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Full text of "La cartera de un soldado [microform] : bocetos sobre la marcha"

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J@sé  I«  Gwútw^Bikúwk 


#' 


LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

(BOCETOS  SOBRE   LA  MARCHA) 


•:•  -        '. 


El  Coronel  Juan  Bautista  Charlone 

los  cuadros  de  un  inválido  —  El  Coronel  Miguel  Martinez  de  Hoz 

El   Fogón  —  El   Teniente  Coronel  Alejandro   Diaz 

El  soldado  —  El  Coronel  Manuel  Rosetti 

Los  mártires  de  Acayuazá — El  Coronel  D.  Luis  Maria  Campos 

El  Juego  del  Pato 

El  hombre  de  á  caballo  —  El   General   Paunero 

Un  combate  memorable — -jLeyenda. 


PRIMERA    EDICIÓN 


CASA  EDITORA 

IMPRENTA,  LITOGRAFÍA   Y  ENCUADERNACIÓN  DE  J.  PEUSER 


BUENOS  AIRES 
:  San  Martio   oúms.  160 — 158 


LA    PLATA 
Boulevard  Independ.,  esq    53 


18  3  9 


INTRODUCCION 


K, 


'  ■■  /. 

V  - 

-í  ■ 


A  literatura  del  género  que  cultiva  el  coro- 
nel Gfarmendia  y  con  la  que  ha  obtenido 
hasta  hoy  felices  triunfos,  es  entre  nosotros  una 
verdadera  novedad:  ya  sea  que  escriba  episodios 
de  la  guerra  del  Paraguay  en  la  que  fué  actor,  ya 
sea  que  dibuje  los  caracteres  del  soldado  argen- 
tino ó  esboce  costumbres  nacionales,  siempre  es- 
tará su  prosa,  fácil  y  descuidada,  llena  de  senti- 
miento patriótico  y  amor  á  la  bandera  que  le  ha 
dado  sombra  en  los  combates. 

Si  le  pidiéramos  escritos  académicos,  atildados 
y  eximios,  de  esos  que  hacen  la  delicia  de  los  re- 
tóricos, quizás  veríamos  enmudecer  su  clara  y 
vivaz  intehgencia;  pero  silo  dejamos  enteramente 
libre  para  expresarse  al  compás  de  las  pulsacio- 
nes de  su  corazón,  será  siempre  dueño  de  los  lec- 
tores que  sepan  encontrar  la  fibra  poderosa,  la 
desbordante  arteria  de  su  alegría  cuando  describe 
la  victoria  ó  su  amarga  emoción  de  soldado  cuan- 


VI  INTRODUCCIÓN 


do  narra  un  desastre  6  pinta  la  agonía  de  esos 
mártires  del  deber  que  caen  bajo  el  plomo  de  las 
batallas,  como  las  espigas  maduras  azotadas  por 
el  viento. 

Hay  algo  de  épico  en  la  entonación  de  sus  fra- 
ses nerviosas  y  ardientes;  parecen  estrofas  mal 
formadas  que  están  esperando  el  cincel  del  artis- 
ta para  transformarse  en  el  canto  inmortal  de  la 
patria. 

Todo  lo  que  es  bueno,  todo  lo  que  es  noble, 
todo  lo  que  es  grande,  lo  avasalla,  y  dejándose  do- 
minar por  impresiones  generosas  escribe,  y  sin 
acertar  alguna  vez  con  fa  forma  estética,  impone 
á  sus  ideas  elevadas  y  á  su  juicio  práctico,  el  colo- 
rido vigoroso  que  no  está  en  la  exterioridad  si  no 
en  el  fondo  de  sus  pensamientos. 

Tal  es  el  coronel  Garmendia  como  escritor 
que  ha  sabido  hacerse  leer  y  aplaudir  por  los  di- 
versos libros  que  ha  publicado. 

Hoy  lanza  á  la  circulación  este  nuevo  volumen 
compuesto  de  algunos  artículos  literarios  y  boce- 
tos mihtares  que  andaban  dispersos  en  diarios  y 


V 


INTROnuCCION  VII 


revistas  y  otras  composiciones  inéditas  que  por 
indicación  de  amigos  suyos  lia  escrito. 

Sensible  habría  sido  que  aquellas  simpáticas 
producciones  quedaran  olvidadas.  La  forma  en 
que  hoy  aparecen  las  salva  de  ese  riesgo,  siendo 
para  su  autor  un  timbre  mas  y  para  sus  amigos  y 
lectores  un  motivo  para  apreciar  en  sus  páginas, 
las  brillantes  cualidades  que  lo  distinguen. 

M.  A.  Pelliza. 

Abril  de  1889. 


/ 


EL  CORONEL 


'111   ™ 


■"^<^^  ñ 


(  Muerto   á  consecuencia  de   las   heridas   recibidas   en   Curupaytí ) 


Coronel 
Juan  Bautista  Charlone 


I. 


Plustot  mourir  honestment 
Que  fuir  vilainement.  (1) 


ERTENEciA  el  Coronel  Charlone  á  la  egregia 
^■^falange  de  los  que  cayeron^  distinguiéndose 
con  gloria,  en  los  combates  legendarios  de  la  guer- 
ra del  Paraguay. 


Era^  puede  decirse,  el  bello  tipo  de  aquellos  que 
se  elevan  por  sus  propios  méritos,  el  favoritismo 
es  impotente  en  esta  clase  de  hombres  que  nada 
deben  á  la  inconstante  fortuna. 

Son  antepasados,  sin  tenerlos;  el  brillo  de  sus 
hechos  enaltece  su  cuna,  porque  no  hay  mas  noble 
sangre  que  la  que  se  derrama  por  una  causa  santa; 
y  cuando  estos  hijos  del  trabajo  remontan  la  esca- 
la  de  los  ascensos  y  de  los  honores,  ejecutan   la 


(1)     Francés  anticuado;   equivalente  en  español,  á  «Mas  vale  morir  valiente,  que 
huir  cobarde."  , 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


ascención  penosamente;  paso  á  paso;  abrumante 
camino  que  se  recorre  entre  las  vicisitudes  de  una 
existencia  encrespada  por  el  sobresalto;  braveando 
los  peligros;  devorando  alguna  vez  crueles  amar- 
guras y  solo  conquistando  el  prestigio  con  afama- 
das acciones. 

Todo  es  tardío  en  ellos,  menos  la  bala  mortífera 
que  exabrupto  detiene  una  carrera  difícil,  radiante 
de  gloria  que  costara  tanto  sudor  de  sangre. 

Fué  Charlone  un  rudo  soldado  de  áspera  corte- 
za; franco,  leal,  intrépido  y  perspicaz,  como  para 
servir  de  hermoso  ejemplo  en  la  ínclita  carrera  que 
habia  adoptado. 

Vasallo  del  deber,  constituía  un  hombre  de 
guerra  á  toda  prueba,  modelado  por  el  instinto,  y 
por  la  larga  esperiencia  de  su  guerrera  y  azarosa 
vida;  porque  los  libros  de  los  grandes  maestros 
donde  no  sabia  estudiar,  no  le  enseñaron  nada. 
Muy  difícilmente  hubiera  sido  un  general  en  el 
verdadero  sentido  de  la  palabra,  en  cambio  era 
uno  de  esos  grandiosos  elementos  sin  los  cuales 
un  general  no  podría  ganar  una  batalla. 

■ '    -  ..',■-  ■  >• 

Prudente  y  avezado  á  los  peligros,  y  de  un  va- 
lor extraordinario,  podía  confiársele  con  la  espe- 
ranza   tranquila    del    buen    éxito,    una    operación 


EL    CORONEL    JUAN     BAUTISTA    CHARLONE  ^ 

militar  ó  una  maniobra  audaz  en  el  campo  de  ba- 
talla, que  estuviera  en  relación  con  sus  aptitudes, 
que  de  seguro  la  llevaría  á  cabo,  poniendo  en  su 
desempeño  la  mas  sincera  manifestación  de  sus 
nobles  esfuerzos. 

■  Siempre  antes  de  una  de  esas  honrosas  comi- 
siones, manisfestaba  objeciones,  discutía  con  perti- 
nacia, presentaba  el  lado  vulnerable  de  la-operacion 
siíi  eludir  responsabilidades,  pero  si  apesar  de  sus 
observaciones,  se  le  ordenaba  el  movimiento,  lan- 
zábase resuelto,  sin  mirar  atrás,  á  cumplir  con  ver- 
dadero entusiasmo  su  difícil  faena. 

Todo  lo  ignoraba,  menos  el  arte  del  sacrificio: 
ño  era  otra  cosa,  sino  un  soldado  con  sus  grande- 
zas y  debilidades:  marino  ó  de  tierra,  se  manisfes- 
taba el  mismo  lobo  bravio,  y  concéntricas  sus 
disposiciones  naturales  á  su  noble  profesión,  lo 
hicieron  jugar  siempre  un  rol  distinguido  en  los 
diversos  combates  en  que  actuó  representando  di- 
ferentes gerarquías. 

Una  constitución  vigorosa  se  repartía  en  su  esta- 
tura mediana:  miembros  musculosos  y  bien  propor- 
cionados nos  hacian  ver  al  hombre  del  pueblo.  Su 
semblante  enérgico,  quebrantado  por  la  fatiga, 
estaba  adornado  por  una  espesa  y  ruda  pera  suava 
que  le  daba  un  aspecto  guerrero  y  vulgar,  abrillan-^ 


LA    CARTERA     DE    UN    SOLDADO 


tando  esas  facciones  dos  pequeños  ojos  que  agitán- 
dose siempre  inquietos,  parecian  querer  ocultar  al 
enemigo  los  designios  de  su  alma.  Su  cabeza  calva 
y  bien  desarrollada,  nos  recordaba  las  grandes 
cabezas  italianas  que  desde  César  hasta  Napoleón 
y  Garibaldi  se  aproximan  con  semblanza  suma. 

Poseía  bellas  condiciones  de  carácter,  aunque 
alguna  vez  fué  injusto  en  la  apreciación  del  mérito 
de  sus  subalternos,  y  pagó  tributo  al  favoritismo; 
mas  apesar  de  eso_,  fué  generalmente  respetado  y 
querido  entre  sus  camaradas,  y  amado  hasta  la 
idolatría  por  sus  soldados. 

Dominando  su  figura  en  el  campo  de  batalla, 
justicia  se  hizo  siempre  á  sus  relevantes  dispcfeicio- 
nes  militares,  y  fiel  á  los  antecedentes  de  su  vida,  y 
á  la  enérgica  consigna  de  su  espíritu,  al  fin  cayó 
postrado  aquel  perseverante  campeón  de  las  liber- 
tades argentinas,  dando  un  ejemplo  heroico. 


11. 


ir 


HARLONE  nació  en  Piamonte  (Asti)  en  1826: 
el  modesto  origen  de  su  cuna  dá  mayor  realce 
á  su  ilustre  elevación:  así  también,  el  primer  noble 
fué  mas  noble  que  sus  descendientes;  porque  lo  fué 
por  sí  mismo. 


En  el  año  de  1839  emprendió  viage  á  Montevi- 
deo acompañado  de  su  padre  y  de  su  hermano. 

Mas  tarde  sus  inclinaciones  impulsadas  por  un 
espíritu  ardiente  lo  arrojaron  á  las  filas:  tomó  ser- 
vicio en  clase  de  soldado  en  una  compañía  de  mu- 
chachos que  estaba  agregada  á  la  Legión  Italiana, 
que  se  encontraba  en  esa  época  á  las  órdenes  del 
Comandante  Ramela;  y  asistió  á  casi  todos  los  com- 
bates en  que  se  empeño  aqliel  bizarro  cuerpo,, 
hasta  la  conclusión  del  sitio. 

En  1845  hizo  con  Garibaldi  la  campaña  del  Sal- 
to; y  fué  actor  en  el  asalto  de  la  Colonia,  en  la  sor- 


1 


8  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

presa  de  Martin  García,  en  la  de  Gualeguaychú,  en 
la  del  Salto,  en  los  combates  del  Hervidero,  en  la 
sorpresa  de  Itapeví,  y  en  el  inmortal  combate  de  San 
Antonio,  donde  fué  herido  en  la  cabeza  y  ascendido 
á  sargento  cuando  apenas  contaba  diez  y  nueve 
años  de  edad. 

Por  sus  relevantes  servicios  se  elevó  hasta  capí- 
tan,  conquistando  cada  empleo  con  una  acción  dis- 
tinguida, y  ganó  allí  entre  tanto  valeroso  soldado 
una  bella  reputación  de  hombre  audaz  y  temerario: 
aun  no  había  adquirido  la  prudencia  y  la  experien- 
cia que  acude  lentamente  con  los  años. 

Concluido  el  asedio  de  Montevideo,  vino  á 
Caseros:  en  seguida  asistió  á  una  parte  del  sitio  de 
Buenos  Aires  en  el  empleo  de  Capitán  del  2°  de 
línea,  pasando  después  como  teniente  de  marina  á 
un  buque  de  la  escuadra  de  Buenos.  Aires  que  esta- 
ba á  las  órdenes  del  Comandante  Graso. 

Se  grangeó  tanto  la  simpatía  del  Coronel  Mura- 
tere,  que  éste  mas  tarde  lo  elevó  á  2°  gefe  del  vapor 
General  Pinto,  entonces  á  las  órdenes  del  Coman- 
dante Susini  ^^^ 


(I)   Primo  del  Coronel   del  mismo  nombre,  fué   fusilado  por  López 
en  el  Paraguay.  ^  . 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  9 

Encimes  de  Noviembre  de  1857,  el  Teniente 
Coronel  Don  Antonio  Susini  tomó  el  mando  de  la 
Legión  Militar,  y  llevó  como  2°  gefe  al  Capitán  Char- 
lone,  que  como  hemos  ya  mencionado,  se  encontra- 
ba sirviendo  en  la  escuadra. 

Posteriormente  en  el  año  1859  Susini  abandonó 
este  cuerpo,  por  haber  sido  nombrado  gefe  de  la 
armada  de  Buenos  Aires,  y  en  su  reemplazo  quedó 
el  2°  Comandante  con  el  mando  interino. 

En  este  mismo  año  se  encontraba  la  Legfion  o-uar- 
neciendo  á  Bahía  Blanca,  cuando  el  19  de  Marzo 
una  numerosa  invasión  de  indios  errumpió  sobre 
ese  pueblo;  pero  el  Mayor  Charlone  y  el  Capitán 
Rodino,  al  mando  de  dos  compañias  de  aquel  cuer- 
po, infligieron  un  sangriento  rechazo  al  audaz 
salvage. 

Algunos  meses  después,  en  Setiembre,  Charlo- 
ne con  esta  unidad  de  fuerza  y  alguna  tropa  de 
caballería,  ejecutó  un  avance  con  espléndido  resul- 
tado sobre  Salinas  Grandes.  F'ueron  sorprendidos 
los  indios  abandonando  haciendas  y  caballadas;  y 
por  algún  tiempo  quedaron  sobrecojidos  por  tan 
temerario  golpe. 

Rotas  las  hostilidades  con  la  Confederación,  la 
Legión   bajó  á  Buenos  Aires   en  Julio  de  1 861   y 


10  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

formó  parte  del  ejército  que  mas  tarde  debia  luchar 
en  Pavón.  Cuando  se  procedió  á  su  organización, 
la  Leo^ion  formó  con  él  6"  de  línea  la  5^  Briofada 
mandada  por  el  Teniente  Coronel  Arredondo. 

En  la  jornada  fratricida,  la  comportacion  de 
Charlone  fué  como  siempre  distinguida,  manifestó 
allí  el  esfuerzo  personal  que  á  menudo  le  caracte- 

r 

rizaba. 

Aquí  bien  puede  aplicarse  aquella  frase:  Talgefe, 
tal  cuerpo.  La  Legión,  con  merecida  justicia,  compar- 
tió con  su  digno  Comandante  los  elogios  prodiga- 
sop  á  su  gallarda  comportacion  en  esta  acción. 

En  recompensa  íué  ascendido  el  Mayor  Charlone 
á  Teniente  Coronel,  y  sus  compatriotas  le  obse  - 
quiaron  con  una  rica  espada  de  honor  con  inscrip- 
ciones alusivas  á  este  hecho  de  armas. 

En  seguida  de  la  batalla  de  Pavón  asistió  al 
combate  de  la  Cañada  de  Gómez. 

Concluida  ésta  campaña,  permaneció  la  Legión 
de  guarnición  en  el  Rosario,  hasta  principios  del 
año  1865,  en  cuyo  tiempo  resolvió  el  Gobierno 
Nacional  que  bajase  á  Buenos  Aires. 


III. 


NiciADAla  campaña  del  Parag-uay  á  consecuencia 
ídel  acto  pirático  de  López,  y  de  la  escursion 
vandálica  del  ejército  de  Robles  á  la  provincia  de 
Corrientes,  la  República  Argentina  se  encontró  en 
bien  críticas  circunstancias  en  los  primeros .  mo- 
mentos para  afrontar  esa  situación  tremenda:  de 
un  lado,  un  ejército  de  sesenta  mil  paraguayos 
movilizados,  prontos  á  caer  como  una  avalancha 
sobre  nuestros  territorios;  por  otra  parte,  una 
nación  desarmada,  sin  escuadra,  ejército,  ni  dinero, 
oponiendo  únicamente  en  aquel  instante  supremo, 
una  esplosion  de  indignación  al  cobarde  atentado 
del  soberbio  dictador.  -<. 


La  Legión  Militar  á  las  órdenes  del  Comandante 
Charlone,  fué  de  las  primeras  tropas,  que  entre  otras, 
formaron  el  núcleo  del  primer  cuerpo  de  ejército 
argentino,  que  á  las  órdenes  del  bravp-  General  Paü- 
nero,  marcharon  á  la  provincia  de  Corrientes,  á 
dar  nervio  al  levantamiento  en  masa,  que  era  la 
primera  muralla  nacional  que  se  oponia  al  invasor. 


12  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Este  grupo  de  fuerzas,  organizado  con  algunos 
de  nuestros  cuerpos  de  línea,  después  de  algunos 
movimientos,  estableció  por  algunos  dias  su  campo 
en  Rincón  de  Soto.  ^^^La  fuerza  concentrada  en 
ese  punto  alcanzó  á  mil  doscientos  hombres  de 
infantería,  seis  piezas,  y  cinco  mil  correntinos  mi- 
licianos de  caballería. 

El  General  Paunero,  siempre  atento  á  los  mo- 
vimientos del  ejército  de  Robles,  supo  que  éste  se 
movia  hacia  Bella  Vista  y  que  la  ciudad  de  Cor- 
rientes quedaba  únicamente  guarnecida  por  mil 
seiscientos  paraguayos  de  infantería,  repartidos  en 
los  batallones  9  y  24,  tres  piezas  de  artillería  y 
alguna  fuerza  de  caballería,  el  todo  al  mando  del 
Mayor  Martínez  ^^'  y  resolvió  entonces  dar  un  gol- 
pe de  mano  sobre  aquel  punto,  de  manera  que 
templara  la  moral  de  sus  tropas  que  hasta  ese 
momento  habian  esquivado  la  aproximación  del 
numeroso  ejército  enemigo^  y  al  mismo  tiempo 
demostrar  al  pueblo  argentino  la  superioridad  de 
nuestras  armas. 

Resuelta  la  operación,  fueron  embarcadas  estas 
fuerzas,  con  escepcion  de  las  milicias  correntinas 


(1)  Provincia  de  Corrientes. 

[2)  Mas  tarde  este  oficial  fué  fusilado  por  el  dictador  López. 


X 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONÉ  13 

que  quedaron  en  observación  de  los  movimientos 
del  enemigo. 

El  sol  del  25  de  Mayo  de  1865,  iba  á  iluminar 
el  primero  y  tal  vez  uno  de  los  mas  brillantes  he- 
chos de  armas  de  la  guerra  del  Paraguay. 

Alas  tres  de  la  tarde  se  procedió  al  desembar- 
que de  las  fuerzas  que  debían  atacar  á  la  ciudad 
de  Corrientes. 

La  primera  unidad  de  combate  que  tocó  tierra, 
sufriendo  una  granizada  de  balas,  fué  la  sesta  com- 
pañía de  la  Legión  mandada  por  el  Capitán  Va- 
lerga'ycon  Charlone  ala  cabeza. 

Apercibiéndose  de  antemano  los  paraguayos  de 
las  intenciones  de  los  argentinos,  abandonaron  la 
ciudad,  y  avanzaron  en  la  dirección  del  punto  ocu- 
pado por  nuestras  fuerzas  con  el  propósito  de 
rechazarlas  y  se  prepararon  al  mismo  tiempo  á  una 
enérgica  resistencia,  ocupando  un  cuartel  situado 
al  norte  de  la  ciudad,  frente  al  lugar  del  desem- 
barque, y  un  puente  de  piedra  que  está  mas  al  sud, 
entre  la  orilla  del  pueblo  y  la  Plazuela  de  la  Batería. 

Tanto  el  cuartel,  como  el  puente  que  determina- 
ba la  línea  de  retirada  del  adversario  y  sus  adya- 
cencias,  presentaba  una  formidable  posición  para 


'vy^>'í':-'^'- 


14  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

cubrirse  contra  un  ataque  de  infantería,  ejecutado 
por  una  pequeña  fuerza  que  con  tanta  audacia 
procedía  al  desembarco. 

Una  vez  que  Charlone  tomó  posición  á  la  orilla 
del  rio,  desplegó  sus  bravos  legionarios  en  orden 
abierto  y  rompió  el  fuego  sobre  el  enemigo  que, 
desplegado  también  se  oponía  enérgicamente  al 
avance. 

Con  una  mirada  rápida  abarcó  Charlone  su  si- 
tuación, y  trató  de  ganar  tiempo  con  el  designio 
de  dar  el  necesario  á  que  las  otras  compañías  del 
batallón  desembarcaran,  y  las  de  los  demás  cuer- 
pos que  casi  simultáneamente  llegaban  á  tierra. 

Mas,  impaciente,  por  las  pérdidas  sufridas  en 
este  primer  momento,  arremetió  con  la  sesta  com- 
pañía al  cuartel,  en  circunstancia  que  un  batallón 
enemigo,  salvando  el  puente  venía  en  protección 
de  sus  parciales. 

Los  paraguayos  viendo  la  escasa  tropa  que 
avanzaba  sobre  ellos,  porque  recien  en  ese  instante 
el  Mayor  Sagari  ^^^  se  movia  con  la  reserva,  como 


(I)  2°  Gefe  de  la  Legión,  Mayor  Sagari  mandaba  la  reserva  al 
principio,  que  constituia  tres  compañías  de  su  cuerpo;  fué  muerto  en 
este  combate. 


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i^iZ- 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  15 

también  las  otras  fuerzas  desembarcadas,  redobla- 
ron la  crepitación  de  la  mosquetería  y  se  prepara- 
ron á  recibirlo  con  igual  denuedo. 

Charlone  se  lanzó  sobre  la  puerta  del  cuartel 
con  la  firme  resolución  de  penetrar  en  lo  interior 
del  campo  enemigo.  Fué  entonces  que  se  empeñó 
una  lucha  al  arma  blanca  en  la  que  la  sesta  com- 
pañía quedó  en  una  situación  difícil. 

En  este  momento  Charlone  fué  herido  por  un 
oficial  paraguayo  que  le  descargó  un  sablazo  en  la 
cabeza,  hubiera  sido  muerto,  á  no  haber  acudido 
en  su  defensa  el  sargento  Boisnard,  que  salvando 
á  su  gefe,  hundía  en  el  pecho  del  oficial  enemig(5 
su  machete.  El  sargento  Torres  que  también  venía 
en  su  auxilio  recibía  un  balazo  en  un  brazo.  El 
cabo  Borsini  caía  con  once  bayonetazos  y  el  sol- 
dado del  1°  de  línea  Miguel  Torres  con  cinco. 
Cárcano  el  querido  tambor,  el  trompa  Irigoyen,  y 
otros  bravos  soldados  que  formaban  ese  pelotón 
heroico,  como  un  muro  de  abnegación  abroquela- 
ban á  su  intrépido  gefe,  que  bañado  en  sangre 
vociferaba  juramentos  como  un  condenado. 

Por  fortuna  acudieron  las  tres  compañías  de  la 
reserva  *^^  que   quedaron  á  retaguardia;  granade- 


(I)      líajarondeá  bordo  incompletas. 


^^     ■         ■  ■    -  n-  -■■--:-':/-■■ -y 


,1^  s 


iSí- 


16  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  * 

— ____  ^^ 

ros,  tercera  y  quinta  mandadas  por  los  Capitanes 
Soldán,  Casas  y  Morales  y  avanzando  rápidas  en     " 
protección  de  la  fuerza  comprometida,   cambiaron 
de  un  golpe   la  crítica  situación  de  su  temerario 
Comandante. 

Rivas  con  el  3*^  de  Línea,  Roseti   con  dos  com- 
pañías del  1°  y  el  Capitán  Saenz  con   dos  del  2° 
sostuvieron   igualmente  el  movimiento,  siendo  im- . 
posible  determinar  con  precisión  el  grado  de  esfuer- 
zo de  cada  uno;  pero  bien  puede  decirse  que  todos         ^¡^jf^^ 
participaron  de  igual  gloria. 

Los  paraguayos  viéndose  atacados  por'  nuevas 
fuerzas  y  bombardeados  por  algunos  buques  de  la 
escuadra,  que  arrojaron  un  reducido  número  de 
proyectiles  sobre  el  cuartel,  huyeron  de  este  punto 
por  una  brecha  que  existia  en  el  muro  de  reta- 
guardia; y  lanzándose  por  las  ventanas  que  por 
ese  mismo  lugar  daban  escape,  se  dispersó  una 
parte  ejecutando  fuegos  en  retirada  y  la  otra  pre- 
cipitóse hacia  el  puente  donde  tomó  firme  posición 
con  el  ánimo  de  defenderlo  con  mas  ahinco. 

Entonces  con  rudo  encarnizamiento  se  hizo  el 
combate  general,  en  el  que  nuestras  tropas  se  ba- 
tían con  desventaja  á  pecho  descubierto^  desplega- 
das en  un  corto   espacio,  mientras  que  el  enemigo 


"í^mí' 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  17 

en  mayor  número,  '^^  parapetado  y  esparcido  detrájS 
de  los  accidentes  del  terreno,  nos  infligía  sensibles 
bajas. 

La  llave  de  la  posición  era  el  puente,  y  sobre  ese 
punto  se  arrojaron  nuestras  tropas,  llevando  á  la 
cabeza  á  sus  distinguidos  gefes  y  oficiales. 

Forzada  esta  posición  á  la  bayoneta,  por  el  3*^ 
de  Linea,  el  espléndido  triunfo  quedó  asegurado, 
aunque  el  enemigo  siempre  persistente,  continuó 
disperso  un  combate  desordenado  que  duró  hasta 
el  anochecer,  concluyendo  por  la  toma  de  la  ciudad 
de  Corrientes.  Esta  primera  sangrienta  y  gloriosa 
jornada  costó  bien  cara  y  demostró  que  los  para- 
guayos eran  bravos  y  tenaces,  y  que  aunque  com- 
batían en  desorden,  manifestaban  una  constancia 
en  el  fuego  á  toda  prueba. 

Los  brasileros  cooperaron  en  esta  acción  con 
algunas  granadas  de  la  escuadra,  arrojadas  sobre 
las  posiciones  del  enemigo,  con  una  parte  del  ba- 
tallón 9  de  infantería  que  contuvo  unas  guerrillas 
que  aparecieron  sobre  la  izquierda,  demostrando 
el  intento  de  flanquear  á  las  tropas  argentinas 
comprometidas  en  la  lucha  contra  el  puente   y   el 


(I)     Las  fuerzas    argentinas  que  tomaron  parte  en  este    combate 
ascendían  próximamente  á   900  hombres. 

2 


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18  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

cuartel,  y  con  dos  obuses  de  campaña  que  presta- 
ron buenos  servicios^  antes  del  ataque  á  la  bayoneta 
ejecutado  por  nuestras  fuerzas. 

Después  de  este  combate,  el  Sub-teniente  Fran- 
cisco Paz  escribía  á  su  hermano,  refiriéndose  al 
valor  de  su  gefe:  "  En  fin  hermano,  pocos  (y  no 
"  me  importa  su  nacionalidad,  hago  justicia  al  mé- 
"^  rito)  pocos  dicro,  se  igualarán  á  ese  hombre.  Yo 
"  por  mi  parte  no  abandonaré  sus  filas.  " 

Nunca  el  Coronel  Charlone  desmintió  tan  hon- 
rosa fama. 

;  Qué  coincidencia  tan  lúgubre !  Paunero,  Rivas, 
Charlone,  Rosetti,  Borges,  Pagóla,  Aldecoa,  Basa- 
vilbaso,  Echegaray,  Alegre,  Valerga,Sagari,Saenz, 
Pórtela,  Paz  y  otros  actores  distinguidos  de  ese 
memorable  hecho  de  armas,  todos  han  sucumbido, 
la  mayor  parte  en  la  guerra  del  Paraguay,  otros 
en  las  luchas  civiles,  algunos  en  el  mas  negro 
olvido. 


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OSTERIORMENTE,  el  primer  cuerpo  del  ejército, 
i^'^siempre  á  las  órdenes  del  General  Paunero, 
hizo  la  osada  marcha  estratéjica,  cruzando  la  pro- 
vincia de  Corrientes  al  frente  del  ejército  enemigo, 
lo  que  dio  por  resultado  la  reunión  con  las  fuerzas 
del  General  Flores,  para  batir  en  detalle  la  derecha 
de  Estigarribia  en  los  campos  de  Yatay,  el  1 7  de 
Agosto  de  1865,  y  mas  tarde  el  18  de  Setiembre, 
provocar  la  rendición  de  la  Uruguayana. 

'*■-"■ 
La  Legión  con  su  gefe  asistió  á  esos  episodios, 

y  tenemos  á  este,  entonces,  con  el  empleo  de  coman- 
dante de  la  2^  Brigada  de  la  I""  División  del  I" 
Cuerpo  del  Ejército  Argentino. 

Después  de  estos  sucesos,  el  ejército  aliado 
reconcentró  sus  fuerzas  y  avanzó  sobre  el  Paso  de 
la  Patria,  con  el  propósito  de  poder  dar  alcance  al 
ejército  de  Rezquin,  que  á  marchas  forzadas  se 
retiraba  al  Paraguay. 


^ 


20  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Resuelta  la  invasión  al  territorio  paraguayo,  fué- 
le  encomendada  al  General  Osorio  la  arriesgada 
empresa. 

La  primera  columna  de  desembarque  constaba 
de  diez  mil  hombres,  entre  los  que  formaban  el 
primer  cuerpo  del  ejército  argentino  á  las  órde- 
nes del  General  Paunero. 

Primeramente  desembarcaron  los  brasileros,  y 
solo  á  ellos  cupo  la  gloria  de  los  combates  del  16 
y  17  de  Abril  de  1866. 

Mas  tarde,  el  2  de  Mayo  del  mismo  año,  cuando 
tuvo  lugar  la  gran  sorpresa  á  nuestra  vanguardia, 
algunas  guerrillas  de  la  Legión  y  otros  cuerpos 
acudieron  al  campo  de  batalla,  limitándose  á  un 
corto  tiroteo  que  dio  por  resultado  varios  heridos, 
ocasionados  por  las  lejanas  balas  de  los  paragua- 
yos, que  ya  se  retiraban  despedazados  por  las  fuer- 
zas brasileras  y  orientales  que  eran  las  que  ha- 
b^n,  conjuntamente  con  el  P  de  caballería  de  lí- 
nea argentino,  sufrido  y  rechazado  el  inesperado 
ataque. 


En  este  combate  se  cubrió  de  gloria  el  1°  de 
linea  mandado  por  el  bizarro  coronel  Segovia. 
Sorprendido  este  cuerpo,  reaccionó  en  una  situa- 
ción difícil,  y  lanzándose  sobre  el  enemigo  que   le 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  21 

era  superior,  en  numero,  lo  rechazó  y  le  tomó  una 
bandera.   ^^^ 

En  los  primeros  momentos  la  batalla  del  24  de 
Mayo,  cuando  la  intrépida  caballería  paraguaya 
invadió  nuestro  campo  con  una  erupción  de  lanzas, 
avanzó  la  Legión  con  otros  cuerpos  á  tomar  su 
puesto  de  combate  y  á  apoyar  al  4  y  6  de  línea  que 
á  vanguardia  se  habían  visto  obligados  á  formar 
cuadro  para  rechazar  las  furiosas  cargas  del  ene- 
migo, que  dem/íslír^ba  el  intento  de  romper  la  iz- 
quierda del  ejército  argentino. 

Charlone  se  vio  detenido  á  medio  camino  y  obli- 
gado á  ejecutar  igual  maniobra;  apenas  tuvo  el 
tiempo  necesario  para  formar  cuadro  y  rechazar  al 
adversario.  '"'  Su  presencia  de  eápíritu  y  la  clase  de 
soldados  que  mandaba,  triunfaron  de  los  arranques 
desesperados  de  tan  bárbaros  ginetes. 

En  esta  batalla  como  en  todas,  Charlone  fué  el 
mismo  hombre  de    guerra,   reuniendo    siempre  á 


(1)  Después  del  combate  vi  muerto  al  abanderado  paraguayo;  era 
un  hombre  rubio  de  buena  presencia;  vestía  camiseta  punzó,  pantalón 
azul;  por  la  camiseta  entre  abierta  se  le  veía  la  camisa  bordada  á  mano, 
sin  kepi  y  descalzo  estaba  estendido  al  lado  de  tres  muertos,  uno  de) 
I**  de  linea  (degollado)  y  dos  paraguayos. 

(2)  El  Subteniente  Francisco    Paz    en    una  carta  á  su  padre,  dice 
que   la    Legión   formó    cuadro  cuatro  veces:  esto  lo    ignoraba,    mas 

respetando  la    versión   del    malogrado   amigo  la    consignamos    aquí 
como  un    dato   histórico. 


/ 


22 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


mano  para  prodigar  en  el  momento  preciso,  el  ar- 
dor, la  serenidad,  y  la  firmeza  de  carácter,  que  lo 
distinguia  cuando  olía  pólvora.  | 

Fué  á  la  I^  y  2^  división  del  primer  cuerpo,  á 
quien  cupo  en  el  ejército  argentino,  en  este  bri- 
llante dia,  el  mayor  caudal  de  gloria. 

Sus  despachos  de  Coronel  graduado  tueron  es- 
tendidos á  consecuencia  de  esta   inmortal  jornada. 


\. 


I  N   seg-uida  en  Julio  10  y   II    de  1866,  López 
provoca  nuevos   combates  en  Yataytí-Corá. 


Al  caer  la  tempestuosa  noche  del  dia  II,  Char- 
lone  recibe  la  orden  de  ocupar  con  su  brigada  la 
isleta  de  Yataytí-Corá.  En  el  primer  momentov 
opone  observaciones  á  este  movimiento,  porque 
siempre  antes  de  decidirse  hacía  campear  ante  todo 
la  prudencia,  que  alg^una  vez,  aunque  era  caso 
raro,  la  olvidaba  personalmente  en  el  trascurso  del 
combate.  Se  le  reitera  la  orden;  entonces  marcha 
decidido  y  ocupa  vahentemente  el  objetivo,  des- 
plega su  fuerza  tácticamente,  y  emprende  la  lucha 
con  los  paraguayos,  que  habían  tomado  posición 
del  otro  lado  de  un  estero  que  separaba  las  avan- 
zadas de  ambos  beligerantes.  El  fuego  se  man- 
tuvo recio  hasta  que  acude  Fraga  con  su  brigada 
y,  relevando  á  nuestras  tropas  empeñadas,  conti- 
núa el  combate  hasta  que  se  retiran  los  para- 
guayos. ■ 


24 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Cuando  Luis  María  Campos  '  '  se  aproximó, 
encontró  al  coronel  Charlone,  en  medio  de  un  fuego 
intenso  y  sin  descanso,  con  la  mayor  sangre  fría 
apoyado  sobre  un  árbol,  comiendo  tranquilamente 
una  naranja.  Aquí  puede  muy  bien  decirse  que  su 
estómago  era  á  prueba  de  bomba. 


(I)  El  comandante  Campos  mandaba  el  6  de  línea  que  con  el  4 
formaba  la  3;i  brig-ada  del  I^r  cuerpo;  unidad  de  fuerza  que  estuvo  á 
las  órdenes  de   Fraga. 


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ESUELTA  mas  tarde  la  operación  sobre  Curu- 
paytí,  movíase  el  Ejército  Argentino  del  cam- 
po de  Tuyutí,  y  ejecutó  sin  ser  sentido  una  marcha 
nocturna  de  flanco  sobre  nuestra  izquierda,  á  tiro 
de  cañón  de  las  posiciones  del  enemigo;  remontó 
el  rio  Paraguay,  desembarcó  en  Curuzú,  y  sentó 
su  real  allí  hasta  algunos  dias   después    del  asalto. 


Amaneció  el  22  de  Setiembre  de  1866.  ¡Solem- 
ne despertar !  Las  armonías  del  himno  patrio  con- 
movía tantos  corazones  que  pronto  dejarían  de 
latir.  Un  bello  sol  de  primavera  apareció  perezoso 
detrás  de  las  selvas  del  oriente,  esparciendo  sus 
brillantes  tintes  sobre  el  silencioso  campamento 
que  esperaba  impasible  la  orden  de  ponerse  en 
marcha.  Algún  tiempo  después,  la  vibración  de  la 
artillería  de  la  escuadra  atronaba  la  atmósfera  y  se 
senda  bien  distintamente  el  ruido  espantoso  de  las 
granadas  que  se  lanzaban  al  campo  enemigo. 


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26  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Una  escena  bien  distinta  tenia  lugar  en  este  mo- 
mento en  la  carpa  del  Dr.  Molina.  Saboreando  un 
banquete  de  soldado,  cuyo  manjar  mas  esquisito 
era  un  raquítico  sábalo  comprado  á  precio  romano, 
se  encontraban  reunidos,  Fraga,  Charlone,  Rosetti, 
Alejandro  Diaz  y  Luis  María  Campos. 

Aquella  mesa  nos  traia  á  la  memoria  una  comida 
después,  de  un  entierro:  una  atmósfera  silenciosa 
se  mezclaba  á  la  sobriedad  del  almuerzo:  los  chis- 
tes forzados  se  sucedían  con  grandes  intervalos: 
hipócritas  manifestaciones  del  corazón:  estaban 
tristes  y  no  sabían  porqué:  es  que  el  amargo  pre- 
sentimiento que  allí  batia  sus  almas  y  que  los  im- 
•■  pulsaba  al  solemne  vaticinio,  era  la  misma  fatalidad 
que  mas  tarde  revestiría  una  forma  tangible. 

De  repente  Fraga,  con  aquella  arrogancia  en  el 
porte  y  en  el  hablar  que  le  era  característica,  hizo 
un  jesto  de  visible  contrariedad,  y  esclamó  con 
triste  sonrisa. 

¡Hoy  me  van  á  matar!  recibiré  un  balazo  en  el 
vientre,  pero  tendré  el  honor  de  morir  con  el  kepí 
que  Vd.  me  ha  regalado;  y  dirigiéndose  á  Luis 
María  Campos,  lo  saludó  con  gallardía.  *^^ 


(I)  El  kepí  que  llevaba  Fraga  era  un   regalo   de  Luis  María  Cam- 
pos y  á  eso  aludía   el  infortunado   profeta  de  su  desgracia. 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  27 

En  ese  instante  se  escuchó  la  voz  clara  de  Rose- 
tti  que  decia: 

jYo  también  voy  á  morir!  y  es  tan  cierto  mi  pre- 
sentimiento que  he  arreglado  mis  asuntos  ... 

No  concluyó  porque  fué  interrumpido  por  Ale- 
jandro Diaz,  que  con  voz  grave  y  acentuada  mur- 
muró esta  única  frase: 

¡Yo  también  v^oy  á  morir! 

Charloñe  que  hasta  ese  momento  habia  guarda- 
do silencio,  al  oir  estas  palabras;  se  irguió,  y  ejecu- 
tando un  ademan  brusco,  exclamó  con  nervioso 
acento: 

Del  mismo  modo  quedaré  allí  de  un  metrallazo; 
pero  caeré  en  mis  cabales,  porque  hasta  ahora  en 
el  ejército  argentino,  en  esa  patria  que  tanto  amo, 
nadie  ha  ido  mas  lejos  que  yo,  y  es  por  eso  que 
quiero  darle  mis  glorias  y  mi  sangre. 

Al  concluir  esta  frase  temblaba  la  palabra  en  los 
labios  del  bravo  veterano,  es  que  hablaba  con  el 
alma,  sintiendo  prematuro  el  entusiasmo  del  últi- 
mo sacrificio. 


28  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


Sucedió  uh  momento  de  silencio  que  fué  inter- 
rumpido por  Rosetti,  quien  dirigiéndose  á  Luis 
Maria  Campos,  dijo: 

¡  El  General  Petit  ^^^    también  ha  de  morir ! 
— No !  gritó   Fraga;   saldrá    herido    solamente 
para  que  cuente  el  cuento. 

En  este  instante  se  presentó  á  la  puerta  de  la 
carpa  un  ayudante  á  traer  una  orden,  aunque  su 
nombre  lo  hemos  olvidado,  recordamos  que  era 
rubio  y  de  una  talla  gigantesca. 

— Y  áeste? — balbuceó  uno  de  los  circunstantes. 

— Como  es  tan  grande,  será  el  primero  que 
muera,  replicó  secamente  Charlone. 

En  seguida  todos  guardaron  el  mas  profundo 
silencio. 

Con  escepcion  del  lugar  de  la  herida  de  Luis  M. 
Campos,  la  profecía  salió  fatalmente  cierta.   ^^* 


(1)  Nombre  cariñoso  que  daban  á  Luis  Maria  Campos. 

(2)  Relación  del  g-eneral  D.  Luis  Maria  Campos,  único  testigo  que 
sobrevive  á  sus  infortunados   compañeros. 


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LAS  nueve  de  la  mañana,  el  ejército  se  movdó 
sobre  la  formidable  línea  de  Curupaytí;  hizo 
alto  á  cierta  distancia:  tomó  sus  posiciones  de  com- 
bate, y  esperó  en  silencio  los  resultados  del  famoso 
bombardeo  de  la  escuadra. 


/ 


En  esta  circunstancia,  fué  que  vimos  pasar  á  las 
cabezas  de  columna  destinadas  al  asalto.  Char- 
lone  iba  cabizbajo:  aquel  hombre  intrépido,  enca- 
denado á  un  sentimiento  estraño  á  su  carácter  im- 
petuoso, se  hacía  notable;  y  ávidas  las  miradas  que 
errumpian  con  un  efluvio  del  alma,  se  clavaron  en 
él,  en  Fraga,  en  Roseti,  en  Alejandro  Diaz,  en 
Salvadores,  y  en  tantos  otros  gefes  y  oficiales  dis- 
tinguidos que  marchaban  en  silencio  al  frente  de 
las  soberbias  columnas  argentinas. 


El  primer  ataque  fué  encomendado  á  la  4^  Divi- 
sión del  primer  Cuerpo  de  Ejército,  mandado  por 
el  Coronel  Susini,  y  á  la  léalas  órdenes   del  Co- 


30  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

ronel  Rivas.  En  la  primera  formaba  la  brigada  del  \ 
Coronel  Charlone.  ; 

Estas  dos  columnas  cargaron  en  orden  paralelo, 
salvando  con  inauditos  esfuerzos  los  accidentes  del 
terreno,  y  una  línea  de  fosos  que  servían  de  obras 
avanzadas  á  la  línea  principal. 


Llegaron  á  los  abatís  sufriendo  un  fuego  conver- 
gente de  mosquetería  y  metralla,  y  en  el  mas  es- 
pantoso desorden  se  detuvieron  ante  ese  obstáculo 
insuperable.  :    : 

Charlone  entonces  demostró  un  coraje  temera- 
rio: se  siníió  su  iracundo  acento  que  atronaba: 
gritaba  sin  cesar:  ¡Es  necesario  entrar!,  y  con  vio- 
lentos esfuerzos  trataba  él  mismo  de  entreabrir  las 
entretegidas  ramas  que  impedían  el  asalto. 

Ocupado  en  esta  arriesgada  faena,  fué  derribado 
por  un  golpe  de  metralla  que  lo  atravesó  de  un 
lado  al  otro  del  pecho.  Mortalmente  herido,  aun 
sus  labios  se  entreabrieron  para    murmurar:  /  Vwa 

la  Patria! una  bocanada  de  sangre  ahogó  el 

gemido  heroico,  y  cayó  envuelto  en  los  pliegues  del 
sagrado  estandarte  de  su  patria  adoptiva,  en  esa 
hermosa  bandera  de  los  argentinos  que  él  tantas 
veces  había  conducido  á  la  victoria;  y  hubiera  que- 
dado allí  á  no  ser  la  noble  abnegación  del  sargento 


•.;íB3k»?7*ST?í,*    '  --"?;»;»^?^«'       .■  ¡■ig'Wx^íTJJr - 


EL    CORONEL    JUAN    BAUTISTA    CHARLONE  31 

Etchart  que  lo  tomó  en  brazos,  lo  atravesó  sobre 
el  caballo  y  se  alejó  rápido  de  aquel  campo  deso- 
lado ¡Preciosa  carga,  conducida  por  la  fidelidad! 
para  que  al  menos,  si  la  muerte  le  sorprendía, 
reposara  en  tierra  argentina,  en  esa  tierra  que  él 
tanto  amaba,  y  por  la  que  acababa  de  derramar 
su  última  gota  de  sangre.   '^'^ 


Mas  tarde  sucumbía  el  férreo  veterano,  delirando 
rumores  de  batalla;  estremecimientos  nerviosos  del 
heroísmo  que  pugnaba  con  la  muerte,  con  esa  in- 
justa muerte,  que  caprichosa  detenia  la  gloriosa 
fortuna  de  un  soldado  .  .  .moría  al  fin  ese  hombre 
de  los  combates,  admirando  su  postrera  entereza  á 
los  médicos  que  lo  asistían,  y  sus  sangrientos  des- 
pojos eran  enviados  á  Buenos  Aires,  donde  un  pue- 
blo entristecido  le  prodigaba  las  mas  honrosas 
exequias.  ' 

Sobre  su  tumba  olvidada,  ha  debido  grabarse  el 
lema  antiguo: 

Pliisíot  niotíriF  hoiiestemení 
Que  fitir  vilaiuement. 


(I)  Al  narrar  este  pt  queño  boceto,  hemos  tenido  á  la  vista  las  re- 
laciones de  los  generales  Vedia,  Campos,  de  los  coroneles  Susini,  Be- 
lisle.  Pico,  y  del  Sr.  Gra&so  antiguo  compañero  de  armas  del  coronel 
Charlone  en  el  sitio  de  Montevideo;  y  otros  documentos  referentes  á 
este  bravo  gefe. 


tij¡«|^!*y?f'e9''3*»T^^T'  ,'»»r<-YS'.*;».!rv^jr  .,"  ^-,-  --'  _>-    --^íf^-^^fjpiK-t^"--'^;*  ■»-»'-—".■'_  t^. 


LOS  CUADROS  DE  UN  INVÁLIDO 


(EPISODIOS  DE  LA  GUERRA  DEL  PARAGUAY) 


« ~~^''a*r-  ■ 


11 


( 


"*j;/-^  '«í'  /■ 


I. 


No  debe  haber  mayor  timbre  de 
honor  para  un  ciudadano,  que  por 
la  gloria  de  su  patria,  abandona  la 
tranquila  vida  del  hogar,  expo- 
niendo á  su  familia  á  las  mayores 
privaciones,  que  dejar  un  miembro 
de  su  cuerpo  en  el  campo  de  ba- 
talla. 


I  L  arte  de  la  pintura  que  reproduce  tácitamente 
las  variadas  escenas  de  la  vida,  los  grandes 
acontecimientos  del  pasado,  que  revela  en  una 
pincelada  mecánica,  lo  que  talvez  un  talento  litera- 
rio no  haría  en  un  libro,  ya  demostrando  los  arran- 
ques violentos  de  la  desesperación,  los  dolores 
supremos  de  la  adversidad,  el  fanatismo  de  una 
idea,  la  serenidad  del  espíritu,  ó  los  sentimientos  y 
pasiones  de  un  pueblo  en  sus  diversas  faces,  ó  el 
conjunto  de  grandezas  que  impulsan  en  una  época 
propicia  á  crear  un  gran  acontecimiento;  ese  arte 
que  se  paga  tan  caro  cuando  los  productos  son 
escepcionales,  y  honra  y  adorna  al  mismo  tiempo  á 
las  naciones  civilizadas,  tiene  para  mi   el  culto  mas 


36  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


constante  porque  veo  en  él  el  mas  noble  auxiliar  de 
la  historia,  y  uno  de  los  medios  de  conmemorar  sus 
ofrandes  hechos. 

■o 

Hoy,  aunque  modestamente,  se  inicia  esa  tarea 
en  mi  país,  y  con  agrado  distingo  por  primera  vez 
que  un  pintor  argentino,  formado  por  su  propio 
esfuerzo,  ha  salvado  del  olvido  episodios  de  una 
época  que  será  siempre  un  timbre  de  honor  en  los 
anales  de  la  patria. 

Los  cuadros  de  este  artista  ignorado  hasta  hoy, 
son  29,  están  pintados  al  óleo  y  representan  diver- 
sos episodios  de  la  guerra  del  Paraguay:  su  autor 
es  el  capitán  de  inválidos  D.  Cándido  López,  oficial 
que  fué  en  aquella  época,  del  Batallón  San  Nicolás, 
cuerpo  que  hizo  la  campaña  desde  el  principio 
Jiasta  el  fin,  concurriendo  á  todas  sus  grandes 
jornadas. 

El  autor  por  si  solo  realza  el  mérito  de  sus  telas. 
Actor  distinguido  que  deja  un  brazo  en  un  campo 
de  batalla  memorable,  es  el  único  testigo  presen- 
cial que  al  través  de  veinte  años  de  distancia,  hace 
surgir  con  animado  colorido  una  parte  del  panora- 
ma histórico,  donde  el  ejercite  argentino  hizo  pe- 
nosa escuela,  y  adquirió  un  renombre  merecido. 


II. 


L  capitán  López  formó  entre  los  primeros  que 
al  iniciarse  la  contienda,  marcharon  entusiastas 
á  engrosar  las  filas  de  la  juv-entud  argentina,  queT 
ardiente  respondió  al  llamado  del  patriotismo.  Asis- 
tió á  casi  todas  las  acciones  de  guerra  que  tuvieron 
lugar  hasta  el  22  de  Setiembre  de  1866,  en  cuya 
sangrienta  jornada,  perdió  el  brazo  derecho,  batién- 
dose como  un  bravo  al  frente  de  sus  soldados. 


Durante  el  período  de  su  permanencia  en  el 
ejército,  empleó  el  tiempo  que  le  dejaban  sus  obli- 
gaciones militares  en  hacer  un  gran  acopio  de 
material  artístico,  ya  tomando  del  natural  paisajes 
de  los  puntos  mas  importantes,  ó  esbozando  bata« 
lias  en  las  que  habia  sido  combatiente  ó  inteligente 
observador. 


Esos  dibujos  y  acuarelas  copiados  del  Vero  con- 
tenían en  si  un  gran  valor  histórico;  de  manera  que, 
sin  pensarlo  el  modesto  miliciano  servia  á  su  patria 


38  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  ' 

con  doble  impulso;  y  afanoso  y  persistente  trasla- 
daba al  lienzo  la  verdad,  que  se  pierde  al  fin,  ó  se 
desfigura  por  completo  en  la  tradición  oral,  y  sin 
cuyo  auxilio  los  ilustres  pintores  del  futuro  no  po- 
drían animar  sus  grandes  telas^  como  lo  han  hecho 
David.  H.  Vernet,  Pradilla,  Mesonniér,  Neuville, 
Detaille,  y  otros. 

Los  lienzos  del  manco  de  Curupaytí  llevan  el  sello 
indeleble  de  su  propia  sangre:  son  el  testimonio  ine- 
ludible del  testigo  ocular  de  aquellas  gloriosas 
escenas:  tenaz  investigador,  con  un  propósito  hon- 
roso y  de  sano  criterio,  que  sacrificando  todo  á  la 
exactitud  del  detalle  nos  ha  conservado  asi  un 
precioso  documento  para  la  historia. 


III. 


I  nuestra  gloriosa  epopeya  de  !a  independen- 
''cia  hubiese  legado  al  presente  las  impresiones 
reales  de  un  cronista  de  pincel,  ¡cuántas  escenas 
ignoradas  hoy,  y  paisajes  suprimidos,  habrían  enri- 
quecido las  producciones  de  los  historiadores!  Mu- 
chas veces  el  simple  bosquejo  de  un  lugar  célebre  ó 
de  un  episodio,  ejecutado  por  un  testigo  presencial, 
es  un  libro  abierto,  donde  el  investigador  se  dá 
cuenta  al  través  del  tiempo  del  suceso  y  de  la  ac- 
ción del  hecho  comprendiéndolo  mejor  en  su  esce- 
nario propio.  Tan  es  así  que  hemos  presenciado 
en  estos  tiempos,  una  interesante  discusión  históri- 
ca entre  dos  eminencias  literarias^  sobre  el  ataque 
de  los  ingleses  á  Santo  Domingo:  discusión  que 
se  hubiera  evitado  con  el  estudio  de  un  miserable 
croquis,  que  pudo  muy  bien  haber  sido  hecho  por 
un  sargento. 


En  este  sentido  dando  á  la  pintura  su  verdadero 
valor  histórico  y  teniendo  en  cuenta,  el  servicio 
que  presta  el  Capitán  López  á  su  país  y  á  sus  com- 


<r-.^ 


40  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

pañeros  de  armas,  merece  la  consideración  de  sus 
conciudadanos,  y  el  reconocimiento  del  Gobierno  á 
cuyo  frente  está  un  militar  que  ha  sido  actor  tam- 
bién de  esos  sucesos;  y  tanto  mas  deberá  ser  ese 
reconocimiento,  cuanto  que  el  artista  es  un  soldado 
quebrantado_,  combatido  há  largos  años  por  su 
mala  estrella  que  se  encuentra  hoy  con  una  nume- 
rosa familia  en  condiciones  estrechas,  siendo  á  la 
vez  el  pintor  y  el  inválido  de  las  glorias  argen- 
tinas. 

¡Cuántos  años  de  paciencia  y  de  labor  habrá  ne- 
cesitado para  completar  su  obra!  pintando  con  una 
mano  rebelde  al  arte,  á  la  que  tuvo  que  adiestrar 
con  improbo  trabajo.  Yo  lo  he  conocido  en  el  duro 
yunque  de  su  tarea,  preocupado  y  asaltado  sin  des- 
canso por  la  cruel  adversidad,  sintiendo  que  la  mi- 
seria encarnizada  golpeaba  injustamente  su  puerta 
de  hombre  honrado,  cavilando  dolores  inmensos  en 
las  largas  noches  del  insomnio  febriciente,  y  llevan- 
do alguna  vez  á  sus  cuadros,  las  negras  nubes  de 
su  doliente  espíritu. 

Todo  lo  venció  al  fin  su  inalterable  patriotismo, 
y  la  gloria  de  los  argentinos  que  como  un  astro 
propicio  vino  á  iluminar  su  mente  atormentada,  le 
dio  fuerza  y  perseverancia  para  soportar  su  angus- 
tia de  soldado.  Sus  nobles  recuerdos  convulsio- 
nando su  alma  con  emociones  santas,  apiñados,  en 


LOS  CUADROS  DE  UN  INÁVLIDO 


41 


tropel  animaron  la  tela  del  futuro  con  los  sangrien- 
tos colores  del  pasado. 

Pintó  entonces,  con  constante  anhelo,  encarnizados 
combates  de  una  contienda  inmortal,  donde  la  cre- 
pitación errante  de  la  batalla  recorre  veloz  el  es- 
pacio con  retumbos  continuados  que  anuncian  la 
horrible  matanza,  despiadada,  fría,  m.atemática  en 
diversas  figuras  geométricas,  y  resultados  previstos: 
el  ángulo,  el  cuadrado,  las  paralelas,  la  curva,  como 
las  figuras  de  un  inmenso  y  movible  armazón  piro- 
técnico, dibuja  diversas  espesas  líneas  de  humo  que 
se  mueven,  se  rompen,  se  enlazan,  avanzan,  retro- 
ceden, se  desordenan,  se  confunden,  se  estienden 
de  nuevo  cambiando  de  forma  acada  momento  con 
una  regularidad  pasmosa,  todo  al  son  desafinado  de 
estallidos  horrorosos,  de  músicas  descalabradas,  y 
roncos  tambores.  Esa  escena  grandiosa,  sin  em- 
bargo, de  ser  commovida  por  esos  grandes  ruidos 
que  aturden,  está  recojida  en  un  silencio  humano 
terrible;  mas  cruel  aún  que  todo  eso.  Ese  silencio 
se  llama,  la  disciplina:  mágico  poder  despótico  que 
posee  un  hombre  débil,  raquítico,  de  un  aspecto 
físico  despreciable,  sobre  una  masa  de  sus  semejan- 
tes que  son  todos  seres  robustos  y  armados  hasta 
los  dientes.  Ese  poder  misterioso  que  hace  que  el 
soldado  con  una  calma  estoica  mate  ó  muera  por 
algo  que  se  llama  en  lenguaje  de  la  virtud,  el  cum- 
plimiento del  deber,  y  se  destaque  como  una  ame- 


42  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

naza  ó  una  salvaguardia  de  la  libertad  de  las  nacio- 
nes; aquel  ser  único  en  la  existencia  humana,  que  es 
movido  por  resortes  tan  sólidos  y  fascinadores  que 
avasallan  su  espíritu  de  conservación:  producto  de 
un  sistema  necesario  y  absoluto,  sin  igual,  cuyos 
grandiosos  efectos  forman  del  hombre  libre  el  héroe 
esclavo,  electrizado  por  la  nerviosa  chispa  del  amor 
á  la  patria;  sistema  duro,  implacable,  cruel  alguna 
vez;  pero  que  es  la  única  llave  con  que  se  abre  el 
templo  de  la  victoria.  .  • 

Bosquejó  con  ánimo  reverente,  columnas  solem- 
nes, silenciosas,  recojidas  en  un  sentimiento  religio- 
so, rodeando  con  sus  armas  relucientes  á  un  fraile 
soldado,  rindiéndolas  con  dignidad  ante  el  supremo 
creador;  frentes  altivas  de  guerreros  endurecidos 
en  la  lidia  sin  descanso,  elevando  su  espíritu  en  alas 
de  un  pensamiento  íntimo,  incomensurable. 

Dio  vida  y  animación  á  los  alegres  campamentos 
donde  entre  las  crueles  privaciones,  y  la  resigna- 
ción á  la  dura  tiranía  de  la  disciplina,  se  hace  la 
vida  de  hermanos,  y  se  preparan  por  un  solemne 
juramento  á  morir  por  la  patria. 

Animó  paisajes  históricos  lujuriantes  de  vejeta- 
cion  tropical,  irradiados  por  esa  luz  sublime  que 
esparce  en  el  ambiente  perfumado  la  vida  y  el  calor. 


.Mí-'. 


LOS  CUADROS  DE  UN  INVALIDO 


43 


Prestó  las  sombras  de  sus  amargas  noches  al 
oscurecido  bosque  desierto,  salvaje,  enmarañado, 
entretejido  desordenadamente  de  corpulentos  ár- 
boles, cuya  nudosa  y  rugosa  piel,  demuestra  siglos 
de  muda  existencia,  como  el  testimonio  de  la  fuerza 
colosal  del  suelo  americano,  ostentando  monstruo- 
sos ingertos  que  á  la  penumbra  del  crepúsculo  de  la 
tarde  semejan  híbridos  abortos  de  infernal  misterio, 
dejando  balancear  pausadamente  gruesas  lianas 
que  parecen  las  rotas  cuerdas  ennudadas  de  un  arpa 
eólica,  inmensa;  en  la  que  aun  gime  un  viento  de 
fuego  los  entrecortados  lamentos  de  un  pueblo  es- 
clavo. Selva  infinita,  donde  la  imaginación  aturdida 
divaga  incierta,  y  el  corazón  frente  á  esa  soledad 
de  árboles,  pavorosa,  se  siente  oprimido  por  un  pá- 
nico horrible  que  hiela  la  sangre  que  lo  impulsa,  y 
solo  lo  arranca  de  ese  estupor  cobarde  uno  que 
otro  graznido  de  alguna  ave  de  rapiña,  que  anuncia 
con  la  algazara  del  festín  la  ansiada  presa  del  dia, 
ó  el  rugido  déla  vagamunda  fiera  que  previene  que 
ese  es  su  dominio,  y  que  solo  espera  la  hora  tene- 
brosa del  acecho  para  saciar  su  hambre  en  la  incau- 
ta víctima. 


Arrojó  la  luna  pálidamente  fúlgida  balanceándose 
inquieta,  como  agitada  de  temor,  en  el  turbio  lago 
ensangrentado,  derramando  un  barniz  color  de  cera 
sobre  la  lívida  faz  de  un  cadáver  flotante,  que  pa- 
rece que  se  mece  á  su  atracción,  en  las  silenciosas 


44  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

aguas  del  estero,  impulsado  por  la  brisa  de  los 
muertos,  que  allá,  en  las  ramas  de  los  árboles  de 
la  orilla  murmura  un  acento  desconocido. 

Destacó  de  un  suelo  arenoso,  inhospitalario  al- 
guna esbelta  palmera,  dando  sombra  escasa  á  una 
tumba  anónima,  por  fin,  consagró  los  momentos  mas 
íntimos  de  su  vida  á  una  obra  noble  y  patiiótica, 
obra  que  recien  se  sabrá  apreciar,  cuando  algún 
eminente  pintor  argentino  inmortalice  nuestros 
grandes  hechos,  recogiendo  en  esta  preciosa  fuente 
la  base  fundamental  de  sus  cuadros;  y  hoy  conso- 
lado el  braveo  inválido  esperimenta  la  satisfacción  de 
merecer  la  estimación  de  sus  compatriotas  que  acu- 
den solícitos  á  contemplar  su  obra. 


■%■. 


\:-_>jf*jS^:: 


IV. 


US  telas  en  cuanto  al  sentimiento  artístico  de- 
"ben  calificarse  como  las  de  un  buen  aficionado, 
representan  todas  animados  episodios  de  la  guerra 
del  Paraguay.  Son  cuadros  históricos  que  llevan  en 
este  sentido  su  mayor  mérito,  disimulando  este 
realce  sus  defectos:  siendo  también  de  notar  el  colo- 
rido del  paisaje,  los  planos  bastante  bien  graduados- 
aunque  no  bien  equilibrados:  la  perspectiva  aérea 
alguna  vez  es  digna  de  elogio,  lo  mismo  que  la 
composición  bastante  bien  ordenada,  repartida  en 
una  multitud  de  grupos  que  se  mueven  en  veinti- 
nueve telas  de  ochenta  centímetros  por  treinta. 


En  esta  sección  la  pintura  militar  es  la  mas  difi'cil. 
La  animación  de  multitud  de  figuras  en  diferentes 
posiciones  y  el  conjunto  general  de  esos  grupos  es 
ardua.  Salvator  Rosa,  refiriéndose  á  la  Divina  Co- 
media, encomiando  el  talento  del  Dante,  decia:  ''Es 
el  primer  pintor  del  mundo  porque  ha  pintado  seis 
mil  figuras  en  diferentes  posiciones."  Esa  es  la 
razón  porque  son  escepcionales  los  pintores  de 
batallas. 


46  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  >  :- 

López  tiene  combates  que  los  ha  tratado  bastan- 
te bien  y  están  ejecutados  con  el  sello  criollo 
que  es  tan  necesario  á  los  cuadros  del  país. 

La  batalla  del  2  de  Mayo  es  uno  de  estos:  son 
dos  lienzos  que  reflejan  instinto  del  arte  y  conoci- 
miento de  la  táctica  de  las  armas  según  se  bosque- 
jan sus  movimientos  en  la  imaginación  guardando 
la  acción  del  campo  de  la  lucha. 

El  primer  cuadro  representa  el  ataque  de  los 
paraguayos  á  los  orientales,  que  tuvo  lugar  el  2  de 
Mayo  de  1866.  La  escena  se  vé  á  lo  lejos,  y  no 
podrá  negar  el  que  haya  visto  aquel  combate  á 
cierta  distancia,  que  no  puede  ser  mayor  la  verdad 
histórica  llevada  al  lienzo  al  través  del  tiempo.  Ese 
entrevero  confuso  de  la  infantería  paraguaya  con 
las  fuerzas  aliadas  de  la  vanguardia,  se  anima  por 
grados.  Pallejas,  haciendo  prodigios  de  valor_,  re- 
trocede palmo  á  palmo,  hecho  pedazos:  sus  orien- 
tales sucumben  sin  descanso.  Imposible  poder  con- 
tener aquella  irrupción  de  bayonetas  que  se  le 
viene  ^encima,  dispersa  como  un  ataque  de  indios; 
y  al  contemplar  ese  desorden  en  retroceso,  nos 
trae  á  la  memoria  los  esfuerzos  de  nuestros  va- 
lerosos compañeros  de  peligros,  los  orientales  y 
brasileros.  Es  aquella  como  una  nube  de  san- 
gre que  gira  en  lontananza:  en  ciertos  momen- 
tos,  semeja   un  volcan   de   llamas  que   rueda   sin 


LOS  CUADROS  DE  UN  INVALIDO 


47 


rumbo  entre   horrorosos  estruendos  y  borbotones 
de  humo.  , 

En  el  segundo  se  distingue  el  choque  del  1° 
de  caballería  de  línea  con  un  regimiento  paraguayo 
uno  de  los  episodios  mas  gloriosos  para  los  argen- 
tinos; es  el  primer  tanteo  de  las  dos  bravas  caballe- 
rías. Esta  tela  es  de  mas  mérito;  hay  multitud  de 
caballos  en  diferentes  posiciones  que  se  animan 
gradualmente  y  galopan  en  un  paisaje  paraguayo, 
donde  no  faltan  esbeltas  palmeras  y  sombríos 
esteros. 

Colorido,  composición  y  perspectiva,  todo  es 
bastante  bueno  en  él;  solo  en  algunas  partes  falla 
el  dibujo,  pero  mirado  el  cuadro  á  distancia,  no  se 
nota  tanto  ese  defecto. 


Yatay  y  Uruguayana^  esas  dos  grandes  victorias 
estratégicas  del  generalísimo  de  la  triple  alianza, 
están  ejecutados  con  verdad  y  solo  se  nota  el  defec- 
to de  perspectiva  y  dibujo,  como  también  algún 
amontonamiento  en  las  tropas. 

En  este  campo  de  batalla  los  claros  son  menos 
espaciosos  que  los  que  marca  la  ordenanza  y  por 
consecuencia  mucho  menos  que  los  que  se  observan 
en  el  campo  de  batalla;  los  espacios  en  los  cuerpos 
han  debido  calcularse  por  la  estatura  de  las  figuras, 


■  1- '■"*-■ 


♦  *. 


48  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


dando  siempre  mayor   claridad  que  la  que  la  real- 
mente deben  tener.  ■       i      '/ "-"-'^^hj' 

De  este  mismo  defecto  adolece  la  batalla  del  24 
de  Mayo,  y  una  misa  al  aire  libre,  sin  embargo,  que 
aquí  se  me  puede  decir  que  no  hay  regla  fijaporque 
alguna  vez  se  estrecha,  según  convengan,  el  espa- 
cio circulante  con  el  propósito  de  reducir  las  dis- 
tancias; pero  reputo  de  mayor  efecto  mas  separa- 
ción en  las  masas.  -k-  \ 

Las  tropas  que  se  agrupan  demasiado,  producen 
mal  punto  de  vista  por  su  misma  regularidad  geo- 
métrica. 

Los  defectos  de  la  composición  y  el  colorido  son 
pasables,  cuando  en  el  cuadro  resalta  la  perspec- 
tiva y  el  dibujo  que  son  la  base  esencial  de  una 
buena  tela.  Esto  no  se  adquiere  sino  después  de 
un  constante  trabajo. 

Hay  otros  cuadros  como  el  número  XIII,  que  re- 
presenta un  campamento  paraguayo  incendiado;  el 
XVI,  un  campamento  en  el  ¡Empedrado;  XIX,  y 
XXII,  Itapirú;  el  XXIII,  canipo  en  el  Paso  de  la 
Patria  que  incuestionablemente  tienen  su  mérito 
artístico,  sobresaliendo  en  todos  el  vigoroso  colo- 
rido del  paisaje  del  teatro  déla  guerra. 


:-    .  ■ '  -  '..-    ■        ■     ■■  *-i    '  ■  '  ■'   vil  ■ 


LOS  CUADROS  DE  UN  INVALIDO 


49 


Al  felicitar  á  nuestro  antiguo  compañepo  de 
armas,  le  rogamos  que  continúe  su  tarea,  buscando 
al  mismo  tiempo  en  el  constante  estudio  ur  nuevo 
impulso  al  arte  que  profesa,  y  le  garantimos  que 
si  doblega  sus  facultades  artísticas  á  estudiar  el 
dibujo  y  la  perspectiva,  será  con  el  tiempo,  nuestro 
pintor  de  batallas,  que  unirá  á  la  verdad  histórica  y 
la  exactitud  técnica,  las  cualidades  que  animan  las 
-masas,  imprimiéndolas  el  movimiento  de  la  vida. 

Cuando  á  la  sangre  prodigada  por  un  deber 
sagrado,  se  agregan  los  servicios  patrióticos  de  la 
inteligencia,  la  posteridad_,  aunque  modestamente, 
no  podrá  menos  que  señalar  un  puesto  en  su  tea- 
tro sin  límites,    al   inválido  artista.  ^^'' 

Buenos    Aires   1886. 


(I)     Este   artículo    publicado  en  otro    tiempo,  lo  presentamos  hoy 
■completamente  trasformado 


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EL  CORONEL 


MIGUEL  MARTÍNEZ  DE  HOZ 


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Coronel 

Martínez   de  Hoz 


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I. 


Velar  se  Hebe  la  vida  de  tal  suerte 
Que  viva  quede  en  la  muerte. 


^^.  ONTiNUAMOs  la  gralería  fúnebre  de  los  que  que- 
daron  en  la  guerra  del  Paraguay. 


Hoy  le  toca  el  turno  á   un  héroe  de  la  guardia 
nacional. 


Miguel  Martínez  de  Hoz,  era  alto,  esbelto,  de 
arrogante  continente  militar;  largo  cabello  y  negra 
barba  daba  realce  á  su  fisonomía  pálida,  correcta  y 
vigorasa,  impregnada  alguna  vez  de  tristeza  que  es- 
parcía una  profunda  melancolía  en  ese  semblante  de 
músculos  de  acero:  dos  grandes  ojos  negros  lo 
iluminaban  con  una  mirada,  que  aunque  altiva,  hacía 
sospechar  una  alma  sin  doblez  y  revelaba  al  mismo 
tiempo  su  temple  de  fierro. 

Afable,  excelente  amigo;  admirador  constante  de 
las  bellas  acciones;  tenaz  y  honrado  en  sus  procede- 
res; de  pasiones  vehementes;  y  violento  en  ciertas 


54  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

circunstancias,  el  rencor  era  una  mancha  oscura  en 
esa  alma  de  plata:  en  cambio  le  adornaba  con  sim- 
páticos tintes  un  culto  caballeresco  por  las  damas; 
nada  le  mortificaba  mas  que  la  maledicencia  que 
hería  la  reputación  de  una  señora. 

Bravo  por  temperamento,  se  arrojaba  á  los 
peligros  con  entusiasmo  y  jamás  se  jactó  de  una 
hazaña.  Su  generosidad  y  bellas  condiciones  de 
carácter  eran  proverbiales:  nadie  golpeó  su  puerta 
en  vano:  la  desgracia  tenía  allí  un  amparo  desinte- 
resado, guardado  con  latente  empeño  en  el  corazón 
de  un  león. 

Nunca  fué  un  militar  consumado,  le  faltaba  los 
conocimientos  superiores,  no  por  carencia  de  apti- 
tudes, sino  por  la  ausencia  de  la  experiencia  que  en- 
carna la  larga  práctica  de  la  guerra;  de  ésta  no 
conocía  sino  el  combate:  un  lidiador  de  oficio:  nacido 
para  la  lucha,  había  endurecido  su  cuerpo  en  la  vida 
azarosa  del  gaucho;  y  en  la  política  se  manifestaba 
siempre  un  caudillo  prestigioso  que  atraía  á  las  ma- 
sas, siendo  en  la  campaña  donde  sentara  su  real, 
amado  y  temido  al  mismo  tiempo. 

Soberbio  ginete,  sobre  su  corcel  chileno,  negro 
como  la  noche,  parecía  un  caballero  de  la  edad 
heroica  en  medio  de  las  armaduras. 


EL    CORONEL  MIGUEL  MARTÍNEZ  DE  HOZ 


55 


Su  noble  corazón  rindió  culto  al  amor  con  férreo 
vasallaje:  en  esto  mismo  demostró  un  carácter, 
sacudiendo  en  la  hora  del  deber  el  yugo  violento; 
sus  amargos  secretos  no  se  vislumbraron  nunca  en 
su  vida  de  soldado,  y  cualquiera  hubiera  dicho  que 
el  profundo  respeto  que  á  toda  hora  manifestaba 
por  la  mujer,  era  una  vanidad  pueril. 

Imponía  aquel  hombre,  que  tenía  algo  de  mas 
atrayente  que  los  demás:  la  guerra  para  él  era  un 
placer;  y  sin  temor  de  equivocarnos  diremos  que 
en  la  carrera  que  había  emprendido,  en  oportunidad, 
pudo  haber  alcanzado  la  reputación  de  un  Lavalle. 


Cautivaba  con  su  exquisita  urbanidad:  sus  viajes 
al  viejo  mundo  le  dieron  ilustración  y  esperiencia; 
el  trabajo,  perseverancia:  el  contacto  de  los  hom- 
bres, desconfianza;  y  así  tomó  la  vida  tal  cual  es, 
sin  que  una  vana  ilusión  lo  avasallara. 

Prestaba  á  sus  grandes  momentos  toda  la  solem- 
nidad necesaria;  se  transformaba  ese  duro  carácter, 
y  con  impulso  misterioso  daba  nervio  á  los  que  le 
rodeaban,  y  como  consecuencia  de  la  lógica  fatal 
de  su  vida  tuvo  la  muerte  del  héroe:  la  prefirió  á 
entregar  las  armas. 


".Wr^'í^r  ■  >.. 


.-  il-piv^,  T-^.-*.  ..•  7.--  ^.T-r^v.rtvv 


11. 


IGUEL  Martínez  de  Hoz  nació  en  Buenos  Aires 
^^^el  14  de  Marzo  de  1832  y  pertenecía  por  su 
prosapia  á  una  de  nuestras  mas  distinguidas  fa- 
milias. 


Hizo  sus  primeras  armas  en  la  batalla  de  San 
Gregorio  (sobre  el  Salado)  y  en  este  arroyo  hubo 
de  ahogarse,  á  no  ser  la  abnegación  de  un  paisano 
que  lo  salvó. 

Vino  á  Buenos  Aires  después  de  esa  derrota,  en 
momentos  que  se  establecía  el  cerco  de  esta  ciudad 
por  las  tropas  del  General  Urquiza  en  el  año  de 
1852.  Primero  sirvió  en  un  escuadrón  de  caballería 
de  guardias  nacionales,  mas  al  poco  tiempo,  pasó 
al  I  °  de  infantería  de  línea  en  la  clase  de  subteniente. 


Desde  el  primer  momento  se  distinguió  entre  sus 
compañeros  de  armas  por  su  carácter  brioso,  tenaz, 
y  desinteresado:  el  mayor  Folgueras  solía  decir: 
"  Este  muchacho  tiene  el  corazón  de  un  león." 


EL  CORONEL  MIGUEL    MARTÍNEZ   DE  HOZ  57 

Un  dia  le  fué  encomendada  una  exploración;  le 
acompañaban  algunos  tiradores  de  su  compañía:  el 
General  Hornos  iba  á  su  lado:  de  pronto  se  detiene 
todo  nervioso  y  señalando  hacia  un  cerco  que  in- 
terceptaba el  camino,  esclama: 

General:  allí  detrás  hay  infantería   enemiga. 

Este  le  replica  con  malicia:  "  Si  no  tiene  miedo 
cargúela." 

Yo  no  tengo  miedo .  .  . !  gritó  el  subteniente  fuera 
desí;  yarremetió  al  cerco  al  frente  de  sus  soldados: 
el  enemigo  hizo  algunos  disparos  y  huyó. 

En  la  salida  del  1 1  de  Julio.de  1853^  nuestro 
protagonista  mandaba  una  guerrilla  de  soldados  de 
su  compañía.  Comprometida  la  lucha  seriamente, 
acudió  en  protección  del  segundo  jefe  del  1°  de 
línea,  el  mayor  Folgueras,  que  se  encontraba 
acosado  por  fuerzas  superiores.  Un  momento 
después  caía  muerto  ese  bravo  oficial,  y  por  dis- 
putarse su  cadáver  se  empeñaba  un  rudo  combate. 

La  pelea  fué  violenta  por  ambas  partes:  desde 
el  primer  momento,  Martínez  fué  herido  y  así, 
continuó  hasta  que  fué  rechazado  el  enemigo,  y 
rescatado  el  cadáver  del  infortunado  Folgueras. 


-"  J. 


58  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Por  este  hecho  y  otros  fué  ascendido  á  capitán, 
y  la  briliante  reputación  del  joven  oficial  quedó 
sólidamente  sentada. 

Concluido  el  sitio  pidió  su  baja  para  atender  á 
sus  intereses  abandonados  hacía  tiempo. 

Cuando  la  invasión,  que  concluyó  con  la  batalla 
del  Tala,  Martinez  marchó  á  campaña;  pero  llegó 
poco  después  de  esta  acción. 

Le  vemos  enseguida  en  el  año  59  de  comandante 
militar  de  la  Lobería.  La  fuerza  de  este  partido  se 
sublevó  al  tener  conocimiento  de  la  jornada  de 
Cepeda.  En  este  hecho  es  donde  demostró  el  mas 
grande  coraje  y  serenidad  de  espíritu.  Un  gaucho 
con  el  intento  de  asesinarlo  le  disparó  un  trabucazo 
sobre  la  cara  rompiéndole  dos  dientes;  y  el  regimien- 
to se  dispersó;  pero  Martinez,  apesar  de  su  herida 
pudo  reunir  algunos  milicianos  y  perseguir  á  los 
sublevados:  tomó  á  los  principales  cabecillas  y 
ejecutó  en  ellos  un  ejemplar  castigo. 

Mas  tarde  le  encontramos  durante  la  campaña 
de  Pavón  como  jefe  de  frontera,  en  cuyo  carácter 
tuvo  algunos  encuentros  con  los  indios. 


«^ 


III. 


L  iniciarse  la  campaña  del  Paraguay  fué  de  los 
^,,_^ primeros  que  rodearon  al  General  Mitre,  de 
quien  era  amigo,  y  marchó  con  él  al  campamento  de 
Concordia  donde  entonces  se  organizaba  el  ejército 
aliado.    En  esta  época  ascendió  á  coronel  de  milicias. 

Asistió  á  las  operaciones  que  tuvieron  lugar 
hasta  el  arribo  del  ejército  al  Paso  de  la  Patria. 
Enseguida  le  vemos  mandando  en  el  combate  del 
31  de  Enero  de  1866  á  la  3^  Brigada  de  la  2^  Di- 
visión Buenos  Aires,  organizada  con  los  batallones 
2°    y  3°  de  Guardia  Nacional  de  campaña. 

En  este  combate,  en  que  solo  se  ostenta  con 
magnificencia  la  bravura  del  soldado  y  la  mala 
dirección  de  la  operación;  la  comportacion  de 
Martínez  fué  brillante  bajo  el  punto  de  vista  del  valor 
y  de  la  abnegación.  . 

Una  imprudencia  malogró  desde  el  principio  el 
brillante  éxito  de  la  jornada;  y  dio  lugar  á  que  el 


60  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

enemigo  burlara  la  trampa  que  se  le  extendía,  y  se 
retirase  rápidamente  en  orden  esquivando  el  ataque 
de  los  argentinos;  causándoles  al  mismo  tiempo 
sentidas  bajas. 

En  este  ataque  los  bravos  guardias  nacionales 
se  encontraron  con  mil  dificultades  que  salvar;  la 
mas  sensible  fué  el  profundo  arroyo  Pehuajó  que 
tuvieron  que  pasar  bajo  el  fuego  enemigo.  Allí 
Martínez,  combatiendo  al  frente  de  su  brigada 
recibió  el  primer  balazo  en  un  hombro^  y  continuó 
alentando  á  sus  soldados,  ostentando  gala  de  su 
gallarda  presencia  de  ánimo. 

Pasado  el  arroyo  Pehuajó,  y  organizados  los 
preparativos  del  asalto  final,  recibió  orden  de  de- 
salojar á  la  bayoneta  á  una  fuerza  paraguaya 
parapetada  detras  de  un  corral,  clavado  próximo 
á  la  costa  del  rio  Paraná.  Vivando  á  la  Patria 
y  chorreando  sangre  de  su  herida,  se  puso  á  la 
cabeza  de  sus  valientes  gauchos  con  aquel  do- 
naire que  le  distinguía  siempre  en  el  campo  de 
batalla. 

Los  paraguayos  no  pudieron  resistir  y  fueron 
arrollados  hasta  la  costa  del  rio.  Un  grupo  que 
allí  estaba  levantó  las  culatas  de  los  fusiles  en 
señal  de  rendición,  con  el  propósito  de  evitar  el 
fuego,  de  los  argentinos.     Martínez    dominado  por 


EL  CORONEL  MIGUEL  MARTÍNEZ  DE  HOZ  61 

la  compasión  hace  cesar  la  mosquetería,  y  en 
recompensa  de  tan  bella  acción  recibe  una  des- 
carga del  falaz  enemigo:  una  bala  le  perfora  el 
pecho;  cae  mortalmante  herido  sobre  su  caballo;  . 
este  segundo  golpe  lo  postra  físicamente,  pero  su 
entereza  inquebrantable  se  manifiesta  con  mas  vigor; 
el  dolor  de  la  herida  mortal  no  le  avasalla^  quiere 
quedar  allí  en  ese  estado  lamentable;  pero  sus 
compañeros  de  armas  lo  salvan. 

A  consecuencia  de  esta  herida  que  presentaba 
los  mas  siniestros  síntomas,  fué  remitido  á  Corrientes 
el  brioso  coronel,  donde  soportó  impaciente  y 
fastidiado  una  penosa  curación.  Su  robustez  y  su 
energía  lo  salvaron. 

Fué  esta  la  causa  que  le  impidió  asistir  á  los  com- 
bates y  operaciones  que  tuvieron  lugar  antes  del 
20  de  Mayo  de  1866.  ' 

No  bien  restablecido  aun  de  sus  heridas  se 
incorporó  de  nuevo  al  ejército  y  fué  actor  en  la 
marcha  ofensiva  sobre  Tuyutí^  ejecutada  en  la  fecha 
arriba  citada. 

A  continuación  le  vemos  tomar  parte  con  distin- 
ción marcada  en  la  batalla  de  24  de  Mayo  del  mismo  ^ 
año,  y  aquí  también   su  espíritu  humanitario  hubo 
de  costarle  bien  caro.     Entre  un  palmar  distinguió 


62  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

un  soldado  enemigo  que  se  retiraba  con  sus  armas, 
corrió  á  él  neg-ligentemente  con  el  ánimo  de  to- 
marlo: el  paraguayo  se  detuvo  sin  demostrar  inten- 
ciones hostiles;  dejó  tranquilamente  aproximar  al 
descuidado  coronel,  y  cuando  lo  tuvo  próximo,  le 
apuntó  con  la  carabina;  Martinez  lo  acometió  vio- 
lentamente con  el  caballo  desviando  el  arma,  des- 
cargándole al  mismo  tiempo  un  rudo  golpe  de 
plano  con  el  sable  toledano  que  usaba:  éste  saltó 
en  dos  pedazos.  Entonces  el  paraguayo  viéndole 
desarmado,  desenvainó  el  sable  y  le  arremetió  vio- 
lento; en  momentos  que  pugnaba  por  sacar  su  re- 
vólver. 

Esta  escena,  desde  el  principio  había  sido  vista 
por  el  mayor  Levalle,  ^^^  de  manera  que  cuando  el 
paraguayo  se  lanzaba  sobre  Martinez,  arribaba 
aquel  oportunamente  con  un  sargento  y  un  soldado 
y  daban  muerte  al  audaz  adversario. 

Ante  esta  acción  que  cualquiera  otro  la  hubiera 
agradecido,  se  presentó  colérico  el  coronel  Martí- 
nez, y  con  acento  duro  increpó  á  Levalle  así: 

"  Le  ruego  que  no  me  ande  con  lástimas  porque 
le  voy  á  perder  el  cariño  que  le  profeso." 


(I)   Hoy    gfeneral  de  división  y  gefe  de  E.  M.  G.,  una  de   las  figuras 
mas  espectables  del  ejército  argentino,  de  él  tomamos  este  dato. 


EL  CORONEL  MIGUEL    MARTÍNEZ  DE  HOZ  63 

He  ahí  al  hombre  retratado:  confía  todo  al  es- 
fuerzo de  su  brazo,  no  necesita  auxilio  de  nadie; 
prefiere  sucumbir  antes  de  compartir  la  hazaña:  se 
basta  él  solo.  Este  noble  tipo  no  había  nacido 
para  estos  tiempos. 

Indomable  el  sufrimiento  que  lo  acosaba,  le  obli- 
gó otra  vez  á  abandonar  el  campamento  y  es  por 
esta  causa  que  no  le  vemos  figurar  en  el  combate 
del  16  de  JuHo  de  1866,  donde  tomó  parte  su  bri- 
gada, ni  mas  tarde  por  esta  misma  causa  en  el  asalto 
de  Curupaytí. 

Apenas  reponiéndonos  de  tan  rudo  contraste,  que 
una  rebeHon  interior  nos  presenta  ante  nuestros 
aliados  como  un  pueblo  sin  patriotismo,  levantando 
una  bandera  impudente.  El  9  de  Noviembre  de 
1866  estalla  una  revolución  en  Mendoza  que  asume 
grandes  proporciones.  Para  sofocarla  se  hace  ne- 
cesario distraer  fuerzas  del  Paraguay,  y  entre  éstas, 
marcha  la  brigada  de  Martínez.  En  el  viaje  revienta 
una  caldera  del  vapor  "Marqués  de  Caxías,"  donde 
venia  embarcado  el  2"  de  la  3^  brigada  y  ocasiona 
treinta  y  tantos  heridos  y  muertos,  Martínez  que 
idolatraba  á  sus  soldados  nunca  pudo  conformarse 
con  esta  pérdida. 

Hizo  la  campaña  hasta  Mendoza  y  no  asistió  á 
la  jornada  de  San  Ignacio  por  haberse  anticipado 
el  General  Arredondo  á  dar  esta  batalla. 


64  LA  CARTERA  DE   UN  SOL[)ADO 

En  esta  campaña  tuvo  el  mando  superior  de  una 
división;  y  la  memoria  de  su  comportacion  caballe- 
resca y  humana  quedó  como  un  recuerdo  grato  en 
los  pueblos  donde  sentó  su  real. 

Aplastada  la  rebelión  por  las  tropas  nacionales, 
volvieron  éstas  en  seguida  al  campo  de  Tuyutí. 

Mientras  tanto,  aquí  había  sucedido  una  larga 
inacción  que  concluyó  con  el  movimiento  envolven- 
te sobre  la  izquierda  de  la  línea  paraguaya. 


IV. 


«STRECHADO  el  ccrco  de  Humaytá  por  el  aban- 
^j^ — dono  que  hizo  el  enemigo  de  sus  dos  primeras 
lineas,  fué  necesario  cerrar  el  bloqueo  ocupando 
un  punto  en  el  Chaco  frente  á  este  campo  atrinche- 
rado, que  era  la  única  línea  de  retirada  de  la 
guarnición  sitiada. 

Con  este  objeto  se  embarcó  en  Curupaytí,  el  30 
-de  Abril  de  1868,  á  las  9  de  la  noche,  un  cuerpo 
de  tropas  argentinas  á  las  órdenes  del  General 
Rivas,  llevando  por  jefe  del  estado  Mayor  al  Coro- 
nel Martinez  que  ya  había  recibido  sus  despachos 
•de  coronel  de  la  Nación,  y  el  nombramiento  de  jefe 
•del  batallón  S''  de  línea. 


La  columna  del  General  Rivas  desembarcó  en  el 
Chaco  algo  mas  al  norte  del  Riacho  de  oro,  el  P 
de  Mayo  á  las  cuatro  de  la  mañana;  y  en  combi- 
nación con  las  fuerzas  brasileras  que  habían  ejecu- 
tado igual  operación  el  mismo  día  en  un  punto 
intermedio  entre  el  Timbó  y   Humaitá;   estableció 


66  LA  CARTERA  DE    UN  SOLDADO 

SU  comunicación,    formando  mas    tarde   un  campa- 
mento aliado  en  un  paraje  denominado  Anday. 

Mientras  que  esto  sucedía,  el  enemigo  para 
sostener  la  retirada  de  la  guarnición  de  Humaytá 
construia  un  gran  reducto  en  el  Timbó  y  otros 
sobre  el  arroyo  Guaycurú;  cuya  custodia  estaba  á 
las  órdenes  del  General  Caballero,  y  mas  al  sud  de 
esta  posición  t;n  la  orilla  del  rio  Paraguay,  donde 
habían  desembarcado  los  brasileros,  enviaba  una 
fuerza  con  el  intento  de  utilizar  las  fortificaciones 
que  nuestros  aliados  levantaron  provisoriamente  en 
el  momento  del  desembarque,  y  queabandonaron 
en  seguida  al  ejecutar  su  junción  conlos  argentinos. 

Desde  el  primer  momento  el  general  Rivas  com- 
prendió la  importancia  de  una  batería  enemiga  en 
ese  lugar,  que  combinando  sus  fuegos  con  los  de 
Humaytá  nos  causaría  horrible  daño.  Entonces 
fué  que  ordenó  al  coronel  Mardnez  que  el  8  de 
Mayo,  después  de  la  descubierta  atacase  y  destru- 
yese las  obras  que  con  insolencia  inaudita  cons- 
truia allí  el  adversario.  ' 

Al  efecto,  marchó  con  los  batallones  i"  de  línea 
argentino,  7''  brasilero,  y  dos  compañías  del  14  del 
mismo  ejército. 

Mientras  que  esta  fuerza  avanzaba  abriendo  una 
picada  por  la  costa  del  rio,  el  1 6  brasilero  se  esta- 


EL  CORONEL  M'GUEL  MARTÍNEZ   DE  HOZ  67 

bleció  de  observación  sobre  la  izquierda  en  un 
punto  intermedio  entre  la  fortificación  y  el  campa- 
mento de  Anday.  A  las  ocho  de  la  mañana  caía 
por  sorpresa  aquella  fuerza  sobre  el  adversario, 
y  avanzándolo  á  la  bayoneta  le  infligía  una  com- 
pleta derrota,  y  conquistaba  sin  gran  esfuerzo  la 
posición  con  algún  armamento,  instrumentos  de 
zapa,  y  prisioneros. 

Estando  nuestras  tropas  ocupadas  en  la  demoli- 
ción de  los  parapetos,  arremetieron  los  paraguayos, 
á  su  vez:  rechazados;  volvieron  con  mas  tenacidad 
sin  conseguir  su  objeto,  abandonando  en  su  retira- 
da armas,  muertos,  y  heridos. 

Brillante  fué  la  comportacion  de  Martínez  en 
este  combate,  donde  demostró  serenidad  en  el  man- 
do y  apropiadas  disposiciones  en  la  ejecución  déla 
operación,  siendo  al  mismo  tiempo  secundado 
gallardamente  por  las  fuerzas  brasileras  que  tuvie- 
ron la  mayor  faena. 

Algún  tiempo  después,  algo  mas  al  norte  de 
este  paraje,  frente  á  la  isla  de  Guaycurú,  el 
General  Caballero  hizo  construir  un  reducto  arti- 
llado por  dos  piezas  de  calibre  que  denominó 
Reducto  Cora. 

El  18  de  Julio  de  1868  ordenó  el  General  Rivas 
al   coronel   Martínez,   que  ejecutase    un   reconocí- 


68  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

miento  sobre  ese  lugar,  debiendo  ocupar  el  grueso 
de  su  fuerza  un  punto  sobre  la  costa,  paralelo 
á  uno  de  los  puentes  que  están  situados  á  la 
izquierda  sobre  el  riacho  ó  estero  de  Acaguazú, 
y  solo  avanzar  la  guerrilla  algún  espacio  mas 
en  el  reconocimiento  que  se  dirigía  hacia  el 
Reducto. 

Martinez  llevaba  el  batallón  Rioja  y  el  3"  y  8' 
brasilero  y  una  guerrilla  de  40  hombres  compuesta 
de  soldados  de  varios  cuerpos.  Esta  fuerza  iba 
organizada  en  dos  columnas  paralelas:  los  argen- 
tinos por  el  camino  de  la  costa  del  rio,  y  los  bra- 
sileros por  la  izquierda  en  lo  interior  del  monte. 
Los  argentinos  llegaron  á  la  altura  del  puente  y 
arrollaron  al  enemigo  que  allí  se  encontraba,  cau- 
sándole una  dispersión  total,  y  enardecidos  por 
esta  fácil  victoria  que  no  era  otra  cosa  sino  una 
trampa  disimulada,  continuaron  la  persecución. 
Mientras  tanto  Martinez  y  Campos^  al  ruido  de  las 
detonaciones  avanzaron  hasta  la  guerrilla,  que  era 
la  que  habia  tomado  parte  en  esa  escaramuza.  El 
Rioja  quedó  á  inmediaciones  del  puente  sin  jefe;  los 
batallones  brasileros  muv  á  retagfuardia  sobre  el 
flanco  izquierdo;  el  todo  sin  dirección.  ' 

En  este  avance  desordenado  por  un  estrecho 
camino  llegaron  á  cierta  distancia  del  reducto,  sin 
preocuparse  de  guardar  la  encrucijada  del  camino 


EL  CORONEL  MIGUEL  MARTÍNEZ    DE  HOZ  69 


que  seofLiian,  que  quedaba  á  retaguardia.  Parece 
que  Martínez  descubrió  á  su  frente  numerosas  fuer- 
zas, y  envió  hacia  el  General  Rivas  á  su  ayudante 
F'ábrega,  montado  en  su  propio  caballo,  haciéndole 
ver  su  situación  y  pidiéndole  refuerzos,  ordenando  á 
Campos  al  mismo  tiempo,  que  hiciese  avanzarla  com- 
pañía de  granaderos  del  Rioja:  Ya  era  tarde. 
Repentinamente  cuando  menos  lo  esperaba,  fué 
arremetida  la  guerrilla  por  la  retaguardia,  flancos  y 
el  trente.  Ante  este  ataque  no  previsto,  el  pánico 
cundió  en  las  filas  con  tal  ímpetu  que  nuestras  tropas 
fueron  convulsionadas  completamente,  y  el  infortuna- 
do coronel  cortado  en  un  grupo.  Campos  vino  hacia 
su  cuerpo,  tomó  la  bandera,  y  la  arrojó  al  agua, 
regresando  en  seguida  á  encontrar  al  enemigo. 

Martínez  entretanto,  desmontado  y  herido  trató 
de  vender  cara  su  vida.  El  General  Caballero 
empleó  todos  los  esfuerzos  imagmables  para  que 
se  rindiera:  deseaba  tomarlo  vivo  porque  aquella 
alma  heroica  había  despertado  en  él  una  secreta 
simpatía:  la  misteriosa  atracción  de  los  bravos. 
Todo  fué  en  vano;  vencer  ó  la  muerte  era  la  divisa 
del  Bayardo  Argentino:  cayó  al  fin  exánime  á  los 
multiplicados  golpes,  ese  carácter:  '^^  no  podía  mo- 


(I)     Relación  del  General  Caballero.   Declaración  de  dos  soldados 
prisioneres  argentinos,    rescatados    por  el  Comandante    Coronado  en 
bicuí  el  año  1869. 


70  LA  CARTERA  DK  UN  SOLDADO 


rir  de  otra  manera  ese  hombre  sin  miedo,  que 
hacía  gala  del  mayor  desprecio  por  la  vida  ¡El  ! 
á  quien  todo  le  sonreia,  fortuna,  brillante  posición 
social,  carrera  distinguida  y  un  cariño  entrañable  y 
puro ....  ¡Ah!  mas  aquella  abnegación  grandiosa, 
aquel  patriotismo  rudo  y  ardiente  domeñó  su  espí- 
ritu, y  lo  impulsó  violento  al  sangriento  desenlace. 

Gaspar  Campos  fué  aherrojado  cuando  voUia  á 
compartir  la  suerte  de  Martínez:  sus  tormentos  los 
hemos  narrado  en  otro  lugar:  sucumbió  sin  humi- 
llarse para  honor  de  sus  compañeros  de  armas  '^' 
El  uno  tuvo  el  valor  del  león  para  caer  en  esplen- 
dente escena:  el  otro  la  resignación  del  mártir,  para 
vivir  en  la  horrible  tortura  sin  desmayan  Eran 
dos  grandes  amigos:  dos  corazones  intrépidos  y 
abneg-ados;  ellos  solos  saharon  la  honra  de  la  der- 
rota  en  esa  sombría  jornada,  y  es  por  eso  que  su 
noble  sacrificio  será  inolvidable,  eterno,  en  los  bri- 
llantes fastos  de  nuestra  historia. 


(I)      Por  orden  de  López  fué  varias  vrces  puesto  en  cepo  colombia- 
no, por  negarse  á  declarar  cosas  que  afectábanla  dignidad  del  ejército. 


EL  FOSOM 


(Escena  de  la  vida  de  campamento) 


a« 


I. 


Las  penitas  que  se  cantan 
Son  Ins  pesares  mas  grandes 
Porque  se  cantan  llorando 
Y  las  lág^rimas  no  salen. 


Fx  mismo  modo  que  el  metal  en  fusión  al  en- 
friarse toma  las  formas  del  caprichoso  molde, 
muchas  veces  el  sentimiento  adaptándose  á  las 
circunstancias,  se  espande  ó  se  agita  violento  á  im- 
pulsos de  un  soplo  estraño.  La  época  en  que 
se  vive  es  el  reflejo  de  las  diversas  situaciones;  su 
influencia  magnética  domina  al  fin,  toma  variadas 
formas,  según  las  vicisitudes  que  nos  sorprende  en 
la  azarosa  existencia;  entonces  tal  vez  rodeado  por  la 
melancolía  del  campo  de  batalla,  se  identifica  con 
aquel  silencio  de  cementerio  que  deja  oir  bien  dis- 
tintamente el  golpear  repetido  de  un  corazón 
conmovido.  ¡Triste  reloj  de  los  presentimientos!  que 
espuesto  á  los  vaivenes  de  la  vida,  vá  marcando 
lentamente  las  malas  horas,  como  la  víctima  espiato- 
ria  que  cuenta  minuto  por  minuto  el  tiempo  que 
le  falta  para  el  sacrificio. 


74 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


A  pesar  de  la  alegría  atolondrada  y  bullanguera 
del  soldado,  que  se  trasluce  esteriormente  en  ciertos 
momentos,  late  suspirando  en  su  rudo  pecho  la 
nostalgia  íntima  del  hogar;  esa  enfermedad  tan  triste 
del  alma  que  paraliza  una  á  una  las  fibras  mas 
robustas:  Recóndita  á  toda  mirada  profana,  á 
impulso  del  sufrimiento,  cuando  en  lejanas  rierras 
vive  entre  la  miseria  y  la  esclavitud^  se  identifica, 
con  su  situación,  la  que  apenas  alguna  \ez  se  vis- 
lumbra entre  el  bullicio  del  vivac,  y  el  aturdimiento 
que  pugna  por  extinguir  aquel  pesar  tranquilo, 
irradiando  en  su  espíritu  como  una  visión  vaporosa^ 
los  santos  recuerdos  de  la  patria. 

De  la  patria  se  aman  hasta  las  torturas  del  al- 
ma  Ah!   si,  se    bendicen  muchas    veces    los 

amarofos  desencantos. 

El  esfuerzo  supremo  del  carácter  militar  que  apa- 
o"a  los  destellos  de  ese  sentimiento  continuo;  de  ese 
sentimiento  producido  por  las  penurias  de  una  vida 
miserable  y  la  cadena  de  la  obediencia  pasiva,  dá 
al  soldado  esa  dureza  insensible  que  hace  mirar  como 
un  rasgo  de  debilidad  la  conmiseración,  la  piedad, 
las  lágrimas  que  se  derraman,  aun,  por  una  muerte 
heroica.  Es  necesario  estar  firme,  tieso,  inexorable, 
como  petrificado  ante  las  supremas  angustias.  Ha 
caído  un  camarada:  que  otro  lo  reemplace;  nada  más: 
lacónica  y  amarga  es  la  oración  fúnebre:  es  lo  bastan- 


EL    FOGÓN  75 


te;   no   hay   que  perder  tiempo  en  lamentaciones 
inútiles. 

En  aquella  frase  breve,  dura,  helada,  y  con- 
cisa, está  la  virtud  ignorada;  tras  de  esa  afecta- 
ción repugnante,  el  corazón  sangra:  la  sensibilidad 
esquisita  que  vé  en  la  desgracia  agena,  su  propia 
desventura,  se  desarrolla  sorda^  íntima,  oculta  á  la 
mirada,  cual  si  temiera  á  luz  del  dia  robar  al  valor, 
y  á  la  entereza  un  destello  de  su  aureola.  Sinembar- 
go  aquella  barbarie  impacible  es  una  máscara;  el 
soldado  tiene  el  corazón  de  un  niño,  sensible, 
compasivo,  generoso  y  abnegado,  todo  lo  sacrifica 
á  todo,  todo  lo  sufre:  héroe  ignorado  casi  siempre, 
cuando  mas  aspira,  busca  el  reconocimiento  de  sus 
conciudadanos,  ó  el  aplauso  de  la  fama;  sabiendo  de 
antemano,  que  la  negra  ingratitud  será  el  único  ga- 
lardón de  sus  proezas;  única  recompensa  para  una 
vida  de  felicidad  sacrificada  en  el"  infortunio  á  la 
patria,  quenohabrá  reconocimiento  por  mas  grande 
que  sea,  que  pueda  devolver  sanos  y  vigorosos  sus 
miembros  mutilados,  esos  miembros  carcomidos  que 
le  dan  un  aspecto  que  rechaza,  que  hacen  que  se 
arrastre  como  un  leproso  infectando  con  el  hedor 
de  las  viejas  heridas  abiertas;  inspirando  horror  y 
asco  los  destrozos  de  su  cuerpo  que  alejan  la  com- 
pasión por  la  repugnancia  que  inspiran:  él;  aquel 
bizarro   soldado  en  la  batalla;  aquel  joven  hermoso 


76 


LA     CARTERA    DE    UN     SOLDADO 


de  esbeltas  y  robustas  formas  á  quien  sonreía  un 
porvenir  dichoso  en  su  tranquilo  hogar. 

Tiene  razón  Alfredo  de  Vigny  cuando  dice: 

"  No  conozco   nada  mas  grande  que  el  corazón 
del  soldado.  " 


II. 


^^  ENERAi. MENTE  despues    de  la  retreta,    los  sol- 
M^'dados    rodean  los    foQrones,    especie    de  club 

T 

donde  rinden  homenaje  á  las  necesidades  de  su 
mísera  existencia.  Aquel  grupo  de  negras  sombras 
de  cuvo  centro,  como  un  fueg-o  fatuo  irradia  un 
resplandor  raquítico,  es  el  remedo  sarcástico  de  la 
confortable  chimerea,  en  cuyo  abrigo  no  se  piensa 
en    el    penar  supremo. 


Entretenidos  en  una  conversación  animada  y  si- 
lenciosa, pasan  allí  el  tiempo  de  respiro  que  les 
deja  la  ley  militar:  fuman  muy  conformes  su  mal 
cigarro:  cuando  la  fortuna  les  sonríe,  empinan  la 
limeta^  haciendo  gorgoritos  en  sus  gargantas  de 
salamandra:  -^  jarro  de  lata  inscrustado  de  oscu- 
ras abolladuras  con  su  torcida  bombilla  del  mis- 
mo metal,  repleto  de  una  yerba  antagónica  al 
paladar,  vá  y  viene  sin  cesar,  incansable,  sempiterno; 
especie  de  tonel  de  Danao  que  no  es  un  tormento 
mitológico,  sino    una  necesidad  rural. 


* 


78 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Aquel  mate  que  se  absorbe  inconsciente  embe- 
bido uno  en  los  espirales  de  la  llama  macilenta  del 
fog-on,  es  algo  misterioso,  que  como  el  humo  del 
cigarro   hace  filosofía  interna. 


&" 


El  mate  corre  de  mano  en  mano:  la  conversación 
continúa^  ya  sostenida  por  un  pueblero,  especie  de 
rapsoda  de  mamarrachos,  que  con  una  locuacidad 
de  charlatán  sempiterno,  narra  un  cuento  de  un  rey 
que  tenia  siete  hijas  y  de  un  encantador  fantástico 
que  transformó  á  un  gigante  en  potrillo,  ó  por  uno 
de  esos  paisanos  carne  de  metralla,  que  refiere  en 
hablar  mesurado  y  altivo  sus  antiguas  aventuras,  que 
surgen  pavorosas  del  desierto  y  de  la  sombra. 

En  ese  caso  es  un  poema  heroico;  pero  sin  brillo 
que  de  cuando  en  cuando  hace  oir  el  rugido  del  tigre 
en  el  pajonal. 

Aquellos  rasgos  de  valor  estupendo  en  que 
se  juega  la  vida  con  el  mas  pródigo  desprecio, 
son  narrados  en  ese  estilo  monótono  y  perspicaz, 
que  es  peculiar  al  hombre  de  nuestros  campos:  esa 
serenidad  admira;  porque  es  sincera,  é  interesa  el  es- 
tilo original  de  la  narración,  salpicado  con  hipérbo-. 
les  de  la  vida  práctica  de  los  campos. 

Lo  que  ellos  llaman  una  desgracia,  por  lo  general, 
estienden  su  velo  sombrío    sobre  ese  percance:  el 


EL    FOGÓN  79 


homicidio  legal  ha  sido  ejecutado  con  mano  maes- 
tra, no  á  vil  traición:  en  un  duelo  de  bravios  no 
matan  los  cobardes:  enseguida,  en  el  primer  momen- 
to la  partida  fué  burlada,  y  si  el  parejero  se  aplastó 
al  fin  el  pobrecito,  el  brazo  hercúleo  dirigido  por  un 
corazón  esforzado  dio  cuenta  de  ella.  En  ese  dra- 
ma alguna  vez,  suele  figurar  una  mujer,  prota- 
ofonista  de  absoluta  necesidad,  con  sus  encantos, 
con  sus  tristezas,  con  su  abnegación  tenaz;  abarca, 
absorbe,  ilumina  aquella  aventura  númida:  si  fué 
desleal,  hay  un  charco  de  sangre  de  por  medio, 
si  consecuente  personifica  una  feHcidad  lejana,  un 
recuerdo  santo  persistente  que  se  vislumbra  átoda 
hora  entre   el    humo  del  cañón. 

Mientras  que  el  narrador  habla,  todos  escuchan 
con  atención  marcada.  El  sonido  de  la  ofuitarra 
que  se  afina,  viene  á  interrumpir  de  cuando  en 
cuando  ese  silencio  de  secretos  que  se  recuerdan, 
ese  silencio  panorámico  del  alma,  que  dá  vida  y 
color  á  las  imácrenes  distantes. 

El  instrumento  del  bardo  argfentino  ha  tañido  en 
melancóhco  tono;  á  su  presión  eléctrica  cuando 
es. agitado  por  los  cantos  de  la  pampa,  se  sienten 
conmovidos  estos  oruerreros.  Esos  hombres  de 
fierro  que  han  desafiado  la  muerte  en  los  comba- 
tes ó  en  sus  peligrosas  aventuras,  se  estremecen 
como  la   espadaña  de  la  cañada  al  sentir  el  soplo 


80 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


de  la  patria:  tienen  razón;  aquellos  ecos  naciona- 
les son  mas  tristes  que  el  bronce  de  los  muertos: 
lejos  del  hogar,  es  el  ay!  íntimo  de  una  amargura 
que  largo  tiempo  comprimida,  se  desborda  voraz,  y 
como  el  torrente,  rompe  la  valla  qne  la  oprime  y 
todo  lo  inunda:  si,  lo  inunda  con  la  pena. 


III. 


EAMOS  mas  de  cerca,    el  hogar   del   soldado. 

Algunos  trozos  de  leña  sudando  resina, 
chisporrotean  sobre  una  capa  espesa  de  ceniza, 
arrojando  una  llama  pálida  que  oscilante  lame  á 
intervalos  una  pava  ennegrecida  por  el  largo  tiem- 
po de  servicio;  está  resongando  sola,  suspendida 
en  el  cubo  de  una  vieja  bayoneta  paraguaya, 
torcida,  probablemente  por  un  balazo. 


Algunos  soldados  rodean  el  fogón  en  actitud 
de  momias  peruanas,  inclinados  hacia  adelante, 
fija  la  mirada  entristecida  y  soñolienta  en  la  inquie- 
ta llama  que  refleja  un  rojo  vacilante  en  esos 
rostros  viriles,  de  un  vigor  tan  pronunciado,  que 
hacen  sospechar   á  Marte    enardecido. 


La  tertulia  está  completa;  diversos  tipos  abrillan- 
tan aquella  hermosa  escena;  uno  medio  vejancón, 
de  mirada  encapotada,  nariz  aguileña  sableada  de 
arriba  á  abajo,  bigote  punzante,  especie  de  lobo  de 
tierra,  está  sentado  sobre  un  tronco  de  palma,  y 


82  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

perezosamente  arma  un  cigarro  con  la  distracción 
de  un   hombre  que  piensa   en  otra   cosa;   á   otro 
algo  grueso,  de  tipo  bonachón  con  aires  estrafala- 
rios   de  estanciero    rico,  le  sirve  de  lujoso  asiento 
una  cabeza  de  vaca,  é  inclinado  hacia  el  suelo,  ma- 
quinalmente  dibuja  con  el  dedo  grasiento  la  marca 
de  los  animaHtos  que  tuvo.  ¡Pobre!  Se  le  murieron 
en  la  epidemia  de  la  ausencia:  otro   revestido    de 
fuertes  nervios  con  una  mirada  serena  y  penetrante, 
calmoso  y  grave  en  el  hablar,   está  acomodado  so- 
bre   un  proyectil  enemigo,  y   con  el  énfasis  de  un 
lenguaraz  indio,    narra   un  razgo    de  su    vida,    un 
episodio   de  puñaladas,  y  al   hacer   la  pintura    del 
lance,  se  echa  el  kepí  á  la  nuca;  quiebra  el  cuerpo, 
se  encoje  cargando  el   abdomen   sobre   la  pierna, 
derecha,  se   hace  culebra,  revuelve  la  mano   hacia 
abajo^    amaga   con  astucia,  lanzando  la   mirada   al 
punto  donde  no  vá  á  herir,  y  derrepente  estiende 
rápido  y  feroz  el  brazo  hercúleo  contraído  por  el 
esfuerzo,  dirigido    con    ese  impulso   muscular  que 
atraviesa  las  entrañas,  y  ejecuta  el  movimiento  ho- 
micida con    la   destreza  del  hombre  acostumbrado 
á  esos  lances. 

A  medida  que  habla  se  anima,  y  en  esa 
elocuencia  sin  arte  y  sencilla,  se  siente  el  cora- 
je, se  siente  la  herida,  la  sangre  que  chorrea  de  ese 
duelo  sin  piedad,  y  por  fin  la  muerte  de  los  bravos, 
con    el    brazo   airado  hasta  el    último  suspiro. 


EL    FOGÓN  83 


En  esos  duelos  argentinos  nadie  retrocede;  pié  á 
pié  se  sacuden  de  lo  lindo. 

Esa  esgrima  sin  saltos,  sin  piruetas,  sin  actas,  sin 
fanfarronada,  sin  el  chantage  de  la  cobardía,  es 
positiva,  es  mortal,  salvaje  y  heroica  al  mismo 
tiempo:  es  la  lucha  de  dos  leones  embravecidos 
que  se  despedazan  con  furor,  para  morir  sin  sentir 
la  vida,  sin  degradar  la  magestad  del  valor  que 
Dios  lo  puso  en  el  corazón  del  hombre  como  una 
pira  que  alimenta  las  mas  grandes  acciones. 

El  que  ceba  el  mate  tiene  cara  de  recluta;  por- 
que las  situaciones  militares  dan  aspectos  altivos  ó 
humildes,  según  la  gerarquía,  según  el  hombre;  jo- 
ven macizo,  de  cara  candida,  mofletuda,  y  sin  lavar, 
salpicada  de  ceniza  por  las  sopladas  del  fuego:  des- 
tacando de  relieve  en  su  rojiza  tez  dos  grandes 
ojos  negros  ,  medios  cubiertos  de  sueño,  el 
bozo  apenas  naciente  está  ribeteado  de  sudor,  la 
nariz  encorvada  hacia  arriba  le  dá  un  aspecto  in- 
fantil de  muchacho  grande  inocente^,  está  en  cuclillas; 
los  calzoncillos  se  traslucen  por  el  pantalón  agurea- 
do  en  las  rodillas,  que  aprisiona  con  crueldad  unas 
piernas  de  atleta;  su  camisa  entreabierta  deja  ver 
un  escapulario  ennegrecido  con  el  frote  de  su  pe- 
cho ciclópeo:  amuleto  sagrado  que  su  anciana  ma- 
dre puso  en  su  cuello  al  abrazarlo  llorando  en  la 
triste  despedida.  Atento,  con  una  mirada  de  pensa- 


84  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


mientos  lejanos  espía  el  murmullo  de  la  pava,  con  el 
mate  en  una  mano  y  una  galleta  ataraceada  en  la 
otra. 

El  guitarrero  es  un  moceton  taimado,  de  kepí 
■sobre  'os  ojos_,  aro  en  la  oreja  y  barbijo  cribado  en 
ia  nuca;  orgulloso  con  su  ciencia  deja  vagar  un 
tinte  de  vanidad  sobre  su  enérgica  faz;  su  bello  con- 
tinente hace  sospechar  que  allá  en  su  pago  fuera 
trampa  de  mujeres:  en  su  vestir  se  trasluce  cierta 
coquetería  que  aun  en  los  campamentos  se  en- 
cuentra: su  chaquetilla  entreabierta  deja  ver  una 
vieja  camisa  bordada,  donde  campea  un  corazón 
traspasado  por  una  flecha,  una  ancla  y  un  cupido 
sin  nariz:  no  todas  las  bordadoras  saben  dibujar:  la 
fina  voluntad  vale  el  obsequio.  Está  cruzado  de 
piernas  sobre  un  poncho  pampa:  tiene  la  guitarra 
en  actitud  de  espera,  las  clavijas  se  confunden  en 
una  cabellera  de  cintas  de  todos  colores;  descolori- 
das como  los  desencantos:  son  recuerdos  de  amor:... 
(  A  que  recordar, ....  esa  prenda  que  era  hembra 
entre  las  hembras:  su  faz  rolliza  sonrosada  por  la 
luz  amortiguada  de  un  sol  naci  ente  de  una  mañanita 
de  estío,  tomaba  el  aspecto  de  ligero  enojo:  arre- 
mangada la  pollera  desataba  renegando  los  terne- 
ros del  palenque  del  tambo.  A  qué  recordar, 
aquellas  entrevistas  hipócritas  que  en  la  tarde 
desfalleciente,  tenían  lugar  por  el  fondo  del  potrero 
de  la  quinta,  cuando  ella   iba  á  recojer  los  choclos 


EL    FOGÓN  85 


para  el  puchero  de  la  cena y  después  la  pobre- 
cita  que  bien  hacía  su  papel  de  santa.  ¡Quien  la 
viera!  volver  á  las  casas  con  el  aire  de  inocente  que 
le  había  prestado  el  diablo.  Pensar  en  ella  dá 
g-anas  de  desertar  )  solo  que  le  pidan  canta;  él  no 
canta  sin  pedido;  no  es  barratillo  de  nadie  y  su 
fama  no  la  ha  conquistado  en  Periíigwidines. 

El  cebador  de  mate  atiza  de  cuando  en  cuando 
el  fuego,  y  lo  alimenta  con  charamusca  que  tiene  á 
la  mano,  continuando  impasible  en  la  tarea  que  vo- 
luntariamente se  ha  impuesto,  de  alargar,  pasar,  y 
recibir  el  mate,  cuiclando  al  mismo  tiempo  que  no 
se  haga  agua.  Entretanto  el  guitarrero  parece 
que  medita:  su  atezada  tez  vá  tomando  un  tinte  de 
melancolía  muy  pronunciada,  y  la  chispeante  luz  de 
sus  ojos  brilla  en  un  relámpago  escapado  de  su  al- 
ma: la  elucubración  de  sus  recuerdos  se  agita  en  su 
profundo  recogimiento.  Al  verlo  en  esta  actitud 
interesante,  uno  de  los  soldados  que  hasta  ese  mo- 
mento ha  pasado  desapercibido,  porque  está  echa- 
do de  bruces  y  solo  asoma  con  sorna,  como  un 
sátiro  picaresco^  su  cerduda  cabeza  en  esa  rueda 
de  piernas  que  circunda  la  llama  bienhechora:  tipo 
indiano  muy  pronunciado,  de  pómulos  salientes, 
acribillado  de  viruela,  especie  de  bañao  en  tiempo 
de  seca:  vividor  de  buena  ley:  haragán  ya  por 
demás:  como  hombre  de  campo,  rumbiador  de  dia: 
como  domador,    solo  monta   redomones  galopaos\ 


86  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

fandanguero  sin  descanso  de  chotis  con  soltada:  ^^^ 
pegador  logrero:  astuto,  sarcástico  y  siempre  dis- 
puesto al  chupe  y  al  orejeo:  aprovechador  de  los 
entusiasmos  ágenos  para  abarajarse  los  cimarro- 
nes, é  imantar  los  cigarros  de  los  camaradas,  este 
milico,  decia,  al  fin  esclama  con  aire  zumbón,  sacan- 
do la  daga  para  escarbarse  los  dientes: 

Cania  silguero  que  auri'ia  tío  más  tocan  al  duerme 

Las  cuerdas  vibran,  y  una  armonía  ingenua  se 
exhala  de  las  entrañas  de  la  guitarra,  nueva  arpa 
eólica  que  la  brisa  del  pesar  le  arranca  un  lamento, 
gemido  salvaje^  vibrante  de  una  emoción  descono- 
cida. La  actitud  del  cantor  y  el  tono  de  su  instru- 
mento se  identifican;  un  ay!  prolongado  se  despren- 
de de  su  garganta  y  se  pierde  lentamente  en  el 
espacio;  especie  de  grito  de  desesperación  suavi- 
zado por  la  armonía:  en  ese  canto  no  hay  arte;  pero 
hay  angustia,  es  el  eco  de  la  desventura  que  por 
la  primera  vez  conmovió  las  selvas  con  su  clamor, 
es  salvaje  y  tierno  al  mismo  tiempo;  ata  las  fibras 
del  corazón  en  las  cuerdas  de  la  guitarra,  y  lo  sa- 
cude sin  compasión,  y  allí  preso  en  la  armonía  pal- 
pita á  compás;  canta  un  amor  desgraciado  en  su 
desdicha  infinita,  el  recuerdo  punzante  de  la  mujer 
querida  se  agiganta  en  su  imaginación  de  fiaego,  y 


(I)     Baile  híbrido  del  campo,  un  compuesto  de  Schottisch  y  Jota. 


EL    FOGÓN  87 


á  medida  que  pasan  ante  sus  ojos  las  ilusiones  per- 
didas, su  inspiración  aumenta  y  su  mímica  exterior 
se  perfecciona  movida  por  el  calor  de  su  alma.  La 
luz  de  su  mirada  altiva  ha  languidecido,  irradia  una 
espresion  de  pena  que  vaga  en  su  tostada  faz  medio 

cobriza  por  la  luz  del  fogón. 

i 
i 

El  silencio  imponente  que  absorbe  su  canto  le 
dá  alientos;  ni  un  vago  rumor;  todo  ha  enmudecido 
en  su  contorno;  y  cuando  vá  á  cantar  la  endecha 
que  mas  le  duele,  que  encierra  con  mas  sentimien- 
to su  eterno  afán,  un  sonido  importuno  interrumpe 
su  armónica  meditación;  la  corneta  en  un  alarido 
prolongado  anuncia  el  silencio:  Aquel  toque  acom- 
pañado por  los  aullidos  de  los  perros  del  campa- 
mento es  mas  conmovedor  que  el  silencio  lúgubre 
de  los  muertos.  Apenas  concluida  la  última  nota, 
una  voz  brusca,  ronca,  voz  de  batalla,  voz  de  sar- 
gento, grita  con  imperio: 

¡Apaguen  ese  fogón! 

Como  por  encanto  se  oye  un  murmullo  seco  y 
una  nube  de  humo  se  eleva  del  hogar;  cráter  del 
sentimiento  extinguido  por  la  ley  militar. 

Ese  miserable  fogón,  apagado  con  los  restos  del 
agua  de  la  pava,  hace  un  momento  era  un  volcan 
donde  errumpian  las  pasiones  mas  profundas:  don- 


K 


i;'"~-3=^*" 


Í88  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

de  se  movían  con  un  sacudimiento  convulso  san- 
tos recuerdos  tan  lejanos,  y  agitarse  sentían  como 
un  sueño  de  hadas  las  delicias  del  hogar,  la  vida 
vagamunda  de  los  campos,  sin  cadenas,  sin  señor, 
libre,  sin  ley  magestuosa. 

Todos  se  levantan  en  silencio;  aquellas  sombras 
se  deslizan  como  fantasmas,  en  la  negra  noche  de 
su  infortunio.  Se  sienten  esclavos,  aguijoneados 
entonces  por  el  deseo  de  desertar. 

El  cantor  destempla  la  guitarra  sin  decir  una  pa- 
labra, sin  refunfuñar  un  arranque,  sin  prorumpir 
en  una  maldición  contra  quien  le  quita  la  libertad 
de  sus  pesares,  se  dirige  á  su  duro  lecho  siempre 
taimado,  sin  derramar  una  lágrima  sobre  la  tumba 
de  sus  recuerdos,  talvez  á  ahogar  su  muda  deses- 
peración en  el  alcohol. 

Y  aun  después  del  canto,  aquellos  que  le  han  es- 
cuchado sienten  la  repercusión  del  último  eco  en  el 
abismo  de  su  pecho,  entonces  es  que  se  creen  des- 
graciados! infelices!  han  oido  cantar  la  patria. .  . 

¡Ah,  la  patria  está  distante! 


ly. 


L  arte  puede  interpretar  á  medias  los  senti- 
mientos y  las  pasiones  tempestuosas  déla  vida^ 
pero  ese  quejido  que  errumpe  del  corazón  bajo  el 
peso  de  una  inmensa  aflicción,  verdadero  acento  de 
una  pasión  infausta,  aunque  sea  rudo  y  agreste 
como  el  canto  de  ciertos  pájaros  en  el  desierto^  no 
tiene  parangón  en  nuestra  sociedad  civilizada;  por- 
que ésta  vive  libre,,  y  no  arrastra  el  hierro  maldito 
del  gaucho  de  nuestros  campos. 

Este  es  el  canto  de  la  pampa,  su  origen  es  indí- 
gena, nació  de  un  pueblo  esclavo  que  lloraba  su 
cadena  en  una  noche  de  amor;  el  gitano  andaluz  le 
prestó  la  guitarra  y  aquella  combinación  sentimen- 
tal ha  sido  trasmitida  de  generación  en  generación, 
hasta  el  hogar  del  soldado. 

Estos  lamentos  del  desierto  son  completamente 
originales,  no  han  sido  robados  á  ninguna  comarca 
de  la  tierra,  son  patrimonio  del  gaucho  amante, 
tierno  homenaje  que  rinde  á  la  mujer  querida  en  su 


90 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


delirio  salvaje,  á  la  libertad  de  su  patria,  ó  á  una 
cruz  escondida  en  el  pajonal  de  la  llanura,  y  solo 
conocemos  su  grandeza  y  su  patriotismo  cuando  en 
tierra  extranjera  escuchamos  su  tono  lastimero. 


V. 


QUEL  grupo  oscuro  é  ignorado  que  absorbe 
toda  mi  atención  me  ha  conmovido. 


Representa  al  pueblo  heroico,  á  esos  bravos 
soldados  tan  bizarros:  á  ellos  que  se  les  debe  la 
grandeza  de  la  nación  argentina!  Infelices!  Lo  igno- 
ran, no  saben  sino  soportar  con  constancia  los 
punzantes  momentos  de  la  vida,  y  entregar  su  exis- 
tencia á  la  abnegación  y  al  sacrificio:  para  qué  más? 


A  ellos  que  nos  han  dado  independencia  y  un 
renombre  histórico  proclamado  en  la  alta  cima  de 
los  Andes,  como  para  que  el  mundo  lo  oiga  bien, 
glorias  en  guerras  estrangeras  donde  hicieron  fla- 
mear ileso  el  pabellón  confiado  á  su  custodia. 
A  ellos  que  han  demarcado  fi-onteras,  fundando 
todos  las  pueblos  argentinos  en  el  sangriento  y 
cruel  avance  hacia  el  desierto,  que  han  garantido 
la  paz  del  progreso  sosteniendo  un  futuro  de  gran- 
deza desconocida  en  Sud  América,  que  han  vivido 
eternamente  condenados  á  una  muerte  segura,  ya 


92  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


en  los  hielos  de  la  montaña  ó  en  las  fiebres  de  los 
trópicos;  y    sinembargo   estos    hombres    que   son  i 
todo,  nunca  han  pedido   nada   ala  nación  y  ésta 

nada  les  ha  dado ni  aun  una  columna  de  piedra 

que  muestre  al  mundo  su  propia  gloria.  ''^ 

En  sus  rostros  tostados  por  el  sol  de  las  batallas 
y  miserias  hay  algo  que  infunde  respeto;  en  esa 
mirada  altiva  y  noble  se  vé  brillar  el  fuego  sagrado 
del  valor  militar  que  no  cede  la  derecha  á  nadie  y 
no  reconoce  mas  cadena  que  el  juramento  á  la 
bandera,  ni  mas  poder  que  el  de  Dios  á  quien  solo 
rinden  sus  armas.  '    - 

Aun  no  se  ha  escrito  la  historia  íntima  del  solda- 
do argentino,  porque  nunca  nos  hemos  elevado  á 
su  grandeza.  Somos  tan  pequeños  y  tan  vanos 
que  descuidamos  esa  página  brillante  que  ha  de 
dar  estímulo  á  las  a^eneraciones  venideras. 

El  bullicio  del  campamento  hace  olvidar  las  priva- 
ciones: el  cansancio  de  la  marcha  convida  al  sueño; 
elentusiasmo  de  la  batallaborrala  sangre  derramada: 
pero  cuando  se  contempla  con  pavor  que  el  cólera 


(I)  Al  contrario,  alg-unos  años  después  de  escrito  este  articulo, 
se  ha  demolido  el  arco  de  triunfo  del  antiguo  fuerte,  especie  de  horca 
caudina  por  donde  pasó  cabizbajo  y  abatido  el  bravo  general  inglés 
de  la  conquista,  y  ese  regimiento  afamado  que  hasta  hoy  no  tiene 
bandera:  está  prisionera  entre  las  glorias  argentinas. 


EL    FOGÓN  93 


despedaza  un  ejército  en  el  corto  radio  de  un  terre- 
no insalubre,  al  rayo  de  un  sol  canicular,  sin  los 
auxilios  de  la  ciencia,  que  se  apercibe  caer  las 
víctimas  como  fulminadas  por  un  poder  invisible, 
que  no  bien  se  apaga  el  último  gemido  de  la  muer- 
te que  ya  dá  comienzo  al  primero  de  una  nueva 
agonía;  cuando  se  contempla  con  horror  que  se 
entierran  los  muertos  sin  descanso,  de  un  dia,  dos 
dias,  de  semanas,  meses,  y  que  los  que  sobreviven 
pugnan  valientes  en  esta  batalla  de  la  tumba,  sin 
desmayar  un  solo  momento,  ostentando  las  mas 
grandes  virtudes  militares,  y  sangrando  al  mismo 
tiempo  gota  á  gota  el  dolor  de  sus  tristezas;  enton- 
ces yo  digo,  yo  que  he  visto  todo  eso,  que  he 
soportado  aquellos  momentos  indescriptibles  al  lado 
de  mis  compañeros  de  armas. 

¡  No  conozco  nada  mas  grande   que    el  corazón 
del  soldado! 


xiiiiixixiii 


-    ^CBiLHIl<iLi|l"'><l>'i<*l1iií*'<l<'i"l|li  KMixKiiiii  'iiitiiii¡iiiiiuiiiiiiii>ititti<Mi||i<ii>i]i>iiim<ii)l[Mi[ilt 

^xmmmmm 


VI. 


^uÁNTAS  veces  en  una  de  esas  noches  de  invier- 
'no  del  año  pasado,  después  de  un  día  de  fati- 
gosa marcha  por  entre  esteros  de  deletéreas  mias- 
mas, sentía  el  chucho  del  alma  y  el  del  cuerpo,  y 
aterido  de  frío  me  refugiaba  al  calor  bienhechor  del 
hogar  del  soldado,  cuya  llama  iluminaba  mi  cora- 
zón con  la  luz  del  recuerdo;  todo  allí  tenia  su  len- 
guaje mudo  y  la  naturaleza  animada  por  la  imagi- 
nación, vivia  en  una  atmósfera  triste,  y  fija  la  pupila 
en  los  volubles  espirales  de  la  llama,  veia  brotai" 
como  una  hermosa  visión  de  primavera  mis  buenos 
tiempos,  ó  cual  una  negra  tempestad  del  alma  mi 
angustia  escondida;  y  por  inspiración  divina  en  ese 
círculo  de  fuego  se  revelaba  la  patria:  revivía  inopi- 
nadamente en  la  fantasía  mas  bizarra  de  mí  imagi- 
nación calenturienta;  vislumbraba  en  formas  correc- 
tas su  hermoso  panorama,  el  sol,  el  bosque,  la 
llanura,  el  río,  teniendo  por  fondo  artístico  el  azul  de 
su  bandera;  oía  el  tierno  trino  de  los  pajarillos  en  la 
vecina  arboleda,  y  mis  ojos  traspasando  la  bruma 
de  la  distancia  devoraban  ansiosos  el  campanario 


RL    FOGÓN  95- 


de  la  aldea:  el  ángelus  de  la  tarde,  melancólico  sus- 
piro de  ios  que  han  muerto,  golpeaba  las  puertas 
de  mi  alma  entristecida,  y  dominando  este  torbellino 
de  recuerdos  tan  tenaces,  como  algo  mas  grande 
que  todo,  se  elevaba  rozando  la  lumbre  del  solda- 
do la  sombra  querida,  consoladora,  evocada  por 
mi  tedio. 

Entonces  me  sentía  maniatado  por  ese  lazo  po- 
deroso que  encadena  el  hombre  al  suelo  de  su  cuna, 
se  me  oprimía  con  crueldad  el  corazón,  en  ese  mo- 
mento empezaba  á  reflexionar  sobre  mí  abrumante 
situación,  sentíame  cansado  de  una  campaña  intermi- 
nable, sin  resultados  prácticos  para  mi  porvenir;  las 
glorias  y  los  honores  otros  se  los  llevaban,,  sospecha 
ba  con  amargura  que  no  habría  recompensas  por 
grandes  que  fueran  los  sacrificios,  y  el  olvido  y  la 
ingratitud  se  me  presentaban  con  su  repugnante  faz: 
después  me  encaraba  conmigo  mismo,  y  me  decía 
con  aire  epicúreo,  con  qué  necesidad  soportaba 
tanta  penuria,  y  tanto  fastidio;  en  ese  momento  el 
detestable  esplín  llegaba  á  su  colmo:  deseaba  aban- 
donar el  ejército:  olvidaba  insensato  que  estábamos 
en  una  situación  difícil^  separados  del  ejército  brasile- 
ro, esperando  de  un  momento  á  otro  un  ataque  del 
enemigo,  olvidaba  todo,  porque  los  recuerdos  len- 
tamente me  desesperaban;  y  cuando  empezaba  á 
horadar  esa  punta  mi  cerebro,  veía  el  honor, 
la    dignidad    militar    ultrajada,    que  con   una  cara 


'96  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

adusta,  me  señalaba  los  desertores  de  la  guerra 
del  Paraguay,  y  á  las  amarguras  que  me  habían 

-arrojado  á  la  vida  abrumante  de  soldado,  y  cuan- 
to absorto  vivia  en  esas  reflexiones,  sentia  á 
la  distancia  el  gemido  metálico   de  la  guitarra  que 

.lloraba  un  triste:  entonces  recrudecía  la  realidad 
de  mi  aburrida  existencia,  y  compartía  con  el 
lamento  lejano  los  ensueños  de   la  tierra  querida. 

En  esa  lucha  iba  y  venia  el  pensamiento,  atacaba, 
flanqueaba,  envolvía,  y  al  fin  en  la  contienda  miste- 
riosa del  ser  y  no  ser  los  sentidos  perdiendo  iban  la 
noción  de  la  vida;  todo  en  revuelta  confusión  poco 
.á  poco  cedía  á  la  fatiga,  y  mi  mirada  vaga  v  soño- 
lienta, solo  distinguía  unos  negros  tizones  que  des- 
pedían una  llama  espirante  que  reflejando  en  la 
dura  cara  de  mi  asistente  sus  tintes  caprichosos,  le 
daban  una  espresion  de  bandido.  Este  picaba  tabaco, 
mirando  de  cuando  en  cuando  un  churrasco  que 
como  una  serpiente  se  retorcía  en  la  ceniza...  y 
lentamente  invadía  el  sopor  del  cansancio  mi  anár- 
quica meditación:  un  dulce,  casi  imperceptible  estre- 
mecimiento recorría  mi  organismo,  el  velo  del  caos 
gradualmente  descendía  su  nada  sobre  mí  espíritu, 
haciendo  desaparecer  á  intervalos  aquella  visión  ín- 
tima que  yo  solo  la  sufría,  y  en  seguida,  todo,  como 
un  rumor  que  se  aleja,  iba  desvaneciéndose  en  las 
tranquilas  sombras  del  sueño;  de  cuando  en  cuando 
.cual  una  oscilación  de  un  pesar  reprimido,  abría  los 


m^-. 


:m 


EL   FOGÓN 


97 


pesados  ojos,  volvía  á  cerrarlos,  y  al  fin  envuelto  en 
mi  poncho,  y  abrigado  por  el  fuego  del  fogón  me 
quedaba  dormido. 

¡Bendito  sea  el  sueño  del  soldado! 

Paso  Pocú,  1868. 


Í-- 


EL  CORONEL 


D0M  MMWUEL  B0S1TI 


(Muerto  en  Curupaytí  el  22  de  Setiembre  de 


A   MI    DISTINGUIDO    AMIGO    EL    Dr.    Don    CARLOS    ROSETL 


-r^  m  <^» 


CORON  EL 

Manuel  RossETi 


^ 


I. 


No  existe  mayor  satisfacción,  ni 
mas  grande  realce  en  la  dura  vida 
errante  del  hombre  de  guerra,  que 
el  cumplimiento  del  deber.  La  alti- 
vez del  soldado  está  fundada  en  una 
base  sólida:  el  sacrificio:  es  por  eso 
que  se  mendigan  con  tanto  afán  y 
descaro  los  honores  militares,  que 
únicamente  son  patrimonio  de  gran- 
des y  constantes  servicios  á  la  na- 
ción. 


A  gloria  de  la  guerra  del  Paraguay,  ha  sido 
adquirida  á  precio  exhorbitante.  La  Nación 
Argentina  tendrá  siempre  que  resentirse  de  las 
pérdidas  de  aquella  prolongada  lucha,  en  que  su- 
cumbió la  flor  de  su  ejército,  y  quedaron  extendi- 
dos en  el  campo  de  batalla,  cayendo  como  buenos, 
nuestros  jefes  de  mas  nombradía,  que  eran,  puede 
decirse,  los  fundadores  del  ejército  argentino  de 
estos  dias. 


A  este  noble  grupo  pertenecía  Manuel  Roseti, 
espíritu  caballeresco,  que  inspiraba  la  confianza  á 
sus   subordinados  dando  el  ejemplo  en  el  peligro, 


102  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

• ■'    '■      ■  » ■ ■ — 

y  atraía  la  estimación  por  sus  relevantes  dotes  per- 
sonales^ formando  el  todo  una  brillante  figura  mi- 
litar. Robusto,  de  arrogante  porte,  activo,  culto,  in- 
teligente, abnegado,  leal  amigo,  con  un  carácter 
recto  y  honrado  que  lo  distinguió  con  brillo,  co- 
ronando estos  justos  conceptos  una  ilustración  que 
le  colocaba  entre  los  militares  mas  distinguidos  del 
ejército  de  aquellos  tiempos,  fué  el  gefe  del  1°  de 
línea,  una  escuela  práctica  para  formar  buenos  ofi- 
ciales, dejando  en  nuestra  historia  militar  una  pá- 
gina resaltante. 

Es  justo,  pues,  que  bosquejemos  á  grandes  ras- 
gos la  foja  de  servicios  de  tan  distinguido  jefe. 

Oriundo  de  una  distinguida  familia,  abrazó  la 
carrera  militar  por  vocación,  contra  la  voluntad 
de  sus  padres.  La  existencia  gloriosa  del  sol- 
dado tenia  para  él  todas  las  aspiraciones  de  su 
noble  carácter.  "  Todo  por  la  patria  '"  era  su 
lema  de  oro;  y  sosteniendo  ese  voto  sagrado  con 
la  austeridad  de  su  vida,  supo  cumplirlo  con  la  he- 
roicidad de  su  muerte. 

El  comienzo  de  su  carrera  militar  fué  en  el  sitio 
de  Buenos  Aires  el  año  de  1852  en  las  filas  de  la 
Guardia  Nacional,  ingresando  algún  tiempo  des- 
pués como  subteniente  al  Batallón  I*^  de  línea  que 
á  la  sazón  lo  mandaba  el  coronel  Conesa:  en  este 


**'- 


EL  CORONEL  DON   MANUEL  ROSETI  103 

cuerpo  sirvió  durante  todo  el  asedio.  Su  carácter 
grave  y  estudioso  le  captó  la  estimación  de  sus 
gefes,  y  sus  compañeros  desde  ese  momento  tuvie- 
ron en  él  un  estímulo  que  les  impulsó  al  estudio  de 
las  materias  militares,  y  al  cumplimiento  estricto  del 
deber. 

Durante  este  periodo,  asistió  á  todos  los  encar- 
nizados combates  que  tuvieron  lugar,  en  ese  sitio 
memorable.  Amigo  y  compañero  de  batallón  del 
sub-teniente  Miguel  Martínez  de  Hoz,  se  encontra- 
ron siempre  unidos  en  el  peligro,  y  estrecharon  con 
vínculos  de  acero,  una  vida  laboriosa  y  constante 
en  la  lucha,  que  también  debería  ser  casi  al  mismo 
tiempo  cortada  por  la  espada. 

Dos  años  después,  en  Agosto  de  1854,  ascen- 
dió á  teniente  2^';  á  teniente  I''  el  16  de  Febrero 
de  1855  y  ayudante  mayor  el  12  de  Febrero  de 
1856.  En  este  intervalo  de  tres  años  se  encontró 
en  varias  espediciones  que  se  hicieron  al  interior 
de  la  Provincia  de  Buenos  Aires  á  causa  de  las  in- 
vasiones que  hacían  á  ésta,  las  fuerzas  de  la  Con- 
federación. 

A  fines  del  año  1856,  marchó  á  la  frontera  con 
su  cuerpo  para  hacer  la  espedicion  al  desierto,  en- 
contrándose en  los  combates  que  tuvieron  lugar 
con  los  indios  en  el  mes  de  Diciembre  del  57,  y 


104  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

posteriormente  en  aquellos  que  se  dieron  en  el  Sol 
de  Mayo  en  los  días  16  y  ]7  de  Febrero  de  1858 
en  el  arroyo  de  Pigüe. 

Regresó  con  su  batallón  á  Buenos  Aires  el  año 
59  cuyo  cuerpo  fué  en  seguida  destacado  de  guar- 
nición á  Martin  Garcia,  donde  permaneció  hasta 
principios  de  Octubre  del  mismo  año.  En  seguida 
fué  incorporado  el  1°  de  línea  al  ejército  de  Buenos 
Aires,  que  se  organizaba  entonces  para  repeler 
la  invasión  que  nos  traia  el  general  Urquiza. 

La  batalla  de  Cepeda  fué  el  desenlace  de  este 
período  de  guerra  civil,  y  nuestro  capitán  se  cu- 
brió de  gloria  á  las  órdenes  del  inmortal  Conesa, 
recibiendo  un  balazo  en  un  hombro;  asistió,  apesar 
de  estar  herido,  á  la  famosa  retirada  sobre  San 
Nicolás,  y  mas  tarde  al  regresar  el  ejército  á  Bue- 
nos Aires,  al  combate  naval  frente  á  San  Nicolás, 
y  al  corto  sitio  que  en  seguida  se  le  impuso  á 
aquella  ciudad. 

En  Enero  de  1860  ascendió  á  sargento  mayor 
graduado  y  en  Junio  del  mismo  año  obtuvo  la  efec- 
tividad. 


ÍV."         • 


11. 


NiciADA  la  campaña  del  61,  su  cuerpo  marchó* 
á  Rojas  que  era  el  punto  céntrico  de  la  movi- 
lización del  ejército;  y  asistió  mandando  el  bata- 
llón I*^  de  línea,  á  la  batalla  de  Pavón  dada  el 
17  de  Setiembre  cuya  comportacion  distinguida. 
tué  elogiada  en  el  parte  del  Comandante  en  Gefe. 


Hizo  en   seguida  la  campaña  del  interior,  obte- 
niendo en  el  mes  de  Diciembre  del  mismo  año  el 
grado  de  teniente  coronel  graduado. 

En  seguida  del  regreso  de  la  expedición  al  in- 
terior marchó  á  la  frontera  del  Oeste  de  Buenos  Ai- 
res á  las  órdenes  del  coronel  Vedia  y  fundó  el 
pueblo  del  9  de  Julio. 

En  Febrero  28  de  1863  ascendió  á  teniente: 
coronel  efectivo. 


III. 


ROVOCADA  la  guerra  del  Paraguay,  fué  mo- 
vilizado en  primer  término  el  ejército  de  línea, 
marchando  el  general  Paunero  con  un  cuerpo  de 
tropas  al  litoral  del  Paraná.  El  25  de  Mayo  des- 
embarcaba este  general  en  Corrientes.  En  este 
combate  memorable  el  arrogante  Roseti  tomaba 
parte  con  dos  compañias  del  1°  de  línea,  manda- 
das por  los  capitanes  Etchegaray  y  Fuentes;  y  su 
gallarda  comportacion  desmentía  gloriosamente 
las  invenciones  grotescas  de  la  envidia;  de  esa 
pasión  innoble  que  por  desgracia  abunda  alguna 
vez  en  los  ejércitos. 

La  bravura  y  serenidad  de  Roseti  en  ese  dia,  fué 
digna  de  elogio:  con  un  puñados  de  soldados  se 
lanzó  sobre  los  batallones  paraguayos  y  los  re- 
chazó, imponiendo  su  denuedo,  alimentado  en 
-aquella  hermosa  figura  de  soldado. 


En  seguida,  siempre  formando  en  el  primer  cuer- 
po de  ejército  argentino  á  las  órdenes  del  gene- 


EL  CORONEL  DON  MANUEL  ROSETI  107 

ral  Paunero,  hizo  la  peligrosa  travesía  de  la  Pro- 
vincia de  Corrientes  para  dar  luego  al  ejército 
paraguayo  la  batalla  de  Yatay,  en  Agosto  del  65. 

En  esta  batalla  el  comandante  Roseti  se  dis- 
tinguió con  su  cuerpo. 

Inmediatamente  viene  la  rendición  de  la  Urugua- 
yana  que  complementó  la  victoria  estratégica  del 
ilustre  general  Mitre,  á  cuyo  acto  asistió  también 
el  1°  de  línea. 

Posteriormente  asiste  á  las  siguientes  operacio- 
nes y  batallas  de  esta  memorable  guerra: 

Marcha  ofensiva  contra  el  ejército  de  Resquin 
■que  se  retira  á  marchas  forzadas  después  del  des- 
calabro de  Yatay  y  Uruguayana.  Paso  del  rio  Pa- 
raná el  16  de  Abril  del  66.  Combate  del  2  de  Mayo, 
escaramuza  del  20  del  mismo  mes,  varios  recono- 
cimientos sobre  el  campo  enemigo  en  Tuyutí.  Gran 
batalla  de  24  de  Mayo  donde  figura  de  jefe  de 
brigada,  mandando  el  I"  de  línea  y  el  San  Ni- 
colás. En  esta  batalla  demostró,  su  pericia  y 
buen  golpe  de  ojo,  y  fué  el  sosten  oportuno  de 
los  cuerpos  que  se  habían  comprometido  impru- 
dentemente en  la  vanguardia  y  distinguióse  el  I*^ 
de  línea  por  una  carga  á  la  bayoneta  dada  á  una 
fuerza  paraguaya. 


i 


■f^7- 


108  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

En  Yataytí-Corá  demostró  un  temple  de  fierro^ 
y  combatió  con  su  batallón  durante  mucho  tiempo 
contra  fuerzas  numerosas  del  enemigo,  perdien- 
do once  oficiales,  entre  ellos  el  inmortal  mayor 
Etchegaray  y  60  soldados.  Como  premio  á  tanto 
servicio  fué  ascendido  á  coronel  graduado  el  21 
de  Agosto  de  1866. 

Viene  en  seguida  la  operación  sobre  la  derecha 
paraguaya  y  como  final  de  aquel  sangriento  drama, 
el  asalto  de  Curupaytí. 


i^^'^ 


W/^-^ 


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vS^J 


lY. 


Kíi  N  amargo  presentimiento  invade  aquel  dia  el 
"  corazón  de  Roseti:  sabe  que  vá  á  morir,  y  se 
pone  valientemente  á  la  cabeza  de  su  brigada  ha- 
ciendo vibrar  su  palabra  ardiente  y  destacando  su 
enérgica  figura  entre  sus  soldados. 


En  el  trascurso  del  ataque  es  herido  y  sus  ofi- 
ciales lo  rodean  y  le  piden  que  se  retire:  no  es 
nada,  les  dice,  y  levantando  la  espada,  grita: 
adelante;  y  mas  enardecido  aun,  marcha  desafian- 
do aquel  granizo  horrible  de  plomo  y  metralla:  es 
que  una  fuerza  misteriosa  lo  impele  á  cumplir  el 
glorioso  compromiso  de  su  muerte:  una  segunda 
vez  es  herido  y  cae  desfallecido.  El  teniente  Saint- 
Paul  y  algunos  soldados  intentan  salvarlo,  pero  es 
necesario  que  se  cumpla  su  cruel  destino:  algunos 
de  esos  fieles  servidores  sucumben  también  al  plo- 
mo mortífero!  Entonces  desamparado  y  entregado 
á  la  furia  salvaje  del  enemigo  queda  en  aquel  cam-. 
po  de  muerte  el  heroico  gefe  del  I  °  de  línea. 


V. 


u  agonía  debió  ser  horrible.  Abandonado  en 
medio  de  la  derrota,  vio  con  angustia  alejarse 
las  banderas  despedazadas  de  los  argentinos  para 
no  verlas  mas.  Entre  montones  de  cadáveres  ami- 
gos, solo  sintió  en  el  supremo  momento,  los  víto- 
res del  vencedor,  solo  vio  como  un  velo  de  sangre 
horrible,  el  trapo  colorado  de  su  uniforme,  y  el 
aspecto  sarcástico,  ensoberbecido  de  esos  rostros 
guaraníes,  oscuros  y  feroces,  donde  irradiaba  la  luz 
siniestra  de  esos  ojos  que  dirigían  con  tanto  acierto 
las  miras  de  sus  fusiles,  y  presenció  tal  vez  como 
el  último  tormento  indescriptible,  el  degüello  sin 
piedad  de  nuestros  infortunados  heridos.  Entonces 
cuando  ya  había  apurado  toda  la  amargura  de  una 
vida  abnegada  de  soldado,  sucumbió....  lejos   de 

la  patria,  del  hogar  que  lo  vio  nacer y  las  aves 

de  rapiña  que  cernían  su  vuelo  sobre  su  helada 
frente  de  moribundo,  descendieron  rápidas  á  dis- 
putarse los  sagrados  despojos  de  uno  de  los  jefes 
mas  espectables  del  ejército  argentino. 


EL  SOLDADO 


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I. 


Ah!  piensa  que  el  señor  no  puso  en  vano 
Un  rayo  de  piedad  dentro  del  alma, 
Y  sobre  el    humo  de  la  tierra   triste 
El  sempiterno  hogfar   de  la  esperanza. 

R.   GuriERKFz. 


La  corona  que  circunda 
La  cabeza  del  soldado 
Es  de  punzantes  espinis, 
La  punta  que  mas  le  hiere 
Es  la   obediencia  pasiva. 

ALFKrno   DE  ViGxv. 


H !  cuando  en  la  hora  del  descanso  reclines  tu 
cabeza  en  el  maternal  regazo,  y  sientas  que 
su  filial  ternura  lentamente  te  aletarga  en  un  sueño 
sin  fantasmas.  .  . .  acuérdate  del  soldado  que  triste 
vaga  errante,  consumido  por  el  insomnio  febril  de 
una  marcha  sin  aliento,  sin  que  una  madre  tierna 
vele  su  intranquilo  reposo...  ¡Ah!  velando  él, 
siempre,  á  toda  hora,  el  sueño  de  la  patria. 


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II. 


UANDO  en  la  noche  de  lozana  primavera,  ilu- 
minada por  el  pálido  rayo  de  la  luna,  discur- 
ras á  orillas  del  lago  que  refleja  en  forma  de  hada 
la  sombra  misteriosa  de  la  mujer  que  amas,  y  ates 
con  el  nudo  de  tus  brazos  su  esbelto  talle,  sintien- 
do que  en  sus  labios  palpita  silenciosa  una  sonrisa, 
perfumada  por  un  destello  del  amor  de  su  alma, 
y  que  su  seno  albo  como  la  espuma  del  mar,  se 
eleva  cual  el  vaivén  de  la  ola;  tempestuoso,  solo 
por  tí,  y  que  tu  espíritu  se  exhala  en  el  éxtasis  del 
primer  beso  de  amor .  .  .  acuérdate  del  soldado, 
que  lejos  de  lo  que  ama,  lamenta  en  silencio  sus 
pesares;  aquella  nostalgia  bendita,  sin  cesar  golpea 
su  corazón;  no  olvides  que  ese  peregrino  de  la 
desventura  fué  arrancado  de  un  paraíso  igual  al 
tuyo  por  la  mano  implacable  del  deber. 


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III. 


UANDO  en  la  noche  quejumbrosa  los  genios  de 
las  tempestades  atruenen  el  espacio,  y  la  luz 
tétrica  del  rayo  quiebre  aquella  oscuridad  de  caos, 
azotando  el  helado  cierzo  con  su  chasquido  seco  la 
puerta  de  tu  hogar,  y  tu  á  su  lumbre  benéfica  en 
el  recinto  de  la  dicha  inefable  de  tu  familia,  goces 
las  bulliciosas  caricias  de  tus  pequeños  hijos  que 
distraen  tu  pensamiento; .  .  .  acuérdate  del  soldado 
que  solitario  y  triste,  ateridos  sus  miembros  por  el 
frió,  siente  desplomarse  sin  piedad  sobre  él  la  pe- 
rezosa lluvia.  Allí  clavado  está  en  aquella  picota 
heroica:  su  consigna,  es  el  sufrimiento;  su  gloria,  la 
constancia.  En  esa  centinela  lanzada  al  acaso  en 
las  negras  sombras  de  la  tempestuosa  noche,  re- 
posa tal  vez  el  porvenir  de  una  nación.  ¡  Ah !  él 
vela  siempre,  pensando  en  sus  tiernos  vastagos, 
que  quizá  á  esa  hora  en  la  lejana  comarca  de  la 
patria,  mendigan  un  pedazo  de  pan. 


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IV. 


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VV 


UANDO  en  el  opíparo  banquete,  tu  alma  se  di- 
late al  son  armónico  de  las  ':opas  que  se  cho- 
can en  loor  de  una  alegria,  ó  para  rendir  homenaje 
á  una  gloria,  y  tu  cabeza  caliente,  fermentando  en- 
tusiasmo, impulse  á  tus  labios  frases  de  fuego,  que 
se  pierden  en  la  ardiente  algazara  del  festin  .  ,  . 
acuérdate  del  soldado  que  hambriento  y  haraposo 
siente  desfallecido  su  cuerpo,  no  olvides  que  aquel 
héroe  ignorado  del  sufrimiento  marcha  devorado 
por  la  sed,  sin  detener  un  instante  su  paso  vaci- 
lante: es  el  judio  errante  de  la  patria:  vá  impasible 
á  conquistar  hazañas  para  que  celebres  en  tus  fes- 
tines. 


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Y. 


UANDO  vagando  libre  como  las  auras  del  mar, 
suav^emente  se  deslice  tu  barquilla  por  la  man- 
sa corriente  del  gracioso  arroyuelo,  que  serpen- 
teando en  forma  de  arabesco,  besa  el  pié  de  tu  hu- 
milde cabana  solitaria;  y  entones  una  canción  de 
libertad  que  el  eco  lejano  repite  lentamente,  como 
gozándose  en  el  misterio  de  esta  palabra .  .  acuér- 
date del  soldado  que  prisionero  de  un  bárbaro 
enemigo,  arrastra  impaciente  el  lento  sufrir  de  un 
martirio  sin  ejemplo;  y  entre  los  horrores  de  una 
vida  triturada,  estiende  el  ojo  enjuto  y  ardiente 
hacia  el  horizonte,  como  buscando  con  una  ansia  de 
agonía  la  patria  que  vislumbra  en  su  sueño  tem- 
pestuoso ....  ¡Ah!  solo  el  rumor  de  su  cadena  res- 
ponde á  ese  ¡ay!  del  alma! 


YI. 


'üANDO  vuelvas  fatigado  de  tu  trabajo  en  la 
tranquila  tarde,  ansioso  de  descanso,  y  sientas 
los  rápidos  pasos  de  tus  pequeños  hijos  que  pre- 
vienen tu  llegada;  presurosos  se  arrojan  á  tus  bra- 
zos con  zelos  de  tus  cariños,  y  con  inefable  algazara 
devoran  tus  caricias .  ,  .  ,  acuérdate  del  soldado, 
que  joven  retorna  á  la  patria,  envejecido  en  los 
gloriosos  episodios  de  un  poema  de  sacrificio  .... 
¡Inválido  infeliz!  en  vano  es  que  apresures  tu  paso 
difícil!,  .,  .encontrarás  el  hogar  desierto,  aquella 
tierna  despedida  que  vibró  en  esos  lugares  tan  que- 
ridos de  tu  alma,  ¡fué  eterna!  y  todo  lo  que  sonrió 
en  un  tiempo  mas  feliz  está  encerrado  en  una  tumba. 


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VIL 


'uANDO  en  la  hora  de  la  ventura,  sientas  que 
el  beso  de  la  esposa  corona  la  obra  de  tu 
amor,  y  tus  lágrimas  de  ternura  abrillanten  su  guir- 
nalda de  azahares,  y  el  misterio  de  una  sombra 
voluptuosa  vele  al  mundo  los  secretos  de  tu  dicha 
inefable ....  acuérdate  del  soldado,  que  en  la  san- 
grienta liza  de  una  victoria  inmortal  se  arrastra 
moribundo:  en  la  última  oscilación  de  sus  vidriosos 
ojos  vislumbra  la  imagen  querida,  y  lívido  el  labio, 
tembloroso,  invoca  en  su  postrer  delirio,  el  divino 
amor  de  su  alma,  y  muere  revolcándose  en  su  san- 
gre, en  esa  sangre  noble  y  generosa  que  consolida 
la  paz  de  tu  felicidad  nupcial. 


VIII. 


Í.UANDO  triste  dobles  las  rodillas  ante  un  sepul- 
cro amado,  y  sientas  que  tu  penase  exhala 
fugitiva  por  las  gotas  de  tu  alma,  al  compás  del 
blando  arrullo  que  murmura  el  ciprés  que  le  dá 
sombra,  de  esa  arpa  eólica  cuyas  cuerdas  mueve  el 
misterio  de  los  muertos .  .  .  acuérdate  del  soldado, 
cuyos  huesos  aún  blanquean  confundidos  en  el  sue- 
lo de  la  batalla,  en  la  tierra  inhospitalaria  del  odio: 
sus  hijos  buscarán  en  vano  la  tumba  del  héroe  ol- 
vidado; su  esposa  desolada  no  tendrá  ni  el  montón 
de  tierra  con  la  cruz  de  ramas  de  los  pobres,  donde 
dejar  la  huella  de  su  pena  inconsolable. 


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JX. 


h!  no  olvides  que  la  humanidad  gime,  que  el 
dolor  sube  al  reino  eterno  como  una  plegaria 
divina,  que  son  bienaventurados  los  que  han  muer- 
to por  una  causa  santa,  los  que  han  sentido  la  pun- 
zante pena  de  una  agonía  infinita,  los  que  han  com- 
padecido la  miseria  humana  en  su  dolor  inmortal 
pide  un  destello  de  piedad  átu  alma,  que  en  cambio 
las  puertas  del  paraíso  te  serán  abiertas;  y  estiende 
tu  mirada  compasiva  hacia  ese  ser  tan  combatido 
por  el  infortunio,  cuya  alma  es  grande  como  la  pira 
que  lo  alimenta;  templada  está  en  el  fuego  de  la 
gloria!  ¡Ah!  no  olvides  que  su  sangre  es  el  bál- 
samo con  que  se  cierran  las  heridas  de  la  patria! 


Tuyucué,  1868. 


EL  TENIENTE  CORONEL 


101  ILEJllilJ  WÍM 


(MUERTO  EN  EL  ASALTO  DE  CURUPAYTÍ) 


-M- 


T^-^  Coronel 

Alejanro  Díaz 


I. 


Y  aquel  discípulo  de  Saint  Cyr, 
probó  á  muchos,  que  la  ciencia  no 
había  reñido  con  la  bravura,  fué 
necesario  que  se  hiciera  matar,  pa- 
ra probar  este  aserto. 


O  le  vi  estendidO;,  amarillo,  color  de  cera, 
^  petrificado  por  la  muerte  prematura,  sobre  un 
improvisado  ataúd,  no  teniendo  mas  mortaja  que 
su  g-lorioso  uniforme  ensangrentado.  Velé  su  pri- 
mera noche  de  eternidad,  y  acompañé  en  el  sincero 
dolor  reprimido  á  su  hermano,  que  era  el  mayor 
de  mi  cuerpo.  La  aflicción  de  aquellas  tristes  ho- 
ras, como  un  inmenso  pesar  que  oprime  el  corazón 

ha  quedado  relevada  ^^  en  mi  espíritu,  y  es  por  eso 
que  voy  á  pagar  el  tributo  que  debo  á  la  memoria 
de  uno  de  los  mas  ilustres  jefes  de  la  guerra  del 
Paraguay. 


(I)     Repujada  ó  rempujada  equivale  al  vocablo  francés  repoussé 
que  indica  el  relieve  hecho  á  martillo. 


126  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Los  dolores  de  la  muerte  son  de  tal  reflexión, 
que  avivan  constantemente  los  recuerdos,  los  in- 
crustan, los  hacen  indelebles:  su  pálido  sudario 
se  mueve  con  la  vida  eterna,  y  ni  el  mas  pequeño 
detalle  desaparece  de  la  distanciada  escena  que- 
jumbrosa, que  siempre  se  presenta  á  la  imaginación 
con  su  sombrío  colorido,  allá,  en  un  lejano  vapo- 
roso como  el  ambiente  del  mundo  de  los  fantasmas. 

Es  por  eso  que  aquella  negra  noche  sin  gemidos 
ha  inspirado  la  resurrección  de  una  vida  de  honor, 
templada  en  las  vicisitudes  de  una  carrera  ingrata 
y  una  muerte  de  soldado. 


11. 


LEjANDRO  Díaz  era  muy  digno  de  honrar  las 
armas  argentinas.  Bajo  todos  los  mas  honro- 
sos conceptos  podia  calificársele  de  oficial  distingui- 
do. Austero  en  la  disciplina,  metódico  y  organizador 
en  los  deberes,  laborioso  y  constante  en  el  trabajo, 
como  verdadero  oficial  de  la  escuela  antigua,  va- 
liente sin  jactancia,  reservado  en  sus  disposiciones, 
caballero  y  respetuoso  en  sus  maneras,  afable  en 
el  trato  habitual  lejos  del  servicio,  y  con  una  vasta 
ilustración  militar  adquirida  con  la  fuerza  de  carác- 
ter que  era  de  su  dominio  propio,  indudablemente, 
hubiera  sido  impulsado  por  tan  nobles  aptitudes, 
á  los  mandos  superiores  que  son  el  patrimonio  de 
las  grandes  calidades  militares. 


Su  mejor  retrato  será  el  reflejo  lacónico  de  su 
vida  militar,  esculpida  en  diez  y  nueve  años  de 
acciones  meritorias,  abarcando  la  mayor  parte  de 
una  existencia  que  alcanzaba  en  el  momento  de  su 
fatal  deceso,   al  mayor  esplendor   de  su  juventud. 


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'^^^í^mííífíJíí^^xSííT^ifcí^^ 


Til. 


P\  ESCENDIENT?:  (le  lina  clistinouida  familia,  Ale- 
Janeiro  Díaz  nació  en  1835;  en  la  Guardia  de 
Lujan,  (hoy  Anilla  de  Mercedes,)  siendo  su  padre 
Juez  de  Paz  de  aquel  punto. 


''5áí';>-. 


Mas  tarde,  nublado  el  sol  de  la  libertad  y  esta- 
blecido por  sistema  el  terror  de  la  tiranía,  la 
familia  de  Diaz  tuvo  cjue  abandonar  el  año  40  la 
tierra  arg^entina  y  refugiarse  en  el  baluarte  esparta- 
no que  con  razón  llamó  el  general  Pacheco  y  Obes, 
"La  Nueva  Troya."   '^\ 


El  niño,  que  ya  revelaba  la  impulsión  de  su 
vocación,  fué  subiendo  la  escala  de  la  edad,  em- 
briaofado  continuamente  con  el  rumor  de  los  com- 
bates,   alucinado  con  el  brillante  espectáculo  de  las 


(I)  Este  general  escribió  una  hermosa  novela  que  se  tituló  La  Nueva 
Troya  que  hacia  la  historia  del  memorable  sitio:  pero  como  carecía 
de  reputación  literaria,  pidió  á  Alejandro  Dumas  padre,  que  be  la 
firmara,  lo  que  aquel   hizo  complacido,  y  voló  el  libro  por  el  mundo. 

Este  obsequió  entonces  a!  general  Pacheco  y  Obes  con  una  pre- 
ciosa arma  que  hoy  se  encuentra  en  mi  colección. 


~.:^- 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO    DÍAZ  129 

formaciones  guerreras,  y  conmovido  por  los  epi- 
sodios heroicos,  que  eran,  puede  decirse,  la  exis- 
tencia diaria  de  aquel  memorable  asedio. 

Con  impaciencia  esperaba  que  la  edad  le  diera 
fuerza,  para  esgrimir  una  arma  y  poder  presentar 
su  pecho  al  peligro. 

Un  dia  no  pudo  soportar  mas,  y  corrió  á  alistarse 
l)ajo  la  bandera  de  un  bravo  batallón. 

El  26  de  Julio  de  1847,  á  los  doce  años,  entra- 
ba en  clase  de  distinguido  en  el  2"  de  cazadores, 
que  mandaba  el  ilustre  coronel  don  Juan  A.  Lezica. 

En  esta  escuela  rígida  dio  comienzo  á  su  carre- 
ra: brillante  escuela,  digna  de  formar  distinguidos 
discípulos,  no  solo  por  el  valor  de  su  jefe,  como 
por  la  experiencia  que   encarnaba  el  rudo  asedio. 

En  1 848  asistió  á  la  campaña  de  Maldonado  con 
su  batallón,  y  en  seguida  á  todos  los  episodios  en 
■que  aquel  fué  actor. 

Su  contracción  y  aptitudes,  bien  pronto  fueron 
recompensadas.  Trocaba  el  7  de  Enero  de  1850 
su  uniforme  raido  de  cadete,  por  el  de  subtenien- 
te, y  recibía  manifestaciones  de  aprecio  de  su  gefe 
el  coronel  Lezica  y  de  su  capitán  don  Felipe  Al- 
decoa,  que  fueron,  puede  decirse,  los  severos  con- 
sejeros en  su  infancia  militar. 


130  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


Roto  el  cerco  de  Montev-ideo  por  la  osada  ope- 
ración del  general  Urquiza,  el  jó\'en  sub-teniente 
obtuvo  su  baja,  y  se  incorporó  en  1 85 1  como  te- 
niente 2"  a  las  filas  del  batallón  Urquiza,  que  for- 
maba parte  del  ej.Tcito  que  mas  tarde  debía  iniciar  / 
la  campaña  contra  Rosas.  Allí  permaneció  hasta 
el  mes  de  Enero  de  1852  que  pasó  con  el  mismo 
empleo  al  batallón  San  Martin,  bajo  las  órdenes 
entonces  del  coronel  Echenaofucia. 


& 


En  este  batallón  asistió  á  la  batalla  de  Monte  Ca- 
seros, mandando  la  2^  mitad  de  la  3^  compañía. 
Mas  tarde  un  ascenso  recompensaba  la  gloria  de 
estedia,  y  el  sub-teniente  del  sitio  de  Montevideo, 
pudo  ostentar  con  orgullo  las  insignias  de  teniente 
I",  sahumadas  con  la  póh-ora  de  la  gran  batalla  de 
la  libertad. 

En  este  mismo  empleo  sirvió  á  principios  del  sitia 
de  Buenos  Aires  (1853),  obteniendo  en  seguida  el 
de  ayudante  mayor,  y  después  el  de  capitán  de  la 
3^  compañía. 

Durante  esta  nueva  faz  de  la  guerra,  consolidó 
mas  su  temple  de  soldado,  y  fué  constante  actor  en 
los  diversos  combates  que  tuvieron  por  teatro  el 
sector  de  la  línea  que  defendía  el  San  Martin,  distin- 
guiéndose con  gallardía  en  el  encarnizado  encuentra 
que  tuvo  lugar  en  el  Potrero  Langdon,  entre  aquel 
cuerpo  y  superiores  fuerzas  del  adversario. 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO    DÍAZ  131 

De  mas  valer  que  mi  incorrecta  narración,  será 
la  palabra  del  venerable  coronel  Echenagucia, 
quien,  refiriéndose  á  la  brillante  comportacion  del 
joven  capitán,  decía  en  un  documento  oficial. 

"La  conducta  del  capitán  Díaz  en  este  dia,  en 
que  con  unos  cuantos  hombres  llegó  hasta  la  bate- 
ría enemiga  de  la  Convalescencia,  al  pié  de  la  cual 
recibió  dos  heridas,  una  de  sable  en  la  cabeza,  y 
otra  de  lanza  en  el  pecho,  mereció  una  recomenda- 
ción especial,  que  se  halla  consignada  en  el  parte 
que  pasé  al  general  en  jefe  de  la  línea,  dando  cuenta 
de  ese  g-lorioso  hecho  de  armas." 

En  otro  lugar  del  mismo  documento  prosigue  el 
bravo  coronel. 

"Como  se  vé,  señor  Inspector,  la  vida  militar  del 
mayor  Diaz  ^^)  ha  sido  laboriosa,  y  con  verdadero 
placer  puedo  asegurar  á  V.  S._,  que  durante  el  tiem- 
po que  sirvió  á  mis  órdenes,  su  conducta  ha  sido 
siempre  la  de  un  oficial  lleno  de  amor  á  la  carrera, 
sirviendo  con  inteligencia,  y  con  valor  digno  de 
elogio,  en  la  batalla  de  Caseros^  en  la  acción  del 
Potrero  Langdon  y  en  todos  los  combates  parciales 
en  que  le  cupo  parte  al  batallón  á  mi  mando." 


(I)     En  la  época  en  que  se    produjo  este,    ya   era    mayor  nuestro 
protagonista. 


132  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Esta  sencilla  pero  sincera  esposicion  del  anciano 
veterano,  predispone  en  favor  del  joven  oficial,  que 
puede  decirse,  eran  los  primeros  pasos  que  hacía 
en  su  brillante  carrera. 

Concluido  el  sitio,  marchó  el  capitán  Diaz  con  su 
compañía,  á  la  frontera  Sud,  acompañando  al  coro- 
nel don  Julián  Martinez;  estuvo  allí  ocho  meses,  y 
regresó  en  seguida  á  Buenos  Aires. 

Como  las  obligaciones  del  servicio  le  impedían 
entregarse  en  absoluto  al  estudio,  que  era  su  per- 
severante empeño,  solicitó  en  1854  su  pase  á  la 
Plana  Mayor,  para  poder  llenar  tan  laudable  pro- 
pósito. 

Mas  tarde  fué  agregado  al  2"  de  línea  y  en  este 
cuerpo  asistió  á  la  batalla  del  Tala. 

Después  de  este  suceso,  se  formó  un  cuerpo  de 
observación  en  Ramallo,  del  que  formaba  parte  el 
regimiento  de  milicias  de  San  Fernando,  mandado 
por  el  coronel  Sanabria;  como  2°  gefe  fué  nombrado 
el  capitán  Diaz;  pero  permaneció  poco  tiempo  á 
causa  de  haber  sido  disueltas  estas  fuerzas. 

Al  regresar  á  Buenos  Aires,  obtuvo  el  coronel 
Sanabria  el  mando  del  Regimiento  Escolta,  y  como 
este  jefe   sabía  apreciar  debidamente  los  méritos 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO   DÍAZ  133 

del  joven  capitán,  le  ofreció  el  mando  de  una  com- 
pañía. Aceptada  la  propuesta,  se  incorporó  á  esta 
unidad  de  fuerza,  y  se  dedicó  con  empeño  al  estudio 
de  una  arma  que  no  era  la  suya. 

En  1855  marchó  el  regimiento  al  Tandil  y  desde 
allí  se  dirio-ió  á  San  Cala,  de  cuyo  punto  operó  con 
el  propósito  de  cortar  la  retirada  á  los  indios  de 
Catriel,  que  debían  ser  batidos  en  Tapalqué  por 
fuerzas  combinadas  á  las  órdenes  del  coronel 
Mitre. 

Arriesgada  fué  la  jornada  rastreando  la  reta- 
guardia de  Calfucurá,  consiguiendo  con  felicidad 
reunirse  á  las  fuerzas  del  comandante  Otamendi,  y 
á  la  del  coronel  D.  Laureano  Diaz,  que  atacado  por 
las  fuerzas  de  aquel  cacique  en  cerco  estrecho,  es- 
taba encerrado. 

Después  de  estos  sucesos  se  estableció  un  cam- 
pamento de  las  tres  armas  en  Tapalqué,  á  las  órde- 
nes del  oreneral  Hornos. 


& 


El  29  de  Octubre  de  1855  los  indios  sorprendie- 
ron las  guardias  avanzadas,  y  atacaron  con  increí- 
ble audacia  el  campo  del  general  Hornos.  Mas  no 
fué  de  tal  magnitud  el  avance,  que  no  diera  tiempo 
á  la  división  para  formar  en  batalla. 


134  LA  CARTERA  DK  UN  SOLDADO 


En  este  combate  se  le  ordenó  al  capitán  Díaz 
que  cargase  con  su  escuadrón  á  los  indios.  No  tre- 
pidó un  momento  el  valiente  oficial,  y  poniéndose  al 
frente  de  sus  bravos  soldados,  se  lanzó  rápidamen- 
te sobre  el  audaz  salvaje.  El  choque  fué  violento, 
como  el  contacto  estentóreo  de  dos  fuerzas  hercú- 
leas encontradas.  Terrible  el  entrevero,  le  contó 
entre  sus  mas  bizarras  íig-uras,  y  se  le  vio  caer  pe- 
leando heroicamente  con  cuatro  heridas  de  lanza 
recibidas  de  frente.  Como  él  era  un  ejemplo  de 
atrayente  realce,  rodaban  por  tierra  también  á  su 
lado,  combatiendo  como  bravos,  para  no  levantarse 
mas,  los  subtenientes  Veton  y  Cabral  y  numerosos 
soldados. 

El  coronel  vSanabria  en  su  parte  prodiga  mereci- 
dos elogios  á  la  gallarda  comportacion  del  capitán 
Diaz,  y  deja  traslucir  con  amargura,  que  hubo 
quien  no  cumplió  con  su  deber. 

Mas  tarde,  á  fines  del  año  de  1857,  pasó  al  re- 
gimiento de  Dragones  y  obtuvo  el  mando  del  3° 
escuadrón.  En  este  regimiento  asistió  al  memorable 
combate  de  la  Cañada  de  los  Leones,  que  tuvo  lu- 
gar en  Diciembre  de  1857  entre  los  indios  y  nues- 
tras fuerzas,  bajo  las  órdenes  del  coronel  Emilio 
Mitre. 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO    DÍAZ  135 


La  campaña  contra  los  ranqueles,  ejecutada  á 
principios  de  1858,  lo  contó  entre  sus  actores  re- 
saltantes, y  cuando  al  retorno  de  aquella  operación 
se  instituyó  el  juri  para  premiar  los  servicios  de 
treinta  jefes  y  oficiales,  el  capitán  Diaz  obtuvo  el 
grado  de  Mayor,  con  el  unánime  aplauso  de  sus  ca- 
maradas. 

En  la  campaña  de  Cepeda  mandó  el  batallón 
Norte  de  milicias  de  Buenos  Aires. 

Concluida  esta,  volvió  á  Buenos  Aires,  y  devora- 
do por  una  sed  insaciable  de  saber,  solicitó  del  Go- 
bierno el  permiso  de  trasladarse  á  Francia,  con  el 
fin  de  dedicarse  á  los  estudios  militares. 

Concedida  la  licencia,  abandonaba  en  1860  las 
playas  argentinas,  y  en  la  soledad  del  destierro  vo- 
luntario que  se  había  impuesto  se  encerraba  en  una 
humilde  habitación,  donde  con  una  voluntad  supe- 
rior, vencía  los  estudios  preparatorios  que  eran  ne- 
cesarios para  ser  admitido  como  alumno  en  la  escue- 
la Militar  de  Saint-Cyr. 

Inclinado  '  obre  los  libros,  no  llegaba  á  él  el  ru- 
mor bullanguero  de  sus  jóvenes  compañeros;  aquel 
espíritu  grave,  preocupado  por  la  noble  consigna 
que  se  había  impuesto,  se  destacaba  con  marcada 
distinción  entre  sus  juveniles  camaradas  de  estudio, 


136  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

á  quienes   dominaba  con  la  simpática  atracción  de 
su  carácter  benévolo. 

No  tardaron  sus  afanes  en  ser  recompensados, 
mereciendo  de  sus  profesores  las  mas  altas  clasifi- 
caciones por  su  notable  aplicación,  y  los  mas  hon- 
rosos elog-ios  por  su  conducta  como  soldado,  honor 
que  recaía  indirectamente  sobre  el  ejército  argenti- 
no, donde  se  había  formado. 

De  reereso  el  año  1865  á  Buenos  x\lres,  m.archó 
á  la  campaña  del  Paraguay,  donde  obtuvo  el  mando 
de  un  improvisado  batallón  de  Zapadores,  cuya 
distinguida  oficialidad  era  compuesta  en  su  mayor 
parte  de  jóvenes  agrimensores. 

Este  cuerpo  prestó  excelentes  servicios  en  los 
pasos  de  ríos  que  tuvieron  lugar  en  la  campaña  de 
Corrientes,  hasta  el  arribo  del  ejército  argentino  al 
Paso  déla  Patria. 

Disuelto  mas  tarde  este  batallón,  pasó  el  mayor 
Diaz  como  2"  jefe  al  5*^  de  línea  y  asistió  en  esta 
unidad  de  fuerza  á  la  batalla  del  24  de  Mayo  de 
18.86. 

En  el  momento  del  conflicto  que  ocurrió  entre  al- 
gunas compañías  de  este  cuerpo  el  mayor  Diaz  se 
distinguió  por  su  serenidad  y  valor:  tuvo  un  Cdballo 
muerto  y  fué  contuso  por  una   bala  de  fusil,  mere- 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO    DÍAZ 


137 


ciendo  en  esta  ocasión  numerosas  felicitaciones  por 
su  brillante  conducta,  tanto  de  su  jefe  como  de  sus 
amigos. 

En  Agosto  del  año  1886  obtuvo  con  merecida 
justicia  el  empleo  de  Teniente  Coronel  graduado  y 
el  mando  del  batallón  3  de  línea. 


Y. 

RRiBAMOs  por  fin  al  injusto  desenlace  de  tan 
«^^=-noble  vida.  Curupaytí  es  una  de  las  mas  her- 
mosas trag-edias  para  la  g-loria  nacional.  Necesitá- 
bamos un  combate  de  tal  magnitud  en  el  supremo 
sacrificio,  para  valorar  verdaderamente  al  soldado 
argentino.  En  ese  sentido  no  podrá  nunca  ser  con- 
siderado como  una  derrota:  fué  un  rechazo  san- 
g^riento  y  nada  mas.  El  enemigo  recien  se  consideró 
seguro  cuando  vio  alejarse  los  terribles  asaltantes, 
y  juzgó  con  razón  que  aquellas  valientes  columnas 
despedazadas  eran  invencibles  en  campo  raso. 

Nuestras  tropas  llevaron  el  mismo  derrotero  san- 
griento que  he  descrito  en  otro  lugar.  El  3"  de  lí- 
nea formaba  con  la  Legrion  Militar  la  2^  Brigfada  de 
la  l^  División  del  P'  cuerpo  del  ejército  argentino, 
y  arremetió  ésta  al  baluarte  paraguayo  en  forma- 
ción paralela  con  la  4^  División. 

El  3  de  línea  llegó  hecho  pedazos  á  las  enmara- 
ñadas ramas  que  servían  de  defensas  accesorias  á 
la  línea  principal.   Desde  el  primer  momento  Diaz 


EL    TENIENTE    CORONEL    DON    ALEJANDRO    DÍAZ  139 


liié  desmontado:  una  bala  de  cañón,  al  dar  muerte  á 
su  caballo  le  había  recordado  el  vaticinio  del  al- 
muerzo: el  instante  fatal  se  aproximaba.  '^^ 

Intrépido,  altivo,  mirando  de  frente  las  bocanadas 
de  metralla  que  á  corta  distancia  vomitaba  el  feroz 
adversario,  al  llegar  á  las  primeras  ramas  del  Ada- 
lis,  subió  airoso  sobre  un  tronco  de  árbol,  como  para 
sobresalir  sobre  los  demás  en  aquel  momento  de 
solemne  espectativa;  y  dirigiéndose  al  abanderado 
Belisle,  exclamó  con  la  voz  serena  que  domina  el  pe- 
ligro y  alienta  las  grandes  acciones: 

¡Suba  abanderado,  que  la  bandera  del  3  de  línea 
sea  la  primera  que  flamee!  '■^' 

En  ese  momento  uno  de  los  lanceros  paraguayos 
oculto  en  lo  interior  del  foso  que  resguardaba  el 
abatis,  le  tiró  un  feroz  lanzazo  que  alcanzó  á  herirlo 
mortalmente,  al  mismo  tiempo  que  envuelto  en  el 
humo  de  una  descarga,  una  bala  hacía  el  octavo 
agujero  en  ese  cuerpo   endurecido   en  la  batalla.  -^^ 

Rodó  casi  exánime....  habia  sido  elegido  por 
su  figura  espectante:   era  tan  próxima  la  distancia 


(n   Ver  los  breves  apuntes  sobre  Charlone. 
(2)    Relación  del  Comandante  Belisle. 

3)  En    el    trascurso   de  su    vida  militar    era  la  octava    herida  que 
recibía. 


140  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


que  el  enemioro  escogía  á    mansalva   sus    víctimas 
mas  simpáticas. 

El  abanderado  Belisle  vino  en  su  auxilio  é  hizo 
esfuerzo  para  llevarlo  hasta  el  pió  del  abatís.  Díaz, 
que  aun  mantenía  su  temple  intacto,  reaccionó,  y 
con  un  poder  supremo  dominó  las  fibras  desfalleci- 
das. Ostentando  el  último  empeño  de  la  agonía,  trató 
de  dar  algunos  pasos,  pero  al  fin  se  desplomó  en  los 
brazos  del  fiel  abanderado...  Sintiendo  que  se  apro- 
ximaba la  muerte  y  que  todo  había  concluido  para 
él,  pidió  que  lo  estendieran  sobre  una  manta  ensan- 
grentada, encontrada  al  acaso  entre  los  despojos 
de  aquel  horrible  campo,  allí  apresuróse  la  agonía, 
y  el  joven  guerrero,  arrullado  por  el  estruendo  de 
un  glorioso  combate,  exhaló  el  espíritu:  vigoroso 
suspiro!  que  Dios  en  la  eternidad  de  los  tiempos  le 
prestara  un  instante.  ^^' 


Con  mejor  suerte  que  el  infortunado  RosedV,  los 
cuervos  de  aquella  comarca  inhospitalaria,  no  devo- 
raron sus  sagrados  despojos. 

Reposan  en  el  seno  de  la  patria  amada. 


(I)  Su  cadáver  fué  salvado  i)or  los  tcnientts  Pistón  y  Avala,  ul 
abanderado  Belisle,  y  su  asistente  Soria,  t«  dos  heridos  en  ese  dia 
memorable. 


>*1r 


3S. 


LOS  MÍRTIRES  OE  MMÉ 


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/ 


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-  * 


-,^ 


I. 


ABÉIS  acaso  lo  que  es  la  vida  del  prisionero  ar- 
gentino en  poder  de  2^Q^^fanáiico  del  crimen? 
¡Escuchad!  os  voy  á  conmover. 


Siento  que  he  de  arrancar  lágrimas,  removiendo 
tumbas  queridas;  que  he  de  avivar  con  supremo 
dolor  santos  recuerdos;  mas  la  gloria  de  los  márti- 
res debe  iluminar  en  todo  momento  el  escabroso 
camino  por  donde  se  sube  penosamente  á  los  gran- 
des hechos. 

No  hay  gloria  sin  trabajo:  la  posteridad  con  fallo 
justiciero  no  discierne  esa  corona,  sino  á  aquellos 
que  conquistaron  el  derecho  de  ser  grandes;  ya  en 
la  humilde  condición  del  ciudadano,  como  en  el  ex- 
pléndido  solio  del  augusto  magnate. 


Escuchad  mi  palabra  páHda  y  sin  aliento,  será 
animada  con  el  noble  acento  de  un  soldado  prisio- 
nero que  ha  sobrevivido  á  sus  infortunados  compa- 
ñeros, y  vá  á  narrar  los  humillantes  tormentos  de 
una  vida  indescriptible. 


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.-  ^%t; 


^^p^^^ 

^H^^^^^Ej 

1^^^^^ 

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IL 


L  sargento  Dionisio  Ibañez  fué  tomado  al  mis- 
mo tiempo  que  el  comandante  Gaspar  Cam- 
pos^ varios  oficiales  y  treinta  y  tres  soldados,  el  18 
de  Julio  1868,    en  la  fatal    sorpresa  de  Acayuazá. 

En  aquella  infausta  jornada,  Miguel  Martinez,  he- 
rido gravemente  con  dos  balazos,  sin  perder  su  en- 
tereza siguió  peleando,  negándose  tenazmente  á 
entregar  las  armas  hasta  que  moribundo  rodó  por 
tierra. 

Entonces  le  exigieron  que  caminara.  Ya  casi  sin 
vida,  cubierto  de  sangre,  inmóvil  por  la  muerte 
próxima,  solo  exhalaba  el  estertor  de  la  agonía, 
apresuráronla  sus  crueles  verdugos  descargando 
sobre  aquella  cabeza  tan  hermosa  multiplicados 
golpes  con  las  culatas  de  los  fusiles  y  los  palos  de 
las  lanzas. 

Así  murió  el  distinguido  y  bravo  caballero  cuyo 
recuerdo  vivirá  eternamente  en  el  corazón  de  sus 
amigos,  como  luctuoso  cuadro  animado  por  doloro- 
sos tintes. 


LOS  MÁRTIRES  DE  ACAYÜAZÁ  145 


Gaspar  Campos  y  sus  infelices  compañeros  fue- 
ron desarmados  y  maniatados  con  un  rigor  inaudito, 
y  se  les  condujo  inmediatamente  al  reducto  Cora 
que  se  encontraba  próximo  al  lugar  de  la  catás- 
trofe. 

La  guarnición  del  reducto  los  esperaba  forma- 
dos en  dos  filas  abiertas  con  doble  distancia.  Una 
alegría  feroz  iluminó  los  rostros  de  aquellos  hom- 
bres sin  alma,  todos  armados  con  gruesos  troncos 
de  enredaderas. 

Antes  de  llegar  al  centro  del  espacio  que  dejaban 
las  dos  filas,  formaron  á  los  prisioneros  en  una  sola 
hilera  y  los  hicieron  pasar  por  entre  aquellas  bár- 
baras horcas  caudinas.  Apenas  penetraron  al  des- 
filadero humano,  se  levantaron  multitud  de  brazos 
que  esgrimía  cada  uno  una  gruesa  vara  flexible, 
descargando  innumerables  golpes  sobre  las  desar- 
inadas  víctimas.  Estos  se  agrupaban  formando  un 
montón  de  miembros  humanos,  se  revolvían  entre 
sí  para  esquivar  el  castigo,  todo  fué  en  vano;  estro- 
peados, chorreando  sangre,  se  detuvieron  al  fin 
atontados  por  los  golpes,  como  una  majada  de 
ovejas  acorralada  por  los  lobos.  Al  fin  esperaron 
resignados  que  satisfecho  aquel  desahogo  de  furor 
cesaría  tan  humillante  tortura.  Esa  crueldad  no  tenia 
límites;  mas  el  esfuerzo  físico  agotado  en  ese  acto 
inhumano  detuvo  por  último  tan  terrible  escena. 

10 


146  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


Al  fin  respiraron,  creyendo  concluido  su  tormen- 
to; vana  ilusión:  inmediatamente  fueron  conducidos 
al  Timbó,  donde  les  esperaba  mayor  encarniza- 
miento en  la  venganza. 

Allí  se  repitió  con  mas  lujo  de  crueldad  el  misma 
acto;  el  impulso  brutal  y  cobarde  no  tuvo  valla  en 
aquel  momento;  las  mujeres  tomaron  parte  en  esta 
fiesta  de  caníbales  prestando  al  cuadro  un  colorido 
infernal  y  grotesco,  algo  de  furia  de  bacantes. 

Perdida  la  noción  de  la  piedad,  se  transformaban 
en  las  bronceadas  fieras  de  la  tiranía,  refinamiento 
de  feroces  pasiones  alimentadas  por  bárbaras 
creencias,  embrutecimientos  atroces,  y  ejemplos  de 
sangre!  Insensatos,  destrozaban  su  misma  libertad, 
vociferaban  innobles  imprecaciones,  insultos  bur- 
lescos, los  mas  humanos  los  abofeteaban  y  aquellos 
bravos  sufrían  en  silencio,  insensibles  ya,  puede 
decirse,  todas  las  angustias  y  las  afrentas,  salpica- 
das con  horribles  carcajadas,  que  prorrumpían  sal- 
vajes al  ver  correr  la  sangre  de  las  maceradas  car- 
nes; y  cuando  caía  alguno  al  esfuerzo  de  los  palos, 
el  pié  inmundo  de  aquella  chusma  vil  hería  agolpes 
repetidos  una  faz  que  altiva  había  ennegrecido  el 
sol  de  los  combates. 


III. 


L  conocer  López  la  sorpresa  de  Acayuazá,  or- 
>denó  por  telég-rafo  al  general  Caballero  que 
inmediatamente  enviara  los  prisioneros  á  San  Fer- 
nando. 


El  con\'oy  de  desgraciados  se  puso  en  marcha 
por  el  camino  del  Chaco,  g-uardado  por  una  dura 
escolta^  las  escenas  anteriores  se  repitieron  aumen- 
tando el  hambre,  la  sed,  la  falta  de  sueño,  y  otros 
sufrimientos  inventados  por  sus  verdugos  en  aque- 
lla triste  situación.  El  trayecto  se  hacía  cada  vez 
mas  penoso  por  entre  los  pantanos  del  Chaco,  y 
cuando  después  de  haber  marchado  todo  el  dia 
maniatados^  sin  probar  alimento,  devorados  por  una 
sed  horrible,  y  quemados  por  un  sol  ardiente,  ha- 
cían alto  para  pasar  la  noche  en  algún  terreno  em- 
papado en  agua,  eran  puestos  en  un  tirante  cepo  de 
lazo  que  oprimía  fuertemente  sus  macerados  miem- 
bros. 


148  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

En  esta  marcha  de  amargura  no  hubo  una  mira- 
da compasiva  para  estos  infelices;  injurias,  burlas 
sangrientas,  todo  se  desplomaba  incesante  sobre 
-ellos.  La  soldadesca  en  coro  con  los  niños  y  las 
mujeres  vociferaban  insultos,  amenazas  anunciándo- 
les la  muerte,  y  solo  el  silencio  elocuente  de  las 
víctimas  respondía  á  ese  ruido  bárbaro. 

La  crueldad  subiendo  de  tono  llegó  hasta  negar- 
les el  agua  que  se  encontraba  en  todas  partes;  y  en 
medio  de  una  ardiente  sed  hubo  quien  bebió  su 
misma  secreacion. 

Casi  desnudos  y  descalzos,  á  tanta  angustia  su- 
prema agregaron  el  sufrimiento  del  frió  en  la  no- 
che, y  algunos  que  no  pudieron  soportar  tales  ri- 
gores sucumbieron  antes  de  llegar  á  San  Fernando. 


lY. 

RRiBARON  á  este  campamento  en  el  mas  lamen- 
y^-table  estado  y  fueron  paseados  como  trofeos 
que  atestiguaban  el  abultado  triunfo^  festejado  con 
grande  regocijo  dias  anteriores. 

Generalmente  la  victoria  suaviza  la  dureza  del 
vencedor  inspirándole  ideas  magnánimas:  la  com- 
pasión reviste  formas  grandiosas  dulcificando  las 
amargas  horas  del  prisionero;  mas  el  bárbaro  dicta- 
dor endurecido  por  las  crueldades  de  la  tiranía  no 
respiraba  sino  odios  sistemados  que  han  escrito  con 
horrorosos  caracteres  su  negra  página. 

Asi,  aquellos  pobres  prisioneros  á  quienes  alen- 
taba una  esperanza,  pensaban  que  tal  vez  aliviaría 
sus  males  el  que  tenia  todo  el  poder;  sufrieron  el 
mas  amargo  desencanto:  ni  un  instante  de  reposo 
fué  dado  á  sus  fatigas. 

Al  otro  día  eran  desuñados  á  los  trabajos  mas 
rudos  y  viles.  Azotados  continuamente,  la  queja 
era  un  crimen^  bastaba  una  súpHca  dolorosa  para 


i^^ífe- 


150  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

que  al  momento  fuese  fusilado;  y  aun  sin  motivo  al- 
guno diariamente  marchaban  á  la  muerte  nuestros 
desgraciados  compatHotas,  particularmente  ofi- 
ciales. 

Todos  los  dias  se  oían  las  detonaciones  del  patí- 
bulo y  unos  esperaban  temblando,  ó  con  regocijo 
su  última  hora.  ¡Esa  última  hora,  con  tanta  ansie- 
dad deseada! 

Uno  de  esos  héroes  del  dolor  será  siempre  el 
bravo  teniente  Morillo,  joven  de  hermosa  presencia 
y  carácter  simpático,  fué  fusilado  por  haber  dicho 
que  en  el  ejército  argentino  los  oficiales  prisioneros 
no  trabajaban  como  peones.  Cuando  le  notificaron 
que  iba  á  morir,  dijo,  ¡Gracias  á  Dios!  y  en  el  mo- 
mento que  le  hacían  fuego,  les  gritó:  ¡Tiren  canallas! 

No  hay  nada  comparable  con  aquella  terrible 
existencia  en  la  que  era  necesario  ocultar  hasta  las 
lásfrímas. 


*& 


Permanecieron  un  mes  en  San  Fernando  hasta 
que  aproximándose  los  aliados,  emprendió  la  mar- 
cha el  ejército  paraguayo  hacia  la  posición  de  An- 


orostura. 


Este  trayecto  se  hizo  en  ocho  dias;  treinta  leguas 
por  caminos  difíciles  y  entre  pantanos. 


LOS    MÁRTIRES    DE    ACAYUAZÁ  151 

Atados  iban  los  prisioneros  y  arriados  á  punta 
de  lanza,  aquei  que  por  desgracia  llegaba  á  desfa- 
llecer y  caía  cansado  no  se  levantaba  mas,  era  in- 
mediatamente lanceado  sin  piedad^  así  asesinaron 
un  gran  número  de  aquellos  infelices  que  sin  fuerza 
no  podían  ya  caminar. 

Las  marchas  nocturnas  eran  las  mas  penosas  en- 
tre los  esteros;  no  se  oia  sino  los  golpes  de  los  sa- 
bles que  maltrataban,  los  gritos  de  los  moribundos, 
las  súplicas  angustiosas  mezcladas  á  los  insultos  de 
los  verdugos. 


Y. 


L  fin  llegaron  á  la  Villeta:  sobrevivian  única- 
^^mente  los  mas  robustos;  se  hizo  el  recuento^ 
quedaban  muy  pocos.  ¿Quién  hubiera  entonces  co- 
nocido á  aquellos  hercúleos  soldados  de  otro  tiem- 
po? parecía  un  grupo  escuálido  y  repugnante  salido 
de  un  hospital  de  locos. 

En  Villeta  dividiéronlo  en  dos  fracciones;  la  mas 
numerosa  dirigióse  á  la  Angostura.  En  ese  punto 
fueron  presentados  al  General  Resquin:  ese  tonel 
de  crímenes:  '•^^  alma  mas  negra  que  el  remordi- 
miento, y  nada  por  mas  malo  que  sea  será  compa- 
rable á  ese  cruel  esbirro  del  tirano  López. 

Las  víctimas  comparecieron  á  su  presencia  y  to- 
mando él  un  tono  enfático  llamó  al  sargento  Ibañez 
y  le  hizo  estas  preguntas:  "^Cuál  era  el  motivo 
porque  venían  á  pelear  contra  la  República  del 
Paraguay,  si  eran  enganchados  de  Pedro  II  ó 
comprados  del  General  Mitre." 


(I)  Era  obeso. 


í^is;^ 


LOS    MÁRTIRES    DE    ACAYUAZÁ  155 

Todos  contestaban  neg-ativamente,  entonces  re- 
vistiendo un  aire  de  soberbia  plebeya,  esclamó: 
"Como  á  Vdes.  yo  también  tengo  atado  á  Pedro  II 
y  en  cuanto  lleguen  á  donde  está  el  Mariscal,  ya 
verán  lo  que  les  vá  á  suceder:  y  dirigiéndose  al 
oficial  que  custodiaba  los  prisioneros,  le  dijo: 

"Decime  che  están  bien  atados  esos    Cambáis!'' 

El  oficial  contestó  afirmativamente;  pero  no  con- 
tento aquel  hombre  tan  perverso,  ultrajando  su 
misma  dignidad,  vino  él  en  persona  y  con  sus  pro- 
pias manos  los  desató  y  volvió  á  atarlos^  y  con 
tanta  fiíerza  que  prorumpieron  en  lamentos  los  in- 
felices prisioneros.  Otro  que  no  fuera  ese  hombre, 
se  hubiera  conmovido  ante  ese  bárbaro  espectácu- 
lo; pero  el  palo  ahogó  el  dolor,  y  fueron  fusilados 
dos  por //¿?r<?;2<?j,  sentencia  que  pronunció  sonriendo, 
festejando  el  chiste  sangriento. 

Libres  de  la  presencia  del  famoso  esbirro,  sin- 
tieron algún  alivio  traducido  por  el  carácter  menos 
cruel  de  los  gefes  de  la  Angostura;  sin  embargo 
fueron  destinados  á  los  forzados  trabajos  de  aque- 
llas imponentes  fortificaciones. 

El  dia  Domingo  era  el  único  que  les  daban  un 
instante  de  alivio,  pero  eso  mismo  era  una  amarga 
humillación. 


154  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Existia  en  este  punto  un  pequeño  mercado,  for- 
mado por  una  fila  de  mujeres  de  soldados  que 
vendían  mandiocas,  naranjas,  y  otras  cosas:  los  pri- 
sioneros bien  custodiados  eran  conducidos  á  la  pre- 
sencia de  estas  abigarradas  vendedoras:  la  custo- 
dia se  retiraba  un  espacio,  y  los  dejaban  fi-ente  á 
^Uas:  entonces  estas  dirigiéndose  á  los  pobres  cau- 
tivos les  ofrecían  una  naranja,  mandioca  ó  un  chipá 
con  tal    que  les  hicieran  una  gracia  de  su  agrado. 

Devorados  por  el  hambre  y  degradados  por 
«1  sufrimiento  que  les  había  hecho  perder  toda  no- 
ción de  moral,  los  prisioneros  se  prestaban  á  aquella 
burla,  ya  andando  en  cuatro  pies,  y  ladrando  como 
perro,  ya  cantando  como  gallo,  brincando  como 
cabra,  y  sí  estas  grotescas  contorciones  no  eran  del 
gusto  de  las  vendedoras  se  las  hacían  repetir  hasta 
el  cansancio:  y  esos  soldados  de  la  libertad,  envi- 
lecidos en  un  papel  tan  humillante,  servían  de  mofa 
y  diversión  á  esa  multitud  inconciente,  que  cuando 
no  hería  con  el  arma,  degradaba  con  la  acción  ó  la 
palabra. 

Así  pasaron  algún  tiempo  hasta  que  los  pocos 
que  quedaban  fueron  enviados  á  la  fundición  del 
Ibicuí  donde  soportaron  los  mas  horribles  trabajos 
sobreviviendo  únicamente  tres,  el  sargento  Ibañez 
y  dos  soldados. 


"■■f,^?-"''  '^■—  ■■■■ 


YI. 


ESPUES  del  arribo  del  ejército  paraguayo  al 
Pikiciry,  en  el  primer  momento  se  reconcen- 
traron los  prisioneros  del  ejército  aliado  en  la  Ville- 
ta,  pero  en  seguida  divididos  en  grupos  los  enviaron 
á  los  distintos  puntos  del  campamento  donde  se 
ejecutaban  trabajos  de  zapa. 

Gaspar  Campos,  el  Mayor  Arana,  y  otros  infor- 
tunados oficiales,  fiíeron  enviados  á  Ytaivaté  que 
era  el  cuartel  general  de  López. 

Gaspar  Campos  era  un  espectro:  liabia  enflaque- 
cido horriblemente;  sus  órbitas  escondian  dos  ojos 
apagados  y  sin  brillo:  entristecido  por  el  dolor,  su 
tez  enegrecida  y  marchita  por  el  sol  canicular  habia 
transformado  su  placentera  fisonomía  en  una  másca- 
ra de  cobre.  El  gallardo  joven  de  otro  tiempo,  ago- 
biado y  vacilante,  con  dificultad  caminaba;  no  tenia 
mas  sombrero  que  un  pañuelo  mugriento  atado  en 
la  cabeza  para  resguardo  del  sol,  ni  mas  vestidos 
que  los  harapos  de  sus  ropas  interiores;  trapos  in- 
mundos que  los  hubiera  despreciado  el  mas  mísero 
mendigo:  sus  miembros   tumefactos   acusaban    las 


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,  ■  \35*»v'-. 


156  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

torturas,  que  sufria  y  su  palabra  fácil  y  jovial  de 
no  lejana  época  habia  enmudecido.  Enfermo  y  sin 
aliento  avanzaba  al  final  alivio  de  sus  penas. 

Un  dia  fué  llamado  á  declarar  algo  que  afectaba 
la  dignidad  del  ejército  aliado^  á  la  primera  amones- 
tación guardó  silencio;  fué  amenazado  con  el  cepo 
colombiano.  ¡Torturadme  les  dijo!  pero  yo  no  pue- 
do declarar  una  infamia!  No  pudo  soportar  el 
tormento,  y  quedó  casi  exánime:  cuando  medio  des- 
pertó á  la  vida,  se  encontró  en  el  cepo  de  lazo  con 
un  centinela  de  vista  que  espiaba  sus  movimientos 
para  castigarlos  sin  piedad.  Vivia  condenado  á  no 
hablar,  á  no  moverse,  y  era  un  crimen,  suspirar  por 
la  patria  amada,  por  la  que  él  soportaba  tanto 
martirio. 

A  causa  del  mal  trato  que  recibía,  acrecentaba 
velozmente  su  enfermedad,  que  despiadada  no- 
acudia  rápida  como  la  deseaba  en  su  auxilio.  Aque- 
lla vida  miserable  no  era  comparable  á  ningún 
tormento  humano;  esa  crueldad  incesante,  tenaz, 
abrumadora,  arrancando  impasible  la  vida,  minuto 
por  minuto,  era  un  lujo  de  barbarie  no  conocido  ni 
en  las  tribus  mas  recónditas  del  desierto:  descalzo 
el  infeliz  prisionero,  con  los  pies  hinchados,  no  po- 
día dar  un  paso,  devorado  por  un  hambre  atroz, 
todo  lo  habia  cambiado  por  alimento,  y  un  dia  tro» 
caba  la   franja  de  oro  de  su  pantalón  por  una  ma- 


M' 


LOS  MÁRTIRES  DE  ACAYUAZÁ  157 

zorca  de  maiz  tostado,  la  parte  de  sus  piernas  don- 
de ajustaba  el  cepo  de  lazo,  repugnaba  con  una 
profunda  úlcera,  mas  apesar  de  sufrir  este  infierno 
inventado  solo  para  los  prisioneros  del  ejército 
aliado^  nunca  se  abrieron  sus  labios  para  prorrum- 
pir en  una  queja. 

Habia  tal  vigor  en  aquel  espíritu  resignado,  que 
daba  aliento  á  sus  compañeros,  y  templaba  mas  de 
un  desfallecimiento. 

La  crueldad  del  vencedor  aumentaba  con  los 
sufrimientos  del  joven  prisionero:  la  vigilancia  ince- 
sante del  verdugo  era  abrumadora,  todo  era  un 
pretesto  para  atormentarlo,  alguna  vez  reanimaban 

esa  mísera  vida  para   que  sintiese  con  mas  dolor 
las  espinas. 

Moría  lentamente.  Desesperado  al  fin,  invocaba 
con  ansiedad  el  dulce  alivio  del  postrer  suspiro. 
Cuando  llegó  ese  momento,  y  sintió  que  habia  cum- 
plido su  misión  sobre  la  tierra  se  encontraba  en 
cepo  de  lazo;  la  noche  había  estendido  su  negro 
manto  para  no  contemplar  la  triste  escena  y  unas 
nubes  sombrías  borroneaban  el  cielo,  como  grandes 
manchas  oscuras.  Atormentándole  la  última  sed, 
pidió  agua  para  mojar  sus  labios  secos  y  sin  color: 
le  ordenaron  que  guardara  silencio;  y  solo  encon- 
tró como  un  relámpago  del  infierno  la  mirada  cen- 


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158  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

tellante  de  la  centinela  que  indiferente  espiaba  sus 
últimos  instantes. 

Los  compañeros  sintiendo  el  estertor  de  su  ago- 
nía, se  estremecieron  ahogando  los  suspiros;  la 
compasión  hubiese  sido  castigada  al  instante 

Movió  su  cabeza  sobre  la  húmeda  arena,  ¡Mi  ma- 
dre! dijo,  y  entregó  el  espíritu  á  Dios;  arrullado  por 
los  ronquidos  de  la  soldadesca;  especie  de  rugido 
de  fiera,  que  dormían  tranquilos  sin  sobresalto,  y 
el  alerta  del  vigilante  soldado  que  anunciaba  nue- 
vas víctimas. 

Al  otro  día  su  cadáver  era  arrastrado  en  un  cue- 
ro y  confundido   en  la  fosa  común  de  los  mártires. 


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VIL 

OLO  conozco   una  persona  que  haya   sufrida 
mas  que  Gaspar  Campos. 

Es  la  digna  matrona  que  le  dio  el  ser:  yo  he  te- 
nido la  culpa que  me  perdone,  sino  he  podida 

ocultar  á  la  historia  tanta  amargura.  ^^' 


Asunción,  1869. 


(I)  Este  artículo  tiene  por  base  la  declaración  del  sargento  Dionisio 
Ibañez,  prisionero  de  los  paragfuayos  en  el  combate  de  Acayuazá, 
que  con  dos  soldados  fué  rescatado  por  el  Comandante  Coronado  en 
la  fundición  del  Ibicuí  en  1869. 


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EL  CORONEL 


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11 


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General 
Luis  María  Campos 

RETRATO   DEL  TIEMPO  DE  1»  GU  ERRA  DEL  PARAGUAY 


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I. 


En  medio  del  frenesí  de  las  vio- 
lentas cargos  de  la  caballería  para- 
guaya á  los  cuadros  del  6  y  4  de 
Línea  en  la  batalla  de  Tuyutí,  al 
Coronel  F"raga  se  aproximó  al 
Comandante  D.  Luis  Maria  Campos 
á  felicitarlo  por  su  brillante  com- 
portacion.  Campos  mirándole  fije- 
mente  le  dijo: 

— Quisiera  tener  un  espejo  para 
mirarme  la  cara  en  este  instante. 

Fraga  se  erguió:  lo  miró  con 
altivez,  y  estrechándole  fuertemente 
la  mano  replicó: 

— Vea  Vd.  mi  cara  y  verá  la  suya 
¡Que  mejor  espejo! 

{Campaña  de  Humayiá.') 


^^^L  Coronel  D.  Luis  M.  Campos  es  ya  una  figura 
í^espectable  en  los  modernos  anales  de  nuestra 


historia,  en  la  viva  epopeya  de  heroicos  hechos, 
encarnada  en  la  existencia  de  un  joven  de  treinta 
años  ^^^  que  encontró  en  la  espada  del  noble  solda- 
do, un  nombre  que  brilla  con  honor,  al  lado  del  de 
nuestros  esclarecidos  guerreros. 


(I)  Este  artículo  fué  escrito,  como  se  verá  al  fin,  en  1869,  y  perte- 
nece á  una  colección  de  bocetos  de  guerreros  de  la  guerra  del  Para- 
guay que  serán  publicados  mas  tarde. 


^■-■íSff 


164  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

La  República  francesa  con  la  ansiedad  de  la 
aspiración  al  porvenir,  vislumbró  un  destello  de 
genio  en  Napoleón,  Hoche,  y  otros  jóvenes  milita- 
res, y  sin  averií^uar  su  antig-üedad  en  el  servicio 
les  dio  ejércitos  á  mandar,  encomendándoles  en 
circunstancias  difíciles,  la  salvación  de  la  patria;  y 
aquellos  flamantes  guerreros  no  comprendidos  en 
el  momento  por  el  pueblo  francés,  y  menos  aún  por 
los  militares  del  antiguo  sistema,  estremecieron  mas 
tarde  los  enemigos  de  la  Francia  con  el  rayo  delgé- 
nio  que  iluminaba  sus  victorias,  con  lainspiracion  de 
un  nuevo  método  de  donde  surgía  la  verdadera  épo- 
ca de  la  bayoneta,  que  dio  por  tierra  elórden  táctico 
dé  Federico  II,  llenando  de  admiración  á  su  misma 
patria,  que  sorprendida  vio  en  ellos  cuanto  se  pue- 
de esperar  de  la  verdadera  vocación  de  las  armas; 
pritáneo  oculto,  que  en  el  corazón  del  hombre, 
nace,  tal  vez  para  no  mostrarse  nunca,  ó  no  tener 
mas  honor  en  la  historia,  que  el  nombre  de  un 
jefe  salvaje,  y  que  cuando  se  trasluce  en  el  menor 
destello  de  su  esplendor^  es  preciso  robarlo  como 
aquel  fuego  divino  que  el  Titán  del  Cáucaso  audaz 
robara  al  cielo,  para  formar  los  héroes  que  dan 
honor  á  la  tierra  en  que  han  nacido  y  salvan  las 
Sfrandes  situaciones. 

Si  Luis  María  Campos  hubiera  sido  soldado  en 
tiempo  de  Marseau  no  habría  cumplido  sus  treinta 
años   sin  ser  General,  porque  las  épocas   extraer- 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MARÍA    CAMPOS  165 

diñarías  en  la  vida  de  los  pueblos  adivinan  y  for- 
man sus  héroes,  y  la  de  nuestro  país  abrumada 
bajo  el  peso  de  una  atmósfera  de  indiferencia  gla- 
cial para  nuestros  penosos  sacrificios,  no  ha  pre- 
visto, ni  aún  se  ha  detenido  un  instante  á  examinar 
lo  que  se  puede  esperar  de  aquellos  que  abrazaron 
la  carrera  militar  impulsados  por  la  vocación,  y  no 
como  un  antro  de  refugio  á  una  vida  sin  rumbo. 

En  mi  humilde  opinión,  creo  que  Campos  puede 
ser  ya  un  General,  y  si  me  respondéis  con  la. 
arrogancia  de  los  viejos!  ¡Es  muy  joven!  os  echaré 
al  rostro  aquel  apostrofe  de  Bonaparte  cuando^ 
estúpidamente  le  increpaban  su  juventud:  ''Muy 
pronto  se  envejece  en  el  campo  de  batalla  ^^'' 


TI, 


f^OR  SU  distinguida  familia  el  Coronel  Campos 
^^  pertenece  á  ima  raza,  donde  el  valor  y  el 
patriotismo,  eran  hereditarios;  nobles  ciudadanos 
que  consag-raron  todos  los'  momentos  de  su  exis- 
tencia al  bien  de  su  país;  ya  en  los  campos  de 
batalla,  ó  en  la  vida  miserable  del  proscripto;  y 
como  soldado  á  la  rígida  escuela  del  ejército  ar- 
gentino que  se  salvó  en  el  memorable  sitio  de 
Montevideo  bajo  la  dirección  del  ilustre  General 
Paz,  renaciendo  mas  tarde  después  de  Caseros, 
cuando  la  juventud  liberal  acudió  á  las  filas  del 
nuevo  núcleo  para  formar  ese  periodo  tan  brillante 
que  alcanza  hasta  nosotros. 


Esa  escuela,  y  la  larga  práctica  de  las  repetidas 
luchas  han  elaborado,  permítaseme  la  palabra,  el 
distinguido  oficial  á  que  me  refiero,  á  quien  ador- 
nan preciosos  dotes  que  solo  el  instinto  y  la  voca- 
ción de  la  guerra  los  dan.  \^alor,  entereza,  activi- 
dad, altivez,  (aunque  alguna  vez  un  poco  exagerada) 
organización,  tenacidad,  rigidez  estrema  cuando  el 
caso  lo  requiere,  contrabalanceando  con  el  cariño 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MARÍA    CAMPOS  167 

paternal  hacia  el  soldado:  esas  son  las  nobles  dis- 
posiciones del  bravo  del  24  de  Mayo,  de  San  Ig- 
nacio y  de  Peribegui,  á  eso  hay  que  agregar  un  ca- 
rácter recto  muy  grande,  que  por  una  aberración 
de  las  cosas  humanas,  se  encuentra  oculto  en  una 
figura  muy  pequeña  que  justifica  el  proverbio  la- 
tino: 

Alexander  níagnus  erat  paj^vttltis 

Táctico  prolijo:  en  el  campo  de  batalla  maneja 
sus  tropas  con  la  calma  del  bravo  y  la  habilidad  de 
la  experiencia,  su  serenidad  estimula  y  derrama  la 
confianza  entre  los  que  están  á  sus  órdenes,  y  mas 
de  una  vez  ha  trasformado  una  situación  difícil  en 
una  expléndida  victoria.  No  existe  un  campo  de 
batalla  donde  no  se  haya  distinguido  esa  figurita 
de  hombre  grande. 

Posee  algunos  defectos  de  carácter  que  sus 
amigos  se  los  perdonamos;  porque  en  la  pesada  ba- 
lanza de  sus  buenas  cualidades  son  un  grano  de 
arena,  sobre  todo  tiene  derecho  á  tener  defectos 
este  noble  ciudadano  á  quien  su  país  le  debe  tan 
relevantes  servicios,  y  cuyas  acciones  afamadas  es- 
tán incólumes  en  la  memoria  del  ejército. 

En  todos  los  puestos  que  ha  desempeñado  ha 
demostrado  contracción  constante,  y  una  equidad  á 
toda  prueba. 


168  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Como  escritor  nadie  lo  conoce  y  habrá  tal  vez 
quien  sonría  al  leer  esta  frase,  pues  bien,  poseo  en 
mi  modesto  archivo  páginas  preciosas,  no  solo  por 
los  importantes  datos  históricos  que  contienen,  sino 
por  su  estilo  conciso,  claro  y  lacónico  que  desen- 
vuelve con  interés  los  sucesos  que  narra. 

Luis  Maria  Campos  puede  reasumirse  en  un  gru- 
po de  cosas  buenas.  Celoso  ciudadano:  intrépido 
soldado:  distinguido  general:  rígido  superior:  ene- 
migo del  desorden:  esclavo  del  deber,  leal  amigo. 
Es  esto  pues  lo  que  constituye  uno  de  los  mejores 
elementos  del  ejército  argentino. 

Con  él  la  disciplina  es  un  culto,  y  el  deber  una 
gloría. 


^    ^    efe)    <^    1^    1^    1^    <^    1^     ^    <^    efe    <éfe)    ^    ^  5^ 


^(g~"S¡(©~~^     ^^     ^^~^^     ^^~~^^~g^ 


III. 


HORA  voy  á  hacer  una  breve  reseña  de  los 
^servicios  del  coronel  Campos,  escrita  al  correr 
de  la  pluma,  y  como  no  he  consultado  sino  mi  mala 
memoria  es  equitativo  que  se  disculpen  los  errores 
que  pueda  cometer  en  el  trascurso  de   este  relato. 

Era  el  año  de  1859.  Luis  Maria  Campos  era  es- 
tudiante y  entre  los  problemas  de  la  ciencia  se  des- 
lizaba su  vida  agitada,  ya  por  el  sueño  de  los  com- 
bates. 

La  vocación  de  las  armas  encarnada  estaba  en 
su  espíritu  como  la  única  aspiración  de  su  existen- 
cia, y  agitado  sin  cesar  por  sus  sueños  de  gloria,  su 
vida  era  impaciente  como  la  del  prisionero  indómi- 
to que  sacude  sin  cesar  los  pesados  hierros  que  le 
abruman.  Aquiles  esperaba  la  espada  del  merca- 
der Itasense. 


Al  primer  anuncio  de  la  guerra  civil,  de  aquella 
lucha  de  hermanos  sin  razón,  que  á  pesar  de  nues- 
tras buenas  intenciones,  debíamos  sostener  por  los 


170  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

principios,  Luis  Maria  Campos  se  creyó  libre;  el  es- 
tudiante se  hizo  soldado,  haciendo  su  primer  apren- 
dizaje en  una  compañia  de  guardias  nacionales  del 
batallón  del  comandante  Castro,  que  á  las  órdenes 
del  capitán  don  Hécior  Várela  marchó  de  guarni- 
ción á  Martin  Garcia. 

Después  de  algún  tiempo  de  estación  en  la  Isla 
ascendió  á  Sub-teniente  con  Q-ran  contento  de  sus 
amigos,  que  ya  comprendian  la  supremacía  de  su 
carácter  y  la  rectitud  de  su  corazón. 

La  compañía  del  capitán  D.  Héctor  I-'.  \^arela, 
fué  embarcada  en  lo  que  llamábamos  en  ese  tiem- 
po nuestra  escuadra,  que  jugaba  el  tira  y  afloje  con 
los  buques  de  la  Confederación. 

Luis  María  Campos  subió  á  bordo  del  vapor 
Caaguazú,  como  jef^del  piquete  de  guardias  na- 
cionales que  guarnecían  este  buque,  y  por  conse- 
cuencia llegó  hasta  Montevideo  donde  refugiados 
los  buques  enemigos^  eludieron  el  combate,  sin  du- 
da por  no  encontrarse  en  condiciones  ventajosas, 
lo  que  dio  lugar  al  regreso  de  nuestra  escuadra, 
dirigiéndose  á  San  Nicolás  de  los  Arroyos,  que  es 
donde  estaba  el  Comandante  Castro  con  su  Bata- 
llón, al  que  se  incorporó  la  compañía  del  capitán 
D.  Héctor  F.  Várela. 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS       171 

El  batallón  del  Comandante  Castro  estaba  pron- 
to para  marchar  á  Cepeda  cuando  tuvo  lugar  esta 
jornada  y  así  pudo  solo  protejer  en  parte  la  retira- 
da de  nuestro  ejército,  sin  haber  podido^  por  la  fa- 
talidad de  los  sucesos,  encontrarse  en  esta  batalla 
tan  gloriosa  para  la  infantería  de  Buenos  Aires. 

La  retirada  de  Cepeda,  es  una  de  las  más  bellas 
páginas  de  la  vida  militar  del  General  Mitre. 

¿La  batalla  de  Cepeda  seria  acaso  el  reverso  de 
la  medalla? 

La  historia  imparcial  decidirá;  y  aunque  á  la  sim- 
ple vista,  la  crítica  del  arte  de  la  guerra  no  discul- 
pa una  sorpresa  á  las  doce  del  dia,  sin  embargo,  el 
estudio  detenido  de  nuestros  actos  militares,  oca- 
sionados muchas  veces  por  el  poco  respeto  con  que 
se  obedecen  las  resoluciones  superiores,  levantaría 
de  muchos  cargos  á  nuestros  generales,  no  olvidan- 
do por  consiguiente,  al  mismo  tiempo  aquel  dicho 
de  Marmont.  El  mejor  general  es  el  que  comete 
menos  errores. 

Nuestros  ejércitos  son  improvisados  bajo  la  base 
de  una  división  de  línea,  compuestos  de  elementos 
hetereogéneos  y  generalmente  pequeños  en  nú- 
mero, lo  que  hace  que  la  disciplina  contemporice 
en  vista  de  estas  razones,  y  cuando  la  disciplina  no 
está  afianzada  en  el  sólido  pedestal  de  la  obedien- 


172 


LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


cia  pasiva,  imposible  será  que  no  se  encuentre  al- 
guna circunstancia  atenuante  en  el  conflicto  sufrido 
por  el  general. 

Después  de  la  jornada  de  Cepeda,  el  ejercito  se 
retiró  á  Buenos  Aires,  previo  el  combate  naval  del 
27  de  Octubre. 

En  el  corto  sitio  que  tuvo  que  sostener  aquella 
ciudad,  el  Sub-teniente  Campos  ascendió  á  teniente 
2°,  dejando  al  poco  tiempo  las  armas  por  haberse 
cerrado  el  templo  de  Jano. 


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IIl. 


L  iniciarse  la  campaña  de  Pavón,  en  el  año 
1861,  el  teniente  I"  de  Guardias  Nacionales 
que  ya  lo  era  Luis  M.  Campos,  fué  reconocido  en 
su  grado,  de  línea^  y  marchó  con  otros  distingui- 
dos oficiales  á  San  Nicolás  de  los  Arroyos,  á  for- 
mar el  6^  de  línea,  á  las  órdenes  del  entonces  co- 
mandante Arredondo. 


Este  cuerpo  se  incorporó  á  nuestro  ejército  y  to- 
mó parte  en  la  batalla  de  Pavón,  en  la  que  el  te- 
niente Campos,  presentó  al  general  en  jefe  la  ban- 
dera tomada  al  batallón  San  Luis,  traida  por  Saá. 

El  general  en  jefe  recompensó  la  acción  con  un 
fuerte  abrazo,  demostración  mímica  que  presagiaba 
su  hermoso  porvenir. 


En  el  combate  de  la  Cañada  de  Gómez;  especie 
de  reacción  del  valor  ultrajado,  en  que  nuestra  ca- 
ballería vindicaba  por  un  golpe  audaz  sus  anterio- 
res derrotas,  el  6°  de  línea  tomó  parte  siendo  en 
todo   la  influencia  moral  de  ese  hecho.  El  teniente 


174  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


I^  Luis  M.   Campos  ascendió  á  Ayudante  Mayor, 
teniendo  sus  despachos  la  fecha  de  ese  dia. 

Entonces  el  batallón  6°  de  línea  marchó  á  las 
Provincias  dirigiéndose  á  Catamarca,  de  donde  fué 
enviado  el  ayudante  Campos  á  Tucuman,  á  discipli- 
nar un  contingente  de  cien  plazas  que  enviaba 
aquella  provincia  al  ejército.  Lo  único  que  llevaba 
eran  diez  guardias  nacionales  y  cuatro  cabos  ins- 
tructores, lo  que  dio  lugar  á  creer  en  Tucuman_,  que 
el  contingente  se  sublevaría,  y  pagaría  cara  su  osa- 
día el  ayudante  Campos. 

Así  sucedió,  porque  en  Santiago  del  Estero,  en 
el  Pueblito  de  Choya,  se  declaró  un  motin  en  los  re- 
clutas, bandidos  todos  de  profesión,  y  solo  la  ener- 
gía y  decisión  del  ayudante  Campos  y  su  valiente 
escolta,  pudieron  contener  la  sublevación,  teniendo 
que  dar  muerte  á  uno  y  herir  á  varios  otros. 

De  allí  marchó  precipitadamente  á  Córdoba,  ha- 
ciendo las  255  leguas  que  hay  de  Tucuman  á  este 
pueblo,  en  veinticinco  dias,  eon  noventa  y  siete  pla- 
zas. En  esta  época  ascendió  á  Capitán,  marchando 
á  San  Juan  en  circunstancias  que  el  Chacho  llamaba 
á  los  héroes  de  la  anarquía  á  su  roja  bandera,  pi- 
soteando nuestras  instituciones.  ¡Que  anomalía!  él^ 
el  proscrito  y  el  bravo  luchador,  en  otro  tiempo, 
por  las  libertades  argentinas! 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MAREA.    CAMPOS  175 

La  provincia  de  San  Juan  se  puso  sobre  las  ar- 
mas, y  el  capitán  Campos  fué  nombrado  instructor 
y  comandante  de  la  guardia  nacional;  pero  pronto 
tuvo  que  volver  á  su  Batallón,  por  tener  éste  que 
marchar  á  la  campaña  de  la  Rioja. 

La  campaña  de  la  Rioja  duró  un  año,  y  el  capitán 
Campos  habiendo  seguido  todas  las  peripecias  de 
este  penoso  período,  tuvo  la  gloria  de  encontrarse 
en  algunos  pequeños  combates,  que  me  veo  obliga- 
do á  pasar  por  alto  por  no  dar  mayor  estension 
á  estos  ligerísimos  apuntes,  y  solo  agregaré  que  en 
esta  época  sirvió  también  como  secretario  del  en- 
tonces comandante  Arredondo. 

Al  concluir  la  campaña  de  la  Rioja,  fué  nombra- 
do el  capitán  Campos,  Sargento  Mayor  graduado 
de  la  Mayoría  del  Batallón  6°  de  línea. 


IV. 


IsTANDO  este  Batallón  en  la  Provincia  de  San 
Luis,  en  el  fuerte  Diamante,  recibió  orden  pa- 
ra marchar  á  la  campaña  del  Paraguay,  saliendo 
del  pié  de  Los  Andes  el  29  de  Abril  de  1865  en- 
contrándose el  I  7  de  Agosto  del  mismo  año  en  la 
Batalla  del  Yatay. 

En  esta  horrible  carnicería,  el  Mayor  Campos  hu- 
bo de  perder  la  vida  luchando  cuerpo  á  cuerpo 
contra  dos  paraguayos,  casi  sin  armas,  por  habér- 
sele roto  la  espada  al  dar  un  hachazo  á  uno  de  los 
enemigos  que  me  hubiera  quitado  el  trabajo  de  es- 
cribir estas  líneas,  á  no  haber  sido  socorrido  por 
sus  soldados  que  cambiaron  el  rol  del  episodio. 

También  asistió  ala  rendición  de  la  Uruguayana, 
siendo  acreedor,  por  consecuencia,  á  las  dos  me- 
dallas decretadas,  por  los  gobiernos  Oriental  y 
Brasilero. 

El  ejército  hizo  campamento  en  las  Ensenaditas, 
descansando  de  las  fatigas  de  la  penosa  campaña 
de    Corrientes,    haciendo     los    preparativos    para 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MARÍA    CAMILOS 


177 


-efectuar  el  pasage  al  territorio  enemigo,  al  mismo 
tiempo  que  los  cuerpos  completaban  su  instrucción 
militar. 

Como  cuerpo  maniobrero  y  preciso  en  sus  mo- 
vimientos, el  6  de  línea  llevó  la  palma  en  esa 
época,  y  un  día  el  general  D.  Bartolomé  Mitre 
viéndole  maniobrar,  esclamó  lleno  de  entusiasmo. 

"Si  este  Batallón  estuviera  en  un  campamento 
francés,  al  mas  lucido  de  sus  cuerpos  no  tendría 
nada  que  envidiar,"  ese  dia  el  santo  del  ejército  fué 
— vSe  lució  el  6  de  línea. 

El  16  de  Abril  de  1865,  parte  de  nuestras  tro- 
pas pisaron  la  tierra  enemiga,  siendo  el  6  de  línea 
el  primer  batallón  que  desembarcó. 

Después  del  paso  aparece  el  combate  del  2  de 
Mayo,  batalla  que  habría  sido  perdida  por  nuestra 
parte,  si  el  ejército  enemigo  hubiera  sido  mandado 
por  un  hábil  general,  capaz  de  abarcar  con  su  vis- 
ta de  águila^  nuestra  crítica  situación  al  principio 
del  combate,  apoyando,  se  entiende,  á  ese  movi- 
miento con  fuerzas  considerables. 

El  batallón  del  Mayor  Campos  no  tomó  parte 
activa  en  esta  jornada  como  todo  el  ejército  ar- 
gentino, á  escepcion  del  bravo  1°  de  Línea,  que  á 

12 


178  LA    CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

las    Órdenes    del  coronel  Segovia   se    coronó   de 
gloria. 

Pasaré  por  alto  el  combate  del  Estero  Bellaco, 
20  de  Mayo,  que  es  insignificante  considerándole 
relativo  al  resultado  material  de  las  pérdidas  de  esa 
jornada,  y  me  detendré  en  la  batalla  de  Tuyutí,  24 
de  Mayo  de  1866.  ♦ 

La  batalla  de  Tuyutí  era  defensiva  para  el  ejér- 
cito aliado  que  fué  atacado  inopinadamente  en  sus 
posiciones:  la  izquierda  del  enemigo  avanzó  en  or- 
den paralelo,  rebasando  su  valiente  caballería  nues- 
tra derecha.  La  del  ejército  paraguayo  en  su 
mayor  parte  la  formaba  su  infantería,  que  hizo  un 
movimiento  perpendicular  que  por  el  monte  del 
Sauce,  ocultaba  estratégicamente  su  intención  de 
envolver  la  extrema  izquierda  del  ejército  brasi- 
lero. 

En  un  momento  la  batalla  fué  empeñada  en  casi 
toda  la  línea,  y  referiremos  solo  las  peripecias  que 
tienen  relación  con  este  relato. 

A  vanguardia  de  nuestra  izquierda  íueron  des- 
tacados el  4  y  el  6  de  línea;  esta  maniobra  audaz 
no  respondía  á  ningún  principio  táctico,  porque 
esos  batallones  aislados  por  algún  tiempo  y  sin 
apoyo  relativo  para  la  batalla,  que  para  nosotros 
era  defensiva,  en  mi  modo  de  ver  era  un  error,  y  ■■ 
solo  la  intrepidez  de  esa  brigada  mandada  por  el 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARLA.  CAMPOS        179 

valeroso  Arredondo,  por  Fraga  y  Campos,  y  otros 
afamados  oficiales,  pudo  detener  el  torrente  de 
la  caballería  paraguaya. 

Aquella  vorágine  humana  se  precipitó  sobre  los 
dos  pequeños  montones  de  soldados  argentinos. 

Eran  ochocientos  ginetes  paraguayos!  Pintores- 
co espectáculo  presentaban  aquellos  bravos  enemi- 
gos! Hombres  de  inmensa  talla  con  la  tez  cobriza 
y  la  mirada  altiva,  el  pesado  morrión  de  cuero  ha- 
cia atrás  sujeto  en  el  barbijo;  el  brazo  musculoso, 
levantado,  blandiendo  el  filoso  sable,  aquel  sable 
que  nos  recordaba  los  hachazos  de  Waterloo;  las 
piernas  nervudas,  desnudas,  oprimiendo  el  flanco  de 
los  potros  recien  domados  que  desbocados  se  arro- 
jaban sobre  nuestros  soldados:  no  se  oía  sino  la  voz 
animosa  de  sus  oficiales,  gritando  que  no  desmaya- 
sen, y  el  repiqueteo  de  aquellas  inmensas  espuelas 
que  sangraban  los  hijares  de  sus  torpes  redomones. 
Avanzaban  rápidos  levantando  una  nube  de  agua 
délos  esteros  que  pasaban  en  espantoso  desorden: 
la  metralla  abria  claros  inmensos  en  sus  escuadro- 
nes; pero  una  disciplina  sobrehumana  cerraba  aque- 
llos claros  con  una  rapidez  digna  de  encomio.  Ve- 
loces como  el  rayo  se  lanzaron  sobre  los  cuadros, 
haciendo  flamear  sus  banderas  sobre  las  cabezas  de 
nuestros  soldados;  pero  allí  había  otra  disciplina, 
otro  heroísmo,  y  otro  deber;  era  el  de  los  hombres 


180  LA  CARTERA  UE  UN  SOLDADO 

libres  que  rechazaban  el  furor  de  aquellos  centau- 
ros mas  dignos  de  la  epopeya  de  la  libertad,  que 
del  poema  sombrío  de  la  tiranía.  Sufriendo  grandes 
pérdidas  se  corrieron  á  nuestra  derecha,  y  alli  sa- 
blearon un  cuerpo  que  encontraron  en  mala  si- 
tuación. 

En  esta  batalla  el  mayor  Campos  y  sus  bravos 
compañeros  demostraron  el  temple  de  su  alma: 
nunca  habían  visto  el  efecto  terrible  de  una  carga 
de  caballería,  que  carga  á  fondo  con  ímpetu,  y  solo 
retrocede  cuando  es  diezmada  y  vé  entre  raudales 
de  sangre  su  impotencia. 

Con  la  fecha  de  esta  batalla  son  los  despachos 
de  teniente  coronel  graduado,  del  que  es  hoy  coro- 
nel Campos. 

Ahora  permítaseme  una  digresión. 

Si  López  hubiera  tenido  un  general  de  caballe- 
ría, no  como  Montbrun,  Lasalle,  Blucher  ó  Lavalle 
sino  algo  mas  mediocre,  y  guardado  hubiese  algu- 
nas reservas,  quien  sabe  lo  que  hubiera  sucedido. 


■t^ 


■t-. 


V. 


ESPURs  de  la  gran  batalla  de  Tuyutí,  las  ope- 
U^  raciones  se  paralizaron,  y  solo  llamaba  la 
atención  del  ejército,  los  pequeños  combates  que 
tenían  lugar  en  el  montecito  del  Yataí-tí-Corá,  en 
alguno  de  los  cuales  escaramuceó  el  6*^  de  línea. 


El  10  de  Julio,  en  ese  mismo  punto,  se  inició  un 
combate,  en  mas  grandes  proporciones  que  los 
que  hasta  entonces  habían  tenido  lugar:  la  noche 
separó  á  los  combatientes  para  volverlos  á  reunir  el 
día  1 1  en  una  reñida  batalla,  en  la  que  el  I "  de  línea 
con  el  bravo  Roseti  á  la  cabeza,  se  cubrió  de  san- 
gre y  gloria,  rechazando  con  el  batallón  "vSan  Ni- 
colás" y  '^El  Correntino"  el  rápido  desborde  de  la 
infantería  paraguaya,  mucho  mayor  en  número  que 
aquellas  fuerzas. 

En  este  combate  como  en  otros  se  podia  probar 
los  errores  escritos  con  la  sangre  de  nuestros 
soldados;  porque  es  notorio  que  si  en  alguna  par- 
te el  proverbio  aquel,  "La  letra  con  sangre  entra" 
fué  una  verdad,  es  en  la  Guerra  del  Paraguay 
donde  se  pagó  bien  caro  la  experiencia   adquirida. 


^^sjsfffs,: 


182  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


La  batalla  del  1 1  concluyó  á  las  ocho  de  la  no- 
che, por  la  retirada  de  los  parag-uayos  abrumados 
por  el  fueg"0  de  los  arg-entinos. 

En  este  último  momento  el  comandante  Campos 
recibió  la  orden  del  General  Rivas  de  relevar  á  la 
Legión  y  al  3  de  línea  que  primeros  habian  ocupa- 
do el  montecito  y  tenian  casi  agotadas  sus  muni- 
ciones: la  orden  fué  cumpHda  al  pié  de  la  letra;  tan- 
to por  el  Comandante  Campos^  como  por  los  otros 
valientes  jefes,  á  quienes  se  les  encomendó  el  ho- 
nor de  esta  carga,  produciendo  en  seguida  la  re- 
tirada de  los  paraguayos,  que  hasta  ese  momento 
habian  permanecido  combatiendo,  del  otro  lado  del 
Estero. 

El  16  y  el  18  de  Julio  el  Batallón  6  de  línea  no 
tuvo  parte  activa  en  esos  combates,  y  solo  se  limi- 
tó á  protejer  la  retirada  de  nuestras  tropas,  recha- 
zadas en  las  memorables  jornadas  del  Boquerón; 
marchando  el  último  dia  á  prestar  igual  servicio  al 
Batallón  Í2  de  línea,  que  mandado  por  el  intrépido 
Avala  y  nuestro  vaHente  amigo  Mansilla  repelía 
enérgicamente  la  caballería  paraguaya  por  nues- 
tra derecha. 

Después  de  los  combates  del  vSauce  (16,  17  y  18 
de  Julio  de  1866)  aparece  Curupaytí  chorreando 
sangre;  en  aquel  combate  tenaz  y  heroico,    sublime 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MARLA.    CAMPOS  183 

sacrificio  del  soldado  que  pelea  sin  la  esperanza 
de  la  victoria,  que  se  bate  para  morir,  ni  aun  por  la 
vida  como  César  en  Munda,  sin  ver  caer  un  solo  de 
sus  enemigos  que  en  su  sarcasmo  horrendo,  para- 
petados en  su  invencible  posición,  abrumaban  nues- 
tro ejército  bajo  el  peso  de  una  catástrofe  terrible; 
allí  en  esa  egregia  epopeya  del  sacrificio,  allí  donde 
se  probó  el  temple  del  soldado  argentino,  porque 
jamás  en  nuestras  guerras  hubo  nada  parecido  á 
Curupaytí,  el  Comandante  Luis  María  Campos  au- 
mentó el  número  de  los  héroes  de  ese  dia,  su  bata- 
llón fiié  hecho  pedazos^  y  él,  herido  de  un  balazo 
en  un  brazo,  no  cedió  el  terreno  hasta  no  haber  re- 
cibido la  orden  superior. 


v-^'^í: 


^ 

5^5^-^^.^ 

VI. 


CONSECUENCIA  de  la  herida  recibida  en  Curu- 
paití,  el  Comandante  Campos  regresó  á  Bue- 
nos Aires  y  no  estando  restablecido  aún,  se  incor- 
poró á  su  Batallón  que  se  encontraba  en  el  "Fraile 
Muerto"  con  las  tropas  que  debian  operar  contra 
los  insurrectos  de  Mendoza,  que  proclamaban  la 
anarquía,  y  desgraciadamente  probaban  nuestra 
debilidad  en  el  exterior,  en  los  momentos  en  que  la 
República  estaba  empeñada  en  una  guerra  ex- 
trangera. 

¡Qué  pensaría  el  Brasil  en  ese  tiempo  de  noso- 
tros! 

Al  siguiente  dia  de  llegar  el  Comandante  Cam- 
pos al  "Fraile  Muerto,"  recibió  orden  del  General 
Arredondo,  para  marchar  con  su  cuerpo,  el  Bata- 
llón San  Juan,  y  dos  piezas  de  montaña  en  protec- 
ción del  general  que  operaba  una  retirada  sobre  el 
Rio  Cuarto  perseguido  por  el  enemigo  con  un  ejér- 
cito mucho  mas  numeroso  que  el  suyo.  El  coman- 
dante Campos  tuvo  que  hacer  con  sus  tropas  una 
marcha  de  treinta  y  seis  leguas  en  diez  y  siete  horas, 
y  la  junción  á  las  fuerzas  del  General  Paunero  dio 


■íi- 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARL\  CAMPOS        185 

por  resultado  el  retroceso  del  enernig-o  hasta  San 
Luis.  Organizado  en  el  Rio  Cuarto  el  ejército  del 
Interior,  obtuvo  el  Comandante  Campos  el  mando 
de  las  fuerzas  con  que  se  habia  incorporado. 

En  estas  circunstancias  el  ejército  enemigo,  fuer- 
te de  5,000  hombres,  se  encontraba  en  la  provincia 
de  San  Luis  y  Mendoza,  y  habiendo  concentrado 
en  la  primera  de  estas  provincias^,  toda  su  fuerza, 
marchó  sobre  el  ejército  del  General  Paunero  que 
solo  contaba  con  3,400  hombres^,  que  por  una 
coincidencia  tomaba  la  ofensiva  al  mismo  tiempo 
que  el  adversario . 

Cuando  el  ejército  del  General  Paunero  llegó  á 
San  José  del  Morro,  fué  fraccionado  en  dos  colum- 
nas, tomando  el  mando  de  una  de  ellas  el  entonces 
Coronel  Arredondo,  que  evolucianaría  sobre  la 
villa  de  Mercedes,  á  fin  de  batir  al  Coronel  Videla 
que  se  encontraba  allí  con  mil  hombres. 

El  Comandante  Campos  que  marchaba  en  esta 
división,  llegó  á  la  Villa  de  Mercedes,  ya  abando- 
nada por  las  fuerzas  del  Coronel  Videla  y  500  in- 
dios de  la  Pampa,  sus  auxiliares,  las  que  se  hablan 
dirigido  á  San  Luis  á  incorporarse  al  grueso  del 
ejército  insurrecto. 

El  Coronel  Arredondo,  viendo  frustrada  su  inten- 
tona, avanzó  sobre  San   Luis  operando   en  combi- 


186  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

nación  con  el  General  Paunero  un  movimiento, 
de  avance,  y  designando  por  punto  de  reunión  el 
Rio  Quinto.  El  Coronel  Arredondo  llesfó  á  ese 
Rio_,  pero  no  encontreS  al  General  Paunero,  porque 
éste  estaba  á  dos  leguas  mas  abajo  de  la  reunión 
indicada. 

Apenas  hablan  trascurrido  seis  horas  que  des- 
cansaba la  tropa  de  las  fatigas  de  tantas  marchas 
rápidas,  cuando  el  jefe  de  la  vanguardia  anunció 
que  el  enemigo  se  aproximaba,  inmediatamente  se 
formaron  las  fuerzas  en  disposición  de  combate,  y 
los  1.700  veteranos  de  la  campaña  del  Paraguay,  á 
las  órdenes  del  Coronel  Arredondo,  esperaron  con 
la  calma  del  viejo  guerreador  el  ataque  de  los 
insurgentes,  cuyas  fuerzas  de  las  distintas  armas  al- 
canzaban á  5,000  hombres.  Este  ejército  confiado  en 
su  número,  avanzaba  con  imprudente  audacia  y  una 
resolución  manifiesta  de  llevarse  todo  por  delante. 

Un  instante  la  batalla  fué  defensiva  paralas  fuer- 
zas del  Coronel  Arredondo,  en  vista  de  la  numerosa 
caballería  del  enemigo,  quien  conociendo  su  supe- 
rioridad numérica,  desplegó  cinco  batallones  y  diez 
piezas  de  artillería  con  la  intención  de  apagar  los 
fuegos  de  la  división  de  Arredondo;  al  mismo  tiem- 
po que  amenazaba  con  numerosos  escuadrones. 

El  Comandante  Ivanowski  y  el  Coronel  Segovia 
sostenían  con  bizarría  la  derecha,  en  el  centro  esta- 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS       187 

ba  el  Comandante  Campos,  y  en  la  izquierda  creo 
que  el  Mayor  del  6,  siendo  auxiliado  por  un  cuer- 
po de  caballería. 

El  fuego  del  ejército  rebelde  era  vivo  y  tenaz  y 
aumentaba  gradualmente;  nuestra  izquierda  se  ha- 
bía visto  obliofada  á  retroceder  á  consecuencia  de 
una  carga  de  caballería,  que  audaz  lanzó  el  enemi- 
go, á  pesar  de  haber  sido  protegida  por  el  batallón 
San  Juan. 

Las  circunstancias  eran  críticas;  momentos  de 
hesitación  muy  grande:  la  izquierda'  había  ce- 
dido el  terreno  y  el  fuego  nutrido  del  enemigo 
incendiaba  la  pequeña  división  de  Arredondo. 
Entonces  el  Comandante  Campos,  comprendiendo 
que  solo  por  un  golpe  de  audacia  podría  ganarse 
una  victoria  ya  comprometida,  le  dijo  al  Coronel 
Arredondo: 

Coronel,  ¿quiere  que  cargue  á  la  bayoneta?  y 
éste  le  contestó  con  su  calma  jamás  desmentida,  mi- 
rando atento  el  progreso  de  la  batalla,  con  aquella 
mirada  penetrante  que  centelleaba  en  sus  dos 
pequeños  ojos: 

¡Cargue  Comandante! 

♦ 

El  Comandante  Campos  se  puso  al  frente  de  su 


188  LA    CARTERA    DE    UX    SOLDADO 

batallón,  hizo  tocar  el  himno  del  General  Lavalle,  y 
arremetió  á  la  bayoneta  con  su  valor  proverbial. 

El  enemigo  no  cede  el  terreno,  al  ver  el  reducido 
número  del  batallón  6  de  línea  que  con  257  plazas 
quiere  arrebatarles  la  victoria,  á  ellos,  que  son 
1,200  hombres  de  infantería,  al  contrario  conocien- 
do la  influencia  de  la  ofensiva  arremete  á  su  vez  y 
las  bayonetas  se  cruzan,  y  lo  que  no  se  ha  visto  en 
la  campaña  del  Paraguay,  y  solo  una  vez  en  la  guer- 
ra de  la  Independencia  en  la  batalla  de  Ayacucho, 
y  tres  veces  en  las  guerras  de  la  Revolución  fran- 
cesa y  del  Imperio,  aquí  se  repite  con  encarniza- 
miento. 

El  Comandante  Campos  avanzó  al  frente  del  6'^ 
de  línea  y  cuando  apenas  veinte  metros  separaban 
á  los  combatientes,  ambos  se  detenían  como  admi- 
rados de  su  misma  audacia.  Aquel  es  el  momento 
supremo  que  dá  el  triunfó  ó  la  derrota;  en  ese  ins- 
tante un  átomo  de  audacia  dá  la  victoria,  aunque  la 
fuerza  numérica  del  contendor  lleve  la  ventaja.  Así 
fué,  el  Comandante  Campos  conociendo  la  situa- 
ción, se  arrojó  el  primero  sobre  el  enemigo:  el  aban- 
derado de  uno  de  sus  batallones  es  muerto  por 
un  balazo  descargado  por  él  y  le  arrebata,  le  quita 
la  ensangrentada  bandera  que  flameaba  para  nues- 
tro descrédito  en  poder  de  argentinos.  Esta  es  la 
señal  del  combate,   los  soldados  enemigos   se  lan- 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS        189 

zan  sobre  Campos,  le  arrojan  del  caballo  al  suelo  y 
amontonados  sobre  él,  todos  quieren  herirle,  todos 
intentan  darle  muerte,  y  esto  fué  sin  duda  lo  que 
salvó  aquella  vida  destinada  á  otras  hazañas;  esa 
confusión  de  tig-res  para  herir  á  su  presa  dio  lugar  á 
que  llegara  el  6"  de  línea  y  pusiera  en  completa  dis- 
persión á  la  infantería  enemiga. 

Al  rededor  de  donde  había  caido  el  Comandan- 
te Campos  quedaron  54  muertos. 

Esta  es  la  batalla  de  San  Ignacio,  y  por  su  bri- 
llante comportacion  en  esta  jornada,  Luis  María 
Campos  fué  ascendido  á  Teniente  Coronel  efec- 
tivo. 

Este  episodio  es  uno  de  los  hechos  mas  brillan- 
tes de  la  vida  miHtar  del  Comandante  Campos. 

La  campaña  del  Interior  concluyó  con  la  batalla 
de  San  Ignacio,  después  de  la  cual  regresó  el  6  de 
línea,  al  ejército  del  Paraguay. 


YTL 


N   ese  tiempo  nuestro    ejercito   sitiaba   á   Hu- 
^maytá,  ocupando   la   segunda  línea  del    cua- 


drilátero. 


El  16  de  Julio  de  I86cS  tuvo  lug;ar  el  ataque  lle- 
vado por  el  General  Osorio,  por  nuestra  derecha 
á  ese  campo  atrincherado. 

En  esta  jornada,  el  ejército  argentino  se  concre- 
tó á  hacer  una  demostración  por  el  centro,  y  el  ba- 
tallón 6  de  línea  con  los  dos  Batallones  del  Coman- 
dante Obligado,  ocuparon  la  vanguardia,  sin  que 
tuviéramos  que  lamentar- en  ese  dia  mas  pérdida 
que  un  soldado  herido,  de  los  cuerpos  de  la  se- 
gunda división  Buenos  Aires. 

A  consecuencia  del  contraste  que  sufrimos  el  18 
de  Julio  del  mismo  año  en  el  Chaco,  el  6  de  línea 
fué  agregado  á  las  tropas  que  allí  mandaba  el  Ge- 
neral Rivas,  á  cuyo  cuidado  estaba  esa  posición  tan 
formidable,  que  en  honor  de  sus  constructores,  fué 
hecha  con  todas  las  perfecciones  del  arte.  ' 


'^v 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS        191 


La  laguna  Ibera  frente  á  la  posición  ocupadapor 
la  desesperada  guarnición  de  Humaytá,  fué  el  tea- 
tro violento  de  marítimos  combates  donde  entre 
las  tinieblas  de  la  noche  fueron  despedazadas  las 
fuerzas  paraguayas  que  intentaban  retirarse. 

Habiéndose  ausentado  el  General  Rivas  á  la 
parte  opuesta  de  la  Península  donde  se  encontraba 
el  Coronel  Ivanowski,  el  Comandante  Campos  que- 
dó interinamente  al  mando  del  reducto. 

Anteriormente  habia  rechazado  el  enemigo  dos 
parlamentarios  á  balazos,  mas  tuvo  la  buena  suerte 
de  ser  admitido  el  que  le  envió  el  Comandante 
Campos,  con  el  padre  Esmeralda. 

En  el  primer  momento  le  hicieron  fuego,  mas  el 
bravo  sacerdote  sin  inmutarse  levantó  una  cruz  que 
llevaba  y  doblando  la  rodilla  en  tierra  les  gritó, 
pidiendo  que  lo  escuchasen  un  instante. 

Martínez  tuvo  una  larga  conferencia  con  él,  re- 
sistiéndose siempre  á  entregar  las  armas,  pero  al 
fin  convencido  de  su  completa  impotencia  se  rindió 
el  5  de  Agosto  con  los  demacrados  restos  de  la 
guarnición  de  Humaytá  que  se  componía  de  ocho- 
cientos hombres. 


192  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


La  lid  continua  y  encarnizada  que  tuvo  por  tea- 
tro ese  pequeño  y  pintoresco  espacio,  es  digna  de 
todo  encomio,  esa  lucha  encarnizada  de  doce  dias 
será  siempre  una  corona  de  gloria  para  ambos  com- 
batientes. Los  paraguayos  hicieron  todo  Lo  que  pres- 
criben las  leyes  del  honor  y  el  ejemplo  de  los  bravos. 
¡Hicieron  mas!  muchos  murieron  de  hambre  antes 
de  rendirse,  y  otros  se  suicidaron. 

Después  de  esta  época  recibió  el  grado  de  Co- 
ronel graduado  el  Comandante  Campos,  y  habien- 
do seguido  las  operaciones  de  nuestro  ejército  so- 
bre la  línea  del  Pikicirí,  se  encontró  en  el  asalto  y 
batalla  Itaivaté,  el  27  de  Diciembre  de  1868  y  de- 
bido ásus  buenas  disposiciones  tácticas  y  á  su  sere- 
nidad se  debió  el  triunfo  de  una  difícil  situación. 

En  esta  jornada  el  Coronel  Campos  era  jefe  de 
la  2^  División,  compuesta  de  los  batallones  4^,  5^ 
y   6^  de  línea  y  el  Rioja  y  Catamarca. 

El  Coronel  Campos  ocupaba  la  estrema  izquier- 
da de  nuestra  línea,  y  habiendo  salvado  la  fortifi- 
cación enemiga,  avanzó  en  escalones  sobre  la  in- 
fantería paraguaya  que  retrocedía  velozmente.  La 
vanguardia  de  éste  ataque  la  llevaba  el  4^  de  línea 
con  su  coronel  á  la  cabeza,  el  malogrado  Floren- 
cio Romero,  que  agitado  siempre  por  su  indomable 
valor,  jamás  obedecía  las  leyes  de  la   prudencia,  y 


EL  CORONEL  DON    LUIS    MARÍA    CAMPOS  193 

-en  pos  de  ese  ardor  que  le  sería  fatal  en  este  dia, 
avanzaba  llevando  el  batallón  desplegado;  desor- 
ganizado por  los  accidentes  del  terreno  y  la  clase 
de  tropa  que  componía  el  4."  de  línea:  eran  Ja  ma- 
yor parte  reclutas. 

El  Coronel  Campos  abarcó  en  un  instante  esta 
•situación,  y  sobre  el  particular  amonestó  varías  ve- 
ces al  Coronel  Romero,  quien  llegó  hasta  exaspe- 
rarse, por  una  insinuación  amistosa. 

^,     El  Coronel  Romero  resbalaba  en  la  pendiente  de 
•su  fatal  destino,  entusiasta  y  enardecido    por  el  as- 
pecto de  su    aparente   victoria  y  el   estruendo  áe\* 
combate^  no  sospechaba  que  sería  la  primera  víc- 
tima escojida  por  su  misma  bravura. 

Rápidos  cien  ginetes  de  la  escolta  de  López,  co- 
mo el  rayo  de  la  desesperación,  cargan  á  fondo  so- 
bre una  fracción  del  batallón  del  Coronel  Romero: 
él  es  la  primera  víctima  que  sucumbe  al  esfuerzo 
del  brazo  de  un  soldado  paraguayo:  un  hachazo  le 
hiende  el  cráneo,  una  bala  le  horada  el  vientre,  y 
un  torrente  de  sangre  inunda  aquella  faz  tan  noble 
y  tan  hermosa.  Turbado  por  el  golpe  mortal  cae 
del  caballo,  reacciona,  se  levanta,  vaga  la  mirada, 
busca  algo  con  ansiedad,  algo  que  reanime  la  iner- 
cia de  la  agonía.  Campos  corre  á  él,  á  su  amigo,  á 
aquel  pedazo  de  su  existencia. 


i;; 


194  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Romero  arrancó  un  esfuerzo  supremo  á  la  vida^ 
y  una  mirada  de  águila  se  escapó  rápida  de  sus 
grandes  ojos  ya  vidriosos.  .  .  y  un  momento  des- 
pués muere. 

Una  parte  del  batallón  4."  de  línea  es  convulsio- 
nado completamente  á  pesar  de  los  esfuerzos  de- 
sesperados del  bravo  Bernal  y  sus  dignos  oficiales: 
el  pánico  con  sus  negras  sombras  cunde  en  el  5.° 
de  línea,  pero  el  arrogante  Le  valle  contiene  á  ba- 
lazos el  estupor  fatal;  el  6.°  de  línea  se  estremece^ 
pero  alli  está  Campos,  Arias  y  otros  oficiales  que 
reaniman  la  moral  No  hay  nada  que  se  sobreponga 
mas  al  peligro  que  el  ejemplo  de  los  bravos:  el 
espíritu  militar  reacciona,  y  merced  á  los  esfuerzos 
de  todos  los  jefes  de  la  división,  renace  el  fuego- 
sagrado,  y  lo  que  debia  ser  una  derrota,  se  trans- 
forma en  una  espléndida   victoria. 

La  división  del  Coronel  Campos  arranca  á  bayo- 
netazos á  los  paraguayos  el  triunfo  que  en  ese  mo- 
mento fué  general  en  toda  la  línea. 

En  este  combate  el  Coronel  Campos  sintió  todo< 
el  peso  de  la  responsabilidad  de  un  contraste,  que 
para  un  jefe  superior  es  peor  que  arrojarse  en  los; 
brazos  de  la  muerte. 

Esta  victoria  fué  debida  á  la  serenidad  y  dispo- 
siciones tácticas  de  Campos.     Convulsionados  sus. 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS        195 


dos  escalones   de  vanguardia,  restableció  el  com- 
bate y  arrancó  la  victoria  con  los   de  retaguardia. 

Poco  tiempo  después  déla  batalla  de  las  Lomas, 
fué  ascendido  á  Coronel  efectivo. 


!  '■  .i';.*í?' 


Yin. 


HORA,  al  hablar  de  los  sucesos  de  la  campa- 
.^_ña  de  Azcurra  (1869)  que  recientemente  han 
tenido  lugar  y  que  todo  el  mundo  conoce,  me  limi- 
taré á  aumentar  simplemente  el  número  de  los 
episodios  en  que  se  ha  encontrado  el  Coronel 
Campos,  con  la  dirección  superior  de  las  fuerzas  ar- 
gentinas que  operaron  con  el  ejército  del  Con- 
tie  d'Eu.  - 


Al  apresurar  el  príncipe  la  marcha  de  flanco,  de 
1 6  leguas,  que  debia  tomar  la  retaguardia  de  Ló- 
pez^ encontró  en  Sapucay,  el  primer  obstáculo, 
combate  insignificante  que  allanó  el  camino  hasta 
Peribebuy,  donde  el  Coronel  Campos  fué  condeco- 
rado por  el  conde  de  Eu,  por  su  brillante  compor- 
tacion  y  la  de  las  valientes  tropas  argentinas  (12 
do  Agosto  de  1869),  Peribebuy  trajo  la  batalla  de 
Barreiro  Chico,  el  16  del  mismo  mes,  y  el  18  el 
combate  de  la  picada  de  Caragüatay,  últimos  com- 
bates, en  los  que  ha  sido  actor  nuestro  querido 
amigo. 


:3«;  - 


EL  CORONEL   DON   LUIS    MARÍA    CAMPOS 


197 


Hasta  la  fecha,  estos  son  los  servicios  del  Coro- 
nel Campos. 

Esta  es  la  historia  militar  del  6  de  línea,  y  tam- 
bién es  la  página  gloriosa  de  algunos  de  los  gefes 
del  ejército,  cuya  carrera  brillante  ha  seguido  casi 
el  mismo  derrotero  que  la  del  Coronel  Campos. 

Asunción   1869. 


-^. 


vi** 


IX. 


ASTA  aquí  lo  que  se  escribió  en  otro  tiempo 
para  el  coronel.  Ahora  en  dos  palabras  arri- 
baremos hasta  nosotros;  es  decir  alcanzaremos  al 
General. 


En  el  presente  como  en  el  pasado  es  el  mismo 
hombre  vigoroso,  adornado  además  con  la  larga 
experiencia  de  su  vida  militar. 

A  los  servicios  ya  mencionados  agregaremos 
nuevo  realce,  asistió  á  la  primera  campaña  de  En- 
tre Ríos  en  1870,  con  el  batallón  6.®  de  línea  sien- 
do jefe  de  brigada  y  fué  actor  en  la  batalla  de 
Santa  Rosa,  y  á  la  segunda  en  1872,  en  que  man- 
dó'én  jefe  el  ejército  del  Uruguay. 

En  la  revolución  del  año  de  1874  tuvo  el  mismo 
carácter  en  el  ejército  del  Oeste,  y  contribuyó  po- 
derosamente, como  su  hermano  el  bravo  Coronel 
D.  Julio  Campos,  al  desenlace  de  Junin. 


yW^: 


EL  CORONEL  DON  LUIS  MARÍA  CAMPOS     -é^   199 
^ffi.,. 

Después  de  aquella  época  fué  nombrado  Co- 
mandante General  de  Armas,  siendo  Ministro  Inte- 
rino cuando  Roca  marchó  á  la  espedicion  de  Rio 
Negro,  algún  tiempo  después  fué  ascendido  á  ge- 
neral. 

Hoy  manda  una  división,  y  vive  tranquilo  en  su 
hogar  virtuoso,  como  un  patriarca,  la  felicidad  le 
sonríe  y  la  satifaccion  de  haber  cumplido  su  deber. 

Soy  su  amigo  desde  la  infancia:  hemos  llevado 
alegres  la  ruda  vida  de  soldado  raso;  juntos  lim- 
piábamos nuestro  fusil  fulminante  y  arreglábamos 
nuestra  pesada  mochila:  le  he  visto  rápido  en  su 
carrera  ilustre  dejarme  atrás,  y  al  conocer  las  razo- 
nes poderosas  de  sus  ascensos,  se  ha  derramado 
siempre  el  contento  en  mi  corazón  de  amigo.  En 
los  altos  puestos  que  ha  ocupado  nunca  le  he  pe- 
dido, ni  nunca  me  ha  dado  nada,  mas,  por  eso 
mismo  debia  en  holocausto  á  un  noble  sentimiento 
escaso  en  estos  tiempos,  presentarle  hoy  que  no 
espero  nada  de  él^  este  empañado  espejo  para 
que  vea  su  retrato.  No  será  resaltante  el  colori- 
do, mas  si  sincero,  retrato  hecho  por  un  hombre 
que  siempre  rindió  un  culto  constante  á    la  lealtad. 


^^^'•■sV+^ov**'  >♦«->♦*->'#-  >* 


*■  vV  >♦«-  >♦«-  >♦*-  >»#-  >♦«- >•«-  >♦«-  V**-  v*«-,v**-  >♦«-  v»*-  v*^  v*<-  >V, >v  V* 


w^^^m^s^^^^^^^^- 


V 


X. 


ECUERDO  que  un   dia  me  dijo,    su  digna  y  dis- 
^^tinguida  compañera  esta  frase: 


— La  referencia  que  Vd.  hace  de  Luis  María,  en 
la  retirada  de  Curupayti,  me  ha  arrancado  lá- 
grimas. 

Ahora  á  mi  vez  esclamo: 


¡He  aquí  el  reverso  de  la  medalla!  Los  hijos  del 
héroe  podrán  decir  mas  tarde 

— Mi  padre  fué  un  antepasado:  mi  madre  la  hija 
de  un  libertador  de  pueblos  oprimidos,  que  borró 
los  errores  del  pasado  elevando  con  patriotismo 
un  pueblo  esclavo  y  proscrito  al  rango  de  una 
nación  libre  y  constituida. 

Eso  dirán  sus  hijos;  mientras  que  el  surco  lumi- 
noso que  deja  el  progenitor  en  la  historia  de  los 


EL    CORONEL    DON    LUIS    MARÍA    CAMPOS  201 

bravos  muestre  al  soldado  venidero    el   derrotero 
del  patriotismo  y  del  honor,  en  el  campo  de  batalla. 

Mi   deuda  de  justicia  y   de   cariño    está   cum- 
plida. 


■íi^ 


EL  H0ÍÍBB1  SI  A  €ABMLh9 


(ESCENA  DE  LA  VIDA  CAMPESTRE) 


I. 


'ON    cuanto    sentimiento    veo    desaparecer    el 
'gaucho:   ese  tipo  tan  bravo  en    los  combates, 

tan   constante  en  el   sufrimiento  y  tan    patriota  en 

las  grandes  emociones  del  ciudadano. 

¿Era  acaso  un  contraste  con  la  civilización  y  el 
progreso  que  se  guardase  incólume  esa  enérgica 
personalidad  argentina?  ese  héroe  de  las  llanuras 
que  ha  regado  con  su  sangre  benéfica  los  mas 
grandes  hechos  de  la  historia  nacional,,  esa  manifes- 
tación genuina  de  un  suelo  vigoroso,  donde  corren 
en  silencio,  sin  afectación  inmensas  columnas  de 
agua,  y  se  hierguen  altivos,  enormes  peñascos  de 
puntas  de  plata,  como  un  monumento  de  gloria 
que  se  arroja  al  cielo. 

¿Acaso  la  Rusia  no  posee  el  cosaco,  el  Austria, 
el  madgiar,  la  Inglaterra  el  highlander^  la  Francia, 
el  spahis,  los  Estados  Unidos,  el  traper;  y  así  otras 
naciones? 


206  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Es  que  los  pueblos  necesitan  como  una  fuerza 
constante  esos  elementos  vigorosos;  porque  á  ellos 
está  vinculado  con  férreos  lazos,  el  patriotismo  y  el 
amor  á  la  independencia,  que  desde  Sagunto  á  Za- 
ragoza y  el  Paraguay  nos  dan  ejemplo  de  lo  que 
es  capaz  un  país  viril. 

Napoleón  aludiendo  á  la  resistencia  vigorosa  de 
la  España,  decia:  "Al  único  general  que  yo  temo, 
es  al  general  español  No  me  imporfay 

Tenia  razón;  ni  las  derrotas,  ni  las  matanzas  en 
masa  arredró  á  ese  pueblo  enérgico  que  enseñó  á 
la  vencida  Europa,  á  vencer  con  paisanos  las 
águilas  de  la  victoria.  - 

Nosotros  los  argentinos,  en  momentos  en  que 
las  colonias  estrangeras  reviven  poéticamente  en 
sus  alegres  romerías  los  santos  recuerdos  de  la  pa- 
tria, dando  vida  nacional  á  sus  venerandas  tradicio- 
nes, borramos  en  el  presente,  de  la  belleza  del  pa- 
sado, el  traje  nacional,  cambiando  su  elegancia  y 
los  pliegues  armónicos  de  látela  que  lo  forma  ^ 
por  un  vestido  ridículo^  que  compuesto  dedos  ele- 
mentos antagónicos  en  estética,  se  despide  como 
un  bufón,  de  una  tradición  que  ha  podido  conser- 
varse como  un  dulce  canto  de  la  cuna  entre  el  sil- 
vido  progresista  déla  humeante  locomotora. 


EL  HOMBRE    DE    Á    CABALLO  207 


¡Ah  el  traje  nos  lleva  el  gaucho  para  no  volver 
mas!  ¿Lo  echaremos  alguna  vez  de  menos?  ¡Quien 
sabe! 

Ahogad  las  gloriosas  tradiciones  de  un  pueblo, 
y  estoy  seguro  que  cuando  golpee  el  invasor  con 
las  culatas  de  sus  fusiles  la  puerta  de  la  frontera, 
no  encontrareis  á  ese  pueblo  firme  en  el  campo  de 
batalla. 

Y  ya  que  se  enseña  tanto  saber  en  las  escuelas; 
porque  no  se  levanta  con  la  prédica  incesante,  un 
altar  constante  en  el  inocente  corazón  del  niño,  á 
la  memoria  de  los  grandes  hechos  para  que  sepa 
que  todo  lo  debe  dar  por  ese  deber  sagrado  que 
se  llama  el  patriotismo,  y  que  ha  de  identificar- 
se con  estas  dos  grandezas:  las  dos  glorias  de  la 
humanidad. 

El  trabajo  para  el  ciudadano,  el  sacrificio  para 
el  soldado. 


'  "SÍ 


??¡t:»itr5??J?5fír5t5i?í5t?fv]ít(t?5t^5(?r^í¡t?5^ 


II. 


OY  á  bosquejar  aunque  imcompleto  un  peque- 
ño cuadro  de  nuestras  costumbres  nacionales. 


Esta  vez  elegiré  el  domador,  tipo  rudo  y  vale- 
roso, que  asombra  al  europeo^  porque  en  ninguna 
parte  del  mundo,  el  hombre  lucha  tan  sin  resguar- 
do contra  el  bruto  embravecido. 

Solo  en  las  reoriones  del  Plata  se  ven  esos  sober- 
bios  jinetes  que  ejecutan  sobre  el  potro  indómito 
verdaderas  hazañas  de  fuerza  y  de  equilibrio. 

Alofuna  vez  no  me  atrevo  á  narrar  las  orinetea- 
das  que  he  presenciado  en  mis  largas  correrías;  por 
que  me  parece  que  la  sonrisa  de  la  duda  pasea 
sarcástica  en  los  labios  del  que  me  escucha. 


Montar  un  potro  en  pelo  con  espuelas,  dejándose 
caer  el  jinete  al  pasar  la  tranquera  del  corral  so- 
bre su  arqueado  lomo:  saltar  sobre  un  novillo  y 
sostenerse  en  medio  de  los  ridículos  y  pesados  mo- 


EL    HOMBRE    DE    Á    CABALI^O  209 

\ámientos  del  animal  al  que  se  le  mueve  la  piel  co- 
mo si  estuviese  despegado  del  cuerpo^  ir  á  toda 
furia,  pegarle  un  fuerte  golpe  entre  las  orejas  al  no- 
ble bruto  que  monta  y  caer  parado  con  las  rien- 
das en  la  mano  como  si  se  tratara  de  la  cosa  mas 
natural  del  mundo,  estas  y  muchas  otras  pruebas 
de  destreza  y  sangre  fría  encontraría  en  el  espeso 
acopio  que  guarda  en  silencio  la  azarosa  existencia 
rural. 

Por  hoy  presentaré  al  domador  conchavado;  es 
decir,  el  hombre  del  oficio  que  por  un  miserable  sa- 
lario juega  su  vida  á  cada  instante,  y  que  después 
de  arrastrar  una  existencia  entre  golpes  y  sacudo- 
nes, al  fin  lo  mata  un  potro. 


14 


III. 


Estamos  en  la  estancia.  Próximo  á  las  casas  el 
gran  corral  de  palo  á  pique  con  su  tranquera 
al  frente.  Mas  allá  el  palenque  de  los  caballos 
donde  hay  algunos  atados.  Entre  el  palenque  y  el 
corral  un  fogón  rodeado  por  media  docena  de 
paisanos  en  cuclillas  tomando  mate. 

La  mañana  está  deliciosa:  el  sol  derrama  su  luz^ 
templada  sobre  la  silenciosa  pradera  que  se  estien- 
de sin  límites  en  circulante  íorma. 

Un  silencio  solemne  domina  la  escena;  interrum- 
pido de  cuando  en  cuando  por  la  conversación  de 
los  pfauchos  del  foofon. 

Próximo  á  ellos  se  encuentra  un  joven  de  as- 
pecto varonil  y  nervudo:  su  edad  no  pasará  de 
veinte  y  cinco  años:  veinte  y  cinco  años  bien  tra- 
bajados: está  arreglando  un  rollo  en  la  cabezada 
de  un  apero  de  domador:  su  sobrio  traje  especial 
y  liviano  consiste  en  muy  pocas  pilchas.  La  vincha,. 


.*■  - 


El.    HOMBRE    DE    Á    CABALLO  2TI 

para  que  no  le  incomode  el  pelo,  le  sirve  de  som- 
brero: en  mangas  de  camisa,  se  las  ha  arremangado 
hasta  la  extremidad  del  antebrazo:  con  una  peque- 
ña jerga  bajera  raida  y  ligera  se  ha  improvisado  un 
chiripá  corto,  ajustado  como  pantalón,  y  sujeto  á 
la  cintura  por  la  faja:  el  calzoncillo  envuelto  hasta 
arriba  de  las  rodillas  deja  ver  unas  piernas  de 
músculos  de  acero,  delgadas  y  de  correctas  formas 
aunque  ligeramente  encorvadas  hacia  adentro:  la 
bota  de  potro  arrollada  en  el  tobillo  forma  un  ribete 
de  relieve:  la  espuela  grande  nazarena  de  fierro  ba- 
tido, aguzada  las  púas  como  espolón  de  gallo  de 
reñidero,  está  ajustada  al  talón,  acortada  la  alzapri- 
ma, de  manera  que  quede  firme  y  no  se  mueva  al 
asegurarse  en  el  filo  de  la  corona:  no  está  destalo- 
nada; porque  eso  solo  se  usa  en  el  paseo  como  una 
coquetería  del  hombre  de  la  campaña. 

Este  moceton  tan  sereno  que  tranquilamente 
prepara  todos  los  elementos  para  asegurar  lo  me- 
jor que  pueda  su  vida,  y  demostrar  su  destreza:  es 
un  domador. 

Su  juventud  le  predispone  al  peligro:  cualquiera 
creería  que  no  es  suficiente  hombre  para  arrostrar 
los  furores  salvajes  del  bruto;  pero  hay  que  tener 
en  cuenta  que  en  la  campaña  á  esa  edad  uno  es 
fuerte  y  vigoroso,  y  estamos  seguros  que  nuestro 
héroe  hará  todo  lo  posible  por  salir  airoso  del  lan- 


212  LA  CARTERA  DE  VN    SOLDADO 

ce:  vá  á  demostrar  un  corage  en  el  peligro,  digno 
de  un  poema,  y  cuando  se  diga  que  hubo  un  pueblo 
en  que  todos  sus  hijos  eran  de  esta  estirpe  se 
comprenderá  entonces  por  que  esa  nación  nunca 
fué  vencida. 


^^^■M¥:'- 


lY. 


«i» 


L  domador  recien  ha  sido  conchavado  el  dia 
anterior,  junto  con  su  padre  que  es  un  viejo  de 
setenta  años,  al  cual  ocuparán  en  trabajos  menos 
fuertes.  Silencioso  el  anciano  se  encuentra  entre  los 
ofauchos  del  foofon  sorviendo  el  cimarrón. 

El  capataz  de  la  estancia  va  á  probar  al  doma- 
dor. Es  necesario  ver  lo  que  dá  ese  mocito  que  tie- 
ne laya  de  altanero.  La  probada  vá  á  ser  en  regla: 
se  le  hará  ensillar  el  bagual  mas  bravo  de  la  mana- 
da: un  potro  que  parece  hijo  de  Zebra. 

— Creo  que  no  va  d  agiLantar  la  juria  del  bagual: 
es  malaso^  y  de  im  aguante  qne  da  tniedo  esclama  el 
mayordomo  dirigiéndose  al  padre  del  domador. 

El  viejo  en  ese  instante  abandona  la  bombilla 
del  mate  que  toma,  y  replica  con  aire  herido: 

— No  lo  ha  di  volteaj^;  mí  hijo    es  nn  hombre  de 
juerza  y  resolvencia^  y  d  corajudo  no  reculad  naides 
la  pisada  de  un  chimango. 


•X'^ 


214  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

El  domador  que  ha  escuchado  este  cambio  de 
frases,  se  endereza,  con  la  altivez  de  un  hombre 
libre,  toma  una  actitud  impaciente,  y  dirijiéndose  á 
su  padre  le  dice: 

— •/  Y  si  me  atraca  ííh  golpe  7n{  padre ^  pa  qite  dijo 
la  pariera  varón  ! 

Otro  de  los  paisanos  que  tiene  traza  de  com- 
padre, al  ver  el  aire  del  mozo  replica  con   maHcia. 

— Layas  no  corren  á  naides.  ^^' 

Siente  el  domador  la  indirecta:  el  puaso  estimu- 
la su  amor  propio  herido:  la  ira  le  asalta  en  el 
momento:  reflexiona:  se  serena:  enseguida  sin  per- 
der su  calma  habitual  exclama  sonriendo  con  or- 
gullo: 

— A  sigitn  y  conforme,  pero  le  ahierto  que  dende 
que  ando  en  trabajos  soy  laya  que  he  corrido  á 
7nuchos carneros. 

Una  risotada  general  interrumpió  el  diálogo,  y  la 
alegría  más  completa  fué  el  preludio  de  una  escena 
propiamente  originaria  de  las  praderas  argentinas. 


<!-■ 


(I)     Calidad  de  una  persona  se  dice  muchas  veces:  aquel  que  tiene 
buena  laya:  buen  continente.  En  este  caso  se  aplica  á  los  fanfarrones. 


.íf~.«>7^^ipE^;  T- -íñW' 


V. 


^N  estremecimiento  lejano  como  el  de  un  true- 
no continuado  anuncia  la  marcha  en  tropel  de 
muchos  caballos  reunidos. 


Se  aproxima  la  manada  entre  los  relinchos  y  los 
gritos  de  los  conductores,  asediada  por  bocanadas 
de  polvo,  parecen  reventazones  de  minas  intermi- 
nables. 

El  hermoso  sol  de  la  mañana  dá  vigor  á  los  co- 
lores de  los  animales,  que  reviven  al  son  de  una  ar- 
monía artística,  en  uno  de  esos  momentos  en  que  el 
pintor  inspirado  por  la  realidad  de  la  naturaleza 
ejecuta  una  obra  maestra. 


Entre  aquella  multitud  confundida,  de  grandes, 
pequeños  y  hermosos  brutos,  sobresale  con  gar- 
bo un  potro  oscuro,  crinudo,  grande,  de  cabeza  le- 
vantada, altanero,  ojos  rápidos;  parecen  relám- 
pagos inyectados  de  sangre_,  que  anuncian  el  furor 
á  la  simple  aproximación  del  hombre:  piernas  del- 


216  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

g^adas  y  musculosas:  encuentro  férreo,  resaltante^ 
como  si  su  g-ran  corazón  lo  empujara  afuera:  vien- 
tre esbelto  estendido:  jarretes  de  acero:  anca  re- 
donda: cola  espesa,  porruda  llena  de  abrojos;  y 
corre  airoso  con 

"La  crin  tendida  vaoforosa  al  viento." 

El  tropel  ya  está  próximo  al  corral.  Se  levantan 
entonces  los  gauchos  del  fogón:  uno  de  ellos  toma 
el  lazo  y  lo  arma  con  arm'ada  g^rande,  otro  un  bozal 
al  cual  asegura  bien  el  maniador  y  colocándose  so- 
bre un  flanco  por  donde  debe  pasar  la  manada 
esperan  el  momento  oportuno  para  enlazar  al  po- 
tro oscuro  y  asegurarlo. 

En  el  instante  en  que  se  pone  á  tiro,  uno  de  ellos^ 
con  la  rapidez  que  dá  la  destreza  inveterada,  levan- 
ta el  brazo  y  hace  girar  sobre  su  cabeza  el  círculo 
incorrecto,  con  cierta  vaquía  que  impide  que  se 
cierre. 

Silva  el  lazo,  y  formando  trayectoria  en  serpen- 
teo, el  aro  concéntrico  y  corredizo  cerrándose  rápi- 
damente, cae  sobre  el  pescuezo  del  potro  oscuro^ 
como  un  dogal  que  se  oprime  velozmente. 

Apenas  el  bagual  siente  el  roce  de  la  cuerda  de 
cuero,  pega  un  brinco  como  tocado  por  una  chispa 
eléctrica,  que  le  hiciera  sentir  el  dolor  mas  horrible 
que  se  pueda  imaginar. 


EL    HOMBRE    DE    Á    CABALLO  217 


Entonces,  dá  principio  á  una  lucha  desesperada 
y  brutal  por  arrancar  el  lazo  de  las  manos  del  ro- 
busto gaucho  que  lo  aguanta  con  firmeza,  haciendo 
centro  de  gravedad  en  sus  nervudas  piernas,  ar- 
queadas por  el  hábito  del  caballo  desde  la  infancia, 
y  dobladas  como  una  guardia  de  esgrima,  apoyan- 
do fuertemente  la  extremidad  del  lazo  en  las  só- 
lidas caderas.  En  esta  segura  posición  queda  firme 
como  una  estaca. 

Solo  el  hábito  y  el  ejercicio  continuado  pueden 
dar  ese  vigor,  y  esa  firmeza  para  resistir  y  vencer 
la  tuerza  enorme  del  bruto;  aguantando  como  una 
columna  de  bronce  los  tirones  desesperados  del 
animal  enardecido. 

El  potro  furioso,  tan  pronto  salta  á  un  lado  como 
á  otro  y  de  repente  corre  violento  en  dirección  al 
paisano:  en  ese  momento  queda  flojo  el  dogal 
maldito,  y  sintiendo  ese  pequeño  alivio,  creyéndose 
ya  libre,  se  lanza  con  mayor  ímpetu  á  la  carrera, 
mas  llega  el  último  estremo  de  la  cuerda  y  un  tirón, 
horrible  casi  lo  asfixia  y  lo  dá  contra  el  suelo. 

Jadeante,  medio  ahorcado,  respirando  fatigosa- 
mente con  una  expresión  formidable  de  furor  se 
debate  en  el  suelo,  donde  ya  el  otro  paisano  le  ha 
enredado  las  patas  y  las  manos,  mientras  que  otro 
le  pisa  el  pescuezo,  le  ata  la  oreja   le  corta  las  cri- 


■V'- 


218  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

nes  para  que  no  incomode  al  domador,  le  aseguran 
el  bozal,  le  acomodan  las  fuertes  riendas,  atadas 
con  guascas  sobadas  en  el  maxilar  inferior,  lo  gri- 
tan, lo  palmean,  se  burlan  de  él,  y  al  fin  después  de 
algunas  sacudidas  y  mordiscos  se  queda  quieto.  La 
paz  reina  en  Varsovia. 

Entonces  uno  de  los  paisanos  tomando  fuerte- 
mente del  cabrestro  del  bozal  lo  hace  levantar.  El 
potro  se  pone  de  pié  bufando,  tembloroso^  inquie- 
to, feroz,  el  ojo  centelleante  de  rabia,  parece  la 
mirada  de  un  loco  sugeto  en  sus  cuatro  esl.remida- 
des,  y  al  fin  se  resigna  astuto  y  se  deja  atar  por  el 
•  cabrestro  al  palenque:  los  dos  apadrinadores  mon- 
tan á  caballo  para  presentarle  un  ejemplo  de  man- 
sedumbre, de  esclavo  domado. 

Bien  sujeto  de  manos  y  patas  se  aproxima  el 
domador  con  su  sobria  montura  y  empieza  á  ensi- 
llarlo á  su  gusto,  demostrando  un  cuidado  prolijo 
en  que  todas  las  cosas  han  de  estar  en  su  lugar. 
En  cuanto  siente  el  animal  la  cincha  vuelve  á  in- 
quietarse cimbrando  el  lomo;  pero  está  impotente 
y  sus  esfuerzos  son  vanos. 

Ya  todo  pronto  le  desenredan  las  patas,  desatan 
el  animal  del  palenque  y  lijero  monta  el  domador 
mientras  sus  compañeros  se  lo  tienen  por  la  oreja 
del  lado   de  montar  tapándole  el  ojo  de  ese  cos- 


;.-3t;;.-5: 


EL    HOMBRE    DE    Á    CABALLO  219 

tado.  El  ginete  entonces  toma  una  actitud  espe- 
cial en  la  que  estriba  el  honor  de  la  jornada,  agar- 
ra las  riendas  tirantes,  hecha  el  cuerpo  duro  hacia 
atrás,  encoje  un  poco  las  desnudas  piernas,  calza 
el  corto  estribo  de  palo  entre  los  dedos  mayores 
del  pié  que  se  pegan  al  borde  de  la  carona,  afirma 
las  espuelas,  y  oprimiendo  fuertemente  sus  rodi- 
llas los  flancos  de  la  cabezada,  grita  con  coraje: 

¡Larguen  esa  maula! 


■  -  ,,    ii* 


VI. 


Jesucristo!  que  bagual:  ¿Si  tendrá  el  diablo  en 
'^el  cuerpo. 


Primero  pega  un  brinco  con  una  agilidad  de 
tigre  enfurecido,  y  convulso  se  sacude  en  el  aire 
flameando  como  una  bandera  al  furor  de  una 
tempestad:  enseguida  cae  violento  metiendo  la 
cabeza  entre  las  piernas,  y  levantando  casi  verti- 
cal el  anca,  vuelve  á  alzarse  rápido,  ya  por  un  es- 
tremo como  por  el  otro^  y  forma  con  su  espinazo, 
del  cogote  á  la  cola  un  arco  peligroso  para  el  equi- 
librio, de  manera  que  el  ginete  en  ciertos  momen- 
tos se  mantiene  apenas  sentado  en  un  punto  de  la 
montura,  solo  prendido  por  una  fuerza  muscular 
que  parece  que  no  tuviera  punto  de  apoyo,  y  un 
equilibrio  milagroso.  Los  furiosos  saltos  y  los  trai- 
cioneros corcobos  se  repiten  en  distintas  formas,  y 
aunque  se  le  vea  moverse  de  un  lado  á  otro  al  ca- 
ballero samarreándolo  como  una  vibración  tre- 
menda, firme,  sigue  sosteniendo   su  posición  que 


EL    HOMBRE    DE    Á    CABALLO  221 

tiene  por  base  la  rigidez   del  cuerpo  y  la  fuerza 
de  sus  piernas. 

La  situación  mas  difícil  para  él,  es  cuando  en  el 
aire  se  sacude  y  se  le  vé  inseguro  y  vacilante  al 
parecer,  como  un  borracho  que  aun  no  ha  perdi- 
dido  del  todo  el  sentido,  ó  si  una  mano  poderosa 
lo  estremeciera  sin  poderlo  arrancar  de  la  montu- 
ra; y  sin  embargo  él  solo  reacciona,  en  tan  apre- 
miante momento,  por  mas  difícil  que  sea  su  situa- 
tuacion  no  charquea;  porque  eso  sííría  una 
deshonra:  sus  manos  tienen  firme  las  riendas  y  el 
rebenque  que  levanta  de  cuando  en  cuando,  para 
caer  con  el  plano  de  la  lonja  con  un  ruido  seco 
sobre  los  sudados  hijares  de  la  indómita  bestia. 

De  repente  el  potro  se  amaca  acompasado,  y 
cuando  el  ginete  cree  que  ya  no  vá  á  bellaquear, 
rompe  exabrupto  en  los  corcobos  mas  estrafalarios, 
gritando  como  un  condenado,  mordiendo,  espu- 
mante como  un  rabioso,  con  toda  la  furia  de  su 
desesperación:  tiene  razón  el  noble  bruto,  lucha 
por  la  libertad,  por  esa  sagrada  riqueza  que  solo 
se  compra  con  el  sacrificio,  y  el  juicio  maduro  de 
saberla  conservar. 

El  ginete  impasible  y  precavido  no  pierde  un 
instante  su  calma,  prendido  fuertemente  de  las 
riendas   mantiene  el   equilibrio  á  duras   penas:   ya 


■■;-,* 


■•'•'*-,  ;-;**;. 


*- 

* 


"*%. 


222  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

dos  veces  lo  ha  desacomodado  bastante  fiero; 
pero  ha  vuelto  otra  vez  por  instinto  á  su  lugar, 
como  por  la  misteriosa  atracción  del  peligro  pre- 
venido. 

Sigue  incansable  el  bagual  furioso  bellaqueando 
con  una  agilidad  asombrosa,  y  un  aguante  formi- 
dable. 

Al  sentir  las  espuelas  su  frenesí  monta  al  colmo, 
y  prorrumpe  desesperado  en  una  carrera  de  bo- 
tes violentos:  de  repente  sudoroso,  cubierto  de  es- 
puma, resollando  como  un  degollado  á  medias: 
pega  un  remesón  capaz  de  sacar  por  las  orejas  al 
mas  pintado,  se  detiene:  toma  alientos  con  mala  in- 
tención: se  empaca  y  queda  ahí  exhalando  resoplidos 
continuados  con  las  narices  desmensuradamente 
abiertas,  como  para  que  salga  el  furor  de  su  pecho. 
Entonces  se  le  aproxima  uno  de  los  apadrinadores 
y  poniéndose  á  un  costado, trata  de  volverlo  al  lado 
del  palenque,  pues  ya  es  tiempo  que  concluya  la 
domada. 

La  actitud  del  animal  en  ese  momento  parece 
tranquila:  aprovecha  entonces  el  domador  el  ins- 
tante oportuno  y  lo  llama  á  las  riendas  tironeán- 
dolo fuertemente  á  los  lados  hasta  que  la  boca 
toca  el  encuentro,  cuidando  al  mismo  tiempo  de  no 
quebrarlela  boca, en  esta  operación  se  desacomoda 


;^,.^ 


EL    HOMBRE    DE    Á    CABALLO  223 

un  poco  por  el  esfuerzo  violento  que  hace  hacia 
atrás,  porque  emplea  todo  su  vigor  en  este  movi- 
miento. Mas  de  repente  se  alza  el  animal  salvaje, 
pega  un  bote,  y  vuelve  á  bellaquear;  pero  ahora 
es  otro  sistema  que  un  soplo  infernal  lo  inspira: 
empieza  á  bellaquear  á  gueltas:  pega  el  corcobo  y 
antes  de  caer  en  tierra  gira  á  un  costado  volvien- 
do la  cabeza  como  para  moder  el  estribo.  En  esta 
situación  difícil  el  ginete  ya  un  poco  cansado  se 
encomienda  á  la  Virgen  y  echa  mano  de  las  últimas 
fuerzas  que  le  quedan:  el  potro  no  desmaya:  sus 
saltos  y  corcobos  circulantes  son  para  revolver  las 
entrañas  á  un  hombre  de  bronce:  el  traqueo  con- 
vulso, horrible  es  algo  indescriptible:  se  sacude,  se 
cimbra:  culebrea  en  el  aire  como  una  chispa  eléc- 
trica, y  se  entremece  como  un  peñasco  que  va  á 
ser  lanzado  lejos  por  un  temblor  de  tierra,  como 
una  masa  oscura,  vibrante  en  el  espacio;  pero  al  fin 
dominado  por  la  fatiga  cede  á  su  pesar  y  aleccio- 
nado por  el  ejemplo  del  caballo  tranquilo  del  apa- 
drinador vuelve,  amacándose  ó  con  un  trotón  bru- 
tal al  punto  de  partida. 

Todos  creen  que  ha  concluido  la  valiente  faena; 
pero  de  súbito  como  para  sacrificar  en  aras  de  la 
libertad  el  último  esfuerzo  de  la  vida  salvaje,  se 
alza  rápido  con  los  ojos  saltones  de  una  rabia  trai- 
cionera, se  para  en  dos  manos  con  una  velocidad 
inaudita  é  instintiva,  y  echándose  de  lomo  se  der- 


■Ji.-* 


224  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

rumba  con  estrépito,  con  ánimo  de  matarse,  con 
tal  de  matar  al  ginete;  éste  sin  perder  su  admirable 
sangre  fría,  con  la  agilidad  de  un  gato  montes,  pega 
un  salto  á  un  costado  y  sale  haciendo  tararear  las 
espuelas  sonadoras,  con  el  cabestro  en  una  mano  y 
en  la  otra  el  rebenque;  y  dirigiéndose  al  paisano 
de  la  compadrada,  le  dice  en  tono  de  pifia. 

¡Amigo,  que  le  parece  mi  laya! 

El  interrogado  avanza   hacia  él,  estirándole  la 
mano,  y  con  cierta  admiración  reprimida,  exclama: 

— ¡Qué  el  mocoso  había  sido  hombre  de  á  caballo! 

La  Verde.   1876. 


víft 


(CUADRO  DE  OTROS  TIEMPOS) 


A  mi  querido  tio  Don  Nicolás  Lastra 


-••0£2í5C>** 


15 


*.  TOEG©  BEL  FMTQ  \ 


I. 


Si  queréis  conocer  la  virilidad  de 
de  un  pueblo,  estudiad  sus  costum- 
bres, y  encontrareis  que  existe  una 
inmensa  distancia  entre  Esparta  y 
Sibaris 

Es  un  error  muy  grande  creer 
que  la  civilización  está  en  el  traje: 
Esta  vestida  de  cualquier  modo 
nace  en  el  trabajo  y  en  los  hábi- 
tos humanitarios  y  filantrópicos:  el 
uno  nos  conduce  al  progreso,  y  el 
otro  á  las  instituciones. 


.    * 

« 

3 

<, 

1 

L  juego  del  Pato  que  en  otro  tiempo  fué  uno 
de  los  entretenimientos  de  la  gente  de  la 
campaña,  constituía  una  escena  que  solo  podia  ser 
representada  por  valientes  actores,  endurecidos  en 
esa  existencia  aventurada  y  pintoresca,  que  se 
llama  la  vida  del  gaucho,  espuesta  á  cada  momento 
á  un  peligro,  á  los  vaivenes  de  la  miseria,  y  alar- 
mada continuamente  por  el  dominio  del  Señor 
feudal. 


II. 


i^STAMOs  en  la  pulpería.  Un  espacioso  rancho 
blanqueado,  con  una  ramada  en  la  puerta  de 
comercio,  se  levanta  en  un  terreno  que  forma  un 
rectángulo,  circundado  por  una  línea  de  álamos  que 
pudiera  muy  bien  calificarse  de  palizada  natural, 
especie  de  resg-uardo  para  un  momento  dado,  que 
asume  mas  este  carácter  por  estar  rodeado  por  un 
fozo  roto  en  el  frente  de  la  casa,  donde  está  clava- 
da una  tranquera  de  palos  corredizos;  única  entra- 
da al  reducto  mercantil  que  representa  muy  modes- 
tamente el  puente  levadizo  del  antiguo  castillo,  que 
allá  en  lejanos  tiempos,  se  destacaba  sombrío  con 
sus  negros  torreones,  como  una  amenaza  encubier- 
ta, para  ser  guarida  de  algún  salteador  de  caminos. 


En  uno  de  los  costados  del  rancho  está  el  pa- 
lenque de  los  caballos,  y  al  otro  el  cerco  del 
Tambo  con  las  duras  guascas  peludas,  para  atar 
vacas  y  terneros. 


EL    JUEGO    DEL     PATO  229 

Un  miserable  galpón  donde  se  guardan  menuden- 
cias que  sirve  al  mismo  tiempo  de  gallinero,  se 
muestra  como  un  saparrastroso  haragán  allá  en  el 
fondo. 

Detrás  de  la  casa  se  ven  desparramados  en 
un  corto  espacio  los  árboles  de  la  quinta.  Se  puede 
muy  bien  estudiar  en  esa  raquitica  arboleda  la 
haraganería  rural,  que  vive  á  espensas  de  la  carne 
que  se  dá  de  balde. 

Todo  este  conjuntóse  destacaenuna  inmensa  lla- 
nura verde,  salpicada  á  la  distancia  por  muy  raros 
puntos  blancos,  que  dibujando  poblaciones  sobre- 
salen en  el  horizonte,  y  el  ganado  que  pace  en  dis- 
tintas posiciones  diseminado  en  el  llano,  revistiendo 
contusas  formas  y  colores  variados,  abigarrados, 
á  causa  del  espegismo  de  la  distancia. 

Las  graciosas  y  ligeras  ondulaciones  de  la  pra- 
dera en  algunos  puntos,  diseñan  con  la  sombra  la 
húmeda  cañada,  donde  se  cimbra  la  espadaña  in- 
quieta al  beso  de  la  brisa  de  la  tarde;  y  acecha  en 
silencio  alguna  que  otra  cigüeña  el  reptil  codiciado 
para  su  sustento:  se  la  vé  allí  inmóvil,  como  un 
centinela;  parece  que  medita;  ó  un  casal  de  chajahs 
que  allá  mas  lejos,  con  su  tranco  teatral,  pasean 
sobre  el  borde  de  la  laguna,  dando  ejemplo  de 
buen  sentido  conyugal. 


230  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Esta  es  la  pampa  civilizada  ó  á  medio  civilizar, 
como  se  la  quiera  denominar:  magestuosa,  porque 
es  solemne,  recogida  en  sí  con  su  silencio  de  mis- 
terio, con  su  silencio  de  omnipotencia  divina.  ¿Aquel 
mar  inmenso  de  los  últimos  tiempos  de  la  forma- 
ción del  mundo,  qué  secretos  no  guardará?  Qué 
revoluciones  incógnitas  y  repetidas  no  habrán  dado 
la  razón  talvez  á  la  teoría  de  Boitard,  ocultando  en 
sus  entrañas  tantos  grandiosos  cataclismos?  y  el 
hombre  con  vanidad  pueril  todo  lo  quiere  saber  y 
reducir  á  problemas  matemáticos  sus  teorías  y 
afirmaciones  científicas,  olvidando  ese  miserable 
átomo  imperceptible  de  los  grandes  mundos,  que 
no  alcanzando  su  débil  inteligencia  á  comprender 
á  Dios,  su  saber  es  bien  limitado,  porque  esa  gran- 
deza infinita  es  todo,  desde  el  infusorio  al  que  no 
alcanza  el  microscopio,  hasta  el  globo  inconmensu- 
rable que  gira  en  el  espacio  suspendido  por 
leyes  eternas  é  inalterables. 


III. 


ERMOSA  es  la  tarde  de  otoño;  el  paisaje  no  tie- 
ne bosques,  montañas  ni  ríos:  una  alfombra 
de  esmeralda  y  un  cielo  diáfano  espléndido,  será 
el  fondo  mas  adecuado  para  el  cuadro  donde  es 
necesario  pintar  doscientos  ginetes  argentinos  en 
las  posturas  más  arrogantes  y  vigorosas,  divididos 
en  grupos  pintorescos,  con  resaltantes  colores  y 
briosos  movimientos  de  una  poesía  épica  home- 
riana. 


Los  paisanos  están  desmontados,  arreglando 
unos  sus  monturas,  otros  en  actitud  de  espera,  te- 
niendo todos  de  las  riendas  á  sus  caballos,  se  han 
convidado  á  jugar  el  Juego  del  Pato  y  esperan  la 
señal  de  la  lucha  divididos  en  dos  bandos;  los 
azules  y  colorados  van  á  ser  actores  en  una  fiesta 
de  la  fuerza  bruta,  de  la  destreza,  y  del  valor,,  que 
al  fin  produce  lamentables  incidentes  y  un  baile, 
como  parodiando  los  contrastes  de  los  cuadros  de 
la  vida  con  el  mas  resonante  colorido. 


Í:-:.S5SP. 


232  LA    CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Vamos  pues  á  presenciar  este  juego  de  antaño 
en  que  nuestros  padres  echaban  el  resto:  esos 
nuestros  padres  que  siendo  tan  poquitos,  hicieron 
cosas  tan  grandes;  pigmeos  legendarios  de  una 
epopeya  de  gigantes,  que  lanzaron  con  audacia 
á   la  posteridad  esta  estrofa: 

Si  la  grandeza  militar  se  estima 
Por  lo  que  de  ella  al  porvenir  le  toca 
Cabe  bien  Austerlitz  dentro  la  boca 
De  algún  cañón  de  Ayacucho  ó  Lima. 


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IV. 


E  vé  que  es  un  día  de  fiesta  por  el  tropel  de 
gente  amontonada  en  bulliciosa  algazara  al 
frente  de  la  Pulpería,  que  ha  estrenado  banderita 
nueva.  ¡Ya  lo  creo  que  vale  la  pena!  es  dia  de 
ganga  para  el  pulpero,  y  va  á  sacar  el  vientre 
de  mal  año. 

El  lujo  del  dia  santo  es  resaltante;  pingos  y 
ginetes  están  ataviados  con  las  mejores  pilchas 
que  salen  á  relucir  en  el  dia  dominguero:  el  plate- 
río  es  ruidoso  y  espléndidamente  relumbrante^  á 
dejarlo  á  uno  ciego,  aquello  mirado  á  cierta  dis- 
tancia bañado  por  el  sol,  parece  un  relampagueo 
continuo  en  multitud  de  piezas  de  armadura. 

Pretales  de  maya  riograndense,  con  corazones, 
medias  lunas,  estrellas,  iniciales  y  que  se  yo  cuan- 
tas cosas  mas:  cabezadas  articuladas  con  piezas 
sólidas,  bordadas,  llevando  el  lema  del  dueño:  es- 
puelas de  sesenta  y  cinco  onzas,  especie  de  grillos 
lujosos,  centelleantes:  riendas  con  virolas  labradas 
y  trenzados  esquisitos,  boleadoras  de  marfil  enea- 


234  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


denadas  en  los  estremos:  con  pasadores  de  oro  re- 
lucientes: rebenques  con  cabos  cincelados  llenos  de 
flores  desconocidas:  testeras  de  plumas  coloradas 
ó  azules  seorun  el  bando,  con  cintas  colofantes  á  los 
estremos:  sobrepuestos  bordados  por  cariñosas 
manos  con  dibujos  primitivos,  acomodados  debajo 
de  una  sobrecincha  del  mismo  sistema  y  sobre  un 
cojinillo  tucumano  crinudo:  caronas  y  cinchas  rio- 
grandenses  ó  floreadas  por  la  talabartería  argenti- 
na, adornadas  de  charol  y  tafilete  colorado:  estri- 
bos macizos  de  formación  antigua,  metidas  las 
correas  en  tubos  con  relieves  floreados;  en  fin, 
aquello  es  un  lujo  desmedido  que  hace  contraste 
alguna  vez  con  el  apero  cantor  que  lleva  un  joven 
pobre,  que  solo  manifiesta  su  pobreza  en  su  mon- 
tura; porque  él  es  rico  en  fuerza,  valor,  y  her- 
mosura. 

¿Y  que  diremos  de  los  ginetes?  que  indudable- 
mente tienen  que  estar  en  relación  con  los  bellos 
arreos  y  sus  fogosos  pingos:  son  hombres  casi  to- 
dos robustos:  la  tez  bronceada  por  el  sol  de  la  fa- 
tiga, altos  de  estatura,  esbeltos,  elegantes,  con  la 
mirada  del  águila:  el  pelo  largo  cayendo  á  los  cos- 
tados de  la  cara:  fisonomía  correcta  en  su  tipo  ori- 
ginal: anchas  espaldas  cubiertas  por  la  chaqueta  de 
paño  azul  de  botones  dorados  ó  de  ormilla,  ó  la 
camiseta  de  elegantes  pHegues  ajustada  á  la  delgada 
cintura  por  la  ancha  faja  pampa  que  dá  mil  vueltasá 


EL    JUEGO    DEL    PATO  235 


SU  alrededor,  cubierta  por  el  ancho  tirador  de  cuero 
primorosamente  bordado  de  seda  con  figuras  in- 
correctas, matizado  en  ciertos  claros  con  un  enjam- 
bre de  monedas  de  oro  y  de  plata,  que  semejan 
las  escamas  de  una  antigua  cota  de  malla,  cerrado 
por  delante  con  las  grandes  placas  de  artisti- 
cos  gustos  distintos,  de  donde  arrancan  los  eslabo- 
nes unidos  á  las  monedas  que  enganchan  á  los 
ojales:  estos  medallones  forman  alguna  vez  una 
figura  alegórica,  bien  grotcísca;  el  sombrero  negro 
bajo  y  de  ala  corta,  ó  de  paja,  cubre  con  donaire 
la  cabeza  adornada  por  la  espesa  cabellera  inculta: 
el  chiripá  suelto,  de  paño  azul,  punzó,  de  espumilla 
bordado,  ó  de  vicuña,  ostentando  sus  graciosos  y 
caprichosos  pliegues,  dejando  por  las  aberturas  \  er 
el  calzoncillo  azulado  y  primorosamente  cribado 
con  el  fleco  que  cae  sobre  la  bien  sobada  bota  de 
potro  con  delantal  ó  fuerte^  de  pequeña  forma:  las 
dagas,  los  puñales  y  los  facones  relucen  cruzados 
oblicuamente  en  la  parte  de  atrás  de  los  esbeltos 
talles  que  se  arquean  de  cuando  en  cuando  con 
esa  elasticidad  de  músculos  flexibles. 

Este  es  el  traje  nacional,  nacido  y  creado  en  la 
tierra  argentina:  mas  pintoresco  que  el  árabe  y  el 
húngaro;  este  es  el  traje  nacional  que  debemos 
conserv^ar,  como  todas  las  naciones  civilizadas  de 
la  Europa  conservan  el  suyo,  y  lo  conservarán, 
mientras  se  eleve  en  el  hogar  de  un  pueblo  el  pri- 


236  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

táneo  del  amor  á  la  tierra  en  que  nacieron;  y  tan  se 
comprende  esta  necesidad  en  los  altos  poderes,  que 
vemos  á  los  príncipes  y  los  reyes,  abandonar  el 
cetro  en  ciertas  épocas  y  revestir  el  uniforme  del 
pueblo  para  halagar  su  sentimiento  nacional  é  iden- 
tificarse en  la  acción  con  la  gran  masa   popular. 


#' 


^ 
^ 


V. 


I^N  ese  tumulto  de  paisanos  paquetones  se  re- 
^parten  en  mil  gustos  variados  las  diferentes 
piezas  del  vestido,  tomando  cada  uno  los  colores 
más  bizarros  y  resaltantes:  sucediendo  lo  mismo 
con  los  arreos. 


Los  jugadores  ya  han  montado  á  caballo:  los  va- 
lientes brutos  de  crin  cortada  y  músculos  de  fierro, 
avezados  al  trabajo  y  á  la  fatiga,  piafan  impacien- 
tes: se  agitan  nerviosos,  castigando  con  la  espesa 
y  bien  peinada  cola  los  importunos  insectos:  relin- 
chan lanzando  continuados  resoplidos,  husmeando 
con  alegría  la  tropilla:  escarban  impacientes  el  suelo, 
haciendo  sonar  la  coscoja  del  freno  de  grandes  co- 
pas de  plata;  y  un  borbotón  de  espuma  inunda  su 
boca:  su  impaciencia  es  notoria^  su  sangre  ardiente, 
los  impulsa  al  combate:  parece  que  hubieran  reci- 
bido de  sus  amos  ese  fuego  que  solo  arde  en  los 
grandes  pueblos,  y  que  en  un  secreto  idioma  se 
comunica  inconsciente. 


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238  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO  ' 

Los  grupos  se  dividen  por  una  estrecha  calle;  el 
pulpero  sale  entonces,  avanza  hasta  la  cabeza  de 
las  dos  fracciones,  y  á  los  cuatro  robustos  gauchos 
elegidos  por  los  dos  bandos  para  cinchar  el  pato, 
les  entrega  el  palmípedo  guardado  perfectamente 
en  un  retobo  de  cuero  con  cuatro  largas  manijas,  '^^ 
que  son  tomadas  al  momento  por  los  campeones 
designados. 

En  este  momento  un  profundo  silencio  envuelve 
la  escena:  ese  actor  obligado,  que  impera  con  un 
dominio  solemne,  al  principio  de  todo  acto  en  que 
el  hombre  tiene  que  presentar  una  situación  ex- 
traordinaria. 


(I)     También    los  había  de  dos  manijas. 


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VI. 


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os  cuatro  paisanos  han  tomado  fuertemente  con 
,;^-sus  callosas  manos  las  manijas  del  pato,  y  las 
aseguran  bien,  de  manera  que  sufra  lo  menos  posible 
la  mano:  enseguida  colocan  los  enseñados  pingos 
de  modo  de  tirar  en  sentido  contrario  al  adversa- 
rio; suspendiendo  en  el  aire  el  pato  por  los  cuatro 
radios  que  forman  las  agarraderas.  Los  dos  jugado- 
res que  están  á  la  derecha  cargan  el  cuerpo  sobre 
el  estribo  de  este  costado,  soslayando  un  poco  en 
la  misma  dirección  sus  caballos;  haciendo  otro  tanto 
en  sentido  opuesto  los  del  otro  bando. 

En  este  momento,  los  grupos  de  ambos  conten- 
dientes se  aproximan  á  los  que  tienen  el  pato,  co- 
mo una  reserva  poderosa  que  acudirá  en  el  mo- 
mento del  desaliento,  á  restablecer  la  energía  de  la 
acción. 

Ya  todo  listo  se  oye  la  señal,  y  una  gritería  in- 
fernal anuncia  que  comienza  la  salvaje  cinchada, 
no  á  pié  firme,    sino  á  la  carrera,  amacándose  ner- 


240  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

viosos  los  soberbios  corceles,  y  sacudiendo  alguna 
vez  al  dueño  que  siempre  puja  en  sentido  contra- 
rio. Los  g-inetes  que  quieren  unir  la  maña  á  la 
fuerza  acortan  de  repente  la  distancia  y  enseguida 
arrancan  el  tirón  de  golpe  con  astutos  y  bárbaros 
esfuerzos.  Así  van  luchando  cual  si  se  tratara  de  un 
combate  real  y  verdadero,  en  el  que  con  un  en- 
carnizamiento indescriptible  se  pugnara  por  arran- 
car al  enemisto  un  trofeo. 

Terrible  es  la  lucha  en  este  instante;  porque  los 
caballos  en  confuso  tropel,  se  juntan,  se  separan^, 
dando  tirones  hercúleos  y  pechadas  bestiales,  que 
muchas  veces  hacen  perder  el  equilibrio  á  su  dueño; 
pero  nada;  vuelven  á  recuperar  su  posición  perdida; 
mas  al  fin  llega  el  término  del  esfuerzo:  uno  no  puede 
sostener  mas  su  actitud  de  fuerza:  suelta  la  manija 
y  queda  envuelto  en  el  torbellino  de  los  gritos  y  las 
burlas.  Dos  de  los  contrarios  aprovechan  entonces 
la  oportunidad,  y  por  un  movimiento  violento  y 
unánime,  tratan  de  arrancar  el  trofeo  poniendo  en 
juego  con  presteza  su  doble  esfuerzo;  pero  rápido 
otro  ginete  toma  la  suelta  manija,  y  vuelve  á  resta- 
blecer la  tirante  situación.  Un  grupo  contrario,  acu- 
de y  entrando    á  toda  furia  en  el  centro  de  los  que 

luchan  arranca  uno  el   pato  cogoteando  *^'  al   que 


(I)  Cogotear,  es  un  acto  de  la  lucha  de  dos  fuertes  ginetes  que 
consiste  en  pasar  el  brazo  sobre  la  parte  anterior  del  cuello,  arran- 
carlo de  la  montura  y  arrojarlo  al  suelo. 


EL    JUEGO    DEL    PATO  241 

lo  lleva,  y  sacándolo  como  pajarito  de  la  montura, 
lo  arroja  al  suelo,  medio  parado,  entre  una  sarraci- 
na infernal,  y  se  lanza  en  una  carrera  vertiginosa 
llevando  en  alto  el  pato,  como  si  fuera  una  enseña 
romana  conquistada  por  un  parto,  perseguido 
rudamente  por  la  bárbara  multitud,  seguida  por 
un  vocerío  desafinado. 

El  triunfo  lo  estimula,  y  aprovecha  el  buen  caba- 
llo que  lo  lanza  adelante  haciendo  sangrar  sus  hi- 
jares  con  las  aceradas  espuelas. 

Enarbolada  en  el  musculoso  brazo,  conduce 
la  codiciada  presa  entre  los  alaridos  de  la 
victoria;  mas  cambia  muy  pronto  la  escena:  el  triun- 
fo es  efímero:  guardar  la  presa  es  imposible:  el 
grupo  contrario  está  ya  sobre  él:  arremeten  como 
locos  con  toda  la  fuerza  de  sus  caballos:  esa  masa 
que  se  le  viene  encima  semeja  algo  como  un  pólipo 
monstruoso  rodando  con  vértigos:  un  huracán  de 
bárbaros:  Principia  en  ese  momento  una  lucha  tan 
confusa,  envuelta  en  una  masa  de  polvo  y  el  rumor 
del  suelo  pisoteado,  que  es  imposible  describirla. 
Al  vencedor  acuden  sus  parciales  para  dar  tiempo 
á  que  se  escape,  estorbando  la  acción  de  los  con- 
trarios: lo  rodean,  lo  amparan  y  se  vuelve  el  juego 
en  ese  momento  un  entrevero  espantoso  en  el  que 

luchando  desesperadamente  siguen  todos  impúlsa- 
le 


242  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


dos  por  un  soplo  ardiente:  el  soplo  del  corazón 
argentino. 

Se  apeñuscan,  se  revuelven  entre  si,  se  estienden, 
se  encojen,  saltan,  se  arrastran,  tropiezan,  se  levan- 
tan, caen  otra  vez  siempre  asidos  de  las  ropas  los 
ginetes,  entre  alaridos  espléndidos:  los  encontrones 
son  terribles,  las  rodadas  espantosas,  las  dan  con 
todo  el  impulso  del  caballo  que  doblando  el 
pescuezo  dá  una  vuelta  completa,  no  cae  uno,  sino 
diez,  veinte,  magullados  con  los  miembros  rotos: 
allí  no  se  puede  salir  parado;  porque  al  caer  se 
estorban  unos  á  los  otros:  aquello  parece  un  ciclón 
humano  que  corre  eléctrico  arrasando  todo  lo  que 
se  le  pone  por  delante,  y  conmoviendo  el  espacio 
con  sus  ecos  salvajes:  quien  vé  aquella  inmensa 
masa  oscura  tomar  proporciones  gigantescas  al 
aproximarse,  como  un  inmenso  pánico,  no  puede 
menos  que  estremecerse  al  contacto  del  peligro, 
aumentado  por  la  imaginación  que  vertiginosa 
sigue  la  avalancha  de  ginetes  desesperados.  Los 
que  quedan  en  pié  siguen  adelante,  pasando  sobre 
los  que  han  caido,  oprimidos,  agarrados  unos  á  los 
otros,  rompiéndose  el  vestido,  gineteando  como 
bárbaros,  lanzándose  sarcasmos  oportunos,  que 
matizan  la  escena  con  un  tinte  original. 

Y  así  vá  el  juego  cada  vez  mas  lindo.  Tres 
gauchos  montados  en  buenos  caballos  han  alcanza- 
do ya  al  vencedor,  este    inclinado   hacia   adelante 


w 


EL    JUEGO    DEL    PATO  243 

castiga  rápidamente  á  su  caballo:  en  vano;  está 
perdido:  ya  están  sobre  él:  no  hay  escapatoria: 
entonces  dirigiendo  la  vista  á  un  costado  grita  á  un 
compañero  que  corre  por  ese  lado: 

Che  agarra  el  Pato,,  y  se  lo  arroja  con  presteza. 

El  otro  lo  abaraja  en  el  aire  y  trata  de  escapar 
á  lo  que  dá  el  pingo,  mientras  sus  parciales  siguen 
defendiéndolo  con  el  mismo  empeño  heroico  del 
principio.  Pero  desgraciadamente  el  vencedor 
rueda  y  se  rompe  la  crisma,  y  sobre  él  caen  varios 
formando  una  bola  como  las  que  hacen  las  víboras 
en  la  época  del  celo. 

Aprovecha  este  momento  un  paisano  del  partido 
contrario:  con  una  destreza  admirable  se  toma 
de  la  crin  de  su  corcel  á  la  carrera,  y  apoyando  la 
pierna  izquierda  sobre  el  recado  se  inclina  al  suelo 
como  algo  que  de  súbito  cae:  recoje  el  trofeo:  se 
endereza  con  gimnástico  vigor,  y  sale  airoso  ade- 
lante, dejando  el  borbotón  hirviendo  de  los  juga- 
dores que  empiezan  ya  á  sentir  un  poco  fatigados 
sus  caballos;  pero  también  nuestro  héroe  del  mo- 
mento es  alcanzado,  le  toma  un  contrario  el  pato 
de  una  manija,  y  empieza  á  la  carrera  con  los 
caballos  jadeantes,  sudorosos,  temblando^  desfalle- 
cidos, con  los  hijares  hundidos^  casi  aplastados,  la 
lucha  del  principio.     La  tenacidad  y  el  vigor  de  la 


l^-. 


244  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

batalla  se  mantiene  aún  en  el  confuso  grupo  enar- 
decido que  aún  queda  de  los  dos  bandos;  fragmento 
que  subsiste  de  aquellos  hermosos  escuadrones 
del  principio,  que  sin  desmayar  combatirá  hasta 
el  ultimo  aliento  de  sus  caballos. 

En  este  momento  el  que  tomó  el  pato  del  suelo, 
que  es  un  paisano  fuerte  como  Anteo,  hace  un  esfuer- 
zo supremo  y  dando  un  tirón  sobrehumano  que 
casi  disloca  el  brazo  al  contendor,  arranca  el  trofeo 
prendiendo  espuelas  al  caballo;  y  afirmando  el 
rebenque  en  la  verija,  se  lanza  á  todo  lo  que  dá 
el  noble  animal  á  la  próxima  estancia  que  risueña 
se  vé  elevarse  allí,  adornado  el  patio  de  la  casa 
con  numeroso  auditorio,  de  rollizas  damas  campe- 
sinas, platudos  estancieros  de  las  cercanías  que 
admiran  con  ansiedad  el  espléndido  desenlace. 

Se  aproxima  el  vencedor  á  la  tranquera  con  el 
caballo  jadeante,  aplastado,  sin  fuerzas,  entre  los 
ladridos  de  los  perros,  que  se  avalanzan  torean- 
do como  condenados,  y  tira  el  pato  gritando  al 
mismo  tiempo  con  toda  la  fuerza  de  sus  pulmones: 

¡Ahí  tienen  el  Pato!  ¡Venga  el  baile!  y  el  caballo 
reventado  por  el  último  esfuerzo,  se  detiene  tem- 
blando, dobla  las  piernas,  mira  con  ansiedad  la 
pradera  y  cae  muerto  de  fatiga,  como  debió  su- 
cumbir el  chasque  de  Maratón,  después  de  haber 
cumplido  su  heroico  propósito. 


EL    JUEGO    DEL    PATO  245 


Un  momento  después  arriban  los  compañeros 
del  juego  en  procesión  prolongada,  á  la  desban- 
dada, como  dispersos  de  una  derrota,  mohinos  y 
y  desechos,  los  pobres  corceles  con  los  híjares 
ensangrentados  ¡Qué  poquitos  quedan!  apenas 
la  mitad,  los  demás  han  quedado  en  el  campo  del 
honor,  unos  á  pié,  algunos  con  piernas  y  brazos 
dislocados,  y  talvez  un  muerto  que  haga  llorar  á 
la  que  le  bordó  el  tirador  ó  el  sobrepuesto,  en 
vida,  y  lo  despidió  tan  alegre  algunas  horas  antes 
poniéndole  en  el  ojal  de  la  chaqueta  la  cinta  de 
su  bando. 


VIL 


fUANDO  el  brioso  general  de  caballería  de 
Federico  11:  el  inmortal  Seidlitz,  anunciaba 
maniobrar  militares,  las  madres,  las  esposas  y  las 
amantes  ponían  á  cada  santo  una  vela,  previendo 
los  destrozos  de  tan  peligrosos  ejercicios;  pero  es 
preciso  recordar  que  de  esa  escuela  en  que  se 
fracturaban  uno  que  otro  brazo,  nació  la  renom 
brada  caballería  prusiana  que  asombró  al  mundo 
con  sus  victorias. 


El  can-can  ha  hecho  mas  mal  á  la  Francia  que 
los  mismos  alemanes. 

Buenos  Aires,  1885. 


IL  QEMEaJlL  FAÜMIBO 


A  mi  distinguido  amigo  el  Dr.  D.  Mariano  Paunero 


General  Paunero 


M. 


ir 


^i. 


ili 


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^r 


'•♦  >;  '^  •> 


I. 


La  muerte  evapora  el  impercep- 
tible átomo  humano  como  para  que 
ni  sombra  quede  de  la  vil  materia 
en  la  inmensa  vida  de  la  inmorta- 
lidad; que  solo  pertenece  á  la  ideai 
que  ha  vivido  aumentada  p:>r  el 
pritáneo  inextinguible  que  Dios 
derramó  piadosamente  en  el  univer- 
so como  la  base  sólida  y  misteriosa 
de  su  obra  divina. 


OMO  argentino  me  inclino  con  respeto  ante  es- 


ta figura  venerable. 


Fué,  puede  muy  bien  decirse,  un  hombre  del  pa- 
sado y  del  presente,  que  ha  de  destacarse  en  el 
futuro  con  el  brillo  mágico  de  las  virtudes  derra- 
madas  sin  descanso  en  una  vida  entera  consagrada 
al  servicio  de  su  país. 


El  general  Paunero  pertenecía  por  su  prosapia, 
á  la  escuela  clásica  del  ejército  argentino,  de  ese 
ejército  que  surgió  vivificado  por  el  sol  de  los 
hombres  libres,  que  después  de  escalar  las  ándicas 
masas  de  granito,  bajó  desfallecido  y  hambriento  á 
la  llanura  de  la  victoria,  llevando  por  lábaro  triun- 


^50  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

fante  una  enseña  desconocida  en  las  multitudes  de 
la  opresión,  y  mas  tarde  cuando  había  afianzado 
las  libertades  de  un  pueblo,  y  dádole  un  nombre 
que  no  tenía  entre  las  naciones  civilizadas,  hacía  es- 
tremecer un  pendón  estrangero  en  un  campo  renom- 
brado, y  cuando  la  noche  tenebrosa  de  la  tiranía 
•ocultaba  entre  los  horrores  de  la  guerra  civil  las 
pasadas  glorias,  se  le  veía  aun,  roto,  despedazado, 
l^atirse  con  sin  igual  constancia,  por  esas  mismas  li- 
iDertades^  y  morir  degollado  en  esos  campos  de  ba- 
talla de  la  barbarie,  donde  los  verdugos  han  adqui- 
rido un  renombre  imperecedero,  asesinando  uno 
¿  uno  los  héroes  de  la  independencia. 

A  esa  escuela  pertenecía,  el  general  Paunero. 
Proscripto  y  batallando  se  educó  aquella  alma  bon- 
dadosa, batido  siempre  por  los  rigores  de  la  adver- 
sidad, y  cuando  el  sol  de  Caseros  devolvió  á  los 
argentinos  su  patria  errante,  pudo  el  perseverante 
«obrero  de  una  causa  santa,  volver  al  suelo  querido 
para  completar  con  mas  ahinco  y  constancia  el  no- 
h\e  propósito  que  sin  cesar  lo  impulsaba. 


II. 


'L  general  Paunero  estaba  alimentado  por  una 
íalma  noble:  en  su  pecho  robusto  y  resal- 
tante palpitaba  un  corazón  abierto  á  las  grandezas 
de  la  vida.  Bravo  sin  afectación,  modesto  sin  hipo- 
cresía, humano  no  por  sistema,  prudente  por  espe- 
riencia,  probo  por  instinto,  severo  por  necesidad, 
era  un  hombre  íntimo  porque  nunca  proclamó  sus 
virtudes  á  gritos.  Adornado  por  una  clara  inteligen- 
cia, nutrida  en  cuanto  era  posible  en  esos  tiempos, 
por  una  ilustración  bastante  estensa,  aquel  espíritu 
íuerte  remachado  en  las  visicitudes  de  la  vida  del 
destierro,  se  destacará  siempre  mas  como  hombre 
de  guerra  que  con  otro  realce. 

Sus  condiciones  morales  eran  resaltantes:  bajo 
el  punto  de  vista  militar,  fué  un  general  de  escuela, 
no  diré  que  un  gran  general,  pero  sí  distinguido 
por  su  fortuna  y  prudencia:  la  práctica  de  la  guerra 
había  formado  en  él  una  segunda  naturaleza^  com- 
pleta en  las  relaciones  de  su  organismo,  adaptable 
á  la  mas  difícil  y  peligrosa  situación  que  se  presen- 
tara,   transformando    entonces   á  ese  hombre    tan 


V  !  ; 


252  LA  CARTERA  UE  UN  SOLDADO 

bondadoso  en  el  soldado  enérgico  y  tenaz  que  se 
proponía  vencer  constante  las  grandes  dificultades 
del  momento,  alcanzando  con  el  éxito  previsto  la 
solución  de  ese  problema  de  humo  y  pólvora  que 
solo  es  dado  dominarlo  á  los  espíritus  serenos  que 
resisten  impasibles  los  grandes  contrastes  de  la 
guerra. 

Bien  se  podría  decir,  que  no  era  ungeneral  de  los 
que  necesita  que  el  ministro  de  la  Guerra,  les  mar- 
que con  detalles  las  operaciones,  quitándoles  toda 
libertad  de  acción,  muy  al  contrario,  siempre  le  fue- 
ron confiadas  algunas  bien  difíciles,  que  llevó  á  ca- 
bo con  un  espléndido  éxito,  sobresaliendo  entre 
ellas  la  campaña  estratégica  de  Corrientes  donde 
con  un  puñado  de  argentinos  burló  al  Ejército  pa- 
raguayo, y  después  de  una  marcha  enorme  acudió 
exacto  á  la  hora  de  la  victoria  al  campo  de  batalla 
de  Yatay  donde  mandando  la  división  argentina 
bajo  las  órdenes  del  general  Flores  se  cubrió  de 
glorias,  empleo  esta  palabra;  porque  no  la  hay  mas 
Inmensa  para  un  general  que  cuando  sin  pérdidas, 
por  medio  de  una  hábil  maniobra  contribuye  pode-^ 
rosamente  á  destruir  un  ejército  en  un  campo  de 
batalla,  y  en  seguida  provoca  la  rendición  de  otro. 

Nunca  se  desmintió  la  confíanza  que  se  tenía  en 
este  bravo  general  porque  se  sabía  que  el  cumpli-^ 
miento  del  deber  en  él  era  un  culto,  abarcando  coa 


EL    GENERAL     PAUNERO  253 

el  patriotismo  mas  sincero   la  gravedad  de  las  se- 
rias responsabilidades  que  asumía. 

En  las  campañas  del  interior  actuó  siempre  con 
mandos  superiores:  el  éxito  coronó  sus  esfuerzos, 
fué  el  pacificador  de  aquellas  luchas  fratricidas  pro- 
digando la  moderación  y  el  consejo,  y  si  alguna  vez 
fué  necesario  un  proceder  severo,  no  fué  él  el  que 
lo  indicó  y  lo  hizo  cumplir. 

Mas,  lo  que  sobre  todo  hay  que  notar  en  esta 
personalidad  simpática  que  poseía  tan  alta  y  pres- 
tigiosa posición  en  ese  teatro,  es  que  nunca  se  ma- 
reó su  espíritu  con  vanos  vértigos,  ni  trató  de  sacar 
partido  en  provecho  propio  de  su  situación. 

Sus  dotes  personales  eran  atrayentes:  fué  uno 
de  esos  tipos  que  imponen  á  las  masas.  Por  su  mo- 
destia conquistan  la  estimación,  por  su  gravedad 
infunden  el  respeto,  dominando  con  la  entereza. 
Rindió  culto  á  la  lealtad  y  haciendo  una  escepcion 
notable  elevó  un  altar  constante  en  su  corazón  á 
ese  noble  sentimiento,  y  pudo  decir    que  para   él: 

"  Un  amigo  no  es  un  hombre  que  engaña  más  polí- 
ticamente á  otroT 

El  general  Mitre  podrá  decir  si  es  exacto  lo  que 
decimos  respecto  á  uno  de  sus  más  leales   amigos. 


254  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

En  el  ejército  existía  una  estimación  muy  marca- 
da por  el  general  Paunero,  y  no  se  podía  menos 
que  sentirse  uno  dominado  por  aquella  atracción 
simpática  que  poseía  su  noble  faz,  adornada  por 
aquella  larga  barba  de  nieve  que  le  daba  el  aspec- 
to de  uno  de  esos  viejos  guerreros,  que  revistiendo 
la  cota  de  malla  en  épocas  lejendarias,  nos  presenta 
el   romance  con  heroicos  tintes. 

Su  dulce  fisonomía  no  demostraba  la  energía  de 
la  que  siempre  hizo  uso  moderado  en  los  momen- 
tos necesarios,  su  complexión  de  fierro  completa- 
ba la  descripción  de  su  figura. 

Defectos  tuvo  él  que  no  podía  ser  perfecto  por 
las  razones  de  la  humana  confirmación;  pero  esos 
mismos  puntos  antagónicos  con  las  generalidades 
de  su  carácter,  provenían  de  la  disposición  de  su 
bondadoso  corazón,  para  no  poder  resistir  alguna 
vez  la  influencia  del  cariño  de  la  amistad.  Errores 
militares  cometió  pero  fueron  disculpables  en  su 
prolongada  y  brillante  foja  de  servicios. 

Su  hermosa  vida  puede  reasumirse  en  dos  pala- 
bras. De  Ituzaingó  á  la  guerra  del  Paraguay,  pasó 
rápido  como  el  judío  errante  de  las  batallas. 

Bravo  soldado  en  el  combate,  general  de  disposi- 
ciones relevantes. 


W 


EL    GENERAL    PAUNERO  255 

Ministro  de  ia  Guerra  activo  y  administrador. 

Diplomático  prudente,  y  todo  esto  fué  impulsado 
por  un  soplo  divino  que  en  él  fué  un  culto  constante^ 

El  amor  á  la  patria. 


? 


-*;. 


III. 


OY  á  presentar  en  breves  apuntes,  los  servd- 
cios  de  un  disting-uklo  General  que  necesita- 
ría un  espeso  volumen  para  anotarlos,  y  un  nar- 
rador mejor  inspirado  en  las  descripciones  de  los 
cuadros  variados  que  nos  vá  á  presentar  una  vida 
constante  de  soldado. 


Pero  siempre  es  algo,  aun  cuando  incorrecta- 
mente, exhumar  del  olvido  á  los  patrióticos  ejem- 
plos de  una  pasada  época  de  tan  provechoso  estí- 
mulo para  el  ejército  actual. 

En  1805  nació  el  General  Paunero  en  la  Colonia, 
siendo  sus  padres  D.  Juan  Paunero  y  D^  Juana  Del- 
gado, distinguidos  vecinos  de  esa  localidad. 

Algunos  años  después,  era  enviado  á  Buenos  Ai- 
res al  lado  de  su  tío  D.  Francisco  Delgado  comer- 
ciante de  esta  plaza. 

Pasó  los  años  de  su  adolescencia  encaminándose 
<en  la  carrera  del  comercio,  hasta  que  impulsado  por 
sus  nobles  aptitudes  penetró  al  templo  de  Marte 


i: 


EL    GENERAL    PAUNERO  ^  257 


por  un  campo  de  batalla  renombrado:  comienzo  fué 
de  una  carrera  que  incorregible  en  sus  nobles  aspi- 
?%*:  raciones,  concluiría  después  de  cuarenta  y  cinco 
años,  habiendo  encerrado  en  ese  largo  espacio  de 
importantes  servicios,  una  de  las  mas  dura  sépocas 
de  nuestra  historia,  en  la  que  se  formaron  los  maes- 
tros del  ejército  actual. 

''^'^L      ■  "* ,         ■■■■-■'. 

Dio  coníienzo  á  su  vida  militar  en  1825  condu- 
ciendo  un  contingente  de  correntinos  para  el  regi- 
miento de  caballería  núm.  2,  que  mandaba  el  coronel 
D.  José  María  Paz  que  debía  incorporarse  al  ejérci- 
to que  se  formaba  para  la  campaña  del  Brasil. 

Esta  emergencia  vino  de  improviso  á  darle  un  rol 
distinguido  entre  los  oficiales  subalternos  de  ese 
tiempo. 

Asistió  á  la  batalla  de  Ituzaingó  al  lado  del  co- 
ronel D.  José  María  Paz;  y  siendo  enviado  por  éste 
en  comisión  algún  tiempo  después  á  la  Colonia,  fué 
tomado  prisionero  por  tropas  imperiales  que  sa- 
lieron á  alguna  distancia  de  la  plaza  á  ejecutar  una 
correría. 

Mientras  sucedía  esto,  aparecía  por  casualidad  el 
Coronel  Pringles  con  su  regimiento  que  buscaba  la 
incorporación  del  ejército  patriota  y  atacaba  la 
fuerza  que  había  tomado  prisionero  á  Paunero. 

12- 


•Í&1= 


258  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Los  adversarios  se  retiraron  apresuradamente» 
y  en  el  tiroteo  que  en  consecuencia  sucedió,  una 
bala  de  las  fuerzas  de  Pring-les  vino  á  herir  en  un 
muslo  áPaunero. 

Rápidamente  retrogradando  el  enemigo,  penetró 
en  la  plaza  con  el  prisionero,  dejando  burlados  á 
los  que  lo  perseguían. 

De  la  Colonia  fué  enviado  el  Teniente  Paunero  á 
Rio  Janeiro  donde  tuvo  que  soportar  por  algún 
tiempo  el  cautiverio,  hasta  que  fué  cangeado  por 
otro  oficial,  regresando  entonces  á  incorporarse  á 
su  regimiento. 

Concluida  la  campaña  del  Brasil  arribaba  á  Bue- 
nos Aires  el  1°  de  Enero  de  1829  el  General  D. 
José  María  Paz  con  la  segunda  división  del  ejército, 
y  poniéndose  de  acuerdo  con  el  General  Lavalle, 
combinaban  un  movimiento  sobre  las  provincias  del 
Interior  para  derrocar  los  gobiernos  feudales  que 
la  anarquía  había  implantado  en  esa  vasta  comarca 
argentina. 

El  13  de  Enero  de  1829  ascendía  el  Teniente 
Paunero  á  Capitán,  recibiendo  las  calurosas  felici- 
taciones de  sus  compañeros  de  regimiento. 

Fué  entonces,  que  el  General  Paz_,  con  la  fuerza 


EL    GENERAL    PAUNERO  259 

que  él  había  traído  del   Brasil,  otros    nuevos  ele- 
mentos, inició  la  campaña  de  Córdoba. 

Campaña  fué  esta  que  le  dio  la  reputación  del 
General  mas  hábil  de  esa  época,  demostrando  apti- 
tudes relevantes  que  hubieran  decidido  de  la  suerte 
de  la  República,  á  no  haberse  interpuesto  fatal- 
mente el  descuido  de  un  recluta. 

Esas  fatales  boleadoras  que  enredaron  prisione- 
ro las  patas  del  caballo  del  General  mas  grande  ar- 
gentino, después  del  Libertador  de  Chile  y  del  Perú^ 
tuvieron  una  participación  tan  infausta  en  los  su- 
cesos, como  la  mal  aconsejada  é  injusta  descarga 
que  postró  á  Dorrego.  ¿Quién  sabe  si  el  uno  y  el 
otro  no  marchaban  á  un  mismo  fin? 

En  aquel  hecho  nadie  es  responsable  sino  el  Ge- 
neral Paz;  porque  á  toda  hora  la  primera  entidad 
del  ejército  debe  pensaren  que  su  persona  ha  de  ser 
allí  la  mas  guardada  y  menos  propensa  al  asalto  del 
enemigo,  para  evitar  como  en  el  caso  presente,  que 
su  desaparición  traiga  graves  consecuencias. 

Ha  sido  en  esta  campaña  en  la  que  el  Capitán 
Paunero  ha  merecido  ardientes  elogios  del  General 
Paz:  pues  lo  juzga  como  uno  de  los  Oficiales  su- 
balternos mas  distinofuidos  de  su  tiemoo. 


"i»' 


Estejuicio  del  metódico  General  argentino,  cuyo 


260  LA  CARTERA  DE  UN  SOLUADO 

espíritu  de  crítica  era  implacable  y  mordaz,  habla 
bien  alto  en  favor  del  Oficial  á  quien  lo  dirige,  y  es 
exacto  eljuicio;  porque  quien  haya  conocido  al  Ge- 
neral Paunero,  viejo,  encontrará  las  condiciones  que 
Paz  dáal  Capitán  de  Ituzaingó.  Valor,  prudencia  y 
bondad. 

"Z'  Asistió  al  combate  de  San  Roque  y  batallas  de 
*"  Tablada  y  Oncativo  en  el  rejimiento  núm.  2  de  Ca- 
ballería del  Coronel  Pedernera,  siendo  elevado  á 
Mayor  por  su  digna  comportacion  en  estos  sucesos, 
y  mas  tarde,  fué  elejido  por  su  circunspección  y  va- 
lentía razonada,  para  sofocar  la  insurrección  del  Tío 
y  refiriéndose  el  General  Paz  á  este  suceso,  dice: 
"Que  era  un  oficial  hábil  y  valiente  que  no  solo 
supo  vencer,  sino  atraer  á  los  vencidos,  quedando 
generalmente  estimado." 

La  frase  del  ilustre  general  vale  una  biografía, 
en  dos  palabras  condensa  un  retrato  no  desmen- 
tido nunca. 

En  esta  expedición  demostró  el  Mayor  Paunero 
condiciones  superiores  á  su  edad:  fué  una  pequeña 
campaña  laboriosa  donde  batió  bizarramente  á  los 
caudillos  Molina  y  Luque,  consiguiendo  en  seguida 
la  pacificación  del  distrito,  por  medios  conciliadores 
que  solo  son  calidades  de  la  edad  provecta. 

feí%  Mas  tarde    tuvo  una  misión  diplomática  acerca 


EL    GENERAL     PAUMERO  261 

del  general  Quiroga.  La  elección  de  tan  joven 
oficial,  para  una  comisión  tan  delicada,  resalta  la 
importancia  que  daba  el  ilustre  general  al  mayor 
Paunero. 


Prisionero  el  General  Paz  en  1831^  asumió  el 
mando  del  ejército  el  General  Lamadrid,  quien  reti- 
rándose á  Tucuman  fué  vencido  por  el  General 
Quiroga  que  vengó  con  usura  las  derrotas  que  le 
infligiera  el  vencedor  de  Oncativo. 

La  disparidad  eragrande  entre  los  dos  generales: 
Paz  era  la  idea  modelada  con  anticipación,  y  arro- 
jada á  un  campo  de  batalla  previsto  con  el  racio- 
cinio del  valor  y  la  prudencia:  Lamadrid  un  héroe 
encerrado  en  una  chispa  eléctrica  que  se  lanza 
como  el  rayo  en  el  vacio,  en  una  sola  dirección. 

Paunero  se  retiró  á  Bolivia  donde  prestó  algunos 
servicios  al  General  Ballivian,  siendo  mas  tarde 
nombrado  por  el  Gobierno  oriental  encargado  de 
negocios  de  esa  República. 

Habiendo  mejorado  su  situación  en  el  destierro, 
trató  de  hacer  todo  el  bien  posible  á  sus  compatrio- 
tas, los  argentinos  proscriptos,  y  enconar  al  Go- 
bierno boliviano  contra  Rosas  hasta  el  punto  de 
instigaren  1838  una  expedición  á  las  provincias 
del  Norte  para  insurreccionarlos  en  favor  de  la  li- 
bertad de  los  pueblos  argentinos. 


-,;«**•■ 


IV. 


OR  fin  iba  á  sonar  con  el  estruendo  de  la  bata- 
^  Ha  la  hora  de  las  grandes  aspiraciones  del 
pueblo  argentino,  de  ese  pueblo  aherreojado  du- 
rante veinte  años  en  la  mas  san^rrienta  esclavitud. 


El  pronunciamiento  del  General  Urquiza  contra 
Rosas,  anunciaba  á  los  proscriptos  que  allí  estaba  la 
enseña  de  la  libertad,  y  que  era  necesario  rodearla 
con  todos  sus  esfuerzos  para  alcanzar  el  triunfo  de- 
finitivo délos  principios. 


Paunero  fué  de  los  primeros  con  Mitre  y  Sar- 
miento en  acudir  al  llamado  del  libertador.  Al  re- 
montar el  Paraná  en  uno  de  los  buques  de  la  es- 
cuadra brasilera  con  el  propósito  de  dirigirse  á  Co- 
ronda,  recibieron  el  primer  fuego  de  las  fuerzas  de 
Rosas  en  el  Paso  de  Obligado,  donde  existía  una 
batería  mandada  por  el  Coronel  D.  Ramón  Ro- 
dríguez. 

Los  buques  pasaron  rápidos  sin  grandes  averías, 
y  mas  tarde  los  pechos   de  los  tres  amigos  osten- 


EL    GENERAL    PAUNERO  263 

taban  como  premio  á  la  serenidad  demostrada  en 
ese  combate,  la  condecoración  de  la  orden  de  La 
Rosa  dada  por  el  Emperador  del  Brasil. 

Mandando  una  división  de  Caballería,  asistió  el 
Coronel  Paunero  á  la  batalla  memorable  de  Case- 
ros, y  pudo  al  fin  el  constante  pioner  de  la  libertad, 
ver  en  el  ocaso  de  un  dia  de  fueg-o  ponerse  el  sol 
ensangrentado  de  la  tiranía,  para  iluminar  mas  tarde, 
con  la  luz  déla  civilización  y  del  progreso,  á  un  pue 
blo  que  hoy  como  una  brillante  expresión  de  la  raza 
española  vá  á  admirar  al  mundo  por  su  actividad  y 
sus  disposiciones  al  adelanto,  como  lo  han  hecho 
ya  en  la  América  del  Norte  los  fogosos  descen- 
dientes de  la  raza  inglesa. 

La  gloria  de  Caseros  es  un  suceso  tan  grande  y 
culminante,  como  el  grandioso  porvenir  de  un  pue- 
blo, que  hoy  camina  firme  en  el  derrotero  luminoso 
que  solo  marca  la  historia  á  las  naciones  que  sobre- 
salen por  la  perfección  constante  que  en  ellas  se 
elabora. 

Hay  hechos  de  tan  magna  trascendencia;  que 
enaltecen  de  tal  modo  al  que  los  ejecuta,  que  eclip- 
san ante  la  severa  justicia  de  la  historia  los  errores 
del  pasado. 


264 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Némesis  deslumbrada  por  la  aureola  del  liber- 
tador de  Caseros,  desarmará  la  implacable  espada; 
y  ese  sol  de  los  hombres  libres^  ha  de  borrar  los 
puntos  sombríos  de  la  escultura  del  vencedor  de 
Rosas.  w 


I 


y. 


ESDE  Caseros  hasta  el  año  de  1855  vemos  ale- 
jado al  Coronel  Paunero  de  la  vida  militar  en 
la  República  Argentina;  en  este  año  vuelve  y  toma 
nuevamente  servicio  formando  el  regimiento  de 
Coraceros  (hoy  2  de  Caballería  de  línea)  que  tendrá 
una  fuerte  faena  en  la  guerra  con  los  indios. 

Estando  en  la  frontera  asiste  el  3 1  de  Octubre 
de  1 8  5  7  con  Granada  y  Conesa  al  combate  que  tuvo 
lugar  en  el  Sol  de  Mayo  contra  las  hordas  manda- 
das por  Cafulcurá,  y  un  día  después  en  el  Cristiano 
Muerto,  á  un  segundo  combate  contra  los  mismos 
enemiofos. 

En  estos  tiempos  en  que  por  el  descuido  de  la 
frontera,  á  causa  de  los  exiguos  medios  de  defensa, 
los  indios  habían  tomado  hasta  cierto  punto  una 
supremacía  insolente  sobre  nuestras  débiles  milicias, 
la  guerra  del  desierto  asumía  entonces  un  carác- 
ter serio;  y  como  el  remington  no  había  aun  entrado 
en  acción,  los  combates  presentaban  una  actitud  de 
encarnizamiento  tal,  que  llegaba  la  audacia  del  sal- 


:  ::*  i.^ 


266  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

vaje  hasta  echar  pié  á  tierra,  y  avanzar  en  esa 
organización  sobre  nuestras  tropas.  La  soberbia  y 
el  valor  del  indio  se  ostentaba  entonces  en  su  ma- 
yor auge,  impulsando  este  engreimiento,  verda- 
deras y  reñidas  batallas  con  las  uumerosas  hordas 
de  Calíucurá  que  duraban  dias  enteros,  como  su- 
cedió en   el  hecho   de  armas  que  acabo  de  citar. 

Era  aquello  una  guerra  interminable  y  fastidiosa, 
como  para  quebrar  al  soldado  mas  constante:  el 
descanso  era  efímero:  no  habia  sueño:  siempre, 
alerta  con  el  caballo  ensillado:  la  alarma  continuada 
sorprendía,  burlando  á  cada  momento;  y  cuando 
se  marchaba  apresuradamente  en  procura  de  la 
invasión  anunciada,  á  una  inmensa  distancia  se  le 
veía  evaporarse  como  por  encanto;  y  si  se  combatía 
eran  con  grandes  ventajas  para  el  indio  que  no  tenia 
otro  propósito  que  dar  tiempo  á  que  el  robo  y  la 
devastación  cumplieran  su  obra  impugnemente. 

Vencidos  hoy  los  indios,  mañana  se  presentaban 
mas  audaces  en  un  extremo  opuesto  de  la  línea,  y 
cuando  se  creía  alcanzarlos  después  de  una  marcha 
forzada  en  que  habían  quedado  fatigados  casi  to- 
dos los  caballos,  el  sarcástico  númida  se  reti- 
raba tranquilamente  á  nuestra  vista,  sin  importable 
quien  no  lo  podía  perseguir,  dejándonos  en  la 
mas  horrible  ansiedad,  preocupados  de  las  amargas 


í':  i'^^'-" ^ 


EL    GENERAL    PAUNERO  267 

é  injustas  críticas  que  implacables  caerían  sobre  el 
irresponsable  jefe  de  frontera. 

Aquella  no  era  vida  para  un  militar,  donde  solo 
había  trabajos  y  sangrientos  sacrificios,  pero  ningu- 
na gloria  que  recompensara  tan  grandes  servicios. 

Vivido  hé  algún  tiempo  en  la  frontera  y  en  los 
toldos  de  los  indios:  conozco  perfectamente  la  vida 
abnegada  que  han  llevado  mis  compañeros  de  ar- 
mas, y  puedo  decir  sin  temor  de  caer  en  una  exaje- 
racion,  que  esos  actores  de  los  dramas  del  desierto 
bien  pudieran  llevar  en  su  pecho  con  orgullo  una 
medalla  cuya  inscripción  dijera: 

"A  la  mas  grande  constancia  del  soldado  igno- 
rado." 

Sí,  porque  en  esos  tiempos  se  necesitaba  espíritu 
para  soportar  esa  vida  de  bárbaros  y  de  sobresalto. 

Y  á  proposito  recordaré  la  falta  de  equilibrio  con 
que  alguna  vez  se  destribuyen  recompensas.  Pre- 
sentaré un  ejemplo.  La  guerra  del  Paraguay  ha 
durado  cinco  años,  pues  bien,  tenemos  que  el  que 
ha  asistido  á  un  año,  de  campaña,  ostenta  cinco 
condecoraciones  y  aquel  que  fué  después  de  Curu- 
paytí  y  estuvo  hasta  el  final,  es  decir,  cuatro  años 
de  lo  mas   crudo  de  la  guerra,  no  posee  sino    una 


268  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO         j 

medalla.  Parece  esto  inexplicable,  pues  es  bien 
cierto.  Algo  parecido  sucede  ahora  con  las  campa- 
ñas al  desierto;  se  han  olvidado  las  anteriores  al 
remington,  que  es  el  arma  material  y  moral  que  ha 
influido  en  gran  parte  en  la  victoria  sobre  el  indio. 

Entre  otros  combates  asistió  el  Coronel  Paunero 
auxiliado  también  por  Granada  y  Conesa  al  del  Pi- 
g"ué,  el  15  de  Febrero  de  1858. 

Concéntricas  en  este  punto  las  fuerzas  de  los  tres 
jefes  de  frontera  trataron  de  poner  una  muralla  de 
hierro  al  mas  grande  General  de  las  hordas  de  la 
pampa:  especie  de  Aníbal  bárbaro  por  su  valor, 
sagacidad  y  constancia. 

El  combate  fué  encarnizado.  Cafulcurá  consti- 
tuia  un  genio,  tenia  la  intuición  de  la  guerra:  bata- 
llaba siempre  con  sucesión  de  esfuerzos,  y  cono- 
ciendo el  espíritu  supersticioso  de  sus  vasallos  los 
alentaba  con  supercherías  de  indio,  ostentando  con 
actitudes  grotescas  un  ídolo  de  piedra  que  nunca 
le   abandonaba;  *^^   amuleto    hereditario ,    decía   él, 


(I)  Cuando  la  invasión  de  San  Carlos  (I87I)  marché  con  el  batallón 
Provincial  al  partido  del  25  de  Mayo  que  en  ese  momento  era 
asolado  por  Cafulcurá;  allí  tuve  ocasión  de  conocer  por  un  prisio- 
nero escapado  de  las  fuerzas  de  aquel  cacique, que  lo  hizo  comparecer 
ásu  presencia,  el  retrato  de  este  indio  suspicaz,  donde  no  faltaba  el 
ídolo  de  piedra,  la  esgrima  de  espada  que  hacía  él  solo  por  la  ma- 
ñana como  un  ejercicio  gimnástico,  la  bandera  colorada  y  otras  cosas 
mas  que  harian  más  largo  este  relato.  En  mi  opinión  ha  sido  el 
mas  grande  genio  de  la  pampa. 


;•*'» 


EL    GENERAL     PAUNERO  269 

que  sonreía  á  la  victoria,  y  una  bandera  colorada 
que  servía  como  el  penacho  blanco  de  Enrique  IV 
para  reunir  sus  dispersos:  con  ese  acto  premeditado 
buscaba  alcanzar  dos  propósitos:  el  predominio  ab- 
soluto sobre  su  horda,  y  la  constante  resistencia  á 
las  fuerzas  de  la  frontera  concentradas  hábilmente 
por  él  en  un  punto  fijo,  mientras  el  gran  negocio 
tenia  lugar,  es  decir  los  innumerables  arreos  en- 
vueltos en  verdaderas  tempestades  de  polvos  se 
alejaban  rápidos  á  punta  de  chuza  y  de  ponchos 
enarbolados,  semejantes  á  grandes  pájaros  que  se 
ajitaban  como  puntos  sombríos  en  los  intervalos 
que  dejaban  aquellas  prolongadas  polvaredas. 

Aquí  también  en  este  combate  la  horda  fué  re- 
chazada dejando  un  sangriento  rastro  en  la  fuga; 
pero  á  imitación  del  astuto  zorro,  por  nada  dejaba 
la  presa  que  conducía  en  la  boca. 

La  escesiva  estension  de  nuestra  frontera  daba 
este  resultado  casi  siempre:  no  estando  en  relación 
con  la  fuerza  que  la  guarnecían,  eran  inútiles  todos 
los  esfuerzos  para  dominar  completamente  á  un 
enemigo  que  impunemente  podía  penetrar  por  don- 
de se  le  antojaba. 

Los  servicios  prestados  por  el  Coronel  Paunero 
en  la  frontera  fueron  de  grande  importancia,  por- 
que en  él  existia,  notablemente  desarrollado  ideas 


270  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

de  orden  yorg-anizacion,  y  el  servicio  se  hizo  enton- 
ces con  una  reg^ularidad  g-eométrica,  precaviendo 
en  lo  posible  el  avance  del  salvaje. 

Así  pasó  el  tiempo  hasta  la  campaña  de  Cepe- 
da, en  que  fué  llamado  á  desempeñar  el  delicado 
puesto  de  Jefe  de  Estado  Mayor  General  del  ejér- 
cito de  Buenos  Aires,  recayendo  en  él  esta  elección 
en  momentos  en  que  brillaban  otras  personalidades 
militares.  Era  necesario  pues  hacerse  conocer  en 
un  puesto  de  tanta  importancia,  por  haber  sido  ele- 
gido en  las  mas  críticas  circunstancias. 

Sin  trepidar  asumió  la  responsabilidad  que  se  le 
discernía  y  se  hizo  conocer  bien  pronto  por  la  rá- 
pida formación  del  improvisado  ejército  y  su  estric- 
ta organización. 

En  la  campaña  de  Pavón  ascendió  á  general 
y  asumió  el  mismo  carácter,  y  pudo  verse  un  ejér- 
cito en  condiciones  de  organización  y  movilidad, 
tan  bien  dispuesto  como  el  del  Paraguay,  y  de- 
mostró que  incógnito  en  el  difícil  rol  de  Jefe  de 
Estado  Mayor^  se  guardaba  un  futuro  General, 
cuya  buena  estrella   no   lo    abandonaría  nunca. 

Una  palabra  mas  autorizada  que  la  mia,  la  de  mi 
distinguido  amigo  el  General  D.  Luis  María  Cam- 
pos, abriendo  opinión  sobre  el  General  Paunero, 


EL    GENERAL    PAUNERO  271 

me  dice  en  un  precioso  escrito  que  tengo  en  mi  po- 
der: "Como  militar  fué  para  mi  el  Jefe  mas  organi- 
zador de  aquella  época,  y  no  temo  decir  que  el 
ejército  de  Buenos  Aires  en  la  campaña  de  Pavón 
se  encontraba  bajo  un  régimen  verdaderamente 
estricto  y  justo,  donde  se  sentia  la  dirección  activa 
inteligente  del  Jefe  del  Estado  Mayor." 

Este  lijero  retrato  ejecutado  por  un  pincel  conci- 
so y  verdadero,  perteneciente  á  un  soldado  inteli- 
gente, es  algo  que  nos  presajia  que  encontraremos 
mas  tarde  á  un  General  que  se  hará  notable. 

Concluida  la  campaña  de  Pavón  el  General  Pau- 
nero,  al  frente  de  una  división  marcha  al  interior 
para  asegurar  los  resultados  de  la  batalla. 

La  insurrección  de  Peñalosa  tuvo  lugar  entonces 
y  sin  pérdida  de  tiempo  desplegó  al  Coronel  Rivas 
con  alguna  fuerza  sobre  la  Rioja  para  ahogar  en  la 
cuna  la  montonera. 

Concluida  esta  emerjencia  con  el  sometimiento 
de  Peñalosa,  se  creía  ya  tranquila  la  República 
cuando  el  año  siguiente  se  levantó  de  nuevo  este 
caudillo,  siendo  esta  vez  su  perseguidor  el  General 
Arredondo;  pero  escapándose  á  la  actividad  sagaz 
de  éste,  cayó  repentinamente  sobre  la  Provincia  de 
Córdoba,  y  marchando  sobre  la  capital  la  tomó  por 


272  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

sorpresa  sin  grande  esfuerzo,  y  sacando  algunos 
elementos  se  preparó  á  una  lucha  mas  resistente. 

Mientras  tanto  el  General  Paunero  al  tener  co- 
nocimiento de  este  hecho  tan  audaz,  reúne  apresu- 
radamente su  división  á  la  que  agrega  la  del  Gene- 
ral Sandes,  marcha  sobre  Peñalosa,  y  dá  la  batalla 
délas  Playas  donde  el  valiente  caudillo  es  derrota- 
do, retirándose  desastrosamente  con  los  restos  de 
sus  fuerzas  á  la  Rioja. 

En  esta  campaña  siempre  se  admirará  la  opor- 
tunidad de  las  rápidas  disposiciones  del  General 
Paunero^  que  concentrando  fuerzas  separadas,  dá 
una  batalla  á  un  ejército  compuesto  de  buenas  tro- 
pas y  los  vence  con  habilidad. 


'<S- 


-•igíf 


YL 


A  guerra  del  Paraguay  nos  vá  á  presentar  á 
un  General  bravo  y  prudente,  á  quien  los  años 
han  fortalecido  con  una  experiencia  aprovechada, 
cuyos  consejos  en  un  níomento  dado  alcanzaran  un 
éxito  brillante.  Discípulo  del  General  Paz,  sus 
lecciones  fueron  con  el  tiempo  perfeccionadas  con 
la  práctica  de  largas  campañas  que  aguzaron  su  es- 
píritu militar,  formando  uno  de  los  elementos  mas 
organizadores  de  estos  tiempos. 

A  la  noticia  del  acto  vandálico  ejecutado  por  or- 
den de  López  en  la  provincia  de  Corrientes,  el  Ge- 
neralísimo de  la  triple  alianza,  recordó,  que  á  nadie 
mejor  podía  elegir  para  mandar  y  organizar  el  pri- 
mer núcleo  de  resistencia  que  contrarestase  la  in- 
vasión paraguaya,  que  al  General  Paunero:  su  pres- 
tigio, su  prudencia,  circunspección,  y  el  conocimiento 
exacto  que  tenia  de  la  responsabilidad  que  asumía, 
presajiaban  de  antemano  en  momentos  tan  angus- 
tiosos, que  se  encontraría  el  rumbo  de  la  victoria: 
habia  confianza  en  él:  era  algo  como  un  inmenso 
consuelo  en  tan  solemnes  momentos:  entonces  el 

.18 


274  LA  CRRTERA  DE  UN  SOLDADO 

viejo  soldado  de  Ituzaingó,  marchó  con  la  tranqui- 
lidad del  que  está  acostumbrado  á  vencer,  á  cumplir 
tan  arriesgada  misión,  y  el  lector,  vá  á  presenciar 
la  formación  de  un  ejército  á  las  barbas  de  todo  el 
poder  del  déspota  paraguayo. 

En  el  primer  momento,  recoje  todas  las  tropas 
que  encuentra  á  mano,  y  dirigiéndose  á  la  provincia 
de  Corrientes  establece  provisoriamente  su  campa- 
mento en  el  Rincón  de  Soto;  levantando  allí  la  pri- 
mera bandera  argentina  que  ha  de  concentrará  los 
dispersos  correntinos,  que  retroceden  por  la  fuerza 
de  la  debilidad  ante  el  pérfido  avance  del  enemigo.. 

Los  momentos  son  apremiantes:  Robles  avanza 
ensoberbecido  en  la  confianza  del  número,  con 
veinte  mil  hombres  y  un  núcleo  de  traidores  que 
hace  mas  fácil  su  pasaje  por  las  praderas  correnti- 
nas.  Resistir  aquel  ímpetu  de  bárbaros,  es  im- 
posible: abandonar  á  la  heroica  Corrientes,  á  la 
provinciadel  sacrificio  constante,  ¡jamás!:  es  necesa- 
rio entonces  maniobrar,  demostrando  la  sutileza  y 
la  habilidad  de  un  General  precavido,  para  poder 
aprovechar  en  una  emergencia  oportuna  los  errores 
que  pueda  cometer  el  enemigo;  mientras  tanto,  hay 
que  contemporizar,  hacer  la  guerra  de  recursos 
hasta  que  las  fuerzas  argentinas  aumentadas  pue- 
dan jugar  su  verdadero  rol. 


EL    GENERAL     PAUNERO  275 

Entonces  dá  comienzo  á  la  época  mas  gloriosa 
de  la  vida  del  General  Paunero,  donde  demuestra 
disposiciones  superiores,  desconocidas  en  ese  tiem- 
po; porque  es  necesario  que  desaparezcan  los  hom- 
bres de  la  escena  de  la  vida  para  poder  valorar  su 
mérito  en  el  escenario  propio  donde  actuaron,  y 
estoy  seg-uro  que  la  historia  mas  tarde  dirá  de  él, 
que  fué  uno  de  los  brazos  estratégicos  que  dieron 
Yatay  y  Uruguayana,  como  Dessaix  en  Marengo 
y  el  príncipe  heredero  de  Prusia  en  Sadova. 

Conociendo  el  General  Robles  la  debilidad  de 
las  huestes  nacionales,  inició  con  presteza  un  mo- 
vimiento de  avance  hacia  el  Sud  en  la  esperanza  de 
obtener  una  estruendosa  sorpresa  que  concluyese 
de  un  golpe  de  mano  con  la  resistencia  de  la  pro- 
vincia de  Corrientes.  Dominado  con  ese  propósito, 
ocupa  la  capital;  y  dejándola  guardada  por  dos  ba- 
tallones, prosigue  adelante  á  marchas  forzadas  con 
la  intención  de  batir  á  Paunero,  y  continuar  sin 
tropiezo  su  camino  triunfal  á  Entre- Rios. 

Por  otra  parte,  Estigarribia,  que  era  la  izquierda 
disparatada  de  la  red  estratégica  de  la  invasión 
paraguaya,  ocupará  provisoriamente,  de  paso,  el 
litoral  del  Uruguay  en  la  provincia  de  Rio  Grande: 
su  planta  de  vándalo,  sembrando  el  terror  y  la  de- 
vastación avanzará  á  buscar  aliados  en  un  partido 
político  en  el  Estado  Oriental;  es  decir  á  tantear  el 


276  LA    CARTERA    DE    Ux\     SOLDADO 


terreno,    creyendo   tal   vez    encontrar   adhesiones 
como  las  que  han  surgido  en  Corrientes. 

Todo  esto  son  operaciones  improvisadas,  por 
sorpresa,  sin  declaración  de  guerra:  es  necesario 
fulminar  como  el  rayo:  matar  el  espíritu  con  aplas- 
tamientos rápidos:  de  súbito,  veloz,  con  hordas 
compactas  rodeadas  por  una  caballería  valiente  y 
audaz  como  debió  ser  la  de  Yugurta:la  situación  no 
puede  ser  mas  crítica  para  los  argentinos:  el  cam- 
pamento del  Paraguay  se  levanta  en  son  de  guerra 
como  una  pieza:  está  pronto  y  organizado,  y  rueda 
sobre  nuestras  indefensas  y  tranquilas  praderas  con 
rumores  sah^ajes^  y  el  pueblo  argentino  conoce 
entonces,  aunque  tarde,  los  inconvenientes  de  un 
progreso  sin  resguardo;  y  apresurado  por  la  indig- 
nación; y  la  proximidad  de  un  peligro  que  no  á  sabi- 
do prevenir,  ni  puestose  en  condiciones  de  recha- 
zarlo, trata  de  organizar  á  toda  prisa  el  primer 
núcleo  de  resistencia. 

Ese  es  Paunero,  viejo  guerrero,  que  aprendió 
con  Paz  á  vencer  á  los  caudillos  con  figtiras  de  con- 
tradanza y  ahora  vá  á  enseñar  á  burlar  á  la  astucia 
mas  refinada  con  una  maniobra  digna  del  mayor 
elogio. 

Robles  avanza  en  busca  de  Paunero,  la  débil  cor- 
tina que  oponen  los  correntinos  no  puede  detener 


EL    GENERAL      PAUNERO  277 


las  masas  compactas  de  un  numeroso  ejército  regu- 
lar, regido  por  una  disciplina  que  todo  lo  castiga 
con  la  muerte. 

El  General  Paunero  conoce  esta  marcha:  su  áni- 
mo se  serena  ante  una  responsabilidad  tan  grande: 
todas  las  miradas  están  con  ansiedad  sobre  él,  los 
ánimos  inquietos,  y  dispuestos  á  ser  inflexibles  si 
sufre  un  descalabro;  porque  jamás  ha  sido  perdo- 
nado un  General  desgraciado;  el  juicio  lo  hacen  casi 
siempre  los  ignorantes,  y  la  ignorancia  como  la 
brutalidad  es  impasible,  no  reflexiona,  es  ciega, 
hiere  al  acaso,  sin  ton  ni  son,  sin  ver  la  sangre  que 
mana  de  la  ancha  herida  hecha  á  una  reputación. 

Esta  operación  del  caudillo  enemigo  la  había 
previsto  el  General  argentino,  era  de  suponer  que 
esa  gran  mole  de  fuerza  no  se  estaña  quieta,  y  en 
consecuencia  rriedita  un  golpe  de  mano  que  burlan- 
do el  grueso  del  ejército  de  Robles,  caiga  de 
improviso  sobre  la  ciudad  de  Corrientes  y  la  arran- 
que al  audaz  enemigo. 

Operación  fué  esta  criticada  entonces  sin  alcan- 
zar su  resultado:  tenia  por  base  ima  combinación 
moral  de  fuerza:  el  pequeño  núcleo  no  podia  entre- 
garse á  la  inercia;  eso  hubiera  sido  su  muerte:  era 
necesario  llamar  la  atención  del  enemigo  sobre  su 
retaguardia  para  alcanzar  con  mas  facilidad  el  obje- 


1«%- 


278  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  i 

tivo  deseado,  y  al  mismo  tiempo  sacar  provecho  del 
coraje  argentino  que  no  se  le  debe  nunca  mantener 
en  inacción,  para  evitar  la  desmoralización  que  so- 
breviene siempre  á  causa  de  las  continuadas  fatigas 
y  el  desaliento  en  las  marchas  inútiles  repetidas,  ó 
retiradas  forzadas,  que  hacen  bajar  la  moral  de  un 
ejército  á  una  situación  peligrosa. 

Necesario  era  pues  pelear,  sacando  provechoso 
recurso  del  ardiente  espíritu  de  nuestros  soldados 
que  son  un  fogonazo  en  el  combate,  y  muy  á  pro- 
pósito para  las  empresas  mas  aventuradas:  ejecutar 
una  operación  audaz,  de  trascendencia,  que  levantara 
la  moral  que  necesita  un  ejército  para  alcanzar  un 
difícil  objetivo  estratégico;  mas  cuando  ese  ejercito 
se  encuentra  frente  á  otro  que  le  es  superior  en 
número,  y  le  amenaza  constante. 

La  sangre  que  se  prodiga  por  las  necesidades 
morales  de  la  Qruerra.  es  la  mas  útil  sano-re  derra- 
mada;  porque  de  cada  gota  renace  con  ventaja  el 
vigor  y  la  constancia. 

De  manera  que  el  combate  del  25  de  Ma- 
yo de  1865  fué  un  golpe  de  temeridad  razonada, 
oportuna,  que  demostró  la  superioridad  de  nuestra 
infantería  sobre  la  paraguaya  que  fué  desalojada  de 
sus  fuertes  posesiones,  y  sembró  en  el  ánimo  vaci- 
lante de  Robles  el  sobresalto,,  ocupando  en  su  reta- 


EL    GENERAL     PAUNERO  279 

guardia  su  línea  de  retirada  y  le  hizo  ver  clara- 
mente que  podia  ser  interceptado  por  no  tener  el 
dominio  del  rio  Paraná. 

Si  "'■  Sü-pétGsn para  bel¿u?n''  hubiera  sido  una  rea- 
lidad, Robles  habría  acompañado  á  Estigarribia  en 
la  triste  vida  del  cautiverio. 

No  volveré  sobre  este  combate  por  haberlo  ya 
narrado,  aunque  ligeramente,  en  el  pequeño  bos- 
quejo que  figura  en  las  primeras  páginas  de  los 
servicios  del  Coronel  Charlone. 

Una  vez  obtenido  ese  objetivo,  vertiendo  la  des- 
confianza en  el  ejército  paraguayo,  Paunero  se 
retira  apresuradamente,  y  fuera  del  alcance  del 
enemigo  establece  su  campamento  en  la  Esquina, 
donde  se  ocupa  en  dar  una  organización  sólida  á 
sus  tropas  que  se  aumentan  con  nuevos  refiíerzos, 
y  preparar  todo  lo  necesario  para  la  gran  jornada 
histórica:  entonces  ejecuta  una  marcha  simulada  en 
dirección  Goya  y  de  repente  se  escabulle  hacia  el 
Este,  y  dá  comienzo  enseguida  á  una  operación  que 
solo  á  un  bravo  y  prudente  General  podia  serle 
encomendada. 

Es  necesario  ejecutar  una  marcha  estratégica 
que  atravesase  toda  la  provincia  de  Corrientes  de 
Oeste  á  Este,  burlando  al  ejército  enemigo,  para 


280  LA    CARTERA    DE    UN     SOLDADO 

ejecutar  su  junción  con  la  división  oriental,  y  caer 
como  una  avalancha  sobre  Estigarribia  que  impru- 
dentemente había  dividido  su  ejército. 

Esta  delicada  operación  á  la  que  aún  no  se  le  ha 
dado  el  mérito  que  tiene,  fué  ejecutada  con  grandes 
dificultades,  y  es  por  eso  que  la  habilidad  de  la 
maniobra  tiene  mayor  realce;  es  verdad  que  esos 
tres  mil  argentinos  eran  de  granito.  La  noticia  de 
la  sublevación  de  Basualdo  fué  recibida  en  camino, 
pero  nada  conmovió  esa  bizarra  división,  y  al  fin 
después  de  una  de  las  marchas  mas  atrevidas  que 
pudo  ser  honrada  con  la  pluma  de  Jenofonte  ó  Tu- 
cidides,  alcanzó  su  objetivo,  obteniendo  el  resultado 
previsto;  es  decir,  una  de  las  mas  nobles  manifesta- 
ciones estratégicas  de  la  guerra  del  Paraguay. 

La  división  de  Estiofarribia  fué  destrozada  en 
detalle  en  la  carnicería  Yatay,  y  el  caudillo  inso- 
lente asolador  de  pueblos  indefensos  tuvo  que 
pasar  por  la  horca  caudina  de  la  Uruguayana  con 
su  abatido  ejercito.  El  total  destruido  y  prisionero 
de  esa  columna  enemiga  alcanzó  á  diez  mil  hombres. 

Se  comprende  bien  que  si  alguno  fué  el  gran 
factor  en  el  suceso,  y  acreedor  en  buena  parte  á 
esta  victoria  decisiva  y  consecuencias  de  esta  cam- 
paña, es  el  General  argentino,  que  interpretan- 
do  con   pericia  el   plan  del   generalísimo,   y   ma- 


EL    GENERAL     PAUNERO  281 


niobrando  hábilmente,  primero  puso  indeciso  á 
Robles,  y  burlando  mas  tarde  á  Resquin,  cooperó 
extratégicamente  á  uno  de  los  mas  completos 
resultados,  como  fué  el  abandono  inmediato  del 
territorio  argentino  y  Rio  Grande,  impedimento 
de  coadyuvar  á  la  insurrección  de  un  partido  po- 
lítico en  la  República  Oriental,  y  el  retiro  apresura- 
do de  Resquin  al  Paraguay.  *^' 

Entonces  todo  el  ejército  aliado  en  tres  grandes 
columnas,  tomó  sus  líneas  estratégicas  concéntricas 
hacia  el  Paso  de  la  Patria,  creyendo  aun  poder  dar 
alcance  al  ejército  paraguayo;  pero,  toda  fatiga  y 
apresuramiento  fué  en  vano.  El  ejército  paraguayo 
ejecutó  el  pasaje  á  su  territorio  sin  que  una  escua- 
dra que  estaba  anclada  en  el  Rio  Paraná,  y  que  era 
dueña  de  las  aguas  que  surcaba,  hubiera  enviado 
un  buque  á  estorbarlo.  Entre  las  razones  que  se 
han  dado,  se  menciona  la  bajante  del  rio:  es  un 
punto  histórico  que  deberá  aclararse.  Pasaje  fué 
este  que  duró  varios  dias:  lo  ejecutó  en  el  Paso  de 
la  Patria  llevando  consigo  multitud  de  ganados  y 
un  inmenso  botin. 

Resuelto  el  pasaje  del  rio  Paraná  por  el  General 
Mitre,  contra  la  opinión  de  algunos  generales,    fué 


(I)      Uno  de  los  cargos  que  hacía  López  al  general  Robles,  es  no 
haber  batido  á  Paunero,    dejándose  burlar  como  un  tonto. 


282  LA    CARTERA    DE    UN     St)t.üADO 


encomendada  esta  delicada  operación  al  bravo 
general  Osorio  quien  obtuvo  esa  gloria  impe- 
recedera, i 

.  Las  primeras  tropas  argentinas  que  pasaron  el 
territorio  paraguayo  fueron  el  I "  cuerpo  mandado 
por  el  general  Paunero  que  hasta  el  24  de  Mayo 
no  hizo  nada  dig-no  de  notar. 

En  esta  batalla  memorable  fué  á  esta  fracción  del 
ejército  argentino  á  quien  le  cupo  la  mayor  faena, 
alli  vio  á  su  bravo  viejo  general  dirijiendo  los 
movimientos  del  combate,  en  medio  del  fuego, 
chorreando  sangre  por  una  herida,  sobresaliendo 
aquella  noble  faz  adornada  por  la  blanca  barba 
de  la  edad  de  la  experiencia  entre  el  ardor  de 
una  juventud  entusiasta. 

En  Yataytí-Corá  como  en  otros  combates  parcia- 
les siempre  se  encontró  su  persona  en  el  fuego, 
y  en  el  consejo  sus  reflexiones  impulsadas  por  la 
prudencia. 

En  Curupaití  mandaba  el  ¡"cuerpo  de  ejército 
y  fué  también  á  este  núcleo  de  fuerza,  á  quien  como 
en  la  batalla  del  24  de  Mayo  cupo  la  mayor  faena. 

El  General   Paunero  aquí   no  tuvo  otro  rol  que 
^el  de  un  bravo.     Sufrió  sereno  los  estragos  de  la 
^  metralla;  no  había  otras  disposiciones  que  dar  que 
alentar  los  ánimos  con  su  ejemplo  bizarro. 


EL    GENERAL     PAUNERO 


283 


Después  de  este  combate  el  cañón  guardó 
silencio  por  algún  tiempo,  es  que  estaba  cansado 
de  matar. 


VIL 

'uRUPAiTÍ  sangraba  aun,  cuando  en  Noviembre 
de  1866  estalla  una  revolución  en  Mendoza, 
en  los  críticos  momentos  en  que  empeñada  la  Repú- 
blica Argentina  en  una  guerra  estranjera,  necesi- 
taba mas  el  apoyo  y  la  unión  de  sus  hijos  para 
vengar  el  honor  nacional  tan  cruelmente  ultrajado. 

Nesesario  era  pues  en  esta  grave  emergencia 
encontrar  al  hombre  bravo  y  prudente  á  quien 
confiar  la  delicada  empresa  de  ahogar  en  su  cuna 
la   potente  insurrección. 

El  elejido  es  el  general  Paunero:  se  le  improvisa 
un  ejército  arrancando  una  división  del  ejército 
del  Paraguay.  Inmediatamente  marcha  esta,  acom- 
pañada de  la  sorpresa  de  los  brasileros  que  no 
podian  comprender,  que  en  una  guerra  extranjera 
se  levantaran  en  armas  argentinos  contra  argen- 
tinos, para  neutraHzar  la  acción  de  la  gloria 
nacional. 


Rio  IV  es  la  primera  base  de  operaciones    que 
elige    el  general  Paunero  para  concentrar   alli   el 


EL    GENERAL      PAUNERO  285 


primer  núcleo  de  sus  fuerzas.  Organiza  dos  divisio- 
nes y  se  dirige  rápido  sobre  el  enemigo  que  manio- 
bra en  San  Luis  y  dá  el  combate  de  Los  Loros  y 
el  de  Portezuelo:  desprende  al  general  Arredondo: 
el  enemigo  se  interpone,  y  este  general  acepta  con 
esa  calma  y  esa  audacia  escepcional  que  le  distin- 
gue, la  memorable  batalla  de  San  Ignacio,  con- 
quistando la  victoria  por  un  rasgo  de  temerario 
arrojo;  y  decidida  lacampaña  por  este  hecho  de 
armas,  fácilmente  son  pacificadas  las  provincias  de 
Mendoza  y  San  Luis. 

En  esta  campaña  es  en  la  única  que  ha  sido 
vituperada  la  conducta  del  General  Paunero. 

Se  le  ha  hecho  el  cargo  de  haber  vacilado 
alguna  vez  en  sus  disposiciones,  y  no  concurrido 
oportunamente  al  campo  de  batalla  de  San  Ignacio 
con  el  grueso  de  sus  fuerzas,  como  pudo  hacerlo, 
al  tener  conocimiento  de  la  crítica  situación  de  las 
fuerzas  del  general  Arredondo;  que  contrariando 
instrucciones  recibidas  (según  se  ha  dicho)  Hbraba 
una  batalla  desesperada  contra  las  fuerzas  insur- 
rectas. 

Como  algún  error  debe  cometer  el  hombre  que 
se  dedica  á  una  carrera  tan  azarosa  como  es  la 
militar,  no  he  creido  omitir  un  cargo  fundado  en  un 
documento  de  alta  importancia  que  conservo  en 
mi  poder,  donde  se  prodigan  los  mayores  elogios 


■;¥ 


286  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

al  general  Paunero,  al  que  se  denomina  el  general 
mas  organizador  de  nuestra  época  y  bravo  por 
excelencia,  porque  el  juicio  imparcial  debe  alcanzar 
tanto  los  errores,  como  los  actos  culminantes,  sino, 
¿que  valor  tendría  un  boceto  preñado  de  elogios? 
sería  un  panegírico  que  se  prestaría  á  la  duda  y  á 
la  crítica. 

Debemos  antes  que  todo  considerar,  que  cuando 
un  hombre  ha  pasado  mas  de  cuarenta  años  de  su 
vida  en  un  batallar  continuo,  gastando  su  cuerpo 
en  las  míseras  vicisitudes  de  la  vida  militar,  y  la 
inteligencia  en  esa  lucha  terrible  de  las  responsa- 
bilidades, llega  un  momento  en  que  el  abrumante 
peso  de  los  años  ejerce  la  influencia  de  la  inercia 
en  sus  actos,  y  se  le  vé  entonces  indeciso  y  vaci- 
lante, sin  el  vigor  de  la  edad  provecta,  en  que  no 
se  teme  tanto  la  responsabilidades. 

Mas  si  los  compañeros  de  armas  del  General 
Paunero  hacen  pesar  sobre  él  ese  cargo  Justo  fuera 
que  el  General  Arredondo  no  saliera  ileso  de  la 
crítica  por  no  haber  buscado  la  incorporación  de 
aquel,  cuando  supo  que  un  ejército  superior  venia 
á  atacarlo,  salvo  el  caso  que  justificase  ante  la 
historia  su  actitud. 

Sobre  este  episodio  se  ha  guardado  cierta  re- 
serva histórica,  de  manera  que  los  juicios  omitidos 


EL    GENERAL    PAUNERO  287 


han  sido  privados  y  muy  ligeramente  tocados  en 
publicaciones  al  respecto.  Pero  poniendo  la  cues- 
tión bajo  su  verdadero  punto  de  vista  de  la  crítica, 
se  saca  en  consecuencia  lo  siguiente: 

Si  el  General  Arredondo  dio  la  batalla  contra- 
riando instrucciones,  en  circunstancias  en  que  pudo 
buscar  la  incorporación  con  el  grueso  del  ejército 
que  operaba  bajo  las  inmediatas  ordenes  del  Gene- 
ral Paunero,  próximo  á  él;  movimiento  que  venía 
ejecutando  después  de  haber  cumplido  la  comisión 
que  le  fué  encomendada,  cometió  un  error;  mas,  si 
fué  sorprendido  y  tuvo  que  aceptar  la  batalla  á  su 
pesar,  en  un  terreno  favorable  para  sus  tropas,  la 
falta  no  le  pertenece;  pero  si  al  General  Paunero 
que  oyendo  el  cañón  debió  acudir  presuroso  en 
cualquier  circunstancia,  al  lugar  donde  se  efectua- 
ba el  combate;  que  según  las  disposiciones  antes 
tomadas  de  común  acuerdo  por  los  dos  Generales, 
al  iniciar  las  operaciones,  deberían  reunirse  en  el 
transcurso  de  la  marcha  que  se   operaba  como  ya 

lo  he  expuesto  en  el  boceto  del  General  Campos. 

*•  ■  -  •  ■-    ■ 

Asi,  á  primera  vista  se  ve  la  imprudencia  de  la 
separación  de  un  ejercito,  que  se  espone  á  ser 
batido  en  detalle,  y  era  tan  segura  la  marcha  de 
avance  de  Saa,  que  dicen,  que  al  iniciar  la  batalla 
de  San  Ignacio,  esclamó: 

Ahora  voy  á  almorzar  á  Arredondo,  y  luego 
me  comeré  á  Paunero. 


288  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Mi  juicio  en  este  caso  vacila^  porque  necesitaría 
oir  la  palabra  del  venerable  veterano,  que  hoy  está 
muy  lejos  para  que  pueda  exponer  su  opinión,  y 
formar  entonces  mi  dictamen  fijo  sobre  este  punto 
histórico,  conociendo  ademas  por  experiencia  pro- 
pia, lo  difícil  que  es  lanzar  en  ciertos  momentos 
toda  la  responsabilidad  sobre  un  General  á  causa  de 
errores  que  le  son  atribuidos,  que  alguna  vez  son 
efecto  de  la  mala  ejecución  de  sus  disposiciones. 

Razón  tiene  el  General  Marmont,  cuando  dice: 
"Que  el  mejor  General  es  el  que  comete  menos 
errores."  Pero  supongo  que  los  errores  que  dan  la 
victoria  son  errores  de  otro  género,  que  superan 
ventajosamente  á  las  grandes  disposiciones  tácticas 
ó  estratéjicas  que  nos  dan  la  derrota,  pues  alguna 
vez  es  necesario  aceptar  desesperadamente  el  re- 
frán criollo  que  dice:    "Barbaridades  son  triunfos." 

Nunca  aconsejaríamos  semejante  axioma  en  las 
condiciones  en  que  se  encontraba  el  General  Arre- 
dondo antes  de  la  batalla,  si  es  que  tenía  la  posibi- 
lidad de  incorporarse  al  general  Paunero;  pero 
estoy  cansado  de  leer  espesos  volúmenes  en  que 
se  hace  la  crítica  mas  implacable  sobre  operaciones 
y  movimientos  que  han  dado  la  victoria,  es  verdad 
que  ese  proceder  puramente  literarios  tiene  lugar 
después  que  han  pasado  los  sucesos,  y  se  conoce 
la  situación  de  ambos  beligerantes,  ignorada  por 


EL    GENERAL    PAUNERO  289 

«ellos  mismos  cuando  estaba  el  uno  frente   al  otro. 

El  éxito  coronó  con  una  victoria  inesperada,  un 
momento  de  ansiedad  en  que  pudo  comprometerse 
la  campaña  iniciada  bajo  una  hábil  dirección:  es  que 
la  buena  estrella  del  General  Paunero  iluminó  con 
su  luz  habitual  el  camino  de  la  victoria  que  alcanzó 
el  intrépido  Arredondo,  quien  aplicar  pudo  muy  bien 
«en  este  combate  la  frase  aquella  de  Souvorow. 

''''Que  cuando  la  victoria  fio  se  entrega  volunta- 
riainente^  es  necesario  violarlar 

Por  lo  demás,  sabemos  por  el  capitán  del  siglo 
•que  la  casualidad  entra  por  tres  cuartas  partes  en 
«1  éxito  de  las  batallas;  como  también  que  los  par- 
tes arreglan  después  simétricamente  los  grandes 
desórdenes  del  fuego,  dejándoles  verdad,  en  el 
fondo  lo  sucedido. 

Pacificado  el  interior  regresaron  algunas  de  las 
tropas  al  Paraguay,  y  el  General  Paunero  bajó  á 
Buenos  Aires  donde  se  le  entregó  la  cartera  del 
Ministerio  de  la  Guerra. 

En  este  puesto  demostró  aún  su  actividad  é 
inteligencia  que  ya  habia  puesto  de  realce  en  los 
ejércitos  que  se  le  habian  dado  á  organizar. 

19 


290 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Importantes  fueron  sus  servicios  llenando,  debi- 
damente todas  las  necesidades  administrativas  del 
ejército  del  Paraguay. 


VIIL 

EPRESENTANDO  dignamente  á  la  República  Ar- 
gentina le  vemos  mas  tarde  en  la  corte  de  San 
Cristóbal,  donde  manifiesta  con  una  prudencia  dig- 
na de  elogio  dotes  especiales,  desempeñando  co- 
misiones delicadas,  y  cuando  al  fin  de  la  jornada  la 
divina  Providencia  detuvo  su  carrera  tan  brillante  y 
azarosa  en  la  vida  de  un  soldado,  quedó  dormido 
en  el  sueño  del  justo,  y  su  corazón  tan  bueno  de- 
tuvo el  latido  sin  sobresalto,  motor  halóla  sido  de 
una  vida  de  virtud  y  sin  descanso.  \ 

Asi  fué  tranquila  esa  muerte:  apagándose  en  la 
última  doliente  despedida  el  fuego  que  alimentaba 
ese  pecho,  que  nunca  fué  caverna  de  un  remordi- 
miento, y  solo  volcan  de  nobles  aspiraciones  al 
porvenir. 

Guarden  sus  hijos  esa  sagrada  memoria:  es  un 
escudo  de  armas  indeleble:  colgado  está  en  el  pan- 
teón de  las  glorias  argentinas. 


.^3^ 


§g""^^    ^    ^    ^    ^    ^^    ^    e^    ^    ^    ^    ^    ^    ^    ^    ^    ^    ^    ^^sS 


I. 


Asalto  de  Schipka  ^^'  — Descripción  de  este  lugar — Demostra- 
ción de  Suleyman-Pachá  sobre  la  estrema  izquierda 
del  ejército  ruso. 

L  Paso  de  Schipka  inmortalizado  repentina- 
mente por  un  glorioso  hecho  de  armas,  no  es 
propiamente  hablando  un  paso,  pues  no  presenta 
ni  garganta  ni   desfiladero,  ni  un  punto   adecuado 


(^I)  Kste  episodio  ha  sido  traducido  libremente  del  Francés:  consii- 
tuye  un  fragmento  de  la  obra  anónima  titulada  "La  Guerra  de 
Oriente." 

Aunque  estos  cuadros  por  sí  solos  se  recomiendan,  el  traductor  se 
ha  permitido  hacer  alg'unas  ag^regaciones  que  dan  talvez  mejor  vigor 
literario  al  relato. 

En  dos  palabras  vamos  á  esplicar  la  relación  que  tiene  este  comba- 
te con  el  comienzo  de  las  operaciones  del  ejército  ruso  al  invadir  en 
1887  el  territorio  otomano. 

En  este  período  los  errores  estratégicos  de  los  turcos  fueron  aún 
mayores  que  los  de  los  rusos,  siendo  el  principal  error  de  aquellos, 
dejar  la  parte  central  de  la  Bulgaria  abierta  á  la  invasión,  por  cuyo 
claro  penetró  audazmente  el  General  Gourko,  hasta  Tirnova  salvó  ios 
Balkanes  y  posesionándose  de  sus  cuatro  pasos,  entre  los  cuales  es- 
taba Schipka,  avanzó  algo  mas  al  Sud,  para  tener  que  retroceder  en 
seguida  ante  las  fuerzas  superiores  de  Suleyman-Pachá,  quien  dirigién- 
dose mas  tarde  sobre  el  paso  de  Schipka  la  atacó  sin  éxito  como  se 
verá  por  la  relación  de  este  episodio. 


296  LA  cartp:ra  ue  un  soldado 


en  que  trescientos  hombres  puedan  renovar  las; 
hazañas  de  las  Termopilas.  No  está  defendido  por 
profundas  trincheras  como  las  que  existen  en  el" 
Paso  Kiper  donde  un  ejército  podría  ser  aniquilado- 
antes  de  llegar  á  las  manos  con  los  defensores  de 
la  posición.  Su  denominación  es  sin  duda  á  causa: 
del  camino  que  atraviesa  una  sección  de  los  Bal- 
kanes,  menos  alta  que  la  altura  general  de  estas; 
montañas,  cuya  superficie  desde  el  valle  de  la  Yan- 
tra  al  Norte,  hasta  el  valle  Toandja  al  Sud,  aunque 
tenga  un  contorno  estremadamente  accidentado,  es 
bastante  continuado  para  dar  lugar  á  un  camino» 
accesible. 

Del  lado  de  la  aldea  de  Schipka,  la  montaña  es 
es  casi  tallada  á  pico  y  se  necesita  mas  de  una  hora, 
de  marcha  para  llegar  á  la  cima  del  paso  donde  el 
punto  mas  elevado  alcanza  á  4.749  pies  sobre  el 
nivel  del  mar^  y  tiene  por  nombre  Montaña  San  Ni- 
colás. 

Una  vez.  salvado  este  punto,  el  declive  dismi- 
nuye lijeramente  para  formar  en  seguida  un  estre- 
cho valle  cuya  longitud  alcanza  á  8.000  metros, 
remorta  después  sobre  Tc/ierven¿-Breg  (montaña, 
roja)  y  vuelve  á  bajar  en  seguida  en  una  pendien- 
te bastante  suave  sobre  el  flanco  derecho  del 
barranco  de  la  Koseritsa  hasta  dos  kilómetros  de- 
Gabroga.    Por  esta  parte   el   camino  había  sido- 


UN    COMBATE    MEMORABLE  297" 

fortificado  por  los  paisanos  búlgaros  bajo  la  inte- 
ligente dirección  de  los  ingenieros  rusos,  que  lo 
habian  transformado  en  una  vía  escarpada,  aunque 
ancha,  y  perfectamente  transitable  para  los  roda- 
dos; de  modo  que  se  presentaba  en  magníficas, 
condiciones  para  la  defensa. 

Cuando  los  rusos  se  apoderaron  de  esta  posi- 
ción, carecía  de  importancia  defensiva  á  causa  de 
las  escasas  fortificaciones  que  la  defendían,  que 
únicamente  consistían  en  lijeros  espaldones  y  trin- 
cheras de  tierra  artilladas  con  un  reducido  número» 
de  cañones  Krupp  de  acero,  y  de  una  pequeña, 
pieza  de  montaña  que  los  turcos  habian  abando- 
nado intactos  con  sus  avantrenes  y  numerosos- 
armones  repletos  de  granadas. 

Mas  tarde,  conociendo  los  rusos  la  gran  impor- 
tancia de  este  lugar,    completaron  las   imperfectas- 
fortificaciones,  constituyendo  siete  sólidos  reductos 
armados  de  potente  artillería. 

Constituía  la  llave  de  la  posición  á  causa  de  su; 
dominante  altura  y  escarpados  flancos,  la  Montaña- 
San  Nicolás^  coronada  por  una  batería  que  alcan- 
zaba con  sus  fuegos  á  todos  lados,  y  las  dos  ba- 
terías llamadas  turcas,  á  causa  de  haber  sido  es- 
tablecidas sobre  las  trincheras  bosquejadas  á  la. 
lijera  por  los  soldados  otomanos,  cuando  el  gene- 
ral Gourko  atacó  por  el  sud  esas  posiciones. 

4  ''k¡"  '       ■ 


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298  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

La  batería  que  se  encontraba  mas  próxima  á  la 
Monlaña  Sari  Nicolás  fué  designada  en  los  partes 
rusos  bajo  el  nombre  de  Batería  de  Acero  por 
estar  armada  con  los  Krupps  tomados  á  los  turcos. 

Al  Este  se  encontraba  la  Batería  Circular:  al 
Norte  la  Luneta  Turca  igualmente  establecida  so- 
una  antigua  fortificación  enemiga:  al  Oeste  el  re- 
ducto del  Monte  Bedek-ko  y  la  Batería  Verde.  Mas 
tarde  en  la  jornada  del  24  de  Agosto  se  constru- 
yó á  la  lijera  una  octava  fortificación  al  Norte 
de  las  que  se  acaban  de  mencionar,  próxima  al 
parque  de  municiones,  con  el  propósito  de  con- 
tener el  movimiento  envolvente  intentado  por  Su- 
leyman-Pachá. 

La  línea  que  formaban  estas  obras,  circunda- 
ba el  pequeño  valle,  del  cual  hemos  hablado  an- 
teriormente, formando  un  campo  atrincherado:  su 
guarnición  campaba  bajo  vastas  y  sóHdas  tiendas 
turcas  de  forma  cónica,  que  fueron  tomadas  por 
los  rusos  en  el  mismo  lugar  cuando  se  posesiona- 
ron de  Schipka.  Un  Karaula  (cuerpo  de  guardia), 
y  un  Han  (posada),  situados  á  lo  largo  del  cam.i- 
no  se  transformaron  provisoriamente,  el  primero 
en  depósito  de  municiones,  y  el  segundo  en  un 
hospital.  ;  ' 

La  posición  bajo  el  punto  de  vista  militar  de 
Schipka  carece  de  la  gran  potencia  defensiva  que 


■  K 


UN    COMBATE    MEMORABLE  299 

se  le  ha  atribuido  hasta  el  presente^  dos  puntos 
vulnerables  hacen  desmerecer  su  importancia  y  la 
debilitan  enormemente. 

El  primero,  consiste  en  que  las  alturas  que  la 
separan  á  derecha  é  izquierda  y  forman  profun- 
dos barrancos,  la  dominan  por  completo  pudiendo 
muy  bien  haber  sucedido  que  siendo  la  guarnición 
exigua  para  ocupar  esas  ^s  alturas,  nada  hubie- 
ra mas  fácil  á  los  turcc^  que  hacer  subir  algunas 
piezas  sobre  la  Mof^aña^'^rdek  al  Este  y  sobre 
la  de  Aikirdijebel  al  \)e4|e,  y  contrabatir  la  artille- 
ría con  la  gran  ventaja  que  daba  esta  posición. 
El  segundo  reside  en  los  accidentes  del  terreno 
por  los  cuales  hay  que  llegar  á  la  posición,  los  que 
á  primera  vista  parecen  constituir  una  ventaja. 

La  fuerza  de  una  posición  no  depende  entera- 
mente de  las  dificultades  que  presenta  su  acceso  á 
un  ataque  directo,  pero  si,  de  la  estension  del  ter- 
reno descubierto  que  su  fuego  puede  barrer,  y 
de  su  capacidad  para  concentrar  ese  mismo  fuego 
sobre  los  puntos  de  mas  importancia  crítica.  En 
vista  de  estas  observaciones  se  distingue,  á  prime- 
ra vista  en  la  posición  de  Schipka,  la  dificultad  de 
dominar  con  su  potencia  mortífera  el  laberinto  con- 
fuso de  valles  laterales,  y  de  alturas  que  la  rodean; 
de  manera  que  una  brigada  de  infantería  podría 
aglomerar  sus  reservas  en  un  barranco  de  esos,  á 


300  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

una  distancia  de   cien  metros    de  la  primera  posi- 
ción rusa,  sin  esponerse  al  fuego  de  su  artillería. 

Insistimos  en  estos  inconv^enientes  para  hacer 
resaltar  debidamente  todo  el  mérito  de  la  bizarra 
defensa  que  hicieron  en  los  primeros  dias  un  pu- 
ñado de  rusos;  defensa  memorable  que  quedará 
en  la  historia  como  un  ejemplo  de  valor  y  de  abne- 
gación. *  ^ 

Si  Suleyman  conocía  estos  puntos  débiles,  se 
esplica  demasiado  bien  la  persistencia  de  sus  pri- 
meros ataques;  pero  lo  que  parece  incomprensible, 
es  que,  después  de  haber  sido  rechazado^  por  una 
guarnición  que  apenas  se  componía  de  tres  mil 
hombres,  se  haya  obstinado  en  continuar  los  asal- 
tos, con  insensatez  inaudita,  en  circunstancias  en 
que  el  número  de  los  rusos  habia  sido  duplicado,  y 
en  el  momento  en  que  el  general  turco  perdia  toda 
probabilidad  de  éxito. 

Muy  bien  podria  suponerse  que  Suleyman-Pachá 
jugaba  una  de  esas  partidas  desesperadas,  en  la 
que  en  vista  del  objetivo  que  se  propone  alcanzar, 
no  se  tiene  en  cuenta  el  sacrificio  de  vidas  que  se 
hace.  Sin  embargo,  debió  comprender  que  este 
ataque  desesperado  de  ningún  modo  garantía  al 
país  de  una  invasión  mas  allá  de  los  Balkanes,  y  no 
ignorar  que   los  rusos  hablan    desistido  de  su  pri- 


UN    COMBATE    MEMORABLE  301 

mer  objetivo  que  era  la  marcha  sobre  Adrinópo- 
lis^  y  que  si  mas  tarde  volvían  á  tomar  la  ofensiva 
de  este  lado,  bastaria  con  hacer  guardar  la  entrada 
del  paso  con  una  brigada  en  una  posición  debida- 
mente fortificada,  para  contener  al  enemigo,  hasta 
la  llegada  de  los  refuerzos  oportunos.  Aunque 
supongamos  que  el  general  turco  hubiera  tenido 
la  certidumbre  de  no  ser  sostenido  por  sus  cole- 
gas, siempre  habria  podido  bajar  por  cualquier 
paso  situado  mas  al  Este,  y  haciendo  sus  marchas 
del  lado  del  Norte,  hacer  insostenible  la  posición 
del  general  Radetsky.  Si  escojido  hubiera  para 
este  movimiento  el  paso  de  Demir-Kapour  podría 
también  haber  llegado  sobre  el  camino  de  Tirnova 
con  todas  sus  fuerzas,  sin  perder  un  solo  hombre. 

Presumimos  con  razón,  que  Suleyman,  que  se 
preocupaba  mas,  en  su  mayor  empeño,  de  con- 
servar su  posición  personal,  y  acrecentar  las  simpa- 
tías que  tenia  en  el  gobierno,  que  en  coadyuvar  al 
éxito  definitivo  de  una  campaña  cuyo  honor  hubie- 
ra recaído  sobre  la  reputación  de  su  rival  Mehe- 
met-Alí;  sabia  además  que  intentando  volver  á 
posesionarse  de  Schípka  lisonjeaba  el  orgullo  na- 
cional profundamente  humillado  por  la  pérdida  de 
esta  posición.  También  se  ha  dicho  que  á  conse- 
cuencia del  pavor  que  inspiraban  los  rusos,  como 
por  la  ignorancia  militar  de  los  turcos,  pensaban 
•en  Constantinopla  que  á  todo  trance  debia  tomar- 


302  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


se  esa  posición  que  suponian  era  una  condición  in- 
dispensable á  la  seguridad  de  la  capital.  En  estas 
condiciones  la  opinión  general  estimulaba  la  em- 
presa de  Suleyman-Pachi,  y  así  fué  que,  después 
del  fracaso  hicieron  recaer  la  responsabilidad,  no 
sobre  él,  á  cuya  temeridad  era  debida  aquella  ca- 
tástrofe^ pero  sí,  sobre  el  prudente  generalísimo 
que  habia  rehusado  secundar  la  operación. 

El  1 6  de  Agosto,  la  9^  división  de  infantería  rusa 
á  la  que  estaba  encomendada  la  guardia  de  los 
Balkanes,  se  encontraba  distribuida  en  los  pasos 
del  modo  siguiente: 

Los  pasos  de  Elena  y  de  Brebova  fueron  guarda- 
dos por  el  34^^  regimiento  de  infantería  de  Sievsk, 
la  5^  batería  de  la  14^  brigada  de  artillería,  y  el 
1 3"  regimiento  de  dragones  de  la  orden  militar 
con  dos  piezas  de  la  20^  batería  á  caballo  á  las 
órdenes  del  ofeneral  Boreicha. 


& 


Los  de  Hankeüi,  por  el  33"  regimiento  de  infan- 
tería de  Eletz,  la  6^  batería  de  la  9^  brigada  de 
artillería,  la  I^  batería  de  montaña  y  2  sotnias  de 
cosacos. 

Los  de  Schipka,  por  el  36"  regimiento  de  infan- 
tería de  Orel;  la  2^  y  5^  batería  de  la  9^  brigada 
de  artillería,  6  piezas  de  la  2*  batería  de  montaña» 


UN    COMBATE    MEMORABLE  303 

5  batallones  de  la  legión  búlgara  y  5  sotnias  de 
cosacos,  á  las  órdenes  del  general  Stoletow. 

El  resto  de  la  división,  es  decir,  el  35°  regi- 
miento de  Briansk  estaba  en  Silvi  con  el  cuartel 
general  del  príncipe  Sviatopolk-Mirsky. 

En  este  dia  dio  principio  á  sus  operaciones  Su- 
leyman-Pachá.  Hacia  ya  algunos  dias  que  los 
diarios  ingleses,  adictos  á  los  turcos,  venían  anun- 
ciando que  el  ejército  de  Adrinópolis  iba  á  reunirse 
con  el  de  Mehemet-Ali^  y  los  espías  señalaban  en 
efecto  á  los  rusos,  fuertes  concentraciones  de  tro- 
pas del  lado  de  Slivvno. 

Para  engañar  con  mayor  sagacidad  al  enemigo, 
el  general  turco  resolvió  hacer  una  demostración 
sobre  estremo  izquierdo  ruso,  como  si  realmente 
hubiera  tenido  la  intención  de  pasar  los  Balkanes 
por  este  lado,  con  el  intento  de  maniobrar  en  la 
Bulgaria  Danubiana.  El  10,  6  batallones  de  infan- 
tería y  una  multitud  de  tcherkesses  atacaron  brus- 
camente al  regimiento  de  Eletz  á  la  entrada  del 
desfiladero  de  Hainkeui:  después  de  un  tiroteo 
de  algunas  horas  se  retiraron  y  no  se  presen- 
taron mas. 

Al  mismo  tiempo  un  destacamento  mas  conside- 
rable salvaba  el  paso  de  Demir-Kapou  y  alcanzaba 


iHf* 


-304-  LA  CARTERA    DE  UN   SOLDADO 

.      i  .  ■ 

-ttn  vStare-Reko  la  vang-uardia  del  general  Boreicha, 
ia  rechazaba  hasta  Brebova  apesar  de  los   refuer- 
zos que    le   fueron  enviados   sucesivamente,  y   de 
íiiuevo  la  batió   el  I  7  delante   de  Brebova,  arroján- 
dola de  esta  ciudad    que  fué  medio   destruida  por 
mn  incendio    producido  por    los  bachi-bouzouks,  y 
persiguiéndola  en  seguida  hasta  Elena.     El  gene- 
ral Radetski    apremiado  por   el    general  Boreicha 
sobre  el  envío  de  refuerzos  cayó  en  el  lazo    que  le 
^endia  Suleyman-Pachá,  y  creyó  que  todo  el  ejér- 
cito turco  iba  á  envolver  su  izquierda. 

De  Brebova,  dos  caminos  se  ofrecian  al  enemigo 
^ara  marchar  sobre  Tirnova:  el  del  Sud,  por  Elena 
y    Prissova,    y  el  del    Norte  por  Slatariska.     En 
vista  de  esta    circunstancia   inmediatamente  envió 
4a  2^  brigada  de  la    14^  división   y  2  batallones    á 
-Slatariska  para  cubrir  la  segunda  y  tomando  la  4^ 
de  cazadores  con  dos  piezas    de    montaña    se  diri- 
gió en  persona  á  Elena.     Al   llegar  á  esta  ciudad 
reconoció  su  error,  pues  no  era  con  el  ejército  de 
-Suleyman-Pachá    con    quien   el    general  Boreicha 
tenia  que  habérselas,  sino  con  un    fuerte  reconoci- 
TTiiento  compuesto  de   algunas  tropas  regulares  y 
de    un  gran   número  de  bachi-bousouks.     Instiga- 
dos por  estos  últimos  la   población  musulmana   de 
Elena,  que  allí  estaba  en  mayoría,  se  sublevó  y  la 
:g-uarnicion  rusa  tuvo  que  retirarse  sobre  alg^unas 
posiciones  que  se  encontraban  próxima  ala  ciudad. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  305 

Las  tropas  turcas  se  retiraron  á  su  turno  al  arribo 
de  los  cazadores. 

Después  de  haber  dejado  sus  instrucciones  al 
■general  Boreicha  y  enviado  á  la  2^  brigada  de  la 
4^  división  la  orden  de  evacuar  á  Slatariska  y  de 
reunirse  en  Tirnova,  el  general  Radetski  condujo 
el  29  la  4^  brigada  de  cazadores  á  Prissova,  donde 
se  encontró  con  un  parte  de  los  generales  Stole- 
tow  y  Derojinsky  que  le  hizo  conocer  los  propósi- 
tos de  Suleyman  y  el  verdadero  punto  de  ataque 
vque  habia  escogido. 


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II. 


Ataque  de  la  garganta  de  Schipka.  Un  ruso  contra  diez  turcos 

p^L  18  de  Agosto  á  las  diez  de  la  mañana 
^4a  guardia  de  Schipka  observó  un  movi- 
miento extraordinario  de  tropas  del  lado  de  Ke- 
zanlyk.  una  columna  fuerte  de  6  batallones  apa- 
reció sobre  las  alturas  que  están  delante  de  la 
ciudad  y  espesas  nubes  de  polvo  anunciaban  que 
esas  tropas  eran  seguidas  por  otras.  Después  del 
medio  dia  la  caballería  enemiga  ocupó  las  aldeas 
de  Senovo  y  Yanina.  No  sospechando  toda  la 
estension  del  peligro  que  le  amenazaba,  el  general 
Stoletow  previno  al  general  Radetski  de  la  presen- 
sencia  de  fuerzas  enemigas  en  Kezanlyk.  Ya  se 
ha  visto  anteriormente  que  el  general  Radetski 
engañado  por  Suleyman  se  creia  seriamente  ataca- 
do por  su  izquierda.  Sin  embargo,  tuvo  la  previ- 
sión antes  de  partir  para  Elena  de  enviar  al  regi- 
miento Briansk  la  orden  de  abandonar  á  Pelvi" 
y  de  reforzar  la  guarnición  de  la  posición  de; 
Schipka. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  307 

El  19,  los  rusos  vieron  salir  de  los  bosques, 
sombrías  y  profundas  columnas,  centelleando  á  los 
reflejos  de  un  sol  de  oriente  sus  miles  de  bayone- 
tas; una  nube  de  tropas  irregulares  rodeaban  estas 
oscuras  masas.  La  vanguardia  se  instaló  en  Seno- 
va  mientras  que  el  grueso  de  las  fuerzas  se  replegó 
á  retaguardia  apoyando  un  flanco  en  Kenzanlyk. 
El  20  se  tuvo  la  evidencia  de  que  todo  el  ejército 
de  Suleyman-Pachá  estaba  sobre  Schipka  dispo- 
niéndose seriamente  á  tomar  esta  posición  y  no  á 
efectuar  una  demostración,  como  hasta  entonces  se 
habia  supuesto.  Como  á  las  4  de  la  tarde  ese 
ejército  se  desplegó  y  entonces  se  pudo  distinta- 
mente contar  en  la  llanura  al  Sud-este  de  la  aldea 
de  Schipka,  una  línea  de  40  batallones  cuya  de- 
recha se  apoyaba  en  la  aldea  de  Yanina. 

Algunas  pequeñas  columnas  de  caballería  y  de 
infantería  turca,  avanzaron  sobre  la  aldea  de 
Schipka. 

La  guarnición  hizo  algunos  disparos  sobre  estas 
tropas  con  las  piezas  de  á  9  para  poder  graduar 
el  tiro  desde  la  Motdaüa  San  Nicolás.  Un  ins- 
tante después  se  vio  la  mosquetería  empeñarse  al 
pié  de  la  montaña,  entre  la  vanguardia  turca  y 
algunas  compañías  de  búlgaros  encargados  de 
defender  la  aldea.  Al  cabo  de  algunas  horas  de 
defensa  los  búlgaros  se  retiraron  sobre  la  montaña, 


:«-,-' 


308  LA  CARTERA  DE  L'N  SOLDADO        ' 

después  de  haber  hecho  sufrir  grandes  pérdidas 
al  enemig-o,  á  consecuencia  de  los  muros  y  cerca- 
dos que  abundan  en  esta  aldea. 

Los  turcos  anunciaron  inmediatamente  la  toma 
de  este  villorrio  por  un  incendio  voraz  que  des- 
truyó todo  en  un  instante. 

La  espesa  humareda  que  se  elevaba  remoli- 
neando hacia  la  cima  de  las  alturas,  dio  á  conocer 
á  los  rusos  la  destrucción  de  esta  encantadora  y 
pintoresca  localidad.  Los  turcos  establecieron  su 
campo  á  retaguardia  de  la  aldea  dando  la  espalda 
á  tres  gigantescos  túmulos  de  tierra  que  afectaban 
la  forma  de  tres  inmensas  topineras,  en  el  mismo 
lugar  en  que  las  tropas  del  general  Gourko  tuvie- 
su  campamento  un  mes  antes. 

Todo  hacía  presagiar  para  el  dia  siguiente  un 
ataque  que  los  rusos  esperaban  con  resolución  y 
vigilancia,  con  ese  valor  frió  que  los  ha  hecho  res- 
petar entre  los  mejores  soldados  del  mundo. 

Las  intenciones  de  Suleyman-Pachá  se  hicieron 
cada  vez  mas  evidentes.  El  4"  batallón  búlgaro 
que  estaba  de  gran  guardia  entre  la  garganta  y  la 
aldea,  estuvo  espuesto  durante  toda  la  noche  á  un 
fuego  continuo  de  mosquetería  y  se  replegó  sobre 
el  paso  antes  del  alba. 


■'■^: 


UN    COMBATE    MEMORABLE  309 


Apenas  lució  el  día  dio  comienzo  uno  de  esos 
combates  legendarios,  en  el  que  los  combatientes 
con  encarnizado  brio  demuestran  hasta  donde  pue- 
de llegar  el  odio  de  dos  eternos  enemigos:  es  im- 
posible consignar  algo  mas  conmovedor  que  esta 
lucha  de  bravos  en  que  por  una  parte  se  desplega 
una  tenacidad  salvaje,  y  por  la  otra  una  cons- 
tancia homérica. 

El  general  Stoletow  dispuso  sus  tropas,  y  re- 
partió el  mando  sobre  la  línea  de  defensa  del  modo 
siguiente: 

El  3"  batallón  del  regimiento  de  Orel,  y  la  2^ 
batería  de  la  9^  brigada  de  artillería  ocupaba  la 
Montaña  San  Nicolás  y  ¿a  Batería  de  Acero:  esta 
última  estaba  artillada  con  7  cañones  turcos  de  los 
cuales  uno  era  de  montaña. 

El  P' batallón  de  Orel,  ocupaba  algunas  trin- 
cheras sobre  la  derecha  y  formaba  el  sosten  de  la 
Batería  verde  y  de  la  Batería  circidar^  que  tenian 
cada  una  4  piezas  de  la  5^  batería  de  la  9^  brigada 
de  artillería:  la  Batería  circular  tenia  además  2 
piezas  de  la  10^  batería  de  á  caballo.  Dos  com- 
pañías del  2°  batallón  del  regimiento  de  Orel  ocu- 
paban además  las  alturas  del  Redek-Ko  delante  del 
flanco  derecho.  El  flanco  izquierdo  que  estaba 
frente  á   las  montañas  del  Berdek   se  hallaba   cu- 


>  \ 


310  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

bierto  por  trincheras  y  guardado  por  el  2",  3*'  y  5° 
batallones  de  la  leofion  búlofara. 

Tres  compañías  del  regimiento  Orel,  el  I"  y  4" 
batallones  búlgaros  y  4  piezas  de  la  2^  batería  de 
montaña,  formaban  la  reserva.  Esta  fué  colocada 
sobre  el  lugar  llamado  el  Istmo,  que  se  encuentra 
situado  entre  las  tiendas  que  están  mas  cercanas  á 
la  Monfaña  San  Nicolás  y  pié  de  esta. 

El  mando  de  este  punto,  que  formaba  la  posi- 
ción avanzada,  fué  confiado  al  Coronel  Conde 
Tolstoi  ayudante  de  campo  del  emperador;  y  el 
de  las  trincheras  de  la  izquierda  al  Coronel  Prín- 
cipe Viaseuiki,  también  ayudante  de  campo  del 
emperador;  el  del  flanco  derecho  y  el  de  la  base  á 
la  que  se  denominó  posición  principal,  al  Coronel 
Depradovich,  quien  al  arribo  del  regimiento 
Briansk^  entregó  el  mando  al  Coronel  de  ese  re- 
gimiento Lipinsky. 

Desde  las  siete  de  la  mañana  se  vieron  aparecer 
los  gorros  colorados  á  la  izquierda  de  la  Mojifafia 
Bej^dek.  Un  calor  prematuro  anunciaba  que  el  dia 
sería  sofocante,  el  sol  iluminaba  un  cielo  diáfano,  y 
un  aire  embalsamado  subía  de  los  bosques  que 
rodean  la  posición,  el  agua  murmurante  caía  sobre 
¡as  hojas  de  los  árboles  en  las  fuentes  naturales 
que  allí  existen,  y  el  cantar  de  las  aves,  que  aun  no 


UN    COMBATE    MEMORABLE  311 


habían  sido  atemorizadas  por  el  ruido  de  la  bata- 
lla, se  escuchaba  entre  un  silencio  solemne.  La 
muerte  que  pronto  iba  á  segar  tantas  existencias 
en  este  lugar  sangriento,  perdia  su  horrible  aá^ 
pecto  en  medio  de  esta  naturaleza  festiva,  y  los 
3.000  bravos  rusos  encerrados  en  Schipka,  igno- 
rando si  los  refuerzos  pedidos  llegarían  en  el  mo- 
mento oportuno,  se  prepararon  á  ese  duelo  sin 
igual  y  formidable,  en  el  que  un  puñado  de  hom- 
bres se  batirían  con  el  valor  de  la  desesperación, 
contra  un  ejército  de  50.000  hombres  tan  brar^s 
como  las  armas  y  tan  salvajes   como  su  fanatismo. 

Los  turcos  dieron  comienzo  á  la  construcción  de 
una  batería  frente  á  la  Baff^ría  de  Aceito  sobre  el 
Bej^dek.  Los  rusos  rompieron  inmediatamente  el 
fuego  contra  los  trabajadores;  pero  todo  fué  inú- 
til: á  las  diez  de  la  mañana  el  enemigo  había  colo- 
cado cuatro  piezas  en  posición. 

Apenas  despuntó  el  alba,  fué  encargado  el  te- 
niente Romanof,  del  7°  batallón  del  cuerpo  de 
ingenieros,  de  colocar  minas  instantáneas  sobre  el 
gran  camino  que  va  de  la  aldea  á  la  garganta  de 
Schipk.  Hacía  un  instante  que  habia  quedado  con- 
cluido este  trabajo,  cuando  los  40  batallones  de 
Suleyman-Pachá,  se  formaron  en  columna  de  ata- 
que y  avanzaron  con  la  mas  grande  bravura  mar- 
chando sobre  el  camino  que  nace  á  la   salida  de  la 


;■#<■ 


312  LA    CARTERA  DE    UN  SOLDADO 

aldea.  Los  primeros  tercios  de  la  subida  la  salva- 
ron fácilmente.  Protejidos  por  la  pendiente  escar- 
pada de  la  montaña  se  encontraban  á  cubierto  del 
fuego  de  artillería  y  hacian  retroceder  á  los  tirado- 
res rusos.  Mas,  apenas  hubieron  llegado  sobre  la 
pequeña  meseta  donde  se  encuentra  una  posada 
en  construcción,  sus  columnas  se  vieron  obligadas 
á  avanzar  sobre  un  terreno  desnudo  y  descubierto. 

Tres  reductos  y  numerosas  trincheras  domina- 
ban ese  punto,  la  mayor  parte  de  los  cañones  que 
defendian  esas  obras  eran  las  piezas  que  hablan 
sido  abandonadas  por  los  turcos  en  ese  mismo 
lugar,  y  como  por  escarnio  de  la  fatalidad,  con  sus 
mismos  proyectiles  se  les  dio  la  bien  venida. 

Los  osmanlis  avanzaban  siempre  con  el  mismo 
coraje;  sus  primeras  filas  cayeron  literalmente  se. 
gadas  bajo  esta  lluvia  de  fierro,  al  mismo  tiempo 
que  se  escuchaba  el  pavoroso  estruendo  de  horri- 
bles esplosiones  en  todo  el  largo  del  camino.  Eran 
las  minas  instantáneas  que  estallaban  por  medio 
de  la  electricidad;  y  aunque  la  esplosion  fué  á  des- 
tiempo, ocasionó  grandes  pérdidas  á  los  turcos  y 
trastornó  de  tal  modo  el  camino  que  se  hizo  im- 
practicable durante  el  resto  del  dia. 

"   A  las  diez,  los  cuatro    cañones  instalados  sobre 
el  Berdek  rompieron  el  fuego  y  la  infantería  turca 


~-f¿,! 


UN    COMBATE    MEMORABLE  313 

desplegándose  sobre  todo  el  frente  Sud  de  la  po- 
sición rusa  vomitó  un  fuego  terrible  de  mosquete- 
ría, lanzando  inútilmente  una  granizada  de  balas 
contra  los  atrincheramientos. 

Los  rusos,  bien  resguardados,  aprovecharon  de- 
bidamente su  tiempo;  economizaban  sus  municiones 
y  tiraban  á  golpe  seguro.  Al  mismo  tiempo  una 
fuerte  columna  turca  daba  el  asalto  á  la  pequeña 
batería  rusa  del  Sud-Oeste^  que  era  defendida  por 
la  3^  compañía  de  tiradores  del  regimiento  Orel; 
llegó  hasta  el  pié  del  reducto,  pero  á  pesar  de  su 
tenacidad  no  pudo  ir  mas  iéjos.  Reforzada  sin 
cesar  por  tropas  frescas  atacó  dos  veces  con  el 
mismo  furor  y  dos  veces  fué  rechazada  por  los 
bravos  defensores,  apoyados  por  una  compañía 
búlo^ara  destacada  de  la  reserva. 


& 


Los  turcos  después  de  una  sangrienta  persis- 
tencia retrocedieron  al  fin,  dejando  centenares  de 
muertos  sobre  la  pendiente,  que  en  vano  habían 
intentado  subir  con  tanto  brío. 

El  plan  de  Suleyman-Pachá  era  muy  simple: 
consistía,  sin  preocuparse  de  la  pérdida  de  solda- 
dos, en  tantear  por  asaltos  sucesivos  todos  los 
puntos  de  la  posición,  hasta  que  encontrando  el 
mas  débil,  lanzar  sus  mejores  regimientos  y  forzar 
de  ese  modo  el  fuerte  baluarte  moscovita. 


314  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Rechazado  de  la  batería  del  Sudeste,  hizo  enton- 
ces una  tentativa  sobre  el  otro  estremo  del  frente 
de  la  pendiente  occidental  de  la  Montaña  San  Ni- 
colás. Apesar  de  las  horrorosas  pérdidas  que 
sufrian,  los  intrépidos  turcos  que  habian  sido  trai- 
dos  del  Montenegro,  se  lanzaron  en  una  columna 
profunda  y  cerrada  sobre  la  que,  las  granadas  tira- 
das á  corta  distancia  abrían  grandes  claros,  pero 
aquel  coraje  salvaje  no  pudo  realizar  lo  imposible: 
barridos  por  un  fuego  violento,  incomodados  en 
sus  movimientos  por  los  muertos  y  heridos  que  á 
cada  instante  rompían  las  filas  y  embarazaban  el 
camino  con  sus  sangrientos  despojos,  tuvieron  aun 
esta  vez  que  abandonar  el  campo  regado  con  tanta 
sangre  heroica. 

En  este  momento  (once  y  media  de  la  mañana) 
la  guarnición  de  Schipka  prorrumpió  en  alegres 
hurras  viendo  llegar  al  regimiento  Briansk  que  fué 
establecido  de  reserva  á  retaguardia  de  la  Batería 
circular;  este  regimiento  había  hecho  una  jornada 
de  4'2  kilómetros  sin  descansar. 

Sin  desanimarse  y  prosiguiendo  su  plan  funesto 
en  el  que  el  sacrificio  de  hombres  reemplazaba  á 
las  disposiciones  tácticas  usadas  en  semejantes 
ataques,  Suleyman  buscó  otro  punto  de  asalto. 
Hizo  colocar  sobre  todo  á  su  frente^  espesas  filas 
de  tiradores  que  hacían  caer  una  lluvia  de  balas  du- 


.»^. 


1  UN    COMBATE    MEMORABLE  '       315 

rante  todo  el  resto  del  dia,  no  solamente  sobre  las 
trincheras,  sino  también  sobre  el  pequeño  valle 
situado  á  ret^uardia,  donde  las  balas  perdidas 
ocasionaron  grandes  bajas  á  la  reserva,  menos 
abrigadas  que  las  tropas  colocadas  en  los  atrin- 
cheramientos. En  seo^uida  oro-anizó  una  columna 
de  asalto,  é  hizo  atacar  la  Batería  de  Acero^  sobre 
el  flanco  izquierdo  de  la  Montaña  San  Nicolás.  El 
primer  asalto  tuvo  lugar  al  medio  dia. 

Con  gran  angustia  vieron  los  rusos  aquellas 
grandes  y  profundas  masas  de  infantería  enemiga 
que  descendían,  formadas  en  tres  líneas,  de  los  bos- 
ques vecinos  al  valle  que  se  estiende  al  pié  de  la 
altura  en  que  se  eleva  Ik  batería.  Con  an  coraje 
indomable  los  turcos  atravesaron  el  espacio  des- 
cubierto á  la  carrera  y  treparon  las  pendientes  de 
las  montañas  al  son  de  sus  tambores  que  tocaban  á 
la  carga,  y  á  los  estruendosos  gritos  repetidos  de 
¡Allah!  il  ¡jAllahü  pero  apesar  de  la  energía  y  te- 
nacidad estraordinaria  con  que  fueron  conducidos 
al  asalto,  el  fuego  mortífero  de  los  sitiados  los  re- 
chazó con  grandes  pérdidas. 

Diez  veces  reorganizaron  sus  columnas,  y  diez 
veces  con  el  mismo  empeño  iracundo  y  con  la  mis- 
ma intrepidez  salvaje  renovaron  este  ataque  insen- 
sato. Suleyman  enviaba  tropas  frescas  sobre 
tropas  frescas,  y  volvía  á  hacer  empezar  la  batalla. 


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•  -  ■« 


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316  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Los  valerosos  soldados  otomanos  trepaban  con 
g"ran  dificultad  la  áspera  pendiente;  y  cada  metro 
ganado  costaba  raudales  de  sangre:  filas  enteras 
caían  sin  descanso  y  las  compañías  de  retaguardia 
pasaban  pisando  montones  de  cadáveres;  y  cuando 
creian  alcanzar  la  cima,  no  queda'oa  de  aquella  es- 
pesa columna  sino  un  puñado  de  bravos;  entonces 
los  que  habían  sobrevivido,  desanimados  por  la 
grandeza  del  esfuerzo  que  aun  quedaba  que  cum- 
plir, retrocedían  apesar  del  empeño  y  las  exhorta- 
ciones de  sus  bizarros  oficiales  en  llevarlos  al 
combate.  ¡  Cuánta  sangre  corrió  sobre  esa  fatal 
pendiente  de  la  montaña,  y  cuánta  sangre  ha  cor- 
rido y  correrá  en  los  campos  de  batalla,  á  causa 
de  la  ineptitud  brutal  de  un  hombre  de  guerra ! 

Las  avaluaciones  mas  moderadas  de  las  pérdidas 
de  los  turcos  en  este  ataque  insensato,  alcanzan  á 
mas  de  3.000  hombres. 

Hasta  el  anochecer,  los  rusos  y  los  búlgarOvS, 
que  en  razón  de  su  pequeño  número  combatían 
sin  descanso,  oyeron  tocar  á  la  carga  y  los  gritos 
horrorosos  de  los  asaltantes. 

Al  caer  la  noche  habían  ya  colocado  los  turcos, 
seis  piezas  en  batería,  al  mismo  tiempo  que  ocupa- 
do las  alturas  de  Aikiridjebel,  á  pesar  de  los 
fuegos  de  la  Batería  verde  que  mandaba  el  capitán 


UN    COMBATE    MEMORABLE  317 

Policarpof,  colocando  en  este  punto  dos  cañones. 
A  las  ocho  de  la  noche  creyendo  Suleyman-Pachá 
que  la  guarnición  de  Schipka,  agotada  por  esta 
horrorosa  lucha  de  diez  horas,  estuviera  entregada 
al  descanso  intentó  un  nuevo  asalto. 

Silenciosamente  avanzó  una  espesa  colunma 
sobre  las  fortificaciones  rusas^  ya  los  primeros 
asaltantes  estaban  al  pié  del  parapeto  del  reducto 
para  escalarlo;  cuando  los  centinelas  pudieron 
apercibirlos  por  la  luz  de  la  luna,  y  dando  la  alar- 
ma, una  viva  mosquetería  respondió  barriendo 
instantáneamente  los  aproches  de  la  posición. 

Esta  primera  jornada  solo  costó  á  la  heroica 
guarnición  de  Schipka  200  hombres.  Es  el  dato 
oficial  que  tenemos,  y  cualquiera  que  sea  la  desi- 
gualdad que  presenta  con  la  pérdida  de  los  turcos, 
no  se  encontrará  inverosímil,  porque  es  preciso  no 
olvidar  que  durante  todo  el  dia  no  hubo  combate 
cuerpo  á  cuerpo,  sino  simplemente  se  limitó  á  una 
lucha  de  artillería  y  mosquetería,  en  la  cual  los  rusos 
estaban  resguardados  por  sus  atrincheramientos 
y  tiraban  sobre  masas  profijndas  donde  no  se 
perdía  una  bala. 

Este  combate  pertinaz  y  continuo,  había  abruma- 
do de  cansancio  á  las  tropas  del  general  Stoletow 
que  solo    pudieron  tomar    un  reposo  incompleto 


318  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

perturbado  amargamente  por  los  clamores  des- 
garradores de  los  heridos  turcos,  que  pedían 
socorro  á  pocos  pasos  de  los  atrincheramientos 
donde  habían  caído.  La  fusilería  no  cesó  en  toda 
la  noche  en  razón  de  que  los  turcos  construían  una 
nueva  batería  y  trabajaban  trincheras,  dos  de  las 
cuales  distaban  solo  200  pasos  de  las  posiciones 
rusas. 

Aunque  tuviese  la  idea  el  Jefe  de  Schipka  de 
ejecutar  una  salida  para  dispersar  á  los  trabajado- 
res enemigos,  se  veía  imposibilitado  de  llevar  á 
cabo  esta  operación  á  causa  del  pequeño  número 
de  fuerza  con  que  contaba. 

Asi  limitó  sus  disposiciones  bajo  la  protección 
de  las  reservas,  á  reparar  las  baterías  y  las  trin- 
cheras, y  á  aumentar  su  fuerza  defensiva,  sobre 
todo,  la  de  la  batería  denominada  de  Acero  cuyas 
piezas  y  soldados  habian  estado  al  descubierto 
todo  el  dia,  sufriendo  por  esta  razón  grandes 
pérdidas. 

La  jornada  del  22  fué  menos  fatigosa  que  la 
precedente.  Sin  duda  Suleyman-Pachá  en  la  no- 
che había  reflexionado  maduramente  sobre  sus 
asaltos,  resignándose  á  no  enviar  sus  soldados  á 
estrellarse  inútilmente  contra  las  rocas  y  los  mu- 
ros, y  preparar  con  mas  calma  el  nuevo  asalto  que 


j*;.iií¡f-- ' 


UN    COMBATE    MEMORABLE  319 

meditaba.  A  las  seis  de  la  mañana  con  8  piezas 
de  á  4  y  de  á  6,  y  dos  de  montaña  que  tenían  en 
posición,  hizo  romper  el  fuego  que  no  cesó  duran- 
te todo  el  dia. 

La  artillería  rusa  no  pudo  contestar  con  un  fue- 
go tan  nutrido  porque  apenas  le  quedaban  ochenta 
tiros  por  pieza  (las  tomadas  á  los  turcos)  y  las  mu- 
niciones de  repuesto  no  llegarían  hasta  el  24.  Sin 
embargo,  desmontó  varios  cañones  del  enemigo 
y  le  hizo  volar  dos  armones. 

Con  el  intento  de  abrumar  de  cansancio  á  la 
pequeña  guarnición,  Suleyman  ordenó  se  continua- 
se la  mosquetería  sin  interrupción,  no  solamente 
sobre  el  frente  Sud,  sino  también  sobre  los  flancos, 
íil  mismo  tiempo  que  simulaban  ataques,  obligando 
por  este  medio  á  los  rusos  á  tenerse  constantemen- 
te sobre  las  armas. 

Al  mismo  tiempo,  el  general  turco  llamaba  de 
Kezanlik  y  de  las  aldeas  vecinas  todas  las  tropas 
que  estaban  por  alli  diseminadas,  y  reuniendo  su 
ejército  todo  entero  en  la  aldea  de  Schipka, 
que  constaba  de  mas  de  50.000  hombres,  (como 
ochenta  batallones)  preparó  el  ataque  para  el  dia 
siguiente. 

Durante  la  noche,  los  rusos  concluyeron  los  tra- 
bajos  emprendidos    en   la   anterior:  se   repararon 


i 

320  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


las  baterías  y  las  trincheras,  se  establecieron  trave- 
ses  y  dos  nuevos  atrincheramientos:  trabajos  que 
fueron  ejecutados  bajo  el  fuego  persistente  del 
enemio^o. 

Mas  tarde,  las  compañias  del  rejimiento  de  Orel, 
establecidas  en  la  Batería  de  Acero,  fueron  releva- 
das por  una  compañía  del  9'^  batallón  del  rejimiento 
Briansk  á  las  inmediatas  órdenes  del  capitán  Sko- 
rodinsky  comandante  de  ese  batallón.  Los  infeli- 
ces búlg"aros  á  quienes  los  rusos  d'ísde  el  principio 
de  la  campaña,  habían  tenido  constantemente  en 
los  puestos  mas  peligrosos,  y  soportado  ellos 
solos,  la  casi  totahdad  de  las  pérdidas  de  la  prime- 
ra jornada,  continuaron  estoicamente  en  sus  pues- 
tos de  peligro. 

Los  turcos  no  cesaron  durante  toda  la  noche  el 
fuego  infernal,  con  el  intento  de  mantener  en  con- 
tinua alarma,  como  si  estuvieran  prontos  á  dar  un 
nuevo  asalto.  Excelente  estratagema  que  impidió 
á  la  guarnición  de  Schipka  de  avasallarse  al  sueño 
aunque  hacían  cuarenta  y  ocho  horas  que  no 
iiabían  cerrado  los  ojos. 


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III. 


La  jornada  del  23 — Los  turcos  intentan  envolver  la 
posición  de  Schipka. 


PERCIBIÉNDOSE  Suleyman-Pachá,  que  el  fueg^o 
-de  los  rusos  disminuía,  comprendió  que  sus 
municiones  escaseaban,  y  además  sabía  que  aun  no 
le  habían  llegado  refuerzos,  así,  en  vez  de  prodi- 
gar su  ejército  en  ataques  sucesivos,  resolvió  por 
esta  vez  envolver  toda  la  posición  en  el  ataque  ge- 
neral que  meditaba:  acometer  á  los  rusos  por  todas 
partes  á  la  vez,  y  ahogar  de  algún  modo  la  peque- 
ña guarnición  rusa,  bajo  el  peso  enorme  de  sus 
50.000  hombres.  El  éxito  parecía  infalible,  y  se 
creía  como  cosa  imposible,  que  la  línea  rusa  opri- 
mida de  este  modo  por  todas  partes,  no  se  rompie- 
ra en  algún  punto:  efectivamente,  si  la  llegada  de 
los  refuerzos  traídos  por  el  general  Radtski  hubie- 
ran tardado  una  media  hora,  Schipka  habría  sido 
tomada. 

21 


'¿¿^¡it,*"- 


322  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Detengámonos  un  momento  para  examinar  la 
situación  de  este  puñado  de  bravos  que  iban  á 
ostentar  hasta  que  grado  de  heroismo  puede 
alcanzar  el  valor  humano.  Hacía  tres  dias  que  no> 
dormian  y  apenas  habian  comido  a  la  lijera;  la  fusi- 
lería les  privaba  de  estas  necesidades,  su  sed  era 
ardiente,  porque  los  turcos  desde  el  primer  dia 
habían  desviado  el  curso  de  las  fuentes;  y  comba- 
tían con  un  calor  que  alcanzaba  á  los  45°  á  la 
sombra.  ; 

La  reverberación  de  los  rayos  del  sol  sobre  las 
rocas  cegaba  á  los  combatientes,  los  árboles  te- 
nían su  follaje  casi  seco,  y  en  esta  sofocante  atmós- 
fera los  turcos  dejaban  podrir  sus  muertos  muy 
próximos  de  las  posiciones  rusas,  sirviéndose  de 
ellos  algunas  veces  como  resguardo  contra  aque- 
lla granizada  de  plomo.  Aquel  hedor  insoportable 
hacía  flaquear  el  corazón  de  esos  hombres  que  ni 
el  cansancio  abrumador,  ni  el  peligro  habían  po- 
dido, abatir  por  un  momento  su  enérgica  resolución.. 

El  general  mayor  Kossinsky,  inspector  general 
de  los  hospitales  del  ejército,  que  se  encontraba 
con  Stoletow,  compara  en  una  carta  dirijida  á  la 
"Gaceta  de  Moscow,"  Schipka  á  Sebastopol:  "He 
"  visto,  dice,  un  segundo  Sebastopol,  la  renova- 
"  cion  de  aquel  cañoneo  terrible,  de  aquel  fuego 
"   infernal  que  durante  once  meses  había  bramado. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  323 

"  al    rededor    de    la     desg^-aciada    ciudad.     He 

"  asistido  á  los  mismos  actos  de  abneofacion  heroica 

"  y  de  menosprecio  de  la  vida.    No  exagero  afir- 

"  mando  que  los  seis  dias  de  Schipka  (del  21   al 

"  26  de  Agosto)  fueron  mas  terribles  aun,  que  la 

"  jornada  de  vSebastopol:  allí  á  lo  menos  sabiamos 

"  que  por  tal  ó  cual  trinchera  se  podría  ganar  el 

"  bastión  con  una  segundad  relativa,    conocíamos 

"  la  dirección  de  los  proyectiles  enemigos,  y  deter- 

"  minábamos    con   mas  ó  menos   reofularidad   los 

"  lugares  en  que  caían,  sabíamos  también  cuando 

"  el  cañoneo  se    dilataba,  y  el  momento  en    que 

"  tomaba  una  nueva  intensidad;  pero  en  la  posi- 

"  cion  de  Schipka  ha  sido  un  fuego  cruzado  sobre 

"  todos  los  puntos  é  incesante,  no   interrumpido 

"  durante  un  instante,  ni  de  dia  ni  de  noche." 

La  bizarra  comportacion  de  las  tropas  que  han 
resistido  un  ataque  semejante  se  impone  á  la  admi- 
ración del  mundo. 

Antes  del  alba,  el  cañoneo  que  no  había  cesado 
en  toda  la  noche,  estalló  con  una  furiosa  violencia 

A  este  tiempo  ya  tenían  los  turcos  en  posición 
diez  cañones  sobre  el  Berdek  y  4  sobre  Aikirid- 
jebel;  á  medio  dia  tenían  4  mas  sobre  este  punto. 
Al  mismo  tiempo  el  ejército  otomano  se  abrió 
como  la  sierra  de  un  cangrejo  para  oprimir  las 
posiciones  rusas. 


324  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Una  columna  desfiló  á  lo  largo  de  la  montaña 
Berdek  para  envolv^er  la  izquierda,  un  destaca- 
mento tomó  posición  sobre  el  fi-ente  Sud,  y  el  resto 
del  ejército  se  dirig-ió  sobre  la  pequeña  aldea  de 
Senobo,  de  allí  tomando  un  pequeño  sendero  ape- 
nas bosquejado,  por  el  cual  anteriormente  habia 
huido  la  antigua  guarnición  de  Schipka,  se  internó 
esta  columna  en  las  montañas  arboladas  que  están 
frente  al  flanco  derecho  de  los  rusos,  á  fin  de  en- 
volver igualmente  la  posición  de  este  lado  y  de 
reunirse  á  retaguardia  con  las  fuerzas  que  viniesen 
del  Berdek,  cortando  asi  la  comunicación  de  los 
reductos  con  Gabrova. 

La  izquierda  de  la  guarnición  rusa  fué  atacada  á 
eso  de  las  siete  de  la  mañana  por  las  tropas  que 
subieron  por  las  dos  pendientes  de  la  aldea  Etter. 
El  2",  3"  y  5*^  batallones  turcos,  que  estaban  esta- 
blecidos trente  de  sus  barrancos  y  que  por  orden 
del  Coronel  Conde  Tolstoi  habian  sido  reforzados 
con  dos  compañías  del  I*'  y  4"  batallón  búlgaro, 
enviados  de  la  Batería  de  Acero  bajo  el  mando  del 
Coronel  príncipe  Viazenski,  recibieron  á  los  asal- 
tantes con  un  fuego  nutrido  que  les  causó  grandes 
pérdidas. 

Durante  el  dia,  6  batallones  con  una  tenacidad 
admirable,  llevaron  varios  ataques  á  las  trincheras 
ocupadas  por  los  batallones   búlgaros;   pero  siem- 


-'%*?;: 


UM    COMBATE    MEMORABLE  325 

pre  fueron  rechazados.  Cuando  en  la  noche  se 
relevó  de  su  puesto  de  combate  á  aquellos  bravos 
soldados  enrolados  por  la  libertad  de  su  patria, 
que  ya  habian  perdido  la  mitad  de  su  efectivo  en 
Esk-Zaghra,  las  tres  cuartas  partes  de  su  fuerza 
estaba  fuera  de  combate. 

Sobre  el  frente  intentaron  los  turcos  cuatro  ve- 
ces el  asalto  á  la  Batería  de  Acero;  pero  siempre 
fueron  rechazados  con  grandes  pérdidas.  Los 
rusos,  por  su  parte,  en  este  lugar  sufrieron  muchas 
bajas  porque  eran  fusilados  por  el  flanco  y  reta- 
guardia y  se  vieron  en  la  necesidad  de  construir  á 
toda  prisa  varias  líneas  de  trincheras  para  res- 
guardarse. Tres  de  las  piezas  de  acero  fueron 
desmontadas  en  el  dia.  Las  otras  á  causa  de  la 
penuria  de  municiones,  no  respondían  al  íuego  de 
los  turcos  y  solo  tiraban  en  los  casos  estremos, 
cuando  las  columnas  de  ataque  se  aproximaban. 
Pero  el  ataque  á  las  trincheras  llevado  á  cabo  por 
los  turcos  en  el  frente  Sud  eran  bien  poca  cosa  en 
comparación  de  los  asaltos  repetidos  que  fueron 
lanzados  sobre  los  flancos. 

Estas  posiciones  habian  sido  puestas  bajo  el 
mando  del  Coronel  Lipinsky  que  las  ocupaba  del 
modo  sÍ2"uiente: 


*i> 


Las  trincheras  alrededor  de  la    Batería   circular 
estaban  defendidas  por  compañías  del  2°   batallón 


326  LA  CARTERA  UE  üN  SOLDADO 

<lel  regimiento  de  Briansk  con  la  5^  y  6^  compañía 
de  reserva.  Una  parte  del  3^'  batallón,  la  10*^  y 
12^  compañía,  y  la  mitad  de  la  3^  compañía  de  ti- 
radores, ocupaba  la  Montaña  Redek-Ko  y  las 
otras  compañías  se  hallaban  en  las  trincheras  del 
flanco  derecho  de  la  posición  cerca  de  la  Batería 
verde.  Las  trincheras  avanzadas  de  este  lado  fue- 
ron guardadas  por  la  11^  compañía,  y  el  istmo 
cerca  de  la  ambulancia,  por  tres  compañías  del  re- 
gimiento de  Orel,  colocadas  igualmente  como  las 
compañías  vecinas  del  regimiento  de  Briansk,  á  las 
órdenes  del  teniente  coronel  Lindstron  del  reofi- 
miento  de  Orel.  Las  otras  cuatro  compañías  del 
regimiento  de  Orel,  que  formaban  la  reserva  ge- 
neral se  encontraban  entre  la  Batería  círciílar  y  la 
Batería  verde. 

El  objetivo  de  los  turcos  sobre  el  flanco  dere- 
cho fué  la  Montaña  Redek-Ko  donde  se  encarni- 
zaron con  una  persistencia  desesperada. 

Desde  las  cinco  de  la  mañana^  el  Teniente  Co- 
ronel Schwabe  que  mandaba  ese  puesto,  vio  avan- 
zar cuatro  fuertes  columnas  enemigas  sobre  la 
posición:  pidió  refuerzos;  solo  se  le  pudo  enviar 
compañía  y  media  en  razón  de  ser  muy  escasa  ya 
la  reserva. 

A  las  seis,  los  turcos  cargaron  con  furor  con  sus 
acostumbrados    alaridos   salvajes;    Schwabe    que 


ÜN    COMBATE    MEMORABLE 


327 


Tiabía  comprometido  hasta  su  último  soldado,  pidió 
una  seg^unda  vez  refuerzos;  el  Coronel  Lipinsky  le 
envió  dos  compañías  del  regimiento  de  Orel. 
A  las  7  y  media  reforzados  los  turcos  con  nuevas 
tropas,  dieron  un  nuevo  y  terrible  asalto^  haciendo 
sufrir  á  los  rusos  pérdidas  enormes.  Los  turcos 
tiraban  al  acaso,  decia  uno  de  ellos,  y  éramos 
heridos  por  las  balas  perdidas;  era  tal  el  granizo 
de  plomo  que  las  filas  se  aclaraban  con  asombrosa 
rapidez.  El  Teniente  Coronel  Schwabe  pidió  una 
tercera  vez  refuerzos:  se  le  envió  todavía  un  desta- 
<:amento  de  reserva. 

Al  mismo  tiempo  que  esto  sucedía  el  general 
Stoletow  enviaba  una  mitad  de  la  6^  compañía  del 
rejimiento  de  Briansk  y  otra  de  la  2^  compañía  de 
los  tiradores  del  rejimiento  de  Orel  con  4  piezas  á 
ocupar  la  Luneta  turca  con  el  designio  de  sostener 
la  guarnición  de  Bedek-ko  y  de  flanquear  con  sus 
fuegos  las  columnas  que  atacaran  esta  última  po- 
sición. 

Sin  embargo,  las  pinzas  del  cangrejo  iban  cer- 
rándose. De  repente  las  columnas  que  habían 
desfilado  sobre  el  flanco  izquierdo  á  lo  largo  del 
Berdek,  desembocaron  de  los  bosques  que  están 
á  retaguardia  de  la  Batería  ciradar  y  se  lanzaron 
sobre  el  camino  para  tomar  de  revés  la  montaña 
Bedek-ko. 


328  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Si  este  brusco  movimiento  hubiera  tenido  éxito, 
Schipka  habria  sido  envuelta  y  por  consecuencia- 
perdida  la  posición  para  los  rusos.  Ante  este  ata- 
que tan  rápido  la  5'"^  compañía  y  una  mitad  de  la 
6^  que  se  encontraba  de  reserva  en  la  Baíe/ía  cir- 
cular^ apenas  tuvieron  tiempo  de  desplegarse:  asal- 
tadas á  cien  pasos  por  un  fuego  violento;  no  tuvie- 
ron mas  salvación  que  arrojarse  desesperadamente 
á  la  bayoneta  sobre  los  turcos  sin  hacer  un  disparo, 
rechazándolos  con  un  coraje  digno  de  ese  crítico ■ 
momento.  A  este  encuentro  sucedió  una  intensa 
fusilería,  que  continuó  así  por  algún  tiempo. 

Los  asaltantes  reforzados  por  nuevas  tropas,, 
volvieron  á  tomar  varias  veces  la  ofensiva,  pero- 
siempre  fueron  repelidos  por  el  fuego  de  los  rusos.. 

El  monte  Redek-ko  continuaba  devorando  los 
esfuerzos  sucesivos  que  se  le  enviaban,  las  balas 
turcas  no  dejaban  un  defensor  en  pié.  A  las  diez, 
nuevo  pedido  de  refuerzos  del  Teniente  Coronel 
Schwabe;  se  le  envió  la  última  compañía  disponible 
con  la  orden  de  sostenerse  hasta  perder  el  último 
hombre. 

Se  habia  recibido  la  noticia  de  la  marcha  del  ge- 
neral Radetski  de  Gabrova,  con  una  brigada,  cuya 
llegada  se  esperaba  como  la  única  salvación  en 
aquella  lucha  desigual.  El  valiente  general  Stoletow 


UN    COMBATE    MEMORABLE  329 

resolvió  hacer  el  mas  grande  y  supremo  esfuerzo 
para  dar  al  general  Radetski  ocasión  de  llegar  á 
tiempo. 

Durante  cuatro  horas  el  combate  continuó  con 
increíble  furia,  bien  se  podría  decir  que  los  bosques 
que  circunvalan  la  posición,  vomitaban  turcos  á 
millares:  las  columnas  se  sucedian  á  las  columnas, 
pero  los  rusos  impasibles  bajo  un  fuego  espantoso^ 
no  perdían  una  pulgada  de  terreno;  héroes  mecá- 
nicos por  la  fuerza  de  las  circunstancias,  que  son 
por  lo  general  el  origen  de  los  grandes  hechos. 

Los  partes  de  esta  jornada,  abundan  en  rasgos 
de  valor  admirable,  y  episodios  heroicos;  hubieron 
muchas  compañías  que  quedaron  sin  un  solo  oficial 
y  continuaron  sin  embargo  batiéndose  bizcfrramente, 
rechazando  con  su  propia  iniciativa,  los  ataques 
del  enemigo:  gran  número  de  heridos  volvían  á 
las  filas  después  de  la  primera  curación,  y  cuando 
sus  oficiales  les  indicaban  que  se  retirasen  al  hospi- 
tal de  Gabrova,  respondían  casi  siempre.  "Aun 
"  tenemos  tiempo,  los  hospitales  son  para  los  que 
"  están  heridos  gravemente,  nuestras  heridas  son 
"  leves,  y  bien  ó  mal,  aun  podemos  servirnos  de 
"  nuestros  fusiles.  .  ,  .es  necesario  hacer  todos  los 
"  esfuerzos  posibles. ...  no  es  el  momento  de  pen- 
"  sar  en  curaciones,  y  sobre  todo,  no  se  muere  mas 
"  que  una  vez."  Y  aquellos  bravos  entre  bravos 
morían  como  héroes. 


m 


330  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Oficiales  y  soldados  rivalizaban  en  bizarría  y 
constancia,  y  supieron  morir  sin  ostentación  y  con 
estoicismo.  Hambrientos,  transidos  de  fatiga,  en- 
fermos, solo  deseaban  batirse  y  como  siempre,  los 
oficiales  estaban  en  primera  línea. 

En  muchos  casos  los  soldados  que  tenían  sus 
fusiles  deteriorados  guardaban  sus  puestos  en  las 
filas,  firmes,  impasibles,  con  aquel  valor  sereno  au- 
tomático que  admiraba  á  Napoleón. 

Que  hacéis  ahí? — les  preguntaban  los  oficiales — 
si  ya  no  podéis  tirar? 

— Es  verdad,  respondían  los  soldados,  pero 
nos  reuniremos  en  compañía  especial  para  trabajar 
á  la  bayoneta.  Pero  no  por  reconocer  el  heroísmo 
de  los  rusos,  debemos  olvidar  de  rendir  el  home- 
nage  debido  á  los  valientes  milicianos  búlgaros,  de- 
masiado olvidados  en  los  partes  rusos;  fueron  los 
que  de  esta  manera  trabajaron  mejor. 

Recorriendo  las  trincheras  el  general  Derojinski, 
apercibió  diez  y  siete  soldados  tendidos  detrás  de 
un  atrincheramiento,  y  un  oficial  en  pié,  con  una 
pierna  herida  y  el  rostro  cubierto  de  sangre.  El 
oficial  hizo  el  saludo  militar. 

— ¿Duermen  vuestros  soldados?  preguntó  el 
general,  indicando  con  el  dedo  los  dormilones. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  331 

— ¡Si,  general!  duermen,  pero  duermen  el  sue- 
ño de  los  bravos;  no  se  despertarán  mas,  ahí  han 
muerto. 

— ¿Y  Vd.  que  hace  en  este  lugar? 

— Espero  mi  turno,  es  todo  lo  que  queda  de 
mi  compañía:  replicó  el  oficial  conmovido. 

Hay  tal  semejanza  en  los  actos  de  la  guerra  que 
parecen  unos  copiados  de  otros.  El  mayor  Ma- 
yo rga,  argentino,  once  años  antes  de  esta  guerra, 
dio  una  casi  igual  contestación  al  general  E.  Mitre 
en  el  combate  del  Boquerón  en  el  Paraguay. 

No  hubo  ardid  que  no  emplearanl  os  turcos  para 
— engañar  á  sus  enemigos.  Un  capitán  de  tiradores^ 
colocado  en  una  avanzada  con- su  compañía  hacía 
dirijir  sus  fuegos  sobre  una  barricada  que  estaba 
próxima,  cuando  una  voz  partiendo  de  detrás  de  es- 
te abrigo,  llamándole  por  su  nombre  le  gritó, 
"  Haced  cesar  el  fuego  que  tiráis  sobre  noso- 
tros"— Quien  ha  dado  esta  orden?  "El  comandante 
del  cuerpo,"  respondieron. — Pero  de  que  cuerpo: 
con  mil  diablos,  preguntó  el  vigilante  Oficial.  Esta 
vez  viendo  descubierta  su  astucia  los  turcos,  res- 
pondieron con  una  descarga. 

A  las  dos  de  la  tarde^  un  oficial  enviado  por  el 
teniente  coronel  Schwabe,  vino  á  anunciar,  que  en 


332  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

presencia  del  gran  número  de  heridos  y  de  las 
fuerzas  constantemente  crecientes  de  los  turcos, 
no  habia  ya  la  posibillidad  de  mantenerse  en  la 
Montaña  Bedek-ko^  si  no  se  enviaban  nuevos  y 
numerosos  refuerzos.  Por  toda  reserva  no  que- 
daban ya,  sino  una  mitad  con  las  banderas  de  los 
distintos  cuerpos.  Entonces  se  le  dio  la  orden  al 
destacamento,  de  mantenerse  firme  á  todo  trance, 
y  en  caso  de  necesidad  estrema,  de  replegarse 
evitando  las  minas  instantáneas  colocadas  á  reta- 
guardia de  Bedek-ko  y  ocupar  las  trincheras.  El 
Subteniente  Romanof  del  7"  batallón  de  ino^enieros 
recibió  al  mismo  tiempo,  la  orden  de  tener  pronta 
la  batería  galvánica,  á  fin  de  hacer  volar  á  los  tur- 
cos, en  casode  verse  en  la  necesidad  de  abandonar 
la  posición. 

Aquel  fué  uno  de  los  momentos  mas  críticos  de 
la  jornada.  Una  fusilería  terrible  continuaba  chis- 
porroteando al  rededor  de  la  Batería  Circular^ 
los  tcherkesses  asaltaban  la  Luneta  turcas  y  la 
Batería  Bedelz-íio  pronto  iba  á  ser  abandonada. 
Las  reservas  estaban  casi  agotadas,  todos  los  sol- 
dados habían  entrado  en  combate;  pero  felizmente 
habían  disminuido  notablemente  los  esfuerzos  del 
enemigo  sobre  el  frente  Sud,  y  el  conde  Tolsto'i 
pudo  enviar  una  compañía  al  Coronel  Lipínsky. 
Hacia  las  tres  ó  las  cuatro  de  la  tarde, — notándose 
que   el  enemigo  dirijía  su  principal  ataque,    contra 


UN    COMBATE    MEMORABLE  333 

el  destacamento  del  flanco  derecho,  le  envió  todavia 
una  compañía  y  destacó  su  última  reserva,  es  decir 
2  compañías  del  I"  batallón  y  una  del  cuerpo  de 
la  lejion  búlgara,  con  el  designio  de  defender  la 
base  del  paso  que  va  á  la  Luneta  tiwca.  Como  á 
las  cinco  de  la  tarde  el  Coronel  TolstoV  se  dirijió 
en  persona  sobre  el  flanco  derecho,  donde  estaba 
el  coronel  Lipinsky,  confiando  temporalmente  el 
mando  al  mayor  Redkine,  comandante  del  4°  ba- 
tallón búloraro. 


o 


Apesar,  de  tQ|)|S|^estos  refuerzos,  la  situación 
era  amenazadora  sobre  la  derecha.  Los  turcos 
contenidos  en  los  bosques  por  las  descargas  de  los 
rusos,  se  desplegaban  sobre  el  borde  y  tiraban  sin 
cesar.  Grandes  grupos  de  heridos  se  dirijian  de 
Bedek-ko  al  hospital  de  sangre  provisorio,  situado 
allí. 

El  puñado  de  rusos  que  quedaba  sobre  la  mon- 
taña, luchando  desde  el  alba,  con  un  enemigo  in- 
mensamente superior,  tuvo  al  fin  que  abandonar 
la  posición,  y  á  las  5  de  la  tarde  empezó  á  reple- 
garse en  pequeños  grupos,  conduciendo  sus 
últimos  heridos.  Los  oficiales  de  este  destacamento 
casi  todos  fueron  muertos  ó  heridos;  de  las  com- 
pañías una  sola  no  quedó  en  pié;  horriblemente 
diezmadas  solo  presentaban  pequeños  grupos  de 
soldados  de  diversas  procedencias. 


334  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

En  las  trincheras  y  las  reservas,  las  pérdidas 
eran  enormes,  ocasionadas  por  el  fuego  cruzado 
de  los  turcos,  al  cual  había  estado  espuesta  la 
posición  hacía  doce  horas. 

Irremediablemente  parecía  la  partida  perdida 
para  los  rusos.  La  lejion  búlgara  tenía  tres  cuar- 
tas partes  de  su  efectivo,  fuera  de  combate,  los 
rejimientos  de  Briansk  y  de  Orel  estaban  reducidos 
á  la  mitad  de  su  efectivo,  y  los  que  sobrevivían 
desmoralizados  por  esta  horrorosa  carnicería  ya 
no  reaccionaban,  pero  lo  tjue  mas  afectaba  el 
espíritu  de  aquellos  valientes  soldados,  era  que 
empezaban  á  faltar  las  municiones.  Después  de 
tres  dias  de  un  fuego  violento,  el  parque  estaba 
casi  exhausto,  y  mientras  que  los  turcos  renovaban 
sin  cesar  sus  ataques,  los  rusos  tenían  que  econo- 
mizar sus  municiones  y  tirar  lo  menos  posible.  En 
cuanto  á  refuerzos,  no  los  habían  recibido  de  nin- 
guna parte  y  solo  Dios  sabía  cuando  llegarían. 
Los  turcos  habían  concluido  por  obtener  grandes 
ventajas,  oprimiendo  á  sus  adversarios  por  todos 
lados,  y  posesionándose  cada  vez  mas  de  puntos 
ventajosos. 

Sintiendo  que  los  rusos  debilitaban  sus  fuegos, 
reforzaron  sus  ataques:  Suleyman  creyó  alcanzar 
la  victoria.  A  las  cinco  de  la  tarde,  el  parque  de 
artillería  rusa  no  tenía  sino  armones  vacíos,  y  no 


UN    COMBATE    MEMORABLE  335 


les  quedaba  masque  la  bayoneta  para  concluir  vic- 
toriosamente ese  dia.  Las  baterías  cesaron  el  fuego 
y  los  rusos  se  lanzaron  al  arma  blanca;  como  una 
avalancha,  se  precipitaron  sobre  los  turcos,  que 
no  pudiendo  resist'r  tal  impulso  de  coraje  deses- 
perado; retrocedieron  aun  una  vez;  pero  guardando 
silencio  las  baterías  rusas,  adivinaron  sus  adversa- 
rios la  causa  de  ese  silencio  y  dieron  un  nuevo  y 
terrible  asalto. 

Las  tropas  rusas,  agotadas  por  tres  dias  de 
combates  continuos  sin  aliento,  sin  reposo,  y  sin 
cartuchos,  no  pudieron  resistir  esta  vez  aquel  es- 
fuerzo terrible,  y  empezaron  á  retrogadar  abando- 
nando las  posiciones  regadas  con  su  sangre. 

En  la  Luneta  turca,  las  municiones  también  fal- 
taban, asi  fué  que  el  fuego  tuvo  que  cesar.  Los 
turcos,  enardecidos  por  este  silencio,  se  lanzaron 
con  la  mas  orande  audacia  al  asalto.  Ya  alean- 
zaban  la  cima  cuando  los  rusos  sahendo  de  su 
atrincheramiento,  hicieron  llover  sobre  ellos  una 
granizada  de  grandes  piedras,  troncos  de  árboles, 
que  los  hizo  rodar  al  bajo  del  barranco  de  donde 
habían  salido;  algunos  que  habían  tenido  la  audacia 
de  escalar  la  meseta,  fueron  bayoneteados  y  otros 
huyeron  á  reunirse  con  sus  camaradas. 

Durante  una  hora,  los  rusos  se  defendieron  con 
estos  estraños  proyectiles,  y  habiendo  llegado    el 


1%. 


336  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


momento  crítico,  en  que  faltaban  las  grandes  pie- 
dras, arrojaban  sobre  los  turcos,  fusiles  rotos, 
terrones  de  tierra,  sus  cartucheras  repletas  de 
guijarros  y  todo  lo  que  encontraban  á  mano. 

Sin  embargo,  los  turcos  excitados  por  sus  oficia- 
les, que  demostraban  gran  valor  continuaban  con 
empeño  su  empresa.  Un  oficial  gravemente  he- 
rido se  habia  tomado  de  un  tronco  de  árbol  en  la 
mitad  del  camino  de  la  pendiente  de  la  meseta,  y 
desde  aUí  llamaba  á  sus  soldados  que  retrocedían 
apostrofándolos  con  mil  epítetos  denigrantes;  un 
nuevo  esfuerzo  los  iba  á  hacer  dueños  de  la  posi- 
ción^ cuando  un  inmenso  hurrah  señaló  la  van- 
guardia de  los  tiradores  del  general  Radetski. 

¡Schipka  habia  sido  salvada!  r 


lY. 


Arribo  de  los  refuerzos  rusos 

EMos  dejado  al  general  Radetski,  el  20  de 
'Agosto,  en  Slataritza,  á  cuyo  punto  le  liabia 
conducido  la  finta  de  Suleyman-Pachá,  por  el  lado 
de  Brebrova;  allí  le  alcanzó  un  despacho  de  Stoletow 
y  Derojinski,  anunciándoles  que  iban  á  ser  atacados 
por  todo  el  ejército  turco.  Comprendiendo  in- 
mediatamente la  estratagema  de  su  adversario, 
acudió  á  Tirnova,  donde  llegó  el  21;  allí  recibió  un 
nuevo  despacho  anunciándole  que  desde  las  siete 
de  la  mañana,  el  paso  de  Schipka  habia  sido  ata- 
<:ado.  A  la  mano  no  tenía  sino  tropas  fatigadas 
por  tres  dias  de  marchas  inútiles,  pero  apremiando 
el  peligro,  no  habia  tiempo  que  perder.  El  22  al 
amanecer  hizo  partir  de  Tirnova  en  dirección  á 
Gabrova  la  4^  brigada  de  cazadores  con  dos  pie- 
zas de  montaña,  y  de  Scherémet  la  2^  brigada  de 
la  14.^  división  de  infantería,  con  la  2^  y  3^  batería 
de  la  14^  brigada  de  artillería,  destacando  de  esta 
brigada   un   batallón    del   regimiento    de   Podolía 

22 


338  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

que  dejó  en  Tirnova  para  proteger  los  equipajes, 
el  hospital,  la  ciudad,  y  las  baterías  que  se  habían, 
construido:  además  ordenó  á  la  2^  división  de  in- 
fantería del  general  Imeretinsky  que  acababa  de 
ITegar  de  Muradbey,  de  dirigir  su  marcha  sobre 
Selví,  y  a  su  arribo  á  este  lugar,  enviar  inmediata- 
mente sobre  Gabrova.  la  I'^  brioada  de  la  14^ 
división  con  la  4''^  batería  de  la  14^  brigada  de  ar- 
tillería. 

El  o-eneral  Radetski  lleoró  en  la  noche  á  Gabrova. 
y  después  de  haber  dado  algunas  horas  de  des- 
canso á  sus  cazadores  volvió  á  ponerse  en  marcha. 

-''-  Los  defensores  de  Schipka  ignorando  comple- 
tamente el  tiempo  que  la  alarma  de  Bebrova,  habia. 
hecho  perder  al  comandante  del  8°  cuerpo,  em- 
pezaban á  creerse  abandonados,  desesperando 
hacer  una  mas  prolongada  resistencia.  Los  gene- 
rales Stoletow  y  Derojinski,  esperaban  por  mo- 
mentos ser  rodeados;  habían  enviado  un  último 
despacho  donde  manifestaban  sus  temores,  espo- 
niendo los  esfuerzos  que  habían  hecho  para  con- 
jurar la  catástrofe,  y  asegurando  que  con  la  ayuda, 
de  Dios  resistirían  hasta  perder  su  último  hombre. 
"En  todo  caso,  decían,  derramaremos  hasta  nues- 
tra última  gota  de  sangre,  antes  de  rendirnos. " 

Eran    las  seis;   en  este  momento    se  sintió  una 


UN    COMBATE    MEMORABLE  339 

ligera  disminución  en  los  fuegos  de  los  turcos,  la 
que  los  rusos  no  pudieron  aprovechar  á  causa  de 
que  todas  sus  reservas  estaban  comprometidas. 
Las  tropas  quemadas  sin  cesar  por  un  sol  ardiente, 
habian  alcanzado  el  colmo  de  las  fatigas  y  del 
hambre.  Hacía  tres  dias  que  no  se  había  hecho 
el  rancho,  faltaba  el  agua,  y  una  sed  espantosa  ani- 
quilaba gradualmente  esos  hombres.  Jadeantes, 
estaban  tendidos  envueltos  en  un  silencio  tétrico 
sobre  las  desnudas  colinas,  indiferentes  ya  por 
el  sufrimiento,  á  la  lluvia  de  balas  que  sobre  ellos 
caían:  otros  combatían  con  ferocidad  sobre  las 
caldeadas  rocas;  obligados  á  retroceder,  lo  hacían 
defendiéndose  como  tigres;  y  el  eco  como  tomando 
parte  en  este  estruendo  salvaje,  repercutía  el  grito 
de  triunfo,  de  los  turcos,  ¡  Allah  il  Allah ! 

Los  dos  generales  rusos  se  encontraban  en  la 
Montaña  de  Bedek-Ko^  inquietos  trataban  de  des- 
cubrir con  sus  anteojos^  el  camino  que  conduce  al 
valle  de  la  Jantra,  sembrado  de  bosquecillos  y 
sombrías  rocas,  cuando  de  repente  Stoletow,  im- 
presionado por  una  emoción  violenta  que  no  fué 
dueño  de  dominar,  lanzó  un  grito,  y  tomando  fuer- 
temente el  brazo  de  su  hermano  de  armas,  esten- 
dió la  mano  en  dirección  al  fondo  del  desfiladero. 
Un  instante  después  se  vio  aparecer  la  cabeza  de 
una  prolongada  columna,  serpenteando  á  lo  largo 
del  camino. 


340  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


"¡Que  Dios  sea  alabado!"  esclamó  Stoletow. 
Los  dos  generales  se  descubrieron  con  respeto,  y 
las  tropas  puestas  de  pié,  elevaron  el  pensamiento 
ai  Dios  de  los  ejércitos,  y  conmovidas  estendie- 
ron la  vista  ansiosa  hacia  los  refuerzos  que  Ue- 
ofaban. 


«3 


Un  rayo  de  sol  caía  á  plomo  sobre  los  bosque- 
cilios  de  la  entrada  del  desfiladero,  haciendo  á  lo 
lejos  centellear  las  bayonetas.  Entonces  los  rusos 
prorumpieron  en  un  grito  de  alegría,  inmenso,  de 
una  emoción  tan  grande,  que  es  indescriptible,  que 
hizo  temblar  la  cima  de  las  colinas:  los  alaridos  de 
los  turcos  se  perdieron  en  este  estruendoso  hur- 
rah,  saludo  con  que  la  desesperación  daba  la  bien 
venida  á  los  salvadores.  Algún  tiempo  transcur- 
rió así;  gradualmente  fué  acercándose  la  cabeza  de 
la  columna  al  Han  y  apareció  sobre  la  pequeña  me- 
seta delante  del  parque. 

Mas  lo  que  se  vé  es  caballería.  ¿Se  encontrará 
acaso  de  tal  modo  comprometido  el  general  Ra- 
detski,  que  no  ha  podido  enviar  sino  esta  arma 
para  combatir  la  infantería  turca  en  los  precipi- 
cios de  los  Balkanes  ? 

De  cualquier  modo  que  sea,  este  refuerzo  es  de 
grande  utilidad. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  341 

A  la  derecha  del  campo,  repentinamente  se  vé 
aparecer  un  cañón  de  campaña  dirigido  contra 
la  artillería  turca,  instalada  sobre  la  montuosa  co- 
lina cuya  posesión  habia  dado  á  los  turcos  la  ven- 
taja de  envolver  la  derecha  de  los  rusos.  En  un 
abrir  y  cerrar  de  ojos  desaparecieron  los  ginetes  de 
sus  caballos.  Las  tropas  descienden  la  colina;  una 
columna  de  infantería  rusa  aparece  al  alcance  de 
la  fusilería  turca;  se  dispersa,  y  emboscándose  de- 
trás de  las  rocas_,  los  matorrales,  y  los  árboles,  vo- 
mita bocanadas  de  humo  blanco.  ¡No  son  gine- 
tes,  es  la  vanguardia  de  los  cazadores! 

Habia  sucedido  lo  siguiente.  En  el  momento 
en  que  el  general  Radetsky  saliendo  de "  Gabrova 
iba  á  penetrar  por  la  entrada  de  la  montaña,  encon- 
tró un  ayudante  del  general  Stoletow  que  bajaba  la 
pendiente  á  toda  brida,  sobre  un  caballo  blanco 
de  espuma.  "Pronto  mi  general,  gritó  emocionado, 
apercibiendo  al  general  Radetsky,  no  nos  podemos 
ya  sostener,  los  turcos  van  á  cortarnos  la  retirada." 
No  habia  un  momento  que  perder;  pero  el  general  >:,;*:^^í 
Radetsky  no  es  hombre  que  se  turba.  Inmediata- 
mente hace  sacar  las  mochilas  á  su  vanguardia,  la 
monta  sobre  los  caballos  de  alafunas  sotnias  de 
cosacos  que  acampados  estaban  en  ese  lugar  y 
cuyos  ginetes  se  encontraban  ya  en  el  paso,  y  mar- 
chan guiados  por  los  cosacos  que  habían  quedado 
para  guardar  las  monturas.    Esta  vanguardia  sube 


'C'i; 


,. -^í- 


342  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


las  pendientes  al  galope:  cuanto  mas  avanza  va 
encontrando  convoyes  de  heridos  que  marchan 
hacia  Gabrova.  '^h  A  lo  lejos  atruena  un  cañoneo 
formidable  repitiendo  el  eco  sus  rugidos  y  en  algu- 
nos momentos,  cuando  guarda  silencio  la  artillería, 
se  oye  chisporrotear  la  mosquetería  endiablada,  y 
se  vé  ondular  de  lo  alto  de  la  montaña,  vastos 
penachos  de  humo  blanquizco. 

Parece  que  los  caballos  comprendieron  su  mi- 
sión, y  con  nuevos  bríos  siguen  su  carrera:  el  ardor 
de  los  ginetes  se  les  comunican  y  cada  vez  apuran 
mas  su  marcha.  Por  fin  llegan  al  campo  de  bata- 
lla. Los  cazadores  alcanzan  apeniis  á  205;  pero 
en  estas  críticas  circunstancias_,  bien  valían  un 
ejército.  Indescriptible  es  el  efecto  moral  que 
produce  su  llegada;  los  defensores  de  Schipka 
queman,  entonces  con  prodigalidad  los  últimos 
cartuchos  que  habían  economizado  hasta  ese  ins- 
tante; y  entonces  creyendo  los  turcos  en  el  arribo 
de  fuerzas  considerables,  sienten  que  la  jornada 
se  les  escapa,  y  flaquean  ante  este  efecto  moral. 

El  general  Radetsky  que  en  persona  conducía  á 
los  cazadores,  y  de  quien^  muy  bien  se  puede  decir, 
fué  el  salvador  de  la  jornada,  avanza  á  la  cabeza 
de  su  estado  mayor,  despreciando  el  fuego  de  los 


(I)     En  este  dia   se  enviaron  538  á  este  punto. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  343 

tiradores  turcos,  y  se  reúne  á  los  otros  dos  gene- 
rales sobre  la  colina  cerca  de  la  batería  en  la  pri- 
mera posición.  Por  su  antigüedad  y  superioridad 
de  grado,  toma  el  mando  inmediato  de  la  posición, 
y  releva  al  general  Stoletow  después  de  haberle 
ifelicitado  enérgicamente  por  sus  buenas  disposi- 
'ciones  estratégicas  y  por  la  energía  de  su  bizarra 
defensa. 

Por  la  izquierda,  la  guarnición  de  Schipka 
habia  conseguido  rechazar  los  ataques  del  ejército 
de  Suleyman-Pachá,  mas  sobre  la  derecha,  la  si- 
tuación estaba  muy  comprometida.  El  enemi- 
go tenía  grandes  masas  reconcentradas  en  las 
montañas  que  se  encontraban  al  frente,  y  como  á 
800  metros  de  Redek-Ko,  de  cuyo  punto  está  se- 
parada por  un  profundo  y  difícil  barranco,  de  don- 
de amenazaban  constantemente  la  retaguardia  de 
la  posición  rusa. 

Aquella  posición  era  necesario  atacarla  para 
completar  la  libertad  del  paso.  Comprendiendo  inme- 
diatamente el  general  Radetsky  esta  difícil  situación 
dirigió  hacia  la  montaña  tres  compañías  del  16° 
batallón  de  cazadores  que  acababa  de  llegar. 

El  fuego  de  las  trincheras  duró  todavía  media 
•hora,  hasta  el  momento  en  que  estas  subieron  á  la 


344  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  i 

montaña   y   se    arrojaron  sobre  el  flanco  del  ene- 
migo. 

Puestos  en  desorden  por  la  carga  intrépida  de 
los  cazadores^  los  turcos  retrocedieron  rápida- 
mente, siendo  imposible  entonces  contener  e^* 
arrastramiento  general  dc  las  tropas  que  se  lanza- 
ban furiosas  en  pos  de  ellos;  los  soldados  que 
estaban  en  las  trincheras  avanzadas,  arremetian  al 
grito  de  hurrah,  y  con  gran  trabajo  se  les  pudo 
contener  en  esta  primera  montaña,  por  no  tener 
utilidad  ninguna  su  arrojo,  á  causa  de  la  aproxi- 
mación de  la  noche,  y  de  la  retirada  del  enemigo- 
sobre  una  secunda  altura. 


'& 


Hacia  las  ocho  de  la  noche,  todo  entró  en  una 
calma  completa,  por  primera  vez,  después  de  tres 
dias  de  tanto  estruendo :  la  fusilería  y  el  cañoneo^ 
callaron  del  todo:  ya  era  tiempo  que  durmieraa 
tranquilos  los  muertos  de  la  jornada. 

Este  sangriento  combate  fué  desastroso  para  el 
ejército  de  Suleyman-Pachá :  sus  pérdidas  alcan- 
zaron de  7  á  8.000  hombres,  las  pendientes  del 
Bedek-Kó  estaban  sembradas  de  cadáveres;  los 
rusos  por  su  parte,  habian  perdido  próximamente 
la  mitad  de  su  efectivo.  De  todas  las  tropas  envia- 
das sucesivamente  á  la  defensa  de  Bedek-Kó,  no 
quedaban  sino  150  hombres  ilesos.  Imposible  es 


UN    COMBATE    MEMORABLE  345- 


concebir  un  mas  rudo  encarnizamiento.  Los  solda- 
dos de  los  dos  ejércitos  habian  demostrado  una 
igual  bravura,  y  la  bizarra  firmeza  rusa  en  la  de- 
fensa, solo  habia  tenido  competidor  en  la  bárbara 
tenacidad  turca  en  el  ataque. 

Un  tal  coraje,  observa  juiciosamente  un  corres- 
ponsal del  "Daily  News,"  podría  ser  previsto  ea 
cuanto  á  los  turcos,  que  siempre  ha  sido  uñ  pue- 
blo guerrero.  Pero  respecto  al  soldado  ruso,  cam- 
bio de  especie,  sale  del  seno  de  una  población  que 
ama  la  paz  y  es  capaz  de  aprovechar  de  ella;„ 
cuando  es  necesario  combate  por  su  soberano  y  su 
país,  pero  ningún  instinto  belicoso  le  atrae  á  los 
campos  de  batalla. 

Una  vez  mas  se  ha  probado  que  el  patriotismo- 
es  capaz  de  convertir  en  valientes  soldados,  á  la. 
raza  menos  guerrera  y  sostener  su  valor,  en  medio- 
de  las  mas  terribles  privaciones. 

Los  rusos  que  han  defendido  el  paso  de  Schipka 
durante  los  tres  primeros  dias  de  la  lucha,  batién- 
dose sin  tregua,  con  un  adversario  inconmensura- 
blemente superior  en  número,  han  peleado  sin  des- 
canso y  sin  tomar  alimento,  y  en  el  momento  en  que 
el  general  Radetsky  llegaba  á  su  socorro  iban  á 
ceder,  es  cierto,  pero  á  causa  de  una  fatiga  física, 
insoportable;  y  por  la  falta  de  municiones. 


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V. 


Los  tres  últimos  días  de  la  batalla 

Sq  a  brigada  de  cazadores,  arribó  en  la   noche,  y 
el  dia  después  muy  de  mañana,    dio  comienzo 


al  abastecimiento  de  municiones  y   víveres,    conti- 
nuando después  sin  interrupción. 


De  Tirnova  á  Gabrova,  el  país  presentaba  el 
aspecto  de  un  campo  devastado,  y  el  camino  em- 
barazado por  una  procesión  no  interrumpida  de 
familias  huyendo  de  Kesanlyk  y  de  las  aldeas  del 
Sud  de  los  Balkanes,  donde  habian  vuelto  á  em- 
pezar los  degüellos.  Los  búlgaros  de  Gabrova, 
ayudados  por  algunos  de  esos  pobres  refugiados, 
prestaron  valientemente  los  mas  grandes  servicios 
á  los  soldados  rusos ,  ya  conduciendo  los  con- 
voyes, ya  trabajando  en  el  entretenimiento  del  ca- 
mino, despreciando  el  fuego  de  los  turcos  que 
hizo  muchas  víctimas  entre  ellos,  ó  llevando  agua 
á  los   soldados   rusos    en  las  filas,  en   momentos 


UN    COMBATE    MExMORABLE  347 

en  que    volvió   á    principiar  el  combate,  el  24  de 
Agosto.        . 

En  este  dia  parecia  apaciguado  un  tanto  el  furor 
de  la  batalla,  apenas  algunas  escaramuzas  de  poca 
importancia  se  renovaron  de  nuevo  sobre  la  iz- 
quierda y  el  frente  Sud. 

Como  al  medio  dia,  Suleyman-Pachá  tomó  la 
ofensiva,  frente  á  la  Monona  de  Sa/i  Nicolás^  con 
fuerzas  insuficientes  y  '^ffjk  hacer  apoyar  debida- 
mente el  asalto :  escojip  para  este  ataque,  las  ro- 
cas de  la  pequeña  batería.  El  conde  Tolstoí  envió 
immediatamente  á  las  trincheras  situadas  á  lo  laro^o 
del  camino,  la  4^  compañia  del  regimiento  Briansk, 
y  sobre  las  rocas  la  4^  compañia  del  regimiento  de 
Orel,  sirviéndoles  de  inmediato  sosten  dos  com- 
pañías. 

Un  batallón  enemigo  apoyado  por  otros  dos  se 
lanzó  al  asalto,  y  sufriendo  un  fuego  violento  llegó 
valerosamente  hasta  la  cima,  donde  fué  recibido  á 
bayonetazos  y  destruido  en  su  mayor  parte,  ha- 
ciendo sus  restos,  bajo  un  fuego  violento,  una  desas- 
trosa retirada.  Al  mismo  tiempo,  el  13°  batallón  de 
cazadores,  atacaba  los  atrincheramientos  de  la  de- 
recha desde  cuyo  punto  inquietaban  tenazmente  la 
izquierda  de  la  posición  rusa,  y  arrojando  á  los 


348  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

turcos  á  viva  fuerza  se  posesionaba  de  ese  lugar 
tan  importante. 

Asi  fué,  que  todo  el  interés  de  la  jornada  quedó 
sobre  la  derecha. 

Por  esta  parte  los  turcos  ocupaban  las  tres  altu- 
ras de  Adkiríjebel  y  oprimían  vivamente  el  flanco 
ruso.  Una  de  esas  alturas  situadas  frente  de  Bedek- 
Kó,  era  una  amenaza  perpetua  para  la  línea  de  co- 
municación con  Gabrova;  un  destacamento  com- 
puesto del  16"  batallón  de  cazadores,  de  la  II 
compañía  del  regimiento  de  Briansk  y  de  2  com- 
pañías del  14^  batallón  de  cazadores,  tuvo  por  en- 
cargo el  desalojo  del  enemigo  en  ese  punto. 

Se  empeñó  entonces  muy  de  mañana  el  combate 
en  los  bosques  que  rodean  la  posición.  Como  á 
las  nueve,  el  general  Dragomirof  llegó  con  el  regi- 
miento Jitomir,  pues  hacía  dos  dias  marchaba  sin 
descanso.  El  regimiento  de  Podolia,  de  la  misma 
brigada,  arribó  un  poco  mas  tarde.  Dragomirof  dejó 
un  destacamento  de  reserva  cerca  del  Han  y  avan- 
zó sobre  la  Luneta  turca. 

El  camino  en  esta  parte  se  encontraba  barrido 
por  las  balas  turcas  y  el  regimiento  de  Jitomir  su- 
frió pérdidas  sensibles,  y  no  encontrando  abrigo 
sobre  las  alturas,  tuvo  que  acostarse  en  las  trinche- 


«,, 


ym 


UN    COMBATE    MEMORABLE  349 

ras  de  la  luneta,    esperando  el  momento  en  que 
íuera  necesaria  su  cooperación. 

Encontrábase  en  ese  momento  el  general  Rade- 
tski  con  su  Estado  Mayor  sobre  la  vertiente  de  la 
colina,  observando  las  peripecias  de  la  batalla,  se 
le  reunió  el  general  Dragomirof,  se  pusieron  en- 
tonces de  acuerdo  los  dos  generales  en  cuanto  á 
las  disposiciones  que  se  debian  tomar,  y  como  los 
turcos  parecían  numerosos  y  se  sostenían  con  fir- 
meza  contra  el  destacamento  que  los  atacaba,  se 
envió  inmediatamente  al  2°  batallón  del  regimiento 
Jitomir  para  sostener  el  ataque. 

Algunos  notaron  que  el  general  Dragomirof 
estaba  preocupado  y  pensativo  contra  su  costum- 
bre. Tal  vez  presentía  lo  que  le  iba  á  suceder. 
Cuando  volvía  de  reconocer  la  posición,  habién- 
dose bajado  del  caballo,  alguien  le  propuso  un 
momento  de  descanso  y  le  proporcionaron  una 
silla  de  tijera  que  se  encontraba  allí.  En  este  mo- 
mento el  general  se  inclinó  y  esclamó  "  Ya  está.  " 
Se  creyó  que  se  había  sentado  y  nadie  paró  la 
atención  en  el  doloroso  gemido  que^prorumpió  el 
capitán  Moltsof  que  había  caído  al  lado  del  ge- 
neral. ^ 

Creo  que  me  han  herido  esclamó  Dragomirof. 
Efectivamente,  una  bala  le  había  atravesado  el  mus- 


# 


m:. 


350  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO  j 

lo  arriba  de  la  rodilla,  felizmente  sin  tocar  la  arte- 
ria; pero  labrando  los  músculos;  la  misma  bala  ha- 
bia  herido  al  capitán  Maltsof  que  estaba  á  su  lado. 
Ya  pueden  imaginarse  que  turbación  produciría  este 
accidente  en  la  comitiva  del  general.  Era  reputado 
por  su  intrepidez  y  por  el  imperio  que  ejercia  sobre 
sus  soldados  como  un  elemento  indispensable  para 
esas  críticas  circunstancias:  en  la  situación  gfrave 
en  que  los  defensores  de  Schipka  se  encontraban, 
constituía  una  doble  pérdida  que  á  primera  vista 
se  sentía.  El  reofimiento  de  lítomír  desfilaba  en  el 
momento  en  que  subían  al  general  sobre  una  an- 
garilla, este  con  voz  firme  y  sonriendo  les  dijo: 

—  Adelante  mis  bravos :  á  cada  uno  le  llega  su 
dia,  y  á  f é  mía  os  digo  que  si  me  mandan  al  otro 
mundo,  el  mal  no  es  muy  grande 

Los  soldados  quisieron  precipitarse  sobre  su 
jefe  pero  él  los  contuvo  con  un  gesto: 

—  Continuad  vuestro  camino,  agregó,  y  solo  os 
pide  vuestro  general  que  á  pesar  de  mi  ausencia,  os 
batáis  como  valientes  soldados  rusos  que  sois. 

Entonces,  se  oyó  un  grito  que  estalló  unánime 
en  las  filas  de  aquellos  soldados  de  fierro. 


— ¡Os  vengaremos! 


'^'í' 


UN    COMBATE    MEMORABLE  351 

La  primera  frase  que  pronunció  el  general  en 
cuanto  llegó  á  la  ambulancia  fué  preguntar  cuando 
podria  subir  á  caballo. 

— No  temáis  nada  general,  respondió  el  médica- 
después  de  haberle  reconocido  la  herida;  pronto 
estaréis  restablecido. 

—  ¡  Voto  al  diablo  I  esclamó  con  violencia  aquel 
hombre  enérgico,  eréis  por  ventura  que  hablo  de 
miedo  de  esta  insignificancia?  Quiero  saber  si  muy 
pronto  estaré  en  estado  de  volver  á  tomar  el 
mando. 

Los  médicos  se  miraron  en  silencio,  pero  uno  de 
ellos  se  atrevió  á  decir:  "  Antes  de  seis  semanas  no 
estaréis  restablecido." 

El  nombramiento  de  Teniente  General  vino  á 
calmar  la  amargura  que  este  bravo  oficial  sentia 
por  no  poder  continuar  la  campaña. 

El  batallón  de  Jitomir  se  lanzó  sobre  el  bosque 
al  paso  de  carga,  los  turcos^retrocedieron :  su  arti- 
llería abandonó  la  primera  altura  y  los  copos  de 
humo  blanco  que  marcaban  la  línea  de  batalla  so- 
bre los  árboles  retrogradaron  visiblemente.  El  ge- 
neral Radetski  se  puso  en  persona  á  la  cabeza  de 
tres  compañías  de  la  reserva  y  la  altura  fué  tomada. 


1¿     :^  V 


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-352  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


después  de  un  terrible  combate  á  la  bayoneta !  Los 
turcos  volvieron  con  su  tenacidad  acostumbrada  á 
jj^uerer  retomar  la  posición;  pero  todos  sus  esfuer- 
zos fueron  envano.  Al  fin  concluyó  la  jornada  por  un 
ataque  infructuoso  del  regimiento  dePodolia  contra 
las  otras  posiciones  que  los  turcos  ocupaban  so- 
bre Aikiridjebel.  

::  En  la  noche  que  sucedió  á  este  combate  llega- 
ron á  su  turno  los  regimientos  de  Minsky  y  de 
Volhyia  lo  que  hizo  subir  el  efectivo  de  la  guarni- 
•>cion  de  Schipka  á  20.000  hombres.  Los  restos  de  la 
legión  búlgara  que  se  habian  mantenido  en  el  fue- 
go hacian  cinco  dias,  fueron  remitidos  á  Gabrova 
para  dar  á  esas  tropas,  que  habian  sufrido  tantas 
privaciones  y  fatigas,  un  poco  de  descanso. 

Aunque  la  necesidad  mas  apremiante  se  había 
llenado,  salvando  felizmente  una  situación  que  se 
manifestó  en  un  momento  tan  crítico ;  sin  embargo 
el  paso  estaba  aun  comprometido.  Durante  los  pri- 
meros dias  de  esta  lucha,  habia  estado  la  guarni- 
ción demasiado  ocupada  en  defenderse  en  sus  po- 
siciones y  era  muy  poco  numerosa  para  pensar  en 
incomodar  los  movimientos  del  enemigo,  fuera  del 
radio  inmediato  de  sus  fuegos. 

Los  turcos  habian  aprovechado  esta  emergen- 
•cia  para  desbordar  la  derecha  rusa,  descendiendo 


íi.- 


UN    COMBATE    MEMORABLE  353 

la  vertiente  de  los  Balkanes  del  lado  de  Gabrova 
para  restablecer  á  la  derecha  del  camino,  sobre  una 
altura  que  los  partes  rusos  han  denominado  Monta- 
ña aybolada^  en  el  punto  en  que  esta  deja  el  valle 
de  la  Jantra  y  principia  á  trepar  el  desfiladero,  tres 
series  de  trincheras  apoyadas  por  una  batería. 

Figuraos  un  profundo  barranco:  sobre  la  pen- 
diente de  la  izquierda,  el  camino  corre  serpentean- 
do; en  el  declive  de  la  derecha  á  1.400  ó  1.500 
metros,  término  medio,  se  destacan  las  fortifica- 
ciones turcas  que  enfilan  el  camino  en  algunos 
puntos,  haciéndolo  por  consecuencia  excesivamente 
peligroso. 

-  La  inferioridad  numérica  de  los  rusos  habia  crea- 
do esta  situación  tan  crítica.  Siempre  que  esas 
•obras  no  fuesen  destruidas,  el  abastecimiento  de 
Schipka  y  el  movimiento  de  las  tropas  se  tendría 
que  hacer  bajo  el  fuego  del  enemigo  y  exponién- 
dose así  á  pérdidas  sensibles. 

Esto  mismo  se  observó  en  la  mañana  del  25,  las 
balas  se  achataban  contra  las  rocas  de  que  es  talla- 
do el  camino,  algunos  soldados  del  convoy  caían 
heridos,  sin  que  se  oyese  la  lejana  detonación  del 
.arma  que  habia  lanzado  el  proyectil ;  el  bravo  ge- 
neral Derojinski  recibió  un  balazo  en  el  corazón  y 
rodó  por  tierra  como  herido  por  un  rayo. 

23 


354 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


El  general  Radetski  comprendió  inmediatamente 
la  situación  del  paso  Schipka  por  esta  parte,  y  por 
consecuencia  la  urgente  necesidad  de  arrojar  á  los 
turcos  de  la  montaña.  Desde  el  24  tomó  sus  dispo- 
siciones de  combate:  se  envió  al  batallón  Jitomir 
para  envolver  la  izquierda  del  enemigo :  descendió 
hacia  Gabrova,  volvió  á  subir  la  montaña  por  una 
rampa  apenas  practicable,  y  llegó  el  25  de  mañana 
cerca  de  los  atrincheramientos  de  los  turcos.  Un 
momento  después  un  fuego  terrible  de  mosque- 
tería anunció  que  el  combate  se  habia  empeñado. 

Durante  horas  enteras  el  eco  de  las  montañas 
repercutió  la  crepitación  de  la  fusilería  y  el  trueno 
de  los  cañones. 

Los  rusos  avanzaron  á  la  manera  de  los  indios, 
cubiertos  por  los  árboles;  pero  insuficientemente; 
porque  el  humo  traicionaba  su  presencia.  En  muy 
poco  tiempo  llegaron  á  50  metros  de  la  primera 
trinchera;  pero  se  estrellaron  en  ese  lugar  contra 
obstáculos  insuperables  por  el  momento. 

Los  turcos  habían  construido  al  rededor  del  re- 
ducto abatidas  de  árboles  casi  imposible  de  salvar. 
Los  rusos  se  agruparon  detrás  de  los  árboles,  y 
desde  allí  se  lanzaron  repentinamente  sobre  los 
abatís ;  pero  fueron  rechazados  con  pérdidas  enor- 
mes: los  soldados  no  podían  dar  un  paso  embara- 


;^^^ 


UN    COMBATE  MEMORABLE  355 

zados  por  las  ramas;  mientras  que  los  turcos  tira- 
ban sobre  ellos  á  quema  ropa  haciéndoles  una  gran 
mortandad. 

Muy  pocos  soldados  volvieron  de  este  primer 
asalto  del  reducto,  y  hubo  una  compañia  que  fué 
enteramente  destruida. 

Comprendiendo  esta  crítica  situación,  el  general 
Radetski  ordenó  al  general  Lipinsky  que  atacase 
la  fortificación  con  tropas  de  la  vanguardia,  refor- 
zadas por  el  I"  batallón  del  rejimiento  de  Podolia 
y  tres  compañías  del  de  Briansk. 

El  general  Lipinsky  dio  á  estas  tropas  las  ins- 
trucciones siguientes:  á  2  compañías  del  14^  bata- 
llón de  cazadores,  la  orden  de  avanzar  en  línea 
recta  por  el  camino,  deteniéndose  en  los  abatís 
para  hacer  descargas  sucesivas  sobre  el  enemigo  á 
fin  de  atraer  sobre  ellas  el  fuego  de  las  columnas 
que  habían  atacado  á  la  derecha  y  á  la  izquierda: 
al  batallón  del  rejimiento  Jitomír  la  orden  de  avan- 
zar á  la  derecha  de  los  cazadores,  y  al  batallón  del 
rejimiento  de  Podolia,  la  orden  de  avanzar  á  su 
izquierda. 

Estos  batallones  desplegaron  una  espesa  línea 
de  tiradores,  á  retaguardia  de  la  que  marchaba^ 
teniendo  en  la  primera  línea  dos  compañías  y  en  la 


356  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

segunda  las  otras  dos.  Los  tiradores  debian  cum- 
plir la  orden  de  avanzar  sin  hacer  un  disparo. 

El  comandante  en  jefe  subió  á  caballo  y  se  dirijió 
sobre  el  teatro  del  combate,  seguido  de  una  parte 
de  su  estado  mayor,  su  jefe  el  general  Dmitrieusky, 
á  pié  con  la  cabeza  desnuda,  el  rostro  descom- 
puesto por  el  sufrimiento,  y  sostenido  por  dos  sol- 
dados se  puso  á  la  cabeza  de  un  batallón  para  lle- 
varlo al  asalto.  Una  bala  de  cañón  vino  á  herir  el 
suelo  detrás  de  él,  lo  cubrió  de  tierra  y  cayó  por 
ierra  sin  conocimiento. 

Trascurrida  una  hora,  las  tropas  habian  alcan- 
zado hasta  el  pié  de  la  Montaña  arbolada^  y  se  de- 
detuvieron  como  habia  sido  convenido  para  des- 
cansar un  instante ;  en  ese  momento  la  cadena  de 
los  tiradores  de  los  batallones,  trepaba  ya  las  pen- 
dientes de  la  montaña ;  después  de  algunos  instan- 
tes de  reposo  las  tres  columnas  empeñaron  simul- 
táneamente el  ataque. 

La  brigada  Veissel-Pachá  que  defendía  la  posi- 
ción dirijió  primeramente  sus  fuegos  redoblados, 
esclusivamente  sobre  la  columna  del  centro,  que 
seguía  el  camino;  pero  cuando  se  apercibió  de  que 
avanzaban  los  tiradores  á  derecha  y  á  izquierda 
desplegó  sus  tropas,  haciendo  fuego  en  todas 
direcciones,  y  debilitándolos  un  poco  en  el  centro 


UN    COMBATE    MEMORABLE  357 

del  lado  del  camino.  La  columna  rusa  del  centro  se 
precipitó  entonces  á  la  carrera  hasta  el  pié  de  las 
trincheras. 

Los  turcos  viendo  el  pequeño  número  de  los 
asaltantes  de  la  primera  línea  se  lanzaron  sobre 
ellos  con  una  audacia  increíble  pero  vigorosamente 
cargados  á  la  bayoneta  de  frente  por  la  columna 
del  centro,  y  á  la  derecha  é  izquierda  por  dos  bata- 
llones de  los  rejimientos  Jitomir  y  Podolia,  empren- 
dieron la  fuga  abandonando  un  gran  número  de 
muertos  sobre  el  teatro  del  combate. 

El  empuje  de  los  rusos  fué  tan  impetuoso  que  la 
reserva  de  los  turcos,  no  tuvo  tiempo  para  defen- 
der la  segunda  trinchera  situada  á  retaguardia  de 
la  primera  y  se  retiró  precipitadamente,  disparando 
sus  fusiles  sobre  el  hombro  á  la  casualidad.  '^* 

Arrastrados  por  el  buen  éxito  del  combate,  los 
rusos  en  vez  de  detenerse  y  reorganizar  sus  filas  se 
lanzaron  imprudentemente  á  la  persecución  del 
enemigo,  y  llegaron  hasta  la  tercera  línea  de  los 
atrincheramientos,  establecidos  por  los  otomanos 
sobre  la  Montaña  arbolada^  allí  se  encontraron  en 


(I)  Nota  del  Traductor  —  Esta  clase  de  fuego,  es  especial  en  el 
ejército  turco,  colocan  el  fusil  bajo  el  brazo  izquierdo,  ó  sobre  el 
hombro,  con  el  cañón  hacia  atrás,  y  hacen  fuego  sin  tomarse  el  tra- 
bajo de  volver  la  cara  para  ver  si  han  apuntado  bien  ;  este  proceder 
se  emplea  generalmente  en  las  retiradas. 


358  LA  CARTERA  DE  ÜN  SOLDADO 

presencia  de  tropas  de  refresco,  y  obligados  á  de- 
tenerse empeñaron  una  viva  fusilería,  No  teniendo 
los  medios  de  continuar  el  movimiento  de  avance 
para  tomar  la  última  altura,  el  general  Radetsky, 
se  vio  en  la  necesidad  de  enviar  el  2^  batallón  del 
regimiento  Volhynia  como  refuerzo  de  los  comba- 
tientes, y  al  mismo  tiempo  la  orden  del  coronel 
Lipinsky  de  replegar  las  tropas  á  retaguardia:  or- 
denó también  la  inmediata  ocupación  del  primer 
atrincheramiento  tomado  á  los  turcos  por  el  3°  ba- 
tallón del  regimiento  Volhynia  á  las  órdenes  del 
coronel  conde  Adlerberg,  ayudante  de  campo  del 
emperador,  las  demás  tropas  permanecieron  en 
sus  posiciones. 

Los  turcos  dejaron  que  los  rusos  efectuasen 
tranquilamente  su  retirada,  pero  habiendo  recibido 
mas  tarde  refuerzos  considerables^,  empeñaron  un 
combate  tenaz  para  volver  á  tomar  los  atrinchera- 
mientos que  habian  perdido.  El  tercer  batallón  del 
regimiento  Volhymia  reforzado  por  dos  compa- 
ñías del  rejimiento  de  Briansk,  rechazó  durante  toda 
la  noche  sus  ataques;  pero  el  coronel  Conde  Adler- 
berg desesperó  con  la  fuerza  que  contaba  de  poder 
conservar  por  mas  tiempo  la  Montaña  arbolada,  y 
urgentemente  pidió  refuerzos. 

El  general  Radetski  supuso   que  era  imposible 
reforzar  el  descatamento  del  flanco  pues  por  toda 


UN    COMBATE    MEMORABLE  359 

reserva  no  quedaba  mas  que  el  regimiento  de 
Minsk,  y  se  hacia  necesario  relevar  con  nuevas  tro- 
pas algunos  de  los  batallones  comprometidos  que 
hacia  tres  dias  que  no  hacian  el  rancho;  y  estaban 
casi  sin  agua.  Ordenó  pues  al  coronel  Conde  de 
Adlerberg  de  replegarse,  lo  que  ejecutó  en  la  ma- 
ñana del  26  después  de  haber  rechazado  dos  asal- 
tos mas  del  tenaz  adversario.  Este  prosiguió  en  su 
propósito,  y  apesar  de  las  pérdidas  enormes  que 
habia  sufrido  se  contentó  con  volver  á  tomar  pose- 
cion  de  todas  las  obras  de  la  Montaña  arbolada. 


YI. 


La  lucha  cesa.  Pérdida  de  los  adversarlos.  Servicio  sanitario.. 


»N  violento  cañoneo  sucedió  á  los  combates  an- 
teriores durante  todo  el  dia  17:  pero  el  28  un 
prolongado  convoy  escoltado  por  fuertes  columnas 
se  dirigió  en  dirección  áKezanlik.  El  temerario  ge- 
neral turco  agobiado  por  sus  inmensas  pérdidas 
renunciaba  á  la  lucha  y  procedia  á  la  retirada  de  su 
hermoso  y  valiente  ejército.  ^^^ 


Como  guarnición  de  las  posiciones  que  habia 
conquistado  á  fuerza  de  tanta  sangre  dejó  algunas 
tropas  árabes. 

En  el  cuartel  general  ruso  la  inquietud  era  muy 
grande:  decian;  que  el  general  Nepokoitchisky  jefe 
de  estado  mayor  del  gran  duque  Nicolás  habia  sido 


(I)  N.  DEL  T.  Tengase  en  vista  que  siendo  inexpugnable  la  po- 
sición de  los  rusos,  compensaba  su  potencia  defensiva  su  inferioridad 
numérica. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  361 

enviado  para  examinar  la  situación  y  que  habia  lle- 
gado felizmente  en  momentos  en  que  los  turcos  se 
retiraban,  regresando  por  consiguiente  con  tan  ha- 
lagüeña nueva.  Los  dos  adversarios  guardaron  sus 
respectivas  posiciones  y  los  ingenieros  turcos  forti- 
ficaron el  Berdek^  AikiridjebelyXdL  Montaña  arbolada. 

Los  rusos  contrarestaron  las  dificultades  que  les 
causaba  esta  última  posición,  construyendo  caminos 
desviados  que  les  permitían  evátar  el  fuego  de  dia 
pues  durante  la  noche  no  existia  el  menor  peligro. 

Cuando  se  apercibió  el  general  Radetski  de  que 
flaqueaba  Suleyman,  envió  á  su  primer  destino  los 
refuerzos  supérfluos  que  llegaban  para  disputar  el 
camino  desde  Schipka  á  Tirnova  á  los  turcos,  en 
caso  que  el  paso  hubiera  sido  forzado.  Fueron  en- 
viadas también  la  2^  división  de  infantería  y  un 
destacamento  de  la  11^;  conservando  la  14^  divi- 
sión una  brigada  de  la  9^,  los  tiradores,  los  búl- 
garos y  un  destacamento  de  cosacos  á  pié  con  un 
fuerte  contingente  de  artillería  para  guardar  el 
paso  contra  todo  evento.  "La  posición  no  es  muy 
agradable,  expone  un  corresponsal  del  Daily  News, 
que  visitó  el  paso  en  ese  momento.  Toda  el  agua 
tiene  que  traerse  de  una  fuente  que  está  al  pié  de  la 
montaña.  A  consecuencia  de  la  penuria  de  leña 
la  mayor  parte  de  los  alimentos  cocidos  tienen  que 
conducirse  desde  la  Jantra  en  grandes  calderos.  Las 


362  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

emanaciones   de  los    cadáveres  insepultos  vicia  la 
frescura  del  ambiente  puro  de  las  montañas." 

'*  Las  tropas  campan  al  raso  :  el  domicilio  del  ge- 
neral Radetski  es  el  ramal  de  una  trinchera,  dice 
que  los  turcos  han  dado  mas  de  cien  asaltos  suce- 
sivos ;  y  esclama  el  intrépido  y  viejo  general  con 
firmeza:"  He  de  sostener  este  punto  hasta  que  sea 
relevado,  apesar  del  turco  y  del  diablo." 

El  mas  grande  inconveniente  era  la  Montaña 
arbolada^  amenaza  perpetua  sobre  la  retaguardia 
de  la  posición ;  pero  á  causa  de  las  pérdidas  que 
hablan  sufrido  en  el  ataque  del  25,  prefirieron  los 
rusos  vivir  con  este  peligro,  antes  que  esponerse 
á  causa  de  las  pérdidas  que  hablan  sufrido  en  el 
ataque  del  25,  á  un  nuevo  y  sangriento   fracaso. 

En  resumidas  cuentas — ¿cuáles  fueron  los  re- 
sultados que  habia  obtenido  Suleyman  con  este 
ataque,  emprendido  contra  las  órdenes  mas  termi- 
nantes, y  continuado  con  una  loca  obstinación? 
Ninguno.  Los  rusos  eran  dueños  del  paso,  y  si 
debilitaron  momentáneamente  sus  alas  fué  para 
mandar  refuerzos  á  Radetski  no  aprovechando 
Osman-Pachá,  ni  Mehemet-Ali  esta  circunstancia, 
porque  no  atacaron  por  su  parte  sino  algunos  diae 
después,  cuando  los  refuerzos  mandados  en  ayuda 
de  Schipka  estaban  de  vuelta.  Y  para  tales  resul- 


UN    COMBATE    MEMORABLE  363 

tados  el  g-eneral    turco  habia  sacrificado  20.000 
hombres  talvez  mas  ? 

Un  corresponsal  escribía  de  Adrinópolis  el  5  de 
de  Setiembre  á  la  Correspondencia  Política  de 
Viena:  "  Todos  los  dias  llegan  á  este  punto  un  nú- 
mero enorme  de  heridos  que  vienen  de  Filipópolis." 

"  Puedo  atestiguar  que  de  cuatro  dias  á  esta 
parte,  han  arribado  seis  mil  heridos,  los  que  en  su 
mayor  parte  han  sido  evacuados  para  Constantino- 
pla  para  dar  lugar  á  otros  que  llegan  sucesivamente; 
también  sé  que  existen  en  Filipópolis  cinco  mil,  y  si 
se  cuentan  los  cinco  mil  que  hay  en  Kezanlik  alcan- 
za á  la  cifra  estupenda  de  1 6.000  heridos.  "  Tenia 
tantos,  que  el  bárbaro  Suleyman  pensó  en  un  mo- 
mento atroz  recurrir  á  un  medio  salvaje  para  de- 
sembarazarse de  ellos. 

El  Doctor  Moore  médico  enviado  por  el  Co- 
mité de  Stafford-House,  en  un  informe  publicado 
por  el  Birminghan  Post  le  atribuye  esta  frase: 
"  Sin  el  socorro  de  los  médicos  de  Stafford-House, 
hubiera  fusilado   mis  heridos." 

Los  médicos  ingleses  desgraciadamente  eran 
insuficientes  y  muchas  veces  impotentes.  Cuan- 
do por  desgracia  llegaba  el  caso  de  ser  he- 
rido   en  el  ejército  turco,  podia  el  paciente    con 


364  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


certidumbre,  esperar  una   muerte    cierta  por    fal- 
ta   de    los  auxilios  necesarios. 

Un  médico  austríaco  al  servicio  del  ejército 
otomano,  escribía  á  la  Prensa  de  Viena  el  6  de 
Setiembre:  "  El  médico  que  estime  el  dolce  far 
niente  ó  el  Kief  como  se  dice  en  turco,  puede 
venir  á  tomar  servicio  en  Turquia,  y  estará 
plenamente  satisfecho.  Nadie  tendrá  necesidad 
de  él,  ni  reclamarán  sus  servicios,  y  su  presencia, 
solamente  se  revelará  en  casa  del  Comisario  pa- 
gador, suponiendo  que  la  falta  de  pago  de  habe- 
res no  se  haya  hecho  una  regla  invariable. '" 

Se  recluta  á  los  médicos  militares  entre  los 
elementos  mas  disparatados  imajinables.  Fácil- 
mente se  encontrará  entre  ellos  miembros  de 
una  sociedad  misantrópica  de  Filadelfia  que 
jamás  han  manejado  otro  instrumento  cortante 
que  su  cuchillo  para  degollar  carneros;  también 
hallareis  en  el  cuerpo  médico  turco,  carniceros 
antiguos,  enfermeros  é  indijenas  que  han  hecho 
su    estudio   en  las  escuelas  de  Brusa. 

En  proporción  el  mal  que  hacen  estos  sin- 
gulares practicantes  no  es  muy  grande;  porque 
el  turco  sino  desea  mejor  morir  al  aire  libre 
sobre  el  campo  de  batalla,  á  ningún  precio 
toma   los  medicamentos   del   hospital. 


UN    COMBATE    MEMORABLE  365 

Un  medicamento  preparado  por  un  giaur,  se 
vuelve  impuro  por  el  simple  contacto  de  ese 
perro  cristiano,  que  podría  comprometer  la  fe- 
licidad eterna  del  creyente.  Allah  ayuda  á  los 
que  quiere  ayudar  y  si  Allah  no  los  socorre 
en  sus  trances  peligrosos,  se  encontrará  mejor 
en  el  paraiso,  que  sus  camaradas  estendidos 
en  el  hospital  sobre  el  lecho  del  dolor.  Está 
es  el  gran  principio  de  medicina  que  asiste  'á 
los  musulmanes,  principio  que  los  despacha  ge- 
neralmente al  otro  mundo,  resignados  y  hasta  con- 
tentos. 

El  pequeño  número  de  médicos  turcos  que 
han  recibido  una  educación  científica  vienen  en 
su  mayor  parte  de  Austria  y  de  Francia,  y  los 
únicos  clientes  que  poseen  son  los  numerosos 
renegados  que  se  encuentran  en  el  cuadro  de 
oficiales  turcos.  Estos  acuden  á  ellos  comun- 
mente ó  los  hacen  llamar  para  sus  familias 
cuando    los    necesitan. 

Es  imposible  indicar  el  número  exacto  de 
las  víctimas  de  la  ignorancia,  y  de  las  faltas  de 
medidas  higiénicas;  pero  no  hay  mas  que  ver 
la  carencia  de  cumpHmiento  de  prescripciones 
sanitarias,  las  mas  simples  y  primitivas,  para  po- 
der afirmar  que  el  número  de  esas  víctimas 
es      considerable.     Sucumben      por    millares    á 


-sls^» 


366  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

causa  de  la  disentería,  del  tifus  j  de  otras 
clases  de  fiebre.  Las  pérdidas  de  los  turcos 
sobre  el  campo  de  batalla  son  aun  mucho 
mas  numerosas  á  causa  de  la  insuficiencia 
absoluta   del   servicio   sanitario. 

"  Los  turcos  no  poseen  cuerpos  de  camilleros 
para  transportar  los  heridos,  ni  enfermeros  pa- 
ra reanimarlos,  y  ni  aun  tampoco  medio  algu- 
no para  operar  la  trasladacion  de  los  heridos  y 
de  los  enfermos  hacia  las  localidades  en  que^ 
podrían  ser  mejor  curados.  Además  el  herido 
turco  no  se  deja  amputar  porque  teme  habi- 
tar el  paraiso  con  una  mala  figura.  " 

"  Tampoco  poseen  los  turcos  ni  el  material, 
ni  los  instrumentos  suficientes  para  operacio- 
nes quirúrjicas,  y  todos  los  objetos  que  poseen 
de  curación  es  de  su  propiedad  esclusiva,  y 
bastan  apenas  para  el  servicio  de  sus  protecto- 
res  que  se   encuentran  entre    los   oficiales. 

La  mayor  parte  de  los  soldados  turcos  heridos 
sucumben  á  una  supuración  superabundante  que 
los  agota  rápidamente.  Además  toda  herída  que 
afecta  la  menor  arteria  se  hace  mortal  á  causa  de 
la  hemorragia;  porque  las  heridas  de  este  género 
privadas  del  socorro  médico  no  cesan  de  sangrar. 
Esta  última  categoría  de  heridos  es  la  mas  dicho- 


V-.*- 


^4 


UN    COMBATE    MEMORABLE  367 

sa;  pues  los  mas  desgraciados  son  aquellos  que 
mueren  lentamente  de  inanición  sin  tener  nadie  que 
ampare  su  desgracia.  " 

"  No  temo  engañarme  estimando  que  80  á  90 
por  100  de  los  heridos  turcos  sucumban  á  causa 
de  sus  heridas.  En  tales  circunstancias  no  se  espli- 
ca  la  bravura  y  sangre  fria  del  soldado  turco  so- 
bre el  campo  de  batalla,  sino  recordando  el  poder 
absoluto  del  fanatismo  oriental  y  las  voluptuosida- 
des prometidas  en  el  paraíso.  " 

Si  á  los  16.000  heridos  que  hemos  citado  ante- 
riormente, se  añaden  5.000  muertos  que  yacen  so- 
bre las  pendientes  de  las  montañas  de  Schipka 
alcanza  al  horroroso  total  de  21.000  hombres  tuera 
de  combate  sin  provecho  alguno.  Solo  sobre  el 
flanco  de  Arhiridjebel,  los  búlgaros  que  hicieron 
el  oficio  de  sepultureros  por  cuenta  de  los  rusos, 
enterraron  un  millar  de  cadáveres. 

Suleyman-Pachá  pidió  con  urgencia  20.000  hom- 
bres de  refuerzos.  Algunos  batallones  del  Asia 
proporcionaron  la  mayor  parte,  y  para  completar 
el  número  el  gobierno  turco  tuvo  que  pedir  á  los 
cuerpos  de  Policía  y  militares  de  Stamboul  todos 
los  individuos  que  no  fueran  absolutamente  indis- 
pensables, y  con  esos  reclutas  se  formaron  cuatro 
batallones.  Por  la  primera  vez  se  enrolaron  los  ne- 


368  LA  CARTERA  DE   UX  SOLDADO 


gros  eunucos^  aquellos  feroces  guardianes  del  Ha- 
rén, y  todas  las  gentes  ricas  entregaron  algunos 
al  ejército.  El  sultán  solamente  guardó  los  suyos 
porque  no  eran  suficiente,  para  custodiar  las  ochen- 
ta y  tantas  damas  que  tienen  el  honor  de  ser  las 
esposas  mas  ó  menos  lejítimas  del  soberano  oto- 
mano. 

Las  pérdidas  de  los  rusos  una  vez  que  fueron 
verificadas  se  encontraron  mucho  mas  inferiores  á 
lo  que  se  había  supuesto  en  razón  del  encarniza- 
miento de  la  lucha,  y  para  creer  la  exactitud  de  los 
datos  oficiales  es  necesario  notar  el  débil  efectivo 
que  soportó  el  ataque  de  Suleyman-Pachá.  El  nú- 
mero de  heridos  se  remontó  á  98  oficiales  y  2633 
individuos  de  tropa  y  como  un  millar  de  muertos^ 
término  medio. 

La  pérdida  en  oficiales  como  se  vé  es  enorme  y 
sobre  todo  sensibles  en  las  jornadas  del  24  al  25. 
Siendo  muy  diestros  los  tiradores  turcos,  y  ocu- 
pando posiciones  en  que  dominaban  las  tropas  ru- 
sas, podian  escojer  en  las  filas  los  oficiales  á  los 
que  reconocian  por  la  blancura  de  su  uniforme. 

De  este  modo  la  brigada  de  cazadores  perdió 
24,  el  2^  y  3°  batallones  del  rejimiento  de  Jitomir 
casi  todos ;  el  rejimiento  de  Volhynia,  el  de  Podo- 
lia  y  el  de  Briansk  todos  los  jefes.  Se  notó  con  indig- 


UN    COMBATE    MEMORABLE  369 

nación  entre  las  víctimas  de  esta  jornada  un  número 
de  heridas  ocasionadas  por  balas  esplosivas;  pero 
á  los  turcos  poco  se  les  importa  infringir  las  con- 
venciones humanitarias  que  observan  las  potencias 
europeas.  "  La  bala  esplosiva,  dice  un  correspon- 
sal ruso,  hace  un  pequeño  agujero  al  penetrar  y 
muy  grande  á  la  salida  cuando  no  produce  varios, 
ó  esplota  en  el  interior  del  cuerpo  destruyendo 
todo  el  organismo.  En  los  primeros  asaltos  las  tro- 
pas regulares  no  hicieron  uso  de  estos  proyectiles 
y  solo  los  tcherkesse  y  bachibouzoks  las  emplea- 
ban; pero  en  seguida  los  rediís  y  los  nizams  siguie- 
«íí  ron  su  ejemplo.  Como  en  los  combates  anteriores, 
los  turcos  se  hablan  señalado  por  actos  de  crueldad 
inaudita ;  en  uno  de  sus  ataques  repetidos  viéndose 
dos  oficiales  rusos  rodeados,  se  volaron  la  tapa  de 
los  sesos  previendo  la  suerte  que  les  esperaba; 
mas  tarde  se  les  encontró  mutilados,  con  los  pies  y 
las  manos  cortadas. 

Por  parte  de  los  rusos  el  servicio  sanitario 
estuvo  á  la  altura  de  su  misión.  "  Durante  los 
combates  de  Schipka,  escribe  el  general  Kosicki, 
los  médicos  se  han  hecho  admirar  por  su  coraje  y 
desprendimiento;  imposible  es  exijir  una  fidelidad 
y  una  abnegación  mas  grande  en  el  cumplimien- 
to del  deber.  En  el  teatro  de  la  acción  se  ha- 
blan instalado  dos  locales  á  propósito  para  cura- 
ciones, una  ambulancia    á  retaguardia   de  nuestras 


m 


-a5 


370  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

posiciones  y  un  hospital  en  Gabrova.  "  Sigue 
demostrando  el  peligro  en  que  se  encontraban^ 
espuestos  los  médicos  y  heridos  que  á  conse- 
cuencia de  esa  lluvia  inmensa  de  balas,  muchas 
veces  eran  muertos  por  una  segunda  herida 
recibida  en    el  momento   de  la    curación. 

Desde  el  26  al  13  de  Setiembre,  los  turcos^ 
como  ya  lo  hemos  dicho  antes,  no  manifesta- 
ron ninguna  intención  de  volver  á  tomar  la 
ofensiva. 

Los  rusos  quedaron  tranquilos  poseedores  de 
los  cuatro  pasos  de  los  Balkanes  que  antes  te- 
man en  su  poder  (Schipka^  Tirnova,  Hainkein  y 
Elena)  que  hacía  un  mes  el  general  Gourko 
habia   tomado    posesión  de  ellos.  ^^■ 


(I)  Aquí  concluye  la  narración  de  este  hecho  de  armas  que  puede 
muy  bien  dar  un  ejemplo  demostrando  hasta  donde  puede  llegar  en 
el  soldado  disciplinado,  sus  virtudes  militares.  Es  bueno  que  se  sepa 
que  esta  descripción  no  es  de  origen  Ruso,  sino  de  diversos  corres- 
ponsales de  diarlos  europeos  que  asistían  como  testigos  presenciales 
de  esos  sucesos,  y  que  muchos  no  eran  afectos  á  los  rusos. 


EL   CLAMOR 


(LEYENDA    PARAGUAYA) 


]>^ík^<^i^ííkíkítíít^^íík^^í^^i^i^ík^3ky^í^^^^í^^^k^íl^3k^^^^ij^^ 


■3) 


^ 


^^5}?í]í5}?5¡?5¡¥55t5¡^5¡í?Jí55wfííl|?55í5f©^ 


I. 


A  Última    escena  del  combate   del    Boquerón 
tiene   lugar. 


Horrible  el  callejón  está  cubierto  con  una 
espesa  nube    color  de    plomo  que  asfixia. 

El  bunn,  bunn,  del  cañón  no  cesa  un  solo 
instante:  y  el  suelo  antes  de  llegar  á  la  medio 
derruida  trinchera  de  los  paraguayos,  se  en- 
cuentra salpicado  de  cuerpos  humanos  en- 
sangrentados, repugnantes,  en  diferentes  posi- 
ciones, cuyos  brazos  como  los  tentáculos  de  un 
inmenso  monstruo  marino  herido,  se  mueven 
dolor osamente,  algunos  tronchados,  despedaza- 
dos otros,  por .  la  saña  despiadada  de  la  guerra. 

Los  Argentinos  rechazados  abandonan  el 
terreno:  sombríos  como  una  nube  de  tempestad 
van  en    silencio  amenazando    con  el  rayo. 


'^. 


374 


LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Se  vé  la  imponente  figura  de  Mateo  Mar- 
tínez  retirarse  el  último. 

Su  voz  atronadora  insultando  á  los  paraguayos 
conmueve  el  eco. 

Y  el  eco  repite  iracundo  en  los  intervalos  que 
deja  el  trueno  de  la  artillería,  las  blasfemias  del  hé- 
roe argentino. 

Lentamente  van  desapareciendo  los  últimos  res- 
tos del  naufragio  del  asalto  entre  un  silencio  so- 
lemne. 


11. 


s 


A  nube  plomiza  se  mantiene  aún  sobre  el  teatro 
de  la  lucha;  parece  que  en  ella  ocultos  se  mo- 
vieran los  ángeles  que  conducen  las  almas  de  los 
héroes  á  la  altura. 

Debajo,  entre  aquel  amontonamiento  de  horro- 
res humanos,  se  vé  un  joven  oficial  argentino,  he- 
rido de  un  balazo  en  el  pecho;  ha  caído  recostando 
la  cabeza  sobre  el  cadáver  del  valiente  coronel 
Argüero:  semeja  estar  aletargado  bajo  una  horri- 
ble pesadilla:  su  respiración  fatigada  hace  levantar 
su  pecho  como  una  ola  de  sangre:  sube  y  baja,  y  á 
borbotones  se  escapa  el  licor  generoso  de  la  vida 
por  un  agujero  repugnante. 


Este  oficial  se  llamaba  Raúl;  su  historia  es  tan 
triste  como  un  gemido  de  agonía.  Al  infortunio 
del  prisionero  enlazó  el  martirio  del  amor. 


i 

^S^^S^^^Stíí^B^^^^jS^^^'^^^^^S^ 

^^ 

\ 


III. 


j   os  paraguayos   prorrumpen  en  un  alarido  de 
^^triunfo  al  ver  alejarse  á  los  bravos  soldados  ar- 


gentinos. 


Un  silencio  feroz  sucede  un  instante  á.  esta  lidia 
inhumana. 

Saltan  el  parapeto  y  se  produce  una  escena 
salvaje. 

Dá  comienzo  el  asesinato  al  arma  blanca,  y  una 
que  otra  detonación  viene  á  interrumpir  el  mete  y 
saca  de  la  bayoneta,  y  alguna  voz  que  agonizante 
grita: 

— ¡No  me  mate,   por  piedad,  no  me  mate! 

Raúl  siente  que  su  última  hora  ha  llegado:  atur- 
dido, sin  casi  conocimiento  de  su  existencia  real, 
sin  una  noción  impresionable  de  lo   que  abarca  su 


EL  CLAMOR  2>77 


vaga  mirada,  espera  indiferente  el  fatal  momento, 
su  corazón  sin  esas  profundas  afecciones  que  hacen 
del  hombre  un  cobarde  cuando  le  abandona  la  vida, 
insensible  siente  aproximarse  el  remedio  fatal. 

Un  paraguayo  se  le  aproxima  calando  el  arma, 
mientras  que  otro  muerde  el  cartucho  y  ceba  el  fu- 
sil de  chispa:  un  viejo  jefe  cierra  el  círculo  y  les 
grita  en  guaraní: 

— -Desnúdenlo  primero,  la  ropa  es  buena. 

Los  soldados  dejan  los  fusiles  recostados  en  los 
cadáveres  próximos,  y  empiezan  con  pullas  de  cuar- 
tel  el  merodeo  de  la  victoria. 

Aquella  agonía  prolongada  hace  entreabrir  los 
ojos  á  Raúl  y  dirijiéndose  al  feroz  viejo,  le  dice: 

— Me  vá  Vd.  á  quitar  la  vida? 

—Si,  contestó  el  paraguayo,  te  voy  á  despenar 
Añaraiu.  *^^ 

En  el  momento  en  que  el  soldado  del  fusil  de 
chispa,  lo  armaba  y  se  preparaba  á  apuntar,  una 
voz  de  mujer  intervino  pidiendo  gracia. 


(I)  Hijo  del  diablo. 


378  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Aquel  acento  suplicante,  conmovedor  eco  de  la 
desventura,  temblando  nervioso,  en  los  labios  de 
una  joven  paraguaya  era  un  protesta  generosa 
arrancado  á  la  piedad  por  el  azar  infausto:  vibró 
esa  chispa  de  conmiseración  entre  las  detonaciones 
del  asesinato;  y  como  un  sonido  agudo,  penetrante 
como  una  daga  de  hielo,  que  reprochase  aquella 
crueldad  tremenda,  AÍno  á  azotar  la  conciencia  de 
los  verdugos. 

Ese  grito  de  angustia  detuvo  un  crimen;  el  dis- 
paro no  partió  y  Raúl  pudo  contemplar  una  escena 
conmovedora,  estraña  al  campo  de  batalla,  é  incom- 
prensible para  él. 

Una  esbelta  joven  oprimía  fuertemente  al  viejo 
jefe. 

Este  con  ceño  feroz  le  decia: 

— Tú  has  salvado  á  ese  opresor  de  tu  patria, 
de  esta  tu  patria  que  ya  es  el  pasto  de  los  buitres, 
y  dándole  un  punta  pié  al  casi  cadáver  de  Raúl, 
esclamó  con  desprecio: 

— Anda tal  vez  para  ser  un  ingrato, 

para  mi  negra  desdicha. 


^"^^10 


lY. 


ARTE  era  una  mujer  de  fuego,  sus  encantos  ra- 
' diantes  de  simpatía  inspiraban  el  amor  por  la 
gracia  y  la  hermosura,  y  su  belleza  tropical  poseia 
en  si  toda  la  atracción  repentina  que  de  un  golpe 
puede  producir  esa  embriaguez  moral  que  en  el 
lenguaje  de  los  suspiros  se  denomina  una  pasión 
violenta.  Su  encantadora  filiación  no  se  podrá  borrar 
nunca  de  la  mente  que  la  inspira;  porque  está 
grabada  en  la  leyenda,  como  los  caracteres  me- 
lancólicos de  un  sepulcro.  Ah,  nunca....  Unía  aquel 
tipo  exhuberante  de  amor  á  sus  atractivos  físicos, 
el  talento,  la  bondad  y  una  alma  de  ángel.  Todo 
en  combustión  por  la  pira  de  su  sangre  para- 
guaya. 

Estatura  mediana,  con  un  talle  voluptuoso,  y  un 
seno  de  nieve  ideal  en  sus  perfectos  contornos,  que 
con  mágica  armonía  se  enlazaba  por  medio  de  un 
cuello  bien  torneado  con  su  faz  iluminada  por  dos 
grandes  ojos  negros. 


380  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 

Negra  diadema  relumbrosa  formaba  su  espesa 
cabellera,  adornada  siempre  con  una  blanca  dia- 
mela. 

Su  cutis  terso  y  pálido  resaltaba  con  vigor  ante 
los  negros  diamantes  de  sus  ojos,  tan  negros  como 
el  tormento,  tan  lánguidos  como  el  amor,  tan  elo- 
cuentes como  un  suspiro  del  alma,  vivos,  ardientes, 
terribles,  poseían  en  sí  todo,  según  los  latidos  de 
su  corazón:  esas  diversas  variantes  del  alma  de  la 
muger  que  vagan  al  acaso  de  sus  latidos.  De 
manera  que  escondida  en  la  selva  de  sus  cabellos 
é  iluminada  por  la  luz  divina  de  sus  ojos,  consti- 
tuía lo  mas  próximo  á  la  perfección  humana;  ma- 
jistral  modelo  para  una  tela  que  aun  Chaplain  no 
ha  ideado ;  tanta  belleza,  tanto  amor,  tanto  do- 
naire, solo  en  ella  resaltaba:  diamante  perdido 
entre  los  guijarros  de  granito  de  una  playa  salvaje. 

Vestía  siempre  de  luto  y  al  andar  contoneaba  el 
cuerpo  con  una  gracia  andaluza  arrebatadora. 

Esta  joven  pertenecía  á  una  familia  de  la 
Asunción,  y  habiendo  muerto  su  madre  y  que- 
dado sin  apoyo,  se  vio  en  la  necesidad  de  acudir  al 
lado  de  su  anciano  padre,  que  era  un  jefe  caracteri- 
zado del  ejército  paraguayo. 

Se  esplíca  asi  la  salvación  de  Raúl. 


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V. 


AUL  que  se  encontraba  débil  por  la  pérdida  de 
l^sangre  y  el  principio  de  la  fiebre;  no  pudo  so- 
portar tanta  emoción  y  desvanecido  dejó  de  sentir- 


Cuando  despertó  se  encontró  solo,  en  un  lugar 
desconocido. 


Una  miserable  choza  cobijaba  al  herido:  es- 
tendido, sobre  un  mal  lecho  de  juncos,  se  sentia 
devorado  por  una  sed  ardiente. 

Aquella  soledad  era  abrumante :  la  débil  claridad 
crepuscular  señalaba  con  ñínebre  melancolía  el  Án- 
gelus de  la  tarde :  la  mas  profunda  tristeza  pene- 
traba con  aquella  luz  de  almas  que  sufren:  los  re- 
cuerdos de  la  patria  confusos  en  tropel  se  agolpa- 
ron sin  piedad  á  su  cabeza :  ese  silencio  de  muertos 
lo  aterró;  tumefactos  y  doloridos  sus  ardientes 
párpados  se  cerraron  para  no  ver  su  implacable 
destino   de  prisionero  de  López,  y  sus  labios  secos^ 


382  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

exhautos  de  sangre,  y  febricientes  de  sed,  quisieron 
llamar  á  la  piedad  de  alguno. 

¡  Ah !  el  infeliz  cautivo  estaba  solo :  inclinó  la  ca- 
beza dolorida  á  un  lado  y  murmuró  un  nombre : 

—  ¡Patria  mia!  dijo,  y  quedó  aletargado  bajo  el 
peso  de  su  desgracia. 


VI. 


^scuREciDa  la  tarde  por  las  tinieblas  de  la  pia- 
dosa noche,  se  sentía  el  mugido  de  un  viento 
tempestuoso  que  á  intervalos  hacía  crujir  la  débil 
cabana. 

Vislumbrábase  á  la  distancia  el  vago  fulgor  del 
campamento,  y  se  oía  como  un  murmullo  lejano 
que  á  momentos  sube  y  se  apaga,  el  ronco  rumor 
de  la  soldadesca. 


Una  sombra  se  aproximó  al  rancho  del  enfermo 
con  pequeños  pasos  y  penetró  rápida. 

Mujer  era  sin  duda  la  silueta  misteriosa ;  las  for- 
mas y  el  andar  traicionaban  su  sexo.  Se  veía  clara- 
mente que  trataba  de  ocultarse  á  las  miradas  im. 
portunas. 

Se  aproximo  al  lecho;  tanteó  su  cabecera;  se 
inclinó  rápida  y  sus  labios  rozaron  la  frente  ar- 
diente del  cautivo. 


384  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

-  .  J    -  ~ 

Ese  tierno  beso,  libado  al    amor  y  á  la   piedad 
despertó  al  prisionero. 

Y  sin  darse  cuenta  de  su  felicidad  balbuceó  an- 
sioso. 


-¡Dadme  agua! 


—  ¡  Imposible ! — esclamó  la  sombra;  el  agua  te 
mataría,  y  yo  quiero  que  tu  vivas  para  mi,  enemigo 
maldito  de  mi  patria.  Solo  la  conmiseración  puede 
hacerme  traicionar  mis  nobles. sentimientos ;  el  terri- 
ble abandono  en  que  te  encuentras  entre  tus  ene- 
migos ha  herido  mi  compasión :  privado  de  tu  liber- 
tad, arrastrando  los  hierros  de  la  esclavitud ,  suspi- 
rando por  esa  tu  infame  nación,  has  de  sentir  entre 
tus  grandes  tormentos,  el  consuelo  que  hasta  hoy 
nadie  alcanzó....  No  conoces  mi  voz?  No  te  acuer- 
das de  mi  ?....  Soy  Marta 

—  Marta,  murmuró,  Raúl,  haciendo  un  esfuerzo 
de  reminiscencia ;  queriendo  avivar  esa  sombra  sin 
dolor,  oculta  en  las  tinieblas  de  la  noche  como  un 
sueño  de  oro. 

— Soy  Marta,  hace  años  que  en  la  Asunción  nos 
vimos  ....  entonces  yo  era  algo  para  tí ...  .  Ahora 

solo   soy   una    compasiva  enfermera Te  he 

salvado  la  vida  por   acaso,  sin  conocerte.  Me  sos- 


^. 


EL  CLAMOR  385 


pechas  ahora?  No  recuerdas  nuestra  última  despe- 
dida? Dios  en  su  voluntad  divina  te  trae  maniatado 

á  mis  pies como  un  esclavo Tu  olvido 

lo  pago  sacrificándome  por  tí 

Aquel  acento  conmovió  ese  cuerpo  casi  inerte, 
pidió  á  la  vida  un  esfuerzo,  y  balbuceó  casi  apenas, 
el  infeliz  cautivo. 

— Solo  el  corazón  de  la  mujer  tiene  esa  gran- 
deza   tú,  Marta ..... 

Ella  prosigió: 

— Si,  yo ¡entiendes!  y  bendigo  la  bala  que 

te  ha  herido,  y  que  te  trae  á  mi  lado  para  enseñarte 
que  la  mujer  paraguaya  ama  del  mismo  modo  que 
sus  compatriotas,  saben  combatir  y  morir  por  una 
causa ....  mi  raza  es  bárbara  porque  no  es  cor- 
rompida, y  heroica  porque  la  domina  el  fanatismo 
de  la  patria. 

— ¡Marta!  Ah!  te  he  adivinado.  .  .  .solo  tú  serías 

capaz agua    por  Dios tengo     frió,    me 

abrasa  la  fiebre te  pido  no  te  separes  de  mí 

hasta  que  no  haya  muerto    .  .  .me  lo  prometes? 

— ¡Te  lo  juro!  esclamó  la  joven,  y  tomando  con 
sus  manos  la  cabeza  del  herido,  la  bañó  en  sus  lá- 
grimas. 


386  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

Aquella  escena  imperceptible,  entre  las  tinieblas, 
de  una  noche  tempestuosa  robada  á  la  luz  del  Sol, 
tenía  la  grandiosa  filosofía  del  amor  escondido  en 
las  sombras  del  espíritu. 

En  estos  momentos  se  sintió  el  paso  acompasado 
de  la  ronda  y  á  lo  lejos  se  distinguía  la  luz  siniestra^ 
del  farol  del  cabo. 

— ..'\dios,  le  dijo  la  joven Viene  gente, — - 

y  desapareció  rápida. 


VIL 


L  enfermo  fué  mejorando    y  al  fin  convaleció, 
g^racias  á  los  cuidados  del  Doctor  Stuard. 


En  este  tiempo  los  prisioneros  eran  tratados  en 
el  campo  paraguayo  con  alguna  consideración, 
sobre  todo  los  que  estaban  próximos  á  López  en 
Paso  Pucú. 

Aun  este  hombre  estraordinario  no  había  reve- 
lado en  todo  su  lujo,  su  perversa  índole. 

Raúl  por  su  simpática  juventud  había  atraído 
hacia  si,  cierta  estimación  aparejada  con  alguna  li- 
bertad que  le  permitía  pasear  un  radio  limitado. 

Aprovechando  aquellos  momentos^  en  que,  fati- 
gada se  descuidaba  la  vigilancia,  pudo  alguna  vez 
verse  con  Marta  á  solas. 

Esas  entrevistas  entre  los  dos  amantes,  rodeados 
por  la  soledad  y  el  misterio  de  la  perfumada  noche, 


388  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

debieron  ser  sublimes;  voluptuosos  instantes  que 
el  secreto  de  la  selva  ocultaba  con  ahinco,  y  la 
brisa  murmurante  enardecia  con  sus  besos  de  fuego: 
éxtasis  insondable  robado  á  la  crueldad  del  vence- 
dor: inmenso  afán  aguijoneado  por  esa  misma  con- 
trariedad, que  como  un  rayo  suspendido  sobre  sus 
cabezas  los  hacía  temblar  en  medio  de  su  dicha  in- 
cierta: empujados  por  una  fuerza  desconocida,  ins- 
tintiva, divina,  incomensurable,  sonrió  la  esperanza, 
un  porvenir  radiante  de  ventura,  y  unia  sus  almas 
en  un  solo  pensamiento  para  no  separarse  mas. 

Ah!  este   nuevo   lazo   gordiano  también  estaba 
destinado  á  ser  roto  en  la  tierra  por  la  espada. 


•sf^-i^'^ 

VIIÍ. 


AUL  ya  no  se  acordaba  que  gemia  en  la  escla- 
^¿^^  vitud,  ni  echaba  de  menos  su  hermoso  pa- 
sado. Aquellos  ojos  negros  valían  mas  que  una 
fortuna. 

Esa  entereza  y  gran  carácter  de  muger,  domina- 
do había  completamente  al  infeliz  prisionero. 

Raúl  amaba  con  ese  amor  sin  sombras,  cuya  sin- 
ceridad y  pertinacia  tiene  su  principal  origen  en  la 
gratitud,  y  en  las  condiciones  desfavorables  en  que 
se  encuentra  el  que  está  enfermo  de  este  sentimien- 
to. Para  ser  felices  era  necesario  vencer  al  in- 
fortunio. 

Esa  mujer  que  arrostraba  el  peligro,  la  muerte,  y 
la  deshonrra,  que  estaba  pronta  á  todo  sacrificio 
por  un  prisionero  que  en  el  campo  de  sus  parciales 
constituía  el  ser  mas  despreciable,  era  el  amor  mis- 
mo: y  ante  esa  manifestación  de  su  espíritu^  tan  per- 
sistente y  heroica  al  mismo  tiempo,  el  infeliz  cautivo^ 


390  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

comprendiendo  aquella  enérgica  abnegación,,  había 
doblado  la  cerviz  con  amoroso  vasallaje,  y  un 
agradecimiento  eterno. 

Las  manifestaciones  de  ese  sentimiento  se  reve- 
laban por  la  contemplación  perenne  á  la  heroina» 
por  la  constante  y  sublime  veneración  rendida  en 
todo  instante  con  ardiente  anhelo  á  la  virgen  per- 
fumada, revelada  en  una  noche  de  amor,  por  una 
inspiración  del  cielo,  vaporosa,  aérea  como  imagen 
de  un  dulce  ensueño. 

Parecía  imposible  que  aquel  ángel  pudiera  mo- 
rar en  esta  miserable  cueva  de  hipócritas. 


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IX. 


os  reveses  despertaron  al  fin  la  crueldad  del 
hombre  de  San  Fernando  y  asi  fué  que  ahog-ó 


^ 


en  sangre  la  rabia  de  sus  derrotas. 

Un  momento  no  se  abatió  aquella  crueldad  in- 
corregible, y  respondió  á  las  victorias  de  sus  ene- 
migos <:on  el  furor  taciturno  de  su  negra  alma :  era 
un  sistema^  meditado  y  taciturno,  como  un  furor 
implacable. 

Obligado  á  abandonar  las  líneas  de  Humaitá,  se 
refujió  transitoriamente  en  San  Fernando. 

Calvario  fué  este  de  un  pueblo  que  sucumbió  en 
el  tormento ;  aquellos  martirios  solo  pudieran  igua- 
larse con  los  del  infierno. 

Allí  fué  conducido  Raúl  con  los  demás  prisio- 
neros :  desde  aquel  momento  le  fué  completamente 
privada  la  libertad.  En  el  dia  vivía  encerrado  en  un 


392  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

estrecho  círculo  con  los  demás  prisioneros ;  en  la 
noche  dormía  enlazado  al  cepo  de  lazo  cubierto 
por  la  inmensa  bóveda  de  las  estrellas. 

La  miseria,  el  hambre,  y  una  tristeza  profunda,, 
estenuaron  al  desventurado  joven,  y  su  ansiedad 
mortificante  era  cada  día  mas  aterradora. 

Un  día  vio  á  Marta  á  lo  lejos;  rápido  se  puso  de 
pié,  quiso  lanzarse  hacia  ella,  exhaló  un  grito;  pero 
mas  lijero  que  todo  esto  el  centinela  le  descargó 
un  feroz  golpe  con  el  fusil,  que  lo  hizo  rodar  por 
tierra. 

—  ¡  Bárbaro !  gritó  la  infeliz  amante.  Y  desapa- 
reció para  no  avivar  sospechas  que  hicieran  mas 
desventurado  al  que  tanto  amaba. 

La  joven  comprendía  que  su  pérdida  y  la  del 
prisionero  era  segura  si  se  llegaba  á  vislumbrar  su 
afecto ;  mas  no  se  puede  vivir  en  este  mundo  sin 
un  noble  corazón  que  sea  el  eco  de  sus  secretos. 
Aquella  alma  generosa  y  leal,  era  una  antigua  es- 
clava llamada  Angela;  que  idolatraba  á  Marta. 

Ella,  con  el  pretesto  de  vender  mandioca,  naran- 
jas y  otras  cosas  se  aproximaba  á  los  prisioneros 
y  se  comunicaba  imperceptiblemente  con  Raúl. 


^S>>^fe<Si^ 


X. 


,NA  mañana  después  de  este  suceso,  se  oían 
'continuas  descargas :  El  centinela  de  los  pri- 
sioneros preguntó  al  sargento : 


—  Han  caido  los  cambas  ? 

—  No,  están  fusilando  presos,  respondió  seca- 
mente el  interrogado.  i 

Ese  mismo  dia  al  anochecer  se  aproximó  An- 
gela y  le  tiró  un  chipá  al  joven  prisionero,  guiñán- 
dole el  ojo,  al  mismo  tiempo  que  le  decía  con  des- 
precio. 

— <■  Toma,  añaraiu. 


Raúl  comprendió  que  algún  misterio  habia,  tomó 
el  pan  guaraní  con  av  idez ;  y  al  partirlo  encontró 
en  su  interior  un  pequeño  papel  escrito  y  un  pe- 
dazo de  lápiz. 


394  LA    CARTERA    DE    UN    SOLDADO 


Ansioso  clavó  allí  su  mirada  que  incierta  se  des- 
prendia  de  dos  hundidas  órbitas. 

"  !  Ten  valor !  en  caso  que  muera  la  esperanza, 
yo  moriré  contigo.  " 

Eso  decia  el  papel. 

Raúl  guardó  aquella  fúnebre  promesa,  y  en  uno 
de  los  momentos  que  pudo  robar  á  la  vigilancia 
del  centinela  escribió  con  lápiz. 

¡  Ah  !  para  siempre  adiós  :  la  infausta  suerte 

Qué  el  lazo  rompe,  que  las  almas  junta, 

Y  vá  á  arrancar  tu  corazón  del  mió, 

Tan  solo  ahora  una  esperanza  endulza,         ^ 

Yo  te  hallaré  donde  perpetuas  dichas. 

Las  almas  de  los  ángeles  disfrutan. 

El  cautivo  en  su  dolor  profundo  inspirándose  en 
un  numen  inmortal  presentía  su  triste  fin. 

Cuando  estas  líneas  llegaron  á  manos  de  Marta 
estaban  casi  borradas  y  el  papel  húmedo. 


xr. 


AS  descargas  contmuaban  como  el  reloj  de  la 
muerte,  aproximando  el  desenlace  fatal. 


Al  otro  día  se  hizo  comparecer  á  Raúl  ante  la  5^ 
comisión  militar  de  San  Fernando.  Se  le  exigió  que 
declarase  una  vileza;  respondió  con  una  mirada  de 
desprecio. 

Amenazado  con  el  cepo  colombiano  permaneció 
inmutable,  selló  sus  labios  con  el  fanatismo  del  ho- 
nor, y  resignado,  se  preparó  á  soportar  la  bárbara 
tortura. 

Sufrió  impasible  en  el  primer  momento  ese  supli- 
cio atroz.  Atado  con  fuerza  las  manos  á  la  espalda; 
doblegada  la  cerviz  con  violencia  por  el  peso  de 
los  fusiles,  azotado  cruelmente  cuando  sus  yertos 
miembros  no  obedecian  rápidos  á  la  marceracion 
del  tormento,  guardó  silencio:  ese  silencio  de  an- 
gustia que  ahoga,  que  sofoca  como   una    mordaza 


■*í^ 


396  LA    CARTERA    DE    UN     SOLDADO 

de  fuego;  hizo  un  esfuerzo  sobrehumano  para  man- 
tener la  dignidad  de  hombre:  aturdido,  conjestiona- 
da  la  débil  cabeza,  dominó  al  fin  el  mareo  del  dolor. 
Avasallada  la  materia,  flaquearon  las  fuerzas  físicas: 
su  bello  rostro  se  puso  hVido  al  principio,  deslizan- 
do un  sudor  glacial  sobre  las  abultadas  venas,  in- 
yectadas de  sangre  como  si  quisieran  estallar;  en 
seguida  se  presentó  amorotado,  descompuesto, 
convulso,  tomó  un  aspecto  horrible;  sus  ojos  preña- 
dos de  sangre  se  cerraron  para  no  saltar  de  sus 
órbitas;  las  estremidades  aletargadas  parecían  iner- 
tes; estaba  aun  paso  de  la  agonia lanzó  en- 
tonces un  ¡ay!  ronco:  parecía  un  gemido  último,  así 
como  el  estertor  de  una  muerte  desesperada,  que 
hubiera  estremecido  el  corazón  que  no  fuera  el  de 
un  verdugo,  y  desvanecido  entre  las  sombras  del 
sufrimiento,  desapareció  para  ella  imájende  la  vida. 

Cuando  despertó  de  aquel  sueño  consolador, 
estenuado  y  dolorido,  entumecidos  los  miembros, 
sin  movimiento,  devorado  por  una  ola  de  fuego 
que  quemaba  su  cabeza,  sintió  que  una  pesada  ba- 
rra de  grillos  aprisionaba  sus  piernas  y  un  feroz 
centinela  atento  vigilaba  su  actitud  con  una  cara 
de  demonio  y  una  indiferencia  glacial.  Aquella 
crueldad  era  preciso  inventarla;  crearla;  nacer  con 
ella  era  imposible.  Su  bárbaro  autor  ha  sobrepasa- 
do á  todos  los  atormentadores  de  la  humanidad. 


XII. 


AS  descarg-as  continuaban  y  en  sus  intervalos 
de  ansia  eterna  se  oían  los  gritos  de  las  víc- 
timas del  azote,  ó  los  ayes  del  cepo  colombiano;  y 
cuando  un  completo  silencio  reinaba  en  ese  patí- 
bulo sin  descanso,  es  que  sé  supliciaba  á  lanza  y 
bayoneta:  así,  lo  mas  ilustre  de  la  Asunción  moria 
miserablemente  en  el  cadalso  sin  que  una  protesta 
condenara  esa  demencia  del  crimen,  sin  que  una 
mano  vengadora  librase  á  ese  desgraciado  pueblo 
de  tanta  afrenta,  á  esa  nación  viril,  cuyos  hijos  en 
el  campo  de  batalla  tenían  tanto  desprecio  por 
la  vida. 

La  sed  de  sangre  de  López  era  un  delirio:  neu- 
rosis hija  del  orgullo  herido:  epiléptico  de  la  ven- 
granza,  cuya  crueldad  sin  rumbo,  destruía  la  base 
principal  de  su  poder.  Ese  corazón  era  incomovible, 
porque  allí  la  maldición  de  Dios  había  estinguido 
*il  sagrado  amor  á  la  patria. 


i^il^í^í^^í^í^ileíí^ífeíkiííikiííiií^^íiiííkiií^íi!*^ 


XIII. 


ARTA  vivía  sin  sombra,  su  desesperación  in- 
?í^*saciable  había  transformado  su  belleza,  pare- 
cía el  áng-el  del  sepulcro  cerniendo  su  vuelo  sobre 
una  tumba.  Pálida  y  marchita  rondaba  por  los  al- 
rededores de  la  prisión  amada,  y  sus  ojos  de 
tanto  llorar  estaban  secos;  ardiente  la  pupila,,  sin 
brillo  vagaba  atónita.  Devorada  por  el  insomnio  y 
la  fiebre  de  su  angustia,  parecía  una  insensata  lan- 
zada al  acaso  entre  una  selva. 

Entre  los  tormentos  de  su  alma  existia  una  afe- 
nidad  eléctrica,  sublime  que  consuela  con  angustia 
todos  los  malos  momentos  de  la  vida  de  dos  seres 
que  se  aman.  Eran  los  tormentos  del  amor. 

Ah!  solo  tenía  la  esperanza  de  encontrarlo  allá 

donde  perpetuas  dichas  " 

las  almas  de  los  ángeles  disfrutan. 


XIV. 


^'^'  N  dia  que  dormía  Raúl  al  calor  desfalleciente 
del  sol  de  la  tarde,  lo  despertaron  bruscamen- 
te: abrió  los  ojos  con  pereza  y  vio  algo  que  no  se 
dio  cuenta  en  el  primer  momento.  Un  oficial  para- 
guayo y  nueve  caras  cobrizas  estaban  frente  á  él. 
Los  rayos  visuales  de  aquella  fila  satánica  conver- 
gían á  su  pecho  como  una  descarga  de  odios. 

Los  soldados  terciaban  los  fusiles,  vestían  cami- 
seta punzó,  y  chiripá  abigarrado,  estaban  inmóviles, 
envueltos  en  un  tétrico  silencio. 

El  que  mandaba  la  fuerza  se  aproximó  al  prisio- 
nero y  le  dijo: 

— Vos  te  llamas  Raúl? 

— S\,  contestó  el  interrogado,  poniéndose  dolo- 
rosamente  de  pié. 

— Dos  pasos  al  frente  y  marche. 


400  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


— Dónde  me   llevan?  esclamó  con   sorpresa  el 
infeliz  joven. 

A  cambiar  de  temperamento. 

— Me  van  á  fusilar  ? 

— Si:  contestó,   secamente   el  empedernido  ofi- 
cial. 

Entonces  en  aquel  momento  supremo  en  que  el 
corazón  mas  duro  se  parte  en  pedazos;  sorprendido 
traidoramente  por  el  egoísmo  de  la  conservación, 
recien  Raúl  pensó  en  la  vida :  sintió  la  patria  pal- 
pitante con  su  g-randeza  infinita;  recordó  las  divinas 
delicias  de  su  oculto  amor,  las  esperanzas  halaga- 
doras de  una  dicha  inefable ;  de  repente,  como  un 
volcan  que  abraza  todo,  una  oleada  de  su  espíritu 
cambió  bruscamente  el  amargo  núcleo  de  sus  ideas, 
y  se  despertaron  en  él  con  esa  crueldad  de  fibras 
que  se  retuercen,  los  últimos  celos  de  ese  ajitado 
instante,  terribles  surgieron,  al  considerar  que 
sobre  su  lápida  funeraria  aquella,  mágica  mujer 
podría  amar  á  otro ;  mil  tormentos  punzaron  ese 
corazón  agonizante;  esa  ansiedad  sin  límites:  de- 
sesperación última  que  hacía  de  ese  infeliz  joven 
un  mártir  antes  que  el  plomo  homicida  horadase 
su  cuerpo:  al  fin  tristemente  doblegó  la  cabeza  al 
dolor;  reacionó  enseguida:  recordó  que  tenía  un 
nombre,  buscó  fuerza  en  la  razón  y  el  orgullo;  lia- 


EL  CLAMOR  401 


mó  en  su  auxilio  al  altivo  valor  del  soldado ;  en- 
tonces sereno  y  resignado  dijo  al  oficial: — Estoy 
pronto. 

La  tropa  hizo  por  cuatro  á  la  derecha  y  entre 
la  primera  y  segunda  fila  colocaron  al   prisionero. 

Se  movió  la  escolta  con  paso  lento:  los  hierros 
del  condenado  á  muerte  sonaban  como  el  compás 
de  una  marcha  funeral. 

Cuan  largo  ftié  aquel  camino,  sin  un  consuelo, 
sin  una  mirada  compasiva. 

¡Ah!  solo  el  silencio  de  la  muerte .  .  .  .  La  tarde 
declinando  al  ocaso,  estaba  triste;  fi*ia;  melancólica 
como  la  tarde  en  que  se  va  á  enterrar  un  ser  que- 
rido. 

La  brisa  entre  los  árboles  murmuraba  un  gemi- 
do; y  un  fondo  oscuro  iba  á  hacer  resaltar  con  el 
arte  de  la  desolación  el  cuadro  mas  conmovedor 
que  se  pueda  imaginar. 

El  silencio  de  la  selva  solo  lo  interrumpía  el  arru- 
llo de  la  tórtola:  ese  canto  de  agonía  primitivo 
que  siempre  tiene  un  eco  tan  triste  en  los  corazo- 
nes que  sufren:  la  luz  crepuscular  empezaba  con 
desmayo,  y  las  tinieblas  de  la  noche  pronto  se  iban 
á  confundir  con  las  de  la  otra  vida. 

26 


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402  LA  CARTERA  DE  LN  SOLDADO 

¡Que  gemido,  que  lamento,  que  grito  de  angus- 
tia!, podrá  espresar  aquel  momento,  reflejado  en 
un  cielo  sin  luz,  como  una  som.bra  doliente:  parecía 
ocultar  á  la  civilización  ese  horror  sin  nombre. 

Un  paisaje  tan  desesperante,  podía  únicamente 
ser  contemplado  sin  amargo  sobresalto  por  ojos 
que  no  tuvieran  alma.  ¡Ah!  es  verdad  que  tam- 
bién hay  almas  negras  de  granito. 


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A  escolta  se  ha  detenido  á  pocos  pasos  de  un 
timbó. 


Un  sacerdote  anciano  espera  allí  á  el  condenado 
á  muerte. 

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Raúl  sale  de  las  filas  con  la  lentitud  de  un  cami- 
nar con  grillos  y  se  aproxima  á  él. 


Le  habla  en  secreto;  á  lo  que  le  dice,  el  sacerdo- 
te hace  un  movimiento  afirmativo  con  la  cabeza: 
aquel  hombre  acostumbrado  á  vivir  entre  los  tor- 
mentos y  ver  morir  á  las  víctimas  del  Nerón  para- 
guayo, está  conmovido. 

Se  aproxima  entonces  el  oficial  y  le  dice: 

— Amigo,  vamos  á  concluir  de  una  vez. 

Raúl  lo  mira  fijamente  con  una  mirada  atónita,  en 


-W-- 


404  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 


seguida  la  hunde  anhelante  en  el  horizonte  como 
buscando  una  tierna  despedida,  un  adiós  solemne, 
una  última  imagen  que  borre  en  su  postrer  mo- 
mento la  de  sus  verduofos. 

La  escolta  permanece  en  silencio,  muda,  tétrica, 
sombría,  parecia  petrificada. 

Los  soldados  han  palidecido,  porque  cuando  un 
hombre  vá  á  arrancar  cobardemente  la  vida  á  otro 
hombre,  la  sangre  huye  agitada  con  remordimiento 
y  vergüenza  del  rostro,  y  se  refujia  temblando  en 
el  corazón. 

— Incate  pues,  exclamó  el  oficial  con  cierta  du- 
reza, y  haciendo  una  corta  pausa  prosiguió: 

— Si  no  tenes  pañuelo  cerra  los  ojos;  así  no  ve- 
rás el  miedo. 

Aquella  ft-ase  enrojeció  el  pálido  rostro  del 
condenado  y  esclamó  con  entereza. 

— Ni  doblo  la  rodilla,  ni  cerraré  los  ojos:  un 
oficial  arof entino  está  acostumbrado  á  arrostrar  la 
muerte  de  pié  firme^  con  faz  serena  y  el  corazón 
caliente. 

El  oficial  hizo  un  ademan  y  avanzó  la  primera 


EL  CLAMOR  405 


fila  con  las  armas  terciadas  á  dos  pasos  del  infor- 
tunado Raúl. 

Sucedió  rápidamente  enseguida  otra  señal  y  Se 
oyó  el  tic-tac  de  las  armas  que  se  preparaban. 

El  condenado  á  muerte  había  palidecido  horri- 
blemente, contraste  singular  que  resaltaba  con  la 
serenidad  de  su  mirada  que  parecía  indiferente  á 
todo  lo  que  le  rodeaba.  Cualquiera  hubiera  dicho 
que  la  muerte  para  él  era  algo  tan  insignificante, 
que  no  le  llamaba  la  atención. 

¡Conmovedora  era  la  escena!  Aquella  esbelta 
figura  de  pié  con  las  manos  atadas  hacia  la  es- 
palda: la  entreabierta  camisa  dejando  ver  un  no- 
ble pecho  que  pronto  vá  á  ser  destrozado  por  la 
descarga  de  un  suplicio  injusto,  corazón  de  sol- 
dado, donde  no  se  siente  el  latido  del  sobresalto. 
Parecía  aquello  un  canto  de  la  Polonia  que  narra 
con  angustia  la  muerte  del  héroe. 

En  este  momento  apareció  á  lo  lejos  Marta  que 
venía  apresurada,  su  razón  parecía  extraviada  por 
una  resolución  terrible. 

Raúl  la  vio  y  tomando  su  fisonomía  una  anima  - 
cion  de  dolor  indescriptible,  le  gritó  con  ese  sa  - 
cudimiento  supremo  del  adiós  eterno:  con  esa  emo- 


r  :- 


406  LA  CARTERA  DE  UN  SOLDADO 

cion  que  solo  la  conoce  el  que  ha  visto  morir  á  un 
hombre. 

¡Adiós!.  .  r.  .  .  .allá no  pudo  concluir:  un 

frió  nervioso  embargó  la  palabra,  tembló  entonces» 
como  si  fuera  un  cobarde:  él  tan  valeroso  en  la  ba- 
talla y  tan  inquebrantable  en  el  sufrimiento. 

Se  oyó  lá  ultima  palabra  del  sacerdote. 

Vibró  la  última  señal  del  oficial. 

Los  fusiles  bajaron  lentamente  sus  negras  bocas 
y  apuntaron,  al  mismo  tiempo  que  la  desolada  Mar- 
ta, loca  de  sí,  en  el  colmo  de  una  espantosa  deses- 
peración, con  una  voz  que  hizo  temblar  las  armas 
gritó: 

— ¡Muere    como    héroe,  que    yo  voy   á    morir 

como  hombre!  i 

¡I  * 

Una  bocanada  cónica  de  humo  envolvió  á  RauL 

i  ,   -.      ■ 

Se  oyó  un  ¡  ay !  doloroso,  como  un  suspiro  ex- 
tremo: un  áspero  ronquido  siguió  en  seguida  y  se 
desplomó  inerte  el  infortunado  joven,  como  fulmi- 
nado por  un  rayo ,  anegado  en  su  noble  sangre  y 
envuelto  en  los  pliegues  del  martirio. 

Casi  simultáneamente,  Marta  caía  herida  por  su 
propia  mano  :  hizo  un  esfuerzo  supremo :  irguió  dé- 


EL  CLAMOR 


407 


bilmente  su  hermosa  cabeza,  fosforescente  por  la 
belleza  mortal  de  la  agom'a:  vagorosa  la  mirada  del 
último  momento ;  oscilando  entre  la  vida  y  la  muer- 
te, lanzóla  ya  casi  marchita  hacia  el  cadáver  de 
su  amante:  entreabrió  sus  labios,  y  balbuceó 
apenas: 

— ¡Raúl!...  y  reclinando    la    frente    sin   doror 
sobre  el  césped  concluyó  sus  penas. 


Todo' quedó  en  silencio.  Ese  silencio  sepulcral 
del  Ángelus  de  la  tarde  que  vivifica  las  sombras 
de  los  cementerios,  haciendo  agonizar  por  se- 
gunda vez  los  seres  queridos. 


De  cuando  en  cuando  se  sentía,  como  una  ráfaga, 
el  ruido  del  paso  desordenado  de  los  soldados  al 
alejarse,  y  como  vagas  sombras  se  distinguían  á  la 
distancia.  i' 


XVI. 


ICEN,    que  cuando  la    noche  tiende    su  velo 
1^  fúnebre  sobre  aquel  lugar,  donde  se  ha  ver- 


tido tanta  sangre  inocente,  se  oye  un  clamor. 


j  Ah !  sí.  Es  el  clamor  eterno  de  la  historia ! 

Ese  clamor  implacable,  especie  de  lamento  des- 
garrador de  víctimas,  que  avanza  de  siglo  en  siglo 
á  la  eternidad  de  los  tiempos ;  como  el  infierno  de 
la  memoria  de  los  tiranos. 


Buenos  Aires,  1885. 


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FÉ  DE  ERRATAS 


Páginas 

Líneas 

dice 

debe   decir 

200 

ÍI 

del  pasado 

de  su  época 

205 

6 

incólume 

incolumne 

232 

10 

Ayacucho 

Chr.cabuco 

288 

25 

literarios. 

literario 

295 

II 

mejor 

mayor 

ÍNDICE 


Imtroducciom  Páginas 

El  Coronel  Juan    Bautista  Charlone.    (Muerto  á  consecuen- 

cuencia  de  las  heridas  recibidas  en  Curupaytí) I 

Los  cuadros  de  un  inválido.    (Episodios   de  la    Guerra  del 

Paraguay) 33 

El  Coronel  Miguel  Martínez  df.  Hoz 51 

El  fogón.  (Escena  de  la  vida  de  campamento.) 71 

El  Coronel  don   Manuel    Roseti.   (Muerto    en    Curupaytí  el 

22  de  Setiembre  de  1866) 99 

El  soldado.    (Salmo) III 

El  Teniente   Coronel    Don    Alejandro   Díaz.  (Muerto  en  el 

asalto  de  Curupaytí) 123 

Les  Mártires  de    Acayuazá "  "  ■  141 

El  Coronel  Don  Luis  Maria    Campos 161 

El  hombre  de  á  caballo.   (Escena  de  la  vida  campestre).. .  .  203 

El  juego  del  Pato.  (Cuadro  de  otros  tiempos) 225 

El  General  Paunero 247 

Un  combate   memorable 293 

El  Clamor     (Leyenda    Paraguaya) 371 

Fé  de  erratas 409 


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