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EL
PERIQUILLO SARNIENTO
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ES PROPIEDAD
EL PENSADOR MEXICANO
(J. JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI)
EL
'liRIOilllO S.\RXIFJTO
LA QUiaOTlTA
DON catrín de la FACH EN DA. — NOCHES TRISTES
DÍA ALEQRE. — FÁBULAS
PRÓLOGO DE
n. KIIANOISCO SOSA
EUICIÓN DE LUJO
ADOKNAUA CON LÁMINAS CROMOLITOGRAK/ADAS, Y ENRIQUECIDAS SUS PÁGINAS
CON NUMEROSO!» GRABADOS
DIBUJOS DE
D. ANTONIO UTIULLO
TONIO I
MÉXICO
J. Ballescá y Cumpañía. Sucesor
W, SANTA ISABEL, 8
SANTA TERESA, 8, BARCELONA-GRACIA
1897
'r.^.'-^. ... ■• . ..-■".; -.Tlt ■ V. •''''■':■■::'. r*^:^
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Nadie crea que es suyo el retrato, sino que hay
muchos diablos que se parecen unos á otros. El que se
hallare tiznado, procure lavarse, que esto le importa más
que hacer crítica y examen de mi pensamiento, de mi
locución, de mi idea, ó de los demás defectos de la
obra.
TORRES viLLARROKL en SU prólogo de la
Barca de Aqueronte
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PRÓLOGO
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CM
I-
1:1
O
a
Para aquilatar los merecimientos que tiene á la fama
po'stuma el Pensador Mexicano, hay necesidad de estudiar
más bien el fondo que la forma de sus numerosas produc-
ciones. En el momento actual de la literatura en México,
y, sobre todo, dadas las cultas aficiones que privan en el
público lector, parecen demasiado toscos los moldes en que
vaciara sus pensamientos el popular escritor en el primer
tercio del siglo á cuyas postrimerías nos ha tocado asistir.
Hay, además, que tener presente que Fernández Li-
zardi perseguía en sus obras, ante todo 3' sobre todo, fines
más trascendentales y gloria más duradera que la que alcan-
zan los que deleitan á sus contemporáneos con la diccio'n ele-
gante, con el brillo de las imágenes y con la pulcritud de
la frase por medio de la atinada seleccio'n de los vocablos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — *.
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II PROLOGO
No; Fernández Lizardi no era cincelador de frases: era lo
que en nuestros días llamamos periodista de combate; era
un apo'stol, mejor diremos, un precursor. Día á día, sin los
atildamientos académicos, sin más preocupacio'n, sin otro
deseo que el de inculcar en el pueblo el amor á la libertad:
luchando con las innúmeras dificultades que para imprimir
siquiera fuese un folleto se necesitaba vencer en aquella
época . hablaba él al pueblo en el lenguaje en que creía
ser mejor comprendido, y le despertaba de su letargo para
señalarle el camino que tenía que seguir si anhelaba tener
vida propia y regirse por sí mismo. Por eso en nuestra
historia literaria el primer nombre de un escritor verdade-
ramente popular, el autor que hoy mismo goza de la predi-
leccio'n de las masas, es Fernández Lizardi. Y reconocerlo
así, no trae aparejado el afirmar que á micdida que la ilus-
tración derrama su luz en las superiores capas sociales, va
siendo para éstas menos digno de estima el regocijado autor
del Perkjuillo y de la Oiiijotttd. Lejos de eso, mientras más
años pasan y mientras más se depuran por los que viven las
glorias de los que A'a murieron, los pensadores 3^ los erudi-
tos profundizan la alteza de miras, el acendrado patrio-
tismo, la fe inquebrantable ^con que Fernández Lizardi,
hombre superior en su época, inicio', no solamente la crea-
ción de la novela mexicana, sino también la crítica de los
actos gubernativos. Para quienes en tal punto de vista se
colocan, los opúsculos políticos y los estudios sociales del
Pensador, no solo comenzaron á demoler el edificio del anti-
guo régimen, sino que fueron los primeros vagidos del
periodismo mexicano, pues hasta entonces era desconocida
en nuestro suelo la discusio'n de los problemas sociales.
PROLOGO III
Cualesquiera que sean los defectos que hoy encuentren
en las novelas, en los folletos, en las fábulas y en los demás
escritos de Fernández Lizardi, los que no encomian sino los
refinamientos y exquisiteces del estilo, es indiscutible para
quienes buscan la nobleza y la altitud de los propo'sito?,
que en la obra del Pensador habrá de verse siempre la pro -
clamacio'n de nuevos ideales. Y no'tese bien: hoy que la
tendencia dominante conduce á autores y lectores al natura-
lismo, las páginas del Perkjuillo, de la Ouijotita y de Don
Catrín de la fachenda, encierran muchas de las minucias y
crudeces que si entonces caracterizaban la novela picaresca,
en nuestros días constitu3^en el arsenal de los mismos nove-
ladores psicólogos y tendenciosos, debiendo, sin embargo,
observarse que las novelas del Pensador no pueden con jus-
ticia ser tachadas de pornográficas. Como documento^ su
valor es inestimable, porque, ;en do'nde, si no es en ellas,
podríamos recoger datos para trazarnos el cuadro de la
sociedad mexicana de principios del siglo? ¿En do'nde po-
dríamos encontrar noticias sobre la antigua indumentaria?
Resurgen ante nuestros ojos las pasadas generaciones, con
todos sus defectos 3^ también con todas sus buenas cuali-
dades; oímos sus propias palabras, vemos co'mo se vestían,
sabemos cuáles eran sus entretenimientos, cuáles sus alegrías
y cuáles sus dolores, 3^^ todo esto de la manera más natural
y sencilla, sin pretensiones, y mucho menos sin dejar de
fustigar las malas costumbres, antes bien enderezándose los
propósitos del narrador á reformar, á perfeccionar, á seña-
lar nuevos horizontes y nuevas y nobilísimas aspiraciones.
¡Cuan atinada es, por lo mismo, la observacio'n de Pimen-
tel al señalar al Pensador como uno de los primeros refor-
N>"
' '3? '.í«-íci,-i-^ -r ,v ■ O «f , -^^^a^Tr^fíf^f '^V^-fr^
y%.'
IV PROLOGO
madores mexicanos! ¿Qué otra cosa fué sino procurar la
reforma de la literatura en México, escribir libros en los
que nada hay que no sea genuinamente mexicano, y escri-
birlos en una época en que todo era un fiel trasunto de lo
español?
Comprueba cuanto así en rasgos generales, en síntesis,
acabamos de exponer, lo que de Fernández Lizardi y de
sus escritos han dicho verdaderas autoridades en crítica
literaria.
Vcámoslo, sino:
Altamirano opina que la más famosa, entre las obras del
Pensador, es el Perioiillo, de la cual, dice, es inútil hacer
un análisis, porque puede asegurarse sin exageracio'n que no
hay mexicano que no la conozca, aunque no sea más que por
las alusiones que hace frecuentemente á ella nuestra gente
del pueblo por los apodos que hizo célebres y las narra-
ciones que andan en boca de todo el mundo. «Lo que dire-
mos sí, — agrega Altamirano, — es que el Pensador se anti-
cipo' á Sué en el estudio de los misterios sociales, y que,
profundo y sagaz observador, aunque no dotado de una
instrucción adelantada, penetro con su héroe á todas partes
para examinar las virtudes y los vicios de la sociedad mexi-
cana , y para pintarla como era ella á principios de este
siglo, en un cuadro palpitante, lleno de verdad y completo,
al grado de tener pocos que le igualen. »
El mismo Altamirano, refiriéndose á las Fábulas de
Fernández Lizardi, hace constar que los asuntos de estas
fábulas son casi siempre nuevos: señala los defectos de que
adolecen, }' dice que, á pesar de semejantes lunares, son apre-
ciabilísimas por la tendencia rigorosamente moral, y porque
PROLOGO V
evidentemente son el primer esfuerzo del talento mexicano para
cultivar un género de literatura útil y benéfico.
Pimentel , hablando de las mismas Fábulas, las califica
de apreciables , porque aunque tienen defectos de forma y
resabios de la escuela prosaica, en lo general cumplen con
los preceptos del arte, y porque, además, algunas de ellas
se recomiendan por la circunstancia de ser de un gusto
nacional, pues figuran allí animales de nuestro suelo y
reprenden vicios y defectos propios del país.
Menéndez Pela3^o llama á Fernández Lizardi periodista
revolucionario, hombre de ideas radicales y heterodoxas
cuando todavía eran rarísimas en México, y extraordina-
riamente tenaz en divulgarlas. Todo esto es cierto y cons-
tituye un título de gloria para el Pensador, y no importa,
por lo mismo, que el autor que acabamos de citar añada
en una nota, que Fernández Lizardi fue un ingenioso
aunque chabacano escritor, cuya importancia es más bien
histórica y social que propiamente literaria. Ya hemos
dicho que reconocemos los defectos de forma que tanto se
ha censurado en los escritos del Pensador, defectos que él
fué el primero en confesar, como se ve en las siguientes
líneas que tomamos del capítulo penúltimo del Periquillo.
«Yo mismo, dice, me avergüenzo de ver impresos errores
que no advertí al tiempo de escribirlos. La facilidad con
que escribo no prueba acierto. Escribo mil veces en medio
de la distraccio'n de mi familia y de mis amigos : pero esto
no justifica mis errores, pues debía escribir con sosiego y su-
jetar mis escritos á la lima, o' no escribir, siguiendo el ejem-
plo de Virgilio o' el consejo de Horacio; pero después que he
escrito de este modo, y después de que conozco por mi natu-
PERIOUILLO SARNIENTO. — T. I, .\.— •*.
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VI l'RÜLOGO
ral inclinación que no tengo paciencia para leer mucho, para
escribir, borrar, enmendar, ni consultar despacio mis es-
critos, conñeso que no hago como debo, y creo firmemente
que me disculparíín los sabios , atribu3'endo á calor de mi
íantasía la precipitacio'n siempre culpable de mi pluma.
Me acuerdo del juicio de los sabios, porque del de los
necios no hago caso.»
No le disculparán los sabios únicamente, sino cual-
quiera que recuerde que el Pensador fué, como dice el más
joven y también el más diligente de sus bio'grafos, González
Obrcgdn, apo'stol de nuevas ideas en una sociedad en que
predominaban el fanatismo y la ignorancia; censor cons-
tante de costumbres profundamente arraigadas durante una
existencia secular: partidario acérrimo de la libertad de su
patria : propagador incansable de la instruccio'n popular por
medio de escritos y de proyectos: iniciador de la Reforma
en una época en que el clero gozaba de todas sus riquezas,
de todos sus fueros y de todo su poder, y autor de libros
que abrieron una nueva senda para formar una literatura
nacional.
Si en un trabajo de la índole de la presente introduc-
cio'n cupiera analizar minuciosamente las producciones del
Pcnsüdor, sin dificultad pondríamos de resalto la clarivi-
dencia de ese espíritu superior, que anticipándose á las gene-
raciones que más tarde le han sucedido, preconizaba las
teorías pedago'gicas que hoy privan, merced á que han
llegado de allende el Océano: se vería como iniciaba que la
instrucción debía ser gratuita y obligatoria; que con ahinco
pedía la higiene en las escuelas, y que recomendó' la ense-
ñanza objetiva. V si la tarea no hubiese sido desempeñada
PROLOGO Vil
con acierto por el ya citado joven González Obregdn, con
cuánto placer haríamos hoy. — trazando la biografía de Fer-
nández Lizardi, — que los lectores de sus Obras Escogidas,
siguieran paso á paso, día á día, los sucesos de esa vida
gloriosa de reformador político y literario, de apo'stol y de
mártir! Porque el mérito del Pensador, como ya lo dejo'
dicho Altamirano, es tal en todas sus obras, que aunque las
preocupaciones de la escuela literaria pasada lo hayan depri-
mido y anatematizado, la opinio'n del pueblo mexicano agra-
decido se ha apresurado á concederle el puesto de honor, v
la escuela contemporánea, para la que son todavía menos
disculpables los defectos de los literatos que siguieron al
Pensador y que tuvieron más elementos para ilustrarse,
venera el nombre de este escritor modesto, virtuoso 3"
dotado de un ingenio nada común, como el nombre del
patriarca de nuestra literatura popular.
Lo que hasta aquí hemos expuesto con la concisio'n que
es indispensable emplear cuando no se trata de escribir una
verdadera monografía, sino de hacer ciertas advertencias
útiles al común de los lectores 3^ de prevenir las objeciones
que los puristas intolerantes pudieran presentar al ver una
nueva y lujosa reproduccio'n de obras en las que persisten
muchos en encontrar solo defectos, basta para justificar el
entusiasmo con que hemos recibido la noticia de que la bien
reputada casa editorial de Ballescá 3^ C.'^ va á levantar este
monumento, — que no es en verdad el primero que México
debe á los nobles esfuerzos de los mismos editores, — al
patriarca de la novela, de la fábula y del periodismo en
nuestro suelo.
Y pues la gratitud pública, y pues los literatos mismos,
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VIII
PRÓLOGO
no han cuidado de perpetuar en mármoles y bronces la no-
bilísima figura del Pensador, queden al menos reimpresas sus
obras más aplaudidas, con todos los recursos de que la tipo-
grafía dispone en nuestros días. Así, ya no en una plaza
o' en un paseo, sino en mil y mil hogares: en las bibliotecas
de los ricos y de los sabios, como en los humildes anaqueles
del pueblo trabajador, estas Obras Escogidas recordarán á
nuestros po'steros que nunca es estéril la tarea de aquel que,
como Fernández Lizardi, consagra su existencia al mejora-
miento de la sociedad de que es hijo: que hay algo que no
muere, sino que perdura en el tiempo y en el espacio: el
espíritu, la inteligencia de los hombres superiores.
Francisco Sosa.
México, 1896.
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VIDA Y HECHOS
SíiiTI)
ESCRITA POR EL
para sus hijos
CAPÍTULO PRIMERO
Comienza Periquillo escribiendo el motivo que tuvo para dejar á sus hijos
estos cuadernos, y da razón de sus padres, patria, nacimiento y demás ocurrencias
de su infancia
Postrado en una cama muchos meses hace, bata-
llando con los médicos y enfermedades, y esperando
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 1.
Z PENSADOR MEXICANO
con resignación el día en que, cumplido el orden de la
divina Providencia, hayáis de cerrar mis ^jos, queridos
hijos míos, he pensado dejaros escritos los nada raros
sucesos de mi vida, para que os sepáis guardar y pre-
caver de muchos de los peligros que amenazan y aun
lastiman al hombre en el discurso de sus días.
Deseo que en esta lectura aprendáis á desechar
muchos errores que notaréis admitidos por mí y por
otros, y que, prevenidos con mis lecciones, no os expon-
gáis á sufrir los malos tratamientos que yo he sufrido
por mi culpa; satisfechos de que mejor es aprovechar
el desengaño en las cabezas ajenas que en la propia.
Os suplico encarecidamente que no os escandalicéis
con los extravíos de mi mocedad, que os contaré sin
rebozo, y con bastante confusión, pues mi deseo es ins-
truiros y alejaros de los escollos donde tantas veces se
estrelló mi juventud, y á cuyo mismo peligro quedáis
expuestos. '
No creáis que la lectura de mi vida os será dema-
siado fastidiosa, pues como yo sé bien que la variedad
deleita el entendimiento, procuraré evitar aquella mo-
notonía ó igualdad de estilo, que regularmente enfada
á los lectores. Así es, que unas veces me advertiréis
tan serio y sentencioso como un Catón, y otras tan
trivial y bufón como un Bertoldo. Ya leeréis en mis
discursos retazos de erudición y rasgos de elocuencia;
OBRAS ESCOGIDAS Ó
y ya veréis seguido un estilo popular mezclado con los
vefr3ines Y paparruchadas del vulgo.
También os prometo que todo esto será sin afec-
tación ni pedantismo; sino según me ocurra á la memo-
ria, de donde pasará luego al papel, cuyo método me
parece el más análogo con nuestra natural veleidad.
r
Últimamente, os mando y encargo, que estos cua-
dernos no salgan do vuestras manos, porque no se
hagan el objeto de la maledicencia de los necios ó de
los inmorales; pero si tenéis la debilidad de prestarlos
alguna vez , os suplico no los prestéis á esos señores,
ni á las viejas hipócritas, ni á los curas^ interesables,
y que saben hacer negocio con sus feligreses vivos y
muertos, ni á los médico%^y abogados chapuceros, ni
á los escribanos, agentes, relatores y procuradores ladro-
nes, ni á los comerciantes usureros, ni á los albaceas
herederos, ni á los padres y madres indolentes en la
educación de su familia, ni á las beatas necias y supers-
ticiosas, ni á los jueces venales, ni á los corchetes pica-
ros, ni á los alcaides tiranos, ni á los poetas y escritores
remendones como yo, ni á los oficiales de la guerra y
soldados fanfarrones v hazañeros, ni á los ricos avaros,
necios, soberbios y tiranos de los hombres, ni á los
pobres que lo son por flojera, inutilidad ó mala con-
ducta, ni á los mendigos fingidos; ni los prestéis tam-
poco á las muchachas que se alquilan, ni á las mozas
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4 ' PENSADOR MEXICANO
que se corren, ni á las viejas que se afeitan, ni... pero
va larga esta lista. Basta deciros que no los prestéis ni
por un minuto á ninguno de cuantos advirtiereis que les
tocan las generales en lo que leyeren; pues al momento
que vean sus interiores retratados por mi pluma, y al
punto que lean alguna opinión, que para ellos sea nueva
ó no conforme con sus extraviadas ó depravadas ideas,
á ese mismo instante me calificarán de un necio, harán
que se escandalizan de mis discursos, y aun habrá quién
pretenda, quizá, que soy hereje, y tratará de delatarme
por tal, aunque ya esté convertido en polvo. ¡Tanta es
la fuerza de la malicia, de la preocupación ó la igno-
rancia!
Por tanto, ó lood para vosotros solos mis cuadernos,
ó en caso de prestarlos sea únicamente á los verdade-
ros hombres de bien, pues éstos, aunque como frágiles
yerren ó hayan errado, conocerán el peso de la verdad
sin darse por agraviados, advirtiendo que no hablo con
ninguno determinadamente, sino con todos los que tras-
pasan los límites de la justicia; mas á los primeros (si
al ñn leyeren mi obra) cuando se incomoden ó se burlen
de ella, podréis decirles, con satisfacción de que que-
darán corridos: «^Dq qué te alteras? ¿qué mofas, si con
distinto nombre de tí habla la vida de este hombre des-
reglado?» ^
« . . . ¿Quid rideb? mutato nomine, de te fabella narratur.
■^:
OBRAS ESCOGIDAS O
Hijos míos: después de mi muerte leeréis por pri-
mera vez estos escritos. Dirigid entonces vuestros votos
por mí al trono de las misericordias; escarmentad en
mis locuras; no os dejéis seducir por las falsedades de
los hombres; aprended las máximas que os enseño,
acordándoos que las aprendí á costa de muy dolorosas
experiencias: jamás alabéis mi obra, pues ha tenido
más parte en ella el deseo de aprovecharos; y empapa-
dos en estas consideraciones, comenzad á leer.
MI PATRIA, PADRES, NACIMIENTO
Y PRIMERA EDUCACIÓN
Nací en México, capital de la América Septentrio-
nal, en la Nueva-España. Ningunos elogios serían bas-
tantes en mi boca para dedicarlos á mi cara patria; pero,
por serlo, ningunos más sospechosos. Los que la habitan
y los extranjeros que la han visto pueden hacer su pane-
gírico más creíble, pues no tienen el estorbo de la par-
cialidad, cuyo lente de aumento puede á veces disfrazar
los defectos, ó poner en grande las ventajas de la patria
aun á los mismos naturales; y así, dejando la descrip-
ción de México para los curiosos imparciales, digo: que
nací en esta rica y populosa ciudad por los años de
1771 á 73, de unos padres no opulentos, pero no cons-
tituidos en la miseria: al mismo tiempo que eran de una
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 2.
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6 PENSADOR MEXICANO
limpia sangre, la hacían lucir y conocer por su virtud.
I Oh, si siempre los hijos siguieran, constantemente ^los
buenos ejemplos de sus padres!
Luego que nací, después de las lavadas y demás
diligencias de aquella hora, mis tías, mis abuelas y otras
viejas del antiguo cuño, querían amarrarme las manos,
y fajarme ó liarme como un cohete, alegando que si
me las dejaban sueltas, estaba yo propenso á espan-
tarme, á ser muy manilargo ^ de grande, y por último,
y como la razón de más peso y el argumento más incon-
trastable, decían, que éste era el modo con que á ellas
las habían criado, y que por tanto, era el mejor y el que
se debía seguir como más seguro, sin meterse á disputar
para nada del asunto; porque los viejos eran en todo
más sabios que los del día, y pues ellos amarraban las
manos á sus hijos, se debía seguir su ejemplo á ojos
cerrados.
A seguida sacaron de un canastito una cincha de
listón que llamaban faja de dijes, guarnecida con mani-
tas de a::abacJie, el ojo del venado, colmillo de caimán y
otras baratijas de esta clase, diz que para engalanarme con
estas reliquias del supersticioso paganismo el mismo día
que se había señalado para que en boca de mis padrinos
fuera yo á profesar la fe y santa religión de Jesucristo.
* Suele darse á entender con esta palabra, un atrevido y dispuesto á dar golpes por
motivos ligeros. E.
OBRAS ESCOGIDAS 7
¡Válgame Dios, cuánto tuvo mi padre que batallar
con las preocupaciones de las benditas viejas! ¡Cuánta
saliva no gastó para hacerles ver que era una quimera y
un absurdo pernicioso el Jiar y atar las manos á las cria-
turas! ¡Y qué trabajo no le costó persuadir á estas ancia-
nas inocentes á que el azabache, el hueso, la piedra, ni
otros amuletos de esta ni ninguna clase, no tienen virtud
alguna contra el aire, rabia, mal de ojo y semejantes
faramallas!
Así me lo contó su merced muchas veces, como
también el triunfo que logró de todas ellas, que á fuerza
ó de grado accedieron á no aprisionarme, á no ador-
narme sino con un rosario, la santa cruz, un relica-
rio y los cuatro evangelios, y luego se trató de bauti-
zarme.
Mis padres ya habían citado los padrinos, y no
pobres, sencillamente persuadidos á que en el caso de
orfandad me servirían de apoyo.
Tenían los pobres viejos menos conocimiento de
mundo que el que yo he adquirido, pues tengo muy
profunda experiencia de que los más de los padrinos
no saben las obligaciones que contraen respecto de los
ahijados, y así creen que hacen mucho con darles medio
real cuando los ven, y si sus padres mueren, se acuer-
dan de ellos como si nunca los hubieran visto. Bien
es verdad que hay algunos padrinos que cumplen con
8 PENSADOR MEXICANO
SU obligación exactamente, y aun se anticipan á sus
propios padres en proteger y educar á sus ahijados.
¡Gloria eterna á semejantes padrinos I
En efecto, los míos ricos me sirvieron tanto como
si jamás me hubieran visto; bastante motivo para que
no me vuelva á acordar de ellos. Ciertamente que fueron
tan mezquinos, indolentes y mentecatos, que por lo que
toca á lo poco ó nada que les debí ni de chico ni de
grande, parece que mis padres los fueron á escoger de
los mas miserables del hospicio de pobres. Reniego de
semejantes padrinos, y más reniego de los padres que,
haciendo co/nc/'a'o del sacramento del Bautismo, no soli-
citan padrinos virtuosos y honrados, sino que posponen
éstos á los compadres ricos ó de rango, ó ya por el
rastrero interés de que les den alguna friolera á la hora
del bautismo, ó ya neciamente confiados en que quizá,
pues, por una contingencia ó extravagancia del orden
ó desorden común, serán útiles á sus hijos después de
sus días. Perdonad, pedazos míos, estas digresiones
que rebozan naturalmente de mi pluma, y no serán
muy de tarde en tarde en él discurso de mi obra.
Bautizáronme, por fin, y pusiéronme por nombre
Pedro, llevando después, como es uso, el apeUido de
mi padre, que era Sarmiento.
Mi madre era bonita, y mi padre la amaba con
extremo: con esto, y con la persuasión de mis discretas
I •
OBRAS ESCOGIDAS 9
tías, se determinó nemine discrepante, ^ á darme nodriza
ó chichigua, como acá decimos.
I Ay, hijos! Si os casareis algún día y tuviereis suce-
sión, no la encomendéis á los cuidados mercenarios de
esta clase de gentes; lo uno, porque regularmente son
abandonadas, y al menor descuido son causa de que
se enfermen los niños; pues como no los aman, y sólo
los alimentan por su mercenario interés, no se guardan
de hacer cóleras, de comer mil cosas que dañan su
salud, y de consiguiente la de las criaturas que se les
confían, ni de cometer otros excesos perjudiciales, que
no digo por no ofender vuestra modestia; y lo otro,
porque es una cosa que escandaliza á la naturaleza que
una madre racional haga lo que no hace una burra,
una gata, una perra, ni ninguna hembra puramente
animal y destituida de razón.
¿Cuál de éstas fía el cuidado de sus hijos á otro
bruto, ni aun al hpmbre mismo? ¿Y el hombre dotado de
razón ha de atrepellar las leyes de la naturaleza, y aban-
donar á sus hijos en los brazos alquilados de cualquiera
india, negra ó blanca, sana ó enferma, de buenas ó depra-
vadas costumbres, puesto que en teniendo leche de nada
más se informan los padres, con escándalo de la perra,
de la gata, de la burra y de todas las madres irracionales?
' Esta fórmula, usada en la Universidad, quiere decir en castellano: lin opotición,
unánimemente. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 3.
4
^¿.íIk .ii..— il:' xj'-i-'.if'-^í^v-íí**..'
10 PENSADOR MEXICANO
¡Ah! Si estas pobres criaturas de quienes hablo
tuvieran sindéresis, al instante que se vieran las ino-
centes abandonadas de sus madres, cómo dirían llenas
de dolor y entusiasmo: mujeres crueles, ¿por qué tenéis
el descaro y la insolencia de llamaros madres? ¿conocéis
acaso la alta dignidad de una madre? ¿sabéis las señales
que la caracterizan? ¿habéis atendido alguna vez á los
afanes que le cuesta á una gallina la conservación de
sus pollitos? ¡Ahí No. Vosotras nos concebisteis por
apetito, nos paristeis por necesidad, nos llamáis hijos
por costumbre, nos acariciáis tal cual vez por cumpli-
miento, y nos abandonáis por un demasiado amor pro-
pio ó por una execrable lujuria. Sí, nos avergonzamos
de decirlo; pero señalad con verdad, si os atrevéis, la
causa porque os somos fastidiosos. A excepción de un
caso gravísimo en que se interese vuestra salud, y cuya
certidumbre es preciso que la autorice un médico sabio,
virtuoso y no forjado á vuestro gusto, decidnos: ¿os
mueven á este abandono otros motivos más paliados
que el de no enfermaros y aniquilar vuestra hermosura?
Ciertamente no son otros vuestros criminales pre-
textos, madres crueles, indignas de tan amable nombre;
ya conocemos el amor que nos tenéis, ya sabemos que
nos sufristeis en vuestro vientre por la fuerza, y ya nos
juzgamos desobligados del precepto de la gratitud; pues
apenas podéis, nos arrojáis en los brazos de una extra-
,j^,. ■ <K.-.^..-¿.'-^fu: />.^--
OBRAS ESCOGIDAS 11
ña, cosa que no hace el bruto más atroz. Así se pro-
dujeran estos pobrecillos si tuvieran expeditos los usos
de la razón y de la lengua.
Qaedé, pues, encomendado al cuidado ó descuido
de mi chichigua, quien, seguramente, carecía de buen
natural, esto es, de un espíritu bien formado; porque
si es cierto que los primeros alimentos que nos nutren
nos hacen adquirir alguna propiedad de quien nos los mi-
nistra, de suerte que el niño á quien ha criado una cabra
no será mucho que salga demasiado travieso y saltador,
como se ha visto; si es cierto esto, digo: que mi primera*
nodriza era de un genio maldito, según que yo salí de mal
intencionado, y mucho más cuando no fué una sola la
que me dio sus pechos, sino hoy una, mañana otra,
pasado mañana otra, y todas, ó las más, á cual peores;
porque la que no era borracha, era golosa; la que no
era golosa, estaba gálica; la que no tenía este mal, tenía
otro; y la que estaba sana, de repente resultaba en cinta,
y esto era por lo que toca á las enfermedades del cuerpo,
que por lo que toca á las del espíritu, rara sería la que
estaría aliviada. Si las madres advirtieran, á lo menos,
estas resultas de su abandono, quizá no fueran tan indo-
lentes con sus hijos.
No sólo consiguieron mis padres hacerme un mal
genio con su abandono, sino también enfermizo con su
cuidado. Mis nodrizas comenzaron á debilitar mi salud,
c:
12 PENSADOR MEXICANO
y hacerme resabido, soberbio é impertinente con sus des-
arreglos y descuidos, y mis padres la acabaron de des-
truir con su prolijo y mal entendido cuidado y cariño;
porque luego que me quitaron el pecho, que no costó
poco trabajo, se trató de criarme demasiado regalón y
delicado; pero siempre sin dirección ni tino.
Es menester que sepáis, hijos míos, por si no os
lo he dicho, que mi padre era de mucho juicio, nada
vulgar, y por lo mismo se oponía á todas las candideces
de mi madre; pero algunas veces, por no decir las más,
flaqueaba en cuanto la veía afligirse ó incomodarse de-
masiado, y ésta fué la causa porque yo me crié entre
bien y mal, no sólo con perjuicio de mi educación moral,
sino también de mi constitución física.
Bastaba que yo manifestara deseo de alguna cosa,
para que mi madre hiciera por ponérmela en las manos,
aunque fuera injustamente. Supongamos: quería yo su
rosario, el dedal con que cosía, un dulcecito que otro niño
de casa tuviera en la mano, ó cosa semejante, se me
había de dar en el instante, y cuenta como se me negaba,
porque aturdía yo el barrio á gritos; y como me ense-
ñaron á darme cuanto gusto quería, porque no llorara,
yo lloraba por cuanto se me antojaba para que se me
diera pronto.
Si alguna criada me incomodaba, hacía mi ma-
dre que la castigaba, como para satisfacerme, y esto
k-ak. j_k.-tft;.L <^ULX.«.
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OBRAS ESCOGIDAS 13
no era otra cosa que enseñarme á ser soberbio y ven-
gativo.
Me daban de comer cuanto quería, indistintamente
á todas horas, sin orden ni regla en la cantidad y cali-
dad de los alimentos, y con tan bonito método lograron
verme, dentro de pocos meses, cursiento, barrigón y des-
colorido.
Yo, á más de esto, dormía hasta las quinientas, y
cuando me despertaban, me vestían y envolvían como
un tamal de pies á cabeza; de manera que, según me
contaron, yo jamás me levantaba de la cama sin zapa-
tos, ni salía áe\ jonuco sin la cabeza entrapajada. A más
de esto, aunque mis padres eran pobres, no tanto que
carecieran de proporciones para no tener sus vidrieri-
tas: teníanlas, en efecto, y yo no era dueño de salir
al corredor ó al balcón sino por un raro accidente, y eso
ya entrado el día. Me economizaban los baños terrible-
mente, y cuando me bañaban por campanada de vacante,
era en la recámara muy abrigada y con un agua bien
caliente.
De esta suerte fué mi primera educación física; ¿y
qué podía resultar de la observancia de tantas preocu-
paciones juntas, sino el criarme demasiado débil y enfer-
mizo? Como jamás, ó pocas veces, me franqueaban el
aire, ni mi cuerpo estaba acostumbrado á recibir sus
saludables impresiones, al menor descuido las extrañaba
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 4.
■ X
■iíi.. J. ■
14 PENSADOR MEXICANO
mi naturaleza, y ya á los dos y tres años padecía cata-
rros y constipados con frecuencia, lo que me hizo medio
raquítico. ¡Ah! no saben las madres el daño que hacen
á sus hijos con semejante método de vida. Se debe acos-
tumbrar á los niños á comer lo menos que puedan, y
alimentos de fácil digestión proporcionados á la tierna
elasticidad de sus estómagos: deben familiarizarlos con
el aire y demás intemperies, hacerlos levantar á una
hora regular, andar descalzos, con la cabeza sin pañue-
los ni atorros, vestir sin ligaduras para que sus fluidos
corran sin embarazo, dejarlos travesear cuanto quieran,
y siempre que se pueda al aire fresco, para que se agili-
ten y robustezcan sus nerviecillos, y por fin, hacerlos
bañar con frecuencia, y si es posible en agua fría, ó
cuando no, tibia ó quebrantada, como dicen. Es increíble
el beneficio que resultaría á los niños con este plan de
vida. Todos los módicos sabios lo encargan, y en México
ya lo vemos observado por muchos señores de propor-
ciones y despreocupados, y ya notamos en las calles
multitud de niños de ambos sexos vestidos muy senci-
llamente, con sus cabecitas al aire, y sin más abrigo
en las piernas que el túnico ó pantaloncito flojo. ¡Quiera
Dios que se haga general esta moda para que las cria-
turas logren ser hombres robustos y útiles por esta parte
á la sociedad !
Otra candidez tuvo la pobrecita de mi madre, y
^.^. '-*•-•"•-
•.;^;; ; ■■í'-iF"
- OBRAS ESCOGIDAS ' 15
fué llenarme la fantasía de cocos, dejos y macacos, con
cuyos extravagantes nombres me intimidaba cuando
estaba enojada y yo no quería callar, dormir ó cosa
semejante. Esta corruptela me formó un espíritu cobar-
de y afeminado, de manera que. aún ya de ocho ó diez
anos, yo no podía oir un ruidito á media noche sin
espantarme, ni ver un bulto que no distinguiera, ni un
entierro, ni entrar en un cuarto oscuro, porque todo
me llenaba de pavor; y aunque no creía entonces en el
coco, pero sí estaba persuadido de que los muertos se
aparecían á los vivos cada rato, que los diablos salían
á rasguñarnos y apretarnos el pescuezo con la cola cada
vez que estaban para ello, que había bultos que se nos
echaban encima, que andaban las ánimas en penas men-
digando nuestros sufragios, y creía otras majaderías de
esta clase, más que los artículos de la fe. ¡Gracias á
un puñado de viejas necias que, ó ya en clase de criadas
ó de visitas, procuraban entretener al niño con cuentos
de sus espantos, visiones y apariciones intolerablesl ;Ah!
¡qué daño me hicieron estas viejas! ¡de cuántas supers-
ticiones llenaron mi cabeza! ¡Qué concepto tan injurioso
formé entonces de la Divinidad, y cuan ventajoso y res-
petable hacia los diablos y los muertos! Si os casareis, .f'
hijos míos, no permitáis á los vuestros que se fami-
liaricen con estas viejas supersticiosas, á quienes yo vea
quemadas con todas sus fábulas y embelecos en mis
c
16 PENSADOR MEXICANO
días; ni les permitáis tampoco las pláticas y sociedades
con gente idiota, pues lejos de enseñarles alguna cosa
de provecho, los imbuirán en mil errores y necedades
que se pegan á nuestra imaginación más que unas garra-
patas, pues en la edad pueril aprenden los niños lo bueno
y lo malo con la mayor tenacidad, y en la adulta, tal vez
no bastan ni los libros ni los sabios para desimpresio-
narlos de aquellos primeros errores con que se nutrió su
espíritu.
De aquí proviene que todos los días vemos hombres
en quienes respetamos alguna autoridad ó carácter, y en
quienes reconocemos bastante talento y estudio; y sin
embargo, los notamos caprichosamente adheridos á cier-
tas vulgaridades ridiculas, y lo peor es que están más
aferrados á ellas que el codicioso Creso á sus tesoros;
y así suelen morir abrazados con sus envejecidas igno-
rancias; siendo esto como natural, pues, como dijo Hora-
cio: ía vasija f/uarda por muvJio tiempo oí olor del primer
aroma en que se infurtió cuando nuecft .
Mi padre era, como he dicho, un hombre muy
juicioso y muy prudente: siempre se incomodaba con
estas boberías : era demasiadamente opuesto á ellas;
pero amaba á mi madre con extremo, y este excesivo
amor era causa de que, por no darle pesadumbre, su-
friera y tolerara, á su pesar, casi todas sus extrava-
gantes ideas, y permitiera, sin mala intención, que mi
•y.i'rtiítJnV^ «•■<• i/idftl "flilillilt^
"■4
OBRAS ESCOGIDAS 17
madre y mis tías se conjuraran en mi daño. ¡Válgame
Dios, y qué consentido y mal criado me educaron! ¿A mí i
negarme lo que pedía, aunque fuera una cosa ilícita en
mi edad ó perniciosa á mi salud? Era imposible; ¿reñir- i
me por mis primeras groserías? De ningún modo; ¿refre-
nar los ímpetus primeros de mis pasiones? Nunca. Todo
lo contrario. Mis venganzas, mis glotonerías, mis nece-
dades y todas mis boberas pasaban por gracias propias
de la edad, como si la edad primera no fuera la más
propia para imprimirnos las ideas de la virtud y del
honor.
Todos disculpaban mis extravíos y canonizaban mis
toscos errores con la antigua y mal repetida cantinela
de déjelo usted: es niño: es propio de sti edad: no sabe
lo que hace: ;cón\o ha de eomen::av por donde nosotros
acabamos:" y otras tonteras de este jaez, con cuyas indul- . I
gencias se pervertía más mi madre, y mi padre tenía
que ceder á su impertinente cariño. ¡Qué mal hacen
los hombres que se dejan dominar de sus mujeres, f
especialmente acerca de la crianza ó educación de sus <.
K hijos 1
Finalmente, así viví en mi casa los seis años pri-
meros que vi el mundo. Es decir: viví como un mero
animal, sin saber lo que me importaba saber y no igno- -ij|
rando mucho de lo que me convenía ignorar.
Llegó, por fin, el plazo de separarme de casa por
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 5.
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i SÍÁwS .*-:'^'^ ^ -
18
PENSADOR MEXICANO
algunos ratos, quiero decir; me pusieron en la escuela,
y en ella ni logré saber lo que debía, y supe, como
siempre, lo que nunca había de haber sabido, y todo
esto por la irreflexiva disposición de mi querida madre;
pero los acontecimientos de esta época, os los escribiré
en el capítulo siguiente.
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CAPITULO II
En el que Periquillo da razón de su ingreso á la escuela,
los progresos que hizo en ella, y otras particularidades que sabrá el que las leyere,
las oyere leer, ó las preguntare
Hizo sus mohínas mi padre, sus pucheritos mi
madre, y yo un montón de alharacas, y berrinches
revueltos con mil lágrimas y gritos; pero nada valió
para que mi padre revocara su decreto. Me encajaron
en la escuela mal de mi grado.
«5//'r
20 PENSADOR MEXICANO
El maestro era muy hombre de bien; pero no tenía
los requisitos necesarios para el caso. En primer lugar
era un pobre, y emprendió este ejercicio por mera nece-
sidad, y sin consultar su inclinación y habilidad; no era
mucho que estuviera disgustado como estaba, y aun
avergonzado en el destino.
Los hombres creen (no sé por qué) que los mucha-
chos, por serlo, no so entretienen en escuchar sus con-
versaciones ni las comprenden; y fiados en este error,
no se cuidan de hablar, delante de ellos, muchas cosas
que alguna vez les salen á la cara, y entonces conocen
que los niños son muy curiosos y observativos.
Yo era uno de tantos, y cumplía con mis deberes
exactamente. Me sentaba mi maestro junto á sí, ya por
especial recomendación de mi padre, ó ya porque era
yo el más bien tratadito de ropa que había entre sus
alumnos.
No sé qué tiene un buen exterior que se respeta
hasta en los muchachos.
Con esta inmediación á su persona no perdía yo
palabra de cuantas profería con sus amigos. Una vez
le oí decir platicando con uno de ellos: — Sólo la maldita
pobreza me puede haber metido á escuelero; ya no tengo
vida con tanto muchacho condenado; ¡qué traviesos que
son y qué tontos I por más que hago no puedo ver uno
aprovechado. ¡Ah, jucha en el oficio tan maldito! ¡Sobre
'- kÍ j.' III i1 ViMÍiial lÉÉlUii l"i '■ÍmÍÍ lif «fWiiiliítil ■ mi V
OBRAS ESCOGIDAS 21
que ser maestro de escuela es la última droga que nos
puede hacer el diablo I... — Así se producía mi buen
maestro, y por sus palabras conoceréis el candor de su
corazón, su poco talento y el concepto tan vil que tenía
formado de un ejercicio tan noble y recomendable por
sí mismo, pues el enseñar y dirigir la juventud es un
cargo de muy alta dignidad , y por eso los reyes y los
gobiernos han colmado de honores y privilegios á los
sabios profesores; pero mi pobre maestro ignoraba todo
esto, y así no era mucho que formara tan vil concepto
de una tan honrada profesión. .
En segundo lugar carecía, como dije, de disposición
para ella, ó de lo que se dice genio. Tenía un corazón
muy sensible, le era repugnante el afligir á nadie, y este
suave carácter lo hacía ser demasiado indulgente con
sus discípulos. Rara vez les reñía con aspereza, y más
rara los castigaba. La palmeta y disciplina tenían poco
que hacer por su dictamen; con esto los muchachos esta-
ban en sus glorias, y yo entre ellos, porque hacíamos
lo que se nos antojaba impunemente.
Ya ustedes verán, hijos míos, que este hombre,
aunque bueno de por sí, era malísimo para maestro y
padre de familias; pues así como no se debe andar todo
el día sobre los niños con el azote en la mano como
cómitre de presidio, así tampoco se les debe levantar
del todo. Bueno es que el castigo sea de tarde en tarde,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, I, A. — 6. .
•'■.t.-^ií- .i'ív' ''•ir:.*? '.- ',' _ '■ ■" *:- •, :^/r-,(,
22 PENSADOR MEXICANO
que sea moderado, que no tenga visos de venganza, que
sea proporcionado al delito, y siempre después de haber
probado todos los medios de la suavidad y la dulzura
para la enmienda; pero si éstos no valen, es muy bueno
usar del rigor según la edad , la malicia y condición del
niño. Xo digo que los padres y maestros sean unos tira-
nos, pero tampoco unos apoyos ó consentidores de sus
hijos ó encargados. Platón decía, (¡uo no siempre se Jian
de refrenar las ¡tosiones de los niños eon la seceridad,
ni siemjtre se lian de acostumbrar d los mimos ij cari-
cias. ^
La prudencia consiste en poner medio entre los
extremos.
Por otra parte, mi maestro carecía de toda la habi-
lidad que se requiere para desempeñar este título. Sabía
leer y escribir, cuando más, para entender y darse á
entender; pero no para enseñar. No todos los que leen
saben leer. Hay muchos modos de leer, según los estilos
de las escrituras. No se han de leer las oraciones de
Cicerón como los anales de Tácito, ni el panegírico de
Plinio com.o las comedias de Moreto. Quiero decir, que
el que lee debe saber distinguir los estilos en que se
escribe, para animar con su tono la lectura, y entonces
manifestará que entiende lo que lee, y que sabe leer.
A Muchos creen que leer bien consiste en leer aprisa,
• Lib. \'¡I de Legthus.
- ■'■ ■■'--' y rtiiltliii' r- —■— ^-^ -'iniMIH >t'i íélfV^^dtlilfl'Él
T»í^-,r '■T^T'-r
OBRAS ESCOGIDAS 23
y con tal método hablan mil disparates. Otros piensan
(y son los más) que en leyendo conforme á la ortografía
con que se escribe, quedan perfectamente. Otros leen
así, pero escuchándose y con tal pausa, que molestan á
los que los atienden. Otros, por fin, leen todo género de
escritos con mucha afectación, pero con cierta monoto-
nía ó igualdad de tono que fastidia. Estos son los modos
más comunes de leer, y vosotros iréis experimentando
mi verdad, y veréis que no son los buenos lectores tan
comunes como parece.
Cuando oyereis á uno que lee un sermón como
quien predica, una historia como quien refiere, una
comedia como quien representa, etc., de suerte que si
cerráis los ojos os parece que estáis oyendo á un orador
en el pulpito, á un individuo en un estrado, á un cómico
en un teatro, etc., decid: éste sí lee bien; mas si escu-
cháis á uno que lee con sonsonete, ó mascando las pala-
bras, ó atrepellando los renglones, ó con una misma
modulación de voz, de manera que lo mismo lea Las
noches de Young que el Todo fiel cristiano del catecismo,
decid sin el menor escrúpulo: Fulano no sabe leer, como
lo digo ahora de mi primer maestro. Ya se ve, era de
los que deletreaban c, a, ca: c, e, que: c, i, qui, etc.;
¿qué se podía esperar?
Y si esto era por lo tocante á leer, por lo que res-
pecta á escribir, ¿qué tal sería? tantito peor, y no podía
.s. '::.' -Vi»- i;!ii!Ait^-,--cv;iL.jüs^.viJ!^'.'.i^
24 PENSADOR MEXICANO
ser de otra suerte; porque sobre cimientos falsos no se
levantan jamás fábricas firmes.
Es verdad que tenía su tintura en aquella parte de
la escritura que se llama calografía; porque sabía lo
que eran trazos, finales, perfiles, distancias, proporcio-
nes, etc., en una palabra, pintaba muy bonitas letras;
pero en esto de ortogrofía no había nada. El adornaba
sus escritos con puntos, comas, interrogaciones y demás
señales de éstas; mas sin orden, método ni instrucción;
con esto salían algunas cosas suyas tan ridiculas, que
mejor le hubiera sido no haberlas puesto ni una coma.
El que se mete á hacer lo que no entiende, acertará una
vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad;
pero las más ocasiones echará á perder todo lo que haga,
como le sucedía á mi maestro en ese particular, que
donde había de poner dos puntos ponía coma; en donde
ésta tenía lugar, la omitía; y donde debía poner dos
puntos, solía poner punto final: razón clara para cono-
cer desde luego que erraba cuanto escribía; y no hubiera
sido lo peor que sólo hubieran resultado disparates ri-
dículos de su maldita puntuación; pero algunas veces
salían unas blasfemias escandalosas.
Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y
le puso al pie una redondilla que desde luego debía
decir así:
OBRAS ESCOGIDAS 25
Pues del Padre celestial
fué María la Hija querida,
^no había de ser concebida
sin pecado original í'
Pero el infeliz hombre erró de medio á medio la
colocación de los caracteres ortográficos, según que lo
tenía de costumbre, y escribió un desatino endemoniado
V digno de una mordaza, si lo hubiera hecho con la más
leve advertencia, porque puso:
jPues del Padre celestial
fué María la Hija querida?
No, había de ser concebida
sin pecado original.
Ya ven ustedes qué expuesto está á escribir mil
"satinos el que carece de instrucción en la ortografía,
cuan necesario es que en este punto no os descuidéis
•n vuestros hijos.
Es una lástima la poca aplicación que se nota sobre
>'e ramo en nuestro reino. No se ven sino mil groseros
•ni'barismos todos los días escritos públicamente en las
vt ! Tías, chocolaterías, estanquillos, papeles de las esqui-
iKí-, y aun en el cartel del coliseo. Es corriente ver
ina mayúscula entremetida en la mitad de un nombre
' v(irbo, unas letras por otras, etc. Como, v. gr., Cho"
inTeria famosa. Rt'al estanqidyo de puros // ciíjaros,
/' ' Barbero de Cehdla. La Horgullosa. El Sebero Dic-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 7,
-*
.i'-fe- '^.É^: .Tt.!.'
r •;.''^^jfc,''«r-<i' 1 "■.,.".it^"-4i£l¿lt's£3Í(5^'ii££i"A^"i¿../i4*^-
26 PENSADOR MEXICANO
tadoi', y otras impropiedades de este tamaño, que no sólo
maniñeslan de á legua la ignorancia de los escribientes,
sino lo abandonado do la policía de la capital en esta
parte.
¿Qué juicio tan mezquino formará un extranjero
de nuestra ilustración cuando vea semejantes despilta-
rros escritos y consentidos públicamente, no ya en un
pueblo, sino nada menos que en México, en la capital
de las Indias Septentrionales, y á vista y paciencia de
tanta respetable autoridad, y de un número de sabios
tan acreditados en todas facultades? ¿Qué ha de decir,
ni qué concepto ha de formar, sino de que el común
del pueblo (y eso si piensa con equidad) es de lo más
vulgar é ignorante, y que está enteramente desatendido
el cuidado de su ilustración por aquellos á quienes está
confiada?
Sería de desear que no se permitiera escribir estos
públicos barbarismos que contribuyen no poco á des-
acreditarnos. ^
Pues aún no es esto todo lo malo que hay en el
particular, porque es una lástima ver que este defecto
de ortografía se extiende á muchas personas de fina
• En todas partes se ha quejado el buen gusto de los insultos que le ha hecho la
barbarie. Hablando sobre esto mismo D. Antonio Ponz, en sus viajes fuera de España,
con relación á iguales barbarismos que notó públicamente escritos en su patria, celebra
la policía de muchas ciudades de Europa, en las que vio escritos los rótulos públicos con
la mayor exactitud ortográñca y curiosidad calográQca ; proponiendo á sus paisanos
estos modelos de ilustración , con el deseo de que los imitaran , que es el mismo que nos
anima á la presente.
.r^lL^-l-. ' - ;'■ \-ht¡ iMf'tH'^M'nr >■ ■.If IWÉ'ñÉiViTrTl'^áii i.¿«k.i-¿^..-.-,. ,-
OBRAS ESCOGIDAS 27
educación, de talentos no vulgares, y que tal vez han
pasado su juventud en los colegios y universidades, de
manera que no es muy raro oir un bello discurso á
un orador, y notar en este mismo discurso escrito por
su mano, sesenta mil defectos ortográficos; y á mí me
parece que esta falta se debe atribuir á los maestros de
primeras letras que, ó miran esté punto tan principal
de la escritura como mera curiosidad, ó como requisito
no necesario, y por eso se descuidan de enseñarlo á sus
discípulos, ó enteramente lo ignoran, como mi maestro,
y así no lo pueden enseñar.
Ya ustedes verán, ¿qué aprendería yo con un maes-
tro tan hábil? Nada seguramente. Un año estuve en su
compañía, y en él supe leer de corrido, según decía mi
candido preceptor, aunque yo leía hasta galopado; por-
que como él no reparaba en niñerías de enseñarnos á
leer con puntuación, saltábamos nosotros los puntos,
paréntesis, admiraciones y demás cositas de estas con
más ligereza que un gato; y esto nos celebraban mi
maestro y otros sus iguales.
También olvidé en pocos días aquellas tales cuales
máximas de buena crianza que mi padre me había ense-
ñado en medio del consentimiento de mi madre; pero
en cambio de lo poco que olvidé, aprendí otras cosillas
de gusto, como, v. gr., ser desvergonzado, mal criado,
pleitista, tracalero, hablador y jugadorcillo.
>
!■
28 PENSADOR MEXICANO
La tal escuela era, á más de pobre, mal dirigida:
con esto sólo la cursaban los muchachos ordinarios, con
cuya compañía y ejemplo, ayudado del abandono de mi
maestro y de mi buena disposición para lo malo, salí
aprovechadísimo en las gracias que os he dicho. Una de
V ellas fué el acostumbrarme á poner malos nombres, no
sólo á los muchachos mis condiscípulos, sino á cuantos
conocidos tenía por mi barrio, sin exceptuar á los viejos
más respetables. ¡Costumbre ó corruptela indigna de
toda gente bien nacida! pero vicio casi generalmente
introducido en las más escuelas, en los colegios, cuar-
teles y otras casas de comunidad; y vicio tan común en
los pueblos, que nadie se libra de llevar su mal nombre
á retaguardia. En mi escuela se nos olvidaban nuestros
nombres propios por llamarnos con los injuriosos que
nos poníamos. Uno se conocía por el tuerto, otro por el
corcobado, éste por el lagañoso, aquél por el roto. Quién
había que entendía muy bien por loco, quién por burro,
quién por guajolote, y así todos.
Entre tantos padrinos no me podía yo quedar sin mi
pronombre. Tenía cuando fui á la escuela una chupita
verde y calzón amarillo. Estos colores, y el llamarme
mi maestro algunas veces por cariño Pcdrillo, facili-
taron á mis amigos mi mal nombre, que fué Periquillo;
pero me faltaba un adjetivo que me distinguiera de
otro Perico que había entre nosotros, y este adjetivo
OBRAS ESCOGIDAS 29
Ó apellido no tardé en lograrlo. Contraje una enferme-
dad de sarna, y apenas lo advirtieron, cuando acordán-
dose de mi legítimo apellido me encajaron el retumbante
título de Sarniento, y heme aquí ya conocido no sólo en
la escuela ni de muchacho, sino ya hombre y en todas
p?íries, por Periquillo Sarniento.
Entonces no se me dio cuidado, contentándome con
corresponder á mis nombradores con cuantos apodos
podía; pero cuando en el discurso de mi vida eché de
ver qué cosa tan odiosa y tan mal vista es tener un
mal nombre; me daba á Barrabás, reprochaba este vicio
y llenaba de maldiciones á los muchachos; mas ya era
tarde.
Sin embargo, no dejarán de aprovecharos estas lec-
ciones para que á vuestros hijos jamás les permitáis
poner nombres; ad virtiéndoles, que esta burda manía,
cuando menos, arguye un nacimiento ordinario y una >
educación muy grosera; y digo cuando menos, porque si
no se hace por mera corruptela y chanzoneta, sino que
estos nombres son injuriosos de por sí, ó se dicen con
ánimo de injuriar, entonces prueban en el que los pone
ó los dice una alma baja ó corrompida, y será pecami-
nosa la tal corruptela, de más ó menos gravedad, según ^^
el espíritu con que se use.
Entre los romanos fué costumbre conocerse con
sobrenombres que denotaban los defectos corporales de ' -v:
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 8. ,
'.; ■-" '•"••.- r . *-^ ^ : '■ • ' ; ' ■■'•' ■
30 PENSADOR MEXICANO
quien los tenía: así se distinguieron los Cocles, los
Manos la /'gas, los Cicerones, los N^asones y otros; pero
lo que entonces fué costumbre adoptada para inmorta-
lizar la memoria de un héroe, hoy es grosería entre
nosotros. Las leyes de Castilla imponen graves penas á
los que injurian á otros de palabra, y el mismo Cristo
dice que será reo del fuego eterno el que le dijere á su
lierniano tonto ó fatuo.
Y si aun con los iguales debemos abstenernos de
este vicio, ¿qué será respecto á nuestros mayores en
edad, saber y gobierno? y á pesar de esto, ¿cuál es el
superior, sea de la clase ó carácter que sea, que no tenga
su mal nombre en la comunidad ó en el pueblo que
gobierna? Pues éste es un osado atrevimiento, porque
debemos respetarlos en lo público y en lo privado.
Sólo el ser viejo ya es un motivo que debe ejercitar
nuestro respeto. Las canas revisten á sus dueños de
cierta autoridad sobre los mozos. Tan conocida ha sido
esta verdad y tan antigua, que ya en el Levítico se lee:
recerencla la persona del anciano, y lecdntate d la pre-
senda de los que tienen canas. Aun á los mismos paga-
nos no se ocultó la justicia de este respeto. Ju venal nos
dice que hubo tiempo en que se tenia por un crimen digno
de muerte, que no se levantara un j'ocen d la presencia de
un cié jo, ó un niño d la de un hombre barbado. ^ Entre
1 Sát. XIII.
^^ ¿-i,-,----.t>JV^-^-i<¿^t;¡i ititi';-.. -'.-: - ■-•- !'■--• l--¡-^^-.^~-.-.-^-<-...' ^-TTii
OBRAS ESCOGIDAS 31
los lacedemonios se mandaba que los niños reveren-
ciaran públicamente ú los ancianos, ij les cedieran el
lugar en todas ocasiones.
¿Qué dijeran estos antiguos si vieran hoy á los
muchachos burlarse de los pobres viejos á merced de su
cansada edad? Cuarenta y dos muchachos perecieron en
los brazos y dientes de dos osos; ¿y por que? porque
se burlaron del profeta Elíseo gritándole calco. ¡Oh, qué
bueno fuera que siempre hubiera un par de osos á la
mano para que castigaran la insolencia de tanto mucha-
cho atrevido y mal criado que crece entre nosotros 1
No digo á los viejos, pero ni á los asimplados ó
dementes se debe burlar por ningún caso. El defecto
espiritual de estos infelices debe servir para dar gracias
al Criador de que nos ha librado de igual fatalidad; debe
contener nuestra soberbia, haciéndonos reflexionar que
mañana ú otro día podemos padecer igual trastorno,
como que somos de la misma masa, y por último, debe
excitar nuestra compasión hacia ellos, porque el mi-
serable trae en su misma miseria una carta de reco-
mendación de Dios para sus semejantes. Ved, pues,
qué crueldad no será el burlarse de cualquiera de
estos pobrecillos, en vez de compadecerlos y socorrerlos
como debía ser. Aprended todo esto para inspirarlo á
vuestros hijos, y no tengáis por importunas mis digre-
siones.
'^.4
32 PENSADOR MEXICANO
5 Volviendo á mis adelantamientos en la escuela, digo
que fueron ningunos, y así hubieran sido siempre, si un
impensado accidente no me hubiera librado de mi maes-
tro. Fué el caso, que un día entró un padre clérigo con
un niño á encomendarlo á su dirección: después que
hubo contestado con él, al despedirse observó el versito
que os he dicho, lo miró atentamente, sacó un anteojito,
lo volvió á leer con él, procuró limpiar las interrogacio-
nes y la coma que tenía el no, creyendo fuesen sucieda-
des de moscas; y cuando se hubo satisfecho de que eran
caracteres muy bien pintados, preguntó: — ¿Quién escri-
bió esto? — A lo que mi buen maestro respondió diciendo
que él mismo lo había escrito y que aquella era su letra.
Indignóse el eclesiástico, y le dijo: — Y usted ¿qué quiso
decir en esto que ha escrito? — Yo, padre, respondió mi
maestro tartamudeando, lo que quise decir, es: que
María Santísima fué concebida en gracia original, porque
fué la hija querida de Dios Padre. Pues, amigo, repuso el
clérigo, usted eso querría decir; mas aquí lo que se lee
es un disparate escandaloso; pero pues sólo es efecto de
su mala ortografía , tome usted el palo del tintero ó todos
sus algodones juntos, y borre ahora mismo y antes que
me vaya este verso perversamente escrito, y si no sabe
usar de los caracteres ortográficos, no los pinte jamás;
pues menos malo será que sus cartas y todo lo que
escriba lo fíe á la discreción de los lectores, sin gota de
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OBRAS ESCOGIDAS 33
puntuación, que no que por hacer lo que no sabe, escriba
injurias ó blasfemias como la presente.
El pobre de mi maestro, todo corrido y lleno de ver-
güenza, borró el verso fatal, delante del padre y de nos-
otros. Luego que concluyó su tácita retractación, prosi-
guió el eclesiástico: — Me llevo á mi sobrino, porque él es
un ciego por su edad, y usted otro ciego por su ignorancia:
y sí un ciego es el lazarillo de otro ciego, ya usted habrá
oído decir que los dos van á dar al precipicio. Usted tiene
buen corazón v buena conducta; mas estas cualidades de
por sí no bastan para ser buenos padres, buenos ayos ni
buenos maestros de la juventud. Son necesarios requisi-
tos para desempeñar estos títulos, ciencia, prudencia,
virtud y disposición. Usted no tiene más que virtud, y
esta sola lo hará bueno para mandadero de monjas ó
sacristán, no para director de niños. Conque procure
usted solicitar otro destino, pues si vuelvo á ver esta
escuela abierta, avisaré al maestro mayor para que le
recoja á usted las licencias, si las tiene. Adiós. — Consi-
deren ustedes, ¿cómo quedaría mi maestro con semejante
panegírico? Luego que se fué el padre clérigo, se sentó y
reclinó la cabeza sobre sus brazos, lleno de confusión
y guardando un profundo silencio.
Ese día no hubo planas, ni lección, ni rezo, ni doc-
trina, ni cosa que lo valiera. Nosotros participamos de su
pesadumbre é hicimos el duelo á su tristeza en el modo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 9.
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34 PENSADOR MEXICANO
que pudimos, pues arrinconamos las planas y los libros,
y no osamos levantar la voz para nada. Bien es, que
por no perder la costumbre, retozamos y charlamos en
secreto hasta que dieron las doce, á cuya primera cam-
panada volvió mi maestro en sí: rezó con nosotros, y
luego que nos echó su bendición, nos dijo con un tono
bastante tierno: — ^^ Hijos míos: yo no trato de proseguir
en un destino que lejos de darme que comer, me da
disgusto. Ya habéis visto el lance que me acaba de pasar
con ese padre: Dios le perdone el mal rato que me ha
dado; pero yo no me expondré á otro igual, y así no
vengáis á la tarde: avisad á vuestros padres que estoy
enfermo y ya no abro la escuela. Conque hijos, vayan
norabuena y encomiéndenme á Dios.^>
No dejamos de alligirnos algún tanto, ni dejaron
nuestros ojos de manifestar nuestro pesar, porque en
efecto, sentíamos á mi maestro como que magí"ier tontos,
conocíamos que no podíamos encontrar maestro más
suave si lo mandábamos hacer de mantequilla ó maza-
pán; pero en ñn, nos fuimos.
Cada muchacho haría en su casa lo que yo en la
mía, que fué contar al pie de la letra todo el pasaje, y la
resolución de mi maestro de no volver á abrir la escuela.
Con esta noticia tuvo mi padre que solicitarme
nuevo maestro, y lo halló al cabo de cinco días. Llevóme
á su escuela y entregóme bajo su terrible férula.
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OBRAS ESCOGIDAS 35
¡Qué instable es la fortuna en esta vida! Apenas nos
muestra un día su rostro favorable para mirarnos con
ceño muchos meses. ¡Válgame Dios, y cómo conocí esta
verdad en la mudanza de mi escuela! En un instante
me vi pasar de un paraíso á un infierno, y del poder de
un ángel al de un diablo atormentador. El mundo se me
volvió de arriba abajo.
Este mi nuevo maestro era alto, seco, entrecano,
bastante bilioso é hipocondríaco, hombro de bien á toda
prueba, arrogante lector, famoso pendolista, aritmético
diestro y muy regular estudiante; pero todas estas pren-
das las deslucía su genio tétrico y duro.
Era demasiado eficaz v escrupuloso. Tenía muv
pocos discípulos, y á cada uno consideraba como el único
objeto de su instituto. ¡Bello pensamiento si lo hubiera
sabido dirigir con prudencia! pero unos pecan por uno
y otros por otro extremo donde falta aquella virtud.
Mi primer maestro era nimiamente compasivo y condes-
cendiente, y el segundo era nimiamente severo y escru-
puloso. El uno nos consentía mucho, y el otro no nos
disimulaba lo más mínimo. Aquél nos acariciaba sin
recato, y éste nos martirizaba sin caridad.
Tal era mi nuevo preceptor, de cuya boca se había
desterrado la risa para siempre, y en cuyo cetrino sem-
blante se leía toda la gravedad de un Areopagita. Era de
aquellos que llevan como infalible el cruel y vulgar
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36 PENSADOR MEXICANO
/axioma de que la Iciva con sangre entra, y bajo este
sistema era muy raro el día que no nos atormentaba.
La disciplina, la palmeta, las orejas de burro y todos
los instrumentos punitorios, estaban en continuo movi-
miento sobre nosotros; y yo, que iba Heno de vicios,
sufría más que ninguno de mis condiscípulos los rigores
del castigo.
Si mi primer maestro no era para el caso por indul-
gente, éste lo era menos por tirano; si aquél era bueno
para mandadero de monjas, éste era mejor para cochero
ó mandarín de obrajes.
Es un error muy grosero pensar que el temor puede
hacernos adelantar en la niñez si es excesivo. Con razón
decía Plinio que el miedo es un maestro muy infiel. Por
milagro acertará en alguna cosa el que la emprenda
prevenido del miedo y del terror; el ánimo conturbado,
decía Cicerón, no es á propósito para desempeñar sus
funciones. Así me sucedía, que cuando iba ó me lleva-
ban á la escuela, ya entraba ocupado de un temor
imponderable; con esto mi mano trémula y mi lengua
balbuciente ni podían formar un renglón bueno ni articu-
lar una palabra en su lugar. Todo lo erraba, no por falta
de aplicación, sino por sobra de miedo. A mis yerros
seguían los azotes, á los azotes más miedo, y á más
miedo más torpeza en mi mano y en mi lengua, la que
me granjeaba más castigo.
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OBRAS ESCOGIDAS 37
En este círculo horroroso de yerros y castigo viví
dos meses bajo la dominación de aquel sátrapa infer-
nal. En este tiempo ¡qué diligencias no hizo mi madre,
obligada de mis quejas, para que mi padre me mudara
de escuela I ¡qué disgustos no tuvo! ¡y qué lágrimas no
le costó I pero mi padre estaba inexorable, persuadido á
que todo era efecto de su consentimiento, y no quería en
esto condescender con ella, hasta que por fortuna fué
un día á casa de visita un religioso que ya tenía noticia
del pan que amasaba el señor maestro susodicho, y ofre-
ciéndose hablar de sus crueldades, peroró mi madre con
tanto ahinco, y atestiguó el religioso con tanta solidez á
mi favor que, convencido mi padre, se resolvió á ponerme
en otra parte, como veréis en el capítulo que sigue.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 10,
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CAPITULO III
En el que Periquillo describe su tercera escuela, y la disputa
de sus padres sobre ponerlo á oñcio
Llegó el aplazado día en que mi padre acompa-
ñado del buen religioso determinó ponerme en la ter-
cera escuela. Iba yo cabizbajo, lloroso y lleno de temor,
creyendo encontrarme con el segundo tomo del viejo
cruel, de cuyo poder me acababan de sacar, sin em-
bargo, de que mi padre y el reverendo me ensancha-
ban el ánimo á cada paso.
40 PENSADOR MEXICANO
Entramos por fin á la nueva escuela; pero ¡cuál
fué mi sorpresa cuando vi lo que no esperaba ni estaba
acostumbrado á ver! Era una sala muy espaciosa y
aseada, llena de luz y ventilación, que no embarazaban
sus hermosas vidrieras: las pautas y muestras colocadas
á trechos, eran sostenidas por unos genios muy gracio-
sos, que en la siniestra mano tenían un festón de rosas
de la más halagüeña y exquisita pintura. No parece sino
que mi maestro había leído al sabio Blanchard en su
escuela de las costumbres, y que pretendió realizar los
proyectos que apunta dicho sabio en esta parte, porque
la sala de la enseñanza rebosaba luz, limpieza, curiosi-
dad y alegría.
Al primer golpe de vista que recibí con el agra-
dable exterior de la escuela, se rebajó notablemente
el pavor con que había entrado, y me serené del todo
cuando vi pintada la alegría en los semblantes de los
otros niños, de quienes iba á ser compañero.
Mi nuevo maestro no era un viejo adusto y satur-
nino, según yo me lo había figurado; todo lo contrario,
ora un semijoven como de treinta y dos á treinta y tres
años, de un cuerpo delgado y de regular estatura; vestía
decente, al uso del día y con mucha limpieza; su cara
manifestaba la dulzura de su corazón; su boca era el
depósito de una prudente sonrisa; sus ojos vivos y pene-
trantes inspiraban la confianza y el respeto; en una pala-
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— ¿Ves, hijo, qué primores encierra la naturaleza, aun en cuatro hierbecitas
y unos animalitos que aquí tenemos?
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OBRAS ESCOGIDAS .41
bra, este hombre amable parece que había nacido para
dirigir la juventud en sus primeros años.
Luego que mi padre y el religioso se retiraron, me
llevó mi maestro al corredor; comenzó á enseñarme las
macetas; á preguntarme por las flores que conocía; á
hacerme reflexionar sobre la varia hermosura de sus
colores, la suavidad de sus aromas y el artificioso
mecanismo con que la naturaleza repartía los jugos de
la tierra por las ramificaciones de las plantas.
Después me hizo escuchar el dulce canto de varios
pintados pajarillos que estaban pendientes en sus jauli-
tas, como los de la sala, y me decía: — ¿Ves, hijo, qué pri-
mores encierra la naturaleza, aun en cuatro hierbecitas
y unos animalitos que aquí tenemos? Pues esta natu-
raleza es la ministra del Dios que creemos y adoramos.
La mayor maravilla de la naturaleza que te sorprenda,
la hizo el Criador con un acto simple de su suprema
voluntad. Ese globo de luego que está sobre nuestras
cabezas, que arde sin consumirse muchos miles de años
hace, que mantiene sus llamas sin saberse con qué
pábulo, que no sólo alegra, sino que da vida al hombre,
al bruto, á la planta y á la piedra; ese sol, hijo mío, esa
antorcha del día, ese ojo del cielo, esa alma de la natu-
raleza que con sus benéficos resplandores ha deslum-
hrado á muchos pueblos, granjeándose adoraciones de
deidad, no es otra cosa, para que me entiendas, que un
PERIQUILLO SARNIENTO —T. I, A. — 11.
^J^'
42 PENSADOR MEXICANO
juguete de la soberana Omnipotencia. Considera, ahora,
cuál será el poder, la sabiduría y el amor de este tu
gran Dios, pues ese sol que te admira, esos cielos que
te alegran, estos pajarillos que te divierten, estas flores
que t(3 halagan, este hombre que te enseña, y todo
cuanto te rodea en la naturaleza, salió de sus divinas
manos sin el menor trabajo, con toda perfección y
destinado á tu servicio. Y quó, ¿tú serás tan para poco
que no lo conozcas? O ya que lo conozcas, ¿serás tan
indigno que no agradezcas tantos favores al Dios que
te los ha hecho sin merecerlos? Yo no lo puedo creer
de tí. Pues mira, el mejor modo de mostrarse agrade-
cida una persona á su bienhechor, es servirlo en cuanto
pueda, no darle ningún disgusto y hacer cuanto le
mande. Esto debes practicar con tu Dios, pues es tan
bueno. El te manda que lo ames y que observes sus
mandamientos. En el cuarto de ellos te ordena que obe-
dezcas y respetes á tus padres, y después de ellos á tus
superiores, entre los que tienen un lugar muy distin-
guido tus maestros. Ahora me toca serlo tuyo, y á tí te
toca obedecerme como buen discípulo. Yo te debo amar
como hijo y enseñarte con dulzura, y tú debes amarme,
respetarme y obedecerme lo mismo que á tu padre.
No me tengas miedo, que no soy tu verdugo: trá-
tame con miramiento; pero al mismo tiempo con con-
fianza, considerándome como padre y como amigo.
OBRAS ESCOGIDAS
43
Acá hay disciplinas, y de alambre, que arrancan los
pedazos; hay palmetas, orejas de burro, cormas, grillos
y mil cosas feas; pero no las verás muy fácilmente, por-
que están encerradas en una covacha. Esos instrumen-
tos horrorosos que anuncian el dolor y la infamia, no
se hicieron para tí ni para esos niños que has visto,
pues estáis criados en cunas no ordinarias, tenéis
buenos padres, que os han dado muy bella educación,
y os han inspirado los mejores sentimientos de virtud,
honor y vergüenza, y no creo ni espero que jam.ás me
pongáis en el duro caso de usar de tan repugnantes cas-
tigos.
El azote, hijo mío, se inventó para castigar afren-
tando al racional, y para avivar la pereza del bruto que
carece de razón; pero no para el niño decente y de ver-
güenza que sabe lo que le importa hacer y lo que nunca
debe ejecutar, no amedrentado por el rigor del castigo,
sino obligado por la persuasión de la doctrina y el con-
vencimiento de su propio interés.
Aun los irracionales se docilitan y aprenden con
sólo la continuación de la enseñanza, sin necesidad de
castigo. ¿Cuántos azotes te parece que les habré dado
a estos mocentes pajaritos para hacerlos trinar como los
oyes? Ya supondrás que ni uno; porque ni soy capaz de
usar tal tiranía ni los animalitos son bastantes á resis-
tirla. Mi empeño en enseñarlos y su aplicación en
<
*-.
44 PENSADOR MEXICANO
aprender los han acostumbrado á gorjear en el orden
que los oyes.
Conque si unas avecita.s no necesitan azote para
aprender, un niño como tú, ¿cómo lo habrá menester?...
¡Jesús!... ni pensarlo. ¿Qué dices? ¿me engaña? ¿me
amarás? ¿harás lo que te mande? — Sí, señor, le dije,
todo enternecido, y le besé la mano, enamorado de su
dulce genio. El entonces me abrazó, me llevó á su recá-
mara, me dio unos bizcochitos, me sentó en su cama y
me dijo que me estuviera allí.
Es increíble lo que domina el corazón humano un
carácter dulce y afable, y más en un superior. El de
mi maestro me docilitó tanto con su primera lección,
que siempre le quise y veneré entrañablemente, y por lo
mismo le obedecía con gusto.
Dieron las doce, me llamó mi maestro á la escuela
para que las rezara con los niños. Acabamos, y luego nos
permitió estar saltando y enredando todos en buena com-
pañía; pero á su vista, con cuyo respeto eran nuestros
juegos inocentes. Entretanto fueron llegando los criados
y criadas por sus respectivos niños, hasta que llegó la
de mi casa y me llevó; frero advertí que mi maestro le
volvió el libro que yo tenía para leer, y le dio una esque-
lita para mi padre, la que se reducía á decirle que
llevara yo primeramente los compendios de Fleury ó
Pintón, y cuando ya estuviera bien instruido en aquellos
— í^*-.-- " ,»í.' -^— í
• ^;'-i:'^'^'~ i, s-^c^*::>ír.-rí'*J"--*i>;^ ,
OBRAS ESCOGIDAS 45
principios, sería útil ponerme en las manos El Hombre
feli:;, Los Niños célebres, Las Recreaciones del hombre
sensible, ú otras obritas semejantes; pero que nunca con-
venía que yo leyera Soledades de la cid a, Las nótelas de
Sayas. j Guerras ciciles de Granada, La historia de Cario
Magno y doce pares, ni otras boberas de éstas, que lejos
de formar, cooperan á corromper el espíritu de los niños
ó disponiendo su corazón á la lubricidad, ó llenando su
cabeza de fábulas, valentías y patrañas ridiculas.
Mi padre lo hizo según quería mi maestro, y con
tanto más gusto cuanto que conocía que no era nada
vulgar.
Dos años estuve en compañía de este hombre ama-
ble, y al cabo de ellos salí medianamente aprovechado en
los rudimentos de leer, escribir y contar. Mi padre me
hizo un vestidito decente el día que tuve mi examen
público. Se esforzó para darle una buena gala á mi
maestro, y en efecto, la merecía demasiado. Le dio las
debidas gracias, y yo también con muchos abrazos, y
nos despedimos.
Acaso os habrá hecho tuerza, hijos míos, que
habiendo yo sido do tan mal natural por mi educación
física y moral sin culpa, sino por un excesivo amor de
mi madre, y habiéndome corrompido más con el per-
verso ejemplo de los muchachos de mi primera escuela,
hubiera transformádome en un instante de malo en regu-
PERIQUILLO SARNIENTO. -T. I, A.— 12.
i''>iliiitii}iffllS¿'iMÉini'in V ¿~. C^J: ^-'V2t>.^'^^jl'
<^-.. ' .¿'jkSC
46 PENSADOR MEXICANO
lar (porque bueno jamás lo he sido) bajo la dirección
de mi verdadero maestro; pero no lo extrañéis, porque
tanto así puedo la buena educación reglada por un
talento superior y una prudencia vigilante, y lo que es
más, por el buen ejemplo, que es la pauta sobre que
los niños dirigen sus acciones casi siempre.
Así que, cuando tengáis hijos, cuidad no sólo de
instruirlos con buenos consejos, sino de animarlos con
buenos ejemplos. Los niños son los monos de los viejos;
pero unos monos muy vivos: cuanto ven hacer á sus
mayores, lo imitan al momento, y por desgracia imitan
mejor y más pronto lo malo que lo bueno. Si el niño os
ve rezar, él también rezará; pero las más veces con tedio
y durmiéndos(\ No así si os oye hablar palabras torpes
é injuriosas; si os advierte iracundos, vengativos, las-
civos, ebrios ó jugadores; porque esto lo aprenderá
vivamente, advertirá en ello cierta complacencia, y el
deseo de satisfacer enteramente sus pasiones le hará
imitar con la mayor prolijidad vuestros desarreglos; v
entonces vosotros no tendréis cara para reprenderlos;
pues ellos os podrán decir: esto nos habéis enseñado,
vosotros habéis sido nuestros maestros, y nada hacemos
que no hayamos aprendido de vosotros mismos.
Los cangrejos son unos animalitos que andan de
lado; pues como advirtiesen esta deformidad algunos
cangrejos civilizados, trataron de que se corrigiera este
:JW»^-ii>;
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OBRAS ESCOGIDAS
47
defecto; pero un cangrejo machucho dijo: — ^^Señores, es
una torpeza pretender que en nosotros se corrija un vicio
que ha crecido con la edad. Lo seguro es instruir á
nuestra juventud en el modo de andar derechos, para
que, enmendando ellos este despilfarro, enseñen después
á sus hijos y se logre desterrar para siempre de nuestra
posteridad este maldito modo de andar. — Todos los can-
grejos nomine disci'opantc ^ celebraron el arbitrio. Encar-
góse su ejecución á los cangrejos padres, y éstos con
muy buenas razones persuadían á sus hijos á andar
derechos; pero los cangrejitos decían: — ;A ver como,
/taclres/ — Aquí era ello. Se ponían á andar los cangrejos
y andaban de lado, contra todos los preceptos que les
acababan de dar con la boca. Los cangrejillos, como que
es natural, hacían lo que veían y no lo que oían, y de
este modo se quedaron andando como siempre. Esta es
una fábula respecto á los cangrejos, mas respecto á los
hombres es una verdad evidente; porque, como dice
Séneca, se hace largo y dificU el camino que conduce ñ la
virtud ]tor los preceptos: breve y eficaz por el ejemplo.
Así, hijos míos, debéis manejaros delante de los
vuestros con la mayor circunspección, de modo que
jamás vean el mal, aunque lo cometáis alguna vez por
vuestra miseria. Yo, á la verdad, si habéis de ser malos
(lo que Dios no permita) más os quisiera hipócritas que
* De común acuerdo.
48 PENSADOR MEXICANO
escandalosos delante de mis nietos, pues menos daño
recibirán de ver virtudes fingidas que de aprender
vicios descarados. No digo que la hipocresía sea buena
ni perdonable, pero del mal el menos.
No sólo los ci'istianos sabemos que nos obliga este
buen ejemplo que se debe dar á los hijos. Los mismos
paganos conocieron esta verdad. Entre otros es digno de
notarse Juvenal, cuando dice en la Sátira XIV lo que
os traduciré al castellano de este modo:
Nada indigno del oído ó de la vista
El niño observe en vuestra propia casa.
De la doncella tierna esté muy lejos
La seducción que la haga no ser casta,
Y no escuche jamás la voz melosa
De aquel que se desvela en arruinarla.
Gran reverencia al niño se le debe,
Y si á hacer un delito te preparas.
No desprecies sus años por ser pocos,
Que la malicia en muchos se adelanta;
Antes si quieres delinquir, tu niño
Te debe contener aun cuando no habla,
Pues tú eres su censor, y tus enojos,
Por tus ejemplos moverá mañana.
( Y has de advertir que tu hijo en las costumbres
Se te ha de parecer como en la cara)
Cuando él cometa crímenes horribles
No perdiendo de vista tus pisadas.
Tú querrás corregirlo y castigarlo,
Y llenarás el barrio de alharacas.
Aún más harás, si tienes facultades,
Lo desheredarás lleno de saña ;
¿Pero con qué justicia en ese caso
La libertad de padre le alegaras
Cuando tú, que eres viejo, á su presencia
Tus mayores maldades no recatas?
OBRAS ESCOGIDAS
49
Después que pasaron unos cuantos días que me
dieron en mi casa de asueto y como de gala, se trató de
darme destino.
Mi padre, que como os he dicho, era un hombre
prudente y miraba las cosas más allá de la cascara, con-
siderando que ya era viejo y pobre, quería ponerme á
oficio; porque decía que en todo caso más valía que fuera
yo mal oficial que buen vagabundo; mas apenas comu-
nicó su intención con mi madre, cuando... ¡Jesús de mi
alma! ¡qué aspavientos y qué extremos no hizo la santa
señora! Me quería mucho, es verdad; pero su amor
estaba mal ordenado. Era muy buena y arreglada; mas
estaba llena de vulgaridades. Decía á mi padre: — ¿Mi
hijo á oficio? no lo permita Dios. ¿Qué dijera la gente al
ver al hijo de don Manuel Sarmiento, aprendiendo á
sastre, pintor, platero ú otra cosa? — ¡Qué ha de decir!
respondía mi padre; que don Manuel Sarmiento es un
hombre decente, pero pobre, y muy hombre de bien,
y no teniendo caudal que dejarle á su hijo, quiere pro-
porcionarle algún arbitrio útil y honesto para que solicite
su subsistencia sin sobrecargar á la república de un
ocioso más, y este arbitrio no es otro que un oficio.
Esto pueden decir y no otra cosa. — No, señor, replicaba
mi madre toda electrizada: si usted quiere dar á Pedro
algún oficio mecánico, atropellando con su nacimiento,
yo no; pues aunque pobre, me acuerdo que por mis
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 13.
50 PENSADOR MEXICANO
venas y por las de mi hijo corre la ilustre sangre de
los Ponces, Tagles, Pintos, Vélaseos, Zumalacárreguis
y Bundiburis. — Pero, hija, decía mi padre, ¿qué tiene
que ver la sangre ilustre de los Ponces, Tagles, Pintos,
ni de cuantos colores y alcurnias hay en el mundo, con
que tu hijo aprenda un oficio para que se mantenga
honradamente, puesto que no tiene ningún vínculo que
afiance su subsistencia? — ¿Pues qué, instaba mi madre,
le parece á usted bueno que un niño noble sea sastre,
pintor, platero, tejedor ó cosa semejante? — Sí, mi alma,
respondía mi padre con mucha fiema: me parece bueno
y muy bueno que el niño noble, si es pobre y no tiene
protección, aprenda cualquier oficio, por mecánico que
sea, para que no ande mendigando su alimento. Lo que
me parece malo es que el niño noble ande sin blanca,
roto ó muerto de hambre por no tener oficio ni beneficio.
Me parece malo que para buscar que comer ande de
juego en juego, mirando donde se arrastra un muerto, ^
donde dibuja una apuesta, ó logra por favor una guru-
piada. ^ Me parece más malo que el niño noble ande al
medio día espiando dónde van á comer para echarse,
como dicen, de apóstol, y yo digo de gorrón ó sinver-
güenza, porque los apóstoles solían ir á comer á las
' Asi se llama en los juegos hurtarse una parada á sombra del descuido de su
•egitimo dueño.
» Llaman los jugadores gurupíé al que ayuda al banquero, montero, etc., á bara-
jar, pagar las apuestas que ganan, recoger las que pierden, etc. E.
, -í"* -.<-;- 1
OBRAS ESCOGIDAS
51
casas ajenas después de convidados y rogados, y estos
tunos van sin que los conviden ni les rueguen; antes,
á trueque de llenar el estómago, son el hazmerreir de
todos, sufren mil desaires, y después de tanto, perm.a-
necen más pegados que unas sanguijuelas, de suerte que
á veces es necesario echarlos noramala con toda clari-
dad. Esto sí me parece malo en un noble, y me parece
peor que todo lo dicho y malísimo en extremo de la
maldad imaginable que el joven ocioso, vicioso y pobre
ande estafando á éste, petardeando á aquél y haciendo á
todos las trácalas que puede, hasta quitarse la máscara,
dar en ladrón público y parar en un suplicio ignomi-
nioso ó en un presidio. Tú has oído decir varias de estas
pillerías, y aun has visto algunos cadáveres de estos
nobles, muertos á manos de verdugos en esta plaza
de México. Tú conociste á otro caballerito noble y
muy noble, hijo de una casa solariega, sobrino nada
menos que de un primer ministro y secretario de Estado;
pero era un hombre vicioso, abandonado y sin destino:
(por calavera) consumó sus iniquidades matando á un
pobre maromero en la cuesta del Platanillo, camino de
Acapulco, por robarle una friolera que había adqui-
rido á costa de mil trabajos. Cayó en manos de la
Acordada, se sentenció á muerte, estuvo en la capilla,
lo sacó de ella un virrey por respeto del tío, y per-
manece preso en aquella cárcel ya hace una porción de
..tM- ^íiid&yíéáL.^ iio2kl '¿¿rjíifí'i^-í
:.^M¿íy
52 PENSADOR MEXICANO
años. ^ He aquí el triste cuadro que presenta un hombre
noble, vicioso y sin destino. Nada perdió el lustre de
su casa por el villano proceder de un deudo picaro.
Si lo hubieran ahorcado, el tío hubiera quedado, como
quodó, en el candelero; porque así como nadie es sabio
por lo que supo su padre, ni valiente por las hazañas
que hizo, así tampoco nadie se infama ni se envilece
por los pésimos procederes de sus hijos.
He traído á la mí^moria este caso horrendo, y ¡ojalá
no sucedieran otros semejantes 1 para que veas á lo que
está expuesto el noble que, fiado en su nobleza, no quiere
trabajar, aunque sea pobre.
— Pero ¿luego ha de dar en un ojo? decía mi madre,
¿luego ha de ser Pedrito tan atroz y malvado como
D. N. li.f — Sí, hijita, respondía mi padre; estando en el
mismo predicamento, lo propio tiene Juan que Pedro; es
una cosa muy natural, y el milagro fuera que no suce-
diera del mismo modo, mediando las propias circunstan-
cias. ¿Qué privilegio goza Pedro para que, supuesta
su pobreza é inutilidad, no sea también un vicioso y un
ladrón, como Juan, y como tantos Juanes que hay en el
mundo? ¿Ni qué firma tenemos del Padre Eterno, que
nos asegure que nuestro hijo ni se empapará en los
vicios, ni correrá la desgraciada suerte de otros sus
iguales, mayormente mirándose oprimido de la necesi-
* Siendo virrey el conde de Revilla, lo desterró para siempre á las islas Marianas.
'WW^TtY?^ y V . ••^■■:-r^-V ■.•.■■•■■■•-■,;"■ >'••v•^.~ ^
OBRAS ESCOGIDAS 53
dad, que casi siempre ciega á los hombres y los hace
prostituirse á los crímenes más vergonzosos?
— Todo esto está muy bueno, decía mi madre;
¿pero qué dirán sus parientes al verlo con oficio? —
Nada, ¿qué han decir? respondía mi padre; lo más que
dirán es; mi primo el sastre, mi sobrino el platero ó
lo que sea; ó tal vez dirán: no tenemos parientes
sastres, etc., y acaso no le volverán á hablar; pero
ahora, díme tú: ¿qué le darán sus parientes el día que
lo vean sin oficio, muerto de hambre y hecho pedazos?
Vamos, ya yo te dije lo que dirían en un caso, díme tú
lo que le dirán en el contrario. — Puede, decía mi buena
madre, puede que lo socorran siquiera porque no los
desdore. — Ríete de eso, hija, respondía mi padre; como
él no los desplatee, poca fuerza les hará que los des-
dore. Los parientes ricos, por lo común, tienen un
expediente muy ensayado para librarse de un golpe
de la vergüencilla que les causan los andrajos de sus
parientes pobres, y éste es negarlos por tales redon-
damente. Desengáñate; si Pedro tuviere alguna buena
suerte ó hiciere algún viso en el mundo, no sólo lo
reconocerán sus verdaderos parientes, sino que se le
aparecerán otros mil nuevos, que lo serán lo mismo
que el Gran Turco, y tendrá continuamente á su lado
un enjambre de amigos que no lo dejarán mover; pero
si fuere un pobre, como es regular, no contará más que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A . — 14.
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54 PENSADOR MEXICANO
con el peso que adquiera. Esta es una verdad, pero muy
antigua y muy experimentada en el mundo; por eso
nuestros viejos dijeron sabiamente, que no haij más
amigo quo Dios, ni más pai'ientc que na poso. ¿Tú ves
ahora que nos visitan y nos hacen mil expresiones tu
tío el capitán, mi sobrino el cura, las primas Delga-
dos, la tía Rivera, mamá Manuela y otros? Pues es
porque ven que, aunque pobres, á Dios gracias no nos
falta que comer y les sirvo en lo que puedo. Por eso
nos visitan, por eso y nada más, créelo. Unos vienen
á pedirme prestado, otros á que les saque de este ó
aquel empeño, quién á pasar el rato, quién á inquirir
los centros de mi casa y quién á almorzar ó tomar cho-
colate; pero si yo me muero, como que quedas pobre,
verás, verás cómo se disipan los amigos y los deudos,
lo mismo que los mosquitos con la incomodidad del
humo. Por estos conocimientos deseara que mi Pedro
aprendiera oficio, ya que es pobre, para que no hubiera
menester á los suyos ni á los extraños después de mis
días. Y te advierto, que muchas veces suelen los hom-
bres hallar más abrigo entre los segundos que entre los
primeros; mas con todo eso, bueno es atenerse cada uno
á su trabajo y á sus arbitrios y no ser gravoso á nadie.
— Tú medio me aturdes con tantas cosas, decía mi
madre; pero lo que veo es que un hidalgo sin oficio es
mejor recibido y tratado con más distinción en cual-
™py- .."'-■'
OBRAS ESCOGIDAS
OO
quiera parte decente que otro hidalgo sastre, batihoja,
pintor, etc. — Ahí está la preocupación y la vulgari-
dad, respondía mi padre. Sin oficio puede ser; pero no
sin destino ú arbitrio honesto. A un empleado en una
oficina, á un mihtar ó cosa semejante, le harán mejor
tratamiento que á un sastre ó á cualquiera otro oficial
mecánico, y muy bien hecho: razón es que las gentes se
distingan; pero al sastre y aun al zapatero lo estimarán
más en todas partes que no al hidalgo tuno, ocioso, tra-
piento y petardista, que es lo que quiero que no sea mi
hijo. A más de esto, ¿quién te ha dicho que los oficios
envilecen á nadie? Lo que envilece son las malas accio-
nes, la mala conducta y la mala educación. ¿Se dará des-
tino más vil que guardar puercos? pues esto no embarazó
para que un Sixto V fuera pontífice de la Iglesia católica...
Pero esta disputa paró en lo que leeréis en el capí-
tulo cuarto.
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CAPITULO IV
En el que Periquillo da razón
■ en qué paró la conversa-
ción de sus padres, y del
resultado que tuvo, y
fué que lo pusieron á
estudiar, y los pro-
gresos que hizo.
madre , sin
embargo de
lo dicho , se
opuso de pie firme á
que se me diera oficio,
insistiendo en que me pu-
siera mi padre en el colegio. Su merced le decía:
— No seas candida; y si á Pedro no le inclinan los
estudios ó no tiene disposición para ellos, ¿no será una
barbaridad dirigirlo por donde no le gusta? Es la mayor
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 15.
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58 PENSADOR MEXICANO
simpleza de muchos padres pretender tener á pura fuerza
un hijo letrado ó eclesiástico, aun cuando no sea de su
vocación tal carrera ni tenga talento á propósito para las
letras; causa funesta, cuyos perniciosos efectos se lloran
diariamente en tantos abogados firmones, ^ médicos ase-
sinos y eclesiásticos ignorantes y relajados, como adver-
timos.
Todavía para dar oficio á los niños es menester
consultar su genio y constitución física, porque el que
es bueno para sastre ó pintor, no lo será para herrero
ó carpintero, oficios que piden, á más de inclinación,
disposición de cuerpo y unas robustas fuerzas.
No todos los hombres han nacido útiles para todo.
Unos son buenos para las letras, y no generalmente,
pues el que es bueno para teólogo, no lo será para
médico; y el que será un excelente físico, acaso será
un abogado de á docena, si no se le examina el genio;
y así de todos los letrados. Otros son buenos para las
armas é ineptos para el comercio; otros excelentes para
el comercio y topos para las letras; otros, por último,
aptísimos para las artes liberales y negados para las
mecánicas, y así de cuantos hombres hay.
En efecto, hombres generales y á propósito para
• Se llama así á los abogados que , teniendo pocos negocios en sus bufetes, ocurren
á los Oficios de los escribanos, y antiguamente á los Bancos de los procuradores, á
poner su firma por cuatro reales ó un peso, en los escritos que, según las leyes, no
podían correr sin este requisito. K.
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OBRAS ESCOGIDAS 59
todas las ciencias y artes se consideran ó como fenóme-
nos de la naturaleza, ó como testimonios de la Omni-
potencia Divina, que puede hacer cuanto quiera.
Sin embargo, yo creo firmemente que estos omnis- . i
cíos, que una que otra vez ha celebrado el mundo, han 1
sido sólo unos monstruos (si puede decirse así) de enten-
dimiento, de aplicación y de memoria, y han admirado á
las generaciones por cuanto han adquirido el conoci- *
miento de muchas más ciencias que el común de los
sabios sus coetáneos, y las han poseído tal vez en un
grado más superior; pero, en mi concepto, no han pasado
de unos fenómenos de talento, rarísimos en verdad; mas
limitados todavía infinitamente, y no han merecido ni i
merecerán jamás el sagrado renombre de omniscios,
pues si omniscio quiere decir el que todo lo sabe, digo
que no hay más que un omniscio dentro y fuera de la
naturaleza, que es Dios. Este Ente Supremo es sí, el
único y verdadero omniscio, porque es el que única
y verdaderamente sabe todo cuanto se puede saber; y
en este sentido, conceder un hombre omniscio, fuera
conceder otro Dios, de cuyo absurdo están muy lejos
aun los que honraron al profundo Leibniz con tan pom^
poso título.
Acaso este grande hombre no sería capaz de ensue-
lar un zapato, de bordar una sardineta, ni de hacer otras
mil cosas que todos vemos como meras frioleras y efectos
í'St.- ,«..' *,*-
60 PENSADOR MEXICANO
de un puro mecanismo; y sin acaso, este ingenio céle-
bre, si resucitara, tendría que abjurar muchos de sus
preceptos y axiomas, desengañado con los nuevos des-
cubrimientos que se han hecho.
Todo esto te digo, hija mía, para que reflexiones
que todos los hombres somos finitos y limitados, que
apenas podemos acertar en una ú otra cosa; que los
ingenios más célebres no han pasado de grandes; pero
ni remotamente han sido universales, pues ésta es pre-
rrogativa del Criador, y que, según esto, debemos exami-
nar la inclinación y talento de nuestros hijos para diri-
girlos.
No me acuerdo dónde he leído que los lacedemo-
nios, para destinar á los suyos con acierto, se valían de
esta estratagema. Prevenían en una gran sala diferentes
instrumentos pertenecientes á las ciencias y artes que
conocían. Supon tú que en aquella sala ponían instru-
mentos de música, de pintura, de escultura, de arqui-
tectura, de astronomía, de geograíía, etc., sin I altar
tampoco armas y libros: hecho esto disponían con disi-
mulo que varios niños se juntasen allí solos, y que juga-
sen á su arbitrio con los instrumentos que quisiesen, y
entretanto, sus padres estaban ocultos y en observación
de las acciones de sus hijos, y notando á qué cosa se
inclinaba cada uno de por sí; y cuando advertían que
un niño se inclinaba con constancia á las armas, á los
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OBRAS ESCOGIDAS 61 .
libros, ó á cualquiera ciencia ó arte de aquellas cuyos
instrumentos tenían á la vista, no dudaban aplicarlos á ,^
ellos, y casi siempre correspondía el éxito á su prudente
examen.
Siempre me ha gustado esta bella industria para
rastrear la inclinación de los niños; así como he repro-
bado la general corruptela de muchos padres que á
tontas y á locas encajan á los muchachos en los colegios,
sin indagar ni aun ligeramente si tienen disposición para
las letras.
Hija mía, este es un error tan arraigado como gro-
sero. El niño que tenga un entendimiento somero y
tardo jamás hará progresos en ciencia alguna, por más
que curse las aulas y manosee los libros. Ni t'stos ni los
colegios dan talento á quien nació sin él. Los burritos
entran todos los días en los colegios y universidades car-
gados de carbón ó de piedra, y vuelven á salir tan burros
como entraron; porque así como las ciencias no están
aisladas en los recintos de las universidades ó gimnasios,
así tampoco éstos son capaces de comunicar un adarme 1
de ciencia al que carezca de talento para aprenderla.
Fuera de esto, hay otra razón harto poderosa para
que yo no me resuelva á poner á mi hijo en el colegio,
aun cuando supiera que tenía una bella disposición para
estudiante, y esta es mi pobreza. Apenas alcanzo para
comer con mi corto destino, ¿de dónde voy á coger diez
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 16.
1"
62 PENSADOR MEXICANO
pesos para la pensión mensual y toda aquella ropa
decente que necesita un colegial? y ya ves tú aquí un
embarazo insuperable.
— No, dijo mi madre, que hasta entonces sólo había
escuchado sin despegar sus labios para nada; no, esa
no es razón ni menos embarazo; porque con ponerlo de
capense ya se remedió todo.
— Muy bien, dijo mi padre, me has quinado; pero
vamos á ver qué salida me das á esta otra dificultad. Yo
ya estoy viejo, soy pobre, no tengo qué dejarte: mañana
me muero, te hallas viuda, sola, sin abrigo ni qué
comer, con un mocetón á tu lado que cuando mucho
sabrá hablar tal cual latinajo y aturdir al mundo entero
con cuatro ^vy/os y pedanterías que el mismo que las dice
no las entiende; pero que en realidad de nada vale todo
eso, porque el muchacho como no tiene quién lo siga
fomentando, se queda varado on la mitad de la carrera
sin poder ser ni clérigo, ni abogado, ni médico, ni cosa
alguna que le facilite su subsistencia ni tus socorros por
las letras; siendo lo peor que en ese caso tampoco es útil
ya para las artes; pues no se dedicará á aprender un
oficio por tres fortísimas razones. La primera, por cier-
tos humorcillos de vanidad que se pegan en el colegio á
los muchachos, de molo que cualquiera de ellos sólo con
haber entrado al colegio (y más si vistió la beca) y saber
mascar el Cicerón ó el Breviario, ya cree que se envile-
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OBRAS ESCOGIDAS 63
cería si se colocara tras de un mostrador, ó si se pusiera
á aprender un oficio en un taller. Esto es aún siendo un
triste gramatiquillo, ¿qué será si ha logrado el altiso-
nante V colorado título de bachiller? ¡Oh! entonces se
persuade que la tierra no lo merece. ¡Pobres mucha-
chos !
Esta es la primera razón que lo inutiliza para las
artes. La segunda es, que como ya son grandes, se les
hace pesado el trabajo material, al paso que vergonzoso
el ponerse de aprendices en una edad en que los demás
son oficiales, y aún se dificultaría bastante que hubiera
maestro que quisiera encargarse de la enseñanza y man-
tención de tales jayanes.
La tercera razón es, que como en tal caso ya los
muchachos tienen el colmillo duro, esto es, ya han pro-
bado á lo que sabe la libertad, de manera ninguna se
quieren sujetar á lo que tan fácilmente se hubieran suje-
tado de más niños; y cátate ahí el estado de tu Pedro si
lo ponemos á estudiar y muero dejándolo, como es facti-
ble, en la mitad de la carrera, pues se queda en el aire
sin poder seguir adelante ni volver atrás. Y cuando tú
veas que en vez de contar con un báculo en que apoyarte
en la vejez, sólo tienes á tu lado un haragán inútil que
de nada te sirve (pues en las tiendas no fían sobre silo-
gismos ni latines) entonces darás á Judas los estudios y
las bachillerías de tu hijo. Conque, hija mía, hagamos
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lo A >¿%_-í¿ÍK.«k;e:k b^¿MtffJ¿J^'^j¿JMA^át^i£ÉtrrSf¿:Mti:¿iiÍÁ' f. \-ií,^.'
04 PENSADOR MEXICANO
ahora lo que quisieras haber hecho después de mis días.
Pongamos á oficio á Pedro. ¿Qué dices?
— ¿Qué he de decir? respondió mi madre; sino que
tú te empeñas en mortificarme y en hacer iníeHz á esa
pobre criatura, tratando de ordinariarlo poniéndolo de
artesano, y por eso hablas y ponderas tanto. Pues qué,
¿ya sabes que es un tonto? ¿ya sabes que te vas á morir
en la mitad de sus estudios? ¿y ya sabes, por fin, que
porque tú te mueras se cierran todos los recursos? Dios
no S(^ muere: parientes tiene y padrinos que lo socorran:
ricos hay en México harto piadosos que lo protejan, y
yo, que soy su madre, pediré limosna para mantenerlo
liasta que se logre. No, sino que tú no quieres al pobre
muchacho; pero ni á mí tampoco, y por eso tratas de
darme esta pesadumbre. ¿Qué he de hacer? soy iníeliz y
también mi hijo...
Aquí comenzó á llorar la alma mía de mi madre,
y con sus cuatro lágrimas dio en tierra con toda la
constancia y solidez de mi buen padre, pues éste, luego
que la vio llorar la abrazó como que la amaba tierna-
mente, y la dijo:
— No llores, hijita, no es para tanto. Yo lo que te he
dicho es lo que me enseña la razón y la experiencia; poro
si es de tu gusto que estudie Pedro, que estudie nora-
buena; ya no me opongo: quizá querrá Dios prestarme
vida para verlo logrado, ó cuando no, Su Majestad te
-••'-■'■■ ■ *'-'i,i '^ñi rfiiM-'-^'-' — ■'■-•-«- ■■■^1-- -li" íi r *r'i-'i iiÉ «■"'' ^rtñ'MWIÍii-íliift'i'^riM-itifri>iMiMiii'ÍÍ¿BÍÍir ' ■^~^v----*^¿^ ■'■
-.■■•: \ -'.s-"-*!. - T_ --'?-■■!■,
OBRAS ESCOGIDAS 65
abrirá camino, como que conoce tus buenas inten-
ciones.
Consolóse mi madre con esta receta, y desde enton-
ces sólo se trató de ponerme á estudiar, y me empezaron
á habilitar de ropa negra, arte de la lengua latina y
demás necesarias menudencias.
No parece sino que hablaba mi padre en profecía,
según que todo sucedió como lo dijo. En efecto, tenía
mucho conocimiento de mundo y un juicio i)erspicaz;
pero estas cualidades se perdían, las más veces, por
condescender nimiamente con los caprichos de mi
madr(\
Muy bueno y muy justo es que los hombres amen á
sus mujeres y que les den gusto en todo cuanto no se
oponga á la razón; pero no que las contemplen tanto que
por no disgustarlas, atropellen con la justicia, expo-
niéndose ellos y exponiendo á sus hijos á recoger los
frutos de su imprudente cariño, como me sucedió á mí.
Por eso os prevengo para que viváis sobre aviso, de
manera que améis á vuestras esposas tiernamente según
Dios os lo manda y la naturaleza arreglada os lo inspira;
mas no os afeminéis como aquel valientísimo Hércules,
que después que venció leones, jabalíes, hidras y cuanto
se le puso por delante, se dejó avasallar tanto del amor
de Omfale que ésta lo desnudó de la piel del león Ñemeo,
lo vistió de mujer, lo puso á hilar, y aún le reñía y casti-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 17.
'../liIi,,*Ii'"^-.t^-^-'ft - j-.-'l-'.--/ *:»"iCw''.o6*^.i?..:<-,'r
66 PENSADOR MEXICANO
gaba cuando quebraba algún huso ó no cumplía la tarea
que le daba. ¡Qué vergonzosa es semejante afeminación,
aun en la fábula I
Las mujeres saben muy bien aprovecharse de esta
loca pasión, y tratan de dominar á semejantes maridos
de mantequilla.
Cólera da ver á muchos de éstos que no conociendo
ni sabiendo sostener su carácter y superioridad, se aba-
ten hasta ser los criados de sus mujeres. No tienen
secreto, por importante que sea, que no les revelen; no
hacen cosa sin tomarles parecer, ni dan un paso sin
su permiso. Las mujeres no han menester tanto para
querer salirse de su esfera, y si conocen que este rendi-
miento del hombre se lo han granjeado con su hermo-
sura, entonces desenrollan de una vez todo su espíritu
dominante, y ya tenéis en cada una de estas una Omfale,
y en cada hombre abatido un Hércules marica y sinver-
güenza. En este caso, cuando las mujeres hacen lo que
se les antoja á su arbitrio, cuando tienen á los hombres
en nada, cuando los encuernan, cuando los mandan, los
injurian y aún les ponen las manos, como lo he visto
muchas veces, no hacen más sino cumplir con su in-
clinación natural y castigar la vileza de sus maridos ó
amantes sin prevenirlo.
Dios nos libre de un hombre que tiene miedo á su
mujer, que es preciso que le tome su parecer para ir
'* '—■ ^*-*^ --^-•^-^ ^■■>^. ■.. hii II I» É.tir'a¿áaai*Mi*M '■^..t— ^■.■■. v,^. .-_...,,
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OBRAS ESCOGIDAS 67
á hacer esto ó aquello, que sabe que le ha de dar razón
de adonde fué y de dónde viene, y que si su mujer grita
y se altera, él no tiene más recurso que apelar á los
mimos y caricias para contentarla. Estos hombres, in-
dignos de nombre tan superior, están siempre dispuestos
á ser unos descendientes del cabrío y unos padres de
familia ineptísimos; porque ellos no dirigen á sus hijos,
sino ellas. Los mismos muchachos advierten temprano
la superioridad de las madres, y no tienen á sus padres
el menor miramiento; y más cuando notan que si come-
ten alguna picardía por la que el padre los quiere casti-
gar, con acogerse á la madre, ésta los defiende, y si se
oh'cce, arma una pendencia al padre y se queda come-
tida la culpa y eludida la pena.
No sin razón dijo Terencio que las madres ayudan á
sus hijos en las iniquidades y estorban el que sus padres
los corrijan. Lo que os pondré en una estrofita para que
la tengáis en la memoria.
* Suelen ayudar las madres
A la maldad de sus hijos,
Impidiendo que los padres
Les den el justo castigo.
Es verdad que ni mi padre ni mi madre eran de los
hombres afeminados, ni de las mujeres altivas que he
dicho. Mi padre algunas veces se sostenía, y mi madre
jamás se alteraba ni se alzaba, como dicen, con el santo
i
'■A*/
68 TENSADOa MEXICANO
y la limosna; lo que sucedía era que cuando no le valían
sus insinuaciones y sus ruegos para hacer á mi padre
desistir de su intento, apelaba á las lágrimas, y entonces
era como milagro que no se saliera con la suya, porque
las lágrimas de una mujer hermosa y amada son armas
eficacísimas para vencer al hombre más circunspecto.
Sin embargo, algunas ocasiones se sostenía con el
mayor vigor. Era bueno que siempre hubiera conservado
igual carácter; mas los hombres no somos dueños de
nuestro corazón á todas horas, aunque siempre debié-
ramos serlo.
Finalmente: llegó el día en que me pusieron al estu-
dio, y éste fué el de don Manuel Enríquez, sujeto bien
conocido en México, así por su buena conducta, como
por su genial disposición y asentada habilidad para la
enseñanza de la gramática latina, pues en su tiempo
nadie le disputó la primacía entre cuantos preceptores
particulares había en esta ciudad; mas por una tenaz
y general preocupación que hasta ahora domina, nos
enseñaba mucha gramática y poca latinidad. Ordinaria-
mente se contentan los maestros con enseñar á sus discí-
pulos una multitud de reglas que llaman ¡talitos, con que
hagan unas cuantas oracioncillas, y con que traduzcan el
Breviario, el Concilio de Trento, el catecismo de San
Pío V. y por fortuna algunos pedacillos de la Eneida y
Cicerón. Con scn\cjante mctodo scilen los mucJiacJios
, -■-'...•i.'. ■i.iiriTar -- ^-'-■'■'- '>.¡-^^'¡-^'>-- —^
i'W"=^5Jr:
OBRAS ESCOGIDAS
69
habladores y no latinos, como dice el padre Calasanz
en su Discernimiento de Ingenios, Tal salí yo, y no podía
salir mejor. Saqué la cabeza llena de reglitas, adivinan-
zas, frases y equivoquillos latinos; pero en esto de inteli-
gencia en la pureza y propiedad del idioma, ni palabra.
Traducía no muy mal y con alguna facilidad las homilías
del Breviario, y los párrafos del Catecismo de los curas;
pero Virgilio, Horacio, Juvenal, Persio, Lucano, Tácito
y otros semejantes hubieran salido vírgenes de mi inte-
ligencia si hubiera tenido la fortuna de conocerlos, á
excepción del primer poeta que he nombrado, pues de
éste sabía alguna cosita que le había oído traducir á mi
sabio maestro. También supe medir mis versos, y lo que
era exámetro, pentámetro, etc.; pero jamás supe hacer
un dístico.
A pesar de esto, y al cabo de tres años, acabé mis
primeros estudios á satisfacción, pues me aseguraban
que era yo un buen gramático, y yo lo creía más que
si lo viese. ¡Válgate Dios por amor propio y cómo nos
engañas á ojos vistas! Ello es que yo hice mi oposición á
toda gramática, y quedé sobre las espumas; mi maestro
y convidados muy contentos, y mis amados padres más
huecos que si me hubiera opuesto á la magistral de
México y la hubiera obtenido.
Siguiéronse á esta función las galas, los abrazos,
los agradecimientos á mi maestro, y mi salida del estu-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 18.
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70 PENSADOR MEXICANO
dio; aunque yo no debo salirme sin deciros otras cositas
que aprendí y repasé en aquellos tres años. Gomo allí no
había un corto número de niños, como en mi buena
escuela, sino que había infinidad de muchachos entre
pupilos y capenses, todos hijos de sus madres, y de tan
diferentes genios y educaciones, y yo siempre luí un
maleta de primera, tuve la maldita atingencia de escoger
para mis amigos á los peores, y me correspondieron
fielmente y con la mayor facilidad; ya se ve, que cada
oveja ama su pareja, y esto es corriente; el asno no se
asocia con el lobo ni la paloma con el cuervo: cada uno
ama su semejante. Así yo no me juntaba con los niños
sensatos, pundonorosos y de juicio, sino con los malicio-
sos y extraviados, con cuyas amistades y compañías cada
día me remataba más, como os sucederá á vosotros y
á vuestros hijos, si despreciando mis lecciones no procu-
ráis ó hacerlos que tengan buenos amigos ó que no
tengan ninguno, pues es infalible el axioma divino que
nos dice: con el iranio serás santo, ¡j te percertirds con el
¡¡errerso. Así me sucedió puntualmente; bien que yo ya
estaba pervertido, pero con la compañía de los malos
estudiantes me acabé de perder enteramente.
Paréceme que al leer estos renglones exclamáis:
¿cómo se mudó tan presto nuestro padre? pues en la últi-
ma escuela en que estuvo ¿no había olvidado las malas
propiedades que había adquirido en la primera? ¿cómo
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OBRAS ESCOGIDAS
71
fué esta metamorfosis tan violenta? Hijos míos: las
buenas ó malas costumbres que se imprimen en la niñez
echan muy profundas raíces; por eso importa tanto el
dirigir bien á las criaturas en sus primeros años. Los
vicios que yo adquirí en los míos, ya por el chiqueo
de mi madre, las adulaciones de las viejas mis parientas,
el indolente método de mi maestro, el pésimo ejemplo y
compañía de tanto muchacho desreglado, y sobre todo
esto, por mi natural perverso y mal inclinado, profundi-
zaron mucho en mi espíritu, me costó demasiado trabajo
irme deshaciendo de ellos á costa de no pocas reprensio-
nes y caricias de mi buen maestro, y del continuo buen
ejemplo que me daban los otros niños. Me parece que si
nunca me hubieran faltado semejantes preceptos y con-
discípulos no me hubiera vuelto á extraviar, sino que
hubiera asentado una conducta acendrada y religiosa;
pero ¡ah! que no hay que fiar en enmiendas forzadas
ó pasajeras, porque en faltando el respeto ó el fervor,
se lleva el diablo esta clase de enmiendas, y quedamos
con nuestro vestido antiguo ó tal vez peores.
Así lo experimenté yo, bien á mi costa. Estaban mis
pasiones sofocadas, no muertas; mi perversa inclinación
estaba como retirada, pero aún permanecía en mi cora-
zón como siempre; mi mal genio no se había extinguido,
estaba oculto solamente como las brasas debajo de la
ceniza que las cubre; en una palabra, yo no obraba tan
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72 l'ENSADOR MEXICANO
mal y con el descaro que antes, por el amor y respeto
que tenía á mi prudente maestro y por la vergüencilla
que me imponían los demás niños con sus buenas accio-
nes; pero no porque me faltaran ganas ni disposición.
En efecto, luego que me separé de estos testigos, á
quienes respetaba, y me uní otra vez á otros compañeros
tan disipados como yo, volví á soltar la rienda á mis
pasiones; corrieron éstas con el desenfreno propio de
la edad, v se salieron del círculo de la razón, así como
un río se sale de madre cuando le faltan los diques que lo
contienen.
Sin duda era el muchacho más maldito entre los
más relajados estudiantes; porque yo era el Non plus
ultra ^ de los bufones v chocarreros. Esta sola cualidad
prueba que no era mi carácter de los buenos, pues en
sentir del sabio Pascal, hombre c/tistoso, ruin carácter.
Ya sabéis que en los colegios estas frases, parar la bola,
pandorrjuear, cantaletear, y otras, quieren decir: mofar,
insultar, provocar, .<((¡terir, inj'uriai; incomodar ij agra-
viar por todos los modos posibles á otro pobre; y lo más
injusto y opuesto á las leyes de la virtud, buena crianza
y hospitalidad es, que estos graciosos hacen lucir su
habilidad infame sobre los pobres niños nuevos que
entran al colegio. He aquí cuan recomendables son estos
* Alusión á la inscripción de las columnas de Hércules en Cádiz, que después del
descubrimiento de América enmendó España, poniendo Plu,t ultra en dos columnas,
entre las que colocó su escudo de armas. E.
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OBRAS ESCOGIDAS 73
truhanes majaderos para que atados á un pilar del colegio
sufrieran cien azotes por cads, pandorga de éstas; pero lo
sensible es, que los catedráticos, /¡asantes, sotamtnistros
y demás personas de autoridad en tales comunidades, se
desentienden del todo de esta clase de delito, que lo es
sin duda grave, y pasa por m ((chachada, aun cuando se
quejan los agraviados, sin advertir que esta su condes-
cendencia autoriza esta depravada corruptela, y ella
ayuda á acabar de formar los espíritus crueles de los
estragadores como yo, que veía llorar á un niño de estos
desgraciados, á quienes afligía sumamente con las inju-
rias y befa que les hacía, y su llanto, que me debía
enternecer y refrenar, como que era el fruto del senti-
miento de unas criaturas inocentes, me servía de entre-
més y motivo de risa, y de redoblar mis befas con más
empeño.
Considerad por aquí cuál sería mi bella índole,
cuando tenía la fama de ser el mejor j)andorg dista de
todo el colegio, y decían mis compañeros que yo le
paraba la bola á cualquiera, que era lo mismo que decir
que yo era el más indigno de todos ellos, y que ninguno,
bueno ó malo, dejaría de incomodarse si escuchaba en su
contra mi maldita lengua. ¿Os parece, hijos míos, esta
circunstancia algo favorable? ¿Con ella sola no advertís
mi depravado espíritu y condición? porque el hombre
que se complace en afligir á otro su semejante, no puede
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 19.
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74
PENSADOR MEXICANO
menos que tener un alma ruin y un corazón protervo.
Ni valga decir que lo hacen unos muchachos, pues esto
lo que prueba es, que si aún desde muchachos son
malos, de grandes serán peores, si Dios y la razón no
los modera, lo que no es muy común. Yo tuve una
multitud de condiscípulos, y por observación he visto
que es raro el que ha salido bueno de entre estos genios
burlones con exceso, y lo peor es que hay mucho de esto
en nuestros colegios.
Por estos principios conoceréis que era perverso en
todo. En fin, entré á estudiar filosofía.
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CAPITULO V
Escribe Periquillo su entrada al curso de artes,
lo que aprendió, su acto general, su grado, y otras curiosidades
que sabrá el que las quisiere saber
Acabé mi gramática, como os dije, y entré al
máximo y más antiguo colegio de San Ildefonso á estu-
diar filosoíía, bajo la dirección del doctor don Manuel
Sánchez y Gómez, que hoy vive para ejemplar de sus
discípulos. Aún no se acostumbraba en aquel ilustre
colegio, seminario de doctos y ornamento en ciencias
de su metrópoli, aún no se acostumbraba, digo, enseñar
la filosoíía moderna en todas sus partes; todavía reso-
naban en sus aulas los ergos de Aristóteles. Aún se oía
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76 PENSADOR MEXICANO
discutir sobro el onic do r((znn , las vudlidades ocalias y la
ma/cn'a p/'ima, y esta misma se definía con la explica-
ción de la nada, nec esí quid, ote. Aún la física experi-
mental no se mentaba en aquellos recintos, y los grandes
nombres de Cariosio, Xoiríon. Mttsc/tomb/'ock v otros
eran poco conocidos en aquellas paredes que han depo-
sitado tantos ingenios célebres y únicos, como el de un
Portillo. En ñn, aún no se abandonaba enteramente el
sistema peripatético que por tantos siglos enseñoreó los
entendimientos más sublimes de la Europa, cuando mi
sabio maestro se atrevió el primero á manifestarnos
el camino de la verdad sin querer parecer singular,
pues escogió lo mejor de la lógica de Aristóteles y lo
que le pareció mas probable de los autores modernos
en los rudimentos de física que nos enseñó; y de este
modo fuimos unos verdaderos eclécticos, sin adherir
caprichosamente á ninguna opinión, ni deferir sistema
alguno, sólo por inclinación al autor.
A pesar de este prudente método, todavía aprendi-
mos bastantes despropósitos de aquellos que se han ense-
ñado por costumbre, y los que convenía quitar, según la
razón y hace ver el ilustrísimo Feijoo, en los discur-
sos X, XI y XII, del tomo VII de su Teatro crítico.
Así como en el estudio de la gramática aprendí
yvarios equivoquillos impertinentes, según os dije, como
Caracolos comes: ¡¡astorcito come adores: non est peca-
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OBRAS ESCOGIDAS . 77
ium mortcde occidcre pairom sum, y otras simplezas de
éstas, así también en el estudio de las súmulas aprendí
luego luego mil sofismas ridículos, de los que hacía
mucho alarde con los condiscípulos más candidos, como
por ejemplo: besar ¡a tierra es acto de lnnnildad; la
miíjer es tierra, luego, etc. Los apóstoles son doce, san
Pedro e.^ apóstol, ergo etc.; y cuidado, que echaba yo
un ergo con más garbo que el mejor doctor de la acade-
mia de París, y le empataba una negada á la verdad más
evidente. Ello es que yo argüía y disputaba sin €esar,
aun lo que no podía comprender; pero sabía fiar mi razón
de mis pulmones, en í'rase del padre Isla. De suerte que
por más quinadas que me dieran mis compañeros, yo no
cedía. Podía haberles dicho: á entendimiento me gana-
rán, pero á gritón no; cumpliéndose en mí, cada rato,
el común refrán de que quien mal pleito tiene, ú coces
lo mete.
¿Pues qué tal sería yo de tenaz y tonto después que
aprendí las reducciones, reduplicaciones, equipolen-
cias y otras baratijas, especialmente ciertos desatinados
versos, que os he de escribir solamente porque veáis
á lo que llegan los hombres por las letras. Leed y
admirad:
Bárbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton
Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesómorum
Cesare, Camestres, Festino, Baroco, Darapti
Felapton, Dísamis, Datisi, Bocardo, Ferison.
PERIQUILLO SARNIENTO — T. I, A. — 20.
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78
PENSADOR MEXICANO
¡Qué tal! ¿No son estos versos estupendos? ¿no
están más propios para adornar redomas de botica que
para enseñar reglas sólidas y provechosas? Pues, hijos
míos, yo percibí inmediatamente el Iruto de su inven-
ción; porque desatinaba con igual libertad por Bárbara
que por Iwrlson, pues no producía más que barbari-
dades á cada palabra. Primero aprendí á hacer sofismas
que á conocerlos y desvanecerlos; antes supe oscure-
cer la verdad que indagarla; electo natural de las pre-
ocupaciones de las escuelas y de la pedantería de los
muchachos.
En medio de tanta barabúnda de voces y termina-
jos exóticos, supe qué cosa 'eran silogismo, entimema
sorites y dilemma. Este último es argumento terrible
para muchos señores casados, porque lastima con dos
cuernos, y por eso se llama bicornuto.
Para no cansaros, yo pasé mi curso de lógica con
la misma velocidad que pasa un rayo por la atmósfera
sin dejarnos señal de su carrera, y así después de dis-
putar harto y seguido sobre las operaciones del entendi-
miento, sobre la lógica natural, artificial y utente; sobre
su objeto formal y material; sobre los modos de saber;
sobre si Adán perdió ó no la ciencia por el pecado (cosa
que no se le ha disputado al demonio); sobre si la lógica
es ciencia ó arte, y sobre treinta mil cosicosas de éstas,
yo quedé tan lógico como sastre; pero eso sí, muy con-
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OBRAS ESCOGIDAS
79
tentó V satisfecho de que sería capaz de concluir con el
cn/ü al mismo Estagirita. Ignoraba yo que por los frutos
se conoce el árbol, y que según esto, lo mismo sería
meterme á disputar en cualquiera materia que dar á
conocer á todo el mundo mi insuficiencia. Con todo esto,
vo estaba más hueco que un calabazo, y decía á boca
llena que era lógico como casi todos mis condiscípulos.
No corrí mejor suerte en la física. Poco me entre-
tuve en distinguir la particular de la universal; en saber
si ésta trataba de todas las propiedades de los cuerpos, y
si aquélla se contraía á ciertas especies determinadas.
Tampoco averigüé qué cosa era física experimental ó
teórica; ni en distinguir el experimento constante del
l'enómeno raro, cuya causa es incógnita; ni me detuve
en saber qué cosa era niccúnica; cuáles las leyes del
movimiento y la quietud; qué significaban las voces
fuoi-zd. drlHcl, y cómo se componían ó descomponían
estas cosas. Menos supe qué era jucr-a cvnin'pciü, con-
irijíKjd, iancjoniv, cdt'cicción, gravcdcul, peso, ¡)otcncm.
rcsi)<(<'nri((, y otras friolerillas de esta ciase. Y ya se debe
suponer que si esto ignoré, mucho menos supe qué cosa
era esídfica. JddrosüUica, Jiidt'fiidica, cwrometi'ía , óplicci
y trescientos palitroques de estos; pero en cambio, dis-
puté fervorosamente sobre si la esencia de la materia
estaba conocida ó no; sobre si la trina dimensión deter-
mmada era su esencia ó el agua; sobre si repugnaba el
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80 PENSADOR MEXICANO
vacío en la naturaleza; sobre la divisibilidad en infinito,
y sobre otras alharacas de este tamaño, de cuya ciencia ó
ignorancia maldito el daño ó provecho que nos resulta.
Es cierto que mi buen preceptor nos enseñó algunos
principios de geometría, de cálculo y de física moderna;
mas Inórase por la cortedad del tiempo, por la superficia-
lidad de las pocas reglas que en él cabían, ó por mi poca
aplicación, que sería lo más cierto, yo no entendí palabra
de esto; y sin embargo, decía al concluir este curso, que
era lf^i<-n, y no era más que un ignorante patarato; pues
después que sustenté un actillo de h'sica, de memoria,
y después que hablaba de esta enorme ciencia con
tanta satisfacción en cualquiera concurrencia, tomo que
me mochen si hubiera sabido explicar en qué consiste
que el chocolate dé espuma, mediante el movimiento
del molinillo; por qué la llama hace figura cónica,
y no de otro modo; por qué se ení'ría una taza de
caldo ú otro licor soplándola, ni otras cosillas de estas
que traemos todos los días entre manos.
Lo mismo, y no de mejor modo, decía yo que sabía
metalísica y ética, y por poco aseguraba que era un
nuevo Salomón después que concluí, ó concluyó con-
migo, el curso de artes.
En esto se pasaron dos años y medio; tiempo que
se aprovechara mejor con menos reglitas de súmulas,
algún ejercicio en cuestiones útiles de lógica, en la
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OBRAS ESCOGIDAS
81
enseñanza de lo muy principal de metafísica, y cuanto
se pudiera de física teórica y experimental.
Mi maestro creo que así lo hubiera hecho si no
hubiera temido singularizarse y tal vez hacerse objeto
de la crítica de algunos zoilos, si se apartaba de la
rutina antigua enteramente.
Es verdad, y esto ceda siempre en honor de mi
maestro, es verdad que, como dejo dicho, ya nosotros
no disputábamos sobre el ente de ra^ón, eualidades
ocfdtas, lormalidade,^. Jiecceidades, (¡uididades, inten-
cionéis, y todo aquel enjambre de voces insignificantes
con que los aristotélicos pretendían explicar todo aquello
que se escapaba á su penetración. «Es verdad (dire-
mos con Juan Buchardo Mecknio) que no se oyen ya
en nuestras escuelas estas cuestiones con la frecuencia
que en los tiempos pasados; pero ¿se han aniquilado del
todo? ¿Están enteramente limpias las universidades de
las heces de la barbarie? Me temo que dura todavía
en algunas la tenacidad de las antiguas preocupacio-
nes, si no del todo, quizá arraigada en cosas que bastan
para detener los progresos de la verdadera sabiduría.»
Ciertamente que la declamación de este crítico tiene
mucho lugar en nuestra México.
Llegó, por fin , el día de recibir el grado^dejbachiller
en artes. Sostuve mi acto á satisfacción, y quedé gran-
demente, así como en mi oposición a toda gramática;
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 21. .
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82 PENSADOR MEXICANO
porque como los réplicas no pretendían lucir, sino hacer
lucir á los muchachos, no se empeñaban en sus argu-
mentos, sino que á dos por tres se daban por muy satis-
fechos con la solución menos nerviosa, y nosotros quedá-
bamos más anchos que verdolaga en huerta de indio,
creyendo que no tenían instancia que oponernos. ¡Qué
ciego es el amor propio!
Ello es que así que asado, yo quedé perfectamente,
ó á lo menos así me lo persuadí, y me dieron el grande,
el sonoroso y retumbante título de haaxdcmreo, y quedé
aprobado ad onuu'a. ^ ¡Santo Dios! ¡Qué día fué aquel
para mí tan plausible, y qué hora la de la ceremonia
tan dichosa! Cuando yo hice el juramento de instituto,
cuando colocado frente de la cátedra, en medio de dos
señores bedeles con mazas al hombro, me oí llamar
bachiller en concurso pleno, dentro de aquel soberbio
general, y nada menos que por un señor doctor, con
su capelo y borla de limpia y vistosa seda en la cabeza,
pensé morirme, ó á lo menos volverme loco de gusto.
Tan alto concepto tenía entonces formado de la bachi-
llería, que aseguro á ustedes que en aquel momento
no hubiera trocado mi título por el de un brigadier ó
mariscal de campo. Y no creáis que es hiperbólica
■ Para todo: Con esta frase se designan en el Título los que pueden á virtud de él
seguir cursando cualquiera de las facultades mayores, á distinción de cuando no es la
aprobación general, pues entonces no se pueden cursar sino las facultades expresadas
en el Titulo. E.
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OBRAS ESCOGIDAS 83
esta proposición, pues cuando me dieron mi título en
latín y autorizado formalmente, creció mi entusiasmo
de manera, que si no hubiera sido por el respeto de
mi padre y convidados que me contenía, corro las calles,
como las corrió el Ariosto cuando lo coronó por poeta
Maximiliano I. ¡Tanto puede en nosotros la violenta y
excesiva excitación de las pasiones, sean las que fueren,
que nos engaña y nos saca fuera de nosotros mismos
como febricitantes ó dementes I
Llegamos á mi casa, la que estaba llena de viejas y mo-
zas, parientas y dependientes de los convidados, los cua-
les luego que entré me hicieron mil zalemas y cumplidos.
Yo correspondí más esponjado que un guajolote; ya se
ve, tal era mi vanidad. La inocente de mi madre estaba
demasiado placentera: el regocijo le brotaba por los ojos.
Desnúdeme de rnis hábitos clericales y nos entra-
mos á la sala donde se había de servir el almuerzo, que
era el centro á que se dirigían los parabienes y ceremo-
nias de aquellos comedidísimos comedores. Creedme,
hijos míos, los casamientos, los bautismos, las canta-
misas y toda fiesta en que veáis concurrencia, no tienen
otro mayor atractivo que la mamuncia. Sí, la coca, la
coca es la campana que convoca tantas visitas, y la ban-
dera que recluta tantos amigos en momentos. Si estas
fiestas fueran á secas, seguramente no se vieran tan
acompañadas.
84 PENSADOR MEXICANO
Y no penséis que sólo en México es esta pública
gorronería. En todas partes se cuecen habas, y en
prueba de ello, en España es tan corriente, que allá
saben un versito que alude á esto. Así dice:
A la raspa venimos ,
Virgen de Illescas ,
A la raspa venimos ;
Que no á la fiesta.
Así es, hijos, á la raspa va todo el mundo y por la
raspa, que no por dar días ni parabienes. Pero ¿qué
más? Si yo he visto que aun en los pésames no falta
la raspa, antes suelen comenzar con suspiros y lamen-
tos y concluir con bizcochos, queso, aguardiente, choco-
late ó almuerzo, según la hora; ya se ve que habrán
oído decir que los duelos con pan son menos, y que á
barriga llena, corazón contento.
No os disgustéis con estas digresiones, pues á más
de que os pueden ser útiles, si os sabéis aprovechar de
su doctrina, os tengo dicho desde el principio que serán
muy frecuentes en el discurso de mi obra, y que ésta es
(ruto de la inacción en que estoy en esta cama, y no de
un estudio serio y meditado; y así es que voy escribiendo
mi vida según me acuerdo, y adornándola con los con-
sejos, crítica y erudición que puedo en este triste estado,
asegurándoos sinceramente que estoy muy lejos de pre-
tender ostentarme sabio, así como deseo seros útil como
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OBRAS ESCOGIDAS 85
padre, y quisiera que la lectura de mi vida os fuera pro-
vechosa y entretenida, y bebierais el saludable amargo
de la verdad en la dorada copa del chiste y de la erudi-
ción. Entonces sí estaría contento y habría cumplido
cabalmente con los deberes de un sólido escritor, según
Horacio, v conforme mi libre traducción:
De escritor el oficio desempeña,
Quien divierte al lector y quien lo enseña.
Mas en fin, yo hago lo que puedo; aunque no com.o
lo deseo. .
Sentémonos á la mesa, comenzamos á almorzar
alegremente, y como yo era el santo de la fiesta, todos
dirigían hacia mí su conversación. No se hablaba sino
del niño bachiller, y conociendo cuan contentos esta-
ban mis padres, y yo cuan envanecido con el tal título,
todos nos daban, no por donde nos dolía, sino por
donde nos agradaba. Con esto no se oía sino: tenga
usted bachiller; beba usted bachiller; mire usted bachi-
ller; y torna bachiller, y vuelve bachiller á cada ins-
tante.
Se acabó el almuerzo; después siguió la comida y á
la noche el bailecito, y todo ese tiempo fué un continuo
bachUlevainiento. ¡Válgame Dios y lo que me bachillerea-
ron ese día! Hasta las viejas y las criadas de casa me
daban mis bachillereadas de cuando en cuando. Final-
PERIQÜILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 22.
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8G PENSADOR MEXICANO N
mente, quiso la Majestad Divina que concluyera la frasca,
V con ella tanta bachillería. Fuéronse todos á sus casas.
Mi padre quedó con sesenta ó setenta pesos menos que
le costó la función; yo con una presunción más, y nos
retiramos á dormir, que era lo que faltaba.
A otro día nos levantamos á buena hora, y yo, que
pocas antes había estado tan ufano con mi título y tan
satisfecho con que me estuvieran regalando las orejas
con su repetición, ya entonces no le percibía ningún
gusto. ¡Qui' cierto es que el corazón del hombre es
infinito en sus deseos, y que únicamente la sólida virtud
puede llenarlo!
No entendáis que ahora me hago el santucho y os
escribo estas cosas por haceros creer que he sido bueno.
No, lejos de mí la vil hipocresía. Siempre he sido per-
verso, ya os lo he dicho, y aun postrado en esta cama
no soy lo que debía; mas esta con lesión os ha de asegu-
rar mejor mi verdad, porque no sale empujada por la
virtud que hay en mí, sino por el conocimiento que
tengo de ella, conocimiento que no puede esconder
el mismo vicio. De suerte que si yo me levanto de esta
cníermedad y vuelvo á mis antiguos extravíos (lo que
Dios no permita) no me desdeciré de lo que ahora os
escribo, antes os confesaré que hago mal; pero conozco
el bien, según se expresaba Ovidio.
Volviendo á mí, digo, que á los dos ó tres días de
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OBRAS ESCOGIDAS
87
mi grado, determinaron mis padres enviarme á divertir
á unos herraderos que se hacían en una hacienda de un
su amigo, que estaba inmediata a esta ciudad. Fuíme en
efecto...
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CAPITULO VI
En el que nuestro bachiller da razón de lo que le pasó en la hacienda,
que es algo curioso y entretenido
Llegué á la hacienda en compañía del amigo de
mi padre, que era no menos que el amo ó dueño de ella.
Apeámonos, y todos me hicieron una acogida favorable.
Con ocasión del divertimiento que había de los
herraderos, estaba la casa llena de gente lucida, así de
México como de los demás pueblos vecinos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 23.
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90
PENSADOR MEXICANO
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Entramos á Ja sala, me senté en buen lugar en el
estrado, porque jamás me gustó retirarme á largo trecho
de las faldas, y después que hablaron de varias cosas de
campo, que yo no entendía, la señora grande, que era
esposa del dueño de la dicha hacienda, trabó conversa-
ción conmigo y me dijo: — Conque, señorito, ¿qué le han
parecido á usted esos campos por donde ha pasado?
Le habrán causado su novedad, porque es la primera
vez que sale de México, según noticias. — Así es, señora,
la dije, y los campos me gustan demasiado. — Pero no
como la ciudad, ¿es verdad? me dijo. — Yo por política le
respondí: — Sí, señora, me han gustado, aunque cierta-
mente no me desagrada la ciudad. Todo me parece
bueno en su línea; y así estoy contento en el campo
como en el campo, y divertido en la ciudad como en la
ciudad. — Celebraron bastante mi respuesta, como si
hubiera dicho alguna sentencia catoniana, y la señora
prosiguió el elogio diciendo; — Sí, sí; el colegial tiene
talento, aunque luciera mejor si no fuera tan travieso,
según nos ha dicho Januario.
Este Januario era un joven de diez y ocho á diez
y nueve años, sobrino de la señora, condiscípulo siempre
y grande amigo mío. Tal salí yo, porque era demasiado
burlón y gran bellaco, y no le perdí pisada ni dejé de
aprovecharme de sus lecciones. El se hizo mi íntimo
amigo desde aquella primera escuela en que estuve, y
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OBRAS ESCOGIDAS
91
fué mi eterno ahuizote ^ y mi sombra inseparable en
todas partes, porque fué á la segunda y tercera escuela
en que me pusieron mis padres; salió conmigo, y con-
migo entró y estudió gramática en la casa de mi maestro
Enríquez; salí de allí, salió él; entré á San Ildefonso,
entró él también; me gradué, y se graduó en el mismo
día.
Era de un cuerpo gallardo, alto y bien íormado; pero
como en mi consabida escuela era constitución que nadie
se quedara sin su mal nombre, se lo cascábamos á cual-
quiera, aunque fuera un Narciso ó un Adonis; y según
esta regla le pusimos á don Januario Juan Largo, com-
binando de este modo el sonido de su nombre y la perfec-
ción que más se distinguía en su cuerpo. Pero después
de todo, él fué mi maestro y mi más constante amigo, y
cumpliendo con estos deberes tan sagrados, no se olvidó
de dos cosas que me interesaron demasiado y me hicie-
' Parece que esta frase tuvo origen desde el tiempo de la gentilidad entre los indí-
genas, á los que gobernó desde el año de 1482 hasta el de 1502 el emperador Ahuítzotl,
cuya palabra mexicana quiere decir agüero. Este hombre cruel y sanguinario hizo
morir en la dedicación del templo principal de México, más de G4,000 victimas humanas,
según dicen varios autores ; pero el padre Torquemada asegura que en los cuatro días
que duró la fiesta fueron sacrificados 72,344 prisioneros. Esta matanza causó tan horro-
rosa impresión en los mexicanos sus subditos, que desde aquel tiempo llamaron ahuUzotl
al perseguidor, ó al que causa daño de cualquier género.
Para consuelo de la humanidad, la sana critica no carece de razones para persuadir
que 8i este hecho (que no tiene semejante en los anales de la barbaridad) no es fabuloso,
es á lo menos muy exagerado, debiendo sospecharse que se ha cometido algún error ó
en la numeración de los MS. que tuvieron presentes los AA., ó en la interpretación de
las cifras y jeroglíficos de los mexicanos, ó en la signiñeación de las voces de su idioma.
Pero este asunto no es de este lugar, y siempre es cierto que el espantoso número de
victimas que sacrificó Ahuitzotl en esta ocasión debió de escandalizar á sus vasallos,
dando origen á la frase.
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92
PENSADOR MEXICANO
ron muy buen provecho en el discurso de mi vida,
y fueron: inspirarme sus malas mañas y publicar mis
prendas y mi sobrenombre de Periquillo Sarniento por
todas partes; de manera que por su amorosa y activa
diligencia lo conservé en gramática, en filosofía y en el
público cuando se pudo. Ved, hijos míos, si no sería yo
un ingrato si dejara de nombrar en la historia de mi
vida con la mayor efusión de gratitud á un amigo tan
útil, á un maestro tan eficaz y al pregonero de mis
glorias, pues todos estos títulos desempeñó á satisfac-
ción el grande y benemérito Juan Largo.
No sabía, con todo eso, si aquellas señoras tenían
tan larga relación de mí, ni si sabían mi retumbante
nombrecillo. Estaba muy ufano en el estrado dando taba,
como dicen, con la señora y una porción de niñas, entre
las cuales no era la menos viva y platiconcilla la hija de
la señora mi panegirista, que no me pareció tercio de
paja, porque sobre no haber quince años leos y estar ella
en sus quince, era demasiado bonita é interesante su
figura; motivo poderoso para que yo procurara mane-
jarme con cierta afabilidad y circunspección lo mejor que
podía para agradarla; y ya había notado que cuando
decía yo alguna facetada colegialuna, ella se reía la
primera y celebraba mi genialidad de buena gana.
Estaba yo, pues, quedando bien y en lo mejor de mi
gusto, cuando en esto escuché ruido de caballos en el
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OBRAS ESCOGIDAS
93
patio de la hacienda, y antes de preguntar quién era,
se fué presentando en medio de la sala, con su buena
manga, paño de sol, botas de campana y demás adere-
zos de un campista decente... ¿quién piensan ustedes
que sería? ¡Quién había de ser, por mis negros pecados,
sino el demonio de Juan Largo, mi caro amigo y íavore-
cedorl Al instante que entró, me vio, y saludando á. todos
los concurrentes en común y sobre la marcha, se dirigió
á mí con los brazos abiertos y me halagó las orejas
de esta suerte: — ¡Oh, mi querido Periquillo Sarniento!
¿tanto bueno por acá? ¿cómo te va, hermano? ¿qué
haces? siéntate...
No puedo ponderar la enojada que me di al ver
como aquel maldito en un instante había descubierto mi
sarna y mi periquería delante de tantos señores decentes,
y lo que yo más sentía, delante de tantas viejas y mucha-
chas burlonas, las que luego que oyeron mis dictados
comenzaron á reirse á carcajadas con la mayor impuden-
cia y sin el menor miramiento de mi personita. Yo no sé
si me puse amarillo, verde, azul ó colorado; lo que sí me
acuerdo es, que la sala se me oscureció de la cólera, y
los carrillos y orejas me ardían más que si los hubiese
estregado con chile. Miré al condenado Juan Largo, y le
respondí no sé qué, con mucho desdén y gravedad, cre-
yendo con este entono corregir la burla de las muchachas
y la insolencia de mi amigo; pero nada menos que eso
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 24.
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94
PENSADOR MEXICANO
conseguí, pues mientras yo me ponía más serio, las
muchachas reían de mejor gana, de modo que parecía
que les hacían cosquillas á las muy puercas, y el picaro
de Juan Largo añadía nuevas facetadas con que redobla-
ban sus caquinos. Viéndome yo en tal apuro, hube de
ceder á la violencia de mi estrella y disimular la bola que
tenía, riéndome con todos; aunque si va á decir verdad,
mi risa no era muy natural, sino algo más que forzada.
En fin, después que me periquearon bastante y dise-
caron el hediondo cadáver de su sarnosa etimología, ya
que no tenían base para reir, ni aquel bribón bufonada
con que insultarme, cesó la escena, y calmó, gracias á
Dios, la tempestad.
Entonces fué la primera vez que conocí cuan odioso
era tener un mal nombro, y qué carácter tan vil es el
de los truhanes y graciosos, que no tienen lealtad ni con
su camisa; porque son capaces de perder al mejor amigo
por no perder la facetada que les viene á la boca en la
mejor ocasión; pues tienen el arte de herir y avergonzar
á cualquiera con sus chocarrerías, y tan á mala hora
para el agraviado, que parece que les pagan, como me
sucedió á mí con mi buen condiscípulo, que me fué á
hacer quedar mal, justamente cuando estaba yo que-
riendo quedar bien con su prima. Detestad, hijos míos,
las amistades de semejante clase de sujetos.
Llegó la hora de comer, pusieron la mesa, y nos
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OBRAS ESCOGIDAS
95
sentamos todos según la clase y carácter de cada uno.
A mí me tocó sentarme frente á un sacerdote vicario de
Tlalnepantla, á cuyo lado estaba el cura de Cuautitlán
(lugar á siete leguas de México), que era un viejo gordo
V harto serio.
Comieron todos alegremente, y yó también, que
como muchacho al fin, no era rencoroso, y más cuando
trataban de complacerme con abundancia de guisados
exquisitos y sabrosos dulces; porque don Martín, que así
se llamaba el amo, era bastante liberal y rico.
Durante la comida hablaron de muchas cosas que
yo no entendí; pero después que alzaron los manteles,
preguntó una señora si habíamos visto la cometa. — El
cometa dirá usted, señorita, dijo el padre vicario. — Eso
es, respondió la madama. — Sí, lo hemos visto estas
noches en la azotea del curato y nos hemos divertido
bastante. — ¡Ay! qué diversión tan tea, dijo la madama.
— ¿Por qué, señorita? — ¿Por qué? porque ese cometa es
señal de algún daño grande que quiere suceder aquí.
— Ríase usted de eso, decía el cleriguito: los cometas
son unos astros como todos; lo que sucede es, que se ven
de cuando en cuando porque tienen mucho que andar, y
así son tardones, pero no maliciosos. Si no, ahí está
nuestro amigo don Januario, que sabe bien qué cosa son
los cometas, y por qué se dan tanto á desear de nuestros
ojos, y él nos hará favor de explicarlo con claridad para
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96
PENSADOR MEXICANO
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que ustedes se satisfagan. — Sí, Januarito, anda, dinos
cómo está eso, dijo la prima. — Mas el demonio de Juan
Largo sabía tanto do cometas como de pirotecnia, pero
no era muy tonto, y así sin cortarse respondió: — Prima,
ese encargo se lo puedes hacer á mi amigo Perico por
dos razones: la una, porque es muchacho muy hábil, y la
dos, porque siendo esta súplica tuya, propia para hacer
lucir una buena explicación cometal, por regla de política
debemos obsequiar con estos lucimientos á los huéspe-
des. Conque vamos, suplícale al Sanileniilo que te lo
explique: verán ustedes qué pico de muchacho. Así que
él no esté con nosotros yo te explicaré, no digo qué cosa
son cometas, y por dónde caminan, que es lo que ha
apuntado el padrecito, sino que te diré cuántos son
todos los luceros, cómo se llama cada uno, por dónde
andan, qué hacen, en qué se entretienen, con todas
las menudencias que tú quieras saber, satisfecho que
tengo de contentar tu curiosidad por prolija que sea, sin
que haya miedo que no me creas, pues como dijo tío
Quevedo:
El mentir de las estrellas
Es un seguro mentir,
Porque ninguno ha de ir
A preguntárselo á ellas.
Conque ya quedamos, Poncianita, que te explicará
el cometa al derecho y al revés mi amigo Perucho,
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OBRAS ESCOGIDAS
97
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mientras yo, con licencia de estos señores, voy á ensi-
llar mi caballo. — Y diciendo y haciendo se disparó
fuera de la sala sin atender á que yo decía, que estando
allí los señores padres, ellos satisfarían el gusto , de la
señorita mejor que yo. No valió la excusa: el vicario
de Tlalnepantla me había conocido el juego, y por-
fiaba en que íuera yo el explicador. Yo, decía: — No,
señores; fuera una grosería que yo quisiera lucir donde
están mis mayores. — El cura, que era tan socarrón
como serio, al oir esta mi urbanidad, se sonrió al
modo de conejo y dijo: — Sabrán ustedes, para bien
saber, que en tiempo de marras, había en mi parroquia
un cura muy tonto y vano, entre los que eran más
tontos; él, pues, un día estaba predicando lleno de satis-
iacción cuantas majaderías se le venían á la cabeza á
unos pobres indios que eran los que únicamente podían
tener paciencia de escucharlo. Estaba en lo más fervo-
roso del sermón, cuando fué entrando en la iglesia el
arzobispo mi señor, que iba á la santa visita. Al instante
(|ue entró alborotóse el auditorio y turbóse el predicador,
siendo su sorpresa mayor que si hubiese visto al diablo.
Callóse la boca, quitóse el bonete, y diciendo su ilustrí-
sima que continuara, exclamó: — ¡Cómo era capaz, señor
ilustrísimo, que estando presente mi prelado, fuera yo
tan grosero que me atreviera á seguir mi sermón! Eso
no; suba usía ilustrísima, y acábelo, mientras acabo yo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 25.
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98 PENSADOR MEXICANO
la misa pro populo. — El arzobispo no pudo contener la
risa de ver la grande urbanidad de este cura ignorante, y
lo bajó del pulpito y del curato. Apliquen ustedes. —
Calló el padre gordo diciendo esto. Sonrióse el vicario y
las mujeres, y yo no dejé de correrme, aunque me cabía
cierta duda en si lo diría por mi política ó por la de Juan
Largo; mas no duró mucho en esta suspensión, porque
el zaragate del padre vicario probó de una vez todo su ar-
bitrio, diciendo á la Poncianita: — Usted, niña, elija quién
ha de explicar lo que es cometa, el colegial ó yo; y si la
elección recae en mí, lo haré con mucho gusto, porque
no me agrada que me rueguen, ni sé hacer desaire á las
señoras. — Sin duda la guiñó del ojo; porque al instante
me dijo la prima de Largo: — Usted, señor, quisiera me
hiciera ese favor. — No me pude escapar: me determiné
á darle gusto; mas no sabía ni por dónde comenzar,
porque maldito si yo sabía palabra de cometas, ni come-
tos: sin embargo, con algún orgullo (prenda esencialí-
sima de todo ignorante) dije: — Pues, señores, los come-
tas, ó las cometas, como otros dicen, son unas estrellas
más grandes que todas las demás; y después que son tan
grandes, tienen una cola muy larguísima... — ¿Muy lar-
guísima? dijo el vicario. — Y yo, que no conocía que se
admiraba de que ni castellano sabía hablar, le respondí
lleno de vanidad: — Sí, padre, muy larguísima; ¿pues
qué, no la ha visto usted? — Vaya, sea por Dios, me
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OBRAS ESCOGIDAS
99
contestó. — Yo proseguí: — Estas colas son de dos colo-
res, ó blancas ó encarnadas; si son blancas, anuncian
paz ó alguna felicidad al pueblo, y si son coloradas, como
teñidas de sangre, anuncian guerras ó desastres; por eso
la cometa que vieron los reyes magos tenía su cola
blanca, porque anunció el nacimiento del Señor y la paz
general del mundo, que hizo por esta razón el rey Octa-
viano, y esto no se puede negar, pues no hay nacimiento
alguno en la Nochebuena que no tenga su cometita con
la cola blanca. El que no los veamos muy seguido es
porque Dios los tiene allá retirados, y sólo los deja acer-
carse á nuestra vista cuando han de anunciar la muerte
de algún rey, el nacimiento de algún santo, ó la paz ó la
guerra en alguna ciudad, y por eso no los vemos todos
los días, porque Dios no hace milagros sin necesidad.
El cometa de este tiempo tiene la cola blanca, y segura-
mente anuncia la paz. Esto es, dije yo muy satisfecho,
esto es lo que hay acerca de los cometas. Está usted
servida, señorita. — Muchas gracias, dijo ella. — No, no
muchas, dijo el vicario; porque el señorito, aunque me
dispense, no lía dicho palabra en su lugar, sino un atajo
de disparates endiablados. Se conoce que no ha estudiado
palabra de astronomía, y por lo propio ignora qué cosas
son estrellas fijas, qué son planetas, cometas, constela-
ciones, dígitos, eclipses, etc., etc. Yo tampoco soy astró-
nomo, amiguito; pero tengo alguna tintura de una que
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100 PENSADOR MEXICANO
otra cosilla de éstas; y aunque es muy superficial, me
basta para conocer que usted tiene menos, y así habla
tantas barbaridades; y lo peor es que las habla con vani-
dad, y creyendo que entiende lo que dice y que es como
lo entiende; pero para otra vez no sea usted candido.
Sepa usted que los cometas no son estrellas, ni se ven
por milagro, ni anuncian guerras, ni paces, ni la estrella
que vieron los reyes de Oriente cuando nació el Salvador
era cometa, ni Octaviano i\iv rey, sino cesar ó emperador
de Roma, ni éste hizo la paz general con el mundo por
aquel divino natalicio, sino que el príncipe de la paz,
Jesucristo, quiso nacer cuando reinaba en el universo
una paz general, que lué en tiempo de Augusto César
Octaviano, ni crea usted, finalmente, ninguna de las
demás vulgaridades que se dicen de los cometas; y
porque no piense usted que esto lo digo á tintín de boca,
le explicaré en breve lo que es cometa. Oiga usted:
los cometas son planetas como todos los demás; esto es,
lo mismo que la Luna, Mercurio, Venas, la Tierra,
Mar/e, Júpiter, Saí/trno y Ilerscliel, los cuales son unos
cuerpos esféricos, (esto es, perfectamente redondos, ó
como vulgarmente decimos, unas bolas); son opacos,
no tienen ninguna luz de por sí, así como no la tiene la
tierra, pues la que reflectan ó nos envían se la comunica
,/el sol. La causa de que los veamos de tarde en tarde, es
' porque su curso es irregular respecto á los demás plañe-
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OBRAS ESCOGIDAS
101
tas, quiero decir: aquéllos hacen sus giros sobre el sol
esférica, y éstos elípticamente; pues unos dan su vuelta
redonda y otros (los cometas) larga; y esta es la causa
porque teniendo más camino que andar, nos tardamos
nosotros más en verlos; así como más pronto verá usted
al que haya de ir y venir de aquí á México que al que
haya de ir y venir de aquí á Guatemala; porque el pri-
mero tiene menos que andar que el segundo. Esas colas
que se les advierten, no son, según los que entienden,
otra cosa más que unos vapores que el sol les extrae
é ilumina, así como ilumina la ráfaga de átomos cuando
entra por una ventana; y este mismo sol, conforme la
disposición en que comunica su luz á este vapor, hace
que estas colas de los cometas nos presten un color
blanco ó rojo, para cuya persuasión no necesitamos
atormentar el entendimiento, pues todos los días adverti-
mos las nubes iluminadas con una luz blanca ó roja,
según su posición respecto al sol. * En virtud de esto,
nada tenemos que esperar favorable del color blanco de
las colas de los cometas, ni que temer adverso por su
color rojo. Esto es lo más fundado y probable por los
físicos en esta materia; lo demás son vulgaridades que ya
todo el mundo desprecia. Si usted quisiere imponerse
á fondo de estas cosas, lea al padre Almeida, al Brisson,
Estas explicaciones del padre vicario indican que tampoco él estaba muy instrui-
do en el asunto. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 26.
*1
102 PENSADOR MEXICANO
y á otros autores traducidos al castellano que tratan de la
materia /)/'o famotiori; esto es, con extensión. La que yo
he tenido para explicar este asunto, ha sido demasiada,
y verdaderamente tiene visos de pedantería, pues estas
materias son ajenas y tal vez ininteligibles á las perso-
nas que nos escuchan, exceptuando al señor cura; pero
la ignorancia y vanidad de usted me han comprometido á
tocar una materia singular entre semejantes sujetos, y
que por lo mismo conozco habré quebrantado las leyes
de la buena crianza; mas la prudencia de estos señores
me dispensará, y usted me agradecerá ó no mis buenas
intenciones, que se reducen á hacerle ver que no se meta
jamás á hablar en cosas que no entiende.
¡Contemplen ustedes cómo quedaría yo con seme-
jante responsoriol Al instante conocí que aquel padre
decía muy bien, por más que yo sintiera su claridad;
pues aunque he sido ignorante, no he sido tonto, ni he
tenido cabeza de tepeguaje. Fácilmente me he docilitado
á la razón, porque en la realidad hay verdades tan
demostradas y penetrantes que se nos meten por los ojos
á pesar de nuestro amor propio. ¡Infelices de aquellos
cuyos entendimientos son tan obtusos que no les entran
las verdades más evidentes, y más iníelices aquellos cuya
obstinación es tal que les hace cerrar los ojos para no
ver la luz I ¡Qué pocas esperanzas dan unos y otros de
prestarse dóciles á la razón en ningún tiempo! Quédeme
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OBRAS ESCOGIDAS 103
confuso, como iba diciendo, y creo que mi vergüenza se
conocía por sobre de mi ropa, porque no me atreví á
hablar una palabra, ni tenía qué. Las señoras, el cura y
demás sujetos de la mesa, sólo se miraban y me miraban
de hito en hito, y esto me corría más y más.
Pero el mismo padre vicario, que era un hombre
muy prudente, me quitó de aquella media naranja con el
mejor disimulo, diciendo:— Señores, hemos parlado bas-
tante: yo voy á rezar vísperas, y es regular que las seño-
ritas quieran reposar un poco para divertirnos esta tarde
con los toritos.
Levantóse luego de la mesa, y todos hicieron lo
mismo. Las señoras se retiraron á lo interior de la casa,
y los hombres, unos se tiraron sobre los canapés, otros
cogieron un libro, otros se pusieron á divertir á juegos
de naipes, y otros, por fin, tomaron sus escopetas y se
í'ueron á pasar el rato á la huerta.
Sólo yo me quedé de non, aunque muchos señores
me brindaron con su compañía; pero yo les di las
gracias, y me excusé con el pretexto de que estaba can-
sado del camino, y que acostumbraba dormir un rato
de siesta.
Guando vi que todos estaban ó procurando dormir, ó
divertidos, me salí al corredor, me recosté en una banca,
y comencé á hacer las más serias reflexiones entre mí
acerca del chasco que me acababa de pasar.
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104 PENSADOR MEXICANO
— Ciertamente, decía yo, ciertamente que este padre
me ha avergonzado; pero después de todo, yo he tenido
la culpa en meterme á dar voto en lo que no entiendo.
No hay duda, yo soy un necio, un bárbaro y un presu-
mido. ¿Qué he leído yo de planetas, de astros, cometas,
eclipses ni nada de cuanto el padre me dijo? ¿Cuándo he
visto ni por el forro los autores que me nombró ni he
oído siquiera hablar de esto antes que ahora? ¿Pues
quién diablos me metió en la cabeza ser explicador de
cosa que no entiendo, y luego explicador tan sandio y
orgulloso? ¿En qué estaría yo pensando? Ya se ve, soy
bachiller en filosofía, soy físico. Reniego de mi física y
de cuantos físicos hay en el mundo si todos son tan pelo-
tas como yo. ¡Voto á mis pecados! ¿Qué dirá este padre?
¿Qué dirá el señor cura? ¿Y qué dirán todos? Pero ¿qué
han de decir sino que soy un burro? Para más fué que
yo, el tuno de Juan Largo, que no se atrevió á manifes-
tar su ignorancia. No hay remedio; saber callar es un
principio de aprender, y el silencio es una buena tapade-
ra de la poca instrucción. Juan Largo, no hablando, dejó
á todos en duda de si sabe ó no sabe lo que son cometas;
y yo, con hablar tanto, no conseguí sino manifestar mi
necedad y ponerme á una vergüenza pública. Pero ya
sucedió, ya no hay remedio. Ahora, para que no se
pierda todo, es preciso satisfacer al mismo padre, que es
quien entiende mi tontera mejor que los demás, y supli-
'Éiif li if'-'-*- " -■•■-■ --^o^t^ittLi^t...-- ..; ^ - •^"'•- - •' '''--iit'iá» ifiñ*iT"iiii V r'iViia'i li'iriiilfriTiiii láifiüfilii i ^2-.
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OBRAS ESCOGIDAS 105
carie me dé un apunte de los autores físicos que yo v |
líueda estudiar; porque ciertamente la física no puede
menos que ser una ciencia, á más de útilísima, entrete-
nida, y yo deseo saber algo de ella.
Con esta resolución me levanté de la banca y me fui
á buscar al vicario que ya había acabado de rezar, y
redondamente le canté la palinodia.
— Padrecito, le dije; ¿qué habrá usted dicho de
Ja nueva explicación del cometa que me ha oído?
Vamos, que usted no se esperaba tan repentino entre-
més sobre mesa; pero la verdad, yo soy un majadero
y lo conozco. Como cuando aprendí en el colegio unos
cuantos preliminares de física y algunas propiedades
de los cuerpos en general, me acostumbré á decir
que era físico, lo creí firmísimamente, y pensé que no
había ya más que saber en esa facultad. A esta pre-
ocupación se siguió el ver que había quedado bien en
mis actillos, que me alabaron los convidados y que me
dieron mis galas; y después de esto, no habrá ocho
días que me he graduado de bachiller en filosofía, y me
dijeron que estaba yo aprobado para todo. Pensé que á
era yo filósofo de verdad, que el tal título probaba mi '
sabiduría, y que aquel pasaporte que me dieron para
iodo, me facultaba para disputar de todo cuanto hay,
aunque fuera con el mismo Salomón; pero usted me ha
dado ahora una lección de que deseo aprovecharme; '
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 27,
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x-.l.-Kc.'^v' ■'- '---'^^-ra*-'— -J^^*-^:--r:— .■'. -r .z^'.TÍ'.^.^a^-A^-^'m.i' .
106 PENSADOR MEXICANO
porque me gusta la lísica, y quisiera saber los libros
donde pueda aprender algo de ella; pero que la enseñen
con la claridad que usted.
— Esa es una buena señal de que usted tiene un
talento no vulgar, me dijo el padre; porque cuando un
hombre conoce su error, lo confiesa y desea salir de
ól , da las mejores esperanzas, pues esto no es pro-
pio de entendimientos arrastrados que yerran y lo
conocen, pero su soberbia no les permite confesarlos;
y así ellos mismos se privan de la luz de la enseñanza,
semejantes al enfermo imprudente que por no descu-
brir su llaga al médico se priva de la medicina y se em-
peora. Pero ¿dónde aprendió usted ese montón de vul-
garidades que nos contó de los cometas? Porque en el
colegio seguramente no se las enseñaron.
— Ya se ve que no, le respondí. Esa copia de luci-
dísima erudición que he vaciado se la debo á las viejas
y cocineras de mi casa.
— No es usted el primero, dijo el padre, que mama
con la primera leche semejantes absurdos. Verdadera-
mente que todas esas son patrañas y cuentos de viejas.
Usted lo que debe hacer es aplicarse, que aún es mu-
chacho y puede aprovechar. Yo le daré el apuntito que
me pide de los autores en que puede leer á gusto estas
materias, y le daré también algunas leccioncitas mien-
tras estemos aquí.
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OBRAS ESCOGIDAS
107
Le di las gracias, quedando prendado de su bello
carácter. Iba á pedirle un favor de muchacho, cuando
nos llamaron para que nos fuéramos á divertir al corral
del herradero.
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CAPITULO VII
Prosigue nuestro autor contando los sucesos
que le pasaron en la hacienda
Sin embargo de que nos
llamaron, el padre vicario con-
tinuó diciéndome:
— Por lo que toca á lo que usted me pide, acerca
de que le instruya de los mejores autores físicos, le
digo, que no es menester apuntito, porque son muy
pocos los que he de aconsejar á usted que lea, y fácil-
mente los puede encomendar a la memoria. Procure
usted leer la Física experimental de los abates Para y
Nollet, las Recreaciones filosóficas del padre don Teodoro
de Almeida, el Diccionario de física, y el Tratado de
física de Brisson. Con esto que usted lea con cuidado,
PERIQUILLO SARNIENTO, — T. I, A. — 28.
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PENSADOR MEXICANO
tendrá bastante para hablar con acierto de esta ciencia
en donde se le ofrezca, y si á este estudio quisiere añadir
el de la historia natural, como que es tan análogo al ante-
rior, podrá leer con utilidad El Espectáculo de la Natu-
raleza por Pluche, y con más gusto y fruto la Historia
natural del célebre conde de Buñbn, llamado por anto-
nomasia el PUnio de Francia.
Estos estudios, amiguito, son útiles, amenos y
divertidos; porque el entendimiento no encuentra en
ellos lo abstracto de la teología, la incertidumbre de la
medicina , lo intrincado de las leyes ni lo escabroso
de las matemáticas. Todo llena, todo deleita, todo embe-
lesa y todo enseña, así en la física como en la historia
natural. Es estudio que no fatiga y ocupación que no
cansa. La doctrina que ministra es dulce y el vaso en
que se brinda es de oro.
Los que miran el Universo por la parte de afuera,
se sorprenden con su primorosa perspectiva; pero no
hacen más que sorprenderse como los niños cuando ven
la primera vez una cosa bonita que les divierte. El filó-
sofo, como ve el Universo con otros ojos, pasa más allá
de la simple sorpresa: conoce, observa, escudriña y
admira cuanto hay en la naturaleza.
Si eleva su entendimiento á los cielos, se pierde en
la inmensidad de esos espacios llenos de la Majestad más
soberana; si detiene su consideración en el sol, mira
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OBRAS ESCOGIDAS 111
una mole crecidísima de un fuego vivísimo, penetrante
é inextinguible, al paso que benéfico é interesante á
toda la naturaleza; si observa la luna, sabe que es un
globo que tiene montes, mares, valles, ríos, como el
globo que pisa; y que es un espejo que refleja la brillante
luz del sol para comunicárnosla con sus influencias: si
atiende á los planetas como Venus, Mercurio, Marte y
la restante multitud de astros, ya fijos, ya errantes,
no contempla sino una prodigiosa infinidad de mundos
ya luminosos, ya iluminados, ya soles, ya lunas que
observan constantemente los movimientos y giros que la
sabia Omnipotencia les prescribió desde el principio: si
su consideración desciende á este planeta que habitamos,
admira la economía de su hechura; mira el agua pen-
diente sobre la tierra, contenida sólo con un débil pol-
villo de arena; los montes elevados; las cascadas estre-
pitosas; las risueñas fuentes; los arroyos mansos; los
caudalosos ríos; los árboles, las plañías, las flores, las
frutas, las selvas, los valles, los collados, las aves,
las fieras, los peces, el hombre, y hasta los desprecia-
bles insectillos que se arrastran; y todo, todo le franquea
teatro á su curiosidad é investigación. La atmósfera, las
nubes, las lluvias, el rocío, el granizo, los fuegos fatuos,
las auroras boreales, los truenos, los relámpagos, los
rayos y cuantos meteoros tiene la naturaleza, presentan
un vastísimo campo á su prolijo y estudioso examen.
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112 PENSADOR MEXICANO
y después que admira, contempla, examina, discurre,
pondera y acicala su entendimiento sobre un caos tan
prodigioso de entes heterogéneos, tan admirables como
incomprensibles, reflexiona que el conocimiento ó igno-
rancia que tiene de estos mismos seres lo llevan como
por la mano hasta la peana del trono del Criador. Enton-
ces el filósofo verdadero no puede menos que anonadarse
y postrarse ante el solio de la Deidad Suprema, confesar
su poder, alabar su providencia, reconocer en silencio lo
sublime de su sabiduría y darle infinitas gracias por el
diluvio de beneficios que ha derramado sobre sus cria-
turas, siendo entre las terrestres la más noble, la más
excelsa, la más privilegiada y la más ingrata el hom-
bre, «bajo cuyos pies (nos dice la voz de la verdad) que
sujetó todo lo criado:» Omnia suh/ecfsíi sdb pcclihas
€Jus: y lo mismo ser-á llegar el filósofo á estos subli-
mes y necesarios conocimientos, que comenzar á ser
teólogo contemplativo; pues así como todos los rayos
de la rueda de un coche descansan sobre la maza que
es su centro, así las criaturas reconocen su punto cén-
trico en el Criador; por manera, que los impíos ateís-
tas que niegan la existencia de un Dios criador y con-
servador del Universo , proceden contra el testimonio
común de las naciones, pues las más bárbaras y sal-
vajes han reconocido este soberano principio; porque
los mismos cielos proclaman la gloria de Dios; el fir-
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OBRAS ESCOGIDAS
113
mamento anuncia sus obras maravillosas, y las criatu-
ras todas que se nos manifiestan á la vista, son las
conductoras que nos llevan á adorar las maravillas que
no vemos. Pero, ya se ve, los ateístas son unos brutos
que parecen hombres, ó unos hombres que voluntaria-
mente quieren ser menos que los brutos. Ello es evi-
dente...
En esto, viendo que nos tardábamos, salieron á
llamarnos otra vez las niñas y señores de la hacienda,
para que fuéramos á ver las travesuras de los payos y
caporales, y tuvimos que suspender, ó por mejor decir,
cortar enteramente una conversación tan dulce para mí,
porque en la realidad me entretenía más que todos los
herraderos.
Admiráronse de vernos tan unidos al padre y á mí,
creyendo que yo conservara algún resentimiento por el
sonrojillo que me había hecho pasar sobre mesa, y aun
entre chanzas nos descubrieron su pensamiento; pero
yo, en medio de mis desbaratos, he debido á Dios dos
prendas que no merezco. La una, un entendimiento dócil
á la razón, y la otra, un corazón noble y sensible, que
no me ha dejado prostituir fácilmente á mis pasiones.
Lo digo así porque cuando he cometido algunos ex-
cesos, me ha costado dificultad sujetar el espíritu á
la carne. Esto es, he cometido el mal conociéndolo y
atrepellando los gritos de mi conciencia y con plena
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 29.
114 PENSADOR MEXICANO
advertencia de la justicia, lo que acaece á todo hom-
bre cuando se desliza al crimen. Por estas buenas
cualidades que digo he visto brillar en mi alma, jamás
he sido rencoroso ni aun con mis enemigos; mucho
menos con quien he conocido que me ha aconsejado
bien tal vez con alguna aspereza, lo que no es común,
porque nuestro amor propio se resiente de ordinario
de la más cariñosa corrección, siempre que tiene visos
de regaño; y por eso los de la hacienda se admiraban
de la amistosa armonía que observaban entre mí y el
padre.
Fuímonos por fin al circo de la diversión, que era
un gran corral, en el que estaban formados unos có-
modos tabladitos. Sentámonos el padre vicario y yo
juntos , y entretuvimos la tarde mirando herrar los
becerros y ganado caballar y mular que había. Mas
advertí que los espectadores no manifestaban tanta com-
placencia cuando señalaban á los animales con el fuego
como cuando se toreaban los becerrillos ó se jine-
teaban los potros , y mucho mas cuando un torete
tiraba á un muchacho de aquellos, ó un muleto des-
prendía á otro de sobre sí; porque entonces eran des-
medidas las risadas, por más que el golpeado inspirara
la compasión con la aflicción que se pintaba en su sem-
blante.
Yo, como hasta entonces no había presenciado se-
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OBRAS ESCOGIDAS 115
mejante escena, no podía menos que conmoverme al ver
á un pobre que se levantaba renqueando de entre las
patas de una muía ó las astas de un novillo. En aquel
momento sólo consideraba el dolor que sentiría aquel
infeliz, y esta genial compasión no me permitía reir
cuando todos reventaban á caquinos. El juicioso vicario,
que ¡ojalá hubiera sido mi mentor toda la vidal advirtió
mi seriedad y silencio, y leyéndome el corazón me dijo:
— ¿Usted ha visto toros en México alguna vez?— No,
señor, le contesté; ahora es la primera ocasión que
veo esta clase de diversiones, que consisten en hacer
daño á los pobres animales, y exponerse los hombres
á recibir los golpes de la venganza de aquéllos, la que
juzgo se merecen bien por su maldita inclinación y bar-
barie.— Así es, amiguitó, me dijo el vicario; y se conoce
que usted no ha visto cosas peores. ¿Qué dijera usted
si viera las corridas de toros que se hacen en las capi-
tales, especialmente en las fiestas que llaman Reales.^
Todo lo que usted ve en éstas son trutas y pan pintado:
lo más que aquí sucede es que los toretes suelen dar sus
revolcadillas á estos muchachos, y los potros y muías
sus caídas, en las que ordinariamente quedan molidos y
estropeados los jinetes; mas no heridos ó muertos como
sucede en aquellas fiestas públicas de las ciudades que
dije; porque allí, como se torean toros escogidos por fero-
ces, y están puntales, es muy frecuente ver los intestinos
Ii6
PENSADOR MEXICANO
I .
de los caballos enredados en sus astas, hombres gra-
vemente lastimados y algunos muertos. — Padre, le dije
yo, ¿y así exponen los racionales sus vidas para sacri-
ficarlas en las armas enojadas de una fiera? ¿y así con-
curren todos de tropel á divertirse con ver derramar la
sangre de los brutos y tal vez de sus semejantes? — Así
sucede, me contestó el vicario, y sucederá siempre en
los dominios de España, hasta que no se olvide esta cos-
tumbre tan repugnante a la naturaleza como á la ilus-
tración del siglo en que vivimos.
Conversamos largo rato sobre esto, como que es
maleria muy íértil, y cuando mi amigo el vicario hubo
concluido, le dije:
— Padre, estoy pensando que ese demontir de Ja-
nuario ó Juan Largo, mi condiscípulo, luego que sepa
los disparates que yo dije del cometa, y la justa repre-
hensión de usted, me ha de burlar altamente y en la
mesa delante de todos, porque es muy pamlorriuisUf, y
tiene su gusto en pararle la bola, como dicen, á cual-
quiera en la mejor concurrencia; y yo ciertamente no
quisiera pasar otro bochorno como el de á medio
día, ó ya que él sea tan mal amigo y tan impru-
dente, que padeciera el mismo tártago que yo, hacién-
dolo usted quedar mal con alguna preguntita de física,
pues estoy seguro que entiende tanto de esto como de
hacer un par de zapatos; y así le encargo á usted que
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OBRAS ESCOGIDAS
117
me haga este favor y le saque los colores á la cara por
faceto.
— Mire usted, me dijo el padre; á mí me es fácil
desempeñar á usted, pero ésa es una venganza, cuya vil
pasión debe usted refrenar toda la vida: la venganza
denota una alma baja que no sabe ni es capaz de disi-
mular el más mínimo agravio. El perdonar las injurias
no sólo es señal característica de un buen cristiano, sino
también de una alma noble y grande. Cualquiera, por
pobre, por débil y cobarde que sea, es capaz de vengar
una ofensa: para esto no se necesita religión, ni talento,
ni prudencia, ni nobleza, cuna, educación, ni nada
bueno; sobra con tener una alma vil, y dejar que la
ira corra por donde se le antoje para suscribir fácil-
mente á los sanguinarios sentimientos que inspira. Pero
para olvidar un agravio, para perdonar al que nos lo
infiere, y para remunerar la maldad con acciones bené-
ficas, es menester no solamente saber el evangelio,
aunque esto debía ser suficiente, sino tener una alma
heroica, un corazón sensible, y esto no es común: tam-
poco lo es ver unos héroes como Trajano, de quien se
cuenta que dando audiencia pública llegó al trono un
zapatero fingiendo iba á pedir justicia; acercóse al empe-
rador, y aprovechando un descuido, le dio una bofetada.
Alborotóse el pueblo, y los centinelas querían matarlo en
el acto; pero Trajano lo impidió para castigarlo por sí
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 30.
118 PENSADOR MEXICANO
mismo. Ya asegurado el alevoso, le preguntó: — ¿Qué
injuria te he hecho, ó qué motivo has tenido para insul-
tarme?— El zapatero, tan necio como vano, le contestó:
— Señor, el pueblo bendice vuestro amable carácter:
nada tengo que sentir de vos; mas he cometido este
sacrilego delito sabiendo que he de morir, sólo porque
las generaciones futuras digan que un zapatero tuvo
valor para dar una bofetada al emperador Trajano. —
Pues bien, dijo éste; si ése ha sido el motivo, tú no
me has de exceder en valor. Yo también quiero que
diga la posteridad, que si un zapatero se atrevió á dar
una bofetada al emperador Trajano, Trajano tuvo valor
para perdonar al zapatero. Anda libre.
Esta acción no necesita ponderarse; ella sola se
recomienda, y usted puede deducir de ella y de miles
de iguales que hay en su línea, que para vengarse es
menester ser vil y cobarde, y para no vengarse es
preciso ser noble y valiente; porque el saber vencerse
á sí mismo y sujetar las pasiones es el más difícil
vencimiento, y por eso es la victoria más recomenda-
ble y la prueba más inequívoca de un corazón magná-
nimo y generoso. Por todo esto, me parece que será
bueno que usted olvide y desprecie la injuria del señor
Januario.
— Pues, padrecito, le dije, si más valor se necesita
para perdonar una injuria que para hacerla, yo desde
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OBRAS ESCOGIDAS 119
ahora protesto no vengarme ni de Juan Largo, ni de
cuantos me agravien en esta vida.
— ¡Oh, don Pedrito, me contestó el vicario, cuan
apreciable fuera esta clase de protestas en el mundo
si todas se llevasen al cabo I Pero no hay que protestar
en esta vida con tanta arrogancia; porque somos muy
débiles y frágiles, y no podemos confiar en nuestra
propia virtud, ni asegurarnos en nuestra sola palabra.
A la hora de la tempestad hacen los marineros mil
promesas, pero llegando al puerto se olvidan como si
no se hubieran hecho. Cuando la tierra tiembla no se
oyen sino plegarias, actos de contrición y propósitos
de enmienda; mas luego que se aquieta, el ebrio se
dirige al vaso, el lascivo á la dama, el tahúr á la baraja,
el usurero á sus lucros y todos á sus antiguos vicios.
Una de las cosas que más perjudican al hombre es la
confianza que tiene de sí mismo. Ésta pone en ocasión
do prostituirse á los jóvenes, de extraviar á las almas
timoratas, de abandonarse á los que ministran la justi-
cia y de ser delincuentes á los más sabios y santos.
Salomón prevaricó, y san Pedro, que se tenía por el más
valiente de los apóstoles, fué el primero y aun el único
que negó á su divino Maestro. Conque no hay que fiar
mucho en nuestras fuerzas, ni que charlar sobre nues-
tra palabra, porque mientras no llega la ocasión todos
somos rocas; pero puestos en ella somos unas pajitas
120 PENSADOR MEXICANO
miserables que nos inclinamos al primer vientecillo que
nos impele.
Poco más duró nuestra conversación, cuando se
acabó la tardo y con ella aquella diversión, siéndonos
preciso trasladarnos á la sala de la hacienda.
Como en aquella época no se trataba sino de pasar
el ratOj todos fueron entreteniéndose con lo que más les
gustaba, y así fueron tomando sus naipes y bandolones,
y comenzaron á divertirse unos con otros. Yo enton-
ces ni sabía jugar (ó no tenía qué, que es lo más
cierto), ni tocar, y así me luí por una cabecera del
estrado para oir cantar á las muchachas, las que me
molieron la paciencia á su gusto; porque se acercaban
hacia mí dos ó tres, y una decía: — Niña, cuéntame
un cuento, pero que no sea el de Periquillo Sarnien-
to.— Otra me decía: — Señor, usted ha estudiado,
díganos, ¿por qué hablan los pericos como la gente?
— Otra decía: — ¡Ay, niña, qué comezón tengo en el
brazo! ¿si tendré sarna? — Así me estuvieron chuleando
estas madamas toda la noche hasta que fué hora de
cenar.
Púsose la mesa: sentámonos todos y con todos mi
amiguísimo Juan Largo, que hasta entonces se había
estado jugando malilla ó no sé qué.
Mientras duró la cena se trataron diversos asuntos.
Yo en uno que otro metía mi cucharada; pero después
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OBRAS ESCOGIDAS 121
de provocado, y siempre con las salvas de: según me
jiarece; ijo no tengo inteligencia; dicen; he oído a sega- ;
rnr, etc.; pero ya no hablé con arrogancia como al medio
día: ya se ve, tal me tenía de acobardado el sermón que
me espetó el vicario en mis bigotes. ¡Oh, cuánto aprove-
cha una lección á tiempo!
Se alzó la mesa, y mi buen amigo Juan Largo, diri- ; -
giendo á mí la palabra, comenzó á desahogar su genio
bufón, lo mismo que yo me había pensado. — ¿Conque,
Periquillo, me dijo, las cometas son una cosa á modo de
trompetas? ¡Vamos, que tú has quedado lucido en el acto
del medio día! ¡Sí, ya sé tus gracias: no sabía yo que -f
tenía por condiscípulo un tan buen físico como tú y á .i
más de físico, astrónomo. Seguramente que con el
tiempo serás el mejor almanaquero del reino. A hombre
que sabe tanto de cometas ¿qué cosa se le podrá ocultar
do todos los astros habidos y por haber? — ^ Las mujeres,
como casi siempre obran según lo que primero advier-
ten, y en esta rechifla no veían otra cosa que una bur-
leta, comenzaron á reir y á verme más de lo que yo
quería; pero el padre vicario, que ya me amaba y cono-
cía mi vergüenza, procuró libertarme de aquel chasco, y
dijo á don Martín (que ya dije era dueño de la hacienda): |
— ¿Conque pasado mañana tiene usted eclipse de sol? — I
Sí, señor, dijo don Martín, y estoy tamañito. — ¿Por qué? ' . í
preguntó el vicario. — ¿Cómo por qué? dijo el amo;
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 31. /; ^
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122 PENSADOR MEXICANO
porque los eclises son el diablo. Ahora dos años, me
acordaré que estaba ya viniéndose mi trigo, y por el
maldito ecUs nació todo chupado y ruincísimo, y no sólo,
sino que toda la cría del ganado que nació en aquellos
días se maleó y se murió la mayor parte. Vea usted si
con razón les tengo tanto miedo á los eclises. — Amigo
don Martín, dijo el vicario, yo creo que no es tan bravo
el león como lo pintan; quiero decir, que no son los
pobres eclipses tan perversos como usted los supone. —
¿Cómo no, padre? dijo don Martín. Usted sabrá mucho,
pero tengo mucha esperencia, y ya ve que la esperencia
es madre de la cencía. No hav duda, los eclises son muv
dañinos á las sementeras, á los ganados, á la sala y
hasta á las mujeres preñadas. Ora cinco años me acordaré
que estaba en cinta mi mujer, y no lo ha de creer, pues
hubo eclis y nació mi hijo Polinario tencuiias. — ¿Pero
por qué fué esa desgracia? preguntó el cura. — ¿Cómo
por qué, señor? dijo don Martín; porque se lo comió
el eclis. — No se engañe usted, dijo el vicario; el eclip-
se es muy hombre de bien, á nadie se come ni perju-
dica , y si no , que lo diga don Januario. ¿Qué dice
usted, señor bachiller? — No hay remedio, contestó lleno
de satisfacción, porque le habían tomado su parecer:
no, no hay remedió, decía: el eclipse no puede comer
la carne de las criaturas encerradas en el vientre de sus
madres; pero sí puede dañarlas por su maligna influen-
rinn^iÉiiiiiiiii I m" .' '"■'■' '■\mt ¡ II I i'i»-'-»'--^' -«.«-
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OBRAS ESCOGIDAS
123
cia, y hacer que nazcan tencuas 6 corcovadas, y mucho
mejor puede con la misma malignidad matar las crías
y chuparse el trigo, según ha dicho mi tío, atestiguan-
do con la experiencia, y ya ve usted, padre mío, que
fjiiod ab experientia paiet non incUget probatione. Esto
es; no necesita de prueba lo que ya ha manifestado la
experiencia.
— No me admiro, dijo el padre, que su tío de usted
piense de esa manera, porque no tiene motivo para otra
cosa; pero me hace mucha fuerza oir producirse de igual
modo á un señor colegial. Según eso, dígame usted, ¿qué
son los eclipses? — Yo creo, dijo Januario, que son
aquellos choques que tiene el sol y luna, en los que uno
ú otro salen perdiendo siempre conforme es la fuerza del
que vence: si vence el sol, el eclipse es de la luna, y
si vence ésta, se eclipsa el sol. Hasta aquí no tiene
duda; porque mirando el eclipse en una bandeja de
agua, materialmente se ve cómo pelea el sol con la luna;
y se advierte lo que uno ú otro se comen en la lucha;
y si tienen virtud estos dos cuerpos para hacerse tanto
daño, siendo solidísimos, ¿cómo no podrán dañar á las
tiernas semillas y á las débiles criaturas del mundo?—
Eso es lo que yo digo, repuso el bueno de don Martín:
vea usted, padre, si digo bien ó mal. No hay que hacer,
mi sobrino es muy sabido: ansí mesmo según y cómo
él explica el eclis, lo explicaba su padre, mi difunto
124 PENSADOR MEXICANO
hermano, que era hombre de muchas letras, y allá en la
Huasteca, nuestra tierra, decían todos que era un pozo
de cencia. ¡Ah, mi hermano 1 si él viviera ¡qué gusto
tuviera de ver á su hijo Januarito tan adelantado 1 — No
mucho, aunque me perdone, dijo el vicario; porque
el señor no entiende palabra de cuanto ha dicho; antes
es un blasfemo filosófico. ¿Qué pleitos, qué choques,
influencias fatales ni malditas quiere usted que produz-
can los '^CiToses? Sepa usted, señor don Martín, que el
mayor eclipse no le puede hacer á usted ni á sus siem-
bras, ni ganado, más daño que quitarles una poca de luz
por un rato. No hay tal pleito del sol y la luna, ni tales
faramallas. ;,Se pudiera usted pelear de manos desde
aquí con uno que estuviera en México? — Ya se ve que
no, dijo don Martín. — Pues lo propio sucede al sol
respecto de la luna, prosiguió el vicario; porque dista
'\\ un astro de otro muchísimas leguas. — Pues en resumi-
das cuentas, preguntó don Martín, ¿qué es ecUs.^ — No
es otra cosa, respondió el padre vicario, que la intcr-
- • posición de la luna entre nuestra vista y el sol, y en-
tonces se llama eclipse de sol, ó la interposición de la
tierra entre la luna y el sol, y entonces se dice eclipse
de luna.
— ¿Ya ve usted todo eso? dijo el payo, pues no lo
entiendo. — Pues yo haré que lo perciba usted clarísima-
[ mente, dijo el padre: Sepa usted que siempre que un
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OBRAS ESCOGIDAS
125
cuerpo opaco se opone entre nuestra vista y un cuerpo
luminoso, el opaco nos embaraza ver aquella porción de
luz que cubre con su disco. — Agora lo entiendo menos,
decía don Martín. — Pues me ha de entender usted,
replicó el padre. Si usted pone su mano enfrente de
sus ojos y la luz de la vela, claro es que no verá la
llama. — Eso sí entiendo. — Pues ya entendió usted
el eclipse. — ¿Es posible, padre, decía don M^i-tí'. muy
admirado, es posible que tan poco tienen que entender
los eclisesf — Sí, amigo mío, decía el vicario. Lo que
sucede es, que como su mano de usted es mayor que la
llama de la vela, siempre que la ponga frente de ella
la tapará toda y hará un eclipse total; pero si la pone
frente de una luminaria de leña, seguramente no la
tapará toda sino un pedazo; porque la luminaria es más
grande que la mano de usted, y entonces puede usted
decir que hizo un eclipse* parcial, esto es, que tapó una
parte de la llama de la luminaria. ¿Lo entiende usted?
— Y muy bien, respondió el payo. Pero ¿qué tan fácil-
mente ansí se entienden los eclises del sol y de la luna?
— Sí, señor, dijo el padre. Ya dije á usted que el sol
está muchas leguas distante de la luna; es mucho mayor
que ella, lo mismo que la luminaria es mucho más
grande que su mano de usted, y así cuando la luna
pasa por entre el sol y nuestros ojos, tapa un pedazo
de éste, que es lo que no vemos; y lo que al señor
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 32.
%
126 PENSADOR MEXICANO
Januario, á usted y á otros les parece comido, no es
otra cosa que la mano que pasa frente de la luminaria.
¿Lo entiende usted? — Completamente, dijo don Martín,
y según eso nunca habrá eclises totales de sol, porque es
la luna mucho más chica, y no lo puede tapar todo. —
Así debía ser, dijo el vicario, si siempre la luna pasara
á una misma distancia respecto del sol y nuestra vista;
pero como algunas veces pasa quedando muy cerca de
nosotros, ^ nos lo cubre totalmente, así como siempre
que usted se ponga la mano junto de los ojos no verá
nada de la luminaria, sin embargo de que su mano de
usted es mucho más chica que la luminaria; y ahora sí
creo que me ha entendido usted. — ¿Y los de la luna,
cómo son? preguntó el payo. — Ddl mismo modo, dijo
el padre; así como la luna tapa ú obscurece un pedazo
del sol '^ cuando se pone entre él y nosotros, así la tierra
lapa ú obscurece un pedazo de luna ó toda cuando se
pone entre ella y el sol.
— Ansí áehQ ser, dijo don Martín, y ora reflejo que
he visto algunos eclises del sol y luna totales, como usted
les llama, ó que se ha tapado toda, de modo que hemos
estado osearas totalísimamente. Sobre que no le hace
que la luminaria sea más grande que la mano. ¿Y es
' No es la distancia de la luna respecto de nosotros lo que hace que sean totales los
eclipses, sino su completa interposición. E.
* Bien sabia el vicario que lo que se obscurece no es el sol, sino la tierra que recibe
la sombra ; pero se explicó asi porque lo entendiera don Martin.
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OBRAS ESCOGIDAS 127
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posible que no son otra cosa los ec/íses.^ — Sí, señor, dijo
el padre, no son otra cosa, y teniendo el año trescientos
sesenta y cinco ó sesenta y seis días, si es bisiesto, tene-
mos nosotros otros tantos eclipses del sol, y totales, que
es más gracia. — ¡Cómo, padrel decía don Martín. —
Ya se ve que sí, dijo el vicario: ¿ve usted de noche el
sol? — No, señor, ni una pizca, respondió don Martín. —
Pues ahí tiene usted que se le eclipsa el sol todo entero,
y para que usted no me vea, tanto tiene que yo me
meta á la recámara como que usted cierre los ojos. — ;
Es verdad, decía don Martín; pero según que usted me i
ha dicho, y según lo que agora me dice, creo que el
mundo es mucho más grandísimo que el sol, que no
puédemenos, sobre que lo estamos mirando. — Pues sí
puede menos, amigo, dijo el vicario; y en efecto, es tan
pequeño respecto al sol, como lo es una avellana res-
pecto á un coco. — Pues entonces, replicó don Martín,
salimos con lo que usted me dijo; pues aunque mi mano
sea más chica que la luminaria, me la puede tapar toda
en estando muy cerca de mis ojos. — Así es, dijo el vica-
rio, puede ó no puede taparla toda, según la distancia en •
que usted la pusiere respecto á sus ojos. Si la pone lejos
de ellos, no tapará toda la luminaria, algo verá usted de J^
ella; pero si se la pone en las narices, no verá nada.
— Ya se ve que así ha de ser, decía don Martín, y no
solamente no veré la luminaria, pero ni la puerta de la
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128 PENSADOR MEXICANO
hacienda que es más grande, ni cosa alguna, y eso será
porque casi me tapo los ojos con la mano poniéndola tan
cerca. — Pues vea usted la razón, dijo el padre, porque
se suelen ver algunos eclipses totales de sol causados
por la luna, porque ésta, aunque mucho más pequeña
que él, si se pasa muy cerca de nosotros, como en rea-
lidad pasa algunas veces, hace el efecto de la mano
trente de la luminaria, y lo mismo hace la tierra, sin
embargo de su pequenez, eclipsándonos el sol todas las
noches por estar pegada á nosotros. *
— Perfectamente entendí todo el asunto de los ccli-
seSy padre vicario, dijo don Martín, y creo que cual-
quiera lo entenderá, por negado que sea. ¿Lo entiendes,
hija? ¿lo han entendido, muchachas? — Todas á una voz
respondieron que sí, y que muy bien: que ya sabían que
podían hacer eclipses de sol, de luna, ó de luminarias,
cada vez que se les antojara; pero el buen don Martín
volvió á preguntar: — Dígame usted, padre; ya que los
ecUses no son más que eso, ¿por qué son tan dañinos
que nos pierden las siembras, los ganados, y hasta nos
enferman y sacan imperfectos los muchachos? — Esa es
la vulgaridad, respondió el vicario. Los eclipses en nada
se meten, ni tienen la culpa de esas desgracias. Las
siembras se pierden ó porque les ha faltado cultivo á
su tiempo, ó han escaseado las aguas, ó la semilla estaba
* Esto coincide con la explicación anteriormente anotada, que no es exacta. E.
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OBRAS ESCOGIDAS 129
dañada, ó era ruin, ó la tierra carece de jugos, ó está
cansada, etc. Los ganados malparen, ó las crías nacen
enfermas, ya porque se lastiman las hembras, ó padecen
alguna enfermedad particular que no conocemos, ó han
comido alguna hierba que las perjudica, etc.; úUima-
mente, nosotros nos enfermamos ó por el excesivo tra-
bajo, ó por algún desorden en la comida ó bebida, ó por
exponernos al aire sin recato estando el cuerpo muy
caliente, ó por otros mil achaques que no faltan; y
las criaturas nacen tencuas, raquíticas, defectuosas ó
muertas por la imprudencia de sus madres en comer
cosas nocivas, por travesear, corretear, alzar cosas pesa-
das, trabajar mucho, tener cóleras vehementes ó recibir
golpes en el vientre. Conque vea usted cómo no tienen
los pobres eclipses la culpa de nada de esto. — Bien, dijo
don Martín; pero ¿cómo suceden estas desgracias pun-
tualmente cuando hay eclis.^ — La desgracia de los eclip-
ses, dijo el vicario, consiste en que suceda algo de esto
en su tiempo; porque los pobres que no entienden de
nada, luego luego echan la culpa á los eclipses de cuan-
tas averías hay en el mundo. Así como cuando uno se
enferma, lo primero que hace es buscar achaque á su
enfermedad, y tal vez cree que se la ocasionó lo más
mócente. Conque, amigo, no hay que ser vulgares, ni
que quitar el crédito á los pobrecitos eclipses, que es
pecado de restitución.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 33.
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130
PENSADOR MEXICANO
Celebraron todos al padre vicario, y le pegaron un
buen tabardillo al amigo Juan Largo, de modo que
se levantó de allí chillándole las orejas. A poco rato
nos fuimos á acostar.
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CAPITULO VIII
En el que escribe Periquillo algunas aventuras que le pasaron en la hacienda
y la vuelta á su casa
A otro día nos levantamos muy contentos: el señor
cura hizo poner su coche y el padre vicario mandó en-
sillar su caballo para irse á sus respectivos destinos.
El padre vicario se despidió de mí con mucho cariño,
y yo le correspondí con el mismo, porque era un hombre
amable, benéfico, y no soberbio ni necio.
Fuéronse, por fin, y yo quedé sin tan útil compañía.
El hermano Juan Largo, tan tonto y sinvergüenza como
siempre (porque es propiedad del necio no dársele nada
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132
PENSADOR MEXICANO
de cosa alguna de esta vida), á Ja hora del almuerzo me
comenzó á burlar con la cometa; pero yo le rebatí defen-
diéndome con los disparates que él había hablado acerca
del eclipse, con cuya diligencia lo dejé corrido, y él debía
de haber advertido que es una majadería ponerse á ape-
drear el tejado del vecino el que tiene -el suyo de vidrio.
Fuérase porque yo era nuevo en la casa, ó porque
tenía un genio más prudente y jovial, las señoras, las
muchachas y todos me querían más que á Juan Largo,
que era naturalmente tosco y engreído. Con esto, cuando
yo decía alguna facetada, la celebraban infinito, y de
esto mondaba mi rival Januario, y trataba de vengarse
siempre que hallaba ocasión, sin poder yo librarme de
sus maldades, porque las tramaba con la capa de la
amistad. ¡Abominable carácter de almas viles, que fa-
brican la traición á la sombra de la misma virtud 1
Como yo por una parte lo amaba, y él por otra tenía
un genio intrigante, me disimulaba sus malas intencio-
nes, y yo me entregaba sin recelo á sus dictámenes.
Todas las tardes salíamos á pasear á caballo. Ya se
deja entender qué buen jinete sería yo, que no había
montado sino los caballos de alquiler barato de México,
animales tlaco?, trabajados, y do una zoncería y manse-
dumbre imponderables. No eran así los de la hacienda,
porque casi todos estaban lozanos y eran briosos, motivo
bastante para que yo les tuviera harto miedo; por esto
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OBRAS ESCOGIDAS 133
me ensillaban los de la señora y de La niña, su hija, y
todas las tardes, como dije, salíamos á pasear Januario,
yo y dos hijos del administrador, que eran muy buenas
maulas.
De todos los cuatro yo era el menos jinete, ó como
dicen, el más colegial; con esto, me hacían mil trave-
suras en el campo, como colearme los caballos, maneár-
melos, espantármelos y cuanto podían para que, á pesar
de ser mansos, se alborotasen y me echaran al suelo,
como lo hacían sin mucha dificultad á cada instante; de
suerte que, aunque los golpes que yo llevaba eran ligeros
y de poco riesgo por ser en las hierbas ó en la arena,
sin embargo, fueron tantos que no sé cómo no bastaron
á acobardarme. Bien que mis buenos amigos, después
que reían á mi costa cuanto querían, me consolaban
contándome las caídas que habían llevado para aprender,
y añadían: — Note apures, hombre, esto no es nada;
pero aunque en cada caída te quebraras una pierna ó
se te sumiera una costilla, lo debías tener á mucha
dicha, cuando vieras lo que aprovechan efetas leccio-
nes de los caballos para tenerse bien en .ellos; porque,
amigo, no hay remedio, los golpes hacen jinete, y
tú mismo advertirás que ya no estás tan lerdo como
antes: no, ya te tienes más y te sientas mejor, y si
duras otro poco en la hacienda nos has de dar á todos
ancas vueltas.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 34.
134
PENSADOR MEXICANO
¿Quién creerá que estas frivolas lisonjas eran las
vilmas medicinales que aquellos tunantes aplicaban á
mis golpes y magullones? ¿y quién creerá que yo me
daba por muy bien servido con ellas, y se me olvidaba la
jácara que me hacían al caer y los pugidos que me cos-
taba levantarme algunas veces? Mas ¿quién lo ha de
creer, sino aquel que sepa que la adulación se hace tanto
lugar en el corazón humano, que nos agrada aun cuando
viene dirigida por nuestros propios enemigos?
El picarón de Januario no se saciaba de hacerme
mal por cuantos medios podía, y siempre fingiéndome
una amistad sincera. Una tarde de un día domingo en
que se toreaban unos becerros, me metió en la cabeza
que entrara yo á torear con él al corral; que eran los
becerros chicos; que estaban despuntados; que él me
enseñaría; que era una cosa muy divertida; que los
hombres debían saber de todo, especialmente de cosas de
campo; que el tener miedo se quedaba para las mujeres,
y qué sé yo qué otros desatinos, con los que echó por
tierra todo aquel escándalo que yo manifesté al vicario la
vez primera que vi la tal zambra de hombres y brutos.
Se me disipó el horror que me inspiraron al principio
estos juegos, falté á mi antigua circunspección en este
punto, y atropellando con todo, me entré al corral á pie,
porque me juzgué más seguro.
A los principios llamaba al becerro á distancia de
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OBRAS ESCOGIDAS 135
diez ó doce varas, con cuya ventaja me escapaba fácil-
mente de su enojo subiéndome á las trancas del corral-
mas como en esta vida no hay cosa á que no se le pierda
el miedo con la repetición de actos, poco á poco se lo fui
perdiendo á los becerros, viendo que me libraba de ellos
sin dificultad, y ayudado con los estímulos de mis buenos
amigos y camaradas, que á cada m.omento me gritaban:
^¡Arrímese, colegial! ¡arrímate, hombre, no seas collón!
¡anda, Coquita! ^ — y otras incitaciones de esta clase, me
fui acercando más y más á sus testas respetables, hasta
que en una de ésas se me puso por detrás de puntillas el
señor Juan Largo, y cuando yo quise huir, no pude,
porque él me embarazó la carrera haciendo que trope-
zaba conmigo, con cuyo auxilio tan á tiempo me alcanzó
el becerro, v levantándome en el aire con su mollera, me
hizo caer en tierra como un zapote mal de mi grado, y á
la distancia de cuatro á cinco varas. Yo quedé todo des-
guarnido del susto y del porrazo; pero con todo esto,
como el miedo es ligerísimo, y yo temía la repetición del
lance, pues el becerro aún esperaba concluir su triunfo,
me levanté al momento sin advertir que al golpe se me
habían reventado los botones v las cintas de los calzones,
y así, habiéndoseme bajado á los talones, quedé engri-
llado, sin poder dar un paso y en la más vergonzosa
figura; pero el maldito novillo, aprovechando mi inepti-
* Lo mismo que Marica ó Mariquita. E.
.',:^.£.<^.
I-
I
136 PENSADOR MEXICANO
tud para correrj repitió sobre mí un segundo golpe; mas
con tal furia que á mí me pareció que me habían quebra-
do las costillas con una de las torres de catedral, y que
había volado más allá de la órbita de la luna; pero al dar
en el suelo tan furioso costalazo como el que di no volví
á saber de cosa alguna de esta vida.
Quedé privado: subiéronme cubierto con unas man-
gas, y se acabó la diversión con el susto, creyendo todas
las señoras que me había dado algún golpe mortal en el
cerebro.
Quiso Dios que no pasó de una ligera suspensión del
uso de los sentidos; pues con los auxilios de la lana
prieta, ^ el álcali, ligaduras y otras cosas, volví en mí al
cabo de media hora, sin más novedad que un dolorcillo
en el hueso cocíj- que no dejaba de molestarme más de lo
que yo quería.
Pero cuando estuve en mi entero acuerdo y me vi
rodeado de todos los señores que estaban en la hacienda,
tendido en una cama, muy abrigado, y llenos todos de
sobresalto, preguntándome unos: «¿cómo se siente
usted?» otros: «¿qué tiene usted?» y todos: «¿qué le due-
le?» y en medio de esta concurrencia advertí mis cal-
zones sueltos, por haberse reventado la pretina, y me
acordé de las faldas de mi camisa y del lance que
* La gente vulgar cree que esta lana y no la blanca es la que tiene virtud de hacer
volver en si al que está privado de sentidos, y á esta vulgaridad alude el autor. E.
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OBRAS ESCOGIDAS
137
me acababa de pasar, me lleoé de vergüenza (pasión
que no me ha faltado del todo), y hubiera querido ha-
ber caído honestamente como César cuando lo asesinó
Bruto.
Les di gracias por su cuidado, contestándoles que no
me había hecho mayor mal; mas con todo eso, la señora
de la hacienda me hizo tomar un vaso de vinagre
aguado, y á poco rato una porción de calahuala, con lo
que á otro día estaba enteramente restablecido.
Mi buen amigo Januario en aquel primer rato de mi
mal, y cuando todos estaban temiendo no fuera cosa
grave, se manifestó bien apesadumbrado con toda aquella
hipocresía que sabía usar; mas al siguiente día que me
vio fuera de riesgo, me cogió á cargo y comenzó á
desahogar todas sus bufonadas, haciéndome poner colo-
rado á cada momento delante de las muchachas con el
vergonzoso recuerdo de mi pasada aventura, insistiendo
en mi desnudez, en la posición de mi camisa y en el
indecente modo de mi caída.
Gomo él con sus truhanadas excitaba la risa de las
niñas y yo no podía negarlo, me avergonzaba terrible-
mente, y no hallaba más recurso que suplicarle no
mo sonrojara en aquellos términos; pero mi súplica sólo
servía de espuelas á su maldita verbosidad, y esto me
añadía más vergüenza y más enojo.
Para serenarme me decía:— No seas tonto, her-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 35.
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V v ■ -."-
138 PENSADOR MEXICANO
mano, si esto es chanza. Esta tarde nos iremos á pasear
á Cuamatla; verás qué hacienda tan bonita. ¿Qué caballo
quieres que te ensillen? ¿el almendrillo ó el grullo de tía?
— Yo le contesté la primera vez que me lo dijo: — Amigo,
yo te agradezco tu cariño; pero excúsate de que me
ensillen ningún caballo, porque yo no pienso volver á
montar en mi vida grullos ni grullas, ni pararme delante
de una vaca, cuanto menos delante de los toros ó bece-
rros.— Anda, hombre, decía él, no seas tan cobarde;
no es jinete el que no cae, y el buen toreador muere en
las astas del toro. — Pues muere tú norabuena, le res-
pondía yo, y cae cuantas veces quisieres, que yo no he
reñido con mi vida. ¿Qué necesidad tengo de volver á mi
casa con una costilla menos ó una pierna rota? No, Juan
Largo, yo no he nacido para caporal ni vaquero. — En
dos palabras; yo no volví á montar á caballo en su
compañía, ni á ver torear siquiera, y desde aquel día
comencé á desconfiar un poco de mi amigo. ¡Feliz quien
escarmienta en los primeros peligros! pero fnás «feliz el
que escarmienta en los peligros ajenos,» como dijo un
antiguo: Félix qucni faciunt aliona pcricala cautum.
Esto se llama saber sacar fruto de las mismas adversi-
dades.
A los tres días de este suceso se acabaron las diver-
siones, y cada huésped se fué para su casa. El malvado
Januario había advertido que yo veía con cariño á su
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OBRAS ESCOGIDAS 139
prima y que ella no se incomodaba por esto, y trató
de pegarme otro chasco que estuvo peor que el del
becerro.
Un día que no estaba en casa don Martín, porque se
había ido á otra hacienda inmediata, me dijo Januario:
— Yo he notado que te gusta Ponciana y que ella te
quiere á tí. Vamos, dime la verdad; ya sabes que soy tu
amigo y que jamás me has reservado secreto. Ella es
bonita; tú tienes buen gusto, y yo te lo pregunto, porque
sé que puedo servir á tus deseos. La muchacha es mi
prima y no me puedo yo casar con ella, y así me alegra-
ra que disfrutara de su amor un amigo á quien yo
quisiera tanto como á tí. — ¿Quién había de pensar que
esta era la red que me tendía este maldito para burlarse
de mí á costa de mi honor? Pues así fué, porque yo, tan
fácil como siempre, lo creí, y le dije: — Que tu prima es
de mérito, es evidente; que yo la quiero, no te lo puedo
negar; pero tampoco puedo saber si ella me quiere ó no,
pues no tengo por dónde saberlo. —¿Cómo no? dijo
Januario, ¿pues qué, nunca le has dicho tu sentimiento?
—Jamás la he hablado de eso, le respondí.— Y ¿por qué?
instó él.— ¡Cómo por qué! le dije yo; porque le tengo
vergüenza: dirá que soy un atrevido; lo avisará á su
madre, ó me echará noramala. A más de eso, tu tía es
muy celosa; jamás nos da lugar de hablar, ni la deja sola
un momento; ¿conque cómo quieres que yo tenga lugar
140 PENSADOR íMEXICANO
para tratar con esa niña unas conversaciones de esta
clase? — Rióse Januario grandemente, burlóse de mi
temor y recato, y me dijo: — Eres un pazguato; no te
juzgaba yo tan zonzo y para nada: ¡miren qué dificulta-
des tan grandes tienes que vencer! Quita allá, collón.
Todas las mujeres se pagan de que las quieran, y aun-
que no correspondan, agradecen el que se lo digan.
Ahora, ¿no has oído decir que al que no habla nadie le
oye? Pues habla, salvaje, y verás cómo alcanzas. Si
temes á la vieja de mi tía, yo te haré juego; yo te pro-
porcionaré que le hables á solas, espacio y á tu satisfac-
ción. ¿Qué dices? ¿quieres? habla: verás que yo solo soy
tu verdadero amigo.
Con semejantes consejos, viendo que la ocasión me
brindaba con lo mismo que yo apetecía, no tardé mucho
en admitir su obsequiosa oferta, y le di más agradeci-
mientos que si me hubiera hecho un verdadero favor.
El bribón se apartó de mí por un corto rato, al cabo
del cual volvió muy contento y me dijo: — Todo está
hecho. He dado un vomitorio á Poncianita, y me ha
desembuchado todo; ha cantado redondamente y me
ha confesado que te quiere bien. Yo le dije que tú
mueres por ella y que deseas hablarla á solas. Ella
quisiera lo mismo; pero me puso el embarazo de su
madre que la trae todo el día como un llavero. La di-
ficultad al parecer es grande; mas yo he discurrido el
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OBRAS ESCOGIDAS 141
arbitrio mejor para que ustedes logren sus deseos sin
zozobra, y es éste: el tío no ha de venir hasta mañana;
ya tú sabes la recámara donde ella duerme con su
madre; ya sabes que su cama está á la derecha luego
que se entra; y así esta misma noche puedes entre las
once y doce ir á hablarla todo cuanto quieras, en la
inteligencia de que la vieja á esa hora está en lo más
pesado de sú sueño. Poncianita está corriente; sólo me
encargó que entraras con cuidado y sin hacer ruido, y
que si no está despierta, le toques la almohada, que
ella tiene un sueño muy ligero. Conque mire usted,
señor Periquillo, y qué pronto se han vencido todas las
dificultades que te acobardan; y así no hay que ser
zonzo; logra la ocasión antes que se pase, ya yo hice
por tí cuanto he podido.
Repetí las gracias á mi grande amigo por sus
buenos oficios, y me quedé haciendo mi composición de
lugar, pensando qué le diría yo á esa niña (pues á la
verdad mi malicia no se extendía á más que á hablar),
y deseando que corrieran las horas para hacer mi visita
de lechuza.
Entretanto el traidor Juan Largo, que ni palabra
había hablado á su prima acerca de mis amorcillos, fué
á ver á su tía, y le dijo: que tuviera cuidado con su hija,
porque yo era un completo zaragate; que él ya había
notado que yo le hacía mil señas en la mesa, y que ella
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 36.
142 PENSADOR MEXICANO
me las correspondía; que algunas noches me había bus-
cado en mi cama y no estaba yo en ella; y así que
mudara á Poncianita á otra recámara con una criada,
y que ella se acostara en la misma cama que su prima
aquella noche y estuviera con cuidado á ver si él se
engañaba. Todo le pareció muy bien á la señora; lo
creyó como si lo viera; agradeció á Januario el celo
que manifestaba por el honor de su casa; prometió
tomar el consejo que le acababa de dar, y sin más
averiguación , se encerró en un cuarto con la inocente
muchacha y le dio una vuelta del demonio, según me
contó á los dos meses una criada suya que se fué á aco-
modar á mi casa, y oyó el chisme del picaro primo y
advirtió el injusto castigo de Ponciana.
Dos lecciones os da este suceso, hijos míos, de que
os deberéis aprovechar en el discurso de vuestra vida.
La primera es para no ser fáciles en descubrir vuestros
secretos á cualquiera que se os venda por amigo; lo uno,
porque puede no serlo, sino un traidor, como Januario,
que trate de valerse de vuestra simplicidad para per-
deros; y lo otro, porque, aun cuando sea un amigo,
quizá llegará el caso de no serlo, y entonces, si es un
vil como muchos, descubrirá vuestros defectos que le
hayáis comunicado en secreto, para vengarse. En todo
caso, mejor es no manifestar el secreto que aventurarlo:
s¿ quieres que tu secreto esté oculto, decía Séneca, no
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*>A-4
OBRAS ESCOGIDAS 143
lo digas á nadie; pues si íü mismo no lo callas, ¿cómo
quieres que los demás lo tengan en silencio?
La otra lección que os proporciona este pasaje es,
que no os llevéis de las primeras ideas que os inspire
cualquiera. El creer lo primero que nos cuentan sin
examinar su posibilidad, ni si es veraz ó no el mensa-
jero que nos trae la noticia, arguye una ligereza imper-
donable, que debe graduarse de necedad, y necedad que
puede ser y ha sido muchas veces causa de unos daños
irreparables. Por un chisme del perverso Aman iban á
perecer todos los judíos en poder del engañado Asnero;
y por otro chisme y calumnia del maldito Juan Largo
sufrió la niña su prima un castigo y un descrédito
injusto.
En el discurso de aquel día la señora me mostró
bastante ceño ó mal modo; pero como muchacho, no
presumí que yo era la causa de él, atribuyéndolo á
alguna enfermedad ó indisposición con la familia sir-
viente. Sí extrañé que la niña no asistió á la mesa;
poro no pasó de echarla menos.
Llegó la noche; cenamos, me acosté, y me quedé
dormido sin acordarme de la consabida cita; cuando á
las horas prevenidas, el perro de Januario, que se des-
velaba por mi daño, viendo que yo roncaba alegremente,
se levantó y fué á despertarme diciéndome: — Flojo, con-
denado, ¿qué haces? anda, que son las once, y te estará
' ■*.í».-¿.j«tU.^1S
A'U^'L^'^'WkSi'' tCj^J.J'i'. tu^A V
144 PENSADOR MEXICANO
esperando Poncianita. — Era mi sueño mayor que mi
malicia, y así más de fuerza que de gana me levanté
en paños menores; descalzo y temblando de írío 'y de
miedo me íuí para la recámara de mi amada, ignorante
de la trama que me tenía urdida mi grande y generoso
amigo. Entré muy quedito; me acerqué á la cama,
donde yo pensaba que dormía la inocente niña; toqué
la almohada, y cuando menos lo pensé, me plantó la
vieja madre tan furioso zapatazo en la cara, que me hizo
ver el sol á media noche. El susto de no saber quién me
había dado, me decía que callara; pero el dolor del golpe
me hizo dar un grito más recio que el mismo zapatazo.
Entonces la buena vieja me afianzó de la camisa, y sen-
tándome junto á sí me dijo: — Gállese usted, mocoso
atrevido, ¿qué venía á buscar aquí? ya sé sus gracias.
¿Así se honra á sus padres? ¿Así se pagan los favores
que le hemos hecho? ¿Este es el modo de portarse un
niño bien nacido y bien criado? ¿Qué deja usted para
los payos ordinarios y sin educación? Picaro, indecente,
osado, que se atreve á arrojarse á la cama de una niña
doncella, hija de unos señores que lo han favorecido.
Agradezca que por respeto de sus buenos padres, no
hago que lo majen á palos mis criados; pero mañana
vendrá mi marido, y en el día haré que se lleve á usted
á México, que yo no quiero picaros en mi casa.
Yo, lleno de temor y confusión, me le hinqué, lloré y
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OBRAS ESCOGIDAS
145
supliqué tanto que no le avisara á don Martín, que al fin
me lo prometió. Fuíme á mi cama, y observé que reía
bastante el indigno Januario debajo de la sábana; pero
no me di por entendido.
Al día siguiente vino don Martín, y la señora pre-
textando no sé qué diligencia precisa en la capital, hizo
poner el coche, y sin volver á ver á la pobre muchacha,
me condujeron á la casa de mis padres, sin darse la
señora por entendida con su marido, según me lo pro-
metió.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A, — 37.
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CAPITULO IX
i. lega Periquillo á su casa y tiene una larga conversación con su padre sobre materia»
curiosas é interesantes
Llegamos á mi casa, donde fui muy bien recibido
de mis padres, especialmente de mi madre, que no se
hartaba de abrazarme, como si acabara de llegar de
luengas tierras y de alguna expedición muy arriesgada.
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148 PENSADOR MEXICANO
El señor don Martín estuvo en casa dos ó tres días
mientras concluyó su negocio, al cabo de los cuales se
retiró á su hacienda, dejándome muy contento porque
se había quedado en silencio mi desorden.
El señor mi padre un día me llamó á solas y me
dijo:
— Pedro, ya has entrado en la juventud sin saber
en dónde dejaste la niñez, y mañana te hallarás en la
virilidad ó en la edad consistente sin saber cómo se
te acabó la juventud. Esto quiere decir, que hoy eres
muchacho y mañana serás un hombre: tienes en tu
padre quién te dirija, quién te aconseje y cuide de
tu subsistencia; pero mañana, muerto yo, tú habrás
de dirigirte y mantenerte á costa de tu sudor ó tus
arbitrios, so pena de perecer, si no lo haces así; porque
ya ves que yo soy un pobre y no tengo más herencia que
dejarte que la buena educación que te he dado, aunque
tú no la has aprovechado como yo quisiera.
En virtud de esto, pensemos hoy lo que ha de ser
mañana. Ya has estudiado gramática y filosofía, estás
en disposición de continuar la carrera de las letras, ya
sea estudiando teología ó cánones, ya leyes ó medicina.
Las dos primeras facultades dan honor y aseguran la
subsistencia á los que se dedican á ellas con talento y
aplicación; mas es como preciso que sean eclesiásticos
para que logren el fruto de su trabajo y sean útiles en.
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OBRAS ESCOGIDAS
149
SU carrera; pues un secular, por buen teólogo ó cano-
nista que sea, ni podrá orar en un pulpito, ni resolver
un caso de conciencia en un confesonario; y así es que
estas facultades son estériles para los seculares, y sólo se
pueden estudiar por ilustrarse, en caso de no necesitar
los libros para comer.
La medicina y la abogacía son facultades útiles para
los seculares. Todas son buenas en sí y provechosas,
como el que las profese sea bueno en ellas; esto es, como
salga aprovechado en su estudio; y así sería una necedad
muy torpe que el teólogo adocenado, el médico igno-
rante, el leguleyo ó rábula acusaran á estas ciencias del
poco crédito que ellos tienen ó les echaran la culpa de
que nadie los ocupe; porque nadie los juzga útiles, ni
quieren fiar su alma, su salud ni sus haberes en unas
manos trémulas é insuficientes.
Esto es decirte, hijo mío, que tienes cuatro caminos
que te ofrecen la entrada á las ciencias más oportunas
para subsistir en nuestra patria; pues aunque hay otras,
no te las aconsejo, porque son estériles en este reino, y
cuando te sirvan de ilustración, quizá no te aprovecha-
rán como arbitrio. Tales son la física, la astronomía, la
química, la botánica, etc., que son parte de la primera
ciencia que te dije.
Tampoco te persuado que te dediques á otros estu-
dios que se llaman bellas letras, porque son más delei-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 38.
..- ' 'iVf i >Wt 1- VKÍm, vi. if -.tJñáíJállt'iAk^.af'.
150 PENSADOR MEXICANO
tables al entendimiento que útiles á la bolsa. Suponga-
mos que eres un gran retórico y más elocuente que
Demóstenes: ¿de qué te servirá si no puedes lucir tu
oratoria en una cátedra ó en unos estrados? que es como
decirte, si no eres sacerdote ó abogado. Supon también
que te dedicas al estudio de las lenguas, ya vivas, ya
muertas, y que sabes con primor el idioma griego, el
hebreo, el francés, el inglés, el italiano y otros, esto solo
no te proporcionará subsistir.
Pero con más eficacia te apartara yo de la poesía,
si la quisieras emprender como arbitrio; porque el trato
con las musas es tan encantador como infructuoso.
Comunmente cuando alguno está muy pobre dice que
está haciendo cersos. Parece que estas voces poeta y
pobre son sinónimas, ó que el tener la habilidad de
poetizar es un anatema para perecer. Algunos fami-
liares del Pindó han logrado labrar su fortuna por su
numen; pero han sido pocos en realidad. Virgilio fué
uno de ellos, que fué protegido de Augusto; pero no se
hallan fácilmente Augustos ni Mecenas que patrocinen
Virgilios; antes muchos otros que han tenido las dos cir-
cunstancias que Horacio requiere para la poesía, que son
numen y arte, han pedido limosna cuando se han atenido
á esta habilidad, y otros más prudentes se han apartado
de ella, mirándola como un comercio pernicioso á su
mejor colocación; tal fué don Esteban Manuel Villegas,
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>■*••' .".
%
OBRAS ESCOGIDAS 151
cuyas Eróticas tenemos. Por esto te aconsejo en esta
parte con las mismas palabras de Bocangel:
Si hicieras versos, haz pocos,
Por más que te asista el genio,
Que aunque te lo aplauda el gusto,
Ha de reñirlo el talento.
Que es como decirte: aunque tengas gusto de hacer
versos, aunque éstos sean buenos y te los celebren, haz
pocos, no te embeleses ni te distraigas en este ejercicio,
de suerte que no hagas otra cosa, porque entonces si no
eres rico, ha de reñirlo el talento, pues la bolsa lo ha de
sentir, y la moneda andará reñida contigo como con casi
todos los poetas. El padre del gran Ovidio le decía que
no se dedicara á las Musas, poniéndole por causal la
pobreza que se podía esperar de ellas, pues le acordaba
que Homero, siendo tan celebrado poeta, murió pobre.
X lillas reliquit opes.
No es esto decirte que son inútiles la poesía y las
demás ciencias que te he dicho; antes muchas de ellas
son no sólo útiles, sino necesarias á ciertos profesores.
Por ejemplo, la dialéctica, la retórica y la historia ecle-
siástica son necesarísimas al teólogo; la química, bota-,
nica y toda la física es también precisa para el médico; la
lógica, la oratoria y la erudición en la historia profana
son también, no sólo adornos, sino báculos forzosos para
el que quiera ser buen abogado. Últimamente, el estudio
■^ >. V.4: .--.tÁL^-ix. ¿i^'¿- . ii4:¿t>. L.V. ,;-
152 PENSADOR MEXICANO
de las lenguas ministra á los literatos una exquisita y
copiosa erudición en sus respectivas facultades, que no
se logra sino bebiéndose en las fuentes originales, y la
dulce poesía les sirve como de saínete ó refrigerio que les
endulza y alegra el espíritu fatigado con la prolija aten-
ción con que se dedican á los asuntos serios y fastidio-
sos; pero estos estudios considerados con separación de
las principales facultades (si se deben separar), sólo
serán un mero adorno, podrán dar de comer alguna vez,
pero no siempre, á lo menos en América, donde faltan
proporción, estímulos y premios para dedicarse á las
ciencias.
Conque de todo esto sacamos en conclusión, que un
pobre como tú que sigue la carrera de las letras para
tener con qué subsistir, so ve en necesidad de ser ó
sacerdote teólogo ó canonista; ó siendo secular, médico ó
abogado; y así, ya puedes elegir el género de estudio que
te agrade, advirtiendo antes, que en el acierto de la
elección consistirá la buena fortuna que te hará feliz en
el discurso de tu vida.
Yo no exijo de tí una resolución violenta ni despre-
meditada. No, hijo mío, ésta no es puñalada de cobarde.
Ocho días te doy de plazo para que lo pienses bien.
Si tienes algunos amigos sabios y virtuosos, comu-
nícales las dudas que te ocurran, aconséjate con ellos,
aprovéchate de sus lecciones, y sobre todo, cónsul-
tfjtr 1^*^110^ JÍF«r.li^ \:'J -^ . . i. . -1. .^..'n . ■'.— X-^^A^^i^^^^^-t.^Á^ M.'Bi^lbiI.ir >^¿. Mllíl/tt^^ V'^^-.'-t. '
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OBRAS ESCOGIDAS 153
tate á tí mismo; examina tu talento é inclinación, y
después que hagas estas diligencias, resolverás con pru-
dencia la carrera literaria que pienses abrazar. En inteli-
gencia, que si de tus consultas y examen deduces que
-no serás buen letrado, ni sacerdote, ni secular, no te
apures ni te avergüences de decírmelo, que por la gracia
de Dios, yo no soy un padre ridículo, que he de incomo-
darme porque me participes el desengaño que saques por
fruto de tus reñexiones. No, Pedro mío; dime, dime con
toda franqueza tu nuevo modo de pensar; yo te puse el
arte de Nebrija en la mano, por contemporizar con tu
madre; mas ahora que ya eres grande, quiero contempo-
rizar contigo, porque tú eres el héroe de esta escena; tú
eres el más interesado en tu logro, y así tu inclinación y
tu aptitud para esto ó para aquello se debe consultar,
y no la de tu madre ni la mía.
No soy yo de los padres que quieren que sus hijos
sean clérigos, frailes, doctores ó licenciados, aun cuando
son ineptos para ello ó les repugna tal profesión. No; yo
bien sé que lo que importa es que los hijos no se queden
flojos y haraganes, que se dediquen á ser útiles á sí y al
Estado, sin sobrecargar la sociedad contándose entre los
vagos, y que esto, no solamente las ciencias lo facilitan,
también hay artes liberales y ejercicios mecánicos con
que adquirir el pan honradamente.
Y así, hijo mío, si no te agradan las letras, si te
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 39,
\
154 PENSADOR MEXICANO
parece muy escabroso el camino para llegar á ellas, ó si
penetras que por más que te apliques has de avanzar
muy poco, viniendo á serte infructuoso el trabajo que
impondas en instruirte, no te aflijas, te repito. En ese
caso tiende la vista por la pintura, ó por la música, ó
bien por el oficio que te acomode. Sobran en el mundo
sastres, plateros, tejedores, herreros, carpinteros, bati-
hojas, carroceros, canteros y aun zurradores y zapateros
que se mantienen con el trabajo de sus manos. Dime,
pues, qué cosa quieres ser, á qué oficio tienes inclina-
ción y en qué giro te parece que lograrás una honrada
subsistencia; y créeme que con mucho gusto haré
porque lo aprendas y te fomentaré mientras Dios me
diere vida; entendido que no hay oficio vil en las manos
de un hombre de bien, ni arte más ruin, oficio ú ejerci-
cio más abominable que no tener arte, oficio ni ejercicio
alguno en el mundo. Sí, Pedro; el ser ocioso é inútil es
el peor destino que puede tener el hombre; porque la
necesidad de subsistir y el no saber cómo ni de qué, lo
ponen como con la mano en la puerta de los vicios más
vergonzosos, y por eso vemos tantos drogueros, tantos
rufianes de sus mismas hijas y mujeres, y tantos ladro-
nes, y por esta causa también se han visto y se ven tan
pobladas las cárceles, los presidios, las galeras y las
horcas.
Así, pues, hijo mío, consulta tu genio é inclinación
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OBRAS ESCOGIDAS 155
con espacio, para abrazar éste ó el otro modo con que
juzgues prudentemente que subsistirás los días que el
cielo te conceda, sin hacerte odioso ni gravoso á los
demás hombres, tus hermanos, á quienes debes ser bené-
fico en cuanto puedas, que esto exige la legítima socie-
dad en que vivimos.
Pero también debes advertir, que aunque tú has de
ser el juez que te examine, por la misma razón has
de ser muy recto sin dejarte gobernar por la lisonja,
pues entonces perderás el tiempo. Tus especulaciones
serán vanas, y te engañarás á tí mismo si no pruebas tu
capacidad y analizas tu genio como si fuera el de un
extraño, y sin hacerte el más mínimo favor. El gran
Horacio aconseja en su Arfe Poética á los escritores, que
para escribir elijan aquella materia que sea más confor-
me á sus fuerzas, ¡j vean el peso que puedan tolerar sus
Jiombros, y el que resistan.
Pues es cierto que si las fuerzas exceden á la carga,
ésta se sobrellevará; mas si la carga es mayor que las
fuerzas, rendirá al hombre, quien vergonzosamente
caerá bajo su peso.
Es una verdad que se introduce sin violencia dentro
de nuestros corazones, que no todos lo podemos'^ todo;
pero la lástima es que, aunque conocemos su evidencia,
la conocemos respecto de los demás, mas no respecto de
nosotros mismos. Cuando alguno emprende hacer esto ó
í&!lUi.-«v.í ;_-••••<.■ -¡Vi i-a!n'i-.i.i.<'L-Zii»j.-— • .A V- „
156 PENSADOR MEXICANO
aquello y le sale mal, luego decimos: ¡Oh I pues si se
mete á lo que no entiende, ¿no es preciso que yerre?
Pero cuando nosotros emprendemos, creemos que somos
capaces de salimos con la nuestra; ¿y si erramos? ¡Ohl
entonces nos sobran mil disculpas á nuestro favor para
cubrirnos de las notas de imperitos ó atolondrados.
Por esto no me cansaré de repetirte, hijo mío, que
antes de abrazar esta ó la otra facultad literaria, esta
ó aquella profesión mecánica, etc., lo pienses bien; veas
si eres ó no á propósito para ello; pues aun cuando te
sobre inclinación, si te falta talento errarás lo que em-
prendas sin ambas cosas, y te expondrás á ser objeto de
la más severa crítica.
Cicerón fué el depósito de la elocuencia romana;
tenía inclinación á la poesía, pero no aquel talento
propio para ella que llaman estro, lo que fué causa
de que cometiese una ridicula cacofonía, ó mal sonido
de palabras en aquel verso que censuró con otros
Quintiliano:
o fortunatam natatn me consule Romam.
Y Juvenal dijo, que si las Filípicas con que irritó el
ánimo de Antonio las hubiera dicho con tan mala poesía,
nunca hubiera muerto degollado.
El célebre Cervantes fué un grande ingenio, pero
desgraciado poeta; sus escritos en prosa le granjearon
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OBRAS ESCOGIDAS 157
una lama inmortal (aunque en esto de pesetas, murió
pidiendo limosna; al fin fué de nuestros escritores); pero
de sus versos, especialmente de sus comedias, no hay
quién se acuerde. Su grande obra del Quijote no le sirvió
de parco para que no lo acribillaran por mal poeta; á lo
menos Villegas en su séptima elegía dice, hablando con
su amigo:
Irás del Helicón á la conquista
Mejor que el mal poeta de Cervantes,
Donde no le valdrá ser quijotista.
Este par de ejemplitos te asegurará de las verdades
que te he dicho. Conque, anda, hijo, piénsalas bien, y
resuelve qué es lo que has de ser en el mundo; porque
el fin es que no te quedes vago y sin arbitrio.
Fuese mi padre, y yo me quedé como tonto en víspe-
ras, porque no percibía entonces toda la solidez de su
doctrina. Sin embargo, conocí bien que su merced quería
que yo eligiera un oficio ó profesión que me diera de
comer toda la vida; mas no me aproveché de este cono-
cimiento.
En los siete días de los ocho concedidos de plazo
para que resolviera, no me acordé sino de visitar á los
amigos y pasear, como lo tenía de costumbre, apadri-
nado del consentimiento de mi candida madre; pero en el
octavo me dio mi padre un recordoncito, diciéndome:
^Pedrillo; ¿ya sabrás bien lo que has de decir esta noche
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 40.
' Ñ- .\^-^^-<--\K:
158 PENSADOR MEXICANO
acerca de lo que te pregunté hoy hace ocho díasV —
Al momento me acordé de la cita, y fui á buscar un
amigo con quien consultar mi negocio.
En efecto, lo hallé; pero ¡qué amigo 1 como todos los
que yo tenía, y los que regularmente tienen los mucha-
chos desbaratados, como yo era entonces. Llamábase
este amigo Martín Pelayo, y era un bicho punto menos
maleta que Juan Largo. Su edad sería de diez y nueve á
veinte años; jiigadorcillo más que Briján; enamorado
más que Cupido; más bailador que Batilo; más tonto que
yo, y más zángano que el mayor de la mejor colmena.
A pesar de estas nulidades, estaba estudiando para
padre, según decía, con tanta vocación en aquel tiempo
para ser sacerdote como la que yo tenía para verdugo;
sin embargo, ya estaba tonsurado y vestía los hábitos
clericales, porque sus padres lo habían encajado al estado
eclesiástico á fuerza, lo mismo que se encaja un clavo en
la pared á martillazos, y esto lo hicieron por no perder el
rédito de un par de capellanías gruesas que había here-
dado. ¡Qué mal estoy y estaré toda mi vida con los ma-
yorazgos y las capellanías heredadas I
Pero de cualquier modo, este fué el eximio doctor,
el hombre provecto y el sabio virtuoso que yo elegí para
consultar mi negocio, y ya ustedes verán qué bien cum-
pliría con las buenas intenciones de mi padre. Así salió
ello.
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■i^v-^^ ■ ■-. ■ ■ '■■ .■ r^-f- -:
OBRAS ESCOGIDAS 159
Luego que yo le informé de mis dudas y le dije algo
de lo que mi padre me predicó, se echó á reir y me dijo:
— Eso no se pregunta. Estudia para clérigo como
yo, que es la mejor carrera, y cierra los ojos. Mira, un
clérigo es bien visto en todas partes; todos lo veneran y
respetan aunque sea un tonto, y le disimulan sus defec-
tos; nadie se atreve á motejarlos ni contradecirlos en
nada; tiene lugar en el mejor baile, en el mejor juego,
y hasta en los estrados de las señoras no parece despre-
ciable, y por último, jamás le falta un peso, aunque sea
de una misa mal dicha en una carrera. Conque así estu-
dia para clérigo y no seas bobo. Mira tú; el otro día en
cierta casa de juego se me antojó no perder un albur,
á pesar de que vino el as contrario delante de mi carta, y
me afiancé con la apuesta, esto es, con el dinero mío y
con el ajeno. El dueño reclamaba y porfiaba con razón
que era suyo; pero yo grité, me encolericé, juré, me cogí
el dinero y me salí á la calle, sin que hubiera uno que
me dijeia esta boca es mía, porque el que menos me juz-
gaba diácono; y ya tú ves que si este lance me hubiera
sucedido siendo médico ó abogado secular, ó me salgo
sin blanca ó se arma una campaña de que tal vez no
hubiera sacado las costillas en su lugar. Conque otra
vez te digo, que estudies para clérigo y no pienses en
otra cosa.
Yo le respondí: — Todo eso me gusta y me convence
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100 PENSADOR MEXICANO
demasiado; pero mi padre me ha dicho que es preciso
que estudie teología, cánones, leyes ó medicina; y yo, la
verdad, no me juzgo con talentos suficientes para eso. —
No seas majadero, me respondió Pelayo. No es menes-
ter tanto estudio ni tanto trabajo para ser clérigo; ¿tienes
capellanía? — No tengo, le respondí. — Pues no le hace,
prosiguió él: ordénate á título de idioma; ello es malo,
porque los pobres vicarios son unos criados de los curas,
y tales hay que les hacen hasta la cama; pero esto es
poco, respecto á las ventajas que se logran; y por lo que
toca á lo que dice tu padre de que es necesario que estu-
dies teología ó cánones para ser clérigo, no lo creas.
Con que estudies unas cuantas definiciones del Ferrer
ó de Lárraga, te sobra; y si estudiares algo de Cliquet,
ó del curso Salmaticense, ¡oh! entonces ya serás un teó-
logo moralista consumado, y serás un Séneca para el
confesonario, y un Cicerón para el pulpito, pues podrás
resolver los casos de conciencia más arduos que hayan
ocurrido y puedan ocurrir, y predicarás con más séquito
que los Masillones y Burdalúes, que fueron unos grandes
oradores, según me dice mi catedrático, que yo no los
conozco ni por el forro.
— Pero, hombre, la verdad, le dije; yo creo que no
soy bueno para sacerdote, porque me gustan mucho las
mujeres, y según eso, pienso que soy mejor para casado.
— Perico, ¡qué tonto eresl me contestó Pelayo. ¿No ves
., ■■■. ■-■■,,„>ju^: l:^%^-...^^ «.w.-:;.í.¿.ví.,¿.l:.
OBRAS ESCOGIDAS 161
que esas son tentaciones del demonio para apartarte de
un estado tan santo? ¿Tú crees que sólo siendo eclesiás-
tico podrás pecar por este rumbo? No, amigo; también
los seculares y aun los casados pecan por el mismo.
A más de que ¿qué cosa?... pero no quiero abrirte los
ojos en esta materia. Ordénate, hombre, ordénate, y
quítate de ruidos, que después tú me darás las gracias
por el buen consejo.
Despedíme de mi amigo, y me fui para casa,
resuelto á ser clérigo, topara en lo que topara; porque
me hallaba muy bien con la lisonjera pintura que me
había hecho Martín del estado.
Llegó la noche, y mi buen padre, que no se des-
cuidaba en mi provecho, me llamó á su gabinete y me
dijo:
— Hoy se cumple el plazo, hijo mío, que te di para
que consultaras y resolvieras sobre la carrera de las
ciencias ó de las artes que te acomode, para dedicarte
á ellas desde luego; porque no quiero que estés per-
diendo tanto tiempo. Dime, pues, ¿qué has pensado y
qué has resuelto? — Yo, señor, le respondí, he pensado
ser clérigo. — Muy bien me parece, me dijo mi padre;
pero no tienes capellanía, y en este caso es menester
que estudies algún idioma de los indios, como mexicano,
otomí, tarasco, matzagua ú otro, para que te destines de
vicario y administres á aquellos pobres los santos sacra-
PERIQÜILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 41,
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'¿¿¿•Mk'
162 PENSADOR MEXICANO
mentos en los pueblos. ¿Estás entendido en esto? — Sí,
señor, le respondí, porque me costaba poco trabajo decir
que sí; no porque sabía yo cuáles eran las obligaciones
de un vicario.
— Pues ahora es menester que también sepas,
añadió mi padre, que debes ir sin réplica á donde te
mandare tu prelado, aunque sea al peor pueblo de tierra
caliente, aunque no te guste ó sea perjudicial á tu salud;
pues mientras más trabajos pases en la carrera de vica-
rio, tantos mayores méritos contraerás para ser cura
algún día.
En los pueblos que te digo, hay mucho calor y poca
ó ninguna sociedad, si no es con indios mazorrales. Allí
tendrás que sulrir á caballo y á todas horas en las confe-
siones, soles ardientes, Fuertes aguaceros y continuas
desveladas ó vigilias. Batallarás sin cesar con los ala-
cranes, turicatas, tlalages, pinolillo, garrapatas, gege-
nes, zancudos v otros insectos venenosos de esta clase,
que te beberán la sangre en poco tiempo. Será un
milagro que no pases tu trinquetada de tercianas, que
llaman fríos, á los que sigue después ordinariamente
una tiricia consumidora; y en medio de estos trabajos,
si encuentras con un cura tétrico, necio y regañón,
tendrás un vasto campo donde ejercitar la paciencia; y
si topas con un flojo y regalón, cargará sobre tí todo
el trabajo, siendo para él lo pingüe de los emolumentos.
^j.. .^l^i¿w¿..^^tf-j-..K.. yjLl -
OBRAS ESCOGIDAS 163
Conque esto es ser sacerdote y ordenarse á título de
idioma ó administración. ¿Te gusta? — Sí, señor, le res-
pondí de cumplimiento, pues á ]a verdad no dejó de
resfriar mi ánimo el detalkque me había hecho de los
trabajos y mala vida que suelen pasar los vicarios. Pero
yo decía entre mí: — ¿Qué, luego ha de dar en un ojo?
¿Luego he de ir á tener á tierra caliente, á un pueblo
ruin? ¿luego ha de haber alacranes, moscos ni esos
otros salvajes que me dice mi padre? ¿Luego me han
de dar los fríos, ó los curas á quienes sirva han de ser
todos flojos y regañones? Quizá no será así, sino que
hallaré un buen pueblo y cura, y entonces paseare bien,
tendré dinero, y dentro de un par de años lograré un
curato riquillo, y descansando yo en mis vicarios, ya
me podré tender boca arriba y raparme una videta de
ángeles.
Estas cuentas estuve yo haciendo á mis solas,
mientras mi padre fué á la puerta para enviar una
criada á traer tabaco. Volvió su merced, se sentó v
continuó su conversación de este modo:
— Conque, Pedrillo, supuesta la resolución que
tienes de ordenarte, ¿qué quieres estudiar? ¿cánones ó
teología? — Yo me sorprendí, porque cuanto me agra-
daba tener dinero rascándome la barriga hecho un flojo,
tanto así me repugnaba el estudio y todo género de
trabajo.
M-íí, ífc-'fciÉ.rfi.'iL, í- '-. *ta*V ". i .*.■.'•■- ^i-'ú" - i*'i^_J.''^ iífcii..^-.
164 PENSADOR MEXICANO
Quédeme callado un corto rato, y mi padre, advir-
tiendo mi turbación, me dijo: — Cuando resolviste dedi-
carte á la Iglesia , ya preveniste la clase de estudios que
habías de abrazar, y así no debes detener la respuesta.
¿Que, pues, estudias? ^cánones ó teología? — Yo muy
fruncido le respondí: — Señor, la verdad; ninguna de
esas dos facultades me gusta, porque yo creo que no
las he de poder aprender, porque son muy difíciles. Lo
que quiero estudiar es moral, pues me dicen que para
ser vicario, ó cuando más un triste cura, con eso sobra.
Levantóse mi padre al oir esto, algo amohinado, y
paseándose en la sala decía: — ¡Vea usted! estas opinio-
nes erróneas son las que pervierten á los muchachos.
Así pierden el amor á las ciencias; así se extravían y
se abandonan; así se empapan en unas ideas las más
mezquinas y abrazan la carrera eclesiástica, porque les
parece la más fácil de aprender, la más socorrida y la
que necesita menos ciencia. De facto, estudian cuatro
i
definiciones y cuatro casos los más comunes del moral,
se encajan á un sínodo, y si en él aciertan por casuali-
dad, se hacen presbíteros en un instante y aumentan el
número de los idiotas con descrédito de todo Estado. —
Y encarándose á mí, me dijo: — En efecto, hijo, yo co-
nozco varios vicarios imbuidos en la detestable máxima
que te han inspirado de que no es menester saber mucho
para ser sacerdote, y he visto, por desgracia, que algu-
jci MliiiÉUji^^iii-iMini I II- ••fiíÉ"*'^--^'-^'- ■ ■ ■ *■" iiitiiY iir M-iiitMi-^"--'-'-^'-^-^' .\-.^x^..f.^<:.i..-- ift,M?iii'áatñS\ ii' ■-•■ f-¿T«»¿:^a:..Lnv.
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•Í^ÍC-
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OBRAS ESCOGIDAS
165
nos han soltado el acocote para tomar el cáliz, ó se han
desnudado la pechera de arrieros para vestirse la casulla,
se han echado con las petacas y se han metido á lo que
no eran llamados; pero no creas tú, Pedro, que una
mal mascada gramática y un mal digerido moral bastan ,
como piensas, para ser buenos sacerdotes y ejercer dig-
namente el terrible cargo de cura de almas.
Muy bien sé que hubo tiempos en que (como nos
refiere el abate Andrés en su historia de la literatura)
decayeron las ciencias en la Europa, en tanto grado, que
el que sabía leer y escribir tenía cuanto necesitaba para
ser sacerdote, y si por fortuna sabía algo del canto llano,
entonces pasaba plaza de doctor; pero ¿quién duda que
la santa Iglesia no se afligiría por esta tan general igno-
rancia, y que condescendería con la ineptitud de estos
ministros, por la oscuridad del siglo, por la inopia de
sujetos idóneos y porque el pueblo no careciera del
pasto espiritual; y así, á trueque de que sus hijos no
perecieran de hambre, teniendo por la gracia de Jesu-
cristo, el pan tan abundante, tenía que fiar con dolor su
repartimiento á unas manos groseras y que encomen-
dar, á más no poder, la administración de la viña del
Señor á unos operarios imperitos?
Pero así como en aquel tiempo hubiera sido un
error grosero decir que sobra con saber leer para
hacerse alguno digno de los sagrados órdenes, por más
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 42.
'J!..V-S-Jti.:t^. 'ri¿!Úv«Jsv~rí^^-.'^ .ÍÍ:^¿!á2£i'j
1G6 PENSADOR MEXICANO
que así sucediera, de la misma manera lo es hoy asegu-
rar que para obtener tan alta dignidad sobra con una
poca de gramática y otro poco de moral, por más
que muchos no tengan más ciencias cuando se ordenan;
pues tenemos evidentes testimonios de que la Iglesia lo
tolera, mas no lo quiere.
Todo lo contrario; siempre ha deseado que los
ministros del altar estén plenamente dotados de ciencia
y virtud. El sagrado Concilio de Trento manda: «que
los ordenados sepan la lengua latina; que estén ins-
truidos en las letras; desea que crezca en ellos con la
edad el mérito y la mayor instrucción; manda que sean
idóneos para administrar los sacramentos y enseñar al
pueblo, y por último, manda establecer los seminarios,
donde siempre haya un número de jóvenes que se ins-
truyan en la disciplina eclesiástica, los que quiere que
aprendan gramática, canto, cómputo eclesiástico y otras
facultades útiles y honestas; que tomen de memoria la
Sagrada Escritura, los libros eclesiásticos, homilías de
los santos y las fórmulas de administrar los sacramen-
tos, en especial lo que conduce á oir las confesiones, y
las de los demás ritos y ceremonias. De suerte, que
estos colegios sean unos perennes planteles de ministros
de Dios.» Ses. 23, cap. xi, xiii, xiv y xviii.
Conque ya ves, hijo mío, cómo la santa Iglesia
quiere, y siempre ha querido, que sus ministros estén
.. ■u.^-',.n. .-^w u-i - ^..^ J»--i...-i,tf.y.vt .',,
-■^ -.V-
OBRAS ESCOGIDAS 167
dotados de la mayor sabiduría, y justamente; porque ¿tú
sabes qué cosa es y debe ser un sacerdote? Seguramente
que no. Pues oye: un sacerdote es un sabio de la ley,
un doctor de la le, la sal de la tierra y la luz del mundo.
Mira ahora si desempeñará estos títulos, ó los merecerá
siquiera el que se contenta con saber gramática y la
moral á medias, y mira si para obtener dignamente
una dignidad que pide tanta ciencia, bastará ó sobrará
con tan poco, y esto suponiendo que se sepa bien. ¿Qué
será ordenándose con una gramática mal mascada y una
moral mal aprendida?
Por otra parte, cuando vemos tantos sacerdotes
sabios y virtuosos que, ya viejos, enfermos y cansados,
con las cabezas trémulas y blancas, en l'uerza de la edad
y del estudio, aún no dejan los libros de las manos; aún
no comprenden bastante los arcanos de la teología; aún
se oscurecen á su penetración muchos lugares de la
Sagrada Biblia; aún se confiesan siempre discípulos de
los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, y se cono-
cen indignos del sagrado carácter que los condecora,
¿qué juicio haremos de la alta dignidad del sacerdocio?
¿Y cómo no nos convenceremos del gran fondo de santi-
dad y sabiduría que requiere un estado tan sublime en
ios que sean sus individuos?
Y si después de estas serias consideraciones, tende-
mos la vista por el oriente opuesto, y vemos cuan tran-
rA.-^**. ^ ■V'-: .'T- i .''-r£.-^\-s.lkJr^Á^'^^L'l^iiJ¿L:^^
168 PENSADOR MEXICANO
quilos y satisfechos se introducen al Sancia Sanctoruin
muchos jovencitos con cuatro manotadas que le han
dado a Nebrija y otras tantas al Padre Lárraga. Si vemos
que algunos, apenas se ordenan de presbíteros, cuando
se despiden, no sólo de estos dos pobres libros, sino
quizá, y sin quizá, hasta del breviario. Y por último, si
damos un paso fuera de la capital, y ciudades donde
residen los diocesanos y cabildos, y vemos por esos
pueblos de Dios lances de ignorancia escandalosos y aun
increíbles, ^ y si escuchamos en esos pulpitos sande-
ces y majaderías que no están escritas, ¿qué juicios nos
hemos de formar de estos ministros? ¿Cuál de su virtud?
¿Y cuál de lo recto de la administración espiritual de los
infelices pueblos encargados á su custodia? ¡Ohl que
para referir los daños de que son causa, sería preciso
decir lo que Eneas á Dido al contarle las desgracias de
Troya. ¿Quién reprimirá las lágrimas al referir tales
cosas?
* Tal es el (jue sigue. Reconcilióse en un lugar de España el eximio doctor Suárez
para celebrar, y el miserable vicario que lo oyó de penitencia era tan ignorante, que no
sabia la forma de la absolución. Fué necesario que el mismo penitente se la fuera apun-
tando así como se hace con el que ha de recitar una relación que no sabe; pero por fin,
con este auxilio, absolvió nuestro vicario al dicho sacerdote, quien luego que acabó su
misa, fué á ver al cura lleno de escándalo, y con razón, y le dio parte de lo que le habla
acontecido; pero ¿cuál sería la sorpresa de este teólogo cuando oyó al cura que muy
mesurado le dijo; — Padre, ese vicario es muy tonto; ya yo le tengo dicho varias veces
que no se meta en absolver, sino que oiga las confesiones y me remita á los penitentes,
que yo los absolveré^
Conozco que este caso se hará increíble; pero se hará tal á los que no hayan salido
de México ó de otras ciudades, pues los que hemos andado por los pueblecillos distantes
de las mitras, lo creemos como si lo hubiéramos visto, porque hemos presenciado otros
más lastimosos en su línea, y yo pudiera citar algunos sí no fueran tan modernos.
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OBRAS ESCOGIDAS
169
Aquí sacó mi padre su relox y me dijo: — Ha sido
larga la conferencia de esta noche; mas aún no te he
dicho todo cuanto necesitas sobre un asunto tan intere-
sante; sin embargo, lo dejaremos pendiente para maña-
na, porque ya son las diez, y tu madre nos espera para
cenar. Vamonos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I. A. — 43.
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CAPITULO X
Concluye el padre de Periquillo su ¡nsirucción
Resuelve éste estudiar teología. La abandona. Quiere su padre ponerlo á oficio,
él se resiste, y se refieren otras cosillas
Cenamos muy contentos como siempre, y nos
fuimos á acostar como todas las noches. Yo no pude
menos que estar rumiando lo que acababa de decir mi
padre, y no dejaba de conocer que me decía el credo;
' v_^ * : *Í. T* ^- ' -ii. , i. 4 : * i . _ 1." - ; ^-^J^-í-
;)Hit^.
172 PENSADOR MEXICANO
porque hay verdades que se meten por los ojos, aunque
uno no quiera; pero por má.s que me convencían las
razones que había oído, no me podía resolver á estudiar
cánones ó teología, que era el intento de mi buen padre;
pues así como me agradaba la vida libre y holgazana,
así me fastidiaba el trabajo. Finalmente, yo me quedé
dormido, haciendo mis cuentas de como conseguiría ser
clérigo para tener dinero sin trabajar y de cómo eludiría
las buenas intenciones de mi padre. En esto se desvelan
muchos niños sin advertir que se desvelan en su ruina.
Al otro día, después que vino mi padre de misa, mo
llomó á su cuarto y me dijo:
— Xo quiero que se nos vaya á olvidar la contes-
tación de anoche. Te decía, Pedro, que los pueblos
padecen mucho cuando sus curas y vicarios son igno-
rantes ó inmorales, porque jamás las ovejas estarán
seguras ni bien cuidadas en poder de unos pastores
necios ó desidiosos; y todo esto te lo he dicho para
probarte que la sabiduría nunca sobra en un sacerdote,
y más si está encargado del cuidado de los pueblos;
y para mayor confirmación de mi doctrina, oye.
En los pueblos puede haber, y en efecto habrá en
muchos, algunas almas místicas que aspiren á la per-
fección por el camino ordinario, que es el de la oración ^
mental. ¿Y qué dirección podrá dar un padre vicario
semilego á una de estas almas, cuando por desidia ó
-.V- .J'" ^ '-V. •
OBRAS ESCOGIDAS 173
ineptitud no sólo no ha estudiado la respectiva teología,
pero ni siquiera ha visto por el Torro las obras de Santa
Teresa, la Lucerna mística del padre Esquerra, los
desengaños místicos del padre Arbiol, y quizá ni aun el
Kempis ni el Villacastín? ¿Cómo podrá dirigir á una
alma virtuosa y abstracta el que ignora los caminos?
¿Cómo podrá sondear su espíritu ni distinguir si es una
alma ilusa ó verdaderamente favorecida, cuando no sabe
que cosa son las vías purgativa, iluminativa, contempla-
tiva y unitiva? ¿Cuando ignora qué cosa son revelacio-
nes, éxtasis, raptos y deliquios? ¿Cuando le coge de
nuevo lo que son consolaciones y sequedades? ¿Cuando
se sorprende al oir las voces de ósculo santo, abrazo
divino y desposorio espiritual? ¿Y cuando (por no can-
sarte con lo que no entiendes) ignora del todo los primo-
res con que obra la divina gracia en las almas espiritua-
les y devotas? ¿No es verdad? ¿No conoces tú que si te
pusieras á llevar un navio á Cádiz, á Cavite ó á otro
puerto, con las luces que tienes de pilotaje (que son nin-
gunas), seguramente darías con la embarcación iníeliz
que se te confiara en un banco, en un arrecile ó en un
golfo, sin llegar jamás por jamás al puerto de su destino?
Esto lo debes comprender, porque la comparación es
muy sencilla. Pues lo mismo sucede á estos infelices
vicarios Lárrar/os á secas, que apenas saben absolver á
un pecador común, (como los indios que no saben más
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 44.
ii
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liiflfí >.."-^ii" ^^ ?í-ri¿V'.. 1 £^.
■±^ií^ííJ^-^¿.\!^\í'jl^X.Í¡^k^'.¿u!^^'^C:l:'^i.lj^.<.,Ít¡tÚ^^
174 PENSADOR MEXICANO
que llevar una canoa á Ixtacalco). Ellos, los pobres, son
ciegos, y las almas que aspiran á entrar por la vía de la
perfección también son ciegas, y necesitan una buena
guía que las dirija. No la hallan en los directores modo-
rros, y sucede que (á no ser por un favor especial de
la gracia) ellas ó se entibian ó se pierden , y las guías ó
se conlunden ó se precipitan en los errores de la ilusión
que ellas les comunican.
Esta es una verdad terrible, pero es una verdad que
no negará ningún sacerdote sabio. Yo lo que veo (y que
confirma mi opinión en el particular) es que los sacer-
dotes virtuosos, santos y doctos son muy escrupulosos
para confesar y dirigir monjas y otras almas espirituales,
y cuando las dirigen son muy eficaces para no dejar de
la mano la sonda de la doctrina y la prudencia. A más de
esto, consultan con el teólogo por esencia, con Dios digo,
en los ratos de oración que tienen, y como saben que
deben hacer cuantas diligencias humanas estén en su
arbitrio para conseguir el acierto, consultan las dudas
que tienen con otros varones sabios y espirituales. Esto
veo, y esto me hace creer lo contingente que será el
acierto de la dirección espiritual de unas almas místicas
fiado á unos pobres clérigos casi legos, que apenas saben
lo muy preciso para decir misa y absolver al penitente en
virtud de la promesa de Jesucristo.
De manera, hijo mío, que estoy firmemente persua-
T f 4< rfi f * I I icT^*^w^'r.':>.lMLL>iLu.£.A:c
•'*- ---'«-■-•■••'■' *: ^ ^
OBRAS ESCOGIDAS 175
dido que si la Iglesia santa pudiera hacer que todos sus
ministros fueran teólogos y santos, no omitiría sacrificio
alguno para conseguirlo; pero la escasez de varones y
talentos tales como los necesarios, hace que provea á los
fieles de aquellos que se encuentran tal cual útiles para
la simple administración de los Sacramentos.
Aún hay más. Ya te dije que los sacerdotes son los
maestros de la ley. A ellos toca privativamente la expli-
cación del Dogma y la interpretación de las Sagradas
Escrituras. Ellos deben estar muy bien instruidos en la
revelación y tradición en que se funda nuestra fe, y ellos, .
en íin, deben saber sostener a la faz del mundo lo sólido
ó incontrastable de nuestra santa religión y creencia.
Pues ahora, supongamos un caso remoto, pero no
imposible. Supongamos, digo, que un pobrecito vicario
de estos de que hablamos, ó un religioso hebdomadario,
ó que llaman de misa ij olla, tiene con un hereje una
disputa acerca de la certeza de nuestra religión, de la jus-
ticia de su dogma, de lo divino de sus misterios, de la
realidad del cumplimiento de las profecías, de lo evidente
de la venida del Mesías, del cómputo de las semanas de
Daniel ó cosa semejante (advirtiendo que los herejes que
promueven ó entran en estas disputas, aunque son cie-
gos para la fe, no lo son para las ciencias. He vivido en
puerto de mar y he conocido y tratado algunos). ¿Cómo • í
conocerán sus sofismas? ¿Cómo eludirán sus argumen-
,...rJ'4:o i,^*il.->jXiWjiÍtf^A.-««,V-ij¿-;¡>¿ , -M..
176 PENSADOR MEXICANO
tos? ¿Cómo distinguirán su malicia de la tuerza intrín-
seca de la razón? ¿Y cómo podrá salir de sus labios la
verdad triunfante y con el brillo que le es tan natural?
Ello es cierto que si sólo el Fcri'cr, el Cli(jiicl, el Lái'ra-
(/a ú otro sumista de moral semejante fueran bastantes
para contrarrestar á los herejes, no sé cómo hubiera
salido san Agustín con los maniqueos, san Jerónimo
con los donatistas, ni otros Santos Padres con otras
chusmas de herejes y heresiarcas á quienes combatieron
y confundieron con brillantez y solidez de argumentos.
De todo lo dicho debes concluir, Pedro mío, que
para ser un digno sacerdote no sobra con saber lo muy
preciso; es necesario imbuirse y empaparse en la sólida
teología y en las reglas ó leyes eclesiásticas, que son los
cánones de la Iglesia.
Agrega á esto, que es tan peculiar al sacerdote la
literatura, que á mediados del siglo xiii no eran promo-
vidos al clericato sino los literatos, según la novela de
Justiniano 6, cap. 4 y 123, cap. 12. De modo que
Juliano el antecesor escribía: El (jkc no <?.s Utct'aío no
jjuede ser cicrñjo. Sucedió que para significar un hombre
docto y literato, empezó á usarse el nombre de clrn'go,
y el de lego para denotar un ignorante ó que no sabía
las letras, de donde provino también que á los legos
doctos se les daba el título de clérigos; y por el contra-
rio, los eclesiásticos no literatos eran llamados también
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.^^Li^jí. «^^ .¿L2aaalÉMÁáfc'.^.^^;v^ . *.^>. .. ^■■,v,. . ^.•_-A_>'^..«'.a.,..^-.i..¿.\^^.'S^-^Jw>.:i..^¿:w-Lp|||f|,-¿^^^ •ir-ink
7^-:r^^^>'^-^*'pi-. .- .•-.^pgi^?;;-?--;^"^;;^!.';^
OBRAS ESCOGIDAS 177
legos. Se le llama clérigo (son palabras de Oderico Vital
en el lib. 3) porque está imbuido en el conocimiento ele las
letras y de las demás artes. En la Crónica A mírense
leemos también las siguientes palabras: Con la anuencia
do algunos ro/nanos, ¡li^o que se le subordinase cierto
español muy clérigo llamado Durdino. Y en la historia
de los obispos de Eistet: Este obispo Juan fué gran clé-
rigo en el Derecho Canónico; esto es, gran letrado.
El mismo significado se observa que tuvo antiguamente
en la lengua francesa, pues clei'c quería decir lo mismo
que docto, como también clergie lo mismo que ciencia y
doctrina.
Toda esta erudición y alguna más la recogió el
señor Muratori en su opúsculo titulado: Reflexiones
sobre el buen gusto, cap. 7, tbl. 70, 71 y 72, donde lo
podrás ver, confirmando que para merecer el nombre de
clérigo es menester ser literato; y de lo contrario, el que
no lo sea, no será un padre clérigo, sino un padre lego.
Harto te he dicho, y así, si quieres ser eclesiástico,
dime: ¿qué te resuelves á estudiar?
Viéndome yo tan atacado, no hubo remedio; res-
pondí á mi padre que estudiaría teología; y á los dos días
ya era yo cursante teólogo y vestía los hábitos cleri-
cales.
No tardé mucho en ver en la Universidad á mi
amigo Pelayo, á quien di parte de todo lo que me había
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 45.
.Ia'i>¿'<ak.li^l:a\ita¿L¿'U£2ir— Í':.¿J;'.. ■ ■ '■. - ijfjagy -^^ ■
178 PENSADOR MEXICANO
ocurrido con mi padre, y cómo yo, no pudiendo esca-
parme de sus insinuaciones, elegí estudiar teología.
— Ello será un perdedero de tiempo, supuesto que
no te gusta el estudio, me dijo mi amigo; pero si no hay
otro remedio, ¿qué se ha de hacer? A veces es preciso
contemporizar con los viejos ideáticos, aunque uno no
quiera, aunque sea para engañarlos, mientras se reali-
zan nuestros proyectos. Mi padre también es del tenor
siguiente: ha dado en que estudie cánones a fortlori; esto
es, quieras que no quieras; y aún me habla de licencia-
turas y borlas; pero yo, que no soy vanidoso, no pienso
en oso; lo que quiero es acabar mis cánones bien ó mal;
alcanzar el gradillo; ordenarme y quitarme de libros
ni quebraderos de cabeza. Tú puedes hacer lo mismo:
aguanta tus cursos de Universidad con la paciencia que
un purgado, y cuando menos lo pienses te hallarás
hecho un bachiller teólogo, que para el caso de que digan
que lo eres, con esto basta.
Ni es menester que te des mala vida ni te derritas
los sesos sobre los libros. Estudia de carrera lo que
te señale tu catedrático, enséñate á manejar el ergo por
imitación, y frecuenta la Universidad, porque los cursos ^
importan, hijo; los cursos son más precisos que la
ciencia misma, para lograr el grado.
Bien saben y sabemos que á lo que vamos los más
estudiantes á la Universidad no es á aprender nada, sino
,:l.u.'^ ■.,-», i- .-■ — ■-..- S
■ ' ^¡rt^ -"í^ r.
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OBRAS ESCOGIDAS 179
á cuajar un rato unos con otros; pero lo cierto es que el
que no tiene su certificación de haber cursado el tiempo
prefinido por estatuto, no se graduará, aunque sea más
teólogo que Santo Tomás; y si la tiene, él será bachiller,
aunque no sepa quién es Dios por el padre Ripalda; pero
ello es que así la vamos pasando, y así la pasaremos tú y
yo con más descanso.
Yo apenas falto de la Universidad tal cual vez; pero
del colegio sí me deserto con frecuencia. Los domingos,
jueves y fiestas de guardar no tenemos clase por el cole-
g'0> y yo ^(^^o * uno ó dos días á la semana; ya verás qué
poco me mortifico.
Esto es lo que harás tú, si quieres que no se te haga
pesado el estudio de la teología. Acompáñate conmigo;
arráncale á tu padre los realitos que puedas, y confía de
mí en que no sólo te pasarás buena vida, sino que te
civilizarás, porque advierto que eres un mexicano payo,
y yo te quiero sacar de barreras. Sí, yo te llevaré á varias
casas de señoritas finas, que tengo de tertulias; aprende-
rás á danzar, á bailar, á contestar con las gentes decen-
tes. Fuera de esto, te sentaré en los estrados y haré que
te comuniques con las damas; porque el trato con las
señoras ilustra demasiado. I Itimamente te enseñaré á
* Los estudiantes entienden por «aíar faltar á la cátedra, no asistir á ella, y por
cuajar (de cuya voz usó el autor poco antes), ocuparse de cosas ajenas del estudio, char-
lando y pasando el rato, lo mismo que se entiende entre los artesanos y otros trabaja-
dores por matar el zapo. E.
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••iii^^J^^^ •'•<-' --'-*> «-t'-tl.-ia^ f...-:<ai.:^'- .'r4CÍ.-'
180 PENSADOR MEXICANO
jugar al billar, malilla do campo, tresillo, básiga y albu-
res, que todas estas habilidades son partes de un mozo
fino é ilustrado, y de esto modo nos la pasaremos buena.
Al cabo de un año tú no te conocerás, y me darás las
gracias por los buenos oficios de mi amistad.
El cielo vi abierto con el plan de vida que me pro-
puso Pelayo; porque yo no aspiraba á otra cosa que
á holgar y divertirme, y así le di las gracias por el
interés que tomaba en mis adelantos, y desde aquel día
me puse bajo su dirección y tutela.
VÁ inmediatamente trató de cumplir con sus debe-
res, llevándome á varias tertulias que frecuentaba en
algunas casas medianamente decentes y en las que
vivían señoritas de título, como h/ Cucaracha, la Pisa-
bonito, la Qiiehi'antaJiucsos y otras de igual calaña.
Ya se deja entender que los tertulios y tertulias
debajo de capas, casacas y enaguas, eran muchachas y
jóvenes de primera tijera; esto es, mozos y mozas estra-
gados, libertinos y tunos de profesión.
Con tan buenas compañías y la dirección de mi
sapientísimo mentor, dentro de pocos meses salí un
buen bandolonista, bailador incansable, saltador eterno,
decidor, refranero, atrevido y lépero ^ á toda prueba.
Como mi maestro se había propuesto civilizarme
• Pillo, zaragate. De esta voz se derivan las de que también usa el autor en dis-
tintas partes como leperaje, leperuzca, etc. E.
irr«iifaiir<i'i<rfliti^ii II I' II i' ■■> iii ■■' ' lii üJ-IMi ■ ^•-^-'^''^ **■--•* -'"
4 ?'>T-'
'^'wr^'v.^- ':_,. ^••>ír>:'í¿-7'^
... llevándome á Varías tertulias que frecuentaba en algunas casas
medianamente decentes
-'?^.'-'r.Vs.,li-
■ Jíí.'.l-aK-.'.v^-
.. . .^.¿AS&i .
■^ i.- ^\* .::^e¿Jb^' ^.
M
OBRAS ESCOGIDAS 181
6 ilustrarme en todos los ramos de la caballería de la
moda, me ensenó á jugar al billar, tresillo, tute y juegos
carteados; no se olvidó de instruirme en las cábulas del
bisbís, ^ ni en los ardides para jugar albures según arte,
y no así, así, á la buena de Dios, ni á lo que la suerte
diera; pues me decía, rjuc c¡ que limpio jiigaha, limpio se
iba n su casa, sino siempre con su pedazo de diligencia.
Un año gasté en aprender todas estas maturrangas;
pero eso sí, salí maestro y capaz de poner cátedra de
fullería y leperaje á lo decente; porque hay dos clases
do tunantismo: una soez y arrastrada como la de los
enlrazadados y borrachos que juegan á la rayuela ó á la
taba en una esquina; que se trompean en las calles; que
profieren unas obscenidades escandalosas; que llevan á
otras leperuzcas descalzas y hechas pedazos, y se embo-
rrachan públicamente en las pulquerías y tabernas, y
éstos se llaman pillos y léperos ordinarios.
La otra clase de tunantismo decente, es aquella que
se compone de mozos decentes y extraviados que con
sus capas, casaquitas y aun perfumes, son unos ociosos
de por vida, cofrades perpetuos de todas las tertulias,
cortejos de cuanta coqueta se presenta, seductores de
cuanta casada se proporciona, jugadores, tramposos y
fulleros siempre que pueden; cócoras ^ de los bailes,
* Con algunas alteraciones se llama hoy Imperial. E.
» Los que con groserías incomodan impudentemente á los que asisten á una diver-
sión, ó á cualquiera otra concuríencia pública ó privada. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 46.
.»■_■■.. A.- .'i- -■ " r- :-.. .•_ _ - - 1 ■ -. .'_*.-. - - _ -v' 2.:L.'tSltlK¿¿n.J^--»jií-^^.'£.'
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182 PENSADOR MEXICANO
sustos de los convites, gorrones intrusos, sinvergüenzas,
descarados, necios á nativitate, taravillas perdurables y
máquinas vestidas, escandalosas y perjudiciales á la des-
dichada sociedad en que viven; y estos tales son pillos
y h'jtci-os decentes, y de esta clase de pillería digo, que
pude haber puesto cátedra púbHca, según lo que apro-
veché con las lecciones de mi maestro y el ejemplo de
mis concursantes en el corto espacio de un año.
El pobre de mi padre estaba muy ajeno de mis
indignos adelantamientos, y muy pagado de Martín Pe-
layo, que visitaba mi casa con frecuencia; porque ya os
he dicho que vuestro abuelo era de tan buen entendi-
miento como corazón. En efecto, era hombre de bien y
virtuoso, y como tales personas son fáciles de engañarse
por las astucias de los malvados, entre yo y mi amigo
teníamos alucinado á mi buen padre; porque yo era un
gran picaro, y Pelayo era otro picaro más que yo; y así
entre los dos hacíamos cera y pábilo de las creederas
de mi padre, que tenía por un mozo muy fino, arreglado
y buen estudiante al tuno de Martín, y éste á mis excusas
hacía delante de mis padres unos elogios encarecidísimos
de mi talento y aplicación, con lo que les clavaba más
la espina; esto es, á mi padre, que á mi madre no era
menester nada de eso; porque como me amaba sin pru-
dencia, mis mayores maldades las disculpaba con la edad
y mis menores me las pasaba por gracias y travesuras.
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OBRAS ESCOGIDAS 183
Pero así como la moneda falsa no puede correr
mucho tiempo sin descubrir ó su mal trojel ó su liga,
así la maldad no puede pasar muchos días con la capa
de la hipocresía sin manifestar su sordidez. Puntual-
mente sucedió lo mismo conmigo; pues mi padre un día
que yo no lo pensaba, me preguntó que cuándo era mi
acto, ó que si estaba en disposición de tenerlo. Cierta-
mente que si como me preguntó eso, me hubiera pre-
guntado que si estaba apto para bailar una contradanza,
para pervertir una joven, ó para amarrar un alburito,
no me tardo mucho en responder afirmativamente; pero
me hizo una pregunta difícil, porque yo con mis queha-
ceres no pude dedicarme á otro estudio, de suerte que
mi Biluart estaba limpio y casi intacto.
Sin embargo, era preciso responder alguna cosa, y
l'ué que mi catedrático no me había dicho nada, que se
lo preguntaría. — No, me dijo mi padre, no le preguntes
nada, que yo lo haré. — En mala hora se encargó mi
padre de semejante comisión; porque fué al segundo día
al colegio, y le preguntó á mi maestro que en qué
estado estaba yo de estudio, y que si estaba capaz de
sustentar un acto le hiciese favor de avisárselo para
hacer sus diligencias para los gastos.
Mi maestro, tan veraz como serio, le contestó :
— Amigo, yo deseaba que usted me viera para de-
cirle que su niño no promete las más leves esperanzas
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184
PENSADOR MEXICANO
de aprovechar, no porque carezca de talento, sino por
falta de aplicación. Es muy abandonado; rara semana
deja de faltar uno ó dos días á la clase, y cuando viene,
es á enredar y á hacer que pierdan el tiempo los otros
colegiales. En virtud de esto, ya usted verá cuál será su
aptitud y cuáles sus adelantos. A más de esto, yo le
he advertido ciertas amistades y malas inclinaciones que
me hacen temer la ruina próxima de este mozo, y así
usted, como buen padre, vele sobre su conducta y vea en
qué lo ocupa con sujeción; porque si no, el muchacho
se le pierde, y usted ha de dar á Dios cuenta de el.
Mi padre se despidió de mi maestro bastante aver-
gonzado (según después me dijo) y lleno de una justa
cólera contra mí. ¡Pobres padres 1 ¡y qué ratos tan pesa-
dos les dan los malos hijos! Fué á casa al medio día; me
saludó con mucha desazón; se entró á la recámara con
mi madre, y ésta, como á las dos horas, salió con los ojos
llorosos á mandar poner la mesa.
Mi padre apenas comió; mi madre tampoco; yo,
como sinvergüenza, y que ignoraba que era el eje sobre
que se movía aquel disgusto, no dejé de hacer cuanto
pude por agotar los platos; porque al fin no hay sinver-
güenza que no sea glotón. Durante la comida no habló
mi padre una palabra, y así que se concluyó se levan-
taron los manteles y se dieron gracias á Dios; se retiró
mi padre á dormir siesta y me dijo con mucha seriedad:
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OBRAS ESCOGIDAS 185
— Esta tarde no vaya usted al colegio, que lo he me-
nester.
Como la culpa siempre acusa, yo me quedé con bas-
tante miedo, temiendo no hubiera sabido mi padre algu-
nas de mis gracias extraordinarias, y me quisiese dar
con un garrote el premio que merecían.
Luego concebí que yo había sido la causa de la
cólera, de la parsimonia de la mesa y de las lágrimas
de mi madre; pero como estaba satisfecho en que ésta
no me quería, sino me adoraba, no tuve empacho para
decirla: — Señora, ¿qué novedad será ésta de mi padre? —
A lo que la pobrecita me contestó con sus lágrimas, y
me refirió todo lo que había acaecido á mi padre con mi
maestro, y cómo estaba resuelto á ponerme á oficio... —
¿A oficio, dije yo, á oficio? No lo permita Dios, señora.
¿Qué pareciera un bachiller en artes, y un cursante teó-
logo convertido de la noche á la mañana en sastre ó
carpintero? ¿Qué burla me hicieran mis condiscípulos?
¿Qué dijeran .mis parientes? ¿Qué se hablará? — Pues
hijo, me contestó mi madre, ¿qué quieres que haga?
Ya yo he rogado á tu padre bastante; ya se lo he dicho;
ya le he llorado; pero está renuente, no hay forma de
convencerle: dice que no quiere que se lo lleve el diablo
juntamente contigo por darme gusto. Yo no sé qué
hacer... — No llore usted, señora, la dije: yo sí sé lo
que se ha de hacer. Seguro está que mi padre tenga el
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 47.
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186 PENSADOR MEXICANO
gusto de verme de hojalatero ni de sastre. Pues qué,
¿ya se cerraron los cuarteles? ¿Ya se acabaron las casá-
is cas y el pan de munición? — ¿Qué quieres decir con eso,
Pedrito? me decía mi madre. — Nada, señora, le con-
testé; sino que antes que aprender oficio, me meteré á
soldado, á bien que tengo buen cuerpo, y me recibirán
en cualquier parte con mil manos.
Aquí redobló mi madre su llanto, y me dijo: — ¡Ay,
hijo de mi alma! ¿qué es lo que dices? ¿soldado? ¿sol-
dado? ¡no lo permita Dios! No te precipites ni te deses-
peres; yo volveré á rogarle á tu padre esta tarde, y ya
que dice que no eres para los estudios, y que es fuerza
darte destino, veremos si te coloca en una tienda... —
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Calle usted, madre, le dije. Eso es peor. ¿Qué bien
pareciera un bachiller, tiznado y lleno de manteca, y un
teólogo despachando tlaco de chilitos en vinagre? No,
no; soldado y nada más; pues una vez que á mi padre
ya se le hace pesado el mantenerme, el rey es padre de
t todos, y tiene muchos miles para vestirme y darme de
. . comer. Esta tarde me voy á vender en la bandera
de China, y mañana vengo á ver á usted vestido de
recluta.
Cada vez que yo me acuerdo de éste y otros malos
ratos que di á la pobre de mi madre, y de las lágrimas
que derramó por mí, quisiera sacarme el corazón á peda-
zos de dolor; pero ya es tarde el arrepentimiento, y sólo
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OBRAS ESCOGIDAS 187
sirven estas lecciones, hijos míos, para encargaros que
miréis á vuestra madre siempre con amor y respeto ver-
dadero, sin imitar á los malos hijos como yo fui; antes
rogad á Dios no castigue los extravíos de mi juventud
como merecen, y acordaos que por boca del Sabio os
dice: Honra d tu padre, ij no ole ¡des los fj émidos de tu
madre. Acuérdate que d ellos les debes la vida, y pdgales
lo que te Jian dado.
Finalmente, esta escena paró en que mi madre me
rogó, me instó, me lloró porque no fuera soldado, jurán-
dome que se volvería á empeñar con mi padre para que
desistiera de su intento y no me pusiera á oficio, con
cuya promesa me serené, como que eso era lo que yo
deseaba, y por lo que afligí tanto á su merced, no porque
á mí me agradara la carrera militar, y más en clase
de soldado, como que veía con horror todo género de
trabajo.
¡Qué bueno hubiera sido que mi madre me hubiera
quebrado en la cabeza cuanta silla había en la sala, y
bien amarrado me hubiera despachado al primer cuartel,
y allí me hubiesen encajado luego luego la gala de re-
cluta; con eso se hubieran acabado mis bachillerías y sus
cuidados; pero no lo hizo así, y tuvo después que sufrir
lo que Dios sabe.
Al cabo de un rato salió mi padre ya con sombrero
y bastón, y me dijo: — Tome usted la capa y vamos. —
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188 PENSADOR MEXICANO
Yo la tomé y salí con su merced con temor, y mi madre
se quedó con cuidado.
A poco haber andado, se paró mi padre en un
zaguán, y me dijo:
— Amigo, ya estoy desengañado de que es usted un
gran perdido, y yo no quiero que se acabe de perder.
Su maestro me ha dicho que es un flojo, vago y vicioso,
y que no es para los estudios. En virtud de esto, yo
tampoco quiero que sea para la ganzúa ni para la horca.
Ahora mismo elige usted oficio que aprender, ó de aquí
llevo á usted á presentarlo al rey en la bandera de China.
Todos los retobos que usé con mi madre, con mi
padre se volvieron sumisiones, como que sabía yo que
no acostumbraba mentir y era resuelto; y así no pude
hacer más que humillarme y pedirle por favor que me
diese un plazo para informarme del oficio que me pare-
ciera mejor. Concedióme mi padre tres días á modo de
ahorcado, y volvimos para casa, donde hallamos á mi
pobre madre enferma de un gran flujo de sangre que le
había venido por la pesadumbre que le di, y el susto
con que se quedó.
Ya se ha dicho que mi padre la amaba con extremo,
y así lleno de sentimiento acudió á que la medicina la
auxiliara. En efecto, al segundo día ya estuvo mejor;
pero sin dejar de llorar de cuando en cuando, porque ya
yo le había dicho la resolución de mi padre, y ella en
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OBRAS ESCOGIDAS 189
medio de su dolencia no se había descuidado en supli-
carle no me. pusiera á oficio, á lo que mi padre le con-
testó que se restableciera de su achaque, y que ahí se
vería lo que por fin se había de hacer.
Esta respuesta desconsoló á mi madre, y fué causa
de que yo no las tuviera todas conmigo, porque no
habiendo visto jamás á mi padre tan tenaz en su propó-
sito y tan esquivo con mi madre al parecer, me hizo
entender que de aquella vez no me escaparía yo de cual-
quier aprendizaje.
No sabiendo qué hacer para librarme de la férula de
los maestros mecánicos, que me amenazaba por momen-
tos, discurrí la traza más diabólica que podía en lance
tan apurado, y fué, ir á ver á mi caritativo preceptor
y sabio amigo, el ínclito Martín Pelayo. Con la confianza
que tenía, me entré de rondón hasta su cuarto, donde lo
hallé columpiándose de un lazo que pendía del techo,
tarareando unas boleras v dando saltos en el suelo.
Tan embebecido estaba en su escoleta, que no sintió
cuando yo entré, y prosiguió brincando como un gamo,
hasta que yo le dije: — ¿Qué es esto, Martín? ¿Te has
vuelto loco, ó estás aprendiendo á maromero? — Entonces
él me vio y me contestó: — Ni estoy loco, ni quiero ser
volatín; sino que estoy trabajando por aprender á hacer
la octava que piden estas boleras. Y diciendo esto, conti-
nuó sus cabriolas.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 48.
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190 PENSADOR MEXICANO
Yo, mirando lo espacio que estaba, le dije: — Sus-
pende un poco tus lecciones, que traigo un asunto de
mucha importancia que comunicarte y del que sólo tu
amistad puede sacarme con bien. — El entonces muy
cortés se quitó del lazo, se sentó conmigo en su cama, y
me dijo: — No sabía yo que traías asunto, pero di lo que
se ofrezca, que ya sabes cuánto te estimo.
Le contó punto por punto todas mis cuitas, rema-
tando con decirle que para libertarme del deshonor
que me esperaba en el aprendizaje, había pensado me-
terme á fraile. El me oyó con bastante gravedad, y me
dijo:
— Perico, yo siento los infortunios que te amenazan
por el genio ridículo y escrupuloso de tu padre; pero su-
puesto que no hay medio entre ser oficial mecánico ó sol-
dado, y que el único arbitrio de evadirte de ambas cosas
de esas, es meterte á fraile, yo soy de tu mismo pare-
cer; porque más vale tuerta que ciega; peor es ser el
sastre Perico, ó el soldado Perico, que no el padre fray
Pedro. Ello es verdadero, que la vida de fraile trae sus
incomodidades inaguantables, como el estudio, la asis-
tencia de comunidad, la observancia de las reglas, la
subordinación á los prelados y la sujeción ó privación
de la libertad que tanto te acomoda á tí y á mí;
pero todo es hacerse. A más de que, en cambio de
esas molestias, tiene el estado sus ventajas considera-
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OBRAS ESCOGIDAS 191
bles, como el honor de la religión que se extiende por
todos sus individuos, aunque sean legos; el respeto
que infunde el santo hábito, y sobre todo, hijo, el
afianzar la torta para siempre. Ya verás tú que estas
conveniencias no las encuentra un artesano ni un sol-
dado, y así me parece que lleves adelante tu pensa-
miento.
— Pues yo he venido, le dije, á consultarte mis
designios y á suplicarte te empeñes con tu padre para
que me dé una esquela de recomendación para que me
admita tu tío el provincial de San Diego; porque esto
urge, y en la tardanza está el peligro; pues como yo
consiga la patente de admitido, ya á mi padre se le
quitará el enojo y me verá de distinto modo.
— Pues eso es lo de menos, me dijo Pelayo; ven
mañana temprano, que yo haré que mi padre ponga la
esquela esta noche. — Con este consuelo me despedí de
Martín muy contento, y me volví á mi casa.
Entré en ella, y encontré de visitas á don Martín,
el de la hacienda, á la señora su esposa, la que me cascó
el zapatazo, á su niña y al famoso Juan Largo ó Janua-
rio, que toda la familia había venido á México á pasear;
porque como todo fastidia en este mundo, los que viven
en las ciudades buscan su diversión en el campo, y los
que viven en el campo anhelan por la ciudad para diver-
tirse, y ni unos ni otros logran por largo tiempo satis-
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192 PENSADOR MEXICANO
facer sus deseos; porque como la tristeza no está en ei
campo ni en la ciudad sino en el corazón, nos siguen los
fastidios y cuidados donde quiera que llevamos nuestro
corazón.
Luego que hube saludado á las visitas y que cesaron
los cumplimientos de moda, me aparté al corredor con
Januario y hablamos largo sobre diversos asuntos,
ocupando el mejor lugar de la conversación los míos,
entre los que le conté mis aventuras, y la última resolu-
ción que tenía de volverme fraile; á lo que Juan Largo
me contestó muy aprisa:
— Sí, sí, Periquillo; vuélvete fraile, hijo, vuél-
vete fraile; no harás cosa mejor. No todos los hom-
bres hacen lo que deben sino lo que les está más á
cuento para sus fines particulares: quién hay que se
ordena porque es inútil para otra cosa, ó por no
perder una capellanía; quién que se casa con la pri-
mera que encuentra, más que no le tenga amor, ni con
qué mantenerla, sólo por escaparse de una leva; quién
que se mete á soldado porque no lo persiga la justicia
ordinaria, por tramposo ó por alguna fechoría que ha
cometido; y quién, en fin, que hace mil cosas contra
su gusto, sólo por evitar este ó el otro lance que con-
sidera serle peor; conque ¿qué nuevo ni raro será que
tú te metas á fraile por no aprender oficio ni ser solda-
do? Sí, Perico, haces bien, alabo tu determinación;
E t*-^ K^a: J V: ^ '. • i M .1 x'. Mk^A^il^'^i&u*' '«'.-. r A'?¿->^'\tí. -..^'■'.t«'«-Aft«.. A» -."<-. :-4tr.jL^)aíl^* iutt^'-iOimifr. ..
OBRAS ESCOGIDAS 193
pero hermano, aviva, aviva el negocio; porque al mal
paso darle prisa.
Así concluyó su arenga este grande hombre. Él, es
claro que me dijo muchas verdades, pero truncas. Si me
hubiera dicho después de ellas, que aunque así lo hacen,
en ello nada justo hacen ni digno de un hombre de
bien, y que por lo común estas trampas y artificios de
que se valen para eludir el castigo, excusar el trabajo,
engañar al superior ó evitar por el camino más breve
la desgracia inminente ó que parece tal, no son sino
unos remedios paliativos ó aparentes, que después de
tomados se convierten en unos venenos terribles, cu vas
funestas resultas se lloran toda la vida. Si me hubiera
dicho esto, repito, quizá quizá me hubiera hecho abrir
los ojos y cejar de mi intento de ser religioso, para el
que no tenía ni natural ni vocación; pero por mi des-
gracia los primeros amigos que tuve fueron malos, y de
consiguiente pésimos sus consejos.
A otro día marché para la casa de Pelayo, quien
puso en mis manos la esquela de su padre, el que no
contento con darla, pensando que yo era un joven muy
virtuoso, prometió ir á hablar por mí á su hermano el
provincial, para que me dispensara todas aquellas prue-
bas y dilaciones que sufren los que pretenden el hábito
en semejantes religiones austeras.
No parece sino que me ayudaba en todo aquella
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 49.
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194
PENSADOR MEXICANO
fortuna que llaman de picaro, porque todo se facilitaba á
medida de mi deseo.
Yo recibí mi esquela con mucho gusto, di las
gracias á mi amigo por su empeño, y me volví para
casa.
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CAPITULO XI
Toma Periquillo el hábito de religioso, y se arrepiente en el mismo día
Cuéntanse algunos intermedios relativos á esto
Todo aquel día lo pasé contentísimo esperando que
llegara el siguiente para ir á ver al provincial. No quise
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L.fc-'\í. ^.■-'i»ít^i'<^É¿*\jé^. i-.'C*^/.tv .■■:;■-.« ji" J 'síf.-:,.:y:'j.',''Sr. .■* ■/
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196 PENSADOR MEXICANO
ir en esa tarde, por dar lugar á que el padre de Pelayo
hiciese para mí el empeño que había ol'recido.
Nada ocurrió particular en este día, y al siguien-
te á buena hora me luí para el convento de San Diego, y
al pasar por la alameda, que estaba sola, me puse frente
á un árbol, haciéndolo pasar en mi imaginación la plaza
de provincial, y allí me comencé á ensayar en el modo
de hablarle en voz sumisa, con la cabeza inclinada, los
ojos bajos y las dos manos metidas dentro de la copa
del sombrero.
Con estas v cuantas exterioridades de humildad me
sugirió mi hipocresía, marché para el convento.
Llegué á él, anduve por los claustros preguntando
por la celda del prelado; me la enseñaron, toqué, entré y
hallé al padre provincial sentado junto á su mesa, y en
olla estaba un libro abierto, en el que sin duda leía á mi
llegada.
Luego que lo saludé, le besé la mano con todas
aquellas ceremonias en que poco antes me había ensa-
yado, y le entregué la carta de recomendación de su
hermano. La leyó, y mirándome de arriba abajo, me
preguntó que si quería ser religioso de aquel convento.
— Sí, padre nuestro, respondí. — ¿Y usted sabe, prosi-
guió, qué cosa es ser religioso, y de la estrecha obser-
vancia de nuestro padre San Francisco? ¿Lo ha pensado
usted bien? — Sí, padre, respondí. — ¿Y qué le mueve á
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OBRAS ESCOGIDAS 197
usted el venir á encerrarse en estos claustros y á pri-
varse del mundo, estando como está en la flor de su
edad? — Padre, dije yo, el deseo de servir á Dios. — Muy
bien me parece ese deseo, dijo el provincial; pero qué
¿no se puede servir á Su Majestad en el mundo? No
todos los justos ni todos los santos lo han servido en
los monasterios. Las mansiones del Padre celestial son
muchas y muchos los caminos por donde llama á
sus escogidos. En correspondiendo á los auxilios de la
gracia, todos los estados y todos los lugares de la tierra
son á propósito para servir á Dios. Santos ha habido
casados, santos célibes, santos viudos, santos anacoretas,
santos palaciegos, santos idiotas, santos letrados, santos
médicos, abogados, artesanos, mendigos, soldados, ricos,
y en una palabra, santos en todas clases del Estado.
Conque, de aquí se sigue que para servir á Dios, no
es condición precisa el ser fraile, sino el guardar su
santa ley, y ésta se puede guardar en los palacios, en las
oficinas, en las calles, en los talleres, en las tiendas,
en los campos, en las ciudades, en los cuarteles, en los
navios, y aun en medio de las sinagogas de los judíos
y de las mezquitas de los moros.
La profesión de la vida religiosa es la más perfecta;
pero si no se abraza con verdadera vocación, no es la
más segura. Muchos se han condenado en los claustros
que quizá se hubieran salvado en el siglo. No está el
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , A. — 50.
Ijt^^^^t. -:— i-is* '-ítljií^'tiJáAlai^--' , ^i— '...-,. f>
'->c;
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198 PENSADOR MEXICANO
caso en empezar bien, es menester la constancia. Nadie
logra la corona del triunfo, sino el que pelea varonil-
mente hasta el fin. En la edad de usted es preciso des-
confiar mucho de esos ímpetus ó fervores espirituales,
que ordinariamente no pasan de unas llamaradas de
sacate, que tan pronto se levantan como se apagan; y
así sucede que muchos ó no profesan, ó si profesan es
por la vergüenza que les causa el qué dirán; y estos tales
profesos, como que lo son sin su voluntad, son unos
malos religiosos, desobedientes y libertinos, que con sus
vicios y apostasías dan que hacer á los superiores, escan-
dalizan á los seculares, y de camino quitan el crédito
á las religiones; porque, como dice Santa Teresa, y es
constante, el mundo quiere que los que siguen la virtud
sean muy perfectos; nada les dispensa, todo les nota,
les advierte y moteja con el mayor escrúpulo, y de
aquí es que los mundanos fácilmente disculpan los vicios
más groseros de los otros mundanos; pero se escan-
dalizan grandemente si advierten algunos en este ó el
otro religioso ó alma dedicada á la virtud. Levantan el
grito hasta el cielo, y hablan, no sólo contra aquel fraile
que los escandaliza, sino contra el honor de toda la reli-
gión, sin pesar en la balanza de la justicia los muchos
varones justos y arreglados que ven en la misma reli-
gión, y aun en el mismo convento.
Para evitar que los jóvenes se pierdan abrazando
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OBRAS ESCOGIDAS 199
sin vocación un estado que ciertamente no debe ser de
holgura, sino de un trabajo continuo, para cumplir los
prelados con nuestra obligación, y no dar lugar á que las
religiones se desacrediten por sus malos hijos, debemos
examinar con mucha prudencia y eficacia el espíritu de
los pretendientes, aun antes de que entren de novicios,
pues el noviciado es para que ellos experimenten la
religión; pero el prelado debe examinarles el espíritu
aún antes de ser novicios.
En virtud de esto, usted, que desea servir á Dios
en la religión, ¿ya sabe que aquí de lo primero que
ha de renunciar es de la voluntad, porque no ha de
tener más voluntad que la de los superiores, á quienes
ha de obedecer ciegamente? — Sí, padre, dije yo. — ¿Sabe
que ha de renunciar para siempre al mundo, sus
pompas y vanidades, así como lo prometió en el bau-
tismo?— Sí, padre. — ¿Sabe que aquí no ha de venir
á holgar ni á divertirse, sino á trabajar y á estar ocupado
todo el día? — Sí, padre; y sí, padre, y sí, padre, res-
pondí á setenta sabes que me preguntó, que ya pensaba
yo que era llegada mi hora y me estaban sacramen-
tando; y todo este examen paró en que me dio mi
patente allí mismo, ad virtiéndome que fuera mi padre
á verse con su reverencia.
Tales fueron mis palabras estudiadas y mis hipocre-
sías, que la llevó entre oreja y oreja aquel buen prelado.
200 PENSADOR MEXICANO
y formó de mí un concepto ventajoso. Ya se ve, él era
bueno, yo era un picaro, y ya se ha dicho lo fácil que es
que los picaros engañen á los hombres de bien, y más si
los cogen desprevenidos.
El bendito provincial, al despedirme, me abrazó y
me dijo: — Pues, hijo mío, vaya con Dios, y pídale á
Su Majestad que le conserve en sus buenos propósitos,
si así conviene á su mayor gloria y bien de su alma.
Dígale todos los días con el mayor fervor: confirinn hoc
Deas, (¡aod operatus es in nobis, ^ y disponga su corazón
cada día más y más para que fecundice en él la gracia
del Espíritu Santo, y produzca frutos opimos de virtud. —
Con esto le besé la mano, y me retiré para casa.
¿Quién creerá que cuando salí del convento sentí no
sé qué de bueno en mí, que me parecía que de veras
tenía yo vocación de ser religioso? No se me olvidaba
aquel aspecto venerable del anciano prelado, aquellas
palabras tan llenas de unción y penetrantes que tanto eco
hicieron en mi corazón, aquella su prudencia, aquel su
carácter amable y aquel todo hechicero de la verdadera
virtud, capaz de enamorar al mismo vicio.
— En efecto, yo decía entre mí; ¿qué mano que
hubiera nacido para fraile, que no lo hubiera advertido,
y Dios quisiera haberse valido de este accidente para
reducirme y meterme en el camino que me conviene? No
• ¡Oh Dio»', confírmalo que ha» obrado en mi. E.
^ I ^^j^iv ., . . '
OBRAS ESCOGIDAS 201
hay duda : así debe ser. Yo me acuerdo haber oído decir
que Dios hace renglones derechos con pautas torcidas, y
éste ha de ser uno de ellos, sin remedio. Estos y seme-
jantes discursos ocupaban mi imaginación en el camino
del convento á mi casa.
Luego que llegué á ella, me entré á ver á mi madre,
y le conté cuánto me había pasado, manifestándole la
patente de admitido en el convento de San Diego. De que
mi madre la vio, no sé cómo no se volvió loca de gusto,
creyendo que yo era un joven muy bueno, y que cuando
menos sería yo otro San Felipe de Jesús.
No hay que dudar ni que admirarse de esta sorpresa
de mi madre, pues si mis maldades le parecían gracias,
mi virtud tan al vivo ¿qué le parecería?
Vino mi padre de la calle, y mi madre llena de
júbilo le impuso de todas mis intenciones, enseñándole
al propio tiempo la patente del padre provincial.
— ¿Ves, hijo, le decía; vos cómo no es tan bravo el
león como lo pintan? ¿Ves cómo Pedrito no era tan malo
como tú decías? El como muchacho ha sido traviesillo;
¿pero qué muchacho no lo es? Tú querías que fuera un
santo desde criatura, querías bien; pero, hijo, es una
imprudencia. ¿Cómo han de comenzar los niños por
donde nosotros acabamos? Es necesario dar tiempo al
tiempo. Ya ves qué mutación tan repentina. ¿Cuándo
la esperabas? Ayer decías que Pedro era un picaro, y
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 51.
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202 PENSADOR MEXICANO
hoy ya lo ves hecho un santo; ayer pensabas que había
de ser el lunar de su linaje, y hoy ya ves que él será el
lustre de su familia, porque familia que cuenta un deudo
fraile, no puede ser de oscuro principio; yo á lo menos
así lo entiendo, v en esta fe v creencia he de vivir,
aunque me digan, como ya me lo han dicho, que esto
es una preocupación de las que han echado más raíces
en América que en otras partes del mundo; pero yo no
lo creo, sino que en teniendo una familia un pariente
fraile, ya puede apostárselas en nobleza con el Preste
Juan de las Indias sin haber menester ejecutorias, genea-
logías, ni esotras zarandajas de que tanto blasonamos los
nobles, porque esas cosas sólo las saben los parientes
y amigos de las casas; pero los extraños, que no las ven,
no pueden saber si son nobles ó no. Lo que no sucede
teniendo un deudo fraile; porque todo el mundo lo ve, y
nadie puede dudar de que es noble él, sus padres, sus
abuelos, sus bisabuelos y sus tatarabuelos; y si el dicho
fraile se casara, fueran nobles y muy nobles sus hijos,
nietos, biznietos, tataranietos y choznos; porque un
fraile es una ejecutoria andando. Conque, mira si tengo
razón de estar contenta, v si tú también debes estarlo
con la nueva resolución de Pedrito.
Yo por un agujerito de la puerta había estado
oyendo y fisgando toda esta escena, y vi que mi padre
leyó, releyó, y remiró una, dos y tres veces la patente;
*,.y.
OBRAS ESCOGIDAS 203
y aun advertí que más de una vez estuvo por limpiarse
los ojos, á pesar de que no tenía lagañas. ¡Tal era la
duda que tenía de mi verdad que apenas creía lo que
estaba leyendo 1
Sin embargo de esta su sorpresa, oyó muy bien toda
la arenga de mi madre, á la que luego que concluyó, le
dijo:
— ¡Válgate Dios, hija, qué candida cresl ¡cuántas
boberías me has dicho en un instante! Si alguno nos
hubiera escuchado, yo me avergonzara ; pues las fami-
lias que en realidad son nobles como la tuya, no aspiran
á parecerlo con el empeño de tener un hijo religioso, ni
hacen vanidad de ello cuando lo tienen; antes ese em-
peño y esa vanidad es una prueba clara de una no
conocida nobleza, ó que á lo menos no puede manifes-
tarse de otro modo; modo ciertamente muv aventurado,
y que puede estar sujeto á mil trácalas; pero esto no es
lo que importa por ahora, á más que la nobleza verda-
dera consiste en la virtud. Esta es su piedra de toque
y su prueba legítima, y no los puestos brillantes, ecle-
siásticos ó seculares, pues éstos muchas veces se pueden
hallar en personas indignas de tenerlos por su mala
moral, etc. Lo que importa por ahora es esta patente.
Yo me hago cruces y no acabo de entender cómo es
esto. Ayer era Pedro tan libertino y descarriado, que
hacía continuas faltas en el colegio por irse á tunantear
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204 PENSADOR MEXICANO
con SUS amigos, ¿y hoy tan sujeto y virtuoso que pre-
tende ser religioso, y de una religión estrecha y obser-
vante? Ayer tan ñojo, que aun para estudiar teología,
ponía mil cortapisas, ¿y hoy tan decidido por el trabajo
de una comunidad? Ayer tan disipado, ¿hoy tan reco-
leto? Ayer tan uno, ¿y hoy tan otro? No sé cómo será
esto.
Yo no ignoro que Dios es poderoso y puede hacer
cuanto quiera: sé muy bien que de una Magdalena hizo
una santa, de un Dimas un confesor, de un Saulo un
Pablo, de un Aurelio un Agustino, y de otros pecadores
otros tantos siervos suyos que han edificado su Iglesia;
pero estos casos no son comunes; porque no es común
que el pecador corresponda á los auxilios de la gracia;
lo corriente es despreciarlos cada instante, y por eso está
el mundo tan perdido. No sé por qué me parece que
éstas son picardías de Pedro... — Cállate, dijo mi madre,
como tú no quieres al pobre muchacho, aunque haga
milagros te han de parecer mal. Sus defectos sí, los
crees, aunque no los veas; pero de su virtud dudas, aun
mirándola con los ojos. Bien dicen, en dando en que un
perro tiene rabia hasta que lo matan.
— ¿Qué estás hablando, hija? decía mi padre; ¿qué
virtud estoy mirando yo, ni jamás he visto en Pedro? —
¿Qué más prueba de virtud que esa patente? decía mi
madre. — No, esta patente no prueba virtud, replicaba
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OBRAS ESCOGIDAS 205
mi padre; lo que prueba es que tuvo habilidad para
engañar al provincial hasta arrancársela por sus fines
particulares. — Tú harás y dirás todo eso por no gastar
en el hábito y en la profesión; pero para eso no es
menester que quites de las piedras para poner en mi
hijo. Aún tiene tíos, y cuando no, yo pediré los gastos
de limosna. — Así se explicó mi madre, á quien mi
padre, con mucha prudencia contestó: — No seas tonta,
mujer. No son los gastos, sino la experiencia que tengo
la que me hace desconfiar de Pedro. Conozco su genio
y tengo examinado su carácter; por eso dudo que sea
r
cierta su vocación. El es mi hijo, lo amo, y lo amo
mucho; pero este amor no m.e quita el conocimiento
que tengo de él. Sé que no le gusta el trabajo, que le
agrada la libertad, los amigos y el lujo demasiado, y
que es muy variable en su modo de pensar. A más de
esto, es muy joven, le falta mucho para saber distinguir
bien las cosas, y todo ello me hace creer que apenas
estará en el convento dos ó tres meses, verá el trabajo
de la religión y se saldrá. Esto es lo que deseo excu-
sar, no los gastos, pues siempre he erogado gustoso
cuantos he considerado concernientes á su bien. No obs-
tante, yo de buena gana y con la misma voluntad que
otras veces gastaré en esta ocasión cuanto sea nece-
sario, y me daré los plácemes de que sea con provecho
suyo.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 52.
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200 PENSADOR MEXICANO
Aquí paró la sesión, y salieron los dos buenos viejos
á comer.
A la noche me llamó mi padre á solas, me hizo mil
preguntas, á las que yo contesté funrn, amen, con la
misma hipocresía que al provincial. Me echó su merced
mi buen sermón, explicándome qué cosa era la vida de
un religioso; cuál la perfección de su estado; cuáles sus
cargos; cuan temibles son las resultas que se debe pro-
meter el que abraza sin vocación un estado semejante,
y qué sé yo qué otras cosas, todas ciertas, justas, muy
bien dichas y para mi bien; pero esto es lo que los
muchachos oven con menos atención, v así no es mucho
se les olvide pronto. Ello es que yo estuve en el sermón
con los ojos bajos y con una modestia tal que ya parecía
un novicio. Tan bien hice el papel, que mi padre creyó
que era la pura verdad, y me ofreció ir por la mañana á
ver al padre provincial; me dio su bendición, le besé la
mano v nos fuimos á acostar.
Yo dormí muy contento y satisfecho, porque los
había engañado á todos, y me había esca))ado de ser
aprendiz ó soldado.
A otro día, cuando me levanté, ya mi padre había
salido de casa, v cuando volvió á ella al medio día, me
dijo delante de mi madre: — Señor Pedi'ito, ya vi al pro-
vincial; ya está todo en corriente, y de aquí á ocho días,
dándonos Dios vida, tomarás el íiábito.
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OBRAS ESCOGIDAS 207
Mi madre se alegró, y yo fingí alegrarme más con la
noticia.
Comimos, y á la tarde fui á ver á Pelayo y le di
cuenta del buen estado de mi negocio. Él me dio los
plácemes de este modo:
— Me alegro, hermano, de que todo se haya faci-
litado. El caso es que aguantes las singularidades de
los frailes, y más en el año del noviciado; porque te
aseguro que las tienen y de marca; pues esto de levan-
tarse á media noche, rezar todo el día, andar con los
ojos bajos, hablar poco, ayunar mucho, pelarse á azo-
tes, barrer los claustros, estudiar y sufrir por toda la
vida á tanto fraile grave, es una tarea inacabable, un
subsidio eterno, una esclavitud constante v una serie no
interrumpida de trabajos, de que sólo la muerte podrá
librarte; pero en fin, ya lo hiciste, y es menester mor-
derte un brazo; porque si no, ¿qué dii*á tu padre? ¿Qué
dirá tu madre? ;.Qué dirán tus parientes? ¿Qué dirá el
provincial? ¿Qué dirán los conocidos de tu casa? ¿Qué
dirá mi padre? ¿Y qué dirán todos? Si ahora te arrepin-
tieras, fuera un escándalo para el público, un deshonor
para tí y una vergüenza terrible para tus pobres padres;
y así no hay remedio, hermano, á lo hecho pecho, dice
el refrán; ahora es fuerza que seas fraile quieras ó no
quieras.
Hay hombres cuyo carácter es tan venenoso que
-^i.:,'*- JL. -
208 PENSADOR MEXICANO
hacen mal, aun cuando ellos piensan que hacen bien.
Son como el gato que lastima al tiempo de hacer cari-
ños. Así era el de Pelayo, que después que decía que
me estimaba, parece que se empeñaba en enredarme ó
afligirme; pues primero me pintó que la religión era una
Jauja; y ya que estuve comprometido, me la representó
como una mazmorra, desacreditándola por ambos lados.
Yo me despedí de él bien contristado, y casi casi
ya estaba por retractarme de mis propósitos; pero la
vergüencilla y este que dirán, este (jué dirán del mundo,
que es causa de que atropellemos casi siempre con las
leyes divinas, me hizo forzar mi inclinación, hacer á
un lado mis temores y llevar adelante mi falsa inten-
tona.
En aquellos ocho días se prepararon todas las cosas
necesarias para mi ingreso; se dio parte de él á todos
mis amigos, parientes, conocidos, bien y malhechores,
y de todos ellos recibió mi padre mil parabienes y mi
madre mil enhorabuenas, que hacían por junto dos mil
faramallas, que llaman políticas, ceremonias y cumpli-
mientos, pero que no dejan todas ellas una onza de uti-
lidad, por más que se multipliquen en número.
Mis padres se ocupaban en estos ocho días en reci-
bir visitas y en disponer lo necesario para la entrada, y
yo me ocupaba en andar con Pelayo despidiéndome de
mis tertulias, no con poco dolor de mi corazón, pues
ÉSOl^ ^I r 'i ríii'*! rfi tfrVí 'i f i Vní fir'iflJmifiilir'iál í< Hilii ' lll^ri^llimii Hil I '■■ --21 ■■-'i.^«-^ . , :iáibi.Z
--. '-TJf A
OBRAS ESCOGIDAS 209
sentía demasiada violencia en la separación de mis peca-
minosas distracciones.
Mi gran Pelayo se había propuesto avisar en cuantas
partes íbamos de mis nuevos intentos y lo pronto que
estaba mi noviciado. Yo le rogaba que los callara; mas
á él se le hacía escrúpulo y cargo de conciencia el reser-
varlos, y como todas las casas que visitábamos eran de
aquellos y aquellas que llaman de la Jioja, me daban mis
estregadas terribles, especialmente las mujeres. Una me
decía: — ¡Ay! ¡qué lástima! tan niño y encerrarse. —
Otra: — ¡Qué gracia! y tan muchacho. — Otra: — ¿Qué
no se acordará usted de mí? — Otra: — ¿A qué no pro-
lesa usted? — Esta: — Yo no creo que usted sea bueno
para fraile siendo tan muchacho, no feo y con tantas
gracias. — Aquella: — ¿Bailador y fraile? vamos, yo no
lo creo. — Y así todas, y cuando se ofrecía proferir algu-
nos cuentecillos y palabritas obscenas (que se ofrecían
á cada paso), saltaba alguna muchacha burlona con la
frialdad de: — ¡Ay, niña! f^quicn dice eso/ Cállate, na
perturbes al siervo de Dios.
Sin embargo de todas estas bufonadas, yo me diver-
tía todo lo posible por despedida. Hacía orejas de mer-
cader y bailaba, tocaba el bandolón, platicaba, seducía y
hacía cosas que son mejores para calladas. Tales fueron
los ejercicios preparatorios en que me entretuve en los
ocho días precedentes á mi frailazgo. Así salió ello.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 53.
.¿3¿'^-^,^v,~&&^. ■ Jfe.lÁ. \ j!VlM¿g> :'*i^-.^.«da>
210 PENSADOR MEXICANO
No contento con la libertad que tenía en la calle
hasta las ocho de la noche (que hasta esa hora se
le extendió la licencia al religioso in fh>ri, 6 por ser),
ni satisfecho por las holguras que me proporcionaba mi
maestro Pelayo, mi genio lestivo y la lacilidad de las
damas que visitábamos, todavía aspiraba á seducir á
Poncianita, la hija de don Martín, el de la hacienda, que
l'recuentaba mi casa diariamente; mas la muchacha era
virtuosa, discreta y juguetona. Conocía bien mi carác-
ter, y me tenía por lo que era; esto es, por un joven
calavera y malicioso, pero tonto en la realidad; y así á
todos los mimos y sorroclocos que yo le hacía, me con-
testaba con mucho agrado, pero también con mucha
variedad, y siempre haciéndome ver que me quería. Con
esto yo, más bobo y malicioso que ella, pensaba lograr
alguna vez la conquista; pero ella, más honrada y viva
que yo, pensaba que esta vez jamás llegaría, como en
electo jamás llegó.
Ln día le di yo mismo una esquelita que decía una
sarta de tonteras y requiebros, y remataba asegurán-
dole de mi buena voluntad, y que si yo no hubiera de
entrarme religioso, con nadie me casaría sino con ella.
Por aquí se puede conocer muy bien lo que yo era,
Y cómo es compatible la ignorancia suma con la suma
malicia: pero lo más digno de celebrarse es la chusca
contestación de ella á mi papel, que decía: «Señoriío:
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OBRAS ESCOGIDAS 211
agradezco la buena voluniad de usted, y si pudiera la
correspondería, pero estoy queriendo lien á otro caha-
llerito, que si esto no fuera, con nadie me casaría yo
mejor que con usted, aunque sacara dispensa. Dios le
/taya buen reliyioso, y le de ventura en lides. — La que
usted sabe.»
No puedo ponderar bien las agitaciones que sentí
con esta receta. Ella me enceló, me enamoró y me enfu-
reció en términos que esa noche, que fué la víspera de
mi entrada, apenas pude dormir. ¿Qué tal sería el albo-
roto de mis pasiones? Pero por fin, amaneció, y con
la vista de otros objetos fué calmando un poco aquel
tumulto.
Llegó la tarde; me despedí de mi madre, tías y
conocidas, á quienes abracé muy compungido, sin des-
cuidarme de hacer la misma ceremonia con la domina
Poncianita, la que correspondió mi abrazo con bastante
desdén, como que estaba presente su madre, y no me
quería como me significaba.
Acabada la tanda de abrazos, lágrimas y monerías,
nos fuimos para el convento, mi padre, yo, mis tíos y
una porción de convidados que iban á ser testigos de mi
hipocresía.
Luego la suerte (adversa para mí) presagió mi des-
ventura, en mi concepto; porque el silencio con que
íbamos y la larga serie de coches que seguía el nuestro,
212 PENSADOR MEXICANO
representaba bien un duelo, y cuantos nos miraban
en la calle no pensaban otra cosa. En efecto, á mí
y á mis padres se nos podía haber dado el pésame
con justicia.
Llegamos á San Diego; se avisó al padre provincial,
quien nos recibió con su acostumbrado buen carácter, y
montando en el coche en que yo iba con mi padre, nos
dirigimos á Tacubaya, donde está el noviciado de San
Diego.
Luego que nos apeamos á la puerta del convento,
se dispusieron todas las cosas, y luímos al coro, donde se
celebró la función. Tomé el hábito, pero no me desnudé
de mis malas cualidades; yo me vi vestido de religioso
y mezclado con ellos, pero no sentí en mi interior la más
mínima mutación; me quedé tan malo como siempre, y
entonces experimenté por mí mismo que el Jiáhlio no
hace (il inonjo.
Despidióse mi padre de mí y de aquella venerable
comunidad, hicieron lo mismo los demás, y Juan Largo
me dio un grande abrazo, á cuyo tiempo le dije: — No
dejes de- venir á verme. — El me lo prometió; se fueron
todos, y me quedé yo solo y curtido entre los frailes, y
como suele decirse, rabo entre piernas y como perro en
barrio ajeno.
Inmediatamente comencé á extrañar lo áspero del
sayal. Llegó la hora del refectorio, y me disgustó bas-
.t.'i.!.l ^í^í-jiLfc^t. ¿ .k. Lí; .'Vi ,»]-*. ^'.Wi. '.*--■• W li ■ j!^ Ai*-
OBRAS ESCOGIDAS 213
tante lo parco de la cena. Fuíme á acostar, y no hallaba
lugar que me acomodara; por todas partes me lastimaba
la cama de tablas, y como nunca me había dado una
ensavadita en estas mortificaciones, ni de chanza, se me
asentaban demasiado.
Daba vueltas y más vueltas, y no podía dormir pen-
sando en Poncianita, en la Zoi-i-a, en la Cucaracha v en
ti
otras iguales sabandijas, y me arrepentía sinceramente
de mi determinación; renegaba del apoyo que hallé en
Pelayo, y me daba al diablo juntamente con la esquela
de recomendación que tan breve me había facilitado mi
presidio, que así nombraba yo mi nuevo estado; pero él
no tenía la culpa, sino yo, que no era para él.
— ¿No soy buen salvaje y majadero, me decía yo
mismo, en haberme condenado por mi propia voluntad
á esta cárcel tan espantosa y á esta vida tan miserable?
¿Qué caudales me he robado? ¿Qué moneda falsa he
fabricado? ¿Qué herejías he dicho? ¿Qué casa he incen-
diado? ¿Ni qué crimen atroz he cometido para padecer
lo que padezco? ¿Quién diablos me metió en la cabeza
ser fraile, sólo por librarme de ser aprendiz ó soldado?
En cualquiera de estos dos ejercicios me la pasara yo
mejor seguramente, porque comiera cuanto pudiera
hasta hartarme, y lo que se me diera la gana; me
pusiera camisa más que fuera de manta; durmiera en
colchón, si lo tenía, y hasta que se me antojara el día que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 54.
214 PENSADOR MEXICANO
estuviera franco, y por último, gozaría de mi libertad
andando entre mis amigos y conocidas en los bailes y
jaranitas, y no aquí con esta jerga pegada al pellejo, des-
calzo, comiendo mal, durmiendo peor y sobre unas duras
tablas, encerrado, trabajando, y sin ver una muchacha
ni cosa que lo parezca por todo esto. ¡Ahí reniego de
mí, y ¡maldita sea la hora en que yo pensé ser fraile!
Así hablaba yo conmigo mismo, y así hablan todos
aquellos jóvenes de ambos sexos, y en especial las niñas
miserables, que sin una inspiración de Dios y sin una
vocación perfecta abrazan el estado religioso; estado
santo, estado quieto, dulce y celestial para los que son
llamados á él por la gracia; pero estado duro, difícil é
infernal para los que se introducen á él sin vocación.
¡Cuántos, cuántos lo experimentan en sí mismos á la
hora de ésta, tal vez, y sin remedio 1 Cuidado, hijos
míos, cuidado con errar la vocación, sea cual l'uere;
cuidado con entrar en un estado sin consultar más que
con vuestro amor propio, y cuidado, por fin, con echaros
cargas encima que no podáis tolerar, porque pereceréis
debajo de ellas.
Maldiciendo y renegando, como os digo, me quedé
dormido cerca de las once y media de la noche, y apenas
había pegado mis párpados, cuando entra en mi celda un
novicio despertador, y me dice: — Hermano, hermano,
levántese su caridad, vamos á maitines. — Abrí los ojos,
OBIIAS ESCOGIDAS 215
advertí que era fuerza obedecer, y me levanté echando
sapos y culebras en mi interior.
Fui á coro, y medio durmiendo y rezongando lo que
entendía del oficio, concluí mi tarea y volví á mi celda
apeteciendo un pocilio de chocolate siquiera á aquella
hora, porque ciertamente tenía hambre; pero no había
ni á quién pedírselo.
Reinaba un profundo silencio en aquel dormitorio, y
en medio del pavor que me causaba, para entretener mi
hambre, mi vigilia y mi desesperación, me volví á entre-
gar á mis ideas libertinas y melancólicas, y tanto me
abstraje en ellas, que derramé hartas lágrimas de cólera
y de arrepentimiento; pero me venció el sueño al cabo
de las cuatro de la mañana y me quedé dormido;
mas ¡oh desgracia de flojos! no bien había comenzado á
roncar, cuando he aquí al hermano novicio que me vino
á despertar para ir á prima.
Me levanté otra vez lleno de rabia, maldiciéndome á
guisa de condenado; pero allá en mi corazón y sin
hablar una palabra, diciendo entre mí: — ¿Pues no es
<ista una vida pesadísima? ¡Habráse visto empeño como
el que ha tomado este frailecillo en no dejarme dormir!
' . . .
El es mi ahuúote sin duda, es otro doctor Pedro Recio,
pues si el del Quijote quitaba á Sancho Panza los platos
de delante luego que empezaba á comer, éste me quita á
mí el sueño luego que comienzo á dormir.
21G PENSADOR MEXICANO
Pensando estos despropósitos me í'uí a coro, recé
más que un ciego, y al cantar abría tanta boca, pero de
hambre, porque como la cena de la noche anterior no
me gustó mucho, apenas la probó; y así tenía el estó-
mago en un hilo, deseando se acabara la prima para ir á
desquitarme con el chocolate, que me lo prometía de lo
mucho y bueno, pues había oído decir en el siglo que
los frailes tomaban muy buen caracas, y cuando en casa
había algún pocilio muy grande, decían: — Este pozuelón
es frailero. — Con esto vo decía entre mí: — A lo menos si
la cena Tur mala, el desayuno será lamoso. Sí, no hay
duda; ahora me soplaré un tazón de buen chocolate con
sus correspondientes bizcochos, ó cuando no, con cuar-
tilla de pan enmantecado por lo menos.
En esta santa contemplación se acabó el rezo y
salimos de coro; ¡pero cuál lué mi tristeza y enojo
cuando dieron las seis, las seis v media, las siete, v
no parecía tal chocolate ni pareció en toda la mañana,
porque me dijeron que era día de ayuno! Entonces me
acabé de dar á Barrabás, renegando más y con doble
fervor de mi maldito pensamiento de ser fraile, y más
cuando fueron otros dos novicios, y presentándome dos
cubetas de cuero, me dijeron: — Hermano, venga su
caridad; tome esas cubetas, y vamos á barrer el con-
vento mientras es hora de ir á coro.
— Esta está peor, me decía yo; ¡conque no dormir.
f'-\^!rS^!-'-- -:'-
■ ■• ■ .T^-;
OBRAS ESCOGIDAS 217
no comer y trabajar como un macho de norial ¿Esto es
ser novicio? ¿Esto es ser fraile? ¡Ah, pese á mi maldita
ligereza, y á los infames consejos de Pelayo y de Juan
Largo! No hay remedio, yo no soy fraile, yo me salgo;
porque si duro aquí ocho días me acaba de llevar el
diablo de sueño, de hambre y de cansancio. Yo me
salgo, sí; yo me salgo... pero ¿tan breve? ¿Aún no
caliento el lugar y ya quiero marcharme? No puede ser.
¿Qué dirán? Es fuerza aguantar dos ó tres meses, como
quien bebe agua de tabaco, y entonces disimularé mi
salida fingiéndome enfermo; aunque no habrá para qué
afanarme en fingir, pues mi enfermedad será real y ver-
dadera con semejante vida, y plegué á Dios que de aquí
allá no haya yo estacado la zalea ^ en estos santos pare-
dones. ¡Qué hemos de hacer!
Así discurría yo mientras subía agua y regaba los
tránsitos con la picJiandia, siempre triste y cabizbajo;
pero admirándome de ver lo alegres que barrían los
otros dos frailecitos, mis compañeros, que eran tanto ó
más jóvenes que yo. Ya se ve, eran unos virtuosos, y
habían entrado allí con verdadera vocación, y no por
excusarse de trabajar, para holgarse como yo.
El uno de ellos, que era el más muchacho, era muy
• Estacar la zalea: (frase familiar). Morir, con alusión á los borregos, que después
de muertos son desollados y sus zaleas clavadas con estacas en el suelo ó en las paredes
para secarse antes de curtirlas. Lo mismo signiñca la otra frase vulgar: Pelar su indig-
na rata. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 55 .
.'<: ^.,J:\\r-\-M:y
218 PENSADOR MEXICANO
alegre, su color era blanco, su pelo bermejo, sus ojillos
azules y muy vivos, su boca llena de una modesta son-
risa, y como estaba fatigado con el trabajo, estaba colo-
radito y bonito que parecía un san Antonio. Advirtió mi
semblante sombrío y triste, y creyendo el inocente que
era efecto de una suma austeridad y de los escrúpulos
que me agitaban, se llegó á mí y me dijo con mucho
agrado: — Hermanito. ¿qué tiene? ¿por qué está tan
triste? Alégrese; la alegría no se opone al servicio de
Dios. Este Señor es todo bondad. Somos sus hijos, no
sus esclavos; quiere que lo amemos como á padre, y que
lo adoremos como al Señor Supremo; no que lo temamos
con un miedo servil, no; ¡si no es nuestro tirano! Es un
Dios lleno de dulzura, no un Dios parricida como el
Saturno de los paganos. Su vista sólo alegra á los santos
y hace toda la felicidad del cielo. Su servicio debe inspi-
rar á los suyos la mayor confianza y alegría.
El santo rey David nos dice expresamente: servid al
Señor con ale(/."ía, y el Eclesiástico: ^< arroja lejos de tí
la tristeza, porque es pasión que á muchos quita la vida,
y en ella no hay utilidad.» Pero ¿qué más? el mismo
Jesucristo nos manda «que no queramos hacernos tristes
como los hipócritas.» Conque, hermanito, alegrarse, ale-
grarse y desechar escrúpulos é ideas funestas, que ni
hacen honor á la Deidad ni traen provecho á las almas.
Yo agradecí sus consejos al buen religiosito, y le
j;:!&£^'
OBRAS ESCOGIDAS
219
envidié su virtud, su serenidad y alegría; porque no sé
qué tiene la sólida virtud que se hace amable de los
mismos malos.
Llegó la hora de la misa conventual, y fuimos á
coro. Entonces advertí que no asistían algunos padres
que había visto por el convento. Pregunté el motivo, y
me dijeron que eran padres graves y jubilados ó exentos
de las asistencias de comunidad. Con esto me consolé un
poco, porque decía: — En caso de profesar, que lo dudo,
como yo sea padre grave, ya estoy libre de estas cosas. —
Fuimos á coro.
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CAPITULO XII
Trátase sobre los malos y los buenos consejos; muerte del padre de Periquillo,
y salida de éste del convento
Estuve en el coro durante la tercia y la misa; pero
con la misma atención que el facistol. Todo se me
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 56.
■ V_. T^J - '^
.'^1.:^: ^■>^>.j9ini¿a¿4
222 PENSADOR MEXICANO
fué en cabecear, estirar los párpados y bostezar, como
quien no había cenado ni dormido.
El que presidía lo notó, y luego que salimos me
dijo: — Hermano, parece que su caridad es harto flojillo;
enmendarse, que aquí no es lugar de dormir.
Yo no dejé de incomodarme, como que no estaba
acostumbrado á que me regañaran mucho; pero no osé
replicar una palabra. Me calé la capilla, y marché á
continuar la limpieza de mi santo cuartel.
Llegó la hora bendita del refectorio, y aunque la
comida era de comunidad, á mí me pareció bajada del
cielo, como que á buena hambre no hay mal pan.
En fin, me luí acostumbrando poco á poco á sufrir
los trabajos de fraile y el encierro de novicio, mante-
niendo el estómago debilitado, consolando á mis ojos
soñolientos, animando mis miembros fatigados con d
trabajo y tolerando las demás penalidades de la reli-
gión, con la esperanza de que. en cumpliendo seis mesoí^,
fingiría una enfermedad, y me volvería á mis ajos y
coles, que había dejado en la calle.
Esta esperanza se avaloraba con la vista de mi
padre de cuando en cuando, pero más y más con los
siempre cristianos, prudentes y caritativos consejos de
mis dos mentores Januario y*Pelayo, que solían vi:?i-
tarme con licencia del padre maestro de novicios, á
quien mi padre los había recomendado.
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OBRAS ESCOGIDAS 223
Uno me decía: — Sí, Perico; no harás otra cosa
mejor que mudarte de aquí: mírate ahí como te has
puesto en dos días; flaco, triste, amarillo, que ya con
la mortaja encima no falta más sino que te entierren,
lo que no tardarán mucho en hacer estos benditos
frailes, pues con toda su santidad son bien pesados é
imprudentes. Luego luego quisieran que un pobre
novicio fuera canonizable ; todo le notan, todo le cas-
tigan; nada le disimulan ni perdonan: ya se ve, ningún
padre maestro se acuerda que fué novicio. — Esto me
decía el menos malo de mis amigos, que era Pelayo;
que el Juan Largo maldito, ése era peor; blasfemaba
de cuantos frailes y religiosos había en el mundo; y
¿en qué términos lo haría, pues siendo yo algo peor
que Barrabás, me escandalizaba?
Ciertamente que no son para escritas las cosas que
me decía de todas, y en especial de aquella venerable
religión, que no tenía la culpa de que un picaro como
yo se acogiera á ella sin vocación y sin virtud, sólo
para eludir los muy justos designios de su padre; pero
por sus consejos inferiréis el fondo de maldad que abri-
gaba su corazón.
— No seas tonto, me decía: salte, salte á la calle;
no te vayas á engreír aquí y profeses, que será ente-
rrarte en vida: Eres muchacho, salvaje, goza del
mundo. Las muchachas tus conocidas siempre me pre-
:tói.,.
224 PENSADOR MEXICANO
guntan por tí: mi prima ha llorado mucho, te extra-
ña, y dice que ojalá no fueras fraile, que ella se
casara contigo. Conque salte, Periquillo, hijo, salte,
y cásate con Poncianita, que es la única hija de don
Martín y tiene sus buenos pesos. Ahora, ahora que-
te quiere has de lograr la ocasión ; pues si ella pierde
la esperanza de tu salida y se enamora de otro, lo
pierdes todo. ¡Ojalá y yo no fuera su primo 1 á buen
seguro que te diera estos consejos, pues yo los tomara
para mí; pero no puedo casarme con ella, al fin se
ha de casar con cualquiera, y ese cualquiera no ha de
ser otro más que tú, que eres mi amigo; pues lo que
se ha de llevar el moro, mejor será que se lo lleve el
cristiano. ¿Qué dices? ¿Qué le digo? ¿Cuándo te sales?
Yo era maleta, y luego con las visitas y persua-
siones de este tuno me pervertía más y más, y llegué
á tanto grado de desidia que no hacía cosa á derechas
de cuantas me mandaba la obediencia. Si salía á acoli-
tar, estaba en el altar inquietísimo; mi cabeza parecía
molinillo, y no paraban mis ojos de revisar á cuanta
mujer había en la iglesia; si barría el convento lo
hacía muy mal; si servía el refectorio, quebraba los
platos y escudillas; si me tocaba algún oñcio en el coro,
me dormía; finalmente, todo lo hacía mal, porque todo
lo hacía de mala gana; con esto, raro era el día en
<jue no entraba al refectorio con la almohada, la escoba
,.-^-,.-^.vr
OBRAS ESCOGIDAS 225
Ó los tepalcates colgados, con un tapaojos ó con otra
señal de mis malas mañas v de las ridiculeces de los
frailes, como yo decía.
Los primeros días se me asentaba la silla un poco, '
esto es, se me hacían pesadas semejantes burlas y mo-
jigangas, como yo las llamaba, siendo su propio nombre
¡renitencias; pero después me fui connaturalizando con
ellas de modo que se me daba tanto de entrar al coro
ó refectorio con una sarta de guijarros, pendiente del
cuello, como si llevara un rosario de Jerusalén.
Así cayendo y levantando, y haciendo desesperar
á los benditos religiosos, llegué á cumplir seis meses
de novicio, tiempo que desde el primer día me había
prefijado para salirme á la calle y volverme á mis
andanzas en el siglo. Ya estaba yo pensando de qué
mal sería bueno enfermarme, ó fingir que me enfer-
maba, para cohonestar mi veleidad, y habiendo, por
último, elegido la epilepsia, ya iba á descargar sobre
el corazón sensible de mi padre el golpe fatal, escri-
biéndole mi resolución de sah'rme, cuando llegó Januario
y me dio la triste noticia de hallarse mi dicho padre
gravemente enfermo y desahuciado de los médicos.
Afligióme semejante nueva, y trataba de acelerar
mi salida; pero Januario me contuvo diciéndome que
i Esta comparación con los caballos apenas se puede pasar á Periquillo, si no es
hablando de sí mismo. E. .
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 57.
226
PENSADOR MEXICANO
tiempo había para ella; que por entonces suspendiera
mi resolución, pues nada iba á medrar, y antes podría
suceder que mi padre con la pesadumbre se agravara
y se abreviaran sus días por mi precipitación; y así,
que me sosegara, que por muerte ó por vida de mi
padre se haría la cosa después con más acierto y menos
inconvenientes.
Hícelo así, y confieso que me convenció, porque,
á pesar de ser tan malo, esta vez me aconsejó como
hombre de bien.
Los hombres,, hijos míos, son como los libros. Ya
Silbéis que no hay libro tan malo que no tenga algo
bueno; así los hombres, no hay uno tan perverso, que
tal cual vez no tenga algunos buenos sentimientos; y
en esta inteligencia, el mayor pecador, el más relajado
y libertino, puede darnos un consejo sano y edificante.
Cinco días pasaron después del que me habló Janua-
rio, cuando vino á verme don Martín, y previniéndome
el ánimo con los consuelos que le dictó su caridad,
me dio una carta cerrada de mi padre, y con ella la
noticia de su fallecimiento.
La naturaleza apretó mi corazón, y mis lágrimas
manifestaron en abundancia mis sentimientos. Don Mar-
tín repitió sus consuelos, y se fué á dar algunas limos-
nas al padre provincial para sufragios por el alma del
difunto. El padre vicario, los coristas y mis connovicios,
IÍ-«£Ai«.'j>. :'di
.< A. . t I . . e
^ .'.*<« ^.^4
OBRAS ESCOGIDAS 227
entraron á mi celda y me daban todos aquellos consuelos
que se apoyan en la religión, y luego que calmó un
poco mi dolor, me dejaron solo y se retiraron á
sus destinos. Dos días pasaron sin que yo me atre-
viese á abrir la carta, pues cada vez que la quería
abrir, leía el sobrescrito que decía: A mi qíioi'ido hijo
Pedro Sarmicjito. Dios lo (/üífrdc en su sanUí (¡vacia
muchos años. Entonces se estremecía mi corazón sobre-
manera, y no hacía más que besarla y humedecerla
con mis lágrimas, pues aquellos pocos caracteres me
acordaban el amor que siempre me había tenido, y su
constante virtud que me había inspirado.
¡Ay, hijos! ¡Qué cierto es que el buen padre, la
buena esposa y el buen amigo, s<')lo se conocen cuando
la muerte cierra sus ojos! Yo sabía que mi padre era
bueno; pero no lo conocí bien hasta que tuve la noti-
cia de su fallecimiento. Entonces á un golpe de vista
vi su prudencia, su amor, su juicio, su afabilidad y
todas sus virtudes, y al mismo tiempo eché de ver el
maestro, el hermano, el amigo y el padre que había
perdido.
Al cabo de tres días abrí la carta, cuyo contenido leí
tantas veces que se me qued(^ en la memoria, y por ser
sus documentos digna herencia de vuestro abuelo, os
la quiero dejar aquí escrita.
228 PENSADOR MEXICANO
«Amado hijo: al borde del sepulcro te escribo ésta,
que según mi orden, te entregarán luego que esté mi
cadáver sepultado. ^
»No tengo más bienes que dejar á tu pobre madre,
que cuatro reales y los pocos muebles de casa para que
pase sin ansias algunos días de su triste viudedad; y á tí,
hijo mío, ¿qué te podré dejar, sino escritas por mi mano
trémula y moribunda, aquellas mismas máximas que he
procurado inspirarte toda mi vida? Hazles lugar en tu
corazón y procura traerlas á la memoria con frecuencia.
Obsérvalas, que jamás te arrepentirás de su observancia.
»Ama á Dios, témelo y reconócelo por tu padre,
tu señor y tu benefactor.
>;Sé fiel á tu patria y respeta á las autoridades esta-
blecidas.
» Pórtate con todos como quisieras se portaran con-
tigo.
»A nadie hagas daño, y jamás omitas el bien que
puedas hacer.
»No aflijas á tu madre, ni excites su llanto; porque
las lágrimas que derraman las madres por los malos
hijos, claman ante Dios contra éstos por la venganza.
» Jamás desprecies los clamores del pobre, y hallen
sus miserias un abrigo en tu corazón.
»No juzgues del mérito de los hombres por su exte-
rior, (jue éste es engañoso las más veces.
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OBRAS ESCOGIDAS 229
»No te empeñes nunca en singularizarte en nada.
»Si profesares en esa santa religión, no olvides en
ningún tiempo los votos con que te has consagrado á
Dios.
»No te afanes por alcanzar los puestos honoríficos
de la religión, ni te entristezcas si no los alcanzares, que
esto no es propio del verdadero religioso que ha abando-
nado el mundo y sus pompas.
»Si fueres padre maestro ó prelado, no olvides la
observancia de tu regla; antes entonces debes ser más
modesto en el húbito, más puntual en el coro y más
edificante en todo; pues no es razón que exijas de tus
subditos el estrecho cumplimiento de su obligación, si tú
les enseñas otra cosa con el ejemplo.
»No te mezcles en los negocios y asambleas de los
seglares, porque no los escandalice tu relajación; pues
tan bien parece un religioso en el coro, en el claustro, en
el altar, pulpito ó confesonario, como mal en el paseo,
tertulia, juego, baile, coliseo y estrados de visitas.
;>No uses copetes en el cerquillo á modo de faisán ó
pavo, que esta sola divisa manifiesta el poco espíritu
religioso, y declara bien lo apegado que está el que lo
usa al mundo y á sus modas.
V Final niente, si no profesas, guarda los preceptos
del Decálogo en cualquiera que sea el estado de tu vida.
Ellos son pocos, fáciles, útiles, necesarios y provecho -
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, A. — 58.
■Ic.L.r — -^' .t. -jál. -
230 PENSADOR MEXICANO
SOS. Están fundados en el derecho natural y divino.
Lo (jue nos mandan es justo: lo que nos prohiben es
en beneficio nuestro y de nuestros semejantes; nada
tienen de violento sino para los abandonados y libertinos;
y por último, sin su observancia es imposible lograr ni la
paz interior en esta vida, ni la felicidad eterna en la otra.
» Acuérdate, pues, de esto, y de que dentro de pocos
días seguirás el camino en que va á entrar tu padre,
cuya bendición con la de Dios te alcance por siempre.
Adiós, hijo amado. A las orillas de la eternidad, tu
amante padre — Manuel.»
Esta carta no hizo más efecto que entristecerme
algunos ratos, pero sin profundizar sus verdades en mi
corazón, porque á éste le faltaba disposición para recibir
tan saludable semilla.
Pasaron quince días, en cuyo corto tiempo se me
olvidaron en gran parte los sentimientos de la muerte de
mi padre, los avisos de su carta, esto es, el primer
espíritu de compunción con (jue la leí, y sólo me acor-
daba de mi apetecida libertad.
Al cabo de estos días vino Januario y me trajo un
recado de mi madre, diciéndome que estaba muy apesa-
rada y triste en su soledad, y que ya era tiempo para que
yo realizara mis proyectos, pues habiendo muerto mi
padre, ya no había cosa que embarazara mi salida; antes
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OBRAS ESCOGIDAS 231
ésta podría servir á mi madre de consuelo, y otras cosas
á este modo con que acabé yo de resolverme.
Le manifesté ;i Januario la carta de mi padre, y él
luego que la leyó se echó á reir, y me dijo: — Está bueno
el sermón, no hay que hacer. Tu padre, hermano, erró
la vocación de medio á medio. Era mejor para misionero
que para casado; pero consejos y bigotes, dicen que ya
no se usan. La herencia está muy buena, aunque yo
no daría por ella una peseta. Si como tu padre te dejó
advertencias, te hubiera dejado monedas, se las deberías
agradecer más; porque, amigo, un peso duro vale más
que diez gruesas de consejos. Guarda esta carta, y salte
á ver qué haces con lo que ha dejado tu padre, porque tu
madre ¿(jué ha de hacer? En cuatro días lo gasta y se
acaba, v ni tú ni ella lo disfrutáis.
Yo le agradecí aquellos que me parecían buenos
consejos, y le dije que le propusiera á mi madre mi
salida, pretextándole mi enfermedad y lo útil que yo le
podía ser á su lado. Januario me ofreció desempeñar
el asunto v volver al otro día con la razón.
«
Incjuietísimo me (juedé yo esperando la resolución de
mi madre, no porque yo (juería captar su venia, pues
no la juzgaba necesaria, sino para con esta hipocresía
atarle la voluntad de modo que me franqueara sin reser-
va todos los mediecillos que mi padre había dejado, y se
fiara de mí, como si yo fuera un buen hijo.
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232 PENSADOR MEXICANO
Todo me sali<'> según me lo propuse, pues al día
siguiente volvió Januario. y me dijo (jue todo estaba
corriente; (jue él había ponderado mucho mi falsa enfer-
medad í\ mi madre, y díchole <jue yo lloraba mucho por
ella, í|ue tanto por mi salud, como por servirla y acom-
pañarla, deseaba salirme; pero (|ue esperaba su parecer,
porcjue era tan bueno su hijo, (jue sin su licencia no
daría un paso. A lo (|ue mi madre le contestó: que
saliera enhorabuena, pues mi salud valía más (jue todo,
y en todas partes se podía servir á Dios.
— Oídos (¡uc tales orejas, ' dije yo al escuchar estas
razones. Mañana comemos juntos, Januario... — Y al
instante vamos á visitar á Poncianita , m(^ dijo él,
que cada día está más chula el diantre de la mu-
chacha.
En conversaciones tan edificantes como óstas pasa-
mos el rato que me piM-mitió la campana, á cuyo toque
se despidió Januario, quedándome yo deseando llegara la
noche para avisarle mi deí (nominación al padre maestro
de novicios.
Llegó en efecto, y á mi parecer más tarde que otras
veces. Luego que tuve lugar me entré en su celda, y le
dije que estaba enfermo, y á más de eso, que mi madre
había quedado viuda, pobre y sin más hijo que yo, y que
1 Oidos qua tal oyen dice la expresión familiar castellana; pero por el disparate de
un estudiante se ha hecho común decirse como en este lugar. E.
' '■ '^V \ - ■ ■•".«trf^i'J.-ls.^.-A
OBRAS ESCOGIDAS 233
así pensaba volverme al siglo; que me hiciera favor de
facilitarme mi ropa.
El buen religioso me escuchó con santa paciencia, y
me dijo: que viera lo que hacía; que ésas eran tenta-
ciones del demonio; si estaba enfermo, médicos y botica
tenía el convento, y que allí me curarían con el mismo
cuidado que en mi casa; que si mi madre había quedado
viuda y pobre, no había quedado sin Dios, que es padre
universal y no desampara á sus criaturas; y por último,
que lo pensara bien. — Ya lo tengo bien pensado, padre
maestro, le dije, y no hay remedio, yo me salgo, porque
ni la religión es para mí, ni yo para la religión.
Enfadóse su paternidad con estas razones, y me dijo:
— La religión es para todos los que son para ella; mas
su caridad dice bien, que no es para la religión, y así me
lo ha parecido algunas veces. Vaya con Dios. Mañana
temprano mandaré avisar á nuestro padre provincial, y
se irá á su casa ó á donde le parezca.
Me retiré de su vista, y esa noche ya no quise ir á
coro ni á refectorio (ni me hicieron instancia tampoco),
y á otro día entre nueve y diez de la mañana me llamó
el padre maestro de novicios, me despojó solemnemente
de los hábitos, me dio mi ropa, y me marché para la
calle, dirigiéndome inmediatamente para México.
- Después que descansé un rato en un asiento de la
alameda, y me sacudí el polvo del camino, que había
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, I, A. — 59.
•^
234 PENSADOR MEXICANO
hecho desde Tacubaya, me dirigía á mi casa, é iba yo
envuelto en mi capa, con mi pañuelo amarrado en la
cabeza y lleno de confusión, pensando que estaba como
excomulgado y separado de aquellos siervos de Dios.
No sé qué pavor se apoderaba de mi corazón cada vez
que volvía Ja cara y veía las sagradas paredes de San
Diego, depósitos do la virtud y quietud, de donde yo me
retiraba.
— No hay duda, decía vo entre mí, vo acabo de
dejar el asilo de la inocencia; yo he dejado la única tabla
á que podía asirme en el naufragio de esta vida mortal.
Dios me verá como un ingrato, y los hombres me des-
preciarán como un inconstante... |Ah, si pudiera yo vol-
verme I
En estas serias meditaciones iba yo embebecido,
cuando me tiró de la capa uno de mis antiguos con-
tertulianos que me conoció y acompañaba á una de
las coquetillas más desenvueltas que yo había chuleado
antes de entrar en el convento.
Luego ([ue nos saludamos y reconocimos los tres,
me pregunt(') él, cuándo me había salido y por qué.
Le respondí que a(juel mismo día, y por la muerte de
mi padre y mi enfermedad. Me lo tuvieron á bien, y me
llevaron á almorzar á un figón, donde comí á lo loco
y bebí punto menos, con cuyos socorros se disiparon mis
tristezas.
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OBRAS ESCOGIDAS
235
Despidiéronse de mí, y me fuf para mi casa. Luego
que mi madre me vio, comenzó á abrazarme y á llorar
amargamente; pero me manifestó su contento por te-
nerme otra vez en su compañía. ¿Quién le había de
decir que sus trabajos comenzaban desde aquel día, y
(jue mi persona, lejos de proporcionarle los consue-
los y alivios que se prometía, le había de ser funesta-
mente gravosa? Pero así fué, como veréis en el capítulo
siguiente.
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CAPITULO XIII
Trata Periquillo de quitarse el luto, y se discute sobre los abusos de los funerales,
pésames, entierros, lutos, etc.
Entramos on la época más desarreglada de mi vida.
Todos mis extravíos referidos hasta aíjuí son frutas y
pan pintado respecto á los delitos que se siguen. Cierta-
mente me horrorizo yo mismo, y la pluma se me cae de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 60.
238 PENSADOR MEXICANO
la mano al escribir mis escandalosos procederes, y al
acordarme de los riesgos y lances terribles que á cada
momento amenazaban mi honra, mi vida y mi alma;
por(|ue es evidente que el hombre mientras es más
vicioso está más expuesto á mayores peligros. Ya se
sabe (|ue nuestra vida es un tejido continuo de sustos,
miserias, riesgos y zozobras (jue por todas partes nos
amagan; pero el hombre de bien con su conducta arre-
glada se libra de muchos de ellos y se hace feliz en
cuanto cabe en esta vida miserable; cuando por el con-
trario, el hombre vicioso y abandonado, no sólo no se
libra de los males (jue naturalmente nos acometen, sino
(jue con su misma relajación se mete en nuevos empe-
ños y llama sobre sí una espantosa multitud de peli-
gros y lacerías, (jue ni remotamente los experimentara
si viviera como debía vivir, y de este fácil principio se
comprende por (juó los mñs viciosos son los más llenos
de aventuras y acaso los que lo pasan peor aún en esta
vida. Yo fui uno de ellos.
Seis meses estuve en mi casa haciendo una vida
bien hipócrita; ponjue rezaba el rosario todas las noches,
según la costumbre de mi difunto padre, salía muy poco
á la calle, no asistía á ninguna diversi(')n . hablaba de la
virtud y de cosas de Dios con frecuencia, y en una pala-
bra, hice tan bien el papel de hombre de bien, que la
pobre de mi madre lo creyó y estaba conmigo loca de
^-■' : ■■Z;<r!^:'< ■■■.■:■ - . y- . . . . '• . r '■„ ■ -^ .-■".- ■; ' cv-rí' ;^ ■ ^ ;-^ ■ 'y¿
OBRAS ESCOGIDAS 239
contenta. ¡Qué mucho! si la tragó Januario siendo tan
veterano en picardías, y tanto lo creyó, que un día me
dijo: — Periquillo, me has admirado: ciertamente que tú
naciste para fraile, pues cuando yo esperaba que salieras
á coger las primicias de tu libertad absoluta y que nos
daríamos los dos nuestros verdes muy razonables, te veo
encerrado y hecho un anacoreta en tu casa. — ¡Pobre de
Januario! ¡Pobre de mi madre! ¡Y pobres de cuantos
se persuadieron ñ que era virtud lo que sólo era en mí
una malicia muy refinada!
Trataba yo de conceptuarme bien con mi madre
para que confiando en mí totalmente no me escaseara
los mediecillos que mi padre le hubiera dejado, lo que
no me fué difícil conseguir con mis estratagemas mali-
ciosas.
De facto, mi madre me descubrió y aun me hizo
administrador de los bienecillqs que habían quedado, y
consistían en mil y seiscientos pesos en reales; como
quinientos en deudas cobrables, y cerca de otros mil
en alhajitas y muebles de casa. Cortos haberes para un
rico; mas un capitalito muy razonable para sostenerse
cualquier pobre trabajador y hombre de bien; pero sólo
eso era lo que me faltaba, y así di al traste con todo
dentro de poco tiempo, como lo veréis.
Cualquier capitalito razonable ñorece en las manos
de un hombre de conducta y aplicado al trabajo; pero
V
V
240 PENSADOR MEXICANO
ninguno es suficiente para medrar en las de un joven
como yo, que no sólo era disipado, sino disipador.
El dinero en poder de un mozo inmoral y relajado
es una espada en las manos de un loco furioso. Como
no sabe hacer de él el uso debido, constantemente sólo
le sirve de perjudicarse á sí mismo y perjudicar á otros,
abriendo sin reserva la puerta á todas las pasiones, facili-
tando la ejecución de todos los vicios y acarreándose por
consecuencia necesaria un sinnúmero de enfermedades,
miserias, peligros y desgracias.
Para precavci' así la dilapidación de los mayorazgos,
como la total ruina de estos pr(')digos viciosos, meten la
mano los gobiernos, y (juitándoles la administración y
manejo del capital, les señalan tutores que los cuiden
y adieten como á unos muchachos ó dementes; porque
si nó, en dos por tres tirarían los bancos de Londres si
los hubieran á las manos.
¡Es una vergüenza que á unos hombres regular-
mente bien nacidos, y sin la desgracia de la demencia,
sea menester que las leyes los sujeten á la tutela y los
reduzcan al estado de pupilos, como si fueran locos ó
muchachos! Pero así sucede, y yo he conocido algunos
de estos mayorazgos sin cabeza.
Si yo hubiera sido mayorazgo no me hubiera (jue-
dado por corto para tirar todo el caudal en dqs semanas,
pues era flojo, vicioso y desperdiciado: tres requisitos que
'-(iS:-
OBRAS ESCOGIDAS 241
con sólo ellos sobra para no quedar caudal á vida por
opulento y pingüe que sea.
Atando el hilo de mi historia digo: que ya me can-
saba yo de disimular la virtud que no tenía, y deseando
romper el nombre y quitarme la máscara de una vez, le
dije un día á mi madre: — Señora, ya no tarda nada el
día de san Pedro. — ¿Y ({ué me quieres decir con eso?
preguntó su merced. — Lo (jue quiero decir, le respondí,
es que ese día es de mi santo, y muy propio para qui-
tarnos el luto. — ¡Ayl no lo permita Dios, decía mi
madre. ¿Yo quitarme el luto tan breve? ni por un
pienso. Amé mucho á tu padre y agraviaría su memo-
ria si me quitara el luto tan presto.
— ¿Cómo tan presto, señora? decía yo; ¿pues ya no
han pasado seis meses? — ¿Y qué, decía ella toda escan-
dalizada, seis meses de luto te parecen mucho para
sentir á un padre y á un esposo? No, hijo, un año
se debe guardar el luto riguroso por semejantes per-
sonas.
Ya ustedes verán que mi madre era de aquellas
señoras antiguas que se persuaden á que el luto prueba
el sentimiento por el difunto, y gradúan éste por la dura-
ción de aquél; pero ésta es una de las innumerables vul-
garidades que mamamos con la primera leche de nues-
tras madres.
Es cierto que se debe sentir á los difuntos que ama-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 61.
^¿.•lh■J. k.'i;_';,s.í-. ■■i.Üi'.
242 PENSADOR MEXICANO
mos, y tanto más cuanto más estrechas sean las rela-
ciones de amistad ó parentesco que nos unían con ellos.
Este sentimiento es natural, y tan antiguo, que sabe-
mos que las repúblicas más civilizadas que ha habido
en el mundo, Grecia y Roma, no sólo usaban luto,
sino que hacían aún demostraciones más tiernas que
nosotros por sus muertos. Tal vez no os disgustará sa-
berlas.
En Grecia, á la hora de expirar un enfermo, sus
deudos y amigos que asistían, se cubrían la cabeza en
señal de su dolor para no verlo. Le cortaban la extre-
midad de los cabellos y le daban la mano en señal de la
pena que les causaba su separación.
Después de muerto cercaban el cadáver con velas, *
lo ponían en la puerta de la callo, y cerca de 6\ ponían
un vaso con agua lustral, con la que rociaban á los que
asistían á los funerales. Los que concurrían al entierro
y los deudos llevaban luto.
Los funerales duraban nueve días. Siete se conser-
vaba el cadáver en la casa, el octavo se quemaba, y el
noveno se enterraban sus cenizas. Con poca diferencia
hacían lo mismo los romanos.
Luego que expiraba el enfermo daban tres ó cuatro
alaridos para manifestar su sentimiento. Ponían el cadá-
• En los primeros días del cristianismo se usaban ya los cirios ó hachas de cera;
pero anteriormente no se conocían, pues que ni en pinturas ni en grabados ó medallas
se ve algo que se les parezca, y candela propiamente quiere decir lu2. E.
.■•IimJtiiCWIHlfrli-
; ■ ■ — '.v.j ,^: -.T-..» j„-^^..-_v v:.,.-..
OBRAS ESCOGIDAS 243
ver en el suelo, lo lavaban con agua caliente y lo ungían
con aceite. Después lo vestían y le ponían las insignias
del mayor empleo que había tenido.
Como aíjuellos gentiles creían que todas las almas
debían pasar un río del infierno que llamaban Aque-
rontc, para llegar á los Elíseos, y en este río había S(')lo
una barca, cuyo amo era un tal Carón, barquero intere-
sable que á nadie pasaba si no le pagaban el Hete, le
ponían los romanos í\ sus muertos una moneda en la
boca para el efecto.
A seguida de esto, exponían el cadáver al público
entre hachas y velas encendidas, sobre una cama en la
puerta de la casa.
Guando se había de hacer el entierro, se llevaba el
cadáver al sepulcro <') en hombros de gente <') en literas,
(como nosotros antes de hoy los llevábamos en coches).
Acompañaba al cadáver la música lúgubre, y unas muje-
res lloronas al((uiladas, que llamaban por esta razón
Prcüficw, y en castellano se llaman plañideras. (|ue
con sus llantos forzados reglaban el tono de la música
y el punto que había de seguir en el suyo el acompa-
ñamiento.
Los esclavos á (juienes el difunto había dado libertad
en su testamento iban con sombreros puestos y hachas
encendidas. Los hijos y parientes con los rostros cubier-
tos y tendido el cabello. Las hijas con las cabezas descu-
. ..L:Í::Í^ L:.-.=Í- )SdSS¿'Ji%.^ ■:«.■*■ ■'■ :-■ '■■ '^'^
244 PENSADOR MEXICANO
biertas, y todos los demás amigos con el pelo suelto
y vestidos de luto.
Si el difunto era ilustre, se conducía primero el
cad.'iver á la plaza, y desde una columna que llamaban
de ¡a,< a/'cngas, un hijo ó pariente pronunciaba una
oraci<'>n fúnebre en elogio de sus virtudes. Tan antiguos
así son los sermones de honras.
Después do esto, se conducía el cadáver al sepulcro,
sobre cuyo lugar hubo variación. Algún tiempo se con-
servaban los cadáveres en las casas de los hijos. Después,
viendo lo perjudicial de este uso, se estableció por buen
gobierno (jue se sepultasen en despoblado, y ya desde
entonces procuraba cada uno labrar sepulcros de piedra
para sí y su lamilia. ' Lo mismo observaron los griegos,
con excepci(3n de los lacedemonios. Los pobres (|ue no
podían costear este lujo, se enterraban como en todas
partes, en la tierra pelada.
Después se acostumbró quemar á los héroes di-
funtos. Para esto ponían el cadáver sobre la pira^ que
era un montón bien elevado de leña seca , la que
rociaban con licores y aromas olorosos, y los parien-
tes le pegaban faego con las hachas que llevaban en-
* ¡Bella providencia! que hemos visto imitada en México desde la peste de 1813,
aboliéndose el envejecido abuso de sepultarse los cadáveres en las iglesias, y dándoles
sepulcros en los campos cantos suburbios, conforme á las determinaciones de los Conci-
lios. ¡Ojalá no se olvide, ni haya sus infracciones toleradas ó impunes!
• Esta costumbre remedan nuestras piras. Por esto se hacen elevadas, se colman
de luces, se adornan con jarras que despiden aromas olorosos, se colocan los bustos de
los difuntos en sus cúpulas, y se ponen con las insignias de sus empleos.
-'- w-
OBRAS ESCOGIDAS 245
cendidas, volviendo en aquel acto las caras á la parte
opuesta.
Mientras ardía el cadáver, los parientes echaban al
fuego los adornos y armas del difunto, y algunos sus
cabellos en prueba de su dolor.
Consumido el cadáver , se apagaba el fuego con
agua y vino, y los parientes recogían las cenizas y las
colocaban en una urna entre flores y aromas. Des-
pués el sacerdote rociaba á todos con agua para pu-
rificarlos, y al retirarse, decían todos en alta voz:
y^ terna ni vale, ó que te raya bien eternamente, cuyo
buen deseo explica mejor nuestro requiescat in pace,
en pa^ descanse. Hecho esto, se colocaba la urna en
el sepulcro, y grababan en él el epitafio, y estas cua-
tro letras S. T. T. L., que querían decir: Sit tibí térra
lecís, séate la tierra lece, para que los pasajeros de-
seasen su descanso. Entre nosotros se ve una cruz en
un camino, ó un retablito de algún matado en una
calle , á fin de que se haga algún sufragio por su
alma.
Concluida la función, se cerraba la casa del difunto,
y no se abría en nueve días, al fin de los cuales se hacía
una conmemoración.
Los griegos cerca de la hoguera ó pira ponían ñores/
miel, pan, armas y viandas... ;Ayl ofrendas, ofrendas
de los indios, ¡qué antiguo y supersticioso es vuestro
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 62.
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i
246 PENSADOR MEXICANO
origen! ^ Toda la función se concluía con una comida que
se daba en casa de algún pariente. Hasta esto imitamos,
acordándonos que los duelos con pan son menos.
¿Y acaso sólo los griegos y romanos hacían estos
extremos de sentimiento en la muerte de sus deudos y
amigos? No, hijos míos. Todas las naciones y en todos
tiempos han expresado su dolor por esta causa. Los
hebreos, los sirios, los caldeos y los hombres más
remotos de la antigüedad, manifestaban su sensibilidad
con sus finados, ya de uno, ya de otro modo. Las nacio-
nes bárbaras sienten y expresan su sentimiento como las
civilizadas.
Justo es sentir á los difuntos, y en los libros sagra-
dos leemos estas palabras: <^Llora por el difunto, porque
ha faltado su luz ó su vida.;; Supra moriain plora, defecit
cniín, Itij' c/((s, (Eccl., cap. 22, v. 10). Jesucristo^ lloró
la muerte de su querido Lázaro, y así sería un absurdo
horroroso el llevar á mal unos sentimientos que inspira
la misma naturaleza y blasfemar contra las demostra-
ciones exteriores que los expresan.
Así es que yo estoy muy lejos de criticar ni el sen-
timiento ni sus señales; pero en la misma distancia me
hallo para calificar por justos los abusos que notamos en
' Todavía hay pueblos donde los indios ponen á sus muertos un itacate, que es un
envoltorio con cosas de comer, y algunos realillos. En otros, á más de esto, les esconden
un papel lleno de disparates para el Eterno Padre, y sus ofrendas son con igual supers-
tición. En otro lugar diremos quiénes sostienen estos abusos.
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OBRAS ESCOGIDAS 247
éstas, y creo que todo hombre sensato pensará de la
misma manera; porque ¿quién ha de juzgar por razona-
bles las lloronas alquiladas de los romanos, ni los fletes
que ponían á sus muertos en la boca? ¿Quién no reirá la
tontería de los coptos, que en los entierros corren por
las calles dando alaridos en compañía de las plaíiidevas,
echándose lodo en la cara, dándose golpes, arañándose,
con los cabellos sueltos y representando todo el exceso
de unos furiosos dementes? ¿Quién no se horrorizará de
aquella crueldad con que en otras tierras bárbaras se
entierran vivas las viudas principales de los reyes ó
mandarines, etc.?
Todos, ala verdad, criticamos, aleamos y ridiculi-
zamos los abusos de las naciones extranjeras, al mismo
tiempo que, ó no conocemos los nuestros, ó si los co-
nocemos no nos atrevemos á desprendernos de ellos,
venerándolos y conservándolos por respeto á nuestros
mayores, que así los dejaron establecidos.
Tales son los abusos que hasta hoy se notan en
orden á los pésames, funerales y lutos. Luego que
muere el enfermo entre nosotros se dan sus alaridos,
regularmente para manifestar el sentimiento. Si la casa
es rica, es lo más usado despachar al muerto al depósito;
pero si es pobre, no se escapa el zelorio. Este se reduce á
tender en el suelo el cadáver, ya amortajado en medio de
cuatro velas, á rezar algunas estaciones y rosarios, á
■.1. '•.-i" •-<»-• ■:V.^?ÍÍ-
248 PENSADOR MEXICANO
beber dos chocolates, y, para no dormirse, á contar
cuentos, y á entretener el sueño con boberías, y quizá
con criminalidades. Yo mismo he visto quitar créditos y
enamorar á la presencia de los difuntos. ¿Si serán estas
cosas por vía de sufragios?
Algún tanto calman los gritos, llantos y suspiros
en el intermedio que hay desde la muerte del deudo
hasta el acto de sacarlo para la sepultura. Entonces,
como si un cadáver nos sirviera de algún provecho, como
si no nos hicieran un gran favor con sacarnos de casa
aquella inmundicia, y como si al mismo muerto lo
fueran á descuartizar vivo, se redobla el dolor de sus
deudos, se esfuerzan los gritos, se levantan hasta el cielo
los ayes, se dejan correr con ímpetu las lágrimas, y
algunas veces son indispensables las pataletas y desma-
yos, especialmente entre las dolientes bonitas; ^ unas
veces originados de su sensibilidad, y otras de sus mone-
rías. Y cuidado que hay muchachas tan diestras en
fingir un acceso epiléptico que parece la mera verdad.
Por lo común son unos remedios eficaces para hacer
volver á algunas los consuelos y los chiqueos de las
personas que ellas quieren.
Dejaremos á los dolientes en su zambra de gritos y
desmayos, mientras observamos el entierro.
' Yo he observado que estos males casi nunca acometen á las viejas ni á las feas.
Los médicos acaso sabrán la causa de este fenómeno, y sabrán por qué á una mucha-
cha que conoci no le daba su mal cuando tenía las medias sucias.
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OBRAS ESCOGIDAS 249
Si el muerto es rico, ya se sabe que el fausto y la
vanidad lo acompañan hasta el sepulcro. Se convida
para el entierro á los pobres del Hospicio, los que con
hachas en las manos acompañan ¡cuántas veces! los
cadáveres de aquellos que cuando vivos aborrecieron su
compañía.
No me parece mal que los pobres acompañen á los
ricos cuando muertos; pero sería mejor, sin duda, que
los ricos acompañasen á los pobres cuando vivos, esto
es, en las cárceles, en los hospitales y en sus chozas
miserables; y ya que por sus ocupaciones no pudieran
acompañarlos ni consolarlos personalmente, siquiera que
los acompañara su dinero aliviándoles sus miserias.
Aquel dinero, digo, que mil veces se disipa en el lujo
y en la inmoderación. Entonces sí asistirían á sus fune-
rales, no los pobres alquilados, sino los socorridos. Estos
irían sin ser llamados, llorando tras el cadáver de su
bienhechor. Ellos, en medio de su aflicción, dirían: —
Ha muerto nuestro padre, nuestro hermano, nuestro
amigo, nuestro tutor y nuestro todo. ¿Quién nos con-
solará? ¿Y quién sustituirá el lugar de este genio be-
néñco?
iLsta sí fuera asistencia honrosa, y los mayores
elogios que pudieran lisonjear el corazón de sus parien-
tes; porque las lágrimas de los pobres en la muerte de
los ricos, honran sus cenizas, perpetúan la memoria
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 63,
'i.^"'.. r-V "^ A-VJfr- r.*Í¿»' ■ . . •■ \3.k.^ié£Á^
250 PENSADOR MEXICANO
de sus nombres, acreditan su caridad y beneficencia v
aseguran con mucho fundamento la felicidad de su suer-
te futura con más solidez, verdad y energía que toda la
pompa, vanidad y lucimiento del entierro. ¡Infelices de
los ricos cuya muerte ni es precedida ni seguida de las
lágrimas de los pobres I
Volvamos al entierro. Siguen metidos dentro de
unos sacos colorados, unos cuantos viejos que llaman
trinitarios; después van algunos eclesiásticos, y con ellos
otros muchos monigotes al modo de clérigos; á esta
comitiva sigue el cadáver y tras él una porción de
coches.
La iglesia donde se hacen las exequias está llena
de blandones con cirios, y la tumba magnífica y ga-
lana. La música es igualmente solemne aunque fú-
nebre.
Durante la vigilia y la misa, que para algunos here-
deros no es de roquieni sino de gracias, no cesan las
campanas de aturdimos con su cansado clamoreo, repi-
tiéndonos
Qi:e ese doble de campana
No es por aquel que murió,
Sino porque sepa yo
Que me he de morir mañana.
Bien que de esta clase de recuerdos deben aprove-
charse especialmente los ricos, pues estos dobles sólo
¿^>^ >-.■.•»£ ^ ' Cl ' . •■ A..1 ^jlh^ááaBm.^ ^'¿ f « ..»> ^ .^i'mM.. éi-'.^^t .^^. -■ ^í^^mL^ .^.-Uf* ^^ .L^^^A^
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OBRAS ESCOGIDAS 251
por ellos se echan y les acuerdan que también son
mortales como los pobres, por los que no se doblan
campanas, ó si acaso es poco y de mala gana; y así
los pobres son en la realidad los muertos que no hacen
ruido, *
Se concluye el entierro con todo el fausto que se
puede, ó que se quiere, cuidándose de que el cadáver
se guarde en un cajón bien claveteado, forrado y aun
dorado (como lo he visto), y tal vez que se deposite en
una bóveda particular, ya que los mausoleos son privati-
vos á los príncipes, como si la muerte no nos hiciera á
todos iguales, verdad que atestigua Séneca diciendo en
la ep. 102, que la cenüa iguala d todos. ¿Quién distin-
guirá las cenizas de César ó Pompeyo de las de los
pobres villanos de su tiempo?
Toda esta bambolla cuesta un dineral , y á veces en
estos gastos, tan vanos como inútiles, se han notado
abusos tan reprensibles que obligaron á los gobernantes
á contenerlos por medio de las leyes, mandando éstas
que siendo los gastos de los funerales excesivos, atendi-
dos los haberes y calidad del difunto, los modifique el
juez del respectivo domicilio.
Entra aquí la grave dificultad para saber cuándo no
hay exceso en estos gastos. Confieso que será muy rara
la vez que el juez pueda decidir en este caso, porque
casi siempre le faltarán los conocimientos interiores del
^•i*Ii:
252 PENSADOR MEXICANO
estado de las cosas del finado, y así sólo podrá deter-
minar el exceso con atención á su calidad. Supongamos;
cuando un plebeyo conocido quiera sepultarse con la
pompa de un conde, y aun entonces si tiene dinero con
que pagarla, no sé si se burlará de las leyes; pero Hora-
cio sí lo sabía cuando dijo: que todo, la virtud... entién-
dase, los elogios que á ella son debidos, la fama y el
esplendor obedecen á las hermosas riquezas, y el que las
sepa acopiar será ilustre, valiente, justo, sabio y lo que
quiera.
Mas hablando á lo cristiano, vo no me detendré en
fijar la regla por dónde se deba conocer cuándo hay
exceso en los funerales.
Ya sé que parecerá nimiamente escrupulosa, pero
aseguro que es infahble y muy sencilla. Se reduce á que
lo que se gaste de lujo en los funerales no haga falta
á los acreedores ni á los pobres.
Y si los acreedores están pagados y á los pobres se
les han dado algunas limosnas, ¿no podrá el finado dispo-
ner á su voluntad del quinto de sus bienes? Sí podrá, se
responde; pero luego luego pregunto: lo que se gasta
en lujo, ¿no estuviera mejor empleado en los pobres que
siempre sobran? Es inconcuso. Pues en este caso, ¿cuál
es el lujo que se deberá usar lícitamente entre cristianos?
Ninguno á la verdad. Digo esto si hablo con cristianos,
que si hablara con paganos que afectaran profesar el
?'Si\,^.*^ui->»¿. _"■ *.*-«M--.*.'fc»-. »" T-iyi.^ '_
OBRAS ESCOGIDAS 253
cristianismo, sería menos escrupuloso en mis opiniones.
Vamos á otra cosa.
A proporción de los abusos que se notan en los
entierros de los ricos, se advierten casi los mismos en
los de los pobres; porque como éstos tienen vanidad,
quieren remedar en cuanto pueden á los ricos. No convi-
dan á los del Hospicio, ni á los trinitarios, ni á muchos
monigotes, ni se entierran en conventos, ni en cajón
compuesto, ni hacen todo lo que aquéllos, no porque les
falten ganas, sino reales. Sin embargo, hacen de su
parte lo que pueden. Se llama á otros viejos contra-
hechos y despilfarrados que se dicen licrmanos del San-
tísimo; pagan sus siete acompañados. la cruz alta, su
cajoncito ordinario, etc., y esto á costa del dinero, que
antes de los nueve días del funeral suele hacer falta para
pan á los dolientes.
Es costumbre amortajar á los difuntos con el humil-
de sayal de san Francisco; pero si en su origen fué
piadosa, en el día ha venido á degenerar en corrup-
tela.
Estoy muy lejos de murmurar la verdadera piedad y
devoción, y el objeto do mi presente crítica recae única-
mente sobre el simoniaco comercio ^ que se hace con
las mortajas, y los perjuicios que resienten las gentes
• Si hubiese exactitud en esta expresión, podría decirse muy bien que las mortajas
son bienes espirituales. Pero no es así, y es otro el nombre con que debe designarse lo
que hay de abusivo en esta práctica. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 64.
\
.*;íí^:--.í..,. ví^:- V .-^
254 PENSADOR MEXICANO
vulgares por vestir á sus muertos de azul y á tanta
costa.
Las mortajas se venden á un precio excesivamente
caro, cual es el de doce pesos y medio, si es para hom-
bre, y seis pesos dos reales para mujer. Los pobres,
apenas muere el eniormo, tratan de solicitarle la mor-
taja, ¿y si no tienen dinero? Se empeñan, se endrogan,
y aun piden limosna para ello, haciendo i'alta para pan á
las criaturas lo que gastan en un trapo inútil y asque-
roso, pues no pasa de ahí la mejor mortaja, cuando se
pone á un muerto, quien está en el caso de no poder
ganar ninguna indulgencia; y como para gozar estas
gracias espirituales se necesita estar en el estado de
merecer, se sigue que en no vistiendo al enfermo la mor-
taja en vida, después de muerto le valdrá tanto como el
capisayo del gran Chino.
Vosotros, si tenéis en el discurso de vuestra vida
algunos deudos, y sus fallecimientos acaecen en medio
de vuestra indigencia, no os alujáis por el entierro ni
por la mortaja. El entierro se facilita con tres pesos
cuatro reales, que distribuiréis en esta forma. Doce
reales de un cajón, un peso para los cargadores y otro
para el sepulturero que les labre la casa en el campo
santo.
La mortaja será más barata si os conformáis con
vuestra pobreza. Los judíos acostumbraban liar á sus
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> ' -."-^ffí^ ., >•-: VV:^T ; . -fn
OBRAS ESCOGIDAS 255
muertos con unas vendas que llamaban sudarios, y
después los envolvían en una sábana limpia. Así podéis
hacerlo, y quedarán los vuestros tan amortajados como
el mejor. Por cierto que no fué otra la mortaja de Jesu-
cristo.
Acabados los entierros,, siguen los pésames. Para
recibir éstos se cierran las puertas, se colocan las seño-
ras mujeres en los estrados y los señores hombres
en las sillas, todos enlutados y guardando un pro-
fundo silencio durante esta ceremonia, ó cuando más
hablando en voz baja , porque no les dé allerecía á
los dolientes, cuya moderación y respeto acaso no se
observó tan escrupulosamente en la enfermedad del
finado.
También he notado, como abuso en estos lances, que
las conversaciones que se tienen con los dolientes se
dirigen á celebrar y ponderar las virtudes del difunto, á
traer á la memoria las causas que produjeron su enfer-
medad, lo que padeció en ella, los remedios (jue le
ministraron, lo que tardó en la agonía y otras imperti-
nencias semejantes, con cuya relación atormentan más
los afligidos espíritus de sus parientes.
Esta costumbre de dar pésames se contrae á dos
cosas. La primera, á manifestar que tomamos parte
en el sentimiento de aquellas personas á quienes los
damos, ya por razón de parentesco ó ya por la amistad
, %y:\.«n.'V^,
256 PENSADOR MEXICANO
que teníamos con el difunto. La segunda, para conso-
lar en lo posible á sus dolientes, ofreciéndoles nues-
tros arbitrios temporales, y asegurándoles que con los
suyos uniremos nuestros votos para que se aumenten
los sufragios de que consideramos á su alma nece-
sitada.
Ya se ve que todo este ceremonial es casi siempre
Un embuste solemne, un cumplimiento de rutina y una
de las costumbres más bien recibidas.
No parecerá muy avanzada esta proposición ;'i quien
advierta que, no digo los parientes remotos y los ami-
gos, pero los más inmediatos y aun los más favore-
cidos del difunto, pasado poco tiempo no se vuelven n
acordar de él; porque con el discurso de los días el
corazón se serena, las Ingrimas se enjugan, la falta
se suple, los beneficios se olvidan y todo se borra, á
pesar de cuantos gritos, alharacas, lágrimas, pataletas
y faramallas se prodigaron en la escena triste de su
muerte.
Y si este olvido se nota en el hijo, en la esposa y
en el hermano, ¿qué esperanza podrán tener los pobres
muertos en los sufragios tan prometidos por los que sólo
van al velorio por beber el chocolate, y á dar el pésame
porque les llevaron el convite, por más que al despe-
dirse digan que no los olcidarún en sus oraciones, aunque
mal os. '^
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V --'í,v*'^'íoíe;*f»¡»''?,-7^' ■■ ,-:.'.:•■ .'r.-Ti'-*: v-; •■-- /ri.?>'''':í7'">'..; -*'-. ' ^^-jr' . •- --.-.- -' ••- . o't^v!-.
- ';í, v*'^'ío«H«>»¡»''?,-7^»
OBRAS ESCOGIDAS 257
Este asunto es muy serio. Lo suspenderemos, mien-
tras acabamos de refutar el abuso de hablar de los difun-
tos al tiempo de dar los pésames, porque si como hemos
dicho, uno de los objetos de estos pesamenteros es aliviar
el sentimiento de los dolientes, parece que es un error
que puede calificarse de impolítico el renovar los motivos
de dolor á los deudos al tiempo mismo que pretendemos
consolarlos.
No puede menos que atormentarse el corazón de
la mujer ó hijo del difunto al oir decir: ¡Qué bueno era
don Fulano! ¡Qué atento! ¡Qué afable! ¡Aij, mi alma!
dice otra: tiene usted mil razones de llorarlo; no hallará
otro marido como el (¡ue perdió: y otras sandeces de
estas, que son otros tantos tornillos con que están apre-
tando el corazón que quieren consolar. De modo que
estas políticas lisonjas son unos indiscretos torcedores
de los espíritus afligidos.
¿Cuánto mejor no fuera sustituir esta fórmula im-
prudente de dar pésames con otra opuesta, en la que, ó
se trataran asuntos festivos é indiferentes, ó más bien
se redujera sólo esta etiqueta á ofrecer con sinceri-
dad sus haberes y proporciones á la voluntad de los
dolientes, en caso de haberlos menester? Pues, pero
con verdad, no con faramalla, y cuando los dichos
dolientes estuvieran satisfechos de esta verdad, segura-
mente quedarían más bien consolados que con todos los
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 65.
258 PENSADOR MEXICANO
panegíricos que hoy dedican los pesamenteros á sus
muertos.
Pero volviendo á éstos, digo: que pobre del que se
muere si no ha procurado en vida facilitarse el camino
de su salvación, ateniéndose á los hijos, á los amigos
y albaceas.
Vemos, y muy frecuentemente, que muchos que
tal vez tienen proporciones, mientras viven, ni dan
limosna, ni se hacen decir una misa, ni pagan sus
deudas, ni restituyen lo mal habido, ni practican ningu-
na obligación de aquellas que nos impone la religión y
nuestro mismo interés; pero llega la hora en que nues-
tros oídos no pueden menos que escuchar la verdad.
Les intima el médico la sentencia de su muerte; conocen
ellos que puede no errar el pronóstico, porque su natu-
raleza se debilita por instantes más y más; se apodera de
sus corazones el temor de la eternidad que los espera;
se llama al confesor y al escribano; vienen los dos casi
juntos; se hace la confesión de prisa y Dios sabe cómo;
se sigue el testamento; se dispone todo; se declaran las
deudas; se m.anda pagar; se nombran albaceas para el
efecto; se ordena hacer las limosnas que llaman mandas
forzosas, algunas á los pobres; decir algunas misas por
su alma, y hecho todo esto se recibe el sagrado Viático,
los santos Óleos, y muere el enfermo muy consolado;
pero ¡ahí... ¡cuánto hay que desconfiar de estas buenas
J4.VJL.^-*- í;%¿^Jío,Wj«a1k
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OBRAS ESCOGIDAS 259
disposiciones, cuando se hacen á la orilla misma del
sepulcro I
Se dan limosnas y se mandan hacer restituciones (si
se mandan hacer) en aquella hora, porque no se pueden
llevar los caudales á la sepultura. Se mueren muy con-
fiados en que los albaceas cumplirán el testamento ¿y
cuántas veces se engañan los testadores? ¿Cuántas veces
se transforman los albaceas en herederos, v los curado-
ves ad bona en tenedores de bienes? Innumerables. No,
no son raras las quejas que se oyen todos los días á
los pobres menores a quienes ha dejado por puertas ó la
mala le ó la mala administración de aquéllos.
Todo lo dicho os enseña á no esperar, como dicen,
á la hora de los gestos para disponer de vuestras cosas;
porque entonces el susto y la precipitación rebajan
mucha parte del acierto.
Llegamos á los lutos en los que, como visteis con mi
madre, caben también los abusos. El luto no es más que
una costumbre de vestirse de negro para manifestar
nuestro sentimiento en la muerte de los deudos ó ami-
gos; pero este color, á merced de la dicha costumbre,
es sólo señal, mas no prueba del sentimiento. ¿Cuántos
infelices no se visten luto en la muerte de las personas
que más aman, porque no lo tienen? Y su dolor es inne-
gable. Al contrario, ¿cuántas viuditas jóvenes, cuántos
hijos y sobrinos malos é interesables, que desearon la
--■•;:•. ,1 Jt, ,/¿'lt¿-¡í.i: J-. 1 . jri-Ktílí:a^t¿:i/j^-^i.:'¡^J^ÍtÍlmL-
260 PENSADOR MEXICANO
muerte del difunto por entrar en la posesión de sus
bienes, no se vestirán unos lutos muy rigurosos, así por
seguir la costumbre como por persuadirnos que están
penetrados del sentimiento que no conocen?
El color, dicen los físicos, que es un accidente
que no altera la substancia de las cosas; y así, el buen
hijo sentirá á su padre, la buena esposa á su marido"
y los buenos amigos á sus amigos, ora se vistan de
negro, ora de azul, ora de verde, encarnado ó cual-
quier color. Y al contrario: el deudo que no amaba á su
pariente, ó que quizá deseaba que espirara por here-
darlo, no lo sentirá más que se eche encima cuantas
bayetas negras hay en todas las luterías del mundo.
En algunas provincias del Asia, el color blanco es el
que han adaptado para luto; y entre nosotros que se
acostumbra vestirse de negro el viernes Santo y el día
de Finados, se observa que no es por sentimiento sino
poi' lujo.
Después de todo, no tengo por abuso el traje negro
en semejantes casos; pero sí califico por tal aquel deter-
minado número de días que se traen los lutos para
denotar nuestro mayor ó menor sentimiento, según las
graduaciones de parentesco que se tiene con los di-
funtos.
Ya habéis visto que en el tiempo de mi madre, un
año era el prefijado para llevar el luto por los padres.
. ■.^.^■« - ..^Ét-»
.■^jr^í .^.^V' ?,- í^ff."":. =t' '■ . "; •':,!:---•■>••.-■■ J . ^- <-. ■■
OBRAS ESCOGIDAS 261
hijos y consortes, ^ seis meses por los hermanos, tres por
los sobrinos, etc. Esta no puede menos que ser una
bobera; porque si se amaba á los difuntos verdadera-
mente y el luto es la prueba del sentimiento, en ningún
tiempo se debía quitar porque en ningún tiempo debía
cesar el motivo; y si no se amaban, era indiferente el
llevarlo pocos ó muchos meses, pues que no prueba
sentimiento el traje negro.
Algunas de estas reflexiones hice á mi madre, hasta
que la desentusiasmé de su capricho, y me ofreció que
nos quitaríamos el luto para el día de san Pedro, que era
cuanto yo deseaba para quitarme también la máscara de
la virtud que había fingido y correr á rienda suelta por
toda la carrera de los vicios, disfrutando de mi libertad
enteramente y tirando con mis amigos los pocos medie-
cilios que mi padre había economizado para la subsisten-
cia de mi pobre madre.
Según esta determinación, se me hizo un vestido de
petimetre para ese día, y se dispuso su almuerzo, comida
y bailecito para la noche.
Llegó el tan deseado para mí 29 de Junio; me quité
los trapos negros, que hasta entonces habían sido escola-
res, y me planté de gala á lo secular. Parece que con
campana llamaron á todos los parientes y conocidos ese
• En la capital de México ya no se ve tanto de esto; pero en los pueblos, villas y
otras ciudades del reino, aún observan religiosamente estos abusos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 66.
262 PENSADOR MEXICANO
día; muchos que no habían vuelto á casa desde el entie-
rro de mi padre, y otros que ni aun el pésame habían
ido á dar á mi madre se encajaron entonces con la
mayor confianza y poca vergüenza.
Ya se deja entender que en primer lugar fueron mis
íntimos amigos Januario, Pelayo, y otros como ellos,
que también llevaron al baile á sus madamas tituladas
que lo eran también mías. En una palabra, el olor del
guajolote y del pulque de pina acarreó ese día á mi casa
una porción de amigos míos, parientes y conocidos de
mi madre que fueron á cumplimentarme. Dios se los
pague.
Se lamieron el almuerzo, consumieron la comida, y
á su tiempo alegraron el baile grandemente; porque can-
taron, bailaron, retozaron, so embriagaron, ensuciaron
toda la casa, y al fin salieron unos murmurando el al-
muerzo, otros la comida, otros el bail-e. y todos alguna
cosa de lo mismo que habían disfrutado.
¡ Qué necedad es tener una diversión públical
So gasta el dinero, se sufren mil incomodidades, se
pierden algunas cosas, y siempre se queda mal con los
mismos á quienes se pretende obsequiar, y se recibe en
murmuración y habladurías lo que se pretende recibir
en agradecimiento.
Sin embargo de todo esto, como entonces yo no pen-
saba así, nada me daba cuidado, ni en nada pensé sino
liÜÉU^riiMibÉltfÉÉAiiÜMiíAMtiaáÉ^
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OBRAS ESCOGIDAS
263
en divertirme y holgarme á costa del dinero; aunque es
verdad que en aquella hora me adularon bastante, espe-
cialmente las coquetas, con cuyos elogios di por bien
empleado el dinero que se gastó y las incomodidades
que sufrió mi madre.
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^.^.jpr --JJI-.
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CAPITULO XIV
Critica Periquillo los bailes, y hace una larga y útil digresión
hablando de la mala educación que dan muchos padres á
sus hijos, y de los malos hijos que apesadumbran á sus
padres.
Cansados de bailar y de beber, se
acabó el baile como todos se acaban.
A las doce poco más de la noche se fueron yendo los
más prudentes, ó los menos tontos que no trataban de
desvelarse. Los demás que se quedaron, iuérase por-
que extrañaban el bullicio de los que se habían ido ó
porque se habían cansado ya. apenas se levantaban á
bailar. Las velas estaban muy bajas y pidiendo su relevo,
y los músicos, que no descuidan en empinar la copa en
tales ocasiones, ya no atinaban á tocar bien el son que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 67.
266 PENSADOR MEXICANO
les pedían, y aun había alguno de ellos que rascaba su
bandolón abajo de la puente.
Januario, como tan diestro en estas escuelas, me
dijo: — Hombre, ¡qué entristecida se ha dado el baile y
tan temprano! — ¿Y qué hemos de hacer? le dije yo. —
¿Cómo qué? Alegrarlo, me respondió. — ¿Y con qué se
alegra? le pregunté. — Con una friolera. ¿Hay aguar-
diente?— Sí, le dije. — ¿Y azúcar y limones? — También.
— Pues manda que lo pongan todo en la recámara. —
Hice lo que me dijo Januario, quien en un momento
hizo una mezcla de aguardiente, azúcar y limón, que
llaman ponche; mandó poner nuevas luces en las pan-
tallas, y comenzó á dar á los músicos y á los asistentes
de aquel brebaje condenado á pasto y sin medida, con
cuya diligencia se puso aquello de los demonios.
Al principio bailaban con algún orden y sabían
algunos lo que tocaban y otros lo que saltaban; pero
en cuanto el aguardiente endulzado comenzó á hacer su
operación, se acabaron dé trastornar las cabezas; se hizo
á un lado el tal cual respetillo y moderación que había
habido; las mujeres escondieron la vergüenza y los hom-
bres el miramiento.
Entró segunda y tercera tanda de ponche, y ya no
había gente con gente; porque ya aquello no era baile,
sino retozo y escándalo criminal.
Los que hacen bailes, y más si son de la clase de
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OBRAS ESCOGIDAS 267
éste (que pocos hay que no lo sean), son unos alcahuetes*
y solapadores de mil indecencias escandalosas. Tal vez
no lo presumirán, no lo querrán y aun se disgustarán
con ellas; pero todo esto no salva el que sean los consen-
tidores y los motores principales de estas lúbricas desen-
volturas; pues en buena filosofía se sabe, que lo que es
causa de la causa, es causa de lo causado; y así los ({ue
hacen un baile deben tener consideración de muchas
cosas para evitar estos desenfrenos escandalosos; porque
si no, pasarán la plaza de alcahuetes declarados á los
ojos del mundo, y á los de Dios serán reos de cuantos
pecados se cometan en sus casas.
Las principales consideraciones que debe tener pre-
sentes el que hace un baile, me parece <]ue se pueden
reducir a las siguientes:
1.* Que las mujeres concurrentes sean honestas,
de buena vida, y nunca solteras ó mujeres libres, sino
hijas de familia ó casadas, y (|ue vayan con sus padres ó
maridos, para que el respeto de éstos las contenga y
contenga á los jóvenes libertinos.
2.* Que con conocimiento, jamás se convide á nin-
guno de éstos, por exquisita que sea su habilidad; pues
menos malo será que se baile mal que no que se
seduzca bien. Ordinariamente estos mozos bailadores,
ó como les dicen, úitles, son unos picaros de buen tama-
ño; no llevan á un baile más que dos objetos: divertirse y
i.'V-s'.'.lííliJA
268 PENSADOR MEXICANO
choriQucar (es su voz). Este cJiongueo no es más que sus
seducciones ó llanezas. Si pueden, pervierten á la don-
cella y hacen prevaricar á la casada, y todo esto sin
amor, sino por un mero vicio ó pasatiempo.
Algunas ocasiones (¡ojalá no fueran tantas 1) logran
sus intentos, y apenas satisfacen su lujuria cuando
abandonan por nuevo objeto ;'i aquellas infelices locas
que prostituyeron su honor y su virtud á la verbosidad y
arterías de un mozo inmoral, lascivo, necio y sólo buen
bailarín.
Pero aun cuando encuentren con pedernal, quiero
decir, cuando por fortuna las muchachas todas de un
baile son juiciosas, honestas y recatadas, que saben bur-
lar sus intentonas y conservar su honor ileso en medio
de las llamas, como la zarza que vio arder Moisés sin
quemarse, lo que ciertamente es un milagro, aun en
este caso tan remoto hacen estos útiles su negocio.
Ellos, á más no poder, y cuando se les cierran
los oídos de las jóvenes, no se dan por vencidos ni se
entristecen. Como sus adulaciones y diligencias en cual-
quier seducción no son por amor sino por vicio, no se
les da cuidado de los desaires, ni se entibian por no
hallar correspondencia. Nada menos. Siguen brincando
y saltando muy serenos, contentándose con lo que ellos
llaman caldo. j
Este caldo... alerta, casados y padres de familia que
j OBRAS ESCOGIDAS 269
sabéis lo que es el honor y lo queréis conservar como es ^ >
debido; este caldo es el manoseo que tienen con vuestras
hijas y mujeres, ^ las licencias pasan mil veces de las
manos á las bocas, convirtiéndose los manoseos claros
en ósculos furtivos, que las menos escrupulosas no
llevan á mal, y las que se llaman prudentes y honradas
disimulan y sufren por evitar pendencias.
De suerte, que el marido ó padre pundonoroso que
en su casa se espantaría de que su mujer ó hija le diese
la mano'á un hombre, en un baile de estos tolera á su
vista que se las abracen, tienten, estrujen y manoseen
más que las ancas de un caballo gordo.
Lo peor es, que estos manoseos y tentadas acompa-
ñadas de las risas y dichitos que se acostumbran, son, /
para muchas mujeres, como el pecado venial para las
almas, con la diferencia que el pecado venial entibia y
dispone á las almas para el pecado mortal, y los mano-
seos ó caldos de que hablamos encienden y disponen
á algunas jóvenes para dar al traste con su honor, el
de sus padres y maridos. Ningún escrúpulo está por
demás para evitar estos excesos.
La tercera consideración que podían tener los que T
hacen ó dan un baile, era que no hubiera en ellos licor
* Estose facilita masen las contradanzas y loalset, que no son otra cosa que lo ... «f
que antes se llamaba a¿eman(¿a. La diferencia está en que aquélla se bailaba espacio, y - , C
ésta retozando de prisa, y entre la mucha polvareda se esconden ó disimulan mejorías
palabras, las citas, los pellizcos, los abrazos, los besos, y algo peor que callo para no
ofender la modestia. ' »
PERIQUILLO SARNIENTO.— T, I, A.— 68. íf
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•'¿■^H*-:lj!(-tíi:iíf..-'t--^:j\¿- .. »~j-i— S.-¿i'
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270 PENSADG'R MEXICANO
espirituoso. En caso de ser preciso, por costumbre 6
carino, obsequiar á los concurrentes, sería menos malo
hacerlo con soletas v nieve de leche, limón, tamarin-
do, etc., de esta clase, que no con merendatas y vino^
aguardiente, ponche y otros licores semejantes, que ofus-
cando el cerebro facilitan el trastorno de la razón v
alteran la constitución física de ambos sexos, cuyas
resultas, cuando menos, no escapan de ser deseos, pen-
samientos consentidos y delectaciones amorosas, y en tal
y tal persona algo más y mas pecaminoso.
Mucho de esto se evitaría con la reglita que os dejo
señalada; pues es cierto el dicho antiguo de que sine
Cerero et BaccJio frigei Yenus . que equivale á esta
coplita:
Poco manjar y ninguna
Espirituosa bebida,
Si la lujuria no apagan,
A lo menos la mitigan.
La cuarta y última consideración que se debía tener,
era que los bailes durasen cuando más hasta las doce de
la noche. Esta es una hora más que regular para irse
á recoger cada uno á su casa bastante divertido, si es
racional; porque lo que pasa de esa hora ya no debe
llamarse diversión, sino vicio, incomodidad v tontería.
A solas estas cuatro reglillas quisiera yo que se
sujetaran los que dan un baile, y me parece (bien que
no lo aseguro) que no se arrepentirían de su observancia.
7'''>*5'í™T»..'._T,lf;;' -.;,,.; , .•..■.•,-:■ ■_-./,.■,:■ - ■—;Ví.»W-VjTt.«,^,-.:.-.-
OBRAS ESCOGIDAS 271
Últimamente, yo no declamo contra los bailes, sino
contra los escándalos de los bailes. Quítese de ellos todo
lo que los hace pecaminosos y peligrosos, y dejándolos
en una clase de diversión indiferente, ellos serán malos
para quien quiera ser malo en ellos, y serán honestos
para el honesto; pero mientras así no se haga, el baile,
sea por sus abusos, sea por su ocasión, no podrá librarse
de la definición de un Padre de la Iglesia, que dice, que
el baile es un círculo, cuyo centro es el demonio.
Bailar no es malo; lo malo es el modo con que se
baila y el objeto por que se baila. David bailó delante del
Arca del Señor, y los israelitas delante del becerro de
Belial. Todos bailaron; pero ¡con qué diverso modo y
con qué diverso objetol Por eso también fueron diversas
las retribuciones. . -'^
Hay moralistas tan austeros que no consideran baile
sin ocasión próxima voluntaria, y según esto, no juzgan
lícito ninguno. Yo, después de respetar su opinión, no
me conformo con ella. Soy más indulgente y digo, que
puede haber y de hecho habrá, no siendo como los que
se usan, algunos bailes donde falten estas ocasiones,
estos escándalos, cantares lascivos, manoseos, embria-
gueces y demás abusos que se notan en los más de i
ellos. ¿Y cuáles serán éstos? Los que se debieran usar
entre gentes de buena conciencia. '
Si todos los concurrentes lo son, el baile será una ;
272
PENSADOR MEXICANO
diversión honesta. La dificultad estriba en que se dé un
baile con tanto arreglo.
Dejando á todos que hagan lo que quieran en sus
casas, volviendo á la mía, digo: que ya fatigados de
saltar, beber y charlar, se fueron poniendo en quietud á
más no poder, porque los más no se podían tener en pie.
Los músicos arrumbaron sus instrumentos junto á
las sillas, y ellos se acostaron en ellas lo mejor que
pudieron; las mujeres se amontonaron en el estrado, y
los hombres se pusieron á contar cuentos y á hablar
ociosidades para no dormirse, pues no tardaba en ama-
necer, como deseaban, para irse á tomar café.
Las disposiciones no eran muy malas; pero ellos
ni ellas eran dueños de sí, sino el aguardiente que los
narcotizaba más y más á cada minuto.
Con esto, unos hablando y otros oyendo simplezas,
se fueron quedando dormidos unos por un lado y otros
por otro, siendo de los primeros Januario.
La señora mi madre ya se había recogido bien
temprano, encargándome que cuidara la casa, como lo
hice, pues aunque tenía sueño como el mejor, no me
atreví á dormir, temeroso de que no se fuera alguno á
llevar alguna cosa. Es un demonio el interés. En el
estado de la salud pocas cosas desvelan á los hombres
más que él.
Alerta estaba yo velando á todos y oyéndolos roncar
_íir;v "v>"-^v- /'l?'-^'?
OBRAS ESCOGIDAS
273
í
y vaciar el estómago cual más cual menos. No me era
muy grata esta música ni estos olores; y á más de eso,
ya no podía sufrir el sueño.
Es verdad que el zaguán estaba cerrado y yo tenía la
llave, por lo que bien me podía haber acostado; pero me
detenía el considerar que en casa no había más que mi
madre, yo y una criada buena, pero vieja y dormilona,
que no madrugaba si el mundo se volcara de arriba
abajo. Mi madre no era justo que se levantara á abrir
á aquellos bribones á la hora que á cada uno se le
quitara la borrachera y quisiera marcharse para la calle,
y así no había otro centinela más que yo, que para no
dormirme me puse á divertir con los dormidos á mi
entera satisfacción, como que sabía que dormían, los
más. con dos sueños, el natural y el del aguardiente.
Uno de los perjuicios que la embriaguez acarrea al
que la tiene, es exponerlo á la irrisión de cualquiera,
como les sucedió á éstos conmigo; pues á unos les tizné
las caras, á otros les escondí varias cosas, á otros les
cosí unos con otros, v á todos les hice mil maldades.
Amaneció el día, corrió el ambiente fresco, abrí el
balcón, y á vista de la luz y al sonido de las campanas y
del ruido de la gente que andaba por las calles, fueron
despertando; y mirándose unos á otros las caras llenas
de jaspes y labores, no podían contener la risa, especial-
mente las mujeres, las que lo mismo fué levantarse que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 69.
274 PENSADOR MEXICANO
oir, con dolor de su corazón, tronar sus vestidos v aun
verlos hechos pedazos.
Unas disimulaban su pesar, mas otras renegaban
del picaro ocioso que las había inferido tal daño, que
ciertamente lo era; pero los tunantes como yo no repa-
ran en eso; el caso es divertirse á costa ajena, y como
esto se logre, nada les importa hacer una maldad que
perjudique el interés y aun la salud de los demás.
Pasado el primer fervor del enojo, limpias unas,
remendadas otras, v todos más serenos, se marcharon
para el café ó á sus casas, menos Januario y tres ó cuatro
amigos suyos y míos, que como más gorrones y sinver-
güenzas se quedaron hasta apurar en el almuerzo las
reliquias del día anterior; pero por fin, almorzaron, y
viendo que ya no quedaba niás que repelar de la fiesta,
se fueron á la calle v vo á mi cama.
«i II
Dormí como un podenco hasta las doce del día, á
cuya hora me levanté y hallé á la pobre vieja cocinera
hecha un Bernardo contra los bailadores.
— Señora, decía á mi madre, ¿no es brava sin-
razón la de estos perdularios, que después de haber
tragado y divertídose todo el día, pusieran la casa
como la han puesto? Mire usted, señora, todo el
día se me ha ido en limpiar sus porquerías; porque
¡Jesús! ¡Cómo estaba todol era un asco. Un vómito
por el corredor, una suciedad por la escalera, otra
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OBRAS ESCOGIDAS 275
por otro lado; hasta la sala, señora, hasta la sala
estaba hecha una zahúrda. ¡Ah tú! ¡qué gente tan sucia
y tan grosera! Pero lo que yo más he sentido, señora,
han sido las macetas. Mire su merced cómo las han
puesto. Todas están destrozadas. ¡ Ay, qué gentes van á
los bailes de tan mal natural, que no contentas con
tragar, divertirse, emborracharse y emporcar la casa,
todavía hacen mil maldades como esta I
Mi madre consoló á la viejecita diciéndole:
— Dice usted bien, nana Felipa; son unos picaros,
indecentes, groseros y malcriados los que hacen tanto
mal en las mismas casas en que se divierten; pero ya,
por ahora, no hay remedio. Ya usted sabe que mi mari-
do no era amigo de estas jaranas, y así yo no tenía
experiencia de semejantes groserías; pero le empeño
á usted mi palabra, en que será la primera y la última.
No me gustó mucho esta sentencia, porque como ni
yo gastaba el dinero, ni trabajaba en nada de la función,
hubiera querido que siguieran los bailecitos en mi casa,
á lo menos tres veces á la semana.
Sin embargo, no me metí por entonces en otra cosa
más que en reirme de la vieja, y á la tarde á buena hora
tomé mi sombrero y me salí para la calle.
Volví por la primera á las nueve de la noche, y hallé
á mi madre algo seria, pues me dijo: ¿que dónde había
estado? Que extrañaba en mí tanta licencia; que yo era
r:
276 PENSADOR MEXICANO
SU hijo, y que no pensara que porque había muerto mi
padre ya era yo dueño absoluto de mi Hbertad, y otras
cosas á este modo, á las que respondí que ya ese tiempo
se había acabado, que ya yo no era muchacho, que ya
me rasuraba, y que si salía y me detenía en la calle, era
para ver de qué cosa nos habíamos de mantener.
Semejantes respostadas entristecieron á mi madre
bastante, y desde luego conoció lo que iba á suceder, que
l'ué quitarme la máscara y perderla el respeto entera-
mente como sucedió.
Quisiera pasar este poco tiempo de maldades en
silencio, y que siempre ignorarais, hijos míos, hasta
dónde puede llegar la procacidad de un hijo insolente
y malcriado; pero como trato de presentaros un espejo
fiel en que veáis la virtud y el vicio según es, no debo
disimularos cosa alguna.
Hoy sois mis hijos, y no pasáis de unos muchachos
juguetones; pero mañana seréis hombres y padres de
l'amilias, y entonces la lectura de mi vida os enseñará
cómo os debéis manejar con vuestros hijos, para no
tener que sufrirles lo que mi pobre madre tuvo que
sufrirme á mí.
Dos años sobrevivió mi madre á la muerte de mi
amado padre, y fué mucho, según las pesadumbres que
le di en ese tiempo, y de que me arrepiento cada vez que
me acuerdo.
OBRAS ESCOGIDAS 277
Constantemente disipado, vago y mal entretenido,
no pensaba sino en el baile, en el juego, en las mujeres, ' , \-^
y en todo cuanto directamente propendía á viciar mis
costumbres más y más.
El dinerito que había en casa no bastaba á cumplir
mis deseos. Pronto concluyó. Nos vimos reducidos á .
mudarnos á una viviendita de casa de vecindad: pero
como ni aun ésta se pudo pagar, á pocos días puse á
mi madre en un cuarto bajo é indecente, lo que sintió
sobremanera, como que no estaba acostumbrada á seme-
jante trato.
La pobre de su merced me reprendía mis extravíos;
me hacía ver que ellos eran la causa del triste estado á
que nos veíamos reducidos; me daba mil consejos per-
suadiéndome á que me dedicara á alguna cosa útil, que
me confesara, y que abandonara aquellos amigos que me
habían sido tan perjudiciales, y que quizá me pondrían
en los umbrales de mi última perdición. En fin, la infeliz
señora hacía todo lo que podía para que yo reflexionara
sobre mí; pero ya era tarde.
El vicio había hecho callos en mi corazón; sus
raíces estaban muy profundas y no hacían mella en él
ni los consejos sólidos, ni las reprensiones suaves ni las
ásperas. Todo lo escuchaba violento y lo despreciaba
pertinaz. Si me exhortaba á la virtud, me reía; y si
me afeaba mis vicios, me exasperaba; y no sólo, sino
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. I, A . — 70.
íw..- ." >. y—.
-■JLS.séd^L
278 PENSADOR MEXICANO
que entonces le faltaba al respeto con unas respuestas
indignas de un hijo cristiano y bien nacido, haciendo
llorar sin consuelo á mi pobre madre en estas oca-
siones.
|Ah, lágrimas de mi madre, vertidas por su culpa y
por la mía! Si a los principios, si en mi infancia, si
cuando yo no era dueño absoluto de los resabios de
mis pasiones, me hubiera corregido los primeros ímpetus
de ellas y no me hubiera lisonjeado con sus mimos,
consentimientos y cariños, seguramente yo me hubiera
acostumbrado á obedecerla y respetarla; pero fué todo lo
contrario: ella celebraba mis primeros deslices y aun los
disculpaba con la edad, sin acordarse que el vicio tam-
bién tieno su infancia en lo moral, su consistencia v
su senectud, lo mismo que el hombre en lo físico. VX
comienza siendo niño ó trivial, crece con la costumbre y
fenece con el hombre, ó llega á su decrepitud cuando
al mismo hombre en fuerza de los años se le amortiguan
las pasiones.
¿Qué provecho no hubiera resultado á mi madre y á
mí, si no se hubiera opuesto tantas veces á los designios
de mi padre, si no le hubiera embarazado castigarme, y
si no me hubiera chiqueado tanto con su imprudente
amor? ¡Ah! yo me habría acostumbrado á respetarla, me
hubiera criado timorato y arreglado, y bajo este sistema
no hubiera yo padecido tantos trabajos en el mundo,
MJh r 3" ' ' ' T ■ ' iC\\ i\ a ■ h^'Á i^'r i'-'i'">¿"'l« .JSr*.Édd>!&Jlá&<£
OBRAS ESCOGIDAS 279
ni mi madre hubiera sido víctima de mis desobediencias
y vilipendios.
Lo más sensible es que este funesto caso no carece
de ejemplares. Hijos de viudas consentidoras, casi siem-
pre son hijos perdidos y malcriados, y madres de seme-
jantes hijos ¿qué han de ser sino unas mujeres desgra-
ciadas?
Sucede por lo común que el padre es un hombre
regular que procura inspirar al niño unos sentimientos
cristianos, morales y políticos, y según ellos desviarlo de
todas aquellas bajezas á que el hombre se inclina natu-
ralmente. Esto hace llorar al niño, y la madre se aflige y
lo embaraza. Hace alguna travesura, se le celebra; usa
alguna malacrianza, se le disculpa; produce algunas pala-
bras indecentes, ó porque las oyó á los criados, ó en la
calle, y se festejan; el padre se tuesta de estas cosas, y
teme empeñarse en reprenderlas y castigarlas al hijo,
porque cuando lo hace, sabe que salta la madre como
una leona; y ya sea porque la ama demasiado, ya porque
no se vuelva aquel matrimonio un infierno, condesciende
con ella, no se castiga el delito del muchacho, éste se
queda riendo y satisfecho en la impunidad que le asegu-
ra su mamá, da rienda á sus vicios, que entonces, como
dijimos, son vicios niños, puerilidades, frioleras; pero
en la edad adulta son crímenes y delitos escandalosos.
Sin embargo, rara vez deja de servir de cierto freno
\.-^,:ii'r^\^<
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\
280 PENSADOR MEXICANO
la presencia del padre; pero si éste muere, todo se acaba
de perder. Roto el único dique que había, aunque débil,
se sale de caja el río de las pasiones, atropellando con
cuanto se pone por delante.
Entonces la viuda reconoce lo feroz de un corazón
entregado á la libertad, quiere oponerse por la primera
vez, pero es tarde; el torrente es impetuoso, y sus
fuerzas incapaces de contenerlo. Prueba los consejos,
emplea las caricias, compila las reprensiones, tienta
las amenazas, agota las lágrimas, solicita castigos, y
acaso, desesperada, prorrumpe en maldiciones coptra su
hijo; ^ mas nada basta. El joven endurecido, obstinado y
acostumbrado á no obedecer ni respetar á su madre,
desprecia los consejos, se mofa de las caricias, burla
las reprensiones, se ríe de las amenazas, se divierte con
las lágrimas, elude los castigos y retorna las impre-
caciones con otras tales, si no se desacata, como se
ha visto, á poner sus viles manos en la persona de su
madre. '^
Toda esta lastimosa catástrofe se excusaría con
educar bien y escrupulosamente á los niños. ¿Y á cuán-
tos puntos se pueden reducir las principales obligaciones
de los padres acerca de la buena educación de sus hijos?
A tres, en sentir de un varón apostólico que floreció
* Muchas veces se han visto cumplidas estas maldiciones. Los hijos deben guardar-
se de merecerlas, y los padres de proferirlas. Todo es malo.
• Crimen atroz, pero que no carece de ejemplares.
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OBRAS ESCOGIDAS .281
en México. ^ A saber: á enseñarles lo que deben saber, á
corregirles lo mal que hacen y á darles buen ejemplo.
Tres cosas muy fáciles al decirse, pero muy difíciles
al practicarse, atendiendo la multitud de hijos mal cria-
dos y llenos de vicios que notamos; mas no porque sean
difíciles de observarse, porque el yugo del Señor es
suave, sino porque los tales padres y madres ni remota-
mente se aplican á practicar los tres preceptos insinua-
dos; antes parece que al propósito se desvían de ellos
cuanto pueden.
Si es en la instrucción, se contentan con darles la
muy superficial por medio de unos maestros ó ayos
mercenarios, ^ que acaso, viendo el chiqueo de los padres,
no tratan más que lisonjear al pupilo con harto daño
de él y de sus conciencias.
' El padre Juan Martínez de la Parra, de la Compañía de Jesús.
* Hablamos aquí de los padres decentes y bien nacidos, que obran de este modo;
no de la gente vulgar que no abriga ningunos sentimientos regulares; pues á éstos no
los corrige la critica ni la persuasión. Estos bárbaros que llevan al hijo á que los cuide
cuando el aguardiente los arroja 'por las calles; otros que los llevan al juego, y aun
juegan con ellos; otros en cuyas pocilgas jamás se oyen sino maldiciones, juramentos,
riñas y obscenidades, etc.; éstos no sólo no pueden dar á sus hijos buena educación ni
buen ejemplo, porque son unos brutos racionales, sino que por esta misma razón
siempre los imbuyen en sus errores y preocupaciones, y con sus perversos ejemplos les
forman un corazón de demonios. Esta es una triste verdad, pero verdad que si se qui-
siera desmentir hablaran en su favor las pulquerías, tabernas, villarcitos, cárceles y
calles de esta ciudad, que no están llenas de otra polilla que de estos haraganes y vicio-
sos. ¡Qué cosa tan grande fuera el hacerlos útiles al Estado y á sí mismos! ¿Qué provi-
dencias más conducentes para el caso, que encargarse de sus hijos, proporcionándoles
por amor y por fuerza la buena educación ? ¿Y qué arbitrio, á mi parecer, más fácil para /
ello que el proyecto de las escuelas gratuitas, que propuse en el tomo tercero de mi
Pentador mexicano, números 7, 8 y 9f Yo aseguro que, practicado en todeis sus partes,
dentro de diez años nuestra plebe no fuera tan necia, viciosa é inútil como hoy. Esto
seria hacer de las piedras hijos de Abrahán.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A. — 71.
282 PENSADOR MEXICANO
Si es en la corrección, ya hemos dicho el abandono
de estos padres, y especialmente de las madres.
Últimamente, si es en el ejemplo, ¿cuál es el ordina- v
rio que ven los hijos en sus casas? Lujo en las personas,
excesos en la mesa, orgullo con los criados, altanería
y desprecio con los pobres.
Esto es cuando menos, que cuando más ya se sabe
lo que ven y oyen los niños en muchas casas. Y siendo
el ejemplo el aliciente más poderoso para formar bien ó
mal el corazón del niño en aquella edad, ¿cómo será éste
con tales ejemplos? Los resultados nos lo dicen: niño en-
greído, grande soberbio; niño consentido, grande necio;
niño abandonado, grande perdido; y así de lo demás.
Todo esto se remediaba con la buena educación,
y ésta desde temprano. El consejo es del Espíritu Santo,
que dice: Si (icncs ¡ti/os, instruyelos desde su niñez. (EccL.,
cap. VII). El árbol se ha de enderezar cuando es vara, no
cuando se robustece y es tronco. Los médicos dicen que
los remedios se deben aplicar al principio de las enferme-
dades, antes que tomen cuerpo, antes que se vicie toda la
sangre y corrompa los humores. Los diestros cirujanos
componen el hueso luego que se disloca, y lo entablan
luego que advierten la fractura; porque si no, cría
bahilla y se imposibilita la cura.
Así, ni más ni menos, debe ser la educación de
los niños; desde pequeños, antes que sean troncos. Se
'-^ — U..V. •■ • .--r' '■ ■ ^.-_' riüÉJÉ'- n*-*' -----••-•— ■•■'■■!'>^->-- ■ -^ ' . ] • lá
OBRAS ESCOGIDAS 283
han de corregir sus deslices luego que se les noten,
porque si no, crían babilla.
Estas verdades son más claras que el agua, más
repetidas que los días; no hay quién. diga que las ignora,
y con todo eso no se ven sino muchachos mal criados y
necios, que después son unos hombres vagos, viciosos
y perdidos.
Esto no puede estar en otra cosa sino en que
obramos contra lo mismo que sabemos. Consentimos á
los muchachos, por serlo, y por tenerles demasiado
amor; ellos, cuando jóvenes, nos llenan de pesadumbres
y disgustos, y entonces son los ojalas y los malhayas,
pero sin fruto.
¿Cuánto mejor y más fácil no es domar al caballo
de potro que de viejo? Tienen los padres un freno y un
acicate muy oportuno para el caso, y que, sabiéndolos
manejar con prudencia, es casi imposible que deje de
producir buenos efectos. El freno es la ley evangélica
bien inspirada y el acicate el buen ejemplo practicado
constantemente.
Los campistas de nuestra tierra dicen que el mejor
caballo necesita las espuelas; así podemos decir, que el
niño más dócil y el de mejor natural ha menester obser-
var buenos ejemplos para formar su corazón en la sana
moral y no corromperse. Esta es la espuela más eficaz
para que los niños no se extravíen.
284 PENSADOR MEXICANO
El buen ejemplo mueve más que los consejos, las
insinuaciones, los sermones y los libros. Todo esto es
bueno; pero por fin son palabras que casi siempre
se las lleva el viento. La doctrina que entra por los ojos,
se imprime mejor que la que entra por los oídos. Los
brutos no hablan, y sin embargo, enseñan á sus hijos, y
aun á los racionales con su ejemplo. Tanta es su fuerza.
No hay que admirarse de que el hijo del borracho
sea borracho; el del jugador, tahúr; el del altivo, alti-
vo, etc., etc.; porque si eso aprendió de sus padres, no
es maravilla que haga lo que vio hacer. El hijo del
gato caza ratón, dice el reirán.
Lo que sí es maravilla, ó por mejor decir, cosa de
risa, es que, como apunté poco há, cuando el hijo ó hija
son grandes, y grandes picaros, cuando cometen grandes
delitos y dan grandes disgustos, entonces los padres y
las madres se hacen de las nuevas y exclaman: <<¡ Quién
lo pensara de mi hijo I ¡Quién lo creyera de fulanal»
¡Tontos! ¿Quién lo ha de creer, quién lo ha de pensar?
Todo el mundo; porque todo el mundo ha visto cuál ha
sido vuestro modo de criarlos. El milagro fuera que, edu-
cándolos bien y dándolos buenos ejemplos, ellos salieran
indóciles y perversos; pero que salgan malos cuando la
doctrina que han mamado ha sido ninguna, y los ejem-
plos que han visto han sido pésimos, es una cosa muy
natural; porque todos los efectos corresponden á sus
.k«^. i-'^.^ft^^^.. I
>-..^í^-í^,
OBRAS ESCOGIDAS 285
causas. ¿Quién se ha admirado hasta hoy de que un
poco de algodón arda si se aplica al í'uego, ni que se
manche un pliego de papel si se mete en una olla de
tinta? Nadie, porque todos saben que es propio del fuego
quemar lo combustible, y de la tinta teñir lo susceptible
de su color. Pues tan natural así es que los niños ardan
con la mala educación y se contaminen con los malos
ejemplos. Lo que importa es no darles una ni otros.
Por esto entre los laccdemonios se acostumbraba
castigar en los padres los delitos de los hijos, discul-
pando en éstos la falta de advertencia v acriminando en
aquéllos la malicia ó la indolencia.
Wenceslao y Bolcslao, príncipes de Bohemia,
fueron hermanos, hijos de una madre: el primero fué
un santo, á quien veneramos en los altares, y el segundo
un tirano cruel que quitó la vida á su mismo hermano.
Distintos naturales, distintas suertes; pero ¿á qué se
atribuirán sino á las distintas educaciones? Al primero
lo educó su abuela Ludmila, mujer piadosísima y santa,
y al segundo, su madre Draomira, mujer loca, infame
y torpísima. ¡ Tal es la fuerza de la buena ó mala educa-
ción en los primeros años!
Cuando ponderamos lo mal que hacen los padres
cuando faltan á las obligaciones que tienen contraídas
respecto de los hijos, no disculpamos á éstos de sus
desacatos é inobediencias. Unos y otros hacen mal, y
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, I, A. — 72.
.t."i'> '.'^"i l^'-^xa,'. vfrfi^ntiíi-Lis.a
->-v I
286 PENSADOR MEXICANO
unos y otros trastornan el orden natural, infringen la
ley y perjudican las sociedades en que viven, y no
enmendándose, unos y otros se condenan; pues, como
se lee en los sagrados libros: ^ los hijos recogen la lena
y los padres encienden el luego.
Es verdad que Dios dice que el hijo malcriado será
el oprobio tj la confusión de sus padres; pero también
están llenas de anatemas las divinas letras contra tales
hijeas. Oid algunas que constan en los Proverbios y el
Eclesiástico: Se extinf/uird la vida del rjue maldice d
su padre, y pronto quedará entre las tinieblas del sepul-
cro. Mala será la fama, ú se lei'á desJionrado el c¡ue
menosprecia d su madre. El (¡ue aflige d. su padre ó
huye de su madre, será ignominioso ó infeliz. La mal-
dición de ésta destruye Jiasta los cimientos de la casa
de los malos Iii/Os. y por último: Decoren los cuervos
carnicecos el cadáver, y sárjuenle los ojos al que se cdrece
d burlarse de su padre.
Horrorizan estas maldiciones; pero y qué, ¿habrá
hijos tan inicuos, ingratos y desalmados que las merez-
can? Esto mismo dudó Solón, y por eso cuando dio
leyes á los atenienses y les señaló castigo á todos los
delitos, no lo señaló al hijo ingrato y parricida, '■^ diciendo
que no se persuadía pudiera haber tales hijos. ¡Ah!
• Jerem., 7, V. 18.
^ Para el caso lo mismo es matarlos á pesadumbres que con veneno ó puñal.
Todo es quitarles la vida.
^ .;t\ --' ^^.íAl' '.i . . >í-.' ■- .. ■ í'u.'.J. -■ j'i...-: .Le- ■.".■.-■£., ..-Vi..
• -r=-!>. .; i -. .' ,'»5-í: ;^ .'>: --^^ir ",•
OBRAS ESCOGIDAS 287
Nosotros no podemos fingirnos esta duda, porque vemos
mil hijos que ni merecen este nombre, según son de
perversos é ingratos con sus padres.
Por el contrario, prodiga Dios las bendiciones de
los hijos buenos, amantes y obedientes á sus genera-
dores. Dice (jue vivirán ¡arijo tiempo sobre la tierra,
que la bendición del padre afirma las casas de los hijos,
esto es, su felicidad temporal. Que de la honra que
tributaren al padre, resultará la gloria del Jiijo ó su
buen nombre. Que el Señor se acordará del buen hijo
en el día de su tribulación; que atenderá sus oraciones;
<¡ue les perdonará sus pecados, y en fin. que les acom-
pañará la bendición de Dios eternamente .
Es tan justo, debido y natural el amor, respeto y
gratitud que los hijos deben á los padres, que los mismos
paganos que no conocieron al verdadero Dios, ni se
impusieron en sus bendiciones y amenazas, nos lo deja-
ron recomendado no sólo con sus plumas sino con sus
obras.
¡Qué amor el de aquella joven romana, que estando
su padre preso y sentenciado á morir de hambre, se di<'>
arbitrio para alimentarlo por una rendija de la puerta
de la cárcel! Y ¿con qué? Con la leche de sus pechos.
Acción tan tierna (jue, sabida por los jueces, le granjeó
el indulto al infeliz anciano.
¡ Qué respeto el de aquellos dos nobles hijos Cleoves
^'^'Air V'-*-l4>^><^'W' '^k/r
,^
288 PENSADOR MEXICANO
y Vit(')n. que laltando los caballos, ellos tiraron la carroza
y condujeron hasta las puertas del templo á su madre la
sacerdotisa! Acción que elogió Cicerón y la aplaudieron
tanto los romanos, (jue veneraron como á dioses á aque-
llos dos tan reverentes hijos.
¡Qué piedad la de Eneas, que ardiendo la ciudad de
Troya en la noche fatal de su exterminio, cuando todo
era espanto, terror y confusión, y no tratando todos sino
de librarse de la muerte, él corre donde estaba su viejo
padre Anchises, lo pone sobre sus hombros, vuela con él
por entre las llamas, y le asegura la vida diciéndole:
Ea, vén á mi cerviz, que yo en mis hombros
Te tengo de librar, ¡oh padre amado I
Sin que tan dulce carga en ningún tiempo
Me agrave ni la estime por trabajo:
Sea después lo que fuere, que hora el riesgo
O la dicha será comün á entrambos! •
Estos heroicos ejemplos ¿no embelesan, no encan-
tan, no enternecen á los buenos hijos? Y á los malos
¿no los avergüenzan y confunden? Estas brillantes accio-
nes no fueron hechas por unos santos cristianos, ni por
unos anacoretas del yermo, sino por unos gentiles, por
unos paganos que no gozaron la luz del Evangelio, ni
tuvieron noticia de sus infalibles promesas, y sin em-
bargo, amaban, veneraban y socorrían á sus padres hasta
el extremo que habéis visto, sin más guía que la natura-
' ViKOiLio. Eneida, 2.
/
• -^r??*^??? ^?&'*l'^*'^u*^^^^^^
OBRAS ESCOGIDAS
289
leza y sin más interés que la complacencia interior que
es uno de los frutos de la virtud.
Pero los malos hijos no s<')lo no veneran á sus
padres, sino (jue los insultan, y lejos de socorrerlos y
alimentarlos, les disipan cuanto tienen, los abandonan
y los dejan perecer en la miseria. ¡Ay de tales hijos! y
¡ay de mil que í'uí uno de ellos, y á tuerza de disgustos
y sinsabores di con mi pobre madre en la sepultura,
como lo veréis en el capítulo primero del tomo que sigue.
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PERIQUILLO SARNIENTO. —T. I, A. — 73.
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ÍNDICE
DEÍI^ TOMO I^RIMBRO, A.
Prólogo I
Capítulo í. — Comienza Periquillo escribiendo el motivo que
tuvo para dejar á sus hijos estos cuadernos, y da
razón de sus padres, patria, nacimiento y demás
ocurrencias de su infancia i
» II. — En el que Periquillo da razón de su ingreso á
la escuela, los progresos que hizo en ella, y otras
particularidades que sabrá el que las leyere, las
oyere leer, ó las preguntare 19
» III. — En el que Periquillo describe su tercera escue-
la, y la disputa de sus padres sobre ponerlo á
oficio. . . 39
» IV. — En el que Periquillo da razón en que paró la
conversación de sus padres, y del resultado que
tuvo, y fué que lo pusieron á estudiar, y los
progresos que hizo 57
» V. — Escribe Periquillo su entrada al curso de artes,
lo que aprendió, su acto general, su grado, y
otras curiosidades que sabrá el que las quisiere
saber 75
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, A.— 74.
294 ÍNDICE
Capítulo VI. — En el que nuestro bachiller da razón de lo que
le pasó en la hacienda, que es algo curioso y
entretenido 89
» VII. — Prosigue nuestro autor contando los sucesos
que le pasaron en la hacienda 109
» VIII. — En el íjue escribe Periquillo algunas aventuras
que le pasaron en la hacienda y la vuelta á su
casa 131
» IX. — Llega Periquillo á su casa y tiene una larga
conversación con su padre sobre materias curio-
sas é interesantes 147
» X. — Concluye el padre de Periquillo su instrucción.
Resuelve este estudiar teología. La abandona.
Quiere su padre ponerlo á oficio, él se resiste, y
se refieren otras cosillas 171
» XI. — Toma Periquillo el hábito de religioso, y se
arrepiente en el mismo día. Cuéntanse algunos
intermedios relativos á esto 195
» XII. — Trátase sobre los malos y los buenos consejos;
muerte del padre de Periquillo, y salida de éste
del convento - . 221
» XIII. — Trata Periquillo de quitarse el luto, y se dis-
cute sobre los abusos de los funerales, pésames,
entierros, lutos, etc 237
V XI\'. — Critica Periquillo los bailes, y hace una larga y
útil digresión hablando de la mala educación que
dan muchos padres á sus hijos, y de los malos
hijos que apesadumbran á sus padres. . . . 265
■j: W^i ■■<' --r Tf ■
1
•1
PAUTA
para la colocación de las láminas
J. Joaquín Fernández de Lizardi. . . ... . . . I
— ¿Ves, hijo, qué primores encierra la naturaleza, aun en cuatro
hierbecitas y unos animalitos que aquí tenemos? . . . 41
— Señor, usted ha estudiado, díganos; ;por qué hablan los
pericos como la gente? . .120
... llevándome á varias tertulias que frecuentaba en algunas casas
medianamente decentes 180
... lo mismo fué levantarse que oir, con dolor de su corazón, tro-
nar sus vestidos y aun verlos hechos pedazos. . . . . 274
ESTE TOMO SE
ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA,
EN EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO
DE ESPASA Y COMPAÑÍA,
EN AGOSTO DE
1897
..;r2l53.'
EL
PERIQUILLO SARNIENTO
"
ES PROPIEDAD
'.^\r^í "i: T • • ,.5 r"^ >";. '.. ^
ir;>'; '£-«:«':'
EL PENSADOR MEXICANO
(J. JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI)
EL
n:i.)
h:kl()[llJX)SARMBNT()
LA QUIJOTITA
nON CATRÍN DE LA FACHENDA. — NOCHES TRISTES
DÍA ALEGRE. — FÁBULAS
PRÓLOGO DE
n. FRANí^SCO SOSA
EDICIÓN DE LUJO
ADORNADA CON LÁMINAS CROMOLITOGRAI- lADAS, Y ENRIQUECIDAS SUS PÁGINAS
CON NUMEROSOS GRABADOS
DIBUJOS DE
D. ANTONIO UTEILLO
TOMO I
MÉXICO
J. Baliéscá \ Conjpañía. Sucesor
8, SANTA ISABEL, 8
SANTA TERESA, 8, BARCELONA-GRACIA
1897
^■>^ _ ■■ ^ .
^Vl:'. tÍi.^''-V-/.j.4J'
■^kxUuiÉIÉiH^b .
■-■■ -^ -^"- - -— ■¡--...i^iíLüíL.AA^-á
VIDA Y HECHOS
TO
ESCRITA POR ÉL
para sus hijos
CAPÍTULO PRIMERO
Escribe Periquillo la muerte de su madre, con otras cosillas no del todo
desagradables
I Con qué constancia no está la gallina lastimándose
el pecho veinte días sobre los huevos I Cuando los siente
PERIQUILLO SARNIENTO.— T, I, B, — l. •
2 PENSADOR MEXICANO
animados, ¡con qué prolijidad rompe los cascarones para
ayudar á salir á los pollitos 1 Salidos éstos, ¡con qué
eficacia los cuida; con qué amor los alimenta; con qué
ahinco los defiende; con qué cachaza los tolera, y con
qué cuidado los abriga!
Pues á proporción hacen esto mismo con sus hijos
la gata, la perra, la yegua, la vaca, la leona y todas las
demás madres brutas. Pero cuando ya sus hijos han
crecido, cuando ya han salido, digámoslo así, de la edad
pueril . y pueden ellos buscar el alimento por sí mismos,
al momento se acaba el amor y el chiqueo, y con el
pico, dientes y testas, los arrojan de sí para siempre.
No así las madres racionales. ¡Qué enfermedades
no sufren en la preñez 1 ¡Qué dolores y á qué riesgos
no se exponen en el parto! ¡Qué achaques, qué cuida-
dos y desvelos no toleran en la crianza! Y después de
criados, esto es. cuando ya el niño deja de serlo, cuando
es joven y cuando puede subsistir por sí solo, jamás
cesan en la madre los afanes, ni se amortigua su amor,
ni fenecen sus cuidados. Siempre es madre, y siempre
ama á sus hijos con la misma constancia y entusiasmo.
Si obraran con nosotros como las gallinas, y su
amor S('»lo durara á medida de nuestra infancia, todavía no
podríamos pagarlas el bien (jue nos hicieron, ni agradecer-
las las fatigas (|ue les costamos, pues no es poco el de-
berlas la existencia física v el cuidado de su conservación.
iL^^MÍiZí-^-^-^i^.'^ .:^ V-.. ■> 'Mt^]^~^^.^j^iw,3^.^^éáé^r ' ^¿^^^'^í L4-.^'^'«JlI>.v.
.r«..fL.' >:«
OBRAS ESCOGIDAS Ó
No son ciertamente otras las causales, porque nos
persuade el Eclesidsiico nuestro respeto y gratitud hacia
los padres. Honra d tu padre, dice en el cap. VII, honra
á tu padre, y no olvides los gemidos de tu madre. Acuér-
date que si no fuera por ellos no existieras, y pórtate
con ellos con el amor que ellos se portaron contigo. Y el
santo Tobías, el Viejo, le dice á su hijo: Honraras á tu
madre todos los días de tu vida, debiéndote acordar de los
peligros y trabajos que padeció por tí cuando te tuco en
su vientre. (Tobías, cap. IV).
En vista de esto, ¿quién dudará que por la natu-
raleza y por la religión estamos obligados, no sólo á
honrar en todos tiempos, sino á socorrer á nuestros
padres en sus necesidades y bajo culpa grave?
Digo en todos tiempos, porque hay un abuso entre
algunas personas, que piensan que en casándose se
exoneran de las obligaciones de hijos, y que ni se
hallan estrechadas á obedecer ni respetar á sus padres
como antes, ni tienen el más mínimo cargo de soco-
rrerlos.
Yo mismo he visto á muchos de éstos y éstas que
después de haber contraído matrimonio, ya tratan á sus
padres con cierta indiferencia y despego que enfada. —
No, dicen , ya estoy emancipado, ya salí de la patria po-
testad, ya es otro tiempo. — Y la primera acción con que
toman posesión de esta libertad es con chupar ó fumar
4 PENSADOR MEXICANO
tabaco delante de sus padres. ^ A seguida de esto, les
hablan con cierto entono, y por último, aunque estén
necesitados, no los socorren.
Cuanto á lo primero, esto es, cuanto al respeto y la
veneración, nunca quedan los hijos eximidos de ella, sea
cual fuere el estado en que se hallen colocados, ó la
dignidad en que estén puestos. Siempre los padres son
padres, y los hijos son hijos, y en éstos, lejos de vitupe-
rarse, se alaba el respeto que manifiestan á aquéllos.
Casado y rey era Salomón, y bajó del trono para recibir
con la mayor sumisión á su madre Betsabé; lo mismo
hizo Bonifacio VIII con la suya, y hace todo buen hijo,
sin que estas humillaciones les hayan acarreado otra
cosa que gloria, bendiciones y alabanzas.
Por lo que toca al socorro que deben impartirles en
sus necesidades, aún es más estrecha la obligación. No
se excusa la mujer, teniéndolo, con decir: «Mi marido
no me lo da:» pedírselo, que si él fué buen hijo, él lo
dará; y si no lo diere, economizarlo del gasto y del lujo;
pero que haya para galas, bailes y otras extravagancias
y no haya para socorrer á la madre, es cosa que escan-
' El fumar no es malo, es un vicio de los tolerables, y aunque él por sí es muchas
veces pernicioso á la salud y gravoso á la bolsa, ya la costumbre lo tiene favorecido;
pero ¿el chupar delante de los padres? Tampoco es malo; es tan licito como delante de
los que no lo son. Ningún padre se escandalizará si ve que su hijo toma polvos en su
presencia; mas con todo eso, la misma costumbre que sufre que se tome tabaco aun
en la iglesia, por las narices, no lo tolera por la boca, ni delante de los padres y supe-
riores. Ello es una preocupación, pero pasadera, y con la que probamos nuestro respeto
á algunas personas y lugares.
^ > -.-.>^..- -j-j... ■ ^^AtitÜ^^t^mm^aítligík^ .jua^^la¿^t^
OBRAS ESCOGIDAS 5
daliza; bien que apenas cabe en el juicio que haya tales
hijas.
Más frecuentemente se ve esto en los hombres, que
luego dicen : — ¡Oh I yo socorriera á mis padres; pero soy
un pobre, tengo mujer é hijos á quienes mantener, y no
me alcanza. — ¡Holal Pues tampoco esa es disculpa justa.
Consulten á los teólogos, y verán cómo están en obliga-
ción de partir el pan que tengan con sus padres; y aún
hay quien diga ^ que en caso de igual necesidad, bajo de
culpa grave, primero se ha de socorrer á los padres que
á los hijos.
No favorecer á los padres en un caso extremo, es
como matarlos. Delito tan cruel, que asombrados de su
enormidad los antiguos, señalaron por pena condigna
á quien lo cometiera, el que lo encerraran dentro de
un cuero de toro, para que muriera sofocado, y que
de este modo lo arrojaran á la mar, para que su cadá-
ver ni aun hallara descanso en el sepulcro.
¿Pues cuántos cueros se necesitarán para enfardelar
á tantos hijos ingratos como escandalizan al mundo con
sus vilezas y ruindades? En aquel tiempo yo no me
hubiera quedado sin el mío; porque, no sólo no socorrí
á mi madre, sino que le disipé lo poco que mi padre
le dejó para su socorro.
¡Qué caso! De las cinco reglas que me enseñaron
* Santo Tomás.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 2. .
b PENSADOR MEXICANO
en la escuela, unas se me olvidaron enteramente con la
muerte de mi padre, y en otras me ejercité completa-
mente. Luego que se acabaron los mediecillos y se ven-
dieron las alhajitas de mi madre, se me olvidó el sumar,
poríjue no tenía (jué: multipUcar nunca supe; pero medio
jKirtir y partir por entero, entre mis amigos, y las
amigas mías y de ellos, todo lo que llegaba A mis
manos, lo aprendí perfectamente; por eso se acabó tan
pronto el principalito; y no bastó, sino que siempre que-
daba re.<ían(lu á mis acreedores, y sacaba esta cuenta de
memoria: (juien debe á uno cuatro, á otro seis y á otro
tres, etc., y no les paga, les debe. Eso sabía yo bien:
deber, destruir, aniquilar, endrogar y no pagar á nadie
de esta vida; y éstas son las cuentas que saben los per-
didos de pe á />«. Sumar no saben, porque no tienen qué;
multiplicar tampoco, porque todo lo disipan; pero restar
á quien se descuida y partir lo poco que adquieren con
otros haraganes petardistas que llaman sus amigos, eso
sí saben como el mejor, sin necesitar las reglas de arit-
mética para nada. Así lo hice yo.
En estas y las otras, no quedó en casa un peso
ni cosa que lo valiera. Hoy se vendía un cubierto;
mañana otro; pasado mañana un nicho; otro día un
i'opero; hasta que se concluyó con todos los muebles
y menaje. Después se siguió con toda la ropita de mi
madre, de la que en breve dieron cuenta en el Montepío
..^j^ai^Ú^aUt
\ . . ,»,^r "^■■iffv' •"•^'^^^Ví* .- '" • '---'■ ■.•«>*,% ■■,,-" -t-^ -:^ •.-»•-" ';'»J,-
OBRAS ESCOGIDAS 7
y en las tiendas, pues como no liabía para sacarla, todas
las prendas se perdieron en una bicoca.
Es verdad que no todo lo gasté yo; algo se consumió
£ntre mi madre y nana Felipa, Eramos como aquel loco
de quien refiere el padre Almeida ^ que había dado en
la tontera de que era la Santísima Trinidad, y un día le
preguntó uno ¿que cómo podía ser eso andando tan des-
pilfarrado y lleno de andrajos? A lo que el loco contestó:
^•qué quiere iisted/' si somos tres al romper. Así sucedía
en casa, que éramos tres al comer y ninguno al buscar.
Bien, que cuando hubo, yo gastaba y tiraba por treinta;
y así á mí sólo se me debe echar la culpa del total des-
barato de mi casa.
La pobre de mi madre se cansaba en persuadirme
solicitara yo algún destino para ayudarnos; pero yo en
nada menos pensaba. Lo uno, porque me agradaba
más la libertad que el trabajo, como buen perdido, si
acaso hay perdidos que sean buenos; y lo otro, porque
¿qué destino había de liallar que fuera compatible con
mi inutilidad y vanidad que fundaba en mi nobleza y
en mi retumbante título hueco de bachiller en artes,
que para mí montaba tanto como el de conde ó mar-
qués?
Al pie de la letra se cumplió la predicción de mi
padre; y mi madre, entonces, á pesar de su cariño, que
• Recreac. filos., tom. IV, .tarde 19.
— .><•., j-!á..'.:..-,.iJ'.v : '. ;*' ,C' .■¿.•.'.:í...-£i<,';iX'-i5i*«,..
8 PENSADOR MEXICANO
nunca le faltó hacia mí, conoció cuánto había errado
en oponerse á que yo aprendiese algún oficio.
El saber hacer alguna cosa útil con las manos,
quiero decir, el saber algún arte ya mecánico, ya liberal,
jamás es vituperable, ni se opone «i los principios nobles,
ni á los estudios ni carreras ilustres que éstos propor-
cionan; antes suele haber ocasiones donde no vale al
hombre ni la nobleza más ilustre, ni el haber tenido
muchas riquezas, y entonces le aprovechan infinito las
habilidades que sabe ejercitar por sí mismo.
La deshonra, dice un autor que escribió casi á fines
del siglo pasado, ^ la deshonra ha de nacer de la ocio-
sidad ó de los delitos; no de las profesiones. Todos
los individuos del cuerpo político deben reputarse en
esta parte hijos de una familia.
¿Qué hubiera sido de Dionisio, rey de Sicilia,
cuando habiendo perdido el reino y andando prófugo é
incógnito por sus tiranías, no hubiera tenido alguna
habilidad para mantenerse? Hubiera perecido segura-
mente en las garras de la mendicidad, ya que no en
las manos de sus enemigos; pero sabía leer y escribir,
bien sin duda, pues emprendió ser maestro de escuela,
y con este ejercicio se mantuvo algún tiempo.
¿Qué suerte hubiera corrido Arístipo, si cuando
* El Licenciado don Francisco Xavier Peñaranda en su Sittema económico y
político más conoeniente d Etpaña.
.. w -« -.-^-- .ii-k.- ^„,,;-ygg^,¿y^^^^i|^
OBRAS ESCOGIDAS 9
aportó á la isla de Rodas, habiendo perdido en un
naufragio todas sus riquezas, no hubiera tenido otro
arbitrio con qué sostenerse por sí mismo? Hubiera pere-
cido: pero era un excelente geómetra, y conocida su
habilidad, le hicieron tan buen acogimiento los isleños,
que no extrañó ni su patria ni sus rifjuezas; y en prueba
de esto les escribió á sus paisanos estas memorables
razones: Dad á luesti'os ¡ti/os tales riquezas (jue no las
pierdan, aun cuando salf/an desnudos de un naufragio.
¡Qué bien tocaba este consejo á muchas madres y á
muchos nobleci tosí
Si uno de nuestros abogados, teólogos y canonistas,
arribara náufrago á Pekín ó Constantinopla. ¿hallara qué
comer con su profesión? No; porque en esas capitales
ni reina nuestra religión, ni rigen nuestras leyes; y así,
si no sabía coser una camisa, tejer un jubón, hacer unos
zapatos ó cosa semejante con sus manos, sus conclu-
siones, argumentos, sistemas y erudición le servirían
tanto para subsistir, como á un médico sus aforismos
en una isla desierta é inhabitable.
Esta es una verdad; pero por desgracia el abuso
que contra ella se comete es casi general en los ricos
y en los que se tienen por de la sangre azul.
Dije casi, y dije una bobera: sin casi. Es abuso
generalísimo, y tanto, que está apadrinado por la vieja
y grosera preocupación de que los o /icios envilecen al
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, H — 3.
10 PENSADOR MEXICANO
que los ejei'cita, y de este error se sigue otro más mal-
dito, y es aquel desprecio con que se ve y se trata á
los pobres oficiales mecánicos. Fulano es hombre de
bien, pero es sastre; citano es de buena cuna, pero
es barbero; mengano es virtuoso, pero es zapatero. ¡Oh I
¿Quién le ha de dar el lado? ¿Quién lo ha de sentar á su
mesa? ¿Ni quién lo ha de tratar con distinción ni apre-
cio? Sus cualidades personales lo recomiendan, pero su
oficio lo abate.
Así se explican muchos á quienes yo diría: señores,
¿si no tuvierais riquezas ni otro modo de subsistir sino
de hacer zapatos, coser chaquetas, aparejar sombre-
ros, etc., no es verdad que entonces renegaríais de los
ricos que os trataran con la necia vanidad con que ahora
tratáis vosotros á los menestrales y artesanos? Eslo sin
duda.
Y si por un caso imposible, aun siendo ricos, si
un día se conjuraran contra vosotros todos éstos, y no
os (juisieran servir á pesar de vuestro dinero, ¿no anda-
ríais descalzos? Sí, porque no sabéis hacer zapatos. ¿No
andaríais desnudos y muertos de hambre? Sí, porque no
sabéis hacer nada para vestiros, ni cultivar la tierra
para alimentaros con sus frutos.
Conque si en la realidad sois unos inútiles, por
más que desempeñéis en el mundo el papel de los actores
de aquella comedia titulada Los hijos de la foriunaf
lÉtÉfnir i -II I • . ^^,i|^^^^,_^
•• -'Vf.
OBRAS ESCOGIDAS 11
¿por qué son esas altiveces, esos dengues y esos des-
precios con aquellos mismos que habéis menester y
de quienes depende vuestra brillante suerte? ^ Si lo
hacéis porque son pobres los que se ejercitan en estos
oficios para subsistir, sois unos tiranos, pues sólo por
ser pobres miráis con altivez a los que os sirven, y
quizá á los que os dan de comer; '^ y si solamente lo
hacéis así ó los tratáis con este modo orgulloso, porque
viven de su trabajo, á más de tiranos, sois unos necios;
y si no, pregunto: vosotros ¿de qué vivís? Tú, minero;
tú, hacendero; tú, comerciante; te murieras de hambre
y perecieras entre la indigencia si Juan no trabajara tu
mina, si Pedro no cultivara tus campos y si Antonio
no consumiera tus géneros, todos á costa del sudor de
sus rostros, mientras tú, hecho un holgazán, acaso,
acaso no sirves sino de escándalo y peso á la república.
Así hablara yo á los ricos soberbios y tontos, ^ al
mismo tiempo que á vosotros, oh pobres honrados, ^ os
alentara á sufrir sus improperios y baldones, á resigna-
ros en la Divina Providencia y á continuar en vuestros
afanes honradamente, satisfechos de que no hay oñcio
^ Es constante que los pobres son feudatarios de los ricos y los que aumentan sus
riquezas.
* Los miserables jornaleros que cultivan las haciendas, los operarios que trabajan
las minas y los artiñces que labran los tejidos, etc., dan de comer y sostienen el lujo de
los ricos.
' Con ésos se habla.
^ A ésos se dirige el apostrofe, no á los pobres viciosos, pues á éstos, si los ultrajan
por su mala conducta, bien se lo merecen. Ser picaro á más de pobre es gran desgracia.
.-•W.^ -•-_ ,.:
I. .
12 PENSADOR MEXICANO
vil como el hombro no lo sea, ni hay riqueza ni distin-
ción alguna que descargue de las notas de necio ó vicioso
á quien las tiene.
¿Cuántas veces irá un hombre lleno de ignorancia ó
de delitos dentro del dorado coche que hace estremecer
vuestros humildes talleres? ¿Y cuántas la salsa que sazo-
na los pichones y perdices de su mesa será la intriga,
el crimen y la usura, mientras que vosotros coméis con
vuestros hijos y con una dulce tranquilidad tal vez una
tortilla humedecida con el sudor de vuestra frente?
No son. hijos míos, los oficios los que envilecen
al hombre (no me cansaré de repetir esta verdad), el
hombre es el que se envilece con sus malos procederes;
ni menos es estorbo la pobre cuna, ni las artes mecáni-
cas para lograr entre los apreciadores del mérito el
lugar que uno se sepa merecer con su virtud, habilidad y
ciencia. Buenos testigos de esta verdad son tantos inge-
niosos poetas, diestros pintores, excelentes músicos, es-
cultores insignes y otros habilísimos profesores de las
artes ya liberales, ya mixtas, á (juienes el mundo ha
visto visitados, enriquecidos y honrados por los pontí-
fices, emperadores y reyes de la Europa. Prueba clara
de que el mérito distinguido y la sobresaliente habilidad,
no sólo no es barrera que imposibilita los honores, sino
(jue muchas veces es el imán que los atrae hacia sus
profesores. Ya se ha dicho en esta misma obrita (jue
^■■^«■. i:^-^, .^.í .-.,1 ''-•-^■^'-■-'' ■■'-«^*»
OBRAS ESCOGIDAS 13
Sixto V, antes de gobernar la Iglesia católica como pon-
tífice, fué porquerizo. ^ Ejemplar que vale por otros
muchos que recuerdan las historias eclesiástica y pro-
fana. Bien que la vanidad ha hecho que en nuestros días
no sean estos ejemplos muy comunes.
Pero es menester decirlo todo. No sé si es más
admirable ver á un hombre elevarse desde la basura á
un puesto alto, n ver á otros que, colocados en 61, no
olviden la humildad de sus principios. Yo creo que esto,
así como es lo más justo, así es lo más difícil, atendida la
soberbia humana, y siendo lo más difícil de suceder,
debe ser lo más admirable.
Que un hombre pase del estado de pobre al de rico,
del de plebeyo al de noble y del de pastor al de rey,
' Este pontiñce nació en un pueblo en la marca de Ancona á 13 de Diciembre de
1521. Fué su padre un pobre labrador, como dice Moreri, ó viñadero, como dice el autor
del Diccionario de hombres iluatres , llamado Peretti y su madre Mariana. Cuidaba puer-
cos ó lechones, y pasando un religioso 'franciscano por donde él estaba, ignorando el
camino, lo llevó de guía, y enamorado de la agudeza de sus respuestas lo condujo á su
convento. A poco tiempo tomó el hábito de la orden seranea, y correspondiendo sus as-
censos á su aplicación y talento, logró sentarse en la silla de San Pedro. Restableció á
la pureza de su origen la edición de la Vulgata (Biblia); canonizó á San Diego, religioso
franciscano español; agregó á los doctores de la Iglesia á San Buenaventura; mandó cele-
brar la ñesta de la presentación de la Santísima Virgen é hizo muchas otras cosas exce-
lentes. En tiempo de una grande hambre que padeció Roma, por cuya causa hubo una
sublevación, construyó varios edificios, abrió algunos caminos, y promovió el famoso
templo ó cúpula de San Pedro, que se creíi inacabable, en la que mantuvo diariamente
á 600 operarios. Últimamente, erigió un obelisco en la plaza de San Pedro de 72 pies de
altura. No sólo este Pontiñce fué de humilde y pobre ascendencia. Sin nombrar á
San Pedro, San Dionisio, Juan XVIII, Dámaso 11, Nicolás I, y otros se cuentan de oscu-
ro linaje, Adriano IV y Alejandro V, de niños se alimentaron de limosna; Urbano IV fué
hijo de otro porquerizo; Benedicto XI fué hijo de una lavandera de paños; Benedicto^XII
hijo de un molinero, etc. (véase la historia de los Pontífices). Lo que prueba bien que ni
lo oscuro del nacimiento ni la última miseria obstan para lograr los empleos más .hono-
ríficos, cuando la ciencia y la virtud hacen á los hombres dignos de ellos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 4.
KÍ.-V.t.á.^'^'' Z^:.
14 PENSADOR MEXICANO
como se ha visto, puede ser efecto de la casualidad en la
que el mismo hombre no tiene parte: pero que viéndose
encumbrado sobre los demás, lejos de ensoberbecerse ni
endiosarse, se manifieste humano, afable y cortés con
sus inferiores, acordándose de lo que fué, esto sí es
admirable, porque prueba una grande alma capaz de
tener á raya sus pasiones en cualquier estado de vida;
lo que no hace el hombre muy fácilmente.
Lo común es (|ue vemos infinitos que nacieron ricos
y grandes, y éstos son orgullosos y altivos por natura-
leza; esto es, así vieron el manejo de sus casas desde sus
primeros días; la lisonja les meció la cuna y respira-
ron la vanidad con el primer ambiente. Heredaron, por
decirlo de una vez, la nobleza, el dinero, los títulos, v
con esto la altivez y la dominación que ejercitan con los
que están debajo de ellos.
Esto es malo, malísimo; porque ningún rico debe
olvidarse de que es hombre, ni de que es semejante al
pobre y al plebeyo; sin embargo, si se pueden disculpar
los vicios, parece que la soberbia del rico merece alguna
indulgencia, si se considera que jamás ha visto la cara
á la miseria, ni le han faltado lisonjeros que lo anden
incensando á todas horas de rodillas. Es menester ser
un Alejandro para no caer en la tentaci<')n de dejarse
adorar como Nabuco.
Pero los pobres que nacieron entre los terrones de
i^iaiUiáká
OBRAS ESCOGIDAS 15
una aldea ó mísero pueblecico; que sus padres fueron
unos infelices y sus primeros refajos unas mantas; que
así se criaron y así crecieron luchando con la desdicha y
la indigencia, no sólo ignorando los ecos de la adulación,
sino familiarizándose con los desprecios; éstos, digo,
¿por qué si á la Providencia le place elevarlos á un
puesto brillante, al momento se desvanecen y se des-
conocen hasta el punto, no sólo de menospreciar á los
pobres, no sólo de no socorrer á sus parientes, sino ¡lo
más execrable! de negar su estirpe enteramente? Esta
es una soberbia imperdonable.
No son éstas ficciones de mi pluma; el mundo es tes-
tigo de estas verdades. ¿Cuántos, al tiempo de leer estos
renglones, dirán: «Mi hermano, el doctor, no me habla.»
Otros: «Mi hermana, la casada, no me saluda.» Otros:
« Mi tío, el prebendado, no me conoce.» y así muchos?
No quisiera decirlo; pero quizá por este vicio é
ingratitud se inventó aquel trillado refrán que dice:
quieren cer d un ruin, denle un cargo. Ello es una
vileza de espíritu ^ degenerar de su sangre y dejar pere-
cer en la miseria á los deudos, sólo por pobres, al tiempo
que se podían favorecer con facilidad á merced del puesto
encumbrado que se ocupa. *
* Asi como puede haber una alma noble en un plebeyo, así puede haber una alma
ruin dentro de un noble, y á ésta llamamos alma vil ó vileza de espíritu.
* Se entiende, sin perjuicio de la justicia, pues entonces no resultará del beneficio
virtud sino agravio.
:as-.v
16 PENSADOR MEXICANO
Pero auníjue sea soberbia, villanía ó lo que se le
(juiera llamar, así lo vemos practicar. Y si estas clases
de personas son tan altivas con su sangre, ¿<iué no serán
con sus dependientes, subditos y otros pobres, á quienes
consideran muy indignos de su afabilidad y cortesía?
Se ve. y no con rareza, (jue muchos de éstos que
eran atentos, cariñosos y bien criados con todo el mundo
en la esfera de pobres, luego que cambia su suerte y se
levantan de entre la ceniza se hacen soberbios, hincha -
dos, fastidiosos y detestables.
El célebre padre Murillo, en su catecismo, citando á
Plinio y Estrab<')n, dice (jue el Bucéfalo <') caballo de
Alejandro cuando estaba en polo se dejaba manosear
y tratar de cual(juiera; pero en cuanto lo ensillaban y
enjaezaban ricamente se volvía indomable y no se suje-
taba sino al joven Maced<'»n. El dicho padre hace sobre
este cuentecillo una reflexión muy oportuna que la he
de poner al pie de la letra. //«// alíjanos, dice, (jue son
irritahlcs ciunvlo csU'in en polo: pei'o viéndose adornados
ron una fjai'nacha, una borla, una dif/nidad, // aun iba
('( decir, con una mortaja de religioso, no liciij quién se
ace¡'if)üe con ellos.
No, hijos, por Dios, no aumentéis el número de
estos ingratos soberbios. Si mañana la suerte os colo-
care en algún puesto brillante, que es lo que se dice
estar en candelero, ó si tenéis riquezas y valimientos,
í>»; r ■y:^-''^.e'-.;-f^^^3^ir'':^-^,!^'f^^r4S^ftEr - •%; . :- :^'.-- /^BW» -*7-.W5r^' »*-
OBRAS ESCOGIDAS 17
dispensad vuestros favores á cuantos podáis sin agravio
de la justicia, que eso es ser verdaderamente grandes.
Mientras mayor sea vuestra elevación, tanto mayor sea
vuestra beneficencia. Cicerón en la defensa de Q. Liga-
rio, dice: Qae con niju/ujia cosa se parecen los ¡lonibres
más d Dios que con esta rii'índ. Siempre respetará el
mundo los augustos nombres de Tito y Marco Aurelio.
Este llenó de glorias y felicidades á Roma, y aquél fué
tan inclinado á hacer bien, que el día que no hacía uno,
decía que lo había perdido, dieni percUdinius.
Por otra parte, jamás os desvanezcáis con las ricjue-
zas ni con los empleos de distinción, ponjue ésta será la
prueba más segura de que no los merecéis, ni habéis
jamás disfrutado de aquéllas. Si vemos que uno al
entrar en un coche ó subir á un barco se desvanece y
le acometen vértigos frecuentes, fácilmente conocemos,
aunque él no lo diga, que aquella es la primera vez
que pisa semejantes muebles. No sin razón dice nuestro
vulgar adagio, (jue ú herradura que chapalea ciato le
falta, y es por esto.
¡Qué diferente juicio no hace el mundo de aquellos
que habiendo nacido pobres ú oscuros, y hallándose de
repente con riíjuezas ó empleos sobresalientes, ni se des-
vanecen con la altura de éstos, ni se deslumhran con
el brillo de aquéllas, sino que, inalterables en el mismo
grado de sencillez y bella índole ({ue antes tenían, con-
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. I, B. — 5.
18 PENSADOR MEXICANO
quistan cuantos corazones tratan! ¿No es preciso confe-
sar (jue el corazón de estos hombres es magnánimo: que
no se aturde ni se inflama con el oro, y que si nació sin
empleos y sin honores, á lo menos fué siempre digno de
ellos?
Y si estos mismos hombres, en vez de abusar de su
poder ó su dinero para oprimir al desvalido ó atropellar
al pobre, en cada uno de estos desgraciados reconocen
un semejante suyo, lo halagan con su dulce trato, lo
alientan con sus esperanzas y lo favorecen cuando
pueden, ¿no es verdad que en vez de murmuradores,
envidiosos v maldicientes, tendrían un sinnúmero de
amigos y devotos que los llenaran de bendiciones, les
desearan sus aumentos y glorificaran su memoria aun
más allá del término de sus días? ¿Quién lo duda?
Ni es prenda menos recomendable, en un rico de
los que hablo, una ingenuidad sincera y sin afectación.
El saber confesar nuestros defectos nosotros mismos es
una virtud que trae luego la ventaja de ahorrarnos el
bochorno de (jue otros nos los refrieguen en la cara;
y si el nacer pobres ó sin ejecutorias es defecto, ^
confesándolo nosotros les damos un fuerte tapaboca á
nuestros enemigos y envidiosos.
» No son defectos. El mundo mira con desprecio á los pobres y á los que no brillan
con la nobleza; pero ésta es una de las locuras de que está el mundo lleno. Los defectos
que no penden del arbitrio del hombre, no son vituperables ni se deben echar en cara.
Hacerlo es necedad.
... , .A.Vfl- .:.- ..■L-- lAt.,^. A-'..-.JtV- \
■^ ■-•Ví^rJ^'/ ^' >■'■.<*': ^■■' ;■■■■'" '.- " . --T' ..• ■■':.^V^ '•■■ '^' ^' ■ -J^-v-- .
OBRAS ESCOGIDAS 19
El no negar el hombre lo humilde de sus princi-
pios cuando se halla en la mayor elevación, no sólo no
lo demerita, sino que lo ensalza en el concepto de los
virtuosos y sabios, que son entre quienes se ha de aspi-
rar á tener buen concepto, que entre los necios y viciosos
poco importa no tenerlo.
Bien conoció esta verdad un tal Wigiliso, que
habiendo sido hijo de un pobre carretero, por su vir-
tud y letras llegó á ser arzobispo de Maguncia , en
Alejandría, y ya para no engreirse con su alta dig-
nidad, ó como dijimos, para no dar que hacer á sus
émulos, tomó por armas y puso en su escudo una
rueda de un carro con este mote: Memineri< quid sis
ct quid fueris: Acuérdate de lo (|ue eres y de lo que
fuiste.
Tan lejos estuvo esta humildad de disminuirle su
buen nombre, que antes ella misma lo ensalz(') en tanto
grado, que después de su muerte mandó el emperador
Enrico II que aquella rueda se perpetuase por armas del
arzobispado de Maguncia.
Agatocles, como rey y rey rico, tenía oro y plata con
que servirse á la mesa, y sin embargo, comía en barro
para acordarse que fué hijo de un alfarero.
Y por último, Bonifacio VIII fué hijo de padres
muy pobres; ya siendo pontífice romano, fué á verlo
su madre; entró muy aderezada, y el santo Papa no
'. r. ■.•'tilJ^.V..í«t
20 PENSADOR MEXICANO
la habló siquiera, antes preguntó: — ^'Quién es esta
señora.'' — Es la madre de Vuestra Santidad. — A^o puede
ser eso, dijo, si mi madre es muy pobre. — Entonces la
señora tuvo que desnudarse las galas, y volvió á verlo
en un traje humilde, en cuya ocasión el Papa la salió á
recibir y la hizo todos los honores de madre como tan
buen hijo. ^
Ya veis, pues, queridos míos, como ni los oficios
ni la pobreza envilecen al hombre, ni le son estorbo
para obtener los más brillantes puestos y dignidades,
cuando él sabe merecerlos con su virtud ó sus letras.
En estas verdades os habéis de empapar, y éstos son los
ejemplos que debéis seguir constantemente, y no los
de vuestro mal padre, que habiéndose connaturalizado
con la holgazanería y la libertad, no se quería dedicar
á aprender un oficio ni á solicitar un amo á quien servir,
ponjue era noble; como si la nobleza fuera el apoyo de
la ociosidad y del libertinaje.
La pobre de mi madre se cansaba en aconsejarme,
pero en vano. Yo me empeoraba cada día, y cada ins-
tante le daba nuevas pesadumbres y disgustos, hasta que,
• De Benedicto XI se sabe, que siendo un pobre hijo de una lavandera de paños,
exaltado al pontificado, fingió también no conocerla', porque iba vestida de seda, y asi
que fué á visitarlo con su humilde traje de lana la conoció y obsequió.
De Benedicto XII, dice la historia, que habiendo sido hijo de un molinero, no quiso
jamás reconocerlo sino en su propio traje de molinero. Estos heroicos ejemplos de hu-
mildad han quedado escritos para realzar más el mérito y la virtud de tales personajes.
Véase el Onomátticon de Guillermo Burio, secc. X ., fol. 358.
.1
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OBRAS ESCOGIDAS 21
acosada de la miseria y oprimida con el peso de mis
maldades, cayó la infeliz en cama de la enfermedad de
que murió.
En este tiempo ¡qué trabajos para el módico I ¡qué
ansias para la botica! ¡qué congojas para el alimen-
to no costó, no á mí, sino á la buena de tía Felipa!
Porque yo, picaro como siempre, apenas iba á casa al
medio día y á la noche á engullir lo (jue podía, y á
preguntar, como por cumplimiento, cómo se sentía mi
madre.
Ya han pasado muchos años, ya he llorado mu-
chas lágrimas y mandado decir muchas misas por su
alma, y aún no puedo acallar los terribles gritos de mi
conciencia, que incesantemente me dicen: «Tú matas-
te á tu madre á pesadumbres; tú no la socorriste en
su vida, después de sumergirla en la miseria, y tú,
en fin, no le cerraste los ojos en su muerte.» ¡Ay,
hijos míos, no quiera Dios que experimentéis estos
remordimientos! Amad, respetad y socorred siempre á
vuestra madre, (|ue esto os manda el Criador y la
naturaleza.
Por fortuna la fiebre que le acometió fué tan violen-
ta que en el mismo día la hizo disponer el médico, y al -
siguiente perdió el conocimiento del todo.
Dije que esto fué por fortuna, porque si hubiera
estado sin este achaque, habría padecido doble con sus
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 6.
22 PENSADOR MEXICANO
dolencias, y con la pena (jue le debería haber causado
el vil proceder de un hijo tan ingrato y para nada.
En los seis días que vivió, todo su delirio se redujo
á darme consejos y á preguntar por mí. según me dije-
ron las vecinas, y yo cuando estaba en casa no le oía
decir sino: — ¿Ya vino Pedro? ¿Ya está ahí? Déle usted
de cenar, tía Felipa; hijo, no salgas, que ya es tarde,
no te suceda una desgracia en la calle: — y otras cosas á
este tenor con las que probaba el amor que me tenía.
¡Ay, madre mía! ¡Cuánto me amaste, y (ju6 mal corres-
pondí á tus caricias I
Finalmente, su merced espiró cuando yo no estaba
en casa. Súpelo en la calle, y no volví á aquélla ni puse
un pie por sus contornos, sino hasta los tres días, por
no entender en los gastos del entierro y todos sus
anexos, por<jue estaba sin blanca, como siempre, y el
cura de mi parroquia no era muy amigo de fiar los
derechos.
A los tres días me luí apareciendo y haciéndo-
me de las nuevas, contando cómo había estado preso
por un pleito, y con el credo en la boca por saber
de mi madre, y qué sé yo cuántas más mentiras, con
las que. y cuatro lagrimillas, les quité el escándalo á
las vecinas y el enojo á nana Felipa, de (|uien supe
que, viendo que yo no parecía y que el cadáver ya no
aguantaba, barri<') con cuanto encontró, hasta con el
ir.-
OBRAS ESCOGIDAS 23
colchón y con mis pocos trapos, y los dio en lo que
primero le ofrecieron en el baratillo, y así salió de su
cuidado.
No dejó de afligirme la noticia, por lo que tocaba
á mi persona, pues con el rebato que tocó me dejó con
lo encapillado y sin una camisa que mudarme, porque
cuantas yo tenía se encerraban en dos.
A seguida me contó que debía al médico no sé
cuántas visitas y al boticario qué sé yo qué recetas, que
como nunca tuve intención de pagarlas no me impuse de
las cantidades.
Después de todo, yo no puedo acordarme sin ter-
nura de la buena vieja de tía Felipa. Ella fué criada,
hermana, amiga, hija y njadre de la mía en esta oca-
sión. Fuérase de droga, de limosna ó como se fuese,
ella la alimentó, la medicinó, la sirvió, la veló y la
enterró con el mayor empeño, amor y caridad, y ella
desempeñó mi lugar para mi confusión , y para que
vosotros sepáis de paso que hay criados fieles, aman-
tes y agradecidos á sus amos, muchas veces más
que los mismos hijos; y es de advertir que luego que
mi madre llegó al último estado de pobreza, le dijo
que buscara destino, porque ya no podía pagarle su
salario; á lo que la viejecita, llorando, le respondió
que no la dejaría hasta la muerte, y que hasta enton-
ces la serviría sin interés, y así lo hizo, que en todas
24 PENSADOR MEXICANO
. partes hay criados héroes como el calderero de San
Germán.
Pero yo no me tenía tan bien granjeado el amor
de nana Felipa, á pesar de (|ue me crió, como dicen.
Aguantó como las buenas mujeres los nueve días de luto
en casa, y no fué lo más el aguantarlos, sino el dar-
me de comer en todos ellos á costa de mil drogas y
mil bochornos, pues ya no había quedado ni estaca en
pared.
Pero viendo mi sinvergüencería, me dijo: — Pedri-
to, ya ves que yo no tengo de dónde me venga ni
un medio: yo estoy en cueros y he estado sin con-
veniencia por servir y acompañar al alma mía de
mi señora, que de Dios goce; pero ahora, hijito, ya se
murió, y es tuerza que vaya á buscar mi vida; porque
tú no lo tienes ni de dónde te venga, ni yo tampoco; y
asina ¿qué hemo.s de hacer? — Y diciendo esto, lloran-
do como una niña y mudándose para la calle fué todo
uno, sin poderla yo persuadir á que se quedara por
ningún caso. Ella hizo muy bien. Sabía el pan que yo
amasaba, y la vida que le había dado á mi pobre madre,
¿(jué esperanzas le podían quedar con semejante vaga-
bundo?
Cátenme ustedes solo en mi cuarto mortuorio, que
ganaba veinte reales cada mes, y no se pagaba la renta
siete; sin más cama, sábanas ni ropa que la que tenía
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OBRAS ESCOGIDAS 25
encima; sin tener qué comer ni quién me lo diera, y
en medio de estas cuitas va entrando el maldito casero
apurándome con que le pagara; haciéndome la cuenta
de veinte por siete son ciento cuarenta, que montan diez Í
y siete pesos cuatro reales, y que si no le pagaba, ó le
daba prenda ó fiador, vería á un juez y me pondría en la
cárcel. .
Yo, temeroso de esta nueva desgracia, ofrecí pagarle
i\ otro día, suplicándole se esperara mientras cobraba
cierto comunicado de mi madre.
El pobre lo creyó y me dejó. Yo no perdí tiempo;
le escribí un papel en que le decía, que al buen paga-
dor no le dolían prendas, y que en virtud de eso le hacía
cesión de bienes de todos los trastos de mi casa, cuya
lista quedaba sobre la mesa.
Hecha la carta, cerrada con oblea y entregada con la
llave á la casera, me salí á probar nuevas aventuras y
á andar mis estaciones, como veréis en el capítulo que
sigue.
Pero antes de cerrar éste, sabréis como á otro día
fué el casero á cobrar; preguntó por mí, diéronle el
papel, lo leyó, pidió la llave, abrió el cuarto para ver
los trastos y se fué hallando con el papel prometido que
decía:
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 7.
.^ j. jük:»!. '
í
26 PENSADOR MEXICANO
LISTA (le los muebles y alhff/as de que hago cesión d
(Ion Panfilo Pantoja, pov el arrendamiento de siete
meses que debo de este cuarto. A saber:
Dos canapés y cuatro sillitas de paja, destripados y
llenos de chinches.
Una cama vieja que en un tiempo fué verde,
también con chinches.
Una mesita de rincón, quebrada.
Una id. grande ordinaria, sin un pie.
Un estantito sin llave v con dos tablas menos.
Un petate de á cinco varas, y en cada vara cinco
millones de chinches.
Un nichito de madera ordinaria con un pedazo de
vidrio, y dentro un santo de cera, que ya no se conoce
quién es por las injurias del tiempo.
Dos lienzos grandes, que por la misma causa no
descubren ya sus pinturas; pero sí el cotense en que
las pusieron.
Dos pantallitas de palo viejas, doradas, una con su
luna quebrada, y otra sin nada.
Una papelera apolillada.
Una caja grande sin í'ondo ni llave.
Un baúl tinoso de pelo y muy anciano.
Una silla poltrona coja.
■ ni'««¿fali['^--^"^-'' . '■ .^^«J■•-^-.^'Val ..iL; ^.>:.i^ri>..^-::-^-. .', _;^':>. '
■ ♦y;_v-'«»r^ .'•;/'.«. ■. -;v?-'rr<-* .■ ' ,^'í'^! • ''-^ 's--':- ■¡^r },-,■■,><- -r^
i
OBRAS ESCOGIDAS 27
Una guitarra de tejamanil sorda.
Unas despabiladeras tuertas.
Una pileta de agua bendita de Puebla, despostillada.
Un rosario de Jerusalén con su cruz embutida en
concha, sin más defecto que tres ó cuatro cuentas menos
en cada diez.
Un tomo trunco del Quijote sin estampas.
Un Lavalle viejito y sin forro.
Un promontorio de novenas viejas.
Un candelero de cobre.
Una palmatoria sin cañón.
Dos cucharas de peltre y un tenedor con un diente.
Dos pocilios de Puebla, sin asa.
Dos escudillas de id. y cuatro platos quebrados.
Una baraja embijada.
Como veinte relaciones y romances, y otros impre-
sos sueltos. %
Entre ollitas y cazuelas buenas y quebradas, doce
piezas.
Un cacito agujereado.
Un pedazo de metate.
Un molcajete sin mano.
La escobita del bacín.
La olla del agua.
El cántaro del pozo. "^ j
El palito de la lumbre. |
28
PENSADOR MEXICANO
La tranca de la puerta.
Una borcelana cascada.
Dos servicios útiles, poco vacíos.
Todo esto para el señor casero, encargándole que si
sobrare algún dinero, despucs de pagada su deuda, lo
invierta por bien de la difunta. — México, 15 de Noviem-
bre de 1789. — Pnlro Sarmienío.
Se daba al diablo el triste casero con semejante lista,
mientras yo. según os dije, me ocupaba en otras atencio-
nes más precisas.
/
'/..^•rSíi^'wVi^-^^ "^ VV"-
: .f^"*-^'- ■
CAPÍTULO II
Solo, pobre y desamparado Periquillo de sus parientes, se
encuentra con Juan Largo, y por su persuasión abraza
la carrera de los pillos en clase de cócora de los juegos.
Viéndome solo, huérfano y pobre, sin casa, hogar
ni domiciUo, corno los maldecidos judíos, pues no reco-
nocía feligresía ni vecindad alguna, traté de buscar, como
dicen, madre que me envolviera; y medio roto, cabiz-
bajo y pensativo, salí para la calle luego que entregué
á la casera la lista de mis exquisitos muebles.
El primer paso que di fué ir á tentar de paciencia
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B — 8.
I
^mJ^' . t^'rt.>-;7-..i!^^b'*L.Ó,
30 PENSADOR MEXICANO
á mis parientes paternos y maternos, creyendo hallar
entre ellos algún consuelo en mis desgracias; pero me
engañé de medio á medio. Yo les contaba la muerte de
mi madre y mi orfandad y desamparo, rematando el
cuento con implorar su protecci<')n ; y unos me decían
que no habían sabido la muerte de su hermana; otros
se hacían de las nuevas; todos fingían condolerse de mi
suerte, pero ninguno me facilitó el más mínimo socorro.
Despechado salía yo de cada casa de las de ellos,
considerando que no había tenido ningún pariente que
tomara interés en mi situación, sino mi difunta madre,
á quien comencé á sentir con más viveza, al mismo
tiempo que concebí un odio mortal contra toda la caterva
de mis desapiadados tíos.
— ¿Es posible, decía yo, (jue éstos son los parientes
en el mundo? ¿Tan poco se les da de ver perecer á un
deudo suyo y tan cercano? ¿Estas son las leyes que se
guardan de la naturaleza? ¿Así respeta el hombre los
derechos de la sangre? ¿Y así hay locos que se fíen en
sus parientes?
Cuando vivía mi padre, cuando tuvo alguna propor-
ción é iban á casa á que los sirviera, estos mismos me
hacían mil fiestas, y aun me daban mis mediecillos
para fruta, y si había alguna diversioncita ó era, como
dicen, día de manteles largos, todos iban de montón, y
muchos sin esperar el convite; pero cuando estas cocas
• Tí'»^' i^"f^-^'- • ■" ' . V. ;• '. tT'~. ■ ■! ''^■'■^•íí'v-i^ :-í''^ • ;=í.Tiir?(p
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OBRAS ESCOGIDAS 31
se acabaron, cuando la pobreza se apoderó de mi casa
y ya no hubo qué raspar, se retiraron de ella, y ni á
mí ni á mi madre nos volvieron A ver para nada. No es
mucho, pues, que ahora salga yo con tan mal expediente
de sus casas. Todavía me debo dar las albricias de que
no me han negado, ni me han echado á rodar las esca-
leras.
Si algún día tengo hijos, les he de aconsejar que
jamás se atengan á sus parientes, sino al peso que sepan
adquirir. Este sí es el pariente más cercano, el más libe-
ral, el más pronto y el más útil en todas ocasiones. Que
esotros parientes al fin son de carne y hueso como cual-
quier animal, ingratos, vanos, interesables 6 inservi-
bles. Cuando su deudo tiene para servirlos, lo visitan y
lo adulan sin cesar; pero si es pobre como yo, no sólo
no lo socorren, sino que hasta se avergüenzan del paren-
tesco.
Embebecido iba yo en estas consideraciones y tem-
blando de cólera contra mis indignos deudos, cuando al
volver una esquina vi venir á lo lejos á mi amigo Juan
Largo. Un vuelco me dio el corazón de gusto, creyendo
que tal encuentro no podía menos que serme feliz.
Luego que nos vimos cerca me dijo él: — ¡Oh, Peri-
quillo, amigo I ¿qué haces? ¿cómo estás? ¿qué es de tu
vida? — Yo le conté mis cuitas en un instante, conclu-
yendo con hartar de maldiciones á mis tíos. — ¿Pues y
■i'
32 PENSADOR MEXICANO
qué te lian hecho esos señores, me dijo, que estás con
ellos de tan mal talante? — ¿Qué me han de hacer, con-
testa yo. sino despreciarme y no favorecerme ninguno,
olvidando que tengo sangre suya, y que á mi padre
debieron mil favores?
— Tienes raz»'»n. dijo Juan Largo; los parientes del
día son unos malditos y ruines. A mí me acaba de suce-
der un poco peor con el perro viejo de mi tío don Martín.
Has de saber que desde que falto de esta ciudad, que ya
es cerca de un año, me he estado con él en la hacienda;
pues un vaquero condenado me levantó el falso testimo-
nio, habrn (juince días, de que yo había vendido diez
novillos, y te puedo jurar, hermano, que sólo fueron
siete; pero hay gentes que se saldrán de misa por decir
una mentira y quitar un crédito.
Ello es que el tío lo creyó de buenas á primeras, y
me achacó todo lo que se había perdido en la hacienda
desde que yo estaba allá; me conjuró y me amenazó
para que lo confesara; pero yo jamás he sido más pru-
dente, ni he tenido más cuenta con mi lengua. Gallé y
callara por toda la eternidad, si por toda ella me exi-
gieran estas confesiones; por lo cual, enfadado el don
Martín, me encerró en un cuarto, y con un bejuco de
esos de los cabos de regimiento me dio una tarea de
palos que hasta hoy no puedo volver en mí; y no paró
en esto, sino que, quitándome todos los trapillos regu-
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Y^'í':^ ':^ ^^i^:^ ■' ■ . •-. ■ :-■■ ■■■•-•-. ■ .-.•. •■:;TK7;'vr^í.r-V" ' • - ' ■ •• v*-^'^ •/..;: "^. -wy^-**:^^-.
OBRAS ESCOGIDAS 33
lares que tenía yo y mis dos caballitos, me echó á la
calle, quiero decir, al camino, que era la calle más inme-
diata á su casa, jurándome por toda la corte del cielo,
que si me volvía á ver por todos aquellos contornos, me
volaría de un balazo; añadiendo que era yo un picaro,
vagabundo, ladrón y mal agradecido, que lo estaba sa-
queando, después de comerle medio lado. — Y así, nora-
mala, picaro, me decía, noramala, que tú no eres mi
sobrino como has pensado, sino un arrimado miserable
y vicioso; por eso eres tan indigno, que yo no tengo
sobrinos ladrones.
Hasta este punto llegó el enojo de mi tío, y vién-
dome abandonado, pobre, apaleado y en la mitad del
camino, resolví venirme á esta capital como lo verifiqué.
Habrá ocho días ó diez que llegué; luego luego fui á
buscarte á tu casa; no te hallé en ella ni quién me diera
razón dónde vivías. He encontrado á Pelavo, á Sebas-
ni
tián, á Casiodoro, al mayorazgo y á otros amigos, y todos
me han dicho que cuánto há (¡ue no te ven. He pregun-
tado por tí á Chepa la Guaja, á la Pisaflores, á Pancha la
Larga, á la Escobilla y á otras, y todas me han contes-
tado diciéndome que no saben dónde vives. En fin, en
este corto tiempo no he perdido momento por saber de
tí, y todo ha sido en vano. Díme. pues, ¿por qué les has
excusado tu casa?
Yo le respondí, que lo uno porque no me fueran á
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 9.
•y^:-i.^'' '^: íZj^Ji^
34 PENSADOR MEXICANO
cobrar algunos picos que debía, y lo otro porque mi casa
era un cuartito miserable y tan indecente que me daba
vergüenza que me visitaran en él.
Aprobó mi arbitrio Januario, á quien le dije: — Y tú
ahora ¿en qué piensas? ¿de qué te mantienes? — De
cócora en los juegos, me respondi»'), y si tú no tienes des-
tino, y quieres pasarlo de lo mismo, puedes acompa-
ñarme, que espero en Dios ^ que no nos moriremos de
hambre, pues más ven cuatro ojos que dos. El oficio es
fácil, de poco trabajo, divertido y de utilidad. ¿Conque
quieres?
— Tres más, dije. Pero dime: ¿qué cosa es ser
cócora de los juegos, ó á quiénes les llaman así? —
A los que van .'i ellos, me dijo Januario, sin blanca,
sino sólo á iníjeniarse, y son personas á quienes los
jugadores les tienen algún miedo, ponjue no tienen que
perder, y con una ingeniada, muchas veces les hacen
un agujero.
— Cada vez. le dije, me agrada más tu proyecto;
pero dime: ¿qué es eso de iiKjcniarse.^ "^ — Ingeniarse, me
contestó Januario, es hacerse de dinero sin arriesgar
un ochavo en el juego. — Eso debe ser muy difícil, dije
* Desatino craso, aunque no nuevo en algunas bocas. Nunca se debe esperaren
Dios para tomar una venganza ni satisfacer ninguna pasión pecaminosa, porque esto
fuera ultrajar su bondad y su justicia creyéndole capaz de coincidir con nuestros vicios.
Dios permite el pecado, pero no lo quiere.
• Aunque, como se ha dicho, Perico era un perdido, todavía ignoraba muchas
cosas y términos de la escuela de los tunos. Januario fué el que lo acabó de adiestrar.
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hT^', rf^-i^.rk'i. *•.'
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OBRAS ESCOGIDAS 35
yo, porque, según he oído decir, todo se puede hacer sin
dinero, menos jugar.
— No lo creas, Perico. Los cócoras tenemos esa
ventaja, que nos ingeniamos sin blanca, pues para tener
dinero llevando resto al juego, no es menester habilidad
sino dicha y adivinar la que viene por delante. La gracia
es tenerlo sin puntero.
— Pues siendo así, cócora me llamo desde este
punto; pero dime, Juan, ¿cómo se ingenia uno?
— Mira, me respondió: se procura tomar un buen
lugar (pues vale más un asiento delantero en una mesa
de juego que en una plaza de toros), y ya sentado uno
allí, está mcjiando al montero ^ para cogerle un zapote ' ó
verle uudi puerta, '^ y entonces se da un codazo, ^ que algo
le toca al denunciante en estas topadas. O bien procura
uno dibajar las paradas, ^ marcar un naipe, ^ arrastrar
un muerto, " ó cuando no se pueda nada de esto, armarse
con una apuesta^ al tiempo que la paguen, y entonces
se dice: «Yo soy hombre de bien; á nadie vengo á estafar
nada; y voto á este santo, y juro al otro, y los diablos
* Espiando sus manejos. E.
* Advertirle alguna trampa. E.
* Observar cuál es la carta primera. E.
* Se avisa á los concurrentes. E.
'^ Dividir las apuestas de modo que no les toque por completo la rebaja de lo que el
montero quita por estar la carta que gana á la puerta. E.
' Doblarla punta ó hacer alguna otra señal á una carta para ver dónde queda
después que se baraje. E.
^ Cobrar la parada ó apuesta del que se descuida. E.
* Cobrarla y porfiar que es cosa suya. E.
36 PENSADOR MEXICANO
me lleven si esta apuesta no es mía;» y se acalora la cosa
mas, añadiendo: «¿Es verdad, don Fulano? Dígalo usted,
don Citano;» de suerte que al fin se queda en duda de
quién es el dinero, y el que tiene la apuesta gana. Esta
ingeniada es la más arriesgada; porque puede uno topar
con un atravesado que se la saque á palos; pero esto no
es lo corriente, y así en las apuradas es menester arries-
garse. Ello es, que yo nunca me quedo sin comer ni sin
cenar, pues como no hayan pegado las otras diligencias
y el juego esté para acabarse, me llevara yo seis ú ocho
reales en la bolsa cogiéndome una parada, más que fuera
de mi madre. Pero has de advertir, desde ahora para
entonces, que nunca te atrevas á arrastrar muertos, ni te
armes con paradas que pasen ni aun lleguen á un peso;
sino siempre con muertos chiquillos y paraditas de tres
á cuatro reales, que pagados siempre son dobles, y como
el interés es corto, se pasan, no se advierte en cuál de
los dos que disputan está el dolo y uno sale ganancioso;
lo que no tiene con las paradas grandes, porque como
que interesan, no se descuidan con ellas, sino que están
sus amos pelando tantos ojos sobre su dinero, y ahí
va uno muy expuesto.
— Yo te agradezco, amigo Januario, tus deseos de
que yo tenga algún modito con qué comer, que cierto
que lo necesito bien; asimismo te agradezco, le dije, tus
consejos y tus advertencias; pero tengo algún temorcillo
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OBRAS ESCOGIDAS 37
de que no me vaya á tocar una paliza ó cosa peor en una
de éstas; porque, la verdad, soy muy tonto y no veterano
como tú, y pienso que al primer tapón he de salir, tal
vez, con las zurrapas que me cuesten caro, y cuando
piense que voy á traer lana, salga trasquilado hasta el
cogote.
Se medio enfadó Januario con este miedo mío, y me
dijo:
— Anda, bestia, eres un para nada. ¡Qué paliza ni
qué bromal ¿pues qué, luego luego te han de coger la
mácula? Yo no me espantaré de que al principio te tem-
blará la mano para cogerte medio real; pero todo es
hacerse, y después te soplarás hasta los quince y veinte
pesos, quedándote muy fresco, * y yo te diré cómo. Ya
sabes que los principios son dificultosos; vencidos éstos,
todo se hace llevadero. Entra con valor á la carrera de
los cócoras, que en verdad que es demasiado socorrida,
sin temer palizas, ni trompadas de ninguno, pues ya has
oído decir que á los atrevidos favorece la fortuna y á
los cobardes los repele. Tú ya estás, no sólo abandonado
de ella, sino bien repelado; ¿quieres verte peor? Fuera
de que, supon que á tí ó á mí nos arman una campaña
#
i
' Estos eran los amigos de Perico, y sus consejos. Cierto que el demonio no podía
aconsejarle peor. Por esto dijo muy bien el padre Jerónimo Dutari, que los malos
amigos son los diablos que no espantan.
Ese modo con que aqui lo induce al robo y la fullería es el que se usa prácticamente,
y en la realidad es así; al principio se comienza con miedo, pero después se hace el vicio
familiar. Por eso es lo mejor no comenzar, ■ -S- ^
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 10.
» -
38 PENSADOR MEXICANO
al cabo de tres ó cuatro meses que hayamos comido,
bebido y gastado n costa de los tahúres; ¿luego nos han
de dar? ¿No pueden recibir también de nuestras manos?
Y por último, pon que salimos rotos de cabeza ó con
una costilla desencajada; con algún riesgo se alquila la
casa, no todo ha de ser vida y dulzura, y en ese caso
quedan los recursos de los médicos y de los hospitales.
Conque, Perico, manos á la obra: sal de miserias y de
hambre, que el que no se arriesga no pasa la mar.
A más de que en la clase de ingeniadas hay otros arbi-
trios más provechosos y quizá con menos peligros.
— Dímelos por tu vida, le dije, que ya reviento por
saberlos.
— Uno de ellos, me dijo Januario, es comedirse
á tallar ó ayudar á barajar á otros, y este arbitrio suelo
proporcionar una buena gratificación ó (j limpiada, ^ si
el amo es liberal y gana; y aunque no sea franco ni
gane, el f/iirujuY' no puede perder nunca su trabajo,
como no sea tonto, pues en sabiendo irse n profundis
seguido, sale la cuenta y muy bien: pero es menester
hacerlo con salero, pues si no, va uno muy expuesto.
— ¿Cómo es eso, le pregunté, de //>e d profundis,
que no entiendo muy bien los términos facultativos de la
profesión?
— Irse á profundis, dijo mi maestro, es escon-
i Véase la nota del primer tomo sobre esta palabra. E.
'^^Jf7^m¡^>'7^r^^:^;rsrfjvr'7^^ ■í.:--"y^;y-^
OBRAS ESCOGIDAS 39
derse el dinero del monte que se pueda, poco á poco,
mientras baraja el compañero, fingiendo que se rasca,
que se saca el polvero, que se saca un cigarro, que se
compone el pañuelo y haciendo todas las diligencias que
se juzguen oportunas para el caso; pero esto, ya dije,
es menester hacerlo con mucho disimulo, v haciéndolo
así, la menor gurupiada te valdrá ocho ó diez pesos.
También es otro arbitrio que tengas en el juego un
amigo de confianza, como yo, y sentándose éste junto
á tí, á cada vez que se descuide el dueño del dinero, le
das cuatro pesetas fingiendo (jue le cambias un peso.
Este dinero lo juega el compañero con valor; si se le
arranca, lo vuelves á habilitar con nuevas pesetas;
cuando le pagues, le das siempre dinero de más para
engordar la polla, sin miedo ninguno, pues como el
dueño del monte te tenga por hombre de bien, harás
de él cera y pábilo. Si está ganando, el dinero lo deslum-
hrará, y si está perdiendo, la misma pérdida lo cegará;
de manera que jamás reflexionará en tu diligencia, que
mil veces es excelente, pues yo he visto otras tantas
desmontar entre el gurupié y el palero (que así se
llaman estos compañeros) con el mismo dinero del
monte. En este caso no salen los dos juntos, sino sepa-
rados, para no despertar la malicia, y en cierto lugar
se unen, se parten la ganancia, y aleluya.
El tercero, más liberal y pronto arbitrio, es entregar
Í-. .
h
40 PENSADOR MEXICANO
todo el monte en un albur, si el compañero tiene plata
para pagarlo; y si no la tiene, en distintos albures, que^
al fin resulta el mismo efecto que es desmontar. Pero
para esto es preciso que, así el gurupié como el palero,
sean muy diestros; y todo consiste en la friolera de
amarrar los albures, poner la baraja al mismo en dispo-
sición de que, conociendo por dónde está el mollete, alce
por él, y salgan los albures puestos, teniendo entre los
dos, compactado con anticipación, si se ha de apostar á la
judía, ó á la contrajudía, á la de fuera ó á la de adentro,
ó á la una y una, para no equivocarse y perder el dinero
tontamente, que eso se llama hacer burro con bola
en ni/tno.
Para entrar en esta carrera y poder hacer progresos
en ella, es indispensable que sepas a/ncirrar, :^apotecu\
ciar J)oca de lobo, dar rci8Írilla,^o, hacer la /tueca, dar la
enipcdniada, colearte, csjtejearie y otras cositas tan finas
y curiosas como éstas, que aunque por ahora no las
entiendas, poco importa; ^ yo te las enseñaré' dentro de
quince ó veinte días, que como tú te apliques y no seas
tonto, con ese tiempo basta para que salgas maestro con
mis lecciones.
Mas es de advertir que para salir con aire en las
' Bien pudo Periquillo haber explicado aquí el mecanismo de estas fullerías; pero
sin duda las calló con estudio deseando prevenir á los lectores incautos en los peligros
del juego sin enseñarlos á maliciosos. Es bueno saber que hay drogas, pero no saber
hacerlas.
OBRAS ESCOGIDAS 41
más ocasiones es necesario que trabajes con tus armas;
y así es indispensable que sepas hacer las barajas.
— Esa es otra, dije yo muy admirado; pues ¿no ves
que eso es un imposible respecto á que me falta lo mejor
que es el dinero? — ¿Pero para qué quieres dinero para
eso? me preguntó Januario. — ¿Cómo para qué? le dije;
para moldes, papel, pinturas, engrudo, prensas, oficiales
y todo lo {{ue es menester para hacer barajas; y fuera de
esto, aunque lo tuviera, no me arriesgaría á hacerlas,
¿no ves que donde nos cogieran nos despacharían á un
presidio por contrabandistas?
Rióse á carcajada suelta Juan Largo de mi simpli-
cidad, y me dijo: — Se echa de ver que eres un pobre
muchacho inocente, y que todavía tienes la leche en los
labios. Camote, para hacer las barajas como yo te digo,
no son menester tantas cosas ni dinero como tú has pen-
sado. Mira, en la bolsa tengo todos los instrumentos del
arte.
Y diciendo esto me manifestó unos cuadrilonguitos
de hoja de lata, unas tijeritas finas, una poquita de cola
de boca y un panecito de tinta de China.
Quédeme yo azorado al ver tan poca herramienta, y
no acababa de creer que con sólo aquello se hiciera una
baraja , pero mi maestro me saco de la suspensión dicién-
dome:
— Tonto, no te admires; el hacer las barajas en el
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 11.
42 PENSADOR MEXICANO
modo que te digo no consiste en pegar el papel, abrir los
moldes, imprimirlas y demás que hacen los naiperos; ese
es oficio aparte. Hacerlas al modo de los jugadores,
quiero decir hacerlas floreadas ; esto se hace sin más
que estos pocos instrumentitos que has visto, y con sólo
ellos se recortan ya anchas, ya angostas, ya con esquinas
que se llaman orejas: ó bien se pintan ó se raspan ((jue
dicen vaciar) ó se trabajan de pcf/iics, ó se hacen cuantas
habilidades uno sabe ó quiere; todo con el honesto fin de
dejar sin camisa al que se descuide.
— La verdad, hermano, dije yo, todos tus arbitrios
están muy buenos; pero son unos robos y declara-
dos latrocinios, y creo «jue no habrá confesor que los
absuelva.
— ¡Vaya, vaya, dijo Januario meneando la ca-
beza, pues estás fresco 1 ¿Conque ahora que andas ahí
todo descarriado, sin casa, sin ropa, sin qué comer, y
sin almena de qué colgarte, vas dando en escrupuloso?
¡Majadero! pues si eres tan virtuoso, ¿para qué te saliste
del convento? ¿No fuera mejor que te estuvieras allí
comiendo de coca y con seguridad , y no andar ahora
de atjuí para allí y muñéndote de hambre?
Vamos, <|ue ciertamente he sentido la saliva que he
gastado contigo, y las luces que te he dado por tu bien,
y por no verte perecer. Bestia, si todos pensaran en
eso, si reflexionaran en (jue el dinero que así ganan es
1^.
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y^'ft^eí^^*^---.^'*' ■ ■•/-''^ >-^ -- í .cBig^y ■ i-^,':-y>íy^'!^
^
OBRAS ESCOGIDAS 43
robado, que debe restituirse, y que si no lo hicieren así
se los llevará el diablo, ¿crees tú que hubiera tanto hara-
gán que se mantuviera del juego como se mantiene?
¿te parece que éstos juegan suerte y verdad, y así se
mantienen? No, Perico; éstos juegan con la larga, ^ y
siempre con su pedazo de diligencia, si no ¿cómo se
habían de sostener? Ganarían un día del mes y perde-
rían veintinueve, pues ya has oído decir que el juego
más quita que da, y esto es muy cierto en queriendo
ser muy escrupuloso; porque el que limpio juega limpio
se va á su casa; pero por esta razón estos señoritos,
mis camaradas y compañeros, antes de entrar en el giro
de la fullería, lo primero que hacen es esconder la con-
ciencia debajo de la almohada, echarse con las petacas
y volverse corrientes. Bien que no he conocido uno que
no tenga su devoción. Unos rezan á las Animas, otros
á la Santísima Virgen, éste á san Cristóbal, aquél á
santa Gertrudis, y finalmente esperamos en el Señor
(jue nos ha de dar buena muerte. ^ Conque no seas
tonto, Periquillo, elige tu devoción particular, y anda,
hombre, anda, no tengas miedo; peor será que pegues
la boca á una pared; ^ porque donde tú no lo busques,
' Alusión al juego del billar, ó al del truco, pues que el primero no estaba en
aquella época muy generalizado. E.
* Esperanza pésima. No se debe esperar en Dios para ofenderlo; ni valen para
esto las devociones de los santos, antes es una injuria el invocarlos creyendo que inter-
cederán con Dios por los que lo ofenden en esa confianza.
' No 68 peor estar pobre que ser ladrón; pero en la práctica se ve que muchos, por
no ser pobres, son ladrones, y cuanto malo hay.
44 PENSADOR MEXICANO
estás seguro que haya quién te dé ni un lazo para que
te ahorques. Ya has visto lo que te acaba de pasar con
tus tíos. Conque si entre los tuyos no hallas un pedazo
de pan, ¿qué esperanzas te (juedan en adelante? Ahora
estoy yo en México, que soy tu amigo y te puedo ense-
ñar y adiestrar; si dejas pasar esta ocasión, mañana me
voy. y te quedas á pedir limosna; porque no á todos los
Jiáhiles les gusta enseñar sus habilidades, temerosos de
no criar cuervos que á ellos mismos tal vez mañana
ú otro día les saquen los ojos. En fin . Perico, harto te
te he dicho. Tú sabrás lo que harás, que yo lo hago no
más de pura caridad. ^
Gomo por una parte yo me veía estrechado de la
necesidad \ sin ser útil para nada, y por otra, los pro-
yectos de Januario eran demasiado lisonjeros, pues me
facilitaba nada menos (jue el tener dinero sin trabajar,
que era á lo que yo siempre había aspirado, no me fué
difícil resolverme: y así le di las gracias á mi maestro,
reconociéndolo desde aquel instante por mi protector, y
prometiéndole no salir un punto de la observancia de sus
preceptos, arrepentido de mis escrúpulos y advertencias,
como si debiera el hombre arrepentirse jamás de no
seguir el partido de la iniquidad; pero lo cierto es que
así lo hacemos muchas veces.
Durante esta conversación advirtió Januario que yo
* 1 Buena caridad ! Asi son muchas caridades que se ven en el mundo.
■'^-'^ ..- 1 i-ii^"-' ■ ..^ .
OBRAS ESCOGIDAS 45
tenía los labios blancos, y me dijo: — Tú, según me
parece, no has almorzado. — Ni tampoco me he desayu-
nado, le respondí; y cierto que ya serán las dos y media
de la tarde. — Ni la una ha dado, dijo Januario; pero el
reloj de los estómagos hambrientos siempre anda adelan-
tado, así como se atrasa el de los satisfechos. Por ahora
no te aflijas; vamonos á comer.
— ¡Santa palabra! dije yo entre mí', y nos mar-
chamos.
Aquel era el primer día que yo experimentaba todo
el terrible poder de la hambre, y quizá por eso luego que
puse el pie en el umbral de la fonda, y me dio on las
narices el olor de los guisados, se me alegró el corazón
de manera (jue pensé que entraba, por lo menos, en el
paraíso terrenal.
Sentémonos á la mesa, y Januario pidi<'> con mucho
garbo dos comidas de á cuatro reales y un cuartillo de
vino. Yo me admiré de la generosidad de mi amigo,
y temeroso no fuera á salir con alguna de las suyas
después de haber comido, le pregunté si tenía con qué
pagar, por(|ue lo (jue había pedido valía siquiera un par
de pesos. El se sonrió y me dijo (jue sí, y para que
comiese yo sin cuidado, me mostró como seis pesos en
dinero doble V sencillo.
En esto fueron trayendo un par de tortas de pan con
sus cubiertos, dos escudillas de caldo, dos sopas, una de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, ü. — 12.
46 PENSADOR MEXICANO
fideos y otra de arroz, el puchero, dos guisados, el vino,
el dulce y el agua; comida ciertamente frugal para un
rico, pero á mí me pareció de un rey, ó por lo menos de
un embajador, pues si á buena hambre no hay mal pan,
aunque sea malo, cuando el pan es de por sí bueno, debe ,
parecer inmejorable por la misma regla. Ello es que yo
no comía, sino que engullía, y tan aprisa, que Januario
me dijo: — Espacio, hombre, espacio, que no nos han de
arrebatar los platos de delante.
Entre la comida menudeamos los dos el vino, lo que
nos puso bastante alegres; pero se concluyó, y para repo-
sarla sacamos tabaco y seguimos platicando de nuestro
asunto.
Yo, con más curiosidad que amistad, le pregunté á
mi mentor que dónde vivía. A lo que él me respondió
que no tenía casa ni la había menester, porque todo el
mundo era su casa.
— ¿Pues dónde duermes? le dije. — Donde me coge -
la noche, me respondió; de manera que tú y yo estamos
iguales en esto, y en ajuar y ropa; porque yo no tengo
más que lo encapillado.
Entonces, asombrado, le dije: — ¿Pues cómo has
gastado con tanta liberalidad? — Eso, respondió, no lo
extrañes; así lo hacemos todos los cócoras y jugadores
cuando estamos de vuelta; quiero decir, cuando estamos
gananciosos, como yo, que anoche con una parada con
OBRAS ESCOGIDAS 47
que me armé, y la fleché con valor, hice doce pesos;
porque yo soy trepador cuando me toca, esto es, apuesto
sin miedo, como que nada pierdo aunque se me arranque,
y tengo la puerta abierta para otra ingeniada.
— Quizá por eso, dije yo, he oído decir á los monte-
ros que más miedo tienen á un real dado ó arrastrado
en mano de los cócoras como tú, que á cien pesos de un
jugador. — Por eso es, dijo Juan Largo; porque nosotros,
como siempre vamos en la verde, esto es, no arriesgamos
nada, poco cuidado se nos da que después de acertar
ocho albures con cuatro reales á la dobla, en el noveno
nos ganen ciento veinte pesos; porque si lo ganamos,
hacemos doscientos cincuenta y seis, y si lo perdemos,
nada perdemos nuestro, y en este caso ya sabemos el
camino para hacer nuevas diligencias.
No así los que van al juego á flec/tar ^ el dinero que
les ha costado su sudor y su trabajo; pues como saben
lo que cuesta adquirirlo, le tienen amor, lo juegan con
conducta, y estos siempre son cobardes para apostar cien
pesos, aun cuando ganan, y por eso les llaman pijoteros.
Esta misma es la causa de que nosotros, cuando es-
tamos de vuelta, somos liberales, y gastamos y triunfa-
mos francamente, porque nada nos cuesta, ni aquel dine-
ro que tiramos es el último que esperamos tener por ese
camino.
* Arriesgar. E.
sOglÉÉrL:'^.-.'
48 PENSADOR MEXICANO
Tú desengáñate: no hay gente más liberal que los
mineros, los dependientes que manejan abiertamente el
dinero de sus amos, los hijos de familia, los tahúres
como nosotros, y todos ^ los que tienen dinero sin tra-
bajar ó manejan el ajeno, cuando es dificultoso hacerles
un cargo exacto.
— Pero, hombre, le dije; yo no dudo de cuanto dices;
pero ¿has comprado siquiera una sábana ó frazada para
dormir? — Ni por un pienso me meteré yo en eso por
ahora, me respondió Januario; no seas tonto, si no tengo
casa, ¿para qué quiero sábana? ¿dónde la he de poner?
¿la he de traer ,'i cuestas? Tú te espantas de poco. Mira,
los jugadores como yo, hacemos el papel de cómicos;
unas veces andamos muy decentes, y otras muy trapien-
tos; unas veces somos casados y otras viudos; unas
veces comemos como marqueses y otras como mendigos,
ó quizá no comemos; unas veces andamos en la calle y
otras estamos presos; en una palabra, unas veces la
pasamos bien y otras mal; pero ya estamos hechos á esta
vida; tanto se nos da por lo que va como por lo que
viene. En esta profesión lo que importa es hacer á
un lado el alma y la vergüenza, y créeme que hacién-
dolo así se pasa una vida de ángeles.
Algo me mosqueé yo con una confesión tan ingenua
de la vida arrastrada que iba á abrazar, y más conside-
• No todos, sino todos los que proceden mal.
■■t j'. .j. -.
^?^ - .. .'-'^TaJ^^ ---n;^
OBRAS ESCOGIDAS 49
rando que debía ser verdadera en todas sus partes, como
que Januario hablaba inspirado del vino, que rara vez
es oráculo mentiroso, antes casi siempre, entre mil cua-
lidades malas, tiene la buena de no ser lisonjero ni falso;
pero aunque, según el inspirante, debía variar de con-
cepto, como varié, no me di por entendido, ya por no
disgustar á mi bienhechor, ó ya por experimentar por mí ,
mismo si me tenía cuenta aquel género de vida; y así
sólo me contenté con volverle á preguntar que dónde
dormía. A lo que él, sin turbarse, me dijo redonda-
mente :
— Mira, yo unas veces me quedo de postema en los
bailes, y paso el resto de las noches en los canapés; otras
me voy á una fonda, y allí me hago piedra, y otras, que
son las más, las paso en los arrastradci'itos. Así me he
manejado en los pocos días que llevo en México, y así
espero manejarme hasta que no me junte con quinientos
ó mil pesos del juego, que entonces será preciso pensar
de otra manera.
— ¿Y cuáles son los arrastraderitos, le pregunté,
y con qué te tapas en ellos? — A lo que él me contestó:
— Los arrastraderitos son esos truquitos indecentes é
inservibles ^ que habrás visto en algunas accesorias.
Estos no son para jugar, porque de puro malos no se
* De muchos años á esta parte los han sustituido unos billarcitos de la misma
clase. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 13.
\
50 PENSADOR MEXICANO
puede jugar en ellos ni un real; pero son unos pretextos
ó alcahueterías para que se jueguen en ellos sus albures
y se pongan unos montecitos miserables.
En estos socuchos juegan los pillos, cuchareros y
demás gente de la última broza. Aquí se juega casi
siempre con droga; y luego que se mete allí algún ino-
centón, le mondan la picha ^ y hasta los calzones si los
tiene. A estos jugadores bisónos, y (jue no saben la mali-
cia de la carrera, les llaman ¡)icJiones, y como á tales los
descañonan en dos por tres. En fin, en estos dichos
arrastraderos, como que todos los concurrentes son
gente perdida, sin gota de educación ni crianza, y aun
si tienen religión, sábelo Dios; se roba, se bebe, se
juega, se jura, se maldice, se reniega, etc., sin el más
mínimo respeto, porque no tienen ninguno que los con-
tenga, como en los juegos más decentes.
En uno de éstos me quedo las más noches, á costa
de un realito que le doy al coime, y si tengo, dos; me
presta la carpeta ñ un capotito ó frazada llena de piojos
de las que hay empeñadas, y así la paso. Conque ya
te respondí, y mira si tienes otra cosa que saber, porque
preguntas más que un catecismo.
Si antes estaba yo cuidadoso con la pintura que me
hizo de la videta cocorina, después que le dio los claros y
las sombras que le l'altaban con lo de los arrastraderos,
' Frazada ó sábana vieja y ralJa para cubrirse. E.
--->; '?^.^'=^**^^T *^ -. : J^Wf'-TTiyo' •^."'F».
OBRAS ESCOGIDAS 51
me quedé írío; pero con todo, no le manifesté mal modo,
y me hice el ánimo de acompañarlo hasta ver en qué
paraba la comedia de que iba yo tan pronto á ser
actor.
Salimos de la fonda, y nos anduvimos azotando las
calles ^ toda la tarde. A la noche á buena hora nos
fuimos al juego. Januario comenzó á jugar sus medie-
cilios que le habían sobrado, y se le arrancaron en un
abrir y cerrar de ojos; pero á él no se le dio nada. Cada
rato lo veía yo con dinero, y ya suyo, ya ajeno, él no
dejaba de manejar monedas; ello, á cada instante tam-
bién tenía disputas, reconvenciones y reclamos, mas él
sabía sacudirse y quedarse con bola en mano.
Se acabó el juego como á las once de la noche, y
nos fuimos para la calle. Yo iba pensando que leíamos
el Concilio Niceno por entonces; pero salí de mi equivo-
cación cuando Juan Largo tocó una accesoria, y después
que hizo no sé qué contraseña, nos abrieron: entramos y
cenamos, no con la decencia que habíamos comido, pero
lo bastante á no quedarnos con hambre.
Acabada la cena, pagó Januario y nos salimos á la
calle. Entonces le dije: ^-Hombre, estoy admirado, por-
que vi que se te arrancó^ luego que entramos al juego, y
aunque estuviste manejando dinero, jurara yo que habías
* Paseando por ellas sin objeto y por sólo andar ó pasar el tiempo. E.
* Arrancársele, quiere decir entre jugadores, quedarse sin blanca. E.
52 PENSADOR MEXICANO
salido sin blanca, y ahora veo que has pagado la cena;
no hay remedio, tú eres brujo.
— No hay más brujería que lo que te tengo dicho.
Yo lo primero que hago es rehundir y esconder seis ú
ocho realillos para la amanezca, ^ de la primera inge-
niada que tengo. Asegurado esto, las demás ingenia-
das se juegan con valor á si trepan. Si trepa alguna,
bien; y si no, ya se pasó el día, que es lo que im-
porta.
En estas pláticas llegamos á otra accesoria más inde-
cente que aquella donde cenamos. Tocó mi Mentor, hizo
su contraseña, le abrieron, y á la luz de un cabito que
estaba espirando en un rincón de la pared vi que aquél
era el (irrasírddcriío de que ya tenía noticia.
Habló Januario en voz baja con el dueño de aquel
infernal garito, que era un mulato envuelto en una
manga azul, y ya se había encuerado para acostarse, y
éste nos sacó dos frazadas muv sucias v rotas v nos las
«i «I tj
dio diciendo: — Sólo por ser usted mi amigo, me he
levantado á abrir, que estoy con un dolor de cabeza que
el mundo se me anda. — Y sería cierto, según la borra-
chera que tenía.
No éramos nosotros los únicos que hospedaba aquella
noche el tuno empelotado. Otros cuatro ó cinco pela-
gatos, todos encuerados, y á mi parecer medio borra-
' Para tener con que amanecer. E.
./- ■- — i^L.-i^
M" .- . 7^ í af > '5 ■-•i^;iE_«^j?'->í v-r^f • í <f^ ' iii ■ "^vx '"-r ^ ^i^'' • \í. •-;"■" Vi ?,-7^- ?^s?? ■;■■
OBRAS ESCOGIDAS 53
chos, estaban tirados como cochinos por la banca, mesa
y suelo del truquito.
Como el cuarto era pequeño, y los compañeros gente
que cena sucio y frío, y bebe pulque y chinguirito, ^ esta-
ban haciendo una salva de los demonios, cuyos pesti-
lentes ecos, sin tener por dónde salir, remataban en mis
pobres narices, y en un instante estaba yo con una
jaqueca que no la aguantaba: de modo que no pudiendo ;
mi estómago sufrir tales incensarios, arrojó todo cuanto
había cenado pocas horas antes.
Januario advirtió mi enfermedad, y percibiendo la
causa me dijo: — Pues, amigo, estás mal; eres muy deli-
cado para pobre. — No está en mi mano, le respondí. —
Y él me dijo: — Ya lo veo; pero no te haga fuerza, todo ^
es hacerse, y esto es á los principios, como te dije esta
mañana; pero vamonos á acostar á ver si te alivias.
A la ruidera de la evacuación de mi estómago des-
pertó uno de aquellos léperos, y así como nos vio comen -
4
zó á echar sapos y culebras por aquella boca de demonio.
— ¡Qué rotos tales de m....! decía; ¿por qué no irán á
vomitarse sobre la tal que los parió, ya que vienen borra-
chos, y no venir á quitarle á uno el sueño á estas horas?
Januario me hizo seña que me callara la boca y nos
acostamos los dos sobre la mesita del billar, cuyas duras
tablas, la jaqueca que yo tenía, el miedo que me in- ]^
' Aguardiente de caña. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 14.
'¿ir w ='.» , ^.,\. «í-Jíí.'-.i;: *''!-
54
PENSADOR MEXICANO
fundieron aquellos encuerados á quienes piadosamente
juzgur ladrones, los innumerables piojos de la frazada,
las ratas que se paseaban sobre mí, un gallo (jue de
cuando en cuando aleteaba, los ronquidos de los que
dormían, los estornudos traseros que disparaban y el
pestífero sahumerio que resultaba de ellos, me hicieron
pasar una noche de los perros.
^*» >.»*-'
:". t:
-■•.?-
^■^RFW •.*:.:■.'
iéHÍ^
mhUiiM
CAPÍTULO líl
Prosigue Periquillo contando sus trabajos y sus bonanzas de jugador
Hace una seria crítica del juego, y le sucede una aventura peligrosa que por poco
no la cuenta
Contando las horas y los cantos del gallo estuve toda
la noche sin poder dormir un rato, y deseando la venida
de la aurora para salir de aquella mazmorra, hasta que
quiso Dios que amaneció, y fueron levantándose aquellos
bribones encuerados.
56 PENSADOR MEXICANO
Sus primeras palabras fueron desvergüenzas, y sus
primeras solicitudes se dirigieron á hacer la mañana.
Luego que los oí, los tuve por locos, y le dije á Januario:
— Estos hombres no pueden menos que estar sin gota
de juicio, porque todos ellos quieren hacer la mañana.
¡Qué locura tan graciosa 1 ¿Pues qué, piensan que no
está hecha, ó se creen ellos capaces de una cosa que
es privativa de Dios?
Se rió Januario de gana, y me dijo: — Se conoce
que hasta hoy fuiste tunante á medias, pillo decente y
zángano vergonzante. En efecto, ignoras todavía muchos
de los términos más comunes y trillados de la dialéctica
leperuna; pero por fortuna me tienes á tu lado, que no
perderé ningunas ocasiones que juzgue propias para
instruirte en cuanto pueda conducir á sacarte un diestro
veterano, ya sea entre los pillos decentes, ya sea entre
los de la chic/ti pelada, ^ como son éstos.
Por ahora sábete que hacer la mañana entre esta
gente quiere decir desayunarse con aguardiente, pues
están reñidos con el chocolate y el café, y más bien
gastan un real ó dos á estas horas en cJiincjuirilo malo
que en un pocilio del más rico chocolate.
Apenas salí de esa duda, cuando me puso en otras
• Echada la sábana ó frazada sobre el hombro izquierdo y terciada bajo el brazo
derecho como acostumbran esas gentes, queda descubierta la teta derecha cuando no
hay camisa ú otra ropa; y como chichi en mexicano quiere decir teta ó pecho, la frase
se aplica á los que tienen el pecho de fuera ó andan sin camisa por no usarla. E.
OBRAS ESCOGIDAS 57
nuevas uno de aquellos zaragates que, según supe, era
oficial de zapatero; pues le dijo á otro compañero suyo:
— Chepe, ^ vamos á hacer la mañana y vamonos á traba-
jar, que el sábado quedamos con el maestro en que hoy
habíamos de ir, y nos estará esperando. — A lo que
el Chepe respondió: — Vaya el maestro al tal, que yo
no tengo ni tantitas ganas de trabajar hoy por dos moti-
vos: el uno porque es san Lunes, y el otro porque ayer
me emborraché y es fuerza curarme hoy.
Suspenso estaba yo escuchando aquellas cosas, que
para mí eran enigmas, cuando mi maestro me dijo:
— Has de saber que es un abuso muy viejo, y casi
irremediable entre los más de los oficiales mecánicos, no
trabajar los lunes, por razón de lo estragados que quedan
con la embriagada que se dan el domingo, y por eso
lo llaman san Lunes, no porque los lunes sean días de
guarda por ser lunes, como tú lo sabes, sino porque los
oficiales abandonados se abstienen de trabajar en ellos
por curarse la borrachera, como éste dice.
— ¿Y cómo se cura la embriaguez? pregunté. — Con
otra nueva, me respondió Januario. — Pues entonces,
dije yo, debiendo el exceso del aguardiente hacer el >
mismo efecto el domingo que el lunes, se sigue que, f
si una emborrachada del domingo ha de menester para
curarse otra del lunes, la del lunes necesitará la del
' Lo mismo que Pepe ó José. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 15.
íy.iV-;ul.í:^.^^i.
58
PENSADOR MEXICANO
martes, la del martes, la del miércoles, y así venimos á
sacar por consecuencia que se alcanzarán las embriague-
ces unas á otras, sin que en realidad se verifique la
curación de la primera con tan descabellado remedio.
La verdad, ésa me parece peor locura en esta gente que
la de hacer la mañana; porque pensar que una tranca^
se cura con otra, es como creer que una quemada se
cura con otra quemada, una herida con otra, etc., lo que
ciertamente es un delirio.
— Tú dices muy bien, contestó Januario, pero esta
gente no entiende de argumentos. Son muy viciosos y
ílojos; trabajan por no morirse de hambre, y acaso por
tener con qué mantener su vicio dominante, que casi
generalmente, entre ellos, es el de la embriaguez, de
manera que en teniendo que beber, poco se les da de no
comer ó de comer cualquiera porquería; y ésta es la
razón de que por buenos artesanos que sean, y por más
que trabajen, jamás medran, nada les luce, porque todo
lo disipan , y así los ves desnudos como á estos dos, que
quizá serán los mejores oficiales que tendrá el maestro
en su taller.
— ¡Qué lástima de hombres! exclamé; y si son
casados, ¡qué vida les darán á sus pobres mujeres, y qué
mal ejemplo á sus hijos I — Considéralo, me dijo Janua-
rio. A sus mujeres las traen desnudas, hambrientas y
* Estar con la tranca quiere decir estar borracho. E.
•^'-"*— -"^''■^•— ■ -"•—■ *""*-^^" ■"'
"^Mii
OBRAS ESCOGIDAS 59
golpeadas, y á los hijos en cueros, sin comer y mal-
criados.
En esto nos salimos de aquella pocilga, y fuimos
á tomar café. Lo restante del día, que lo pasamos en
visitas y andar calles hasta las doce, me anduve yo
cusqueando ^ y rascando. Tal* era la multitud de piojos
que se me pegaron de la maldita j'ruza. ^ Y no fué eso lo
peor, sino que tuve (|ue sufrir algunas chanzonetas
pesadas que me dijeron los amigos; porque los anima-
litos me andaban por encima, y eran tan gordos y tan
blancos que se veían de á legua, y cada vez que alguno
se ponía donde lo vieran, decía uno: — Eso no, á mi
amigo Perico no, que aquí estoy yo. — Otros decían:
Hombre, eso tiene buscar novias de á medio. — Otros:
¡Qur buenas fuerzas tienes, pues cargas un animal
tan grande I — Y así me chuleaban todos á su gusto, sin
quedarse por cortos con mi compañero que también
estaba nadando.
Por fin dieron las doce, y me dijo éste: — Vamonos
al juego; porque yo no tengo blanca para comer, y no
seas tonto, vete aplicando. Donde tú puedas, afianza una
apuesta y di que es tuya . que yo juraré por cuantos
santos hay que te la vi poner; pero ya te he advertido
que sea apuesta corta, que no pase de dos ó tres reales;
* Satisfaciendo la curiosidad, ó mirando todo lo que ocurre. E.
* Frazada. E.
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■^áfi,kí--v . ■- ' ..-■ ,-« .*'*-^» a'.-' , ■.-<-■■'.' "*.'■ í,'. ;:■ -. ¿*^^yj^^^ i#i'r'A.:
60 PENSADOR MEXICANO
porque si vas á hacer una tontera, nos exponemos á un
codillo.
En electo, entramos al juego, tomamos buenos luga-
res, se calentó aquello, como dicen, y yo ya le echaba
el ojo á una apuesta, ya á otra, ya á otra; y no me deter-
minaba á tomarme ninguna de puro miedo. Quería
extender la mano, y parece que me la contenían y me
decían en secreto: ^'Qaé ras ('i haccv;' Deja eso a/tí que
no es fui/o... La conciencia ciertamente nos avisa y nos
reprende secreta, pero eficazmente, cuando tratamos de
hacer el mal; lo que sucede es que no queremos atender
á sus gritos.
Januario no más me veía, y yo conocía que me
quería comer de cólera con los ojos. A lo menos si ha
tenido ponzoña en la vista, como cuentan los mentirosos
que la tiene el basilisco, no me levanto vivo de la mesa;
tal era su Feroz mirar. Hay gentes que parece que toman
empeño en hacer que otros salgan tan perversos como
ellos, y este condenado era uno de tantos.
Por último, yo más temeroso de su enojo que de
Dios, y más bien por contemporizar con su gusto que
con el mío, (jue es lo (jue sucede en el mundo diaria-
mente, resolví á armarme con una peseta al tiempo que
la pagaron. Cuando el pobre dueño del dinero iba á
estirar la mano para coger sus cuatro reales, ya yo los
tenía en la mía. Allí fué lo de: ese dinero es mío; no.
jtJk„iam¿MÍ^
■'. S'7" 3'^/ y*'?""* . : • ' ■ •. .: ■ • ",'' • -- '. ■-.■■■" .-; ■,-rx<í-''
OBRAS ESCOGIDAS 61
sino mío: r¡o digo verdad, ¡j yo también; con su poco
(jue mucho de: está muij bien; ahí lo réremos; donde
usted quiera, y todas las bravatas corrientes en seme-
jantes lances, hasta (|ue Januario, con un tono de hombre
de bien, dijo al perdidoso: — Amigo, usted no se caliente.
Yo vi poner á usted su peseta: pero la (|ue el señor ha
tomado, no le quede á usted duda, es suya, (jue yo se la
acabo de prestar.
Con esto se serenó la riña, (juedándose a(|uel infeliz
sin sus mediecillos y yo habilitado con ellos.
Ya se me derretían en la mano sin acabar de poner-
los á un albur; no ponjue me faltara valor para apostar
cuatro reales, pues ya sabéis (¡ue yo, aun<juc sin habi-
lidad, sabía jugar y había jugado cuanto tenía mi madre,
sino porque temía perderlos y (juedarme sin comer. ¡Tal
era el miedo que la hambre me había infundido el día
anterior!
Januario me lo conoció, y me hizo señas para que
los jugara con francjueza, pues ya él tenía segura la
mamuncia.
Con esta satisfacción los jugué en cinco albures á la
dobla, y cuando me vi con diez y seis pesos, creí tener
un mayorazgo; ya se ve, como aquel que en muchos días
no había tenido un real.
Mi compañero me hizo seña que los rehundiera,
como lo verifi(jué, pensando que nos íbamos á comer;
PERIQUILLO SARNIENTO-— T, I, B. — 16.
62 PENSADOR MEXICANO
mas Januario en nada menos pensaba, antes se quedó
allí hecho un postema, hasta (jue se acabó la partida
grande, á cuyo instante me pidió el dinero, sacó él cuatro
pesos y una de sus barajas, y se puso á tallar ^ diciendo:
— Tírenle á este bui-lotiio.
Los tahúres fuertes, así que vieron el poco fon-
do, se fueron yendo; pero los pobretes se apuntaron
luego luego, (jue es lo (|ue se llama entra/' ¡)or la
punta.
El montecillo lué engrosando poco á poco, de modo
(|ue á las dos do la tarde ya tenía aíjuella ^anganrtda
como setenta pesos.
A esa hora fueron entrando dos pavitos muv decen-
tes y bien rellenos de pesos. Comenzaron á apuntarse de
gordo; de á veinte y veinticinco pesos, y comenzaron á
perder del mismo modo. En cada albur (jue yo los veía
poner los chorizos de pesos se me bajaba la sangre á los
talones, creyendo (jue en dos albures que acertaran se
perdía todo nuestro trabajo, y nos salíamos sin blanca
soñando (jue habíamos tenido, lo (jue á mí se me hacía
intolerable, según el axioma de los tahúres, de que más
,<c siente lo (jue se cría (jue lo (jue se jtare.
Pero a(juello3 hombres estaban, según entendí en-
tonces, erradísimos, ponjue el albur en cjue ponían diez ó
doce pesos lo ganaban; pero a(juel en donde apostaban
' Barajar. E.
li— ja'itAi 'nn\ 'i —''■'•- ■■■'-'-«■ •^'- .-« ^- ''—'^'tu,V,iiii i'tt"--^- -■ ^ •■-■-■■^--^
■■■"■, ■■■..-. v-
#
OBRAS ESCOGIDAS 63
entre los dos cuarenta ó cincuenta lo perdían, así podían
jugarlo con mil precauciones.
De este modo se les arrancó á los dos casi á un
tiempo, y uno de ellos, al perder el último albur que
iba interesado, y siendo de un caballo contra un as, vino
el as; sacó los cuatro caballos, v mientras estuvo rom-
ti
piendo los demás naipes, se los comió, como quien se
come cuatro soletas, y hecha esta importante diligencia,
se salió con su compañero, ambos encendidos como una
grana, y sudando la gota tan gorda. ¡Tales eran los
vapores que habían recibido I
Januario, con mucha socarra, contó trescientos y
pico de pesos; le dio una gratificación al dueño de la
casa, y lo demás lo amarró en su pañuelo.
Ya se lo comían los otros tahúres pidiéndole barato;
pero á nadie le dio medio, diciendo: — Guando á mí se me
arranca, ninguno me da nada, y así cuando gane, tam-
poco he de dar yo un cuarto.
No me pareció bien esta dureza, porque, aunque tan
malo, he tenido un corazón sensible.
Nos salimos á la calle y nos luímos á la fonda,
que estaba cerca; comimos á lo grande, y concluida la
comida, me dijo mi protector : — ¿Qué tal, señor Perico,
le gusta á usted la carrera? Si no se hubiera determi-
nado á armarse con a({uella apuesta ¿contara con ciento
y más pesos suyos? Vaya, toma tu plata y gástala en lo
.•¡^*:i»« L,Sía»«ür
é
64 PENSADOR MEXICANO
que quieras, que es muy tuya y puedes disponer de ella
á tu gusto con la bendición de Dios; ^ auncjue pienso que
lo que conviene es que apartemos cincuenta pesos por
ambos para puntero, y vayamos ahora mismo al Parián,
ó más bien al Baratillo, á comprar una ropilla decente,
con cuyo auxilio la pasaremos mejor, nos darán mejor
trato en todas partes, y se nos lacilitarán más bien las
ocasiones de tener: porcjue te aseguro, hermano, que
aunijue dicen (jue el hábito no hace al monje, yo no sé
qué tiene en el mundo esto de andar uno decente, (jue en
las calles, en los paseos, en las visitas, en los juegos,
en los bailes y hasta en los templos mismos se dis-
fruta de ciertas atenciones y respetos. De suerte que
más vale ser un picaro bien vestido, (jue un hombre de
bien trapiento, '^ y así vamos.
No lo dijo á sordo; me levanté al momento, cogí mi
dinero, (jue era menos del que le tocó á Januario; pero
yo lo disimulé, satisfecho de (|ue en asunto de intereses
el mejor amigo (juiere llevar su ventajita.
Fuimos al Baratillo, compramos camisas, calzones,
chalecos, casacas, capas, sombreros, pañuelos, zapa-
tos, y hasta unas cascaritas de reloj ó relojes cascaras ó
maulas, pero (jue parecían algo.
' Sólo eso le faltaba, porque no puede ser bendito de Dios lo que se adquiere nnala-
mente.
* No hay tal. Es verdad que el mundo abunda de gentes necias que califican á la
persona por su exterior, y asi tal vez honran al picaro decente; pero al primer chasco
que llevan se desengañan. "
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Fuimos al Baratillo, compramos camisas, calzones, chalecos, casacas..
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OBRAS ESCOGIDAS 65
o/' . ■ .; ' .
Ya habilitados, fuimos á tomar un cuarto en un
mesón, mientras hallábamos una vivienda proporcio-
nada. En esto de camas no había nada, y aunque se
lo hice advertir á Januario, éste me dijo: — Ten pacien-
cia, que después habrá para todo. Por ahora lo que
importa es presentarnos bien en la calle, y más (|ue
comamos mal y durmamos en las tablas, eso nadie lo ve.
¿Qué. te parece (|ue todos los guapos ó currutacos que
ves en el público tienen cama ó comen bien? No, hijo;
muchos andan como nosotros; todo se vuelve apariencia,
y en lo interior pasan sus miserias bien crueles. A éstos
llaman rotos.
Yo me conformé con todo, contentísimo con mis
trapillos, y con (jue ya no volvía á pasar otra noche en
el arrustradcriio condenado.
Llegamos al mesón, tomamos nuestro cuarto, y nos
encajamos en él locos de contento. Aquella noche no
quiso Januario que fuéramos á jugar, ponjue, según él
decía, se debía reposar la ganancia Nos fuimos á la
comedia, y cuando volvimos, cenamos muy bien y nos
acostamos en las tablas duras, que algo se ablandaron
con los capotes viejos y nuevos.
Dormí como un niño, (jue es la mejor comparación.
y á otro día hicimos llamar al barbero, y después de ali-
ñados nos vestimos y salimos muy planchados á la calle.
Como nuestro principal objeto era que nos vieran
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 17.
66 PENSADOR MEXICANO
los conocidos, la primera visita lué la casa del bachiller
Martín Pelayo: pero ¿cuál fué nuestra sorpresa, cuando
creyendo encontrar al Martín antiguo, encontramos un
Martín nuevo, y en todo diferente del que conocíamos;
pues acjuél era un joven tan perdulario como nosotros,
y éste era un cleriguito ya muy formal, virtuoso y
asentado.
Luego que entramos á su cuarto se levantó y nos
hizo sentar con mucha urbanidad; nos contó cómo era
diácono, y estaba para ordenarse de presbítero en las
próximas témporas. Nosotros le dimos los parabienes;
pero Januario trató de mezclar sus acostumbradas cho-
carrerías y facetadas, á las que Pelayo en un tono
bien serio contestó: — ¡Válgame Dios, señor Januariol
¿Siempre hemos de ser muchachos? ¿No se ha de
acabar algún día ese humor pueril? Es menester dife-
renciar los tiempos; en unos agradan las travesuras de
niños, en otros la alegría de jóvenes, y ya en el nuestro
es menester que apunte la seriedad y macicez de hom-
bres, poríjuc ya nos hacen gasto los barberos.
Yo no soy viejo, ni aunque lo luera me opondría á
un genio festivo. Me gustan, en efecto, los hombres ale-
gres y joviales, de (juienes se dice: donde el está no Itaij
tristeza. Sí, amigos; para mí hay no cosa más fastidiosa
que un genio regañón, tétrico y melancólico; huyo de
ellos como de unos misántropos abominables; los juzgo
.■ L;— .--■■■• , .>-^¿¿V.
OBRAS ESCOGIDAS 67
soberbios, descontentos, murmuradores, insociables y
dignos de acompañar á los osos y á los tigres.
Al contrario, ya dije, estoy en mis glorias con un
hombre atento, atable, instruido y alegre. La compañía
de uno de ellos me deleita, me engolosina, me amarra,
y seré capaz de estarme con él los días y las semanas;
pues... pero ha de ser de este estambre, porque en siendo
un necio, hablador, arrogante y faceto, ¿quién lo ha de
sufrir?
Estos genios no son festivos, sino juglares; su ca-
rácter es ruin y sus costumbres groseras. Cuando pla-
tican, golpean; cuando quieren divertir, fastidian con sus
frialdades: porque, hombres sin talento ni educación, no
pueden parir buenos, alegres ni razonados conceptos;
antes las chanzas de éstos ofenden las honras y las per-
sonas, y sus agudezas punzan la fama ó el corazón del
prójimo.
Esto digo, amigos, deseando que eviten ese genio
chocarrero á todas horas. Todo tiene su tiempo. Las
matracas de Semana Santa parecerán mal á los mucha-
chos en la pascua de Navidad, y la lama de Nochebuena
no la pondrán en sus monumentitos.
Así me lo ha hecho creer la experiencia, y algunos
desaires que les he visto correr á muchos facetos.
A poco rato de decir esto el padre Pelayo, mudó de
conversación con disimulo; pero mi compañero, que lo
Á-£Íff-.-.. . .-:' ».V; .f.:^. *</'-L\, ■:'<:£,.* ''.^ -^',:f::lú.-.*\:A':^''.'-,2f'J>'.>^'X " Lv"' iíj¿^ -i.. '
68 PENSADOR MEXICANO
había entendido, y estaba como agua para chocolate,
no aguantó mucho. Se despidió á poco rato y nos fui-
mos.
En la calle me dijo: — ¿Qué te parece de este mono?
¡Quién no lo hubiera conocido! Ahora, porque está orde-
nado de Evangelio, quiere hacer del formal y arreglado;
poro á otro perro con ese hueso, que ya sabemos que
todas esas son hipocresías.
Yo le corté la conversación; porque me repugnaba
murmurar al^irunas veces, v nos fuimos á otras visi-
tas donde nos recibieron mejor y aun nos dieron de
almorzar.
Así se pas('> la mañana hasta (|ue dieron las doce,
á cuva hora nos fuimos ai mesón; sacamos veinticinco
pesos del puntero, y nos fuimos al juego.
En el camino dije A Januario: — Hombre, si van los
payos, donde nos acierten un albur, nos lleva Judas. —
No nos llevará, me dijo, ¡ojalá vayan! ¿Pues tú piensas
que está en ellos el errar ó acertar? No, hijo, está en
mis manos. Yo los conozco y sé que juegan la apretada
figura, y así les amarro los albures de manera que si
ponen poco, dejo (jue venga la figura, y si ponen harto,
se las subo al lomo del naipe. Eso malo tiene el jugar
cartas de afición ó una regla fija.
— ¿Pues qué. tiene reglas el juego? le pregunté, y
me dijo: — Lo que los tahúres llaman reglas no es sino
V •"'»r -'V.^*
• 1 .-. ' ;■ '. ^. ^''■^.*r- '»; .^'-^
.}^c':.' .•.'■• .:. - ■¡i'- ''^ ,1.
OBRAS ESCOGIDAS
69
un accidente continuado, en barajando bien, porque que
venga el cuatro contra la sota, es un accidente; que
venga después el siete contra el rey, es otro accidente;
que venga el cinco contra el caballo, es otro, y así
aunque se hagan diez ó veinte contrajudíos, no son más
que diez ó veinte accidentes ó un accidente continuado.
No hay mejor regla ni más segura que los capotes, des-
lomadas, rasirilla:^os y otras diligencias de las que yo
hago, y aun éstas tienen su excepción, (jue es cuando se
la advierten á uno y le ganan con su juego; por eso dice
uno de nuestros relranes que contra vigiata no harj
regla. Lo demás de judía, contrajudía, pares y nones,
lugar, y todas esas que llaman reglas, son entusiasmos,
preocupaciones y vulgaridades en que vemos que incu-
rren todos los días hombres, por otra parte nada vul-
gares; pero parece que en el juego nadie es dueño de su
juicio. Ten, pues, entendido que no hay más (|ue dos
reglas: La suerte ij la droga. Aquélla es más lícita, pero
ésta es más segura. -
En esto llegamos al juego, y Januario se sentó como
siempre; pero no jugó más (jue un peso; porque iba con
intención de poner el monte, pues, según él decía, así
llevaba nuestro dinero más defensa; porque de Enero
d Enero, el dinero es del montero.
Así que se acabó la partida pusimos nuestro burlo-
tillo, y ganamos diez ó doce pesos, porque no fueron los
PKRIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 18.
■'' V ,'iu>f v'ii^ -ÍLv^cXu V^:,;.^¡.ie*-^'f^*M'-'^14-u:j*'
'i 'j^.j^'JLtíí.'^ti
70 PENSADOR MEXICANO
pollos gordos que esperaba; sin embargo, nos dimos por
contentos y nos fuimos.
Así pasamos con esta vuelta como seis meses ganan-
do casi todos los días, aun(jue fuera poco. En este tiempo
aprendí cuantas fullerías me quiso enseñar Januario.
Compramos camas, alguna ropa más y la pasamos como
unos marqueses.
Nada me quedó que observar en dicho tiempo en
asunto do juego. Conocí que es una verdad que es el
crisol de los liomhres, porque allí descubren sus pasiones
sin rebozo, ó á lo menos es menester estar muy sobre sí
para no descubrirlas, lo que es muy raro, pues el interés
ciega y en el juego no se piensa más que en ganar.
Allí se observa el que es malcriado, ya porque se
echa en la mesa, se pone el sombrero, no cede el asiento
ni al que mejor lo merece, le echa el humo del cigarro
on la cara á cualquiera que está á su lado, por más que
sea persona de respeto ó de carácter, y hace cuantas
groserías quiere sin el menor miramiento. Lo peor es
que hay un axioma tan vulgar como falso que dice que
en el juerjo todos son ir/ nales, y con este parco ni los
malcriados se abstienen de sus groserías, ni muchas
personas decentes y de honor se atreven á hacerse res-
petar como debieran.
De la misma manera que el grosero descubre en el
juego su falta de educación con sus majaderías y ordina-
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' 'y -^ yy^, -.^fA^l. . .. "'ar .:, '.. - . .. 7 '. ,• ■-. • . ''ip--
OBRAS ESCOGIDAS 71
rieces, descubre el inmoral su mala conducta con sus
votos y disparates; el embustero su carácter con sus
juramentos; el fullero su mala íe con sus drogas; el
ambicioso su codicia con la voracidad que juega; el mez-
quino su miseria coíi sus poquedades y cicaterías; el
desperdiciado su abandono con sus garbos imprudentes;
el sinvergüenza su descoco con el arrojo con que pide
a su sombra; el vago... pero ¿qué me canso? Si allí
se conocen todos los vicios, porque se manifiestan sin
disfraz. El provocativo, el truhán, el soberbio, el lison-
jero, el irreligioso, el padre consentidor, el marido lenón,
el abandonado, la buscona, la mala casada, y todos,
todos confiesan sin tormento el pie de qué cojean; y por
hip(')critas que sean en la calle, pierden los estribos en
el juego y suspenden toda la apariencia de virtud, dán-
dose á conocer tales como son.
Malditas son las nulidades del juego. Una de ellas
es la torpe decisión que reina en él. Al que lleva dinero
liasta le proporcionan el asiento, y cuando acierta, lo
alaban por un buen punto y diestro jugador: pero al que
no lo lleva, ó se le arranca, ó no le dan lugar, ó se lo
quitan, y de más á más dicen que es un crestón, término
con que algunos significan que es un tonto.
En fin , yo aprendí y observé cuanto había que
aprender y que observar en la carrera. Entonces me
sirvió de perjuicio, y ahora me sirve de haceros ad-
..* .
m
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72 PENSADOR MEXICANO
vertir todos sus funestos resultados para apartaros de
ella.
No os quisiera jugadores, hijos míos; pero en caso
de que juguéis alguna vez, sea poco, sea lo vuestro, sea
sin droga; pues menos malo será que os tengan por
tontos, que no que paséis plaza de ladrones, que no son
otra cosa los fulleros.
Muchos dicen que juegan por socorrer su necesidad.
Este es un error. De mil que van al juego con el mismo
objeto, los novecientos noventa y nueve vuelven á su
casa con la misma necesidad, ó acaso peores, pues dejan
lo poco que llevan, acaso se comprometen con nuevas
drogas, y sus familias perecen más aprisa.
Habréis oído decir, ó lo oiréis cuando seáis grandes,
que muchos se sostienen del juego. Yo apenas puedo
creer (jue éstos sean otros que los que juegan con la
larga, como dicen, esto es, los tramposos y ladrones,
que merecían los presidios y las horcas mejor que los
pillos Maderas y Paredes; ^ porque de un ladrón cono-
cido por tal pueden los hombres precaverse; pero de
éstos no.
Semejantes sujetos sí creo que se sostengan del
juego alguna vez; pero los hombres de bien, los que
trabajan y los (jue juegan como dicen, d la buena de
Dios, lo tengo por un imposible físico, porque el juego
* Dos famosos ladrones que hubo en México.
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OBRAS ESCOGIDAS 73
hoy da diez y mañana quita veinte. Yo sé de todo y
03 hablo con experiencia.
Otra clase de personas se sostienen del juego, espe-
cialmente en México... ¿Nos oye alguno?... Pues sabed
que éstos son ciertos señores que teniendo dinero con
que buscar la vida en cosas más honestas y no que-
riendo trabajar, hacen comercio y granjeria del juego,
poniendo su dinero en distintas casas para que en ellas
se pongan montes, que llaman partidas.
Como este modo de jugar es tan ventajoso para el
(jue tiene fondo, ordinariamente ganan, y á veces ganan
tanto, (jue algunos conozco que ruedan coche y hacen
caudales. ¿Qué tal será la cosa, pues para acomodarse de
talladores ó gura pies con sus mercedes, se hacen más
empeños que para entrar de oficial en la mejor oficina?
Y con razón: porque el lujo que éstos ostentan y la fran-
queza con que tiran un peso, no lo puede imitar un
empleado ni un coronel. Ya se ve, como que hay seño-
rito de estos que tienen de sueldo diariamente seis, ocho
y diez pesos, amén de sus buscas, (jue ésas serán las que
quisieren.
También menudean los empeños y las súplicas para
(|ue los señores monteros envíen dinero á las casas para
jugar, por interés de las gratificaciones que les dan á los
dueños de ellas, que cierto que son tales, que bastan á
sostener regularmente á una familia pobre y decente.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 19.
V' .-^E^.^i^.
/4 PENSADOR MEXICANO
ICstas son las personas que yo no negaré (jue se
mantienen del juego; pero ¡qué pocas son! y si desme-
nuzamos el cómo, es menester considerarlas criminales
aun íi estas pocas, y después de ci'oer de buena í'e que
juegan con la mayor limpieza. Y si no, pregunto: ¿se
debe reputar el juego como ramo de comercio y como
arbitrio honesto para subsistir de él? ¿Sí ó no? Si sí,
¿por qué lo prohiben las leyes tan rigorosamente? Y si
no, ¿cómo tiene tantos patronos <|ue lo defienden por
lícito con todas sus fuerzas? Yo lo diré.
Si los hombres no pervirtieran el orden de las cosas,
el juego, lejos de ser prohibido por malo, fuera tan lícito
que entrara á la parte de aíjuella virtud moral que se
llama eutrapelia; pero como su codicia traspasa los lími-
tes de la diversión, y en estos juegos de que hablamos se
arruinan unos á otros sin la más mínima consideración
ni fraternidad, ha sido necesario que los gobiernos ilus-
trados metan la mano, procurando contener este abuso
tan pernicioso, bajo las severas penas que tienen prescri-
tas las leves contra los infractores.
El que tenga patronos que lo defiendan y prosélitos
que los sigan no es del caso. Todo vicio los tiene, sin que
por eso pueda calificarse de virtud, y tanto menos vigor
tienen sus apologías cuanto que no las dicta la razón,
sino su sórdido interés y declarado egoísmo.
¿Quiénes son las gentes que apoyan el juego y lo
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4
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OBRAS ESCOGIDAS 75
defienden con tanto ahinco? Examínese, y se verá que
son los fulleros, los inútiles y los holgazanes, ora consi-
dérense pobres, ora ricos; y de semejante clase de
abogados es menester que se tenga por sospechosa la
defensa, siquiera porque son las partes interesadas.
Decir que el juego es lícito porque es útil á algunos
individuos, es un desatino. Para que una cosa sea lícita
no basta que sea útil, es menester que sea honesta y no
prohibida. En el caso contrario, podría decirse que eran
lícitos el robo, la usura y la prostitución, porque le traen
utilidad al ladrón, al usurero y á la ramera. Esto fuera
un error; luego defender el juego por lícito con la misma
razón es también el mismo error.
Pero sin ahondar mucho se viene á los ojos que esta
decantada utilidad que perciben algunos, no equivale á
los perjuicios que causa á otros muchos. ¡Qué digo no
equivale! Es enormemente perjudicialísima á la sociedad.
Contemos los tunos, fulleros y ladrones que se sos-
tienen del juego; agreguemos á éstos, aquellos que sin
ser ladrones hacen caudal del juego; añadamos sus
dependientes; numeremos las familias que se socorren
con las gratificaciones que les dan por razón de casa; no
olvidemos lo (jue se gasta en criados y armadores; ^
advirtamos lo que unos entalegan, lo que otros tiran,
* Este nombre damos á aquellos que andan reclutando tahúres para los juegos.
A éstos también se les paga su diligencia. -^8
76 PENSADOR MEXICANO
lo íjue éstos comen y lo que gastan todos; sin pasar en
blanco el lujo con que gasta, viste, come y pasea cada
uno á proporción de sus arbitrios. Después de hecha esta
cuenta, calculemos el numerario cotidiano que chuparán
estas sanguijuelas del Estado para sostenerse á costa de
él, y con la franqueza (jue se sostienen, y entonces se
verá cuántas familias es menester que se arruinen para
que se sostengan estos ociosos.
Para conocer esta verdad no es necesario ser mate-
mático: basta irse un día á informar de juego en juego,
y se verá que los más que ganan son los monteros. ^
Pregúntese á cada uno de los tahúres ó puntos qué tal
le fué, y por cuatro ó seis que digan que han ganado,
responderán cuarenta que perdieron hasta el último
medio que llevaban.
» De suerte (jue esta proposición es evidente: tantos
cuantos se sostienen del /tief/o, son otras tantas espon-
jas (le la jiohiacinn (¿w chupan la sustancia de los
pobres.
Todas estas reflexiones, hijos míos, os deben servir
para no enredaros en el laberinto del juego, en el que,
una vez metidos, os tendréis que arrepentir quizá toda la
vida; porcjue á carrera larga, rara vez deja de dar tama-
* Y los banqueros (le los /mpertaic». Este es otro jueguito peor que el monte, por-
que incita más la codicia con ei exceso del premio que ofrece. He visto á los hombres
andar como locos, con el lápiz y el papel haciendo cábulas y cálculos imaginarios.
¡Caramba en el juego que después de dejar á uno sin blanca, puede despacharlo impe-
rialmente á buscar un número á San Hipólito !
iurTfiTiiiiaiÉ 'ÁjJI
'';■<-;.-''■*<,«'''••)'; ■■■'> ' '
OBRAS ESCOGIDAS
77
ñas pesadumbres; y aun los gustos (jue da se pagan con
un crecido rédito de sinsabores y disgustos, como son las
desveladas, las estragadas del estómago, los pleitos, las
enemistades, los compromisos, los temores de la justicia,
las multas, las cárceles, las vergüenzas y otros á este
modo.
De todas estas cosas supe yo en compañía de Ja-
nuario y de algo más; porque por fin se nos arrancó.
Comenzamos á vender la ropita y todo cuanto teníamos;
íí estar de malas, como dicen los hijos de Briján: á mal
comer, á desvelarnos sin fruto, á pagar multas, etc.,
hasta que nos quedamos como antes, y peores, porque
ya nos conocían por fulleros, y nos miraban á las manos
con más atención que á la cara.
En medio de esta triste situación y para coronar la
obra, el picaro Januario enredó á un payo para que
pusiera un montecito, diciéndole que tenía un amigo
muy hábil hombre de bien para que le tallara su dinero.
El pobre payo entró por el aro y quedó en ponerlo al día
siguiente. Januario me avisó lo que había pasado, dicién-
dome que yo había de ser el tallador.
Convenimos en que había de amarrar los albures de
afuera para que él alzara, y otro amigo suyo, que había
vendido un caballo para apuntarse, pusiera y desmon-
tara, y que concluida la diligencia nos partiríamos el
dinero como hermanos.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 20.
í.-;^.'h_1'1í.»..,«»:i V .filHIIÍ-Ú
78 PENSADOR MEXICANO
No me costó trabajo decir que sí, como que ya era
tan ladrón como él.
Llegó el día siguiente: fué Juan Largo por el payo,
me dio éste cien pesos y me dijo: — Amito, cúidelos,
que yo le daré una buena gala si ganamos. — Que-
damos en eso, le respondí, y me puse á tallar á mi
modo y según y como los consejos de mi endemonia-
dísimo maestro.
En dos por tres se acab(') el monte, porque el dinero
del caballo vendido eran diez pesos, y así en cuatro albu-
res que amarré y alzó Januario, se llev<') el dinero el
tercero en discordia.
Mste se salió primero para disimular, y ;'i poco rato
Januario, haciéndome señas que me (quedara. El pobre
payo estaba lelo, considerando que ni visto ni oído fué su
dinero: sólo decía de cuando en cuando: — ¡Mire, señor,
qué desgracia I ni me divertí. — Pero no faltó un mirón
que nos conocía bien á mí y á Januario: advirtió los za-
potes que yo había hecho, y le dijo al payo con disimulo,
y ;'i mis excusas, que yo había entregado su dinero.
Entonces el barbaján, con más viveza para vengarse
que para jugar, me llevó á su mesón con pretexto de
darme de comer. Yo me resistía no temiendo lo que
me iba á suceder, sino deseando ir á cobrar el premio
de mis gracias: pero no pude escaparme; me llevó el
payo al mesón, se encerró conmigo en el cuarto y me
T^raf-j» •;-**.. ^.♦r. T**':-*- i
-V:-:' i!.--'3wV7r5^í^i?¿í
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OBRAS ESCOGIDAS
79
dio tan soberbia tarea de trancazos que me dislocó un
brazo, me rompió la cabeza por tres partes, me sumió
unas cuantas costillas, y á no ser porque al ruido for-
zaron los demás huéspedes la puerta y me quitaron de
sus manos, seguramente yo no escribo mi vida; porque
allí llega su último fin. Ello es que quedé á sus pies pri-
vado de sentido, y luí á despertar en donde veréis en el
capítulo que sigue.
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CAPITULO IV
Vuelve en si Perico y se encuentra en el hospital.
Critica los abusos de muchos de ellos. Visítalo Januario. Convalece. Sale á la calle.
Refiere sus trabajos. Indúcelo su maestro á ladrón , él se resiste
y discuten los dos sobre el robo
Yo aseguro que si el payo me hubiera matado se
hubiera visto en trapos pardos, pues la ley lo habría acu-
sado de alevoso, como que pensó y premeditó el hecho, y
me puso verde á palos sin defensa, cuya venganza, por
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 21.
•W; ' L:X--¿'rS¿. ^Htjii-'iy^
;»;J^-Ji
82 PENSADOR MEXICANO
SU crueldad y circunstancias, fué una vileza abominable;
pero no se quedó atrás la mía de haberle entregado á
otros su dinero en cuatro albures.
Alevosía y traición indigna fué la suya, y la mía fué
traición y vileza endiablada: mas con esta diferencia: que
él cometió la suya irritado y provocado por la mía, y la
(|ue yo hice, no sólo fué sin agravio, sino después de
ofrecida por él una buena gala.
De modo que, vista sin pasión, la vileza que yo
cometí fué peor y más vergonzosa que la de él; y así
si me matara en aquel día, muerto me habría quedado
y con razón; porque si no debemos dañar ni defraudar
á nadie, mucho menos á aquel (|ue hace confianza de
nosotros.
Casi de esta misma manera discurría yo conmigo
dos horas después que volví en mí, y me hallé en una
cama del hospital de San Jácome, ^ adonde me conduje-
ron de orden de la justicia.
A poco rato llog(') un escribano con sus correspon-
dientes satélites á tomarme declaraci('>n del hecho. Ya se
deja entender que yo estaba rabiando y en un puro grito^
así por los dolores agudísimos que me causaban la dislo-
cación y fracturas, como por los que sufrí en la curación^
que fué un poco tosca y to/na/ona, como de hospital al fin.
' No hay hospital de este título en México. Este disimulo es para que la critica no
recaiga sobre ningún hospital determinado. Los abusos que se critican son ciertos.
¡Ojalá se remedien!
iamu^ji^taihlim^iu.
:._,^> .-V Í-. ■:.r , - -. ., -..y,,-^-._ --,,-. ^ ^•-. ^-- ,:.Tjffl,^5,;j^,,,^j¡i^^ ,.^ .... _^ ,- .|fri7i;
OBRAS ESCOGIDAS 83
Estar yo de esta manera, y entrar el escribano con-
jurándome y amenazándome para que confesará con 61
mis pecados y delante de tanta gente que allí había, fué
un nuevo martirio que me atormentó el espíritu, que era
lo que me faltaba que doler.
Por último, yo juré cuanto él quiso; pero dije lo
que convenía, ó á lo menos lo que no me perjudicaba.
Referí el hecho, omitiendo la circunstancia del entrego,
y dije con verdad que yo no conocía á mi enemigo, ni lo
había visto otra vez en toda mi vida. De este modo se
concluyó aquel acto, firmé la declaración con mil traba-
jos, y se marchó el señor escribano con su comitiva.
Como las heridas de la cabeza eran muchas v bien
dadas, no se podía restañar la sangre fácilmente; cada
rato se me soltaba, y con tanta pérdida me debilité,
en términos que me acometían frecuentes desmayos, y
tantos, que se creyó que eran síntomas mortales, ó (jue
bajo alguna contusión hubiese rota alguna entraña.
Con estos temores trataron de que viniese el ca-
pellán, como sucedió en efecto. Me confesé con harto
miedo, porque al ver tanto preparativo, yo también
tragué que me moría; pero mi miedo no hizo mejor mi
confesión. Ya se ve: ella fué de prisa, sin ninguna dis-
posición y entre mil dolores; ¿qué tal saldría ella? Mala
de fuerza. Confesión de apaga y vamonos. Apenas se
acabó, trajeron el Viático, y yo cometí otro nuevo sacri-
-rü_>;- '■■,'yjr.i:-- á'V-r,..!:. .. I- '<iA'-. .r,. - ..t^'JW'i'J'.f-^J^.Ü^tl-Á'.'Á ■'
84 PENSADOR MEXICANO
legio, y conocí cuan contingentes son las últimas disposi-
ciones cristianas cuando se hacen en un lance tan apu-
rado como el mío.
En estas cosas serían ya las once de la noche.
Yo no había querido tomar nada de alimento, porque
no lo apetecía, ni menos podía conciliar el sueño por los
agudos dolores que padecía, pues no tenía, como dicen,
huoso sano; pero, sin embargo, la sangre se detuvo, y
un practicante me tomó el pulso, me hizo morder una
cuchara y hacer no sé qué otras faramallas, y decretó
(jue no moría en la noche.
Con esta noticia se fueron ú acostar los enfermeros,
dejándome junto á la cama una escudilla con atole y
un jarrito con bebida, para que yo la tomara cuando
quisiera.
No dej(') de consolarme algún tanto el pronóstico
favorable del mediquín, y yo mismo me tomaba el pulso
de cuando en cuando por ver si estaba muy débil, y
hallándolo así y más de lo que yo (juería, me resolví
á la una de la mañana á tomar mi atole y mi trusco
de pan, aunque con repugnancia, por fortalecerme un
poco más.
Con mil trabajos tomé la taza, y rempujando los
tragos con la cuchara, embaulé el atolillo en el es-
tómago.
Muchas consideraciones hice sobre la causa de mi
ias.^-fc ■ ' '^''' ''-*■ — -'- ^ r . ■ •,. ^L' • ^ ~ ■: ..j^^'- .r^'li.iki 'ti*- I n« á' ** i '-'y ' ■« '■ i i1 ^ "'- ' ■trlfA -'ii' i'r i '■> i" ' tii
OBRAS ESCOGIDAS .85
mal, y siempre concedía la razón al payo. — No hay duda,
decía yo, él me ha puesto á la muerte; pero yo tuve la
culpa, picaro, por traidor. ¡Cuántos merecen iguales cas-
tigos por iguales crímenes!
Cansado de filosofar funestamente v á mala hora,
pues ya no había remedio, me iba quedando dormido,
cuando los aves de un moribundo que estaba junto á mí
interrumpieron mi sueño y pude percibir que con una
lánguida voz, que apenas se oía, se auxiliaba solo, ol
miserable, diciendo: — ¡Jesús, Jesús, ten misericordia
de mí!
El temor y la lástima que me causó aquel triste
espectáculo me hicieron esforzar la voz cuanto pude, y
les grité á ios enfermeros: — ¡ Hola ! amigos, levántense
que se muere un pobre. — Cuatro ó cinco veces grité, y.
ó no me oían aíjuellos picaros, ó se hacían dormidos,
que fué lo que tuve yo por más cierto; y así, enfadado
de su flojera, á pesar de mis dolores, les tiré con el
jarro de la bebida con tan buen tino, que los bañé mal
de su grado.
No pudieron disimular, y se levantaron hechos unos
tigres contra mí, hartándome á desvergüenzas; pero yo,
valiéndome del sagrado de mi enfermedad, los enfrené
diciéndoles con el garbo que no esperaban : — Picaros,
indolentes, faltos de caridad, que os acostáis á roncar,
debiendo alguno quedar en vela para avisar al padre
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B. — 22.
^
^mbÉJ^-:
86 PENSADOR MEXICANO
capellán de guardia si se muere algún enfermo, como
ese pobrecito que está espirando. Yo mañana avisaré
al señor mayordomo, y si no os castiga, vendrá el escri-
bano y le encargaré avise estos abusos al excelentísimo
señor Virrey y le diga de mi parte que estabais bo-
rrachos.
Se espantaron a(juellos llojos con mis amenazas y
cavilosidades, y me suplicaron que no avisara al supe-
rior. Yo se los ol'recí con tal que tuviesen cuidado de los
pobres enfermos.
Entretanto teníamos este colo(|uio, murió el infeliz
por quien me incomodé, de suerte que cuando fueron á
verlo, va era ánima.
En cuanto aquellos enfermadores ó enfermeros
vieron que ya no lespiraba, lo echaron fuera de la
cama calentito como un tamal, lo llevaron al dep(')SÍto
casi en cueros, y volvieron al momento á rastrear los
trebejos que el pobre difunto dejó, y se reducían á un
coti')n y unos calzones blancos viejos, sucios y de manta;
un eslaboncito, su rosario y una cajilla de cigarros que
no creo (jue la probó el infeliz.
En tanto que el aire, se hizo la hijuela y partición
de bienes, tocándole á uno, de los dos que eran, los cal-
zones y el rosario, y al otro el cot<'»n y el eslaboncito; y
sobre á quién le había de tocar la cajilla de cigarros tra-
baron una disputa tan altercada, que por poco rematan
OBRAS ESCOGIDAS
87
á porrazos, hasta que otro enfermo les aconsejó que se
partieran los cigarros y tiraran el papel de la cubierta.
Aprobaron el consejo, lo hicieron así; se fueron á
acostar, y yo me quedó murmurando la cicatería é inte-
rés de semejantes machíes; pero como á las tres de la
mañana me dormí, y tan bien, que fué señal evidente de
que habían calmado mis dolores.
A otro día me despertaron los enfermeros con mi
atole que no dejé de tomar con más apetencia que el
anterior. A poco rato entró el médico á hacer la visita
acompañado de .sus aprendices. Habíamos en la sala
como setenta enfermos, v con todo eso no dun'» la visita
quince minutos. Pasaba toda la cuadrilla por cada cama,
y apenas tocaba el médico el pulso al enfermo, como si
fuera ascua ardiendo, lo soltaba al instante, y seguía
á hacer la misma diligencia con los demás, ordenando
los medicamentos según era el número de la cama,
verbigracia decía: número 1, sangría; número 2, id.;
número 3, régimen ordinario; número 4, lavativas emo-
lientes: número 5. bebida diaforética; número G, cata-
plasma anodina, y así no era mucho que durara la visita
tan poco.
Por un yerro de cuenta me pusieron A mí en la sala
de medicina, debiéndome haber zampado en la de ciru-
gía, y esta casualidad me hizo advertir los abusos que
voy contando. Sin duda en mi cama, que era la 60, había
. ifífHfc^'
88 PENSADOR MEXICANO !
muerto el día antes algún pobre de ñebre, y el médico,
sin verme ni examinarme, sólo vio el recetario, y el
número de la cama, y creyendo que yo era el febrici-
tante, dijo: — Número 60, cáusticos y líquidos. — ¡Gáus-
licos y líquidos I exclamé yo. ¡Por María Santísima, que
no me martiricen ni me lastimen más de lo que estoy!
Ya que ayer no me mató el payo á palos, no quieran
ustedes, sefiores, matarme hoy de hambre ni á que-
madas.
A mis lamentos hicieron advertir al doctor que yo
no era el íebricitante, sino un herido. Entonces, cargán-
dose de razón para encubrir su atolondramiento, pre-
guntó: — ¿Pues qué hac(' aquí? A su sala, á su sala.
Así se concluyó la visita, y quedamos los enfermos
entregados al brazo secular de los practicantes y curan-
deros. De que yo vi que á las once fueron entrando dos
con un cántaro de una misma bebida, y les fueron dando
su jarro á todos los enfermos, me quedé frío. — ¿Cómo es
posible, decía yo, que una misma bebida sea á propósito
para todas las enfermedades? Sea por Dios.
Después entró el cirujano y sus oficiales, y me cura-
ron en un credo; pero con tales estrujones y tan poca
caridad, que á la verdad ni se los agradecí; porque me
lastimaron más de lo que era menester.
Llegó la hora de comer, y comí lo que me dieron,
que era... ya se puede considerar. A la noche siguió la
te*^.'*K.AÁ_£m^'k LkW'^flr'^..* l' ^. r¿,¿JiAHfii^i^-V.^'..-.i... .*- - . 1^ .Aj¿,.¿I¿¿ '■■! i tí mA !!■■ "^A^
-ii"iÉ^i ■•^éái^iiiiriri '\'\' lU il III 'i
r'~-
OBRAS ESCOGIDAS
89
cena de atole, y á otro pobre del número 36, que estaba
casi agonizando, le pusieron frente de la cama un cruci-
fijo con una vela á los pies, ^ y se fueron á dormir los
enfermeros dejando á su cuidado que se muriera cuando
se le diera la gana.
Dos meses estuve yo mirando cosas que apenas se
pueden creer y que sería de desear se remediaran.
Ya estaba convaleciendo cuando un día entró á
verme Januario envuelto en un zarape roto, con un
sombrero de mala muerte, en pechos de camisa '^ con un
calzoncillo roto y mugriento, y unos zapatos de vaqueta
abotinados y más viejos que el sombrero.
Como yo no lo dejé tan mal parado, ni lo había
conocido tan trapiento, me asusté pensando que había
alguna gran novedad, y que por eso venía disfrazado mi
amigo; pero él me sacó del temor que me había infun-
dido, diciéndome que aquel traje era el propio y el único
que tenía, porque los cuidados le habían seguido como á
los perros los palos; que desde el día de mi desgracia
no había pedido alzar cabeza; que todo el asunto se
puso entre los jugadores, y que ya no le daban lugar
en ningún juego, porque todos lo trataban de entregador;
que el mismo día, luego que me echó menos y supo que
• A esta ceremonia de indolencia y poca caridad llaman en los más hospitales poner
el Tecolote.
» Este modo de hablar es vulgar. Ya se sabe que quiere decir que no tenía ni
chupa, ni chaleco.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 23.
-.s
t-
90 PENSADOR MEXICANO
había ido con el payo, temió lo que pasó, y á la noche
fué á informarse al mesón, donde le dijeron que mi
heridor así como se recobró de la cólera y advirtió el
desaguisado que había hecho, temeroso de la justicia,
ensilló su caballo y tomó las de Villadiego, con tal lige-
reza, que cuando los alguaciles fueron á buscarlo, ya
ól estaba lejos de México; i[ue el picaro del compañero
que apostó los albures se marchó también con el dinero
sin saberse á dónde, de suerte que no le tocó al dicho
Januario un real de su diligencia: ^ que á pie y andando
fué éste en su busca hasta Chilapa, donde le dijeron que
se había ido; (|ue hizo su viaje en vano; que se juntó con
otros hábiles y se l'ué de misión ^ á Tixtla, pensando
hacer algo, porque había fiesta; pero (|ue el subdelegado
era opuestísimo á los juegos, y no pudo hacer nada; que
de limosna se mantuvo y se volvió á México; que dos
días antes había llegado, y luego (|ue se informó (|ue
todavía estaba yo en el hospital me vino á ver; que estaba
pereciendo, y últimamente, que deseaba (jue yo saliera
para que entre los dos viéramos lo (jue hacíamos.
Toda esta larga relación me hizo Januario, y no en
* Muchas veces sucede esto mismo á algunos, que se exponen y previenen un robo
y otros son los aprovechados.
* Los tunos llaman ir á mi$ióii ó ir de misión á ciertas viajatas que hacen fuera de
las ciudades á robar con la baraja á los infelices que se descuidan y caen en sus manos.
En rara entrada de cura ó subdelegado, ó ñestecita, no hay de estos misioneros maldi-
tos. Son la polilla de los pueblos. Suelen mil veces ir sin un real, desnudos y á pata, y
volver á caballo, vestidos y con muchos pesos que han robado. Sería bueno que toilos
los jueces hiciesen lo que el de Tixtla; esto es, no consentirlos en sus territorios.
'iVim a/.''-j^-- - - -". ^*''- • si^J i r-..- . r.'.y^jtr. .?<».'-... .^«^a.r<^'fi^i^Z»-»^..á;^'^iV-^ r'<'-^..^f4r^b^>.
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iiv^^ ^;-,^^í ■:■
OBRAS ESCOGIDAS
91
compendio. Yo le conté el pormenor de mis desgracias,
y él me contestó: — Hermano, ¡qué se ha de hacer! el
que está dispuesto á las maduras, ha de estarlo también
n las duras. Así como estuviste conforme y gustoso con
los pesos (jue ganaste, así lo debes estar con los palos
que has llevado. Eso tiene nuestra carrera, que tan
pronto logramos buenas aventuras, como tenemos que
sufrir otras malas. Lo mismo dijera si hubiera suce-
dido conmigo; pero no te desconsueles; acaba de sanar
(jue no siempre ha de estar la mar en calma. Si salieres
cuando yo no lo sepa, búscame en el arrastradcrito
de aíjuella noche, porcjuc no tengo otra casa por ahora;
pero ni tú tampoco. Ya sabes que somos amigos viejos.
— Con esto se despidió Januario dejándome en el hos-
pital, en donde me dieron de alta á los tres días como
á los soldados.
Salí sano, según el médico; pero según lo que
renqueaba, todavía necesitaba más agua de calahuala y
más parchazos; mas ¿qué había de hacer? El facultativo
decía que ya estaba bueno, y era menester creerlo, á
pesar de que mi naturaleza decía que no.
Salí por fin todo entelerido y entrapajado; pero ¿á
dónde salí? A la calle, porque casa no la conocía, y salí
peor de lo que entré, porque mis trapillos estaban malos
á la entrada, pero salieron desahuciados. No sé en qué
estuvo.
.■ 1 ;i„-3-'i..,
92 PENSADOR MEXICANO
Pobre y trapiento, solo, enfermo, y con harta
hambre, me anduve asoleando todo el día en pos de mi
protector Januario, á cuyas migajas estaba atenido, sin
embargo de que lo consideraba punto menos miserable
que yo.
Mis diligencias fueron vanas, y era la una del día
y yo no tenía en el estómago sino el poquito de atole
(jue bebí en el hospital por la mañana, por señas de que
al tomarlo me acordé de aquel versito que dice:
Este es el postrer atole
Que en tu casa he de beber.
Ello es (|ue \a no veía de hambre, pues así por la
pérdida de sangre que había sufrido, como por el mal
pasaje del hospital, estaba débilísimo.
No hubo remedio; á las tres de la tarde me quité
la chupa en un zaguán y la fui á empeñar. ¡Qué trabajo
me costó (jue me fiaran sobre ella cuatro reales! Pues no
pasaron de ahí, ponjue decían (jue ya no valía nada; pero
por fin los prestaron, me habilité de cigarros y me fui
á comer á un bodegón.
Algo se content»') mi corazón luego que se satisfizo
mi estómago. Anduve toda la tarde en la misma dili-
gencia que por la mañana, y saqué de mis pasos el
mismo fruto, que fué no hallar á mi compañero; pero
después que anocheció y dieron las ocho, me entró
.A-jáüf-^^ÉiCi ■*^-- -' • ■'***--' ■•■
OBRAS ESCOGIDAS 93 |
mucho miedo pensando (|ue si me quedaba en la calle
estaba tan de vuelta, que podría ser que me encontrara
una ronda ó una patrulla y fuera á amanecer á la
cárcel.
Por estos temores me resolví á irme al arras/ra- :
dcrlto, que se me hacía tan duro como el hospital mismo;
pero la necesidad atropella por todo. '*
Llegué á la maldita zahúrda con real y medio, pues
antes me cené medio de fríjoles en el camino. Entré
sin que nadie me reconviniera y vi que estaba la mesita
del juego como cuadro de ánimas, pero de condenados.
Como catorce ó diez y seis gentes había allí, y entre
todos, no se veía una cara blanca ni uno medio vestido.
Todos eran lobos y mulatos encuerados, que jugaban
sus medios con una barajita que sólo ellos la conocían
según estaba de mugrienta.
Allí SG pelaban unos á otros sus pocos trapos, ya
empeñándolos, y ya jugándolos al remate, quedándose
algunos como sus madres los parieron, sin más que un
mcijtle, como le llaman, que es un trapo con que cubren
sus vergüenzas, y habiendo picaro de estos que se enre-
daba con una frazada en compañía de otro á (juien le
llamaba su valedor.
Abundaban en aquel infierno abreviado los jura-
mentos, obscenidades y blasfemias. El juego, la con- ;
currencia, la estrechez del lugar y el chinguirito tenían _' . '
PERIQUILLO SARNIENTO, — T. I, B. — 24. '
'*». ' e^í. J -■ !'^:t m ^.:^'^- ■ .. .i.-.
94 . PENSADOR MEXICANO
aquello ardiendo en calor, apestando á sudor, y hecho...
ya lo comparé bien, un infierno.
Luego que vieron (jue me arrimé á la mesa á ver
jugar, pensando que tenía dinero, me proporcionaron
por asiento la esquina de un banco que tenía una estaca
salida y se me encajaba por mala parte, dejándome
hecho monito de vidrio.
Sin embargo de mi incomodidad, no me levanté,
considerando que entre aquella gente era demasiada
cortesía. Saqur mediecillo y comencé á jugar como
todos.
No tardó mucho en perderlo, y seguí con otro que
corri»*) la misma suerte en menos minutos, y no quise
jugar el tercero por reservarlo para pagar la posada.
Ya me iba á levantar, cuando el coime me conoció
y me dijo: — Usted ¿á quién venía á buscar? Yo le dije
que á don Januario Carpeña (que así se apellidaba mi
compañero). Rieron todos alegremente luego que res-
pondí, y viendo que yo me había ciscado con su risa,
me dijo el coime: —^ ¿Acaso usted buscará á Juan Largo
el entregador, aquel con quien vino la otra noche? — No
lo pude negar; dije que al mismo, y me contestó: —
Amigo, pues ése no es don ni doña, cuando más y
mucho, será don Petate, y don Encuerado como nos-
otros...
A este tiempo íué entrando el susodicho, y luego
/Í^'.JÍ.AlíU^tJ¡ÍA^Í~^iL^-:'. ''. '■^\.
1^-.;-
.^ív* ..-.■
OBRAS ESCOGIDAS
95
que lo vieron, comenzaron todos á darle broma, dicién-
dole: — ¡Oh, don Januariol ¡Oh, señor don Juan Largo I
Pase su merced. ¿Dónde ha estado? — y otras sandeces,
que todas se reducían á mofarlo por su tratamiento que
yo le había dado.
El no me había visto, y como lo ignoraba todo,
estaba como tonto en vísperas, hasta que uno de los
encuerados, para sacarlo de la duda, le dijo: — Aquí ha
venido preguntando por el caballero don Januario Garra-
piña ó Garrapeña el señor, — y diciendo esto me señaló.
No bien me vio Januario, cuando exaltado de gusto
no tuvo su amistad expresiones más finas con que salu-
darme que echarse á mis brazos y decirme: — ;Es posible,
Periquillo Sarniento, </ue nos coleemos d cer juntos.^ —
En cuanto aquellos hermanos oyeron mi sobrenombre,
renovaron los caquinos, y comenzaron á indagar su
etimología, cuya explicación no les negó Januario.
Aquí fué el mofarme y el periquearme todos á cual
más, como que al fin eran gente soez y grosera; yo,
por más que me incomodé con la burla, no pude menos
sino disimular v hacerme á las armas, como dicen vul-
garmente; porque si hubiera querido ser tratado de
aquella canalla según merecían mis principios, les
hubiera dado mavor motivo de burlarme. Estos son los
ti
chascos á que se expone el hombre flojo, perdido y sin-
vergüenza.
.*)
M ?A ¿ ^J".
.. ^' iL.-^IXs^K'ÉJISJiiíU-iú*
96 PENSADOR MEXICANO
Guando me vieron tan jovial y que, lejos de amohi-
narme les llevaba el barreno, se hicieron todos mis
amigos y camaradas, marcándome por suyo, pues según
decían, era yo un muchacho corriente, y con esta con-
fianza nos comenzamos todos á tutear alegremente. Cos-
tumbre ordinaria de personas malcriadas, que comienza
en son de cariño y las más veces acaba con desprecios,
aun entre sujetos decentes. ^
Cátenme ustedes ya cofrade de semejante comu-
nidad, miembro de una academia de pillos y socio de
un complot de borrachos, tahúres y cuchareros. ¡Vamos,
que en aquella noche quedé yo aventajadísimo y acabé
de honrar la memoria de mi buen padre!
¿Qué hubiera dicho mi madre si hubiera visto me-
tido en aquella indecentísima chusma al descendiente de
los Ponces, Tagles, Pintos, Vélaseos, Zumalacárreguis y
Bundiburis? Se hubiera muerto mil veces, y otras tantas
habría resuelto ponerme al peor oficio, antes que dejar-
me vagabundo; pero las madres no creen lo que sucede,
y aun les parece que estos ejemplos, se quedan en meros
cuentos, y que aun cuando sean ciertos no hablan con
sus hijos. En fin , nos acostamos como pudimos los que
nos (juedamos allí, y yo pasé la noche como Dios quiso.
• El tratamiento de tú,, lejos de aumentar la amistad, como se creen algunos vulga-
res, la disminuye; porque á la demasiada conTianza ordinariamente sigue el menospre-
cio, á éste el sentimiento, al sentimiento el enojo, y... ¡adiós amistad! Un tratamiento
político y cariñoso conserva los buenos amigos.
Irtf iinÉti>iiMriií»ii iil ni- ' i-'i . •t^aiít^.^ji^^^.JíM^Tí.iím-iiíjuíj
-TÍIÍ" ■ » ■•
OBRAS ESCOGIDAS
97
Seis ú ocho días estuve entre aquella familia, y en
ellos me dejó Januario sin capote, pues un día m.e lo
pidió prestado para hacer no sé qué diligencia; se lo llevó
y me dejó su zarape. A las cuatro de la tarde vino sin él,
quedándome yo muerto de susto cuando me contó mil
mentiras, y remató con que el capote estaba empeñado
en cinco pesos. — ¡ En cinco pesos, hombre de Dios! — dije
yo. ¿Cómo puede ser eso, si está tan roto y remendado
que no vale veinte reales? — ¡Oh, qué tonto eres! me con-
testó; si vieras los lances que hice con los cinco pesos,
te hubieras azorado: ya sabes que soy trepador. Me
llegué á ver como con... yo te diré. Quince y siete son
veintidós, y... ¿nueve? treinta y uno... ¿y doce? en fin,
como con cincuenta pesos, por ahí. — ¿Y qué es de ellos?
pregunté. — ¿Qué ha de ser? dijo Januario: que estaba yo
jugando la contrajudia cerrada; le puse todo el dinero
á un tres contra una sota, y... — Acaba de reventar, le
dije; vino la sota y se llevó el diablo el dinero ¿no es
eso? — Sí, hermano, eso es; ¡pero si vieras qué tres tan
chulo I cIu(juHo, contrajadío^ nones, hajar do afuera...^
* ■
i
1 Llaman regla, los jugadores, á cualquier orden de cartas ó combinaciones que
eligen para jugar. Asi es que grande y chica es una regla, y ésta no tiene que explicar,
pues que dos cartas que se echan sobre la mesa, una tiene tantos superiores, y ésa es
grande; asi como la que tiene tantos menores es chica. Si una, por ejemplo, es 4 y la
otra 3, la primera será grande y la segunda chica. Judia, quiere decir la más grande en
las figuras y la más chica en las cartas blancas. — Contrajudia, viceversa. Pares y
nones, los números pares ó impares; pero la gracia está en saber distinguirlos cuando
las dos cartas son de una misma clase, v. gr. salieron 2 y 4, ambos son pares; ;^cuál
será el par y cuál el non ? Salieron 7 y 5, ¿cuál de los dos es el par? Esto lo explican con
alguna confusión; pero sabiéndose que la mayor conteroa su oalor se aclara todo. Así es
PRRIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 25.
n i^^^'L.^^I&Me-
98 PENSADOR MEXICANO
¡vamos, si todas las llevaba el maldito tres I — ¡Maldito
seas tú, y el tres, y el cuatro, y el cinco, y el seis, y
toda la baraja, (jue ya me dejaste sin capote! ¡Voto á
los diablos! ser la única alhaja (jue yo tenía, mi col-
chón, mi cama y todo, ¿y dejarme tú ahora hecho un
pilíiuancjo? — No te apures, me dijo Januario, yo tengo
un proyecto muy bien pensado (jue nos ha de dar á los
dos mucho dinero, y puede sea esta noche; pero has
de guardar el secreto. Por ahora ahí tenemos el zarape
(jue bien puede servirnos á ambos.
Yo le pregunté qué cosa era. Y él, llevándome
(\ un rincón del cuartito, me dijo: — Mira, es menes-
ter que cuando uno está como nosotros se arroje y se
determine á todo; porque peor es morirse de hambre.
Sábete, pues, (|ue cerca de aquí vive una viuda rica, sin
otra compañía que una criada, no de malos bigotes, á
la que yo lo he echado mis polvos, aunque nada he
logrado. Esta viuda ha de ser la (jue esta noche nos
socorra, auncjue no (|u¡era. — ¿Y cómo? le pregunté. —
A lo que Januario me dijo: — Aquí en la pandilla hay
que, en el primer caso, el 4 es par y el 2 non. En el segundo caso, 7 es non y 5 par. En
las figuras hoy la sota representa 8, el caballo 9 y el rey 10 ; pero en la época de que se
habla en la obra, como las barajas tenían ochos y nueves, la sota representaba 10, el
caballo 11 y el rey 12. Así es que siempre, para los pares y nones, quedan sujetos á la
regla general de \a mayor, etc. — Lugar de dentro y de afuera. El primero es en el que
se echa la primera carta que sale ó el que en las carpetas ó cueros está marcado con el
núm. 1, y el segundo con el núm. 2.
Hay otras muchísimas reglas que se inventan, según el capricho de cada jugador;
pero esta nota debe reducirse á aquellos de que hace mención la obra en este lugar. E.
ÍÍ^ÍÍáAmJL..^!-!
■r'í:imt^^¿CtX
OBRAS ESCOGIDAS 99
un compañero que le dicen Calas el Pipilo, <jue es un
mulatillo muy vivo, de bastante espíritu y grande amigo
mío. l']ste me ha proporcionado el que esta misma noche
entre diez y once vayamos á la casa, sorprendamos á las
dos mujeres, y nos habilitemos de reales y de alhajas,
que de uno y otro tiene mucho la viuda.
Todo está listo; ya estamos convenidos, y tenemos
una ganzúa que hace á la puerta perfectamente. Sólo nos
falta un compañero que se quede en el zaguán, mientras
que nosotros avanzamos. Ninguno mejor que tú para el
efecto. Conque aliéntate, que por una chispa de capote
que te perdí te voy á facilitar una porción considerable
de dinero.
Asombrado me quedé yo con la determinación de
Januario, no pudiendo persuadirme que fuera capaz
de prostituirse hasta el extremo de declararse ladrón; y
así, lejos de determinarme á acompañarlo, le procuré
disuadir de su intento, ponderándole lo injusto del hecho,
los peligros á que se exponía y el vergonzoso paradero
que le esperaba si por una desgracia lo pillaban.
Me oyó Januario con mucha atención, y cuando hice
punto, me dijo: — No pensaba que eras tan hipócrita ni
tan necio, que te atrevieras á fingir virtud y á darle
consejos á tu maestro. Mira, mulo; ya yo sé que es .
injusto el robo y que tiene riesgos el oficio; pero dime:
¿qué cosa no los tiene? Si un hombre gira por el comer-
100
PENSADOR MEXICANO
cío, puede perderse; si por la labor del campo, un mal
temporal puede desgraciar la más sazonada cosecha; si
estudia, puede ser un tonto, ó no tener créditos; si
aprende un oficio mecánico, puede echar á perder las
obras, pueden hacerle drogas ó salir un chambón; si
gira por oficinista, puede no hallar protección, y no
lograr un ascenso en toda su vida; si emprende ser mili-
tar, pueden matarlo en la primera campaña, y así todos.
Coníjue si todos tuvieran miedo de lo que puede
suceder nadie tendría un peso, porque nadie se arries-
gara á buscarlo. Si me dices que solicitarlo de los modos
que he pintado es justo, tanto como es inicuo el que yo
te propongo, te diré (jue robar no es otra cosa que (jui-
tarle á otro lo suyo sin su voluntad; y según esta verdad
el mundo está lleno de ladrones. Lo que tiene es que
unos roban con apariencias de justicia y otros sin ellas;
unos pública, otros privadamente; unos á la sombra de
las leyes y otros declarándose contra ellas; unos expo-
niéndose á los balazos y á los verdugos, y otros pasean-
do y muy seguros en su.s casas. En fin, hermano, unos
roban á lo divino y otros á lo humano; pero todos
roban. ' Coníjue así, esto no será motivo poderoso que
1 Sólo Januario podia hablar con tanta generalidail, porque era un perdido. Déla
abundancia del corazón se vienen á la boca las palabras. No todos roban; pero son
tantos los ladrones y puede tanto el interés, que apenas hay de quién fiar. Se pierden
los hombres de bien entre los que no lo son, y en asunto de intereses no son comunps
los que hacen mucho escrúpulo, ya de defraudar ó ya de quedarse con lo ajeno. Esta es
una verdad amarga, pero es una verdad. Examinémosla sin pasión.
ÍJL. .^^m. ^^!S¿£:^Jt.^iÁLl^\
.•._..». ,>,.;*-'>-
ijr^'it^íf-: y ' . ,-.. :. . :,\;^^.. ,
OBRAS ESCOGIDAS 101
me aparte de la intención que tengo hecha; porque mal
de muchos..., etc.
¿Qué más tiene robar con plumas, con varas de
medir, con romanas, con recetas, con aceites, con pape-
les, etc., etc., etc., que robar con ganzúas, cordeles y
llaves maestras? Robar por robar, todo sale allá, y
ladrón por ladrón, lo mismo es el que roba en coche que
el que roba á pie: y tan dañoso á la sociedad ó más es el
asaltador en las ciudades que el salteador de caminos.
No me arrugues las cejas ni comiences á escanda-
lizarte con tus mocherías. Esto que te digo, no es sólo
porque quiero ser ladrón; otros lo han dicho primero
que yo, y no s<'>lo lo han dicho, sino que lo han impreso,
y hombres de virtud y de sabiduría, tales como el padre
jesuíta Pedro Murillo Velarde, en su Catecismo. Oye lo
que se lee en el lib. II, cap. XII, íbi. 177:
«Son innumerables los modos, géneros, especies
y maneras que hay de hurtar (dice este padre). Hurta
el chico, hurta el grande, hurta el oficial, el soldado, el
mercader, el sastre, el escribano, el juez, el abogado; y
aunque no todos hurtan, todo género de gente hurta.
Y el verbo rapio se conjuga por todos modos y tiem-
pos. ^ Húrtase por activa y por pasiva, por circunlo-
* Como decir de presente: yo hurto, tú hurtas, aquél hurta; nosotros hurtamos,
vosotros hurtáis, aquéllos hurtan. De pretérito: yo hurté, tú hurtaste, aquél hurtó, etc.
De futuro: yo hurtaré, tú liurtarás, y asi todos los demás tiempos y personas. ¡Qué
desgracia ! muchos no saben ni leer y conjugan este verbo sin turbarse.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 26.
, ♦(■■,
102 PENSADOR MEXICANO
quio y por participio de futuro en ras.y> Hasta aquí dicho
autor.
¿Qué te parece, pues? Y donde hay tanto ladrón,
¿(jué bulto haré yo? Ninguno ciertamente; porque un
garbanzo más no revienta una olla. ¿Tú sabes los que
se escandalizan de los ladrones y de sus robos? Los
de su oficio, tonto. Esos son sus peores enemigos;
por eso dice el refrán, que siente un (jato que otro
arañe.
Xo me acuerdo si en un libro viejo titulado De-
leite de la discreción, n en otro llamado Floresta es-
pañola, pero seguramente en uno de los dos, he
leído aquel cuento gracioso de un loco muy agudo
que había en Sevilla , llamado Juan García, el cual,
viendo cierta ocasión que llevaban un ladrón al supli-
cio, comenzó á reir á carcajada tendida, y pregunta-
do que de qué se reía en un espectáculo tan funesto,
respondió; — Me rio de ver que los ladrones gran-
des llevan (i aliorcar cd chico. — Aplique usted, señor
Perico.
— Todo lo que saco por conclusión, le respondí, es
que cuando un hombre está resuelto, como tú, á cual-
quiera cosa, por mala que sea, interpreta á su favor los
mismos argumentos que son en contra. Todo eso que
dices tiene bastante de verdad. Que hay muchos ladrones,
¿quién lo ha de negar, si lo vemos? Que el hurto se palia
-5fíP8«írj^(^Jw!i.-5»-,'V«f';.-T,_.pi^^^^ ~.> . ?■ í^T-, •.
OBRAS ESCOGIDAS 103
con diferentes nombres, es evidente, y que las más veces
se roba con apariencias de justicia, es más claro que la
luz; pero todo esto no prueba que sea lícito el hurtar.
¿Acaso por qué en las guerras, justas ó injustas, se
matan los hombres á millares, se probará jamás que
es lícito el homicidio? La repetición de actos engendra
costumbre, pero no la justifica, si ella no es buena de
por sí.
Tampoco prueba nada lo que dice el padre Murillo,
porque lo dijo satirizando y no aplaudiendo el robo. Pero
por no deberte nada, te he de pagar tu cuentecito con
otro, que también he leído en un libro de jesuíta, y tiene
la recomendación de probar lo que tú dices, y lo (jue yo
digo, esto es, que muchos roban, pero no por eso es
lícito el robar. Atiéndeme:
«Pintó uno en medio de un lienzo un príncipe, y
á su lado un ministro que decía: Sirco d éste solo,
1/ de L'sie me sirco. Después un soldado que decía:
Mientras ijo robo, me roban éstos. A seguida un la-
brador diciendo : Yo sustento, y me sustento de estos
tres. A su lado un oficial que confesaba: Yo engaíio,
ij me engañan estos cuatro. Luego un mercader que
decía : Yo desnudo cuando cisto d estos cinco. Des-
pués un letrado: Yo destruyo cuando amparo d estos
seis. A poco trecho un médico: Yo mato cuando curo
d estos siete. Luego un confesor: Yo condeno cuando
,,>*-
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104 PENSADOR MEXICANO
absuelco d estos ocho. Y á lo último un demonio
extendiendo la garra, y diciendo: Pues yo me llevo
d todos estos nueve. Así, unos por otros encadena-
dos, los hombres van estudiando los fraudes contra el
séptimo precepto , y bajando encadenados al infier-
no.» Hasta aquí el cristiano, celoso y erudito padre
Juan Martínez de la Parra, en su plática moral 45,
folio 239 de la edición 24/, hecha en Madrid el
año 1788.
Conque ya ves cómo, aunque todos roban, según
dices, todos hacen mal, y á todos se los llevará el diablo,
y yo no tengo ganas de entrar en esa cuenta.
— Estás muy mocho, me dijo Januario, y á la
verdad esa no es virtud sino miedo. ¿Cómo no escru-
pulizas tanto para hacer una droga, para arrastrar un
muerto, ni armarte con una parada, que ya lo haces
mejor que yo? ¿Y cómo no escrupulizaste para entregar
los cien pesos del payo? Pues bien sabes que todos esos
son hurtos con distintos nombres.
— Es verdad, le respondí; pero si lo hice fué
instigado de tí, que yo por mí solo no tongo valor
para tanto. Conozco que es robo y (jue hice mal; y
también conozco que de estas estafas, trampas y dro-
gas se va para allá; esto es, para ladrones declarados.
Yo, amigo, no quiero que me tengas por virtuoso.
Sup<')n que me recelo de puro miedo; mas cree infali-
■~-W^^-r? ■' •'■'' ■• Ap'?^-
OBRAS ESCOGIDAS
105
blemente que no tengo ni tantitas apetencias de morir
ahorcado.
Así estuvimos departiendo un gran rato, hasta que
nos resolvimos á lo que sabréis, si leéis el capítulo que
viene detrás de éste.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, H. — 27.
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CAPITULO V
En el que nuestro autor refiere su prisión, el buen encuentro de un amigo
que tuvo en ella y la historia de éste
Después de muchos debates que tuvimos sobre la
materia antecedente, le dije á Januario: — l'ltimamente,
hermano, yo te acompañaré á cuanto tú quieras como
no sea á robar; porque á la verdad no me estira ese
oficio, y antes quisiera (juitarte de la cabeza tal tontera.
Januario me agradeció mi cariño; pero me dijo que
si yo no quería acompañarlo, que me quedara; pero que
le guardara el secreto, porque él estaba resuelto á salir
de miserias aquella noche, topara en lo que topara: que
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108 PENSADOR MEXICANO
si la cosa se hacía sin escándalo, según tenían pensado
él y el Pipilo, á otro día me traería un capote mejor ({ue
el (|ue me había jugado, y no tendríamos necesidades.
Yo le prometí guardarle el más riguroso silencio,
dándole las gracias por su oferta y repitiéndole mis con-
sejos con mis súplicas; pero nada basí(3 á detenerlo.
Al irse me abrazó, y me puso al cuello un rosario dicién-
dome: — Por si tai vez por un accidente no nos viéremos,
ponte este rosarito para (jue te acuerdes de mí. — Con esto
se marchó, y yo me (juedé llorando: por(|ue le quería,
á pesar de conocer (|ue era un picaro. No sé qué tiene
la comunicación contraída y mantenida desde muchachos
que engendra un cariño de hermanos.
Fuese mi amigo, y yo pasé tristísimo lo restante de
la tarde, sintiendo su abandono y temiendo una funesta
desgracia. A las nueve de la noche no cabía yo en mí,
extrañando al compañero: y al modo de los enamorados,
me salí á rondarlo por acjuella calle donde me dijo que
vivía la viuda.
Embutido en una puerta y oculto á la merced del
poco alumbrado de la calle, observé que como á las diez
y media llegaron á la casa destinada al robo dos bultos,
que al momento conocí eran Januario y el Pipilo: abrie-
ron con mucho silencio; emparejaron la puerta, y yo me
íuí con disimulo á encender un cigarro en la vela del
farol del sereno que estaba sentado en la esquina.
OBRAS ESCOGIDAS 109
Luego que llegué lo saludé con mucha cortesía; él
me correspondió con la misma, le di cigarro, encendí
el mío, y apenas empezaba yo á enredar conversación
con él, esperando el resultado de mi amigo, cuando
oimos abrir un balcón y dar unos gritos terribles á una
muchacha, que sin duda fué la criada de la viuda:
— ¡Señor sereno, señor guarda, ladrones! ¡corra usted
por Dios f fjue nos matan!
Así gritaba la muchacha, pero muy seguido y muy
recio. El guarda, luego luego se levantó; chifló lo mejor
que pudo, y echó unas cuantas bendiciones con su farol
en medio de las bocacalles para llamar á sus compa-
ñeros, y me dijo: — Amigo, déme usted auxilio; tome mí
farol V vamos.
Cogí el farol, y él se terció su capotito y enarboló
su chuzo; pero mientras hizo estas diligencias se esca-
paron los ladrones. El Pipilo, á quien conocí por su
sombrero blanco, paso casi junto á mí, y por más que
corrió el sereno y yo (que también hice que corría), fué
incapaz darle alcance, porque le nacieron alas en los pies.
No le valió al sereno gritar: — ¡Atájenlo, atájenlo! pues
aquellas calles son poco acompañadas de noche y no
había muchos atajadores.
Ello es que el Pipilo se escapó, y con menos susto
Januario, que tomó por la otra bocacalle, por donde no
hubo sereno ni quien lo molestara para nada.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 28.
lio PENSADOR MEXICANO
Entretanto, llegaron otros dos guardas, y casi tras
ellos una patrulla. La muchacha todavía no cesaba de
dar gritos en el balcón, pidiendo un padre, asegurando
que habían matado á su ama. A sus voces acudieron
todos V entramos en la casa.
Lo primero (jue encontramos fué á la dicha mu-
chacha llorando en el corredor, diciéndonos: — ¡Ay, seño-
res! un padre y un médico, que ya mataron á mi ama
esos indignos.
El sargento de la patrulla con dos soldados, los se-
renos y yo, que no dejaba el í'arol de la mano, entramos
en la recámara donde había la señora tirada en su
cama, la cual estaba llena de sangre, y ella sin dar
muestras de vida.
La vista horrorosa de a(|uel espectáculo sorprendió
á todos, V á mí me llenó de susto v de lástima: de
susto, por el riesgo (jue corría Januario si lo llegaban
á descubrir, y de lástima, considerando la injusticia
con (|ue habían sacrificado atjuella víctima inocente á su
codicia.
A poco rato llegaron casi juntos el módico y el con-
fesor, (\ (|uienes fué á llamar un soldado por orden del
sargento, luego que éste desde la calle oyó los gritos de
la muchacha.
En cuanto llegaron, se acercó el sacerdote á la
cama, y viendo que ni por moverla ni por hablarla se
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:'-^::;^^.:'^-^:^^v
♦
OBRAS ESCOGIDAS 111
movía, la absolvió bajo de condición, y se retiró á un
lado.
Entonces se acercó el médico, y como más práctico,
advirtió (jue estaba privada, y que aquella sangre era un \ *
achaíjue mujeril. Salímonos á la sala, ya consolados de
(jue no era la desgracia (|ue se pensaba, mientras entre
el médico y la moza curaron caseramente á la enferma.
Concluida esta diligencia y vuelta en sí del desmayo,
llamó el sargento á la criada para (jue viera lo <jue fal-
taba en la casa. Ella la registró toda, y dijo (|ue no
faltaba más (jue el cubierto con (|ue estaba cenando su
ama, y el hilito de perlas que tenía en el cuello: ponjue
luego (jue uno de los ladrones cargó con ella para la
cama, el otro se embolsó el cubierto; y sin ser bastante
ó sin advertir á detener á la que daba esta razón, salió
al balcón y comenzó á gritar al sereno, á cuyos gritos no
hicieron los ladrones más que salirse á la calle corriendo. i
Yo estaba con el farol en la mano, desembozado el
zarape y con aquella serenidad que infunde la inocencia;
pero la malvada moza, mientras estaba dando esta razón,
no me quitaba un instante la vista, repasándome de
arriba abajo. Yo lo advertí: pero no se me daba nada, I
atribuyéndolo á que no le parecía muy malote. . , I
Preguntóle el sargento si conocía á alguno de los
ladrones, y ella respondió: — Sí, señor, conozco á uno ^ ¿
que se llama señor Januario, y le dicen por mal nombre . *
4
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112 PENSADOR MEXICANO
Juan Largo, y no sale de este truquito de aquí á la
vuelta, y este señor lo ha de conocer mejor que yo. —
A ese tiempo me señaló, y yo me quedé mortal, como
suelen decir. El sargento advirtió mi turbación y me
dijo: — Sí, amigo, la muchacha tiene razón sin duda.
Usted se ha inmutado demasiado, y la misma culpa lo
está acusando. ¿Usted será (juizá el sereno de esta calle?
— No, señor, le dije yo; antes cuando la señora salió
al balcón á gritar, estaba yo chupando un cigarro con el
sereno, y nosotros luímos los primeros que venimos á
dar el auxilio. Que lo diga el señor.
Entonces el sereno confirmó mi verdad; pero el
sargento, en vez de convencerse, prosiguió: — Sí, sí; tan
buena maula será usted como el sereno. ¿Serenos? jah!
ahorcados los vea yo á todos por alcahuetes de los
ladrones; si éstos no tuvieran las espaldas seguras con
ustedes, si ustedes no se emborracharan, ó se durmie-
ran, ó se alejaran de sus puestos, era imposible que
hubiera tantos robos.
El sereno se apuraba y juraba atestiguando conmigo
que no estaba retirado ni durmiendo; pero el sargento
no le hizo caso, sino que preguntó á la muchacha:
— ¿Y tú, hija, en qué te fundas para asegurar que éste
conoce al ladrón? — ¡Ay, señor! dijo la muchacha; en
mucho, en mucho. Mire su mercó, ese zarape que tiene
el señor, es el mismo del señor Juan Largo, que yo lo
.Jwr^r
•^
^
OBRAS ESCOGIDAS 113
conozco bien, como que cuando salía á la tienda ó á la -
plaza no más me andaba atajando, por señas que ese
rosario que tiene el señor es mío, que ayer me agarró
ese picaro del descote de la camisa y del rosario, y me • •
quería meter en un zaguán, y yo estire y me zafé, y i
hasta se rompió la camisa; mire su merca, y mi rosario J
se le quedó en la mano y se reventó; por señas que
ha de estar añidido, y le han de faltar cuentas, y U
es el cordón nuevecito; es de cuatro y de seda rosada
y verde, y en esa bolsita que tiene ha de tener dos
estampitas; una de mi amo señor san Andrés Avelino y
otra de santa Rosalía.
Frío me quedé yo con tanta seña de la maldita
moza, considerando que nada podía ser mentira, como
(|ue el rosario había venido por mano de Januario, y ya
él me había contado la afición que le tenía.
El sargento me lo hizo quitar; descosió la bolsita,
y dicho y hecho; al pie de la letra estaba todo, conforme
había declarado la muchacha. No fué menester más
averiguación. Al instante me trincaron codo con codo
con un portafusil, sin valer mis juramentos ni alegatos,
pues á todos ellos contestó el sargento: — Bien, mañana
se sabrá cómo está eso.
Con esto me bajaron la escalera, y la moza bajó
también á cerrar la puerta, y viendo que no podía meter
la llave, advirtió que el embarazo era la ganzúa que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 29.
114 PENSADOR xMEXICANO
habían dejado en la chapa. La quitó y se la entregó al
sargento. Cerró su puerta y á mí me llevaron al vivac
principal.
Luego (jue me entregaron á aquella guardia, pre-
guntaron sus soldados á mis conductores que por
qué me llevaban. Y ellos respondieron que por cucha-
ra, esto es, por ladn^n. Los preguntones me echa-
ron mil tales, y como que se alegraron de (|ue hubiera
yo caído, á modo que fueran ellos muy hombres de
bien. Escribieron no só qué cosa, y se marcharon;
pero al despedirse, dijo el sargento á su compañero:
— Tenga usted cuidado con ése, que es reo de conse-
cuencia.
No bien oyó el sargento de la guardia tal recomen-
dación, cuando me mand<'> poner en el cepo de las dos
patas.
La patrulla se fué; los soldados se volvieron á enco-
ger en su tarima; el centinela se quedó dando el quién
vive á cuantos pasaban, y yo me (juedé batallando con
el dolor del cepo, el molimiento del envigado, una mul-
titud de chinches y pulgas que me cercaron, y, lo peor
de todo, un conl'iiso tropel de pensamientos tristes que
me acometieron de repente.
Ya se deja entender qué noche pasaría yo. No pude
pegar los ojos en toda ella, considerando el terrible y
vergonzoso estado á que me veía reducido sin comerlo
.... :^ ±1.^
5 «> .•
OBRAS ESCOGIDAS 115 l"
ni beberlo, sólo por haber conservado la amistad de un
picaro. ^ ,.
Amaneció por fin; se tocó la diana, se levantaron .
los soldados echando votos, como acostumbran, v cuan-
do llegó la hora de dar el parte, lo despacharon al
mayor de plaza, y á mí amarrado como un cohete entre
los soldados para la cárcel de corte.
Luego que entré del boíjuete al patio tocaron una
campana, que según me dijeron después era diligencia
que se hacía con todos los presos, para que el alcaide
y los guardianes de arriba estuviesen sobre aviso de que ^
había preso nuevo.
En efecto, á poco rato oí que comenzó uno á gritar:
— ¡Ese nueco, ese nueat pava uvviha! Advirtiéronme los
compañeros que á mí me llamaban, y el presidente, (jue
era un hombretón gordo, con un chirrión amarrado en
la cintura, me llevó arriba y me metió en una sala
larga, donde en una mesita estaba el alcaide, quien j
me preguntó cómo me llamaba, de dónde era y quién
me había traído preso. Yo, por no manchar mi gene-
ración, dije que me llamaba Suncho Pére^, que era
natural de Ixtlahuaca y (jue me habían traído unos
soldados del Principal.
Apuntaron todo esto en un libro y me despacharon.
• A muchos les sucede lo mismo, y no enmiendan á los jóvenes estos ejemplos. El
amigo bueno se debe conservar á toda costa, y del malo se debe huir luego que se cono-
ce ; porque más vale andar solo, etc.
^
.^
116 PENSADOR MEXICANO
Luego que bajé me cobró el presidente dos y medio, y
no sé cuánto de patente. Yo, que ignoraba aquel idioma,
le dije que no quería asentarme en ninguna cofradía
en aquella casa, y así, que no necesitaba de patente.
El cómitre maldito, (jue pensó que me burlaba de él,
me dio un bofetón que me hizo escupir sangre, dicién-
dome: — ¡So tal (y me lo encajó), nadie se mofa de mí,
ni los hombres, condmds un mocoso! La patente se le
pide, y si no quieres pagarla, harás la limpieza, so
cucharero. — Diciendo esto se fué, y me dejó, pero me
dejó en un mar de atlicciones.
Había en aquel patio un millón de presos. Unos
blancos, otros prietos; unos medio vestidos, otros de-
centes; unos empelotados, otros enredados en sus
pichas; pero todos pálidos, y pintada su tristeza y su
desesperación en los macilentos colores de sus caras.
Sin embargo, parece que nada se les daba de aquella
vida; porque unos jugaban albures, otros saltaban con
los grillos, otros cantaban, otros tejían medias y puntas,
otros platicaban, y cada cual procuraba divertirse, menos
unos cuantos más ñsgones que se rodearon de mí á
indagar cuál era el motivo de mi prisión.
Yo les contesté ingenuamente, y así que me oyeron
se separaron riendo, y en un momento ya me conocían
entre todos por eucluira.
Nadie me consolaba, y todo el interés que mani-
_^»-
OBRAS ESCOGIDAS 117
Testaron por saber la causa de mi arresto lué una simple '
curiosidad. Pero para que se vea que en el peor lugar
del mundo hay hombres buenos, atended. ^ií
Entre los que escucharon el examen que me hacían í
los presos fisgones estaba un hombre como de cuarenta '
años, blanco y no de mala presencia, vestido con sólo
su camisa, unos calzones de pana azul, una manga
morada, botas de campo, ó campaneras, como llamamos,
zapatos abotinados y sombrero blanco tendido. Mste,
luego que me dejaron solo, se acercó á mí, y con una
afabilidad nueva para mí en aquellos lugares, me dijo: —
Amiguito, ¿gusta usted de un cigarro? — Y me lo dio,
sentándose junto á mí. Yo lo tomé agradeciéndole su
comedimiento, y él me instó para que fuera á su cala-
bozo á almorzar de lo que tenía. Torné á manifestarle
mi gratitud y me fui con él.
Luego que llegamos á su departamento, descolgó un . :jú
tompeate que tenía en la pared, sacó un ir asco ^ de
queso y una torta de pan, y lo puso en mis manos dicién-
dome: — La posada no puede ser peor, ni hay cosa mejor
que ofrecerle á usted; pero ¿qué hemos de hacer? Coma-
mos esto poco que Dios nos da, estimando usted mi
afecto y no el agasajo; porque éste es bastante corto y
grosero. •
' Troteo ó troteo. Voz corrompida que usa la gente vulgar en vez de trozo, si no
€s sincopada de trocisco. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 30. ! <
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.Jr-\, V .^T-'g»-
, <
118 PENSADOR MEXICANO
Yo me admiraba de escuchar unos comedimientos
semejantes á un hombre al parecer tan ordinario, y
entre asombrado y enternecido le dije: — Le doy á usted
infinitas gracias, señor, no tanto por el agasajo que me
hace, cuanto por el interés que manifiesta en mi desgra-
ciada suerte. A la verdad que estov atónito, v no acabo
de persuadirme cómo puede hallarse un hombre de bien,
como debe ser usted, en estos horrorosos lugares, depó-
sitos de la iniquidad y de lá malicia.
El buen amigo me contestó: — Es cierto que las cár-
celes son destinadas para asegurar en ella á los picaros
y delincuentes; pero algunas veces otros más picaros y
más poderosos se valen de ellas para oprimir á los ino-
centes, imputándoles delitos que no han cometido, y
regularmente lo consiguen á costa de sus cabalas y arti-
ficios, engañando la integridad de los jueces más vigilan-
tes; pero, según el dictamen de usted, sin duda yo me he
engañado en el mío.
— ¿Pues cuál es el de usted? le dije. — El mío, me
contestó, es el que acabo de decir, esto es, que aunque
el instituto de las cárceles sea asegurar delincuentes, la
malicia de los hombres sabe torcer este fin y hacer que
sirvan para privar de su libertad á los hombres de bien
en muchos casos, de lo que tenemos abundancia de
ejemplares que nos eximen de más pruebas.
Conforme á este mi parecer, y no sé por qué par-
.'. v¡n:--'- .•;-■• •.!.,••--.--.■..-.-...■.,•_ •^i-x.-v.. ■■ivii¡^r^-':--íSf'-fif_
OBRAS ESCOGIDAS 119
ticular simpatía, me compadeció usted luego que vi el
mal tratamiento que le hizo el presidente, y formé idea
de que era usted un hombre de bien, y que tal vez lo
había sepultado en estas mazmorras algún enemigo pode- "^
roso como á mí; mas ya usted me ha hecho variar de -I
pensamiento, pues cree que en las cárceles no puede
haber sino reos criminales, y así me persuado ahora que
usted, como joven sin experiencia, habrá delinquido, más
por miseria humana que por malicia: pero cuando así
sea, hijo mío, no crea usted que me escandalizo, ni
menos (|ue lo dejo de amar y de compadecer; porque en
el hombre se debe aborrecer el vicio, pero nunca la per-
sona. Por tanto, pídale usted licencia al presidente para
venirse á ese calabozo, y si le tiene miedo, yo se la
pediré, y pondrá usted su cama, cuando se la traigan,
junto a la mía, así para servirse de mí en lo poco que
sea útil, como para que se libre de las mofas de los
demás presos, (jue como gente muy vulgar, sin princi-
pios ni educación alguna, se entretienen siempre burlán-
dose con los pobres nuevos que vienen á ser inquilinos
de estas cuadras.
Yo le retorné mis agradecimientos, añadiendo: —
No puedo menos que considerar en usted un hombre
muy sensible y muy de bien, ó más propiamente, un
genio bienhechor que se digna dedicarse á ser mi ángel
tutelar en el desamparo en que me hallo, y me he aver-
7^/-,-;> .'7^ *^;' '•■•••';■■• ^- ^:-r--- - Tv- r ■. •■ iC^:vy^J^ '^!^''T*^^^^^i^^rv*^,r'J9V-.¿v^_ f^
120 PENSADOR MEXICANO
gonzado de haberme explicado con tanta necedad, que
pude persuadir á usted que creía que cuantos están en
las cárceles son picaros , pues ciertamente cuando usted
no l'uera una de las excepciones de esta regla, yo mismo
soy una prueba contraria al mal juicio que había for-
mado de las cárceles...
— Según eso. interrumpió el amigo, ¿usted no ha
venido aquí por ningún delito? — Ya se ve que no,
dije.
Y en seguida le contó punto por punto mi vida y
milagros hasta la época infeliz de mi prisión.
El compañero me atendió con mucha cortesía, y
luego que hube concluido, me dijo: — Amigo, la sen-
cillez con que usted me ha referido sus aventuras, me
confirma en el primer concepto que hice luego (jue lo vi;
esto es, que usted era un mozo bien nacido y que había
venido por una desgracia imprevista, aunque es cons-
tante que no padece sin delito. No robó ni cooperó al
robo; pero ¡ay, amigo! tiene usted sobre sí las lágrimas
que ai'rancó á su madre y tal vez la muerte, que proba-
blemente le anticipó con sus extravíos, y los delitos que
se cometen contra los padres claman al cielo por la
venganza. Por ahora no hay más que conocer esta
verdad, arrepentirse y confiar en la divina Providencia,
cjue, aun cuando castiga, siempre dirige sus decretos á
nuestro bien. Por lo que toca á mí, ya le dije, cuente con
■^^■w' ^ -^T^?^--- fyi-S^
OBRAS ESCOGIDAS 121
un amigo y con mis infelices arbitrios, que los emplearé
gustosísimo en servirlo.
Por tercera vez le di las gracias, conociendo que su
oferta no era de boca, como las que se usan comun-
mente; y picándome la curiosidad de saber quién sería
aquel hombre amable, no pude contenerme, sino que
con pocos circunloquios le supliqué me hiciera el favor
de imponerme de sus infortunios. A lo que él me
contestó con mucho agrado diciéndome:
— Don Pedro, cuando no fuera por corresponder á la
confianza que usted ha usado conmigo, contándome sus
tragedias, haría de buena gana lo que me suplica, porque
es sabido y cierto que las penas comunicadas cuando no
sanan se alivian. En esta inteligencia, ha de saber usted
que yo me llamo Antonio Sánchez; mis padres fueron de
buena cuna y arreglada conducta, y ambos tuvieron un
llorido capital, del que yo habría disfrutado si la Provi-
dencia no me hubiera destinado á padecer desde que vi la
luz primera; bien que no me quejo de mi suerte cuando
recuerdo mis desgracias, pues sería un blasfemo si
hablara con resentimiento de un Dios que me ama infini-
tamente más que yo mismo, y quien infaliblemente todo
lo dispone para mi beneficio; pero sólo en tono de la
relación de mi vida digo: que desde ({ue nací fui desgra-
ciado, por(|ue mi madre murió en el momento que salí
de sus entrañas, y ya se sabe que esta orfandad desde
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 31.
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'f^iL^\^^'.^,ML .«-'<ifttuV£k.¿¿.;vt..^~.jJ[ *s:^' •.-?::i2i&^.
;V"^! i-
122 PENSADOR MEXICANO
el nacimiento acarrea una larga serie de fatalidades á los
que hemos tenido esta desventura.
Mi buen padre no perdonó fatiga, gasto ni cuidado
para suplir esta falta; y así entre nodrizas, ayas y criadas
pasé mi puerilidad con aquella alegría propia de la edad,
sin dejar de aprender aquellos principios de religión,
urbanidad y primeras letras, en que no se descuidó de
instruirme mi amante padre, con aíjuel esmero y cariño
con que se tratan por los buenos padres los primeros
y únicos hijos.
Quince años contaba yo cuando el mío me puso en
el colegio, donde permanecí tres muy contento y lleno de
inocentes satisfacciones, que sr me acabaron con el falle-
cimiento de su merced, quedando bajo la tutela del
albacea, cuyo nombre dejo en silencio por no descubrir
enteramente al autor de mis desgracias. Ya usted cono-
cerá por esta expresión que mi albacea en poco tiempo
concluyó con mis bienes, dejándome en las garras de la
indigencia, y cuando ya no tuvo que hacer, se fugó de
Orizaba. de donde soy natural, sin dejarme siquiera
recomendado á su corresponsal (jue tenía en México.
Mste, luego que supo su ausencia y el funesto motivo
que la había ocasionado, fué al colegio, borró colegia-
tura, me llevó á su casa, me impuso de mi triste situa-
ción, concluyendo con decirme, (jue él era un pobre
cargado de familia, que se compadecía de mi desgracia;
OBRAS ESCOGIDAS 123
pero que no podía hacerse cargo de mí, y así que solici-
tara la protección de mis parientes y viera lo que hacía.
Considere usted qué tal me quedaría con semejante
noticia. Tenía entonces diez y ocho años y ninguna expe-
riencia; pero por especial lavor de Dios ni había con-
traído ningún vicio vergonzoso ni pensaba á lo mucha-
cho; y así le dije, que dentro de ocho días resolvería
lo que había de hacer y le avisaría. -
En el momento fui á ver á un estudiante pobre y
hombre de bien, A quien, después de Xíontarle mis des-
gracias, le encargué que me vendiese mi cama, libros,
manto, turca, reloj y cuanto consideró (jue podía valer
algo.
En efecto, mi amigo hizo la diligencia con eficacia y
prontitud, y al segundo día me trajo ciento y pico de
pesos. Le di su gratificación, y cambié la mayor parte en
oro, comprando con el resto una manga y unas botas
semiviejas.
Hecha esta diligencia, fui á los mesones á buscar un
pasajero que estuviera de viaje para mi tierra. Por for-
tuna no fué vana mi solicitud; hallé un arriero que iba á j4v
llevar cigarros y traer tabaco, y por diez pesos ajusté
con él mi marcha. Entonces aA^isé mi determinación al •
corresponsal de mi albacea, quien me la aprobó, y despi-
diéndome de él y de su familia, me fui al mesón y á los
dos días partimos para Orizaba.
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'«I;.^ .' t^^.^j
124 PENSADOR MEXICANO
No me pareció este viaje como los anteriores que
había hecho por el mismo camino, cuando iba á vacacio-
nes, especialmente en vida del señor mi padre; mas era
otro tiempo y era forzoso acomodarme á las circuns-
tancias.
Llegué por fin á la expresada villa sin novedad, y
recelando algún despego en uno que otro pariente (|ue
tenía acomodado, determinó ir á apearme en casa de
unas tías viejas que conocía me amaban y no se desde-
ñarían de hospedarme.
No salió falso mi modo de pensar; porque luego que
me vieron las pobrecillas comenzaron á llorar, como que
sabían primero que yo mis infortunios, me abrazaron y
me internaron á la casita, asegurándome que la mirara
como mía.
Les manifesté mi gratitud lo mejor que pude, di-
ciéndoles pensaba en acomodarme en alguna tienda,
hacienda n cosa semejante para comenzar á aprender
á ganar el pan con el sudor de mi frente, (jue erqi ya lo
único á que podía aspirar.
Las benditas viejas se enternecían con estas cosas, y
yo redoblaba mis agradecimientos á sus sentimientos
expresivos.
Seis días contaba yo de hospedaje en su casa,
cuando una tarde entró en ella un señor muv decente, á
quien yo no conocía y mis tías trataban con confianza.
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É
OBRAS ESCOGIDAS 125
porque le lavaban y cosían su ropa cuando transitaba por
allí, y valiéndose de su comunicación le dijeron: — Señor
don Francisco, ¿conoce usted á este niño? — Señalán-
dome. El caballero dijo que no, y ellas añadieron: —
Es nuestro sobrino Antoñito, el hijo de su amigo de
usted, nuestro difunto don Lorenzo Sánchez, que en paz
descanse.
— ¿Es posible, dijo el caballero, que este joven des- .
graciado es el hijo de mi amigo? ¿Y qué hace aquí, en
este traje tan indecente? ¿No estaba en el colegio? — Sí,
señor, respondieron mis tías; pero como su albacea
echó por ahí todo su patrimonio, se halla el pobrecillo
reducido á buscar en qué ganar la vida con su trabajo, y
mientras, se ha venido con nosotras.
— Ya tenía vo noticia de la fechoría de ese bribón,
dijo el caballero, pero no lo quería creer. ¿Y qué, ami-
guito, nada le dejó á usted? — Nada, señor, le contesté;
de suerte que para poder trasladarme ;'i esta villa tuve
que vender manto, cama, libros y otras frioleras. '
— ¡Válgame Dios! ¡pobre joven! prosiguió el don
Francisco. ¡Ah picaros, picaros albaceas, que tan mal
desempeñáis los encargos de los testadores, enriquecién-
doos con lo ajeno y dejando por puertas á los misera-
bles pupilos!
Amiguito, no se desanime usted; sea hombre de . f
bien, que no todos los que tienen qué comer han here- ' *
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 32.
I
i...; '-'.1 .V.
126 PENSADOR MEXICANO
dado, así como las horcas no suspenden á cuantos ladro-
nes hay, (jue si así lo hicieran, no se pasearan riendo
tantos albaceas ladrones que hay como el de su padre
de usted. ¿Sabe usted escribir razonablemente? — Señor,
le dije, verá usted mi letra. — Y en seguida escribí en un
papel no sé qué.
Le gustó mucho mi letra, y me examinó en cuentas,
y viendo que sabía alguna cosa, me propuso que si quería
irme con él á tierra adentro, donde tenía una hacienda y
tienda, que me daría (juince pesos cada mes el primer
año. mientras me adiestraba, á más de plato y ropa
limpia.
Yo vi el cielo abierto con semejante destino, que
entonces me pareció inmejorable, como que no tenía
ninguno, ni esperanza de lograrlo; y así admití al ins-
tante, dándole yo y mis tías muchas gracias.
El caballero debía partir al día siguiente á su des-
tino, y así me dijo que desde aquella hora corría yo por
su cuenta, (jue me despidiera de mis tías y me fuera
con él á su posada.
Resolví hacerlo así, y sacjué de la faltriquera cuatro
onzas de oro que me habían (juedado de la realización
de mis haberes, dándole tres de ellas á mis tías, que no
querían admitir, por más (jue yo porfiaba en que las
recibieran, asegurándolas que no las había reservado
con otro objeto que el dárselas luego que me acomo-
.^';, /^■.v-...-!-. ■ -.'- .v»^
•-*faf-
OBRAS ESCOGIDAS 127
dará, que ya había llegado ese caso, y de consiguiente el
de que yo les manifestara mi gratitud.
Con todo esto rehusaban mis tías el admitirlas, hasta
que mi amo (que ya es menester nombrarlo así) les dijo
que las recibieran, pues yo á su lado nada necesitaría.
Tomáronlas por fin, y despedímonos entre lágri-
mas, abrazos y propósito de escribirnos. A otro día sali-
mos de Orizaba, y al mes y días llegamos á Zacatecas,
donde estaba la ubicación de mi amo.
Antes de ponerme en su tienda hizo llamar al sastre
y á la costurera, y con la mayor presteza se me hizo ropa
blanca y de color, ordinaria y de gala, comprándoseme
cama, baúl y todo lo necesario.
Yo estaba contento, pero azorado al ver su muni-
ficencia, considerando que, según lo que había gastado
en mí y mi ruin sueldo de quince pesos, ya estaba yo
vendido por cuatro ó cinco años cuando menos.
Ya habilitado de esta suerte y recomendándome con
el título de su ahijado, me entregó en la tienda á dispo-
sición del cajero mayor.
No acabaría si circunstanciadamente quisiera contar
á usted los favores que le debí á este mi nuevo padre,
pues así lo amaba, y él me quiso como á hijo, porque
era viudo y no tuvo sucesión. Baste decir á usted que
en doce años que viví con él me apliqué tanto, trabajé
con tal tesón y fidelidad y le gané de tal modo la vo-
*•
3
>Jlni^.:. a''¿Lil,.jt.
128 PENSADOR MEXICANO
luntad, que yo fui, no sólo el cajero mayor y el arbitro
de sus confianzas, sino que llenaba la boca llamándome
hijo, y yo le correspondía tratándole de padre.
Pero como los bienes de esta vida no permanecen,
llegó el tiempo de que se me acabara el poco <jue había
logrado de descanso.
Un sujeto á quien había fiado en la administración
de la Real Hacienda, quebró y cubrió mi amo esta falta
con la mayor parte de sus intereses, y á seguida le aco-
metió una terrible fiebre de la que talleció al cabo de
quince días, dejándome lleno de dolor, que procuraba
desahogar en vano con mis lágrimas, las que no enjugué
en mucho tiempo, sin embargo de verme heredero de
todo cuanto le había quedado, que después de realizado
se redujo á ocho mil pesos.
Traté de separarme de aquella tierra, así para no
tener á la vista objetos (jue me renovasen cada día el
sentimiento de su falta, como para atender y recoger
á una de mis pobres tías que había quedado.
Con esta determinación me hice de una libranza
para Veracruz, y marché con dos mozos y mi eijui-
paje para mi tierra. Llegué en pocos días, tomé una
casa, la e(|uipé, y á la primera visita (jue hice á mi
bienhechora tía, me la llevé á ella.
Fui después á Veracruz, empleé mis mediecillos y
me dediqué á la viandancia, en la que no me fué mal.
.•\.^ . A. "C^ .
"■ -TBE^':
OBRAS ESCOGIDAS
129
•'•' ''4
pues en seis años ya mi capitalito ascendía á veinte mil
pesos.
La que llaman fortuna parece que se cansaba pronto
de serme íavorable. Contraje amistad estrecha con dos
comerciantes ricos de Veracruz, y éstos me propusieron
que si quería entrar á la parte con ellos en cierta nego-
ciación de un contrabando interesante que estaba á bordo
de la fragata Anfiirite. Para esto me mostraron las fac-
turas originales de Cádiz, sobre cuyos precios designaba
el dueño para sí una muy corta utilidad; pues siendo
todos los efectos ingleses, escogidos y comprados también
por alto, el interesado se contentaba con un quince por
ciento; pero con la condición de que antes de desembar-
carlos, se debía poner el dinero en su poder, siendo
el desembarque de cuenta y riesgo de los compra-
dores.
Yo me mosqueé un poco con tal condición, pero los
compañeros me animaron, asegurándome que eso era lo
de menos, pues ya estaban comprados los guardas; que
una noche se verificaría el desembarco por la costa en
dos botes ó lanchas del mismo puerto.
Como la codicia agitada por el interés atropella por
todo, fácilmente convine con mis camaradas, creyendo
hacerme de un principal respetable en dos meses.
Con esta resolución procuré reahzar cuanto tenía, y
puse mi plata en poder de mis amigos, quienes celebra-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 33.
130 PENSADOR MEXICANO
ron el trato con el marino, poniendo todo el importe de
la memoria á su disposic¡('>n.
Todo estaba facilitado para desembarcar segura-
mente el contrabando, v so hubiera verificado, si uno
de los mismos guardas comprados no hubiera hecho
una de las suyas, dando al virreinato la más cabal y
circunstanciada noticia del desembarque clandestino, con
cuya diligencia se tomaron contra nosotros las precau-
ciones y providencias que exigía el caso, de modo que
cuando lo supimos l'uó cuando el cargamento estaba en
tierra y decomisado.
No nos valió diligencia para rescatarlo, y tomamos
escapar las personas. Yo era de los tres el más pobre.
y sin duda el mns codicioso; porque invertí todo mi capi-
tal en la negociaci<'»n . por cuya razón lo perdí todo.
Cáteme usted de la noche á la mañana sin blanca, y
perdido en una hora todo lo que había adquirido en diez
y ocho años de trabajo.
Poco í'altó para desesperarme, y más cuando murió
la pobre de mi tía. que no pudo resistir este golpe;
pero en fin, procuró hacer como dicen, de tripas cora-
zón, y vendiendo lo poco que me quedó, y cobrando algu-
nos picos ({uo me debían, me junté con cerca de dos mil
pesos, y con ellos comencé de nuevo á trabajar; pero ya
con tan poco puntero lo más que hacía era mantenerme.
En este tiempo ¡locuras de los hombres I en este
■AV^
^, . ■', ¡
. '.-■■?!?.
OBRAS ESCOGIDAS
131
tiempo se me antojó casarme, y de hecho lo verifiqué con
una niña de la villa de Jalapa, quien ;'i una cara pere-
grina reunía una bella índole y un corazón sencillo; en
fin, era una de aquellas muchachas que ustedes los
mexicanos llaman payas.
Las muchas prendas que poseía y el conocimiento
que yo tenía de ellas, me la hacían cada día más amable,
y por tanto, le procuraba dar gusto en cuanto ella quería.
Entre lo que quiso, fué venir á México para ver lo
que le habían contado de esta ciudad, á donde jamás
había venido. No necesitó más que insinuármelo para
que yo dispusiera el traerla... ¡Ojalá y nunca lo hubiera
pensado 1
Serían como dos mil y trescientos pesos con los que
emprendí mi marcha para esta capital, á donde llegué
con mi esposa muy contento, pensando gastar los tres-
cientos pesos en pasearla, y emplear los dos mil en algu-
nas maritatas, volviéndome á mi tierra dentro de un
mes, satisfecho de haber dado gusto á mi mujer y con
mi capitalito en ser; ¡pero qué errados son les juicios de
los hombres! Diversos planes tenía trazados la Provi-
dencia para castigar mis excesos y acrisolar el honor de
mi consorte.
Posamos en el mesón del Ángel, y luego luego
mandé llamar al sastre para que le hiciese trajes del día,
en cuya operación, como bien pagado, no se tardó mucho
íf.V.l-,»
--.-llU ÍMtrAi'
■■'^^;-:/~.
132 PENSADOR MEXICANO
tiempo; porque las manos de los artesanos se mueven á
proporción de la paga que han de recibir.
A los dos días trajo el sastre los vestidos, que le
venían á mi mujer como pintados, pues era tan hermosa
de cara como gallarda de cuerpo. Fuera de que, aunque
era payita, no era de aquellas payas silvestres y criadas
entre las vacas v cerdos de los ranchos; era una de las
jalapeñas finas y bien educadas, hija de un caballero que
fué capitán de una de las compañías del regimiento de
Tres Villas; y por aquí conocerá usted cuan poco tendría
que aprender de aquel garbo, ó lo que llaman cure de
taco las cortesanas.
Electivamente, luego que comencé á presentarla en
los paseos, bailes, coliseo y tertulias, advertí con una
necia complacencia que todos celebraban su mérito, y
muchos con demasiada expresión. ¿Quién creerá que
era yo tan abobado que pensaba que no había ningún
riesgo en las adulaciones y lisonjas que la prodigaban?
Así era, y yo las correspondía con gratitud ; y aun hacía
más en mi daño, que era franquearla en cuantos lugares
públicos podía, congratulándome de que festejaran su
mérito y envidiaran mi dicha. ¡Necio! Yo ignoraba que
la mujer hermosa es una alhaja que excita muy viva-
mente la codicia del hombre, y que el honor en estos
casos se aventura con exponerla con frecuencia á la
curiosidad común; mas...
v - >v.T,^i^/- .^r^rr. ■ :~ • ,:r :"* '^Y*~ ' *- . i ■^-■r<7.V»N
OBRAS ESCOGIDAS
133
Aquí llegaba la conversación de mi amigo, cuando
la interrumpieron unos gritos que decían: — Ese nueco;
ancla, Sancho Pérez, anda, cucharero; anda, Jiijo de p...
— Mi amigo me advirtió que sin duda á mí me llamaban.
Era así, y yo tuve que dejar pendiente su conversación.
PeRIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B —34.
■ •i%~- -"^^^-r J -«'--^'^"^s'HfTigir'^ t;«<
Wf^iifi^:
CAPÍTULO VI
Cuenta Periquillo lo que le pasó con el escribano, y don Antonio continúa contándole
su historia
Suspendí la conversación de mi amigo, según dije,
para ir á ver qué me querían. Subí lleno de cólera al ver
el tratamiento tan soez que me daba aquel meco, mulato
6 demonio de gritón (que era un preso destinado al efecto
de llamar á los demás), que fué el que me condujo á la
misma sala ó cuadra donde me asentó el alcaide; pero
no me llevó á su mesa, sino á otra, donde estaba un
4
JuW>>^i:&:
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V ■- .-•^'f), .- • • : •-• . / -^ . •:o"/;c-> -;•», ''^,. »;■'-■' .V :•' o'-^iii,-^>Ií¡PK.
136 PENSADOR MEXICANO
figurón prietusco y regordete, que por los ojos cente-
lleaba el fuego que abrigaba su corazón.
Luego que llegamos allí me dijo el picarón: — Este
es el señor secretario (jue llama á usted. — El tal escri-
bano entonces volvió la cara, y echándome una mirada
infernal, me dijo: — Espérate ahí. — El gritón se fué, y
yo me quedé un poco retirado de la mesa, y muy frun-
cido, esperando que acabara de moler á un pobre indio
que tenía delante.
Luego que despachó á éste, me llamó, y haciéndome
poner la señal de la cruz, me dijo: — ¿Que si sabía lo que
era jurar? Que por ningún caso debía mentir ni que-
brantar el juramento: sino decir la verdad en lo que
supiere y fuere preguntado, aunque me ahorcaran. ¿Que
si juraba hacerlo así? — Yo respondí afirmativamente, y
él añadió con una gravedad de un varón apostólico: — Si
así lo hicieres. Dios te ayude; y si no, te lo demande.
Concluida esta formalidad, comenzó á preguntarme:
¿Quién era yo? ¿Cómo me llamaba? ¿Qué calidad, cuántos
años, qué oficio y estado tenía? ¿De dónde era? De ma-
nera que ya estaba yo desesperado con tantas preguntas,
creyendo que llevaba traza de preguntarme de qué color
eran las primeras mantillas que me pusieron.
Tantas preguntas y repreguntas pararon en que me
hizo contarle cuanto quiso acerca del modo con que
había adquirido el rosario de la moza, de la amistad que
•ír.55?v??S'?i- ^* .-^-^ ■'.•■■ :~-H.'^. V- s3Ti'jr-^^'= '•?"^-. -ti^v
OBRAS ESCOGIDAS 137
llevaba con Januario, de los conocidos del truquito, y de
otras cosillas de estas, que á mí entonces me parecieron
menudencias.
Así que escribió como dos pliegos de papel, me
hizo que los firmara, después de lo cual me envió á mi
destino.
Bájeme muy contento, deseando acabar de oir la
tragedia de mi amigo, á quien hallé recostado en su
cama, divertido con la lectura de un libro.
Luego que me vio, cerrólo, y sentándose en la cama
me preguntó que cómo me había ido. Yo le respon-
dí que ni bien ni mal, pues la llamada se redujo á
hacerme mil preguntas el escribano y á escribir dos
pliegos de papel, los que firmé, y quedé expedito para
volver á gustar de su amable conversación.
VA me contestó con urbanidad, y me dijo: — Esas
preguntas que han hecho á usted se llama tomar la
declaración preparatoria. Es menester que tenga usted
muy presente lo que ha respuesto para que no se en-
rede ó se contradiga cuando le tomen la confesión con
cargos, que es el paso más serio de la causa, y del que
depende, las más veces, el buen ó mal éxito de los
reos.
— ¡Virgen Santísima! eso sí está malo, dije, porque
hoy me hicieron una infinidad de preguntas y de cosas
que muchas me parecieron frioleras. ¿Quién se acordará
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 35.
138 PENSADOR MEXICANO
después de todo lo que yo contesté á ellas? ¿Y de aquí á
cuándo será la confesión con cargos?
— Eso va largo, dijo don Antonio; porque como el
robo no fué cuantioso, es regular que no haya parte que
agite, y en esto caso la causa se seguirá de oficio; y
como estas causas no producen, por lo regular, costas á
los escribanos, porque los delincuentes no tienen tras
que caer, las dejan dormir cuanto quieren, y vea usted
cómo su confesión con cargos la puede esperar de aíjuí á
tres meses, por ahí por ahí.
— Mucho me desconsuela esa noticia, le dije, por
dos razones: la primera, por la dilación que me espera
en esta infame casa; y la segunda, porque en tanto
tiempo es muy fácil que me olvide de lo que ahora
respondí.
— Por lo (jue toca á la dilación, me contestó mi
amigo, no es mucha. Los tres meses que he dicho son el
plazo que prudentemente considero que pasará para dar
el segundo paso en su causa de usted, pero... — Dispense
usted, le interrumpí: ¿cómo es eso del segundo paso?
¿Pues qué no es el último, y con el que. justificada mi
inocencia, me echarán á la calle?
Rióse mi amigo de mi simpleza, diciéndome: — ¡Qué
bien se conoce que en su vida de usted las ha visto más
gordas! Sí; se echa de ver que usted, no sólo no ha
estado preso jamás, pero ni se ha juntado con (|uien lo
i><
OBRAS ESCOGIDAS 139
haya estado. — Así es, le dije, y me he acompañado con
buenos pillos; mas de nadie he sabido que haya estado
preso, y por lo mismo me cogen estas cosas de nuevo.
Pero qué, ¿todavía de aquí á tres meses estará mi nego-
cio muy espacio V
— Sí, querido, me respondió mi amigo. Las causas,
no siendo muy ruidosas, ejecutivas ó agitadas por
partes, andan con pies de plomo. ¿No ha oído usted por
ahí un axioma muy viejo que dice, que en entrando á la
cárcel se detienen los reos en si es ó no es, un mes;
si es algo, un año; y si es cosa grave, sólo Dios sabe?
Pues de esto conocerá usted que aquí se eternizan los
hombres.
— ¿Pero en siendo inocentes? pregunté. — No im-
porta nada, respondió el amigo. Aunque usted esté
inocente, como no tiene dinero para agitar su causa ni
probar su inocencia, mientras (|ue ello no se manifiesta
de por sí, y á pasos tan lentos, pasa una multitud de
tiempo.
— Esa es una injusticia declarada, exclamé, y los
jueces que tal consienten son unos tiranos disimulados
de la humanidad ; pues que las cárceles, que no se han
hecho para oprimir, sino para asegurar á los delincuen-
tes, mucho menos son para martirizar á los inocentes
privándolos de su libertad. ,
— Usted dice muy bien, dijo mi amigo. La privación
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140 PENSADOR MEXICANO
de la libertad es un gran mal, y si á esta privación se
agrega la infamia de la cárcel, es un mal. no sólo grande,
sino terrible; y tanto, que tenemos leyes que (juieren
que en ciertos casos y á tales personas se les admitan
fianzas de estar á derecho, pagar, etc., y no se sepul-
ten en estos horrorosos lugares; pero sepa usted que
los jueces no tienen la culpa de las morosidades de
las causas, ni de los perjuicios (jue por ellas sufren los
miserables reos. En los escribanos consiste este y otros
daños (jue se experimentan en las cárceles; ponjue en
ellos está el agitar ó echar á dormir los negocios de los
reos, y ya le dije á usted (jue las causas de oficio andan
espacio poHjue no ofrecen mucho lugar á las tenidas.
— Eso es decir, repuse yo, que los más escribanos
son venales y (jue sólo se afanan, trabajan y dan curso
á cualquier negocio por interés; pero si éste falta no
hay que contar con ellos para maldita la cosa de pro-
vecho.
— A lo menos, respondió mi amigo, yo no daría
tanta extensión á la proposición, si no oyera lamentarse
de sus morosidades á tantos infelices que hay en nuestra
compañía; pero, don Pedro, es mucho el influjo que
tienen los escribanos sobre la suerte de los reos. De ma-
nera, que si ellos quieren endulzan, y si no agrian las
causas; siendo ésta una verdad tan triste como sabida.
Hasta los niños dicen (|ue en el escribano está todo, y
''<*!V?'«-**^'?''*^Y^'^'^?^
OBRAS ESCOGIDAS 141
los no niños se consuelan cuando tienen al escribano >
de su parte, especialmente en las causas criminales. \ ^
— ¿Según eso, dije yo, los escribanos tienen facili- \
dad de engañar á los jueces cuando quieren? vi;
— Y ya se ve que la tienen, me respondió mi amigo,
y que toda la responsabilidad ({ue cargaría sobre los
magistrados ó jueces, carga sobre ellos por el abuso que
hacen de la confianza que los dichos jueces depositan en
ellos.
No piense usted que es avanzada la proposición.
Si me fuera lícito, contaría á usted casos modernos v
originales, de que soy buen testigo, y en algunos tam-
bién parte; pero ahí se irá usted comunicando con otros
presos, que son menos escrupulosos que yo, y ellos infor-
marán á usted pormenor de cuanto le digo.
La lástima es que los malos escribanos, los más
venales y corrompidos, son los más hipócritas y los que
se saben captar más que otro la confianza y benevolencia
de los jueces, y á vueltas de ésta, cometen sus intrigas y
sus picardías con tanta mayor satisfacción cuanto que
están seguros de que se crea su mala fe.
Vuelvo á decir que éstas son verdades duras para
los malos; pero para éstos, ¿qué verdades hay suaves?
Los jueces más íntegros y timoratos, si están dominados
del escribano, ¿cómo sabrán el estado de malicia ó de
inocencia que presenta la causa de un reo, cuando el
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B. — 36.
142 PENSADOR MEXICANO
escribano sólo ha tomado la declaración? ¿Y cuándo, al
darle cuenta con ella, añade criminalidades ó suprime
defensas, según le conviene? En tal caso, y descansando
su conciencia en la del escribano, claro es que senten-
ciará según el aspecto con que éste le manifieste el delito
del reo.
De esto se ve con mucha frecuencia en los pueblos,
y también en las ciudades, especialmente sobre delitos co-
munes y (|ue no llevan un agregado horroroso. Supon-
gamos, en los delitos de juego, hurtos rateros, embria-
guez, incontinencia y otros así, que en los crímenes de
Estado, asesinatos, robos cuantiosos, sacrilegos, etc., ya
sabemos que no se fían los jueces de los escribanos, sino
que asisten a las declaraciones, confesiones, careos y
demás diligencias que exigen tales causas.
— Confieso á usted, señor, le dije, que estas noticias
me desconsuelan demasiado, ya porque el delito (jue se
me supone es cabalmente de aquellos cuya averiguación
se sujeta á la férula de los escribanos, ya porque yo no
tengo plata con que agitar, y ya, en fin, porque no me
atrevo á poner la menor duda en lo que usted me dice.
— Ni la debe usted poner, me contestó: porque
cuando no hubiera aquí dentro tantos testigos de mi
verdad, yo mismo soy una prueba de ella. Sí, amigo;
dos años cuento de prisión por una injusta calumnia, y
mi enemigo no hubiera hallado tanta facilidad para per-
_ii ,-::,.-<A^-^'ii
■r\-,<,--
OBRAS ESCOGIDAS
143
derme si no hubiera contado con un escribano venal y
tracalero.
— Pues ya que ha tocado usted ese punto, le dije,
sírvase continuar la conversación de sus desgracias, que
si mal no me acuerdo, quedamos en que tenía usted
mucha complacencia en lucir á su madama en las mejo-
res concurrencias de México.
— Es verdad, dijo don Antonio, y esa necia compla-
cencia la he pagado con una serie no interrumpida de
trabajos. Mi esposa sabía bailar diestramente, y aun
danzar; pero no por arte, sino como se suele decir, de
afición. Yo, deseando que sobresaliera su mérito en todo,
y que no la notasen en los bailes de mera aficionada, la
solicité un buen maestro, cuyas lecciones aprovechó ella
muy bien, y en poco tiempo salió tan adelantada, que
podía competir con las mejores bailarinas del teatro, y
como su garbo y su hermosura natural la favorecían, se
llevaba las atenciones en todas partes y recogía en víto-
res, lisonjas y palmoteos el íVuto de su habilidad.
Encantado estaba yo con mi apreciable compañera,
creyendo que aunque todos me la envidiaran, ninguno se
atrevería á seducírmela, y aun en este caso, su constante
honor v virtud burlaría las solicitudes inicuas de mis
rivales.
Con esta confianza me Tranqueaba con ella á cual-
quiera parte donde me convidaban, que era casi á los
aV-í.*»,' 'ii-c.-^i -.." '-v.«--.
144 PENSADOR MEXICANO
mejores bailes de México. En estas concurrencias, ¡qué
cumplimientos y obsequios nos dispensaban! ¡Qué desti-
nos y acomodos lucrosos no me brindaban! ¡Qué protec-
ciones no se me facilitaron, y qué de regalitos y visitas
no me hacían! ¿Y que fuera yo de tan poco mundo, y
tan majadero ((ue pensara que todas aquellas adoraciones
eran á mí? ¡Ah, bien podía haber cargado la albarda,
mejor que el jumento de la imagen!
Cierta noche, una señora de respeto, con motivo de
ser día de su santo, convidó á mi mujer al baile de su
casa. Yo la llevé muy contento, según tenía de cos-
tumbre. Fué mi esposa de las primeras que danzaron,
sacándola un sujeto de distinción, porque era rico y noble
(si es que se da verdadera nobleza donde falta la virtud),
á quien conoceremos con el título del marqués de T.
Este caballero se enloqueció desde aquel momento por
mi esposa; pero supo disimular su loca pasión.
Acabó de danzar, y como ya mi esposa y yo éramos
conocidos de la casa, le fué fácil informarse de quiénes
éramos, de qué tierra, del estado de nuestra suerte y de
cuanto quiso y pudo saber; y ya con estas noticias se
sentó juntó á mí, y con la mayor cortesía comenzó á
enredar conversación conmigo, y de unas en otras mate-
rias vino á caer la plática sobre el comercio y las grandes
ventajas que ofrecía.
Con este motivo le conté el atraso que había pade-
^••>, ;' -- r.- .. ■ . -■., :'^Tt
OBRAS ESCOGIDAS 145
cido por el contrabando que me decomisaron. Mostró él
afligirse mucho y condolerse de mi desgracia, y más
cuando supo lo poco que me había quedado de principal.
Pero por fin me preguntó: — ¿Usted qué giro piensa
tomar con tan escaso dinero? — Yo le respondí: — Pienso
volverme á Jalapa dentro de quince días, llevar emplea-
dos en algunas maritatas los pocos medios que han que-
dado, dejar á mi mujer en casa de su madre y continuar
en la viandancia. — Amigo, esa es una bobera, dijo el
marqués: creo que por mucho que usted trabaje, nada
medrará; porque un puntero tan miserable ha de dejar
más miserables utilidades, las que usted ha de con-
sumir precisamente en gastos de camino y en subsistir,
y jamás se juntará con diez mil pesos suyos, ni se podrá
prometer ningún descanso. •
— Ya lo veo así, le dije; mas es forzoso trabajar
para comer, y cuando sólo esto consiga no haré poco. —
Bien, dijo el marqués; pero cuando al hombre de bien
se le facilita una proporción ventajosa no debe ser omiso
ni despreciarla. — Esa es la que á mí no se me facili-
ta, le contosté. — ¿Luego si á usted se le facilitara,
dijo el marqués, admitiría? — Precisamente, señor, le
respondí; no había de ser tan necio. — Pues amigo,
añadió, alegrarse, que la situación de usted y los infor-
tunios que ha sufrido me compadecen demasiado. Usted
nació para rico: pero la suerte siempre es cruel con
PERIQUILLO SARNIENTO — T I, B. — 37.
146 PENSADOR MEXICANO
los buenos. No obstante, mi compasi(')n no se queda
en palabras; amo á usted por una oculta simpatía; soy
rico... últimamente, cjuiero hacerle hombre. ¿Dónde
vive usted? — Le contesté que en el mesón. — Pues
bien, añadi*') , mañana espéreme usted entre once y
doce, y crea que no le pesará la visita. ¿Ya me co-
noce usted? — No, señor, le dije, S(')lo para servirle. —
Pues soy, prosiguió, su amigo el marqués de T., que
tengo proporciones y deseo emplearlas en favorecer á
usted.
Le di las debidas gracias, añadiendo: — Que si su
señoría no gustaba incomodarse en pasar á mi casa,
yo pasaría á la suya á la hora que mandase. — No, no,
me contest('>; si yo gusto mucho de visitar á los pobres,
y á más de que estos pasos los doy también en obsequio
de mi salud, porque me conviene hacer algún ejercicio
á pie.
Diciendo esto, se comenzaron á levantar algunos
para bailar contradanza, y llegando á convidar al mar-
qués, se levantó éste y fué á sacar á rrii mujer, á tiempo
que otro capitán estaba en la misma solicitud. Cate
usted que sobre quién de los dos había de bailar, se
trabó una disputa reñidísima, alegando cada uno las
excepciones que le parecían; pero como á ninguno de
los dos satisfacían los alegatos del contrario, pues cada
uno decía que no podía quedar desairado, ni permitir
OBRAS ESCOGIDAS 147
que su honor se atropellase en público, ^ se fueron exce-
diendo de unas palabras en otras, hasta decírselas tan
injuriosas, que á no alborotarse las mujeres y mediar
varios sujetos de respeto, se afianzan á bofetadas; pero
las señoras les tenían bien guardados los espadines.
En fin ellos, quisieron que no quisieron, se sose-
garon, concluyéndose la cuestión con que mi mujer no
bailara con ninguno, como debía ser, y de este modo
quedaron algo satisfechos, aunque toda la gente se dis-
gustó, y yo más que nadie, al ver la ridiculez de los
contendientes, que no parecía sino que disputaban una
cosa suva.
El marqués con algún entono de voz me dijo: —
Vamonos, don Antonio. — Y yo, no atreviéndome á opo-
nerme á mi presunto protector, le obedecí, y me salí con
él y mi esposa, dejando sin duda harta materia para que
se ejercitara la crítica maliciosa de los que se quedaron.
Salimos para la calle; el marqués nos hizo lugar en
su coche, y mandó (|ue parase en una fonda.
* Rigurosamente hablando no es otra cosa el honor sino el conato de conservar la
virtud; esto es, que cualquier hombre puede decir con razón que le ofenden su honor
cuando le calumnian de ladrón, le seducen á su mujer ó le imputan algún vicio, y en este
caso, esto es, estando inocente, le es muy lícito el defenderse y vindicar su honor según
el orden de la justicia; pero por desgracia esta palabra honor se ha corrompido y se ha
hecho sinónima de la venganza, vanidad y demás caprichos de los hombres. Muchos
hacen consistir su honor en el lujo, aunque para sostenerlo se valgan de unos medios
indecorosos y prohibidos; otros en vengar la más mínima ofensa, y los fueros siempre
fueron canonizados por el honor; otros quieren que su honor consista en salirse con
cuanto quieren, como el marqués; otros exigen con puntualidad la más minuciosa vene-
ración de sus subditos, y otros en tales cosas como éstas; pero á la verdad, nada de esto
es honor.
■/
148 PENSADOR MEXICANO
Yo y mi esposa lo resistíamos; pero el insistió en
que cenara mi esposa alguna cosita, y que si quería
divertirse aquella noche, que se buscaría otro baile, y
caso de no hallarse, lo haría en su misma casa. Nosotros
agradecimos su favor, suplicándole no se empeñara en
eso, pues ya era tarde.
l^n esto llegamos á la tonda, donde el marqués
hizo poner una mesa espléndida, al modo de fonda,
(|uiero decir, más abundante (|ue limpia ni curiosa; pero
así, y siendo sólo tres los cenadores, tuvo (jue pagar dos
onzas de oro, (jue tanto le cobró el marmitón.
Así (jue salimos de la fonda, traté yo de despedirme;
pero el marqués no lo consintió, sino ({ue nos llevó al
mesón en su coche, y se volvió á su casa.
Yo tenía un criado muy fiel llamado Domingo, (jue
hace papel en esta historia, y éste tenía cuidado de abrir-
nos á la hora que veníamos, como lo hizo esa noche.
Nosotros, (jue ya habíamos cenado, no tuvimos más
que hacer que acostarnos, aunque yo no cabía en mí de
gusto, considerando la fortuna que me aguardaba con la
protección de aquel caballero. Mi esposa advirtió mi
desasosiego, me pregunt*'» la causa, y la referí cuanto
me había pasado con el marqués, de lo que la pobrecilla
se alegró mucho, no creyendo, como ni yo tampoco, que
los fines de tal protección eran contra su honestidad y
mi honor.
I ^:^'^.M .»£'«i^...k.
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OBRAS ESCOGIDAS
149
Hay en el mundo muchos protectores como éste,
que no saben dar un medio real de limosna y sacrifican
sus respetos y su dinero para satisfacer su pasión. Nos
recogimos y dormimos el resto de la noche tranquila-
mente.
Al día siguiente, á la hora prefijada por el marqués,
estaba éste en casa. Justamente era día de años del rey,
ó no sé qué; ello es que mi gran protector fué en un
famoso coche y vestido de gala.
Nos saludó con mucho cariño y cortesía, y después
de haber hecho una ligera crítica del pasaje de la noche
anterior, me dijo: — Amigo, he venido á cumplir mi
palabra, ó más bien á asegurar á usted en mi palabra;
porque el marqués de T., lo (jue una vez dice, lo cumple
como si lo prometiera con escritura. Diez mil pesos
tengo destinados para habilitar á usted con una memoria
bien surtida para (|ue vaya con ella á la feria de San
Juan de los Lagos, con el bien entendido, de <jue todas
las utilidades serán para usted. Conque manos á la
obra. ¿Qué determina usted? — Yo le di las gracias por
su generosidad, ofreciéndole que dentro de doce ó catorce
días recibiría la memoria y marcharía para San Juan.
— ¿Pero por qué hasta entonces? preguntó el mar-
qués. — Y yo le dije, que porque quería ir á llevar á
mi esposa con su madre, pues en México no tenía
casa de confianza dónde dejarla, ni me parecía bien
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 38.
'-.•:. Xí'.^ít.:
• -ít.i
150 PENSADOR MEXICANO
se quedara sola, fiada únicamente al cuidado de una
criada.
— Muy bien pensado está lo segundo, dijo el mar-
qués; pero tampoco puede ser lo primero, porque yo
trato de favorecer á usted, mas no de perder mi dinero,
como sucedería seguramente si difiriera mandar mis
efectos hasta cuando usted quiere; porque vea usted, se
necesitan lo menos seis días para buscar muías y arrie-
ros para recibir la memoria y acondicionarla. A más de
esto, son menester siquiera doce días para que llegue
usted á su destino; la feria no tarda en hacerse, y yo
quiero que el sujeto que vaya, si usted no se determina,
no pierda tiempo, sino que aligere, para que logre las
mejores ventajas siendo de los primeros. Esta es mi
resolución; mas no es puñalada de cobarde que no da
tiempo. Voy al besamanos, y de aquí á una hora daré
la vuelta por ac;'i. Entretanto usted vea lo que determina
con espacio y me avisará para mi gobierno. — Diciendo
esto se fué,
¿Quién había de pensar que cuando el marqués mos-
traba más indiferencia en que me fuera ó no me fuera
pronto de México, era cuando puntualmente apuraba
todos sus arbitrios para violentar mi salida? ¡Ah, pobreza
tirana, y cómo estrechas á los hombres de bien á aventu-
rar su honor por sacudirte!
En un mar de dudas nos quedamos yo y mi esposa,
■ V*'',!?',*-'? >• " ?>.
OBRAS ESCOGIDAS 151
pensando en el partido que deberíamos tomar. Por una ^
parte yo advertía que si dejaba pasar aquella ocasión . ^
favorable no era tan fácil esperar otra semejante, y "---^
más en mi edad; y por otra, no sabía qué hacer con mi
esposa, ni dónde dejarla, porque no tenía casa de mi ' f
satisfacción en México para el efecto.
Mil cálculos estuvimos haciendo sin acabar de de-
terminarnos, y en esta ansiedad y vacilación nos halló el
marqués cuando volvió de su cumplido. Entró, se sentó -
y me dijo: — Por fin, ¿qué han resuelto ustedes? — Yo le
respondí de un modo que conoció el deseo que tenía de
aprovecharme de su favor, y el embarazo que pulsaba
para admitirlo, y consistía en no tener dónde dejar á mi
esposa. A lo que él con mucho disimulo me contestó:
— Es verdad. Ese es un motivo tan poderoso como justo
para que un hombre del honor de usted prescinda de las
mayores conveniencias; porque en efecto, para ausentar-
se de una señora del mérito de la de usted es menester
pensarlo muy espacio, y en caso de decidirse á ello, es
necesario dejarla en una casa de mucha honra y de no
menos seguridad ; pues no porque la señorita no se sepa
guardar en cualquiera parte, sino por la ligereza con que
piensa el vulgo malicioso de una mujer sola y hermosa,
y también por las seducciones á que queda expuesta;
porque no nos cansemos, y usted dispense, señorita, el
corazón de una dama no es invencible; nadie puede
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•■" , A r *^- 3^'/Tl?¿^"!P'^Hr?' •' 7'
152 PENSADOR MEXICANO
asegurarse de no caer en un mundo sembrado de lazos,
y el mejor jardín necesita de cerca y de custodia; y luego
en esta México... en esta México, donde sobran tantos
picaros y tantas ocasiones. Así (jue, yo le alabo á usted
su muy justo reparo, y desde luego soy el primero que
le quitaré de la cabeza todo contrario pensamiento. Este
era el camino único (jue yo tenía de favorecer á usted,
pero Dios me libre de ser una causa ni remota de su
desasosiego, ó tal vez... No, amigo, no; piérdase todo,
que el honor es lo primero.
A(juí hizo punto el marques en su conversación, y
yo y mi esposa nos (juedamos sin poder disimular el
sentimiento (|ue nos causó ver frustradas en un momen-
to las esperanzas que habíamos concebido de mudar de
fortuna en poco tiempo. ¡Ah, maldito interés, á qué no
expones á los miserables mortales!
Mi piadoso protector era muy astuto, y así fácil-
mente conoció en nuestros semblantes el buen efecto
de su depravada maquinación, la que tuvo lugar de
llevar al cabo merced á la sencillez de mi esposa.
Fué el caso, que adolorida de ver que, aunque sin
culpa, ella era el obstáculo de mi ventura, me dijo:
— Pero mira, Antonio, si lo que te detiene para recibir
el favor del señor, es no tener dónde dejarme, es fácil el
remedio. Me iré contigo, (jue á bien que sé andar á
caballo... — No, no, dijo el marqués, eso menos que nada.
OBRAS ESCOGIDAS 153
¡Qué disparate! ¿Cómo había yo de querer que usted se
expusiera á una enfermedad en una caminata tan larga?
Ni era honor del señor don Antonio el permitirlo. ¿No
ve usted que los hombres de bien si trabajan es porque
sus mujeres disfruten algunas comodidades? ¿Cómo
había de entregar á usted á los soles, desveladas, malas
comidas y demás penurias de un camino largo? No,
señorita, ni pensarlo. Mejor es el medio que voy á pro-
poner, y siempre que ustedes se conformen con él, me
parece que no tendrán por qué arrepentirse.
Con tanta ansia como bobería le rogamos nos lo
declarara, y el marqués, sin hacerse de rogar, dijo:
— Pues, señores, yo tengo una tía, que no sólo es
honrada, sino santa, si puedo decirlo. Ella es una pobre
vieja, beata de San Francisco, doncella que se quedó
para vestir santos y regañar muchachos; es muy reza-
dora y escrupulosa, de las que frecuentan el confesonario
cada dos días. Su casa es un convento; pero ¿qué digo?
es un poco peor. AUí apenas va una ú otra visita, y eso
de viejas, como dice ella; porque calzonudos, según dice,
no pisarán su estrado por cuanto el mundo tiene. A las
oraciones de la noche ya está cerrada la casa, y la llave
bajo la almohada. Sus mayores paseos son á la iglesia y
á los hospitales el domingo, á consolar á las enfermas.
En una palabra, su vida es de lo más arreglado y su
casa puede servir de modelo al más estrecho monasterio.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 39.
154 PENSADOR MEXICANO
Pero no piense usted, señorita, por esto, que es una
vieja tétrica y ridicula. Nada de eso: es do lo más apa-
cible y cariñosa, y tiene una conversación tan suave y
tan divertida, que con sola ella entretiene á cuantas la
visitan. En fin, si usted es capaz de sujetarse á una vida
tan recóndita, por dos ó tres meses que podrá dilatarse
su esposo de usted, cuando más, me parece que no hay
cosa más á propósito.
Mi esposa, á quien en realidad yo había sacado de
sus casillas, como dicen, por(jue ella estaba criada
en igual recogimiento que el (jue acababa de pintar el
marqués, no dudó un instante en responder: que ella
iba á los bailes y á los paseos porque yo la llevaba; pero
que siempre (jue (juisiera dejarla en esa casa, se quedaría
muv contenta v no extrañaría otra cosa más (lue mi
ausencia. Yo me alegré mucho de su docilidad, y
acepté el nuevo favor del marqués, dándole las gracias
y quedando contentísimo de ver resucitadas mis espe-
ranzas y tan asegurada mi mujer.
El marqués manifestó igual contento, según decía,
por haberme servido, y se despidió, quedando en volver
al otro día, así para darme á conocer en el almacén
donde me habían de surtir y entregar la memoria,
como para llevarnos á la casa de la buena señora
su tía.
El resto de aquel día lo pasamos yo y mi esposa
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OBRAS ESCOGIDAS 155
muy alegres, haciendo mil cuentas ventajosas, paseán-
donos en el jardín de los bobos.
Al siguiente ya el marqués estaba en el mesón muy
temprano. Me hizo entrar en su coche y me llevó al
almacén, donde dijo se me surtiera la memoria de que
había hablado el día anterior, y se me entregase según
los ajustes que yo hiciera y como quisiera, y que él no
era más que un comisionado para responder por mí y
darme aquel conocimiento.
El comerciante, al oir esto, creyendo que era verdad
lo que decía el marqués, me hizo mil zalemas y se des-
pidió de mí con más cariño y cortesía que la que usó
cuando entré en su casa. Ya se ve, no era por mí, sino
por los pesos que pensaba desembolsarme.
Corrido este paso, volvimos al mesón, y el marqués
hizo vestir á mi esposa y nos fuimos á Chapultepec, ^
donde tenía dispuesto un famoso almuerzo y comida.
Pasamos allí una mañana de campo bien alegre en
aquel bosque, que es hermoso por su misma naturaleza.
A la tarde, como á las cuatro, nos volvimos á la ciudad,
y fuimos á parar á la casa de la señora tía.
Apeámonos; entró el marqués, tocó la campanilla
del zaguán, bajó una criada vieja preguntando quién
era. Respondió el marqués que él. — Pues voy á avisar
* Ua hermoso bosque extramuros de México, aunque sin cosa más notable que el
palacio que fabricó en él el señor don Bernardo de Gálvez, virrey que fué de Nueva
España; sin embargo, suele servir de paseo.
AV:, _'. .J^<^íSl• ..iíiíí-s
156 PENSADOR MEXICANO
á la señora, dijo la criada, que aquí no se le abre á
ningún señor, si mi ama no lo ve por el escotillón de la
sala. Espérese usted.
En efecto, nos estuvimos esperando ó desesperando
como un cuarto de hora, hasta que oímos sonar una
ventanita en el techo del mismo zaguán. Alzamos la
vista, y vimos entre tocas á la venerable vieja con sus
anteojos, mirándonos muy espacio, y volviendo á pre-
guntar que quién era. El marqués, como enfadado, le
dijo: — Yo, tía, yo, Miguel. ^^Abren ó no? — A lo que
la vieja respondió: — ¡Ah! sí, Miguelito; ya te conozco,
mi alma; ya te van á abrir; pero y ese otro señor, ¿viene
contigo, hijo? — ¡Oh, porral dijo el marqués, ¿pues con
quién ha de venir? — Pues no te enojes, dijo la vieja, van.
Con esto cerró el escotilioncito, y el marqués nos
dijo: — ¿Qué les parece á ustedes? ¿Han visto clausura
más estrecha? Pero no se aturda usted, niña, que no es
tan bravo el león como se pinta.
A este tiempo llegó la vieja criada y abrió el postigo.
Entramos, subimos las escaleras, y ya estaba esperán-
donos en el portón la señora tía, vestida con su hábito
azul y sus tocas reverendas, con sus anteojos puestos, un
paño de rebozo fino de algodón y su rosario gordo en la
mano. Como le debí tantos favores á esta buena señora,
conservo su imagen muy viva en la memoria.
Nos recibió con mucho cariño, especialmente á mi
;fc.->> -...■,• .^.- •■ r ■ ;■• ..:.-'. ;., v. :;. '■^j." ' ^■.;;í- --.■;■ >-r^jE5P*ff^--^
OBRAS ESCOGIDAS 157
esposa, á quien abrazó con demasiada expresión, llenán-
dola de mi almas // mi vidas, como si de años atrás la
hubiera conocido. Entramos á dentro, y á poco nos sa-
caron muy buen chocolate.
El marqués la dijo el fin de su visita, que era ver si
quería que aquella niña se quedara unos días en su casa.
Ella mostró que en eso tendría el mayor gusto; pero que
no tenía más defecto que no ser amiga de paseos ni visi-
tas, porque en eso peligraban las almas, y en seguida
nos habló como media hora de virtud, escándalo, reatos,
muerte, eternidad, etc., amenizando su plática con mil
ejemplos, con los que tenía á mi inocente mujer enamo-
rada y divertida, como que era de buen corazón.
Aplazado el día de su entrada en aquel pequeño
monasterio, nos dijo: — Sobrino, señores; vengan uste-
des á ver mi casita, y que venga mi novicia á ver si le
gusta el convento.
Condescendimos con la reverenda, y á mi esposa le
agradó mucho la limpieza y curiosidad de la casa, par-
ticularmente los cristales, pajaritos y macetas.
En esto se pas(') la tarde, y nos despedimos, saliendo
mi mujer prendadísima de la señora.
Nosotros nos quedamos en el mesón y el marqués
se fué á su casa. En los seis días siguientes recibí la
memoria, solicité muías, y dejé listo mi viaje; pero en
todo este tiempo no se descuidó mi protector en obse-
PRRIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 40
■'.. r'^^í^-' ': ;p^"^??5ví.'^. • T^
158 PENSADOR MEXICANO
quiar y pasear á mi esposa, porque decía que era menes-
ter divertir á la nueva monja.
Es verdad que yo, mirando el extremo del marqués
con ella, no dejaba de mosquearme un poco; pero como
tenía tanta satisfacción en el amor y buena conducta de
mi esposa, no tuve embarazo para comunicarla mis te-
mores; á lo que ella me contestó, que los depusiera;
lo uno, por<jue me amaba mucho y no sería capaz de
ofenderme por todo el oro del mundo, y lo otro, porque
el marqués era el hombre más caballero que había cono-
cido, pues aun cuando salía con mi permiso con él y
una criada en su coche, jamás se había tomado la más
mínima licencia, sino que siempre la trataba con decoro.
Con esta seguridad me tranquilicé, y ya traté de salir de
esta capital á mi destino.
Díjele un día al marqués como todo estaba corriente,
y él, que no deseaba otra cosa que verse libre de mí, me
dijo que á la tarde vendría para llevarme á casa de su
deuda, y yo podría salir la mañana siguiente.
Mi esposa me suplicó le dejase al mozo Domingo
para tener un criado de confianza á quien mandar si se
le ofrecía alguna cosa. Yo accedí á su gusto sin demora,
y el marqués no puso embarazo en ello; antes dijo: —
Mejor, se le dará un cuarto abajo á Domingo, y les podrá
servir de portero y compañía.
Mientras que el marqués se fué á comer, compuse
'-..■.•.> "^^ - ." ^ ^•^sT^.-Vc! ■Sr*y^i'*i
OBRAS ESCOGIDAS
159
el baúl de mi esposa, dejándola mil pesos en oro y plata,
por si se le ofreciera algo.
Cuando el marqués vino no había más que hacer
que la llevada de mi esposa, cuya separación le costó,
como era regular, muchas lágrimas; pero al fin se
quedó, y yo marché en la misma tarde á dormir fuera
de garita.
Aquí llegaba don Antonio, cuando uno de los re-
glamentos de la cárcel volvió á interrumpir su conver-
sación.
1:
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Ji
'•i^*-v:*-ff^yT?^^¡r!r^<i~^:''' • f ■' ■"'^ • (¡7'
CAPÍTULO VII
Cuenta Periquillo la pesada burla que le hicieron los presos en el calabozo;
y don Antonio con3luye su historia
El motivo por qué se volvió á interrumpir la con-
versación de don Antonio, fué porque serían como las
cinco de la tarde cuando bajó el alcaide á encerrar á
los presos en su respectivo calabozo, acompañado de
otros dos que traían un manojo de llaves.
Luego que encerró á los del primer patio, pasó al
segundo, y el feroz presidente, aún amostazado contra
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B. — 41.
ÍSí£:.
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162 PENSADOR MEXICANO
mí, sin razón, me separó de la compañía de don
Antonio y me llevó al calabozo más pequeño, sucio y
lleno de gente. Entré el último, y cerrando con los can-
dados, quedamos allí como moscas en cárcel de mu-
chachos.
Por mi desgracia, entre tanto hijo de su madre
como estaba encerrado en aquel sótano, no había otro
blanco más que yo, pues todos eran indios, negros,
lobos, mulatos y castas, motivo suficiente para ser
en la realidad, como fui, el blanco de sus pesadas
burlas.
Como á las seis de la tarde encendieron una velita,
á cuya triste luz se juntaron en rueda todos aquellos
mis señores, y sacando uno de ellos sus asquerosos
naipes comenzaron á jugar lo (jue tenían.
Me llamaron á acompañarlos; pero como yo no
tenía ni un ochavo, me excusé, confesando lisa y llana-
mente la debilidad de mi bolsa; mas ellos no lo qui-
sieron creer, antes se persuadieron á que ó era una
ruindad mía «'» vanidad.
Jugaron como hasta las nueve, hora en que ya
apenas tenía la vela cuatro dedos, y no había otra; y
así determinaron cenar v acostarse.
Se deshizo la rueda y comenzaron á calentar sus
ollitas de alverjones en un pequeño brasero que ardía
con cisco de carbón.
m:
OBRAS ESCOGIDAS 163
Yo esperaba algún piadoso que me convidara á
cenar, así como me convidó don Antonio á comer; pero
fué vana mi esperanza, porque aquellos pobres todos
parecían de buen diente y mal comidos, según que se
engullían sus alverjones casi fríos.
Durante el juego, yo me había estado en un rincón,
envuelto en mi zarape, y rezando el rosario con una
devoción que tiempo había que no lo rezaba; ya se ve,
¿qué navegante no hace votos al tiempo de la borrasca?
Las maldiciones, juramentos y palabrotas indecen-
tes que aquella familia mezclaba con las disputas de
juego, eran innumerables y horrorosas, y tanto, que
aunque para mis oídos no eran nuevas, no dejaban de
escandalizarme demasiado. Yo estaba prostituido, pero
sentía una genial repugnancia y hastío en estas cosas.
No sé qué tiene la buena educación en la niñez, que
en la más desbocada carrera de los vicios suele servir
de un freno poderoso que nos contiene, y ¡desdichado
de aquel que en todas ocasiones se acostumbra á pres-
cindir de sus principios 1
Así que cenaron, cada uno fué haciendo su cama
como pudo, y yo, que no tenía petate ni cosa que lo
valiera, viendo la irremediable, doblé mi zarape, haciendo
de él colchón y cubierta, y de mi sombrero almohada.
Habiéndose acostado mis concubicularios, comenza-
ron á burlarse de mí con espacio, diciéndome : — Con-
. — ■j^'i'^v.:^ -*'-v I ■■■ ' — e .- -li- -L-_íiA
164 PENSADOR MEXICANO
que, amigo, ¿también usted ha caído en esta ratonera
por cucharero í^ ¡Buena cosa! ¿Conque también los seño-
res españoles son ladrones? Y luego dicen que eso de
robar se queda para la gente ruin.
— No te canses, Ghepe, decía otro; para eso todos
son unos, los blancos y los prietos; cada uno mete la
uña muy bien cuando puede. Lo que tiene es que yo
y tú robaremos un rebozo, un capote, ó alguna cosa
ansí; pero éstos, cuando roban, roban de á gordo.
— Y como que es ansina, decía otro; yo apuesto
á que mi camarada lo menos (jue se jurtú jueron dos-
cientos ó quinientos: y ¿á (jué compone, eh? ¿á qué
compone?
Así y á cual peor se fueron produciendo todos
contra mí, que al principio procuraba disculparme; mas
mirando que ellos se burlaban más de mis disculpas,
hube de callar, y encogiéndome en mi zarape al tiempo
que se acabó la velita, hice que me dormí, con cuya
diligencia se sosegó por un buen rato el habladero, de
suerte que yo pensé que se habían dormido.
Pero cuando estaba en lo mejor de mi engaño, he
aquí que comienzan á disparar sobre mí unos jarritos
con orines; pero tantos, tan llenos y con tan buen tino,
<iue en menos que lo cuento ya estaba yo hecho una
sopa de meados descalabrado y dado á Judas.
Entonces sí perdí la paciencia, y comencé á hartar-
t ^lM.r:^-<f.- r-
■ Tt'T •".■■' ; .^ ;■;'?•>__••.., . ■ . ■ ■- " . - ^ "• ■. ^-*":-'T*»rí7'''-<i',^",-\ -- : ■ . > • ..J»'- J- ,■ ■■-...-.-;■ ^
OBRAS ESCOGIDAS 165
los á desvergüenzas; mas ellos, en vez de contenerse ni
enojarse, empezaron de nuevo su diversión, hartándome
á cuartazos con no sé qué, porcjue yo, que sentí los
azotes, no vi á otro día las disciplinas.
Finalmente, hartos de reirse v maltratarme, se
acostaron, y yo me quedé en cuclillas junto á la puerta,
desnudo y sin poderme acostar, porque mi zarape estaba
empapado y mi camisa también.
¡Válgame Dios! ¡y qué acongojado no sentí mi
espíritu aquella noche al advertirme en una cárcel,
enjuiciado por ladrón, pobre, sin ningún valimiento,
entre aquella canalla, y sin esperanza de descansar
siquiera con dormir, por las razones que he referido I
Mas al fin, como el sueño es valiente, hubo de ren-
dirme, y poco á poco me quedé dormido, aunque con
sobresalto, junto á la puerta, y apenas había comen-
zado á dormir, cuando saltó una rata sobre mí, pero
tan grande, que en su peso ú mí se me representó
gato de tienda; ello es que i'ué bastante para desper-
tarme, llenarme de temor y quitarme el sueño, pues
aún creía que los diablos y los muertos no tenían más
que hacer de noche que andar espantando á los dor-
midos. Lo cierto del caso fué que ya no pude dormir
en toda la noche, acosado del miedo, de la calor, de
las chinches que me cercaban en ejércitos, de los des-
aforados ronquidos de aquellos picaros y de los maldi-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 42.
1G6 PENSADOR MEXICANO
tos efluvios que exhalaban sus groseros cuerpos, junto
con otras cosas (\ue no son para tomadas en boca,
pues aquel sótano era sala, recámara, asistencia, cocina,
comunes, comedor y todo junto. ¡Cuántas veces no me
acordé de las ingratas noches que pasé en el arras-
iradcriU) de Januario!
Al fin quiso Dios echar su luz al mundo, y yo,
(|ue luí el primero que la vi, comencé á reconocer mis
bienes, que estaban todavía medio mojados, por más
que los había exprimido; ya se ve, tal fué el aguacero
de orines que sufrieron; pero por último, me vestí la
camisa y calzoncillos, y trabajo me costó para ponerme
los calzones, porque mis amados compañeros, creyendo
que los botones eran de plata, no se descuidaron en
quitárselos.
A las seis de la mañana vinieron á abrir la puerta,
y yo fui el primero que, muerto de hambre y desvelado,
me salí para fuera, tanto por quejarme con mi amigo
don Antonio, cuanto por esperar al sol que secara mis
trapos.
En efecto, el buen don Antonio se condolió de mi
mala suerte, y me consoló lo mejor que pudo, prome-
tiéndome (jue no volvería á pasar otra noche semejante
entre acjuellos picaros, pues él le suplicaría al presidente
(jue me dejara en su calabozo.
— ¡Ay, amigo 1 le dije, que me parece que se aver-
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OBRAS ESCOGIDAS
167
gonzará usted en vano; porque ese cómitre es muy duro
ó incapaz de suavizarse con ningunos ruegos del mundo.
— No se aflija usted, me contestó, porque yo sé la
lengua con que se le habla á esta gente, (|ue es con el
dinero; y así, con cuatro ó seis reales que le demos, verá
usted como todo se consigue.
Aún no acababa yo de darle las gracias á mi amigo,
cuando me gritaron, y yo, pensando que era para otra
declaración, salí corriendo, y vi (jue no era la llamada
sino para ayudar n la limpieza del calabozo, en donde
me hicieron tantos daños la noche anterior; ésta se redu-
cía á sacar el barril de las inmundicias, vaciarlo en los
comunes y limpiarlo.
No sé C(')mo no volqué las tripas en tal operación.
Allí no me valieron ruegos ni promesas; porque el mal-
dito vejancón que lo mandaba, viendo mi resistencia, ya
comenzaba á desatarse el látigo (jue tenía en la cintura;
y así yo, por excusarme mayor pesadumbre, quise que
no quise, desempeñé aquel asqueroso oficio, concluido
el cual me í'uí otra vez al calabozo de mi buen amigo,
que era mi paño de lágrimas.
Luego que lo vi me salieron éstas á los ojos, y le
volví á referir mi nuevo castigo. MI no se hartaba de
consolarme y procurarme mi alivio de cuantas mane-
ras podía.
Lo primero que hizo fué hacerme acostar en su
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168 PENSADOR MEXICANO
pobre cama, me dio un pocilio de chocolate, cigarros,
y después salió á buscar al feroz presidente, de quien
consiguió cuanto quiso, pagando por mí los injustos
derechos que estos bribones llaman patente, ^ y dán-
dole no s6 qué otra gratificación, con lo ([ue, gracias
á Dios, me dejaron en paz.
Yo no tenía palabras con (jue significar mi gratitud
á don Antonio, después que entendí, porque me lo dijo
otro preso, todo lo (jue había hecho por mí; pues él
apenas me aseguró que no me mortificarían más. Este
es el verdadero carácter de un buen amigo, y de un
caritativo; no jactarse del beneficio que hace, hacerlo
sin mérito y tratar aún de que no lo sepa el agra-
ciado para que no le cueste el trabajo de agradecerlo.
Pero ¡qué pocos amigos hay de éstos I y ¡qué pocas
caridades se hacen con tanta perfección! Ordinaria-
mente las más caridades ó favores que llevan este nom-
bre suelen hacerse más bien por pasar plaza de ge-
nerosos y buenos cristianos, lo que á la verdad es
hipocresía, que por hacer un beneficio, y esto es pun-
tualmente contra el orden mismo de la caridad, pues
• Parece que la tal gabela, impuesta por la codicia, fuera razonable en el reino para
eximirse con una corta cantidad del pesado oficio de hacer la limpieza; pero esto debería
ser en el caso de que no hubiese reos destinados por castigo al servicio de la cárcel; mas
habiéndolos, claro es que ébtos lo hacen, y asi jamás deberían obligar á esto á los infe-
lices que no tienen para pagar esta contribución injusta, que siempre para en la bolsa
de los más criminales, como por lo ordinario son los presidentes que la cobran. Aún se
le verá peor cara á este abuso si se considera que cobrar tales pechos á los presos está
prohibido por las leyes.
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T~^-:.-
OBRAS ESCOGIDAS 169
Jesucristo dijo que lo que dó la mano derecha no lo
sepa la izquierda. Es decir, que todo bien que haga el
hombre, lo haga por Dios, sin esperar premio del hom-
bre; porque si éste lo paga, ya Dios no debe nada,
para que nos entendamos; y es bastante premio del
beneficio publicarlo en nuestro obsequio ó compulsar
tácitamente al beneficiado á que nos viva reconocido con
su agradecimiento.
Krsi don Antonio muy prudente, y como sabía que
no había yo dormido en toda la pasada noche, me hizo
acostar, y no me despertó hasta la una del día para que
lo acompañara á comer.
Me levanté harto de sueño, pero necesitado del es-
tómago, cuya necesidad satisfice á expensas del piadoso
preso, quien luego que se concluyó nuestra mesa frugal,
me dijo : — Amigo , creeré que á pesar de los trabajos
que ha sufrido usted, aún le habrá quedado gana de
acabar de saber el origen de los míos. — Yo le dije que
sí, porque á la verdad, su plática era un suave bálsamo
que curaba mi espíritu añigido, y don Antonio continuó
el hilo de su historia de esta suerte:
— Me acuerdo, dijo, que quedamos en que salí de
esta ciudad con mis muías y arrieros, quedándose en
ella mi esposa en casa de la tía vieja, sin más compañía
de su parte que el mozo Domingo.
Quisiera no acordarme de lo que sigue, porque, sin
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 43.
170 PENSADOR MEXICANO
embargo del tiempo que ha pasado, aún sienten dolor
al tocarlas las llagas de mis agravios, que ya se van
cicatrizando; mas es preciso no dejar á usted en duda
del fin de mi historia, tanto porque se consuele al ver
que yo sin culpa he pasado mayores trabajos, cuanto
porque aprenda á conocer el mundo y sus ardides.
Nada particular ocurre (jue decirle á usted tocante
á mí; porque nada tiene de particular el viaje de un
viandante, ni su residencia en el paraje de su destino;
á lo menos yo caminé y llegué al mío sin novedad,
mientras que á mi honrada esposa se le preparaba la
más terrible tempestad.
Luego que el picaro del marqués (perdóneme este
epíteto indecoroso, ya que yo le perdono los agravios
que me ha hecho), luego, pues, que conoció que ya
yo me había alejado de México, trató de descubrir sus
pérfidas intenciones.
Comenzó á frecuentar á todas horas la casa de la
vieja, que no tenía ni la virtud que aparentaba, ni el
parentesco que decía, y no era otra cosa que una alca-
hueta refinada, y con semejante auxilio, considere usted
lo fácil que le parecería la conquista del corazón de
mi mujer; pero se engañó de medio á medio, porque
cuando las mujeres son honradas, cuando aman ver-
daderamente á sus maridos y están penetradas de la
sólida virtud, son más inexpugnables que una roca.
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OBRAS ESCOGIDAS
171
Tal fué esta heroína de la fidelidad conyugal. Las
astucias del marqués, sus dádivas, sus halagos, sus
respetos, sus seducciones, sus promesas y aun sus ame-
nazas, juntas con las repetidas y vehementes diligencias
de la maldita vieja, fueron inútiles. Con todas ellas no
sacaba el marqués más jugo de mi esposa que el que
puede dar un pedernal; y ya desesperado, ad virtiendo
por tan repetidas experiencias que aquel corazón no
era de los que él estaba hecho á conquistar, sino que
necesitaba de armas más ventajosas, se determinó á usar
de ellas y á satisfacer su apetito á pura fuerza.
Con esta resolución , una noche determinó quedarse
en casa para poner en práctica sus inicuos proyectos;
pero apenas lo advirtió mi ñel esposa, cuando con el
mayor disimulo, aprovechando un descuido, bajó al patio
al cuarto de Domingo, y le dijo:
— El marqués días há que me enamora; esta noche
parece que se quiere quedar acá, sin duda con malas
intenciones; la puerta del zaguán está cerrada; no
puedo salirme, aunque quisiera; mi honor y el de tu
amo están en peligro; no tengo de quién valerme ni
quién me libre del riesgo que me amenaza más que
tú. En tí confío, Domingo. Si eres hombre de bien
y estimas á tus amos, hoy es el tiempo en que lo
acredites.
El pobre Domingo, todo turbado, la dijo: — Y bien,
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172 PENSADOR MEXICANO
señora: dígame su merced, qué quiere que haga, que
yo le prometo el hacer cuanto me mande.
— Pues, hijo, le dijo mi esposa, yo lo que quiero
es que te ocultes en mi recámara, y que si el marqués
se desmandare, como lo temo, me defiendas, suceda lo
que sucediere.
— Pues no tenga su merced cuidado. Vayase, no
la echen de menos y lo malicien, que yo le juro que
sólo que me mate el marqués, conseguirá sus malos
pensamientos. — Con esta sencilla promesa se subió mi
mujer muy contenta, y tuvo la fortuna de que no la
habían extrañado.
Llegó la hora de cenar, y entró Domingo á servir
la mesa como siempre. El marqués procuraba que mi
esposa se cargara el estómago de vino; pero ella, sin
faltar á la urbanidad, se excusó lo más que pudo.
Acabada la cena, mi rival por sobremesa apuró toda
la elocuencia del amor para que mi esposa condescen-
diera con sus torpes deseos; pero ésta, acostumbrada
á resistir tales asaltos, no hizo más que reproducir los
desengaños que mil veces le había dado, aunque en
vano, pues el marqués estaba ciego y cada desengaño
lo obstinaba.
Esta contienda duraría como una hora, tiempo bas-
tante para que la criada se durmiera, y Domingo, sin
ser sentido, se hubiera ocultado bajo la misma cama de
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OBRAS ESCOGIDAS 173
SU ama, la que, viendo que su apasionado la llevaba
larga, se levantó de la mesa, diciéndole: — Señor mar-
qués, yo estoy un poco indispuesta; permítame usted
que me vaya á recoger, que es bien tarde. — Con esto
se despidió y se fué á su recámara, cuidadosa de si
Domingo se habría olvidado de su encargo: pero luego
que entró, el criado fiel le avisó dónde estaba, dicién-
dole que estuviera sin miedo.
Sin embargo de esta compañía, mi esposa no quiso
desnudarse ni apagar la vela, según lo tenía de cos-
tumbre, recelosa de lo que podía suceder, como sucedió
en efecto.
Serían las doce de la noche cuando el marqués
abrió la puerta y fué entrando de puntillas, creyendo
que mi esposa dormía: pero ésta, luego que lo sintió,
se levantó y se puso en pie.
Un poco se sobresaltó el caballero con tan ines-
perada prevención; pero recobrado de la primera tur-
bación, le preguntó: — Señorita, ¿pues qué novedad es
ésta que tiene á usted en pie y vestida á tales horas
de la noche? — A lo que mi esposa con gran socarra
le respondió: — Señor marqués, luego que advertí que
usted se quedaba en casa de esta santa señora, presumí
que no dejaría de querer honrar este cuarto á deshora
de la noche, á pesar de que yo no me he granjeado
tales favores, y por eso determiné no desnudarme ni
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 44.
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174 PENSADOR MEXICANO
dormirme, porque no era decente esperar de esa ma-
nera una visita semejante.
Parece que era regular que el marqués hubiera
desistido de su intento, al verlo prevenido y reprochado
tan á tiempo; mas estaba ciego, era marqués, estaba
en su casa, y según á él le pareció no había ni testi-
gos ni quien embarazara su vileza; y así, después de
probar por última vez los ruegos, las promesas y las
caricias, viendo (jue todo era inútil, abrazó á mi mujer,
que se paseaba por la recámara, y dio con ella de
espaldas en la cama; pero aún no había acabado ella
de caer en el colchón, cuando ya el marqués estaba
tendido en el suelo, porque Domingo, luego que cono-
ció el punto crítico en que era necesario, salió por
debajo de la cama, y abrazando al marqués por las
piernas, lo hizo medir el estrado de ella con las cos-
tillas.
Mi esposa me ha escrito (jue á no haber sido el
motivo tan serio, le hubiera costado trabajo el moderar
la risa, pues no fué el paso para menos. Ella se sentó
inmediatamente en el borde de su cama, y vio tendido
á sus pies al enemigo de mi honor, que no osaba levan-
tarse ni hablar palabra, porque el jayán de Domingo
estaba hincado sobre sus piernas, sujetándolo del pañue-
lo contra la tierra, y amenazando su vida con un puñal,
y diciéndole á mi esposa, lleno de cólera: — ¿Lo mato.
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OBRAS ESCOGIDAS 175
señora? ¿Lo mato? ¿Qué dice? Si mi amo estuviera
aquí, ya lo hubiera hecho; conque ansina nada se
puede perder por orrarle ese trabajo; antes cuando lo
sepa, me lo agradecerá mucho.
Mi esposa no dio lugar á que acabara Domingo
de hablar, sino que, temerosa no fuera á smceder una
desgracia, se echó sobre el brazo del puñal, y con
ruegos y mandatos de ama, á costa de mil sustos y
porfías, logró arrancárselo de la mano y hacer que
dejara al marqués en libertad.
Este pobre se levantó lleno de enojo, vergüenza y
temor, que tanto le impuso la bárbara resolución del
mozo. Mi esposa no tuvo más satisfacción que darle,
sino mandar á Domingo que se retirara á la segunda
pieza, y no se quitara de allí, y luego que éste la
obedeció, le dijo al marqués:
— ¿Ve usted, señor, al riesgo á que lo ha expuesto
su inconsideración? Yo presumí, según le insinué poco
hace, que se había de determinar á mancillar mi honor
y el de mi esposo por la fuerza, y para impedirlo, hice
que este criado se ocultara en mi recámara. Llegó el
caso temido, y á este pobre payo, que no entiende de
muchos cumplimientos, le pareció que el único modo
de embarazar el designio de usted era tirarlo al suelo y
asesinarlo, como lo hubiera verificado á no haber yo
tomado el justo empeño que tomé en impedirlo. Yo
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176 PENSADOR MEXICANO
conozco que rl se excedió bárbaramente, y suplico á
usted que lo disculpe; pero también es forzoso que usted
conozca y confiese que lia tenido la culpa. Ya le he dicho
á usted mil veces que le agradezco muy mucho y le viviré
reconocida por los favores que tanto á mí como á mi
marido nos ha dispensado, mucho más, cuando advierto
que ni el uno ni la otra los merecemos; pero, señor, no
puedo pagarlos en la moneda que usted quiere. Soy
casada, amo á mi marido más que á mí, y sobre todo,
tengo honor, y éste, si una vez se pierde, no se restaura
jamás. Usted es discreto; conozca la justicia que me
asiste: trate de desechar ese pensamiento que tanto lo
molesta y me incomoda, y como no sea en eso, yo me
ol'rezco á servirle como la última criada de su casa.
El mar(jU('s guardó un profundo silencio mientras
(jue habló mi esposa; pero luego que concluyó, se levan-
tó, diciendo:
— Señorita, ya (juedo impuesto en el motivo que
ocasionó á usted pretender quitarme la vida alevosa-
mente, y quedo medio persuadido á que si no tuviera
esposo me amaría, pues yo no soy tan despreciable.
Yo trataré de quitar este embarazo, y si usted no me
correspondiere, se acordará de mí, se lo juro.
Diciendo esto, sin esperar respuesta, se salió de la
recámara, y mirando á Domingo en la puerta, le dijo:
— Has procedido como un villano vil, de guien no me
■.^m^áá^íéítM^j ■-* -^ - -'■^' ■^-i' riiÉ'ai'i ,. . ■.- .■ .^.. . •
OBRAS ESCOGIDAS 177
es decente tomar una satisfacción cuerpo á cuerpo; mas
ya sabrás quién es el marqués de T.
Mi esposa, que me escribió estas cosas tan por-
menor como las estoy contando á usted, no entendió
que aquellas amenazas se dirigieran contra mí y la exis-
tencia de mi criado.
Ella esperaba la aurora para tratar de librarse de
los riesgos á que su honor se hallaba expuesto en aquella
casa prostituida, y mucho más cuando el criado la contó
lo que le había dicho el marqués, añadiendo que él
pensaba partir á otro día de la ciudad, porque temía
que lo hiciera asesinar.
Mi esposa aprobó su determinación : pero le rogó
que la dejara en salvo y fuera de aquella casa, y mi
mozo se lo prometió solemnemente; para que se vea
que entre esta gente, que llamamos ordinaria sin razón,
se hallan también almas nobles y generosas. ^
Rasgó el sol los velos de la aurora y manifestó su
resplandeciente cara á los mortales, y mi esposa al ins-
tante trató de mudarse de la casa; ¿pero á dónde, si
carecía absolutamente de conocimiento en México? Mas
¡oh lealtad de Domingo! El le facilitó todo, y le dijo: —
• Verdad es que á los criados se les llama enemigos domésticos; que por lo regular,
ni tienen buena cuna ni educación, y que casi siempre más sirven por el salario que por
amor; pero no es menos cierto que ésta no es regla general. Hay de todo; así como hay
amos altaneros y soberbios cuyo trato duro no merece el amor de sus domésticos. Trá-
tense los criados con cariño y humanidad, y rara vez dejarán de corresponder á sus
señores con amor, gratitud y respeto.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 45.
-L,';iíJS¿:J^„¿í-:\^a¿ÍsíÁ^.HÍ..aiL...
178 PENSADOR MEXICANO
Lo que importa es que su merced no esté aquí, y más
que esté en medio de la plaza. Voy á llamar los car-
gadores.
Diciendo esto, se fué á la calle, y á poco rato volvió
con un par de indios á quienes imperiosamente mandó
cargar la cama y baúl de mi esposa, que ya estaba
vestida para salir; y aunque la vieja hipócrita procuró
estorbarlo, diciendo que era menester esperar al señor
marqués, el mozo, lleno de cólera, le dijo; — ¡Qué mar-
qués ni qué talega! VX es un picaro y usted una alca-
hueta, de quien ahora mismo iré á dar cuenta á un
alcalde de corte.
No fué menester más para que la vieja desistiera
de su intento, y á los (juince minutos ya mi esposa
estaba en la calle con Domingo y los dos cargadores;
pero cuando vencían una dificultad hallaban otras de
nuevo que vencer.
Se hallaba mi esposa fatigada en medio de la calle,
con los cargadores ocupados y sin saber á dónde irse,
cuando el fiel Domingo se acordó de una nana Casilda
que nos había lavado la ropa cuando estábamos en el
mosón, y sin pensar en otra cosa, hizo dirigir allá á los
cargadores.
En efecto, llegaron, y descargados los muebles, le
comunicó á la lavandera cuánto pasaba, añadiéndole
(jue él dejaba á mi esposa á su cuidado, porque su vida
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OBRAS ESCOGIDAS 179
corría riesgo en esta capital; que la señorita su ama
tenía dinero; que de nada necesitaba, sino de quien la
librara del marqués; y que su amo era muy honrado
y muy hombre de bien, que no se olvidaría de pagar
el favor que se hiciera por su esposa. La buena vieja
ofreció hacer cuanto estuviera de su parte en nuestro
obsequio; mi fiel consorte le dio cien pesos á Domingo
para que se fuera á su tierra, y nos esperara en ella,
con lo cual él, llenos los ojos de lágrimas, marchó
para Jalapa, advertido de no darse por entendido con
la madre de mi esposa.
Luego que el mozo se ausentó, la viejita fué en
el momento á comunicar el asunto con un eclesiás- f
tico sabio y virtuoso á quien lavaba la ropa, y éste,
después de haber hablado con mi esposa, dispuso
las cosas de tal manera, que á la noche durmió mi
mujer en un convento, desde donde me escribió toda la
tragedia.
Dejemos á esta noble mujer quieta y segura en el
claustro, y veamos los lazos que el marqués me dis-
puso, mucho más vengativo cuando no halló á mi esposa
en la casa de la vieja, ni aún pudo presumir en dónde
se ocultaba de su vista.
Lo primero que hizo fué ponerme un propio avi-
sándome estar enfermo, y que luego, leída la suya,
enfardelara las existencias y me pusiera en camino á
*. ■
180 PENSADOR MEXICANO
la ligera para México, porque así convenía á sus inte-
reses.
Yo inmediatamente obedecí las órdenes de mi amo,
y traté de ponerme en camino: pero no sabía la red que
me tenía prevenida.
Esta fué la siguiente. En una de las ventas donde
yo debía parar, tenía mi amo apostados dos ó tres bri-
bones malintencionados, (que todo se compra con el oro),
los cuales, sin poder yo prevenirlo, se me dieron por
amigos, diciéndome iban á cumplimentarme de parte del
marqués.
Yo los creí sincerísimamente, porque el hombre,
mientras menos malicioso, es más fácil de ser enga-
ñado, y así me comuniqué con ellos sin reserva. En
la noche cenamos juntos y brindamos amigablemente,
y ellos, no perdiendo tiempo para su intriga, embriaga-
ron á mis mozos, y á buena hora mezclaron entre los
tercios de ropa una considerable porción de tabaco, y
se acostaron á dormir.
A otro día madrugamos todos para venirnos á la
capital, á la (jue llegamos en el preciso día á marchas
forzadas. Pasaron mis cargas de la garita sin novedad
y sin registro; bien es verdad que no sé qué diligencia
hicieron con los guardas, porque como no todos los
guardas son íntegros, se compran muchos de ellos á
bajo precio.
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OBRAS ESCOGIDAS
181
Yo no hice alto en esto, pensando que mis cama-
radas iban á platicar con ellos, porque tal vez serían
conocidos; y así con esta confianza llegamos á México
y á la misma casa del marqués.
Luego que me apeé, mandó éste desaparejar las
muías y embodegar las cargas, haciéndome al mismo
tiempo mil expresiones.
En vista de ellas, aunque ya tenía en el cuerpo las
malas noticias de mi esposa, que había recibido en el
camino, no pude excusarme de admitir sus obsequios,
y aunque deseaba ir á verla al convento, me fué for-
zoso disimular v condescender con las instancias del
marqués.
A pesar de la molestia y cansancio que me causó
el camino, no pude dormir aquella noche, pensando
en mi adorada Matilde, que este es el nombre de mi
esposa; pero por fin amaneció y me vestí, esperando
que despertara el marqués para salir de casa.
No tardó mucho en despertar; pero me dijo que
en la misma mañana quería que concluyéramos las
cuentas, porque tenía un crédito pendiente y deseaba
saber con (jué contaba de pronto para cubrirlo.
Como yo, aunque lo veía con tedio, no presumía
que trataba de aprovechar aquellos momentos para per-
derme, y á más de esto, anhelaba también por entre-
garle su ancheta, y romper de una vez todas las cone-
PRRIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B, ^ 46
^. l.k'I^P' ift -fl. _*v.-l.
L.'r-^W¿^«it.Á;>;A?ti<v.Vj.
182 PENSADOR MEXICANO
xiones que me había acarreado su amistad, no me costó
mucho trabajo darle gusto.
En efecto, comencó á manifestarle las cuentas, y
á ese tiempo entraron en el gabinete dos ó tres amigos
suyos, cuyas visitas suspendieron nuestra ocupación,
bien á mi pesar, que estaba demasiado violento por
quitarme de la presencia de aquel pérfido; pero no fué
dable, porque el picaro, pretextando urbanidad y cariño,
sacó al comedor á sus amigos sin dejarme separar de
ellos; antes tratándome con demasiada familiaridad y
expresión, y de esta suerte nos sentamos juntos á al-
morzar.
Aún no bien habíamos acabado, cuando entró un
lacayo con un recado del cabo del resguardo (jue espe-
raba en el patio con cuatro soldados.
— ¿Soldados en mi casa? preguntó el marqués fin-
giendo sorprenderse. — Sí, señor, respondió el lacayo,
soldados y guardas de la Aduana. — ¡Válgate Dios I ¿Qué
novedad será ésta? Vamos á salir del cuidado.
Diciendo esto, bajamos todos al patio, donde esta-
ban los guardas y soldados. Saludaron á mi amo cor-
tesmente, y el cabo ó superior de la comparsa le pre-
guntó ¿quién de nosotros era su dependiente que acababa
de llegar de tierra adentro? El marqués contestó que
yo, é inmediatamente me intimaron que me diese por
preso, rodeándose de mí al mismo tiempo los soldados.
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OBRAS ESCOGIDAS
183
Considere usted el sobresalto que me ocuparía al
verme preso, y sin saber el motivo de mi prisión; pero
mucho más sofocado quedé cuando, preguntándolo el
marqués, le dijeron que por contrabandista, y que, en
achaque de géneros suyos, había pasado la noche ante-
cedente una buena porción de tabaco entre los tercios,
que aún debían estar en su bodega; que la denuncia era
muy derecha, pues no menos venía que por el mismo
arriero que enfardeló el tabaco; por señas que los tercios
más cargados eran los de la marca T., y por último,
que de orden del señor director prevenían al señor mar-
qués contestase sobre el particular y entregase el comiso.
El marqués, con la más pérfida simulación, decía:
— Si no puede ser eso; sobre que este sujeto es dema-
siado hombre de bien, v en esta confianza le fío mis
intereses sin más seguridad que su palabra, ¿cómo era
posible que procediera con tanta bastardía que tratase
de abochornarme y de perderse? ¡Vamos, que no me
cabe en el juicio 1
— Pues, señor, decían los guardas, aquí está el
escribano que dará fe de lo que se halle en los tercios;
registrémoslos y saldremos de la duda.
— Así será, dijo el marqués, y como lleno de cólera
mandó pedir las llaves. Trajéronlas, abrieron la bodega,
desliaron los tercios, y fueron encontrándolos casi relie
nos de tabaco.
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L^iCíir *iL "tV*- ■
184 PENSADOR MEXICANO
Entonces el marqués, revistiendo su cara de indig-
nación, y echándome una mirada de rico enojado, me
dijo:
— ¡So bribón, trapacero, villano y mal agradecido!
¿Este es el pago que ha dado á mis favores? ¿Así se me
corresponde la ciega é imprudente confianza que hice
de él? ¿Así se recompensan mis servicios que en nada
me los tenía merecidos? Y por fin, ¿así se retorna aque-
lla generosidad con que le di mi dinero para que él solo
se aprovechara de sus utilidades, sin que conmigo par-
tiera ni un ochavo, cosa que tiene pocos ejemplares?
¿No le bastaba al muy picaro robarme y defraudarme,
sino que trató de comprometer á un hombre de mi honor
y de mi clase? Muy bien está que él pague el fraude
hecho contra la Real Hacienda, bogando en una galera
ó arrastrando una cadena en un presidio por diez años;
pero á mí ¿quién me limpiará de la nota en que me ha
hecho incurrir, á lo menos entre los (jue no saben la
verdad del caso? Y ¿quién restaurará mis intereses, pues
es claro que cuanto tienen de tabaco los tercios, tanto
les falta de géneros y existencias? Mi honor yo lo vin-
dicaré y lo aquilataré hasta lo último; pero ¿cómo resar-
ciré mis intereses? Vamos, no calle, ni quiera hacerse
ahora mosca muerta. Diga la verdad delante del escri-
bano: ¿Yo lo mandé á comerciar en tabaco? ¿O tengo
interés en este contrabando?
^>it.L^^ '>jr>-.'.<i.v.:. -" 1 . ^ .. ... í^'y^., .:: TI ái» il- ¡tr'iát iiS' ^t f* - ' ... 'b^ fJ'izAi
■'>;;,■
OBRAS ESCOGIDAS
185
Yo me había estado callado á semejante inicua
reprensión, aturdido, no por mi culpa, que ninguna
tenía, ^ sino por la sorpresa que me causó aquel hallaz-
go y por las injurias que escuchaba de la boca del
marqués, no pude menos que romper el silencio á sus
preguntas y confesar que él no tenía la más míni-
ma parte en aquello, pero (jue ni yo tampoco; pues
Dios sabía que ni pensamiento había tenido de em-
plear un real en tabaco. A esto se rieron todos, y
después de emplazar al manjués para que contestara,
cargaron con los tercios para la Aduana, y conmigo
para esta prisión, sin tener el ligero gusto de ver á
mi querida esposa, causa inocente de todas mis des-
gracias.
Dos años hace que habito las mansiones del cri-
men reputado por uno de tantos delincuentes: dos años
hace que sin recurso lidio con las perfidias del manjués
empeñado en sepultarme en un presidio, que hasta allá
no ha parado su vengativa pasión; porque después que
con infinito trabajo he probado con las declaraciones
de los arrieros (|ue no tuve ninguna noticia del tabaco,
él me ha tirado á perder demandándome el resto que
dice falta á su principal: dos años hace que mi esposa
* No siempre la turbación prueba delito. Esta es una prueba muy equivoca; antes
el hombre de bien se aturdirá más presto que el picaro procaz cuando se vea acusado de
un delito que no ha cometido. El inmutarse, desfigurarse el semblante y balbucir las
palabras, probará terror ó vergü3nza, pero no siempre la realidad del delito.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 47.
186 PENSADOR MEXICANO
sufre una horrorosa prisión, y dos años hace que yo
tolero con resignación su ausencia y los muchos trabajos
que no digo; pero Dios, que nunca falta al inocente que
de veras confía en su alta Providencia, ha querido darse
por satisfecho y enviarme los consuelos á buen tiempo;
pues cuando ya los jueces, engañados con la malicia de
mi poderoso enemigo y con los enredos del venal escri-
bano de la causa, que lo tenía comprado con doblones,
trataban de confinarme á un presidio, asaltó al marqués
la enfermedad de la muerte, en cuya hora, convencido
de su iniquidad, y temiendo el terrible salto que iba á
dar al otro mundo, entregó á su confesor una carta
escrita y firmada de su puño, en la que. después de
pedirme un sincero perdón, confiesa mi buena con-
ducta, y que todo cuanto se me había imputado había
sido calumnia y efecto de una desordenada y vengativa
pasión.
De esta carta tengo copia, y se les ha dado á los
jueces privadamente, para que no pare en perjuicio del
honor del marqués; de manera que de un día á otro
espero mi libertad y el resarcimiento de mis intereses
perdidos.
Msta, amigo, es mi trágica aventura. Se la he con-
tado á usted para que no se desconsuele, sino que
aprenda á resignarse en los trabajos, seguro de que si
está inocente. Dios volverá por su causa.
• 'i-MNtr ... . , .1 . \ . A.-.~ .,.^.'i•,^.^^^«^■/^.^.í'^L.i^,t.eL
OBRAS ESCOGIDAS
187
Aquí llegaba don Antonio, cuando fué preciso se-
pararnos para rezar el rosario y recogernos. Sin em-
bargo, después de cenar y cuando estuvimos más solos
le dije lo siguiente:
^ í:.*¿¿a
í.^iit^'kStkÜM. .¿-«J .-.
É
.'V.
Sale don Antonio de la cárcel;
entrégase Periquillo á la amistad de los tunos sus
compañeros, y lance que le pasó con el
Aguilucho
Guando estuvimos acostados
I
le dije á don Antonio: — Cierta- '-^-^
mente, querido amigo, que en
este instante he tenido un gusto
y un pesar. El gusto ha sido '
saber que su honor de usted quedó ileso, tanto de parte
de su fidelísima consorte cuanto de parte del marqués,
en virtud de la tan pública y solemne retractación que
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. I, B. — 48,
M-
190 PENSADOR MEXICANO
ha hecho, según la cual usted será restituido breve-
mente á su libertad y disfrutará la amable compañía
de una esposa tan fiel y digna de ser amada; y el
pesar ha sido por advertir el poco tiempo (|ue gozaré
la amigable compañía de un hombre generoso, benéfico
V desinteresado.
— Reserve usted esos elogios, me dijo don Antonio,
para quien los sepa merecer. Yo no he hecho con
usted más que lo que quisiera hicieran conmigo, si
me hallara en su situación: y así, sólo he cumplido en
esta parte con las obligaciones (jue me imponen la reli-
gión y la naturaleza; y ya ve usted que el que hace lo
(|ue debe no es acreedor ni á elogios ni á reconoci-
miento.
— ¡Oh, señor! le dije, si todos hicieran lo que
deben, el mundo sería feliz: pero hay pocos que cum-
plan con sus deberes, y esta escasez de justos hace
demasiado apreciables á los (|ue lo son. y usted no lo
dejará de ser para mí en cuanto me dure la vida. Ape-
tecería que mi suerte l'uera otra, para que mi gratitud
no se quedara en palabras, pues si, según usted, el que
hace lo que debe no merece elogios, el que se mani-
fiesta agradecido á un favor que recibe, hace lo que debe
justamente: porque ¿quién será aquel indigno que reci-
biendo un favor, como yo, no lo confiese, publique y
agradezca, á pesar de la modestia de su benefactor? Mi
■ A¿iát.^.i^>aJii's.t^lÍt.'LJ^M '^«.'.^ «>kv. .'j^MááaÍliá¡mÉ¿i.ji^-.:\. - .Wn.. ^ ^-■~. 'i-^- <: .^^^'■.>-^?i—" tf --'-■^-^'-
\tfsii.4^L,
«:!&■-
OBRAS ESCOGIDAS - 191
padre, señor, era muy honrado y dado á los libros, y yo
me acuerdo haberle oído decir, que el que inventó las
prisiones fué el que hizo los primeros beneficios; ya se
ve que esto se entiende respecto de los hombres agra-
decidos; pero ¿(|uién será el infame que recibiendo un
beneficio no lo agradezca? En efecto, el ingrato es más
terrible que las fieras. Usted ha visto la gratitud de los
perros, y se acordará de aquel león á quien, habiéndole
sacado un caminante una espina que tenía clavada en
la mano, siendo éste después preso y sentenciado á ser
víctima de las fieras en el circo de Roma, por suerte,
ó para lección de los ingratos, le toc(') que saliese á
devorarlo a(|uel mismo león á quien había curado de
la mano, y éste, con admiración de los espectadores,
luego que por el olfato conoció á su benefactor, en vez
de arremeterle y despedazarlo, como era natural, se le
acerca, ^ lo lame, y con la cola, boca y cuerpo, todo
lo agasaja y halaga, respetando á su favorecedor.
¿Quién, pues, será el hombre (jue no sea reconocido?
Con razón las antiguas leyes no prescribieron pena á
los ingratos, pensando el legislador que no podía darse
tal crimen; y con igual razón dijo Ausonio, que no
producía la natuvalc:^a cosa peor que un ingrato. Con-
que vea usted, amigo don Antonio, si podré yo excu-
* Es de advertir que cuando los romanos echaban fieras á los delincuentes les
cercenaban el alimento para hacerlas más feroces con el hambre.
/*..■ 'a- L-"'5S¿ --iVí:".- r.i;.rl¿!££ÓJ¿.,
192
PENSADOR MEXICANO
sarme de agradecer á usted los favores que me ha dis-
pensado.
— Yo jamás hablo contra lo que me dicta la razón,
me respondió; conozco que es preciso y justo agradecer
un beneficio; yo así lo hago, y aun lo publico, pues á
más no poder, es una media paga el publicar el bien
recibido, ya que no se pueda compensar de otra manera;
pero con todo eso, desearía que no lo hicieran conmigo,
porque no apetezco la recompensa de tal cual beneficio
que hago del (jue lo recibe, sino de Dios y del testi-
monio de mi conciencia; porque yo también he leído
en el autor que usted me citó, que el que hace un bene-
ficio no debe acordarse de que lo húo.
Coníjue así, dejando esta materia, lo que importa
es que usted no desmaye en los trabajos, ni se abata
cuando yo le falte, pues le queda la Providencia, que
acudirá á sostenerlo en ese caso, así como lo hace ahora
por mi medio, pues yo no soy más que un instrumento
de quien á la presente se vale..
En estas amistosas conversaciones nos quedamos
dormidos, y á otro día, sin esperarlo yo, me llamaron
para arriba. Subí sobresaltado, ignorando para qué me
necesitaban; pero pronto salí de la duda, haciéndome
entender el escribano que me iba á tomar la confesión
con cargos.
Me hicieron poner la cruz y me conjuraron cuanto
f^- ^ = .:/A,
. K;..,í.^t-— ^ -■
OBRAS ESCOGIDAS 193
pudieron para que confesara la verdad, so cargo del
juramento que había prestado.
Yo en nada menos pensaba que en confesar ni una
palabra que me perjudicara, pues ya había oído decir á
los léperos, que en estos casos primero es ser mártir
que confesor; pero sin embargo, yo juré decir verdad, . :
porque decir que sí no me perjudicaba.
Comenzaron á preguntarme mucho de lo que ya se
me había preguntado en la declaración preparatoria, y
yo repetí las mismas mentiras á muchas de las mismas
preguntas que sospechaba no me eran favorables, y así
negué mi nombre, mi patria, mi estado, etc., añadiendo
acerca del oficio, que era labrador en mi tierra; confesé, -
porque no lo podía negar, que era verdad (jue Januario '=l|
era mi amigo, y que el zarape y rosario eran suyos; pero
no dije cómo habían venido á mi poder, sino que me los
había empeñado.
A seguida se me hicieron varios cargos, pero nada
valió para que yo declarara lo que se quería, y en vista
de mi resistencia se concluyó aquella formalidad, hacién-
dome firmar la declaración y despachándome al patio.
Yo obedecí prontamente, como que deseaba qui-
tarme de su presencia. Bájeme á mi calabozo, y no (
hallando en él á don Antonio, salí para el f)atio á
tomar sol.
Estando en esta diligencia, se juntaron cerca de mí j
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 49. . >'i3j
•t'-fi^r \i.", -- : -.t_* *»(.í»iv
194 PENSADOR MEXICANO
unos cuantos cofrades de Briján, y tendiendo una fraza-
dita en el suelo, se sentaron á jugar á la redonda en
buena paz y compañía, la que por poco les deshace el
presidente si no le hubieran pagado dos ó cuatro reales
de licencia, que tanto llevaba de pitanza, con nombre de
licencia, por cada rueda de juego que se ponía, y tal vez
más. según era la cantidad que se jugaba.
Yo me admiraba al ver que en la cárcel se jugaba
con más libertad y á menos costo que en la calle, envi-
diando de paso las buscas de los presidentes, pues á más
de las generales, éste de quien hablo tenía otras que no
le dejaban poco provecho, porque por tercera persona
metía aguardiente y lo vendía como se le antojaba; pres-
taba sobre prendas con dos reales de logro por peso, y
hacía otras diligencias tan lícitas y honestas como las
dichas.
Deseaba yo mezclarme con los tahúres á ver si me
ingeniaba con alguna de las gracias que me había
enseñado Juan Largo; pero no me determiné por en-
tonces, porque era nuevo y veía la clase de gente que
jugaba, que cada uno podía darme lecciones en el arte
do la fullería , y así me contenté con divertirme mirán-
dolos.
Pasado un largo rato de ociosidad, como todos los
que se pasan en nuestras cárceles, repetí mi viaje al
calabozo, y ya estaba don Antonio esperándome. Le
. "---*'*^- .. . .,-• -^; .;..,..,.;.; -s.:'...-v..;^ ] l:.^ .^.L^'.':^^;J.íi¿íííí
ri«.
OBRAS ESCOGIDAS
195
conté todo mi acaecimiento con el escribano, y él mostró
admirarse diciéndome:
— Me hace fuerza que tan presto se haya evacuado
la confesión con cargos, pues ayer le dije á usted que
podía esperar este paso de aquí á tres meses, y en
efecto, puedo citarle muchos ejemplares de estas dila-
ciones. Bien es verdad que cuando los jueces son acti-
vos, y no hay embarazo que lo impida, ó urge mucho la
conclusión del negocio, se determina pronto esta diligen-
cia. Pero vamos á esto: ¿ha hecho usted muchas citas?
Porque siendo así, se enreda ó se demora más la causa.
— No sé lo que son citas, le respondí; á lo que
don Antonio me dijo:
— Citas son las referencias que el reo hace á otros
sujetos, poniéndolos por testigos, ó citándolos con cual-
quiera ingerencia en la causa, y entonces es necesario
tomarles á todos declaración , para examinar por ésta la
verdad ó falsedad de lo que ha dicho; y esto se llama
evacuar citas. Ya usted verá que naturalmente estas
diligencias demandan tiempo.
— Pues, amigo, le dije, mal estamos; porque yo,
para probar que no salí con Januario la noche del robo,
atestigüé que me había estado en el truquito con todos
los inquilinos de él, y éstos son muchos.
— En verdad que hizo usted mal, dijo don Antonio,
pero si no había prueba más favorable, usted no podía
■l-.,»,!-- •^'í,'.»^^^ rj_ti.t,?>-il.
196 PENSADOR MEXICANO
omitirla. En fin, si con la prisa que ha comenzado el
negocio, continúa, puede usted tener esperanza de salir
pronto.
En estas y otras conversaciones entretuvimos el
resto de aquel día, en el que mi caritativo amigo me
dio de comer, y en los quince ó veinte más que duró en
mi compañía, no sólo me socorrió en cuanto pudo, sino
que me doctrinó con sus consejos. ¡Ah, si yo los hubiera
tomado I
Guando me veía adunarme con algunos presos, cuya
amistad no le parecía bien,, me decía: — Mire usted, don
Pedrito, dice el refrán (jue cada oveja con su pareja.
Podía usted no familiarizarse tanto con esa clase de
gente como N. y Z., pues, no porque son pobres ni
morenos; estos son accidentes por los que solamente
no debe despreciarse al hombre, ni desecharse su com-
pañía, en especial si aquel color y aquellos trapos rotos
cubren, como suele suceder, un fondo de virtud, sino
porque esto no es lo más frecuente; antes la ordinariez
del nacimiento y el despilfarro de la persona suelen ser
los más seguros testimonios de su ninguna educación
4
ni conducta; y ya ve usted (jue la amistad de unas
gentes de esta clase no puede traerle ni honra ni
provecho; y ya se acuerda de que, según me ha con-
tado, los extravíos que ha padecido y los riesgos en
que se ha visto no los debe á otros que á sus malos
.t;""»?".-^'".^: .-. . . : -;tbhi»»^:--.- ^*<^."r»
OBRAS ESCOGIDAS 197
amigos, aun en la clase de bien nacidos, como el señor
Januario.
A este tenor eran todos los consejos que me daba
aquel buen hombre, y así con sus beneficios como con la
suavidad de su carácter se hizo dueño de mi voluntad,
en términos que yo lo amaba y lo respetaba como á mi
padre.
Esto me acuerda que yo debí á Dios un corazón
noble, piadoso y dócil á la razón. La virtud me pren-
daba, vista en otros; los delitos atroces me liorrorizaban,
y no me determinaba á cometerlos, y la sensibilidad se
excitaba en mis entrañas a la presencia de cualquiera
escena lastimosa.
Pero ¿qué tenemos con estas buenas cualidades si
no se cultivan? ¿Qué, con que la tierra sea fértil, si la
semilla que en ella se siembra es de cizaña? Eso era
cabalmente lo que me sucedía. Mi docilidad me servía
para seguir el ímpetu de mis pasiones y el ejemplo de
mis malos amigos; pero cuando lo veía bueno, pocas
veces dejaba de enamorarme la virtud, y si no me deter-
minaba á seguirla constantemente, n lo menos me sentía
inclinado á ello v me refrenaba mientras tenía el estí-
mulo á la vista.
Así me sucedió mientras tuve la compañía de don
Antonio, pues lejos de envilecerme ó contaminarme más
con el perverso ejemplo de aquellos presos ordinarios,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B.— 50.
&.
*■
t\ -...iüliaitt.fci,. . ■ ,. -j-' j-w."i..r' ... ."ií.-iilt .'J.-i. i,;¿.«.-."'»i-li_«t.v i-i'ii^i.:;'
198 PENSADOR MEXICANO
(|ue conocemos con el nombre de (jcntcdla, según me
acontoci"'» en el truquito, lejos de esto, digo, iba yo adqui-
riendo no sé que modo de pensar con honor, y no me
atrevía á asociarme con aquella broza por vergüenza de
mi amigo, y por la fuerza que me hacían sus suaves y
eficaces persuasiones. ¡Qué cierto es que el ejemplo de
un amigo honrado contiene, á veces, más que el pre-
cepto de un superior, y más si éste sólo da preceptos y
no ejemplos I
Pero como yo apenas comenzaba á ser aprendiz de
hombre de bien con los de mi buen compañero, luego
que me faltaron rodó por tierra toda mi conducta y
señorío, á la manera que un cojo irá á dar al suelo
luego que le falte la muleta.
Fué el caso que una mañana que estaba yo solo en
mi calabozo levendo en uno de los libros de don Antonio,
bajó éste de arriba, y dándome un abrazo, me dijo muy
alborozado :
— Querido don Pedro, ya quiso Dios, por fin,
que triunfara la inocencia de la calumnia, y que yo
logre el fruto de aquélla en el goce completo de mi
libertad. Acaba el alcaide de darme el correspondiente
boleto. Yo trato de no perder momentos en esta prisión
para que mi buena esposa tenga cuanto antes la compla-
cencia de verme libre y á su lado, y por este motivo
resuelvo marcharme ahora mismo. Dejo á usted mi
••• • V .
r
i
. OBRAS ESCOGIDAS 199
cama y esa caja con lo que tiene dentro para que se .
í"
sirva de ella entretanto la mando sacar de aquí, pero j
le encargo me la cuide mucho.
Yo prometí hacer cuanto él me mandara, dándole
los plácemes por su libertad y las debidas gracias por '
los beneficios que me había hecho, suplicándole que
mientras estuviera en México se acordara de su pobre
amigo Perico, y no dejara de visitarlo de cuando en
cuando. El me lo ofreció así, poniéndome dos pesos en
la mano, y estrechándome otra vez en sus brazos, me
dijo: — Sí, mi amigo... mi amigo... j pobre muchacho!
bien nacido y mal logrado... Adiós... — No pudo conte-
ner este hombre sensible y generoso su ternura: las
lágrimas interrumpieron sus palabras, y sin dar lugar á
que yo hablara otra, marchó dejándome sumergido en
un mar de aflicción y sentimiento, no tanto por la falta
que me hacía don Antonio, cuanto por lo que extrañaba
su compañía; pues en efecto, ya lo dije y no me cansaré :^
de repetirlo, era muy amable y generoso.
Aquel día no comí, y á la noche cené muy parca-
mente; mas como el tiempo es el paño que mejor enjuga
las lágrimas que se vierten por los muertos y los ausen-
tes, al segundo día ya me fui serenando poco á poco.
Bien es verdad que lo que calmó fué el exceso de mi
dolor, mas no mi amor ni mi agradecimiento.
Apenas los pillos mis compañeros me vieron sin el
200 PENSADOR MEXICANO
respeto de don Antonio y advirtieron que quedó de depo-
sitario de sus bienecillos. cuando procuraron granjearse
mi amistad, y para esto se me acercaban con írecuencia,
me daban cigarros cada rato, me convidaban á aguar-
diente, me preguntaban por el estado de mi causa, me
consolaban y hacían cuanto les sugería su habilidad por
apoderarse de mi confianza.
No les costó mucho trabajo, porque yo, como buen
bobo, decía: — No, pues estos pobres no son tan malos
como me parecieron al principio. El color bajo y los ves-
tidos destrozados no siempre califican á los hombres de
perversos, antes a veces pueden esconder algunas almas
tan honradas y sensibles como la de don Antonio; y
¿qut' sé yo si entre estos infelices me encontraré con
alguno que supla la falta de mi amigo?
Engañado con estos hipócritas sentimientos, resolví
hacerme camarada de aquella gentuza, olvidándome de
los consejos de mi ausente amigo, y lo que es más, del
testimonio de mi conciencia que me decía que, cuando no
en lo general, á lo menos en lo común, raro hombre
sin principios ni educación deja de ser vicioso y rela-
jado.
A los tres días de la partida de don Antonio, ya era
yo consocio de aquellos tunos, llevando con ellos una
familiaridad tan estrecha, como si de años atrás nos
hubiéramos conocido; porcjue no sólo comíamos, bebía-
',jj-<: -'^•^^"'^ i k-vr-. -^'^;a<^.-. ^. vV.'.w^^a^'-.
■'■*7..'^
?V ■ ■ f'-
'A.y
OBRAS ESCOGIDAS
201
mos y jugábamos juntos, sino que nos tuteábamos y
retozábamos de manos como unos niños.
Pero con quien más me intime fué con un mulatillo
gordo, aplastado, chato, cabezón, encuerado y demasia-
damente vivo y atrevido, que le llamaban la Afjuilifa, y
yo jamás le supe otro nombre, que verdaderamente le
convenía así por la rapidez de su genio como por lo
afilado de su garra. Era un ladrón astuto y ligerísimo;
pero de aquellos ladrones rateros, incapaces de hacer un
robo de provecho, pero capaces de sufrir veinticinco
azotes en la picota por un vidrio de á dos reales ó un
pañito de á real y medio. Era, en fin, uno de estos
macutenos ó cortabolsas, pero delicado en la facultad.
No se escapaba de sus uñas el pañuelo más escondido,
ni el trapo más bien asegurado en el tendedero. ¡Qué
tal sería, pues los otros presos, que eran también profe-
sores de su arte, le rendían el pórrigo, ^ le confesaban
la primacía y se guardaban de él como si fueran los
más lerdos en el oficio I
El mismo, haciendo alarde de sus delitos, me los
contó con la mayor franqueza, y yo le referí mis aven-
turas punto por punto en buena correspondencia, sin
ocultarle que así como á él por mal nombre le 11a-
' Plinio y otros autores usan la frase Herbam porrigere en boca del que confiesa
haber sido vencido. Por esto antiguamente en las escuelas y cátedras de gramática se
usó que los que habían dicho algún disparate, se hincasen ante el que se los corrigió,
diciéndole pórrigo Ubi, y á esto alude la frase poco usada hoy de rendir el pórrigo, que
para su inteligencia pareció necesario explicar en esta nota. E.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B. — 51.
202 PENSADOR MEXICANO
maban Afjuiltki, así á mí me decían Periquillo Sar-
niento.
No fué menester más que revelarle este secreto para
que todos lo supieran, y desde aquel día ya no me cono-
cían con otro nombre en la cárcel.
l'^ste fué, según dije, el gran sujeto con quien yo
trabé la más estrecha amistad. Ya se deja entender qué
ejemplos, qué consejos y qué beneficios recibiría de mi
nuevo amigo y de todos sus camaradas. Como de ellos.
Al plazo que dije ya habían concluido los dos pesos
que me dejó don Antonio, y yo no tenía ni qué comer
ni qué jugar. Es cierto que el amigo Aguilucho partía
conmigo de su plato, pero éste era tal que yo lo pasaba
con la mayor repugnancia, pues se reducía á un poco
de atole aguado por la mañana, un trozo de toro mal
cocido en caldo de chile al medio día y algunos alver-
jones ó habas por la noche, (juc ellos engullían muy
bien, tanto por no estar acostumbrados á mejores vian-
das como por ser éstas de las (jue les daba la caridad;
pero yo apenas las probaba. De manera que si no hubiera
sido por un bienhechor que se dignó favorecerme, perez-
co en la cárcel de enfermedad ó de hambre, pues era
seguro que si comía las municiones alverjonescas y el
toro medio vivo me enfermaría gravemente, y si no
comía eso, no habiendo otros alimentos, la debilidad
hubiera dado conmigo en el sepulcro.
•■JK- 1 " -i-
OBRAS ESCOGIDAS 203
Pero nada de esto sucedió; porque desde el cuarto
día de la ausencia de don Antonio me llevaron de la
calle un canastito con suficiente y regular comida, sin
poder yo averiguar de dónde, pues siempre que lo
preguntaba al mandadero sólo sacaba de éste que me
la daba un amigo, quien mandaba decir que no nece-
sitaba saber quién era,
Ea esta inteligencia, yo recibía el canastillo, daba
las gracias á mi desconocido benefactor y comía con
mejores apetencias y casi siempre en compañía del
Aguilucho ó de alguno de sus cofrades.
Mas como la amistad de éstos no era verdadera,
ni se dirigía á mi bien sino al provecho que esperaban
sacar de mí, no cesaban de instarme á jugar, y esto
lo hacían por medio de Aguilita, quien me decía á cada
cuarto de hora: — Amigo Perico, vamos á jugar, hombre;
¿qué haces tan triste y arrinconado con el libro en la
mano hecho santo de colateral? Mira, en la cárcel sólo
bebiendo ó jugando se puede pasar el rato, pues no hay
nada que hacer ni en qué ocuparse. Aquí el herrero,
el sastre, el tejedor, el pintor, el arcabucero, el batihoja,
el hojalatero, el carrocero y otros muchos artesanos,
luego que se ven privados de su libertad se ven tam-
bién privados de su oficio, y de consiguiente constituidos
en la última miseria ellos y sus familias en fuerza
de la holgazanería á que se ven reducidos, y los que
1
204 PENSADOR MEXICANO
no tienen oficio perecen de la misma manera; y así,
camarada, ya que no hay más que hacer, pasemos el
rato jugando y bebiendo mientras que nos ahorcan ó
nos envían á comer pescado fresco á San Juan de
Ulúa, ponjuc lo demás será quitarnos la vida antes
que el verdugo ó los trabajos nos la (juiten.
Acabó mi amigo su persuasiva conversación, y le
dije: — No pensé jamás que un hombre de tu pelaje
hablara tan razonablemente; porque la verdad, y sin
que sirva de enojo, los de tu clase no se explican en ma-
teria ninguna de ese modo. — Auntjue no es esa regla tan
general como la supones, me contestó, sin embargo,
es menester concederte que es así, por la mayor parte;
mas esa dureza é idiotismo (jue adviertes en los indios,
mulatos y demás castas, no es por defecto de su enten-
dimiento, sino por su ninguna cultura ni educación.
Ya habrás visto (jue muchos de esos mismos que no
saben hablar, hacen mil curiosidades con las manos,
como son cajitas, escribanías, monitos, matraquitas,
y tanto cachivache que atrae la afición de los muchachos
y aun de los que no lo son; pues lo más especial que
hay en el caso es el precio en que los venden» y la herra-
mienta con que los trabajan. El precio es poco menos
que medio real ó cuartilla, y la herramienta se reduce
á un pedazo de cuchillo, una tira de hoja de lata, y casi
siempre nada más.
■iv4;w¿- :
■. 1- . .:
OBRAS ESCOGIDAS 205
Esto prueba bien que tienen más talento del que
tú les concedes; porque si no siendo escultores, car-
pinteros, carroceros, etc., ni teniendo conocimiento en
las reglas de las artes que te he nombrado, hacen una
figura de un hombre ó de un animal, una mesa, un
ropero, un cochecito y cuanto quieren, tan bonitos y
agradables á la vista, si hubieran aprendido esos oficios,
claro es (jue harían obras perfectas en su línea.
Pues de la misma manera debes considerar que
si los dedicaran á los estudios, v su trato ordinario fuera
con gente civilizada, sabrían muchos de ellos tanto como
el (|ue más y serían capaces de lucir entre los doctos,
no obstante la opacidad de su color. ^ Yo, por ejemplo,
hablo regularmente el castellano, porque me crié al lado
de un fraile sabio, quien me enseñó á leer, escribir y
hablar. Si me hubiera criado en casa de mi tía, la tri-
pera, seguramente i\ la hora de ésta no tuvieras nada
que admirar en mí. ,
Pero dejemos estas filosofías para los estudiantes.
Aquí nada vale hablar bien ni mal, ser blancos ni prie-
1 Aún se acuerdan en esta ciudad de aquel negrito lego, pero poeta improvisador
y agudísimo, de quien entre muchas de sus repentinas agudezas, se celebra la que
dijo al sabio padre Samudio, jesuíta, con ocasión de preguntar éste al compañero si
nuestro negro, que iba cerca, era el mismo de quien tanto se hablaba; lo oyó éste y
respondió:
Yo soy el negrito poeta
Aunque sin ningún estudio,
Si no tuviera esta jeta
Fuera otro padre Samudio. .
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 52.
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^ w.:jfHA.Tiá»i' «
206 PENSADOR MEXICANO
tos, trapientos ó decentes: lo que importa es ver cómo
se pasa el rato y cómo se les pelan los medios á
nuestros compañeros; y así vamos á jugar, Periquillo,
vamos á jugar, no tengas miedo; á mí no me la dan
de malas en el naipe; de eso entiendo más que de cas-
trar monas, y en fin, amarro un albur á veinte cartas.
Conque vamos, hombre.
Yo le dije que iría de buena gana si tuviera dinero,
pero que estaba sin blanca. — ¡Sin blanca! exclamó
el Gerifalte. No puede ser. ¿Pues para qué quieres
esas sábanas ni esa colcha (jue tienes en la cama, ni
los demás trebejos que guardas en la cajita? A({uí el
presidente y otros de tan arreglada conciencia como él,
prestan ocho con dos sobre prendas, ó al valer, ó á
si chilla.
— El logro de recibir dos reales por premio de ocho
que se presten, lo dije, ya lo entiendo, y sé que eso se
llama prestar ocho con dos; pero en esto de la valedura
y del chillido no tengo inteligencia. Explícame qué cosas
son.
— Prestar al valer, me respondió, es prestar con la
obligación de dar el agraciado al prestador medio ó un
real de cada albur que gane, y prestar á si chifla, es
prestar con un plazo señalado, sin usura, pero con
la condición de que pasado éste, y no sacando la prenda,
se pierde ésta sin remedio, en el dinero que se prestó
OBRAS ESCOGIDAS 207
sobre ella, sin tener el dueño acción para reclamar las
demasías.
— Muy bien, dije yo; he quedado bien enterado en
el asunto, y saco por buena cuenta que, ya de uno, ya de
otro modo, está el empeñador muy expuesto á quedarse
sin su alhaja, y los tales logreros en ocasión próxima de
que se los lleve el diablo.
— Eso no te apure, dijo el Aguilucho, que se los
lleve ó no. ¿qué cuidado se te da? ¿Acaso tú los pariste?
El caso es que nos habiliten con monedas para jugar, y
por lo demás allá se las avenga.
— Todo está bueno, hermano, pero si esas prendas
no son mías, ¿cómo las puedo empeñar? — Con las
manos, decía mi gran amigo, y si no quieres hacerlo
tú yo lo haré, que sé muy bien quién presta y quién
no en nuestra casa. Lo que te puede detener es lo
que responderás á don Antonio cuando venga por ellas,
¿no es eso? Pues mira; la respuesta es facilísima, natu-
ral y que debe pasar á la fuerza, y es decir que te roba-
ron. No pienses que don Antonio lo ha de dudar, porque
á él mismo le hemos robado yo y otros no tan asim-
plados como tú; y así es preciso que él se acuerde y
diga: si á mí, que era dueño de lo mío, me robaban,
¿cómo no han de robar á este tonto, nuevo y que no
ha de cuidar lo mío tanto como yo propio?
Fuera de que, aun cuando no discurriera de este
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' -^uyuu 'jr.-sj-
208 PENSADOR MEXICANO
modo, sino que pensara que era trácala tuya, ¿qué te
había de hacer? Ya estás en la cárcel, hijo; ni más
adentro, ni más afuera.
Pero no tengas cuidado de que lo sepa, aunque
vendas hasta los bancos públicamente, pues a(juí todos
nos tapamos con una frazada, ^ y no te descubriéramos,
si el diablo nos llevara.
— Yo creo cuanto me dices, le contesté; pero mira,
ese sujeto es un buen hombre; ha hecho confianza de
mí; se ha dado por mi amigo y lo ha manifestado
llenándome de favores. ¿Cómo, pues, es posible que yo
proceda con él de esa manera?
— ¡Qué animal eres! decía el Gavilán; lo primero,
que esa amistad de don Antonio era por su convenien-
cia, por tenei- con quién platicar, y porque con nos-
otros no tenía partido por mono, ridículo y misterioso:
lo segundo, que ya embriagado con su libertad, no se
acordará en la vida de estos (ilichcs, ' así como no se ha
acordado en cuatro días que há que salió: lo tercero,
(jue en caso (jue se acuerde es fuerza que crea la dis-
culpa sin hacerte cargo del robo: y lo cuarto y último,
que eso no se llama agraviar á los amigos, pues tú no le
haces ningún agravio, ni le (juitas su mujer, ni su cré-
dito, ni sus intereses, ni le das una puñalada, ni le
' l-'rase familiar con la que se da á entender que dos ó más se disculpan mutua-
mente, encubriendo asi sus picardías ó manejos comunes. E.
* Trapos viejos y hechos pedazos. E.
i
OBRAS ESCOGIDAS 209
haces ninguna injuria á sus sabiendas. Le vendes una
que otra friolerilla por pura necesidad y sin que lo sepa;
lo que es señal de grande amistad. Si le hicieras algún
daño cierto de que lo había de saber, era señal de que le
querías agraviar: pero venderle cuatro trapos, seguro
de que no lo sabrá, es la prueba más incontestable de
que le quieres bien, lo que puede aquietar tu interior. f
Finalmente, tanto hizo y dijo el picaro mulatillo, 4
que yo, que poco había menester, me convencí y empeñé
en cinco pesos unos calzones de paño azul muy buenos,
con botones de plata, que había en la caja, y nos fuimos
á poner el montecito sin perder tiempo.
Como moscas á la miel, acudieron todos los pillos
enírazadados á jugar. Se sentaron á la redonda, y co- \i
menzó mi amigo á barajar, y yo á pagar alegremente.
En verdad que era fullero el Aguilucho, pero no tan
diestro como decía; porque en un albur que iba intere-
sado con cosa de doce reales, hizo una deslomada tan
tosca y á las claras, que todos se la conocieron, y comen-
zando por el dueño de la apuesta, amparándolo sus
amigos, y al montero los suyos, se encendió la cosa de
tal modo que en un instante llegamos á las manos, y
hechos un nudo unos sobre otros, caímos sobre la car-
peta del juego, dándonos terribles puñetes, y algunos de
amigo, pues como estábamos tan juntos y ciegos de
la cólera, los repartíamos sin la mejor puntería, y solía-
PERigUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 53.
1
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•^St^ aii.iS^\¡-r^isiatí¡ií¿r^jL¿i-^Í
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210 PENSADOR MEXICANO
mos dar el mejor mojicón al mayor amigo. A mí, por
cierto, me dio uno tan feroz el Aguilucho, que me bañó
en sangre, y l'ué tal el dolor que sentí, (jue pensé que
había escupido los sesos por las narices.
El alboroto del patio fué tan grande, que ni el presi-
dente podía contenerlo con su látigo, hasta que llegó el
alcaide, y como no era de los peores, nos sosegamos por
su respeto.
Luego que nos serenamos, y estando yo en mi
departamento, me fué á buscar mi compañero el Agui-
lucho, quien, como acostumbrado á estas pendencias en
la cárcel v fuera de ella, estaba más fresco que vo, v así
con mucha sorna me preguntó cómo me había ido de
campaña. — De los diablos, le respondí; todos los dientes
tengo llojos y las narices quebradas, siendo lo más sen-
sible para mí que tú fuiste quien me hizo tan gran favor.
— Yo no lo sé, dijo el mulatillo: pero no lo niego,
que cuando me enojo no atiendo cómo ni á quién repar-
to mis cariños. Ya viste que aquellos malditos casi
me tenían con la cara cosida contra el suelo, y así yo no
veía á d('»nde dirigía la mano. Sin embargo, perdóname,
hermano, que no lo hice á mal hacer. ¿Y es mucha la
sangre que has echado? — No había de haber sido tanta,
le respondí, sobre que hasta desvanecido estoy. — No le
hace, añadió él. Sábete que no hay mal que por bien no
venga., y regularmente un trompón de estos bien dado,
. rXv-.^'^'-rssír •" - ■ ' r - ■ i.wwut-T?. '* ■'í.^jk^-
OBRAS ESCOGIDAS 211
de cuando en cuando, es demasiado provechoso á la
salud; porque son unas sangrías copiosas y baratas que
nos desahogan las cabezas y nos precaven de una fiebre.
— Maldito seas tú y tu remedio condenado, le dije; y
será mejor que en la vida no me apliques otra semejante
sangría. Pero dime: ¿cómo salimos de monedas? Porque
será la del diablo que después de sangrados y magullados
hayamos salido sin blanca.
— Eso sí que no, me respondió mi camarada, las
tripas hubiera dejado en manos de mis enemigos primero
que un real. Luego que vi que nos comenzamos á enojar,
procuré afianzar la plata, de suerte que cuando el general
tocó á embestir, ya los medios estaban bien asegurados.
— ¿Y dimde? le pregunté; porque tú no tienes
chupa, ni camisa, ni calzones, ni cosa (jue lo valga,
¿conque dónde los escondiste tan presto? — En la pretina
de los calzones blancos, me contestó, y entre el ceñidor,
y por acabar esa maniobra, me pusieron como viste, que
si desde el principio del pleito me cogen con ambas
manos trancas, otro gallo les cantara á esos tales; pero
no somos viejos y sobran días en el año.
— Vaya, deja esos rencores, le dije; á ver lo que me
toca, porque ya me muero de hambre y quisiera mandar
traer de almorzar. — Ya está corrida esa diligencia, me
contestó el Aguilucho, y por señas que ahí viene tío
Chepito, el mandadero, con el almuerzo.
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1- - í^ - : •*™r.^^.'':7'»«°^
212 PENSADOR MEXICANO
En efecto, llegó el viejecito con una canasta bien
habilitada de manitas en adobo, cecina en tlemole, pan,
tortillas, fríjoles y otras viandas semejantes. Llamó el
Aguilón á sus camaradas, y nos pusimos todos en rueda
á almorzar en buena paz y compañía; pero en medio de
nuestro gusto nos acordábamos del pulquillo, y su falta
nos entristecía demasiado: mas al fin se suplió con
aguardiente de caña , y fueron tan repetidos los brindis,
que yo, como poco <'» nada acostumbrado á beber, me
trastorné de modo que no supe lo que sucedi(') después,
ni cómo me levanté de allí. Lo cierto es que á la noche,
cuando volví en mí, me hallé en mi cama, no muy
limpio y con un fuerte dolor de cabeza; y de esta manera
me desnudé y procuré volver á dormir, lo que no me
costó poco trabajo.
virr, -•; ;. •::"»f^c'%. ' v'iíE.í^; '.''.*^ v'rrw^í'T^í**^
CAPITULO IX
En el que Periquillo da razón del reboque
le hicieron en la cárcel ; de la despedida de don Antonio;
de los trabajos que posó, y de otras cosas que tal
vez no desagradarán á los lectores
Luego que amaneció se levanta-
ron los presos de mi calabozo, y yo
el último de todos, aunque con bastante hambre, como
que no había cenado en la noche anterior. Mi primera
diligencia l'ué ir á sacar una tablilla de chocolate para
desayunarme; pero ¡cuál fué mi sorpresa, cuando bus-
cando en mi bolsa la llave de la cajita, no la hallé
en ella, ni debajo de la almohada, ni en parte alguna,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 54.
-JTfXfl-" ■• ■ - , . • . .- • --y.y T ;7.-».-*--N-
214 PENSADOR MEXICANO
y hostigado de mi apetencia, rompí la expresada caja y
la encontré limpia de todo el ajuar de don Antonio,
al que yo miraba con demasiado cariño! Confieso que
estuve á pique de partirme la cabeza contra la pared
de rabia y desesperación, considerando la realidad del
suceso, esto es, (jne los mismos compañeros, luego que
me vieron borracho, me sacaron la llavecita de la bolsa
y despabilaron cuanto la infeliz depositaba.
Yo acertaba en el juicio, pero no podía atinar con el
ladr(')n. ni recabar el robo, v esto me llenaba de más
cólera: por manera que no me detenía en advertir los
funestos resultados que trae consigo la embriaguez, pues
adormeciendo las potencias y embargando los sentidos,
constituye al ebrio en una clase de insensibilidad, (jue lo
hace casi semejante á un leño; y en este miserable estado,
no sólo está propenso á que lo roben . sino á (jue lo
insulten y aun lo asesinen, como se ha visto por repe-
tidos ejemplares.
En nada menos pensaba yo (jue en esto, lo que me
•hubiera importado bastante pai-a no haber contraído este
horroroso vicio, como lo contraje, auuíjue no con mucha
frecuencia.
Suspenso, triste, cabizbajo y melancólico estaba yo
sentado en la cama rovéndome las uñas, mirando de
liito en hito la pobre caja limpia de polvo y paja, maldi-
ciendo á los ladrones, echando la culpa á éste y al otro, y
■.rv;:.>7íí^v '•-'': f',.'^;^TCT,>.->»'v»'v'
OBRAS ESCOGIDAS 215
sin acordarme ya del chocolate para nada; bien que,
aunque me acordara en aquel acto, ¿de qué me habría
servido, si no había quedado ni señal de que había
habido tablillas en la caja?
Estando en esta contemplación llegó mi camarada
el Aguilucho, quien con una cara muy placentera me
saludó y preguntó que cómo había pasado la noche.
A lo (jue yo le dije: — La noche no ha estado de lo
peor; pero la mañana ha sido de los perros. — ¿Y por
qué, Periquillo? — ¿Cómo por qué? le dije, porque me
han robado. Mira cómo han dejado la caja de don An-
tonio.
Asomóse el Aguilucho á verla y exclamó como las-
timado de mi desgracia: — En verdad, hombre, que está
la caja más vacía (|ue la que llamaba don Quijote yelmo
de Mambrino. ¡Qué diablura! ¡Qué picardía! ¡Qué infa-
mia! A mí no me espanta que roben, vamos, si yo soy
del arte ¿cómo me he de escandalizar por eso? Lo que
me irrita es que roben á los amigos, porque, no lo
dudes, Periquillo, en el monte está quien el monte
quema. Sí, seguramente que los ladrones son de casa, y
yo jurara que fueron algunos de los mismos picaros que
almorzaron ayer con nosotros. Si yo hubiera olido sus
intenciones, no sucede nada de esto; porque no me
hubiera apartado de tí, y no que. deseoso de desquitarme
de lo que gasté, fui á jugar con el resto que nos quedó, y
216 PENSADOR MEXICANO
se nos arrancó de cuajo; pero no te apures, que otro día
será mañana.
— Conque según eso, le dije, ¿ni para el desayuno te
ha (luedado? — ¡Qué desayuno ni qué talega, me con-
testó, si anoche me acosté sin un cigarro I Pero díme:
¿(jiié fué lo que se llevaron de la caja? — Una friolera, le
dije: dos camisas, un par de calzoncillos, unas botas,
unos zapatos buenos, unos calzones de tripe, dos pañue-
los, unos libros, mi chocolate... últimamente, todo. —
¡Qué bribonada 1 decía el mulatillo; yo lo siento, her-
mano, y andaré listo por todos los calabozos y entresue-
los, á ver si rastreo algo de eso que has dicho, que con
una hilacha que encontremos, pierde cuidado, todo pare-
cerá; pero por ahora no te achucharres, enderézate,
levanta la cabeza, párate, ^ vamos, sal acá luera y seré-
nate, que no estamos hechos de trapos; más se perdió
en el diluvio y todo fué ajeno, como lo (|ue tú has
perdido. Conijue anda, Periquillo, vén, no seas tonto, te
desayunarás.
Queriendo que no queriendo, me levanté deseoso del
desayuno prometido. Fuimos al calabozo del presidente,
con quien habló el Aguilucho como en secreto. Abrió el
c<')mitre una caja, y cuando yo pensé que iba á sacar una
tablilla ó dos, y alguna torta de pan, vi que sacó una
' Esto es, ponte en pie, levántate. Es comunísimo este provincialismo entre nos-
otros, aunque el verbo pararse no tiene tal acepción ó significación en castellano. E.
OBRAS ESCOGIDAS 217
botella y un vaso y le echó como medio cuartillo de
aguardiente, el que tomó mi camarada y lo pasó de su
mano á la mía diciéndome: — Toma, Periquillo, haz la
mañana. — Hombre, le dije, yo no sé desayunarme si no
es con chocolate. — Pues éste es chocolate, me contestó;
lo que sucede es que el que tú has bebido otras veces es
de metate y éste es de clavija; pero, hijo, cree que éste es
mejor, porque fortalece el estómago y anima la cabeza...
anda, pues, bebe, que el señor presidente está esperando
el vaso.
Con ésta y semejantes persuasiones me convenció, y
entre los dos dimos vuelta al medio cuartillo, subiéndo-
seme la parte que me tocó, más presto de lo que era
menester; pero por fin, con tan ligero auxilio, á las dos
horas ya estaba yo muy contento y no me acordaba de
mi robo.
Así pasamos como quince días dándole yo al Agui-
lucho qué comer, y él dándome que beber en mutua
y recíproca correspondencia; bien es verdad que cada
instante me decía que vendiéramos ó empeñáramos las
sábanas y colcha de la cama; pero no lo pudo conseguir
de mí por entonces, porque le juré y rejuré que no las
vendería por cuanto había en este mundo, y para mejor
cumplirlo se las llevé al presidente rogándole que me las
guardara para cuando su dueño las mandara llevar á
su casa.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B —55.
-■ i^'-r »-v;
-.^:
218 PENSADOR MEXICANO
El dicho presidente me hizo el favor de guardarlas,
y yo me quede sin más abrigo que mi zarapillo, con
lo que perdió el taimado de mi buen amigo las espe-
ranzas de tener parte en ellas; mas no por eso se dio por
sentido conmigo, ya porque era de los (jue no tienen
vergüenza, y ya porque no le tenía cuenta ser delicado y
perder la coca de mi convite al medio día, á cuya hora
jamás faltó de mi lado, pues la comida que mi incógnito
bienhechor me enviaba provocaba á cortejarla, así por su
sazón como por su abundancia, no digo al tosco paladar
del Aguilucho, sino á otros más exquisitos.
Yo conceptué que el tal picaro había sido el princi-
pal agente de mi robo, como fué en efecto, pero no me
di por entendido, porque consideré que me daba á odiar
demasiado entre aquella gente, y al fin más fácil sería
sacar un judío de la Inquisición que un real de lo que
ellos tendrían ya hasta digerido.
Con este disimulo fuimos pasando, recibiendo yo de
tragos de aguardiente los bocados que le daba al Gavilán.
Un día que estaba yo espulgando mi sucia y andra-
josa camisa me llamaron para arriba. Subí corriendo,
creyendo que fuera para alguna diligencia judicial; pero
no fué el escribano quien me llamó, sino mi buen amigo
don Antonio y su esposa, que tuvieron la bondad de
visitarme.
Luego que me vio, me abrazó con demasiado cariño,
OBRAS ESCOGIDAS
219
y su esposa me saludó con mucho agrado. Yo, en medio
del gusto que tenía de ver á aquel verdadero y generoso
amigo, no dejé de asustarme bastante considerando que
iba por sus trastos y yo había de darle las cuentas del
gran capitán; pero don Antonio me sacó pronto del
cuidado, pues á pocas palabras me dijo que ¿por qué
estaba tan sucio y despilfarrado? — Porque ya sabe usted,
le contesté, que no tengo otra cosa que ponerme. —
¿Cómo no? dijo mi amigo, ¿pues qué se ha hecho la
ropita que dejé en la caja? — Túrbeme al oir esta pre-
gunta, y no pude menos que mentir con disimulo, pues
sin responder derechamente á la pregunta, le signifiqué
que no la usaba por no ser mía, diciéndole con miedo,
que él supuso efecto de vergüenza: — Como esa ropa no
es mía, sino de usted... — No. señor, interrumpió don
Antonio; es de usted y por eso la dejé en su poder.
Úsela norabuena. Le encargue que me la guardara por
experimentarlo; pero pues la ha sabido conservar hasta
hoy, úsela.
La alma me volvió al cuerpo con esta donación,
aunque en mi interior me daba á Barrabás reflexio-
nando que si él me exoneraba de la responsabilidad de
la ropa, ya los malditos ladrones me habían embarazado
el uso. Pregúntele si había de llevar su cama, para
ir á disponerla; y me dijo que no, que todo me lo daba.
Agradecíle como era justo su afecto y caridad, con-
■5-
■A(Á'J. .-'..
r'-J^:,.yj^'Uv%J^iir^\^:.
220 PENSADOR MEXICANO
tándole á la señorita los favores que debía á su marido
y desatándome en sus elogios: pero él embarazó mi
panegírico refiriéndome como luego (|ue salió de la
cárcel fué á ver á su esposa, quien ya le tenía una
carta cerrada que le había llevado un caballero, encar-
gándole que luego que la viera fuera á su casa, pues
le importaba demasiado; que habiéndolo hecho así, supo
por boca del mismo individuo, (jue era el primer albacea
del marquc's, quien le suplic*') encarecidamente no cesase
hasta sacar á don Antonio de la prisión; que le pidiese
perdón otra vez en su nombre, y á su esposa, de todos
sus atentados, y que se le diesen do contado ocho mil
pesos, tanto para compensarle su trabajo, cuanto para
resarcirle de algún modo los perjuicios que le había infe-
rido, y que á su esposa se le diese un brillante cercado
de rubíes, que lo tenía destinado para precio de su lubri-
cidad, en caso de haber accedido á sus ilícitas seduc-
ciones; pero que habiendo experimentado su fidelidad
conyugal se lo donaba de toda voluntad como corto
obsequio á su virtud, suplicando á ambos lo perdonasen
y encomendasen á Dios.
Don Antonio y su esposa me mostraron el cintillo,
que era alhaja digna d(^ un marques rico; pero los dos
se enternecieron al acabar de contarme lo (jue he escrito,
añadiendo la virtuosa joven: — Cuando advertí las malas
intenciones de ese caballero, y vi cuánto tuvo que pade-
— •^'--•É''^lliÉi«naiini 'r''it' ii " ' ^ál¿¿ ^^.«-a,^ i.\L:t¿.-j^ -<■.-&» i^'>«.i.«-j»->t>
.. -• : ■«B^'"";.''
OBRAS ESCOGIDAS
221
cer Antonio por su causa, lo aborrecí y pensé que m¡
odio sería eterno; pero cuando he visto su arrepenti-
miento y el empeño con (jue murió por satisfacernos,
conozco que tenía una grande alma, lo perdono y siento
su temprana muerte.
— Haces muy bien, hija, en pensar de esa manera,
dijo don Antonio, y lo debemos perdonar aun cuando no
nos hubiera satisfecho. El marqués era un buen hombre;
¿pero qué hombre, por bueno que sea, deja de tener
pasiones? Si nos acordáramos de nuestra miseria sería-
mos más indulgentes con nuestros enemigos, y remiti-
ríamos los agravios que recibimos con más facilidad;
pero por desgracia somos unos jueces muy severos para
con los demás; nada les disculpamos, ni una inadver-
tencia, ni una equivocación, ni un descuido, al paso que
quisiéramos que á nosotros nos disculparan en todas
ocasiones.
En estas pláticas pasamos gran rato de la mañana,
preguntándome sobre el estado de mi causa, y que si
tenía qué comer. Díjele que sí, que todos los días me
llevaban una canasta con comida, cena, dos tortas de
pan y una cajilla de cigarros, que yo lo recibía y lo
agradecía; pero que tenía el sentimiento de no saber
á quién, pues el mozo no había querido decirme quién
era mi bienhechor.
— Eso es lo de menos, dijo don Antonio, lo que
/ PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 56.
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222 PENSADOR MEXICANO
importa es que continúe en su comenzada caridad, que
espero en Dios que sí continuará.
Diciendo esto, se levantaron despidiéndose de mi%
y añadiendo don Antonio, que al día siguiente saldrían
de esta capital para Jalapa, á donde podría yo escri-
birles mis ocurrencias, pues tendrían mucho gusto en
saber de mí, y que si salía de la prisión y quería ir por
allá, supuesto que era soltero, no me faltaría en qué
buscar la vida honradamente por su medio.
No era don Antonio, como habéis visto, de los
amigos (jue toda su amistad la tienen en el pico: él
siempre confirmaba con las obras cuanto decía con las
palabras, y así, luego que concluyó lo que os dije, me
dio diez pesos, y la señorita su esposa otros tantos, y
repitiendo sus abrazos y finas expresiones se despi-
dieron de mí con harto sentimiento, dejándome más
triste que la primera vez, porque me consideraba ya
absolutamente sin su amparo.
No dejó el Aguilucho de estar en observación de
lo que pasaba con la visita, y ni pestañeaba cuando se
despidieron de mí mis bienhechores, y así vio muy bien
el agasajo que me hicieron, y se debió de darlas albri-
cias como que se juzgaba coheredero conmigo de don
Antonio.
Luego que éste se fué, me bajé para mi calabozo
bastante confundido; pero ya me esperaba en él mi
' ■ , ■ ■-"■■.■■.■'■'' . '■ "
OBRAS ESCOGIDAS 223
amigo carísimo el Aguilucho, con un vaso de aguar-
diente y un par de chorizones, que no sé de dónde los
mandó traer tan pronto, y sin darse por entendido de
que había estado alerta sobre mis movimientos, me
dijo: — ¡Vamos, Periquillo, hijo! ¿Que me hayas tenido
sin almorzar hasta ahora por esperarte? ¡Caramba, y
qué visita tan larga! Si á mano viene sería don Antonio
que te vendría á cobrar sus cosas. ¿Qué tal? ¿Cómo
saliste? ¿Creyó el robo? — Yo salí bien y mal, le res-
pondí.— Bien, porque mi buen amigo, no sólo no me
cobró nada de lo que dejó á mi cuidado, sino que me
lo dio todo, y unos cuantos duros de socorro; y me fué
mal, porque pienso que éste será el último auxilio que
tendré, pues él mañana sale para su tierra con su
familia, y á más de que siento su ausencia como amigo,
lo he de extrañar como bienhechor.
— Dices muy bien, y harás muy bien de sentirlo,
dijo el Gavilán al pollo tonto, porque de esos amigos
no, no se hallan todos los días; pero ¡cómo ha de ser!
Dios es grande y á nadie crió para que se muera de
hambre. Que mal que bien, tú verás cómo no te falta
nada conmigo. Soy un pobre moreno; mas, hermano,
aunque yo lo diga, el color me agravia; pero soy buen
amigo, y arañaré la tierra porque no te falte nada. No
sé si me verías allá arriba cuando estabas con tu visita.
No te lo quería decir, por eso me hice disimulado
,t" íi-¿. ; - ^\-
' ."siía-f':* -■" V-^s:i '.*'%V»
224 PENSADOR MEXICANO
ahora que bajaste: pero subí luego que supe que quien
te llamaba era don Antonio, por prevenir los testigos
en caso (jue te cobrara y tú te acortaras; mas así que
al despedirse te abrazó, perdí el cuidado con que me
tenías y bajó á prevenirte este bocadito, y si no te gusta,
te mandaré traer otra cosita, que todavía tengo aquí
cuatro reales que acabo de ganar al rentoy. ¿Los has
menester? Tómalos. — No, hermano, le dije, Dios te lo
pague; por ahora estoy habilitado.
— No te pregunto cuántos años tienes, decía el
negrillo, sino (jue .si los has menester gástalos, y si
no tíralos; pero sábete que yo siento más un desprecio
de un amigo que una puñalada. Si no fueras mi amigo
ni yo te estimara tanto como te estimo, seguro está que
no te ofreciera nada.
— Te lo agradezco, Aguilita, le respondí; pero
no es desprecio, sino que por ahora estoy bastantemente
socorrido. — Pues me alegro infinito de tus ventajas
como si yo las disfrutara, me respondió. ¡Pero mira
qué chorizoncitos tan sabrosos I Come...
Es la lisonja astuta, y como tal se introduce al
corazón por los oídos más prevenidos y circunspectos,
¿cómo no se introduciría por los míos incautos y no
acostumbrados á sus malicias? En efecto, yo quedé
prendadísimo del negrito, y mucho más cuando después
de repetir los brindis á menudo, me dijo con la mayor
«í • -tr^' ■
OBRAS ESCOGIDAS 225
seriedad: — Amigo Periquillo, yo soy amigo de los
amigos y no de su dinero. Acaso tú lo dudarás de mí
porque me ves enredado en esta picha y sin camisa;
pero te voy á dar una prueba que debe dejarte satis-
fecho de mi verdad.
Ya hemos tomado más de lo regular, especialmente
tú que no estás acostumbrado al aguardiente. No digo
que estás borracho, pero sí sara^oncito. Temo no te
cargues más y te vaya á suceder lo que el otro día, esto
es, que te acabes de privar y te roben esc dinero de
la bolsa; porque aquí, hijo, en tocando al pillaje, el
que menos corre vuela, y en son de una Águila hay
un sinnúmero de gavilanes, gerifaltes, halcones y otras
aves de rapiña; y así me parece muy puesto en razón
que vayamos á dar á guardar esos medios que tienes al
presidente, pues dándole una corta galita, porque no
da paso sin linterna, te los asegurará en su baúl y
tendrás un peso ó dos cuando los hayas menester, y
no que disfruten de tu dinero otros picaros que, no sólo
no te lo agradecerán, sino que te tendrán por un sal-
vaje, pues no escarmentaste con la espumada que te
dieron no mucho hace.
Agradecíle su consejo, no previniendo la finura de
su interés, y fui con él á buscar al presidente, á quien
entregué peso sobre peso los veinte que acababa de
recibir.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 57.
■L 'i. ■■■.''
•^C ,- ' . ■ ■ . • ' -■■'-», _; -u*, : --r;-- J^
226 PENSADOR MEXICANO
Concluida esta diligencia, me dijo mi grande amigo
que fuera á esperarlo al calabozo, que no tardaba.
Yo lo obedecí puntualmente, y sentándome en la
cama, decía entre mí: — \o hay remedio, este es un negro
fino; su color le agravia, como él dice; hasta hoy no
he conocido lo que me ama; á la verdad, es mi amigo
y digno de tal nombre. Sí, yo lo amaré, y después de
don Antonio, lo preferiré á cualesquiera otros, pues
tiene la cualidad más recomendable que se debe apetecer
en los que se eligen para amigos, que es el desinterés.
En estos equivocados soliloquios estaba yo, cuando
entró mi camarad?. con cigarros, chorizones y aguar-
diente, y me dijo: — Ahora sí. hermano Perico, podemos
chupar, comer y beber alegres con la confianza de que
tus realillos están seguros.
Así lo hice sin haber menesteT muchos ruegos,
hasta que en fuerza de la repetición de tragos me quedé
dormido. Entonces mi tierno amigo me puso en la cama,
teniendo cuidado de soplarse la comida que me tra-
jeron.
Á la tarde desperté más fresco, como que ya se
habían disipado los vapores del aguardiente, y el Agui-
lucho, comenzando á realizar sus proyectos, me hizo
sacar los calzones empeñados, diciéndome era lástima se
perdieran en tan poco dinero. Su fin era aprovecharse
de mis mediecillos poco á poco, valiéndose para esto
'SS^.-.y ::. ^. ■■- ■ :■■ - . ^ -■,;-.--.-■;.._- , , ._.'•--'■■,■. . w^«.
OBRAS ESCOGIDAS 227
de las repetidas lisonjas que me vendía, y con las que
me aseguraba que todo cuanto me aconsejaba era para
mi bien; y así por mi bien me aconsejó que sacara
los calzones, que pidiera la ropa de la cama que había
dado á guardar y los mediecillos que tenía depositados;
y por mi bien, pues, deseando mis adelantos, 'según
decía, me provocó á jugar, se compactó con otro y me
dejaron sin blanca dentro de dos días, y dentro de ocho
sin colcha ni colchón, sábanas, caja ni zarape.
Ya que me vio reducido á la última miseria, fingió
no sé qué pretexto para reñir conmigo y abandonar
mi amistad enteramente. Concluido este negocio, sólo
trató de burlarse de mí siempre que podía. Efecto propio
de su mala condición, y justo castigo de mi imprudente
confianza.
Es verdad que el frío que se me introducía por los
agujeros de mis trapos, los piojillos que anidaban en
las hilachas, la tal cual vergüenza que me causaba mi -^
indecencia, la ingratitud dé los amigos, en especial del
Aguilucho, y la dureza con que el suelo me recibía Vi
por la noche, eran suficientes motivos para que yo . í
estuviese lleno de confusión y tristeza; sin embargo, .
algo calmaba esta pasión al medio día cuando me llegaba
el canastito y satisfacía mi hambre con algún bocadito
sazonado; pero después que hasta esto me faltó, porque
dejó de venir el cuervo al medio día sin saber la causa,
«
■ • '.-j./íjinfr' ' -•..'.;:, -*■• ' ' " .• ■■■■ ;, -.'^■T'-,^>'^'í«^'^ís»<5r-
228 PENSADOR MEXICANO
me daba á Barrabás y á todo el infierno junto, maldi-
ciendo mi imprudencia y falta de conducta, mas á mala
hora.
Desnudo y muerto de hambre sufrí algunos cuantos
meses más de prisión, en los cuales me puse en la espina
como suele decirse; porque mi salud se estragó en tér-
minos que estaba demasiado pálido y flaco, y con sobrada
causa, porque yo comía mal y poco, y los piojos bien y
bastante, como que eran infinitos.
Después de estas penalidades y miserias que tenía
que tolerar por el día, seguía, como acabé de apuntar, el
terrible tormento que me esperaba por la noche con mi
asperísima cama, pues ésta se reducía á un petate viejo
harto surtido de chinches y nada más, porque nada más
había que supliera por almohada, sábanas y colcha que
mis antecedentes aram.beles, los que sensible y pronta-
mente se iban disminjuyendo á mi vista, como que traba-
jaban sin intermisión de tiempo.
Considerad, hijos míos, á vuestro padre qué noches
y qué días tan amargos viviría en tan infeliz situación;
pero considerad también que á estos y á peores abati-
mientos se ven los hombres expuestos por picaros y des-
cabezados. Ya en otra parte os he dicho que el joven
cuanto es más desarreglado, tanto más propenso está á
ser víctima de la indigencia y de todas las desgracias de
la vida; al paso que el hombre de bien, esto es, el de una
BOlTíir*?- ^íTrT*
OBRAS ESCOGIDAS 229
conducta moral y religiosa ^ tiene un escudo poderoso
para guarecerse de muchas de ellas. Tal es la que os
acabo de repetir. Pero dejemos á los demás que hagan
lo que quieran de su conducta y volvamos á atar el hilo
de mis trabajos.
De día^ me era insoportable la hambre y la desnu-
dez, y de noche la cama y falta de abrigo, sin el que me
hubiera quedado todo el tiempo que duré en la cárcel,
si no hubiera sido por una graciosa contingencia, y fué
ésta.
Un pobre payo que estaba también preso, se llegó
á mí una mañana que estaba yo en el patio esperando á
que llegara el sol á vengarme de las injurias de la fría
noche, y me dijo: — Mire, señ'or, yo quero decirle un
asunto, para que me saque de un empeño, pagando lo
que /wcrc. Pues... pero mire que no «/í^íto que lo sepa
ninguno de los compañeros, porque son muy burlistas.
— Está muy bien, le respondí; diga usted lo que quiera,
' i Oportuna reflexión de Periquillo ! Algunos equivocan las ¡deas de la hombría de
bien con las del lujo y del dinero, y en su concepto esta palabra hombre de bien, equi-
vale á rico ó semirrico; asi como la de pobre la juzgan limosna de picaro, de manera
que, según estos falsos principios, no es mucho que deduzcan unos disparates como
estos: Pedro es rico, tiene dinero, anda decente; luego es hombre de bien. Juan es .
pobre, no tiene destino, anda trapiento; luego es un picaro. ¡Consecuencias absurdas é
ideas torpísimas que no debían tener lugar en el entendimiento de los hombres! Si una
conducta arreglada á la sana moral es el testimonio más seguro que califica la verda-
dera hombría de bien, ¿quién duda que ésta muchas veces se observa en los pobres, asi
como suele faltar en los que no lo son? Evidente prueba de que el brillo ó la opacidad
de la persona no son termómetros seguros para graduar el carácter de los hombres.
Es verdad que el relumbrón ó la miseria son muchas veces el premio ó castigo de
nuestro buen ó mal proceder; pero esta observación padece tantas excepciones, que
no se puede adoptar como regla infalible.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 58.
(^ ■--í,>>4l-'í«' %:r_ .;" ,,...•...•, 'i-i, •.-¥:^\¿r^
230 PENSADOR MEXICANO
que yo le serviré de buena gana y con todo secreto. —
Pues ha de saber usted que me llamo Cemeterio Cosco-
jales...— Eleuterio dirá usted, le interrumpí, ó Emeterio,
porque Cemeterio no es nombre de santo.
— Axcan, dijo el payo, una cosa ansí me Hamo, sino
(jue con mis cuidados ni atino á veces con mi nombre;
pero en fin, ya, señor, lo sabe, vamos al cuento. Yo soy
de San Pedro Kzcapozaltongo, (|ue estará de esta ciudá
como diez y ocho leguas. Pues señor, allí vive una mu-
chacha (jue se llama Lorenza, la hija del tío Diego Terro-
nes, ¡errador y curador de caballos de lo que hay poco.
Yo, andando días y viniendo días, como su casa estaba
barda con barda de la mía, y el diablo (jue no duerme,
hizo que yo me enamorara de recio de la Lorenza sin
poderlo remediar; porque ¡ah, señor! qué diache de
muchacha tan bonita, pues mírela que es alta, gorda y
derecha como una poroto , ó á lo menos como un encino;
carirredonda, muy colorada, con sus ojos pardos y sus
narices grandes y buenas; no tiene más defeuto sino
que es media bizca y le faltan dos dientes delanteros, y
eso porijue se los tiró un macho de una coz, porque ella
se descuido y no le tuvo bien la pata un día que estaba
ayudando á su señor padre ájerrorlo; pero por lo demás
la muchacha hace raya de bonita por todo aquello. Pues
sí señor, yo la enamoré, la regalé y la rogué, y tanto
anduve en estas cosas, que por fin, ella quijo que no
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OBRAS ESCOGIDAS 231
quijo se ablandó, y me dijo que sí se casaría conmigo;
pero ¿que cuándo? porque no juera el diablo que yo la
engañara y se le fuera a hacer malobra. Yo le dije
que qué capaz que yo la engañara, pues me moría por
ella; pero que el casamiento no se podía efetuar muy
presto, porque yo estaba />/'o6e más que Aman, y el señor
cura era muy tieso, que no fiara un casamiento si el
diablo se llevara á los novios, ni un entierro aunque
el muerto se gediera ocho días en su casa, y ansina que
si me quería, me esperara tres ó cuatro meses mientras
que levantaba mi cosecha de maíz, que pintaba muy bien
y tenía cuatro fanegas tiradas en el campo.
Ella se avino á cuanto yo qut'fe, y ya dende ese día
nos üiamos como marido y mujer según lo que nos que-
ríamos. Pues una noche, señor, que venía yo de mi
milpa y le iba á hablar por la barda, como siempre,
divisé un bulto platicando con ella, y luego luego me
puse hecho un bacinUo de coraje... A
— Un basilisco (juerrá usted decir, le repliqué,
porque los bacinitos no se enojan.
— Eso será, señor, sino que yo concibo, pero no
puedo parir, prosiguió el payo; mas ello es que yo me
juí para donde estaba el bulto, hecho un Santiago,
y luego que llegué, conocí que era Culás el guitarristo,
porque tocaba un jarabe y una justicia en la guitarra á
lo rasgado que la hacía hablar.
.í,-;.:.
232 PENSADOR MEXICANO
En cuanto llegué, le dije que ¿qué buscaba en
aquella casa y con Lorenza? El muy cnr/ringo/odo me
dijo que lo (|ue (¡uijicra, que yo no era su padre para
que le tomara cuentas. Entonces yo, como que era
dueño de la aición, no aguanté mucho, sino que alzando
una coa que me ffii/'e de un /)fon, le asenté tan buen
trancazo en el rjor/otc, que cayó redondo pidiendo con-
fesión.
A esta misma hora iba pasando el fiñente por allí
que iba de ronda con los toptlos: oyó los gritos de
Culás. y por más que yo corrí, me alcanzaron y me
trajicron liado como un cuete á su prcswncirt.
Luego luego di mi declaraci(')n, y el cerjuano dijo,
que no fiaba al enfermo ponjue estaba muy mal gerido
y echaba mucha sangre. Con esto en aquella (jora se
llevaron á la probo Lorenza depositada an casa el señor
cura, y á mí á la cárcel, donde me pusieron en el cepo.
A otro día me inrí(') la Lorenza un recaudo con la
vieja cocinera del cura, diciéndome que ella no tenía la
culpa, y que Gulas la había llamado á la barda y le estaba
dando un recaudo fingido de mi parte, diciéndole que yo
decía que saliera un ratito á la tienda con él, y otras
cosas que ya se me han olvidado; pero la vieja me contó
que la /íroí^í' lloraba por mí sin consuelo.
Al otro día el fiñente me inviú aquí á esta cárcel en
una muía con un par de grillos y un envoltorio de pape-
«^^■¿flrV I : .'' . '.„;••. É. \ '_/-n,: aÍí ■^- : \.Zíím íii;.-'. ■«í|L¿l.1-_í¿V-^
:^.-
^^^■-.lítr.-.
OBRAS ESCOGIDAS 233
les que le dio á los indios que me tragieron para que los
entregaran al señor juez de acá.
Ya llevo tres meses de prisión y no sé qué harán
conmigo, aunque Lorenza me ha escribido (jue ya Gulas
está bueno y sano, y anda tocando la guitarra. Pues yo,
señor, quero que me haga el favor, pagando lo que
juere, por el santo de su nombre y por los (jiicsitos de su
madre, de escrebirme dos cartas; una para mi padrino,
que es el señor barbero de mi tierra, á ver si viene á
componer por mí estas cosas, y otra para la alma mía de
Lorenza, diciéndole como ya sé que salió del depósito, y
que todavía Gulas la persigue; que cuidado cómo va á
hacer una tontera; que no sea ansina, y todas las cosas
que sepa, señor, que se deben poner; pero como de su
mano, (jue yo lo pago.
Acabó mi cliente su cansado informe y petición, y
le pregunté para cuándo quería las cartas. — Para oriía,
señor, me dijo, para agora, porque mañana sale el
correo. — Pues, amigo, le dije, déme usted dos reales á
cuenta para papel. — Al instante me los dio, y yo mandé
traer el papel y me puse á escribir los dos mamarrachos,
que salieron como Dios quiso; pero ello es que al payo le
gustaron tanto que, no sólo me dio por ellos doce reales
que le pedí, sino lo que más agradecí, un pedazo de
trapo que algún día fué capote; ello hecho mil pedazos,
con medio cuello menos y tan corto que apenas me
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 59.
I-
-n
234 PENSADOR MEXICANO
llegaba á las rodillas. ¿Que tal estaría, pues su dueño lo
perdió ;'i un albur en cuatro reales?
Malo, malísimo estaba el dicho trapo, pero yo vi con
él el cielo abierto. Con los doce realillos comí, chupé,
tomé chocolate, cené y me sobró algo; y con el capisayo
dormí como un tudesco.
Pensaba yo (jue iba variando mi fortuna; pero el
picaro del Aguilucho me sacó de este error con una bien
pesada burla (jue me hizo, y fué la (jue sigue.
Al otro día de mi buena aventura del capotillo entró
bien temprano á mi calabozo, y sentándose junto á mí
muy serio y triste, me dijo: — Mucho descuido es ese,
señor Perico, y la verdad (|ue los instantes del tiempo
son preciosos y no .se dejan pasar tan fríamente, y más
cuando el peligro que amenaza á usted es muy horrible y
está muy próximo. Yo he sido amigo de usted y quiero
(jue lo conozca, aun cuando no me puede servir de nada;
pero en fin, siquiera por caridad es menester agitarlo
poHjue no sea tan perezoso.
Yo, lleno de susto y turbación, le pregunté: — ¿Qué
había habido? — ¿Cómo qué? me dijo él: ¿pues qué no
sabe usted como lia salido la sentencia de la Sala desde
ayer para que, pa.sados estos días de fiesta que vienen,
le den los doscientos azotes en forma de justicia por las
calles acostumbradas con la ganzúa colgando del pes-
cuezo?
'^r.'."»«-v*i s
í-:-, ^.r^ ■ V^ ^^
OBRAS ESCOGIDAS
235
— ¡Santa Bárbara! exclamé yo penetrado del más
vivo sentimiento, ¿qué es lo que me ha sucedido? ¿Dos-
cientos azotes le han de dar á don Pedro Sarmiento?
¡A un hidalgo por todos cuatro costados 1 ¡A un descen-
diente de los Tagles, Ponces. Pintos, Vélaseos, Zumala-
cárreguis y Bundiburisl Y lo que es más. |á un señor
bachiller en artes graduado en esta real y pontificia
Universidad, cuyos graduados gozan tantos privilegios
como los de Salamanca! — Vamos, dijo el negrito; no es
tiempo ahora de esas exclamaciones. ¿Tiene usted algún
pariente de proporciones? — Sí tengo, le respondí. —
Pues andar, decía el Aguilucho; escríbale usted que
agite por fuera con los señores de la Sala sobre el asunto,
y que le envíe á usted dos ó tres onzas para contener al
escribano. También puede comprar un pliego de papel de
parte, y presentar un escrito á la Sala del crimen alegan-
do sus excepciones y suplicando de la sentencia m.ientras
califica su nobleza. Pero eso pronto, amigo, porque en
la tardanza está el peligro. Diciendo esto se levantó para
irse, y yo le di las gracias más expresivas.
Tratando de poner en obra su consejo, registré mi
bolsa para ver con cuánto contaba para papel, la presen-
tación del escrito y la carta á mi tío el licenciado Maceta;
pero ¡ay de mí, cuál fué mi conflicto cuando vi que
apenas tenía tres y medio reales, faltándome cinco apre-
tadamente!
- -i.í-»',. él-A-m..\ .-*ri/X.'
' <
236 PENSADOR MEXICANO
En circunstancias tan apuradas luí á ver á mi buen
payo; le conté mis trabajos y le pedí un socorro por toda
la corte celestial. El pobrecillo se condolió de mí, y con
la mayoi' generosidad me dio cuatro reales y me dijo:
— Siento, señor, su cuidado; no tengo más que esto,
téngalo que ya un real cualquier compañero se lo em-
prestará ó se lo dará de caridd.
Tomé mis cuati'o reales v casi llorando le di las
gracias; pero no pude encontrar otro corazón tan sen-
sible como el suyo entre cerca de trescientos presos que
habitaban a(|uellos recintos.
Compré, pues, el papel sellado, y medio real del
común para la carta, reservando tres reales y faltándome
aún real y medio pai'a completar la presentación y pagar
al mandadero.
En el día hice mi memorial como pude y escribí la
carta á mi tío, en la (jue le daba cuenta de mi desgracia;
de la inocencia que me lavorecía, á lo menos en lo sus-
tancial; del estado en (|ue me hallaba, y de la afrenta que
amenazaba á toda la familia, concluyendo con decirle,
que aunque yo había ocultado mi nombre poniéndome el
de Sancho Pérez, de nada serviría esto si me sacaban á
la calle, pues todos me conocerían y se haría manifiesta
nuestra infamia; y así que en obsequio del honor de su
pariente, el señor mi padre, y de sus mismos hijos y
descendencia, cuando no por mí, hiciera por redimirme
'■%/■■' t.^^-(.'w.'^ i .•.\'^^^3^ : ^ . 'i.,..^. ^^^»Á^J^^»1£^jílA.-l:M'J'^i.^..^^'-'^t.
W.
ívt r ■.-»■., -.'■^f?'»-^
OBRAS ESCOGIDAS
237
de tal afrenta, mandándome en el pronto alguna cosa
para granjear al escribano.
Cerré la carta, y de fiado se la encomendé á tío
Chepito, el mandadero, para que se la llevara á mi parien-
te. Esto fué á las oraciones de la noche; mas siempre
me faltaba un real para completar los cuatro que debía
dar al portero por la presentación del escrito.
En toda la noche no pude dormir, así con el sobre-
salto de los temidos azotes, como con echar cálculos para
ver de dónde sacaba aquel real tan necesario.
En estos tristes pensamientos me halló el día.
Púseme ú hacer un escrutinio riguroso de mi haber
y á examinar mi ropa, pieza por pieza, á ver si tenía
alguna que valiera real y medio; pero ¡qué había de
valer! si mi camisa era menester llamarla por números
para acomodármela en el cuerpo; mis calzones apenas se
podían tener de las pretinas; las medias no estaban útiles
ni para tapar un caño; los zapatos parecían dos conchas
de tortuga, sólo se detenían en mis pies por el respeto de
un par de lacitos de cohetero; rosario no lo conocía, y el
triste retazo de capote me hacía más falta que todo mi
ajuar entero y verdadero.
Ya desesperaba de presentar el escrito esa mañana,
porque no tenía cosa que valiera un real, cuando por
fortuna alcé la cara y vi colgado en un clavito mi som-
brero, y considerándolo pieza inútil en aquella mazmorra
PRRIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 60. :
■j^- j- .Í--1&
238 PENSADOR MEXICANO
y la mejor (jue me acompañaba, exclamó lleno de gusto:
— ¡Gracias á Dios que á lo menos tengo sombrero que
me valga vn esta vez I Diciendo esto, lo descolgué, y al
primero que se me presentó se lo vendí en una peseta,
con la que salí de mi cuidado y me desayunó de pilón.
Serían las diez de la mañana cuando Fuó entrando
tata Chepito con la respuesta de mi tío, que os quiero
poner á la letra para que aprendáis, hijos míos, á no
fiaros jamás en los amigos y parientes, y sí únicamente
en vuestra buena conducta y en lo poco ó mucho que
adquiriereis con vuestros honestos arbitrios y trabajo.
Decía así la respuesta:
«Señor Sancho Pérez: Guando usted en la realidad
sea quien dice y lo sac^uen afrentado públicamente por
ladr(')n. crea que no se me dará cuidado, pues el picaro
es bien que sufra la pena de su delito. — La conminación
que usted me hace de que se deshonrará mi familia, es
muy frivola, pues debe saber que la afrenta sólo recae en
el delincuente, (juedando ilesos de ella sus demás deudos.
— Gonque si usted lo ha sido, súfralo por su causa; y si
está inocente, como me asegura, súfralo por Dios, que
más padeció Gristo por nosotros.
»Su Majestad socorra á usted, como se lo pide — e/
Lie. Maceta.»
p i
OBRAS ESCOGIDAS 239
La sensible impresión que me causaría esta agria
respuesta, no es menester ponderarla á quien se consi-
dere en mi lugar. Baste decir que fué tal. que dio con-
migo en tierra postrado de una violenta fiebre.
Luego que se me advirtió, me subieron á la enfer-
mería y me asistió la caridad prontamente.
Cuando me hallaron con 1a cabeza despejada, el
médico, que por fortuna era hábil, había advertido mi
delirio y se había informado de mi causa, hizo que me
desengañara el mismo escribano, junto con el alcaide,
de que no había tal sentencia ni tenía que temer los
prometidos azotes.
Entonces, como si me sacaran de un sepulcro, volví
en mí perfectamente; me serené, y se comenzó á resta-
blecer mi salud de día en día.
Cuando estuve ya convaleciente bajo el escribano á
informarse de mí. de parte de los señores de la Sala, para
que le dijera (juién me había metido semejante ficción en
la cabeza; porque fueron sabedores de toda mi tragedia,
así porque yo se los dije en el escrito, como porque
leyeron la carta del tío que os he dicho, y formaron el
concepto de que yo sin duda era bien nacido, y por
lo mismo se debieron de incomodar con la pesadez de
la burla v deseaban casticrar al autor.
ti o
Con esto el escribano y el alcaide se esforzaban
cuanto podían para que lo descubriera; pero yo conside-
240 PENSADOR MEXICANO
rando su designio, las resultas que de mi denuncia
podían sobrevenir al Aguilucho, y que no me resultaba
ningún bien con perjudicar á este infeliz necio, que
bastantemente agravado estaba con sus crímenes, no
quise descubrirlo, y sólo decía que como eran tantos no
me acordaba á punto fijo de quién era.
No me sacaron otra cosa los comisionados de los
ministros por más que hicieron; y así formando de mí el
concepto de (jue era un mentecato, se marcharon.
Quedóme en la enfermería más contento que en el
calabozo, ya porque estaba mejor asistido, y ya, en fin,
porque entre los que allí estaban había algunos de regu-
lares principios, y cuya conversación rñe divertía más
que la de los pillos del patio.
Como el escribano vio mi letra en el escrito, se
prendó de ella, y fué cabalmente á tiempo que se le
despidió el amanuense, y valiéndose de la amistad del
alcaide, me propuso que si quería escribirle á la mano
que me daría cuatro reales diarios. Yo admití en el ins-
tante; pero le advertí que estaba muy indecente para
subir arriba. 1^1 escribano me dijo que no me apurara
por eso, y en efecto, al día siguiente me habilitó de
camisa, chaleco, chupa, calzones, medias y zapatos;
todo usado, pero limpio y no muy viejo.
Me planté de punta en blanco, de suerte que todos
ios presos extrañaban mi figura renovada; ¿mas qué
^ .1^ r - . «- .' -i.' ' > — ^ - - -'' -^-..i.. ^ '^^A *■- •*^- í'iS^m'J^^Aae^A
OBRAS ESCOGIDAS
241
mucho si yo mismo no me conocía al verme tan otro
de la noche á la mañana?
Comencé á servir á éste m.i primer amo con tanta
puntualidad, tesón y eficacia, que dentro de pocos días
me hice dueño de su voluntad, v me cobró tal cariño,
que no sólo me socorrió en la cárcel, sino que me sac<')
de ella y me llevó á su casa con destino, como veréis en
el capítulo siguiente.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 61.
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CAPITULO X
En el que escribe Periquillo su salida de la cárcel;
hace una crítica contra los malos escribanos, y refiere, por último, el motivo
por qué salió de la casa de Chanfaina y su desgraciado modo
Hay ocasiones de tal abatimiento y estrechez para
los hombres, que los más picaros no hallan otro recurso
que aparentar la virtud que no tienen para granjearse
\
'z r »;<s»r'^T"'"r!7'"' -~'jr^^.'^»7P»?)SpíW6'-^'«:?7^ f,
244 PENSADOR MEXICANO
la voluntad de aquellos (jue necesitan. Esto hice yo pun- "^
tualmente con el escribano, pues auncjue era enemigo
irreconciliable del trabajo, me veía confinado en una
cárcel, pobre, desnudo, muerto de hambre, sin arbitrio
para adíjuirir un real, y temiendo por horas un fatal
resultado por las sospechas que se, tenían contra mí.
Con esto le complacía cuanto me era dable, y él cada
vez me manifestaba más cariño, y tatito (jue en quince
ó veinte días concluyó mi negocio; liizo ver que no
Imbía testigos ni parte que pidiera contra mí, que la
sospecha era leve, y quién sabe qué más. Ello es (jue
yo salí en libertad sin pagar costas, y me fui á servirlo
á su casa.
Llamábase este mi primer amo don Cosme Casalla,
y los presos le llamaban el escribano Chanfaina, ya por
la asonancia de esta palabra con su apellido, ó ya por
lo que sabía revolver.
Era tal el atrevimiento de este hombre que una
ocasión le vi hacer una cosa que me dejó espantado,
y hoy me escandalizo al escribirla.
Fué el caso que una noche cayó un ladrón cono-
cido V harto criminal en manos de la justicia. Tocóle
la formación de su causa á otro escribano y no á mi
amo. Convencióse y confesó el reo llanamente todos
sus delitos, porque eran innegables. En este tiempo una
hermana que éste tenía, no mal parecida, fué á ver
.V-' ■íi -^ ■ ''.7'-í' ' "-■'^íS^r^^- C?^. íSk^ ■' ■ ■■' '.tf'^s^w';
OBRAS ESCOGIDAS 245
á mi amo, empeñándose por su hermano y llevándole
no sé qué regalito; pero mi dicho amo se excusó di-
ciéndole que él no era el escribano de la causa, que
viera al que lo era. La muchacha le dijo que ya lo
había visto, mas que fué en vano, porque aquel escri-
bano era muy escrupuloso, y le había dicho que él no
podía proceder contra la justicia, ni tenía arbitrio para
mover á su favor el corazón de los jueces; (|ue él debía
dar cuenta con lo (jue resultase de la causa, y los jueces
sentenciarían conforme lo que hallaran por conveniente,
y así que él no tenía (jue hacer en eso; que ella, desespe-
rada con tan mal despacho, había ido á ver á mi amo,
sabiendo lo piadoso que era y el mucho vaHmiento que
tenía en la Sala, suplicándole la viese con caridad, que,
aunque era una pobre, le agradecería este favor toda su
vida, y se lo correspondería de la manera que pudiese.
Mi amo, que no tenía por donde el diablo lo des-
echara, al oir esta proposición, vio con más cuidado
los ojillos llorosos de la suplicante, y no pareciéndole
indignos de su protección, se la ofreció diciéndole:
— Vamos, chata, no llores; aquí me tienes, pierde cui-
dado (|ue no correrá sangre la causa de tu hermano;
pero... — Al decir este pero, se levantó y no pude escu-
char lo que le dijo en voz baja. Lo cierto es que la
muchacha por dos ó tres veces le dijo, «sí, señor,»
y se fué muy contenta.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 62.
..../^^
-•• ,' ■--:- Xi^T:: j ■ " -•■:';?!
246 PENSADOR MEXICANO
Al cabo de algunos días, una tarde que estaba yo
escribiendo con mi amo, fué entrando la misma joven
toda despavorida, y entre llorosa y regañona, le dijo:
— No esperaba yo esto, señor don Cosme, de la formali-
dad de usted, ni pensaba que así se había de burlar de
una infeliz mujer. Si yo hice lo (|ue hice, fué por librar
á mi hermano, según usted me prometió, no porque
me faltara quién me dijera por ahí te pudras, pues
pobre como usted me ve, no me he querido echar
por la calle de enmedio, (jue si eso fuera así, así me
sobra (juién me saque de miserias, pues no falta una
media rota para una pierna llagada; pero maldita sea
yo y la hora en que vine á ver á usted, pensando que
era hombre de bien y que cumpliría su palabra, y...
— Cállate, mujer, le dijo mi amo, (jue has ensartado
más desatinos que palabras. ¿Qué ha habido? ¿qué
tienes? ¿qué te han contado? — Una friolera, dijo ella,
que está mi hermano sentenciado por ocho años al
Morro de la Habana. — ¿Qué dices, mujer? preguntó mi
amo todo azorado; si eso no puede ser; eso es mentira.
— ¡Qué mentira ni qué diablos! decía la adolorida; acabo
de despedirme de él y mañana sale. ¡Ay, alma mía de
mi hermano! ¡Quién te lo había de decir, después que
yo he hecho por tí cuanto he podido!... — ¿Cómo maña-
na, mujer? ¿(jué estás hablando? — Sí, mañana, mañana,
que ya lo desposaron esta tarde, y está entregado en
rasrjs*
OBRAS ESCOGIDAS 247
lista para que lo lleven. — Pues no te apures, dijo mi
amo, que primero me llevarán los diablos que á tu
hermano lo lleven á presidio. Anda, vete sin cuidado,
que á la noche ya estará tu hermano en libertad.
Diciendo esto, la muchacha se fué para la calle y
mi amo para la cárcel, donde halló al dicho reo espo-
sado con otro para salir en la cuerda al día siguiente,
según había dicho su parienta.
Turbóse el escribano al ver esto, mas no desmayó,
sino que, haciendo una de las suyas, desunció al reo
condenado de su compañero, y unció con éste á un
pobre indio que había caído allí por borracho y apo-
rreador de su mujer.
Este infeliz fué á suplir ocho años al Morro de la
Habana por el ladrón hermano de la bonita, el que, á
las oraciones de la noche, salió á la calle por arriba
libre y sin costas, apercibido de no andar en México
de día; aunque él no anduvo ni de noche, porque,
temiendo no se descubriera la trúcala del escriba, se
marchó de la ciudad lo más presto que pudo, quedando
de este modo más solapada la iniquidad.
Si tanta determinación tenía el amigo Chanfaina
para cometer un atentado semejante, ¿cuánta no tendría
para otorgar una escritura sin instrumentales; para
recibir unos testigos falsos á sabiendas; para dar una
certificación de lo que no había visto; para ser escri-
-T \-- ».-^ r-^- ., r 7J>3í»V^!í'y»'"" T^'HfWfT*' ^f^'
248 PENSADOR MEXICANO
baño y abogado de una misma parte; para comisionarme
á tomar una declaración; para omitir poner su signo
donde se le antojaba, y para otras ilegalidades seme-
jantes? Todo lo hacía con la mayor frescura, y atro-
pellaba con cuantas leyes, cédulas y reales órdenes se
le ponían por delante, siempre que entre ellas y sus
trapazas mediaba algún ratero interés: y digo ratero,
porque era un hombre tan venal que por una ó dos
onzas, y á veces por menos, hacía las mayores picardías.
A más de esto, era de un corazón harto cruel y
sanguinario. El infeliz que caía en sus manos por causa
criminal, bien se podía componer si era pobre, por(|ue
no escapaba de un presidio cuando menos; y se vana-
gloriaba de esto altamente, teniéndose por un hombre
íntegro y justificado, jactándose de que por su medio
se había cortado un miembro podrido á la república.
En una palabra, era el hombre perverso á toda prueba.
Parece que en mí es una reprensible ingratitud el
descubrimiento de los malos procederes de un hombre
á quien debí mi libertad y subsistencia por algún tiempo;
pero como mi intención no es zaherir su memoria ni
murmurar su conducta, sino sólo representar en ella
la de algunos de sus compañeros, y esto á tiempo que
el original dejó de existir entre los vivos, con la for-
tuna de no dejar un pariente que se agravie, es regu-
lar que los hombres que piensan me excusen de aquella
:.■; :^>:i^WV-r)ji' ■ ■ , ■:, ■ ,iK:y^
OBRAS ESCOGIDAS 249
nota, y más cuando sepan que el favor que me hizo
no fué por hacerme bien, sino por servirse de mí á
poca costa; pues en cerca de un año que le serví, á
excepción de cuatro trapos viejos y un real ó dos para
cigarros que me daba, podía yo asegurar que estaba
como los presidiarios, sirviendo á ración y sin sueldo;
porque aunque me ofreci<'> cuatro reales diarios, éstos
se quedaron en ofrecimientos.
Sin embargo, no debo pasar en silencio que le me-
recí haber aprendido á su lado todas sus malas mañas
pro famotiori, como dicen los escolares, quiero decir
que las aprendí bien y salí aprovechadísimo en el arte
de la cabala con la pluma.
En el corto término que os he dicho, supe otorgar
un poder, extender una escritura, chancelarla, acrimi-
nar á un reo ó defenderlo, formar una sumaria, concluir
un proceso y hacer todo cuanto puede hacer un escri-
bano; pero todo así así, y como lo hacen los más, es
decir, por rutina, por formularios y por costumbre ó
imitación; mas casi nada porque yo entendiera perfec-
tamente lo que hacía, si no era cuando obraba con
malicia particular, que entonces sí sabía el mal que
hacía y el bien que dejaba de hacer; pero por lo demás
no pasaba de un papelista intruso, semicurial ignorante
y cagatinta perverso.
Con todas estas recomendables circunstancias, se
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 63.
250 PENSADOR MEXICANO
fiaba mi maestro de mí sin el menor escrúpulo. Ya se
ve, ¿de quién mejor se había de fiar sino de un su discí-
pulo que le había bebido los alientos?
Un día que él no estaba en casa, me entretenía en
extender una escritura de venta de cierta finca que una
señora iba á enajenar. Ya casi la estaba yo concluyendo
cuando entró en busca de mi amo Chanfaina, el licen-
ciado don Severo, hombre sabio, íntegro, é hipocon-
dríaco. Luego (juc se sentó me preguntó por mi maes-
tro, y á seguida me dijo: — ¿Qué está usted haciendo?
Yo, que no conocía su carácter, ni su profesión, ni
luces, le contosté (|ue una' escritura. — ¿Pues (jué, repitió
él, la está pasando á testimonio ó extendiéndola origi-
nal?— Sí, señor, le dije, esto último estoy haciendo,
extendiéndola original. — Bueno, bueno, dijo, ¿y de qué
es la escritura? — Señor, respondí, es de la venta de una
finca. — ¿Y quién otorga la escritura? — La señora doña
Damiana Acevedo. — ¡Ahí sí, dijo el abogado; la co-
nozco mucho, es mi deuda política; está para casar-
se tiempo hace con mi primo don Baltasar Orihuela;
por cierto (jue es la moza harto modista y disipadora.
¿Qué, ya estará en el estado de vender las fincas (jue
podía llevar en dote? Aunque en ese caso no sé cómo
habrá de otorgar la escritura. A ver, sírvase usted
leerla.
Yo, hecho un salvaje y sin saber con quién estaba
OBRAS ESCOGIDAS 251
hablando, leí la escritura, que decía así, ni más ni
menos:
«]^n la ciudad de México, á 20 de Julio de 1780,
ante mí, el escribano y testigos, doña Damiana Ace-
vedo, vecina de ella, otorga: que por sí y en nombre
de sus herederos, sucesores ó hijos, si algún día los
tuviere, vende para siempre á don Hilario Rocha, natu-
ral de la Villa del Carbón y vecino de esta capital, y
á los suyos, una casa, sita en la calle del Arco de la
misma, que en posesión y propiedad le pertenece por
herencia de su difunto padre, el señor don José María
Acevedo, y se compone de cuatro piezas altas que son:
sala, recámara, asistencia y cocina; un cuarto bajo, un
pajar y una caballeriza; tiene quince pies de fachada
y treinta y ocho de fondo, todo lo que consta en la res-
pectiva cláusula del testamento de su expresado difunto
padre, por cuyo título le corresponde á la otorgante,
la cual declara y asegura no tenerla vendida, enajenada
ni empeñada, y que está libre de tributo, memoria,
capellanía, vínculo, patronato, fianza, censo, hipoteca
y de cualquiera otra especie de gravamen: la cual le
dona con toda su fábrica, entradas, salidas, usos, cos-
tumbres y servidumbres en forma de derecho, en cuatro
mil pesos en moneda corriente y sellada con el cuño
mexicano, que ha recibido á su satisfacción. Y desde
hoy en adelante para siempre jamás se abdica, des-
252 PENSADOR MEXICANO
prende, desapodera, desiste, quita y aparta, y á sus
herederos y sucesores, de la propiedad, dominio, título,
voz, recurso y otro cualquier derecho que á la citada
casa le corresponde, y lo cede, renuncia y traspasa
plenamente con las acciones reales, personales, útiles,
mixtas, directas, ejecutivas y demás que le competen,
en el mencionado don Hilario Rocha, á quien confiere
poder irrevocable con libre, franca y general adminis-
tración, y constituye procurador actor en su propio
negocio, para (jue la goce, y sin dependencia ni inter-
vención de la otorgante la cambie, enajene, use y dis-
ponga de olla como de cosa suya adquirida con justo
legítimo título, y tome y aprenda de su autoridad ó
judicialmente la real tenencia y posesión que en virtud
de este instrumento le pertenece: y para que no nece-
site tomarla, y antes bien conste en todo tiempo ser
suya, formaliza á su favor esta escritura de que le daré
copia autorizada. Asimismo declara (jue el justiprecio
y valor de la tal finca son los dichos cuatro mil pesos,
y que no vale más, ni ha hallado quién le dé más por
ella; y si más vale ó valer pudiere, hace del exceso
grata donación pura, mera, perfecta é irrevocable que
el derecho llama intcr cieos, al expresado Rocha y sus
herederos, renunciando para esto la ley I, tít. XI, lib. 5
de la Recopilación, y la que de esto trata fecha en Cor-
tes de Alcalá de Henares, como también la de non
OBRAS ESCOGIDAS 253
numerata pecunia, la del senadoconsulto Veleyano, y
se somete á la. jurisdicción de los señores jueces y jus-
ticias de S. M., renunciando las leyes si (¡ua mulier; la
de si conceneril de jurisdictione oniniuní judicuní, y
cuantas puedan hallarse á su favor por sí y sus here-
deros, obHgándose además á (jue nadie le inquietará ni
moverá pleito sobre la propiedad, posesión ó disfrute
de dicha casa, y si se le inquietare, moviere ó apare-
ciere algún gravamen, luego <jue la otorgante y sus
herederos y sucesores sean requeridos conforme á dere-
cho, saldrán á su defensa y seguirán el pleito á sus
expensas en todas instancias y tribunales hasta ejecuto-
riarse, y dejar al comprador en su libre uso y pacífica
posesión; y no pudiendo conseguirlo le darán otra igual
en valor, fábrica, sitio, renta y comodidades, ó en su
defecto le restituirán la cantidad que ha desembolsado,
las mejoras útiles, precisas y voluntarias (|ue tenga á la
sazón, el mayor valor que adquiera con el tiempo, y
todas las costas, gastos y menoscabos que se le siguie-
ren, con sus intereses, por todo lo cual se les ha de
poder ejecutar sólo en virtud de esta escritura, y jura-
mento del que la posea ó lo represente en quien difiere
su importe relevándole de otra prueba. Así, pues, y á la
observancia de todo lo referido, obliga su persona y bie-
nes habidos y por haber, y con ellos se somete á los
jueces y justicias de S. M. para que á ello la compelen
PRRIQUIM-O SARNIENTO. — T. I, B. — 64.
'- i- -^ ^1 •fcf<..i A;;i !i;.'. : . i. i^aein»
^ltíML¿•\J^^^:¡JÁílketÁ ^
254 PENSADOR MEXICANO
como por sentencia pasada, consentida y no apelada en
autoridad de cosa juzgada, renunciando su propio fuero,
domicilio y vecindad con la general del derecho, y así lo
otorgó. Y presente don Hilario Rocha, á quien doy fe
conozco, impuesto en el contenido de este instrumento,
sus localidades y condiciones, dijo: que aceptaba y
aceptó la compra de la expresada casa como en ello se
contiene, y se obliga...
— Basta, dijo el licenciado Severo, que es menester
gran vaso para escuchar un instrumento tan cansado,
y á más de cansado tan ridículo y mal hecho. ¿Usted,
amiguito, entiende algo de lo que ha puesto? ¿Conoce á
esa señora? ¿Sabe cuáles son las leyes que renuncia? y...
— A este tiempo entró mi amo Chanfaina, é impuesto
de las preguntas (jue me estaba haciendo el licenciado,
le dijo: — Este muchacho poco ha de responder á usted
de cuanto le pregunte, porque no pasa de un escribien-
tillo aplicado. Esta escritura que usted ha escuchado la
hizo por el machote que le dejé y por los que me ha visto
hacer, y como tiene una feliz memoria se le queda todo
fácilmente. — Hemos de advertir que hasta aquí ni yo ni
mi patrón sabíamos si era licenciado el tal don Severo,
y sólo pensábamos que era algún pobre (|ue iba á ocu-
parnos.
Con este error, mi amo, que como gran ignorante
era gran soberbio, creyó aturdir á la visita y acreditarse
OBRAS ESCOGIDAS 255
á costa de desatinar con arrogancia, según que lo tenía
de costumbre, y así añadió: — Lo que usted dude, caba-
llero, á mí, á mí me lo ha de preguntar, que lo satisfaré
completamente. Ya usted tendrá noticia de quien soy,
pues me viene á buscar; pero si no la tiene, sépase que
soy don Cosme Apolinario Casalla y Torrejalva, escri-
bano real y receptor de esta Real Audiencia, para que
mande.
— Ya, ya tengo noticia de la habilidad y talento de
usted, señor mío, dijo el abogado, y yo mismo felicito
mi ventura que me condujo ú la casa de un hombre
lleno, y tanto más cuanto que soy muy amigo de saber
lo que ignoro, y me acomodo siempre á preguntar á
quien más sabe para salir de mi ignorancia. En esta vir-
tud y antes de entrar en el negocio á que vengo, quisiera
preguntar á usted algunas cosillas que hace días que
las oigo y no las entiendo.
— Ya he dicho á usted, amigo, contestó Chanfaina
con su acostumbrada arrogancia, que pregunte lo que
guste, que yo le sacaré de sus dudas de buena gana.
— Pues señor, continuó el letrado, sírvase usted
decirme ¿qué significan esas renuncias que se hacen en
las escrituras? ¿Qué quiere decir la ley si qua mtiUer.^
¿Cuál es la de sive á meJ ¿Qué significa aquella de si
convencrit de jurisdictione omnium judicuni.^ ¿Cuál es el
beneficio del senaius-consulto Veletjano que renuncian las
256
PENSADOR MEXICANO
mujeres? ¿Qué significa la non nunicraíu ¡jccunia/ ¿Qué
quiere decir renuncio mi propio fuero, do/nicilio y cecin-
(lad/ ¿Cuál es la ley I, tít. XI, del lib. 5 de la Recopi-
lación? Y por fin, ¿quiénes pueden 6 no otorgar escri-
turas? ¿cuáles leyes pueden renunciarse y cuáles no?
y ¿qué cosa son ó para qué sirven los testigos que llaman
instrumentales?
— Ha preguntado usted tantas cosas, dijo mi amo,
que no es muy fácil el responderle á todas con proli-
jidad; pero para que usted se sosiegue, sepa que todas
esas leyes que se renuncian son antiguallas que de nada
sirven, v así no nos calentamos los escribanos la cabeza
en saberlas, pues eso de saber leyes les toca á los abo-
gados, no á nosotros. Lo que sucede es que como ya
es estilo el poner esas cosas en las escrituras y otros
instrumentos públicos, las ponemos los escribanos que
vivimos hoy y las pondrán los que vivirán de aquí á un
siglo con la misma ciencia de ellos que los primeros
escribanos del mundo: pero ya digo, el saber ó ignorar
estas niaUírranfjas nada importa. ¿Está usted?
Por lo que hace á lo que usted pregunta de que qué
personas pueden otorgar escrituras, debo decirle (jue
menos los locos, todos. A lo menos yo las extenderé
en favor del que me pague su dinero, sea quien fuere,
y si tuviere algún impedimento, veré como se lo aparto
y lo habilito. ¿Está usted?
^.l.-.'-^i-;;.! .,j -i.
'.':t;..^-.
OBRAS ESCOGIDAS 257
Últimamente: los testigos instrumentales son unas
testas de hierro, ó más bien unos nombres supuestos;
pues en queriendo Juan vender y Pedro comprar, ¿qué
cuenta tienen con que haya ó no testigos de su contrato?
De modo que verá usted que yo, muchos de mis com-
pañeros, y casi todos los alcaldes mayores, tenientes y
justicias de pueblos, extendemos estos instrumentos en
nuestras casas y juzgados solos, y cuando llegamos á
los testigos, ponemos que lo fueron don Pascasio, don
Nicasio y don i^pitacio, aunque no haya tales hombres
en veinte leguas en contorno, y lo cierto es (jue las escri-
turas se quedaron otorgadas, las fincas vendidas, nues-
tros derechos en la bolsa, y nadie, aunque sepa esta
friolera, se mete á reconvenirnos para nada.
Esto es lo que hay, amigo, en el particular. Vea
usted si tiene algo más que preguntar, que se le respon-
derá in tcnninis, camarada, in icrininis, terminante-
mente.
Levantóse de la silla el licenciado medio balbuciente
de la cólera, y con un mirar de perro con rabia le dijo
á mi preclarísimo maestro: — Pues, señor don Cosme
Casalla, ó Chanfaina, ó calabaza, ó como le llamen, sepa
usted que quien le habla es el licenciado don Severo
Justiniano, abogado también de esta Real Audiencia en
la que pronto me verá usted colocado, y sabrá, si no J
quiere saberlo antes, que soy doctor en ambos derechos,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 65.
(.;
K
■c-i,^
.1.
■ ' * V'jp^. '-^ L«-Vi: -■^iSkltJV
258 PENSADOR MEXICANO
y que no le he hablado con mera fanfarronada como
usted, á quien en esta virtud le digo y le repito que es
un hombre lleno, pero no de sabiduría, sino lleno de
malicia y de ignorancia. ¡Bárbaro! ¿Quién le metió á
escribano? ¿quién le examin(')? ¿cómo supo engañar á
los señores sinodales respondiendo quizás preguntas
estudiadas, comunes ó prevenidas, ó satisfaciendo hipó-
critamente los casos arduos que le propusieron?
Usted y otros escribanos ó receptores tan pelotas y
malicosos como usted, tienen la culpa de que el vulgo,
poco recto en sus juicios, mire con desafecto, y aun diré
con odio, una profesión tan noble, confundiendo á los
escribanos instruidos v timoratos con los criminalistas
trapaceros, satisfechos de que abundan más éstos que
aquéllos.
Sí, señor: el oficio de escribano es honorífico, noble
y decente. Las leyes lo llaman público ij honrado:
prescriben (¡ue c/ qno Iiruja de ejercerlo sea siijelo de
htiena jama, hombre libre // cristicino: aseguran que
el jtoner escribanos es cosa que pertenece ('i los rei/es.
Ca en ellos es puerta la (¡uarda é lealtad de las cartas
que facen en la corte del rei¡, é en las ciudades é en
las cillas. K son como testif/os ¡túblicos en los pleitos,
é en las posturas (pactos) que los Jiomes facen entre sí,
y mandan (¡ue para ser admitidos á ejercer dicho cargo
justijiquen con citación del procurculor síndico ante las
i' •■ Hiaf-' -^>" -v*»-»-
ií^*^: • -■'. . <. . ■ ■-' '".;..:_ 'V, '•;/•;-■• • .■-. :-.\ /•■■•^•; <?{* - • - ■ ■■ -"S*^'- •«.:,■' >;5-v:"
OBRAS ESCOGIDAS 259
justicias de sus domicilios, limpie:^a de sangre, legitimi-
dad, fidelidad, habilidad, buena vida ij costumbres. ^
Sí, amigo; es un oficio honroso, y tanto que no
obsta, como han pensado algunos, para ser caballeros
y adornarse el pecho con la cruz de un hábito, siempre
que no falten los demás requisitos necesarios para el
caso, de lo que tenemos ejemplar. No siendo esto nada
particular ni violento, si se considera que un escribano
es una persona depositarla , con autoridad del soberano
de la confianza pública, d quien, así en juicio como fuera
de él, se debe dar entera fe y crédito en cuanto actúe
conio tcd escribano. -
¿No es, pues, una lástima que cuatro zaragates
desluzcan con sus embrollos, necedades v raterías una
profesión tan recomendable en la sociedad? Á lo menos
en el concepto de los muchos: que los pocos bien saben
que en expresión de cierto autor moderno, el abuso de
tan decoroso ministerio no debe degrcalarle, como ni á
los demás de la república, de la estimación g aprecio que
le son debidos.
Esa escritura que usted ha puesto ó mandado poner,
es un fárrago de simplezas que no merece criticarse,
y ella misma publica la ignorancia de usted, cuando no
la hubiera confesado. ¿Conque usted se persuade que
el escribano no necesita saber leyes, y que esto sólo
* En el prólogo del Febrero ilustrado se hallan citadas las respectivas leyes.
.^í : ' .íS¡.'.fói.á.:í-iJít-^tM^::&i\i
260 PENSADOR MEXICANO
compete á los abogados? Pues no, señor, los escribanos
deben también estudiarlas para desempeñar su oficio
en conciencia. ^
Msta es una aserción muy evidente, y si no, vea
usted en cuántos despilfarros y nulidades ha incurrido
en ese mamarracho (jue ha forjado. Usted cita y renun-
cia leyes que para nada vienen al caso, manifestando en
esto su ignorancia, al mismo tiempo (jUc omite poner la
edad de esa señora, circunstancia esencialísima para (jue
sea válida la escritura, pues es mayor de veinticinco
años; no es casada ni hija de familia; tiene la libre
administración de sus bienes, y puede otorgar por sí
lo mismo (jue cualquier hombre libre, y de consiguiente
es un absurdo la renuncia que hace en su nombre del
í^cna(as-consul(() Vc/oi/(fno, pues no tiene aquí lugar ni
le favorece. Sepa usted que esta ley se instituyó en Roma
siendo cónsul Veleyo en favor de las mujeres, para que
no puedan obligarse ni salir por fiadoras por persona
alguna, y ya que puedan serlo en ciertos casos, es
menester <jue renuncien esta ley romana, ó más bien
las patrias que les favorecen , y entonces será válido el
contrato y estarán obligadas á cumplirlo; pero cuando
estando habilitadas por derecho se obligan por sí y por
' "Ka imposible ejercer los escribanos su oficio, dice don Marco» Gutiérrez en el
lugar citado, sin saber mucho de jurisprudencia; pues de lo contrario forzosamente han
de cometer infinitos absurdos que originen costosos é interminables litigios, y de que
sean victimas innumerables ciudadanos en sus bienes y derechos.»
. ! ,
■yu^'^T?'''-':- : . .-.'■•^^J
OBRAS ESCOGIDAS 261
SU mismo interés, es excusada tal cláusula, porque
entonces ninguna ley las exime de la obligación que
han otorgado.
Lo mismo se puede decir de las demás renuncias
disparatadas que usted ha puesto como las de si (¡ua
tnulier, sice a me, etc., pues éstas se contraen á asegurar "
los bienes do las mujeres casadas ó por razón de bienes
dótales; v así sólo á éstas favorecen v ellas únicamente
pueden renunciar su beneficio, y no las doncellas ó sol- '
teras como es doña Damiana Acevedo. - f
Mas para que usted acabe de conocer hasta dónde
llega su ignorancia y la de todos sus compañeros que
extienden instrumentos y ponen en ellos latinajos, leyes
y renuncias de éstas sin entender lo que hablan, sino
porque así lo han visto en los protocolos de donde saca-
ron su formulario, atienda: Dice usted que vendió la
casa en cuatro mil pesos, que el comprador recibió á su
satisfacción, y á poco dice que renuncia la ley de la
non niinici'fita pecunia. Si usted supiera (jue esta ley
habla del dinero no contado, y no del contado y recibido,
no incurriría en tal error. :
Últimamente: el poner por testigos instrumentales :
los nombres (jue usted quiere, al hacer el instrumento
usted solo, como ha dicho, y el no explicarle á las partes
la cláusula de él y las leyes que renuncian, puede anular
la escritura y cuanto haga con esta torpeza; porque es
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, lí.— OG.
' «■• ^W,* 1.^
'•-■^Xl4^.
262 PENSADOR MEXICANO
obligación precisa de los escribanos el imponer á las
partes perfectamente en éstas (jue usted llama anü'r/iia-
/!((.<: pero como «regularmente los escribanos ^ poco
menos ignoran el contenido de las leyes renunciadas
que las mismas partes, ¿cómo deberemos persuadirnos
que cerciorarán aquello que creemos ignoran? ¿Llamare-
mos acaso á juicio al escribano para que, examinado del
contenido de dichas leyes, si rectamente responde, crea-
mos que cercion') bien a las partes, y si no da razón de
su persona hagamos el contrario concepto? Mejor sería.»
Con(jue, señor Casalla, aplicarse, aplicarse y ser
hombre de bien ; pues es un dolor que por las faltas de
usted y otros como usted sufran los buenos escribanos
el vejamen de los necios. VA negocio á que yo venía pide
un escribano de más capacidad y conducta que usted, y
así no me determino á fiárselo, l^studie más y sea más
arreglado, y no le faltará qué comer con más descanso
y tranquilidad de espíritu. Y usted, amiguito, me dijo
á mí, estudie también si quiere seguir esta carrera, y
no se ensene á robar con la pluma, pues entonces no
pasará de ave de rapiña. Adiós, señores.
Ni visto ni oído fué el licenciado luego que acabó de
regañar á mi amo, quien se quedó tan aturdido que no
sabía si estaba en cielo ó en tierra, según después me
dijo.
' Aliaga, en su Kspejo de Eicrihanot, t. II, cap. I, claus. 13. fol. 02.
~,!f\^^y-'~J..-- . -• • .-35^ ;C^--' V ,. 'I ^ .«^
OBRAS ESCOGIDAS 263
Yo me acordé bastante de mi primer maestro de
escuela, cuando le pasó igual bochorno con el clérigo;
pero mi amo no era de los que se ahogan en poca agua,
sino muy procaz ó sinvergüenza; y así disimuló su
incomodidad con mucho garbo, y luego que se recobró
un poco, me dijo: — ¿Sabes, Pericjuillo, por qué ha sido
esta faramalla del abogado? Pues sábete que no por otra
causa, sino porque siente un gato que otro lo arañe.
Estos letradillos son muy envidiosos; no pueden ver ojos
en otra cara, y quisieran ser ellos solos abogados, jueces,
agentes, relatores, procuradores, escribanos y hasta
corchetes y verdugos, para soplarse á los litigantes en
cuerpo y alma.
Vea usted al bribón del Severillo, y (jué charla nos
ha encajado haciéndose del hipócrita y del instruido,
como si lucra lo mismo surcir un escrito acuñándole
cuarenta textos, que extender un instrumento público.
Aquí no más has de conocer lo que va del trabajo de
un abogado al de un escribano: el escrito de aquél
se tira, si se olrece, por inútil, y el instrumento que
nosotros autorizamos se guarda y se protocola eterna-
mente.
El Ictradillo se escandaliza de lo que no entiende,
pero no se asustará de dejar un litigante sin camisa.
Sí, ya lo conozco; ¡bonito yo para que me diera atole
con el dedo! No digo él, ni los de toga. ¿Sabes por qué
"V". ("v-s ■.;"'-«• ixtií-i: . ■■Vl.V ■-tWif Wfrt.' -"-^'J. ' -' Jt- " ^— '•>•• ■-• ' V --»J-
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264 PENSADOR MEXICANO
tomé el partido de callarme? Pues fué porque es muy
caviloso, y á más de eso tengo malicias de que es asesor
de S. E. Está para ser oidor y no quiero exponerme
á un trabajo, poríjue estos picaros por tal de vengarse
no dejarán libro que no hojeen, ni estante que no
revuelvan: (jue si eso no hubiera sido, yo lo hubiera
enseñado á mal criado. Con todo, que vuelva otro día
á mi casa á quebrarme la cabeza, quizás no estaró para
aguantar, y saldrá por ahí como rata por tirante.
Así que mi amo se desahogó conmigo, abrió su
estantito, se refrescó con un buen trago del refino de
Castilla, y se marchó á jugar sus alburitos mientras se
hacía hora de comer.
Aunque me hicieron mucha Fuerza las razones del
licenciado, algo me desvanecieron la socarra y mentiras
de Chanlaina. Ello es que yo propuse no dejar su com-
pañía hasta no salir un mediano oficial de escribano;
mas no se puede todo lo que se quiere.
Á las dos de la tarde volvió mi maestro contento
poríjue no había perdido en el juego; puse la mesa,
comió v se fué á dormir siesta. Yo t'uí á hacer la misma
diligencia á la cocina donde me despachó muy bien nana
Clara. (|ue era la cocinera. Después me bajé á la esquina
á pasar el rato con el tendero mientras despertaba mi
patrón.
Este, luego que despertó, me dejó mi tarea de
OBRAS ESCOGIDAS 265
escribir, como siempre, y se marchó para la calle, de
donde volvió á las siete de la noche con una nueva
huéspeda que venía á ser nuestra compañera.
Luego que la vi la conocí. Se llamaba Luisa, y era
la hermana del ladrón que mi amo soltó de la cuerda
con más facilidad que don Quijote á Ginés de Pasamonte.
Ya he dicho que la tal moza no era fea y que pareció
muy bien á mi amo. ¡Ojalá y á mí no me hubiera pare-
cido lo mismo 1
En cuanto entró le dijo mi amo: — Anda, hija, des-
núdate ^ y vete con nana Clara, que ella te impondrá
de lo que has de hacer. — Fuese ella muy humilde, y
cuando estuvimos solos me dijo Chanfaina: — Periquillo,
me debes dar las albricias por esta nueva criada que
he traído: ella viene de recamarera, v te vas á ahorrar
de algún quehacer; porque ya no barrerás, ni harás
la cama, ni servirás la mesa, ni limpiarás los candeleros,
ni harás otras cosas que son de su obligación, sino
solamente los mandados. Lo único que te encargo es
que tengas cuidado con ella, avisándome si se asoma
al balcón muy seguido, ó si sale ó viene alguno á verla
cuando no estuviere yo en casa. En fin, tú cúidala y
avísame de cuanto notares. Pues, porque al fin es mi
criada, está á mi cargo, tengo que dar cuenta á Dios
' En aquella época sólo la gente muy infeliz carecía de ropa más decente, ó aseada
para salir á la calle, y así es que por deéiiudarse se entendía quitarse esa ropa y quedar-
se con la de dentro de casa. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 67.
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266 . PENSADOR MEXICANO
de ella y no soy muy ancho de conciencia, ni quiero
condenarme por pecados ajenos. ¿Entiendes? — Sí,
señor, le contesté, riéndome interiormente de la necedad
con (|ue pensaba que era yo capaz de tragar su hipocre-
sía. Ya se ve, el muy camote me tenía por un buen mu-
chacho ó por un mentecato. Como en cerca de dos meses
que yo vivía con él había hecho tan al vivo el papel de
hombre de bien, pues ni salía á pasear, aun dándome
licencia él mismo, ni me deslicé en lo más mínimo con
la vieja cocinera, me creyó el amigo Chanfaina muy
inocente, ó (juién sabe qué, y me confió á su Luisa, (|ue
fué fiarle un mamón ;'i un perro hambriento. Así salió
ello.
Esa noche cenamos y me luí á acostar sin meterme
en más dibujos. Al día siguiente nos dio chocolate la
recamarerita, hizo la cama, barrió, atizó el cobre, porque
plata no la había, y pu§o la casa albeando, como dicen
las mujeres.
Seis ú ocho días hizo la Luisa el papel de criada
sirviendo la mesa v tratando á Chanfaina como amo,
delante de mí y de la vieja; pero no pudo éste sufrir
mucho tiempo el disimulo. Pasado este plazo, la fué
haciendo comer de su plato auncjue en pie; después la
liacía sentar algunas veces, hasta (jue se desnudó del
fingimiento y la coloc(') á su lado señorilmente.
Los tres comíamos y cenábamos juntos en buena
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OBRAS ESCOGIDAS 267
paz y compañía. La muchacha era bonita, alegre, viva
y decidora; yo era joven, no muy malote y sabía tocar
el bandoloncito y cantar no muy ronco, al paso que mi
amo era casi viejo, no poseía las gracias que yo; sacán-
dolo de sus trapacerías con la pluma, era en lo demás
muy tonto; hablaba gangoso y rociaba de babas al que
lo atendía, á causa de (|ue el gálico y el mercurio lo
habían dejado sin campanilla ni dientes; no era nada
liberal, y sobre tantas prendas tenía la recomendable de
ser celosísimo en extremo.
Ya se deja entender que no me costaría mucho tra-
bajo la conquista de Luisa teniendo un rival tan despre-
ciable. Así fué en efecto. Breve nos conchábamos, y
quedamos de acuerdo correspondiéndonos nuestros afec-
tos amigablemente.
El pobre de mi amo estaba encantado con su reca-
marera y plenamente satisfecho de su escribiente, quien
no osaba alzar los ojos á verla delante de él.
Mas ella, que era picara y burlona, abusaba del
candor de mi amo y me ponía en unos aprietos terribles
en su presencia; de suerte que á veces me hacía reir y
á veces incomodar con sus chocarrerías.
Algunas ocasiones me decía: — Señor Pedrito, ¡qué
mustio es usted 1 parece usted novicio ó fraile recién pro-
feso; ni alza los ojos para verme; ¿qué, soy tan fea que
espanto? ¡ Zonzo 1 Dios me libre de usted. Será usted más
268 PENSADOR MEXICANO
tunante que el que más. Sí, de éstos que no comen miel
libre Dios nuestros panales, don Cosme.
Otras veces me preguntaba si estaba yo enamorado
de alguna muchacha ó si me quería casar, y treinta mil
simplezas de éstas, con las que me exponía á descubrir
nuestros maliciosos tratos; pero el bueno de mi maestro
estaba lelo y en nada menos pensaba que en ellos, antes
solía preguntarme á excusas de ella si le observaba yo
alguna in(juietud. Y yo le decía: — No, señor, ni yo lo
permitiera, pues los intereses de usted los miro como
míos, y más en esta parte. — Con esto quedaba el pobre
enteramente satisfecho de la fidelidad de los dos.
Pero como nada hay oculto que no se revele, al fin
se descubrió nuestro mal procedimiento de un modo que
pudo haberme costado bien caro.
Estaba una mañana Luisa en el balcón y yo escri-
biendo en la sala. Antojóseme chupar un cigarro y íuí
á encenderlo á la cocina. Por desgracia estaba soplando
la lumbre una muchacha do no malos bigotes llamada
Lorenza, que era sobrina de nana Clara, y la iba á visitar
de cuando en cuando por interés de los percances que le
daba la buena vieja, la (jue á la sazón no estaba en casa,
porque había ido á la plaza á comprar cebollas y otras
menestras para guisar. Me hallé, pues, solo con la mu-
chacha, y como era de corazón alegre comenzamos á
chacotear familiarmente.
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OBRAS ESCOGIDAS 269
En este rato me echó de menos Luisa; fué á buscar-
me, y hallándome enajenado, se enceló furiosamente y
me reconvino con bastante aspereza, pues me dijo: — Muy
bien, señor Perico. En eso se le va á usted el tiempo, en
retozar con esa grandísima tal... — No: eso de tal, dijo
Lorenza toda encolerizada, eso de tal lo será ella y su
madre y toda su casta. — Y sin más cumplimientos se
arremetieron v afianzaron de las trenzas dándose muchos
araños y diciéndose primores: pero esto con tal escán-
dalo y alharaca, que se podía haber oído el pleito y sa-
bido el motivo ú dos leguas en contorno de la casa.
Hacía yo cuanto estaba de mi parte por desapar-
tarlas; mas era imposible según estaban empeñadas en
no soltarse.
A este tiempo entró nana Clara, y mirando á su
sobrina bañada en sangre, no se metió en averiguacio-
nes, sino que tirando el canasto de verdura, arremetió
contra la pobre de Luisa, (jue no estaba muy sana, dicién-
dole: — Eso no, grandísima cochina, lambe-platos, piojo
resucitado; á mi sobrina no, tal. Agora verás quién es
cada cual. Y en medio de esas jaculatorias le menudeaba
muy fuertes palos con una cuchara.
Yo no pude sufrir que con tal ventaja estropearan
dos á mi pobre Luisa, y así, viendo que no valían mis
ruegos para que la dejaran, apelé á la fuerza y di sobre la
vieja á pescozones.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 68.
/
270 PENSADOR MEXICANO
Una zambra era aquella cocina, ni pienso (|ue sería
más terrible la batalla de César en Farsalia. Como no
estábamos quietos en un punto, sino que cayendo y
levantando andábamos por todas partes y la cocina era
estrecha, en un instante se quebraron las ollas, se de-
rramó la comida, se apagó la lumbre, y la ceniza nos
emblanqueció las cabezas y ensució las caras.
Todo era desvergüenzas, gritos, porrazos y desor-
den. No había una de las contendientes (jue no estuviera
sangrada según el método del Aguilucho, y á más de
esto, desgreñada y toda hecha pedazos, sin quedarme
yo limpio en la lunción. El campo de batalla ó la cocina
estaba sembrada do despojos. Por un rincón se veía una
olla hecha pedazos, por otra la tinaja del agua, por aquí
una sai'tén, por allí un manojo de cebollas, por esotro
lado la mano del metate, y por todas partes las reliíjuias
de nuestra ropa. El perrillo alternaba sus ladridos con
nuestros gritos, y el gato todo espeluzado no se atrevía á
bajar del brasero.
En medio de esta función llegó Chanfaina ves-
tido ^en su propio traje, y viendo que su Luisa estaba
desangrada, hecha pedazos, bañada en sangre y en-
vuelta entre la cocinera y su sobrina, no esperó razo-
nes, sino que haciéndose de un garrote di(') sobre las
dos últimas; pero con tal gana y coraje, que á pocos
trancazos cesó el pleito dejando á la infeliz recama-
A.\irr;IIo.
En medio de esta función llegó Chanfaina, vestido en su propio traje
OBRAS ESCOGIDAS 271
rera, que ciertamente era la que había llevado la peor
parte.
Cuando volvimos todos en nuestro acuerdo, no tanto
por el respeto del amo, cuanto por el miedo del garrote,
comenzó el escribano á tomarnos declaración sobre el
asunto ó motivo de tan desaforada riña. La vieja nana
Clara nada decía, porque nada sabía en realidad. Luisa
tampoco, porque no le tenía cuenta; yo menos, porque
era el actor principal de aquella escena; pero la maldita
Lorenza, como que era la más instruida é inocente, en
un instante impuso á mi amo del contenido de la causa,
diciéndole que todo aquello no había sido más que una
violencia y provocación de aquella tal celosa que estaba
en su casa, que quizá era mi amiga, pues por celos de
mí y de ella había armado a(|uel escándalo...
Hasta a(|uí oí yo á Lorenza; porque en cuanto ad-
vertí que ésta había descorrido el velo de nuestros indig-
nos tratos más de lo que era necesario, y que mi amo
me miraba con ojos de loco furioso, temí como hombre,
y eché á correr como una liebre por la escalera abajo,
con lo que confirmé en el momento cuanto dijo Loren-
za, acabando de irritar á mi patrón, quien no queriendo
que me fuera de su casa sin despedida, bajó tras de mí
como un rayo y con tal precipitación, que no advirtió
que iba sin sombrero ni capa y con la golilla por un
lado.
..k\.r.¿:í¿
272
PENSADOR MEXICANO
Como dos cuadras corrió Chanfaina tras de mí gri-
tándome sin cesar: — ¡Párate, bribón; párate, picaro! —
pero yo me volví sordo y no paré hasta que lo perdí de
vista y me halló bien lejos y seguro del garrote.
Este fué el honroso y lucidísimo modo con que salí
de la casa del escribano, peor de lo que había entrado y
sin el más mínimo escarmiento; pues en cada una de
éstas comenzaba de nuevo la serie de mis aventuras,
como lo veréis en el capítulo siguiente.
''•'¿^i.-U. í^. J:-i Vi0'lLi^-l'..iLi."iÉ
. %.r^i-wÁX^Ü\ '.'«itfS
:í^v
CAPITULO XI
En el que Periquillo cuenta la acogida
que le hizo un barbero; el motivo porque se salió de su
casa; su acomodo en una botica y su salida de
ésta , con otras aventuras curiosas
Es increíble el terreno que avanza un cobarde en la
carrera. Cuando sucedió el lance que acabo de referir
eran las doce en punto, y mi amo vivía en la calle de
las Ratas; pues corrí tan de buena gana que fui á esperar
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 69.
"i. t-j .-'j.-.'- 1- *r '«^-jk *»Á.i- ,
. ;«
274 PENSADOR MEXICANO
el cuarto de hora á la Alameda; eso sí, yo llegué lleno
de sudor y de susto; mas lo di de barato así como el
, verme sin sombrero, roto de cabeza, hecho pedazos y
muerto de hambre, al considerarme seguro de Chanfaina,
á quien no tanto temía por su garrote como por su
pluma cavilosa; pues si me hubiera habido á las manos
seguramente me da de palos, me urde una calumnia y
me hace ir á sacar piedra mucar á San Juan de Ulúa.
Así es que yo hube de tener por bien el mismo
mal, ó elegí cuerdamente del mal el menos; pero esto
está muy bien para la hora ejecutiva, porque pasada
ésta, se reconoce cualquier mal según es, y entonces
nos incomoda amargamente.
Tal me sucedió, cuando sentado á la orilla de una
zanja, apoyado mi brazo izquierdo sobre una rodilla,
teniéndome con la misma mano la cabeza, y con la
derecha rascando la tierra con un palito, consideraba
mi triste situación. — ¿Qué haré yo ahora? me preguntaba
á mí mismo. Es harto infeliz el estado presente en que
me hallo. Solo, casi desnudo, roto de cabeza, muerto
de hambre, sin abrigo ni conocimiento, y después de
todo, con un enemigo poderoso como Chanfaina, que
se desvelará por saber de mí para tomar venganza de
mi infidelidad y de la de Luisa, ¿á dónde iré? ¿dónde
me (juedaré esta noche? ¿quién se ha de doler de mí,
ni quién me hospedará si mi pelaje es demasiado sos-
-■■■ÁNV.^-^U.:.t.jN; J -. .i^s-.' v..^.^:.. ■•-.--:> '■^:>-j.t^o^»^.t.-^¿»....:
J
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OBRAS ESCOGIDAS
275
pechoso? Quedarme aquí, no puede ser, porque me
echarán los guardas de la Alameda; andar toda la noche
en la calle, es arrojo, porque me expongo á que me
encuentre una ronda y me despache más presto á poder
de Chanfaina; irme á dormir á un cementerio retirado
como el de San Cosme, será lo más seguro... pero ¿y los
muertos y las fantasmas son acaso poco respetables y
temibles? Ni por un pienso. ¿Qué haré, pues, y qué
comeré en esta noche?
Embebecido estaba en tan melancólicos pensamien-
tos sin poder dar con el hilo que me sacara de tan
confuso laberinto, cuando Dios, que no desampara á
los mismos que le ofenden, hizo que pasara junto á mí
un venerable viejo, que con un muchacho se entretenía
en sacar sanguijuelas con un clñquiJiuiíe en aquellas
zanjitas; y estando en esta diligencia me saludó y yo
le respondí cortesmente.
El viejo, al oir mi voz, me miró con atención, y
después de haberse detenido un momento, salta la zanja,
me echa los brazos al cuello con la mayor expresión,
y me dice: — ¡Pedrito de mi alma! ¿Es posible que te
vuelva á ver? ¿Qué es esto? ¿Qué traje, qué sangre es
ésa? ¿Cómo está tu madre? ¿Dónde vives?
Á tantas preguntas, yo no respondía palabra, sor-
prendido al ver á un hombre á quien no conocía que
me hablaba por mi nombre y con una confianza no
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*>.jj*'-' :.i.^^íJ: ^'r:^'. ':tt¿hiL^U-iM'L,LÁ'-¥aLk¿¿^J>lkfi''iAL:t^
276 PENSADOR MEXICANO
esperada; mas él, advirtiendo la causa de mi turbación,
me dijo: — ¿Qué, no me conoces? — No, señor; la verdad,
le respondí, si no es para servirle. — Pues yo sí te
conozco, y conocí á tus padres y les debí mil favores.
Yo me llamo Agustín Rapamentas: afeité al difunto
señor don Manuel Sarmiento, tu padrecito, muchos años;
sí, muchos, sobre que te conocí tamañito, hijo, tama-
ñito; puedo decir que te vi nacer; y no pienses que no;
te quería mucho y jugaba contigo mientras que tu señor
padre salía á afeitarse.
— Pues, señor don Agustín, le dije, ahora voy
recordando especies, y en efecto, es así como usted lo
dice. — ¿Pues qué haces aquí, hijo, y en este estado?
me preguntó.
— ¡Ay, señorl le respondí remedando el llanto de
las viudas; mi suerte es la más desgraciada; mi madre
murió dos años hace; los acreedores de mi padre me
echaron á la calle y embargaron cuanto había en mi
casa; yo me he mantenido sirviendo á este y al otro, y
hoy el amo (jue tenía, porque la cocinera echó el caldo
frío y yo lo llevé así á la mesa, me tiró con él y con el
plato me rompió la cabeza, y no parando en esto su
cólera, agarró el cuchillo y corrió tras de mí, que á no
tomarle vo la delantera, no le cuento á usted mi des-
gracia.
— ¡Mire qué picardía! decía el candido barbero;
» - : V f -i^ .
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ODRAS ESCOGIDAS 277
¿y quién es ese amo tan cruel y vengativo? — ¿Quién
ha de ser, señor? le dije; el mariscal de Birón. — ¡Cómo!
¿Qué estás hablando? dijo el rapador; no puede ser eso;
si no hay tal nombre en el mundo. Será otro. — ¡ Ah! sí,
señor, es verdad, dije yo; me turbé: pero es el conde...
el conde... el conde... ¡válgate Dios por memorial el
conde de... de... de Saldaña. — Peor está ésa, decía don
Agustín; ¿qué, te has vuelto loco? ¿Qué estás hablando,
hijo? ¿No ves que esos títulos que dices son de comedia?
— Es verdad, señor; á mí se me ha olvidado el título de
mi amo, porque apenas hace dos días que estaba en su
casa; pero para el caso no importa acordarse de su título,
ó aplicarle uno de comedia, porque si lo vemos con serie-
dad, ¿qué título hay en el mundo que no sea de comedia?
El mariscal de Birón, el conde de Saldaña, el barón de
Trenk y otros mil fueron títulos reales, desempeñaron
su papel, murieron, y sus nombres quedaron para servir
de títulos de comedias. Lo mismo sucederá al conde del
Campo azul, al marqués de Casa nueva, al duque de
Ricabella v á cuantos títulos viven hov con nosotros:
mañana morirán y Laas Deo: quedarán sus nombres y
sus títulos para acordarnos s<Mo algunos días de que han
existido entre los vivos, lo mismo que el mariscal de
Birón y el gran conde de Saldaña. Conque nada importa,
según esto, que yo me acuerde ó me olvide del título del
amo que me golpeó. De lo que no me olvidaré será de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 70,
278 PENSADOR MEXICANO
SU maldita acción, que éstas son las que se quedan en la
memoria de los hombres ó para vituperarlas y sentirlas,
ó para ensalzarlas y aplaudirlas, que no los títulos y
dictados que mueren con el tiempo, y se confunden con
el polvo de los sepulcros.
Atónito me escuchaba el inocente barbero tenién-
dome por un sabio y un virtuoso. Tal era mi malicia
á veces, y ú veces mi ignorancia. Yo mismo ahora no
soy capaz de definir mi carácter en aquellos tiempos, ni
creo que nadie lo hubiera podido comprender; porque
unas ocasiones decía lo que sentía, otras obraba contra
lo mismo que decía; unas veces me hacía un hipócrita,
y otras hablaba para el convencimiento de mi conciencia;
mas lo peor era (jue cuando fingía virtud lo hacía con
advertencia, y cuando iiablaba enamorado de ella hacía
mil propósitos interiores de enmendarme, pero no me
determinaba á cumplirlos.
Esta vez me tocó hablar lo que tenía en mi corazón;
pero no me aproveché de tales verdades; sin embargo,
me surtió un buen efecto temporal, y fué que el barbero,
condolido de mí, me llevó á su casa, y su familia, que
se componía de una buena vieja llamada tía Casilda y del
muchacho aprendiz, me recibió con el extremo más
dulce de hospitalidad.
Cené aquella noche mejor de lo que pensaba, y al
día siguiente me dijo el maestro: — Hijo, aunque ya eres
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Lufe-: .'í.^\j^ '
•r-'Si-'^'t'
OBRAS ESCOGIDAS 279
grande para aprendiz (tendría yo diez y nueve o veinte
años: decía bien), si quieres, puedes aprender mi oficio,
que si no es de los muy aventajados, á lo menos da qué
comer; y así aplícate que yo te daré la casa y el bocadito,
que es lo que puedo.
Yo le dije que sí, porque por entonces me pareció
conveniente; y según esto, me comedía ^ á limpiar los
paños, á tener la vacía y á hacer algo de lo que veía
hacer al aprendiz.
Una ocasión que el maestro no estaba en casa, por
ver si estaba algo adelantado, cogí un perro, á cuya
fajina me ayudó el aprendiz, y atándole los pies, las
manos y el hocico, lo sentamos en la silla amarrado en
ella, le pusimos un trapito para limpiar las navajas, y
comencé la operación de la rasura. El miserable perro
ponía sus gemidos ^ en el cielo. ¡Tales eran las cuchi-
lladas que solía llevar de cuando en cuando!
Por fin, se acabó la operación y quedó el pobre
animal retratable, y luego que se vio libre, salió para la
calle como alma que se llevan los demonios, y yo, en-
greído con esta primera prueba, me determiné á hacer otra
con un pobre indio que se fué á rasurar de á medio. Con
mucho garbo le puse los paños; hice al aprendiz trajera
• Por comedirse y con más frecuencia acomedirse, se entiende vulgarmente pres-
tarse con voluntad y gusto á ayudar á otros en sus trabajos y quehaceres, ó desempe-
ñarlos por ellos. E.
* No podía ladrar y así sólo gemía. ^
í'3s¿i£.tL]mL'.1^l&..
280 PENSADOR MEXICANO
la vacía con la agua caliente; asenté las navajas y le di
una zurra de raspadas y tajos que el infeliz, no pudiendo
sufrir mi áspera mano, se levantó diciendo: — Amoquale
(¡uisíiano, amoquale: — que fué como decirme en caste-
llano: «no me cuadra tu modo, señor, no me cuadra.»
Ello es que él dio el medio real y se fué también medio
rapado.
Todavía no contento con estas tan malas pruebas,
me atreví á sacarle una muela .'i una vieja que entró ú la
tienda rabiando de un fuerte dolor v en solicitud de mi
maestro; pero como era resuelto, la hice sentar y que
entregara la cabeza al aprendiz para que se la tuviera.
Hizo éste muy bien su oficio: abrió la cuitada vieja
su desierta boca después de haberme mostrado la muela
que le dolía; tomé el descarnador y comencé á cortarla
trozos de encía alegremente.
La miserable, al verse tasajear tan seguido y con
una porcelana de sangre delante, me decía: — Maestrito,
por Dios, ¿hasta cuándo acaba usted de descarnar? — No
tenga usted cuidado, señora, le decía yo; haga una poca
de paciencia, ya le falta poco de la quijada.
En fin, así que le corté tanta carne cuanta bastó
para que almorzara el gato de casa, le afiancé el hueso
con el respectivo instrumento, y le di un estirón tan
luerte y mal dado, que le quebré la muela lastimándole
terriblemente la quijada.
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f^^.:-- ; ■- -. , ;- -..■ .-. ... .., !".•■.:_•■ •'sv'-'^r "•*??- '?;;y>
OBRAS ESCOGIDAS 281
— ¡Ay, Jesús! exclamó la triste vieja, ya me arrancó
usted las quijadas, maestro del diablo. — No hable usted,
señora, le dije, que se le meterá el aire y le corromperá
la mandíbula. — ¡Qué malíbula ni qué demonios I decía
la pobre.... jAy, Jesús! ¡ay! ¡ay! ¡ay!... — Ya está,
señora, decía yo, abra usted la boca, acabaremos de
sacar el raigón, ¿no ve que es ftiuela matriculada? —
Matriculado esté usted en el infierno, chambón, indigno,
condenado, decía la pobre.
Yo, sin hacer caso de sus injurias, le decía: — Ande,
nanita, siéntese y abra la boca, acabaremos de sacar ese
hueso maldito: vea usted que un dolor quita muchos.
Ande usted aunque no me pague. — Vaya usted mucho
noramala, dijo la anciana, y sáquele otra muela ó cuan-
tas tenga á la grandísima borracha (jue lo parió. No
tienen la culpa estos raspadores cochinos, sino quien se
pone en sus manos. — Prosiguiendo en estos elogios
se salió para la calle sin querer ni volver á ver el lugar
del sacrificio.
Yo algo me compadecí de su dolor, y el muchacho
no dejó de reprenderme mi determinación atolondrada;
porque cada rato decía: — ¡Pobre señora! ¡qué dolor ten-
dría! y lo peor que si se lo dice al maestro ¿qué dirá? —
Diga lo que dijere, le respondí; yo lo hago por ayudarle
á buscar el pan; fuera de que así se aprende, haciendo
pruebas y ensayándose. — A la maestra le dije que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 71.
282 PENSADOR MEXICANO
habían sido monadas de la vieja; que tenía la muela
matriculada y no se la pude arrancar al primer tirón,
cosa que al mejor le sucede.
Con esto se dieron todos por satisfechos y yo seguí
haciendo mis diabluras, las que me pagaban ó con dinero
ó con desvergüenzas.
Cuatro meses y medio permanecí con don Agustín,
y luó mucho, según lo variable de mi genio. Es verdad
que en esta d¡laci<')n tuvo parte el miedo que tenía á
Chanfaina, y el no encontrar mejor asilo, pues en aquella
casa comía, bebía y era tratado con una estimación res-
petuosa de parte del maestro. De suerte que yo ni
hacía mandados ni cosa mas útil que estar cuidando la
barbería y liaciendo mis fechorías cada vez que tenía
proporción; por(|ue yo era un aprendiz de honor, y tan
consentido y hobachón, que aunque sin camisa, no me
laltaba quien envidiara mi fortuna. Mste era Andrés, el
aprendiz, quien un día que estábamos los dos conver-
sando en espera de marchante que quisiera ensayarse
á mártir, me dijo: — Señor, ¡quión fuera como usted! —
¿Por qué, Andrés? le pregunté. — Porque ya usted es
hombre grande, duefio de su voluntad y no tiene quién
lo mande; y no yo, que tengo tantos que me regañen, y
no sé lo que es tener medio en la bolsa. — Pero así que
acabes de aprender el oficio, le dije, tendrás dinero y
serás dueño de tu voluntad.
-^Li.'^J^im^Il. .
■ .i^-V^' J-HJ-- .rn.' . .^.^wAAk.^ .-^.'.3^^
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OBRAS ESCOGIDAS 283
— ¡Qué verde está eso! decía Andrés: ya llevo aijuí
dos años de aprendiz y no sé nada. — ¿Cómo nada, hom-
bre? le pregunté muy admirado. — Así, nada, me con-
testó. Ahora que está usted en casa he aprendido algo.
— ¿Y qué has aprendido? le pregunté. — He aprendido,
respondió el gran bellaco, á afeitar perros, desollar
indios y desquijarar viejas, que no es poco. Dios se
lo pague á usted que me lo ha enseñado. — ¿Pues
y qué, tu maestro no te ha enseñado nada en dos
años?
— ¡Qué me ha de enseñar! decía Andrés. Todo el
día se me va en hacer mandados aquí y en casa de doña
Tulitas, la hija de mi maestro; y allí pior, porque me
hacen cargar el niño, lavar los pañales, ir á la pulque-
ría, fregar toditos los trastes y aguantar cuantas calillas
(juicren, y con esto ¿qué he de aprender del oficio?
Apenas sé llevar la vacía y el escall'ador cuando me lleva
consigo mi amo, digo, mi maestro; me turbé. A fe que
don Plácido, el hojalatero que vive junto á la casa de
mi madre grande, ese sí que es maestro de cajeta; porque
afuera de que no es muy demasiado regañón, ni les pega
á sus aprendices, los enseña con mucho cariño y les da
sus medios muy buenos así que hacen una cosa en su
lugar; pero eso de mandados ¡cuándo, ni por un pienso!
Sobre que apenas los envía á traer medio de cigarros,
coniimds manteca, ni chiles, ni pulque, ni carbón, ni
284 PENSADOR MEXICANO
nada como acá. Con esto orita oriia aprenden los mu-
chachos el oficio.
— Tú hablas mal, le dije, pero dices bien. No deben
ser los maestros amos, sino enseñadores de los mucha-
chos; ni éstos deben ser criados ó plhjuanejos de ellos,
sino legítimos aprendices; aunque así por la enseñanza
como por los alimentos que les dan, pueden mandarlos
y servirse de ellos en aquellas horas en que estén fuera
de la oficina y en a((uellas cosas proporcionadas á las
fuerzas, educación y principios de cada uno. Así lo oía
yo decir varias veces á mi difunto padre, que en paz
descanse. Pero díme: ¿qué. estás aquí con escritura?
— Sí, señor, me respondió Andrés, y ya cuento dos
años de aprendiz, y vamos corriendo para tres, y no
se da modo ni manera el maestro de enseñarme nada. —
Pues entonces, le dije, si la escritura es por cuatro años,
¿cómo aprenderás en el último, si se pasa como se han
pasado los tres (|ue llevas? — Eso mesmo digo yo, decía
Andrés; me sucederá lo (jue sucedió á mi hermano Poli-
carpo con el maestro Marianito, el sastre. — ¿Pues qué
le sucedió? — ¿Qué? que se llevó los tres años de apren-
diz en hacer mandados como oi'ci yo, y en el cuarto ¿^(/ae
quería el maestro enseñarle todo el oficio de á tiro, y mi
hermano no lo podía aprender, y el maestro se lo llevaba
el diablo de coraje, y le echaba cuarta al jtrobe de mi
hermano á manta de Dios, hasta que el pi'obo se aburrió
■ -«>,■.. -.-..í..- -^-<-~^ itiiÉiniiTrr
OBRAS ESCOGIDAS 285
y se ¡uijó, y ésta es la ora que no hemos vuelto á saber
del: y tan bueno que era el probé, pero, ¿cómo había de
salir sastre en un año, v eso haciendo mandados v con
tantísimo día de fiesta, señor, como tiene el año? Y asina
yo pienso que el maestro de acá tiene trazas de hacer lo
mesmo conmigo. *
— ¿Pero por qué no aprendiste tú á sastre? pre-
gunté á Andrés. Y éste me dijo: — ¡Ay, señor! ¿sastre?
se enferman del pulmón. — ¿Y á hojalatero? — No, señor;
por no ver que se corta uno con la hoja de lata y se
quema con los fierros. — ¿Y á carpintero, por qué no? —
¡Ayl no; porque se lastima mucho el pecho. — ¿Y á
carrocero ó herrero? — No lo permita Dios, si parecen
diablos cuando están junto á la fragua aporreando el
fierro. — Pues, hijo de mi alma; Pedro Sarmiento: her-
mano de mi corazón, le dije á Andrés levantándome
del asiento; tú eres mi hermano, tatita, sí, tú eres mi
hermano; somos mellizos ó cuates: dame un abrazo.
K * En el día con gran dolor vemos lo poco usado de esta loable práctica de recibir
aprendices con escritura; pero cuando estaba en uso se recibían los aprendices bajo las
obligaciones y condiciones siguientes : el maestro se obligaba á enseñar al aprendiz su
oñcio sin ocultarle nada, dentro de un tiempo determinado, que regularmente eran
cuatro años, pudiendo á este efecto castigarle con prudencia y moderación sin herirlo ni
lastimarlo gravemente; á darle alimentos, ropa limpia y cama; á que si no estuvo hábil
en el dicho tiempo, pagar á otro maestro de la misma profesión ó arte el trabajo de
enseñarlo; y si esto no quería, á tener en su casa al aprendiz en clase de oñcial pagándole
salario de tal todos los días. El otorgante padre, pariente, etc., del aprendiz, se obligaba á
que éste había de servir dicho tiempo, no sólo en lo concerniente al oQcio, sino en lo que
se le ofreciera á su maestro, siendo cosa decente y no impidiéndole el tiempo de aprender.
Estas y otras condiciones igualmente justas, pueden verse en el Febrero ilustrado, por
don Marcos Gutiérrez, part. I, t. II, cap. 26.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I , B. — 72
-v/"^, . ■ 43/ JJE'iÉ r'¿ JftV
286 PENSADOR MEXICANO
Desde hoy te debo amar y te amo más que antes, porque
miro en tí el retrato de mi m.odo de pensar; pero tan
parecido que se equivoca con el prototipo, si ya no es
que nos identificamos tú y yo.
— ¿Por qué son tantos abrazos, señor Pedrito? —
preguntaba Andrés muy azorado; ¿por qué me dice
tantas cosas que yo no entiendo? — Hermano Andrés,
lo respondí, porque tú piensas lo mismo que yo, y eres
tan ílojo como el hijo de mi madre. Á tí no te acomodan
los oficios por las penalidades que traen anexas, ni te
gusta servir porque regañan los amos; pero sí te gusta
comer, beber, pasear y tener dinero con poco ó ningún
trabajo. Pues, tatita, ^ lo mismo pasa por mí; de modo
que, como dice el refrán, Dios los cría y ellos se juntan.
Ya verás si tengo razón demasiada para quererte.
— Eso es decir, repuso Andrés, que usted es un
ílojo y yo también. — Adivinaste, muchacho, le contesté,
adivinaste. ¿Ves cómo en todo mereces que yo te quiera
y te reconozca por mi hermano? — Pues si sólo por eso
lo hace, dijo Andresilío, muchos hermanos debe usted
tener en el mundo, porque hay muchos flojos de nuestro
mismo gusto; pero sepa usted (jue á mí lo que me hace
no es el oficio, sino dos cosas: la una, que no me lo
enseñan, y la otra, el genio que tiene la maldita vieja
• Tatita, diminutivo de Tata, que entre la gente vulgar se sustituye al nombre de
padre, como el de nana al de madre; así como entre la gente decente se dice: Papá,
Mamá. E.
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. OBRAS ESCOGIDAS 287
de la maestra; que si eso no fuera, yo estuviera contento
en la casa, porque el maestro no puede ser mejor.
— Así es, dije yo. Es la vieja el mismo diablo, y
su genio es enteramente opuesto al de don Agustín;
pues éste es prudente, liberal y atento; y la vieja con-
denada es majadera, regañona y mezquina como Judas.
Ya se ve, ¿qué cosa buena ha de hacer con su cara de
sábana encarrujada y su boca de chancleta? ^
Hemos de advertir que la casa era una accesoria
con un altito, de éstas que llaman de taza y plato, ^ y
nosotros no habíamos atendido á que la dicha maestra
nos escuchaba, como nos escuchó toda la conversación,
hasta que yo comencé á loarla en los términos que van
referidos, é irritada justamente contra mí, cogió con
todo silencio una olla de agua hirviendo que tenía en
el brasero, y me la volcó á plomo en la cabeza, dicién-
dome: — ¡Pues maldito, mal agradecido, fuera de mi casa,
que yo no quiero en ella arrimados que vengan á hablar
de mí!
No sé si habló algo más porque quedé sordo y ciego
del dolor y de la cólera. Andrés, temiendo otro baño
> Esta voz es en castellano sinónima de chinela, pero entre nosotros significa el
zapato que por viejo ó de intento tiene doblado para adentro el talón, con cuyo motivo
hace un ruido desagradable al andar con él. E.
' Esta locución tuvo origen de que pidiéndose una poca de agua en el cuarto ó acce-
soria de la gente muy pobre, se daba en un jarro de barro común; pero los que siendo
algo más acomodados vivían en estas accesorias con su altito, presentaban el agua en
una taza poblana sobre un plato, porque el precio alto de los vasos de cristal en aquella
época remota no estaba al alcance sino de los ricos y gente bien acomodada. E.
288 PENSADOR MEXICANO
peor y escarmentado en mi cabeza, huyó para la calle.
Yo rabiando y todo pelado subí la escalenta de palo con
ánimo de desmechar á la vieja, topara en lo que topara,
y después marcharme como Andrés; pero esta conde-
nada ora varonil y resuelta, y así luego que me vio
arriba, tomó el cuchillo del brasero y se fué sobre mí
con el mayor denuedo, y hablando medias palabras de
cólera, me decía: — ¡Ah, grandísimo bellaco atrevidol
ahora te enseñaré... — Yo no pude oir qué me quería
enseñar ni me quise quedar á aprender la lección, sino
que volví la grupa con la mayor ligereza, y fué con tal
desgracia, que tropezando con un perrillo bajé la esca-
lora más presto que la había subido y del más extraño
modo, porque la bajé de cabeza magullándome las cos-
tillas.
La vieja estaba hecha un chile contra mí. No se
compadeció ni se detuvo por mi desgracia, sino que
baj(') detrás de mí como un rayo con el cuchillo en la
mano y tan determinada, que hasta ahora pienso que
si me hubiera cogido, me mata sin duda alguna; pero
quiso Dios darme valor para correr, y en cuatro brincos
me puse cuatro cuadras lejos de su furor. Porque eso
sí tenía yo alas en los pies, cuando me amenazaba algún
peligro, y me daban lugar para la fuga.
En lo intempestivo se pareció ésta mi salida á la de
la casa de Chanfaina; pero en lo demás fué peor, porque
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V^'i
OBRAS ESCOGIDAS 289
de aquí salí á la carrera, sin sombrero, bañado y cha-
muscado.
Así me hallé como á las once de la mañana por el
paseo que llaman de la Tlaxpana. Estúveme en el sol
esperando se me secara mi pobre ropa, que cada día
iba de mal en peor, como que no tenía relevo.
Á las tres de la tarde ya estaba enteramente seca,
enjuta, y yo malacondicionado, porque me afligía el
hambre con todas sus fuerzas; algunas ampollas se me
habían levantado por la travesura de la vieja; los zapatos,
como que estaban tan mal tratados con el tiempo que
se tenían en mis pies por mero cumplimiento, me aban-
donaron en la carrera; yo que vi la diabólica figura que
hacía sin ellos á causa de que las medias descubrieron
toda la suciedad y flecos de las soletas, me las quité,
y no teniendo dónde guardarlas las tiré, quedándome
descalzo de pie y pierna; y para colmo de mi desgracia
me urgía demasiado el miedo al pensar en dónde pasaría
la noche sin atreverme á decidir entre si me quedaría
en el campo ó me volvería á la ciudad, pues por todas
partes hallaba insuperables embarazos. En el campo
temía el hambre, las inclemencias del tiempo y la lobre-
guez de la noche; y en la ciudad temía la cárcel y un
mal encuentro con Chanfaina ó el maestro barbero;
pero por fin , á las oraciones de la noche, venció el miedo
de esta parte, y me volví á la ciudad.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T, I, B. — 73.
ft^^M . - 'Sbrí!L.
290 PENSADOR MEXICANO
Á las ocho estaba yo en el portal de las Flores,
muerto de hambre, la que se aumentaba con el ejercicio
que hacía con tanto andar. No tenía en el cuerpo cosa
que valiera más que una medallita de plata que había
comprado en cinco reales cuando estaba en la barbería;
me costó mucho trabajo venderla á esas horas; pero
por último, liallé quién me diera por ella dos y me-
dio, de los que gasté un real en cenar y medio en
cigarros.
Alentado mi estómago, sólo restaba determinar
dónde quedarme. Andaba yo calles y más calles sin
saber en dónde recogerme, hasta (jue pasando por el
mesón del Ángel oí sonar las bolas del truco, y acor-
dándome del an-astraderito de Juan Largo, dije entre
mí: — No hay remedio, un realillo tengo en la bolsa
para el coime; a(|uí me quedo esta noche. — Y diciendo
V haciendo me metí en el truco.
Todos me miraban con la mayor atención, no por lo
trapiento, que otros había allí peores que yo, sino por
lo ridículo, pues estaba descalzo enteramente; calzones
blancos no los conocía: los de encima eran negros de
terna, parchados y agujereados; mi camisa después de
rota estaba casi negra de mugre, mi chupa era de anga-
ripola rota y con tamaños llorones colorados; el som-
brero se (juedó en casa, y después de tantas guapezas
tenía la cara algo extravagante, pues la tenía ampollada
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OBRAS ESCOGIDAS 291
y los ojos medio escondidos dentro de las vejigas que me
hizo el agua hirviendo.
No era mucho que todos notaran tan extraña figura;
mas á mí no se me dio nada de su atención, y hubiera
sufrido algún vejamen á trueque de no quedarme en
la calle.
Dieron las nueve, acabaron de jugar y se fueron
saliendo todos menos yo, que luego luego me comedí á
apagar las velas, lo que no le disgustó al coime, quien
me dijo: — Amiguito, Dios se lo pague; pero ya es tarde
y voy á cerrar. — Vayase usted, señor, le dije; no tengo
dónde quedarme, hágame usted favor de que pase la
noche aquí en un banco, le daré un real que tengo, y si
más tuviera más le diera. ^
Ya hemos dicho que en todas partes, en todos ejer-
cicios y destinos se ven hombres buenos y malos, y así
no se hará novedad de que en un truco y en clase de
coime, fuera éste de quien hablo un hombre de bien y
sensible. Así lo experimenté, pues me dijo: — Guarde
usted su real , amigo, y quédese norabuena. ¿Ya cenó? —
Sí, señor, le respondí. — Pues yo también. Vamonos á
acostar. — Sacó un zarape, me lo prestó, y mientras nos
desnudamos quiso informarse de quién era yo y del
motivo de haber ido allí tan derrotado. Yo le conté mil
lástimas con tres mil mentiras en un instante, de modo
que se compadeció de mí, y me prometió que hablaría á
' -^ <t'-i^BW¿-^>.'-^M>k.
.i-- Ai.
292 PENSADOR MEXICANO
un amigo boticario que no tenía mozo, á ver si me aco-
modaba en su casa. Yo acepté el favor, le di las gracias
por él y nos dormimos.
A la siguiente mañana, á pesar de mi flojera, me
levanté primero que el coime; barrí, sacudí é hice cuanto
pude por granjearlo. El se pagó de esto, y me dijo: —
Voy á ver al «boticario; pero ¿qué haremos de sombrero?
Pues en esas trazas (|ue usted tiene está muy sospe-
choso.— Yo no sé qué haré, le dije, porque no tengo
más que un real y con tan poco no se ha de hallar; pero
mientras que usted me hace favor de ver á ese señor
boticario, va vuelvo.
Dicho esto me fui, me desayuné y en un zaguán me
quité la chupa y la lerié en el baratillo por el primer
sombrero que me dieron, quedándome el escrúpulo de
haber engañado á su dueño. Es verdad que el dicho
sombrero no pasaba de un cliilaquil aderezado; y donde
á mí me pareció (|ue había salido ventajoso ¿qué tal
estaría la chupa? Ello es que al tiempo del trueque me
acordé de aquel versito viejo de
Casó Montalvo en Segovia
Siendo cojo, tuerto y calvo,
Y engañaron á Montalvo:
Pues ¿qué tal sería la novia?
Contentísimo con mi sombrero y de verme disfra-
zado con mis propios tilicJics, convertido del hijo de don
. ■ .;^- J.^ . '.«^ : 1 - A -— •¿l^j^r
-W;«^
OBRAS ESCOGIDAS 293
Pedro Sarmiento en mozo alquilón, partí á buscar al
coime mi protector, quien me dijo que todo estaba listo:
pero que aquella camisa parecía sudadero, que fuera á
lavarla á la acequia y á las doce me llevaría al acomodo,
porque la pobreza era una cosa y la porquería otra; que
aquélla provocaba á lástima y ésta á desprecio y asco de la
persona; y por fin, que me acordara del refrán que dice:
como te veo te juzgo.
No me pareció iñalo el consejo, y así lo puse en
práctica al momento. Compré cuartilla de jabón y cuar-
tilla de tortillas con chile que me almorcé para tener
fuerzas para lavar; me fui al Pipis, ^ me pelé mi camisa
y la lavé.
No tardó nada en secarse, porque estaba muy del-
gada y el sol era como lo apetecen las lavanderas los
sábados. En cuanto la vi seca la espulgué y me la puse,
volviéndome con toda presteza al mesón, pues ya no veía
la hora de acomodarme; no porque me gustaba trabajar,
sino porque la necesidad tiene cara de hereje, dice el
refrán, y yo digo de pobre, que suele parecer peor que
de hereje.
Así que el coime me vio limpio se alegró y me dijo:
— Vea usted como ahora parece otra cosa. Vamos.
Llegamos á la botica, que estaba cerca, me presentó
1 Un recodo que al lado de un puente hace la acequia principal por el barrio de
San Pablo, donde sin pagar se lavan los muy pobres. E.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B. — 74.
-Vr;-:
.r. •;•.
294 PENSADOR MEXICANO
al amo, quien me hizo veinte preguntas, á las que con-
testé á su satisfacción, y me quedé en la casa con salario
asignado de cuatro pesos mensuales y plato.
Permanecí dos meses en clase de mozo, moliendo
palos, desollando culebras, atizando el fuego, haciendo
mandados y ayudando en cuanto se ofrecía y me manda-
ban, á satisfacción del amo y del oficial.
Luego que tuve juntos ocho pesos, compré medias,
zapatos, chaleco, chupa y pañuelo; todo del baratillo,
pero servible. Lo traje á la casa ocultamente , y á
otro día, que fué domingo, me puse hecho un veinti-
cuatro.
No me conocía el amo, y alegrándose de mi meta-
morfosis, decía al oficial: — Vea usted, se conoce que
este pobre muchacho es hijo de buenos padres y que no
se crió de mozo de botica. Así se hace, hijo, manifestar
uno siempre sus buenos principios, aunque sea pobre, y
una de las cosas en que se conoce el hombre que los ha
tenido buenos, es que no le gusta andar roto ni sucio.
¿Sabes escribir? — Sí, señor, le respondí. — A ver tu
letra, dijo; escribe a(|uí.
Yo, por pedantear un poco y confirmar al amo en
el buen concepto que había formado de mí, escribí lo
siguiente:
Qui scribere nesciunt nullum putant es se labor em.
Tres digiti scribunt , cestera meinbra dolent.
• »:;_• ^ -
OBRAS ESCOGIDAS 295
— ^¡ Hola I dijo mi amo todo admirado: escribe bien
el muchacho y en latín. ¿Pues qué, entiendes tú lo que
has escrito? — Sí, señor, le dije; eso dice «que los que
no saben escribir, piensan que no es trabajo; pero que
mientras tres dedos escriben se incomoda todo el cuer-
po.»— Muy bien, dijo el amo; según eso, sabrás qué
significa el rótulo de esa redoma. Dímelo. — Yo leí
Olciun vitellorum ocorum, y dije: — Aceite de yema de
huevos. — Así es, dijo don Nicolás, y poniéndome botes,
frascos, redomas y cajones, me siguió preguntando:
¿y aquí qué dice? — Yo, según él me preguntaba, res-
pondía: Oleum escorpionam. Aceite de alacranes... Aqua
menthae. Agua de hierba buena... Aqua peírocelini.
Agua de perejil... Sirupus pomovum. Jarabe de manza-
nas... Unguendi/n cucurhiiae. Ungüento de calabaza...
Elíxir... — Basta, dijo el amo, y volviéndose al oficial, le
decía: — Qué dice usted, don José, ¿no es lástima que
este pobre muchacho esté de mozo pudiendo estar de
aprendiz con tanto como tiene adelantado? — Sí, señor,
respondió el oficial, y continuó el amo hablando con-
migo.— Pues bien, hijo, ya desde hoy eres aprendiz;
aquí te estarás con don José y entrarás con él al labo-
ratorio para que aprendas á trabajar, aunque ya algo
sabes por lo que has visto. Aquí está la Farmacopea
de Palacios, la de Fuller v la Matritense: está también
el Curso de Botánica de Linneo y ese otro de Quími-
-.•¿Í»í i-Stó;; l'.;"Í5!ÍrÍ; Jauja .:
■t
296 PENSADOR MEXICANO
ca. I^studia todo esto y aplícate, que en tu salud lo
hallarás.
Yo le agradecí el ascenso que me había dado subién-
dome de mozo de servicio á aprendiz de botica, y el
diferente trato que me daba el oficial, pues desde ese
momento ya no me decía Pedro á secas, sino don Pedro;
mas entonces yo no paró la consideración en lo que
puede un exterior decente en este mundo borracho, pero
ahora sí. Cuando estaba vestido de mozo ó criado ordi-
nario nadie se metió á indagar mi nacimiento, ni mi
habilidad; pero en cuanto estuve medio aderezado, se
me examinó de todo y se me distinguió en el trato. ¡Ah
vanidad, y cómo haces prevaricar á los mortales I Unas
aventuras me sucedían bien v otras mal, siendo el mismo
individuo, sólo por la diferencia del traje. ¿A cuántos
pasa lo mismo en este mundo? Si están decentes, si
tienen brillo, si gozan proporciones, los juzgan, ó á lo
menos los lisonjean por sabios, nobles y honrados, aun
cuando todo les falte ; pero si están de capa caída, si son
pobres y á más de pobres trapientos, los reputan y des-
precian como plebeyos, picaros é ignorantes, aun cuando
aquella miseria sea efecto tal vez de la misma nobleza,
sabiduría y bondad de aquellas gentes. ¿Qué hiciéramos
para que los hombres no fijaran su opinión en lo exte-
rior ni graduaran el mérito del hombre por su fortuna?
Mas estas serias reñexioncs las hago ahora; enton-
,. -^. ■ i, . ■ -.^ .%. -^...t ■» :■ -..^-..in.,». ■■"»>— k. —^■^i . ;iw'.^aü.
OBRAS ESCOGIDAS 297
ees me vanaglorié de la mudanza de mi suerte, y me
contentó demasiado con el rumboso título de aprendiz
de botica sin saber el común refrancillo que dice: Estu-
diante perdulario, sacristán 6 boticario.
Sin embargo, en nada menos pensé que en apli-
carme al estudio de química y botánica. Mi estudio se
redujo á hacer algunos menjurjes, á aprender algunos
términos técnicos, y ;'i agilitarme en el despacho; pero
como era tan buen hipócrita, me granjeé la confianza
y cariño del oficial (pues mi amo no estaba mucho en la
botica), y tanto que á los seis meses ya yo le ayudaba
también á don José que tenía lugar de pasear y aun de
irse á dormir á la calle.
Desde entonces ó tres meses antes se me asignaron
ocho pesos cada mes, y yo hubiera salido oficial como
muchos si un accidente no me hubiera sacado de la
casa. Pero antes de referir esta aventura es menester
imponeros en algunas circunstancias.
Había en aquella época en esta capital un médico
viejo á quien llamaban por mal nombre doctor Purgante,
porque á todos los enfermos decía que facilitaba la. cura-
ción con un purgante.
Era este pobre viejo buen cristiano, pero mal médico
y sistemático, y no adherido á Hipócrates, Avicena,
Galeno y Averroes, sino á su capricho. Creía que toda
enfermedad no podía provenir sino de abundancia de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B.— 75.
• j>.«4;,-
298 PENSADOR MEXICANO
humor pecante, y así pensaba que con evacuar este
humor se quitaba la causa de la enfermedad. Pudiera
haberse desengañado á costa de algunas víctimas que
sacrificó en las aras de su ignorancia; pero jamás pensó
que era hombre; se creyó incapaz de engañarse, y así
obraba mal: mas obraba con conciencia errónea. Sobre
si este error era ó no vencible, dejémoslo á los mora-
listas; aunque yo para mí tengo que el médico que yerra
por no preguntar ó consultar con los médicos sabios por
vanidad ñ capricho peca mortalmente, pues sin esa vani-
dad ó ese capricho pudiera salir de mil errores, y de
consiguiente ahorrarse de un millón de responsabilida-
des, pues un error puede causar mil desaciertos.
Sea en esto lo que deba ser en conciencia, este
médico estaba igualado con mi maestro. Esto es; mi
maestro don Nicolás enviaba cuantos enfermos pedía al
doctor Purgante y éste dirigía todos sus enfermos á nues-
tra botica. El primero decía que no había mejor médico
que el dicho viejo, y el segundo decía que no había mejor
botica que la nuestra, y así unos y otros hacíamos muy
bien nuestro negocio. La lástima es que este caso no
sea fingido, sino que tenga un sin fin de originales.
El dicho médico me conocía muy bien, como que
todas las noches iba á la botica, se había enamorado de
mi letra y genio (porque cuando yo quería era capaz
de engañar al demonio), y no faltó ocasión en que me
líí^^i \X^i.-^C%Á. .\ «n.-^/ Jh''.& A '¿ ... -.Al ' ■ '- _ ''■-It^-j^ t' t .'^ '.t.^^ÉiA'kxiK.-^ .; A-. M ^ . 'I. l/'L*.
OBRAS ESCOGIDAS 299
dijera: — Hijo, cuando te salgas de aquí avísame, que en
casa no te faltará qué comer ni qué vestir. — Quería el
viejo poner botica y pensaba tener en mí un oficial ins-
truido V barato.
Yo le di las gracias por su favor, prometiéndole
admitirlo siempre que me descompusiera con el amo,
pues por entonces no tenía motivo de dejarlo.
En efecto, yo me pasaba una vida famosa y tal cual
la puede apetecer un flojo. Mi obligación era mandar
por la mañana al mozo que barriera la botica, llenar las
redomas de las aguas que faltaran, y tener cuidado de
que hubiera provisión de éstas destiladas ó por infusión;
pero de esto no se me daba un pito, porque el pozo me
sacaba del cuidado, de suerte que yo decía: — En distin-
guiéndose los letreros, aunque el agua sea la misma,
poco importa, ¿quién lo ha de echar de ver? El médico
que las receta quizá no las conoce sino por el nombre,
y el enfermo que las toma las conoce menos y casi siem-
pre tiene perdido el sabor; conque esta droga va segura.
A más de que ¿quién quita que ó por la ignorancia del
médico ó por la mala calidad de las hierbas, sea nociva
una bebida, más que si fuera con agua natural? Conque
poco importa que todas las bebidas se hagan con ésta:
antes el refrán nos dice: que al que es de vida, el agua
le es medicina.
No dejaba de hacer lo mismo con los aceites, espe-
300 PENSADOR MEXICANO
cialmente cuando eran de un color así, como los jarabes.
Ello es que el quid pro qao, ó despachar una cosa por
otra juzgándola igual ó equivalente, tenía mucho lugar
en mi conciencia y en mi práctica.
Estos eran mis muchos quehaceres y confeccionar
ungüentos, polvos y demás drogas según las órdenes de
don José, quien me quería mucho por mi eficacia.
No tardé en instruirme medianamente en el des-
pacho, pues entendía las recetas, sabía dónde estaban
los géneros y el arancel lo tenía en la boca como todos
los boticarios. Si ellos dicen, esta receta vale tanto,
¿quién les va á averiguar el costo que tiene, ni si piden
ó no contra justicia? No queda más recurso á los pobres
que suplicarles hagan alguna baja: si no quieren van
á otra botica, y á otra, y á otra, y si en todas les piden
lo mismo, no hay más que endrogarse y sacrificarse,
porque su enfermo les interesa, y están persuadidos á
que con aquel remedio sanará. Los malos boticarios
conocen esto y se hacen de rogar grandemente, esto
es, cuando no se mantienen inexorables.
Otro abuso perniciosísimo había en la botica en que
yo estaba, y es comunísimo en todas las demás. lOste
es que así que se sabía que se escaseaba alguna droga
en otras partes , la encarecía don José hasta el extremo
de no dar medios de ella, sino de reales arriba; siguién-
dose de este abuso (que podemos llamar codicia sin el
y\\ - -,;-•,
■^•s ^.,
OBRAS ESCOGIDAS 301
menor respeto) que el miserable que no tenía más que
medio real y necesitaba para curarse un pedacito de
aquella droga, supongamos alcanfor, no lo conseguía con
don José ni por Dios ni por sus Santos, como si no se
pudiera dar por medio ó cuartilla la mitad ó cuarta parte
de lo que se da por un real por pequeña que fuera. Lo
peor es que hay muchos boticarios del modo de pensar
de don José. ¡Gracias á la indolencia del protomedicato '
que los tolera!
En fin, éste era mi quehacer de día. De noche tenía
mayor desahogo; porque el amo iba un rato por las
mañanas, recogía la venta del día anterior, y ya no
volvía para nada. El oficial, en esta confianza, luego que
me vio apto para el despacho, á las siete de la noche
tomaba su capa y se iba á cumplimentar á su madama;
aunque tenía cuidado de estar muy temprano en la botica.
Con esta libertad estaba yo en mis glorias; pues
solían ir á visitarme algunos amigos ({ue de repente
se hicieron míos, y merendábamos alegres, y á veces
jugábamos nuestros alburitos de á dos, tres y cuatro
reales, todo á costa del cajón de las monedas, contra
quien tenía libranza abierta.
Así pasé algunos meses, y al cabo de ellos se le
puso al amo hacer balance, y halló que, aunque no había
• Así se llamaba un tribunal especial compuesto de doctores en medicina que co-
nocía en los negocios de su facultad. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 76.
302 PENSADOR MEXICANO
«
\
pérdida de consideración, ponjue pocos boticarios se
pierden, sin embargo, la utilidad apenas era perceptible.
No dejó de asustarse don Nicolás al advertir el de-
mérito, y reconviniendo á don José por él, satisfizo éste
diciendo, que el año había sido muy sano, y que años
semejantes eran funestos ó á lo menos de poco provecho
para médicos, boticarios y curas.
No se dio por contonto el amo con esta respuesta,
y con un semblante bien serio le dijo: — En otra cosa
debe consistir el demérito de mi casa, que no en las
templadas estaciones del año; porque en el mejor no
faltan enfermedades ni muertos.
Desde atjuel día comenz(') á vernos con desconfianza
y á no faltar de su casa muchas horas, y dentro de poco
tiempo volvió á recobrar el crédito la botica, como que
había más eficacia en el despacho, el cajón padecía menos
evacuaciones y él no se iba hasta la noche (juc se llevaba
la venta. Cuando algún amigo lo convidaba á algún pa-
seo, se excusaba diciéndole que agradecía su favor; pero
que no podía abandonar las atenciones do su casa, y que
quien tiene tienda es fuerza que la atienda. Con este mé-
todo nos aburrió breve, porque el oficial no podía pasear
ni el aprendiz merendar, jugar ni holgarse de noche.
En este tiempo, por no sé qué trabacuentas, se dis-
gustó mi amo con el médico y deshizo la iguala y la
amistad enteramente. ¡Qué verdad es que las más amis-
OBRAS ESCOGIDAS 303
tades se enlazan con los intereses I Por eso son tan pocas
las que hay ciertas.
Ya pensaba en salirme de la casa, porque ya me
enfadaba la sujeción y el poco manejo que tenía en el
cajón, pues á la vista del amo no lo podía tratar con
la confianza que antes; pero me detenía el no tener
dónde establecerme ni qué comer saliéndome de ella.
En uno de los días de mi indeterminación sucedió
que me metí á despachar una receta, que pedía una
pequeña dosis de magnesia. Eché el agua en la botella.
y el jarabe, y por coger el bote donde estaba la magnesia
cogí el en donde estaba el arsénico, y le mezclé su dosis
competente. El triste enfermo, según supe después, se
la echó á pechos con la mayor confianza, y las mujeres
de su casa le revolvían los asientos del vaso con el cabo
de la cuchara, diciéndole que los tomara, que los pol-
vitos eran lo más saludable.
Comenzaron los tales polvos á hacer su operación,
V el infeliz enfermo á rabiar acosado de unos dolores
•I
infernales que le despedazaban las entrañas. Alborotóse
la casa, llamaron al médico, que no era lerdo, dijéronle
que al punto que tomó la bebida que había ordenado
había empezado con aquellas ansias y dolores. Entonces
pide el médico la receta, la guarda, hace traer la botella
y el vaso que aún tenía polvos asentados; los ve, los
prueba y grita lleno de susto: — Al eníermo lo han en ve-
-■i- . ■■
304 PENSADOR MEXICANO
nenado; ésta no es magnesia sino arsénico; que traigan
aceite y leche tibia, pero mucha y pronto.
Se trajo todo al instante, y con estos y otros auxilios
di-quc se alivió el enfermo. Así que lo vio fuera de
peligro, preguntó de qué botica se había traído la bebida.
Se lo dijeron, y dio parte al protomedicato, manifestando
su receta, el mozo que fué á la botica y la botella y vaso
como testigos fidedignos de mi atolondramiento.
Los jueces comisionaron á otro médico, y acompa-
ñado del escribano fué á casa de mi amo. quien se sor-
prendió con semejantes visitas.
El comisionado y el escribano breve y sumariamente
substanciaron el proceso, como (|ue yo estaba confeso y
convicto. Querían llevarme á la cárcel, pero informados de
que no era oficial, sino un aprendiz bisoño, me dejaron
en paz, cargando á mi amo toda la culpa, de la que sufrió
por pena la exhibición de doscientos pesos de multa en
el acto, con apercibimiento de embargo caso de dilación;
notificándole el comisionado de parte del tribunal, y bajo
pena de cerrarle la botica, que no tuviera otra vez apren-
dices en el despacho, pues lo (|ue acababa de suceder no
era la primera ni sería la última desgracia que se llorara
por los aturdimientos de semejantes despachadores.
No hubo remedio; el pobre de mi amo subió en el
coche con aquellos señores, poniéndome una cara de
herrero mal pagwik), y mirándome c(wi bastante indig-
-* : - ■.•■■•'íi. ■ Ti fy^- -.n ■ if-'
OBRAS ESCOGIDAS 305
nación, dijo al cochero que fuera para su casa, donde
debía entregar la multa.
Yo, apenas se alejó el coche un poco, entré á la
trasbotica, saqué un capotillo que ya tenía y mi som-
brero, y le dije al oficial: — Don José, yo me voy, porque
si el amo me halla aquí me mata. Déle usted las gracias
por el bien que me ha hecho, y dígale que perdone esta
diablura que fué un mero accidente.
Ninguna persuasión del oficial fué bastante á dete-
nerme. Me fui acelerando el paso, sintiendo mi desgracia
y consolándome con que á lo menos había salido mejor
que de casa de Chanfaina y de don Agustín.
En fin, quedándome hoy en este truco y mañana
en el otro, pasé veinte días, hasta que me quedé sin
capote ni chaqueta; y por no volverme á ver descalzo
y en peor estado, determiné ir á servir de cualquier
cosa al doctor Purgante, quien me recibió muy bien,
como se dirá en el capítulo primero del siguiente tomo.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. I, B.— 77.
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Índice
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K
ÍNDICE
DEL TOMO PRIMERO, B
Capítulo I. — Escribe Periquillo la muerte de su madre, con
otras cosillas no del todo desagradables. . . I
» II. — Solo, pobre y desamparado Periquillo de sus
parientes, se encuentra con Juan Largo, y por
su persuasión abraza la carrera de los pillos en
clase de cócora de los juegos 29
•i III. — Prosigue Periquillo contando sus trabajos y sus
bonanzas de jugador. Hace una seria crítica del
juego, y le sucede una aventura peligrosa que
por poco no la cuenta 55
8 IV. — Vuelve en sí Perico y se encuentra en el hos-
pital. Critica los abusos de muchos de ellos.
Visítalo Januario. Convalece. Sale á la calle. Re-
fiere sus trabajos. Indúcelo su maestro á ladrón,
él se resiste y discuten los dos sobre el robo. . 81
» V. — En el que nuestro autor refiere su prisión, el "
buen encuentro de un amigo que tuvo en ella y
la historia de éste 107
•>, VI. — Cuenta Periquillo lo que le pasó con el escriba-
no, y don Antonio continúa contándole su historia. 135
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. I, B. — 78.
.t-.;* i. ■'•■»- .i.-;. ■' • i.íaÉtS."'.
310
ÍNDICE
Capítulo VIL — Cuenta Periquillo la pesada burla que le hicie-
ron los presos en el calabozo; y don Antonio
concluye su historia l6l
» VIH. — Sale don Antonio de la cárcel; entrégase Pe-
riquillo á la amistad de los tunos sus compañeros,
y lance que le pasó con el Aguilucho. . . . 189
» IX. — En el que Periquillo da razón del robo que le
hicieron en la cárcel; de la despedida de don
Antonio; de los trabajos que pasó, y de otras
cosas que tal vez no desagradarán á los lectores. 213
X. — En el que escribe Periquillo su salida de la
cárcel; hace una crítica contra los malos escriba-
nos, y refiere, por último, el motivo por qué salió
de la casa de Chanfaina y su desgraciado modo. . 243
XI. — En el que Periquillo cuenta la acogida que le
hizo un barbero; el motivo porqué se salió de su
casa; su acomodo en una botica y su salida de
ésta, con otras aventuras curiosas 273
Ar-í '.-.I ■
iÁ;&"AÍrÁAít&a
káSU
L.
PAUTA
para la colocación de las láminas
Fuimos al Baratillo, compramos camisas, calzones, chalecos, ca-
sacas 64
Domingo estaba hincado sobre sus piernas, sujetándolo del pa-
ñuelo contra la tierra, y amenazando su vida con un puñal. 174
En medio de esta función llegó Chanfaina, vestido en su propio
traje 270
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¡^
ESTE TOMO SE
ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA,
EM EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO
DE ESPASA Y COMPAÑÍA,
EN AGOSTO DE
1897
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EL
PERIQUILLO SARMENTÓ
ES PROPIEDAD
EL PENSADOR MEXICANO
(J. JOAQUÍN FERNANDEZ DE LIZARDI)
J 5
EL
)l iiJ/) SARXIHNTO
LA QUUOTITA
DON CATRÍN DE LA FACHENDA. — NOCHES TRISTES
DÍA ALEGRE. — FÁBULAS
PRÓLOGO DB
\'l' \ Ní'lSi; (J: >\ )^A
EDICIÓN DE LUJO
ADORNADA CON LÁMINAS CROMOLITOGRAFIADAS, Y ENRIQUECIDAS SUS PÁGINAS
CON NUMEROSOS GRABADOS
DIBUJOS DB
D. ANTONIO UTKILLO
TOMO II
c
MÉXICO
;a.l ■; r.. ; \ Conijoa Cric-.
8, SANTA ISABEL, 8
ü' t sor
SANTA TERESA, 8, BARCELONA-GRACIA
1897
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i'^-J.-
VIDA Y HECHOS
DE
LO SAKlim
ESCRITA POR ÉL
para sus hijos
CAPÍTULO PRIMERO
En el que reñere Periquillo cómo se acomodó con el doctor Purgante; lo que aprendió
á su lado; el robo que le hizo; su fuga, y las aventuras que le pasaron
en Tula, donde se fi ngió médico
Ninguno diga quién es, que sus obras lo dirán.
Este proloquio es tan antiguo como cierto; todo el
mundo está convencido de su infalibilidad; y así ¿qué
PBRIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C.— l.
■■.*'^
é
yo 7
Z PENSADOR MEXICANO
tengo yo que ponderar mis malos procederes cuando
jc'con referirlos se ponderan? Lo que apeteciera, hijos
^ míos, sería que no leyerais mi vida como quien lee una
:^ novela, sino que pararais la consideración más allá de
la cascara de los hechos, advirtiendo los tristes resul-
tados de la holgazanería, inutilidad, inconstancia y
demás vicios que me afectaron; haciendo análisis de
los extraviados sucesos de mi vida, indagando sus cau-
sas, temiendo sus consecuencias y desechando los erro-
res vulgares que veis adoptados por mí y por otros;
empapándoos en las sólidas máximas de la sana y cris-
tiana moral que os presentan á la vista mis reflexiones,
y en una palabra, desearía que penetrarais en todas
sus partes la substancia de la obra; que os divirtierais
con lo ridículo; que conocierais el error y el abuso para
no imitar el uno ni abrazar el otro, y que donde hallarais
algún hecho virtuoso os enamorarais de su dulce fuerza
y procurarais imitarlo. Esto es deciros, hijos míos,
que deseara que de la lectura de mi vida sacarais tres
' frutos, dos principales y uno accesorio. Amor á la
^ virtud, aborrecimiento al vicio y diversión. Este es mi
' deseo, y por esto, más que por otra cosa, me tomo la
molestia de escribiros mis más escondidos crímenes v
«
defectos; si no lo consiguiere, moriré al menos con el
consuelo de que mis intenciones son laudables. Basta
de digresiones que está el papel caro.
^í.v^ii'-- ?S:;-!
OBRAS ESCOGIDAS
Quedamos en que fui á ver al doctor Purgante, y en
efecto, lo hallé una tarde después de siesta en su estudio,
sentado en una silla poltrona, con un libro delante y
la caja de polvos á un lado. Era este sujeto alto, flaco
de cara y piernas, y abultado de panza, trigueño y muy
cejudo, ojos verdes, nariz de caballete, boca grande y
despoblada de dientes, calvo, por cuya razón usaba en
la calle peluquín con bucles. Su vestido, cuando lo fui
á ver, era una bata hasta los pies, de aquellas que llama-
ban de quimones, llena de flores y ramaje, y un gran
birrete muy tieso de almidón y relumbroso de la plancha.
Luego que entré me conoció y me dijo: — jOh,
Periíjuillo, hijol ¿por qué extraños horizontes has veni-
do á visitar este tugurio? — No me hizo fuerza su estilo,
porque ya sabía yo que era muy pedante, y así le iba á
relatar mi aventura con intención de mentir en lo que
me pareciera; pero el doctor me interrumpió diciéndome;
— Ya, ya sé la turbulenta catástrofe que te pasó con tu
amo, el farmacéutico. En efecto, Perico, tú ibas á des-
pachar en un instante al pacato paciente del lecho al
féretro improvisamente, con el trueque del arsénico por
la magnesia. Es cierto que tu mano trémula y atolondra-
da tuvo mucha parte de la culpa, mas no la tiene menos
tu preceptor, el fármaco, y todo fué por seguir su ca-
pricho. Yo le documenté que todas estas drogas nocivas
y cenendticas las encubriera bajo una llave bien segura
M
4 PENSADOR MEXICANO
<jue sólo tuviera el oficial más diestro, y con esta asidua
diligencia se evitarían estos equívocos mortales; pero á
pesar de mis insinuaciones, no me respondía más sino
que eso era particularizarse ó ir contra la secuela de
los fni-nmcos, sin advertir ' que es propio del sabio
mudar de parecer, sajñcnlis cst mutai'c consilinm, y que
la costumbre es otra naturaleza, consuetado cst altera
natura. Allá se lo haya. Pero dime, ¿qué te has hecho
tanto tiempo? Porque si no han fallado las noticias que
en alas de la lama han penetrado, mis aarículas, ya días
hace que te lanzaste á la calle de la oficina de Esculapio.
— Es verdad, señor, le dije; pero no había venido
de vergüenza, y me ha pesado porque en estos días he
vendido para comer mi capote, chupa y pañuelo. — ¡Qué
osUiIdcia! exclamó el doctor; la ccrecundia es muy
buena, optimv hona, cuando la origina crimen de cogí-
tato; mas no cuando se comete incolunrir, pues si en
aquel Jñc ct nunv. esto es, en aquel acto, supiera el
individuo que hacía mal, ((ljs(/ac dubio, sin duda, se
abstendría de cometerlo. En fin, hijo carísimo, ¿tú
quieres quedarte en mi servicio y ser mi consodal in
pcrpctuüín, para siempre? — Sí, señor, le respondí. — Pues
* Para inteligencia de algunos lectores pareció conveniente poner en castellano los
latinajos que ensarta el doctor, como otros que se hallan esparcidos en toda la obra; y se
han intercalado en ella las traducciones, evitando la fastidiosa aglomeración de notas y
llamadas que interrumpirían su lectura. Esta advertencia es aquí necesaria para que
no se extrañe en la página siguiente que diga Periquillo que no entendió muchos de estos
terminotes. E.
:x. ; :■•.:■■" /%.s;-\r'- ■ ..r ■■■-■'-■■■■;/';■,;:;: ■^■/■<.v ^V'Sí?^^^■"^'■ ^; ■ :■:■'.' ''vl^is^.i
OBRAS ESCOGIDAS O
bien. En esta domo, casa, tendrás desde luego, ó en
primer lugar, ¿n prlmis, el panem nostrum quoüdianam,'
el pan de cada día; á más de esto, altundo, lo potable
necesario; teriio, la cama sic reí sic, según se propor-
cione; quartn, los tegumentos exteriores heterogéneos
de tu materia física; quintó, asegurada la parte de la
higiene que apetecer puedes, pues aquí se tiene mucho
cuidado con la dieta y con la observancia de las seis
cosas naturales, y de las seis no naturales prescritas por
los hombres más luminosos de la facultad médica; sexto,
beberás la ciencia de Apolo e.r ore meo, ex cisa tuo y eu
bibliot/ieca riostra, de mi boca, de tu vista y de esta libre-
ría; por último, postremo, contarás cada mes para tus
sur rapios ó para quodcumque cellis, esto es, para tus
cigarros ó lo que se te antoje, quinientos cuarenta y
cuatro maravedís limpios de polvo y paja, siendo tu
obligación solamente hacer los mandamientos de la
señora mi hermana; observar modo naiuralisiarum,
al modo de los naturalistas, cuándo estén las aves galli-
náceas para ociparar y recoger los albos huevos, ó por
mejor decir, los pollos por ser, ó in fleri; servir las
viandas á la mesa, y finalmente, y lo que más te en-
cargo, cuidar de la refacción ordinaria y puridad de
mi muía, á quien deberás atender y servir con más pro-
lijidad que á mi persona.
He aquí ¡oh caro Perico 1 todas tus obligaciones y
PERIQUILLO SARNIENTO. — T II, C — 2.
o PENSADOR MEXICANO
comodidades en sino/)S(/u, ó compendio. Yo, cuando te
invité con mi pobre íikj tirio y consorcio, tenía el deli-
berado ánimo de poner un laboratorio de química y botá-
nica; pero los continuos desembolsos que he sufrido
me lian reducido á la pobreza ad inojiiam. y me han
frustrado mis primordiales designios; sin embargo, te
cumplo la palabra do admisión, y tus servicios los retri-
buiré justamente, porque (/ir/nas csf oj)cr((rif(s mencdc
síia, el que trabaja es digno de la paga.
Yo, auníjue muchos terminotes no entendí, conocí
que me quería para criado entre de escalera abajo y de
arriba; advertí que mi trabajo no era demasiado; que
la conveniencia no podía ser mejor, y que yo estaba en el
caso de admitir cosa menos; pero no podía comprender
á cuánto llegaba mi salario; por lo que le pregunté,
que por fin cuánto ganaba cada mes. A lo que el doc-
toróte, como enfadándose me respondió: — ¿Ya no te dije
claris rcrhis, con claridad, que disfrutarías quinientos
cuarenta y cuatro maravedís? — Pero, señor, insté yo,
¿cuánto montan en dinero efectivo <|UÍnientos cuarenta
y cuatro maravedís? Poríjue á mí me parece que no
merece mi trabajo tanto dinero. — Sí merece, stulfisime
fatnulc, mozo atontadísimo, pues no importan esos cen-
tenares más que dos pesos.
— Pues bien, señor doctor, le dije, no es menester
incomodarse; ya sé que tengo dos pesos de salario, y
OBRAS ESCOGIDAS 7
me doy por muy contento, sólo por estar en compañía
de un caballero tan sapiente como usted, de quien sacaré
más provecho con sus lecciones que no con los polvos y
mantecas de don Nicolás.
— Y como que sí, dijo el señor Purgante, pues yo
te abriré, como te apliques, los palacios de Minerva, y
será esto premio superabundante á tus servicios, pues
sólo con mi doctrina conservarás tu sftlud luengos años,
y acaso, acaso te contraerás algunos interese» y «^tj-
maciones.
Quedamos corrientes desde ese instante, y comen-
cé á cuidar de lisonjearlo, igualmente (jue á su señora
hermana, que era una vieja, beata Rosa, tan ridicula
como mi amo, y aunque yo quisiera lisonjear á Ma-
nuelita, que era una muchachilla de catorce años, sobrina
de los dos y bonita como una plata, no podía, porque
la vieja condenada la cuidaba más que si fuera de oro,
y muy bien hecho.
Siete ú ocho meses permanecí con mi viejo, cum-
pliendo con mis obligaciones perfectamente; esto es,
sirviendo la mesa, mirando cuándo ponían las gallinas,
cuidando la muía y haciendo los mandados. La vieja y
el hermano me tenían por un santo, porque en las horas
que no tenía que hacer me estaba en el estudio, según
las sólitas concedidas, mirando las estampas anatómicas
del Porras, del Willis y otras, y entreteniéndome de
:• .4
8 PENSADOR MEXICANO
cuando en cuando con leer los aforismos de Hipócrates,
algo de Boherave y de van S^vieten : el Etmulero, el
Tissot, el Buchan, el Tratado de tabardillos, por Amar,
el Compendio anatómico de Juan de Dios López, la
Cirugía de La Faye, el Lázaro Riverio y otros libros
antiguos y modernos, según me venía lagaña de sacarlos
de los estantes.
Esto, las observaciones (lue yo hacía de los remedios
fjue mi amo recetaba á los enfermos pobres que iban á
verlo á su casa, que siempre eran á poco más á menos,
pues llevaba como regla el trillado refrán de «cómo
te pagan vas,» y las lecciones verbales que me daba,
me hicieron creer que yo ya sabía medicina, y un día
que me riñó ásperamente, y aun me quiso dar de palos
porque se me olvidó darle de cenar á la muía, prometí
vengarme de él y mudar de fortuna de una vez.
Con esta resolución esa misma noche le di á doña
muía ración doble de maíz y cebada, y cuando estaba
toda la casa en lo más pesado de su sueño, la ensillé
con todos sus arneses. sin olvidarme de la gualdrapa;
hice un lío en el que escondí catorce libros, unos truncos,
otros en latín y otros en castellano; ponjue yo pensaba
que á los médicos y á los abogados los suelen acreditar
los muchos libros, aunque no sirvan ó no los entiendan;
guardé en el dicho maletón la capa de golilla y la golilla
misma de mi amo, juntamente con una peluca vieja
OBRAS ESCOGIDAS 9
de pita, un formulario de recetas, y lo más importante,
sus títulos de bachiller en medicina y la carta de examen,
cuyos documentos los hice míos á favor de una navajita
y un poquito de limón, con lo (\ue raspé y borré lo bas-
tante para mudar los nombres y las fechas.
No se me olvid<'> habilitarme de monedas, pues aun-
(jue en todo el tiempo que estuve en la casa no me
habían pagado nada de salario, yo sabía en dónde tenía
la señora hermana una alcancía en la que rehundía lo
que cercenaba del gasto, y acordándome de aquello de
que quien roba al ladrón, etc., le robé la alcancía dies-
tramente; la abrí y vi con la mayor complacencia que
tenía muy cerca de cuarenta duros, aunque para hacerlos
caber por la estrecha rendija de la alcancía los puso
blandos.
Con este viático tan competente emprendí mi salida
de la casa á las cuatro y media de la mañana, cerrando
el zaguán y dejándoles la llave por debajo de la puerta.
Á las cinco ó seis del día me entré en un mesón,
diciendo que en el que estaba había tenido una mohína
la noche anterior y quería mudar de posada.
Como pagaba bien, se me atendía puntualmente.
Hice traer café, y que se pusiera la muía en caballeriza
para que almorzara harto.
En todo el día no salí del cuarto, pensando á qué
pueblo dirigiría mi marcha y con quién, pues ni yo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 3.
"S
i
10 PENSADOR MEXICANO
sabía caminos ni pueblos, ni era decente aparecerse un
médico sin equipaje ni mozo.
Mn estas dudas dio la una del día, hora en (jue me
subieron de comer, y en esta diligencia estaba, cuando
se acercó á la puerta un muchacho á pedir por Dios un
bocadito.
Al punto que lo vi y lo oí, conocí (jue era Andrés,
el aprendiz de casa de don Agustín, muchacho, no sé si
lo he dicho, como de catorce arlos, pero de estatura de
diez y ocho. Luego luego lo hice entrar, y á pocas
vueltas de la conversación me conoció, y le conté cómo
era médico y trataba de irme a algún pueblccillo á
buscar fortuna, porque en México había más médicos
que enlermos; pero (jue me detenía carecer de un mozo
fiel que me acompañara y que supiera de algún pueblo
dónde no hubiera médico.
MI pobre muchacho se me ofreció \ aun me rogó
(jue lo llevara en mi compañía, (jue él había ido á
Tcpeji del Río en donde no había médico y no era pueblo
corto, y que si nos iba mal allí, nos iríamos á Tula que
era pueblo más grande.
Me agradó mucho el desembarazo de Andrés, y
habiéndole mandado subir (jUe comer, comió el pobre
con bastante apetencia, y me contó cómo se estuvo
escondido en un zaguán, y me vio salir corriendo de la
barbería, y á la vieja tras de mí con el cuchillo; (jue yo
OBRAS ESCOGIDAS 11
pasé por el mismo zaguán donde estaba, y á poco de que
la vieja se metió á su casa, corrió á alcanzarme, pero
que no le fué posible; y no lo dudo, ¡tal corría yo cuando
me espoleaba el miedo!
Díjome también Andrés que él se l'ué á su casa
y contó todo el pasaje; que su padrastro lo regañó y lo
golpeó mucho, y después lo llevó con una corma á casa
de don Agustín; que la maldita vieja, cuando vio que yo
no parecía, se vengó con él levantándole tantos testimo-
nios que se irritó el maestro demasiado, y dispuso darle
un novenario de azotes, como lo verificó, poniéndolo
en los nueve días hecho una lástima, así por los muchos
y crueles azotes (jue le dio, como por los ayunos que
le hicieron sufrir al traspaso; que así que se vengó á su
satisfacción la inicua vieja, lo puso en libertad quitándole
la corma, echándole su buen sermón, y concluyendo con
aquello de cuidado con otrcí; pero que él, luego que tuvo
ocasión, sé huyó de la casa con ánimo de salirse de
México, y para esto se andaba en los mesones pidiendo
un bocadito y esperando coyuntura de marcharse con el
primero que encontrase.
Acabó Andrés de contarme todo esto mientras co-
mió, y yo le disfracé mis aventuras haciéndole creer que
me había acabado de examinar en medicina; que ya le
había insinuado que quería salir de esta ciudad, y así
que me lo llevaría de buena gana, dándole de comer
4
12 PENSADOR MEXICANO
y haciéndolo pasar por barbero en caso de (|ue no lo
hubiera en el pueblo de nuestra ubicación.
— Pero, señor, decía Andrés, todo está muy bien;
pero si yo apenas sé afeitar un perro, ¿cómo me arries-
garé á meterme á lo que no entiendo? — Cállate, le dije,
no seas cobarde: sábete (|ue audaces foi'tuna jucat,
tinu'í/os</ffc repcllit... — ¿Qué dice usted, señor, que no lo
entiendo? — Que á los atrevidos, le respondí, favorece
la fortuna, v á los cobardes los desecha; v í^sí no hav
(]ue desmayar; tú serás tan barbero en un mes que
estés en mi compañía, como yo luí médico en el poco
tiempo que estuve con mi maestro, á quien no sé bien
cuánto le debo á esta hora.
Admirado me escuchaba Andrés, y más lo estaba
al oírme disparar mis latinajos con frecuencia, pues
no sabía que lo mejor que yo aprendí del doctor Pur-
gante fué su pedantismo y su modo de curar, methodas
medcndi.
En fin. dieron las tres de la tarde v me salí con
Andrés al Baratillo, en donde compré un colchón, una
cubierta de baqueta para envolverlo, un baúl, una chupa
negra y unos calzones verdes con sus correspondientes
medias negras, zapatos, sombrero, chaleco encarnado,
corbatín y un capotito para mi fámulo y barbero que iba
á ser, á (|uien también le compré seis navajas, una
bacía, un espejo, cuatro ventosas, dos lancetas, un trapo
OBRAS ESCOGIDAS 13
para paños, unas tijeras, una jeringa grande y no sé
qué otras baratijas; siendo lo más raro que en todo este
ajuar apenas gasté veintisiete ó veintiocho pesos. Ya se
deja entender que todo ello estaba como del Baratillo;
pero con todo eso, Andrés volvió al mesón conten-
tísimo.
Luego que llegamos pagué al cargador y acomoda-
mos en el baúl nuestras alhajas. En esta operación vio
Andrés que mi haber en plata efectiva apenas llegaba
á ocho ó diez pesos. Entonces, muy espantado, me dijo:
— ¡Ay, señor I ¿Y qué, con ese dinero no más nos hemos
de ir? — Sí, Andrés, le dije; ¿pues y qué, no alcanza? —
¿Cómo ha de alcanzar, señor? ¿Pues y quién carga el
baúl y el colchón de aquí á Tepeji ó á Tula? ¿qué
comemos en el camino? ¿y por fin, con qué nos man-
tenemos allí mientras que tomamos crédito? Ese dinero
orita orita se acaba, yo no veo que usted tenga ni ropa
ni alhajas, ni cosa que lo valga, que empeñar.
No dejaron de ponerme en cuidado las reflexiones
de Andrés; pero ya para no acobardarlo más, y ya
porque me iba mucho en salir de México, pues yo tenía
bien tragado que el médico me andaría buscando como
á una aguja (por señas que cuando fui al Baratillo, en
un zaguán compré la mayor parte de los tiliches que
dije) y temía que si me hallaba, iba yo á dar á la cárcel,
y de consiguiente á poder de Chanfaina. Por esto, con
PERIQUILLO SARNIENTO; — T. II, C — 4.
.^
14 PENSADOR MEXICANO
todo disimulo y pedantería, le dije á Andrés: — No te
apures, hijo: Deas prociclehit.^ — No sé lo que usted me
dice, contestó Andrés; lo que sé es que con ese dinero no
hay ni para empezar.
En estas pláticas estábamos, cuando á cosa de las
siete de la noche, en el cuarto inmediato oí ruido de
voces y pesos. Mandé á Andrés que fuera á espiar qué
cosa era. 1^1 fué corriendo y volvió muy contento dicién-
dome- — Señor, señor, ¡qué bueno está el juego! — ¿Pues
qué, están jugando? — Sí, señor; dijo Andrés, están en
el cuarto diez ó doce payos jugando albures, pero ponen
los chorizos de pesos.
Picóme la culebra, abrí el baúl, cogí seis pesos de
los diez que tenía y le di la llave á Andrés diciéndole
que la guardara, y que aunque so la pidiera y me matara
no me la diera, pues iba á arriesgar aquellos seis pesos
solamente, y si se perdían los cuatro que quedaban,
no teníamos ni con qué comer, ni con qué pagar el
pesebre de la muía á otro día. Andrés, un poco triste
y desconfiado, tom('> la llave, y yo me fui á entrometer en
la rueda de los tahúres.
No eran éstos tan pavos como vo los había menes-
ter; estaban más que medianamente instruidos en el
arte de la baraja, y así fué preciso irme con tiento. Sin
embargo, tuve la fortuna de ganarles cosa de veinticinco
* Dios nos remediará.
OBRAS ESCOGIDAS 15
pesos, con los que me salí muy contento, y hallé á
Andrés durmiéndose sentado.
Lo desperté y le mostré la ganancia, la que guardó
muy placentero contándome como ya tenía el viaje dis-
puesto y todo corriente; porque abajo estaban unos
mozos de Tula que habían traído un colegial y se iban
de vacío; que con ellos había propalado el viaje, y aun
se había determinado á ajustarlo en cuatro pesos, y que
sólo esperaban los mozos que yo confirmara el ajuste.
— ¿Pues no lo be de confirmar, hijo? le dije á Andrés;
anda y llama á esos mozos ahora mismo.
Bajó Andrés como un rayo y subió luego luego con
los mozos, con quienes quedé en (|ue me habían de dar
muía para mi avío y una bestia de silla para Andrés;
todo lo que me ofrecieron, como también que habían de
madrugar antes del alba, y se fueron á recoger.
A seguida mandé á mi criado que fuera á comprar
una botella de aguardiente, queso, bizcochos y chori-
zones para otro día, y mientras que él volvía, hice subir
la cena.
No me cansaba yo de complacerme en mi determi-
nación de hacerme médico, viendo cuan bien se facilita-
ban todas las cosas, y al mismo tiempo daba gracias á
Dios que me había proporcionado un criado tan fiel,
vivo y servicial como Andresillo, quien en medio de estas
contemplaciones fué entrando cargado con el repuesto.
16 PENSADOR MEXICANO
Cenamos los dos amigablemente, echamos un buen
trago y nos fuimos á acostar temprano, para madrugar,
despertando á buena hora.
A las cuatro de la mañana va estaban los mozos
•I
tocándonos la puerta. Nos levantamos y desayunamos
mientras que los arrieros cargaban.
Luego que se concluyó esta diligencia, pagué el
gasto que habíamos hecho yo y mi muía, y nos pusimos
en camino.
Yo no estaba acostumbrado á caminar, con esto
me cansé pronto y no quise pasar de Guautitlan, por
más que los mozos me porfiaban que fuéramos á dormir
á Tula.
Al segundo día llegamos al dicho pueblo, y yo posé
ó me hospedé en la casa de uno de los arrieros, que
era un pobre viejo, sencillote y hombre de bien, á quien
llamaban tío Bernabé, con el que me convine en pagar
mi plato, el de Andrés y el de la muía, sirviéndole, por
vía de gratificación , de médico de cámara para toda su
familia, que eran dos viejas: una su mujer y otra su
hermana; dos hijos grandes y una hija pequeña como de
doce años.
El pobre admitió muy contento, y cátenme ustedes
ya radicado en Tula y teniendo que mantener al maestro
barbero, que así llamaremos á Andrés, á mí y á mi
macha; que aunque no era mía, yo la nombraba por tal;
OBRAS ESCOGIDAS 17
bien que siempre (jue la miraba me parecía ver delante
de mí al doctor Purgante con su gran bata y birrete
parado, que lanzando luego por los ojos me decía: —
Picaro, vuélveme mi muía, mi gualdrapa, mi golilla, mi
peluca, mis libros, mi capa y mi dinero, que nada es
tuyo. — Tan cierto es, hijos míos, aquel principio de
derecho natural que nos dice, que en donde quiera que
está la cosa clama por su dueño, rinctimr/t/e res est,
jj/v domino sao clamat. ¿Qué importa que el albacea se
quede con la herencia de los menores porque éstos no
son capaces de reclamarla? ¿qué con que el usurero
retenga los lucros? ¿qué con que el comerciante se
engrandezca con las ganancias ilícitas? ¿ni qué con que
otros muchos, valiéndose de su poder ó de la ignorancia
de los demás, disfruten procazmente los bienes que les
usurpan? Jamás los gozarán sin zozobras, ni por más
que disimulen podrán acallar su conciencia, que incesan-
temente les gritará: — Esto no es tuyo, esto es mal habi-
do; restituyelo^ perecerás eternamente.
Así me sucedía con lo que le hurté á mi pobre amo;
pero como los remordimientos interiores rara vez se
conocen en la cara, procuré asentar mi conducta de buen
médico en aquel pueblo, prometiendo interiormente
restituirle al doctor todos sus muebles en cuanto tuviera
proporción. Bien que en esto no hacía yo más que ir con
la corriente.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 5.
18 PENSADOR MEXICANO
Como no se me habían olvidado aquellos principios
de urbanidad que me enseñaron mis padres, á los dos
días, luego que descansó, me informé de quiénes eran
los sujetos principales del pueblo, tales como el cura y
sus vicarios; el subdelegado y su director, el alcabalero,
el administrador de correos, tal cual tendero \ otros
señores decentes; v á todos ellos envié recado con el
bueno de mi patr(')n y Andrés, ofreciéndoles mi persona
é inutilidad.
Con la mayor satisfacción recibieron todos la noticia,
correspondiendo corteses á mi cumplimiento, y hacién-
dome mis visitas de estilo, las que yo también les hice
de noche vestido de ceremonia, quiero decir, con mi
capa de golilla, la golilla misma y mi peluca encasque-
tada, porque no tenía traje mejor ni peor; siendo lo más
ridículo que mis medias eran blancas, todo el vestido
de color y los zapatos abotinados, con lo que parecía más
bien alguacil que médico; y para realzar mejor el cuadro
de mi ridiculez, hice andar conmigo á Andrés con el
traje que le compré, que os acordaréis que era chupa
y medias negras, calzones verdes, chaleco encarnado,
sombrero blanco y su capotillo azul rabón y remendado.
Ya los señores principales me habían visitado,
según dije, y habían formado de mí el concepto que
quisieron; pero no me había visto el común del pueblo
vestido de punta en blanco ni acompañado de mi escu-
OBRAS ESCOGIDAS 19
dero; mas el domingo que me presenté en la iglesia
vestido á mi modo entre médico v corchete, v Andrés
entre tordo y perico, fué increíble la distracción del
pueblo, y creo que nadie oyó misa por mirarnos: unos
burlándose de nuestras extravagantes figuras, y otros
admirándose de semejantes trajes. Lo cierto es que
cuando volví á mi posada fué acompañado de una multi-
tud de muchachos, mujeres, indios, indias y pobres
rancheros que no cesaban de preguntar á Andrés quiénes
éramos. Y él muy mesurado les decía: — Este señor es mi
amo, se llama el señor doctor don Pedro Sarmiento, y mé-
dico como él, no lo ha parido el reino de Nueva España;
V vo sov su mozo: me llamo Andrés Cascajo v sov
maestro barbero, y muy capaz de afeitar á un capón,
de sacarle sangre á un muerto y desquijarar á un león
si trata de sacarse alguna muela.
Estas conversaciones eran á mis espaldas; porque
yo, á fuer de amo, no iba lado á lado con Andrés, sino
por delante y muy gravedoso y presumido escuchando
mis elogios; pero por poco me echo á reir á dos carri-
llos cuando oí los despropósitos de Andrés y advertí
la seriedad con (lue los decía, v la sencillez de los mu-
chachos y gente pobre que nos seguía colgados de la
lengua de mi lacayo.
Llegamos á la casa entre la admiración de nuestra
comitiva, á la que despidió el tío Bernabé con buen
20 PENSADOR MEXICANO
modo, diciéndoles que ya sabían dónde vivía el señor
doctor para cuando se les ofreciera. Con esto se fueron
retirando todos á sus casas y nos dejaron en paz.
De los mediecillos que me sobraron compré, por
medio del patrón, unas cuantas varas de pontiví y me
hice una camisa y otra á Andrés, dándole á la vieja casi
ol resto para que nos dieran de comer algunos días, sin
embargo del primer ajuste.
Como en los pueblos son muy noveleros, lo mismo
(jue en las ciudades, al momento corrió por toda acjuella
comarca la noticia de que había médico y barbero en la
cabecera, y de todas partes iban á consultarme sobre sus
enfermedades.
Por fortuna los primeros que me consultaron fueron
de a(juellos (jue sanan auncjue no se curen, pues les
bastan los auxilios de la sabia naturaleza, y otros pade-
cían porque (') no querían ó no sabían sujetarse á la dieta
que les interesaba. Sea como fuere, ellos sanaron con lo
que les ordené, y en cada uno labré un clarín á mi fama.
Á los (juince ó veinte días ya yo no me entendía
de enfermos, especialmente indios, los que nunca venían
con las manos vacías, sino cargando gallinas, frutas,
huevos, verduras, (juesos y cuanto los pobres encon-
traban. De suerte que el tío Bernabé y sus viejas estaban
contentísimos con su huésped. Yo y Andrés no estába-
mos tristes, pero más quisiéramos monedas; sin em-
OBRAS ESCOGIDAS
21
bargo de que Andrés estaba mejor que yo, pues los
domingos desollaba indios á medio real que era una
gloria, llegando á tal grado su atrevimiento, que una vez
se arriesgó á sangrar á uno y por accidente quedó bien.
Ello es que con lo poco que había visto y el ejercicio que
tuvo se le agilitó la mano, en términos que un día me
dijo: — Ora sí, señor, ya no tengo miedo, y soy capaz
de afeitar al Suvsum corda.
Volaba mi fama de día en día, pero lo que me en-
cumbró á los cuernos de la luna fué una curación que
hice (también de accidente como Andrés) con el alca-
balero, para quien una noche me llamaron á toda prisa.
Fui corriendo, y encomendándome á Dios para que
me sacara con bien de aquel trance, del que no sin
razón pensaba (jue pendía mi felicidad.
Llevé conmigo á Andrés con todos sus instru-
mentos, encargándole en voz baja, porque no lo oyera
el mozo, que no tuviera miedo como yo no lo tenía;
que para el caso de matar á un enfermo, lo mismo tenía
que fuera indio que español, y que nadie llevaba su
pelea más segura que nosotros; pues si el alcabalero
sanaba, nos pagarían bien y se aseguraría nuestra fama;
y si se moría, como de nuestra habilidad se podía espe-
rar, con decir que ya estaba de Dios y que se le había
llegado su hora, estábamos del otro lado, sin que hubiera
quién nos acusara del homicidio.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 6.
' -e- -«t-.i^^
22 PENSADOR MEXICANO
En estas pláticas llegamos á la casa, que la hallamos
hecha una Babilonia; porque unos entraban, otros sa-
h'an, otros lloraban y todos estaban aturdidos.
A este tiempo lleg<') el señor cura y el padre vicario
con los santos óleos. — Malo, dije á Andrés: esta es enfer-
medad ejecutiva. Aquí no hay medio; ó quedamos bien
ó quedamos mal. Vamos á ver cómo nos sale este albur.
Entramos todos juntos á la recámara y vimos al
enfermo tirado boca arriba en la cama, privado de sen-
tidos, cerrados los ojos, la boca abierta, el semblante
denegrido y con todos los síntomas de un apoplético.
Luego que me vieron junto á la cama la señora
su esposa y sus niñas, se rodearon de mí y me pre-
guntaron, hechas un mar de lágrimas: — ¡ Ay, señorl
¿qué dice usted, se muere mi padre? — Yo, afectando
mucha serenidad de espíritu y con una confianza de un
profeta, les respondí: — Callen ustedes, niñas, ¡(jué se ha
de morir! estas son efervescencias del humor sanguíneo,
que oprimiendo los ventrículos del corazón embargan
el cerebro, porque cargan con el pondas de la sangre
sobre la espina medular y la traquearteria; pero todo
esto se quitará en un instante, pues si cccujuatio fit,
reccdci plétora, con la evacuación nos libraremos de la
plétora.
Las señoras me escuchaban atónitas, y el cura no
se cansaba de mirarme de hito en hito, sin duda mofan-
!•■-■
.•: -t?
OBRAS ESCOGIDAS 23
dose de mis desatinos, los que interrumpió diciendo:
— Señoras, los remedios espirituales nunca dañan ni se
oponen á los temporales. Bueno será absolver á mi
amigo por la bula y olearlo, y obre Dios.
— Señor cura, dije yo con toda la pedantería que
acostumbraba, que era tal que no parecía sino que la
había aprendido con escritura; señor cura, usted dice
bien, y yo no soy capaz de introducir mi hoz en mies
ajena; pero cenia ianti, digo (jue esos remedios espiri-
tuales, no sólo son buenos, sino necesarios, necesítate
niedií y necesítate prwce/)tí ín artículo mortís: ' sed síc
est, que no estamos en ese caso; ergo, etc.
El cura, que era harto prudente é instruido, no quiso
hacer alto en mis charlatanerías, y así me contestó:
— Señor doctor, el caso en que estamos no da lugar á
argumentos, porque el tiempo urge: yo s6 mi obligación ;
y esto importa. t
Decir esto y comenzar á absolver al enfermo y el
vicario á aplicarle el santo sacramento de la Unción, :
todo fué uno. Los dolientes, como si aquellos socorros
espirituales fueran el fallo cierto de la muerte de su '
deudo, comenzaron á aturdir la casa á gritos. Luego que I
los señores eclesiásticos concluyeron sus funciones, se
retiraron á otra pieza cediéndome el campo y el enfermo.
• Como medio necesario para la salvación y por la obligación de cumplir el pre- ;
cepto en artículo de muerte. Pero es así que, etc. E.
24 PENSADOR MEXICANO
Inmediatamente me acerqué á la cama, le tomé el
pulso, miré á las vigas del techo por largo rato; después
le tomé el otro pulso haciendo mil monerías, como eran
arquear las cejas, arrugar la nariz, mirar al suelo, mor-
derme los labios, mover la cabeza á uno y á otro lado
y hacer cuantas mudanzas pantomímicas me parecie-
ron oportunas para aturdir á aquellas pobres gentes
que, puestos los ojos en mí, guardaban un profundo si-
lencio, teniéndome sin duda por un segundo Hipócrates:
á lo menos esa fué mi intención, como también ponde-
rar el gravísimo riesgo del enfermo y lo difícil de la cu-
ración, arrepentido de haberles dicho que no era cosa
de cuidado.
Acabada la tocada del pulso, le miré el semblante
atentamente, le hice abrir la boca con una cuchara para
verle la lengua, lo alcé los párpados, le toqué el vien-
tre y los pies, é hice dos mil preguntas á los asis-
tentes sin acabar de ordenar ninguna cosa, hasta que
la señora, que ya no podía sufrir mi cachaza, me dijo:
— Por fin, señor, ¿qué dice usted de mi marido? ¿es de
vida ó de muerte?
— Señora, le dije, no sé de lo que será: sólo Dios
puede decir (|ue es de vida y resurrección, como lo fué
Lcharuní qucm rcsuciíacU ó monumento fa'fichim. ^ y
si lo dice, vivirá aunque esté muerto. Ego siim rosa-
• Resucitó á Lázaro ya corrompido del sepulcro. E.
OBRAS ESCOGIDAS ^ 25
r recito ef tita, qui credidii in me, etiam si moríuus fuerit,
tivet. ^ — ¡ Ay, Jesús! gritó una de las niñas, ya se murió
mi padrecito.
Como ella estaba junto del enfermo, su grito fué
tan extraño y doloroso y cayó privada de la silla, pen-
samos todos que en realidad había espirado, y nos ro-
deamos de la cama.
El señor cura v el vicario, al oir la bulla, entraron
corriendo, y no sabían á quién atender, si al apoplético ó
á la histérica, pues ambos estaban privados. La señora,
ya medio colérica, me dijo: — Déjese usted de latines,
y vea si cura ó no cura á mi marido. ¿Para qué me
dijo, cuando entró, que no era cosa de cuidado y me
aseguró que no se moría? — Yo lo hice, señora, por
no afligir á usted, le dije; pero no había examinado al
enfermo mctltodicc vel jiiria artis noMrce pra'ccpia,
esto es, con método ó según las reglas del arte; pero
encomiéndese usted á Dios y vamos á ver.
Primeramente que se ponga una olla grande de
agua á calentar. — Eso sobra, dijo la cocinera. — Pues
bien, maestro Andrés, continué yo: usted, como buen
flebotomiano, déle luego luego un par de sangrías de
la vena cava.
Andrés, aunque con miedo y sabiendo tanto como
* Yo soy la resurrección y la vida, y el que cree en mi vivirá, aunque ya esté
muerto. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, C. — 7.
26 PENSADOR MEXICANO
yo de venas cavas, le ligó los brazos y le dio dos piquetes
que parecían puñaladas, con cuyo auxilio, al cabo de
haberse llenado dos porcelanas de sangre, cuya prolusión
escandalizaba a los espectadores, abrió los ojos el en-
fermo. V comenzó á conocer a los circunstantes v á
hablarles.
Inmediatamente hice (jue Andrés allojara las vendas
y cerrara las cisuras, lo (jue no costó poco trabajo, ¡tales
fueron de prolongadas!
Después hice que se le untase vino blanco en el
cerebro y pulsos, (|ue se le confortara el estómago por
dentro con atole de huevos y por fuera con una tortilla
de los mismos, condimentada con aceite rosado, vino,
culantro y cuantas porquerías se me antojaron: encar-
gando mucho que no lo resupinaran.
— ¿Qué es eso de resupinar, señor doctor? pre-
guntó la señora. Y el cura sonriéndose le dijo: — Que
no lo tengan boca arriba. — Pues tatita, por Dios, siguió
la matrona, hablemos en lengua que nos entendamos
como la gente.
A ese tiempo ya la niña había vuelto de su des-
mayo y estaba en la conversación; y luego que oyó á
su madre, dijo: — Sí, señor, mi madre dice muy bien;
sepa usted que por eso me privé endenantes, porque
como empez(') á rezar aquello que los padres les cantan
á los muertos cuando los entierran, pensé que ya se
OBRAS ESCOGIDAS
27
liabía muerto mi padrecito y que usted le cantaba la
vigilia.
Rióse el cura de gana por la sencillez de la niña
y los demás lo acompañaron; pues ya todos estaban
contentos al ver al señor alcabalero l'uera de riesgo,
tomando su atole y platicando muy sereno como uno de
tantos.
Le prescribí su régimen para los días sucesivos,
olrcciéndome á continuar su curación hasta que estu-
viera enteramente bueno.
Me dieron todos las gracias, y al despedirme, la
señora me puso en la mano una onza de oro, que yo la
juzgué peso en aquel acto, y me daba al diablo de ver
mi acierto tan mal pagado; y así se lo iba diciendo á
Andrés, el que me dijo: — No, señor; no puede ser plata,
sobre que á mí me dieron cuatro pesos. — En efecto,
dices bien, le contesté. Y acelerando el paso llegamos
á la casa, donde vi que era una onza de oro amarilla
como un azafrán refino. "\
No es creíble el gusto que yo tenía con mi onza, no
tanto por lo ({ue ella valía, cuanto porque había sido
el primer premio considerable de mi habilidad médica,
y el acierto pasado me proporcionaba muchos créditos
luturos, como sucedió. Andrés también estaba muy
placentero con sus cuatro duros, aun más que con su
destreza; pero yo, más hueco que un calabazo, le dije: —
28 PENSADOR MEXICANO
¿Qué te parece, Andresillo? ¿Hay facultad más fácil de
ejercitar (jue la medicina? No en balde dice el refrán que
de médico, poeta y loco todos tenemos un poco; pues
si á este poco se junta un si es no es de estudio y aplica-
ción, va tenemos un médico consumado. Así lo has visto
en la famosa curación (jue hice en el alcabalero, quien
si por mí no fuera, á la hora de esta ya habría estacado
la zalea. En efecto, yo soy capaz de dar lecciones de
medicina al mismo Galeno amasado con Hipócrates y
Avicena, y tú también las puedes dar en tu facultad al
protosangrador del universo.
Andrés me escuchaba con atenci<'>n, y luego que
hice punto, me dijo: — Señor, como no sea todo en su
merced y en mí c/d/'i/ia,^ no estamos muy mal. — ¿A qué
llamas c/d/'i/m/ le pregunté. Y él muy socarrón me
res})ondiü: — Pues (•/< //•//>« llamo yo una cosa así como
que no vuelva usted a hacer otra cura ni yo á dar otra
sangría mejor. A lo menos yo, por lo que hace á mí,
estoy seguro de que quedé bien de cJiiripa, que por
lo que mira á su merced no será así, sino que sabrá su
obligación.
— Y como que la sé, le dije. ¿Pues y qué, te parece
que esta es la primera zorra que desuello? Que me echen
apopléticos á miles, á ver si no los levanto en el mo-
• Voz de que se usaba en los trucos y después en el juego del billar, para dar á en-
tender que un lance salió bien por casualidad y no por destreza del jugador. E.
OBRAS ESCOGIDAS 29
monto, ipso fado, y no digo apopléticos, sino lazarinos,
tinosos, gálicos, gotosos, parturientas, tabardillentos,
rabiosos y cuantos enfermos hay en el mundo. Tú
también lo haces con primor; pero es menester que
no corras tanto los dedos ni profundices la lanceta,
no sea (jue vayas á trasvcnar á alguno, y por lo demás
no tengas cuidado que tú saldrás á mi lado, no digo
barbero, sino médico, cirujano, químico, botánico, alqui-
mista, y si me das gusto y sirves bien, saldrás hasta
a.«ítrólogo y nigromántico.
— Dios lo haga así, dijo Andrés, para (|ue tenga
qué comer toda mi vida y para mantener mi familia,
que ya estoy rabiando por casarme.
En estas pláticas nos quedamos dormidos, y al día
siguiente fui á visitar á mi enlermo, que ya estaba tan
aliviado que me pagó un peso y me dijo que ya no me
molestara, que si se ofrecía algo, me mandarían llamar;
porque éste es el modito de despedir á los médicos
pegostes ó pegados en las casas por las pesetas.
Como lo pensé sucedió. Luego que se supo entre
los pobres el feliz éxito del alcabalero en mis manos,
comenzó el vulgo á celebrarme y recomendarme á boca
llena, porque decían: — Pues los señores principales lo
llaman, sin duda es un médico de lo que no hay. — Lo
mejor era que también los sujetos distinguidos se cla-
varon y no me escaseaban sus elogios.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H , C. — S.
30 PENSADOR MEXICANO
S(')lo el cura no me tragaba; antes decía al subdele-
gado, al administrador de correos y á otros, (jue yo
sería buehí médico; })cro que él no lo creía, porque era
muy pedante y charlatán, y quien tenía estas circuns-
tancias, ó era muy necio ó muy picaro, y de ninguna
manera había que fiar de él; fuera médico, teólogo,
abogado ó cualquier cosa.
El subdelegado se empeñaba en defenderme, diciendo
que era natural á cada uno explicarse con los tér-
minos de su facultad, y esto no debía llamarse pedan-
tismo.
— Yo convengo en eso, decía el cura; pero haciendo
distinción de los lugares y personas con quienes se
habla; porque si yo. predicando sobre la observancia del
séptimo precepto, por ejemplo, repito, sin explicación
las voces de eníiteusis, hipotecas, constitutos, precarios,
usuras paliadas, pactos, retrovendiciones y demás, segu-
ramente que seré un pedante, pues debo conocer que
en este pueblo apenas habrá dos que me entiendan, y
así debo explicarme, como lo hago, en unos términos
claros que todos los comprendan; y sobre todo, señor
subdelegado, si usted quiere ver cómo ese médico es
un ignorante, disponga que nos juntemos una noche
acá con pretexto de una tertulia, y le prometo que lo
oirá disparar alegremente.
— Así lo haremos, dijo el subdelegado; pero ¿y qué
I
i
ODRAS ESCOGIDAS 31
diremos de la curación que hizo la otra noche? — Yo diré
sin escrúpulo, respondió el cura, que ésa fué casualidad
y el huevo juanelo. — ¿Es posible? — Sí, señor subde-
legado; ¿no ve usted que la gordura y robustez del
enfermo, la dureza de su pulso, lo denegrido de su
semblante, el adormecimiento de sus sentidos, la respi-
ración agitada y todos los síntomas que se le advertían
indicaban la sangría? Pues esc remedio lo hubiera dictado
la vieja más idiota de mi feligresía.
— Pues bien, dijo el subdelegado, yo deseo oir una
conversación sobre la medicina entre usted y él. La
aplazaremos para el 25 de éste.
— Está muy bien, contestó el cura. Y hablaron de
otra cosa.
Esta conversación, ó á lo menos su substancia, me
la refirió un mozo que tenía el dicho subdelegado, á
quien había yo curado de una indigestión sin llevarle
nada; porque el pobre me granjeaba contándome lo que
oía hablar de mí en la casa de su amo.
Yo le di las gracias, y me dediqué á estudiar en
mis librejos para que no me cogiera el acto despre-
venido.
En este intermedio me llamaron una noche para
la casa de don Giriaco Redondo, el tendero más rico
que había en el pueblo, quien estaba acabando de
cólico.
32 PENSADOR MEXICANO
— Coge la jeringa, le dije á Andrés, por lo (jue suce-
diere, que ésta os otra aventura como la de la otra
noche. Dioí^ nos saque con bien.
Tomó Andrés su jeringa y nos fuimos para la casa,
que la hallamos como la del alcabalero de revuelta: pero
había la ventaja de que el enfermo hablaba.
Le hice mil preguntas pedantescas, porque yo las
hacía á miles, y por ellas me informé de que era muy
goloso y se había dado una atracada del demonio.
Mandé cocer malvas con jabón y miel, y ya (jUe
estuvo esta diligencia practicada le hice tomar una buena
porci<')n por la boca, .'i lo que el miserable se resistía
y sus deudos, diciéndome que eso no era vomitorio sino
ayuda. — T(jmela usted, .señor, le decía yo muy enfa-
dado; ¿no ve que si es ayuda, como dice, ayuda es
tomada por la boca y por todas partes? Así, pues, señor
mío, ó tomar el remedio ó morirse.
l]\ triste enfermo bebió la asquerosa poción con
tanto asco, (jue con él tuvo para volver la mitad de las
entrañas; pero se fatigó demasiado, y como el infarto
estaba en los intestinos, no se le aliviaba el dolor.
Entonces hice que Andrés llenara la jeringa y le
mandé franquear el trasero. — En mi vida, dijo el enfer-
mo, en mi vida me han andado por ahí. — Pues, amigo,
le respondí, en su vida se habrá visto tan apurado, ni yo
en la mía ni en los años que tengo de médico he visto
OBRAS ESCOGIDAS 33
cólico más renuente; porque sin duda el humor es muy
denso y glutinoso; pero, hermano mío, el clister importa,
el clister, no menos que como la salud única á los ven-
cidos, y si no, no hay que esperar más; porque una salas
viciis nullan spcrare saluicm; y así, si con el medica-
mento que prescribo no sana, ocurriremos á la lanceta
abriendo los intestinos, y después cauterizándolos con
una plancha ardiendo, y si estas diligencias no valen,
no queda más que hacer que pagar al cura los derechos
del entierro, porque la enfermedad es incurable: según
Hipócrates, uhl nwdicamontiim non S((n((t, fcrnini sanai:
;^ tihi jerniin non sanaf, if/nis snnai: ubi irjnis non sanai,
J incíirahUc nwi'hus.
— Pues señor, dijo el paciente, haciéndole bajo sus
% parientes; (jue se eche la lavativa si en eso consiste mi
I '
^ salud. — Amen, dico cohts, contesté, é inmediatamente
t mandé que se salieran todos de la recámara por la hones-
tidad, menos la esposa del enfermo.
Llenó Andrés su jeringa y se puso á la opera-
ción; pero ¡qué Andrés tan tonto para esto de echar
ayudas! Imposible fué que hiciera nada bueno. Toda
la derramaba en la cama, lastimaba al enfermo y
nada se hacía de provecho, hasta que yo, enfadado de
su torpeza, me determiné á aplicar el remedio por mi
mano, aunque jamás me había visto en semejante ope-
ración .
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 9.
34 PENSADOR MEXICANO
Sin embargo, olvidándome de mi ineptitud, cogí
la jeringa, la llené del cocimiento, y con la mayor
decencia le introduje el cañoncillo por el ano; pero fué-
rase por algún mas talento que yo tenía que Andrés,
n por la aprehensión del enfermo (|ue obraba á mi
l'avor. iba recibiendo más cocimiento, y yo lo animaba
diciéndole : — Apriete usted el resuello, hermano, y
recíbala cuan caliente pueda, que en esto consiste su
salud.
El alligido enfermo hizo de su parte lo que pudo
(que en esto consiste las más veces el acierto de los
mejores médicos), y al cuarto de hora 6 menos hizo una
evacuación copiosísima, como quien no había desaho-
gado el vientre en tres días.
Inmediatamente se alivi('). como dijo; pero no fué
sino que sanó perfectamente, pues (juitada la causa cesa
el efecto.
Me colmaron de gracias, me dieron doce pesos,
y yo me fui á mi posada con Andrés, á quien en el
camino le dije: — Mira que me han dado doce pesos en
la casa del más rico del pueblo, y en la casa del alca-
balero me dieron una onza; ¿qué, será más rico ó más
liberal el alcabalero?
Andrés, que era socarrón, me respondió: — En lo
rico no me meto, pero en lo liberal, sin duda que lo es
más que don Ciríaco Redondo.
OBRAS ESCOGIDAS 35
— ¿Y en cjué estará eso, Andrés? le pregunté,
porque el más rico debe ser más liberal. — Yo no lo sé,
dijo Andrés, á no ser que sea porque los alcabaleros,
cuando quieren, son más ricos que nadie de los pue-
blos, porque ellos manejan los caudales del rey, y las
cuentas las hacen como (juieren. ¿No ve usted que la
alcabala que llaman del viento, proporciona una cuenta
inaveriguable? Suponga usted del real ó dos (|ue
cobran por cada una d(í las cabezas (¡ue se matan
en el pueblo, ya sea de toros ó vacas, ya de carneros
ó cerdos, ¿quién les va á hacer cuenta de esto?
Suponga usted las introducciones de cosas que no
traen guías sino un simple pase por razón de su poco
S importe, como también los contrabaiiditos que se
.j ofrecen, en los que se entra en composición con el
i
>> arriero, y por último, aquellos picos de los granos
I
que en un alcabalatorio suben mucho al fin del ano,
pues si un real tiene doce granos y el arriero debe
por la factura siete granos, se le cobra un real, y
si entran mil arrieros se les cobra mil reales. Esto
me contaba mi tío, que fué alcabalero muchos años, y
^ decía que las alcabalas del viento valían más que los
ajustes.
En esto llegamos á la posada; Andrés y yo cenamos
^ muy contentos gratificando á los dueños de la casa, y
nos acostamos á dormir.
~>1
■.1
36
PENSADOR MEXICANO
Continuamos en bonanza como un mes, y en este
tiempo proporcionó el subdelegado la sesión que quería
el cura que tuviera yo con 61; pero si queréis saber cuál
fué, leed el capítulo que sigue.
Cuenta Periquillo
varios acaecimientos que tuvo en Tula, y lo que hubo
de sufrir al señor cura
Crecía mi lama de día en día con estas
dos estupendas curaciones , granjeándome
^.^ buen concepto hasta con los (]ue no se
tenían por vulgares. Tiempo me faltaba para
ordenar medicamentos en mi casa, y ya era cosa que
me chiqueaba mucho para salir á hacer una visita fuera
del pueblo, y eso cuando me la pagaban bien.
Aumentó mis créditos un boticoncillo y una herra-
mienta de barbero que envié á comprar á México, que
junto con un exterior más decente, que tenía algo de
PERIgUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 10.
38
l'ENSADOU MEXICANO
lujo, pues tomé casa aparte y recibí una cocinera y otro
criado, me hacían parecer un hombre muy circunspecto y
estudioso.
Al mismo tiempo yo visitaba pocas casas, y en nin-
í^una me estrechaba demasiado, pues había oído decir
á mi maestro, el doctor Purgante, que al médico no le
estaba bien sei' muy comadrero, |)or(jue en son de la
amistad querían (|ue curara de balde.
C.on esta y otras i'eglitas semejantes concernientes
á los tomines, los busqué muy buenos, pues en el poco
tiempo que os he dicho, comimos yo,, Andrés \ la macha
muy bien: nos remendamos, y llegué á tener juntos
como doscientos pesos libres de polvo y paja.
La gravedad y entono con que yo me manifestaba
al público, los términos ex<')ticos y pedantes de (jue usaba,
lo caro que vendía mis drogas, el misterio con que ocul-
taba sus nombres, ¡o mucho que adulaba á los (|ue
tenían proporciones, lo caro que vendía mis respuestas á
los pobres y las buenas ausencias que me hacía Andrés,
conti-ibuveron .'i dilatar la fama de mi buen nombre entre
los mas. '
A medida de lo que crecía mi crédito, se aumenta-
ban mis monedas, y á proporción de lo que éstas se
aumentaban crecía mi orgullo, mi interés y mi soberbia.
A los pobres que, ponpae no tenían con qué pagarme,
iban á mi casa, los trataba ásperamente, los regañaba
.¿i
ñ
OBRAS ESCOGIDAS
39
y los despachaba desconsolados. A los que me pagaban
dos reales por una visita, los trataba casi del mismo
modo, por<|ue más duraría un cohete ardiendo que lo
que yo duraba en sus casas. Es verdad que aunque me
hubiera dilatado una hora no por eso quedarían mejor
curados, puesto que yo no era sino un charlatán con
apariencias de médico; pero como el infeliz paciente no
sabe cuánta es la suficiencia del médico ó del que juzga
})or tal. se consuela cuando observa (|ue se dilata en
preguntar la causa de su mal y en indagar así por sus
oídos como por sus ojos, su edad, su estado, su ejer-
cicio, su constituci(')n y otras cosas (|ue á los médicos
como vo parecen menudencias, v no son sino noticias
mu\ interesantes para los verdaderos facultativos.
No lo hacía yo así con los ricos y sujetos distin-
guidos, pues hasta se enfadaban con mis dilaciones y
con las monerías que usaba, por afectar (jue me intere-
saba demasiado en su salud : pero ¿qué otra cosa había
de hacer cuando no había aprendido más de mi famoso
maestro el doctor Purgante?
Sin embargo de mi ignorancia, algunos enfermos
sanaban por accidente, aunque eran más, sin compa-
ración, los que morían por mis mortales remedios. Con
todo esto, no se minoraba mi crédito por tn^s razones:
la primera, ponjue los más que morían eran pobres,
y en éstos no es notable ni la vida ni la muerte; la
I
40 PENSADOR MEXICANO
segunda, porque ya había yo criado fama, y así me
ochaba á dormir sin cuidado, auncjue matara más tulte-
cos que sarracenos el Cid. y la tercera, y que más favo-
rece á los médicos, era ponjue los (|ue sanaban pon-
deraban mi habihdad y los que se morían no podían
(juejarse de mi ignorancia; con lo que yo lograba que
mis aciertos fueran públicos y mis erradas las cubriera
la tierra; bien que si me sucede lo cjue á Andrés, segu-
ramente se acaba mi bonanza antes de tiempo.
Fué el caso, que desde antes (|ue llegáramos á Tula,
ya el cura, el subdelegado y demás personas de la plana
mayor habían encargado á sus amigos (jue les enviaran
un barbero de México. Luego que experimentaron la
áspera mano de Andrés, insistieron en su encargo con
tanto empeño, que no tardó mucho en llegar el maestro
Apolinario, que en efecto estaba examinado y era ins-
truido en su facultad.
Andrés, luego que lo conoció y lo vio trabajar, le
tuvo miedo, y con más juicio y viveza (jue yo, un día
lo fué á ver y le contó su aventura lisa y llanamente,
diciéndole que él no era sino aprendiz de barbero; (jue
no sabía nada; que lo que hacía en a(|uel pueblo era
por necesidad; que él deseaba aprender bien el oficio,
y que si se lo quería enseñar, se lo agradecería y le ser-
viría en lo que pudiera.
Esta súplica la acompañó con el estuche que le
•J
OBRAS ESCOGIDAS ^1
había yo comprado, con el que se dio por muy gran-
jeado el maestro Apolinario, y desde luego le ofreció á
Andrés tenerlo en su casa, mantenerlo y enseñarle el
oficio con eficacia y lo más presto que pudiera.
A seguida le preguntó qué tal médico era yo. A lo
que Andrés le respondió que á él le parecía muy bueno,
y que había visto hacer unas curaciones prodigiosas.
Con esto se despidió del barbero para ir á hacer
la misma diligencia conmigo, pues me dijo todo lo que
había pasado y su resolución de aprender bien el oficio.
— Porque al cabo, señor, yo conozco que soy un bruto;
este otro es maestro de veras, y así, ó la gente me (|uita
de barbero no ocupándome, ó me quita él pidiéndome
la carta de examen, y de cualquier manera yo me quedo
sin crédito, sin oficio y sin qué comer; así he pensado
irme con él , á bien que ya su merced tiene mozo.
Algo extrañaba yo á Andrés, pero no (juise quitarle
de la cabeza su buen propósito, y así, pagándole su sala-
rio y gratificándole con seis pesos, lo dejé ir.
En esos días me llamaron de casa de un viejo reu-
mático, á quien le di, según mi sistema, seis ó siete pur-
gas, le estafé veinticinco pesos y le dejé peor de lo
que estaba.
Lo mismo hice con otra vieja hidrópica, á la que
abrevié sus días con seis onzas de ruibarbo y maná y
dos libras de cebolla albarrana.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 11.
42 PENSADOR MEXICANO
De estas gracias liacía muy á menudo, 'pero el vulgo
ciego había dado en que yo era buen médico, y por más
gritos que les daban las campanas, no despertaban de
su adormecimiento.
Lleg<'» por fin el día aplazado por el subdelegado para
oirme disputar con el cura, y i'ur el 25 de Agosto, pues
con ocasión de haber ido yo á darle los días por ser el
de su santo, me detuvo á comer con mil instancias, las
que no pude desairar.
Bien advertí que toda la corte estaba en su casa,
sin faltar el padre cura; pero no me di por entendido
de (|iio sabía lo (jue hablaba de mí, satisfecho en que,
por mucho (jue r\ supiera, no había de tener de medicina
las noticias que yo.
Con este necio orgullo me senté á la mesa luego que
lué hora, v comí y brindé á la salud del caballero sub-
delegado, en compañía de aquellos señores, repetidas
veces, haciendo rcir á todos con mis pedanterías, menos
al cura (¡ue se tostaba de estas cosas.
El subdelegado estaba bienquisto; con esto la mesa
estaba lluna de los principales sujetos del pueblo con sus
señoras. La prevención era franca, los platos muchos
y bien sazonados. Se menudeaban los brindis y los vivas;
los vasos no estaban muy seguros por los frecuentes
coscorrones que llevaban con los tenedores y cuchillos.
V las cabezas se iban llenando del tufo de las uvas.
OBRAS ESCOGIDAS
43
■4S
A este tiempo fué entrando el gobernador de indios
con sus ofitíiales de república, prevenidos de tambor,
chirimías y de dos indios cargados con gallinas, cerdos
V dos carneritos.
Luego que entraron, hicieron sus acostumbradas
reverencias, besando á todos las manos, y el gobernador
le dijo al subdelegado: — Señor mayor, que los pase su
mercé muy felices, en compañía de estos señores, para
amparo de este pueblo.
Inmediatamente le dio el Xóchil, que es un ramillete
de llores, en señal de su respeto, y un papel mal picado
y pintado, con un al parecer verso.
Todo el congreso se alborotó, y se trató de que se
leyera públicamente. Uno de los padres vicarios se
prestó á ello, y guardando todos un perfecto silencio,
comenzó á leer el siguiente
SU NETO
Los probes hijos del pueblo
Con prósperas alegrías.
Te lo venimos á dar los días,
Con carneros y cochinos.
Kecibalosté placenteros
Con interés to mercé
Como señor josticiero,
Perdonando nuestro afeuto
Las faltas de este suñeto
Pori|ue los vivas mil años
Y después su gloria eternamente.
44 PENSADOR MEXICANO
Todos celebraron el ,^añoto, repitiendo los vivas al
subdelegado, y los repiques en los platos y*vasos, mez-
clados con empinar la copa, unos más, otros menos,
según jíu inclinación.
El señor cura llenó un vasito y se lo dio al gober-
nador dicit'ndole: — Toma, hijo, á la salud del señor
subdelegado; — quien mandó que en la pieza inmediata
se diese de comer al señor gobernador y á la república.
Tomó óste su vasito de vino; se repitió el brindis
y algazara en la mesa, aumentando el alboroto el des-
agradable ruido del tambor y chirimías, (jue ya nos
quebraba las cabezas, hasta que quiso Dios que llamaran
á comer á aijuella familia.
Luego que se retiraron los indios, comenzaron todos
á celebrar el ¿iiñcto. que andaba de mano en mano, pero
con disimulo, porque no lo advirtieran los interesados.
Con este motivo fué rodando la conversación de dis-
curso en discurso, hasta tocarse sobre el origen de la
poesía, asunto que una señorita nada lerda pidió á un
vicario, que tenía i'ama de poeta, que lo explicara, y éste,
sin hacerse del rogar, dijo: — Señorita, lo que yo sé en el
particular es, que la poesía es antiquísima en el mundo.
Algunos fijan su origen en Adán, añadiendo que Jubdl,
hijo de Lamech, fué el padre de los poetas, fundando su
opinión en un texto de la Escritura que dice: que Jubcll
/lie el jtadrc de los (¡iic cantaban con el únjano (j la
.ii,.
OBRAS ESCOGIDAS 45
■f¿£á
citara, porque los antiguos bien conocieron que eran
hermanas la música y la poesía; y tanto, que hubo quién
escribiera que Osiris, rey de Egipto, era tan aficionado
á la música que llevaba en su ejército muchas cantoras,
entre las que sobresalieron nueve, á quienes los griegos
llamaron /^Hísofíí por antonomasia.
Lo cierto es, que por la historia más antigua del
mundo, que es la de Moisés, sabemos que los hebreos
poseyeron este arte divino antes que ninguna nación.
Después del diluvio renació entre los egipcios, caldeos
y griegos. De éstos, los últimos la cultivaron con mucho
empeño, y fué propagándose por todas las naciones
según su genio, clima ó aplicaci(')n. De manera que no
tenemos noticia que haya habido en el mundo ninguna,
por bárbara que haya sido, que no haya tenido, no sólo
conocimiento del arte poética, sino á veces poetas exce-
lentes. En tiempo del paganismo de esta América, cono-
cieron los indios este arte sublime v el de la música:
tenían sus danzas ó mitotes, en las que cantaban sus
poemas á sus dioses, y aun hubo entre ellos tan elegan-
tes poetas, que uno, sentenciado á muerte, compuso la
víspera del sacrificio un poema tan tierno y tan patético,
que cantado por él mismo fué bastante á enternecer al
juez que lo escuchaba y á obligarlo á revocar la senten-
cia; que vale tanto como decir que era tan buen poeta,
que con sus versos se redimió de la muerte y se prolongó
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II , C. — 12.
46 PENSADOR MEXICANO
la vida. Este caso nos lo refiere el caballero Boturini
en su Idea de ¡(/ luf^íoria de /as Indias.
Es cierto que aunque no hasta el punto de enter-
necer á un tirano, lo que es mucho; pero es cosa muy
antigua y sabida lo (|ue inlluye la poesía en el corazón
humano, y más acompafiada de la miisicn. Por eso, para
confirmaci<')n de esta verdad, se cuenta en la fábula que
Orleo venció y amansó leones, tigres y otras fieras, y
que Amfi('>n reedificó los muros de Tebas, ambos con
el canto, la cítara y la lira, para significar que era tan
soberano el poder de la música y la poesía, (jue ellas
solas bastaron para reducir á la vida civil hombres sal-
vajes, feroces y casi brutos.
— Á fe que no hará otro tanto, dijo el subdelegado,
el autor de nuestro suñeío, auníjue se acompañara para
cantarlo con la dulce música del tambor <'» chirimía.
— Ivióse la facetada del subdelegado, y éste, queriendo
oírme disparar por vei* (mojado al cura, me dijo: — ¿Qué
dice usted, señoi' doctor, de estas cosas?
Yo quería quedar bien \ dar mi voto en todo, aun
en lo (jue no entendía, habiéndoseme olvidado las leccio-
nes que el otro buen vicario me dio en la hacienda;
pero no sabía palabra de cuanto se acababa de hablar.
Sin embargo, vencié) mi vanidad á mi propio conoci-
miento, y con mi acostumbrado orgullo y pedantería
dije: — Xo hay duda en que se ha hablado muy bien;
' ■* ■
OBRAS ESCOGIDAS
47
.1
pero la poesía es más antigua de lo (jue el señor vicario
ha dicho, pues á lo más que la ha hecho subir es hasta
Adán, y yo creo que antes que hubiera Adán ya había
poetas.
Escandalizáronse todos con este desatino y más (jue
todos el cura, (jue me dijo: — ¿('ómo podía haber poetas
sin haber hombres? — Sí, señor, le respondí muy sereno;
pues antes que hubiera hombres hubo ángeles, y éstos,
luego que fueron criados, entonaron himnos de alabanzas
al Criador, y claro está que si cantaron fué en verso;
porque en prosa no es común cantar; y si cantaron
versos, ellos los compusieron, y si los compusieron los
sabían componer, y si los sabían componer eran poetas.
Conijue vean ustedes si la poesía es más antigua que
Adán.
El cura, al oir esto, no más meneó la cabeza y no
me replicó una palabra; de los demás, unos se sonrieron
y otros admiraron mi argumento, y más cuando el sub-
delegado prosiguió diciendo: — No hay duda, no hay
duda; el doctorcito nos ha convencido v nos ha ense-
ñadd un retazo de erudición admirable y jamás oído.
¡Vean ustedes cuánto se han calentado la cabeza los anti-
cuarios por indagar el origen de la poesía, fijándolo unos
en Jubál, otros en Débora, otros en Moisés, otros en los
caldeos, otros en los egipcios, en los griegos otros, y
todos permaneciendo tenaces en sus sistemas sin poder
48 PENSADOR MEXICANO
convenirse en una cosa, y el doctor don Pedro nos ha
sacado de esta confusa Babilonia tirando la barra cien
varas más allá de los mejores anticuarios é historiadores,
y ensalzándola sobre las nubes, pues la hace ascender
hasta los ángeles I Vaya, señores, brindemos esta vez
á la salud de nuestro doctorcito. — Diciendo esto tomó
la copa y todos hicieron lo mismo, repitiendo á su
imitación; — ¡Viva el médico erudito! a
Ya se deja entender que en este brindis no faltó j
el palmoteo ni el acostumbrado repiíjue de los vasos, v>
platos y tenedores. Mas ¿quién creerá, hijos míos, que
fuera yo tan necio y tan bárbaro que no advirtiera que
toda aquella bulla no era sino el eco adulador de la
irónica mofa del subdelegado? Pues así fué. Yo bebí mi
copa de vino muy satisfecho... ¿qué digo? Muy hueco,
pensando que aquello era, no una solemne burla de mi
ignorancia, sino un elogio digno de mi mérito.
¿Y(|ué, pensáis, hijos míos, que sólo vuestro padre,
en una edad que aún frisaba con la de muchacho, se
pagaba de su opinión tan caprichosamente? ¿Creéis que
sólo yo y sólo entonces perdonaba la mofa de los sabios
suponiéndola alabanza á m.erced de la propia ignorancia
y fanatismo? Pues no, pedazos míos, en todos tiempos
y en todas edades ha habido hombres tan necios y pre-
sumidos como yo, que pagados de sí mismos han pen-
sado que S(>lo ellos saben, que sólo ellos aciertan, y
OBRAS ESCOGIDAS 49
que los arcanos de la sabiduría solamente á ellos se les
descubren. ¡Ayl No sé si cuando leáis mi vida con
reflexión se habrá acabado esta plaga de tontos en el
mundo; pero si por desgracia durare, os advierto que
observéis con cuidado estas lecciones: hombre cnpri-
clioso, ni sabio ni bíicno; hombre dócH, pronto á ser
bueno 7 á ser sabio: hombre hablador y üano, nunca
sabio; ¡lombre callado ij humilde que sujete su opinión
á la de los (¡ue saben más, es bueno de positivo, estoes,
es hombre de buen corazón , // está con bella disposición
para ser sabio alr/ún día. Cuidado con mis digresiones,
que quizá son las que más os importan.
El subdelegado, viendo mi serenidad, prosiguió
diciendo: — Doctorcito, según la opinión de usted y la
del padre vicario, la poesía es una ciencia ó arte divino;
pues habiendo sido infusa á los ángeles ó á los hombres,
porque los primeros ni los segundos no tuvieron de
quién imitarla, claro es que sólo el Autor de lo criado
pudo infundirla; y en este caso díganos usted ¿por qué
en unas naciones son más comunes los poetas que en
otras, siendo todas hijas de Adán? Porque no hay
remedio, entre los italianos, si no abundan los mejores
poetas, á lo menos abundan los más fáciles, como son
los improvisadores; gente prontísima que versifica de
repente y acaso multitud de versos.
Vime atacado con esta pregunta, pues yo no sabía
PERIQUILLO SARNIENTO. -T. II, C— 13.
50 PENSADOR MEXICANO
disolver la dificultad, y así, huyóndole el cuerpo, res-
pondí:— Señor subdelegado, no entro en el argumento,
porcjue la verdad, no creo que haya habido ni pueda
h;iber semejantes poetas repentinos ó improvisadores
como usted les llama. Por tanto, sería menester con-
vencerme de su realidad para que entráramos en disputa,
pues ¡ir¡w< ('SÍ í's>7' (jiinni ialiter rs<c, primero es que
exista la cosa, y después que exista de este ó del otro
modo.
— Pues en que ha habido poetas improvisadores,
especialmente en Italia, no cabe duda, dijo el cura; y
aun yo me admiro como una cosa tan sabida pudo
haberse escondido á la erudici(')n del señor doctor. Esta
facilidad de versificar de repente es bien antigua. Ovidio
la confiesa de sí mismo, pues llega á decir que cuahjuier
cosa que hablaba la decía en verso; esto al mismo tiempo
que procuraba no hacerlos.^ Yo he leído lo que dice
Paulo Jovio del poeta Camilo Cuerno, célebre improvi-
sador que disfrut»') por esta habilidad bastantes satisfac-
ciones con el papa León X. Este poeta estaba en pie
junto á una ventana diciendo versos repentinos mientras
comía el Pontífice, y era tanto lo que éste se agradaba
de la prontitud de su vena, que él mismo le alargaba
los platos de que comía, haciéndole beber de su mismo
• Scribere conabar cerca so^u'a inoJis,
aponte sua carmen números ccnicbat ad apto^.
4
^i
OBRAS ESCOGIDAS 51
vino, sólo con la condición de que había de decir dos
versos, lo menos, sobre cada asunto que se le propusiera.
De un niño que apenas sabía escribir nos refiere el
padre Calasanz en su Disccrnitniento de inf/cnios, que
trovaba cualquier pie que le daban de repente, y á veces
con tal agudeza (jue pasmaba á los adultos sabios.
De estos ejemplares de poetas improvisadores pu-
dieran citarse varios; pero ¿para qué nos hemos de
cansar, cuando todo el mundo sabe que en este mismo
reino floreció uno á quien se conoció por el negrito
poeta, y de quien los viejos nos refieren prontitudes
admirables?
— Cuéntenos usted, señor cura, dijo una niña, algu-
nos versos del negrito poeta. — Se le atribuyen muchos,
dijo el cura; en iodo tiene lugar la ficción; pero por
darle á usted gusto releriré dos ó tres de los que sé que
son ciertamente suyos, según me ha contado un viejo
de México. Oigan ustedes:
Entró una vez nuestro negro en una botica donde
estaba un boticario ó médico hablando con un cura
acerca de los cabellos, y á tiempo que entró el negro
le decía: — Los cabellos penden de... — El cura, (|ue cono-
cía al poeta, por excitar su habilidad le dijo: — Negrito,
tienes un peso como troves esto que acaba de decir el
señor, á saber: ¡os cabellos penden de. — El negrito, con
su acostumbrada prontitud, dijo:
i
52 PENSADOR MEXICANO
Ya ese peso lo gané
Si mi saber no se esconde:
Quítese usted ; no sea que
Una viga caiga , y donde
Los cabellos penden dé.
Esto fué muy público en México. Se le dio el mismo
pie para que lo trovara á la madre Sor Juana Inés de la
Cruz, religiosa jorónima. célebre ingenio, y poetisa
famosa en su tiempo, que mereció el epíteto de la décima
Mk.^ü de Apolo: pero la dicha religiosa no pudo trovarlo
y se disculpó muy bien en unas redondillas, y elogió la
facilidad de nuestro poeta. ^
En otra ocasión, pasando cerca de él un escribano
con un alguacil, se le cayó al primero un papel; lo alzó
• Por no ser muy comunes ¡as obras de Sor Juana, se pone aquí su contestación,
que está en el tomo II de sus obras. E.
Señora, aquel primer pie
Es nota de posesivo,
Y es inglosable; porque
Al caso de genitivo
Nunca se pospone el de.
y asi el que aquesta Quinti-
lla hiío y quedó tan ufa-
no, ptít's tiene buena ma-
no, glose esta redondi-
Lla-no el sentido no topo,
Y no hay falta en el primor;
Porque es pedir aun pintor
Que copie con un hisopo.
Cualquier facultad enseña,
Si es el medio desconforme;
Pues no hay músico que forme
Armonía en una peña.
Perdonad , si fuera del
Asunto ya desvarío
Porque no quede vacío
Este campo de papel.
OBRAS ESCOGIDAS 53
el segundo, y le preguntó el escribano ¿qué era? El
alguacil respondió, que un testimonio, y el negro pron-
tamente dijo:
¿No son artes del demonio
I^evantar cosa tan vil?
¿Pero cuándo un alguacil
No levanta un testimonio?
Otra ocasión entró á una casa donde estaba so-
bre una mesa una imagen de la Concepción... Vayan
ustedes teniendo cuidado qué cosas tan disímbolas había.
Una imagen de la Concepción, un cuadro de la San-
tísima Trinidad, otro de Moisés mirando arder la zarza,
unos zapatos y unas cucharas de plata. Pues, seño-
res, el dueño de la casa, dudando de la facilidad
del negro, le dijo que como todas aquellas cosas las
acomodara en una estrofa de cuatro pies le daría
las cucharas. No fué menester más para que el negro
dijera:
Moisés para ver á Dios
Se quitó las antiparras;
Virgen de la Concepción,
Que rae den estas cucharas.
Ningún concepto ni agudeza se advierte en este
verso; pero la facilidad de acomodar en él tantas cosas
inconexas entre sí y con algún sentido, no es indigna
de alabanza.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 14.
...iÉsíJt»^. Tjlir .
^
54 PENSADOR MEXICANO
Por último, la hora de la muerte sabemos (jue no es
hora de chanzas, pues en la de nuestro poeta manifestó
éste lo genial que le era hacer versos, porque estando
auxiliándolo un religioso agustino, le dijo:
Ahora sí tengo por cierto,
Que la muerte viene al trote:
Pues siempre va el zopilote
En pos del caballo muerto.
Hemos de advertir que este pobre negro era un
vulgarísimo sin gota de estudios ni erudición. He
oído asegurar que ni leer sabía. Conque si en medio
de las tinieblas de tanta ignorancia prorrumpía en se-
mejantes y prontas agudezas en verso, ¿qué hubiera
hecho si hubiera logrado la instrucción de los sabios,
como por ejemplo, la del señor doctor que está pre-
sente?
— Buena sea la vida de usted, señor cura, le res-
pondí. En esto se acab<'> la comida y se levantaron los
manteles, quedándonos todos platicando sobremesa, sin
dar gracias á Dios, ponjue ya en aquella época comen-
zaba á no usarse; pero el subdelegado, á (juien se le
quemaban las habas por vernos enredar á mí y al cura
en la cuestión de medicina, me dijo: — Ciertamente que
yo deseaba oír hablar á usted y al señor cura sobre la
facultad médica: porque la verdad, nuestro párroco es
opucstísimo á los médicos.
■li
OBRAS ESCOGIDAS 55
— No debe serlo, dije yo medio alterado; porque el
señor cura debe saber que Dios dice: que 1^1 crió la me-
dicina de la tierra, y que el varón prudente no debe
aborrecerla, Dominr/s creacil de ierra mecUcinam, et
lir /)r(((lens non ahorrebii ecun. Dice también: que se
honre al médico por la necesidad, Jtonora medicum
¡jro¡)ter necesdaieni. Dice... — Basta, dijo el cura: no
nos amontone usted textos (jue yo entiendo. Catorce
versículos trae el capítulo 38 del Eclesiástico en favor
de los médicos; pero el decimoquinto dice: que el
(jiie delinquiere en la preseneia del Dios que lo erió,
eaerd en las manos del nK-dico. Esta maldición no hace
mucho honor á los médicos, ó á lo menos á los médicos
malos.
Muy bien sé que la medicina es un arte muy difícil;
sé que el aprenderla es muy largo: que la vida del hombre
aún no basta; que sus juicios son muy falibles y dificul-
tosos; que sus experimentos se ejercitan en la respetable
vida de un hombre; que no basta que el médico haga
lo que está de su parte, si no ayudan las circunstancias,
los asistentes y el enfermo mismo en cuanto les toca;
sé (|ue esto no lo digo yo sino el príncipe de la medicina,
aquel sabio de la isla de Gos, aquel griego Hipócrates,
aquel hombre grande y sensible cuya memoria no pere-
cerá hasta que no haya hombres sobre la tierra, aquel
filántropo que vivió cerca de cien años y casi todos ellos
56 PENSADOR MEXICANO
los empleó en asistir á los míseros mortales; en indagar
los vicios de la naturaleza enlerma; en solicitar las cau-
sas de las enl'ermedades y la eficacia y elección de los
remedios, y en aplicar su especulación \ su práctica
al objeto que se propuso, que fué procurar el alivio de
sus semejantes. Sé todo esto, y sé que antes de él los
míseros pacientes, destituidos de todo auxilio, se expo-
nían á las puertas del templo de Diana en Ml'eso y allí
iban todos, los veían, se compadecían do ellos y les man-
daban lo que se les ponía en la cabeza. Sé que los reme-
dios que probaban para tal ó tal enfermedad se escribían
en unas tablas que se llamaban do /((s Dicdicinas: sé que
el citado Hipócrates, después de haber cursado las es-
cuelas de Atenas treinta y cinco años, desde la edad
de catorce, y después de haber aprendido lo que sus
médicos enseñaban, no se contentó, sino que anduvo
peregrinando do reino en reino, de provincia en pro-
vincia, de ciudad en ciudad, hasta que encontró estas
tablas, y con ellas y con sus repetidas observaciones
iiizo sus célebres aforismos; sé que después de estos
descubrimientos se hizo de la medicina un estudio de
interés y de venalidad . y no como antes que se hacía
por amistad del género humano.
Todo esto sé y mucho más que no refiero por no
cansar á los que me oyen; pero también sé (jue ya en
el día no se escudriña el talento necesario que se re-
■■h
-kí
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OBRAS ESCOGIDAS 57
quiere para ser médico, sino que el que quiere se mete
á serlo aunque no tenga las circunstancias precisas; sé
que en cumpliendo los cursos prescritos por la Univer-
sidad, aunque no hayan aprovechado las lecciones de
los catedráticos^ y en cumpliendo el tiempo de la prác-
tica, ganando tal vez una certificación injusta del maes-
tro, se reciben á examen, y como tengan los exami-
nadores á su favor ó la fortuna de responder con tino
á las preguntas que les hagan, aun en el caso de
procederse con toda legalidad, como lo debemos su-
poner en tales actos, se les da su carta de examen,
y con ella la licencia de matar á todo el mundo impune-
mente.
Esto sé, y sé también que muchos médicos no son
como deben ser, esto es, no estudian con tesón, no
practican con eficacia, no observan con escrupulosidad,
como debieran, la naturaleza; se olvidan de que la
academia del médico y su mejor biblioteca está en la
cama del enfermo más bien que en los dorados estantes,
en los muchos libros y en el demasiado lujo; y mucho
menos en la ridicula pedantería con que ensartan tex-
tos, autoridades y latines delante de los que no los en-
tienden.
Sé que el buen médico debe ser buen físico, buen
químico, buen botánico y anatómico; y no que yo veo
que hay infinidad de médicos en el mundo que igno-
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 15.
58 PENSADOR MEXICANO
ran cómo se hace y qué cosa es, por ejemplo, el sul-
fato de sosa, y lo ordenan como específico en algu-
nas enfermedades en (|ue precisamente es pernicioso;
que ignoran cuáles son y cómo las partes del cuerpo
humano, la virtud ó veneno de muchos simples, y el
modo con que se descomponen ó simplifican muchas
cosas.
Sé también (|uc no puede ser buen médico el que
no sea hombre de bien, quiero decir, el (jue no esté
penetrado de los más vivos sentimientos de humanidad
ó de amor á sus semejantes; ponjue un médico que
vaya á curar únicamente por interés del peso ó la peseta,
y no con amor y caridad del pobre enfermo, segura-
mente éste debe tener poca confianza, y lo cierto es
íjue por lo común así sucede.
Los médicos cuando se examinan juran asistir
por caridad , de balde y con eficacia a los pobres;
¿y (jué vemos? Que cuando éstos van á sus casas á
consultarles sobre sus enfermedades sin darles nada,
son tratados á poco más ó menos ; pero si son los
enfermos ricos v mandan llamar á su casa á los mé-
dicos, entonces éstos van á visitarlos con prontitud,
los curan con cuidado, y á veces este cuidado suele
ser con tal atropellamiento (si no hay implicación en
estas palabras), que con el mismo matan á los en-
fermos.
- 1
OBRAS ESCOGIDAS
59
A(juí hizo el señor cura una breve pausa, sacando
la caja de polvos, y luego que se hubo habilitado las
nances de rapé, continuó diciendo lo que veréis en el
capítulo siguiente.
n
r
T
di li> inuicr .'/// /a ti?//
sJin ocr oite jcti n\ cCAHí^n
*z)c /o iniMno Oftc ¿itñjcuA
I
-4
CAPITULO III
En el que nuestro Perico cuenta cómo
concluyó el cura su sermón; la mala mano que tuvo
en una peste y el endiablado modo con que salió del pueblo,
tratándose en dicho capítulo, por vía de intermedio,
algunas materias curiosas
— No se crea, señores, continuó e!
cura, que yo trato de poner á los módicos en mal. La
medicina es un arte celestial de que Dios proveyó al
hombre: sus dignos profesores son acreedores á nues-
tras honras y alabanzas; pero cuando éstos no son tales
como deben ser, los vituperios cargan sobre su ineptitud
y su interés, no sobre la utilidad y necesidad de la me-
dicina y sus sabios profesores. 1^1 médico docto, aplicado
y caritativo es recomendable; pero el necio, el venal y
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. 11, C. — 16.
62 PENSADOR MEXICANO
que se acogió á esta facultad para buscar la vida, por no
tener fuerzas para dedicarse al mecapal, es un hombre
odioso y digno de reputarse por un asesino del género
humano con licencia, aunque involuntaria, del Proto-
medicato.
A médicos como estos desterraron de muchas pro-
vincias de Roma y otras partes, como si fueran pestes, y
en efecto, no hay en un pueblo peste peor que un mal
módico. Mejor sería muchas veces dejar al enfermo en
las sabias manos de la naturaleza que encomendarlo á
las de un médico tonto é interesable.
— Pero yo no soy de esos, dije yo algo avergonzado,
porque todos me miraban y se sonrieron. — Ni yo lo
digo por usted, respondió el cura, ni por Sancho, Pedro
ni Martín; mi crítica no determina persona, ni jamás
acostumbro tirar á ventana señalada. Hablo en común y
sólo contra los malos médicos, empíricos y charlatanes,
que abusan de un arte tan precioso y necesario de que
nos proveyó el Autor de la naturaleza para el socorro de
nuestras dolencias. Si usted ó alguno otro (jue oiga
hablar de esta manera se persuade á que se dice por él,
será señal de (|ue su conciencia lo acusa, y [entonces,
amigo, al que le venga el saco que se lo ponga en hora
buena. Bien es verdad que eso mismo que usted dice, de
que no es de esos, lo dicen todos los chambones de todas
las facultades, y no por eso dejan de serlo.
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*• •<■,. ■■ .\.'^S'*TT
OBRAS ESCOGIDAS 63
— Pues, no señor, le interrumpí, yo no soy de esos;
yo só mi obligación y estoy examinado y aprobado nemi-
ne discrepante, con todos los votos, por el real Proto-
medicato de México; no ignoro que las partes de la
medicina son: Fisiología, Patología, Semeiótica y Tera-
péutica; sé la estructura del cuerpo humano; cuáles se
llaman fluidos, cuáles sólidos; sé lo que son huesos y
cartílagos; cuál es el cráneo, y que se compone de ocho
partes; sé cuál es el hueso occipital, la duramáter y el
frontis; sé el número de las costillas, cuál es el esternón,
los omoplatos; el cócix, las tibias; sé qué cosa son los
intestinos, las venas, los nervios, los músculos, las arte-
rias, el tejido celular y el epidermis; sé cuántos y cuáles
son los humores del hombre, como la sangre, la bilis, la
llema, el chilo y el gástrico; sé lo que es la linfa y los
espíritus animales y cómo obran en el cuerpo sano y
cómo en el enfermo; conozco las enfermedades con sus
propios y legítimos nombres griegos, como la ascitis,
la anasarca. la hidrofobia, el saratán, la pleuresía, el
mal venéreo, la clorosis, la caquexia, la podagra, el para-
frenitis, el priapismo, el paroxismo, y otras mil enferme-
dades que el necio vulgo llama hidropesía, rabia, gálico,
dolor de costado, gota y demás simplezas que acostum-
bra; conozco la virtud de los remedios sin necesitar
saber cómo los hacen los boticarios y los químicos; los
simples de que se componen y el modo cómo obran
64 PENSADOR MEXICANO
en el cuerpo humano, y así só los que son febrífugos,
astringentes, antiespasm(')d¡cos, aromáticos, diuréticos,
errinos, narcóticos, pectorales, purgantes, diaforéticos,
vulnerarios, antivenéreos, emotoicos, estimulantes, ver-
mífugos, laxantes, cáusticos y anticólicos; sé... — Ya
está, señor doctor, decía el cura muy apurado, ya está,
por amor de Dios, que eso es mucho saber, y yo maldito
lo que entiendo de cuanto ha dicho. Me parece ((ue he
estado oyendo hablar á Hipócrates en su idioma; pero lo
cierto es (jue con tanto saber despachó en cuatro días
á la pobre vieja hidrópica tía Petronila, que algunos años
hace vivía con su ¡mj! jaij! antes que usted viniera, y
después que usted vino le aligeró el paso á fuerza de
purgantes muchos, muy acres, y en excesivas dosis, lo
que me pareció una herejía médica, pues la debilidad
en un viejo es cabalmente un contraindicante de pur-
gas y sangrías. Motivo fué éste para que el otro pobre
gotoso ó reumático no quisiera (jue usted acabara de
matarlo.
Con tanto saber, amigo, usted me va despoblando la
feligresía sin sentir, pues desde que está aquí he adver-
tido que las cuentas de mi parroíjuia han subido un cin-
cuenta por ciento: y aunque otro cura más interesable
que yo daría á usted las gracias por la multitud de
muertos que despacha, yo no, amigo; porque amo
mucho á mis feligreses, y conozco que á dura tiempo,
OBRAS ESCOGIDAS 65
usted me quita de cura, pues acabada (jue sea la gente
del pueblo y sus visitas yo seré cura de casas vacías y
campos incultos. Coníjue vea usted cuánto sabe, pues
aun resultándome interés, me pesa de su saber.
Riéronse todos á carcajadas con la ironía del cura,
y yo, incómodo de esto, le dije ardiéndome las orejas:
— Señor cura, para hablar es menester pensar y tener
instrucci<'»n en lo que se habla. Los casos que usted me
ha recordado por burla son comunes: á cada paso acaece
que el más ruin enfermo se le muere al mejor médico.
¿Pues (|ué, piensa usted (|ue los médicos son dioses que
han de llevar la vida á los enlermosf Ovidio en el libro
primero del Ponto dice: «que no siempre está en las
manos del médico (|ue el enfermo sane, y que muchas
veces el mal vence á la medicina. >>
Non est in medico semper relevetur ut cBger;
Interdíim docta plus valet arte malum.
\ ■
% El mismo dice que «hav enfermedades incurables
I
'^ <1UG no sanarán si el propio Esculapio les aplica la medi-
•ir ciña,» y harán resistencia á las aguas termales más
; específicas, tales como aquí las aguas del Peñón ó Atoto-
nilco, y una de estas enfermedades es la epilepsia. Oigan
I ustedes sus palabras:
Afferat ipse liclt sacras Epidaurius herbas,
Sanavit nulla vulnera cordis ope.
t . PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 17.
i
>--s
66 PENSADOR MEXICANO
En vista de esto, admírese usted, señor cura, de que
se me mueran algunos enfermos, cuando á los mejores
médicos se les mueren. No Faltaba más sino que los
hombres quisieran ser inmortales sólo con llamar al
médico.
Que el viejo gotoso no quisiera continuar conmigo,
nada prueba sino que conoció que su enfermedad es
incurable, pues, como dijo Ovidio, loco cilato , la gota
no la cura la medicina,
Tullere nodosam nescit medicina podagram.
— Yo soy el loco, dijo el cura, y el majadero, y el
mentecato en (juerer conferenciar con usted de estas
cosas. .'M
— Usted dice muy bien, señor licenciado, dije yo.
si lo dice con sinceridad. En efecto, no hay mayor locura
que disputar sobre lo que no se entiende. Quod medico-
rum esl promiíiini inedu'i, íractfnií fffhrdia /abri, decía
Horacio en la epístola I, del libro I. Señor cura, dispute
cada uno de lo que sepa, hable de su profesión y no se
meta en lo que no entiende, acordándose de (jue el teó-
logo hablará bien de teología, el canonista de cánones, el
médico de medicina, los artesanos de lo tocante á su
oficio, el piloto de los vientos, el labrador de los bueyes,
y así todos.
Navita de ventis, de bobus narret arator.
'i^^%
■ -■ -.-^f^*
•>:. •;' •,.
;•?!».
■
■
OBRAS ESCOGIDAS 67
Se acabó de incomodar el cura con esta impolítica
reprensión, y parándose del asiento, alzándose el birrete
y dando una palmada en la mesa, me dijo: — Poco á
poco, señor doctor, ó señor charlatán; advierta usted con
quién habla, en qué parte, cómo y delante de qué perso-
nas. ¿Ha pensado usted que soy algún (opile, 6 algún
barbaján para que se altere conmigo de ese modo, y
quiera regañarme como á un muchacho? ¿O cree usted
que poHjue lo he llevado con prudencia me falta razón
para tratarlo como quien es, esto es, como á un loco,
vano, pedante y sin educación? Sí, señor, no pasa usted
de ahí ni pasará en el concepto de los juiciosos, por más
latines y más despropósitos que diga...
El subdelegado y todos, cuando vieron al cura enoja-
do, trataron de serenarlo, y yo, no teniéndolas todas con-
migo, porque á las voces salieron todos los indios que ya
habían acabado do comer, lo dije muy fruncido: — Señor
cura, usted dispense, que si erré fué por inadvertencia y
no por impolítica, pues debía saber que ustedes, los se-
ñores curas y sacerdotes, siempre tienen razón en lo que
dicen y no se les puede disputar; y así lo mejor es callar
y «no ponerse con Sansón á las patadas.» Nc eontendas
cuní potentioribus, dijo quien siempre ha hablado y
hablará verdad.
— Vean ustedes, decía el cura; sí yo no estuviera
satisfecho de que el señor doctor habla sin reflexión
r
68 PENSADOR MEXICANO
lo primero (juc so le viene .'i la boca, esta era mano
de irritarse más; pues lo que da á entender es que los
sacerdotes y curas á título de tales, se quieren siempre
salii' con cuanto hay, lo que ciertamente es un agravio
no sólo á mí, sino á todo el respetable clero; pero repito
quL' estoy convencido de su modo de producir, y así es
preciso disculparlo y desengañarlo de camino. — Y vol-
vií'ndose á mí. me dijo: — Amigo, no niego que hay algu-
nos eclesiásticos que á título de tales quieren salirse con
cuanto hay, como usted ha dicho; pero es menester con-
siderar (jue éstos no son todos, sino uno ú otro impru-
dente que en esto ó en cosas peores manifiestan su poco
talento, y acaso vilipendian su carácter; mas este caso,
fuera de que no es extraño, pues en cualquiera cor-
poración, por pequeña y lucida que sea, no l'alta un
díscolo, no debe servir de regla para hablar atroj)L'llada-
mente de todo el cuerpo.
Que hay algunos individuos en el mío como los |
que usted dice, he confesado que es verdad, y añado que f
■í
si sostienen ó pretenden sostener un error conociéndolo, I
sólo porque son padres, hacen mal, y si ultrajan á algún ^
i'
secular, no por un acto primo ni acalorados por alguna |
grosería que se use con ellos, sino sólo engreídos en (jue
el secular es cristiano y ha de respetar su carácter á lo
último, hacen muy mal y son muy reprensibles, pues
deben retlexionar que el carácter no los excusa de la
OBRAS ESCOGIDAS
69
.-/i
observancia de las leyes que el orden social prescribe á
todos.
Usted y los señores que me oyen conocerán por
esto que yo no me atengo á mi estado para faltar al
respeto á ninguna persona, como bien lo saben los que
me han tratado y me conocen. Si me he excedido en
algo con usted dispénseme, pues lo que dije fué pro-
vocado por su inadvertida reprensión, y reprensión que
no cae sobre yerro alguno; porque yo, cuando hablo
alguna cosa, procuro que me quede retaguardia para
probar lo que digo; y si no, manos á la obra. Entre
varias cosas dije á usted, me acuerdo, que hablaba cosas
que no entendía lo (jue eran (esto se llama pedantismo).
F.s mi gusto (jue me haga usted (juedar mal delante de
estos señores, haciéndome favor de explicarnos qué parte
de la medicina es la somevUica; cuál es el humor (jásirico
ó el ¡Kincrcático: qué enfermedad es el pn'ajji'snio: cuáles
son las ff lamíalas del mcseníerio: qué especies hay de
rci'alalfjias, y qué clase de remedios son los emotoicos:
pero con la advertencia de que yo lo sé bien, y entre
mis libros tengo autores (|ue lo explican bellamente, y
puedo enseñárselos á estos señores en un minuto; y así
usted no se exponga á decir una cosa por otra, fiado en
que no lo entiendo, pues aunque no soy médico, he sido
muy curioso y me ha gustado leer de todo; en una pala-
bra, he sido aprendiz de todo y oficial de nada. Conque
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. n, C — 18.
■*T^sáBS^st
msí-b
70 PENSADOR MEXICANO
así, vamos á ver: si me responde usted con tino á lo que
le pregunto, le doy esta onza de oro para polvos; y si no,
me contentaré con que usted confiese que no soy de
los clérigos que sostengo una disputa por clérigo, sino
porque sé lo que hablo y lo que disputo.
La sangre se me bajó á los talones con la proposi-
ción del cura, ponjue yo maldito lo que entendía de
cuanto había dicho, pues solamente aprendí esos nom-
bres bárbaros en casa de mi maestro, fiado en que con
saberlos de memoria y decirlos con garbo, tenía cuanto
había menester para ser mrdico, ó á lo menos para pare-
cerlo; y así no tuve mns escape que decirle: — Señor
cura, usted me dispense; pero yo no trato de sujetarme
á semejante examen; ya el Protomedicato me examinó
y me aprob<'), como consta de mis certificaciones y docu -
mentes.
— Está muy bien, dijo el cura; sólo con que usted
se niegue á una cosa tan fácil me doy por satisfecho;
pero yo también protesto no sujetarme á los médicos
inhábiles ó que siquiera me lo parezcan. Sí, señor; yo
seré mi médico, como lo he sido hasta aquí; á lo menos
tendré menos embarazos para perdonarme las erradas; y
en aquella parte de la medicina que trata de conservar
la salud y los facultativos llaman higiene, me con-
tentaré con observar las reglas que la Escuela Saler-
nitana prescribió á un rey de la Gran Bretaña, á saber:
OBRAS ESCOGIDAS 71
poco vino, cena poca, ejercicio, ningún sueño meri-
diano, ó lo que llamamos siesta, vientre libre, fuga de
cuidados y pesadumbres, menos cóleras; á lo que yo
añado algunos baños y medicinas las más simples,
^ cuando son precisas, y cáteme usted sano y gordo como
me ve: porque no hay remedio, amigo, yo fuera el pri-
mero que me entregara á discreción de cualquier médico,
si todos los médicos fueran como debían ser; pero por
desgracia apenas se puede distinguir el buen médico del
necio empírico y del curandero charlatán.
Todas las ciencias abundan en charlatanes; pero
más que ninguna la medicina. Un lego no se atreverá
á predicar en un pulpito, á resolver un caso de con-
ciencia en un confesonario, á defender un pleito en una
audiencia; pero ¡qué digol ¿Quién se atreverá sin ser
sastre á cortar una casaca, ni sin ser zapatero á trazar
unos zapatos? Nadie seguramente; pero para ordenar
un medicamento ¿quién se detiene? Nadie tampoco. .
El teólogo, el canonista, el legista, el astrónomo, el
sastre, el zapatero y todos somos médicos la vez que
nos toca. Sí, amigo; todos mandamos nuestros remedios
á Dios te la depare buena, sin saber lo que mandamos,
sólo porque los hemos visto mandar, ó porque nos hemos
aliviado con ellos, sin advertir cuánto dista la naturaleza
de unos á la de otros; sin saber los contraindicantes,
y sin conocer que el remedio que lo fué para Juan, es
72 PENSADOR MEXICANO
veneno para Pedro. Supongamos: en algunos géneros
de apoplejías es necesaria y provechosa la sangría; pero
en otros no se puede aplicar sin riesgo, verbigracia, en
una apoplética embarazada, pues es casi necesario el
aborto.
El que no es médico no percibe estos inconvenien-
tes; obra atolondrado y mata con buena intención. No en
balde las leyes de Indias prohiben con tanto empeño el
ejercicio del empirismo. Lea usted, si gusta, las 4 y 5
del libro 5 título 6 de la Recopilación, que también
hablan de lo mismo; y aun médicos sabios, tales como
Mr. Ti.ssot en su A riso (ti pueblo, declaman altamente
contra los charlatanes.
Yo deseara que a(juí se observara el método que se >.
observa en muchas provincias del Asia con los médicos, |
I
y es, que éstos han de visitar á los enfermos, han de ^
hacer y costear las medicinas y las han de aplicar. Si ^
éste sana, le pagan al médico su trabajo, según el ajuste; ■;
pero si se muere, se va el médico á buscar perros que |
espulgar.
Esta bella providencia produce los buenos electos
que le son consiguientes, como es que los médicos se
apliquen y estudien, y que sean á un tiempo médicos,
cirujanos, químicos, botánicos y enfermeros.
Y no me arrugue usted las cejas, me decía el cura
sonriéndose; algo ha habido en nuestra España que se
«■
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OBRAS ESCOGIDAS 73
parezca á esto. En el título de los físicos y los enfermos,
entre las leyes del Fuero Juzgo, se lee una en el libro II,
que dice: que el físico, esto es, el médico, capitule con
los enfermos lo que le han de dar por la cura, y que si
los cura le paguen, y si en vez de curar los empeora con
sangrías (se debe entender que con otro cualquier error),
que él pague los daños que causó. Y si se muere el en-
fermo, siendo libre, quede el médico á discreción de los
herederos del difunto; v si éste era esclavo, le dé á su
señor otro de igual valor que el muerto.
Yo conozco que esta ley tiene algo de violenta,
porque ¿quién puede probar en regla el error de un mé-
dico, sino otro médico? ¿Y qué médico no haría por su
compañero? Fuera de que, el hombre alguna vez ha de-
morir, y en este caso no era difícil que se le imputara
al médico el efecto preciso do la naturaleza, y más si el
enfermo era esclavo, pues su amo querría resarcirse de
la pérdida á costa del pobre médico; mas estas leyes
no están en uso, y sí me parece que lo está la práctica de
los asiáticos que me gusta demasiado.
Ya el subdelegado y toda la comitiva estaban incó-
modos con tanta conversación del cura, y así procuraron
cortarla poniendo un monte de dos mil pesos, en el que
(para no cansar á ustedes) se me arrancó lo que había
achocado, quedándome á un pan pedir. '
A la noche estuvieron el baile y el refresco lucidos
PERIQUILLO SARNIENTO,— T. II, C — 19.
74
PENSADOR MEXICANO
y espléndidos, según lo permitía el lugar. Yo perma-
necí allí más de fuerza que de gana, después que se me
aclaró, y á las dos de la mañana me luí á casa, en
la que regañé á la cocinera y le di de pescozones á mi
mozo, imitando en esto á muchos amos necios é im-
prudentes que cuando tienen una cólera ó una pesa-
dumbre en la calle la van á desquitar á sus casas con
los pobres criados, y quizá con las mujeres y con las
hijas.
Así así. y entre mal y bien, la continué pasando
algunos meses más, y una ocasión que me llamaron á
visitar á una vieja rica, mujer de un hacendero, que
estaba enferma de fiebre, encontré aUí al cura, á quien
temía como al diablo; pero yo, sin olvidar mi charlata-
nería, dije que aquello no era cosa de cuidado, y que no
estaba en necesidad de disponerse; mas el cura, que ya
la había visto y era más médico que yo, me dijo: — Vea
usted, la enferma es vieja; padece la fiebre ya hace cinco
días; está muy gruesa y á veces soporosa; ya delira de
cuando en cuando; tiene manchas amoratadas, que uste-
des llaman ¡jctcfjnias: parece que es una fiebre pútrida ó
mahgna; no hemos de esperar á que cace moscas ó esté
m agonc, agonizando, para sacramentarla. A más de
que, amigo, ¿cómo podrá el médico descuidarse en este
punto tan principal, ni hacer confiar al enfermo en una
esperanza fugaz y en una seguridad de que el mismo
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OBRAS ESCOGIDAS 75
m
í médico carece? Sépase usted que el Concilio de París
del año de 1429, ordena á los médicos que exhorten á
los enfermos que están de peligro á que se confiesen
antes de darles los remedios corporales, y negarles su
I asistencia si no se sujetan á su consejo. El de Tortosa
I del mismo año prohibe á los médicos hacer tres visitas
J seguidas á los enfermos que no se hayan confesado.
El Concilio II de Letrán de 1215, en el canon 24, dice:
que cuando sean llamados los médicos para los en-
fermos, deben aquéllos, ciníe todas cosas, advertirles se
provean de médicos espirituales, para que habiendo
tomado las precauciones necesarias para la salud de
su alma les sean más provechosos los remedios en la
curación de su cuerpo.
Esto, amigo, me decía el cura, dice la Iglesia por
sus santos concilios. Conque vea usted qué se puede
perder en que se confiese y sacramente nuestra enferma,
y más hallándose en el estado en que se halla.
Azorado con tantas noticias del cura, le dije: —
Señor, usted dice muy bien, que se haga todo lo que
usted mande.
En efecto, el sabio párroco aprovechó los preciosos
instantes, la confesó y sacramentó, y luego yo entré con
mi oficio y le mandé cáusticos, friegas, sinapismos, refri-
gerantes y matantes, porque á los dos días ya estaba con
Jesucristo.
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76 PENSADOR MEXICANO
Sin embargo, esta muerte, como las demás, se atri-
buyó á que era mortal, que estaba de Dios, á la raya, á
que le llegó su hora y á otras mentecaterías semejantes,
pues ni está de Dios (|ue el médico sea atronado, ni es
decreto absoluto, como dicen los teólogos, que el enfermo
muera cuando su naturaleza puede resistir al mal con
el auxilio de los remedios oportunos; pero yo entonces
ni sabía estas teologías ni me tenía cuenta saberlas.
Después he sabido que si le hubiera ministrado á la
enferma muchas lavativas emolientes y hubiera cuidado
de su dieta y su libre transpiraci(')n, acaso ó probable-
mente no se hubiera muerto; pero entonces no estu-
diaba nada, observaba menos la naturaleza v sólo tiraba
á estirar el peso, el tostón ó la peseta, según caía el peni-
tente.
Así pasé otros pocos meses más (que por todos
sería quince ó diez y seis los que estuve en Tula) hasta
que acaeció en aquel pueblo, por mal de mis pecados,
una peste del diablo, que jamás supe comprender; por-
que les acometía á los enfermos una fiebre repentina,
acompañada de basca y delirio, y en cuatro ó cinco días
tronaban.
Yo leía el Tissot, á madama Fouquet, á Gregorio
López, al Duchan, el Vanegas y cuantos compendistas
tenía á la mano; pero nada me valía, los enfermos
morían á millaradas.
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I OBRAS ESCOGIDAS 77
■;* . • ■
; í Por fin. y para colmo de mis desgracias, según el
sistema del doctor Purgante, di en hacer evacuar á
los enfermos el humor pecante, y para esto me valí de
los purgantes mas feroces, y viendo que con ellos
sólo morían los pobres extenuados, quise matarlos con
cólicos (jue llaman //¡iscre/'es, 6 de una vez envene-
nados.
Para esto les daba más que regulares dosis de tárta-
i'o emético, hasta en cantidad de doce granos, con lo
que espiraban los enfermos con terribles ansias.
Por mis pecados, me tocó hacer esta suerte con la
señora gobernadora de los indios. Le di el tártaro,
espiró, \ á otro día que iba yo á ver c<')mo se sentía,
halle' la casa inundada de indios, indias ó inditos, que
todos lloraban á la par.
Fui entrando tan tonto como sinvergüenza. Es de
advertir que por obra de Dios iba en mi muía; pues, no
en la mía, sino en la del doctor Purgante; pero ello es
que apenas me vieron los dolientes cuando, comenzando
por un murmullo de voces, se levantó contra mí tan
lurioso torbellino de gritos, llamándome ladrón y mata-
dor, que ya no me la podía acabar, y más cuando el
pueblo todo, (jue allí estaba junto, rompiendo los diques
de la moderación y dejándose de lágrimas y vituperios,
comenzó á levantar piedras y á disparármelas infinita-
mente y con gran tino y vocería, dicióndome en su len-
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 20.
78 PENSADOR MEXICANO
gua: — ¡Maldito seas, medico del diablo, que llevas trazas
de acabar con todo el pueblo!
Yo entonces apretó los talones á la macha y corrí lo
mejor que pude, armado de peluca y de golilla, que
nunca me (altaban, por hacerme respetable en todas oca-
siones.
Los malvados indios no se olvidaron de mi casa, á ;
la (jue no le valió el sagrado de estar junto á la del cura,
pues después de (|ue aporrearon á la cocinera y á mi
mozo, tratándolos de solapadores de mis asesinatos, la
maltrataron toda, haciendo pedazos mis pocos muebles y
tirando mis libros y mis botes por el balcón.
El alboroto del pueblo fué tan grande \ temible, (jue
el subdcílegado se fué á refugiar á las casas cúrales,
desde donde veía la h'asca con el cura en el balcón, y el
párroco le decía: — No tenga usted miedo, todo el encono
es conti'a el médico. Si estas honras se hicieran con más
írecuencia á t(^dos los charlatanes, no habría tantos ma- '
tásanos en el mundo.
Este fué el fin glorioso que tuvieron mis aventuras .:
de médico. Corrí como una liebre, y con tanta carrera y ¿
el mal pasaje que tuvo la muía, en el pueblo de Tlalne- • j
pantla se me cayó muerta á los dos días. Era fuerza que :j.
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lo mal habido tuviera un fin siniestro. . 3
Finalmente, yo vendí allí la silla y la gualdrapa en |;
lo primero que me dieron; tiré la peluca y la golilla en
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Yo entonces apreté los talones á la macha y corrí lo mejor que pude
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OBRAS ESCOGIDAS
79
una zanja para no parecer tan ridículo; y á pie \ andan-
do con mi capa al hombro y un palo en la mano, llegué
á México, donde me pasó lo que leeréis en el capítulo IV
de esta verdadera O imponderable historia.
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CAPITULO IV
En el que se cuenta
la espantosa aventura del locero y la
historia del trapiento
Ninguna fantasma ni espectro espanta al
hombre más cierta y constantemente (jue la conciencia
criminal. En todas partes lo acosa y amedrenta, y siem-
pre á proporción de la gravedad del delito, por oculto que
éste se halle. De suerte que, aunque nadie persiga al
delincuente y tenga la fortuna de que no se haya revelado
su iniquidad, no importa; él se halla lleno de susto y
desasosegado en todas partes. Cualquiera casualidad, un
ligero ruido, la misma sombra de su cuerpo, agita su
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 21.
82 PENSADOR MEXICANO
espíritu, hace estremecer su corazón y le persuade que
ha caído ó está ya para caer en manos de la justicia ven-
gadora. El desgraciado no vive sin fatiga, no come sin
amargura, no pasea sin recelo y hasta su mismo sueño es
interrumpido del susto y del sobresalto. Tal era mi esta-
do interior cuando entré en esta capital. A cada paso me
parecía que me daban una paliza ó que me conducían á
la cárcel. Cualquiera (jue encontraba vestido de negro
me parecía que era Chanfaina; cúahjuiera vieja me asus-
taba, figurándome en ella á la mujer del barbero; cual-
(|uicr botica, cualquier médico... ¡qué digo! hasta las
muías me llenaban de pavor, pues todo me recordaba
• mis maldades.
Algunas veces se me paseaba por la imaginación la
tranquilidad interior (juc disfruta el hombre de buena
conciencia, y me acordaba de aquello de Horacio cuando
dice á Fusco Aristio: ^
El hombre de buen vivir
Y ati'jel que á ninguno daña,
No lia menester el escudo
Ni flechas emponzoñadas.
Por cualesquiera peligros
Pasa y no se sobresalta,
Seguro en que su defensa
Es una conciencia sana.
Pero estas serias reflexiones sólo se quedaban ón
• No es traducción literal, sino alusión á la oda 22 de Horacio, que comienza: Iixte-
ger eiíce scelerisque puras, etc.
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OBRAS ESCOGIDAS 83
paseos y no se radicaban en mi corazón; con esto las
desechaba de mi imaginación como malos pensamientos
I sin aprovecharme de ellas, y sólo trataba de escaparme
de mis agraviados, por cuya razón lo primero que hice
fué procurar salir de la capa de golilla, así por quitarme
de aquel mueble ridículo, como por no tener conmigo un
innegable testigo de mi infidelidad. Para esto, luego que
llegué á México y en la misma tarde, fui á venderla al
Baratillo que llaman del piojo, porque en él trata la
gente más pobre y allí se venden las piezas más sucias,
asíjuerosas, despreciables y aun las robadas.
Doblé, pues, la tal capa en un zaguán, y con sólo
sombrero y vestido de negro, que parecía de á legua
colegial huido, fui al puesto del baratillero de más crédito
que allí había.
Por mi desgracia estaba éste encargado por el doc-
tor Purgante (que en realidad se llamaba don Celidonio
Matamoros, aunque con más verdad podía haberse
llamado Matacristianos); estaba, digo, el baratillero
encargado de recogerle su capa, si se la fueran á vender,
habiéndole dejado las señas más particulares para el
caso.
Una de ellas era un pedazo de la vuelta, cosido con
seda verde, y un agujerito debajo del cuello, remendado
con paño azul. Yo en mi vida había reparado en seme-
jantes menudencias; con esto fui á venderla muy fresca-
M
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á
84 PENSADOR MEXICANO
mente, y por desgracia se acordó del encargo el barati-
llero, Y lo primero con que tropezaron sus ojos, antes de
desdoblarla, l'ué el pedazo de la vuelta cosido con seda
verde.
Luego que yo le dije (jue era capa y de golilla, y vio
la diferencia de la seda en la costura, me dijo: — Amigo,
esta capa puede ser de mi compadre don Celidonio, á
quien por mal nombre llaman el doctor Purgante. A lo
menos, si debajo del cuello tiene un remiendito azul,
ciertos son los toros. — La desdobló, registró y halló el
tal remiendito. Entonces me preguntó si aquella capa
era mía. si la había comprado ñ me la habían dado á
vender.
Yo, embarazado con estas preguntas y no sabiendo
qué decir, respondí que podía jurar que la capa ni era
mía ni la había adquirido por compra, sino que me la
habían dado á vender.
— ¿Pues quién se la dio á vender á usted; cómo se
llama y dónde vive ó dónde está? me preguntó el bara-
tillero.— Yo le dije que un hombre (jue apenas lo cono-
cía; que él sí me conocía á mí; que yo era muy hombre
de bien, aun(jue la capa andaba en opiniones, pero que
por allí inmediato se había quedado.
El baratillero entonces le dijo á un amigo suyo, que
estaba en su tienda, (jue fuera conmigo y no me dejara
hasta que yo entregara al que me había dado á vender
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OBRAS ESCOGIDAS 85
la capa; que se conocía que yo era un buen verónico,
pero que aquella capa la había robado á don Celidonio un
mozo que tenía, conocido por Periquillo Sarniento, jun-
tamente con una muía ensillada y enfrenada, una gual-
drapa, una peluca, una golilla, unos libros, algún dinero
y quién sabe qué más; y así que, ó me llevara á la
cárcel, ó entregara yo al ladrón, y entregándolo que me
dejase libre.
Con esta sentencia partí acompañado de mi alguacil,
á quien anduve trayendo ya por esta calle, ya por la otra
sin acabar de encontrar al ladrón con ir tan cerca de
mí, hasta que la adversa suerte me deparó sentado en un
zaguán á un pobre embozado en un capote viejo.
Luego que lo vi tan trapiento lo marqué por ladrón,
como si todos los trapientos fueran ladrones, y le dije á
mi corchete honorario que aquel era quien me había
dado la capa á vender.
El muy salvaje lo creyó de buenas á primeras, y
volvió conmigo á pedir auxilio á la guardia inmediata, la
que no se negó, y así, prevenido de cuatro hombres y un
cabo, volvimos á prender al trapiento.
El desdichado, luego que se vio sorprendido con la
voz de date, se levantó y dijo: —Señores, yo estoy dado
á la justicia; ¿pero qué he hecho ó por qué causa me he
de dar? — Por ladrón, dijo el corchete. —¿Por ladrón?
replicaba el pobrete, seguramente ustedes se han equi-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 22.
SQ
PENSADOR MEXICANO
vocado. — No nos hornos equivocado, decía el encargado
del baratillero; hay testigos do tu robo, y tu mismo
pelaje demuestra quién eres y los de tu librea. Amá-
rrenlo.
— Señores, decía el pobre: vean ustedes que hay un
diablo (jue se parezca á otro; quizá no seré yo el que
buscan: que haya testigos que depongan contra mí, no
es prueba bastante para esta tropelía, cuando sabemos
que hay mil infames que por dos reales se hacen testigos
para calumniar á un hombre de bien; y por fin, el que
sea un pobre y esté nial vestido no prueba que sea un
picaro; el hábito no hace al monje.
Conque, señores; hacerme este daño solo por mi
indecente traje ó por la dcposiciém de uno ó dos picaros
comprados á vil precio, sin más averiguación ni más
informe, me parece que es un atropellamiento que no
cabe en los prescritos términos de la justicia.
Yo soy un hombre á quienes ustedes no conocen y
sólo juzgan por la apariencia del traje; pero quizá bajo
de una mala capa habrá un buen bebedor: esto es, quizá
bajo de este i'uin exterior habrá un hombre noble, un
infeliz y un honrado á toda prueba.
— Todo está muy bien, decía el encargado de cor-
chete; pero usted le dio á este mozo (señalándome á mí),
una capa de golilla para (¡ue la vendiera, con la que
juntamente se robaron una muía con su gualdrapa, unr
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OBRAS ESCOGIDAS 87
golilla, una peluca y otras maritatas; y este mismo mozo
ha descubierto á usted, quien ha de dar razón de todo lo
que se ha perdido.
— ¡Qur capa, ni qué muía, ni qué peluca, golilla
ni gualdrapa, ni qué nada sé yo de cuanto usted ha
dicho!
— Sí, señor, decía el alguacil; usted le dio al señor
I á vender la capa de golilla; el señor conoce á usted y
i quien le dio la capa ha de saber de todo.
— Amigo, me decía el pobre muy apurado, ¿usted
me conoce? ^,Yo le he dado á vender alguna capa, ni me
lia visto en su vida?
— Sí. señor, replicaba yo entre el temor y la osadía;
usted me dio á vender esa capa, y usted fué criado de mi
padre.
— ; Hombre del diablo! decía el pobre, ¿qué capa le
lie vendido á usted, ni qué conocimiento tengo de usted
ni de su padre?
— Sí, señor, decía yo; el señor lo quiere negar; pero
el señor me dio á vender la capa.
— Pues no es menester más, dijo el corchete; ama-
rren al señor, ahí veremos.
Con esto amarraron al miserable los soldados, se lo
llevaron á la cárcel y á mí me despacharon en libertad.
Tal suele ser la tropelía de los que se meten á auxiliar á
la justicia sin saber lo que es justicia.
88 PENSADOR MEXICANO
Yo me fui en cuerpo gentil, pero muy contento al
ver la facilidad con que había burlado al baratillero,
aunque por otra parte sentía el verme despojado de la
capa y de su valor.
En estas y semejantes boberías maliciosas iba yo
entretenido, cuando oí (jue á mis espaldas gritaban: ¡aia-
jcp, aiajon! Pensé en aquel instante que seguramente
so había indemnizado el pobre á quien acababa de calum-
niar, y venían en mi alcance los soldados para que se
averiguara la verdad, y apenas volví la cara y vi la
gente que venía corriendo por detrás, cuando, sin espe-
rar mejor desengaño, eché á correr por la calle del
Coliseo como una liebre.
Ya he dicho que en semejantes lances era yo una V
pluma para ponerme en salvo; pero esa tarde iba tan
ligero y aturdido, que al doblar una esquina no vi á un
indio locero que iba cargado con su loza, y atropellán-
dolo bonitamente lo tiré en el suelo boca abajo, y yo caí V-
sobre las ollas y cazuelas, estrellándome algunas de ellas '?
en las narices, á cuyo tiempo pasó casi sobre de mí y del
locero un caballo desbocado, que era por el (jue gritaban
que atajasen. ]
Luego que lo vi me serené de mi susto, advirtiendo ':
que no era yo el objeto que pretendían alcanzar; pero
este consuelo me lo turbó el demonio del indio que en [
un momento y arrastrándose como lagartija salió de : 1
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OBRAS ESCOGIDAS 89
debajo de su tapp.rtle ^ de loza, y afianzándome del
pañuelo me decía con el mayor coraje: — Agora lo vere-
mos si me lo pagas mi loza,, y paguemelosté de prestito;
ponjue si no el diablo nos ha de llevar orita on'fa. —
Anda noramala, indio macuache, le dije, ¿qué pagar,
ni no pagar? Y ¿quién me paga á mí las cortadas y el
porrazo (jue he llevado?
— ¿Yo te lo mandé osté que los fueras atarantado y
no lo vías por donde corres como macho azorado? — El
macho serás tú y la gran cochina que te parió, le dije;
indigno, maldito, cuatro orejas, ^ — acompañando estos
re(|UÍebros con un buen puñete que le planté en las
narices con tales ganas, que le hice escupir por ellas
harta sangre.
Dicen que los indios, luego que se ven manchados
con su sangre, se acobardan; mas éste no era de esos.
Un diablo se volvió luego que se sintió lastimado de mi
mano, y entre mexicano y castellano me dijo: — Tlaca-
tocoltl, mal diablo, ¡a(/t'on, jijo de un dimoño: agora lo
veremos quién es cada cual. — Y diciendo y haciendo, me
comenzó á retorcer el pañuelo con tantas fuerzas, que
ya me ahogaba, y con la otra mano cogía oUitas y cazue-
^ las muy aprisa y me las quebraba en la cabeza; pero me
I ' Aunque vulgarmente llaman así á las escalerillas de tablas para cargar algo á
"■, cuestas, es con equivocación , pues su nombre en idioma mexicano es cacaxüi. E.
i * En el modo común como los indios se cortan el pelo, les queda un trozo de éste
-K delante de cada oreja que llaman barcarrota , y aludiendo á esto se les dice por apodo
cuatro orejas. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 23.
•4
■ ;2
.4
90
PENSADOR MEXICANO
las estrellaba tan pronto y con tal C(')lera. (|ue si como
eran ollitas vidriadas, esto es, de barro muy delgado,
hubieran sido tinajas de Cuautitlán, allí quedo en estado
de no volver á resollar.
Yo, casi sofocado con los retortijones del pañuelo,
abriendo tanta boca y sin arbitrio de escaparme, procuré
hacer de tripas coi'azón, y como los dos estábamos cerca
do las ollas, que eran nuestras armas, cuando el indio
se agachaba á coger la suya, cogía yo también la mía,
V ambos á dos nos las quebrábamos en las cabezas.
En un instante nos cercó una turba de bobos, no
para defendernos ni apaciguarnos, sino para divertirse
con nosotros.
La multitud de los necios espectadores llamó la
atención de una patrulla (|ue casualmente pasaba por
allí, la que, haciéndose lugar con la culata de los fusi-
les, lleg<') á donde estábamos los dos invictos y temibles
contendientes.
A la voz de un par de cañonazos, (jue sentimos cada
uno en el lomo, nos apartamos y sosegamos, y el sar-
gento, informado por el indio de la mala obra que le
había hecho y de que lo había provocado dándole una
trompada tan furiosa y sin necesidad, me calificó reo
en aquel acto, y requiriéndome sobre que pagara cuatro
pesos que decía el locero que valía su mercancía, dije
que yo no tenía un real, y era así; porque lo poco que
,jr*rí
OBRAS ESCOGIDAS
91
me dieron por las frioleras que vendí, ya lo había gas-
tado en el camino.— Pues no le hace, replicó el sargento,
pagúele usted con la chupa, que bien vale la mitad; ó
si no, de aquí va á la cárcel. ¿Conque tras de hacerle
este daño á este pobre y darle de mojicones, no querer
pagarle? Eso no puede ser; ó le da usted la chupa ó va
á la cárcel.
Yo. que por no ir á semejante lugar le hubiera dado
los calzones, me quité la chupa, que estaba buena, y
se la di. El indio la recibió no muy á gusto, porque no
sabía lo que valía: juntó los pocos tcpalcates (\\iq halló
buenos, y se fué.
Yo, para hacer lo mismo por mi lado, busqué mi
sombrero, que se me había caído en la relriega: pero
no lo hallé ni lo hallara hasta el día del juicio, si lo
buscara, pues alguno de los malditos mirones, viéndolo
tirado, y á mí tan empeñado en la acción, lo recogió,
sin duda, con ánimo de restituírmelo en tres plazos. ^
Mientras que me ocupé en buscar mi dicho som-
brero, en preguntar por él y disimular la risa del con-
curso, se alejó el indio mucho trecho; la patrulla se
retiró, la gente se fué desparramando por su lado, y
yo me íuí por el mío sin chupa ni sombrero, y con
algunos araños en la cara, muchos chinchones, y dos
ó tres ligeras roturas de cabeza.
• Se entienden los del tramposo: íardc, mai ó nuftca. E.
; í-» ■ -F . T^ itf«^ 1* X— ,„.-(;.-,, •íi.fr-í.v.;".^"*
92 PENSADOR MEXICANO
De esta suerte se concluyó la espantosa aventura
del locero, y yo iba lleno de melancólicas ideas, algo
adolorido de los golpes que sufrí en la pendencia, pen-
sando en dónde pasaría la noche, aunque no era la
primera vez que pensaba en semejante negocio.
Comparando mi estado pasado con el presente, acor-
dándome que quince días antes era yo un señor doctor
con criados, casa, ropa y estimaciones en Tula, y en
aquella hora era un infeliz, solo, abatido, sin capa ni
sombrero, golpeado, y sin tener un mal techo (jue me
alojara en México, mi patria, me acordaba de aquel viejí-
simo verso que dice:
Aprended flores de mí
Lo qne va de ayer á hoy,
(^ue ayer maravilla fui
Y hoy sombra de mí no soy.
Pero lo que más me confundía era considerar que
por los indios me habían venido mis dos últimos daños,
y decía entre mí: — Si es cierto que hay aves de mal
agüero, para mí las aves más funestas y de peor pres-
tigio son los indios: porque por ellos me han suce-
dido tantos males.
Con la barba cosida con el pecho y cerca de las
oraciones de la noche, iba yo totalmente enajenado
sin pensar en otra cosa que en lo dicho, cuando me
hizo despertar de mi abstracción un hombre que estaba
^y:,'»i?y|ttj;;»:yy?i»ga^y4piif j.vvv ñy.*»' "tu ■
OBRAS ESCOGIDAS
93
.■.*•
parado en una accesoria, y al pasar yo por ella, me
afianzó del pañuelo, y al primer tirón que me dio, me
hizo entrar en ella, mal de mi grado, y cerró la puerta,
quedando la habitación casi obscura, pues la poca luz
que á aquella hora entraba por una pequeña ventana
apenas nos permitía vernos las caras.
El hombre, muy encolerizado, me decía: — Bribo-
nazo, ¿no me conoce usted?— Yo, lleno de miedo, prenda
inseparable del malvado, le decía: — No, señor, sino para
servirlo. — ¿Conque no me conoce? repetía él enojado;
¿jamás me ha visto? ¿no se acuerda de mí? — Xo, señor,
decía yo muy apurado; por Dios se lo juro que no lo
conozco.
Estas preguntas y respuestas eran sin soltarme del
pañuelo y dándome cada rato tan furiosos estrujones,
(jue me obligaba con ellos á hacerle frecuentes reve-
rencias.
En esto salió una viejecita con una vela, y asustada
con aquella escena, le decía al hombre: — ¡Ay, hijol
¿Qué es esto? ¿quien es éste? ¿qué te hace? ¿es algún
ladrón?
— Yo no sé lo qué será, señora, decía él; pero es un
picaro, y ahora que hay luz quiero que me vea bien la
cara y diga si me conoce. Vaya, picaro; ¿me conoces?
Habla, ¿qué enmudeces? No há muchas horas que me
viste y aseguraste que fui criado de tu padre y te di á
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 24,
94 PENSADOR MEXICANO
vender una capa. Yo no te he desconocido, á pesar de
estar algo diferente de lo que te vi; conque tú ¿por
(|ué no me lias de conocer no habiendo yo mudado de
traje?
Estas palabras, acompañadas de la claridad de la
vela, me hicieron conocer perfectamente al (jue había
acabado de calumniar. No pude dejar de confesar mi
maldad, y atrojado con el temor del agraviado á quien
alzaba pelo, me le arrodille suplicándole que me perdo-
nara por toda la corte del cielo, añadiendo á estas rogati-
vas y plegarias algunas disculpas Irívolas en la realidad,
pero que me valieron bastante, pues le dije que la capa
era robada; pero que quien me la dio á vender fué un so-
brino del médico, que era mi amigo y colegial, y (jue yo,
por no perderlo, me valí de aijuella mentira que había
echado contra él.
— Todo puede ser, decía el calumniado; ¿pero qué
motivo tuvo para levantarme este testimonio y no á otro
alguno? — Señor, le respondí, la verdad que no tuve más
motivo que ser usted el ])rimer hombre que vi solo y de
pobre ropa.
— Está muy bien, dijo el trapiento; levántese usted,
que no soy santo para que me adore: pero pues usted se
ha figurado (jue todos los que tienen un traje indecente
son picaros, no le debe hacer luerza que sean de mal
corazón; y así, ya que por trapiento me juzgó propio
X
^i?íWr?^3S^í7??^pps^!5^^ ■ -■;'*'^
OBRAS ESCOGIDAS 95
para ser sospechoso de ladrón, por la misma razón no le
debe hacer fuerza que sea vengativo.
Fuera de que la venganza que pienso tomar de usted
es justa, porque aunque pudiera darle ahora una feroz
tarea de trancazos, que bien la merece, no quiero sino
que la satisfacción venga de parte de la justicia, tanto
para volver por mi honor, cuanto para la corrección y
enmienda de usted, pues es una lástima que un mozo
blanco, y al parecer bien nacido, se pierda tan temprano
por un camino tan odioso y pernicioso á la sociedad.
Sit'ntese usted allí, y usted, madre, vaya á traer á mis
hijos.
Diciendo esto, se puso á hablar con la viejecita en
secreto; despuós de lo cual ésta entró en la cocina, sacó
un canastito y se fué para la calle, cerrando el trapiento
la puerta con llave.
Frío me quedé cuando me vi solo con él y encerra-
v; do; y así volví á arrodillarme con todo acatamiento,
diciéndole: — Señor, perdóneme usted, soy un necio; no
supe lo que hice; pero, señor, lo pasado, pasado; tenga
usted lástima de mí y de mi pobre madre y dos herma-
nas doncellas que tengo, que se morirán de pesar si
usted hace conmigo alguna fechoría; y así, por Dios, por
^1 María Santísima, por los huesitos de su madre, que me
r perdone usted ésta y no me mate sin confesión, pues
le puedo jurar que estoy empecatado como un diablo.
1^ ^
96
PENSADOR MEXICANO
— Ya está, amigo, me decía el trapiento; levántese
usted, ¿para qué son tantas plegarias? Yo no trato de
matar á usted, ni soy asesino ni alquilador de ellos.
Siéntese usted, (jue le quiero dar alguna idea de la ven-
ganza que quiero tomar del agravio que usted me ha
hecho.
Me senté algo tran(|UÍHzado con estas palabras, y el
dicho trapiento se sent(') junto á mí. y me rogó que le
contara mi vida v la causa de hallarme en el estado en
que me veía. Yo le conté dos mil mentiras, que él creyó
de buena té. manifestando en esto la bondad de su carác-
ter, y cuando yo lo advertí compadecido de mis infortu-
nios, le supliqué, después de pedirle otra vez mil perdo-
nes, que me refiriera quién era y cuál el estado de su
suerte; y c\ pobre hombre, sin hacerse de rogar, me
cont(') la historia de su vida de esta manera.
— Para que otra vez, me decía, no se aventure usted
á juzgar de los hombres por s<')lo su exterior y sin inda-
gar el fondo de su carácter y conducta, atiéndame. Si la
nobleza heredada es un bien natural de que los hombres
puedan justamente vanagloriarse, yo nací noble, y de
esto hay muchos testigos en México, y no sólo testigos,
sino aun p<arientes que viven en el día.
Este favor le debí á la naturaleza, v á la fortuna le
hubiera debido el ser rico, si hubiera nacido primero
que mi hermano Damián; mas éste, sin mérito ni elección
-i- .
..-^
OBRAS ESCOGIDAS 97
suya, nació primero que yo y fué constituido mayorazgo,
quedándonos yo y mis demás hermanos atenidos á lo
poco que nuestro padre nos dejó de su quinto cuando
murió. De manera... -
— Perdone usted, señor, le interrumpí; ¿pues qué,
es posible que su padre de usted lo quiso dejar pobre con
sus hermanos, y quizá expuesto á la indigencia, sólo por
instituir al primogénito mayorazgo?
— Sí, amigo, me contestó el trapiento, así sucedió y
así sucede á cada instante, y esta corruptela no tiene más
apoyo ni más justicia que la imitación de las preocupa-
ciones antiguas.
Usted se admira, y se admira con razón, de ver
practicado y tolerado este abuso en las naciones más ci-
^ ilizadas de la Europa, y acaso le parece que, no sólo es
injusticia, sino tiranía el (jue los padres prefieran el pri-
mogénito á sus otros hermanos, siendo todos hijos suyos
igualmente; pero más se admirara si supiera que esta
corruptela (pues creo que no merece el nombre de cos-
tumbre legítimamente introducida) ha sido mal vista
entre los hombres sensatos y hostigada por los monar-
cas con muchas y duras restricciones, con el loable fin
de exterminarla.^
Son dignas de notarse las palabras de don Marcos Gutiérrez en su ilustración al
Febrero, part. 1, tom. I, cap. VII. «La ignorancia, dice, que ha adoptado tantas veces
como verdades inconcusas los errores más funestos para la humanidad, ha permitido y
aun fomentado los vínculos y mayorazgos creyéndolo» útiles al Estado, sin embargo de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T II, C — 25.
5-
98 PENSADOR MEXICANO
En efecto, d marjoirt^r/o (¡icen que es un dcrccJio
que done c¡ jiri/nof/cniío nids prójcimo de succeder en los
hícnes dejados, con la condición de que se conserven inte-
(jros jx'i'jícdiaineníe en su faniilia; mas si me fuera lícito
definirlo, diría: el n\ai¡oraz<jo es una ¡tvejerencia injusla-
inente concedida al pritnofiénito, para que él solo herede
los bienes (¡ue j)or i(/uales jKiríes pertenecen d sus Jier ma-
nos, como (¡ue tienen ir/ual derecho.
Si á alguno le pareciera dura esta definición, yo lo
convencería de su arreglo, siempre (jue no fuera mayo-
razgo, pues siéndolo, claro es que, por más convencido
íjue se hallara su entendimiento, jamás arrancaría de su
boca la confesión de la verdad.
Yo, amigo, si hablo contra los mayorazgos, hablo
con justicia y experiencia. Mi padre, cuando instituyó el
mayorazgo en favor de su hijo primogénito, acaso no
ser muy contrarios á la población. Esta es en toda sociedad proporcionada á su subsis-
tencia, la cual disminuyen sobremanera las vinculaciones, por destinar á uno solo lo
que corresponde y debe distribuirse entre muchos. Caúsame admiración ver propagada
por casi toda la Europa una tan fatal institución como los mayorazgos, cuando á prime-
ra vista choca y ofende á todo cora/ón humano y sensible, (|ue muchos hijos menores
hayan de ser sacrificados á un hijo mayor, y (|ue aquéllos hayan de pasar su vida en la j
miseria é indigencia para que éste pueda hacer ostentación de su lujo, de sus facultades \
y aun tal vez de sus vicios. No es lo que importa al Estado el que unas pocas familias '
conserven su lustre y esplendor á costa de infinitas sumergidas en la desdicha y obscu-
ridad, sino el que, por medio de la mejor distribución de las r¡(]uezas, puedan todos los
ciudadanos vivir con desahogo y comodidad. Estas verdades, que los escritores económi-
cos nos han demostrado con la mayor evidencia y que debieran ser más conocidas del i
vulgo, no se han escapado á los ojos perspicaces de nuestro ilustrado gobierno, quien >
al mismo tiempo ha conocido otros perjuicios considerables que han hecho y hacen al ]
Estado las vinculaciones. Prueba manifiesta de todo esto son las varias reales órdenes ^
que, oponiendo diferentes obstáculos á la institución de mayorazgos y vínculos, y conce- ,í
diendo ciertas facultades para la enajenación de sus bienes, conspiran sabiamente á im-
pedir su aumento y aun á disminuir el número de los ya establecidos.»
OBRAS ESCOGIDAS 99
pensó en otra cosa que en perpetuar el lustre de su casa,
sin prevenir los daños que por esto habían de sobreve-
nir á sus demás hijos; porque antes de que yo llegara
al infeliz estado en que usted me ve, ¡cuánto he tenido
(jue h"diar con mi hermano para que me diese siquiera
los alimentos mandados por mi padre en una cláu-
sula de la institución! ¿Y de qué me sirvió esto? De
nada, porque como él tenía el dinero y la razón, fácil
es concebir que él se salía con la suya en todas oca-
siones. ^
Hablando como buen hijo, quisiera disculpar á mi
padre de los perjuicios que nos «irrogó con esta su injusta
preferencia; pero como hombre de bien no puedo dejar
de confesar que hizo mal. ¡Ojalá que, como yo le per-
dono, Dios le haya perdonado los males de que fué
causa! Tal vez á mí, que hoy no hallo qué comer, me
^^ ha tocado la menor parte.
I Cuatro hermanos fuimos: Damián, el mayorazgo,
Antonio, Isabel v vo. Damián, ensoberbecido con el
dinero y lisonjeado por los malos amigos, se prostituyó
á todos los vicios, siendo sus favoritos, por desgracia, el
juego y la embriaguez, y hoy anda honrando los huesos
de mi padre de juego en juego y de taberna en taberna,
I ' El autor citado dice irónicamente: «Que es cosa de la mayor importancia para el
I Estado y para los mismos fundadores de mayorazgos, que se conserve su memoria hasta
,| la más remota posteridad, por la grande hazaña y heroica acción de haber vinculado
sus riquezas y motivado, como regularmente sucede, muchos y dilatados pleitos tan
., conducentes para el bienestar y tranquilidad de las familias. -.
100 PENSADOR MEXICANO
sucio, desaliñado y medio loco, atenido á una muy corta
dieta que le sirve para contentar sus vicios. -^'
Mi hermano Antonio, como que entró en la Iglesia
sin vocación, sino en fuerza de los empujones de mi
padre, ha salido un clérigo tonto, relajado y escandaloso,
que ha dado harto (juehacer á su prelado. Por accidente
está en libertad ; el Carmen y San Fernando, la cárcel y
Tepozotlán son sus casas y reclusiones ordinarias.
Mi hermana Isabel... ¡pobre muchacha! ¡Qué lás-
tima me da acordarme de su desdichada suerte! Esta
infeliz fué también víctima del mayorazgo. Mi padre la
hizo entrar en religión contra su voluntad, para mejor
asegurar el vínculo en mi hermano Damián, sin acordar-
se quizá de las terribles censuras y excomuniones que el -
santo Concilio de Trento fulmina contra los padres que
violentan á sus hijas á entrar en religión sin su volun-
tad; ^ y lo peor es (jue no pudo alegar ignorancia, pues ^
mi hermana, viendo su resolución, hubo de confesarle %
* Ses. 25, cap. 18. Excomulga el Santo Concilio en este lugar á todas y cuales-
quiera personas, de cualquiera calidad que sean, tanto clérigo como legos, seculares ó
regulares, gocen de la dignidad que gozaren, si de cualquiera manera obligaren a
alguna doncella, viuda ú otra mujer... á entrarse en monasterio, á recibir el hábito
de cualquiera religión ó á profesar en ella. Excomulga también á todo el que para ello
diere consejo, aux'lio ó favor, y lo que es más, á cuantos sabiendo que el ingreso al mo-
nasterio, la toma de hábito ó la profesión, es á fuerza, interpusieren para el acto su
autoridad ó su presencia. Dj suerte que, como dice el doctor Boneta, en sentir d»i
eximio Suárez, los agresores de esta violencia incurren en tres excomuniones: en Li
primera, por el ingreso al monasterio; en la segunda, por la recepción del hábito; y en '
la tercera, por el acto de la profesión. Hay casos, dice este autor, en que se justifica
el tomar lo ajeno ó el matar á otro; pero el violentar á una lija á que sea monja, no
hay caso que lo justifique ni lo pueda justificar. (En su libro Gritos del Injierno, p&gi-
nas211y212).
^ "^^^^íjSff 7S!«^-51?TS?»j-
'.-•'■iv '^- -•^'-'■^ lí.
OBRAS ESCOGIDAS 101
llanamente como estaba inclinada á casarse con un joven
vecino nuestro, que era igual á ella en cuna, en educa-
ción y en edad; muchacho muy honrado, empleado en
rentas reales, de una gallarda presencia, y sobre todo,
que la amaba demasiado; y con esta confesión le suplicó
que no la obligase á abrazar un estado para el que no
se sentía á propósito; sino que le permitiera unirse con
aquel joven amable, con cuya compañía se contemplaría
feliz toda su vida.
Mi padre, lejos de docilitarse á la razón, luego que
supo con quién quería casarse mi hermana, se exaltó en
c«')lora y la riñó con la mayor aspereza, diciéndole que
■'; esas eran locuras y picardías; que era muy muchacha
para pensar en eso; que ese mozo á quien quería era un
picaro, tunante, (jue sabría tirarle cuanto llevara á su
lado: que por bueno que á ella le pareciera no pasaba
de un pobre, con cuya nota deslucía todas las buenas
'; cualidades que ella le suponía: y por fin, que él era su
padre y sabía lo (jue le estaba bien y á ella sólo le tocaba
^ obedecer y callar, so pena de que si se oponía á su volun-
tad ó le replicaba una palabra le daría un balazo ó la
pondría en las Recogidas. ^
Con este propósito y decreto irrevocable, quedó mi
"i
v>
• Hasta hoy conserva este nombre el edificio destinado anteriormente á la correc-
2 Clon de mujeres malas; pero ya hace mucho tiempo que por falta de fondos no ha ser-
í vido á los objetos de su institución, sino muchas veces de cuartel, y ahora últimamente
I se ha establecido en él la fábrica de puros y cigarros. E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 26.
n
102 PENSADOR MEXICANO
pobre hermana desesperada de remedio y sin más re-
curso que el del llanto, que de nada le valió.
Mi padre desde ese instante agitó las cosas de modo
que á los tres días ya Isabel estaba en el convento.
El joven, su querido, luego que lo supo, quiso escri-
birla y acusarla de veleidosa é inconstante; pero mi
padre, que le tenía tomadas todas las brechas, hubo do
recoger la carta antes que llegara á manos de la novicia,
y con ella, el dinero y un abogado caviloso, le armó al
pobre tal laberinto de calumnias, que á buen componer
tuvo que ausentarse de México y perder su destino, por
no exponerse á peores resultados.
Todo este enjuague se hizo, no sólo sin noticia do
mi hermana, sino antes tratando de desvanecer su pasión
por medio de la artería más vil, y fué fingir una carta y
enviársela de parte do su amante, en la que le decía mil -
improperios, tratándola de loca, lea y despreciable, y |
concluía asegurándola de su olvido para siempre y afir- f
mandola (jue estaba casado con una joven muy hermosa. |
Esta carta se supuso escrita fuera de esta capital, y
obró, no el efecto que mi padre (juería, sino el que debía
obrar en un corazón sensible, inocente y enamorado, que
fué llenarlo de congoja, exasperarlo con los celos, agi-
tarlo con la desesperación y confundirlo en el último
abatimiento. ■ ,
A pocos meses de esta pesadumbre se cumplió el
.■■ " ... ,t:":r^;nY. -"■■;■' '■.■,.■• .'.' ^ "í'y-/ . - \ • r. ^T^v,;';;--^.v7^''w;2p-a*^?j;^^ . -.; • ■ :--, Y mffí.i.^J^^.rr' "iT"'7??!;WJJ-"
'i
J
OBRAS ESCOGIDAS 103
plazo del noviciado y profesó mi hermana, sacrificando
su libertad, no á Dios gustosamente, como el orador decía
en el pulpito, sino al capricho y sórdido interés de mi
padre.
Las muchas lágrimas que vertió la víctima infeliz
al tiempo de pronunciar la fórmula de los votos, per-
suadieron á los circunstantes á que salían de un cora-
zón devoto y compungido; pero mis padres y yo bien
sabíamos la causa que las originaba. Mi padre las vio
derramar con la mayor frialdad y dureza, y aun me
parece (perdóneme su respetable memoria) tjue se com-
placía en oir los ayes de esta mártir de la obediencia y
del temor, como se complacía el tirano Falaris al escu-
char los gritos y gemidos de los miserables que ence-
rraba en su toro atormentador; ^ pero mi madre y yo
llorábamos á su igual, y aunque nuestras lágrimas las
producía el conocimiento de la pena de la desgraciada
Isabel, pasaron en el concepto de los más por efecto de
una ternura religiosa.
Se concluyó la función con las solemnidades y cere-
monias acostumbradas; nos retiramos á casa v mi her-
mana á su cárcel, que así llamaba á la celda cuando se
explayaba conmigo en confianza.
' Hien conocido es de los eruditos el toro de Falaris. Este era un buey grande y
liueco, hecho de bronce, dentro del cual dicho tirano hacia meter á los que quería ator-
mentar extrañamente, y estando encerrados hacía poner fuego alrededor del toro, el
que, penetrando á los infelices, los hacía morir entre las más terribles ansias, crujiendo
el aire sus ayes que parecían bramidos de la infernal máquina.
104
PENSADOR MEXICANO
El tumulto de las pasiones agitadas (jue se habían
conjurado contra ella, pasando del espíritu al cuerpo, le
causó una fiebn^ tan maligna y violenta, que en siete
días la separó del número de los vivientes... ¡Ay, amada
Isabel I ¡Querida hermana I ¡Víctima inocente sacrificada
en las inmundas aras do la vanidad, á sombra de la fun-
dación de un mayorazgo! Perdone tu triste sombra la
imprudencia de mi padre, y reciba mis tiernos y amo-
rosos recuerdos en señal del amor con que te quise y del
interés que siempre tomé en tu desdichada suerte; y
usted, amigo, disculpe estas naturales digresiones.
Cuando mi padre supo su fallecimiento, recibió por
mano de su confesor una carta cerrada que decía así:
«Padre y señor: La muerte va á cerrar mis ojos.
A usted debo el morir en lo más llorido de mis años.
Por obediencia... No. por miedo de las amenazas de
usted, abracé un estado para el que no era llamada de
Dios. Forzadamente sacrilega, ofrecí á Su Majestad mi
corazón á los pies de los altaros; pero mi corazón estaba
ofrecido y consagrado de antemano con mi entera volun-
tad al caballero Jacobo. Cuando me prometí por suya
puse á Dios por testigo de mi verdad, y este juramento lo
habría cumplido siempre y lo cumpliera en el instante
de espirar, á ser posible; mas ya son infructuosos estos
deseos. Yo muero atormentada, no de fiebre, sino del
.-.v .„^
OBRAS ESCOGIDAS
105
sentimiento de no haberme unido con el objeto que más
amé en este mundo; pero á lo menos entre el exceso
de mi dolor tengo el consuelo de que, muriendo, cesará
la penosa esclavitud á que mi padre... ¡(jué dolor I mi
mismo padre me condenó sin delito. Espero que Dios
se apiadará de mí, y le pide use con usted de su infinita
misericordia su desgraciada hija, la joven más infeliz. —
ISAHl'í,. V ' ~
Esta carta cubrió de horror v de tristeza el corazón
de mi padre, así como la noche cubre de luto las bellezas
de la tierra. Desde aquel día se encerró en su recámara,
donde estaba el retrato de mi hermana vestida de monja;
lloraba sin consuelo, besaba el lienzo y lo abrazaba á
cada instante; se negó á la conversación de sus más
gratos amigos; abandonó sus atenciones domésticas;
aborreció las viandas más sazonadas de su mesa, el
' Nada tiene de violento ni fabuloso este pasaje; mil han sucedido por su tenor.
F,l doctor Boneta, en su librito ya citado Gritos del Infierno, en la pág. 210, refiere: «que
una de estas forzadas, estando para morir, preguntó al confesor: — Padre, si me muero
¿dejare de ser monja? — \ respondiéndola que sí, empezó ella misma á cerrarse los ojos
y á hacer los esfuerzos más rabiosos para adelantarse la muerte.) Hasta aquí el autor
citado. ^ qué, ^será esto lo más ni lo único que se ha visto con estas pobres que han sido
monjas contra su voluntad? ¡quiéralo Dios! pero México mismo ha visto casos funes-
tísimos tejidos de la propia tela, que no referimos porque algunos son muy recientes y
privados para muchos. ¡ De cuántos crímenes son reos ante el cielo los que violentan
á sus hijas á ser monjas, y de cuántos modos puede hacerse esta violencia! Lo conciso
de una nota no permite hacer una completa explicación; pero los padres timoratos y
amantes de sus hijas ya se guardarán de forzarles su inclinación ni con amenazas, ni
con ruegos, ni con promesas, ni con halagos, ni con persuasiones, ni con nada que
huela á fuerza física ó virtual, si no quieren comparecer reos de la más rigorosa respon-
sabilidad ante el más justo de los jueces.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H , C. — 27.
106
PENSADOR MEXICANO
sueño liuyó de sus ojos; toda diversi()n le repugnaba;
huía los consuelos como si lucran agravios; separó hasta
la cama y habitación de mi madre, y para decirlo de una
vez, la negra melancolía llenó de opacidad su corazón,
hurtó el color de sus mejillas y dentro de tres meses
lo condujo al sepulcro, después de haber arrastrado no-
venta días una vida tristemente fatigada. Feliz será mi
padre si compurgó con estas penas el sacrificio que hizo
de mi hermana.
Muerto él, entró en absoluta posesión del mayorazgo
mi hermano Damián, ya casado; mi madre y yo, que era
el menor, nos luímos á su casa, donde nos trató bien
algunos días, al cabo de los cuales se mudó, por los con-
sejos de su mujer, que no nos quería, y comenzaron los
litigios.
Yo no pude sufrir que vejaran á mi madre, y así
traté de separarla de una casa donde éramos aborrecidos.
Como, por razón de ser hijo de rico, mi padre no me
dedicó á ningún oficio ni ejercicio con ([ue pudiera adqui-
rir mi subsistencia, me hallé en una triste viviendita con
madre á quien mantener y sin tener para ello otro arbi-
trio que los cortos y dilatados socorros del mayorazgo.
En tan infeliz situación me enamoré de una mucha-
cha que tenía quinientos pesos, y más bien por los qui-
nientos pesos que por ella, ó séame lícito decir, que más
por recibir aquel dinero para socorrer á mi pobre y
»
OBRAS ESCOGIDAS 107
amada madre que por otra cosa, me casé con la dicha
joven; recibí la dote, que concluyó en cuatro días, que-
dándome peor que antes y cada día peor, pues de repente
me hallé con madre, mujer y tres criaturas.
Mis desdichas crecían al par de los días; me fué
^ preciso reducir mi familia á esta triste accesoria, porque
> mi hermano probó en juicio que ya no tenía obligación
de darme nada. Mi mujer, que tenía una alma noble y
sensible, no pudiendo sufrir mis infortunios, rindió la
vida á los rigores de una extenuación mortal, ó por
decirlo sin disfraz, murió acosada del hambre, desnudez
y trabajos.
Yoj á pesar de esto, jamás he podido prostituirme al
juego, embriaguez, estafa ó ladronicio. Mis desdichas me
persiguen; pero mi buena educación me sostiene para no
precipitarme en los vicios. Soy un inútil, no por culpa
mía, sino por la vanidad de mi padre; pero al mismo
tiempo tongo honor, y no soy capaz de abandonarme á lo
mayorazgo (dígolo por mi hermano).
Cate usted aquí en resumen toda mi vida y calí-
fique en la balanza de la justicia si seré picaro, como
me juzgó, ú hombre de bien como le significo; y cuando,
:> conforme á la razón, crea que soy hombre de bien,
¿í advierta que no son los hombres lo que parecen por
-; su exterior. Hombres verá usted en el mundo vestidos
de sabios y son unos ignorantes; hombres vestidos de
108
PENSADOR MEXICANO
caballeros y, á lo menos en sus acciones, son unos ple-
beyos ordinarios; hombres vestidos de virtuosos ó que
aparentan virtud, y son unos criminales encubiertos;
hombres... ¿pero para qué me canso? Verá usted en el
mundo hombres á cada instante indignos del hábito que
traen, ó acreedores á un sobrenombre honroso (jue no
tienen, aunque no se recomienden por el traje, y enton-
ces conocerá que á nadie se debe calificar por su exterior
sino por sus acciones.
A este tiempo tocó la puerta la viejecita madre del
trapiento; le abrió éste, y entró con tres niñitos de la
mano, que luego fueron á pedirle la bendición á su papá,
quien los recibió con la ternura de padre, y después de
acariciarlos un rato me dijo: — Vea usted el fruto de mi
amor conyugal y los únicos consuelos que gozo en
medio de esta vida miserable.
Á pocos momentos de esta conversación, se entró
para adentro y salió la vieja con un pocilio de aguar-
diente y unos trapos, y me curó las ligeras roturas de
la cabeza. Después vino la cena y cenamos todos con la
mayor confianza; acabada me dieron una pobre colcha,
que conocí hacía falta á la familia, y me acosté durmien-
do con la mayor tranquilidad.
Á otro día muy temprano me despertaron con el
chocolate, y después que lo tomé, me dijo el trapiento:
— Amiguito, ya usted ha visto la venganza que he querido
I
-1
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OBRAS ESCOGIDAS
109
tomar del agravio que me hizo ayer; no tengo otra cosa
ni otro modo con que manifestarle que lo perdono; pero
usted reciba mi voluntad y no mi trivial agasajo. I'nica-
mente le ruego que no pase por esta calle, pues los que
han sabido que usted me calumnió de ladrón, si lo ven
pasar por aquí creerán, no que el juez me conoció y fió
por hombre de bien, sino que nos hemos convenido y
confabulado, y esto no le está bien á mi honor. Sólo esto
le pido á usted y Dios lo ayude.
No es menester ponderar mucho lo que me conmo-
vería una acción tan heroica y generosa. Yo le di las
más expresivas gracias, lo abracé con todas mis fuerzas
para significárselas y le supliqué me dijera su nombre
para saber siquiera á quién era deudor de tan caritativas
acciones; pero no lo pude conseguir, pues él me decía:
— ¿Para qué tiene usted que meterse en esas averigua-
ciones? Yo no trato de lisonjear mi corazón cuando
hago alguna cosa buena, sino de cumplir con mis debe-
res. Xi quiero conocer á mis enemigos, para vengarme
de ellos, ni deseo que me conozcan los que tal vez reci-
ben por mi medio un beneficio; porque no exijo el tribu-
to de su gratitud, pues la beneficencia en sí misma trae
el premio con la dulce interior satisfacción que deja en
el espíritu del hombre: y si esto no fuera, no hubiera
habido en el mundo idólatras paganos que nos han
dejado los mejores ejemplos de amor hacia sus seme-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 28.
lio
PENSADOR MEXICANO
jantes. Conque excúsese usted de esta curiosidad , y
adiós.
Viendo que me era imposible saber quién era por su
boca, me despedí de él con la mayor ternura, acordán-
dome de don Antonio, el (|ue me favoreció en mi prisión,
y me salí para la calle.
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CAPÍTULO V
En el que cuenta Periquillo la bonanza que tuvo;
el paradero del escribano Chanfaina ; su reincidencia con Luisa, y otras cosillas nada
ingratas á la curiosidad de los lectores
Salí, pues, de la casa del trapiento medio confuso y
avergonzado, sin acabar de persuadirme cómo podía
caber un alma tan grande debajo de un exterior tan
indecente; pero lo había visto por mis ojos, y por más
que repugnara ;i mi ninguna filosofía, no podía negar su
posibilidad.
112
PENSADOR MEXICANO
Así, pues, acordándome del trapiento y de mi ami-
go don Antonio, me anduve de calle en calle sin som-
brero, sin chupa y sin blanca, que era lo peor de
todo.
Ya á las once del día no veía yo de hambre, y para
más atormentar mi necesidad tuve que pasar por la
Alcaicería, donde saben ustedes que hay tantas almuer-
cerías, y como los bocaditos están en las puertas provo-
cando con sus olores el apetito, mi ansioso estómago
piaba por soplarse un par de platos de tlemolillo con
su pilón de tostaditas fritas; y así, hambriento, goloso
y desesperado, me entré en un truquito indecente que
estaba en la misma calle, en el que había juego de
pillaje. Hablaré claro, era un ari'dstradci'iío como aquel
donde me metió Januario.
Éntreme, como digo, y después de colocado en la
rueda, me quité el chalc^co y comencé á tratar de vender-
lo, lo que no me costó mucho ti'abajo, en virtud de que
estaba bueno, v lo di en la friolera de seis reales.
De ellos rehundí dos en un zapato para ahnorzar: y
me puse á jugar los otros cuatro; pero con tal cuidado,
conducta v fortuna, nue dentro de dos horas va tenía de
ganancia seis pesos, que en a(juellas circunstancias y en
aquel juegihto me parecieron seiscientos. No nguardé
más, sino que, ungiendo (|ue salía á desaguar, tomé el
camino del bodegón más (jue de paso.
'■■^: .¿.tr^:-:^,.--^
T^SfWT'^:' '?r, •'T'^'^r'^rvf.
OBRAS ESCOGIDAS
113
Me metí en él oliendo y atisbando las cazuelas con
más diligencia que un perro. Pedí de almorzar, y me
embauló cinco ó seis platitos con su correspondiente pul-
que y frijolillos; y ya satisfecho mi apetito, me marché
otra vez para el truco con designio de comprar un som-
brero, que lo conseguí fácilmente y á poco precio; por
señas de que no logré de esta aventura otra cosa que
almorzar y tener sombrero, pues todo cuanto los había
ganado lo perdí con la misma facilidad que lo había
adquirido. De suerte que no tuve más gusto que calentar
el dinero, porque bien hecha la cuenta y á buen compo-
ner salí á mano; pues el sombrero me costó dos reales, y
cuatro (jue gastaría en almuerzo y cigarros, fueron los
seis reales en que vendí mi chaleco. Esto es lo que regu-
larmente sucede á los jugadores: sueñan que ganan v al
fin de cuentas no son sino unos depositarios del dinero
de los otros, y esto es cuando salen bien, que las más
veces vuelven la ganancia con rédito.
A consecuencia de haberme quedado sin medio real,
me quedé también sin cenar, y por mucho lavor del
coime, pasé la noche en un banco del truco, donde no
extrañé los saltos de las pulgas y ratas, las chinches, la
música de los desentonados ronquidos de los compa-
ñeros, el pestífero sahumerio de sus mal digeridos ali-
mentos, el porfiado canto y aleteo de un maldito gallo
que estaba á mi cabecera, lo mullido del colchón de
PEKIQUILO SARNIENTO. — T. II, C.— 29.
114
PENSADOR MEXICANO
tablas, ni ninguna de cuantas incomodidades proporcio-
nan semejantes posadas provisionales.
En fin, amaneció el día, se levantaron todos tra-
tando de desayunarse con aguardiente, según costum-
bre, y yo, adivinando qué haría para meter algo debajo
de las narices, porque por desgracia estaba con un estó-
mago robusto que deseaba digerir piedras y no tenía con
qué consolarlo.
ICn tan tristes circunstancias me acordé que aún
tenía rosario con su buena medalla de plata y unos cal-
zoncillos blancos de bramante casi nuevos. Me despojé de
todo en un rincón, v como cuando tenía hambre vendía
barato, al primero (jue me ofreció un peso por ambas
cosas se las solté prontamente antes que se arrepintiera.
Me luí á un cale, donde me hice servir una taza del
tal licor con su correspondiente mollete, y á la vuelta
dejé en el bodeg<')n dos reales y medio depositados para
que me diesen de comer al medio día; compré medio de
cigarros y me volví al truquito con cuatro reales de prin-
cipal, pero aliviado del estómago y contento, porque tenía
segura la comida y los cigarros para a(juel día.
Fueron juntándose los cofrades de Briján en la
escuela, y cuando hubo una porción considerable, se
pusieron á jugar alegremente. Yo me acomodé en el
mejor lugar con todos mis cuatro reales y comenzaron
á correrse los albures.
•«;-,,■■ ... . ...-.■."■ . , " ■,. . ,^ --- -. ..-^^. , _ ^^_j^....^_._, ^^,,_^^
OBRAS ESCOGIDAS 115
Empecé á apostar de á medio y de á real, según
mi caudal, y conforme iba acertando, iba subiendo el
punto con tan buena suerte, que no tardé mucho en
verme con cuatro pesos de ganancia y mi medalla, que
rescaté.
No quise exponerme á que se me arrancara tan
presto como el día anterior, y así, sin decir ahí quedan
las llaves, me salí para la calle y me luí á almorzar.
Después de esta diligencia, comencé á vagar de una
parte á otra sin destino, casa, ni conocimiento, pensando
qué haría ó dónde me acomodaría, siquiera para asegurar
el plato y el techo.
Así me anduve toda la mañana, hasta cosa de las
dos de la tarde, hora en que el estómago me avisó que ya
había cocido el almuerzo y necesitaba de refuerzo; y
así, por no desatender sus insinuaciones, me entré á la
fonda de un mesón donde pedí de comer de á cuatro
reales, y comí con desconfianza, por si no cenara á la
noche. .
Luego (jue acabé me entré al truco para descansar
de tanto como había andado infructuosamente, y para
divertirme con los buenos tacos y carambolistas; pero
no jugaban á los trucos, sino á los albures en un rincón
de la sala.
Como yo no tenía mejor rato que el que jugaba á
las adivinanzas, me arrimé á la rueda con alguna cisca.
116
PENSADOR MEXICANO
porque los que jugaban eran payos con dinero y ninguno
tan mugriento y desarrapado como yo.
Sin embargo, así que vieron que el primer albur que
aposté fué de á peso, y que lo gané, me hicieron lugar y
yo me determiné á jugar con valor.
No me salió malo el pensamiento, pues gané como
cincuenta pesos, una mascada, una manga y un billete
entero de Nuestra Señora de Guadalupe. '
Cuando m(' vi tan habilitado, quise levantarme y
salirme, y aún hice el hincapié por más de dos ocasiones;
pero como me veía acertado y había tanto dinero, me
picó la codicia y me clavé de firme en mi lugar, hasta
(jue, cansada la suiM'te de serme Favorable, volvió contra
mí el naipe y comencé á errar á gran prisa; de manera
que si lo (jue tenía lo había ganado en veinte albures, lo
perdí todo en diez ó doce, pues quería adivinar á tuerza
de dinero.
En fin, á las cuatro de la tarde va estaba vo sin
blanca, sin manga, sin mascada y hasta sin mi medalla.
No me (juedó sino el billete, (jue no hubo quién me lo
quisiera comprar ni dándolo con pérdida de un real.
Se acabó el juego, cada uno se Fué á su destino y
yo me salí para la calle con un real <'> dos que me dieron
de barato.
Me encaminé á la Alcaicería, al truquito de mi cono-
cido, y después de darle un real por la posada, me salí
-"í. • ,' - V .i- -"■ ■ '. •.:•■•. i' ..;-i*T.-.'T^^ "í5s~¿r ,. • • ■ V '*f«8?5;í«^ 'pTyV"
-I
OBRAS ESCOGIDAS 117
á andar las calles porque no tenía otra cosa que hacer.
A las nueve de la noche cenó de á medio, y me t'uí á
acostar. Pasé una noche de los perros, lo mismo que la
anterior. A otro día me levanté y me estuve asoleando
en la puerta del truco hasta las diez, hora en que, viendo
que no había (juién me convidara á almorzar, ni teniendo
con qué ingeniarme, pues el que más me ofrecía era
habilitarme sobre la camisa, la que no tuve valor de
desnudarme, me í'uí á andar, fiado en el reí'rancillo que
dice: perro que no anda no topa hueso.
Ya iba yo por esta calle, ya por la otra, sin destino
fijo y sin serme de provecho tanto andar, hasta que,
pasando por la calle de Tiburcio, vi mucha gente en
una casa en cuyo patio había un tablado con dosel, sillas
y guardias. Como todos entraban, entré también y pre-
gunté ¿qué era aquello? Dijéronme que se iba á hacer la
rifa de Nuestra Señora de Guadalupe. Al momento me
acordé de mi billete, y aunque jamás había confiado en
tales suertes, me quedé en el patio, más bien por ver
la solemnidad con que se hacía la rifa que por otra cosa.
En efecto, se comenzó ésta, y á las diez ó doce bolas
iué saliendo mi número, que me acuerdo era 7,59(3, pre-
miado con tres mil pesos. Yo paraba las orejas cuando
lo estaban gritando, y cuando lo fijaron en la tabla hasta
me limpiaba los ojos para verlo; pero cerciorado de que
era el mismo que tenía, no sé cómo no me volví loco
PERIQUILO SARNIENTO. —T. II, C. — 30.
118 PENSADOR MEXICANO
de gusto, porque en mi vida me había visto con tanto
dinero.
Salí más alegre que la Pascua florida y me enca-
minó para el truquito, porque por entonces no tenía me-
jores conocimi<mtos (|ue el coime y los concursantes del
juego, pues aunque cada rato encontraba muchos de los
que antes se decían mis amigos, unas veces hacía yo la
del cohetero, por no verlos de vergüenza, y otras, que
eran las más, ellos hacían que no me veían á mí, ya
por no afrentarse con mi pelaje ó ya por no exponerse
á (jue les pidiera alguna cosa.
Fuíme, pues, á mi conocido departamento, donde
halló ya formada la rueda de tahúres y á mi amigo el
coime presidiendo con su alcancía, cola, barajas, jabón,
tijeras y demás instrumentos del arte.
Como el dinero infunde no sé qué extraño orgullo,
luego (jue entró los saludó, no con encogimiento como
antes, sino con un garbote que parecía natural. — ¿Cómo
va, amigo coime? ¿Quó hay, camaradas? les dije. — l'^l y
y ellos apenas alzaron los ojos á verme, y haciéndom.e
un dengue como la dama más afiligranada volvieron á
continuar su tarea sin responderme una palabra.
Yo entonces apreté las espuelas al caballo de mi
vanidad, y como rabiaba por participarles mi fortuna,
les dije: — ¡Holal ¿Ninguno me saluda, eh? Pero ni es
menester. Gracias á Dios que tengo mucho dinero y no
'flSf, ■■ yi-, =- -^'•-y.
OBRAS ESCOGIDAS 119
necesito á ninguno de ustedes. — Uno de los jugadores
que ese día asistía á la mesa me conoció, como que fué
mi condiscípulo en la primera escuela y sabía mi pro-
nombre, y al oir la fanfarronada mía me miró, y como
i.
burlándose me dijo: — ¡Oh, Periquillo, hijo! ¿Tú eres?
¡Caramba! ¿Conque estás muy adinerado? Vén, hermano,
siéntate aquí junto de mí, que algo más me ha de tocar
de tu dinero que á las ánimas.
Me hizo lugar y yo admití el íavor; pero ¡qué mon-
dada llevó él y los demás cuando advirtieron cjue dejé
correr ocho ó diez albures y no aposté un real ! Entonces
el condiscípulo me dijo: — ¿Pues dónde está el dinero,
Periquillo? — Está en libranza, dije yo. — ¿En libranza? —
Y muy segura, y no es de cuatro reales, sino de tres mil
pesotes. — Diciendo esto, les mostré mi billete, y todos se
echaron á reir, no queriendo persuadirse de mi verdad,
hasta que por accidente entró allí un billetero con una
lista, y yo le supliqué me la prestara para ver si había
salido aquel billete.
De que el coime y los tahúres vieron que, en efecto,
era cierto lo que les había dicho, toda la escena varió en
el momento. Se suspendió el juego, se levantaron todos,
y uno me da un abrazo, otro un beso, otro un apretón, y
cada cual se empeñaba por distinguirse de los demás con
las demostraciones de su afecto.
La noticia sola de que iba á tener dinero me hizo
120
PENSADOR MEXICANO
no haber menester nada desde aquel instante sin costar-
me blanca; porque me dieron de almorzar grandemente;
me regalaron dos ó tres cajillas de cigarros finos; me
facilitaron dinero para jugar, y eso empeñando sus capo-
tes el coime y otros; bien que esto no lo quise admitir,
dándoles las gracias con aire de rico, considerando que
aquellos favores los dirigía el interés, y aún no tenía un
peso cuando ya mi cabeza estaba llena de viento y me
pesaba la amistad de aquellos pobretes trapientos.
Sin embargo, como los había menester, á lo menos
aquel día, permanecí con ellos, ofreciendo á todos mi
protección con intento de no cumplir á nadie mi prome-
sa, y ellos me adulaban á porfía, confiando en que los
tres mil pesos se repartirían entre todos á prorrata, y
aun creo que ya estaban haciendo las cuentas de en lo
que los habían de gastar.
Finalmente, comí, bebí, cené y chupé todo el día
sin que me costara nada. A la noche no permitió el
coime que durmiera en el banco pelado, como las dos
noches anteriores, sino que á fuerza me cedió su cama,
acostándose él sobre la mesa del truco, y apenas insinué
que me incomodaba el canto del gallo, cuando lo echaron
á la calle. *
En un colchón, á lo menos blando, con sus sábanas,
colcha y almohada no pude dormir; toda la noche se
me fué en proyectos. A las cuatro de la mañana me
•í*
<
I
OBRAS ESCOGIDAS 121
quedé dormido, y voluntariamente desperté como á las
ocho del día, y advertí que ya estaban todos jugando y
guardando un silencio poco usado entre semejante gente.
Me aproveché de su atención, me hice dormido y oí que
I hablaban sobre mí, aunque en voz baja. Uno decía: — Yo
tengo esperanzas de sacar todas mis prendas con esta
lotería. — Otro: — Si de ese dinero no me hago capote,
ya no me lo hice en mi vida. — Otro: — Espero en Dios
que en cuanto cobre señor Perico el dinero nos remedia-
mos todos. — Y como que sí, decía el coime; lo bueno es
que él es medio crestón; lo que importa es hacerle la
barba.
Así discurrían todos contra los pobres tres mil
pesos, y yo, (|ue no veía las horas de cobrarlos, hice que
me estiraba y despertaba. Alcé la cabeza y no los había
acabado de saludar, cuando va tenía delante café, choco-
late, aguardiente y bizcochos para que me desayunara
con lo que apeteciera. Yo tomé el café, di las gracias por
todo y me luí á cobrar mi billete.
Querían hilvanarse conmigo diez ó doce de aquellos
leperuscos; pero yo no suírí más compañía que la del
condiscípulo, que ya no me decía Periquillo, sino Pedri-
to; y por fortuna de él advertí que no habló una palabra
que manifestara interés á mi dinero.
Llegué con él á cobrar el billete, y no sólo no me lo
pagaron, sino que al ver nuestro pelaje desconfiaron no
PERIQUILO SARNIENTO. — T. H, C — 31. • .
■^4
122
PENSADOR MEXICANO
fuera hurtado, y dándome el mismo número y un recibo,
me lo detuvieron exigiéndome fiador.
¿Quién me había de fiar á mí en aquellas trazas, no
digo en tres mil pesos, pero ni en cuatro reales? Sin em-
bargo, no desesperé; me luí para el mesón donde había
jugado y comprado el billete dos días antes, y luego que
entré y me conocieron los tahúres y el coime, comenza-
ron á pedirme las albricias con muchas veras, porque el
billetero ya les había dicho como había salido premiado
con tres mil pesos el número que había vendido allí.
Yo, al ver que sabían todos lo que les (juería descu-
brir, les dije: — Gamaradas, yo estoy pronto á pagar las
albricias; pero es menester (jue ustedes me proporcionen
un fiador que me han pedido en la lotería; pues como
soy pobre, se desconfía de mí y no se cree que el billete
sea mío. v aun me lo han detenido.
— Pues eso es lo de menos, dijo el coime; aquí esta-
mos todos que vimos comprar a usted el billete, y el
billetero que lo vendi»') que no nos dejará mentir. — A este
tiempo entró el dueño del mesón, y sabedor del asunto,
de su voluntad hizo llevar un coche, v mandándome
entrar con él. fuimos á la lotería, en donde quedó por mí
y me entregaron el dinero.
Cuando nos volvimos, me decía en el coche el señor
que me hizo Favor de cobrarlo: — Amigo, ya que Dios le
ha dado á usted este socorro tan considerable por un
c- ' • ri^:':\-'-.-- ~-r^
OBRAS ESCOGIDAS
123
I
<4
4
conducto tan remoto, sepa aprovechar la ocasión y no
hacer locuras, porque la fortuna es muy celosa, y en
donde no se aprecia no permanece.
Estos y otros consejos semejantes me dio, los que yo
agradecí suplicándole me guardase mi dinero. MI me lo
ofreció así, y en esto llegamos al mesón.
Subió el caballero mi plata, dejándome cien pesos
(|ue le pedí, de los (jue gasté veinte en darles albricias al
coime y compañeros y comer muy bien con mi fámulo y
condiscípulo, (jue se llamaba Roque.
A la tarde me fui con él para el Parián, en donde
compré camisa, calzones, chupa, capa, sombrero y cuan-
to pude V me hacía más falta: v todo esto lo hice con la
ayuda de mi Ro(iue, (|uc me pintó muy bien. Volvímonos
al mesón, donde tomé un cuarto, y aunque no había
cama, cené y dormí grandemente y me levanté tarde, á lo
rico.
Luego que nos desayunamos, puse un recibo de
quinientos pesos y se lo envié al señor, mi depositario,
quien al momento me remiti*') el dinero: salí con cien
pesos y á poco andar hallé una casa que ganaba veinti-
cinco mensuales, la que tomé luego luego, porque me
pareció muy buena.
Después me llevó Roque á casa de un almonedero,
con quien ajustó el ajuar en doscientos pesos, con la
condición de que á otro día había de estar la casa puesta.
124
PENSADOR MEXICANO
Le dejamos veinte pesos en señal y fuimos á la tienda do
un buen sastre, á quien mandé hacer dos vestidos muy
decentes, encargándole me hiciera favor de solicitar una
costurera buena y segura, la que el sastre me facilitó en
su misma casa. Le encargué me hiciera cuatro mudas de
ropa blanca lo mejor que supiera, y (jue fueran las cami-
sas de estopilla y á proporción lo demás; le di al sastre
ochenta pesos á buena cuenta y nos despedimos.
Ro(jue me dijo (|ue él me serviría de ayuda de
cámara, escribiente y cuanto yo quisiera; pero que estaba
muy trapiento. Yo le ofrecí mi protección y nos volvimos
á la posada.
Comimos muy bien, dormimos siesta, y á las cuatro
me eché otros cien pesos en la bolsa y nos salimos al
Parián, donde habilité á Roque de algunos trapillos
regulares, y compré un relox que me costó no sé cuánto;
pero ello fué que me sobró un peso con el (jue fuimos
ú refrescar, y después volvimos al mesón, saqué dinero y
nos fuimos á la comedia.
Después de ésta, cenamos en la fonda, tomamos
vinos y nos fuimos á acostar.
Así se pasaron cuatro ó cinco días sin hacer más
cosa de provecho que pasear y gastar alegremente. Al lin
de ellos entró el sastre al mesón y me entregó dos vesti-
dos completos y muy bien hechos de un paño riquísimo;
las cuatro mudas de ropa, como yo las quería, y la cuen-
- Tv^7.>»^¿; . V
'..■».'• •■'í»Ir*!í^v7^;v»^''j:=* •. '■ ''^rv-
OBRAS ESCOGIDAS
125
ta, por la que salía yo restando ciento y pico de pesos.
No me metí en averiguaciones, sino que le pagué de
contado y aun le di su gala. ¡Qué cierto es que el dinero
que se adquiere sin trabajo se gasta con profusión y con
una falsa liberalidad!
A poco rato de haberse despedido el sastre, entró el
almonedero avisando estar la casa ya dispuesta, que sólo
laltaba ropa de cama y criados; que si yo quería, me lo
lacilitaría todo, según le mandara, pero que necesitaba
dinero.
Díjele que sí; que quería las sábanas, colcha, sobre-
cama y almohadas nuevas, una cocinera buena y un mu-
chacho mandadero; pero todo cuanto antes. Le di para
ello el dinero que me pidió y se fué.
Aquel día lo pasé en ociosidad como los anteriores,
y al siguiente volvió el almonedero diciéndome que sólo
mi persona faltaba en la casa. Entonces mandé á Roque
trajera un coche, y pasé á la vivienda de mi deposita-
rio tan otro y tan decente que no me conocía á primera
vista.
Cuando se hubo certificado de que yo era, me dijo: —
No me parece mal que usted se vista decente; pero sería
mejor que arreglara su traje á su calidad, destino y pro-
porciones. Supongo que por lo primero no desmerece
usted ese ni otro más costoso; pero por lo segundo, esto
es, por sus cortas facultades, creeré que propasa los lími-
PERIQUILO SARNIENTO. — T. II, C — 32.
126
PENSADOR MEXICANO
tes de la moderación, y que á diez ó doce vestidos de
c'stos le ve el fin á su principal. Es cierto que el refrán
vulgar dice: císfc/c como te llamas; y así usted, llamán-
dose don Pedro Sarmiento y teniendo con qué, debe
vestirse como don Pedro Sarmiento, esto es, como un
hombre decente pobre; pero ahora me parece usted un
marqués por su vestido, aunque sé que no es marqués
ni cosa que lo valga por su caudal.
El querer los hombres pasar rápidamente de un es-
tado á otro, ó á lo menos el querer aparentar que han
pasado, es causa de la ruina de las familias y aun de los
l'lstados enteros. No crea usted que consiste en otra cosa
la mucha pobreza que se advierte en las ciudades popu-
losas, que en el lujo desordenado con que cada uno pre-
tende salirse de su esfera.
Esto es tan cierto como natural, porque si el que
ad(]uiere, por ejemplo, (juinientos pesos anuales por su
empleo, comercio, oficio ó industria, ((uiere sostener un
lujo (|ue importe mil, necesariamente que ha de gastar
los otros (juinientos por medio de las drogas, cuando no
sea por otros medios más ilícitos y vergonzosos. Por eso
dice un refrán antiguo (¡uc el (¡iie (¡asia dk'is de lo (¡uc
tiene, no debe enojarse si le di/eren ladi'ún.
Las mujeres poco prudentes no son las menos que
contribuven á arruinar las casas con sus vanidades im-
portunas. En ellas es por lo común en las que se ve el
*í?V~^,-V.r'i-."i. "■
'' - ^^^í%V*»:„ -J^*^'-,^' .
■ '"^t^W- • ' -..^r^^' ■
OBRAS ESCOGIDAS
127
lujo entronizado. La mujer ó hija de un médico, abogado
ú otro semejante quiere tener casa, criados y una decen-
cia que compita, 6 á lo menos iguale, á la de una mar-
(juesa rica; para esto se compromete el padre ó el marido
de cuantos modos le dicta su imprudente cariño, y á la
corta ó á la larga resultan los acreedores; se echan sobre
lo poco (|ue existe, el crédito se pierde y la lamiHa perece.
Yo he visto, después de la muerte de un sujeto, concur-
sar sus bienes, y lo miás notable, haber tenido lugar en el
concurso el sastre, el peluquero, el zapatero, y creo que
hasta la costurera y el aguador, porque á todos se les
debía. Con semejantes avispas ¿qué jugo les (|uedaría á
los pobres hijos? Ninguno por cierto. Estos perecieron
como perecen otros sus ¡guales. Poro ¿qué había de su-
ceder si cuando el padre vivía no alcanzaban las rentas
para sostener coche, palco en el coliseo, obsequios á
visitas, gran casa, galas y todos los desperdicios acceso-
rios á semejantes í'rancachelas? La llaga estuvo solapada
en su vida; los respetos de su empleo para con unos y la
amistad ó la adulación para con otros de los acreedores,
las tuvieron á raya para no cobrar con exigencia; pero
'•uando murió, como faltó á un tiempo el temor y el inte-
rés, cayeron sobre los pocos bienecillos que habían que-
iado y dejaron á la viuda en un petate con sus hijos.
Este cuento refiero á usted para que abra los ojos y
^epa manejarse con su corto principalito sin disiparlo en
128
PENSADOR MEXICANO
costosos vestidos; porque si lo hace así, cuando menos
piense se quedará con cuatro trapos que mal vender y
sin un peso en su baúl.
Fuera de que, bien mirado, es una locura querer uno
aparentar lo que no es, á costa del dinero, y exponiéndose
á parecer lo que es en realidad con deshonor. Esto se
llama quedarse pobre por parecer rico. Yo no dudo que
usted con ese traje dará un gatazo á cualquiera que no
lo conozca; porque quien lo vea hoy con un famoso ves-
tido y mañana con otro, no se persuadirá á que su gran
caudal se reduce á dos mil y pico de pesos, sino (jue juz-
gará que tiene minas ó haciendas, y como en esta vida
hay tanto lisonjero interesable, le harán la rueda y le
prodigarán muchas y rendidas adulaciones; pero cuando
usted llegue, como debe llegar si no se aprovecha de mis
consejos, á la última miseria, y no pudiendo sostener la
cascarita conozcan que no era rico sino un pelado vani-
doso, entonces se convertirán en amarguras los gustos, y
los acatamientos en desprecios.
Conque ya le he predicado amistosamente con la
lengua y pudiera predicarle con el ejemplo. Veinte mil
pesos cuento de principal ; me ha venido la tentación de
tenerle una muy buena casa á mi mujer y un cochecito,
y ya ve usted que me sería fácil; pues todavía no me
det<.Tmino. Pero ¡qué más! la muestra que usted tiene
sin disputa es mejor que la mía.
"'■■jMi'jv'» : ^^'r^^^z-
OBRAS ESCOGIDAS
129
Acaso calificará usted esta economía de miseria,
pero no lo es. Yo tengo también mi pedazo de amor
propio y vanidad, como todo hijo de su madre, y esta
vanidad es la que me tiene á raya. ¿Lo creerá usted?
Pues así es. Yo quisiera tener coche; pero este coche
pide una gran casa, esta casa muchos criados, buenos
salarios para que sirvan bien, y estos salarios fondos
para que no se acaben en cuatro días. A esto se sigue
mucha y buena ropa, un ajuar excelente, media vajilla
cuando menos de plata; palco en el coliseo, otro coche
de gala, dos ó tres troncos de muías buenas, lozanas y
bien mantenidas, lacayos y lodo aquello que tienen los
ricos sin fatiga, y yo lo tendría cuatro días con ansias
mortales, y al cabo de ellos, como que mi principal
no es suficiente, daría al traste con coches, criados,
muías, ropa y cuanto hubiera, siéndome preciso sufrir
el sacrificio de haber tenido y no tener, á más de
los desprecios que tienen que sufrir los últimos indi-
gentes.
Así es que no me resuelvo, amigo, y más vale
paso que dure que no trote que canse. Yo no quiero
que en mí sea virtud económica la que me contiene en
mis límites, sino una refinada vanidad; sin embargo,
cl efecto es saludable, pues no debo nada á ninguno; no
tongo necesidad de cosa alguna de las precisas para el
hombre; mi familia está decente y contenta; no tengo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 33.
130
PENSADOR MEXICANO
zozobras de que se me arranque pronto, y disfruto de
las mejores satisfacciones.
Si usted me dijere (jue para tener coche no es nece-
sario tener tanto boato como el que le pinté, diré que
según los modos de pensar de las gentes; pero como yo
no había de ser de los que tienen coche y le deben el
mes á la cocinera, si se ofrece, de ahí es que para mí
era menester más caudal que para ellos; porque, amigo,
es una cosa muy ridicula ostentar lujo por una parte
y manifestar miseria por otra: tener coche y sacar muías
que se les cuenten las costillas de flacas, ó unos cocheros
que parezcan judas de muchachos; tener casa grande
por un lado y por otro el casero encima; tener baile
y paseos por un extremo y por otro acreedores, trampas
y boletos del montepío á puñados. i
No, amigo, esto no me acomoda; y lo peor es que
de estas ridiculeces hay bastantes en México y en donde
no es México.
¿Pues qué lo diré á usted de un oficial mecánico
ó de otro pobre igual, que no contando sino con una
ratería que adquiere con sumo trabajo, se nos presenta
el domingo con casaca y el resto del vestido correspon-
diente á un hombre de posibles, y el lunes está con su
capotillo de mala muerte? ¿Qué diré de uno que vive
en una accesoria, que le debe al casero un mes ó dos,
cuya mujer está sin enaguas blancas y los muchachos
- ir^- - -v- i ~- r
OBRAS ESCOGIDAS
131
más llenos de tiras que un espantajo de milpa, y él gasta
en un paseo ó un almuerzo ocho ó diez pesos, teniendo
tal vez que empeñar una prenda á otro día para desayu-
narse? Diré que son unos vanos, unos presumidos y
unos locos; v esto mismo din' de usted si le sucediere
igual caso. Conque usted hará lo (|ue quiera, que harto
le he dicho por su bien.
Yo me prendé de aquel hombre que tan bien me
aconsejaba sin interés; pero no trataba de admitir por
entonces sus consejos; y así, dándole las gracias de boca,
le prometí observarlos exactamente y le pedí mi dinero.
D¡('»melo en el momento, exigiéndome un recibo.
Yo le di veinticinco pesos como de albricias. Rehusólos
recibir muchas veces; pero yo porfié con tal tenacidad
en que los tomara que al fin los tomó; mas delante de
mí cogió un clavo y un martillo y comenzó á señalarlos
uno por uno, y concluida esta diligencia, los guardó
en una gaveta de su escribanía.
Yo le pregunté que para qué era aquella cere-
monia. Y él me respondió que no había menester di-
nero; y así, que lo guardaba para darlo de limosna á
un infeliz miserable. — Pero ¿siendo uno^mismo cualquier
dinero nuestro en su valor, le dije, no puede usted darle
"tros pesos á ese pobre, y no esos propios que ha mar-
cado?— Eso tiene mucho misterio, me dijo, y quiera Dios
que usted no lo comprenda.
-í-
132
PENSADOR MEXICANO
Con esto me despedí de él, cansado de tanta conver-
sación, y dándole el dinero á Roque nos metimos en el
coche con el almonedero, que ya estaba aburrido de
esperarme.
Llegamos á mi casa, (jue la hallé bastantemente lim-
pia, provista y curiosa. Me posesioné de ella, aunque
no me gustó mucho la cuenta (|ue me presentó, que para
no cansarme en prolijidades, ascendió á no só cuánto;
ello es que en vestidos, ociosidades, albricias y casa ajua-
rada se gastaron en cuatro días mil y doscientos pesos.
Por mi desgracia la cocinera que me buscó el almo-
nedero fué aquella Luisa que sirvió de dama á Chan-
faina V á mí.
Luego que el almonedero me la presenten la conocí,
y ella me conoció perfectamente; pero uno y otro disi-
mulamos. El almonedero se fué pagado á su casa; yo
despaché á Roque á traer puros, y llamé á Luisa, con
la que me explayé á satisfacción, contándome ella como
luego que salí de casa del escribano y él tras de mí, huyó
ella del mismo modo que yo, y se fué á buscar sus aven-
turas en solicitud mía, pues me amaba tan tiernamente
(|ue no se hallaba sin mí; que supo como Chanfaina no
hallándola en su casa y estando tan apasionado por ella,
se enfermó de C(')lera y murió á poco tiempo; que ella se
mantuvo sirviendo ya en esta casa, ya en la otra, hasta
que aquel almonedero, á quien había servido, la había
PENSADOR MEXICANO
133
solicitado para acomodarla en la mía, y que pues estados
mudan costumbres y ella me había conocido pobre y ya
era rico, se contentaría con servirme de cocinera.
Gomo el demonio de la muchacha era bonita v vo
no había mudado el carácter picaresco que profesaba,
le dije que no sería tal, pues ella no era digna de servir
sino de que la sirvieran.
En esto vino Rofjue, y le dije que aquella muchacha
era una prima mía y era fuerza protegerla. Roque, (jue
ora buen picaro, entendió la maula y me apoyó mis
sentimientos. Él mismo le compró buena ropa, solicitó
cocinera, y cátenme ustedes á Luisa de señora de la casa.
Yo estaba contento con Luisa; pero no dejaba de
estar avergonzado, considerando que al fin había entrado
de cocinera, y que, por más que yo aparentara á Roque
que era mi prima, él era harto vivo para ser engañado,
y lejos de creerme, murmuraría mi ordinariez en su
interior.
Con esta carcoma y deseando oir disculpado mi
ilelito por su boca, un día que estábamos solos le dije: —
¿Qué habrás tú dicho de esta prima, Roque? Ciertamente
no creerás que lo es, porque la confianza con que nos
tratamos no es de primos, y en efecto, si has pensado
lo que es, no te has engañado; pero, amigo, ¿qué podía
yo hacer cuando esta pobre muchacha fué mi valedora
¿antigua, y por mí perdió la conveniencia que tenía, expo-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 34.
134
PENSADOK MEXICANO
niéndose .'i sufrir una paliza ó á cosa peor? Ya ves que
no era honor mío el abandonarla ahora que tengo cuatro
reales: pero, sin embargo, no dejo de tener mi vergüen-
cilla, porque al fin fue mi cocinera.
Roque, que comprendi(') mi espíritu, me dijo: — Eso
no te debe avergonzar, Pedrito; lo primero, porque ella
es blanca y bonita, y con la ropa que tiene nadie la juz-
gará cocinera, sino una marquesita cuando menos. Lo
segundo, pon|ue ella te quiere bien, es muy fiel y sirve
de mucho para el gobierno de la casa; y lo tercero, por-
que aun cuando todos supieran que había sido tu coci-
nera y la habías ensalzado haciéndola dueña de tu esti-
mación, nadie te lo había de tener á mal, conociendo el
mérito de la muchacha; fuera de (|ue no es esto lo
primero que se ve en el mundo. ¡Cuántas hay que pasan
plaza de costureras, recamareras, etc., y no son sino
otras Luisas en las casas de sus amantes amos! Conque
no seas escrupuloso; diviértete y ensánchate ahora que
tienes proporción, como otros lo hacen, que mañana
vendrá la vejez ó la pobreza y se acabará todo antes de
(jue hayas gozado de la vida.
Claro está que el diablo mismo no podía haberme
aconsejado más perversamente que Roque; pero ya se
sabe que los malos amigos con sus inicuos ejemplos y
perniciosos consejos son unos vicediablos diligentísimos
que desempeñan las funciones del maligno espíritu á su
OBRAS ESCOGIDAS
135
satisfacción, y por eso dice el venerable Dutari, que
debemos huir, entre otras cosas, de los demonios que
no espantan, y éstos son los malos amigos.
Tal era el pobre Roque, con cuyo parecer me des-
caré enteramente, tratando á Luisa como si fuera mi
mujer y holgándome á mis anchuras.
Raro día no había en mi casa baile, juego, almuer-
zos, comilitonas y tertulias, á todo lo que asistían con la
mayor puntualidad mis buenos amigos. ¡Pero qué ami-
gos! aquellos mismos bribones que cuando estaba pobre,
no sólo no me socorrieron, pero ya dije <|ue hasta se
avergonzaban de saludarme.
Estos lueron los primeros que me buscaron, los que
se complacían de mi suerte, los que me adulaban á todas
horas y los que me comían medio lado. ¿Y que fuera yo
lan necio y para nada, que no conociera que todas sus
lisonjas las dictaba únicamente su interés, sin la menor
estimación á mi persona? Pues así fué, y yo, (jue estaba
envanecido con las adulaciones, pagaba sus embustes á
peso de oro.
No sólo mis amigos y mis antiguas conocidas me
incensaban, sino que hasta la fortuna parece que se em-
peñaba en lisonjearme. Por rara contingencia perdía yo
en el juego; lo frecuente era ganar, y partidas considera-
bles como de trescientos, (¡uinientos y aun mil pesos,
('on esto gastaba ampliamente, y como todos me lison-
136
PENSADOR MEXICANO
jeaban tratándome de liberal, yo procuraba no perder ese
concepto, y así daba y gastaba sin orden.
Si Luisa se hubiera sabido aprovechar de mis locu-
ras, pudiera haber guardado alguna cosa para la mayor
necesidad; pero fiada en que era bonita y en que yo la
(juería, gastaba también en profanidades, sin reflexionar
en que podía acabársele la hermosura ó cansarse mi
amor, y venir entonces á la más desgraciada miseria:
mas la pobre era una tonta cocjuetilla y pensaba como
casi todas sus compañeras.
Yo no hacía caso de nada. La adulación era mi
plato favorito, y como las sanguijuelas que me rodeaban
advertían mi simpleza y habían aprendido con escritura
el arte de lisonjear y estafar, me lisonjeaban y estafaban
á su salvo.
Apenas decía yo que me dolía la cabeza, cuando
todos se volvían módicos v cada uno me ordenaba mil
remedios; si ganaba en el juego, no lo atribuían á
casualidad, sino á mi mucho saber; si daba algún ban-
quetito, mo ensalzaban por más liberal que Alejandro; si
bebía más de lo regular y me embriagaba, decían que
era alegría natural; si hablaba cuarenta despropósitos
sin parar, me atendían como á un oráculo, y todos me
celebraban por un talento raro de a(|uellos que el mundo
admira de siglo en siglo. En una palabra, cuanto hacía,
cuanto decía, cuanto compraba, cuanto había en mi casa,
íTS*-; ■ V^;.-_^i • •
OBRAS ESCOGIDAS
137
hasta una perrilla roñosa y una cotorra insulsa y grita-
dora, capaz de incomodar con su can, can, al mismo
Job, era para mis caros amigos ¡y qué caros! objeto de
su admiración y sus elogios.
Pero ¿qué más. si Luisa misma se reía conmigo á so-
las de verse adular tan excesivamente? Y á la verdad tenía
razón, pues el almonedero que me puso la casa se hizo
mi amigo, con ocasión de ir á ella muy seguido á vender-
me una porción de muebles que le compré, y este mismo,
luego que vio el trato que yo daba á Luisa, olvidándose
de (|ue él propio la había llevado á mi casa de cocinera,
la cortejaba, le hacía platos en la mesa y con la mayor
seriedad le daba repetidamente el tratamiento de señorita.
Cuatro ó cinco meses me divertí, triunfé y tiré am-
pliamente, y al fin de ellos comenzó á serme ingrata la
Ion una. ó hablando como cristiano, la Providencia fué
disponiendo ó justiciera el castigo de mis extravíos ó
piadosa el freno de ellos mismos. \^ ., isr^ --• ..
Entre las señoras ó no señoras que me visitaban iba
una buena vieja que llevaba una niña c<omo de diez y
sois años, mucho más bonita que Luisa, y á laque yo, á
• 'xcusas de ésta, hacía mil fiestas v enamoraba terca-
1 ■ - . ■ ■ .
mente, creyendo que sa coní|uista me sería taii íacjl
como la (jue había conseguido fe: bíras^ pero IH>;
íué así; la muchacha era muy viva, y aun<jue no le
])osaba ser querida, no quería prostituirse á rñi íáécívia.,. ~
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. 11, C. ---35. / ~ Z^ ' " ^T- : ;^" . ' > ::
í*^'"
138
PENSADOR MEXICANO
Tratábame con un estilo agridulce, con el que cada
día encendía mis deseos y acrecentaba mi pasión. Cuando
me advirtió embriagado de su amor, me dijo que yo tenía
mil prendas y merecía ser correspondido de una prin-
cesa; pero que ella no tenía otra que su honor, y lo esti-
maba en más que todos los haberes de esta vida; que
ciertamente me estimaba y agradecía mis finezas; que
sentía no poder darme el gusto que yo pretendía; pero
que estaba resuelta á casarse con el primer hombre de
bien (jue encontrara, por pobre que fuera, antes que
servir de diversión á ningún rico.
Acabé de desesperarme con este desengaño, y con-
cibiendo que no había otro medio para lograrla (jue ca-
sarme con ella, le traté del asunto en aquel mismo ins-
tante, y en un abrir y cerrar de ojos quedaron celebrados
entre los dos los esponsales de futuro.
Mi expresada novia, que se llamaba Mariana, dio
parte á su madre de nuestro convenio, y ésta quiso con
tres más. Yo avisé política y secretamente lo mismo á
un religioso grave y virtuoso que protegía á Mariana, por
ser su tío, y no me costó trabajo lograr su beneplácito
para nuestro enlace; pero para que se verificara faltaba
que vencer una no pequeña dificultad, que consistía en
ver cómo me desprendía de Luisa, á quien temía yo, co-
nociendo su resolución y lo poco que tenía que perder.
Mientras que adivinaba de qué medios me valdría
""^^■v
OBRAS ESCOGIDAS
139
para el efecto, no me descuidaba en practicar todas las
precisas diligencias para el casamiento. Fué necesario
ocurrir á mis parientes para que me franquearan mis
informaciones. Luego que éstos supieron de mí con tal
ocasión y se certificaron de que no estaba pobre, ocu-
rrieron á mi casa como moscas á la miel. Todos me
reconocieron por pariente, y hasta el picaro de mi tío,
el abogado, fué el primero que me visitó y llenó varias
veces el estómago á mi costa.
Ya las más cosas dispuestas, sólo restaban dos nece-
sarias: hacerle las donas á mi futura y echar á Luisa de
casa. Para lo primero me faltaba plata; para lo segundo
me sobraba miedo; pero todo lo conseguí con el auxilio
de Roque, como veréis en el siguiente capítulo.
r
*Gran Sorteo 27 J^^ A favor del *
Santuario 0^| de nuestra
Señora de ^^^ Guadalupe.
□7^596ü
Diez y seisavo de Billete para el Sorteo '
\ veinte y siete cfiu se celebra en la RU ¡j
jj Lotería el di a 22 de Agosto de 1S06.
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Vale un peso O..
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^'¿^•r>?;^ ;
■Tlj?' -r- •■ - ■^j' ; •'rr^-'T^^i^^^
CAPITULO VI
En el que se refiere cómo echó Periquillo á Luisa de su casa,
y su casamiento con la niña Mariana
Tomado el dicho á mi novia, presentadas las infor-
maciones y conseguida la dispensa de vanas, sólo res-
taba, como acabé de decir, hacerle las donas á mi que-
rida y echar de casa á Luisa. Para ambas cosas pulsaba
yo insuperables dificultades. Ya le había comunicado á
lioque mi designio de casarme, encargándole el secreto;
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 36.
142
PENSADOR xMEXICANO
mas no le había dicho las circunstancias apuradas en (jue
me hallaba, ni él se atrevía á preguntarme la causa de
mi dilación; hasta (jue yo, satisfecho de su viveza, le dije
todo lo que embarazaba el acabar de verificar mis pro-
yectos.
Luego que él se informó, me dijo: — ¿Y que hayas
tenido la paciencia de encubrirme esos trapantojos que te
acobardan, sabiendo que soy tu criado, tu condiscípulo y
tu amigo, y teniendo experiencia de que siempre te he ser-
vido con fidelidad y cariño? ¡Vamos! no lo creyera yo de
tí: pero dejemos sentimientos y anímate, que fácilmente
vas á salir de tus aprietos. Por lo que toca á las donas,
supongo que las querrás hacer muy buenas, ¿no es así?
— Así es, en efecto, le dije, y ya ves que he gastado
mucho, y que el juego días hace que no me ayuda.
Apenas tendré en el baúl trescientos pesos, con los
que escasamente habrá para la función del casamiento.
Si me pongo á gastarlos en las donas, no tengo ni
con qué amanecer el día de la boda: si los reservo
para ésta, no puedo darle nada á mi mujer, lo (jue
sería un bochorno terrible, pues hasta el más infeliz
procura darle alguna cosita á su novia el día (|ue se casa.
Conque ya ves (|ue ésta no es tranca fácil de brincar.
— Sí lo es, me dijo Hoque muy sereno: ¿hay más
que solicitar los géneros fiados por un mercader y un
aderecito regular por un dueño de platería? — Pero
"■S'TÍ'".--
?;•;•?,■ ■'í,'7>*'
OBRAS ESCOGIDAS
143
^^quíén me ha de fiar esa cantidad, cuando yo no me
lie dado á conocer en el comercio?
— ¡Qué tonto eres, Pedrito, y cómo te ahogas en
poca agua! Dime, no es tu tío el licenciado Maceta? —
Sí lo es. — ¿Y no es hombre de principal conocido? —
'i'ambién lo es, le respondí, y muy conocido en México.
— Pues andar, decía Roque, ya salimos de este paso.
Vístete lo mejor que puedas; toma un coche y yo te
llevaré á un cajón y á una platería, á cuyos dueños
conozco; preguntas por los géneros que quieras, pides
cuantos has menester, los ajustas y los haces cortar, y ya
que estén cortados, dices al cajonero que esperas dinero
de tu hacienda dentro de quince ó veinte días; pero (¡ue
estando para casarte muy pronto y necesitando aquella
ropa para arras ó donas para tu esposa, le estimarás el
lavor de que te los supla, dejándole para su seguridad
una obligación firmada de tu mano.
El comerciante se ha de resistir con buenas razones,
pretextando mil embarazos f'ira fiarte, porque no te
conoce. Entonces le preguntas tú que si conoce al licen-
ciado Maceta, y que si sabe que es hombre abonado.
l'll te responderá que sí; y á seguida se lo propones de
liador. El mercader, deseoso de salir de sus electos y
viéndose asegurado, admitirá sin duda alguna. Lo propio
iiaces con el platero, y cátate ahí vencida esta gravísima
dilicultad.
>
É:
144
PENSADOR MEXICANO
— No me parece mal el proyecto, le dije á Roque;
pero si el tío no quiere fiarme ¿qué hacemos? En ese
caso quedo más abochornado. — ¿Cómo no ha de querer
fiarte, dijo Ro(jue, cuando te tiene por rico, te visita tan
seguido y te quiere tanto?
— Todo está muy bien, le contesté; pero ese mi tío
es muy mezquino. Si supieras que á otro sobrino suyo,
(jue cierta vez se vi(') amenazado de llevar doscientos
azotes en las calles públicas, no sólo no lo favoreció,
sabiéndolo, sino que le escribió una esquela muy seca
dándole á entender que si en dinero estribaba librarse
de esa afrenta, que no contara con él sino que la sufrie-
ra, pues la había merecido, ¿qué dijeras? — Dijera, me
contestó Roque, que eso lo hizo con un sobrino pobre;
pero mis orejas apuesto á que no lo hace con un sobrino
como tú. Mira, Pedrito; el hombre muy mezquino ordi-
nariamente es muy codicioso, y su mismo interés lo hace
ser franco cuando menos piensa; por eso dice el refrán,
que la codicia rompe el saco; y otro dice, que siempre
el estreñido muere de cursos. Sobre todo, hagamos la
tentativa, que nada cuesta. Díle que apenas tienes en el
baúl dos mil pesos; (jue piensas sacar dinero á réditos
para quedar bien en este lance; que dentro de quince
ó veinte días te traerán ó dinero ó ganado de tu hacien-
da; cuéntale cuántas mentiras puedas y regálale alguna
cosa bonita á su mujer, convidando á los dos para padri-
"■^■■^i^?* .'■ •.
"■^^■: ■
•■ v^ ? -
OBRAS ESCOGIDAS
145
nos; y cuando hayas hecho todo esto, díle cómo están los
grneros y alhajas detenidos por falta de un fiador, y que
tú, descansando en su amistad, lo propusiste por tal,
creyendo no te desairaría. Esto lo has de decir después
(le comer y después de haber llenado la copa cinco
ú seis veces, teniendo prevenido el coche á la puerta;
V móchame si no sucede todo á medida de nuestro
deseo.
Convencido con la persuasión de Roque, me deter-
miné á poner en práctica sus consejos, y todo sucedió al
pie de la letra, según él me había pronosticado; porque
apenas me dio el deseado sí mi dicho tío, cuando sin
darle lugar á que se arrepintiera, nos embutimos en el
coclíG, fuimos al cajón, y se extendió la obligación en
cabeza del tío en estos términos:
Di(jo i/o, el licenciado don X ico ñor Maceta; que
jior la jiresentc me obligo en toda for/na d satisfacer d
don Xicasio Brundiirín, de este comercio, la cantidad de
vil udl pesos, im¡}orte de los géneros que lia sacado de su
cns/i id crédito, mi sobrino don Pedro Sarmiento para las
(Ini.ns de su esposa: cuya obligación cumpliré pasado el
¡>ki:() de un nies, en defecto del legítimo deudor mi expre-
s'o/o sobrino. Y pai'a que conste lo firmé, etc.»
Recibió el don Nicasio su papelón muy satisfecho, y
yo mis géneros, que metí en el coche, y nos fuimos á la
platería donde se representó la misma escena, y me
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 37.
146
PENSADOR MEXICANO
dieron un aderezo y cintillo de brillantitos que importó
quinientos y pico de pesos.
Dejó en la sastrería los géneros, dando al sastre las
señas de la casa de mi novia y orden para que fuese á
tomarle las medidas, le hiciese la ropa y le entregase de
mi parte las alhajas.
Concluida esta diligencia, me volví á casa con el tío,
quien me decía en el coche de cuando en cuando: —
Cuidado, Pedrito: por Dios, no quedemos mal, que estoy
muy pobre. — Y yo le respondía con la mayor socarra: —
Xo tenga usted cuidado, que soy hombre de bien y tengo
dinero.
En esto llegamos á casa, refrescamos, y mi tío se fué
á la suya; cenamos, y después que Luisa se acostó,
llamé á Roque y le dije: — No hay duda, amigo, que
tú tienes un expediente liberal para todo. Yo te doy las
gracias por la bella industria que me diste para salir
de mi primera apuración; pero falta salir de la segunda,
que consiste en ver cómo se va Luisa de casa; porque ya
ves que dos gatos en un costal se arañan. Ella no puede
quedar en casa conmigo \ Marianita, porque es muy
celosa; mi mujer no será menos, y tendremos un infier-
no abreviado. Si una mujer celosa se compara en las
Sagradas Letras á iin esror/n'()n, // se dice (/((c no Jiatj ira
mfi'/or (ji((> ¡í( ira (le una nmjcr: (¡uc mejor seria virir
con un león ij con un dr(i<jón, (¡ue con una de éstas, ¿qué
,_JJ,i>_--. .. ... . ■. ^
OBRAS ESCOGIDAS
147
diiv yo al vivir con dos mujeres celosas é iracundas? Así,
pues, Roque, ya ves que por manera alguna me con-
viene vivir con Luisa y mi mujer bajo de un techo, y
siendo la última la que debe preferirse, no sé cómo
desembarazarme de la primera, mayormente cuando no
me ha dado motivo; pero ello es fuerza que salga de mi
casa, y no só el modo.
— Eso es lo de menos, me dijo Roque, ¿me das
licencia de que la enamore? — Haz lo que quieras, le res-
pondí.— Pues entonces, continu<') él, haz de cuenta que
está todo remediado. ¿Qué mujer es más dura que una
peña? Y en una peña hace mella una poca de agua
cayendo con continuación. Yo te prometo rendirla en
cuatro días. No la quiero; pero sólo por servirte la sedu-
ciré lo mejor que pueda, y cuando logre sus favores,
aplazaré un rato crítico, en el fjue tú, hallándonos en
parte sospechosa, puedas, si (juieres, darle una paliza,
suponiendo tener mucha razón, y echarla de tu casa en
el instante sin que ella tenga boca para reconvenirte.
Concebí que el proyecto de Roque era demasiado
injusto y traidor; pero me convine con él, porque no
'Micontré otro más eficaz, y así, dándole mis veces, espe-
raba con ansia el apurado momento de lanzar á Luisa
do mi casa.
Roíjue, (|ue no siendo mal mozo era muy lépero, y
^on reales que yo le franqueé para la empresa, se valió
148
PENSADOR MEXICANO
de cuantas artes le sugir¡(') su genio para la conquista de
la incauta Luisa, la que no le fué muy difícil conseguir,
como que ella no estaba acostumbrada á resistir estos
ataques: y así á pocos tiros de Roque rindió la plaza
de su l'alsa fidelidad, v el general señaló día, hora v
lugar para la entrega.
Convenidos los dos. me dio el parte compactado, y
cuando la miserable estaba enajenada deleitándose en los
brazos de su nuevo v traidor amante, entré vo, como
de sorpresa, ungiendo una cólera y unos celos implaca-
bles, y dándolo algunas bofetadas, y el lío de su ropa,
(|ue previne, la puse en la puerta de la calle.
La infeliz se me arrodilló, lloró, perjuró é hizo
cuanto pudo para satisfacerme; pero nada me satisfizo,
como que yo no había menester sus satisfacciones sino
su ausencia. En fin. la pobre se fué llorando, y yo y
Hoque nos quedamos riendo y celebrando la facilidad
con que se había desvanecido el formidable espectro que
detenía mi casamiento.
Pasados ocho días de su ausencia, se celebraron mis
bodas con el lujo posible, sin faltar la buena mesa y baile
que suele tener el primer lugar en tales ocasiones.
A la me.sa asistieron mis parientes y amigos, y
muchos más entremetidos á quienes yo no conocía, pero
fiue se metieron á título de sinvergüenzas aduladores y
yo no podía echarlos de mi casa sin bochorno; pero ello
.uno de ellos, añanzando á su enemigo del peinado, se quedó con el casquete
en las manos
1- -
,.
OBRAS ESCOGIDAS
149
es que acortaron la ración á los legítimamente convida-
dos y fueron causa de que la pobre gente de la cocina
se quedase sin comer.
Concluida la comida se dispuso el baile, que duró
hasta las tres de la mañana, y hubiera durado hasta el
amanecer si un lance gracioso y de peligro no lo hubiera
interrumpido.
Fué el caso que estando la sala llena de gente, no
sé por qué motivo tocante á una mujer, de repente se
levantaron de sus asientos dos hombres decentes, y
habiéndose maltratado de palabra un corto instante,
llegaron á las manos, y el uno de ellos, afianzando á
su enemigo del peinado, se quedó con el casquete en las
manos, y el contrario apareció secular en todo el traje y
sólo fraile en el cerquillo.
En este momento depuso la ira el enemigo; la
mujer, objeto de la riña, desapareció del baile; todos los
circunstantes convirtieron en risa el temor de la pen-
dencia, y el religioso hubiera querido ser hormiga para
c-conderse debajo de la alfombra.
En tan ridiculas circunstancias salió en su traje
aquel buen religioso, que os he dicho que era tío de mi
mujer, el que, por muchas instancias, y con la ocasión de
haberse casado su sobrina había asistido á la mesa públi-
camente V se divertía un rato con el baile, casi escondido
on la recámara. Salió de ella, digo, y lleno de una santa
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II, C. — 38.
150
PENSADOR MEXICANO
cólera, encarándose con el religioso disfrazado, le dijo: —
Ni sé si hablarle á usted como á religioso ó como á secu-
lar, pues todo me jíarece en este instante, ponjue de todo
tiene, como el murciélago de la fábula, (jue cuando le
convenía ser ave alegaba tener alas, y cuando terrestre
lo pretendía probar con sus tetas! Usted por la cabeza
parece religioso, y por el cuerpo secular; y así vuelvo á
decir, que no sé por qué tenerlo y cómo tratarlo, aunque
la buena filosolia me dicta que es usted religioso, porque
es más creíble que un religioso extraviado se disfrace en
traje de secular para ir á un baile, que no que un secular
se abra el cerquillo para el mismo efecto.
Pero siendo usted religioso ¿no advierte que con
presentarse en un baile en semejante traje da á enten-
der que se avergüenza de tener hábitos, porque éstos no
parecen bien en los bailes? ¿Xo está pregonando su rela-
jaci<')n y cometiendo una interrumpida apostasía? ¿No ve
que infringe el voto de la obediencia? ¿No reílexiona (jue
escandaliza á sus hermanos que lo saben y á los secu-
lares (jue lo conocen, pues es muy raro el religioso que
no es conocido por algunos individuos en un baile? ¿No
atiende á que quita el crédito á sus prelados injusta-
mente, pues los seculares poco instruidos creerán que el
disimulo <') la indolencia de sus superiores produce estas
licencias desordenadas, cuando los que tenemos en las
religiones el cargo d-e gobernar á los demás, por más que
OBRAS ESCOGIDAS
151
llagamos, no podemos muchas veces contener á los dís-
colos ni penetrar los infernales arbitrios de que se valen
para eludir nuestro celo y vigilancia?
Y si esto es sólo por el hecho de presentarse en un
baile vestido de secular, ¿qué será por venir con mujeres
y suscitar en tales concurrencias riñas y pendencias por
ellas con la ocasión perversa de los celos?
No quiero aquí saber ni quién es, ni en qué religión
ha profesado; básteme ver en usted un fraile y consi-
derar que yo lo soy, para avergonzarme de su exceso.
Pero, hermano de mi alma, ¿qué más hará el secular
más escandaloso en tales lances, cuando ve que un reli-
gioso que ha profesado la virtud, que ha jurado sepa-
rarse del mundo y refrenar sus pasiones, es el primero
(|ue lo escandaliza con su perverso ejemplo? ¿Qué dirán
los señores que conocen á usted y están presenciando
este lance? Los prudentes lo atribuirán á la humana
fragilidad, de la (jue no está el hombre libre, no digo
('11 los claustros, pero ni en el mismo apostolado: pero
los impíos, los necios ó imprudentes, no sólo murmu-
laián su liviandad, sino que vejarán su misma religión,
diciendo: los frailes de tal parte son enamorados, curros,
valentones y fandangueros como fulano; cediendo sin
ninguna justicia en deshonor de su santa religión, el
c'scándalo personal que acaba usted de darles con su mal
^'jemplo.
152
PENSADOR MEXICANO
Quizá, y sin quizá, algunas determinadas religiones
son el objeto de la befa privada en boca de los libertinos
imprudentes por esta causa... Pero ¿qué dije pi'icadar
La mola pública y general (jue han sufrido casi todas las
religiones no la ha motivado sino el mal proceder de
algunos de sus hijos escandalosos y desnaturalizados.
No por esto se crea que yo soy un frailo que me
escandalizo do nada ni me hago el santo. Soy pecador,
¡ojalá no lo fuera I só que el descuido de usted ni es el
primero ni el más atroz de los que el mundo ha visto; só
también que hay ocasiones en que es indispensable á los
religiosos asistir á los bailes; pero sé que en estas ocasio-
nes pueden estar con sus hábitos, que nada indecorosos
son cuando visten á un individuo religioso; so que la sola
asistencia de un frailo en un bailo, con licencia tácita ó
expresa do su prelado, no es pecado; sé que no es me-
nester que el dicho religioso en tales lances juegue, baile,
riña, corteje ni escandalice do modo alguno á los secula-
res; antes sí, tiene en los mismos bailes y concurrencias
un lugar muy amplio para edificarlos y honrar su reli-
gión sin afectación ni monería. Lo mismo dijera de los
clérigos si mo perteneciera. Y esto ¿cómo se puede
lograr á poca costa? Con no manifestar inclinación á
ellos ni tenerla en efecto, y con portarnos como reli-
giosos, cuando la política ú otro accidente nos obligue
á asistir á las funciones de los seculares.
■•^^>^\. ■"-■'■::;
■ ■¡■i^'^.'rr^,^-
y. :rai»>* — : '^rr 's^^-'^jT; -
OBRAS ESCOGIDAS
153
No soy tan rigorista que tenga por crimen todo
género de concurrencia pública con los seglares. No,
señor; la profesión religiosa no nos prohibe la civili-
zación que le es tan natural y decente á todo hombre;
antes muchas ocasiones debemos prestarnos á las más
lestivas concurrencias, si no queremos cargar con las
notas de impolíticos y cerriles. Tales son, por ejemplo,
la bendición de una casa ó hacienda; el parabién de un
empleo ó la asistencia á su posesión; una cantamisa, un
bautismo, un casamiento y otras funciones semejantes.
En una palabra, en mi concepto no es lo malo que
tal cual vez asista un religioso á estos actos, sino que sea
frecuente en ellos, y que no asista como quien es, sino
como un secular escandaloso.
La virtud no está reñida con la civilización. Jesu-
cristo, (|ue nos vino á enseñar con su vida y ejemplo el
camino del cielo, nos dejó autorizada esta verdad, ya
asistiendo á las bodas y convites públicos que le hacían,
ú ya familiarizándose con los pecadores como con la Sa-
niaritana y el Publicano. ¿Pero cómo asistía el Señor á
tales partes, para qué, y cuál era el fruto que sacaba de
sus asistencias? Asistía como la misma santidad; asistía
para edificar con su ejemplo, instruir con su doctrina y
favorecer á los hombres con sus gracias, siendo el fruto
<ie tan divinas asistencias la conversión de muchos peca-
dores extraviados. ¡Oh I Si los religiosos que asisten á
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 39.
V:
154
PENSADOR MEXICANO
funciones y convites profanos no fueran sino á edificar
a los concurrentes con sus modestos ejemplos, ¡qué dife-
rente concepto no formaran de ellos los seglares, y cuán-
tas llanezas y atrevimientos pecaminosos se excusarían
con su respetable presencia!
Eh; basta de sermón. Si he excedido los límites de
una reprensión fraternal, sépase que ha sido, no para
confusión de este religioso, sino para su enmienda y es-
carmiento; lo he hecho en este lugar porque en este
lugar ha delinquido, y al que en público peca se debe
corregir públicamente; y por último, he dicho, señores,
lo que habéis oído, para (jue se advierta que si hay algu-
nos pocos frailes relajados que escandalicen, también hay
muchos (jue abominen el escándalo y que edifiquen con
su buen ejemplo. Ustedes continúen divirtiéndose y
pasen buena noche.
Diciendo esto, se entr<') mi tío á la recámara que se
le destinó, llevándose de la mano al avergonzado reli-
gioso. Los más de los bailadores va se habían ido
porque no les acomod(') el sermón: los músicos se esta-
ban durmiendo, mis padrinos y yo teníamos ganas de
acostarnos, y con esto, pagó Roque lo que se debía a los
dichos músicos, se fueron todos á sus casas v nos reco-
gimos.
Al siguiente día nos levantamos tarde yo y mi es-
posa, á hora en que ya el tío había llevado al frailecito á
'rPf^i^'^-^^. ■■■?■' >.
OBRAS ESCOGIDAS
loo
su convento, aunque, según después supimos, sólo lo dejó
en su celda, acompañándolo como amigo sin acusarlo
ante su prelado como él temía.
Se pasaron como quince días de gustos en compa-
ñía de mi esposa, á quien amaba más cada día, así por-
(|ue era bonita como ponjue ella procuraba ganarme la
voluntad; pero como en esta vida no puede haber gusto
permanente y es tan cierto que la tristeza y el llanto
siempre van pisándole la laida al gozo, sucedió que se
cumplió el plazo puesto al cajonero y al platero, y cada
uno por su parte comenzó á urgirme por su dinero.
Yo, tan lejos estaba de poder pagarles, (jue ya se
me había arrancado de raíz, y tenía que estar enviando
varias cosas al Parián y al Montepío á excusas de mi
mujer, porque no conociera tan presto la flaqueza de
mi bolsa.
Los acreedores, viendo (jue á la primera y segunda
reconvención no les pagué, dieron sobre el pobre abo-
gado, y éste, no queriendo desembolsar lo que no había
aprovechado, me aturdía á esquelas y recados, los que yo
contestaba con palabritas de buena crianza, dándole espe-
ranzas y concluyendo con que pagara por mí, que vo le
I)agaría después; mas eso solamente era lo que él procu-
raba excusar.
No sufrieron más dilación los acreedores, sino que
se presentaron al juez contra el abogado, manifestando
156
PENSADOR MEXICANO
la obligación que había otorgado de pagar en defecto
mío. El juez, que no era lego, al ver la obligación se
sonrió y les dijo á los demandantes que aquella obliga-
ción era ilegal, y que ellos vieran lo que hacían, porque
tenían perdido su dinero, en virtud de una ley expresa ^
que dice: <'Y para remediar el imponderable abuso que
con el mismo motivo de bodas se experimenta en estos
tiempos, mando que los mercaderes, plateros de oro y
plata, lonjistas, ni otro género de personas, por sí ni por
interposición de otras personas, puedan en tiempo alguno
pedir, demandar ni deducir en juicio las mercaderías y
géneros que dieren al fiado para dichas bodas á cuales-
quiera personas de cualquier estado, calidad y condición
<|ue sean.» ^
Fríos se quedaron los pobres acreedores con esta
noticia; pero no desmayaron, sino que pusieron el nego-
cio en la Audiencia. El abogado, que se vio acosado por
dos enemigos en un tribunal tan serio, trató de defen-
derse y halló la ley que citó á su favor; pero no le valió,
pues los señores de la Audiencia sentenciaron que en
clase de multa pagara el licenciado la cantidad deman-
dada, pues ó había obrado con demasiada malicia ó igno-
• Aut. 4, tit. 12, lib. 7 de la Recop., en el ji 26.
* Don Marcos Gutiérrez, en eu lebrero reformado, en comprobación de esta deci-
fiión legal, trae el caso ejecutoriado entre don Antonio Zorraquln, mercader, y don Euge-
nio Cacliurro, su deudor, de más de doce mil reales que le prestó para su boda. El citado
mercader puso pleito ejecutivo al segundo el año de 1700 exigiéndolo de paga; el juez
declaro por nula la escritura de obligación, como hecha contra ley expresa, y el Consejo
confirmó la sentencia en apelación. Febrero. P. I, tom. 2, cap. 18, § 25.
OBRAS ESCOGIDAS
157
rancia en el caso, y de cualquiera manera era acreedor á
líi pena, ó bien por la mala te con que había obrado
engañando á los demandantes, ó bien por la crasa igno-
rancia de la ley que tenían en contra, lo (|ue no era dis-
culpable en un letrado.
Con esto el miserable tío escupió la plata mal de
su grado, y siguió la demanda contra mí, que sabedor
ya de cuanto había ocurrido, protestando siempre pagar
á mejora de fortuna, me afiancé de la misma ley para
librarme de la ejecución, y se declaró no tener lugar
dicha demanda judicialmente.
En este estado quedó el asunto y perdido el dinero
del tío, á quien jamás le pagué. Mal hecho por mi parte;
pero justo castigo de la codicia, adulación y miseria del
licenciado.
En estas y las otras se pasaron como tres meses,
tiempo en que, no pudiendo ocultarle ya á mi mujer mis
ningunas proporciones, fué preciso ir vendiendo y empe-
ñando la ropa y alhajitas de los dos, para mantener el
lujo de comedia á que me había acostumbrado; de modo
([ue los amigos no extrañaban los almuercitos, bailes y
bureos que estaban acostumbrados á disfrutar.
Mi esposa sola era la que no estaba contenta con
ver su ropero vacío. Entonces conoció que yo no era
un joven rico, como ella había pensado, sino un pobre
vanidoso, flojo é inútil, que nada tardaría en reducirla á
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 40.
158
PENSADOR MEXICANO
la miseria; y como no se me había entregado por amor
sino por interés, luego que se cercioró de la falta de éste,
comenzó á resfriarse en su cariño, v va no usaba con-
migo los extremos (|ue antes.
Yo, de la misma manera, empece á advertir que ya
no la amaba con la ternura (jue al principio, y aun me
acordaba con dolor de la pobre Luisa. Ya se ve, como
tampoco me casé por amor, sino por otros fines poco
honestos, deslumhrado con la hermosura de Mariana v
agitado por la privación de mi apetito, luego que éste
se satisfizo con la posesión del objeto que deseaba, se
lué entibiando mi amor insensiblemente, y más cuando
advertí que ya mi esposa no tenía aquellos colores roza-
gantes que de doncella; y para decirlo de una vez, luego
(juo yo satisfice los primeros ímpetus de la lascivia ya
no me pareció ni la mitad de lo (jue me había parecido al
princij)io. Ella, luego que conoció que yo era un pelado
y que no podía disl'rutar conmigo la buena vida (jue se
prometió, también me veía ya de distinto modo, y ambos,
comenzando á vernos con desvío, seguimos tratándonos
con desprecio y acabamos aborreciéndonos de muerte.
Ya muy cerca de este último paso sucedió que
estaba yo debiendo cuatro meses de casa, y el casero
no podía cobrar un real por más visitas que me hacía.
No faltó de mis más queridos amigos quien le dijera
como yo estaba muy pobre y que no se descuidara; bien
■aw^
OBRAS ESCOGIDAS
159
que, aunque esto no se lo hubiera dicho, mi pobreza ya
se echaba de ver por encima de la ropa, pues ésta no era
con el lujo que yo acostumbraba; las visitas se iban reti-
rando de mi casa con la misma prisa que si fuera de un
lazarino; mi mujer no se presentaba sino vestida muy
llanamente, porque no tenía ningunas galas: el ajuar de
la casa consistía en sillas, canapés, mesas, escribanías,
roperos, seis pantallas, un par de bombas, cuatro santos,
mi cama y otras maritatas de poco valor; y para remate
do todo, mi tío, el fiador, viendo que no le pagaba, no
sólo quebró la amistad enteramente, sino (jue se cons-
tituy(') en mi más declarado enemigo, y no quedó uno, ni
ninguno de cuantos rñe conocían, que no supieran que
yo le había hecho perder más de talega y media, pues á
todos se los contaba, añadiendo que no tenía esperanza
do juntarse con su dinero, porque yo era un pelagatos,
larolim y picaro de marca.
No parece este vil proceder de mi tío sino al de la
gente ordinaria, que no está contenta si no pregona por
todo el mundo quiénes son sus deudores, de cuánto y
ci')ino contrajeron las deudas, sin descuidarse, por otra
I)arte, de cobrar lo que se les debe. Por esto el discreto
Boeangel dice:
No debas á gente ruin,
Pues mientras estás debiendo,
Cobran primero en tu fama,
Y después en tu dinero.
^yii.'í*". T
■s-TTfa^rí^^^ '' ,f ^«i»*' v^"T»y>iyi^,'^V 1V5!?fl-'"*'i!-**'^^r ■ '
160
PENSADOR MEXICANO
Con semejantes clarines de mi pobreza, claro está
que el casero no se descuidaría en cobrarme. Así fué.
Viendo (jue yo no daba traza de pagarle, que la casa
corría, que mi suerte iba de mal en peor, y que no le
valían sus reconvenciones extrajudiciales, se presentó á
un juez, quien, después de oírme, me concedió el plazo
perentorio de tres días para que le pagara, amenazán-
dome con ejecución y embargo en el caso contrario.
Yo dije amén, por quitarme de cuestiones, y me luí
á casa con Roque, quien me aconsejó que vendiera todos
mis muebles al almonedero (|ue me los había vendido,
pues ninguno los pagaría mejor; que recibiera el dinero,
me mudara á una viviendita chica con la cama, trastos
de cocina y lo muy preciso, pero por otro barrio lejos de
donde vivíamos; que despidiera en el día á las dos cria-
das para quitarnos de testigos, mas (|ue comiéramos de
la Tonda, y hechas estas diligencias, la víspera del día
en que temía el embargo, por la noche me saliera de la
casa dejándole las llaves al almonedero.
Como yo era tan puntual en poner en práctica los
consejos de Roque, hice al pie de la letra y con su auxi-
lio cuanto me propuso esta vez. V\ fué á buscar la casa y
la aseguró, y yo en los dos días traté de mudar mi cama
y algunos pocos muebles, los más precisos. Al día ter-
cero llam(') Roque al almonedero, quien vino al instante,
y yo le dije que tenía que salir de México al siguiente sin
OBRAS ESCOGIDAS
161
(alta alguna; que si me quería comprar los muebles que
dejaba en la casa, que lo prefería á él para vendérselos,
porque mejor que nadie sabía lo que habían costado, y
(jue si no los quería que me lo avisara para buscar mar-
ciiantes, en inteligencia de que me importaba verificar el
trato en el mismo día, pues tenía que salir al siguiente.
El almonedero me dijo que sí, sin dilatarse; pero
comenzó á ponerles mil defectos, que no conoció al tiem-
po de venderlos.
— Esto es antiguo, me decía; esto ya no se usa; esto
está quebrado y compuesto; esto está medio apelillado;
esto es de madera ordinaria; esto está soldado; á esto le
falta esta pieza; á esto la otra; esto está desdorado; esta
es pintura ordinaria; — y así le fué poniendo á todo sus
defectos y haciéndomelos conocer, hasta que yo, enfa-
dado, le di en ochenta pesos todo lo que le había pasa-
do en ciento sesenta; pero por ñn cerramos el trato, y
me ofreció venir con el dinero á las oraciones de la
noche.
No faltó á su palabra. Vino muy puntual con el
dinero; me lo entregó y me exigió un recibo, expresando
en él haberle yo vendido en aquella cantidad tal y tal y
t^^l mueble de mi casa, con las señas particulares de cada
cnsa. Yo, que deseaba afianzar aquellos reales y mudar-
nie. se lo di á su entera satisfacción con las llaves de
casa, encargándole las volviera al casero, y sin más ni
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 41.
162
PENSADOR MEXICANO
más, cogí el dinero y me metí en un coche, que me tenía
prevenido Roque, con mi esposa, despidiéndome del
al monedero, y guiando al cochero para la casa nueva
que Roque le dijo.
Luego que llegamos á ella advirtió mi esposa que
era peor y más reducida que la que tenía antes de casar-
se, con menos ajuar y sin una muchacha de á doce
reales. La infeliz se contristó v manifestó su sentimiento
con imprudencia; yo me incomodé con sus delicadezas
echándole en cara la ninguna dote que llevó á mi poder;
tuvimos la primera riña en que desahogamos nuestros
corazones, y desde aquel instante se declaró nuestro
mutuo aborrecimiento. Pero dejemos nuestro infeliz ma-
trimonio en este estado, y pasemos á ver lo que sucedió
al día siguiente en mi antigua casa.
No parece sino que los accidentes aciagos se rigen á
las veces por un genio malhechor, para que sucedan en
los instantes críticos de la desgracia; porque en el mismo
día tercero (jue el almonedero fue con las llaves á sacar
los muebles vendidos, en la misma hora llegó el casero
con el escribano, que llevaba á raja tablas la orden de
proceder al embargo de mis bienes.
Abri<') el almonedero y entró con sus cargadores
para desocupar la casa, y el casero con el escribano y los
suyos para el mismo efecto. Aquí fué ello. Luego que los
dos se vieron y se comunicaron el motivo de su ida á
OBRAS ESCOGIDAS
163
aquella casa, comenzaron á altercar sobre quién debía
ser preferido. El casero alegaba la orden del juez, y el
almonedero mi recibo. Los dos tenían razón v demanda-
ti
ban en justicia; pero uno solo era quien debía quedarse
con mis muebles, que no bastaban para satisfacer á dos.
El casero ya se conformaba con que se dividiera el
infante y se quedara cada uno con la mitad; pero el
almonedero, que había desembolsado su plata, no entra-
ba por ese aro.
Por último, después de mil inútiles altercaciones, se
convinieron en que los muebles se quedasen en la casa,
inventariados y depositados en poder del sujeto más
pudiente de la vecindad hasta la sentencia del juez, el
que declaró pertenecerle todos al almonedero, como (jue
tenía constancia de habérselos yo vendido, quedando ai
casero su derecho á salvo para repetir contra mí en caso
de hallarme. Todo esto lo supe por Roque, que no se
descuidaba en saber el último fin de mis negocios.
Pasada esta bulla, y considerándome yo seguro, pues
á título de insolvente no me podía hacer ningún daño el
casero, sólo trataba de divertirme sin hacer caso de mi
esposa y sin saber las obligaciones que me imponía el
matrimonio. Con semejante errado proceder me divertí
alegremente, mientras duraron los ochenta pesos. Con-
cluidos éstos, comenzó mi pobre mujer á experimentar
los rigores de la indigencia y á saber lo que era estar
'V
164
PENSADOR MEXICANO
casada con un hombre que se había enlazado con ella
como el caballo y el mulo que no tienen entendimiento.
Naturalmente, comenzó á hostigarse de mí más y más y
á manifestarme su aborrecimiento. Yo, por consiguiente,
la aborrecía más á cada instante, y como era picaro, no
se me daba nada de tenerla en cueros y muerta de
hambre.
En estas apuradas circunstancias, mi suegra con los
chismes de mi mujer me mortificaba demasiado. Todos
los días eran pleitos y reconvenciones infinitas, sin faltar
aquello de — ¡Ojalá y yo hubiera sabido quién era usted!
Seguro está (jue no se hubiera casado con mi hija, pues
á ella no le faltaban mejores novios.
Todo esto era echar leña al fuego, pues lejos de
amar á mi mujer, la aborrecía más con tan cáusticas
reconvenciones.
Mi mal natural, más que el carácter y figura de mi
mujer, me la hicieron aborrecible, junto con las impru-
dencias de la suegra; pero la verdad, mi esposa no
estaba despreciable; prueba de ello fué que concebí unos
í
celos endiablados de un vecino que vivía frente de nos-
otros.
Di en que pretendía á mi mujer y que ésta le corres-
pondía, y sin tener más datos positivos, le di una vida
infernal, como muchos maridos que teniendo mujeres
buenas las hacen malas con sus celos majaderos.
cíT^Ff'U ;■-■ -
.- ^^vT^ ■ •
OBRAS ESCOGIDAS
165
La infeliz muchacha, que aunque deseaba lujo y des-
ahogo, era demasiado fiel, luego que se vio tratar tan
mal por causa de aquel hombre de quien yo la celaba,
propuso vengarse por los mismos filos por donde yo
la hería, y así fingió corresponder á sus solicitudes por
darme qué sentir y que yo la creyera infiel. Fué una
necedad; pero lo hizo provocada por mis imprudentes
celos. ¡Oh, cómo aconsejara yo á todos los consortes que
no se dejaran dominar de esta maldita pasión, pues
muchas veces es causa de que se hagan cuerpos las
sombras y realidades las sospechas 1
Si cuando no había nada, la celaba y la molía sin
cesar, ¿qué no haría cuando ella misma estaba empe-
ñada en darme que sentir? Fácil es concebirlo, aunque
yo no sé cómo combinar el aborrecimiento que le tenía
con los celos que me abrasaban ; pues si es cierto el
común proloquio de que donde no Jiaij amor no Jiaij
rohjfi, seguramente yo no debería haber sido celoso, si no
es que se discurra que no siendo los celos otra cosa que
una furiosa envidia agitada por la vanidad de nuestro
nn^or propio, nos exalta hasta la más rabiosa cólera
í'uando sabemos ó presumimos que algún rival nuestro
qm'Te posesionarse del objeto que nos pertenece por
algún título, y en este caso claro es que no celamos
porque amamos, sino porque concebimos que nos agra-
vian, y aquí bien se puede verificar celo sin amor, y
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II , C. — 42.
160
PENSADOR MEXICANO
concluir que en lo general es falsísimo el refrán vulgar
citado.
Lo primero que hice fué mudar á mi pobre esposa á
una accesoria muy húmeda y despreciable por los arra-
bales del barrio de Santa Ana. A seguida de esto, no
teniendo ya que vender ni que empeñar, le dije á Roque
que buscara mejor abrigo, pues yo no estaba en estado
de poder darle una tortilla; lo puso en práctica al mo-
mento, y le faltó desde entonces á mi esposa el trivial
alivio que tenía con él, ya haciéndole sus mandados, y
ya también consolándola, y aun algunas ocasiones soco-
rriéndola con el medio ó el real que él agenciaba. Esto
me hace pensar que Roque era de los malos por necesi-
dad, más que por la malicia de su carácter, pues las
malas acciones á que se prostituía y los inicuos consejos
que me daba, se pueden atribuir al conato que tenía en
lisonjearme estrechado por su estado miserable; pero, por
otra parte, él era muy fiel, comedido, atento, agradecido,
y sobre todo poseía un corazón sensible y pronto para
remitir una injuria y condolerse de una infelicidad. En
la serie de mi vida he observado que hay muchos Roques
en el mundo, esto es, muchos hombres naturalmente
buenos, á (juienes la miseria empuja, digámoslo así,
hasta los umbrales del delito. Cierto es que el hombre
antes debería perecer que delinquir; pero yo siempre
haría lugar á la disculpa en favor del que cometió un
' ■.•; Tgpv.; ■. ;•!<. o .";*■'■
OBRAS ESCOGIDAS
167
crimen estrechado por la suma indigencia y agravaría
la pena al que lo cometiese por la pravedad de su ca-
rácter.
Finalmente, Roque se despidió de mi casa, y mi
pobre mujer comenzó á experimentar los malos trata-
mientos de un marido picaro que la aborrecía, aunque
ella, lejos de valerse de la prudencia para docilitarme, me
irritaba más y más con su genio orgulloso é iracundo.
Ya se ve, como que tampoco me amaba. -
Todos los días había disputas, altercaciones y riñas,
di' las que siempre le tocaba la peor parte, pues rema-
taba yo á puntapiés y bofetones los enojos, y de este
modo desquitaba mi coraje. Ella se quedaba llorando y
maltratada y yo me salía á la calle á divertir el mal
rato.
A veces no parecía yo en casa hasta pasados los
ocho ó diez días del pleito, y entonces iba á reñir de
nuevo por cualquiera friolera y á requerir a mi mujer
sobre celos, siendo lo más vil de estas reconvenciones
'|U0 eran sin haberle yo dejado un real para comer,
pnreciéndome en esto á muchos maridos sinvergüenzas
que se acuerdan que tienen mujeres para celarlas y ser-
virse de ellas como de criadas, pero no para cuidar de su
subsistencia; sin advertir que el honor de la mujer está
anexo á la cocina, y que cuando el brasero ó chimenea
no humea en la casa, el hombre no debe gritar en
168
PENSADOR MEXICANO
ella; ^ porque las miserables mujeres, aunque sean más
honradas que las Lucrecias, no tienen vientres de cama-
leones para mantenerse con el aire.
Mi desgraciada esposa sufría, en medio del odio con
que me veía, sus desnudeces y trabajos sin atreverse
á vivir con su madre, que era la única que la visi-
taba, consolaba y socorría, al fin madre; ponjue las
dos me temían mucho, y yo había amenazado á mi
mujer de muerte siempre que desamparara la casa. Ni
aun el religioso su tío quería mezclarse en nuestras
cosas.
He dicho que entre mis malas cualidades tenía la
buena de poseer un corazón sensible, y creo que si mi
esposa, en vez de irritarme desde el principio con su
orgullo y de haberme persuadido á que me era infiel,
me hubiera sobrellevado con cariño y prudencia, yo no
hubiera sido tan cruel con ella; pero hay mujeres que
tienen gracia para echar á perder á los mejores hom-
bres.
Las enlermedade.-^ y la mala vida cada día ponían á
• Esto se entiende cuando no humea por holgazanería, inutilidad ó mala versación
del marido, como en el caso de Perico; pero cuando no humea por su pobreza, entonces
la mujer siempre debe ser fiel, y aun ayudarle á su marido; porque Dios, cuando creó la
mujer, no dijo al primer hombre: hagámosle una ama á quien sirva, ni una ociosa á
quien mantenga; sino una mujer que le ayude como á su semejante, faciamus ei adju-
íorium iimili sibi.
OTRA : La moral del lugar anotado y de la nota anterior no es pura. Por más
picaro y abandonado que sea uno de los consortes en el cumplimiento de sus obligacio-
nes, no por esto se exime el otro del deber de cumplir con las suyas; y asi es, que en
ningún caso la mujer debe ser infiel á su marido, ni éste tampoco á su mujer. E.
¿»> " v -'
■^C<:y-
OBRAS ESCOGIDAS
169
mi mujer en peor estado. A esto se agregaba su preñez,
con lo que se puso, no sólo flaca, descolorida y pecosa,
sino molesta, iracunda é insufrible.
Más la aborrecía yo en este estado y menos asistía
en la casa. Una noche que por accidente estaba en ella,
comenzó á quejarse de fuertes dolores y á rogarme que
por Dios fuera á llamar á su madre, porque se sentía
muy mala. Este lenguaje sumiso, poco acostumbrado en
ella, junto con sus. dolorosos ayes, hicieron una nueva
impresión en mi corazón, y mirándola con lástima desde
a(|uel punto, sin acordarme de su genio iracundo y poco
amante, corrí á traer á su madre, quien luego que vino
advirtió que aquellos conatos y dolores indicaban un mal
parto, y que era indispensable una partera.
Luego que me impuse de la enfermedad y de la ne-
cesidad de la facultativa, roguó á una vecina fuera á bus-
carla mientras iba vo á solicitar dinero.
tí
Ella fué corriendo; la halló y la llevó á casa, y yo
empeñé mi capote, que era la mejor alhaja que me había
quedado y no estaba de lo peor, sobre el que me presta-
ron cuatro pesos á volver cinco. ¡Gracias comunes de
1"^ usureros que tienen hecho el firme propósito de que
se los lleve el diablo!
Muy contento llegué á casa con mis cuatro pesos á
hora en que la ignorantísima partera le había arranca-
do el feto con las uñas y con otro instrumento infer-
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 43.
170
PENSADOR MEXICANO
nal, ^ rasgándole de camino las entrañas y causándole un
flujo de sangre tan copioso, que no bastando á contenerlo
la pericia de un buen cirujano, le quitó la vida al segundo
día del sacrificio, habiéndosele ministrado los socorros
espirituales.
¡Oh muerte, y qué misterios nos revela tu fatal
advenimiento 1 Luego que yo vi á la infeliz Mariana,
tendida exánime en su cama atormentadora, pues S('
reducía á unos pocos trapos y un petate, y escuché las
tiernas lágrimas de su madre, despertó mi sensibilidad,
pues á cada instante le decía: — ¡Ay, hija desdichada!
¡Ay, dulce trozo de mi corazón! ¡Quién te había de decir
que habías de morir en tal miseria, por haberte casado
con un hombre que no te merecía y que te trató, no
como un esposo, sino como un verdugo y un tirano? —
A éstas añadía otras expresiones duras y sensibles que
despedazaban mi corazón, de modo que no pude con-
tener mis sentimientos. En aquel momento advertí que
me había casado, no con los fines santos á que se debe
contraer el matrimonio, sino como el caballo v el mulo
que carecen de entendimiento; conocí que mi mujer era
naturalmente fiel y buena, y yo la hice enfadosa en
fuerza de hostigarla con mis inicuos tratamientos; vi
que era hermosa, pues aunque exangüe y sin vital
* Hay parteras tan ignorantes que creen facilitar los partos con las uñas, y hay
otras que sustituyen á las naturales unas uñas de plata ú otro metal para el mismo
efecto. ¡Cuidado con las parteras!
:^W^7^-^-
OBRAS ESCOGIDAS
171
aliento, manifestaba su rostro difunto las gracias de una
desventurada juventud, y conocí que yo había sido el
autor de tal fatal tragedia.
Entonces... ¡qué tarde! me arrepentí de mis villa-
nos procederes; reflexioné que mi esposa ni era fea ni
del natural que yo la juzgaba; pues si no me amaba,
tenía mil justísimas razones, porque yo mismo labré un
diablo, de la materia de que podía haber formado un
ángel, ^ y atumultuadas en mi espíritu las pasiones
del dolor y el arrepentimiento, desahogué todo su ím-
petu abalanzándome al frío cadáver de mi difunta esposa.
I Oh instante fúnebre v terrible á mi cansada ima-
ginaciónl ¡Qué de abrazos le di! ¡qué de besos imprimí
en sus labios amoratados! ¡qué de expresiones dulcísi-
mas la dije! ¡qué de perdones no pedí á un cuerpo que
ni podía agradecer mis lisonjas ni remitir mis agra-
vios!... Espíritu de mi infeliz consorte, no me demandes
ante Dios los injustos disgustos que te causé; recibe, sí,
en recompensa de ellos, los votos que tengo ofrecidos por
tí al Dueño de las misericordias ante sus inmaculados
altares.
Por último, después de una escena que no soy capaz
de pintar con sus mismos colores, me (juitaron de allí
por fuerza, y al cuerpo de mi esposa se le dio sepul-
• No hay que hacer; los hombres mil veces tienen la culpa de que sus mujeres sean
malas. Las mujeres, y más las mujeres que se casan muy niñas, regularmente están en
disposición de ser lo que los maridos quieren que sean.
17Í
PENSADOR MEXICANO
tura no sé cómo, aunque presumo que tuvo en ello
mucha parte el empeño y diligencia del tío fraile.
Mi suegra, luego que se acabó el funeral (sepultán-
dose con el cadáver el desgraciado fruto de su vientre),
se despidió de mí para siempre, dándome las gracias por
las buenas cuentas (jue le había dado de su hija; y yo,
aquella noche, no pudiendo resistir á los sentimientos de
la naturaleza, me encerré en el cuartito á llorar mi
viudez v soledad.
•I
Entregado á las más tristes imaginaciones no pude
dormir ni un corto rato en toda la noche, pues apenas
cerraba los ojos cuando despertaba estremeciéndome, agi-
tado por el pavor de mi conciencia, que me represen-
taba con la mayor viveza á mi esposa, á la que creía
ver junto á mí, y que, lanzándome unas miradas terri-
bles, me decía: — ¡Cruel I ¿Para qué me sedujiste y apar-
taste del amable lado de mi madre? ¿Para qué juraste
(|ue me amabas y te enlazaste conmigo con el vínculo
más tierno y más estrecho, y para (|ué te llamaste padre
de ese infante abortado por tu causa, si al fin no habías
de ser sino un verdugo de tu esposa y de tu hijo?
Semejantes cargos me. parecía escuchar de la fría
boca de mi inl'eliz esposa, y lleno de susto y de congoja,
esperaba que el sol disipara las negras sombras de la
noche para salir de aquella habitación funesta, que tanto
me acordaba mis indignos procederes.
^T'^-^-a^íe^Sr^,
OBRAS ESCOGIDAS
173
Amaneció por fin, y como en todo el cuarto no
había cosa que valiera un real, me salí de él, y di la
llave á una vecina, con ánimo de apartarme de una vez
de aquellos lúgubres recintos.
v--^i^
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 44.
\-
.■í7aei5--
m^'
CAPITULO VII
En el que Periquillo cuenta la suerte de Luisa, y una sangrienta aventura que tuvo,
con otras cosas deleitables y pasaderas
Lo hice como lo propuse, y me fui á andar las calles
sin destino, lleno de confusión, sin medio real ni arbitrio
do tenerlo, y con bastante hambre, pues ni había cenado
la noche anterior ni me había desayunado aquel día.
En este fatal estado me dirigí á mi antigua guarida,
al truco de la Alcaicería, á ver si hallaba en él á alguno
de mis primeros conocidos, que se doliera de mis penas y
tal vez me las socorriera de algún modo, á lo menos la
t'jecutiva de mi estómago.
170
PENSADOR MEXICANO
No me equivoqué en la primera parte, porque halló
en el truco á casi todos los antiguos concurrentes, los
que, luego que me vieron, conocieron y se impusieron
de mi deplorable estado, en vez de compadecerse de mi
suerte, trataron de burlarse alegremente de m.i desgra-
cia, diciéndome: — ¡Oh, señor don Pedro! ¡Cómo se co-
noce que los pobres hedemos á muertos I Cuando usted
tuvo su bonanza no se volvió á acordar para nada de nos-
otros ni de los favores que nos debió. Si nos encontraba
en alguna calle, se hacía de la vista gorda y pasaba sin
saludarnos; si alguno de nosotros le hablaba, hacía que
no nos conocía; si lo ocupábamos alguna vez, nos man-
daba desairar con Roque, aquel su barbero, que también
anda ya hecho un andrajo, y finalmente, manifestó en
su bonanza todo el desprecio que le fué posible hacia
nosotros.
Señor don Pedro: el dinero tiene la gracia, para
algunos, de hacerlos olvidadizos con sus mejores amigos
si son pobres. Usted, cuando tuvo dinero, procuró no
rozarse con nosotros por pobres; y así, ahora que está
pelado, vayase allá con sus amigos, los señores de capas
y casacas, y no vuelva á poner aquí los pies, mientras
que no traiga un peso que jugar, porque nosotros no
queremos juntarnos con su merced.
De este modo me insultó cada uno lo mejor que
pudo, y yo no tuve más oportuna respuesta que mar-
..- '^.^í."^.
OBRAS ESCOGIDAS
177
charme, como suelen decir, con la cola entre las piernas,
reñexionando que cuanto me habían dicho era cierto, y
era fuerza que yo recogiera el íru-to de mi vanidad y mis
locuras.
Como el hambre me apuraba, traté de ir á pedir
algún socorro á los amigos que me habían comido medio
lado V se habían divertido á mi costa.
Xo me fué difícil hallarlos: pero ¡cuál fué mi cólera
y mi congoja, cuando después de avergonzarme con
todos, presentándome á su vista en un estado tan inde-
cente, después de referirles mis miserias, y provocar su
piedad con aíjuella energía que sabe usar la indigencia
en tales ocasiones, s<'»lo escuché desprecios, sátiras y bur-
letas!
Unos me decían: — Usted tiene la culpa de verse en
ese estado; si no hubiera sido calavera hoy tendría que
comer. — Otros: — Amigo, yo apenas alcanzo para man-
tener á mi familia; todavía está usted mozo y robusto;
siente plaza en un regimiento, que el rey es padre de
pobres. — Otros, fingiendo una grande admiración, me
decían: — ¡Válgame Dios! ¿Y cómo se le arrancó á
ust.'d tan pronto? — Yo lo decía, y ellos replicaban: — ■
Aquellos gastos y vanidades de usted no podían tener
otro fin. — Otros: — Vaya usted con esas quejas á los
i'icos, que á ellos se les debe pedir limosna y no á los
pobres como vo.
tj ■ " - ' .
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 45.
178
TENSADOR MEXICANO
Así me iban todos despidiendo, y los más piadosos
me hacían creer que se compadecían de mi desgracia;
pero que no la podían remediar.
De esta suerte, triste, despechado y hambriento, salí
de todas partes, sin (|ue hubiera habido uno de tantos
que se lisonjeaban de llamarse mis amigos que me
hubiera dado siquiera un pocilio de chocolate.
A mí ya no me cogían muy de nuevo estas ingra-
titudes; pero no me había aprovechado de sus lecciones.
Pensaba que todos los que se dicen amigos en el mundo
lo eran de las personas y no de sus intereses; mas enton-
ces y después he visto que hay muchos amigos, pero muy
pocas amistades.
La falsedad de los amigos es muy antigua en el
mundo. En el libro más santo y verdadero ^ se leen
todas estas sentencias: Ilají ainiíjos de iicm¡)Os, que no
pei'iiKinecen en el día de la ti'ihulaeiihi. Uaij anüíjos muij
jninlnales d ¡a mesa, (jue no se/'dn así en el día de la
neeesidad. \\n el mismo lugar se dice: Die/toso el (¡ue ha
¡tediado un ainiíjo cerdadei'o. Kn el (ienipo de su li'i-
hulaeíi'in jieniuinéeelc ¡¡el. Sr fiel eon el aniít/o en su
l)ohve::a. Yo no me conf'uinlíré <J areiujon^aré de saludar
á /ni a/ni(jo: no me ejreusaré de rl, // si me viniere ahjún
mal ¡)or su eausa, lo sufriré. Alabando al buen amigu
dice: (¡ue el amirfo fiel es una i'ohusia proteeeii'm, que el
' Kdciíait., .ap. G, vs. 8, lU, 14, 15 y 17; lap. 22, vs, 2í5 y 31 ; cap. 20, vs. 12 y 23.
OBRAS ESCOGIDAS
179
(inc lo JiciUó, cnconíró un tesoro; y por último, dice: que
n¡nf/(ina coDipardción os propia para ensahar al fiel
ütniqo, ui junto d su bondad os dú/na la ponderación
del oro ni de la plata.
^Pero quién será este desinteresado, este prudente,
este fiel y este amigo verdadero? El que teme d Dios,
dice el mismo eclesiástico, ese sabrá tener una buena
amistad.
Lejos estaba yo en esos tiempos de saber estas
cosas, ni de valerme de los escarmientos que el mismo
mundo me proporcionaba: y así es que, sin sentir más
que las penas actuales que me aiiigían, viendo (jue la
esperanza que yo tenía en mis l'alsos amigos se había
acabado, que no hallaba abrigo ni consuelo en parte
alguna y que mi hambre crecía por momentos, eché
mano de mi pobre chupa para venderla, como lo hice,
y me luí á almorzar, sobrándome creo que ocho ó diez
reales.
El día lo pasé adivinando en dónde me quedaría en
la noche: pero cuando ésta llegó se me juntó el cielo
ron la tierra, no teniendo un jacal en donde recogerme.
En este estado determiné arrojarme á la casa del
sastre que me hizo la ropa, y pedirle que por Dios me
hospedara en esa noche.
Con esta determinación iba yo por la calle de los
Mesones, cuando vi en una accesoria á Luisa, nada inde-
180
PENSADOR MEXICANO
cente. Parecióme más bonita que nunca, y creyendo
volver á lazar su amistad y valerme de ella para aliviai*
mis males, me acenjuó á su puerta, y con una voz muy
expresiva le dije: — Luisa, querida Luisa, ¿me conoces?
— Ella se acordó sin duda de mi voz, pero para certi-
ficarse me dijo: — \o, señor, ¿quién es usted? — A lo
que contesté: — Yo soy Pedro Sarmiento, aquel Pedro
que te ha querido tanto, y que cuando tuvo proporciones
te sostuvo en un grado de decencia y señorío al que tú
jamás hubieras llegado por tu propia virtud.
— ¡Ah! Sí, decía la socarrona Luisa; usted es, señor
Peri(iuillo Sarniento, el que fué mozo del difunto Chan-
faina y el que me echó á bofetadas de su casa. Ya me
acuerdo, y cierto que tengo harto que agradecerle. — Bien
está, Luisa, le respondí; pero tu infidelidad con Roque
dio margen á aquel atropellamiento.
— Ya eso pasó, decía Luisa, y ahora ¿qué quiere
usted? — ¿Qué he de querer? Volver á disfrutar tus cari-
cias.— ¿Pues no ve usted, contestó, (|ue eso es tontera?
Vaya, no me haga burla, ni se meta con las infieles.
Vayase con Dios, no venga mi marido y lo halle plati-
cando conmigo.
— Pues, hija, ¿qué, te has casado? — Sí, señor, me
he casado y con un muchacho muy hombre de bien, que
me quiere mucho y yo á él. ¿Pues qué, pensaba usted
que me había de faltar? No, señor; si usted me escu-
*?»:«
OBRAS ESCOGIDAS
181
pió, otro me recogió. En fin, yo no quiero pláticas con
usted.
Diciendo esto se entró, v me hubiera dado con la
puerta en la cara, si yo, tan atrevido como incrédulo de
su nuevo estado, no me hubiera metido detrás de ella.
Así lo hice, y la pobre Luisa, toda asustada, quiso
salirse á la calle; pero no pudo, porque yo la afiancé de
los brazos, y forcejeando los dos, ella por salirse y yo por
dí^tenerla, fué á dar sobre la cama.
Comenzó á alzar la voz para defenderse, y casi á
gritos me decía: — Vayase usted, señor Perico, ó señor
diablo, que soy casada y no trato de ofender á mi
marido.
La puerta de la accesoria se quedó entreabierta; yo
estaba ciego, y ni atendí á esto, ni previne que sus gritos,
que esforzaba á cada instante, podían alborotar á los que
{)asaban por la calle y exponerme cuando menos á un
bochorno.
¡Ojalá no más hubiera parado en estol pero el cielo
me preparaba castigo más condigno á mi crimen. Como
híibía de entrar Sancho ó Martín entró el marido de
Luisa, y tan perturbada estaba ésta, tratando de des-
asirse de mí, como enajenado yo por hacerla que de
nuevo se rindiera á mis atrevidas seducciones; de suerte
<jue ninguno de los dos advertimos que su marido, entre-
cerrando mejor la puerta, había estado mirando la esce-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 46.
182
PENSADOR MEXICANO
na el tiempo que le bastó para certificarse de la inocencia
de su mujer y de mis execrables intentos.
Cuando se satisfizo de ambas cosas, partió sobre n¡í
cíomo un rayo desprendido de la nube, y sin decir m.'is
palabras que estas: — ¡Picaro, así se fuerza á una mujer
honrada 1 — me clavó un puñal por entre las costillas con
tal furia que la cacha no entró porque no cupo.
— I Jesús me valga I dije yo al tiempo de caer al
suelo revoleándome en mi sangre. Mi caída fué de espal-
das, y el irritado marido, queriendo concluir la obra
comenzada, alzó el brazo armado, apuntándome la se-
gunda puñalada al corazón. Entonces yo, lleno de miedo,
le dijo: — ¡Por María Santísima, que me deje usted con-
fesar, y aunque me mate después !
Esta voz, ó el patrocinio de esta Señora, mediante la
invocación de su dulce nombre, contuvo á aquel hombre
enojado, y tirando el puñal me dijo: — Válgate ese divino
nombre que siempre he respetado.
A este tiempo ya estaba el aposento lleno do gente;
los serenos aseguraron al heridor; la pobre Luisa estaba
desmayada del susto, y el confesor á mi lado.
Me medio confesé, no sé cómo; porque quién sabe
cómo se hacen las confesiones, los arrepentimientos y
propósitos en unos lances tan apurados en que el hombie
apenas basta para luchar con los dolores de las heridas y
el temor de la muerte.
^íif<rr
' 'Tií*»*!-^ '""T?^
OBRAS ESCOGIDAS
183
Pasada esta ceremonia, que en mi conciencia no fué
otra cosa, atendida mi ninguna disposición, perdonado
mi enemigo con la boca, y trasladado éste á la cárcel con
su esposa injustamente, sólo se decía de mí que moría
sin remedio, porque me desangraba demasiado, sin
haber quién me restañara la sangre, ó que siquiera me
tapara la herida, ni aun cierto cirujano que por casuali-
dad entró allí, pues todos decían que era preciso que
interviniera orden de la justicia para estas urgentísimas
diligencias.
La efusión de sangre que padecía era copiosa, y me
debilitaba por momentos; la basca anunciaba mi próxi-
ma muerte; toda la naturaleza humana so conmovía al
dolor y al deseo de socorrerme á la presencia de mi cada-
vérico semblante; pero nadie se determinaba á impartir-
me los auxilios que le dictaba su caridad, ni aun á mover-
me de aquel sitio, hasta que quiso Dios que con la orden
del juez llegó la camilla, y me condujeron á la cárcel.
Pusiéronme en la enfermería, y como era de noche,
taidó en llegar el cirujano; y cuando vino, haciendo
ponerme boca abajo, me introdujo la tienta, que me dolió
más que el puñal; me puso una vela en la herida para
saber si el pulmón estaba roto é hizo no sé cuántas más
iiianiobras, y concluidas, ocurrió á restañarme la sangre,
'jue le costó poco trabajo en virtud de la mucha que yo
liabía echado.
184
PENSADOR MEXICANO
Después me dieron atole ó no sé qué otro conforta-
tivo semejante, declarando que la herida no era mortal.
Aquella noche la pasé como Dios quiso, y al día
siguiente me llevaron al hospital donde no extrañé ni la
prolijidad del médico, ni la asistencia de la enfermería de
la cárcel.
Allí en la cama di mis declaraciones y disculpas,
que acordes con las de Luisa, bastaron para ponerla en
libertad con su marido.
A los veinte días me dio por bueno el cirujano, y
atendiendo los jueces á mis descargos y al tiempo y
dolencias que había padecido, me pusieron en libertad,
notificándome que jamás volviese á pasar por los umbra-
les de Luisa, lo (]ue yo prometí cumplir de todo corazón,
como que no era para menos el susto (juc había llevado.
Cátenme ustedes fuera del hospital, en la calle como
siempre y sin medio en la bolsa: porque no sé si los
serenos, los enfermeros de la cárcel ó los del hospital me
hicieron el favor de robarme los pocos que me sobraron
de la venta de mi chupa, aun(|ue algunos de ellos fueron
sin duda.
Fuera del hospital traté siempre de buscar destino
que siquiera me diera que comer. Por accidente se me
puso en la cabeza entrar á misa en la parroquia de San
Miguel.
La oí con mucha devoción, v al salir de ella encon-
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OBRAS ESCOGIDAS
185
iré en la puerta de la iglesia á un antiguo conocido, con
quien comuniqué mis trabajos. Este me dijo que era el
sacristán de allí y necesitaba un ayudante; que si yo
quería, me acomodaría en su servicio. — En la hora, le
dije; pero me has de dar de almorzar, que tengo mucha
hambre.
El pobre lo hizo así; me quedé con él, y cátenme
aquí ya de aprendiz de sacristán.
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PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C— 47.
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^ . 'r. t,ri-
CAPITULO VIII
En el que se refiere como Periquillo se metió á sacristán ;
la aventura que le pasó con un cadáver ; su ingreso en la cofradía de los mendigos
y otras cosillas tan ciertas como curiosas
Si todos los hombres dieran al público sus vidas
o.-critas con la sencillez y exactitud que yo, aparecerían
una multitud de Periquillos en el mundo, cuyos altos
y bajos, favorables y adversas aventuras se nos esconden,
porque cada uno procura ocultarnos sus deslices.
Los pasajes de mi vida que os he referido y los que
188
PENSADOR MEXICANO
me faltan que escribir, nada tienen, hijos míos, de vio-
lentos, raros ni fabulosos; son bastante naturales, comu-
nes y ciertos. No sólo por mí han pasado, sino que los
más de ellos acaso acontecen diariamente á los Pericos
encubiertos y vergonzantes. Yo sólo os ruego lo que
otras veces, esto es, que no leáis mi vida por un mero
pasatiempo; sino que de entre mis extravíos, acaecimien-
tos ridículos, largas digresiones y lances burlescos, pro-
curéis aprovechar las máximas de la sólida moral que
van sembradas, imitando la virtud donde la conocierais,
huyendo el vicio y escarmentando siempre en las cabezas
de los malos castigados. Esto será saber entresacar el
grano de la paja, y de este modo leeréis, no sólo con
gusto, sino con fruto el presente capítulo y los que siguen.
Acomodado de sota-sacristán con un corto salario v
un escaso plato que me proporcionó mi patrón, comencé
á servirle en cuanto me mandaba.
No me fué difícil agradarle, porque un muchacho de
doce años, hijo de él, me aleccionó, no sólo en mis obli-
gaciones, sino en el modo de tener mis percances; y así
pronto aprendí á esconder las chorreaduras de las velas
y aun cabos enteros para venderlos, a sisar el vino á los
padres, á importunar á los novios y á los padrinos de
bautismos para que me diesen las propinas, y á hacer
mayores estafas y robillos de los que no formaba el
menor escrúpulo.
■-•^■í-rr,'. y:
Tys'r-^'- t^^^.-tS??-'
OBRAS ESCOGIDAS
189
En poco tiempo fui maestro, y ya mi jefe se descui-
il;iba conmigo enteramente. Una virtud y un defecto más
<jiio llevé al oficio, se me olvidaron á poco tiempo de
íiprendiz.
La virtud era un aparente respeto que conservaba á
las imágenes y cosas sagradas, y el defecto era el mucho
miedo que tenía á los muertos; pero todo se acabó.
Al principio, cuando pasaba por delante del sagrario,
hincaba ambas rodillas, v cuando me levantaba de noche
ú atizar la lámpara temblaba de miedo, y hasta mi
sombra y el ruido de los gatos se me figuraban difuntos
que se levantaban de sus sepulcros. Pero después me
hice tan irreverente, que cuando pasaba por frente del
tahcM^náculo me contentaba, cuando más, con dar un
brinquillo á modo de indio danzante, y llegaba con mi
sacrilega osadía hasta pararme sobre el Ara.
Así como al augusto Sacramento, á las imágenes,
vasos y paramentos sagrados les perdí el respeto con el
trato, así les perdí el miedo a los muertos después que
lo< empecé á manejar con confianza para echarlos á la
sepultura.
Mi compañero el aprendiz me sirvió de mucho,
porijue cuando yo entré al oficio, ya él tenía adelantado
bastante, y así me hizo atrevido é irreverente; bien que
)'^\, en recompensa, lo enseñé á robar de un modo ó dos
que no habían llegado á su noticia.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 48.
190
PENSADOR MEXICANO
El primero fué el de quedarse con un tanto á pro-
porción de lo que colectaba para misas, y el segundo
á despojar á los muertos y muertas que no iban de mal
pelaje á la hoya.
Una noche por estas gracias me sucedió una aven-
tura que si no me costó la vida, por lo menos me costó
el empleo.
Fué el caso, que sepultando una tarde yo y mi com-
pañero el muchacho á una señora rica que había muerto
de repente, al meterla en el cajón advertí que le relum-
braba una mano que se le medio salió de la manga de la
mortaja. Al instante y con todo disimulo se la metí,
echándole encima un tompiate de cal según es cos-
tumbre. Mientras (jue los acompañados gorgoriteaban y
el coro les ayudaba con la música, tuve lugar de decirle
al compañero: — Camarada, no aprietes mucho que tene-
mos despojos y buenos. — Con esto, dando propiamente
un martillazo en el clavo y ciento en el cajón, encerra-
mos á la difunta en el sepulcro, cuidando también de no
amontonar mucha tierra encima para que nos fuera más
fácil la exhumación. El entierro se concluyó, y los
dolientes y mirones se fueron á sus casas creyendo que
quedaba tan enterrado el cadáver como el que más.
Luego que me quedé solo con el sacristancillo, le
dije lo que había observado en la mano de la muerta, y
que no podía menos sino ser un buen cintillo que por un
ODRAS ESCOGIDAS
191
grosero descuido ú otra casualidad imprevista se le
hubiese quedado.
El muchacho parece que lo dudaba, pues me decía:
— Cuando no sea cintillo, ella es muerta rica, y á lo
menos ha de tener rosario y buena ropa; y así no debe-
mos perder esta fortuna que se nos ha metido por las
{)uertas, y más teniendo ahorrado el trabajo de desclavar
ol caj('»n, pues los clavos apenas agujerarían la tapa. Ello
es que no es de perderse esta ocasión.
l^esueltos de esta manera, esperamos que diesen las
doce de la noche, hora en que el sacristán mayor dormía
en lo más profundo de su sueño, y prevenidos de una
vela encendida bajamos á la iglesia.
Comenzamos á trabajar en la maniobra de sacar
lierra hasta que descubrimos el cajón, el que sacamos
y desclavamos con gran tiento.
Levantada la tapa, sacamos fuera el cadáver y lo
paramos, arrimándose mi compañero con él al altar in-
mediato, teniéndolo de las espaldas sobre su pecho con
mil trabajos, porque no podía ser de otro modo el des-
pojo, en virtud de que el cuerpo había adquirido una
rigidez ó tiesura extraordinaria.
En esta disposición acudí yo á las manos, que para
mí era lo más interesante. Saqué la derecha, y vi que
tenía en efecto un muy regular cintillo, el que me costó
muchas gotas de sudor para sacarlo, ya por no sé qué
.'i
:*
192
PENSADOR MEXICANO
temor, que jamás me faltaba en estas ocasiones, y ya
por las fuerzas que hacía, tanto para ayudársela á tener
al compañero, como para sacarle el cintillo, porque tení;i
la mano casi cerrada y los dedos medio hinchados y
muy encogidos; pero ello es que al fin me vi con él en
mi mano.
Pasamos á registrar y ver el estado de la demás
ropa, y observé que el compañero no se equivocó en
haberla creído buena, porque la camisa era muy fina, las
enaguas blancas lo mismo: tenía las de encima casi
nuevas de fino cabo de China, un ceñidor de seda, un
pañuelo de Cambray. un rosario con su medalla que me
quedé sin saber de qué era, y sus buenas medias de seda.
— Todo eso es plata, me decía mi camarada; pero
¿cómo haremos para desnudarla, porque este diablo do
muerta está más tiesa que un palo?
— No te apures, le dije, cógele los brazos y ábrese-
los, teniéndola en cruz, mientras que yo le desato el
ceñidor, que debe ser la primera diligencia.
Así lo hizo el compañero con harto trabajo, porque
los nervios de los brazos apetecían recobrar el primer
estado en (jue los dejó la muerte.
La difunta era medio vieja y tenía una cara respeta-
ble; nuestro atrevimiento era punible; la soledad y
obscuridad del templo nos llenaba de pavor, y así procu-
rábamos apresurar el mal paso cuanto nos era dable.
■■ T?'-\ "-■■.?< >^"
OBRAS ESCOGIDAS
193
Para esto me afanaba en desatar el ceñidor, que
estaba anudado por detrás, pero tan ciegamente que por
más que hacía no podía desatarlo. Entonces le dije al
compañero que yo le sujetaría los brazos, mientras que
rl lo desataba, como que estaba más cómodo.
Así se determinó hacer de común acuerdo. Le
aüancé los brazos, levantó mi compañero la mortaja y
comenzó á procurar desatarla; pero no conseguía nada
j)or la misma razón que yo.
En prosecución de su diligencia se cargaba sobre el
cadáver, y yo lo apretaba contra él porque ya me lo
echaba encima, y como yo estaba abajo de la tarima me
vencía la superioridad del peso, que es decir que teníamos
al cadáver en prensa.
Tanto hizo mi compañero, y tanto apretamos á la
pobre muerta, que le echamos í'uera un poco de aire que
se le habría quedado en el estómago: esto conjeturo
abura que sería; pero en aquel instante y en lo más rigo-
roso de los apretones, sólo atendimos á que la muerta
so quejó y me echó un tuíb tan asqueroso en las nari-
ces, que aturdido con él y con el susto del quejido, me
descoyunté todo y le solté los brazos, que recobrando el
estado que tenían, se cruzaron sobre mi pescuezo, á
tiempo que un maldito gato saltó sobre el altar y tiró la
vela, dejándonos atenidos á la triste y opaca luz de la
lámpara.
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II, C — 49.
■J
194
PENSADOR MEXICANO
Excusado parece decir que con tantas casualidades,
viniéndose el cuerpo sobre mí, y acobardándome impon-
derablemente, caí privado bajo del amortajado peso á las
orillas de su misma sepultura.
El cuitado ayudante, cuando oyó quejar á la señora
muerta, vio que me abrazaba y caía sobre mí, y al feroz
gato saltando junto de él, creyó que nos llevaban los
diablos en castigo de nuestro atrevimiento, y sin tener
aliento para ver el fin de la escena, cayó también sin
habla por su lado.
El susto no fué tan trivial que nos diera lugar á
recobrarnos prontamente. Permanecimos sin sentido
tirados junto á la muerta hasta las cuatro de la mañana,
hora en que, levantándose el sacristán y no encontrán-
donos en su cuarto, creyó que estaríamos en la sacristía
previniendo los ornamentos para que dijera misa el señor
cura, que era madrugador.
Con este pensamiento se dirigió á la sacristía, y no
hallándonos en ella, fué á buscarnos á la iglesia. ¡Pero
cuál fué su sorpresa cuando vio el sepulcro abierto, la
difunta exhumada y tirada en el suelo acompañada de
nosotros que no dábamos señales de estar vivos I No
pudo menos sino dar parte del suceso al señor cura,
quien luego que nos vio en la referida situación, hizo que
bajaran sus mozos y nos llevaran adentro, procediendo
en el momento á sepultar el cadáver otra vez.
OBRAS ESCOGIDAS
195
Hecha esta diligencia, trató de que nos curaran y
reanimaran con álcalis, ventosas, ligaduras, lana que-
mada, y cuanto conjeturó sería útil en semejante lance.
Con tantos auxilios nos recobramos del desmayo y
tomamos cada uno un pocilio de chocolate del mismo
cura, el que luego que nos vio fuera de riesgo nos pre-
guntó la causa de lo que habíamos padecido y de lo que
había visto.
Yo, advirtiendo que el hecho era innegable, confesé
ingenuamente todo lo ocurrido, presentándole al cura el
cintillo, quien luego que oyó nuestra relación, tuvo que
hacer bastante para contener la risa: pero acordándose
<jue era él responsable de estos desaciertos, encargó el
castigo de mi compañero á su padre, y á mí me dijo que
mo mudara en el día, agradeciéndole mucho que no nos
enviara á la cárcel, donde me aplicarían la pena que
señalan las leyes contra los que quebrantan los sepul-
cros, desentierran los cadáveres y les roban hábitos,
alhajas ú otra cosa.
— Esta pena, decía el cura, sepa usted, para que otra
ve/ no incurra en igual delito, es que si las sepulturas
se quebrantan con fuerza de armas, tienen los infractores
pena de muerte, y si es sin ellas clandestinamente, como
ahora, deben ser condenados á las labores del rev.
Pero yo, que caritativamente quiero excusarlo de
esta pena, no puedo mantenerlo en mi curato; porque
196
PENSADOR MEXICANO
quien se atreve á un cadáver por robarle un cintillo, con,
más facilidad se atreverá á despojar una imagen ó un
altar mañana que otro día. Conque vayase usted y no lo
vuelva á ver en mi parroquia. Diciendo esto, se veürú
el cura; á mi compañero le dio su padre una buena zurra
de latigazos, y yo me marché para la calle antes que otra
cosa sucediera.
Volví á tomar mi acostumbrado trote en estas aven-
turas desventuradas. Los truquitos, las calles, las pul-
querías y los mesones eran mis asilos ordinarios, y no
tenía mejores amigos ni camaradas que tahúres, borra-
chos, ociosos, ladroncillos y todo género de léperos,
pues ellos me solían proporcionar algún bocado frío,
harta bebida y ruines posadas.
Cuatro meses permanecí de sacristán haciendo mis
estafiUas, con las cuales más que con mi ratero salario,
compré tal cual miserable trapillo que di al traste á los
quince días de mi expulsión.
Me acuerdo que un día, no teniendo qué comer, en-
contré á un amigo frente de la Catedral por el Portal de
las Flores, y pidiéndole medio real para el efecto, me dijo:
— No tengo blanca, estoy en la misma que tú, y quería
que me llevaras á almorzar á la Alcaicería, que según
he oído á la vieja bodegonera, allá te tiene cuanto há
guardados dos ó tres reales. — En verdad que así es, lo
dije; pero con el gusto de mis bonanzas se me habían
OBRAS ESCOGIDAS
197
olvidado. Me admiro mucho de la buena conciencia de la
bodegonera; si otra fuera, ya eso estaba perdido.
En esto nos fuimos á comer como pudimos, y con-
cluida la comida se fué mi amigo por su lado y yo por el
mío á seguir experimentando mis trabajos como antes.
Ya hecho un piltro, sucio, ñaco, descolorido y en-
fermo, en fuerza de la mala vida que pasaba, me hice
amigo de un andrajoso como yo, á quien contándole mis
desgracias, y que no me había valido ni acogerme á la
iglesia, como si hubiera sido el delincuente más alevoso
del mundo, me dijo ([ue él tenía un arbitrio que darme,
(|ue cuando no me proporcionara riquezas, á lo menos
me daría de comer sin trabajar: (|ue era fácil y no cos-
taba nada emprenderlo; quo algunos amigos suyos vivían
de él; que yo estaba en el estado de abrazarlo, y que
si quería, no me arrepentiría en ningún tiempo.
— Pues ¿no he de querer, le respondí, si ya estoy que
ladro de hambre y los piojos me comen vivo? — Pues bien,
dijo el deshilachado; vamos á casa, que á las nueve van
llegando mis discípulos, y después que cene usted oirá
las lecciones que les doy y los adelantamientos de mis
alumnos.
Así lo hice. Llegamos á las ocho de la noche á la
casita, que era un cuarto de casa de atoleras, por allá por
el barrio de Necatitlán, muy indecente, sucio y hediondo.
Allí no había sino un braserito de barro que llaman ana-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 50.
198
PENSADOR MEXICANO
le, cuatro <'> seis petates enrollados y arrimados á la
pared, un escaño ó banco de palo, una estampa de no
sé (jué santo en una de las paredes, con una repisa d(^
tejamanil, dos ó tres cajetes con orines, un ban(|UÍto de
zapatero, muchas muletas en un rincón, algunos tompia-
tes y porción de oUitas por otro, una tabla con parches,
aceites y ungüentos y otras iguales baratijas.
De (jiie yo luí mirando la casa y el fatal ajuar dt^
ella, comencé á desconfiar de la seguridad del proyecto
que acababa de indicar el traposo, y él. conjeturando mi
desconfianza por la mala cara que estaba poniendo, mo
dijo: — Señor Perico, yo sé lo (lue le. vendo. l''sta vivien-
da tan ruin, estos petates y muebles que ve, no son tan
despreciables ó in.servibles como á usted le parecen.
Todo esto ayuda para el proyecto, porque... — A este
tiempo fueron llegando de uno en uno y de dos en dos,
hasta ocho ó nueve vagabundos, todos rotos, sucios,
emparchados y dados al diablo; pero lo que más me
admiró fué ver que conforme iban entrando arrimaban
unos sus muletas á un rincón v andaban muv bien con
sus dos pies; otros se quitaban los parches que manifes-
taban, y quedaban con su cutis limpio y sano: otros se
quitaban unas grandes y pobladas barbas y cabelleras
canas, con las que me habían parecido viejos, y que-
daban de una edad regular; otros se enderezaban ó
descorvaban al entrar, y todos dejaban en la puerta
OBRAS ESCOGIDAS
199
del cuartito sus enfermedades y males, y aparecían los
hombres y aun una mujer que entró, muy útiles para
lomar un fusil , y ella para moler un almud de maíz en
un metate.
Entonces, lleno de la más justa admiración, le dije á
mi desastrado amigo: — ¿Qué es esto? ¿Es usted algún
santo cuya sola presencia obra los milagros que yo veo,
pues a(|uí todos llegan cojos, ciegos, mancos, tullidos,
leprosos, decrépitos y lisiados, y apenas pisan los umbra-
les de esta as(juerosa habitación, cuando se ven, no sólo
restituidos á su antigua salud, sino hasta remozados,
inaravilla que no la he oído predicar de los santos más
ponderados en milagros?
Rióse el despilfarrado con tantas ganas, que cada
extremo de su abierta boca besaba la punta de sus ore-
jas. Sus compañeros le hacían el bajo del mismo modo,
y cuando descansaron un poco, me dijo el susodicho:
— Amigo, ni yo ni mis compañeros somos santos, ni nos
liemos juntado con quien lo sea, y esto créalo usted sin
que lo juremos. Estos milagros que á usted pasman no
los hacemos nosotros, sino los fieles cristianos, á cuva
calidad nos atenemos para enfermar por las mañanas y
sanar á la noche de todas nuestras dolencias. De mane-
ra, que si los fieles no fueran tan piadosos, nosotros ni
nos enfermaríamos ni sanaríamos con tanta facilidad.
— Pues ahora estoy más en ayunas que antes, y
200
PENSADOR MEXICANO
deseo con más ansias saber cómo se obran tantos prodi-
gios y cómo se pueden verificar en virtud de la piedad
de los cristianos; y deseara, añadí, que usted me hiciera
favor de no dejarme con la duda.
— Pues, amigo, me contestó el roto, á bien que es
usted de confianza y le importa guardar el secreto. Nos-
otros ni somos ciegos, ni cojos, ni corcovados, como pa-
recemos en las calles. Somos unos pobres mendigos que
echando relaciones, multiplicando plegarias, llorando
desdichas, y porfiando y moliendo á todo el mundo,
sacamos mendrugo al fin. Comemos, bebemos, y no
agua, jugamos, y algunos mantenemos nuestras picJii-
cuaracas ' como Anita. (Esta Anita era la trapientona
rolliza y no muy lea que acababa de entrar con un chi-
quillo en brazos, amasia ^ del patrón ó del mendigo
mayor, que era quien me hablaba). El modo es, prose-
guía el desastrado, fingirse ciegos, baldados, cojos, lepro-
sos y desdichados de todos modos; llorar, pedir, rogar,
echar relaciones, decir en las calles blasfemias y desati-
nos, é importunar al que se presente de cuantas maneras
se pueda, á fin de sacar raja, como lo hacemos.
Ya tiene usted a(|UÍ todo lo milagroso del oficio y el
gran proyecto que le ofrecí para no morirse de hambre.
Ello es menester no ser tontos, porque el tonto para nada
' Con este nombre suele designarse la amiga, ó mujer con quien se vive en amistad
ilícita. E.
* Lo mismo que manceba, amiga ó barragana. E.
■ ■".■■ -r^ •'
- -*cT*^^vr^^ja&5^-^
-:r'> i ■ •■ .
OBRAS ESCOGIDAS
201
' s bueno, ni para bien ni para mal. Si usted sabe valerse
de mis consejos comerá, beberá y hará lo que quiera,
según sea su habilidad, pues la paga será como su tra-
bajo; pero si es tonto, vergonzoso ó cobarde, no tendrá
nada. Estos que usted ve, á mí me deben sus adelan-
tos; pero saben hacer su diligencia. Ahora lo verá usted.
En esto fueron todos dando sus cuentas en clase de
conversación, de lo que habían buscado en el día, y cada
uno enseñó sus ollitas y tompiates llenos de mendrugos
y sobras de los platos ajenos, á más de algunos realillos
'|ue habían juntado.
Llegó á lo último la dicha Anita, y sólo presentó
cinco reales, diciendo: — Gomo este diablo de muchacho
está curtido, apenas he comido hoy y he juntado este
poco; pero mañana me la pagará.
Admirado yo con esta relación, traté de informarme
de raíz, cómo podía contribuir aquel tierno niño al oficio
ele los mendigos, y supe con el mayor dolor, que aquella
inligna madre y desapiadada mujer pellizcaba al pobre
inocente, cuando pedía limosna, á fin de conmover á los
ti l<'s y excitar su caridad con la vehemencia de sus
gi'iios.
No me escandalicé poco con semejante inhumani-
dad; pero advirtiendo lo fácil y socorrido del oficio, disi-
mulé cuanto pude y me decidí á entrar de aprendiz
desde aquella hora.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, C — 51.
202
PENSADOR MEXICANO
Era cosa célebre oir contar á aquellos tunantes los
arbitrios de que se valían para sacar los medios de las
faltriqueras más estreñidas. Unos decían que se fingían
ciegos, otros insultados, otros asimplados, otros leprosos
y todos muertos de hambre.
Mi amigo, el jefe ó maestro de la cuadrilla, me dijo:
— ¿Pues ve usted? Yo soy quien les he dictado á cada
uno de estos pobres el modo con (jue han de buscar la
vida, y por cierto que ninguno está arrepentido de seguir
mis consejos; contentándome yo con lo poco que ellos
me quieren dar para pasar la mía, pues ya estoy jubilado
y (juiero descansar, ponjue he trabajado mucho en la
carrera. Si usted quiere seguirla, dígame cuál es su voca-
ción para habilitarlo de lo necesario. Si quiere ser cojo,
le daremos muletas; si baldado <'> tullido, su arrastradera
de cuero; si llagado, parches y trapos llenos de aceites;
si anciano decrépito, sus barbas y cabellera; si asimpla-
do, usted sabrá lo (jue ha menester, y en iln, para todo
tendrá los instrumentos precisos, entrando en esto los
tompiates, ollas, trapos y bordones ó báculos que nece-
site. En inteligencia que ha de vivir con nosotros, no
ha de ser zonzo para pedir, ni corto para retirarse al
primer desdén que le hagan; ha de tener entendido (juc
no siempre dan limosnas los hombres por Dios; muchas
veces las dan por ellos y algunas por el diablo. Por ellos,
cuando la dan por quitarse de encima á un hombre que
OBRAS ESCOGIDAS
203
los persigue dos cuadras sin temer sus excusas ni sus
b:\ldones; y por el diablo cuando dan limosna por quedar
bien y ser tenidos por liberales, especialmente delante de
las mujeres. Yo me he envejecido en este honroso des-
tino, y sé por experiencia que hay hombres que jamás
dan medio á un pobre sino cuando están delante de las
nnichachas á (juienes quieren agradar, ya sea porque los
tengan por ñ^ancos, ó ya por quitarse de delante á aque-
llos testigos importunos, que acaso con su tenacidad les
liacon mala obra en sus galanteos ó les interrumpen sus
conversaciones seductoras.
Esto digo á usted para que no se canse al primer
jicrdnnc por Dios que le digan; sino que siga, prosiga
y persiga al que conozca que tiene dinero, y no lo deje
hasta que no le afloje su pitanza. Procure ser importuno
<|ao así sacará mendrugo. Acometa a los que vayan con
mujeres antes que á los que vayan solos. No pida á mili-
tares, frailes, colegiales ni trapientos, pues todos estos
individuos profesan la santa pobreza, aunque no todos
con voto; y por último, no pierda de vista el ejemplo de
•^us compañeros, que él le enseñará lo que debe hacer y
las fórmulas que ha de observar para pedir á cada uno
^<\^ún su clase.
Yo le di á mi nuevo maestro las gracias por sus
lecciones, y le dije que mi vocación era de ciego, pues
consideraba que me costaría poco trabajo fingir una gota
204
PENSADOR MEXICANO
serena, y andar con un palo como á tientas, y tenía
observado que ningún pobre suele conmover á lástima
mejor que un ciego.
— Está bien, me contestó mi desaliñado director:
pero ¿sabe usted algunas relaciones? — ¡Qu(' he de saber.
le respondí, si nunca me he metido á este ejercicio! —
Pues, amigo, continuó él, es fuerza que las sepa, porqu<>
ciego sin relaciones es título sin renta, pobre sin gracia
y cuerpo sin alma; y así es menester que aprenda algu-
nas, como la oración del Justo Juc^-, el dcspcdimento del
cuer/)0 y del alma, y algunos ejemplos é historias de quo
abundan los ciegos falsos y verdaderos, las mismas qu*'
oirá usted relatar á sus compañeros, para que elija las
que quiera (|ue le enseñen.
Tambii'n es necesario que sepa usted el orden do
pedir según los tiempos del año y días de la semana; y
así, los lunes pedirá por la Divina Providencia, por San
Cayetano y por las almas del purgatorio; los ma,rtes, por el
Señor San Antonio de Padua; los miércoles, por la Pre-
ciosa Sangre; los jueves, por el Santísimo Sacramento:
los viernes, por los Dolores de María Santísima; los
sábados, por la Pureza de la Virgen, y los domingos por
toda la corte del cielo.
No hay que descuidarse en pedir por los santos que
tienen más devotos, especialmente en sus días; y así ha
de ver el almanaque para saber cuándo es San Juan
OBRAS ESCOGIDAS
205
Nepomuceno, Señor San José, San Luis Gonzaga. Santa
(jertrudis, etc., como también debe usted tener presente
el pedir según los tiempos. En Semana Santa pedirá por
la pasión del Señor; el día de Muertos, por las benditas
ánimas; el mes de Diciembre, por Nuestra Señora de
(juadalupe, y así en todos tiempos irá pidiendo por los
santos y festividades del día; y cuando no se acuerde,
pedirá por el santo día que es hoy. como lo hacen los
compañeros.
Estas parecen frivolidades, pero no son sino astucias
indispensables del oficio, porque con estas plegarias á
tiempo, se excita mejor la piedad y devoción y aflojan el
niiedecillo los caritativos cristianos.
En esto se pusieron aquellos pillos á decir sesenta
romances y referir doscientos ejemplos y milagros apó-
crifos, y cada uno de ellos preñado de doscientas mil ton-
terías y barbaridades, que algunas de ellas podían pasar
por herejías ó cuando menos por blasfemias.
Aturdido me quedé al escuchar tantos despropósitos
juntos, y decía entre mí: — ¿Cómo es posible que no
liaya quién contenga estos abusos, y quién les ponga una
mordaza á estos locos? ¿Cómo no se advierte que el audi-
torio que los rodea y atiende se compone de la gente más
idiota y necia de la plebe, la que está muy bien dispuesta
para impregnarse de ios desatinos que éstos desparraman
en sus espíritus, y para abrazar cuantos errores les intro-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 52.
206
PENSADOR MEXICANO
ducen por sus oídos? ¿Cómo no se reilexiona que estos
espantos y milagros apócrifos que éstos predican, unas
veces inducen á los tontos á una ciega confianza en la
misericordia de Dios, con tal que den limosna; otras á
creer tal el valimiento de sus santos que se lo repre-
sentan más allá que el mismo Poder Divino, ^ y todas ó
las más, llenando sus cabezas de mentiras, espantos,
milagros y revelaciones? Sin duda todo esto merece
atención y reforma, y sería muy útil que todos los ciegos
que piden por medio de sus relaciones, presentaran éstas
en los pueblos á los curas, y en la capital y demás
ciudades á algunos señores eclesiásticos destinados á
examinarlas, los que jamás les permitieran predicar sino
la explicación de la doctrina cristiana; trozos históricos
eclesiásticos ó profanos ; descripciones geográficas de
algunos reinos ó ciudades y cosas semejantes; pero cua-
lesíjuiei'a cosas de éstas, bien hechas, en buen verso y
mejor ensayadas; y de ninguna manera se les dejara
pregonar tanta fábula que nos venden con nombre de
ejemplos.
Parece trivial mi refiexión, mas si se observara, el
tiempo diría el beneficio que de ella podría resultar al
})ueblo rudo y los errores que impediría se propagasen.
En estas consideraciones me entretenía conmigo
' Los que hayan tenido la paciencia de atender á muchas relaciones de mendigos,
sabrán que no hay aquí nada de falso.
OBRAS ESCOGIDAS
207
cuando me llamaron á cenar, de lo que no me pesó,
j)orque tenía hambre.
Sentámonos en rueda en un petate y sin otro mantel
(jue el mismo tule de que estaba tejido; nos sirvió la
Anita un buen cazuclón de chile con (jueso, huevos,
chorizos y longaniza; pero todo tan bien frito y sazonado
que sólo su olor era capaz de provocar el apetito más
esquivo.
Luego que dimos vuelta á la cazuela, nos trajo un
calabazo ó (^juajo grande lleno de aguardiente de caña,
un vaso y otra cazuela de frijoles fritos con mucho aceite,
celjülla, queso, chilitos y aceitunas, acompañado todo del
pan necesario.
Cada uno de nosotros habilitó su plato, y comenzó el
calabazo á andar la rueda, y cuando ya estábamos alegri-
tos. me dijo el capataz de los mendigos: — ¿Qué le parece
á usted, camarada, de esta vida? ¿Se la pasará mejor un
c(índe? — A fe (jue no, le contesté, y á mí me acomoda
demasiado, y doy mil gracias á Dios de que ya encontré
lo que he buscado con tanta ansia desde (jue tengo uso
(!<" razón, (jue era un oficio ó modo de vivir sin trabajar;
P'^rque yo es verdad que siempre he comido, si no ya me
liubiera muerto; pero siempre ¿qué trabajo no me ha
co>;tado? ¿qué vergüenzas no he pasado? ¿qué amos
imprudentes no he tenido que sufrir? ¿á qué riesgos no
me he expuesto? ¿qué lisonjas no he tenido que distri-
208
PENSADOR MEXICANO
buir. y qué sustos y aun garrotazos no he padecido?
Mas ahora, señores, ¡cuánta no es mi dicha! ¿Y (juién no
envidiará mi fortuna al verme admitido en la honradí-
sima clase de los señores mendigos, en cuya respetable
corporación se come y se bebe tan bien sin trabajar;*
Se viste, se juega y se pasea sin riesgo; se disfrutan las
comodidades posibles sin más costo que desprenderse di^
cierta vergiiencilla, (|ue no puede menos (jue ocuparme los
pi'imeros días; pero vencida esta dificultad, que para mí
no será cosa mayor, despurs diablo como todos y aleluya.
Yo, señor capitán, y señores ilustres compañeros,
les doy mil y diez mil agradecimientos, suplicándoles me
reciban bajo su poderosa protecci(')n. ofreciéndoles en
justa recompensa no separarme de su preclara compañía
el tiempo (|ue Dios me concediere de vida y emplearla
toda en servicio de vuestras liberales personas.
Toda la comparsa soltó la carcajada luego que con-
cluí mi desatinada arenga, y me ofrecieron su amistad,
consejos é instrucciones. Se le dio otra vuelta al calabazo
y no tardamos mucho en verle el fondo, así como se lo
vimos á las cazuelas.
Nos fuimos á acostar en los petates, que cierto que
son camas bien incómodas, y más, juntas con el poco
abrigo. Sin embargo, dormimos muy bien, á merced del
aguardiente que nos narcotizó ó adormeció luego que nos
tiramos á lo largo.
• '..:"-^^r
OBRAS ESCOGIDAS
209
Al día siguiente se levantó Anita la primera, dejando
dormida á su infeliz criatura; fué á traer atole y pamba-
zos y nos desayunamos.
Luego que pasó el tosco desayuno, se fueron todos
marchando para la calle con sus respectivas insignias.
Yo me envolví la cabeza con unos trapos sucios, me
colgué un tompiate con una olla al hombro, tomé mi
palo, un perrito bien enseñado para q,ue me guiase y salí
por mi lado.
Al principio me costaba algún trabajillo pedir; pero
poco á poco me fui haciendo á las armas, y salí tan buen
olicial, (jue á los quince días ya comía y bebía grande-
mente, y á la noche traía seis, siete reales, y á veces más
■ t la posada.
Algún tiempo me mantuve á expensas de la piedad
(if los fieles, mis amados hermanos y compañeros. De día
hacía yo muy bien mi diligencia, pero mejor de noche,
pues como entonces no tenía gota de vergüenza, impor-
tunaba con mis ayes á todo el mundo con tan lastimosas
plegarias, que pocos se escapaban de tributarme sus
niediecillos.
Una de estas noches, estando parado junto á la santa
imagen del Refugio pidiendo con la mayor aflicción,
ponderando mi necesidad, y diciendo que no había comi-
ólo en todo el día, aunque tenía en el estómago bastante
í'.iimento y algunos tragos del de caña, pasó un hombre
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. U , C — 53.
210
PENSADOR MEXICANO
decente á quien le acometí con mis acostumbrados que-
jumbres, y él, deteniéndose á escucharme, me dijo: —
Hermano, me siento inclinado á socorrerlo, pero no
tengo dinero en la bolsa. Si usted quiere, venga con-
migo, que no lo pesará. — Sea por amor de Dios, le dijo:
yo iré con su merced á recibir su bendita caridad; pero
es menester que tenga tantita paciencia, porque yo no
miro, y necesito de ir junto á su buena persona.
— Esto es lo de menos, dijo el caballero, yo. que
deseo socorrerlo, hermano, nada perderé en servirle do
lazarillo. Venga usted.
Tomóme de una mano y me llevó á su casa. Luego
que llegamos me metió á su gabinete y me sentó frente
de él en la mesa, donde había bastante luz.
i Qué corrido no me quedé al advertir que el tal
sujeto era puntualmente ol mismo que me había dado
tantos consejos en el mesón y me había guardado mi
dinero I Pero como era ciego, por entonces disimulé, y el
sujeto dicho me habí*') de esta manera:
— Amigo, yo me alegro de que usted no me conozca
por la vista, auuíjue siento mucho su fatal ceguedad que
lo ha conducido al estado infeliz de pedir limosna, po-
diendo estar en la situación de darla. No crea que !o
pretendo reprender. Voy á socorrerlo, pero también á
aconsejarle. Si usted no está muy ciego, bien me cono-
cerá como yo lo conozco, y se acordará que soy el mismo
OBRAS ESCOGIDAS
211
(|ue fui su depositario en el mesón. Sí, es fuerza que se
acuerde, pues no ha pasado tanto tiempo; y si yo conocí
á usted casi sin luz, en semejante despilfarrado traje
y únicamente por la voz, usted ¿cómo no me ha de
conocer mirándome muv bien, á favor de esta hermosa
llama que nos alumbra, en mi antiguo traje, oyendo el
eco de mi voz y recordando las señas que le doy?
Ni me crea usted tan candido que presuma que ver-
daderamente esta usted ciego de los ojos del cuerpo, por
m.'is que esos andrajos me indiquen la ceguedad de su
espíritu.
Bien conozco que la situación de usted será tan infe-
liz (jue lo habrá obligado á abrazar esta carrera tan inde-
cente por no meterse á robar; pero, amigo, sepa usted
(|U0 no es otra cosa que un holgazán impune, una san-
{íuijuela del Estado y tolerado ladrón, pero ladrón muy
vil y muy digno del más severo castigo, porque es un
ladrón de los legítimos pobres. Sí, señor, usted y sus
infames compañeros no hacen más que defraudar el
socorro á los realmente necesitados. Ustedes tienen la
culpa de que yo y otros como yo jamás demos medio
real á un mendigo; porque estamos satisfechos de que los
lilas (|ue piden limosna pueden trabajar y ser útiles, y si
lio lo hacen, es porque han hallado un asilo seguro en la
piedad mal entendida de los fieles, que piensan que la
caridad consiste en dar indiscretamente.
212 PENSADOR MEXICANO
No, señor; la caridad debe ser bien ordenada; debo
darse limosna, pero saberse antes á quién, cómo, cuándo,
para qué, dónde y en qué se distribuye por los que la
reciben. No todos los que piden necesitan pedir; no todos
los que dicen (|ue están en la última miseria, lo están en
efecto, ni á todos los que se les da limosna, la merecen.
Mil veces se hace un perjuicio al mismo tiempo que
se piensa beneficiar, y lo peor es que este perjuicio es
trascendental al Estado, pues se mantienen ociosos y
viciosos con lo mismo que se podían mantener los ver-
daderos pobres, que son los legítimos acreedores á los
socorros públicos.
Ni me crea usted sobre mi palabra. Oiga algo de lo
mucho que han dicho sobre esto hombres sabios y pro-
fundos en la mejoi- política.
Un autor ^ dice: «La mendicidad habitual aleja la
vergiienza y hace al hombre enemigo de la industria...
El verdadero pobre es el imposibilitado de trabajar. Con-
sentir que el hábil pida limosna, es quitar á aquél y al
cuerpo nacional el producto de su aplicación. Si se dirige
mal la limosna, á favor del mendigo voluntario, degenera
la caridad, reina de las virtudes, en protectora de los
vicios; hallar muchos en ella la comida segura, es uno
de los mayores estorbos de la aplicación. La falta de
• El licenciado don Francisco Peñaranda en su Resolución unioersal sobre el sistr
ma económico y político más conoeniente á España.
'-■ ^ÍT***'^^*^
'SWT- -^'"j - " -«^
OBRAS ESCOGIDAS
213
ocupación en las gentes causa vicios, estragos y ruinas
cantra la misma inclinación de los más que se corrom-
jh'H, como me parece que ha sucedido á usted. Sin
estudios ó ejercicios se entorpecen los hombres y los
entendimientos. La potestad política más respetable en
proporciones degradará su mérito al extremo de bárbara,
no cultivando sus talentos.»
El señor don Melchor Rafael de Macanaz, en su
r('|)rosentaci(')n hecha al rey don Felipe V expresando los
notorios males que causan la despoblación... y otros
daños sumamente atendibles y dignos de reparo, con las
advertencias generales para su universal remedio, hablan-
do do los mendigos dice: «^No se permitan pordioseros,
poiN|ue á veces los que de día parecen baldados, de noche
están aptos para robar. Además que en ninguna corte
culta se permiten.» Poco antes dice: «Si les va bien
pidiendo limosna, no trabajan; se entregan gustosos al
abandono, y... se convierten en viciosos.» ^
Mas estas advertencias, aun(|ue sean muy juiciosas,
n.; })ueden serlo más que las que tenemos con mucha
anticipación en las sagradas letras. Al primer hombre
m lidijo Dios diciéndole que comería con el sudor de su
rustro. Después dijo, que el jornalero es digno de su
j^iiial; y en otra parte, que al buey que arara (esta es
lí jcy (jue observaban los israelitas), que al buey que
Tom. vil del Semanario erudiío, á fojas 199 y 203.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. U , C. — 54 .
■•* * *>?í\ 7 I ' >T^
?
214
PENSADOR MEXICANO
arara ó trillara no se le atara la boca; dándonos á enten-
der que el que trabaja debe comer de su trabajo, así
como el que sirve al altar debe comer del altar.
Por último, el ap(')Stol San Pablo, siendo acreedor j'i
los caritativos socorros de los fíeles, no quiso molestar-
los, sino que trabajaba con sus manos para ganar la
vida, ^ y así se los escribió á los Tesalonisenses en la
Epístola 2, cap. 3. ^^Bien sabéis, les dice, que nadie tuvo
que mantenerme de limosna, y que por no seros gravoso,
trabajaba de día y de noche... y así el (jue no quiera
trabajar que no coma, quoniain si (¡ais non vult opci'ciri
ncc nuinducc/.»
En vista de esto, amigo, ¿cuál será la justa disculpa
(jue tendrá ningún flojo ni Hoja para pretender mante-
nerse á costa de la piedad mal entendida de los fieles,
defraudando de paso el socorro á los que legítimamente
lo merecen?
Si usted me dijere (jue, aunque quieran trabajar,
muchos no hallan en qué, le responderé que pueden
darse algunos casos de éstos por falta de agricultura,
comercio, marina, industria, etc., etc.; pero no son
tantos como se suponen. Y si no, reparemos en la mul-
titud de vagos que andan encontrándose en las calles,
tirados en ellas mismas ebrios, arrimados á las esquinas,
' Hemos de advertir que San Pablo era noble y caballero romano, y no se aver-
gonzaba de trabajar para comer.
m^'^
■.■sen .•
OBRAS ESCOGIDAS
215
metidos en los trucos, pulquerías y tabernas, así hom-
b)'os como mujeres ; preguntemos y hallaremos que
muchos de ellos tienen oficio, y otros y otras robustez
y salud para servir. Dejémoslos aquí 6 indaguemos por
la ciudad si hay artesanos que necesiten de oficiales, y
casas donde falten criados y criadas, y hallando que hay
muchos de unos y otros menesterosos, concluiremos que
la abundancia de vagos y viciosos, en cuyo número
í^ntran los falsos mendigos, no tanto debe su origen á la
falta de trabajo que ellos suponen, cuanto á la holgaza-
nería con que están congeniados.
No me fuera difícil señalar los medios para extirpar
la mendicidad, á lo menos en este reino; pero este paso
ya lo darán otros alguna vez. ^ A más de que á mí no
mo toca dictar proyectos económicos generales, sino
darle á usted buenos consejos particulares como amigo.
I-^n virtud de esto, si usted se halla en disposición de
ser hombre de bien, de trabajar y separarse de la vil
cari'cra que ha abrazado, yo estoy con ganas de socorrer-
lo '.'on alguna friolerilla que podrá aprovecharle tal vez
con la experiencia que tiene más que los tres mil pesos
que se sacó de la lotería.
Yo, avergonzado y confundido con el puñado de ver-
dados que aquel buen hombre me acababa de estrellar en
io.-r, ojos, le dije: — Que desde luego estaba pronto á todo
* Algo S3 dijo sobre esto en el número 9 del 2," tomo de El Fensador Mexicano.
^4-
216
PENSADOR MEXICANO
y se lo aseguraba; pero (jue no tenía conocimientos para
solicitar destino.
El caballero, que conocía mi regular letra, me ofre-
ció interesarse con un su amigo que se acababa de des-
pachar de subdelegado de Tixtla para que me llevase en
su compañía en clase de escribiente. Agradecí su favor,
y 61, sacando de un cofre cincuenta pesos, los puso en
mi mano y me dijo: — Tenga usted veinticinco pesos
que le doy, y veinticinco que le devuelvo, y son estos
mismos que señalé delante de usted, pues siempre me
persuadí á (jue sucedería lo que ha pasado, y que al hn
usted propio, mirándose acosado de la pobreza y sin
arbitrio, me pediría un socorro tarde ó temprano: pero
pues este lance lo anticipó la casualidad de haberlo en-
contrado, tómelos usted y cuénteme el modo con que se
metió á mendigo, pues me persuado que á usted lo sedu-
jeron.
Yo le conté todo lo que me había pasado al pie de 1;»
letra, sin olvidar el infernal arbitrio que tenía la perversa
Anita de pellizcar a su inocente hijito para hacerlo llora'
y conmover á los incautos, contándoles como lloraba df
hambre.
Pateaba el caballero de cólera al oir esta inhumani-
dad, y no pudo menos que rogarme lo acompañara '•
enseñarle la casa, jurándome ocultar, no sólo mi persona,
sino mi nombre.
-r- > ■ ._-~-
OBRAS ESCOGIDAS
217
Xo me pude excusar A sus ruegos, pues por más
que me daban lástima mis compañeros, los cincuenta
pesos me estimulaban imperiosamente á condescender
Culi los ruegos de mi generoso bienhechor; y así, vistién-
dome otros desechos y capotillo viejo que él me dio, sali-
mos de la casa y fuimos derechos á la de un alcalde de
corto, (jue informado de todos los pormenores del asunto,
le facilitó á mi protector un escribano y doce ministriles.
con los que sin perder tiempo nos dirigimos á la triste
ciioza de los falsos mendigos.
Yo me (juedé oculto entre los alguaciles, y éstos
caveron á toda la cuadrilla con la masa en las manos.
Los amarraron y los llevaron á la cárcel juntamente con
los parches, aceites, muletas y tompiates, pues decía el
escribano que todo aquello se llevara con los reos, pues
ei'a el cuerpo del delito.
Quedaron en la cárcel, y yo me volví á casa de mi
pailón, con quien estuve en clase de arrimado, mientras
el subdelegado, que luego me admitió entre sus depen-
di'Tites, disponía su viaje.
Hreve y sumariamente se concluyó la causa de los
ni( ndigos. La Anita fué á acabar de criar á su hijo á
San Lucas y los demás á ganar el sustento al castillo de
-Sa;i Juan de Ulúa.
Yo, con los cincuenta pesos, me surtí de lo que me
bacía más falta, y habiéndome granjeado la voluntad del
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 55.
218
PENSADOR MEXICANO
subdelegado desde México, llegó el día en que partiéra-
mos para Tixtla.
Entonces me despedí de mi bienhechor dándole muy
justos agradecimientos, y salí con mi nuevo amo para
mi destino, donde hice los progresos que leeréis en ci
capítulo siguiente.
"'**.■■-
íUTSlIgPTTi:^*^-
CAPITULO IX
En el que refiere Periquillo cómo le fué con el subdelegado;
el carácter de éste, y su mal modo de proceder; el del cura del partido; la capitulación
■ iue sufrió dicho juez; cómo desempeñó Perico la tenencia de justicia, y finalmente
el honrado modo con que lo sacaron del pueblo
Si como los muchachos de la escuela me pusieron
por mal nombre Periquillo Sarniento, me ponen Perico
Saltador, seguramente digo ahora que habían pronosti-
culo mis aventuras, porque tan presto saltaba yo de un
destino á otro y de una suerte adversa á otra favorable.
Vedme, pues, pasando de sacristán á mendigo y de
íiiendigo á escribiente del subdelegado de Tixtla, con
íi'nen me fué tan bien desde los primeros días, que me
220
PENSADOR MEXICANO
comenzó á manifestar harto cariño, y para colmo de mi
felicidad, á poco tiempo se descompuso con él su direc-
toi', y se fué de su casa y de su pueblo.
Mi amo era uno de los subdelegados tomineros O
interesables, y trataba, según me decía, no sólo de des-
quitar los gastos que había erogado para conseguir la
vara, sino de sacar un buen principalillo de la subdelega-
ción de los cinco años.
Con tan rectas y justificadas intenciones no omitía
medio alguno para engrosar su bolsa, auníjue fuera el
más inicuo, ilegal y prohibido. 1*^1 era comerciante y tenía
sus repartimientos; con esto fiaba sus géneros á buen
precio á los labradores y se hacía pagar en semillas ;'i
menos valor del que tenían al tiempo de la cosecha,
cobraba sus deudas puntual y rigorosamente, y como ;'i
él le pagaran, se desentendía de la justicia de los demá>
acreedores, sin quedarles á estos pobres otro recurso,
para cobrar, que interesar á mi amo en alguna parte de
la deuda.
A pesar de estar abolida la costumbre de pagar el
marco de plata que cobraban los subdelegados, como por
vía de multa, á los que caían por delito de incontinencia,
mi amo no entendía de esto, sino que tenía sus espiones,
por cuyo conducto sabía la vida y milagros de todos lo^
vecinos, y no sólo cobraba el dicho marco á los que se
le denunciaban incontinentes, sino que les arrancaba unas
OBRAS ESCOGIDAS
221
multas exhorbitantes á proporción de sus facultades, y
luogo que las pagaban los dejaba ir, amonestándoles que
cuidado con la reincidencia, porque la pagarían doble.
Apenas salían del juzgado cuando se iban á su casa otra
vez. Los dejaba descansar unos días, y luego les caía
de repente y les arrancaba más dinero. Pobre labrador
hubo de estos que en multas se le fué la abundante cose-
cha de un año; otro se quedó sin su ranchito por la
misma causa: otro tendero quebró, y los muy pobres
su quedaron sin camisa.
Estas y otras gracias semejantes tenía mi amo; pero
así como era habilísimo para exprimir á sus subditos,
así era tonto para dirigir el juzgado, y mucho más para
defenderse de sus enemigos, que no le íaltaban, y muchos,
¡gracias á su buena conducta I
En estos trabajos se halló metido y arrojado luego
que se le fur el director, que era quien lo hacía todo,
pues <''l no era más que una esponja para chupar al
pueblo, y un firmón para autorizar los procesos y las
cotrespondencias de oficio.
No hallaba que hacerse el pobre, ni sabía cómo
insd'uir una sumaria, formalizar un testamento ni res-
ponder una carta.
Yo, viendo que ni atrás ni adelante daba puntada en
la materia, me comedí una vez á formar un proceso y á
contestar un oficio, y le gustó tanto mi estilo y habilidad,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H , C. — 56.
222
PENSADOR MEXICANO
(juc desde aquel día me acomodó de su director y mo
hizo dueño de todas sus confianzas, de manera que no
había trácala ni enredo suyo que yo no supiera bien á
fondo y del que no lo ayudara á salir con mis marañas
perniciosas.
Fácilmente nos llevamos con la mayor familiaridad,
y como ya le sabía sus podridas. <''l tenía (jue disimular
las mías, con lo que si ('I solo era un diablo. r\ y yo
•'•ramos dos diablos con (juienes no se podía averiguar el
triste pueblo, porque «'I hacía sus diabluras por su lado,
y yo por el mío hacía las que podía.
Con tan buen par de pillos, revestidos el uno de la
autoridad ordinaria y el otro del disimulo más procaz,
rabiaban los infelices indios, gemían las castas, se que-
jaban los blancos, se desesperaban los pobres, se daban
al diablo los riquillos, y todo el pueblo nos toleraba por
la fuerza en lo público y nos llenaba de maldiciones en
secreto.
Sería menester cerrar los ojos y taparse los oídos, si
estampara yo en este lugar las atrocidades que cometi-
mos entre los dos en menos de un año, según fueron do
terribles y escandalosas; sin embargo, dirc'- las menos,
y las referir*'' de paso, así para que los lectores no se
queden enteramente con la duda, como para que gradúen
por los menos malos cuáles serían los crímenes más
atroces que cometimos.
t-9
• --.r^T
OBRAS ESCOGIDAS
223
Siempre en los pueblos hay algunos pobretones que
hacen la barba á los subdelegados con todas sus fuerzas
V procuran ganarse su voluntad prostituyéndose á las
mayores vilezas.
A uno do éstos le daba dinero el subdelegado por
mi mano para que fuera á poner montes de albures, avi-
sándonos en qur parte. Este tuno cogía el dinero, sedu-
cía á cuantos podía y nos enviaba á avisar en dónde
estaba. Con su aviso formábamos la ronda, les caíamos,
los encerrábamos en la cárcel v les robábamos cuanto
podíamos, repitiendo estos indignos arbitrios y el pillo
sus viles intrigas cuantas veces queríamos.
Contraviniendo á todas las reales órdenes que favo-
recen á los indios, nos servíamos de estos infelices á
nuestro antojo, haciéndolos trabajar en cuanto queríamos
y aprovechándonos de su trabajo.
Por cualquier pretexto publicábamos bandos, cuyas
ponas pecuniarias impuestas en ellos exigíamos sin piedad
á los infractores. Pero ¡qu<'' bandos y para qu<'' cosas tan
exitaüas! supongamos: para que no anduviesen burros,
puercos ni gallinas fuera de los corrales; otros, para que
tuviesen gatos los tenderos: otros, para que nadie fuera á
nVisa descalzo, v todos á este modo.
■ti
He dicho que publicábamos y hacíamos en común
estas fechorías, porque así era en realidad; los dos ha-
cíamos cuanto queríamos ayudándonos mutuamente.
224
PENSADOR MEXICANO
Yo aconsejaba mis diabluras y el subdelegado las auto-
rizaba, con cuyo mrtodo padecían bastante los vecinos,
menos tres ó cuatro que eran los más pudientes del
lugar.
listos noíí pechaban grandemente y el subdelegado
les sufría cuanto querían. Ellos eran usureros, monopo-
listas, ladrones y consumidores de la substancia de los
pobres del pueblo; unos comerciantes y otros labradores
ricos. A más de esto eran soberbísimos. A cualquier
pobre indio, ó porque les cobraba sus jornales, ó por(|ue
les regateaba, ó poi'que quería trabajar con otros amos
menos crueles, lo maltrataban y golpeaban con más
libertad que si fuera su esclavo.
Mandaban estos rrgulos tolerados por el juez, en su
director, en el juzgado y en la cárcel; y así ponían en
ella á quien querían por quítame allá esas pajas.
No por ser tan avarientos ni por verse malquistos
del pueblo dejaban de ser escandalosos. Dos de ellos
tenían en sus casas á sus amigas con tanto descaro (jue
las llevaban á visita á la del señor juez, teniendo éste á
mucho honor estos ratos, y convidándose para bautizar-
al hijo de una de ellas que estaba para ver la luz del
mundo, como sucedió en efecto.
Sólo á estos cuatro picaros respetábamos; pero á los
demás los exprimíamos y mortificábamos siempre que
podíamos. Eso sí, el delincuente que tenía dinero, her-
>■■ ^ttIPt- T . 'V Jíy"
OBRAS ESCOGIDAS
225
mana, hija ó mujer bonita, bien podía estar seguro de
quedar impune, fuera cual fuera el delito cometido;
porque como yo era el secretario, el escribano, el escri-
biente, el director y el alcahuete del subdelegado, hacía
las causas según quería, y los reos corrían la suerte que
les destinaba.
Los molletes venían al asesor como yo los frango-
llaba; ('ste dictaminaba según lo que leía autorizado por
el juez, y salían las sentencias endiabladas; no por igno-
i'ancia del letrado, ni por injusticia de los jueces, sino
por la sobrada malicia del subdelegado y su director.
Lo peor era que en teniendo los reos plata ó faldas
ijue los protegieran, aunque hubiera parte agraviada que
pidiera, salían libres y sin más costas que las que tenían
adelantadas, á pesar de sus enemigos; pero si era pobre
ó tenía una mujer muy honrada en su familia, ya se
podía componer, porque le cargábamos la ley hasta lo
último, y cuando no era muy delincuente tenía (jue sufrir
orho ó diez meses de prisión; y aunque nos amontonara
Oí'critos sobre escritos, hacíamos tanto caso de ellos como
do las coplas de la Zarabanda.
Por otra parte, el señor cura alternaba con nosotros
para mortificar á los pobres vecinos. Yo quisiera callar
l"'-^ malas cualidades de este eclesiástico; pero es indis-
p usable decir algo de ellas por la conexión que tuvo en
"i salida de aquel pueblo.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 57.
'S.
226
PENSADOR MEXICANO
El era bastantemente instruido, doctor en cánones,
nada escandaloso y demasiado atento; mas estas prendas
se deslucían con su S(jrdido interés y declarada codicia.
Ya se deja entender que no tenía caridad, y se sabe que
donde falta este sólido cimiento no puede fabricarse el
hermoso edificio de las virtudes.
Así sucedía con nuestro cura. Era muy enérgico en
el pulpito, puntual en su ministerio, dulce en su con-
versación, afable en su trato, obsequioso en su casa,
modesto en la calle, y hubiera sido un párroco excelente
si no se hubiera conocido la moneda en el mundo; mas
ésta era la piedra de toque que descubría el falso oro do
sus virtudes morales y políticas. Tenía harta gracia paia
hacerse amar y disimular su condición, mientras no se lo
llegaba á un tomín: pero como le pareciera que se de-
fraudaba á su bolsa el más ratero inten's, adit'js amista-
des, buena crianza, palabras dulces y genio amable; allí
concluía todo, y se le veía representar otro personaje
muy diverso del (jue solía, porque entonces era d
hombre más cruel y falto de urbanidad y caridad con
sus feligreses. A todo lo (jue no era darle dinero estaba
inexorable: jamás le afectaron las miserias de los infc-
lices, y las lágrimas de la desgraciada viuda y del huér-
fano triste no bastaban á enternecer su corazón.
Pero para ((ue se vea que hay de todo en el mundo,
os he de contar un pasaje que presenció entre muchos.
-i^T'Kt .-.Tr-ffr»
-'•í'' ."ÍTX-
OBRAS ESCOGIDAS
227
Con ocasión de unas fiestas que había en Tixtla con-
vidó nuestro cura al de Chilapa, el bachiller don Benigno
Fi-anco, hombre de bello genio, virtuoso sin hipocresía y
corriente en toda sociedad, quien fué á las dichas fiestas,
\ una tarde que estaban disponiendo en el curato diver-
tirle con una malilla mientras era hora de ir á la come-
dia, entró una pobre mujer llorando amargamente con
una criatura de pecho en los brazos y otra como de tres
años de la mano.
Sus lágrimas manifestaban su íntima aflicción y sus
andrajos su legítima pobreza. — ¿Qu<' quieres, hija? le
dijo el cura de Titxla; y la pobre, bebit''ndose las lágri-
mas, le respondió: — Señor cura, desde anteanoche murió
mi marido; no me ha dejado más bienes que estas criatu-
ras; no tengo nada que vender ni con qué amortajarlo,
ni aun velas que poner al cuerpo; apenas he juntado de
limosna estos doce reales que traigo á su merc<', y á esta
mi>ma hora no hemos comido ni vo ni esta muchachita;
vi
1<^ ruego á su mercr que por el siglo de su madre y por
Dios, me haga la caridad de enterrarlo, que yo hilan'- en
el torno y le abonaré dos reales cada semana.
— Hija, dijo el cura; ¿qué calidad tenía tu marido?
— Español, señor. — ¿Español? Pues te faltan seis pesos
para completar los derechos, que esos previene el aran-
C''*; toma, léelo... — Diciendo esto, le puso el arancel en
s manos, y la infeliz viuda, regándolo con el agua del
l'-iS
228
PENSADOR MEXICANO
dolor, le dijo: — ¡Ay, señor cura! ¿Para qur quiero este
papel si no sé leer? Lo que le ruego á su mercé es qu-;
por Dios entierre á mi marido. — Pues, hija, decía el cur.i
con gran socarra, ya te entiendo; pero no puedo hacer
estos favores: tengo que mantenerme y que pagar ul
padre vicario. Anda, mira á don Blas, á don Agustín »
á otro de los señores que tienen dinero, y ruégales que te
suplan por tu trabajo el que te falta y mandan'' sepultar
el cadáver.
— Señor cura, decía la pobre mujer, ya he visto á
todos los señores y ninguno ijuiere. — Pues alíjuílate:
métete á servir. — ¿Dónde me han de (juerer, señor, con
estas criaturas? — Pues anda, mira lo que haces y no
me muelas, decía el cura muy enfadado, (jue á mí no me
han dado el curato para fiar los emolumentos, ni me fía
el tendero, ni el carnicero, ni nadie. — Señor, instaba
la infeliz; ya el cadáver se comienza á corromper y no se
puede sufrir en la vecindad. — Pues cómetelo, porque
si no traes cabales los siete pesos y medio, no creas que
lo entierre por más plagas que me llores. ¡Quién no
conoce á ustedes, sinvergüenzas, embusteras I Tienen
para fandangos y almuercitos en vida de sus maridos,
para estrenar todos los días zapatos, enaguas y otras
cosas, y no tienen para pagar los derechos al pobre cura.
Anda noramala, y no me incomodes más.
La desdichada mujer salió de allí confusa, atormen-
■ -^^.f^T '*>' -^ V '. ,
. ■'f.'^W^í •• "'¿''H!>;*f ^
OBRAS ESCOGIDAS
229
Inda y llena de vergüenza por el áspero tratamiento de
r<u cura, cuya dureza y falta de caridad nos escandalizó
;'i todos los que presenciamos el lance; pero á poco rato
(ic haber salido la expresada viuda, volvió á entrar pre-
surosa, y poniendo sobre la mesa los siete y medio pesos,
It^ dijo al cura: — Ya está aquí el dinero, señor, hágame
usted favor de que vaya el padre vicario á enterrar á mi
marido.
— ¿Qué le parece á usted de estas cosas, compañero?
dijo nuestro cura al de Chilapa, enredando con él la con-
versación. ¿No son unos picaros muchos de mis feli-
greses? ¿Ve usted cómo esta bribona traía el dinero pre-
venido y se hacía una desdichada por ver si yo la creía y
enterraba á su marido de coca? A otro cura de menos
experiencia que yo ¿no se la hubiera pegado ésta con
tantas lágrimas fingidas?
El cura Franco, como si lo estuviera reprendiendo
su prelado, bajaba los ojos, enmudecía, mudaba de color
cada rato, y de cuando en cuando veía á la desgraciada
viuda con tal ahinco que parecía quererle decir alguna
cosa.
Todos estábamos pendientes de esta escena sin
poder averiguar qué misterio tenía la turbación del cura
dcii Benigno; pero el de Tixtla, encarándose severa-
mente á la mujer, y echándose el dinero en la bolsa,
le dijo: — Está bien, sinvergüenza, se enterrará tu ma-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 58.
:#
230
PENSADOR MEXICANO
rido; pero será mañana en castigo de tus picardías,
embustera.
— No soy embustera, señor cura, dijo la triste mujer
con la mayor aflicción, soy una infeliz; el dinero me lo
han dado de limosna ahora mismo. — ¿Ahora mismo?
Esa es otra mentira, decía el cura; ¿y quién te lo ha
dado? — Entonces la mujer, soltando la criatura que lle-
vaba de la mano y tomando en un brazo á la de pecho,
se arroja á los pies del cura de Chilapa, lo abraza por las
rodillas, reclina sobre ellas la cabeza y se desata en un
mar de llanto sin poder articular una palabra. Su hijita.
la que andaba, lloraba también al ver llorar á su madre;
nuestro cura se quedó atónito; el de Chilapa se inclinó
rodándosele las lágrimas, y porfiaba por levantar á la
afligida, y todos nosotros estábamos absortos con seme-
jante espectáculo.
Por fin, la misma mujer, luego que calmó algún
tanto su dolor, rompió el silencio diciendo á su benefac-
tor:— Padre, permítame usted que le bese los pies y se
los riegue con mis lágrimas en señal de m¡ agradeci-
miento.— Y volviéndose á nosotros, prosiguió: — Sí, se-
ñores, este padre, que no será solo un señor sacerdote,
sino un ángel bajado de los cielos, luego que salí, me
llamó á solas en el corredor, me dio doce pesos y me dijo
casi llorando: — Anda, hijita, paga el entierro y no digas
quién te ha socorrido. — Pero yo fuera la mujer más
-r^ffni'. ^^i?
OBRAS ESCOGIDAS
231
-■r
iifzrata del mundo si no gritara quién me ha hecho tan
<^rande caridad. Perdóneme que lo haya dicho, porque á
más de que quería agradecerle públicamente este favor,
me dolió mucho mi corazón al verme maltratar tanto de
mi cura, que me trataba de embustera.
Los dos curas se quedaron mutuamente sonrojados
V no osaban mirarse uno al otro, ambos confundidos:
el de Tixtla por ver su codicia reprendida y el de
Chilapa por advertir su caridad preconizada. El padre
vicario, con la mayor prudencia, pretextando ir á hacer
el entierro á la misma hora, sacó de allí á la mujer,
y el subdelegado hizo sentar á los convidados y se
comenzó la diversión del juego, con la que se distrajeron
todos.
Ya dije que íuí testigo de este pasaje, así como de
los torpes arbitrios que se daba nuestro cura para habi-
litai' su cofre de dinero. Uno de ellos era pensionar
;> los indios para que en la Semana Santa le pagasen
un tanto por cada efigie de Jesucristo que sacaban en
la procesión que llaman de los Cristos; pero no por vía
de limosna ni para ayuda de las funciones de la iglesia,
pues éstas las pagaban aparte, sino con el nombre de
derechos, que cobraba á proporción del tamaño de las
imágenes, verbigracia: por un Cristo de dos varas, cobraba
dos pesos; por el de media vara, doce reales; por el de
una tercia, un peso; y así se graduaban los tamaños
232
PExNSADOR MEXICANO
hasta de á medio real. Yo me limpié las légañas para
leer el arancel y no hallé prefijados en él tales dere-
chos.
El viernes santo salía en la procesión que llamaa
del Santo Entierro; había en la carrera de la dicha
procesión una porción de altares, fjue llaman posas, y
en cada uno de ellos pagaban los indios multitud de
pesetas, pidiendo en cada vez un rcsjtonso por el alma
del Señor, y el bendito cura se guardaba los tomines,
cantaba la oración de la Santa Cruz, y dejaba á aquellos
pobres sumergidos en su ignorante y piadosa supersti-
ción.— Pero ¿qué más? — Le constaba que el día de
finados llevaban los indios sus ofrendas y las ponían en
sus casas creyendo que mientras más fruta, tamales,
atole, mole y otras viandas ofrecían, tanto más alivio
tenían las almas de sus deudos: y aun había indios tan
idiotas, que mientras estaban en la iglesia, estaban
echando pedazos de fruta y otras cosas por los agujeros
de los sepulcros. Repito que el cura sabía, y muy bien,
el origen y espíritu de estos abusos, pero jamás les pre-
dicó contra él, ni se los reprendió, y con este silencio
apoyaba sus supersticiones, ó más bien las autorizaba,
quedándose aquellos infelices ciegos, porque no había
quién los sacara de su error. Ya sería de desear que
sólo en Tixtla y en aquel tiempo hubieran acontecido
estos abusos; pero la lástima es que hasta el día hay
'^1Jtl^7;. V%-
í ?/7!
>*rTM5"
OBRAS ESCOGIDAS
233
muchos Tixtlas. ¡Quiera Dios que todos los pueblos del
reino se purguen de estas y otras semejantes boberías, á
merced del celo, caridad y eficacia de los señores curas I
Fácil es concebir que siendo el subdelegado tan
tominero y no siendo menos el cura, rara vez había
paz entre los dos; siempre andaban á mátame ó te
mntaré; porcjue es cierto que dos gatos no pueden estar
bien en un costal. Ambos trataban de hacer su negocio
cnanto antes y de exprimir al pueblo cada uno por su
lado. Con esto á cada paso se formaban competencias,
de (|ue nacían quejas y disgustos. Por ejemplo: el cura,
sin ser de su instituto, perseguía á los incontinentes
libres, por ver si los casaba y percibía los derechos; el
subdelegado hacía lo mismo por percibir las multas;
cogía el cura á algunos, los reclamaba el juez secular;
los negaba el eclesiástico, y he aquí formada ya una
competencia de jurisdicciones.
En estas y las otras los pobres eran los lázaros, y
regularmente ellos pagaban el pato, ó con la prisión, ó
con el desembolso que sufrían, siendo los miserables
indios la parte más flaca sobre que descargaba el interés
de ambos traficantes.
Á excepción de cuatro riquillos consentidos que con
su dinero compraban la impunidad de sus delitos, nadie
pedía ver al cura ni al subdelegado. Ya algunos habían
representado en México contra ellos por sus agravios
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 59.
234
PENSADOR MEXICANO
O
particulares; mas sus quejas se eludían fácilmente, com
que siempre había testigos que depusieran contra ellos
y en favor de los agraviantes, haciendo pasar á los quo
se quejaban por unos calumniadores cavilosos.
Pero como el crimen no puede estar mucho tiempo
sin castigo, sucedió que los indios principales con su
gobernador pasaron á esta capital, hostigados ya de los
malos tratamientos de sus jueces, y sin meterse por
entonces con el cura acusaron en forma al subdelegado,
presentando á la Real Audiencia un terrible escrito con-
tra él, (|ue contenía unos capítulos tan criminales como
estos:
Que el subdelegado comerciaba y tenía reparti-
mientos;
Que obligaba á los hijos del pueblo á comprarle al
fiado, y les exigía la paga en semillas y a menos precio
del corriente;
Que los obligaba á trabajar en sus labores por v\
jornal que quería, y al que se resistía ó no iba lo azotaba
y encarcelaba;
Que permitía la pública incontinencia á todo el que
tenía para estarle pagando multas cada rato;
Que por quinientos pesos solapó y puso en libertad
á un asesino alevoso:
Que por tercera persona armaba juegos, y luego
sacrificaba á cuantos cogía en ellos;
--■i-(tp^-\ ■,--,^:-^y;rT-
OBRAS ESCOGIDAS
235
f
Que ocupaba los indios en el servicio de su casa sin
libarles nada;
Que se hacía servir de las indias, llevando á su casa
ti es cada semana con el nombre de semaneras, sin darles
nada, y no se libraban de esta servidumbre ni las mismas
hijas del gobernador;
Que les exigía á los indios los mismos derechos
en sus demandas que los que cobraba de los espa-
ñoles;
Que los días de tianguis él era el primer regatón que
abarcaba los efectos que andaban más escasos, los hacía
llevar á su tienda y después los vendía á los polares á
subido precio;
ritimamente, que comerciaba con los reales tri-
butos.
Tales eran los cargos que hacían en el escrito, que
concluía pidiendo se llamase al subdelegado á contestar
en la capital; que fuera á Tixtla un comisionado para
<|ue, acompañado del justicia interino, procediese á la
averiguación de la verdad , y resultando cierta la acusa-
ción, se depusiera del empleo, obligándolo á resarcir
los daños particulares que había inferido á los hijos del
pueblo.
La Real Audiencia decretó, de conformidad con lo
<iue los indios suplicaban, y despachó un comisionado.
Toda esta tempestad se prevenía en México sin
236
PENSADOR MEXICANO
saber nosotros nada, ni aun inferirlo de la ausencia de
los indios, ponjue éstos fingieron que iban á mandar
á hacer una imagen. Con esto le cogió de nuevo á mi
amo la notificación (juc le hizo el comisionado una tarde
que estaba tomando fresco en el corredor de las casas
reales, y se reducía á que cesando desde aquel momento
sus funciones, nombrase un lugarteniente, saliese del
pueblo dentro de tres días, y dentro de ocho se presen-
tara en la capital a responder á los cargos de que lo
acusaban.
Frío se (juedó mi amo con semejante receta; pero
no tuvo otra cosa que hacer que salir á trompa y cuezco,
dejándome de encargado de justicia.
Cuando yo me vi solo y con toda la autoridad de
juez á cuestas, comencé á hacer de las mías á mi entera
satisfacción. Mn primer lugar, desterré á una muchacha
bonita del pueblo, porque vivía en incontinencia. Así
sonó; pero el legítimo motivo fué porque no quiso
condescender con mis solicitudes, á pesar de ofrecerle
toda mi judicial interinaria protección. Después, mediante
un regalito de trescientos pesos, acriminé á un pobre,
cuyo principal delito era tener mujer bonita y sin honor.
y se logró con mi habilidad despacharlo á un presidio,
quedándose su mujer viviendo libremente con su que-
rido.
Á seguida requerí y amenacé á todos los que estaban
OBRAS ESCOGIDAS
237
incursos en el mismo delito, y ellos, temerosos de que
no les desterrara á sus amadas, como lo sabía hacer,
me pagaban las multas que quería, y me regalaban para
que no los moliera muy seguido.
Tampoco dejr de anular las más formales escrituras,
revolver testamentos, extraviar instrumentos públicos,
como obligaciones ó fianzas, ni de cometer otras torpezas
semejantes. Últimamente, yo, en un mes que dun' de
encargado ó suplente de juez, hice más diabluras que
el propietario y me acabr de malquistar con todos los
vecinos.
Para coronar la obra, puse juego público en las
casas reales, y la noche que me ganaban, salía de ronda
á perseguir á los demás jugadores privados; de suerte
que había noches que á las doce salían los tahúres de
mi casa á las suyas y entraban á la cárcel los pobretes
qu<^ yo encontraba jugando en la calle, y con las multas
que les exigía me desquitaba del todo ó de la mayor
parte de lo que había perdido.
Una noche me dieron tal entrada, que no teniendo
un real mío, descerrajr las cajas de comunidad y perdí
todo el dinero que había en ellas; mas esto no lo
hi M' con tal precaución que dejaran otros de advertirlo
y ponerlo en noticia del cura y del gobernador, los
cuales, como responsables de aquel dinero, y sabien-
d<' que yo no tenía tras qué caer, representaron luego
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C— 60.
-r*:
238
PENSADOR MEXICANO
á la capital acompañando su informe de certificaciones
privadas (|ue recogieron, no sólo de los vecinos honra-
dos del lugar, sino del mismo comisionado; pero esto
lo hicieron con tal secreto, (jue no me pasó por las
narices.
El cura fu»'" el *jue convocó al gobernador, quien
hizo el informe, recogió las certificaciones, las remitió
á Mrxico y fur el principal agente de mi ruina, según
he dicho; y esto, no por amor al pueblo ni por celo do
la caridad, sino pon|ue había concebido el quedarse con
la mayor parte de aquel dinero, so pretexto de componer
la iglesia, como ya se los había propuesto á los indios,
y éstos parece (jue se iban disponiendo á ello. Con esto,
cuando supo mi aventura y perdió las esperanzas do
soplarse el dinero, se voló y trató de perderme, como lo
hizo.
Para alivio de mis males, el subdelegado, no tenien-
do qué responder ni con qué disculparse de los cargos de
que los indios y otros vecinos lo acusaron, apeló á la
disculpa de los necios, y dijo: que á él le cogía de nuevo
que aquéllos fueran crímenes. (|ue él era lego; quo
jamás había sido juez, y no entendía de nada: que so
había valido de mí como su director; que todas aquellas
injusticias yo se las había dictado; y que así, yo debía
ser el responsable, como que de mí se fiaba entera-
mente.
■■vKiB»-' ;.'^jvr*
OBRAS ESCOGIDAS
239
Kstas disculpas, pintadas con la pluma de un abo-
gado hábil, no dejaron de hacerse lugar en el íntegro
juicio de la Audiencia, si no para creer al subdelegado
inocente, á lo menos para rebajarle la culpa en la que,
no sin razón, consideraron los señores que yo tenía la
mayor parte, y más cuando casi al tiempo de hacer
este juicio recibieron el informe del cura, en el que
vieron que yo cometía más atrocidades que el subde-
legado.
Entonces (yo hubiera pensado de igual modo) car-
garon sobre mí el rigor de la ley que amenazaba á mi
amo; disculparon á éste en mucha parte; lo tuvieron por
un tonto é inepto para ser juez: lo depusieron del empleo,
y (exigieron de los fiadores el reintegro de los reales inte-
reses, dejando su derecho á salvo á los particulares
agraviados para que repitiesen sus perjuicios contra el
subdelegado á mejora de l'ortuna, porque en aquel caso
Se manifestó insolvente, v enviaron siete soldados á
lixtla para que me condujesen á México en un macho
con silla de pita y calcetas de Vizcaya.» ^
Tan ajeno estaba yo de lo que me había de suceder,
que la tarde que llegaron los soldados estaba jugando
con el cura y el comisionado una malilla de campo á
real el paso. No pensaba entonces en más que en resar-
cirme de cuatro codillos que me habían pegado uno tras
' En un macho aparejado y con grillos. E. "
240
PENSADOR MEXICANO
otro. Cabalmente me habían dado un solo que era ten
dido y estaba yo hueco con él, cuando en esto quo
llegan los soldados, y entran en la sala, y como esti
gente no entiende de cumplimientos, sin muchas cere-
monias preguntaron (juién era el encargado de justicio.
Y luego que supieron que yo era, me intimaron el arres-
to, y sin dejarme jugar la mano, me levantaron de
la mesa, dieron un papel al cura y me condujeron á la
cárcel.
El papel, me hago el cargo que contendría la real
provisión de la Audiencia y el sujeto que debía quedar
gobernando el pueblo. Lo cierto es que yo entré á la
cárcel y los presos me hicieron mucha burla, y se des-
quitaron en poco tiempo de cuantos trabajos les hice
yo pasar en todo el mes.
Al día siguiente, bien temprano y sin desayunarme,
me plantaron mi par de grillos, me montaron sobre un
macho aparejado y me condujeron á México, poniéndome
en la cárcel de Corte.
Cuando entré en esta triste prisión me acordé del
maldito aguacero de orines con que me bañaron otros
presos la vez primera que tuve el honor de visitar-
la, del feroz tratamiento del presidente, de mi amigo
don Antonio, del Aguilucho y de todas mis fatales
ocurrencias, y me consolaba con que no me iría tan
mal, ya porque tenía seis pesos en la bolsa, y ya por-
,tf^ rs7ji'**Vr
Vf^fmK;
OBRAS ESCOGIDAS
241
(ju<? Chanfaina había muerto y no podía caer en su
poder.
Sin embargo, los seis pesos concluyeron pronto, y
yo no dejé de pasar nuevos trabajos de aquellos que son
anexos á la pobreza, y más en tales lugares.
Entretanto, siguió mi causa sus trámites corrientes:
yo no tuve con qué disculparme; me hallé confeso y
convicto, y la Real Sala me sentenció al servicio del rey
por ocho años en las milicias de Manila, cuya bandera
estaba puesta en México por entonces.
En efecto, llegó el día en que me sacaron de allí,
me pasaron por cajas y me llevaron al cuartel.
Me encajaron mi vestido de recluta, y vedme aquí
ya de soldado, cuya repentina transformación sirvió para
hacerme más respetuoso á las leyes por temor, aunque
no mejor en mis costumbres.
Así que yo vi la irremediable, traté de conformarme
con mi suerte y aparentar que estaba contentísimo con
la vida y carrera militar.
Tan bien fingí esta conformidad, que en cuatro días
aprendí el ejercicio perfectamente: siempre estaba pun-
tual á las listas, revistas, centinelas y toda clase de
litigas; procuraba andar muy limpio y aseado, y adulaba
al coronel cuanto me era posible.
En un día de su santo le envié unas octavas que
<^'áíaban como mías; pero me pulí en escribirlas, y el
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. n, C — 61.
I
242
PENSADOR MEXICANO
coronel, enamorado de mi letra y de mi talento, según
dijo, me relevó de todo servicio y me hizo su asistente.
Entonces \a logré más satisfacciones, y vi y observ'''
en la tropa muchas cosas que sabréis en el capítulo que
sigue.
.V'jJf-.:
'•^SJHFnr' íTT"
-..#iS(»-y r..
CAPÍTULO X
Aijuí cuenta Periquillo la fortuna que tuvo en ser asistente del coronel; ercarácter
de éste; su embarque para Manila y otras cosillas pasaderas
Cuando á los hombres no los contiene la razón, los
suele contener el temor del castigo. Así me sucedió en
esta época en que, temeroso de no sufrir los castigos que
había visto padecer á algunos de mis compañeros, traté
do ser hombre de bien á pura fuerza, ó á lo menos de
fingirlo, con lo que logré no experimentar los rigores
<Io las ordenanzas militares, y con mis hipocresías y adu-
laciones me capté la voluntad del coronel, quien, como
dije, me llevó á su casa y me acomodó de su asistente.
244
PENSADOR MEXICANO
Si sin ninguna protección en la tropa procuré gran-
jearme la estimación de mis jefes, ¿qué no haría después
que comencé á percibir el fruto de mis fingimientos con
el aprecio del coronel? Fácil es concebirlo.
Yo le escribía á la mano cuanto se le ofrecía; hacía
los mandados de la casa bien v breve; lo rasuraba v
peinaba á su gusto; servía de mayordomo y cuidaba del
gasto doméstico con puntualidad, eficacia y economía, y
en recompensa contaba con el plato; los desechos del
coronel, que eran muy buenos y pudiera haberlos lucido
un oficial; algunos pesitos de cuando en cuando; mi
entero y absoluto relevo de toda (atiga, que no era lo
menos; tal cual libertad para pasearme, y mucha esti-
mación del caballero coronel, que ciertamente era lo que
más me amarraba. Al fin yo había tenido buenos prin-
cipios y me obligaba más el cariño que el interés. Ello
es que llegué á querer y á respetar al coronel como á
mi padre, y él llegó á corresponder mi afecto con el amor
de tal.
Sea por la estimación (jue me tenía, ó por lo que yo
le servía con la pluma, pocos ratos faltaba de su mesa, y
era tal la confianza que hacía de mí, que me permitía
presenciar cuantas conversaciones tenía. lüsto me pro-
porcionó saber algunas cosas (jue regularmente ignoran
los soldados, y (juién sabe si algunos oficiales.
El carácter del coronel era muy atento, afable y cir-
:-7v^r%t- .'> ■•^. M:jm/y,mfmf^^:
■í^^TT^*?
OBRAS ESCOGIDAS
245
cunspecto; su edad sería de cincuenta años; su instruc-
Ci'')n mucha, porque no sólo era buen militar, sino buen
jurista; por cuyo motivo todos los días era frecuentada
su casa de los mejores oficiales de otros regimientos, que
ó iban á consultarle algunas cosas ó á platicar con él y
divertirse.
Entre las consultas particulares que yo oí, ó á lo
menos que me parecieron tales, fué la siguiente:
Un día entraron juntos á casa dos oficiales, uno sar-
gento mayor y otro capitán. Después de las acostum-
bradas salutaciones, dijo el mayor: — Mi coronel, Dios
los cría y ellos se juntan. Mi camarada y yo necesitamos
do las luces de usted y nos hemos juntado para traerle
las molestias á pares.
— Yo tendré complacencia en servir á ustedes en lo
que pueda, respondió el coronel; digan ustedes lo que
ocurre.
Entonces el mayor dijo: — No gastemos el tiempo
en cumplimientos. Se le va á hacer consejo de guerra
■I un soldado por haber muerto á un hombre con apa-
riencia de justicia, porque lo mató por celos que concibió
contra él y su mujer. Es verdad que no lo halló infra—
ganti : pero las sospechas y los antecedentes que tenía de
la ilícita amistad que llevaba con ella fueron vehementes,
y ciertamente lo disculpan; pero como yo soy el fiscal de
la causa, no debo alegar nada en su defensa, sino acri-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. U, C. — 62.
246
PENSADOR MEXICANO
minarlo y sacarlo reo del último suplicio. El defensor ha
de apurar cuantas excepciones le favorecen para sal-
varlo, y cate usted que mi pedimento fiscal quedará
dasairadísimo. Por esto venía á consultar con usted
para que me diga en qué términos se hará la acusa-
ción, porque el defensor no burle mi pedimento.
— Hay mucho que decir á usted en el particular,
dijo el coronel: primeramente, la causa por que aparece
cometido el homicidio, es de adulterio; adulterio quiere
decir riolídio altcrius tltori, violación de lecho ajeno,
porque la mujer es reputada lecho del marido.
En nuestro derecho hay muchas leyes que impo-
nen penas á los adúlteros. La 3." del tít. 4." lib. 3.° del
Fuero Juzgo manda que los adúlteros sean entregados
al marido, para que éste haga de ellos lo que quiera.
Otras leyes son conformes en esta pena; pero añaden
que el marido no puede matar á uno y dejar á otro vivo.
La ley 15, tít, 17, part. 7." manda que pierda la adúltera
las arras y dote y sea reclusa. La 5.% tít. 20, lib. 8 de la
Recopilación manda que cuando el marido por su propia
autoridad mate á los adúlteros, no tenga derecho sobre
los bienes do la mujer. Esta ley parece que trata <le
sujetar la arbitrariedad de los maridos, ensanchada por
las leyes 13, del tít. 17, part. 7." y 4.\ del tít. 4.^ lib. 3.'
del Fuero Juzgo, que permiten al marido matar á los
adúlteros.
, 5? ??- ""^ -. ;
,551?'? ■.-, • •-- "
OBRAS ESCOGIDAS
247
Aunque hay todo esto, la ilustración de los tiempos
ha modificado estas penas, y no habrá usted oído el caso
de entregar los adúlteros al marido para que éste dis-
ponga de ellos á su antojo: lo más que se practica es
perdonar al marido porque mató á los adúlteros, ó más
bien se debe decir, conmutarle la pena capital en un des-
tierro, según fueren las circunstancias; bien que puede
haberlas tales que sea justicia ponerlo en completa liber-
tad, después de justificado el hecho de que sin darle
motivo alguno á la mujer, la halla el marido en el acto
de la ofensa; pero por lo que toca á los adúlteros, lo
regular es. como dice el doctor Berni en su Práctica
criininal, encerrar á la mujer en una clausura y des-
terrar al cómplice, si son de mediana esfera; y si son
plebeyos, poner á la una en la cárcel y despachar al
otro al presidio. Esto se entiende después de admitida
y probada la acusación, la cual solamente puede hacer
<! marido y el padre, hermano ó tío de la adúltera en su
caso, y no otro alguno. La mujer no puede acusar al
marido de adulterio, por no seguírsele deshonra, como
lo expresa la ley 1." del tít. 17, part. 7.'\ Sin embargo, en
los tribunales se admite la acusación de la mujer y la
justicia pone remedio.
No puede instarse la acusación de adulterio contra
un solo adúltero; es menester acusar á ambos.
El autor que acabo de citar á usted, al fol. 8 dice,
248
PENSADOR MEXICANO
y dice bien: que como nadie busca testigos para cometer
adulterio, admite el derecho pruebas de congeturas; pero
deben ser vehementes, y tales, que por ellas se venga
en conocimiento del delito... porque en caso de duda,
más pronto se debe absolver que condenar. Las presun-
ciones que denotan con claridad el adulterio son: cuando
testigos dignos de le y crédito, aunque sean de la propia
casa, declaran (jue han visto á Pedro y á Marcia en una
misma cama, ó lugar sospechoso, ó solos en estos luga-
res, ó encerrados en un cuarto, ó desnudos, ó besándose
ó abrazándose. Sobre esto hablan con extensión varios
intérpretes.
Las excepciones que favorecen á la mujer adúltera
son las siguientes: Primera, cuando el marido emprende
querella sobre causa de adulterio y después la deja con
ánimo de no seguirla; segunda, cuando el marido dice
ante el juez que no quiere acusar porque está satisfecho
de la conducta de su mujer ó cosa semejante; tercera,
cuando el marido recibe á su mujer en su lecho después
de saber que es adúltera; cuarta, cuando el marido fuere
sabedor y consentidor. En este caso, lejos de poder pre-
sentarse como actor contra su mujer, es reo de lenocinio;
quinta, cuando la mujer fuese forzada; sexta, cuando
padeció engaño y cometió adulterio pensando que estaba
con su marido; y séptima, cuando el marido, abjurando
la fe y religión católica, abraza otras sectas diversas y
^i^'T-:--^ :■
OBBAS ESCOGIDAS
249
Fc hace moro, judío ó hereje. En tales casos queda libre
i;i mujer adúltera de la acusación del marido, y se halla
iavorecida por las leyes 7." y 8/ del tít. 17, parí. 7/; y
G.', 7/ y 8/ del tít. 9, part. 4.". ,
Ya ve usted en compendio lo qué es adulterio, cuáles
son sus penas, quién puede acusar de él, cuáles son las
excepciones que favorecen á la mujer, y qué se entiende
por sospechas ó presunciones vehementes. Mn vista de
esto, usted, que está impuesto en la causa, sabrá cómo
ha de formar la acusación.
— Es que las sospechas son vehementísimas, — dijo
el mayor; — porque, á más de que hay testigos (jue depo-
nen haber visto al ya muerto con la mujer del soldado,
t'ste ya le había reconvenido é intimado que no entrara
á su casa; y sin embargo de esto, él entraba, y cuando
lo mató, lo halló solo con su mujer en confianza de que
estaba de guardia, la que él abandonó instigado de su
C(^lo, y encontró atrancada la puerta, que abrió de un
en! pujón. Esto me hace creer que por necesidad haré yo
una acusación floja.
— ¿Pues qué, usted pretende que muera el reo aun-
que' no lo merezca? — dijo el coronel. — No, señor, — .
rrj'uso el sargento, — no deseo que muera; pero como
s >y el fiscal, debo desvanecer sus defensas, desenten-
dió! me de sus excepciones y agravar su delito. Esta es mi
obi i fijación.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. 11, C— G3.
250
PENSADOR MEXICANO
— Se equivoca usted, señor mayor, — dijo el coronel,
en pensar que su obligación es acriminar á los reos.
El fiscal no es otra cosa que el defensor de la ley, y para
cumplir con su encargo, no tiene que intentar el sacar
reo precisamente al acusado. ^
— Conque según eso, — dijo el mayor, — yo cumpliré
bien con exponer en el consejo la causa con la misma
cara que tiene, y pedir se le aplique al reo una pena
moderada, ó á lo más, la que prescribe la ordenanza ú
los que abandonan la guardia.
— Así me parece que debe hacerse, y aun esa pena
debo modificarse en justicia, atendida la vehemente
pasión de los celos, sin la cual es de creer que no hubiera
desamparado la guardia, y de consiguiente puede su
defensor probar que este delito militar, por el que en
otro caso merecería baquetas ó la última pena, según
el tiempo, no lo cometió con entera deliberación, y como
las penas deben agravarse •'» disminuirse á proporción del
intento con que se cometen, se seguirá indudablemente
que el consejo de guerra le impondrá á ese soldado una
' El señor do» Marcos Gutiérrez, en el segunio tomo de su Práctica criminal de
IC^paña, al fol. ü dice: VA cargo de fiscal es de suma confianza en los tribunales, y no
corresponderán á ésta los oficiales de Estado Mayor que lo ejercen en los consejos de
guerra, si no procuran desempeñarle con rectitud y actividad, procediendo en sus acu-
saciones de buena fe, con la mayor integridad y como defensores de la ley, sin calum-
niar ni ofender á nadie injustamente; de modo (jue se ha de buscar la verdad y no la
gloria de sacar delincuente con sofismas y cavilaciones al que no lo es. El celo por el
bien público tiene sus limites, cuya violación le convierte en celo indiscreto é injusto; por
lo que es un grande error y una bárbara necedad en algunos creer que el sargento ma-
yor ó el ayudante ha de acriminar y agravar al reo en su conclusión cuanto sea posible.
yftw
OBRAS ESCOGIDAS
251
pona menos grave que la que previene la ordenanza,
considerando que, como dijo el señor rey don Alonso
el Sabio en una de sus leyes de Partida, los primeros
niorimicntos que muecen el corazón del orne, no son en su
¡lU'Jc/'. ^
— Quedo enteramente satisfecho, — dijo el mayor, —
y agradecido á la prolijidad con que usted me ha hecho
entender que no están los fiscales obligados á acriminar
á los reos ni á sacarlos delincuentes á pura fuerza, sino
sólo á defender las leyes; aunque me parece que usted
sería mejor para defensor que para fiscal.
— Eso ahora lo veremos, dijo el capitán, pues yo
soy defensor de otro soldado que mató á un hombre ale-
vosamente, y no sé C(')mo sacarlo inocente, pues esa es
cabalmente mi obligación.
— Pues usted también se equivoca, dijo el coronel,
poique si su ahijado es homicida, y está probada la alevo-
sía, poca esperanza puede tener en la defensa de usted,
siempre que la haga con arreglo á su conciencia, pues el
'j"c mata á otro debe morir, dice Dios. ^ Se entiende,
cuándo no es en defensa propia, en un acto primo indeli-
' Esta doctrina es conforme á la razón y al espíritu de nuestras leyes. El señor
Lur ii/.ábal en su Discurso sobre las penas, dice: «que se disniinuje la libertad también
por lausa intrínseca, y esto sucede cuando el ímpetu }' fuerza de las pasiones es tanta,
MI»'' ofusca el ánimo, ciega el entendimiento y precipita cuasi involuntariamente al mal,
ojiio sucede en los primeros movimientos_^de ira, de cólera, de dolor y otras pasiones
St^m- 1 mtes, en cuyo caso los delitos cometidos de esta suerte, deben castigarse coa
ni' nos severidad, que cuando se hacen á sangre fría, y con entera deliberación.»
' Génesis, cap. 9.
252
PENSADOR MEXICANO
berado, por una casualidad, en justa satisfacción de su
honor vulnerado, como en el caso de adulterio, ó por
causa semejante; pero si la muerte se comete de hecho
pensado y no tiene ninguna de estas excepciones en su
favor el homicida, es alevoso: debe morir según las leyc>;
patrias, y ni aún goza la inmunidad del sagrado. Conquo
vea usted qur tal quedará con su defensa, cuando con-
fiesa que su ahijado es alevoso.
— Es cierto, dijo el capitán; pero tiene en su favor
una excepción muy poderosa (jue lo defiende, y usted no
ha mentado. A lo menos creo que se librará del último
suplicio, aunque yo quisiera formar su defensa de modo
que saliera en libertad, <'» cuando mucho sentenciado á
comenzar su servicio de nuevo. Este es mi empeño, y
para esto he venido á aconsejarme de usted.
— ¿Y cuál es la excepción que tiene en su abono?
preguntó el coronel. Y el defensor dijo que el estar
borracho cuando cometió el asesinato.
Rióse el coronel alegremente, y le dijo: — Si como
estaba borracho hubiera estado loco, seguramente usted
quedaba bien: pero ¡borracho I | borracho 1... Al palo
debe ir ese hombre aunque lo defienda Cicerón.
— ¿Cómo puede ser eso, decía el capitán, cuando
usted mismo ha dicho que las penas deben agravarse ó
disminuirse á proporción del intento y deliberación con
que se cometen los delitos? Según esta doctrina, y pro-
V j^>í? ^r^y 'Tf\
-??*'r' ■-•.. «"rW
OBRAS ESCOGIDAS
253
b.i'la la embriaguez de mi ahijado cuando mató al hom-
bre, claro es que hizo la muerte sin plena deliberación,
y de consiguiente no merece la pena capital.
— Así parece que debía ser á primera vista; pero las
li yes deben hacer distinción, para la imposición de las
ponas, entre el que se embriagó por casualidad ú otro
motivo extraordinario, y el que lo hace por hábito y
costumbre. Al primero, si delinque estando privado de
su juicio, se le debe disminuir, y tal vez remitir la pena,
según las circunstancias; el segundo debe ser castigado
como si hubiera cometido el delito estando en su acuerdo,
sin tener respeto ninguno á la embriaguez, si no es acaso
para aumentarle la pena; pues ciertamente no debería
tenerse por injusto el legislador que quisiese resucitar
la ley de Pitaco, el cual imponía dos penas al que come-
tía un delito estando embriagado, una por el delito y otra
por la embriaguez ',
Podrían citarse sobre lo dicho unas palabras de Aris-
tóteles, dignas de que usted las sepa para su inteligencia.
Di'je, pues, este político pagano: Siempre (¡iie por i(jno-
rniicia se cornete algún deliío, no se ¡tace culantarianiente,
!j ¡"ir cons((jt¿iente no liaij injuria. Pero si el mis/no que
tvneíe el delito es causa de la ignorancia con que se co-
i'i:'/e, entonces hag cerdaderaniente injuria g derecho
' En los mismos términos se expresa el señor I.ardizábal en su D'scurto sobre la»
p:!ia$ ya citado.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. n, C — 64.
254
PENSADOR MEXICANO
para acosarle, como sftrede on los ebrios, los cuales, ^i
cuando están ¡joscúIos del ciño, causan alr/án daño, hacen
incuria, por cuanto ellos mismos fueron causa de su igno-
rancia, pues no debieron haber bebido tanto.
— Pues mal estamos, dijo el defensor, por(|ue los tes-
tigos Tjue declararon que mi ahijado estaba ebrio cuando
cometió el asesinato, afirmaron (jue acostumbraba em-
briagarse, y en este caso yo conozco que no le í'avoreco
la excepción.
— Ya se ve (|ue no, dijo el coronel, y más si se
considera que en cualquier caso (jue el hombre cometa
un delito embriagado, es en mi juicio reo de él, porqu»'
en ninguna ocasión debe arriesgarse á que se extravíe
su razón. A más de (|ue, si se reflexiona seriamente,
merece alguna indulgencia el ebrio que solamente comete
delitos que no perjudican sino muy indirecta y remota-
mente á la sociedad; tales son las injurias que dice uno
estando ebrio, aun cuando toquen al honor de alguno,
por dos razones: la primera, porque el ebrio tiene la
lengua muy fácil, y la experiencia enseña que no hny
uno que no hable despropósitos con voz balbuciente;
y la segunda, que por esta misma razón apenas habrá
quién haga caudal de las producciones de un borracho.
No así cuando en el delito interviene acción y
otras circunstancias que claramente denotan bastante
conocimiento y deliberación en lo que se hace, como <^1
OBRAS ESCOGIDAS
255
caso de un homicidio ; pues entonces el agresor se pre-
viene de arma, busca el objeto de su ira, dispone la oca-
sión á su venganza y asegura el golpe fatal con tanta
tuerza y tino como pudiera el hombre más en su juicio.
Por cierto que yo jamás perdonaría la vida al que se la
(juitara á otro, so pretexto de estar ebrio.
Los que beben con demasía, lo que pierden es la
vergüenza, y hay muchos que toman un poco de licor
y se hacen más borrachos de lo que están, para con esta
máscara cometer mil infamias y ponerse á cubierto de
la pena que merecen; pero á más de que éstos no son
acreedores á ninguna disculpa, aun cuando en realidad
estén con la razón trastornada, la merecen menos, por-
que, aunque padezcan esta falta, la padecen por su
causa y son acreedores á dos penas, como se ha dicho.
Verdad es que la embriaguez es una locura pasa-
jera: pero es una locura voluntaria, como dijo Séneca;
y así como se reputa delincuente al suicida, aunque de
su voluntad se quita la vida, así debe reputarse tal al
que comete un crimen borracho, porque él de su volun-
tad se embriagó.
Fuera de que, según mi modo de pensar, sólo en
un caso es el ebrio acreedor á la indulgencia, y es cuando
no está en estado de poder cometer ningún delito ni de
dañar á otro. ¿Y cuándo será esto? Cuando está tirado
y narcotizado en términos de no poder moverse, ni oir,
256
PENSADOR MEXICANO
ni conocer, ni hablar, ó á lo menos cuando no puede
levantarse, y si habla es con lengua tartamuda y sin co-
nocimiento. Ello será una paradoja, pero este será mi
modo de pensar toda la vida; porque mientras el borra-
cho habla, anda, conoce, se enoja y se procura precaver
de los peligros, es mentira que esté, como vulgarmente
se dice, privado de razón. Cierto es que usa de ella tras-
tornadamente en algunas cosas, pero la tiene y la usa
con mucho acuerdo en su provecho. Yo á lo menos no
he visto un borracho que se tire de una azotea abajo,
ni que cuando hiere á otro le dé con el puño del cuchillo,
ni que por darle á Juan le dé á Pedro, ni cosa semejante.
Ellos son locos, es verdad; mas no hay loco que coma
lumbre; y últimamente, yo en clase de juez había de
tener por regla para juzgar de la más ó menos delibera-
ción de un ebrio, el orden ó desorden de sus acciones
inmediatas, anteriores y posteriores al momento en que
cometiera el crimen: de suerte, que si daba algunos
pasos para cometer el delito, y daba otros para huir des-
pués de cometido, temeroso de la pena que merecía, sin
duda que yo no usaba con él de misericordia, pues el que
es dueño de sus pies, mejor lo puede ser de su cabeza.
En esta inteligencia, usted sabrá lo que hay en
el particular acerca de su ahijado, y hará la defensa como
le pareciere; pero si la ha de hacer como Dios y el rey
mandan, creo que no puede defender á ese pobre.
!^*'im.
1;
OBRAS ESCOGIDAS
257
—¿Pues qué, dijo el capitán, no consiste la gracia de
un buen defensor en hacer por libertar á su ahijado, por
criminal que sea, de la pena que merece? ¿Y no está
empeñado, en obsequio de su obligación, en valerse de
cuantos medios pueda para el efecto?
— No, señor, — dijo el coronel , — la obligación del
dt'iensor es examinar si está bien justificado el delito;
examinar la l'uerza y el valor que tienen las pruebas que
hay contra el reo; escudriñar la clase de los testigos y su
modo de declarar; fondear si entienden lo (jue han dicho;
ver si concuerdan entre sí en lo substancial del lugar,
tiempo, modo, persona, ocasión y número, ó si, por el
contrario, van tan conformes en sus dichos, que pueda
presumirse soborno; si hay en las declaraciones variedad
ó inverosimilitud, y otras cosas así; de modo que la
obligación del defensor es alegar en favor de su cliente
cuantas excepciones le favorezcan en derecho, y exami-
nar si la causa padece alguna nulidad para apoyar en
esto su defensa; mas no le es lícito el valerse de medios
siniestros ó ilegales, como corromper testigos, presentar
documentos falsos, censurar injustamente al fiscal y
usar otras diligencias como éstas, que se oponen á la
justicia y á la moral. ^
I
;f
i
á
• Esta doctrina es del autor citado, quien dice en su Práctica criminal, publicada
en Espina de orden del Consejo, é impresa en Madrid en 1805, que la preocupación y
vanidad de algunos defensores, que fundan su honor en sacar bien á sus clientes, cua-
les^juiera que sean los medios para conseguirlo, son sumamente vituperables, pues por
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C— 65.
•«
258
PENSADOR MEXICANO
— Pues, camarada, — dijo el mayor al capitán, — si
no venimos á consultar con el señor coronel, íbamos á
(juedar frescos cada uno de nosotros por su lado. Usted
(jueriendo salvar á un delincuente, y yo tratando de
acriminar al (jue no lo es, ú á lo menos al (jue no lo es
en el grado que yo lo suponía.
— Por eso es bueno, — dijo el del'ensor, — no fiarse
uno de sí propio, y más en casos en que va la vida de un
hombre de por medio ó el bien general de la república,
sino sujetar su dictamen al mejor, como hemos hecho.
Por mi parte doy á usted mil gracias, señor coronel, por
su oportuno desengaño. — Y yo se las repito también por
el que me ha tocado. — ^ dijo el fiscal. En esto variaron de
conversación, y después de haber hablado un rato cosas
de poca importancia, se despidieron.
De estas consultas presencié varias, y comencé á
sentir cierta gana de saber. Ello es que yo me desasné
un poco á l'avor de las conversaciones de aquel hombre
sabio y de su buena librería, que la tenía pequeña, pero
selecta, y no para mero adorno de su casa, sino de su
entendimiento. Rara vez le faltaba un libro en la mano,
y me decía frecuentemente: — Hijo, no están reñidas las
una crasa ignorancia, y una caridad muy mal entendida, creen que para librar de la
muerte á un infeliz es lícito valerse de cuantos medios se presenten, aun cuando sean
tan injustos como los dichos.
La preocupación de los fiscales en pensar que deben conducir los reos al patíbuio,
junto con la ya expresada de los defensores en figurarse que deben sacarlos inocentes,
contribuye no poco á que se embrollen y dilaten las causas en perjuicio de la recta
administración de justicia.
'w!?!^ ■
OBRAS ESCOGIDAS
259
letras con las armas. El hombre siempre es hombre
en cualquiera clase que se halle, y debe alimentar su
razón con la erudición y el estudio. Algunos oficiales he
conocido que, aplicados únicamente á sus ordenanzas y
a su Colón , no sólo no se han dedicado á ninguna clase
de estudio ni lectura, sino que han visto los demás
libros con cierto aire de indiferencia que parece despre-
cio, creyendo, y mal , que un militar no debe entender
más que de su profesión, ni tiene necesidad de saber otra
cosa; sin advertir (jue, como dice Saavedra en su Em-
presa 6.": NJia pt'ojesión sin noticia ni adorno de otras
('■< una especie de ir/norancia; por eso también he visto
(|ue estos sujetos han tenido (|ue representar al convidado
de piedra en las conversaciones de gente instruida, que-
dándose, como dicen vulgarmente, como tontos en víspe-
ras, sin hablar una palabra; y son los que han sabido
tomar mejor partido, que los que han querido meter su
cuchara y salirse de la corta esfera á que han aislado su
instrucción, que apenas lo han intentado cuando han
prorrumpido en mil inepcias, granjeándose así, cuando
menos, el concepto de ignorantes.
Si tú, Pedro, llegares alguna vez á ser oficial, pro-
cura ilustrar tu entendimiento con los libros, y aplícate
■I ignorar cuanto menos puedas.
No quiero que seas un omnicio, ni que faltes á tus
precisas obligaciones por el estudio; pero sí que no mires
i
i.
260
PENSADOR MEXICANO
con desdc'n los libros, ni creas que un militar, por serlo,
está disculpado para chorrear disparates en cualquiera
conversación; pues en este caso los que lo advierten, ó
lo tienen por un necio, pedante, ó tal vez su falta de
instrucción la atribuyen á la humildad de sus princi-
pios.
Por el contrario, un militar instruido es apreciado
en todas partes, hace número en la sociedad de los
sabios v él mismo recomienda su cuna manifestando su
finura sin tener que acreditarla con el documento de sus
divisas.
No están, repito, reñidas las letras con las armas,
antes aquéllas suelen ser y han sido mil veces ornamento
y auxiho de éstas. Don Alonso, rey de Ñapóles, pregun-
tado que á (juién debía más, si á las armas ó á las letras:
respondió: en los ¡ihros he aprendido /as armas ¡j los
derechos de las armas. Muchos militares ha habido que.
penetrados de estos conocimientos, se han aplicado á las
letras lo mismo (jue á las armas, y nos han dejado en
sus escritos un eterno testimonio de que supieron mane-
jar la pluma con la misma destreza que la espada. Tales
fueron los Franciscos Santos, los Gerardos Lobos, los
Ercillas y otros varios.
Por lo que respecta á tu conducta en el caso supues-
to, no debes ser menos cuidadoso. Dobes vestirte decente
sin afeminación, ser franco sin llaneza, valiente en la
. »^?^ --i -;- 7 ^ífiffj
OBRAS ESCOGIDAS
261
campaña, jovial y dulce en tu trato familiar con las
o-entes, moderado en tus palabras y hombre de bien en
todas tus acciones. No imites el ejemplo de los malos,
no (juieras parecer más bien hijo de Adonis que amigo
de Marte; jamás seas hazañero ni baladrón, no á título
del carácter militar, según entienden mal algunos, seas
obsceno en tus palabras ni grosero en tus acciones; «'sta
no es marcialidad, sino falta de educación y poca ver-
güenza. Un oficial es un caballero, y el carácter de un
caballero debe ser atento, afable, cortés y comedido en
todas ocasiones. Advierte que el rey no te condecora con
el distintivo de oficial, ni condecora á nadie para que se
aumenten los provocativos, los atrevidos, los irreligiosos,
los gorrones, ni los picaros; sino para que, bajo la direc-
ción de unos hombres de honor, se asegure la defensa de
la reh'gión católica, su corona, y el bien y trancjuilidad
de sus Estados.
Refiexiona que lo que en un soldado merece pena
como dos, en un oficial debe merecerla como cuatro,
porque aqurl las más veces será un pobre plebeyo sin
nacimiento, sin principios, sin educación y acaso sin un
mediano talento, y por consiguiente sus errores merecen
alguna indulgencia; cuando por el contrario, el oficial
'jue se considera de buena cuna, instrucción y talento,
seguramente debe reputarse más criminal, como que
comete el mal con conocimiento y se halla obligado
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C— tí6.
■^
262
PENSADOR MEXICANO
á no cometerlo con dobles empeños que el soldado
vulgar.
Últimamente, si te hallares algún día en este caso,
esto es, si algún día fueres oficial, lo que no es imposi-
ble, y por desgracia fueres de mala conducta, te aconsejo
que no blasones de la limpieza de tu sangre, ni saques
á la plaza las cenizas de tus buenos abuelos en su memo-
ria, pues estas jactancias sólo servirán de hacerte más
odioso á los ojos de los hombres de bien, porque mien-
tras mejores hayan sido tus ascendientes, tanto más
resaltará tu perversidad, y tú propio darás á conocer tu
mala inclinación, pues probarás que te empeñaste en ser
malo, no obstante haber tenido padres buenos, que es
felicidad no bien conocida v ap^radecida en este mundo.
Tales eran los consejos que frecuentemente me daba
el coronel, quien á un tiempo era mi jefe, mi amo, mi
padre, mi amigo, mi maestro y bienhechor; pues todos
estos oficios hacía conmigo aquel buen hombre.
Sin embargo, como mi virtud no era sólida, ó más
bien no era virtud sino disimulo de mi malicia, no dejaba
vo de hacer de las mías de cuando en cuando á excusas
del coronel. vSabía visitar á mis amigos, que entonces
eran soldados, pues no tenía otros que apetecieran mi
amistad; iba al cuartel unas veces, y otras á las almuer-
cerías, bodegas de pulquerías y lupanares á donde me
llevaban mis camaradas; jugaba mis alburillos muy se-
...jugaba mis alburillos muy seguido...
^.'í'Á f jC
OBRAS ESCOGIDAS
263
guido, cortejaba mis ninfas, y después que andaba éstas
tan inocentes estaciones y conocía que el jefe estaba en
casa, me retiraba yo á ella á leer, á limpiar la casaca, á
dar bola á las botas y á continuar mis hipócritas adula-
ciones.
El frecuente trato que tenía con los soldados me
acabó de imponer en sus modales. Entre ellos era yo
maldiciente, desvergonzado, malcriado, atrevido y gro-
sero á toda prueba. Algunas veces me acordaba del
buen ejemplo y sanas instrucciones del coronel; pero
¿cómo había de dejar de hacer lo que todos hacían?
iQur hubieran dicho de mí si delante de ellos me
hubiera yo abstenido de hacer ó decir alguna picardía
ú obscenidad por observar los consejos de mi jefe? ¡Qué
jácara no hubieran formado á mi cuenta si hubieran es-
cuchado de mi boca los nombres de Dios, conciencia,
muct'te, cternidcid, prcnjios ó casti(jos dicinos! ¿Qué burla
no me hubieran hecho si descuidándome hubiera inten-
tado corregirlos con mi instrucción ó con mi buen ejem-
plo, permitiendo que hubiera sido capaz de darlo? Mucha,
sin duda; y así yo, por no malquistarme con tan buenos
amigos y porque no me llamaran el mocito, el heaio ó
el in'¡)ncrifa, concurría con ellos á todas sus maldades,
y á pesar de que algunas me repugnaban, yo procuraba
distinguirme por malo entre los malos, atrepellando con
todos los respetos divinos y humanos á trueque de gran-
264
PENSADOR MEXICANO
jearme su estimación, y los dulces y honoríficos epítetos
de veicrano, buen pillo, corriente, marcial, y otros así
con que me condecoraban mis amigos. Lo único que
estudiaba era el modo de que mis diabluras no llegaran
á la noticia de mi jefe, así por no sufrir el castigo con-
digno, como por no perder la conveniencia que sabía por
experiencia que era inmejorable.
En las tertulias que tenía con los soldados les o¡
algunas veces murmurar alegremente de los sargentos.
De unos decían que eran crueles, de otros que eran
ladrones y que se aprovechaban de su dinero com-
prando camisas, zapatos, etc., á un precio y cargándo-
selos á ellos á otro. En lin, hablaban de los pobres sar-
gentos las tres mil leyes. Yo consideraba que tal vez
serían calumnias y temeridades, pero no me atrevía á
replicarles, porque como no había estado bajo el dominio
de los sargentos el tiempo necesario para experimentar-
los, no podía hablar con acierto en la materia.
Así pasé algunos meses hasta que llegó el día de
partirnos para Acapulco, como lo hicimos, conduciendo
los reclutas que habían de ser embarcados para Manila.
No hubo novedad en el camino; llegamos con feli-
cidad á la ciudad de los Reyes, puerto y fortaleza de San
Diego de Acapulco. No me admiraron sus reales tama-
rindos, ni la ciudad, que por la humildad de sus edi-
ficios, mal temperamento y pésima situación me pare-
T^'^ :^:;"
i
OBRAS ESCOGIDAS
265
ció menos que muchos pueblos de indios que había visto;
pero en cambio de este disgusto tuve la sorprendente
complacencia de ver por la primera vez el mar, el cas-
tillo y los navios, que supuse serían todos como el San
Fernando Magallanes que estaba anclado en aquella
bahía.
A más de esto me divertí con las morenas del país,
que aunque desagradables á la vista del que sale de Mé-
xico, son harto familiares y obsequiosas.
También regalé mi paladar con el pescado fresco,
que lo hay muy bueno y en abundancia, y así con estas
bagatelas entretuve las incomodidades que suíría con el
calor y la poca sociedad, pues no tenía muchos amigos.
A más de esto, la privación de las diversiones de esta
ciudad y el temor de la navegación que me urgía bas-
tante, como urge al que jamás se ha embarcado y tiene
que fiar su vida á la furia de los vientos y á la ninguna
firmeza de las aguas, no dejaba de mortificarme algunas
veces.
Llegó el día en que nos habíamos de dar á la vela.
Se entregaron al capitán los forzados, nos embarcamos,
se levantaron las anclas, cortaron los cables, y con el
l>i(c¡t viaje gritado por los amigos y curiosos que esta-
ban en el muelle, fuimos saliendo de la bocana á la
ancha mar.
Desde este primer día nos pronosticó el cielo una
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 67.
^f
266
PENSADOR MEXICANO
feliz navegación, pues á poco de habernos alejado del
puerto se levantó un viento favorable (jue, llenando las
velas que se habían desplegado enteramente, nos hacía
volar á mi entender con la mayor serenidad, pues á las
cuatro horas de navegación ya no veía yo. ni con an-
teojos, las que llaman totas de Coijucüy que son los
cerros más elevados del Sur, y la primera tierra que se
descubre desde la mar.
Esto algo me entristeció, como que sabía lo largo
de la navegación que me esperaba. Tampoco dejé de
marearme y padecer mis náuseas y dolor de cabeza como
bisoño en semejantes caminos; pero pasada esta tor-
menta continué mi viaje alegremente.
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f^^-sr-'.
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y
^
1-
CAPÍTULO XI
Kn el que Periquillo cuenta la aventura funesta del egoísta y su desgraciado fin, de
resultas de haberse encallado la nao; los consejos que por este motivo le dio el
coronel y su feliz arribo á Manila.
Guando estuve restablecido de mi accidente, subí á
la cubierta y ya no vi nada de tierra; sino cielo, agua y
el buque en que navegábamos, lo que no dejaba de ate-
morizarme bastante, v más cuando interiormente refle-
268
PENSADOR MEXICANO
xionaba en todos los riesgos que me rodeaban. Ya se
me ponía en la cabeza una tormenta deshecha; ya una
calma ó encalladura que nos hiciera morir de hambre;
ya pensaba que el barco se estrellaba en un arrecife, y
cada uno de nosotros salía por su respectiva tronera
á ser pasto de los tiburones y tintoreras; ya temía un
encuentro con algunos piratas y esperaba el temible
zafarraiiclio; ya creía muy fácil un descuido con el
fogón y se me representaba la embarcación ardiendo,
escurriendo el alquitrán y consumiéndose todo por la
voracidad de las llamas, á pesar de las bombas, y que
perdiendo el fuego el respeto á la santa Bárbara, volába-
mos todos por esos aires de Dios para no volver á reso-
llar hasta el último día de los tiempos.
En estas funestas consideraciones y nada pánicos
temores, pasaba algunos ratos del día, hasta que al cabo
de un mes, viendo que nada adverso sucedía, los fui
desechando poco á poco, y haciéndome, como dicen, á
las armas en tal grado, que ya me era gustosa la nave-
gación, pues en las noches de luna reflejaba ésta en las
ondas, haciéndolas lucir como si fueran un espejo; lo v
que junto con los repetidos celajes que se observaban
por los horizontes nos divertía bastante, y más cuando
el viento que soplaba en la popa era el que se quería
para navegar aprisa y sin riesgo de nortes tempestuo-
sos; pues entonces, descansando de maniobrar los mari-
•;«ap-': \\^-<-?-^'r::^.
OBRAS ESCOGIDAS
269
HOPOS, gustábamos todos ya de la conversación de los
r Din erci antes, oficialidad y pasajería decente que subían
sobre cubierta á gozar de la hermosa noche, ya de los
que tocaban y cantaban y ya de la naturaleza pacífica
cual se nos manifestaba en aquellos ratos.
Me acuerdo que en uno de ellos se puso á platicar
conmigo un comerciante que se había hecho mi amigo,
porque había menester la protección del coronel en Ma-
nila y veía la estimación que yo disfrutaba de él. En la
conversación le conté los trabajos que había padecido en
el discurso de mi vida, exagerándolos sin motivo.
VÁ lo escuchaba todo con fría indiferencia, lo que no
dejó de escandalizarme, y por ver si era genial ó la afec-
taba, le dije: — Cierto que somos desgraciados los morta-
les; ¡cuántos males nos rodean desde la cuna, y cuántos
daños no padecemos, no ya de uno en uno, sino de gene-
ración en generación! — ¿Y qué se le da á usted de eso?
me dijo con mucha socarra, ¿los padece usted? — No los
padezco, le dije; pero me lastima que los padezcan mis
prójimos, á quienes debo considerar como á mis herma-
nos, ó más bien como á partes de mí mismo. — ¡Oh! vaya,
dijo el comerciante, usted es uno de los muchos preocu-
pados que hay en el mundo: ¡ya se ve! es usted un
pobre soldado que no tiene motivo de ser instruido.
No dejé de incomodarme con tal disculpa, y así le
dije: — Quizá no soy tan lerdo como usted supone, y podré
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C— 68.
.:-i
270
PENSADOR MEXICANO
hacerle ver que no todos los soldados son de principios
ordinarios ni carecen de tal cual instrucción; v si no,
dígame usted, ¿por qué me juzga preocupado? ¿Porque
le dije que me dolían los males que padecía mi prójimo
como si fuera mi hermano ó una parte de mí mismo? —
Sí, señor, porque creer eso, me dijo, es una preocupa-
ción. Nosotros mismos somos nuestros hermanos, v
harto haremos si vemos por nosotros solamente, sin mez-
clarnos con el resto de los hombres, á no ser que nos
redunde algún provecho particular de sus amistades.
— Según eso, le dije, no deberemos ser amigos sino
de aquellos (jue nos sirvan ó nos den esperanzas de ser-
virnos en algún tiempo. — Cabalmente así debe ser, me
contestó, y aquí encaja bien el refrán que dice que el
amitjo que no da y el cuc/iillo que no corta, que se pier-
dan ¡JOCO unjtorta, y ya usted ve que los refranes son
evangelios chiquitos. — Yo entiendo, le dije, que no todos
lo son; antes hay algunos falsos y disparatados de que
no se debe hacer caudal, en cuyo número pongo el que
usted acaba de citarme, pues habrá muchos amigos cuya
amistad sera útilísima aunque no den nada más que su
estimación, sus consejos ó su enseñanza, y cierto que la
pérdida de éstos será sensible á quien conozca lo que
valen.
— Esas son pataratas, me contestó; consejos, estima-
ción, enseñanza y todo lo que no es dinero ó cosa que lo
OBRAS ESCOGIDAS
271
valga, son fantasmas agradables que sólo pueden divertir
muchachos, pero que no traen gota de utilidad. Yo por
mí detesto de semejantes amigos: no, no me empeñaré
en buscarlos, y si tengo algunos sin esta diligencia, no
se me dará nada de que se pierdan.
— ¿Conque usted sólo será amigo del que le propor-
cione dinero? — No hay otros que merezcan mi amistad,
me respondió; y las desgracias de éstos las sentiré por lo
que puedan tocarme, que por lo demás cada uno se ras-
que con sus uñas.
Escandalizado al escuchar tan infernales máximas,
mudé de conversación y á poco rato me separé de su lado.
Al día siguiente, estando peinando al coronel, le
conté mi anterior conversación, y él me dijo: — No te
espantes, Pedro, de haber hallado tal dureza en ese co-
merciante, ni te escandalice su avaricia é interés. Hav
machos en el mundo que piensan y obran lo mismo que
él; ese es un gran egoísta y como tal, es ambicioso, cruel
y adulador, vicios comunes á los que piensan que para
ellos solos se hizo el mundo; pero este sujeto, á más de
egoísta, tiene la desgracia de ser un necio, pues se jacta
de sus mismos vicios y los descubre sin disfraz, que es
por lo que te has escandalizado; mas sábete que este
vicio está tan extendido en el mundo, que de cada cien
hombres dudo que uno no sea egoísta.
Ya sabes que se entiende por egoísta el que se ama
á
272
PENSADOR MEXICANO
á SÍ propio con tal inmoderación que atropella los res-
petos más sagrados, cuando trata de complacerse ó de
satisfacer sus pasiones. Según esto el egoísmo, no sólo
es un vicio temible, porque ha sido y es causa de cuantas
desgracias han acaecido y acaecen á los mortales diaria-
mente, sino que es un vicio el. más detestable, pues es la
^ raíz de todos los delitos (jue se cometen en el mundo; de
suerte que nadie es criminal antes que ser egoísta. Todos
pecan por darse gusto y por(|ue se aman demasiado, que
vale tanto como decir que todos pecan porque son egoís-
tas, y mientras más egoístas son, por consecuencia son
más pecadores.
Mstas son unas verdades que se sujetan á la demos-
tración y por ella tú conocerás que pocos ó raros no son
egoístas en el mundo; pero hay esta diferencia: unos son
egoístas tolerables y otros intolerables. Me explican'.
La mayor parte de los hombres ó casi todos se aman
demasiado, y así el bien que hacen como el mal (jue
dejan de hacer no reconocen mejor principio que su par-
ticular interés, por más que lo palien con nombrecitos
brillantes que aparentan mucho, y nada se halla en ellos
más que follaje. Esta clase de egoístas algunas veces
son perjudiciales á la sociedad por esta causa, y muchas
inútiles; pero como no se dejan de considerar con rela-
ción á los demás hombres, están dispuestos á servirles
alguna vez, aunque no sea más que por el vano interés
«r^'.
__p. '■'Tl^-T^-i'Xr;.
OBRAS ESCOGIDAS
273
do (jue los tengan por benéficos, y por esto digo que son
egoístas /o/í»/ Y/ /v/C8.
Los otros son aquellos que, haciéndose cada uno el
cc'ntro del universo, se aman con tal desorden, que á su
intcM'és posponen los respetos más sagrados. Para éstos
nada valen los preceptos de la religión, ni los más estre-
clios vínculos de la sangre ó de la sociedad : por todo
pasan como por un puente seguro, y jamás les afectan
las calamidades do los hombres. Por esta depravada
cualidad son soberbios, interesables, envidiosos v crueles,
y por lo mismo son iníolcrablcs.
De esta clase de egoístas es el comerciante cuva
conversación te ha escandalizado justamente; mas por lo
mismo (jue te repugna tal modo de pensar, has de pro-
curar no contaminarte con él, advirtiendo que el amor
propio es habilísimo para disminuir nuestros defectos á
nuestros ojos y aun para hacérnoslos pasar por virtudes.
'r')dos aborrecen el egoísmo, y nadie cree que es egoísta
pot' más que esté tan extendido este vicio. La regla que
te puede asegurar de que no lo eres, es que te sientas
movido á ser benéfico á tus semejantes, y que de hecho
pospongas tus particulares intereses á los de tus herma-
nos; y cuando te halles connaturalizado con esta máxima,
podrás vivir satisfecho de que no eres egoísta.
De semejante manera me instruía siempre mi buen
mentor, y no perdía las ocasiones que se le presenta-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C — 69.
274
PENSADOR MEXICANO
ban oportunas para el efecto; pero por desgracia enton-
ces sembraba en tierra dura; sin embargo, á la vuelta
de mis extravíos muv mucho me han servido sus salu-
dables advertencias.
Ya navegaba yo contento pensando que todo el
monte era orégano y todo mar pacífico, cuando me sacó
de este confiado error uno de aquellos accidentes de mar,
que no se sujetan á la práctica de los mejores pilotos.
Una noche (jue estaba enfermo el primer piloto, dej<'»
encargado el cuidado de la brújula á un segundo, quo
aunijue diestro en el manejo del tim('»n, era mortal, y
acosado del sueño se durmió sobre el banco sin que nin-
guno lo advirtiera, y todos los pasajeros hicimos lo
mismo, con la seguridad del tiempo favorable que nos
hacía.
Como dormido el pilotín, quedó el buque con la
misma libertad que el caballo sin gobierno en la rienda,
tomó el rumbo que quiso darle el aire, y en lo más tran-
quilo de nuestro sueño nos despertó el bronco ruido que
hizo la quilla al arrastrarse en la arena.
El primero que advirti(') la desgracia fué el buen
piloto, que no había podido dormir á causa de sus do-
lencias. Inmediatamente desde su camarote comenzó á
gritar: — ¡Oi'~a, or-a, vira d babor... que nos taramos!...
¡banco, banco!
Toda la tripulación, el contramaestre, los pasajeros
OBRAS ESCOGIDAS
275
V toda la gente despertó y se pusieron á maniobrar; pero
ya no alcanzaban á remediar el mal las primeras recetas
quo había dictado el práctico piloto; lo más que hicieron
íu-' amarrar el timón y recoger las lonas, con cuya dili-
gencia no se enterró más la embarcación.
Los que en la navegación han experimentado seme-
jante lance se harán cargo cuál sería nuestra conster-
nación, y más cuando luego que se advirtió la desgracia
se dio la orden de (jue se acortara á todos la ración de
comida y bebida, lo que nos entristeció demasiado, y
más á mí que comía por siete. Todos manifestaron el
abatimiento de sus espíritus en la tristeza de sus sem-
blantes.
Desde esa hora ya no hubo quién durmiera; todo
era susto, y el funesto temor de morir de hambre y sed,
estacados en aquel promontorio de arena, era el objeto
de nuestras tristes conversaciones.
Se hizo una solemne junta de los pilotos y jefes, y
en rila se determinó probar cuantos medios fueran posi-
bles para libertarnos del riesgo que nos amenazaba, y en
viríud de esta resolución se echaron al agua todos los
bot 's y lanchas, desde las cuales tiraban del buque atado
con eables; pero esta diligencia fué enteramente inútil, y
á su consecuencia se determinó ejecutar la última, que
lué alijar ó aligerar el navio, echando al mar cuanto peso
'uoia bastante para que sobreaguara.
-t
i.
%
276
PENSADOR MEXICANO
Ya se sabe que la nao de China á su regreso de
Acapulco no lleva más carga (|ue víveres y plata; en esta
virtud, supuesto que los víveres no se debían echar al
agua, el decreto recayó sobre la plata. So separó el
caudal del rey, que llaman situado, y los marineros
comenzaron á tirar baúles y cajones de dinero según
que los cogían y sin ninguna distinción.
Mi maestro y jefe abrió sus baúles, sacó sus papeles
y dos mudas de ropa, y él mismo, junto conmigo, di(') con
ellos en la mar, sirviendo su ejemplo de un poderoso
estímulo para que casi todos los señores oficiales y co-
merciantes hicieran lo mismo, si no alegres, porque
nadie podía hacer este sacrificio contento, á lo menos
conformes, porque no había esperanzas de libertar la
vida de otra manera.
Mi coronel animaba á todos con prudencia y jovia-
lidad. Luego (jue el barco comenzó á moverse y alige-
rarse, hizo suspender la maniobra un corto rato, que
destin<j para que tomara la gente un poco de alimento
y un trago de aguardiente, lo cual concluido, continuó
la faena con el mismo fervor que al principio.
Mi jefe ya no tenía que perder, pues hasta su catio,
que era de acero, lo había echado al agua, y así sus
exhortaciones iban precedidas del ejemplo, y por con-
siguiente sacaban el mejor fruto.
— Sobran minas, amigos, decía en el fervor de la
OBRAS ESCOGIDAS
277
laiiga; con poco basta al hombre para vivir; los créditos
do ustedes quedan seguros en este caso y libres de toda
responsabilidad ; lo único que se pierde es la ganancia;
poro cpn el sacrificio de ésta compramos todos nuestra
futura existencia. Compraremos la vida con el dinero,
v veremos que la vida es el mayor bien del hombre y
e! primero á cu va conservación debemos atender; v el
1 *■ w
dinero, los pesos, las onzas de oro, no son más que
pedazos de piedra beneficiados, sin los cuales puede vivir
el hombre felizmente. Ea, pues, seamos liberales cuando
nada perdemos; compremos nuestras vidas y las de tantos
pobres que nos acompañan á costa de una tierra blanca ó
amarilla, ó llámense metales de oro y plata, y no quera-
m(>s perecer abrazados de nuestros tesoros como el codi-
cioso Creso. -
Con estas y semejantes exhortaciones avaloraba mi
amado coronel los ánimos decaídos de los que veían se-
pultada la utilidad de sus sudores en el abismo profundo
de la mar; y así, echando cada uno, como dicen, pecho
per tierra, trabajaba en destruirse y asegurarse al mismo
tiempo, arrojando al mar sus respectivos caudales, seña-
lando el lugar con unas boyas; pero no bien hubieron
toeado los baúles y cajones del egoísta, que veía fresca-
mente la escena sentado sobre ellos, cuando juró, per-
jur<'), blasfemó, ofreció galas considerables é hizo cuantas
diligencias pudo por librar sus intereses; pero no le valió;
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 70.
í
'i
1
278
PENSADOR MEXICANO
los marineros, gente pobre y que en estos casos no res-
petan i'ey ni Roque, lo hicieron á un lado y arrojaron al
mar sus baúles y cajones.
Quizá éstos eran los más pesados que llevaba d
buque, pues luego que se vio libre de ellos comenzó á
sobreaguar, y espiando el barco por la popa con el an-
clote esperanza v la avuda del cabrestante salimos á mar
libre y se desencaj»'» del banco en un momento.
No (ís posible ponderar el regocijo que ocupó los
corazones de todos al verse libres de un riesgo del que
pocas navegaciones escapan, y más que ya muchos
habíamos creído morir de hambre. Sólo el práctico ílojo
\ el miserable egoísta estaban ocupados de la mayor me-
lancolía, que en este último pasó á la más funesta deses-
peración, pues cansado de llorar, jurar, renegar y des-
mecharse, viendo (jue el barco se apartaba del lugar
donde dejaba su tesoro, lleno de rabia y ambición dijo:
— ¿Para (|ué (juiero la vida sin dinero? — Y diciendo y
haciendo se arrojó al mar sin que lo pudiéramos estor-
bar ninguno de cuantos estábamos á su lado.
En vano fué la diligencia de echar al agua una guin-
dola, pues como no sabía nadar, en cuanto cayó se l'ui' á
plomo y desapareció de nuestra vista, dejándonos llenos
de compasi<'»n y espanto.
El piloto, que no soltaba la sonda de la mano,
cuando se vio fuera de los bancos y en lugar propor-
ÜBHAS ESCOGIDAS
279
cionado, hizo fondear la nao y asegurarla con las anclas:
so recogieron las velas, se amarró el timón y se echaron
a! mar todos los esquiles, botes y lanchas que llevába-
mos, y tripulándose con la gente más útil y algunos
liuenos buzos, se embarcó con ellos v fué á tentar la
rtstauración de los caudales, lo que consiguió con tan
feliz éxito, que ayudado del tiempo sereno (jue corría,
fi las veinticuatro horas ya estaban en el navio todos los
baúles y cajones de plata (jue se habían tirado, hasta
\')< del infeliz y avaro egoísta, cuyo cuerpo tuvo menos
suerte que su dinero, y (juién sabe si su alma la tendría
ni.'is desgraciada que su cuerpo.
Pieembarcados los intereses en el navio v recono-
ciJos por sus dueños por las respectivas marcas, se hizo
una general promesa á María Santísima en muy justa
arción de gracias por tanto beneficio, y tomada razón
de los cajones y baúles que pertenecían al egoísta, se
entregaron en dep(')SÍto al coronel para que los pusiera
en manos de su desgraciada familia, que era más digna
de poseerlos.
A los quince ó veinte días de este suceso ' fue el de
la Inmaculada Concepción de la Reina de los Ángeles,
pí'irona de las Españas, con cuyo motivo se empavesó
el barco y hubo todo el día una repetida y solemne salva
d»' artillería, lo que me causó una agradable sorpresa,
como causa á cualquiera que por la primera vez ve una
280
PENSADOR MEXICANO
embarcación llena de gallardetes y banderas de diversos
colores y figuras, que denotan las de cada nación y las
de las señas particulares «jue usan en el mar. A más de
eso, el verlas colocar y quitar casi á un tiempo me causó
no poca admiración, auncjue yo no la manifesté, pues ya
el coronel me había dicho que manifestar con vehemen-
cia nuestra admiración por cualquier cosa, era señal de
tontos, lo mismo (jue ver las cosas más raras con una
indilerencia de mármol.
Este hombre, cuya memoria se perpetu(') en la mía,
no perdía, como he dicho, las ocasiones de instruirme, y
según su loable sistema, que jamás seré bastante á agra-
decer, un día (jue lo peinaba, se acordó del desgraciado
fin del egoísta y me dijo: — ¿Te acuerdas, hijo, del pobre
de don Anselmo? ¡Pobrecito! El se echó al mar y perdí'»
la vida, y quizás el alma, por la falta de su dinero. ¡Ali
dinero, funesto motivo de la ruina temporal y eterna de
los hombres! Días há que un gentil llamó neciamente
sagrada (mejor hubiera dicho maldita) la hambre del
oro, y exclamó que ¿á qur no obligaría á los mortales?
Hijo, nunca sean la plata ni el oro los resortes de tu
corazón; jamás la codicia del interés sea el eje sobre que
se mueva tu voluntad. Busca el dinero como medio acci-
dental, y no como el único ni el necesario para pasar ii
vida. La liberal sabiduría de Dios, cuando crió al hombr(\
lo proveyó de cuanto necesitaba para vivir, sin acordarse
i-
\:r*i-'^\'^^ys f^-fi* ■:
OBRAS ESCOGIDAS
281
para nada del dinero, séame lícita esta expresión para
que me entiendas; creó Dios en la naturaleza todo lo nece-
sario para el hombre, menos pesos acuñados en ninguna
ca^a de moneda; prueba de que éstos no son necesarios
para su conservación.
Mientras el hombre se contentó con atender á sus
nocesidades con sólo los auxilios de la naturaleza, no
extrañó para nada el dinero; pero después que se entregó
al lujo, ya le fué preciso valerse de él para adquirir con
facilidad lo que no podía conseguir de otra manera.
Yo no condeno el uso de la moneda; conozco las
ventajas que nos proporciona; pero me agrada mucho el
pensamiento de los que han probado que no consisten las
riquezas en la plata, sino en las producciones de la
tierra, en la industria y en el trabajo de sus habitantes;
y tengo por una imprudencia el empeño con que busca-
mos las riquezas de entre las entraiías de la tierra, des-
deñándonos de recogerlas de su superficie con que tan
liberal nos brinda. Si la felicidad y la abundancia no
viene del campo, dice un sabio ingles, es en vano espe-
rarla de otra parte.
Muchas naciones han sido y son ricas sin tener una
mina de oro ó plata, y con su industria y trabajo saben
recoger en sus senos el que se extrae de las Américas.
L;t Inglaterra, la Holanda y el Asia, son bastantes prue-
bas de esta verdad; así como es evidente que las mismas
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 71. .
■á
4
i
282
PENSADOR MEXICANO
Américas, (juo han vaciado sus tesoros en la Europa,
Asia y África, están en un estado deplorable.
Poseer estos preciosos metales sin más trabajo que
sacarlos de los peñascos que los cubren es, en mi enten-
der, una de las peores plagas que puede padecer un
reino; porque esta riqueza, que para el común de los
habitantes es una ilusión agradable, despierta la codicia
de los extranjeros y enerva la industria y laborío de los
naturales.
Xo son estas proposiciones metafísicas, antes tocan
las j3uertas de la evidencia. Luego que en alguna parte
se descubren una •'» dos minas ricas, se dice estar aquel
pueblo en bonanza, y es precisamente cuando está peor.
Xo bien se manifiestan las vetas, cuando todo se encarece;
se aumenta el lujo; se llena el pueblo de gentes extrañas,
acaso las más viciosas; corrompen éstas á las naturales;
en breve se convierte aquel Ueal en un teatro escanda-
loso de crímenes; por todas partes sobran juegos, em-
briagueces, riñas, heridas, robos, muertes y todo grnero
de desórdenes. Las más activas diligencias de la justicia
no bastan á contener el mal ni en sus principios. Todo el
mundo sabe que la gente minera es por lo regular vicio-
sa, provocativa, soberbia y desperdiciada.
Pero se dirá que estos defectos se notan en los opera-
rios. Con que no me nieguen esto, que es más claro que
la luz, me basta ])ara probar lo que quiero.
■^.■^ ;-r"?»«r.^-^-',;^
OJBRAS ESCOGIDAS
283
A más de lo dicho, en un mineral en bonanza, ó
escasean los artesanos, ó si hay algunos, se hacen pagar
con exorbitancia su trabajo. Los labradores se disminu-
yen, ó porque se dedican al comercio de metales, ó
porque no hay jornaleros suficientes para el cultivo de la
tierra, y cátate ahí que dentro de poco tiempo aquel pue-
blo tiene una subsistencia precaria y dependiente de los
comarcanos.
Los muchachos pobres, (jue son los más, y los que
algún día han de llegar á ser hombres, no se dedican
ni los dedican sus padres á aprender ningún oficio,
contentándose con enseñarlos á acarrear metales ó á
espulgar las tierras, que vale tanto como enseñarlos á
ociosos. , ~
Este es el cuadro de un mineral en bonanza; su
decantada riqueza se halla estancada en dos ó tres due-
ños de las minas y el resto del pueblo apenas subsiste
de sus migajas. Yo he visto familias pereciendo á las
orillas de los más ricos minerales.
Esto quiere decir que, á proporción de lo que sucede
en un pueblo mineral, sucede lo mismo, y con peores
resultados, en un reino que abunda en oro y plata como
las Indias. Por veinte ó treinta poderosos que se cuentan
on ellas hay cuatro ó cinco millones de personas que
viven con una escasa medianía, y entre éstos muchas
lamillas infelices.
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284
PENSADOR MEXICANO
Si no me engaño, la razón de paridad es la misma
en un reino que en un pueblo: y si desde un pueblo
desciende la comparación á un particular, se han de
observar los mismos efectos procedentes de las mismas
causas. Hagamos una hipótesis con dos muchachos baj(^
nuestra absoluta dirección, que se llamen uno Pohi'e y el
otro Uico: (|ue á éste lo eduquemos en medio de la abun-
dancia y á aquél en medio de la necesidad. Es claro quí?
el Rico, como que nada necesita, á nada se dedica y nada
sabe; por el contrario, el Pobre, como que no tiene nin-
gunos auxilios que lo lisonjeen, y por otro lado la nece-
sidad lo estrecha á buscar arbitrios que le hagan menos
pesada la vida, procura aplicarse á solicitarlos, y lo con-
sigue al fin á costa del sudor de su rostro. En tal estado,
supongamos que al muchacho Rico acaece alguna des-
gracia de aquellas que quitan este sobrenombre al que
tiene dinero, y se ve reducido á la última indigencia.
En este caso, que no es raro, sucede una cosa particular
que parece paradoja: el Rico queda pobre y el Pobre
queda rico: pues el muchacho que fué rico es más pobre
que el muchacho Pobre, y el muchacho (jue nació pobre
es más rico que el que lo fué, como que su subsistencia
no la mendiga de una fortuna accidental, sino del trabajo
de sus manos.
Esta misma comparación hago entre un reino que
se atiene á sus minas y otro que subsiste por la indus-
'C íi-V. ~ • — i^*, '■"
■ '!*^V
T^TT
OBRAS ESCOGIDAS
285
ti'ja, agricultura y comercio. Este siempre florecerá y
a'juél caminará á su ruina por la posta.
No sólo el reino de las Indias, la España misma es
una prueba cierta de esta verdad. Muchos políticos atri-
buyen la decadencia de su industria, agricultura, carác-
ter, ^ población y comercio, no á otra causa que á las
riquezas que presentaron sus colonias. Y si esto es así,
como lo creo, yo aseguro que las Américas serían felices
el día que en sus minerales no se hallara ni una sola
vena de plata ú oro. Entonces sus habitantes recurrirían
á la agricultura, y no se verían como hoy tantos centena-
re:^ de leguas de tierras baldías, que son, por otra parte,
feracísimas; la dichosa pobreza alejaría de nuestras cos-
tas las embarcaciones extranjeras que vienen en pos
del oro á vendernos lo mismo que tenemos en casa; y
sus naturales, precisados por la necesidad, fomentaría-
mos la industria en cuantos ramos la divide el lujo ó la
comodidad de la vida; esto sería bastante para que se
aumentaran los labradores y artesanos, de cuyo aumento
resultarían infinitos matrimonios que no contraen los
que ahora son inútiles y vagos; la multitud de enlaces
produciría naturalmente una numerosa población que,
extendiéndose por lo vasto de este fértil continente, daría
li'>mbres apreciables en todas las clases del Estado; los
' Entiéndese aquel antiguo vigor y desprecio del lujo que no conocieron los godos,
v.sigodos, etc.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, II, C. — 72.
286
PENSADOR MEXICANO
preciosos efectos que cuasi privativamente ofrece la natu-
raleza á las Américas en abundancia, tales como la
grana, algodón, aziicaí', cacao, etc., etc., serían otros
tantos renglones ri(|UÍsimos (|ue convidarían á las nacio-
nes á entablar con ellas un ventajoso y activo comercio.
y finalmente, un sin número de circunstancias que preci-
samente debían enlazarse entre sí, y cuya descripción
omito por no hacer más prolija mi digresión, harían al
reino y su metrópoli más ricos, más felices y respetados
de sus émulos qu(^ lo han sido desde la época de los Cor-
teses V Pizarros.
No creas (|ue me he desviado mucho del asunto prin-
cipal á donde dirijo mi conversaci<')n. Esto (pie te he dich«)
es j)ara que adviertas f(ue la abundancia de oro y plata
está tan lejos de hacer la verdadera felicidad de los moi-
tales, que antes ella misma puede ser causa de su ruina
moral, así como lo es de la decadencia política de los
Estados, y por tanto no debemos ni hacer mal uso d(^l
dinero, ni solicitarlo con tal afán, ni conservarlo con tal
anhelo, que su pérdida nos cause una angustia irrepara-
ble, que tal vez nos conduzca á nuestra última ruinii,
como le sucedió al necio don Anselmo.
Este desgraciado crey»') (jue toda su felicidad pendía
de la posesión áo unos cuantos tepalcates brillantes; per-
diólos en su concepto, la negra tristeza se apoderó de su
avaro corazón, y no pudiendo resistirla, se precipitó al
OBRAS ESCOGIDAS
287
miw en el exceso de su desesperación, perdiendo de una
voz el honor, la vida, y plegué á Dios no haya perdido el
alma.
Este funesto suceso lo presenciaste; jamás te acorda-
rás de él sin advertir que el oro no hace nuestra felici-
dad, que es un gran mal la avaricia y que debemos
huirla con el empeño posible.
No pienses por esto que te predico el desprecio de
la^ riquezas con aquel arte que muchos filósofos del
paganismo, que hablaban mal de ellas por vengarse do la
fortuna que se les había manifestado escasa. Ni monos
te recomendaré ensalzando sobre las nubes la pobreza,
cuando yo gracias á Dios no la padezco. No soy un hipó-
crita; quédese para Séneca decir en el seno de la abun-
dancia: (¡ffc es ¡)()bi'c el (¡'(e ei'ee (¡ue lo e.<: (¡(le lf( ncdiira-
l('.:(i. se eontenid cun pan y ckjiki, y ¡tara hxjrcir esto nadie
!■■< pobre: <na' no es n/'/ap'/n mal sino pat'(( el que la
rcltiisa, y otras cosas á este modo que no le entraban,
como dicen, de dientes á dentro; pues en la realidad, al
tiempo (jue escribía esto, disfrutaba la gracia de Nercm,
ora querido de su mujer, poseía grandes rentas, habitaba
on palacios magníficos y se recreaba en deliciosos jar-
dines.
¡Qué cosa tan dulce, dice un autor, es moralizar y
predicar virtud en medio de estos encantos I Pretender
que el hombre mortal, viador y rodeado de pasiones sea
i
288
PENSADOR MEXICANO
enteramente perfecto es una quimera. La virtud es más
fácil de ensalzarse que de practicarse, y los autores pin-
tan al hombre, no como es, sino como debe ser; por eso
tratamos en el mundo pocos originales cuyos retratos
manejamos en los libros. 1^1 mismo Séneca, penetrado de
esta verdad, llega á decir: «jue era imjtosih/e liallar entro
los ¡(Oinbres uno rirtud tan cahal eonio la (¡uc él projto-
ni'a. ij (¡lie el niejuí' ele los hombres era el (¡uc tenía menos
(lef'ect(>.<. l*ro opümo est mininir /nal as. Así es que yo ni
exijo de tí un desprecio total de los bienes de fortuna, ni
menos te exhorto á que abraces una pobreza holga-
zana. ^ Si un brillante estado de opulencia pone al hom-
bre en el riesgo de ser un inicuo por la facilidad que
tiene de satisl'acer sus pasiones, el miserable estado de
la pobreza puede reducirlo á cometer los crímenes más
viles.
Estoy muy lejos de decirte que la pobreza hace
sabios V virtuosos, como decía Horacio á Floro. Menos
te diré que el más pobre es más feliz, como que vive m:'is
hbre 6 independiente, como he oído decir á muchos que
envidian la suerte del pobre cargador. Me acuerdo de la
graciosa definición que da Juvenal en la Sátira III, de hi
decantada libertad del pobre, y no la envidio. Dice este
• Con esta expresión dio á entender el coronel que no hablaba de pobreza evangé-
lica, la que siempre es recomendable ; pero no es para todos, pues no todos tenemos
aquella disposición de espíritu que requiere.
■ í-f^-I
OBRAS ESCOGIDAS
289
genio festivo (¡uc su libertad consiste en pedir perdón al
(¡lie lo lia injuriado // en ¡jcsar la mano que lo fjolpea
/¡ara poder escapar con algunos dientes en la boca,
¡Grandes privilegios tiene la libertad de esta clase de
pobres! A lo que se puede agregar su ninguna vergüenza
y una resignación de mármol para sufrir las incomodida-
des de la vida; pero de esta pobreza debes huir.
Yo lo que te aconsejo es que no hagas consistir tu
felicidad en las riquezas; que no las desees ni las solici-
tes con ansia; y tenidas, que no las adores ni te hagas
esclavo de ellas; pero tambirn te aconsejo que trabajes
para subsistir, y últimamente, que apetezcas y vivas con-
tento con la medianía, que es el estado más oportuno
para pasar la vida tranquilamente.
Este consejo es sabio y dictado por el mismo Dios
en el cap. 80, v. 9, de los Proverbios, en boca de aquel
prudente que decía: — Señor, no me deis ni pobrera ni
ri(¡io':as: concedcdnie sohf mente lo necesario para pasar
la cida, no sea que en teniendo mucJio me ensoberbezca //
os abandone diciendo: ;quién es el Señor. ^ ó (pw ciéndo-
inc aflifjido por la pobreza, me desespere ij hurte ó culnere
él nombre de mi Dios p)er jurando...
Aquí llegaba el coronel, cuando interrumpió su con-
versación el palmoteo y vocería de los grumetes y gente
del mar que gritaban alborozados sobre la cubierta:
—¡Tierra, tierra!
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II,C. — 73.
290
PENSADOR MEXICANO
Al eco lisonjero de estas voces, todos abandonaron
lo que hacían, y subieron unos con anteojos y otros sin
ellos para certificarse por su vista ó por la ajena, de si
era realidad lo que habían anunciado los gritos de los
muchachos.
Cuanto más avanzaba el navio sobre la costa más
se aseguraban todos de la realidad, lo que fué motivo
para que el comandante mandara dar aquel día á la tri-
pulación un buen refresco y ración doble, que recibieron
con mayor gusto cuando el piloto, que ya estaba resta-
blecido, aseguró que con la ayuda de Dios y el viento
favorable que nos hacía, al día siguiente desembarcaría-
mos en Cavite.
Aquella noche y el resto del día prefijado se pasó
en cantos, juegos y conversaciones agradables, y como
á las cinco de la tarde dimos fondo en el deseado
puerto.
La plana mayor comenzó á desembarcar en la
misma hora, y yo logré esta anticipación con mi jefe.
Al día siguiente se verificó el desembarque general, y
concluido, trataron todos de pasar á Manila, que era el
lugar de su residencia, siendo de los primeros nosotros,
como que el coronel no tenía conexiones de comercio
que lo detuvieran.
Llegamos á la ciudad, entregó mi coronel la gente
forzada al gobernador, puso los caudales del egoísta en
OBRAS ESCOGIDAS
291
manos de su familia, ocultándole con prudencia el triste
modo de su muerte, y nos luímos para su casa, en la que
lo serví y acompañé ocho años, (jue eran los de mi con-
dona, y en este tiempo me hice de un razonable capital
por sus respetos.
i
;^
-i
ÍNDICE
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, II , C — 74.
i
.*(?'■'-■
Índice
DEL TONIO SEOUNDO, C
Cai'Ítulo i. — En el que refiere Periquillo cómo se acomodó
con el doctor Purgante; lo que aprendió á su
lado; el robo que le hizo; su fuga, y las aventuras
que le pasaron en Tula, donde se fingió médico. i
II. — Cuenta Periquillo varios acaecimientos que tuvo
en Tula, y lo que hubo de sufrir al señor cura. . 37
» III. — En el que nuestro Perico cuenta cómo conclu-
yó el cura su sermón; la mala mano que tuvo en
una peste y el endiablado modo con que salió
del pueblo, tratándose en dicho capítulo, por vía
de intermedio, algunas materias curiosas. . . 61
X- IV, — En el que se cuenta la espantosa aventura del
locero y la historia del trapiento 81
» V. — En el que cuenta Periquillo la bonanza que
tuvo; el paradero del escribano Chanfaina; su
reincidencia con Luisa, y otras cosillas nada in-
gratas á la curiosidad de los lectores. . . . ni
» VI. — En el que se refiere cómo echó Periquillo á
Luisa de su casa, y su casamiento con la niña
Mariana 141
:;
296
índice
Capítulo VII. — En el que Periquillo cuenta la suerte de Luisa,
y una sangrienta aventura que tuvo, con otras
cosas deleitables y pasaderas 175
» VIII. — En el que se refiere cómo Periquillo se metió
á sacristán ; la aventura que le pasó con un ca-
dáver; su ingreso en la cofradía de los mendigos
y otras cosillas tan ciertas como curiosas. . . 187
» IX. — En el que refiere Periquillo cómo le fué con el
subdelegado; el carácter de éste, y su mal modo
de proceder; el del cura del partido; la capitu-
lación que sufrió dicho juez; cómo desempeñó
Perico la tenencia de justicia, y finalmente el
honrado modo con que lo sacaron del pueblo. . 219
X. — Aquí cuenta Periquillo la fortuna que tuvo en
ser asistente del coronel; el carácter de éste; su
embarque para Manila y otras cosillas pasaderas. 243
» XI. — En el que Periquillo cuenta la aventura funes-
ta del egoísta y su desgraciado fin, de resultas
de haberse encallado la nao; los consejos que
por este motivo le dio el coronel y su feliz arribo
á Manila 26;
■:'^
PAUTA
para la colocación de las láminas
Yo entonces apreté los talones á la macha y corrí lo mejor que
pude 7^
...uno de ellos, afianzando á su enemigo del peinado, se quedó
con el casquete en las manos 149
... jugaba mis alburillos muy seguido . . . 262
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, C. — 75.
f
f-
ESTE TOMO SE
ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA,
EN EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO
DE ESPASA Y COMPAÑÍA,
EN SEPTIEMBRE DE
1897
i
fpf.
í
-^..
EL
PERIQUILLO SARNIENTO
ES I'ROPIEDAD
EL PENSADOR MEXICANO
(J. JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI)
I >»< « •
EL
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:■ f
V
i V
XT( )
LA QUiaOTITA
DON CATRÍN DE LA FACHENDA. — NOCHES TRISTES
DÍA ALEGRE. — FÁBULAS
PRÓLOGO DE
^- í 1< \
EDICIÓN DE LUJO
ADORNADA CON LÁMINAS CROMOLITOGRAFIADAS, Y ENRIQUECIDAS SUS PÁGINAS
CON NUMEROSOS GRABADOS
DIBUJOS DE
D. ANTONIO UTRILLO
TOMO II
D
MÉXICO
8, SANTA ISABEL, 8
SANTA TERESA, 8, BARCELONA-GRACIA
1897
■»';
?r.
VIDA Y HECHOS
DE
^ \^'.
D
El
ILL
o SMilEITÍI
ESCr.ITA POR ÉL
para sus hijos
CAPÍTULO PRIMERO
Mefiere Periquillo su buena conducta en Manila; el duelo entre un inglés y un negro,
y una discusioncilla no despreciable
Experimentamos los hombres unas mutaciones mo-
rales en nosotros mismos, de cuando en cuando, que tal
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 1.
PENSADOR MEXICANO
vez no acertamos á adivinar su origen, así como en lo
físico palpamos muchos efectos en la naturaleza y no
sabemos la causa que los produce, como sucede hasta
hoy con la virtud atractiva del imán y con la eléctrica:
poi' eso dijo el poeta que era feliz (juien podía conocer l.i
causa de las cosas.
Pero así como aprovechamos los efectos de los fenó-
menos físicos sin más averiguación, así yo aproveché en
Manila el resultado de mi fenómeno moral, sin meterme
por entonces en inculcar su origen.
El caso fué, (jue ya por verme distante de mi patria,
ya por libertarme de las incomodidades (jue me acarrea-
ría el servicio en la tropa por ocho año?, á que me suje-
taba mi condena, ó ya por el famoso tratamiento que me
daba el coronel. (|ue sería lo más cierto, yo procuré co-
rresponder á sus confianzas, \ fui en Manila un hombre
de bien á toda prueba.
Cada día merecía al coronel más amor y más con-
fianza, y tanta llegué á lograr, que yo era el que corría
con todos sus intereses y los giraba según quería; pero
supe darme tan buenas trazas que, lejos de disiparlos,
como se debía esperar de mí, los aumenté considerable-
mente comerciando en cuanto podía con seguridad.
Mi coronel sabía mis industrias; mas como veía que
yo no aprovechaba nada para mí, y antes bien tenía
sobre la mesa un libro (jue hice y titulé: Cuaderno econn-
OBRAS ESCOGIDAS ó
/I I ico donde consta el estado de los haberes de mi amo,
se complacía en ello y cacareaba la honradez de su hijo.
A^í me llamaba este buen hombre.
Como los sujetos principales de Manila veían el
trato que me daba el coronel, la confianza que hacía de
mí y el cariño que me dispensaba, todos los que apre-
ciaban su amistad me distinguían y estimaban en más
que á un simple asistente, y este mismo aprecio que yo
Io<i;raba entre las personas decentes era un freno que me
contenía para no dar que decir en aquella ciudad. Tan
cierto es que el amor propio bien ordenado no es un
vicio, sino un principio de virtud.
Gomo mi vida fué arreglada en aquellos ocho años,
no me acaecieron aventuras peligrosas ni cjue merezcan
referirse. Ya os he dicho que el hombre de bien tiene
pocas desgracias que contar. Sin embargo, presencié
algunos lancecillos no comunes. Uno de ellos fué el
siguiente:
Un año, que con ocasión de comercio habían pasado
del puerto á la ciudad algunos extranjeros, iba por una
calle un comerciante rico, pero negro. Debía de ser su
negocio muy importante, porque iba demasiado violento
y distraído y en su precipitada carrera no pudo excu-
sarse de darle un encontrón á un oficial inglés que iba
cortejando á una criollita principal; pero el encontrón ó
atropellamiento fué tan recio, que á no sostenerlo la
4
PENSADOR MEXICANO
manileña va á dar al suelo mal de su grado. Con todo
eso, del esquinazo que llevó se le cayó el sombrero y se
le descompuso el peinado.
No fué bastante la vanidad del oficialito á resistir
tamaña pesadumbre, sino (jue inmediatamente corrió
hacia el negro, tirando de la espada. El pobre negro se
sorprendió, porque no llevaba armas y quizá creyó que
allí llegaba el término de sus días. La señorita y otros
que acompañaban al oficial lo contuvieron, aunque él no
cesaba de echar bravatas en las que mezclaba mil pro-
testas de vindicar su honor ultrajado por un negro.
Tanto negreó y vilipendi(') al inculpable moreno, que
éste le dijo en lengua inglesa: — Señor, callemos: mañana
espero ;'i usted para darle satisfacción con una pistola en
el Paríjue. — K\ oficial contestó aceptando, y se serenó la
cosa ó pareció serenarse.
Yo, que presencié el pasaje y medio entendía algo
del inglés, como supe la hora y el lugar señalado para el
duelo, tuve cuidado de estar puntual allí mismo por ver
en qué paraban.
En efecto, al tiempo aplazado llegaron ambos, cada
uno con un amigo que nombraba padrino. Luego que se
reconocieron, el negro sacó dos pistolas y presentándo-
selas al oficial, le dijo: — Señor, yo ayer no traté de ofen-
der el honor de usted; el atropellarlo fué una casualidad
imprevista; usted se cansó de maltratarme, y aún quería
OBRAS ESCOGIDAS 5
herirme ó matarme; yo no tenía armas con que defen-
derme de la fuerza en el instante del enojo de usted, y
conociendo que el emplazarlo á un duelo sería el medio
más pronto para detenerlo y dar lugar á que se serenara,
lo verifiqué y vine ahora á darle satisfacción con una
pistola, como le dije.
— Pues bien, dijo el inglés, despachemos; que
auncjue no me es lícito ni decente el medir mi valor
con un negro, sin embargo, seguro de castigar á un
villano osado, acepté el desafío. Reconozcamos las pis-
tolas.
— Está bien, dijo el negro; pero sepa usted que el
que ayer no trató de ofenderlo, tampoco ha venido hoy á
este lugar con tal designio. El empeñarse un hombre de
l;i clase de usted en morir ó quitar la vida á otro hombre
por una bagatela semejante, me parece que, lejos de ser
honor, es capricho, como lo es sin duda el tenerse por
agraviado por una casualidad imprevista; pero si la satis-
facción que he dado á usted no vale nada, y es preciso
que sea muriendo ó matando, yo no quiero ser reo de un
asesinato, ni exponerme á morir sin delito, como debe
suceder si usted me acierta ó yo le acierto el tiro. Así,
pues, sin rehusar el desafío, quede bien el más afortu-
nado, y la suerte decida en favor del que tuviere justicia.
Tome usted las pistolas: una de ellas está cargada con
dos balas y la otra está vacía; barájelas usted, revuél-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 2.
•1!
tí
6
PENSADOR MEXICANO
velas, déme la que quiera, partamos, y quedo la ventaja
por quien quedare.
El oñcial se sorprendió con tal propuesta; los testi-
gos decían (jiie esto no era el orden de los duelos; que
ambos debían reñir con armas iguales, y otras cosas que
no convencían á nuestro negro, pues él insistía en (jue
así debía verificarse el duelo, para tener el consuelo de
(jue si mataba á su contrario, el cielo lo ordenaba ó lo fa-
vorecía para ello especialmente; y si moría no era por su
culpa, sino por la disposición del acaso, como pudiera en
un naufragio. A esto añadía, (jue pues el partido no eia
ventajoso á nadie, pues ninguno de los dos sabía á quién
le tocaría la pistola descargada, el rehusar tal propuesta
no podía menos (jue deber atribuirse á cobardía.
No bien oyó esta palabra el ardiente joven, cuando,
sin hacer aprecio de las reilexiones de los testigos, baraj"')
las pistolas, y tomando la que le pareció dio la otra al
negro.
Volviéronse ambos las espaldas, anduvieron un corto
trecho, y dándose las caras al descubrir, disparó el oficial
al negro, pero sin fruto, porque él se escogió la pistola
vacía.
Se quedó aturdido en el lance creyendo con todos los
testigos ser víctima indefensa de la cólera del negro; pero
éste, con la mayor generosidad, le dijo: — Señor, los dos
hemos quedado bien; el duelo se ha concluido; usted no
OBRAS ESCOGIDAS 7
ha podido hacer más que aceptarlo con las condicio-
nes que puse, y yo tampoco pude hacer sino lo mismo.
VÁ tirar ó no tirar pende de mi arbitrio; pero si jamás
(¡uisc ofender á usted ¿cómo he de querer ahora, viéndolo
desarmado? Seamos amigos, si usted quiere darse por
satisfecho; pero si no puede estarlo sino con mi sangre,
tome la pistola con balas y diríjalas á mi pecho.
Diciendo esto, le presentó el arma horrible al oficial,
i|uien, conmovido con semejante generosidad, tomó la pis-
tola, la descargij en el aire, y arrojándose al negro con
los brazos abiertos, lo estrechó en ellos diciéndole con la
mayor ternura: — Sí, Mr., somos amigos y lo sere-
mos eternamente; dispensad mi vanidad y mi locura.
Nunca creí que los negros fueran capaces de tener almas
tan grandes. — Es preocupación que aún tiene muchos
sectarios, dijo el negro, quien abrazó al oficial con toda
( xpresión.
Cuantos presenciamos el lance nos interesamos en
(jue se confirmara aquella nueva amistad, y yo, que era
el menos conocido de ellos, no tuve embarazo para ofre-
cerme por amigo, suplicándoles me recibieran en tercio,
y aceptaran el agasajo que quería hacerles, llevándolos á
lomar un ponche ó una sangría en el café más inme-
'liato.
Agradecieron todos mi obsequio, y fuimos al café,
donde mandé poner un buen refresco. Tomamos alegre-
8
PENSADOR MEXICANO
mente lo que apetecimos, y yo, deseando oir producir al
negro, les dije: — Señores, para mí fué un enigma la
última expresión que usted dijo, de que jamás creyó que
los negros fueran capaces de tener almas generosas, y la
que usted contestó á ella diciendo, que era preocupaci<')n
tal modo de pensar, y cierto que yo hasta hoy he pen-
sado como mi capitán, y apreciara aprender de la boca
de usted las razones fundamentales que tiene para ase-
gurar que es preocupación tal pensamiento.
— Yo siento, dijo el prudente negro, verme compro-
metido entre el respeto y la gratitud. Ya sabe usted que
toda conversación que incluya alguna comparación es
odiosa. Para hablar á usted claramente es menester
comparar, y entonces quizá se enojará mi buen amigo
el señor oficial, y en tal caso me comprometo con él; si
no satisfago el gusto de usted, falto á la gratitud que debo
á su amistad, y así...
— No, no, Mr., dijo el oficial; yo deseo, no sólo
complacer ú usted y hacerle ver que si tengo preocupa-
ciones no soy indócil, sino que aprecio salir de cuantas
pueda; y también quiero que estos señores tengan el
gusto que quieren de oir hablar á usted sobre el asunto,
y mucho más me congratulo de que haya entre usted y yo
un tercero en discordia que ventile por mí esta cuestión.
— Pues siendo así, dijo el negro, dirigiéndome la
palabra, sepa usted que el pensar que un negro es
■•W-
OBRAS ESCOGIDAS
9
menos que un blanco generalmente es una preocupa-
ción opuesta á los principios de la razón, á la humanidad
V á la virtud moral. Prescindo ahora de si está admitida
por algunas religiones particulares, ó si la sostiene el
comercio, la ambición, la vanidad ó el despotismo.
Pero yo quiero que de ustedes, el que se halle más
surtido de razones contrarias á esta proposición, me
arguya y me convenza si pudiere.
Sé y he leído algo de lo mucho que en este siglo
han escrito plumas sabias y sensibles en favor de mi
opinión; pero sé también que estas doctrinas se han que-
dado en meras teorías, porque en la práctica yo no hallo
diferencia entre lo que hacían con los negros los euro-
peos en el siglo x\ ii y lo que hacen hoy. Entonces la
codicia acercaba á las playas de mis paisanos sus embar-
caciones, que llenaban de éstos, ó por intereses ó por
fuerza; las hacían vomitar en sus puertos y traficaban
indignamente con la sangre humana.
En la navegación ¿cuál era el trato que nos daban?
Kl más soez é inhumano. Yo no (juiero citar á ustedes
historias que han escrito vuestros compatriotas, guiados
dt' la verdad, porque supongo que las sabréis, y también
por no estremecer vuestra sensibilidad; ponjue ¿quién
oirá sin dolor que en cierta ocasión, porque lloraba en
el navio el hijo de una negra infeliz y con su inocente
llanto quitaba el sueño al capitán, éste mandó que arro-
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. 11, D. — 3.
10
PENSADOR MEXICANO
jaran al mar á aquella criatura desgraciada, como so
verificó con escándalo de la naturaleza?
Si era en el servicio que hacían mis paisanos v
vuestros semejantes á los señores que los compraban,
¿qué pasaje tenían? Nada más cruel. Dígalo la isla de
Haití, que hoy llaman Santo Domingo; dígalo la de Cuba
ó la Habana, donde con una calesa ó una golosina con
que habilitaban á los esclavos, los obligaban á tributar á
los amos un tanto diario fijamente, como en rédito del
dinero que se había dado por ellos. Y si los negros no
lograban lletes suficientes ¿qur sufrían? Azotes. Y las
negras, ¿qué hacían cuando no podían vender sus golo-
sinas? Prostituirse. ¡Cuevas de la Habana! ¡Paseos de
Guanabacoa! hablad por mí.
¿Y si aquellas negras resultaban con el fruto de su
lubricidad ó necesidad en las casas de sus amos, ¿qué se
hacía? Nada; recibir con gusto el resultado del crimen,
como que de él se aprovechaban ios amos en otro escla-
vito más.
Lo peor es que, para el caso, lo mismo que en la
Habana se hacía á proporción en todas partes, y yo en
el día no advierto diferencia en la materia entre aquel
siglo y el presente. Crueldades, desacatos é injurias
contra la humanidad se cometieron entonces, é inju-
rias, desacatos y crueldades se cometen hoy contra la
misma, bajo iguales pretextos.
r^:--
OBRAS ESCOGIDAS
11
«La humanidad, dice el célebre Buííon, grita contra
estos odiosos tratamientos que ha introducido la codicia,
y (|ue acaso renovaría todos los días, si nuesti'as leyes,
poniendo freno á la brutalidad de los amos, no hubieran
cuidado de hacer algo menor la miseria de sus esclavos;
so les hace trabajar mucho y se les da de comer poco,
aun de los alimentos más ordinarios, dando por motivo
(|uc los negros toleran fácilmente el hambre, que con la
porción que necesita un europeo para una comida tienen
ellos bastante para tres días, y que por poco que coman
y duerman están siempre igualmente robustos y con
iguales fuerzas para el trabajo. ¿Pero cómo unos hom-
bres que tengan algún resto de sentimiento de humani-
dad pueden adoptar tan crueles máximas, erigirlas en
preocupaciones y pretender justificar con ellas los horri-
bles excesos á que la sed del oro los conduce? Dejémo-
nos de tan bárbaros hombres...»
Es verdad que los gobiernos cultos han repugnado
este ilícito y descarado comercio, y sin lisonjear á Es-
paña, el suyo ha sido de los más opuestos. Usted, me
dijo el negro, usted como español sabrá muy bien las
restricciones que sus reyes han puesto en este tráfico, y
sabrá las ordenanzas que sobre el tratamiento de escla-
vos mandó observar Carlos III; pero todo esto no ha
bastado á que se sobresea en un comercio tan impuro.
No me admiro; este es uno de los gajes de la codicia.
12
PENSADOR MEXICANO
¿Qué no hará el hombre, qué crimen no cometerá cuando
trata de satisfacer esta pasión? Lo que me admira y me
escandaliza es " ver estos comercios tolerados y estos
malos tratamientos consentidos en aquellas naciones
donde dicen reina la religión de la paz, y en aquellas
en que se recomienda el amor del semejante como el
propio del individuo. Yo deseo, señores, que me desci-
Iréis este enigma. ¿Cómo cumpliré bien los preceptos de
aquella religión (|ue me obliga á amar al prójimo como á
mí mismo y á no hacer á nadie el daño que repugno,
comprando por un vil interés á un pobre negro, hacién-
dolo esclavo do servicio, obligándolo á tributarme á fuer
de un amo tirano, descuidándome de su felicidad y acaso
de su subsistencia, y tratándolo, á veces, quizá poco
menos que bestia? Yo no sé, repito, cómo cumpliré en
medio de estas iniquidades con aquellas santas obliga-
ciones. Si ustedes saben cómo se concierta todo esto,
os agradeceré me lo enseñéis, por si algún día se me
antojare ser cristiano y comprar negros como si fueran
caballos. Lo peor es que sé por datos ciertos que hablar
con esta claridad no se suele permitir á los cristianos, por
razones que llaman de Estado ó qué sé yo; lo cierto es
que si esto fuere así, jamás me aficionaré á tal religión;
pero creo que son calumnias de los que no la apetecen.
Sentado esto, he de concluir con que el maltrata-
miento, el rigor y desprecio con que se han visto y se
-• '^i-%r':i..
^-- ■•■ ríyi'
OBRAS ESCOGIDAS
13
\vn los negros no reconoce otro origen que la altanería
do los blancos, y ésta consiste en creerlos inferiores por
su naturaleza, lo que, como dije, es una vieja é irracional
proocupación.
Todos vosotros, los europeos, no reconocéis sino un
hombre, principio y origen de los demás, á lo menos
los cristianos no reconocen otro progenitor que Adán,
do! que, como de un árbol robusto, descienden ó se deri-
van todas las generaciones del universo. Si esto es así, y
k) creen y confiesan de buena le, es preciso argüirles de
iKM'ios cuando hacen distinción de las generaciones sólo
porque se diferencian en colores, cuando esta variedad
es efecto ó del clima ó de los alimentos, ó si queréis, de
alguna propiedad que la sangre ha adquirido y ha trans-
mitido á tal y tal posteridad por herencia. Cuando leéis
que los negros desprecian á los blancos por serlo, no
dudáis de tenerlos por unos necios; pero jamás os juz-
{^.áis con igual severidad cuando pensáis de la misma
manera que ellos.
Si el tener á los negros en menos es por sus cos-
tumbres, que llamáis bárbaras, por su educación bozal
\ [jor su ninguna civilización europea, deberíais advertir
<iuo á cada nación le parecen bárbaras é inciviles las cos-
tumbres ajenas. Un fino europeo será en el Senegal, en
ol Congo, Cabo Verde, etc., un bárbaro, pues ignorará
aquellos ritos religiosos, aquellas leyes civiles, aquellas
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 4.
14
PENSADOR MEXICANO
costumbres provinciales, y por fin aquellos idiomas.
Transportad con el entendimiento á un sabio cortesano
de París en medio de tales países, y lo veréis hecho un
tronco, que apenas podrá á costa de mil señas dar (\
entender que tiene hambre. Luego si cada religión tieno
sus ritos, cada nación sus leyes y cada provincia sus
costumbres, es un error crasísimo el calificar de necios
y salvajes á cuantos no coinciden con nuestro modo de
pensar, aun cuando éste sea el más ajustado á la natu-
raleza; pues si los demás ignoran estos requisitos por
una ignorancia inculpable, no se les debe atribuir á
delito.
Yo entiendo que el fondo del hombre está sem-
brado por igual de las semillas del vicio y de la virtud;
su corazón es el terreno oportunamente dispuesto á que
fructifiíjuc uno ú otra, según su inclinación ó su edu-
cación. En aqurlla iiitluye el clima, los alimentos y hi
organización particular del individuo, y en ésta la reli-
gión, el gobierno, los usos patrios y el más ó menos
cuidado de los padres. Luego nada hay que extrañar
que varíen tanto las naciones en sus costumbres, cuando
son tan diversos sus climas, ritos, usos y gobiernos.
Por consiguiente, es un error calificar de bárbaros á
los individuos de aquella ó aquellas naciones ó pueblos
que no suscriben á nuestros usos, ó porque los ignoran,
ó porque no los quieren admitir. Las costumbres más
OBRAS ESCOGIDAS
15
sagradas de una nación son tenidas por abusos en otras;
y aun los pueblos más cultos y civilizados de la Europa,
con el transcurso de los tiempos, han desechado como
inepcias mil envejecidas costumbres que veneraban como
dogmas civiles.
De lo dicho se debe deducir, que despreciar á los
negros por su color y por la diferencia de su religión y
costumbres es un error; el maltratarlos por ello cruel-
dad, y el persuadirse á que no son capaces de tener
ahilas grandes que sepan cultivar las virtudes morales,
es una preocupación demasiado crasa, como dije al señor
oficial, y preocupación de que os tiene harto desengaña-
dos la experiencia, pues entre vosotros han florecido
negi'os sabios, negros valientes, justos, desinteresados,
sensibles, agradecidos, y aun héroes admirables.
Calló el negro, y nosotros, no teniendo qué respon-
der, callamos también, hasta que el oficial dijo: — Yo
estc)y convencido de esas verdades, más por el ejemplo
de usted que por sus razones, y creo desde hoy que los
negros son tan hombres como los blancos, susceptibles
de vicios v virtudes como nosotros v sin más distintivo
accidental que el color, por el cual solamente no se debe
on justicia calificar el interior del animal que piensa, ni
menos apreciarlo ó abatirlo.
Iba á interrumpirse la tertulia, cuando yo, que desea-
ba escuchar al negro todavía, llené los vasos, hice que
16
PENSADOR MEXICANO
brindáramos á la salud de nuestros semejantes los ne-
gros, y concluida esta agradable ceremonia, dije al nues-
tro:— Mr., es cierto que todos los hombres descendemos,
después de la primera causa, de un principio crea-
do, llámese Adán ó como usted quiera; es igualmente
cierto que, según este natural principio, estamos todos
ligados íntimamente con cierto parentesco ó conexión
innegable; de modo que el emperador de x\lemania,
aunque no quiera, es pariente del más vil ladrón, y el
rey de Francia lo es del último trapero de mi tierra, por
más que no se conozcan ni lo crean; ello os que todus
los hombres somos deudos los unos de los otros, pues
que en todos circula la sangre de nuestro progenitor, y
conforme á esto, es una preocupación, como usted dice, ó
una quijotería, el despreciar al negro por negro; una
crueldad venderlo y comprarlo y una tiranía indisimula-
ble el maltratarlo.
Yo convengo en esto de buena gana, pues semejante
trato es repugnante al hombre racional; mas limitando lo
(|ue usted llama desprecio á cierto aire de señorío con
que el rey mira á sus vasallos, el jete á sus subalternos,
el prelado á sus subditos, el amo á sus criados y el
noble á los plebeyos, me parece que esto está muy bien
puesto en el orden económico del mundo; porque si
porque todos somos hijos de un padre y componemos
una misma familia, nos tratamos de un mismo modo,
■rrxr-r-.\. , ■ ■._■; ■ ,?7^,
OBRAS ESCOGIDAS
17
s- .^^uramente perdidas las ideas de sumisión, inferioridad
y obediencia, el universo sería un caos en el que todos
quisieran ser superiores, todos reyes, jueces, nobles y
magistrados; y entonces ¿quién obedecería? ¿quién daría
las leyes? ¿quién contendría al perverso con el temor del
castigo? ¿y quién pondría á cubierto la seguridad indivi-
dual del ciudadano? Todo se confundiría, y las voces de
igualdad y libertad fueran sinónimas de la anarquía y del
desenfreno de todas las pasiones. Cada hombre se juzga-
ra libre para erigirse en superior de los demás; la natu-
ral soberbia calificaría de justas las atrocidades de cada
uno, y en este caso nadie se reconocería sujeto á ningu-
na religión, sometido á ningún gobierno, ni dependiente
de ninguna ley, pues todos querrían ser legisladores y
pontífices universales; y ya ve usted que en esta triste
lüpótesis todos serían asesinatos, robos, estupros, sacri-
legios y crímenes.
Pero por dicha nuestra, el hombre, viendo desde los
principios que tal estado de libertad brutal le era dema-
siado nociva, se sujetó por gusto y no por fuerza, admitió
religiones y gobiernos, juró sus leyes é inclinó su cerviz
bajo el yugo de los reyes ó de los jefes de las repúblicas.
De esta sujeción dictada por un egoísmo bien orde-
nado nacieron las diferencias de superiores é inferiores
que advertimos en todas las clases del Estado, y en virtud
dt' la justificación de esta alternativa, no me parece
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. U , D. — 5.
18
PENSADOR MEXICANO
violento que los amos traten á sus criados con autoridad,
ni (jue estos los reconozcan con sumisión, y siendo los
negros esclavos unos criados ad(juiridos con un parti-
cular derecho en virtud del dinero que costaron, es fácil
concebir (jue deben vivir más sujetos y obedientes á sus
amos, y (jue en éstos reside doble autoridad para man-
darlos.
Callé, y me dijo el negro: — Español, yo no sé hablar
con lisonja; usted me dispense si le incomoda mi since-
ridad; [)ero ha dicho algunas verdades (jue yo no lie
negado, y de ellas (juiero deducir una conclusión (jiie
jamás concederé.
Es inconcuso (jue el orden jerárquico está bien
establecido en el mundo, y entre los negros y los (|ue
llamáis salvajes hay alguna especie de sociedad, la cual,
aun cuando esté sembrada de mil errores, lo mismo
que sus religiones, prueba que en acjuel estado de bar-
barie tienen aquellos hombres alguna idea de la Divi-
nidad y de la necesidad de vivir dependientes, que es lo
que vosotros los europeos llamáis vivir en sociedad.
Según esto, es preciso (jue reconozcan superiores
y se sujeten á algunas leyes. La naturaleza y la Ibrtuna
misma dictan cierta clase de subordinaciones á los unos,
y confieren cierta autoridad á los otros; y así, ¿en qué
nación, por bárbara que sea, no se reconoce el padre
autorizado para mandar al hijo, y éste constituido en la
OBRAS ESCOGIDAS
19
obligación de obedecerlo? Yo no he oído decir de una
sola que esté excluida de estos innatos sentimientos.
Los mismos tiene el hombre respecto de su mujer
\ ésta de su marido ; el amo respecto de su criado ; el
señor respecto de sus vasallos, éstos de aquéllos, y a.sí de
todos.
¿Y en qué nación ó pueblo, de los que llaman
salvajes, vuelvo á decir, dejarán los hombres de estar
ligados entre sí con alguna de estas conexiones? En
ninguno, porque en todos hay hombres y mujeres, hijos
y padres, viejos y mozos. Luego pensar que hay algún
pueblo en el mundo donde los hombres vivan en una
absoluta independencia y disfruten una libertad tan
brutal que cada uno obre según su antojo, sin el más
mínmio respeto ni subordinación á otro hombre, es
pensar una quimera, pues no sólo no ha habido tal
nación, mientan como quieran los viajeros, pero ni la
pudiera haber, porque el hombre siempre soberbio, no
aspiraría sino á satisfacer sus pasiones á toda costa, y
cada uno queriendo hacer lo mismo, se querría erigir
en un tirano de los demás, v de este tumultuoso des-
orden se seguiría sin falta la ruina de sus individuos,
iíasta aquí vamos de acuerdo usted y yo.
Tampoco me parece fuera de la razón que los amos
y toda clase de superiores se manejen con alguna cir-
cunspección con sus subditos. Esto está en el orderi,
20
PENSADOR MEXICANO
pues si todos se trataran con una misma igualdad, éstos
perderían el respeto á aquc'llos, á cuya pérdida seguiría
la insubordinación, á ésta el insulto y á «'ste el trastorno
general de los Estados.
Mas no puedo coincidir con que esta cierta gravedad,
ó seriedad paso en los superiores á ser ceño, orgullo
y altivez. Estoy seguro que así como con lo primero
se harán amables, con lo segundo se harán aborrecibles.
Es una preocupación pensar que la gravedad se
opone á la afabilidad, cuando ambas cosas cooperan
á hacer amable y respetable al superior. Cosa ridicula
sería que éste se expusiera á que le faltaran al debido
respeto los inferiores, haciéndose con ellos uno mismo;
pero también es cosa abominable el tratar á un superior
que á todas horas ve al subdito erguido el cuello, rezon-
gando escasísimas palabras, encapotando los ojos, \
arrugando las narices como perro dogo. Esto, lejos de
ser virtud, es vicio; no es gravedad sino quijotería. Nadie
compra más baratos los coi*azones de los hombres que
los superiores, y tanto menos les cuestan, cuanto más
elevado es el grado de superioridad. Una mirada apacible,
una respuesta suave, un tratamiento cortés, cuesta poco
y vale mucho para captarse una voluntad; pero por
desgracia la afabilidad apenas se conoce entre los gran-
des. La usan, sí; mas la usan con los que han menester,
no con los que los han menester á ellos.
OBRAS ESCOGIDAS
21
Yo he viajado por algunas provincias de la Europa
y en todas he observado este proceder, no sólo en los
grandes superiores, sino en cualquier rico... ¿qué digo
rico? Un atrapalmejas, un empleado en una oficina,
un mayordomo de casa grande, un cajerillo, un cual-
quiera que disfrute tal cual protección del amo ó jefe
principal, ya se maneja con el que lo va á ocupar por .
fuerza, con más orgullo y grosería que acaso el mismo
en cuyo favor apoya su soberbia. ¡Infelices! no saben
que a(juellos que sufren sus desaires son los primeros
(juo abominan su inurbana conducta y maldicen sus
í'/n'.<fm((s personas en los cafés, calles y tertulias, sin
descuidarse en indagar sus cunas y los modos acaso
vergonzosos con que lograron entronizarse.
Me he alargado, señores; mas ustedes bien refie-
xionarán (jue yo sé conciliar la gravedad conveniente
;'i un amo, ó sea el superior que fuere, con la afabilidad
y el trato humano debido á todos los hombres; y usted,
español, advertirá que unas son las leyes de la sociedad
y otras las preocupaciones de la soberbia; que por lo
que toca al (¡oble dcrccJio que usted dijo que tienen los
amos de lo> negros para mandarlos, no digo nada, por-
que creo que lo dijo por mero pasatiempo; pues no puede
ignorar que no hay derecho divino ni humano que cali- .
Hque de justo el comerciar con la sangre de los hombres.
Diciendo esto, se levantó nuestro negro y sin exigir
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— 0.
22
PENSADOR MEXICANO
respuesta á lo que no la tenía, brindó con nosotros por
última vez, v abrazándonos v olrecióndonos todos recí-
procamente nuestras personas y amistad, nos retiramos
á nuestras casas.
Algunos días después tuve la satisfacción de verme
á ratos con mis dos amigos el oficial y el negro, lleván-
dolos á casa del coronel, quien les hacía mucho agasajo;
pero me duró poco esta satisfacción, porque al mes del
suceso referido se hicieron á la vCla para Londres.
■-.- .".>^í'^
:?>■-:
CAPÍTULO II
Prosigue nuestro autor contando su buena conducta y fortuna en Manila. Refiere su
licencia, la muerte del coronel, su funeral y otras friolerillas pasaderas
En los ocho años que viví con el coronel me manejé
con honradez, y con la misma correspondí á sus con-
fianzas, y esto me proporcionó algunas razonables ven-
tajas, pues mi jel'e, como me amaba y tenía dinero, me
flanqueaba el que yo le pedía para comprar varias an-
■-■'i
í
•5
24
PENSADOR MEXICANO
chotas en el año, que daba por su medio á algunos co-
merciantes para que me las vendiesen en Acapulco. Ya
se sabe que en los electos de China, y má> en aquellos
tiempos y á la sombra de las cajas que llaman de j)cr-
miso, dejaban de utilidad un ciento por ciento, y tal vez
más. Con esto es fácil concebir, que en cuatro viajes
felices que logré hicieran mis comisionados, comenzando
con el principalillo de mil pesos, al cabo de los ocho
años ya yo contaba míos como cosa de ocho mil, adqui-
ridos con facilidad y conservados con la misma, pues
no tenía en qué gastarlos ni amigos que me los disi-
paran.
El día mismo (¡ue se cumplieron los ocho años do
mi condena, contados desde el día en que me pasaron
por cajas ' en México, me llamó el coronel y me dijo: —
Ya has cumplido á mi lado el tiempo í|ue debías haber
cumplido entre la tropa, como por castigo, según la sen-
tencia que merecieron en México tus extravíos. En mi
compañía te has portado con honor, y yo te he (juerido
con verdad v te lo he manifestado con las obras. Has
adquirido desterrado y en tierra ajena un principalito
(|ue no pudiste lograr libre en tu patria; esto, más que
á fortuna, debes atribuirlo al arreglo de tus costumbres,
lo (jue te enseña que la mejor suerte del hombre es su
' Se llama pasar por caja» el acto de tomar razón en la tesorería general del nuevo
soldado, que libremente ó por castigo ha asentado plaza, extendiéndose su correspon-
diente ñliación.
OBRAS ESCOGIDAS
25
mejor conducta y que la mejor patria es aquella donde
se dedica á trabajar con hombría de bien.
Hasta hoy has tenido el nombre de asistente, aunque
no el trato; pero desde este instante ya estás relevado de
este cargo, ya estás libre; toma tu licencia. Ya sabes que
tienes en mi poder ocho mil pesos, y así, si quieres
volver á tu patria, prevén tus cosas para cuando salga
la nao.
— Señor, le dije yo, enternecido por su generosidad,
no s6 cómo significar á usía mi gratitud por los muchos
y grandes favores que le he debido, y siento mucho la
proposición de usía, pues ciertamente, aunque celebro
mi libertad de la tropa, no quisiera separarme de esta
casa, sino quedarme en ella, aunque fuera de último
criado; pues bien conozco que desechándome usía pier-
do, no á mi jefe ni á mi amo, sino á mi bienhechor, á mi
mejor amigo, á mi padre.
— Vamos, deja eso, dijo el coronel; el decirte lo que
luts oído, no es porque esté descontento contigo ni quiera
echarte de mi casa (que debes contar por tuya), sino por
ponerte en entera posesión de tu libertad, pues aunque
m^ has servido como hijo, viniste á mi lado como presi-
diario, y por más que no hubieras querido, hubieras
e.ttado en Manila este tiempo. Fuera de esto considero
'l'ie el amor de la patria, aunque es una preocupación,
f's una preocupación de aquellas que, á más de ser ino-
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. U, D. — 7.
26
PENSADOR MEXICANO
ceníes en sí, pueden ser principio de algunas virtudes
cívicas y morales. Ya te he dicho, y has leído, que el
hombre debe ser en el mundo un cosmopolita i') paisano
de todos sus semejantes, y que la patria del filósofo es el
mundo; pero como no todos los hombres son filósofos,
es preciso coincidir, <'> á lo menos disimular sus enveje-
cidas ideas, poi'que es ardua, si no imposible empresa,
el reducirlos al punto céntrico de la razón; y la preocu-
pación de distinguir con cierto amor particular el lugar
de nuestros nacimientos es muy antigua, muy radicada y
muv santificada por el común de los hombres.
Te acordarás que has leído (jue Ovidio gemía en el
Ponto, no tanto por la intemperie del clima, ni por el
miedo de los (ietas, naciones bárbaras, guerreras y crue-
les, cuanto por la carencia de Roma, su patria; has leído
sus cartas y visto en ellas los esfuerzos que hizo para
que á lo menos le acercaran el destierro, sin perdonar
cuantas adulaciones pudo, hasta hacer dios á Augusto
César que lo desterró.
Pero ¿qur me entretengo en citar este ejemplo del
amor de la patria, cuando tú mismo has visto que un
indio del pueblo de Lvtacaíco no trocará su jacal por el
palacio del virrey de México?
En efecto, sea preocupación ó lo que fuere, esta
amor de la tierra en que nacemos, no sé qué tiene de
violento, (jue es menester ser muy filósofos para des-
OBRAS ESCOGIDAS
27
prendernos de él, y lo peor es que no podemos desenten-
dernos de esta particular obligación sin incurrir en las
leas notas do ingratos, viles y traidores.
Por esto, pues, Pedrillo, quise enterarte de la liber-
tad que ya disfrutas, y porque pensé que tu mayor satis-
facción sería restituirte á tu patria y al seno de tus ami-
g()s y parientes.
— Muy bien está eso, señor, dije yo; justo será amar
á la patria por haber nacido en ella ó por las conexiones
(jue ligan á los hombres entre sí; pero eso que se quede
para los que se consideren hijos de su patria y para
aijuellos con quienes ésta haya hecho los oficios de
madre; pero no para mí con quien se ha portado como
ir.adrastra. En mis amigos he advertido el más sórdido
interés de su particular provecho, de modo que cuando
lii' tenido un peso, he contado un sin fin de amigos, y
luogo que me han visto sin blanca, han dado media
vuelta á la derecha, me han dejado en mis miserias, y
hasta se han avergonzado de hablarme; en mis parientes
li'3 visto el peor desconocimiento, y la mayor ingratitud
on mis paisanos. ¿Conque á semejante tierra será capaz
qac yo la ame como patria por sus naturale?^? No, señor;
niojor es reconocerla madre por sus casas y paseos, por
su Orilla, Ixtaccdco y Santa Añila; por su San Agw<tin
<''' las Cuecas, San Anf/cl y Tacübaija, y por estas cosas
así. De verdad aseguro á usía que no la extraño por
28
PENSADOR iMEXICANO
otros motivos. Ni una alma de allá me debe la memoria
más mínima; al paso que hasta sueño la fiesta de San-
tiar/o, y hasta las almuercerías de Las Cañiías y de Nana
Rosa. '
— No, no te esfuerces mucho en persuadirme eso
tu modo de pensar, — dijo el coronel: — pero sábete que
es amuchachado y muy injusto. Verdad es que, no sólo
para tí, sino para muchos, es la patria madrastra; pero
prescindiendo de razones políticas que embarazan en
cualquier parte la igualdad de fortunas en todos sus
naturales, has de advertir que muchos por su mala
cabeza tienen la culpa de perecer en sus patrias, por más
que sus paisanos sean benéficos; porque, ¿quién querrá
exponer su dinero ni franquear su casa á un joven disi-
pado y lleno de vicios? Ninguno, y en tal caso los tales
picaros ¿deberán quejarse de sus patrias y de sus paisa-
nos, ó más bien de su estragada conducta?
Tú mismo eres un testigo irrefragable de esta ver-
dad; me has contado tu vida pasada; examínala, y verás
como las miserias que padeciste en México, hasta llegar
• Fueron mentadas antiguamente las sabrosas enchiladas y bocaditos que se hacían
tras de Regina en un jacal de cañas, de donde la almuercería tomó el nombre de Li<
Cañitas, En tiempos posteriores se puso un bodegón inmediato á la misma iglesia con
el mismo nombre, pero sin la antigua fama, que ya también desapareció.
A orillas de la acequia, en el paseo de la Viga, había un jardincito donde Ala»!
Rosa, que vivió cerca de cien años, con su afabilidad y genialidades atraía á los mex -
canos á pasar en su casa alegres días de campo, haciéndose pagar muy bien los almuer-
zos que condimentaba, y hasta hoy hacen papel en ios libros de cocina los enoueltot d¿
^ana liosa.
.- ■■■-:'y:::- .Y^'^-
OBRAS ESCOGIDAS
29
á verte en una cárcel, reputado por ladrón, y por fin
confinado á un presidio, no te las granjeó tu patria ni la
mala índole de tus paisanos, sino tus locuras y tus per-
versos amigos.
Mientras que el coronel hacía este sólido discurso,
di un repaso á los anales de mi vida, y vi de bulto, que
todo era como me lo decía, v entre mí confirmaba sus
asertos, acordándome tanto de los malos amigos que me
extraviaron, como Januario, Martín Pelayo, el Aguilu-
clio y otros, como de otros amigos buenos que trataron
de reducirme con sus consejos, y aun me socorrieron
con su dinero, como don Antonio, el mesonero, el tra-
piento, etc., y así, interiormente convencido, dije á mi
jete: — Señor, no hay duda que todo es como usía me
lo dice; conozco que aún estoy muy en bruto y necesito
muchos golpes de la sana doctrina de usía para limar-
me, y por lo mismo no quisiera desamparar su casa.
— No hay motivo para eso, — dijo el coronel, —
siempre que tu conducta sea la que ha sido hasta aquí,
esta será tu casa y yo tu padre. — Le di un estrecho abrazo
por su favor, y concluyó esta seria sesión quedándome
en su compañía con la confianza que siempre y disfru-
tando las mismas satisfacciones; pero estaba muy cerca
el plazo de mi felicidad; se acabó presto.
Gomo á los dos meses de estar ya viviendo de pai-
sano, un día, después de comer, le acometió á mi amo un
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. U, D. — 8,
30
PENSADOR MEXICANO
insulto apoplético, tan grave y violento, que apenas le ó\n
una corta tregua para recibir la absolución sacramental,
y como á las oraciones de la noche talleció en mis brazos,
dejándome en el mayor pesar y desconsuelo.
Inmediatamente concurrió á casa lo más lucido do
Manila; dispusieron amortajar el cadáver a lo militar, y
cuanto era necesario en a(|uella hora, porque yo no estaba
capaz de nada.
Como el interés es el demonio, no faltó quién luego
tratara de que la justicia' se apoderara de los bienes áA
difunto, asegurando que había muerto intestado; pero ¿u
confesor ocurrió prontamente al desengaño pidiéndome
la llave de su escribanía privada.
La di, y sacaron el testamento cerrado que pocos
días antes había otorgado mi amo, el que se leyó, \ se
supo (jue dejaba encargado su cumplimiento á su compa-
dre el conde de San Tirso, caballero muv virtuoso v (lue
lo amaba mucho.
El testamento se reducía, á que á su fallecimiento se
pagasen de sus bienes las deudas que tuviese contraídas,
y del remanente se hiciesen tres partes, y se diese una á
una sobrina suya que tenía en Mspaña en la ciudad de
Burgos; otra á mí, si estaba yo en su compañía, y la ter-
cera á los pobres de Manila, ó del lugar donde muriera,
y caso de no estar yo á su lado, se le adjudicara á dichos
pobres la parte que se me destinaba.
ff?cer>' •; T^>.^^
OBRAS ESCOGIDAS
31
Con esto se acabó la esperanza del manejo á los que
pretendían el intestato, y se dio paso al funeral.
Al día siguiente, apenas se divulgó por la ciudad la
muerte del coronel, cuando se llenó la casa de gente;
¿pero de qué gente? De doncellas pobres, de viudas mi-
serables, de huérfanos desamparados y otros semejantes
infelices, á quienes mi amo socorría con el mayor silen-
cio, cuya subsistencia dependía de su caridad.
Estaba el cadáver en el féretro, en medio de la sala,
rodeado de todas aquellas familias desgraciadas que llo-
raban amargamente su orfandad en la muerte de su
benefactor, á quien con la mayor ternura le cogían las
monos, se las besaban, y regándolas con el agua del
dolor, decían á gritos: — Ha muerto nuestro bienhechor,
nuestro padre, nuestro mejor amigo... ¿Quién nos con-
solará? ¿quién suplirá su falta?
Ni la publicidad, ni la concurrencia de los grandes
señores que suelen solemnizar estas funciones por cum-
plimiento, bastaba á contener á lanto miserable que se
consideraba desamparado y sujeto desde aquel momento
al duro yugo de la indigencia. Todos lloraban, gemían
y suspiraban, y aun cuando daban treguas á su llanto,
publicaban la bondad de su benefactor con la tristeza de
sus semblantes.
No desampararon el cadáver hasta que lo cubrió la
tierra. La música fúnebre lograba las más dulces conso-
t
32
PENSADOR MEXICANO
nancias con los tristes gemidos de los pobres, legítimos
dolientes del difunto, y las bóvedas del sagrado templo
recibían en sus concavidades los últimos esfuerzos del
más verdadero sentimiento.
Concluida esta religiosa ceremonia me volví á la
casa lleno de tal dolor, (jiie en los nueve días no estuve
apto ni para recibir los pésames.
Pasado este término, el albacea hizo los inven-
tarios; se realizó todo, y se cumplió la voluntad del tes-
tador, entregándome la parte que me tocaba, que fueron
tres mil y pico de pesos, los (jue recibí con harta pesa-
dumbre por la causa (|ue me hacía dueño de ellos.
Pasados cerca de tres meses me hallé más tran-
quilo, y no me acordaba tanto de mi padre y favore-
cedor; ya se ve que me duró la memoria mucho tiempo
respecto de otros, pues he notado que hijos, mujeres y
amigos de los difuntos, aun entre los (jue se precian de
amantes, suelen olvidarlos más presto y divertirse á este
tiempo con la misma frescura que si no los hubieran
conocido, á pesar de los vestidos negros que llevan y
les recuerdan su memoria.
Como ya tenía más de once mil pesos míos y estaba
bien conceptuado en Manila, procuré no extraviarme ni
faltar al método de vida que había observado en tiempo
del coronel, á pesar de los siniestros consejos y provo-
caciones de los malos amigos, que nunca faltan á los
OBRAS ESCOGIDAS
33
li(niibi'es libres y con dinero; y esto lo hacía, así por no
disipar mis monedas, como por no perder el crédito
(!*> hombre de bien que había adquirido. ¡Qu<'' cierto es
(|ue el amor al dinero y nuestro amor propio, aunque
n. son virtudes, suelen contenernos y ser causa de que
no nos prostituyamos á los vicios!
De este evidente principio nace esta necesaria con-
secuencia: que mientras menos tiene que perder el
hombre, es más picaro, <'» cuando no lo sea, está más
expuesto á serlo. Por eso los hombres más pobres y los
más soeces de las repúblicas son los más perdidos y
viiiosos, porque no tienen ni honor ni interes(\s que
perder; y por lo mismo están más propensos á cometer
cualquier delito y á emprender cualquiera acción, por vil
y detestable que sea; y por esto también dicta la razón
que se debería procurar con el mayor empeño por todos
l<ts superiores, que sus subditos no se educasen vagos é
inútiles.
Pero dejando estas reflexiones para los que tienen
el cargo de mandar á los demás, y volviendo á mí, digo:
que viéndome solo en Manila y con dinero, me picó el
de>eo de volver á mi patria, así para que viesen mis
paisanos la mudanza de mi conducta, como para lucir
y disfrutar en México de mi caudal, que ya lo podía
nombrai' de esta manera, según mis cuentas.
Para esto empleé con tiempo mis monedas, com-
PERlgUILLO SAIiNÍKNTO. — T. II , D. — 0.
-í
34
PENSADOR MEXICANO
prando bien barato, y cuando l'ué tiempo de que la
nao se alistara para Acapulco, me despedí de todos
mis amigos y de los de mi amo, á cuya memoria, antes
que otra cosa, dispuse que se le hiciese un solemne
novenario de misas, lo que se me tuvo muy á bien, y
concluido esto, salí para Cavite y me embarqué con todos
mis intereses.
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^•rst- -
i
CAPÍTULO III
I-ii el que nuestro autor cuenta cómo se embarcó para AcapuIco;su naufragio; el buen
acogimiento que tuvo en una isla donde arribó, con otras cosillas curiosas
¡Qué deliciosos son aquellos fantásticos jardines, en
(|ue solemos pasearnos á merced de nuestros deseos!
¡'Jue cuentas tan alegres nos hacemos cuando las hace-
mos sin la huéspeda, esto es, cuando no prevenimos lo
í
3G PENSAÜOK MEXICANO
adverso que puedo suceder, ó lo más cierto, cuando no
advíTtimos qu(^ la alta Providencia puede tener decre-
tada^í cosas muy distintas de las (jue nos imaginamos!
Tales fueron las que yo hice en Manila cuando m >
embarqué con mi ancheta para Acapulco. — Once mil
pesos empleados en barata, decía yo. realizados con esti-
mación en M(''xico, producirán veintiocho ó treinta mi!;
éstos, puestos en giro con el comercio de Veracruz, en un
par de años se haccm cincuenta ó sesenta mil pesos. Con
semejante principal, yo, que no soy tonto ni muy lea,
¿por qué no he de pensar en casarme con una muchacha
(|ue tenga por lo menos otro tanto de dote? Y con un
capital tan razonable, ¿por qué no he de buscar en otro
par de años, ruinmente y libres de gastos, cuarenta ó cin-
cuenta talegas? Con éstas, ¿porqué no he de poder logr.-ii'
en Madrid un título de conde ñ manjués? Seguramente
con menos dinero sé (jue otros lo han conseguido. Muy
bien; pero siendo conde ó marqués, ya me será indecoro-
so el ser comerciante con tienda pública; me llamarán i'l
marqués del Alepín, ó el conde de la Musolina; ¿y qué lo
hace? ¿Muchos no se han titulado y subido á tan altas
cumbres por iguales escalon(\s? Pero, sin embargo, es
menester buscar otro giro por donde subsistir, siquiera
para que no me muerdan mucho los envidiosos maldi-
cientes. ¿Y qué giiM será este? El campo; sí, ¿cuál otio
más [)ropio y honoríhco para un marqués que el camp'>?
OBRAS ESCOGIDAS
37
<'ompraré un par de haciendas de las mejores; las sur-
tiré de fieles é inteligentes administradores, y contando
por lo regular con la fertilidad de mi patria, levantaré
unas cosechas abundantísimas, acopiaré muchos doblo-
nes, seré un hombre visible en México, contaré con las
mejores estimaciones, y mi mujer, que sin duda será
muy bonita y muy graciosa, se llevará todas las aten-
ciones, ¿y por qué no se merecerá las de la virreina?
Ya se ve que sí; la amará por su presencia, por su dis-
creción y porque yo fomentaré esta amistad con los obse-
quios que saben ablandar á los peñascos. Ya que esté de
j)unto la virreina y sea íntima amiga de mi mujer, ¿por
qué no he de aprovechar su patrocinio? Me valdré de él;
lograré la mayor estrechez con el virrey, y conseguida,
con muy poco dinero beneficiaré un regimiento; seré
coronel, y he aquí de un día á otro á Periquillo con tres
^Mlones y un usía en el cuerpo más grande que una casa.
¿Parará en esto? No, señor; las haciendas aumen-
tarán sus productos; mis cofres reventarán en doblones,
y entonces mi amigo el virrey se retirará á España y yo
me iré en su compañía. 1^1, por una parte, bienquisto con
el rey y por otra oprimido de mis favores, h'ará por mí
cuanto pueda en el ministerio de Gracia y Justicia en el
departamento de Indias; yo no me descuidaré en gran-
jear la voluntad del secretario de Estado, y á pocos
lances, á lo más dentro de dos años, consigo los des-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 10.
38
PENSADOR MEXICANO
pachos do virrey de México. Esto es de cajón, y tan
fácil de hacerse como lo digo, y entonces... ¡Ah, qu^'
gozo ocupará mi corazón el día que tome posesión áv\
virreinato de mi tierral
¡Oh! I y cuántas adulaciones no me harán todos mis
conocidos I ¡Qué de parientes y amigos no me resulta-
rán, y cómo no temerán mi indignación todos los que mo
han visto con desprecio!
Fuera de esto, ¿qué días tan alegres no me pasaré
en el gobierno de aquel vasto y dilatado reino? ¿qué do
dinero no juntaré por todos los medios posibles, sean los
que sean? ¿qué diversiones no disfrutaré? ¿qué multi-
tud de aduladores no me rodeará, canonizando mis vicios
como si fueran las virtudes más eminentes, aunque en
el juicio de residencia no se vuelvan á acordar de mí, ó
tal vez sean mis peores enemigos? Pero en fin, aquellos
años, cuando menos, los pasaré anegados en las delicias,
y no descuidándome en atesorar plata, con ella podré
tapar las bocas de mis enemigos y comprar las de mis
amigos, para (jue éstos abonen mi conducta y aquéllos
callen mis defectos; y en este caso, he aquí un Peri-
quillo, un hidalgo, según dicen, un hombre de mediana
fortuna, y si se quiere un pillo de primera, bonificado á
la faz del rey y de los hombres buenos, por más que sus
iniquidades gritarían la venganza entre los particulares
agraviados.
TX^
-y 'T-'^'J'
OBRAS ESCOGIDAS
39
Así, ni más ni menos, era mi modo de pensar en
aquellos días primeros que navegaba para mi tierra, y
si Dios hubiera llenado la medida de mis inicuos deseos,
Cjui<'n sabe si hoy estarían infinitas familias desgracia-
das, la mía deshonrada y yo mismo decapitado en un
patíbulo.
Siete días llevábamos de navegación, y en ellos tenía
YO !a cabeza llena de mil delirios con mi soñado virrei-
«I
nato. Bandas, bordados, excelencias, obsequios, su-
misiones, banquetes, vajillas, paseos, coches, lacayos,
libreas y palacios eran los títeres que bailaban sin cesar
en mi loco cerebro y con los que se divertía mi tonta
iniagmacion.
Tan acalorado estaba con estas simplezas, que aún
lio ponía la primera piedra á este vano edificio, cuando
ya me hallaba revestido de cierta soberbia con la que
pretendía cobrar gajes de virrey sin pasar de un triste
Periquillo; y en virtud de esto hablaba poco y muy
m(?surado con los principales del barco, y menos ó nada
C(^n mis iguales, tratando á mis inferiores con un aire de
majestad el más ridículo.
Inmediatamente notaron todos mi repentina muta-
ci«''n; porque si antes me habían visto jovial y cariñoso,
dentro de cuatro días me veían fastidioso, soberbio é
intratable, por lo que unos me ridiculizaban, otros me
liacían mil desaires y todos me aborrecían con razón.
40
PENSADOR MEXICANO
Yo advertía su poco cariño, pero decía á mis solas:
— ¿Qué, corKiiie esta gentuza me desprecie? ¿para qué
los necesita un virrey? El día que tome posesión de mi
empleo, estos que ahora se retiran de mí serán loá
primeros que se pelarán las barbas por adularme. Así
continuaba el nuevo Quijote en sus locuras caballerescas,
que iban en aumento de día en día y de instante en ins-
tante, que, á no permitir Dios que se revolvieran los
vientos, ésta fuera la hora en que yo hubiera tomado
posesión de una jaula en San Hipólito.
Fué el caso, (jue al anochecer del día séptimo de
nuestra navegación, comenzó á entoldarse el cielo y á
obscurecerse el aire con negras y espesas nubes; el
nordeste soplaba con Fuerza en contra de nuestra direc-
ci<')n; á pocas horas creció la cerraz<'tn, obscureciéndose
los horizontes; comenzaron á desgajarse fuertes aguace-
ros, mezclándose con el agua multitud de rayos que,
cruzando en la atmósfera, aterrorizaban los ojos que los
veían.
Á las seis horas de esta fatiga se levantó un sudeste
furioso; los mares crecían por momentos y hacían unas
olas tan grandes, que parecía que cada una de ellas iba
á sepultar el navio. Con los fuertes huracanes y repetidos
balances no quedó un farol encendido; á tientas procu-
raban maniobrar los marineros; la terrible luz de los
relámpagos servía de atemorizarnos más, pues unos á
OBRAS ESCOGIDAS
41
oíros veíamos en nuestros pálidos semblantes pintada la
imagen de la muerte, que por momentos esperábamos.
En este estado un golpe de mar rompi('> el timón,
oi''o el palo bauprés y una furiosa sacudida de viento
quebró el mastelero del trinquete. Grujía la madera y
las jarcias, sin poderse recoger los trapos que ya estaban
htM'hos pedazos, porque no podía la gente detenerse en
las vergas.
Como los vientos variaban v carecíamos del timón,
bogaba el barco sobre las olas por donde aqiióUcs lo lle-
vaban; no valió ccrF'ar los escotillones para impedir que
S( llenara de agua con los golpes de mar, ni podíamos
de-aguar lo suficiente con el auxilio de las bombas.
En tan deplorable situación ya se deja entender cuál
seiía nuestra consternación, cuáles nuestros sustos v
cu.'in repetidos nuestros votos y promesas.
En tan críticas y apuradas circunstancias llegó el
laíal momento del sacrificio de las víctimas navegantes.
Como el navio andaba de acá para allá lo mismo que una
pt'lota, en una de éstas di<'» contra un arrecife tan fuerte
golpe que, estrellándose en él, se abrió como granada
desde la popa al combés, haciendo tanta agua, que no
quedó más esperanza que encomendarse á Dios y repetir
a''fos de contrición.
El capellán absolvió de montón, y todos se coníor-
maron con su suerte á más no poder.
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. H, D. — 11 .
42
PENSADOR MEXICANO
Yo, luego que advertí que el barco se hundía, trepú
á la cubierta como gato, y la divina Providencia m^'
deparó en ella un tablón del (|ue me así con todas mis
fuerzas, porque había oído decir que valía mincho una
tabla en un naufragio; pero apenas la había tomado
cuando me vi sobreaguar, y á la luz macilenta de un
relámpago, vi frente de mis ojos acabarse de ir á pique
todo el bu(jue.
Entonces me sobrecogí del más íntimo terror, consi-
derando que todos mis compañeros habían perecido y yo
no podía dejar de correr igual funesta suerte.
Sin embargo, el amor á la vida y aquella tenaz
esperanza que nos acompaña hasta perderla, alentaron
mis desmayadas fuerzas, y afianzado de la tabla, ha-
ciendo promesas á millones é invocando á la Madre do
Dios bajo la advocación de Guadalupe, me anduve soste-
niendo sobre las aguas, llevado á la discreción de las
olas V de los vientos.
tí
Unas veces el peso de las olas me hundía y otras
el aire contenido en los poros de la tabla me hacía
surgir sobre la superficie del agua.
Como hora y media batallaría yo entre estas ansias
mortales sin ninguna humana esperanza de remedio,
cuando, disipándose las nubes, sosegándose los mares
y aquietándose los vientos, amaneció la aurora, más
hermosa para mí en aquel punto que lo fué para el
TT-í
OBRAS ESCOGIDAS
43
monarca más pacífico del universo. El sol no tardó en
manifestar su bella y resplandeciente cara. Yo estaba
casi desnudo y veía la extensión de los mares; pero
acobardado mi espíritu con el pasado infortunio, y
temeroso siempre de perder la vida en aquel piélago,
no podía ver con entero placer las delicias de la natu-
raleza.
Aferrado con mi tabla no trataba sino de sobreaguar,
temiendo siempre la sorpresa de algún pez carnicero,
cuando en esto que oí cerca de mí voces humanas. Alcé
ia cara, extendí la vista y observé (jue los que me grita-
ban eran unos pescadores que bogaban en un bote. Los
min'' con atención y observé que se acercaban hacia
mí. Es imponderable el gusto que sintió mi corazón
al ver que aquellos buenos hombres venían volando
á mi socorro, y más cuando, abordándose el banjuillo
con mi tabla, extendieron los brazos y me pusieron en su
bote.
Ya estaba yo enteramente desnudo y casi privado
de sentido. En este estado me pusieron boca á bajo
y me hicieron arrojar porción de agua salada que había
tragado. Luego me dieron unas friegas generales con
paños de lana y me confortaron con espíritu de cuerno
de ciervo, que por acaso llevaba uno de ellos, después
<lo lo cual me abrigaron y condujeron al muelle de una
i^la que estaba muv cerca de nosotros.
u
PENSADOR MEXICANO
Al tiempo de desembarcarme, volví en mí del des-
mayo ó pataleta que me acometi»'», y vi y advertí lo
• •
siguiente.
Me pusieron bajo un árbol copado que había en el
muelle, y luego se juntó alrededor de mí porción do
gente, entre la que distinguí algunos europeos. Todos
me miraban y me hacían mil preguntas de mera curio-
sidad; pero ninguno se dedicaba á favorecerme. El que
más hizo me dio una pequeña moneda del valor de
medio real de nuestra tierra. Los demás me compadecían
con la boca y se retiraban diciendo: — ¡Qué lástima!...
¡ Pobrecito!... aún es mozo; — y otras palabras vanas
como éstas, y con tan oportunos socorros se daban por
contentos v se marchaban.
Los isleños pobres me veían, se enternecían, no im^
daban nada, pero no me molestaban con preguntas, ó
porque no nos habíamos de entender, ó porque tenían
más prudencia.
Sin embargo de la pobreza de esta gente, uno me
llevó una taza de t<'' y un pan. y otro me dio un capisayo
roto, que yo agradecí con mil ceremonias y me lo encaja'
con mucho gusto, porque estaba en cueros y muerto do
frío. Tal era el miserable estado del virrey futuro en
Nueva Lspaña, que se contentó con el vestido de un ple-
beyo sangley, que por tal lo tuve. Bien <jue entonces
ya no pensaba yo en virreinatos, palacios ni libreas, ni
OBRAS ESCOGIDAS
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at'i'ugaba las cejas para ver, ni economizaba las palabras;
antes sí procuraba poner mi semblante de lo más liala-
giieño con todos, y más entumido que perro en ba-
rrio ajeno, afectaba la más cariñosa humildad. ¡Qué
cierto es que muchos nos ensoberbecemos con el dinero,
sin el cual tal vez seríamos humanos v tratables.
Tres ó cuatro horas habría que estaba yo bajo la
sombra del árbol robusto, sin saber á dónde irme ni qué
hacer en una tierra que reconocía tan extraña, cuando
se llegó á mí un hombre, que me pareció isleño por el
traje y rico por lo costoso de él, porque vestía un ropón
ó tánica de raso azul, bordado de oro con vueltas de felpa
de marta; ligado con una banda de burato pufU(j, • tam-
bit'n bordada de oro, que le caía hasta los pies, que
a|)í'nas se le descubrían, cubiertos con unas sandalias ó
zapatos de terciopelo de color de oro. En una mano traía
un bastón de caña de China con puño de oro y en la
otra una pipa del mismo metal. La cabeza la tenía des-
cu!)ierta y con poco pelo; pero en la coronilla ó más
abajo tenía una porción recogida como los zorongos de
nii-'stras damas, el cual estaba adornado con una sor-
tija de brillantes y una insignia que por entonces no supe
1" ijue era.
Venían con él cuatro criados que le servían con la
' líntre los sederos y tintoreros se llama asi el color de púrpura más subido ú obs-
Chio de la seda.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, D. — 12.
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PENSADOR MEXICANO
mayor sumisión, uno de los cuales traía un payo, como
ellos les dicen, ó un par a( ¡na, como decimos nosotros, el
cual paragua era de raso carmesí con franjas de oro, y
también venía otro que por su traje me pareció europeo,
como en efecto lo era, y nada menos que el intérprete
español.
Luego que se acercó á mí, me miró con una aten-
ción muy patética, que manifestaba de á legua intere-
sarse en mis desgracias, y por medio del intérprete me
dijo: — Xo te acongojes, náufrago infeliz, que los dioses
del mar no te han llevado á las islas de las Velas \ donde
hacen esclavos á los que el mar perdona. Vén á mi
casa.
Diciendo esto, mandó á sus criados que me llevaran
en hombros. Al instante se suscitó un fuerte murmullo
entre los espectadores, que remató en un sinnúmero de
vivas y exclamaciones.
Inmediatamente advertí que aquel era un personaje
distinguido, porque todos le hacían muchas reverencias
al pasar.
No me engañé en mi concepto, pues luego que
llegué á su casa advertí que era un palacio, pero un
palacio de la primera jerarquía. Me hizo poner en un
cuarto decente; me proveyó de alimentos y vestidos á
su uso, pero buenos, y me dejó descansar cuatro días.
' Por otro nombre ae conocen estas islas por las de los Ladrones.
— No te acongojes, náufrago infeliz, que los dioses del mar no te han llevado
á las islas de las Velas, donde hacen esclavos á los que el mar perdona. Vén á
mi casa.
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Al cabo de ellos, cuando se informó de que yo es-
taba enteramente restablecido del quebranto que había
pndecido mi salud con el naufragio, entró en mi cuarto
con el intérprete, y me dijo: — Y bien, español, ¿es mejor
mi casa que la mar? ¿te hallas bien aquí? ¿estás con-
tento?— Señor, le dije, es muy notable la diferencia que
me proponéis; vuestra casa es un palacio, es el asilo (jue
me ha libertado de la indigencia y el más seguro puerto
que he hallado después de mi naufragio; ¿no deberé estar
contento en ella y reconocido á vuestra liberalidad y
beneficencia?
Desde entonces me trató el isleño con el mavor
cariño. Todos los días me visitaba y me puso maestros
que me enseñaran su idioma, el que no tardé en apren-
der imperfectamente, así como él sabía el español, el
inglés y francés, porque de todos entendía un poco,
aunque lo champurraba mucho con el suyo.
Sin embargo, yo hablaba mejor su idioma (|ue él el
mío, porque estaba en su tierra y me era preciso hablar
V tratar con sus naturales. Ya se ve, no hav arte más
pronto y eficaz para aprender un idioma, que la necesi-
dad de tratar con los que lo hablan naturalmente.
A los dos ó tres meses ya sabía yo lo bastante para
entender al isleño sin intérprete, y entonces me dijo que
era hermano del tután ó virrey de la provincia, cuya ca-
pital era aquella isla llamada Saucheofú; que él era 'su
48
PENSADOR MEXICANO
segundo ayudante y se llamaba Limahotón. A seguida
se iní'ormó de mi nombre y de la causa de mi navegación
por aquellos mares, como también de cuál era mi patria.
Yo le satisfice á todo, y él mostró condolerse de mi
suerte, adminlndose igualmente de algunas cosas que le
cont»'' del reino de Nueva España.
Al día siguiente á esta conversación me llevó a cono-
cer á su hermano, á quien saludó con aquellas reveren-
cias y ceremonial en que me habían instruido, y el tal
tután me hizo bastante aprecio; pero con todo su cariño
me dijo: — ¿Y tú, qué sabes hacerf Ponjuc aunque en
esta provincia se usa la hospitalidad con todos los extran-
jeros, pobres ó no pobres, que aportan á nuestras playas,
sin embargo, con los que tratan de detenerse en nues-
tras ciudades no somos muy indulgentes, pasado cierto
tiempo, sino (|ue nos informamos de sus habilidades y
oficios para ocuparlos en lo que saben hacer, ó para
aprender de ellos lo que ignoramos. El caso es que
aquí nadie come nuestro arroz ni la sabrosa carne de
nuestras vacas y peces, sin ganarlo con el trabajo de sus
manos. De manera, que al que no tiene ningún oficio
ó habih'dad se lo enseñamos, y denti'o de uno ó dos años
ya se halla en estado de desquitar poco á poco lo que
gasta el tesoro del rey en fomentarlo. En esta virtud,
dime qué oficio sabes, para que mi hermano te reco-
miende en un taller donde ganes tu vida.
tlST^Tí ,i>--->-'yr»
OBRAS ESCOGIDAS
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Sorprendido me quedé con tales avisos, porque no
sabía hacer cosa de provecho con mis manos, y así le
contesté al tután: — Señor, yo soy noble en mi tierra,
) por esto no tengo oficio alguno mecánico, porque es
bajeza en los caballeros trabajar corporalmente.
Perdió su gravedad el mesurado mandarín al oir mi
disculpa, y comenzó á reir á carcajadas, apretándose la
barriga y tendiéndose sobre uno y otro cojín de los que
tenía á los lados, y cuando se desahogó me dijo: — ¿Con-
que en tu tierra es bajeza trabajar con las manos? ¿Luego
cada noble en tu tierra será un tután ó potentado, y
somín eso todos los nobles serán muv ricos? — No, señor,
le dije, no son príncipes todos los nobles, ni son todos
ricos; antes hay innumerables que son pobrísimos. y
tanto, que por su pobreza se hallan confundidos con la
escoria del pueblo.
— Pues entonces, decía el tután, siendo esos ejem-
jjlans repetidos, es menester creer que en tu tierra
todos son locos caballerescos: pues mirando todos los
días lo poco que vale la nobleza á los pobres, y sabiendo
1" lácil que es que el rico llegue á ser pobre y se vea
altatido, aunque sea noble, tratan de criar á los hijos
1 'chos unos holgazanes, exponiéndolos por esta especie
di' locura á que mañana ú otro día perezcan en las garras
d'^ la indigencia.
Fuera de esto, si en tu tierra los nobles no saben
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— 13.
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PENSADOR MEXICANO
valerse de sus manos para buscar su alimento, tampoco
sabrán valer á los demás, y entonces dime: ¿de qué sirve
en tu tierra un noble ó rico, que me parece que tú los
juzgas iguales? ¿de qué sirve uno de estos, digo, al
resto de sus conciudadanos? Seguramente un rico ó un
noble será una carga pesadísima á la república.
— Xo, señor, le respondí, á los nobles y á los ricos
los dirigen sus padres por las dos carreras ilustres cjue
hay, que son las armas y las letras, y en cualquiera de
ellas son útilísimos á la sociedad.
— Muy bien me parece, dijo el virrey. ¿Conque á las
armas ó á las letras está aislada toda la utilidad por venir
de tus nobles? Yo no entiendo esas frases. Dime, ¿qué
oficios son las armas y las letras?
— Senoi', le contesté, no son oficios sino profesiones,
y si tuvieran el nombre de oficios, serían viles y nadie
querría dedicarse á ellas. La carrera de las armas es
aquella donde los jóvenes ilustres se dedican á aprender
el arte de la guerra con el auxilio del estudio de las mate-
máticas, que les enseña á levantar planos de fortificación,
á minar una fortaleza, á dirigir simétricamente los escua-
drones, á bombear una ciudad, á disponer un combate
naval y á cosas semejantes, con cuya ciencia se hacen
los nobles aptos para ser buenos generales, y ser útilos á
su patria, defendiéndola de las incursiones de los ene-
migos.
OBRAS ESCOGIDAS
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— Esa ciencia es noble en sí misma y demasiado útil
(\ los ciudadanos, dijo el chino, porque el deseo de la
conservación individual de cada uno exige apreciar á los
que se dedican á defenderlos. Muy noble y estimable
carrera es la del soldado; pero dime: ¿por (|ué en tu
tierra son tan exquisitos los soldados? ¿qur, no son sol-
dados todos los ciudadanos? Porque aquí no hay uno
qiio no lo sea. Tú mismo, mientras vivas en nuestra
compañía, serás soldado y estarás obligado á tomar las
armas con todos, en caso de verse acometida la isla por
enemigos.
— Señor, le dije, en mi tierra no es así. Hay
porciones de hombres destinados al servicio de las ar-
mas, pagados por el rey, que llaman ejércitos ó regi-
mientos, y esta clase de gentes tiene obligación de pre-
í' ntarse sola delante de los enemigos, sin exigir de los
demás, que llaman pa¡sanaj(\ otra cosa que contribucio-
ii > de dinero para sostenerse, y esto no siempre, sino en
l'>s graves apuros.
— Terrible cosa son los usos de tu tierra, dijo el
tuíAn; ¡pobre rey, pobres soldados y pobres ciudadanos!
¡'¡ür gasto tendrá el rey! ¡qué expuestos se verán los
soldados y qué mal defendidos los ciudadanos por unos
brazos alquilados! ¿No fuera mejor que en caso de guerra
todos los intereses y personas se reunieran bajo un único
l'unto de defensa? ¿Con cuánto más empeño pelearían en
52
PENSADOR MEXICANO
este caso y qué temor impondría al enemigo esta uni(3n
general? Un millón de hombres que un rey ponga en
campaña á costa de mil trabajos y subsidios, no equivale
á la quinta parte de la fuerza que opondría una nación
compuesta de cinco millones de hombres útiles de que se
compusiera la misma nación. En este caso habría más
número de soldados, más valor, más resolución, más
unión, más interc^s y menos gasto. Á lo menos así lo
practicamos nosotros y somos invencibles para los tárta-
ros, persas, africanos y europeos.
Pero toda esta es conversación. Yo no entiendo la
política de tu rey, ni de los demás de Europa, y mucho
menos tengo noticia del carácter de sus naciones; y
pues ellos, que son los primeros interesados, así lo dis-
ponen, razón tendrán: aunque siempre me admiraré de
este sistema. — Mas, supuesto que tú eres noble, díme,
¿eres soldado?
— No, señor, le dije; mi carrera la hice por las
letras. — Rien, dijo el asiático; ¿y qué has aprendido
por las letras ó las ciencias, que eso querrás decir?
Yo, pensando (jue a(|uél era un tonto, según había
oído decir que lo eran todos los que no hablaban caste-
llano, le respondí que era teólogo. — ¿Y qué es teólogo?
dijo el tután. — Señor, le respondí, es aquel hombre
que hace estudio de la ciencia divina, ó que pertenece
á Dios. — ¡Hola, dijo el tután; este hombre deberá ser
OBRAS ESCOGIDAS
53
eternamente adorable! ¿Conque tú conoces la esencia
(le tu Dios á lo menos? ¿Sabes cuáles son sus atributos
y perfecciones y tienes talento y poder para descorrer
el velo á sus arcanos? Desde este instante serás para mí
v\ mortal más digno de reverencia. Siéntate á mi lado, y
dígnate de ser mi consejero.
Me sorprendí otra vez con semejante ironía, y le
(lije: — Señor, los teólogos de mi tierra no saben (juicn
es Dios ni son capaces de comprenderlo; mucho menos
de tantear el fondo infinito de sus atributos . ni de descu-
brir sus arcanos. Son unos hombres que explican mejor
í|ue otros las propiedades de la Deidad y los misterios de
la religión.
— Es decir, contestó el chino, que en tu tierra
se llaman teólogos los santones, sabios ó sacerdotes, qué
en la nuestra tienen noticias más profundas de la esencia
do nuestros dioses, de nuestra religión ó de sus dogmas;
pero por saber sólo esto y enseñarlo no dejan de ser
útiles á los demás con el trabajo de sus manos; y así á tí
nada te servirá ser teólogo de tu tierra.
Viéndome yo tan atacado, y procurando salir de mi
ataque á fuerza de mentiras, creyendo simplemente que
v'l que me hablaba era un necio como yo, le dije que era
médico, — ¡Oh! dijo el virrey; esa es gran ciencia, si tú
no quieres que la llame oficio. ¡Médico! ¡buena cosa!
Un hombre que alarga la vida de los otros y los arranca
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 14.
54
PENSADOR MEXICANO
de las manos del dolor es un tesoro en donde vive.
A(]uí están los cajones del rey abiertos para los buenos
mrdicos inventores de algunos específicos que no han
conocido los antiguos. Msta no es ciencia en nuestra
tierra, sino un oficio liberal, y al que no se dedican sino
hombres muy sabios y experimentados. Tal vez tú serás
uno de ellos y tendrás tu fortuna en tu habilidad; pero la
veremos.
Diciendo esto, mandó traer una hierba de la maceta
número diez de su jardín. Trajéronla, y poniéndomela
en la mano, me dijo el tután: — ¿Contra qué enfermedad
es esta hierba? — Quédeme embarazado con la pregunta,
pues entendía tanto de botánica como de cometas cuando
desatiné sobre éstos en Tlalnepantla; pero acordándome
(le mi necio orgullo, tomé la hierba, la vi, la olí, la
probé, y lleno de satisfacción dije: — Esta hierba se
j)arece á una que hay en mi tierra que se llama parleta-
i-ia ó ((aníji((,</)C(je(la, no me acuerdo bien de ellas, pero
ambas son febrífugas.
— ¿Y qué son febrílugas? preguntó el tután, á
(juien respondí (|ue tenían especial virtud contra la fiebre
ó calentura.
— Pues me parece, dijo el tután, (|ue tú eres
tan médico como teólogo ó soldado, porque esta hierba,
tan lejos está de ser remedio contra la calentura, que
antes es propísima para acarrearla, de suerte que toma-
OBRAS" ESCOGIDAS
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das cinco ó seis hojitas en infusión de medio cuartillo
de agua, encienden terriblemente en calentura al que las
toma.
Descubierta tan vergonzosamente mi ignorancia , no
tuve más escape que decir: — Señor, los médicos de mi
tierra no tienen obligación de conocer los caracteres
particulares de las hierbas, ni de saber deducir las virtu-
des de cada una por principios generales. Bástales tener
en la memoria los nombres de quinientas ó seiscientas,
con la noticia de las virtudes que les atribuyen los auto-
res, para hacer uso de esta tradición á la cabecera de los
onl'ermos, lo que se consigue íácilmente con el auxilio de
las farmacopeas.
— Pues á tí no te será tan fácil, dijo el mandarín,
persuadirme á que los médicos de tu tierra son tan gene-
ralmente ignorantes en materia del conocimiento de las
hierbas, como dices. De los médicos como tú, no lo
negaré; pero los que merezcan este nombre, sin duda
no estarán enterrados en tan grosera estupidez, que á
más de deshonrar su profesión sería causa de infinitos
desastres en la sociedad.
— Eso no os haga fuerza, señor, le dije, porque en
mi tierra la ciencia menos protegida es la medicina. Hay
colegios donde se dan lecciones del idioma latino, de
íilosofía, teología y ambos derechos; los hay donde se
enseña mucho y bueno de química y física experimen-
56
PENSADOR MEXICANO
tal, de mineralogía ó del arte de conocer las piedras que
tienen plata, y de otras cosas: pero en ninguna parte so
enseña medicina. Es verdad que hay tres cátedras en la
Universidad, una de primo, otra de císjtcras y la ter-
cera de mctJiodo mcdc/n/i, donde se enseña alguna cosita;
pero esto es un corto rato por las mañanas, y eso no
todas las mañanas; porque á más de los jueves y días
de fiesta, hay muchos días privilegiados que dan de
asueto á los estudiantes, los que, por lo regular, como
jóvenes, están más gustosos con el paseo que con el
estudio.
Por esta raz<')n, entre otras, no son en mi tie-
rra comunes los médicos verdaderamente tales , y si
hay algunos (jue llegan á adquirir este nombre, es á
costa de mucha aplicación y desvelos, y arrimándose á
éste ó á aquel hábil profesor para aprovecharse de sus
luces.
Agregad á esto, que en mi tierra se parten los médi-
cos ó se divide la medicina en muchos ramos. Los que
curan las enfermedades exteriores, como úlceras, í'rac-
turas ó heridas, se llaman cirujanos, y éstos no pueden
curar otras enfermedades sin incurrir en el enojo de los
médicos ó sin granjearse su disimulo. Los que curan las
eníermedades como fiebres, pleuresías, anasarcas, etc..
se llaman módicos; son más estimados porque obran más
á tientas que los cirujanos, y se premia su saber con
• .♦ír>r<- ■-.■/■•r,- ■..
■■ ..-'.S^BSl-í-í^':
OBRAS ESCOGIDAS
r-7
O/
títulos honoríficos literarios, como de bachilleres' v doc-
tores.
Ambas clases de médicos, exteriores é interiores,
tienen sus auxiliares que sangran , ponen y curan cáus-
ticos, echan ventosas, aplican sanguijuelas y hacen otras
cosas que no son para tomadas en boca, y éstos se
llaman barberos tj sangradores.
Otros hay que confeccionan y despachan los reme-
dios, los que de poco tiempo á esta parte están bien ins-
truidos en la química y en la botánica, que es la que
llamáis ciencia de las hierbas, listos sí conocen y dis-
tinguen los sexos de las plantas, y hablan fácilmente de
(■('flices, estambres ij pistilos, gloriándose de saber genéri-
camente sus propiedades y virtudes. Estos se llaman
hotiearios, y son los auxiliares de los médicos.
— Atendríame yo á ellos, dijo el tután, pues á lo
menos se aplican á consultar á la naturaleza en una
parte tan necesaria á la medicina como el conocimiento
de las clases y virtudes de las hierbas. En efecto, en tu
tierra habrá boticarios que curarán con más acierto que
muchos médicos.
Cuanto me has dicho me ha admirado, porque veo
la diferencia que hay entre los usos de una nación y los
de otra. En la mía no se llama médico, ni ejercita este
oficio sino el que conoce bien á fondo la estructura del
cuerpo humano, las causas por que padece y el modo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 15.
58
PENSADOR MEXICANO
con que deben obrar los remedios que ordena; y á más
de esto, no se parten como dices que se parten en tu
tierra. Aquí el que cura es médico, cirujano, barbero,
boticario y asistente. Fiado el enfermo á su cuidado, él
lo ha de curar de la enfermedad de que se queja, sea
externa ó interna; ha de ordenar los remedios, los ha de
hacer, los ha do ministrar y ha de practicar cuantas
diligencias considera oportunas á su alivio. Si el en-
fermo sana, le pagan, y si no, lo echan noramala; pero
en cada nación hay sus usos. Lo cierto es í|ue tú no
eres médico, ni aun puedes servir para aprendiz de los
de acá; y así di qué otra cosa sabes con que puedas
ganar la vida.
Aturdido yo con los aprietos en que me ponía ol
chino á cada paso, le dije que tal vez sería útil para
la abogacía.
— ¿Abogacía? dijo él, ¿qué cosa es? ¿es el arte de
bogar en los barcos?
— Xo, señor, le dije; la abogacía es aquella ciencia
á que se dedican muchos hombres para instruirse en las
leyes nacionales y exponer el derecho de sus clientes
ante los jueces.
Al oir esto, reclinóse el tután sobre la mesa po-
niéndose la mano en los ojos y guardando silencio un
largo rato, al cabo del cual levantó la cabeza, y mo
dijo:
OBRAS ESCOGIDAS
59
— ¿Conque en tu tierra se llaman abogados aquellos
hombres que aprenden las leyes del reino para defender
con ellas á los que los ocupan, aclarando sus derechos
delante de los tutanes ó magistrados?
— Eso es, señor, y no más. — ¡Válgame Tien I dijo
el chino. ¿Es posible que en tu tierra son tan ignorantes
que no saben cuáles son sus derechos, ni las leyes que
los condenan ó favorecen? No me debían tan bajo con-
cepto los europeos.
— Señor, le dije, no es fácil que todos se impongan
en las leyes por ser muchas, ni mucho menos en sus
interpretaciones, las que sólo pueden hacer los aboga-
dos, porque tienen licencia para ello, y por eso se llaman
licenciados... — ¿Cómo, cómo es eso de interpretaciones?
dijo el asiático; ¿pues qué, las leyes no se entienden
según la letra del legislador? ¿Aún están sujetas al
genio sofístico del intérprete? Si es así, lástima tengo á
tus connaturales y abomino el saber de sus abogados.
Pero sea de esto lo que fuere, si tú no sabes más de
lo que me has dicho, nada sabes; eres un inútil, y es
Tuerza hacerte útil porque no vivas ocioso en mi pa-
tiia. Limahotón, pon á este extranjero á que aprenda
á cardar seda, á teñirla, á hilarla y á bordar con ella; y
cuando me entregue un tapiz de su mano, yo le acomo-
daré de modo que sea rico. En fin, enséñale algo que le
sirva para subsistir en su tierra y en la ajena.
60
PENSADOR MEXICANO
Diciendo esto se retiró, y yo me fui bien avergon-
zado con mi protector, pensando cómo aprendería al
cabo de la vejez algún oficio en una tierra que no con-
sentía inútiles ni vagos Periquillos.
■r -vfT^'
CAPITULO IV
En el que nuestro Perico cuenta cómo se fingió conde en la isla;
■I bien que lo pasó; lo que vio en ella, y las pláticas que hubo en la mesa con los
extranjeros, que no son del todo despreciables
Os acordaréis que, apoyado desde mi primera juven-
tud (') desde mi pubertad en el consentimiento de mi cán-
t:licla madre, me resistí á aprender oficio, y aborreciendo
tolo trabajo, me entregué desde entonces á la holgaza-
nería. Habréis advertido que ésta fué causa de mi abati-
miento; que por éste contraje las más soeces amistades,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— IG.
G2
PENSADOR MEXICANO
cuyos ejemplos, no sólo me prostituyeron á los vicios,
sino (jue me hicieron pagar bien caro las libertades que
me tomaba, viéndome á cada paso despreciado de mis
parientes, abandonado aun de mis malos amigos, gol-
peado de los brutos y de los hombres, calumniado de
ladrón, sin honor, sin dinero, sin estimación, y arras-
trando siempre una vida fatigosa y llena de miserias; y
cuando reilexionéis en que á la edad de más de treinta
años, después de salir desnudo de un naufragio y de
haber tenido la suerte de un buen acogimiento en la isla,
me propusieron enseñarme algún arte con que, no sólo
pudiera subsistir, sino llegar á hacerme rico, diréis: for-
zosamente nuestro padre aquí abri(') los ojos, y cono-
ciendo así la primitiva causa de sus pasadas desgracias,
como el único medio de evitar las que podía temer en lo
futuro, abrazaría gustoso el partido de aprender á soli-
citar el pan por su arbitrio y sin la mayor dependencia
de los demás.
Así discurriréis tal vez con arreglo á la recta razón,
y así debía haber sido; mas no fué así. Yo tenía terrible
aversión al trabajo, en cualquiera clase que fuera; me
gustaba siempre la vida ociosa y mantenerme á costa
de los incautos y de los buenos; y si tal cual vez me
m'edio sujetaba á alguna clase de trabajo, era, ó acosado
de la hambre, como cuando serví á Chanfaina, y fui
sacristán, ó lisonjeado con una vida regalona en la que
OBRAS ESCOGIDAS
63
irabajaba muy poco, y tenía esperanzas de medrar
niuclio. como cuando serví al boticario, al médico y al
coronel.
Después de todo, por una casualidad no esperada,
1110 encontré una Jauja * con el difunto coronel; pero estas
Jaujas no son para todos, ni se hallan todos los días. Yo
debía haberlo considerado en la isla, y debía haberme
dedicado á hacerme útil á mí mismo v á los demás hom-
bres con quienes hubiera de vivir en cualquier parte;
pero lejos de esto, huyendo del trabajo y \aliéndome de
mis trapacerías, le dije á Limahotón, cuando lo vi re-
suelto á hacerme trabajar poniéndome á oficio, que yo
no quería aprender nada, porque no trataba de perma-
necer mucho tiempo en su tierra, sino de regresar á la
mía, en la que no tenía necesidad de trabajar, pues era
conde.
— ¿Eres conde? preguntó el asiático muy admirado.
— Sí, soy conde. — ¿Y qué es conde? — Conde, dije yo,
es un hombre noble y rico á quien ha dado este título el
rey por sus servicios ó los de sus antepasados. — ¿Conque
en tu tierra, preguntó el chino, no es menester servir á
los reyes personalmente; basta que lo hayan servido los
' Ciudad imaginaria que alguno», dando crédito á viajeros embusteros, busca-
ron inúiilmente en la América efpaiioln, llevados de las magníficas descripciones y
jonderodos elogios que se hacían de sus riquezas, fertilidad y hermosura. Hoy sólo se
usa de su nombre como sinón mo de paraito de delicias para exagerar la abundancia
<le alguna ciudad ó país, donde la tierra sin necesidad de ci-ltivo j roduce espontánea-
mente todo lo necesario al hombre, que allí no tiene que trabajar para comer.
64
PENSADOR MEXICANO
ascendientes para verse honrados con liberalidad por los
monarcas?
No dejó de atacarme la pregunta, y le dije: — Lu
generosidad de mis reyes, no se contenta con premiar
solamente á los (jue efectivamente les sirven, sino que
extienden su lavor á sus hijos; y así yo fui hijo de un
valiente general, á quien el rey hizo muchas mercedes,
y por luiber yo nacido hijo suyo me hallé con dinero,
hecho mayorazgo y con proporci^m de haber sido conde,
como lo soy por los méritos de mi padre.
— Según eso también seras general, decía Limá-
liotón. — No soy general, le dije, pero soy conde. — Yo
no entiendo esto, decía el chino. ¿Conque tu padre bati<')
castillos, rindi»') ciudades, derrotó ejércitos, en una pala-
bra, afianzó la corona en las cabezas de sus señores, v
acaso perdería la vida en alguna refriega de esas, y tú,
sólo poHjue fuiste hijo de acjuel valiente y leal caballero,
te hallaste en estado de ser conde y rico de la noche á la
mañana, sin haber probado los rigores de la campaña
y sin saber qu<'' cosa son los afanes del gabinete? A la
verdad, en tu tierra deben ser los nobles más comunes
que en la mía. Pero dime; estos nobles que nacen y no
se hacen, ¿en qué se ejercitan en tu país? Supuesto que
no sirven ni en la campaña ni en los bufetes de los prín-
cipes; si no son útiles ni en la paz ni en la guerra, ni
saben trabajar con la pluma ni con la espada, ¿qué hacen,
... . ^^í** *:'^^'>' ,
f-^*^ • -
OBRAS ESCOGIDAS
65
(lime? ¿en qué se entretienen? ¿en qué se ocupan? ¿qué
provecho saca de ellos el rey ó la república?
— ¿Qué han de hacer? dije yo, imbuido en mis
flojas ideas. Tratan de divertirse, de pasearse, y cuando
más, trabajan en que no se menoscabe su caudal. Si
vieras las casas de algunos condes y nobles de mi tierra,
si asistieras i\ sus mesas, si observaras su lujo, el nú-
mero de sus criados, la magnificencia de sus personas,
lo aparatoso de sus coches, lo grande de sus libreas y lo
costoso y delicado de su tren, te admirarías, te llenarías
de asombro.
— ¡Oh poderoso Tien! dijo el chino, ¡cuánto más
valía ser conde ó noble de tu tierra que la tercera per-
sona del rey en la míal Yo soy un noble, es verdad, y
en tu tierra sería un conde; pero, ¿qué me ha costado
adquirir este título y las rentas que gozo? Fatigas y ries-
gos en la guerra y un sinnúmero de incomodidades en la
p.Mz. Yo soy un ayudante ó segundo del tután ó jefe prin-
cipal de la provincia; tengo honores, tengo rentas; pero
soy un fiel criado del rey y un esclavo de sus vasallos.
Sin contar con los servicios personales que he hecho
para lograr este destino, ahora que lo poseo, ¡cuántos
Son los desvelos y padecimientos que tolero para soste-
Morlo y no perder mi reputación! Sin duda, amigo, yo
apreciara más ser conde en tu tierra que loitia ^ en la
• Un caballero.
PERIQUILLO SARNIENTO. —T.- II, D.— 17.
66
PENSADOR MEXICANO
mía. Pero después de todo, ¿tú quieres volver á México,
tu patria? — Sí, señor, le dije, y apetecería esa ocasión.
— Pues no te desconsueles, me dijo Limahotón; es í'ácil
que consigas lo que quieres. En una ensenada nues-
tra está fondeada una embarcación extranjera que llegó
casi destruida de un naufragio que padeció en estos
mares pocos días antes de tu desgracia. La tal em-
barcación está acabándose de componer, y los pasajeros
que vienen en ella permanecen en la ciudad, esperan-
do tambirn (jue abonance el tiempo. Luego que ambas
cosas se verifiquen, (jue será de aquí á tres lunas, no-
haremos á la vela, pues yo deseo ver más mundo que
el de mi patria: mi hermano me aprueba mi deseo;
soy rico y puedo cumplirlo; pero esto resérvalo para tí
solo.
Tengo dos amigos de los pasajeros que me aman
mucho, según dicen, y todos los días vienen á comer
conmigo. No te los he enseñado, porque te juzgaba un
pobre plebeyo; pero pues eres rico y noble como ellos,
desde hov te sentaré á mi mesa.
Concluy(') el chino su conversación, y á la hora de
comer me sacó á una gran sala donde se debía servir la
comida.
Había varios personajes, y entre ellos distinguí dos
europeos, que fueron los que me dijo Limahotón. Luego
que entré á la sala, dijo éste: — Aquí está, señores, un
r-K'---" -■■■•
OBRAS ESCOGIDAS
67
conde de vuestras tierras, que arrojó el mar desnudo á
ostas playas y desea volver á su patria.
— Con mucho gusto llevaremos á su señoría, dijo
uno de los extranjeros, que era español.
Le manifesté mi gratitud, y nos sentamos á comer.
El otro extranjero era inglés, joven muy alegre y
tronera. Allí se platicaron muchas cosas acerca de mi
naufragio. Después el español me preguntó por mi
patria, dije cuál era, y comenzamos á enredar la con-
versación sobre las cosas particulares del reino.
El chino estaba admirado y contento oyendo tantas
cosas que le cogían de nuevo, y yo no lo estaba menos,
considerando que me estaba granjeando su voluntad;
pero por poco echa ;í perder mi gusto la curiosidad del
español, pues me preguntó: — ¿Y cuál es el título de
usted en México? Porque yo á todos los conozco. —
Hallóme bien embarazado con la pregunta, no sabiendo
con qué nombre bautizar mi condazgo imaginario; pero
ac<jrdándome de cuánto importa en tales lances no tur-
ba ise, le dije que me titulaba el conde ch hi Rui-
— ¡Haya casol decía el español; pues apenas habrá
tics años que falto de México, y con motivo de haber
sido rico y cónsul en aquella capital tuve muchas cone-
xiones y conocí á todos los títulos; pero no me acuerdo
t-l<'l de usted con ser tan ruidoso.
f»^ -y
68
PENSADOR MEXICANO
— No es mucho, le dije, pues cabalmente hace un
año que titula. — ¿Conque es título nuevo? — Sí, señor.
— ¿Y qué motivo tuvo usted para pretender un título tan
extravagante?
— El principal que tuve, contesté, fué considerar
que un conde mete mucho ruido en la ciudad dond<^
vive, á expensas de su dinero, y así me venía de moldo
la Ruidera del título. — Se rió el español, y me dijo: —
Iss graciosa la ocurrencia; pero conforme á ella usted
tendrá mucho din(^ro para meter ese ruido, y á fe que
no todos los condes del mundo pueden titular tan ruido-
samente. Antes he oído decir:
Que en casa de los condes muchas veces
más suele ser el ruido que las nueces.
— Pues señor, en la mía hasta la hora de rsta son
más las nueces que el ruido, como espero en Dios lo
verá usted con sus ojos algún día. — Yo lo celebro, dijo
el español.
Y variando la plática se concluyó aquel acto, se
levantaron los manteles, se despidieron de mí con el
mayor cariño, y nos separamos.
A la noche fué un criado, (jue llevó, de parte del co-
merciante español, un baúl con ropa blanca y exterior,
nueva y según el corte que usamos. Lo entregó el cria<!o
con una esquelita que decía:
'T^ip^-"-,, .-^r^-:
OBRAS ESCOGIDAS
69
«Señor conde: Sírvase V. S. usar esa ropa, que le
asentará mejor que los faldellines de estas tierras. Dis-
pense lo malo del obsequio por lo pronto, y mande á su
servidor. — Ordúñe^-.»
'.%
Recibí el baúl, contesté á lo grande en el mismo
j)apel, y en esto se hizo hora de cenar y recogernos.
Al día siguiente amanecí vestido á la europea. En la
mesa hubo que reir y criticar con el joven inglés, que era
algo tronera, como dije, hablaba un castellano de los
diablos, y á más de eso tenía la imprudencia de alabar
todo lo de su tierra con preferencia á las producciones
dt'l país en que estaba, y delante de Limahotón, el que se
mosqueaba con estas comparaciones; pero en esta oca-
sión, murmurando el dicho inglés el pan que comía, no
lo pudo sufrir el chino, y amostazándose más de lo
que yo aguardaba de su genio, le dijo:
— Mr., días hace que os honro con mi mesa y días
hace que observo que os descomedís en mi presencia,
abatiendo los efectos y aun los ingenios de mi patria,
por elogiar los de la vuestra.
Yo no repruebo que nuestros países, usos, reli-
gión, gobierno y alimentos os parezcan extraños; eso
es preciso, y lo mismo me sucedería en vuestra Londres.
Mucho menos repruebo que alabéis vuestras leyes y cos-
tumbres y las producciones de vuestra tierra. Justo es
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 18.
70
PENSADOR MEXICANO
(jue cada uno ame con preferencia el país en que naci»'),
y (jue, congeniado con sus costumbres, climas y alimen-
tos, los prefiera á los de todo el mundo; pero no es justo
que esta alabanza sea apocando la tierra on que vivís \
y delante del que os sienta á su mesa.
Si se habla de religiones, vituperáis la mía y ensal-
záis la anglicana; si de leyes, me aturdís con las Cáma-
ras; si de población, me contáis en vuestra capital un
millón de hombres: si de templos, me repetís la descrip-
ción de la catedral de San Pablo v la abadía de Westmins-
ter; si de paseos, siempre os oigo alabar el parque df
Saint James y el Oreen Pnrk... En fin, ya me tenéis la
cabeza hecha un mapa de Londres.
• Si como os cansáis en alabar las cosas de vuestra
tierra, despreciando <'> abatiendo las de la mía, os con-
tentarais con referir sencillamente lo que se os pre-
guntara y viniera al caso, dejando que la alabanza y
la comparación la hicieran los oyentes, seguramente os
hicierais bien (juisto: pero hablar mal del pan de mi
tierra y decir que es mejor el de la vuestra, cuando
éste y no aquél os alimenta, es una grosería que no me
agrada, ni agradará á ninguno que os escuche.
Antes á todos hostigará vuestra jactancia y os dirán
que ¿quién os llamó á su tierra? Y que si no os aco-
moda, ¿por qué no os mudáis con viento en popa, como
yo os lo digo desde luego?
OBRAS ESCOGIDAS
71
Diciendo esto, se levantó Limahotón sin acabar de
comer, y sin despedirse de ninguno se retiro demasiada-
mente enojado.
Todos nos quedamos avergonzados, y más que nadie
el español, quien explicando bien al inglés todo cuanto
había dicho el asiático, añadió: — Nos avergonzó; pero
tuvo razón, camarada. Usted ha traspasado los límites de
la urbanidad. En tierra extraña, y más cuando recibimos
favores de los patricios, debemos conformarnos con sus
usos y todo lo demás, y si no nos acomodan, marchar-
nos; pero nunca abatirlos ni ponderar lo de nuestra
tierra sobre lo de la suva.
El loitia ha dicho bien. Aunque los panes de Lon-
dres, do Madrid y de México sean mejores que el de
ai|uí, éste nos es útil y mejor que ninguno, porque éste
es el (|ue comemos, y es una villanía no agradecer el
bien que recibimos, tratando de apocarlo delante de quien
nos lo hace.
¿Qué le parecería al señor conde de la Ruidera, si yo
alabara el vino de San Lúcar, despreciando la bebida re-
gional de su tierra, que llaman pul(|ue? ¿Qué diría si
ensalzara el Escorial, la catedral de Sevilla y otras cosas
particulares de España, murmurando igualmente de la
Alameda, del palacio y otras cosas de las Indias, y esto
on México mismo, en las orejas y bigotes de los mexica-
nos, y quizá en su misma casa y al tiempo mismo en que
72
PENSADOR MEXICANO
me hacía un obsequio? Cuando me hiciera mucho favor,
¿no haría muy bien en tenerme por un tonto, incivil y
de ruines principios? Pues en ese concepto ha quedad(i
usted con Limahotón, y á le de hombre de bien que le
sobra justicia.
Si el inglés se avergonz(3 con la reprensión del
chino, quedó más corrido con el remache del español;
pero aunque era un joven atolondrado, tenía entendi-
miento y docilidad, y así, convencido de su error, trató
con el español de que satisfacieran al japón, como se hizo
en el momento, suplicándole saliera, y éste, que en reali-
dad era caballero, se dio por satisfecho y (juedamos todos
tan amigos como siempre, guardándose el inglés de me-
nospreciar nada del país en que habitaba.
Algunos días permanecimos en la ciudad muy con-
tentos, y yo más que todos, porque me veía estimado y
obse(|UÍado grandemente á merced de mi título fingido.
y en mi interior me daba los plácemes de haber fraguado
tal embuste, pues á la sombra de él estaba bien vestido,
bien tratado y con ciertos humillos de título rico, que ya
estaba por creer (|ue era de veras. Tales eran los cari-
ños, obsequios y respetos que me tributaban, especial-
mente el español y el chino, quienes estaban persuadidos
á que \o les sería útil en México. Ello es que lo pasé
bien en tierra y en la navegación; y esto no lo hubiera
conseguido si hubieran sabido que mi título propio era
' ■<■»•- •
OBRAS ESCOGIDAS
73
e! de Per/f/uillo Sarniento; pero el mundo las más veces
aprecia á los hombres, no por sus títulos reales, sino por
los que dicen que tienen.
No por esto apruebo (|ue sea bueno el fingir, por
más que sea útil al que finge: también al lenón y al drc-
iiuevo les son útiles sus disimulos v sus trácalas, v sin
embargo, no les son lícitas. Lo que quiero que saquéis
por fruto de este cuento, es que advirtáis cuan expuestos
vivimos á que nos engañe un picaro astuto pintándonos
gi^^antes de nobleza, talento, riqueza y valimiento. Nos
croemos de su persuasión ó de lo que llaman labia; nos
estafa si puede; nos engaña siempre, y cuando conoce-
mos la burla es cuando no podemos remediarla. En
todo caso, hijos míos, estudiad al hombre, observadlo,
ponetradlo en su alma; ved sus operaciones, prescindien-
do de lo exterior de su vestido, títulos ni rentas, y así
(|iie halléis alguno que siempre hable verdad y no se
p«gue al interés como el acero al imán, fiaos de él, y
decid: éste es hombre de bien, éste no me engañará, ni
por él se me seguirá ningún perjuicio; pero para hallar á
esto hombre, pedidle á Diógenes prestada su linterna.
Volviendo á mi historieta, sabed que cuando el asiá-
tico me tuvo por un noble, no se desdeñó de acompa-
ñarse conmigo en lo público; antes muchos días me
>¡icaba á pasear á su lado, manifestándome lo hermoso
de la ciudad.
PERIQUILLO SARNIENTO — T. II, D. — 19
74
PENSADOR MEXICANO
El primer día que salí con él, arrebató mi curiosi-
dad un hombre que en un papel estaba copiando muv
espacio unos caracteres que estaban grabados en un;i
piedra de mármol que se veía fijada en la esquina de la
calle.
Pregunté á mi amigo (jué significaba aquello. Y mo
respondió que a(juól estaba copiando una ley patria que
sin duda le interesaría. — ¿Pues qué, le dije, las leyes
patrias están escritas en las esquinas de las calles de tu
tierra? — Sí, me dijo; en la ciudad están todas las leyes
fijadas para que se instruyan en ellas los ciudadanos.
Por eso mi hermano se admiró tanto cuando le hablaste
de los abogados de tu tierra.
— Es verdad que tuvo razón, dije yo, porque cierta-
mente todos debíamos estar instruidos en las leyes que
nos gobiernan para deducir nuestros derechos ante los
jueces, sin necesidad de valemos de otra tercera persona
que hiciera por nosotros estos oficios. Seguramente en
lo general saldrían mejor librados los litigantes bajo esto
método, ya porque se defenderían con más cuidado y ya
porque se ahorrarían de un sinnúmero de gastos que
impenden en agentes, procuradores, abogados y rela-
tores.
No me descuadra esta costumbre de tu tierra, ni rcn'
parece inaudita ni jamás practicada en el mundo, porque
me acuerdo haber leído en Planto, que hablando de lo
.=-!T^.' ■•■ -
OBRAS ESCOGIDAS
75
inútiles, ó á lo menos de lo poco respetadas que son las
leyes en una tierra donde reina la relajación de las cos-
tumbres, dice:
Eic miseree etiam
Ad parietem stmt fixíc clavis ferréis , ubi
Malos moros adfigí nimis fuerat icquius.
Arrugó el chino las cejas al escucharme, y me dijo:
— Conde, yo entiendo mal el español y peor el inglrs;
pero esa lengua en que me acabáis de hablar la entiendo
menos, porque no entiendo una palabra.
— ¡Oh, amigo! le dije, esa es la lengua ó el idioma
de los sabios. Es el latino, y quiere decir lo que oiste:
I ¡lie son infelices las leí ¡es en estar fijadas en las paredes
ron clacos de //'erro, cuando fuera nuis Justo (jue estuvie-
ran claradas allí las malas coslu/nbres. Lo que prueba
<|uc en Roma se fijaban las leyes públicamente en las
paredes, como se hace en esta ciudad.
— ¿Conque eso quiere decir lo que me dijiste en
latín? preguntó Limahotón. — Sí, eso quiere decir. —
¿Pues si lo sabes y lo puedes explicar en tu idioma, para
qué hablas en lengua que no entiendo?
— ¿Ya no dije que esa es la lengua de los sabios?
lo contesté; ¿cómo sabrías que yo entendía el latín, y que
tenía buena memoria, pues te citaba las mismas palabras
(le PJauto, manifestando al mismo tiempo un rasgo de mi
Horida erudición? Si hay algún modo de pasar plaza de
76
PENSADOR MEXICANO
('
sabios en nuestras tierras es disparando latinajos ár
cuando en cuando.
— Eso será, dijo el chino, las veces que toque
hablar entre los sabios; pues según tú dijiste, es la
lengua de los sabios y ellos se entenderán con ella: pero
no será costumbre hablar en ese idioma entre gentes (juc
no lo entienden.
— Poco sabes de mundo, Limahotón, le dije; delant
de los que no entienden el latín se ha de salpicar la con-
versación de latines para que tengan á uno por instruido;
porque delante de los que lo entienden va uno muy ex-
puesto á (|ue le cojan un barbarismo, una cita falsa, un
anacronismo, una sílaba breve por una larga y otras
chucherías semejantes; y así no, entre los romancistas
y las mujeres va segurísima la erudición y los /afinora/n.
Yo he oído en mi tieri'a á muchos sujetos hablar en un
estrado de señoras, de Códigos y Digestos; de los siste-
mas de Ptolomeo, Cartesio, ó Renato Descartes, y de
Newton; del Huido eléctrico, materia prima, turbillones,
atracciones, repulsiones, meteoros, fuegos fatuos, auro-
ras boreales y mil cosas de rstas, y todo citando trozos
enteros de los autores en latín; de modo que las pobres
niñas, como no han entendido nada, se han (juedado con
la boca abierta diciendo: ¡mira (jué caso I
— Así me he quedado yo, dijo el chino, al oirte des-
atinar en tu idioma y en el extraño; pero no porque n'>
.- - ■.• ■ .í; V-: ' _ i."-í'. ;
■-yíT;".^: .
OBRAS ESCOGIDAS
77
-ritiendo te tendré por sabio en mi vida; antes pienso
que te falta mucho para serlo, pues la gracia del sabio
i .stá en darse á entender á cuantos lo escuchen , v si vo
me hallara en tu tierra en una conversación de esas que
dices, me saldría de ella, teniendo á los que hablaban por' .
unos ignorantes presumidos y á los que los escuchaban
por unos necios de remate, pues fingían divertirse y
admirarse con lo que no entendían.
Viendo yo que mi pedantería no agradaba al chino,
no dejé de correrme; pero disimulé y traté de lisonjearlo
aplaudiendo las costumbres de su país; y así le dije: —
Después de todo, yo estoy encantado con esta bella pro-
videncia de que estén fijadas las leyes en los lugares más
públicos de la ciudad. A fe que nadie podrá alegar
ij^niorancia de la ley que lo favorece (') de la que lo con-
dena. Desde pequeñitos sabrán de memoria los mucha-
chos el código de tu tierra, y no que en la mía parece
i|ue son las leyes unos arcanos cuyo descubrimiento está j/
servado para los juristas, y de esta ignorancia se saben
aler los malos abogados con frecuencia para aturdir,
enredar y pelar á los pobres litigantes.
Y no pienses que esta ignorancia de las leyes de-
j.ende del capricho de los legisladores, sino de la indolen-
cia de los pueblos y de la turbamulta de los autores que
-x* han metido á interpretarlas, y algunos tan larga y fas-
tidiosamente, que para explicar ó confundir lo determi-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 20.
!'ei
v;
78
PENSADOR MEXICANO
nado sobre una materia, verbigracia sobre el divorcio,
han escrito diez librotes en folio, tamañotes, amigo, tama-
ñotes; de modo que sólo de verlos por encima, quitan la.s
ganas de abrirlos.
— ¿Conque, según eso, decía el chino, también entre
esos señores hay quienes pretenden parecer sabios ;'i
fuerza de palabras y discursos impertinentes? — Ya se ve
que sí hay, le contesté, sobre que no hay ciencia que
carezca de charlatanes. Si vieras lo que sobre esto dic(^
un autorcito (|ue tenía un amigo que murió poco hace de
coronel en Manila, te rieras de gana.
— ¿Sí? ¿Pues qué dice? — ¡Qué ha de decir I escribió
un librito titulado: Declíimacioncs contra la cltarlaíanc-
ría (le los e/'mlifos, y en él pone de oro y azul á los char-
latanes gramáticos, filósofos, anticuarios, historiadores,
poetas, médicos... en una palabra, á cuantos profesan el
charlatanismo á nombre de las ciencias, y tratando de los
abogados nudos, fábulas // Icrjahi/os, lo menos que dice
es esto: «Ni son de mejor condición los indigestos cita-
dores, familia abundantísima entre los letrados; porque
si bien todas las profesiones abundan harto en pedantes,
en la jurisprudencia no sé por cuál fataüdad ha sido
siempre excesivo el número. Hayan de dar un parecer,
hayan de pronunciar un voto, revuelven cuantos autore^^
pueden haber á las manos; amontonan una enorme salva
de citas, y recargando las márgenes de sus papelones.
OBRAS ESCOGIDAS
79
1>
( reen que merecen grandes premios por la habilidad de
haber copiado de cien autores cosas inútiles r impcrti-
iu>ntes...»
<^ Deberíamos también decir algo aquí de los que
profesan la Cabalística, llamada por Aristóteles Ai'/c de
mcniir. Guando los vemos semejarse á la necesidad, esto
c^. carecer de leyes; cuando para lograr nombre entre
los ignorantes, se les ve echar mano de sutilezas ridicu-
las, sofismas indecentes, sentencias de oráculos, clausu-
lones de estrépito y las demás artes de la más pestilente
charlatanería: cuando abusando con pérfida abominación
de las trampas (|ue suministran lo versátil de las fórmu-
las y de las interpretaciones legales, deduciendo artícu-
los de artículos, nuevas causas de las antiguas, dilatan los
pleitos, obscurecen su conocimiento á los jueces, revuel-
ven y enredan los cabos de la justicia, truecan y alteran
las apariencias de los hechos para deslumhrar á los que
han de decidir; y todo esto por la vil ganancia, por el
interés sórdido, y á veces también por tema y terquedad
inicua; cuando se les ve, digo...»
— Ya está, dijo Limahotón, que eso es mucho
li.'.blar, y mis orejas no se pagan de la murmuración.
— No, loitia, le dije, no es murmuración, es crítica
juiciosa del autor. El murmurador ó detractor es punible,
Jj 'rque descubre los defectos ajenos con el maldito objeto
de dañar á su prójimo en el honor, y por esto siempre
1
80
PENSADOa MEXICANO
acusa la persona determinándola. El crítico, ya se.i
moral, ya satírico, no piensa en ninguna persona cuand»
escribe, y sólo reprende ó ridiculiza los vicios en p^enerai
con el loable deseo de que se abominen; y así Juan Bur-
cliardo, que es el autor cuyas palabras oiste, no habló
mal de los abogados, sino do los vicios que observó en
muchos, y no en todos, pues con los sabios y buenos no
se mete.
— ¿Luego también hay abogados buenos y sabios?
preguntó el chino, á quien dije: — Y cómo que los hay
excelentes, así en su conducta moral como en su sólida
instrucción. Unos Solones son muchos de ellos en la
justicia y unos Demóstenes en la elocuencia, y claro es
que éstos, lejos de merecer la sátira dicha, son acreedores
á nuestra estimación y respetos.
— Con todo eso, dijo el chino, si tú y ese autor
cayerais en poder de los abogados malos y embrolla-
dores habíais de tener mal pleito. — Si era su encono
por sólo esto, le contesté, sería añadir injusticia á su
necedad, pues ni el autor ni yo hemos nombrado á
Pedro, Sancho ni Martín, v así haría muv mal el abo-
gado que se manifestara (juejoso de nosotros, pues
entonces él mismo se acusaba contra nuestra sencilla
voluntad.
— Sea de esto lo que fuere, dijo el asiático, yo estoy
contento con la costumbre de mi patria; pues aquí no
OBRAS ESCOGIDAS
81
hemos menester abogados, porque cada uno es su abo-
gado cuando lo necesita, á lo menos en los casos comu-
nes. Nadie tiene autoridad para interpretar las leyes, ni
arbitrio para desentenderse de su observancia con pre-
texto de ignorarlas. Guando el soberano deroga alguna
ú de cualquier modo la altera, inmediatamente se muda ó
se fija según debe de regir nuevamente, sin quedar es-
crita la antigua (jue estaba en su lugar. Finalmente,
todos los padres están obligados, bajo graves penas, á
enseñar á leer y escribir á sus hijos y presentarlos ins-
truidos á los jueces territoriales antes que cumplan los
diez años de su edad, con lo que nadie tiene justo motivo
jiara ignorar las leyes de su país. '
— Muy bellas me parecen estas providencias, le dije,
V á más de muv útiles, muv fáciles de practicarse. Creo
que en muchas ciudades de Europa admirarían este rasgo
político de legislación, que no puede menos que ser
origen de muchos bienes á los ciudadanos, ya excusán-
dolos de litigios inoportunos, y ya siquiera librándolos de
las socaliñas de los agentes, abogados y demás oficiales
de pluma, de que no se escapan por ahora cuando se
ofrece.
Pero ya te dije: este mal ó la ignorancia que el
pueblo padece de las leyes, así en mi patria como en
l'^uropa, no dimana de los reyes, pues éstos, interesados
tanto en la felicidad de sus vasallos, cuanto en hacer que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, D. — 21.
^
I
I
82
PENSADOR MEXICANO
se obedezca su voluntad, no sólo quieren que todos sepan
las leyes, sino que las hacen publicar y fijar en las calles
apenas las sancionan; lo que sucede es, que no se fijan
en lápidas de mármol como aquí, sino en pliegos do
papel, materia muy frágil para que permanezca mucho
tiempo.
A los soldados se les leen las ordenanzas ó leves
penales para que no aleguen ignorancia; y por fin, en
el código español vemos expresada claramente esta vo-
luntad de los monarcas, pues entre tantas leyes como
tiene se leen las palabras siguientes: Ca fono/nos qt'n-
t(xh)s /os (¡c niioslro señorío deben saber estas nues-
tras leijes. ' y debe la letj ser niani'/f'esfa', (jue t<yilo Jioin-
bre 1(( pueda entender. // (¡ue ninrjuno por ella reeib"
enffañn. ^
Todo lo (jue prueba, que si ios pueblos viven igno-
rantes de sus derechos y necesitan mendigar su instruc-
ción, cuando se les ofrece, de los que se dedican á ella.
no es por voluntad de los reyes, sino por su desidia, por
la licencia de los abogados, y lo que es más, por sus
mismas envejecidas costumbres, contra las que no es
fácil combatir.
— Tú me admiras, conde, decía el chino. A la
verdad que eres raro; unas veces te produces con de-
» Ley 31, tit. 14, part. 5.
» Ley 1, tlt. 2, lib. 2 déla Recop.
OBRAS ESCOGIDAS
83
masiada ligereza y otras con juicio como ahora. No te
entiendo.
En esto llegamos á palacio y se concluyó nuestra
conversación.
!
i
: -V'í"
CAPITULO V
En el que refiere Periquillo como presenció unos suplicios
en aquella ciudad; dice los que fueron, y relata una curiosa conversación sobre las leyes
penales, que pasó entre el chino y el español
Al día siguiente salimos á nuestro paseo acostum-
brado, y habiendo andado por los parajes más públicos,
hice ver á Limahotón que estaba admirado de no hallar
un mendigo en toda la ciudad; á lo que él me contestó:
— Aquí no hay mendigos, aunque hay pobres, porque
aún de los que lo son, muchos tienen oficio con que
mantenerse; y sino, son forzados á aprenderlo por el
gobierno.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 22, .
86
PENSADOR MEXICANO
— ¿Y cómo sabe el gobierno, le pregunté, los que
tienen oficio y los (|ue no? — Fácilmente, me dijo; ¿no
adviertes (jue todos cuantos encontramos tienen una
divisa particular en la piocha ó remate del tocado de la
cabeza? — Heilexioné que era según el chino me decía,
y le dije: — En verdad que es como me lo dices, y no
había reparado en ella; ¿pero qué significan esas divisas?
— Yo te lo diré, me contestó.
En esto nos acercamos á un gran concurso que es-
taba junto á una plaza con no sé qué motivo, y allí me
dijo mi amigo: — Mira, aquel que tiene en la cabeza una
cinta ó listón ancho de seda nácar, es juez; aquel que la
tiene amarilla, es médico; el otro que la tiene blanca,
es sacerdote; el otro que se adorna con la azul, es adivi-
no: aquel que la trac verde es comerciante; el de la mo-
rada, es astrólogo; el de la negra, músico; y así con las
cintas anchas de seda, ya bordadas de estambre, y ya de
éste ó el otro metal, se conocen los profesores de las
ciencias y artes más principales.
Los empleados en dignidad, ya con relación al go-
bierno político y militar, que aquí no se separan, ya en
orden á la religión, se distinguen con sortijas de piedras
en el pelo, y según son las piedras y las figuras de las
sortijas, manifiestan sus graduaciones.
Mi hermano, (jue es el virrey, ó el segundo después
del rey, ya lo viste, tiene una sortija de brillantes coló-
OBRAS ESCOGIDAS
87
cada sobre la coronilla del tocado, ó en la parte más su-
perior. Yo, que soy un chaen ó visitador general en su
nombre, la tengo también de brillantes, pero más angosta
y caída para atrás; aquel que la tiene de rubíes, es
magistrado; aquel de la de esmeraldas, ^s el sacerdote
principal; el de la de topacios, es embajador, y así se
distinguen los demás.
Los nobles son los que visten túnicas ó ropones de
seda, y los que se han señalado en acciones de guerra
las traen bordadas de oro. Los plebeyos las usan de es-
tambre ó algodón.
Los artesanos tienen sus divisas de colores, pero
cortas y de lana. Aquellos que ves con lazos blancos,
son tejedores de cocos y lienzos blancos; los de azules,
son tejedores de todas sedas; los de verdes, bordadores;
los de rojo, sastres; los de amarillo, zapateros; los de
negro, carpinteros, y así todos. Los verdugos no tienen
cinta ni tocado alguno, traen las cabezas rapadas y un
dogal atado á la cintura, del que pende un cuchillo.
Los que veas que á más de estos distintivos, así
hombres como mujeres, tienen una banda blanca, son
solteros ó gente que no se ha casado; los que la tienen
roja, tienen mujer ó mujeres, según sus facultades, y los
que la tienen negra, son viudos.
A más de estas señales hay algunas otras particula-
res que pudieras observar fácilmente, como son las que
88
PENSADOR MEXICANO
usan los de otros reinos v provincias, v los del nuestro
vi 'ti
en ciertos casos; por ejemplo, en los días de boda, do
luto, de gala y otros; pero con lo que te he enseñado te
basta para que conozcas cuan fácil le es al gobierno
saber el estadb y oficio de cada uno sólo con verlo, y
esto sin que tenga nadie lugar á fingirlo, pues cualquier
juez subalterno, que hay muchos, tienen autoridad para
examinar al que se le antoje en el oficio que dice que
tiene, como le sea sospechoso, lo que se consigue con la
trivial diligencia de hacerlo llamar y mandar que haga
algún artefacto del oficio que dice tiene. Si lo hace, se
va en paz y se le paga lo que ha hecho; si no lo hace, es
conducido á la cárcel, y despurs de sufrir un severo cas-
tigo, se le obliga á aprender oficio dentro de la misma
prisión, de la que no sale hasta que los maestros no cer-
tifican que está idóneo para trabajar públicamente.
No sólo los jueces pueden hacer estos exámenes, los
maestros respectivos de cada oficio están también auto-
rizados para reconvenir y examinar á aquel de quien
tengan sospechas que no sabe el oficio cuya divisa se
pone: y de esta manera es muy difícil que haya en
nuestra tierra uno que sea del todo vago ó inútil.
— No puedo menos, le dije, que alabar la economía
de tu país. Cierto que si todas las providencias que aquí
rigen son tan buenas y recomendables como las que me
has hecho conocer, tu tierra será la más feliz, y aquí
.-fllv-
■:^~-' - ':
OBRAS ESCOGIDAS
89
se habrán realizado las ideas imaginarias de Aristóteles,
Platón y otros políticos en el gobierno de sus arregladí-
simas repúblicas.
— Que sea la más feliz, yo no lo sé, dijo el chino,
porque no he visto otras; que no haya aquí crímenes
ni criminales, como he oído decir que hay en todo el
mundo, es equivocación pensarlo, porque los ciudada-
nos de aquí son hombres como en todas partes. Lo que
sucede es que se procuran evitar los delitos con las leyes
y se castigan con rigor los delincuentes. Mañana pun-
tualmente es día de ejecución, y verás si los castigos son
terribles.
Diciendo esto nos retiramos á su casa, y no ocu-
rrió cosa particular en aquel día; pero al amanecer del
siguiente me despertó temprano el ruido de la artille-
ría, porque se disparó cuanto coronaba la muralla de la
ciudad.
Me levanté asustado, me asomé por las ventanas
de mi cuarto, y vi que andaba mucha gente de aquí
acullá como alborotada. Pregunté á un criado si aquel
movimiento indicaba alguna conmoción popular ó algu-
na invasión de enemigos exteriores; y dicho criado me
(lijo que no tuviera miedo, que aquella bulla era porque
¡iquel día había ejecución, y como esto se veía de tarde
on tarde, concurría á la capital de la provincia innume-
rable gente de otras, y por eso había tanta en las calles,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 23.
90
PENSADOR MEXICANO
como también porque en tales días se cerraban las puer-
tas de la ciudad y no se dejaba entrar ni salir á nadie, ni
era permitido abrir ninguna tienda de comercio, ni tra-
bajar en ningún oficio hasta después de concluida la eje-
cución. Atónito estaba yo escuchando tales preparativos,
y esperando ver sin duda cosas para mí extraordinarias.
En efecto, á pocas horas hicieron seña con tres
cañonazos de (jue era tiempo de que se juntaran los
jueces. Entonces me mandó llamar el chaen, y después
de saludarme cortésmente, nos fuimos para la plaza
Mayor, donde se había de verificar el suplicio.
Ya juntos todos los jueces en un gran tablado,
acompañados do los extranjeros decentes, á quienes
hicieron lugar por cumplimiento, se dispararon otros
tres cañonazos, v comenzaron á salir de la cárcel como
setenta reos entro los verdugos y ministros de justicia.
Entonces los jueces volvieron á registrar los proce-
sos para ver si alguno de aquellos infelices tenía alguna
leve disculpa con que escapar, y no hallándola, hicieron
seña do que se procediese á la ejecución, la que se co-
menzó, llenándonos de horror todos los forasteros con el
rigor de los castigos; porque á unos los empalaban, á
otros los ahorcaban, á otros los azotaban cruelísima-
mente en las pantorrillas con bejucos mojados, y así
repartían los castigos.
Pero lo que nos dejó asombrados, fué ver que á
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OBRAS ESCOGIDAS
91
algunos les señalaban las caras con unos fierros ardien-
do y después les cortaban las manos derechas.
Ya se deja entender que aquellos pobres sentían los
tormentos y ponían sus gritos en el cielo, y entretanto
lo> jueces en el tablado se entretenían en fumar, parlar,
rcl'rescar y jugar á las damas, distrayéndose cuanto
podían para no escuchar los gemidos de aquellas vícti-
mas miserables.
Acabóse el funesto espectáculo á las tres de la tarde,
á cuya hora nos fuimos á comer.
En la mesa se trató entre los concurrentes de las
K'ves Denales, de cuva materia hablaron todos con acierto,
á mi parecer, especialmente el español, que dijo:
— Cierto, señores, que es cosa dura el ser juez, y
m.'is en estas tierras, donde por razón de la costumbre
íi(^nen que presenciar los suplicios do los reos y atormen-
tar sus almas sensibles con los gemidos de las víctimas
de la justicia. La humanidad se resiente al ver un seme-
jante nuestro entregado á los feroces verdugos, que sin
piedad lo atormentan y muchas veces lo privan de la
vida, añadiendo al dolor la ignominia.
Un desgraciado de estos, condenado á morir infame
en una horca, <á sufrir la afrenta y el rigor de unos
azotes públicos, ó siquiera la separación de su patria y
l'ís trabajos anexos á un presidio, es para una alma
piadosa un objeto atormentador. No sólo considera la
92
PENSADOR MEXICANO
atlicción material de aquel hombre en lo que siente su
cuerpo, sino que se hace cargo de lo que padece su espí-
ritu con la idea de la afrenta y con la ninguna espe-
ranza de remedio; de aquella esperanza, digo, á que nos
acogemos como á un asilo en los trabajos comunes do
la vida.
Mstas retlexiones por sí solas son demasiado doloro-
sas; pero el hombre sensible no aisla á ellas la conside-
ración; su ternura es mucha para olvidarse de aquellos
sentimientos particulares que deben añigir al individuo
puesto en sociedad.
— ¡Qué congoja tendrá este pobrecito reol dice en su
interior á sus amigos; ¡qué congoja tendrá al ver que la
justicia lo arranca de los brazos de la esposa amable; que
ya no volverá á besar á sus tiernos hijos, ni á gozar la
conversaci(m de sus mejores amigos, sino que todos lo
desampararán de una vez, y él á todos va á dejarlos poi'
Tuerza! ¿Y cómo los deja? ¡Oh dolor! A la esposa, viuda,
pobre, sola y abatida; á los hijos, huertanos infelices y
mal vistos, y á los amigos, escandalizados y acaso arre-
pentidos de la amistad que le profesaron.
¿Parará aquí la reflexión de las almas humanas?
No; se extiende todavía á aquellas familias miserables.
Las busca con el pensamiento; las halla con la idea;
penetra las paredes de sus albergues, y al verlas sumer-
gidas en el dolor, la afrenta y desamparo, no puede
OBRAS ESCOGIDAS
93
menos aquel espíritu que sentirse agitado de la añicción
más penetrante, y en tal grado, que á poder él, arranca-
ría la víctima de las manos de los verdupros, v crevendo
hacer un gran bien, la restituiría impune al seno de su
adorada familia.
Pero ¡infelices de nosotros, si esta humanidad mal
entendida dirigiera las cabezas y plumas de los magistra-
dos! No se castigaría ningún crimen; serían ociosas las
leyes; cada uno obraría según su gusto, y los ciudada-
nos, sin contar con ninguna seguridad individual, serían
los unos víctimas del furor, fuerza v atrevimiento de los
otros.
En este triste caso serían ningunos los diques de la
religión para contener al perverso; sería una quimera el
pretender establecer cualquier gobierno: la justicia fuera
desconocida, la razón ultrajada y la Deidad desobedecida
enteramente. ¿Y qué fuera de los hombres sin religión,,
sin gobierno, sin razón, sin justicia y sin Dios? Fácil es
conocer que el mundo, en caso de ex'stir, sería un caos
de crímenes v abominaciones. Cada uno sería un tirano
del otro á la vez que pudiera. Ni el padre cuidaría del
hijo, ni éste tendría respeto al padre, ni el marido amara
á su mujer, ni ésta fuera fiel al marido, y sobre estos
malos principios se destruiría todo cariño y gratitud re-
cíproca en la sociedad, y entonces el más fuerte sería
un verdugo del más débil, y á costa de éste contentaría
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II , D. — 24.
94
PENSADOR MEXICANO
SUS pasiones, ya quitándole sus haberes, ya su mujer, ya
sus liijos, ya su libertad y ya su vida.
Tal fuera el espantoso cuadro del despotismo univer-
sal que se vería en el mundo, si faltara el rigor de la jus-
ticia, ó por mejor decir, el freno de las leyes con que la
justicia contiene al indómito, asegurando de paso al
hombre arreglado y de conducta.
Yo convendré sin repugnancia en que, después de
este raciocinio, una alma sensible no puede ver decapitar
al reo más criminal con indiferencia. Aún diré más, los
mismos jueces que sentencian al reo mojan primero la
pluma en sus lágrimas que en la tinta cuando firman el
lallo de su muerte. Estos actos fríos y sangrientos les
son repugnantes como á hombres criados entre suaves
costumbres; pero ellos no son arbitros de la ley; deben
sujetarse á sus sanciones y no pueden dejar eludida la
justicia con la indulgencia para con los reos, por más
que su corazón se resienta, como de positivo sucede.
Prueba de ello es que en mi tierra no asisten á estos
actos fúnebres los jueces.
¿Pero acaso porque estas terribles catástrofes aflijan
nuestra sensibilidad, la razón ha de negar que son justas,
útiles V necesarias al común de los ciudadanos? De nin-
guna manera. Cierto es (jue una alma tierna no mira
padecer en el patíbulo á un delincuente, sino á un seme-
jante suyo, á un hombre; y entonces prescinde de pensar
■ ' f vj*
OBRAS ESCOGIDAS
95
on la justicia con que padece y solamente considera que
padece; pero esto no es saber arreglar nuestras pasiones
á la razón.
A mí me ha sucedido en semejantes lances verter
lágrimas de compasión en favor de un desdichado reo, al
vi'Ho conducir al suplicio, cuando no he reflexionado en
la gravedad de sus delitos; mas cuando he detenido en
t'stos la consideración y me he acordado de que aquel
que padece fué el que por satisfacer una fría venganza ó
por robar tal vez una ratería asesinó alevosamente á un
hombre de bien, que con mil afanes sostenía á una
decente y numerosa familia, que por su causa quedó
entregada á las crueles garras de la indigencia, y que
quizá el inocente desgraciado pereció para siempre por
falta de los socorros espirituales que previene nuestra
religión (hablo de la católica, señores), entonces yo no
dudo (jue suscribiría de buena gana á la sentencia de su
muerte, seguro de que en esto liaría á la sociedad tan
gran bien, con la debida proporci<jn, como el que hace el
diestro cirujano cuando corta la mano corrompida del
enfermo para que no perezca todo el cuerpo.
Así sucede á todo hombre sensato que conoce que
estos dolorosos sacrificios los determina la justicia para
la seguridad del Estado y de los ciudadanos.
Si los hombres se sujetaran á las leyes de la equi-
dad, si todos obraran según los estímulos de la recta
96
PENSADOR MEXICANO
razón, los castigos serían desconocidos; pero por desgra-
cia se dejan dominar de sus pasiones, se desentienden de
la razón, y como están demasiado propensos por su
misma fragilidad á atropellar con ésta por satisfacer
aquéllas, es necesario valerse, para contener la furia de
sus ímpetus desordenados, del terror que impone el
miedo de perder los bienes, la reputación, la libertad ó
la vida.
Tenemos aquí fácilmente descubiertos el origen de
las leyes penales, leyes justas, necesarias y santas. Si
al hombre se le dejara obrar según sus inclinaciones,
obrara con más ferocidad (jue los brutos. Ciertamente
óstos no son capaces de apostárselas en ferocidad á un
hombre cuando pierde los estribos de la razón. No hay
perro qu(^ no sea agradecido á quien le da el pan; no ha\
caballo que no se sujete al freno; no hay gallina que
repugne criar y cuidar á sus hijos por sí misma, y así do
todos.
Por último, ¿qué ocasión vemos (jue los brutos más
carniceros se amontonen para quitarse li vida unos ;'i
otros en su especie, ni en las que les son extrañas? Y el
hombre ¿cuántas veces desconoce la lealtad, la gratitud,
el amor filial v todas las virtudes morales, v se junta con
\i / ti ti
otros para destruir su especie en cuanto puede?
Un caballo obedece á una espuela y un burro and;i
con la carga, por medio del palo; pero el hombre, cuando
•-.tjí.^'Ar ■ ;
OBRAS ESCOGIDAS
97
abandona la razón, es más indómito que el burro y el
cabnllo, y de consiguiente necesario ha menester estímu-
los más duros para sujetarse. Tai es el temor de perder
lo más apreciable como es la vida.
La justicia, ó los jueces que la distribuyen, según las
buenas leyes, no privan de la libertad ó de la vida al reo
[)or venganza, sino por necesidad. No le quita á Juan la
vida precisamente porque mató á Pedro, sino también
porque cuando aquél expía su delito en el suplicio, tenga
vÁ pueblo la confianza de que el Estado vela en su seguri-
dad, y sepa que, así como castiga á aquél, castigará á
cuantos incurran en igual crimen, que es lo mismo que
imponer el escarmiento general con la muerte de un par-
ticular delincuente.
De estos principios se penetraron las naciones cuan-
<lo adoptaron las leyes criminales, leyes tan antiguas
como el mismo mundo. Crió Dios al hombre, y sabiendo
(|ue desobedecería sus preceptos, antes de que lo veri-
licara le informó de la pena á que lo condenaba. — No
comas, le dijo, de la fruta de este árbol, porque si la
comes, morirás. — Tan autorizado así está el obligar al
nombre á obedecer la ley con el temor del castigo.
Pero para que las penas produzcan los saludables
electos para que se inventaron, es menester ^ que se
* En los mismos términos se expresa el señor Lardízábal en su discurso sobre las
llenas.
PKRIQUILLO SARNIENTO.— T. II, D. — 25.
J
98
PENSADOR MEXICANO
deriven de la naturaleza de los delitos; que sean propor-
cionadas á ellos; que sean públicas, prontas, irremisibles
y necesarias; que sean lo menos rigorosas (jue fuere
posible, atendidas las circunstancias; finalmente, que
sean dictadas por la misma ley.
En los suplicios (jue acabamos de ver creo que no
han faltado estas circunstancias, si se exceptúa la mode-
ración, porque á la verdad me han parecido demasiado
crueles, especialmente la de marcar con fierros ardiendo
á muchos infelices, cortándoles después las manos de-
rechas.
Esta pena, en mi juicio, es harto cruel, porque
después que castiga al delincuente con el dolor, lo deja
infame para siempre con unas notas indelebles y lo hace
infeliz é inútil en la sociedad, á causa del embarazo que le
impone para trabajar, quitándole la mano.
Ni me sorprenden como nuevas estas penas rigoro-
sas. He leído que en Persia á los usureros les quiebran
los dientes á martillazos y á los panaderos .fraudulentos
los arrojan en un horno ardiendo. En Turquía á los
mismos les dan de palos y multan por primera y segun-
da vez, y por tercera los ahorcan en las puertas de sus
casas, en las que permanece el cadáver colgado tres días.
En Moscovia á los defraudadores de la renta del tabaco
se les azota hasta descubrirles los huesos. En nuestro
mismo Código tenemos leyes que imponen pena capital al
•a-.
-^
OBRAS ESCOGIDAS
99
(¡Lie hace bancarrota fraudulentamente v al ladrón casero
en llegando la cantidad robada á cincuenta pesos; otras
que mandan cortar la lengua y darles cien azotes á los
blaslemos; otras (jue mandan cortar la mano al escribano
falsario, y así otras que no están en uso, á causa de
la mudanza de los tiempos y dulcificación de las cos-
tumbres. ^
Todo esto he dicho, loitia, para persuadiros á que os
intereséis con el tután para que éste lo haga con el rey, á
ver si se consigue la conmutación de este suplicio en otro
menos cruel. No quisiera que ningún delincuente que-
dara impune: pero sí (jue no se castigara con tal rigor.
Calló, diciendo esto, el español, y el asiático, tomando
la palabra, le contestó:
— Se conoce, extranjero, que sois harto piadoso y
no dejáis de tener alguna instrucción; pero acordaos
que siendo el primero y principal fin de toda sociedad
la seguridad de los ciudadanos y la salud de la repú-
blica, sigúese, por consecuencia necesaria, que éste es
tambirn el primero y general fin de las penas. La salad
lio la república es la suprema leij.
' El señor Lardizábal, hablando sobre esto, dice: que no es la crueldad de las
penas el mayor freno para contener los delitos, sino la infalibilidad del castigo. El
mismo, después de apuntar el rigor de algunos países, dice: que sin embargo conti-
iiúan siempre los malhechores, como si no se castigaran con tal rigor, y añade: «Asi
es preciso que suceda por una razón muy natural. Al paso que se aumenta la crueldad
lie los castigos, se endurecen los ánimos de los hombres; se llegan á familiarizar con
ellos, y al cabo de tiempo no hacen ya bastante impresión para contener los impulsos y
¡u fuerza siempre viva de las pasiones.»
100
PENSADOR MEXICANO
Acordaos también que. además de este fin general,
hay otros particulares subordinados á rl, aunque igual-
mente necesarios, y sin los cuales no podría verificars'^
el general. Tales son la corrección del delincuente para
hacerlo mejor, si puede ser, y para (jue no vuelva á
perjudicar a la sociedad; el escarmiento y ejemplo para
(jue los (jue no han pecado se abstengan de hacerlo; la
seguridad de las personas y de los bienes de los ciuda-
danos; el resarcimiento ó reparación del perjuicio cau-
sado al orden social ó á los particulares. '
Os acordaréis de todos estos principios, y en su
virtud, advertid que estas penas, (jue os han parecido
excesivas, están conformes á ellos. Los que han muerto
han compui'gado los homicidios que han cometido, y han
muerto con más ó menos tormentos, segtín fueron más
ó menos agravantes las circunstancias de sus alevosías;
porque si todas las penas deben ser correspondientes á
los delitos, razón es que el que mató á otro con veneno,
ahogado ó de otra manera más cruel, sufra una muerte
más rigorosa que aquel que privó á otro de la vida de
una sola estocada, porque le hizo padecer menos. Ello
es que aquí el que mata á otro alevosamente muere sin
duda alguna.
Los (jue habéis visto azotar son ladrones que se
castigan por primera y segunda vez, y los que han sid(»
' Asi también se expresa el señor LarJizábal en su discurso ya citado.
;.ís?r^ ■; r-j-jír-K
OBRAS ESCOGIDAS
101
herrados y mutilados son ladrones incorregibles. A éstos
ningún agravio se les hace, pues aun cuando les cortan
las manos, los inutilizan para que no roben más, porque
ellos no son útiles para otra cosa. De esta maldita utili-
dad abomina la sociedad; quisiera que todo ladrón fuera
inútil para dañarla, y de consiguiente se contenta con
que la justicia los ponga en tal estado y que los señale
con el í'uego para que los conozcan y se guarden de
ellos, aun estando sin la una mano, para que no tengan
lugar de perjudicarlos con la que les queda.
En la Europa me dicen que á un ladrón reincidente
lo ahorcan; en mi tierra lo marcan y mutilan, y creo
que se consigue mejor fruto. Primeramente el delin-
cuente queda castigado y enmendado por fuerza, de-
jándolo gozar del mayor de los bienes, que es la vida.
Los ciudadanos se ven seguros de él y el ejemplo es
duradero y eficaz.
Ahorcan en Londres, en París ó en otra parte á un
ladrón de éstos, y pregunto: ¿lo saben todos? ¿lo ven?
^,saben que han ahorcado á tal hombre y por qué?
Creeré que no: unos cuantos lo verán, sabrán el delito
menos individuos, y muchísimos ignorarán del todo si
ha muerto un ladrón.
Aquí no es así; estos desgraciados que no quedan
sino para solicitar el sustento pidiéndolo de puerta en
puerta (únicos á quienes se les permite mendigar), son
PERIQUILLO SAnNIENTO. — T. II, D — 26.
102
PENSADOR MEXICANO
unos pregoneros de la rectitud de la justicia, y unos
testimonios andando del infeliz estado á que reduce al
hombre la obstinación en sus crímenes.
El ladrón ahorcado en Europa dura poco tiempo
expuesto á la pública espectación, y de consiguiente
dura poco el temor. Luego que se aparta de la vista
del perverso aquel objeto fúnebre, se borra también la
idea del castigo, y queda sin el menor retraente para
continuar en sus delitos.
En la Europa quedan aislados los escarmientos (si
escarmentaran) á la ciudad donde se verifica el suplicio,
y fuera de esto, los niños, cuyos débiles cerebros se im-
presionan mejor con lo que ven que con lo que oyen,
no viendo padecer á los ladrones, sino oyendo siempre
hablar de ellos con odio, lo más que consiguen es temer-
los, como temerían á unos perros rabiosos; pero no con-
ciben contra el robo todo el horror que fuera de desear.
Aquí sucede todo lo contrario. El delincuente per-
manece entre los buenos y los malos, y por lo mismo
el ejemplo permanece, y no aislado á una ciudad ó villa,
sino que se extiende á cuantas partes van estos infelices,
y los niños se penetran de terror contra el robo y do
temor al castigo, porque les entra por los ojos la lección
más elocuente.
Comparad ahora si será más útil ahorcar á un
ladrón que herrarlo y mutilarlo; v si aun con todo lo
OBRAS ESCOGIDAS
103
que dije persistís en que es mejor ahorcarlo, yo no me
opondré á vuestro modo de pensar, porque sé que cada
reino tiene sus leves particulares v sus costumbres
propias, que no es fácil abolir, así como no lo es intro-
ducir otras nuevas; y con esta salva dejemos á los legis-
ladores el cuidado de enmendar las leyes defectuosas,
según las variaciones de los siglos, contentándonos con
obedecer las que nos rigen, de modo que no nos alcan-
cen las penales.
Todos aplaudieron al chino, se levantaron los man-
teles y cada uno se retiró á su casa.
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CAPITULO VI
En el que cuenta Perico la confianza que mereció al chino ;
la venida de éste con él á México, y los días felices que logró á su lado gastando mucho
y tratándose como un conde
Contento y admirado vivía yo con mi nuevo amigo.
Contento por el buen trato que me daba, y admirado por
oirlo discurrir todos los días con tanta franqueza sobre
muchas materias, que parecía que las profesaba á fondo.
Es verdad que su estilo no era el que yo escribo, sino
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— 27.
106
PENSADOR MEXICANO
uno muy sublime y lleno de frases que regalaban nues-
tros oídos; pero como su locución era natural, anadia
con ella nueva gracia á sus discursos.
Entretanto yo gozaba de la buena vida, no me des-
cuidaba en hacer mi negocio á sombra de la amistad que
el chaen me dispensaba, y así ponía mis palabras, inte-
resaba mis súplicas, y hacía frecuentemente mis empe-
ños todos por los que me ocupaban sin las manos vacías,
y de esta suerte con semejante granjeria llené un baúl de
regalitos apreciables.
Todo esto se deja entender que era á excusas de mi
favorecedor, pues ora tan íntegro, que si hubiera pene-
trado mis malas artes, acaso yo no salgo de aquella
ciudad, pues me condena él mismo á un presidio; pero
como no es muy fácil que un superior distinga al que le
advierte del (jue lo adula y engaña, y más si está preocu-
pado en favor de éste, se sigue que el malvado continúa
sin recelo en sus picardías y los superiores imposibilita-
dos de salir de sus engaños.
Advertido yo de estos secretos, procuraba hablarle
siempre al loitia con la mayor circunspección, declarán-
dome partidario tenaz de la justicia, mostrándome com-
pasivo y nimiamente desinteresado, celoso del bien pú-
blico, y en todo adherido á su modo de pensar, con lo
que le lisonjeaba el gusto demasiado.
Era el chino sabio, juicioso y en todo bueno; pero
OBRAS ESCOGIDAS
107
ya estaba yo acostumbrado á valerme de la bondad de los
hombres para engañarlos cuando podía, y así no me fué
difícil engañar á éste. Procuré conocerle su genio; adver-
tí que era justo, piadoso y desinteresado; le acometía
siempre por estos tiancos, y rara vez no conseguía mi
pretensión.
En medio de esta bonanza no dejaba yo de sentir
que me hubiese salido huero mi virreinato, y muchas
veces no podía consolarme con mi fingido condazgo,
aunque no me descuadraba que me regalaran las orejas
con el título, pues todos los días me decían los extranje-
ros que visitaban al chaen: — Conde, oiga usía. Conde,
mire usía. Conde, tenga usía, y daca el conde y torna
el conde, y todo era condearme de arriba abajo. Hasta
el pobre chino me condeaba en tuerza del ejemplo,
y como veía que todos me trataban con respeto y
cariño, se creyc'» que un conde era lo menos tanto como
un tután en su tierra (') un visir en la Turquía. Agre-
guen ustedes á este equivocado concepto la idea que
formó de que yo le valdría mucho en México, y así
procuraba asegurar mi protección, granjeándome por
cuantos medios podía: y los extranjeros que lo habían
menester á él, mirando lo que me quería, se empeña-
ban en adularlo, expresándome su estimación; y así,
engañados unos y otros, conspiraban sin querer á que yo
perdiera el poco juicio que tenía, pues tanto me condea-
108
PENSADOR MEXICANO
ban y usiaban; tanto me lisonjeaban y tantas caricias y
rendimientos me hacían, que ya estaba yo por creer
que había nacido conde y no había llegado á mi no-
ticia.
— ¡Qué mano, decía yo á mis solas, qué mano que yo
sea conde y no lo sepa! Es verdad que yo me titulé; pero
para ser conde, ¿qué importa que me titule yo ó me titule
el rey? Siendo titular, todo se sale allá. Ahora ¿qué más
tiene que yo el mejor conde del universo? ¿Nobleza?
No me falta. ¿Edad? Tengo la suficiente. ¿Ciencia? No la
necesito, y ganas me sobran.
Lo único (jue no tengo es dinero y méritos; mas esto
es una friolera. ¿Acaso todos los condes son ricos y ame-
ritados? ;, Cuántos hay que carecen de ambas cosas? Pues
ánimo, Perico, que un garbanzo más no revienta una
olla. Para conde nací, según mi genio, y conde soy y
conde seré, pésele á quien le pesare, y por serlo haré
cuantas diabluras pueda, á bien que no seré el primero
que por ser conde sea un bribón.
En estos disparatados soliloquios me solía entretener
de cuando en cuando, y me abstraía con ellos de tal
modo, que muchas veces me encerraba en mi gabinete, y
era menester que me fuesen á llamar de parte del chaen,
diciéndome que él y la corte me estaban esperando para
comer. Entonces volvía yo en mí como de un letargo, y
exclamaba: — ¡Santo Dios! no permitas que se radiquen
OBRAS ESCOGIDAS
109
en mi cerebro estas quiméricas ideas y me vuelva más
loco de lo que soy.
La Divina Providencia quiso atender á mis oracio-
nes, y que no parara yo en San Hipólito de conde, va
que había perdido la esperanza de entrar de virrey, así
como entran y han entrado muchos tontos por dar en
una majadería difícil si no imposible.
A pocos días avisaron los extranjeros que el buque
estaba listo, y que sólo estaban detenidos por la licencia
del tután. Su hermano la consiguió fácilmente, y ya que
todo estaba prevenido para embarcarnos, les comunicó el
designio que tenía de pasar á la América con licencia del
rey, gracia muy particular en la Asia.
Todos los pasajeros festejaron en la mesa su inten-
ción con muchos vivas, ofreciéndose á porfía á servirlo
en cuanto pudieran. Al fin era toda gente bien nacida, y
sabían á lo que obligan las leyes de la gratitud.
Llegó el día de embarcarnos, y cuando todos esperá-
bamos á bordo el equipaje del chaen, vimos con admira-
ción que se redujo á un catre, un criado, un baúl y una
petaquilla.
Entonces, y cuando entró el chino, le preguntó el
comerciante español que si aquel baúl estaba lleno de
onzas de oro. — No está, dijo el chino; apenas habrá
doscientas. — Pues es muy poco dinero, le replicó el
comerciante, para el viaje que intentáis hacer. — Se son-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 28.
lio
PENSADOR MEXICANO
rió el chino y le dijo: — Me sobra dinero para ver México
y viajar por la Europa. — Vos sabéis lo que hacéis, dijo el
español; pero os repito (jue ese dinero es poco. — Es
harto, decía el chino: yo cuento con el vuestro, con el de
vuestros paisanos (jue nos acompañan, y con el que
guardan en sus arcas los ricos de vuestra tierra. Yo se
los sacaré lícitamente y me sobrará para todo.
— Macedme favor, replicó el español, de descifrarme
este enigma. Si es por amistad, seguramente podéis
contar con mi dinero y con el de mis compañeros: pero
si es en línea de trato, no sé con qué nos podréis sacar
un peso. — Con pedazos de piedras y enfermedades de
animales, dijo el chino, y no me preguntéis más, que
cuando estemos en México yo os descifraré el enigma.
Con esto (juedamos todos perplejos, se levaron las
anclas y nos entregamos á la mar, queriendo Dios que
fuera nuestra navegación tan feliz, que en tres meses
llegamos viento en popa al puerto y ruin ciudad de Aca-
pulco, (jue á pesar de serlo tanto, me pareció al besar sus
arenas más hermosa que la capital de México. Gozo muy
natural á (|uien vuelve á ver, después de sufrir algunos
trabajos, los cerros y casuchas de su patria.
Desembarcámonos muy contentos; descansamos
ocho días, y en literas dispusimos nuestro viaje para
México.
En el camino iba yo pensando cómo me separaría
OBRAS ESCOGIDAS
111
del chino y demás camaradas, dejándolos en la creencia
de que era conde, sin pasar por un embustero ni un
ingrato grosero; pero por más que cavilé no pude
desembarazarme de las dificultades que pulsaba.
En esto avanzábamos leguas de terreno cada día,
liastá que llegamos á esta ciudad y posamos todos en el
mesón de la Herradura.
El chino, como que ignoraba los, usos de mi patria,
en todo hacía alto, y me confundía á preguntas, porque
todo le cogía de nuevo, y me rogaba que no me separara
de él hasta que tuviera alguna instrucción, lo que yo le
prometí, y quedamos corrientes: pero los extranjeros me
molían mucho con mi condazgo, particularmente el espa-
ñol, que me decía: — Conde, ya dos días hace que esta-
mos en México, y no parecen sus criados ni el coche de
usía para conducirlo á su casa. Vamos, la verdad, usted
os conde... pues... no se incomode usía, pero creo que
oá conde de cámara, así como hay gentiles-hombres de
cámara.
Cuando me dijo esto, me incomodé y le dije: — Crea
usted ó no que soy conde, nada me importa. Mi casa está
en Guadalajara; de aquí á que vengan de allá por mí se
ha de pasar algún tiempo, y mientras, no puedo hacer el
papel que usted espera; mas algún día sabremos quién es
cada cuál.
Con esto me dejó y no me volvió á hablar palabra
112
PENSADOR MEXICANO
del condazgo. El chino, para descubrirle el enigma que
le dijo al tiempo de embarcarnos, le sacó un cañutero
lleno de brillantes exquisitos y una cajita, como de
polvos, surtida de hermosas perlas, y le dijo: — Español,
de estos cañuteros tengo (juince, y cuarenta de estas
cajitas; ¿qué dice usted, ' me habilitarán de moneda á
merced de ellos?
El comerciante, admirado con aquella riqueza, no se
cansaba de ponderar los quilates de los diamantes y lo
grande, igual y orientado de las perlas; y así, en medio
de su abstracción, respondió: — Si todos los brillantes y
perlas son como éstas, en tanta cantidad, bien podrán
dar dos millones de pesos. ¡Oh, qué riqueza! (qué pri-
mor I iqu(' hermosura!
— Yo diría, repuso el chino, ¡qué bobería! ¡qué
locura! ¡y (jué necedad la de los hombres, que se pagan
tanto de unas piedras y de unos humores endurecidos de
las ostras, que acaso serán enfermedades, como las pie-
dras que los hombres crían en las vejigas de la orina ó
los ríñones! Amigo, los hombres aprecian lo difícil más
que lo bello. Un brillante de estos cierto que es hermoso
y de una solidez más que de pedernal; pero sobran pie-
dras que e(|uivalen á ellos en lo brillante y que remiten
á los ojos la luz que reílecta en ellos matizada con los
* Había aprendido el chino en la navegación los tratamientos y modo de hablar de
nosotros.
OBRAS ESCOGIDAS
113
colores del iris, que son los que nos envía el diamante y
no más. Un pedazo de cristal hace el mismo brillo, y una
sarta de cuentas de vidrio es mas vistosa que una de
perlas; pero los diamantes no son comunes y las perlas
si> esconden en el fondo de la mar, y he aquí los motivos
más sólidos por que se' estiman tanto. Si los hombres
fueran más cuerdos, bajarían de estimaci<')n muchas
cosas que la logran á merced de su locura. En uno de
(^sos libros que ustedes me prestaron en el viaje, he visto
escrito, con escándalo, que una tal Cleopatra obsequió á
su querido Marco Antonio, dándole en un vaso de vino
una perla desleída en vinagre, pero perla tan grande y
exquisita, que dicen valía una ciudad.
Nadie puede dudar que este fué un exceso de locura
de Cleopatra y una necia vanidad; pero yo no la culpo
tanto. Es verdad que i'ur una extravagancia de mujer,
que apasionada por un hombre creyó obsequiarlo dán-
dole aquella perla inestimable, en señal de que le daba
lo más rico que tenía; pero esto nada tiene de particular
on una mujer enamorada. La reputaci('>n, la libertad y
la salud de las mujeres creerr que valen más para ellas
que la perla de Cleopatra, y con todo eso todos los días
sacrifican á la pasión del amor y en obsequio de un
hombre, que acaso no las ama, su salud, su libertad y
su honor.
A mí lo que me escandaliza no es la liberalidad de
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II, D. — 3Í>.
114
PENSADOR MEXICANO
Cleopatra, sino el valor que tenía la perla; pero ya se ve,
esto lo que prueba es que siempre los hombres han sido
pagados de lo raro. A mí por ahora lo que me inte-
resa es valerme de su preocupación para habilitarme de
dinero.
— Pues lo conseguirá usted fácilmente, le dijo el
español, porque mientras haya hombres, no faltará quién
pague los diamantes y las perlas, y mientras haya muje-
res, sobrará quién sacrifique á los hombres para que las
compren. Esta tarde vendré con un lapidario, y em-
plearé diez ó doce mil pesos.
Se llegó la hora de comer, y después de hacerlo,
salió el comerciante á la calle, y á poco rato volvió con
el inteligente y ajustó unos cuantos brillantes y cuatro
hilos de perlas con tres hermosas calabacillas, pagando
el dinero de contado.
A los tres días se separó de nuestra compañía, que-
dándonos el chino, yo, su criado y otro mozo de México
que le solicité para que hiciera los mandados.
Todavía estaba creyendo mi amigo que yo era
conde, y cada rato me decía: — Conde, ¿cuándo vendrán
de tu tierra por tí? — Yo le respondía lo primero que se
me venía á la cabeza, y él quedaba muy satisfecho, pero
no lo quedaba tanto el criado mexicano, que aunque me
veía decente, no advertía en mí el lujo de un conde; y
tanto le llegó á chocar, que un día me dijo: — Señor, per-
;.<?
OBRAS ESCOGIDAS
115
done su merced; pero dígame, ¿es conde de veras ó se
apellida ansí? — Así me apellido, le respondí, y me quité
de encima aquel curioso majadero.
Así lo iba yo pasando muy bien entre conde y no
conde con mi chino, ganándole cada día más y más
el afecto, y siendo depositario de su confianza y de su
dinero, con tanta libertad, que yo mismo, temiendo no
me picara la culebra del juego y fuera á hacer una de las
mías, le daba las llaves del baúl y petaquilla, diciéndole
que las guardara y me diese el dinero para el gasto.
V\ nunca las tomaba, hasta que una vez que instaba yo
sobre ello se puso serio, y con su acostumbrada inge-
nuidad me dijo: — Conde, días ha que porfías porque vo
guarde mi dinero; guárdalo tú si quieres, que yo no des-
confío de tí, porque eres noble, y de los nobles jamás se
debe desconfiar, porque el que lo es, procura que sus
acciones correspondan á sus principios; esto obliga á
cualquier noble, aunque sea pobre; ¿cuánto no obligará
á un noble visible y señalado en la sociedad como un
conde? Conque así guarda las llaves y gasta con liber-
tad en cuanto conozcas que es necesario á mi comodidad
y decencia; porque te advierto que me hallo muy disgus-
tado en esta casa, que es muy chica, incómoda, sucia y
mal servida, siendo lo peor la mesa; y así hazme gusto de
proporcionarme otra cosa mejor, y si todas las casas de
tu tierra son así, avísame para conformarme de una vez.
116
PENSADOR MEXICANO
Yo le di las gracias por su confianza, y le dije
que supuesto quería tratarse como caballero que era,
tenía dinero, y me comisionaba para ello, que perdiera
cuidado, que en menos de ocho días se compondría todo.
A este tiempo entró el criado mi paisano con el
maestro barbero, quien luego que me vio se Tur sobre
mí con los brazos abiertos, y apretándome el pescuezo
que ya me ahogaba, me decía: — ¡Bendito sea Dios,
señor amo, que lo vuelvo á ver y tan guapote! ¿Dónde
ha estado usted? Ponjue después de la descolada que le
dieron los malditos indios de Tula, va no he vuelto á
saber de usted para nada. Lo más que me dijo un su
amigo fué (|ue lo habían despachado á un presidio de
soldado, por no sé qué cosas que hizo en Tixtla; pero
de entonces acá no he vuelto á tener razón de usted.
Concjue dígame, señor, ¿qué es de su vida?
Al decir esto me soltó, y conocí que mi amigóte,
que me acababa de hacer quedar tan mal, era el señor
And resillo, que me ayudaba á afeitar perros, desollar
indios, desquijarar viejas y echar ayudas. Xo puedo
negar (|ue me alegré de verlo, porque el pobre era
buen muchacho; pero hubiera dado no sé qué, porque
no hubiera sido tan extremoso y majadero como fué,
haciéndome poner colorado y echando por tierra mi
condazgo con sus sencillas preguntas delante del señor
chino, que como nada lerdo, advirtió que mi condazgo
-,"-. i.jr'*--- ^ •-
■-•jCír.-'---.-í' '- ■ '^^ ^
OBRAS ESCOGIDAS
117
y riquezas eran trapacerías; pero disimuló y se dejó
afeitar, y concluida esta diligencia, pagué á Andrés un
peso por la barba, porque es fácil ser liberal con lo
• . . . ^
ajeno.
Andrés me volvió á abrazar y me dijo que lo visi-
tara, que tenía muchas cosas que decirme, que su bar-
bería estaba en la calle de la Merced, junto á la casa del
Pueblo. Con esto se fué, y mi amo el chino, á quien debo
dar este nombre, me dijo con la mayor prudencia:
— Acabo de conocer que ni eres rico ni conde, y
creo que te valiste de este artificio para vivir mejor á mi
lado. Nada me hace fuerza, ni te tengo á mal que te pro-
porcionaras tu mejor pasaje con una mentira inocente.
Mucho menos pienses que has bajado de concepto para
mí, porque eres pobre y no hay tal condazgo; yo te
he juzgado hombre de bien, y por eso te he querido.
Siempre que lo seas, continuarás logrando el mismo
lugar en mi estimación, pues para mí no hay más conde
que el hombre de bien, sea quien fuere, y el que sea
un picaro no me hará creer que es noble, aunque sea
conde. Conque anda; no te avergüences; sigúeme sir-
viendo como hasta aquí, y señálate salario, que yo no sé
cuánto ganan los criados como tú en tu tierra.
Aunque me avergoncé un poco de verme pasar en
un momento en el concepto de mi amo de conde á criado,
no me disgustó su cariño, ni menos la libertad que me
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 30.
118
PENSADOR MEXICANO
concedía de señalarme salario á mi arbitrio y pagarme
de mi mano: y así, procurando desechar la vergüencilla
como si fuera mal pensamiento, procuré pasarme buena
vida, comenzando por granjear á mi amo y darle gusto.
Con este pensamiento salí á buscar casa, y halle una
muy hermosa y con cuantas comodidades se pueden ape-
tecer, y á más de esto barata y en buena calle, como es
la que llaman de Don Juan Manuel.
A seguida, como ya sabía el modo, me conchaba
con un almonedero, quien la adornó pronto y con mucha
decencia. Después solicité un buen cocinero y un por-
tero, y á lo último compré un lamoso coche con dos
troncos de muías; encargué un cochero y un lacayo, les
mandé hacer libreas á mi gusto, y cuando estaba todo
prevenido, llevé á mi amo á (|ue tomara posesión de
su casa.
Hemos de estar en que yo no le había dado parte
de nada de lo (jue estaba haciendo, ni tampoco le dije
que aquella casa era suya, sino (¡ue le pregunté qué le
parecía aquella casa, ajuar, coche y todo. Y cuando me
respondió que aquello sí estaba regular, y no la casucha
donde vivía, le di el consuelo de que supiera que era
suyo. Me di(') las gracias, me pidió la cuenta de lo gas-
tado para apuntarlo en su diario económico y se quedó
allí con mucho gusto.
Yo no estaba menos contento; ya se ve, ¿quién
'.?.'
OBRAS ESCOGIDAS
119
había de estar disgustado con tan buena coca como me
había encontrado? Tenía buena casa, buena mesa, ropa
decente, muchas onzas á mi disposición, hbertad, coche
en que andar y muy poco trabajo, si merece el nombre
de trabajo el mandar criados y darles el gasto.
En fin, yo me hallé la bolita de oro con mi nuevo
amo, quien, á más de ser muy rico, liberal y bueno, me
quería más cada día porque yo estudiaba el modo de
lisonjearlo. Me hacía muy circunspecto en su presencia,
y tan económico, que reñía con los criados por un cabo
de vela que se quedaba ardiendo, y por tantita paja que
veía tirada por el patio; y así mi amo vivía confiado en
(|ue le cuidaba mucho sus intereses; pero no sabía que
cuando salía solo no iban mis bolsas vacías de oro v
plata, que gastaba alegremente con mis amigos y las
amigas de ellos.
Ellos se admiraban de mi suerte y me rodeaban
como moscas á la miel. Las muchachas me hacían más
ücstas que perro hambriento á un hueso sabroso, y yo
oslaba envanecido con mi dicha.
Un día que iba solo en el coche á un almuerzo para
que luí convidado en Jamaica, decía entre mí: — jQué
equivocado estaba mi padre cuando me predicaba que
aprendiera oficio ó me dedicara á trabajar en algo útil
para subsistir, porque el que no trabajaba no comía!
Eso sería en su tiempo, allá en tiempo del rey Perico;
120
PENSADOR MEXICANO
cuando se usaba que todo el mundo trabajara y los
hombres se avergonzaban de ser inútiles y flojos; cuando
no sólo los ricos, sino hasta los reyes y sus mujei^es
hacían gala de trabajar algunas ocasiones con sus ma-
nos, y finalmente, cuando los hombres usaban gregües-
cos y empeñaban un bigote en cualquiera suma. ¡Edad
de fierro! ¡Siglo de obscuridad y torpeza!
¡Gracias á Dios que á ella se siguió la edad de oro
y el siglo ilustrado en (jue vivimos, en el que no se
confunde el noble con el plebeyo, ni el rico con el pobre!
Quédense para los últimos los trabajos, las artes, las
ciencias, la agricultura y la miseria, que nosotros bas-
tante honramos las ciudades con nuestros coches, galas
V libreas.
Si los plebeyos nos cultivan lo?; campos y nos sirven
con sus artefactos, bien les compensamos sus tareas,
pagándoles sus labores y hechuras como quieren, y
derramando á manos llenas nuestras riquezas en el seno
de la sociedad en los juegos, bailes, paseos y lujo que
nos entretienen.
Para gastar el dinero como yo lo gasto ¿qué ciencia
ni trabajo se requiere para adcjuirirlo como yo lo he
adquirido? ¿qué habilidad se necesita sino una poquilla
de labia y alguna fortuna? Así es que yo no soy conde,
pero me raspo una vida de marqués. Acaso habrá condes
y marqueses que no podrán tirar un peso con la fran-
• '«rrí-
PENSADOR MEXICANO
121
queza que yo, porque les habrá costado mucho trabajo
buscarlo, v les costará no menor conservarlo.
No hay duda, el que ha de ser rico y nació para
serlo lo ha de ser aunque no trabaje, aunque sea un flojo
y una bestia; quizá por eso dice un refrán, que al que
Dios le ha de dar, por la gatera le ha de entrar; así como
el que nació pobre, aunque sea un Salomón, aunque sea
muy hombre de bien y trabaje del día á la noche, jamás
tendrá un peso, y aun cuando lo consiga, no le lucirá, se
la volverá sal y agua y morirá á obscuras aunque tenga
velería.
Tales eran mis alocados discursos cuando me em-
briagaba con la libertad y la proporción que tenía de
entregarme á los placeres, sin advertir que yo no era
rico ni el dinero que gastaba era mío, y que, aun en caso
de serlo, esta casualidad no me la había proporcionado
la Providencia para ensoberbecerme ni ajar á mis seme-
jantes, ni se me habían dado las riquezas para disiparlas
on juegos ni excesos, sino para servirme de ellas con
moderación y ser útil y benéfico á mis hermanos los
pobres..
En nada de esto pensaba yo entonces, antes creía
i[ue el que tenía dinero tenía con él un salvoconducto
para hacer cuanto quisiera y pudiera impunemente, por
malo que fuera, sin tener la más mínima obligación de
ser útil á los demás hombres para nada ; y este falso y
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 31.
1
122
PENSADOR MEXICANO
pernicioso concepto lo formé, no sólo por mis depravadas
inclinaciones, sino ayudado del mal ejemplo que me
daban algunos ricos disipados, inútiles é inmorales;
ejemplo en que, no sólo apoyaba mi vieja holgazanería,
sino que me hizo cruel, á pesar de las semillas de sensi-
bilidad que abrigaba mi corazón.
Engreído con el libre manejo que tenía del oro de
mi amo; desvanecido con los buenos vestidos, casa y
coche que disfrutaba de coca; aturdido con las adula-
ciones que me prodigaban infinitos aduladores de más
que mediana esfera, que á cada paso celebraban mi talen-
to, mi nobleza, mi garbo y mi liberalidad, cuyos elogios
pagaba yo bien caros, y lo más pernicioso para mí,
engañado con creer que había nacido para rico, para
virrey ó cuando menos para conde, miraba á mis iguales
con desdén, á mis inferiores con desprecio y á los pobres
enfermos, andrajosos y desdichados con asco, y me
parece que con un odio criminal, sólo por pobres.
Excusado será decir que yo jamás socorría á un des-
valido, cuando les regateaba las palabras, y en algunos
casos en que me era indispensable hablar con ellos,
salían mis expresiones destiladas por alambique: — Bien;
coremos; otro día; ya; pues; sí; no; vuelca; — y otros laco-
nismos semejantes eran los que usaba con ellos la vez
que no podía excusarme de contestarles, si no me inco-
modaba y los trataba con la mayor altanería, poniéndolos
- . .- ^^íírT. v*" .'
.-'""liJi^.T» ;: -^ "^r-^YrVv'*T' '
OBRAS ESCOGIDAS
123
como un suelo, y aun amenazándolos de que los man-
daría echar á palos de las escaleras.
Y no penséis que esto lo hacía con los que me
pedían limosna, porque á nadie se le permitía entrar ^
hablarme con este objeto enfadoso; mis orgullos se gas-
taban con el casero, el sastre, el peluquero, el zapatero,
la lavandera y otros infelices artesanos ó sirvientes que
justamente demandaban su trabajo; por señas, que al fin
tuvo que pagar mi amo más de dos mil pesos de estas
drogas que yo le hice contraer, al mismo tiempo que en
paseos, meriendas, coliseo y fiestas gastaba con profu-
sión.
No había funcioncita de Santiago, Santa Ana, Ixta-
calco, Ixtapalapan y otras á que yo no concurriera con
mis amigos y amigas, gastando en ellas el oro con garbo.
No había almuercería afamada donde algún día no les
hiciera el gasto, ni casamiento, día de santo, cantamisa
ó alguna buUita de éstas dónde no fuera convidado, y
que no me costara más de lo que pensaba.
En fin, yo era perrito de todas bodas, engañando al
pobre chino, según quería, teniendo un corazón de miel
para mis aduladores y de acíbar para los pobres. Una vez
se arrojó á hablarme al bajar del coche un hombre pobre
de ropa, pero al parecer decente en su nacimiento. Me
expresó el infeliz estado en que se hallaba: enfermo, sin
destino, sin protección, con tres criaturas muy pequeñas
124
PENSADOR MEXICANO
y una pobre mujer también enferma en una cama, á
quienes no tenía qué llevarles para comer á aquella hora,
siendo las dos de la tarde. — Dios socorra á usted, le
dije con mucha sequedad, y él entonces hincándoseme
delante en el descanso de la escalera, me dijo con las
liigrimas en los ojos: — Señor don Pedro, socórrame
usted con una peseta, por Dios, que se muere de hambre
mi familia, y yo soy un pobre vergonzante que no tengo
ni el arbitrio do pedir de puerta en puerta, y me he
determinado á pedirle á usted, confiado en que me soco-
rrerá con esta pequenez, siquiera porque se lo pido por
el alma de mi hermano, el difunto don Manuel Sarmien-
to, de quien se debe usted de acordar, y si no se acuerda,
sepa que le hablo de su padre, el marido de doña Inés de
Tagle, que vivió muchos años en la calle del Águila,
donde usted nació, y murió en la de Tiburcio, después
de haber sido relator de esta Real Audiencia, y... — Basta,
le dije; las señas prueban (¡ue usted conoció á mi padre,
pero no que es mi pariente, porque yo no tengo parientes
pobres; vaya usted con Dios.
Diciendo esto, subí la escalera dejándolo con la
palabra en la boca, sin socorro y tan exasperado con mi
mal acogimiento, que no tuvo más despique que hartar-
me á maldiciones, tratándome de cruel, ingrato, soberbio
y desconocido. Los criados que oyeron cómo se profería
contra mí, por lisonjearme lo echaron á palos, y yo
OBRAS ESCOGIDAS
125
{Dresencié la escena desde el corredor riéndome á carca-
jadas.
Comí, y dormí buena siesta, y á la noche luí á una
tertulia donde perdí quince onzas en el monte, y me volví
á casa muy sereno y sin la menor pesadumbre; pero no
tuve una peseta para socorrer á mi desdichado tío. Me
dicen que hay muchos ricos que se manejan hoy como
yo entonces; si es cierto, apenas se puede creer.
Así pasó dos ó tres meses, hasta que Dios dijo:
basta.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 32.
CAPITULO VII
Kn el que Perico cuenta el maldito modo con que salió de la casa del chino , con otras
cosas muy bonitas; pero es menester leerlas para saberlas
Como no hay hombre tan malo que no tenga alguna
partida buena, yo, en medio de mis extravíos y disi-
pación, conservaba algunas semillas de sensibilidad,
aunque embotadas con mi soberbia y tal cual respetillo
y amor á mi religión, por cuyo motivo, y deseando con-
quistar á mi amo para que se hiciera cristiano, lo
128
PENSADOR MEXICANO
llevaba á las fiestas más lucidas que se hacían en algu-
nos templos, cuya magnificencia lo sorprendía, y yo
veía con gusto y edificación el grande respeto y devoción
con que asistía á ellas, no sólo haciendo ó imitando lo
que veía hacer á los fieles, sino dando ejemplo de
modestia á los irreverentes, porque después que estaba
arrodillado todo el tiempo del sacrificio, no alzaba la
vista, ni volvía la cabeza, ni charlaba, ni hacía otras
acciones indevotas que muchos cristianos hacen en tales
lugares, con ultraje del lugar y del divino culto.
Yo advertí que movía los labios como que rezaba,
y como sabía que ignoraba nuestras oraciones y no tenía
motivo para pensar que creía en nuestra religión, me
hacía fuerza, y un día, por salir de dudas, le pregunté
qué decía á Dios cuando oraba en el templo. A lo que
me contestó: — Yo no sé si tu Dios existe ó no existe
en aíjuel precioso relicario que me enseñas; pero pues
tú lo dices v todos los cristianos lo creen, razones sóli-
das, pruebas y experiencias tendrán para asegurarlo.
A más de esto, considero que, en caso de ser cierto, el
Dios que tú adoras no puede ser otro sino el mayor ó
el Dios de los dioses, y á quien éstos viven sujetos y
subordinados; seguramente adoráis á Laocón Izautey,
(jue es el gobernador del cielo, y en esta creencia le
digo: Dios (¡randc, d (¡nica adoi'o en esto templo, coin-
ixtdécete de /)i/. y /ia~ (¡ne fe amen cuantos te cono-
•V-:
OBRAS ESCOGIDAS
129
i'cn jxira que í<ean felices. Esta oración repito muchas
veces.
Absorto me dejó el chino con su respuesta; y pro-
vocado con ella, trataba de que se enamorara más y
más de nuestra religión y que se instruyera en ella;
pero como no me hallaba suficiente para esta empresa,
le propuse que sería muy propio á su decencia y porte
que tuviera en su casa un capellán. — ¿Qué es capellán?
me preguntó. Y le dije que capellanes eran los ministros
de la religión católica que vivían con los grandes señores
como él, para decirles misa, confesarles y administrarles
los santos sacramentos en sus casas, previa la licencia
de los obispos y los párrocos.
— Eso está muy bueno, me dijo, para vosotros los
cristianos, que estáis instruidos en vuestra religión, que
os obliga, y obedeceréis exactísimamente sus preceptos;
pero no para mí que soy extranjero, ignorante de vues-
tros ritos, y que por lo mismo no los podré cumplir.
— No, señor, le dije; no todos los que tienen cape-
llanes cumplen exactamente con los preceptos de nuestra
religión. Algunos hay que tienen capellanes por cere-
monia, y tal vez no se confiesan con ellos en diez años,
ni les oven una misa en veinte meses. — Pues entonces,
¿de qué sirven? decía el chino. — De mucho, le respondí;
sirven de decir misa á los criados dentro de la casa
para que no salgan á la calle y hagan falta á sus
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 33.
T
130
PENSADOR MEXICANO
obligaciones; sirven de adorno en la casa, de ostenta-
ción del lujo, de subir y bajar del coche á las señoras,
de conversar en la mesa, y alguna ocasión de llevar
una carta al correo, de cobrar una libranza, de hacer
tercio á la malilla ó do cosas semejantes.
— Eso es decir, repuso el chino, que en tu tierra
los ricos mantienen en sus casas ministros de la religión,
más por lujo y vanidad (jue por devoción, y éstos sirven
más bien de adular que de corregir los vicios de sus
amos, patronos ó como les llames.
— No, no he dicho tanto, le repliqué; no en todas
las casas se manejan de una misma manera. Casas hay
en donde se hace lo que le digo, y capellanes serviles
que, no atendiendo al decoro debido á su carácter, se
prostituyen á adular á los señores y señoras, en términos
de ser mandaderos y escuderos de éstas; pero hay otras
casas que, no teniendo los capellanes por cumplimiento
sino por devoción, les dan toda la estimación debida á
su alta dignidad; ya se ve, que también estos capellanes
no son unos cleriguitos de palillera, seculares disfraza-
dos, tontos enredados en tafetán ni paño negro, ni son,
en dos palabras, unos ignorantes inmorales, (jue con
escándalo del pueblo y vilipendio de su carácter, den la
mano á sus patronos para abreviarles el paso á los
infiernos en su compañía, ya contemporizando con ellos
infamemente en el confesonario, ya tolerándoles en la
OBRAS ESCOGIDAS
131
ocasión próxima voluntaria, ya absolviéndoles sus usu-
ras, ya ampliándoles sus conciencias con unas opinio-
nes laxísimas y nada seguras, ya apoyándoles sus más
reprensibles extravíos, y ya, en fin, confirmándolos en
su error, no sólo con sus máximas, sino también con
sus ejemplos detestables. Porque ¿qué hará una familia
libertina si ve que el capellán, que es ó debe ser un
apóstol, un ministro del santuario, un perro que sin
cesar ladre contra el vicio sin el menor miramiento á
las personas, una pauta viva por cuyas líneas se reglen
las acciones de los fieles, un maestro de la ley, un ángel,
una guía segura, una luz clarísima y un Dios tutelar
de la casa en que vive, que todo esto y más debe ser
un sacerdote? ¿qué hará, digo, una familia que se
entrega á su dirección, si ve que el capellán es el
primero que viste con lujo, que concurre á los bailes
y á los juegos, que afecta en el estrado con las niñas
las reverencias, mieles y monerías de los más frescos
pisaverdes, etc., etc., etc.? ¿Qué hará, digo otra vez,
sino canonizar sus vicios y tenerse por santa, cuando
no imite en todo al capellán?
Ya veo, señor, que usted dirá que es imposible que
haya capellanes tan inmorales y patronos tan necios
que los tengan en sus casas; pero yo le digo que ¡ojalá
fuera imposible 1 no hubiera conocido yo algunos origi-
nales cuyos retratos le pinto; pero en cambio de éstos
132
PENSADOR MEXICANO
hay también, como insinué, casas santas y capellanes
sabios y virtuosos, que su presencia, modestia y com-
postura solamente enfrenan, no sólo á los criados y
dependientes, sino á los mismos señores, aunque sean
condes y marqueses. Capellanes he conocido tan arre-
glados en su conducta y tan celosos de la honra de
Dios, que no se han embarazado para decir á sus
patronos la verdad sin disimulo, reprendiéndoles seria-
mente sus vicios, estimulándolos á la virtud con sus
persuasiones y ejemplos, y abandonando sus casas cuan-
do han hallado una tenaz oposición á la razón.
— De esos capellanes me acomodan, dijo el chino;
y desde luego puedes solicitar uno de ellos para casa;
pero ya te advierto que sea sabio y virtuoso, porque
no lo quiero para mueble ni adorno. Si puede ser,
búscamelo viejo, porque cuando las canas no prueben
ciencia ni virtud, prueban á lo menos experiencia.
Con este decreto partí yo contentísimo en solicitud
del capellán, creyendo (jue había hecho algo bueno, y
diciendo entre mí: — ¡Válgame Dios! ¡qué porción de
verdades he dicho á mi amo en un instante! No hav
duda, para misionero valgo lo que peso cuando estoy
para ello. Pudiera coger un pulpito en las manos y
andarme por esos mundos de Dios predicando lindezas,
como decía Sancho á Don Quijote.
Pero ¿en qué estará, que conociendo tan bien la
OBRAS ESCOGIDAS
133
verdad, sabiendo decirla, y alabando la virtud con ultraje
del vicio, como lo hago á veces tan razonablemente en
favor de otros, para mí sea tan para nada, que en la
vida me predico un sermoncito?
¿Mn que estará también que sea yo un Argos para
ver los vicios de mis prójimos y un Cíclope para no
advertir los míos? ¿Por qué yo, que veo la paja del
vecino, no veo la viga que traigo á cuestas? ¿Por qué,
ya que quiero ser el reformador del mundo, no empiezo
componiendo mis despilfarros, que infinitos tengo que
componer? Y por fin, ¿por qué, ya que me gusta
dar buenos consejos, no los tomo para mí cuando me
los dan? Cierto que para diablo predicador no tengo
Drecio.
Pero ya se ve, ¿qur me admiro de decir á veces
unas verdades claras, de elogiar la virtud, ni reprobar
el vicio, acaso con provecho de quien me oye, cuando
esto no lo hago yo, sino Dios, de quien dimana todo
bien? Sí, en efecto, Dios se ha valido de mí para traer
un buen ministro á este chino, tal vez para que abrace
la religión católica; y como se valió de mí ¿no se pudo
haber valido de otro instrumento mejor ó peor que yo?
¿Quién lo duda?
Pero la Divina Providencia no hace las cosas por
acaso, sino ordenadas á nuestro bien, y según esto ¿por
qué no he de pensar que Dios me ha puesto todo esto
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. U , D. — 34.
134
PENSADOR MEXICANO
en la cabeza, no sólo para que se bautice el chino, sino
también para que yo me convierta y mude de vida?
Así debe ser, y yo estoy en el caso de no desper-
diciar este auxilio, sino corresponderlo sin demora. Pero
soy el diablo. Mientras no veo á mis amigos ni á mis
queridas, pienso con juicio; pero en cuanto estoy con
ellos y con ellas, se me olvidan los buenos propósitos
que hago y vuelvo á mis andanzas.
No son éstos los primeros que hago, ni el primer
sermón que me predico; varios he hecho y siempre me
he quedado tan Periquillo como siempre, semejante á la
burra de Balaam, que después de amonestar al inicuo,
se quedó tan burra como era antes.
¿Pero siempre he de ser un obstinado? ¿No me
docilitaré alguna vez á los suaves avisos de mi con-
ciencia, y no responderé algún día á los llamamientos
de Dios? ¿Por qué no? He, vida nueva, señor Perico;
acordémonos que estamos empecatados de la cruz á la
cola; que somos mortales; que hay infierno; que hay
eternidad, y que la muerte vendrá como el ladrón,
cuando no se espere, y nos cogerá desprevenidos, y
entonces nos llevarán toditos los diablos en un brinco.
Pues no; á penitencia han tocado, Periquillo; peni-
tencia y tente perro, que las cosas de esta vida hoy son
y mañana no. Buscaré al capellán, lo encargaré de cien-
cia, prudencia y experiencia; me confesaré con él; me
«»
5^»^
OBRAS ESCOGIDAS
135
quitaré de las malas ocasiones; y adiós, tertulias; adiós,
paseos, alameda, coliseo y visitas; adiós, almuercitos de
Nana Rosa; adiós, billares y montecitos; adiós, amigos;
adiós, Pepitas, Tulitas y Mariquitas; adiós, galas; adiós,
disipación; adiós, mundo: un santo he de ser desde hoy,
un santo.
¿Pero qué dirán los tunantes, mis amigos, y nais
apasionadas? ¿Dirán que soy un mocho, un hipócrita,
que por no gastar me he metido á buen vivir, y otras
cosas que no me han de saber muy bien? Pero ¿qué
tenemos con esto? Digan lo que quisieren, que ellos no
me han de sacar del infierno.
Con estos buenos, aunque superficiales sentimientos,
me entré en casa de don Prudencio, amigo mío y hombre
de bien, que tenía tertulia en su casa. Le dije lo que
solicitaba, y él me dijo: — Puntualmente hay lo que usted
busca. Mi tío, el doctor don Eugenio Bonifacio, es un
eclesiástico viejo, de una conducta muy arreglada y un
pozo de ciencia, según dicen los que saben. Ahora está
muy pobre, porque le han concursado sus capellanías,
y es tan bueno, que no se ha querido meter en pleitos,
porque dice que la tranquilidad de su espíritu vale más
'jue todo el oro del mundo. Le propondré este destino,
y creo que lo admitirá con mucho gusto. Voy á man-
darlo llamar ahora mismo, porque el llanto debe ser
sobre el difunto.
136
PENSADOR MEXICANO
Diciendo esto, se salió don Prudencio: me sacaron
chocolate, y mientras que lo tome dieron las oraciones
V fueron entrando mis contertulios.
Se comenzó á armar la bola de hombres y mujeres,
y los bandolones fueron despertando los ánimos dormi-
dos y poniendo los pies en movimiento.
Como á las siete de la noche ya estaba la cosa bien
caliente, y yo me había sostenido sin querer bailar
nada, acordándome de mis buenos propósitos, causando
á todos bastante novedad mi chiqueo, pues nadie me
hizo bailar, aun después de gastar la saliva en muchos
ruegos.
Yo bien quería bailar, sobre que estas fiestecilias
eran mi flanco más débil: los pies me hormigueaban:
pero quería ensayarme á firme en medio de la ocasión
y mantenerme ileso entre las llamas, y así me decía:
— No, Perico, cuidado: no hay que desmayar; nadie es
coronado si no pelea hasta el fin; ánimo, y acabemos lo
comenzado: mantente tieso.
En estos interiores soliloquios me entretenía, satis-
fecho en que mis propósitos eran ciertos, pues me había
sujetado á no bailar en dos horas y había tenido esfuerzo
para resistir, no S(j1o á los ruegos y persuasiones de mis
amigos, sino también á las porfiadas instancias de varias
señoritas que no se cansaban de importunarme con que
bailara, ya porque meneaba bien las patas y ya porque
OBRAS ESCOGIDAS
137
Tonía dinero. Poderosísima razón para ser bienquisto
entre las damas.
Sin embargo, yo desairé á todas las rogonas, y
iiubiera desairado al preste Juan en aquel momento,
pues no quería quebrantar mis promesas.
Pero á las siete y media fué entrando á la tertulia
Anita la Blanda, muchacha linda como ella sola, zara-
gata como nadie y mi coquetilla favorita. Con ésta tenía
yo mis conversaciones en las tertulias; era mi insepa-
i'able compañera en las contradanzas, y no tenía más
que hacer para (jue me distinguiera entre todos sino
llevarla á su casa, después de hacerla cenar y tomar
vino en la fonda, dejarla para otro día seis ú ocho pesos,
y hacerla unos cuantos cariños. Todo esto muy honra-
damente, porque iba siempre acompañada con su tía...
pues... con su tía, (|ue era una buena vieja.
Entró, digo, esa noche mi Anita vestida con un
túnico azul nevado, de tafetán con su guarnición blanca;
-^u chai de punto blanco; zapatos del mismo color; media
•-•alada, y peinada á lo del día. Vestido muy sencillo;
pero si con cualquiera me agradaba, esa noche me
pareció una diosa con el que llevaba, porque sobre
estos colores bajos resaltaban lo dorado de sus cabellos,
lo negro de sus ojos, lo rosado de sus mejillas, lo pur-
púreo de sus labios y lo blanco de sus pechos.
Luego que se sentó en el estrado se me fueron los
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II , D. — 35.
138
PENSADOR MEXICANO
ojos tras ella: pero me hice disimulado, platicando con
un amigo y haciendo por no verla; mas ella, advirtiendo
mi disimulo, noticiosa de que no había querido bailar,
y temiendo no estuviera yo sentido por algún motivo
suyo, que me los daba cada rato, se llegó á mí y me
dijo, más tierna que mantequilla: — Pedrillo, ¿no me has
visto? Me dicen que no has querido bailar y que has
estado muy triste; ¿qué tienes? — Nada, señora, le dije con
la mayor circunspecci(')n. — Pues qué, ¿estás enfermo? —
Sí estoy, le dije: tengo un dolor. — ¿Un dolor? decía ella:
pues no. mi alma, no lo sufras: el señor don Prudencio
me estima: vén á la recámara, te mandaré hervir una
poca de agua de manzanilla ó de anís, y la tomarás. Será
dolor ilatoso.
— No es dolor de aire, le dije, es más sólido y es
dolor provecho.so. Vayase usted á bailar. — Yo hablaba
del dolor de mis pecados: pero la muchacha entendía
que era enfermedad de mi cuerpo, y así. me instaba
demasiado haciéndome mil caricias, hasta que, viendo
mi resistencia y despego, se enfadó, me dejó, y admitió
, á su lado á otro currutaquillo que siempre había sido
mi rival y estaba alerta para aprovechar la ocasión de
que yo la abandonara.
Luego que ella se la proporcionó, se sent(') él con
ella, y la comenz<') á requebrar con todas veras. La
fortuna mía fué que era pobre, si no me desbanca en
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— Pedrillo, ¿no me has visto?
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V -. .-••.<',í-
OBRAS ESCOGIDAS
139
cuatro ó cinco minutos, porque era más buen mozo
que yo. •
Advirtiendo el desdén de ella y la vehemente dili-
gencia que hacía mi rival , se me encendió tal fuego de
celos, que echr á un lado mis reflexiones y se llevó el
diablo mis proyectos.
Me levanté como un león furioso: fui á reconvenir
al otro pobre con los términos más impolíticos y pro-
vocativos. La muchacha, que aunque loquilla era más
prudente que yo, procuró disimular su diligencia y se-
renó la disputa, haciéndome muchos mimos, y queda-
mos tan amigos como siempre.
Luego que eché á las ancas mi conversión, bailé,
bebí, retocé y desafié á Anita para que, cuerpo á cuerpo,
me diese satisfacción de los celos que me había causado.
Ella se excusó diciéndome que estaban prohibidos los
duelos, y más siendo tan desiguales.
En lo más fervoroso de mi chacota estaba vo,
cuando don Prudencio me avisó que había llegado su
tío el doctor, que pasara á contestar con él al gabinete
para que de mi boca oyera la propuesta que le hacía.
No estaba yo para contestar con doctores: y así,
hurtando un medio cuarto de hora, entré al gabinete y
despaché muy breve todo el negocio, quedando con el
padre en que á las ocho del día siguiente vendría por
él para llevarlo á casa.
140
PEXSADOK MEXICANO
Quería el pobre sacerdote informarse despacio de
todo lo que le había contado su sobrino; pero yo no me
presté á sus deseos, diciéndole que á otro día nos vería-
mos y le satisfaría á cuanto me quisiese preguntar. Con
esto me despedí, quedando, en el concepto de aquel buen
eclesiástico, por un tronera mal criado.
Así que me despedí de él, me volví con Anita, y
á las nueve, hora en (|ue me recogía, á lo más tarde, por
respeto de mi amo, y eso á costa de mil mentiras que
le encajaba, la fui á dejar á su casa tan honrada como
siempre, y me retiré á la mía.
Cuando llegué va dormía el chino, y así vo cené
muy bien y me fui á hacer lo mismo.
Al día siguiente y á la hora citada luí por el padre
doctor, que ya me esperaba en casa de don Prudencio;
lo hice subir en el coche y lo llevé á la presencia de
mi amo.
Este respetable eclesiástico era alto, blanco, del-
gado, bien proporcionado de facciones; sus ojos eran
negros y vivos; su semblante entre serio y afable, y
su cabeza parecía un copo de nieve. Luego (jue entré á
la sala donde estaba mi amo, le dije: — Señor, este padre
es el (jue he solicitado para capellán, según lo que
hablamos ayer.
El chino, luego que lo vio, se levantó de su butaque
y se fué á él con los brazos abiertos, y estrechándolo en
:í^"v. ^' -f
OBRAS ESCOGIDAS
141
ellos con el más cariñoso respeto, le dijo: — Me doy los
plácemes, señor, porque habéis venido á honrar esta
casa, que desde ahora podéis contar por vuestra: y si
vuestra conducta y sabiduría corresponden á lo emblan-
quecido de vuestra cabeza, seguramente yo seré vuestro
mejor amigo. '
Os he traído á mi casa, ponjue me dice Pedro (jue
os costumbre de los señores de su tierra tener capellanes
en sus casas. Yo. desde antes de salir de la mía, supe
que era muy debido á la prudencia el conformarse con
las costumbres de los países donde uno vive, especial-
mente cuando éstas no son perjudiciales, y así ya podéis
quedaros aquí desde este momento, siendo de vuestro
cargo sacrificar á vuestro Dios por mi salud, y hacer
que todos mis criados vivan con arreglo á su religión,
porque me parece que andan algo extraviados. También
me instruiréis en vuestra creencia y dogmas, pues, aun-
que sea por curiosidad, deseo saberlos, y por fin, seréis
mi maestro y me enseñaréis todo cuanto consideréis que
debe saber de vuestra tierra un extranjero que ha venido
á ella sólo por ver estos mundos; y por lo que toca al
salario que habéis de gozar, vos mismo os lo tasaréis á
vuestro gusto.
El capellán estuvo atento á cuanto le dijo mi amo,
y así le contestó: que haría cuanto estuviera de su parte
para que la l'amilia anduviese arreglada; que lo instruiría
PERIQUILLO SAUNIENTO. — T. H, D. — 36.
142
PENSADOR MEXICANO
de buena gana, no sólo en los principios de la religión
católica, sino en cuanto le preguntara y quisiera saber
del reino; que acerca de su honorario, en teniendo mesa
y ropa, con muy poco dinero le sobraba para sus nece-
sidades; pero que supuesto le hacía cargo de la familia,
era menester también (jue le confiriese cierta autoridad
sobre ella, de modo que pudiera corregir á los díscolos
y expeler en caso preciso á los incorregibles, pues sólo
así le tendrían respeto y se conseguiría su buen deseo.
Parecióle muy bien á mi amo la propuesta, y le
dijo que le daba toda la autoridad que él tenía en la
casa para (jue enmendara cuanto fuera necesario. El
capellán fué á llevar su cama, baúl y libros, y á soli-
citar la licencia para que hubiera oratorio privado.
Lo primero se hizo en el día, y lo segundo no se
dificultó conseguir, de modo que á los quince días ya
se decía misa en la casa.
De día en día se aumentaba la confianza que hacía
mi amo del capellán y c\ amor que le iba tomando.
Querían los más de los criados vivir á sus anchuras
con él, así como vivían conmigo; pero no lo consi-
guieron; pronto los echó á la calle y acomodó otros
buenos. La casa se convirtió en un conventito. Se oía
misa todos los días; se rezaba el rosario todas las
noches; se comulgaba cada mes; no había salidas ni
paseos nocturnos, y á mí se me obligaba como á uno
OBRAS ESCOGIDAS
143
de tantos á la observancia de estas religiosas consti-
tuciones.
Ya se deja entender qué tal estaría yo con esta
vida: desesperado precisamente, considerando que liabía
buscado el cuervo que me sacara los ojos; sin embargo,
disimulaba y sufría á más no poder, siquiera por no
perder el manejo del dinero, la estimación que tenía
en la calle y el coche de cuando en cuando.
Quisiera poner en mal al capellán y deshacerme
de él; pero no me determinaba, porque veía lo mucho
que mi amo lo quería. Desde que fué á la casa, sacaba
á pasear á mi amo con frecuencia en coche y á pie,
llevándolo, no sólo á los templos, como yo, sino á los
paseos, tertulias, visitas, coliseo y á cuantas partes había
concurrencia; de suerte (|ue en poco tiempo ya mi amo
contaba con varios señores mexicanos que lo visitaban
y le profesaban amistad, haciendo yo en la casa el papel
más desairado, pues apenas me tenían por un mayor-
domo bien pagado.
Luego que venían de algún paseo, se encerraban
á platicar mi amo y el capellán, quien en muy poco
tiempo le enseñó á hablar y escribir el castellano per-
fectamente, y lo emprendió mi amo con tanto gusto y
afición, que todos los días escribía mucho, aunque yo
no sabía qué, y leía todos los libros que el capellán le
daba, con mucho fruto, porque tenía una feliz memoria.
144
PENSAÜOK MEXICANO
Do resultas de estas conferencias é instrucción, me
tomó un día cuentas mi amo de su caudal con mucha
prolijidad, como que sabía perfectamente la aritmética,
V conocía el valor de todas las monedas del reino. Yo
le di las del gran capitán, y resultó que en dos ó tres
meses había gastado ocho mil pesos. Hizo el chino
avaluar el coche, ropa y menaje de casa; sumó cuanto
montaba el gasto de casa, mesa y criados, y sac('» por
buena cuenta (|ue yo había tirado tres mil pesos.
Sin embargo, fué tan prudente, que sólo me lo hizo
ver, y me pidió las llaves de los cofres, entregándoselas
al capellán y encargándole el gasto econ(')mico de su
casa.
Este golpe para mí fué mortal, no tanto por la
vergüencilla que me causó el despojo de las llaves,
cuanto por la falta (|ue me hacían.
El capellán, desde que me conoció, formó de mí el
concepto (jue debía, esto es, de que era yo un picaro,
y así creo que se lo hizo entender á mi amo, pues éste,
á más de quitarme las llaves, me veía, no sólo con
seriedad, sino con cierto desdén, que lo juzgué precursor
de mi expulsión de aquella Jauja.
Con este miedo me esforzaba cuanto podía por
hacerle una barba ñnísima; y una vez que estaba tra-
bajando en este tan apreciable ejercicio, á causa de
que el capellán no estaba en casa, y él estaba triste, le
■h:-
OBRAS ESCOGIDAS
145
preguntó el motivo, y el chino sencillamente me dijo:
— ¿Qué no se usa en tu tierra que los extranjeros
tengan mujeres en sus casas? — Sí se usa, señor, le
respondí; los que quieren las tienen. — Pues tráeme
dos 6 tres que sean hermosas para que me sirvan y
diviertan, que yo las pagaré bien, y si me gustan me
casaré con ellas.
Hálleme aquí un buen lugar para poner en mal
al capellán, aunque injustamente, y así le dije, que el
capellán no quería que estuvieran en casa: que ese era
el embarazo que yo pulsaba; pero que mujeres sobraban
en México, muy bonitas y no muy caras.
— Pues tráelas, dijo el chino, que el capellán no
me puede privar de una satisfacción que la naturaleza
y mi religión me permiten.
— Con todo eso, señor, le repliqué, el capellán es
el demonio; no puede ver á las mujeres, desde que
una lo golpeó por otra en un paseo, y como está tan
engreído con el favor de usted, querrá vengarse con las
muchachas que yo traiga, y aun las echará á palos por
más lindas que sean y usted las quiera.
Enojóse el chino, creyendo que el capellán le qui-
taría su gusto, y así, enardecido, dijo: — ¿Qué es eso
de echar á palos de mi casa á ninguna mujer que yo
quiera? Lo echaré yo á él si tal atrevimiento tuviere.
Anda y tráeme las mujeres más bellas que encuentres.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, D. — 37.
14G
PENSADOR MEXICANO
Contentísimo salí yo á buscar las madamas que me
encargaron, creyendo que con el madurativo que había
puesto, el capellán debía salir de casa, y yo debía volver
á hacerme dueño de la confianza del chino.
Xo me gustaba mucho el oficio de alcahuete, ni
jamás había probado mi habilidad para el efecto; me
daba vergüenza ir á salir con tal embajada á las coque-
tas, porque no era viejo ni estaba ti'apiento; y así
temía sus chocarrerías, y más <jue todo, temblaba al
considerar la prisa que se darían ellas mismas para
quitarme el crédito; pero, sin embargo, el deseo de
manejar dinero y verme libre del capellán, me hizo
atropellar con el pedacillo de honor que conservaba, y
me determiné á la empresa.
Llegué, vi y vencí con más facilidad que César.
Buscar las cusquillas, hallarlas y persuadirlas á que
vinieran conmigo á servir al chino, fué obra de un
momento.
Muy ancho fui entrando al gabinete del chino con
mis tres damiselas, á tiempo que estaba con él el cape-
llán, quien luego que las vio y conoció por los modestos
trajes, les preguntó encapotando las cejas, que á quién
buscaban.
Ellas se sorprendieron con tal pregunta, y hecha
por un sacerdote conocido por su virtud, y así, sin poder
hablar bien, le dijeron que yo las había llevado y no
-««s-..
OBRAS ESCOGIDAS
147
sabían para qué. — Pues, hijas, les dijo el capellán, vayan
con Dios, que aquí no hay en qué destinarlas.
Salieron aquellas muchachas corridísimas, y jurán-
dome la venganza. El capellán se encaró conmigo, y me
dijo: — Sin perder un instante de tiempo, saca usted
su catre y baúles y se muda, calumniador, falso y
hombre infame. ¿No le basta ser un picaro de por sí,
sino también ser un alcahuete vil? ¿No está contento
con lo que le ha estafado á este pobre hombre, sino
que aún quiere que lo estafen esas locas? Y por fin,
¿no bastará condenarse, sino (jue quiere condenar á
otros? He, vayase con Dios, antes de que haga llamar
dos alguaciles y lo pongan donde merece.
Consideren ustedes cómo saldría yo de aquella casa,
ardiéndome las orejas. Frente al zaguán estaban dos
cargadores; los llamé, cargaron mis baúles y mi catre
y me salí sin despedida.
Iba con mi casaca y mi palito tras de los carga-
dores, avergonzado hasta de mí mismo, considerando
que todos aquellos ultrajes que había oído eran muy
bien merecidos y naturales efectos de mi mala conducta.
Torcía una esquina pensando irme á casa de alguno
de mis amigos, cuando he aquí que por mi desgracia
estaban allí las tres señoritas que acababan de salir
corridas por mi causa, y no bien me conocieron, cuando
una me afianzó del pelo, otra de los vuelos, y entre
14S
PENSADOR MEXICANO
las tres me dieron tan furiosa tarea de araños y estru-
jones, cjuc en un abrir y cerrar de ojos me desmecharon,
arañaron la cara 6 hicieron tiras mi ropa, sin descansar
sus lenguas de maltratarme á cual más, repitirndome
sin cesar el retumbante título de alcahuete.
Por empeño de algunos hombres decentes que se
llegaron á ser testigos de mis honras, me dejaron al
íin. ya dije cómo, y lo peor fué que los cargadores,
viéndome tan bien entretenido y asegurado, se mar-
charon con mis trastos, sin poder yo darles alcance,
porque no vi j)or dónde se fueron.
Así, todo molido á golpes, hecho pedazos y sin
blanca, me halló cerca de las oraciones de la noche
frente de la plaza del Volador, siendo el objeto más
ridículo para cuantos me miraban.
Me senté en un zaguán, y á las ocho me levanté
con intención de irme á ahorcar.
CAPITULO VIII
En el que nuestro Perico cuenta como quiso ahorcarse;
el motivo porque no lo hizo; la ingratitud que experimentó con un amigo; el espanto
que sufrió en un velorio; su salida de esta capital
y otras cosillas.
— Es verdad que muchas veces prueba Dios á los
suyos en el crisol de la tribulación; pero más veces los
impíos la padecen porque quieren. ¿Qué de ocasiones se
quejan los hombres de los trabajos que padecen, y dicen
que los persigue la desgracia, sin advertir que ellos se
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, II, D. — 38.
150
PENSADOR MEXICANO
la merecen y acarrean con su descabellada conducta? —
Así decía yo la noche que me vi en el triste estado que
os he dicho, y desesperado ó aburrido de existir, traté
de ahorcarme. Para efectuarlo vendí mi relox en una
tienda en lo primero que me dieron; me eché á pechos
un cuartillo de aguardiente para tener valor y perder
el juicio, ó lo que era lo mismo, para no sentir cuándo
me llevaba el diablo. Tal es el valor que infunde el
aguardiente.
Ya con la porción del licor que os he dicho tenía en
el estómago compré una reata de á medio real, la doblé
y guardé debajo del brazo, y marché con ella y con mi
maldito designio para el paseo que llaman de la Orilla.
Llegué allí medio borracho como á las diez de la
noche. La obscuridad, lo solo del paraje, los robustos
árboles que abundan en él, la desesperación que tenía y
los vapores del valiente licor, me convidaban á ejecutar
mis inicuas intenciones.
Por fin me determiné, hice la lazada, previne una
piedra que me amarré con mil trabajos á la cintura para
que me hiciera peso, me encaramé en un escaño de ma-
dera que había junto á un árbol, para columpiarme con
más facilidad, y hechas estas importantes diligencias,
traté de asegurar el lazo en el árbol ; pero esto debía eje-
cutarse lazando el árbol con la misma reata para afianzar
el un extremo que me debía suspender.
OBRAS ESCOGIDAS
151
Con el mayor fervor comencé á tirar la reata á la
rama más robusta para verificar la lazada; pero no fué
dable conseguirlo, porque el aguardiente perturbaba mi
cabeza más y más y quitaba á mis pies la fijeza y el tino
á mis manos: yo no pude hacer lo que quería. Cada rato
caía en el suelo armado de mi reata y desesperación, pro-
rrumpiendo en mil blasfemias y llamando á todo el in-
fierno entero para que me ayudara á mi tan interesante
negocio.
En éstas y las otras se pasarían dos horas, cuando
ya muy fatigado con mi piedra, trabajo y porrazos que
llevaba, y advirtiendo que aun tenerme en pie me
costaba suma dificultad, temeroso de que amaneciera
y alguno me hallara ocupado en tan criminal empeño,
hube de desistir más de fuerza que de gana, y quitán-
dome la piedra, echando la reata á la acequia y bus-
cando un lugar acomodado, volví cuanto tenía en el
estómago, me acosté á dormir en tierra pelada y dormí
con tanta satisfacción como pudiera en la cama más
mullida. ^
El sueño de la embriaguez es pesadísimo, y tanto,
que yo no hubiera sentido ni carretas que hubieran pa-
sado sobre mí, así como no sentí á los que me hicie-
ron el favor de desnudarme de mis trapos, sin embargo
de que las cuscas malditas los habían dejado incodicia-
bles.
152
PENSADOR MEXICANO
Guando se disiparon los espíritus del vino que ocu-
paban mi cerebro, desperté y me hallé como á las siete
del día en camisa, que me dejaron de lástima.
Consideradme en tal pelaje, á tal hora y en tal lugar.
Todos los indios que pasaban por allí me veían y se
reían; pero su risa inocente era para mí un terrible
vejamen, que me llenaba de rabia, y tanta, que me arre-
pentía una y muchas veces de no haberme podido
ahorcar.
En tan aciago lance se llegó á mí una pobre india
vieja, que condolida de mi desgracia me preguntó la
causa. Yo le dije que en la noche antecedente me habían
robado, y la infeliz, llena' de compasión, me llevó á su
triste jacal, me dio atole y tortillas calientes con un
pedazo de panocha, y me vistió con los desechos de sus
hijos, que eran unos calzones de cuero sin forro, un
cotón de manta rayada y muy viejo, un sombrero de
petate y unas guarachas. Es decir, que me vistió en el
traje de un indio infeliz; pero al fin me vistió, cubrió mis
carnes, me abrigó, me socorrió, y cuanto pudo hizo en
mi favor. Cada vez que me acuerdo de esta india bené-
fica, se enternece mi corazón y la juzgo en su clase una
heroína de caridad, pues me dio cuanto pudo, y sin más
interés que hacerme beneficio sin ningún merecimiento
de mi parte. Hoy mismo deseara conocerla para pagarle
su generosidad. |Qué cierto es que en todas las clases
OBRAS ESCOGIDAS
153
del estado ha\ almas benéficas, y que para serlo más se
necesita corazón que dinero!
ritimamente, yo, enternecido con la expresión que
acababa de merecer á mi pobre india vieja, le di muchas
gracias, la abracé tiernamente, le besé su arrugada cara
V me marché para la calle.
Mi dirección era para la ciudad; pero al ver mi pe-
laje tan endiablado, y al considerar que el día anterior
me había paseado en coche y vestido á lo caballero, me
detenía una porción de tiempo en andar, pues en cada
paso que daba me parecía que movía una torre de
plomo.
Gomo dos horas me anduve por la plazuela de San
Pablo y todos aquellos andurriales, sin acabar do deter-
minarme á entrar en la ciudad. En una de estas suspen-
siones me paré en un zaguán, por la calle que llaman de
Manito, y allí me estuve, como de centinela, hasta la
una del día, hora en que ya el hambre me apuraba y no
sabía dónde satisfacerla; cuando en esto que entró en
aquella casa uno de mis mayores amigos, y á quien pun-
tualmente el día anterior había vo convidado á almorzar
con su mujer y sotacuñados.
Luego que él me vio, hizo alto: me miró con aten-
ción, y satisfecho de que yo era, quería hacerse disimu-
lado y meterse en su casa sin hablarme; pero yo, que
pensaba hallar en él algún consuelo, no lo consentí, sino
PERIQUILLO SARNIENTO, — T. II, D. — 39.
154
PENSADOR MEXICANO
que, atropellando con la vergüenza que me infundía mi
aindiado traje, lo tomé de un brazo y le dije:
— Yo soy, Anselmo, no me desconozcas; yo soy
Pedro Sarmiento, tu amigo, y el mismo (jue te ha servido
según sus proporciones. Este traje es el que me ha des-
tinado mi desgracia. No vuelvas la cara ni finjas no
conocerme: ya te dije quién soy; ayer paseamos juntos y
me juraste que serías mi amigo eternamente; que te
lisonjeabas de mi amistad y que deseabas ocasiones en
que corresponderme las finezas que me debías. Ya se te
proporciona esta ocasión, Anselmo. Ya tienes á las
puertas de tu casa, sin saberlo, á tu infeliz amigo Sar-
miento, desamparado en la mayor desgracia, sin tener á
quién volver sus ojos; sin un jacal que lo abrigue ni una
tortilla que lo alimente: vestido con un cotón de indio y
unos calzones de camuza indecentísimos, que le fran-
queó la caridad de una vieja miserable: los que, aunque
cubren sus carnes, le impiden por su misma indecencia
el presentarse en México á implorar el favor de sus
demás amigos. Tii lo has sido mío, y muchas veces me
has honrado con ese dulce nombre; desempéñalos, pues,
y socórreme con algunos trapos viejos y algunas migajas
de tu mesa.
— ¿Qué piensas, picaro, me dijo el cruel amigo; qué
piensas que soy algún bruto como tú, que me has de
engañar con cuatro mentiras? Don Pedro Sarmiento, á
ts.T'
OBRAS ESCOGIDAS
155
quien te pareces un poco, es mi amigo, en efecto; pero es
un hombre fino, un hombre de bien y un hombre de
proporciones; no un pillastrón, vagante y encuerado.
Vaya con Dios. — Sin esperar respuesta se entró al patio
de su casa dándome con las puertas en la cara.
l^^s menester no decir cómo quedaría yo con tal des-
precio, sino dejarlo á la consideración del lector; porque
suceden algunas fatalidades en el mundo de tal tamaño,
que ninguna ponderación basta para explicarlas con la
energía que merecen y sólo el silencio es su mejor intér-
prete.
l^ntre la cólera y desesperación, la tristeza y el sen-
timiento, me quedé en el zaguán cavilando sobre el
lance que me acababa de pasar. Quisiera retirarme de
aquellos recintos, que me debían ser tan odiosos; qui-
siera esperar á Anselmo y hacerlo pedazos entre mis
manos; pero calmaba mi enojo cuando me acordaba (jue
había hablado bien de mí, y no me conoció. — No hay
duda, decía yo, él es mi amigo y me quiere; este traje y
el mal pasaje de anoche tal vez me desfigurarán de
modo que no me conozca; yo lo esperaré en este lugar,
y si después que lo cerciore bien que soy Pedro Sar-
miento, él no me quisiere conocer, me alejaré de su vista
como de la de un vestiglo, detestaré su amistad, abomi-
naré su nombre y me iré por donde Dios quisiere.
Así estuve batallando con mi imaginación hasta las
156
PENSADOR MEXICANO
oraciones de la noche, á cuya hora bajó Anselmo con un
sable desnudo y me dijo: — Parece que se ha hecho
usted piedra en mi casa; sálgase usted, que voy á cerrar
la puerta.
— Cuando le hablé á usted la primera ocasión, le dije,
fué creyendo que me conocía y era mi amigo, y valido
de este sagrado me atreví á implorar su favor. Ahora no
le pido nada, sólo le digo que no soy un picaro, como me
dijo, ni me valgo del nombre de don Pedro Sarmiento,
sino que soy el mismo, y en prueba de ello, acuérdese
(jue ayer fué usted conmigo y su querida Manuelita, con
los dos hermanos de ésta y una criada á la almuercería
de la Orilla, donde yo costeé el almuerzo, (jue fueron
envueltos, guisado de gallina, adobo y pukjue de tuna y
de pina.
Acuérdese usted (jue costó el almuerzo ocho pesos,
y que los pagué en oro. Acuérdese que cuando me lavé
las manos me (juité un brillante, y aficionada de él su
dama, lo alabó mucho, se lo puso en el dedo, y yo se lo
regalé, por cuya generosidad me dio usted muchas gra-
cias, ponderando mi liberalidad. Acuérdese que paseán-
donos los dos solos por una de aquellas galerías, me dijo
<jue su mujer le había olido la podrida (fueron palabras
de usted), que por este motivo tenía frecuentes riñas, y
que usted pensaba abandonarla y llevarse á Manuelita
á Querétaro, donde se le proporcionaba destino. Acuér-
-.•-•'. S-'
OBRAS ESCOGIDAS
157
dése que á esto le dije que no hiciera tal cosa, pues sería
añadir á una injusticia un agravio; que ■sobrellevara á su
mujer y procurara negarle todo cuanto sabía, no darle
motivo de sospecha, hacerle cariño y manejarse con
prudencia, pues al fin era su esposa y madre de sus
hijos. En fin, acuérdese que al separarnos subí al coche
á Manuelita, y ésta pisó el túnico de coco en el estribo y
lo rompió.
Estas son muchas señas y muy privadas para que
usted dude de mi verdad. Si mi semblante está des-
figurado y mi traje no corresponde á quien soy, lo ha
causado la adversidad de mi suerte y las vicisitudes
(le los hombres, de lo ({ue usted no está seguro, y
quizá mañana se verá en situación más deplorable que
la mía.
El negar que me conoce será una vil tenacidad,
después que le doy tantas señas y después que me ha
oído tanto tiempo, porque aunque los semblantes se des-
figuren, las voces permanecen en su tono y es muy
dií'ícil no conocer por la voz al que se ha tratado mucho
tiempo.
— Todo cuanto usted ha charlado, dijo Anselmo,
prueba que es usted un perillán de primera clase, y que
para venir á pegarme un petardo me ha andado á los
alcances y ha procurado indagar mi vida privada, va-
liéndose tal vez de la intriga con mi amigo Sarmiento
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 40.
158
PENSADOR MEXICANO
para saber de el mis secretos; pero ha errado usted el
camino de m.edio a medio. Ahora menos que nunca
debe esperar de mí un maravedí; antes yo me recelar»'
de usted como de un picaro reíinado... — Mátame con
ese sable, le dije interrumpiéndole, mátame, antes de
()ue me lastime tu lengua con tales baldones, \ baldones
proferidos por un amigo. ¿Este es, Anselmo, tu cariño?
¿estas tus correspondencias? ¿estas tus palabras? ¿Qué
más dejas para un soez de la plebe, cuando tú, que te
precias de noble, obras con tanta bastardía que, no sólo
no pagas los beneficios, sino que obstinadamente finges
no conocer al mismo á (juien se los debes? Anselmo,
amigo, ya que no te compadeces de mí como del (|ue lo
l'ué tuyo, compadécete á lo menos como de un infeliz que
se acoge á tus puertas. Bien sabes que la religión obliga
á todos los cristianos á ejercitar la caridad con los ami-
gos y enemigos, con los propios y los extraños, y así, no
me consideres un amigo, considérame un infeliz, y por
Dios...
— Por Dios, dijo aquel tigre, (jue se vaya usted, que
es tarde, y ya me es sospechosa su labia y su demora.
Sí. ya creo que será un ladrón y estará haciendo hora
de que se junten sus compañeros para asaltar mi casa.
Vayase enhoramala antes que mande llamar la guardia
del vivac.
— ¿Qué es eso de ladrón? le dije lleno de ira; el
OBRAS ESCOGIDAS
159
ladrón, el picaro y el villano serás tú, mal nacido, cana-
lla, ingrato.
No se atrevió Anselmo á hacer uso del sable, como
yo temía; pero hizo uso de su lengua. Comenzó á gritar
¡auiiUo, aurilio... ladrones.., /adrónos/ cw^slü voces me
intimidaron más (jue el sable, y temiendo que se juntara
la gente y me viera en la cárcel por este inicuo, me salí
de su casa renegando de su amistad y de cuantos amigos
hay en el mundo, poco más ó menos parecidos al infame
Anselmo.
Como á las ocho de la noche y abrigado con su
lobreguez, me interné por la ciudad muerto de hambre
y de cólera contra mi lalso y desleal amigo. — ¡Ahí decía
yo; si me hallara ahora con el brillante que le regalé
ayer á la puerca de su amiga, tendría qué vender ó qué
empeñar para socorrer mi hambre; pero ahora ¿qué
empeñaré ni de qué me valdré, cuando no tengo cosa
que valga un real sino la camisa? Mas ¿será posible que
me quite la camisa? No hay remedio; no tengo cosa
mejor, yo me la quito.
Haciendo este soliloquio, me la quité, y como estaba
limpia y casi nueva, no me costó trabajo que me suplie-
ran sobre ella ocho reales, con los que cené con hartas
apetencias y compré cigarros.
En las diligencias del empeño y de la cenada se me
fué el tiempo sin advertirlo, de suerte que cuando salí
160
PENSADOR MEXICANO
del bodegón eran las diez dadas, hora en que no hallé
ningún arrastraderito abierto.
Desconsolado con que no me podían valer mis anti-
guas guaridas, determiné pasarme la noche vagando por
las calles, sin destino v temiendo en cada una caer en
manos de una ronda, hasta que por fortuna encontré
por el barrio de Santa Ana una accesoria abierta con
ocasión de un velorio.
Me metí en ella sin que me llamaran, y vi un
muerto tendido con sus cuatro velas, seis ú ocho lepe-
ruscos haciendo el duelo, y una vieja durmiéndose junto
al brasero con el aventador en la mano.
Saludé á los vivos con cortesía, y di medio real para
avuda del entierro del muerto.
Mi piedad movió la de aquellos prójimos, y reci-
biendo sus agradecimientos me quedé con ellos en buena
paz y compañía.
Cuando llegué estaban contando cuentos; á las doce
de la noche rezaron un rosario bostezando, cantaron un
alabado muy mal y se soplaron cada uno un tecomate
de champurrado muy l)ien. sin (juedarme yo de mirón.
Como á la una de la mañana se acostó la vieja y
ronct') como un perro, y porque no hiciéramos todos lo
mismo, sacó un caritativo una baraja y nos pusimos en
un rincón á echar nuestros alburitos por el alma del
difunto.
OBRAS ESCOGIDAS
161
A mí se me arrancó brevecito, como que mi puntero
era muy débil y la suerte estaba decidida en mi contra.
Sin embargo, me quedó barajando de banco por ver si
me ingeniaba; pero nuestra velita se acabó y no hubo
otro arbitrio que tomar un cabo prestado al señor
muerto.
Antes de esto habían cerrado la accesoria, temiendo
no pasara una ronda y nos hallara jugando. Quién sabe
quién cerró, ni quién tenía la llave: el cuartito era re-
dondo y tenía una ventana que caía á una acequia muy
inmunda; el envigado estaba endemoniado de malo, y al
muerto lo habían puesto, sin advertirlo, en una viga, á
la que le faltaba apoyo por un extremo; con esto, al ir
uno de aquellos tristísimos dolientes por el cabito para
seguir jugando, pisó la viga en que estaba el cadáver por
donde estaba sin apoyo, y con su peso se hundió para
adentro, y como levantó la viga, alzó también el cuerpo
del difunto, lo que, visto por mí y mis camaradas, nos
impuso tal horror, creyendo que el muerto se levantaba
á castigarnos, que al punto nos levantamos todos atrepe-
llándonos unos á otros por salir, y gritando cada cual las
oraciones que sabía.
Fácil es concebir que luego luego nos quedamos á
obscuras, pasando y aun dando de hocicos sobre el
muerto y el hundido, que sin cesar gritaba que se lo
llevaba el diablo. La infeliz vieja no lo pasaba mejor,
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, D, — 41,
162
PENSADOR MEXICANO
pues todos caíamos sobre ella la vez que nos tocaba;
cada encontrón que .<e daba uno contra otro pensaba
que se lo daba con el muerto; crecía la aflicción por
instantes, porque no parecía la llave, hasta que uno
advirtió abrir la ventana y salir por ella. A su ejemplo
todos hicimos lo mismo sin acordarnos de la acequia
para nada. Con esto unos tras otros luimos dejándonos
caer en ella, y salimos hechos un asco de lodo y algo
peor; pero al fin salimos sin hacer el menor aprecio de
la pobre vieja, que se quedó á acompañar al difunto.
Cada uno se fué por su parte á su casa, y yo á la del
más trapiento de todos, que me manifestó alguna lástima.
Luego que llegamos á ella despertó á su mujer y le
contó el espanto con la mayor formalidad, diciéndole
como el muerto se había levantado y nos había golpeado
á todos. La mujer no lo quería creer, y en la porfía de
si fué ó no fu<'', se nos pasó lo que faltaba de la noche, y
á la luz del nuevo día creyó la mujer el espanto al ver lo
descolorido de nuestras caras, que por lo que toca á la
despeñada que nos dimos en el cieno, no puso la menor
duda, ponjue luego que entramos se lo avisaron sus
narices, y aunque no había luz, ella creía que estábamos
maqueados más que si lo viese.
En fin, la pobre lavó á su marido y á mí de pilón,
quedándonos los dos cobijados con una frazada vieja
entretanto se secaron los trapos.
C^T?'
OBRAS ESCOGIDAS
163
Aunque los míos se encerraban en dos, á saber: el
cotón y los calzones, porque el sombrero y guarachas se
quedaron en la campaña, se tardaron en secar una por-
ción de tiempo, de modo que ya mi amigo estaba vestido,
y yo no podía moverme de un lugar.
La pobre mujer me dio un poco de atole y dos
tortillas; lo bebí más de fuerza que de gana, y después,
para divertir mi tristeza, amolé un carboncito, le hice
punta, y en el reverso de una estampa que estaba tirada
junto á mí, escribí las siguientes décimas:
Aprended, hombres, de mí,
Lo que va de ayer d hoy;
Que ayer conde y virrey fui
Y hoy ni petatero soy.
Ninguno viva engañado
creyendo que la fortuna,
si es próspera, ha de ser una
sin volver su rostro airado.
Vivan todos con cuidado,
cada uno mire por sí,
que es la suerte baladí,
y se muda á cada instante:
yo soy un ejemplo andante:
Aprended, hombres, de mí.
Muy bien sé que son quimera
las fortunas fabulosas,
pero hay épocas dichosas,
y llámense como quiera.
Si yo aprovechar supiera
una de éstas, cierto estoy
que no fuera como voy;
pero desprecié la dicha,
1G4
PENSADOR MEXICANO
y ahora me miro en desdicha :
; ¡o que va de ayer á hoy !
Ayer era un caballero
con un porte muy lucido;
y hoy me miro reducido
á unos calzones de cuero.
Ayer tuve harto dinero;
y hoy sin un maravedí,
me lloro [triste de mil
sintiendo mi presunción,
que aunque de imaginación
ayer conde y virrey fui.
En este mundo voltario
fui ayer médico y soldado,
barbero, subdelegado,
sacristán y boticario.
Fui fraile, fui secretario,
y aunque ahora tan pobre estoy,
fui comerciante en convoy,
estudiante y bachiller.
Pero ¡ay de mí! esto fui ayer
y hoy ni peta tero soy.
Luego que concluí mis coplillas, las procuré retener
en la memoria y las pegur con atole en la puerta de
la casita.
Ya mi cotón estaba seco, pero los calzones estaban
empapados, y yo, que estaba desesperado por salir en
busca de nuevas aventuras, no tuve paciencia para
aguardar á (jue los secara el sol. sino que los cogí y los
puse á secar junto al fíccull 6 fogón en que la mujer
hacía tortillas; mas habiendo salido á desaguar, cuando
volví los hallé secos, pero achicharronados.
S.-r
■:7^^
OBRAS ESCOGIDAS
165
No puedo ponderar la pesadumbre que tuve al ver
lodo mi equipaje inservible. El amigo, luego que se in-
formó de mi desgracia, me dio un poco de sebo de vaca,
y me aconsejó que les diese una friega con 61 para que
se suavizaran un poco.
En electo j les apliqur el remedio, y quedaron más fle-
xibles, pero no mejores, porque en donde les penetró bien
el fuego, no valieron diligencias; saltaron los pedazos achi-
charrados y descubrieron más agujeros de los que eran
menester; lo que no me gustó mucho, pues no tenía calzo-
nes blancos. Ello es que yo me los encajé, y como estaban
ennegrecidos del hollín y llenos de agujeros, resaltaba lo
blanco de mi piel por ellos mismos y parecía yo tigre.
Advirtiendo esta ridiculez y queriendo remediarla,
tomé un poco del mismo humo, y mezclándolo con otro
poco de sebo, hice una tinta y con ella me pinté el pellejo,
(juedando así más pasadero.
Los dueños de la casa me compadecían; pero se reían
de mis arbitrios, y sabedores de que mi intención era
salirme de México en aquel instante á buscar fortuna,
me dijeron que me fuera á Puebla, que allí tal vez
hallaría destino. Al mismo tiempo me dieron unos
frijoles que almorzar, y la mujer me puso un Kacale de
tortillas, un pedazo de carne asada y dos ó tres chiles.
Todo esto me lo envolvió en un trapito sucio, y yo me
lo até á la cintura.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. 11, D. — 42.
166
PENSADOR MEXICANO
Así, después de haber almorzado y dádole las gracias,
busqué un palo para que me sirviera de bordón, alcé un
sombrero muy viejo de petate que estaba tirado en un
muladar, me lo planté, me despedí de mis hospedadores
y tomé el camino de la garita de San Lázaro.
Llegué al pueblo de Ayotla, donde dormí aquella
noche sin más novedad que acabar, por vía de cena, con
mi repuesto.
Al día siguiente me levanté temprano y seguí mi
camino para Puebla, manteniéndome de Hmosna hasta
llegar á Río Frío, donde me sucedieron las aventuras
que vais á leer en el capítulo que sigue.
r .: . =.
r-.j.!.,^;.*-^ — ,•• -g ■
-á^l^St- . /• -J> tfíií^
CAPITULO IX
En el que Periquillo refiere el encuentro que tuvo con unos ladrones; quiénes fueron
éstos; el regalo que le hicieron y las aventuras que le pasaron en su compañía
Nada de fabuloso tiene la historia que habéis oído,
queridos hijos míos; todo es cierto, todo es natural,
todo pasó por mí, y mucho de este todo, ó acaso más,
ha pasado, pasa y puede pasar á cuantos vivan entre-
168
PENSADOR MEXICANO
gados como yo al libertinaje y quieran sostenerse y
aparentar en el mundo á costa ajena, sin tener oficio ni
ejercicio, ni querer ser útiles con su trabajo al resto
de sus hermanos.
Si todos los hombres tuvieran valor y sinceridad para
escribir los trabajos que han padecido moralizando y
confesando ingenuamente su conducta, veríais, sin duda,
una porción de Pc/'/f/mllos descubiertos, que ahora están
solapados y disimulados, ó por vergüenza ó por hipo-
cresía, y conoceríais más á fondo lo que os he dicho,
esto es, que el hombre vicioso, flojo y disipado padece
más en la vida (jue el hombre arreglado y de buen vivir.
Entendidos que en esta triste vida todos padecen; pero
sin proporción padecen más en todas las clases de la
república los malvados, sea por un orden natural de las
cosas ó por un castigo de la Divina Providencia empe-
ñada en ejecutar su justicia, aun en esta vida miserable.
Siendo yo uno de los perdidos, fuerza era que también
me llorara desgraciado, creciendo mis desventuras á
medida de mi maldad por una necesaria consecuencia,
según los principios que llevamos establecidos.
Dejé pendiente mi historia diciéndoos cómo caminaba
para Puebla, desnudo, hambriento, cansado, deshonrado
entre los que sabían mi mala conducta, despreciado de
mis amigos y abandonado de todo el mundo.
Así, y lleno de una profunda melancolía y de los
OBRAS ESCOGIDAS 169
remordimientos interiores que devoraban mi corazón
t rayéndome á la memoria mis maldades, llegué un día al
anochecer á una venta cerca de Río Frío, donde pedí
por Dios que me dieran posada. Lo conseguí, (jue al fin
Dios castiga, pero no destruye á sus hijos, por más que
'■stos les sean ingratos. Cené lo que me dieron y dormí
• n un pajar, teniendo á mucha bonanza encontrar alguna
cosa blanda donde acostarme, pues las noches anteriores
había dormido en la dura tierra.
A otro día madruí^rué, v el ventero, sabedor de mi ruta,
me dijo que fuera con cuidado, porque había una cuadri-
lla de ladrones por aquel camino. Yo le agradecí su adver-
tencia; pero no desistí de mi intento, seguro en que no
teniendo qur me robaran, podía caminar tranquilamente
delante de los ladrones, como nos dejó escrito Ju venal.
Empapado en mil funestos pensamientos iba yo con
la cabeza cosida con el pecho y mi palo en la mano,
cuando cerca de mí oí tropel de caballos; alcé la cara y
vi cuatro hombres montados y bien armados, que ro-
deándose de mí y teniéndome por indio, me dijeron: —
;De dónde has salido hov v de dónde vienes? — Señores,
les dije, he salido de esta última venta y vengo de México
para servir á ustedes. — Entonces conocieron que no era
indio, y uno de ellos, á quien yo tenía especies de haber
visto algún día, fijándome la vista, se echó del caballo
á bajo, y abrazándome con mucha ternura, me decía:
PERIQUILLO SARNIENTO. T. 11, D. — 43,
^■'
170
PENSADOR MEXICANO
— ¿Tú eres, Periquillo, hermano? ¿Tú eres, Periquillo?
Sí, no hay duda, las señas de tu cara son las mismas;
á mí no se me despintan mis amigos. ¿No te acuerdas
de mí? ¿no conoces á tu antiguo amigo el Aguilucho, á
quien debiste tantos favores cuando estuvimos juntos en
la cárcel?
Entonces yo lo acabé de conocer perfectamente, y
deseando aprovechar aquella coyuntura favorable que me
proporcionaba la ocasión, lo apret»' entre mis brazos con
tal cariño, que el pobre Aguilucho me decía á media voz.
— Ya está Perico, hermano, ya está, por Dios; no me
ahorques antes de tiempo.
— Ahora sí, decía yo lleno de consuelo y entusiasmo;
ahora sí que se acabaron mis trabajos, pues he tenido
la dicha de encontrar á mi mejor amigo, á quien debí
tantísimos favores y de quien espero me socorra en la
amarga situación en que me hallo.
— ¿Pues qué ha sido de tu vida, hijo de mi alma? me
preguntó; ¿qué suerte has corrido? ¿qué malas aventuras
has pasado que te veo tan otro y tan desfigurado de ropa?
— ¡Qué ha de ser! le contest»'-, sino que soy el más des-
graciado que ha nacido de madre. Después que me separé
de mi amigo Juan Largo, que, sin agravio de lo presente,
era tan hombre de bien y tan buen amigo como tú, he
tenido mil aventuras favorables y adversas: aunque si
vale decir verdad, más han sido las malas que las buenas.
OBRAS ESCOGIDAS
171
— Pues eso es cuento largo, me dijo el mulatillo inte-
rrumpirndome, sube á las ancas de mi caballo; nos
encaramaremos sobre aquella loma, y allí podremos pla-
ticar más despacio; porque en los caminos reales espan-
tamos la caza.
— No entiendo eso de espantar la caza, le dije, pues
yo jamás he visto cazar en caminos reales, sino en los
bosques y lugares no transitados por los hombres.
— Tanto así tienes de guaje, ' me dijo el Aguilucho:
pero cuando sepas que nosotros no andamos á caza de
conejos ni de tigres sino de hombres, no te hará fuerza
lo que te digo. Por ahora sube á caballo, que es lo que
te importa.
Yo obedecí su imperioso precepto; subí, y guiam.os
todos á un cerrito que no estaba lejos del camino.
Luego que llegamos nos apeamos, escondieron los
caballos tras de su falda y nos sentamos entre un ma-
torral, desde donde veíamos muy bien, y sin poder ser
vistos de cuantos pasaban en el camino real.
Ya en esta disposición sacó el Aguilucho de un talego
de cotense un queso muy bueno, dos tortas de pan y una
botella de aguardiente.
Desenvainó un cuchillo de la bota campanera, partió
el pan y el queso y comenzamos todos á darle vuelta.
Acabada la comida nos dio por su mano un traguito
• Tan necio y bobo eres.— E.
172
PENSADOR MEXICANO
de aguardiente á cada uno, pero tan poquito que apenas
me llegó al galillo. Los ojos se me iban tras de la botella
y á los otros tambi<''n; mas él la guardó diciendo:
— No hay mayor locura en los hombres que prosti-
tuirse á la bebida. Nadie debía emborracharse; pero
mucho menos los de nuestro oficio, pues vamos muy
arriesgados.
— ¿Pues cuál es tu oficio? le pregunté muy ad-
mirado, y él sonriéndose me dijo: — Ca.:(idor, y ya ves
que un cazador borracho no puede hacer buena pun-
tería.
— Pero en tal caso, le repliqué, lo más que puede
suceder es hacer sin fruto la caravana ó correría, mas
hasta aquí no hay riesgo como dices. — Sí hay, dijo él;
pueden cazarnos á nosotros, y también que no nos quiten
las esposas hasta después de muertos.
— No me hables con enigmas, le dije, por vida tuya;
explícame lo que hablas. — Ahí lo sabrás, dijo él, pero
cuéntanos tus aventuras.
— Pues has de saber, le dije, que cuando luí á dar á la
cárcel, donde tuve el honor de conocerte, fué de resultas
de una manotadilla de amigos, que iba á dar á la casa
de una viuda mi querido Juan Largo, en cuyo lance pudo
haber sido presa de los soldados y serenos; pero tuvo
la Fortuna de escapar con tiempo en compañía de otro
amigo suyo, muy hábil y valiente, que se llamaba Culás
OBRAS ESCOGIDAS 173
el Pipilo, muchacho bueno á las derechas, y que, según
me decía Januario, había aprendido á robar con es-
critura,..— Buena sea la vida de usted, me dijo riéndose
un negrito alto, chato y de unos ojillos muy vivos y
pequeños. — Yo soy, continuó, yo soy el tal Pipilo, aunque
no muy guajolote, y me acuerdo de usted, y de la noche
en que lo vi con el sereno cuando pasé corriendo. Conque
¿en qué paró usted por fin, y cómo fué eso de que fuera
á dar á la de pita por nosotros?
• Entonces les conté todas mis aventuras, que celebra-
ron mucho, y me dijeron como Januario era capitán de
cazadores de gentes, y andaba por otros rumbos no muy
lejos de por allí; que ellos eran del arte, con otros tres
compañeros (jue se habían extraviado algunos días antes,
y los esperaban por horas con algunos buenos despojos;
(|ue el jete de ellos era el señor Aguilucho: que acjuel
oficio era muy socorrido: que solía tener sus contin-
gencias; pero que al fin se pasaba la vida y se tenían
unos ratos famosos, y — Por último, amigo, me decía el
Pipilo, si usted quiere alistarse en nuestras banderas,
experimentar esta vida y salir de trabajos, bien podrá
hacerlo, supuesta la amistad que lleva con nuestro
capitán, y su gentil disposición, que pues ha sido soldado,
no le cogerán de nuevo las fatigas de la guerra, los
asaltos, los avances, las retiradas ni nada 'de esto (jue
nunca falta entre nosotros.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, D. — 44.
174
PENSADOR MEXICANO
— Amigo, le dije, yo le estimo su convite y el deseo
«|ue tiene de hacerme beneficio; pero se ha engañado en
su concepto creyéndome útil para el caso, pues para eso
de campaña no es mi disposición gentil, sino hereje y
judía, por(|ue nada vale. Siempre he tenido miedo á que
me aporreen, \ he procurado evitar las ocasiones; y con
todo esto no me ha valido. Una vez una vieja me estampó
una chinela en la boca; otra, me puso al parto un payo
á palos; otra, me molieron á trompones los presos de la
cárcel en compañía del señor capitán Aguilucho, que no
me dejará mentir; otra, me dieron una puñalada que por
poco no la cuento; otra, me jorobaron á pedradas los
indios de Tula; otra, me (|uebró setenta ollas en la cabeza
un indio nuiciidchc; otra, me desmecharon unas cusco-
linas; y por última, me aporreó un difunto en un velorio.
Conque vean ustedes si soy desgraciado y con razón
estoy acobardado.
— Vamos, dijo el Aguilucho, esas son delicadezas; los
hombres no deben ser cobardes, mucho menos por ni-
ñerías. En esas pendencias que has tenido, Periquillo
cobarde, ¿qué vara de mondongo te han sacado? ¿con
cuántas jicaras te han remendado el casco? ¿qué costillas
menos cuentas? ¿ni qué pie ni mano echas menos en tu
cuerpo? Xada de esto te ha pasado; tú estás entero y
verdadero, sin lacra ni cicatriz notable. Conque esa es
una cobardía vergonzosa ó una grande conveniencia.
-'.'?■,- ^. ^-T ,-< .. 'V^, -
OBRAS ESCOGIDAS
175
porque me parece que tú eres más concenienciero ^ que
cobarde, y quisieras pasarte buena vida sin arriesgarte
á nada; pero, hijo, eso está verde, porque el que no se
arriesga no pasa la mar, y los trabajos se hicieron para
los hombres.
— Hermano, le dije, no sólo es conveniencia, sino que
soy miedoso de mío, y naturalmente no me hace buen
estómago que me aporreen. Es cierto que en las malas
aventuras que he tenido no me han sacado las tripas,
ni me han quitado un brazo, ni una pierna, como dices;
pero también es cierto que á excepción de la pendencia
del indio, yo he llevado mis buenos porrazos sin bus-
carlos y sin provocar á nadie. Esto me ha hech(rmás
cobarde; porque si sin meterme á valiente, y antes ex-
cusando las ocasiones, he salido tan mal librado, ¿qué
Fuera si yo hubiera sido valentón, espadachín y perdona-
vidas? Seguramente ya me hubieran despachado á los
infiernos, á buen componer, haciéndome primero pi-
cadillo.
Conque así no, hermano, yo no valgo nada para
cazador. Si acaso quieren les serviré de escribiente para
su mayoría, de marmitón ó ranchero, de mayordomo, de
guardarropa, de tesorero, de caballerizo, de médico y
cirujano, que algo entiendo, de asesor, de barbero ó cosa
semejante; pero para esto de salir á campaña y batirme
* Amigo de sus conveniencias ó comodidades.— E.
170
PENSADOR MEXICANO
con los caminantes, ni por pienso. Si fuera cosa de
liallarlos amarrados y durmiendo, tal vez haría algo de
mi parte, y eso acompañado con ustedes; pero esto de
salirles mano á mano, viniendo ellos con las suyas sueltas
y prevenidas con un sable, una pistola ó una escopeta,
¡Jesús me valga! ni pensarlo, camaradas, ni pensarlo.
Ya digo que tengo miedo, y cuidado (jue confesar un
hombre que tiene miedo, es el mayor sacrificio que
puede hacer á la verdad; porque refiexionen ustedes y
verán que apenas habrá uno que haga alarde de buen
mozo, de sabio, de rico y cosa así; antes no tienen em-
barazo para tenerse en menos que otros en hermosura,
en talento, en riqueza ó en habilidad; mas en tocándoles
en lo valiente ¡cuerpo de Cristo! no hay un cobarde,
siquiera con la boca; todos se vuelven Scipiones y Anní-
bales; nadie tiene miedo á otro y cada uno se cree capaz
de tenérselas con el mismo Fierabrás.
Esto prueba que aunque no todos los hombres sean
valientes, á lo menos todos (juieren parecerlo cuando
llega la ocasión, y tan lejo^^ están de conocer y confesar
su cobardía, que el más tímido suele ser el que más
bravea cuando no tiene delante al enemigo. Conque ser
yo la excepci<'»n de la regla y venir confesando (|ue tengo
miedo, es prueba de que soy un hombre bien á las dere-
chas, pues no sé mentir, que es otra prenda tan apre-
ciable como rara en los hombres.
■••'í>r'
.»'7 ■'v* -^
OBRAS ESCOGIDAS
177
— Mira cuánto has hablado, hermano, me dijo el
Aguilón; no en balde te llaman Periquillo. Pero dime,
hombre, ¿cómo siendo tan cobarde fuiste soldado? porque
ese ejercicio está tan reñido con el miedo como la luz
con las tinieblas.
— Eso no te haga fuerza, le contesté; lo primero, que
yo fui soldado de mantequilla, pues no pasé de un asis-
tente flojo y regalón, sin saber, no ya lo que es una
campaña, pero ni siquiera las fatigas del servicio. Lo
segundo, que no todos los soldados son valientes. ¿Cuán-
tos van á fuerza á la campaña, que no irían si los
generales al aproximarse al enemigo publicaran, como
Gedeón, un bando para que el que se sintiera débil de
espíritu se fuera á su casa? Yo aseguro que no pasarían
de trescientos valientes en el ejército más lucido y nume-
roso, si no la llevaban muy cocida, ó les instigaba la
codicia del saco. Lo tercero y ultimo, que no todos los
que dicen que tienen valor saben lo que es valor.
Mr. de la Rochefoucauld, dice: «que el valor en el
simple soldado, es una profesión peligrosa, que toma
para ganar su vida.» Explica las diferencias de valores, y
concluye diciendo: «que el perfecto valor consiste en
hacer sin testigos lo que serían capaces de hacer delante
de todo el mundo.» Conque ya ves que el ser soldado no
es prueba de ser valiente.
— ¡Caramba, Periquillo, y lo que sabes 1 me dijo con
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D, — 45.
•^rr-— ■•
178
PENSADOR MEXICANO
ironía el Aguilucho; pero con todo tu saber estás en
cueros; más sabemos nosotros que tú. En fin, que
traigan los caballos, irás á ver nuestra casa, y si te aco-
modare te quedarás en nuestra compañía; pero no pienses
que comerás de balde, pues has de trabajar en lo que
puedas.
En esto fueron á traer los caballos, les apretaron las
cinchas y yo monté en las ancas del de el Aguilucho,
que era lamoso, y nos luímos.
En el camino iba yo lisonjeándome interiormente
de la habilidad que había tenido para engañar á los
ladrones, exagerándoles mi cobardía, que no era tanta
como les había pintado; pero tampoco tenía ganas de
salir á robar á los caminos exponiendo mi persona. — Si el
modo con que éstos roban, decía yo á mi cotón, no fuera
tan peligroso, con mil diablos me echara yo á robar,
pues ya no me falta más que ser ladrón; pero esto de ex-
ponerme á que me cojan ó me den un balazo, eso sí está
endemoniado. ¡Dichosos aquellos ladrones que roban
pacíficamente en sus casas sin el menor riesgo de sus
personas! ¡Quién fuera uno de ellos!
En estas majaderías entretenía mi pensamiento,
mientras que trepando cerros, bajando cuestas y hacien-
do mil rodeos, fuimos á dar á la entrada de una barranca
muy profunda.
A poco de haber entrado en ella avistamos unas
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ifp-^
OBRAS ESCOGIDAS
179
casas de madera, adonde llegamos y nos apeamos muy
contentos; pero más alegres que nosotros salieron á
recibirnos otros tres cazadores, que eran los que el Agui-
lucho me dijo que se habían extraviado pocos días antes
de aquél.
Luego que vieron al Aguilón, le dieron muchos
abrazos, y éste se los correspondió con gravedad. Entra-
mos á la cueva y le manifestaron dos cajones de dinero,
un gran baúl de ropa fina y un envoltorio de ropa tam-
bién, pero más ordinaria, junto con una buena muía de
carga y dos caballos excelentes. — Esto es, decía uno de
ellos, todo el fruto del negocio que hemos hecho en siete
días que faltamos de tu lado.
— No esperaba yo menos de la viveza de ustedes,
dijo el Aguilucho; vamos á ver, repartámonos como her-
manos.— Diciendo esto, comenzó á repartir la ropa entre
todos, y el dinero se echó al granel en unos baúles que
allí había, añadiendo el señor capitán: — Ya saben uste-
des que en el dinero no cabe repartición , y así cada uno
tomará lo que guste con mi aviso para lo que necesite.
A este pobre mozo, dijo señalándome, es menester que
cada uno lo socorra, pues es mi amigo viejo, viene ate-
nido á nosotros, y aunque es miedosillo, ahí se le quitará
con el tiempo; tiene lo más, que es no ser tonto; da espe-
ranzas.
Apenas oyeron la recomendación aquellos buenos
180
PENSADOR MEXICANO
prójimos, cuando todos á porfía me agasajaron. Uno me
dio dos camisas de estopilla muy buenas; otro una cotona
de paño de primera azul guarnecida con cordón y flecos
de oro; otro unos calzones de terciopelo negro con boto-
nes de plata nuevos, y sin más defecto que tener el
aforro ensangrentado; otro me habilitó de medias, cal-
zoncillos y ceñidor; otro me regaló botas, zapatos y
ataderos; otro me dio un sombrero tendido, de color de
chocolate de muy rico castor, con su galoncito de oro
al borde y una famosa toquilla, y el último me dio
una buena manga de paño de grana con su dragona
de terciopelo negro, guarnecida con galón y flecos de
plata.
Después que todos me habilitaron con lo que quisie-
ron, el Aguilucho me regaló su mismo caballo, que era
un tordillo quemado del mejor mérito, y me lo dio sin
quitarle la silla, armas de pelo, freno ni cosa alguna.
A esta galantería añadió la de regalarme sus buenas
espuelas y tantos cuantos pesos pude sacar en seis puña-
dos, y me mandaron vestir á toda prisa.
Concluida esta diligencia, hicieron una seña con un
pito, y salieron cuatro muchachonas no feas y bien vesti-
das, las que nos saludaron muy afables, y luego nos
sirvieron una buena mesa, y tal que yo no la esperaba
semejante en aquellas barrancas, tan ocultas y retiradas
del comercio de los hombres.
"fr,-
OBRAS ESCOGIDAS
181
Así que se acabó la comida, me dijeron cómo aque-
llas señoras estaban destinadas al servicio común de
todos, y tanto ellas entre sí como ellos entre ellos se
llevaban como hermanos, sin andar con etiquetas, y sin
conocerse, en aquella feliz Arcadia, la maldita pasión de
los celos.
Acabáronse estas inocentes conversaciones; manda-
ron ensillar los caballos del Aguilucho y del Pipilo, y se
marcharon todos á ver si hallaban caza, dejándome solo
con las mujeres, y diciéndome que me entretuviera en
reconocer y limpiar las armas. -
Yo jamás había limpiado una escopeta; pero las
mujeres me enseñaron, y se pusieron á ayudarme; y
para hacer el trabajo llevadero, me preguntaron mi vida
y milagros, y yo las entretuve contándoles mil mentiras,
que creyeron como los artículos de la fe; y en pago de mi
cuento me refirieron todas sus aventuras, que se redu-
cían á decir que se habían extraviado y habían venido á
dar con aquellos hombres desalmados, una porque su
madre la regañaba; otra porque su marido era celoso;
aquélla porque el Pipilo la engañó, y la última porque
la tentó el diablo.
Así pretendía cada una disimular su lubricidad y
hacerse tragar por una bendita; pero ya era yo perro
viejo para que me la dieran á comer; conocía bien al
común de las mujeres y sabía que las más que se pier-
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II, D. — 46.
182
PENSADOR MEXICANO
den es porque no se acomodan con la sujeción de los
padres, maridos, amos ó protectores.
Sin embargo, yo me hice tonto y alegre, y supe de
este modo todos los arcanos de mis invictos compañeros;
me dijeron cómo eran ladrones y daban asaltos de inte-
rés, que todos eran muy valientes, que rara vez salían
sin volver habilitados y que ya estaban ricos.
En prueba de esto me enseñaron un cuarto lleno de
ropa, alhajas, baúles de dinero, armas de todas clases,
sillas, frenos, espuelas y otras mil cosas, por las que
eché de ver que en realidad eran ladrones por mayor;
mas admirándome de que cómo no se apartaban de
aquella vida, que no podía ser muy buena ni muy
segura, teniendo ya todos con qué pasarla, cuando no
sin zozobras interiores, á lo menos sin sustos de la justi-
cia y sin riesgo de los robados, me dijeron que era
imposible que dejaran esa vida; lo uno, porque no podían
sacar la cara sin exponerse á ser conocidos; y lo otro,
porque el robar era vicio, lo mismo que el beber, jugar y
fumar; y así que pretender quitar á aquellos señores de
los caminos en clase de ladrones, sería lo mismo que
querer quitarles las barajas á los tahúres y los vasos á
los ebrios.
En esto estábamos, cuando ya al anochecer llegaron
los valientes á casa; se apearon, y después de jugar y
chacotear tres ó cuatro horas, cenamos todos juntos muy
OBRAS ESCOGIDAS
183
contentos, y después nos fuimos á acostar, dándome
para el efecto suficiente ropa y una piel curtida de
cíbolo.
Yo advertí que se quedaban cuatro de guardia á la
entrada de la barranca, para hacer su cuarto de centinela
como los soldados, y así me acosté y dormí con la mayor
tranquilidad, como si estuviera en compañía de unos
varones apostólicos; pero como á las tres de la mañana
me la interrumpieron los gritos desaforados que dieron
todos, unos pidiendo su carabina, otros su caballo y
todos cacao, ^ como vulgarmente dicen.
El azoramiento de todos ellos, los gritos y llantos
de las mujeres, el ruido de varios tiros que se oían á la
entrada de la barranca y el alboroto general me tenían
lelo. No hice más que sentarme en la cama y estarme
hecho un tronco esperando el fin de aquella terrible
aventura, cuando entró una mujer, se llegó á mi rincón,
y tropezando conmigo me conoció, y enfadada de mi
llema, me dio un pescozón tan bien dado que me hizo
poner en pie muy de prisa. — Salga usted, collón, me
decía, mandria, amujerado, maricón; ya la justicia nos
ha caído y están todos defendiéndose, y el muy sinver-
güenza se está cebadóte como un cochino. Ande usted
para fuera, socarrón, y coja ese sable que está tras de
' Pedir cacao es frase familiar que significa confesarse vencido, ó rendido á dis-
creción.—E.
184
PENSADOR MEXICANO
la puerta, ó si no yo le exprimiré esta pistola en la
barriga.
Esta fiesta era á obscuras; pero de que yo oí decir
exprimir pistolas, salí como un rayo, porque no me
acomodaban esas chanzas.
Como mi salida fué en camisa y con el sable que me
dio la mujer, me desconocieron los compañeros, y juz-
gándome alguacil en pena, me dieron una zafacoca de
cintarazos que por poco me matan, y lo hubieran hecho
muy fácilmente, según las ganas que tenían, pues uno
gritaba: — ¡Dale de filo, asegúralo, asegúralo 1 — Pero á
ese tiempo quiso Dios que saliera una mujer con un
ocote ardiendo, á cuya luz me conocieron, y compadeci-
dos de la fechoría que habían hecho, me llevaron á mi
cama y me acostaron.
A poco rato se sosegó el alboroto, y á éste siguió un
profundo silencio en los hombres y un incansable llanto
en las mujeres. Yo, algo aliviado de los golpes que llevé,
al escuchar los llantos y temiendo no fuera otro susto
que acarreara á mi cama alguna maldita mujer desafo-
rada, me levanté con tiempo, me medio vestí, salí para
la otra pieza y me encontró á todos los hombres y muje-
res rodeados de un cadáver.
La sorpresa que me causó semejante funesto espec-
táculo fué terrible, y no pude sosegar hasta que me dije-
ron cuanto había sucedido, y fué: que los centinelas
.'-i' ." it-' S. -
OBRAS ESCOGIDAS
185
apostados de vigilancia vieron pasar cerca de ellos y
como con dirección á la barranca una tropa de lobos, y
creyendo que eran alguaciles, les dispararon las carabi-
nas, á cuyo ruido se alborotaron los de abajo; subieron
para la cumbre, y pensando que dos de sus compañeros
que bajaron á avisar eran alguaciles, les dispararon con
tan buen tino, que á uno le quebraron una pierna y al
otro lo dejaron muerto en el acto.
Guando oí estas desgracias me di de santos de que
no hubiera yo sufrido sino cintarazos, y hasta creo que se
me aliviaron más mis dolores. Ya se ve, el hombre cuan-
do compara su suerte con otra más ventajosa se cree des-
dichado; pero si la compara con otra más infeliz, enton-
ces se consuela y no se lamenta tanto de sus males. La
lástima es que no acostumbramos compararnos con los
más infelices, sino con los más dichosos que nosotros,
y por eso se nos hacen intolerables nuestros trabajos.
En fin, amaneció el día, y á su llegada concluyó el
velorio, y sepultaron al difunto. El Aguilucho me dijo: —
Tú me dijiste que entendías de médico: mira á ese com-
pañero herido, y dime los medicamentos que han de traer
de Puebla, que los traerán sin falta, porque todos los
venteros son amigos y compadres y nos harán el favor.
Quédeme aturdido con el encargo; porque entendía
de cirugía tanto como de medicina, y no sabía qué
hacer, y así decía entre mí: — Si digo que no soy cirujano
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II, D. — 47.
186
PENSADOR MEXICANO
sino médico, es mala disculpa, pues le dije que entendía
de todo; si empeoro al enfermo y lo despacho al purga-
torio, temo que me vaya peor que en Tula; porque estos
malditos son capaces de matarme y quedarse muy fres-
cos. ¡Virgen Santísima! ¿qué haré? Alúmbrame... Ani-
mas benditas, ayudadme... Santo mío, san Juan Nepo-
muceno, pon tiento en mi lengua...
Todas esas deprecaciones hacía yo interiormente
sin acabar de responder, fingiendo que estaba inspeccio-
nando la herida, hasta que el Aguilucho, enfadado con mi
pachorra, me dijo: — ¿Por fin, á qué horas despachas?
¿qué se trae?
No pude disimular más, y así le dije: — Mira, no se
puede ensamblar la pierna, porque el hueso está hecho
astillas (y era verdad). Es menester cortarla por la frac-
tura de la tibia, pero para esta se necesitan instrumentas
y yo no los tengo.
— ¿Y qué instrumentos se han menester? preguntó
el Aguilucho. — Una navaja curva, le respondí, y una
sierra inglesa para aserrar el hueso y quitarle los picos.
— Está bien, dijo el Aguilucho, y se fueron.
A la noche vinieron con un tranchete de zapatero y
una sierra de gallo. Sin perder tiempo nos pusimos á la
operación. ¡Válgame Dios! ¡cuánto hice padecer á aquel
pobre! No quisiera acordarme de semejante sacrificio.
Yo le corté la pierna como quien tasajea un trozo de
áSSV
OBRAS ESCOGIDAS
187
pulpa de carnero. El infeliz gritaba y lloraba amarga-
mente; pero no le valió, porque todos lo tenían afianzado.
Pasé después á aserrarle los picos del hueso, como yo
decía, y en esta operación se desmayó, así por los insu-
fribles dolores que sentía, como por la mucha sangre que
había perdido, y no hallaba yo modo de contenérsela,
hasta que con una hebra de pita le amarré las venas, y
aprovechando su desmayo le cautericé la carne con una
plancha ardiendo. Entonces volvió en sí y gritaba más
recio; pero algo se le contuvo la hemorragia.
Finalmente, á mí no me valió el aceite de palo, el
azúcar y romero en polvo, el estiércol de caballo, ni
cuantos remedios de estos le aplicaba; cada rato se le
soltaban las vendas y le salía la sangre en arroyos. Esto,
junto con lo mal curado de lo restante, hizo que el débi-
lísimo paciente se agangrenara pronto, y tronara como
tronó dentro de dos días.
Todos se incomodaron conmigo atribuyendo aquella
muerte á mi impericia, y con sobrada razón; pero yo tuve
tal labia para disculparme con la falta de auxilios á la
mano, que al fin lo creyeron, enterraron al muerto y que-
damos amigos. ¡Cuántas averías hacen los hombres más
ó menos funestas por meterse en lo que no entienden I
Así pasé después sin novedad como dos meses, es-
cribiendo los apuntes que querían, rasurándolos y que-
dándome de día á cuidar el serrallo de mis amos, amigos
188
PENSADOR MEXICANO
y compañeros. Una noche, de los cinco que salieron
volvieron cuatro muy confusos, porque les mataron uno
en cierta campaña que tuvieron; pero no perdieron el
ánimo, antes propusieron vengarse al otro día. — Son
tres, decían, y tres mozos; éstos no valen nada, y así
el partido está por nosotros; nos la han de pagar por
los huesos de mi madre. Mañana han de pasar por Río
Frío; allí nos veremos.
Acabadas estas amenazas, cenaron y se acostaron.
Yo hice lo mismo, pero no muy á gusto, reflexionando
que se iba desmembrando la compañía, y acordándome
de echar mi barba en remojo, porque veía pelar muy
seguido la de mis vecinos.
Pensaba en desertarme; pero no me atrevía, porque
ignoraba la salida de aquel encantado laberinto; ni aun
osaba comunicar mi secreto á las mujeres, temeroso de
que me descubrieran.
En estos cálculos pasé la noche, y á otro día muy
de madrugada me levantaron y me hicieron vestir. Yo
lo hice luego luego. Después ensillaron mi caballo y
me pusieron dos pistolas en la cintura, una cartuchera
y un sable; me acomodaron una mojarra en la bota, y
me pusieron una carabina en la mano.
— ¿Para qué son tantas armas? preguntaba yo muy
espantado. — ¿Para qué han de ser, bestia? decía el Agui-
lón; para que ofendas y te defiendas.
OBRAS ESCOGIDAS
189
— Pues nada haré seguramente, decía yo, porque
para ofender no tengo valor, y para defenderme me falta
iiabilidad. Yo en los casos apurados me atengo á mis
talones, porque corro más que una liebre; y así para mí
todo esto es excusado.
Enfadóse el Aguilucho con mi cobardía, y sacando
el sable, me dijo muy enojado: — ¡Vive Dios, bribón,
cobarde, que si no montas á caballo y no nos acompañas,
aquí te llevan los demonios! — Yo, al verlo tan enojado,
hice de tripas corazón, fingiendo que mi miedo era
chanza, y que era capaz de salir al encuentro del demonio
si viniera en traje de caminante con dinero. Se dieron
por satisfechos; seguimos nuestro camino con designio
de salirles á los viandantes, robarlos y matarlos; pero no
sucedió según lo pensaron.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 48.
•;rí^r-
'?¿í>>H»'
CAPITULO X
En el que nuestro autor cuenta las aventuras que le acaecieron
en compañía de los ladrones; el triste espectáculo que se le presentó en el cadáver
de un ajusticiado, y el principio de su conversión.
Aunque muchas veces permite Dios que el malvado
ejecute sus malas intenciones, ó para acrisolar al justo,
ó para castigar al perverso, no siempre permite que se
verifiquen sus designios. Su Providencia, que vela sobre
192 PENSADOR MEXICANO
la conservación de sus criaturas, mil veces embaraza ó
destruye los inicuos proyectos para que las unas no sean
pasto de la ferocidad de las otras.
Así le sucedió al Aguilucho y sus compañeros la
mañana que salimos á sorprender á los viandantes.
Serían las seis cuando desde la cumbre de una loma
los vimos venir por el camino real. Venían los tres por
delante con sus escopetas en las manos; luego seguían
cuatro caballos ensillados de vacío, esto es, sin jinetes;
á seguida venían cuatro muías cargadas con baúles,
catres y almolreces, que se conocía lo que era de lejos, á
pesar de venir cubiertas las cargas con unas mangas
azules, y por fin venían de retaguardia los tres mozos.
Luego que el Aguilucho los vio, se prometió la ven-
ganza y un buen despojo, y así nos hizo ocultar tras un
repecho que hacía la loma en su falda, y nos dijo: —
Ahora es tiempo, compañeros, de manifestar nuestro
valor y aprovechar un buen lance, porque sin duda son
mercaderes que van á emplear á Veracruz y toda su
carga se compondrá de reales y ropa fina. Lo que im-
porta es no cortarse, sino acometerles con denuedo, ase-
gurados en que la ventaja está por nosotros, pues somos
cinco y ellos son sólo tres, que los mozos, gente alqui-
lona v cobarde, no deben darnos cuidado. Tomarán
correr á los primeros tiros; y así, tú, Perico, yo y el
Pipilo les saldremos de frente en cuanto lleguen á buena
•..':«.■.
OBRAS ESCOGIDAS 193
distancia, quiero decir, á tiro de escopeta, y el Zurdo
y el Chato les tomarán la retaguardia para llamarles
la atención por detrás. Si se rinden de bueno á bueno,
no hay más que hacer que quitarles las armas, ama-
rrarlos y traerlos á este cerro, de donde los dejaremos
ir á la noche; pero si se resisten ó nos hacen fuego no
liay que dar cuartel; todos mueran.
Tanto la vista de los enemigos, que por instantes
se acercaban, como la consideración del riesgo que me
amenazaba, me hacían temblar como un azogado sin
poder disimular el miedo, de modo que mi temor se
hizo sensible, porque como mis piernas temblaban tanto,
hacían las cadenillas de las espuelas un sonecillo tan
perceptible con los estribos, que llamó la atención del
Aguilucho, quien, advirtiendo mi miedo, echando fuego
por los ojos, me dijo: — ¿Que estás temblando, sinver-
güenza, amujerado? ¿Piensas que vas á reñir con un
ejército de leones? ¿No adviertes, bribón, que son hom-
bres como tú, y solos tres contra cinco? ¿No ves que
no vas solo sino con cuatro hombres, y muy hombres,
que se van á exponer al mismo riesgo y te sabrán
defender como á las niñas de sus ojos? ¿Tan fácil es
que tú perezcas y no alguno de nosotros? Y por fin,
supon que te dieron un balazo, y te mataron, ¿qué cosa
nueva y nunca vista es esa? ¿Has de morir de parto,
coUonote, ó te has de quedar en el mundo para dar fe
PERIQUILLO SAUNIENTO. — T. II, D. — 49.
194
PENSADOR MEXICANO
de la venida del Antecristo? ¿Qué, quieres tener dinero,
comer y vestir bien, y ensillar buenos caballos de flojón,
encerrado entre vidrieras y sin ningún riesgo? Pues eso
está verde, hermano; con algún riesgo se alquila la casa.
Si me dices, como me has dicho, que has conocido ladro-
nes que roban y pasean sin el menor peligro, te diré
que es verdad; pero no todos pueden robar de igual
modo. Unos roban militarmente, quiero decir, en el
campo y exponiendo el pellejo, y otros roban cortesana-
mente, esto es, en las ciudades, paseando bien y sin
exponerse á perder la vida; pero esto no todos lo consi-
guen, aunque los más lo desean. Conque cuidado con
las collonerías, porque te daré un balazo antes que vuel-
vas las ancas del caballo.
Asustado yo con tan áspera reprensión y tan temida
amenaza, le dije que no tenía miedo, y que si temblaba
era de puro frío; que entraríamos al ataque y vería
cuál era mi valor.
— Dios lo haga, dijo el Aguilón, aunque lo dudo
mucho.
En esto llegaron los caminantes á la distancia pre-
fijada por el Aguilucho. Se desprendieron de nuestra
compañía el Chato y el Zurdo y les tomaron la retaguar-
dia, al mismo tiempo que el Pipilo, yo y el Aguilucho
les salimos al (rente con las escopetas prevenidas, gri-
tándoles:
■T^r-'
OBRAS ESCOGIDAS
195
— ¡Párense todos, si no quieren morir á nuestras
manos!
A nuestras voces saltaron de sobre las cargas cuatro
hombres armados, que ocuparon en el momento los
caballos vacíos y se dirigieron contra el Zurdo y el Chato,
ios cuales, recibiéndoles con las bocas de sus carabinas,
mataron a uno y ellos huyeron como liebres.
Los tres viandantes se echaron sobre nosotros, ma-
tándonos al Pipilo en el primer tiro. Yo disparé mi esco-
peta con mala intención, pero sólo se logró el tiro en un
caballo, que tiré al suelo.
Cuando el Aguilucho se vio solo, porque no contaba
conmigo para nada, me dijo:: — Ya este no es partido;
un compañero han muerto, dos han huido, los contrarios
son nueve, huyamos.
Al decir esto, quiso volver la grupa de su caballo;
pero no pudo, porque éste se le armó, de modo, que á
pesar de que cargábamos y disparábamos aprisa, no
haciendo daño y lloviendo sobre nosotros los balazos,
temíamos nos cogieran con arma blanca, porque se iban
acercando á nosotros los tres viandantes á todo trapo,
sin tener miedo a nuestras escopetas.
Entonces el Aguilucho se echó á tierra, matando á
su caballo de un culatazo que le dio en la cabeza, y al
subir á las ancas del mío, le dispararon una bala tan
bien dirigida, que le pasó las sienes y cayó muerto.
196
PENSADOR MEXICANO
Casi por mi cuerpo pasó la bala, pues me llevó un
pedazo de la cotona. La sangre del infeliz Aguilucho
salpicó mi ropa. Yo no tuve más lugar que decirle: —
¡Jesús te valga! — Y viéndome solo y con tantos enemigos
encima, arrimé las espuelas á mi caballo y eché á huir
por aquel camino más ligero que una Hecha. La fortuna
fué que el caballo era excelente y corría tanto como yo
quería. Ello es que al cuarto de hora ya no veía ni el
polvo de mis perseguidores.
l^xtravié veredas, y aunque pensé ir á dar el triste
parte de lo acaecido á las madamas de la casa, no me
determiné, ya porque no sabía el camino, y ya porque,
aunque lo hubiera sabido, temía mucho volver á aquellas
desgraciadas guaridas.
Cansado, lleno de miedo, y con el caballo fatigado^
me hallé como á las doce del día en un solo y agradable
bosquecillo.
Allí desocupé la silla ; aflojé las cinchas al caballo,
le quité el freno, le di agua en un arroyo, lo puse á pacer
la verde grama; me senté bajo un árbol muy fresco y
sombrío, y me entregué á las más serias considera-
ciones.
— No hay duda, decía yo, la holgazanería, el liber-
tinaje y el vicio no pueden ser los medios seguros para
lograr nuestra felicidad verdadera. La verdadera feli-
cidad en esta vida no consiste ni puede consistir en otra
.''ST^Í
OBRAS ESCOGIDAS
197
cosa que en la tranquilidad de espíritu en cualquier
fortuna; y ésta no la puede conseguir el criminal, por
más que pase alegre aquellos ratos en que satisface sus
pasiones; pero á esta efímera alegría sucede una langui-
dez intolerable, un fastidio de muchas horas y unos
remordimientos continuos; pagando en estos tan largos
y gravosos tributos aquel placer mezquino que quizá
compró á costa de mil crímenes, sustos y comprometi-
mientos.
Estas son unas verdades concedidas por todo el que
reflexione atentamente sobre ellas. Mi padre me las
advertía desde muy joven; el coronel no dejaba de repe-
tírmelas; yo las he leído en los libros y tal vez las he oído
en los pulpitos; ¿pero qué más? El mundo, los amigos,
mi experiencia han sido unos constantes maestros que
no han cesado de recordarme estas lecciones en el dis-
curso de mi vida, á pesar de la ingratitud con que yo he
desatendido sus avisos.
— El mundo, dije; sí, el mundo, mis malos amigos,
los funestos sucesos de mi vida, todo ha conspirado
uniformemente á mi desengaño, aunque por distintos
rumbos; porque un mundo falaz y novelero, un mal
amigo vicioso y lisonjero, una desgracia que nos acarrea
nuestra conducta disipada, y todos los males de la vida
son maestros que nos enseñan á reglar nuestras accio-
nes y á mejorar nuestro modo de vivir. Ello es cierto
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II , D. — 50.
198
PENSADOR MEXICANO
que malos maestros pueden dar buenas lecciones. La
infidelidad de un amigo, la perfidia de una. mujer, la
trácala que nos hizo el lisonjero, los golpes que nos hizo
sufrir el agraviado, la prisión á que nos redujo la justicia
por nuestra culpa, la enfermedad que padecimos por
nuestro exceso, y otras cosas así, á la verdad que son
ingratas á nuestro espíritu y nuestro cuerpo; pero la
experiencia de ellas debía hacernos sacar frutos dulces
de sus mismas amargas raíces.
¿Y qué mejor fruto podíamos sacar de estas dolo-
rosas experiencias, que el escarmiento para gobernarnos
en lo futuro? Entonces ya nos guardaríamos de tener
amigos indistintamente, y sin saber cuáles son las señas
del verdadero amigo, nos sabríamos recelar de las muje-
res sin fiar nuestro corazón á cualquiera; huiríamos de
los lisonjeros como de unas fieras mansas pero traido-
ras; trataríamos de no agraviar á nadie para exponernos
á recibir los golpes de la venganza; cuidaríamos de ma-
nejarnos honradamente para no padecer los rigores de
las cárceles; enfrenaríamos nuestros apetitos sensuales
para no lidiar con las enfermedades, y por fin, haríamos
por vivir conforme á las leyes divinas y humanas para
no volver á experimentar esos trabajos y lograr la verda-
dera felicidad que, como digo, es el fruto de la buena
conciencia. Esto conseguiríamos si supiéramos apro-
vecharnos de la experiencia; pero la lástima es que
Ví^' ■.■:■' ^
OBRAS ESCOGIDAS 199
no aprendemos por más frecuentes que sean las lec-
ciones.
Dígalo yo. ¿Qué de trabajos, qué de desaires, qué
de vergüenzas, qué de ingratitudes, qué de golpes, pri-
siones, sustos, congojas y contratiempos no he pasado?
¿A qué riesgos no me he expuesto y en qué situación
tan deplorable me veo? Yo he tenido que sufrir azotes
y reprensiones de los maestros; golpes de toros y caba-
llos; zapatazos, baños de agua hirviendo, amenazas y
desvergüenzas de las viejas; deslealtades, burlas y des-
precios de los malos amigos; palos de payos, desaires
de cortesanos, ingratitudes de parientes, abominaciones
de extraños, lanzamientos de los amos, vejaciones de
tunos, prisiones de la justicia, ollazos de indios, heridas
dadas con razón por casados agraviados por mí, trabajos
de hospitales, araños de coquetas, sustos de muertos y
velorios, robos de picaros y trescientas mil desventuras,
que lejos de servirme de escarmiento, no parece sino que
las primeras me han sido unos estímulos eficaces para
exponerme á las segundas.
¿Qué tengo ya que perder? El lustre de mi naci-
miento se halla opacado con mis vergonzosos extravíos;
mi salud arruinada con mis excesos; los bienes de
fortuna perdidos con mi constante disipación; amigos
buenos no los conozco, y los malos me desprecian y
abandonan. Mi conciencia se halla agitada por los re-
200
PENSADOR MEXICANO
mordimientos de mis crímenes; no puedo reposar con
sosiego, y la felicidad tras que corro parece que es una
fantasma arrea, que al quererla asir se deshace entre
mis manos.
Todo, pues, lo he perdido. No tengo más que la
vida y el alma (jue cuidar. Es lo último que me queda,
pero tambirn lo más apreciable.
Dios se interesa en que no me pierda eternamente.
¡Cuántas veces pude haber perdido la vida á manos de
los hombres, en poder de los brutos, en medio de la mar
y aun á mis propias manos I Innumerables. Hoy pudo
haber sido el último de mis días. A mi lado cayó el
Pipilo, á otro el Aguilucho, y las balas, unas tras otras,
cruzaban crujiendo el aire junto de mis orejas; balas
que ciertamente se dirigían á mi persona y balas que
me pasaban la muerte por los ojos.
Gomo aquéllos murieron, ¿no pude yo haber muerto?
Como hubo balas bien dirigidas para ellos, ¿no pudo
haber alguna para mí? ¿Yo me libre de ellas por mi
propia virtud y agilidad? Claro es que no. Una mano
invisible y Todopoderosa fué la que las desviaba de mi
cuerpo con el piadoso íin de que no me perdiera para
siempre. ¿Y qué méritos tengo contraídos para haberle
debido tal cuidado? ¡Oh, Dios, yo me avergüenzo al
acordame que toda mi vida ha sido una cadena de crí-
menes no interrumpida 1 He corrido por la niñez y la
OBRAS ESCOGIDAS
201
juventud como un loco furioso, atropellando por lodos
los respetos más sagrados, y me hallo en la virilidad
con más años y delitos que en mi pubertad y adoles-
cencia.
Treinta y tantos años cuento de vida, y de una vida
pecaminosa y relajada. Sin embargo, aún no es tarde,
aún tengo tiempo para convertirme de veras y mudar
de conducta. Si me entristece lo largo de mi vida rela-
jada, consuélame saber que el Gran Padre de familias
es muy liberal y bondadoso, y tanto paga al que entra
á la mañana á su viña como al que comienza á trabajar
en ella por la tarde. Esto es hecho, enmendémonos.
Diciendo esto, lleno de temor y compunción aderecé
el caballo, subí en él, y me dirigí al pueblo ó venta de
San Martín.
Llegué cerca de las siete de la noche, pedí de cenar
y mandé que desensillaran y cuidaran de mi caballo á
título de valor, pues no llevaba un real.
Después que cené, salí á tomar fresco al portalito de
la venta, donde estaba otro pasajero en la misma dili-
gencia.
Nos saludamos cortésmente y enredamos la conver-
sación hasta hacerse familiar, siendo el asunto principal
el suceso acaecido aquel día con los ladrones. Me dijo
como había salido de Puebla y caminaba para Calpu-
lalpam, teniendo que hacer una corta demora en Apam.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 51.
202
PENSADOR MEXICANO
Yo le dije que iba para este último pueblo, de don-
de tenía que pasar á México, y así podríamos ir acom-
pañados , poHjue yo tenía muclio recelo de los la-
drones.
— Se debe tener, me contestó el pasajero; pero con
los sustos que han llevado de la semana pasada á esta
parte, es regular que no se rehagan tan presto las gavi-
llas. En pocos días les han pillado seis, han colgado
uno, y han quedado tendidos en el campo cuatro. Con-
que ya ve usted que son de menos en su cuenta once, y
á este paso los días son un soplo.
Gomo yo no había visto coger á nadie, sabía que los
muertos eran dos, y me constaba que apenas éramos
cinco, le dije con un aire de duda: — Dable puede ser
eso; pero temo que hayan engañado A usted, porque
son muchos los ladrones agotados. — No, no me han
engañado, dijo él; lo sé bien, sobre que soy teniente de
la Acordada, tengo las fihaciones de todos, sé sus nom-
bres, los parajes por donde roban, las averías que han
hecho y los que han caído hasta hoy; vea usted si lo
sabré ó no.
Frío me quedé cuando le oí decir que era teniente;
aunque me consolé al advertir que yo no había salido
más que á una campaña, y era imposible que nadie me
conociera por ladrón.
Entonces le di todo crédito, y le pregunté que por
'■J!rr>^"--
OBRAS ESCOGIDAS 203
qué rumbos habían cogido á los demás. A lo que me
contestó que por Otumba y Teotihuacán.
Parlamos largo sobre otras cosas, y á lo último le
dije como yo tenía sobrada razón para temer á los ladro-
nes, pues era perseguido de ellos. — Vea usted, le decía
muy formal, no me han salido esos ladrones, pero
anoche se me huyó el mozo con la muía del almolrés
y me dejó sin un real, pues se llevó los únicos doscientos
pesos que yo llevaba en mi baúl.
— ¡Qué picardía! decía el teniente muy compade-
cido! ya ese picaro estará con ellos. ¿Cómo se llama?
¿qué señas tiene? — Yo le dije lo que se me puso, y
él lo escribió con mucha eficacia en un librito de memo-
ria; y así que concluyó nos entramos á acostar.
Me convidó con su cuarto; yo admití, y me luí á
dormir con él. Luego que vio mis pistolas se enamoró ' •
de ellas y trató de comprármelas. Con el credo en Ja
boca se las vendí en veinticinco pesos, temiendo no se
apercibiera su dueño por allí. Ello es que se las dejé
y me habilité de dinero sin pensar.
Nos acostamos, y á otro día muy temprano nos í
pusimos en camino, en el que no ocurrió cosa parti-
cular. Llegamos á Apam, donde fingí salir á buscar á
un amigo, y al día siguiente nos separamos, y yo conti-
nué mi viaje para México, t
Aquella noche dormí en Teotihuacán, donde me
204
PENSADOR MEXICANO
informé de cómo en la semana anterior habían derrotado
á los ladrones, cogiendo al cabecilla, á quien habían
colgado á la salida del pueblo.
Con estas noticias, lleno de miedo, procuré dormir,
y á otro día á las seis de la mañana ensillé, y encomen-
dándome á Dios de corazón, seguí mi marcha.
Como una legua ó poco más había andado, cuando
vi afianzado contra un árbol y sostenido por una estaca
el cadáver de un ajusticiado, con su saco blanco y mon-
tera adornada con una cruz de paño rojo, que le quedaba
en la parte delantera de la cabeza sobre la frente, y las
manos amarradas.
Acerquéme á verlo despacio; pero ¿cómo me que-
daría cuando advertí y conocí en aquel deforme cadáver
á mi antiguo (i infeliz amigo Januario? Los cabellos se
me erizaron; la sangre se me enfrió; el corazón me
palpitaba reciamente; la lengua se me anudó en la gar-
ganta; mi frente se cubrió de un sudor mortal, y perdida
la elasticidad de mis nervios, iba á caer del caballo abajo,
en fuerza de la congoja de mi espíritu.
Pero quiso Dios ayudar mi ánimo desfallecido, y
haciendo yo mismo un impulso extraordinario de valor,
me procure' recobrar poco á poco de la turbación que me
oprimía.
En aquel momento me acordé de sus extravíos, de
sus depravados consejos, ejemplos y máximas infernales;
¿Cómo me quedaría cuando advertí y conocí en aquel deforme cadáver
á mi antiguo é infeliz amigo Januario?
OBRAS ESCOGIDAS 205
sentí mucho su desgracia, lloré por él, al fin lo traté de
amigo y nos criamos juntos; pero también le di á Dios
muy cordiales gracias porque me había separado de su
amistad, pues con ella y con mi mala disposición fija-
mente hubiera sido ladrón como él, y tal vez á aquella
hora me sostendría el árbol de enfrente.
Confirmé más y más mis propósitos de mudar de
vida, procurando aprovechar desde aquel punto l^^s lec-
ciones del mundo y sacar fruto de las maldades y adver-
sidades de los hombres; y empapado en estas rectas
consideraciones, saqué mi mojarra, y en la corteza del
árbol donde estaba Januario, grabé el siguiente
SONETO^
¿Conque al fin se castigan los delitos,
Y el crimen siempre su cabeza erguida
No llevará? Januario aunque sin vida
Desde ese tronco lo publica á gritos.
¡Oh, amigo malogrado! Estos distritos
Salteador te sufrieron y homicida;
Pero una muerte infame y merecida
Cortó el hilo de excesos tan malditos.
Tú me inculcaste máximas falaces
Que mil veces seguí con desacierto;
Mas hoy suspenso del dogal deshaces
Las ilusiones. Tu cadáver yerto
Predica desengaño, y las veraces
Lecciones tomo que me das ya muerto.
» En el manuscrito que para esta edición se ha tenido á la vista, y de cuya auten-
ticidad no se responde, aunque no faltan datos para creerlo del pensador, se halla el
soneto corregido del modo que ahora se publica.
Del mismo manuscrito se han tomado otras correcciones que se advertirán, si se
compara esta edición con las anteriores.— E.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 52.
206
PENSADOR MEXICANO
Concluido mi soneto, me fui por mi camino enco-
mendándolo á Dios muy de veras.
Procuré entrar en México de noche, paré en el
mesón de Santo Tomás, cené, y estando paseándome en
el corredor, oí llanto de mujeres en uno de los cuartos.
La curiosidad ó la lástima me acercó á la puerta^
V poniéndome á acechar, oí que un viejo decía: — Vamos,
hijas, ya no lloren, no hay remedio, ¿qué hemos de hacer?
La justicia debió hacer su oficio, el muchacho dio en
maleta desde chico, no le valieron mis consejos, mis-
amenazas ni mis castigos; él dio en que se había de
perder, y por fin se salió con ello.
— Pero yo lo siento, decía una pobre vieja; al fin
era mi sobrino. — Yo también lo siento, decía el anciano,
y prueba de olio son las diligencias y el dinero que he
gastado por librarlo; pero no fué capaz, j Válgate Dios
por Januario desgraciadol Eh, hija, no llores; mira,
nadie sabe que es nuestro pariente; todos lo tienen por
huérfano de la casa. La pobre Poncianita ¡cuánto se
avergonzará de este suceso I Pero al fin ya la muchacha
es monja, y aunque se supiera su parentesco, monja se
había de quedar. Encomiéndalo á Dios y acostémonos
para irnos muy de mañana.
Acabaron de hablar mis vecinos y á mí no me
(juedó duda en (jue eran don Martín y su esposa. Yo
me fui á recoger, y á otro día madrugué para hablarles^
OBRAS ESCOGIDAS 207
lo que conseguí con disimulo, conociéndolos bien y sin
darme á conocer de ellos. Supe que habían venido de la
hacienda y se iban á establecer á tierra adentro. Me
despedí de sus buenas personas, de las que ya no he V
sabido. Es regular que hayan muerto, porque las pesa-
dumbres, las enfermedades y los muchos años no pue-
den acarrear sino la muerte.
Fuíme á misa bien temprano; volví á desayunarme,
y no salí en todo el día, ocupándome en hacer las más *
serias reflexiones sobre mi vida pasada, y en afirmar
los propósitos que había hecho de enmendar la venidera.
Una de las cosas por donde conocí que aquel propó-
sito era firme y no como los anteriores, fué que. pudiendo
sacar algún dinero del caballo, manga, sombrero, sable
y espuelas, pues todo era bueno y de valor, no me deter-
miné, no sólo temeroso de que me conocieran alguna
pieza, como me conocieron en otro tiempo la capa del
doctor Purgante, sino escrupulizando justamente, porque
aquello no era mío, y por tanto no podía ni debía ena-
jenarlo.
Propuse, pues, conservar aquellos muebles hasta -
entregárselos al confesor, con intención de pagar las ..
pistolas que vendí, siempre que Dios me diera con qué
y supiera de su dueño.
Con esta determinación me salí cerca del anochecer
á dar una vuelta por las calles sin destino fijo. Pasé
208
PENSADOR MEXICANO
por el templo de la Profesa, que estaba abierto, me
entré á él con ánimo de rezar una estación y salirme.
Estaban puntualmente leyendo los puntos de medi-
tación: me encomendé á Dios aquel rato lo mejor que
pude, y oí el sermón que predicó un sacerdote harto
sabio. Su asunto fué sobre la infelicidad de los que des-
precian los últimos auxilios, y la incertidumbre que
tenemos de saber cuál es el último. Concluyó el orador
probando que jamás faltan auxilios y que debemos
aprovecharnos de ellos, temiendo no sea alguno el últi-
mo, Y despreciándolo, ó nos corte Dios los pasos ce-
rrando la medida de nuestros crímenes, ó nos endurezca
el corazón cayendo en la impenitcncia final.
¡Pero con (|ué espíritu y energía esforzaba el orador
estas verdades 1
— La mayor desgracia, decía lleno de un santo
celo, la mayor desgracia que puede acaecer al hombre
en esta vida es la impenitencia final. En tan infeliz
estado los cielos ó los infiernos abiertos serían para el
impenitente objetos de la más fría indiferencia. Su em-
pedernido corazón no sería susceptible del amor á Dios,
ni del temor de la eternidad, y cierto en que hay pre-
mios y castigos perdurables, ni aspiraría á los unos ni
procuraría libertarse de los otros.
Llovían sobre Faraón y el Egipto las plagas; los
castigos eran frecuentes, y Faraón perseveraba en su
■y.^
líi. -T^ -■,-?■
OBRAS ESCOGIDAS 209
ciega obstinación, porque «su corazón se había endure-
cido,» como nos dicen las sagradas letras, induratum
est cor Faraonis, Por tanto, oyentes míos, «si alguno
de vosotros ha oído hoy la voz del Señor, no quiera endu-
recer su corazón;» si se siente inspirado por algún auxi-
lio, no debe despreciarlo ni dilatar su conversión para
mañana, pues no sabe si despreciando este auxilio ya
no habrá otro y se endurecerá su corazón. Hodie si
cocem ejíis audieritis, nolite ohdurare corda cestra, nos
dice el santo rey profeta. Hoy, pues, en este mismo
instante, debemos abrir el corazón, si toca á él la gracia
del Señor; hoy debemos responder á su voz si nos llama,
sin esperar á mañana, porque no sabemos si mañana
viviremos, y porque no sea que cuando querramos im-
plorar la misericordia de Dios, Su Majestad nos desco-
nozca como á las vírgenes necias, y siendo inútiles
nuestras diligencias se cumpla en nosotros aquel terrible
anatema con que el mismo Señor amenaza á los obsti-
nados pecadores. Os llamé, les dice, os llamé y no me
oísteis; tocjué vuestro corazón ij no me lo francjueasteis;
ijo también á la liora de vuestra muerte me reiré tj me
burlaré de vuestros ruegos.
Por semejante estilo fué el sermón que oí y que
me llenó de tal pavor, que luego que el padre bajó del
pulpito, me entré tras el y le supliqué me oyera dos
palabras de penitencia.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 53.
210
PENSADOR MEXICANO
El buen sacerdote condescendió A mi súplica con la
mayor dulzura y caridad; y luego que se informó de mi
vida en compendio, y se satisfizo de que era verdadero
mi propósito, me emplazó para el día siguiente á las
cinco y media de la mañana, hora en que acababa de
decir la misa de prima, previniéndome que lo esperara
en aquel mismo lugar, que era un rincón obscuro de la
sacristía. Quedamos en eso, y me fui al mesón más
consolado.
Al día siguiente me levanté temprano: oí su misa
y lo esperé donde me dijo.
No me quiso confesar entonces, porque me dijo que
era necesario que hiciera una confesión general; que
tenía una bella ocasión que aprovechar si quería, pues
en esa tarde se comenzaba la tanda de ejercicios, los
que él había de dar, y tenía proporción de que yo en-
trara si (juería.
— Y cómo que quiero, padre, le dije; sí, á eso
aspiro, á hacer una buena confesión. — Pues bien, me
contestó; disponga usted sus cosas, y á la tarde venga;
dígale su nombre al padre portero y no se meta en
más.
Dicho esto se levantó, y yo me retiré más contento
que la noche anterior; aunque no dejó de admirarme
lo que me dijo el confesor de que dijera mi nombre en la
portería, pues él no me lo había preguntado.
V^iK . í?i J*V"'
OBRAS ESCOGIDAS
211
No obstante, no me metí en averiguaciones. Llegué
al mesón, comí á la hora regular, pagué lo que debía,
encargué mi caballo, dejando para su comida, y á las
tres me luí para la Casa Profesa.
CAPITULO XI
En el que Periquillo cuenta cómo entró á ejercicios en la Profesa;
su encuentro con Roque; quién fué su confesor; los favores que le debió, no siendo
entre éstos el menor haberlo acomodado en una tienda
Inmediatamente que llegué á la portería de la Pro-
fesa di el recado de parte del padre que iba á dar los
ejercicios. El portero me preguntó mi nombre, lo dije;
entonces vio un papel y me dijo: — Está bien, que metan
su cama de usted. — Ya está aquí, le dije; la traigo á
cuestas. — Pues entre usted.
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II D. — 54.
•f-
•t.
214
PENSADOR MEXICANO
Entró con ól v me llevó á un cuarto donde estaba
otro, diciéndome: — Este es el cuarto de usted y el señor,
su compañero. — Diciéndome esto se fué, y yo, luego que
le iba á hablar al compañero, conocí que era el pobre
Roque, mi condiscípulo, amigo y fámulo antiguo. VX
también me conoció, y después que nos abrazamos con
la ternura imaginable, nos preguntamos recíprocamente
y nos dimos cuenta de nuestras aventuras.
Admirado se quedó Roque al saber mis sucesos. Yo
no me admiré mucho de los suyos, porque como él no
había sido tan extraviado como yo, no había sufrido
tanto, y sus aventurillas no habían pasado de comunes.
Al fin le dije: — Yo me alegro mucho de que nos
hayamos encontrado en este santo claustro, y que los
que algún día corrimos juntos por la senda de la iniqui-
dad, nos veamos juntos también aquí, animados de unos
mismos sentimientos para implorar la gracia.
— Yo tengo el mismo gusto, me dijo Roque, y á este
gusto añado la satisfacción que tengo de pedirte perdón,
como de facto te lo pido, de aquellos malos consejos que
te di; pues aunque yo lo hacía por lisonjearte y gran-
jearme más tu protección, hostigado por mi miseria, no
es disculpa; antes debería haberte aconsejado bien, y aun
perdido tu casa y amistad, que haberte inducido á la
maldad.
— Yo poco había menester, le dije; no tengas escrú-
OBRAS ESCOGIDAS 215
pulo de eso. Créete que sin tus persuasiones habría
siempre obrado tan mal como obré.
— ¿Pero ahora tratas ya de mudar de vida seria-
mente? me dijo Roque. — Esa es mi intención, sin duda,
le contesté; y con este designio me he venido á encerrar
estos ocho días.
— Me alegro mucho, continuó Roque; pero, hombre,
no sean tus cosas por la Virgen; ya somos grandes, y
ya tú le has visto al lobo, no sólo las orejas, sino todo el
cuerpo, y así debes pensar con seriedad.
— No me disgusta tu fervor, le dije; sin duda eres
bueno para fraile, y te había de sentar lo misionero.
— No pienso en ser predicador, me contestó, porque
no me considero ni con estudios ni con el espíritu propio
para el caso; pero sí pienso en ser fraile, y por eso he
venido á tomar estos santos ejercicios. Ya estoy admi-
tido en San Francisco, y si Dios me ayuda y es su volun-
tad, pienso salir de aquí y entrar al noviciado luego
luego.
— Me alegro, Roque, me alegro. Tú has pensado
con juicio; aunque dice el refrán que el lobo harto de
carne se mete á fraile. — Ese es uno de tantos refranes
vulgares y tontos que tenemos, decía Roque. Aun cuando
quisieras decirme que después que di al mundo las pri-
micias de mi juventud y ahora que tengo un pie en la
vejez quiero sujetarme al claustro y vivir bajo obedien-
216 PENSADOR MEXICANO
cia. no dirías mal; pero ¿acaso porque fuimos malos
muchachos y malos jóvenes hemos de ser también
malos viejos? No, Perico; alguna vez se ha de pensar
con juicio; jamás es tarde para la conversión, y otro
reirán también dice, que más vale tarde que nunca.
— No, no te enojes, Roquillo, le dije; haces muy
bien ; esto es una chanza; ya conoces mi genio, que natu-
ralmente es jovial, y más con amigos de tanta confianza
como tú; pero haces muy bien en pensar de esta suerte,
y yo procuraré sacar fruto de tu enojo.
— I Qué enojo ni qué calabaza! decía Roque; ya
conozco que hablas con chocarrería; pero te digo lo que
hay en el particular.
En esto tocaron la campana y nos fuimos á la plá-
tica preparatoria.
Concluidos los ejercicios de aquella noche entró el
portero á mi cuarto, y me dijo de parte de mi confesor
que después de la misa de prima en la capilla lo esperara
en la sacristía. Leímos yo y Roque en los libros buenos
que había en la mesa hasta que fué hora de cenar, y
después de esto nos recogimos, habilitándome Roque
de una sábana y una almohada.
Al día siguiente me levanté temprano; oí la misa de
prima, esperé al padre y comencé á hacer mi confesión
general, enamorándome más cada día de la prudencia y
suavidad del confesor.
• .JÍTf ^.C ■'■--
OBRAS ESCOGIDAS 217
El séptimo se concluyó la confesión á satisfacción
del confesor y con harto consuelo de mi espíritu. El
padre me dijo que al día siguiente era la comunión
general; que comulgara y no fuera á desayunarme á mi
cuarto, sino á su aposento, que era el número 7, sa-
liendo de la capilla sobre la derecha. Así se lo prometí
y nos separamos.
Increíble será para quien no tenga conocimiento de
estas cosas, el gusto y sosiego con que yo dormí aquella
noche. Parece que me habían aliviado de un enorme
peso ó que se había disipado una espesa niebla que
oprimía mi corazón, y así era á la verdad.
Al día siguiente nos levantamos, aseamos y fuimos
á la capilla, donde después de los ejercicios acostum-
brados se dijo la misa de gracias con la mayor solem-
nidad, y después que comulgó el preste, comulgamos
todos por su mano llenos del más dulce é inexplicable
júbilo.
Concluida la misa y habiendo dado gracias, fueron
todos á desayunarse al chocolatero, y yo, después que
me despedí de Roque con el mayor cariño, fui á hacer lo
mismo en compañía de mi confesor, que ya me esperaba
en su aposento.
¡Pero cuál l'ué mi sorpresa, cuando creyendo yo que
era algún padre á quien no conocía sino de ocho días á
aquella fecha, fui mirando que era mi confesor el mis-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 55.
218
PENSADOR MEXICANO
mísimo Martín Pelayo, mi viejo amigo y excelente con-
sejero.
Al advertir que ya no era un Martín Pelayo á secas,
ni un muchacho bailador y atolondrado, sino un sacer-
dote sabio, ejemplar y circunspecto, y que á éste y no
á un extraño le había contado todas mis gracias, no
dejó de ruborizarme; á lo menos me lo debió conocer
el padre en la cara, pues tratando de ensancharme el
espíritu me dijo: — ¿Que no te acuerdas de mí, Pedrito?
¿No me das un abrazo? Vamos, dámelo, pero muy
apretado. ¡Cuántos deseos tenía yo de verte y de saber
tus aventuras! Aventuras propias de un pobre mucha-
cho sin experiencia ni sujeción. — Entonces nos abra-
zamos estrechamente, y luego me hizo sentar á tomar
chocolate, y continuó diciéndome: — Toda vergüenza que
tengas de haberte confesado conmigo, es excusada, cuan-
do sabes que he sido peor que tú, y tan peor que fui tu
maestro en la disipación. Acaso mis malos consejos
coadyuvaron á disiparte, de lo (jue me pesa mucho; pero
Dios ha querido darme el placer de ser tu director espi-
ritual y de reemplazar con máximas de sólida moral los
perversos consejos que te di algunas veces.
Porque ese espíritu no se acobardara con la vergüen-
za, traté siempre de confesarte en lo obscuro, y tapán-
dome la cara con el pañuelo; mas luego que logré absol-
verte quise manifestarme tu amigo. Nada de cuanto me
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m
OBRAS ESCOGIDAS
219
has dicho me coge de nuevo. Yo habré cometido todos
los crímenes que tú; ante Dios soy delincuente, y si no
me he visto en los mismos trabajos y me he sujetado un
poco más temprano, ha sido por un efecto especial de su
misericordia. Conque así, no estés delante de mí con
vergüenza. En el confesonario soy tu padre, aquí soy tu
hermano; allí hago las veces de juez, aquí desempeño el
título de amigo, que siempre he sido tuyo, y ahora con
doble motivo. En vista de esto me has de tratar aquí
como aquí, y allá como allá.
Fácil es concebir que con tan suave y prudente
estilo me ensanchó demasiado el espíritu, y comencé á
perderle la vergüenza, mucho más cuando no permitió
que le hablara de usted sino de tú como siempre.
Entre la conversación le dije: — Hermano, ya que
te he debido tanto cuanto no puedo pagarte y me has
dicho que el caballo, la manga, el sable y todo esto debo
restituirlo, te digo que lo deseo demasiado, porque me
parece que tengo un sambenito, y temo no me vaya á
suceder con esto otra burla peor que la que me sucedió
con la capa del doctor Purgante. Cierto es que yo no me
robé estas cosas; pero sea como fuere, son robadas, y
yo no las debo tener en mi poder un instante.
Yo quisiera quitármelas de encima lo más presto y
ponerlas en tu poder, para que, ó avisando de ello en la
Acordada, ó al público por medio de la Gaceta ó de cual-
220
PENSADOR MEXICANO
quiera otra manera, se le vuelva todo á su dueño lo más
pronto ó no se le vuelva; el fin es que me quites este
sobrehueso, porque si lo bien habido se lo lleva el diablo,
lo mal habido ya sabes el fin que tiene.
— Todo esto está muy bueno, me dijo Pelayo; pero
¿tienes otra ropa (jue ponerte? — ¡Qur he de tener! le
dije; no hay más que esto y seis pesos que han sobrado
de las pistolas. — Pues ahí tienes, decía Martín, como por
ahora no puedes deshacerte de todo, pues te hallas en
extrema y legítima necesidad de cubrir tus carnes aun-
que sea con lo robado. Sin embargo, veremos qué se
hace. Pero díme: ¿qué giro piensas tomar? ¿en qué
quieres destinarte? ¿ó de qué arbitrio imaginas sub-
sistir? Porque para vivir «es menester comer, y para
tener que comer es necesario trabajar, y á tí te es esto
tan preciso, que mientras no apoyes en algún trabajo tu
subsistencia, estás muy expuesto á abandonar tus bue-
nos deseos, olvidar tus recientes propósitos y volver á la
vida antigua.
— No lo permita Dios, le dije con harta tristeza;
pero, hermano mío, ¿(jué haré, si no tengo en esta ciudad
á quién volver mis ojos, ni de quién valerme para que
me proporcione un destino ó donde servir aunque fuera
de portero? Mis parientes me niegan por pobre; mis
amigos me desconocen por lo mismo, y todos me aban-
donan, ya por calavera, ó ya porque no tengo blanca,
; * V 'H»*!5^7T'*^7r'v^
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OBRAS ESCOGIDAS
221
que es lo más cierto, pues si tuviera dinero me sobra-
ran amigos y parientes, aunque fuera el diablo, como me
han sobrado cuando lo he tenido; porque lo que éstos
buscan es dinero, no conducta, y como tengan que esta-
far, nadie se mete en averiguar de dónde viene. Venga
de donde viniere, el caso es que haya que chupar, y
aunque sea el chupado más indigno que Satanás, ama-
sado con Gestas y Judas, nada importa; los lisonjeros
paniagudos incensarán al ídolo que los favorece, por
más criminal que sea, y con la mayor desvergüenza
alabarán sus vicios, como pudieran las virtudes más
heroicas.
Lo siento, hermano; pero esto lo sé por una conti-
nua experiencia. Estos amigos picaros que me perdieron
y que pierden á tantos en el mundo, saben el arte mal-
dito de disfrazar los vicios con nombre de virtudes. A la
disipación, llaman Hberalidad; al juego, diversión hones-
ta, por más que por modo de diversión se pierdan los
caudales; á la lubricidad, cortesanía; á la embriaguez,
placer; á la soberbia, autoridad; á la vanidad, circuns-
pección; á la grosería, franqueza; á la chocarrería, gra-
cia; á la estupidez, prudencia; á la hipocresía, virtud; á
la provocación, valor; á la cobardía, recato; á la locua-
cidad, elocuencia; á la zoncería, humildad; á la sim-
pleza, sencillez; á la... pero ¿para qué es cansarte,
cuando sabes mejor que yo lo que es el mundo y lo que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 56,
222
PENSADOR MEXICANO
son tales amigos? En virtud de esto, yo no sé qué hacer
ni de quién valerme.
— No te apures, me dijo el padre Pelayo; yo haré
por tí cuanto pueda. Fía en la Suprema Providencia;
pero no te descuides, porque hemos de estar en esta
triste vida á Dios rogando y con el mazo dando.
— Su Majestad te pague tus consuelos y consejos, le
dije; pero, hermano, yo quisiera que te interesaras con
tus amigos, á efecto de que logre algún destino, sea el
que luere, seguro de que no te haré quedar mal.
— Ahora mismo me ha ocurrido una especie, me
dijo, espérame aquí. — Al decir esto se fué á la calle,
y yo me quedé leyendo hasta las doce del día, á cuya
hora volvió mi amigo.
En cuanto entró, me dijo: — Albricias, Pedro; ya
hay destino. Esta tarde te llevo para que te ajustes con
el que ha de ser tu patrón, con quien te tengo muy reco-
mendado. El es amigo mío y mi hijo espiritual; con esto
lo conozco, y estoy seguro de sus bellas circunstancias.
Vaya, tú debes dar á Dios mil gracias por este nuevo
favor, y manejarte ú su lado con conducta, pues ya
es tiempo de pensar con juicio. Acuérdate siempre de
las desgracias que has sufrido, y reílexiona en los
pagos que dan el mundo y los malos amigos. Vamos á
comer.
Le di los debidos agradecimientos, se puso la mesa.
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OBRAS ESCOGIDAS 223
comimos, y concluido esto rezamos un padrenuestro
por el alma de nuestro infeliz amigo Januario. Dormi-
mos sesta, y á las cuatro, después de tomar chocolate,
salí en un coche con el padre Pelayo á la casa del que
iba á ser mi amo.
En cuanto me vio parece que le confronté, porque
me trató con mucha urbanidad y cariño. Tal debió de
ser el buen informe que de mí le hizo nuestro confesor
y amigo.
Era hombre viudo, sin hijos, rico y liberal; circuns-
tancias que lo debían hacer buen amo, como lo fué en
efecto.
El destino era cuidar como administrador el mesón
del pueblo llamado San Aguslín de las Cuecas, que
sabéis dista cuatro leguas de esta capital, y girar una
buena tienda que tenía en dicho pueblo, debiendo par-
tirse á medias entre mí y el amo las utilidades que
ambos tratos produjeran.
Se deja entender que admití en el momento, llenando
á Pelayo de agradecimientos; y habiendo quedado co-
rrientes y aplazado el día en que debía recibir, nos fui-
mos yo y mi amigo Martín para la Profesa.
En la noche platicamos sobre varios asuntos, rema-
tando Pelayo la conversación con encargarme que me
manejara con honradez y no le hiciera quedar mal. Se
lo prometí así y nos recogimos.
'Jí
224
PENSADOR MEXICANO
Al día siguiente me dejó mi amigo en su aposento,
y á poco rato volvió habilitado de géneros y sastre; hizo
me tomara medida de capa y vestido, y habiéndole dado
no sé qué dinero lo despidió.
Si me admiró la generosidad del padre Pelayo, y si
yo no hallaría expresiones con que significarle mi gra-
titud, fácil es conjeturarlo. El me dijo: — Te he suplido
este dinero y he hecho estas diligencias en tu obsequio
por tres motivos: porque no maltrates más esa ropa que
no es tuya; porque no te exponga ella misma á un bo-
chorno, y porque tu amo te trate como á un hombre
fino y civilizado y no como á un payo silvestre. Hace
mucho al caso el traje en este mundo, y aunque no
debemos vestirnos con profanidad, debemos vestirnos
con decencia y según nuestros principios y destinos.
A los tres días vino el sastre con la ropa; me planté
con capote y chaquetita; pero al estilo de México; Pe-
layo fué conmigo al mesón, donde le entregué el caballo
y sus arneses; volvimos á la Profesa, hice una lista de
todo lo que le entregaba, y al otro día puso Martín todo
aquello en poder del capitán de la Acordada, para que
éste solicitara sus dueños ó viera lo que hacía.
No restando ya más que hacer sobre esto, y llegando
el día en que había de recibir la tienda y el mesón,
fuimos á San Agustín de las Cuevas; me entregué de
todo á satisfacción; mi amo y el padre volvieron á
OBRAS ESCOGIDAS
225
México, y yo me quedé en aquel pueblo manejándome
con la mejor conducta, que el cielo me premió con el
aumento de mis intereses y una serie de felicidades
temporales.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 57.
CAPITULO XII
En el que refiere Periquillo su conducta en San Agustín de las Cuevas, y la aventura
del amigo Anselmo, con otros episodios nada ingratos
Así como se dice que el sabio vence su estrella, se
pudiera decir con más seguridad que el hombre de bien
con su conducta constantemente arreglada, domina casi
siempre su fortuna por siniestra que sea.
Tal dominio experimenté yo, aun en las ocasiones
que observé un proceder honrado por hipocresía; bien
que luego que trastrabillaba y me descaraba con el vicio
volvían mis adversas aventuras como llovidas.
228
PENSADOR MEXICANO
Desengañado con esta dolorosa y repetida observa-
ción, traté de pensar seriamente, considerando que ya
tenía más de treinta y siete años; edad harto propia para
reflexionar con juicio. Procuré manejarme con honor y
no dar qué decir en aquel pueblo.
Cada mes on un domingo venía á México, me confe-
saba con mi amigo Pelayo, y con él me iba después á
pasar al resto del día en la casa y compañía de mi amo,
(juien me manifestaba cada vez más confianza y más
cariño, A la tarde salía á pasear á la Alameda ó á otras
partes.
¡Cuántas veces me decía Pelayo: — Sal, expláyate,
diviértete! No está la virtud reñida con la alegría ni con
la honesta diversión. La hermosura del campo para
recreo de los sentidos y la comunicación recíproca de
los hombres por medio de la explicación de sus concep-
tos para desahogo de sus almas, es bendita por el mismo
Dios, pues Su Majestad crió así la belleza, aromas, sabo-
res, virtudes y matices de las plantas, flores y frutos,
como la viveza, gracia, penetración y sublimidad de los
entendimientos, y todo lo hizo, crió y destinó para recreo
y utilidad del hombre; y sino ¿á (jué fin sería dotar á las
criaturas subalternas de bellezas, y al racional de espí-
ritu para percibirlas, si no nos había de ser lícito ejerci-
tar sobre ellas nuestro talento ni sentidos? Sería una
creación inútil, por una parte, y por otra una tiranía que
OBRAS ESCOGIDAS
229
degradaría á la Deidad, pues probaría que había criado
entes espectables y deliciosos, y nos había dotado de
apetitos, prohibiéndonos la aplicación de éstos y la frui-
ción de aquéllos. Pena que los gentiles la hallaron digna
de ser castigo infernal para los crueles y avaros como
Tántalo, á quien concedieron la vista inmediata de las
manzanas y el agua que llegaban á su boca, y no podía
satisfacer su sed ni su hambre.
Ya se ve que esto sería un absurdo pensarlo; pero,
aunque sin malicia, no forman mejor concepto de la
Divinidad los que creen que se ofende de nuestras diver-
siones inocentes.
El abuso y no el uso es lo que se prohibe hasta en
las obras de virtud. Yo tengo esta opinión por muy
segura, y como tal te la aconsejo: no peques // d'wiévteie
cuanto quieras, porque Dios nos quiere santos; no
monos, ridículos, hurones, ni tristes. Eso quédese para
los hipócritas, que los justos en esta expresión del santo
David, deben alegrarse y regocijarse en el Señor, y
pueden muy bien cantar y saltar con su bendición al son
de la cítara, la lira y el salterio.
Frases son éstas con que el santo rey explica que
Dios no quiere mustios ni zonzos. El yugo de la ley del
Señor es suave y su carga muy ligera. Cualquier cris-
tiano puede gozar de aquella diversión que no sea peca-
minosa ni arriesgada. Ninguna dejará de serlo, ni la
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 58.
230
PENSADOR MEXICANO
asistencia á los templos, si el corazón está corrompido y
mal dispuesto; y cualquiera no lo será, aunque sea un
baile y unas bodas, si asistimos á ellas con intención
recta y con ánimo de no prevaricar. Las ocasiones son
próximas y debemos huir los peligros cuando tenemos
experimentada nuestra debilidad. Conque así diviértete,
según te dicte una prudente observación.
Fiado en estos y otros muchos iguales documentos^
me salía yo á pasear buenamente, y aunque encontraba á
muchos de aquellos briboncillos que se habían llamado
mis amigos, procuraba hacer que no los veía, y si no lo
podía excusar, me desembarazaba con decirles que estaba
destinado fuera de México y que me iba á la noche, con
lo que perdían la esperanza de estafarme y seducirme.
En una de estas lícitas paseadas me habló á la mano
un muchachito muy maltratado de ropa, pero bonito de
cara, pidiéndome un socorro por amor de Dios para su
pobre madre, que estaba enferma en cama y sin tener
qué comer.
Como estas palabras las acompañaba con muchas
lágrimas y con aquella sencillez propia de un niño de
seis años, lo creí, y compadeciéndome del estado infeliz
que me pintó, le dije me llevara á su casa.
Luego que entré en ella vi que era cierto cuanto me
dijo, porque en un cuarto, que llaman redondo (que era
toda la casa) yacía sobre unos indecentes bancos de
OBRAS ESCOGIDAS
231
cama una señora como de veinticinco años de edad, sin
más colchón, sábanas ni almohada que un petate, una
frazada y un envoltorio de trapos á la cabecera. En un
rincón de la misma cama estaba tirado un niño como de
un año, ético y extenuado, que de cuando en cuando
estiraba los secos pechos de su débil madre, exprimién-
dole el poco jugo que podía.
Por el sucio aposentillo andaba una huerita de tres
años, bonita á la verdad, pero hecha pedazos, y manifes-
tando en lo descolorido de su cara el hambre que le
había robado lo rozagante de sus mejillas.
En el brasero no había lumbre ni para encender un
cigarro, y todo el ajuar era correspondiente á tal miseria.
No pudo menos que conmover mi sensibilidad una
escena tan infeliz; y así, sentándome junto á la enferma
en su misma cama, le dije: — Señora, lastimado de las
miserias que de usted me contó este niño, determiné
venir con él á asegurarme de su verdad, y por cierto que
el original es más infeliz que el retrato que me hizo esta
criatura.
Pero pues estoy satisfecho, no quiero que mi venida
á ver á usted le sea enteramente infructuosa. Dígame
usted quién es, qué padece y cómo ha llegado á tan
deplorable situación; pues aunque con esta relación no
consiga otra cosa que disipar la tristeza que me parece la
agobia, no será mal conseguir, pues ya sabe que núes-
232
PENSADOR MEXICANO
tras penas se alivian cuando nos las comunicamos con
confianza.
— Señor, dijo la pobre enferma con una voz lángui-
da y harto triste; señor, mis penas son de tal naturaleza,
que pienso que el referirlas, lejos de servirme de algún
consuelo, renovará las llagas de que adolece mi corazón;
pero sin embargo, sería yo una ingrata descortés si,
aunque á costa de algún sacrificio, dejara de satisfacer la
curiosidad de usted...
— No, señora, le dije; no permita Dios que exigiera
de usted ningún sacrificio. Creía que la relación de sus
desdichas le serviría de refrigerio en medio de ellas; pero
no siendo así, no se allija. Tenga usted esto poco que
tengo en la bolsa y sufra con resignación sus trabajos,
ofreciéndoselos al Señor y confiando en su amplísima
Providencia que no la desamparará, pues es un Padre
amante que cuando nos prueba nos amerita y premia y
cuando nos castiga es con suavidad, y aun así le queda
la mano adolorida. Yo tendré cuidado de que un sacer-
dote amigo mío venga á ver á usted y le imparta los
auxilios espirituales y temporales que pueda. Conque,
adiós.
Diciendo esto, le puse cuatro pesos en la cama, y
me levanté para salirme; mas la señora no lo permitió;
antes, incorporándose como mejor pudo en su triste
lecho, con los ojos llenos de agua, me dijo: — No se vaya
OBRAS ESCOGIDAS
233
usted tan presto, ni quiera privarme del consuelo que me
dan sus palabras. Suplico á usted que se siente; quiero
contarle mis desventuras, y creo que ya me será alivio el
comunicarlas á un sujeto, que sin mérito mío manifiesta
tanto interés en rni desgraciada suerte.
Yo me llamo María Guadalupe Rosana; mis padres
fueron nobles y honrados, y aunque no ricos, tenían lo
suficiente para criarme, como me criaron, con regalo.
Nada apetecía yo en mi casa; era querida como hija y
contemplada como hija única. Así viví hasta la edad de
quince años, en cuyo tiempo fué Dios servido de llevarse
á mi padre, y mi madre, no pudiendo resistir este golpe,
lo siguió al sepulcro dentro de dos meses.
Sería largo de contar los muchos trabajos que sufrí
y los riesgos á que se vio expuesto mi honor en el tiem-
po de mi orfandad. Hoy estaba en una casa, mañana en
otra, aquí me hacían un desaire, allí me intentaban
seducir, y en ninguna encontraba un asilo seguro ni
una protección inocente.
Tres años anduve de aquí para allí, experimentando
lo que Dios sabe, hasta que, cansada de esta vida, temien-
do mi perdición y deseando asegurar mi honor y subsis-
tencia, me rendí á las amorosas y repetidas instancias
del padre de estas criaturas. Me casé por fin, y en cuatro
ó cinco años jamás me dio mi esposo motivo de arrepen-
tirme. Cada día estaba yo más contenta con mi estado;
PERIQUILLO SARNIENTO.— T. II , D. — 59.
234
PENSADOR MEXICANO
pero habrá poco más de un año que mi dicho esposo,
olvidado de sus obh'gaciones, y prendado de una buena
mujer que, como muchas, tuvo arte para hacerlo mal
marido y mal padre, me ha dado una vida bastante infe-
liz y me ha hecho sufrir hambres, pobrezas, desnude-
ces, enfermedades y otros mil trabajos, que aún son
pocos para satisfacción de mis pecados.
La disipaci(3n de mi marido nos acarreó á todos el
fruto que era natural: ésta fué la última miseria en que
me ve usted y él se mira.
Cuando fué hombre de bien sostenía su casa con
decencia, porque tenía un cajoncito bien surtido en el
Parián y contaba con todos los géneros y efectos de los
comerciantes, en virtud del buen concepto que se tenía
granjeado con su buena conducta; pero cuando comenzó
á extraviarse con la compañía de sus malos amigos, y
cuando se aficionó de su otra señora, todo se perdió por
momentos. El cajoncito bajó de crédito con su ausencia;
el cajero hacía lo que quería, fiado en la misma; porque
mi esposo no iba al Parián sino á sacar dinero y no á
otra cosa; la casa nuestra estaba de lo más desatendida,
los muchachos abandonados, yo mal vista, los criados
descontentos y todo dado á la trampa.
Es verdad que cuando á mí me pagaba casa de á
diez pesos y me tenía reducida á dos túnicos y á seis
reales de gasto, tenía para pagar á su dama casa de
."?**. ■ - ■~í •'!":"■
OBRAS ESCOGIDAS
235
veinte, dos criadas, mucha ropa y abundantes paseos y
diversiones; pero así salió ello.
Al paso que crecían los gastos se menoscababan los
arbitrios. Dio con el cajón al traste prontamente, y la
señorita, en cuanto lo vio pobre, lo abandonó y se enredó
con otro. A seguida vendió mi marido la poca ropa y
ajuar que le había quedado, y el casero cargó con el
colchón, el baúl y lo poco que se había reservado, echán-
donos á la calle, y entonces no tuvimos más recurso que
abrigarnos en esta húmeda, indecente ó incómoda acce-
soria.
Pero como cuando los trabajos acometen á los hom-
bres llegan de tropel, sucedió que los acreedores de mi
marido, sabedores de su descubierto v satisfechos de
que había disipado el principal en juegos y bureos, se
presentaron y dieron con él en una prisión donde lo
tienen hasta que no les facilite un fiador de seis mil
pesos que les debe. Esto es imposible, pues no tiene
quién lo fíe ni en seis reales, ni aun sus amigos, que me
decía que tenía muchos, y algunos con proporciones;
aunque ya se sabe que en el estado de la tribulación se
desaparecen los amigos.
La miseria, la humedad de esta incómoda habita-
ción y el tormento que padece mi espíritu, me han
postrado en esta cama no sé de qué mal, pues yo que
lo padezco no lo conozco; lo cierto es que creo que mi
236
PENSADOR MEXICANO
muerte se aproxima por instantes, y esta infeliz chiquita
espirará primero de hambre, pues no tienen mis enjutos
pechos con qur aHmentarla; estas otras dos criaturas
quedarán expuestas á la más dolorosa orfandad; mi
esposo entregado á la crueldad de sus acreedores, y todo
sufrirá el trágico fin que le espera.
Esta, señor, es mi desgraciada historia. Ved si con
razón dije que mis penas son de las que no se alivian
con contarlas. ¡Ay, esposo mío! ¡Ay, Anselmo, á qué
estado tan lamentable nos condujo tu desarreglado pro-
ceder I...
— Perdone usted, señora, le dije; g,quién es ese
Anselmo de quien usted se queja?
— Quién ha de ser, señor, sino mi pobre marido, á
quien no puedo dejar de amar, por más que alguna vez
me fuera ingrato.
— Ese es un carácter noble, le dije.
Y á seguida me informé y quedé plenamente satis-
fecho de que su marido era aquel mi amigo Anselmo,
que no me conoció, ó no me quiso conocer cuando
imploré su caridad en medio de mi mayor abatimiento;
pero no acordándome entonces de su ingratitud, sino de
su desdicha y de la que padecía su triste é inocente
familia, procuré aliviarla con lo que pude.
Consolé otra vez á la pobre enferma; hice llamar
á una vieja vecina, que la quería mucho y solía llevarle
OBRAS ESCOGIDAS 237
un bocadito al mediodía, y ofreciéndole un buen salario
se quedó allí sirviéndola con mucho gusto.
Salí á la calle, vi á mi amo, le conté el pasaje, le
pedí dinero á mi cuenta, lo hice entrar en un coche y lo
llevé á que fuera testigo de la miserable suerte de aque-
llas inocentes víctimas de la indigencia.
Mi amo, que era muy sensible y compasivo, luego
que vio aquel triste grupo de infelices, manifestó su
generosidad y el interés que tomaba en su remedio.
Lo primero que hizo fué mandar llamar un médico
y una chichigua, para que se encargasen de la enferma
y de la criatura. En esa noche envió de su casa colchón,
sábanas, almohadas y varias cosas que urgían con nece-
sidad á la enferma.
No me dejó ir á San Agustín por entonces, y al día
siguiente me mandó buscar una viviendita en alto. La
solicité con empeño, y á la mayor brevedad mudé á ella
á la señora y á su familia.
Con el dinero que pedí habilité de ropa á los chiqui-
llos, y no restando más que hacer por entonces, me
despedí de la señora, quien no se cansaba de llenarme
de bendiciones y dar agradecimientos á millares. Cada
rato me preguntaba por mi nombre y lugar donde vivía.
Yo no quise darle razón, porque no era menester; antes
le decía que aquella gratitud la merecía mi amo, que
era quien la había socorrido, pues yo no era sino un
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 60.
238
PENSADOR MEXICANO
débil instrumento de que Dios se había servido para el
efecto.
— Sin embargo, decía la pobre toda enternecida, sin
embargo de que ese caballero haya gastado más que
usted en nuestro favor, usted ha sido la causa de todo.
Sí, usted le habló, usted lo trajo y por usted logramos
tantos favores. Kl es un hombre benéfico, no lo dudo,
ni soy capaz de agradecerle ni pagarle lo bueno que ha
hecho conmigo y mis criaturas; pero usted es á más
de benéfico, generoso, pues gasta con liberalidad siendo
un dependiente, y...
— Ya está, señora, ya está, le dije; restablézcase
usted, que es lo que nos importa, y adiós, hasta el
domingo. — ¿Viene usted el domingo á verme y á sus
hijos? — Sí, señora, vengo.
Les compré fruta á los muchachitos, los abracé y
me despedí, no sin lágrimas en los ojos por la ter-
nura que me causó oirme llamar de papá por aquellos
inocentes niñitos, que no sabían cómo manifestarme su
gratitud sino apretándome las rodillas con sus bracitos
y quedándose llorando, rogándome que no me fuera.
Trabajo me costó desprenderme de aquellas agradecidas
criaturas; pero por fin me fui á mi destino, reencargán-
dolas á mi amo y á Pelayo.
Al domingo siguiente vine sin falta. No estaba mi
amo en casa, y así, en cuanto dejé el caballo, fui á ver
OBRAS ESCOGIDAS 239
cómo estaba la enferma y sus niños; pero ¡cuál fué mi
gusto cuando la hallé muy restablecida y aseada, jugando
en el estrado con sus niños I Tan entretenida estaba con
esta inocente diversión, que no me había visto, hasta
que diciéndole yo: — Me alegro mucho, señorita, me
alegro. — Alzó la cara, me vio, y conociéndome se levan-
tó, y llena de un entusiasmo imponderable y de un gozo
que le rebosaba por sobre la ropa, comenzó á gritar: —
Anselmo, Anselmo; vén breve, vén á conocer al que
deseas. Anda, vén; aquí está nuestro amigo, nuestro
bienhechor y nuestro padre. — Los niños se rodearon de
mí, y estirándome de la capa me llevaron al estrado al
tiempo que salió de la recámara Anselmo.
Sorprendióse al verme, fijó en mí la vista, y cuando
se satisfizo de que yo era el mismo Pedro á quien había
despreciado y tratado de calumniar de ladrón, luchando
entre la gratitud y la vergüenza, quería y no quería
hablarme. Más de una vez intentó echarme los brazos
al cuello, y dos veces estuvo para volverse á la recá-
mara.
En una de éstas, mirándome con ternura y rubor,
me dijo: — Señor... yo agradezco... — Y no pudiendo
pronunciar otra palabra bajó los ojos. Yo, conociendo
el contraste de pasiones con que batallaba aquel pobre
corazón, procuré ensancharlo del mejor modo; y así,
tomando á mi amigo de un brazo y estrechándolo entre
240 PENSADOR MEXICANO
los míos, le dije: — ¡Qué señor ni qué droga 1 ¿No me
conoces, Anselmo? ¿no conoces á tu antiguo amigo
Pedro Sarmiento? ¿Para qué son estas extrañezas ni
esas vergüenzas con quien te ha amado tanto tiempo?
Vamos; depon ese rubor, reprime esas lágrimas y reco-
noce de una vez que soy tu amigo.
Entonces Anselmo, que había estado oyéndome con
la cabeza reclinada sobre mi hombro izquierdo, alentado
con mis palabras, alzó la cara, y volviéndose á su esposa
le dijo:
— ¿Y tú sabes, querida mía, quién es este hombre
benéfico que tanto nos ha lavorecido? — No; no he tenido
el gusto de saberlo, dijo la señora: sólo reconozco en él
un singular bienhechor, á quien todos debemos la vida,
la subsistencia y el honor. — Pues sábete, hija mía, que
este señor es don Pedro Sarmiento, mi antiguo amigo,
á quien debí mil favores y á quien le correspondí con la
mayor villanía en las circunstancias más críticas en que
necesitaba mis auxilios.
Hincóse á este tiempo, y abrazándome tiernamente
me decía: — Perdóname, querido Pedro; soy un vil y un
ingrato; mas tú eres caballero y el único hombre digno
del dulce título de amigo. Desde hoy te reconoceré por
mi padre, por mi libertador y por el amparo de mi es-
posa y de mis hijos, á quienes hice desgraciados por mis
excesos. No te acuerdes de mi ingratitud; no paguen
' :*:-.-.~~X
OBRAS ESCOGIDAS 241
estos inocentes lo que yo solo merecí... seremos tus es-
clavos... nuestra dicha consistirá en servirte... y...
— Por Dios, Anselmo, basta, le dije, levantándolo y
apretándolo en el pecho. Basta, soy tu amigo, y lo seré
siempre que me honres con tu amistad. Serénate y
hablemos de otra cosa. Acaricia á tus niños, que lloran
porque te ven llorar. Consuela á esta señora, que te
atiende entre la aflicción y la sorpresa. Yo no he hecho
sino cumplir en muy poco con los naturales sentimientos
de mi corazón. Cuando hice lo que pude por tu familia,
fué condolido de su infeliz situación, y sabiendo que era
tuya, cuya sola circunstancia sobraba para que, cum-
pliendo con los deberes de la amistad, hiciera en su
obsequio lo posible. Pero después de todo. Dios es quien
ha querido socorrerte; dale á Su Majestad las gracias
y no vuelvas á acordarte de lo pasado, por vida de tus
niños.
Quería yo despedirme, pero la señora no lo con-
sintió; tenía el almuerzo prevenido, y me detuvo á
almorzar.
Nos sentamos juntos muy gustosos, y en la mesa
me informaron como Pelayo y mi amo habían desem-
peñado tan bien mi encargo, que no contentos con soco-
rrer á la enferma y su familia, solicitaron á los acree-
dores de Anselmo, y á pesar de hallar á algunos
inexorables, rogaron tanto y se empeñaron tanto, que
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 61.
2
242 PENSADOR MEXICANO
al fin consiguieron la remisión de la deuda hasta mejora
de fortuna; y para que Anselmo pudiera sostener á su
familia, lo colocó mi amo de mayordomo en una de sus
haciendas, adonde debía partir luego que se acabara de
restablecer su esposa.
Estas noticias me colmaron de gozo, considerando
que Dios se había valido de mí para hacer feliz á aquella
pobre familia, á la que di los plácemes, y luego me
despedí de todos entre mil abrazos, lágrimas y cariñosas
expresiones.
A mi amo y á Pelayo les di también muchos agra-
decimientos por lo que habían hecho, y á la tarde me
volví á mi destino, sintiendo no sé qué dulce satisfacción
en mi corazón por el mucho bien que había resul-
tado á aquella triste familia por mi medio. La contem-
plaba dentro de ocho días tan otra de cómo la había
hallado.
— Ella, decía yo entre mí, estaba sepultada en la
indigencia. El padre, entregado sin honor y sin recurso á
la voracidad de sus acreedores v confundido con la esco-
ria del pueblo en un lóbrego calabozo; su mujer con el
espíritu atormentado y desfallecida de hambre en una
accesoria indecente; las criaturas desnudas, Hacas y
expuestas á morirse ó á perderse, y ahora todo ha cam-
biado de semblante. Ya Anselmo tiene libertad; su
esposa salud y marido; los niños padre, y todos entre
-;*
OBRAS ESCOGIDAS 243
SÍ disfrutan los mayores consuelos. ¡ Bendita sea la
infinita Providencia de Dios, que tanto cuidado tiene
de sus criaturas I y ¡bendita la caridad de mi amo y de
Pelayo, que arrancó de las crueles garras de la miseria
á esta familia desgraciada y la restituyó al seno de la i
felicidad en que se encuentra 1 ¡Cómo se acordará el
Todopoderoso de esta acción para recompensarla con
demasía en la hora inevitable de su muerte! ¡Con qué
indelebles caracteres no estarán escritos en el libro de
la vida los pasos y gastos que ambos han dado y erogado
en su obsequio I ¡Qué felices son los ricos que emplean il
tan santamente sus monedas y las atesoran en los sacos
que no corroe la polilla! ¡Y de qué dulces placeres no
se privan los que no saben hacer bien á sus semejantes I
Porque la complacencia que siente el corazón sensible
cuando hace un beneficio, cuando socorre una miseria
ó de cualquier modo enjuga las lágrimas del afligido, es
imponderable, y sólo el que la experimenta, podrá no
pintarla dignamente, pero á lo menos bosquejarla con
algún colorido.
No hay remedio: sólo los dulces transportes que
siente el alma cuando acaba de hacer un beneficio, debe-
rían ser un estímulo poderoso para que todos los hom-
bres fueran benéficos, aun sin la esperanza de los pre-
mios eternos. No sé cómo hay avaros, no sé cómo hay
hombres tan crueles que, teniendo sus cofres llenos de
244 PENSADOR MEXICANO
pesos, ven perecer con la mayor frialda^d á sus desdicha-
dos semejantes. Ellos miran con ojos enjutos la amari-
llez con que el hambre y la enfermedad pintan las caras
de muchos miserables; escuchan como una suave mú-
sica los ayes y gemidos de la viuda y el pupilo; sus
manos no se ablandan aún regadas con las lágrimas del
huérfano y del oprimido... en una palabra, su corazón y
sus sentidos son de bronce, duros, impenetrables é inñe-
xibles á la pena, al dolor del hombre y á las más puras
sensaciones de la naturaleza.
Es verdad que hay mendigos falsos y pobres, á
quienes no se les debe dar limosna; pero también es
verdad que hay muchos legítimamente necesitados, espe-
cialmente entre tantas familias decentes, que con nombre
de vergonzantes gimen en silencio y sufren escondi-
das sus miserias. A éstas debía buscarse para soco-
rrerse, pero éstas son á las que menos se atiende por
lo común.
Entretenido en estas serias consideraciones, llegué á
San Agustín de las Cuevas.
En el tal pueblo procuré manejarme con arre-
glo, haciendo el bien que podía á cuantos me ocupa-
ban, y granjeándome de esta suerte la benevolencia
general.
Así como me sentía inclinado á hacer bien, no me
olvidé de restaurar el mal que había causado. Pagué
.'^/rPí/fi k\í^-'\ ^.\ >
•Vff."
OBRAS ESCOGIDAS
245
cuanto debía á los caseros y al tío abogado; aunque no
volví á admitir la amistad de éste ni de otros amigos
ingratos, interesables y egoístas.
Tuve la satisfacción de ver á mi amo siempre con-
tento y descansando en mi buen proceder y fui testigo
de la reforma de Anselmo y felicidad de su familia, pues
la hacienda en que estaba acomodado se me entregó en
administración.
Sólo al pobre trapiento no lo hallé, por más que lo
solicité para pagarle su generoso hospedaje; lo más que
conseguí fué saber que se llamaba Tadeo.
Tampoco hallé á nana Felipa, la fiel criada de mi
madre, ni á otras personas que me favorecieron algún
día. De unas me dijeron que habían muerto, y de otras
que no sabían su paradero; pero yo hice mis diligencias
por hallarlas.
Continuaba sirviendo á mi amo y sirviéndome á mí
en mi triste pueblo, muy gustoso con la ayuda de un
cajero fiel que tenía acomodado, hombre muy de bien,
viudo, y que, según me contaba, tenía una hija como de
catorce años en el Colegio de Niñas.
Descansaba yo enteramente en su buena conducta y
lo procuraba granjear por lo útil que me era. Llamábase
don Hilario, y le daba tal aire al trapiento, que más de
dos veces estuve por creer que era el mismo, y por
desengañarme le hacía dos mil preguntas, que me res-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— 62.
246
PENSADOR MEXICANO
pondía ambigua ó negativamente; de modo que siempre
me quedaba en mi duda, hasta que un impensado acci-
dente proporcionó descubrir quién era en realidad este
sujeto.
CAPÍTULO XIII
En el que refiere Perico la aventura del misántropo, la historia de éste, y el desenlace
del paradero del trapiento, que no es muy despreciable
Aunque mi cajero era, como he dicho, muy hombre
de bien, exactísimo en el cumplimiento de su obligación,
y poco amigo de pasear, los domingos que no venía yo
á la ciudad cerraba la tienda por la tarde, tomaba mi
escopeta, le hacía llevar la suya, y nos salíamos á
divertir por los arrabales del pueblo.
Esta amistad y agrado mío le eran muy satisfacto-
248 PENSADOR MEXICANO
rios á mi buen dependiente, y yo lo hacía con estudio;
pues á más de que él se lo merecía, consideraba yo que
sin perder nada granjeaba mucho, pues vería aquellos
intereses más como de un amigo que como de un amo,
y así trabajaría con más gusto. Jamás me equivoqué en
este juicio, ni se equivocará en el mismo todo el que
sepa hacer distinción entre sus dependientes, tratando
á los hombres de bien con amor y particular confianza,
seguro de que los hará mejores.
En una de las tardes que andábamos á caza de
conejos, vimos venir hacia nosotros un caballo desbo-
cado, pero en tan precipitada carrera, que por más que
hicimos no fué posible detenerlo; antes, si no nos hace-
mos á un lado, nos arroja al suelo contra nuestra
voluntad.
Lástima nos daba el pobre jinete, á quien no valían
nada las diligencias que hacía con las riendas para
contenerlo. Creímos su muerte próxima por la furia de
aquel ciego bruto, y más cuando vimos que, desviándose
del camino real, corrió derecho por una vereda, y encon-
trándose con una cerca de piedras de la huerta de un
indio, quiso saltarla, y no pudiendo, cayó en tierra,
cogiendo debajo la pierna del jinete.
El golpe que el caballo llevó fué tan grande, que
pensamos que se había matado y el jinete también,
porque ni uno ni otro se movían.
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OBRAS ESCOGIDAS
249
Compadecidos de semejante desgracia corrimos á
favorecer al hombre; pero éste, apenas vio que nos
acercábamos á él, procuró medio enderezarse, y arran-
cando una pistola de la silla, la cazó, dirigiéndonos la
puntería, y con una ronca y colérica voz nos dijo:
— Enemigos malditos de la especie humana, matadme
si á eso venís y arrancadme esta vida infeliz que arras-
tro... ¿Qué hacéis, perversos? ¿Por qué os detenéis,
crueles? Este brlito no ha podido quitarme la vida, que
detesto, ni son los brutos capaces de hacerme tanto mal.
A vosotros, animales feroces, á vosotros está reservado
el destruir á vuestros semejantes.
Mientras que aquel hombre nos insultaba con estos
y otros iguales baldones, yo lo observaba con miedo y
atención, y cierto que su figura imponía temor y lástima.
Su vestido negro y tan roto, que en partes descubría
sus carnes blancas; su cara descolorida y poblada de
larga barba; sus ojos hundidos, tristes y furiosos; su
cabellera descompuesta: su voz ronca; su ademán deses-
perado, y todo él manifestaba el estado más lastimoso
de su suerte y de su espíritu.
Mi cajero me decía: — Vamonos, dejemos á este
ingrato, no sea que perdamos la vida cuando intenta-
mos darla á este monstruo. — No, amigo, le dije; Dios,
que ve nuestras sanas intenciones, nos la guardará.
Este infeliz no es ingrato como usted piensa. Acaso nos
PERIQUILLO SARNIENTO. — T, II, D.— 63.
250 PENSADOR MEXICANO
juzga ladrones porque nos ve con las escopetas en las
manos, ó será algún pobrecito que ha perdido el juicio,
ó está para perderlo por alguna causa muy grave; pero
sea lo que fuere, de ninguna manera conviene dejarlo
en este estado. La humanidad y la religión nos mandan
socorrerlo. Hagámoslo.
Esto platicamos fingiendo (\ue no lo veíamos y que
(jueríamos retirarnos, mientras él no cesaba de injuriar-
nos lo peor que podía; pero viendo que no le hacíamos
caso y le teníamos vueltas las espaldas, procuró sacar
la pierna azotando con el látigo al caballo para que se
levantara; mas este no podía, y el hombre, deseando
desquitar su enojo, le disparó la pistola en la cabeza,
pero en vano, ponjue no dio fuego.
Entonces registró la cazueleja, y hallándola sin pól-
vora, trataba de cebarla, cuando, aprovechando nosotros
acjuel instante favorable, corrimos hacia él, y afianzán-
dole los brazos, le (|uitó mi cajero las pistolas, yo alcé
al caballo de la cola y sacamos de esta suerte de debajo
de él al triste roto, que, enfurecido más con la violencia
que reconocido al beneficio que acababa de recibir, se
esforzaba á maltratarnos, diciéndonos: — Os cansáis en
vano, ladrones insolentes y atrevidos. Nada tengo que
me llevéis. Si queréis el caballo y estos trapos, lleváos-
los, y quitadme la vida como os dije, seguros en que
me haréis un gran favor.
'^i>^y^ }-
•;-'*' -is^"-*^'. " -_ ^^"^ ^* -*
OBRAS ESCOGIDAS
251
■ — No somos ladrones, caballero, le dije; somos
unos hombres de honor, que paseándonos por aquí
hemos visto la desgracia de usted, y obligados por la
humanidad y la religión, hemos querido aliviarlo en su
mal, y así no pague con injurias esta prueba de la ver-
dadera amistad que le profesamos.
— ¡Bárbaros! nos respondió el hombre puesto en
pie; ¡bárbaros! ¿aún tenéis descaro para profanar con
vuestros impuros labios las sagradas voces de honor,
amistad y religión? ¡Crueles! Esas palabras no están
bien en la indigna boca de los enemigos de Dios y de
los hombres.
— Seguramente este pobre está loco, como usted ha
pensado, me dijo mi cajero.
Entonces se le encaro el roto, y le dijo: — No, no
estoy loco, indigno; pluguiera á Dios que jamás hubiera
tenido juicio para no haber tenido tanto que sentir de
vosotros. — ¿De nosotros? preguntaba muy admirado mi
cajero. — Sí, cruel, de vosotros y de vuestros seme-
jantes. — ¿Pues quiénes somos nosotros? — ¿Quiénes
sois? decía el roto; sois unos impíos, crueles, ladrones,
ingratos, asesinos, sacrilegos, aduladores, intrigantes,
avaros, mentirosos, inicuos, malvados, y cuanto malo
hay en el mundo. Bien os conozco, infames. Sois hom-
bres, y no podéis dejar de ser lo que os he dicho, porque
todos los hombres lo son. Sí, viles, sí; os conozco, os
252 PENSADOR MEXICANO
detesto, os abomino; apartaos de mí ó matadme, porque
vuestra presencia me es más fastidiosa que la muerte
misma; pero id asegurados en que no estoy loco sino
cuando miro á los hombres y recuerdo sus maquina-
ciones infernales, sus procederes malditos, sus dobleces,
sus iniquidades y cuanto me han hecho padecer con
todas ellas. Idos, idos.
Lejos de incomodarme con aquel infeliz, lo com-
padecí de corazón, conociendo que si no estaba loco,
estaba próximo á serlo; y más lo compadecí cuando
advertí por sus palabras (jue era un hombre fino, que
manifestaba bastante talento, y si aborrecía al género
humano, no procedía esta fatal misantropía de malicia
de corazón, sino de los resentimientos que obraban en
su espíritu furiosamente, cuando se acordaba de los
agravios que le habían hecho sufrir algunos de los
muchos mortales inicuos que viven en el mundq.
Al tiempo que hacía estas consideraciones, refiexio-
naba que no es buen medio para amansar á un demente
oponerse á sus ideas, sino contemporizar con ellas, por
extravagantes que sean; y así, aprovechando este re-
cuerdo, le dije al cajero: — El señor dice muy bien. Los
hombres generalmente son depravados, odiosos y malig-
nos. Días há que se lo he dicho á usted, don Hilario, y
usted me tenía por injusto; pero gracias á Dios que encon-
tramos á otro hombre que piense con el acierto que yo.
OBRAS ESCOGIDAS 253
— Tal es la experiencia que tengo de ellos, dijo el
misántropo, y tales son los males que me han hecho.
— Si vamos á recordar agravios, le dije, y á abo-
rrecer á los hombres por los que nos han inferido,
nadie tiene más motivo para odiarlos que yo, porque
á nadie han perjudicado como á mí.
— Eso no puede ser, contestó el misántropo; nadie
ha sufrido mayores daños ni crueldades de los malditos
hombres que el infeliz que usted mira. ¡Si supiera mi
vida!...
— Si oyera usted mis aventuras, le contesté, abo-
rrecería más á los pésimos mortales, y confesara que
debajo del sol no hay quién haya padecido más que yo.
— Pues bien, decía; refiérame los motivos que tiene
para aborrecerlos y quejarse de ellos, y yo le contaré
los míos; entonces veremos quién de los dos se queja
con más justicia.
Este era el punto á donde quería yo reducirlo, y así
le dije: — Convengo en la propuesta; pero para eso es
necesario que vayamos á casa. Sírvase usted pasar á ella
y contestaremos.
— Sea enhorabuena, dijo el misántropo; vamos. —
Al dar el primer paso cayó al suelo, porque estaba muy
lastimado de un pie. Lo levantamos entre los dos, y
apoyándose en nuestros brazos lo llevamos á casa.
Fuimos entrando al pueblo, representando la escena
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 64.
254 PENSADOR MEXICANO
más ridicula, poique el enlutado roto iba rengueando
en medio de nosotros dos, que lo llevábamos con nues-
tras escopetas al hombro, y estirando al caballo, cojo
también, que tal quedó del porrazo.
Semejante espectáculo concilio muy presto la curio-
sidad del vulgo novelero, y como con la ocasión de haber
fiestas en el pueblo había concurrido mucha gente, en
un instante nos vimos rodeados de ella.
Algo se incomodó el misántropo con semejantes
testigos, y más cuando uno de los mirones dijo en alta
voz: — Sin duda éste era un gran ladronazo y estos
señores lo han cogido, y lastimado lo llevan á la cárcel.
Entonces, brotando fuego por los ojos, me dijo: — ¿Ve
usted quiénes son los hombres? ¿Ve usted qué fáciles
son para pensar de sus semejantes del peor modo? Al
instante que me ven me tienen por ladrón. ¿Por qué
no me juzgan enfermo y desvalido? ¿Por qué no creen
que ustedes me socorren, sino que antes su caridad
la suponen justicia y rigor? ¡Ah! ¡malditos sean los
hombres!
— ¿Quién hace caso, le dije, del vulgo, cuando sabe-
mos que es un monstruo de muchas cabezas, con muy
poco ó ningún entendimiento? El vulgo se compone de
la gente más idiota del pueblo; ésta no sabe pensar, y
cuando piensa alguna cosa es casi siempre mal, pues
no conociendo las leyes de la crítica, discurre por las
V- r
OBRAS ESCOGIDAS 255
primeras apariencias que le ministran los objetos mate-
riales que se le presentan, y como sus discursos no se
arreglan á la recta razón, las más veces son desatinados,
y los forma tales con la misma ignorancia que un loco;
pero así como no debemos agraviarnos por las injurias
que nos diga un loco, porque no sabe lo que dice,
tampoco debemos hacer aprecio de los dicterios ni opi-
niones perversas del vulgo, porque es un loco y no
sabe lo que piensa ni lo que habla.
En esto llegamos á la casa; hice desensillar el caba-
llo y dispuse que al momento lo curasen con el mayor
esmero. Vinieron los albéitares, lo reconocieron, lo cura-
ron; hice que le pusieran caballeriza separada; la mandé
asear y que se le echara mucho maíz y cebada, y destinó
un mozo para que lo cuidara prolijamente. Todo esto fué
delante del misántropo, quien, admirado del cuidado que
me debía su bestia, me dijo: — Mucho aprecia usted á los
caballos. — Más estimo á los hombres, le dije. — ¿Cómo
puede ser eso, me dijo, cuando no há veinte minutos
que me aseguró usted que los aborrecía? — Así es, le
contesté; aborrezco á los hombres malos, ó más bien,
las maldades de los hombres; pero á los hombres buenos
como usted los amo entrañablemente, los deseo servir
en cuanto puedo y cuanto más infelices son más los
amo y más me intereso en sus alivios.
Al oir estas palabras que pronuncié con el posible
256 PENSADOR MEXICANO
entusiasmo, advertí no sé qué agradable mutación en la
frente del misántropo, y sin dar lugar á reflexiones, lo
metimos á mi sala, donde tomamos chocolate, dulce y
agua.
Concluido el parco refresco, me preguntó mis des-
gracias; yo le supliqué me refiriera las suyas, y él,
procediendo con mucha cortesía, se determinó á darme
gusto, á tiempo que un mozo avisó que buscaban á don
Hilario. Salió éste, y entretanto el misántropo me dijo:
— Es muy larga mi historia para contarse con la brevedad
que deseo; pero sepa usted que yo, lejos de deber ningún
beneficio á los hombres, de cuantos he tratado he recibido
mil males. Algunos mortales numeran entre sus prime-
ros lavorecedores á sus padres, gloriándose de ello
justamente, y teniendo sus favores por justísimos y nece-
sarios; mas yo. ¡infeliz de mí! no puedo lisonjear mi
memoria con las caricias paternales, como todos, porque
no conocí á mi cruel padre, ni aun supe cómo era mi
indigna madre. No se escandalice usted con estas duras
expresiones hasta saber los motivos que tengo para
proferirlas.
A este tiempo entró mi cajero muy contento, y aun-
que quise que me descubriera el motivo de su gusto, no lo
pude conseguir, pues me dijo que acabaría de oir al
misántropo y luego me daría una nueva que no podía
menos de darme gusto.
ifjc ;-. ; - .. ,. .. ■-- ■ -■ _■ •■-■^;- _-'.':-_.. ■■.■■- - ■•?gw^v-.,>if :~*:' '^í»^^
OBRAS ESCOGIDAS 257
Ved aquí excitada mi curiosidad con dos motivos.
Kl primero, por saber las aventuras del misántropo, y
el segundo, por cercionarme de la buena ventura de mi
dependiente; mas como éste quería que aquél continuara,
se lo rogué, y continuó de esta suerte:
— Dije, señor, prosiguió el misántropo, que tengo
razón para aborrecer entre los hombres en primer lugar
á mi padre y á mi madre. ¡Tales fueron conmigo de
ingratos y desconocidos! Mi padre fué el marqués de
Baltimore, sujeto bien conocido por su título y su rique-
za. Este infame me hubo en doña Clisterna Camoéns,
oriunda de Portugal. Ésta era hija de padres muy nobles,
pero pobres y virtuosos. El inicuo marqués enamoró á
Clisterna por satisfacer su apetito, y ésta se dejó per-
suadir, más por su locura que por creer que se casaría
con ella el marqués; porque siendo rico y de título no
era fácil semejante enlace, pues ya se sabe que los ricos
muy rara vez se casan con las pobres, mucho menos
siendo aquéllos titulados. Ordinariamente los casamien-
tos de los ricos se reducen á tales y tan vergonzosos
pactos, que más bien se podían celebrar en el consu-
lado por lo que tienen de comercio, que en el provisorato
por lo que tienen de sacramento. Se consultan los cau-
dales primero que las voluntades y calidades de los
novios. No es mucho, según tal sistema, ver tan fre-
cuentes pleitos matrimoniales originados por los cu-
periquillo SARNIENTO. — T. II, D. — 65.
258 PENSADOR MEXICANO
laces que hace el interés y no la inclinación de los
contrayentes.
Como el manjués no enamoró á Clistorna con los
unes santos que exige el matrimonio, sino para satisfacer
su pasión ó apetito, luego que lo contentó y ésta le dijo
que estaba grávida, buscó un pretexto de aquellos que
los hombres hallan fácilmente para abandonar á las
mujeres, y ya no la volvi(') á ver, ni á acordarse del hijo
que dejaba depositado en sus entrañas. ¿A este cruel po-
dré amarlo ni nombrarlo con el tierno nombre de padre?
La tal Clisterna tuvo harta habilidad para disimu-
lar el entumecimiento de su vientre, haciendo pasar sus
bascas y achaques por otra enfermedad de sil sexo, con
los auxilios de un médico y una criada que había terciado
en sus amores.
Xo se descuid*') en lomar cuantos estimulantes pudo
para abortar; pero el cielo no permitió se lograran sus
inicuos intentos.
Se llegó el plazo natural en que debía yo ver la luz
del mundo. I']l parto fué feliz, porque Clisterna no padeció
mucho, y prontamente se halló desembarazada de mí, y
libre del riesgo de (jue, por entonces, se descubriera su
liviandad. Inmediatamente me envolvió en unos trapos,
me puso un papel que decía que era hijo de buenos
padres y (jue no estaba bautizado, y me entregó á su
confidenta para que me sacara de casa. ¿Merecerá esta
:mT.,
OBRAS ESCOGIDAS 259
cruel el tierno nombre de madre? ¿Será digna de mi
amor y gratitud? ¡Ah, mujer impía! Tú, con escándalo
de las fieras y con horror de la naturaleza, apenas contra
tu voluntad me pariste, cuando me arrojaste de tu casa.
Te avergonzaste de parecer madre; pero depusiste el
rubor para serlo. Ningún respeto te contuvo para prosti-
tuirte y concebirme; pero para parirme ¡cuántos! para
criarme á tus pechos ¡qué imposibles! Nada tengo que
agradecerte, mujer inicua, y mucho por qué odiarte mien-
tras me dure la vida, esta vida de que tantas veces me
quisiste privar con bebedizos... pero apartemos la vista
de este monstruo, que por desgracia tiene tantos seme-
jantes en el mundo.
La bribona criada, tan cruel como su ama, como
á las diez de la noche salió conmigo y me tiró en los
umbrales de la primera accesoria que encontró.
Allí quedé erdaderamente expuesto á morirme de
frío ó á ser pasto de los hambrientos perros. La gana
de mamar ó la inclemencia del aire me obligaban á llorar
naturalmente, y la vehemencia de mi llanto despertó á
los dueños de la casa. Conocieron que era recién nacido
por la voz; se levantaron, abrieron, me vieron, me reco-
gieron con la mayor caridad, y mi padre (así lo he nom-
brado toda mi vida), dándome muchos besos, me dejó
en el regazo de mi madre, y á esa hora salió corriendo
á buscar una chichigua.
260 PENSADOR MEXICANO
Con mil trabajos la halló; pero volvió con ella muy
contento. A otro día trataron de bautizarme, siendo mis
padrinos los mismos que me adoptaron por hijo. Estos
señores eran muy pobres; pero muy bien nacidos, pia-
dosos y cristianos.
Avergonzándose, pidiendo prestado, endrogándose,
vendiendo y empeñando cuanto poco tenían, lograron
criarme, educarme, darme estudios y hacerme hombre;
y yo tuve la dulce satisfacción, despuc's que me vi colo-
cado con un regular sueldo en una oficina, de man-
tenerlos, chiquearlos, asistirlos en su enfermedad y
cerrar los ojos de cada uno con el verdadero cariño de
hijo.
Ellos me contaron del cruel marqués y de la impía
Clisterna todo lo que os he dicho, después que, al cabo
de tiempo, lo supieron de boca de la misma criada, de
quien tan ciega confianza hizo Clisterna Al referírmelo
me estrechaban en sus brazos; si me veían contento,
se alegraban; si triste, se compungían y no sabían cómo
alegrarme; si enfermo, me atendían con el mayor esme-
ro, y jamás me nombraron sino con el amable epíteto
de hijo; ni yo podía tratarlos sino de padres, y de este
mismo modo los amaba... ¡Ay, señores! ¿y no tuve
razón de hacerlo así? Ellos desempeñaron por caridad
las obligaciones que la naturaleza impuso á mis legí-
timos padres. Mi padre suplió las veces del marqués de
OBRAS ESCOGIDAS 261
Baltimore, hombre indigno, no sólo del título de marqués,
sino de ser contado entre los hombres de bien. Su esposa
desempeñó muy bien el oficio de Clisterna, mujer tira-
na á quien jamás daré el amable y tierno nombre de
madre.
Cuando me vi sin el amparo y sombra de mis
amantes padrinos, conocí que los amé mucho y que
eran acreedores á mayor amor del que yo luí capaz de
profesarles. Desde entonces no he conocido y tratado
otros mortales más sinceros, más inocentes, más bené-
ficos, ni más dignos de ser amados. Todos cuantos he
tratado han sido ingratos, odiosos y malignos, hasta
una mujer en quien tuve la debilidad de depositar todos
mis alectos entregándole mi corazón.
Esta fué una cruel hermosa, hija de un rico, con
quien tenía celebrados contratos matrimoniales, l'^lla
mil veces me ofreció su corazón y su mano ; otras
tantas me aseguró que me amaba y que su fe sería
eterna; y de la noche á la mañana se entró en un
convento, y, perjura indigna, ofreció á Dios una alma
que había jurado que era mía. Ella me escribió una
carta llena de improperios que mi amor no merecía;
ella sedujo á su padre, atribuyéndome crímenes que no
había cometido, para que se declarara, como se declaró,
mi eterno y poderoso enemigo, y ella, en fin, no con-
tenta con ser ingrata y perjura , comprometió contra
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 66.
262 PENSADOR MEXICANO
mí á cuantos pudo para que me persiguieran y da-
ñaran, contándose entre éstos un don Tadeo, hermano
suyo, que afectándome la más tierna amistad, me había
dicho que tendría mucho gusto en llamarse mi cuñado.
¡Ah, crueles 1
Mientras que el misántropo contaba su historia,
advertí que mi cajero lo atendía con sumo cuidado, y
desde que tocó el punto de sus mal correspondidos
amores, mudaba su semblante de color á cada rato,
hasta que, no pudiendo sufrir más, le interrumpió di-
ciéndole: — Dispense usted, señor; ¿cómo se llamaba
esa señora de quien usted está quejoso? — Isabel. —
¿Y usted? — Yo, Jacobo, al servicio de usted.
Entonces el cajero se levantó, y estrechándolo entre
sus brazos , le decía con la mavor ternura : — Buen
Jacobo, amigo desgraciado; yo soy tu amigo Tadeo,
sí, yo soy el hermano de la infeliz Isabel, tu pro-
metida amante. Ninguna queja debes tener de mí ni
de ella. Ella murió amándote, ó más bien, murió en
fuerza del mucho amor que te tuvo; yo hice cuanto
pude por informarte de su suerte, de su fallecimiento
y constancia; pero no l'ur posible saber de tí por más
que hice.
Cuanto padeciste tú, mi hermana y yo, fué ocasio-
nado por el interés de mi padre, quien, por sostener
el mayorazgo de mi hermano Damián, impidió el casa-
'Tfr>
OBRAS ESCOGIDAS 263
miento de Isabel, forzó á Antonio á ser clérigo, y á mí
me dejó pereciendo en compañía de mi iní'elice madre,
que Dios perdone. Conque no tengas queja de la pobre
Isabel, ni de tu buen amigo Tadeo, que quizá la Suma
Providencia ha permitido este raro encuentro para que
te desagravie, te alivie y recompense, en cuanto pueda,
tu virtud.
A todo esto estaba como enajenado el misántropo,
y yo, acordándome del cuento del trapiento y oyendo
que el dicho cajero no se llamaba Hilario sino Tadeo,
y que concordaba bien cuanto me contó aquél con lo
que éste acababa de referir, le dije: — Don Hilario, don
Tadeo, ó como usted se llame, dígame usted, por vida
suya y con la ingenuidad que acostumbra, ¿se ha visto
usted alguna vez calumniado de ladrón? ¿ha vivido en
alguna accesoria? ¿ha tenido ó tiene más hijos que la
niña que me dice? Y por fin, ¿se llama Tadeo ó Hilario?
— Señor, me dijo, me he visto calumniado de ladrón,
he vivido en accesoria, he tenido dos niños, á más de
Rosalía, que han muerto, y, en efecto, me llamo Tadeo
y no Hilario.
— Pues sírvase usted de decirme cómo fué esa ca-
lumnia. — Estando yo una tarde, me dijo, paradoen un
zaguán cerca del Factor y en el pelaje más desprecia-
ble, un mocetoncillo que iba con unos soldados se afir-
mó en que yo le había dado á vender una capa de golilla.
264 PENSADOR MEXICANO
que resultó robada, con la que se habían robado unos
libros, una peluca y qué sé yo qué más. Los soldados
me llevaron ante el juez; éste, por fortuna, me conocía
y á toda mi familia; sabía cuál era mi conducta y la
causa de mis desgracias, y no dudó asegurar que estaba
yo inocente, y prometió probarlo siempre que se le mani-
festara al que me calumnió; pero esto no pudo ser, por-
que los soldados ya le habían soltado; con esto me deja-
ron en libertad.
— ¿Y qur hizo usted, don Tadeo'^ le pregunté; ¿llegó
usted á ver á su calumniador? ¿Supo quién era? Y si
lo vio, ¿qué hizo para vindicarse? Es regular que lo
pusiera usted en la cárcel. — No, señor, me dijo, pasó
en la misma tarde por mi casa, lo conocí, lo metí
en ella, y cuando lo convencí de que era hombre de
bien , lo hospedé en mi casa esa noche , mi madre
le curó unas ligeras roturas de cabeza y lo dejé ir
en paz.
— ¿Y cómo se llamaba ese picaro (jue calumnió á
usted? le pregunté. Y don Tadeo me contest(') que no
lo sabía ni se lo había querido preguntar. Entonces yo,
lleno del júbilo que no soy bastante á explicar, me
abracé de don Tadeo, y el misántropo, satisfecho del
buen proceder de su amigo, y creyéndome algo bueno,
se abrazó de nosotros, y en un nudo que expresaba el
cariño y la confianza, se enlazaron nuestros brazos.
.^^ry»^ . . ^ ■ .-/-" v7
OBRAS ESCOGIDAS 265
Nuestras lágrimas manifestaban los sentimientos de la
gratitud, la reconciliación y la amistad, y un enfático
silencio aclaraba elocuente las nobles pasiones de nues-
tras almas.
Yo, antes que todos, interrumpí aquel éxtasis mis-
terioso, y dije á Tadeo : — Yo, yo soy, noble amigo,
aquel mismo que cuando me prostituí agravié á usted
imputándole un robo que no había cometido; yo sov
á quien benefició el extremo de su caridad; yo quien
sé todas sus desgracias; yo quien lo he tenido por
mi sirviente, y yo, por último, soy quien tendré por
mucha honra que desde hoy me asiente entre sus
amigos.
Esta mi sincera confesión no hizo más que confir-
mar á aquellos señores en que yo era hombre de bien
á toda prueba, y así, después de que más despacio nos
contamos nuestras aventuras, confirmamos nuestras
amistades y juramos conservarlas para siempre.
El misántropo, enteramente mudado, dijo: — Cierto,
señores, que tengo mucho que agradecer á mi caballo,
porque me condujo á un pueblo á donde yo no pensaba
venir... pero ¿qué hablo? Al cielo, á la Providencia, al
Dios de las bondades es á quien debo agradecer seme-
jante impensado beneficio. Por uno de aquellos estu-
diados designios de la Deidad, que los hombres necios
llamamos contingencias, se desbocó mi caballo á tiem-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II , D. — 67.
266 PENSADOR MEXICANO
po que ustedes me vieron y porfiaron por traerme á
su casa, en donde he visto el desenlace de mis des-
gracias con una felicidad no esperada: pues es felici-
dad satisfacerme, aunque tarde, de la constante fide-
lidad de mi amada y de mi buen amigo Tadeo. Ya
conozco que es un desatino aborrecer al género huma-
no por las ingratitudes de muchos de sus individuos,
y que, por más inicuos que haya, no faltan algunos
beneméritos, agradecidos, finos, leales, sensibles, vir-
tuosos y hombres de bien d toda prueba. Es menester
hacer justicia á los buenos, por más que abunden los
malos. Yo lo conozco, y en prueba de ello, pido á
ustedes que me perdonen del loco concepto que me
debían.
— Deja eso, dijo Tadeo; yo he sido, soy y seré tu
amigo mientras viva. Estoy persuadido de que la misma
bondad de tu genio, tu sencillez, tu sensibilidad y tu
virtud, te hicieron creer que todos los hombres se ma-
nejaban como debían, según el orden de la razón, y
habiendo experimentado que no era así, incurriste en
otro error más grosero, creyendo que no había hom-
bre bueno en el mundo, ó cuando menos, que éstos
eran demasiado raros, y, según esta equivocación, no
era muy extraña tu misantropía; pero ya ves que no
es como lo has pensado, y que, susceptible al error,
creíste que yo é Isabel te fuimos ingratos, al mismo
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OBRAS ESCOGIDAS 267
tiempo que ésta murió por amarte y yo no he per-
donado diligencia por saber de tí y confirmarte en mi
amistad.
Yo también pensaba que los hombres prostituidos
al vicio jamás podían mudar enteramente de conducta;
creía que, conservando los resabios del libertinaje, les vi
sería muy difícil el sujetarse á la razón y ser benéficos, ;
y hoy, con la mayor complacencia, me ha desengañado
mi amo y mi amigo don Pedro, cuya conducía, en el
tiempo que le he servido, me ha edificado con su
arreglo...
— Calle usted, señor don Tadeo, le dije, no me aver-
güence recordando mis extravíos y elogiando mi debido
proceder. Mucho menos me trate de amo, sino de amigo, **
de cuyo título me lisonjeo. Yo acomodé á usted en mi
servicio sin saber quién era, y en el tiempo que me
ha acompañado tengo harto que agradecerle. En este
tiempo todas han sido felicidades para mí, siendo la •
última el feliz encuentro y satisfacción del caballero
don Jacobo.
— No es la última felicidad que usted sabe, me dijo
mi cajero; aún resta otra que ustedes dos escucharán , .
con gusto. Oigan esta carta que acabo de recibir.
Dice así:
268 PENSADOR MEXICANO
«Señor don Tadeo Mayoli.
»M6xico 10 de Octubre, &.
»Mi amigo y señor: Ha lallecido su hermano de
V., el señor don Damián, y debiendo recaer en V.
el mayorazgo que poseía, por haber muerto sin suce-
sor, la Real Audiencia ha declarado á V. legítimo
heredero del vínculo, por lo que, después de darle los
plácemes debidos , le suplico se sirva venir cuanto
antes á la capital, para enterarlo del testamento de su
señor hermano y ponerlo en posesión de sus intereses,
en cumplimiento de la orden superior que para el efecto
obra en el oficio de mi cargo.
»Aprecio esta ocasión para ofrecerme á la disposi-
ción deV., como su afectísimo amigo y atento servidor,
O- B. S. M. — Fermín Gutierre::;, »
— Kste sujeto es el escribano ante quien se otorgó
el testamento. En virtud de esta carta tengo que partir
para México cuanto antes. A usted, señor don Pedro,
mi amigo, mi amo y favorecedor, le doy las gracias por
el bien que me ha hecho y por el buen trato que me
ha dado en su casa, ofreciéndole mis cortos haberes,
y suplicándole no olvide, en cualquier fortuna, que soy
y he de ser su amigo; y á tí, querido Jacobo, te ofrezco
mis intereses con igual sinceridad, y para desenojarte
de los agravios que te infirió mi padre negándote á mi
'-f^-I^TÍC.^."" ' . ■ "-■ ■■ • :--z5f^ .
OBRAS ESCOGIDAS 269
hermana, por ser tú pobre, pongo á tu disposición mis
haberes con la mano de mi hija, si la quisieres. Es mu-
chacha tierna, bien criada y nada fea. Si gustas, enlázate
con ella, que ya que no es Isabel, es Rosalía, quiero
decirte que es rama del mismo tronco.
El misántropo, ó don Jacobo, no sabía cómo agra-
decer á Tadeo su expresión; pero se hallaba avergonzado
por ser pobre y por dudar si sería agradable á su hija,
mas éste lo ensanchó diciéndole : — No es defecto para mí
la pobreza, donde concurren tan nobles cualidades; aún
no eres viejo y -creo que mi hija te amará, así que yo la
informe de quién eres.
Pasados estos cariñosos coloquios, tratamos de vestir
con decencia á Jacobo, y al día siguiente hizo Tadeo traer
un coche y se fueron en él para México, dejándome bien
triste la ausencia de tan buenos amigos.
A pocos días me escribieron haberse casado Jacobo
y Rosalía, y que vivían en el seno del gusto y la tran-
quilidad.
Murió á poco el administrador de la hacienda en
donde estaba Anselmo, y mi amo me escribió mandán-
dome que fuera á recibirla.
Con esta ocasión fui á la hacienda y tuve la agra-
dable satisfacción de ver á mi amigo y á su familia, que
me recibió con el mayor cariño y expresión.
Desde aquel día fué Anselmo mi dependiente y yo
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 6f*.
270
PENSADOR MEXICANO
un testigo de su buena conducta. Los hombres de fina
educación v entendimiento, cuando se resuelven á ser
hombres de bien, casi siempre desempeñan este título
lisonjero.
Yo me volví á San Agustín y viví tranquilo muchos
años.
'/<:;m^:^,zwí7^ ;. .' .
CAPÍTULO XIV
En el que Per.'quillo cuenta sus segundas nupcias y otras cosas interesantes
para la inteligencia de esta verdadera historia
No me quedé muy contento con la ausencia de don
Tadeo; su falta cada día me era más sensible, porque
no me fué fácil hallar un dependiente bueno en mucho
tiempo. Varios tuve, pero todos me salieron averiados;
i
i
272 PENSADOR MEXICANO
pues el que no era ebrio, era jugador; el que no era
jugador, enamoraba: el que no enamoraba, era flojo;
el que no tenía este defecto era inútil, y el que era hábil,
sabía darle sus desconocidas al cajón.
Entonces advertí cuan difícil es hallar un depen-
diente enteramente bueno y cómo se deben apreciar
cuando se encuentran.
Sin embargo de mi soledad, no dejaba yo de venir
á México con frecuencia á mis negocios. Visitaba á mi
amo, á quien cada día merecía más pruebas de confianza
y amistad, y no dejaba de ver á Pelayo, ya en la iglesia,
ya en su casa, y siempre lo hallaba padre y amigo ver-
dadero.
Casualmente encontré un día al padre capellán de
mi amo. el chino, en el cuarto de mi amigo Pelayo. Este
padre capellán tenía mucha retentiva ó conservaba fija-
mente las ideas que aprendía con viveza, y como por
mí disfrutaba el acomodo (jue tenía y fué causa de que
saliera yo de la casa de su patrón, retuvo muy bien en
su fantasía mi figura, y al instante que me vio me cono-
ció, y mirando que el padre Pelayo me hacía mucho
aprecio, me habló con el mismo, y satisfecho de la muta-
ción de mis costumbres por sus preguntas, por el asiento
de mi conversación v por el informe de Pelavo, se me
dio por conocido, alabó mi reforma, procuró confirmar-
me en ella con sus buenos consejos, me dio las gracias
-•?r^:^'7^-^-' .;■;■:■ ■ - ' -■■ 'TiW-*.
OBRAS ESCOGIDAS 273
por el influjo que había tenido en su colocación, me ase-
guró en su amistad y me llevó á la casa del asiático,
á pesar de mi resistencia, porque le tenía yo mucha ver-
güenza.
Luego que entramos le dijo el capellán: — Aquí tiene
usted á su antiguo amigo y dependiente don Pedro Sar-
miento, de quien tantas veces hemos hecho memoria.
Ya es digno de la amistad de usted, porque no es un
joven vicioso ni atolondrado, sino un hombre de juicio
y de una conducta arreglada á las leyes del honor y de
la religión.
Entonces mi amo se levantó de su butaque, y dán-
dome un apretado abrazo, me dijo: — Mucho gusto tengo
de verte otra vez y de saber que por fin te has enmen-
dado y has sabido aprovecharte del entendimiento que
te dio el cielo. Siéntate, hoy comerás conmigo, y créete
que te serviré en cuanto pueda, mientras que seas hom- |
bre de bien; porque desde que te conocí te quise, y por
lo mismo sentí tu ausencia; deseaba verte, y hoy que
lo he conseguido estoy harto contento y placentero.
Le di mil gracias por su favor; comimos, le informé
de mi situación v en dónde estaba; le ofrecí mis cortos
haberes; le supliqué que honrara mi casa de cuando en
cuando, y después de recibir de él las más tiernas demos-
traciones de cariño, me marché para mi San Agustín de
las Cuevas, aunque ya no se disolvió la amistad recí-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D.— 69.
t
274 PENSADOR MEXICANO
proca entre el asiático, su capellán y yo; porque los
visitaba en Mrxico, los obsequiaba en mi casa cuando
me visitaban, nos regalábamos mutuamente y nos llega-
mos á tratar con la mayor afabilidad y cariño.
También en uno de los días que venía á México
encontré al pobre Andresillo, muy roto y despilfarrado;
me habló con mucho respeto y estimación; me llevó casi
á fuerza á su casa; me dio su buena mujer de almorzar,
y el pobre no supo qué hacerse conmigo para manifes-
tarme su gratitud.
Yo me compadecí de su situación, y le pregunté
que por qué estaba tan de capa caída, que si no valía
nada su oficio, que si él jugaba, ó era muy disipadora
su mujer. — Nada de eso hay, señor, me dijo Andrés; yo
ni conozco la baraja; no soy tan chambón en mi oficio,
y mi mujer es inmejorable, porque se pasa de econó-
mica á mezquina; pero está México, señor, hecho una
lástima. Para diez que se hacen la barba, hay diez mil
barberos; ya sabe su mercé que en las ciudades grandes
sobra todo, y así creo que hay más barberos que barbados
en México. Solamente los domingos y fiestas de guardar
rapo quince ó veinte de á medio real, y en la semana
no llegan á seis. Esto de dar sangrías, echar ventosas ó
sanguijuelas, curar cáusticos y cosas semejantes, apenas
lo pruebo; con esto no tengo para mantenerme, porque
en la ciudad se gasta doble que en los pueblos, y como
OBRAS ESCOGIDAS 275
primero es comer que nada, cate usted que lo poco que
gano me lo como, y no tengo ni con qué vestirme, ni
con qué pagar la accesoria.
Condolido yo con la sencilla narración de Andrés,
le propuse que si quería irse á mi casa lo acomodaría
de cajero, dándole lugar á que buscara lo que pudiera
con su oficio.
El infeliz vio el cielo abierto con semejante pro-
puesta, que admitió en el momento, y desde luego dis-
puso sus cosas de modo que en el mismo día se fué
conmigo.
1^1 era vulgar, pero no tonto. Fácilmente aprendió ;>
el mecanismo de una tienda, v me salió tan hombre
de bien , que en puntos de despacho y fidelidad no ex-
trañaba yo á mi buen amigo don Tadeo, á quien tampoco
dejr de visitar, ni á su yerno don Jacobo, á quien visité
en su casa con frecuencia, y tuve el gusto de verlo casado
y contento con la señorita doña Rosalía, á la que vi muy :■:%
niña cuando la conocí por hija del trapiento. " I
Estas amistades tuve v conservé cuando fui hombre
de bien, y jamás hubo motivo de arrepentirme de ellas.
Prueba evidente de que la buena y verdadera amistad
no es tan rara como parece; pero ésta se halla entre los
buenos, no entre los picaros, aduladores y viciosos.
Cosa de cuatro años viví muy contento en el estado
de viudo en San Agustín de las Cuevas, adelantando á
i
27G PENSADOR MEXICANO
mi amo su principal, contando quieto y sosegado seis
ú ocho mil pesos míos, visitando muy gustoso á mi amo,
al chino, á Roque, á Pelayo, á Jacobo y á Tadeo, y dur-
miendo con aquella tranquilidad que permite una con-
ciencia libre de remordimientos.
Una tarde, estando paseándome bajo los portales de
la tienda, vi llegar al mesón, que estaba inmediato, una
pobre mujer estirando un burro, el que conducía á un
viejo miserable. El burro ya no podía andar, y si daba
algunos pasos* era acosado por una muchachilla que
venía también azotándole las ancas con una vara.
Entraron al mesón, y á poco rato se me presentó
la niña, que era como de catorce años, muy blanca,
rota, descalza, muy bonita y llena de congoja; tarta-
mudeando las palabras y derramando lágrimas en abun-
dancia, me dijo: — Señor, sé que usted es el dueño del
mesón; mi padre viene muñéndose y mi madre también.
Por Dios, dénos usted posada, que no tenemos ni medio
con que pagar, porque nos han robado en el camino.
He dicho que yo debí á Dios una alma sensible y
me condolía de los males de mis semejantes en medio
de mis locuras y extravíos. Según esto, fácil es concebir
que en este momento me interesé desde luego en la
suerte de aquellos infelices. En efecto, me pareció muy
poco el mandar alojarlos en el mesón, y así respondí á
la mensajera: — Niña, no llores, anda y haz que tu
-■- !> *^''
OBRAS ESCOGIDAS 277
madre y tu padre vengan á mi casa, y diles que no se
aflijan.
La niña se fue corriendo muy contenta, y á pocos
minutos volvió con sus ancianos padres. Los hice entrar
en mi casa, ordené que les dieran un cuarto limpio y
que los asistieran con mucho cuidado.
Conforme á mis órdenes, Andrés dispuso que les
pusieran camas y que les dieran de cenar muy bien,
sin perdonar cuanto gasto consideró necesario á su
alivio.
Yo me alegré de verlo tan liberal en los casos en
que una extrema necesidad lo exigía, y á las diez de la
noche, deseando saber quiénes eran mis huéspedes, entré
á su cuartito y hallé al pobre viejo acostado sobre un
colchoncito de paja; su esposa, que era una señora como
de cuarenta años ó poco menos, estaba junto á su cabe-
cera, y la niña sentada á los pies de la misma cama.
Luego que me vieron se levantaron la señora y la
niña, y el anciano quiso hacer lo mismo; mas yo no lo
consentí, antes hice sentar á las pobres mujeres y yo
me acomodé inmediato al enfermo.
Le pregunté de dónde era, qué padecía y cuándo ó
cómo lo habían robado.
El triste anciano, manifestando la congoja de su
espíritu, suspiró y me dijo: — Señor, los más de los acae-
cimientos de mi vida son lastimosos; usted, á lo que me
PERIQUILLO SARNIFNTO — T. II D. - 70.
■#
A
278 PENSAUOU MEXICANO
parece, es bastante compasivo, y para los corazones sen-
sibles no es obsequio el referirles lástimas.
— Es cierto, amigo, le contesté, que para los que
aman como deben á sus semejantes es ingrata la relación
de sus miserias; pero también puede ser motivo de (jue
experimenten alguna dulzura interior, especialmente
cuando las pueden aliviar de algún modo. Yo me hallo
en este caso, y así quiero oir los infortunios de usted, no
por mera curiosidad, sino por ver si puedo serle útil de
alguna manera.
— Pues señor, continuó el pobre anciano, si ese es
solo el piadoso designio de usted oiga en compendio mis
desgracias:
Mis padres fueron nobles y ricos, y yo hubiera
gozado la herencia que me dejaron si hubiera mi albacea
sido hombre de bien; pero éste disipó mis haberes y me
vi reducido á la miseria. ICn este estado serví á un caba-
llero rico que me quiso como padre, y me dejó cuanto
tuvo á su fallecimiento. Me incliné al comercio, y de
resultas de un contrabando, perdí todos mis bienes de
la noche á la mañana. Cuando comenzaba á reponerme,
á costa de mucho trabajo, me dio gana de casarme, y
lo verifiqué con esta pobre señora, á quien he hecho
desgraciada. Era hermosa, la llevé á México, la vio un
marqués, se apasionó de ella, halló una honrada resis-
tencia en mi esposa y trató de vengarse con la mayor
•.ríH4-> •' -
'"7-,r<=^.
OBRAS ESCOGIDAS 279
villanía, me imputó un crimen que no había cometido y
me redujo á una prisión. Por fin, á la hora de su muerte,
le tocó Dios y me volvió mi honor y los intereses que
perdí por su causa. Salí de la prisión y... — Perdone usted,
señor, le interrumpí diciéndole: ¿cómo se llama usted? —
Antonio. — ¡Antonio! — Sí, señor. — ¿Tuvo usted algún
amigo en la cárcel á quien socorrió en los últimos días
de su prisión? — Sí, tuve, me dijo, á un pobre joven,
que era conocido por Periquillo Sarniento; muchacho
bien nacido, de fina educación, de no vulgares talentos
y de buen corazón, harto dispuesto para haber sido
hombre de bien; pero por su desgracia se dio ú la
amistad de algunos picaros, éstos lo pervirtieron, y por
su causa se vio en aquella cárcel.
Yo, conociendo sus prendas morales, lo quise, le
hice el bien que pude, y aun le encargué me escribiera á
Orizaba su paradero. El mismo encargo hice á su escri-
bano, un tal Chanfaina, á quien le dejé cien pesos para
que agitara su negocio y le diera de comer mientras
estuviera en la cárcel; pero ni uno ni otro me escribieron
jamás. Del escribano nada siento, y acaso se aprove-
charía de mi dinero; pero de Periquillo siempre sentiré
su ingratitud.
— Con razón, señor, le dije, fué un ingrato; debía
haber conservado la amistad de un hombre tan benéfico
y liberal como usted. Quién sabe cuáles habrán sido sus
280 PENSADOR MEXICANO
fines; pero si usted lo viera ahora ¿lo quisiera como
antes?
— Sí lo quisiera, amigo, me dijo; lo amaría como
siempre. — ¿Aun(jue fuera un picaro? — Aunque fuera.
En los hombres debemos aborrecer los vicios, no las
personas. Yo, desde que conocí á ese mozo, viví per-
suadido en que sus crímenes eran más bien imitados
de sus malos amigos que nacidos de malicia de su
carácter. Pero es menester advertir, que así como la
virtud tiene grados de bondad, así el vicio los tiene de
malicia. Una misma acción buena puede ser más ó menos
buena, y una mala, más ó menos mala, según las cir-
cunstancias que mediaron al tiempo de su ejecuci<'>n. Dar
una limosna siempre es bueno: pero darla en ciertas
ocasiones á ciertas personas, y tal vez darla un pobre que
no tiene nada superliuo, es mejor, ya porque se da con
más orden y ya porque hace mayor sacrificio el pobre
cuando da alguna limosna (jue el rico, y por consiguiente,
hace «') tiene más mérito.
Lo mismo digo de las acciones malas. Ya sabemos
(|ue robar es malo; pero el robo que hace el pobre,
acosado de la necesidad, es menos malo ó tiene menos
malicia que el robo ó defraudación que hace el rico
<jue no tiene necesidad ninguna, y será mucho peor
ó en extremo malo si roba ó defrauda á los pobres.
Así es que debemos examinar las circunstancias en que
f^.: " "\'-?^^-
OBRAS ESCOGIDAS 281
los hombres hacen sus acciones, sean las que fueren,
para juzgar con justicia de su mérito ó demérito. Yo
conocí que el tal muchacho Periquillo era malo por el
estímulo de sus malos amigos, más bien que por la mali-
cia de su corazón, pues vivía persuadido de que quitán-
dole estos provocativos enemigos, él de por sí estaba
bien dispuesto á la virtud.
— Pero, amigo, le dije; si lo viera usted ahora en
estado de no poderlo servir en lo más mínimo, ¿lo amara?
— En dudarlo me agravia usted, me respondió; ¿pues
qué, usted se persuade á que yo en mi vida he amado
y apreciado á los hombres por el bien que me puedan
hacer? Eso es un error. Al hombre se le ha de amar por
sus virtudes particulares y no por el interés que de
ellas nos resulte. El hombre bueno es acreedor á nuestra
amistad, aunque no sea dueño de un real, y el que no
tenga un corazón emponzoñado y maligno es digno de
nuestra conmiseración, por más crímenes que cometa,
pues acaso delinque ó por necesidad ó por ignorancia,
como creo que lo hacía mi Periquillo, á quien abrazaría
si ahora lo viera.
— Pues, digno amigo, le dije, arrojándome á sus bra-
zos, tenga usted la satisfacción que desea. Yo soy Pedro
Sarmiento, aquel Periquillo á quien tanto favor hizo en
la cárcel; yo soy aquel joven extraviado; yo el ingrato
ó tonto que ya no le volví á escribir, y yo el que, des-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 71.
28:2 PENSADOR MEXICANO
engañado del mundo, he variado de conducta y logro
lo inexplicable satisfacción de apretarlo ahora entre mis
brazos.
El buen viejo lloraba enternecido al escuchar estas
cosas. Yo lo dejé y luí á abrazar y consolar á su mujer,
que también lloraba por ver enternecido á su marido,
V la ¡nocente criatura derramaba sus lac:ri millas sabiendo
apenas por (jué. La abracé también, le hice sus sorro-
clocos, y pasados aquellos primeros transportes, me
acabó de contar don Antonio sus trabajos, que pararon
en que, viniendo para México á poner á su hija en un
convento, con designio de radicarse en esta capital,
habiendo realizado todos sus bienecillos que había adqui-
rido en Acapulco, en el camino le salieron unos ladro-
nes, lo robaron y le mataron al viejo mozo Domingo,,
que los sirvi(') siempre con la mayor fidelidad. Que ellos,
en tan deplorable situación, se valieron de un relicario
de oro que conservó su hija ó se escapó de los ladrones^
y el que vendieron para comprar un jumento, en el
que Woíxn á mi casa don Antonio muv enfermo de disen-
tería, habiendo tenido que caminar los tres sin un medio
real como treinta leguas, manteniéndose de limosna
Hiasta que llegaron á mi casa.
Cuando mi amigo don Antonio concluyó su conver-
sación. le dije: — Xo hay que afligirse. Msta casa y
cuanto tengo es de usted y de toda su familia. A toda
■^■i' ■>•>•; > . - ■■-•■ .^a^rt.
OBRAS ESCOGIDAS 283
la amo de corazón por ser de usted y desde hoy usted
es el amo de esta casa.
En aquella hora los hice pasar á mi recámara, les
di buenos colchones, cenamos juntos y nos recogimos.
Al día siguiente saqué géneros de la tienda y mandé
que les hicieran ropa nueva. Hice traer un médico de
México para que asistiera á don Antonio y á su mujer,
que también estaba enferma, con cuyo auxilio se res-
tablecieron en poco tiempo.
Cuando se vieron ahviados, convalecientes v surti-
dos de ropa enteramente, me dijo don Antonio: — Siento,
mi buen amigo, el haber molestado á usted tantos días;
no tengo expresiones para manifestarle mi gratitud, ni
cosa que lo valga para pagarle el beneficio que nos ha
hecho; pero sería un impolítico y un necio si permane-
ciera siéndole gravoso por más tiempo; y así me voy en
mi burro como antes, rogándole que si Dios mudare
mi fortuna, usted se servirá de ella como propia.
— Calle usted, señor, le dije. ¿O^mo era capaz que
usted se fuera de mi casa atenido á una suerte casual?
Yo fui favorecido de usted, fui su pobre, y hoy soy su
amigo, y si quiere seré su hijo y haremos todos una
misma familia. He examinado v observado las bellas
prendas de la niña Margarita, tiene edad suficiente, la
amo con pasión , es inocente y agradecida. Si mi honesto
deseo es compatible con la voluntad de usted y de su
284 PENSADOR MEXICANO
esposa, yo serc muy dichoso con tal enlace y manifes-
tare' en cuanto pueda, que á ella la adoro y á ustedes
los estimo.
El buen viejo se quedó algo suspenso al escuchar-
me; pero pasados tres instantes de suspensión, me dijo:
— Don Pedro, nosotros ganamos mucho en que se
verifique semejante matrimonio. A la verdad que, con-
siderándolo con arreglo ;i nuestra infeliz situación, no
lo podemos esperar mejor. La muchacha tiene cerca
de (juince años y es algo bonitilla; ya yo estoy viejo
y enfermo, poco he de durar; su pobre madre no está
sana, ni cuenta con ninguna protección para sostenerla
después de mis días. Por lo regular, si ella no se casa
mientras vivo, acaso quedará para pasto de los lobos
y será una joven desgraciada. Pensamiento es este que
me quita el sueño muchas noches.
Esto es decir, amigo, que yo deseo casar á mi hija
cuanto antes; pero, como padre al fin, quisiera casarla,
no con un rico ni con un marqués, pero sí con un
hombre de bien, con experiencia del mundo, y á quien
yo conociera que se casaba con ella por su virtud y
no por su tal cual hermosura.
Todas estas cualidades y muchas más adornan á
usted y en mi concepto lo hacen digno de mujer de
mejores prendas que las pocas que me parece tiene
Margarita; pero es preciso considerar que á usted le
:'í>--í- »". í.'i'='-i • .'ílji-
OBKAS ESCOGIDAS 285
han de faltar pocos años para cuarenta, según su
aspecto, y suponiendo que tenga usted treinta y seis ó
treinta y siete, esa es una edad bastante para ser padre
de la novia y esto puede detenerla para querer á usted.
Sé dos cosas bien comunes. La una, que un moderado
exceso en la edad de un hombre respecto á la de la
mujer, tan lejos está de ser defecto, que antes debería
verse como circunstancia precisa para contraerse los
matrimonios, pues cuando los jóvenes se casan tan
muchachos como sus novias, por lo regular sucede que
acaban mal los m.atrimonios. porque siendo más débil
el sexo femenino que el masculino y teniendo que sufrir :
más demérito en el estado conyugal que en otro alguno,'
sucede que á los dos ó tres partos se pone fea la mujer,
y como en el caso de que hablamos los muchachos no
tienen por lo común otra mira, al contraer el matrimonio,
que la posesión de un objeto hermoso, sucede también,
por lo común, que acabada la belleza de la mujer se
acaba el amor del hombre; pues cuando es de treinta
á treinta y seis años, ya su mujer parece de cincuenta,
le es un objeto despreciable y la aborrece injustamente.
Esta razón, entre otras, debería ser la más poderosa
para que ni los hombres se casaran muy temprano ni
las niñas se enlazaran con muchachos; pero es ardua
empresa el sujetar la inclinación de ambos sexos á la
razón, en una edad en que la naturaleza domina con tanto
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — "2.
286 PENSADOR MEXICANO
¡mpcrio en los hombres. Lo cierto es que los matrimo-
nios que celebran los viejos son ridículos, y los que hacen
los niños desgraciados las más veces. Esto quiere decir
que yo apruebo y me parece bien que usted se case con
mi hija; pero ignoro si ella querrá casarse con usted.
Es verdad, y esta es la otra cosa (|ue sé; es verdad
que ella es muy dócil, muy inocente, me ama mucho,
y hará lo (|ue yo le mande; pero jamás la obligaré á
que abrace un estado que no le incline, ni á que se una
con quien no quiera, en caso que elija el matrimonio.
l']n virtud de esto, usted conocerá (jue el enlace de
usted con mi hija no depende de mi arbitrio. En ella
consiste; yo la dejaré en entera libertad, sin violentar
para nada su elección, y si quisiere, para mí será de
lo más lisonjero.
Concluyó don Antonio su arenga, y yo le dije:
— Señor, si solamente estos son los reparos de usted,
todos están allanados á mi favor, y desde luego mi
dicha será cierta, si usted y la señora su esposa dan
su beneplácito; porque antes de hablar á usted sobre
el particular, examiné el carácter de su niña, y no sin
admiración encontré en tan tiernos años una virtud
muy sólida y unos sentimientos muy juiciosos. Ellos
me han prendado más que su hermosura, pues ésta
acaba con la edad ó se disminuye con los achaques
y enfermedades que no respetan á las bellas. De buenas
OBRAS ESCOGIDAS 287
á primeras manifesté á su niña de usted mis sanas
intenciones y me contestó con estas palabras, que con-
servaré siempre en la memoria:
— Señor, me dijo, mi padre dice que usted es hombre
de honor y otras veces ha dicho que apetecería para mí
un hombre de bien, aunque no fuera rico. Yo siempre
creo á mi padre, porque no sabe mentir, y á usted lo
quiero mucho después que lo ha socorrido; me parece
(jue con casarme con usted aseguraría á mis pobres pa-
dres su descanso; y así, ya por no verlos padecer más y
ya porque quiero á usted por lo (jue ha hecho con ellos,
y porque es hombre de bien, como dice mi padre, me
casara con usted de buena gana; pero no sé si querrán
mi padre y madre, y yo tengo vergüenza de decírselos.
— Esta fué la sencilla respuesta de su niña de usted,
tanto más elocuente cuanto más desnuda de artificio.
En ella descubrí un gran íbndo de sinceridad, de ino-
cencia, de gratitud, de amor filial, de obediencia y de
respeto á sus padres y bienhechores. Pensaba C('>mo
significarle á usted mi deseo; mas queriendo usted sepa-
rarse de mi casa me he precisado á descubrirme. De
parte de los prometidos todo está hecho, resta sólo el
consentimiento de usted y de su mamá, que les suplico
me concedan.
Don Antonio era serio, pero afable; y así después
que me oyó se sonrió, y dándome una palmada en el
288 PENSADOR MEXICANO
hombro, me dijo: — ¡Oh, amigo 1 Si ya ustedes tenían
hecho su enjuague, hemos gastado en vano la sahva.
Vamos, no hay muchacha tonta para su conveniencia.
Apruebo su elección; todo está corriente por nuestra
parte; pero si lo ha pensado usted bien, apresure el
paso, que no es muy seguro que dos que se aman,
aunque sea con fines lícitos, vivan por mucho tiempo
desunidos bajo de un mismo techo.
Entendí el fundado y cristiano escrúpulo de mi sue-
gro, y encargándole el cuidado de la tienda y del mesón,
mandé en aquel momento ensillar mi caballo y marché
para México.
Luego que llegué, conté á mi amo todo el pasaje,
dándole parte de mis designios, los que aprobó tan de
buena gana que se me ol'reció para padrino. A Pelayo,
como á mi confesor v como á mi amicro, le avisé también
de mis intentos, y en prueba de cuanto le acomodaron,
interesó sus respetos, y en el término de ocho días sacó
mis licencias bien despachadas del provisorato.
En este tiempo visité á mi amo, el chino, y al padre
capellán, á don Tadeo y á don Jacobo, convidándolos
á todos para mi boda. Asimismo mandé convidar á
Anselmo con su familia; compré los donas ó arras, que
regalé á mi novia, y como tenía dinero, facilité desde
esta capital todo el que era menester para la disposición
del festejo.
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OBRAS ESCOGIDAS 289
Un convoy de coches salió conmigo para San Agus-
tín de las Cuevas el día en que determiné mi casamiento.
Ya Anselmo estaba en mi casa con su familia; y ?u
esposa, que elegí para madrina, había vestido y adornado
á Margarita de todo gusto, aunque no de rigorosa moda,
porque era discreto y sabía que el festín había de cele-
brarse en el campo, y yo quería que luciera en él la ino-
cencia y la abundancia, más bien que el lujo y la ceremo-
nia. Según este sistema, y con mis amplias facultades,
dispuso Anselmo mi recibimiento y el festejo según quiso
y sin perdonar gasto. Como á las seis y media de la
mañana llegur á San Agustín, y me encontró en la sala
de mi casa á mi novia vestida de túnico y mantilla negra,
acompañada de sus padres; á Anselmo con su esposa
y familia; á Andrés con la suya, y los criados de siempre.
Luego que pasaron las primeras salutaciones que
prescribe la urbanidad, envió Anselmo á avisar al señor
cura, quien inmediatamente fué á casa con los padres
vicarios, los monacillos y todo lo necesario para darnos
las manos. Se nos leyeron las amonestaciones privadas,
se ratificó en nuestros dichos y se concluyó aquel acto
con la más general complacencia.
Al instante pasamos á la iglesia á recibir las ben-
diciones nupciales y á jurarnos de nuevo nuestro cons-
tante amor al pie de los altares.
Concluido el augusto sacrificio, nos volvimos á espe-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, D. — 73.
290 PENSADOR MEXICANO
rar al señor cura y á los padres vicarios. Se desnudó
mi esposa de aquel traje, y mientras que la madrina la
vestía de boda, entrr yo á la cocina para ver qué tal
disposición tenía Anselmo; mas óste lo hizo todo de tal
suerte, que yo, que era el dueño de la función, me sor-
prendía con sus rarezas.
Una de ellas fué no hallar ni lumbre en el brasero.
Salí á buscarlo bien avergonzado, y le dije: — Hombre.
¿<|U(' has hecho, por Dios? ¡Tanta gente de mi estimación
en casa y no haber á estas horas ni prevención de al-
muerzo! ¿No te escribí que no te pararas en dinero
para gastar cuanto se ofreciera? jVoto á mis penas!
¡Qur vergüenza me vas á hacer pasar, Anselmo! Si
lo sé no me valgo de tí seguramente.
— ¡Pues cómo ha de ser, hijo! Ya sucedió, me res-
pondió con mucha Hema; pero no te apures, yo tengo
una familia que me estima en este pueblo, y allá nos
vamos á almorzar todos, luego que lleguen el señor cura
v los vicarios.
— Esa es peor tontera r impolítica que todo, le dije;
¿no consideras que cómo nos hemos de ir á encajar de
repente más de veinte personas á una casa, donde tal
vez no tendré yo el más mínimo conocimiento? Y luego
á almorzar v sin haberles avisado.
— Como de esas imprudencias se ven todos los días
en el mundo, decía Anselmo, en los casos apurados
• í??»'.
OBRAS ESCOGIDAS 29l
es menester ser algo sinvergüenzas para no pasarlo tan
mal.
Renegaba yo de Anselmo y de su flema, cuando nos
llamaron diciéndonos que ya estaban en casa los padres.
Salí á cumplimentarlos bien amostazado, y me hallé
con mi esposa transformada de cortesana en pastora de
la Arcadia; porque la madrina la vistió con un túnico
de muy fina muselina bordada de oro, le puso zapatos
de lama del mismo metal v le atravesó una banda de
ti
seda azul celeste con franjas de oro. Tenía el pelo suelto
sobre la espalda y recogido en la cabeza con un lazo
bordado, v cubierta con un sombrerillo de raso también
azul con garzotas blancas.
Este sencillo traje me sorprendió también, y me
serenó algo la cólera que me había dado el descuidado
de Anselmo; porque como mi novia era hermosa y tan
niña, me parecía con aquel vestido una ninfa de las
que pintan los poetas. A todos les pareció lo mismo
y la celebraban á porfía.
Cuando Anselmo me vio un poco sereno, dijo: —
Vamonos, señores, que ya es tarde. — Salieron todos y
yo con ellos al lado de mi esposa, pensando con qué
pito iría á salir el socarrón de Anselmo; pero ¡cuál fué
mi gusto cuando llegando á una gran casa de campo,
que era de un conde rico, fui mirando lo que no es-
peraba I
292 PENSADOR MEXICANO
No quiso Anselmo (jue nos dilatáramos en ver la
casa, sino que nos llevó en derechura á la huerta, que
era muy hermosa y muy bien cultivada.
Al momento que entramos en ella salió á recibirnos
una porción de jovencitas muy graciosas, como de doce
á trece anos, las que, vestidas con sencillez y gallardía,
teniendo todas ramos de llores en las manos, formaban
unas contradanzas muy vistosas al compás de dos lamo-
sos golpes de música de viento y de cuerda que para el
caso estaban prevenidos.
Esta alegre comitiva nos condujo al centro de la
huerta, en el que había colocadas, con harta simetría,
muchas sillas decentes, y asimismo el suelo estaba
entapizado con alfombras.
Se gozaba del aire fresco sin que los rayos del sol
incomodaran para nada, porque pendientes de los árbo-
les estaban varios pabellones de damascos encarnados,
amarillos y blancos, que daban sombra y hermosura á
aquel lugar en que se respiraban las delicias más puras
é inocentes.
Pasado un corto rato, salieron de un lado de la
huerta porción de criadas y criados muy aseados, y
tendiendo sobre las alfombras los manteles, nos sen-
tamos á la redonda y se nos sirvió un almuerzo bastan-
temente limpio, abundante y sazonado, durante el cual
nos divirtió la música con sus cadencias y las mucha-
OBRAS ESCOGIDAS 293
chas con la suavidad de sus voces con que cantaron
muchos discretos epitalamios á mi esposa.
Acabado el almuerzo nos fuimos á pasear por la
huerta hasta que fuó hora de comer, lo que también
se hizo allí por gusto de todos.
A las siete de la noche se sirvió un buen refresco;
hubo un rato de baile hasta las doce, hora en que se
dio la cena, y concluida nos recogimos todos muy con-
tentos.
Al día siguiente se despidieron los señores convi-
dados, dejándome mil expresiones de afecto y ofrecién-
dose con el mismo a mi disposición y de mi esposa. Mi
padrino, que saben ustedes que fué mi amo, entendido
de que Anselmo había corrido con el gasto general de
la función, le pidió la cuenta para pagarla, deseando
hacerme algún obsequio; pero se admiró demasiado
cuando, esperando hallar una suma de seiscientos ó
más pesos, según la abundancia y magnificencia de la
fiesta, encontró que todo ello no había pasado de dos-
cientos.
Apenas lo creía; pero Anselmo le aseguró que no
era más, y le decía: — Señor, no son los festejos más
lucidos los que cuestan más dinero, sino los que se
hacen con más orden, y como la mejor disposición no
es incompatible con la mayor economía, es claro que
puede hacerse una función muy solemne sin desperdi-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. H, D.— 74. .
294 PENSADOR MEXICANO
cios, que son en los que no se repara y los que hacen
las funciones más costosas sin hacerlas más esplén-
didas.
— Es mucha verdad, dijo mi amo, y supuesto que
el gasto es tan corto, que lo laste mi ahijado, que yo
me reservo para mejor ocasión el hacerle su obsequio
á mi ahijadita. — Diciendo esto, se fué á México, Ansel-
mo á su destino y yo á mi tienda.
Con el mavor consuelo v satisfacción vivía en mi
nuevo estado, en la amable compañía d(^ mi esposa y
sus padres, á quienes amaba con aumento y era corres-
pondido de todos con el mismo.
Ya mi esposa os había dado á luz, queridos hijos
míos, v fuisteis el nudo de nuestro amor, las delicias
de vuestros abuelos y los más dignos objetos de mi
atención; ya contabas tú, Juanita, dos años de edad, y
tú, Garlos, uno, cuando vuestros abuelos pagaron el
tributo debido á la naturaleza, llevándose pocos meses
de diferencia en el viaje uno al otro.
Ambos murieron con aquella resignación y tran-
quilidad con que mueren los justos. Les di sepultura y
lionré sus funerales según mis proporciones. Vuestra
madre quedó inconsolable con tal pérdida, y necesitó
valerse de todas las consideraciones con que nos alivia
en tales lances la religión católica, que puede ministrar
auxilios sólidos á los verdaderos dolientes.
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OBRAS ESCOGIDAS
295
Pasado este cruel invierno, todo ha sido primavera,
viviendo juntos vuestra madre, yo y vosotros, y disfru-
tando de una paz y de unos placeres inocentes en una
medianía honrada, que, sin abastecerme para super-
fluidades, me ha dado todo lo necesario para no desear
la suerte de los señores ricos y potentados.
Vuestro padrino fué mi amo, quien mientras vivió
os quiso mucho, y en su muerte os confirmó su cariño
con una acción nada común, que sabréis en el capítulo
que sigue.
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CAPITULO XV
En el que Periquillo refiere la muerte de su amo,
la despedida del chino, su última enfermedad, y el editor sigue contando lo demás
hasta la muerte de nuestro héroe
Excusemos circunloquios y vamos á la substancia.
Murió mi amable amo, padrino, compadre y protector;
murió sin hijos ni herederos forzosos, y tratando de
darme las últimas pruebas del cariño que me profesó,
me dejó por único heredero de sus bienes, contándose
entre éstos la hacienda que administraba yo en compa-
ñía de Anselmo, bajo las condiciones que expresó en
su testamento, y que yo cumplí como su amigo, como
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 75.
298 PENSADOR MEXICANO
SU favorecido y como hombre de bien, que es el título
de que más nos debemos lisonjear.
Si sentí la muerte de este buen hombre, no tengo
para qué ponderarlo, cuando era necesario haber sido
más que bruto para no haberlo amado con justicia.
Leí el testamento que otorgó á mi favor, y al llegar
á la cláusula que decía, que por lo bien que lo había
servido, lo satisfecho que estaba de mi honrada con-
ducta, y por cumplir el obsequio (jue había ofrecido á
su ahijada, que era mi esposa, me donaba todos sus
bienes, etc.. no pude menos que regar aquellos ren-
glones con mis lágrimas, nacidas de amor y gratitud.
Asistí á sus funerales: vestí luto con toda mi fami-
lia, no por ceremonia, sino por manifestar mi justo
sentimiento; cumplí todos sus comunicados exactamen-
te, y habiendo entrado en posesión de la herencia, dis-
fruté de ella con la bendición de Dios y la suya.
No por verme con algún capital propio me desco-
nocí, como había hecho otras veces, ni desconocía mis
buenos amigos. A todos los traté como siempre y los
serví en lo que pude, especialmente á aquellos que en
algún tiempo me habían favorecido de cualquier modo.
Entre éstos tuvo mucho lugar en mi estimación
mi amo, el chino, á quien restituí como tres mil y pico
de pesos que le disipé cuando viví en su casa; pero él
no los quiso admitir, antes me escribió que era muy
■ -pirrf^T^-- -'r-^- ,
OBRAS ESCOGIDAS 299
rico en su tierra y en la mía no le faltaba nada; que
se daba por satisfecho de aquella deuda y me los devol-
vía para mis hijos. Concluyó esta carta diciéndome que
estaba para regresar á su patria, sin querer ver más
ciudades ni reinos que el de América, por tres razones:
la primera, porque se hallaba quebrantada su salud; la
segunda, porque, según las observaciones que había
hecho, no podía menos el mundo que ser igual en
todas partes, con muy poca diferencia, pues en todas
partes los hombres eran hombres; y la tercera y prin-
cipal, porque la guerra, que al principio no creyó que
fuese sino un motín popular que se apagaría breve-
mente, se iba generalizando y enardeciendo por todas
partes.
Yo admití su favor, dándole las debidas gracias por
su generosidad, y el día que no lo esperaba, llegó á mi
casa en un coche de camino precedido de mozos y muías
que conducían su equipaje.
Hizo que parase el coche á la puerta de la tienda,
y desde allí se despidió sobre la marcha. No lo permití
yo; antes valiéndome de la suave violencia que sabe usar
la amistad, lo hice bajar del coche y que descargaran
las muías. A éstas, á los mozos v cocheros se les asistió
en el mesón, y á mi amo en casa, en la que se expresó
mi esposa para agasajarlo.
Mucho platicamos ese día, y entre tanto como habla-
300
PENSADOR MEXICANO
mos le pregunté: — ¿Qih' escribía tanto cuando yo estaba
en su casa? — Si lo vieras, me dijo, acaso te incomo-
darías, porque lo que escribí fueron unos apuntes críticos
de los abusos (jue he notado en tu patria, ampliándolo
con las noticias y explicaciones que oía al capellán, á
quien después daba los cuadernos para que los corri-
giera.
— ¿Y qué se han hecho esos cuadernos, señor?
¿Los lleva usted ahí? — No los llevo, me dijo, dos
años há que se los remití á mi hermano, el tután, con
algunas cosas particulares de tu tierra. — Pues tan
lejos estaría yo de incomodarme, señor, con los tales
apuntes, que antes apreciaría demasiado su lectura.
¿Quién tiene los borradores? — El mismo capellán se
queda con ellos, me respondió; pero no sé por qué los
reserva tanto que á nadie los ha querido prestar.
Propuse en mi interior no omitir diligencia alguna
que me pareciera oportuna para lograr los tales cua-
dernos. Se hizo hora de comer, y comí con mi familia
en compañía de aquel buen caballero.
A la tarde fuimos al campo á divertirnos con las
escopetas, y pasando por donde tiró el caballo ó se cayó
con el misántropo, le conté la aventura de éste, que el
asiático escuchó con mucho gusto.
A la noche volvimos á casa, se pasó el rato en
buena conversación entre nosotros, el señor cura y
j -V^V^'T'T^-.-r** ^^T»^
ODRAS ESCOGIDAS 301
otros señores que me favorecían con sus visitas, y
cuando fué hora de cenar, lo hicimos v nos fuimos
á recoger.
Al siguiente día madrugamos, y fui á dejar á mi
querido amo hasta Cuernavaca, desde donde me volví
á mi casa, después de haberme despedido de él con
las más tiernas expresiones de amor y gratitud.
No pude olvidarme de los cuadernos que escribió,
y desde luego comencé á solicitarlos con todo empeño
por medio de mi buen amigo y confesor Martín Pelayo.
como que sabía la amistad que llevaba con el doctor don
Eugenio, capellán que fué de mi amo, el chino, y comen-
tador ó medio autor de dichos papeles.
No me han disuadido claramente de mi solicitud:
pero hasta ahora no los puedo ver en mis manos; porque
dice el padre capellán que los está poniendo en limpio
y que luego que concluya esta diligencia me los pres-
tara. El es hombre de bien y creo que cumplirá su
palabra.
Cosa de dos años más viví en paz en aquel pueblo,
visitando á ratos á mis amigos y recibiendo en corres-
pondencia sus visitas, entregado al cumplimiento de mis
obligaciones domésticas, que han sido las únicas que he
tolerado; pues aunque varias veces me han querido hacer
juez en el pueblo, jamás he accedido á esta solicitud, ni
he pensado en obtener ningún empleo, acordándome de
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II , D. — 76.
302
PENSADOR MEXICANO
mi ineptitud y de que muchas veces los empleos infun-
den ciertos humillos que desvanecen al que los ocupa
y acaso dan al traste con la más constante virtud.
Mis atenciones, como he dicho, sólo han sido pai-a
educaros, asegurar vuestra subsistencia sin daño de ter-
cero y hacer el poco bien que he podido en reemplazo
del escándalo y perjuicios que causaron mis extravíos;
y mis diversiones y placeres han sido los más puros é
inocentes, pues se han cifrado en el amor de mi mujer,
do mis hijos y de mis buenos amigos, l'ltimamente, doy
iníinitas gracias á los cielos porque á lo menos no me
envejecí en la carrera del vicio y la prostitución, sino que,
aunque tarde, conocí mis yerros, los detesté, y evité caer
en el precipicio, á donde me despeñaban mis pasiones.
Aunque en realidad de verdad nunca es tarde para
el arrepentimiento, y mientras que vive el hombre siem-
pre está en tiempo oportuno para justificarse, no debe-
mos vivir en esta confianza, pues acaso en castigo de
nuestra pertinacia y rebeldía nos faltará esa opoi'tunidad
al tiempo mismo de desearla.
Yo os he escrito mi vida sin disi'raz; os he manifes-
tado mis errores y los motivos de ellos sin disimulo,
y por fin os he descubierto en mí mismo cuáles son los
dulces premios que halla el hombre, cuando se sujeta á
vivir conforme á la recta razón y á los sabios principios
de la sana moral.
-v-.-^^T.^.v-r^jr'j"-. .■ . . .- ■. ..T^^r
OBRAS ESCOGIDAS 303
No permita Dios que después de mis días os aban-
donéis al vicio y toméis sólo el mal ejemplo de vuestro
padre, quizá con la necia esperanza de enmendaros como
él á la mitad de la carrera de vuestra vida, ni digáis
en el secreto de vuestro corazón: — Sigamos á nuestro
padre en sus yerros, que después lo seguiremos en la
mudanza de su conducta, — pues tal vez no se logren
esas inicuas esperanzas. Consagrad, hijos míos, á Dios
las primicias de vuestros años, y así lograréis percibir
temprano los dulces frutos de la virtud, honrando la
memoria de vuestros padres, excusándoos las desgra-
cias que acompañan al crimen, siendo útiles al Estado
y á vosotros mismos, y pasando de una l'elicidad tem-
poral á gozar otra mayor que no se acaba.
Corté el hilo de mi historia; pero acaso no serán
muy inútiles mis últimas digresiones.
Dos años más, después de la ausencia de mi amo,
el chino, como ya os dije, viví en San Agustín de las
Cuevas, hasta que me vi precisado á reahzar mis inte-
reses y radicarme en esta ciudad, ya por ver si en ella
se restablecía mi salud, debilitada por la edad y asal-
tada por un anasarca ó hidropesía general, y ya por
poner aquéllos á cubierto de las resultas de la insurrec-
ción que se suscitó en el reino el año de 1810. ¡Mpoca
verdaderamente fatal y desastrosa para la Nueva Españal
j Época de horror, de crimen, sangre y desolación!
304
PENSADOR MEXICANO
¡Cuántas reflexiones pudiera haceros sobre el ori-
gen, progresos y probables fines de esta guerra! Muy
(ácil me sería hacer una reseña de la historia de Amé-
rica, y dejaros el campo abierto para que reflexionarais
de parte de quién de los contendientes está la razón,
si de la del gobierno español, ó de los americanos que
pretenden hacerse independientes de la España; pero es
muy peligroso escribir sobre esto, y en México en el año
de 1813. No quiero comprometer vuestra seguridad,'
instruyéndoos en materias políticas, que no estáis en
estado de comprender. Por ahora básteos saber que la
guerra es el mayor de todos los males para cualquie-
ra nación ó reino; pero incomparablemente son más
perjudiciales las conmociones sangrientas dentro de
un mismo país, pues la ira, la venganza y la cruel-
dad, inseparables de toda guerra, se ceban en los mis-
mos ciudadanos (jue se alarman para destruirse mutua-
mente.
Bien conocieron esta verdad los romanos como tan
ejercitados con estas calamidades intestinas. Entre otros
son dignos de notarse Horacio y Lucano. El primero,
reprendiendo á sus conciudadanos enfurecidos, les dice:
«^A dónde vais, malvados? ^para qué empuñáis las
armas? ¿ por •• ventura se han teñido poco los campos y
los mares con la sangre romana? Jamás los lobos ni los
leones han acostumbrado, como vosotros, ejercitar su
:■-■'• ■■ ^!íTf?:!^"^^?*?í--'
OBRAS ESCOGIDAS 305
encono sino con otras fieras sus desiguales ó diferentes
en especie. Y por ventura, aun cuando riñen, ¿es su
furor más ciego que el vuestro? ¿es su rabia más acre?
¿es su culpa tanta? Responded. Pero ¿qué habéis de
responder? Calláis, vuestras caras se cubren de una
horrorosa amarillez v vuestras almas se llenan de terror
convencidas por vuestro mismo crimen.»
De semejante modo se expresaba el sensible Hora-
cio, y Lucano hace una viva descripción de los daños
que ocasiona una guerra civil, en unos versos que os
traduciré libremente al castellano. Dice, pues, que en
las conmociones populares
Perece la nobleza con la plebe
Y anda de aquí acullá la cruel espada;
Ningún pecho se libra de sus filos.
La roja sangre hasta las piedras mancha
De los sagrados templos; no defiende
A ninguno su edad ; la vejez cana
Ve sus días abreviar y el triste infante
Muere al principio de su vida ingrata.
¿Pero por qué delito el pobre viejo
Ha de morir, y el niño que no dañan?
¡Ah, que sólo vivir en tiempos tales
Es grande crimen, sí, bastante causa!
Con más valentía pintó Erasmo todo el horror de
la guerra, y se esfuerza cuando habla de las civiles.
«Común cosa es, dice, el pelear: despedázase una gente
con otra, un reino con otro reino, príncipe con príncipe,
pueblo con pueblo, y lo que aún los Ethnicos tienen por
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II , D. — 77.
306
PENSADOR MEXICANO
impío, el deudo con el deudo, hermano con hermano,
el hijo con el padre; y finalmente, lo que á mi parecer
es más atroz, un cristiano con un hombre; y ¿qué sería
(dígolo por la mayor de las atrocidades) si fuese un
cristiano con otro cristiano? Pero ¡oh, ceguedad de
nuestro entendimiento! ¡que en lugar de abominar esto,
haya quión lo aplauda, quién con alabanzas lo ensalce,
quién la cosa más abominable del mundo la llame santa,
y avivando el enojo de los príncipes, cebe el fuego hasta
(juo suba al cielo la llama!»
Virgilio conoci(') (jue nada bueno había en la guerra,
y que todos debíamos pedir á Dios la duración de la paz.
Por esto escribió: Xaí/r/ sahf,'^ helio, parom le poscimris
ofunes, /
De todo esto debéis inferir cuan gran mal es la
guerra; cuan justas son las razones que militan para
excusarla, y que el buen ciudadano sólo debe tomar las
armas cuando se interese el bien común de la patria.
Sólo en este caso se debe empuñar la espada y
embrazar el broquel, y no en otros, por más lisonjeros
que sean los fines que se propongan los comuneros, pues
dichos fines son muy contingentes y aventurados, y las
desgracias consecutivas á los principios y á los medios
son siempre ciertas, funestas y generalmente pernicio-
sas... Pero apartemos la pluma de un asunto tan odioso
por su naturaleza, y no querramos manchar las páginas
W .'.■■^.. ■ .' ;;,■': ■: y /•■;■• r;-->- ■c^-'fFíK.'ííy^'-;. 'í'llfW;*"-
OBRAS ESCOGIDAS 307
de mi historia con los recuerdos de una época teñida con
sangre americana.
Después de realizados mis bienes y radicado en
México, traté de ponerme en cura, y los médicos dije-
ron que mi enfermedad era incurable. Todos convenían
en el mismo fallo, y hubo pedante que para desenga-
ñarme de toda esperanza apoyó su aforismo en la vejez,
diciéndome en latín que los muchos años son una enfer-
medad muy grave, Senectus ipsa est morhiis.
Yo, que sabía muy bien que era mortal, y que ya
había vivido mucho, no me dilaté en creerlos. Quise que
no quise, me conformé con la sentencia de los médicos,
conociendo que el conformarse con la voluntad de Dios
á veces es trampa legal, pues querramos que no querra-
mos se ha de cumplir en nosotros; hice, como suelen
decir, de la necesidad virtud, y ya sólo traté de conservar
mi poca salud paliativamente, pero sin esperanza de res-
tablecerla del todo.
En este tiempo me visitaban mis amigos, y por
una casualidad tuve otro nuevo, que fué un tal Lizardi,
padrino de Garlos para su confirmación, escritor des-
graciado en vuestra patria, y conocido del público con
el epíteto con que se distinguió cuando escribió en estos
amargos tiempos, y fué el de Pensador Mexicano.
En el tiempo que llevo de conocerlo y tratarlo he
advertido en él poca instrucción, menos talento, y últi-
303
PENSADOR MEXICANO
mámente ningún mérito (hablo con mi acostumbrada
ingenuidad); pero en cambio de estas faltas, sé que no
es embustero, falso, adulador ni hipócrita. Me consta
que no se tiene ni por sabio ni por virtuoso; conoce sus
faltas, las advierte, las confiesa y las detesta. Aunque
es hombre, sabe que lo es; que tiene mil defectos; que
está lleno de ignorancia y amor propio; que mil veces no
advierte aquélla porcjue éste lo ciega, y últimamente,
alabando sus producciones algunos sabios en mi pre-
sencia y en la suya, le he oído decir mil veces: — Señores,
no se engañen; no soy sabio, instruido ni erudito; sé
cuánto se necesita para desempeñar estos títulos; mis
producciones os deslumhran, leídas á la primera vez;
pero todas ellas no son más que oropel. Yo mismo me
avergüenzo de ver impresos errores que no advertí al
tiempo de escribirlos. La facilidad con que escribo no
prueba acierto. Inscribo mil veces en medio de la dis-
tracción de mi familia y de mis amigos; pero esto no
justifica mis errores, pues debía escribir con sosiego y
sujetar mis escritos á la lima, ó no escribir, siguiendo
el ejemplo de Virgilio ó el consejo de Horacio; pero
después que he escrito de este modo, y después de que
conozco por mi natural inclinación que no tengo pacien-
cia para leer mucho, para escribir, borrar, enmendar ni
consultar despacio mis escritos, confieso que no hago
como debo, y creo firmemente que me disculparán los
OBRAS ESCOGIDAS 309
sabios, atribuyendo á calor de mi fantasía la precipita-
ción siempre culpable de mi pluma. Me acuerdo del jui-
cio de los sabios, porque del de los necios no hago caso.
Al escuchar al Pensador tales expresiones, lo mar-
qué por mi amigo, y conociendo que era hombre de bien,
y que si alguna vez erraba, era más por un entendi-
miento perturbado que por una depravada voluntad, lo
numeré entre mis verdaderos amigos, y él se granjeó
de tal modo mi afecto, que lo hice dueño de mis más
escondidas confianzas, y tanto nos hemos amado que
puedo decir que soy uno mismo con el Pensador y él
conmigo.
Un día de estos, en que ya estoy demasiadamente
enfermo y en que apenas puedo escribir los sucesos de
mi vida, vino á visitarme, y estando sentada mi esposa
en la orilla de mi cama y vosotros alrededor de ella,
advirtiéndome fatigado de mis dolencias, y que no podía
escribir más, le dije: — Toma esos cuadernos para que
mis hijos se aprovechen de ellos después de mis días.
En ese instante dejé á mi amigo el Pensador mis
comunicados y estos cuadernos, para que los corrija y
anoto, pues me hallo muy enfermo...
PERIQUILLO SAUNIENTO — T. II, D. — 78.
NOTAS DEL PENSADOR
Hasta aquí escribió mi buen amigo don Pedro Sar-
miento, á quien amó como á mí mismo, y lo asistí en su
enfermedad hasta su muerte con el mayor cariño.
Hizo llamar al escribano y otorgó su testamento con
las formalidades de estilo, liin ól declaró tener cincuenta
mil pesos en reales efectivos, puestos á réditos seguros
en poder del conde de San Tolmo, según constaba del
documento que manifestó certificado por escribano y
debía obrar cosido con el testamento original, y seguía:
»It. Declaro que es mi voluntad, que pagadas del
quinto de mis bienes las mandas forzosas y mi funeral,
se distribuya lo sobrante en favor de pobres decentes,
hombres de bien y casados, de este modo: si sobran
nueve mil y pico de pesos, se socorrerán a nueve pobres
de los dichos, que manifiesten al albacea que queda nom-
brado certificación del cura de su parroquia, en que
■ -■ : ^WS^fT^yW^- • ' . -?; ■ -
OBRAS ESCOGIDAS 311
conste son hombres de conducta arreglada, legítimos
pobres, con familias pobres que sostener, con algún
ejercicio ó habilidad, no tontos ni inútiles, y á más de
esto, con fianza de un sujeto abonado que asegure con
sus bienes responder por mil pesos, que se le entregarán
para que los gire y busque su vida con ellos; bien enten-
dido de que el fiador será responsable á dicha cantidad,
siempre que se le pruebe que su ahijado la ha malver-
sado; pero si se perdiere por suerte del comercio, robo,
quemazón ó cosa semejante, quedarán libres de respon-
sabilidades así el fiador como el agraciado.
» Declaro: que aunque pudiera con nueve mil pesos
hacer limosna á veinte, treinta, ciento ó mil pobres,
dándoles á cada uno una friolera, como suele hacerse, no
lo he determinado, porque considero que éstos no son
socorros verdaderos, y sí lo serán en el modo que digo;
pues es mi voluntad, que después que los socorridos
hagan su negocio y aseguren su subsistencia, devuelvan
los mil pesos para que se socorran otros pobres.
» Declaro también: que aunque pudiera dejar limos-
nas á viudas y á doncellas, no lo hago, porque á éstas
siempre les dejan los más de los ricos, y no son las pri-
meras necesitadas, sino los pobres hombres de bien, de
quienes jamás ó rara vez se acuerdan en los testamen-
tos, creyendo, y mal, que con ser hombres tienen una
mina abundante para sostener sus familias.»
312 PENSADOR MEXICANO
De este modo fueron sus disposiciones testamenta-
rias. Concluidas, so trató de administrarle los santos
sacramentos de la Eucaristía v Extremaunción. Le dio
«I
el Viático su muy útil y verdadero amigo el padre
Pelayo. Asistieron á la función sus amigos don Tadeo,
don Jacobo, Anselmo, Andrés, yo y otros muchos. La
música y la solemnidad que acompañó este acto reli-
gioso infundía un respetuoso regocijo, que se aumentó
vn todos los asistentes al ver la ternura v devoción con
que mi amigo recibió el Cuerpo del Señor Sacramen-
tado.
El perdón que á todos nos pidió de sus escándalos y
extravíos, la exhortación que nos hizo y la unción que
derramaba en sus palabras, arrancó las lágrimas de
nuestros ojos, dejándonos llenos de edificación y de
consuelo.
Pasados estos dulces transportes de su alma, se
recogió, dio gracias, y á las dos horas hizo que entraran
á su recámara su mujer y sus hijos.
Sentado vo á la cabecera, v rodeada la cama de su
familia, les dijo con la mayor tranquilidad:
« — Esposa mía, hijos míos, no dudaréis que siem-
pre os he amado, y que mis desvelos se han consagrado
constantemente á vuestra verdadera felicidad. Ya es
tiempo que me aparte de vosotros para no vernos hasta
el último día de los siglos. El Autor de la naturaleza
^"x^^TÍ*? -
OBRAS ESCOGIDAS 313
llama ya á las puertas de mi vida: Él me la dio cuando
quiso y cuando quiere cumple la naturaleza su término. -
No soy arbitro de mi existencia; conozco que mi muerte ; „
se acerca, y muero muy conforme y resignado en la -
divina voluntad. Excusad el exceso de vuestro senti- j
miento. Bien que sintáis la falta de mi vista, como peda- .
zos que habéis sido de mi corazón, deberéis moderar
vuestra aflicción, considerando que soy mortal y que
tarde ó temprano mi espíritu debía desprenderse de la
masa corruptible de mi cuerpo.
» Advertid que mi Dueño y el Dueño de mi vida es
el que me la quita, porque la naturaleza es inmutable en -í
cumplir con los preceptos de su autor. Consolaos con ., /
esta cierta consideración, v decid: el Señor me dio un
esposo, el Señor nos dio un padre, El nos lo quita, pues
sea bendito el nombre del Señor. Con esta resignación
se consolaba el humilde Job en el extremo de sus amar-
guísimos trabajos.
» Estos pensamientos no inspiran el dolor ni la tris-
teza; sino antes unos consuelos y regocijos sólidos, que
se fundan no menos que en la palabra de Dios y en las
máximas de la sagrada religión que profesamos. Quédese
la desesperación para el impío, y para el incrédulo la <
duda de nuestra futura existencia, mientras que el cató-
lico, arrepentido y bien dispuesto, confía con mucho fun-
damento que Dios, en cumplimiento de su palabra, le
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 79.
314
PENSADOR MEXICANO
tiene perdonados sus delitos, y sus deudos con la misma
seguridad piadosamente creen que no ha muerto, sino
que ha pasado á mejor vida.
» Conque no lloréis, pedazos míos, no lloráis. Dios
os queda para favoreceros y ampararos, y si cumplís su&
divinos preceptos y confiáis en su altísima Providencia,,
estad seguros de que nada, nada os faltará para ser feli-
ces en esta y en la otra vida.
» Procurad, sí, manejaros en la presente con juicio
y honor en cualquiera que sea el estado que abrazareis.
Tú, Margarita, si pasares á segundas nupcias, lo que
no te impido, trata de conocer el carácter de tu esposo,
antes de que sea tu marido, pues hay muchos Periquillos
en el mundo, aunque no todos conocen y detestan sus
vicios como yo. Una vez conocido por hombre de bien
y de virtud, y con la aprobación de mis amigos, únete
con él enhorabuena: pero procura siempre captarle la
voluntad, alabándole sus virtudes y disimulándole sus
defectos. Jamás te opongas á su gusto con altanería, y
mucho menos en las cosas que te mandare justas; no
disipes en modas, paseos ni extravagancias lo que te dejo
para que vivas; no tomes por modelo de tu conducta á
las mujeres vanas, soberbias y locas; imita á las pru-
dentes y virtuosas. Aunque mis hijos ya son grandes,
si tuvieres otros, no prefieras en cariño á ninguno; trá-
talos á todos igualmente, pues todos son tus hijos, y de
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I
.*
OBRAS ESCOGIDAS 315
este modo enseñarás á tu marido á portarse bien con los
míos: los harás á todos hermanos, v evitarás las envidias
que suscita en estos casos la preferencia; sé económica,
y no desperdicies en bureos lo que te dejo ni lo que tu
marido adquiera; sábete que no es tan fácil ganar mil
pesos, como decir tuve mil pesos; pero decir tuve en
medio de la miseria es sobremanera doloroso: Ultima- ' ^
mente, hija mía, haz por no olvidar las máximas que te
he inspirado; huye la maldita pasión de los celos, que
lejos de ser útil es perniciosa á las infelices mujeres, y ^
la total y última causa de su ruina; aunque tu marido,
por desgracia, tenga un extravío, disimúlaselo, y enton-
ces hazle más cariño y más aprecio, que yo te aseguro
que él conocerá que tu mérito se aventaja al de las pros-
titutas que adora y al fin se reducirá, te pedirá perdón
V te amará con doble extremo.
»A vosotros, hijos de mi corazón, ¿qué puedo deci-
ros? Que seáis humildes, atentos, afables, benéficos,
corteses, honrados, veraces, sencillos, juiciosos y ente-
ramente hombres de bien. Os dejo escrita mi vida para
que veáis dónde se estrella, por lo común, la juventud
incauta; para que sepáis dónde están los precipicios para
huirlos, y para que, conociendo cuál es la virtud y cuán-
tos los dulces frutos que promete, la profeséis y la sigáis
desde vuestros primeros años.
»Por tanto, amad v honrad á Dios v observad sus
316 PENSADOR MEXICANO
preceptos; procurad ser útiles á vuestros semejantes;
obedeced á los gobiernos, sean cuales fueren; vivid
subordinados á las potestades que os manden en su
nombre; no hagáis á nadie daño y el bien que podáis
no os detengáis á hacerlo. Guardaos de tener muchos
amigos. Este consejo os lo recomiendo con especialidad;
ved que os hablo con experiencia. Un hombre solo, por
malo que sea, si anda solo y sin amigos, él solo sabe
sus crímenes, á nadie escandaliza en lo particular y
ninguno es testigo de ellos; cuando, por el contrario,
el truchimán y el picaro lleno de amigos, tiene muchos
á c|uienes dar mal ejemplo y muchos que testifiquen
sus infamias.
» Fuera de que, como veréis en mi vida, hay muchos
amigos, pero pocas amistades. Amigos sobran en el
tiempo favorable; pero pocos ó ningunos en el adverso.
Tened cuidado con los amigos y experimentadlos. Guando
hallareis uno desinteresado, verdadero v á todas luces
hombre de bien, amadlo y conservadlo eternamente; pero
cuando en el amigo advirtiereis interés, doblez ó mala
conducta, reprochadlo y jamás os fiéis de su amistad.
»Por último, observad los consejos que mi padre
me escribió en su última hora, cuando vo estaba en el
noviciado y os quedan escritos en el capítulo XII del
tomo I de mi historia. Si cumplís exactamente, yo os
aseguro que seréis más felices que vuestro padre.»
I^Qf^rf *.y;'-< • -.• ■■■,:*:-:•>..':■ \. , ■,■«•'.■>*;>'•'':• •■>'i''y'^í^'-'*^fí.^^
OBRAS ESCOGIDAS 317
Pasados estos y otros coloquios semejantes, abrazó
don Pedro á sus hijos y á su mujer, les dio muchos
besos y se despidió de ellos, haciéndome llorar amar-
gamente; porque los extremos de la señora y los niños
desmintieron toda la filosofía del razonamiento preven-
tivo. Los llantos, las lágrimas y los extremos fueron
lo mismo que si el enfermo no hubiera hablado una
palabra.
Por fin quedó el paciente solo, y me dijo: — Ya es
tiempo de desprenderme del mundo y de pensar sola-
mente en qué he ofendido á Dios y que deseo ofrecerle
los dolores y ansias que padezco, en sacrificio por mis ini-
quidades. Haz que venga mi confesor, el padre Pelayo. —
Gomo este eclesiástico era buen amigo, no faltaba del
lado de los suyos á la hora de la tribulación. Apenas
se desnudó la muceta, cuando volvió á casa á consolar
á su hijo espiritual. Antes que yo saliera de la recámara
entró él y preguntó á don Pedro cómo se sentía. — Voy
por la posta, dijo el enfermo; ya es tiempo de que no
te apartes de mi cabecera, te lo ruego encarecidamente;
no porque tenga miedo de los diablos, visiones ni fan-
tasmas que dicen que se aparecen á esta hora á los
moribundos. Sé que el pensar que todos los que mueren
ven estos espectros es una vulgaridad, porque Dios no
necesita valerse de estos títeres aéreos para castigar ni
aterrorizar al pecador. La mala conciencia y los remor-
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 80.
318 PENSADOR MEXICANO
dimientos de ella en esta hora son los únicos demonios
y espantajos que mira el alma, confundida con el recuer-
do de su mala vida, su ninguna penitencia y el temor
servil de un Dios irritado y justiciero; lo demás son
creederas del vulgo necio.
Para lo que quiero que estés conmigo, es para que
me impartas los auxilios necesarios en esta hora y
derrames en mi corazón el suave bálsamo de tus exhor-
taciones y consuelos.
No te apartes de mí hasta ({ue espire, no sea
que entre aquí algún devoto ó devota que con el
Uainillcte ú otro formulario semejante, me empiece á
jesusear, machacándome el alma con su frialdad y son-
sonete y quebrándome la cabeza con sus gritos desafo-
rados.
No quiero decir que no me digan Jesús, ni Dios
permita que hablara yo tal idioma. Sé muy bien que
esto dulce nombre es sobre todo nombre; que á su
invocación el cielo se goza, la tierra se humilla y el
infierno tiembla; pero lo que no quiero es que se me
plante á la cabecera algún buen hombre con un librito
de los que te digo; que tal vez empiece á deletrear, y
no pudiendo, tome la ordinaria cantinela de «Jesús te
ayude, Jesús te ampare, Jesús te favorezca,» no saliendo
de esto para nada, y que conociendo él mismo su frialdad
quiera inspirarme fervor á fuerza de gritos, como lo he
. ' • --^ «JA-. ■ -l-sV^.'^TT?» ■
■*.:-:^
OBRAS ESCCGIDAS 319
observado en otros moribundos. Por Dios, amigo, no
consientas á mi lado éstos, que, lejos de ayudarme á
bien morir, me ayudarán á morir más presto. Tú sabes
que en estos momentos lo que importa es mover al
enfermo á contrición y confianza en la divina miseri-
cordia; hacerlo que repita en su corazón los actos de
fe, esperanza y caridad; ensancharle el espíritu con la
memoria de la bondad divina, acordándole que Jesu-
cristo derramó por él su sangre y es su medianero,
y por fin, ejercitándolo en actos de amor de Dios
y avivándole los deseos de ver á Su Majestad en la
gloria.
Esto propiamente es ayudar á bien morir; pero no
pueden hacerlo todos, y los que tienen instrucción y
gracia para ello no se valen de aquellos gritos con que
los tontos, lejos de auxiliar al moribundo, lo espantan
é incomodan.
También te ruego que no consientas que las señoras
viejas me acaben de despachar con buena intención,
echándome en la boca y en estado de agonizante, caldo
de substancia ni agua de la paleta. Adviérteles que esta
es una preocupación con que abrevian la vida del enfer-
mo y lo hacen morir con dobles ansias. Díles que
tenemos dos cañones en la garganta llamados esófago
y laringe. Por el uno pasa el aire al pulmón y por el
otro el alimento al estómago; mas es menester que les
320 PENSADOR MEXICANO
adviertas, que el cañón por donde pasa el aire está
primero que el otro por donde pasa el alimento. En
el estado de sanidad, cuando tragamos, tapamos con
una valvulita, que se llama glotis, el cañón del aire, y
quedando cerrado con ella, pasa el alimento por encima
al cañón del estómago como por sobre un puente. Esta
operación se hace apretando la lengua al paladar en
el acto de tragar; de modo que nadie tragará una poca
de saliva sin apretar la lengua para tapar el cañón del
aire, y cuando por un descuido no se hace esta diligencia
y se va, aunque sea una gota de agua, lo que llaman
irse al galillo, el pulmón, que no consiente más que el
aire, al momento sacude aquel cuerpo extraño, y á
veces con tal violencia que se arroja hasta por las
narices dicho cuerpo si es líquido. Cuando el agua, verbi-
gracia, que se ha ido al pulmón pesa más que el aire
que hay dentro, se ahoga el paciente, y si es muy
poca, la arroja ('ste, como se ha dicho.
Después que hagas esta explicación á las viejas,
adviérteles que el agonizante ya no tiene fuerza, y acaso
ni conocimiento para apretar la lengua; de consiguiente,
cuando le echan en la boca se va al pulmón, y si no
tose es ó porqué esta entraña está dañada, ó porque
ya no tiene fuerza para sacudir, con lo que espira el
enfermo más breve. Díles todo esto, y que lo más
seguro es humedecerles la boca con unos algodones
JP^'Í *- ■" -ÍS-
OBRAS ESCOGIDAS 321
mojados, aunque todas estas diligencias son más para
consuelo de los asistentes que para alivio de los en-
fermos.
En fin, Pelayo, por vida tuya haz que velen mi
cadáver dos días, y no le den sepultura hasta que no
estén bien satisfechos de que estoy verdaderamente
muerto, pues no quiero ir á acabar de morir al campo
santo, como han ido tantos, especialmente mujeres par-
turientas, que no teniendo sino un largo síncope han
muerto antes de tiempo y los ha enterrado vivos la
precipitación de los dolientes.
Acabó don Pedro de hablar con el padre confesor
estas cosas, y me dijo: — Compadre, ya me siento dema-
siado débil; creo que se acerca la hora de la partida;
haz llamar al vecino don Agapito, que era un excelente
músico, y díle que ya es tiempo de que haga lo que le
he prevenido.
Luego que el músico recibió el recado, salió á la
calle, y á poco rato volvió con tres niños y seis músicos
de flauta, violín y clave, y entró con ellos á la recá-
mara.
Nos sorprendimos todos con esta escena inesperada,
y más cuando comenzando á agonizar el enfermo, comen-
zaron también los niños á entonar con dulces voces, y
acompañados de la música, un himno compuesto para
esta hora por el mismo don Pedro.
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 81.
322 PENSADOR MEXICANO
Nos enternecimos bastante en medio de la admira-
ción con que ponderábamos el acierto con que nuestro
amigo se hacía menos amargo aquel funesto paso. El
padre Pelayo decía: — Vean ustedes mi amigo si ha
sabido el arte de ayudarse á bien morir. Con cualquier
poco conocimiento que conserve ¿cómo no le desperta-
rán estas dulces voces v esta armoniosa música los
tiernos afectos que su devoción ha consagrado al Ser
Supremo?
En electo, se cantó el siguiente
HIiMNO AL SER SUPREMO '
Eterno Dios, inmenso,
Omnipotente, sabio, justo y santo,
Que proteges benigno
Los seres que han salido de tus manos;
El debido homenaje
A tu alta majestad, te rindo grato,
Porque en mis aflicciones
Fuiste mi escudo, mi sostén, mi amparo.
Y cuando sumergido
En el cieno profundo busqué en vano
A quien volver mis ojos
Entumecidos de llorar é hinchados,
Extendiste en mi ayuda
Tu generosa y compasiva mano,
Que libre del peligro
Al puerto me condujo ileso y salvo.
Tú, Señor, desde entonces
Con impulso robusto has guiado
' Para este himno se han tfnido presentes las correcciones y variaciones del ma-
nuscrito de que se habló en la nota de la pág. 205. B.
■*■.■'■ v^ ^i^J."'^^.v¡^" . "^r- - ^ .y-'^v
OBRAS ESCOGIDAS 323
Por el camino recto
Mis vacilantes y extraviados pasos.
Mis vicios me avergüenzan;
Mis delitos detesto; con mi llanto
Haz, mi Dios, que se borren
Los asientos del libro de los cargos.
Y en esta crítica hora
No te acuerdes, Señor, de mis pecados,
A los que me arrastraba
La inexperiencia de mis pocos años. ' ' -
Recuerda solamente
Que, aunque perverso, pecador, ingrato,
Soy tu hijo, soy tu hechura,
Soy obra, en fin, de tus divinas manos.
Si te ofendí yo mucho.
Mucho me pesa, y mucho más te amo.
Como á padre ofendido
Que mis crímenes tiene perdonados.
Seguro en tus promesas
Invoco tus piedades, y en tus manos
Mi espíritu encomiendo:
Recíbelo, Señor, en tu regazo.
Dos veces se repitió el tierno himno, y en la segun-
da, al llegar á aquel verso que dice: En tus manos mi
espíritu encomiendo, lo entregó nuestro Pedro en las
manos del Señor, dejándonos llenos de ternura, devo-
ción y consuelo.
A la noticia de su muerte, acaecida á fines del
mismo año de 1813, se extendió el dolor por toda la
casa, manifestándolo en lágrimas, no sólo su familia,
sino sus amigos, sus criados y favorecidos que habían
ido á ser testigos de su muerte.
Se veló el cadáver, según dijo, dos días, no desocu-
324
PENSADOR MEXICANO
pandóse en ellos la casa de sus amigos y beneficiados,
que lloraban amargamente la falta de tan buen padre,
amigo y bienhechor. Por fin se trató de darle sepul-
tura.
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CAPÍTULO XVI
En el que el Pensador refiere el entierro de Perico, y otras cosas que llevan al lector
por la mano al ñn de esta ciertísima historia
A los dos días se procedió al funeral, haciéndole
las honras con toda solemnidad, y concluidas, se llevó
el cadáver al campo santo, donde se le dio sepultura
por especial encargo que me hizo.
El sepulcro se selló con una losa de tecal, especie
de mármol que compró para el efecto su confesor,
haciendo antes esculpir en ella el epitafio y la décima
PERIQUILLO SARNIENTO.— T, II, D. — 82.
326
PENSADOR MEXICANO
q'ae el mismo difunto compuso antes de agravarse.
Aquél era latino y los pondré aquí por si agradare á
los lectores.
JIIC. lACET
pi:rnvs. sarmiento
(VVLGO)
PERiaVILLO. SARNIE3NTO
PECCATOR. VITA
NIHIL. MORTE.
QVISQVIS. ADDES
DEVM. ORA
YT
IX. .ETERXVM. VALEAT.
Lo que en castellano dice:
aquí yace
pedro sarmiento,
comunmente conocido
POR
PERIQUILLO SARNIENTO
EN VIDA
NO FUÉ MAS QUE UN PECADOR:
NADA EN SU MUERTE.
PASAJERO,
SEAS QUIEN FUERES,
RUEGA A DIOS LE CONCEDA
EL ETERNO DESCANSO.
r.
■^^■;T . " .■ . ■ ■■ .',•'■- '"-■:■ ..¿'■^■i'^'^. ■-?■ :- ■-■•yrT-_
OBRAS ESCOGIDAS 327 ;'
DKCIMA
Mira, considera, advierte,
Por si vives descuidado,
Que aquí yace un extraviado
Que al fin logró santa muerte.
No todos tienen tal suerte;
Antes debes advertir.
Que si es lo común morir
Según ha sido la vida,
Para no errar la partida
Lo seguro es bien vivir.
A todos sus amigos agradaron estas producciones
del difunto por su propiedad y sencillez. El padre Pelayo
tomó un carbón del incensario, y en la blanca pared
del campo santo escribió, cúrrente cálamo, ó de impro- ^
viso, el siguiente
SONETO ^ ^
Yace aquí Periquillo, que en su vida
Fué malo la mitad, y la otra bueno ;
Cuando de la virtud estuvo ajeno.
Hasta llegó á intentar el ser suicida;
Tocóle Dios; la gracia halló acogida
En su pecho sensible, y lo hizo ameno
Verjel de la virtud. Él murió lleno
De caridad bien pura y encendida.
¡Cuántos imitadores, oh querido,
Tienes en la maldad ! Pero no tantos
Enmendados hasta hoy te habrán seguido.
Vamos tras del error y sus encantos
De mil en mil , y al hombre arrepentido
¿Lo imitan muchos? No, sólo unos cuantos.
Con razón ó sin ella alabamos todos el soneto del
328 PENSADOR MEXICANO
padre Pelayo, unos por cumplimiento y otros por afecto
ó inclinación al poeta.
A imitación de éste escribió su amigo Anselmo la
siguiente
DKCIMA '
Ante este cadáver yerto
Me avergüenzo de mi trato;
Kuí con él amigo ingrato,
Y le debo, aun cuando muerto,
Mis alivios. Bien advierto
Que fué mi mejor amigo.
De su virtud fui testigo,
Y creo Dios lo perdonó.
Pues en mí favoreció
Y perdonó á su enemigo.
Como tenemos todos un poco de copleros á lo
menos, fuimos escribiendo en la humildísima pared los
versuchos que se nos venían a la imaginación y á la
mano. Leída la drcima anterior, tomó el carbón su
amigo don Jacobo, y escribió esta
OCTAVA
A este cadáver que una losa fría
Cubre de polvo, yo debí mi suerte;
Encontréme con él im feliz día;
Me libró del oprobio y de la muerte.
Dicen que malo fué, no lo sabía;
Su virtud sólo supe, y ella advierte
Que el que del vicio supo retirarse
Es digno de sentirse y de llorarse.
* Desgraciadamente faltan al manuscrito las últimas hojas, y de ahí es que no se
pudieron corregir estos versos, como se deseaba, no quedando otro arbitrio que dejarlos
tales como se hallan en la edición anterior. E.
■'í^:T '-;■ • . ■ ■• ■ . • •■- :• ■ \-: '■ :<*^/■:'^~■:r,^'^f^^v>^^F::::^>'
OBRAS ESCOGIDAS 329
Don Tadeo le quitó el carbón á Jacobo y escribió
la siguiente
QUINTILLA
Yace aquí mi buen amigo
Que me calumnió imprudente:
Fui de su virtud testigo:
Él me socorrió clemente,
Y hoy su memoria bendigo.
Se le rodaban las lágrimas al maestro Andrés, al
leer los elogios de su amo, y el padre Pelayo, cono-
ciendo cuánto debía de amarlo, por ver lo que producía,
le dio el carbón, y por más que el pobre se excusaba de
recibirlo, nos rodeamos de rl instándole á que escribiera
alguna cosita. Ello nos costó trabajo persuadirlo; pero
por fin, hostigado con nuestras súplicas, cogió el tosco
pincel y escribió esta
DÉCIMA
Me enseñó á rasurar perros
Este mi amo; á sacar muelas
A las malditas agüelas,
Y cuatrocientos rail yerros;
Pero no tendrá cencerros
De escrúpulos el mortorio.
Porque también es notorio
Que me enseñó buenas cosas,
Y tendrá palmas gloriosas
Al salir del purgatorio.
Celebramos como era justo la décima del buen
Andrés, y seguí yo á escribir mi copla; pero antes de
comenzar me dijo el padre clérigo: — Usted ha de escri-
PERIQUtLLO SARNIENTO.— T. II, D.— 83.
330 PENSADOR MEXICANO
bir un soneto, pero no libre, sino con consonantes
que finalicen en ente, ante, unto y anto, — Kso es mucho
pedir, padre capellán, le dije; sobre que me conozco
cJiamboncísinw para esto de versos, ¿cómo quiere usted
que haga un soneto? Y luego con consonantes forzados.
Sin tantas í'uerzas es la composición del soneto el castigo
(jue Apolo envió á los poetas, según dijo Boileau; conque
¿qué será con los requisitos que usted pide? A más de
que los acrósticos, laberintos, pies (orzados, equívocos,
retruécanos y semejantes chismes ya prescribieron, y
con mil razones, y sólo han quedado para ejemplares
de la barbaridad y jerigonza de los pasados siglos.
— Todo eso está muy bien y es como usted lo dice,
me contestó el pad recito; pero como va usted á escribir
esto entre amigos, on un campo santo, y no para lucir
en ninguna academia, está usted autorizado para hacer
lo que pueda y darnos gusto. Algo hemos de hacer
mientras que se acaba de colocar la piedra del sepulcro.
Parecióme impolítica porfiar, y así, contra mi volun-
tad , tomé el carbón y escribí este endemoniado
SONETO
Por más que fuere el hombre delincuente,
Por más que esté de la virtud distante.
Por más malo que sea y extravagante,
Desesperar no debe neciamente.
Si se convierte verdaderamente,
Si á Dios quiere seguir con fe constante.
^«^::"»»¡*7^« fT*:
OBRAS ESCOGIDAS 331
Si su virtud no es falsa y vacilante,
Dios lo perdonará seguramente.
Según esto es feliz nuestro difunto,
Pues si en su mocedad delinquió tanto.
Después fué de virtudes un conjunto.
Es verdad que pecó ; mas con su llanto
Sus errores lavó de todo punto:
Fué pecador en vida y murió santo.
Alabaron mi verso como los demás; ya se ve, ¿qué
cosa hay por mala que sea que no tenga algún admi-
rador? Con decir que alabaron el verso de Andrés v
la siguiente coplilla que le hicieron escribir al indio
fiscal de San Agustín de las Cuevas, que para asistir
al entierro de su amigo se vino á México, luego que
supo su muerte, se dijo todo.
La dicha copla, después de muchos comentos que
sobre ella hicimos á causa de que estaba ininteligible
por su maldita letra, sacamos en limpio que decía:
Con ésta y no digo más:
Aquí murió Señor D, Pegros,
Que nos hizo mil favores,
So mercé no olvidaremos.
Ya no hubo quién quisiera escribir nada después
que oyeron alabar la copla del indio; y así nos entre-
tuvimos en copiar los versos con la ayuda de un lápiz
que por fortuna se encontró en la bolsa don Tadeo.
Jamás esperaba yo que semejantes mamarrachos
tuvieran la aceptación que lograron. De unas en otras
332 PENSADOR MEXICANO
se aumentaron tanto las copias, que en el día pasan
seguramente de trescientas las que hay en México y
fuera de él. ^
Acabaron de poner la piedra, y habiendo el padre
Pelayo y otros sacerdotes que fueron convidados dicho
los últimos responsos sobre el sepulcro, tomamos los
coches y pasamos á dar el pésame y á cumplimentar
á la señora viuda.
Todos los nueve días estuvo la casa mortuoria llena
de los íntimos amigos del difunto, y entre éstos fueron
muchos pobres decentes y abatidos, á quienes socorría
en silencio.
Ignorábamos hasta entonces (jue diera tantas limos-
nas y tan bien distribuidas. En su testamento dejó un
legado de dos mil pesos para que yo los repartiera á
estos pobres, según me pareciera y conforme á las
sólitas que para el caso me daba en el comunicado
respectivo, en el que constaban en una lista los nom-
bres, casas, familias y estados de los dichos.
Cumplí este encargo con la exactitud que todos los
suyos; continué visitando á la señora y sirviéndola en
lo que he podido, advirtiendo siempre y aun admirando
el juicio, la conducta, la economía y el arreglo con que
se maneja en su casa; y así ha educado á sus hijos con
• Es de creerse que las copias de que habla el Pensador son los ejemplares de este
tomo, del que mandó tirar trescientos para la primera edición. E.
OBRAS ESCOGIDAS 333
tino tan feliz, que ellos seguramente honrarán la memo-
ria de su padre y serán el consuelo de la madre.
Pasado algún tiempo, y ya más serena la señora,
le pedí los cuadernos que escribió mi amigo, para corre-
girlos y anotarlos, conforme lo dejó encargado en su
comunicado respectivo.
La señora me los dio y no me costó poco trabajo
coordinarlos y corregirlos, según estaban de revueltos
y mal escritos; pero por fin hice lo que pude, se los
llevé y le pedí su permiso para darlos á la prensa.
— No lo permita Dios, decía la señora muy escan-
dahzada, ¿cómo había yo de permitir que salieran á la
plaza las gracias de mi marido, ni que los maldicientes
se entretuvieran á su costa, despedazando sus respeta-
bles huesos?
— Nada de eso ha de haber, le contesté; gracias son,
en efecto, las del difunto; pero gracias dignas de leerse
y publicarse. Gracias son; pero de las muy raras, edi-
ficantes y divertidas. ¿Le parece á usted poca gracia, ni
muy común, que en estos días haya quién conozca, con-
fiese y deteste sus errores con tanta humildad y sencillez
como mi compadre? No, señora; esto es muy admirable
y me atrevo á decir que inimitable. Hoy el que hace más
se contenta con conocer sus defectos; pero en esto de
confesarlos no se piensa, y aun son muy raros estos co-
nocimientos. Lo común es cegarnos nuestro amor propio
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 84.
334
PENSADOR MEXICANO
y obstinarnos en solapar nuestros vicios, ocultarlos con
hipocresía y tal vez pretender que pasen por virtudes.
Es verdad que don Pedro escribió sus cuadernos
con el designio de que sólo sus hijos los leyeran; pero
por fortuna éstos son los que menos necesitan su lec-
tura, porque sobre los buenos y sólidos fundamentos
que puso mi compadre para levantar el edificio de su
educación política y cristiana, tienen una madre capaz
de acabar de formarles bien el espíritu, de lo que cierta-
mente no se descuidará.
En México, señora, y en todo el mundo hay una
porción de Periquillos, á quienes puede ser más útil
esta leyenda por la doctrina y la moral que encierra.
Mi compadre manifiesta sus crímenes sin rebozo; pero
no lisonjeándose de ellos, sino reprendiéndose por haber-
los cometido. Pinta el delito; pero siempre acompañado
del castigo, para que produzca el escarmiento como fruto.
Del mismo modo refiere las buenas acciones, ala-
bándolas para excitar á la imitación de las virtudes.
Cuando refiere las que r\ hizo, lo hace sobre la mar-
cha v sin afectar humildad ni soberbia.
Escribió su vida en un estilo ni rastrero ni finchado;
huye de hacer el sabio, usa un estilo casero y familiar,
que es el que usamos todos comunmente y con el que^
nos entendemos y damos á entender con más facilidad.
Con este estudio no omite muchas veces valerse de
■'fi^T.^^yjT" -:
OBRAS ESCOGIDAS 335
los dicharachos y refranes del vulgo, porque su fin fué
escribir para todos. Asimismo suele usar de la chanza,
tal cual vez, para no hacer su obra demasiado seria, y
por esta razón fastidiosa.
Bien conocía su esposo de usted el carácter de los
hombres; sabía que lo serio les cansa, y que un libro de
esta clase, por bueno que sea, en tratando sobre asuntos
morales, tiene, por lo regular, pocos lectores, cuando, por
el contrario, le sobran á un escrito por el estilo del suyo.
Un libro de estos lo manosea con gusto el niño
travieso, el joven disipado, la señorita modista y aun
el picaro y tuno descarado. Cuando estos individuos lo
leen lo menos en que piensan es sacar fruto de su
lectura. Lo abren por curiosidad y lo leen con gusto,
creyendo que sólo van á divertirse con los dichos y
cuentecillos, y que éste fuó el único objeto que se pro-
puso su autor al escribirlo; pero cuando menos piensan
ya han bebido una porción de máximas morales que
jamás hubieran leído escritas en un estilo serio y sen-
tencioso. Estos libros son como las pildoras, que se
doran por encima para que se haga más pasadera la
triaca saludable que contienen.
Como ninguno cree que tales libros hablan con él,
determinadamente, lee con gusto lo picante de la sátira
y aun le acomoda originales que conoce y en los que
el autor no pensó; pero después que vuelve en sí del
'^í^l
336
PENSADOR MEXICANO
éxtasis delicioso de la diversión v reflexiona con serie-
tí
dad que él es uno de los comprendidos en aquella crítica,
lejos de incomodarse, procura tener presente la lección
y se aprovecha de ella alguna vez.
Los libros morales es cierto que enseñan, pero sólo
por los oídos, y por eso se olvidan sus lecciones fácil-
mente. Estos instruyen por los oídos y por los ojos.
Pintan al hombre como él es, y pintan los estragos del
vicio y los premios de la virtud en acaecimientos que
todos los días suceden. Cuando leemos estos hechos nos
parece que los estamos mirando, los retenemos en la
memoria, los contamos á los amigos, citamos á los
sujetos cuando se ofrece; nos acordamos de este ó del
otro individuo de la historia, luego que vemos á otro
que se le parece, y de consiguiente nos podemos apro-
vechar de la instrucción que nos ministró la anécdota.
Conque vea usted, señora, si será justo dejar sepultado
en el olvido el trabajo de su esposo cuando puede ser
útil de algún modo.
Yo no elogio la obra por su estilo ni por su método.
Digo lo que puede ser, no lo que es en efecto. Mucho
menos digo esto por adular á usted. Sé que su esposo
era hombre, y siéndolo, nada podía hacer con entera
perfección. Esto sería un milagro.
La obrita tendrá muchos defectos; pero éstos no
quitarán el mérito que en sí tienen las máximas mo-
^^'yys^r
r ^vv
OBRAS ESCOGIDAS
337
rales que incluye, porque la verdad es verdad, dígala
quien la diga y dígala en el estilo que quisiere, y mucho
menos se podrán tildar las rectas intenciones de su es-
poso, que fueron sacar triaca del veneno de sus extra-
víos, siendo útil de algún modo á sus hijos y á cuantos
leyeran su vida, manifestándoles los daños que se deben
esperar del vicio y la paz interior y aun felicidad tem-
poral que es consiguiente á la virtud.
— Pues si á usted le parece, me dijo la señora, que
puede ser útil esta obrita, publíquela y haga con ella
lo que quiera.
Satisfechos mis deseos con esta licencia, traté de
darla á luz sin perder tiempo. ¡Ojalá el éxito corres-
ponda á las laudables intenciones del autor!
PERIQUILLO SARNIENTO. — T. II, D. — 85.
r-./T,,' • •?c,íi-,.T-
; f T .;j;;f?^í^ í^^ - ■■ ■- /lT??í^"^--^
PEQUEÑO VOCABULARIO
DE LAS VOCES PROVINCIALES V DE ORIGEN MEXICANO
USADAS EN ESTA OBRA, Á MAS DE LAS ANOTADAS EN SUS
RESPECTIVOS LUGARES
Acocote: de Acocotli, huaje ó calabazo prolongado de que usan
ios indios para extraer el agua miel de los magueyes ya ras-
pados.
Ahuizote: de Ahuizotl, cierto animalejo de agua como perrillo.
— Animal de mal agüero.— Véase la nota de la pág. 91 del
tomo I, A.
Amilpa. Véase Milpa.
Atole. Bdbida y alimento regional muy sano y de fácil digestión,
resultado de varias operaciones que se hacen con el maíz, de
cuya pepita interior es una legítima horchata.
Axcan. Arfí/T/'^ío. Ahora. Así, eso es, así es.
Cacaxtle: de Cacaxtli. Véase la nota de la pág. 89 del tomo II, C.
Cajete: Vasija de barro poroso y sin barniz en que solía darse el
pulque en las pulquerías á los que lo bebían allí mismo, y en
ella adquiere cierto saborcillo agradable. Hoy se le han susti-
tuido los vasos comunes.
Chambón. Parece que es corrupción de CJianflón. AdJ. Hombre
340 PENSADOR MEXICANO
de pocos conocimientos ó de poca destreza en su oficio 6
ejercicio.
Chichi ó Chichigua. Ama de leche, nodriza. Derivsiáo áe Chic hiít
en la acepción de bofes, porque también significa saliva. De
esta misma voz se derivan Chic/nrií, el que mama, Cliichini-
pul, mamón, ChicJiinalaapilol, tetona ó mujer de grandes
tetas, Chichüíalaijoatl, suero, Chicliinalayotl, leche, y Chichi-
jialli, teta.
CniLAQuiL. Tortilla en caldo de chile, y por analogía, sombrero
descompuesto ó desarmado de modo que las faldas estén
caídas ó arrugadas.
Chile. De Cliilli, agí ó pimiento de América.
CiiiNcriRiTO. Véase la nota de la pág. 53 del tomo I, D.
Chiquihuiti:. D3 C/iiqui/iuitl, cesto ó canasta.
Cisca. Color encendido del rostro por la vergüenza.
Ciscarse. Verbo reciproco. Avergonzarse, ponerse colorado de
vergüenza.
Clemole. Véase Tlemole.
Cuate. Véase Mellizo, gemelo.
Cucharero. AdJ. Ladrón ratero.
Guaje ó IIuaje. Calabazo. Como adjetivo se aplica al hombre bobo,
distraído y poco reflexivo.
CiUAJOLuTE. Pavo ameiicano. También se aplica como adjetivo al
hombre torpe en sus acciones y movimientos, distraído y poco
reflexivo.
Guaracha ó Guarache. Cacle ó sandalia.
Itacate. De Ytacatl. Vóase la nota de la pwj. 246 del tomo I, A
Jacal. De Xacalli, choza, bohío ó casa de paja, cañaveral ó
carrizo.
OBRAS ESCOGIDAS 341
Jauja. Véase la nota de la pág. 63 del tomo II, D.
JícARA ó XícARA. Vasija formada del fondo de un guaje ó cala-
bazo. Están comunmente barnizadas y pintadas al estilo de
China.
Jonuco. Rincón ó covacha pequeña, húmeda y obscura.
M
Macuache. Indio bozal ó semibárbaro. Suele también llamársele
Bacuache ó Pacuache.
Manga ó Mangas. Manta grande, sin esquinas y redondeada en
los dos extremos, con una abertura en el centro por donde
se mete la cabeza. Se hacen de paño ó de lana tejida en cor-
doncillo. Se forran de indiana, ú otro género de algodón,
y se adorna la abertura del medio con terciopelo de color
obscuro y flecos de seda, ó con galones y flecos de plata ú
oro, cuyo adorno llaman Dragona.
Mecapal. De Mecapalli, cordel con su frentero de piel curtida
para llevar carga á cuestas.
Mecate. De Mecatl, cordel ó soga.
Meco. Indio bárbaro ó salvaje, se les dice comunmente á los que
no lo son, por apodo.
Metate. De Metlatl, piedra lisa con tres pies, donde las mujeres
hincadas de rodillas muelen el maíz.
Metlapil. De Metlapilli, mano ó moledor de piedra, cuya forma
es parecida á un huso, que sirve para moler el maíz en el
metate.
Milpa. De Millí, heredad. Solar ó pedazo de tierra en que siem-
bran los indios maíz y otras semillas. Del mismo nombre se
derivan Milpanecaíl, labrador ó aldeano, y Miltpantli, linde
entre heredades de muchos.
Molcajete. Vasija de barro vidriado con tres pies pequeños, y
áspero por dentro, que sirve de mortero ó molino de mano.
También se hacen de piedra compacta.
Mole. Véase Tlemole.
Mulato. El que nace de español y negra, ó viceversa, así como
se llama Mestizo el que nace de español é india, ó de indio y
española, y Z060, de negro é india, ó de indio y negra.
PERIQUILLO SARNIENTO. —T. II, D. — 86.
342 PENSADOR MEXICANO
N
Ni:ne. De Xenetl, que en mexicano significa la natura de la mujer
y los monos ó muñecos con que juegan los niños. Se aplica á
toda clase de juguetes, y por desprecio, al hombre desmedrado
ó cobarde.
Petate. De 7V¿/a//, estera. ,
Picha. Véase la nota de la pág. 50 del tomo I, B.
PiciiANCiiA. Cubeta de cuero ó de madera de que hacen uso loi
tocineros para echar lejía ó agua en las pailas donde se fabrica
el jabón.
PiciiicuARACA. Se usa familiarmente para designar la amiga con
(jue se vive en ilícita mancebía.
PiLiiiANEJO. De Pil/iua, que en mexicano significa la persona que
tiene hijos, y usando de esta voz los indios recién conquistados
para designar al fraile que los tenía á su cargo, se han llamado
Pil/nianejos los mozos de los frailes.
Pilón. Antiguamente se fabricaban unos panecitos ó piloncillos de
azúcar de la misma forma que los grandes, y se daba uno al
que en las tiendas de pulpería, ó cacahuaterías, como se lla-
maban entonces, en las velerías y otras casas de comercio,
compraba medio real de alguna cosa. Después se generalizó
más el nombre, llamándose Pclo/i todo lo que se daba gratis,
ó como ganancia ó premio al que compraba medio de cual-
quiera cosa. Más posteriormente se le dio al Pilón un valor
fijo, dividiendo el real en dos medios, cuatro cuartillas y ocho
tlacos: cada tlaco en dos mitades, y cada mitad en dos pilones,
equivaliendo cada uno á seis cacaos, pues con éstos se suplía
en el menudeo la falta de moneda de cobre. En estos últimos
tiempos, se le dio otro valor, acuñándose monedas pequeñas
de cobre por mitad de un tlaco ú octavo, y se han llamado
generalmente pilones; pero amortizado el cobre viejo, en la
nueva acuñación no se han fabricado monedas de este valor.
OBRAS ESCOGIDAS 343
Rancho. Cortijo dependiente ó separado de alguna hacienda de
labor, ó el lugar donde forman sus chozas los labradores para
descansar en la noche, cuando queda á mucha distancia su
pueblo.
Ranchero. El que habita en estas chozas.
S
Socucho ó Sucucho. Pieza larga y muy angosta, que no pudiendo
habitarse por no prestar comodidad para amueblarse conve-
nientemente, sólo sirve como de bodega ó prisión provisional.
Sombrero de petate. Se llama así el construido de paja ó palma,
principalmente el ordinario que usan los indios.
Tajamanil. Véase Tejamanil.
Tapextle. De Tlapextli, camilla portátil, hecha de varas, para
conducir enfermos, piezas grandes de loza, etc.
Tecolote. De Tccoloilj buho.
Tejamanil. Tira delgada de madera como de una vara de largo y
una sesma de ancho, que colocada de modo que un extremo
quede debajo de otra tira, suple la teja de barro, y de este
modo se forman los tejados de madera.
Tejolote. De Tcxoloü, mano de piedra para moler en el molca-
jete.
Tencuas. Labios desbordados ó bordes lastimados. Metafórica-
mente se dice en mexicano Tcncuauitl, hombre de mala boca.
Se llaman Tencuas comunmente los que nacen con un labio
roto, ó los que han quedado así por alguna herida ó golpe.
Tepalcate. De Tecpalcatl, tiesto ó pedazo roto de vasijas de barro.
Tepehuaje. Madera compacta y dura del árbol así llamado.
Tianguis. Feria ó día destinado en cada pueblo ó lugar corto para
la venta y compra de lo que se lleva de otras partes para su
abastecimiento y consumo.
344 PENSADOR MEXICANO
Tiliches. Vírase la nota de la pág. 208 del tomo I, B.
Tlecuil. De Tlecuilli, hogar ú hornilla formada con tres piedras
sobre las que se coloca el comal para las tortillas, ó la olla
para guisar la comida; en el espacio que dejan las piedras se
acomoda la leña ó el carbón,
Tlemole. Guiso hecho con chile colorado molido, tomates y espe-
cias.
Tompiate. Especie de banasto formado y tejido con palma en vez
de mimbre.
TupiL. De Topile, alguacil. Topilli, bordón, asta de lanza ó vara
de justicia.
Zarape. Especie de frazada tejida en cordoncillo y cargada de
colores vivos, con abertura en el centro para meter la cabeza.
Zopilote. De Zopílotl, especie de aura ó buitre.
Zarazón. Se dice de los frutos y granos cuando empiezan á madu-
rar ó llenar, y metafóricamente se aplica á los bebedores
cuando empiezan á emborracharse.
-í-^^S!?^^.^ .•;■ .. '.; .,/:;^g!f^
ÍNDICE
PERIQUILLO SARNIEN
TO.-T. II. D.-87.
ÍNDICE
DEL tom:o sequndo, n
Capitulo I. — Refiere Pcrkjuillo su buena conducta en Manila;
el duelo entre un inglés y un negro, y una dis-
cusioncilla no despreciable i
>- Jí. — Prosigue nuestro autor contando su buena con-
ducta y fortuna en Manila. Refiere su licencia, la
muerte del coronel, su funeral y otras friolerillas
pasaderas. . 2}
III. — En el que nuestro autor cuenta como se em-
barcó para Acapulco; su naufragio; el buen aco-
gimiento que tuvo en una isla donde arribó, con
otras cosillas curiosas 35
» IV. — En el que nuestro Perico cuenta como se fingió
conde en la isla; lo bien que lo pasó; lo que vio
en ella, y las pláticas que hubo en la mesa con
los extranjeros, que no son del todo despreciables. 61
» V. — En el que refiere Periquillo como presenció
unos suplicios en aquella ciudad; dice los que
fueron, y relata una curiosa conversación sobre
las leyes penales, que pasó entre el chino y el
español 8$
348 ÍNDICE
Capítulo VI. — En el que cuenta Perico la confianza que me-
reció al chino; la venida de éste con él á México,
y los días felices que logn') d su lado gastando
mucho y tratándose como un conde. . . . 105
» \'íl. — En el que Perico cuenta el maldito modo con
que salió de la casa del chino, con otras cosas
muy bonitas; pero es menester leerlas para sa-
berlas 127
» VIII. — En el c|uc nuestro Perico cuenta como quiso
ahorcarse; el motivo porque no lo hizo; la in-
gratitud que experimentó con un amigo; el es-
panto que sufrió en un velorio; su salida de esta
capital y otras cosillas 149
>- IX. — En el que Periquillo refiere el encuentro que
tuvo con unos ladrones; quiénes fueron éstos; el
regalo que le hicieron y las aventuras que le
pasaron en su compañía 167
í> X. — En el que nuestro autor cuenta las aventuras
que le acaecieron en compañía de los ladrones;
el triste espectáculo que se le presentó en el
cadáver de im ajusticiado y el principio de su
conversii'm 191
>■ XI. — En el que Periquillo cuenta como entró á ejer-
cicios en la Profesa; su encuentro con Roque;
quién fué su confesor; los favores que le debió,
no siendo entre éstos el menor haberlo acomoda-
do en una tienda 213
>^ XII. — En el que refiere Periquillo su conducta en San
Agustín de las Cuevas, y la aventura del amigo
Anselmo, con otros episodios nada ingratos. . 227
» XIIÍ. — En el que refiere Perico la aventura del mi-
sántropo, la historia de éste, y el desenlace del
paradero del trapiento, qu^ no es muy despre-
ciable 247
■ -^■íí-i:*^"^'- v
ÍNDICE 349
CArÍTULO XIV. — En el que Periquillo cuenta sus segundas nup-
cias y otras cosas interesantes para la inteligencia
de esta verdadera historia. . . . . . . 271
» XV. — En el que Periquillo refiere la muerte de su
amo, la despedida del chino, su última enferme-
dad, y el editor sigue contando lo demás hasta la
muerte de nuestro héroe. . . ... . 297
» . XVI. — En el que el Pensador refiere el entierro de
Perico, y otras cosas que llevan al lector por la
mano al fin de esta ciertísima historia. . . .' 325
Pequex(3 vocabulario de las voces prov^pciales y de origen
mexicano usadas en esta obra, á más de las anotadas en sus
respectivos lugares. . . . , 339
PEKIQUILLO SARNIENTO — T. II, D— 88.
■;«,-*-. -^ 7^^ ''r
PAUTA
para la colocación de las láminas
— No te acongojes, náufrago infeliz, que los dioses del mar no
te han llevado á las islas de las Velas, donde hacen escla-
vos á los que el mar perdona. Vén á mi casa. ... 46
— Pedrillo, ;no me has visto? . . . . 138
; C(jmo me quedaría cuando advertí y conocí en aquel deforme
cadáver á mi antiguo c infeliz amigo Januarior . . 204
...Se ratificó en nuestros dichos y se concluyó aquel acto con
la más general complacencia. .... . . . 289
f*
ESTA OBRA SE
. ACABÓ DE IMPRIMIR EN BARCELONA,
EN EL ESTABLECIMIENTO TIPO-LITOGRÁFICO
DE ESPASA Y COMPAÑÍA,
EN OCTUBRE DE
1897
t,kl Ik «,> •< Mili
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