LIBRARY OF PRINCETON

SEP 2 9 2004

THEOLOGICAL SEMINARY

PER BX1462.A1 V47

Verbo .

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^KRY OF

JAri

V^^OGICAL

ERBO

En el principio era el Verbo

S. Juan 1, 1

Octubre 1960

ano II 17

LA CIUDAD CATÓLICA

SIM VALOR COML '"

¿QUÉ ES LA REVOLUCIÓN?

“La Revolución es una doctrina que pretende fundar la sociedad sobre la voluntad del hombre en lugar de fundarla sobre la voluntad de Dios” ^ “Ella se manifiesta por un sis- tema social, político y económico nacido del cerebro de los filósofos, sin cuidado de la tradición y caracterizado por la negación de Dios sobre la sociedad pública. Esto es la Revo- lución, y es allí donde hay que atacarla”

“El resto no es nada, o más bien todo fluye de aquéllo, de esa rebelión orgullosa de donde salió el Estado moderno, el Estado que ha tomado el lugar de todo, que se ha hecho dios, y que nosotros rehusamos adorar.

La contra-Revolución es el principio contrario, es la doc- trina que hace reposar la sociedad sobre la ley Cristiana” Secularizar la sociedad y el Estado, emancipar de toda influencia católica los órdenes de la vida, y, si fuera posible, arrancar la fe de todas las almas; restaurar el imperio de Luzbel sobre la ruina del de Cristo, tal es el fin de la Revo- lución cosmopolita, que tácita o expresamente, con franque- za o doblez, persiguen la escuela y partidos liberales (y mar- xistes), que son los instrumentos por los cuales se difunde y desarrolla en el mundo”

“Llámese Racionalismo, Socialismo, Revolución o Libe- ralismo (o Comimismo, agregamos), será siempre, por su condición y esencia misma, la negación franca o artera, pe- ro radical, de la fe cristiana, y en consecuencia importa evi- tarlo con diligencia, como importa salvar las almas”

“Después de los tres primeros siglos, durante los cuales la Tierra rebosó de sangre de cristianos, se puede decir que jamás la Iglesia atravesó una crisis tan grave como aquella en que entró a fines del siglo xviii.

“Bajo el efecto de la loca filosofía salida de la herejía de los novadores y de su traición; y por el desatino en ma- sa de los espíritus, estalló la Revolución, cuya extensión fue tal que trastornó las bases cristianas de la sociedad, no sólo en Francia, sino poco a poco en todas las naciones”. S. S. Benedicto XV (A. A. S., 7 de marzo de 1917).

Y esto es la Revolución: la gran rebelión que, incubada desde muy lejos, nace vigorosa en los últimos tiempos (si- glo XVIII en adelante). La Revolución no es sólo el laicismo en las escuelas, ni la disolución en la familia, ni el odio a la autoridad civil, ni la persecución religiosa, ni el trastrueque del mundo del trabajo. Es todo eso; pero es algo más. Es el afirmar que tanto el orden social como el individual se han de establecer sobre los derechos del hombre y no sobre los derechos de Dios. ¿Sus etapas? Renacimiento, Reforma, Re- volución francesa, Comunismo.

Alberto de Mun, Discurso en la Cámara de Diputados de Francia, en noviembre de 1878. Fué de Mun economista, organiza- dor del “Catolicismo social”, varias veces diputado, propulsor de la legislación social francesa y académico (1841-1914).

A. de Mun, del discurso a la Tercera Asamblea General de miembros del Círculo Católico, 22 de mayo de 1878.

Vázquez de Mella, La persecución religiosa. Obras comple- tas. T. V, p. 35. El autor (1861-1928), insigne apologista católico y elocuente orador, mereció ser llamado en España, su patria, “El verbo de la Tradición”.

* Carta colectiva de los limos, y Rvdmos. Prelados de la pro- vincia eclesiástica de Burgos.

VERBO

ORGANO DE FORMACION DOCTRINARIA de

LA CIUDAD CATOLICA

Octubre 1960

Año II, n’ 17

ÍNDICE

Vida de La Ciudad Católica: La Segunda Jornada de

La Ciudad Católica 3

Enseñanza de La Ciudad Católica: La Revolución

(Séptima parte) 6

El pensamiento moderno y la Revolución (Segunda

parte) 15

La voz de la Jerarquía: Encíclica Quas Primas (Pri- mera parte) 25

Sobre el “Rearme moral” 39

Fe de erratas 44

Córdoba 679, esc. 710, Bs. Aires, Argentina - Teléf. 32-6343

\

Con las debidas licencias Director: M. Roberto Gorostiaga

Precio del ejemplar: Rep. Argentina: $ 12. Exterior 0,20 dólar

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Córdoba 679, esc. 710, Buenos Aires, Argentina V Cheques y giros a la orden de LA CIUDAD CATOLICA

LA SEGUNDA JORNADA DE LA CIUDAD CATÓLICA

Con la gracia de Dios, el domingo 18 de diciembre pró- ximo realizaremos, como ya anunciáramos, nuestra Jomada correspondiente al año 1960. La misma tendrá lugar gra- cias a la gentileza de los Hermanos Maristas en el Colegio Champagnat, Montevideo 1050, y se desarrollará de acuerdo al siguiente programa;

A las 8: Misa.

8,45: Desayuno.

9,30: 1“ Exposición. Tema: El marxismo^ ^‘toma de con- ciencia” de la “civilización moderna” . Expositor: Dr. Héctor Llambias.

10,30: 2“ Exposición. Tema: La esencia del pensamiento marxista. Expositor: Dr. Juan A. Casaubon.

11,30: 3^ Exposición. Tema: El marxismo en acción en el mundo (comunismo, bolcheviquismo, titismo o comu- nismos nacionales, etc.). Acción en nuestro país. Ex- positor; Teniente Coronel D. Juan Francisco Guevara. 12,15: Los expositores estarán a disposición del público para satisfacer inquietudes, aclarar dudas, ampliar aspec- tos de los temas tratados, etc.

12,35: Angelus.

1 2,45 : Almuerzo.

13,35: Visita al Santísimo. Breve presentación de la obra de “Adoración nocturna”, en Buenos Aires, a cargo del Sr. Goddard.

13,45; Descanso.

14,30: 4“ Exposición. Tema: Condiciones de eficacia en la

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lucha contra el comunismo. Expositor: Ing. Roberto Pincemin.

15,30: Los asistentes, distribuidos en seis grupos, constitui- rán “mesas redondas” para discutir el tema de la 4’ exposición.

16,15: 5“ Exposición. Tema: La formación de los cuadros. La Ciudad Católica. Expositor: Ing. M. Roberto Goros- tiaga.

17,15: Los asistentes, distribuidos en seis grupos, constitui- rán “mesas redondas” para discutir el tema de la exposición.

18,30: Rendición.

La elección del tema, actual como pocos, tiene carácter de adhesión al Congreso Mariano. La Iglesia nos exhorta en estos momentos a luchar contra el comunismo ateo en de- fensa de la Fe, de la Patria, la familia, las libertades legiti- mas, la propiedad; en una palabra, de todo el orden natural y divino amenazado por aquél en su odio contra Dios y con- tra Su Obra.

No haremos en esta Jomada una refutación científica del marxismo, pues hace ya mucho que ha sido superado en ese terreno. Se trata de mostrar el mecanismo de la ideología marxista, tan difícil de ser comprendida por muchos, y que es como la clave para entender y saber oponerse eficazmente a la acción del comunismo ateo.

Las sesiones de la tarde tendrán un carácter eminente- mente práctico, en consonancia con la finalidad de La Ciu- dad Católica, que busca formar, no sabios (¿quiénes somos para ello?), sino prudentes. Trataremos, pues, de la acción, de la acción del comunismo, de cómo éste procura que actúen quienes no piensan como ellos, y de cómo deben actuar quie- nes quieran vencer este “satánico azote” que dijo S. S. Pío XI.

Y el mismo Papa, en la Divini Redemptoris, nos re- cuerda:

“Pero «si el Señor no guardare la ciudad, en vano vigila el centinela» ^ Por esto, como último y poderosísimo reme-

Salmo CXXVI-1.

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dio, os recomendamos, Venerables Hermanos, que en vues- tras diócesis promováis e intensifiquéis del modo más efi- caz el espíritu de oración unido a la penitencia cristiana. Cuando los Apóstoles preguntaron al Salvador por qué no habían podido librar del espíritu maligno a un endemonia- do, les respondió el Señor: «Tales demonios no se lanzan más que con la oración y el ayuno» Tampoco podrá ser vencido el mal que hoy atormenta a la hiunanidad sino con una santa cruzada universal de oración y de penitencia, y recomendamos singularmente a las órdenes contemplativas, masculinas y femeninas, que redoblen sus súplicas y sacri- ficios para impetrar del cielo una poderosa ayuda a la Igle- sia en las luchas presentes, con la potente intercesión de la Virgen Inmaculada, la cual, así como un dia aplastó la cabeza de la antigua serpiente, así también es hoy segura defensa e invencible «auxilio de los cristianos»”.

Por ello, para que esta 2^ Jomada de La Ciudad Cató- lica dé todos sus frutos, pedimos a- todos los amigos y simpa- tizantes la preparen con sus oraciones. ¡Qué fuerza hacen ante el trono de Dios las oraciones de los buenos, máxime cuando éstas son presentadas por las manos inmaculadas de Nuestra Señora!

En otro orden, y para un mejor rendimiento de la Jor- nada, señalamos la conveniencia de ir estudiando la serie “Marxismo, comunismo, bolcheviquismo y titismo”, que sa- lió en Verbo de los nos. 3 al 9, y también las “Normas de acción” aparecidas en los nos. 2 al 7.

No dejen de concurrir todos nuestros amigos. A los que viven fuera de Buenos Aires y creen en la eficacia de esta obra, les señalamos la conveniencia de hacer el sacrificio y asistir a la Jornada “completa”. Quienes deseen que se les consiga alojamiento, no dejen de escribimos.

Con la Iglesia, ponemos nuestra lucha y esta Jomada en especial bajo la éjida del poderoso Protector de la Iglesia, San José.

S. Mateo XVII - 20.

ENSEÑANZA DE LA CIUDAD CATOLICA

LA REVOLUCIÓN

Séptima parte

La Contra-Iglesia y las sectas

Es importantísimo reconocer y hacer admitir la inspira- ción diabólica, la acción infernal de la Revolución, de que habláramos en capítulos anteriores.

Si en todos los males que en esta hora torturan al mun- do el Infierno y sus ángeles desempeñan un papel y todas sus fuerzas están en ello comprometidas, ¡qué locura sería entonces la nuestra si quisiéramos salir victoriosos de tal com- bate contando con las solas fuerzas naturales de que dispo- nemos!

Si existe en beneficio de los esfuerzos del enemigo un multiplicador satánico, la sabiduría nos índica que es pru- dente no olvidar, y menos aún despreciar, el multiplicador de la Gracia, que es la Fuerza misma de Aquél que solo ha podido vencer al mundo.

Y podemos aquí recordar las palabras del Apóstol en su Epístola a los Efesíos (VI-11-12): “Revestios de toda la ar- madura de Dios para poder contrarrestar a las acechanzas del diablo, porque no es nuestra pelea solamente contra los hom- bres de carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los aires”.

¡Allí está el Poder Divino, y pretendemos prescindir de él! Pretendemos luchar en el orden de la sola naturaleza, como si el combate en que estamos empeñados se limitara a

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ese nivel, como si nuestros mismos enemigos se encontraran en ese plano; como si detrás de ellos y para ellos no milita- ran todas las fuerzas del Infierno; como si el mismo Satanás no fuera su apoyo

Si la palabra “Contra-Iglesia” merece ser empleada, la Revolución, con todas sus ramificaciones o secuelas doctrina- rias y tácticas, es en esta hora la “Contra-Iglesia”.

La palabra, en verdad, hace sonreír. Muchos vacilan en emplearla, puesto que ella supone el complot, y en su can- didez, rechazan el creer en él. León XIII, en la única Carta Pontificia que los revolucionarios invocan sin conocerla, y tergiversando su sentido, habla precisamente del “vasto com- plot que ciertas hombres han formado para aniquilar al cris- tianismo” La idea misma de ese complot y del contra- ataque más o menos combativo que él supone no debería ex- ti’añar a un miembro de la Iglesia militante.

No le extrañará, sin duda, a quien tenga presente en su espíritu lo que nos enseña S. S. León XIII al comienzo de su Encíclica “Humanum Genus”:

“Después de que, por envidia del demonio, el género hu- mano se separó miserablemente de Dios, al cual era deudor de su llamamiento a la existencia y de sobrenaturales do- nes, se dividió en dos campos enemigos, los cuales no cesan de combatirse. El primero es el reino de Dios en la tierra, esto es, la verdadera Iglesia de Jesucristo, cuyos miembros, si quieren pertenecerle desde el fondo del corazón y de mo- do que les sirva para su salvación, deben necesariamente servir a Dios y a su único Hijo con toda su alma y con toda su voluntad. El segundo es el reino de Satanás. Bajo su imperio y en su poder se encuentran todos los que se- gún los funestos ejemplos de su jefe y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer a la ley divina y multiplican

Cf., “Satán en la Ciudad”, hermosa obra de Bigne de Villeneu- ve. (Ed. del Cedro), pág. 125.

“En medio de las solicitudes”, parágrafo 2.

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sus esfuerzos, ora para prescindir de Dios, ora para proce- der directamente contra Dios.

“San Agustín vió y descubrió con suma perspicacia es- tos dos reinos, bajo la forma de dos ciudades opuestas la una a la otra; sea por las leyes que las rigen, sea por el ideal a que aspiran, y con un ingenioso laconismo, ha pues- to de relieve en las siguientes palabras el principio consti- tutivo de cada una de ellas: «Dos amores han dado naci- miento a dos ciudades: la ciudad terrestre procede del amor de mismo, llevado hasta el desprecio de Dios; la ciudad celestial procede del amor de Dios, llevado hasta el despre- cío de mismo»

“En toda la serie de siglos que nos han precedido, estas dos ciudades no han cesado de luchar una contra otra, em- pleando para ello toda suerte de procedimientos y las ar- mas más diversas, aun cuando no siempre con el mismo ardor e idéntica impetuosidad”.

Ver las cosas a la luz de sus principios más elevados

Es importante evitar todo error, todo engaño, en la idea que debemos hacemos de la preparación de ese complot: la “contra-iglesia”.

Los excesos de una imaginación pueril, la falta de rigor en la crítica o en la acusación no sólo" serán ineficaces, en mismos, sino que incluso serán contraproducentes, pues el ad- versario no dejará .de aprovecharse de ellos, y en el nombre de algunas tonterías que hayamos cometido sabrá presentar como igualmente ridiculas todas las otras acusaciones que se le hagan.

Como primera recomendación, para evitar la minimi- zación, es necesario estudiar las cosas por sus principios más elevados. Así el problema de la Contra- Iglesia se nos

“La Ciudad de Dios”, libro xiv, cap. 28.

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aparecerá como el de la resistencia que el naturalismo opone al estado sobrenatural que Dios se ha dignado ofrecer a sus criaturas. “Y este problema abarca todos los tiempos. Fue planteado a los Angeles en el Paraíso Terrenal; en el de- sierto, donde Cristo quiso someterse a la tentación, y será propuesto a toda la Cristiandad y a cada uno de nosotros hasta el fin de los tiempos”

Ubicados ante tal perspectiva, los detalles de orden prác- tico pueden ser objeto de un estudio menos peligroso, pues su importancia corre menos riesgo de ser subestimada. Pero este estudio es indispensable, y sería criminal menospreciar su importancia.

Conjuración satánica

¡El complot existe,"^ y jamás el poder de los conjurados ha sido tan grande!

Pero, como nos dice el Episcopado Argentino en una de-

Mons. Delassus, “La Conjuración Anticristiana”, Prefacio.

Cf. Mons. Delassus ib., p. 83: “Eli 15 de enero de 1881, el «Dia- rio de Ginebra» publicaba una conversación de su corresponsal en Pa- ris con uno de los jefes de la mayoría francmasona que dominaba entonces, como hoy, la Cámara de Diputados de Francia. Y decía: En el fondo de todo esto hay ima inspiración dominante, un plan estable- cido y metódico que se desenvuelve más o menos ordenadamente, con lentitud, pero con una lógica invencible. Lo que hacemos es sitiar al Catolicismo romano, tomando como punto de apoyo al Concordato. Queremos hacerlo capitular y estrellarse. Sabemos dónde están sus fuer- zas vivas, y es allí donde queremos atacar”. Eln el número del 23 de enero de 1886, la «Semana religiosa de Cambrai», se transcriben estas otras palabras dichas en Lila: “Perseguiremos sin piedad al clero “ya todo lo que atañe la religión. Emplearemos contra el Catolicismo medios que ni se imaginan. Haremos esfuerzos de genio para que él desaparezca de este mundo. Si a pesar de todo eso resistiera a esa gue- rra científica, yo sería el primero en declarar que es de esencia di- “vina” Y M. G. de Pascal, en marzo de 1907, decía: “Hace muchos años, el Cardenal Mermillod me contó un hecho cuyos rasgos pintan bien la situación, ocurrido cuando él estaba en Ginebra. Eh ilustre prelado veía de tiempo en tiempo al príncipe Jerónimo Bonaparte. El

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claración pública “Los papas, pilotos supremos e infali- bles de la civilización, comprendieron el peligro que ame- nazaba al mundo a través de las sectas, y lo señalaron des- de la primera hora declarando palmariamente la conjuración satánica que se cernía sobre la humanidad”.

Y así nos advierte S. S. Pío XI en la “IXvini Redemp- toris” (par. 18):

“Una tercera y poderosa a5mda de la difusión del comu- nismo es esa verdadera conspiración del silencio ejercida por una gran parte de la prensa mundial no católica. De- cimos conspiración, porque no se puede explicar de otro modo el que una prensa tan ávida de poner en relieve aun los más menudos incidentes cotidianos, haya podido pasar en silencio durante tanto tiempo los horrores cometidos en Rusia, en México y también en gran parte de España, y hable relativamente tan poco de una organización mundial tan vasta cual es el comunismo moscovita. Este silencio se debe en parte a razones de una política menos previsora y está apoyada por varias fuerzas ocultas, que desde hace tiempo tratan de destruir el orden social cristiano” .

principe revolucionario gustaba sobremanera de la conversación espi- ritual del obispo. Un dia le dijo: Yo no soy amigo de la Iglesia Católica, no creo en su origen divino; pero conociendo lo que se trama contra ella, los admirables esfuerzos concertados contra su existencia, si ella resiste el asalto, me veré obligado a declarar que allí hay algo que sobrepasa lo humano”. En junio de 1903, “La Verdad Francesa” relataba que M. Ribot, en una conversación intima había hablado de la misma manera: “Yo lo que se prepara, conozco minuciosamente la trampa que se le tiende. Y bien, si la Iglesia Romana escapa de ella, aquí en Francia, será un milagro, milagro tan extraordinario a mis ojos, que me haré católico con vosotros”.

El Cardenal Saliege, en sus “Conferencias para los retiros eclesiás- ticos”, 1953, declaraba: “...todo sucede como si hubiera una acción or- questada por una cierta prensa más o menos periódica, por ciertas reu- niones más o menos secretas, tendientes a preparar en el seno del ca- tolicismo un movimiento de acogida al comunismo. Hay conductores, que saben. Hay seg^jidores, que son inconscientes y que avanzan” Declaración sobre la Masonería de la Reunión Plenaria del Epis- copado Argentino del 20-11-59.

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En una Carta Pastoral de 1878, Mons. Martín, Obispo de Natchitoches, en los Estados Unidos, dijo:

“En presencia de esta persecución de una universalidad hasta aquí desconocida, de la simultaneidad de sus actos, de la similitud de medios que ella emplea, nos vemos obli- gados a admitir la existencia de una dirección dada, de un plan de conjunto, de una fuerte organización que pone en ejecución un determinado fin hacia el que todo tiende.

“Sí, existe esta organización con su fin, su plan y la di- rección oculta a la que obedece; sociedad compacta, pese a su dispersión sobre el globo, sociedad mezclada a todas las sociedades sin depender de ninguna, un poder por encima de todo poder, excepto al de Dios; sociedad terrible, y que es tanto para la sociedad religiosa como para la civil no sólo un peligro, sino el más terrible de los peligros”

¡Espectáculo extraño el de este ejército del desorden, y sin embargo ordenado jerárquicamente!

¿Cómo puede ser que los factores de la revuelta practi- quen la obediencia, que los adversarios de toda desigualdad establezcan jerarquías y que los enemigos del Estado Social estén ellos mismos constituidos en sociedad? Asombrosa con- tradicción de una realidad indiscutible.

Cf., lo que de'Maistre escribía a su Soberano en 1811 desde San Petersburgo: “Vuestra Majestad no debe dudar un instante de la exis- tencia de una secta grande y formidable que ha jurado desde hace tiempo la caída de todos los tronos; y ella se vale de los mismos prín- cipes con habilidad infernal, para derribarlos... Veo aquí todo lo que hemos visto en otras partes: una fuerza disimulada que engaña a los soberanos y los obliga a estrangularse con sus propias manos ... La acción es incontestable, hasta que el agente no sea enteramente cono- cido. El talento de esta secta para encantar a los gobernantes es imo de los más terribles y extraordinarios fenómenos que se han visto en “el mundo”. (Obras completas, tomo xii, pág. 42).

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La unidad de la Revolución

Sin duda la Contra-Iglesia es Una, en cierto sentido, y de Maistre no estaba equivocado al hablar de “la Secta” con mayúscula y en singular. Sin embargo, es necesario evitar el hacerse una idea demasiado simplista, que finalmente deriva en provecho de las sectas, sobre una inexacta unidad de en- tendimiento y de acción. Pues si la Contra-Iglesia es una, es también múltiple y terriblemente dividida. “Muchas de esas sectas se profesan mutuamente un odio feroz”, ha podido es- cribir Marcel Lallemand Se destrozan, se devoran, se ma- tan entre ellos y suscitan guerras entre sí, cuyas funestas con- secuencias pagan las naciones.

No nos asombra, por tanto, que Rousseau haya estado en pugna con Voltaire, que los hombres de “La Gironde” ha- yan sido reducidos por los jacobinos, que los liberales fueran vencidos por los radicales, éstos descartados por los socialistas y éstos últimos por los partidarios de Moscú.

Otra muestra de su carácter satánico. También en el In- fierno los condenados se contradicen, aunque su odio sea común.

Satanás es im jefe duro y cruel, que tortura a aquellos que le sirven: lo mismo hace la Revolución.

Robespierre obtendrá la cabeza de Danton, y los del Termidor la de Robespierre; Thiers aplastará a los partida- rios de la Comuna; Villa, Carranza y Zapata guerrearán en- tre sí. En cuanto al régimen soviético, conocemos el carácter de las purgas mediante las cuales se cúra periódicamente.

Tales querellas son reales, y sería pueril subestimar su gravedad. Sin embargo, no atentan, en cierto sentido, contra la unidad de la Revolución; porque si bien entre sus miem- bros se entredevoran, todos contribuyen, consciente o incons- cientemente, al triimfo de la anarquía.

Apuntes sobre el ocultismo, pág. 100.

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Sentido de las proporciones

Puestos a precisar la importancia de la Revolución como fuerza universal y contra-iglesia, evitemos el dejarnos hipno- tizar y el no saber distinguir su influencia más que a través de sus victorias.

Sin duda, esta influencia es inmensa, sobre todo desde hace dos siglos, y múltiples hechos históricos, la victoria de las tropas de la Revolución francesa en Valmy o nuestra batalla de Pavón, por ejemplo, son imposibles de explicar si no se los relaciona con ima acción oculta. Esta acción, sin embargo, no es ni podria ser la razón última de la Historia, contenida como está en el marco del orden natural, cuyas leyes se imponen a ella pese a todo. Las relaciones de causa a efecto juegan para la masonería como para el resto del gé- nero humano, y por poderosa que sea la Revolución, no está todavía llamada a detener el mecanismo del bueno y viejo orden natural.

Es asi como espiritus insuficientemente instruidos de las maniobras de las sectas supieron reconocer perfectamen- te a qué consecuencias, hacia qué acontecimientos se vería arrastrada la lógica revolucionaría tarde o temprano.

Cf. especialmente “Las Sociedades Secretas y la Sociedad”, por Deschamps, tomo ii, pág. 164: “El duque de Brunswick, gran maestro de todo el orden masónico, elegido en Wilhelmsbad, habia sido elegido precisamente como generalisimo de la coalición contra la Francia re- volucionaria. Abora bien, él rebusa sistemáticamente subordinar su ac- ción a la del ejército de los principes . . . Entra en negociaciones secre- tas con los hombres de la Comuna de París y con Dumouriez, también alto francmasón que comandaba las fuerzas francesas. Esas negociacio- nes condujeron a la retirada de Valmy”. Kellermann no tenia con él más que 25.000 hombres, mientras que Brunswick tenía 50.000, que po- dían ser reforzados por 30.000 austríacos, sin contar los 150.000 hom- bres del rey de Prusia. A pesar de esta superioridad aplastante, los ene- migos prácticamente no libraron batalla. Brunswick, declarando la posi- ción de los franceses inatacable, pese a que éstos estaban en la más ab- soluta imposibilidad de desplegarse, ordenó la retirada. (Ver los detalles en la obra).

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Importa, pues, guardar bien en el espíritu ese sentido agudo de la naturaleza de las cosas que sirven de teatro al cristiano tanto como al francmasón.

El mundo de hoy se nos aparece como un mar infestado de piratas. Seguramente es importante saber dónde se ocul- tan y cuál es su táctica. Pero creer, obsesionados por los cor- sarios, que el armamento del navio y las leyes ordinarias de la navegación carecen de la importancia que antes se les acordaba, es condenarse infaliblemente a naufragar antes de haber podido defenderse del primer pabellón n^ro.

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EL PENSAMIENTO MODERNO Y LA REVOLUCIÓN

Segunda parte

(Cómo se ha llegado a dar crédito a tales absurdos, al punto de hacerlos norma de vida individual y colectiva, “evi- dencias” contra las que nadie puede alzarse so pena de con- vocar sobre su cabeza todas las iras y todas las calumnias de los empresarios de tal mundo y de los que en él creen a pies juntillas? ¿Cómo casi todos comulgan hoy con esas ruedas de molino, ya “democráticas”, ya monocráticas, ya tecnocráticas, que anteponen lo que queremos o lo que hábilmente se nos hace querer a lo que es? ¿Cómo es que casi nadie se ex- traña hoy de que, por ejemplo, en materia de teología o de filosofía en la enseñanza tenga hoy igual peso el voto de un ignorante en esas materias que el de un sabio en ellas; que en asuntos de familia, de educación de la juventud, de moral, pese tanto la voluntad de un soltero depravado, o la de un adúltero divorciado y “re-casado”, que la de un honesto pa- dre de familia o la de un santo; que en materia de organi- zación política pese igual la opinión del que sólo “sabe” de ello lo que los periódicos le hacen creer, que la del que ha dedicado su vida a la meditación y estudio de esos problemas; que en materia de fin último de la sociedad valga igual el voto del virtuoso que el del crápula?

La contestación es una sola: vivimos en pleno ambiente y desarrollo de la “Revolución moderna”, y tal ambiente, con sus todopoderosos “slogans”, apoyados por los enor- mes intereses económicos y religiosos (antirreligiosos) que son motor de tal “Revolución”, ha terminado por confor-

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mar las mentes de los hombres a su imagen y semejanza, apartándolos del más elemental sentido común y pruden- cia política (para no hablar del total desprecio por lo sobre- natural que en los más ha engendrado).

¿En qué consiste esta Revolución, la Revolución con ma- yúscula, la de la Modernidad? Muchas veces se lo ha expues- to en Verbo. Podemos decir que su esencia nos es dada por las siguientes palabras de N. S. Jesucristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a mismo, tome a cuestas su cruz y sígame. Pues quien quisiere poner a salvo su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por causa de mi, la ha- llará” (Ev. s. S. Mateo, 16, 24-25; versión del P. Rover). Aquí se señalan, respectivamente, los tipos de vida cristiano y anticristiano. Negación de mismo, olvido de sí, existencia en función de Dios: vida cristiana; búsqueda de sí, rechazo de la cruz, “salvación” egoísta y mundana del “yo” y de sus “derechos” con negación teórica o práctica de Dios: vida an- ticristiana. Estos dos tipos de vida individual, hechos tipo de vida social, configuran las dos “ciudades” de que hablara San Agustín: “Dos amores hicieron dos ciudades: a la terrena ®, el amor de hasta el desprecio de Dios; a la celestial, en cambio, el amor de Dios hasta el desprecio de sí” (De Civ. Dei, XIV, xxvm).

Por lo tanto, la “Revolución de la modernidad” consis- tirá esencialmente en un proceso en que el hombre, cada vez con mayor extremosidad, se busca a mismo como centro último de interés y como bien supremo, ya indivi- dualmente (liberalismo) ya socialmente (marxismo y otras formas totalifarias), hasta llegar al desprecio, olvido y aun

* La “ciudad terrena” de S. Agustín no es el Estado, sino el con- junto de los hombres que se buscan a si mismos, con desprecio de Dios. Claro es que los Estados, si no son santificados por Cristo y su Iglesia, infaliblemente ponen su fuerza al servicio de los “ideales” de dicha “ciu- dad terrena”.

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negación de Dios, renovando en la historia el “No serviré" luciferino y el “Seréis como dioses" de la tentación satánica a nuestros primeros padres.

Sus etapas son: el nominalismo filosófico-teológico y el regalismo político; el humanismo renacentista; la “Reforma” protestante; el racionalismo y el iluminismo; la Revolución Francesa; el liberalismo; el socialismo y, por último, el co- munismo. También entran en buena parte en ella los movi- mientos de aparente o insuficiente reacción, en que Dios, Cristo y la Iglesia no ocupan el primer lugar, y donde por tanto el hombre se busca a mismo, como ocurre en ciertas restauraciones infiltradas de liberalismo o de regalismo ab- solutista. Más aún el fascismo de raíz hegeliana y nietz- cheana , y sobre todo el nazismo, que entra de lleno en la Revolución, en unión dialéctica con su aparente opuesto, el marxismo.

Ahora bien, esta “Revolución” tiene sus secretos pero hábiles y poderosos promotores terrenos (para no contar su primer motor extraterreno: Lucifer caído en Satán); aque- llos grupos de hombres que han hecho de la negación de Cristo el centro mismo de su existencia, entre los cuales ocu- pan principalísimo lugar los seguidores de aquellos Anás y Caifás que, no obstante estar convencidos de que Cristo era el Hijo de Dios y el Mesías, puesto que los soldados del se- pulcro les anunciaron la Resurrección, persistieron en su odio y en su n^ativa a reconocerlo y servirlo, reactualizando así el “Non serviam”. “Non serviam” que por implicación lógica y ético-existencial los ha conducido al “Eritis sicut dii” (“se- réis como dioses”), y con ello al ateísmo militante y a la sustitución del Mesías teológico por el propósito de establecer un dominio político y económico en la tierra entera, basado en la negación de Dios. Así, la desesperación teológica, el pecado contra el Espíritu Santo, el preferir la condenación eterna a reconocer en Jesús al Señor, Mesías, Cristo, Hijo de Dios y Dios encamado, está en la base misma de la “Revo-

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lución de la Modernidad” y explica, a la vez, su carácter progresivamente ateo, la excepcional persistencia en sus pro- pósitos y la tenaz e inmisericorde continuidad en sus proce- deres. A tal oculto poder-motor de la Revolución se unen o terminan por unirse, como por \ma natural afinidad, todas las religiones y filosofías falsas: teosofía, espiritismo, protes- tantismo, religiones orientales, racionalismo, idealismo, ma- terialismo, relativismo, neopositivismo, existencialismo ateo, etc., y todos los poderes de la tierra no santificados por Cris- to: poderío de estados paganos o repaganizados, alta finanza internacional \ políticos inescrupulosos, propulsores de la in- moralidad sexual, etc.

Así, vemos que el subjetivismo y voluntarismo políticos de que habláramos primero, tanto en su forma llamada “de- mocrática” como en la “dictatorial-pseudocarismática” no son ni siquiera sinceros en cuanto se presentan como tales, como emanación natural de la voluntad del “pueblo”, bajo la pri- mera o segunda forma. La “democracia” o la “dictadura” es lo que aparece hacia afuera, lo “exotérico”, lo que se hace creer al vulgo para utilizarlo como instrumento; pero lo real, lo interior, lo efectivo tras la cubierta engañosa de los par- tidos políticos profesionales, y operando sobre muchos de sus hombres y tras sus comités es la oligarquía de la Revolu- ción. No en vano Walter Rathenau, después de la primera guerra mundial, decía que el mundo estaba gobernado por no más de quinientos hombres, y que él los conocía a todos. Por otra parte, basta leer con cuidado la “Riographical Ency- clopedia of the World” y especialmente su capítulo “Who’s important in bussiness” (Quién es importante en los nego- cios), para darse cuenta de que: protestantismo, finanza in- ternacional, judaismo, masonería, rotarianismo, Y. M. C. A., etc., son una sola y misma cosa, y que gobiemem el mundo.

Sobre esto, ver el libro ya citado de H. Coston. Hace ver el tras- fondo real de la política moderna.

* Editado en Nueva York por el “Institute for Research in Biogra- phy”. Varias ediciones.

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Y, para desconcierto tanto de los marxistas como de los que esperan demasiado del neoliberalismo capitalista como valla contra el comunismo, también puede probarse que la pluto- cracia internacional, al menos en algunas de sus ramas, es la que ha financiado la Revolución Soviética, la que ha en- tregado a los comunistas media Europa en Yalta, y la que ha hecho luego lo mismo con China, Indochina, Corea, etc. Es que se yerra en lo sustancial cuando se interpretan los hechos contemporáneos desde un punto de vista exclusiva o preponderantemente económico o político, sin advertir su substrato profundo, de lucha teológica. Siendo verdad esto último, no puede ya extrañar que im mismo poder anticris- tiano de la Revolución esté detrás, tanto del supercapitalismo hedonista y agnóstico como del comunismo ateo; tanto detrás de la “democracia” liberal o socialista como de muchos dic- tadores que no hacen de lo católico el primer motor de sus acciones políticas, sino que lo posponen o incluso lo persi- guen. Las divergencias, dentro de la “Revolución” dejan- do dé lado las ficticias existen, por cierto, pero no son esenciales, no son relativas al fin último, que es la descris- tianización total.

Pero quizá lo más grave es el hecho de que la mentali- dad sabiamente creada por los promotores de la Revolución moderna se haya infiltrado y se esté infiltrando progresiva- mente— en las filas católicas *. En muchos círculos católicos se habla mucho del hombre, de la persona humana y de sus derechos, de la fraternidad de todos los hombres, de la tole- rancia universal, de la justicia social, de las condiciones de vida, de las “culpas de la Iglesia” o de tales o cuales obispos o sacerdotes; y se habla, en cambio, muy poco de Dios, me- nos de Cristo, nada del pecado, de la muerte, del infierno.

“Ver nuevamente el libro de Coston. También sobre esto se nos ha recomendado el libro de un húngaro anticomunista, Marchalko, The World Conquerors (“Los conquistadores del mundo”), versión inglesa editada en Londres; pero no lo hemos leído personalmente.

* Cf. Pastoral Colectiva del Episcopado italiano al Clero (25-iii-60).

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de Satanás, del “misterio de iniquidad” que lucha en la his- toria contra el pleno triunfo del reino de Cristo, de los dere- chos públicos de la Iglesia, de Cristo como Rey universal, de la necesidad de ascetismo y de entrar por la puerta angosta, de la ineluctable necesidad de la cruz para llegar a la luz, del “timor Domini initium sapientiae”, del Anticristo y los poderes que son su instrumento, de la lucha cotidiana del cristiano contra los demonios que nos circundan como leones rugientes como dijera San Pedro para devoramos qui- tándonos la vida de la gracia.

Y ocurre que, por necesaria implicancia, estos defectos sustanciales en la formación y piedad cristianas individuales repercuten en la actitud de tales personas ante lo social y viceversa; y asi se las ve inficionadas de liberalismo y hasta, a veces, de marxismo latente. Es que es muy duro luchar siempre contra el “mimdo” que nos rodea y presiona con sus vigencias y “slogans”; por eso, salvo tener una forma- ción y piedad individuales muy sólidas y profundas, se ter- mina por ceder más o menos a esa presión del “mundo”; y aunque no se llegue a la apostasía cosa que también su- cede a veces , se diluye al catolicismo callando de él todo lo que en lo público pudiera molestar a liberales y marxistes. Y así se silencia el reinado social de Cristo, el poder indirecto de la Iglesia sobre el Estado en materias mixtas, la necesi- dad de enseñanza religiosa, etc., y se confunde la caridad cristiana con la “fraternidad” revolucionaria; el amor al pró- jimo con la tolerancia de errores especulativos y desvíos mo- rales; la libertad para el bien con la libertad liberal que ante todo es contra Dios y contra los deberes morales de base tras- cendente, divina; la justicia social cristiana con el igualita- rismo jacobino o marxista; la democracia pluralista y jerár- quica del Mensaje de S. S. Pío XII en 1944, con la sombría demagogia masiva, tiránica, estatista y procomunista de un Fidel Castro, por ejemplo, que es su verdadera antítesis, pre- vista en ese Mensaje. Y también, a veces, la defensa de los auténticos valores de una nación con el totalitarismo neopa- gano nazi o fascista propiamente dichos, o con el “naciona-

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lismo popiilar”, de fabricación trotzkista y de apenas disi- mulado servicio a la sovietización internacional.

Es que los pseudovalores de la Revolución moderna no son pirra y simplemente la negación de los valores cristianos; la cosa es mucho más sutil: son su verdadera corrupción. Y como lo corrupto guarda semejanza con la cosa misma antes de su corrupción, y a partir de ésta se origina, la confusión es fácil para cristianos mal formados o mal dispuestos moral- mente, que además viven en el ambiente de la Revolución moderna; por eso llegan a creer en el “cristianismo” o en la fácil cristianización de tales pseudovalores, olvidando el lú- cido adagio aristotélico que la escolástica cristiana ha hecho suyo: “corruptio optimi pessima”, “la corrupción de las cosas mejores es la peor de todas

Por ello tiene razón Jean Marial cuando, en la “Toma de Posición” que precede a “Au Commencement” (obra que nos proponemos traducir), dice, refiriéndose a la actitud de- rrotista que tales cristianos adoptan ante la Revolución (que los tiene ya, o medio ganados, o del todo acobardados): ‘El desorden ha alcanzado el máximo, y, desesperando de ven- cerlo, aquellos mismos que no han abandonado la intención de combatirlo no conciben otra táctica que una especie de retirada a través de la cual se abandona todo aquello que, con razón o sin ella, no les parece, a los mismos, esen- “cial. . . ¡Y nos asombramos después de que los buenos es- tén paralizados por un pesado complejo de inferioridad!

La “corrupción” en el orden de las verdades, bienes y virtudes cristianas consiste en no orientarlas hacia su último fin. Dios sobrenatu- ralmente conocido y amado, sino hacia algo infravalente: Dios sólo na- turalmente conocido y amado (con exclusión o preterición de lo sobre- natural), o, peor aún, el hombre, o la sociedad, o el “Progreso Humano”, etc. Esa corrupción puede darse en lo individual y/o en lo social. Como lo relativo a un fin recibe su esencia de su orientación a ese fin, cam- biado el fin se altera la esencia de eso que era relativo: así ocurre con la “fe”, la “caridad”, el “orden cristiano”, etc., no orientados a Dios sobrenatiiralmente revelado. Sólo conservan los nombres; su esencia, em- pero, se ha corrompido.

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Pero ¿cómo podría suscitar entusiasmo una doctrina que se abandona así, capítulo por capítulo? . . . Como era de prever, era fatal que, de seguirse esa vía, nos encaminára- mos hacia fracasos acerbos ... Lo que se nos prometía co- mo debiendo asegurar el éxito, y cuya aceptación se nos pedía con ese solo fin, aparece ahora como habiendo sido el instrumento de una derrota sin atenuantes . . . Hemos abandonado la enseñanza rigurosa de la Verdad para lo- grar se decía ciertas importantes ventajas temporales. Resultado: hemos perdido a la vez la clara luz de la Ver- dad y las ventajas temporales que siempre habíamos te- nido . . . ¿Cabe extrañarse? ¿No éramos, acaso, «hijos de la luz», y no consistía nuestra única razón de ser en dar tes- timonio de la Verdad, pues todo lo demás es sólo añadidura? Convengámoslo: no tenemos más fe en la Verdad. No cree- mos en su fuerza. Hemos querido sutilizar, obrar con ro- déos y oblicuamente, mentir como los «hijos de las tinie- blas», esperando, así, que triunfaríamos como ellos. Y hénos aquí de espaldas contra el muro ante el cual puede que se nos fusile. ¡Ay! Todo ello está bien, y lo tenemos mere- cido. Dios habrá mostrado que Él es y permanece siendo el único maestro”.

Ante esos pasajes, escritos en y para Francia, ¿no pare- ce, acaso, que estuviéramos oyendo una descripción de la ac- titud de gran parte del catolicismo argentino desde unos años a esta parte? Se han perdido para Cristo los colegios, las uni- versidades, los periódicos y demás medios de difusión; el po- der público es constitutivamente laico; masones y marxistas se hallan infiltrados por doquier, especialmente en la educa- ción, donde conforman las almas de los argentinos que ma- ñana decidirán la suerte de la patria; avanza la inmoralidad y el crimen; se debilitan organizaciones católicas; nuestra patria es campo de experimentación en que se ensayan toda clase de poderosas influencias que, no estando santificadas por Cristo, se hallan, consciente o inconscientemente, al ser- vicio de la Revolución moderna; el odio entre las clases au- menta, no reconciliadas ellas en Cristo; el impulso viril de

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la renovación católica, que cambió la situación de la Iglesia entre 1928 y 1950, aproximadamente, parece debilitado, y _ muchos católicos creen que la mejor manera de difundir, o por lo menos de mantener, el catolicismo es disimularlo bajo “slogans” meramente hmnanos, unciéndolo al cargo de algu- na ideología de moda, cediendo al prestigio del mundo y del “progreso moderno”.

Ante esta situación universal y argentina, creemos de suma utilidad una reforma intelectual, porque sin ella to- da reforma moral corre el peligro de ser artificial y ficti- cia; pero una reforma intelectual destinada a ser el pre- facio de una conversión rigurosa y total: natural y sobrena- tural. Porque es el caso de subrayar aquí la absoluta necesi- dad de lo sobrenatural en lo individual y en lo social: afec- tada por el pecado original, la naturaleza humana es, incluso, incapaz de alcanzar su fin natural sin la ayuda de la gracia sobrenatural, santificante, participación en nosotros de la vi- da divina que Cristo poseía por derecho propio. Es un dogma de fe. ¿Cómo se explica entonces que haya tantos católicos que lo olvidan en lo social, queriendo una reforma de la so- ciedad en que el catolicismo positivo y sobrenatural es deja- do de lado, para ser sustituido por un “cristianismo” natima- lizado, cuyas virtudes y valores vienen a confundirse casi con los masónicos de la Revolución Francesa o con los marxistas de la Rusia soviética? ¿Olvidan; acaso, que lo social brota de la acción individual de algunos, y revierte, a través del am- biente creado por sus instituciones públicas, sobre el alma individual de todos, para su salvación o condenación eternas? ¿Olvidan, acaso, además, el carácter no sólo interior, sino también público, del Reino de Dios, del Cuerpo Místico de Cristo, de la Iglesia? Por otra parte, la naturaleza humana ha sido elevada a un fin sobrenatural, que la trasciende infi- nitamente: la visión facial de la Trinidad. Para lograr tal fin, todo debe conspirar a ello: lo individual y lo social. Fi- nalmente, cabe recordar que mientras doce rudos apóstoles.

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sin armas ni letras ni dinero, pero apoyándose en el Espíritu Santo, crearon las bases para la conquista de todo el orbe grecorromano, los católicos actuales más de 400 millones no hacen sino retroceder frente a la Revolución porque no se apoyan principalmente en lo sobrenatural; y que si nos limitamos sólo a medios naturales, nuestra derrota frente a la Revolución es matemáticamente evidente y necesaria, por- que nosotros no podemos emplear más que medios verdaderos y justos; ella, en cambio, liberada de toda norma trascenden- te, “más allá del bien y del mal” (Nietzsche), puede emplear la verdad y la mentira; lo honesto y lo deshonesto; lo justo y lo injusto; el bien y el mal

Pero, en cambio, nosotros tenemos la ayuda de la gracia sobrenatural verdadera participación en nosotros de la Na- turaleza Divina que se nos comimica por Cristo y se de- rrama a la Humanidad por intermedio de la Virgen María.

Por eso aquella reforma intelectual que emprende La Ciudad Católica se ordena al triunfo de Cristo Rey por Ma- ría, Reina del Cielo y de la Argentina, desde Luján, el Valle de Catamarca, Itatí; y Reina también de nuestra Patria Gran- de, Hispanoamérica toda, desde Guadalupe, Coromoto y tan- tos lugares santificados por su presencia.

PiNCIUS.

El insistir sobre lo sobrenatural no importa renunciar a ningún medio natural lícito; ai contrario, exige utilizarlos, pero sobreelevándolos por la influencia de la gracia realmente poseída, y orientándolos hacia el fin último sobrenatural del hombre en lo individual y social: la vi- sión y amor directos e inmediatos de la Divina Esencia, de la Trinidad en la Unidad, y de Cristo, el Dios-Hombre, en su centro. Y, secunda- riamente, de la ciudad toda de los bienaventurados, con la Virgen Ma- ría* en primer término, luego de la Humnaidad de Jesucristo. ,

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LA VOZ DE LA JERARQUIA

QUAS PRIMAS

11 de diciembre de 1925

Encíclica sobre el reinado social de Jesucristo y la fiesta de Cristo Rey

A los Venerables hermanos, Patriarcas, Primados, Arzobis- pos y otros Ordinarios del lugar, en paz y comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.

LA PAZ DE CRISTO EN EL REINO DE CRISTO

1) En la primera enciclica que dirigimos, una vez as- cendidos al Pontificado, a todos los Obispos del Orbe católico mientras indagábamos las causas principales de las calami- dades que oprimian y angustiaban al género humano, recor- damos haber dicho claramente que tan grande inundación de males se extendía por el mundo porque la mayor parte de los hombres se había alejado de Jesucristo y de su Santa Ley en la práctica de su vida, en la familia y en las cosas públi- cas; y que no podía haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos mientras que los individuos y las naciones negasen y renegasen el imperio de Cristo Salvador. Por tan- to, como advertimos entonces que era necesario buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, así anunciábamos también que habíamos de hacer para este fin cuanto nos fuere posi- ble; “en el reino de Cristo”, decíamos, porque nos parecía

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que no se puede tender más eficazmente a la renovación y aseguramiento de la paz que procurando la restauración del reino de Nuestro Señor.

2) Entretanto, el surgir y avivarse de un benévolo mo- vimiento de los pueblos hacia Cristo y Su Iglesia, la cual puede solamente damos la salvación, nos daba cierta espe- ranza de tiempos mejores; movimiento en el cual muchos que habían despreciado el reino de Cristo y andaban como prófugos de la casa paterna se preparaban y casi se daban prisa a volver a los caminos de la obediencia. Y todo lo que sucedió y se hizo en el curso de este Año Santo, digno, por cierto, de perpetua memoria, ¿no acrecentó también el honor y la gloria del divino Fundador de la Iglesia, nuestro Supre- mo Rey y Señor?

El Año Santo y el Reino de Cristo

3) En efecto, la Exposición Misionera del Vaticano sor- prendió la mente y el corazón de los hombres ya dando a conocer la extensión del reino de su Esposo en los continen- tes y en las islas más apartadas del océano, ya por el gran número de regiones conquistadas al catolicismo con el sudor y la sangre de fortísimos e invictos misioneros, ya, finalmen- te, dando a conocer las vastas regiones que todavía han de someterse al suave y saludable ‘imperio de nuestro Rey.

Aquellas multitudes que durante el Año Jubilar vinie- ron de todas partes de la tierra a la Santa Ciudad, dirigidas por los Obispos y sacerdotes, ¿qué buscaban, sino, purifica- das sus almas, proclamarse junto al sepulcro de los Apósto- les y delante de Nos, súbditos fieles de Jesucristo en el pre- sente y en el porvenir?

4) Y este reino de Cristo pareció iluminado por nueva luz cuando Nos, probada la heroica virtud de seis confesores y vírgenes, los elevamos a los honores de los altares. Mucha alegría y aliento experimentamos en nuestro ánimo cuando

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en el esplendor de la Basílica Vaticana, promulgado el de- creto solemne, una multitud innumerable de pueblos alzaba el cántico de acción de gracias, exclamando; ¡Tu rex gloriae Christi! Porque mientras los hombres y las naciones, aleja- das de Dios por el odio recíproco y por las intestinas discor- dias, caminan hacia la ruina y la muerte, la Iglesia de Dios, continuando en dar al género humano el alimento de la vida espiritual, cría y forma generaciones de santos y santas para Jesucristo, el cual no cesa de llamar a la bienaventuranza celestial a los que fueron súbditos fieles y obedientes en el reino de la tierra.

5) Además, coincidiendo con el año jubilar el xvi siglo desde la celebración del Concilio de Nicea, quisimos también que en el recuerdo centenario fuese asimismo conmemorado en la Basílica Vaticana con tanto mayor gusto cuanto que aquel sagrado concilio definió y propuso como dogmas la con- sustancialidad del Unigénito con el Padre, e incluyó en el Símbolo la fórmula: “Cujus regni non erit finís”, proclaman- do la dignidad real de Cristo.

Habiendo, pues, concurrido este Año Santo de varias maneras a ilustrar el reino de Cristo, nos parece que hare- mos cosa muy conforme con nuestro oficio apostólico si se- cundando la súplica de muchísimos Cardenales, Obispos y fieles, hechas a Nos, ya solos, ya colectivamente, cerramos este Año jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una fiesta especial de Cristo Rey.

Y esto nos da tanta alegría, que nos obliga, venerables hermanos, a dirigiros estas palabras: vosotros, pues, procura- réis acomodar lo que digamos acerca del culto de Jesucristo Rey a la inteligencia del pueblo, y explicar el sentido de modo que esta solemnidad anual produzca cada vez mayores frutos.

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I. LA REALEZA DE CRISTO

Fundamento de la realeza de Cristo

a) El nombre de Rey dado a Jesucristo.

6) Desde hace mucho tiempo se ha usado comúnmente llamar a Cristo con el apelativo de Rey por el grado de exce- lencia que tiene en modo supereminente entre todas las co- sas creadas.

De tal modo, en efecto, se dice que Él reina en la mente de los hombres no sólo por la elevación de su pensamiento y por lo vasto de su ciencia, sino también porque Él es la Verdad y es necesario que los hombres reciban con obedien- cia la Verdad de Él; igualmente reina en la voluntad de los hombres ya porque en Él a la santidad de la voluntad divina responde la perfecta integridad y smnisión de la voluntad humana, ya porque con sus inspiraciones influye en nuestra libre voluntad de tal modo que nos inflama hacia las cosas más nobles. Finalmente, Cristo es reconocido como “Rey de los corazones por la caridad de Cristo, que sobrepasa toda hu- mana comprensión” \ y por los atractivos de su mansedmnbre y benignidad. Nadie, en efecto, entre los hombres fue tan amado, ni lo será nunca como Jesucristo.

Pero para entrar de lleno en el asunto, todos debemos reconocer que es necesario reivindicar para Cristo Hombre, en el verdadero sentido de la palabra, el nombre y los po- deres de Rey; en efecto, solamente en cuanto hombre se pue- de decir que ha recibido del Padre la potestad y el honor del Reino porque, como Verbo de Dios, siendo de la misma sustancia del Padre, forzosamente debe tener de común con Él lo que es propio de la Divinidad; y por consiguiente, tie- ne sobre todas las cosas creadas sumo y absolutísimo imperio.

Eph. 3, 19.

* Dan., 7, 13-14.

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b) La Realeza de Cristo en el Antiguo Testamento, en especial en los oráculos de los Profetas.

7. ¿Y no leemos de hecho, con frecuencia, en las Sagra- das Escrituras, que Jesucristo es Rey? Él es llamado “el Prín- cipe que debe salir de Jacob ^ y que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión, y que recibirá las gentes en herencia y tendrá en posesión los confines de la tierra” El salmo nupcial, que bajo la imagen de un Rey riquísimo y potentísimo ha preconizado el futuro Rey de Israel, tiene estas palabras: “Tu sede, oh Dios en los siglos de los siglos; vara de rectitud la vara de tu reino” Y de- jando otros muchos testimonios semejantes, en otro lugar, pa- ra ilustrar con más claridad los caracteres de Cristo, se pre- anuncia que su reino será sin límite y enriquecido con los dones de la justicia y de la paz. En sus días aparecerá la justicia y la abundancia de la paz, y dominará de un mar a otro mar, y desde el río hasta los términos del orbe de la tierra

8. A este testimonio se añaden en el modo más amplio los oráculos de los Profetas, y sobre todo el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo, nos ha sido dado un Hijo, y su principado sobre sus hombros, y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre del Siglo futuro, Príncipe de la Paz; sobre el trono de David y sobre su reino se sentará para confirmarlo y fortalecerle en juicio y justi- cia, ahora y para siempre” Y los otros Profetas concuerdan con Isaías. Así Jeremías, cuando predice que nacerá de la estirpe de David “el Vástago justo que juzgará en toda la tie- rra” también Daniel predice el establecimiento de un Reino

Núm., 24, 19.

Ps., 2.

Ps., 44.

* Ps., 71.

Is., 9, 6-7.

* Jeremías, 23, 5.

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por parte del Rey del Cielo, “reino que nunca será disipado...: permanecerá para siempre” Y continúa: “Contemplaba en la visión de noche, y he aquí que venia gobre las nubes del cielo uno como el Hijo del Hombre, y se llegó hasta el An- ciano de dias, y en su presencia fue presentado; y le dió la potestad y el honor y el reino, y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán; su potestad es eterna y no le será arre- batada y su reino no se corromperá jamás” Los escritores de los Evangelios aceptan y reconocen como sucedido cuanto predijo Zacarías acerca del Rey manso, el cual, “subiendo so- bre una asna y su pollino, estaba para entrar en Jerusalén como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas”

c) La Realeza de Cristo en el Nuevo Testamento.

9. Por lo demás, esta doctrina acerca de Cristo Rey que hemos tomado aquí y allá en los libros del Antiguo Testa- mento no sólo no disminuye en las páginas del Nuevo; más aún, en él se confirman por modo espléndido y magnífico. Y aquí, pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fué advertida la Virgen que debia dar a luz un hijo, al cual Dios había de dar la sede de David, su padre, y que había de reinar en la casa de Jacob para siempre y que su reino no había de tener fin vemos que Cristo mismo da testimonio de su Imperio.

En efecto, ya en su último discurso a las turbas, cuando habla del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los condenados; ya cuando responde al presi- dente romano, que le pregunta públicamente si era Rey; ya cuando, resucitado, confió a los Apóstoles el encargo de amaestrar y bautizar a todas las gentes, toma ocasión opor-

Dan., 2, 44.

Dan., 7, 13, 14.

Zach., 9, 9.

Luc., 1, 32-33.

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tuna para atribuirse el nombre de Rey y públicamente confirma que es Rey y anuncia solemnemente que a Él “ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” Con estas palabras ¿qué se quiere significar sino la grandeza de su potestad y la extensión inmensa de su reino? No puede, pues, sorprendernos si aquel que es llamado por San Juan “Príncipe de los Reyes de la tierra” lleva, como apareció al Apóstol en la visión apocaliptica, en su vestido y en su mus- lo escrito: “Rey de reyes y Señor de los señores” Puesto que el Padre Eterno constituyó a Cristo heredero universal es preciso que Él reine hasta que lleve, al fin de los siglos, a los pies del trono de Dios a todos sus enemigos

d) La Realeza de Cristo en la Liturgia.

10. De esta doctrina de los Sagrados Libros viene por consecuencia el que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada naturalmente a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, haya saludado y proclamado en^el ciclo anual de su liturgia a su Autor y Fundador como Señor so- berano y Rey de los reyes, multiplicando las formas de su afectuosa veneración. Usa este título de honor, que expresa en su hermosa variedad de palabras el mismo concepto, co- mo hizo ya en la antigua salmodia y en los antiguos sacra- mentaríos. hoy también lo hace en los oficios públicos y en la inmolación de la Hostia Inmaculada. En esta alabanza a Cristo Rey fácilmente se descubre la hermosa armonía entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se hace mani- fiesto también en este caso que “La ley de la oración esta-

Mat., 25, 31 - 40.

Joan., 18, 37.

Mat., 28, 18.

Apoc., 1, 5.

Apoc., 19, 16.

Hebr., 1, 1.

" I Cor., 15, 25.

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y

blece la ley de la creencia” (legem credendi lex statnit suppli- candi).

e) Cristo, Rey por la unión hipostática.

11. Muy a propósito Cirilo de Alejandría, para mostrar el fundamento de esta dignidad y de este poder, advierte que “Cristo obtiene la dominación de todas las criaturas, no arran- cada por la fuerza ni tomada por ninguna otra razón, sino por su misma esencia y naturaleza” Esto es, el principado de Cristo se forma por aquella unión admirable que se llama “unión hipostática”. De lo cual se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado como Dios por los ángeles y por los hom- bres, sino que a Él deben obedecer y estar sujetos como hombres, es decir, que por el solo hecho de la unión hipos- tática Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.

f) Cristo, Rey por la redención.

12. ¿Qué cosa más bella y suave que el pensamiento de que Cristo reina sobre nosotros no solamente por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista en fuer- za de la redención? ¡Ojalá que los hombres desmemoriados recordasen cuánto hemos costado a nuestro Salvador! “Ha- béis sido redimidos, no con oro y plata, corruptibles, sino con la preciosa sangre de Cristo, como cordero inmaculado e in- contaminado No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado con el más alto precio nuestros mismos cuerpos son miembros de Cristo

In Luc., 10.

I Petr., I, 18-19. I Cor., 6, 20.

’’ I Cor., 6, 15.

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Naturaleza y realeza de Cristo

a) Triple potestad del principado de Cristo.

13. Queriendo expresar la naturaleza y el valor de este principado, indicaremos brevemente que consta de una tri- ple potestad, la cual, si faltase, ya no tendríamos el concepto de un verdadero y propio principado. Los testimonios saca- dos de las Sagradas Escrituras acerca del imperio universal de nuestro Redentor prueban más que suficientemente cuan- to hemos dicho; y es dogma de fe que Jesucristo ha sido dado a los hombres como Redentor, en el cual deben poner su confianza, y al mismo tiempo como Legislador, al cual deben obedecer

Los Santos Evangelios no sólo nos dicen que Jesucristo ha promulgado leyes; mas también nos lo presentan en el acto mismo de legislar; y el Divino Maestro afirma en dife- rentes circunstancias y con diversas expresiones que todos los que observen sus mandamientos darán prueba de amarle y permanecerán en su caridad

El mismo Jesús, delante de los judíos que le acusaban de haber violado el sábado por haber dado la salud al para- lítico, afirmaba que el Padre le había dado la potestad judi- cial, “porque el Padre no juzga a nadie, sino que dió todo juicio al Hijo” En lo cual se comprende también su de- recho de premiar y castigar a los hombres aun durante su vida, porque esto no puede separarse de una cierta forma de juicio.

Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad ejecu- tiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su man- dato, y nadie puede sustraerse a él ni a los suplicios esta- blecidos.

Trident., ses. 6, cap. 21. Joan., 14, 15; 15, 10. Joan., 6, 22.

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b) Campo de la Realeza de Cristo.

El dominio espiritual.

14. Que este reino sea, por otra parte, principalmente espiritual, nos lo demuestran los pasajes de la Sagrada Biblia arriba citados y nos lo confirma el mismo Jesucristo con su modo de obrar.

En varias ocasiones, en efecto, cuando los judíos y los mismos Apóstoles creían erróneamente que el Mesías devol- vería la libertad al pueblo y establecería el reino de Israel, Él procuró quitarles de la cabeza este vano intento y espe^ ranza; y también cuando estaba para ser proclamado Rey por la multitud que, llena de admiración, le rodeaba. Él de- clinó tal título y tal honor, retirándose y escondiéndose en la soledad; finalmente, delante del presidente romano, anun- ció que Su reino no era de este mundo

Este reino en los Evangelios se nos presenta de tal mo- do que los hombres deben prepararse en él por medio de la penitencia, el cual sacramento, aunque sea un rito externo, purifica y produce la regeneración interior.

Este reino es opuesto únicamente al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas, y exige de sus súbditos no so- lamente un ánimo despegado de las riquezas y de las cosas terrenas, la dulzura de las costumbres y el hambre de la jus- ticia, sino también que se nieguen a mismos y tomen su cruz. Habiendo Jesucristo constituido, como Redentor, la Igle- sia con su sangré, y como sacerdote ofrecídose a mismo perpetuamente cual Hostia de propiciación por los pecados de los hombres, ¿quién no ve que la dignidad real que le reviste tiene carácter espiritual por el uno y el otro oficio?

Joan., 18, 36.

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El dominio temporal.

15. Por otra parte, erraría gravemente el que arrebatase a Cristo Hombre el poder sobre todas las cosas temporales, puesto que Él ha recibido del Padre un derecho absoluto so- bre todas las cosas creadas, de modo que todo se somete a su arbitrio; sin embargo, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo completamente de ejercitar tal poder; y como des- preció entonces la posesión y el cuidado de las cosas huma- nas, así permitió y permite que los poseedores de ellas las utilicen.

A este propósito se acomodan bien aquellas palabras: “No arrebata los reinos mortales el que da los celestiales” Por tanto, el dominio de nuestro Redentor abraza todos los hombres, como lo confirman estas palabras de nuestro pre- decesor, de inmortal memoria, León XIII, palabras que ha- cemos nuestras: “El imperio de Cristo se extiende no sola- mente sobre los pueblos católicos y aquellos que, regenerados en la fuente bautismal, pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erradas opiniones los tengan alejados o la disensión los separe de la caridad, sino que abraza tam- bién a todos los que están privados de la fe cristiana; de modo que todo el género humano está bajo la potestad de Cristo”

Sobre los individuos y sobre la sociedad.

16. Ni hay diferencia entre los individuos y el consor- cio civil, porque los individuos, unidos en sociedad, no por eso están menos bajo la potestad de Cristo, que lo está cada uno de ellos separadamente. Él es la fuente de la salud pri- vada y pública. “No hay salvación en algún otro, ni ha sidó dado debajo del cielo a los hombres otro nombre en el cual

Hym. Epiphan.

Ene. “Annum Sacrum”, 25/5/1899.

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podamos ser salvos” Sólo Él es el autor de la prosperidad y de la verdadera felicidad, tanto para cada uno de los ciu- dadanos como para el Estado: “No es feliz la ciudad por otra razón distinta de aquella por la cual es feliz el hombre; porque la ciudad no es otra cosa sino una multitud concorde de hombres”

No rehúsen, pues, los jefes de las naciones el prestar público testimonio de reverencia al imperio de Cristo, jun- tamente con sus pueblos, si quieren, con la integridad de su poder, el incremento y el progreso de la patria. En efecto, muy a propósito y oportunas para el momento actual son aquellas palabras que al principio de nuestro pontificado es- cribimos Nos acerca de la disminución del principio de autori- dad y de respeto al poder público: “Alejado de hecho, asi lo lamentábamos entonces, Jesucristo de las leyes y de la cosa pública, la autoridad aparece, sin más, como derivada no de Dios, sino de los hombres: de modo que hasta el fundamento de ella vacila; quitada la causa primera, no hay razón para que uno deba mandar y otro obedecer. De esto se ha seguido una general perturbación de la sociedad, la cual ya no se apoya sobre sus fundamentos principales”

Ventajas del reconocimiento de la realeza de Cristo

a) Para los gobernantes.

17. En cambio, si los hombres en privado y en público reconocen la soberana potestad de Cristo, necesariamente vendrán al consorcio humano señalados beneficios de justa libertad, de tranquila disciplina y apacible concordia. La dig- nidad real de Nuestro Señor, así como hace en cierto modo sagrada la autoridad humana de los príncipes y de los jefes

"" Act., 4, 12.

San Agustín, “Epístola ad Macedonium”, 3.

Ene. “Urbi arcano”.

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de Estado, así ennoblece los deberes ciudadanos y de su obe- diencia. En este sentido el apóstol San Pablo, inculcando a las esposas y a los siervos que respetasen como a Jesucristo a sus respectivos maridos y amos, les advertía claramente que no debían obedecerlos como a hombres, sino como a vi- carios de Cristo, ya que sería poco conveniente que hombres redimidos con la sangre de Cristo sirviesen a otros hombres. “Habéis sido redimidos por gran precio, no os hagáis siervos de los hombres”

b) Ventajas para los individuos.

18. Si los príncipes y los magistrados legítimos se per- suaden que ellos mandan no tanto por derecho propio cuan- to por mandato del Rey divino, se comprende fácilmente que harán uso santo y prudente de su autoridad y se tomarán gran interés por el bien común y la dignidad de los súbditos al hacer las leyes y exigir su ejecución. De tal manera, quita- da toda causa de sedición, florecerá y se consolidará el orden y la tranquilidad; porque aunque el ciudadano vea en los prín- cipes y jefes del Estado hombres semejantes a él, o por cual- quier razón indignos o vituperables, no se sustraerá por eso a la obediencia en cuanto reconozca en ellos la imagen y la autoridad de Cristo, Dios y Hombre.

c) Ventajas para los pueblos.

19. Por lo que se refiere a la concordia y a la paz, es manifiesto que cuanto más vasto es el reino y más largamen- te abraza el género humano, tanto más se hacen conscientes los hombres de aquel vínculo de fraternidad que les une. Y este conocimiento, así como aleja y disipa los conflictos fre- cuentes, así endulza y disminuye sus amarguras. Y si el rei- no de Dios, como de derecho abraza a todos los hombres, así

I Cor., 7, 23.

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de hecho los abrazase verdaderamente, ¿por qué habríamos de desesperar de aquella paz que el Rey pacífico traía a la tierra, como Rey que vino “para reconciliar todas las cosas y “no para hacerse servir, sino para servir a los demás” y que aun siendo el Señor de todos, se ha hecho ejemplo de humildad e inculcó principalmente esta virtud, juntamente con la caridad, diciendo: “Mi 30igo es fácil y mi peso lige- ro”? ¡Qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejasen gobernar por Cristo! En- tonces realmente, para usar las palabras que nuestro prede- cesor León XIII dirigía hace veinticinco años a todos los Obispos del orbe católico, “se podrían cerrar muchas heridas, todo derecho adquiriría su antigua fuerza, volverían los bie- nes de la paz, caerían de las manos las espadas y las armas si todos aceptaran voluntariamente el imperio de Cristo, le obedecieran y toda lengua proclamase que N. S. Jesucristo está en la gloria de Dios Padre”

Fin de la primera parte.

Coios., 1, 20.

Matt., 20, 28.

Matt.,, 11, 30.

Encicl. “Annum Sacrum”.

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SOBRE EL “REARME MORAL”

Desde hace un tiempo un movimiento llamado Rearme Moral desarrolla una intensa campaña en nuestro país, a la par que trabaja activamente en muchos países de Europa y América. La Ciudad Católica ha considerado oportuno pro- porcionar algunos elementos de juicio a fin de orientar me- jor a los lectores de Verbo con respecto a este movimiento. A tal fin se transcribe lo publicado por “Verbe'^ en su nú- mero 114, de julio-agosto de 1960, tomado a su vez de la “Semana Católica de Luzórí\

Consecuente con la clara y firme posición de La Ciudad Católica en lo que se refiere a la obediencia debida a la Jerarquía de la Iglesia, destacamos en la transcripción que damos en seguida la opinión de S. E. Monseñor Cherriere, Obispo de Lausanne, Ginebra y Friburgo, en Suiza; la nota de la Asamblea de los Cardenales y Arzobispos franceses; y por último la advertencia del Santo Oficio.

Expresa “Verbe”:

Este organismo, al que no le falta dinero ha inundado, en una reciente campaña, doce países de Europa con sus fo- lletos de propaganda. La “Semana Católica de Luzón” nos dice lo que al respecto puede pensar un católico

' “La Correspondance de la Publicité”, del 16 de abril de 1960, ha hecho las cuentas y precisado que “el conjunto de la operación, impre- sión y difusión de 88.000.000 de ejemplares representa una inversión de 800.000.000 de francos”.

Semaine Catholique de Lugon, del 16 de abril de 1960.

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Muchos hogares han ya recibido o van a recibir un ma- nifiesto del “Rearme Moral” sobre el tema “Ideología y Co- existencia” . . . Este documento, de 30 páginas, declara en lo esencial:

“En la hora actual dos ideologías se disputan el mundo, la primera, el «Rearme Moral», cree que el mundo debe ser regido por el espíritu de Dios y que la naturaleza hu- mana debe ser modificada. La otra, el Comunismo, cree que el mundo debe ser regido por el espíritu del hombre y que es necesario explotar la naturaleza humana. Una u otra debe triunfar.

“El comunismo es una ideología, es decir, una idea que domina a la totalidad de la persona, inseparable de la lu- cha estratégica que quiere llevar el mundo a vivir confor- me a ella. No se le puede hacer frente únicamente me- diante medios militares y económicos, sino solamente me- diante una ideología superior.

“El Rearme Moral es una ideología superior. Posee una estrategia superior porque responde a las verdaderas nece- sidades del hombre y porque es válida para todos los hom- bres, en todas partes, para comunistas y no comunistas ...”

Así presentado, el “Rearme Moral” aparece inmediata- mente bastante seductor y de una tal naturaleza como para suscitar fácilmente la simpatía, inclusive, tal vez, la adhe- sión de algunos católicos.

Sin embargo, la imprecisión del contenido doctrinal de este movimiento, en el cual no resulta difícil detectar a la vez influencias protestantes, un cierto indiferentismo reli- gioso, una forma de mesianismo temporal y sobre todo un moralismo sin raíz, ha llevado a la jerarquía católica a for- mular a su respecto y en varias oportunidades reservas y aún puestas en guardia que sin duda es útil recordar.

Así, el 25 de octubre de 1947, Su Excelencia Monseñor Charriere, Obispo de Lausanne, Ginebra y Friburgo, es de- cir, “Ordinario” del lugar en donde se desarrollan las prin-

\

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cipales manifestaciones del “Rearme Moral”, ha publicado una larga declaración, en la que puede leerse:

“El mundo actual sufre cruelmente por las disensiones que destrozan la sociedad en los planos nacional e interna- cional. Y estas disensiones tienen su fuente profunda en una insuficiente rectificación de los espíritus y de los cora- zones con respecto a Dios.

“Sin embargo, el «Rearme Moral» pretende encontrar remedio a estas divergencias, llevando a los hombres a re- conocer primero sus propias faltas antes de preocuparse por las de los demás.

“Este método traduce en los hechos uno de los princi- pios esenciales de la moral cristiana. Él ha producido re- sultados excelentes. Es así que se ha visto a católicos y protestantes buscar sinceramente el medio de hacer conver- ger sus esfuerzos para reconstruir la unidad cristiana, y aun a patronos y obreros reconciliarse.

“Sin embargo, el «Rearme Moral» suscita, en católicos excelentes, inquietudes y reservas. Ellos comprenden la oportunidad y aun la urgencia de una tal convergencia de buenas voluntades. Pero temen que por exceso de preocu- pación por encontrar imanimidad no desemboque el Rear- me Moral en erigir como método completo, pero en in- suficiente, o en mensaje integral cristiano, a un ideal de cristianismo que dejará en las sombras a cuestiones esen- cíales como la fe en el misterio central de la Trinidad, en la Divinidad de Cristo, en la Iglesia fundada por Él, o en los Sacramentos.

“Hay allí, sin ninguna duda, un escollo peligroso. La búsqueda y la puesta en evidencia de los valores comunes a las distintas confesiones o religiones es legítimo. Pero ella no debe conducir a sacrificar o minimizar los valores no comunes, que son a menudo fundamentales.

“Por su naturaleza y no importa cuán justas sean sus soluciones sobre puntos secundarios , el «Rearme Moral» no podrá representar de una manera adecuada a la revela-

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ción Divina, única capaz de salvar cada alma y el mundo entero”.

Por su parte, la asamblea de los Cardenales y Arzobis- pos franceses ha publicado, en el mes de marzo de 1948, la nota siguiente:

“D. No podrán frecuentar las reuniones de «Rearme Moral» nada más que católicos bien informados sobre su religión y que previamente hayan pedido opinión de un sacerdote suficientemente informado de las condiciones re- queridas para que un católico pueda participar sin sufrir daños.

“2“. Los sacerdotes y religiosos con mayor razón los seminaristas no frecuentarán el «Rearme Moral» sin ha- ber recibido autorización de sus Obispos y de sus superio- res religiosos. En toda oportunidad ellos cuidarán de no dejar creer que su presencia en las reuniones de «Rearme Moral» significa una aprobación de principio de la jerar- quía Católica con respecto al movimiento”.

Por último, el Santo Oficio ha publicado, en 1955, una advertencia, en la que se dice:

“El Santo Oficio se extraña al ver a tantos católicos, y más aún a eclesiásticos, buscar la obtención de algunos fi- nes morales y sociales, loables en sí, en el seno de un mo- vimiento que está lejos de poseer el patrimonio de doctrina de vida espiritual y de medios sobrenaturales que es pro- pió de la Iglesia Católica.

“Se ha comprobado aún, con el mayor asombro, la ma- ñera según la cual algunos, defendiendo con entusiasmo exa- gerado los métodos y los medios propuestos por «Rearme “Moral», parecen pensar que ellos son más eficaces en el seno de este movimiento que en el seno de la Iglesia Ca- tólica misma.

“Muchos, por otra parte, ven en «Rearme Moral» un peligro de sincretismo y de indiferencia religiosa.

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“Es por esta razón que el Santo Oficio repite las direc- tivas siguientes:

“1. No es conveniente que los sacerdotes seculares y re- guiares, y aún menos los religiosos, participen en las reu- niones de «Rearme Moral».

“2. En el caso en que circunstancias excepcionales ha- gan oportuna una tal participación, la autorización del San- to Oficio deberá ser solicitada previamente. Esta autoriza- ción no será acordada sino a sacerdotes doctos y particu- larmente advertidos, especialmente desde el punto de vista doctrinal y teológico.

“3. Por último, no es conveniente que laicos católicos acepten puestos directivos en «Rearme Moral».

Los católicos son invitados, en consecuencia, a adoptar una actitud reservada y prudente con respecto a «Rearme “Moral», que presenta riesgos tanto más numerosos cuanto más frágil y discutible es su armazón doctrinal”.

NOTA COMPLEMENTARIA

El “Rearme Moral” ha sido fundado el 4 de junio de 1938 por Franck Buchman, antiguo pastor luterano, nacido en 1878 en Pensylva- nia (EE. UU.), de una familia de origen suizo. . . La guerra limitó las actividades del R. M. a Inglaterra y a los Estados Unidos. Pero a par- tir de 1945 el movimiento se desarrolló en Europa y estableció en Caux- Sur-Montreux (Suiza), sobre las orillas del lago Lemán, un centro in- ternacional donde tienen lugar cada año las reuniones mundiales del “Rearme Moral”, que agrupan a ministros, parlamentarios, jefes de in- dustrias, jefes sindicales, marxistes, etc. . . .

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FE DE ERRATAS

Llamamos la atención de nuestros lectores acerca de un error que involuntariamente consigna nuestro número de julio del corriente año en la transcripción del Syllabus.

En efecto, en el apartado vi, referente a los “Errores re- lativos a la sociedad civil considerada, sea en misma, sea en sus relaciones con la Iglesia”, pág. 40, proposición 39, y cuyo texto es como sigue:

3®) “Siendo el estado la fuente y manantial de todos los derechos, goza de un derecho «ilimitado»”, se transcrihió limitado en lugar de “ilimitado” .

Por lo tanto, rogamos a los lectores de Verbo que corri- jan la mencionada edición en la forma expuesta, a fin de salvar el error cometido.

Asimismo hacemos constar que en nuestro número de setiembre, la 1^ parte del artículo “El pensamiento moderno setiembre la parte del artículo “El pensamiento moderno y la Revolución” aparece erróneamente firmado por el Dr. Juan A. Casaubón, activo colaborador de Verbo y antiguo amigo de esta publicación.

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