimentarse ningún espanto de que las potencias marítimas importantes consientan en perder el sistema poco impor- tante para ellas de servirse de corsarios, con la condición de que las débiles renuncien al medio mas eficaz de defender sus derechos ma- rítimos.

»En la opinión de ese gobierno, debe inspirar serios temores que abandonados los corsarios, el imperio del mar sea esclusivo de las potencias que adoptan la política de sostener poderosas escua- dras. Aquel que tiene una superioridad marítima real, seria de he- cho el dueño del Océano y por la abolición del corso asegurarla mas permanente su dominación.

»Esta potencia comprometida en una guerra con otra nación in- ferior en fuerza marítima, no tendría mas que hacer para la seguri- dad y protecion de su comercio que vigilar los buques de la arma- da de su enemigo. Podrían ser entretenidos por la mitad de sus escuadras, y con la otra mitad privar el comercio de su enemigo en el Océano.

íLos desastrosos efectos de una gran superioridad marítima , se- rian mas reducidos si esta superioridad estuviese dividida entre tres

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ó cuatro grandes potencias. No cabe duda que el interés de los Estados débiles, es combatir y desechar una medida que procura el desarrollo de los establecimientos marítimos regularizados por los gobiernos. »

Sin entrar en debates seguramente muy graves , opondremos á Mr. Marcy la autoridad de Benjamín Franklin que ha escrito:

«El uso de saquear á los comerciantes en la mar, proviene de la antigua piratería, y aunque puede ser ventajoso á algunas per- sonas, está lejos de serlo á todos aquellos que se contratan ó á la nación que lo autoriza. Al principio de una guerra, algunos buques ricos que no están en guardia son apresados, y se animan los aven- tureros para armar nuevos barcos; mas así que el enemigo llega á estar mas prevenido, equipa con mas cuidado sus buques mercantes navegando bajo la protección de convoyes; mientras los corsarios se multipUcan para cogerlos, su número disminuye de tal modo, que los gastos esceden á las ganancias; y aunque los aventureros en- cuentren un botin ventajoso, se pierde, porque el gasto hecho duran- te la guerra para armar los corsarios, es mayor que el valor de la presa. Añadid á esto la pérdida nacional del trabajo de tantos hom- bres, que gastan en embriagarse y en toda clasedeescesoslo que sa- quean; que pierden sus hábitos de industria, siendo muy raras ve- ces capaces de una ocupación honrosa después de la guerra y no sirviendo mas que para aumentar el número de los vagos y ladro- nes. ¡Castigo justo que el cielo les envia, por haber arruinado á sangre fria á tantos honrados comerciantes que ganaban la fortu- na de sus familias , sirviendo los intereses comunes de la huma- nidad. »

Estas palabras llenas de sentido, son un escelente comentario de la declaración del Congreso de Paris y una respuesta á los ar- gumentos de Mr. Marcy. Sabemos que la sola fuerza marítima de América consiste, por decirlo así, en la rapidez conque en un caso de necesidad, podría convertir sus buques mercantes en escuadras de guerra bajo la ley marítima actual, que sanciona el corso, que como dice Franklin, no es sino un resto de piratería , y esta un cri- men odioso.

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En Brooklin, cerca de New- York, hay un arsenal bastante bueno y un museo naval algo pobre. Apenas se ven en él mas que pintu- ras medianas representando los felices combates de los americanos contra la flota inglesa en la época de la guerra de independencia.

En cambio hemos visitado en Staten-Isíand, la casa de refugio de los marinos civiles. Este magnífico establecimiento ha sido funda- do por un capitán de navio muy rico, á fin de que sirva de retiro á los pobres marinos inposibilitados ó viejos, de todos los paises. Los marinos, cuya vida se pasa en medio de los peligros y priva- ciones, cuyo mezquino salario no les permite en ningún caso hacer economías, encuentran en esta casa, gracias al generoso pensamien- to de su noble fundador, los mas activos cuidados y el descanso de su vejez. Ahí hemos visto varios franceses que habiendo servido algunos años en la marina americana, han merecido los beneficios del retiro. El fundador no ha querido preferir su pais, en detrimento de los otros, y no ha tenido en consideración mas que el sacrificio y ios servicios que prestan.

Esto es un ejemplo noble de verdadera filantropía-

CAPITULO X.

LAS RELIGIONES.

La América del Norte es el museo mas completo de las doctri- nas religiosas, que produce la necesidad casi universal de esperar en otra vida la indemnización de las miserias de esta.

La libertad de cultos, fortificada por la indomable independencia del espíritu americano, permite ensayarlo todo en materia religio- sa ó social, en ese pais, donde el gobierno no puede poner traba al pensamiento y las instituciones admiten toda suerte de progreso, pues el pueblo no conoce ninguna clase de preocupaciones.

Los Estados-Unidos, son el vasto campo del pensamiento hu- mano; allí van á sembrar, á tomar raiz y fructificar las ideas filosó- ficas, sociales y religiosas, que la Europa no tolera, sino en el esta- do de granos secos, cubiertos con las vidrieras de sus bibliotecas. Aunque solo tuvieran la gloria de acoger y permitir las tentativas del espíritu filosófico, en bien de la humanidad, tendrían derecho al eterno reconocimiento del mundo. No existen ideas especulativas, utópicas, ó paradógicas, que no hayan sido practicadas allí. Mientras que nosotros los Europeos discutimos larga y detenidamente los méritos y posibihdad de tales ó cuales instituciones, sin llegar á un

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resultado deíinitivo, los americanos, eminentemente prácticos, reco- nocen sus defectos 6 ventajas.

Esta gran libertad de acción de que gozan los Estados-Unidos, lejos de ser un peligro para la sociedad, es el medio mas seguro de precaver los desastres de una revolución. Las revoluciones na- cen de la exaltación de las ideas y de los impedimentos opuestos á su realización. Las ideas oprimidas largo tiempo en el estrecho cauce á que se las sujeta, concluyen, como las olas enfurecidas, por traspasar los diques. Entonces el bien se convierte en mal; enton- ces no es un progreso fecundo lo que trae consigo el pensamiento; esel esterminio, la destrucción, como las aguas desbordadas, que mejor dirigidas, hubiesen fertilizado el suelo en vez de devastarlo.

En América no es de temer este mal; las tempestades del pen- samiento son imposibles. La libertad, ese gran mecan de segu- ridad de las civilizaciones adelantadas, no permite á las ideas amon- tonarse y fundirse como las bombas marinas, que nada las detiene en su curso destructor; el pensamiento se desliza suave y constan- temente, por las útiles sendas de la práctica. Surge una idea de al- gún valor para el bienestar de la sociedad, y en seguida se pone en ejecución, naturalmente, sin esfuerzos, sin resistencia; si es buena, todo el mundo se aprovecha; pero si á pesar de las apariencias con- trarias es ilusoria, se desecha sin volver á ocuparse de ella. La clase de los malcontentos , tan numerosa en Europa, no existe en América. En efecto, los malcontentos no pueden estarlo de su pro- pia conducta ni guardarse rencor por mucho tiempo á mismos.

Un solo peligro hay á nuestro modo de ver, en América: este es las discordias religiosas.

La práctica mal entendida de los cultos, exaltando algunas veces mas de lo regular los ánimos, falsea la razón por el fanatismo y des- truye la hbertadpor la intolerancia. Si un dia, páginas sangrientas vienen á empañar el hermoso libro, apenas comenzado de la histo- ria de los Estados-Unidos, no será preciso buscar la causa en la ])olítica general de este pais, en los diversos intereses de sus Esta- dos desunidos por leyes particulares y enlazados por principios co- munes, en las sensibles anomalías, en la administración de justicia

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algo defectuosa en muchos puntos, en la inesplicable ley de la es- clavitud, ni en ninguna otra circunstancia que pueda turbar el vuelo de la prosperidad, pero no detenerlo. El peligro del equilibrio ame- ricano , según aviso de los mas sabios economistas, está solamen- te en las guerras de religión. El fanatismo religioso, corre el gran riesgo de llevar al Mundo-Nuevo, como en otro tiempo trajo al an- tiguo, un contingente de discordias, de suplicios y carnicería. Aña- diremos , que si estos síntomas de disolución están ya indicados para que haya ocasión de temer por el porvenir, son aun demasia- do débiles para amenazar el presente: la intolerancia religiosa, fuente del mal futuro, no tiene aun mas que una influencia parcial.

Así, pues, gracias á la tolerancia general, se ven nacer en Ame- rica, los cultos mas variados y estraordinarios, debidos ala distin- ta interpretación de la Biblia, que cada cual venera á su modo.

No tratamos de hacer la historia, ni aun en compendio, de las sectas que bullen en el Nuevo-Mundo ; ese trabajo seria largo. Es- tamos lejos de conocer todas las doctrinas espirituales, que nacen continuamente de la especulación americana y se mezclan al culto del Todo-poderoso. No queremos hacer gala de una erudición que no es natural. Nos limitaremos, pues, á decir de los cultos en Amé- rica lo que hemos observado por nosotros mismos.

¿Mas por dónde empezar?.... Es imposible visitar ese enjambre de iglesias, blancas, rojas ó grises, que edifica todo el que quiere.

Hay: Mora va, judía, universal, presbiteriana, protestante, refor- mada, cuáquera, luterana, metodista, mormona, romana, unitaria, episcopal, congregacionahsta, calvinista, anabaptista, levítica, swe- denborgiana, cheikeriana, sunkeriana, y bacheloriana. Podríamos continuar la nomenclatura, pues los templos brotan, por decirlo así, en todas partes, como las setas después de una lluvia bor- rascosa.

El primer templo adonde nos condujo la casualidad á nuestra llegada á New- York, era de la secta de los metodistas, que es la mas fria y monótona de las puritanas. Los metodistas tienen can- tos, junto á los cuales, los de la iglesia católica harian el efecto de brillantes cavatinas de Rossini. La audición de esos cantos entona-

lai- dos por señoras y caballeros con voz temblona y nasal, es la peni- tencia mas saludable que se puede imponer todo pecador, algo bien organizado para la música. Tienen ademas la desagradable cos- tumbre de arrepentirse en voz alta en la iglesia, formando durante el sermón, el mas singular concierto de suspiros y quejas que se puede imaginar.

Entrando en ese templo, que no decora pintura alguna y que no embellece ningún ornamento arquitectónico, nos sobrecogió un sen- timiento de tristeza. Nos pareció que entrábamos en un vasto sepul- cro de familia y que los metodistas estaban muertos y hábilmente embalsamados por el método Gannal.

El predicador exhortaba á los asistentes desde el pulpito, para que se arrepintieran de sus faltas, cuando oimos un quejido sordo que salió de uno de los ángulos de la iglesia.

—¡Dios mió! esclamamos dirigiéndonos á nuestro vecino, algu- no se ha puesto malo.

El vecino nos miró con sorpresa y sin responder.

Un quejido mas pronunciado y lúgubre que el primero, dejóse oir por otro lado, antes que hubiese concluido el anterior.

jDios mió! volvimos á esclamar ; otra persona mas ha caido enferma.

Nuestro vecino, por toda respuesta, se puso también á gemir, como un perro fiel que ha perdido á su dueño.

Los asistentes no tardaron en imitarle; todo el mundo suspiraba, gemia, se quejaba y lloraba; propiamente dicho, se arrepentía.

Los cheikers son tan raros como los metodistas. No tienen pre- dicadores de oficio. Para tomar la palabra en el templo, aguardan á que descienda el Espíritu Santo sobre ellos y los esclarezca é inspire.

Las mugeres como los hombres, tienen el derecho de predicar cuando se sienten animados. Para lograr que el Espíritu Santo des- cienda sobre ellos, se ponen á temblar. El temblor dura algunos minutos. Así que un hombre ó muger se siente inspirado, participa esta buena nueva á sus co-religionarios, los cuales cesan de temblar para escuchar respetuosamente. Muchas veces es una vieja medio

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loca, la que pronuncia el sermón, y aunque eslo fastidia, la escu- chan hasta el fin sin interrumpir.

Los cuáqueros tienen la costumbre de ponerse boca abajo an- tes de predicar.

Según las apariencias, su espíritu se ilumina masen esta posición. Ellos son los únicos sectarios que han adoptado un traje particular. Los mismos clérigos católicos no salen públicamente con vestido sacerdotal. Los cuáqueros, por el contrario, llevan anchos pan- talones, gruesos zapatos, levita larga de talle corto y sombrero con alas grandes muy bajo de copa.

Las mugeres visten malísimamente; usan trajes de lana ó seda, estrechos de falda, cortos de talle, y de color gris tierra: chales cuadrados que apenas cubren sus espaldas; capotas ó sombreros de forma indescriptible, del mismo color gris tierra, y capaces de afear á la Venus de Médicis. Los cuáqueros solo beben agua y se alimentan de legumbres cocidas, sin manteca ni sal, que comen acompañando el eterno pedazo de roast-beef. Son hospitalarios y sostienen entre ellos un admirable espíritu de confraternidad.

Los anabaptistas, que se subdividen en varias sectas, creerían estar mal bautizados en New-York sino se zabullesen en el rio del Norte en lo mas crudo del invierno. Hay un dia fijo para el bautis- mo de los neófitos, que son todos adultos. Se dirigen á las orillas del Hudson, donde los desnudan y precipitan cabeza abajo. Cuan- do está helado el rio, es preciso romper el hielo para efectuar la zambullida. Los pobres tiemblan, cantando los himnos, que parecen consagrados al invierno. Una vez, un clérigo torpe bautizaba á una niña; la dejó caer en el rio y desapareció bajo los hielos. El cléri- go dirigió una oración al Eterno, que volvía á tomar el alma de la neófita después de la purificación del bautismo , y la ceremonia continuó sin otro incidente.

En el mes de agosto próximo hará dos años que los miUiners se reunieron en New- Jersey en meeting estraordinario. Esperaban el fin del mundo anunciado por la Biblia, según ellos, para esa época fatal. ¡Permanecieron acampados tres días preparándose para la muerte , que no llegó! Algunos se incomodaron tanto con este

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coiitratiempo que impedia ver el trastorno del mundo, anunciado por la Biblia, que cambiaron de religión concluida la sesión.

A este propósito, es bueno observar que los americanos cam- bian de religión sin escrúpulo alguno , siempre que su conciencia los arrastra á una nueva doctrina. No aseguraremos que el interés deje de contribuir á estas conversiones.

En New- York hemos conocido un hombre muy estimable y es- timado, que se hizo ministro luterano, después episcopal, mas tarde presbiteriano , y finalmente sacerdote católico. Pero lo que hay de mas singular en este asunto, es que la palabra del amable prelado, cuya unción evangélica es irresistible, ha arrastrado en pos de su última conversión á todas sus ovejas. Oficiaba un do- mingo como ministro presbiteriano en la iglesia de su propiedad, y al siguiente, en el mismo templo, decia misa entre los fieles, que por no abandonar á tan escelente predicador, se hablan hecho catóUcos.

Los americanos dicen que uno de los mas grandes beneficios de sus instituciones es la carencia de una religión oficial , mantenida á costa del Estado. Creen justo dejar á cada cual en libertad de pa- gar á los sacerdotes cuyos auxilios reclama.

Es muy curioso observar allí á los especuladores rehgiosos. Cambian de. una á otra religión, guiados por el único interés del dinero, dios de los dioses para los americanos. Compañías de ^aw- tos capitalistas , estudian cuidadosamente los lugares adonde los emigrados piensan dirigirse; siguen con inteligencia las nuevas lí- neas de vapores ó caminos de hierro , y cuentan las casas que se edifican en los puntos últimamente desmontados. En el momento que los piadosos especuladores conocen la utilidad de un pulpito, se dan prisa á comprar á módicos precios vastos terrenos , en los que miden y trazan calles, edificando en medio de la ciudad en proyecto, una iglesia de la secta que presumen debe convenir me- jor á la ciudad que va á levantarse. Construyen después casas de madera, cedidas á buena cuenta álos recien llegados, para animar y atraer á la multitud. Insertan también anuncios en los periódicos para encomiar las bellezas del pais, los prodigiosos recursos que

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ofrece á los especuladores y colonos, y concluyen por conven- cer á los agricultores y comerciantes á que se establezcan entre ellos.

Las especulaciones de este género dejan rara vez de tener efec- to en los Estados-Unidos: comerciantes y emigrados llegan en tro- pel al llamamiento de los filántropos religiosos que les alquilan los bancos de la iglesia todo el año , los bautizan, los casan y entier- ran a un justo precio.

Para el servicio del culto toman á sueldo á un sacerdote ó mi- nistro de la religión escogida, al que añaden un sexton, que hace las veces de pertiguero. Con celo ortodoxo, contratan también un profe- sor de instrucción, que enseña aritmética, geografía é historia sa- grada, y abre para los niños de ambos secsos la escuela de los do- mingos (sunday schoolj, que no deja de producirles una modesta, pero conveniente suma de pesos duros.

Las especulaciones de la compañía de los santos accionistas no se limita ahí. En relación inmediata á la iglesia está la industria de los cementerios, que es aun mejor. Tienen cuidado de estable- cer el cementerio en un buen barrio de la ciudad, y cuando esta llega á ser considerable , tienen cuidado de comprar el terreno, por ser aquel lugar insalubre. Los santos capitalistas , dicen pri- mero que es una profanación; pero concluyen por acceder mediante una suma considerable. Entonces la fortuna queda hecha, y los santos capitalistas van á llevar á otra parte sus piadosas especula- ciones.

Nada mas curioso que visitar las diferentes iglesias pertene- cientes á los negros. Hemos indicado ya, que estos son espulsa- dos de los templos que poseen los blancos. Por esta razón, muchos desgraciados han llegado á dudar de la existencia de un solo Dios, y se han imaginado que cada raza de hombres tiene el suyo, y por consecuencia , un cielo y un infierno distinto para ellos, según lo acreditan ciertos ministros de color. Hemos tenido el gusto de asis- tir á un sermón pronunciado por un negro, en el cual describía las delicias del paraíso y los horrores del infierno. «El infierno, de- cía dirigiéndose á la multitud que espresaba en su rostro los

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-138 sentimientos del miedo y el dolor: el infierno, mis queridos her- manos , es un luG^r de horrible martirio , donde hiela constan- temente y la nieve cae sin cesar sobre las espaldas desnudas de los pecadores encadenados por la eternidad. Allí , hermanos mios, no hay mas que pacas de algodón , sacos de café y cajas de azú- car , que Dios en su justa cólera condena á llevar eternamente á bordo de buques que no se cargan jamás. El infierno es el tor- mento de los tormentos, la desgracia de las desgracias; es, para decirlo de una vez , el trabajo sin reposo, combinado con el frió del hielo. »

Al llegar aquí, muchos negros temblaron haciendo una horro- rosa contorsión.

«Pero, prosiguió el predicador, si en lugar de los castigos del infierno, merecéis el paraíso de la clemencia celeste, ¡cuántas fe- licidades os están reservadas! ¡cuántos goces os esperan! í>

En este momento, el rostro de los negros tomó una espresion de gozo indefinible, y varios no pudieron contenerlos ímpetus de una risa nerviosa.

«En el paraíso, mis queridos hermanos, hace siempre calor, ese dulce calor que fertiliza las tierras de nuestra África dichosa , y trueca el Senegal en un paraíso también, con la sola diferencia de que en el cielo el calor es mucho mas fuerte y no se trabaja nunca. Allí, mis queridos hermanos, los bienaventurados elegidos por el Señor, no se hallan espuestos á encontrar ni pacas de algodón , ni cajas de azúcar, ni sacos de café, ni barcos que cargar: y se comen sin descansólas mejores judías, con un tocino, del cual el mejor de este mundo no puede dar sino una idea débil y miserable.)'

Al pronunciar estas últimas palabras, muchos negros riyeron y hablaron entre sí, ó se relamiéronlos labios en silencio.

«Asi, pues, mis queridos hermanos , comparad: por un lado el infierno con sus escarchas y sus hielos incesantes ; sus pacas de algodón , sus cajas de azúcar y sus sacos de café, que es preciso llevar continuamente á bordo de los buques que no se cargan ja- más; por el otro, las delicias del paraíso con su eterno calor , su perpetuo goce y las suculentas golosinas que ya sabéis.»

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«;Sí; el tocino, el tocino!» gritó sencillamente un negro que al parecer habia hecho ya la elección.

Que no se nos tache de exagerados. Todo cuanto pudiéramos inventar sobre las rarezas de los negros en los oficios divinos , no parecería mas estraordinario que la misma verdad.

Los negros , tan distintos de los blancos moralmente considera- dos, hacen en voz alta las observaciones que les sugiere el sermón del predicador. Este responde, y entonces se entabla entre parén- tesis una polémica acalorada; se forman grupos en pro y en contra, y la discusión se hace general. Algunas veces, el predicador, im- posibilitado de poner fin á la enfadosa contienda, hace bruscos mo- vimientos desde el pulpito y mira á horcajadas gritando con toda la fuerza de sus pulmones y haciendo mas gestos que un molino de viento.

Advertiremos que el respeto que profesamos en Europa, y par- ticularmente en Francia, á las iglesias, no existe en América. Los propietarios las hacen objeto de especulación y las alquilan para dar conciertos, tener sesiones de lectura ó abrir esposiciones pú- blicas.

Nadie ve mal en esto, y encuentran muy justo y conveniente que el propietario de un templo se utihce y saque todo el partido posi- ble, en los dias que el servicio del culto lo deja libre. Aun las igle- sias católicas se ponen á disposición de los artistas que dan con- ciertos espirituales, y los sacerdotes, desde el pulpito, no dejan de recomendarlos al diletantismo de los fieles.

Hay una secta rehgiosa que no debemos dejar de mencionar aquí, y tiene su cuartel general á cuarenta millas de New- York. Estos sectarios, muy caritativos y amables, tienen por base prin- cipal de su doctrina la estincion completa de la raza humana, no con violencia, matándose los unos á los otros, sino paulatinamen- te, condenándose al celibato perpetuo. Están persuadidos de que el hombre nace malo y que no es moralmente perfeccionable. En la Biblia, que es considerada como el libro de Dios , encuentran ellos la mejor prueba en apoyo de su opinión.

En la Biblia reconocen los crímenes, faltas, pasiones y ver-

lío

g-üenzas que afligen a los hombres, malos aun hoy dia, según sus creencias. Les parece imposible que el hombre sea hecho á imagen de Dios, creyendo, por el contrario, que es obra del demonio. Ade- más ponen en balanza los raros instantes de dicha que se tienen en la tierra, con los pesares de todas clases que sin cesar nos ator- mentan y los padecimientos físicos á que estamos sujetos, y se arreglan de manera que, según ellos, la vida no tiene nada de agradable.

Piensan que valdría mas no haber nacido que vivir á este pre- cio. Si se les objeta que esta vida es solo un instante de prueba, y que Dios castiga á los malos, pero recompensa á los buenos, res- ponden que no se creen con derecho de hacer sufrir esta penosa prueba á sus hijos, los cuales podrían no nacer con las virtudes necesarias para salvarse. Dios, añaden, no puede castigar á los que jamás han sido; si la recompensa es inefable, el castigo es eterno, y la sabiduría nos dicta la abstinencia.

Cuanto quisierais decir á esos sombríos lógicos para disuadir- los de su error, seria inútil. Las gentes que componen esta secta, son hospitalarias y muy caritativas. A los estranjeros que van á sus tierras les dan habitación y ahmento gratuitos por cuenta de la comunidad. Pero no contéis con el auxilio de los estériles, como los llaman, para salvaros de un peligro inminente que amenazase vues- tra vida; os dejarán ahogar, quemar, ó ahorcar, sin tenderos una mano ni cortar la cuerda. No procurarán salvaros la vida, pues es preciso no olvidar que quieren la estincion de la raza humana.

No trabajan para destruir la existencia que tenemos de Dios, pero se creen con el derecho de no hacer nada para conservarla.

Los que practican esta singular doctrina religiosa, poseen un establecimiento magnífico situado en un punto culminante de un paraje encantador, desde donde se descubre el mas espléndido pano- rama de la naturaleza. Un lado del edificio, pertenece á los hombres, y el otro sirve de refugio á las mugeres. Los secsos no se juntan mas que en el templo á la hora de las oraciones. Ellos cultivan la tier- ra y hacen todo el trabajo del campo, con frac negro y corbata blanca. Si algunos se hacen culpables por infracción del voto de

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celibato, son arrojados de la congregación y devueltos á la socie- dad ordinaria de los hombres que califican con el nombre de re- productores. Mas como su doctrina les ordena el perdón de las fal- tas y la indulgencia para las debilidades humanas, facilitan á los culpables su entrada en el mundo, entregándoles una considerable suma de dinero. Se citan personas sin dehcadeza que solo se han ahstado en la secta de los estériles por vioHir las leyes y percibir la suma acordada para los culpables.

Como la contraposición de esta secta, existe la conocida bajo el título de mormona, en las orillas del lago Salé. No es el celiba- to la base de su doctrina, sino la poligamia. Las leyes que rigen la conducta de las mugeres son muy severas, y el adulterio es cas- tigado con pena de muerte. Nosotros no hemos visitado el pais de los mormones; á Mr. Mes Remij, sabio naturalista francés que ha permanecido algún tiempo entre ellos, debemos ciertos detalles curiosos sobre tan estraordinaria población.

Mr. Remy asegura que todas las mugeres que ha interrogado sobre este punto, responden que su vida está llena de encantos- Pretenden desconocer los celos y citan como modelo de unión y armonía el hogar de Parley Pratt, Este apóstol tiene nueve muge- res, que viven como hermanas, y treinta y tres hijos.

Una de sus esposas, Mistress Belinda Marden, joven tan bella como amable y ^chistosa, ha publicado recientemente una obra no- table, en la que trata de probar que la pluralidad de las mugeres está autorizada por Dios y que es causa en la tierra de la perfecta felicidad. Añade que el título de gran polígamo es sinónimo de gran santo, siendo muy grato á los ojos del Eterno.

Mistress Belinda Marden se engaña, al menos en lo que concier- ne á la muger en general, cuando hace alarde del sistema políga- mo y lo prefiere á los demás. Es imposible que admita ese sistema una muger que ame. Por mas que las mormonas se declaren con- tentas, no podemos creerlas con sinceridad; las suponemos mas honestas. El amor es el egoísmo de dos; él y ella, ella y él; lo de- más se aparta de la naturaleza y es una aberración.

Para ser justos, debemos declarar, según lo aseguran las per-

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sooas que lian podido observarlo, que su conducta esterior no rom- pe de ninguna manera la mas rígida moral. Los hombres permane- cen fieles á las mugeres, y las esposas á los maridos. Todas las mugeres de un varón, viven bajo el mismo techo y tienen su cuar- to particular. Comen á la misma mesa, y las leyes de la iglesia mor- mona les recomienda la fraternidad como una de las principales virtudes. Se ocupan por turno de los cuidados domésticos, aña- diendo algunas veces á esto alguna ocupación, como el hilado de lana ó los trabajos de aguja. Todos los hijos del marido deben ser igualmente queridos por ellas, y hay que hacerles la justicia de que se conforman con esta ley. No son jamás admitidas en las de- liberaciones públicas, y su papel está limitado á ser las amigas y criadas de los servidores del señor. Esta colonia naciente está en camino de progreso. Los mormones tienen ciudades bien edificadas y hacen un comercio que se acrecienta cada dia. Los emigrados son perfectamente recibidos y encuentran empleos ventajosos.

Como cada secta trata de ser la mejor, sopeña de dejar de exis- tir, los mormones también, y ofrecen al mundo el ejemplo mas per- fecto de moral y organización social. Creen conformarse en todo con la naturaleza y encuentran mas moral confesar las leyes que la rigen, según suponen, que quebrantarlas hipócritamente bajóla máscara de la virtud, como dicen, llevando al estremo su paradoja.

Aconsejamos por prudencia á nuestras lectoras que no dejen partir á sus maridos para el lago Salé.

Acaba de aparecer en Alemania una historia de los Mormones , por Smith, que á conocer el número de los iniciados. Según este libro, habrá en América 68,700 mormones; 38,000 en Utah; 5,000 en New- York; 4,000 en California; 5,000 en Nueva Escocia y el Canadá y 9,000 en la América meridional y las islas.

En Europa habrá 39,000; de los cuales 32,900 están en la Gran- Bretaña é Irlanda; 5,000 en Escandinavia; 1,000 en Alemania y Suiza; 500 en Francia, y los restantes dispersos en pequeños esta- dos. En Asia habrá un millar; en Occeania 2,400; en África un centenar. Toda la secta se compondrá de unos 126,000 adeptos contando 8,000 cismáticos.

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Hemos señalado la intolerancia religiosa como el peligro futu- ro de la Union Americana. Hasta el dia, aunque sea doloroso de- cirlo, es preciso confesar que solo al partido católico hay que re- prochar los hechos accidentales que revelan este peligro. El par- tido católico se compone casi todo de irlandeses ignorantes, faná- ticos y pendencieros hasta el esceso. Mientras que los protestantes á pesar de las divisiones de su doctrina, reconocen como un dere- cho imprescriptible la libertad de conciencia y el libre ejercicio de todos los cultos, el partido católico irlandés, tolerante y revoltoso, hace todo lo que puede por restringir este derecho que no puede destruir. Algunos demasiado celosos, llevan el espíritu de propa- ganda hasta el estremo de introducirse en el seno de las familias y aumentar los creyentes por medios ilícitos. Se han visto quienes han arrebatado hijas á sus padres para convertirlas. Muchas veces no han temido llevar el luto y el dolor á las poblaciones, dando contra el derecho, las instituciones del pais y la libertad de con- ciencia , batallas sangrientas , salvajes y verdaderamente im- pías.

Todo el mundo recuerda con horror las escenas de muerte y desorden provocadas el año último por los irlandeses y ciertos ca- tólicos canadienses á propósito de las conferencias del padre Ga- razzi. Este es un sacerdote católico italiano, que decia haber esta- do agregado á la corte de Roma. Los grandes abusos que repro- chaba á algunos de los principales dignatarios del clero romano, con los cuales decia haber tenido relaciones, no eran propios para gran- gearse las simpatías de los irlandeses, siempre dispuestos á jugar el revolver y el puñal. Para dar mas autoridad á sus revelaciones, Mr. Gavazzi pronunciaba sus disciu'sos con traje de eclesiástico, cosa considerada por algunos católicos como una provocación y un insulto, del cual era necesario tomar venganza. Mientras que la mayor parte del auditorio escuchaba con vivo interés las estra- ñas palabras del sacerdote italiano, los irlandeses proferían gritos de muerte y preparaban sus armas.

Sin embargo, el padre Gavazzi, con valor inconcebible, prose- guía lo que llamaba la obra de su conciencia. Estaba fuertemente

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apoyado por los periódicos, unánimes en reconocer el derecho de la palabra y predicar el sosten de las libertades del pensamiento. Firme con su derecho y confiando en las instituciones liberales que rigen el Canadá, Mr. Gavazzi se dirigió á Montréal y anunció va- rios sermones como lo habia hecho en New- York. La parte igno- rante y fanática de la población católica, resolvió impedir esto por todos los medios posibles, y no encontró nada mas sencillo que asesinar al padre Gavazzi. Avisado de esta resolución, se puso bajo la salva-guardia de las leyes y anunció nada menos que para el dia siguiente su primera sesión pública. Entonces los catóhcos se armaron de sables, picas, fusiles, pistolas y puñales y se es- parcieron por la ciudad, esperando al sacerdote que se hablan pro- puesto asesinar.

A la hora fijada, un escuadrón de guardia fué á buscar á su casa al orador y le escoltó hasta la sala donde debia pronunciar su discurso. Apenas hubo articulado la primera palabra, el tropel agrupado á las avenidas del salón, quiso penetrar á viva fuerza; opúsose la guardia y fué la señal de un mortífero combate, en el que fueron vencidos los perturbadores. Hubo quince muertos y gran número de heridos. Mr. Gavazzi, escapó del peligro casi mi- lagrosamente, en medio de esta escena de carnicería. Manteniendo su derecho hasta el fin, predicó el número de sermones anuncia- dos y se volvió á una ciudad de los Estados-Unidos. Cuadros se- mejantes, provocados siempre por la intolerancia del partido cató- lico, se sucedieron por donde pasaba el predicador.

Hubo combates, muertos y heridos, pero triunfó la libertad del levantamiento intolerante, y el derecho de la palabra fué soste- nido y consagrado.

Un orador, de género menos elevado que el padre Gavazzi, es el que han designado vulgarmente con el nombre del Ángel Gabriel. Este es protestante y propaga sus doctrinas al aire libre con acom- pañamiento de cornetin de pistón. Los domingos se dirige alas ho- ras de los oficios á una plaza pública, y subido en un poyo, predica sus discursos religiosos precedidos de un cornetin, capaz de pro- vocar la envidia en nuestros mas hábiles vendedores de cani-

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¡las (1). Como estos, él toca con preferencia el famoso allegro del dúo de I Puritani: Suoni la trompa é intrépido. A estos belicosos acentos de Bellini , se reúne el pueblo para oir los discursos orto- doxos del Ángel Gabriel.

Este singular personaje ha estendido por todas partes la luz de su sagrada palabra, mezclada con las agradables melodías de su cor- netin de pistón. Pero mas de una vez, los ojos y nariz del Ángel Ga- briel han sentido las huellas de la argumentación católica irlandesa, cuando se ha permitido criticar ásperamente el gobierno espiritual y temporal del Papa. En materias de reügion, no le gusta á la joven Erin que se discuta; y en caso de hacerlo con ella, responde á pu- ñetazos.

Ahora se sabe que si vienen espantosas inundaciones á maltra- tar algunos de nuestros departamentos, provienen, según dice el cardenal Bonald^ de que la Francia no ha respetado la ley del do- mingo. ¿No seria fundado preguntar, cuando la Francia entera es culpable del mismo pecado , por qué el castigo ha sido impuesto solo á ciertos lugares? Paris ha estado exento de él, aunque es bajo este punto de vista mas criminal que todas las ciudades. Pero no se debe ser curioso. Baste hacer constar que la liquidación repen- tina délas nieves que han hecho desbordar el Ródano y el Loira, no han tenido ni pueden tener otra causa que la inobservancia del reposo dominical. Si es así, como no lo dudamos , los Estados- Unidos nos parece que están por largo tiempo aun , al abrigo de las inundaciones.

Sin duda el puritanismo se ha descuidado algo en estos últimos tiempos, y no estamos ya en aquellos magníficos dias en que los fieles guardadores del domingo, tendian la víspera por la noche cadenas en las calles y arrojaban sillas en las avenidas para im- pedir que pasasen los coches. Hace de esto veinte años, y los años son siglos en América. Sin embargo, por interés de salvación se impide á las compañías de ómnibus hacer el servicio interior los

(1) Los vendedores de canillas, en París, tienen la costumbre de marchar por las ca- lles tocando unas trompetitas, para llamar la atención del público. (N. de los T.)

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domingos; pero según parece, los cocheros particulares y los de empresas, asi como las de los cars, que sobre radios de hierro ha- cen exactamente lo mismo que los ómnibus en el empedrado , no pecan trabajando en domingo.

Se impide que estén abiertas las tiendas, á escepcion de las de licores y cigarros. No sabemos qué motivo hay para que se ven- da tabaco y aguardiente.

Para las compañías de los ferryboats , que hacen la travesía de New- York á Brooklin, y para los barcos de recreo que se llenan hasta irse á pique, de gente presurosa que se traslada á las casas de campo de Hoboken y S laten- Island, no es tampoco pecado nave- gar en dia festivo; mas el camino de hierro que de Brooklin á Green-Wood, se condenaría irremisiblemente sino descansase.

Los periódicos también pehgrarian aumentando la cólera del puritanismo si apareciesen en forma ordinaria; mas no pecan dis- minuyéndose hasta la mitad.

Los muchachos que venden periódicos no son pecadores, pero los hombres.

Los carniceros no pueden vender carne, pero los cocineros pue- den sazonarla.

Finalmente, los músicos, como diesen un concierto que no se ca- lificase de espiritual, faltarían al tercer mandamiento; pero no su- cede así, cobrando, por marchar á la cabeza de los entierros (muy numerosos los domingos) mientras tocan piezas muy profanas á ma- nera de aires fúnebres.

Es preciso confesarlo, porque es verdad que el buen sentido de la mayoría, hace justicia á una ley que es en América una anoma- lía inesplicable. Se observa aun en muchos puntos por rutina, pero apenas existe en las costumbres generales de las poblaciones. Por eso los obreros se encierran para continuar su tarea y los comercian- tes se traen á su casa los libros el sábado por la noche y trabajan al dia siguiente sino van á divertirse al campo, cosa prohibida también.

La ley del domingo intercepta con el trabajo productivo, todos los ejercicios de la naturaleza que perturban la piedad y la medi- tación. La música está enteramente proscripta, á menos que no

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sea religiosa. Mas los americanos son ingeniosos en trocar diíicul- tades: tienen para los dias festivos, polkas sagradas, mazurkas edi- ficantes, valses bíblicos, galops celestes y contradanzas ortodoxas que ejecutan al piano, teniendo el pedal de los apagadores constan- temente levantado. No para aquí la cosa, pues hemos visto gentes que no teniendo ningún escrúpulo, acompañaban la música con pa- sos sagrados y movimientos de cuerpo enteramente parecidos á los bailes mundanos que hemos ya mencionado.

Si se quiere saber exactamente cómo pasan el domingo en las casas de educación que tienen los puritanos apegados á sus anti- guas costumbres, aquí lo que ha contado uno de nuestros com- patriotas, profesor de un colegio de este género:

« Después de pasar la mañana en el templo y en la Sunday School (escuela del domingo) sigue la lectura de la tarde y el can- to de los salmos. Ese doble ejercicio dura seis horas consecutivas. Si se presenta una visita, pasa sin ruido, se sienta, coje un libro y toma parte en la lectura ó el canto.

))Poco a poco el sueño se apodera de los niños, caen todos los volúmenes de las manos, se multiplican los bostezos, y los ronqui- dos son generales. Una vez la vieja directora se dislocó las articu- laciones de la quijada, bostezando fuera de regla; no podia cerrar la boca, y esto produjo en la casa el terror y un escándalo sentimen- tal de risas y capital good fim ( chistes de buen género ) . »

Mas para apreciar la rigidez de las costumbres puritanas no se debe ir á New- York. Boston y Baltimore las conservan mas intactas. Ved un ejemplo: habíamos observado en Boston, que en las casas mas conocidas por su puritanismo , si tenian piano, cubrian los pies del instrumento con una funda. En las casas que pasaban por menos severas, no habíamos observado esto. Bastante nos Uamalía la aten- ción, y resolvimos pedir esplicaciones á un fabricante.

Estenos respondió con seriedad: «Es que se suele decir en vez de los pies, las piernas del piano, y para ciertas personas rígidas, no es decente que ni aun los instrumentos de música tengan desnu- das las piernas.»

CAPITULO XI.

LAS ASOCIACIONES.

Las asociaciones, que aparte de la sociedad general, tienen por objeto formar corporaciones regidas por leyes particulares unidas muchas veces á dogmas religiosos, son numerosas en América.

Nacen y se crean por todas partes, sin que el gobierno ponga obstáculos. Este no tiene mas misión que la política del pais; no dicta leyes á los intereses privados, ni les impone creencia religio- sa; los ciudadanos son enteramente libres para asociarse entre como mejor les plazca, y adorar á Dios bajo la forma que les con- venga. Las asociaciones no ofrecen peligro en un pais esencial- mente libre , y menos aun por la independencia innata de sus ha- bitantes y las instituciones generosas y progresivas que los rigen.

Los hombres que gozan de los beneficios de la libertad no pien- san en abusar de ella en perjuicio de su propia dicha. La gran prosperidad de la Union americana debida y alimentada desde un principio por hombres de todas razas, religiones y lenguas, de los cuales un cierto número, es preciso confesar que eran la escoria de las naciones europeas , es una prueba irrefutable de esa verdad.

La libertad hace á los hombres mas inteligentes , porque les abre sin dificultad las puertas de las carreras ; los hace mas mo-

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rales y nobles, porque evita la disimulación; mas orgullosos, por- que establece la igualdad; mas valientes, porque destruye la ser- vidumbre; mas fuertes, porque permite, con otras muchas venta- jas preciosas , las asociaciones, que al reunir las fuerzas de todos, coartan las de cada uno.

Esa necesidad, inherente ala organización del hombre, de vivir en sociedad , de reunirse bajo leyes comunes que tienden á equili- brar en lo que es posible las probabilidades del bienestar de los individuos; esa necesidad de asociarse para buscar la felicidad, ha dado margen á corporaciones dignas de ser observadas.

Lo que menos conoce y mas ha calumniado el hombre , se ha dicho que es el hombre mismo. Las nobles y generosas cualidades que hemos recibido de la naturaleza como contrapeso poderoso que oponer á los desbordamientos de las pasiones, esas bellas cualida- des que la Ubertad con su poder solamente desarrolla , son por lo general desconocidas de los hombres, cegados por el interés de los mas hábiles. ¿Se creerla, por ejemplo, que haya hombres que puedan vivir en sociedad sin ley alguna, sin reglamento, guiados esclusivamente por el buen sentido y la equidad natural? Una so- ciedad de este género se ha formado en el Norte de los Estados americanos; está en plena via de prosperidad, y nada hasta ahora indica que sea detenida en su feliz carrera.

Los hombres que viven bajo este sistema , que como se vé, con- siste en la carencia de todo gobierno, han contado mucho con los buenos sentimientos del hombre, entregado á los dictámenes de su conciencia , y con el egoísmo bien entendido de cada cual , que marca la conducta de todos. Según ellos, del buen proceder par- ticular de los miembros de la corporación , depende la fortuna y la fehcidad. Los vicios no castigados por las leyes , insuficientes para reprimirlos , son , si es preciso creerles , naturalmente castigados en su singular asociación, donde solo la virtud encuentra recom- pensa, y la lealtad hace suerte. Aquí, dicen ellos , el interés in- dividual , tan íntimamente enlazado con el general , no puede ni debe tener regla de conducta , sino en la tolerancia , la moral y la justicia. : ' N

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El hombre corrompido, prosiguen, que miente á sabiendas ó falta á su palabra, por sórdida avidez, encuentra enseguida dismi- nuido su crédito, pues el honor y la palabra es la sola garantía que ofrecen las transacciones comerciales. Para reconquistar su crédi- to el mentiroso ó el deshonrado, están obligados á hacer grandes es- fuerzos de virtud, y tienen que castigarse asimismo para volver á ocupar un puesto en la sociedad, corrigiendo de un modo eficaz y moral sus defectos.

Si alguna persona es de mal genio, perversa ó vengativa, co- mo todo está en relación á su alrededor y poco á poco le van dan- do el castigo por sus faltas, se le provoca á adquirir mejores cuali- dades. Mas si muestra su cólera desenfrenada y lleva la maldad hasta el crimen, la sociedad, indignada y amenazada por un enemi- go común, ó se libra de él por medio de la muerte, según el delito, ó le abandona á sus remordimientos como indigno paria.

Así, sucesiva ó proporcionalmente, castigan las faltas ó malos he- chos que amenazan los intereses de la asociación ó inducen ultraje ala moral, tan necesaria por falta de leyes.

Los miembros de esta sociedad la encumbran en detrimento de la universal, y responden á este reproche que lejos de haber con- sagrado la omnipotencia de la fuerza bruta con la carencia de leyes, es por el contrario la mas segura garantía que puede ofrecérsele.

Para llevar su paradoja hasta el estremo, sostienen que el abu- so de la fuerza en menoscabo de la moral y la justicia, no puede te- ner lugar sino en las sociedades reglamentadas por constituciones y leyes, desnaturalizadas en beneficio de los poderosos y privilegia- dos ó confiscadas por minorías ambiciosas. Para ser consecuentes con su falsa teoría, suponen que en América y Europa, las leyes no son mas que la garantía del fuerte contra el débil y no la del débil contra el fuerte. Estas opiniones erróneas hacen mas estraordina- ria la prosperidad de una asociación que está bajo la salvaguardia del interés y buen sentido de los que la componen.

Creemos que Mr. Andrews, el fundador del famoso Club de los Libres amores, es también el de esta asociación singular. En todo caso, es uno de los mas ardientes propagadores. Ha publicado una

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obra sobre este asunto, interesante, dictada por los mas generosos sentimientos.

Debemos decir que la California, se ha gobernado hasta hace poco por misma, desde los tiempos del descubrimiento del oro, sin recurrir á leyes ; únicamente dirigida por el buen sentido y el sentimiento de justicia que existe en los hombres. Las transaccio- nes se hacian bajo palabra, como en la bolsa de París, y los ladrones, bastante raros, eran colgados por la población misma que se hacia juez, después de la espeditiva ley del hjnch, lo que no tiene lugar en la bolsa (1).

Por contraposición á la sociedad sin leyes, han ensayado en América la vida demasiado reglamentada del falansterio, según las doctrinas de Fourier. Mas si bien es cierto que estas teorías presen- tan ventajas por el lado material, la uniformidad que reina, así en los trabajos como en los placeres, influye de una manera tan moles- ta en lo moral, que las ventajas no compensan los inconvenientes. Resulta de esa uniformidad sin lucha ni incidentes, el deterioro fa- tal y progresivo de las facultades mentales. Se han apercibido de los peligros de esta triste mancomunidad y han tenido temor de ir á parar al anonadamiento moral á que llegaran los habitantes del Para-

(1) Será conveniente hacer aquí algunas observaciones sobre la California.

Hace diez años era un pais desierto, pues solo contenia 5,000 habitantes. Hoy cuenta 300,000; florecientes ciudades y magníficos puertos como San Francisco y Monterey^ fre- cuentados por miles de buques de todos países: riquísimos valles, abandonados ya por los mineros, producen abundantes cosechas de cereales. Los que llegaron ávidos de riqueza á emplearse en la esplotacion de las minas, se han convertido en fabricantes y labradores, marinos y comerciantes.

Las minas riquísimas en que abundan estas regiones privilegiadas por la naturaleza, han producido en solo ocho años de esplotacion, la inmensa cantidad de 836,000 kilogra- mos de oro, de lus cuales ha recibido Europa 8,000.000,000,

Tal es el ansia, ó por mejor decir el furor de enriquecerse, que desde el año 1850 al 53, los buques de Europa y América han trasladado mas de 50,000 almas á las costas ca- lifornianas. Sin embargo, la escasez de mugeres es aun notable, después de las fatales consecuencias que ha producido esta falta.

En general todo ha escaseado en California, pues hubo época y aun es bastante co- mún, que el arrendamiento de una simple barraca dispuesta para servir de tienda, costa- ba 2,500 pesos fuertes.

Este pais está en una vía de prosperidad envidiable. (xV. de los T.)

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guay, bajo la paternal pero estúpida administración de los jesuítas, cuya comunidad se asemeja á una especie de falansterio reli- gioso.

El falansterio furierista se vendió hace algunos meses, y sus miembros entraron en la sociedad general, que á pesar de sus im- perfecciones, vale algo mas que el falansterio. Mr. Víctor Considerante uno de los apóstoles del comunismo, ha establecido también desde hace poco, una especie de asociación agrícola en el Norte de Texas, Le deseamos que prospere, pero ponemos en duda el éxito completo y duradero de tal sociedad. El comunismo es una verdadera máqui- na humana funcionando con la regularidad de un mecanismo cual- quiera, y del que cada hombre es una rodaja. Mas la naturaleza ha hecho felizmente del hombre un ser completo y no una fracción, y su individualidad es demasiado viva para que pueda acomodarse largo tiempo al desempeño de semejante papel. En el comunismo falta la lucha que existe en el orden moral como en el físico, por- que es la gran ley de la naturaleza. Todo vive en lucha y debe lu- char para vivir. La vida conduce á la muerte, y la muerte enjendra la vida por una lucha incesante de los seres en este vasto campo de batalla que se llama Universo. Asi lo quiere la naturaleza en sus leyes misteriosas, que el hombre estarla inchnado á juzgar se- veramente, si las apreciase solo con su razón y los sentimientos ge- nerosos y buenos.

En Brooklin, hacia el lado Este de New- York, hay una sociedad que vive en la mas estrecha fraternidad de sentimientos y fortuna. Ño hemos tenido el honor de visitar esas damas y caballeros, pero nos han asegurado que jamás ha cesado entre ellos la mas perfec- ta concordia.

En esta comunidad poseen las mugeres las mismas prerogati- vas de los hombres. Lo?>jómnes suelen hacer de coqueta, y las mu- geres de héroes. Los niños se educan á espensa común, y esta so- ciedad atenta, se muestra como modelo de buenas costumbres y organización social. La moral, invocada siempre en las rehgiones y sociedades, es muy respetada por los miembros de la asociación, que pretenden conformarse en todo con las leyes de la naturaleza

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y tienen el derecho mas inviolable y sagrado que existe: el de amar y ser amado libremente.

Estas son aberraciones que condena la delicadeza de sentimien- tos y la razón.

Como el humbug es el alma de América, Mr. Barnum, el ilustre charlatán, tuvo también el pensamiento, por interés moral, de fun- dar una sociedad de bebedores de agua y legumbristas, en Comec- ticut. Pero los virtuosos proyectos de este grande hombre han abor- tado, á causa de la quiebra que se ha visto precisado á presentar últi- mamente. ¿Es positiva esta quiebra? ¿Los bebedores de agua y los legumbristas deben desesperar? No lo creemos (1).

Mr. Barnum, poseedor de una fortuna valuada en quince millo- nes de francos, solicita en este momento la autorización para esta- blecer en New- York un vasto jardin de recreo, con teatros, cafés, fondas y diversiones púbhcas de mil clases. ¿No habrá querido fin- gir una quiebra respetable, para aumentar su crédito? Esto no ten- dría nada de particular, y nos conduce á decir algunas palabras sobre las quiebras, aparte de lo que concierne á Mr. Barnum.

En América, tienen las quiebras dos consecuencias contrarias: matan comercialmente á los que las presentan ó aumenta su crédi- to. Esto último debe parecer estraño á primera vista, pero se verá que es lógico.

Primer caso. Si el hombre que se presenta en quiebra es verda- deramente desgraciado, y para pagar á sus acreedores se deshace de lo que posee, es hombre perdido sin remedio. Supongamos, que quiera volver á emprenderlos negocios, y confiando en la delicade- za de que ha dado pruebas, se dirige á sus antiguos acreedores pa- ra pedirles nuevo crédito; se puede apostar cualquier cosa á que

(1) Los vendedores de agua y los legumbristas, se han quedado á la luna de Valen- cia. ¡Mr. Barnum ha quebrado! Ignoramos si de una manera positiva, ó negativa que es muy común en los Estados-Unidos. Actualmente se halla en Inglaterra y lleva vida de príncipe. Su último puff en New- York fué la historia de su vida, escrita por él mismo, y cuya venta dio un producto fabuloso. Antes de llenar con él su bolsa, se presentó en quiebra desazonando á sus asociados y se trasladó después á Europa.

Probablemente volverá á aparecer en América, porque no es posible que el hombre de fortuna, termine su historia novelesca con una quiebra. {N. de los T.)

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sale mal en su empresa. No tenemos ninguna confianza comercial en Vd. le dirán. ¿Es Vd. afortunado en los neg-ocios? No; puesto que se ha presentado en quiebra. ¿Tiene Vd. garantías que ofrecer- nos? Tampoco ; y nadie mejor que nosotros lo sabe , pues para pagarnos ha tenido Vd. que agotar sus últimos recursos. . . . Ya Vd. lo vé, querido amigo, los negocios con Vd. son imposibles.

Segundo caso. Si el comerciante es hábil en la quiebra, y se arregla de modo que no ofrece sino un mezquino dividendo á los acree- dores, reservando para él la mejor parte del pastel, ¡oh! entonces las cosas cambian de aspecto. Nuestro hombre puede, si quiere, volver á emprender el comercio al dia siguiente de su quiebra, presentándose con seguridad ante los acreedores, en la firme con- fianza de obtener el crédito que solicite.

Puesto que este hombre se ha mostrado hábil para engañarnos, dirán, es prueba de su habilidad en los negocios, y debe salir bien de ellos. Por otro lado, tiene dinero, y nadie mejor que nosotros lo sabe, porque somos sus víctimas. Así, pues, debemos tener con- fianza en él.

Al lado de las asociaciones que tienen la pretensión de revolu- cionar el orden social, hay un número de corporaciones, cuyo fin es reunirse y socorrerse mutuamente. Estas corporaciones, se pasean por las calles los dias festivos con bandera desplegada y al son de música.

Los americanos son muy apasionados por ver el desfile de la miUcia ciudadana, por las procesiones de todo género, los buques empavesados, los pabellones que enarbolan en todas partes y las músicas militares que preceden los cortejos generalmente.

No podria formarse idea exacta del espectáculo singular que presentan las corporaciones políticas y filantrópicas de New-York, siempre mezcladas á las compañías de bomberos acompañados de sus bombas, el dia del aniversario del nacimiento de Washington, el de la independencia y el de acciones de gracias.

En Broadway y en la plaza del Ayuntamiento, no se ven mas que gigantescas banderas con multitud de cintas de colores, dibujos emblemáticos, guirnaldas é inscripciones llevadas por sociedades

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que marchan al son de tambores, pífanos, timbales, y ofielai- des. El objeto de estas ceremonias es muy laudable , y los Estados-Unidos no podrían haber escojido mejor ocasión para regocijarse.

Mas en América todas son buenas ocasiones para hacer gala en procesiones, y podemos asegurar que el placer de marchar al paso, llevar en el frac negro ó el paletot un cinturon de color, al- gunas insignias sobre el pecho ó cintas alrededor del brazo, contri- buyen mucho á formar parte del celo de las corporaciones. Cuatro guardias nacionales vestidos militarmente, no se reúnen jamás para ir al campo á tirar al blanco, sin que marchen con gravedad y al paso, precedidos de una banda de música y seguidos de dos ó tres negros que llevan el blanco con guirnaldas y coronas de flores, des- tinadas al mas hábil.

A estas manifestaciones, llaman escitacion.

Las sociedades secretas, como los Knownothings en otro tiempo y los diferentes cuerpos de franc-masones , han marchado siempre con gran pompa y bandera desplegada.

Suprimid las banderas, cintas, tambores, bandas y pífanos y daréis á h fram-masoneria el mas fiero golpe. El pueblo americano está constantemente absorbido por los negocios, y tiene tan poco tiempo para entregarse á los placeres, que es una dicha verdadera para él, pasearse calle arriba, calle abajo, con banderas y música. Lo han dicho: de gustos y colores no hay nada escrito. En cuanto á nosotros, quisiéramos mejor que nos pusieran veinte y cinco san- guijuelas ú oir dos trajedias en una misma noche, á figurar en se- mejantes cortejos.

No olvidaremos señalar una de las mas curiosas corporaciones, al menos en lo que concierne á insignias.

aquí cómo hemos descubierto la existencia de esta corpora- ción. Entramos un dia en un bar-room, en compañía de un america- no que nos habia convidado á refrescar. Después de nosotros en- traron dos gentlemen. Uno de ellos apercibió un grupo de individuos; se acercó á él pronunciando á media voz la palabra ¡paraguas! A esta palabra, todos volvieron la cabeza, y el grupo entero saludó

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al recien llegado con la misma palabra ¡paraguas! tres veces re- petida.

Habíamos olvidado ya esta escena sin comprender nada , cuan- do algunos dias después vimos pasar en Broadway, con un mag- nífico tiempo, una fila de individuos armados con paraguas abiertos. Entonces entendimos que el gentleman y el grupo de personas que habíamos visto en el bar-room debian pertenecer á la corporación de los paraguas, cuyo fin ignoramos.

Imitando las doctrinas sansimonianas, que proclaman á la muger igual en derechos sociales, cargos y empleos al hombre, existe la famosa secta de las blumeristas.

Las grandes sacerdotisas de dicha secta son Mmes. Lucrecia Mott, fíosa, YAntoniette Brown, la mas célebre por la independencia de sus ideas y lo atrevido de sus discursos. Estas señoras aseguran que si la muger se degrada y pierde tan amenudo, que si el vicio está tan estendido en los grandes círculos de las poblaciones donde las necesidades son mas considerables, es porque los hombres reser- van para sisólos las funciones lucrativas y dejan á las mugeres los trabajos ínfimos, de un cultivo que embrutece el espíritu y de una utilidad insuficiente para las obligaciones de las que lo emprenden.

«Levantaos, pues, gritaba un dia con indignación dirigién- dose á los hombres en un meeting, en Boston, Miss Antoniette Brown; levantaos, pues, contra la inmoralidad de las mugeres y haced los gazmoños, cuando sois vosotros los que las corrompéis, retirándo- les con una mano, por egoísmo, aquello que les rendís con la otra, por venalidad. ¡Ah! ¡vosotros sabéis que el vicio nace las mas ve- ces de la miseria; que el hambre suele ser mas poderoso que la vir- tud, y en vuestro despotismo infernal, en vuestra cobardía, empo- brecéis alas mugeres para hacerlas viciosas!... Dadle una parte de los negocios lucrativos que vosotros desempeñáis ; que no tengan necesidad de vivir de vuestros infames y humillantes obsequios, y estoy perfectamente convencida, que vuestras seducciones, caba- lleros, harán muchos menos estragos en nuestras filas.»

Es evidente que los hombres, mas fuertes que las mugeres, han hecho siempre en sociedad el papel del león. Pero nos parece que

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las blumeristas olvidan con facilidad, que con brillantes empleos y tragando piezas de oro, no se almuerza. El puchero, el modesto pero necesario puchero, debe estar listo todos los dias y antes de todas las especulaciones. ¿Y sino se confiase al cuidado de la señora, seria el caballero quien debiera disponerle? Eso no nos parece natu- ral, y por consecuencia tampoco razonable; hay para las mugeres ocupaciones mas graves, que ellas solo pueden llenar, con esclu- sion de otras; el cuidado de alimentar y educar sus hijos. Mas las blumeristas, que tienen razón en muchos puntos, exageran las refor- mas cuando quieren ser como los hombres, jueces, abogados, sa- cerdotes, médicos, soldados, diputados, embajadores, ministros y hasta bomberos.

Hemos tenido ocasión de ver reunidas en número considera- ble las blumeristas, en el Club de los Libres amores; llevan panta- lones, enaguas cortas, pelerinas y sombreros redondos. Todas son delgadas, viejas, feas y dotadas de una voz detestable y chillona. Les gusta perorar y se insurreccionan gozosas contra los hombres y el matrimonio.

Pero en cuanto al casamiento, es preciso no fiarse de mugeres viejas, delgadas, feas y gritonas.

CAPITULO XII.

LOS PERIÓDICOS.

Hace algunos años, se decia en Francia que el periodismo era el cuarto poder del Estado. No sabemos si puede decirse todavía, pero en América, donde saben leer lo mismo los campesinos que los ciudadanos, ocupa no el cuarto rango de los poderes, sino el primero, y no por eso le va mas mal.

En ninguna parte ejercen los periódicos tanta influencia en las decisiones del gobierno y en la opinión pública. Perfectamente re- dactados, son eco de las necesidades de los pueblos y el mas firme apoyo de los principios constitucionales. La polémica, tan viva y virulenta al acercarse las elecciones en que los partidos están fren- te á frente chocando con fuerza, se calma después de la sentencia pronunciada por la mayoría. Esta no es ciertamente infalible, pero en un pais donde todo el mundo tiene derecho á votar, sabe leer, y puede esponer su razón en contra de los demás, representa siem- pre las mejores ideas.

La movilidad délos fuucionarios públicos , repara fácilmente los errores, al mismo tiempo que procura un progreso estimulado y continuo. Es inútil decir que la prensa americana enteramente li-

160 bre, tiene por primera misión, la propaganda de las medidas polí- ticas y económicas, capaces de fortificar la libertad de los ciudada- nos y aumentar el bienestar general.

Al lado de la cifra innumerable de periódicos liberales que se publican, se nota con dificultad la existencia de algunos, que por espíritu de partido religioso mas que social, tratan de turbar con falsas notas el acorde perfecto del sentimiento. Los de este género, entre los cuales hay quien predica el amor á Dios con un estilo en- demoniado, tienen poco valor en ese pais avanzado y floreciente, gracias á sus instituciones liberales, que desearian ver reemplaza- das por un gobierno absoluto é intolerante.

Aseguran tener mas razón que todo el mundo, que la prospe- ridad americana es facticia y la libertad tiene mil inconvenientes, profetizando las mas grandes desgracias si continúan adorando á Dios con distintos cultos y gozando de las ventajas liberales. Po- cos leen estos miserables periódicos, y si los miran es para reir, como se rie de un niño rabioso que hace mohines y amenaza con el puño.

Los periódicos útiles en cualquier nación son indispensables en los Estados-Unidos, que se gobiernan por mismos.

La Ubre discusión es allí la mas segura garantía del orden so- cial, y por natural consecuencia la fuente del progreso.

Donde quiera que se reúnen quinientos americanos, de seguro se encuentra una iglesia y un periódico político. Ambas cosas son para ellos objetos de primera necesidad; lo demás es secundario.

Los diarios, á imitación de los ingleses, están confeccionados de modo que sirven á los intereses del comercio, que con la agricul- tura forma, por decirlo asi, la única clase de los Estados.

Son una colección incesante de noticias y avisos de todas cla- ses y cosas, de todos los paises. La Nueva comercial es el gran ne- gocio para los que no se ocupan mucho de literatura. Se imprime con pequeños y compactos caracteres y de doble tamaño que los franceses; está exento de timbre y depósito y se vende á diez céntimos poco mas ó menos; estipendio corto si se tiene en cuenta que el dinero es relativamente de menor valor que en Europa. No

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hay americano que deje de comprar y leer periódicos; es raro que no encuentre en ellos lo que desea saber, pues lo contienen todo: Salida y llegada de vapores y trenes, con la tarifa de pagos; el pre- cio corriente de las mercancías y el de los espectáculos y diversio- nes públicas; el movimiento de las importaciones; los artículos de comercio; las novedades de la capital; la animación de los puertos, el nombre de los pasajeros que van ó vienen ; los discursos oficia- les completos; las noticias estranjeras anunciadas por correspon- dencias particulares; las revistas cotidianas de lo que puede inte- resar al público; una prodigiosa cantidad de diferentes géneros de anuncios, para pedir ú ofrecer habitaciones ó criados, para vender ó comprar alguna cosa, para casarse, divorciarse y darse citas amorosas; para proponer negocios; para reclamar mugeres estra- viadas ó preguntar por hombres que se desean hallar; para escri- birse, responderse, amenazarse y perdonarse.

No conocemos cosa mas original que la lectura de esos perió- dicos, y reuniendo ciertos anuncios que se pubücan diariamente, po- dría formarse un volumen curioso.

Nosotros hemos escogido algunos originales; helos aquí fiel- mente trasladados:

«Se soKcita una cocinera católica y tuerta para el servicio de una escasa familia: se exije la falta de un ojo por serias razones, que se darán á la persona que se presente, Prince-Street , 9. «

«Yo soy J. 0. K. de Edimbourg. Hace cerca de catorce años que no veo ámi muger, esto es, desde el fatal ¡13 de enero! que el infame W, Smith de Michigan la sedujo para abandonarla en se- guida en la miseria y desesperación. Hoy deseo ver á mi muger por razones de alto interés. Ruego, pues, á las personas que la co- nozcan, que me envien las noticias que pido á la redacción de este periódico. Mi muger tiene hoy treinta y cuatro años. Era rubia, de esbelto talle, y me parecía bonita. Debe haber cambiado mucho. Las iniciales de su nombre son M. L. B. »

«El doctor R... (Office, 164; Broadwmj) necesita cabezas de so- litarias, para acomodarlas á cuerpos sin cabezas de estos botrio-cé- faloSj délos que posee una preciosa colección. Las personas que las

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tengan y deseen deshacerse de ellas ventajosamente, pueden dirigir- se al office del doctor, de tres á cinco de la tarde. También puede si conviene, cambiar cuerpos de tenia por cabezas de dicho intes- tinal. »

«Una señorita de diez y nueve años, de origen inglés y sin nin- gún pariente, desearla vivir con una familia americana ó estranje- ra. En cambio de su manutención, ella dará lecciones de piano, de canto y costura, y también de lengua inglesa. Sus maneras son dis- tinguidas y tiene un carácter vivo y alegre.» Escribir á M. N. L. Vosi-Of fice-Box, 331.

^FREmhüGiA.-— Clinton-Hall , 131, Nassau Street. Este gabinete, visible todos los dias , contiene los bustos en yeso de las personas mas distinguidas: sabios, literatos, hombres políticos, corsarios, envenenadores, ladrones, asesinos, adúlteras é idiotas.»

«Champagne, Maro Causidiere, 15, Beaver Street es el solo agente de la casa Delbeck y Lehegard de Reims en todos los Esta- dos-Unidos. ¡Buena marca! ¡buen vino! ¡buena acogida!»

«Abogado.' 'Louis Pignolet, attorney at law, (1) 187, Greenivich Street. Conciencia y saber. »

«x\.GENCLA DE COLOCACIONES, 522 Broadway. Nodrizas, profeso- ras, amas de llave, costureras, modistas etc. etc. Comisión módica y discreción á toda prueba.

«Almoneda, en el hipódromo, de un magníñco tigre de Bengala, una pantera de Java, un oso muy bello, un león soberbio y otros animales feroces, perfectamente domados, en buen estado de salud y á precios módicos . »

«Un médico especial para las enfermedades nerviosas, desea en- contrar varios paralíticos de carácter dulce y sosegado. Se propone curarlos por un método enteramente nuevo, inventado por él, que necesita tanta paciencia y abnegación de parte del enfermo, como inteligencia y desprendimiento del médico. La cura es infahble.»

«Una joven inglesa y protestante, que habla un poco francés é italiano, desea colocarse de ama de gobierno en casa de un caballe-

(1) Luis Pignolet, abogailo procurador.

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ro de edad, con hijos ó sin ellos, y que le agrade viajar, porque á ella le gusta mucho. »

«Dirigirse al correo, bajo las iniciales L. W.»

iMr, Beebe tiene el honor de participar á su clientela, (observad la palabra clientela) que á la buena fabricación de sus féretros venta- josamente conocidos, acaba de añadir un surtido de cuellos posti- zos, corbatas y sedería. Espera, como siempre, merecer la confian- za del público, por la buena cahdad de sus efectos. Féretros de lujo con ventiladores, á elección.»

Cirujano Dentista.- Mr. Gaweau, 412, Broadway , merece la reputación que tiene. Su talento consiste en estraer lo mas tarde po- sible; pero cuando llega esta necesidad lo hace con calma, dulzura y sangre fria.»

«Febrífugo peruano, en casa de Sands 100, Fulton Street. Para las afecciones del hígado, ictericia, y enfermedades bihosas, des- composición de sang-re, tumores frios, dilatación del bazo, y reblan- decimiento de huesos.»

«Camas-elásticas.— Esta admirable invención enemiga de las chinches, no impide la circulación del aire, y solo con un colchón delgado, basta para que sea la cama mas sana y blanda.»

«En casa de Demeure y Mauritzi3, Centre Street. y>

«Se desea, para completar una compañía de artistas ambulantes, un pianista acompañador, un clarinete y un fenómeno humano; una gig-anta ó enana, una muger colosal ó barbuda. Se dará la preferen- cia á una que tenga cabeza de muerto.»

tMr. A. Déme, óptico de París 510, Broadway, tiene el honor de prevenir al público y á sus numerosos amigos, que ha recibido por el último vapor una colección completa de lentes de nuevo gusto. »

Estos anuncios enumerados, bastan para dar una idea de la pu- blicidad americana.

Los periódicos, como se vé, son muy diferentes de los nuestros y no pueden leerse por entero: para eso falta tiempo. Cada cual bus- ca en ellos la parte que le interesa; política, social, industrial, co- mercial, ola sección de anuncios, interesante á todos. Como hemos dicho antes, hay una seguridad de encontrar en los diarios buenos,

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cualquier noticia que se desee, y en esto, como en correspondencia estranjera, ni el Times de Londres es superior al Herald de New- York.

Los principales órganos de la prensa New-Yorkers, son, el Daily- Times, la Tribune y el Herald.

El Daily-Times, es abolicionista algo exagerado en puritanismo, y su gazmoñería arrostra por todo, cuando se le habla de vino, y el agua se le sube á la cabeza.

Está redactado con inteligencia.

La Tribune es la representación del partido avanzado. Es todo aquello que no son los demás; furierista, blumerista, partidario del libre amor, de los espíritus evocados, y espera que el mar salado desde hace tanto tiempo, se trueque en limonada gaseosa, cuando los hombres sean bastante perfectos para tener una cola adornada con un ojo vigilador.

Para colmo de estrañeza, la Tribune pertenece al partido de los Rusos. Durante la guerra de Crimea no ha cesado de elogiarlos y proclamarlos los mas hábiles diplomáticos, los mejores soldados, los mas sabios capitanes, y á su gobierno el mas humano y perfecto del Antiguo-mundo.

Seguramente la Tribune no tiene bastante con sus ojos para ver claro en ciertas cuestiones, y no le vendría mal la cola falansteriana para aumentar su lucidez.

En cuanto al New-York-Herald es volteriano, escesivamente pro- gresista, y el mas influyente.

Las abominables ideas volterianas se han propagado lo mismo en América que en Europa. Por esta razón, el Herald y varios perió- dicos de la misma escuela, cuentan por miles los lectores; en tanto olvidan otros de mejores opiniones que se hacen moderados, tem- plados, devotos, poco republicanos, y afectan no ser nada espiri- tuales, para alejarse sin duda de Voltaire.

La prensa de Francia está representada en varias grandes ciu- dades de la Union, por periódicos y revistas escritas en francés. El Courrier des jE'/aí^-í/m^, publicado en New- York, pasa por el mejor. Debe su fama á los esfuerzos del escritor Mr. Gaillardet, que fué

-1G5 propietario, director, y poco antes aprendiz de impresor. Aquel pais no es como los de Europa, el talento y la nobleza se democra- tizan á menudo; ejerciendo profesiones que entre nosotros parece- rían bajas á muchas personas, pero que allá aceptan sin escrúpulo como produzca dinero.

Mr. Gaillardet, después de una lucha digna, difícil y larga, con- siguió hacer del Courrier des Etats-Unis un periódico importante al lado de los mas influyentes.

Después cedió la propiedad de su empresa, volviendo á París donde vive tranquilamente del fruto de su trabajo, aunque no le impide esto enriquecer su antiguo periódico con una correspon- dencia semanal, escrita con tacto é inteligencia, y que nuestros com- patriotas aguardan cada vapor, como una voz consoladora y ami- ga que les habla desde la lejana patria.

El director actual del Courrier des Etats-Unis es Mr, Emile Mas- seras, que continúa la obra de Mr. Gaillardet con el activo concurso de Mr. Trobriand y bajo la dirección del propietario gerente Mr. Charles Lassalle.

Si el color político del Courrier des Etats-Unis cambia con fre- cuencia y si se muestra tal vez en un mismo número defensor de distintos partidos, tiene al menos el mérito de ser sinceramente fran- cés, para disculpar sus contradicciones.

La prensa americana, nos parece que olvida los servicios pres- tados por la Francia á los Estados-Unidos, y no es siempre benévola y justa para nosotros. Sus elogios encierran algunas veces epigra- mas, y las críticas son crueles cuando justas, ó envidiosas cuan- do falsas.

Cuando acontece esto, el Courrier des Etats-Unis, inspirándose en la divisa patriótica de los americanos «Mi pais tenga ó no ra- zón» se vuelve acalorado y elocuente defensor de Francia, hacien- do abstracción de sistema político y espíritu de partido. Asi, pues, estimado por su carácter obsequioso y afable como por las cualida- des de su genio fácil, elegante é incisivo, Mr. Masseras llena sus funciones satisfactoriamente.

Mr, Trobriand á quien nos costará mucho trabajo en nuestra ca-

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lidad de artistas, perdonarle el haber desconocido el mérito deM. rate, uno de los mejores tenores que han visitado á New-York, es un escritor divertido, cuya pluma es una adquisición escelente para el periódico. Que nos permita Mr. Trobriand aconsejarle la modera- ción en sus críticas; menos entusiasmo por la trajedia y mas indul- gencia para la música del pobre Mozart que tiene bastante mérito.

Bajo la dirección de su digno propietario Charles Lassalle, nues- tro diario prospera y es una buena especulación que satisface y priva dedicarse á otras.

Para América, tan íntimamente enlazada á Europa por un gran comercio, las noticias de esta última son de mucho interés; de suerte que los diarios americanos se esfuerzan en aumentar el nú- mero de correspondencias, y no perdonan medio de ninguna clase para que sean conocidos de sus lectores con la mayor prontitud.

Cada llegada de vapor tras-atlántico, se anuncia en las calles por la venta de suplementos que dan en compendio los principales sucesos. No se exajera diciendo que la venta causa una viva sen- sación.

Apenas los vapores llegan al puerto, se por la ciudad una multitud de chicos de diez á quince años, descalzos la mayor parte y mal vestidos con pantalones sostenidos por una cuerda á manera, de tirante, y paletots de paño pilot muy largo de talle, corriendo en todas direcciones, alta la cabeza y el ojo avizor, con un enorme paquete de periódicos debajo del brazo que distribuyen apresura- damente á los transeúntes mediante la suma de seis sueldos cada uno. Se confeccionan con una prontitud maravillosa. Las prensas tienen hasta nueve ciHndros y ocupan treinta y cuatro hombres. Estas formidables máquinas vomitan millares de ejemplares, que los ven- dedores se arrebatan á las puertas de las imprentas. En seguida no se oye otra cosa que la voz aguda y prolongada de los boys que gritan hasta faltarles el aUento: «La llegada del vapor estranjero con importantes nuevas. »

Cuando los vapores se atrasan, los vendedores de periódicos, á semejanza de los hombres importantes, no quieren perder el tiem- po y remedian el atraso de una manera , que logran el fin que se

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proponen. A suplementos anteriores que hablan del vapor que se espera, añaden peg-ándola hábilmente, la fecha del dia, y los venden como nuevos. Muchas personas caen en la red; echan una rápida mirada sobre el ansiado extra y leen con avidez cosas pasadas que no tardan en reconocer. Entonces arrojan al aire el papel y conti- núan su camino apretando el paso para desquitar el tiempo perdido.

Ciertos periódicos están muy lejos de desplegar esa actividad febril de los principales. Para muestra de las pocas obhgaciones que contraen con el púbhco, sirva este aviso del North Caroline- Time, escusándose por haber dejado de salir.

«El North Caroline- Time no ha salido á luz las dos semanas pa- sadas por estas dos razones: la primera porque en la penúltima nos encontrábamos ausentes, ocupados en neg"Ocios particulares, y la segunda porque en la última tuvimos un fuerte catarro. »

En todas las ciudades se publica un prodigioso número de pe- riódicos de variados géneros. Los hay industriales, de medicina, pintura, agricultura, marina, ciencias, modas, música, rehgion,h- teratura, sociales y pintorescos. Contienen mucho material tomado de los libros europeos y americanos.

Para juzgar del consumo de libros y periódicos, que se hace en los Estados-Unidos, basta la observación siguiente: setecientas cincuenta fábricas de papel abastecen mas de dos mil máquinas continuamente en actividad; el año pasado han producido estas fá- bricas la enorme cantidad de doscientos cincuenta y dos miUones de libras inglesas de papel. Para hacer una hbra, se necesita libra y cuarto de trapo, por consecuencia se consumieron cuatrocientos millones de libras de trapo en la industria papelera de un solo año.

Debemos añadir que Italia es la que envia la mayor parte de los trapos. Esto no honra mucho su industria, pero el despotismo que gobierna á ese desgraciado pais, no permite, como se sabe, el libre desarroUodel pensamiento, que comprime y reglamenta. Los pe- riódicos y libros, son objetos de lujo y curiosidad en este pais tan hermoso por la naturaleza, como degradado por la preocupación re- ligiosa y la tiranía.

CAPITULO XIII.

LA MEDICINA

En América para las personas que no saben nada, es un gran recurso la medicina, particularmente la homeopática. ¡Es tan fácil ser un mal médico homeópata! Algunos frasquitos conteniendo bo- litas de almidón que se administran á los enfermos por lo frió, ca- liente, tibio, fresco, seco y húmedo, no es embarazoso, ni caro, ni desagradable al paladar.

A mas de la medicina homeopática merece citarse la vegetal. aquí cómo se practica: tomáis una cacerina, os calzáis gruesos zapatos, os armáis de un gordo bastón, y partís al campo, guiado por el amor á la ciencia y el ansia de ser útil á vuestros semejantes. Después de llegar al campo , entráis en una fonda donde hacéis que os sirvan una buena comida, acompañada de buenos vasos de vino. Terminada la comida, os vais á tomar una taza de café, al aire libre, bajo frescas sombras, fumando filosóficamente un tra- buco, habano puro. Al poco tiempo, vuestros párpados se ponen pesados , la cabeza se inclina ligeramente sobre los hombros , el cigarro se apaga cayéndose de vuestros dedos inmóviles, y os en-

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tregais á un sueño lig-ero , favorecido poéticamente por la brisa que murmura en los árboles y las melodías de la naturaleza.

Por la noche recesáis á vuestra casa, encorvado y muerto de fatiga , pero feliz y org-alloso con la cacerina llena de plantas ra- ras y preciosas , de las cuales vos solo conocéis las virtudes su- premas ; y que con peligro de la vida habéis arrancado á los es- condrijos espinosos y á las entrañas de la tierra , en las cimas le- vantadas ó en el fondo de algún abismo.

Los enfermos esperan impacientes volveros á ver con los mi- lagrosos brebajes que les preparáis, y que bajo un rótulo misterio- so, ocultan los modestos é inofensivos jugos de la zanahoria, déla lechuga, el nabo y el vulnerario. Si esto no produce bien, tam- poco mal , y se nos figura que la mejor medicina es aquella que al menos no hace daño.

Pero si la medicina vegetal se practica por todo el mundo en América, la homeopática es esclusiva de los alemanes.

Cuando veáis pasar por las calles un hombre con gafas, vesti- do con pantalón ancho, frac ancho, chaleco de piqué blanco, ó de satén negro, también ancho, y la cabeza cubierta con un som- brero de copa baja y alas anchas, no necesitáis preguntar quién es; estad seguro que es un doctor alemán; un homeópata. En América son los alemanes médicos , pianistas , clarinetistas, ó todo esto á la vez.

¿En cuántas clases seria preciso clasificar las distintas especies de médicos de los Estados-Unidos? Esto es lo que no podemos de- cir , porque están tan divididos los de cuerpo como los de alma.

—Tragad esto, dicen los unos.— No lo traguéis, dicen los otros. Decid esta oración, ordenan estos.- No la digáis, mandan aque- llos.—Creednos á nosotros y bebed agua, predican los apóstoles de la templanza y los doctores hidrópatas.

En América hay muchos y muy buenos médicos, estranjeros é indígenas , y tenemos un placer en poder aquí pagar una deuda de profunda gratitud al talento y abnegación de Mr. Bolton, de que nos dio pruebas en una enfermedad peligrosísima que tuvimos en New- York. A este escelente doctor, tan instruido como amable y

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oneroso, debemos la vida. Confesamos que morir en New- York nos hubiera disgustado, no porque los cementerios sean malos, al contrario; el de Green-Wood es notable por muchos títulos: está colocado en una altura, desdóla cual los muertos gozan de una vista admirable; tiene muy bellos monumentos fúnebres, y como en New- York no hay paseos pubhcos , en sus tortuosos senderos llenos de silencio misterioso, es donde la flirtation americana da sus mas tiernas citas. Mas nosotros éramos algo parecidos al personage cé- lebre de Henri^Monnier, que queria absolutamente ir á morir á casa del ricachón, á pesar de las amonestaciones de su esposa, que ledecia conmovida: «Muere aquí, amigo; se está muy bien; yo te daré una buena almohada y sábanas blancas; nádate faltará.» A lo que respondía el enfermo sin conformarse: «Yo quiero ir á morir á casa del ricachony> Ahora que nosotros estamos en casa de nues- tro ricachón, es decir, en París , no pensamos en morir, y hacemos los mayores esfuerzos para vivir todo lo posible.

En América no existe hoy, como antiguamente, el derecho de ejercer la medicina sin diploma. Pero los médicos que practican sin él y aun sin examen, son por desgracia muy numerosos. El ministerio público, no persigue de oficio á los médicos no recibidos por la Facultad, y es necesario para que los tribunales puedan con- denarlos que alguna persona eleve queja civil contra ellos. Las sentencias en esos casos, suelen ser rigorosas. Hemos conocido un hombre que obtuvo por daños y perjuicios, cinco mil duros, de un falso doctor que al curarle un brazo roto, se lo colocó al revés.

Mas á un doctor provisto de su diploma, le es permitido estro- pearos, siguiendo las sanas doctrinas, y mataros con las reglas del arte. «Hay entre los muertos, ha dicho Mr, La Palisse, la mas gran- de honradez y discreción, y jamas han venido á quejarse del médi- co que los ha matado. » Esto es cosa muy buena para los facultati- vos de todos los países y particularmente para los numerosos ame- ricanos, que han hecho del calomel un específico universal. El re- medio es casi siempre peor que la enfermedad, y espanta ver los es- tragos del mercurio, pintados en el rostro de muchas personas.

La disección de los cadáveres no se permite en ciertas partes

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de los Estados-Unidos, donde el puritanismo exajera el respeto á los muertos. Pero los médicos no se privan por eso de las útiles especulaciones anatómicas; compran secretamente los cadáveres y los disecan en sus casas.

Nunca olvidaremos el hecho siguiente, cuyo recuerdo nos im- presiona demasiado.

Fuimos un dia á devolverle una visita á un profesor de anato- mía de la Escuela de Medicina de New- York; llegamos á su casa y una criada joven é irlandesa, salió á abrirnos.

El señor está ocupado en este instante,- dijo ; pero si Vd. de- sea verle, tómese el trabajo de pasar á ese cuarto de la derecha, al fin del corredor. Avisaré que está Vd. aquí.

No le moleste Vd. esperaremos el tiempo necesario; no tene*> mos prisa.

Nos dirigimos al punto que nos habia designado. Solo que equi- vocadamente, tomamos la izquierda en vez de la derecha. Entra- mos en un cuarto, cuya puerta se hallaba entreabierta.

Era invierno. La chimenea contenia un gran fuego, que alum- braba el cuarto con ese resplandor azulado y débil del carbón de piedra candente. Al rededor de ella, estaban tres personas silen- ciosamente sentadas. No se incomodaron por nuestra llegada, ni siquiera parecieron notarla. Tomamos una silla sentándonos á dis- tancia conveniente del grupo. Nadie habló. Pero de tiempo en tiempo, se distinguía en la sombra un movimiento brusco de una de las personas sentadas, parecido al estremecimiento nervioso é involuntario y acompañado de un crujido de las articulaciones, que se hacia sensible por el profundo silencio que reinaba á nuestro al- rededor. A poco apareció el médico silbando una polka.

¿Vd. aquí? esclamó sorprendido. ¡Por vida mia! que no espe- raba hallarle con semejante sociedad.

Apropósito de sociedad, rephcamos por lo bajo, sírvase Vd. decirnos quiénes son las personas que se calientan tan tenazmente, inquietándose tan poco por Vd. y por nosotros. Su conducta nos sorprende, porque sabemos que Vd. no recibe en su casa sino per- sonas de educación.

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¡Cómo! ¿no sabia Vd. con quien estaba?

—Sin duda, puesto que lo pregunto.

-Acerqúese, acerqúese Vd., nos dijo tomándonos del brazo y conduciéndonos hacia los desconocidos, al mismo tiempo que pi- dió luz.

Entonces vimos tres cadáveres, de los cuales uno, en el mo- mento de examinarlo, hizo un brusco movimiento de brazo.

^¿Cómo?... digimos al doctor sin poder acabar la pregunta y con voz trémula por el terror.

—Estos son, respondió con aire indiferente, tres sugetos que he comprado ayer á un enfermero del hospital; un buen muchacho con el cual he hecho algunos negocios: es algo carero, pero me da buenas cosas.

—¿Y por qué ha sentado Vd. esos cadáveres al rededor del fuego?

—Para deshelarlos , amigo mió ; nosotros deshelamos á estos sugetos antes de servirnos de ellos. Esos movimientos que hacen, son producidos por el calor que afloja sus músculos.

—Permítanos Vd., digimos al profesor de anatomía, que no pro- longuemos por mas tiempo la visita; ya volveremos en momentos mas oportunos.

-Permanezca Vd. , pues no me molestan en lo mas mínimo.

^Estamos conformes, pero nos- molesta infinitamente vuestra sociedad de deshelados,

Y nos retiramos profundamente conmovidos por tan estraña escena.

En los Estados-americanos , comprendidos en una inmensa lon- gitud de terreno, se encuentran todos los chmas y la mas comple- ta colección de males con que Mr. Purgon amenazaba á la gente. En el Sur, durante el verano, hace la fiebre amarilla estragos es- pantosos, particularmente en los recien llegados. En el Este y Oes- te, las fiebres nerviosas hacen considerable número de víctimas. En el Norte, parte que se reputa por mas sana, todas las enferme- dades, reunidas como buenas hermanas, se dividen el trabajo en- tre sí.

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New- York, considerada como una de las ciudades mas saluda- bles de la Union, es sin embarg-o, por los súbitos cambios de tem- peratura, fatal para las personas que tienen las entrañas delicadas y los pulmones débiles. Además muere crecido número de niños de corta edad, de una enfermedad que se presenta en verano y se lla- ma cholera infantum. La ciencia no tiene poder para curarla; el cambio de aire, el aire puro del mar, es el único remedio. Pero es ciertamente casi seguro.

A la vista tenemos el cuadro de la mortandad de New- York en el año de 1852.

No deja de ser interesante dar el análisis sumario, aunque solo á título de noticia, para las personas que deseen ir á establecerse en América.

El número de muertos, subió ese año en la población de New- York, que tenia entonces 500,000 personas, á 22,024. Un poco me- nos que el número correspondiente á 1851, sin duda porque en 1852 las variaciones de temperatura fueron menos violentas y sen- sibles. Este número hay que dividirlo entre los individuos de ocho ó diez naciones diferentes, reunidas hoy bajo una misma tierra. La parte de los americanos es de 13,296; la de los irlandeses de 4,362; la de los alemanes de 1,044; la de los franceses de 90.

Si examinamos cuáles son las enfermedades mas obstinadas y que mas contribuyen á segar por la muerte, como decian los poe- tas del tiempo de Dclille, esta demasiado rica cosecha de vícti- mas, veremos que las afecciones pulmonales ocupan el primer lu- gar. Se cuentan 2,462 muertos por consunción; 2,462 por inflama- ción; 256 por bronquitis; 252 por cong-estion. Total, 4,000 de en- fermedades del pulmón.

Siguen las enfermedades de los niños. Cholera infantum, 907; convulsiones, 1,676; croup, 590; sarampión, 320; viruelas, 562; na- cidos muertos, 1,506.

Las enfermedades délas entrañas ocupan el tercer lugar; 1372. Después vienen las calenturas, el cólera, las enfermedades del co- razón, del cerebro, nerviosas, bihosas, escrofulosas, hidrópicas, paralíticas, apopléticas, hidrofóbicas. En este cuadro vemos que

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19 personas fueron muertas por asesinato, 35 por suicidio, 86 que- madas y 169 aplastadas, heridas, ahogadas, etc., etc.

En América, como en Europa, es una escelente industria la de vender remedios cuando se está en posición de darles mucha pu- blicidad. En New- York hay fortunas considerables hechas con la venta de ciertas drogas, de las que se ven anuncios en abundancia en los ómnibus, vapores, periódicos y esquinas; en las paredes de las casas recien incendiadas, en los árboles, en los abanicos; graba- dos en la tierra, y hasta pegados en las canteras. Valiéndose de estos medios de estraordinaria pubUcidad, Mr. Benjamín Brandreth ganó 2.500,000 francos, vendiendo pildoras purgativas. Mr. Town- senl, el hombre de la zarzaparrilla, cuya receta hemos esplicado yá, ha hecho una fortuna mas considerable aun. Las Ufe pills (pildoras de la vida) y los phenix bitters (1) también han dado millones á Mr. Moffat: en fin, Mr. Pease no ha sido menos feliz vendiendo el horehound candy (2) para los resfriados de pecho.

Hemos dicho que en los Estados-Unidos no era permitido cu- rar sin estar recibido de médico, aunque estas leyes son infringi- das. Mas después del hecho siguiente, estamos tentados á creer que ni el título de licenciado es suficiente.

Uno de nuestros compatriotas, Mr. Onésime Pernicieux, hace al- gunos meses que se estableció en Saint-Louis para ejercer la medi- cina. Era licenciado únicamente, y sea que no se creyese bastante autorizado por las leyes del pais, ó que hubiese querido darse mas preponderancia á los ojos de sus cuentes, buscó el medio de hacer mas respetable su título. Cubriendo su insuficiencia presente con su ciencia futura, Mr. Pernicieux (singular apellido para médico) man- dó imprimir una tarjeta, en la que puso:

ONÉSIME PERNICIEUX,

fde Paris,)

LICENCIADO EN MEDICINA, MUY PRONTO DOCTOR.

(1) Fénix amargo.

(2) Marnibio confitado.

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¿Qué decís de las buenas disposiciones de este carísimo Mr. Pernicieux? En verdad que la sola vista de esa tarjeta bastaría para dar salud al enfermo mas rebelde.

Los discursos sobre la emancipación de las mugeres comienzan á dar sus frutos. Si las americanas no son aun electores ni ele- gibles, si no pueden llegar á ser ni Presidente de la República, ni Ministro de Estado, ni abogado, ni general, ni bombero, tienen al menos el derecho de llamarse médicos y ejercer esta profesión. En efecto, acaba de abrirse en New- York una Academia de medicina para el bello secso. Las señoras se muestran muy activas en to- mar lecciones de una ciencia que hasta ahora habia pertenecido esclusivamente á los hombres. Referiremos una anédocta que de- muestra la ciencia médica de algunas de estas estudiantas. Un ciu- dadano envió á buscar una blumerista médica para su señora en- ferma. La blumerista tomó el pulso de la paciente, la examinó la lengua y declaró que estaba atacada de una enfermedad del híga- do. Esta señora ejercía la medicina homeopática y sacó su frasco y sus globulitos, prescribiéndole tomase tres por la mañana y tres por la noche. La enferma siguió rigorosamente lo que le ordenó, pero sin encontrar alivio.

-Me encuentro lo mismo, decía á cada nueva visita. ¿Si? respondía la blumerista sin alarmarse; pues bien, voy á cambiar de remedio. Y tomando otro frasco que contenía nuevos glóbulos, le prescribia el uso de ellos.

Diez veces se quejó la enferma de no esperimentar aUvio, y diez veces el doctor femenino varió el remedio esperando atinar con el verdadero.

Impaciente el marido, quiso consultar al doctor Bolton , del que ya hemos hablado.

El sabio doctor examinó cinco minutos á la enferma, y se echó á reír con esa risa franca y simpática que le caracteriza, declaran- do su estado muy poco alarmante; pero muy interesante.

Volvió la blumerista, provista de nuevos frascos con glóbulos para cambiar aun el remedio si fuese necesario.

Mi esposa no tiene enfermedad alguna , le dijo el marido un

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poco irritado, y su mal no es mas que la consecuencia natural, de una disposición mas natural aun.

¡Ah! ¿por qué no me lo ha dicho Vd. antes? contestó senci- llamente; no le hubiese administrado ningún remedio.

Esta anédocta no concluye de modo alguno con la aptitud po- sible del bello secso en materia médica; solo prueba el estado ac- tual de su instrucción científica , la cual sin duda es susceptible de progreso.

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CAPITULO XIV.

EL día 4 DE JULIO.

El 4 de julio, aniversario de la declaración de la independen- cia americana, se celebra en los Estados-Unidos quemando cente- nares de millones de petardos de todas especies , lo mismo en las ciudades que en el campo, y con tiros de pistola, fusil y canon, capaces de hacer temblar la tierra. Es preciso haber pasado este dia allí para darse cuenta exacta de la bacanal del memorable 4 de julio (1).

El motivo de esta manifestación es laudable, y se comprende muy bien el entusiasmo que debe inspirar en las poblaciones el re- cuerdo g-lorioso de una independencia que al dar libertad á los Es- tados-Unidos le ha dado también riqueza; pero es imposible rego- cijarse mas bulliciosamente.

La manía de las carretillas es universal , y todo el mundo las

(1) Esta costumbre tiende á modiücarse: muy pocas son ya las personas decentes que salen á las calles y prenden fuegos artificiales. La población sensata se marcha á los pue- blos inmediatos para huir del bullicio y el atolondramiento de la hez que alborota y pulu- la por New- York. El uso de las armas de fuego también ha sido prohibido en este dia.

(iV. de los T. )

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quema, desde el niño mas pequeño y la joven, hasta la muger y el hombre mas grave por su edad y condición.

En cuanto despunta el alba , la gente se levanta y comienza el ruido. Se ven hombres á la puerta de sus casas, en mangas de camisa, con cajas de petardos al lado, una mecha encendida en la punta de un bastón y haciendo fuego sin cesar, mas que para co- mer, hasta las dos de la noche.

Bandadas de jóvenes recorren las calles con pistolas, carabinas y fusiles , tirando por todas partes á diestro y siniestro.

Algunas veces, las armas de que se sirven son viejas y enmo- hecidas, y estallan en las manos de los que hacen uso de ellas; pero esto es tan frecuente que nadie fija la atención.

Hemos visto hombres con manos quemadas é inutilizadas por el disparo de un arma, resguardar el brazo maltratado y seguir ti- rando con el otro mientras cantaban el Yankee doodle (1).

Esta canción, poco marcial y mala, bajo el punto de vista artís- tico, es de origen inglés, y los americanos han hecho su himno patriótico para burlar á la armada inglesa, que queria burlarse de ellos.

Los ingleses habían compuesto la canción del Yankee doodle du- rante la guerra de la independencia , para mofarse de la armada ciudadana de los americanos , de la cual creian poder hacerse due- ños fácilmente , gracias al buen comportamiento y disciplina de la suya. Los americanos, picados en lo mas vivo, juraron vencer á los ingleses y los echaron de su territorio, al son mismo que ha- blan ido cantando contra ellos, y que ha llegado á ser con el Hail Culombia (2), su canto nacional.

El Yankee doodle, que tiene siempre el poder de escitar el en- tusiasmo popular, produce un efecto mas grande el dia 4 de julio, que se halla, por decirlo asi, en escena entre las detonaciones de tantas armas.

Pero la noche de ese mismo dia sobrepuja á la mañana. Acos-

(1) Yankee holgazán.

(2) Salve Colombia.

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tumbrado el oido, encuentra débiles los tronidos de los petardos; las pistolas cargadas hasta la boca, parecen monótonas , y aun las carabinas tienen una voz sorda y resfriada en medio de ese bulli- cio universal. Las carretillas y bombas se consumen por cajas. Suenan detonaciones formidables hasta en el interior de las casas, donde hay barricas dispuestas en medio de las alcobas, para con- tener los petardos chinescos que arden por paquetes de quinientos á la vez. Se ven en las calles restos de fuegos artificiales, y los te- jados de las casas poblados de colas de cohetes que surcan el aire en mil distintas direcciones. Cierran las ventanas para impedir que penetren los cohetes en las casas y que se prenda fuego. Mas á pesar de estas precauciones, los incendios son siempre numerosos el 4 de julio, que es también la fiesta particular de los bomberos. Al ruido general de las detonaciones se junta el lúgubre sonido de la campana que toca á fuego, y el de las bombas arrastradas por numerosos criados.

A la luz de la casa incendiada cuyos resplandores se estienden por la ciudad, es cuando la gente aturdida, cansada, harta de bu- lla, con las manos y el rostro ennegrecidos por la pólvora, la gar- ganta inflamada por los repetidos vivas, tira sus últimas carretillas y cartuchos entrando en su casa á buscar el reposo necesario des- pués de tanta agitación.

Las personas que quieren darse importancia de buen tono se ausentan este dia al campo donde tiran sus petardos.

Los estadísticos, que lo calculan todo, han dicho que según las carretillas consumidas el 4 de julio, y la pólvora quemada, cada ciudadano representa por término medio 535 detonaciones.

Los fuegos artificiales no son la ocupación general, pues hay otros goces y numerosas diversiones públicas.

Magníficos vapores pintados de blanco y elevados sobre las aguas como casas flotantes, unidos de dos en dos con grandes plan- chas, sirven de salones de baile á mas de un millar de bailarines, al mismo tiempo que pasean por el rio. Desde que los buques, ele- gantemente empavesados, abandonan los muelles para ponerse en marcha, una orquesta numerosa toca danzas, valses, polkas y ma-

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zurkas, desde lo alto de un tablado, sobrepuesto entre dos vapores.

La masa de bailarines se lanza al son de la música, y todo el mundo se agita á la cadenciosa voz de los instrumentos y al ruido de las ruedas de las máquinas. Nada hay mas pintoresco, que ver desde las orillas del ancho Hudson, deslizarse por el agua tranqui- la, esos inmensos barcos en los cuales se aperciben los que bailan como pequeñas marionetas movidas al son vago de la orquesta per- dida en lontananza.

Estas escursiones son mas agradables en verano, cuando los ca- lores son tan fuertes como el f?io, que en New-York es rigoroso en los meses de diciembre, enero, y febrero.

Los paseos en vapor son del gusto especial de los americanos, y como sus distracciones públicas, accesibles á todas las clases.

En Francia, cuestan muy caras las diversiones á causa de cier- tas costumbres aristocráticas que conserva el orgullo para impe- dir la mezcla de las clases de la sociedad.

En Inglaterra es peor aun , porque son privilegio esclusivo, puede decirse, de la gente rica. Mas en América , donde la po- blación no está dividida por el orgullo de las castas; donde el ves- tido del pobre es diferente al del rico solo en la forma mas ó me- nos elegante , no tienen mas tendencia que satisfacer á la genera- lidad. Ademas, los precios son reducidos, y por consecuencia, mayores los beneficios de la especulación, basados siempre, tanto por interés como por liberalismo , en la participación del mayor número posible de personas , en el bienestar y los goces de la vida.

A mas del baile, hay que añadir las escursiones por mar tam- bién durante el verano, y mas particularmente el 4 de julio, para la pesca del bacalao.

Esta es sin disputa, la pesca mas divertida. No puede formarse idea de la estupidez de este pez , que espera en el fondo el turno de ser pillado con la caña. El pescador de bacalao , cuando es abundante la pesca , no tiene mas que el tiempo necesario para preparar la caña y tirar el lance; arrastrada primero al fondo por el peso de la plomada , sube después con un bacalao suspendido del anzuelo.

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El próximo, ocupa el puesto del anterior y parece esperar con impaciencia y agrado á que le llegue la vez de ser pescado. Suce- sivamente los demás hacen lo mismo, hasta el último, que ha esta- do viendo desaparecer á sus compañeros sin la menor sospecha.

Algunos pescadores se divierten en soltar en el agua uno de los peces cogidos, para dar el curioso espectáculo de los esfuerzos que hace para sumergirse y ganar el fondo sin poder lograrlo. Cuando obligándole á salir del agua, se llena de aire, sobrenada apesar suyo, como una vejiga soplada, sin poder descender mas que algunas pulgadas de la superficie.

Después de verlo luchar así por algún tiempo tratando de za- buUirse, es muy fácil cogerlo con la mano.

El 4 de julio, juntamente con el aniversario del nacimiento de Washington, y el dia de las acciones de gracia, en el cual las daná Dios por las mercedes otorgadas á los Estados, y que no pueden verdaderamente olvidar, son las tres grandes fiestas patrióticas de la Union- Americana .

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CAPITULO XV.

LA COMODIDAD.

La comodidad es la ciencia del bienestar material. A las natu- ralezas calmosas y Mas de los ingleses y americanos del Norte, les gusta la comodidad del home (de la casa) y necesitan de ella para vivir.

Al recorrer las calles cortas, elegantes y silenciosas de New- York, Boston, Filadelfia, y las grandes ciudades, se siente la ima- ginación apocada contemplando el tranquilo aspecto de esas casas de ladrillos y piedras grises, cerradas como suntuosos sepulcros de familias vivientes.

Nada falta para despertar estas fúnebres ilusiones en el estran- jero, pues se hallan enterradas por sus lados en los basements; rodeadas con balaustradas de hierro y estrechos jardines esterio- res, y sobre la puerta, ala cual se llega subiendo una gradería de piedra, se lee en una plancha de metal blanco, como si fuera un epitafio, el nombre del inquilino, escrito con letras negras. El in- terior es menos triste, á pesar de su simétrica etiqueta; se en- cuentra un lujo y una comodidad de la que nosotros franceses, con

U

186 nuestras grandes casas de seis ó siete pisos y nuestros cuartos pe- queños no podemos formar idea. Puede decirse que los parisienses no se sirven de habitaciones mas que para resguardarse de la in- temperie, mientras que los ingleses y americanos, viven en ellas lealmente. ¡Pero en cambio existen tantas compensaciones en Pa- rís! Si se esceptúan las casas llamadas de Irlandeses que se alqui- ran á los pobres por cuartos pequeños, no hay sino dos modos de vivir en los Estados de la Union: ocupando una casa sola con su familia ó en fonda ó boarding-house , especie de casas de pupilos, en las cuales se suele desplegar mucho lujo de muebles.

En las casas americanas, el mueblaje principal representa, por solo, un capital. Las habitaciones están cubiertas de alfombras, desde el mas elegante salón hasta el rincón mas oscuro de la cocina.

Los americanos adoran enteramente las alfombras; se privarían de las cosas mas necesarias, antes que faltarles una que poner en el parlor. Hasta los negros las poseen en medio de los infectos agujeros que habitan en Woster Street, en Church-Street, en Lau- rens Street, y en Christy Street, en New- York.

En verano levantan las de lana, demasiado calorosas y las sos- tituyen con esteras chinescas de cuadros amarillos y rojos, muy bonitas y frescas. En las casas, las escaleras de los pisos, están guarnecidas de hermosas alfombras de Bruselas, sujetas con plan- chas de metal blanco.

Las casas de la Quinta avenida (una calle magníñca) en New- York, y desde lo alto de la ciudad hasta la Cuadragésima, (ahí se distinguen las calles por números á partir de cierto sitio) están edi- ficadas por un modelo igual, así en lo esterior como en lo interior. Tienen en el piso bajo un espléndido salón del largo del edificio. Este, se divide en dos mitades por medio de una puerta corrediza de caoba, que se abre y cierra á voluntad, desapareciendo en el muro. Esta disposición es escelen te, pues permite medir el gran- dor del salón según el número de convidados y si quieren, forman dos iguales é independiente el uno del otro.

Los muebles y cortinas que adornan los salones americanos

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son muy bellos. La mayor parte son de París, ó imitados por eba- nistas y tapiceros franceses.

No hay casas tan bien puestas como las americanas. Después del mayor aseo, el lujo se estiende bástalos cuartos de los criados. El orgullo ó el interés de ciertos comerciantes que desean aumen- tar su fortuna y realzar su crédito con las apariencias, ha hecho en estos últimos años, de simples casas, verdaderos palacios reales.

En el basement, especie de bodeg-a poco profunda y habita- ble, es donde se halla comunmente instalada la cocina, no lejos del comedor. Mas en las casas en que el comedor se encuentra en el primer piso, los platos llegan por el interior de la pared, meti- dos en una caja sujeta por cuerdas pendientes de garruchas, como se trasportan los libros en la Biblioteca de la calle Richelieu. Por este medio el olor de la cocina no se esíiende por la casa y el ser- vicio es mucho mas rápido.

Las casas de las grandes ciudades, tienen salas de baños per- fectamente organizadas, con gárgolas de agua fria y caliente. Los americanos tienen costumbre de tomar un baño de algunos minu- tos, antes del almuerzo.

El agua fria ó caliente está á discreccion, no solo en la sala del baño, sino en los dormitorios en tocadores de mármol blanco adhe- ridos á la pared y con magníficas pilas, donde el agua se desliza por tubos invisibles hasta la calle. La caliente, sube por conductos desde la cocina. La fria, llega por canales subterráneos que ser- pentean en New-York, desde el gran depósito situado en la ca- lle 42, abastecido por un acueducto muy lindo, admirado por los in- genieros, y levantado sobre arcadas, y por el que corre el agua del Crotona, esceleníe y digestiva.

El uso del gas para el alumbrado de las casas, es universal en América. Los cuartos tienen elegantes lámparas que dan una cla- ridad grata, pronta y baratísima. Los reverberos de aceite, son por decirlo así, desconocidos; se sirven apenas de una especie de gas portátil que llaman fluido, en las raras casas que se encuentran privadas del carbónico. Los caloríferos, cuyos hornos están cons-

188 fruidos en las bodegas, estienden por la casa un calor agradable. Estos hornos se alimentan de carbón de piedra, introducido por un agujero que á las aceras de las calles y que tapan con una plancha de hierro.

No hay casa en New- York ni en las ciudades de la Union, que deje de tener su largo jardin con un cuadrado de césped, donde secan la ropa lavada. Las únicas cosas que faltan para la como- didad, son cuadras. Las personas que poseen coche se ven obli- gadas á tenerlos en cocheras especiales destinadas á ese objeto.

Mas al lado de estas casas tan suntuosas y cómodas, los comer- ciantes tienen un office, en que pasan las tres cuartas partes de su vida, y forma con su casa particular el mas raro contraste.

Comunmente existen dos hombres en el americano: el denegó, cios, The business man, que puede verse sin anunciarse, sin ser cono- cido, sin ceremonia y con sombrero puesto, desde las ocho de la ma- ñana hasta las seis de la tarde, y el hombre particular, privado, co- mo dicen ellos, que con su lujo interior no se le puede abordar sino por medio de sus conocimientos íntimos.

Llevamos dicho lo que era la casa particular; echemos ahora una ojeada sobre el office.

El office del business man es generalmente repugnante. Es pre- ciso que el tráfico produzca una dicha grande en algunos hombres, para que se condenen á la mas insoportable de las prisiones. El offi- ce del verdadero broker (1) americano, es un cuarto sombrío y mi- serable, amueblado con una mala mesa-despacho que evita la sos- pecha del lujo; unas sillas de paja remendadas que se rompen amenudo (creemos que apropósito para poderlas componer): una mezquina fuente con su cofaina para lavarse las manos, y por con- clusión, varios sillones de cuero verde que llevan la enseña pro- funda del asiduo trabajo del dueño y sus dependientes.

El negociante, cuyas cuaUdades son casi siempre opuestas á la generosidad, á la poesía y al amor de lo bello en artes, desecha por sistema en su office la comodidad. Cree probar con eso lo severo

{{) Corredor.

189 de su carácter, que se parece mucho al que se deja crecer grandes bigotes como muestra de su fuerza y valor. Además, afecta el des- den hacia el lujo personal para agradar adulando de ese modo á los comerciantes inferiores que vana tratar con él. Es una verdad, que los traficantes desean hallar en casa de los que ellos saben que son ricos, las apariencias de la miseria. Estos contrastes hieren su sórdida imaginación, les inspira la avaricia y estrecha los lazos de amistad.

Un negociante que estuviese instalado en un office, limpio, de- cente, y bien amueblado, cuyo lenguaje fuese atento y conveniente y sus maneras corteses, contentaria muchos menos parroquianos y hada menos negocios que otro sepultado en su vieja butaca de cuero, que recibe y habla de un modo indiferente. El tono de ese hombre, sus maneras, su lenguaje, los miserables muebles de su office, cuando se sabe que habita una casa suntuosa, donde vive en familia, agradan mucho mas al que encuentra esta manera de ser, la que conviene á un verdadero comerciante.

Negociantes y jugadores de profesión, como hay tantos en Amé- rica, nos han confesado que el oro mas precioso á sus ojos, era el que una mano sucia sacaba de una bolsa oculta en el forro de al- gún viejo y grasicnto frac. La avaricia tiene también sus voluptuo- sidades, y se observan mas fácilmente que se esplican.

Las casas, tan singularmente construidas, cuyos cuartos se al- quilan para ser offices, no tienen otro uso, y nadie duerme en ellas. El domingo en el barrio del comercio, reina un silencio profundo que solo interrumpe el lento paso de algún policeman que ronda. Los comerciantes instalados en los salones suntuosos de sus casas particulares y leyendo la Biblia, de la cual tienen necesidad para que les ayude, sueñan las astucias de sus sabias combinaciones, para ponerlas en juego al dia siguiente.

Los caminos de hierro americanos, están lejos de ofrecer en algunos puntos la perfección de los nuestros, pero en oíroslos su- peran. No hablaremos de su construcción, pues á mas de parecer provisional, tiene efectivamente pocas garantías de solidez: los wa- gones, feos de forma, no llegan ni con mucho á la comodidad de los

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de nuestras líneas férreas. Son largos y contienen un ciento de sillo- nes de madera sin tapizar, y en medio los hay movibles á fin de po- derse dirigir frente á frente desde ellos á la persona á quien se desee hablar. El centro queda Ubre para los que quieran pasearse. Ade- más están muy unidos de corto en corto trecho, y puede pasarse de uno á otro con la mayor facilidad, recorriendo todo el convoy. Confesamos que esto es muy agradable, con particularidad en los viajes largos, como son regularmente en los Estados Unidos , á causa de lo distante que se encuentran las ciudades unas de otras. En invierno llevan caloríferos que modifican la temperatura in- terior.

En los caminos de hierro americanos, no hay como en Francia é Inglaterra distintas categorías de asientos; el rico no se sienta en magníficos cojines forrados de ricas telas al lado del pobre que lo hace en banquetas de madera. Esas diferencias no existen allá, y de seguro nosotros no nos quejaremos de esto. El trabajador, lo mismo que el desgraciado emigrado, divide con el mas opulento banquero las tristezas é inconvenientes del viaje. La igualdad existe aunque no sea mas que en los caminos: ya esto es alguna cosa. Añadiremos según hemos dicho ya, que los viajes en vías férreas lo mismo que en vapores, son muy baratos.

En un capítulo precedente hemos dado á conocer parte de la comodidad de los vapores, donde se encuentran salones de lectura y música restaurants, &ar-room5 y hasta como en las grandes fondas, algunos tienen un cuarto amueblado con lujo, adornado con corti- nas de seda, terciopelo y encajes, designado bajo el nombre de cuarto de la casada. En él es donde los jóvenes casados van, cuan- do les place, á ocultar orgullosamente su amor.

Los americanos están muy lejos de esperimentar como nos- otros la delicadeza de la modestia y la decencia. Las mugeres mis- mas, las jóvenes mejor educadas, no tienen sino un pudor natural muy dudoso y una decencia convencional. Mil pruebas podíamos citar en apoyo de esta opinión, pero nos Umitaremos á señalar como concluyente, el uso general del cuarto de la casada. Así, pues, una joven americana, cuando sale de casa de sus padres, desposada.

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no esperimenta ningún escrúpulo, ninguna incomodidad, en poner su inocencia en espectáculo ante un pelotón de curiosos y estran- jeros que espian sus movimientos y la siguen con la vista, son- riendo, hasta la estancia del himeneo. ¿Existe una joven francesa que quiera y se atreva á fijar una necesidad urgente en posición de recien casada, y publique un programa de sus sentimientos ín- timos y tiernos? Seguramente no.

La comodidad en los vapores es tan grande, que los periódi- cos nos dicen que el Isaac-Newton, uno de los buques del rio Hud- son, acaba de suprimir el uso del alumbrado de aceite, para adop- tar el de gas que habia considerado hasta aquí como peligroso para ¡la navegación. Ciento cuarenta luces de gas distribuidas en el barco, lanzan sus vivos é inalterables reflejos. Inmensas arañas completan la ornamentación de las cámaras y alumbran al mismo tiempo los gabinetes contiguos. El gasómetro colocado en el puen- te y en condiciones de perfecta seguridad , puede contener hasta 500 pies cúbicos. En fin, parece que entre otras ventajas, el nue- vo alumbrado tiene sobre el antiguo una grande economía. Esta última consideración podrá determinar á los demás vapores á imi- tar al Isaac-Newton.

Nada mas singular ni menos cómodo que los ómnibus en New- York. Son coches de forma inglesa, no pudiendo contener mas de doce personas sentadas, pero susceptibles de recibir un número mucho mayor los dias de lluvia, en que las ladies sorprendidas por el mal tiempo, se instalan sin cumplimiento sobre las rodillas de los caballeros. Los ómnibus no tienen conductor como en Francia, y desde su asiento el cochero hace sus veces. Un agujero practi- cado en lo alto del ómnibus permite á los viajeros ponerse en co- municación con él: y por su causa el que le toca ponerse delante, paga su asiento para tener que ir de pié. Cuando se desea que el coche pare, se tira de una correa, que pasando por dicho agujero á parar al pie del cochero; este, en el instante que le tiran para el carruaje.

Para poder hablar al cochero hay que tomar una posición poco agradable; es necesario alargar el pescuezo, hasta que llegue el

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rostro á la entrada del agujero, donde aplica el otro su oreja. Se- mejante sistema seria imposible en Europa por parecer incómodo y ridículo: mas en América, como llevamos dicho, no existe esto á causa del espíritu de libertad que domina. El americano, esencial* mente especulador, no en esta detestable organización de ómni- bus sino la economía de un conductor y la celebra sin pensar en quejarse.

El precio de una carrera es como en París, 30 céntimos. Pero si os encontráis sin ellos ó no tenéis mas que una parte, acep- tan lo que buenamente le deis y os dejan bajar sin dificultad al- guna. Hay mas; el cochero es dueño absoluto de su coche y al- quila por un tanto. Muchas veces por no tomarse el trabajo de cambiar, ó en la duda de recibir un billete falso (se sabe que el bi- llete de banco es casi la moneda corriente en América; el oro y la plata son muy raros en circulación), prefiere dejaros partir á que le paguéis.

El interior y esterior de los ómnibus está adornado con retratos de grandes artistas en voga. Mme. Sontang, Alboni, Grisi, Mario , y algunos otros cantantes célebres; los ómnibus son verdaderos museos artísticos. Jenny Lind se veia en ellos; pero después del ca- samiento imprevisto de esta gran cantatriz, los cocheros desilu- sionados como el resto de la población, han hecho desaparecer de jas portezuelas de sus carruajes la graciosa imagen del ángel caído.

No hay pais donde se gaste mas nieve que en los Estados-Uni- dos; los americanos, grandes consumidores de agua, no la beben sino helada en verano é invierno.

Por las mañanas, carretas cargadas de nieve, van de casa en casa dejando en el basement la provisión del dia. Todo el mundo hace uso de ella, hasta la gente mas pobre. Es una comodidad que los negros mismos se proporcionan. La nieve cuesta á dos cénti- mos poco mas ó menos, libra. Cuando los americanos no beben aguado nieve, toman leche merengada. A cualquier hora del dia y desde muy temprano se ven elegantes señoras, en las mesas de los ice cream saloons, donde devoran mas bien que toman, los hela-

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dos. Antes y después de comer, lo mismo de dia que de noche, sa- borean la leche merengada. Un vaso de un schelUng americano (60 céntimos) equivale á dos de los que acostumbran dar en los cafés de París y cuestan un franco cada uno.

Las señoras, y también muchos caballeros, tienen la costumbre entre almuerzo y comida, de entrar en un ice cream saloon y comer una sopa con ostras, bebiendo un gran vaso de agua-nieve. Las ostras ocupan el primer lugar en las cenas de los americanos. Se sirven mariscos guisados de diferentes maneras, y también crudos. Muchos hacen un lunch de ostras sazonadas con sal y pimienta , y lo acompañan con crakers, especie de bizcochos muy buenos.

A menudo sirven ostras en conchas. El aspecto que presen- tan tan grandes y llenas de grasa es algo repugnante para el que no está acostumbrado.

Nada mas curioso que los restaurants de los negociantes , en la ciudad baja de New- York; mostradores muy altos sirven de mesas á los business men , que se sientan como grandes niños en altas si- llas. Al lado de estos mostradores-mesas, hay hornos encendidos, y en menos de cinco minutos, el cocinero dispone una sopa de os- tras, que nunca deja de ir con un platito de berros ó col en ensa- lada. El negociante, que no tiene jamás tiempo que perder, traga en un par de movimientos de quijada la sopa muy abundante, el verro ó las coles , y los bizcochos que quiere , no costándole mas que 60 céntimos.

Se puede aun hacer un lunch mas barato yendo á ciertas horas á las fondas donde se sirve el free lunch (el hbre ó gratis lunch). Carnes frias muy apetitosas se ofrecen en platos de plata , y cada cual tiene el derecho de tomar parte en esta comida, con condición de pagar un vaso de cualquier bebida aprecio moderado. De suer- te , que por 30 céntimos , valor de un vaso de cerveza , puede ha- cerse una buenísima comida muy bien servida y en la mejor com- pañía.

El aguardiente cuesta caro en los Estados-Unidos ; pero cuan- do se pide en los har-room , el mozo trae una botella entera con un gran vaso, y se sirve á placer sin pagar jamás ni mas ni menos

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que el precio fijado de antemano , según el término medio de una libación ordinaria. Mas aun ; ponen siempre á voluntad de los con- sumidores, queso, bizcochos y tabaco g-ratis. Pero es tal el salu- dable efecto de la libertad, que dejando á los hombres su dignidad, les inspira sentimientos de dehcadeza y circunspección. Nadie; ni aun los mismos beodos, abusan de la libertad que les permite ser- virse otra medida del vino ó licor puesto á su disposición; saben lo que deben beber por el precio que han estipulado , y no pasan de él. Lo mismo sucede con el queso, el tabaco y los bizcochos; nadie abusa.

La comodidad americana se estiende hasta los templos: una ga- lería de butacas circunda el interior del edificio ; el suelo está al- fombrado, y en el invierno mantienen una temperatura agradable por medio de caloríferos.

Los barberos han hecho rápidos progresos en la ciencia de la comodidad después de Fígaro , que iba á casa de Bartolo con pie ligero, vacía debajo del brazo, navaja de afeitar y una lanceta en el bolsillo.

Los de nuestros dias, y mas aun los americanos, que coloca- remos sobre todos los del mundo, tienen establecimientos magní- ficos. Es casi un placer afeitarse en New- York; tan buenos son los barberos, y tan suntuosas las tiendas. El sillón donde uno se sienta vale el dinero, como vulgarmente dicen. El cuerpo está deUciosa- mente colocado desde los pies á la cabeza , la cual baja y sube á su voluntad el barbero por medio de un simple resorte. Enjabonan el rostro con pinceles de barba mucho mas voluminosos y finos que los que usan en Francia. Después de los primeros pases de nava- ja, vuelven á enjabonar y á pasarla rápida y ligeramente. No es de los barberos americanos de los que puede decirse:

c(El maestro Lambin se tal mafia para afeitar, que ved su ligereza; mientras rasura un lado, en el opuesto crecen mayores las barbudas crestas.))

Luego que está hecha la barba, la operación no termina ni con

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mucho. Preguntan si se desea tener la cabeza enjabonada. Si se contesta afirmativamente, en un instante las activas é inteligentes manos del artista pasan y repasan los cabellos y el cuero cabelludo hasta poner la piel mas blanca que el arminio, como dice el aria. Con abundantes enjuagues de agua fria y caUente quitan hasta el último vestigio del jabón; luego con grandes toballas secan la ca- beza que el hierro, el peine, el cepillo y la pomada acaban de em- bellecer. Mas si no se quiere el enjabonamiento, rocían el pelo con agua odorífera , que refresca y mantiene los cabellos en la posi- ción que se les da.

Estamos seguros que seria una buena especulación poner en París un establecimiento montado á la americana y servido por na- turales de allá. Los franceses, á quienes ciertos estranjeros se com- placen en calificar de buenos peluqueros, son sobrepujados por los americanos, al menos en la parte de barbería.

Si algún barbero americano lee por casualidad estas líneas y se decide á venir á París para probar fortuna , nos contará en el número de sus parroquianos mas consecuentes , y le suplicamos desde ahora que reciba las pruebas de nuestra reconocida admi- ración.

Los arquitectos americanos tienen la manía del estilo griego para la construcción de las casas de campo. Son casi de madera, pintadas de blanco, con fachada de columnas sobremontadas por capiteles corintios; la Bolsa y la Magdalena de París pueden dar una idea de ellas. Resulta de estas construcciones uniformes , es- tremadamente blancas y rodeadas de lindos jardines, un golpe de vista muy encantador; la imaginación toma las orillas del Staten- Island por una de las antiguas islas del mar Egeo.

Las casas de campo , sin ser tan cómodas como las de la ciu- dad, están, no obstante, bien amuebladas. El suelo, bastante feo, lo cubren con esteras chinescas, y no hay un salón sin un largo y pesado piano cuadrado, con pies de mastodonte. Entre las sillas y butacas ordinarias, entra la indispensable rocJcing-chair. La rocking- chair (silla-cuna) es una especie de butaca de crin , cuyos pies descansan por cada lado sobre medios círculos de madera arquea-

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das por detrás , lo que permite mecerse agradablemente y sin fati- ga alguna. Las hay de varias dimensiones, y también para los ni- ños. Confesamos que es muy grato balancearse en esas butacas donde el cuerpo descansa perfectamente.

Los dormitorios están adornados de una manera graciosa y original, con muebles de madera pintada. Sobre fondos que varían de colores, desde el blanco al verde manzana y amarillo limón, al azul cielo, destácanse ramos y flores sueltas de muy vivas y va- riadas tintas. Esto respira vuluptuosidad, y es fresco como convie- ne á una casa de campo.

Los americanos, cuyo lujo se estiende poco á poco, tienen para uso del tocador, jarros mas grandes y cómodos que los nuestros, aunque algo menos elegantes. Pero á las camas de cinco pies y medio de largo, ponen sábanas de niños, y sus toballas y servilletas cubren apenas el rostro ó las rodillas. Y en muchos boarding houses, tanto en el campo como en la ciudad, no dan servilletas para la mesa. Cada cual se limpia como puede, en el mantel ó el pa- ñuelo.

Vastas fondas construidas con madera , á los alrededores de las grandes ciudades, y en un espacio de veinte ó veinte y cinco leguas á la redonda, reciben en verano á las numerosas familias, que no teniendo casas propias, quieren, no obstante, gustar los pla- ceres agrestes y huir de la ciudad durante los horrorosos calores de junio, julio y agosto. Muchos prolongan su estancia hasta se- tiembre, octubre y noviembre.

El tiempo que se pasa en el campo, no es de vacaciones, sino para los niños y mugeres. El calor no detiene á los hombres en el indomable empeño de sus negocios. Parten por las mañanas en rail-roads ó en steamhoats y se dirigen á la ciudad, permaneciendo en su office hasta la noche, en que vuelven á dormir al campo.

Ahora debemos preguntar, ¿qué hacen en ausencia de sus ma- ridos, durante las largas horas del dia, el gran número de jóvenes y tiernas ladiest ¡Oh! coquetean ¡buen Dios! Coquetean en los som- bríos senderos, en el parlor de la fonda, en la orilla del mar, en al- guna gruta, al abrigo del sol y al murmullo misterioso de las on-

loa- das, cuyas quejas monótonas, despiertan en el alma los dulces y poéticos pensamientos del amor sentimental.

Es imposible pasar un tiempo mas agradable que el verano, en una de esas fondas; no hay estranjero que no hable con grande entusiasmo de la estancia del campo y que no ensalce el carácter íntimo de las americanas, su mezcla de astucia y candor, la blanca frescura de su tez y la fina y delicada armonía de sus facciones.

En algunos sitios á la moda, el lujo del vestir es verdadera- mente escesivo. Puede decirse que cuando las señoras no coquetean están en su cuarto ocupadas en vestirse y desnudarse. El trage de los niños es notable por el buen gusto, la elegancia y la originali- dad. Las americanas, que aman y miman á sus hijos, mas que to- das las mugeres del mundo, los crian de un modo particular, que parecería, y debe ser peligroso en Francia, donde el cHma es mu- cho mas húmedo.

Desde los primeros dias de su nacimiento, sea la estación que quiera, los dejan con la cabeza descubierta y estremadamente li- bres en la cuna. Durante las cinco ó seis primeras semanas, lo en- vuelven en pañales de franela. La terrible faja, en que aprisio- nan á los niños en nuestro pais, á pesar de las amonestaciones de los médicos, es desconocida en América é Inglaterra. En ciertas provincias de Francia, los atan con cuerdas, á sus pañales, aseme- jándolos á momias egipcias. No les dejan á las piernas y brazos el menor movimiento. Eso es atroz é impide el desarrollo de la criatu- ra, que sufre un verdadero tormento; esta costumbre tiene visos de conservarse largo tiempo aun , en un pais que se llama el mas inconstante y esclarecido del mundo.

Hasta la edad de cuatro ó cinco años , visten los niños de una manera encantadora , con trages escotados y brazos desnudos : y las niñas igualmente hasta la de diez ó doce.

Hay sin embargo, quien ha querido rechazar este régimen; pero no se encuentran en ninguna parte niños tan hermosos como en los Estados-Unidos.

Ya hemos dicho algunas palabras sobre la cocina americana, tan mediana y poco variada. No volveremos á hablar del parti-

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cular ; solo añadiremos que la carne de caza , el pescado , las aves, las frutas y las legumbres, de buenas apariencias, están lejos de tener el sabor y la delicadeza que los mismos produc- tos de nuestro clima. Los americanos no hacen uso de ciertos ali- mentos que nosotros estimamos mucho en Europa. No comen la raya ni los requines, que son muy buenos; tampoco otro pescado blanco, delicado pero muy lleno de espinas; en fin, matan, pa- ra volverlo á arrojar al mar, una especie de monstruo marino, de forma horrorosa, mas capaz de inspirar espanto que de abrir el apetito: tiene una carne blanca y dura como el rodaballo, y sabor gustoso. Los norte-americanos, desdeñan entre otras cosas la acel- ga , y apenas comen los ríñones de carnero y la asadura de ternera; en cambio se regalan con el asado de ardilla, que tiene apariencias de ratas grandes.

Las ratas se consideran como un plato escelente por los chi- nos que habitan los Estados-Unidos y muy particularmente la Cah- fornia, donde los hay en gran número. ¡Pero qué no comerán los chinos! Diremos lo que nos ha referido un francés, minero de la California. Una vez vio á un chino armado de un largo y puntia- gudo cuchillo, rebuscando en la tierra. Lo que pretendía encon- trar eran gusanos, que á medida que los iba cogiendo, los metia en una caja grande de metal blanco, suspendida de su cuello. «Sin duda es un pescador, dijo nuestro francés, y voy á ver cómo pes- can los chinos, que hacen las cosas diferente de los demás hom- bres. » Siguió observando al chino, que cuando tuvo la caja llena de gusanos, se dirigió á una barraca, donde los fué limpiando uno por uno con el mayor cuidado, poniéndolos después al fuego en una gran cacerola, en que hirvieron por espacio de veinte minutos. «Vamos, á los peces les gusta mas los gusanos cocidos que cru- dos» dijo nuestro compatriota decidido á esperar el fin. Pero, ¡cuál fué su sorpresa, al ver que el pescador quitó los gusanos de la lumbre y sentándose con su familia alrededor de la cacerola, ce- lebró un delicioso banquete de reptiles!

En California, comen muchas cosas que es difícil hallar en otra parte ; tales son cotorras guisadas con arroz , micos asados , y

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pájaros diversos, entre los que se cuenta el hengali. Los osos se venden en los mercados, y parece cierto que es una comida esce- lente cuando se sabe preparar.

Ahora que hablamos de mercados, diremos que en los Estados- Unidos, van los hombres con la cesta debajo del brazo á hacer la compra diaria. Esta costumbre empieza á perderse en ciertas ciu- dades, pero en otras se mantiene en vigor, y no es raro ver en New- York á los eleg-antes gentkmen, hacer su provisión, rega- teando el precio de un ave ó una pierna de carnero, y haciéndose pesar el pescado que se vende al pormenor en Washington Market.

Pero lo que mas choca á los estranjeros es el vestido de los vendedores, limpio sin igual y de un corte perfecto.

Los carniceros por ejemplo, están en su despacho como ver- daderos gentkmen, de frac ó levita de paño negro, pantalón de buena tela, chaleco bien cortado, camisa perfectamente almidona- da con cuello postizo muy lustroso, tan estirado como el cartón, y corbata americana elegantemente anudada. Un delantal blanco les evita el contacto de la carne; y con sombrero puesto, sierran, cor- tan y destrozan, sirviendo á los parroquianos con atención y com- placencia.

Los artesanos que van á las casas particulares, para trabajos, de componer chimeneas, poner luces de gas, y arreglar las feísi- mas ventanas de guillotina que los americanos han heredado de los ingleses, se presentan vestidos de frac negro ó levita de paño y trabajan sin estropear la ropa y sin quitar el sombrero. Conser- varlo puesto, no se considera como falta de educación ni descorte- sía, y hay que reconocer que los jornaleros americanos, á pesar de su independencia, son atentos y corteses, pero no con esa cortesía finjida de falsos ofrecimientos, sino haciéndose útiles y serviciales.

El guarda-ropa de un americano, aunque sea rico, es muy li- mitado y no tiene mas ropa blanca que la estrictamente necesaria. No es como en Francia, y con particularidad en el Mediodía, don- de el liyo consiste en tener siempre muy provistos los armarios de ropa blanca y lavar una vez al año.

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El americano cuando de viaje no lleva mas que una simple balija ó maletita de equipaje. Compra en cada ciudad la ropa blan- ca y los vestidos que necesita y deja en la fonda lo que tiene sucio. Las mujeres también hacen lo mismo con corta diferencia, y no es estraño verlas emprender g-randes viages con un simple cofre.

Mr. Jobard, el famoso sabio de Bruselas, ha combatido última- mente en un discurso, el uso de los cepillos para hmpiar la ropa, preconizando el de esponjas húmedas, que quitan mucho mejor que la crin, el polvo y las manchas del paño. «Esto que he dicho, escribe Mr. Jobard, no le gustará mucho á los comerciantes de cepillos, pero alegrará á los de esponjas, j Nosotros diremos otra cosa que no agradará álos traficantes de cepillos y esponjas, pero á los escoberos. En efecto, en América, no se limpia con espon- jas ni cepillos, sino con escobas. Son de paja, pequeñas y aplasta- das en forma de abanicos. Este es el solo instrumento que hay pa- ra quitar el polvo, y es escelente.

En el pórtico de las fondas, hay negros con escobillas aguar- dando á los viajeros, y sin decirles una palabra, los barren de la cabeza á los pies, con esa gravedad complaciente que poseen.

Los americanos no han heredado de los ingleses el gusto por las carreras de caballos. Hay muy pocas Steeple chases en los Es- tados-Unidos pero en cambio muchas carreras de cabriolé por caballos trotadores. Tienen la pretensión, con motivo ó sin él, de poseer los mejores trotadores del mundo. Los han enviado mil ve- ces al territorio británico, pero los ingleses no han querido admi- tirlos nunca, so protesto de que galopan con las piernas traseras; acusación grave que han rechazado vivamente, pero que los otros han sostenido siempre. Los americanos pretenden que los ingleses han inventado esta calumnia para rehuir la humillación de ser vencidos por ellos. Esto pudiera ser cierto, por lo que nos informa- remos de nuestro mnigo Léon Gatayes que debe saberlo.

En América, donde se come generalmente mal, se beben esce- lentes brevajes. En Francia no se tiene idea del gusto y variedad de ellos; se toman calientes ó heladas, y en este último caso con cánula de paja ó junco. La cánula lleva poco á poco el brebaje á

sol- ía boca; refresca mejor y hace que se le tome muy bien el gusto. Ignoramos lo que puede ser el néctar y la ambrosía; pero de se- guro estas bebidas de los dioses, no serán mas agradables que las americanas, de las cuales no hacen en París mas que pésimas imi- taciones. ¿Cómo es que Brillat Savarin, el célebre autor de la Fi- siología del gusto que ha permanecido algunos años en los Estados- Unidos, no ha hablado de las bebidas americanas? Sin querer in- vestigar la causa de este silencio, nosotros trataremos de reme- diarlo, dando aquí los nombres de las principales, con los ingre- dientes para hacerlas. Nos quedaríamos sorprendidos de que por esto se nos erigiese un templo por los que se dedican á la indus- tria que nos ocupa; pero sabe Dios que no reclamamos tan emi- nente honor.

El MiN JULEP se hace echando en una cantidad conveniente de vino de madera un poco de nieve, mezclada con azúcar en pol- vo y nuez moscada raspada. El todo se reúne pasándolo rápida- mente á unas garrafas dispuestas de antemano, y los operarios lo mueven con una destreza y prontitud admirables. El mintjulep, se traslada á un gran vaso que se cubre de hojas de menta verde, añadiéndole antes unas fresas y pedacitos de pina. Luego se con- sume por medio de la cánula, este agradable tónico y aromático refresco.

El Sherry cabbler, de gusto diferente, lo prefieren muchas per- sonas dil mint julep. Se compone de vino Jerez, aguardiente, azú- car y nuez moscada en polvo y pedazos de nieve: se mezcla como el mint julep por medio de dos garrafas , y se bebe también con cánula.

El CocK-TAiL , literalmente cola de gallo , se hace con el bitter,

aguardiente, nuez moscada y nieve. El cock-tail está considerado

como licor tónico y no se bebe mas que la cuarta parte de un vaso.

Hay varias clases de cock-tails, entre los cuales, con el bran y

cock-tail, conocemos el sling de un gusto muy fino.

El GiN TODDLY se bcbc de ordinario caliente y se hace con gi- nebra, azúcar, limón y agua hirviendo.

Siguen después: The mountain dew (el rocío de la montaña).

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202 Half and half (mitad por mitad; es decir, mitad agua y mitad aguardiente.)

The whisky punch (ponche de wiskij). The thorough knock me down (literalmente, rompe pecho.)

The Tom and Jerry.— The old Tom (el viejo Tomás,)— The egg- nog. Esta última bebida, mas en uso en los Estados del Sur, es de rigor en la época de Navidad; es una especie de ponche á la romana. The egg-nog se compone de huevos crudos mezclados con aguardien- te, y se hace de este modo. Las mismas criollas lo preparan con sus blancas é indolentes manos, ofreciéndolo á los convidados de Noche- buena. Separan de cierto número de huevos la yema de la clara; después baten esta como para hacer merengue, hasta que se for- ma una espuma blanca y sutil; después mezclan la yema con aguar- diente y azúcar y la reúnen á la clara.

Esta agrada poco á los estranjeros, pero se acostumbran y concluyen por encontrarla buena.

Uno de los puntos de vista mas bellos de las ciudades, y parti- cularmente de New- York, son los árboles, que en líneas paralelas circuyen las calles y dan en verano sombra y frescm^a. El calor es tan fuerte, que en los muelles y plazas caen hombres muertos, he- ridos por el ardor del sol. Por eso hay regaderas públicas; y los particulares no riegan las aceras por mañana y tarde obligados por la pohcía sino voluntariamente, con las mismas bombas que sirven para limpiar la casa de alto á bajo.

Las estaciones de caminos de hierro, tan lindas en Francia, que algunas pueden ser consideradas como .verdaderos monumen- tos son tan feas en América que es difícil dar una idea exacta. Su- cede lo mismo con los edificios públicos. Citaremos la bolsa de New-York, los diferentes tribunales, las prisiones y el correo que no son sino miserables barracas, advirtiendo que el servicio deja mucho que desear.

Circunscribiéndonos al correo, diremos que las cartas en lista y los paquetes, se entregan sin formalidad alguna, á cualquiera que se presenta á reclamarlos. Ni aun exijen del reclamante que diga su nombre; en pagando el porte, podria llevarse todas las

^artas si tal era su gusto. Es cierto que condenado á galeras, el que sin autorización tome una dirijida á otro, pero á pesar de la severidad de las leyes con relación á esto , se comprenden los in- convenientes que deben resultar de semejante estado de cosas.

En cuanto á los carteros , llevan las cartas reunidas de cual- quier modo en un pañuelo de faltriquera, teniéndolo sujeto por los cuatro picos. Se preguntará por qué no las llevan en una caja, cuando es fácil perderlas ea un pañuelo que se abre á cada ins- tante.

Después de haber mencionado el sistema de butacas de los teatros, con esclusion de los palcos y demás asientos, no nos falta para terminar esta enumeración mas que señalar como una como- didad para uso de un número de ladies, las dentaduras postizas.

Los dientes se echan á perder muy pronto en ciertas partes de América por el uso inmoderado de la nieve, el abuso de los dul- ces y las aguas demasiado cargadas de calcáreo, pero la coquete- ría hace su mas importante papel valiéndose de las dentaduras postizas.

No es muy raro en efecto, si nos sometemos al dicho de varios dentistas americanos y estranjeros, ver señoras jóvenes y aun se- ñoritas estraerse los dientes, para ponérselos postizos, y esto úni- camente porque los suyos son algo amarillos, largos ó mal nivela- dos. Es cierto que los dentistas americanos, tienen reputación de ser los primeros del universo, y que esas señoras tienen para so- portar la terrible estraccion, las paralizadoras emanaciones del cloroformo; mas es necesario ser escesivamente coqueta para pre- ferir á los dientes verdaderos y sanos, aunque algo amarillos, des- arreglados ó largos, los postizos, por muy blancos y bien alineados que puedan estar.

Hay, pues, en América, considerable número de dentaduras postizas, bien por necesidad, bien por coquetería. Nadie tiene re- pugnancia en adornar su boca con falsos dientes, y si creemos en una historieta que nos ha sido contada, una dentadura será siem- pre un regalo muy aceptable, cuando se quiere, como ha dicho Horacio, unir lo útil á lo agradable.

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aquí la historieta:

«Las señoritas educandas de un colegio, en el campo, de los al- rededores de Boston, ñabian observado desde largo tiempo la difi- cultad que su querida maestra esperimentaba al masticar la corte- za del pan, la ensalada y ciertas comidas. Como discípulas atentas y generosas, resolvieron comprarle una dentadura falsa, y escota- ron entre ellas para este efecto. Habian oido lamentarse á su di- rectora en varias ocasiones, de lo caro que costaban las dentadu- ras artificiales, de que los ricos tan solo podian gozar.

»¡Ah! ¡ Si mi pobre marido viviese aun! dijo un dia de tier- na espansion y creyéndose sola. ¡Dentro de un mes es el aniversa- rio de mi nacimiento: él, deseando festejar estedichosodia, me da- rla una prueba de amor, comprándome una dentadura, de la que tengo ya necesidad! ¡Querido esposo! ¡Cara dentadura!

>Estas conmovedoras palabras fueron acojidas, y con ayuda de un inteligente dentista en quien pusieron toda su confianza, y que tomó discretamente la medida de la boca de la directora, la denta- dura — -una dentadura de lujo se halló lista para el dia del ani- versario.

í Desde la mañana de este dia memorable, las pensionistas ele- gantemente vestidas, esperaban la salida de la directora. La den- tadura fué cuidadosamente colocada en un plato de plata, entre dos ramos; y finalmente, ofrecida por la pensionista mas joven, que pronunció un discursito con voz entrecortada por la emoción, á la señora directora. Esta les dirigió otro á sus discípulas en acción de gracias, el cual concluyó por las siguientes palabras:

))Yo podido mostrarme severa algunas veces con vos- otras, amadas discípulas, y morderme los labios, como vulgar- mente se dice: desde hoy, no tendré ya mas que amables sonrisas, aunque no sea mas que por enseñar mis bonitos dientes, y hacer honor al regalo vuestro. »

Por muy estraordinario que parezca semejante hecho, no es nada raro para las personas que conocen las costumbres sencillas del campo, y el espíritu eminentemente positivista y práctico délos americanos.

CAPITULO XVI.

LA EDUCACIÓN PUBLICA*

En un "pueblo esencialmente libre y progresista como los Es* tados-Unidos, es necesario que la enseñanza sea libre también y gratuita la instrucción.

La falta de una iglesia dominante ha hecho allí fácil la liber- tad de enseñanza, de cuyos beneficios gozan, sin distinción de sec- ta religiosa.

Siendo hbre la conciencia de cada persona, puede escoger el culto que sea preferible. A los niños no se impone ninguna doctri- na religiosa. En las public scho&ls no tienen otra mira que la de for- mar hombres, alimentando sus inteligencias con los elementos de la instrucion, tan útiles en una sociedad, donde saben leer y escri- bir, para que sepan hablar y comprender la palabra.

La enseñanza no es obligatoria, ni conviene que sea. Esa me- dida será buena en los paises dominados por preocupaciones y en que descuidada la inteligencia, ha estado largo tiempo comprimi- da; pero no puede serlo en los Estados-Unidos, donde el pueblo por la misma conciencia de su dignidad, comprende las ventajas de la ilustración.

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Así, pues, la clase mas numerosa, que no es ciertamente la me- nos útil, sabe leer, escribir, y calcular lo suficiente para las nece- sidades de sus intereses. Este mag-nífico don, gratufto y verdade- ramente republicano, de la instrucion primaria para todos los esca- sos de fortuna, es sin duda la causa principal del engrandecimien- to presente y la salvaguardia del porvenir.

Por mucho que hayan dicho en contra de la razón humana, y á pesar de las declamaciones apasionadas de algunos charlatanes para probar que es inútil la discusión, los Estados-Unidos demues- tran que para garantir los grandes principios de libertad debe con- tarse con la instrucion y el buen sentido público.

En cuanto á la educación moral, tan indispensable como la ins- trucción propiamente dicha, no se descuida en las escuelas gra- tuitas.

La moral inseparable de los principios religiosos, se enseña con libros elementales, escelentes bajo por todos conceptos. Acon- sejan el amor á Dios, sin decir nunca bajo qué forma conviene ado- rarle; ordenan honrar á los padres; no matar, no robar, hacer cuan- to bien se pueda y evitar el mal cuanto sea posible, amando al prógimo como á mismo.

Instruido en esta doctrina invariable, crece el niño sin peligro para la sociedad y sin temor de que se corrompa su conciencia. Lle- ga á ser hombre, y cuando su razón está suficientemente fortificada, escojo el culto que merece sus simpatías. Cualquiera que sea la secta que elija, la Biblia ó el Alcorán, el Evangelio puro ó alguno de los sistemas que le dividen, siempre conserva los mismos prin- cipios morales. Aunque las religiones son diversas, la moral es una.

Por lo que respecta á las escuelas particulares, son un lugar neutro cerrado á las competencias de secta. La instrucción y la moral se estiende respetada por las religiones. Al fin de los pros- pectos de las escuelas bien dirigidas se ven avisos prometiendo bancos á los discípulos en varias iglesias de diferente culto.

Se ha reprochado á los americanos, el contentarse general- mente con una instrucción superficial. Los que han dicho esto, oí-

-207- vidan que la América lo debe todo á su independencia, y que esta data del año de 1776. El 4 de julio de ese año memorable es cuando se confirmó el acta en Filadelfia : luego en medio siglo se ha aumentado en un doble el número de los Estados, se ha cua- druplicado su población y se han estendido sus fronteras desde el Misisipí hasta el Pacífico. El tráfico y la navegación han adquirido un desarrollo estraordinario , y las facultades intelectuales de los norte-americanos han llegado al mas alto grado de esplendor pro- duciendo los mas notables descubrimientos. Su vasto territorio está cruzado en todas direcciones por canales y caminos de hierro. Su genio ha sometido los vientos y las olas á la voluntad del co- mercio; ha dirigido el rayo; ha suprimido las distancias por tras- misión del pensamiento; y como el ángel bueno, ha parahzado el dolor físico por medio del cloroformo. Nada de esto es bastante, y al único pueblo que al menos sabe leer, exijenla cultura general y el conocimiento profundo de las ciencias y la literatura.

Es preciso reconocer que la enseñanza progresa continuamen- te y existen colegios superiores que serian notables en la misma Europa. Entre ellos podemos citar el de Cambridge, cerca de Boston, el de Howard y el de Westpoint, de caballería e infantería.

Ahora bien; si es cierto que la enseñanza tiende cada dia á ser mas perfecta, también lo es que hay un gran número de escuelas dirigidas por profesores incapacitados. Como no se exige título, ca- da cual puede abrir escuelas á su gusto. Así es que se hacen pro- fesores y abren colegios los que por desgracia en su tráfico , se ven precisados á cerrar los establecimientos. No es estraño encon- trar quien dudando en la elección haya tratado de enseñar todos los ramos, desde la astronomía, hasta la gimnasia. Hemos conoci- do un Auvergnat aguador y mozo de un bar-room, que sabiendo ape^ ñas leer y escribir, se anunció como profesor de francés. Su méto- do nuevo y sencillo, consistía en hablar auvergnat y decirle á los discípulos; «imitadme.»

Este singular maestro fué presentado á otro alemán que daba también lecciones de francés: los dos quisieron hablarse, pero no pudieron comprenderse á pesar de los mayores esfuerzos.

-208- '¡Demonio! decia el Auvergnat; ¡este puede vanagloriarse de hablar un francés raro! No es como el de la Auvergne. Sin duda, cada pais habla uno que no comprenden los demás.

¡Voto vá\ \qué rareza de hombre] murmuraba el alemán aparte, lanzando al Auvergnat una mirada envidiosa. \Usted hablar francés y hablar mucho bien] Pero yo no hablar tampoco mal y no saber por qué él hacer como sitió entender mi . Esto estar envidia porque yo ser también profesor de lengua.

aquí un hecho mas curioso aun y de cuya veracidad estamos seguros:

Un Bordelais, después de haber sido maestro de todo y oficial de nada, se encontraba un dia cerca de Louisville, casi desesperado- Pensaba en el suicidio, medio por el cual se privarla dulcemente de la pesada carga de la miseria, cuando por casualidad halló un americano que era amigo suyo. Dióse prisa en pintarle su triste si- tuación encomendándose á él.

Well, contestó el yankee, si Vd. supiese italiano, podria entrar de profesor en una escuela de niños que hay en estos alrededores y tiene fama en los estudios de lenguas vivas.

' ¿Entonces es un italiano y no un francés lo que se necesita? preguntó nuestro compatriota con ansiedad.

-No: lo que hace falta es un profesor de italiano. ¿El profesor á quien debo suceder está aun en la escuela? preguntó el Bordelais.

Jamás ha habido cátedra de italiano en esa escuela, y es un vacío que se debe llenar. ¿Pero sabe Vd. italiano, si ó no?

—¿Qué si lo sé? respondió el Bordelais con seguridad , ¡yo lo creo! ¡Pues si en un tiempo á fuerza de hablarlo olvidé el francés! —^Very well, caro amigo, me alegro de poderle ser útil. Presén- tese Vd. de mi parte en la escuela y no dude que será re- cibido.

Gracias, amigo mió, á revedere mío caro, como decimos en ita- liano. Y el Gascón, que solo sabia de la lengua esta corta frase y la palabra felicita, por haberla oido cantar en una infinidad de cabalette, se despidió de su protector.

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En seguida se puso á reflexionar seriamente el medio de ense- ñar italiano pero no lo encontraba: sin embarg-o, se dirig-ió á la casa que por fortuna debia ofrecerle un albergue y el alimento de que ya tenia necesidad.

De pronto y como herido por un buen pensamiento, pasó la ma- no por la frente. Una sonrisa feliz iluminó su rostro entristecido. Apretó el paso y llegó prontamente á casa del director del colegio que no opuso obstáculo á su visita.

Al dia siguiente de su llegada el Bonlelais tomó posesión déla cá- tedra. Los discípulos hicieron rápidos progresos bajóla dirección de tan hábil profesor, doblemente estimado por su carácter alegre. El director habia dirigido, en distintas ocasiones, lisonjeros elogiosa nuestro compatriota por su buen método y el cuidado que tenia en hacer pronunciar bien la dulce lengua de los amores, como decia por lo bajo sonriéndose.

^Mi método, como Vd. ve, decia el Bordelais, consiste en no ser- virse de libros. ¿Para qué sirven los libros? Para cansar el espíri- tu de los discípulos con teorías las mas veces inútiles, que hacen perder un tiempo precioso que puede emplearse fructuosamente en la práctica.

¡Muy bien! replicó el director ¿Pero y el Dantel Yo quisiera que de vez en cuando les hiciera Vd. leer en el Dante.

Porque el Dante, como Vd. conoce, siempre es el ¡Dante!

Sí, respondió elBordelais, el Dante es y será siempre el Dante; pero no siempre es divertido. En otro tiempo he leido una traducción del Infierno y eso no vale gran cosa: me gustan mas las canciones de Beranger, añadió riéndose.

¡Cómo! ¿En una traducción habéis leido el Dante?

¡Demonio! dijo el Gascón entre sí, habia olvidado mi papel. Y después reponiéndose: he leido el Infierno en otra lengua, porque he querido ver lo que perdía ese hermoso libro, traducido. En cuanto á las canciones de Beranger, las preñero de cierto modo para los estudiantes de primer año.

El director encontró satisfactoria esta espücacion. Todo marchaba perfectamente en el colegio, y nuestro compa-

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triota, seducido por la bondad de una vida segura y tranquila, solo pensaba en mantenerse en supuesto, cuando un incidente inespe- rado vino á poner término á tantas felicidades. Un italiano verda- dero, llegó al colegio para poner en él uno de sus hijos. Alegre por la presencia de este estranjero, el director creyó obtener un triun- fo en las personas de sus discípulos de italiano.

Los presentó. Los alumnos hablaron entre ellos con una facili- dad maravillosa, para los que no llevaban mas que algunos meses de lecciones. Pero en vez de aplaudir, el italiano soltó una larga carcajada y aseguró no haber oido una sola palabra de su lengua. Se buscó al malhadado profesor y habia desaparecido. El des- graciado enseñó por italiano el \patois gascón !

La lengua francesa no es mejor tratada por los americanos que se dedican á enseñarla, y puesto que estamos refiriendo hechos, que mas bien que los razonamientos prueban la verdad, contare- mos este otro.

Un reverendo, director de un colegio de niños, se presentó sin ser conocido en casa de un profesor de francés que gozaba de una reputación merecida.

Señor, le dijo en inglés, vengo á que me enseñe Vd. francés.

Con mucho gusto; pero sírvase Vd. tomar asiento.

Permítame Vd. que no acepte: para sentarse hay que perder tiempo, y yo no puedo desperdiciar un minuto. Parto esta misma noche.

¿Para volver pronto sin duda?

-No señor; para no volver jamás-

¿Y entonces cómo quiere Vd. tomar lecciones de francés es- tando lejos?

^No deseo mas que una.

;Una! ¿Y en una sola pretende Vd. saber la lengua?

Pienso que si. Mi fm es aprender el alfabeto; obtenido esto, lo demás lo aprenderé fácilmente, por medio de libros que dan la pronunciación figurada.

El profesor sacudió la cabeza en señal de duda, pero cosintió en darle la lección por no disgustarlo-

Santiago, dijo el profesor llamando á su criado, tráiganos Vd. el encerado y el lápiz.

Colocado en su sitio el^encerado para las demostraciones, comen- zó la lección. El respetable ministro pasó dos horas desarticulán- dose la quijada para no decir en vez de aye é\ de airr r; y de iou ú. Después, como verdadero Yankee, calculó exactamente el pre- cio de la lección con arreglo al que debiera dar por una tempo- rada; sacó el dinero y se lo ofreció al profesor. Este, por toda res- puesta, llamó nuevamente á su criado.

—Santiago, le dijo, tome Vd. ese dinero; el señor se lo regala, por el trabajo que ha tenido en traer el encerado. Por lo que res- pecta á mí, continuó dirigiéndose al reverendo; no tengo costumbre á semejanza de los cocheros simones de mi pais, de ser pagado por hora ó carrera. Yo he dado la lección por complaceros y para ma- yor gloria de nuestro alfabeto.

El reverendo se retiró admirado del desinterés del profesor.

Quince dias después de esta entrevista gramatical el reverendo considerándose suficientemente instruido en la lengua de Racine, entraba en un colegio de profesor de francés.

Podríamos si fuera necesario, citar los nombres de estos se- ñores.

De la insuficiencia de semejantes profesores , cuyo concurso es nulo para la enseñanza, resultan hbros elementales muy buenos. Creemos que América es el pais que ha escrito mejores compendios en todos los ramos de instrucción.

Es verdad que la mayor parte son el resumen hábilmente he- cho de libros impresos en Alemania^ Inglaterra y Francia, pero los americanos no tienen escrúpulo de tomar el bien donde lo en- cuentran.

Para completar la instrucción tanto como para divertir á los lecturers, leen públicamente todas las materias posibles: Historia, Filosofía, Literatura, Física, Química, Zoología, Astronomía, Geología^ Lexicología, Magia y Espíritus evocados. La Biblia, el Evangelio, y los Libros sagrados de India; del paganismo, del catolicismo, del budismo^ del brahmismo; y sobre el arte, la verdad, lo bello, lo amable, lo su-

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blime, etc. etc. En los Estados-Unidos hay lectores en gran núme- ro y son una renta escelente para los learned professors que hacen de ellos un objeto de especulación.

Estas sesiones científicas y literarias se anuncian en los perió- dicos con repetidos avisos, y en las esquinas de la ciudad con gi- gantescos carteles de varios colores. Pero es necesario reconocer que las lecturas públicas tan ventajosas para un pueblo que desea instruirse, no logran su fin como fuera de esperar.

Carecen de originalidad, y los lecturers callan los fragmentos de los libros mas conocidos.

Escepto MM. Thackerey, F. Moagher, j Everett, un inglés, un irlandés, y un bostoniense, costaría trabajo encontrar hombres ver- daderamente instruidos, entre los innumerables lecturers de pro- fesión.

Los asuntos que agradan mas al público americano, son los alegres y después los maravillosos. Recordamos que en New- York un músico de los mas distinguidos, solo tuvo en un concierto, cin- cuenta personas de pago, mientras que un leciurer hizo 1,800 pe" sos fuertes hablando de los espíritus evocados.

Cuando el lecturer anuncia su sesión con un nombre estra vagan- te que causa muchos lapsus y equívocos, puede contar el éxito por seguro.

La mediocridad de las lecturas públicas es generalmente para el pueblo que le agrada, un recreo noble é inofensivo.

La educación de las mugeres es mas perfecta que la de los hom- bres. Las primeras no tienen como los últimos negocios que recla- men su atención desde muy temprano; por el contrario, dispo- nen del tiempo que quieren para instruirse. Van á los cole- gios, conío hemos dicho ya, hasta la edad de diez y ocho ó veinte años.

El objeto principal de sus estudios, son las lenguas vivas. Además del francés, que ha llegado á ser obligatorio, muchas jó- venes aprenden alemán é italiano. Pero si hemos de guiarnos por el programa fastuoso de los colegios, las señoritas merecerían los títulos de bachilleres y doctores en ex-letras y ciencias.

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Nada olvidan esos programas: las labores de recreo, figuran junto á la Historia universal, á la Geografía, á las Matemáticas, á la Botánica, á la Física y Química, á la Historia natural y Astronomía, Mas de estos conocimientos, no tienen al salir de los colegios, sino los mas vulgares rudimentos. Sin embargo, los jóvenes care- cen aun de ellos.

Algunas señoras francesas han fundado en New- York, colegios cuya reputación es mas ó menos bien justificada, por el mérito de las directoras. Junto á los de Mme. Canda, Chegaray y Coutan, mencionaremos particularmente el de Mme. Hix.

Esta señora es una muger del gran mundo en toda la estension de la palabra. A sus conocimientos especiales y profundos, al en- canto de su conversación escogida en el mas puro francés, reúne un cuidado maternal para las jóvenes que le confian. Hemos pasa- do noches muy deliciosas, (raras en América) en casa de esta se- ñora, cuyos talentos musicales están fuera de la línea general, siendo una cantatriz de mucho gusto. A Mme. Hix, la ayuda des- de hace algún tiempo su hijo Mr. Hix, quien después de haber sido sucesivamente profesor del colegio de Cambridge y secretario de Mr. Soulé en Nueva-Orleans se ha asociado definitivamente á los trabajos de su madre.

Si semejantes colegios se multiplicasen, acabarían por conce- der á los profesores instruidos la estima que le rehusan. Parece que Luden habia adivinado la triste suerte de un gran número de profesores en los Estados-Unidos cuando en sus diálogos de muer- tos, esclama: «Después de haber abrumado de calamidades á aque- llos que quieren perder los dioses en su inexorable cólera, les con- servan para golpe de gracia el azote de la ¡pedagogía!»

No han faltado jesuítas, que para estender sus doctrinas como puede comprenderse, han abierto también colegios.

En ninguna parte es su misión tan difícil de llenar. Al otro lado del Océano, son perfectamente conocidos y no se fian de ellos. Pero consiguen su proposito por caminos estraviados. Se valen de coadjutores legos é ignorados, de los que nadie desconfía, y es un medio de propaganda para aumentar su poder.

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Algunos sirven á la compafíia por preocupación religiosa, y otros por tener protectores y asegurar su suerte.

Los periódicos americanos, inquietos por la invasión progresi- va de los jesuítas, suelen lanzar terribles anatemas. Pero ellos ba- jan la cabeza y dejan pasar la nube. Han sido menospreciados por muchos, suprimidos por un breve de Clemente XIV, y espulsados de todos los paises del mundo, concluyendo por hacer nuevamente su conquista.

Hoy tratan de solidificarse en el suelo americano, entre los re- fugiados, cuyos padres han perseguido. Tal vez lo conseguirán; pero muy poco á poco. La educación de la juventud, les ofrece el medio mas seguro de conseguir su fin. No es nuevo, pero tampoco lo es el descuido generaL

Pascal ha escrito contra ellos un libro inmortal, que los pinta con rasgos de genio para la moral revolucionaria, mas ellos viven siempre bajo el amparo de la moral. En nombre de ella, entraron en la famosa conspiración de los Polvos en Inglaterra y tomaron parte en la Liga; en su nombre desconocieron la autoridad del Papa, y después juraron obedecer ciegamente sus órdenes; y por último, bajo ese mismo nombre, se han interesado en los asesina- tos y abominaciones que han escogido á la rehgion por pretesto y se esfuerzan en atraer la juventud, con el atractivo de la instruc- ción. Deseamos que los jesuítas, educadores interesados, no ali- menten en América el espíritu de sus discípulos para inmolarlos en seguida en beneficio propio.

CAPITULO XVII.

LOS BAILES.

En Francia se casan las mugeres por dos motivos principales y uno accesorio, que consideran de la manera siguiente: primero, po- seer un pañolón de cachemira y algunos brillantes; segundo, ser mas libres; y el accesorio, tener marido. En América, el accesoria es el principal y único objeto del casamiento, pues las solteras no tienen menos libertad que las casadas; llevan cachemiras y brillan- tes antes del casamiento como después de él, y en cuanto á los pla- ceres de sociedad, entre los cuales el baile ocupa el primer lugar, es lo que absorbe la atención de las jóvenes. Dan bailes en casa de sus padres y hacen las invitaciones en su propio nombre. Y como se comprende, ellas y los bachelors (celibatos) son los que mas dis- frutan. Muchas veces la señorita, no convida mas que jóvenes sol- teros de ambos sexos, pues las miss desdeñan á los casados, y les dirigen la palabra con ironía picante.

Mas cuando acontece á alguna estender su atención hasta los casados, estos no van á la fiesta sino á título de utilidad, es decir, como por ejemplo, tapicería viviente, para completar la ornamenta- ción de la sala.

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En los bailes particulares, sin eseepcion, solo los solteros to- man parte, y las mas intrépidas y apasionadas bailarinas cesan, en su placer favorito, desde el momento que el amor conyugal ocu- pa en su corazón el sitio de la flirtation^ que no es mas que el pre- ludio.

El casamiento opera cambios notables. Los norte-americanos, interesados en todo, son en materia de amor los mas desinteresa- dos del mundo , y las mugeres , como los hombres , no obedecen mas que al impulso de su corazón. La creencia de que son castos, unido á la facilidad relativa que los hombres activos é industrio- sos tienen para ganar su vida y hacer fortuna , son las causas que hasta ahora han alejado del matrimonio el interés que domina en Europa.

No es raro ver jóvenes poseídas del demonio, si es que no lo son en persona, bajo una bella encarnación, volverse ermitaflas, no envejeciendo, cosa que disminuirla en mucho su mérito, sino ca- sándose.

Podríamos citar los nombres de algunas jóvenes en New- York, Boston, Filadelfia, Baltimore, etc., etc., que después de haber sido leonas de largas melenas, llegaron á ser con el matrimonio, mo- delo de las mugeres arregladas, sencillas y económicas. Sino te- miéramos ser indiscretos, diríamos el nombre de una de esas fa- mosas bellezas demasiado libres de New-York, que después de dar en invierno locos paseos en trineos durante la noche, sin mas testigos que las lejanas estrellas del firmamento; después de aban- donar la casa materna para asistir á espléndidas cenas, bebiendo Champagne con alegres compañeros de quienes era el Anfitrión; después de reinar en su casa tanto por el lujo como por la belleza, y sin salir de New-York, haber recibido á sus amigos con costum- bres y trage español, cual si estuviera en España; griego como en Grecia, á la Pompadour como en Francia, á la Sultana y en harem como en Turquía, concluyó esta vida de agitación, casándose con un comerciante joven y sin fortuna, considerándose feliz en su mo- desto hogar.

Esto es seguramente, un cuadro de costumbres bastante raro.

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y que sería difícil encontrarlo en Europa, donde como llevamos dicho, el casamiento es casi una especulación.

Las oblig-aciones de la muger casada, no son incompatibles con el baile, y es una desgracia que las jóvenes lo priven cié su agra- dable presencia.

En el norte de América, cada familia un solo baile anual; pero en él es ocasión de mostrar un lujo estremado que raya hasta en lo ridículo. No es por divertirse ni divertir á los amigos |)or lo que los reúnen en su casa; es por ostentación, para enseñar- les el boato y hacerles ver que pueden, si quieren, malgastar al- gunos miles, en una soirée. El salón principal donde se coloca la orquesta, lo adornan con esceso de flores naturales, entre las que descuellan las camelias, por ser las que cuestan mas.

Se ven camelias por valor de diez ó doce mil francos y aun mas. El ambigú, perfectamente servido por numerosos criados, y en el que los convidados encuentran abundantes y esquisitos man- jares, como también ricos y variados vinos, se abre á las doce y permanece toda la noche á disposición de los concurrentes. En cuanto al trage de las señoras, no puede ser mas lujoso ni de me- jor gusto. Todo lo que nuestras incomparables fábricas de Lyo^ producen de costosas sedas y notables encajes, se encuentra reuni- do á las alhajas mas resplandecientes.

Poco antes de nuestra partida de los Estados- Americanos, Mme. R , de Filadelfia, acababa de dar su baile anual, que tie- ne el privilegio de escitar la curiosidad y el entusiasmo en los ha- bitantes de la Union. Este baile es notable, y los periódicos hacen de él una revista muy detallada. Desde mas de cien leguas á la re- donda, vienen personas, por mar y tierra, para asistir á casa de Mme. R , que desde hace tiempo es la leona de los Estados- Unidos.

En el último baile, dado por esta amable señora, que hace de su fortuna un noble empleo, y sabe animar á los artistas de méri- to, fueron convidadas mas de mil personas y casi ninguna faltó. Hubo señoras que se sentaron hasta en las gradas de las escale- ras, risueñas y animadas como guirnaldas de flores. Los danzantes

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no pudieron bailar, y marchaban en procesión para Ileg-ar hasta el salón grande y poder gozar del magnífico golpe de vista que pre- sentaba. Se valuó en veinte ó veinte y cinco mil francos el valor de las camehas que adornaban la sala de baile. Elegantes rótulos colocados á corta distancia unos de otros, advertían á los gentlemen que no cogieran las flores. Los gentlemen, que por esceso de galan- tería las arrancaban al salón para adornar á las bailarinas, mere- cieron este aviso. Mme. R habia pensado con justicia, que la

galantería bien entendida, debia ser para la dueña de la casa y que no era conveniente se hiciesen regalos á su costa. En los bai- les anteriores sucedía, que á fuerza de tanto galantear á las seño- ras, de veinte ó veinticinco mil francos gastados en camelias, no quedaban mas que tallos rotos y marchitas hojas, al terminar sus

placeres la reunión. Para dar una idea del lujo que Mme. R

desplegó, nos Umitaremos á referir un hecho que habla suficiente por solo. Queriendo esa señora amueblar de nuevo su casa, para hacer mas brillante recepción, mandó traer de París todo lo que era necesario y pagó por derechos de entrada, sin contar el flete, ni otros gastos de arreglo y tmsporte, doce mil duros.

Pero, si las casas particulares se limitan á dar un solo baile por año, en las fondas y boarding houses se baila con mas frecuen- cia. Los propietarios hacen este gasto con el fin de divertir á las pensionistas y aumentar la clientela; otras veces, los mismos pen- sionistas se combinan y pagan los gastos de las soirées, convidan- do á sus amigos de dentro y fuera.

En las fondas, se baila lo mismo en verano que en invierno; y en el campo, hemos visto á pesar de los35 grados deReaumur, se- ñoras y caballeros saltando con el mayor entusiasmo, de noche y de dia.

En los Estados-Unidos, no existen bailes públicos del género áeMabille, Cháteau-des Fleurs, Cliáteoii-Rouge y oíros, íanimmerosos en París y sus alrededores. El puritanismo americano retrocede- ría de espanto á la vista de esos bailes, por muy vigilados que es- ten por la policía. El canean es aun desconocido de los rígidos ha- bitantes de la Union (al menos en apariencia) y si alguna vez lo

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aceptan, será privadamente, en sus casas á puerta cerrada, y aca- so en algunas academias de baile.

Estas academias, no son en realidad sino bailes de pago : se admite una persona presentada por otra, durante una noche ó abo- nándose por un mes. Allí es donde hay que ir á buscar las Friset- tes, las Reine-P ornaré, las Mogador, las Rosas- Pompón y las Coqueli- quettes del Nuevo-Mundo. Esas señoras, pagadas por los empresa- rios del establecimiento, están encargadas de dar lecciones á los gentlemen. Se presentan con el abandono que reclama su honrosa profesión; airosamente vestidas y elegantemente peinadas.

El puritanismo, que se espanta de todo, suele á veces no espan- tarse de nada. Es preciso saber comprenderlo y evitar el escánda- lo; ¡oh! no es menos hipócrita que otros, y se deja arrastrar fácil- mente hasta cometer sus calaveradas secretas, que el cielo perdo- na á medias, como se sabe.

Aunque no haya bailes públicos permanentes, no por esto se impide á nadie bailar. Las gentes á quienes pudiera dársele el nombre de pueblo, si hubiese distinción de clases, esas gentes que se designan bajo la calificación de obreros y comer ciantillos, bailan muy suficiente en sus casas, en el campo, en los vapores, en las escursiones y en los clubs. El baile es hoy igual en todas partes: wals, polka, mazurka, redoma, schottisch, contradanza, etc., etc. Además la gente no muy bien acomodada añade á estos la gigue que prefiere á los otros: mas, los apasiona.

El mérito del gigueur consiste en tener el dorso y los brazos en completa inmovihdad, mientras ejecuta con los pies las mas raras y variadas figuras. El buen gigueur baila así durante media hora y aun mas, sin cesar hasta que el cansancio oprime su pecho y pa- raliza sus miembros.

La gigue se baila solo por hombres, y es agradable cuando el bailarín es listo y lleva pantalón ajustado.

Los Virginios ejecutan además, reunidos en gran número, un baile pesado lleno de figuras ridiculas, que duran tanto como los eternos cotillons de nuestros salones parisienses.

Empieza este baile por un largo paseo en redondo, cogidas las

220 parejas del brazo; cosa chocante en América, donde como hemos dicho, no se da el brazo mas que á las prometidas ó esposas.

Después del paseo, se hace una especie de balancé cruzado ge- neral, seguido de varias figuras que se creerian tomadas de la Auvergne. Concluidas dan otros paseos. Algunas veces se cogen del brazo los hombres solos, y nos parece que no les digusta. Ter- mina esta larga pantomima por una galop general que los pone ebrios de gozo; mejor dicho, casi furiosos. Mas bien que conducir, llevan en el aire á sus bailarinas^ esponiéndose á tropezar y caer en el polvo con su preciosa carga, y ser pisoteados por los demás, que entusiasmados, nada podria detenerlos en su veloz carrera. Y ciertamente no es la música la que los escita así, pues la orquesta se compone á veces de un violin.

Es tal el deseo de placeres que se acumula en el corazón de los americanos, siempre ocupados en los negocios, que cuando hallan ocasión de divertirse, lo hacen como la gente que come por estra- ordinario en fonda á seis reales por cabeza; hasta ponerse malos.

En los Estados-Unidos no hay, como en las colonias españolas? bailes nacionales, verdaderamente locales, graciosos y espresivos. Los bailes españoles ofenden la moral pública de los norte-america- nos, que no comprenden que uno de los privilegios del arte para llevar las cosas hasta lo ideal, es exagerar poéticamente los senti- mientos de la pasión. Para el mayor número de los americanos el Laocoonte, esa obra maestra de la antigüedad, ese bello tipo del noble sufrimiento, aparece como un anciano mal vestido por las serpientes; y en cuanto á sus hijos, los consideran como jóvenes indecentes que debieran ponerse pantalones y frac.

Volviendo á los bailes, diremos que únicamente los de los ne- gros en el Sur, presentan un carácter original. Los dias de fiesta ó después del trabajo, encienden una gran hoguera y bailan alrede- dor de ella los bamboulas, muy singulares, dramáticos y á veces cómicos, á pesar de cierto fondo de tristeza que resulta del carác- ter de sus instrumentos y de su música misma, llena de intervalos estraños, y melodías lánguidas basadas en ritmos persistentes y acentuados. No podemos comparar estas danzas de los negros^

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sino á la famosa del bisonte , en la que este animal hace la corte a una becerra galopando á su alrededor.

Los negros y negras, tan arqueados y derrengadas, se po- nen frente á frente como dos energúmenos, y entusiasmados, mez- clan sus voces al son de los instrumentos.

Es imposible dar una idea aunque débil, de la versificación de sus canciones, demasiado libres. Y sin embargo, los criollos jóve- nes asisten á esos bailes sin el menor escrúpulo. Lo que no podria menos de herirles en boca de un blanco, les alegra y hace reir en la del negro. Bien es verdad que estos no son hombres para los habitantes del Sur, y pronto tendremos ocasión para hablar de este asunto, interesante por tantos títulos, en un sucinto estudio so- bre las costumbres de laLuisiana.

CAPITULO XVIII

LA NAVIDAD.' EL DÍA DE AÑO NUEVO. LOS VALENTINES (i).

El dia de noche-buena está destinado en los Estados-Unidos á las fiestas de familia, tal como sucede en varias ciudades del norte de Francia y en Alemania.

Se planta el árbol de noche-buena, que consiste en una gran ra- ma de ciprés, llena de juguetes de niños, alhajas de mas ó menos valor, cajas de dulces y toda clase de regalos, que el propietario del árbol ofrece á los convidados como prueba de obsequiosas atenciones. Esta fiesta es, como puede comprenderse, de niños. Después de admirar en conjunto el árbol maravilloso, se les per- mite á ellos, y á las personas jóvenes, coger la fruta preciosa, que les tienta mas que las bellas manzanas del árbol de la ciencia, que no desean en manera alguna alcanzar.

Esta costumbre de la fiesta de noche-buena, empieza á perder- se y confundirse con la del dia de año nuevo; hay en ese dia, una especie de descuido , y las señoras se muestran tan cortesmente

(1) La carta anónima y llena de requiebros ó de sátiras que el dia de San Valentin, y en todo el mes de Abril , acostumbran escribir los jóvenes ingleses y americanos á sus co- nocidos. El amante ó cortejo que se elije el dia de San Valentin en Inglaterra y en Amé- rica. {N. do los T.)

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hospitalarias con las visitas de caballeros, que no se limitan á ad- mitirles su tarjeta.

El dia de año nuevo no se ven señoras por las calles: permane- cen en sus casas desde por la mañana hasta las doce de la noche y aun mas tarde, para recibir visitas. Están en el salón, de gran trage de baile, como igualmente las jóvenes. Un ambigú elegante y muy bien abastecido de aves frias, jamón, pasteles, frutas y dulces variados, vinos y licores, esta á disposición de las personas que se encuentran reunidas.

Es costumbre no rehusar á la invitación de la dueña de la casa, y admitir aunque no sea mas que un vaso de vino de Madera y un bizcocho. El Madera, tomado vaso á vaso desde por la mañana, concluye por la noche de llenar el estómago totalmente de líquido, y sus vapores asoman á los respetables rostros de los gentlemen con tintas purpúreas. Mas son tan amables las señoras, que es imposi- ble rehusarles nada.

Hace dos años, por el mes de enero, nos sucedió en New- York una aventura bastante singular y que prueba el espíritu de frater- nidad y franqueza que reina en las familias americanas, tan reser- vadas de ordinario, en el dia de que hablamos.

Teniendo que hacer una visita á una señora, que hablamos te- nido ocasión de ver una sola vez, nos equivocamos de casa, encon- trándonos entre una docena de señoras. Nos recibieron muy bien, y durante algún tiempo no nos apercibimos del error. 'Las señoras nos ofrecieron refrescos y bebimos; después hablamos un poco.

Sin embargo, no viendo salir á la señora á quien deseábamos pagar la visita, preguntamos á una señorita si la señora vendría pronto y pronunciamos su nombre.

¡Esa señora! dijo ella sonriéndose, como hacen las americanas á propósito de todo: no vendrá, porque no tenemos el honor de co- nocerla.

¡Cómo! replicamos sorprendidos y confusos; ¿no conocéis áesa .eñora? ¿No es de su familia? ¿No estamos en su casa?

—-De ninguna manera, replicaron las señoritas riyendo á mas no poder: esa señora vive en la casa próxima.

-225 Entonces dirigiéndonos á la señora por cuya edad se debia su- poner fuese la dueña de la casa:

—Mil perdones, señora, la digimos, por este error involuntario, que no sentimos mucho, en atención al placer que esperimenta- mos teniendo el gusto de conocerla; seríamos felices si admitiese V. nuestras escusas.

Sus escusas son inútiles, caballero; nosotras hemos compren- dido que su visita no era sino el resultado de una equivocación que es muy fácil suceda á esta hora avanzada de la noche y mas con la precipitación de hacer una visita atrasada.

Permítanos V., señora, añadimos, que le entreguemos esta tarjeta al retirarnos.

La pusimos en manos de la encantadora lady y encontramos que indirectamente éramos sus conocidos, como artistas: entonces nos obligó á cenar y pasamos una gran parte de la noche cantan- do en tan amable compañía.

Aventuras de esta especie han sucedido á amigos nuestros y no tan solo han sido dispensados de su error, sino recibidos por las dueñas de las casas, con la mayor amabilidad en ese dia. ¡Ah! Si no hubiese mas que americanas, el Nuevo-Mundo sería la estancia mas deliciosa, pero por ciertas cosas los americanos echan á per- der un poco la América.

Los Valentines, son cartas anónimas, que durante el mes de abril tienen la costumbre de enviar á sus conocimientos. Los novios mandan á sus novias cartas estraordinariamente grandes , con canto dorado y adornadas con cupiditos y corazones inflamados, encerrados en cajas de lujo, compuestas con cintas de colores y atributos de mil clases.

Hay cajas de esa especie, que cuestan hasta veinte duros y aun mas. En cuanto al contenido de las cartas ya puede adivinarse: contiene las palabras mas dulces del vocabulario amoroso; protes- tas, juramentos y algunas veces una tímida queja.

Los autores de estas cartas, nunca firman; pero son conocidos; lo saben muy bien, y ese es precisamente el placer que les propor- cionan los Valentines amorosos.

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Las señoritas contestan á estas cartas adornándolas igualmen- te, pero con mas brevedad, y dibujando ó haciendo dibujar sobre ellas una escena cómica, en la cual se burlan del galán y le dan á entender que ha sido conocido.

Un joven, agregado á una Embajada, que tenia bigotes á lo don Quijote, recibió en respuesta á un tierno valentine, este otro de una joven americana. Sobre una hoja de papel, habia un caballero di- bujado, que al quererle declarar su amor á una joven, hizo un mo- vimiento tan brusco con la cabeza, que una de las estiradas pun- tas del bigote untadas de oloroso cosmético, penetraba por un ojo de la joven: ¡Ah! gritaba, ésta, Cupido me ha atravesado un ojo.

En las papelerías, se venden bastas imágenes iluminadas, re- presentando escenas grotescas, con notas que las esphcan.

Se limitan á menudo á enviarse estas láminas cual si fueran Valentines.

Un farmacéutico recibió la imagen de uno de sus compañeros con el instrumento que se sabe en la mano , y persiguiendo á un enfermo.

Un zapatero remendón, otra, llevando un horrible chanclo y con fisonomía granugienta, como dice Teófilo Gautier, nariz en forma de coliflor, como ha dicho Victor Hugo, y ojos que vendimian, como dijo Balzac.

En ñn , los partidarios de la libertad de las mugeres , reciben el retrato de una vieja blumerista seca y fea, con un látigo en la mano y á caballo sobre las espaldas de un hombre. Hay Valentines para todo lo ridículo y todas las profesiones.

Se daba en otro tiempo, y acaso aun hoy dia en alguna parte de Inglaterra, el nombre de Valentines, á los pretendientes que cada joven tenia costumbre de escoger en la época de la fiesta de los Brandons.

Se les habia concedido por un cierto tiempo el grato privilegio de escribir cartas amorosas á su pretendida. Este es sin duda el origen de los Valentines en América, donde la costumbre se ha mo- dificado como se vé.

CAPITULO XIX.

LOS CRIMINALES.

El estudio que hemos emprendido de los usos y costumbres americanas quedarla incompleto sino consagráramos un capítulo especial á los criminales. Es preciso reconocer que esos señores son tan útiles en América como en todas partes, y que les debe- mos muchas consideraciones.

Los hombres de bien, les son deudores de lomas estimable, de su reputación. Sin los pillos, ¿cómo habria gente de probidad? ¿La honradez hubiera podido existir sin los que son contrarios al ho- nor? La virtud es evidente que no lo fuera, si el vicio no formase contraste.

Suprimid los picaros, y daréis un golpe mortal al mayor núme- ro de instituciones de los paises civilizados.

Sin los criminales, ¿qué sucedería de los legistas, filósofos, moralistas, ministros, alguaciles, abogados, comisarios, gendar- mes, y demás policía, aduaneros, carceleros, guardamontes, etc. Seria el trastorno de la sociedad entera, tal como no lo han so- ñado nunca los progresistas mas avanzados.

¿Qué pasarla á la literatura, el teatro, la pintura, la escultura,

228- la ópera, que no viven sino de contrastes? ¿Y á la Historia, si no refiriese tantos crímenes?

Mas, basta para probar la dichosa influencia de los criminales, bajo el punto de vista social, moral y artístico.

La América, como el resto del mundo, parece haber compren- dido la utilidad de los robbers y picks-pockets . Y casi estaríamos ten- tados á creer que los animan teniendo en cuenta lo blanda que se muestra con ellos la justicia, y lo discreta que es la poHcía en el desempeño de sus funciones.

Para protejer cuanto es posible la libertad individual, y preca- ver los abusos de la prisión preventiva , las leyes permiten que los acusados hagan depósitos de dinero, como garantía de su pre- sencia ante los tribunales. Esta medida, que es seguramente muy liberal en el fondo, no deja de tener sus inconvenientes en ciertos casos.

En efecto, es muy fácil á un malhechor cualquiera, después de haber hecho el depósito, sustraerse al castigo de la justicia. En ese caso, el depósito pierde su verdadero carácter y llega á con- siderarse como el precio de la impunidad del delito, apreciado por la justicia y comprado por el culpable.

Es cierto que el depósito no se acepta por el crimen de asesi- nato; pero esceptuando este, es aceptable por los demás.

Los tribunales americanos están faltos de esa dignidad que de- be esperarse de los representantes de la justicia.

Como prueba, vamos á presentar un solo ejemplo.

En uno de los tribunales de New- York, se habia entablado un pleito con motivo de una cuestión muy delicada. Después de la defensa de una de las partes contrarias y las réplicas del juez, el abogado no encontró mejor argumento final, para el juez, que pro- ponerle una apuesta sobre las cuestiones del litigio. La suma esti- pulada era bastante crecida y capaz de incitar al intérprete de la ley. Reflesionó un momento y en el tribunal mismo aceptó. El abo- gado se llama Mr. Betis y el juez Mr. O'Conner.

Seria una cosa muy interesante hacer la fisiología de los bribo- nes americanos. Estos tienen una fisionomía particular: sus secretos,

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sus maneras de obrar, pertenecen á una escuela distinta de la eu- ropea. En todas partes no se roba del mismo modo. Nosotros te- nemos nuestros ladrones y los americanos los suyos.

En los Estados-Unidos hay: rowdies,- short,—boys, gamblers, buglers,- swindlers ,• loafers, bla cklegs, runners , —peter-funks, etc. etc. Omitimos aun algunos de los mas pillos.

No pensamos escribir las proezas de estos personages, pero se- ria imposible dejar de tributar un homenage al talento de los run- ners Y peter-funks. Estas dos categorías, pueden muy bien llamar- se clásicas. A ellas les debemos el robo á la americana que estuvo en boga mucho tiempo; pero hoy ha decaído.

Hay dos clases de runners. La primera tiene á su cargo la es- plotacion de los emigrados que desembarcan sin conoc er á nadie y sin hablar la lengua del pais.

Aun antes de desembarcar, el emigrado se encuentra sitiado por bandadas de ellos, porque su cuartel general se estiende en New- York, desde Greenwich-street hasta la entrada del rio Est. Los runners, con una habilidad digna de mejor suerte, se dividen el ro- bo de los emigrados. Cuando estos saltan á tierra están espuestos á caer en trampas de mil géneros, siendo acosados con embustes y estafas, billetes de banco, y tickets falsos, de vapores y caminos de hierro.

La segunda, esplota con especialidad las casas incendiadas. Si- guen á las bombas, y cuando pueden, ayudan á los bomberos has- ta el lugar del desastre. Estos ladrones se llaman comunmente, runners of the fire engines (esplotadores de las bombas de incendio.)

En cada ward, (barrio) de la ciudad, se encuentran runners of the fire engines, con el oido atento, las piernas firmes y espiando los incendios como á su presa. Con el pretesto de apagarlos, se intro- ducen en las casas y saquean lo mas precioso que encuentran.

Cuando los incendios no producen bastante por ser escasos, los aumentan ellos mismos. En América, castiga la ley con pena de muerte á los incendiarios, pero es casi imposible probarles el cri- men. Para esto, según el testo de la ley, es necesario que sea cojido en el acto por cierto número de personas con la antorcha en la mano.

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Los peter'fiinks , que se designan también bajo el nombre de mockauctionneers (falsos encantadores), esplotan la buena de los transeúntes con atractivo de efectos á precios bajos. Venden relo- jes de cobre como si fueran de oro, y anuncian como verdaderos, los falsos productos de su industria. Los americanos, que son á la vez astutos y sencillos, se dejan seducir igualmente que los estran- jeros y entran en casa de los encantadores. Allí los roban los vende" dores, y los rateros con suma facilidad desocupan sus bolsillos. Si las víctimas quieren reclamar, los peter-fnnks se fingen insultados y las aporrean bajo pretesto de assault and battery, con el hecho del robo.

El buen orden que reina en América, no es debido al resultado de la observancia rigorosa de las leyes. Debe atribuirse por el contrario á la tolerancia general. La legislación prohibe, por ejem- plo, las casas de juego, y los gambling houses están abiertos para el que llega. Mientras no se promueva escándalo, la policía cierra los ojos.

Tampoco están autorizadas las loterías y existen bajo el nom- bre de gift entreprise.

La legislación de Albany, apasionada por el agua clara, á se- mejanza de otros Estados, ha prohibido la venta de vinos y hcores al pormenor. Pero esta ley, contraria al voto general, no se ha pues- to en ejecución.

Hemos dicho en un capítulo precedente que el ministerio pú- blico no persigue jamás oficialmente los abusos de confianza. Aprovechándose de esto, ciertos bancos se valen de un medio muy hábil pero criminal, para aumentar la ganancia.

Espiden billetes por un valor determinado, que á veces se fun- da en un capital exagerado cuando no ilusorio^ de ciertos inmue- bles; después de adquirir por ellos sumas equivalentes, dos ó tres veces mayores que el capital que representan, fingen de repente hallarse embarazados en sus operaciones y se dejan desacreditar hasta un día en que sin justificarlo, rechazan, su propio papel.

Por medio de los telégrafos eléctricos cunden la alarma á las plazas importantes de comercio y pasan los bancos por brokees

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(quebrados.) Agentes secretos compran a un treinta, cuarenta ó cincuenta por ciento y aun menos, estos billetes á los tenedores, que se consideran felices con no perderlo todo. Cuando los ag-en- tes concluyen esta operación, los bancos que pasaban por brokees, se admiran de lo que sucede y hacen saber por los periódicos, que el estado de sus negocios nunca ha sido tan próspero y que solo ha habido una simple suspensión en ellos , motivada por cual- quier razón. En pocas horas realizan sumas considerables y nadie tiene derecho á quejarse. En efecto, ellos no se declaran oficial- mente en quiebra, y tanto peor para los ansiosos que por realizar pronto, consienten en perder valores de consideración.

Presentaremos otro caso que no castigan las leyes americanas y que en Europa hubiera costado algunos años de prisión.

Un comerciante de New- York, que gozaba de una reputación honrosa, se presentó un dia en casa del propietario de un gran nú- mero de acciones de caminos de hierro, de las cuales quería des- hacerse. El comerciante ofreció comprarlas y el negocio quedó terminado. En seguida el comprador hizo un check contra un banco donde tenia depositado su dinero y lo entregó en pago de las accio- nes. El propietario, conociendo la honradez intachable del comer- ciante, entregó sin desconfianza los cupones, haciendo un recibo del valor total, aceptando el check.

Provisto del recibo se dirigió el comerciante sin perder tiempo al banco, donde realmente tenia depositado su dinero, y lo retiró.

Una hora después el tenedor del check, fué á cobrar y le dije- ron que el que firmaba el check acababa de retirar sus fondos, y por consiguiente no podia aceptarse. Descubierta la pillada se elevó una queja por estafa. Enterado el tribunal la desechó, en razón á que el comerciante tenia verdaderamente sus fondos en el banco cuando entregó el check.

¿Se quiere otro ejemplo de la astucia de los americanos y de la habilidad con que saben poner la razón de su parte?

Un comerciante próximo á presentarse en quiebra, fué á buscar á uno de sus acreedores y le dio parte de su triste situación.

El acreedor era uno de los mas ricos comerciantes de New- York

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y estaba negligentemente sentado en su despacho, arreglándose las uñas con un cortaplumas, al mismo tiempo que pensaba en los negocios del dia. Dejó hablar á su deudor sin variar deposición, ni interrumpirle un instante.

¿Ha hablado Vd. ya con alguien del mal estado de sus nego- cios? Le dijo, sin parecer incómodo por la mala noticia que acababa de recibir.

^No; me ha parecido conveniente dar á Vd. parte primero, por ser mi mayor acreedor.

Muy bien, replicó con el mismo tono de voz indiferente el acree- dor. ¿Y qué piensa Vd. hacer ahora?

«Mi situación es desesperada: no puedo resistirla por mas tiem- po si mis acredores no me conceden tiempo, y me veré obligado á hacer bancarrota.

-Eso será muy malo para Vd.

Eso es la desesperación y nunca me podria consolar.

—¡Oh! se consuela uno de todo y mas de una quiebra.... Pero dígame Vd ¿cuánto piensa dar á los acreedores si sus asuntos no se arreglan?

Un diez por ciento á lo mas.

—¿Cuánto me debe Vd?

Diez mil duros.

Entonces ¿no serian mas que mil duros lo que yo tendria que percibir?

Justamente; mil duros.

—Y eso no será muy seguro. .. . Si Vd. quiere nos asociaremos.

jQué dice Vd! esclamó el pobre comerciante, creyendo no haber oido bien; tan dichosa le parecía la oferta del gran capi- tahsta.

Digo, repitió el otro, que continuaba Umpiándose las uñas ma- quinalmente, que si Vd. quiere nos asociaremos.

Su interlocutor lleno de alegría, aceptó con entusiasmo la pro- posición de un hombre, cuyo solo nombre equivalía á dinero metá- lico, y al dia siguiente el contrato de asociación quedó firmado. A los dos dias, el comerciante entró como de costumbre en su

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tienda, y con gran sorpresa vio á su muy respetable socio sentado en una butaca, con las piernas cruzadas y estendidas, ocupado en limpiarse las uñas como el primer dia que habló con él. '' '

Se mostró escesivamente adulador en la visita; le dio un apre- tón de manos capaz de quebrantarle las coyunturas, se sonrió agra- dablemente y esperó de pie sus órdenes.

Así estuvo largo rato, mientras el capitalista continuaba lim- piándose las uñas, y parecía haber olvidado su presencia.

Algo inquieto, se disponía á renovar la pregunta, cuando el otro, adivinando sus intenciones, levantóse bruscamente, dejó el corta- plumas sobre la carpeta y le preguntó con tono atento pero lacóni- co, qué se le ofrecía.

He venido como de costumbre, respondió el comerciante es- trañándose del tono singular de su socio, mi tienda que es aho- ra nuestra, para ver si necesita Vd. consultarme sobre algún ne- gocio. ¿No es Vd. mi socio?

—Lo era ayer, querido amigo; pero hoy no. He vendido nuestra tienda.

¡Cómo! ¿Sin tomarme parecer?

Sin duda. En virtud del contrato de asociación firmado por nosotros, yo tenia el derecho de vender y comprar sin participación de Vd., y he vendido esta tienda en la suma de diez mil duros que Vd. me debia, y de los cuales aquí el recibo. Ahora estamos en paz: y en cuanto á sus acreedores que se arreglen como puedan.

¡Eso es una indignidad!

—Habilidad, querido amigo, habihdad.

Pleitearé.

Perderá Vd. el pleito y ademas pasará por torpe en los nego- cios, que en el comercio es la peor de las condiciones.

América es por escelencia el pais de las anomalías. ^^^ '

Los americanos no son malos en general, y sin embargo come- ten los mas atroces é inconcebibles crímenes á sangre fria, siíi odio ni interés y por el solo gusto de cometerlos.

Hay en los Estados Unidos , un sinnúmero de hombres que ten- drían escrúpulo en robar un céntimo y sin embargo atacan de no-

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che á personas desconocidas, y por via de distracción les cortan las orejas, les sacan los ojos, ó les parten el corazón. Estos son asesi- nos por gusto.

Una vez detuvieron en Brooklin á un mulato.

—¿Adonde vas, negro ruin? le dijeron.

No soy negro, sino un honrado ministro de color que tran- quilamente á su casa, al lado de su esposa é hijos.

—Pues bien; si es asi, á tu esposa é hijos les costará trabajo el reconocerte porque llegarás sin nariz. Y acto continuo se la cortaron.

Otra vez casi debajo de nuestras ventanas en Prince-street (en New- York) fué detenido un médico que iba precipitadamente á ca- sa de un enfermo de mucho pehgro. La noche era oscura, Uovia á torrentes, y sin consideraciones al médico, cuya vida en esos mo- mentos debia ser doblemente respetada, lo confundieron á puñeta- zos y para mofarse de su ciencia lo sangraron en el brazo y le cor- taron la yugular.

La policía, que siempre acude cuando no se necesita, recogió al desgraciado bañado en su sangre pero con el reloj y el dinero, prueba de que los asesinos obraban por pasatiempo. .., Al lado de estos crímenes inconcebibles, los que tienen por ob- jeto la venganza ó el interés, son comparativamente raros. Eso pro- viene, sin que pueda dudarse, de la libertad de costumbres y fa- cilidad de trabajo que no deja fermentar las pasiones violentas. Es indudablemente mas fácil vivir allí con cualquier industria, ca- sarse y educar los hijos, que en los paises antiguos civilizados. Las distinciones sociales no hieren el amor propio como en Europa, ni insurreccionan el corazón, estraviando la justicia.

El embrutecimiento nace de la disolución y la embriaguez, que cuenta un crecido número de víctimas. La precocidad del crimen es imposible en ciertas naturalezas, y sin embargo en las ciudades de la Union prenden por robo, embriaguez ó pendencia, á jóvenes de quince y doce años.

Durante nuestra permanencia en los Estados-Unidos, un niño de seis años llamado Jhon Caffrey fué asesinado en una escuela de

Wards' Island , por dos machaclios de su edad, poco mas ó menos. Un testigo de seis años también, declaró haber visto á losase- sinos junto al lecho de Caffretj, en el dormitorio. Uno de ellos, Crumley, le dio repetidos golpes en la cabeza con un bastón, y así que le hubo atolondrado repitió los mismos en las piernas; en se- guida lo arrastraron fuera del dormitorio. El pobre niño, horrible- mente maltratado, perdió el conocimiento y quedó tendido en el corredor, hasta el otro dia por la mañana. ; ;j ^^

Las criadas lo encontraron con la cabeza abierta y falto de vida. El jurado, después de haber leido la relación del médico de JVards'Island, pronunció el fallo siguiente:

«El difunto Jhon Caffrey, ha muerto de convulsiones: estas se las ocasionó el tratamiento cruel que le hicieron sufrir los jóvenes James Crumley y Charles Collons. »

En New- York conocíamos un sargento de policía á quien ha- blamos tenido ocasión de prestar un servicio. Un dia se presentó buscándonos.

—¿Le gusta á Vd. ver ahorcar? dijo. ,.• ; *

¡Cómo ahorcar! ¿ahorcar qué?

Hombres.

—Confesamos no tener gran gusto por ese género de espec- táculo. En la horca, como en la trajedia, encontramos falta de alegría.

Cómo ha de ser, dijo el policía con tono de convicción; lo siento mucho.

—¿Y por qué siente Vd. tanto que ncf nos guste ver ahorcar?

~¡0h! porque las ejecuciones son muy raras en New-York, y mañana cuelgan nada menos que dos hombres, en la prisión de Tombes] y si le gustasen á V. , le introducida en ella por favor; mas puesto que no le agrada ver ahorcar, es distinto: creí darle un pla- cer; no hablemos mas de esto.

Pues bien , aunque no sea mas que por corresponder á su in- vitación, haremos un esfuerzo sobre nosotros mismos y le acom- pañaremos á Vd. ■: i

Bien; ¿sabe Vd. el nombre de los condenados?

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—No; ¿quiénes son?

Un católico y un protestante: Saúl y Howlett, acusados del ase- sinato del guardia marina Baxter.

Dimos cita al complaciente policía, y fuimos al dia sig-uiente á la hora de la ejecución á la cárcel de Tombes.

Gruesos destacamentos de policía guardaban con trabajo las puertas. Las ventanas y terrados de las casas contiguas, estaban invadidas por un tropel ansioso de emociones violentas. Desde allí, en efecto, se podia, bien ó mal, observar lo que pasaba dentro de fe prisión. Hubo un hombre, que no habiendo podido lograr un buen sitio para ver la ejecución, cometió públicamente un robo para que lo encarcelaran y ser de este modo testigo del horrible espectáculo. Constaba de doce á quince mil personas el gentío que circundaba la cárcel de Tombes.

En el interior fueron admitidas, por favor como nosotros, unas trescientas personas.

A las doce en punto los condenados salieron de la capilla, au- xiliados el uno por dos sacerdotes católicos, y el otro por un mi- nistro protestante.

Los criminales estaban pálidos y abatidos, pero con calma y sin embarazo.

Saúl divisó á un amigo recostado en un terrado , y sonriendo se esforzó en gritarle: « ¡Mal negocio! » Les ajustaron las cuerdas al cuello, y asi que las últimas ceremonias de la reUgion y las for- mahdades de la justicia estuvieron cumplidas, les pusieron un gorro tapándoles las caras! Un instante después, los dos se balan- ceaban hgeramente. Howlett, cuya columna vertebral se rompió por el sacudimiento, no hizo ningún gesto. Pero á Saúl no le su- cedió asi, y estuvo mas de tres minutos con horribles convul- siones. ■ ^^ '

A la media hora los cadáveres fueron descolgados , y como es costumbre, se reunió el jurado del shérif para testificar la muerte.

—¿Qué tal? dijo el policía tocándonos en la espalda, ¿le ha gus- tado verlo?

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—No mucho.

¿Por qué? ¿ha estado Vd. mal colocado?

Al contrario, ¡muy bien! pero decididamente no nos gusta la cuerda.

Eso se comprende perfectamente. Vd. es francés, y como tal, acostumbrado á la guillotina, la prefiere á la horca. Es muy difícil desechar un hábito adquirido. Pero no se debe ser es- clusivista. Cuando Vd. vea ahorcar muchas veces mas , hará justicia á la horca, que tiene también su mérito á pesar de la gui- llotina.

Tratamos de sonreír á las lúgubres exhortaciones de nuestro amigo, y nos apresuramos á salir para respirar el aire libre, del Cual teníanlos necesidad.

Ahora que tratamos de historias sombrías, contaremos según los periódicos americanos, la ejecución de un hombre juzgado, condenado y ejecutado en virtud de la ley de Lynch, es decir, por el pueblo mismo. Si esto continúa no habrá necesidad de corte de jus- ticia: el juez ubiquista Lynch se tomará este trabajo.

El ejemplo dado por San Francisco encuentra imitadores en va- rios Estados de la Union , y particularmente en el Missouri, donde el pueblo es juez y verdugo.

El maestro y unos veinte muchachos de una escuela de pueblo ^n el Missouri, fueron envenenados.

Se hicieron pesquisas, y pudo descubrirse que una fuente, de la cual tomaban el agua en la escuela, habia sido envenenada.

Un tal James Ray, cuya reputación era muy mala, fué acusado de ese crimen por la opinión pública.

El motivo que tuvo, fué para vengarse de algunos padres de los niños, quienes hablan dicho en un proceso civil, que no daban á ninguna declaración hecha por Ray, aunque fuese bajo jura- mento. Algunos dias antes del envenenamiento retiró á sus hijos de la escuela , pretestando que los necesitaba.

Ray fué preso y se procedió en el acto al juicio, según el có- digo de Lynch.

Un mensagero á caballo recorrió en posta los pueblos circun-

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vecinos anunciando que James Ray seria colg-ado delante de h escuela.

A las once se formó una reunión de labradores con sus hijos, compuesta de unos ciento. A través de la ventanas de la escuela, se veian dos ministros anabaptistas , rezando y cantando junto á un hombre de talla alta y formas atléticas cuyos brazos estaban atados: era el criminal.

Algunos minutos después el gentío se alejó formando corro alrededor de un hombre situado en una altura y que se disponía á hablar á la multitud.

Era un tal Thomas Greer que habia predicado varias veces en una ig-lesia anabaptista.

Se suponía que iba á valerse de la influencia que le daba el carácter sagrado de que estaba revestido, para calmar las pasio- nes y exhortar al respeto debido á las leyes. Así pensaba el digno ministro.

Señores, esclamó, los ofendidos por el crimen cometido en sus familias, que se agolpen á mi alredor. Aquellos que no obedezcan los señalaré con una cruz negra. En cuanto á los demás espectado- res pueden alejarse, no necesito de su concurso.

Quince individuos obedecieron á la intimación, y continuó de es- te modo: conviene dar libertad á ese hombre. Los que sean de este parecer que levanten la mano.

Ni una se levantó. Entonces, repuso, los que sean del parecer de ahorcarlo, que digan, si.

\Si, si, sil gritaron sucesivamente cada uno de los jueces fran- cos, partes y jueces á un mismo tiempo.

Greer puso en conocimiento de la multitud, que se componía ya de 250 personas, que dentro de una hora, el condenado estaría ahorcado.

Las miradas se dirigieron hacía el desgraciado, para ver el efecto que producía en él la sentencia de muerte. La aguardaba sin duda, pues no le hizo impresión.

Empleó la hora en conferenciar con un ministro del Evangelio

-239 y en prepararse para la muerte. Durante ese tiempo miró dos ve- ces el reloj.

Cuando le dijeron que habia llegado el momento, se acercó con paso firme al caballo, montó y se dirigió escoltado por quince jueces hacia el patíbulo , ó mas bien á una vieja encina de cuyas ramas pendia una cuerda. La distancia era de unos setecientos me- tros. Allí se desmontó y subió á un banco elevado bajo la cuerda fatal: después pidió que se leyese su confesión.

Greer accedió á este deseo; pero la confesión no era sino una declaración confusa de su inocencia, acompañada de una especie de autobiografía.

Al concluir la lectura, preguntó que cuánto tiempo le conce- dian para pronunciar un discurso. Treinta minutos, le respondieron. Era hombre falto de instrucción, pero se espresó con firmeza y sin que se le pudiese sorprender la menor alteración en la voz:

Honrados ciudadanos del Condado de Morgan, voy á morir inocente, pero con valor. No verteré una lágrima delante de vos- otros. Soy inocente. El Todopoderoso lo sabe. Dejo una mujer es- celente y cuatro hijos jóvenes. Es preciso que abandone esas po- bres criaturas; pero no tengo miedo á la muerte. Espero que mis conciudadanos cuidarán de mi famiUa.»

Continuó asi algún tiempo hasta que le advirtieron que hablan trascurrido los treinta minutos. Pidió otros diez y se los concedie- ron. Se aprovechó de ellos para dar la vuelta al círculo, estre- chando las manos á unos, abrazando á otros y perdonando á todos. Después se sentó en el banco estrechándose á mismo la cuerda y pidiendo que se la alargasen un poco mas.

He visto estas cosas, dijo, y sino me dejan mas cuerda, esta- ré colgado cinco minutos antes de morir.

Le contestaron que era suficientemente larga. Señor es, repuso; algunos segundos mas tarde, no ecsistiré. Yo soy inocente. Cuidad á mi familia!...

Diciendo estas palabras se precipitó al aire; pero echaron de ver que su previsión era cierta y sufrirla largo tiempo. Le levan-

flo- taron y alargaron la cuerda, ciñendo mejor el nudo corredizo, y después como dicen los ingleses, se le lanzó á la eternidad.

Murió en seguida.

Esta escena fué horrible. Concluiremos diciendo que el crimen de Ray es aun objeto de duda. Su valor y sangre fria, eran dignos de mejor suerte.

z[)esev.n°lQyia.dii¿l?>S8r

T

i^anallaile cbjc e! criollo, mirándole con ojo amenazador cajeiico mortal, tu me hs paóaras., ,

CAPÍTULO XX.

fisonomía general de los estados del sur.

Los Estados del Sur presentan con relación á los demás, muy distinto aspecto de usos y costumbres.

Hay muchas razones para que exista esta diferencia:

Primera: la gran porción de paises que constituyen hoy los Estados del Sur, fueron un tiempo, como se sabe, colonias espa- ñolas ó francesas; y las costumbres de los franceses y españoles difieren esencialmente de las inglesas, que han impreso el sello de su civilización en los puntos del Norte que han colonizado.

Segunda: del sostenimiento de la esclavitud, resultan en esos paises, ciertos hábitos inherentes á todos aquellos que tienen es- clavos, y se observan lo mismo en la Isla de Cuba que en el Brasil.

Tercera: entre el Sur y el Norte existe tal diversidad de clima, que influye mucho en que varíen de costumbres.

Los hombres que hoy pueblan el vasto territorio de la repú- blica americana, se pueden dividir en tres distintas razas.

Estas razas son: el Westman {hombre del Oeste); el Yankée pro- piamente dicho; y el Virginio (hombre del Sur),

Cada una de estas tres razas, tiene un modo particular de vida

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que tiende á conservar las leyes propias, y á regir cada estado in- dependientemente del gobierno general de la Union.

El Westman tiene modales bruscos á primera vista; es indepen- diente, rudo, y algunas veces hasta insociable. Pero también es franco, generoso, desinteresado, y muy hospitalario. Su manera de vivir es la consecuencia natural de su educación y de la medio-^ cridad en que se halla aun hoy dia, con relación á otros Estados. En el Oeste es donde siempre se han reunido en mayor número los desheredados de la tierra que van á América á demandar el pan y la libertad, este doble alimento del cuerpo y el alma. Mas para conquistar estos preciosos bienes es necesario luchar, llevando auna naturaleza virgen y fértil el trabajo, contra quien se pronuncia en re- beldía el terreno salvaje, y son vanos los esfuerzos del agricultor.

Los primeros trabajos que se hicieron en esa nueva tierra por los atrevidos colonos que la poblaron , son una de las bellas pági- nas de la civilización moderna. Tienen la prueba de la fuerza y el valor que el hombre adquiere con la libertad. Los colonos del Oes- te hicieron mucho para su instalación y bienestar en la patria adop- tiva. Tuvieron que apartarse de los caminos y transitar por selvas impenetrables; echarlas por tierra, cultivar los campos y edificar ciudades. Tenian que pelear con los indios , que defendiendo encar- nizadamente el derecho de posesión, no abandonaban sino palmo á palmo el dichoso y querido pais de sus antepasados. En pugna siem- pre con ellos, y atacándolos para merecer un territorio, los habi- tantes del Oeste formaron como una sociedad aparte, de trabaja- dores y soldados. Iban constantemente armados, aun á la Iglesia; mosquete á la espalda, puñal en la cintura, pistola en mano, eran los hijos verdaderos de la naturaleza, no teniendo para guiarse mas que las leyes instintivas de la conciencia y las razones del interés. Allí cada cual se hacia justicia, lo que seguramente es un mal: pero también se mostraban los unos para los otros tolerantes y ser- viciales. El egoísmo y la intolerancia abandonan á los hombres, desde que metidos en empresas peligrosas, depende del bien de todos, el de cada uno en particular: entonces llegan áser compa- sivos y buenos. Puede que esto dependa tal vez del egoísmo. Mas

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no es necesario sondear el corazón del hombre para encontrar el bien: es preciso contentarse con las formas y buenas cualidades de la superficie, es decir, del hecho.

Para dar una idea de las rudas maneras de los habitantes del Oeste, baste saber que les apellidan half horse, half alligator^ que significa 7nüad caballo, mitad cocodrilo.

El Westman, es en general poco cuidadoso de su persona. Prefiere los vestidos cómodos y que duran mas. El Yankée por el contrario desdeña el frac negro y se viste como los labradores, de paño gordo. Lleva gruesas botas con sólidas suelas, y en el modo que ata al cuello la cinta que le sirve de corbata deja ver que no ha leido jamás El arte de ponerse la corbata, por el autor de Recuer- dos Íntimos del tiempo del Imperio, Mr. Emile Marc de Saint-Hilaire; el sombrero echado hacia atrás , lo tiene puesto hasta en su casa: jamás se lo quita para saludar á nadie.

El hombre del Oeste es apasionado por el tabaco; pero nunca lo toma en polvo* Fuma siempre á menos que no lo mastique: algu- nas veces hace ambas operaciones. Si lleva el cigarro apagado por la calle y ve fumar á cualquiera, lo detiene sin escrúpulo al- guno, no para encender pidiendo permiso, sino para arrebatar el cigarro de la boca sin ceremonia de ninguna especie, y asi que concluye lo devuelve sin mirar siquiera, y continúa su marcha: ja- más se molesta en dar las gracias. No es estraño tampoco que al juzgar el cigarro peor que el suyo, lo arroje con desprecio y en- tregue en cambio tres ó cuatro que considera mejores, sin admitir por este obsequio la menor palabra de agradecimiento.

El Yankée forma con el Westman un raro contraste. Ha con- servado de sus ascendientes un cierto sello aristocrático y la ri- gidez de las costumbres puritanas.

Arrojados de la Gran-Bretaña por las persecuciones de Jacobo I, los puritanos abandonaron su patria para ir á América á fin de go- zar de la libertad de conciencia. Para probar que no eran bandi- dos, como se quiso suponer, sometieron su vida, tanto pública como privada, á las reglas mas severas. Y algunas veces exageraron tanto la austeridad de los principios, que cayeron en el ridículo.

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La nueva Inglaterra no fué otra cosa en los primeros tiempos mas que un monasterio intolerable.

Los miembros de esta sociedad tomaron con el disimulo y la desconfianza de carácter un aire frió, reflexivo, escéntrico y cal- culador, falto de espontaneidad. Asi como eran, asi han permane- cido poco mas ó menos, á pesar del contacto que no han cesado de tener con un gran número de estranjeros. No quiere decir esto que carezcan absolutamente de buenas cualidades; lejos de eso, hacen el bien; pero es por la utilidad que les reporta, y ceden muy rara vez á un sentimiento generoso i Esos hombres de cifras, poseen la regularidad, la lógica, y también la ceguedad. Sus acciones y sentimientos, su vida entera está sometida al cálculo de cuatro re- glas: sumar, restar, multiplicar y partir.

Los Yankées tienen con justo título reputación de los mas há- biles comerciantes de América, y acaso de los mejores del mundo; Pasan por escelentes marinos; por mecánicos ingeniosos: y como especuladores, su atrevimiento raya en temeridad. Han estableci- do las comunicaciones por casi toda América á través de rios tan anchos como mares; los despachos para todas partes; las compañías para cualquier clase de esplotacion. Han fundado fábricas y pues- to esa multitud de radios que parten en los terrenos de la Union, se cruzan y enlazan en distintas y opuestas direcciones.

Mas á pesar de lo que debe el Americano al genio industrial y estraordinariamente activo de los Yankées, siempre con miras es- peculativas, su carácter frió, sin entusiasmo alguno, los ha tenido hasta el dia, apartados de la arena política.

También es cosa notable que en la lista bastante crecida ya, de los presidentes de la república no se vean figurar mas que los nombres de dos Yankées: John Adams, y su hijo Quincy Adams. Y aun es digno de observarse, que esos señores solo lo han sido por es- pacio de cuatro años, mientras que la gran mayoría de los otros Pre- sidentes vuelven á ser reelgidos como lo autoriza la constitución. Esta es seguramente una prueba incontestable de la poca popula^ ridad que gozan de hombres políticos. Bien es verdad que se han mostrado hasta aquí enemigos de las tentativas del progreso. Esto

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puede ser muy bien el convencimiento que tienen de poseer la cons- titución mas liberal; pero ciertos americanos atribuyen estas ideas conservadoras al espíritu monárquico que les domina y no han po- dido deshechar.

Siempre austero, al menos en apariencia, el Yankée se abstie- ne completamente y con afectado empeño, de los regocijos públi- cos, de los espectáculos, ó asiste muy pocas veces. Para ocultar sus verdaderos fines y disfrazar la cosa bajo el nombre de hábiles especuladores, han abierto locales de espectáculos bajo la denomi- nación de museos, al uso de los puritanos. Hacen ver que van á examinar algunos viejos animaluchos embalsamados, espuestos en ellos y se aprovechan con astucia de una circunstancia favora- ble, para evadirse de las serpientes y cocodrilos é ir á gozar de incógnito de los placeres de la comedia.

Hay espectáculos-museos en Boston, en New- York, y en algunas otras villas importantes de la América del Norte, donde se hallan una porción de Yankées puritanos.

El Yankée rehusa tomar parte públicamente en estos espectá- culos. La sola escepcion que hace, es acaso en favor del juego de bolos. ¡Oh! ¡lo que es dejar de entregarse á él, no le es posible! No es un simple pasatiempo, es una verdadera pasión. Los Yan- kées juegan con bolas enormes, casi como bombas, y que hacen rodar á una gran distancia. En el campo, en los caminos, en los jardines, en las fondas, en todas partes juegan á los bolos.

Esto debió enfadar demasiado á los propietarios de las piernas maltratadas. Así pues, la policía dio una orden en cierta época, prohibiendo este peligroso juego que denigraba bajo el nombre de Juego de los nueve, á causa de los nueve bolos de que se compone. Los Yankées desconsolados por esta orden severa, no tardaron en encontrar un escelente recurso para eludir la ley. Suprimieron un bolo, y por este hecho llegó á ser un juego enteramente nuevo ^ con distinto nombre y exento de prohibición, el juego de los ocho. Hay algunos jesuitas (de ideas,) entre los Yankées, que detestan sin embargo el jesuitismo.

Los Yankées, grandes bebedores de agua, son también fieles

246 observadores del reposo dominical. Creerían faltar á los mas sa- grados deberes, sino se durmiesen el domingo sobre la Biblia. Han fundado en los Estados-Unidos , Bible-houses , donde se distri- buyen Biblias gratis al que las pide.

Para dar una idea del carácter poco festivo de los Yankées puros, referiremos este hecho característico.

Mr. Quincy Adams, presidente de la república y Yankée, como mas arriba hemos dicho, alucinado por el fausto de sus grandezas, tuvo un momento de vértigo que estravió su corazón. Dio un paso funesto en la senda de los placeres mundanos. El sibarita hizo co- locar en una de las salas de la casa blanca... ¿lo diremos? hizo co- locar... ¡una mesa de villar! Los puritanos, sus compatriotas, vi- vamente alarmados por semejante escándalo y desenfreno, cre- yeron deber suyo presentar una queja oficial al voluptuoso presiden- te^ para que prohibiese hacer carambolas.

El Virginio, propiamente dicho el hombre del Sur, es el mas simpático de los americanos.

Tiene muchas cualidades esteriores y ejecutivas que faltan al Yankée. En muchos casos es el antípoda de este último. El Yan- kée es activo hasta el esceso: el Virginio se complace en las dul- zuras del far niente. El primero es sobrio de palabras y avaro de escudos: el segundo es hablador y gastador hasta la prodigalidad. Aquel es siempre aseado en su vestir aunque escesivamente mo- desto: este no siempre está decente pero le gustan las alhajas y buenos trages. El uno es maligno; el otro chistoso. El Yankée se muestra enemigo de las diversiones como acabamos de de- cir: el Virginio no vive sino para las fiestas, espectáculos, juego y galantería. El Yankée vive en casas arregladas como las cifras de un dividendo, y silenciosos como sepulcros; en las de Virgi- nios hay un completo desorden y mas ó menos ruido.

Si el hombre del Oeste tuviera mas urbanidad, mas refinamien- to en sus maneras; si fuese mas cuidadoso de mismo; sien una pa- labra no ocultase bajo una cubierta grosera las escelentes cualida- des que le distinguen, seria el americano por escelencia. Le gústala igualdad porque es bueno y justo. Nadie mas que él posee el sen-

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timiento de su propia dignidad y estima entre los hombres. Pero sus maneras de obrar son poco pulimentadas para demostrar su mérito, que es preciso adivinar.

El Virginio sobrepuja á los otros americanos por la mas pre- ciosa de la cualidades; el entusiasmo. El es el fuego sagrado que hace nacer y calienta los bellos sentimientos del hombre. Sin él no hay grandes talentos ni grandes virtudes. Así vemos el entu^ siasmo Virginio producir un gran número de hombres ilustres por sus talentos y virtudes políticas. Basta citar á Washington, Jeffer- son, Monroe, Madison, Patrick, Henry, Lee, Caw, etc., etc.

Desgraciadamente, una llaga siempre viva y abierta, degrada á los Estados del Sur tan ricos y fértiles.

Se habrá adivinado que queremos hablar de la esclavitud.

Todo se ha dicho ya sobre ese derecho criminal que dispone á su voluntad de la vida, bienes y libertad de un semejante; de ese de- recho que se estiende á los hijos del esclavo, nietos y á la descenden- cia á perpetuidad. Eso es monstruoso: repugna á los sentimientos des- interesados; es contrario á la justicia, á la razón, y á la religión. La sensualidad solo aprueba la esclavitud, porque es un vicio odioso á quien ningún medio repugna; sin embargo, no puede triunfar largo tiempo de los mas nobles sentimientos; y particularmente, del amor sagrado á la humanidad que existe en el corazón de los hombres. La esclavitud, espresion degradante del poder absoluto, desaparecerá bien pronto de la tierra.

Su abolición en los Estados-Unidos, es la aspiración de los hom- bres equitativos que ven con horror esclavos en la tierra del progre- so y la libertad. Sabemos que hay grandes dificultades para realizar este deseo; mas, de los obstáculos, el mayor que se presenta es el interés de los poseedores que se verian despojados de su fortu- na. Varias tentativas de revolución, han puesto en peligro ya la vida de los blancos en los Estados del Sur. La famosa conspira- ción de 1820, cuyo objeto era la matanza de los propietarios de es- clavos, no se efectuó, como se sabe, por la denuncia de uno de los conspiradores, que atemorizado por las consecuencias inmediatas del levantamiento, se confesó á su amo.

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Después de esta época se han descubierto muchos complots.

A pesar de estas terribles advertencias, los habitantes del Sur continúan viviendo en una aparente seguridad y sin pensar en to- mar medidas para la estincion de la esclavitud.

En cuanto al gobierno de la república no tiene ni el derecho ni la voluntad de mezclarse en esta cuestión particular de ciertos Estados.

En un discurso de inauguración , el presidente de los Estados- Unidos, Mr. Pierce, ha proclamado altamente los derechos del Sur sobre este asunto.

«Yo creo, ha dicho, que la institución involuntaria de la servi- dumbre tal como existe en diferentes Estados de esta confederación, está reconocida por las leyes. Yo creo que ella es el mismo título que cualquiera otro derecho garantizado; y que los Estados donde existe deben tomar las medidas convenientes para mantener esos derechos constitucionales. Sostengo que las leyes de 1850, llama- das comunmente las comprometidas, son constitucionales y deben ser sin demora ejecutadas.

«Creo que las autoridades constituidas de esta república, están obhgadas á considerar los derechos del Sur á esta mira , como consideran cualquier otro legal y constitucional; que las leyes para sostener estos derechos, deben ser respetadas y obedecidas, no con una repugnancia inspirada por abstractas teorías en cuanto á la con- veniencia de otro estado de sociedad, sino vigorosamente y según las decir siones de los tribunales á los que únicamente corresponde fallar en este asunto. i>

Como gefe del Estado, como guardián fiel de la constitución que ha jurado hacer respetar , el último presidente de la república de los Estados-Unidos, ha podido tener ese lenguaje: mas si el de- recho está en favor de la esclavitud en el Sur, la razón y el senti- miento universal se pronuncian contra él.

Ahora es deber de nuestra imparcialidad dar á conocer la ver^ dadera situación de los negros esclavos.

Han exajerado mucho la cruedad de los amos hacia los escla- vos; han presentado á estos, como instrumentos obcecados en su

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mayor parte. Los escritos de los negrófilos son seguramente muy laudables en su fin, pero hay en ellos mucha exageración, y esto es un mal cuando se defiende una buena causa.

Podemos asegurar, en bien del progreso y la civilización, que no existen ya los tiempos en que los blancos tenian el derecho de vida y muerte sobre los negros y les pegaban por el gusto de ver- los sufrir.

Esa época bárbara ha terminado, y salvo alguna rara escep- cion, los negros son tratados con dulzura. Los amos son responsa- bles ante los tribunales, de los castigos escesivos que impongan.

Los negros en el Sur, gozan de cierto bienestar relativo. Están bien alimentados, vestidos según la estación y trabajan ciertamente menos que la gran mayoría de los obreros, dependientes, emplea- dos de diferentes clases, y escribientes que deben su existencia al trabajo.

Examinemos la vida del negro por cuya suerte se compadecen tanto. Estos son plantadores que cultivan el café, el algodón, el arroz y la caña de azúcar.

Casi todos trabajan por tareas, lo que permite á los activos te- ner tiempo de sobra.

La tarea está basada según la fuerza, edad, secso de cada uno y calculada en ocho horas de trabajo por dia.

Antes de cumplir diez años, los esclavos son mas fehces que nuestros niños dedicados á las industrias y oficios, en los que están sometidos á mas rigoroso, constante é ímprobo trabajo. Les dan algunas comisiones, pero jamás los cargan con fardos pesados, ni superiores á sus fuerzas. Pasan el dia corriendo en los campos, ca- zando, pescando, ó si son demasiado pequeños se quedan en casa para vigilar en ausencia de la madre.

Los negros de los ingenios gozan de lo que se llama el Sábado del negro, es decir, que no hacen ese dia mas que medio de tra- bajo. En cuanto al domingo les pertenece por completo. No se les obhga de ningún modo á asistir á losj oficios religiosos, y muchos de ellos parten el dia anterior por la tarde, en los va- pores, para ir á quince ó veinte leguas de distancia á pasar el

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dia festivo con sus amigos, esclavos también, que les reciben con mucho gusto en casa de sus amos. Los negros, hay que advertir que se hallan muy rara vez sin dinero. En cambio del poco y forzado quedan, tienen el tiempo necesario en su esclavitud para ganarlo. Es positivo que el que desee ardientemente su libertad encuentra en pocos años, con su trabajo y la ayuda de las so- ciedades abolicionistas, los medios de volverse á comprar. Debe- mos decir para ser justos, que un negro que se vuelve á com- prar, es vendido por su amo en una tercera parte menos de su valor.

Los propietarios de los ingenios no rehusan jamás concederles á los negros un espacio de terreno que tienen el derecho de culti- var por su cuenta, después que han terminado la tarea impuesta. En ese terreno el esclavo cultiva legumbres, cria aves, engorda cerdos , y á menudo llega hasta á poseer una vaca. Esas legum- bres, esas aves, esos puercos y la leche de la vaca, son comun- mente vendidas al propietario mismo que paga con creces esos productos.

El alimento del negro, no es ciertamente inferior al del mayor número de nuestros trabajadores europeos.

Nosotros lo encontramos preferible al de los marineros á bordo de las embarcaciones. El alimento del esclavo consiste en una me- dida cuotidiana de maiz ó arroz con una cantidad abundante de le- gumbres, á loque hay que añadir un buen pedazo de jamón, vaca, ó pescado salado; para postre tienen á su disposición las deliciosas frutas que tan abundantemente produce el Sur, ó el café, que les gusta mucho, y del que beben á voluntad.

Si el negro cae enfermo se le trata con cuidado, y aunque esto sea por interés del amo, no deja de ser un bien. Cada ingenio tie- ne su enfermería provista de su botica grande ; nada le rehusan para que se restablezca; ni medicamentos, ni atenciones particula- res, ni buen ahmento durante la convalecencia. La estancia-enfer- ínería, es para el negro, esencialmente perezoso, un lugar de deli- cias. Estar acostado, libre del trabajo, es la dicha completa para él: aUí placenteramente baila y toca. Se citan algunos que han fingido

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>dolor de muelas, y que se han hecho aríancar bárbaramenle los molares, estando sanos, por gozar en la enfermería, del descanso concedido en semejantes casos (un día de asueto.) Otros comen tierra ó yerbas dañinas consiguiendo por este medio atraer la ca- lentura, para tener derecho al descanso mientras dura la indisposi- ción. Los negros de los ingenios ligera y malamente vestidos en el ejercicio de su trabajo, se adornan los domingos por completo. Nada mas raro que ambos secsos con lo que llaman su bella compostura, Al verles se cree uno en París en la bajada de la Couriille el martes de carnaval. Poco importa esto, toda vez que ellos se encuentran hermosos de ese modo. Con sombrero de fíobert-Macaire , fracolin de algodón cortado á guisa de cola de bacalao, pantalón y chaleco indescriptible; los esclavos suelen llevar relojes, á los que cuel- gan distintas zarandajas que les caen hasta media pierna. En cuanto al secso femenino , su vestimenta es de lo mas disparatado , y se cubren de una manera tan estra vagante con falsas alhajas y toda clase de vidrios lucientes, que se les puede equivocar muy bien, con el interior de una tienda de porcelana y cristalería ambulante. Así resplandecientes subyugan el corazón de sus bellos. Preguntad al cerdo, ha dicho Voltaire, qué es la belleza, y responderá que la suciedad.

El corazón de los negros es muy propenso á inflamarse, pero también se desinflama con la misma facilidad. Se casan, se desca- san y se vuelven á casar con la frescura mayor del mundo. Res- pecto á esto los dejan en la mas amplia libertad, tanto que en mu- chos ingenios el matrimonio propiamente dicho no existe, dando lugar á la mas degradante poligamia. Algunos propietarios se muestran mas morales, y hacen bendecir las uniones, mas esto no €s un motivo para que cuando el esclavo quiera, cambie de esposa. Para los amos, lo principal es que las negras no sean estériles co- mo la Sagrada Escritura ordena, y esto hace que por la sórdida y culpable avidez del dueño, esa pobre parte de la especie humana, se asemeje á los irracionales. Después del trabajo del dia, y parti- cularmente el sábado por la tarde y el domingo , los negros se entregan al campo y á los placeres de la música y el baile.

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La sensibilidad de los negros para la música es estrema. Bajo la impresión de los instrumentos olvidan sus miserias, cuanto les rodea, y no se acuerdan ni de mismos. En las villas, cuando des- filan músicos por las calles, se ven multitud de ellos escoltándolos con las mas grandes demostraciones de alegría. Sucede algunas veces que al ir á recados urgentes, se encuentran alguna banda de música: entonces es imposible hacerlos volver al trabajo; la siguen: el miedo de los latigazos no les detiene; son arrastrados como por un imán.

Negros hay que seguros de ser azotados al entrar en casa de sus amos, pierden la mañana. Son aptos para llegar á ser escelen- tes músicos. En la Habana y Rio- Janeiro se ven muy buenas or- questas, compuestas de negros y mulatos. Los habaneros tienen una canción, cuyo verso y música fueron compuestos por un es- clavo que se suicidó por amor á su querida. Tiene dicha canción una delicadeza de sentimiento, un dolor tan grande, respira tan profundo, tan tierno y respetuoso amor, que al escucharla es im- posible retener las lágrimas.

«El hombre se convierte en perro para prosternarse humilde- mente y morir á los pies de su querida, después de haberla dicho: yo te amo.»

La música de los negros, tan desdeñosamente ridiculizada por los blancos , no se halla exenta de poesía y encanto. Basada en rit- mas originales, impulsan las melodías de que se compone, con el aire de una inspiración salvaje pero simpática y llena de dulce melancolía. El instrumento favorito de los esclavos del Sur, es una especie de guitarra que llaman banjo. Su Sonido es grave, dul- ce y triste , y no puede ser mas á propósito para el género de mú- sica á que lo dedican. Nuestro amigo Gottschalk, acaba de publicar bajo el título de Banjo, un trozo para piano que nosotros hemos te- nido el gusto de oir ejecutar varias veces en América y que hará comprender mejor que cuanto digéramos la música que nos ocu- pa. Es imposible llevar mas lejos la imitación. Se cree uno tras- portado á las orillas del Mississipi, bajo la sombra de los bananos, en la risueña y fértil Luisiana. Es una página preciosa para la mú-

sica la del banjo, y una buena fortuna para los pianistas , que em^ pieza n á encontrar limitado el círculo de fantasías brillantes sobre temas de óperas.

Dejemos ya la música de los negros, que nos ha servido para probar lo que g-eneralmeate han negado á esos infelices reprobos; la sensibihdad poética: continuemos narrando su manera de vivir en esclavitud.

«Como la inesperiencia nos hace niños, ha dicho Mistres Tro- llope, y no podemos instruirnos en ciertos asuntos mas que por lo que oimos decir, yo abandoné la higlaterra con sentimientos tan opuestos á la esclavitud ^ que fué muy penosa la emoción que es- perimenté cuando me vi rodeado de esclavos. Al aspecto de los hombres, mugeres y niños, que me cercaban, mi imaginación creó una novela bien triste de la cual eran ellos los héroes. Después que me he instruido mas en este asunto y que conozco mejor la verdadera situación de los esclavos en América, me he reido bas- tante de mi sensibilidad.»

Si la institución de la esclavitud no es doblemente odiosa en el pais de la libertad, preciso es reconocer que es porque la posición de los esclavos es mejor de lo que se supone. Si los amos tienen el derecho criminal de pegarles, es necesario advertir que usan de él con moderación. Y cuando el negro es castigado, puede ele- var una queja á las juntas especiales que le protejen, ó mudar de amo. Si este se muestra cruel, tiene su castigo de multa ó prisión. La vida del esclavo es tan protegida como la del hombre libre. aquí un hecho que prueba esta verdad:

Un negro (de esto han trascurrido dos años) se habia escapado de un ingenio situado en los alrededores de Charleston. Se hablan hecho las mas activas investigaciones, pero sin resultado satisfac- torio. Era evidente que el fugitivo se hallaba refugiado en la selva donde se mantenía cimarrón, es decir, con frutas silvestres, caza y agua. Se prometió un hallazgo al que lo cogiese y entregase al dueño. Dos hombres tuvieron la singular ocurrencia de cazarle como se cazan osos ó lobos, con ayuda de perros.

La caza era larga y la pesquisa casi completa , sin que pudie-

seil dar con él , cuando los perros advirtieron á los cazadores Je hombres que el desgraciado esclavo estaba oculto muy cerca de ellos. Los animales acababan de descubrir el escondite y ladraban con furor. Lejos los cazadores de contenerlos , los escitaron y se entabló una lucha desesperada entre el pobre negro sin armas y los perros ansiosos de devorarle. Esta escena terrible, en la que no queremos detenernos, terminó por la muerte del esclavo, que espiró en medio de los mas atroces sufrimientos. Apenas se le en- contró muerto y hecho pedazos, la población ofendida é indignada por semejante acto de barbarie , no quiso aguardar el fallo de los tribunales: juzgó á los culpables en virtud de la ley de Lymh y por unanimidad, después de oir su defensa^ fueron declarados asesinos y condenados como tales á ser ahorcados en el mismo sitio donde el infortunado negro habia fenecido.

Uno de los condenados era hijo de un rico agricultor: contaba con influencia para salvarse; mas ni esta ni el dinero pudieron sus- traerle al justo castigo impuesto. Los dos fueron conducidos y col- gados en presencia de la población indignada.

Las peripecias de este doble drama pueden leerse en los perió- dicos de la época, impresos en Charleston.

En otra ocasión , en esta misma villa, fué condenada una mu- ger á diez mil duros de multa y á un año de prisión, por haber en un momento de cólera aplicado un bastonazo á la cabeza de una esclava. Ese golpe dado sin premeditación, tuvo consecuencias funestas, pues murió la negra de sus resultas. El jurado, apartán- dose completamente de la circunstancia de la impremeditación, quiso castigar un acto de brutalidad con rigor, dando ejemplo de esta manera para lo sucesivo. Pero si las leyes, ó mas bien el sentimiento público , protege á los negros contra la crueldad ó la injusticia de los blancos, estos se muestran despiadados con el ne- gro que se atreve á levantar la mano á su dueño. Algunos escla- vos han sido quemados vivos, como en tiempo de la bquisicion, por haber asesinado , ó simplemente intentado, á sus amos. El su- plicio de la horca no basta en semejantes casos , y es necesario para ese atentado, no solo la muerte, sino á fuego lento. Se com-

prende la severidad de los jueces en esto de castigar al esclavo rebelado; pero eso no disculpa en manera alguna, ni puede justi- ficar loí? horrores del auto de fé. De esos actos brutales, no queda mas que un sentimiento de piedad para el criminal en vez del sa- ludable escarmiento que se esperaba. La espiacion recae entonces en el nuevo crimen cometido. El temor de los suplicios puede lo mas detener por un instante el desenfreno de las pasiones, pero no cambiar la naturaleza del hombre. Una educación bien entendi- da, una justicia moderadora, y el ejemplo del amor á la humani- dad, son mas eficaces para inspirar buenos sentimientos y desar- rollar la razón.

Los amos que pasan en el Sur de los Estados-Unidos por mas suaves para los esclavos, son los criollos. Los mas severos los In- gleses y Yankées. Los Franceses, Españoles é Italianos son gene- ralmente malos, pero con el ejemplo de sus costumbres relajadas, producen en los esclavos malos hábitos.

Los negros para el servicio del campo valen según su fuerza y edad , desde ochocientos duros hasta mil y doscientos. Las hem- bras se pagan menos.

Pasemos ahora á los negros ocupados en los ingenios y á los esclavos que habitan en las villas.

Los esclavos en las ciudades se dividen en dos grandes cate- gorías: los criados y los trabajadores. Se podria añadir una terce- ra menos numerosa de comerciantes.

Los criados son ciertamente los mas perezosos, los mas sucios, los mas detestables de ambos mundos y colores. No existe en Fran- cia, Inglaterra ó Alemania uno solo que deje de hacer el trabajo de cuatro negros. Sus movimientos son contados , y cuando se les ordena que se den prisa lo hacen al contrario: mueven la cabeza con lentitud, miran, rien con aire bestial, y vuelven á su paso or- dinario: puede uno irritarse, jurar, y aun pegarles; jamás se ob- tendrá que activen su trabajo.

En casas de consideración hay gran número de ellos , y cada uno está dedicado á distinto trabajo. Enciérranse estrictamente en sus atribuciones, y nada fuera posible á hacerles salir de ellas,

-256- aunque fuese accidentalmente. Supongamos que el encargado de abrir la puerta de entrada se ausenta por un instante: ninguno se incomodará en reemplazarle en caso de necesidad. Podrían llamar, y hasta echarla abajo, que de seguro no se moverla ningún negro de la casa, á menos de no recibir una orden formal y terminante del dueño. Lo que hay de notable en esto es que el obrar de este modo, no es por no mezclarse en los quehaceres de otro, sino por pereza.

No es solo la pereza la cualidad que mas distingue á los ne- gros, pues son también golosos y ladrones, y por falta de valor, crueles. Mas á pesar de estos defectos, son bien tratados , y se- guramente no se tolerarla de un blanco, lo que de ellos. ¡Cosa es- traña! existe entre amos y esclavos una intimidad que no se encon- trarla en Europa, por mas confianza que se tenga en los domésti- cos. Es un error, grande creer como han supuesto poetas y roman- ceros, que los negros se presentan temblando á la voz de su amo y se sujetan á sus menores caprichos. Cuando les llaman, jamás responden con prontitud, y si las órdenes que les dan no son de su agrado, comienzan á hacer gestos, á murmurar y á desenten- derse. Tal vez si llega á faltar la paciencia, le sacuden un latiga- zo, pero mas generalmente se limitan á amenazarle.

En los casos en que un esclavo se muestra demasiado imperti- nente ó comete faltas graves, le envian á una casa de corrección. Le dan al culpable un billete que vale por cierto número de latiga- zos, y está obligado á ir á recibir el precio, como si fuera una le- tra de cambio del infierno, pagadera al portador. El verdugo la examina como pudiera hacer un cajero antes de pagarla, tomando copia en el registro de la casa, y procede en seguida á la ejecu- ción de la sentencia. Después de tres buenos latigazos que levan- tan la piel, la víctima da gritos capaces de partir el corazón. Los criollos permanecen insensibles á estos gritos, creyendo cosa muy natural que peguen de esa manera á los negros, que desde luego no están considerados como hombres en esos paises. Sus sufrimien- tos no inspiran mas piedad que los de los animales. Hablan de los suplicios delante de ellos mismos, como si no estuvieran. En una palabra, el esclavo es una cosa y no una persona.

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Por sarcasmo, llaman á la casa de corrección, The sugar house. {La casa de azúcar). Como un negro pierde su valor en razón di- recta del número de castigos que ha recibido, los propietarios no los envian á The sugar house sino en el último estremo. Considére- se del modo que se quiera, es indigno que hombres por su pro- pia autoridad, manden pegar á otros hombres. Nosotros reconoce- mos, porque es una verdad, que son raros los abusos; pero el de- recho existe, y este derecho monstruoso lo anatematizamos en nombre de la humanidad.

Los esclavos trabajadores, son de todos los mas considerados. Ellos mismos se estiman sobre los demás y gozan en su esclavitud de ciertos privilegios liberales. Se alquilan á los amos por una suma determinada y trabajan de su propia cuenta. Por este medio van adonde quieren y trabajan como mejor les parece. La clase trabajadora es entre ellos la aristocrática. En ella se encuentran los ricachos, á quienes el bello sexo negro hace altos honores. Se encuentran muy buenos trabajadores en los diversos ramos, y hay quien gana á su dueño hasta 20 y 25 rs. diarios. Así un buen tra- bajador reúne sumas de 32,000 rs. vn. poco mas ó menos.

Los comerciantes hacen generalmente como los trabajadores. Se alquilan á los dueños por semana, en una suma dada y especu- lan libremente. Tienen siempre dinero propio, pero no saben eco- iiomizarlo No son pródigos , pero gastan disparatadamente el di- nero y no tienen ordenada conducta. En diez años no existirían es^ clavos en ninguna parte del mundo si ellos mismos quisiesen. Sin rebelión ni sacudimiento y bajo la misma protección de los blan- cos podian comprarse todos con el producto de sus economías.

Por otra parte, nada impedirla la formación de cajas obligato- rias de ahorros para la libertad de los esclavos. Un tanto por ciento del producto de su trabajo, puesto mensualmente en la caja por los mismos propietarios, á semejanza de lo que hace el go- bierno en Francia para asegurar la pensión de los militares y de ciertos empleados, seria un buen medio (demasiado sencillo y tal vez por eso no han pensado en él) para conseguir su liberíad y la de sus hijos, .sin agravar los intereses de los dueños.

25g

Siempre podia esperarse mucho de estas cajas de ahorros, y es estraño que no existan semejantes recursos para concluir con la esclavitud. Es verdad que los criollos tienen un especial cuida- do en no romper la cadena que enlaza al hijo con el padre y al nieto con el abuelo, pero en las sociedades abolicionistas estaba el tomar medidas eficaces, y esta que proponemos nos parece la mas acertada y conveniente.

La mas injusta prevención pesa sobre la raza negra en los Es- tados-unidos, y mas particularmente en los que hay esclavos; esto se comprende fácilmente. En el Sur no puede casarse un blanco con muger que descienda de sangre africana, aunque fuese mas blanca que una georgiana. Contar entre sus abuelos un negro, es un pecado original que no puede borrar ni la virtud ni el talen- to. Son desdeñados de los blancos y mucho mas de las blancas; las mugeres no se reciben en sociedad aunque tuvieran una fortu- na como la de RosthcMld. Pero ¡cuánto se vengan ellas del desden de esas damas! Generalmente bellas y acaso las mas seductoras del mundo, las mugeres de color, llegan á ser por orgullo de las blancas, sus naturales rivales. No tan solo se amparan del corazón de su marido, sino que hacen con él su fortuna. Nada mas hermo- so para esas hijas de mármol amarillas^ que ocultan el color de su piel bajo los diamantes, el oro y la seda, que despojar á sus riva- les. ¿Y se quejarán? ¿Estaríamos en el derecho de acusarlas por el desorden de su vida, cuando esta les ha sido impuesta por le- yes tiránicas é injustas preocupaciones?

La prevención contra el color negro es tan grande, que algu- nas se esfuerzan en blanquear la piel, dándose con drogas y aun quemándola: la quemadura cambia el color de la epidermis y que- da con un tinte pálido de cadáver. Se han visto negras que han hecho uso de este bárbaro medio para llegar á parecer casi blancas. . Un dia fuimos testigos de una escena bastante cómica. Dos ne- gros reñian sin que supiéramos el motivo. Y debemos decir que ellos riñen siempre. Después de haberse prodigado uncrescendo de los mas picantes epítetos, después de haberse tratado de monos, perezosos, ladrones, perro muerto, bestia podrida, etc., etc., uno

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de ellos dijo al otro con la espresion del mas profundo desden:

«¡Vete, negro!»

Una ley de los Estados-Unidos, castiga al que enseñe á leer á un esclavo. Esto es seguramente una cosa muy bien pensada, y desde largos años sabemos que el mejor medio de esplotar á los hombres, es sumirlos en la mas crasa ignorancia. Mas esta ley impía, poco armonizada con la naturaleza del gobierno de los Es- tados-Unidos, ha, por decirlo así, caido en desuso. Hoy, en Nue- va-Orleans, Charleston y otras muchas villas, hay escuelas espe- ciales para los negros, en las que los dueños les dan los elemen- tos de la instrucción.

Han exajerado mucho al hablar de la suerte que el Sur reser- vaba á los abolicionistas, diciendo que era la horca: no es esto cierto: en su lugar los empluman.

aquí el modo de hacerlo con los abolicionistas demasiado celosos.

Después de asegurar su persona, lo desnudan y le untan el cuerpo con una especie de engrudo. Concluida esta operación, lo ruedan dentro de un tonel agujereado y en el momento el pacien- te queda convertido en ave. Inmediatamente lo llevan por las ca- lles al son de una música charimresca, ó lo meten en una barraca esponiéndole á la espectacion pública, al precio de cuatro cuartos.

Generalmente no son los negros los últimos en ir á burlarse de su desgraciado compañero y generoso libertador, á quien llaman pájaro feo.

Cuando han gozado suficientemente del espectáculo, lo des- pluman quitándole el engrudo que cubre su cuerpo por medio de un baño; se le devuelven sus vestidos y le envian á predicar sus filantrópicas doctrinas á otra parte.

Los criollos detestan por interés á los abolicionistas; así es que se consideran dichosos cuando pueden pillar á alguno que in- curre en esta falta. Hace poco tiempo murió un hombre en la Flo- rida, poseedor de muchos esclavos, y les dio libertad. Ese hom- bre no tenia mas heredero que un sobrino abolicionista decidido y cuyos discursos sobre este asunto le hablan hecho lamoso. Com-

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prendiendo que á pesar de la conveniencia, estaría en contradicción con las ideas de su sobrino la herencia de los esclavos, prefirió darles libertad. Queriendo de este modo hacer querida su memo- ria dig-na, de su sobrino, murió en esta confianza, rodeado de laé bendiciones de los negros. ¡Mas ó fatal efecto de la fortuna! Loa cincuenta negros que formaban juntos un capital 60,000 pesos fuertes, turbaron sus ideas de abóhcionista, y tentaron virtud; El negrófilo de la víspera llegó á ser negróíbbo al dia siguiente; Nosotros tememos siempre por estas repentinas metamorfosis. La muerte de su tio le abrió los ojos, hasta el puntó de reconocer las ventajas de la esclavitud, por las múltiples condiciones de la mo- ral, el derecho, la religión, el orden social, la familia y la propie- dad. Resuelto á justificar loé derechos qué creia leg-ítimos, atacó delante de los tribunales la vaüdez del testaíuentb de su tió y re- clamó en propiedad los cincuenta negros. El tribunal desechó su petición, condenando al ex-abolicionista á los gastos del proceso.

Mas á este hecho aislado, no le dieron mas valor que el que en mismo tiene un triunfo de los abolicionistas que trabajan con el mayor enardecimiento por la emancipación.

Hay'sociedades de abolicionistas que favorecen la fuga de los negros hasta el Canadá, donde son libres. No hay clase de sacrifi- cio que no se impongan para salvar á los desgraciados negros; Mas los abohcionistas, como los filántropos, son absolutos en sus principios; no les interesan mas que los sufrimientos de los ne- gros; la desgracia de los blancos no les conmueve. La sensibili- dad de ciertos negrófilos, nos trae á la memoria la Conversación de un filántropo con cierto pobre trabajador que fué á reclamar suá auxilios.

—Mil perdones si incomodo tan temprano: ¿el Sr. X... filántro- po? preguntó el pobre diablo abriendo discretamente la puerta del gabinete del bienhechor.

—Yo soy, amigo mió, respondió el Sr. X... con voz artificial- mente dulce y que salia de un verdadero corazón sensible. ¿Qué hay? Estoy á su disposición.

—Yá. me puede salvar la vida, señor: y aun lo que es mas pré-

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éiosó para mí; la de mi esposa é hijos que están faltos Úé pan.

—Muy bien, amigo mió, muy bien. Entre Vd. y hablaremos. Voy á dar la última mano á mi peinado y soy de Vd. al momehto.

Esperaré, señor.

¿Qué tal tiempo hace? Espero que bueno. Yo debo efetar an- tes de mediodía lejos de aquí, para presidir una junta sobre los infortunados paralíticos. Tenemos sociedades bienhechoras para todo género de males, escepto para los paralíticos. Se hos ha es- 'capado esto hasta hoy... Yo quisiera que hiciese buen tiempo ^)ara ir á pie. El paseo tiene la doble ventaja de dar apetito y faci- htar la digestión.

¡Pobre muger! ¡pobres hijos! decia él desgraciado trabajador. >ÍEsto va largo!

Pero, á propósito, amigo mió, ¿de dónde sale Vd. ahbra; pre- sumo que de Tolón?

No señor: jamás estado allí.

—¿Entonces, será de Brest?

Menos aun. He estado en Brest, pero hace muchos años y no permanecí mucho tiempo.

~¡Ah! entiendo; ¿Vd. ha ido ya á Brest? Perfectamente: y pues- to que ahora no viene de Brest ni Tolón, ¿saldrá de la prisión de Rochefort?

¡De la prisión, señor! gritó con voz conmovida é indignada el pobre pero honrado trabajador; yo puedo ser desgraciado, mas nunca falto á mis deberes, y en la miseria que me rodea he sabido conservar siempre un nombre respetable y respetado.

¡Cómo! ¿no estado Vd. preso? replicó el filántropo con ad- miración y sintiendo haberse equivocado.

No, y mil veces no.

En ese caso, siento decir á Vd. que se ha molestado en valde esperando, pues me he impuesto la regla de no socorrer sino álos trabajadores forzados. Si hubiese Vd. estado siquiera algunos años preso... pero nada; es preciso que busque Vd. en otro lado. Mas tarde si arrastrado fatalmente, incurre Vd. en vm delito y va á ga- leras, que os el castigo impuesto á los malhechores; venga Vd. a

buscarme y tendré un placer en serle útil ; mientras tanto, yo soy como el médico , curo pero no preveng'O la enfermedad. Los habitantes del Sur, no han dejado de poner en ridículo la compasión esclusiva de los abohcionistas. aquí á este propósi- to una fábula de Mr. Camille de Nueva-Orleans.

EL NIÑO Y EL POLLO.

Amaba á un pollo negro cierto niño,

Y á pesar de ser raro este cariño ^ Todos saben que tienen afecciones Las gentes, ignorando las razones. Hallándose jugando una mañana El niño con el pollo en la ventana, Y'ió llegar un doméstico inhumano Empuñando un estuche con la mano, Fatal para el que vuela , y adivina Cualquiera, que es un arma de cocina. ¡Oh! sollozando el niño compungido, Ya ese infame á matar á mi querido.— Gritó con voz medrosa y dolorida.

Gran bellaco, perdónale la vida.

As(ustada la madre por el llanto,

iAy! le dijo, ángel mió, no llores tanto:

El no le tocará, pero ten calma.

(¡Qué sensible es el hijo de mi alma!)—

Jlepitió por lo bajo enternecida.

(Siempre fué igual el hijo de mi vida).-

Tranquilizado el niño por entero,

íSin llorar escuchó el grito postrero,

Del negro pollo, sin piedad matado,

Y risueño lo vio luego pelado. Pregúntele si lástima inspiraba,

Y el ángel contestó: No le quedaba Otro remedio mas que fenecer;

-263 Muriendo solo se podrá comer. De todo pollo sentiré la muerte, Mas el negro está bien de aquesta suerte. ¡ Cuántos son, ay desdicha, como el niño. Que lloran por un mal imaginario, Y al dolor verdadero, es al contrario, Pues nunca dan señales de cariño I

Como puede comprenderse, no es esto escusa para el mal. Si los blancos se conduelen, no por eso son los neg-ros menos des- graciados.

Una palabra ahora sobre el comercio negrero.

Resulta de una declaración hecha por el vice-mariscal de los Eslados-ünidos encargado de la alta policía maiítima en New-York, (|ue durante los últimos doce meses, han debido salir del puerto lo menos quince navios destinados al comercio negrero.

Los comerciantes dedicados á estas odiosas operaciones tienen tal sagacidad, que la policía americana no ha podido conseguir mas que dos condenas contra ellos: la del Falmonth y la del Julia Morgan, ambos evidentemente armados para dicho comercio.

Es fácil dar cuenta de la sutileza con que los armamentos des- tinados á este objeto, escapan de la vigilancia de las autoridades, que saben los enormes beneficios que reportan estas operaciones. He aquí algunas notas que no carecen de interés.

Los buques destinados á este comercio, son goletas de tamaño mediano, que no cuestan arriba de 5 á 7,000 duros.

No hacen mas que un viaje, y terminan por ser barrenadas des- pués de dejar su cargamento de carne humana.

Los especuladores de este artículo han hecho un cálculo; es el siguiente: de cada cuatro buques, con uno solo que logre salvarse, hay lo suficiente [)ara hacer una buena fortuna.

En efecto: el negro cuesta en la costa de África de 10 á 40 du- ros, y vendidos en el mercado americano de 300 á 800.

Asi, pues, una carga de quinientos, costando á razón de 30 pe- sos por cabeza, importan 15,000 y da al especulador un producto de 170 á 180,000, pagados los gastos.

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Hemos hablado ya bastante sobre los desdichados negros. Pa- semos á otra cosa.

Lo que mas pronto llama la atención de los que visitan á Nue-. va-Orleans , es con las costumbres particulares de los esclavos, la g-ran belleza de las criollas y el espíritu camorrista de los, hombres.

Las criollas tienen una hermosura y gracia particular. Piel flor de-lisada, ojos negros, atrevidos y voluptuosamente sombreados por espesas cejas , cabellera abundante , pies tan sumamente pe- queños que caben en la mano, talle elegante y flexible, dientes á lo rey-carlos, boca un poco grande; intehgente y sensible, la crio- lla es encantadora por el tono dulce y lento de su voz , y por sus gestos sencillos y graciosos. Un fluido simpático como el perfume de la flor se desprende de sus hechizos y atrae. Son mas perfec- tas que las demás mugeres, en cuerpo, movimientos y espíritu. Na-, turalmente buenas , tienen para sus hijos el sentimiento del amor maternal mas elevado que se conoce. El arte también compone parte de su genio ; pero si puede adivinarlo todo, no quiere apren- der nada. Su pereza está al nivel de la inteligencia. Morirla de ham- bre si otro no se tomase el trabajo de cuidar de su existencia. No conoce ninguna pena de la vida material , y cree que se vive con nada. La Providencia que da alimento á los hijuelos de las aves, sabe , según su opinión , mostrarse mas generosa con ella , que vale mas que cualquier pájaro del mundo.

El único cuidado de la criolla es el cuidado de los hijos y lu conservación de su piel. Rigorosamente encerrada en su habita- ción, no sale sino de noche, cuando la brisa del mar viene á re- frescar la tierra quemada por el sol.

Durante el dia, no cuidando al hijo cuida de misma. Se en- contrará casi siempre con el rostro, las manos y los brazos cu- biertos de cokl cream. Bajo esa capa de grasa, la piel se conserva flexible y el aire no la penetra.

Las menos coquetas se concretan á empolvarse el rostro , pe- cho y brazos con polvos de arroz. Repiten esta operación varias veces al dia. Se las toma por Pierrots en el ejercicio de sus funcio-

-265 nes. Una criolla privada de polvos de arroz, seria la mas infortu- nada muger: nada es tan necesario á este secso, como lo superfino. Para las americanas del Sur, el polvo de arroz es un superfino de primer a necesidad.

Al salir de su casa, pasan una finísima tela de batista por su cuerpo, á fin de desechar la parte gruesa del polvo. Mas quedando el cutis suficientemente impregnado para contener la traspiración, adquiere su tez ese color mate, particular de los violinistas sin ta- lento, de los poetas desconocidos y mugeres apasionadas.

En cuerpos de sultanas, tienen corazones de hermanas de la ca- ridad. Se sabe que el Sur es un pais mal sano. A la Nueva-Orleans, le llaman el sepulcro americano. En épocas de grandes calores, este pais es desolado por la fiebre amarilla; el interés y cuidados de las Criollas para aliviar los padecimientos de los infelices ata: cados, está fuera de encomio. Esas mugeres de color merecen el reconocimiento de los amigos de la humanidad. Todo es en ellas abnegación y desinterés, y hacen el bien por el solo placer de ha- cerlo. Los estranjeros encuentran en ellas, los cuidados de una madre y el consuelo de un ángel. Entonces desean no morir para poder amarlas.

Si las mugeres supieran la influencia que ejercen en los hom- bres, estarían muy orgullosas y no se tomarían el trabajo de dis- frazar sus cualidades. Mas afortunadamente para ellos, se descon- ceptúan las mas veces al quererse modificar. Tienen horror á h verdad y ponen crinolina á su corazón y á su talento, como á sus vestidos: esto es lo que nos salva.

En verdad, nadie mejor que una criolla sabe cuidar un enfer- mo. Si los médicos, según la espresion de un célebre práctico, no son sino inteligeñtes-guarda-enfermos , las mugeres del Sur son doc- lores.

Es cierto que el espectáculo de esas desventuradas ciudades del Sur en los aciagos momentos de fiebre amarilla, enternecería el corazón de un usurero. No es estraño ver famiUas de seis ú ocho personas desaparecer eri breves dias. Ahora tres años faltaron bra- zos en Nueva-Orléans y ein Osfork para enterrar muertos. Los mis-

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asee- mos parientes de los difuntos se hacian este triste servicio cuando les tocaba gu turno. Los mas espantosos episodios han tenido lug-ar ese año. Los periódicos estuvieron largo tiempo sin imprimirse por falta de operarios. Se huia de la ciudad como se puede huir de la muerte. No quedaron mas que pobres y corazones valientes y ca- ritativos. Se cometieron muchos actos de cobardía. Se notaron sa- cerdotes de todas religiones, que temiendo mas por la salud del cuerpo que por la del alma, cerraron los templos para huir de la peste. Los funcionarios públicos abandonaron sus puestos. Se ci- tan escenas desgarradoras. Un hombre solo, tuvo que enterrar á su muger y dos hijos, por faltarle el tiempo á los enterradores. El azote no desapareció hasta las primeras heladas. Asi sucede todos los años; solo en invierno cesalañebre amarilla.

Es necesario mucho valor de parte délos estranjeros para fijar- se en ciertos puntos del Sur de los Estados-Unidos, á pesar de que hallen distintas industrias, sean buenos los salarios, y se disfrute una vida cómoda y agradable.

Las piezas de plata circulan en el Sur como las de cobre en el Norte.

Hemos señalado como uno de los rasgos característicos de los habitantes del Sur, el espíritu de camorra que los domina. Este es muy semejante al de los de la Luisiana.

Los duelos de la Luisiana son célebres. Los adversarios se ba- ten en selvas donde cazan, como los antiguos lores, provistos de carabinas, pistolas de diez tiros, y puñales. Cuando ambos conten- dientes han disparado sus diez tiros sin que alguno muera, corren el uno hacia el otro y se dan de puñaladas.

Ya casi no usan las pistolas de revolvers en las calles de Nueva- Orleans. En revancha, se abrasan los sesos sin cumplimientos en los bar-room que están siempre llenos de perdidos, dispuestos á bus- car riña con todo el mundo. Abusando de la ley bárbara que bajo pretesto de defensa personal autoriza al individuo para matar al hombre que le hiere ó trata de hacerlo , infames de mala especie provocan á los estranjeros que ignoran esta ley: después de esci- tarlos los matan á la primera amenaza de su parte.

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Llaman á eso espumar al estranjero. Algunas veces sin embar- go son los estranjeros los que los espuman.

Un francés que acababa de desembarcar enNueva-Orleans, en- tró á refrescar en un bar-room.

Mozo, un vaso de cerveza.

El mozo sirvió lo pedido; mas en el momento de cojer el fran- cés el vaso de encima del mostrador, un desconocido haciendo un movimiento ligero, se anticipó, y sin decir una palabra bebió la cerveza que no le pertenecía.

No tengo el honor de conoceros; le dijo el francés sorprendi- do de esta muestra de libertad.

Yo tampoco; respondió el desconocido.

^Entonces, ¿me provocáis?

- Yo sentirla dejaros la menor duda sobre esto, y ya que es pre- ciso, sabed que me desagradáis. Así, claro y pronto.

►—Cuidado, le dijo nuestro compatriota en tono de calma y casi de protección; yo soy hombre que vive de su trabajo; no me gusta insultar á nadie, pero no permito que me insulten. Por esta vez estáis perdonado.

jMozo! otro vaso de cerveza.

El camorrista que no habia contestado á estas palabras, por hacer un insulto mas ofensivo aun , esperó á que echasen el se- gundo vaso, y como antes se apoderó de él, bebió un poco y arro- jó con desprecio el resto.

Nuestro compatriota irritado hasta el estremo, hizo ademan de precipitarse sobre él.

Deteneos, le dijo cogiéndole por el frac un individuo testigo de aquella escena: deteneos ó estáis perdido: si no os asesina al instante, os matará en el duelo. Es el mejor tirador de la Luisiana. Lo mismo á carabina, queá pistola, puñal ó mandoble, sable ó lan- za. Ha matado treinta y cuatro personas y herido mas de sesenta.

Lo que me decís, apaga mi cólera.

—Es horroroso ¿no es verdad?

-Al contrario, eso me asegura completamente. Después de estas palabras cambiadas rápidamente, nuestro

268 compatriota se acercó con aire burlón á s>u desvergonzado eaemi- go, y examinándole con calma:

Escuchad, caballero, estoy de muy buen humor y no quiero incomodarme. Habéis bebido dos vasos de cerveza, me parece bastante; ahora me toca á mí. Espero que esta conducta os evita- rá pesares, inspirándoos otra mas digna.

¡Mozo! el tercer vaso de cerveza. El muchacho de la taberna lo echó temblando , porque com- prendía que iba á decidir y provocar una catástrofe.

En efecto, apenas el vaso estuvo sobre el mostrador, el risible es- padachín que quería un duelo, cojió el vaso arrojando su conte- nido.

Mas pronto que el tigre que se lanza sobre su presa, el fran- cés se arrojó de un salto sobre su contrario y le dio con el puño y pies, espantosos golpes en el pecho y cara. El provocador no tuvo tiempo ni aun para defenderse; vaciló algunos instantes y cayó desmayado, con el rostro horriblemente maltratado: cuando estu- vo en tierra, el francés cesó de pegarle, y sacando tranquilamente una cartera que llevaba en el bolsillo, la abrió, y tomanda una tarjeta con su dirección la colocó sobre el pecho del vencido, di- ciendo á los circunstantes:

—Si hay algún amigo de este hombre, le prevengo que yo es- toy todos los dias en mi casa, desde las ocho hasta las once de mañana.

"jMozo! el cuarto vaso de cerveza. Esta vez nadie vino á disputárselo, y verdaderamente tenia ne- cesidad de él después del suceso que habia tenido lugar. Bebió, pagó el gasto y se retiró dejando estupefacta á la asamblea.

Al levantar al herido que tenia dos costillas rotas y un ojo fuera de la órbita, se leyó en la tarjeta dejada por el francés: Lu- den Petit de París, profesor de boxeo , de esgrima, de palo y bastón; lecciones á domicilio á precios arreglados.

Mes y medio después de este lance , nuestro compatriota oyó llamar ásu puerta. Sin pedir permiso, un hombre se precipitó den- tro. En su rostro tenia señales de heridas.

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¿Me conocéis? dijd al maestro de armas con voz sofocada por ia cólera.

Perfectamente, respondió nuestro compatriota. ¿Qué puedo hacer en vuestro obsequio?

—Vengo para mataros. Conozco que os he insultado y os conce- do la elección de armas. Pero daos prisa, tengo un gran deseo veros muerto. Ya quien sois, y eso es para un placer, pero será mayor el que reciba al romperos la cabeza ó atravesaros el pecho. Mas repito que nos demos prisa, pues el tiempo pasa y siento ver que se prolonga vuestra vida.

Escuchad: hablemos poco y será mejor: sobre todo no nos pongamos coléricos. Si queréis creerme, dejémosla cosa como está: vos me bebisteis la cerveza; yo os rocié; nada mas justo. No tengo empeño en quitaros la vida hoy, como no lo tuve tampoco hace mes y medio en romperos las costillas. Mucho os ha desagra- dado el ofrecimiento de mi oficio. Mas por mi honor que si insis- tís en incomodarme, os juro salir al campo y de seguro no volve- reis de él.

¡Ah! ¡eso sois vos, un aporreador! Ahora, bien: vamos aver- io. Entretanto , leed esa hsta de treinta y cuatro muertos y se- tenta y ocho heridos todos jóvenes estimables y que yo aprecio, porque me han comprendido: dime ahora si un hombre como yo, que ha sabido cumplir tan bien con su deber , puede tener miedo de un Petit!

—¿Queréis absolutamente batiros?

' ¡Mala broma! dijo el espadachín. Y después de un momento de silencio:

Ya sabéis que no es necesario vestirse bien. Poneos el trage mas malo... yo también voy á ia hgera.

Dad treguas á vuestras bufonadas y partamos, dijo el maes- tro de armas. Yo escojo la espada.

¿Vuestros testigos? dijo el criollo.

Mis testigos serán los vuestros, partamos.

-Partamos. El criollo tiraba bastante bien las armas, pero no tuvo en esa

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ocasión la sangre fria que se necesitaba. Después de algunos pa- sos, nuestro compatriota hirió ligeramente á su adversario en el brazo: al ver correr su sangre el criollo se puso furioso.

^Creedme, dijo el profesor de esgrima, estáis herido; el honor está satisfecho, quedemos aquí.

^¡A muerte! dijo el criollo, ¡á muerte!

Sea pues asi\ dijo el francés atravesándole el pecho de una ter- rible estocada.

'¡Canalla! le dijo el criollo, mirándole con ojo amenazador y cayendo mortal; me las pagarás.

Lucien Petit acabó de hacer su reputación matando después de haber rociado, al verdugo de los calaveras.

Todos los duelos están bien lejos de ser tan dramáticos; los hay por el contrario bien cómicos.

Un comerciante de Nueva-Orleans estuvo próximo á batirse con otro no menos estimable. Era después de comer: los espíritus estaban algo acalorados por las libaciones abundantes y se resol- vieron á pelear. El duelo se fijó para el dia siguiente.

Mas el provocador reflexionó y le pesaba batirse por una cosa que no valia la pena: después de pasar revista á diferentes medios de conciliar su honor que le obUgaba á desnudar la espada, con su instinto de conservación que le decia la dejase quieta en la vai- na, encontró un recurso con el cual daba escusa á los dos. Buscó á su adversario y le dijo: ' Caballero, entre nosotros es forzoso un duelo. —Es indispensable.

\ ' Yo quiero que tenga lugar en seguida.

Y yo también.

Mas un deber imperioso que Vd. comprenderá, me obliga á á prolongarlo. Yo soy casado, caballero...

¿Qué quiere Vd.? yo también lo soy.

^Yo no me asusto: mas mi esposa es de complexión delicada y se halla en estado interesante. Esto me ordena caminar con pre- caución. Yo no puedo esponerla á emociones cuyas consecuencias

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podrían ser funestas. ¿Tendría Vd. inconveniente en demorar este duelo hasta mejor ocasión?

—Caballero, ciertamente no. Como padre de familia, no puedo menos de aplaudir su delicadeza de sentimientos y su fortaleza de espíritu.

El comerciante después de inclinarse, se retiró.

Cuatro meses después, este marido previsor tenia un hijo que abrazaba para no volverle á ver quizás. Y enviaba una carta á su adversario en que le daba parte del nacimiento y se ponia á sus órdenes.

Hay un inconveniente, le contestó el rival; hace cuatro me- ses estaba yo libre; hoy no. Nuestra posición se ha trocado, caba- llero, y á mi vez, no puedo batirme sin esponer á mi esposa á las consecuencias que Vd. temia en la suya. ¡Cómo! su esposa estará por ventura también... señor; y por eso pido á Vd. el favor, que yo no le rehusé hace algún tiempo.

—Y que por todos conceptos me considero dichoso concedién- doselo á Vd. como lo hizo conmig-o.

Este singular duelo tan graciosamente retardado, llegó á co- nocimiento de ambas esposas de los contrarios: y sabiendo el mo- tivo que hasta entonces les habla privado de batirse, resolvieron prolongar infinitamente la situación.

Amenazados los comerciantes con un aumento de familia que no tenia límites, sino con la reconciliación mutua, se dieron prisa á hacer la paz.

Se juega considerablemente en los Estados del Sur, lo mismo en tierra, que en los vapores que cruzan el Mlsisipí; el juego es la pasión dominante de los criollos y de los estranjeros, á quienes ar- rastra el mal ejemplo.

Para dar una idea de esta desgraciada pasión, citaremos los dos hechos siguientes:

Un día, un rico colono de Nueva-Orleans, embarcado en un va- por, perdió en el camino treinta mil duros. Escitado hasta el últi- mo estremo por la pérdida de este dinero, quiso jugar para des-

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quitarse y perdió sucesivamente un reló y todas sus joyas. Este colono tenia un criado; un escelente negro á quien quería mucho y en el que tenia depositada su confianza.

John, le dijo, á mi camarote, rebusca en mis cofres y en- cuéntrame algo con que pueda jugar.

—John obedeció ; hizo el inventario de lo que poseia su amq, mas no encontró nada que fuera útil para el juego.

—Ya he buscado, señor: no hay nada de valor. El colono le miró con aire de estrañeza.

—Te engañas... acércate... ponte encima de la mesa de juego. Caballero, dijo á su rival, os juego mi criado.

—¿Entero, le respondió el fehz jugador, ó en dos veces?

Entero, en una sola partida, contra mil duros; lo mismo vale dos mil que un schelling; es el hombre mas bueno que conozco.

-— ¡Cómo! ¿señor, queréis esponerme así? dijo el negro con uq tono mitad suplicante, mitad espantado.

Cállate, cállate. Está convenido, dijo dirigiéndose á su con: trario.

¿Está convenido?

—Jugad.

Después de varios golpes felices , la suerte volvió de nuevo contra el colono, y el negro puesto por última vez, fué ganado y se lo llevó su nuevo dueño.

Un comerciante de la Carolina del Sur, hizo mas aún; jugó su muger y la perdió. Después de este golpe desgraciado entregó al feliz jugador que le habia ganado, el siguiente billete:

A h señora X....

.«Querida amiga:

•Estraviado por la fatal pasión del juego, me he arriesgado y »he perdido todo, hasta á Vd. misma.

»Por esta presente obligación me obligo á divorciarme y á •abandonar los Estados-Unidos, renunciando mis derechos matri-

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>moniales en favor del portador de este mandato, que es un jó- > ven y elegante gentleman. Además os conoce y os ama.

» Espero que Vd. no desacreditará el valor de mi firma hastía »hoy respetada, y no añadirá á mi desgracia, la desesperación de »ver mi contrato protestado. Yo parto en esta confianza. Adiós, >no nos veremos mas. ¡Vive feliz!!!»

La muger del demasiado íntegro comerciante se indignó pri- meramente, como debia, y al cabo de algún tiempo de reflexión creyó deber conformarse con la última voluntad de su ex-marido. jQué heroísmo! ¡Qué abnegación! Es cierto que el poseedor del billete, era un joven y elegante gentleman. No importa. ¡Es bello sa- crificarse así por un marido!

Esta historia es auténtica y muy conocida en América. Añadi- remos, que la encantadora apuesta de esa rara partida, no tenia aun veinte años, y era bella y sumamente graciosa.

Mas basta ya, como decia Mr. Birman después de predicar por espacio de cuatro horas seguidas.

Ya es tiempo de concluir esta serie de observaciones.

Sin embargo, pudiéramos tratar por estenso muchas cosas que no hemos hecho mas que apuntar hgeramente. Pero no debe de- cirse todo: la coquetería en el escritor como en la muger, consis- te en dejarse adivinar.

Falta saber respecto á nosotros, sino debíamos haber callado hace tiempo.

F[N.

RESUMEN.

«Los pueblos comprenden qué no es la fuerza la que da la preponderancia, sino el incremento de la moralidad y el saber, y se aprestan á completar el gran movi- miento principiado en tiempo de los mu- nicipios y á dilatar el imperio de la cien- cia y de la civilización.»

César Cantü.

La historia es el gran panorama en que la humanidad mira vida pasada y de donde saca provechosas lecciones para el por- venir. Pero si su estudio es de suma importancia cuando quere- mos hacer sabias apreciaciones de los hombres y las cosas, no deja también de serlo el de los hábitos y costumbres.

La historia nos enseña la vida pública de un pueblo: Su caida y engrandecimiento: nos pinta sus prohombres, sus héroes, sus artistas, sus Hteratos: nos cuenta sus guerras, sus adelantos, sus atrasos, sus tendencias: relata los grandes hechos que se hacen dignos de la admiración de la posteridad, y aquellas mezquinas acciones que le cubren por siempre de baldón; lo califica, lo compa- ra, lo desprestigia, lo rehabilita y es como el justo, infalible y eter- no fiscal y juez que denuncia, condena ó absuelve los siglos tras-

276 curridos. Mas esta ciencia por su misma índole, no puede detener- se á penetrar con escrupuloso interés, en el seno profundo de las naciones y tiene que llevar su especulación á un campo mas esten- so, donde la filosofía obra libre de ciertos detalles que acortarian los vuelos tomados para cumplir su misión. La historia, pues, se dedica á las grandes cuestiones políticas, financieras ó militares; á los hombres que simbolizan una idea general; á los que llevan á cabo los cambios que por necesidad tienen que esperimentar las naciones y á las obras grandiosas sociales ó materiales que ejecu- tan estas en el mundo; viéndose precisada á considerar la humani- dad como un solo hombre, que camina realizando los designios en- comendados por la Providencia. Siempre examina á la sociedad, nunca á sus miembros. Indica sus revoluciones pero realizadas en el tiempo: si se ocupa de las causas, es bajo un punto de vista ge- neral y filosófico.

La historia es, en fin, el lado superior de la humanidad. Gran- des proezas y grandes crímenes, grandes dotes y grandes defectos^ grandes alegrías y grandes tristezas, grandes triunfos y grandes derrotas, g-ran preponderancia y gran decaimiento, llenan sus pá- ginas, y ante el hombre se levanta como un monumento suntuoso, que sirve de templo á la epopeya humana.

El estudio de las costumbres sin ser de tan alto valor, tiene su importancia relativa al lado de la historia, y es por decirlo así, el complemento de esta. El no sale de la esfera doméstica: no se re- monta á las regiones filosóficas para determinar los grados de civi- lización de un pueblo: no se compone de una serie de reflexiones comparativas, genealógicas, biográficas ó tradicionales. No inves- tiga la causa de los hechos ni la relación que existe entre ellos. Ño trata de la descripción particular de una circunstancia notable que haga época, ni distribuye razonadamente el premio merecido por las acciones ó la gloria que á cada cual le cabe. Circunscrito á un círculo determinado y fijo, se ocupa de aquello que la historia deja como innecesario para su propósito. De lo que produciendo mal efecto por ser pequeño junto á una cosa grande, no puede ni debe tener lugar en ella. Como el escalpelo del anatomista y nun-

- 277 - ca como el telescopio del astrónomo, así él estudio de las costum- bres, penetrando en el seno de la familia y pintándola detalladamen- te, muestra las llagas secretas de la sociedad, y la consunción que la consume: rasgando sus venas una por una^ abriendo los miem- bros, separando las articulaciones, puede dedr de donde provienen esas enfermedades que matan el cuerpo social; esas congestiones que le paralizan, y esas convulsiones que trastornando su organi- zación, terminan en la demencia^

Por esta razón consideramos el estudio de las costumbres de mucho interés, y necesario tanto como el de la historia.

Por eso mismo hemos querido reasumir en este artículo ñnal, las consecuencias que se desprenden del estudio las costumbres americanas, determinando de este modo en conjunto, las bellezas y defectos de la civilización de los Estados-Unidos, á fin de compa- rarla con la europea y deducir cuál es mas completa y presenta mayores ventajas.

Para proceder con orden en nuestro trabajo, empezaremos in- vestigando los primeros pasos de la civilización y la libertad ame- ricana, hasta llegar á los resultados que admiramos hoy.

Los acontecimientos sociales, á semejanza de los efectos de la naturaleza, están perfectamente encadenados los unos á los otros y sujetos á una causa. Para desenvolverlos y analizarlos es preci- so encontrarla, y guiados por ella esplicar los hechos.

Para el filósofo y el historiador es innegable que la humanidad desde su establecimiento en la tierra, camina á un fin y trabaja mancomunada y providencialniente por conseguir el propósito que ella mism.a ignora y al que le impulsa un vago pero imperioso de- seo de felicidad futura.

Esto sabido, no iremos á buscar la causa del desenvolvimien- to del orden actual de cosas tan lejos, que alarguemos mas de lo que nos hemos propuesto las dimensiones de este trabajo, y nos fijaremos en un punto desde el cual podemos partir. En 1649, la revolución inglesa, contenida nuevamente en los límites monárqui- cos, después de haber cortado la cabeza á Carlos I, fué á conti- nuar su obra á la sombra de las selvas americanas. Los república-

hos que bajo la dominación del seg-undo Estüardo , huyeron para poner á cubierto del poder, su libertad civil y religiosa, penetra- ron en aquellos bosques vírgenes, de la América del Norte, y como señores de ellos, proclamaron, instituyeron e hicieron pre- dominar sus doctrinas. Así los hijos de Penn, ayudados por los pu- ritanos de Cromwell, se estendieron por el vasto territorio que po- seían, guardando en silencio los gérmenes nunca apagados de la revolución y dispuestos á realizar sus teorías en un momento opor- tuno. Aquellos colonos pobladores de las incultas soledades, no eran incivilizados , estúpidos ó criminales arrojados de la madre patria, siendo por el contrario gentes descontentas del régimen po- lítico de su pais, que emprendieron con valeroso aliento el traba- jo de la regeneración, no en una tierra gastada, sino en unos cam- pos vírgenes. Ellos estaban acostumbrados á la libre discusión de sus intereses, al derecho de ciudadano y al gobierno constitucio- nal. Tenían conocimiento de las letras , ciencias, artes, industria, y de todos los progresos de Inglaterra; Se gobernaron libremente por medio de constituciones particulares que hicieron regir en los distintos puntos en que se establecieron, y el jurado fué instituido desde el principio de la colonización. El horror á la monarquía se conservó ileso entre los puritanos, y después del rompimiento con el monarca británico se hallaron prevenidos y dispuestos á gober- narse por mismos. De aquí, la posibilidad y el sostenimiento de larepúbhca. Para seguir el plan que nos hemos propuesto, nece- sitamos apuntar la influencia de la libertad de América en los des- tinos de Europa, volviendo en seguida al continente americano, motivo de estas líneas.

Los soldados franceses que fueron á defender la independen- cia de los Estados-Unidos, saliendo reaUstas de su patria, volvie- ron republicanos; y la Francia se encontraba en uno de esos mo- mentos de fiebre porque pasan las naciones antes de llegar á las crisis violentas y terribles que concluyen en la anarquía. Las nar- raciones de los compañeros de Laffayette, alentaron los ánimos de aquel pueblo hambriento, aprisionado y lleno de harapos, pisotea- do por sus reyes anteriores, que quiso vengar en el infortunado

279- Luis XVI, los insultos hechos por su antecesor, el cual con su lujo y disolutas costumbres, habia prostituido la conciencia pública. La revolución francesa era el segundo acto del drama felizmente inaugurado en los campos deLexigton y cuyo objeto era el mismo; proclamar los derechos del hombre á la faz del mundo y obligar á los reyes á reconocerlos. El drama tuvo un fin inesperado, ter- minando por la mas grande tragedia que se ha representado en los siglos. Una mano astuta, inteligente, oscura, osada y llena de for- tuna, comenzó á pesar sobre la revolución , hasta que la anonadó en los escombros; la sangre y la ruina de la antigua sociedad fijó su trono y dio al mundo una copia fiel del escandaloso espectáculo de Cromwell, coronando su cabeza de plebeyo (1) é imponiendo el cetro y la cadena del despotismo á las huestes democráticas que le hablan proclamado su símbolo. La Europa entera, que tan hostil se habia mostrado en un principio á la proclamación de los derechos de la humanidad, comenzó á participar poco á poco de la influen- cia del sol que comenzó á alumbrar en 1649, en Londres, que ha- bia vuelto á aparecer un siglo después en Boston, y en 1793 en Pa- rís. De ese sol que habia iluminado sangriento las nieblas de la Gran-Bretaña, risueño los campos de América, terrorífico los va- lles de la Gália. España sintió esa influencia, y aprovechándose de ella siguió el impulso general y abolió el gastado sistema del go- bierno absoluto: este cambio que habia sido provocado, como lleva- mos dicho, por la independencia americana que retumbaba en Euror pa, volvió como de rechazo á América y las colonias españolas re- clamaron su libertad: después de una lucha sangrienta la obtuvie- ron, y aquí que en todo el continente que divide el Océano del Pacífico, rodeado de repúblicas como de una eterna amenaza se le- vanta un solo trono.

Hemos llegado al punto que deseábamos para poder entrar de lleno en el examen general de la civilización americana.

Que la América es mas libre que la Europa, es un hecho que

(1) Nos referimos á que no era de estirpe regia, pues pertenecía á una familia noble.

280 no admite discusión. Hay sin embargo mía gran diferencia éntrela libertad del Norte y la del Sur y que dimana de los distintos ele- mentos con que ambas se han engendrado. Las repúblicas del Sur no se emanciparon, como es fácil conocer, por ese rencor innato á los reyes y por el íntimo convencimiento de su propio valor. A fi- nes del siglo pasado y á principios de este, representaron un papel importante en las intrigas de Inglaterra, y alentadas y protejidas por ella proclamaron su libertad. ¿Esos paises educados por Espa- ña, acostumbrados á la esclavitud y en los que habia mas esclavos que hombres libres, podian careciendo de instrucción hacer lo que los pequeños estados del Norte? No: los Norte-americanos como ya hemos dicho, eran hombres instruidos, republicanos en el fondo, que no conocían la esclavitud y que esplotaron su pais en provecho propio y no en el de la madre patria. Que desde luego se propu- sieron fundar una nación para sus hijos y no una mina que esplo- taran los ingleses. Asi, cuando se encontraron fuertes y dispuestos á gobernarse por mismos, cuando con los productos de su indus- tria podian sostenerse sin apelar á los recursos de otras naciones, empuñaron las armas y se rebelaron, no contra sus amos como la América del Sur, sino contra aquellos hermanos cuyos lazos de fra- ternidad estaban rotos antes de separarse. Diferente camino han se- guido las demás repúblicas en que era desconocida la idea demo- crática, y que pidieron su libertad, mas bien movidas por un resorte estranjero que por la propia conciencia de su deber. La de Chile y la Boliviana no han dejado de tener conmociones intestinas. En Goatemala hicieron la constitución los estranjeros. En la Amé- rica central ha habido una guerra civil continua. Buenos- Ai- res , solo ha tenido dictadores , y aun están calientes los tristes acontecimientos provocados por la tiranía de Rosas. En el Para- guay reinaba una completa ignorancia respecto á las formas gu- bernamentales. Y el Perú no ha dejado de sentir la influencia de sus hermanas.

La libertad americana, está, pues, como dividida por un abis- mo en el istmo de Panamá. La del Sur, es una lucha incesante en- tre la civilización y la barbarie, la independencia y el despotismo.

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La del Norte, es la sucesiva conquista del saber sin oposición y el libre ejercicio de la inteligencia en los límites trazados por la misma libertad.

Si la verdadera libertad y el progreso científico, social, políti- co é industrial, existe en el Norte, este marcha á la cabeza de la América. Si la América está mas adelantada que la Europa, esta debe ocupar su puesto detrás de aquella.

¿Debemos probar la verdad que hemos sentado? Escrita está en los corazones liberales, que con un sentimiento de imparcialidad juzguen: mas á pesar de esto, la demostraremos en breves pala- bras.

Si la civilización y la libertad no son la fuerza; si la humani- dad combate por el progreso; si así lo han comprendido y acepta- do todos los gobiernos del mundo, desde la Europa occidental has- ta el Helesponto, ¿dónde existe su verdadero principio fundamen- tal? ¿Será en el Austria sosteniendo poderosos ejércitos para apri- sionar la Italia? ¿Será en la Rusia manteniendo sus hordas cosacas para uncir á su yugo la Polonia? ¿Será en la Prusia con su aristo- cracia militar? ¿Será en la Francia con su farsa de sistema repre- sentativo? ¿Será en la Inglaterra con sus leyes antiguas, sus cos- tosas armadas y su plebe incivilizada y estúpida? No; la verdade- ra libertad, la verdadera civihzacion, estará allí, donde la política y no las bayonetas sostengan el rango del Estado. Donde el Esta- do no sacrifique sus hijos en pro de su gefe. Donde la fuerza no sea el derecho. Donde la nación permanezca agena á los mezqui- nos intereses de otras. Donde los ciudadanos giren desembarazada y libremente en el círculo que quieran trazarse sin trabas que su- jetervsu pensamiento, su conciencia, su industria.

¿Sucede esto en América? El libro que antecede á este artí- culo prueba que sí. No pretenderemos nosotros que la Europa sea una servil imitadora de la América; si encomiamos su adelanto no es con el fin de probar que han llegado al complemento del progreso, ni fijarla como el modelo que debe servir de norma á los pueblos antiguos: nuestro pensamiento es, únicamente compa- rar su existencia con la nuestra; juzgarle con arreglo al nuevo ór-

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282 -• den de ideas y terminar diciendo quién es mas ;^rande, mas pode- roso, si el Viejo ó el Nuevo-Mundo.

En Europa no ha aparecido aun esa figura monumental, mag- nánimo símbolo de un pueblo, gran carácter que bajo el nombre de Washington atrae las miradas y hace fijar en la historia el pe- ríodo mas hermoso de la edad moderna. Un oscuro general que pelea por la libertad de su pais, la consigue y se la entrega ilesa deponiendo la espada y concretándose á ser el mas simple ciuda- dano. Un hombre que no hizo traición á sus principios, ni á los de su pueblo; que batallando contra el poder, cumplió su juramento y no prostituyó la conciencia pública faltando al destino que se le habia encomendado, es el representante, el emblema de los Esta- dos-Unidos ante los siglos históricos. No hay héroe que oponerle: Alejandro, César, Darío, Anibal, son pequeños junto á él: y ese superior á los demás capitanes , ese que fraguó las cadenas del despotismo con los desunidos hilos de la libertad, ese cuyo nom- bre pregonan las Pirámides y la columna de Vendóme, ese á quien la posteridad comienza á hacer justicia, no puede ponerse á su lado sin ruborizarse.

Juzgando á Washington, se ha juzgado á la América del Nor-^ te. Proclamándole el mas grande hombre de los tiempos moder- nos, se proclama á la Union americana por la mas gran nación de la época presente.

¿Es esto justo? Los lectores lo dirán.

Cuando se firmó el tratado de paz entre Inglaterra y los Esta- dos-Unidos, la población de estos constaba de dos millones y me- dio de habitantes: notenian caminos públicos, ni canales, y losrios corrían solos y silenciosos por entre selvas impenetra bles. '^Hoy tienen 27 millones de hijos, una circulación interior de treinta y siete mil ochocientas noventa y cinco millas de carretera que par- ten en todas direcciones de New- York y Washington, cruzándose con innumerables caminos de travesía , provistos de medios de trasportes. Canales de vastísima estension empalman los lagos con las vias públicas; y los mas grandes rios del mundo, el Misisipi, el Misuri y el Oliio, tienen pobladas sus orillas por innumerables

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ciudades. Tan gran trabajo se ha llevado á cabo en el corto espa- cio de 79 años. Mas para hacerse cargo de lo que son los Esta- dos-Unidos, es preciso figurarse la vasta estension de su territo- rio, cruzado por las líneas férreas que no han encontrado oposi- ción posible en la naturaleza, atravesando los rios por medio de puentes de madera, balanceándose en las cimas de las montañas sin temor á los precipicios, y caminando 60 millas por hora. Es ne- cesario observar los mares surcados por millares de buques de diferente forma y estension y los famosos lagos, Michigan, Onta- rio, Erié y Champlain, sembrados de vapores de tres pisos, como ciudades flotantes que pueblan sus quietas aguas. Es menester contemplar aquellos magníficos canales que unen á Boston con el Merrimac, á New- York con el Atlántico y los de Albermarle, Sautée y Chesapeake, que cruzan los estados de la Virginia y la Carolina. Ver los muelles rodeados de barcas, corbetas, cuíteles, ferry-boats, schooners y piraguas: las perfectas calles de las ciudades con sus líneas de árboles, sus casas iguales y en las que transitan apresu- radamente los activos habitantes. Visitar aquellas plazas donde se celebran las discusiones públicas, batallas de la inteUgencia en que los pensamientos se esponen con la sinceridad del corazón y en las que de una anarquía aparente se alza un orden regulariza- do que mantiene á cada cual en los límites del deber y hace triunfar la justicia. Asistir al Senado donde sin la etiqueta ni la importancia teatral de los nuestros, se debaten sencilla y fami- liarmente los grandes intereses del Estado; y cuyo gefe después de presidir esas tranquilas deliberaciones que nunca son de vida ó muerte para el gobierno , estrecha la mano al honrado menestral que^jtrabaja en el empedrado púbhco. Es indispensable penetrar en el seno de la familia , albergue de la armonía fraternal , fuente de la hbertad individual y santuario del respeto y la concordia.

Entonces se comprenden los Estados-Unidos , entonces se sabe lo que es un pais libre. Entonces se ama la libertad; se convence uno de que va unida á la inteligencia, de que es el único patrimo- nio del hombre, de que es el bien reservado por Dios en la tierra como premio del trabajo.

284

Ese pueblo , que para cada ciento de sus hijos tiene un templo y un periódico , en que las mas distintas creencias, las mas dife- rentes opiniones políticas, viven unidas sin que sea un delito creer de tal ó cual modo , pensar de tal ó cual manera , en que la con- ciencia es un sagrado que nadie se atreve á tocar; en que la crí- tica, ese áspid de la inteligencia huye de su seno ahuyentado por el libre albedrío, como la fiera por la civilización; ese pueblo divi- dido y subdividido en sectas que interpretan y buscan la verdad, tal como quieren comprenderla, da el maravilloso ejemplo de la fraternidad universal, de la unidad inconcebible, á pesar de la di- visibihdad religiosa.

Suponer que hay un pueblo que haya hecho mas en menos años, es una quimera. Jamás pierde el tiempo en las fórmulas y va- nidades del discurso: si habla es para ejecutar en seguida: sus ideas son hechos realizados; por decirlo así, la práctica es anterior á la teoría. Todo cabe en él; todo es útil; todo le sirve de estímulo y conveniencia. Las fuerzas mentales, morales y materiales bajo sus mil diversas formas y manifestaciones, se emplean, se anudan, se protegen, y proponiéndose por único medio y fin el trabajo, son el retrato mas fiel de Prometeo, que representaba en la Teogonia griega, la libertad pertinaz y la lucha incesante del espíritu hu- mano contra los obstáculos.

Aquellos especuladores sin trabas, aquellos comerciantes sin vejaciones, cuyo gobierno les cuesta tan poco, cuya equitativa ad- ministración les evita las cargas inmensas que pesan sobre la Eu- ropa, que no pagan costosos ejércitos, poderosas fuerzas maríti- mas, numeroso clero, lujosas oficinas, multitud de empleados; aquellos Jefferson, Franklin y Madison que después de servir á su patria sin ambición, ni interés, se retiran á vivir oscuros con las rentas de su patrimonio; que jamás han sacrificado en aras de la vanidad, de la avaricia ó el interés privado, las aspiraciones ge- nerales, el derecho patrio y la honra nacional, á la sombra de sus benéficas leyes, viven libres y se asocian para el bien común, comprometiendo sus fortunas en las mas arriesgadas empresas, y

-285- el dinero cambia de mano con la misma facilidad que existe para ganarlo. Ellos han poblado de buques esos desiertos de agua que se llaman océano Atlántico y Pacífico, sostienen abiertas las puer- tas de la China, hacen ondear su pabellón en todos los mares; han perfeccionado la navegación; han hecho desaparecer las distan- cias; han protegido á los desgraciados del mundo, dándoles hogar y alimento; han honrado el trabajo; han premiado á los que les han servido; han roto las antiguas preocupaciones; han indicado el camino á la moderna sociedad; han dado participación en su bienestar á los estranjeros con el título y los derechos del her- mano; han llamado á los utopistas para que realicen en su seno; han venerado la inteligencia; han dejado vagar el pensamiento por las regiones que ha querido trazarse; no han limitado el círculo de la idea social; no han leido á través de la fisonomía el senti- miento para calificarlo; no han considerado en fin al hombre sino por su obra.

Lo que entre nosotros se considera como malo, vicioso ó nulo, lo han admitido como bueno, moral ó conveniente. No han dado nunca esos repetidos escándalos de algunos banqueros europeos; no han disparado criminalmente una pistola contra mismos, cuando han perdido su capital en un negocio. El hombre rico á quien la fortuna le ha vuelto la espalda, después de haber habita- do en magníficos palacios, y haber pisado sobre oro, ha vendido públicamente frutas y ha sido respetado por los mismos á quienes admiraba su riqueza. Jamás perdonan medio, é indiferentes á las vanas distinciones sociales, han proclamado la industria como al- ma déla sociedad, como luz vivificadora que calienta su corazón y alumbra su mente. Entusiastas por el progreso, han creado, modi- ficado y regenerado todo. Atentos observadores déla naturaleza y conformándose con sus leyes eternas de vida y muerte, ven con estoicismo nacer y fenecer las instituciones , las fortunas y las fa- milias. Como una ilusión que llena el alma, como una esperanza que vivifica el corazón, el trabajo es el principio fundamental , la necesidad imperiosa de los Norte-americanos. Y ya hemos dicho que sus abstractas teorías las llevan siempre al terreno de la prác-

-286 tica; cuanto se piensa se practica (1) y los medios que sugiere la imaginación nunca se examinan.

Puede decírseles, no que sulegislacionno es tan perfecta como la europea, pero al menos que sus tribunales no poseen la estricta severidad de los nuestros.

(1) Como prueba del espíriUi mercantil y especulativo que distingue á los norte-ame- ricanos, vamos á presentar la siguiente anédocta:

Un rico comerciante de París que estaba en relaciones con una de las principales ca- sas de New-York, envió á dicha ciudad á un iiijo suyo á fin de que tomase notas del esta- do de los negocios. El joven comisionado poseía una voz escelente, grandes disposicionei para el canto, y tocaba el piano con perfección.

Apenas llegó á New-York, cuando fué muy bien recibido por el socio de su señor pa- dre que le condujo á su casa, en la cual tuvo ocasión de ver las felices cualidades musica- les de su huésped. Le trató con suma amabilidad y ternura, poniendo á su disposición cuantas comodidades encerraba su casa, donde la riqueza y el lujo brillaban con profusión. A los pocos dias le hizo presente que iba á dar un concierto y que contaba con él para que 'uciese su magnífica voz. No opuso resistencia el recien llegado y una noche vio llenarse de gente los salones de la casa que le albergaba. Todo el mundo aplaudió su talento musi- cal. Pero pasada una semana, volvió á repetirse la soirée, volvió él á cantar y recibió los mismos elogios. A poco, le suplicó el comerciante que repitiese delante de una inmensa concurrencia su habilidad y con disgusto dio muestras de ella, arrebatando á la multitud. Dias y dias pasaron y el joven estaba aburrido porque su huésped se habia negado po- líticamente á sacarle á paseo y se hallaba mes y medio sin salir á la calle.

Por fin, determinó salir solo, y en cuanto cruzó una plaza notó que las gentes le sa- ludaban respetuosamente y algunos hasta le preguntaban por su salud. Asombrado cami- naba el francés, cuando un gentleman se le acercó y apretándole la mano le dijo:

My dear friend: mi querido amigo: desearía poder asistir al próximo concierto; y para que no me suceda lo que en el anterior, que me quedé sin oirlo, voy á pagarle á us- ted ahora mismo el precio de la localidad.

Acto continuo sacó del bolsillo un billete y lo ofreció al estupefacto estranjero.

Caballero, no comprendo, replicó.

¿El precio de los billetes no es una libra? preguntó el inglés.

¿Pero de qué billetes?

De los del concierto que va V. á dar en casa de Mr. X...

Caballero, yo no doy conciertos por dinero.

¡Cómo! pues á siempre me ha costado una libra. Vamos, aceptad.

Yo no puedo aceptar nada; dijo marchándose enojado el joven y corriendo á ver á su huésped.

Entonces, supo por boca de él mismo, que habiéndolo encontrado con tan buena voz^ habia dado tres conciertos en su casa, haciéndolo pasar por un gran artista, y habia gana- do en ellos 3,000 libras esterlinas. Por esa razón no le quería dejar salir á paseo.

-287

Puede suponerse que no existe la unidad nacional, que su im- portancia política es aparente , que su poder es ficticio, que sus fronteras no tienen resguardo, que su comercio no posee defensa naval, que abusan de la confianza , que los domina el juego y que su moralidad es convencional. Que si se vieran amenazados de una guerra sucumbirían en ella por falta de elementos. ¿Mas qué im- portan estas acusaciones, ni qué suponen en el terreno de los he- chos? Si sus tribunales carecen de severidad, hacen justicia; si no existe la unidad nacional, esa solo conviene á una nación guerrera; si su poder es ficticio, aun no se ha probado; él pesa bastante en los destinos de América y suele inclinar la balanza en los de Eu- ropa; si sus fronteras no tienen soldados, tampoco han sido ataca- das, y en caso de serlo tendrían la nación entera que oponer; su fuerza naval se encuentra en el mismo caso: esos buques que ve- mos en todas las costas y mares del mundo comerciando pacífica- mente, serian otras tantas escuadras contra el enemigo; y en cuanto á los distintos puntos de vista bajo los cuales se consideren sus vicios, para defenderlos se levanta una escusa de inmenso valor que echa por tierra las faltas particulares.

Allá en lo antiguo , cayó una maldición y abrumó la frente del hombre: en el cielo retumbó la voz divina diciendo: «Hombre que has desobedecido mis órdenes, hombre que de inocente y gran- de te has hecho criminal y pequeño, quita los ojos del cielo y clá- valos en la tierra; esos campos no reverdecerán mas , esos árboles no darán fruto; ni esas fuentes verterán sus aguas. lo has que- rido así; cultiva los valles y las montañas , riega las mieses y recoge las lluvias. No lo has perdido todo, aun el cielo puede ser tuyo; mi maldición es el trabajo, y el sudor de tu frente te re- habilitará.» Y desde entonces el trabajo fué la esperanza del hombre,

¡Pueblos que acusáis á los Estados-Unidos, y condenáis su inmo- ralidad! si por desgracia pertenecéis á los que participan de los ra- yos de un sol ardiente y prefieren su calor y el vicio déla miseria, no levantéis la voz contra ellos, porque pesa sobre vosotros la có- lera celeste. No levantéis vuestra raquítica voz de esclavos y hol-

-288 - c;azanes contra ese pueblo sin soldados, sin escuadras, sin fronteras que ha santificado el trabajo y se ha puesto al frente de los elemen- tos activos de la naturaleza, si^^uiendo el sendero de la libertad, empleando las fuerzas físicas y desencadenando las morales; y mien- tras vence los obstáculos opuestos á su voluntad por el mundo de los cuerpos, deja volar el alma por las regiones especulativas de la ciencia para sacar de los círculos incógnitos en que se mueven los astros , la inspiración que ennoblece la inteligencia y apresura los descubrimientos arrancados al universo.

Hemos terminado: sentiríamos que los lectores tomasen nues- tra palabras en otro sentido que el que hemos querido darle.

El Viejo-Mundo, hace cerca de un siglo que se estremece á impulso de una causa que los hombres de estado conocen y callan sin embargo. Las convulsiones sucesivas de Europa acreditan que los pueblos desean alguna cosa y que no se les ha satisfecho. Quie- ren seguir otro rumbo; sin determinar las vias de él, sin atrevernos á manifestar los medios, nosotros hijos de este siglo que no quere- mos renegar de él, no iremos á buscar el ahvio de los males polí- ticos en los libros de Solón ni en los códigos de Roma. Por bueno que sea, no levantaremos el sudario de la edad media queriendo volver á nueva vida los hediondos restos de un cadáver. Quere- mos ante lo pasado, como ante la losa del sepulcro de un buen pa- dre, doblar la rodilla y pronunciar con respeto la oración fúnebre. Jóvenes hijos del progreso, sentimos escrito en nuestras conciencias el mas allá] nuestro deber, nuestras convicciones nos mandan abo- gar por él, y llenos de entusiasmo, con ese valor que presta la ju- ventud , con esa que inspira la verdad , lo defenderemos siem- pre, como el mas hermoso don concedido á la especie humana por el Creador.

Samiago Infante de Palacios. FKDtRico Utrera.

índice

DE LOS CAPÍTULOS QUE CONTIENE ESTA OBRA.

Prólogo de los traductores 1

Capítulo I. El estranjero en América 9

II. Los negocios 17

lll. Las diversiones 3<

IV. El espíritu de libertad 49

V. El amor 59

VI. El charlatanismo 73

YII. Las bellas artes 87

YIII. La mecánica y las máquinas 101

IX. La navegación 121

X. Las religiones 131

XI. Las asociaciones 1^9

XII. Los periódicos 159

XIII. La medicina 169

XIV. El dia 4 de julio 179

XV. La comodidad 185

XVI. La educación pública. ....... 205

XVII. Los bailes 215

XVIII. La Navidad.- El dia de año nuevo.— Los Va-

lentines 223

XIX. Los criminales. . . . , 227

XX. Fisonomía general de los estados del Sur. . 241 Resumen por los traductores. 275

■iU/:

f >.» í '

PLANTILLA

PARA LA COLOCACIÓN DE LAS LÁMINAS.

PÁGINAS.

Vista de Nueva- York 9

Templo de negros 131

El dia 4 de julio 185

El desafio . 241

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