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Full text of "El gaucho Martín Fierro [microform]"

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UBRARY  OF  THE 

UNIVER5ITY  OF  ILLINOIS 

AT  URBANA-CHAMPAIGN 

869.3 

H43m 

1897 


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are  reasons  for  disciplinary  action  and  may 
result  in  dismissal  from  the  Universify. 

UNIVERSITY    OF     ILLINOIS    LIBRARY    AT    URBANA-CHAMPAIGN 


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FEB  \  9  I97Í 
OCT  30  «90 


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EL  GAUCHO 


MARTIN  FIERRO 


POR 


xíOSÉ    HERNÁNDEZ 


DECIMA   CUARTA  EDfCION 


«OX  UK  TOTAL  OB  tS.OOO  SJZUPLASSB,  EQÜIVALEKTE  i  «3  EDICIOITRR  T>C  l.WM  VIVEROS  OABA  VBA 


FR£G£DIOA  DE  VARIOS  JUICIOS  CRÍTICOS  EMITIDOS  Á  PROPÓSITO  DE  LA  PRIMERA 
\  ADUILNADA  COI*;  CiT^CO  LÁÜLNAá  Y  £L  líBITUATO  D¿L  AUTOR 


CASA    EDITORA   Y    DEPOSITO    GENERAL 


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librería    «MARTIN    FIERRO»    —147    BOLÍVAR    I4jr  7    \V|iF-*^Í 


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BUENOS  AIRES -IMPRENTA  DE  MARTIN  BIEDMA  BOEIVAR  535 


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JOSÉ  HERNÁNDEZ 


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ADVERTENCIA    EDITORIAL 


AI  ofrecei  al  público,  esta  vez,  la  décima  cuarta  edición  de  la  €  Ida  y  Vuelta  de  Martin 
JHerro»,  creemos  de  estricta  justicia  consag^rar  algunas  palabras,  al  más  extraordinario  triunfo 
de  publicidad  que  registran  nuestros  anales  bibliográficos. 

La  presente  edición  de  dos  mil  ejemplares,  viene  á  integrar  la  asombrosa  cifra  de 
SESENTA  Y  DOS  MIL:  hecho  sin  precetiente  en  estos  países  americanos,  y  muy  raro  tam- 
bién en  los  Estados  Europeos  de  origen  latino. 

Aquí,  en  Buenos  Aires,  la  ciudad  de  más  movimiento  intelectual  del  Nuevo  Mundo, 
oo  conocemos  resultado  semejante,  ni  aun  tratándose  de  aquellas  obras  políticas,  literarias  ó 
económicas,  que  lograron  alcanzar  gran  boga. 

La  vasta  circulación  de  Martin  fierro,  ha  sido  un  verdadero  acontecimiento  para  el 
comerciante  de  libros,  para  el  crítico  moralista  y  sobic  todo  para  esa  clase  social  más  directa- 
mente interesada  en  la  obra  de  nuestro  popular  poeta. 

Millares  tras  millares  ha  colocado  sin  dificultad  el  Editor  de  cada  Edición,  en  medio  de 
la  sorpresa  que  experimentaba,  al  recibir,  hasta  por  telégrafo,  pedidos  que  le  hacían  de  diversos 
puntos  de  la  campaña. 

La  critica  nacional  y  extranjera,  se  ha  ocupado  extensamente  del  análisis  de  esta  produc- 
ción rigurosamente  americana,  apreciándola  en  altos  conceptos,  como  uno  de  los  trabajos  que 
mas  honor  hacen  á  la  literatura  de  este  Continente. 

Pero,  en  la  campaña  del  Rio  de  la  Plata,  es  donde  ha  hallado  Martin  Fierro  su  mas 
entusiasta   acogida. 

Desde  el  mas  humilde  hasta  el  mas  encumbrado  de  sus  habitantes,  Jo  saludaron  y  reci- 
bieron como  al  redentor  que  asoma  después  de  larjjo  tiempo  de  sufrimientos. 

En  efecto,  cualquier  observador  dotado  siquiera  de  sentido  común,  advierte  qne  el 
Sr,  Hernández,  sirviéndose  de  una  forma  literaria,  al  parecer  trivial,  hace,  en  Alartin 
Fierro,  la  historia  de  los  infortunios  de  nuestro  gaucho,  penetrando  con  pensa- 
miento de  filósofo,  hasta  en  lo  mas  íntimo  de  la  azarosa  vida  de  una  clase,  que, 
bajo  la  dominación  colonial,  como  b^ijo  la  dominación  republicana,  solo  ha  vivido  victima 
obligada  de  todo  género  de  abominaciones. 

De  ahí  la  inmensa  popularidad  de  que  goza  en  las  comarcas  rurales  el  libro  del 
señor  Hernández,  porque  no  es  como  las  obras  de  Ascasubi  ó  de  Del  Campo,  simples 
obras  de'  entretenimiento,  sino  el  estudio  social  mas  completo,  mas  exacto  y  mas  bien 
intencionado  que  se  ha  llevado  á  cabo  entre  nosotros. 

Hasta  qué  punto  habrá  influido  la  aparición  de  Martin  Fierro  en  el  mejoramiento 
de  aquella  clase,  seria  interesante  saberlo. 

Desde  el  centro  semi-civilizado  de  la  población  rural,  pasando  por  el  rancho,  hasta 
los  confínes  pampeanos  donde  se  encuentra  el  fortín,  en  todos  los  medios  en  que  se 
encuentra  nuestro  asendereado  gaucho^  se  ha  de  sentir,  estamos  seg-^ros,  la  mas  ó  menos 
iaQaeñcia  de  esa  aplaudida   producción.  ^ 

Y  esto  se  comprende  sin  esfuerzo. 

Cuarenta  mil  ejemplares  desparramados   por   todos   los   ámbitos   de   la   campaña,    han 


IV  ADVERTENCIA     EDITOIIIAL 

constituido  la  lectura  favorita  del  ho^ar,  de  la  pulpería,  del  soldado  y  de  todos  los  que  tenían 
á  la  mano  un  ejemplar  de  Alartin  fierro. 

Más  aún:  en  algunos  lugares  de  reunión,  se  creó  el  tipo  del  lector,  en  torno  del  cual 
se  congregaban  gentes  de  ambos  sexos,  para  escuchar  con  oido  atento  esa  genuina  relación 
de  la  vida  gauchesca. 

Por  todo  esto,  creemos,  pues,  en  el  éxito  constante  y  fecundo  de  las  sucesivas  edi- 
ciones de  Martin  Fierro,  porque  apartándose  completamente  de  la  tt adición  literaria  que 
dejaron  Ascasubi  y  Del  Campo,  siguió  solo  n  )C¡ones  propias,  vías  mas  rectas  é  inspiraciones 
que  tenían  su  base  en  el  sentimiento  popular.  La  musa  de  Martin  Fierro  no  ha  sido  venga- 
dora, ni  se  ha  preocupado  solamente  del  prestijio  urbano,  á  costa  de  la  semplicidad  de 
nuestros  comijatrior.-rs  de  chiripá  y  bola  de  potro. 


Carecietído  de  espacio  suficiente  para  recapitular  hoy  cuanto  se  ha  dicho  acerca 
de  la  presente  obra  y  del  autor,  debemos  limitarnos  á  hacer  una  breve  mención  de  los 
juicios  emitidos  últimamente,  felicitándonos,  en  nuestra  condición  de  Editoies,  de 
poder  inscribir  en  estas  pajinas  preliminares,  nombres  que  son  un  timbre  de  la  inteligencia 
argentina. 

El  señor  don  José  Manuel  Estrada,  en  un  brillante  estudio  que  hace  del  pueblo  arpen- 
tino,  bajo  el  título  de  «  Defectos  de  la  vida  social  »  en  las  pajinas  de  la  Revista  Argentina, 
dedica  al  Sr.  Hernández  las  lineas  que  vamos  á  copiar;  sin  embargo  de  que  diienmos  respecto 
al  cargo,  comparativamente  de  incorrecto,  que  formula  contra   nuestro  poeta. 

Dice  así  aquel  distinguido   escritor: 

€  No  es  de  maravillarse.  Ni  Higalgo,  ni  Ascasubi,  ni  mucho  menos  Del  Campo, 
han  llegado,  entre  nuestros  poetas  pKjpulares  y  gauchescos,  á  la  altura  filosófica  en  que 
toca  el  versificador  mas  incorrecto  de  todos,  D.  José  Hernández.  —  Marlin  Fierro  es 
el  tipo  culminante  del  gaucho,  es  decir,  el  producto  mas  completo  de  una  socinbilidad 
injusta,  operando  sobre  una  naturaleza  ingénitamente  poderosa  y  activa.  Pero  precisamente 
por  ser  extraordinario  como  la  poesía  lo  requiere,  no  puede  guiarnos  en  los  estudios  sociales 
sino  subjetiva  y   elementainiente. » 

Sin  pretender  iniciar  di.suuta  alguna,  sobre  las  razones  que  tenga  el  Sr.  Estrada,  para 
encontrar  solo  gran  altura  filosófica  y  poca  corrección  (literariamente  hablando)  en  la  obra 
de  que  nos  venimos  ocupando,  séanos  permitido  recordarle  que  la  obra  del  Sr.  Hernández, 
es  la  pintura  al  natural  de  cierta  ct  munión  social,  no  bien  estudiada  todavía,  que  vive, 
siente  y  se  expresa  en  un  lenguaje  peculiar ,  en  el  cual  no  deben  prevalecer  cierta- 
mente las  reglas  gramaticales,  sino  el  pensamiento  que  la  anima.  En  nuestra  humilde 
opinión,  mucho  perdería  en  esie  caso  la  personalidad  á€i  gaucho,  s\  las  filosóficas  inspira- 
ciones del  autor  de  Martin  Fierro,  hubieran  tenido  que  ajustarse  á  los  preceptos  de  Bello 
de  Salva  y  de  la  Academia.  No;  el  estilo  original  que  campea  en  esa  obra,  es  el  que 
se  ha  debido  emplear,  para  que  así  pueda  revelarse  toda  entera,  intus  et  in  ente,  la  gráfica 
figura  del  gaucho  cisp'atino. 

El  Dr.  D.  Nicolás  Avellaneda,  acreditando  siempre  sus  inclinaciones  y  sus  altas 
dotes  literarias,  encontró  también  oportunidad  de  manifestar  las  impresiones  que  dejara 
en  su  espiritu  Martin  Fierro,  y  en  una  carta  literaria  que  vio  la  luz  pública,  dice  así  á 
su    interlocutor: 

« Siga  escribiendo,  soltando  con  espontaneidad  su  vena,  matizando  la  observación 
propia,  ingenuamente  reproducida  con  recuerdos  comunes  á  todos,  y  no  tendrá  pronto 
en  cuanto  á  la  difusión  de  su  palabra  escrita,  sino  un  rival,  tal  vez  invencible: 
Martin    Fierro, 

En  lo  que  toca  á  este,  es  casi  imposible  alcanzarle.  Uno  de  mis  clientes,  alma- 
cenero, por  mayor,  me  mostraba  ayer  en  sus  libros  los  encargos  de  los  pulperos  de  la 
cpmpaña:  —  «12  gruesas  de  fósforos  —  Uua  barrica  de  cerveza  —  12  Vueltas  de  Martin 
Fierro  —  100  cajas  de  sardinas  -* 

Pero  nada  se  hace  sin  trabajo,  y  se  lo  digo  por  vía  de  ejemplo,  aunque  se  trate  de  los 
escritos  mas  espontáneos  y  populares. 

La  difícil  facilitad  de  que  todos  hablan,  debe  encerrar  una  verdad  constante  y 
general,  cuando  tanto  se  ha  vulgarizado,  á  pesar  de  ser  esta  frase  extraída  de  un  arte 
poético  y  de  pertenecer  á  Boileau.  Mss  de  un  renombre  de  cabildo  quedaría  sorprendido 
si  se  dijera  que  hay  á  veces  mayor  estudio  en  una  pajina  de  Martin  Fierro,  que  en  uno  de 
sus  alegatos  forenses. 


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ADVERTENCIA     EDITOfllÁL  V 

¿  Qué  ha  estudiado  Martin  Fierro  ?  Antes  de  conocer  sus  habitudes  literarias  y  de 
revisar  su  biblioteca,  ya  lo  sospechaba,  y  lo  he  confirmado  después  por  su  propia 
confesión  y  por  la  inspección  de  sus  libros.  Ha  estudiado,  como  Cervantes,  los  proverbios 
de  todos  los  pueblos  y  de  todos  los  idiomas,  de  todas  las  civilizaciones,  es  decir,  la 
voz  misma  de  la  sabidoria,  como  los  llamaba  Salomón.  Ha  recojido  la  médula  de! 
cerebro  humano. 

¿Cómo  dejarían  de  ser  populares,  cómo  dejarían  de  circular  como  la  luz  y  el  aire,  las 
sentencias  ó  los  dichos  que  no  son  sino  gauchescos  en  sus  formas,  pero  que  pertenecen  al 
habla  de  todos  los  hombres,  después  de  miles  de  años? 

Hé  ahí  expfícado  el  secreto  de  la  popularidad  de  Martín  Fierro;  hé  ahí  por  qué  hoy 
sus  dos  libros  han  recorrido  por  la  América  que  habla  nuestro  idioma,  de  tal  manera,  que  lo 
habrían  enriquecido  si  hubiera  podido  preverse  este  caso  único,  estipulando  la  reciprocidari 
de  la  propiedad  literaria  que  hoy  no  existe. 

No  puedo  ponerme  al  hadüt  con  mi  ami^o  el  doctor  Larsen,  que  se  ha  ausentado 
á  otras  regiones,  estudiando  el  árabe;  pero  apenas  sea  posible  comunicar  con  él ,  he 
de  pedirle  que  estudie  los  diálogos  de  Martin  Fiei'ro  y  que  despojando  los  dichos  de  su.s 
expresiones  locales,  los  restituya  á  sus  verdaderos  autores,  es  decir,  al  Coran,  al  antiguo 
Testamento,  al  Evangelio,  á  Confusius  ó  á  Epicteto.  Estos  dos  últimos  son,  sobre  todo,  los 
autores  predilectos  de  Martin  Fierro,  y  sus  dicharachos  gauchos,  no  vienen  á  ser  en  el  fondo, 
sino  proverbios  chinos  ó  griegos. 

A<í,  se  ha  descubierto  últimamente,  por  la  comprobación  de  los  estudios  filológicos, 
que  la  fábula  de  La  Fontaine  no  es  de  Fedro  ó  de  Esopo,  es  decir,  ni  latina  ó  griega,  sino 
que  fué  contada  ahora  miles  y  miles  de  años,  á  las  primeras  generaciones  indicas  que  crecían 
al  pié  del   Himalaya. 

Tiene  Vd.,  como  nuestro  amigo  Hernández,  este  don  supremo  de  recojer  lo  que  es 
popular,  depurándolo  y  trasmitiéndole  bajo  nuevas  formas,  para  que  lo  sea  aun  mas.  Sabe 
Vd.  como  él,  sermones,  cuentos,  máximas,  proverbios  y  solo  le  falta  entregarse  naturalmente 
á  la  corriente,  para  sobrenadar  sobre  la  onda»  .  ....... 

Muchas  y  muchas  otras  trascripciones,  altamente  favorables,  podríamos  seguir  haciendo; 
pero  basta  á  nuestro  propósito  las  anteriores,  a|;radeciendo  en  la  parte  que  nos  corresponde, 
el  aliento  que  nos  comunican  los  que  juzgan  digna  de  todos  los  afanes,  esta  obra  que  entre- 
.^amos  hoy  al  público,  y  que  esperamos  ha  de  continuar  recorriendo  el  itinerario  que  comienza 
en  nuestra  bu  liciosa  Metrópoli  y  termina  allá  en  el  espacio  de  las  gramíneas,  de  los  arroyos, 
del  caballo  y  del  ¿'ancho,  señor  de  la  región. 

Los  Editobes 


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Señor  ©.  José  Zoilo  Miguens. 


Querido  amigo, 

Al  fin  tne  he  decidido  á  que  mi  pobre  MARTm  Fibrbo,  que  me  ha  ayudado  al- 
gunos momentos  á  alejar  el  fastidio  de  la  vida  del  Hotel,  salga  á  conocer  el  mundo, 
y  alia,  vá  acogido  al  amparj  de  su  nombre. 

No  le  niegue  su  protección,  Vd.  que  conoce  bien  todos  los  abusos  y  todas  lai 
desgracias  de  que  es  victima  esa  clase  desheredada  de  nuestro  país. 

Es  un  pobre  gaucho,  con  todas  las  imperfecciones  de  forma  que  el  arte  tieru 
todavía  en  ellos,  y  con  toda  la  falta  de  enlace  en  sus  ideas,  en  las  que  no  existe, 
siempre  una  sucesión  lógica,  descubriéndose  frecuentemente  entre  ellas,  apenas  una 
relación  oculta  y  remota. 

Me  he  esforzado,  sin  presumir  haberlo  conseguido,  en  presentar  un  tipo  que 
personificara  el  carácter  de  nuestros  ganchos,  concentrando  el  modo  de  ser,  de  sentir, 
de  pensar  y  de  expresarse  que  le  es  peculiar ;  dotándolo  con  todos  los  juegos  de  su 
imaginación  llena  de  imágenes  y  de  colorido,  con  todos  los  arranques  de  su  altivez, 
inmoderados  hasta  el  crimen,  y  con  todos  los  impulsos  y  los  arrebatos ^hijos  de  una 
naturaleza  que  la  educación  no  ha  pulido  y  suavizado. 

Cuantos  conozcan  con  propiedad  el  original,  podrán  juzgar  si  hay  ó  no  semejanza 
en  la  copia. 

Quizá  la  empresa  habría  sido  para  mi  mas  fácil  y  de  mejor  éxito,  si  solo  m^e 
hubiera  propuesto  hacer  reir  á  costa  de  su  ignorancia,  como  se  halla  autorizado  por 
el  uso,  en  este  género  de  composiciones ;  pero  mi  objeto  ha  sido  dibujar  á  grandes 
rasgos,  aunque  fielmente,  sus  costumWes,  sus  trabajos,  sus  hábitos  de  vida,  su  Índole, 
sus  vicios  y  sus  virtudes ;  ese  conjunto  que  constituye  el  cuadro  de  su  fisonomía 
moral,  y  los  accidentes  de  su  existencia  llena  de  peligros,  de  inquietudes,  ae  insegu- 
ridad, de  aventuras  y  de  agitaciones  constantes. 

Y  he  deseado  todo  esto,  empegándome  en  imitar  ese  estilo  abundante  en  metá- 
foras, que  el  gaucho  usa  sin  conocer  y  sin  valorar,  y  su  empleo  constante  de  compa- 
raciones tan  extraías  como  frecuentes ;  en  copiar  sus  reflexiones  con  el  sello  de  la 
originalidad  que  las  distingue  y  el  tinte  sombrío  de  que  jamás  carecen,  revelándose 
en  ellas  esa  espede  de  filosofía  propia,  que  sin  estudiar,  aprende  en  la  misma  natu- 
raleza; en  respetar  la  superstición  y  sus  preocupaciones,  nacidas  y  fomentadas  por 
su  misma  ignorancia  ;  en  dibujar  el  orden  de  sus  impresiones,  y  de  sus  afectos,  que 
^  encubre  y  disimula  estudiosamente ;  sus  desencantos,  producidos  por  su  misma  con- 
dición social,  y  esa  indolencia  que  le  es  habitual,  hasta  llegar  á  co7istituir  una  de  las 
condiciones  de  su  espíritu  ;  en  retratar,  en  fin,  lo  mas  fielmente  que  me  fuera  posible, 
con  todas  sus  especialidades  propias,  ese  tipo  original  de  nuestras  Pampas,  tan  poco 
conocido  por  lo  mismo  que  es  difícil  estudiarlo,  tan  erróneamente  juzgado  muchas 
neces,  y  que  al  paso  que  avansan  las  conquistas  de  la  civilización,  va  perdiéndose 
casi  por  completo. 

Sin  duda  que  todo  esto  ha  sido  demasiado  desear  para  tan  pocas  páginas,  pero 
no  se  me  puede  hacer  un  cargo  por  el  deseo,  sino  por  n^  haberlo  conseguido. 


TJna  palabra  nms^  destinada  á  disculpar  sus  defectos.  Páselos  Vd.  dor  alto, 
porque  quizá  no  lo  sean  todos  los  que,  á  primera  vista  puedan  parecerlo,  pues  no 
pocos  se  encuentran  alli  como  copa  6  imitación  de  los  que  lo  son  rea/mente. 

Por  lo  demás,  espero,  mi  amigo,  que  Vd.  lo  juzgará  con  benignidad,  siquiera 
sea  porque  Martin  Fierro  no  vá  de  la  ciudad  á  referir  á  sus  compañeros  lo  que  ha 
'üisto  y  admirado  en  un  25  de  Mayo  ú  otra  función  semejante,  referencias  algunas 
de  las  cuales,  como  el  Fausto  y  varias  otras,  son  de  mucho  méoñto  ciertamente, 
sino  que  cuenta  sus  trabajos,  sus  desgracias,  los  azares  de  su  vida  de  gaucho,  y 
Vd.  no  desconoce  que  el  asunto  es  mas  difícil  de  lo  que  muchos  se  lo  imaginarán. 

Y  con  lo  dicho  basta  para  preámbulo,  pues  ni  Martin  Fierro  exije  más,  ni  Vd. 
irusta  míicho  de  ellos,  ni  son  de  la  predilección  del  pilblico,  ni  se  avienen  con  el  ca- 
rácter de 

Su  verdadero  amigo— 

JOSÉ    HERNÁNDEZ, 
Buenos  Aires,  Diciembre  de  1673. 


JUICIOS  críticos 


SOBRE 


Martin   Fierro 


Sr.  D.    fosé  Hernández. 


Estimado   señor 


Hace  algún  tiempo,  ¡bajo  el  peso  de 
un  rudo  golpe  para  mi  corazón,  recibí 
un  libro  suyo.  Me  fué  imposible  enton- 
ces agradecerle  su  atención,  y  estaba  con 
el  pesar  de  esa  deuda,  cuando  me  he 
encontrado  con  «  La  vuelta  de  Martin 
Fierro  ». 

Si  tuviera  el  ánimo  predispuesto  á  es- 
cribir esas  cosas  que  solo  nacen  espon- 
táneamente, sin  que  la  voluntad  mas  de- 
cidida pueda  engendrarlas,  habría  arro- 
jado sobre  el  papel  mas  de  un  reflejo  de 
las  impresiones  que  sus  estrofas  han  des- 
pertado en  mi  alma. 

He  ensayado  y  no  puedo;  quiero  por 
k>  menos  en  esta  desaliñada  carta,  de- 
cirle que  he  leído  su  libro,  de  un  aliento, 
sin  un  momento  de  cansancio,  deteniéndo- 
me solo  en  algunas  coplas,  iluminadas  por 
un  bello  pensamiento,  casi  siempre  negli- 
gentemente envuelto  en  incorrecta  forma. 

Algo  que  me  ha  encantado  en  su  es- 
tilo, Hernández,  es  la  ausencia  absoluta 
de  pretensión  por  su  parte.  Hay  cierta 
lealtad  delicada  en  el  espíritu  del  poeta 
que  se  imp>one  una  forma  humilde  y  que 
ao  sale   de  ella   jamás,  por   mas  que  lo 


aguijoneen  las  galanuras  del  estilo.  — 
Usted  ha  hecho  versos  gauchezcos,  no  co- 
mo Ascasubi,  para  hacer  reir  al  hombre 
culto  del  lenguaje  del  gaucho,  sino  para 
reflejar  en  el  idioma  de  éste,  su  índole?  sus 
pasiones,  sus  sufrimientos  y  sus  esperanzas, 
tanto  mas  intensas  y  sagradas,  cuanto  mas 
cerca  están  de  la  naturaleza. 

¡  Que  se  han  vendido  más  de  30  mil  ejem- 
plares de  su  libro,  me  dice  alguien  asom- 
brado! —  Es  que  los  versos  de  t  Martin 
Fierro  »  tienen  un  objeto,  un  fin,  casi  he 
dicho  una  misión. 

No  hay  -allí  la  eterna  personalidad  del 
poeta,  sobreponiéndose  eii  su  egoísmo  á 
la  palpitación  de  ese  corazón  colectivo 
que  se  llama  humanidad. 

Donde  hay  una  masa  de  hombres,  el 
drama  humano  es  idéntico. — En  su  «  Mar- 
tin Fierro»  se  encuentra  la  misma  tris- 
tísima poesía,  la  misma  filosofía  desolada 
que  en  los  versos  de  Caika  Mouni,  can- 
tados en  los  albores  de  la  historia  huma- 
na; ó  en  las  estrofas  de  Leopardi,  eleván- 
dose en  el  dintel  de  nuestro  siglo  como 
un  presagio  funesto  para  los  hombres  del 
porvenir. 

Reúnase  en  una  noche  tranquila  un 
grupo  de  gauchos  alrededor  de  un  fogón 
y  léaseles,  traducido  por  Vd.  y  en  versos 
propios  del  alcance  intelectual  de  esos 
hombres,  el  Otello  de  Shakespeare.  Ten- 
go la  profunda  convinción  que  el  espan- 
toso estrago  que  los  celos  causan  en  eí 
alma  del  Moro,   despertará  una  emoción 


JUICIO  críticos 


mas  grave  en  el  corazón  del  gaucho,  que 
en  el  del  inglés  que  oye  BÍlencioso  la  so- 
berbia trajedia;  cómodamente  arrellenado 
en  su  butaca  de  Queen's-Theátre. 

Hace  bien  en  cantar  para  esos  deshe- 
redados; el  goce  intelectual  no  solo  es 
una  necesidad  positiva  de  la  vida,  para 
los  espíritus  cultivados,  sino  también  para 
los  hombres  que  están  cerca  del  estado 
de  naturaleza.  Un  gaucho  debe  gozar,  al 
oír  recitar  las  tristes  aventuras  de  c  Mar- 
tin Fierro  »,  con  igual  intensidad  que  Vd. 
ó  yo  con  el  último  canto  del  Giaour  ó  con 
las  €  Noches  »  de  Musset.  Y  esta  secreta 
adoración  que  sentimos  por  esos  altísimos 
poetas,  el  gaucho  la  sentirá  por  Vd.,  que 
lo  ha  comprendido,  que  lo  ha  amado,  que 
lo  ha  hecho  llorar  ante  los  nobles  arran- 
ques de  su  propia  naturaleza,  tan  desco- 
nocida para  él.  No  se  puede  aspirar  á  una 
recompensa  mas  dulce. 

Lo  he  dicho  al  principio  y  se  lo  repito : 
su  forma  es  incorrecta.  Pero  Vd.  me  ctn- 
tcsterá  y  con  razón,  á  mi  juicio,  que  esa 
incorrección  está  en  la  naturaleza  del  e- 
stilo  adoptado.  La  correción  no  es  la  be- 
lleza, aunque  generalmente  lo  bello  es 
correcto. 

En  esta  estrofa  por  ejemplo.  Habla 
Vd.  de  la  mujer,  de  su  alma  siemj)re  a- 
bierta  á  la  caridad  y  agrega; 


Yo  alabo  al  Eterno  Padre 
No  porque  las  hizo  bellas. 
Sino  porque  á  todas  e^^  i» 
Les  dio  corazón  de  madre! 

Ese  verso  es  de  estirpe  real,  mi  ami-go. 
—  Aunque  la  estrofa  que  lo  precede  y 
los  dos  primeros  versos  de  aquella  á  la 
que  esa  cuarteta  pertenece,  harían  la  de- 
sesperación de  un  retórico,  la  idea  salva 
aquí  todo. 

Por  ahí,  al  final  en  el  precioso  cznto 
de  contrapunto,  entre  Martin  Fierro  y 
un  negro,  encuentro  otra  perla,  que  se 
la  trascribo  de  memoria.  Es  uno  de  esos 
versos,  que  una  vez  leidos,  se  instalan 
en  el  recuerdo,  al  lado  de  loa  huéspedes 
mas  queridos. 

Habla  el  negro : 


Bajo  la  frente  mas  negra 
Hay   pensamiento   y    hay    vida. 
La  gente  escuche  tranquila 
No  me  hagan  ningún  reprockc 
Tamfoien  es  negra  la  noche 
Y  tiene  estrellas  que  brillan. 


— ¿  Cuál  es  el  canto  de  la  noche? 

La  noche  por  cantos  tiene 
Esos  ruidos  que  uno  siente 
Sin  saber  de  donde  vienen. 

Y  esta  estrofa  que  califico  de  admira- 
Me,  que  bastaría  para  reconocer  un  poeta 
con  aquel  que  la  ha  escrito,  y  que  al  mis- 
mo tiempo  es  una  completa  sinfonía,  imi- 
tativa de  los  vagos  rumores  de  la  coche 
en  nuestros  campos  desiertos. 

Son  los   secretos   misterios 
Que  las  tineblas  esconden — 
Son  los  ecos  que  responden 
A  la  voz  del  que  dá  un  grito, — 
Como  un  lamento  infinito 
Que  viene  no  sé  de  donde ! 

Y  aquí,  ante  esa  belleza,  me  acuerdo  de 
Estanislao  del  Campo,  que  tiene  en  su  Fau- 
sto más  de  una  nota  arrancada  á  la  misma 
fibra. 

No  acabaría  de  citar  mi  amigo;  pero 
basta  para  manifestarle  mi  impresión. 

Tengo  curiosidad  de  saber  qué  vida  ha- 
brá llevado  Vd.  para  escribir  esas  cosas  ta» 
lindas  y  tan  verdaderas,  que  no  se  traza» 
al  lesplandor  de  la  pura  y  abstracta  espe- 
culación, pero  que  se  aprenden  dejando  en 
el  camino  de  la  vida  algo  de  si  mismo : 
los  débiles,  la  lana,  como  el  carnero;  los 
fuertes,  sus  entrañas,  como  el  Pelícano... 

No  le  digo  ni  la  mitad  de  lo  que  qui- 
siera ;  pero  no  he  de  concluir  sin  apretarle 
fuerte  la  mano  y  pedirle  crea  en  la  verda- 
dera estimación  que  siente  por  su  talea- 
to.  — 

Su  affmo.  S.  y  amigo : 

Miguel  Cañé. 

Ifarzo  12  de  1879. 
«  El  Kacional»  Buenos  Aires,  Marzo  22  de  1876 


SOBRE  MA-RTIN  FIERRO 


XI 


Señor  José  Hernández. 

«Martin  Fierro»  es  una  obra  y  un  tipo 
que  ha  conquistado  un  título  de  ciudada- 
nía en  la  literatura  y  en  la  sociabilidad  ar- 
gentina. 

Ese  libro  faltaba  á  mi  biblioteca  ameri- 
cana, y  el  autógrafo  de  su  autor,  de  que 
viene  acompañado,  le  dá  doble  mérito. 

Agradezco  las  palabras  benévolas  de  que 
viene  acompañado,  prescindiendo  de  otras 
que  no  tienen  certificado  en  la  república 
platónica  de  las  letras. 

Su  libro  es  un  verdadero  poema  espon- 
táneo, cortado  en  la  masa  de  la  vida  real. 

Hay  en  él,  intención,  filosofía,  vuelos 
poéticos  y  bellezas  descriptivas, que  seña- 
lan la  tercera  ó  cuarta  forma  que  este  gé- 
nero de  literatura  ha  revestido  entre  no- 
sotros. 

Hidalgo  será  siempre  su  Homero,  ¡jor- 
que fué  el  primero,  y  como  Vd.  se  inspiró 
en  su  poética  que  ha  condensado  Vd.  en 
estos  dos  versos: 

«Porque  yo  canto  opinando 
<  Que  es  mi  modo  de  cantar  >. 

Ascasubi  marchando  tras  sus  huellas, 
poniendo  al  gaucho  en  presencia  de  la^ 
civilización,  exaltando  su  amor  patrio; 
y  Estanislao  del  Campo  haciéndolo  juz- 
gar las  obras  del  arte  y  la  sociedad  con 
su  criterio  propio,  marcan  las  formas 
intermediarias. 

Resp)ecto  de  mi  modo  de  juzgar  y  de 
interpretar  este  género  de  poesía,  no  en- 
contrará el  ejemplo  y  la  teoría  en  las 
composiciones  y  en  la  nota  complemen- 
taria que  Vd.  encontrará  en  el  libro  que 
le  remito  en  retribución  del  suyo. 

Después  que  Vd.  lea  mi  nota  crítica, 
no  extrañará  que  le  manifieste  con  fran- 
queza, que  creo  que  Vd.  ha  abusado  un 
poco  del  naturalismo,  y  que^a  exajera- 
do  el  colorido  local,  en  los  versos  sin 
medida  de  que  ha  semterado  intencio- 
nal mente  sus  páginas,  así  como  con 
ciertos  barbarismos  que  no  eran  indis- 
pensables para  poner  el  libro  al  alcance 
de  todo  el  mundo,  levantando  la  inteli- 
gencia vulgar  al  nivel   del  lenguaje  en 


que  se  expresan  las  ideas  y  los  sentimien- 
tos comunes   al  hombre. 

No  estoy  del  todo  conforme  con  su  fi- 
losofía social,  que  deja  en  el  fondo  del 
alma  una  precipitada  amajgura  sin  el 
correctivo  de  la  solidariedad  social.  Me- 
jor es  reconciliar  los  antagonismos  por 
el  amor  y  por  la  necesidad  de  vivir  jun- 
tos y  unidos,  que  hacer  fermentar  los 
odios,  que  tienen  su  causa,  mas  que  en 
las  intenciones  de  los  hombres,  en  las 
imperfecciones  de  nuestro  modo  de  *er 
social  y  político.  Sin  embargo,  ta-  como 
es,  treo  «que  no  se  ha  de  llover  el  ra«- 
cho »  en  que  su  libro  se  lea- 
Felicitando  á  Vd.  por  el  á»rigulrr  éxi- 
to que  ha  alcanzado  su  libro,  y  que  ites- 
tiguan  sus  numerosas  y  copiosas  edicio- 
nes, me  es  grato  suscribirme  de  usted. 
Su  compatriota — 

Bartolomé  Mürt^ 
BoeQOS  Aires,  Abrü  14  de  2879, 

Señor  D.  Josi  Hemandea. 
Estimado  Señor: 

Después  de  haber  recibido  su  libro,  he 
aguardado  un  dia  exento  de  cuidados, 
y  en  el  que  pudiera  disponer  algunas 
horas  para  escriberle  con  detendón.  Veo 
que  ese  dia  no  llega,  y  no  quiero  quedar 
á  descubierto  por  mas  tiempo  con  Vd. 

Le  pido  así  que  acepte  la  expresión 
de  mi  agradecimiento  por  el  envío  de  se 
libro,  que  ha  recorrido  ya  toda  la  Amé- 
rica Española,  y  que  ha  sobrepasado  en 
difusión,  á  cualquier  otro  libro  publica- 
do entre  nosotros. 

Es  Jnútil  agregar  otro  comentario  á 
este  comentario  espléndido  de  un  éxito 
sin  rival. 

Soy  su  affmo.  servidor  y  compatriota. 


/V.  Avellaneda^. 


Mayo  9  de  I879, 


•y 


XIJ 


JUICIOS  críticos 


Lima,   Mayo  5  de  1S79 


Señor  D.  José  Heryíandez. 


Buenos  Aires. 


tina  apenas  figura  con  300  volúmenes  en- 
j  íre  cerca  de  4000  correspondientes  á  las 
demás  secciones. 

El  «Nacional»— Bup.nos  Aires,  Julio  7  de  1879 


Muy  Señor  mío 


Hace  años  que  mi  difunto  y  excelente 
amigo  D,  Juan  Maria  Gutiérrez  me  remi- 
tió la  primera  parte  de  su  bellísimo 
«Martin  Fierro»  que  leí  con  mucho  agra- 
do. Mis  poetas  predilectos  han  sido  siem- 
pre los  que  como  Vd.  hacen  gala  de  sen- 
cillez y  no  andan  rebuscando  conceptos. 

Hoy  he  recibido,  con  una  amable  de- 
dicatoria de  Vd.  las  partes  primera  y 
segunda  de  su  libro,  que  enriquecerá  mi 
modesta  biblioteca  americana.  Doy  á  Vd. 
ias  gracias  por  el  obsequio  y  por  los  be- 
névolos elojios  con  que  me  favorece. 

El  delicadísimo  Antonio  de  Trueba 
envidiaría  á  Vd.  las  páginas  49  y  siguien- 
tes de  la  2*  parte.  El  contrapunto  entre  el 
payador  negro  y  €  Martin»,  es  magnífico. 
Igual  aplauso  tributo  al  capítulo  32  en  que 
í Martin»  aconseja  á  sus  hijos — Allí  hay 
filosoña  sin  relumbrón  y  verdadero  senti- 
miento poético — Son  dos  cuadros  de  pluma 
de  maestro. 

La  poesía  popular  que  cultivaron 
Hidalgo  y  Ascasubi,  está  llamada  á  ejer- 
cer positiva  influencia  sobre  la  moralidad 
del  pueblo.  Consagrarse  á  ella  como  Vd. 
lo  hace,  es  ejercer  un  sacerdocio.  No  des- 
maye Vd. 

Hace  años  que  he  dejado  de  rendir  culto 
á  las  musas,  por  consagrarme  á  registrar 
apelillados  infolios  históricos.  Pero  siem- 
pre leo  con  gusto  versos,  cuando  ellos 
campean  el  espíritu  que  en  los  de  Vd,  me 
encanta. 

Reiterando  á  Vd.  mis  felicitaciones  por 
el  buen  desempeño  de  su  «Martin»,  me  es 
grato  ofrecérmele  muy  de  corazón,  como 
su  amigo  afectísimo. 

Ricardo  Palma 

Por  conducto  de  la  Legación  Peruana, 
en  Buenos  Aires,  podría  Vd.  mandar  un 
ejemplar  de  su  obra  á  la  biiblioteca  de 
Lima,  donde  hay  un  salón  destinado  solo 
á  Hbros  americanos.  La  República  Argen- 


Señor  D.  José  Hernández. 

Lima,  Abril  de  1880. 
Primo  mió  y  querido  amigo : 

Por  mi  hijo  Julio  he  sabido  con  pena  que 
Vd.  no  recibió  la  carta  en  que  le  daba  un 
millón  de  gracias  y  felicitaciones,  anun- 
ciándole haber  llegado  á  mis  mcinos  el  pre- 
cioso obsequio  con  que  Vd.  me  favoreció-: 
la  segunda  parte  de  su  bellísimo  poema, 
«  Martin  Fierro . 

En  Lima  ha  tenido  entusiasta  acogida 
esta  publicación,  cuyas  bellezas  poéticas 
deleitarán  á  los  lectores  de  tt'das  latitudes; 
pero  solo  á  nosotros,  hii  ds  de  ese  país  mági» 
co  del  fantasista  lenguaje,  nos  será  dado 
gustar  con  su  deliciosísimo  sabor,  el  colo- 
rido local  de  esas  gráficas  imágenes  que 
hacen  de  este  libro  una  serie  de  cuadros 
plásticos  de  sorprendente  verdad. 

— Estoy  encantado  con  el  «Martin 
Fierro»  de  Hernández —  díjome  uno  de 
los  primeros  literatos  de  Lima. 

— Y  sin  embargo — respondí — para  uste- 
des; ese  hermoso  poema  es  Rosario  en 
Berherie. 

— -Por  qué? 

—Porque  la  mitad  de  sus  bellezas  son 
para  ustedes  sánscrito :  no  las  compren- 
derán. 

— Pues  yo  las  percibo  muy  bien. 

— ¡  Error !  O  sino  expliquemc  Vd.  esta  : 

Nos  retiramos  con  Cruz 
A  la  orilla  de  un  pajal. 
Por  no  pasarlo  tan  mal 
En  el  desierto  infinito, 
Hicimos  como  un  bendito 
Con  dos  cueros  de  bagual 

— Pues  claro :  en  lo  del'  bendito  ex- 
presa la  prontitud  con  que  arreglaron  las 
pieles  de  ese  animal. 

y  cuando  le  hube  explicado  el  problema 


SOBRE  MARTIN  FIERRO 


Slií 


de  la  frase  picóse  enormemente  y  no  me 
ha  perdonado  aquella  explicación. 

Espero  que  á  estas  horas,  estará  V. 
escribiendo  otro  Ubro  como  este,  que  es 
como  una  golosina :  una  vez  gustado, 
se  anhela  otro  semejante. 

Saludamos  á  V.,  Julio, y  yo,  y  le  estre- 
chamos cordialmente  la  mano. 

De  Vd.  prima  y  afectísima  amiga. 

Juana  M.   Gorriti. 


Señor  D.  José  Hernandes. 

Estim>ado  compatriota  ; 

Me  pide  Vd.  un  lugar  en  mi  biblioteca 
para  su  « Martin  Fierro »,  que  ha  llegado 
tan  suavemente  á  su  edición  undécima. 

Quiero  antes  de  colocarlo  con  el  honor 
debido  á  su  bizarría,  expresar  á  Vd.  los 
motivos  del  placer  que  me  ha  causado  su 
héroe. 

En  primer  lugar  es  hijo  lejítimo  de 
Vd.  á  quien  profeso  aprecio  antiguo. 
Luego,  él  se  me  presenta  con  su  garbo 
de  jinete  criollo,  con  la  originalidad  de 
su  pintoresco  lenguaje, y  con  el  odio  mas 
franco  á  la  opresión. 

A  mí  me  encantan  esos  tipo  modela- 
dos por  la  naturaleza,  cuando  sus  facul- 
tades nativas  no  han  sido  alteradas  aún 
por  una  civilización  que  suele  ser  funesta. 

.'Compare  Vd.'  las  dalidadds  de  los 
gauchos  con  las  de  los  campesinos  de 
otros  países,  ó  con  su  clase  proletaria  y 
verá.  Vd.  que  toda  la  ventaja  está  de) 
lado  de  nuestra  taza  genuina  que  lleva 
grabado  en  su  pecho  varonil  el  sello  de 
la  América. 

Hay  en  ese  representante  primitivo  de 
nuestra  nacionalidad,  una  mezcla  singu- 
lar de  astucia  y  de  candor.  Pero  domina 
entre  los  afectos  de  su  alma  la  idolatría 
de  su  independencia. 

La  Pampa  convida  á  la  libertad.  Su 
extensión  inmensaj  su  aire  puro,  no  han 
sido  creados  aisladamente  para  los  escla- 
vas. 

Pero  el  desierto  incita  también  á  la  me- 
lancolía,  y  cuando  el  payador  canta  en 


la  guitarra,  no  es  extraño  que  sus  endechas 
sean  tristes,  no  solo  por  los  males  amar- 
gos de  su  condición,  sino  porque  cede  á 
la  influencia  del  espectáculo  que  le  rodea. 
El  aislamiento  aumenta  esta  propensión, 
y  se  comprende  que  al  caer  de  la  tarde, 
aquel  soltaría  tal  vez  sus  lágrimas  al  a- 
rroyo,  cuyas  aguas  se  deslizan  como  las 
horas  de  su  humilde  existencia. 

Si  no  hubiese  en  sus  costumbres  y  en 
su  suerte,  elementos  de  interés  dramático, 
Vd.  los  habría  hallado  en  sus  inspiraciones 
frescas  corneo  las  florecillas  silvestres  que 
matizan  nuestra  llanura. 

Pero  otra  consideración  más  trascenden- 
te resalta  de  los  versos  de  a  Martin  Fier- 
ro». Ella  se  liga  con  uno  de  los  problemas 
fundamentales  de  la  sociabilidad  eji  el 
Rio  de  la  Plata. 

Las  promesas  de  la  revolución  no  se 
han  cumplido  todavía  para  los  hijos  del 
Pampero.  El  rancho  de  paja  no  basta  á 
protejer  á  quien  lo  habita.  ;  Quién  tendrá 
derecho  de  asombrarse  que  un  ser  privado 
de  los  goces  mas  puros  de  la  vida,  y  de 
cultivo  intelectual,  apele  á  su  acero  par;i 
defenderse,  ó  vengarse,  y  á  su  ajil  caballo 
para  huir?. 

Pero  me  aparto  de  la  peligrosa  corriente 
de  tales  recuerdos,  para  felicitar  á  Vd. 
por  la  pintura  fiel  de  esa  porción  poco 
estudiada  del  pueblo  argentino. 

Cuando  Vd.  describe  algunas  escenas, 
de  esas  que  no  tienen  nunca  mas  testigos 
que  las  estrellas,  ni  mas  coro  que  las  aves 
salvajes,  se  sentirá  uno  tentado  á  las  co- 
rrerías agrestes,  para  sorprender  acaso  en 
el  fondo  del  llano  el  misterio  del  destino 
de  una  parte  no  menos  olvidada,  que  no- 
ble de  la  humanidad.  La  simpatía  que  des- 
pierta se  aviva  cuando  se  piensa  que  asi- 
stimos á  su  rápida  extimación  y  cuandi> 
su  asimilación  con  razas  exóticas  cambia 
esa  fisonomía  que  solo  á  la  poesía  es  dado 
perpetuar. 

Así  el  emf)eño  de  Vd.  será  saludado 
por  la  sensibilidad  y  por  el  patriotismo. 
Casi  todos  invocan  los  númenes  más  pro- 
picios al  genio  en  sus  vuelos  mas  atre- 
vidos. 

Pero  Vd.  se  ha  contentado  con  improvi- 
sar después  del  mate,  dulces  trovas  á  la 


XIV 


JUICIOS  críticos 


sombra  del  amoroso  ombú,  ó  allá  en  la 
cresta  de  una  loma-  Yo  envidio  la  fortun« 
con  que  Vd.  embellece  tradiciones  que  st 
¡Derderían  en  medio  de  las  parturbacio 
Bes  de  nuestra  época,  sin  el  talento  y  ei 
corazón  que  les  dá  vida,  y  las  graba  pro 
fundamente  en  la  literatura  y  en  h 
historia. 

José  Tomás  Guido 
Buenos  Aires,  Noviembre  i6  de  1S78. 


S'^fior  D.  José  Hernández. 

Mi  amigo :  Le  prometí  á  Vd.  última- 
mente manifestarle  mis  impresiones  sobre 
su  «Martin  Fierro»,  y  paso  á  hacerlo. 

Está  demás  anticiparle  que  yo  no  pue- 
do, ni  debo  emitir  un  juicio  crítico  acerca 
de  ese  libro  con  que  Vd.  ha  enriquecido 
nuestra  literatura  Nacional. 

Imagínese  Vd.  que  á  cualquiera,  á  H... 
á  mi,  se  le  ocurriera  hacer  algunas  de  esas 
ifndicaciones  que  se  suelen  dejar  caer  sobre 
un  autor  con  todo  el  peso  del  sentimientc 
paternal  que  las  inspira,  (el  sentimiento 
paternal  (sic)  suele  traducirse  en  palos 
aplicados  sin  ninguna  ceremonia)  analizar 
el  bagaje  literario  de  su  libro;  apuntar 
incorreciones ;  someter  al  bueno  de  «  Martin 
Fierro»  al  tormento  de  esas  mil  reglas  y 
preceptos  que  los  críticos  nunca  acaban  de 
inventar,  porque  esto  les  da  eterno  pre- 
testo  para  disertar  sobre  el  modo  cómo  se 
han  desnaturalizado  las  unas  ó  violado 
las  otras. 

Todo  esto  sería  música  celeste.  Cual- 
quier criollo  estaría  tentado  á  responder 
k»  que  respondió  uno  de  ellos  al  caballero 
mglés  que  le  preguntaba :  ¿  Do  ya  know 
where  is  Cochabamba  streeí?  —  si  no 
dijera  demasiado  con  estas  palabras :  a- 
rnigo  es  matarse;  nosotros  hemos  leido  á 
«Martin  Fierro»  en  once  letras  diferentes. 

Hé  aquí  mi  am.igo  Hernández,  el  mejor 
juicio  acerca  de  su  libro.  Once  ediciones 
de  un  libro  son  como  para  llenar  de  or- 


gullo un  autor  en  Buenos  Aires-  Vd.  solo 
)uedc  blasonar  de  ello.  Ni  la  Constitución 
Argentina  ha  merecido  este  honor.  Se  en- 
sayó dos  veces  en  181 1,  se  varió  en  1815, 
en  1817,  1819,  en  1826  y  en  1853-60:  ocho 
publicaciones  mi  amigo.  Su  t  Martin  Fier- 
ro» le  lleva  tres  todavía;  y  recorre  á  ca- 
ballo la  llanura,  las  pulperías  y  los  ran- 
■'^oq;,  haciendo  por  la  vida,  esto  es,  por 
otras  tantas  ediciones. 


II 


Y  se  va  lejos,  se  hunde  en  el  Sud — 
en  ese  Sud  de  tiernos  y  dolorosos  recuer- 
dos para  el  gaucho,  donde  v  e  se  deja 
ver  todavía  arrogante  y  heiuioso  como 
ahora  cincuenta  años,  cuando  ímp>onía 
3u  voluntad  y  su  ley  á  todos  aquellos  á 
quienes  en  vano  clamó,  durante  otros  tan- 
tos años,  para  que  lo  sacaran  del  misero 
desamparo  en  que  vivía. 

Porque  el  gaucho, — y  esto  es  lo  que 
hace  buscar  con  cierto  amor  todo  libro 
que  á  él  se  reñere, — tiene  su  noche  en 
nuestra  historia ;  noche  larga,  sin  otra  luz 
que  la  de  las  cuatro  estrellas  que  indican 
ese  Sud  en  nuestra  Pampa.  Su  huella  ha 
sido  la  del  martirio  abnegado, — su  vida 
la  del  combate  con  la  adversidad,  su  de- 
stino, el  de  los  eternamente  desheredados, 
su  único  consuelo  el  desierto  inmenso,  que 
siempre  revivió  bajo  sus  plantas»  prodi- 
gando á  su  rey  desventurado  sus  flores, 
sus  brisas  y  sus  aguas  para  que  recup)erara 
sus  fuerzas,  allí,  á  la  sombra  del  ombú, 
bajo  el  cual  se  levantó  alguna  vez  su  ran- 
cho de  paja  en  que  desapareció  con  su 
mujer  y  con  su  hijos ! 

Es  un  poema  de  lágrimas  que  solo  el 
Pampero  ha  recojido....  flores  silvestres  de 
rara  fragancia  que  sepultó  el  progreso  que 
pretendemos  cimentar  con  remedios  de  ci- 
vilizaciones agenas,  y  que  amenaza  privcir 
el  gaucho  hasta  del  consuelo  de  ver  en 
un  día  no  lejano,  el  espectáculo  de  nue- 
stras libertades  arraigadas,  de  nuestros 
derechos  dignificados,  de  nuestra  prospe- 
ridad asegurada  por  las  que  el  gaucho 
luchó  durante  cincuenta  años  con  su  lanza 
y  á  caballo. 


80BBK  MAETIN  FIEBKO 


XV 


III 


Sigamos  al  gaucho,  mi  amigo,  sigámos- 
lo en  esa  noche  tristísima  para  él  y  vcr- 
«;onzosa  para  nosotros Encierran  mi- 
sterios tan  íntimos  y  tan  mal  comprendi- 
dos los  senos  generosos  de  esa  Pampa, 
donde  el  gaucho  nació  como  rey  y  donde 
apenas  vivió  como  cuervo!...  Tanta  melan- 
colía mezclada  con  cierto  amor  á  la  patria 
que  conquistamos  con  ellos,  cae  al  fondo 
del  alma  al  evocar  el  recuerdo  de  esa  no- 
che!  

A  principio  de  este  siglo  el  gaucho, 
con  ser  que  ya  había  guerreado  en  nombre 
de  su  patria  contra  los  ingleses,  era  el  mas 
desamparado  de  la  suerte  y  de  los  hom- 
bres.— Después  del  esfuerzo  de  su  patrio- 
tismo, solo  le  quedaba  la  inclemencia  del 
desierto,  al  cual  no  dejaban  los  bienes 
relativos  de  que  gozaban  los  hombres  de 
las  ciudades. 

Requerido  constantemente  para  el  ser- 
vicio militar  que  demandaba  nuestra  gue- 
rra de  la  Independencia  ¿  dónde  se  dio  una 
batalla  en  la  que  el  gaucho  no  lanceó,  acu- 
chilló, baleó  y  venr  ó  á  los  españoles, 
haciendo  gala  de  ese  heroismo  temerario 
que  es  aliento  poderoso  de  su  alma,  algo 
como  carne  de  su  carne?  ¿Dónde  no  estu- 
vieron Güemes  y  Lavalle,  Necochea,  Bal- 
carce,  Pringles,  Lamadrid,  Suarez,  Ola- 
varría  y  tantos  otros  brazos  armados  cons- 
tantemente en  defensa  de  la  República? 

La  Independencia  se  iba  logrando,  el 
bienestar  se  acariciaba,  se  comenzaba  á 
gozar  algunos  bienes,  y  entre  tanto  ¿  que 
partecipación  tenía  el  gaucho  en  este  nuevo 
teatro  de  la  democracia,  que  él  había  con- 
tribuido á  cimentar? 

Ninguna :  seguía  siendo  soldado,  ni 
hogar,  ni  familia  que  lo  ligara  á  la  patria 
ingrata  que  lo  había  engendrado  para  sa- 
crificarlo, especie  de  Saturno  que  bebía  sin 
saciarse  la  sangre  de  sus  hijos. 

La  desgracia  suele  tener  sus  paroxis- 
«os.  El  alma  estalla  frenética  desgarran- 
do con  salvaje  complaciencia  los  sentimien- 
tos que  algún  día  le  sirvieron  de  consuelo 


para  borrar  de  sí,  hasta  el  recuerdo  de  la 
esp>eranza  maldita,  que  agotó  las  lágri- 
mas y  las  fibras  marchitó. 

El  infortunio  del  gaucho  lo  tuvo  tam- 
bién. La  ocasión  le  fué  propicia  y  él  la 
aprovechó  para  dar  rienda  suelta  á  sus 
instintos  y  á  sus  furias. 

Al  espuntar  el  año  20,  los  gauchos  re- 
corrían el  desierto  en  todas  direcciones, 
para  aproximarse  en  medio  á  su  desventu- 
ra, y  librar  juntos  ese  combate  tremendo 
que  debía  perpetuarse  en  nuestro  país 
hasta  que  triunfara  la  idea  que  ellos  es- 
tamparon >  sin  conocerla,  en  las  bandero- 
las rojas  de  sus  lanzas  húmedas  con 
sangre. 

La  representación  que  asumían  Ramí- 
rez, López,  Bustos  y  después  Facundo  y 
Aldao  en  otras  Provincias,  la  asumió  Ro- 
sas en  la  de  Buenos  Aires. 

Radicado  en  la  campaña  «sacrificando 
«comodidades  y  dinero,  haciéndose  gau- 
«cho,  hablando  como  tal,  haciendo  lo 
«que  los  gauchos  hacían,  protejiéndolos, 
« haciéndose  su  apoderado,  cuidando  de 
sus  intereses,  etc.  etc.  »,  según  el  mismo 
Rosas  lo  ha  expresado  en  una  confidencia 
— el  descendiente  de  los  Condes  de  Pobla- 
ciones fué  como  una  Providencia  que  surjió 
de  las  entrañas  de  la  Pampa  en  favor  de 
los  gauchos,  que  miraban  con  indecible 
asombro  ese  hombre  para  ellos  extraordi- 
nario, y  que  era  su  proprio  engendro  y 
que  ya  los  había  hecho  brillar  sobre  todos, 
conduciéndolos  á  ahogar  la  anarquía  en 
esa  cmdad  de  Buenos  Aires,  que  nunca  ha- 
bía tenido  un  eco  de  consuelo  para  ellos. 

Rosas  llegó  á  ser  el  gran  señor  de  la 
campaña.  El  teatro  era  muy  vasto ;  pero 
la  admiración  y  el  cariño  hacia  su  per- 
sona era  llevado  en  alas,  por  los  gauchos, 
de  pulpería  en  pulpería,  donde  tem- 
plaban sus  guitarras  para  cantar  sus  ala- 
banzas á  ese  gaucho  hermoso  y  arrogante 
que  protegía  sus  hogares  y  los  hacía  fe- 
lices dejándolos  vivir  de  su  trabajo  al  lado 
de  su  hijos  ¿  Cómo  pues  el  corazón  de  la 
campaña  no  había  de  abrirse  con  la  espon- 
taneidad de  la  flor  del  aire  para  elevar  á 
Rosas  al  Gobierno? 

Rosas  adoptó  en  provecho  de  su  Go- 
bierno  fuerte,  la  idea  en  nombre  de  la 


JÍVl 


JUICIOS  críticos 


cual  los  gauchos  y  sus  jefes  vinieron  á 
atar  sus  potros  al  pié  de  la  Pirámide  de 
Mayo  en  1820.  La  federación  que  une  á 
todos  los  argentinos  bajo  el  glorioso  pabe- 
llón de  Mayo,  ha  sido  pues  la  venganza 
que  tomaron  nuestros  gauchos.  La  deva- 
stación y  los  males  que  esto  ha  causado 
antes  de  asentarse  para  siempre,  están 
compensados  con  ese  infortunio  cruento  del 
gaucho  que  también  es  hijo  de  esta  tierra, 
y  con  el  provenir  venturoso  que  esa  fede- 
ración nos  depara  si  sabemos  perseverar 
en  los  propósitos  que  desde  1S62,  queda- 
ron librados  al  patriotismo  de  los  pueblos 
argentinos. 


lY 


Tal  es  el  tipo  histórico  y  social  de  su 
«  Martin  Fierro». 

El  ha  ido  desapareciendo  á  medida  que 
se  han  ido  extendiendo  y  perfeccionando 
i 03  principios  que  el  gaucho  proclamó  y 
sostuvo  durante  nuestras  peregrinaciones 
y  contiendas. 

Pero  su  condición  no  ha  mejorado  en 
razón  de  esos  progresos.  Todavía  lo  abate 
su  infortunio,  porque  todavía  tenemos  mu- 
cho desierto  desamparado  y  todavía  te- 
nemos alguna  barbai'ie  enmascarada  en  la 
República. 

Todavía  el  gaucho  llora  la  triste  suerte 
que  le  cabe  en  la  campaña,  ücnde  subsi- 
sten para  él  los  rigores  que  han  desapa- 
recido pcira  los  demás. 

Estos  rigores  de  su  suerte  mezquina, 
esta  desgracia,  es  lo  que  canta  Vd.,  to- 
mando á  la  Pampa  como  teatro  y  á  un 
payador  valiente  y  generoso  como  prota- 
gonista. 

¿Como  lo  ha  hecho  Vd?-..  (Aquí  de- 
bía empezar  el  juicio  crítico).  Ya  queda 
dicho  al  principio,  ya  lo  han  dicho  las 
once  ediciones  de  su  libro. 

Permítame  Vd.,  pues,  que  no  añada 
mas  á  lo  que,  sobre  el  particular  han  di- 
cho las  personas  competentes  que  han  leído 
su  libro,  tributándole  á  Vd.  los  elogios 
que  merece  su  bien  cortada  pluma  para 
esta  clase  de  literatura  tan  poco  explotada 
entre  nosotros,  á  pesar  de  haber  tenido 
precursores  como  Hidalgo,  Lavardén  v 
Ascasubi.  Del  Campo,  el  famoso  Anasta- 


sio el  Pollo  y  Vd.,  son  los  únicos  que  la 
han  cultivado  en  nuestros  dias.  Ambos 
han  obtenido  lauros  que  mañana  figura- 
rán en  nuestros  fastos  literarios  como  fru- 
tos opimos  de  esfuerzo  nobilísimo  que 
tiende  á  perpetuar  en  nuestra  historia  el 
:ipo  original  y  esforzado  del  rey  de  los 
desiertos  argentinos. 

Son  los  votos  de  su  amigo 

Adolfo  Saldias, 
S(C  Noviembre  16  de  1878. 


MARTIN  FIERRO 


PRIMER  ARTICULO 

No  es  el  poeta  agorero,  ave  en  callada 
aoche,  no  es  canoro  pajarillo  en  desierto 
bosque;  sus  cantos  no  han  de  ser  notas 
i>erdidas  de  laúd  gimiente. 

No,  la  chispa  del  genio  y  de  la  inspira- 
ción no  se  ha  encendido  en  el  foco  del 
cerebro  para  irradiar  su  luz,  como  la  ilu- 
minación fosfórica  del  cementerio. 

El  poeta  es  un  ser  fecundo,  una  po- 
tencia social,  un  profeta,  un  filósofo,  un 
moralista,  un  maestro;  por  eso  son  muy 
¡JOCOS  los  que  merecen  ese  título. 

Si  alguien  preguntase  cuántos  poetas 
hay  en  la  República  Argentina,  yo  diría 
Andrade  y  José  Hernández. 

Cuando  esa  numerosa  falange  de  versi- 
iicadores  rebuscadores  de  imágenes,  aco- 
modadores de  frases  sonoras,  haya  can- 
tado las  glorias  de  la  patria,  modificado 
una  costumbre,  desarraigado  una  preocu- 
pación, depositado  una  chispa  de  verdad 
en  la  conciencia  del  pueblo,  engendrado 
un  sentimiento  de  bondad,  sublevado  una 
noble  pasión,  puede  aspirar  al  honroso 
calificativo,  que  tan  pocos  lo  han  mere- 
cido en  la  historia. 

¿Por  qué  Byron,  se  nos  dirá,  es  repu- 
tado entonces  como  el  mas  grande  poeta, 
cuando  no  ha  hecho  sino  cantar  sus  pro- 
pios dolores?  Porque  ha  tenido  el  triste 
poder  de  envenenar  el  corazón  de  la  hu- 
méinidad  por  la  desilusión,  por  la  herida 
con  veneno  deletéreo ;  herida  cancerosa 
que  Lamartine  ha  curado  con  el  bálsamo 
de  la  piedad. . 


SOBRí;  MARTITÍ  fíKRRO 


XV/Í 


Sin  embargo,  Byron  morirá  en  la  me- 
moria de  las  generaciones  futuras  y  Sha- 
kespeare no  morirá,  no  morirán :  L'Isle, 
Ri^o,  López  Planes,  Andrads  y  Hernán- 
dez; porque  aquellos  ron  poetas  subjetivos 
de  influencia  eñmera  en  la  imaginación, 
mientras  estos  son  poetas  heroicos,  socia- 
listas y  filósofos  que  afectan  necesidades 
permanentes  del  espíritu,  proyectan  re- 
voluciones súbitas  ó  lentas,  que  han  de 
trasformar  la  faz  de  la  sociedad,  hieren 
la  cuerda  esencial  del  sonoro  istrumento, 
rtemamente  templado  para  las  grandes  y 
elevadas  armonías. 

En  poesía  pasa  lo  que  en  la  música,  los 
tvals  de  Asker  y  Ketterer  morirán  en  la 
memoria,  como  las  melodías  de  Gounod 
y  la  fantasía  de  Wagner;  pero  non  mori- 
rán le  concepciones  gigantescas  de  Meyer- 
bcr,  Bethoven;  porque  aquellos  son  indi- 
vidualistas y  simplemente  estéticos,  y  estos 
so»  creadores  intérpretes  de  la  armonía 
universal  y  absoluta. 

La  República  Argentina  cuenta  con 
centenares  de  inteligencias  en  tres  gene- 
raciones, que  han  ensayado  y  aun  hecho 
profesión  de  la  poesía  en  sus  diversos  gé- 
neros, pero  que  ninguno  de  ellos,  ni  to- 
dos en  conjunto,  han  constituido  ni  po- 
dido formar  lo  que  propriamente  podría 
Mamarse :  literatura  argentina. 

Es  á  los  dos  poetas  que  hemos  citado 
cue  cabe  la  gioria  de  haber  fundado  la 
poesía  clásica  argentina. 

El  libro  del  Sr.  Herncindez,  á<ú  que 
nos  venimos  ocupando  bajo  sus  diversas 
faces,  tiene,  sobre  todo,  tres  cualidades : 
verdad,  utilidad  y  armonía. 


»«• 


'  La  verdad  es  absoluta  ó  relativa,  ñlo 
sóñca  ó  literaria.  En  «Martin  Fierro»  se 
refleja  la  verdad  plena  en  todas  sus  faces, 
en   todas  sus  aplicaciones. 

La  verdad  ñlosóñca  se  encierra  en  la 
eoncepción,  porque  responde  á  las  mas 
sentidas  necesidades  de  una  gran  clase 
social,  á  los  principios  mas  austeros  de 
la  moral  y  á  la  realidad  de  los  hechos 
históricos;  la  verdad  literaria  resplandece 


en  la  forma  en  que  hay  exactitud  y  re- 
lieves en  la  descripciones  etnográficas, 
viveza,  precisión  y  aun  concordancia  fre- 
nológicas en  retrato  típico  de  los  perso- 
nages,  naturalidad  en  la  narración  de  los 
hechos,  en  el  desarrollo  dramático  y  sobre 
todo  en  las  máximas,  en  los  giros  del  len- 
guaje y  aun  en  los  vicios  de  la  pronon- 
ciación  y  escritura. 

«  Martm  Fierro»  es  el  libro  mas  útil  que 
se  ha  escrito  en  versos  en  la  América  por- 
que es  el  espejo  mas  fiel,  el  cuadro  mas 
acabado  de  le  vida  del  gaucho,  la  lección 
mas  magistral  de  moral,  el  catecismo 
mas  senqillo  de  política  y  filosofía,  el  ali- 
ciente mas  poderoso  para  aprender  á  leer 
y  la  revelación  mas  elocuente  de  la  revo- 
lución, que  principia  á  incubarse  en  el  espí- 
ritu del  campesinoy  que  á  ella  se  lanzó  in- 
conscientemente y  como  instrumento  de  pa- 
siones de  caudillos  ambiciosos ;  es  el  libro 
que  suple  á  la  Biblia,  á  la  novela,  á  la 
Constitución  y  á  los  volúmenes  de  ciencia ; 
es  la  leyenda  mas  popular  que  aprende  de 
memoria  el  niño,  que  la  canta  el  payador, 
que  la  murmura  el  carrero  y  la  lee  con 
deleite  la  candida  doncella. 

Es  la  poesía  mas  armoniosa,  porque  en 
el  lirismo  debe  imperar  la  sinfonía. 

Los  versos  de  « Martm  Fierro »  son  los 
mas  perfectamente  cantables,  porque  están 
expresamente  escritos  para  esa  música  po- 
pular, medio  recitativa,  medio  cantada, 
al  compás  de  la  guitarra ;  poemas  senci- 
llos, espirituales?  descriptivos  llenos  de  ese 
sabor  criollo,  que  hace  estremecer  con  frui- 
ciones tan  especiales  el  corazón  argentino. 

El  octosílabo  como  metro  es  sin  duda 
el  mas  armonioso,  pues  aunque  carece  de 
la  magestad  del  endecasílabo  y  alejan- 
drino, es  mas  flexible  y  se  presta  como 

niíjguno  á  ki  sentencia,  á  la  máxima  y 
á  la  sátira. 

La?  estrofas  en  íísis  versos  se  prestan 
igualmente  al  canto  rítmico,  á  la  rotunder 
de  los  pensamientos  y  la  variedad  de 
tonos ;  por  eso  el  gaucho  canta  esas  rapso- 
dias argentinas  con  interés,  entusiasmo, 
deleite  y  con  pasión,  como  la  expresión 
legítima  de  sus  creencias,  de  sus  necesi- 
dades, esperanzas  é  ilusiones. 

«Martin  Fierro»  vive  en  la  memoria  de 


XVIII 


Juicios  críticos 


todos,  y  vivirá  en  las  futuras  generacio- 
nes, por  qae  es  el  poema  mas  argentino. 


SEGUNDO  ARTÍCULO 


¿Tiene  la  América  latina  una  literatura 
propria? 

Si  hemos  ck  aceptar  la  palabra  litera- 
tura bajo  su  acejxrión  legítima  y  genuina 
estaraos  obligacios  á  declarar  que  no. 

Nuestra  ideas,  nuestro  idioma,  nuestras 
costumbres,  nuestro  gusto  estético  y  hasta 
JOS  elementos  mas  simples  de  nuestra  cul- 
tjra  social,  son  europeos  y  principalmente 
franceses,   ingleses  y  españoles. 

AI  leer  nuestros  libros  de  poesía,  nadie 
creería  que  han  sido  escritos  en  América. 

Los  poetas  colombianos,  peruanos,  bo- 
livianos, chilenos,  argentinos  y  brasileros, 
no  reflejan  ni  un  solo  rayo  de  la  luz  pro- 
pia de  su  nacionalidad,  ni  un  solo  ras- 
go de  su  fisonomía  característico,  ni  un 
paisage  de  su  naturaleza,  ni  un  hecho  de 
su  historia,  ni  un  incidente  de  su  vida 
ordinaria. 

Podría  citarse  algún  canto  excepcional, 
slguna  rara  producción,  mal  apreciada, 
desterrada  de  la  «high-life»  de  las  letras, 
que  con  el  trascurso  de  los  tiempos  y  el 
progreso  de  nucbíra  educación  intelectual, 
encontrarán  sin  duda  su  asiento  magistral 
en  la  corte  aristocrática  de  las  letras  ame- 
ricanas ;  pero  que  hoy  no  bastan  á  definir 
nuestro  prototipo  como  naturalezza,  cien- 
cia, arte,  política»  religión  ó  costumbres. 

Los  americanos  creemos  que  solo  en 
Paris  ó  Londres  hay  ideas,  sentimiento, 
genio,  costumbres,  pasiones,  virtudes,  crí- 
ijienes,   belleza    natural    y   artística. 

No  nos  hemos  tomado  la  molestia  de 
averiguar  si  hay  sirenas  entre  las  murmu- 
rantes ondas  de  nuestros  arroyos,  si  el 
soplo  del  infierno  impele  los  huracanes  de 
nuestras  Pampas,  si  gigantes  de  immesu- 
rable talla  sostienen  sobre  sus  hombros 
nuestras  moles  graníticas,  si  misteriosas  di- 
vinidades vagan  en  el  fondo  ignoto  de 
nuestros  bosques,  si  nuestra  raza  autóc- 
tona es  de  origen    celestial ;    ni  siquiera 


hemos  preguntado  si  el  salvage  impetuoso 
de  los  llanos  trae  algo  de  la  sangre  de  los 
Titanes,  de  los  Pandos,  ó  de  los  Runas ; 
que  ni  siquiera  sabemos  si  el  pastor  de 
nuestros  valles  y  montañas  tiene  alma :  si 
ama,  si  piensa,  si  tiene  su  filosofía  y  su 
estética  originales. 

Y  sin  embargo,  ahí  está  abierto  ante 
nuestros  indiferentes  ojos  el  gran  libro 
de  nuestra  espléndida  naturaleza  :  ahí  está 
torturante  el  misterio  de  nuestro  origen ; 
ahí  están  las  tradiciones  de  nuestra  pri- 
mitiva vida  civil, y  las  largas  y  terribles 
horas  de  la  esclavitud  y  las  hazañas  épica 
de  nuestra  emancipación  política. 

Tenemos  el  gaucho,  el  indio  de  la  Pam- 
pa, de  las  montañas,  de  los  bosques,  con 
costumbres,  ideas,  idiomas  y  hasta  insti- 
tuciones propias,  que  no  solo  no  cantamos, 
que  ni  estudiamos,  ni  inquirimos. 

La  poesía  de  todos  los  pueblos  ha  te- 
nido su  cuna  en  su  propia  naturaleza,  en 
su  mismo  corazón,  en  su  convicciones,  íh- 
timas,en  su  goces  familiares,  en  sus  do- 
lores secretos,  en  sus  glorias  nacionales. 

Desde  Valmiqui,  el  épico  Indio,  desde 
el  salmista  hebreo  hasta  Fenimore  Koo- 
per,  el  novelista  yankée,  todos  han  bus- 
cado la  inspiración  en  el  espejo  luciente 
que  refleja  ante  sus  ojos  la  imagen  de  lo 
infinito,  en  las  reminiscencias  queridas  de 
su  memoria  ó  en  las  tradiciones  venera- 
bles de  sus  abuelos;  solo  los  Americanos 
del  Sud  hemos  apartado  los  ojos  de  ese 
espejo,  los  labios  de  esa  fuente,  y  el  co- 
razón de  ese  santo  objetivo :  la  patria  y 
el  hogar. 

Se  han  intentado  algunos  ensayos  des- 
criptivos de  la  naturaleza  americana,  ras- 
gos históricos  de  nuestro  origen  prehistó- 
rico, algunas  odas  ensalzando  los  episo- 
dios de  nuestras  guerras  nacionales  ó  ci- 
viles ;  pero  esto  no  es  literatura  america- 
na, ni  en  su  espíritu  ni  en  su  forma,  ni 
en  su  volumen. 

Conocemos  la  biblioteca  del  señor  An- 
drés Lamas,  constante  de  7,000  volúme- 
nes, escritos  todos  en  América  ó  sobre 
America :  será  sin  duda  la  primera  bi- 
blioteca en  su  género,  en  su  rara  especia- 
lidad, pero  no  está  allí  la  literatura  ame- 
ricana. 


SOBRE  MARTIN  FJKRRO 


XiX 


Necesitamos  un  Dante,  un  Grxthe,  un 
Cervantes  que  dé  forma  al  pensamiento, 
al  espíritu  origmal  de  América,  que  re- 
ñeje  en  su  estilo,  en  su  filosofía,  en  sus 
cuadros,  nuestras  costumbres,  nuestras 
creencias,  en  fin>  nuestra  v?da  tal  como  es. 

Preguntando  Shakespeare  sobre  la  pri- 
macía de  sus  dramas,  contestó :  « Ricar- 
do tercero  es  la  mejor  de  mis  obras,  por- 
que es  la  mas  inglesa». 

Así  debemos  pensar  los  americanos-  y 
decir :  la  obra  mas  eminentemente  lite- 
raria, debe  ser  para  nosotros,  no  la  ma> 
voluminosa,  la  de  mas  grande  con  cep- 
ejón, sino  la  mas  americana. 

La  República  Argentina  en  sin  duda 
í  la  c}ue  en  todos  los  géneros  literarios  ha 
contribuido  mejor  y  con  mas  contingen- 
te á  formar  ese  retrato  de  tan  difícil  de- 
Imeamento,  de  tan  complicados  matices, 
y  que  sin  embargo  encierra  en  su  fondo 
una  asombrosa  sencillez,  la  expresión  es- 
íereotípica  del  espíritu  de  un  pueblo  por 
bU  poesía. 

No  conocemos  ningún  poeta  Americano 
que  revele  con  mas  verdad,  mas  grande- 
za, mas  naturalidad  el  espíritu  de  su  pa- 
tria,  que  estos  tres  argentmos : 

Echeverría,  José  Hernández  y  Olegario 
Andrade. 

Martin  Fierro  es  la  obra  magistral  de 
Hernández,  poema  sencillo  en  su  concep- 
ción y  desarrollo  dramático,  pero  espejo 
pulidísimo  de  las  costumbres,  institucio- 
nes é  ideas  verdaderamente  argentinas,  fi- 
losofía misantrópica  que  hace  olvidar  la 
sangre  fria  de  Larrochefoucauld  ó  de 
Voltaire,  crítica  amarga  como  la  de  Ju- 
venal  ó  Rabelais,  gracia  como  la  de  Cer- 
vantes, escepticismo  venenoso  bebido  en 
Gcethe,  y  sobre  todo,  verdad,  naturali- 
dad, sencillez,  aprendidas  en  el  único 
libro  que  leen  y  deben  leer  filósofos  y 
poetas  como    Hernández :    La    naturaleza. 

Tales  son  los  caracteres  prominentes  de 
ese  libro  original,  del  que  nos  vamos  á 
ocupar  y  cuya  apología  puede  sintetizarse 
en  esta  sola  verdad:  «es  el  único  libro 
«  -irgcntino  del  que  vá  á  hacerse  la  duo- 
« décima  edición  con  utilidad  para  el  au- 
«tor,  para  ei  editor  y  para  el  pueblo*. 


TERCER  ARTICULO 

Para  apreciar  el  libro  de!  señor  Her- 
nández, que  lleva  el  mismo  título  que  este 
artículo,  es  necesario  conocer  intimamen- 
te el  tipo  original  del  gaucho. 

El  gaucho  no  es  el  indio  primitivo  de 
las  pampas  y  selvas  americanas,  no  eí^ 
el  español  conquistador  de  nuestro  sue- 
lo, ni  es  el  cuarterón  que  lleva  en  sus  ve- 
nas la  sangre  mal  confundida  de  ambas 
razas. 

Es  mdubable  que  en  su  constitución 
fisiológica  es  necesario  reconocer  e^os  ele- 
mentos, ese  origen  orgánico ;  pero  no  en 
su  tipo  social. 

Hay  dos  elementos  psicológicos  que 
definen  al  gaucho :  la  conciencia  de  su 
fuerza  corporal,  y  el  atrevimiento  de  su 
fantasía. 

El  gaucho  se  cree  invencible,  y  de  ahi 
proviene  la  segundad  en  sus  empresas,  la 
confianza  en  el  éxito  y  la  serenidad  en 
el  peligro. 

El  caballo  con  su  vigor  y  ligereza,  la 
pampa  con  su  inmensidad,  han  acentua- 
do    '^=e    rasgo     gráfico    de  su    fisonomía' 
moral. 

Y  es  sin  duda  á  la  misma  causa  á  la 
que  obedece  ese  poder  extraordinario  de 
imaginación,  que  absorbe  en  sus  vastos 
pliegues  las  otras  facultades  de  su  ser. 

El  valor  en  el  gaucho  no  es  una  im- 
pulsión orgánica,  no  es  un  arrebato  san- 
guíneo, no  es  un  estremecimiento  nervio- 
so, no  es  un  deber  moral,  no  es  una  vir- 
lud  cívica;  es  un  vuelo  de  su  fantasía, 
la  realidad  de  un  sueño,  un  halago  de 
su  orgullo,  una  necesidad  de  su  espíritu, 
en  que  domina  esa  inclinación  instintiva 
á  lo  grande,   á  lo  infinito. 

Asi  han  sido  los  Galos,  los  Norman- 
dos, y  todas  las  razas  viriles,  á  las  que 
la  vida  sedentaria  y  los  vicios  sociales 
han  raquilecido,  y  que  en  los  albores  de 
su  vida  civil,  estaban  familiarizadas  con 
la  avidez  é  inmensidad  de  los  desiertos, 
con  el  ímpetu  de  los  huracanes,  la  sober- 
bia de  las  tc;npestades  y  la  voracidad  de 
las  fieras. 

El  gaucho  es  natural,  ingénita  y  fatal- 
mente poeta  y  filósofo. 


XI 


JUICIOS  CRÍTICOS 


Pero  su  poesía  y  su  ülosoi.^  "X)  son  a- 
prendidas  en  los  libros,  en  los  centros  so- 
ciales, en  las  revoluciones  históricas,  si- 
no en  el  gran  libro  de  la  naturaleza,  per- 
petuamente docente  para  el  ojo  ávido  que 
ie  consulta  sin  cesar. 

No  hay  en  el  horizonte  que  le  rodea  un 
solo  objeto  que  no  le  hable :  el  relincho 
del  caballo,  el  bramido  del  toro,  el  canto 
del  ave,  el  chirrido  del  insecto,  el  mur- 
murio del  arroyo,  el  sabor  del  pasto,  ha- 
sta el  rayo  tenue  de  la  luz  de  una  estrella, 
todo  es  para  él  un  consejo,  una  lección, 
un  precepto,  una  ley,  una  súplica.  La  na- 
turaleza es  su  cátedra  y  su  altar.  Mas  sa- 
cerdote que  los  augures,  mas  poeta  que 
los  rapsodas,  va  pensando,  leyendo  y 
cantando  siempre;  la  eterna  sibila,  la  sa- 
bia pitonisa,  ante  su  imaginación,  vá  a- 
montonando  en  la  hoguera  de  su  espíritu, 
chispa  á  chispa,  y  en  ráfagas  sin  intermi- 
tencia, el  fuego  sagrado  de  la  inspiración 
y  la  llama  que  alimenta  la  tranquila  me- 
ditación. 

Esta  perpetua  contemplación  de  la  na- 
turaleza bajo  sus  formas  desde  la  tem- 
pestad destructora,  blasfemia  de  la  na- 
turaleza, hasta  el  rocío,  lágrima  de 
amor,  que  la  noche  llora;  han  hecho  del 
gaucho  un  filósofo  y  un  poeta,  bajo  to- 
das las  formas  que  abarca  el  pensamiento 
y  con  todos  los  matices  que  puede  colo- 
car el  genio. 

El  gaucho  es  místico,  escéptico,  espiri- 
tualista, materialista;  en  moral  es  egoí- 
sta ó  filántropo;  en  política  casi  siempre 
demagogo. 

El  predominio  de  la  fantasía  y  el  sen- 
timiento de  lo  infinito,  lo  inclinan  á  la 
epopeya;  la  lucha  contra  las  constitucio- 
nes civiles  lo  obliga  al  drama,  y  el  orgu- 
llo de  la  conciencia  de  su  poder  lo  hace  lí- 
rico. 

El  amor  es  el  elemento  de  su  vida  so- 
cial, pero  para  él  casi  nunca  es  un  sen- 
timiento, ni  un  hecho  capital  de  su  vida; 
es  un  capricho  de  su  fantasía,  una  aven- 
tura de  un  día. 

El  gaucho  tiene  su  hogar  que  exhala 
ese  perfume  que  hace  sentir  la  poesía  y 
filosofía  propias  de  su  carácter;  el  impe- 
rio que  ejerce  sobre  la  mujer,  la  educa- 
ción especial  que  dá  á  su  hijo:  ese  domi- 
nio  absoluto   del    déspota,  mezclado   con 


la  dulce  mansedumbre  del  amante,  ha- 
ce de  su  rancho,  palacio,  cátedra,  taller, 
teatro  y  club;  allí  manda,  enseña,  traba- 
ja y  se  recrea. 

Hay  indudablemente  en  la  vida  fami- 
liar un  gran  fondo  de  virtud,  de  poesía 
y  en  su  natural  simphcidad  Ii  forma  mas 
perfecta  de  Gobierno. 

El  rancho  del  gaucho  po  es  la  choza 
triste  del  patriarca  bíblico.  Medio  ciuda- 
dano, medio  salvaje,  tiene  que  luchar 
contra  la  naturaleza,  contra  sus  pasiones, 
las  instituciones,  la  opresión  tenaz  de  las 
clases  superiores. 

Ese  combate  tan  múltiple  en  sus  for- 
mas, cuanto  tenaz  en  su  acción,  hace  de 
su  vida  un  drama  interesante  que  ha  en- 
contrado escenas  hasta  en  las  esferas  del 
Gobierno,  en  las  cátedras  universitarias  y 
finalmente  en  las  páginas  de  nuestros  l\- 
bros  de  alta  literatura. 

El  libro  del  señor  Hernández,  es  la  ex- 
presión mas  acabada  de  la  vida  psicoló- 
gica y  social  del  gaucho. 

€  Martin  Fierro  *  es  la  personificación 
de  sus  instintos,  de  sus  pasiones,  de  sus 
gustos,  de  sus  aspiraciones,  de  las  frui- 
ciones de  su  alma,  de  los  sueños  de  su 
fantasía,  de  los  cálculos  de  su  mente,  de 
su  filosofía  racional,  de  su  experiencia 
cuotidiana.  % 

La  payada  del  gaucho  es  el  elemento^ 
el  miserere  y  el  reverle,  el  sursum  corda 
de  su  vida  tan  digna  de  estudio,  que  re- 
presenta al  patriarca  y  al  guerrero,  de  ese 
tipo  tan  interesante,  que  confunde  en  be- 
llísima síntesis  al  caballero,  al  héroe,  al 
ciudadano,  al  aventurero,  el  poeta,  al  fi- 
lósofo y  al  sacerdote. 

Mañana  nos  ocuparemos  del  libro. 

CUARTO  ARTICULO 

Son  innumerables  los  libros  que  la  in- 
teligencia del  hombre,  en  sus  diversas  a- 
plicaciones,  ha  producido  en  los  últimos 
tiempos. 

El  movimiento  intelectual,  en  algunos 
paises  como  Alemania  y  Francia,  pre- 
senta los  síntomas  del  delirio  febricien- 
te, el  magestuoso  y  sublime  desorden 
de  la  tempestad. 

Pero  en  ese  desborde  del  genio,  en  esa 
loca  monumentalización  del  pensamiento, 


SOIiKE  MAKTIN  FIERRO 


XXI 


en  esa  consagración  lapidaria  de  la  labor 
paciente  del  cálculo,  son  muy  pocas  las 
pi-edias  sólidas,  que  puedan  servir  de 
sillares  al  edificio  del  progreso  y  de  muro 
de  defensa  á  la  convicción  filosófica. 

Muy  escasos  son  los  libros  que  han 
tenido  el  privilegio  de  realizar  una  re- 
volución en  las  ideas,  en  las  costumbres 
ó  en  las  instituciones. 

No  basta  escribir,  es  necesario  escribir 
según  la  época  en  que  se  vive,  el  país  que 
se  abita,  los  vicios  que  se  combaten,  ios 
principios  que  se  defienden,  ios  dogmas 
que  se  profesan. 

La  palabra  es  pan,  pero  no  siempre 
aprovecha  al  organismo. 

El  consejo,  la  máxima,  la  doctrina,  la 
sátira,  hasta  el  insulto,  son  eficaces  en 
oportunidad  de  tiempo  y  lugar. 

Cuántos  poemas ,  cuántos  historias, 
cuántas  novelas  se  han  escrito  sin  que 
arrojen  un  rayo  de  luz  sobre  la  concien- 
cia, sin  que  remuevan  un  guijarro  de  la 
seoda  áspera  de  la  vida,  sin  que  hagan 
estremecer  el  corazón  con  la  mas  tenue 
fruición,  sin  que  hayan  modificado  una 
letra  de  las  leyes  tiránicas  de  las  socie- 
dades decrépitas,  sin  que  hayan  hecho 
sitiera  contraer  los  labios  del  mas  alegre 
lector ! 

Páginas  sencillas,  lacónicas,  inspira- 
ciones súbitas,  doctrinas  vulgares,  perc 
mal  comprendidas,  no  estudiadas,  lige- 
ramente despreciadas,  han  cambiado  1. 
ley  de  las  sociedades,  las  costumbres  tra 
dicionales,  los  principios  científicos  y  lo 
. -Sarnas  de  la  fé« 

Ya  lo  hemos  dicho ;  poceis,  muy  poca; 
son  esas  obras  de  cualquier  carácter  qi 
sean,  que  hayan  conseguido  remover  esa 
piedras,  que  entorpecen  el  camino  que  re 
ccare  trabajosamente  la  peregrina  huma 
nidad. 

Y  ya  que  no  es  posible  operar  una  re 
volución  cada  día,  es  necesario  que  cad; 
palpitación  del  cerebro  de  los  grande 
pensadores,  cada  palabra  de  sus  labicr 
píticos  enjugue  una  lágrima,  evite  un  su 
spiro,  destile  una  gota  de  bálsamo  sobn 
las  heridas  del  alma,  que  sea  una  ráfagr 
de  luz  que  alumbre,  un  soplo  de  brisa  qu( 
perfume,  una  gota  de  rocío  que  refresque 
una  nota  melodiosa  que  deleite. 


Cada  época  de  la  historia,  cada  región 
del  globo,  ha  tenido  sus  redentores,  sus 
profetas  revolucionarios,  que  se  han 
servido  de  la  letra  para  consumar  sus 
grandes  propósitos ;  las  obras  de  esos 
géni05  son  las  verdaderas  obras  clásicas 
de  la  literatura. 

Si  Italia  tiene  su  Divina  Com-ídia,  Es- 
paña su  Quijote,  Alemania  su  Fausto,  la 
República  x\rgentina  tiene  su  Martin 
FTerro. 

«Martín  Fierro*,  mas  que  una  colec- 
ción de  cantos  populares,  mas  que  un 
cuadro  de  costumbres,  mas  que  una  obra 
literaria,  es  un  estudio  profundo  de  filo- 
sofía moral  y  social. 

€  Martin  Fierro »  no  es  un  hombre,  es 
una  ciase,  una  raza,  casi  un  pueblo,  es 
una  época  de  nuestra  vida,  es  la  encama- 
ción de  nuestras  costumbres,  instituciones, 
creencias,  vicios  y  virtudes,  es  el  gaucho 
luchando  contra  las  capas  superiores  de 
la  sociedad  que  lo  oprimen,  es  la  protesta 
contra  la  injusticia,  es  el  reto  satírico  con- 
tra los  que  pretendemos  legislar  y  gober- 
nar, sin  conocer  las  necesidades  del  pue- 
blo, es  el  cuadro  vivo,  palpitante,  natural, 
estereotípico,  de  la  vida  de  la  campaña, 
desde  los  suburbios  de  una  gran  Capital, 
hasta  las  tolderías  del  salvaje. 

Todos  los  hechos  de  la  vida  se  enca- 
denan, todas  las  esferas  de  acción  son 
círculos  concéntricos  que  parten  de  un 
:entro  y  se  extienden  hasta  lo  infinito. 

Dante  llevó  su  imaginación  hasta  el 
:ielo  y  el  infierno,  partiendo  da  un  latido 
de  su  corazón,  hizo  un  poema  universal 
de  su  afección  subjetiva,  y  en  Beatrice  de 
í^ortinari  encontró  el  objetivo  de  su  infi- 
nta peregrinación. 

José  Hernández  ha  tomado  como  el 
ípico  italiano,  un  hecho  familiar,  como  la 
:ausa  y  ei  punto  inicial  de  su  espléndi- 
la  concepción,  para  plantear  problemas 
.ocíales  de  la  mayor  trascendencia,  pro- 
'etizar  revoluciones  futuras  que  han  de  o- 
)erarse  fatalmente,  ha  encostrado  el  pre- 
ííívto  para  rasgar  c(!rj  mano  airada,  les 
mcajes  diáfanos  de  nuestro  traje  demo- 
:ráticoj  con  que  descumbrimos  llagas  te- 
ribles,  que  corroen  nuestro  organismo, 
jara  enseñar  máximas  de  moral  purísima, 
para  justificar  todo   los  sistemas  filosófi- 


XXII 


JUHIOS  (HITICOS 


eos,  dc'sclc  el  c~tático  raisticisrao  hasta  h 
amarga     decepción,    desde  la   credulidac 
del  niño,   ha?ita  esa  ciencia  tnistísima  de 
la  ancianidad   des.en.ar.lada   c.c   la  socie- 
dad que  clespvecia. 

«Martin  Fierro »es  el  tipo  ingenuo,  no- 
ble, valeroso,  víctima  do  los  defectos  de 
nuestras  instituciones  políticas,  judiciales 
y  municipales,  guarda  en  su  alma  el  dc- 
pisito  S:.grado  de  la  irt^tituión  del  l.ien. 
al  través  de  todas  las  peripecias  de  su 
vida  fatalmente  aventurera. 

El  viejo  Viscacha  es  el  Mefistófeles  de 
ese  Fausto  mas  natural,  mas  ñlosóñco, 
mas  moral  que  el  de  Goethe. 

Anciano  consumido  económicamente 
por  los  vicios,  hasta  dormir  entre  los 
perros,  físicamente,  hasta  no  poder  ha- 
blar, y  moralmente  hasta  profesar  las 
ideas  mas  egoístas,  antisociales  y  eminen- 
temente sensuales,  espíritu  descreído,  prác- 
tico en  la  vida  material,  enemigo  de 
clases  urbanas,  pero  profundament»^  sa- 
bio en  los  resortes  secretes  (!e  la  vida  real 

Ambos  tipos  son  naturales,  de  impor- 
tancia suprema  en  la  acción  y  desarro- 
llo del  drama  sencillo,  pero  interesante 
de  la  vida  del  gaucho. 

A  las  magníñcas  descripciones  de  la 
campaña,  de  la  frontera,  de  los  ataques 
ciel  salvaje  y  cien  otras  que  forman  el 
fondo  del  paisaje,  el  cuadro  etnográfico, 
es  necesario  sobreponer  la  magistral  des- 
cripción de  la  Penitenciaria,  lección  su- 
blime de  moral,  rasgo  de  inimitable  poesía 
de  efecto  extraordinario  >'  de  aplicación 
tan  prática  en  las  costumbres,  que  solo  ese 
canto  equivale  en  efecto  á  todos  los  ser- 
mones, á  todas  las  conferencias  y  á  todos 
los  castigos. 

La  Penitenciaria  tiene,  en  efecto,  por 
destino,  no  solo  servir  de  lugar  de  cas- 
tigo y  de  seguridad,  sino  también  de 
ejemplo. 

Esa  casa  aislada  en  ios  coníines  de 
la  ciudad,  que  tantos  dolores  guarda,  bajo 
cuyas  fatdicas  bóvedas  tantos  Macbeths 
se  estremecían  entre  las  torturas  del  re- 
mordimiento, no  habría  cumplido  su  alta 
misión  moral,  si  Hernández  no  la  hubiese 
hecho  conocer  en  el  ritmo  de  sus  versos, 
en  las  cuerdas  de  la  guitarra  de  la  pulpe- 
ría,  en  la   leyenda    familiar   del  rancho- 


Nadie  sabe  lo  terrible  que  es  la  cárcel, 
mientras  no  entra  en  ella,  pero  el  lúgubre 
edificio  tiene  una  voz  solemne,  cuyo  eco 
elocuente  es  «Martin  Fierro». 

Las  últimas  máximas  de  «Martin  Fie- 
rro», son  máximas  tan  magníficas  como 
las  del  Evangelio,  es  por  eso  que  el  libro 
de  Hernández  suple  á  la  Biblia  y  á  la 
doctrina  sacerdotal  en  los  ranchos,  estan- 
cias y  aldeas,  y  no  exageramos  al  asegu- 
rar que  tam.bien  desempeña  ese  noble  pa- 
pel en  las  ciudades. 

No  podemos  acabar  de  definir  á  Her- 
nández como  filósofo,  pero  aquí  nos  de- 
tenemos por  respeto  á  la  atención  del 
lector. 

Mañana  nos  ocuparemos  dtí  Hernández 
político  y  literato. 


QUINTO  ARTICULO 

Sué  y  Hugo  son  ios  primeros  en  nuestra 
siglo,  que  bajo  la  forma  amena  y  vulgar 
del  romance  ó  el  verso,  han  planteado  los 
grandes  problemas  sociales,  y  han  llevado 
á  la  conciencia  del  pueblo  las  graves  cue- 
stiones que  comprometen  su  destino. 

La  mayor  parte  de  los  novielistas  y  poe- 
tas son  simplemente  descriptivos,  estre- 
chamente estéticos  y  egoistamente  subje- 
tivos. 

Creen  sin  duda  que  la  humanidad  en- 
tera está  comprometida  á  contar  los  lati- 
dos de  su  corazón  angustiado,  y  á  seguic 
las  ráfagas  caprichosas  de  su  imagina- 
ción delirante. 

La  poesía  tiene,  sin  duda,  una  misión 
mas  elevada,  mas  amplia,  mas  social, 
mas  eficaz. 

No  ha  de  ser  el  sueño  loco  de  una  riodie 
de  delirio,  como  la  creación  insensata  de 
San  Juan  ó  Dante,  ni  la  máxima  sensua- 
lista de  Anacreonte,  de  Ovidio,  de  Pir- 
ron ;  el  amargo  escepticismo,  el  canto  ele- 
giaco de  Young,  de  Byron,  Leopardi  y 
Pestel,  no  son  tampoco  su  última  y  mas 
elevada  expresión. 

No  son  la  risa,  ni  las  lágrimas,  los  atri- 
butos mas  sublimes  del  hombre,  como  el 
sensualismo  ó  la  utilidad,  no  son  la  úl- 
tima esfera  de  su  indefinida  actividad. 


SOBRE  MÁRTIX  FIERRO 


XXüi 


No  es  el  poeta  la  hoja  del  árbol  que 
arrastra  el  viento  y  se  queja  en  su  roce 
con  el  polvo,  no  es  la  arista  que  devora 
el  fuego  y  gime  en  el  suplicio  de  la  cal- 
cimación;  no  es  la  poesía  el  polen  de  la 
fior  que  halaga  los  sentidos  de  la  coqueta, 
la  nota  armoniosa  que  deleita  el  oído  del 
soñador  fantástico. 

Dios  no  ha  encendido  la  chispa  de  la 
inspiración  en  el  fondo  del  cerebro,  para 
que  alumbre  sin  calor  como  el  fósforo; 
el  genio  ha  de  ser  productor,  su  nombre 
dice  que  ha  de  ser  productor,  creador, 
revolucionario ;  por  eso  ha  dicho  muy  bien 
Isaías,  que  se  sintió  herido  por  el  rayo  de 
Dios,  para  irradiar  su  luz  y  su  fuego  so- 
bre el  pueblo  ciego  y  entumecido,  que  se 
había  sentado  sobre  la  piedra  helada  del 
error. 

Andrade,  el  ilustre  lírico  argentino,  ha 
hecho  la  semblanza  mas  digna  del  poeta, 
haciéndolo  precursor,  profeta,  sacerdote, 
maestro  y  tribuno. 

Así  es  José  Hernández.  No  ha  templa- 
do su  lira  sonora  para  deleitar  un  mo- 
mento, para  recrear  las  horas  largas  de 
una  velada  campestre. 

Martin  Fierro  es  mas  que  un  payador 
de  pulpería,  es  el  fllósofo,  el  revoluciona- 
rio, el  gran  político,  el  moralista,  el  Pro- 
meteo de  la  campaña,  la  encamación  pal- 
pitante  del   gran  problema  social. 

En  el  fondo  de  ese  poema  sencillo, 
lacónico  y  curmonioso,  se  encuentra  la  ver- 
tí id  de-nu  -».  clara  y  elocuente;  al  través 
de  las  diáfanas  y  elegantes  vestiduras  de 
nuestra  toilette  social,  se  descubre  la  llaga 
cancerosa  que  corroe  las  entrañas  del  or- 
ganismo. 

Es  necesario  tener  toda  la  sagacidad 
de  ispirítu,  toda  la  paciente  observa- 
ción todo  el  sentimiento  de  justicia, 
todo  el  aplomo  de  convicciones  de  Her- 
nández, para  haber  penetrado  y  arrostrado 
tan  decididamente  la  grave  cuestión 
social  que  agita  nuestro  seno,  casi  con 
tanta  vehemencia  como  el  nihilismo,  el 
internacionalismo,  el  fenianismo,  el  co- 
munismo ó  el  carbonarismo. 

«Martin  Fierro»  ha  iluminado  la  con- 
ciencia del  gaucho,  ha  exitado  las  fibras 
de  su  sensibilidad,  le  ha  dado  la  noción 


de  ciudadanía,  la  intención  de  su  dig^BÍ- 
dad  personal  y  ha  iniciado  en  su  espíritu 
el  deseo  del  progreso,  para  llegar  al  ideal 
de  la  nivelación  social. 

En  verdad,  estamos  muy  lejos  de  se'- 
una  democracia,  de  gozar  del  benefiíd-» 
práctico  de  nuestras  instituciones,  ma  ^ 
liberales  en  la  letra,  pero  sin  efecto  ca 
la  vida  real;  la  Constitución  es  un  astro 
muy  raquítico,  porque  no  irradia  su  ^lor 
y  su  luz,  sino  hasta  los  muros  de  la  ciu- 
dad. El  gaucho,  como  los  condenados 
de  KIopstoh,  Vive  en  las  tinieblas  y  en  la 
frigidez  extra-solares. 

La  Policía  Rural,  la  Administración 
de  Justicia,  el  sistema  orgánico  del 
Ejército,  la  educación  popular,  todo  ha 
sido  herido  con  el  puñal  afilado  de  la 
sátira,  con  la  masa  poderosa  de  la  máxima 
evidente,  con  la  luz  refulgente  del  ejem- 
plo. 

José  Hernández  ha  asimilado  con  la 
delicadeza,  del  arte  sintético  de  Seuxis, 
la  sátira  de  Ju venal,  el  escepticismo  de 
Montaigne,  la  dulce  elocuencia  de  Fene- 
lon  y  la  lección  magistral  de  Montesquien, 
todo  bajo  la  forma  amena,  graciosa,  pero 
gravemente  sentenciosa  de  Cervantes. 

¿  Qué  libro  se  ha  escrito  hasta  hoy  que 
haya  instruido,  distraído,  deleitado  y 
conmovido  al  pueblo  con  mas  verdad, 
arte,  elocuencia  y  magistral  autoridad? 

¡Biblia,  catecismo  político,  teoría  filo- 
sófica, consejo  moral,  incitación  entusia- 
sta, proclama  revolucionaria !  ¿  Qué  no  hay 
en  esas  noventa  páginas  rimadas  sin  es- 
fuerzo, enfóricamente  acondicionadas  á  los 
arpegios  de  la  guitarra  y  á  la  entonación 
del  campesino? 

«Martin  Fierro»  encierra  estas  gran- 
des verdades  políticas  arrancadas  natural 
y  lógicamente  de  nuestra  vida  ordinaria : 
falta  de  educación,  pésima  organizado» 
judicial  y  militar,  deficiencia  en  la  PoJi- 
cía  Rural,  y  sobretodo,  profundo  riseati- 
raiento  en  el  pueblo  de  la  campaña  coofera 
las  clases  ur'banas,  por  abuso  de  fortuna, 
de  autoridad  é  ilustración. 

Tal  es  el  carácter  político  ó  sociológico 
del  libro  que  nos  ocupa,  y  tai  es  la  ense- 
ñanza filosófica  y  poética  que  puede  ser- 
vir   de    esplicación  á    la  ley    de  nuesha 


XXiV 


JBICIO.S  críticos 


historia  y  de  objetiva  á  nuestros  legisla- 
dores y  Gobierno. 

P.   Subieia. 


El  Gaucho  Martin  Fierfo.—La  vuelta  d« ! 
Martin  Fierro.— Poemas  campesinos  por  j 
José  Hernande2.  j 

I 
A  pesar  de  nuestra  añción  por  la  lec- 
tura, no  conocíamos  el  primero  de  estos 
poemas,  hasta  hace  pocos  dias,  en  que  su 
autor  tuvo  la  bondad  de  enviárnoslo,  des- 
pertando tal  interés  en  nuestro  corazón, 
que  mmediatamente  buscamos  el  segundo 
cuyo  mérito,  como  obra  de  observación, 
corre  parejas  con  el  del  anterior,  aun  cuan- 
do no  suscite  la  misma  curiosidad,  por  la 
reproducción  de  escenas  análogas. 

El  Gaucho  Martin  Fierro  ha  producido 
un  fenómeno  de  publicidad  en  la  Repú- 
blica Argentina,  pues  sus  once  ediciones 
han  alcanzado  á  la  cifra  extraordinaria 
de  50,000  ejemplares. 

Un  libro  que  despierta  tan  vivo  anhelo, 
debo  tener  algún  mérito  excepcional,  por- 
que, de  otra  manera,  no  habría  salido, 
como  muchos  que  conocemos,  de  los  ana- 
queles de  las  librerías. 

El  señor  Hernández  ha  explotado  el 
venero  inexhausto  de  las  costumbres  po- 
pulares, poniendo  en  acción  tipos  nacio- 
nal^, dsdeñados  por  la  generalidad  de 
nuestros  escritores,  haciéndolos  vivir,  obrar 
y  sufrir  en  su  medio  social,  y  colocando 
al  mismo  tiempo,  el  dedo  sobre  las  llagas 
gangrenadas  que  consumen  á  una  gran 
parte  de  la  familia  argentina. 

Martin  Fierro  es  la  pcrsoniñcación  ver- 
dadera del  gaucho  de  la  pampa,  conde- 
nado al  servicio  forzoso  de  las  armas, 
desheredado  de  todos  sus  derechos  de  ciu- 
dadano, perseguido  por  la  autoridad  ci- 
vil, oprimido  por  la  autoridad  militar, 
explotado  por  los  negociantes  aventure- 
ros, aflijdo  por  el  hambre  y  la  desnudez 
en  los  campamentos  de  la  frontera. 

Diferenciase  •  Martin   Fierro»   de  otros 


gauchos  creados  por  nuestra  literatura, 
en  que  él  no  es  un  personaje  puramente 
cómico,  sino  un  héroe  dramático,  en  el 
que  aparecen  de  tiempo  en  tiempo,  los 
refiejos  de  la  gracia  andaluza,  manifesta- 
dos por  medio  de  un  estilo  pintoresco, 
salpicado  de  imájenes  y  de  comparacio- 
nes originales  en  las  cuales  asoma  un  in- 
genio nativo,  una  suspicacia  propia  de 
quien  está  acostumbrado  á  desconfiar,  y 
una  inspiración  silvestre,  pero  poética,  que 
lo  inclina  á  cantar  alegrías  y  dolores. 

El  señor  Hernández  ha  querido  con- 
servar intencionalmente  los  defectos  del 
lenguaje,  de  construcción  y  de  métrica 
en  los  sentidos  versos  de  su  poema- 

No  estamos  de  acuerdo  con  su  manera 
de  entender  el  arte,  porque  creemos  que 
la  verdad  no  está  reñida  con  la  belleza,  y 
que  es  posible  conservar  la  originalidad 
de  un  tipo,  sin  herir  el  oído  con  las  dcsa^ 
finaciones  del  verso  incorrecto. 

El  ideal  del  arte  consiste  en  imitar  la 
naturaleza,  mejorándola  en  la  medida  de 
nuestras  facultades. 

La  obra  que  nos  ocupa  es  el  fruto  de 
la  observación  de  Las  costumbres  campe- 
sinas, estudiadas  en  la  estancia,  en  la  polr 
pería,  que  es  el  club  del  gaucho,  y  á  la  luz 
del  fogón,  al  rededor  del  cual  improvisa 
todas  las  noches  su  hogar,  aquel  que  no 
tiene  un  palmo  de  tierra  propia,  en  la  ili- 
mitada extensión  que  riega  con  su  sangre. 

Por  eso  la  expresión  es  rigorosa,  origi- 
nal el  giro  de  la  frase,  y  nueva,  y  hasta 
sorprendente,  la  imagen,  con  que  al  pa- 
recer dá  formas  tangibles  á  sus  pensa- 
mientos. 

No  se  nos  oculta  que  el  libro  del  señor 
Hernández  contiene  un  peligro,  que  sería 
conveniente  que  él  hiciera  desaparecei, 
luego  que  se  diera  cuenta  cabal  de  su  im- 
portancia. 

Aun  cuando  es  verdad  que  la  condición 
del  gaucho  es  abominable,  lo  que  hasta 
cierto  punto  explica  sus  excesos,  la  enu- 
meración de  sus  hazañas,  el  elojio  de  su 
valor,  ejercitado  en  riñas  sangrientas,  de- 
biera contrapesarse,  enseñándole  á  conde- 
nar los  extravíos  de  su  sensibilidad. 

Está  demostrado  que  las  narraciones, 
rodeadas    de    circunstancias   poéticas,    de 


SOBKE  MARTIN  FIERRO 


XXV 


toda  clase  de  crímenes,  desde  el  suicidio 
hasta  el  duelo,  y  desde  el  duelo  hasta  el 
asesinato  vulgar,  producen  una  especie 
de  epidemia  moral,  que  se  traduce  en 
otras  tantas  ofensas  á  las  leyes  divinas  y 
humanas,  si  no  las  multiplican. 

En  hora  buena  que  se  condene  los  abu- 
sos, y  se  disculpe  ante  los  jueces  que  la 
sociedad  se  ha  dado,  los  extravies  á  que 
pueden  conducir  la  falta  de  educación  y 
las  injusticias,  de  que  un  hombre  puede 
ser  objeto. 

Pero  la  misión  del  escritor  ñlosóñco, 
del  moralista  que  pone  libros  en  manos 
del  pueblo,  consiste  en  condenar  no  solo 
á  quien  oprime,  sino  al  oprimido  que  á  su 
vez  abusa  de  su  fuerza,  y  huyendo  de  sus 
enemigos  se  convierte  en  enemigo  de  sus 
semejantes. 

El  señor  Hernández,  que  indudable- 
mente posee  las  aptitudes  necesarias,  para 
iicicerse  escuchar,  tiene  una  alta  misión 
que  desempeñar,  ensanchando  su  esfera 
de  cronista,  haciéndose  maestro  de  los 
gauchos  que  lo  leen  con  avidez,  inspirán- 
doles aversión  al  puñal,  repugnancia  á  la 
sangre,  levantando,  en  una  palabra,  su 
Bivei  moral,  abriéndoles  horizontes  que  su 
vista,  habituada  á  explorar  1*  pampa,  no 
ha  descubierto  todavía. 

La  tarea  debe  comenzar  por  enseñarles 
á  conocer  á  Dios,  mostrándoles  que  la 
compañía  de  una  buena  conciencia  y  la 
esperanza  en  el  cielo,  mitigan  los  sufri- 
mientos y  obligan  á  amar  los  hombres. 

Su  héroe,  dotado  de  una  resistencia 
física  que  supera  á  la  de  la  mayor  parte 
de  los  hijos  de  la  naturaleza,  sería  doble- 
mente amable  y  poderoso,  si  adquiriera 
esa  fuerza  moral  que  domma  las  pasiones 
y  encadena  la  carne  al  espíritu. 

La  oportunidad  nos  parece  propicia  pa- 
ra llevar  á  cabo  un  emjíeño  tan  generoso. 

El  perseguido,  en  vez  de  buscar  asilo 
en  las  tolderías  hoy  puede  encontrarlo  en 
las  ciudades,  en  las  colonias,  en  las  tareas 
agrícolas  que  han  venido  á  modiñcar  las 
condiciones  sociales  de  los  campos  domi- 
nados por  el  pastoreo,  que  convertía  á  los 
gauchos  en  beduinos,  y  á  los  beduinos  en 
siervos,  que  ignoraban  que  existieran 
hombres  buenos  y  compatriotas  justos. 


El  señor  Hernández,  que  ha  tenido  el 
poder  de  hacernos  derramar  lágrimas  con 
la  descripción  de  la  tafera  del  rancho  de 
Martiti  Fierre ;  que  ha  sabido  tocarnos  la 
abra  mas  delicada  del  sentimiento,  con 
aquella  tierna  despedida  del  vagabundo 
á  las  últimas  poblaciones  cristianas,  está 
llamado  á  combatir  con  éxito  las  preocu- 
paciones del  gaucho  contra  sus  prójimos, 
blancos,  negros,  nacionales  ó  extranjeros, 
ahogando  en  su  corazón  el  odio  con  las 
semillas  del  amor. 

Mientras  que  el  campesino  errante,  i:>er- 
seguido  por  sus  delitos,  asilado  entre  los 
indios,  arrojado  de  las  tolderías  por  otra 
ola  de  sangre,  no  manifieste  al  regresar  á 
su  pago,  como  Martin  Fierro,el  arrepen- 
timiento fecundo  del  hombre  religioso,  i\<:í 
debe  dar  por  terminada  su  labor  el  poeta 
á  cuyos  cantos  consagramos  estas  lineas, 
hijas  de  La  admiración  é  inspiradas  por  ei 
deseo  de  verlo  á  la  cabeza  de  una  cruzada 
regeneradora. 

«La  America  del  Sur»  Marzo  9  de  1S79. 


/ 


El  Gaucho  Martin  Fierro,  es  tambim 
una  lección,  es  decir,  lo  que  ddDe  ser  la 
poesía :  una  moral  además  de  un  arte,  so 
pena  de  ser  inútil,  ó  peor  aún,  perversora. 
Ese  poema  es  un  pequeño  curso  de  moral 
administrativa  para  el  uso  de  los  coman- 
dantes militares,  comisarios  pagadores,  y, 
cuantos  tienes  que  hacer  con  el  pobre  gau- 
cho. Allí  están  iotograñados,  estigmati- 
zados todos  los  malos  patriotas,  en  imá- 
genes verosímiles  y  verdaderas.  Poner  en 
la  picota  á  los  malvados,  es  tanto  mas  me- 
ritorio, cuanto  de  mas  alto  se  les  baja 
para  hacer  en  ellos  ia  justicia  popular. 

Muchas  leyes  y  disposiciones  hay  ten- 
dentes á  mejorar  la  suerte  del  paisano  de 
nuestra  campaña,  pero  dudo  que  ninguiía 
sea  mas  eficaz  que  esos  cuadros  en  q-ie 
él  abuso  no  dá  contra  una  ley  muerta 
sino  contra  una  caricatura  viva;  porque 
como  se  ha  dicho  bien,  a  el  ridículo  es  lo 
único  que  temen  los  que  ya  no  tienen  pu- 
dor ni  remordimientos. »  Y  en  este  con- 
cepto estamos  muy  distantes  de  dar  al 
autor  de  Martin  Fierro  el  consejo  que  ei 


XXVI 


JUICIOS  CÜITICOS 


articulista  de  la  Tribuna  de  Montevideo. 
«  A  Montero  cuando  conoluyó  su  cuadro 
Los  Funerales  de  Atahuaipa  le  dijeron  en 
Florencia  y  por  labios  muy  autorizados, 
que  no  pintara  mas.  Nosotros  sin  ser  mas 
que  admiradores,  diríamos  a  Hernández, 
qac  se  perpetúe  solo  con  Martin  Fierro. 

Nosotros  le  diríamos  por.  el  contrario, 
que  á  imitación  de  Mr.  Laserre,  aunque 
Martin  Fierro  fuese  obligado  á  borrar  su 
nombre  como  El  Diablo  Rosado  de  aquel, 
sigue  su  ejemplo  publicando  El  Hijo,  El 
Nieto  y  El  Biznieto  de  este  Diablo  Rosado 
destinado  á  hacer  que  no  roben  al  paisa- 
no, que  no  lo  traten  como  á  bestia  de 
carga,  que  respeten  en  él  ai  ciudadano  y 
al  hermano,  ya  que  no  al  hombre  de  cora- 
zón y  al  valiente- 

Esa  es  la  gran  misión  de  la  poesía :  la 
mejora  moral.  Y  por  fijarnos  solo  en  el 
género  de  la  poesía  de  c Martin  Fierro», 
esa  fué  la  regla  de  su  fundador,  que  no 
lo  es  Ascasubi,  como  pretende  el  articuli- 
sta de  La  Tribuna  de  Montevideo,  sino 
Hidalgo,  según  puede  verse  por  sus  bellos 
versos  en  la  TJra  Argentina  impresa  en 
Londres  en  1824,  si  bien  Ascasubi  y  Esta- 
nislao del  Campo  han  cultivado  con  vf^n- 
taja  al  género,  lo  mismo  que  hoy  Her- 
nández. 

Sí,  siga  haciendo  cuadros  romo  é?.t(.\ 
que  son  la  pura  verdad  en  boca  de  Mar- 
tin Fierro  : 

Y  andábamos  de  mugrientos. 
Que  el  mirarnos  daba  orror ; 
Les  juro  que  era  un  dolor 
Ver  esos  hombres,  ¡  por  Cristo ! 
En  mi  perra  vida  he  visto 
Una  miseria  mayor. 

Yo  no  tenía  ni  camisa 
Ni  cosa  que  se  parezca  ; 
^íis  trapos  solo  pa  yesca 
Me  podían  servir  al  fin... 
No  hay  plaga  como  un  fortín 
Para  que  el  hombre  padezca. 

Poncho,  jergas,  el  apero. 
Las  prenditas,  los  botones, 
"Todo,  amigo,  en  los  cantones 
Fué  quedando  po^o  á  jxjco  : 


Ya  me  tenían  medio  loco 
La  pobreza  y  los  ratones. 

Solo  una  manta  peluda 
Era  cuanto  me  quedaba^ 
La  había  agenciao  á  la  taba 

Y  ella  me  tapaba  el  bullo — 
Yaguané  que  allí  ganaba 
No  salía...  ni  con  indulto- 

Y  pa  mejor  hasta  el  moro 
Se  me  jué  de  entre  las  manos 
No  soy  lerdo.... pero  hermano. 
Vino  el  Comendante  un  día 
Diciendo  que  lo  quería 

«Pa  enseñarle  á  comer  grano.  9 


¿Oién  es  el  gaucho?  He  aquí  su  retra- 
to, por  el  que  cualquiera  lo  recoaoce  al 
momento :  he  aquí  el  formidable  cmgo 
contra  los  que  han  podido  y  dcb¿d#  tra- 
tar á  los  liijos  del  país  al  menos  como  á 
los  inmigrantes. 

«  £1  nada  gana  en  la  paz 
Y  es  el  primero  en  la  guerra — 
No  le  perdonan  si  yerra. 
Que  no  saben  perdonar, — 
Porque  el  gaucho  en  esta  tierra 
Solo  sirve  pa  votar. 

Para  él  son  los  calabozos, 
Para  él  las  duras  prisiones. 
En  su  boca  no  hay  razones 
Aunque  la  razón  le  sobre  ; 
C  )ue  son  campanas  de  palo 
Las  razones  de  los  pobres 

Si  uno  aguanta,  es  gaucho  bruto— 
-Si  no  aguanta,  es  gaucho  maio — 
Déle  azote,  déle  palo  ! 
Porque  es  lo  que  él  necesita  !  !^ 
'T^e  todo  el  que  nació  gauciio 
Esta  es  la  suerte  maldita. 

Complernentari  el  cuadro  porción  de 
cinceladas  de  mano  maestra  sobre  la  vida 
y  los  sentimientos  del  gauclio ;  por  ejera- 
!)lo,  entre  otras  muchas  para  las  que  no 
::ay  ya  espacio  en  estas  páginas;, 


SOBRE  MAirnX  FIlvRKO 


xvir 


€  Yo  no  tengo  en  el  amor 
Quien  me  venga  con  querellas ; 
Como  ésas  aves  tan  bellas 
Que  saltan  de  rama  en  rama — 
Yo  hago  en  el  trébol  mi  cama. 
Y  me  cubren  las  estrellas. 


MARTÍN    FIERRO 


Ninguno  me  hable  de  penas 
Porque  yo  penando  vávo 

Y  naides  se  muestre  altivo 
Aunque  en  el  estribo  esté 
Que  suele  quedarse  á  pié 
El  gaucho  mas  al  vertido 

Junta  esperencia  en  la  vida 
Hasta  pa  dar  y  prestar, 
Quien  la  tiene  que  pasar 
Entre  sufrimiento  v  llanto ; 
Porque  nada  enseña  tanto 
Como  el  sufrir  y  el  llorar. 

Viene  el  hombre  ciego  al  mundo 
Cuartiándolo  la  esperanza, 

Y  á  poco  andar  ya  lo  alcanzan 
Las  desgracias  á  empujones ; 

;  Jué  pucha!  que  trae  liciones 
El  tiempo  con  sus  mudanzas! 

En  resumen :  tal  vez  Aniceto  el  Gallo 
tiene  mas  verbosidad  gaucha;  Anastasio 
el  pollo  más  estética  para  nosotros  que  en- 
tendemos su  immortai  Fausto;  pero  Mar- 
tin Fierro  piensa  mas  como  el  gaucho,  y 
los  gauchos  encontrarán  siempre  ,  que  si 
se  ha  hecho  pueblero  y  á  veces  su  fraseo- 
logía podría  dejar  que  desear  algo,  su  co- 
razón y  su  espíritu  están  saturados  inde 


Jamás    obra    alguna  ha    alcanzado  en 
I  nuestro   país    tan  extraordinaria   popula- 
ridad y  no  menor  triunfo  que  el  que  ha 
alcanzado    este    poema    del  Sr.    D.  José 
i  Hernández,  su  autor. 

i      Los  diarios  de  Buenos  Aires,  nos  iia- 
j  cen  saber  que  se  ha  publicado  la  undeci- 
i  ma  edición,  enriquecida  con  los  variados 
i  juicios    críticos    que    se    han    escrito  por 
I  personas  competentes  sobre  esta  obra,  edi- 
ción que  viene  ademas  adornada  con  va- 
rias láminas  y  con  el  retrato  de  su  autor, 
el  Sr.  Hernández. 

Jamás  tampoco,  se  habrá  publicado  un 
libro  que  á  la  vez  que  conquistaba  taata 
popularidad,  consiguiese  despertar  taS'O 
ínteres  y  simpatía,  al  extremo  de  agotarse 
completamente  la  décima  edición  que  se 
había  hecho  de  esa  obra,  y  de  que  la  un- 
décima que  acaba  de  hacerse  se  haya  so- 
licitado y  disputado  con  interés  por  al- 
gunas librerías  de  Buenos  Aires. 

Pero  no  es  esto  solo  lo  que  prueba  la 
gran  popularidad  é  interés  que  ha  desper- 
tado este  poema. 

« Martin  Fierro »,  ha  cruzado  el  Océa- 
no, con  su  inmensa  fama  y  popularidad, 
y  alcanzado  otros  triunfos  en  Europa, 
en  donde  se  ha  puíblicado  en  varios 
periódicos  precedido  de  grandes  elo- 
gios. 

Allí  como  aquí  también,  notables  crí- 
ticos se  han  ocupado  de  este  poema,  en 


débil. 

«La  Biblioteca  Popular»    de    Buenos    Aires, 
dirijida  por  el  lyx.  Migue!  Navarro  Viola. 


que  el  autor  tan  bien  ha  sabido  copiar  al 
razón  y  su  espíritu  están  saturados  inüe-  hombre  de  nuestra  campaña,  contando  sus 
Icblemente  de  los  dolores  y  de  las  inju-  dolores  y  desventuras,  como  sus  alegrías 
sticias  con  que  la  civilización,  por  no  sermón  tanta  exactitud  y  belleza,  que  es  im- 
todavía  bastantemente  cristiana,  ha  perse- j  cosible  dejar  de  leerlo  m.as  de  una  vez. 
guido    á  la    barbarie  por    ser  demasiado  j '    ^^  ^^   ^^^  ¿^  extrañar  que,    con   tal 

popularidad,  la  nueva  edición  que  acaba 
de  hacerse  por  la  librería  «La  Nueva  Mar- 
ravillajs  de  Buenos  Ayres,  alcance  también 
el  mismo   resultado  que  las  anteriores. 

A  lo  dicho  podríamos  agregar,  que  el 
señor  Hernández,  tiene  ya  concluida  la 
segunda  parte  de  este  poema,  es  decir 
«  La  vuelta  de  Martin  Fierro  del  Desierto  » 
cuya  publicación  debe  hacer  en  breve. 


"% 


XXVIII 


JUICIOS  críticos 


¿  A  qué  decir  el  interés  con  qusc  lia  de  ser 
k'ida  y  buscada  esta  segunda  parte  de 
«  Martin  Fierro  » ? 

«La  Capital»  —  Rosario,  Octubre   ii   de   187S, 


Sr.  D.  ] osé  Herna}ide.z. 

Estimado  señor  y  amigo  : 

He  leído  y  releído  con  placer  la  origi- 
nal y  preciosa  historia  de  Marlin  Freno, 
con  que  ha  tenido  la  bondad  de  obse- 
quiarme. 

Es  una  bellísima  obra,  y  lo  mejor  que 
he  visto  en  su  género. 

Su   lectura,    interesante   por    la    verdead 
de  los  cuadros,   por  la   sencillez  y  natu 
ralidad    de  la  narración,    por   la  ternurn 
del  sentimiento,  por  la  propiedad  del  co 


Los  yankees  tuvieron  el  buen  sentido 
de  comprender  su  mérito,  de  mirarlas  co- 
mo parte  de  su  genio  y  de  su  gloria,  de 
honrarse  y  de  enorgullecerse  con  ellas,  y 
elevándolas  á  la  categoría  de  bellas  obras, 
las  esparcieron  por  todo  los  países  :  y  hoy, 
esas  novelas  al  parecer  tan  simples  y  mo- 
destas ocupan  un  lugar  distinguido  en 
todas  las  bibliotecas  públicas  y  particula- 
res de  los  dos  continentes. 

¿  Y  de  qué  trataban  esas  novelas  ?  pre- 
cisamente de  lo  que  trata  Martin  Fierro; 
de  la  naturaleza,  de  la  vida,  de  esas  co- 
stumbres de  un  pueblo  nuevo — ¿Y  valen 
mas  los  cuadros  de  esa  naturaleza,  de  esa 
vida,  de  esas  costuro,bres  que  trazó  la  plu- 
ma educada  de  Fenimore  Copper,  en  prosa 
que  lo  cjuc  la  inculta  de  Marlin  Fierro  tra- 
ta con  tan  graciosos  y  sencillos  versos? 
No!  ¿Por  que  entonces  esa  diferencia? 
Pür<]ue   Copper    nació    en   un    país   donds 


londo,   nada   deja    que    desear    al    lector  .  ,,  .  , 

,     .      ,       .  \  ,L  4-j    i¿c  tiene  orgullo  en  ser  yankee,  e  en  pre- 

iJustrado,  o  cuyo  gusto  no  esté  pervertido L-         ,  *^  .     ,  .  ^  ^r     j-     iT- 

,     1     ,         j    T  1       •  1  Iciif  lo  propio  a  lo  ageno:  y  Martín  tur- 


por  la  lectura  de  las  novelas  inmorales  y 
absurdas  de  que  está  plagada  nuestra  so 
cié  dad. 


ro  en  otro,  en  donde  casi  es  vergüenza  ha- 
ber nacido  en  él,  y  en  donde  se  desdeña 
lo  de  casa  por  bueno  que  sea,  para  tomar 
Martin   Fierro,   es  una   creación   verda-l^    aplaudir    lo    ageno    aunque  no  valga 
dera,  de  que  debe  enorgullecerse  la  ^itc-  .^^^^ 


ratura  de  su  país,  y  que  acaso  no  será 
comprendida,  ni  estimada  en  lo  que  vale, 
porque  no  debe  su  existencia  á  un  nom- 
bre inglés,  francés  ó  yankéc,  á  uno  de  esos 
nombres  de  celebridad  acasc)  inmerecida, 
pero  ruidosa,    que   atestan   el   mundo   de 


ude  como  si  fueran  bellezas  reales — ¿  Por 
c]fné  esta  fatalidad?  porque  nadie  se  cree 
ilustrado  si  no  habla  de  lo  que  no  en- 
tiende, si  no  aplaude  lo  que  es  desatinado 
y  absurdo,  pero  que  tiene  el  raro  mérito 
de  haber  nacido  muy  lejos  del  país,  y  de 
autor  estrepitoso  y  extranjero. 

Los  yankees  nos  dieron  á  este  respecto 
un  ejemplo  digno  de  imitación,  pero  que 
por  ser  bueno  no  imitaremos. 

Tuvieron  un  escritor  nacional,  Fenimo- 
ic  Copper,  que  con  sus  sencillas  novelas, 
dio  impulso  á  su  naciente  literatura.  Esas 
novelas,  puramente  locales,  y  destituidas 
de  la  intriga  del  argumento  y  del  bri- 
llante estilo  que  caracteriza  á  las  francesas, 
entre  nosotros,  hubiesen  muerto ;  entre  los 
vankees  vivieron  í 


Este  triste  y  doloroso  paralelo  entre  la 
suerte  de  lo  nuestro  y  de  lo  ageno,  me 
indujo  á  leerlo  de  nuevo,  temiendo  que 
¡a  sorpresa  de  la  novedad  en  el  primer 
momento    hubiera    exajerado   mis  aprcia- 


,   j  1  j  •  1      Liones,  pero  estas  se  robustecieron,  y  me 

necedades,  y  que  el  mundo  recoic  y  apla-  ,.  '  ^  i^    1     i        ■      ■     ^ 

,  •  r  un  ID      lieron  por  resultado  las  siguientes,  queso- 

meto  al  criterio  de  cuantas  personas  sen- 
satas lo  vean. 

Martin  Fierro  no  solo  es  un  tipo  carac- 
terístico de  la  población  semi-nómade 
de  la  República  Argentma,  ó  sea  da  la 
base  de  su  nacionalidad,  puesto  que  es  ia 
mas  numerosa,  que  con  ella  se  obtuvo  su 
indipendencia,  con  ella  se  cuenta  para 
mantenerla,  y  con  ella  se  guardan  la* 
fronteras  contra  los  indios,  motivo  mas 
que  suficiente  para  que  tuviera  las  sim- 
patías de  todas  las  gentes  ilustradas ;  sino 
que  es  también  otra  cosa  mas  elevada— 
Para  el  vulgo,  para  los  que  no  compren- 
den lo  que  leen— y  aitre  estos,  hay  mucha 
gente  de  pro  —  solo  es  una  historieta  gau- 
ckfsca,   buena   cuando  rnas  para   ser  can- 


"Ir^w'' 


SOBRE  MARTIN  FIKRRO 


XXÍX 


tada  en  las  pulperías  y  fogones  á¿  cam-l  perdidos,  y  re;miéndoios  á  otros  tomádoí 
paña,  pero  indigna  de  ocupar  por  un  mo-    del  mismo  modo,  los  llevan  a  las  fronte- 


mentó  los  ocios  de  las  altas  y  senas  m- 
tcligcncias,  que  con  su  vanidad  y  sü  igno- 
rancia honran  y  dirijen  el  país. 

Para  estas  gentes,  que  con  decir:  — 
€  los  gauchos  no  inventaron  el  vapor,  ni  el 
telégrafo  (cosas  que  tempoco  inventaron  e- 
llos)',  los  gauchos  se  van»— -creen  haberlo 
dicho  todo,  Martin  Fierro  no  tiene,  ni 
puede  tener  importancia,  pero  para  los  que 
saben  leer,  para  los  que  cc^:nprenden  lo' 
que  leen,  la  tiene  y  grande. 

Para  estos  es,  primero  antes  que  todo 
nn  gran  pensamiento  humanitario,  una 
lección  de  Gobierno  administrativo,  que 
todo  hombre  verdaderamente  seno  é  ilu- 
strado, debe  tomar. 

Martin  Fierro  pertenece  á  esa  clase  des- 
venturada que  en  la  República  Argentma 
ha  sostituido  á  la  negra,   extinguida  ya,  | 
pn  los  trabajos  y   sacnhcios  de  sangre   y  j 
de  vida,  en  beneficio  exclusivo  de  las  mas 
elevadas  ó  mas  «Lrnbiciosas  de  la  sociedad. 
Cuando  hubo  que  pelear   por  la  inde- 
pendencia nacional,  ella  lo  h;zo,  y  con  su 
sangre  la  conquistó!  Ya  obtenida,  vitiieron 
ias  guerras  extranjeras  y  volvió  á  derra- 
marla mientras  duraron. Terminadas  éstas, 
y  mientras  otras  no  vienen,  es  el  guardián 
exclusivo   de   la   fronteras,    donde   diara- 
mentc  se  halla  á  brazos  con  el  hambre,  la 
miseria  y  los  indios ;  guardando  las  fortu- 
nas de  los  grandes  hacendados,  y  la  ri- 
queza publica,  y  este  es'  el  mas  penoso  y 
terrible  de   los   tributos   que   paga   á  una 
organización  social,  por   la  cual   se  sacri- 
fica, y  de  la  que  no  recibe  por  recompensa, 
mas  que  tropelías,  insultos  y  desprecios. 


ras. , 


Es  preciosísima  la  descripción  que  hace 
de  la  cacería  en  que  \o  agarraron  y  de  la 
que  solo  daremos  como  muestra  la  i',  2* 
y  6*  estrofas  : 

Cantando  estaba  una  vez 
En  una   gran  diversión ; 
\  anrovechó  la  ocasión 
(,loriio  quiso  el   Juez  de   Faz... 
Se  presentó,  y  ahi  no  mas 
II;zc.  una  arriada  en  montón 

Juyeron  los  mas  matreros 

Y  lograron  escapar — 
Yo  no  quise  disparar — 

Soy  manso— y  no  había   por  qué — 
Muy   tranquilo  me  quedé 

Y  ansí  me  dejé  agarrar. 

Formaron  un  contingente 

Con  los  que  en  el  baile  arriaron — 

Con  otros  nos  mesturaron 

Que  habían  aga.rrao  también 

Las  cosas  que  aquí  se  vén 

Ni  los  diablos  las  pensaron. 

¿  Es  razonable,  es  digno  este  modo  de 
proceder  ? 

¿  Hay  equidad,  hay  justicia  en  hacer 
pesar  exclusivamente  sobre  estos  desven- 
turados, un  servicio  que  debía  pesar 
igualmente  sobre  todos  los  ciudadanos  ó 
que  mejor  aun,  debía  ser  hecho  por  tro- 
pas de  línea? 

¿Hay  equidad,  hay  justicia  en  tenerlos 


¿Hay  que  reforzar  la  guarnición  de  la  indefinidamente  en  la  frontera,  donde 
frontera?  Se  hace  una  arreada  de  estos  |  cuando  no  mueren,  ó  huyeri,  se  envejecen, 
desgraciados,  ni  mas  ni  menos  que  como '[  mientras  sus  familias,  se  disuelven,  y  sus 
en  otro  tiempo  se  hacían  las  correrías  de!  pocos  bienes  se  pierden?  ¿hay  dignidad, 
las  yeguadas  y  ganados  baguales.  Se  les !  hay  justicia  en  tenerlos  sin  paga  y  ham- 
acecha  como  á  abestias,  en  las  reuniones,  j  orientes  en  desiertos  inhospitalarios,  don- 
en las  carreras,  en  los  bailes,  y  se  cae  re- 1  de  el  sol  los  abrasa,  el  frío  los  hiela  y  el 
pcntinamente  sobre  ellos.  Los  mas  diestros    mdio  los  diezma? 

ó  previsores,  escapan;  pero  el  mayor  nú- 1  Pero,  ;es  solo  esto  lo  que  sufre  el  pobre 
mero  queda,  y^  sin  atender  á  súplicas,  ni  j  paisano?  ¡  Nó !  hay  algo  que  es  mucho 
á  miramientos  de  razón  ó  de  justicia,  los  |  peor,  y  es  el  trato  bárbaro,  inhumano  que 
arrancan  á  los  brazos  de  sus  mujeres,  de  |  i-eciben  de  sus  gefes,  de  los  cuales  son, 
sus  hijos,  á  sus  pocos  bienes  que  quedan  ¡  no  soldados,  sino  esclavos. 


XX  s 


JUICIOS  críticos 


Y  que  Indios — ni  qué  servicio 
Si  allí  no  había  cuartal — 
Nos  mandaba  el  Coronel 

A  trabajar  en  sus  chacras, 

Y  dejábamos  las  vacas 
Que  las  llevara  el  Infiel. 

Yo  primero  sembré  trigo 

Y  después  hice  un  corral, 
Corté  adobe  pa  un  tapial, 
Hice  un  quincho,  corté  paja... 
1.a  puciía  que  se  trabaja 

Sin  que  le  larguen  ni  un  rial. 

Y  es  lo  pior  de  aquel  enriedo 

Oüe  si  uno  anda  hinchando  el  lomo 

Se  le  apean  como  plomo... 

¡  Onicn  aguanta  aquel  infierno  ! 


Perú  aun  hay  mas  y  os  que  ocupándolos 
en  estos  trabajos,  ni  los  arman,  ni  los  in- 
struyen, ni  los  disciplinan,  de  modo  que 
c«ando  los  biabaros  llegan,  se  encuenti'an 
tan  nulos  y  tan  incapaces  de  medirse  con 
ellos,  como  lo  estaban,  al  dejar  sus  fami- 
lias, lo  cual  esplica  esas  continuas  y  san- 
^jrientas  derrotas. 

^:Es  digno  de  un  publo  culto,  es  hon- 
roso para  un  gobierno  que  se  dice  ilus- 
trado, que  esto  suceda  ? 

Y  no  hay  que  decir  que  el  pueblo  y  el 
Gobierno  lo  ignoran,  pues  liasta  los  ciegos 
y  sordos  lo  saben.  ¿Por  qué  sucede,  pues? 
porque  el  pueblo  culto  sumergido  en  la 
^'íBolicie  y  los  goces,  mira  con  apatía,  con 
cidpable  indiferencia  las  lágrimas  y  los 
sufrimientos  que  corren  y  se  padecen  en  lo 
i.}ae  llaman  fango  de  la  sociedad ;  y  á  los 
q«e  gobiernan,  les  es  corto  el  tiempo  para 
los  exigencias  de  la  fortuna  y  de  la  vani- 
dad. ¡Los  Presidentes,  los  Ministros,  ocu- 
parse de  los  dolores,  de  los  infortunios  de 
tales  gentes !  sería  asqueroso ;  indigno  de 
su  carácter  y  de  su  ilustración ! 

Martin  Fierro  al  contar  sus  desdichas, 
las  tropelías  é  injusticias  de  qiíe  es  vícti- 
nia,  y  que  lo  arrojan  á  la  vagancia  y  al 
crimen,  cuenta  las  de  toda  su  raza,  y  las 
cuenta  de  un  modo  que  las  hace  Ver  y 
palpar. 


Tuve  en  mi  pago  en  un  tiempo 
Hijos,  hacienda  y  mujer, 
Pero  empecé  á  padecer 
Me  echaron  á  la  frontera, 
;  Y  qué  iba  á  hallar  al  volver? 
Tan  solo  hallé  la  tapera. 


¡  /aparcero !  si  usté  viera 
Lo  que  se  llama  cantón... 
Ni  envidia  tengo  al  ratón 
Ln  aquella  ratonera — 

He  los  pobres  que  allí  había 
\  ninguno  lo  largaron, 
'.os  mas  viejos  resongaron 
Pero  á  uno  que  se  quejó, 
F.n  seguida  lo  estaiiuiaron 
Y  la  cosa  se  acabó. 


En  la  lista  de  la  tarde 
El  Gefe  nos  cantó  el  punto, 
Diciendo:  «quinientos  juntos 
«  Llevará  el  que  se  resierte, 
a  Lo  haremos  pitar  del  juerte 
«Mas  bien  dése  por  dijunto r. 


\  qué  Indios — ni  qué  servicio, 
Allí  no  había  ni  Cuartel- 
Nos  mandaba  el  Coronel 
A  trabajar  en  sus  chacras 

Y  dejábamos  las  vacas 
Que  las  llevara  el  Infiel. 

Yo  primero  sembré  trigo 

Y  después  hice  un  corral. 
Corté  adobe  pa  un  tapial, 
Hice  un  quincho,  corté  paja... 
La  pucha  que  se  trabaja 

Sin  que  le  larguen  ni  un  rial. 

Y  es  Ic  pior  de  aquel  enriedo 

Que  si  uno  anda  hinchando  el   lomo 
Se  le  apean  como  un  plomo.-. 
¡  Quién  aguanta  aquel  infierno ! 


Y  andábamos  de  mugrientos 
()\\e  el  mirarnos  horror ; 
Les  juro  que.  era  un  dolor 


SOBRE  MARTIN  FJKHRO 


XX  M 


Ver  esos  hombres,  por  Crist  ■. ! 
En  mi  perra  vida  he  visto 
Una  miseria  mayor. 

Yo  no  tenía  camisa 
Ni  cosa  que  se  parezca ; 
Mis  trapos  solo  pa  yesca 
Me  podían  servir  al  ñn... 
No  hay  plaga  como  un  fortín 
Para  que  el  hombre  padezca ; 

Poncho,  jergas,  el  apero. 
Las  prenditas,  los  botones, 
Todo,  amigo,  en  ios  cantones 
Jué  quedando  poco  á  poce, 
y"a  me  tenían  medio  loco 
La  pobreza  y  los  ratones. 

Solo  una  manta  peluda 
Era  cuanto  me  quedaba. 
La  había  agenciao  á  la  taba 

Y  ella  rae  tapaba  el  bulto — 
Yaguané  que  allí  ganaba 
No  salía...  ni  con  indulto 

Y  pa  mejor  hasta  el  moro 

Se  me  jué  de  entre  las  manos — 
No  soy  lerdo...  pero  hermano 
Vino  el  comendante  un  di  a 
Diciendo  que  lo  quería 
€  Pa  enseñarle  á  comer  grano  r, 

Afigúrese  cualquiera 
La  sHerte  de  este  su  amigo, 
A  pié  y  mostrando  el  umbiigo, 
Estropiao,  pobre  y  desnudo, 
Ni  por  castigo  se  pudo 
Hacerse  mal  mas  conmigo. 

Ansi  pasaron  los  meses 

Y  vino  el  año  siguiente, 

Y  las  cosas  igualmente 

Siguieron  del  mesmo  modo — 


Entre  cuatro  ;bayonetas 

Me  tendieron  en  el  suelo — 

Vino  el  mayor  medio  en  pedo 

Y  allí  se  puso  a  gritar, 

«  Picaro,  te  he  de  enseñar 

«A  andar  reclamando  sueldos». 


De  las  rítanos  }•  las  patas 

Me  ataron  cuatro  cinchones— 

Les  aguanté  los  tirones 

Sin  que  ni  un  ay !  se  me  oyera. 


I  Mar  un  t  ierro  nos  cuenta  en  estos  ver- 
I  sos  con  un  candor,  con  una  yerdad  adm:- 
•  rabies,  el  origen  y  desarrollo  de  sus  desdi- 
'  chas,  la  ca/asa  primera  y  línica  de  su  va- 
1  gancia  y  sus  delitos. 

Tenía  rancho,  hacienda,  mujer  hijos, 
y  era  feliz.— -La  autoridad  lo  arranca  de 
su  hogar,  lo  arrebata  á  sus  afecciones, 
lo  lleva  á  la  frontera,  al  desierto,  al  frió, 
á  los  tormentos,  á  los  peligros,  para  que 
con  su  valor  y  su  sanare  defienda  la  so- 
ciedad, siempre  agredida  ó  amenazada  por 
ios  indios. 

Lo  llevan  prometiéndole  alimentos,  ro-' 
pa,  paga,  y  libertad  á  los  seis  meses  de 
servicio. — En  vez  de  alimento,  encuentra 
hambre,  en  vez  de  ropa,  desnudez  y  frío, 
en  vez  de  paga,  palos  y  estaqueadas ;  y  en 
vez  de  seis  meses,  se  pasan  mas  de  seis 
años  sin  que  se  piense  devolverlo  á  su  fa- 
milia. 

Desesperado  con  su  esclavitud  y  su  mi- 
seria, huye  de  una  tiranía  insoportable, 
de  un  servicio  que  había  ultrapasado  los 
límites  del  deber  y  de  la  justicia,  y  vuela 
á  su  rancho,  á  los  brazos  de  su  mujer  y 
de  sus  hijos.  Parte  el  corazón  el  relato  de 


lo  que  encuentra. 

Volvía  el  cabo  de  tres  años 
De  tanto  sufrir  al  ñudo, 
Resertor,  pobre  y  desnudo — - 
A  procurar  suerte  nueva — 
Y  lo  mesmo  que  el  peludo 
Enderecé  pa  mi  cueva. 

No  hallé  ni  rastro  del  rancho- 
Solo  estaba  la  tapera ! 
Por  Cristo,  si  aquello  era 
Pa  enlutar  el  corazón— 
Yo  juré  en  esa  ocasión 
Ser  mas  malo  que  una  fiera! 

¡  Quién  no  sentirá  lo  mesmo 
Cuando  ansi  padece  tanto! 
Puedo  asigurar  que  el  llanto 

Como  una  mujer  largué — 


\ 


XXXií 


JUICIOS  críticos 


Ay  !  mi  Dios — si  me  quedé 
Xías  triste  que  Jueves  Sñiito. 

Solo  se  oibaa  los  aullidos 
De  un  gato  que  se  salvó, 
El  pobre  se  guareció 
Cerca,  en  una  viscachera — 
Venía  como  si  supiera 
One  estaba  de  güelta  yo. 

Al  dirme  dejé  la  liaoenda 
Que  era  todito  mi  Jiaber— 
Pronto  debíamos  volver 
Sigun  el  Juez  prometía, 
Y  hasta  entonces  cuidaría 
De  los  bienes,  la  mujer. 


Después  uie  contó  un  vecino 
Que  el  campo  se  lo  pidieron  — 
La  hacienda  se  la  vendieron 
En  pago  de  arrendamientos 

Y  qué  sé  yo,  cuantos  cuentos, 
Pero  todo  lo  fundieron. 

Los  pobrecitos  muchachos 
Erítre  tantas  afliciones 
Se  conchavaron  de  piones 
¡  Mas  qué  iban  á  trabajar. 
Si  eran  como  los  pichones 
Sin  acabar  de  emplumar ! 

Por  ahí  andarán  sufriendo 
De  nuestra  suerte  el  rigor  : 
Me  han  contado  que  el  mayor 
Nunca  dejaba  á  su  hermano — 
Puede  ser  que  algún  cristiano 
Los  recoja  por  favor. 

Y  la  pobre  mi  mujer      «  \ 
Dios  salxí  cuanto  sufrió! 

Me  dicen  que  se  voló 
Con  no   sé  qué  ga  vilan — 
Sin  duda  á  buscar  el  pan 
Que  no  podía  darle  yo. 

No  es  raro  que  á  uno  le  falte 
Lo  que  á  algún  otro  le  sobre — 
Sino, le  quedó  ni  un  cobre 
Sino  de  hijos  un  enjambre, 
Qué  m.as  iba  á  hacer  la  f>obre 
Para  no  morirse  de  hambre  ! 


¡  Tal  vez  no  le  vuelva  á  ver, 
i'renda  de  mi  corazón ! 
Dios  te  dé  su  proteción 
Ya  que  no  me  la  dio  á  mi  — 

Y  á  mis  hijos  dende  aqui 
Les  echo  mi  bendición. 

CoDK^  hijitos  de  la  cuna 
.Andarán  por  ahi  sin  madre— 
Ya  se  quedaron  sin  padre 

Y  ansi  la  suerte  los  deja, 
Sin  naides  que  los  proteja 

Y  sm  perro  que  les  ladre. 

Los  {)obrecit03  tal  vez 

.N^o  tengan  ande  abrigarse, 

Ni  ramada  ande  ganarse, 

Ni  rincón  ande  meterse, 

Ni  camisa  qué  ponerse, 

Ni  poncho  con  qué  taparse. 

["aJ  vez  ios  \eián  sufrir 
Sin  tenerles  compasión   — 
Puede  que  alguna  ocasión 
-Aunque  los  vean  tiritando, 
I^os  eclien  de  algún  jogón 
Pa  que  no  estén  estorbando. 

Esto  versos  tan  naturales,  tan  sentidos, 
que  parecen  escritos  con  lágrimas,  estas 
quejas  tan  tiernas,  tan  patéticas,  y  que 
liarían  llorar  á  las  piedras,  si  las  tuvieran  :■. 
¿no  dicen  nada  al  corazón,  ni  á  la  inteli- 
gencia de  las  gentes  que  se  llaman  ilu- 
stradas, de  los  hombres  que  gobiernan  y 
hacen  las  leyes?  ¿No  conmoverán  á  los 
que  tienen  el  poder  y  el  deber  eje  poner 
término  á  tales  atrocidades,  á  tales  sufri- 
mientos? Probablemente  nó,  porque  Mar- 
tm  Fierro  es  un  bárbaro,  un  gp.ucho  que 
se  vá. 

— -¿  Que  importa  entonces  que  haya  na- 
cido en  el  pais,  que  haya  derramado  su 
sangre  defendiéndolo  contra  los  extranje- 
ros ó  los  indios,  que  la  haya  derramado 
en  las  contiendas  civiles  en  defensa  de 
gobierno,  de  libertades  y  leyes,  de  que 
gozarán  otros,  pero  de  que  él  jamás  go- 
zará? ¿quién  es  él,  para  interrumpir  con 
sus  penas  los  placeres  y  el  sosiego  de  un 
hombre  ilustrado,  de  un  hombre  del  po- 
der? ¿qué  importa  su  llanto,  sus  desgra- 
cias, si  la  sociedad,  si  los  gobiernos  están 
á   demasiada    altura    para    ñiarse  en   los 


S*«<jf,>i^,y,?!«;.rí  x  vy  ■  I  .'y 


SO eríE  MARTIN  FIERRO 


XXXIlí 


díolorca,  en  los  infortunios  que  yacen  á 
sus  pies? 

Martin  Fierro  busca  á  su  mujer,  á  sus 
hijos  y  no  los  encuentra.  Durante  su  ausen- 
cia, la  hacienda  que  había  dejado  fué 
disipada  por  los  acreedores  y  la  autori- 
dad; la  mujer  y  los  hijos,  desnudos  y 
haaifcbrientos,  se  dispersaron,  y  el  lugar 
domde  tres  años  antes  existía  una  familia 
feliz,  solo  tiene  por  recuerdos  una  tapera 
arruinada,  y  los  maullidos  de  tm  gato! 

i  Cuánto  sentimiento,  cuánto  color,  cuán- 
ta poesia ! 

Pero  la  medida  de  sus  infortunios  no 
estaba  aún  colmada,  era  desertor  se  vé 
perseguido  como  vago  y  tiene  que  huir. 

De  carta  de  mas  me  via 
Sin  saber  á  dónde  dirme ; 
Mas  dijeron  que  era  vago 

Y  entraron  á  perseguirme. 

Nunca  se  achican  los  maies 
Van  poco  á  poco  creciendo, 

Y  ansina  me  vide  pronto 
Obligado  á  andar  juyendo. 

Sin  familia,  sin  bienes,  sin  hogar,  y 
perseguido  como  vago,  halla  refugio  en  la 
pulpería  y  el  pajonal ;  se  hace  nómade  y 
camorristaj  frecuenta  las  milongas,  y  pe- 
lea y  mata,  porque  destruidos  los  lazos 
que  lo  unían  á  la  sociedad,  su  miseria,  la 
persecución  que  se  le  hace  y  el  continuo 
peligro  en  que  se  encuentra,  han  borrado 
de  su  mente  toda  idea  de  sociabijidad,  y 
despertado  en  él  los  instintos  del  desierto, 
la  soledad,  la  independencia  y  el  despre- 
cio de  la  vida  propia,  como  de  la  agena- 

Tales  son  las  consecuencias  que  un  de- 
testable sistema  de  Go^Dierno  y  de  admi- 
nistración produce  en  las  provincias  ar- 
gentinas del  Oeste  del  Plata,  y  por  eso 
dijimos,  que  Martin  Fierro  era  antes  que 
todo  c  una  lección  moral  de  Gobierno 
administrativo. »  Póngase  término  á  ese 
insufrible  desorden,  cámbiese  se  cruel  y 
vergonzoso  sistema,  y  centenares  de  infe- 
lices dejaran  de  ir  á  engrosar  las  hordas 
salvajes  llevándoles  el  contingente  de  su 
valor  y  desesperación. 


Pero  ¿Martin  Fierro  es  solo  un  pens*- 
miento  humanitario,  una  lección  moral  de 
Gobierno  administrativo,  bellamente  dada 
bajo  las  quejas  del  dolor,  bajo  los  acento3 
del  infortunio  ?  ¡  Nó !  Martin  Fierro  es 
también  la  personificación  de  su  raza,  la 
mas  perfecta  que  hasta  ahora  se  ha  cono- 
cido, y  que  probablemente  no  tendrá  su- 
perior, y  en  este  concepto  es  un  monu- 
mento, típico,  que  honra  la  literatura  ar- 
gentina. 

Martin  Fierro  no  es  un  gaucho  sabio, 
un  gaucho  apócrifo,  de  esos  que  nos  ma- 
rean con  sus  gracejos  vulgares  y  con  la 
crítica  que  hacen  de  una  sociedad  que  no 
conocen — Martin  Fierro  es  un  gaucho  le- 
gítimo, que  solo  ha¿)la,  pero  bien,  de  lo 
que  entiende,  y  que  contándonos  su  histo- 
ria, nos  hace  ver  y  comprender  esos  hom- 
bres tan  numerosos,  tan  esparcidos  en  la 
ba¿e  d«  la  sociedad  argentina,  de  quienes 
todo  el  mundo  habla,  pero  que  muy  f>ocQt 
conocen. 

Hijo  legífímo  de  las  llanuras,  nacido 
sobre  el  caballo,  criado  al  aire  libre,  tiene 
en  alto  grado  todas  las  calidades  y  todos 
los  instintos  del  hombre  de  la  naturaleza ; 
es  ginete,  pastor,  soldado,  poeta  y  nóma- 
de ;así  sus  cuadros  son  animados  y  tienen 
el  colorido  y  la  expresión  de  la  verdad. 

Jinete,  recuerda  con  fuego*'  y^  con  brío 
las  escenas  del  domador. 


Y  allí  el  gaucho  inteligente 
En  cuanto  el  potro  enriendó. 
Los  cueros  le  acomodó 

Y  se  le  sentó  en  seguida. 

Que  el  hombre  muestra  en  la  vida 
La  astucia  que  Dios  le  dio. 


Y  en  las  playas  corcobiando 
Pedazos  se  hacía  el  sotreta 
Mientras  él  por  las  paletas 
Le  jugaba  las  lloronas, 

Y  al  ruido  de  las  caronas 
Salía  haciéndole  gambetas; 

Ah!  tiempos!...  si  era  un  orgullo 
Ver  ginetear  un  paisano — 
'^uando  era  gaucho  baquiano 


^■i 


/ 


XXXIV 


JUICIOS  críticos 


Aunque  el  potro  se  boliase 
No  había  uno  que  no  parase 
Con  el  cabresto  en  la  mano. 

Pastor,  pinta  con  igual  aninoación 
vida  á  la  vez  sosegada  y  activa  de 
estancia,  sus  trabajos  y  sus  goces. 

Ya  apenas  la  madrugada 
Empezaba  á   colcriar. 
Los  pájaros  á  cantar, 
Y  las  gallinas  á  apiarse, 
Era  cosa  de  largarse 
Cada  cual  á  trabajar. 

Este  se  ata  las  espuelas, 
Se  sale  el  otro  cantando, 
Uno  busca  un  pellón  blando, 
Este  un  lazo,  otro  un  rebenque, 
Y'  los  pingos  relinchando 
Les  llaman  dende  el  palenque. 


la 
la 


Y  mientras  dümaban  unos ; 
Otros  al  campo  salían, 

Y  la  hacienda  recogían, 
Las  manadas  repuntajban, 

Y  ansí  sin  sentir  pasaban, 
Entretenidos  el  dia. 

Y  verlos  al  cair  la  nocke 
En  la  cocina  riunidos, 
Con  el  juego  bien  prendido 

Y  mil  cosas  qué  contar, 
Platicar  muy  divertidos 
Hasta  después  de  cenar. 

Y  con  el  buche  bien  lleno 
Era  cosa  superior 

Irse  en  brazos  del  amor 
A  dormir  como  la  gente, 
Pa  empezar  al  dia  sigaicBte 
Las  fainas  del  dia  anterior. 

Ricuerdo  :  ¡  Qué  maravilla  ! ! 
Como  andaba  la  gauchada 
Siempre  alegre  y  bien  montada 

Y  dispuesta  pa  el  trabajo... 
Pero  hoy  en  el   día...  baraje! 
No  se  le  vé  de  aporriada. 


El  gaucho  mas  infeliz 
Tenía  tropilla  de  un  pelo, 
No  le  faltaba  un  consuelo 

Y  andaba  la  gente  lista, . . 
Teniendo  al  campo  la  vista 
Solo  vía  hacienda  y  cielo, 

Cuando  llegaban  las  yerras,      . 
\  Cosa  que  daba  calor ! 
Tanto  gaucho  pialador 

Y  tironiador  sin  yel — 

[Ah !  tiempo !...  pero  si  en  él, 
Se  ha  visto  tanto  primor. 

Aquello  no  era  trabajo. 
Más  bien  era  una  jvMCáón, 

Y  después  de  un  güen  tiróm 
En  que  uno  se  daba  maña. 
Solía  llamarlo  el  patrón. 

Soldado,  describe  al  natural  los  ata- 
ques y  entreveros  con  los  indios,  con  una 
verdad   y   colorido    sin   rival. 

Se  vinieron  en  tropel 
Haciendo  temblar  la  tierra 
No  soy  manco  p>a  la  guerra 
Pero  tuve  mi  jabón 
Pues  iba  en  un  redomón 
Que  había  bollado  en  la  sierra. 

j  Qué  vocerío!  ¡qué  barullo! 
Ooé  apurar  esa  carrera ! 
La  indiada  todita  entera 
Dando  alaridos  cargó — 
Jué  pucha...  y  ya  nos  sacó 
Como  yeguada  matrera. 

Qué  fletes  traiban  los  bárbaros ! 
Como  una  luz  de  lijeros — 
Hicieron  el  entrevero 

Y  en  aquella  mescolanza, 
Este  quiero,  este  no  quiero, 
Nos  escojían  con  la  lanza. 

Al  que  le  dan  un  chuzazo, 
Diñcultoso  es  que  sane. 
En  ón,  para  no  echar  panrs, 
Salimos  por  esas  lomas, 
Lo  mesmo  que  las  palomas, 
Al  juir  de  los  gavilanes. 


;OBRE  MaKTIN  i^'IBÍifiO 


IXXV 


Es  de  almirar  la  destreza 
Con  que  la  lanza  manejan  ! 
De  perseguir  nunca  dejan — 

Y  nos  traiban  apretaos, 

Si  queríamos  de  apuraos 
Sal  irnos  por  las  orejas. 

Y  pa  mejor  de ;  la  ñesta 
Pin  esta  aflición  tan  suma, 
Vino  un   Indio  echando  espuma, 

Y  con  la  lanza  en  la  mano 
Gritando  «Acabau  cristiano 
IMetan  el  lanza  hasta  el  pluma  *. 

Tendido  en  el  costillar 
Cimbrando  por  sobre  el  brazo 
Una  lanza  como  un  lazo 
Me  atropello  dando  gritos — - 
Si  me  descuido...  el  maldito 
I.íe  levanta  de  un  lanzazo. 


Si  me  atribulo,  ó  me  encojo 

Siguro  que  no  me  escapo  : 

Siempre  he  sido  medio  guapo  ji 

Pero  en  aquella  ocasión,  * 

Me  hacía  buya  el   corazón 

Como  la  garganta  al  sapo. 


Dios  le  perdone  al  salvaje 
Las  ganas  que  me  tenía... 
Desaté  las  tres  marías 
Y  lo  engatusé  á  cabriolas... 
¡  Pucha !  si  no  traigo  bolas, 
I\íc  achura  el  Indio  ese  dia. 

Poeta  es  incorrecto  y  verboso,  pero  cla- 
ro, verdadero  y  expresivo — Su  narraciór 
esmaltada  y  embellecida  por  las  metáfo- 
ras é  imajénes  que  emplea»  es  unas  veces 
indolente  y  perezosa,  animada  y  rápida 
otras ;  pero  siempre  sencilla,  siempre  ver- 
dadera, siempre  melancólica. 

Su  vena,  abundante,  fácil  y  grata,  es 
inagotable;  como  él  mismo  lo  dice, — «las 
coplas  le  brotan  como  agua  de  manantial.  » 

Aquí  me  pongo  á  cantar 
Al  compás  de  la  vigüela. 
Que  el  hombre  que  lo  desvela 
Una  pena  estraor diñaría, 
Como  la  ave  solitaria 
Con  el  cantar  se  consuela 


Pido  á  los  Santos  del  Cielo 
Que  ayuden  mi  pensamiento, 
Les  pido  en  este  momento 
Que  voy  á  cantar  mi  historia 
Me  refresquen  la  memoria 

Y  aclaren  mi  entendimiento. 

Vengan  Santos  milagrosos 
Vengan  todos  en  mi  ayuda, 
Que  la  lengua  se  me  añuda 

Y  sevme  turba  la  vista ; 
Pido  á  mi  Dios  que  me  asista 
En  una  ocasión  tan  ruda- 


Cantando  me  he  morir, 
Cantando  me  han  de  enterrar, 

Y  cantando  he  de  llegar 
Al  pié  del  Eterno  Padre — 
Dende  el  vientre  de  mi  madre 
Vine  á  este  mundo  á  cantar. 

Que  no  se  trabe  mi  lengua 
Ni  me  falte  la  palabra — 
El  cantar  mi  gloria  labra 

Y  poniéndome  á  cantar, 
Cantando  me  han  de  encontrar 
Aunque  la  tierra  se  abra. 

Me  siento  en  el  plan  de  un  bajo 

A  cantar  un  argumento  — 

Como  si  soplara  un  viento 

Hago  tiritar  los  pastos — 

Con  oros,  copas  y  bastos 

Juega  allí  mi  pensamiento.  ^ 

Yo  no  soy  cantor  letrao, 
Mas  si  me  pongo  ^á  cantar 
No  tengo  cuando  acabar 

Y  me  envejezco  cantando, 
Las  coplas  me  van  brotando 
Como  agua  de  manantial. 

Con  la  guitarra  en  la  mano 
Ni  las  moscas  se  me  arriman, 
Naides  me  pone  el  pié  encima.      -^ 

Y  cuando  el  pecho  se  entona. 
Hago  gemir  á  la  prima 

Y  llorar  á  la  bordona. 

No  puede  darse  nada  más  acabado  como 
prueba  de  abundancia  y  de  facilidad. 


•r'T'^.'-íi',: 


XXXVÍ 


JUICIOS  CRÍTICOS 


Cuando  describe,  pinta,  y  sus  cuadros' 
son  vivos  y  animados  como  la  naturaleza 
misma. 

Yo  he  conocido  esta  tierra 
En  que  el  paisano  vivía 

Y  su  ranchito  tenía 

Y  sus  hijos  y  mujer 

Era  una  delicia  el  ver 
Cómo  pasaba  sus  dias. 

Entonces....  cuando  el  lucero 
Brillaba  en  el  ciclo  santo, 

Y  los  galios  con  su  cantos 
Nos  decían  que  el  día  llegaba, 
'A  la  cocina  rumbiaba 
El  gaucho  que  era  un  encanto. 

Y  sentao  junto  al  jogón 
A  esperar  que. venga  el  día, 
Al  cimarrón  le  prendía 
Hasta  ponerse  rechoncho, 
Mientras  su  china  dormía 
Tapadita  con  su  poncho. 


Venía  la.  carne  con  cuero, 
La  sabrosa  carbonada, 
Mazamorra  bien  pisada 
Los  pasteles  y  el  güen  vino...» 
^ero  ha  querido  el  destino, 
ic  todo  aquello  acabara. 


•\ 


rer 


No  me  faltaba  un  guasca 
Esa  ocasión  eché  el  resto : 
Bozal,    maniador,   cabresto, 
Lazo,   bolas  y  maneas... 
¡  El  que  hoy  tan  pobre  me  vea 
Talvez  no  crerá  todo  esto  ! ! 

Todo  esto  es  bellísimo;  pensamiento, 
descripción,  versiñcación.  El  recuerdo  del 
tiempo  pasado,  la  madrugada,  la  comilo- 
na, y  el  candoroso  recuerdo  de  las  guascas 
que  constituían  sus  riquezas,  son  preciosi- 
dades que  enternecen,  que  encantan  y  tras- 
portan al  lector  á  la  estancia-  al  rancho, 
á  la  yerra,  á  todas  esas  escenas  sencillas 
y  tocantes  que  hacen  la  felicidad  del  pai- 
sano y  su  familia — felicidad  real  porque 


está  en  la  naturaleza,  y  que  solo  Marlín 
Fierro  ha  sabido  pintar  con  sus  verdaderos 
colores. 

Por  lo  que  á  mí  hace,  puedo  decir  que 
no  he  visto  en  las  mejores  descripciones 
de  Walter  Scott  y  de  Fenimore  Coopper, 
nada  que  iguale  á  la  sencillez,  naturalidad 
y  belleza  de  éstas. 

Tiene  todavía  en  este  género,  y  entre 
un  cúmulo  de  bellezas  en  que  es  diñen 
elegir,  un  cuadro  sin  rival,  en  que  compe- 
ten la  grandeza  del  terror,  en  que  todo  es 
bello,  todo  es  tremendo;  tremendo  el  es- 
panto, tremendo  el  pavor  que  inspira.  Este 
cuadro  es  el  malón  del  Indio. 

Allí,  si,  se  ven  desgracias 

Y  lágrimas,  y  afliciones, 
Naides  le  pida  perdones 
Al  Indio — pues  donde  entra 
Roíba  y  mata  cuanto  cncuentii 

Y  quema  las  poblaciones. 

No  salvan  de  su  juror 
Ni  los  pobres  angelitos ; 
Viejos,  mozos  y  chiquitos ; 
Los  mata  del  mesmo  modo — 
Que  el  Indio  lo  arregla  todo 
Con  la  lanza  y  con  los  gritos. 

Tiemblan  las  carnes  al  verlo 
Volando  al  viento  la  cerda — 
'  La  rienda  en  la  mano  izquierda 

Y  la  lanza  en  la  derecha — 
Ande  enderieza  abre  brecha 
Pues  no  hay  lanzazo  que  pierda. 

¿Y  qué  decir  de  la  última  estrofa? 

¿  Quién  no  vé  con  espanto  ante  sus  ojos 
al  indio  feroz  y  bárbaro,  sediento  de  san- 
gre, ávido  de  destrucción  y  carnicería; 
desnudo,  desmelenado  y  terrible,  lanza  en 
ristre  hiriendo  y  matando  con  furor  cuanto 
encuentra,  viejos,  mujeres  y  niños? 

Tiemblan  las  carnes  al  verlo 
Volando  al  vientoja  cerda — 
La  rienda  en  la  mano  izquierda 

Y  la  lanza  en  la  derecha — 
Ande  enderieza  abre  brecha. 
Pues  no  hay  lanzazo  que  pierda. 


SOBRE  MARTIN  FIERRO 


XXXVII 


Esto  es  soberbio,  magnífico,  y  hasta  la 
versificación  por  su  vigor,  su  rapidez,  y 
su  pavorosa  eufonía,  es  grande  y  digna 
de  la  pintura  que  traza.  En  ningún  idioma 
puede  hacerse  nada  mejor. 

El  sentimiento  que  en  todo  el  canto  re- 
bosa, es  dulce  hasta  lo  tierno;  penetrante 
hasta  el  dolor. 

De  este  último  hemos  dado  ya  una 
muestra  al  describir  su  llegada  á  su  ran- 
cho. 

Puedo  asigurar  que  el  llanto 
Como  una  mujer  largué 
Ay  mi  Dios !  si  me  quedé 
Mas  triste  que  Jueves  Santo,  f 

Hé  aquí  ahora  algunos  del  primero,  de 
t¿e  sentimiento  dulce,  preñado  de  tierna 
melancolía  que  brota  del  alma,  y  cuyos 
acentos  quejumbrosos  y  resignados,  salen 
lentos  y  pesarosos  como  pulsaciones  de  un 
cwazón    dolorido. 

Y  atiendan  la  relación, 

Que  hace  un  gaucho  perseguido. 
Que  padre  y  marido  ha  sido 
Empeñoso  y  deligente, 

Y  sin  embargo  la  gente 
Lo  tiene  por  un  bandido. 


Junta  esperiencia  en  la  vida 
Hasta  para  dar  y  prestar, 
Quien  la  tiene  que  pasar 
Entre  sufrimiento  y  llanto ; 
Porque  nada  enseña  tanto 
Como  el  sufrir  y  llorar, 


Tuve  en  mi  pago  en  un  tiempo 
Hijos,  hacienda  y  mujer, 
Pero  empezé  á  padecer, 
Me  echaron  á  la  frontera, 
i  Y  qué  iba  á  hallar  al  volver ! 
Tan  solo  hallé  la  tapera. 

Sosegado  vivía  en  mi  rancho 
Como  el  pájaro  en  su  nido — 
Allí  mis  hijos  queridos 

Iban  creciendo  á  mi  lao... 


Solo  queda  ai  desgraciao 
Lamentar  el  bien  perdido. 


No  tiene  hijos,  ni  mujer, 
Ni  amigos,  ni  protectores. 
Pues  todos  son  sus  señores 
Sin  que  ninguno  lo  ampare. 

Su  casa  es  el  pajonal, 
Su  guarida  es  el  desierto ; 

Y  si  de  hambre  medio  muerto 
Le  echa  el  lazo  á  algún  mamón» 
Lo  persiguen  como  á  plaito 
Porque  es  un  gaucho  ladrón. 

Y  si  de  im  golpe  por  ay 

Lo  dan  gíielta  panza  arriba, 
No  hay  un  alma  compasiva 
Que  le  rece  una  oración — 
Tal  vez  como  cimarrón 
En  una  cueva  lo  tiran. 


Para  él  son  los  calabozos 

Para  éi  las  duras  prisiones — 

En  su  boca  no  hay  razones 

Aunque  la  razón  le  sobre, 

Que  son  campanas  de  palo 

Las  razones  de  los  pobres 

Si  uno  aguanta,  es  gaucho  bruto — 

Si  no  aguanta  es  gaucho  malo 

Déle  azote !  déle  palo ! 
Porque  es  lo  que  él  necesita ! ! 
De  todo  el  que  nació  gaucho — 
Esta  es  la  suerte  maldita. 


Y  en  esa  hora  de  ia  tarde 
En  que  tuito  se  adormece 
Que  el  mundo  dentrar  parece 
A  vivir  en  pura  calma 

Con  las  tristezas  del  alma 
Al  pajonal  enderieze. 

s 
Bala  el  tierno  cor  derito 
iíM  lao  de  la  blanca  oveja ; 

Y  á  la  vaca  que  se  aleja 
Llama  el  ternero  amarrao — 
Pero  el  gaucho  desgraciao 

No  tiene  á  quien  dar  su  queja. 


XXXVIIl 


JUICIOS  críticos 


Esta  es  la  verdadera  poesía, la  poesía 
del  dolor  y  del  alma.  ¡  Cuántos  volúme- 
nes de  necedades  brillantes  contienen  las 
Bibliotecas,  cuyo  jugo  csprimido,  no  vale 
el  pensamiento  y  la  ternura  de  estos  po- 
cos versos! 


La  vida  nómade  que  emprende,  respira 
la  poesía  animosa,  elevada  y  melancólica 
del  desierto.  El  aislamiento,  el  espacio  y 
el  silencio  lo  inspiran,  y  canta  la  Noche, 
la  Soledad  y  el  Peligro  : 

Y  al  campo  me  iba  sólito 
Mas  matrero  que  el  venao — 
Como  perro  abandonao 

A  buscar  una  tapera, 
O  en  alguna  viscachera 
Pasar  la  noche  tirao. 

Sin  punto  ni  runi¿DO  ñjo 
En  aquella  inmensidá 
I^tre  tanta  oscuridá 
Anda  el  gaucho  como  duende, 
Allí  jamás  lo  sorprende 
Dormido,  la  autoridá. 

Su  esperanza  es  el  coraje^ 
Su  guardia  es  la  precaución 
Su  pingo  es  la  salvación, 

Y  pasa  uno  en  su  desvelo, 
Sin  mas  amparo  que  el  cielo 
Ni  otro  amigo  que  el   facón- 


Ansi  me  hallaba  una  noche 
Contemplando  las  estrellas 
Que  le  parecen  mas  bellas 

Y  que  Dios  las  haiga  criao 
Cuanto  uno  es  mas  desgraciao, 
Para  consolarse  en  ellas. 

Les  tiene  el  hombre  cariño 

Y  siempre  con  alegría 
Ve  salir  las  tres  marias 

Que  si  llueve,  cuanto  escampa, 

Las  estrellas  son  la  guía 

Que  el  gaucho  tiene  en  la  pampa. 


Me  encontraba  como  digo. 
En  aquella  soledá 


Entre  tanta  oscuridá 
Echando  al  viento  mis  queiaa 
Cuando  el  grito  del  chajá 
Me  hizo  parar  los  orejas. 

Como  lumbriz  me  pegué 
Al  suelo  para  escuchar. 
Pronto  sentí  retumbar 
Las  pisadas  de  los  fletes, 
Y  que  eran  muchos  ginetes 
Conocí  sin  vacilar. 


Me  refalé  las  espuelas 
Para  no  peliar  con  grillos, 
Me   arremangué  el   calzoncillo, 

Y  me  ajusté  bien  la  faja. 

Y  en  una  mata  de  paja, 
Probé  el  filo  del  cuchillo, 

Para   tenerlo   á  la   mano 
El  flete  en  el  pasto  até. 
La  cincha  le  acomodé, 

Y  en  un  trance  como  aquel. 
Haciendo  espaldas  en  él 
Quietito   los   aguardé; 

Cuando  cerca  los  sentí 

Y  que  ay  no  mas  se  pararon 
Los   pelos   se   me  herizaron; 

Y  aunque  nada  vian  mis  ojos, 
cNo  se  han  de  morir  de  antojo» 
Les  dije  cuando  llegaron. 

En  la  refriega  que  tuvo  con  la  Poli- 
cía, fué  socorrido  por  Cruz,  otro  gau- 
cho desgraciado  y  perseguido  como  él, 
y  como  él  valiente  y  poeta.  Se  hacen 
amigos;  Cruz  le  cuenta  su  historia  que 
es  la  misma  de  Fierro  y  de  todos  los 
gaudios;  y  al  hablarle  de  su  querida  lo 
hace  con  una  pasión  y  un  sentimiento 
que  honrándolo  á  él,  honra  y  ennoblece 
á   la   mujer  de  campaña. 

Yo  también  tuve  una  pilcha 
Que  me  enllenó  el  corazón 

Y  si  en  aquella  ocasión 
Alguien  me  hubiera  buscao — 
Siguro  que  me  había  hallao 
Más   prendido  que  un  botón. 


-:a. 


,*■ 


SOBRE  mastín  FIEKRO 


xxxíx: 


Quié»  es  de  uaa   alma  tan   dura 

Que  no  quiera  una  mujer! 

Lo  alivia  en  su  padecer: 

Si  no  sale  calavera, 

^Es  la  mejor  compañera 

Que  el  hombre  puede  tener. 

Si  es  gucna,  no  lo  abandona 
Cuando  lo   vé   desgraciao, 
Lo  asiste  con  su  cuidao, 

Y  con  afán  cariñoso 

Y  usté  tal  vez  ni  nn  rebozo 
Ni  una  pollera  le  ha  dao. 

¡  Cuan  noble  y  hermoso  es  este  retra- 
to de  la  mujer  americana,  única  que  sin 
interés  adhiere  y  sacrifica  por  el  hombre 
que  ama !  , 

Y  usté  tal  vez  ni  un  rebozo 
Ni  una  pollera  le  ha  dao. 

Hé  aquí  la  mujer  tal  como  la  hizo  la 
naturaleza,  y  tal  como  es  todavía  en  nues- 
tros camp)OS.  ¡Lástima  que  no  pueda  de- 
cirse otro  tanto  de  todas  las  de  las  ciu- 
dades, donde  estos  ejemplos  son  ya  bas- 
tante raros! 

Crtiz  y  Fierro  unidos  por  la  amistaa 
y  recíproco  interés,  abandonan  sus  pa- 
gos, y  se  van  á  los  indios.  —  Nada  mas 
natural  que  este  pensamiento  y  el  modo 
de  ejecutarlo  — .Los  proyectos,  el  racio- 
cinio, y  el  lenguaje  se  sostienen  hasta  el 
fin  con  el  mismo  interés  con  que  empezó 
la  historia. 

Véase  la  conclusión  que  queda  estereo- 
tipada en  la  mente  del  lector. 


Si  hemos  de  salvar  ó  nó — 
De  esto  naide  nos  responde, . 
Derecho  ande  el  sol  se  esconde 
Tierra  adentro  hay  que  tirar, 
Algún  día  hemos  de  llegar..^ 
Después  sabremos  á  donde.       ,    - 

No  hemos  de  perder  el  rumbo 
Los  dos  somos  güeña  yunta — 
El  que  es  gaucho  va  ande  apunta, 
Aunque  inore  ande  se  encuentra ; 
Pa  el  lao  en  que  el  sol  se  dentra 
Dueblan  los  pasos  la  punta. 


Allá  habrá  segunda 

Ya  q'ue  aquí  no  la  tenemos. 

Menos  males  pasaremos, 

Y  ha  de  haber  grande  alegría. 
El  día  que  nos  descolguemos 
Eb  alguna  toldería; 

Fabricaremos  un  toldo 
Como  lo  hacen  tantos  otros, 
Con  unos  cueros  de  potro 
Que  sea  sala  y  sea  cocina, 
¡  Tal  vez  no  falte  una  china 
Que  se  apiade  de  nosotros! 

/    -  .     .     . 

El  que  maneja  las  bolas, 
El  que  sabe  echar  un  pial, 

Y  sentársele  á  un  bagual 
Sin  miedo  de  que  lo  baje. 
Entre  los  mesmos  salvajes 
No  puede  pasarlo  mal. 


Cruz  y  Fierro  de  una  estancia 
Una  tropilla  se  arriaron — 
Por  delante  se  la  echaron 
Como  criollos  entendidos, 

Y  pronto  sin  ser  sentidos 
Por  la  frontera  cruzaron. 

Y  cuando  la  habían  p^sao, 
Una  madrugada  clara 

Le  dijo  Cruz  que  mirara 
Las  últimas  poblaciones 

Y  á  Fierro  dos  lagrimones 
Le  rodaron  por  la  cara. 


Las  citas  casi  igualarían  al  texto,  si 
hubieran  de  citarse  todas  sus  bellezas; 
pero  sobra  con  lo  hecho  para  formarse 
una  idea  de  la  obra. 

Habrá  gente,  sin  embargo,  para  quienes 
las  bellezas  del  pensamiento  y  de  poesía 
de  que  está  profusamente  semlxada,  no 
serán  tales  bellezas,  por  la  razón  sobera- 
namente estúpida  de  que  el  estilo  y  ci 
lenguaje,  sean  gauchescos;  como  si  haj*^ 
todas  las  lenguas  y  estilos  no  pudieran 


*% 


XL 


Jííicios  críticos 


manifestarse  con  propiedad  y  elevación  los 
sentimientos  del  alma,  los  quejidos  dei 
dolor,  los  encantos  de  la  poesía ! 

Para  tales  gentes  valdrá  mas  un  millar 
de  embustes,  de  sandeces  y  absurdos»  re- 
ferentes á  pueblos  y^  costumibres  que 
no  conocen  ni  les  interesan,  pero  que 
estén  penosamente  bruñidos  con  el  lima- 
do y  violento  estilo  de  Victor  Hugo,  con 
el  esmerado  y  florido  de  Lamartine;  ó 
el  festivo  de  Dumas,  que  la  verdad  ani- 
mada de  estos  cuadros,  en  que  todo  es 
real,  vivo,  interesante  y  bello.  A  tales 
gentes  es  preciso  comprenderlas. 

Concluiremos  repitiendo,  que  como  pen- 
samiento poético,  y  como  ejecución,  es 
lo  mejor  que  hemos  visto  en  su  género; 
y  creemos  muy  difícil,  por  no  decir  impo- 
sible que  pueda  superarse. 

Tengo  pues  It  aa/tisfacción  íntima  de  fe- 
licitarlo por  una  creación  que  hace  tanto 
honor  á  su  corazón  como  á  su  talento ;  que 
honra  altamente  á  la  literatura  de  su  país ; 
que  conservará  para  siempre  ese  tipo  ca- 
racterístico, cuyo  original  está  próximo 
á  desaparecer,  pero  que  no  morirá  mien- 
tras haya  imprentas  para  reproducirlo,  y 
que  puede  gloriarse  con  razón  de  haber 
eternizado. 

Esperando  que  nuevas  obras  de  su  plu- 
ma me  proporcionen  solaces  agradables 
COBO  los  que  esta  me  ha  dado,  quedo — 

Suyo  Servidor, y  amigo. 

Jiian  Marta  Torres. 
lleatevideo,  su  casa.  Febrero  i8  de  18:^4. 


Vamos  á  publicar  en  seguida  una  carta 
del  mismo  Sr.  Torres  rehusando  su  apro- 
bación al  título  de  JUCIO  CRITICO  con  que 
encabezamos  su  trabajo,  y  que  él  encuen- 
tra desmasiado  pretensioso,  limitándose  á 
darle  modestamente  el  de  APRECIACIONES. 

Nos  permitiremos  antes  de  hacerlo,  de- 
cir dos  palabras  muy  breves  al  respecto. 


Como  observa  co«  muchísima  propie- 
dad el  Sr.  Torres,  no  siendo  Martin  Fie- 
rro  una  obra  de  arte,  no  pueden  aplicársele 
sus  reglas,  y  hacer  á  su  respecto  un  juicio 
crítico  literario. 

Pero  sus  Apreciaciones  han  seguido  otro 
rumbo,  y  han  ido  por  consiguiente  «a» 
allá,  penetrando  profundamente  en  la  ín- 
dole y  la  intención  del  liforo  que  exami* 
naba;  ha  descubierto  en  él,  con  espíritu 
sagaz  y  fina  obser\^ación,  el  sentimiento 
que  comunica  vida  y  movimiento  á  cada 
uno  de  los  cuadros,  que  él  mismo  acaba 
de  poner  en  relieve  con  tan  exquisito  pul- 
so, y  con  observaciones  de  tal  carácter 
y  de  tanto  alcancje;  que  lo  que  él  llaraa 
modestamente  APRECIACIONES,  no  es  »ada 
menos  sino  un' JUICIO  FILOSÓFICO  SOCIAL, 
en  que  se  ven  mezcladas  á  cada  piaeo, 
observaciones  de  un  orden  grave  y  elfeva- 
do  con  reflexiones  sugeridas  por  usa  se- 
rena cuanto  profunda  moralidad  y  ani- 
mado todo  él  por  un  sentimiento  viro  y 
delicado  de  la  belleza  y  de  la  poesía. 

El  Sr.  Torres  le  ha  abierto  á  Martin 
Fierro^  puertas  donde  sus  formas  íbcuI- 
tas,  no  le  daban  el  derecho  de  solicitar 
entrada. 

El,  en  efecto,  se  sustrae  á  la  crítica 
literaria. — Es  el  tipo  de  una  raza. 

Es  el  hijo  de  la  naturaleza,  como  el  Sr. 
Torres  lo  ha  llamado;  es  el  cantor  del 
Desierto. 

No  tiene  maestro,  ni  otra  escuela  que  la 
de  sus  desgracias. 

No  tiene  otra  inspiración  que  la  de  sus 
propio  afectos,  y  los  ecos  que  brotan  de 
su  alma,  son  los  trasportes  de  su  alegría  ó 
los  ayes  de  su  dolor,  naturales,  fáciles  y 
espontáneos,  no  modelados  por  el  arte, 
no  empalidecidos  por  la  ficción,  ni  avi- 
vados por  el  esfuerzo  de  su  inteligencia 

Es  inculto,  es  agreste,  pero  es  real  y 
verdadero. 

Canta,  porque  nació  cantor.  —  Es  gan- 
cho, y  se  ha  entrado  al  Parnaso  en  potro. 

Sin  que  estas  líneas  sirvan  de  respuesta 
al  Sr.  Torres,  ni  tengan  mas  objeto  que 
emitir  las  breves  observaciones  que  hemos 
consignado  en  ellas,  nos  complacemos  en 


m^F^' 


SOBRE  MARTIN  FIERRO 


XLI 


publicaf  sii  carta,  á  la  cual  hemos  hecho 
referencia. 

Es  la  siguiente  : , 

Señor  D.  José  Hernández  < 

'  Su  casa,  Febrero  23  de  1873, 

\      Estimado  señor  y  amigo  : 

He  visto  en  La  Patria  que  se  dá  el  tí- 
tulo de  Juicio  critico  á  las  Apreciacio- 
nes que  hice  de  su  bella  obra,  Marti?i 
Fierro. 

Permítame  mi  amigo,  que  rehuse  mi 
aprobación  á  un  título  tan  pretensioso 
pues  no  tiene  base  desde  que  esa  obra  por 
la  especialidad  de  su  carácter,  no  está 
ni  puede  estar  sujeta  á  la  crítica  literaria. 

Para  que  Martin  Fierro  pudiera  ser  obje- 
to de  crítica,  era  preciso  que  fuera  una 
obra  de  arte,  sujeta  á  sus  reglas  y  por  con- 
siguiente á  su  aplicación — no  siéndolo — 
no  pueden  aplicársele,  luego  no  puede  ha- 
cerse un  juicio  crítico  sobre  ella. 

Martin  Fierro  es  un  gaucho  verdadero, 
lejítimo,  hijo  puro  de  la  naturaleza,  que 
no  sabe  lo  que  es  arte  y  ni.  aun  conoce  los 
elementos  del  idioma  que  habla ;  es  el  can- 
tor inspirado  del  desierto  que  arroja  al 
aire  torrentes  de  poesía  inculta,  pero  her- 
mosa como  la  calandria  ó  el  gilguero,  sus 
trinos  y  gorgeos. 

No  pueden,  pues,  aplicársele  los  precep- 
tos de  un  arte  que  no  conoce,  ni  de  una 
gramática  que  no  ha  estudiado.  Lo  mas 
que  puede  hacerse  con  él,  es  lo  que  yo 
hice,  saborear  sus  bellezas:  ir  mas  allá 
sería  una  pretensión  absurda.  Y  es  esto 
precisamente  lo  que  constituye  su  mérito 
pues  acaso  tiene  mas  valor  real,  y  mas 
bellezas  poéticas,  bajo  el  tosco  lenguaje 
que  emplea,  que  muchas  obras  que  se  dan 
por  modelo  de  corrección  y  de  arte- 

Le  agradeceré  tenga  á  bien  publicar 
ésta,  á  continuación  del  último  trozo  de 
mis  Apreciaciones  sobre  Martin  Fierro^  co- 
rno un  correctivo  al  título  de  JUICIO  CRITI- 
CO, con  que  aparecieron, 

Juan  Marta  Torres, 


BIBLIOGRAFÍA 


MARTIN  FIERRO 


Señor  D.   José  Hernández. 

Tratándose  de  juzgar  un  libro,  ni  Vd. 
ni  yo  gustamos  de  hacer  floreos  literarios, 
yendo  siempre  derechos  al  bulto,  al  punto 
objetivo  ó  como  quien  dice,  al  eje  ó  mue- 
lle espiral  sobre  que  describe  su  rotación  el 
argumento.  Aplicando  tan  económico  si- 
stema para  darle  mi  opinión  sobre  Martin 
Fierro,  no  me  detendré  en  decir  donde 
faltó  á  las  leyes  de  la  rima,  ni  cual  ripio 
debiera  desaparecer  y  si  hay  éste  ó  aquel 
concepto  contrario  á  la  buena  prosodia. 

Solo  juzgando  ensayos  juveniles  es  per- 
tinente detenerse  en  la  parte  elemental  de 
la  composición;  pero  como  Vd.,  á  lo  que 
entiendo,  no  está  en  el  caso  de  aprender 
el  mejor  empleo  de  las  sinalefas  y  oirás 
ñguras  didácticas  del  divino  arte,  voy  sin 
rodeos  á  manifestarle  mis  impresiones. 

Repetidas  veces  he  saboreado  las  belle- 
zas contenidas  en  las  bien  descritas  aven- 
turas de  su  héroe,  creación  bellísima  por  la 
doble  faz,  riente  y  sombría,  con  que  se 
dibuja  en  gigantesco  relieve,  esto  sin  con- 
tar con  lo  sabroso  de  la  crítica  con  que 
Vd.  decora  su  admirable  cuadro. 

Su  trabajo,  escrito  sin  duda  por  mero 
pasatiempo,  responde  á  tendencias  domi- 
nantes en  su  espíritu,  preocupado  desde 
larga  fecha  por  la  mala  suerte  del  gaucho  : 
y  es  la  manifestación  cumplida  de  sus  sim- 
patías en  favor  de  esos  pobres  parías,  con- 
denados por  los  abusos  del  poder  á  vivir 
constantemente  armados  del  sable,  crean- 
do y  destruyendo  situaciones  que  siempre 
concluyen  por  serles  adversas.  En  las  lu- 
chas civiles,  la  peor  part)2  ha  sido  para  €- 
líos ;  y  durante  la  paz  armada  en  que  ios 
caudillos  han  mantenido  la  República,  el 
campamento/y  los  fortines  los  han  alejado 
de  la  vida  laboriosa  y  de  los  sagrados  vín- 
culos del  hogar,  relajando  la  constitución 
de  la  familia  y  bastardeando  las  genera- 
ciones :   convirtiéndclos  en  nómades  habi- 


XLil 


JU1CI0¿  CKlTiUOS 


tantcs  de  nuestras  inmensas  praderas, 
cuando  no  están  sujetos  al  yugo  del  servi- 
cio, que  es  un  lote  en  el  repartimiento  de 
los  bienes  de  la  libertad  por  cuya  conqui- 
sta tantos  años  han  pugnado. 

Martin  Fierro  és  la  encarnación  de  ia 
multitud  :  órgano  reproductor  del  lamento 
de  los  gauchos  sujetos  al  bárbaro  servicio 
de  fronteras  que,  como  una  onda  poderosa, 
viene  á  estrellarse  ante  la  indiferencia 
granítica  de  los  gobiernos- 

Si  aquí  tuviéramos  un  público  capaz  de 
reivindicar  los  derechos  del  hombre  y  del 
ciudadano,  agredidos  en  el  habitante  na- 
tivo del  campo,  su  libro  habría  producido 
cl  efecto  maravilloso  alcanzado  en  la  Amé- 
rica del  Norte  por  c  La  Cabana  del  TlO 
TOM  »,  porque  uno  y  otro  son  producto 
de  la  mas  sublime  filantropía.  Levantar 
una  raza  abatida,  devolviéndole  las  con- 
diciones civiles  y  políticas  que  el  abuso  a- 
rrebató  atrevidamente,  es  la  tendencia  de 
ambos  libros :  allá  se  atacaba  una  institu- 
ción legal  y  sin  embargo  triunfó  el  grito 
de  la  naturaleza,  en  tanto  que  aquí  el  po- 
bre gaucho  es  flagelado  sin  derecho  y  por 
un  simple  abuso  de  fuerza. 

Lo  dicho,  relativamente  al  objeto,  y  por 
lo  que  respecta  á  su  tipo,  no  vacilo  en  de- 
cirlo que,  sin  pretenderlo,  ha  dejado  Vd. 
muy  atrás  á  nuestros  payadores  en  cuanto 
al  fondo  y  oportuna  elección  de  la  estrofa. 
La  décima  no,  la  usa  el  gaucho  sino  en 
composiciones  breves  de  amor  ó  en  felici- 
taciones, y  el  romance  asonantado  nunca  : 
evitando  estos  escollos  y  haciendo  uso  del 
sexteto  octosílabo,  la  imitación  de  los 
trobos  campesinos  es  perfecta. 

Los  que  han  manejado  este  género  en- 
tre nosotros,  poseyendo  el  medio  literario, 
desconSfean  las  petuliaridadcs  de  moral, 
de  filosofía,  de  religión  y  aun  de  política 
que  hacen  del  gaucho  un  ser  excepcional, 
difícil  de  medirlo  en  el  cartabón  de  los 
compadritos  dicheros. 

El  compadre  en  la  campaña,  es  la  depu- 
ración incorrecta  de  la  sencillez  rústica  que 
perdiendo  todo  su  sabor  original,  se  apro- 
xima y  entremezcla  con  el  comfadre  de  la 
ciudad,  degeneración  correcta  del  habi- 
tante culto ;  y  en  esa  zona  que  deslinda  la 
civilización  de  la  barbarie,  los  predios  rú- 


ticos  de  los  urbanos;  término  medio  del 
estado  social  argentino,  se  desenvuelve  la 
existencia  bullanguera  del  tipo  estudiado 
para  representar  al  gaucho,  y  que  en  su 
eterna  manía  de  espectabilizarse,  hace  gro- 
tesco lo  que  es  bello. 

En  este  concepto,  Vd.  se  hallaba  en  con- 
diciones ventajosas  para  desarrollar  su  té- 
sis,  porque  habiendo  vivido  por  mucho 
tiempo  en  contacto  con  el  gauchaje  de  las 
cuatro  provincias  litorales,  y  siendo  como 
es,  un  observador  fino  y  de  criterio,  tenía 
que  ofrecemos  en  sus  cuadros  la  verdad, 
eterna  fuente  de  la  belleza ;  y  si  á  esto  se 
agrega  ün  fácil  manejo  de  la  lengua  y  gran 
respeto  á  los  preceptos  literarios,  terminaré 
dinciendo :  que  mi  como  aspiración  noble 
á  favor  de  los  habitantes  del  campo,  ni 
como  crítica  de  los  abusos  cometidos  en  el 
servicio  de  fronteras,  ni  como  interpreta- 
ción del  gaucho  raoralmewte  juzgado,  he 
tenido,  hasta  hoy,  la  ocasión  de  leer  algo 
que  le  aventaje. 

Queda  de  Vd.  S.  S.  S.  y  amigo 


Mariano  A.  Pelliza. 


M&r¿o  27  de  1873. 


BIBLIOGRAFÍA 


MARTIN    FIERRO 

Acaba  de  darse  á  la  publicidad  un  pe- 
queño libro  con  el  título  con  que  encabe- 
zamos estas  líneas. 

El  brillante  éxito  que  ha  obtenido  en  la 
Campaña,  nos  ha  llamado  la  atención  y 
sea  dicho  de  paso,  empezamos  su  lectura 
con  cierta  desconfianza  que  se  explica  ea 
los  números  chaxos  de  que  es  víctima 
nuestro  público  en  materia  de  composicio- 
nes literarias. 

Sin  embargo,  debernos  confesar  que  el 
libro  en  cuestión,  está  muy  lejos  de  ser  lo 


IS^SSv^'.-^'-' 


SOBRE  MARTIN  FiKRSO 


XLUÍ 


que  gcaeraliaentc  se  llama  un  {Lambre;  su 
argumento  no  puede  ser  mas  verosímil,  ni 
sus  personajes  mas  verídicos.  Su  autor,  el 
Sr.  Hernández,  antiguo  re'dactor  del  cRio 
d«  la  Plata»,  nos  demuestra  que  conoce 
profundamente  las  costumbres  del  campa- 
mento y  los  secretos  del  fogón,  nos  en- 
seña el  aduar  del  hombre  semi-salvaje  con 
toda  la  desnudez  vergonzosa  de  su  reali- 
dad. 

Pero  hay  escenas  que  indudablemente  no 
las  comprenderá  sino  la  persona  que  haya 
vivido  algún  tiempo  en  el  campamento, 
imájentes  que  solo  el  que  haya  qruzado  e- 
rrante  nuestras  dilatadas  pampas  podrá 
valorar. 

Con  el  grosero  lenguaje  de  los  habitan- 
tes del  campo,  hace  apreciaciones  pinto- 
rescas y  de  un  colorido  magnífico — exi- 
biéndonos  tipos  que  solo  Ascasubi  y  Del 
Campo  han  descrito  con  éxito  en  nuestros 
días. 

A  pesar  de  que  no  somos  partidarios  de 
este  género  de  literatura,  porque  creemos 
que  para  herir  la  imaginación  de  las  masas 
no  se  necesita  escribir  en  el  lenguaje  liberal 
con  que  ellas  manifiestan  sus  pensamien- 
tos, porque  como  ha  dicho  un  notable  lite- 
rato oriental — se  -puede  sentir  en  gaucho  y 
expresare  en  lenguaje  culto  y  castizo  y  en 
señando  á  las  generaciones  del  porvenir 
como  se  sentía  en  nuestra  época,  preocu- 
pándose poco  de  como  se  expresa  el  senti- 
miento lo  que  á  la  verdad  poco  importará 
á  nuestros  sucesores;  sin  embargo  la  com- 
posición del  Sr.  Hernández  tiene  tan  hu- 
mosos pensamientos,  ideas  de  poesía  natu- 
ral tan  elevadas  y  exquisitas,  que  se  puede 
perdonar  la  forma  en  que  se  presentan  á 
la  imaginación  impresionable  del  pueblo 
de  nuestras  campañas,  seguro  que  el  mas 
ignorante  paisano  comprenderá  el  fondo 
de  verdad  y  aun  la  moral  del  argumento. 

El  mas  extraño  á  nuestras  costumbres 
populares,  verá  brillar  en  medio  á  las  ti- 
nieblas que  se  proyectan  del  cuadro  de 
salvaje  ignorancia  que  el  autor  describe, 
brillantes  luces,  que  el  mismo  fondo  oscu- 
ro hace  notajjles,  aumentando  su  mag- 
nitud. 

En  medio  de  la  ceguedad  del  fanatismo 
supersticioso,  y  de  los  mas  groseros  vicios, 


se  destacan  hermosas  flores  que  se  reve- 
lan por  su  exquisito  per  fume  á  pesar  del 
estilo  y  de  la  forma. 

Martin  Fierro  no  es  el  tipo  del  gaucho 
patriota,  que  allá  en  la  alborada  de  nuestra 
independencia,    nos    describía    Hidalgo : 
entusiasta,  indomable  y  cristiano. 

No  es,  tampoco,    el    gaucho    que    nos 
exhibe  Ascasubi  luchando  por  las  liber- 
tades de  su  Patria  en  los  ejércitos  de  Paz 
ó  de  Lavalle — ni  menos  el  paisano  semi- 
educado  que  nos  pinta  Del  Campo  en  su 
popular  «Fausto» — Martin  Fierro x.^  una 
creación  de  otro  género — es  el  hijo  deshe-/ 
redado  de  una  raza  de  centauros,  envile- 
cido perseguido  y  menospreciado  por  la 
sociedad  en  que  vive,  engendro  miserable 
de  la  guerra  civil  y  la  ignorancia,  con  todo 
el  caudal  de  pasiones  que  puedtí  abrigar 
en  su  corazón  un  ser  humano,  y  sin  siquie- 
ra el  derecho  de  manifestarlas  libremente 
— verdadero  paria  de  nuestros  días,  p)ero 
indomable;  ignorante,  pero  con  arranques 
de  nobleza;  resistiéndose  á  ser  arrastrado 
al  ignominioso  servicio  de  frontera  y  ba- 
tiéndose como  un  león  con  la  partida  del 
pago — Ginete  como  un  tártaro,  fuerte  co- 
mo un  atleta,  práctico  en  las  inmensurables 
sendas   del    desierto   como    un  árabe.-  su- 
frido, sobrio,  como  nadie  en  el  mundo — 
esto  es  algo  de  lo  que  el  autor  nos  hace 
conocer  en  su  tipo,  y  á  la  verdad  que  la 
creación  no  ha  podido  ser  más  feliz. 

Aquí,  en  los  grandes  centros  de  pobla- 
ción, nadie  se  cuidará  del  tipo;^  todo  el 
mundo  ignora  que  á  esa  raza  de  horqbreg 
que  va  desapareciendo  empujada  por  las 
brisas  de  la  civilización  se  le  deben  nue- 
stra indipendencia  y  nuestras  libertades ! ! 
Felicitamos  ardientemente  al  señor  Her- 
nández por  su  hermoso  trabajo,  y  desea- 
ríamos que  siguiera  en  esa  senda,  hacién- 
donos escuchar  en  ese  género  la  lira  casi 
abandonada  de  \Ascasubi  y  de  Del 
Campo. 


Lautaro. 


(El  Mercantil,  Febrero  6  de  1S73). 


XLIV 


JUICIOS  críticos 


BIBLIOGRAFÍA 


El  gusto  por  la  lectura  está  formado  y 
generalizado  gratamente  en  todo  el  terri- 
torio de  ]a  República  Argentina. 

La  escuela  y  la  Biblioteca  Popular  están 
desparramadas  hasta  las  mismas  faldas 
de  los  And'es.  En  la  Rioja,  el  lugar  mas 
apartado  y  que  se  consideraba  la  provin- 
cia menos  culta  de  la  Confederación  Ar- 
gentina, se  siente  el  movimiento  expansivo 
de  la  civilización,  sacudiendo  á  todos  sus 
habitantes  del  marasmo  intelectual  que  los 
dominaba,  comunicándoles  por  medio  del 
libro  nueva  vida  y  presentándoles  rientes 
perspectivas. 

El  lector  de  la  ciudad,  no  tiene  natural- 
mente exijencias  especiales  y  privilegiadas 
por  determinados  libros.  Lee  todo  lo  útil, 
todo  lo  bueno  y  malo  que  nos  envian  las 
prensas  europeas,  y  todo  lo  que  arrojan  á 
la  publicidad  las  casas  editoras  que  te- 
nemos. 

Pero,  conseguir  que  el  habitante  de  las 
campañas  lea  sin  fastidiarse,  lea  con  pro- 
vecho y  queden  en  su  imaginación  impre- 
siones nobles  y  permanentes,  es  algo  mas 
serio  de  lo  que  á  primera  vista  parece.  En 
el  espíritu  del  labriego  es  menester  que  el 
li|3ro  ó  la  anécdota  moral  dejen  huellas; 
es  nesesario  que  la  enseñanza  que  su  rú- 
stica ixitcligencia  adquiere,  no  se  pierda 
ni  se  extinga,  combatidas  por  las  costum- 
bres incultas  y  las  faenas  rudas  del  cam- 
pesino. , 

¿  Cómo,  pues,  conseguir  pasto  intelec- 
tual aparente  y  fructuoso  para  el  gaucho 
de  nuestras  llanuras?  Ni  el  señor  Sar- 
miento que  estudiaba  interesadamente  el 
problema,  pudo  descubrir  la  incógnita  de 
di,  escurenciéndola  mas  bien  con  las  re- 
ducciones inconvenientes  que   aconsejaba. 

No  tiene  punto  alguno  de  contacto  el 
sagiiatter  de  las  selvas  norte-americanas, 
ron  el  semi-salvaje  gaucho  del  desierto. 
Son  dos  naturalezas  totalmente  distintas, 
sin  afinidades  que  las  aproximen,  pues 
las  obras  de  Dickens  que  recrean  al  labra- 
dor americano,  prepararían  la  siesta  de  los 
que  viven  en  el  rancho. 


En  el  campamento  del  ejército  que  Ju- 
chaba por  la  causa  hermosa  de  la  civiliza- 
ción cisalpina,  tiene  origen  una  escuela 
literaria  que  de  tarde  en  tarde  hace  pro- 
sélitos entre  nosotros. 

Aniceto  el  Gallo  es  también  un  tipo  á 
lo  Byron,  á  lo  Quintana,  á  lo  Bello,  etc. 
Es  gefe  de  escuela,  autor  de  una  litera- 
tura destinada  á  quitarle  al  desierto  y  á 
la  ignorancia,  sus  mas  preciosas  preseas. 

Coetáneo  con  el  insigne  Figueroa,  ini- 
ciaron en  buena  hora  un  género  de  publi- 
cación, que  era  como  la  primer  semilla 
arrojada  en  terrenos  feraces  y  propicios 
para  cosechas  compensadoras. 

El  ejemplo  que  ellos  daban,  encontró, 
como  dijimos  ya,  de  cuando  en  cuando 
imitadores. 

El  estilo  gaucho  poético  despertaba  en 
la  imaginación  precoz  de  nuestros  poetas, 
deseos  loables  de  seguir  la  estela  de  Ani- 
ceto, pero  no  lo  conseguían  siempre,  por- 
que no  se  penetraban  íntimamente  de  la 
perfecta  originalidad  que  distingue  al  ge- 
fe,  y  ^e  iban  á  estrellar,  sin  quererlo,  en 
el  género  que  cultivaba  Moorc  ó  en  las 
canciones  inimitables  de  Beranger. 

Por  mucho  tiempo  pues,  el  cetro  lo 
ha  tenido  Ascasubi,  aunque  Anastasio  el 
Pollo  hubiera  hecho  conatos  para  arran- 
cárselo. 

Hoy  se  ha  retirado  Ascasubi  de  la  are- 
na en  que  se  lanzó  ardoroso  y  espIéiM^ido ; 
se  refugia  en  el  hogar  con  la  misma  gran- 
deza y  majestad  con  que  se  asilaiban  en 
los  Inválidos^  los  restos  que  quedaban  de 
los  heroicos  tercios  del  viejo  Imperio. 

Pero  así  como  á  esa  generación  homé- 
rica del  valor  y  el  patriotismo  francés, 
le  sucedió  otra  nueva  digna  de  recojer 
la  herencia;  así  ha  encontrado  Ascasubi 
con  el  autor  de  Martin  Fierro,  un  sucesor 
que,  hará  mas  todavía  que  conservarla  in- 
tacta, que  la  enriquecerá,  pues  tiene  dotes 
privilegiados  para  conseguirlo. 

En  todas  las  librerías  de  esta  ciudad 
está  modestamente  hospedado  un  folleto 
de  bumile  apariencia,  pero  que  ejercerá  en 
los  palacios  de  las  capitales,  en  Iqs  ran- 
chos de  la  campaña  ó  en  los  toldos  del 
desierto,  la  influencia  bienkechora  y  sola- 


l^'vVf^í;  ■;..'?■. ., 


SOBRE  MARTIN  FIERRO 


:lv 


zante  que    nos  producían   en  otro  tiempo 
los  poemas  de  Aniceto. 

D.  José  Herpaadez  (su  autor)  há  pinta- 
do con  la  misma  inspiración  y  destreza 
que  Ruguendas  y  Monvoisin  ese  cuadro 
de  la  naturaleza  americana,  de  este  lado 
del  continente,  que  exije  en  el  artista  po- 
tencia de  genio  y  conocimiento  acaudala- 
do de  detalles. 

Martin  Fierro  es  el  héroe  del  poema  del 
Sr,  Hernández;  Mar  Un  Fierro  es  un  gau- 
cho completo,  sin  rival,  sin  padres  cono- 
cidos, sin  amigos  de  infancia,  sin  nada 
que  lo  ligue  á  la  rutina  que  ha  caracteri- 
zado á  otras  creaciones  idénticas  á  la  del 
Sr.  Hernández. 

A  Montero,  cuando  concluyó  su  cuadro 
Los  funerales  de  Atakualpay  le  dijeron 
en  Florencia,  y  por  labios  muy  autoriza- 
dos, que  no  pintara  mas.  Nosotros  sin  ser 
mas  que  admiradores,  diríamos  á  Her- 
nández que  se  perpetúe  solo  con^  Martin 
Fierro.  \ 

Al  leer  las  páginas  interesantes  de 
Martin  Fierro,  nos  hemos  reconciliado  con 
el  infeliz  gaucho.  Francamente,  lo  que- 
riamos  mal.  El  chiripá,  la  bota  de  potro 
y  el  inseparable  pañuelo  al  cuello,  nos 
prevenían  siempre  desfavorablemente;  lo 
creíamos  feroz  cuando  tal  vez  pudo  ofre- 
cemos techo  y  alimento  en  el  rancho  en 
que  pasa  su  vida. 

Uno  de  esos  dramas  que  se  producen 
alguna  vez  en  las  llanuras  argentinas,  mez- 
cla de  sentimientos  generosos  y  costum- 
bres bárbciras,  es  lo  que  pinta  el  Sr.  Her- 
nández. Las  boleadoras,  la  maneja,  el 
redomón,  las  caronas,  etc.,  todo  ese  voca- 
bulario originalísimo  de  la  vida  gauche- 
sca, campea  en  Martin  Fierro.  Es  un 
paseo  que  se  hace  á  la  pampa.  Es  algo 
más :  leyéndolo,'  se  hace  la  ilusión  de  ha- 
ber vivido  cinco,  diez,  quince  años  en  com- 
pañía de  Martin :  es  decir,  en  pleno  de- 
sierto, en  el  mismo  aduar.  Es  imperece- 
dera la  impresión  que  deja  en  el  ánimo ; 
mas  poderosa  aun  para  el  lector  del  Rio 
de  la  Plata,  que  la  que  produce  Cooper 
leyendo  su  Trampero. 

'    Desconfiamos     de    habjer    escrito    con 
acierto. 


Estas  líneas  las  trazamos  inmediata- 
mente que  •  concluimos  la  sabrosa  lectura 
que  nos  ha  proporcionado  la  inteligencia 
chispeante  y  original  de  Hernández. 

La  Biblioteca  Po fular  de  las  campañas 
argentina  ú  oriental,  está  obligada  á  tener 
en  sus  estantes  á  Mariin  Fierro. 

Cuando  el  local  de  la  biblioteca  sea 
visitado  f>or  algim  gaucho,  de  esos  arro- 
gantes y  esbeltos,  de  fingo  arábigo  y  be- 
cado de  plata.'  y  reviste  la  publicación  de 
que  nos  hemos  ocupado,  exclamará,  esta- 
mos seguros:  ¡Martin  Fierro  es  otro  yo! 

La  Tribuna  de  Montevideo,    editorial  de  23  ds 

Marzo  de  1873. 
Este  articulo  fué  reproducido  por  la  La  Patria 

de  Lima  con  algunos  fragmentos  del  libro. 


bibliografía 


J08E  HERNÁNDEZ 

(Autor  del  Gaucho  Martin  Fierro) 

Si  nosotros  fuéramos  susceptibles  de 
sentir  orgullo,  ó  almenos  de  confesarlo  co- 
nociéndolo, nunca  tendríamos  mejor  opor- 
tunidad para  manifestarlo,  que  en  estos 
momentos,  al  haber  escrito  el  nombre  del 
distinguido  escritor  que  encabeza  este  ar- 
tículo. 

Pero  nuestro  orgullo,  sería  orgullo  na- 
cional. 

Hijo  de  una  nación,  que  bien  pudiera 
decirse  que  recien  empieza  á  la  vida  del 
progreso  y  de  la  civilización,  nos  sentimos 
enaltecidos  en  cada  tuio  de  nuestros  com- 
patriotas que  avanzan  un  paso  en  el  en- 
grandecimiento nacional. 

José  Hernández  pertenece  á  la  carrera 
de  las  letras. 

Entre  los  muy  pocos  obreros  que  tra- 
bajan para  damos  una  literatura  propia, 
hoy  ocupa  un  lugar  distinguido  este  va- 
liente publicista,  cuya  fecunda  imagina- 
ción nos  ha  dado  las  bien  concluidas 
pajinas  de  Martin  Fierro. 

En  esta  obra,  se  hace  la  mas  viva  y  aca- 
bada pintura  de  la  dramática  existencia 
de  nuestros  gauchos,  cuyo  tipo  caballere- 
sco se  va  perdiendo,  ó  se  ha  bastardeado 


XLVI 


JUICIOS  críticos 


con  el  contacto  de  la  civilÍ2:ación  que  em- 
pieza á  extenderse  en  la  campaña.  Mariin 
Fierro,  es  una  leyenda  de  coloridos  tan 
naturales  y  patéticos,  tan  rica  de  nove- 
-.^  dad,  tan  filosóficamente  historiada  la 
vida  errante  del  gaucho,  tan  llena  de  fue- 
go y  de  pasión  como  de  ternura  y  senti- 
miento, que  viene  á  colocar  á  su  autor  en- 
tre los  primeros  poetas  argentinos. 

Porque  el  Mariin  Fierro  es,  á  nuestro 
entender,  una  jova  literaria  que  está  des- 
tinada á  embellecer  nuestras  bibliotecas. 

Pero  no  siendo  nuestro  ánimo  hacer  la 
crítica  del  precioso  libro  de  Hernández, 
vamos  á  volver  al  punto  de  partida. 

Con  todo  lo  que  se  relaciona  con  nues- 
tra naciente  literatura,  somos  como  el 
avaro  ante  su  tesoro,  le  damos  la  impor- 
tancia de  nuestra  codicia  nacional,  de 
nuestro  amor  á  lo  bello,  de  nuestra  fé  en 
los  triunfos  futuros  de  la  inteligencia  ar- 
gentina. 

Por  esto  haiblamos  con  entusiasmo  de 
Martin  Fierro. 

Y  este  legítimo  entusiasmo  se  exalta 
mas  cuando  vemos  lo  bien  que  ha  sido 
recibida  esta  obra  en  el  extrangero. 

El  autor  de  Martin  Fierro  se  le  distin- 
gue en  Nueva- York,  dándole  un  lugar  pre- 
ferente en  una  Asociación  Literaria- 

En  un  periódico  español  se  reproduce 
su  obra  haciéndole  los  más  justicieros  en- 
comios. 

En  París  están  publicando  en  el  popu- 
lar t  Correo  de  Ultramar  »  el  Martin  Fie- 
rro, honor  que  pocos  trabajos  literarios  de 
la  República  Argentina  han  alcanzado. 

De  Norte-América  han  solicitado  la 
adquiescencia  del  autor  para  hacer  una 
edición  de  lujo,  cuyo  tiraje  será  de  mu- 
chos miles. 

También  se  ha  pedido  el  retrato  de 
Hernández  y  algunos  apuntes  biográficos, 
para  que  precedan  á  la  obra;  reserván- 
dose allí  hacer  el  juicio  crítico  de  esa 
producción  del  Rio  de  la  Plata. 

Con  tal  motivo,  véase  lo  que  dice  una 

correspondencia  de  Nueva- York,  dirigida 

en  Agosto  á  La  Tribuna  de  Montevideo. 

«  En    algún    periódico   español,  no  re- 

*    «    cordamos  bien  si  de  las  Antillas  ó  de 


la  Península,  hemos  leído  por  décima 
vez  á  Magariños  Cervantes  en  su  Cellar 
A  cpntinuación  y  con  un  pequeño  pre- 
ámbulo del  editor,  hemos  regalado 
nuestra  imaginación  con  la  lectura  de 
Martin  Fierro,  por  el  Sr.  D.  José  Her- 
nández. Piezas  de  ese  genero,  que  carac- 
terizan tipos  nacionales  que  han  de 
llevar  á  la  posteridad  el  retrato  fiel  é 
imperecedero  de  un  pueblo,  no  debe- 
rían quedar,  según  nos  informa  el  pre- 
ámbulo aludido,  archivadas  en  poder 
de  un  círculo  de  amigos. 
€  Mariin  Fierro,  primo  hermano  de  Ce- 
llar, como  la  ha  bautizado  el  editor 
citado,  ha  despertado  el  deseo  de  im- 
primir seis  mil  ejemplares  en  tipo  her- 
moso y  papel  de  lujo,  siendo  este  nú- 
mero el  calculado  fácil  de  colocar  en 
los  países  de  lengua  española  mas  in- 
mediatos á  este.  Para  el  objeto  es  nece- 
sario la  autorización  del  señor  Hernán- 
dez ó  del  poseedor  del  derecho  de  pu- 
blicación. 

€  Al  intercalar  esto?  que  es  ageno  al 
argumento  de  la  presente  corresponden- 
cia, lo  hacemos  para  que  sirva  de  aviso 
á  quienes  pudiera  interesar.  Si  se  qui- 
«  sicra  favorecer  nuestro  proyecto,  esti- 
«  maremos  se  nos  remita  prepuesta  ce- 
€  rrada  y  rotulada  «  Equis-New-York  » 
«  remitiendo  el  paquete  á  la  oficina  de 
t  La  Tribuna  de  Montevideo,  el  cual,  no 
f  lo  dudamos,  nos  será  remitido  por  esos 
t   amables  editores. 

«  Rogamos  también,  en  caso  que  fuese 
«  aceptada  nuestra  idea,  se  nos  remita 
«  una  copia  fotográfica  del  autor  Sr.  Her- 
€  nandez,  y  algunos  apuntes  biográficos 
«  de  él.  Estos  dos  objetos, » contribuirán 
€  en  mucho  al  embellecimiento  de  la 
€   obra. 

€  Hacemos  votos  por  la  felicidad  del 
t  Sr.  Hernández,  á  quien  hemos  cedido 
€  ya  un  lugar  de  preferencia  en  nuestra 
€  asociación  Literaria.  ¡  Que  la  patria  al 
«  bendecir  su  nombre,  le  entone  un  him- 
«  no  de  admiración !  »  (*).  i 


(*)  La  extensa  correspondencia  de  que  han 
sido  copiados  los  anteriores  párrafos,  es  de 
Nueva  York  Junio  30  de  1873,  y  publicada  en 
La  Tribuna  de  Montevideo,  el  24  de  Agosto 
del  mismo  año 


!*;7f^( 


SOBRE  MARTIN  FIERRO 


XLVII 


La  obra  de  Hernández,  pues,  ya  es  po- 
pular en-el  extranjero  y  ha  dado  á  su  autor 
una  justa  celebridad. 

En  tanto  ¿qué  ha  hecho  la  prensa  Ar- 
gentina ? 

¿  Se  ha  ocupado    acaso   de  recorrer  sus 
páginas,   dé    formular  su  juicio,    de    sa 
ludar  siquiera  á  su  autor. 

No;  ha  callado  con  el  abandono  que 
le  es  peculiar,  cuando  se  trata  de  las  fi- 
guras distinguidas  que  se  levantan  entre 
nosotros. 

¡  Mezcla  de  cgoismo  y  de  indiferencia, 
donde  no  brota  una  chispa  de  ese  fuego 
santo,  que  en  el  lenguaje  patriótico,  llá- 
mase orgullo  nacional ! ! 

Nosotros  no  creamos  reputaciones,  an- 
tes bien,  devoramos  nuestros  hijos,  á  se- 
mejanza del  dios  de  la  fábula. 

Ese  egoísmo  en  lo  que  se  relaciona  á  los 
hombres  que  han  de  dar  ima  literatura 
á  nuestro  país,  nos  lleva  hasta  cometer 
actos  de  grandes  injusticias. 

Hace  algún  tiempo  que  hemos  pedido, 
por  la  prensa,  se  nos  remitan  apuntes 
biográficos  de  hombres  que  s^  hayan  dis- 
tinguido en  la  literatura,  en  el  foro,  en 
el  clero,  en  las  armas,  en  la  política,  en 
algo,  en  fin,  ya  como  proceres  de  la  pa- 
tria, como  mártires,  como  amigos  de  la 
humanidad.  Este  pedido  lo  hicimos  por 
habérnoslo  encomendado  el  bibliógrafo 
Sr.  Cortés,  que  está  para  emprender  la 
publicación  de  un  Diccionario  Biográfico 
Americano,  y  que  quería  que  en  él  figu- 
rase dignamente  la  República  Argentina. 

Sin  embargo  que  hemos  hecho  este  lla- 
mado varias  veces,  hasta  hoy  ni  por  amor 
al  país,  ni  como  recuerdos  de  familia,  se 
nos  ha  enviado  un  solo  apunte  para  poder 
mandar  al  Diccionario. 

En  este  mismo  mes  hemos  anunciado  la 
publicación  del  Parnaso  Argentino,  tra- 
bajo del  mismo  literato  señor  Cortés,  per- 
mitiéndonos rogar  á  nuestros  colegas  pres- 
ten su  valioso  apoyo  á  esa  obra  nacionah 
y  nadie  nos  ha  honrado  contestando  á 
nuestra  invitación. 

Esto  ¿qué  significa? 

¿Así  es  posible  tengamos  literatura,  si 
se  mira  con  tanto  menosprecio  los  pri- 
meros trabajos  que  kan  de  forrear  la  baee 
de  su  monumento? 


Triste  es  decirlo,  pero  al  paso  que  va- 
mos, tarde  ó  nunca  llegaremos  al  Helicón, 
donde  no  sería  tan  difícil  trepar  en  alas 
de  esa  inteligencia,  que  como  un  don  del 
cielo,  chispea  con  tanta  superafoundancia 
desde  las  orillas  del  Plata  hasta  las  neva- 
das cumbres  de  los  Andes. 

Carlos  Calvo  es  una  reputación  europea, 
y  en  la  República  Argentina  no  se  conocen 
sus  obras. 

Alberdi  es  mas  respetado  en  el  extran- 
jero por  sus  grandes  talentos,  que  en 
nuestro  país,  donde  es  raro  encontrar  uno 
de  sus  libros. 

Y  así  muchos  prohombres  en  las  letras 
como  en  el  foro,  á  quienes  su  patria 
olvida. 

¿  Quién  conoce  la  obra  de  Hernández, 
sin  embargo  de  haberse  anunciado  en  las 
librerías  ? 

Sus  compatriotas  los  argentinos,  muy 
pocos;  pero  en  cambio  ya  es  aplaudida 
en  la  Banda  Oriental,  en  Norte- Arnérica, 
en  España  y  en  Paris.  Muy  pronto  será 
conocida  en  todas  partes  del  mimdo,  don- 
de haya  quien  hable  el  idioma  de  Cer- 
vantes. 

¿Y  eso,  á  quién  lo  debemos?  • —  á  los 
extranjeros  que  nos  honran. 

Al  cerrar  este  artículo,  solo  sentimos 
que  nuestra  pobre  pluma  haya  tenido  que 
ocuparse  de  la  literatura  nacional,  cuando 
hay  tantos  escritores  que  si  hubieran  em- 
prendido esta  digna  tarea,  hubieran  po- 
dido estimular,  entusiasmando  á  la  noble 
juventud  que  se  levanta  en  la  arena  lite- 
raria. 

Nosotros  hemos  creído  cumplir  con  un 
deber,  al  rendir  este  pobre  homenaje  ai 
inspirado  autor  de  Martin  Fierro. 

■    {jíl  Mercurio  del  Hosario). 


Este  articulo  fué  traB&cripto  en  1m  Tribuna  de 
Montevideo  de  13  de  Diciembre  de  1873. 


LXVIII 


JUICIOS  críticos 


MARTIN  FIKRRO  • 

Bello  poema,  que  hábil  pinta 
Nuestra  raza  primitiva, 
No  ya  salvaje,  cautiva 
De  la  clase  superior, 
Que  entre  la  casa  y  la  tolda, 
Entre  la  ciudad,  la  pampa, 
Vive  libre,  en  ranchos  campa, 
Sin  Cacique  ni  Señor. 

El  hombre  civilizado 

La  oprime  de  aquí  y  estrecha. 

Hambrienta,  de  allí,  la  acecha. 

Del  salvaje,  la  crueldad. 

Ni  tan  culta  ni  tan  ñera, 

Que  á  uno  ú  otro  le  haga  amigos^ 

Sónle  á  la  vez  enemigos, 

El  desierto  y  la  ciudad. 

Y  si  el  espíritu  eleva, 

En  sus  horas  sin  consuelo, 

Halla  apenas  viendo  al  cielo, 

Su  Dios  y  su  religión. 

Mas  queda  al  gaucho  sin  patria. 

En  su  horfandad  y  pobreza, 

La  madre  Naturaleza, 

Sus  fuerzas,  su  corazón. 

Entonces  busca  en  su  pecho 
La  dulce  paz,  la  alegría, 

Y  halla  fuente  de  poesía 
Inagotable  en  su  amor. 
Este  endulza  sus  dolores 
En  él  templa  sus  pasiones. 
Díctale  coplas^  canciones. 
Tiernas,  de  suave  color. 

Y  entre  trabajos  y  penas. 
Sin  cuidarse  del  mañana, 
No  vé  que  tiene  cercana 
Su  noche — ¡raza  infeliz!... 
Que  en  un  crepúsculo  vive; 

Y  las  luces,  la  cultura 
Disipándolo,  á  otra  altura. 
La  encaminan  mas  feliz. 

Y,   cuando  al  fin,   desaparezca 
De  nuestro  suelo  Argentino, 


*  Esta  composición  la  estractamos  del  bello 
tomo  de  poesías  que  con  el  titulo  «El  Peregri- 
no del  Plata»,  acaba  de  dar  á  la  publicidad  el 
distinguido  argentino  Dr.  José  Maria  Zubiria. 


Siguiendo  el  ancho  camiQo 
De  la  civilización ; 
No  lo  lloren  el  progreso. 
Ni  la  ciencia,  ni  la  gloria ; 
No  conserven  su  memoria 
La  moral,  la  religión- 
Pero  en  el  pecho  Argentino, 
Habrá  siempre  dulce  afecto. 
Por  ese  tipo  perfecto 
De  nuestra  raza  en  embrión. 
El  gaucho  cuidó  el  ganado. 
El  gaucho  sembró  la  tierra, 
Dulce  en  la  paz,  fiero  en  la  guerra, 
Héroe,  bardo  y  dócil  peón. 

Es  colono  primitivo. 
Rudo,  osado  y  solitario, 
Valiente  y  hospitalario. 
Sin  amaños,  sin  ddk^lez. 
Como  la  pampa,  sombrío. 
Como  el  Plata,  caprichoso, 

Y  cual  pampero,  animoso. 
Toma  al  ombú  su  altivez. 

A  nadie  pidió  la  idea. 

Ni  la  espresión,  ni  el  sentido, 

Costumbre,  idioma,  vestido 

Original  se  dará. 

Con  su  traje  pintoresco. 

Su  cribado  calzoncillo. 

En  el  cinto  su  cuchillo, 

Su  poncho,  su  chiripá. 

Junto  al  fuego  de  su  rancho. 
Mira  al  campo,  su  cosecha.... 

Y  en  la  guitarra,  su  endecha, 
En  vez  de  canto,  es  gemir... 
Últimos  ecos  del  vate. 

Que  contempla  decadente 
Su  raza,  y  al  fin  presiente. 
Que  vá  á  dejar  de  existir... 

No  perecerán  con  ella 
Su  historia,  su  fiel  retrato; 
De  Martin  Fierro  el  relato. 
Su  recuerdo  hará  inmortal ; 
Que  es  el  poema  de  la  vida, 
Le  vida  de  un  pueblo  entcrO| 
En  su  genio  verdadero, 
En  su  tipo  virgijial. 

En  sus  usos  y  costumbres,  / 

Virtudes,  vicios,  pasiones, 


!%'■,'    íV~- 


Í^«BRE  MARTIN  FIERRO 


XLIX 


Sentimiento,  inspiraciones, 

Alma,  lengua,  corazón  ; 

Y  con  tal  verdad  descrito, 

Que  aunque  haya  desaparecido, 

Ha  de  escapar  al  olvido 

El  gaucho  en  ese  Pantheon. 


18 


¡o. 


\  No  advierlft  que  «n  sus  décimas  monótona» 
i  H«y  destellos  rosados  de  alborada 
'  Unminando  un  mágico  paisaje. 

De  tierra  americana. 

No  advierte  que  hay  relámpagos  de  tard« 
Clareando  la  ilanura  solitaria, 
Dond«  palpita  la  mirada  eterna 

Del  Dios  de  las  borrascas ! 

No  advierte  que  la  vida  de  los  campos 
Con  colores  espléndidos  retrata: 
¡  Con  los  colores  que  le  presta  el  Iris 
I  Del  cielo  de  la  patria ! 


Cartas  poéticas  al  poeta  colombiano  Jorge  I 
Isaac,  por  Salvador  Mario. 

CARTA  ULTIMA 


Jorfe:  Vuelvo  á  tomar  mi  humilde  peñóla 
Parw  escribirte  la  tercera  caTtn, 
Sobre  un  recuerdo  que  tus  dulces  versos, 
Trajeron  á  mi  alma. 

Recordé,  al  svi?pirar  tus  bellos  cantos, 
Las  décimas  que  a!  son  de  la  sfuitarra 
Entona,  tristemente  Martin  Fierro 
Al  borde  de  la  P»mpa. 

Ese  apreste  cantor,  que  simboliza 
]-a  miserable  vida  de  una  raza 
Que  espera,  como  él  dice,   que  algún  criollo 
Gobierne  en  esta  patria  ! 

\  Raza  infeliz  que,  con  la  fé  sublime 
©el  que  lleva  en  el  alma  una  «esperanza, 
E*!pera  que  algún  Cristo  la  redima 
De  su  culpa  soñada! 

;  Cuántos,  amigo  Jorge,  de  sus  hijos 
Merecen  que  en  el  centro  de  una  plaza 
Se  les  eleve  un  monumento  eterno 
Por  sus  grandes  hazañas! 

¡  Cuántos,  porque  nacieron  en  América 
ifo  tienen  ni  un  recuerdo  ni  una  lágrima, 
Habiendo  muerto  como  grandes  héroes, 
Luchando  por  la  patria ! 

¡  Cuántos  hay  que  merecen   la  aureola 
Del  genio  de  las  musas  agraciadas, 

V  que  no  se  les  dá,  porque  se  inspiran 

Muy  lejos  de  la  Francia  ! 

Martin  Fierro,  ei   poeta  sin   laureles, 
En  el  silencio  de  la  noche  canta. 
Con  voz  de  doloroso  sentimiento, 

Sus  ímprobas  desgracias. 

Y  no  advierte  que  canta  las  de  todos 
Los  que  uncen  al  borde  de  la  Pampa, 
Los  que  saben  luchar  como  leones 

En  las  grandes  batallas  I 


En  la  verdad  él  busca  la  poesía, 

Y  en  la  verdad  de  sus  colores  la  halla. 

Como  una  fresca  y  candida  violeta 

En  medio  de  unas  zarzas. 

De!  payador  humilde,  Martin  Fierro, 
Te  envío,  Jorge,  las  hermosas  páginas. 
Léelas  á  orillas  del  modesto  Nima. 
En  tu  valle  del  Cauca. 

Sin  más,  amigo,  te  saluda  atento, 
Desde  una  tosca  del  inmenso  Plata, 
El  que,  á  pesar  de  Avellaneda,  admira 
Los  versos  que  tú  canias  '. 

Salvador  Mario, 

Buenos  Ai'-es,  Diciembre  17  de  1877. 


t    Desde  1862  hasta  la  fecha  se  han  in- 

€  vertido  23  millones  de  fuertes,  solo  en 

c  las  fronteras,  y  si  á  esto  se  agrega  el 

«  aumento  de  las  propriedades  partícularcB 

<  perdidas,   el    decaimiento   de   la  indu- 

I  «  stria,  la  depreciación   de   la  tierra,   el 

i  €  trastorno  que  causa  el  servicio  forzado, 

«  el  cautiverio  de  centenares  de  persona» 

;  «  y  la  muerte  de  mayor  ntímero,  tenemoa 

i «  que     retroceder    espantados     ante    est» 

'  t  cuadro  de  desolación  y  ruina,  cuya  exac- 

'  ff  titud  parecería  sospechosa,   si  no  esta- 

;  «  viese  confirmada  por  hechos  qtíe  todof 

,  «  conocen,  de  una    incontestable    eviden- 

1  «  cía.    j> 


'  <;    i'artce  que  ol  despotismo  y  la  cruei- 

T  dad  con  que  uatamos  á  los  pobres  paj- 

¿  sanos,  estuviese  en  la  sangre  y  en  la 

1  educación  que  hemos  recibido.  Cuando 

(  ven  al   hombre  de  nuestros  campo,  al 

í  modesto  agricultor,  en\^elto  en  su  man- 

í  ta  de  lana,    con  su  poncho  á  la  espalda, 

;  í  les  parece  que  ven  al  indio  de  nuestras 

:  í  Pampas,    á  quien  se  creen   autorizados 


JUICIOS  críticos 


«  para  tratar  con  la  misma  dureza  é  inju- 

•  sticia,  que  los  conquistadores  emplea- 
«  ban  con  los  primitivos  habitantes  de  la 
«  America.  » 

«    Cuando  se  quiere  mandar  un  contin- 
«    gente  á  la  frontera,  ó  se  quiere  organizar 

•  un  batallón,  se  toma  por  sorpresa  ó  con 
«  sorpresa  al  labrador  y  al  artesano,  y 
t    mal  de  su  grado,    se   le  conduce  trin- 

•  cando  á  las  filas.  » 

Orono — Discurso  en  el  Senado,    Sesión    del  18 
de  Octubre  de  T869, 


«  Cuando  la  gritería  ha  llegado  4  su 
ultimo  punto,  cuando  ha  venido  á  com- 
pyrobarse  que  las  guarniciones  de  los 
fortines  eran  insuficientes,  que  estaban 
desnudas,  desarmadas,  desmontadas  y 
hambrientas,  solo  entonces  se  ha  visto 
que,  por  una  especie  de  pudor  y  á  pesar 
de  sus  denegaciones,  el  Ministerio  trata- 
ba de  enviarles  siquiera  lo  indispensa- 
ble para  mitigar  el  hambre  y  cubrir  la 
desnudez  de  los  soldados.  » 


La  Nación,  Noviembre    14  de  187a 


EL  PAYADOR 

En  un  espacioso  rancho 
De  amarillentas  totoras. 
En  derredor  asentadas 
De  una  llama  serpeadora, 
Que  ilumina  los  semblantes 
Como  funeraria  antorcha, 
Hirviendo  el  agua  en  el  fuego, 
Y  de  una  mano  tra^  otra 
Pasando  el  sabroso  mate 
Que  todos  con  gusto  toman, 
Se  pueden  contar  muy  biea 
Como  unas  doce  personas, 
Pero  están  con  tal  silencio. 
Con  tanta  calma  reposan, 
Que  solo  se  escucha  el  éo« 
De  guitarra  gemidora. 
Mezclado  con  los  acentos 
De  una  voz  que  melancólica. 
Murmura  tan  dulcemente 
Como  el  viento  entre  las  hojas. 
Es  un  payador,  que  tierno 


Alza  allí  sentida   trova, 

Y  al  compás  de  su  guitarra 
Versos  á  raudales  brota ; 
Pero  versos  expresivos, 
De  cadencia  voluptuosa, 

Y  que  expresan  tiernamente 
De  su  pecho  las  congojas. 
Es  verdad  que  muchas  veces 
La  ingrata  rima  cohorta 
Pensamientos  que  grandiosos 
Se  traslucen  mas  no  asoman, 

Y  como  nocturnas  luces 
Al  irradiar  se  evap)oran. 
La  fantasía  sujeta 

En  las  redes  del  idioma, 

No  permite  que  se  eleve 

La  inspiración  creadora. 

Ni  que  sus  altivas  alas 

Del  arte  loe  grillos  rompan, 

Ni  que  el  instinto  del  genio 

Les  trace  una  senda  propia, 

Mostrándole  allá  en  los  cielos 

Aquella  ansiada  corona, 

Que  iluminando  el  espacio 

Con  su  luz  esplendorosa 

Vibra  un  rayo  diamantino 

Que  el  numen  del  vate  esponja 

Para  embeber  fácilmente 

De  su  corazón  las  gotas, 

Y  destilarlas  después 
Con  el  llanto  de  la  aurora 
Convertidas  en  cantares 
Que  vuelan  de  zona  en  zona. 

j  Y  cuántas  veces  no  obstante 
Sus  desaliñadas  coplas 
Sin  esfuerzo  ni  trabajo 
Como  las  tranquilas  ondas, 
Una  á  una,  dulcemente. 
Van  saliendo  de  su  boca! 
O  derrepente  veloces. 
Penetrantes,  ardorosas, 
Se  escapan  como  centellas 

Y  el  fondo  del  alma  tocan ! 
Porque  su  maestro  es 

La  naturaleza  sola, 

A  quien  ellos  sin  saber 

A  oscuras  y  á  tientas  copian. 

Así  el  cantor  sin  curarse 

De  reglas  que  no  le  importan. 

Sigue  raudo  y  caprichoso 

Su  bien  comenzada  trova. 

Celiar         Alejandro  Uaga- 
Cervantes 


w^% 


CARTA  DEL  Sr.  HERNÁNDEZ 


(á  los  editores  de  la  octava  edición) 


Señores  Editores :'; 

Sin  ningún  interés  egoísta,  ni  aun  de 
amor  proprio  siquiera,  deseo  á  Vds.  un 
éxito  feliz  en  su  pequeña  empresa. 

¡  Ojalá  que  el  público  compense  con  ge- 
nerosa protección,  no  el  mérito  de  la  obra 
que  Vds.  van  á  ofrecerle,  que  es  bien  es- 
caso ciertamente,  sino  sus  esfuerzos  y  los 
sacrificios  empleados  para  hacerse  de  ella 
una  edición  abundante  y  esmerada. 

Permítanme  Vds.  manifestarles  ahora 
la  confianza  con  que  espero  de  su  fina  a- 
tención,  que  reserven  á  esta  carta  un  pe- 
queño espacio  entre  las  páginas  del  fo- 
lleto, porque  anhelo  satisfacer  en  ella  una 
deuda  de  gratitud  que  tengo  para  con 
el  público,  para  con  la  prensa  Argentina 
y  mucha  parte  de  la  Oriental;  para  con 
algunas  publicaciones  no  americanas,  y 
para  con  los  escritores  que  dignándose  o- 
cuparse  de  mi  humilde  trabajo,  lo  han 
ennoblecido  con  sus  juicios  ofreciéndome 
á  la  vez,  sin  ellos  procurarlo,  la  recom- 
F)ensa^a5  completa  y  la  satisfacción  mas 
mtima!r^\ 

Hace  apenas  dos  años  que  se  hizo  la 
primera  edición  de  Martin  Fierro  en  un 
pequeño  número  de  ejemplares. 

Su  aparición  fué  humilde  como  el  tipo 
puesto  en  escena,  y  como  las  pretensiones 
del  autor. 

Algunos  diaros  de  Buenos  Aires  y  de 


la  Campaña,  como  e  La  República,  » 
9  La  Pampa,  »  í  La  Voz  del  Saladillo»  y 
otros,  dieron  cuenta  al  público  de  la  apa- 
rición de  aquel  gaucho,  que  se  exhibía 
cantando  en  su  guitarra  las  desgracias  y 
los  dolores  de  su  raza. 

Las  iccomen daciones  eran  hechas  en 
conceptos  lisongeros  y  honrosos  y  los  re- 
sultados fueron  completamente  favora- 
bles. 

Antes  de  dos  meses  estaba  agotada  la 
edición,  tra?  de  fa  que  han  venido  otra 
y  otras,  hasta  la  8°  ó  g°  que  Vds.  prepa- 
ran ahora. 

Y  ven  Vds.  cuan  difícil  me  será  satis- 
facer la  deuda  de  agradecimiento  que  me 
impone  la  acogida  dispensada  á  ese  ha- 
rapiento cantor  del  desierto. 

La  prenda  Argentina  en  general,  ha 
honrado  también  con  una  benevolencia 
obligante  las  trovas  del  desgraciado  pa- 
yador, y  en  una  misma  época,  ó  sucesiva- 
mente, ios  cantos  de  Martiji  Fierro  han 
sido  reproducidos  íntegros  ó  en  extensos 
fragmentos  por  «  La  Prensa,  »  t  La  Re-* 
pública  »  de  Buenos  Aires,  e  La  Prensa 
de  Belgrano,  »  t  La  Época  »  y  c  El  Mer- 
curio »  del  Rosario,  c  El  Noticiero  »  de 
Corrientes,  c  La  Libertad  »  de  Concordia, 
y  otros  periódicos  cuyos  nombres  no  re- 
cuerdo, ó  cuyos  ejemplares  no  he  logrado 
obtener.  -g 

Así  al  consignar  aquí  los  nombres  de 
esos  obreros  del  pensamiento,   en   que  se 


LII 


CARTA  DEL  SEííOR  HERNÁNDEZ 


encuentran  representados  todos  los  mati- 
ces de  la  opinión,  deseo  significar  con  este 
recuerdo  un  legítimo  agradecimiento,  ha- 
ciéndolo extensivo  á  muchos  órganos  de 
la  prensa  Oriental,  como  «La  Tribuna»  y 
«La  Democracia»  de  Montevideo,  «La 
Constitución»  y  «La  Tribuna  Oriental  » 
de  Paysandú,  que,  ó  lo  han  reproducido 
integro  ó  en  parte,  ó  lo  han  favorecido 
con  sus  juicios,  popularizando  la  obra,  y 
honrando  al  autor. 

La  publicación  ilustrada  «El  Correo  de 
Ultramar  »  le  brindó  en  sus  columnas  a- 
cojida  que  no  podía  ambicionar  jamás  esa 
creación  humilde,  nacida  para  respirar  las 
brisas  de  la  Pampa,  y  cuyos  ecos  solo 
pueden  escucharse,  sentirse  y  comprender- 
se en  las  llanuras  que  se  extienden  á  las 
márgenes   del   Plata. 

Por  lo  que  respecta  á  los  escritores  cu- 
yos fallos  honrosos  colocan  Vds.  al  frente 
de  la  nueva  edición,  ellos  comprenderán 
ios  sentimientos  que  me  animan,  con  solo 
manifestarles  mi  persuación  íntima  de  que, 
el  éxito  que  pueda  alcanzar  en  lo  sucesivo, 
lo  deberá  casi,  en  su  totalidad  á  esos  pro- 
tectores, que  han  venido  galante  y  gene- 
rosamente á  abrirle  al  pobre  gaucho  las 
puertas  de  la  opinión  ilustrada. 

Ellos  son  autores,  y  de  producciones 
ciertamente  de  mayor  mérito  que  i  a  mía, 
aunque  de  diverso  género,  y  ellos  saben 
por  experiencia  propia,  cuan  íntima  satis- 
facción derrama  en  el  espíritu  de  quien  \'e 
su  pensamiento  en  fcrma  de  libro,  el  ver 
ese  mismo  libro  hojeado  por  los  hombres 
de  letras,  honrado,  con  su  aprobación  y 
prestigiado  con  su  aplauso. 

Aquí  podría,  y  hasta  quizá  debería  po- 
ner término  á  esta  carta,  puesto  que  he 
cumplido  los  principales  objetos  que  he 
tenido  en  vista;  pero  sea  el  hábito  que  se 
forma  todo  el  que  se  pone  en  frecuentes 
confidencia  con  el  público,  ó  sea  cual- 
quiera otra  razón,  lo  cierto  es,  que  siento 
la  necesidad  de  dar  expansión  á  mis  ideas, 
y  de  dejar  correr  librcaiente  el  pensamien- 
to siquiera  por  algunos  instante?. 

Quizá  tiene  razón  el  Sr.  Pelliza  al  su- 
poner que  mi  trabajo  responde  á  una  ten- 
dencia dominante  de  mi  espíritu,  preocu- 
pado por  la  mala  suerte  del   gaucho. 


Mas  las  ideas  que  tengo  al  respecto,  las 
he  formado  en  la  meditación,  y  después 
de  una  observación  constante  y  detenida. 

Para  mí.  la  cuestión  de  mejorar  la  cor 
dición  social  de  nuestros  gauchos,  no  es 
solo  una  cuestión  de  detalles  de  buena 
administración,  smo  que  penetra  algo  mas 
pro  fundan^  ente  en  la  organización  defini- 
tiva y  en  los  destinos  futuros  de  la  socie- 
dad, y  con  ella  se  enlazan  íntimamente, 
estableciéndose  entre  sí  una  dependencia 
mutua,  cuestiones  d-e  política,  de  morali- 
dad administrativa,  de  régimen  guberna- 
mental, de  economía,  de  progreso  y  ci- 
vilización 

Mientras  que  la  ganadería  constituya  las 
fuentes  principales  de  nuestra  riqueza  pú- 
blica, el  hijo  de  los  campos,  designado 
por  la  sociedad  con  el  nombre  de  gaucho, 
será  un  elemento,  un  agente  indispensable 
para  la  industria  rural,  un  motor  sin  el 
cual  se  entorpecería  sensiblemente  la  mar- 
cha y  el  desarrollo  de  esa  misma  indus- 
tria, que  es  la  base  de  un  bienestar  per- 
manente y  en  que  se  cifran  todas  las  es- 
peranzas de  riqueza  para  el  porvenir. 

Pero  ese  gaucho  debe  ser  ciudadano  v 
no  paria ;  debe  tener  deberes  y  también  de- 
rechos, y  su  cultura  debe  mejorar  su  con- 
dición. 

Las  garantías  de  la  \^y  deben  alcanzar 
hasta  él ;  debe  hacérsele  partícipe  de  las 
ventajas  que  el  progreso  conquista  diaria- 
mente :  su  rancho  no  debe  hallarse  situado 
mas  allá  del  dominio  y  del  límite  de  la 
Escuela. 

Esto  es  lo  que  aconseja  el  patriotismo, 
lo  que  exije  la  justicia,  lo  que  reclama  el 
progreso  y  la  prosperidad  del  país. 

No  se  cambia  en  un  año,  ni  en  un  siglo 
á  veces,  la  planta  de  la  riqueza  pública 
de  una  Nación. 

Muchas  falsas  teorías,  muchos  princi- 
pios erróneos,  y  que  eran  aceptados  hasta 
hace  pocos  años  como  axiomas  á  los  cuales 
estaban  obligadas  á  ajustarse  todos  los 
ideas,  han  venido  á  ser  destruidos  por  los 
adelantos  de  la  ciencia,  y  por  los  fantás- 
ticos progresos  que  el  genio  del  hombre 
realiza  á  cada  instante. 

Así  ha  sucedido  en  todas  las  ciencias, 
así  sucede  por  lo  tanto  en  las  ciencias  so- 
ciales. 


¥s'^;,f:'v"'  ■■'•^■'""Í'V- 


CARTA  DEL  SEÓNR  HERNÁNDEZ 


Lili 


Sus  verdaderos  principios,  como  todos 
los  que  forman  el  mas  sólido  fundamento 
del  progreso  humano,  son  contemporáneos 
de  la  América,  unos,  de  la  libertad  de 
América,  los  mas. 

Antes  no  se  admitía  la  idea  de  un  pue- 
blo civilizado»  sino  cuando  había  reco- 
rrido los  tres  grcindes  períodos  de  pastor, 
agricultor  y  fabril. 

La  intransigente  severidad  de  tales  prin- 
cipios, exigía  el  tránsito  de  un  pueblo  por 
esas  tres  evoluciones  de  la  economía  in- 
dustrial, para  discernirle  el  título  de  cul- 
tura, que  de  otra  manera  no  lograba  al- 
canzar jamás. 

Un  pueblo  pastor,  signihcaba  una  so- 
ciedad embrionaria,  colocada  en  el  primer 
c^triodo  de  su  formación,  y  elaborando 
lentamente  en  su  seno  los  elementos  que 
debían  elevarlo  en  la  escala  de  la  civila- 
DÓn,  que  el  error  y  el  atraso  habían  gra- 
duado. 

Pero  tales  errores  no  son  de  la  época, 
y  el  progreso  moderno  en  todas  sus  ma- 
nifestaciones, se  ha  encargado  de  disipar- 
los totalmente. 

El  vapor,  dando  seguridad  y  facilida- 
des á  la  navegación,  los  ferro-carriles  su- 
primiendo las  distancias,  el  telégrafo  li- 
gando entre  sí  á  todas  las  sociedades  ci- 
vilizadas, han  convertido  al  mundo  en  un 
vasto  taller  de  producción  y  de  consumo. 

La  actividad  de  los  cambios  circula  en 
las  inmensas  arterias  de  ese  cuerpo  for- 
mado por  un  planeta,  con  facilidad  y  ra- 
pidez, y  sus  efectos  se  extienden  en  cada 
grupo  social  hasta  el  mas  lejano  de  los 
miembros  que  lo  componen. 

Los  pueblos  no  viven  ya  en  el  aisla- 
miento, que  los  condenaba  á  marchar  paso 
á  paso,  realizando  lentamente  las  conquis- 
tas destinadas  á  asegurar  su  progreso  y 
su  perfeccionamiento. 

Hoy,  sus  evoluciones  son  menos 'tardías, 
llevan  impreso  otro  sello,  y  obedecen  á 
otra  tendencia. 

En  nuestra  época,  un  país  cuya  riqueza 
tenga  por  base  la  ganadería,  como  ía  Pro- 
vincia de  Buenos  Aires  y  las  demás  del 
litoral  Argentino  y  Oriental,  puede  no 
obstante  ser  tan  respetable  y  tan  civili- 
zado, como  el  que  es  rico  por  la  agricul- 


tura, ó  el  que  lo  es  por  sus  abundantes 
minas,  ó  por  la  perfección  de  sus  fábricas. 

La  naturaleza,  de  la  industria,  no  deter- 
mina por  sí  sola  ios  grados  de  riqueza  de 
un  país,  ni  es  el  barómetro  de  su  civili- 
zación. 

La  ganadería  puede  constituir  la  prin- 
cipal y  mas  abundante  fuente  de  riqueza 
de  una  nación,  y  esa  sociedad,  sin  eni- 
bargo,  puede  hallarse  dotada  de  institu- 
ciones libres  como  las  mas  adelantadas 
del  mundo ;  puede  tener  un  sistema  rentís- 
tico debidamente  organizado,  y  estable- 
cido sólida  y  ventajosamente  su  crédito 
exterior ;  puede  poseer  Universidades,  Co- 
legios, un  periodismo  abundante  é  ilustra- 
do; una  legislación  propia,  círculos  lite- 
rarios y  científicos;  pueden  marchar  for- 
mando parte  de  la  inmensa  falange  de  los 
civilizadores  de  la  humanidad,  sus  publi- 
cistas, sus  oradores,  sus  juriconsultos,  sus 
estadistas,  sus  médicos,  sus  poetas;  y  se- 
guir de  cerca  las  huellas  de  las  escuelas 
mas  adelantadas  sus  ingenieros,  arquitec- 
tos, pintores  y  músicos;  cultivar  final- 
mente, con  igual  éxito  y  con  honroso 
afán,  todos  los  demás  ramos  de  utilidad 
ú  ornato,  que  forma  la  esfera  recorrida 
por  la  actividad  de  la  inteligencia  humana 
en  su  giro  infatigable  y  luminoso. 

De  estas  ideas,  á  darle  á  un  libro  la 
tendencia  que  se  ha  observado  en  el  que 
nos  ocupa,  no  hay  distancia  que  recorrer. 

Sus  límites  se  tocan  visiblemente. 

Terminaré  en  pocas  palabras  mas. 

Para  abogar  por  el  alivio  de  los  males 
que  pesan  sobre  esa  clase  de  la  sociedad, 
que  la  agobian  y  la  abaten  por  conse- 
cuencia de  un  régimen  defectuoso,  existe 
la  tribuna  parlamentaria,  la  prensa  perió- 
dica, los  clubs,  el  libro,  y  por  último  el 
folleto,  que  no  es  una  degeneración  del 
libro,  sino  mas  bien  uno  de  sus  auxiliares, 
y  no  el  menos  importante. 

Me  he  servido  de  este  último  elemen- 
to, y  en  cuanto  á  la  forma  empleada,  el 
juicio  solo  podría  pertenecer  á  los  domi- 
nios de  la  literatura. 

Pero  en  este  terreno,  Mariin  Fierro  nc 
sigue,  ni  podía  seguir  otra  escuela,  que 
la  que  es  tradicional  al  inculto  payador. 

Sus  desgracias,  que  son  las  de  toda  la 
clase    social    á    que    pertenece,    despiertan 


LIV 


CARTA  DEL  SEÑOR  HERNÁNDEZ 


en  los  que  participan  de  su  destino,  un 
interés  fácil  de  explicar;  pues  si  la  feli- 
cidad aleja,  el  infortunio  aproxima, 

¡  Ojalá  que  Martin  Fierro  haga  sentir 
á  los  que  escuchen  al  calor  del  hogar  la 
relación  de  sus  padecimientos,  el  deseo 
de  f  o  derla  leer! 

A  muchos  les  haría  caer  entonces  la  ba- 
raja de  las  manos. 

A  punto  de  terminar  esta  carta,  recibo 
un  periódico  en  que  se  registra  una  co- 
rrespondencia del  Dr.  Ricardo  Gutiérrez, 
datada  en  Paris,  en  12  de  Julio  último. 

Interrumpí  mi  trabajo  para  leerla,  aun- 
que rápidamente,  pero  con  el  interés  que 
me  inspira  cuanto  sale  de  la  pluma  de  ese 
distinguido  compatriota,  que  parece  per- 
tenecer á  aquella  civilización  antigua  que 
nos  admira  todavía,  y  de  la  que  se  dijo : 
que  todos  los  poetas  eran  sabios,  y  todos 
los  sabios  eran  poetas. 

Me  permito  trascribir  algunos  párrafos 
de  esa  correspondencia,  y  juzgue  el  lector 


«ncaentra  aja.st«(io  á  la  verdad,  porgas  los  atóos  7 
flechas  dol  Cliaco  y  los  trozos  de  materia  brata  gnu 
hemos  dado  por  maestra  de  nuestra  existencia  •^n  Ipí* 
certámenes  de  las  artes  y  la  indoatria  onÍTsrBales,  re- 
trogradan lealmnnte  hasta  los  tiempos  de  la  conqoiata 
naedtra  sigcifioaoi  n  social,  AlH  es  donde  &  veces  li:< 
oprimido  el  corazón  esta  b&rbara  pregunta : 

«—Y  los  gauchos  de  all&  ¿son  antropófagos? 

— No  seSor,  he  respondido,— son  oristianos,  pastores, 
son  agricultores  y  jornaleros  ;  los  famosos  ginetes  de 
la  tierra ;  son  criaturas  de  un  corazón  noble  y  bravo, 
de  una  inteligencia  sorprendente ;  son  hospitalarios, 
sobrios  y  generosos  y  habituados  á.  tan  enormes  tra- 
bajos rurales,  que  bou  los  únicos  que  no  1'.  sean  díA- 
putadoB  por  el  incesante  concurso  de  la  inmigración.» 


Bien,  pues,  creo  que  las  ñguras  colo- 
cadas en  escena  en  el  Martin  Fierro^  no 
desmienten  ni  contradicen  esos  rasgos  de 
la  fisonomía  moral  y  del  carácter  distin- 
tivo de  nuestros  gauchos,  trazados  con 
rapidez,  pero  con  exactitud,  por  el  autor 
de  los  párrafos  que  acaban  de  leerse. 

Termino  esta,  con  la  satisfacción  de 
hallar  de  este  modo  robustecida  y  confir- 
mada mi  opinión,  con  la  de  un  observador 
prudente,  á  quien  el  espectáculo  de  la  ci- 


de  la  oportunidad  y  motivo  de  la  repro- ;  viüzación  Europea,  no  ha  debilitado  su 


ducción. 

Habla 


el   Dr.    Gutiérrez 


•Por  todas  partes  donde  caminamos  en,  las  capitales 
del  mundo,  nos  seduce  un  espectáculo  grandioso ;  cada 
hombre  dol  pu  blo  vive  do  un  arte,  de  un  oficio,  de 
una  profesión ;  la  Francia  es  hecha  por  fríinoeses  y  el 
Brasil  por  los  brasileros,  y  asi  cada  nación  culminante  i 
-;on  todo  lo  que  encierra  y  vale,  desdo  el  fondo  de  hi  ■ 
kloantarilla  hasta  la  cr  z  de  la  torre.  ¡ 

«Educar  el  pueblo,  quiere  decir  aqui  darle  medios  de  j 
rida  por  la  enseñanza  de  el  trabajo,  que  es  el  titulo 
le  su  significación  social,  el  radio  porelcaal  converge  j 
vi  circulo  dt  las  naciones  civilizadas  y  su  base  de  or-  j 
len,  do  progreso,  de  aspiración  y  de  paz;  y  asi  los  eu-  I 
ropeos  oreen  sociedades  primitivas  k  las  naciones  sud  I 
americanas,  porque  las  ven  ausentes  en  los  concursos ij 
ie  Exposición.  El  que  mira  sin  i'asiou  este  criterio,  lol¡ 


Simpatías  y  su  admiración  por  la  natura- 
leza Americana,  con  todas  sus  grandezas 
y  con  todos  sus  defectos. 

Pido  á  Vds.  humildemente  disculpa  por 
la  demasiada  extensión  que  he  dado  á  esta 
carta,   y  me  ofrezco. 

A.  s.  s: 


]osé  Hernández. 


Montevideo,  Agosto  1S74 


tmfiFf>f>^ 


AL    PUBLICO 


Al  decidimos  á  dar  á  luz  «na  nueva  edición  de  3faríin  Futro,  es  ea  vista  de  la 
%ra.n  aceptación  con  que  ha  sido  tecibido,  desde  los  mas  adelantados  centros  literarios  basta 
las  cocinas  de  nuestras  estancias  fronterizas. 

Los  nnmerosos  pedidos  que  se  han  hecho  constantemente  de  la  campaña,  en  donde, 
asi  como  en  la  ciudad,  hace  mas  de  ocho  meses  que  no  se  encuentra  un  solo  ejemplar 
en  venta,  constituyen  una  demostración  práctica  de  la  gran  popularidad  de  este  libro,  que 
uno  de  sus  críticos  ha  llaáado  con  justicia  El  Tio  Tom,  de  la  República  Argentina. 

En  el  Estado  Oriental  no  ha  sido  menos  aplaudido,  agotándose  por  completo,  en  poco  días, 
la  edición  repartida  allí. 

Martin  Fierro  es  incuestionablemente  el  libro  mas  popular  de  cuantos  han  producido 
los  ingenios  de  nuestro  país ;  es  el  primero  que  sale  de  nuestras  prensas  y  obtiene  los 
honores  de  la  reproducción  y  comentarios  de  las  prensas  europeas. 

En  menos  de  un  año,  ha  dado  la  vuelta  al  mundo,  sin  que  hubiera  tenido  el  apoyo  de 
los  anuncios  bombásticos,  ni  el  patrocinio  de  \a  prensa  periódica. 

Aunque  nos  sea  penoso,  fuerza  es  confesarlo :  solo  cuando  se  ha  visto  la  gran  aceptación 
que  esto  libro  tenia  en  los  países  extranjeros,  la  prensa  de  nuestro  país  se  apercibió  de  sa 
mérito,  lo  estudió  y  lo  hizo  conocer  como  el  verdadero  drama  de  la  Pampa,  que  no  sola- 
met»te  viene  á  poner  de  relieve  las  desgracias  que  sufren  nuestros  paisanos  sino  que  trasmi- 
tirá á  las  generaciones  venideras  una  fotografía  fiel  de  la  índole,  costumbres,  hábitos  y 
lenguaje  de  ese  ser  tan  calumniado  como  digno  de  encomio,  que  se  llama  el  « Gaucho 
Porteño.  » 

El  primer  periódico  extranjero  que  lo  reprodujo  fué  el  «Correo  de  Ultramar»;  lo  siguió 
un  periódico  Español  y  otros  de  las  Antillas,  lo  que  hizo  que  una  sociedad  literaria  esta- 
blecida en  Nueva- York,  acordase  á  su  autor  el  titulo  de  miembro  honorario  de  ella. 

Lo  han  reproducido  también  en  Montevideo,  en  la  «Tribuna  Oriental»  de  Paysandú,  en 
«La  Época»  del  Rosario,  en  «El  Noticioso»  d  e  Corrientes,  en  «La  Prensa  de  Belgrano,»  en 
«El  Pueblo»  de  San  Nicolás  y  en  otros  que  n  o  recordamos. 

En  la  Capital  ha  sido  reproducido  casi  íntegro  por  «La  Pampa,»  «La  Prensa,»  «La  Re- 
pública,» y  «La  Libertad.» 

A  contar  de  ese  momento,  Martin  Fierro  ha  adquirido  una  popularidad  que  uingun  libro 
ha  alcanzado  en  nuestro  país,  y  nosotros  creemos  prestar  un  verdadero  servicio  al  hacer  de 
él  una  nueva  edición. 

LOS  EDITOfiES  DE  LA  S  EDICIOK. 


No  hace  todavía  un  año  que  se  efectuaba  un  tiraje  de  4,000  ejemplares  y  era  t&íi  la 
octava  edición  de  Maríiu  Fierro.  Posteriormente  se  hizo  la  novena  reimpresión  en  la  ciudad 
dei  Rosario,  estando  ya  agotadas  todas,  á  punto  de  faltar  ejemplares  para  ios  numerosos  pe- 
didos que  sin  cesar  llegan  de  las  Provincias,  Banda  Oriental  y  Campaña  de  Buenos 
Aires. 

Esto  nos  ha  decidido  á  procurarnos  el  derecho  de  darle  á  la  stampa  una  décima  edícioa 
depurando  el  texto  de  errores  tipográficos  de  que  no  ha  sido  posible  expurgar  por  completo 
as  precedentes. 

El  tiraje  actual  es  de  cinco  mil  copias,  y  con  él  podremos  servir  durante  algunos  n¡ese$ 
la  demanda  constante  y  siempre  creciente  que  de  todos  los  pueblos  Sud-Americancs  se  hace 
buscando  este  libro  orijinal,  que  en  medio  del  choque  de  tantos  intereses  ha  conseguido  la- 
brarse una  posición  envidiable  en  las  letras  argentinas. 


LVI  AL  PUBLICO 

Su  autor,  e!  señor  Hernaiu'.ez,  no  ha  querido  hacer  las  mejoras  que  en  su  concepto  recla- 
ma el  pial)  orgánico  de  su  producción.  El  ha  caído  «n  cuenta  que  se  expodnria  á  (desvirtuar 
'una  de  sus  principales  condiciones  de  popularidad,  la  sencillez,  la  incorrección  misma  c<>n 
<|ue  se  aproxima  muchas  veces  al  sentimiento  estético  del  i^aucho.  £1,  como  muchos  de  sus 
amibos  y  críticos,  opina  que  cuanto  mas  se  acerque  literariamente  su  poema  á  las  artesonadüS 
•cademias,  tanto  mas  se  desviatá  de  la  senda  que  conduce  al  rancho;  y  sin  hacer  desaire  ú 
los  lectores  ilustrados,  el  Martin  Fierro  xa^wq  su  liceo  en  la  Pampa;  y  es  después  de  las  fait- 
eas de  la  yerra,  en  las  tardes  serenas  de  la  esquila  ó  cuando  el  labrador  ha  entregado  la 
dorada  simiente  al  surco  donde  germina  la  mies,  que  los  cantos  de  su  héroe  endulzan  la  v  e- 
ada    en  la  modesta  vida  del  campo. 

Donde  hay  un  lector  y  un  cuaderno  de  Martin  Fierro,  la  baraja  y  la  taba  están  <icio«í  <5 
y  los  gauchos  sentaiios  é  inmóviles  á  la  incierta  luz  de  un  mal  candil,  pasan  horas  enter;'s 
entregados  al  canto  de  esa  pintura  vivaz  e  ingeniosa  de  los  dramas  animados  y  palpitantes 
dei  desierto.  < 

Este  libro  lleva  en  sus  páginas  los  g'érraenes  fecundos  de  una  reacción  moral  en  las  co- 
Binmbres  argentinas.  El  despierta  sentimientos  nobles  y  dulces  en  los  habitantes  del  campo, 
modiñca  sus  hábitos  y  llegará  á  rehabilitarlos  en  el  concepto  público. 

Hacer  que  el  gaucho  lea  ó  escuche  lo  que  comprende,  aquello  que  es  capaz  de  analizar 
formando  juicio  sin  necesidad  de  intérprete,  es  ir  desarrollando  gradualmente  su  inteligencia. 
El  choque  de  ideas  humildes,  si  bien  varoniles,  rebotando  en  su  cerebro,  le  enseñará  á 
diseñarse  un  progreso  tanjible  en  su  ser  moral. 

Atgaucho  es  preciso  hablarle  de  lo  que  le  rodea:  el  circulo  de  su  pensamiento  es  estrecho 
7  00  abarca  lo  que  no  es  sensible  á  los  sentidos. 

Ensayar  su  mejora  sin  buscar  el  apropiado  elemento,  es  gastar  tiempo  y  dinero  sin 
resultado.  Poner  á  su  alcance  un  libro  como  el  presente,  es  dar  principio  á  la  hermosa  tar^-a 
de  levantar  su  espíritu  al  nivel  de  su  valor,  haciendo  de  él  uu  verdadero  ciudadano,  ui» 
auxiliar  ilustrado  de  la  democracia. 

Buenos  Aires,  Enero  de  1S76. 

Los  Edi totes  de  la  jo.  edición. 


Cuando  hace  dos  años  se  anunció  un  tiraje  de  cinco  mil  ejemplares  del  Martin  Fierro, 
los  que  no  saben  apreciar  la  boga  y  popularidad  de  este  poema,  vaticinaroa  que  con  e^ite 
■amero  habría  para  medio  siglo.  Empero,  semejante  cálculo  ha  resultado  tan  erróneo  que  es 
ya  necesario  precipitar  una  reimpresión  porque  no  so  encuentra  un  solo  ejemplar  en  las  li- 
bfcrias. 

Al  tomar  á  nuestro  carjjo  esta  edición  XI,  creemos  llenar  una  exijencia  vivamente  scm- 
tida  por  el  público  de  la  campaña  y  provincias,  de  donde  afluyen  numerosos  y  constantes 
pedidos. 

El  Martin  Fierro  es  hoy  considerado  como  la  producción  mas  insinuante  y  de  trascen- 
dental influencia  en  las  costumbres  y  civilización  de  las  masas  campesinas. 

Libro  de  alta  critica  y  de  profunda  tilosofia,  encubierta  bajo  la  forma  galana  del  verso. 
Atrae  y  seduce  los  lectores;  educa  y  moraliza  el  sentimiento  del  paisano  agreste,  y  despierta 
el  afán  de  leerlo  en  la  inteligencia  adormecida  del  mas  ignorante  de  nuestros   gauchos. 

Tan  singular  producción,  que  causa  maravilla  cuando  se  estudia  el  progreso  de  su  ca- 
rrera,  no  vive  y  ensancha  su  crédito  por  una  bellera  literaria,  que  no  le  falta,  sino  porque 
destinada  especialmente  á  defender  una  clase  abatida  por  los  abusos  del  poderoso,  cada  uno 
de  esos  habitantes  de  la  campaña  necesita  buscar  en  la  lectura  la  razón  de  su  derecho,  casi 
siempre  desconocido,  y  tener  á  la  vista  el  drama  palpitante  del  sufrimiento  y  de  la  desola- 
ción, que  una  política  errada  presenta  cada  día  en  las  vastas  soledades  del  desierto. 

Su  autor,  el  señor  Hernández,  persiste  en  no  hacer  alteraciones  á  su  brillante  trabajo, 
fundándose  en  los  motivos  que  adujo  en  el  prólogo  de  la  edición  precedente.  Por  nuestra 
parte  encontramos  atinada  esta  resolución,  creyendo  que  si  el  Martin  Fierro  se  ha  populari- 
sado  con  algunos  lunares,  es  porque  esos  1-unares  contribuyen  al  favor  público  que  le  rodea 
en  la  vasta  extensión  de  la  República  Argentina,  por  cuyos  apartados  ranchos  van  distribuidos 
hasta  la  fecha  mas  de  cuarenta  mil  ejemplares ;  circunstancia  que  lo  constituye  el  único  libro 
de  autor  argentino  que  haya  merecido  tau  constante  como  decidida  protección. 

Buenos  Aires,  Jutio  de  1878. 

Los   Editor: i  de  la   II.  edición. 


AL    PÜI5Í.1GO  LVU 


m  H  ü  ii  i  \\  w: 


Buenos  Aires,  Jiiüo  15  de  iSSa 

Se'hOT  D.  José  Hernández. 

Mi  estimado  seüor.  > 

I 
Cumplo  gustoso  el  deber  de  comunicar  á  Vd.  que  acabo  de  vender  el  uitinio  número  de 
la  edición  de  ocho  mil  ejemplares  de  su  popular  Martin  Fierro,  según  el  contrato  que  ccie- 
bsaraos  en  Agosto  S  de  1878,  y  cuya  numerosa  edición  se  puso  á  circulación  el  i  de  Diciem- 
bre del  mismo  año,  Al  dar  á  Vd.  este  aviso,  no  soio  me  guia  el  propósito  de  cumplir  un  deber 
de  mi  parte,  sino  también  comunicarle  un  hecho  nuevo  v  sin  precedcuies  en  el  comercio 
de  libros  de  esta  ciudad. 

Cualquier  persona,  por  alejada  que  viva  del  movimiento  literario,  sabe  períectamente  cuan 
drficil  es  entre  nosotros  dar  circulación  en  breve  tiempo  á  una  obra  nacional  no  importa  cual 
»ea  el  tema,  el  autor,  el  precio  ó  la  oportunidad  de  su  aparición . 

Mi  experienoia  de  largos  años  en  el  ramo  de  librería,  me  aconsejaba  tomar  siempre  con  ptu- 
dente  reserva  las  ediciones  que  se  me  ofrecían  de  obras  originales  del  país,  ó  de  traduccio- 
nes hechas  en  el  mismo,  porque  la  venta  morosa,  el  escaso  gusto  por  la  buena  lectura,  la 
competencia  que  hasta  hace  poco  suscitaba  la  falta  de  una  ley  de  propiedad  literaria,  hacían 
rHÍBOsas,  ó  por  lo  menos  sumamente  peligrosas  para  un  editor  las  es^peculaciones  que  em- 
prendiera. 

Pero  Martin  Fierro  me  ha  sorprendido.  He  colocado  sin  esfuerzo,  sin  dificultad,  y  siu 
ejercitar  medios  extraordinarios  de  publicidad,  los  ocho  mil  ejemplares   de  mi  contrato  con  Vd. 

Sabia  por  algunos  colegas  á  quienes  Vd.  cedió  anteriormente  ei  derecho  de  edición,  loa 
buenos  resultados  que  obtuvieron,  mas  no  meconstaba  del  todo,  como  me  consta  hoy  pv^r 
la  prueba  personal  que  he  ejecutado. 

La  bibliografía  argentina  debería  recojer  v  cimentar  este    verdadero    acontecimiento    pues 
tiene  notoria  signiñcacíon,  porque  se  trata  uada  menos  que  de  una  publicacioa  nacional,  cuyo 
urage  liega  ya  á  la  asombrosa  suma  de  cincuenta  mil   ejemplares,    desde    el  día  que  vio  por 
primera  vez  la  luz  pública. 

Ko  me  toca  á  mi,  editor  de  su  obra,  entrar  en  apreciaciones  sobre  su  importancia  mora! 
y  literaria,  acerca  de  la  cual  se  han  pronunciado  tan  ventajosamente  lo«;  mas  distinguidos 
criticos  de  esta  República,  de  otras  del  Continente  y  aun  de  la  misma  Europa,  pero  sí  tne 
correspondería  ser  el  eco  principal,  el  testimonio  fehaciente  de  los  miles  de  lectores  que  han 
comprado  la  numerosa  edición  hecha  en  mi  casa. 

Felicitando  al  señor  Hernández  por  el  expléndido  y  merecido  éxito  que  ka  alcanzado 
Martin  Fierro  entre  sus  compatriotas,  y  aun  entre  ios  que  desde  el  extranjero  se  iniere*an 
por  nuestro  adelanto  intelectual,  y  literario,  solo  me  resta  pedirle  me  envíe  una  cantidad  de 
ia  Hueva  edición  que  haga,  para  responder  á  los  frecuentes  pedidos  que  recibo  costaatemeu- 
te,  aceptante  la  seguridad  de  mi  mayor  cosideración  y  estima. 

De  V.,  aflTmo  amigo 

José  Fuig  y  Cloiera. 
Casa  de  V.  •-  Calle  Victoria  num.  387. 


MAKTIN     FIERRO 

CRITICAS    INJUSTAS 
ESTÉTICA   Y    FILOSOFÍA 


Si  ia  poesía  es  el  espejo  mas  fiel  del  alma  íntima  de  un  pueblo  y  el  acabado 
retrato  de  los  caracteres  y  costumbres  del  mismo,  puede  decirse  que,  la  nuestra 
ha  tenido  muy  pocos  representantes. 

Hidalgo,  Ascasubi,  Del  Campo  y  Hernández,  han  sido  tal  vez  los  únicos 
poetas  arg-entinos,  que  sin  necesidad  de  buscar  inspiraciones  y  modelos  en  los 
autores  extranjeros,  han  sabido  arrancar  de  sus  liras,  verdaderos  acentos  nacio- 
nales que  reflejan  de  un  modelo  tan  admirable  como  gráfico,  la  fisonomía  moral 
de  nuestro  pueblo,  y  el  carácter  peculiar  y  distintivo  de  nuestros  antiguos  gauchos, 
pintando,  al  propio  tiempo,  con  inimitable  y  opulento  colorido,  la  intensa  magestníl 
de  nuestra  Pampa  y  de  nuestro  cielo  con  todos  sus  esplendores  y  delicados 
perfumes. 

Los  demás  vates,  Audrade  y  Echevarría,  Mármol  y  los  Gutiérrez,  fueron, 
á  pesar  de  sus  relevantes  dotes  de  pensadores  profundos  y  de  su  inagotable  inspi- 
raron, pocas  veces  desmentida,  representantes  genuinos,  si  bien  mucho  menos 
directos,  del  romanticismo  avasallador,  del  neo-clasicismo  soberano,  ó  del  natura- 
lismo ó  verismo  convencionales,  por  mas  de  que  se  diga,  por  autoridades  en 
materias  literarias,  que  todas  estas  palabras  están  desprovistas  de  sentido,  si  se 
desciende  al  fondo  mismo  de  las  cosas. 

No  me  compete  á  mí — por  mas  qué  pudiera  hacerlo — ^juzgar  si  Hidalgo, 
fundador  de  esta  escuela  y  relegado  al  olvido  por  los  propios,  cumplió  ó  no  con 
la  misión  que  se  impuso ;  ñi  si  el  único  móvil  de  las  obras  de  Ascasubi  fué  el  de 
hacer  que  el  hombre  culto  se  riera  del  lenguaje  del  gaucho,  y  mucho  menos 
examinar  si  es  ó  no  cierto  que  Estanislao  del  Campo  se  propuso  criticar  las  obras 
arlífiticas  por  boca  de  los  gauchos.  Me  guian  otras  intenciones,  figurando  en 
primer  término,  la  de  hacer  resaltar  la  injusticia  con  ques  ha  ido  tratado  el  au- 
tor de  Martin  Fierro  por  algunos  críticos,  eminentemente  argentinos  y  por  algu- 
nos profesores  de  literatura,  quienes  han  tenido  la  avilantez  de  decir,  que,  Her- 
nández era,  en  unión  de  Ascasubi,  insoportable  y  prosaico. 


Hace  ya  mucho  tiempo  que,  llamado  á  desempeñar  la  cátedra  de  literatura  en 
uno  de  nuestros  primeros  establecimientos  de  enseñanza,  tuve  ocasión  de  advertir 
que  en  los  programas  corresi)ondientes  al  curso  de  5*  año  del  Colegio  Nacional, 
nada  se  hablaba  de  Hernández,  ni  en  la  parte  que  se  refiere  á  la  poesía  nacional 
ni  en  otra  alguna. 


SOBRE    MARTIN    FIERRO  LII 

Mis  dudas  y  mis  vacilaciones,  á  este  respecto  fueron  graníáüs,  llegando  al 
pstremo  de  leer  cuatro  ó  cinco  veces  seguidas,  tanto  la  ida  como  la  vuelta  de 
Ma-Btin  Fierro.  Estas  dudas  solo  se  disiparon,  cuando  al  aparecer  la  obra  titulada 
<  América  Literaria  >,  (colección  de  trozos  escogidos  de  los  primeros  poetas  y  pro 
sistas  americanos)  vi  en  el  prólogo  escrito  por  el  doctor  Juan  Antonio  Argerich 
con  referencia  á  la  sección  argentina  las  siguientes  palabras,  en  que  después  de 
haber  juzgado  con  demasiada  parcialidad,  por  cierto,  á  Olegario  V.  Andrade  y  á 
Estanislao  del  Campo,  exclama  «Qué  diferencia  con  Ascasubi  y  con  Hernandeiz, 
lisa  y  llanamente  insoportables  y  prosaicos  I  > 

Habiendo  sido  catedrático  de  literatura  en  el  Colegio  Nacional,  la  persona 
que  esas  frases  estampaba  en  un  libro  que  dsbia  tener — como  ha  ten  ido- 
gran  circulación,  no  podía  extrañarme  ya,  cual  era  la  causa  de  haber  eliniinadc 
délos  estudios  de  literat\ira,  el  nombre  del  poeta  eminentemente  nacional,  de 
que  voy  á  ocuparme,  no  con  la  erudición  y  detenimiento  necesarios,  pero  sí  cor. 
la  buena  fé  del  que  vá  á  exponer  juicios  propios  que  en  forma  alguna  se  separan 
le  las  reglas  del  arte,  como  trataré  de  demostrarlo. 

Para  los  que  así  opinan,  imperan,  desde  luego,  el  charlatanismo,  la  ingenui- 
dad, el  espíritu  de  sistema  y  la  seca  retórica  de  los  pedantes  sin  facultades 
creadoras,  á  quienes  tanto  critican,  siendo  por  otra  parte,  letra  muerta  para  ellos, 
los  justos,  bien  pensados  y  mejor  escritos  juicios  críticos  que  habrán  de  pre- 
ceder al  mío. 


No  era  el  señor  Hernández — en  mi  concepto — el  poeta,  irresoluto  y  tímido,  m 
estaba  ajeno  de  antiguos  resabios,  aun  cuando  muchas  veces  le  vearnos  fluctuar, 
entre  un  pasado  de  que  no  quisiera  apartarse,  un  presente  lleno  de  corrupción  y 
de  personalismos,  y  un  futuro  que  le  causaba  espanto  y  le  llenaba  el  alma  de  la 
melancolía  y  amargura  de  que  están  impregnados  algunos  de  sus  magníficos 
versos. 

El  autor  de  Martin  Fierro,  no  es  un  caso  aislad'j,  no  obstante  el  género  qu/í 
dultivó.  Mármol,  Echevarría  y  Andrade  también  sufrieron  las  mismas  anguátit^ 
e  ver  cómo  desaparecían  los  tiempos  casi  patriarcales,  á  impulsos  de  la  civiliza 
aion  y  del  progreso ;  progreso  que  traía  consigo  refinamientos  y  costumbres  hasta 
entonces  ignoradas  y  que  al  propio  tiempo  que  gustaban  de  aquellos  y  de  éstas 
los  seres  humanos  perdían,  como  per  encanto,  su  adorable  sencillez  y  la  ingeniü- 
dad  que  tanto  los  caracterizaba,  en  los  primeros  albores  y  aun  casi  á  mediados 
del  siglo  de  las  luces. 

El  gaucho,  en  este  concepto,  era  retardatario ;  costábale  gran  trabajo  despren- 
derse de  sus  costumbres;  por  eso  era  mirado  con  recelo ;  por  eso  se  le  trataba  inju- 
stamente y  hasta  se  le  despreciaba.  ¿Qué  estraño  es,  pues,  que  el  señor  Hernán- 
dez haya  tronado  contra  estas  injusticias  y  esos  absurdos,  tratando  ai  propio 
tiempo  de  perpetuar  una  raza  noble,  hospitalarÍH.  generosa,  varonil,  sobria  y  tra- 
bajadora.... ? 

Martin  Fierro,  tan  enérgico  tan  arrogante,  tan  varonil,  compendia  en  sí.— 
por  incomprensible  é  inexplicable  paradoja, —  el  máximum  del  valor  personal  y 
la  suma  de  la  debilidad  humana. 

Extraño  contraste:  tiene  valor  paracuclhar,  cuerpo  á  cuerpo,  con  diez,  con 
veinte  hombres,  no  importaba  con  cuantos  y  no  lo  tiene  para  romper  con  el  pa- 
sado y  seguir  la  corriente  de  los  demás  seres.  No  quiere  matar  y  mata,  ó  lo  que 
es  lo  mismo,  tiene  valor  para  hacerlo,  pero  es  débil  para  resistir" los  impulsos  que 
le  incitan  á  ello,  ó  para  acatar  con  resignación  el  fallo  de  la  suerte. 

Y,  sin  embargo,  Martiii  Fierro,  en  los  momentos  de  vacilación  y  de  desespera- 
ción, cuando  vacila  ó  cuando  llora,  cuando  canta  ó  cuando  ríe,  es  varonil,  es 
fuerte  y  en  esto  no  se  parece  ciertajuente,  ni  á  Anastasio  el  PgUü,  ni  a  Santos 
Vega,  ni  á  Juan  Sin  Ropa. 


\ 


.X  CRITICAS  INJUSTAS 


Hay  al¿;-o  mas  todavía  eu  la  obra  del  señor  Hernández,  que  no  puede  pasar 
ilesa  percibido  para  ninj^una  persona  intelig-ente  y  de  mediana  instrucción. 

Se  moteja  y  se  tacha  al  señor  Hernández  de  prosaico  y  de  insoportable,  y 
fein  embargo — salvo  rarísimos  períodos — la  obra  que  nos  ocupa  está  completamente 
encadenada  y  sujeta,  no  solamente  á  los  invariables  principios  de  la  estética,  sino 
también  á  ios  de  la  mas  sana  filosofía,  si  bien  puestos  al  alcance  de  los  críticos 
mas  obtUfcOs. 

Esta  encadenada  á  los  principios  de  la  estética,  porque  no  habiendo  paleta 
cuyos  colores  compitan  con  la  palabra  humana,  ésta  se  amolda  admirablemente  ai 
lenguaje  del  gaucho,  á  tiu  de  que  no  palidezcan  eu  nuestra  imaginación  las 
imágenes  de  Martin  Fikrkü,  de  Cruz  y  del  viejo  Vizcacha;  pinturay  todas  que 
pueden  competir,  á  pesar  de  la  diferencia  de  género,  con  las  de  algunos  clásicos 
europeos.  La  verdad  y  el  colorido  de  ellas,  nos  hacen  sentir  y  pensar,  obligándo- 
nos a  terminar  la  lectura  del  libro  una  vez  abierto,  y  hasta,  si  se  nos  permite 
la  frase,  llorar  cuando  üIIol^  lloran  y  reir  cuando  ellos  rien.  Si  la  estética,  es  i» 
tíiencia  de  la  sensibilidad  debo  confesar  que  MauxiN  Fieero  está  sujeta  á  los 
principios  que  ella  establece,  por  cuanto  su  lectura  me  ha  causado  diversas 
emociones  é  impresiones. 


Considerada  la  obra  que  me  ocupa.. bajo  el  punto  de  vista  íilosótico,  debo  con- 
íejsar  también  que  su  filosofía  es  tanto  mas  valiosa  cuanto  es  mas  original. 

No  se  verán  eu  ella  máximas  tomadas  de  Kant,  de  Spencer,  de  Ribot,  de  Ari- 
stóteles ó  de  otros  filósofos,  pero  en  cambio,  las  que  Hernández  pone  en  boca  del 
viejo  Vizcaclia,  de  Martin  Fikuro  y  del  payador  moreno,  son  además  de  ser  con- 
tjisas  y  claras,  tan  originales  como  los  refranes  que  Cervantes  pone  en  la  de 
Sancho,  ó  las  máximas  que  oportunamente  coloca  el  mismo  autor  en  la  de 
Don  Quijote. 

Los  dichos,  pues,  refrancá,  ó  máximas  de  que  está  sembrada,  tanto  la  ida  como 
la  vuelta  de  Martijí  Fíkkro,  constituyen  la  filosofía  popular,  expresada  en  lengua- 
je gauchesco,  con  expresiones  y  modismos  puramente  locales,  pero  cuyo  fondo  de 
verdad  no  puede  negar  ninguna  persona  instruida.  ¡ 

Voy  á  terminar;  Martin  Fikrro  es  una  obra  que  descansa  en  sólidas  baseb : 
es  el  producto  de  la  observación  y  de  la  experimentación,  por  cuanto  refleja  en 
unas  cuantas  individualidades,  identificándose  con  ellas,  toda  una  raza  entera, 
que  el  progreso  moderno,  eu  sus  múltiples  manifestaciones,  se  ha  encargado  de 
hacer  que  desaparezca. 

I»K.    MOOHNB 


*:.:*'?■.■,■  ■■'^' 


MARTIN    FIERRO 


V 


MARTIN    FIERRO 


Aquí  me  pongo  á  cantar 
xA.1  compás  de  la  vigüela, 
Que  el  hombre  que  io  desvela 
Una  pena  estraordinaria, 
Como  la  ave  solitaria 
Con  el  cantar  se  consuela. 

Pido  á  los  Santos  del  Cielo 
Que  ayuden  mi  pensamiento, 
Les  pido  en  este  momento 
Que  voy  á  cantar  mi  historia 
Me  refresquen  la  memoria 
)l  aclaren  mi  entendimiento. 

V^engan  Santos  milagrosos, 
Vengan  todos  en  mi  ayuda, 
Que  la  lengua  se  me  añuda 

Y  se  me  turba  la  vista; 
Pido  á  mi  Dios  que  me  asista 
En  una  ocasión  tan  ruda. 

Yo  be  visto  muchos  cantoies, 
Con  famas  bien  otenidas, 

Y  que  después  de  adquiridas 
Mo  las  quieren  sustentar :  — • 

f     Parece  que  sin  largar 
\    Se  cansaron  en  partidas. 


Mas  ande  otro  criollo  pasa 
Martin  Fierro  ha  óe  pasar, 
Nada  lo  hace  recular 
Ni  las  fantasmas  lo  cspaatan ; 

Y  dende  que  todos  canta» 
Yo  también  quiero  cantar. 

Cantando  me  he  de  morir, 
Cantando  me  han  de  enterrar, 

Y  cantando  he  de  llegar 
Al  pié  del  Eterno  Padre — 
Dende  el  vientre  de  mi  madre 
Vine  á  este  mimdo  á  cantar. 

Que  no  se  trabe  mi  lengua 
Ni  me  falte  la  palabra— 
El  cantar  mi  gloria  labra 

Y  poniéndome  á  cantar, 
Cantando  me  han  de  encontrar 
Aunque  la  tierra  se  abra. 

Me  siento  en  el  plan  de  un  bajo 
A  cantar  un  argumento — 
Como  si  soplara  un  viento 
Hago  tiritar  los  pastos — 
Con  oros,  copas  y  bastos 
Juega  allí  mi  pensamiento. 

Yo  no  soy  cantor  letrao, 
Mas  si  me  pongo  á  cantar 
j      No  tengo  cuando  acabar 
i     Y  me  envejezco  cantando, 
j     Las  coplas  me  van  brotaado 
I     Como  agua  de  manantial. 


EL  GAUCHO 


'\ 


Con  la  guitarra  en  la  mano 
Ni  las  moscas  se  me  arriman. 
Naides  me  pone  el  pié  encima. 

Y  cuando  el  pecho  se  entona, 
Hago  gemir  á  la  prima 

Y  llorar  á  la  bordona. 

Yo  soy  toro  en  mi  rodeo 

Y  torazo  en  rodeo  agcno, 
Siempre  me  tuve  por  giieno 

Y  si  me  quieren  probar, 
Salgan  otros   á  cantar 

Y  veremos  quien  es  menos. 

No  me  hago  al  lao  de  la  güeya 
Aunque    vengan   degollando, 
Con  los  blandos  yo  soy  blando 

Y  soy  duro  con  los  duros, 

Y  ninguno  en  un  apuro, 

Me  ha  visto  andar  tutubiando. 

En  el  p)elig^o,  qué  Cristos? 
El  corazón  se  me  ensancha 
Pues  toda  la  tierra  es  cancha, 

Y  de  esto  naides  se  asombre, 
El  que  se  tiene  por  hombre 
Ande  quiera  hace  pata  ancha;. 

Soy  gaucho,  y  entiéndalo 
Como  mi  lengua  lo  esplica, 
Para  mí  la  tierra  es  chica 

Y  pudiera  ser  mayor 
Ni  la  víbora  me  pica 

Ni  quema  mi  frente  el  Sol'.. 

Nací  como  nace  el  peje 
En  el  fondo  de  la  mar ; 
Naides  me  puede  quitar 
Aquello  que  Dios  me  dio — 
Lo  que  al  mundo  truge  yo 
De!  mundo  ]o  he  de  llevar.. 

Mi  gloria  es  vivir  tan  libre 
Como  el  pájaro  del  Cielo, 
No  hago  nido  en  este  suelo 
Ande  hay  tanto  que  sufrir; 

Y  naides  me  ha  de  seguir 
Cuando  yo  remonto  el  vuelo. 

«Yo  no^ tengo  en  el  amor 
Quien  me  venga  con  querellas; 
Como  esas  aves  tan  bellas 
Que  saltan  de  rama  eh  rama  — 
Y'o  hago  en  el  trébol  mi  cama, 

Y  me  cubren  las  estrellas. 


Y  sepan  cuantos  escuchan 
De  mis  penas  el  relato 
Que  nunca  peleo  ni  mato 
Sino  por  necesidá ; 

Y  que  á  tanta  alversidá 
Solo  me  arrojó  el  mal  trato. 

"S'  atiendan  la  relación 
I     Que  hace  un  gaucho  perseguido, 
Que  padre  y  marido  ha  sido 
Empeñoso  y  diligente, 

Y  sin  embargo  la  gente 
Lo  tiene  por  un  bandido. 


n. 


Ninguno  me  hable  de  peñaa 
Porque  yo  penando  vivo 

Y  naides  se  muestre  altivo 
Aunque  en  el  estribo  esté 
Que  suele  quedarse  á  pié 
El  gaucho  mas  alvertido' 

Junta  esperiencia  en  la  vida 
Hasta  pa  dar  y  prestar, 
Quien  la  tiene  que  pasar 
Entre  sufrimiento  y  llanto ; 
Porque  nada  enseña  tanto 
Como  el  sufrir  y  el  llorar. 

Viene  el  hombre  ciego  al  mundo 
Cuartiándolo  la  esperanza, 

Y  á  poco  andar  ya  lo  alcanzan 
Las  desgracias  á  empujones; 
¡  Jué  pucha !  que  trae  liciones 
El  tiempo  con  sus  mudanzas! 

Yo  he  conocido  esta  tierra 
En  que  el  paisano  vivía 

Y  su  ranchito  tenía 

Y  sus  hijos  y  mujer 

Era  una  delicia  el  ver 
Cómo  pasaba  sus  dias. 


Entonces cuando  el  lucero 

Brillaba  en  el  cielo  santo, 

Y  los  gallos  con  su  canto 

Nos  decían  que  el  dia  llegaba,    - 

A  la  cocina  rumbiaba 

El  gaucho  que  era  un  encanto. 


MARTÍN  FIERRO 


Y  sentao  junto  al  jogón 
A  esperar  que  venga  el  día ; 
Al  cimarrón  le  prendía 
Hasta  ponerse  rechoncho, 
Mientras  su  china  dormía 
Tapatida  con  su  poncho. 

Y  apenas  el  horizonte 
Empezaba  á  coloriar,  . 
Los  pájaros  á  cantar, 

Y  las  gallinas  á  apiarse. 
Era  cosa  de  largarse 
Cada  cual  á  trabajar. 

Este  se  ata  las  espuelas. 
Se  sale  el  otro  cantando, 
Uno  busca  un  pellón  blando, 
Este  un  lazo,  otro  un  rebenque, 

Y  los  pingos  relinchando 
Los  llaman  dende  el  palenque. 

El  que  era  pión  domador 
Enderezaba  al  corral, 
Ande  estaba  el  animal 
Bufidos  que  se  las  pela 

Y  mas  malo  que  su  agüela 
Se  hacía  astillas  el  bagual. 

Y  allí  el  gaucho  iiiteligenic 
En  cuanto  el  potro  enriendó, 
Los  cueros  le  acomodó 

Y  se  le  sentó  en  seguida, 

\  X:  Que  el  hombre  muestra  en  la  vida 
A^  La  astucia  que  Dios  le  dio. 

Y  en  las  playas  corcobiando 
Pedazos  se  hacía  el  sotreta 
Mientras  él  por  las  paletas 
Le  jugaba  léis  lloronas, 

Y  al  ruido  dé  las  caronas 
Salía  haciéndose  gambetas. 

Ah !  tiempos!...  si  era  un  orgullo 
Ver  ginetiar  un  paisano — 
Cuando  era  gaucho  baquiano 
Aunque  el  potro  se  bollase, 
No  había  uno  que  no  parase 
Con  el  cabresto  en  la  mano. 

Y  mientras  domaban  unos, 
Otros   al  campo  salían, 

Y  la  hacienda  recogían, 
Las  manadas  repuntaban, 

Y  ansí  sin  sentir  pasaban, 
Entretenidos  el  día.. 


Y  verlos  al  cair  la  tarde 
En  la  cotina  riunidos, 
Con  el  juego  bien  prendido 

Y  m^'^  cosas  que  contar, 
Platicar  muy  divertidos 
Hasta  después  de  cenar. 

Y  con  el  buche  bien  lleno 
Era  cosa  superior 

Irse  en  brazos  del  amor 
A  dormií  como  la  gente, 
Pa  empezar  al  día  siguiente 
La  fainas  del  día  anterior. 

¡Recuerdo!    ¡Qué    maravilla!! 
Como  andaba  la  gauchada, 
Siempre  alegre  y  bien  montada 

Y  dispuesta  pa  el  trabajo..^ 
Pero  al  presente...  barajo! 
No  se  le  vé  de  aporriada. 

El  gaucho  mas  infeliz 
Tenía  tropilla  de  un  pelo, 
No  le  faltaba  un  consuelo 

Y  andaba  la  gente  lista... 
Teniendo  al  campo  la  vista. 
Solo  vía  hacienda  y  cielo 

Cuando  llegaban  las  yerras, 
¡  Cosa  que  daba  calor ! 
Tanto  gaucho  pialador 

Y  tironiador  sin  yel — 

¡  Ah!  tiempos!...  pero  si  en  ei, 
Se  ha  visto  tanto  primor. 

Aquello  no  era  trabajo, 
Mas  bien  era  una  junción, 

Y  después  de  un  güen  tirón 
En  que  uno  se  daba  maña, 
Pa  darle  un  trago  de  caña 
Solía  llamarlo  el  oatrón- 

Fues  vivía  la  mamajuana 
Siem.pre  bajo  la  carreta, 
if  aquel  que  no  era  chancleta 
En  cuanto  el  goyete  vía. 
Sin  miedo  se  le  prendía 
Como  güéfano  á  la  teta.    , 

Y  qué  jugadas  se  armaban 
Cuanto  estábamos  riunidos ! 
Siempre  íbamos  prevenidos' 
Pues  en  tales  ocasiones, 

A  ayudarles  á  les  piones 
Cdibíin  muchos  comedidos- 


f» 


EL  GAUCHO 


m 


^^ 


-P 


Eran  los  días  del  apuro 

Y  alboroto  pa  el  hembraje, 
Pa  preparar  los  potajes 

Y  oseqoiar  bien  á  la  gente, 

Y  ansí,  pues,  muy  grandemente, 

Pasaba  siempre  el  gauchaje.  \ 

\^ 

Venía  la  carne  con  cuero, 

La  sabrosa  carbonada, 

Mazamorra  bien  pisada 

Los  pasteles  y  el  güe».  \\no^^^^^ 

Pero  ha  querido  el  destiiwíT'^"^^ 

Que  todo  aquello  acabara. 

Estaba  el  gaucho  en  su  pago 
Co«  toda  seguridá ! 
Pero  aura... ^^,^ar^ar ida! 
La  coga  ancía(  tan  fruncida. 
Que  gasta  el  p^jrela  vida 
En  juir  de  la  autoridá. 

Pues  si  usté  pisa  en  su  ra»cko 

Y  SI  el  alcalde  lo  sabe 
Lo  caza  lo  mesmo  que  ave 
Aunque  su  mujer  aborte... 
No  hay  tiempo  que  no  se  acabe 
Ni  tiento  que  no  se  corte  1 


VJ 


Y  al  punto  dése  por  muerto 
Si  el  alcalde  lo  bolea, 
Pues  hay  no  más  se  le  apea 
Cor  una  felpa  de  palos, — 

Y  después  dicen  que  es  Malo 
El   gaucho  si  los  pelea. 


Y  el  lomo  le  hinchan  á  golpes, 

Y  le  rompen  la  cabeza, 

Y  luego  con  lijereza 
Ansí  lastimao  y  todo. 

Lo  amarran  codo  con  codo 

Y  pa  el  cepo  lo  enderiezan. 

Ay  comienzan  sus  desgracias, 
Ay  principia  el  pericón; 
Porque  ya  no  hay  salvación, 

Y  que  usté  quiera  ó  no  quiera, 
Lo  Mandan  á  la  frontera 

O  lo  echan  á  un  batallón. 

Ansí  empezaron  mis  males 
Si  gustan...  en  otros  cantos 
Les  diré  lo  que  be  sufrido — 
Lo  mesmo  que  los  de  tantos, 
Después  que  uno  está-.,  perdido 
No  lo  salvan  ni  los  santos. 


Ilí 


Tuve  cm  mi  pago  en  iw  tiempo 
Hijos,  hacienda  y  mujer, 
Pero  empecé  á  padecer, 
Me  echaron  á  la  frontera, 
i  Y  qué  iba  á  hallar  al  volver ! 
Tan  solo  hallé  la  tapera. 

Sosegao  vivía  en  mi  randi« 
Como  el  pájaro  en  90  nido — 
Allí  mis  hijos  queridos, 
'Iban  creciendo  á  mi  lao.... 
Solo  queda  al  desgraciao 
Lamentar  el  bien  perdido. 

Mi(  gala  en  las  pulperías 

Era  en  habiendo  más  gente. 

Ponerme  medio  caliente, 

Pues  cuando  puntiao  me  encueatro,. 

Me  salen  coplas  de  adentro 

Como  agua  de  la  virtiente. 

Cantando  estaba  una  vez 
Em  ima  gran  diversióa; 

Y  aprovechó  la  ocasión 
Como  quiso  el  Juez  de  Paz... 
Se  presentó,  y  hay  ik>  más 
Hfzo  una  arriada  en  montón. 

Juyeron  los  más  matreros 

Y  lograron  escapar — 
Yo  no  quise  disparar — 

Soy  manso  y  no  había  porqué — 
Muy  tranquilo  me  quedé 

Y  ansí  me  deje  agarrar 

Allí  un  gringo  con  ua  órgano 

Y  una  mona  que  bailaba. 
Haciéndonos  rair  estaba 
Cuanto  le  tocó  el  arreo^ — 

j  Tan  grande  el  gringo  y  tají  feQ^^ 
Lo  viera  cómo  lloraba. 

Hasta  un  inglés  zangiador 
Que  decía  en  la  última  guerra, 
Que  él  era  de  Inca-la-perra 

Y  que  no  quería  servir. 
Tuto  también  que  juir 

A  guarecerse  en   la  sierra. 


MARTIK  ni^iiao 


Ni  los  mirones  salvaron 
De  esa  arriada  de  mi  flor — 
Faé  acoyarao  el  cantor 
Q)n  otros  nos  mesturaror* — 
A  uno  solo,  por  favor. 
Logró  salvar  la  patrona. 

Formaron  un  contingente 
Con  los  que  del  baile  arriaron — 
Con  otros  nos  roesturarcaa — 
Que  habían  agarrao  también — 
Las  cosas  que  aquí  se  ven 
Ni  los  diablos  las  pensaroM. 

'A  mi  el  Juez  me  tomó  entre  ojos 
En  la  última  votación- — 
Me  le  había  hecho  el  remofó» 

Y  no  me  arrimé  ese  día,^ 

Y  él  dijo  que  yo  servia 
A  los  de  la  esposicion. 

Y  ansi  sufrí  ese  castigo 

Tal  vez  por  culpas  agenas — 
Que  sean  malas  ó  sean  greñas 
Las  listas,  siempre  me  escondo— 
Yo  soy  un  gaucho  redondo 

Y  esas  cosas  no  me  enllenaa. 

Al  mandarnos  nos  hicieron 
Más  promesas  que  á  un  altar — 
El  Juez  nos  jué  á  proclamar 

Y  nos  dijo  muchas  veces  : 

«  Muchachos,  á  los  seis  meses 
«  Los  van  á  ir  á  revelar.  » 

Yo  llevé  im  moro  de  número, 
Sobresaliente  el  matucho! 
Con  él  gané  en  Ayacocho 
'Más  plata  que  agua  bendita — 
Siempre  el  gaucho  necesita 
,Un  pingo  pa  fiarle  un  pocho. 

íY  cargué  sin  dar  mas  güeltas 
Con  las  prendas  que  tenía, 
Gergas,  poncho,  cuanto  había 
En  casa,  tuito  lo  alcé — 
A  mi  china  la  dejé 
Media  desnuda  ese  día. 

No  me  faltaba  una  guasca. 
Esa  ocasión  eché  el  resto : 
Bozal,  maniador,  cabresto. 
Lazo,  bolas  y  manca.... 
¡  El  que  hoy  tan  pobre  me  vea 
Tal  vez  no  crerá  todo  esto !  1 


Ansi  en  mi  moro  escarciando 
Enderesé  á  la  frontera ; 
Aparcero  I  si  usté  viera        ' , 
Lo  que  se  llama  Cantón...     ^.^ 
Ni  envidia  tengo  al  ratón 
En  aquella  ratonera. 

De  los  pobres  que  allí  había 
A  ninguno  lo  largaron, 
Lost^más  viejos  resongaron, 
Pero  á  uno  que  se  quejó 
En  seguida  lo  cstaquiaron 

Y  la  cosa  se  acabó. 

En  la  lista  de  la  tarde- 
El  Jefe  nos  cantó  el  punto. 
Diciendo :  «  quinientos  juntos 
«Llevará  el  que  se  resierte, 
«  Lo  haremos  pitar  del  juerte 
«  Más  bien  dése  por  dijunto.  » 

A  naides  le  dieron  armas, 
Pues  toditas  las  que  había 
El  Coronel  las  tenia,. 
Sigfun  dijo  esa  ocasión, 
Pa  repartirlas  el  día 
En  que  hubiera  una  invasión. 

Al  principio  nos  dejaron 
De  haraganes  criando  sebo, 
Pero  después...  no  me  atrevo, 
A  decir  lo  que  pasaba — 

Barajo si  nos  trataban 

Como  se  trata  á  malevos. 

Porque  todo  era  jugarle 
Por  los  lomos,  con  la  espada, 

Y  aimque  usté  no  hiciera  nada. 
Lo  mesmito  que  en  Palermo, 
Le  daban  cada  cepiada 

Que  lo  dejaban  enfermo. 

Y  qué  Indios — ni  qué  servicio. 
No  teníamos  ni  cuartel — 
Nos  mandaba  el  Coronel 

A  trabajar  en  sus  chacras, 

Y  dejábamos  las  vacas 
Que  las  llevara  el  infiel. 

Yo  primero  sembré  trigo 

Y  después  hice  un  corral, 
Corté  adobe  pa  un  tapial, 
Hice  un  quincho,  corté  paja... 
La  pucha  que  se  trabaja 

Sin  que  le  larguen  ni  un  rial. 


EL  GAUCHO 


Y  es  lo  pior  de  aquel  enriedo 

Que  si  uno  anda  hinchando  el  lomo 
Se  le  apean  como  un  plomo... 
¡  Quién  aguanta  aquel  infierno ! 
Si  eso  es  servir  al  Gobierno, 
A  mi  no  me  gusta  el  cómo. 

Más  de  un  año  nos  tuvieron 
En  esos  trabajos  duros, — 

Y  los  indios/  le  asiguro, 
Dentraban  cuando  querían :: 
Como  no  los  perseguían 
Siempre  andaban  sin  apuro. 

A  veces  decía  al  volver 
Del  campo  la  descubierta 
Que  estuviéramos  alerta 
Que  andaba  adentro  la  indiada ; 
Porque  había  una  rastrillada 
O  estaba  una  yegua  muerta. 

Recien  entonces  salía 

La  orden  de  hacer  la  riunión — 

Y  cáibamos  al  cantón. 
En  f>elos  y  hasta  enancaos, 
Sin  armas,  cuatro  pelaos 
Que  íbamos  á  hacer  jabón. 

Ay  empezaba  el  afán 

Se  entiende,  de  puro  vicio, 

De  enseñarle  el  ejercicio 

A  tanto  gaucho  recluta, 

Con  un  estrutor. . .  que. . .  bruto ! 

Que  nunca  sabía  su  oficio. 

Daban  entonces  las  armas 
Pa   defender   los  cantones, 
Que  eran  lanzas  y  latones 

Con  ataduras  de  tiento 

Las  de  juego  no  las  cuento 
Porque  no  había  municiones. 

Y  un  sargento  chamusca  o 
Me  contó  que  las  tenían, 
Pero  que  ellas  las  vendían 
Para  cazar   avestruces ; 

Y  ansi  andaban  noche  y  día 
Déle  bala  á  los  ñanduces. 

Y  cuando  se  iban  los  Indios 
Con  lo  que  habían  manotiao, 
Salíamos    muy   apuraos 

A  perseguirlos   de  atrás; 

Si  no  se  1  levaban  más 

Es  porque  no  habían  hallao. 


Allí,  si,  se  ven  desgracias 

Y  lágrimas,  y  afliciones, 
Naides  le  pida  perdones 

Al  Indio — pues  donde  entra 
Rojba  y  mata  cuanto  encuentra 

Y  quema  las  poblaciones. 

No  salvan  de  su  juror 
Ni.  los  pobres  angelitos:! 
Viejos,  moros  y  chiquitos 
Los  mata  del  mesmo  modo — 
Que  el  Indio  lo  arregla  todo 
Con  la  lanza  y  con  lo  gritos. 

Tiemblan  las  carnes  al  verlo 
Volando  al  viento  la  cerda- 
La  rienda  en  la  mano  izquierda 

Y  la  lanza  en  la  derecha — 
Ande  enderieza  abre  brecha 
Pues  no  hay  lanzazo  que  pierda. 

Hace  trotiadas  tremendas 
Dende  el  fondo  del  desierto — 
Ansi  llega  medio  muerto 
De  hambre,  de  sé  y  de  fatiga, 
Pero  el  Indio  es  una  hormiga 
Que  día  y  noche  está  dispiertt». 

Sabe  manejar  las  bolas 
Como  naides  las  maneja, 
Cuanto  el  contrario  se  aleja 
Manda  una  bola  perdida, 

Y  si  lo  alcanza,  sin  vida, 
Es  siguro  que  lo  deja. 

Y  el  Indio  es  como  tortuga 
De  duro  para  espichar; 
Si  lo  llega  á  destripar 
Ni  siquiera  se  le  encoge. 
Luego  sus  tripas  recoge, 

Y  se  agacha  á  disparar. 

Hacían  el  robo  á  su  gusto 

Y  después  se  iban  de  arriba, 
Se  llevaban  las  cautivas 

Y  nos  contaban  que  á  veces 
Les  descarnaban  los  pieses, 
A   las  pobrecitas,   vivas. 

j  Ah !  ¡  si  partía  el  corazóii 
Ver  tantos  males,  x^nejo  ! 
Los  perseguíamos  de  lejos 
Sim  poder  ni<  galopiar ; 
¿  Y  qué  habíamos  de  alcanzar 
En  unos  bichocos  viejos? 


MARTIN  FIERRO 


9 


i 


Nos  volvíamos  al  cantón 
A  las  dos  ó  tres  jornadas, 
Sembrando  las  caballadas; 

Y  pa  que  alguno  la  venda. 
Rejuntábamos  la  hacienda 
Que  habían  dejao  resagada. 

Una  vez  entre  otras  muchas, 
Tanto  salir  al  iboton, 
Nos  pegaron  un  malón 
Los  indios,  y  una  lanciada, 
Que  la  gente  acobardada 
Quedó   dende   esa  ocasión. 

Habían  estao  escondidos 
Aguaitando  atrás  de  un  cerro... 
¡  Lo  viera  á  su  amigo  Fierro 
.\flojar  como  un  blandito ! 
Salieron  como  maiz  frito 
En  cuanto  sonó  un  cencerro. 

Al   punto  nos   dispusimos 
Aunque  ellos  eran  bastantes, 
La  fonnamos  al  istante 
Nuestra  gente  que  era  poca, 

Y  golpiándosc  en  la  boca 
Hicieron  fila  adelante. 

Se  vinieron   en    tropel 
Haciendo  temblar  la  tierra 
No  soy  manco  pa  la  guerra 
Pero  tuve  mi  jabón. 
Pues  iba  en  un  redomón 
Que  había  boliao  en  la  sierra 

¡Qué  vocerío  I  jqué  barullo! 
¡Qué  aptirar  esa  carrera! 
La  indiada  todita  entera 
Dando  alaridos  cargó — 
Jué  pucha...  y  ya  nos  sacó 
Como  yeguada  matrera. 

¡Que  fletes  traíban'  los  bábaros! 
Como  una  luz  de  lijeros  — 
Hicieron  el  entrevero 

Y  en  aquela  mescolanza, 
Este  quiero,  este  no  quiero. 
Nos  escojían  con  la   lanza, 

Al  que  le  dan  un  chuzazo, 
Dificultoso  es  que  sane. 
En  fin,  para  no  echar  panes, 
Salimos  por  esas  lomas. 
Lo  mesmo  que  las  palomas, 
Al  juir  de  los  gavilanes- 


Es  de  almirar  la  destreza 
Con  que  la  lanza  manejan ! 
De  perseguir  nunca  dejan — 

Y  nos  traiban  apretaos, 
Si  queríamos  de  apuraos 
Salimos  por  las  orejas. 

Y  pa  mejor  de  la  fiesta 
En  esa  aflición  tan  suma> 
Vino  un  indio  echando  espuma, 

Y  con  la  lanza  en  la  mano 
Gritando  «Acaban  cristiano 
Metau  el  lanza  hasta  el  pluma.  » 

Tendido  en  el  costillar 
Cimbrando  por  sobre  el  brazo 
Una  lanza  como  un  lazo 
Me  atropello  dando  gritos — 
Si  me  descuido....  el  maldito 
Me  levanta  de  un  lanzazo. 

Si  me  atribulo,  ó  me  encojo 
Siguro  que  no  me  escapo : 
Siempre  he  sido  medio  guapo 
Pero  en  aquella  ocasión, 
Me  hacía  buya  el  corazón 
Como  la  garganta  al  sapo. 

Dios  le  perdone  al  salvaje 
Las  ganas  que  me  tenía... 
Desaté  las  tres  marías 

Y  lo  engatusé  á  cabriolas... 
Pucha...  si  no  traigo  bolas 
Me  achura  el  indio  ese  dia. 

Era  el  hijo  de  un  cacique 
Sigun  yo  lo  avirigüé — 
La  verda  del  caso  jué 
Que  me  tuvo  apuradazo 
Hasta  que  al  fin  de  un  boiazo 
Del  caballo  lo  bajé. 

Ay  no  más  me  tiré  al  suelo 

Y  lo  pisé  en  las  paletas — 
Empezó  á  hacer  morisquetas 

Y  á  mesquinar  la  garganta... 
Pero  yo  hice  la  obra  santa 
De  hacerlo  estirar  la  geta. 

Allí  quedó  de  mojón 

Y  en  su  caballo  salté 
De  la  indiada  disparé, 
Pues  si  me  alcanza  rae  mata, 

Y  al  fin  me  les  escapé 
Con  el  hilo  de  una  pata. 


•.X 


y? 


XJ 


10 


EL  GAUCHO 


ÍV 


Seguiré  esta  relación 
Aunque  pa  chorizo  es  largo  :( 
El  que  pueda  hágase  cargo 
Cómo  andaría  de  matrero, 
Después  de  salvar  el  cuero 
De  aquel  trance  tan  amargo. 

Del  sueldo  nada  les  cuento 
Porque  andaba  disp>arando, 
Nosotros  de  cuando  en  cuando 
Solíamos  ladrar  de  polxes — 
Nunca  llegaban  los  cobres 
Que  se  estaban  aguardando. 

Y  andábamos  de  mugrientos 
Que  el  miramos  daba  horror; 
Les  juro  que  era  un  dolor 

Ver  esos  hombres,  por  Cristo ! 
En  mi  perra  vida  he  visto 
Una  miseria  mayor. 

Yo  no  tenía  ni  camisa 
Ni  cosa  que  se  parezca ; 
Mis  trapos  solo  pa  yezoa 
Me  podían  servir  al  fin... 
No  hay  plaga  como  un  fortín 
Para  que  el  hombre  padezca 

Poncho,  jergas,  el  apero. 
Las  prenditas,  los  botones, 
Todo,  amigo  en  los  cantones 
Jué  quedando  poco  á  poco, 
Ya  me  tenían  medio  loco 
La  pobreza  y  los  ratones. 

Solo  una  manta  peluda 
Era  cuanto  me  quedaba — 
La  había  agenciao  á  la  taba 

Y  ella  me  tapaba  el  bulto — 
Yaguané  que  allí  ganaba 
No  salía...  ni  con  indulto. 

Y  pa  mejor  hasta  el  moro 

Se  me  jué  de  entre  las  manos — 
No  soy  lerdo....  pero  hermano^ 
Vino  el  comendante  un  día 
Diciendo  que  Jo  quería 
í  Pa  enseñarle  á  comer  grano  ». 


Afigúrese  cualquiera 
La  suerte  de  este  su  amigo, 
A  pié  y  mostrando  el  umbligo, 
Estropiao,  pobre  y  desnudo^ 
Ni  por  castigo  se  pudo 
Hacerse  más  mal  conmigo., 

Ansi  pasaron  los  meses,  « 

Y  vino  el  año  siguiente, 

Y  las  cosas  igualmente 
Siguieron  del  mesmo  modo — 
Adrede  parece  todo 

Pa  atormentar  á  la  gente. 

No  teníamos  más  permiso, 
Ni  otro  alivio  la  gauchada. 
Que  salir  de  madrugada 
Cuando  no  había  Indio  ninguno» 
Campo  ajuera  á  hacer  bolladas 
Desocando  los  reyunos. 

Y  cáibamos  al  cantón 
Con  los  fletes  aplastaos — 
Pero  á  veces  medio  aviaos 
Con  plumas  y  algunos  cueros — 
Que  pronto  cc«i  el  pulpero 

Los  teníamos  negociaos. 

Era  un  amigo  del  Jefe 
Que  con  un  boliche  estaba, 
Yerba  y  tabaco  nos  daba 
Por  la  pluma  de  avestruz, 

Y  hasta  le  haría  ver  la  luz 
Al  que  un  cuero  le  llevaba. 

Solo   tenía  cuatro  frascos 

Y  unas  barricas  vacias, 

Y  á  la  gente  le  vendía 
Todo  cuanto  precisaba 
Algunos  creíban  que  estaba 
Allí  la  proveduría. 

Ah !  pulpero  habilidoso. 
Nada  le  solía  faltar — 
Ay  juna — y  para  tragar  « 

Tenía  un  buche  de  ñandú. 
La  gente  le  dio  en  llamar 
t  El  boliche  de  virtú.  » 

Aunque  es  justo  que  quien  vend« 
Algún  poquito  muerda. 
Tiraban  tanto  la  cuerda 
Oue  con  sus  cuatro  limetas. 
El  cargaba  las  carretas 
De  plumas,  cueros  y  cerda. 


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MARTIN  FIERRO 


IL 


No  tenía  aputaos  á  todos 
Con  más  coeatas  que  tm  iosairio. 
Cuando  se  anmició  un  saiacio 
Que  iban  á  dar,  6  tm  socorro — 
Pero  sabe  Dios  qoé  zorro 
Se  lo  comió  al  Conisario. 

Pues  nunca  lo  vi  llegar 

Y  al  caÍK>  de  muchos  cKas^ 
En  la  mesma  pulpería 
Dieron  una  buena  cuettta — 
Que  la  gente  muy  contenta 
De  tan  pobre  recebía. 

Sacaron  unos  sus  pendas 
Que  las  tenian  erapefiadas, 
Por  sus  deudas  atrasadas 
Dieron  otros  el  dinero ; 
Al  fin  de  fiesta  el  pulpero. 
Se  quedó  con  la  mascada. 

Yo  me  arrecosté  á  un  hoscón 
Dando  tiempo  á  que  pagát-am, 

Y  poniendo  güeña  cara 
Estuve  haciéndome  el  payo, 
A  esperar  que  me  llamaras 
Para  recibir  mi  boyo. 

Pero  ahí  me  pude  quedar 
Pegao  pa  siempre  al  horcón — 
Ya  era  casi  la  oracióa 

Y  ninguno  me  llamaba — 
La  cosa  se  me  nublaba 

Y  me   dentro  comczát:! 

Pa  sacarme  el  entripa© 

Vi  al  Mayor,  y  lo  f í  á  bídiiar— 

Yo  me  le  empecé  á  atracar 

Y  como  con  poca  gana 

Le  dije :  t  Tal  vez  mañaaa 
t  Acabarán  de  pagar.  » 

t  — Que  mañana  ni  otro  día  > 

Al  punto  me  contestó, 

1 1.>a  paga  ya  se  acabó, 

€  Siempre  has  de  ser  animal » — 

Me  rai  y  k  dije :  c — ^Yo. . . 

<  No  he  recebido  ni  un  riai.  > 

Se  le  pusieron  los  ojos 
Que  se  le  querían  salir, 

Y  ay  no  más  volvió  á.  decir 
Comiéndome  con  la  vista :; 
«  — ¿  Y  qué  querés  recebir 

*  Si  no  has  dentrao  en  la  lista? » 


< — Esto  si  que  es  acholar» 
Dije  yo  pa  mis  adéotros, 
«  Van  dos  años  que  me  encuentro 
c  Y  hasta  aura  be  visto  ni  un  grullo, 
<  Dentro  en  todos  los  barullos 
tPero  en  las  listas  no  dentro.  > 


Vide  el  plaito  mal  parao 

Y  no  quise  aguardar  más.... 
Es  g^no  vivir  en  paz 

Con  quien  nos  ha  de  mandar — 

Y  reculando  pa  tras 
Me  le  empezé  á  retirar. 

SupK)  todo  el  Comendante 

Y  me  llamó  al  otro  día, 
Diciéndome  que  quería 
Averiguar  bien  las  cosas — 
Que  no  era  el  tiempo  de  Rosas,, 
Que  aura  á  naides  se  debía. 

Llamó  al  cabo  y  al  sargeato 

Y  empezó  la  mdagaciógB 
Si  había  venido  al  cziaüón 
£n  tal  tiempo  ó  en  tal  otro. . . 

Y  si  había  venido  en  potro. 
En  reyuno  ó  rodomón. 

Y  todo  era  alborotar 
Al  ñudo,  y  hacer  papel, 
Conocí  que  era  pastel 

Pa  engordar  con  mi  guayaca, 

Mas  si  voy  al  Coronel 

Me  hacen  bramar  en  la  estac^. 

;  Ah!  hijos  de  tma.-.  la  codicia 
Ojala  les  ruempa  el  saco ; 
Ni  un  pedazo  de  tabaco 
Le  dan  al  pobre  soldao, 

Y  lo  tienen  de  delgao 
Más  lijero  que  un  guanaco. 

Pero  qué  iba  á  hacerles  yo. 
Chavaron  en  el  desierto; 
Más  bien  me  daba  por  muerto 
Pa  no  verme  más  fundido — 

Y  me  les  hacía  el  dormido 
Aunque  soy  medio  despierto. 


12 


EL  GAUCHO 


Yo  andaba  dcsespcrao, 
Aguardando  una  ocasión 
Qoe  los  indios  un  maió« 
Nos  dieran  y  entre  el  estrago 
Hacérmeles  cimarrón 

Y  volverme  pa  mi  pago. 

Aquello  no  era  servicio 
Ni  defender  la  frontera — 
Aquello  era  ratonera 
En  que  solo  gana  el  juei  te^ 
Era  jugar  á  la  suerte 
C(Mi  una  taba  culera. 

Allí  tuito  va  al  revés : 
Los  milicos  son  los  piones, 

Y  andan  en  las  poblaciones 
Emprestaos  pa  trabajar — 
Los  rejuntan  pa  peliar 
Cuando  entran  indios  ladrones. 

Yo  he  visto  en  esa  milonga 
Muchos  Jefes  con  estancia, 

Y  piones  en  abudancia, 

Y  majadas  y  rodeos ; 
He  visto  negocios  feos 

A  pesar  de  mi  inorancia. 

Y  colijo  que  no  quieren 
La  barunda  componer — 
Para  eso  no  ha  de  tener 

El  Jefe,  que  esté  de  estable, 
Más  que  su  poncho,  y  su  sable, 
Su  caballo  y  su  deber. 

Ansina,  pues,  conociendo 
Que  aquel  mal  no  tiene  cura. 
Que  tal  vez  mi  sepoltura 
Si  me  quedo  iba  á  encontrar, 
Pensé  en  mandarme  mudar 
Como  cosa  más  sigura. 

Y  pa  mejor,  una  noche 
Qué  estaquiada  me  pegaron. 
Casi  me  descoyuntaron 

Por  motivo  de  una  gresca — 
¡  Ay  juna,  si  me  estiraron 
Lo  mesmo  que  guasca  fresca  \ 


Jamás  me  puedo  olvidar 
Lo  que  esa  vez  rae  pasó :  — - 
Dentrando  una  noche  yo 
Al  fortin,  un  engancha©, 
Que  estaba  medio  mamao, 
Allí  me  desconoció. 

Era  un  gringo  tan  bozal, 
Que  nada   se   le  entendía — 
¡  Quién  sabe  de  ándc  sería ! 
Tal  vez  no  juera  cristiano ; 
Pues  lo  único  que  decía 
Es  que  era  fa-fo-litano. 

Estaba  de  centinela 

Y  por  causa  del  peludo 
Verme  más  claro  no  pudo 

Y  esa  fué  la  culpa  toda — 
£1  bruto  se  asustó  al  ñudo 

Y  fí  el  pavo  de  la  boda. 

Cuando  me  vido  acercar  : 
c  (j  Quen  vívore  ? ». . .  preguntó 
«  Qué  vivaras  » — dije  yo — 
n.Ha  gario  9 — me  pegó  el  grit©: 

Y  yo  dije  despacito 
iMás  lagarto  serás  vos  ». 

Ay  no  más — Cristo  me  valga  \ 
Rastrillar  el  jusil  siento — 
Me  agaché,  y  en  el  momento 
El  bruto  me  largó  un  chumbo— 
Mamao,  me  tiró  sin  rumbo 
Que  li  nó,  no  cuento  el  cuento. 

Por  de  contao,  con  el  tiro 
Se  alborotó  el  avispero — 
Los  Oñcialcs  salieron 

Y  se  empezó  la  junción — 
Quedó  en  su  puesto  el  nación — 

Y  yo  fí  al  estaquiadero. 

Entre  cuatro  bayonetas 
Me  tendieron  en  el  suelo — 
Vino  el  mayor  medio  en  pedo, 

Y  allí  se  puso  á  gritar, 

€  Picaro  te  he  de  enseñar 
Andar  reclamando  sueldos   » 

De  las  manos  y  las  patas 
Me  ataron  cuatro  cinchones — 
Les  aguanté  los  tirones 
Sin  que  ni  un  ¡  ay !  se  me  oyera, 

Y  al  gringo  la  noche  entera 
Lo  harté  con  mis  maldicioaes. 


MARTIN  FÍEBR0 


13 


Yo  no  sé  porqué  el  Gobierno 
Nos  manda  aquí  á  la  frontera, 
Gringada  que  ni  siquiera 
Se  saibe  atracar  á  un  pingo — 
Si  creerá  al  mandar  un  gringo 
Que  nos  manda  alguna  ñera ! 

No  hacen  más  que  dar  trabajo 
Pues  no  saben  ni  ensillar, 
No  sirven  ni  pa  carniar ; 

Y  yo  he  visto  muchas  veces. 
Que  ni  voltiadas  la  reses 

Se  les  querían  arrimar. 

Y  lo  pasati  sus  mercedes 
Lengüetiaüdo  pico  á  pico 
Hasta  que  viene  un  milico 
A  servirles  el  asao— 

Y  eso  si,  en  lo  delicaos  , 
Parecen  hijos  de  rico. 

Si  hay  calor,  ya  no  son  gente, 
Si  yela,  todos  tiritan — 
Si  usté  no  les  dá,  no  pitan 
Por  no  gastar  en  tabaco, — 

Y  cuando  pescan  un  naco 
Uno  al  otro  se  lo  quitan. 

Cuando  llueve  se    acoquinan 
Como  perro  que  oye  truenos — 
Qué  diablos — solo  son  güenos 
Pa  vivir  entre  maricas — 

Y  nunca  se  andan  con  chicas 
Para  alzar  ponchos  ajenos. 

Pa  vichar  son  como  ciegos, 

No  hay  ejemplo  de  gue  entiendan, 

Ni  hay  uno  solo  que  aprienda 

Al  ver  un  bulto  que  cruza, 

A  saber  si  es  avestruza, 

O  si  es  ginete,  ó  hacienda. 

Si  salen  á  perseguir 
Después  de  mucho  aparato, 
Tuitos  se  pelan  al  rato 

Y  va  quedando  el  tendal— 
Esto  es  como  en  un  nidaF 
Echarle  güebos  á  un  gato. 


VI 


Vamos  dentrando  recial 
A  la  parte  más  sentida, 
Aunque  es  todita  mi  vida 
De  males  una  cadena — 
A  cada  alma  dolorida 
Le  gusta  cantar  sus  penas. 

Se  empezó  en  aquel  entonces 
A  rejuntar  caballada, 

Y  riunir  la  milicada 
Teniéndola  en  el  Cantón, 
Para  una  desfjcdición 

A  sorprender  á  la  indiada. 

Nos  anunciaban  que  iríamos 
Sin  carretas  ni  bagajes 
A  golpiar  á  los  salvajes 
En  sus  mesmas  toiderías^ — 
Que  á  la  güelta  pagarían 
Licenciándolo  al  gauchaje 

Que  en  esta  despedicion 
Tuviéramos  la  esperanza, 
Que  iba  á  venir  sin  tardanza 
Sigun  el  Jefe  contó, 
Un  menistro  ó  qué  sé  yo — 
Que  le  llamaban  Don  Ganza. 

Que  iba  á  riunir  el  Ejército 

Y  tuitos  los  batallones — 

Y  que  traiba  unos  cañones 
Con  más  rayas  que  un  cotin— 
Pucha.  .  .  .  las  conversaciones 
Por  allá  no  tenían  fin. 

Pero  esas  trampas  no  enriedaa 
A  los  zorros  de  mi  laya. 
Que  esa  Ganza  venga  ó  vaya, 
Poco  le  importa  á  un  matrero— 
Yo  también  dejé  las  rayas  .  .  . 
En  los  libros  del  pulpero. 

Nunca  juí  gaucho  dormido 
Siempre  pronto,  siempre  listo — 
Yo  soy  un  hon^bre,  j  qué  Cristo ! 
Que  nada  rae  ha  acobarda©, 

Y  siernpre  salí  parao 

En  los  trances  que  me  he  visto. 


14 


EL  GA.UCHO 


h 


Dcnde  chiquito  gaaé 
La  vida  con  ni  trabajo, 

Y  aunque  siempre  estuve  abajo 

Y  no  sé  lo  que  es  subir — 
También  el  mucho  sufrir 
Suele  cansarnos — ¡  barajo ! 

£n  medio  de  mi  inorancia 
Conozco  que  nada  valgo — 
Soy  la  liebre  ó  soy  el  galgo 
A  sigfun  los  tiempos  andan, 
Pero  también  los  que  mandan 
Debieran  cuidarnos  algo. 

UBa  noche  que  riiinidos 
Estaban  en  la  carpeta 
Empinando  una  limeta 
El  Jefe  y  el  Juez  de  Paz — 
Yo  no  quise  aguardar  nías, 

Y  me  hice  humo  en  un  sotreta. 

Me  parece  el  campo  orégano 
Dcnde  que  libre  me  veo  — 
Donde  me  lleva  el  deseo 
Allí  mis  pasos  dirijo — 

Y  hasta  en  las  sombras,  de  f  jo 
Que  donde  quiera  rumbeo. 

Emtro  y  salgo  del  peligro 
Sin  que  me  espante  el  estrago, 
No  aflojo  al  primer  amago 
Ni  jamas  f í  gaucho  lerdo ;  - 
Soy  pa  rumbiar  como  el  cerdo 

Y  pronto  caí  á  mi  pago. 

Volvía  al  cabo  de  tres  años 
De  tanto  sufrir  al  ñudo, 
Resertor,  pobre  y  desnudo — 
A  procurar  suerte  nueva — 

Y  lo  mesmo  que  el  peludo 
Enderecé  pa  mi  cueva. 

No  hallé  ni  rastro  del  rancho- 
Solo  estaba  la  tapera! — 
Por  Cristo,  si  aquello  era 
Pa  enlutar  el  corazón — 
Yo  juré  en  esa  ocasión 
Ser  más  malo  que  una  fiera ! 

Qiuén  no  sentirá  lo  mesrao 
Cuando  ansi  padece  tanto! 
Puedo  asigurar  que  el  llanto 
Como  una  mujer  largué — 
Ay !  mi  Dios — si  me  quedé 
Más  triste  que  Jueves  Santo! 


Solo  se  oiban  los  aullidos 
De  un  gato  que  se  salvó, 
El  pobre  se  guareció 
Cerca,  ca  una  viscachera — 
Venía  como  si  supiera 
Que  estaba  de  güelta  y: 

Al  dirme  dejé  la  hacieada 
Que  era  todito  mi  habet— 
Pronto  debíamos  volver 
^igun  el  juez  prometía, 
Y  hasta  entonces  cuidaría 
De  los  bienes,  la  mujer. 


Después  me  coató  un  veciao 
Que  el  camp^:»  se  lo  pidieron — 
La  hacienda  se  la  .vendieroa 
En  pago  de  arrendamientos, 
Y  qué  sé  yo,  cuántos  cueatas; 
Pero  todo  lo  fundieron. 

L-os  pobrecitos  muchachos 
Entre  tantas  afliciones 
Se  conchavaron  de  piones 
i  Mas  qué  iban  á  trabajar. 
Si  eran  como  los  pichoaes 
Sin  acabar  de  emplumac! 

Por  ahi  andarán  sufriendo 
De  nuestra  suerte  el  rigor . 
Me  han  contado  que  el  mayor 
Nunca  dejaba  á  su  hermano — 
Puede  ser  que  algún  cristiaao 
Los  recoja  por  favor. 

¡Y  la  f>obre  mi  mujer 
Dios  sabe  cuánto  sufrió! 
Me  dicen  que  se  voló 
Con  no  sé  qué  gavilán  — 
Sin  duda  á  buscar  el  pan 
Qu|:  no  podía  darle  yo. 

No  es  raro  que  á  uno  le  faite 
Lo  que  á  algún  otro  le  sobre — 
Si  no  le  quedó  ni  un  cobre 
Si  no  de  hijos  un  enjambre, 
;Qué  más  iba  á  hacer  la  pobra 
Para  no  morirse  de  hambre? 


MARTIN  FIERRO 


15 


¡Tal  vez  no  te  vuelva  á  ver, 
Prenda  de  mi  corazóa! 
Dios  te  dé  su  proteción 
Ya  qtie  no  me  la  dio  á  raí — 

Y  á  mis  hijos  dende  aquí 
Les  echo  mi  bendición. 

Como  hijitos  de  la  cuna 
Andarán  por  ahi  sin  madre — 
Ya  se  quedaron  sin  padre 

Y  ansí  la  suerte  los  deja, 
Si«  naides  que  los  proteja 

Y  sin  perro  que  les  ladre. 

Los  pobrccitos  tal  vez 
No  tengan  ande  abrigarse, 
Ni  ramada  ande  ganarse, 
Ni  rincón  ande  meterse, 
Ni  camisa  qué  ponerse, 
Ni  poncho  con  qué  taparse. 

Tal  vez  los  verán  sufrir 
Sin  tenerles  compasión — 
Puede  que  alg^a  ocasión 
Aunque  los  vean  tiritando, 
Los  edien  de  algún  jogóm 
Pa  que  no  estén  estorbando,. 

Y  al  verse  ansina  espantaos 
Como  se  espanta  á  los  perros, 
Irán  los  hijos  de  Fierro 
Con  la  cola  entre  las  piernas, 
A  buscar  almas  más  tieraas 
O  esconderse  en  algún  cerro. 

Mas  también  en  este  juego, 
Voy  á  p^ir  mi  bolada  — 
A  naides  le  debo  nada 
Ni  pido  cuartel  ni  doy; — 

Y  ninguno  dende  hoy 

Ha  3e  llevarme  en  la  armada. 

Yo  he  sido  manso  primero, 

Y  seré  gaucho  matrero — 
En  mi  triste  circustancia 
Aunque  es  mi  mal  tan  projundo, 
Napí,  y  me  he  criao  en  estancia, 
Pero  ya  conozco  el  mundo. 

Ya  le  conozco  sus  mañas, 
Le  conozco  sus  cucañas, 
Sé  cómo  hacen  la  partida, 
La  enriedan  y  la  manejan — 
Deshacerc  la  madeja 
lAunque  me  cueste  la  vida. 


Y  aguante  el  que  no  se  anime 
A  meterse  en  tanto  engorro, 
O  sino  aprétese  el  gorr« 
O  para  otra  tierra  emigre — 
Pero  yo  ando  como  el  tigre 
Que  le  roban  los  cachorros. 

Aunque  muchos  eren  que  el  gaucho 
Tiene  una  alma  de  rejmno — 
No  se  encontrará  nifigumo 
Que  no  lo  dueblen  las  penas- 
Mas  no  debe  aflojar  uno 
Mientras  hay  sangre  en  las  venas 


Vil 


De  carta  de  mas  me  vía 
Sin  saber  á  dónde  dirme; 
Mas  dijeron  que  era  vago 

Y  entrsuron  á  perseguirme. 

Nunca  se  achican  los  nales. 
Van  f>oco  á  poco  crede»do, 

Y  ansina  me  vide  pro»t» 
Obligado  á  andar  juyeado 

No  tenia  mujer  ,ni  rancho, 

Y  á  mas,  ora  resertxH:, 

No  tenia  una  prenda  güeña 
Ni  un  peso  en  el  tiracfor. 

A  mis  hijos  iíifelioes, 
Pensé  volverlos  á  hallar — 

Y  andaba  de  un  lao  al  otro 
Sin  tener  ni  qué  pitar. 

Supe  una  vez  por  desgracia 
Que  habia  un  baile  por  allí — 

Y  medio  dese^jcrao 
A  ver  la  milonga  fui. 

Riunidos  al  pericón 

Tantos  amigos  halle, 

Que  alegre  de  verme  entre  ellos 

Esa  noche  me  apedé. 

Como  nunca,  en  la  ocasión 
Por  peliar  nc  díó  la  tranca, 

Y  la  emfMrendi  con  un  negro 
Que  trujo  una  negra  en  aiicas., 


r^-^->v» 


16 


EL  GAUCHO 


Al  ver  llegar  la  morena 

Que  no  hada  caso  de  naides 

Le  dije  con  la  mamúa 

— « Va... ca... yendo  gente  al   baile.» 

La  negra  entendió  la  cosa 

Y  no  tardó  en  contestarme 
Mirándome  como  á  perro  : 

«  Mas  vaca  será  su  madre. » 

Y  dentro  al  baile  muy  tiesa 
Con  más  cola  que  una  zorra 
Haciendo  blanquiar  los  dientes 
Lo  mesrao  que  mazamorra. 

— «Negra  linda*  .  .  .  .dije  yo— 
«Me  gusta  ....  pa  la  carona «— 

Y  me  puse  á  champurriar 
Esta  coplita  fregona  : 

«A  los  blancos  hizo  Dios, 
«A  los  mulatos  San  Pedro, 
«  A  los  negros  hizo  el  diablo 
«Para  tizón  del  infierno.  » 

Hajíía  e&tao  juntando  rabia 
El  moreno  dende  ajuera — 
En  lo  escuro  le  brillaban 
Los  ojos  como  linterna. 

Lo  conocí  retqbao 

Me  acerqué  y  le  dije  presto ; 

«Po.  .  .  .r.  .  .  .rudo  que  un  hombre  sea 

«  Nunca  se  enoja  por  esto,  » 

Corcobió  el  de  los  tamangos 

Y  creyéndose  muy  fijo  : 
« — Mas  porrudo  serás  vos, 
«  Gaucho  rotoso  >  me  dijo. 

Y  ya  se  me  vino  al  humo 
Como  á  buscarme  la  hebra — 

Y  un  golpe  le  acomodé 
Con  el  porrón  de  ginebra. 

Ay  no  más  pegó  el  de  ollin 
Más  gruñidos  que  un  chanchito, 

Y  pelando  un  envenao 
Me  atropello  dando  gritos. 

Pegué  un  brinco  y  abrí  cancha 
Diciéndoles  : — «  Caballeros 
«Dejen    venir  ese   toro* 
tSolo  nací  .  ,  .  ,  solo  muero.» 


El  negro,  después  del  golpe 
Se  había  el  poncho  refalao 

Y  dijo :  — (  Vas  á  saber 
«  Si  es  solo  ó  acompañao.  » 

Y  mientras  se  arremangó 
Yo  me  saqué  las  espuelas. 
Pues  malicié  que  aquel  tío 

No  era  de  arriar  con  las  riendas. 

No  hay  cosa  como  el  peligro 
Pa  refrescar  un  mamao. 
Hasta  la  vista  se  aclara 
Por  mucho  que  haiga  chupao. 

El  negro  me  atropello 
Como  á  quererme  comer — 
Me  hizo  dos  tiros  seguidos 
Y  los  dos  le  abarajé. 

Yo  tenía  un  facón  con  S 
Que  era  de  lima  de  acero. 
Le  hice  un  tiro,  lo  quitó 

Y  vino  ciego  el  moreno. 

Y  en  el  medio  de  las  aspas 
Un  planazo  le  asenté. 
Que  lo  largué  culebriando 
Lo  mesmo  que  buscapié. 

Le  coloriaron  las  motas 
Con  la  sangre  de  la  herida, 

Y  volvió  á  venir  furioso 
Como  una  tigra  parida. 

Y  ya  me  hizo  relumbrar 
Por  los  ojos  el  cuchillo. 
Alcanzando  con  la  punta 
A  cortarme  en  un  carrillo. 

Me  hirvió  la  sangre  en  las  venas 

Y  me  le  afirmé  al  moreno, 
Dándole  de  punta  y  hacha 
Pa  dejar  un  diablo  menos. 

Por  fin  en  una  topada 
En  el  cuchillo  lo  alcé, 

Y  como  un  saco  de  güesos 
Contra  un  cerco  lo  largué. 

Tiró  unas  cuantas  patadas 

Y  ya  cantó  pa  el  carnerQ — 
Nunca  me  puedo  olvidar 
De  la  agonía  de  aquel  negro. 


MARTIN  FIERRO 


n 


En  esto  la  negra  vino, 
Con  los  ojos  como  agrí— 

Y  empezó  la  pobre  allí 

A  bramar  como  ana  loba — 

Yo  quise  darle  una  soba 

A  ver  si  la  hacía  callar 

Mas,  pude  reflesionar 

Que  era  malo  en  aquel  punto¿ 

Y  por  respeto  al  dijunto 
No  la  quise  castigar. 

Limpié  el  facón  en  los  pastos, 
Desaté  mi  redomón. 
Monté  despacio»  y  salí 
Al  tranco  pa  el  cañadón. 

Después  supe  que  al  finao 
Ni  siquiera  lo  velaron, 

Y  rctobao  en  un  cuero, 
Sin  resarle  lo  enterraron. 

Y  dicen  que  dende  entonces 
Cuando  es  la  noche  serena, 
Suele  verse  una  luz  mala 

Como  de  alma  que  anda  en  petia. 

Yo  tengo  intención  á  veces 
Para  que  no  pene  tanto. 
De  sacar  de  allí  los  güesos 

Y  echarlos  al  campo  santo. 


VIH. 


Otra  vez  en  un  boliche 
Estaba  haciendo  la  tarde, 
Cayó  un  gaucho  que  hacía  a  larde 
De  guapo  y  de  peliador. 

A  la  llegada  metió 

El  pingo  hasta  la  ramada — 

Y  yo  sin  decirle  nada 
Me  quedé  en  el  mostrador. 

Era  un  terne  de  aquel  pago 
Que  naides   lo  reprendía, 
Que  sus  enriedos  tenía 
Con  el  señor  Comendante :  — 

Y  como  era  protegido, 
Andaba  muy  entonao, 

Y  á  cualquiera  desgraciao 
Lo  llevaba  por  delante. 


j      Ah !  pobre !  si  el  mismo  creiba, 
I      Que  la  vida  le  sobraba, 
^     Ninguno  diría  que  andaba 
Aguaitándolo  la  muerte — 

Pero  ansi  pasa  en  el  mundo. 
Es  ansi  la  triste  vida — 
Pa  todos  está  escondida, 
La  güeña  ó  la  mala  suerte. 

Se  ^iró  al  suelo,  al  dentrar 

Le  dió  un  empeyón  á  un  vasco — 

Y  me  alargó  un  medio  frasco 
Diciendo — «Beba  cuñao» 
— cPor  su  hermana»  contesté, 
cQue  por  la  mia  no  hay  cuidao.  > 

«  — i  Ah !  gaucho  me  respondió, 
«¿De  qué  pago  será  crioyo? — 
«Lo  andará  buscando  el  hoyo.?— 
«¿Deberá  tener  güen  cuero? 
«Pero  ande  bala  este  toro 
« No  bala  ningún  ternero.  » 

Y  ya  salimos  trensaos 
Porque  el  hombre  no  era  lerdo, 
Mas  como  el  tino  no  pierdo, 

Y  soy  medio  lijerón, 
Le  dejé  mostrando  el  sebo 
De  un  revés  con  el  facón- 


Y  como  con  la  justicia 
No  andaba  bien  por  allí. 
Cuanto  pataliar  lo  vi, 

Y  el  pulpero  pegó  el  grito. 
Ya  pa  el  palenque  sali 

Como  haciéndome  chiquito 

Monté  y  me  encomendé  á  Dios, 
Rumbiando  para  otro  pago — 
Que  el  gaucho  que  llaman  vago 
No  puede  tener  querencia, 

Y  ansi  de  estrago  en  estrago 
Vive  llorando  la  ausencia. 

El  anda  siempre  juyendo, 
Siempre  pobre  y  perseguido. 
No  tiene  cueva  ni  nido 
Como  si  juera  maldito — 

Porque  el  ser  gaucho barajo, 

El  ser  gaucho  es  un  delito. 


18 


BL  GAUCHO 


£s  como  el  patrio  de  posta : 
Lo  larga  este,  aquel  lo  toma, — 
Nvoca  se  acaba  la  broma — 
^  Dendíe  chico  se  parece 
Al  arbolito  que  crece, 
Desampara©  en  la  loma. 

Le  echan  la  agua  del  bautismo 
Aquel  que  nació  en  la  selva, 
«  Busca  madre  que  te  engüelva  » 
Le  dice  al  flaire  y  lo  larga, 

Y  dentra  á  cruzar  el  mundb 
Como  burro  con  la  carga, 

Y  se  cria  viviendo  al  viento 
Como  oveja  sin  trasquila — 
Mientras  su  padre  en  las  ¿las 
'Anda  sirviendo  al  Crobierno 
Naide  lo  ampara  ni  asila. 
Aunque  tirite  en  invierno 

Le  llaman  «gaucho  mamao» 
Si   lo  pillan  divertido, 

Y  que  es  mal  entretenido 

Si  en  un  baile  lo  sorpriendcn, 
Hace  mal  si  se  defiende 

Y  si  nó,  se  vé  fundido. 

No  tiene  hijos,  ni  mujer. 
Ni  amigos,  ni  protectores, 
Pues  todos  son  sus  señores 
Sin  que  ninguno  lo  ampare — 
¿  Tiene  la  suerte  del  güey — 

Y  donde  irá  el  güey  que  no  are? 

Su  casa  es  el  pajonal, 
Su  guarida  es  el  desierto ; 

Y  si  de  hambre  medio  muerto 

1^  echa  el  lazo  á  algún  mamón. 
Lo  persiguen  como  á  plaito, 
Porque  es  un  gaucho  ladrón, 

Y  si  de  un  golpe  por  ay 
Lo  dan  güelta  p<inza  arriba. 
No  hay  un  alma  compasiva 
Que  le  rece  una  oración — 
Tal  vez  como  cimarrón 

En  una  cueva  lo  tiran. 

«Él  nada  gana  en  la  paz 
Y  es  el  primero  en  la  guerra — 
No  le  perdonan  si  yerra, 
Que  no  saben  perdonar, — 
Porque  el  gaucho  en  esta  tierra 
Solo  sirve  pa  votar. 


Para  él  son  los  calabazo«. 
Para  el  las  duras  prisiones, 
£n  9u  boca  no  hay  ratones 
Aunque  la  raz<^  le  sobre; 
Que  son  campanas  de  palo 
Las  razones  de  los  pobres. 

Si  uno  aguanta,  es  gaucho  bruto — 
Si  no  aguanta,  es  gaucho  malo — 
Déle  azote,  déle  palo! 
Porque  es  lo  que  él  necesita !  !— 
De  todo  el  que  nació  gaucho 
Esta  es  la  suerte  maldita. 

Vamos  suerte — vamos  juntos 
Dendfe  que  jimtos  nacimos — 
Y  ya  que  juntos  víyíibos 
Sin  podemos  düvidir... 
Yo  abriré  con  mí  cudiiHo 
El  camino  pa  seg«ir.. 


m. 


Matreriando  lo  pasaba 

Y  á  las  casas  no  venia — 
Solía  arrimarme  de  día 

Mas  lo  mesmo  que  el  carancho, 
Siempre  estaba  sobre  el  rancho 
Espiando  á  la  polecía. 

Viva  el  gaucho  que  ande  mal 
Como  zorro  perseguido — 
Hasta  que  al  menor  descuido 
Se  lo  atarazquen  los  perros. 
Pues  nunca  le  falta  un  yerro 
Al  hombre  mas  al  vertí  do. 

Y  en  esa  hora  de  la  tarde 
En  que  tuito  se  adormece 
Que  el  mundo  dentrar  parece 
A  vivir  en  pura  calma 

Con  las  tristezas  del  alma 
Al  pajonal  enderieze. 

Bala  el  tierno  corderito 
Al  iao  de  la  blanca  oveja 

Y  á  la  vaca  que  se  aleja 
Llama  el  ternero  amarrao — 
Pero  el  gaucho  desgracia© 

No  tiene  á  quien  dar  su  queja. 


•i^*im^ 


mums  FiBRBO 


1* 


Ansí  es  que  al  v«mr  la  iKKrhe 
Iba  á  buscar  mi  g^marida^ — 
Pues  ande  el  tigtc  se  anida 
También  el  homfaa>e  lo  pasa 

Y  no  quería  que  en  las  casas 
Me  Todiára  la  partida. 

Pues  aun  cuando  vengan  ellos 
Cumpliendo  con  sus  débenos, 
Yo  tengo  otros  pareceres, 

Y  en  esa  condnta  vivo — 
Que  no  debe  un  gaucho  altivo 
Peiiar  entre  las  mujeres. 

Y  al  campo  me  iba  sólito 
Más  matrero  que  el  venao — 
Como  perro  abandonao 

A  buscar  una  tapera, 
O  en  alguna  viscachera 
Pasar  la  noche  tirao. 

Sin  punto  ni  rumbo  áj* 
£n  aquella  inmoisidá 
Entre  tanta  oscuridá 
Anda  el  gaucho  como  duende, 
Alí  jamás  lo  sorpriende 
Dormido,  la  autoridá. 

S«  esperanza  es  el  coraje, 
Su  guardia  es  la  precauciÓa, 
Su  pingo  es  la  salvacioa, 

Y  pasa  uno  en  su  desvele, 
Sia  más  amparo  que  el  dek) 
Ni  otro  amigo  que  el  facÓM. 


Ansi  me  hallaba  una  nodsc 
Contemplando  las  estrellas 
Que  le  parecen  más  bellas 
Cuanto  uno  es  más  desgraciao, 

Y  que  Dios  las  haiga  críao 
Para  consolarse  en  ellas 

Les  tiene  el  hombre  cariño 

Y  siempre  con  alegría 
Ve  salir  las  tres  marías; 
Que  si  llueve,  cuanto  escampa, 
Las  estrellas  son  la  guía 

Que  el  gaucho  tiene  en  la  paaipa 

Aqui  no  valen  Dolores, 
Solo  vale  la  esperiencia, 
Aquí  verían  su  ÍROciencia 


Esos  que  todo  lo  saben; 
Por  que  esto  tieUe  otra  llave 

Y  el  gaucho  tScne  su  ciencia, 

Es  triste  en  medio  del  campo 
Pasarse  noches  enteras 
Ccmtemplando  en  sus  carreras 
Las  estrellas  que  Dios  cría,- 
Sin  tener  más  compaiía 
Que  su  delito  y  las  fieras. 

Me  encontraba  como  digo. 
En  aquella  soledá, 
Entre  tanta  oscuricM, 
Echando  al  viento  mis  quejas 
Cuando  el  grito  del  ciiajá 
Me  hizo  parar  las  orejas. 

Como  lumbriz  me  pegué 
Al  suelo  para  escuchar; 
Pronto  sentí  retumjbar 
Las  pisadas  de  los  fletes, 

Y  que  eran  muchos  ginetes 
Conocí  sin  vacilar. 

Cuando  el  hombre  está  en  peligro 
No  debe  tener  conñanza, 
Ansi  tendido  de  pamza 
Puse  toda  mi  zteaócm, 

Y  ya  escuché  sin  tardanza ; 
Como  el  ruido  de  un  latóiu 

Se  venían  tan  calladitos 
Que  yo  me  puse  en  caidao, 
Tal  vez  me  hubieran  bombiao 

Y  me  venían  á  buscar; 
Mas  no  quise  disparar 

Que  eso  es  de  gaucho  morao. 

Al  punto  me  santigüé 

Y  eché  de  ginebra  un  taco, 
Lo  mesmito  que  el  mataco 
Me  arroyé  con  el  porrón : 

cSi  han  de  darme  pa  tabaco^ 
Dije,  esta  es  gpaena  ocasión, » 

Me  refalé  las  espuelas. 
Para  no  peiiar  con  grillos. 
Me  arremangué  el  calzoncillo,. 

Y  me  ajusté  bien  la  faja; 

Y  en  una  mata  de  paja. 
Probé  el  filo  del  cuchillo- 
Para  tenerlo  á  la  mano  . 
El  flete  en  el  pasto  até. 


!0 


EL  GAlíCHO 


La  cincha  le  acomodé, 

Y  en  un  trance  como  aquel, 
Haciendo  espaldas  en  él 
Quietito  los  aguardé. 

Cuando  cerca  los  sentí, 

Y  que  ay  no  mas  se  pararon, 
Los  pelos  se  me  erizajon 

Y  aunque  nada  vían  mis  ojos, 

€  — No  se  han  de  morir  de  antojo  » 
- — Les  dije,  cuanto  llegaron. 

Yo  quise  hacerles  saber 

Que  allí  se  hallaba  un  varón; 

Les  conocí  la  intención 

Y  solamente  por  eso 

Fué  que  les  gané  el  tirón. 
Sin  aguardar  voz  de  preso. 

■ — tVos  sos  un  gaucho  matrero» 
Dijo  uno,  haciéndose  el  güeno, 
cVos  matastes  un  moreno 
€  Y  otro  en  una  pulpería, 
« Y  aquí  está  la  polecía 
t  Que  viene  á  justar  tus  cuentas ; 
«  Te  va  á  alzar  por  las  cuarenta 
€  Si  te  resistís  hoy  día.  » 

— cNo  me  vengan,  contesté, 
«  Con  la  relación  de  dijuntos  ; 
€  Esos  son  otros  asuntos ; 
«Vean  si  me  pueden  llevar, 
cQuc  yo  no  me  he  de  entregar, 
€  Aunque  vengan  todos  juntos.  » 

Pero  no  aguardaron  más, 

Y  se  apiaron  en  montón — 
Como  á  perro  cimarrón 
Me  rodiaron  entre  tantos, 

Yo  me  encomendé  á  los  Santos, 

Y  eché  mano  á  mi  facón. 

Y  ya  vi  de  el  fogonazo 
De  un  tiro  de  garabina, 
Mas  quiso  la  suerte  indina 

De  aquel  maula,  que  me  errase, 

Y  ay  no  más  lo  levantase 
Lo  mesmo  que  una  sardina 

'A  otro  que  estaba   apurao 
Acomodando   una   bola. 
Le  hice  una  dentrada  sola, 

Y  le  hice  sentir  el  üerro. 

Y  ya  salió  como  el  perro 
Cuando  le  pisan  la  cola. 


Era  tanta  la  aflición 

Y  la  angurria  que  tenían. 
Que  tuitos  se  me  venían 
Donde  yo  los  esperaba, 
Uno  al  otro  se  estorbaba 

Y  con  las  ganas  no  vían. 

Dos  de  ellos  que  traiban  sables 
Más  garifos  y  resueltos 
En  las  hilachas  envueltos 
Enfrente  se  me  pararon, 

Y  á  un  tiempo  me  atropellaroo 
Lo  mesmo  que  perros  sueltos. 

Me  fui  reculando  en  falso 

Y  el  poncho  adelante  eché, 

Y  cuanto  le  puso  el  pié 
Uno  medio  chapetón. 
De  pronto  le  di  el  tirón 

Y  de  espaldas  lo  largué. 

Al    verse   sin   compañero 
El  otro  se  sofrenó, 
Entonces  le  dentré  yo, 
Sin  dejarlo  resollar, 
Pero  ya  empezó  á  aflojar 

Y  á   la  pu...n...ta   disparó. 

Uno  que  en  una  tacuara 
Había  atao  una  tijera. 
Se  vino  como  si  juera 
Palenque  de  atar  terneros, 
Pero  en  dos  tiros  certeros 
Salió   aullando   campo    ajuera. 

Por  suerte  en  aquel  momento 
Venía  coloriando  el  alba     ■ 

Y  yo  dije  «  si  me  salva 
La  virgen  en  este  apuro, 
€  En  adelante  le  juro 

c  Ser  mas   güeno  que  una  malva. » 

Pegué  un  brinco  y  entre  todos 
Sin  miedo  me  entreveré— 
Echo  ovillo  me  quedé 

Y  ya  me  cargó  una  yunta, 

Y  por  el  suelo  la  punta 
De  mi  facón  les  jugué. 

El  más  engolosinao 
Se  me  apio  con  un  achazo, 
Se  lo  quité  con  el  brazo 
De  nó,  me  mata  los  piojos ; 

Y  ante  de  que  diera  un  paso^ 
Le  eché  tierra  en  los  dos  ojos. 


/ifiTIN  FIERRO 


Y  iniéntras  se  sacudía 
Refregándose  la  vista, 
Yo  me  le  fui  como  lista 

Y  ay  no  más  me  le  añrmé 
Diciéndole :    «  Dios  te  asista.  > 

Y  de  un  revés  lo  voltié. 

Pero  en  ese  punto  mesmo 
Sentí  que  por  las  costillas 
Un  sable  me  hacía  cosquillas 

Y  la  sangre  se  me  heló — 
Dende  eso  momento   yo, 
Me  salí  de  mis  casillas. 

Di  para  atrás  unos  pasos 
Hasta  que  pude  hacer  pié, 
Por  delante  me  lo  eché 
De  punta  y  tajos  á  un  criollo ; 
Metió  la  pata  en  un  oyó, 

Y  yo  al  oyó  lo  mandé. 

Tal  vez  en  el  corazón 

Lo  tocó  un  Santo  Bendito, 

A  un  gaucho,  que  pegó  el  grito, 

Y  dijo  :  — « ¡  Cruz  no  consiente 
cQue  se  cometa  el  delito 

a  De  matar  ansi  un  valiente  I 

Y  ay  no  más  se  me  aparió, 
Dentrándole  á   la  partida, 
Yo  les  hice  otra  embestida 
Pues  entre  dos  era  robo; 

Y  el  Cruz  era  como  lobo 
Que  defiende  su  guarida. 

Uno  despachó  al  infierno 
De  los  que  lo  atrepellaron. 
Los  demás  remoliniaron. 
Pues  íbamos   á   la   fija  , 

Y  á  poco  andar  dispararon 
Lo  mesmo  que  sabandija. 

Ay  quedaban  largo  á  largo 
Los  que  estiraron  la  geta. 
Otro  iba  como  maleta, 

Y  Cruz  de  atrás  les  decía  :| 
«Que  venga  otra  polecía 

c  A   llevarlos  en  carreta,  d 

Yo  junté  las  osamentas 

Me  hinqué  y  les  recé  un  bendito ; 

Hice  una  cruz  de  un  palito 

Y  pedí  á  mi  Dios  clemente, 
Me  perdonara  el  delito 

De  haber  muerto  tanta  gente. 


Dejamos  amontonaos 

A  los  pebres  que  murieron, 

No  sé  si  los  recojeron 

Porque  nos  fuimos  á  un  rancho, 

0  si  tal  vez  los  caranchos 
Ay  no  más  se  los  comieron. 

Lo  agarramos  mano  á  mano 

Entre  los  dos  al  porrón, 

En  semejante  ocasión 

Un  trago  á  cualquiera  encanta, 

Y  Cruz  no  era  remolón 
Ni  pijotiaba  garganta. 

Calentamos  los  gargueros, 

Y  nos  largamos  muy  tiesos, 
Siguiendo  siempre  los  besos 
Al  pichel,  por  más  señas, 
íbamos  como  cigüeñas 
Estirando  los  pescuesos. 

— «Yo  me  voy,  le  dije,  amigo, 

<i  Donde  la  suerte  me  lleve, 

a  Y  si  es  que  alguno  se  atreve 

«A   ix)nerse  en    mi    camino 

«Yo  seguiré  mi  destino 

iQue  el  hombre  hace  lo  que  debe.  » 

«Soy  un  gaucho  desgraciao, 
«No  tengo  donde  ampararme, 
«Ni  un  palo  donde  rascarme, 
a  Ni  un  árbol  que  me  cubije ; 
a  Pero  ni  aun  esto  me  aflige 
a  Porque  yo  sé  manejarme.  » 

« Antes   de  cair   al   servicio, 
«Tenia  familia  y  hacienda, 
a  Cuando  volví,  ni  la  prenda, 

1  Me  la  habían  dejao  ya, — 
orDios  sabe  en  lo  que  vendrá 
a  A  parar  esta  contienda. » 


X. 


CRUZ 

— Amigazo,  pa  sufrir 

Han  nacido  los  varones — 

Estas  son  las  ocasiones 

De  mostrarse  un  hombre  juerte, 

Hasta  que  venga  la  muerte 

Y  lo  agarre  á  coscorrones. 


22 


EL  GAUCHO 


El  andar  tan  despilchao 
Ningún   mérito   me  quita,, 
Sin  ser  un  alma  bendita 
Me  duelo  del  mal  ageno : 
Soy  un  pastel  con  relleno 
Que  parece  torta   frita. 

Tampoco  me  faltan  males 

Y  desgracias,    le   prevengo, 
También  mis  desdichas  tengo, 
Aunque  esto  poco  me  aflige — 
Yo  sé  hacerme  el  chancho  rengo 
Cuando  la  cosa  lo  esige. 

Y  con  algunos  ardiles 

Voy  viviendo,   aunque  rotoso; 
A  veces  me  hago  el  sarnoso 

Y  no  tengo  ni  un  granito, 
Pero  al  chifle  voy  ganoso 
Como  panzón  al  maíz  frito- 

A  mí  no  me  matan  penas 
Mientras  tenga  el  cuero  sano, 
Venga  el  sol  en  el  verano 

Y  la  escarcha  en  el  invierno — 
Si  este  mundo  es  un  infierno 
¿Por  qué  afligirse  el  cristiano? 

Hagámosle  cara  fiera 
A    los   males,    compañero. 
Porque  el  zorro  más  matrero 
Suele  cair   como  un   chorlito; 
Viene  por  un  corderito 

Y  en  la  estaca  deja  el  cuero. 

Hoy  tenemos  que  sufrir 
Males  que  no  tienen  nombre 
Pero  esto  á  naides  lo  asombre 
Porque  ansina  es  el   pastel; 

Y  tiene  que  dar  el  hombre 
Más  vueltas  que  un  carretel. 

Yo  nunca  me  he  de  entregar 
A  los  brazos  de  la  muerte— 
^  Arrastro  mi  triste  suerte 
Paso  á  paso  y  como  pueda— 
Que  donde  el  débil  se  queda 
Se  suele  escapar  el  juerte. 

Y  ricuerde  cada  cual 
Lo  que  cada  cual  sufrió 
Que  lo  que  es,  amigo,  yo. 
Hago  ansi  la  cuenta  mía :! 
Ya  la  pasado  pasó — 
Mañana  será  otro  día. 


Yo  también  tuve  una  pilcha 
Que  me  enilenó  el  corazón — 
\  si  en  aquella  ocasión 
Alguien  me  hubiera  buscao — 
Siguro  que  me  había  hallao 
Mas  prendido  que  un  botón. 

En  la  güella  del  querer 

No  hay  animal  que  se  pierda... 

Las  mujeres  no  son  lerdas — 

Y  todo  gaucho  es  dotor 
Si  pa  cantarle  el  amor 

Tiene  que  templar  las  cuerdas. 

¡  Quién  es  de  una  alma  tan  dura 
Que  no  quiera  una  mujer ! 
Lo  alivia  en  su  padecer: 
Si  no  sale  calavera 
Es  la  mejor  compañera 
Que  el  hombre  puede  tener. 

Si  es  güeña,  no  lo  abandona 
Cuando  lo  vé  desgraciao, 
Lo  asiste  con  su  cuidao, 

Y  con  afán  cariñoso 

Y  usté  tal  vez  ni  un  rebozo 
Ni  una  pollera  le  ha  dao. 

Grandemente  lo  pasaba 
Con  aquella  prenda  mía — 
Viviendo  con  alegría 
Como  la  mosca  en  la  miel ! — 
¡  Amigo,  qué  tiempo  aquel ! 
La  pucha — que  la  quería! 

Era  la  águila  que  á  un  árbol 
Dende  las  nubes  bajó 
Era  más  linda  que  el  alba 
Cuando  vá  rayando  el  sol — 
Era  la  flor  deliciosa 
Que  entre  el  trebolar  creció. 

Pero,  amigo,  el  Comendantc 
Que  mandaba  la  milida, 
Como  que  no  desperdicia 
Se  fué  refalando  á  casa; — 
Yo  le  conocí  en  la  traza 
Que  el  hombre  traiba  malicia. 

El  me  daba  voz  de  amigo, 
Pero  no  le  tenía  fé — 
Era  el  jefe,  y  ya  se  vé. 
No  podía  competir  yo — ■ 
En  mi  rancho  se  pegó 
Lo  mesmo  que  saguaipé. 


MARTIN  FIERRO 


23 


A  poco  andar,  conocí, 
Que  ya  me  había  desbancao, 
~Y  él  siempre  muy  entonao, 
Aunque  sin  darme  ni  un  cobre 
Me  tenía  de  lao  á  lao 
Como  encomienda  de  pobre. 

A  cada  rato,  de  chasque 
Me  hacía  dir  á  gran  distancia, 
Ya  me  mandaba  á  una  estancia, 
Ya  al  pueblo,  ya  á  la  frontera — 
Pero  él  en  la  comendancia 
No  ponía  los  pies  siquiera. 

Es  triste  á  no  poder  más 
El  hombre  en  su  padecer, 
Si  no  tiene  una  mujer 
Que  lo  ampare  y  lo  consuele:; 
Mas  pa  que  otro  se  la  pele 
Lo  mejor  es  no  tener. 

No  me  gusta  que  otro  gallo 
Le  cacaree  á  mi  gallina — 
Yo  andaba  ya  con  la  espina. 
Hasta  que  en  una  ocasión 
Lo  pillé  junto  al  jogón 
Abrazándome  á  la  china. 

Tenía  el  viejito  una  cara 
De  ternero  mal  lamido, 

Y  al  verlo  tan  atrevido 

Le  dije :  — «  Que  le  aproveche ; 
«Que  había  sido  pa  el  amor 
«Como  guacho  pa  la  leche  » 

Peló  la  espada  y  se  vino 

Como  á  quererme  ensartar, 

Pero  yo  sin  tutubiar 

Le  volví  al  punto  á  decir : 

— «Cuidao  no  te  vas  á  pér...tigo 

fPoné  cuarta  pa  salir.» 

ün  puntazo  me  largó 
Pero  el  cuerpo  le  saqué, 

Y  en  cuanto  se  lo  quité 
Para  no  matar  un  viejo. 
Con  cuidao,  medio  de  lejos 
Un  planazo  le  asenté. 

Y  como  nunca  al  que  manda 
Le  falta  algún  adulón 
Uno  que  en  esa  ocasión, 

5e  encontraba  allí  presente, 
Vino  apretando  los  dientes 
Como  perrito  mamón. 


Me  hizo  un  tiro  de  revuelver 
Que  el  hombre  creyó  siguro. 
Era  conñao  y  le  juro 
Que  cerquita  se  arrimaba — 
Pero  siempre  en  un  apuro 
Se  desentumen  mis  tabas. 

El  me  siguió  menudiando 
Mas  sin  poderme  acertar» 

Y  yo,  déle  culebricir, 
Hasta  que  al  fin  le  dentré 

Y  ay  no  más  lo  despaché 
Sin  dejarlo  resollar. 

Dentré  á  campiar  en  seguida 
Al  viejito  enamorao, 
El  pobre  se  había  ganao 
En  un  noque  de  lejía — 
¡Quién  sabe  como  estaría 
Del  susto  que  había  llevao ! 

Es  zonzo  el  cristiano  macho 
Cuando  el  amor  lo  domina !  - 
£1  la  miraba  á  la  indina, 

Y  una  cosa  tan  jedionda 
Sentí  yo,  que  ni  en  la  fonda 
He  visto  tal  jedentina. 

Y  le  dije: — «Pa  su  agüela 
«  Han  de  ser  esas  perdices  s^ 
Yo  me  tapé  las  narices, 

Y  me  salí  esternudando, 

Y  el  viejo  quedó  olfatiando 
Como  chico  con  lumbrices. 

Cuando  la  muía  recula 
Señal  que  quiere  cosiar — 
Ansi  se  suele  portar 
Aunque  ella  lo  disimula, 
Recula  como  la  muía 
La  mujer,  para  olvidar. 

Alcé  mi  poncho  y  mis  prendas 

Y  me  largué  á  padecer 
Por  culpa  de  una  mujer 
Que  quiso  engañar  á  dos — 
Al  rancho  le  dije  adiós 
Para  nunca  más  volver. 

Las  mujeres  dende  entonces, 
Conocí  á  todas  en  una — 
Ya  no  he  de  probar  fortuna 
Con  carta  tan  conocida : 
Mujer  y  perra  parida, 
No  se  me  atraca  ninguna ! 


u 


EL  GAUCHO 


J' 


XI 


A  otros  les  brotan  las  coplas 
Como  agua  de  manantial ; 
Pues  á  mí  me  pasa  igual : 
Aunque  las  mías  nada  valen, 
De  la  boca  se  me  salen 
Como  ovejas  del  corral. 

Que  en  puertiando  la  primera, 
Ya  la  siguen  las  demás, 

Y  en  montones  las  de  atrás 
Contra  los  palos  se  estrellan. 

Y  saltan  y  se  atropellan 
Sin  que  se  corten  jamás. 

Y  aun  que  yo  por  mi  inorancia 
Con  gran  trabajo  me  esplico, 
Cuando  llego  á  abrir  el  pico 
Ténganlo  por  cosa  cierta, 
Sale  un  verso  y  en  la  puerta 
Ya  asoma  el  otro  el  hocico, 

Y  emprésteme  su  atención 
Me  oirá  relatar  las  penas 

De  que  traigo  la  alma  llena — 
Porque  en  toda  circustancia, 
Paga  el  gaucho  su  inorancia 
Con  la  sangre  de  sus  venas 

Después  de  aquella  desgracia 
Me  refugié  en  los  pajales, 
Andube  entre  los  cardales 
Como  vicho  sin  guarida — 
Pero,  amigo,  es  esa  vida 
Como  vida  de  animales. 

Y  son  tantas  las  miserias 
En  que  me  he  sabido  ver 
Que  con  tanto  padecer 

Y  sufrir  tanta  aflición 
Malicio  que  he  de  tener 
Un  callo  en  el  corazón. 

Ansi  andaba  como  guacho 
Cuando  pasa  el  temporal — 
Supe  una  vez  por  mi  mal 
De  una  milonga  que  había, 

Y  ya  pa  la  pulpería 
Enderezé  mi  bagual. 


Era  la  casa  del  baile 

Un  rancho  de  mala  muerte, 

Y  se  enllenó  de  tal  suerte 
Que  andábamos  á  empujones  — 
Nunca  faltan  encontrones 
Cuando  un  pobre  se  divierte. 

Yo  tenía  unas  medias  botas 
Con  tamaños  verdugones — 
Me  pusieron  los  talones 
Con  crestas  como  los  gallos 
Si  viera  mis  afliciones 
Pensando  yo  que  eran  callos. 

Con  gato  y  con  fandanguilio 
Había  empezao  el  changango 

Y  para  ver  el   fandango  •> 
Me  colé  haciéndome  bola — 

Más,  metió  el  diablo  la  cola, 

Y  todo  se  volvió  pango. 

Había  sido  el  guitarrero 
Un  gaucho  duro  de  boca — 
Yo  tengo  paciencia  poca 
Pa  aguantar  cuando  no  debo, 
A  ninguno  me  le  atrevo 
Pero  me  halla  el  que  me  toca. 

A  bailar  un  pericón 
Con  una  moza  salí, 

Y  cuanto  me  vido  allí 
Sin  duda  me  conoció — 

Y  estas  coplitéis  cantó 
Como  por  rairse  de  mi :' 

cLas  mujeres  son  todas 

«Como  las  muías— 

«Yo  no  digo  que  todas      ' 

«Pero  hay  algunas 

«  Que  á  las  aves  que  vuelan 

«  Les  sacan  plumas.  » 

«Hay  gauchos  que  presumen 

«De  tener  damas — 

«No  digo  que  presumen 

«  Pero  se  alaban 

«Y  á  lo  mejor  los  dejan 

«  Tocando  tablas. » 

Se  secretiaron  las  hembras — 

Y  yo  ya  me  encocoré — 
Volié  la  anca  y  le  grité 

«  Deja  de  cantar chicharra  » 

Y  de  un  tajo  á  la  guitarra 
Tuitas  las  cuerdas  corté. 


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MARTIN  FIERRO 


25 


Al  punto  salió  de  adentro 
U«  gringo  con  un  jusil — 
Pero  nunca  he  sido  vil, 
Poco  el  peligro  me  espanta — 
Yo  me  refalé  la  manta 

Y  la  eché  sobre  candil. 

Gané  en  seguida  la  puerta 
Gritando : — «  Naides  me  ataje  » 

Y  alborotao  el  hembraje 
Lo  que  todo  quedó  escuro, 
Empezó  á  verse  en  apuro 
Mestura©  con  el  gauchage. 

El  primero  que  salió 
Fué  el  cantor  y  se  me  vino — 
Pero  yo  no  pierdo  el  tino 
Aunque  haiga  tomao  un  trago — 

Y  hay  algunos  por  mi  pago 
Que  me  tienen  por  ladino. —    . 

No  ha  de  haber  achocao  otro — 
Le  salió  cara  la  broma; 
A  su  amigo  cuando  toma 
Se  le  despeja  el  sentido, 

Y  el  pobrecito  había  sido 
Como  carne  de  paloma. 

Para  prestar  un  socorro 
Las  mujeres  no  son  lerdas- 
Antes  que  la  sangre  pierda 
Lo  arrimaron  á  unas  pipas — 
Ay  lo  dejé  con  las  tripas 
Como  pa  que  hiciera  cuerdas. 

Monté  y  me  largué  á  los  campos 

Más  libre  que  el  pensamiento, 

Como  las  nubes  al  viento 

A  vivir  sin  paradero, 

Que  no  tiene  el  que  es  matrero 

Nfido,  ni  rancho,  ni  asiento. 

No  hay  fuerza  contra  el  destino/ 
Que  le  ha  sefialao  el  cielo — 

Y  aunque  no  tenga  consuelo 
Aguante  el  que  está  en  trabajo! 
¡Naides  se  rasca  pa  abajo! 

I  Ni  se  lonjea  contra  el  pelo! 

Con  el  gaucho  dcsgraciao 
No  hay  uno  que  no  se  entone  - 
La  menor  falta  lo  espone 
A  andar  con  los  avestruces! 
Faltan  otros  con  mas  luces 

Y  siempre  hay  quien  los  perdone. 


XII. 

Yo  no  sé  que  tantos  meses 

Esta  vida  me  duró, 

A  veces  nos  obligó 

La  miseria  á  comer  potro — 

Me  había  acompaña©  con  otros 

Tan   desgraciaos  como  yo. — 

Má=;   ¿para  qué  platicar 
Suore  esos  males, — canejo? 
Nace  el  gaucho  y  se  hace  viejo. 
Sin  que  mejore  su  suerte,  - 
Hasta  que  por  ay  la  muerte 
Sale  á  cobrarle  el  pellejo. 

Pero  como  no  hay  desgracia 
Que  no  acabe  alguna  vez, 
Me  aconteció  que  después 
De  sufrir  tanto  rigor 
Un  amigo  por   favor 
Me  compuso  con  el  juez. 

Le  alvertiré  que  en  mi  pago 
Ya  no  va  quedando  un  criollo, 
Se  los  ha  tragao  el  oyó, 
O  juido  ó  muerto  en  la  g^rra  . 
Porque,  amigo,  en  esta  tierra 
Nunca  se  acaba  el  emferollo — 

Colijo  que  jué  por  eso 

Que  me  clamó  el  juez  un  día, 

Y  me  dijo  que  quería 
Hacerme  á  su  lao  venir, 

Y  que  dentrase  á  servir 
De  soldao  de  Policía. 

Y  me  largó  una  proclama 
Tratándome  de  valiente. 
Que  yo  era  un  hombre  decente, 

Y  que  dende  aquel  momento 
Me  nombraba  de  sargento 

Pa  que  mandara  la  gente. 

Ansi  estuve  en  la  partida 
Pero,  ¿qué  haibía  de  mandar? 
Anoche  al  irlo  á  tomar 
Vide  güeña  coyuntura — 

Y  á  mi  no  me  gusta  aiidar 
Con  la  lata  á  la  cintura. 


i 


/ 


EL  GAUCHO 


21 


Ya  conoce,  pues  quien  soy, 
Tenga  confianza  conmigo, 
Cruz  le  dio  mano  de  amigo 

Y  no  lo  ha  de  abandonar — 
Juntos  podemos  buscar 

Pa  los  dos  un  mesmo  abrigo. 

Andaremos  de  matreros 

Si  es  preciso  pa  salvar — 

Nunca  nos  ha  de  faltar 

Ni  un  güen  pingo  para  juír, 

Ni  un  pajal  ande  dormir, 

Ni  un  matambre  que  ensartar. 

Y  cuando  sin  trapo  alguno 
Nos  haiga  el  tiempo  dejao — - 
y©  le   pediré   emprestao 

El  cuero  á  cualquier  lobo 

y  hago  un  poncho,  si  lo  sobo. 

Mejor  que  poncho  engomao.; 

Para  mi  la  cola  es  pecho 

Y  el  espinazo  cadera — 
Hago  mi  nido  ande  quiera 

Y  de  lo  que  encuentro  como — 
Me  echo  tierra  sobre  el  lomo 

Y  me  apeo  en  cualquier  tranquera. 

Y  dejo  rodar  la  bola 

Que  algún  día  se  ha  de  parar — 
Tiene  el  gaucho  que  aguantar 
Hasta  que  lo  trague  el  oyó — 
O  hasta  que  venga  algún  criollo 
En  esta  tierra  á  mandar. 

Lo  miran  ai  pobre  gaucho 
Como  carne  de  cogote : 
Lo  tratan  al  estricote — 

Y  si  ansi  las  cosas  andan. 
Porque  quieren  los  que  mandan 
Aguantemos  los  azotes. 

Pucha — si   usté  los  oyera 
Como  yo  en  una  ocasiói^., 
Tuita  la  conversación 
Que  con  otro  tuvo  el  juez — 
Le  asiguro  que  esa  vez 
Se  me  achicó  el  corazón. 

Hablaban  de  hacerse  ricos 
Con  campos  en  las   fronteras — 
De  sacarla  mas  ajuera 
Donde  había  campos  baldidos — • 

Y  llevar  de  los  partidos 
Gente  que  la  defendiera. 


Todos  se  güelven  proyetos 
De  colonias  y  carriles — 

Y  tirar  la  plata  á  miles 
En  los  gringos  enganchaos. 
Mientras  al  pabre  soldao 

Le  pelan  la  chaucha — ¡  ah !  viles  !— 

Pero  si  siguen  las  cosas 
Como  van  hasta  el  presente 
Puede  ser  que  de  repente 
Veamos  el  campo  disierto, 

Y  blanqueando  solamente 

Los  güesos  de  los  que  han  muerto. 

Hace  mucho  que  sufrimos 
La   suerte  reculativa — 
Trabaja  el  gaucho  y  no  arriba, 
Porque  á  lo  mejor  del  caso, 
Lo  levantan  de  un  sogíizo 
Sin  dejarle  ni  saliva. 

De  los  males  que  sufrimos 
Hablan  mucho  los  puebleros, 
Pero  hacen  como  los  teros 
Para  esconder  sus  niditos : 
En  un  lao  pegan  los  gritos 

Y  en  otro  tienen  los  güevos. 

Y  se  hacen  los  que  no  aciertan 
A  dar  con  la  coyuntura — 
Mientras  al   gaucho   lo  apura 
Con  rigor  la  autoridá, 

Ellos  á  la  enfermedá 
Le  están  errando  la  cura. 


XIII 


MARTIN  FIERRO 

Ya  veo  que  somos  los  dos 
Astillas  del  mesmo  palo — 
Yo  paso  por  gaucho  malo 

Y  usté  anda  del  mesmo  modo, 

Y  yo  pa  acabarlo  todo 
A  los  Indios  me  refalo. 

Pido  perdón  á  mi  Dios 
Que  tantos  bienes  me  hizo — 
Pero  dende  que  es  preciso 
Que  viva  entre  los  infieles — 
Yo  seré  cruel  con  los  crueles — 
Ansi  mi  suerte  lo  quiso. 


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MARTIN  FIERRO 


Dios  formó  lindas  las  flores, 
Delicadas  como  son — 
Les  dio  toda  perfeción 

Y  cuanto  él  era  capaz — 
Pero  al  hombre  le  dio  mas 
Cuaindo  le  dió  el  corazón. 

Le  dió  claridá  á  la  luz, 
fuerza  '^n  su  carrera  al  viento. 
Le  dió  vida  y  movimiento 
Dcnde  el  águila  al  gusano — 
Pero  más  le  dió  al  cristiano 
Al  darle  el  entendimiento 

Y  aunque  á  las  aves  les  dió. 
Con  otras  cosas  que  inoro, 
Esos  piquitos   como  oro 

Y  un  plumaje  como  tabla — 
Le  dió  al  hombre  mas  tesoro 
Al  darle  una  lengua  que  habla. 

Y  dende  que  dió  á  las  fieras 
Esa  juria  tan  inmensa. 

Que  no  hay  poder  que  las  vensa 
Ni   nada  que   las   asombre — 
¿  Que  menos  le  daría  al  hombre 
Que  el  valor  pa  su  defensa? 

Pero  tantos  bienes  juntos 
Al  darle,  malicio  yo 
Que  en  sus  adentros  pensó 
Que  el  hombre  los  precisaba, 
Pues  los  bienes  igualaba 
Con  las  penas  que  les  dió. 

Y  yo  empujao  por  las  mías 
Quiero  salir  de  este  infierno  :  — 
Ya  no  soy  pichón  muy  tierno 

Y  sé  manejar  la  lanza — 

Y  hasta  los  Indios  no  alcanza 
La  faculta  del  Gobierno. 

Yo  sé  que  allá  los  caciques 
Amparan  á  los  cristianos, 

Y  que  los  tratcín  de  «  Hermanos » 
Cuando  se  van  p>or  su  g^sto — 
A  que  andar  pasando  sustos..,. 
Alcemos  el  poncho  y  vamos. 

En  la  cruzada  hay  peligros 
Pero  ni  aun  esto  me  aterra — 
Yo  ruedo  sobre  la  tierra 
Arrastrao  por  mi  destino 

Y  si  erramos  el  camino.... 
No  es  el  primero  que  lo  erra. 


Si  hemos  de  salvar  ó  nó — 
De  esto  naide  nos  responde, 
Derecho  ande  el  sol  se  esconde 
Tierra  adentro  hay  que  tirar, 
Algún  día  hemos  de  llegar... 
Después  sabremos  á  donde. 

No  hemos  de  perder  el  rumbo 
Los  dos  somos  güeña  yunta — 
El  que  es  gaucho  va  ande  apunta, 
Aunque  inore  ande  se  encuentra; 
Pa  el  lao  en  que  el  sol  se  dentra 
Dueblan  los  pasos  la  punta. 

De  hambre  no  perecemos 
Pues  sigun  otros  me  han  dicho 
En  los  campos  se  hallan  vichos 
De  lo  que  uno  necesita... 
Gamas,  matacos,  mulitas. 
Avestruces  y  quirquinchos- 
Guando  se  anda  en  el  disierto 
Se  come  uno  hasta  las  colas — 
Lo  han  cruzado  mujeres  solas 
Llegando  al  fin  con  salú, 

Y  á  de  ser  gaucho  el  ñandú 
Que  se  escape  de  mis  bolas.! 

Tampoco  á  la  sé  le  temo, 
Yo  la  aguanto  muy  contento. 
Busco  agua  olfatiando  al  viento 

Y  dende  que  no  soy  manco,  , 
Ande  hay  duraznillo  blanco 
Cabo,  y  la  saco  al  momento. 

Allá  habrá  seguridá 

Ya  que  aquí  no  la  tenemos. 

Menos  males  pasaremos 

Y  ha  de  haber  grande  alegría, 
El  día  que  nos  descolguemos 
En  algima  toldería. 

Fabricaremos  un  toldo 
Como  lo  hacen  tantos  otros, 
Con  unos  cueros  de  potro 
Que  sea  sala  y  sea  cocina, 
¡  Tal  vez  no  falte  una  china 
Que  se  apiade  de  nosotros ! 

Allá  no  hay  que  trabajar, 
Vive  uno  como  un  señor — 
De  cuando  en  cuando  un  malón — 

Y  si  de  él  sale  con  vida. 
Lo  pasa  echao  panza  arriba 
Mirando  dar  güelta  el  sol. 


28 


EL  GAUCHO  MABTIN  FIERRO 


Y  ya  que  á  juerza  de  golpes 
La  suerte  nos  dejó  afius, 
Puede  que  allá  veamos  luz 

Y  se  acaben  nuestras  penas; 
Todas  las  tierras  son  güeñas 
Vámosnos  amigo  Cruz. 

El  que  maneja  las  bolas, 
El  que  sabe  echar  un  pial, 

Y  sentársele  á  un  bagual 
Sin  miedo  de  que  lo  baje, 
Entre  los  mesmos  salvajes 
No  puede  pasarlo  mal. 

El  amor  como  la  guerra 

Lo  hace  el  criollo  con  cancioHes — i 

A  mas  de  eso  en  los  malones 

Podemos  aviarnos  de  algo. 

En  ñn,  amigo,  yo  salgo, 

De  estas  pelegrinaciones. 


En  este  punto,  el  cantor 
Buscó  un  porrón  pa  consuelo, 
Echó  un  trago  como  un  cielo, 
Dando  fin  á  su  argumento ; 
Y  de  un  golpe  el  istrumento 
Lo  hizo  astillas  contra  el  suelo 

cRuemjx),  dijo,  la  guitarra, 
Pa  no  volverme  á  tentar. 
Ninguno  la  ha  de  tocar 
Por  siguro  ténganlo; 
Pues  naides  ha  de  cantar 
Cuando  este  gaucho  cantó. 


Y  daré  fin  á  mis  coplas 
Con  aire  de  relación, 
Nunca  falta  un  preguntón 
Mas  curioso  que  mujer, 

Y  tal  vez  quiera  saber 
Como  jué  la  conclusión : 

Cruz  y  P'ierro  de  una  estancia 
Una  tropilla  se  arriaron— 
Por  delante  se  la  echaron 
Como  criollos  entendidos, 

Y  pronto  sin  ser  sentidos 
Por  la  frontera  cruzaron. 

Y  cuando  la  habían  pasao. 
Una  madrugada  clara 

Le  dijo  Cruz  que  mirara 
Las  últimas  poblaciones 

Y  á  Fierro  dos  lagrimones 
Le  rodaron  por  la  cara. 

Y  siguiendo  el  fiel  del  rumbo 
Se  entraron  en  el  desierto — 
No  sé  si  los  habrán  muerto 
En  alguna  correría, 

Pero  espero  que  algún  día 
Sabré  de  ellos  algo  cierto. 

Y  ya  con  estas  noticias 
Mi  relación  acabé, 

Por  ser  ciertas  las  conté. 
Todas  la  desgracias  dicha» — 
Es  un  telar  de  desdichas 
Cada  gaucho  que  usté  vé. 

Pero  ponga  su  esperanza 
En  el  Dios  que  los  formó, 

Y  aquí  me  despido  yo 
Que  he  relatao  á  mi  modo, 
Males  que  conocen  todos 
Pero  que  uaides  cantó. 


FIN 


OTRAS   COMPOSICIONES   DEL  Sr.   HERNÁNDEZ 


EL  VIEJO  Y  LA  NINA 


Cruza  un  arroyo  inocente 
Sobre  un  campo  de  esmeralda, 

Y  á  su  orilla  crece  un  sauce 
Reflejándose  en  sus  aguas. 
£n  sus  trasparentes  ondas, 
Serenas,  limpias  y  mansas. 
Varios  descuidados  cisnes 
Su  blanco  plumaje,  bañan. 
Los  pintados  pajarillos, 
Saltando  de  rama  en  rama, 
Enamorados  y  alegres, 
Con  su  dulces  trinos  cantan. 

Y  las  flores  caprichosas. 
Que  crecen  entre  la  grama, 
Aquel  manto  de  verdura. 
Entapizan  y  engalanan. 

Y  las  perfumadas  brisas, 
Al  cruzar  en  tenue  calma. 
Rozan  leve  y  suavemente, 
Agfua,  cisnes,  flor  y  grama. 
Pálido  un  rayo  de  sol, 

Qoe  se  quiebra  entre  las  raaus. 
Va  á  reflejar  moribundo 
En  las  cristalinas  aguas. 
Del  verde  sauce  á  la  sombra 
ün  pobre  viejo  descansa, 
Pura  la  mirada  y  limpia, 
Serena,  aunque  triste  el  alma. 
A  sus  trémulas  rodillas 
Alegre  una  niña  salta, 

Y  sus  sonrosados  dedos 
Entre  sus  canas  enlaza. 
El  las  huellas  de  la  vida 
Muestra  en  su  faz  arrugada, 

Y  ella  refleja  en  su  frente 
La  pureza  y  la  esperanza. 
De  la  sien  del  viejo  penden 
Escasas  hebras  de  plata, 
Pues  deja  tan  poco  el  mundo 
Que  hasta  deja  pocas  canas. 

Y  ella  los  sedosos  rizos, 
Flotantes  sobre  la  espalda. 
Por  la  brisa  acariciados 
No  suelta,  sino  derrama. 
El  es  la  verdad  del  fin. 
Es  la  realidad  ingrata; 

Y  ella  es  la  ilusión  risueña 
Que  dá  vida  á  la  esperanza. 


El  es  el  árido  invierno 
Con  3U  nieve  y  sus  escarchas. 
Es  desierto,  soledad, 
Repulsión>  tinieblas,   nada- 

Y  en  la  senda  de  la  niña. 
La  primavera  derrama 
Todas  sus  galas  floridas 
Con  generosa  abundancia. 
El  es  la  noche  sombría, 
Ella  la  aurora  galana. 
Ella  viene,  y  el  se  vá 
Libre  de  congoja  el  alma. 
Ella  en  su  inquieta  inocencia 
Jugueteando  con  sus  canas 

— ¿  Por  qué  motivo,  le  dice, 
Tienes  la  cabeza  blanca? 
Fija  en  la  niña  el  anciano 
Pura  y  s«:ena  mirada. 
Sus  secos  labios  contrae 
Lijera  sonrisa  sjnarga, 
— ¿No  sabes,  niña  inocente. 
No  sabes  niña  adorada. 
Que  la  vida  se  parece 
A  la  antorcha  que  se  apaga? 
Seductoras  ilusiones. 
Nuestra  juventud  engañan 

Y  al  retirarse  fugaces 

El  tinte  del  pelo  cambian. 
Vienen  muchos  desencantos 
Muere  ó  se  vá  la  esperanza ; 
Que  la  esíJeranza  de  ayer 
Es  desencanto  mañana. 

Y  solo  nos  deja  el  mundo 
Al  terminar  la  jornada, 
Al  espíritu  congojas 

Pero  no  á  los  ojos  lágrimas. 
Solo  deja  el   desengaño 

Y  tristezas  en  el  alma, 
Las  arrugas  en  el  rostro 

Y  en  la  cabeza  las  canas ! !  > 
Oyó  la  niña  el  sermón 

Sin  entender  ni  palabra. 
Pues  la  vida  tiene  aún 
Arcanos  que  ella  no  alcanza. 
Se  fué  á  arrojar  juguetona 
Piedrecillas  en  el  agua, 
Los  cisnes  tienden  el  vuelo 

Y  el  viejo  vuelve  á  su  casa. 


30 


OTRAS  COMPOSICIONES 


Las    flores   siguen   creciendo. 
Las  aguas  siguen  su  marcha, 
Sigue  el  sauce  dando  sombra, 
Sigue  el  pájaro  en  sus  ramas. 
Sigue  la  brisa  apacible 

Y  al  verde  follaje  arranca 
Esa  tímida  armonía 

Que  solo  percibe  el  alma. 
Mas  yo  he  seguido  hasta  aquí, 

Y  es  tiempo  de  decir  basta, 
Porque  las  penas  son  mías 

Y  soy  dueño  de  ocultarlas. 


Yo  soy  ese  pobre  viejo 
Lleno  de  arrugas  y  canas 

Y  es  la  niña  juguetona, 
La  lectora  de  esta  fábula. 
Guarde  ella  sus  ilusiones, 
Yo  mis  tristezas  amargas, 
Ella  sus  blondos  cabellos 

Y  yo  mis  escasas  canas. 
Que  ya  fugaron  veloces 
Las  ilusiones  del  alma ; 
Pues  ayer  compré  un  billete 

Y  no  me  he  sacado  nada. 


Los  dos  Besos 


Volaron  aquellas  horas 
En  que  la  mente  delira : 
Sin  cuerdas  está  mi  lira 

Y  sin  fuego  el  corazón. 

Y  pues  que  cantar  no  puedo 
Tus  encantos  y  embelesos, 
A  una  historia  de  dos  besos 
Presta,  niña,  tu  atención. 

En  los  inmensos  espacios 
Dos  besos  que  iban  errantes. 
Vagos,  perdidos,  flotantes, 
Se  llegaron  á  encontrar. 

Y  al  tocarse  levemente, 
Yerto  el  uno  y  maldecido. 
Tembló  el  otro,  como  herido 
Por  aquel  roce  fatal. 

Y  entre  el  éter  de  las  nub<:3, 
Dó  el  trueno  tiene  su  cuna, 
Un  tibio  rayo  de  luna 

Los  ilumina  á  los  dos. 

Y  el  silencio  interrumpiendo 
Que  en  los  espacios  reinaba, 
Un  genio  que  allí  pasaba 
Oyó  la  siguiente  voz  ; 

¿Quién  eres.'' 

— ¿A  donde  vas 
Por  el  espacio  inñnito? 
— Tan  fresco  tú. 

— Tú  marchito 
— ¿De  donde  saliste,  di? 
— -Yo  soy  ternura. 

— Yo  rabia. 
— Yo  dulzura. 

— Yo  dolor. 
— Yo  soy  hijo  del  amor. 


— Yo  del  odio  y  frenesí. 

— Yo  vierto  una  alma  en  otra  alma 

Divinizando  las  dos : 

Soy  el  hábito  de  Dios, 

Soy  inocencia  y  virtud. 

Y  yo  soy  remordimiento. 
Infamia,  oprobrio,  perñdia : 
Soy  maldición,  soy  envidia. 

Y  perversa  ingratitud. 

— -Yo  soy  perfume  suave, 
Soy  celestial   armonía? 
Soy  placer,   soy  alegría, 
Soy  esperanza   que  brota. 
— Yo  soy  maldición,  blasfemia, 
Soy  rencor  de  furias  lleno, 
Soy  para  el  alma,  veneno 
Que  destila  gota  á  gota. 

— Yo  soy  pureza  y  esencia. 
— Yo  crimen  y  falsedad. 
— ^Yo  salvé  á  la  humanidad. 
— Yo  á  la  humanidad  perdí. 
— Soy  yo  de  origen  divino. 
— A  mi  el  infierno  me  hizo. 
— Yo  nací  eñ  el  Paraíso. 
— Yo  en  Jerusalen  nací. 

— Yo  soy  virtud 

— ^Yo  maldad. 
Yo  inocencia 
— Yo  delito. 
-Yo  soy   deleite  infinito. 
-Yo  soy  infinito  horror. 
-Digámosnos,  pues,  quién  somos, 

Y  así  saldremos  de  dudas. 
— ^Yo  soy  el  beso  de  Judas. 
— ^Yo  el  primer  beso  de  Amor. 


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''^í 


DEL  SE.%OB  HERNÁNDEZ 


Y  los  dos  al  separarse, 
Para  seguir  su  camino 
Por  un  mandato  Divino 
Se  miraron  con  horror.. 


— j  Adiós !  yo  busco  en  el  mundo 

Odios,  venganzas,  agravios! 

Y  yo  unos  candidos  labios 
Que  me  den  vida  y  calor. 


EL  CARPINTERO 


Al  compás  de  su  herramienta 
Mientras  trabaja  afanoso 
Así  sus  desdichas  cuenta, 
Así  canta  y  se  lamenta 
Un  carpintero  amoroso.] 

«£s  mi  vida  su  mirada, 

Y  cuando  su  voz  escucno, 
Siento  mi  alma  arrebatada 
De  tierno  gozo  inundada 

— Muchacho,  trae  el  serrucho, 

€  Brotan  de  sus  ojos  bellos 
Penetrando  el  corazón 
Esos  fúlgidos  destellos 

Y  absorto  me  quedo  en  ellos... 
Muchacho,   trae  el  formón. 

«  De  sus  labios  de  granada 
Se  escapa  de  amor  el  soplo, 

Y  es  ondeante  y  perfumada 
Su  cabellera  rizada... 

Muchacho,  irae  el  escoplo 


Yo  tengo  entre  mis  libros 

Un  libro  viejo 
Que  una  vieja  lo  mira 

Con  espejuelos. 

Y  tengo  un  libro 
Que  lo  ve  una  muchacha: 

Con  ojos  lindos — 

La  viejita  leyendo 

Pasa  el  dia  entero, 
Y  da  vueltas  las  hojas 

Con  dedos  secos ; 

Pero  la  otra 
Tiene  para  las  suyas 

Dedos  de  rosa^ 


«Y  mi  vida  antes  serena 
Tornóse  agitada  y  turbia 
Cambióse  el  placer  en  frena, 
De  amor  gimo  en  la  cadena, 
Muchacho,  írcLerne  la  gurbia^ 

«Y  cariñoso  con  ella 
Inocente  el  ceñrillo 
Juega  al  mirarla  tan  bella 
Fulgente   como   una  estrella, 
Tvluchacho,  trae  el  ce  filio. 

«Por  ella  es  este  dolor 
Por  ella  siento  esta  pena, 

Y  ella  con  su  cruel  rigor 
Desdeña,  ¡  ingrata !  mi  amor  : 
Muchacho,  trae  la  barrena.  » 

Y  amante  sigue  sus  llantos 

Y  sus  eternas  disputas 
Aliviando  sus  quebrantos 
Con  sus  amorosos  cantos 
Entre  tablas  v  virutas 


CANTARES 


A  las  unas  les  gustan 
Crónicas  viejas 

Y  gustan  á  las  niña^ 

Lindas   novelas — 
Mas  no  me  asusto 
De  que  tengan  entre  ellas 
Distintos  gustos. 

Y  para  que  no  digan 

Que  es  impolítico. 
Después  de  estas  verdades 
Haré  un  cumplido 
Las  viejas,  vivan! 
Que  son  madres  ó  abuelas 
De  lindas  niñas.