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OF THE
UNIVERSITY
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Los Piratas del Boulevard
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Los Piratas
del Boulevard
(Desfile de Zánganos y Víboras
sociales y políticas en México)
por
HKRIBBRTO KRIAS
ANDRÉS BOTAS Y MIGUEL
1.* CALLE Bolívar, ts(° 9
MÉXICO
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ljg¡p. G4SSÓ Henpianos — Barc«]^iA
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AL ENTRAR
De mi librillo de apuntes arranco páginas
donde viven las siluetas de muchos zánganos
sociales y aun políticos, de esos que exhiben dia-
riamente su maldad ó su espléndida vileza.
Son piratas que navegan en el Golfo del lla-
mado "Boulevard" con bandera de honradez, y
hasta de "distinción", y hasta de gloria. Con
ellos, atados por mi látigo, empuño un manojo
de víboras y de gusanos, que presento aquí, pa-
ra que el público se cuide de congéneres que se
arrastran por las calles principales de México,
sueltos, vi vitos, coleando, y repletos de ponzoña.
HERIBERTO FRÍAS.
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El desfile de los pavos reales
Al ver el desfile de los pavos reales, esponjados
y la cola al sol, por la avenida de San Francisco, re-
cuérdase la clásica frase de César en las Gallas:
«Mejor quisiera ser el primero en esa aldea que el
segundo en Roma. »
Porque esos «arbitros» de todas las elegancias,
ésos « críticos » de la política, de la guerra, del 9,rte
y de la ciencia, que van á exhibirse pomposamente
por el "cursi boulevard mexicano, son, según ellos
mismos (que no se equivocan jamás), los primeros
ientre los mejores.
Son la aristocracia esplendorosa de nuestros cons-
picuos; la^ aristocracia oficial del lujo, del talento,
de la honradez y hasta del heroísmo.
Esos pavos reales que arrastran ó erizan, cuando
hacen la rueda, tan luengas, sonoras y oropelescas
colas, se creen los heraldos príncipes del criterio pú-
blico selecto; se creen los consagrados y los abso-
lutos.
El esplendor de sus plumas se admira diaria-
mente á lo largo de las banquetas de la gran avenida
capitalina, y la gloria de sus nombres en las gace-
tillas y crónicas de « El Imparcial ».
Con esto basta y sobra para que esas aves se
crean ilustres y excelsas en el vasto gallinero social,
de esta moderna Fenoxtitlán.
Allí cada bicho tiene en su actitud propia el sitio
"W^
8 IIERIBERTO FRlAS
preferido, donde más y mejor se aquerencia para
lucir y ser admirado y envidiado.
Los pavos reales del lujo hacen pasar escandalo-
samente sus automóviles vacíos por entre el torrente
de carruajes, en tanto que ellos, los pájaros de Juno,
enroscan en corro deslumbrante las finas polainas y
los charoles ricos de sus piececillos, en el pórtico
del club.
Hablan de toreros, de bailarinas, de caballos y de
tiples.
Cada cual es en el ramo un pontífice.
Son los que botan magistralmente el dinero he-
redado de los abuelos laboriosos ó feudales, ¡allá
sobre los surcos de la hacienda regada con sudor y
sangre; son los dilapidadores de la dote espléndida
de la esposa decorativa y pingüe; son los magnífi-
cos corruptores corrompidos, los vorágines de lasi
fortunas fabulosamente improvisadas, en una no-
che de albures ó en un contrato leonino con el go-
bierno de algún Estado; son los dandys de la buena
vida; lo efebos patricios del dollard omnipotente.
Por ellos vive y es grande la nación; por ellos
aun hay patria. Histórico: lo ha dicho la prensa
« seria ».
Los pavos reales del arte graznan allá, ante los
cristales de una cancela de un «cantina Salón»,
discutiendo á la artista italiana de moda, con quien
todos (á creer á todos) cenan íntimamente y noche
á noche, excepto cuando, por variar, cenan con
alguna suripanta del jacalón María Guerrero.
Es voluptuoso y exquisito, en concepto de esas
aves, alternar con sabio claro obscuro, los plati-
llos: después de D'Annunzio, Pérez; tras de la em-
peratriz Cleopatra con sus perlas, la fregona Mari-
tornes con sus ajos.
LOS PIBATAS DEL BOULEVARD 9
Hay en el augusto cenáculo de los paVos reales,
del arte, del « gran arte nacional », uno que en cues-
tión de estética es implacable, ¡como que es el pri-
mero ! — « Ser ó no ser », es el mote de su albo es-
cudo... y para este otro, fuera de lo absolutamente
bello y blanco no hay vida, ni salvación del alma,
ni nada, — y este Príncipe Armiño, este Lohengrin
modernísimo, tiene dentro de la torre de marfil de su
casa, por querida, á su cocinera otomí... por econo-
mía y virtud.
Cerca de las tiendas de modas, perfuman el am-
biente los pavos reales del amor; los Narcisos esbel-
tos y lánguidos, los « flechadores » irresistibles, los
seductores invictos, los lindos y los gallardos; unos
imberbes y con caritas de rosa y porcelana, niños
consentidos que tienen novias por docenas; ó mar-
ciales é hinchados calaverones de biírotazos eriza-
dos á lo kaiser, que van á caza de hembras ricas
y sonadas, fatuos que creen que cada pelo suyo es
una conquista, im corazón femenino derretido, un
seno mórbido convertido en volcán... Son los «ga-
llardos», estirados, insolentes, calabazas rellenas con
la certidumbre de una belleza victoriosa, eterna-
mente victoriosa y aclamada.
Hay que ver cómo miran á los hombres, al vulgo
de los hombres, porque ellos son de una pasta su-
perior; hay que ver con qué infinito desprecio y
lástima dejan caer sus miradas á los seres mascu-
linos, á quienes á su lado les permiten el paso...
En cambio, para las mujeres tienen ojos protecto-
res, dignándose concederlas, como si al mirarlas
con gentil benevolencia, les dejaran prendidos en sus
trajes un rocío de pedrerías finas, ya que la mirada
de un pavo real del amor se cristaliza en diamantes,
y allá van, en el lento torrente boulevaresco, lo§
10 HERlBEflTO rRlAS
graves y hondos personajes de cuyas monumentales
fuentes parten, según ellos mismos, los hilos invi-
isibles que manejan á los grandes hombres y á los
complejos destinos de la administración nacional.
Son los pavos reales de la política, los venerables
profetas, los clarividentes; manantiales de sabiduría,
los sutiles que saben ver cien mil elefantes en cada
pulga; los que hablan de estrategia y disertan lar-
gas horas en las redacciones semioficiales, no sobre
lo que hizo el General González Ortega en el sitio
üe Puebla, sino sobre lo que no hizo, estudiando con
tina erudición espantosa, lo que habría sucedido des-
pués de la batalla de Calpulalpam... si Miramón no
hubiera perdido la batalla.
Estos sabios se han multiplicado, «gracias» á las
tristes cosas que conmueven á los que no lo son.
Es preciso para ellos que allá, entre los peñasca-
les de la tierra, mueran heroicamente, por cumplir'
con su deber, tantas juventudes hermosas, pero ¿ qué
importa la épica de los combates y tanto dolor en
fel ambiente patrio, cuando con ello hay para que las
calabazas salpicadas de lentejuelas y colorines como
piñatas, fructifiquen abriendo el chorro de la crítica,
lechando desbordamientos de elocuencia?
Sonoros y vacíos cascabeles son los cráneos de
los pavos reales de la política y de la guerra.
Discuten el heroísmo, tasan la pólvora, pesan la
sangre, se regocijan con la hecatombe, y son los
primeros en saber lo que sucedería si el gobierno les
lescuchara.
Hay que reverenciar su genio.
Los reporteros de los diarios oficiales consultan
sus opiniones, y de sus labios beben sabiduría viva
que habrán de verter luego en las columnas perip-
T;r.^
LOS PIKATAS DEL BOULEVAKD 11
dísticas en forma de sensacionalismo oportuno y
candente.
En cambio, los agradecidos diarios citan los nom-
bres en las gacetillas y cronicones, como se citan,
los de los demás « primeros » en las fiestas de la
lalta sociedad; y he ahí cómo de rechazo vuelve la
fama pública á hinchar más todavía las colas de los
pavos reales... no todos inofensivos, pues los hay
también, en pleno gallinero, con garras de hiena y
pico de gavilán.
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II
Comisionistas en carnes tiernas
Todas las mañanas de once á doce, invariable-:
mente, puede verse descender de un correcto carrua-
je particular, una al parecer buena señora, vestida
de negro como una viuda, y entrar á uno de los
principales almacenes de ropa de la Avenida de
San Francisco.
Una hora después recorrerá á pie, muy seria y
atareada, algunas joyerías ó tiendas de novedades
parisienses de mayor lujo, instalando gran provisión
de telas y cajas de todas dimensiones, dentro del
cupé que sigue á la buena señora, al paso de ün
caballejo trotón muy limpio, pero que huele á ca-
balleriza de ínfima pensión.
En seguida, la enlutada sube al coche y pasea
ün buen rato por la Avenida, del Zócalo á la Pla-
zuela de Guardiola, de la Plazuela de Guardiola al
Zócalo.
Y entonces se ve, cómo desde las aceras la salu-
dan algunos elegantes, sonriendo discretamente, con-
testando ella con suma gravedad desde su asiento
atestado con las compras que acaba de efectuar.
Pasada la hora db animación en el boulevard,
desaparece la misteriosa mujer que veinticuatro ho-
ras después tornará á pasear, verificadas las com-
pras.
¿Misteriosa?
Aparentemente,, al menos para los iniciados en las
LOS PIRATAS DEL BOüLEVARD 13
profundidades de la corrupción diz que aristocrática
de México.
Porque ¿qué clase de compras hará ó qué ri-
quezas puede tener esa solitaria enlutada que todos
los días verifica idéntica maniobra?
¿Es vieja?
Más valiese que lo fuera no sería tan fea su
cara Porque la he visto de cerca; su rostro espan-
ta Imaginaos una cara cenicienta, con un bello
abundante, rojizo un bello que forma patillas y
verdadero bigote cejas pobladas dando feroci-
dad temible á los ojos hundidos y febriles..... Pro-
fundas arrugas en la frente y en las secas mejillasi
delatan la vejez; pero el busto erguido, vigoroso,
movible y bien tallado revela á la mujer no ven-
cida por la edad.
Si la veis andar, cuando echa sobre la abomi-i
nable cara su grande y espeso velo negro, se os an-
toja una guapa hembra de ardientes pasiones Su¡
cadera llena y bien delineada, la oscila rítmicamente
al par que todo el cuerpo se yergue con majestad., ..4
Cuando llega ante el mostrador de los lujosos
almacenes, pronuncia solo unas cuantas palabras al
pido del dependiente, y al punto es atendida con!
prontitud Y se verá cómo de su poríamoneda pan-i
zudo surgen rollos de codiciables billetes de Banco.,
Sale rápida, resuelta, altanera, ostentando con¡
garbo su cuerpo bien formado, tentadora aún....^
¡ah! pero si veis... su rostro, ¡qué desilusión, qu^
sorpresa tan desagradable I
Porque no sólo es fea, sino repugnante, imo dé
esos rostros antipáticos al primer golpe de vista.. ..^
Sin embargo, debe ser muy conocida y respetada,
porque al pasar frente al Salón Rojo y al Jokey Club,;
la saludan sonriendo los caballeros que en los za*
'Í!9v™r"V7''IB|IP>^ ■ ■ ^^•■W''TT'rrtt^^.vj-/r'^''i^-^'!^^'¡.^:'¡flijr^f^^,-'
14 HERIBERTO FRlAS
guanes se dejan admirar de ios viles transeúntes.. .,.5
¿ Será una corredora ?
Acaso pero sólo se la ve comprar y no ven-
der he ahí el misterio
Para descifrarlo sería preciso seguirla al trpté
del caballejo de su cupé, trote que se hace endeH
moniadamente rápido en cuanto se desprende de las
calles céntricas
Sin embargo, entraremos á aquel salón y acer-
cándonos al tipejo lenguaraz que ante aquel corri-
llo de imbéciles bebe su quincogésimo coctail, sa-
bremos algo, si es que dice la verdad
Oíd lo que contoneándose refiere:
— Sí, señores, ella me acaba de indicar con una
seña, que esta noche me recibe, después de que des-
pida á su gente Porque es muy ocupada en
la tarde la van á ver una docena y media de vie-^
jas «comisionistas» ¿eh? para entregarles gé-
neros finos, sombreros costosos, botas «lazo fatal»,
chucherías caras, joyas y la mar! Se van sus
« comisionistas » á buscar muchachas guapas en lasl
casas de vecindad
¡Figúrense Vds. qué ojos no pondrán las pobres
cuando las viejas « comisionistas » las enseñan las
telas y los aretes y nada, chicos, que caen....^
muerden el anzuelo
Que ¿cómo pagaremos? — En abonos, niña, po-
quito á poco, como puedan, una firmita no más.....;
,Y si Vds. quieren, no hay necesidad de que lo sepa;
su papá ó su esposo ¡No faltaba más I Después;
cuando no pueden pagar el apremio el sus-
to y el pues venga Vd. conmigo, vamos á ver¡
á la Señora que es muy buena verá Vd: como
se ablanda y hasta le dá más ¡Qué bien sabe Ja
biblia la picaral..... Yo he visto llegar á las pollitas
._.^v
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD . 16
muy conpungidas, temblorosas, creyendo que van
á entrar al infierno..... Pero no es tan fiero el león
como lo pintan
Y he visto salir á las pollas muy agitadas, con-
tentas, coloraditas sin darse cuenta de lo buena
que es con ellas la Señora... ¡Vaya si las saca
d© apuros! Llegan á ser sus mejores amiguitas Y¡
hacen negocio Ya les digo á Vds. sabe la bi-
blia, sabe la biblia la condenada ¡Como que su
casa es un verdadero Paraíso moderno ! En ella reinad
como Emperatriz la buena señora ¡Y hasta se
olvida uno de su cara! ¡Es tan lista! A lai
noche, estará un servidor de Vds. por allí Cues-:
ta carita la entrada ¿ustedes gustan?
Así habla el títere y ahora sabemos quién es ella.
I»
III
Ojos y boca de infierno
iSoberbia cabellera la suya! es de oro páli-
'do de un tono acariciador, realzado en el marco de ¡un
regio sombrero parisiense.
Sus ojos, un tanto inyectados, relampaguean fe-
brilmente dentro de terribles ojeras, y por entre
la sonrisa eterna de sus labios encarnados aparece
la blancura maravillosa de los dientes.
Su magnífico traje de seda muestra á la mujer
que conoce bien las modas y sabe gastar en ellas,
con arte su dinero.
Brillan claros diamantes fúlgidos en las sortijasl
de sus dedos, y toda ella emana un perfume tur-
bador de lujo libertino.
Al pasar en su automóvil de «garage» elegante,;
deja en el ánimo un deslumbramiento voluptuoso,
una irritación deslumbradora.
No obstante.... ella no es hermosa....
Si os acercáis á saludarla junto á la portezuela
del carruaje, os convenceréis de que está muy lejos;
de ser bella.... ' '
lY, sin embargo, turba con sus ojos grandes,
de un fulgor intenso y perverso, con su sonrisai
provocadora, y sobre todo, con su busto de cule-:
bra, delgado, flexible, concupiscente I
Una poderosísima; gracia lasciva emana del cuer-í
po de aquella hembra que se adivina marchita á
fuerza de arder.
LOS PIHÁTAS DEL BOÚLEVARD 17
Si la habláis, os contesta con palabras de una
miel voluptuosa....
Mas, si reprimiendo la impresión vaga de tumul-
tuoso cosquilleo que os proporciona la mujer, la ob-
serváis con calma y con fina y perseverante aten-
ción, sentiréis un completo desengaño, una desilu-
sión brusca que desciende hasta el asco.
La seductora parisiense se desvanece lentamente,
evaporándose sus gracias, y bien pronto la trans-
formación es completa....
Lo que resta es algo horrible: el bagazo del
vicio.
¿Qué es lo que veis, entonces? Lo más triste,
lo más lastimoso, lo más ridículo: ¡una vieja li-
bertina !
Sí: una pobre vieja vestida de seda; maravillosa-
mente vestida 1
Tras el polvo y las finas pastas aparecen las
arrugas de la frente y de las mejillas; tras el vivo
carmín de los labios que sonríen con odiosa in-
tención, se adivina el descolorido matiz de la carne
exangüe....
Dentro de la sonrisa de aquella boca sugestiva,-
la mirada sagaz descubre que la blanca dentadura
es artificial.... y si os fijáis en su soberbia cabe-
llera de oro pálido, veréis pronto que tampoco es
suya...
Continuad con el pensamiento el audaz despojo
de los afeites y los adornos del ídolo; desnudadla con
la imaginación y... la veréis convertirse en pellejos
vacíos I...
Y la cadera amplia y de artística curva tentadora,
se deshace, y se quiebra en risibles contornos de
piernas flacas y macilentas, en la más lastimosa
pobreza de carnes!...
Los piratas del houUvard 2 .
<^
^^■■
16 HERIBERTO FRÍAS
¿ Y las pantorrillas ! Las pantorrillas que se creían
un tesoro de redondeces ebúrneas y deliciosamente
contorneadas bajo la seda finísima de la media, se
resuelven ¡ayl en desgarbados huesos, si le qui-
táis— siempre con el pensamiento — las medias re-
llenas de algodón.
¡La coquetuela parisiense se ha metamorfoseado
como por maligno encantamiento en verdadero de-
sastre ! i
Sólo queda de la turbadora mujer, soberbiamen-
te vestida y con regio lujo ataviada, algo que vi-
bra intensamente y es lo que le presta la prodigiosa
vida de pasión con que seduce y subyuga: los ojos
y la boca!...
¡La boca!... Allí está su fuerza, boca de abismo
y de mágica, boca parisiense y babilónica de de-
leite y maldición, boca trágica que ha sorbido cien
vidas y cien fortunas.
Preguntaréis: ¿por qué esa mujer gasta tanto
dinero, ya que no es rica?
¿La corte que frecuenta su casa, esa. corte de
imbéciles ricachones, de jovenzuelos ansiosos de gas-
tar y de gastarse, ó de viejos apergaminados, ig-
noran que ella... ya no es?...
No, no lo ignora; lo sabe mejor que los qtie sólo
con la imaginación la desnudan...
No: conocen la miseria de la carne marchita y
saben que sólo á fuerza de postizos, pintura, poma-
das, tintas y polvos, amén del fulgor extraordinario
de unos ojos siempre iluminados por una chispa da
lujuria intensa, puede ella ser admirada en el bou-
levard de México, por donde diariamente pasea en
un automóvil de «garage» elegante.
Pero lo que no saben muchos es que esta vieja
parisiense, que fué bella verdaderamente y por sU
«íT^
íf-í^-i»
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD
Id
propia hermosura, en un tíempo, allá en la tierra 'del
la elegancia, del arte y del placer, lo que no saben,
es que tiene un encanto perverso que consume la-
mentablemente á los que van á ella por las pro-
mesas que les hace con las llamaradas de sus ojos;
su boca, su boca de abismo...
¡Encanto de vértigo, encanto babilónico, de lo-
cura y de abismo que ella ostenta, dejando á sus
idólatras convertidos en andrajos de carne, sorbién-
doles el dinero y la vida!
Más vale que siga allá en el boulevard de Mé-
xico la terrible mujer.
Más vale, porque así destruirá más pronto, en su
dinero y en su vida, á tantos inútiles zánganos que
la idolatran y que son sus víctimas!
Hija de Babilonia, instrumento de placer y de
expiación, hija del vicio y de la miseria, vieja trágica
de ojos de infierno y boca de vértigo, bendita seas
porque eres castigo y justa venganza!
r
IV
Querubín político-Financiero-Galante
' Es un efebo. Tiene un irostro verdaderamente
angelical, puro, fresco, sonrosado, primor o samentel
circuido por un collar de sedosa barba rubia, corta
y rizada.
;Es un áureo collar qtie sirve de marco admira-
ble á una linda cara de porcelana, donde brillan,
chispeando, los más hermosos ojos azules I... agre-
guemos una cabeza ornada de bucles dorados, una
magnífica cabeza, y pongamos abajo el fino bigote
rubio, la dehcia de una boca sonriente y adorable,
de labios de coral y dientes que parecen perlas.
Es positivamente esplendoroso esa faz de virgen
de la nebulosa Albión, y maravilla la extraordina-
ria belleza de ese gentil hombre del Jokey Club.
Porque es un hombre hecho y derecho, y dan
testimonio de ello su rubia barba rizada primo-
rosamente y su inclinación, nada censurable por
cierto, á las mujeres hermosas, á las cenas alegres, á'
los buenos caballos y las contratas del Gobierno.
Y vaya si tiene buen gusto el extraordinario tipo
de gallardía que todo México conoce y admira!
Porque se sabe que...
¡Pero completamente su retrato!: Encajad fesS¡
cábecita seráfica, coronada; por fúnebre chistera,-
en un cuerpo onduloso, ágil y esbelto; vestido irre-
prochablemente de gentleman auténtico, legítimo,
jpual si este «títere» hubiese sido acabado de arran-i J¡^
I
' Af-r-'í re-
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD ^ 21
car de una «Square» populosa de Londres; larga
levita cruzada, bien ceñida al airoso talle, panta-í
lón claro, de corte austeramente británico, y en la
izquierda mano delicadamente enguantada, el guan-
te de la derecha que, desnuda con coquetería pro-
vocadora, empuña el rico bastón de oro, ébano y
marfil.
' Y para completar el «atavío» del bello personaje,
imaginad su perfecto calzado con la inevitable po-
laina y lo tendréis «flechando» por estos «boulevards»
(mexicanos, después de salir de las antesalas minis-
teriales.
Ahora prestadle á su voz el encanto de un acen-
to dulce, como el de la 'tórtola de los bosques,!
echando un velo prudente sobre la inflexión femenil
de sus palabras, y tendréis completo el retrato del
querubín con barbas que os presento, político, finan-
ciero y galante.
*
* *
Naturalmente, un hombre semejante es feliz', na-
turalmente, un hombre semejante triunfa en finan-
zas, política y amor.
Su' ventura se ve desde luego; se lee su íntima
satisfacción en el brillo de sus ojos azules.
' Y la dulce languidez de su mirada, la sonrisa del
sus finos labios y la actitud con que marcha, daní
!á entender que sabe apreciarse á sí mismo en lo
que vale, y también que sabe perfectamente á don-
ide va y de donde viene. Aparte de su hermosura
!de rubio Narciso, este Hndo Adonis tiene otros mo-
tivos para estar contento con la campaña que hacel
len México, tomando c^itf cuartel general el J»key
Club,
:Ji?T^-
22 HERIBEITO mlAS
¿Qué culpa tiene él de ser un guapo, un bello
mozo ?
Nació con estrella y hace bien en alumbrarsel
con sus propios fulgores.
Nació hermoso como ninguno — un efebo — blanco,
sonrosadito, rizadas las rubias guedejas de su barba,
con ojos chispeantes de amorosa malicia; Dios se
la, dio, pues ¡San Pedro se la bendiga !
Así se comprende perfectamente que el lindo
Adonis haya flechado corazones á millares... quei
testé en vísperas de casarse con una y de cazar un
gran negocio político financiero.
¡Cuántas pollas de esas que pasan á su lado, es-
tremecidas, y lo miran con el rabillo del ojo, sueñan
con él en las noches !...
' ¡Cuántos aventureros le envidian!
■' ¡Un beso siquiera de los finos labios del querubín
con barbas, para ellas; unas cuantas sobras del fes-
tín del triunfo, para ellos! Y él pasa muy correcto,
muy convencido de su propia belleza, siempre en-
'guantado, siempre irreprochable con su traje de
británica elegancia, escondiendo las uñas en sus
guantes. Las soñadoras, las románticas, han de ima-
ginar tiernos idilios con él, á la luz de la, luna, en
el fondo de un bosque solitario vestido él, no con
la prosaica y fúnebre levita, sino con bordado jus-
tillo, capa de terciopelo, media de seda, sombrero
con larga y blanca pluma y espada al cinto, con
puño de oro.
1 Oh I qué deleite para esas niñas románticas trans-
formar un «gentleman» de guante, bastón y polaina,
en un doncel medioval, tañendo el laúd... Mas no,
no es de tan poéticos vuelos el Adonis de célebre!
hermosura, es muy práctico en sus amores, en susí
negocios y en sus vicios.
■■syílf'íífiPWr""'*'^^^^^ ~ w]f í7^m7'^:tw.»'í'W7"^5í
LOS PIKATAS DEL BOULEVARD 28
El no olvida, y con razón, que su padre lo trajo'
á México como un conquistador, como un Don Juan
de levita, á hacerse primero de águilas mexicanas y
después de corazones de mexicanas.
El «time is money» del business-man no está re-
ñido, de ningún modo, con «el amor es la vida», de
tiuestras hermosas paisanas.
Como buen hijo del Jokey Club, se pirra también
por las guapas hembras españolas que nos traen de
allende del Atlántico para que solacen nuestras no-
ches con su canto flamenco más ó menos «amorron-
"gado», y es de ver como sin dejar sus negocios, se
dedica á escuchar coplas de la tierra de María San-
tísima, lo que no le impide suspirar por las tapateas,
y soñar con el favor del Ministro.
Deliciosamente bello, joven, y afecto á las bue-
nas mozas y hasta á las no mozas, con tal de que
lo arrullen, su vida es envidiable, y si las pollas y
aun las gallinas le dan testimonio de olvidar garridos
mozos por él, es que no tienen mal gusto, con su]
collar de barba de oro en torno de su linda cara
de querubín...
Querubín conquistador,
De risueñas esperanzas
En contratas y finanzas
En política y amor. s
rí«-.r-rr "^ >, • * ' , T ;?^p^
:>r .V- ,.;,i- .p^..^^^T-^7^
Los pequeños monstruos
Con un nuevo tipo se ha enriquecido lo que bien!
pudiera llamarse la fauna de las miserias de la
ciudad de México: la pilluela.
Hasta hace poco, entre las miserables hijas d'e
«la civilización actual», los más desventurados y los
más dignos de santa ira y de piedad santa eran]
los niños abandonados ó explotados. Contábamos en
testa cursi, en esta hinchada Metrópoli con el niño
mendigo, el niño billetero, el niño papelero, el niño
bolero y el niño ratero: niños que beben pulque y
¡aguardiente, juegan á los dados, riñen con charras-
cas y fuman marihuana, es decir, seres que ya no
ison niños que son peores que hombres, pequeños
monstruos de vicio y de maldad, irresponsables, ino-
centes y venenosos.
Parecía que en ellos había llegado la desgracia al
límite extremo y que el suyo habría sido el último
círculo del infierno de nuestras miserias metropo-
litanas ; pero no, el abismo es inagotable y más allá I
de los niños del vicio empiezan á brotar, — ¡Oh Dan-|
tel — las niñas...
También ellas, también las que fueron lindos ca-
pullos dfe rosa, las tiernecitas y adorables niñas que-
rubines para quienes hasta no ha mucho exisitía|
la piedad oficial, la piedad social y la piedad perso-
nal, también ellas pululan ya por el asfalto de las|
'grandes avenidas, respirando infamia.
•-iWT^-^J. -. ■■ •'•■Il^"-'"^P^W-
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 25
Surge ahora la pilluela, mucho más terrible, miu-
cho más dolorosa y melancólica, mucho más re-
pugnante y desventurada que el pilluelo.
Y surge con una variedad espantosa de matiOesy
fcon tina execrable riqueza de formas y oficios : men-
diguillas de cinco años de edad, billeteritas borro-
Irosamente coquetuelas, papeleras que ofrecen con
gemidos metálicos y crueles como alfilerazos, las
revistas obscenas, niñas prostitutas que á las nueve
primaveras son queridas de valentones y asesinos...
El desfile macabro de esos pequeñísimos seres
miserables es de una emoción tal que contemplado
por primera vez haría enternecer hasta el corazón
de un abogado picaro. Pero es el caso, el caso tris-
tísimo en verdad, que aquí ya á muy pocos enter-i
nece, porque muy pocos lo contemplan, y porque
los pocos que tal hacen ya se habituaron lamenta-
blemente al espectáculo.
La filantropía oficial no tiene asilos en que alo-
jarlas, ni escuelas en que educarlas ; la caridad de
nuestras más pomposas asociaciones de Beneficencia
privada les tiene asco y no falta algún empingorota-
do presidente de cualquiera de ellas, que declare que
no merecen ni agua por no estar bautizadas... aca-
so, y en cuanto á la caridad personal, suele ser tan
corta que no alcanza á dar su mano, ó tan larga
que la limosna más empuja que levanta.
¿ Quién ignora los males que ocasiona la caridad
mal entendida?... Muchos conceden su Hmosna por
avaricia y por puro negocio, dando uno en la tierra
para que les den cien en el cielo, sin saber que al
obrar así invierten la verdadera moral cristiana;
son infinitos los fatuos que «hacen caridades» por
vanidad, para que todos les admiremos; y son in-
numerables los que por cobardía s'ueltan una moneda
26 HEEIBEKTO FKlAS
én la manecilla de la mendiga niña: ¡Cobardía del
egoísmo ante el remordimiento que se levanta al
pensar que acaso esa limosnerita, que mañana será
ramera, sea hija suya!...
Por eso es frecuente el hecho de que en torna
'de las casas de diversiones, placeres y vicios pulu-
lan más y con más tristemente lamentable éxito,
las niñas mendigas.
Los egoístas, satisfechos que acaban de reir y
de enternecerse con las fantasmagorías ridiculas ó
sentimentales del cinematógrafo (alternación de cua-
dros terroríficos con coplas que canta casi en cueros
una bailarina sicalíptica), dan por evitarse un pen-
samiento desagradable su limosna á lai pilluela.
Y la dan los borrachos en las cantinas elegantes ; y
los calaverones no dan sino que pagan á las pobres
niñas vagabundas infinidad de servicios viles, desde
la limpia del charol de sus botines hasta «el reca^
do» para la doncella á quien pretenden seducir.
A las niñas pilluelas jamás les falta un centavito,
ni dos, con que dar para su pulque al bolero amigo
ó al ratero hermano, ó al padre ladrón, ó á la borra-
cha madre (ó á la que como tal la explota).
Y las pilluelas del boulevard mexicano ya venden!
billetes, ya voceen periódicos, ya pidan francamente
limosna, ya ofrezcan peores frutos, van aumentando,
muitiphcándose, extendiendo su lepra y su infortu-
nio por nuestras calles principales, llevando! á la men-
te de quienes todavía ahondamos algo en lo que ve-
mos, el retintín de los tristes versos miconianos:
«¡Cría querubes
•para el presidio ' "^
y sirenas...
para el burdel!»
LOS PIEATAS DEL BOULEVARD 27
iPobreoitas niñas, desdichados seres infantiles, in-
dividuos de una nueva fauna de monstruos socia-
les, botoncitos de rosa regados ya con pulque y mari-
huana; el porvenir de nuestra pobre raza os sonrie
desde el infierno!...
Así ha clamado desde el fondo de mi alma lírica
un pensamiento negro, al contemplar el hervidero
de las niñas pilluelas tiritando por el llamado boule-
bard mexicano ; así ha clamado mi melancolía hosca,
mirando el popular de las dulces criaturas inocentes,
inocentes y venenosas, querubines cuyas alas que-
mó ya el alcohol, querubines viboritas!...
Pero, preguntaréis : ¿ de dónde ha brotado el es-
pantable y patético enjambre de pilluelas ?
¿De dónde?
Había que preguntárselo á nuestra conciencia, si
todavía tenemos conciencia, había que preguntárselo
al espíritu de nuestra raza, á nosotros mismos.
Son nuestras hijas ó las hijas de nuestros her-
manos, las hijas de Babilonia, á las que cerramos
las puertas de las escuelas y las puertas de tiues-
tros hogares...
Son una legión de síntomas y augurios que van
cantando por los pomposos paseos capitalinos:
«¡Para los ricos sobran queridas , :
Para los pobres faltan esposas I»
}Qué heraldos esos pequeños monstruas, y qué
remordimientos vivos!
r^''T^-iTT^-
A mitad de tragedia, el payaso
Hace poco el encarecimiento de la vida en México,
la paralización de muchas industrias, la falta de
trabajo, la depresión comercial y las tristes noti-
cias de la revolución (1911), alejaron el resto de
buenhumor que nos quedaba.
Sorda angustia extendíase por debajo de los vien-
tres y de las conciencias; sería la proximidad de
terribles sucesos, y aun los más guasones se ponen
graves y sombríos; lo cual no impidió que intentára-
mos divertirnos.
El publicista sincero, el escritor independiente,
tasca el freno ó muerde la orden de callar la terrible
mordaza, y no pudiendo hablar alto de cosas tris-
tes, va en busca de histriones que hagan reir.
No era cosa fácil en esos tiempos ser bufo, Ri-
cardo Bell había muerto; Gavilanes envejecía en el
Teatro Principal, foliándose con los mismos chis-
mes de hacía 20 años; y en cuanto á escritores de
chispa, después de la muerte de Pierrot no había
ninguno que mereciera ser «chistoso» en serio.
Sólo quedaban los charlistas obligados á paya-
sos, aun en plena tragedia, para poder vivir.
Ved ese tipo :
En su faz truhanesca, de una fealdad de viejq
zorro, los ojillos vivarachos y maliciosos, chispean
con socarronería y gracia en tanto que los labios
-^': ■
LOS PÍÍIAÍAS DT¡L BOÜLEVARD 2^
gruesos de su bocaza desdentada sonríen comple-
tando un gesto de payaso.
Porque este hombre hábil que á fuerza de sef
enteramente superficial se antoja profundo, ha he-
cho de su rostro una máscara, una verdadera más-
cara de bufón.
Ahora, hay que imaginárselo de «otra manera»,
arriscado hacia arriba el sombrero de fieltro á me-
dia cabeza, semideshecho el lazo de su corbata de
toalla, en el rincón de la boca un grande puro, escu-
piendo y echando enormes humaredas, narrando his-
torietas verdes y rojas en cualquier cantina... Hay
que verlo así, en sus glorias, feliz con ensartar obs-
cenidades y contar chistes y anécdotas divertidasi
ante un auditorio que celebra «sus ocurrencias» conl
estrepitosas carcajadas; y que le premia literalmen-
te con sendos «metrallazos» de tequila.
Es un bufón moderno, este afortunado mortal,
que tiene ya resuelto admirablemente el problema
de su existencia.
Vive riendo y haciendo reir. Hace reir; he aquí
la difícil misión de su vida. Hacer reir á todo tran-:
ce, á toda costa y en cualquier parte, y á todaj
hora.
Tiene obligación de ser locuaz, divertido, ligero
y ocurrente.
Y ¡vaya I si son terribles «sus ocurrencias». Losl
chistes van convenientemente salpimentados de malai
intención, llevan diluido un poquito de veneno, dtí
dolo y difamación.
Sin ese veneno no tendrían tanto éxito, ni se perpe-i
tuarían entre los amigos innumerables que se enor-i
gullecen con «tenerlo».
No se concibe una fiesta de familia, ó de cálaVé-
Jíasy gira campestre, ahnuerzo ó merienda «parraa-?
^pvwp -^^T^ ■ ■
30 HERIBEETO FRÍAS
da» ó conmemoración de carácter alegre, sin el..^
Y así como se contrata la orquesta y la fonda
ó cantina, que ha de suministrar caldos ó manjares,
así se cuenta con el «ocurrente Chucho».
En los banquetes de media seriedad que suelen
principiar con embarazoso silencio ¿ quién había de
romper el fuego de la alegría y dar ejemplo de des-
parpajo y de buen humor, si no Chucho?
Cuando empiezan «á cargar» los brindis largos,
tiesois y ¡giemebundos, y, cuando cuantos sufren la ti-
rada bostezando y removiéndose en sus asientos se
lamentan de haber asistido á una reunión «tan seria»,
de súbito salta Chucho con una gracejada, con una
observación crítica, tan oportuna, tan mordaz, uno
de esos chistes que parecen alfilerazos y que ha-
cen cosquillas y sacan sangre; que todos sueltan á
reir...
Y Chucho se adueña de la situación;.,. Fuefá eti-
quetas y caravanas! él se desbocaba y su lengua,
enervada por largo silencio convencional con que
es preciso que empiecen todas esas reuniones, vi-
bra chistes y sucedidos que desatan la hilaridad ge-
neral, i
Su táctica es admirablemente sabia... Primero
habla «sotto voce» entre las personas que le cercan,
mas como éstas ríen enardeciéndose, otras prestan
atención y oído; el corrillo se ensancha, Chucho le-
vanta un poco la voz, y la onda de risas va agrandán-
dose en la mesa del banquete, hasta que por fin, las
más lejanas se desesperan de curiosidad por oir.
Y he aquí que se eclipsan las conversacionesi
aparte, y sólo Chucho impera, Chucho que pone de
«oro y azul» á algún ausente muy conocido de to-
dos, ó que enjareta un epigrama á tal cual persona
grave...
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVAED 31
Tremenda lengua es la suya; hace pedazos glo-
rias y honras, no respeta edades ni posiciones....
Se burla de todos empezando por sí mismo, y una de
sus especialidades es el «sablazo» en verso, y la. de
la parodia.
Parodia con arte mímico á personas notables, á
ancianos que padecen algún achaque, á viejas que no
entienden de lo que habla... Imita el acento de las
voces, las actitudes, los gestos con tal «chispa» que
es imposible la seriedad... jA reir se dijo! ¡A mofar-
se de los demás, que no hay manjar más delicioso
y picante!
Chucho explota el lado cómico del mundo y de
la vida; rebusca en los sucesos de nota jocosa, el as-
pecto risible de lo más serio, y no se le escapa acon-
tecimiento público ó privado, que no lo desfigure
y lo retuerza con su grotesca lengua de payaso
mundano, de Rigoleto moderno.
Y como á veces el arsenal se agota, su atención
ó memoria se cansan, á falta, de datos ciertos acer-
ca de una persona que hay que ridiculizar, inventa,
crea. Es decir, calumnia. Y como es una calunmia
que hace reir, y que populariza una anécdota que
deshace una honra, Chucho queda riendo.
Todos salen felices, convencidos de que es un
gran ocurrente.
— Este Chucho vale lo que pesa; ¡Qué chispa!
Y de esto vive. Sus amigos le regalan trajes,,
relojes y dinero. Siempre encuentra quien le ob-
sequie sus copas, le invite á comer, ó cenar, y si no
hay juerga, quien le dé para su hotel. Vive del traba-
bajo de los demás; pero hay que convenir que tra-
baja en la útil misión de ridiculizarlos. Es un ser
necesario, por eso se impone.
,-^j:y '-í r
d2
flÜRÍBEHtO FliÍAS
Y mucho más se impone en estos tristes díaá
en que la nación mexicana es presa de tan dolo-
rosa crisis.
No se habla de otra cosa que de guerra y política.
Lo que los periódicos no pueden decir, lo susurran)
hasta las verduleras poblando el ambiente de frases
pesimistas y obscureciendo el horizonte con funes-
tas profecías.
' Todos somos profetas y elegiacos, y trágicos. Hace
falta reir un poco, por eso un tipo como el que acabo
de pintar, realiza útil misión.
El oficio es ruin, y sin embargo, bien pagado.
Para vivir bien y honradamente ahora, hay que
ser payaco ó torero, Gaona ó Gavilanes.
VII
La «Nana»
Es' uno de los más grandes y relucientes automó-
viles ese de la rica familia cuyo chalet de la Reforma
tanto destaca su pretenciosa y mixta arquitectura.
Y dentro del lujoso carruaje casi nunca irradia el
esplendor de los amios, sino una fealdad de hotentote
vestida de blanco y enlistonada de azul, llevando á
tirste niña de siete años aburrida y triste.
La fiera hotentote «blanca vestita» que ocupa solaJ
triste niña de siete años aburrida y triste,
es Su Majestad, la «Nana».
Con razón cierto día preguntaba un amigo :
— ¿ A que no se imagina usted quién reina en aque-
lla casa tan suntuosa como un palacio donde se
gasta cada mes un capital sólo en caprichos, inú-
tilmente, con una prodigalidad que aterrorizaría
á no saberse que el dueño, el que debía ser el amo,
es mucho, muy rico?...
Pues bien, en lo alto está la gran dama Doña
Amelia que adora dos cosas en el mundo: su hija,
la niña Paz, y el lujo. La adoración por su hija,
acaso entre también en el lujo, pues para una mujer
vanidosa tener una hija que es un primor, un esplén-
dido rorro vivo, inteligente y sano, es un gran lujo,
aunque ella, la misma madre, confiesa que es un es-
plendor que le cuesta más que el de todos sus ca-
ballos y automóviles juntos.
Tal vez por su amor desmedido á la elegancia,
Los piratas del hnuUvard 3
- T?r-
34 HERlBERTO FRÍAS
quizá por ese orgullo sea esclava de la linda criatu-
ra, que, al fin hija de aquella mujer, es ya una al-i
tiva princesa, llena de remilgos, de melindres y de
caprichos, antojos extravagantes que hay que con-
sentir y cumplir, á quien hay que obedecer, aun-
que ella no obedezca á nadie, á nadie absolutamen-
te, excepto á su «nana»...
¡Su «nana»... He allí la reina, la soberana indis-
cutible de la pomposa casa, el sumo poder en aquel
palacio I ¡Su «nana»!
Aquello es el caos; un desorden absoluto. Un re-
molino de criados insolentes que no respetan á
nadie, ni al amo; ni á la Señora Doña Amelia, á
veces ni á la niña Paz; pero que tiemblan y se hu-
millan delante de la «nana»... ¿ Comprende usted ?...
¿Qué sombrío drama oculta esta maraña de pro-
digalidades y de aparato inútil?... No, no hay un
drama todavía, ó mejor dicho no hay pasión, ni mal-
dad en ninguno... es únicamente im encadenamiento
de debilidades que producen el abandono y una
tumultuosa tristeza, y un desconsolador vacío en
toda esa plenitud y en todo ese lujo de sonaja.
No; no hay maldad; es sólo debilidad de carácter
que es tan fatal, y más todavía, que la maldad
misma.
Mire usted: el marido es un sujeto excelente,'
trabajador, honrado, caritativo, casi sin vicios, que
supo no sólo conservar la herencia que le dejaraj
su padre, sino aun aumentarla en buenos negocios
y que no ha hecho más tontería que la barbaridad
de casarse con Doña Amelia, ante quien, como
ya le digo á usted, es un niño: primer eslabón.
La esposa, esta misma Amelia, no es mala, no
pasa de ser un poco frivola y un mucho vanidosa y
t
LOS PlilAtAS DEL BOüLteVARD 35
subyugada por las dos pasiones: su hija y el lujo,
frente á las cuales es sierva: segundo eslabón.
La niña Paz, encantadora babina de siete años
de edad, á la que tanto le han dicho ya propios y
extraños que es un portento de belleza y de talento,
y que es una reina, y que se mandará fusilar al
que no la obedezca ó la haga enojarse, que insensi-:
blemente ha ido adquiriendo hábitos casi regios,
con ese aplomo que da la íntima y entera concien-,
cia de merecerse tales ó mejores homenajes; pero
débil á su vez, delante de su «nana» á cuya voz sei
anonada: tercer eslabón.
Y por último, la reina, el supremo Poder, la obe-
sa indígena de rostro hotentote, engreída con la to-
lerancia que en un tiempo hubo con ella, toleranr;
cia que fué convirtiéndose en acatamiento,- en su^
misión; insolente y necia, incapaz de maldad, tam-
bién, pero eso sí, viciosa; una ancha barrica del
«mexcal», un ídolo de carne y alcohol que han ido
subiendo á un trono desde donde reza y bebe y;
ordena imbecilidades, viviendo al lado de esa pri-
morosa niña en la que estriba su ilimitada paciencia:
cuarto y último eslabón, remate del encadenamiento
de debilidades que convierten el palacio de la fami-
lia en un caos, ese palacio cuya arquitectura es-
trambótica pasma en la Reforma.
¿Cómo ha sido esto?... Ya usted lo habrá com-
prendido: la eterna historia; una madre que al
tener á su hija, la entrega en manos de cualquier
mujer para que la amamante; que se la va dejando,-
dejando, sin intentar recobrarla, hasta que llega á
36 HERIBEETO FRÍAS
ser más de la nodriza que de la madre, y que cuan-
do quiere recobrarla no puede porque necesitaría ya
un esfuerzo vigorosísimo, esfuerzo de que no son
capaces casi nunca quienes por debilidad dejaron
arraigar en tan ingrata tierra al arbusto hijo, que
¡quién sabe qué rosas florecerá más tarde ó qué
frutos rendirá á la hora del verdadero drama!.
Y usted lo ha visto; no es la antigua «nana» de
otras épocas, amiga de la casa y de la familia, que
envejece en el amor y el respeto «á la niña», y se con-
tenta con un rinconcito en la cocina y un regalol
el día de su santo... ¡oh, no!... los tiempos han cam-
biado... es altanera y parece como que se venga de
la humillación de su raza, adueñándose del alma de
los niños, de la luz, del amor de la familia...
Y una «nana» de esas es la que reina en aquella
casa tan suntuosa como un palacio, donde brillan un
lujo vacío y una tumultuosidad triste.
(
VIII
El gran Qabrielito
Monólogo de un Ex.
Hoy más que nunca creo yo firmemente en que
soy hombre superior... No de talla material, no,
señor; mis pretensiones no llegan á tanto... y ade-
más que, por otra parte, mi exigua estatura sir-
ve para caracterizarme mejor... ¡ Cuántos grandes
hombres han sido pequeños de cuerpo... Mirad el
busto de cuerpo enteroi que representa á Napoleón
Grande ¿ Por qué noi habría yo de ser Gabriel el
Grande, á pesar de que me han hecho célebre en
el boulevard con el alias del «Gorgojo ?»
De suerte que bien puedo ser un superhombre...
¡qué diablo! era preciso ir alejándonos de aque-
lla endemoniada vida bohemia que llevamos una
docena de brutos que nos llamábamos pomposamente
estudiantes libres, bohemios enamorados de la in-
dependencia de carácter y de la rectitud y de la
justicia y de un montón de majaderías que nos
tenían embobadc^...
¡Qué brutos éramos entonces mi hermano y
yo!...
Pues llevábamos una vida perra, metidos en un
cuchitril infecto y estudiando con una terquedad
que hoy me crispa.
Y cuando no estudiábamos, i cuántos sueños, cuán^
tas ambiciones^ icyántos ideales!,,..
■i ■
88 HEBIBERTO FRlAS
Éramos un par de jacobinos de veras, y estába-
mos enamorados de la Libertad y de la Justicia,
etc., etc.,
¡Vaya! hasta llegamos á creer que' la palabra
«Patria» existía en el Diccionario, porque en algu-
nos corazones y en algunas cabezas había el senti-
miento y vivía la idea que significaba. ¡ Nunca nos
imaginamos entonces que pudiera ser una broma
del Diccionario ó un sarcasmo con que azotar el ros-
tro famélico de los ilusos como éramos entonces
liosotros !
Estábamos en pleno romanticismo, vivíamos en
las esferas del ideal, con los pantalones rotos, sucio
el jaquet, la camisa de quince días, el estómago
vacío y el cráneo lleno de noblezas líricas y de
entusiasmos caballerescos... j Qué brutos... pero qué
brutos éramos entonces 1
Los recuerdos de nuestra tierra natal nos abri-
gaban en las crudas noches invernales en que tiri-
tábamos cual si México fuese ya aquella Siberia
á la que íbamos con el pensamiento á consolar
á los mártires rusos deportados por la aristocracia
feroz... y esos recuerdos de los tropicales verjeles
campechanos eran como ráfagas calientes y perfu-
madas, perfumadas y calientes como las voluptuo-
sas caricias de las hijas de las costas del Gol-
fo... y al evocar los paisajes familiares de nues-
tra primera infancia, Jas selvas enormes y sono-
ras como gigantescas liras, los panoramas mari-
nos expléndidos en la pompa trágica de sus cre-
púsculos maravillosos, nos extremecíamos como se
entiende un soplo sagrado que trajera con el eco
de lejanas tempestades una voz épica que nos
cantaba en salmos terribles misteriosas profecías...
J^os creíamlos j ér^mQs en efecto puros y bl94-
, LOS PIKATAS DEL BOÜLEVAED 89
eos (de almia) ¿Seríamos los predestinados, los cau-
dillos, los regeneradores?
¡Qué brutos... pero qué brutos éramios entonces
mi hermano y yo!... mis versos de entonces...
Mis endecasflabos parecían trompetazos bíblicos;
á cuyo estruendo marcial habrían de caer derribados
los muros de Jericó...
j Nos creíamos en Atenas y nos imaginábamos
que los bárbaros habían toimado por asalto la Ciu-
dad del Arte y de la Gloria!...
Pero nosotros, naturalmente, la salvábamos, como
si en estos tiemlpos se pudiera hacer el milagrol
de convertir los versos en lanzas y de hacer de
una Oda un ejército...
Después... mi talento fué alumbrando el camino;
comprendí que no habíamos nacido para tantas pa-
trañas y se me fué quitando lo bruto.
I Hasta qu¡e por fin dejé los versos ó al mienos
los convertía en panes, cosa más agradable y su-
culenta que la antigua música celestial!
Y pensar que el bueno de Don Hilarión Frías
y Soto nos tornó ima vez á lo serio cuando nos
dijo aquello de... «juventud egoísta y venal y pronta
á las defecciones^)... i Picaro viejo, qué bien conocía
á su gente!... Pero lo' que nunca se figuró fué
que en nuestros primeros arranques hubiéramos sido
tan brutos!
Mas ya todo pasó... huyó la pesadilla y yo soy
quien soy; ¡un superhombre pequeño!... Un dipu-
tado al Congreso de la Unión (hablo en el año del
Centenario, en 1910) y un astro rutilante del bou-
levard mexicano'.
-^ry;
IX
Un superhombre
Entro lentamente, con aplomo y desenvoltura, cu-
briendo con mirada de regio desdén las dos filas
de asientos del tranvía. Era éste un motor de pri-
mera que acababa de salir de la plaza, rumbo á
Peralvillo de los que sólo tienen dos bancas co-
rridas, una frente de otra.
Esta disposición pareció complacerle; vaciló un
momento, escogiendo el sitio en que habjría de de-
positar su preciosa persona y, al fin, se dirigió al
centro de una de las bancas.
Quedaba precisamente frente á mí, y desde lue-
go tuve el deleite raro de observarle á mis anchas,
cosa que debió parecerle tan natural como agra-
dable.
Extendió las piernas delgadas, casi aéreas, en-
vueltas delicadamente en pantalones claros ; desabro-
chóse el saco de seda crema, dejando ver un des-
lumbrante chaleco, escarlata y oro viejo, con bo-
tones de nácar: se quitó el «Panamá» finísimo, dan-
do al aire tibio de la tarde una calva monumental
que prolongaba la frente soberbia y sudorosa, ape-
nas orlada por ricillos áureos ; se atuzó el mostacho
á lo Kaiser, y paseando luego su mano derecha
por el cráneo sonrió con indecible satisfacción.
— Indudablem.ente — pensé en el primer momento
de admiiración — éste ha de ser un príncipe «de ir)-
á
LOS PIKATAS DEL BOULEVARD 41
cógnito», á menos que no sea un imbécil de cuer-
po entero.
En efecto, sólo un príncipe ó un imbécil podía
tener aquel gesto olímpico con que consideraba á
los pasajeros. Fijándome en la calva qu3 agrandaba
su -frente, noté que bien podía pertenecer á un sa-
bio; pero era el caso- que su bigote delataba á
un oficial flamante, de novela, al propio' tiempo
que sus míanos femeninas anunciaban las raíces de
una alma de artista... Yo estaba perplejo. Vi una
gardenia en el ojal de su saco y muchas piedras
rutilantes sobre los dedos de sus manos privile-.
giadas...
T\Iis vacilaciones aumentaron. Que aquel ser era
un hombre superior, era evidente... no estaba fun-
dido en molde común y corriente... — Sabio, artista,
príncipe, guerrero ó filósofo, este personaje es al-
go grande — me dije.
No era joven; tampoco anciano: además, ha-
bía gravedad y majestad en su apostura ; mostrábase
pensativo, altanero, y la sonrisa de sus labios del-
gados bajo el erizado- bigote, era de un relieve
enigmático...
Me fascinaba mi «héroe»... Pero ¿ cuál no sería
mi encanto al advertir como cuanto todo había
hecho con magistral donaire y sapiencia majestuo-
sa no eran sino el epílogo para masticar una joya,
algo así como «el fin para que había sido creado» ? :
¡su pie, su piececito de una forma y de un tamaño
impecables, calzado en choclo de glacé !... Mas no
era eso todo; la verdadera maravilla estaba en el
calcetín de seda anaranjada, el calcetín calado que
se distendía aristocráticamente bajo el florón de
satín de lazo de aquel chaclo «chaf d'suore»!
Entonces todo lo comprendí: toda aquella arma-
rriT^^M-FT^.-p-^l)
42 HERIBEETO FKlAS
^n de paño fino y carne flaca, toda la majestad
de esa sonrisa altanera y serena, aquel mostacho
erecto y aquel donaire y aplomo en el sentarse y
en el pasear la mano por la frente enorme, — gra-
cias á la calva propicia, — y aquella gardenia y las
pedrerías fulgurantes sobre los dedos ágiles en mo-
verlas hacia los ojos atónitos de los pasajeros...
oh! todo este edificio de lujo, de arte y de ciencia
tenían por vértice único su pie femenino, su cha-
clo irreprochable y su magnífico calcetín de seda
anaranjada, su calcetín calado distendido sabiamen-
te, estéticamente, bajo un florón de rasoí negro!
Todo lo comprendí: el superhombre aquel cum-
plía en el mundo la misión suprema de mostrar sus
pies y sui calzado!
Y mis ojos vieron cómo con ademán de una des-
envoltura gentil cruzó él la aérea pierna derecha
sobre la izquierda, tirando discretamente del claro
pantalón hasta tornar á descubrir nuevamente todo
el empeine y el tobillo, deslumbrándome con la se-
da del calcetín opulento...
Mi «Narciso» sonreía, en tanto, arrastrando pere-
zosamente la mirada por sobre los pasajeros, fe-
liz, al sentirse poseedor de aquellas galas que le
dieran Natura y su dinero...
Decididamente: era un imbécil; acaso peor que
eso... ¿Debía compadecerlo? ¿debía envidiársele?...
El limosnero de copas
Hay mendigos de levita que piden limosna en
las cantinas... para su copa.
¿ Quién, al contemplar al ebrio inveterado, que
fuera en un tiempo hambre útil, sano y generoso,
no exclama tristemente: — es mejor que se muera?
En casi todas las familias de la sociedad más
culta y digna lo mismo en Mazullán que en cual-
quier parte, hay algún pobre ser vencido por el
vicio más siniestro, y el grito que se escapa an-
te tal desventura, es un deseo; de que más valdríale
desaparecer.
No hace mucho que al darme cierta persona'
la noticia de la muerte de un antiguo camarada
de colegio, dije;
— ¡ Por fin I '
— ^¿Cómo?... ¿Se alegra usted de que haya muer-
ta su amigo ? — exclamó.
— Pues bien, sí, señor: usted lo ha dicho; me ale-
gro, ante todo por su familia, y después por él
mismo... Ahora, ¿ quiere usted más ? ¡ Acaso yo ha-
ya sido la causa determinante de su muerte!... El
no era ya im hombre, era un receptáculo lleno hasta
los bordes... Yo fui...
— ¿ La gota de agua que hace derramar el vaso ?
— No precisamente de agua. El agua no mata;
así de lento, de sombrío, no... Los dramas Idel
agua son violentos, casi tan fulminantes como los
4el fuego, ISfauíragjo, sunjersióji, íP„uQ.daci<5n, teiíi-
L
«.■VTtl/»-*'-^
44 HEKIBEKTO FlilAS
pestad, ¿qué es todoi ello, sino un súbito accidente
en que los hombres desaparecen con cierta nobleza,
casi sin sufrimiento, hasta con cierta poesía alta,
como en un campo de batalla ?... NO' sonría usted,
que no es broma ; ¿ qué es el terror, la angustia y
la desesperación de un minuto trágico en que
se aniquila fulminada una vida, comparado con la
miseria, el dolor, la bajeza, la cobardía temblo-
rosa de una existencia irrenúsiblemente podrida, que
va dejando por el camino agrio, no sangre roja,
sino pus hediondo ?
i Oh el alcohol ! Y prolongue usted esa vida de
infierno, esa palpitación de pesadilla, prolongúela
indefinidamente para micngua de la raza y vergüen-
za del hombre... No... eso no es vivir... Y sin em-
bargo, así vivía él, el excelente horr^bre, allá en
un tiempo cuando él y Dios querpn — el excelente
am.igo... Podrido por dentro y por fuera; una ve-
jiga de tequila envuelta en un harapo^ ulcerado!...,
¿Se acuerda usted de sus dibujoo, de aquellas fe-
lices caricaturas que chisporroteaba su lápiz bo-
hemio con una gracia espléndida, contrahechura de
una elegancia espontánea y vivaz ?... Pues bien, na-
da, ni una sombra, ni un montón de cenizas que-
daba ya de aquel privilegiado lápiz suyo, todo in-
genio, emoción, sutileza y frescura!... No... Ya no
podían sus míanos, manos t^blorosas de alcohóli-
co que aim no ha bebido su ración matinal, ó
manos muertas de borracho que lia bebido más
de la cuenta, — ya no podían sus manos con el lá-
piz que le dio fama, dinero' y amor... ¿ Se acuerda
usted como desde el Colegio Militar celebrábamos
la aguda malicia de sus esbozos grotescos á gis
blanco sobre el pizarrón?... ¡Buenos «plantones»,
]buenos «domingos de arresto» le tocó al audaz y.
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 46
novel artista el primer aletear de sus implumes
alas. ¡ Y luego á usted le constan los mimos, las
recomendaciones y aquellas carátulas onomásticas
que le valían empleitos pingües.
¡Y el artista, dándose gusto, comiendo- por cua-
tro, mientras llegaba la hora de beber!...
¿ Sabe usted de lo- que sí tengo remordimien-
to, remordimiento que debemos tener todos sus con-
discípulos y compañeros de trabajo?... ¡De haberle
dicho demasiado que tenía talento; de haber ce-
lebrado como una gracia, como una hazaña, sus
primeras borracheras ; más aun, de haberlo estimu-
lado á beber, á^beber hasta rodar.
Repito; n peirde que haya mouerto... ¡más va-
le!... La víspera de su muerte me detuvo en la
esquina.
— Hermano, una pesetita no más, la última, pa-
labra, para «mi mañana» me dijoi — para «curármela^')...
— Con una pésela revientas, ¿qué haces? ¿no es-
tabas en el Hospital? — contesté entre misericordio-
so y severo.
— Sí; hace tiempo... Busqué trabajo, busqué ami-
gos... ¡todos ingratos, todos orgullosos!... porque
me ven pobre me desprecian; porque me ven ago-
tado me tiran á la calle... dame para una copa,
hermano, tú que no eres tan...
No terminó la frase; sus ojos inyectados y me-
drosos imploraron piedad; bajo el ruin jaquet gra-
soso jadeaba el pecho raquítico. Y vi en su faz
abotargada y am.arillenta, una angustia infinita y en;
sus labios resecos y convulsos la atroz sed ner-
viosa del alcohólico inveterado...
Y, naturalmente me apiadé... tuve esa cobarda
conmiseración quie prolonga el infierno de tantos
desdichados... jLe daría la peseta; le quitaré u^
46 HERIBERTO FRÍAS
minuto la sed y el temblor, la pavura morbosa que
le sofocaba!...
No traía ya «feria»... ¿Le daría un peso?... ¡Era
capaz de reventarse bebiéndolo!... ¿Fué presenti-
miento, fué adivinación ?... No fué sino lógica. Me
estremecí al dejar sobre su casi epiléptica mano — >
tan temblorosa estaba — el peso fatal, la gota, ami-
go mío, la gota que habría de hacer estallar aque-
lla ulcerada vejiga de tequila envuelta en un ha-
rapo 1
Cuando tres ó cuatro semanas después lo supe;
mi primer pensamiento fué para su familia.
Y fué para mí im gran alivio saber que los
nifíos estaban á salvo; quie huérfanos, hubo quie-
nes se los disputaran, ya que no latía la abo-
minable pesadilla del padre... Y he aquí por qué
me he alegrado de que haya muerto el pobre «ar-
tista», más que por él por su familia. |Qué ali-
vio, qué descanso, qué calma I ¿ No le parece á,
usted?... Así, poco más ó menos, en un arranque
de sinceridad cruel, me expresé ante quien se asom-
braba de que me alegrase de la muerte de aquella]
víctima del alcohol.
Pregunto, pues: ¿Verdad que tenía razón el in-
fortunado Edgar d Poe, al decir: «No hay mal nin,-
guno comparable con el alcohol?»
¿•Verdad que es preferible la muerte á la vid¡í
envenenada por el veneno más terrible?
XI
La novela de un cochero
Primero fué un idilio á cuya frescura y por entrei
cuyas rosas nos asomamos los estudiantes que vi-
víamos en el corredor del segundo patio de aquel
histórico caserón, que parecía, por lo poblado y
chismograsiento, una verdadera aldea.
Bajo el cobertizo de tejamanil y hoja de latai
que daba sombra á la fila de lavaderos de piedra;
bordeando el tanque central, Juana lavaba de sol á
sol las pilas de ropa sucia que la madre, lavande-
ra veterana, le iba amontonando á medida que se
llevaba á planchar las piezas blancas y secas que
bajaba de los «tendederos».
Era ima linda y hacendosita muchacha, muy se-
ria, calladita y un tanto provocativa con sus bra-
zos redondos y duros de indígena sana y bien nu-
trida, suis brazos infatigables y desnudos que tor-
naban con destreza y tenacidad blanca la ropa in-
fecta y negruz^ca, cuya miseria purificaba la gentil
lavandera.
El era cochero de calandria vil mtiy adinerado'
y muy insolente, guapetón pendencista y mal ha-
blado, pantalón de «cachirulo», zapato con tacóm
puntiagudo y sombrero galoneado. Vivía en uno de
los peores cuartuchos del último patio, y en um
tiempo no se le veía sino en las madrugadas, de
regreso de su velada ó de salida á la faena.
Pero cuando se fué percatando de que precisa*
4á HERIBERTO FRlAS
mente á esas mismas horas ocupaba su puesto en
el lavadero número 3 la donosa Juana, empezó
al amoroso asedio, y nosotros asistimos á la ini-
ciación del idilio, pues todos los estudiantes de
aquella casa gracias á nuestra pobreza, éramos ma-
drugadores con el objeto de aprovechar el sol, ya
que no teníamos en las noches ni para petróleo,
ni para velas, siquiera fuesen de sebo'.
El «velador», después de «hacer la mañana^» con
una taza de hojas de naranjo con su respectiva
catalán pues era demasiado' opulento' para tomar
«refino» se sentaba en un lavadero próximo, des-
de donde entre galantes requiebros, granizaba pe-
llizcos sobre los brancíneos y desnudos brazos fres-
cos de la silenciosa lavanderita, de la lavanderi-
ta gentil y atareada que, después de obstinado mu-
tismo, que pretendía ser desdeñoso, se contenta-
ba, al fin, con suplicar un — ¡ Eistese quieto, gro-
sero ! — que por el encanto' quejumbroso y emocio-
nado, bien podía traslucirse por una frase diame-
tralmente opuesta.
Nos encantaba ver los rubores primitivos de aque-
lla ingenua y sana criatura, tan limpia, tan afanosa,
tan calladita, y sus fingidas cóleras y sus reales
turbaciones, y el fuego en que ardían sus mejillas
y sus pupilas negras, calcinadas por las palabras
intensas y los intensos pellizcos de aquel Don Juan
de sombrero ancho y pantalón «cachiruleado»...
¿Caería?... ¿No caería?...
Todas las mañanas, antes de engolfarnos en el
Ganot ó en el Algebra echábamos un vistazo á los
lavaderos y en ellos encontrábamos á Juana lavan-
do y al cochero apretando más y más el cerco,
ante una resistencia que, en verdad, nos iba pare-
ciendo puramiente nominal, aunque había entre nos*
LOS PIRATAS DEL ROUL"EVARD Ab
Otros muchachos románticos que soñábamos con
la victoria del ángel de la inocencia sobre el demo-
nio de la tentación.
Y sucedió que una mañana el lavadero número
3 estaba vacío, y vacío se encontraba el puesto
vecino, donde solía sentarse el galán: el ángel ha-
bía sido derrotado y el idilio terminaba...
Y aquella noche, correspondiente á la mañana
aquella, oímos allá del tercer patio rasgueos de
vihuela, canciones tristes y vocerrones de gente ale-
gre que celebraba las bodas de la lavandera y el
seductor triunfante; y, poco después, los retumban-
tes zapateados de interminables jarabes llenaron la
casa con rumor de fiesta estruendosa! ¡Pobre linda
lavanderita!...
Cinco noches después — tuvimos la atención de
contarlas — lo que se escuchó en pleno sueño de la
vecindad fué un rumor de gemidos y las voces del
seductor galán, vomitando soeces injurias... ¿ La es-
taba matandO' ?
Nos estremecimos de piedad al considerar cuan
pronto se transformaba el idilio en vulgar trage-
dia... ¿ Habría muerto tan pronto en ellos el amor,
«el amor que pasa?»...
Esperamos que al día siguiente se separarían;
mas no fué así, y desde entonces asistimos á una
historia de abnegación de Juana, abnegación y sa-
crificio que después de los golpes que recibía en
las noches se convertía en inaudito servilismo...
Y conste que las manazas del cochero eran de
fama en todo el barrio, y los patios de Belén sa-
bían de aquella fama... ¿Era posible que la pobre
lavandera pudiera soportar sin protesta aquellos gol-
pes diarios, y podía permanecer sumisa y tierna?...
No sólo eso: sino que aún fué más allá: volvió
Lo8 piratas del hmdñ)ard .i ^-
viz-nt^-K/-;^^'! Ti^JH!^ T • -i ^ T~Tn<y> r':T"vi .^ ;^ '-■vi^-w f/.^ j» »p,j i.»((í^f_, ;*r7^Tr?.-;^iri?Ti[ tsjíw'sf
So lÍERlBERTO FRÍAS
á lavar todos los días, desde la inadriígadlá, pero
ya no para la madre, ahora resignada y solitaria,
sino para el rufián del cochero, que ya no iba
cómiO antes á su pescante, sino á pasear por el
barrio, contento y satisfecho de tener una mujer
á quien golpear y de quien recibir para «la pa-
rranda» diana...
La limpia y donosa lavandera fué marchitándo-
se, marchitándose, mas sin dejar de trabajar, su-
misa y resignada, como la madre, á su destino de
esclavitud y de miseria.
Y ima noche que quisimos intervenir en el cuar-
tucho del «hombre», que parecía querer matar á
la desdichada, ésta misma — suspensas las lágrimas
en los párpados ensangrentada — se encaró á nos-
otros y nos gritó indignada y bravia, en un pa-
réntesis de gemidos : — ^¿ Qué les importa, «rotas» ?...
jEs mi marido y «hará bien...»!
XII
A caza de pájaros bobos
Hay personas dedicadas á buscar en los laberintos
de la sociedad esos raros frutas que se llaman
«buenos corazones», «hombres excelentes», como se
puede buscar entre las abruptas montañas una, ve-
ta explotable de metal de rica ley.
Y entonces sucede el hecho curioso y tristemente
vulgar de que los perspicacia, los individuos de
quienes se asegura que son «águilas», que «saben
la biblia», es decir, que no quieren trabajar, bus-
can y encuentran á los seres candidos, á Ips bue-
nos, para vivir de ellos.
Se repite la maniobra que ejecutan estas aves
de mar, de un vuelo más rápido y más alto que
el de las águilas, las «fragatas» que viven orgullosa-
mente de lo que pescan otras aves menos aristó-
cratas, pero más trabajadoras.
Las dignas «fragatas», cerniéndose majestuosas
en las alturas, espían á los pájaros «bobos» — que
muy atinadamente así se llaman — y cuando éstas
traen en el pico un hermoso pez, aquéllas se lo
arrebatan, evitándose el trabajo y el desdoro de
bajar hasta las olas á pescarlo ellas mismas.
i Cuántos hombres «bobos» hay víctimas explo-
tadas por los hombres «águilas»!
Sé de un apreciable ingeniero, hombre de es-
tudio y de trabajo, muy joven todavía, pero que
principia á tener una fortuna, gracias á su inara*
PÍ^'-'-V-
■r^y
52
HERIBERTO FRlAS
villosa actividad, á su temperamento robusto y al
firme propósito que se ha hecho y que ha cum-
plido de desafiar climas y circunstancias adversas
para imponer en ellas y sobre ellas el ejercicio
de su profesión. Cuando llega á México, el ros-
tro tostado por el sol, ásperas las manos, causa
sorpresa ver á su lado un elegante dandy muy fi-
no de espiritual sonrisa y ojillos picarescos.
Al punto se nota el contraste del hombre tosco,
arisco, que en su actitud revela que se juzga aún
en plena montaña dominando las lejanías, y el ca-
ballerito de nuestras cantinas y salones, relamido
y burlón, presuntuoso y pagado de sí mismo.
Este cortesano vive en la misma casa que tiene
en México el tenaz y emprendedor ingeniero, come
á su mesa, solícito y galante con la familia, en
ausencia del jefe de ella; reprende á los criados,
vigila y está á sus anchas, montando los caballos
del amo para que no se «ovachonen», y usando el
cupé de la señora para que no se enmohezca, ya
que la esposa del ingeniero no es «de sociedad».
Y he ahí el caballerito dándose tono, viviendo
regaladamente y paseando de lo lindo, mientras allá
en insalubres bosques batalla el infatigable ser de
trabajo y amor.
Cuando á éste se le pregxmta por el que deja en
México, instalado en su propia casa, responde in-
genuamente :
— I Quién es ?... \ Oh ! un antiguo amigo de cole-
gio... muy inteligente, pero está arruinado el po-
bre... No pudo concluir su carrera... está mal con
su familia... y como no, ti^ie carácter para el tra-
bajo...
Y lo peor es quie el señorito aludido habla con
aire de protección á quien le debe aümientos, rppa
LOS PIRATAS DEL BOULEVABD o 53
y domicilio. No parece sino que viviendo en aquella,
casa otorgue un favor, dándole con su presencia
un sello de elegancia.
El antiguo compañero de colegio afectó desdén
por las rudas labores de su protector y habla con
autoridad á la misma familia que, recién llegada
de lejano Estado y habiendo vivido en estrecha po-
breza, se encuentra cohibida delante de aquel ele-
gante vividor.
A éste le saludan con respeto las antiguas amis-
tades de la familia, creyendo que es el tutelar ído-
lo de la naciente prosperidad del ingeniero.
Nada más extraño que la notoria tiranía de
ese aventurero audaz en cuya sonrisa late la burla
y el desdén para quienes le mantienen... Y apenas
se comprende en virtud de qué sugestión se ha
impuesto en un lugar sagrado, nido de honradez,
en que ha sido tradicional canon del trabajo, en
aquel hogar que él profana llevando emanaciones
de vicio.
Acaso en el espíritu sencillo y rectO' del hombre
trabajador surjan protestas contra aquel intruso que
se apoderó con la seguridad de una ave de ra-
piña, de im bienestar obtenido á costa de años
de penalidades, privaciones y labor tenaz, sólo con
el vago título de antiguo amigo de colegio.
¿Antiguo amigo de colegio?... Sí, es el' derecho
invocado por tantos vagabundos incapaces de esfuer-
zos honrados y de sanos propósitos, para conquis-
tar á los que empiezan á triunfar en la vida des-
pués de haberse batido desesperadamente y sin un
momento de pánico en la batalla de la vida!
Y cosa rara, muchos de estos héroes de tenacidad,
de bravura especial en las crisis más amargas de
h existencia, son incapaces de resistir á la ins},i
!TT^|r
54
HERIBERTO FElAS
nuación de falsa confraternidad que cualquiera les
hace en nombre de un compañerismo antiguo que
muchas veces no ha existido...
Son débiles para rechazar á los insinuantes... Una
compasión mal sana, desgraciadamente muy común
á nuestro carácter romántico, una compasión mez-
clada de pueril orgullo les hace ser víctimas de esos
bribones.
Y cuando uno de ellos se instala como el antiguo
amigo de colegio del digno inigeniero, en una casa,
ya pueden preverse desgracias, porque el ave de
presa lleva en sus garras, ensangrentadas todavía,
fermentos de corrupción que pueden envenenar una
familia ó alterar la calma de un hogar.
Por eso cuando alguien dice de un audazi cuyo
modo de vivir es un misterio: — Es «un águila»,
me estremezco lamentando que no se les pueda
dar caza á muerte, poniéndolos fuera de la Ley.
XIII
De charro á catrín
No hay que desear ni á nuestro más implacable
enemigo el tormento de ser invitado á reuniones de
gente que desea cambiar en un momento de con-
dición.
No ha muchos días recibí una esquela lujosamen-
te impresa á tres tintas — los indispensables y consa-
bidos colores verde, blanco y colorado, el blanco
del papel por supuesto, — así concebida:
PlC-NlC INTIMO
«Diódoro Gómez González y familia tienen la alta;
honra de invitar á usted cortesmente, á un «tete
á tete» cordial que principiará con una «matinée»
campestre á bordo de la «Cándida Elenita» sita en
el Canal de la Viga, continuará con «lunch» en
«El Recreo de los amigos» bar-room de Ixtacalco,
tendrá «su cénit» con un banquete en la citada pin-
toresca villa exlacustre y terminará con un «five
ó clock tea» en Gómez González house», chez l'an-
fitrion.» '
Al leer la original esquela vacilé un momento...
no recordaba yo conocer á ningún Diódoro, ni mu-
cho menos á su apreciable familia... hasta que á
fuerza de memoria caí en la cuenta de que estet
personaje me había sido presentado en los pasillos de
un teatro sospechoso.
Era ^n hombrezote campechano si los hay, Hfl-
B6 HERIBERTO FElAS
tiguo «trompeta de rurales» que había tenido Id
suerte de ser agraciado con una pequeña heren-
cia que le cayó á su mujer como llovida del infier-
no, porque aquello significó para la desdichada el
uso obligatorio — por lo menos en la calle — del bo-
tín de charol y del diario paseo por el boulevard.
En su pueblo natal sólo calzaba la apreciiable
Doña Dionisia los días Santos, el día de Todos San-
tos, el Jueves Santo y Viernes Santo y el día de su
santo... — ¡nada más en días santos hacía esa peni-
tencia!— pero ni el 5 de Mayo, ni el 16 de Septiembre
llegaba su patriotismo al colmo de usar botines..^
Vino la herencia susodicha y Bel Anís, que sabía
leer y escribir y compraba periódicos, y se llevaba
con gente de pluma, arrastró á su consorte hasta
México, y una vez en la MetrópoH se propuso cam-
biar la tosca pantalonera de cuero por el pantalón!
francés, dedicándose al noble «ramo» de la compra-
venta de caballos y muías de tiro, siguiendo el
atinado consejo de un caballerango de casa rica,
paisano suyo.
El tal paisanito que era «un águila», un que «sa
perdía de vista» en negocios y tenía muy buenas
amistades, trastornó el meollo del excelente ex-trom-
peta de rurales, hablándole de la vida de México y
del porvenir que le podía levantar hasta hacerlo todo
un señor.
Ante todo se fué relacionando con gente de lustre,
cortejó á las coristas, habló con las tiples y con
garbo invitaba las copas á los tenorcillos que le
rodeaban respetuosamente, iniciándole en la existen-
cia del calaverón elegante.
LOS PIEATAS DEL BOULEVAKD 57
El estaba encantada, y más de un pobre diablo
de poetastro hambriento tuvo mesa puesta en la
casa de Don Diódoro...
Perfectamente que recordé entonces la cómica
silueta del payo aprisionado de una abominable fevi-
ta, llevando calzado americano color crema bajo
la caricia del estreno de un pantalón bombacho
que parecía de zuavo.
*
* *
¡Y era él quien me enviaba la esquela de invita-
ción!... Conque «aquéllo» no era «tanteada»... ¿Quién
sería el alma negra qud le íhiabía hecho firmar con el
pomposo nombre «l'anf itrion» ?
Pude convencerme asistiendo al famoso «Pic-nic»
que aquel infehz extrompeta, antes tan inofensivo,
pues hasta el puesto que ocupaba en su escuadrón
era poco militante, ya que los trompetas sólo echan
mano al sable en los trances muy apretados y eni
personal defensa de su existencia, pude convencerme,
repito, de que el digno Don Diódoro estaba perdido
del intelecto. — ¡Lástima de «manganas» habilísimas
en los «potreros», desdichadas muchachas de la tie-
rra, ya no le oirían tocar «agua» y «limpia» como
antes en la puerta del cuartel haciendo gala de sus
pulmones de fuelle ! el héroe trompeta y el garboso
charro auténtico había desaparecido para dejar en
su lugar algo menos que su sombra : ¡la triste figura
lamentablemente anunciada de un pedante!
* *
En nuestra capital, los «brujas» que rodean y
acechan á los infelices «payos» que por desgracjgJ
T5ÍÍ.T - .,. ...M ^ . .. - . ^^. -,. .,..-^^,,f
58 HERIBERTO FRÍAS
suya tienen un lado vulnerable, son capaces de tras-
trocar al más práctico chalán del interior de la
República, en un mequetrefe hinchado de «extran-
jerismo» indigesto.
Incapaces de asimilarse de un tirón las novedades
que los dejan atónitos, se atibuman de frases que
no comprenden, dando á su espíritu alimentos im-
posibles y á su cuerpo trajes estrambóticos... Por
medio de palabras y de vestimenta pretenden trans-
formarse de súbito de honrados rancheros útiles en
sus granjas, en «títeres» hinchados que entran á
la danza de la Comedia humana como risibles figu-
ras de Género Chico...
¡Pobre Don Diódoro!... No pudiendo cambiar
su nombre de pila, transformó su apelhdo alargán-
dolo pomposamente, y empezó á dilapidar el dine-
ro de su desdichada mujer en fiestas que bautizaba
con nombres en francés y en inglés al estilo del
Gran Tono.
Por supuesto, me fué intolerable la fiesta en que
quiso hacer gala «l'anfitrion» de buen gusto y que
no fué sino la más truhanesca orgía, que habría
sido cómica á no tener en sus notas semitrágicas el
que se escucharan detonaciones de pistolas y brilla-
ran hojas de cuchillos.
¡Qué diablo, tuvo que aparecer el «trompeta de
rurales» debajo de la levita del «gentleman», que
anhelaba llegar á pirata 1
XIV
Un campeón de festivales
Soliloquio
Yo soy un fenómeno humano, Una maravilla de
longevidad; por mí no pasan los años y sobre mí
escurren los veranos sus aguas y sus aguardientes,
sin mojarme.
Seco, pero curtido al sol, yo soy un palo vivo...
vivo de entusiasmo, y soy un asta — y no de toro ¡vive
Dios! — sino un asta-bandera que sabe tender al
viento de los entusiasmos populares el lienzo tri-
color de mis júbilos patrióticos...
Sin mí no hay fiesta cívica posible...
Soy la alegría de los tres colores nacionales... Yo
completo unas cuartetas de tamborazo retumbante
con un sabroso costillar de chivo en barbacon ca-
paz de hacer agua á la boca del Profeta Jeremías.
¿ Qué serían sin mí las grandes romerías de las
fiestas en honor de los héroes que con su sangre nos
dieran patria ? ¿ Qué sería de la sangre de los buenos
mejicanos sin mi sangre entusiasta y caliente y cos-
quillosa como la sangre solferina ó guinda, ó lo
que sea, del delicioso «curado de tuna»?
¿Quién soportaría con paciencia suficientemente
cristiana para no meterse debajo de la mesa,
ó para no arrojarles el contenido de la mesa, un
brindis interminable ó unas décimas criminales, si
rio fuera porque mi numen previsor colocara con
'-r-
'!■
60 HERIBERTO FRlAS
épica liberalidad los cubos de «Isabel Dormida», ó
del rico «Zapote presto», ó del idílico «curado de
apio» que también tiene sus Virgilios nacionales,
ó el sin par de naranja y rompope bautizado con la
heroica divisa pulquérrima de «Salsipuedes alma
mía»?...
¿ Quién como yo para organizar un festín de
arranques verde, blanco y colorado, y de «¡Viva
México, chicharrones!», sin que los comensales se
fastidien porque yo con mis idas y venidas les ame-
nizo la jornada y les hago olvidar la pesadilla de
la última Oda patriótica de José Juan Tablada?...
¿ Quién si no yo, conoce todos los recursos que se
puede sacar al mole de guajolote — con perdón sea
dicho de los oradores oficiales y de los brindistasi
espontáneos; — quién sino yo sabe escoger y man-
dar apartar las piezas que más le gustan á los
más morrocotudos personajes, que harán con su
presencia las glorias del ameno festival cívico ?
Yo escojo, con el mismo tino y sabiduría idén-
tica, el borrego ó el chivo — perdón, señores, pero
así se llaman ésos sabrosos animales — el chivo ó
él borrego para la barbacoa, que el eximio orador
ó poeta para las odas y discursos que ¡ay! será
preciso que escuchen los invitados... ¡Todo tiene su
contra en este mundo, y bien vale un suculento pla-
to de mole verde el más abominable brindis en verso
de Don Juan Pedro Didapp ó de cualquier otro me-
lenudo modernista de la Secretaría de Instrucción
Pública, en tiempo de Justo Sierra.
¿Y las fiestas de aniversarios de las sociedades
mutualistas ?... ¡Oh! á ver ¿qué gallo puede compe-
tir conmigo para organizarías como Dios manda y
saber cuándo llegan á su punto los caldos y cuán-
do se van derritiendo los sólidos ?,i. Quién como yo?.,,
LOS PIEATAS DEL BOULEVARD 61
Soy enérgico cuando el programa lo exige y la
etiqueta lo ordena, porque una cosa es ini republica-
nismo fraternal de chile de rajas con carne de
puerco y otra cosa es la Ordenanza... Me sé acor-
dar á tiempo de que soy «provisional» y no de ban-
queta, ni de los de pluma de escribir, sino de
los meros meros, de los de armas tomar.
Yo les voy á mano muy oportunamente á los
que se apuntan demasiado' con las tequilas — ó se
despercuden con más versos de los que puede so-
portar la paciencia del auditorio, que no porque
está bebiendo y comiendo patrióticamente, deja de
ser respetable. — ¡Caramba!... ¡es bueno beber, pe-
ro no tirarse con las copas!...
Cuanta's fiestas ofe-xsociedades ó días de campo
para aniversarios memorables tristes ó alegres se
organizan sin mi dirección... fiasco al canto, fracaso
ineludible, aborto seguro!... Todo el mundo lo sa-
be, y cuando se ya acercando la fecha gloriosa
que hay que conmemorar... ¡á buscar al «cínico», se
dijo!... Y el bueno del cínico no se puede negar.. .^
¿Negarme yo?... No; ese egoísmo no es conmigo,
necesito sacrificarme en aras de los altos idealesi
y de los fastos de la patria... Y ahí voy, en pos
de chivos y guajaletes y de oradores y de poetas
para el magno festín...
Y de esta vida de mártir llevo ya varios lustros;
pero los años se pasan sobre mí y continúo como
un fenómeno de longevidad, seco y firme como una
asta, como una asta de gallardete de fiesta ono-
mástica. I , ' I i
XV
La tiple
La niña Rosario era conocida en su pueblo con
el glorioso nombre .de «la Reina»... Y, en efecto,
en aquella pequeña población del Estado de Mi-
choacán reinaba por la maravilla de sus ojos negros
y por el encanto de su voz.
En la paz del hogar reinaba por ser cariñosa y
y aunque era traviesilla desempeñaba á satisfacción
los penosos y graves deberes de ama de casa. Ella
preparaba el chocolate del abuelo — viejo y honrado
notario — y el café con leche de «los muchachos»,
mocetones mayores que ella en edad, aunque no en
saber, ni mucho menos en gobierno.
Ellos eran huérfanos de padre y madre y vivían
tristemente en el vetusto corazón del abuelo, cuya
alegría única consistía en sentirse amado y servido
por su «Reina», la dulce niña de los ojos maravillo-
sos y del canto arruUador.
No había más mujer en aquella familia que Ro-
sario, quien á los diecisiete años tuvo que dar á
su rostro picaresco y contener los arrebatos infan-
tiles aun de su cuerpecillo adolescente, de una fres-
cura de rosa de Castilla, en un amanecer de prima-
vera.
Rosario era pues, por sus deberes de ama de
familia, «la Reina de la Casa», y por el dominio que
ejercía en la villa con su voz cristalina y con sus
ojos esplendorosos, «la Reina del Pueblo».
.¡fy^-: .> . . ; , ." -- ■:• --- " •■f-,.»'f!<;'X/.^T- • - ■^^'■•..'■■■^~~i"í'y'
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 63
No Había fiesta cívica ó religiosa, pública ó ínti-
ma, en que Rosario no cantara... ¡Todo se anima-
ba con la voz de Rosario y todo se obscurecía cuan-
do ella abría al cielo los párpados reflejando el
terciopelo vivo de sus ojos negros la luz del espa-
cio convertida en caricia!
Así, pues, el pueblo estaba orgulloso con aque-
lla gloria local, y no costó poco trabajo conseguir
del abuelo el que Rosario fuera «pirestada» para
cantar en una lujosa tertulia que se había de veri-
ficar nada menos que en la ciudad cabecera de Dis-
trito, en honor del Jefe Político.
La aparición de «la Reina» en la sala en que se
hallaban reunidas, compitiendo en lujo, las princi-
pales familias del importante Distrito, fué una reve-
lación... ¡Aquella niña era verdaderamente encan-
tadora !
Pero cuando la oyeron cantar la vieja y melan-:
cólica canción «la golondrina», aquello fué un deli-
rio unánime... Los ancianos lloraron recordando pa-
sadas alegrías y júbilos de otros tiempos para
ellos mejores... y los jóvenes declararon, levan-
tando al cielo los brazos, que «Rosario era pro-
digiosa...» Una sensación de estupor sagrado reco-
rrió la sala cuando la graciosa doncella cantó ro-
manzas tristes, en que se desesperaba enteramente
de tremendas pasiones no comprendidas por «el ti-
rano que la robaba la calma» y la dejaban sumida
en un abismo de dolor... Toda la fantasía romántica
de una época quejumbrosa vibraba en las canciones
de Rosario.
— ¡No; es una lástima que esta pobre mucliacha;
yiva ignorada y perdida para el Arte y para la Pa*
P5-. -r. ■:■ ^.A . .,-.-, ■■ > .■ T^^l^p^:
64 líÉRlBERTO FRÍAS ' '
tria, en un rincón del pueblo... Es un crimen qué
el Gobierno del Estado no mande «esta gloria» á
México, á que «se perfeccione» en el Conservatorio
Nacional de Música; pero de mi cuenta corre que se
hará justicia á sus méritos !... ¡Irá á México y triun-
fará!— exclamó convencido un rico hacendado en
un arranque de acendrado provincialismo. — ¡No fal-
taba más que teniendo nosotros en nuestro Dis-
trito «esa gloria desconocida» no la enviáramos á
la capital de la República á que allí luzca y deje
bien puesto el pabellón de nuestra tierra... ¡Rosa-
rio irá á México y triunfará!
*
* *
...Y Rosario vino á México... y se perdió; y la
perdieron para siempre su abuelo y el notario y los
excelentes muchachos sus hermanos, doblemente
huérfanos.
Vino á México y tuvo que cambiar de traje y de
modo de ser... La familia del rico hacendado quiso
presentar su prodigio de belleza y de arte en un
gran concierto y la niña, buena para reina de su
casa de su pueblO', cantando «la golondrina» resultó
tristemente ridicula con su traje de seda. Cohibida,
asustada, con los ojos bajos, no pudo dar á su voz
el encanto que tenía en el ambiente de la tierra;
natal...
«La Reina» sufrió terrible derrota.
"-Vamos, esta niña «hará carrera», no se apure!
jUsted, tiene ojos hermosos y Voz agradable, «hará
r
■T?yrí' - ,-.•■'- ■.■■.-.■• - ■ - ;■ -' ^'f;^'^- ■■ ■■ ■ í?"
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 65
carrera» en «las tablas», — decía momentos después
del fiasco un empresario «conocedor», dirigiéndose al
rico provinciano.
La dulce y encantadora Rosario recibió leccio-
nes de declamación y de baile flamenco, y leccio-
nes vivas de impudicia y exhibición del desnudo,-
y cuentan que ha vuelto á ser reina, reina de un
teatrucho de funciones por tandas, en un barrio do
triste fama... Pero todas las mañanas se exhibe en
auto por la gran Avenida.
En el apartado lugarejo de la Sierra de Mi-
choacán en que esplendía Rosario, ignoran este
cambio de realeza y
¡Más vale así I ' .
Los 'piratas del hoiikvard
'■TT^^' '. ■■ ^ ': ■ ■' ' ■.•';■.■■ ■■'■'■■•:;:^- •;!' -■■.;- T-^tP^
XVI
Candil de la calle...
¿ Quién es ese que tan atareado corre atropellan-
¡do á todos, por la Avenida; ese que parece que
siempre lleva prisa tal como si fuera huyendo de la
suerte, en pos de la dicha?
¡«Candil de la calle y obscuridad de su casa!»—
Y con esta frase, está retratado de cuerpo entero
•nuestro hombre.
Ahora sólo falta retocar un poco y apuntar unos
cuantos detalles que caractericen al individuo, des-
cartándolo de la especie de los hombres-ardillas, es
¡decir, de los seres que se mueven mucho y no ha-
cen nada... de provecho ni para sí mismos.
Según él afirma, y no es muy difícil comprobar,
no tiene un minuto de descanso el infeliz Don Pan-
filo; pero es de los que andan corriendo y llegan-
ido tarde».
«Suda y se acongoja» con extraevangélica caridad
de las desgracias ajenas y, en efecto, hay que con-
fesar en honor suyo, que tiene un corazón tan
dulce y bueno, y blanducho, como una cajita de
leche, legítima de Celaya.
Su pena es real ante el infortunio extraño y tiene
la mejor intención del mundo para aliviarlo, á cuyo
efecto sería capaz de agarrar el cielo con las ma-
nos, pero se contenta con ir y venir, gesticular,
abrir tamaños ojos, grita : ¡Sangre fría ; sangre fría y
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 67
paciencia! — cuando él es presa del mal de San Vito,-
de puro azoramiento y precipitación epiléptica.
*
n *
La especialidad de que más gusta es la" de asis-
tir á enfermos graves y velar moribundos y cadá-
veres. ¡Oh! las obras de misericordia constituyen
para .él el objeto de su cristiana vida.
No hay semana en que no «entierre» á alguien^— ^
y como vive en una gran casa de vecindad de por
el Puente Blanco y se ha hecho popular en el barrio,
él corre del curato al Registro Civil; de aquí á
casa de Gayasso; para volar luego en pos de ramos
al Mercado de las flores ; en seguida se da un brinco
á la redacción de un periódico para suministrar la
nota fúnebre, y, por fin, compra la ó las botellas do
catalán para el velorio de ritual porque el alma
de un cadáver sin velorio copiosamente humedecido
con «fosforitos» no es digna, según él, de presentarse
en las puertas del Paraíso ante la calva de San Pedro.
♦
Otro de sus «fuertes» está en la no menos cristia-
na obra de «visitar al cautivo»... ¡Vaya si conoce
Don Panfilo al dedillo todos los «intríngulis» y los
«busilis» de la cárcel de Belén!
En el Palacio Penal cualquiera que por primera
vez lo viese corriendo, jadeante de un juzgado á otro,
ó de la alcaidía de la prisión á las oficinas del Mi^
nisterio público, creería que era un voraz y «agui-
lucho» «tinterillo» de uñas rapaces y alma infernal !..j
pero es el excelente Don Panfilo arreg:lando la muU
L
68 HERIBERTO FRlAS
ta de cualquier «parrandero» escandaloso ó solicitando
informes de algún pariente de cualquier compadre
de circunstancias que «cayó» por angas ó por man-
glas á la casa donde nació el Niño Dios.
* *
Si la sangre «llegó al río», se precipita al Hospi-
tal Juárez para inquirir el estado del herido... y si
está grlave se estaciona en cualquier tienda próxi-
ma, instala frente á «la piquera» su «cuartel gene-
ral» y desde allí manda correos á Belén, ó la fa-
milia del preso, á la familia del herido y á su casa,
avisando que no va á comer, porque primero está
ser crisriano...
Si el herido muere, corre desolado á dar la no-
ticia á propios y á extraños poniendo el grito en el
cielo, visitando redacciones, médicos y abogados,
gritando á voz en cuello, que él no puede ver des-
gracias, sin acudir en su auxilio y dar hasta su co-
razón por aliviarlas 1
Olfatea á los moribundos y se deja caer entre
los desdichados que le asisten, ofreciendo desde
luego sus servicios... O si oye gritos de escándalo,
silbatos de gendarmies, gritos de «atájenlo» y llanto
y gemir de mujeres, él correrá también para ayu-
dar... ¿á la policía?... No, señor, para hacer más
baruca, esconder al prófugo en cualquier «changarro»
del barrio hasta ponerlo fuera de las garras de «los
lesbirros»...
Lo primero es la salvación de los que sufren per-i
secuciones y tiempo quedará para ver al occiso—-
si lo fué — ó al herido si aun no ha podido escabullir-i
j»e también... . , \ . . i , . < ^
r •' >^ - . ■-'•>•-, ^:-. 'W"^ '^^'
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD "^ 69
En fin, es un hombre de acción para lo que él
juzga el bien de los que sufren; y se siente en sus
glorias, apurándose por los otros.
* ■
* *
Pero lo tnás triste y ridículo del caso es que siem-
pre tiene el tino de hacer todo á la inversa, aumen-
tando el dolor de los deudos y amigos de los difun-
tos con sus alharacas y geremiadas, si de fúnebres
sucesos se trata ; y si de asuntos de cárcel, enre-
dando las más sencillas consignaciones con la eter-
na inoportunidad de presentarse donde no lo llaman
y donde más estoriba... contradiciendo todo.
¿Y de qué vive Don Panfilo? — preguntaréis, — ya
que en su casa no «alumbra»...
Desgraciadamente, ó por fortuna, quién sabe, tie-
ne una mujer que lo adora, y que sin alardes ni atra-
bancamientos cuida de que no muera de hambre ese
maniático que más que «candib es un «farolón»...
XVII
La otra Adúltera
La cita en Chapultepec. No era el iniodem6
parque lujoso, frecuentado por lujosos carruajes, con
sus calzadas cuidadosamente enarenadas y sus ave-
nidas suntuosas orladas de prados y jardincillos in-
gleses: era el antiguoi bosque que aun guardaba en
ciertos rincones enmarañamientos de maleza, frondas,
ramajes vírgenes todavía del acero de las tijeras;
era el melancólico y solitario Chapultepec de hace
treinta años. Y allí fué la cita.
¿ Cómo pudo ella, la esposa modelo, la llana y
práctica ama de casa, tan cumplida y tan firme en
sus creencias religiosas, ceder al capricho de su
primo hasta convenir en que iría ?
¡Chapultepec!... Sonaba tan dulce y poéticamen-
te este no'mbre en sus oídos, tantas evocaciones
tristes y solemnes surgía en su alma demasiado sen-
sible el encanto del viejo bosque, grato á nuestros
abuelos, que lo que no pudieron lograr lágrimas,
arranques patéticos y miradas imploradoras de mi-
sericordia, consiguió el solo prestigio de aquol nom-
bre hermoso y épico: Chapultepec.
A solas consigo misma, la esposa trataba, de dis-
culparse mientras el vil «Simón» rodaba traquetean-
do ruidosamente por la entonces polvorienta cal-
cada que bordeaba en el camino de Tacubaya los
Arcos de Belém.
— Pero si lo que yo hago ahora es muy sen-
cillo; rio tien'e nada de malo; al contrario rea-
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 71
lizo una obra de caridad — se decía Concha. — Vamos
á ver, Gabriel nú primo fué mi, novio, casi de
juguete, es verdad, pero él dice que eso fué nues-
tro «¡primer amor!» ¡Qué linda frase: el primer
amor !... ¡ Cuántas veces en las novelas y en los
versos que más me gustan se habla tan bonito!
de eso!... Pasaron los años, nos olvidamos de las
cosas bellas que tantas veces nos permitimos ; él
marchó fuera de México, yo me casé prosaicamente
con un honrado notario que á estas horas traba-
ja y trabaja por que no me falte nada en casa; es
un buen hombre, cariñoso, leal, recto... jamás le
he engañado, ni le engañaré nunca... No hace lin-
das frases como Gabriel, no es calavera, ni ha;
matado nunca á un hombre en duelo... Vaya, pero
el caso es que mi primo ha querido que le expli-
que por qué lo olvide tan pronto, que le diga
si soy feliz, si nada ambiciono, si ya no pienso
como antes... que no me pide cosas imposibles,
ni indecorosas, — ni yo le permitiría qu3 siendo ca-
sada se atreviera á faltarme, — en fin, que lo que
deseaba era una explicación franca, ya no entre
novios, sino entre buenos amigos, entre hermanos...
1 Pobre!... y como no pudimos hablar á solas en
casa, — ¡ son tan malas las gentes ; piensan tan mal
de lo mejor! — él me citó... Yo no quería, no quería,
lloró, y nada, yo firme, — ^no me creía capaz de tan-
ta dureza — ^hasta que me dijo: — Mira, te espero es-
ta tarde en el bosque de Chapultepec... ¡ Chapulte-
pec !... esta palabra me decidió. Era lo más á pro-
pósito y lo más puro : ¿ quién puede imaginarse que
en el fondo de un bosque solitario y henchido de
recuerdos pueda un corazón bien puesto intentar
no ya un crimen, pero ni la más ligera falta?
Y pensando así, Concha la esposa mt^elo, la:
r-WV^'f.
73 HERIBERTO FRÍAS
práctica y excelente ama de casa, se tranquiliza-»
ba momentáneamente, en tanto que el ruin coche
de sitio rodaba, rodaba por entre el polvo de la
antigua calzada de Belem, rumbO' á Chapultepec.
¡En mala hora para ella había venido de Eu-
ropa después de diez años de ausencia aquel pri-
mo que le recordaba su pueril novela de lo que
poéticamente llamaban ambos «su primer amor I»...
El cúmulo de falsas ideas, de quimeras imposibles,
de dorados absurdos y de peligrosas ilusiones que
engendran versos, cuentos y novelas en las almas
débiles de las niñas á quienes se les impide que
conozcan las escenas de la vida tal com;0 es, sin
convencionalismos, ni velos, ni atenuaciones ; á
quienes se estorba intencionalmente que compren-
dan los espectáculos del mundo vistos por sus pro-
pios ojos, todo ese cúmulo de oropeles y vanas
piedras de colores que enloquecen el cerebro de
las doncellas inútiles, fermentó en el alma de Con-
cha ante la dulzura insólita de las frases poéticas...
1 Chapultepec ! ] El primer amor !
Repentinamente el coche se detuvo para dejar
pasar en un sitio en que ia calzada se estrechaba
á otro coche que venía en sentido opuesto. Con-
cha escuchó una voz destemplada cantando coplas
obscenas y un estribillo de mujeres ebrias... Y vio
dentro del coche que volvía, un grupo inolvida-
ble, dos hombres y dos mujeres que bebían y can-
taban.
— ^¿De dónde viene esa gente? — preguntó estre-
mecida.
— ¡De dónde ha de ser, niña: de Chapultepec I—
respondió el cochero.
Una oleada glacial anegó el cráneo de la es-
posa, á tiempo que sus ojos adquirieron la niti-
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD ' 78
de¿ lúcida quie sólo pueden dar las escenas de la
vida real. Sacudió sus herniiOsos cabellos y mur-
murando muy quedo:
— ¡Bendito sea Dios! — dio un golpe en el cris»
tal delantero del Simión, gritando después con vozl
de mujer honrada:
— ¡Cochero, vuelve á México 1
Y así fué como, por incidente providencial, Con-
cha triunfó del adulterio.
XVIII
Anverso y Reverso
Llegó hasta la ciudad la fama y el singular re-
Hombre de aquellos dos hermanos tan unidos á pe-
sar de sus caracteres opuestos.
Eran una antítesis viva y el pueblo con el buen
sentido y el tino perspicaz de los «rancheros» del
Bajío, descompuso su nombre de pila — Miguel, Lu-
ciano,— y los transformó en «San Miguel» y «Don
Lucifer».
Y en efecto, nada más apropósito: anverso y
reverso.
Hijos únicos de riquísimo hacendado de Celaya,
que los tuvo en sus dos matrimonios, los dejó como
sus herederos, al morir, viudo por segunda vez, sin
más parientes.
Los dos quedaron al frente de vastas haciendas y
'de ranchos, amén de un buen número de fincas ur-
banas en Guanajuato, Acámbaro y Querétaro.
San Miguel, — el primogénito — era como decían
las beatas «un dulce»; jamás de su rostro efectiva-
mente arcangélico como su nombre, desaparecía la
sonrisa plácida de los elegidos del Señor, ni de sus
ojos casi siempre bajos por la humildad, se eclipsaba
nunca ese tranquilo é igual fulgor, propio de las
conciencias inmaculadas. Su voz era tan dulce como
su sonrisa, y tan apacible y suave como el brillo
de sus pupilas, cuando levantaba los párpados.
Yeíasele siempre en su viejo «guayin» polvoriento.
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 75
el ladado del elra, del cercano pueblo, hablando de
las reposiciones de la iglesia, informándose de los
peones que no se confesaban ó no iban á misa, y
seguido á caballo por alguno de los mayordomos de
sus ranchos.
Rechoncho, casi obeso, por la vida sedentaria, —
rara vez montaba á caballo y casi nunca recorría
los campos por su pie — «el amo San Miguel» dejaba;
en Jos pobres esclavos de las milpas una sensación
de mudo espanto, de estupor terrorífico.
Porque aquel «dulce» hacía llorar á las mujeres
dentro ,de los «jacales» de la «cuadrilla»; era impla-
cable con los que le debían, y todos le debían, y
jamás tuvo misericordia ni de enfermos, ni de viudas,
ni de huérfanos...
El gordo «amo San Miguel» solía hablar del Evan-
gelio del Divino Maestro: — «amaos los unos á los
otros; haced bien á los que os calumnien y maldi-
cen, orad por los que os aborrecen!» — solía hablar
así, y sabiendo que era odiado, avaro y sórdido,
apoyado por el cura á quien golosinaba con el es-
tricto pago de diezmos y primicias, oprimía á la
gente de sus haciendas, no dejándola descansar ni
los domingos, pues en estos días los convocaba á la
misa, al sermón, á la doctrina cristiana y al ro-
sario... .
Y los domingos,'-^*^l día de los júbilos del hogar,
del descanso, de la tregua, — eran en aquellas co-
marcas del Bajío, de una sombría tristeza agravada
por el tañer de la campana en la capilla del amo.
Í8 té
«Don Lucifer» era, por el contrario, un polvos
rín, un mágico polvorín, pronto á estallar, cuando no
vT
76 HEEIBERTO FEIAS
estallando en súbitas cóleras, en palabrotas y blas-
femias, volviendo á reponer por espontáneo y mis-
terioso procedimiento su depósito de explosivos.
Seco de cuerpo y de rostro, enfundadas las pier-
nas en «pantaloneras» de cuero, chaqueta de lo
mismo, — bordada á la espalda una águila con 3u
respectiva víbora sobre el nopal legendaria — jinete
siempre, en magnífico caballo, pasaba por los cam-
pos, renegando como un hereje y echando sapos y
culebras por su boca de demonio.
El «amo Don Lucifer» — escándalo de la sociedad
iSe Cclaya, Acárnbaro, Guana juato y Querétaro, por
las atravesadas ideas que trajo de México al que
fué en mala hora, diz que á estudiar medicina', — de-
jaba tras sí un reguero de bendiciones, un hálito de
consuelo.
Lo que su hermano Miguel quitaba en nombre
He Nuestro Señor, él sabía reponerlo en nombre
idel Diablo, dando el hombre, además, un buen tra-
go de Mezcal, un cinta jo cualquiera á la mujer y
á los muchachos puños de gruesos confites que nun-
ca faltaban en las «cantinas» de su lujosa silla.
Mujeriego, lenguaraz y valentón, consumado ju-
gador de gallos y tan afecto á las buenas fincas
como á las buenas mozas, sólo tenía «Don Lucifen>
lun defecto: querer á su hermano «San Miguel».
En cambio, éste, sólo poseía una cualidad: ado-
rar á «Don Lucifer».
Y he aquí por qué esta singular pareja de herma-
nos, opuestos en caracteres, tuvo celebridad y fama
en el Bajío, y cómo sus respectivas distintas cua-
lidades, recorriendo nilpas y nopaleras, llegaron has-
ta la capital del Estado.
'T'jjíVas-.
XIX
El padre vanidoso
En el fondo de tina gran cantina de la Avenida de
San Francisco se comentó deliciosamente esta dra-
mática comedia:
I
... Ei^a la salvación.^ Fué una autora inesperada
en la noche del desastre de la exrica y orgullosaj
familia.
En un principio, la sorpresa de la noticia nublói
la claridad del júbilo. El altanero Don Próspero apa-
recía estupefacto y radiante... ¿Conque el meque-i
trefe de quien era tutor resultaba rico inopinada-
mente, y su padre, el bestia ranchero, su antiguo
mayordomo de la hacienda de Peñas Blancas era
ahora «el señor amo»?
¡Y he aquí que este mismo anunciaba que iría á
México á tratar acerca del próximo matrimonio de
su hijo el estudiante con «una personita» de la
familia de su antiguo patrón!
Un rayo, un rayo de alegría, fué la noticia para
Eva y Josefina, las bellas y altivas señoritas hijas
del viejo ocioso que en México acababa de dilapidad
el capital enorme heredado de sus abuelos espa-
ñoles, de aquel Don Próspero cuyo nombre era ya un
sarcasmo cruel. ,
V"?^'
78 HERIBEETO FRlAS
II
' El 'desconocido, el desprendido Saúl, el mísero!
estudiantíllo, cobró súbita importancia ante los ojos
de las atónitas hijas de Don Próspero: era la salva-í
ción, el esposo rico, el prometido príncipe que ofre-
cía un palacio á la novia y una fortuna al arrui-
nado padre.
Pero ¿quién sería la elegida?... ¿Eva ó Josefina?
Ambas confesábanse haber sido duras para con
el tutoreado de su padre, para aquel pobre diablo
hijo del antiguo mayordomo de Piedras Blancas,
«la hacienda de papá».
Mientras éste disolvía en México su herencia,
el mayordomo adquiría «por trasmano», conocedor de
las riquezas que «el señor amo» dilapidaba con regia
prodigalidad.
Había mandado á su hijo Saúl á la capital, escri-
biendo á Don Próspero para que se dignara ser
su tutor y lo encarrilara en la vida, y el examo ha-
bía aceptado de mala gana y peor talante, cumplien-
do como pudo ;Ias formalidades precisas sin vol-
verse á acordar del joven sino para cobrar las men-
sualidades que le enviaban para pagar la casa de
huéspedes donde lo había metido.
Sin embargo, Saúl visitaba todos los domingos la
casa de su tutor, donde comía, aunque relegado des-
deñosamente á «la mesa de confianza», destinada á
los parientes pobres y á los criados viejos.
A pesar de tamaña humillación, Saúl jamás fal-
taba á aquella mesa. En tanto que en el lujoso co-
medor de la sala la familia de Don Próspero hacía
los honores á sus comensales de altas polendas, en
la «mesa de confianza» se reía cordialmente, se
■■^^■:^W'y" .: -3f!«r'
LOS PIKATAS DEL BOÜLEVAED 79
«contaban cuentos», comentábase el último dramaj
admirado y llorado el domingo anterior en el Teatro
Hidalgo, y se inundaban todos en la contagiosa
alegría de Chabela.
Porque hay que saber qtie ésta era el alma lumi-
nosa y gentil de la actividad de la casa, de aquella
casa donde había llegado pobre, huérfana, recogida
por la caridad cristiana de la esposa de Don Prós-
pero.
Chabela vigilaba el orden posible dentro de Imá
familia compuesta de un padre vanidoso y dilapi-
dador de un capital que otros habían labrado á
fuerza de duras privaciones y miserias, y de dos
lindas é inútiles coquetuelas.
Chabela era una enérgica ama de llaves; con-
tenía la rapacidad de los criados; atendía á las
necesidades de la casa, y cuando la estrechez fué
ensombreciendo el horizonte y multiplicando la de-
serción de los amigos de la familia, ella supo ha- ^
cer prodigios de economía ^y milagros de abaste-
cimiento.
¡Bien pagaba la huérfana el favor de haber sido
recogida para ser la más barata y fiel adminis-
tradora de los decadentes bienes I
III
Cuando Don Próspero recibió la carta de su
ex-mayordomo, en que le anunciaba su idea de ir
á hablar del matrimonio de su hijo con «una per-
sonita de la familia de su amo», y supo que el po-
bretón ranchero era ol propietario de Peñas Blancas .
y de otras no menos extensas haciendas, lo pri-
mero ,que hizo fué decir á Saúl:
— Mañana domingo vendrás á comer con nos-
-."^
so HÉRÍBERTO FRÍAS
otros, pero ya ,no á «la mesa de confianza», sinoj
á nuestra mesa, pprque ya eres piersona formal
¿eh?... i ' ■ ' ■ . ; , ;
IV
Eva y Josefina sintiéronse rivales; cruzaron mi-
radas angustiosas; y en la elegante «mlesa de los
huéspedes de honor», dilataron ante el joven ta-!
citurno la gracia ¡de sus mejores sonrisas y la co-
quetería de sus más provocativas actitudes... ¿ Quién
sería la preferida ?...
El mayor'domo anunci)ó así su petición : — Pos «se^
ñor amo», su «mercé» sabrá si esa «personita» pae<
de ser mujer |de rmi hijo ahora que se va á recibir;
de ingeniero...
— ¡No faltaba más, hombre!... Siéntate... y al gra-
no... ¿Eva ó Josefina?...
¡Ujule!... No tanto, mi señor amo... eso es para
las... decentes... jEg ChabeÜta!...
XX
Los Pálidos Vacilantes
En el comiercio, en la sociedad, en la guerra, en
el periodismo, en la política; en suma, lo mismo en
la vida individual ique en la vida pública, los seres
vacilantes, los indecisos, los volubles, son peores
que los seres ¡neutros. Hay algo más despreciable
que el Cero ¡humano; las cifras humanas negativas,
aquellas cuyo valor lestá expuesto constantemente á
ser multiplicado por ( — 1) «menos uno», es decir,
cuyas actividades en vez de ser útiles en la sociedad,
son tanto más ¡nocivas cuanto más intensas son aqé-
llas.
El ( — 1) «menos uno» que así las sumerge de sú-
bito más abajo de la nulidad, precediéndolas del
afrentoso signo «menos» de las cantidades menores
que cero, el terrible factor que así trasmuta en cifra;
de muerte lo que era coeficiente de vida, es la va-
cilación, cuando ésta se hace crónica en el indi-
viduo.
El hombre que poseyendo valores positivos, como
talento, intrepidez, civismo, etc., es presa de fluc-
tuaciones en su conducta, está podrido y está per-
dido, y por su anterior influencia en la masa social
en que vive, está en camino de podrir y de perder á
muchos de los que lo rodean.
Así pensaba . yo mirando pasar, abatido, pálido,
la cabeza sobre el pecho, las manos á la espalda,
á un antiguo condiscípulo de la Escuela Preparato-
Los piratas dQl bouUvard ií
82 HEPvIEERTO FRÍAS
ria á quien profesores y camaradas augurábamos
un porvenir soberbio, porque era inteligente y es
tudioso, y porque su facilidad de palabra nos parecía
asombrosa.
Era un entusiasta y un patriota sincero; «doblói
s'us cursos, nos dejó atrás á todos y ya en su cuar
to año escribía crónicas y hasta editoriales en los
periódicos.
— Hasta Ministro ó Gobernador no parará — pro
fetiíaban; la vorágine de la vida periodística polí-
tica se lo llevó en su remolino... y se tragó su por-
venir.
Primero fué oposicionista furibundo, jacobino rojo,
del género leal, de los antigobiemistas... ¡terribles
artículos los suyos en un famoso diario que la ju-
ventud estudiantil leía entonces, temblando de vo
luptuosa emoción cívica!— pero el reposo melancó
lico de la cárcel entibió á tal punto sus entusiasmos
y le hizo estudiar de tal modo, que de las bartolinas
de la prisión de Belén pasó, sin transición alg^una;
á la dirección de un periódico semioficial de un Es
tado, convencido de que la demagogia y el bando
lerismo radicaban en las filas antigobiernistas y
que la fuerza representaba el orden. Y de las epi-
lépticas invectivas dantonianas pasó al sano y nu-
tritivo doctrinarismo, que emanaba una píacidez de
vientre satisfecho y apto para las más arduas diges^
tiones.
De buena fe se creía un paladín del nuevo Orden
establecido; pero de pronto acometíanle remordí
mientos, su pluma resistíase á defender las arbitra-
riedades del cacique de tal ó cual Distrito, tembla^
ba, vacilaba, y al fin, escribía en contra de sus coH'
vicciones y en favor de sus intereses ; pero entonces
ci hombre se ponía pálido y perdía el apetito... Vad-
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 88
laba... ¡aceptaba la dura misión de apóstol! Pero
¿y la cárcel ? ¿ y el hambre ? ¿ y sus hijos ? ¿ y su con-
ciencia?...
¿ Resignaríase á transigir con sus remordimien-
tos, ó mejor dicho, ahogarlos para vivir en paz?..y
Fluctuaba, incapaz de resolución.
Por fin, cierto día después de leer los magníficos
versos de Díaz Mirón:
«¿Detenerme, cejar?... vana congoja
¡La cabeza no manda al corazón!»
se resolvió por el corazón; dejó su poltrona de pe-
riodista, «disciplinado» á sueldo de la Tesorería del
Estado y fué á dar contra la sórdida mesa de redac-
ción de un periodiquillo oposicionista regional, del
que fué á su turno Director, publicando desde lue-
go un magnífico artículo-reto al Gobierno, titulado:
«El camino de Damasco».
Es escándalo fué mayúsculo. -
Varias comisiones de estudiantes y obreros fué-
ronle á felicitar por aquel rasgo de abnegación, por
haber escuchado la voz |dc Dios, la voz del pueblo
que le preguntaba al claror de una luz sobrenatural:
«¿Por qué me persigues?»... i
Pero, después del entusiasmo lírico y de los aplau-
sos del pueblo y de Ja conciencia, llegaron los re-
proches de sus antiguos .empleados, la cólera de sU
mujer y la protesta de su vientre. ¿ Qué iba á ser de
su familia con el mísero pan duro del periodista sin-
cero ?
¿Lo perdería todo por ponerse de parte de una
horda de rabiosos que ,tal vez abominaban al Go-:
bierno porque éste no les daba tajada?... Y, vacilante,
tornaba á palidecer, deteníase, fluctuaba, desesp^-í
84 fíEKlBERTO FRÍAS
rábase en la angustia ,del atroz conflicto arrullado
por los sonoros versos ,del poeta.
«La cabeza no manda al corazón». — La cabeza no
pero el estómago sí, — contestábase á sí propio; y
. delante del papel en blanco se la apretaba, perplejo,
y más pálido que nunca, incapaz de una resolución
Hasta que por fin, el vientre y su mujer le hacían
publicar un manifiesto en que declaraba que su
honradez impulsábale á separarse de un periódico
que enarbolaba la fatal bandera roja de los desca-
misados; que su conciencia le hacía apartarse tanto
del periodismo mercenario como del purpúreo, la-
mentando geremiacamente que en la Patria de Juá-
rez todavía no estuviese unificada la opinión, como
si precisamente esto no fuese motivo para ponerse
de la una ó de Ja otra parte.
Y sucedió que aquel pobre vacilante, que no era
suma, sino un hombre pobre sin carácter, fué ta-
chado de cobarde, lo mismo por tirios que por tro
yanos. Le llamaron tránsfuga los dos; llamó en se-
guida á las puertas del diario de la Tesorería y con
ellas le dieron en las narices; tocó al postigo del pe-
riódico oposicionista y allí negáronse á abrírselo;
y, finalmente, ulcerado el corazón y no muy sana la
cabeza, roído el hígado por el pus de una incerti-
dumbre constante, en perpetua contradicción, nu-
lificado su talento, despreciado por todos, volvió á
México, donde le he visto pasar como un espectro.
Hay editores que lo utilizan y se valen de su
bella intelectualidad para enderezarla hacia un fin.
de lucro y no de bien público... Y él, después de va-
cilar, incapaz de una actitud resuelta, acepta trému-:
lo, y he aquí cómo su vacilación es un factor nega-
tivo, un ( — 1) «menos uno» que multiplica la cifra
de su valer intelectual, produciendo una canticia4'
menor que cero, peor que si fuese nula, peligrosa,
pomo envenenadora de la opinión publica.
XXI
La niña de la cervecería
México se divierte (corrompiéndose) á pesar de
todo; á pesar de su mial humor, y precisamente por
éste, y si es verdad que pesa más y más la miseria, el
vicio, en cambio enciende miejor los candelabros
de oro ante sus ídolos eternos.
En vano los pudibundos reglamentos del Gobier-
no del Distrito, amontonan prohibiciones que tien-
den á desterrar á la Venus Bribona y al Baco Soez,-
y en vano ciérranse cantinas... la orgía responde
con una larga carcajada, en tanto que por nues-
tras céntricas avenidas pululan los pilludos, las
meretrices, los borrachines elegantes y los mendi-
gos.
La miseria acentúa ahora más que nunca, entre
el ruidoso palpitar de los automóviles y el poli-
cromo bullir de los sombreros de las damas elegan-
tes, horribles gestos y dolorosas actitudes.
Emprendo mi cotidiana gira pOr el boulevard
mexicano y apunto nue\'os tipos y tristezas nuevas,
que son comió vivos síntomas de un mal que radi-
ca miuy adentro y muy hondoi.
No ha, mucho pasó por mi lado un grupo de in-
fortunados, todo un haz de gajos dolientes.
¿Dónde había yo visto aquella familia?...
¿Era el mismo grupo ó era Oitro?... Y la triste
singularidad de la bella niña expléndidamente ves-
tida ©n iTledio de las do^s viejas de suicítys tápalos
86 HERIBEETG FRlAS
negruzcos y de la turba de chiquillos haraposos
me atrajo irremisiblemente á la familia con el cruel
afán de conocer el drama que adivinaba de miseria
y de vicio.
Y era de verse en la niña la orla de la rica
falda blanca de medio paso alta aún hasta el to-
billo; los lindos pies primorosamente calzados con
botas de glacé marrón comunicando al aire de la
hiarcha cierta insolencia provocativa: el cuerpo del-
gado, sin talle todavía; el incipiente desarrollo del
seno; los amplios vuelos de la blusa de seda escar-
lata y bajo el ala enorme del sombrero de encajes,
Vina carita pálida enfermiza, dulce...
Pero en aquella carita ¡ qué ojos, Dios mío, qué
ojos !... un extraordinario fulgor, una perenne lum-
bre de pasión y de audacia pretendía en sus pu-
pilas negras, extraños reflejos turbadores! ojos de
perdición, de pecado y de lujuria sobre el cuerpo
grácil de una virgencita de quince años !...
Su boca era fina y había en ella una sonrisa tenue
á flor de los labios exangües, una sonrisa que men-
tía pudores y que era un sarcasmo sobre la roja
seda de la blusa y bajo la lumbre negra de
los ojos elocuentes y precoces.
Erguida y desenvuelta como una mujer, la ni-
ña resistía las miradas de los hombres que pasaban
á su lado, sonriendo infantilmente muy abiertos y
centelleantes los ojos negros que bajaba luego pu-
dibunda con una gracia ingenuamente perversa.
Las dos viejas y los cuatro pilludos desarrapados
que la escoltaban agregaban una impresión más ala
impresión de malestar, de tristeza y de amarga perple-
jidad que producía en mí... ¿Dónde había yo visto
aquella carita virginal con los ojos de Mesalina?
Iba, pues, con «su familia»... ¿Eran esas míseras
LOS PIEATAS DEL BOÜLEVATID 87
viejas de sucios tápalos y los pobres hambrientos
muchachos, verdaderamente su familia?...
Y del modo más sencillo- y vulgar supe cuanto
¡deseaba saber, cuanto presentía. Engolosiné á uno
de aquellos.
Todo me lo dijo casi de corrido, como si no fue-
ra la primera vez que le hicieran semejante pre-
gunta.
— Se llama Juanita; nosotros somos muy pobres,
y papá ya no está en la oficina; es nuestra her-
mana, y como es muy viva y de «modales» muy
«decentes», «trabaja» hasta la una de la mañana
en un ■expendio de cerveza ; está de dependiente ;
los señores le dicen muchas cosas y ella risa y
risa... y ahí tiene usted que la quieren mucho y
le dan sin que ella les pida, sus tostones y hasta
sus pesos ! ,]\Ii mamá y tía Chale la cuidan mu-
cho ; la esperan á que salga y la tienen recomen-
dada con el señor de la cervecería... ¡Es muy buena
Juanita !
En estas palabras del avispado «hermanito» com-
prendí toda la historia, todo el drama de la niña
de la sonrisa púdica y de los ojos de lumbre...
*
Aquel mismo día entré á la cervecería acompa-
ñado de algunos ainigos de buen humor, y vimos
á Juanita ir y venir muy atareada y vivaracha, en-
cantadora con su delantal blanquísimo, sus botas
marrón y su opulento peinado de castaña de bu-
cles, en que lucía una gran rosa blanca.
Sonriente, ligera, la niña se acercó á nosotros y
con su ingenua gracia perversa desgranó dulcemente
las sílabas de la consabida pregunta.
r.f-
88 HERIBEETO FRlAS
— I Qué toman ustedes ?
La vi de cerca. Y no, no despertaba ni la som-
bra de un deseo impuro, ni la menor tentación...
Vi su cuerpecito flacucho, tardío en el desarro-
llo en tanto que en contraste sus ojos relampa-
gueaban elocuentes, -casi terribles de verdad y de
pasión precoz...
— ¿Cómo te llamas? — le pregunté.
— Stela — contestó, entornando los párpados sin de-
jar de sonreír con una sonrisa seráfica y libi-
dinosa.
— ¿Stela?... es un nomibre muy bonito; pero yo
sabía que te llamabas Juanita...
— Ah! sí, señor, me llamo Stela Juana; pero eso
es muy largo...
— Y muy feo, ¿verdad? sírvenos entonces tres
vasos grandes, Stela.
Entonces pensé que, en efecto, á pesar de la
guerra fratricida de las desgracias nacionales, la
Capital se divierte en su corrupción y que las ni-
ñas como esa Stela de los «bebederos» metropoli-
tanos encarnan una de las más tristes formas de
la prostitución actual.
XXII
La Vestal á fuerza
Hará poco más de treinta años, cuando el Ge-
neral Porfirio Díaz entró en México triunfante des-
pués de Tecoac, la bella Elena estaba en la plenitud
ld!e su gloria y era la única verdadera reina del
boulevard. .
Sólo que entonces no le daban á tan feas y es-
trechas calles el pomposo nombre parisiense; en-
tonces se decía modestamente «Plateros», así á secas.
No se atrevían á más los elegantes de aquella tan
lejana época.
La chismografía Conlanesca, el centro de reunión
He los vagabundos de levita apenas pasaba del por-
tal de Mercaderes y la primera y segunda calle de
Plateros. Para emborracharse, elegantemente, por
supuesto, no se contaba sino con ima mala cantina y
para comer y cenar á lo chic, no había entonces
sino dos restaurants que eran todo el lujo de la en-
tonces pobre Metrópoli: «La Concordia» y «Ful-
cheri».
Pasando el recinto de esas dos fondas, y los ca-
fés del Cazador y Manrique, todo era Cuatitlán y
Santa Anita.
No parecía, pues, nada extraño, que en los estre-
chos límites del antiguo boulevard, no hubiese sino
una reina, es decir, una belleza femenil adicta á
recorrer la calle de Plateros diariamente, exhibién-
dose con amore.
90 IIEÜIBERTO FRlAS
Los piratas veteranos de aquel suscinto Golfo,
entonces aun no curtidos por ei cocíail y el wisky
yanquis, aseguran que Lupe (la llamaremos así para
no ofenderla con su propio nombre) en aquella época
era guapísima y. que sus veinte abriles asomaban
esplendorosamente á sus ojazos soberanos como una
promesa de felicidad á los que se acercaban á ella.
¡Ay! pero eso no pasaba de ser solo una promesa,
porque la picara bien sabía aquello de «el prometer
no empobrece; el dar es el que aniquila».
Se contentaba en coquetear de lo lindo, «flirtear».
como ahora se dice, y tenía siempre á flor de los la-
bios, los rojos labios de una boca sensual, casi las-
civa, una sonrisa adorable como un enigma, y como
tin enigma, dolorosa. Su padre era un viejo gene-
ral de la época de Santa Ana, un anciano sordo y
medio idiota, que se pasaba la vida en Catedral
oyendo misas y misas por el descanso del alma de
Itúrbide, mientras su hija Lupe convertía los restos
ide una fortuna que plugo hacer grande Su AltezaJ
Serenísima, para glorificar á su fiel servidor á quien,
por más señas, había hecho «Caballero de la orden de
Guadalupe».
Lupe entonces acompañaba á su padre en las
mañanas á oir su primera misa en Catedral. Ella iba
de negro con sendo tápalo, como todas las devotas
que entonces todavía tomaban las cosas de la igle-
sia á lo serio, y aun no apuntaban los albores del
Género Chico de las Sacristías...
¡Ay de quien en aquellos benditos tiempos se
hubiera atrevido á entrar en un templo con som-
brero!...
¡Anatema sic, anatema sic !
Pero una vez oída la misa, despedíase Lupe muy
respetuosamente de su padre- dejándole ensartar in-
LOS PIEATAS BEL BtULEVARD 91
terminables series de aves marías, y ella encami-
nábase á su casita por el rumbo de San Pedro
y San Pablo, donde cambiaba su indumentaria y
hela ahí en Plateros, radiante y triunfal!
Entrábase á la Sorpresa, después de visitar La'
Primavera, — «Cajones», como prosaicamente se lla-
maban entonces, — donde discutía semanas enteras
la tela que iba á escoger para sus trajes, y dábase
luego muy lentamente su paseíto frente á los apa-
radores, de la boulevaresca calle, dejándose lamer
el bello rostro por Jas m.iradas concupiscentes de
los galanes de la época.
Las amjguitas de Lupe estaban, por supuesto,
envidiosas de la admiración que provocaba y pro-
curaban imitarla hasta donde les era posible, no
sin echar pestes contra ella en cariñosos conciliábu-
los, á la salida del sermón, en las tardes.
Pero el hecho fué que todas se fueron casando y
muriendo, y sólo Lupe continuó soltera, á pesar de
la gloria que circundaba el esplendor de esos ojazos
maravillosos, prometedores de la felicidad, y á pesar
de su boca sensual, casi lasciva.
Coqueteaba, flirteaba de lo lindo, echaban más y
más fuego sus pupilas, y se estremecían más y más
sus voluptuosos labios bermejos... pero todos sus
adoradores apetecían la flor de aquella belleza deco-
rativa sólo para gozar de su perfume al paso, sólo
para embriagarse un instante con la deliciosa opu-
lencia que emanaba de su encantadora carne. Nin-
guno se atrevió jamás á trasplantar al invernadero
del hogar la rosa mística de la calle de Plateros 1
¿ Qué ambicionaba ella ? ¿ Soñaba con el amor
de un millonario ? ¿ Forjábase ideales de pasión con
algún príncipe, tal cual descendiente olvidado, pero
rico, de Moctezuma ó de Itúrbide?
'^^W
92 HERIBERTO FRlAS
' ¡Quién sabe!... El caso fué que los años fuero»
pasando, pasando y ella también se pasó...
Hoy... vedla, es una triste cincuentona con ros-
tro de ciruela pasa, una de esas vírgenes horribles
Iqüe han conservado casi intacta la integridad mate-
rial de la íntima flor en que se vinculara su orgu-
llo, flor cerrada para siempre al polen del amor y de
la vida, flor inútil que no ha cumplido su misión en
iel mundo... ¡Pobre vieja vestal!
Y hoy, como ayer, la vieja solterona emberrinchí-
nase en pasear diariamente por la calle de Plateros,
idonde ya no reina como antes, aunque sus ojos, —
aun hermosos, lo único que resta á esta triste de-
rrotada,— aunque sus ojos fulminan relámpagos y aun-
que su boca sonría con concupiscencias soñadas que
ya nunca robará la infehz.
En un tiempo el bajel de su belleza mística nave-
gó con patente de corso por la Avenida de San Fran-
cisco, hoy jamona virgen iza bandera melancólica
pidiendo auxilio en plena bahía, naufraga ridicula
amarrada al muelle. i
<-3'
XXIII
El Perico de Venus
Ese granujilla chaparro y gordo, redondo como
una bola de sebo, de patillitas rubias, chato y fren-
te deprimida, es muy importante personaje.
Basta decir que los mismos estirados, miembros
del Jockey Club, lo' estiman más que á Fradiá-
volo.
A este feliz mortal lo aprecian aparte de sus
bellas cualidades de forma y colorido, por su mu-
tismo de lengua (pues habla muy elocuentemente
por medio de gestos),
Pero al <íPatillitas» las tiples y los elegantes quié-
renle por la charla sempiterna, por la fineza felina
con que atrapa con garras de terciopelo las no-
ticias de los «budoir» de bastidores
¿Ya lo veis tan relamido y mono, con su som-
brerito «Panamá» y en traje claro de verano, olien-
do á perfumes voluptuosos?
¡Pues ese pillín que parece tan inofensivo y tan
cuco, es un tremendo repórter de casos, casas y
cosas íntimas I
Es un terrible «sábeloi todo» en asuntos de faldas
vivas. ¡ Es tm repórter Emperador de las alcobas I
Ved cual va, rápido y meneador con pasos me-
nuditos de pajarillo por la acera de las calles de
San Francisco, saludando á las damas de la «turf»,
coloreadas las miejillas, chispeantes de malicia los
ojos de pupilas de agua sucia; ved comió va, pre-
94 HERIBERTO mlAS
cipitado, á dar una importante noticia á los «club-
inen».
Métese en los corrillos en que charlan los «bou-
levardiers», y al punto es recibido por un «hurra»
entusiasta.
— j Ole por la gracia que llega !
— 1 Bravo por nuestro joven repórter I
— ¡Suelta la lengua el Perico de Venus!
, — ¡Salve al insigne gato de Afrodita!
Así de este jaez, son los sa^ludos con que esi
recibido este hombrecillo extraordinario, gloria del
«boulevard» y de los periódicos de librea.
* *
Sabe todos los secretos misteriosos de muchas
damas ; conoce los amores de las tiples de primera,
los desconsuelos de las viudas y las tristezas de
las solteras en remate.
Refiere aventuras de todos colores, desde el blan-
co inocente de los amores idílicos de parvulillas
insignificantes, hasta el rojo candente de la des-
enfrenada pasión de una Cleopatra modernista.
Tiene lista de los noviazgos más célebres, en
la alta crema, adivina quienes van á quebrar, y
enumera las probabilidades de casamientoi de las
parejas...
Muy bien sabe del pasado de las mujeres célebres
de la vida agitada; el presente lo' tiene al dedi-
llo y prevee como un profeta peinado de castaña,
el porvenir de los amores de la más gentil polla....
Conoce además, el muy endemoniado Perico de
Venus — como suelen llamarle algunos jovenzuelos
—■las enfermedades y achaques de que adolecen muy;
LOS riEATAS DEL BOULEVARD 95
respetables señoras... Y cual consumado doctor ana-
liza en casi pública conferencia el estado morboso
de los rostros vistos por él últimamente...
Es una especialidad en el reconocimiento de los
ojos... Cuando están demasiado brillantes ó dema-
siado lánguidos, en las bellas caras, mueve la ca-
beza cual signo de pronóstico reservado. Estu-
dia el estado de las ojeras....
— ¡Oh! las ojeras, las ojeras ¡—exclama entu-
siasmándose ante su auditorio respetuosamente con-
movido.
— ¡ Las ojeras ! He a¡hí el quid pro quo del femi-
nismo mórbido!
Ese es su fuerte. Sus análisis y sus diagnósticos!
son inapelables. Por ellos se puede saber si Fula-
na está enamorada ó simplemente divertida de ó
por alguno...
Relata con sin igual desparpajo las conversaciones
internas de las pollitas coquetas de m.ás fama...
Y lo que es peor, describe sus bellezas con tal pro-
lijidad, que no se le escapa detalle alguno, público
ó secreto. Enumera los lunares y las pecas...
¡ Es un prodigio ese cliicjuitín endemoniado con
sus ojillos de malicia y sus manos de terciopelo,
que como garras felinas acarician y rasgan, des-
menuzan y laceran!
¿Cómo sabe tantas cosas?...
¿Quiénes son los desdichados que le hacen con-
fidencias íntimas, tan íntimas que más no es po-
sible ?
¿ Es verdad cuanto charla este lenguaraz cínico... ?
¿O inventa con prodigio de imaginación esas his-
torietas de voluptuoso sabor que encantan á los
almibarados dandys del hoidevard?...
¡Quién sabe!... El es un importante personaje,
06 HEEIBERÍO FRÍAS
y por nada cambiaría sus títulos de «Perico de Ve-
nus» y «Repórter de las alcobas».
Por supuesto no todo lo que dice es verdad, ni
todo lo que charla se publica en los periódicos
en que escribe. Pero hay ocasiones en que una
mala lengua es peor que una pluma pérfida.
La salsa de su aviesa intención suele llenar los
párrafos más inocentes en la forma y detrás de cada!
galantería en una crónica de alta sociedad, se aga-
zapa un sátiro.
Hay que leer entonces entre renglones. Los ini-
ciados, la camarilla de la redacción y hasta la cor-
te de las interesadas saben la clave, desicifran volup-
tuosamente, rien las víctimas — una dama, un ga-
lán, un viejo rico y candoroso — y todos, hasta las
víctimas, aplauden al galano cronista, al «Repór-
ter de las alcobas», al «Perico de Venus».
I
XXIV
Demitnondaine falsificada
Muy erguida y muy insolente, con ademán de
pirincesa, luciendo un magnífico traje de seda de un
color claro y demasiado «alegre», pasa la demimon-
daine falsificada.
Es una aventurera que ha tenido la excecrable
idea de imitar á los fastuosos cocottes parisienses y
caer sobre las aceras de las calles céntricas de Mé-
xico con el lujo desmedido de sus atavíos y con. el
fulgor de sus diamantes... á veces legítimos.
Ella carecerá de la gracia picaresca y fascinante
de sus colegas envidiosas, pero en cambio lleva en
toda su persona el sello de la más insoportable im-
pertinencia.
No conoce el talento de hacerse adornar por son-
risas más ó menos apasionadas, ni tiene su talle la
natural flexibilidad felina de las mujeres de la raza
que pretende copiar, pero eso sí, su sombrero es
monumental, fenomenal, sobrenatural, un escándalo
de sombrero.
Esta mujer que pretende ser una gentil demi-
mondaine y que gasta la mayor parte de los bene-
ficios que obtiene en su carrera, en adornar su per-
sona, resulta cursi y desabrida para todos los que
no sean los candidos que ella explota.
Creen al verla con sus magníficos trajes, alta
y tiesa, que se han transportado al asfalto de los
verdaderos boulevars parisienses y que la que tie-
Loa piratas del boulevard 1
98 IIERIBERIO FEÍAS
nen ante sí, esos pobres necios que carecen de ta-
lento hasta para gastar el dinero de sus padres,
no es otra sino una reina de la elegancia mundana,
una emperatriz de las alegrías voluptuosas.
Y naturalmente rinden tributo y le forman corte
y le regalan primores esos degenerados de la «ju-
ventud dorada». Gracias á esta necesidad recibe
aquélla, patente de corso en el boulevard.
¿Y todo por qué?
Porque se pueda decir de ellos que tienen rela-
ciones «muy íntimas» con una demimondaine de
legítima factura «art nouveau»!
¡Es tan distinguido aparecer como uno de tantos
maravillosos derrochadores que dilapidan alegremen-
te su dinero con las agradables coupletistas de las
altas regiones del vicio!... .
De suerte que esa que con tanto garbo se ve
avanzar á la hora de mayor bullicio en las calles de
Plateros y San Francisco, en México, deslumhran-
do á los necios y atrayendo las miradas de los que por
ellas vagabundean, no es sino una falsificación com-
pletamente contrahecha, netamente «gophir».
No ha muchos años, acaso allá en un tiempo
cuando Dios quería que fuese algo bella y joven,
llamó la atención por sus travesuras de atrevida
amante de la existencia suelta, de las que sólo
anhelan vivir para gozar.
Entonces sí tenía gracia, al menos la suficiente
para que fuese una de las primeras apuntadas en
el libro de los cursis escandalosos de nuestra no
muy dorada — apenas explotada — juventud ociosa.
Era simpática y atractiva, y sabía castigar du-
ramente á sus adoradores... y si no bella del todo,
al menos bonita y de buenas formas.
Sobre todo, se contentaba con ser lo que la
LOS PIEATAS DEL BOÜLEVARD 99
Naturaleza y la Sociedad la habían hecho: ¡una
guapa tapatía capaz de bailar un jarabe y de cantar
con gracejo truhanesco digno de las hembras del
barrio de San Juan de Dios, en Guadalajara, las más
rojas coplas del «Tulipán»!
Debía haberse conformado con ser una apetitosa
saltarina — que no bailarina — mejicana y contentar-
se con ser loada y pagada en pesos fuertes de plata
del cuño mexicano, y hasta de los modernos de ca-
ballo y sol poniente.
¡Pero el modernismo llegó hasta ella!... ¡oh des-
gracia!... ¡y la echó á perder! La moda, la epidemia
de la moda, la inoculó... Y también ella, la tapatía,
¡quién lo había de decir! — ¡fué modernista!
Media docena de afortunados jovenzuelos de ce-
rebro embrionario que acababan de llegar de Pa-
rís, cambiaron el modo de ser de la jaliciense... y éstai
se fué transformando, transformando lamentable-
mente...
Hoy... sin la: gracia que solía prestarle su ya ida
juventud, se ha hecho francesa á fortiori...
Y... , ¡horror!... ella, la tapatía del jarabe, la del
castor y el rebozo terciado que cosechaba aplausos
en las grescas campestres en tomo de Guadalajara,
va por las calles de la Metrópoli de «parisiense», lu-
ciendo ,su rico traje de seda, ostentando sobre el
fondo verde ó azul pálido grandes y pomposas flo-
res japonesas.
Y nada más cursi, ni más insoportable que la
impertinencia de esa jamona que se sueña en las
grandes avenidas del inmenso París. Sólo los imbé-
ciles que no tienen talento ni para dilapidar los capi-
tales heredados ó por heredar, pobres diablos que
quieren ser refinados modernistas, contribuyen al
loo HERIBERTO FRÍAS
sostén de esa alta y tiesa sacerdotisa de Venus que
avanza ridiculamente majestuosa!
Los disting'uidos adoradores de la falsificada de-
mimondaine, seguirán formando la asidua corte,
mientras que llegan importaciones de efectivas y
artísticas, que aunque despreciadas por allá, sepan
vaciar los bolsillos de los zánganos sociales... si-
quiera con gracia y con arte.
XXV
((Pan con Atole»
' Decía así la preciosa carta de Eugenia á su
prima:
«Pongo un tripile beso tronando en tus mejillas y
en tu boca, y después del simpático chasquido, tomo
tus manos entre las mías, como hacíamos en el co-
legio á la hora del recreo, y sentándome á tu lado
sin remilgos, muy juntitos, empiezo á charlarte.
»¿ De qué ? ¿ de qué ha de ser ? ¡de mi novio ! Por-
que has de estar para bien saber y yo para mal con-
tar, que no bien hubimos llegado á este México,
que desconocía, no obstante venir á él cada año
con papá, has de estar para bien saber, repito, que
aquí mis tías me quieren casar, y desde luego y,
sin consultarme, presentándome con el candidato.
»Antes de hablarte de otra cosa, quiero decírtelo;
experimento una irrefrenable necesidad de extraerlo
de mi memoria donde su imagen vive como la más
abominable pesadilla, como gusano molesto y perti-
naz, que no me permite un momento de tranquili-
dad, como una obsesión, como una maldición !..-.•
¡Oh, sí ! Siento la urgencia de aliviar mi fastidio, mi
sombría carga, contando á alguien todo lo que me
hace sufrir ese tipo que mis tías llaman pomposa-
mente «el novio de Eugenia».
»Estábamos la otra tarde en el corredor de la casa
—en Tacubaya, — ^cuando al sonar el timbre del za-
guán, exclamó mi tí^. Trini;
f*- ■T'WÍ'
102 HERIBERTO FRÍAS
«¡Ahí está!... Mucho cuidado, niña, verás qué
alhaja para tu porvenir»...
»Aun no me habían dicho nada de lo que fragua-
ban; pero ya comprendía yo qué es lo que querían.
Contuve mi cólera, me propuse no dejarme arre-
batar y procurar recibir bien á mi prometido.
»¿Una alhaja, dijo mi tía?... ¡Qué una! Todas las
joyas posibles, reunidas, colgadas, ajustadas al cuer-
po de un imbécil, peor que eso, de un pan co7i atole...
Y todavía peor, ya verás.
' »¿Por dónde empezaré para pintártelo?... No, no
encuentro palabras que puedan hacértelo imaginar.
¿Muy feo, me preguntas?... Pues no, no es precisa-
mente feo. ¿ Ridículo ? Tampoco. Un hombre como
todos, un figurín del Jockey Club, un títere del Bou-
levará, elegantemente vestido de gris, botín con po-
laina, sombrerito Panamá finísimo — de algunos cen-
tenares de pesos, — gran bigote de puntas de cola
'de alacrán, luciente y negro, de una negrura autén-
tica; carnosa nariz bajo unos ojillos ambiguos de
tm azul «de agua puerca» y una frente estrecha, or-
lada por el pelo rizado. Ni feo, ni ridículo; pero sí
perfectamente antipático!
»E1 tipo más chocante que se puede encontrar en
una sala ó en la Avenida San Francisco dirigien-
'do un «auto» y centelleando por todas partes el bri-
llo de magníficas piedras finas, cual si fuese «el
pelele reclamo» de una joyería... Diamantes en el
prendedor de la corbata, en los múltiples dijes del
reloj, en las incrustaciones del bastón, en los bo-
tones de la camisa y en los innumerables anillos
'de sus 'dedos... Una pedrería fabulosa y una gi-
gantesca crisantema en el ojal del saco de aquel
hombre, me fulminaron...
y cuando me lo presentó afablen^ente mi tía, V
LOS PIKATAS DEL BOULEVARD 103
él habló con cierta desenvoltura de hombre de
salón, comprendí al punto, por la inflexión de su
acento meloso y su «sonsonete» tipludo — como el
que supongo deben tener los eunucos, — que me las
había con un «afeminado» con un... con un monstruo
'de hombre.
»¿ Comprendes?... ¿comprendes ahora qué cúspide
subió mi heroísmo ante aquel ente chocante, ruti-
lante y florido?... '
»Su conversación «común y corriente», perfecta-
mente chavacana, pasó para mí desapercibida ; yo no
oía sino el timbre femenino de su voz, en tanto que
su perfume me daba náuseas, y no veía sino sus
ojillos insulsos, sin expresión, y su actitud empeño-
samente buscada por él para lucir aún más el ful-
gor exótico de sus joyas y la majestad imbécil de
su gran crisantema, riendo en el ojal de su saco
gris perla. ¡Qué hombre tan chocante. Dios mío!
»Y ha Vuelto esa pesadilla, esa visión atroz; ha
vuelto; y me han inflingido mis tías el sacrificio de
platicar con él y he visto que es además, repito,
un «pan con atole», un pobre muñeco incapaz de
amar á ninguna mujer, gustando sólo de exhibir sus
diamantes ó sus caballos, porque ¡misericordia de
Dios ! ha osado venir de visita á Tacubaya á caballo
y... ¡vestido de charro !... ¿ Concibes tú un charro
afeminado, en 'silla vaquera ?... Y era un caballo mag-
nífico, y llevaba él un soberbio sombrero ancho,
galoneado de oro, y en el nudo de su corbata roja,
tina serpiente de píata incrustada con esmeraldas...
Y así hicieron que lo viera yo para que cayera! y
lo amase!...
«Pues bien, después, Luisa — ¿ te acuerdas tú de
nuestra burlona amiga que se casó con el coronel ? —
pues, se ha .santiguado al hablarle de «pan con ato-
104 HERIBEKTO FElAS
le». — lEs un sinvergüenza que se hace el mosquita
imuerta y que es capaz de cazar á «la araña»!... Es
verdad que no ama á las mujeres, y que si te hace
él oso, es por tu dinero, aunque él es rico también.
Ese «pan con atole»... es viudo!...
»Y cuentan que gu primera mujer murió de tris-
teza y de vergüenza. Fué un escándalo atroz en
Puebla; ella lo acusó de adulterio... con su chaufeur!
»¿Y sabes tú cuál fué el mejor elogio que mi tía
Trini le hizo ? Pues oye, me dijo : — Ese no es un hom-
bre como todos, como los prostituidos de México;
'no, niña, ese hombre ha vivido siempre de noche,
fen su casita, y nunca ha paseado sino con su mamá;
•no conoce amigos, no conoce mujeres malas, ni
ninguna! no ha tenido ninguna novia porque lo ca-
'saron muy niño... es un viudo virtuoso, ¿qué más
puedes pedir para ^que sea tu marido ? Es un hombre
^precioso, de corazón puro y de alma virgen...
»¿ Crees, linda mía, que tuve valor para no reven-
tar yo de cólera ni reventar á mi tía?.. ¡Pobrecita!
¡Acaso tenga la mejor intención del mundo!... ¡Has-
ta dónde puede ofuscarles el afán del dinero de ese
«pan con atole»! ¡Querer casarme con un hombre
así !
' »Afortunadamente, papá llega pronto á México,
y él soplará sobre la viva pesadilla de este «mi no-
vio de corazón de virgen», de este tipo de boulevard'
que desea matarme de tristeza y de vergüenza como
á su primera víctima...»
XXVI
Monólogo de un «Ex» poeta
(En honda cavilación y acariciándose la gran
nariz).
I Por qué me diría, hace ya muchos años, el terri-
ble D. Hilarión Frías y Soto aquellas palabras fú-
nebres?... Me acuerdo muy bien: me tomó de la
solapa del jaquet, me olió cuidadosamente, tendió
ál aire la monumental nariz — no tan grande como
la mía, pero más gloriosa — ^después me contempló de
pies á cabeza, y al fin me dijo con esa songa sar-
cástica que lo hace aún tan feroz:
— ¿Pero usted quién es, joven?... — Ante aquella
insultante pregunta sentí un ligero soplo de los
hríos pasados, un hálito de la vieja Guardia pasó
por mi nuca; me erguí como en mis buenos tiempos;
hie acordé un instante de que era hijo de las libres
costas del Sur del Golfo Mexicano, y creyéndome
aún el simpático bohemio de los candidos ideales,
Contesté naturalmente con ese énfasis meridional,
gloria de los campechanos de veras:
— ¡Soy el Caudillo de una vieja guardia!
El anciano jacobino estornudó una carcajada tru-
hanesca; chispearon de súbita cólera sus vivaces
ojos de sátiro implacable, tan temible en sus lu-
jurias forestales como en sus firmes odios políticos,
— ¡ay!... ¡moldes perdidos! — y retorciéndose el mar-
cial bigote gris, murmuró nielancóUcg,mente :
106 HERIBERTO FRlAS
« — No, Licenciado... no vuele usted tan alto, por-
iqüe de águila no le queda sino la nariz... digo, el
pico... es decir, lo más grotesco... Una nariz
como la de usted y la mía, de ave de rapiña, es épica
cuánto va acompañada de alas amplias y veloces,
prontas á salvar cúspides y abismos... sino, es ri-
dicula... En cuanto á la mía, joven abogado, es
Isimplemente histórica, nariz de viejo aguilucho mo-
Iribundo en una jaula de hierro dorado... Usted,
joven abogado, fué un espléndido polluelo nacido
fen las sonoras riberas de una Isla para ser águila
[real de los mares y de las montañas mexicanas:
las ráfagas que orearon el nido heroico, llegaban
¡cargadas con los perfumes de las selvas tropicales;
y el cielo de las noches divinas de las costas dio
ten el azul estrellas simbólicas de altos augurios..;
En las pupilas fieras del polluelo se retrataron
Vastos horizontes que su fantasía pobló acaso de qui-
meras gloriosas, y en sus oídos finos resonaron
músicas guerreras acompañando el bélico tropel de
•una avalancha de centauros... Eran, en verdad, se-
'guros presagios de un destino épico y alto... ¡Cuán-
tas veces en los confines del horizonte marino se
íperfilaron claras y precisas las siluetas de los mil
templos de Atenas, incendiados en el apoteosis trá-
'gico de un crepúsculo de sangre!...
¡Ay! joven Licenciado... perdone usted mi hrismo;
pero ¡yo sueño aún á los setenta y cinco años de
edad! pero estos son achaques de los vetustos y
¡detestados jacobinos de cuya vieja guardia soy uno
!de los pocos supervivientes... ¿ Se pone usted ner-
vioso ? ¿ Se le pasa la hora de entrar á la oficina ?...
i|Bah!... ¿Qué puede importarle á usted una multa
de cinco pesillos cuando es rico, casi millonario..^
y «noble» por afinidad, un príncipe consorte ? jSi fue-
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 107
i-á en aquellos tiempos de miseria y gloría en que
cinco pesos eran la vida de una quincena!... Con!
que... (un momentito joven, y deje en paz esa nariz
borbónica que ya no le conviene le crezca tanto)...
Le hablaba yo á usted de aquel polluelo de águila!
que soñó grandezas y tuvo, como Aquiles, augurios
espléndidos ; pues bien, ese polluelo que vivió en Ate-
lías y anheló libertar á Promoteo, ¿sabe usted lo
que hizo cuando le empezaron á crecer las alas?...
Pues como tenía hambre, se fué comiendo sus propias
plumas... Y quedó, naturalmente, convertido en un
pajarraco ridículo... La iliada se desvaneció; Aqui-
les convirtióse en Periquillo; ¡y Troya fué santa
Anita!... Ahora yo mismo me pregunto si no será
pura leyenda lo de aquel que naciera para águila
real de Atenas... y hoy no es ni pavo real del
Parque de Chapultepec!... y que así como Guajolote
sirve porque ya está viejo para una mole verde!
Todo esto me dijo un día el furibundo Don Hila-
rión Frías y Soto, y la verdad que me sentí feo, muy
feo... Estoy preocupado... ¡Vaya con el rojo jaco-
bino ese! Pura declamación, lirismo de viejo ro-
mántico, palabrería hueca y sonora de un Lamar-
tine trashumado. No obstante esto, me van á amar-
gar un poco mi almuerzo... ¿cómo me quitaré este
malestar ?
...[Qué mal gusto el de estos viejos en recordarle
á uno sus necedades de otro tiempo ! ¡Discursos ran-
cios! Nada, me bajo á ver, allá abajo, á los mo-
dernistas, me deleitaré con japonerías y con los
«fru-frus» deliciosamente parisienses de algún ca-
marada del Jokey Club.
rWT,
XXVII
Fraternalmente los tres
Se imponen «los tres». «Ella» es todavía hermosa
y comprende perfectamente aquellos versos de Cam-
poamor :
«Que es más bella, quizá, que la primera,
La juventud segunda de la vida.»
porque ,su sonrisa de triunfante amazona la acusa
'de saber 'que no abdica del reinado de su cele-
bridad de mujer bella... y despreocupada.
Por eso, sin duda, deja frecuentemente su pe-
queño palacio edificado en un pintoresco puebleci-
11o de los alrededores de la Capital, para pasear su
hermosura en la Avenida San Francisco.
Marcha á pie, desdeñando el automóvil de la
familia, lentamente, majestuosamente, deteniéndose
con frecuencia ante los aparadores de las casas de
joyas.
Los habituales concurrentes al boulevard mexi-
cano la contemplan extasiados y tan sólo lamentan
que no vaya siempre solitaria. No... ¡qué lástima!
á las veces va acompañada de su esposo... y en
ocasiones más frecuentes pasea al lado del amigo
íntimo de casa, el eterno amigo de la buena pareja
matrimonial.
No es raro tampoco — ¡qué raro va á ser! — que
«ella» adelante su hermoso busto de matrona so-
blerbia entre «ellos», entre los dos, el marido magn4'
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 109
nímo y feliz á su derecha y el galante amigo ^
la izquierda.
Y ella sonríe, irguiendo altanera su cabeza, con
un ademán de reina, con aire de reto al mundo en-
tero, como diciendo rudamente alte el lema de las
imperiales insolencias:
; Hony soit qui mal y pense !
Sus ojos, sus maravillosos ojos, impregnados de
cálidas ternuras acompañan el desdén de la son-
risa con destellos de alta majestad de mujer cuya
vida no está á discusión.
Las miradas elocuentes de la bella, parece que
discurren así:
— ¡Eh! bobos ¿por qué os preocupáis tanto por
«estos dos»?... ¿Qué os importa que vivan á mi lado
«los dos»?... No se trata ahora de «eso».., ¡Sino
de mí!... Soy hermosa, he vivido siempre mimada,
soy rica, puesto que creo serlo... aun no llega el in-
vierno de mi existencia... soy apasionada ardiente!
dé los hombres del Norte y sueño con Lord Byron
y Edgard Poe... Rendid pleito homenaje á la mujer
bella... lo demás no os importa... ¡Mal haya quien
piense mal!... ¡Hony soit qui mal y pense!
¡Tienen razón la mirada y la sonrisa de la encan-
tadora cortesana, que sólo por sentirse en idolatría
abandona el palacio en que reside en histórica villa,
próxima á la Metrópoli... ¡Tienen razón sus ojos
soberanos empapados en luz de cálidas ternuras!
^Tienen razón sus encarnados labios desdeñosos
en la voluptuosidad tentadora de su sonrisa!... ¿Qué
importa el eterno marido ? ¿ Qué tiene que ver el per-
petuo amigo ? jAsí están bien «los tres» ! ¿ Qué signifi-
,can «los dos»? |Nada!... jAbsolutamente nada!
■^Wv-
110 HEEIBERTO FRlAS
Ese desprecio por las mundanas conveniencias,
iese desdén supremo hacia la sociedad, realza, aún más
la hermosura de la opulenta dama, y bien hace en
retar á la opinión pública, mostrándole en plena
ciudad el marco humano en que irradia el esplendor
de su vida feliz; ¡el marido al lado, para gala y
blasón de la dignidad de su nombre, y el amigo
al flanco opuesto, como nuncio de plácidos afectos en
el hogar!
Y «los dos» comprenden que deben sentirse or-
gullosos con que en ellos se aj5oye el brillo de una
mujer, cuya belleza admira tanto como su audacia
al desafiar las míseras habhllas y los chismes so-
ciales.
¿ Qué extraño tiene ahora el hecho de que el ma-
rido de una hermosa sea suficientemente filósofo y
superhombre para abrirle los brazos al amigo ín-
timo de ambos esposos?
En cuanto á éste, al amigo íntimo, mientras más
notable se hace pn tomo de la gentil pareja, mayor
es la vanidad con que luce la dicha de formar parte
de esta trinidad que asombra; ¡la encantadora mu-
jer en el centro, y el marido y el amigo á uno y
Otro ladol
; Dejad que explenda ,su hermosura y que con
ademán de princesa, inire en torno suyo con sus di-
vinos ojos sombreados por penumbres voluptuosas,
y que sus Jabios encarnados y sensuales sonrían con
soberano desdén, como diciendo:
— Rendid pleito homenaje ^ mi tranquila audacia
y al envidiable pncanto de mi cuerpo... mi marido es..,,
un Alcalde... de Lagos ó de Machacón de Acajo...
lo demás no os importa. / Hony soit qui mal y 'pense I
XXVIII
«El rorro»
¿ Ese chiquillo de tez sonrosada, los labios de car-
mín y que habla con voz de tipie, ese polluelo que
dice necedades en el corrillo aquel frente á la can-
tina, se ha escapado de la escuela?
Tal parece, porque su aspecto de doncellita dis-
frazada de galán moderno, su cuerpo endeble y tier-
no aun y el andar precipitado y travieso denun-
cian al niño.
Al verlo tan diminuto, pero con su regio puro en
la fina boquilla /de ámbar; tan delgado, pero vestido
como un terrible galanteador del boulevard; con
su voz femenina, pero que se esfuerza en hacer
ronca y áspera, se piensa en que la mamá lo recla-
ma y debe estar desesperada, imaginando que le
pase una desgracia ó que haga muchas travesuras.
Y esos polluelos con pretensiones de gallos, esos
niños que usan sombreros de Panamá y traje claro,
esgrimiendo su bastón con aire de conquistadores,
van á las cantinas y realizan la heroica hazaña de
emborracharse; esos polluelos que en vez de estar
aprendiendo á leer en ^a escuela se la dan de hom-
bres y de buenos piozos, pululan lindamente,..
Hablan de caballos, de mujeres, de toros, con tal
énfasis canallesco, que acometen á cualesquiera que
no sea de ios imbéciles que les escuchan y los
prostituyen intencionalmente, deseos |de darles una
buena entrada de coscorrones. j
^^JV
112 HERIBERTO FRÍAS
5!: *
Hay un chiquitín /de esos, que es un verdadero
rorro de puro íindo y gracioso; un bebé que ya
usa monumental «sorbete», gentes de arillo de oro
y que debe ser de rica familia, porque le sigue una
corte de vagabundos vividores, á quienes paga copas.
Este ridículo mequetrefe, que apenas contará diez
y siete años, se contonea todos los días exhibiendo su
personita cómica, que ya suele bambolearse por los
efectos de tres ó cuatro cocktails ó de media do-
cena de «grandes ascuras»...
Pues bien, ese íítere minúsculo ya hace sus es-
cándalos, y es bien sabido que es «un águila» para:
eso de los bastonazos ó para romper unas tras otras
todas las copas de un mostrador de cantina elegante.
Por él se han hecho pedazos las ungidas cabelleras
de muchas hijas de Venus, de las de banderas co-
lorada y azul... y cuando entra á cualquier casa de
pupilas de las de mayor fuste y polendas, en la sala
se produce sensación... ;
Entra nuestro guapo tisnorio con aire despam-
panante y glorioso, el fieltro de las noches de juer-
ga hasta media cabeza, encandilados por el «wisky»
los infantiles ojos, jnetidas las manos en los bolsi-
llos del pantalón, en la boca el puro y en la cartera
buenos billetes...
Y, claro, es ¡posa de interrumpirse el tango ó
danza que se bailaba en la sala... «todas» abandonan
á sus «caballeros» y corren alborozadas á recibir
al ufano recién llegado.
— «¡El rorro 1»... Allí está el rorrito...
Y todas muy zalameras le rodean, le miman y le
acarician, coniiéndoselo con los ojos.
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARl) 113
Y él se deja querer, soberbio y desdeñoso; deja
que le limpien (el polvo del pantalón, que le hagan'
el nudo de la corbata, que le peinen los ensortijados
bucles de sus ¡cabellos...
Después... invitará á las favoritas á cerveza... ele-:
gira con desplante entre todas las favoritas de aque-
lla noche, y con ella y los amigos de su corte sal-
drá de la mansión dedicada al culto de Venus, para
ir á brillarla por esos mundos de Dios...
Porque no hay que olvidarse de que él necesita
que le vean en plena juerga, que en Plateros, el
Refugio y el Coliseo los amigos lo admiren pasar
cantando dentro del coche al lado de la favorita
por él escogida al efecto.
— ¿Y la pilmama?
No... no tiene pilmama, pero sí pihnamo.
Vedlo:
Es aquel viejo estirado y seco, de anteojos obs-
curos y nariz de tomate, es ese tipo que no se le
separa un momento, que le habla al oído de cuan-^
do en cuando y que suele hacerle muy prudentes
observaciones cuando el chico se excede en copas ó
en pagar demasiado espléndidamente una mujer
6 una cena.
— ¿ Quién es ese viejo ? — se preguntan los gorrones
que siguen al rorro...
— Es su tío — contesta alguno de los mejores en-
terados.
Y en efecto, dicen que es un tío pobre, al que
la familia del rorro, que reside en París, comisionó
para que le sirviera de guía y apoyo en México,
mientras pasa á principiar sus estudios á Europa.
Por lo pronto, el rorro, á reserva de protestar
contra tales estudios que él para maldita cosa los
necesita, maravilla con su gentil talante al boule-
vard y hace la felicidad de las mariposas del amor
con sus generosidades.
Xos piratas dd ioukvard 8
XXIX
Un estudiante que no estudia
Nada más curioso ni más interesante que la sa-
lida de cátedra de un grupo estudiantil.
Es un raudal de vida por ser siempre alegre y
tumultuosa, desbordándose lentamente por las ace-
ras de las calles céntricas.
Las más típicas figuras y los más diversos carac-
teres se observan en aquel hervidero donde fermen-
ta la intelectualidad de la nueva generación.
Y allí también se destaca desde luego el núcleo
de trabajadores, de los obstinados y tenaces, po-
bremente vestidos, apartándose de la masa de los
que son estudiantes sólo de nombre.
¡Y cuánto drama oculto palpita latente en aque-
lla juventud de acomodados señoritos y de verda-
deros bohemios obstinados en la lucha por ascender.
Ved aquel mozalbete de sombrero finísimo y
traje claro de verano de tela fina y corte irreprocha-
ble; peinado de «castaña», calzado americano muy
lustroso, corbata chillona y dorada leontina^.. Es
dandy estudiante, es un pirata zángano.
Afecta un aire de supremo desdén para con suá
camaradas y maneja con gracia distinguida el be-
juquillo de puño de oro.
Apenas le sombrea el bozo y ya se yergue su
.busto de adolescente mimado, con la insolencia de
un principillo.
Es también un alumno, un estudiante de los que
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 115
no estudian, de los qué van á cátedra de cuando
en cuando, como conviene á un joven elegante y
de talento.
— ¡Que estudien y trabajen los brutos! — dice él
con fiero ademán de «super-hombre».
Este caballerato vino como muchos otros, enviado
por una familia que se sacrifica allá lejos, en un
pequeño lugarejo de la República, por que «el niño»
concluya su carrera.
Allá, la escasez del hogar, acaso la miseria; el
padre ya anciano por una larga vida de trabajo sirt
tregua y de atroces privaciones, acelerando el tér-
mino de su existencia, porque aquel mozo, que es el
orgullo de la familia por su talento, se pasee en
México.
¡Y cuántas lágrimas por la felicidad del estudian-
te derramará á solas la pobre madre, robando al
sueño, para darles al pensamiento de su amor ma-
ternal, las horas del reposo nocturno!
Las hermanas ¡con cuánta solicitud se privan
de buenos trajes, por no mermar la mesada del
mancebo que allá en México se labra un porvenir!
Pero, qué orgullo para la atribulada familia que
tanto trabaja, por sostener «al niño» de talento,
cuando alguien pregunta:
— ¿Y Luisito?
Qué orgullo el que la madre bondadosa y el paK
dre ya enfermizo puedan contestar radiantes de
alegría henchidos por idéntica ternura:
« — Estudiando leyes.»
Estas dos palabras son para ellos una delicia, la
C,'=^\"^ ■ ■ -St*
116 HERlBERTO FRlAS
frase es un poema y les colma sus pobres almaa
aidoloridas de un júbilo sin límites.
Se imaginan un trabajo feroz," elevado y selecto...,
y se emocionan respetuosamente, pensando en la sa!-:
grada misión de aquel adorado hijo, orgullo y con-
suelo de sus últimos años, que «se quema las pies-
tañas» y se mata «estudiando leyes».
¿Qué importan las privaciones, las miserias, leí
trabajo sin respiro de aquella honrada familia que
es una laboriosa colmena, qué importa que las tris-
tes hermanas del primogénito marchiten su juven-
tud, digna de florecer y perfumar, si allá en la Ca-
pital de la Repúbhca, el inteligente Luisito pasa la
vida «estudiando leyes»?
' Y él en la Metrópoli se dá la gran vida como
igentil principillo que todo se lo merece, gastando
en vestirse y acicalarse sus mesadas, dándose el
lujo de cortejar coristas en los teatruchos de ba-
rrio, fumando excelentes puros y viendo por en-
cima del hombro á los compañeros que son po-
bres y que estudian.
*
La vida para este Luisito no tiene razón de ser„
sino para sus altas especulaciones de filósofo que
sabe pasarla lo mejor posible, creyendo posible
su lema:
*■ « — ¡Que trabajen los bestias!»
Cuando llegan los exámenes se atreven á echar
tina ojeada á los textos y se lanzan de «panza» para
ver si «pasan».
Y suele suceder que su aplomo, la maravillosal
facultad de sabeí expresarse con desparpajo, con,
' ^Í1
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD "^ 117
ün soberbio desplante, y la audacia de su ignorancia,
los hagan «pasar».
Sin embargo, Ltiisito no ha tenido esa suerte..^
pero, ¿qué le importa?
Es más distinguido y más digno de su talento des-
deñoso ser reprobado por «aquellos viejos» que no
comprenden la inteligencia de aquel joven.
Y él continúa su dulce existencia sin inquieJ-'
tudes por el porvenir, satisfecho de sí mismo, con-
vencido de su alta superioridad, sin preocuparse del
drama doloroso de trabajo y miseria que consume
allá lejos la vida de su pobre familia, de aquella;
laboriosa colmena que se suicida lenta y heroica-:
mente por que él viva. El zángano es feliz.
El no sabrá comprender nunca la inmensa y
poética abnegación de los seres que le adoran y
creen en sus mentiras, ni tampoco comprende la
enormidad del crimen que viene perpetrando.
' La vida de México lo encanta cada día más,.
Está en su elemento y por nada volvería á su pueblo
cursi y salvaje donde sólo el trabajo y la honra-
dez prosperan.
Luisito, mientras vivan sus buenos padres, resi-
dirá en México «estudiando leyes».
•ry'^.ff'--^--.: ■ ■v^i^-
XXX
¿Quién fué el más engañado?
■ ¡Es preciso terminar con esta novela de amor
que he fingido tanto tiempo por placer y por va-
nidad !
¡Pobre de Julia! sé que le voy á dar un golpe
terrible, de esos que dejan una herida que sangraj
dolorosamente, pero es preciso resolverse á decir-
le la verdad... Cada día que pasa es un nuevo cri-
men que cometo con esa desdichada»., ¡Por primera
vez en mi vida, voy á hablarle con. sinceridad L..
' Ya soy hombre completo, un médico que empie-
za á ser notable...
¡Seamos serios!
Así se dijo una noche el joven Dr. Montálvez, en
su nuevo gabinete de trabajo, y tomando una pluma,
escribió la tantas veces proyectada carta.
Hacía cinco años que venía representando difícil
comedia amorosa, fingiendo honda pasión á una lin-
da muchacha — Julia — ya señorita, jUna de las más
encantadoras vecinas de la Villa de Guadalupe,.
La conoció en ¡un wagón de segunda, siendo
él estudiante de medicina y ella alumna de la Es-
cuela Normal de Ja Encarnación...
Iban enfrente luno de otro; sus miradas se en-
contraron con destellos de juvenil ardor,.
¡Estaban ella tan graciosa con su claro trajecito
de percal, aun jalto, y sus cabellos de un negro
profundo, que eran como un casco de ébano, so-
LOS PIRATAS »EL BOULEVARD 119
hre su pura frente blanca;... él acababa de estre-:
nar el primer flux de casimir francés que usó en
su vida... y como era un moreno fronterizo muyj
audaz y ya su bigotito negro se arriscaba gallar-
damente, comprendió que había causado efecto.
Acababa de llegar á México y era preciso que
sus amigos le conociesen novia, y ¡novia hermosa
y de porvenir!... Y se abonó á los trenes de Gua-
dalupe para acompañar á la linda niña, quien, pre-
via la resistencia de los dengues fingidamente hos-
tiles, del caso, hubo de contestar el eterno «que
lo pensaría».
Y así empezó la comedia... El, desde luego, com-
prendió que no la amaba; era tontita... pero... ¡po-
bre!... le juraba amor con tan dulces palabras apren-
didas en Becker, Zorrilla, nuestro Manuel Flores
y Espronceda, que á él no le quedaba más que
contestar con tono melancólico, señalando el alto
cementerio de Tepeyac:
« ¡Los que duermen ahí no tienen frío !» Se cam-
biaron novelas sentimentales y poemas... y en las
noches, él llegaba á su ventana en la calzada del
Bosque y charlaban cerca de una hora.
Se veían, después, cada semana, los miércoles,
día en que recibía la familia de Juha á un tío ricoy
pero que tenía boca de sargento de caballería, por
aquello de las palabrotas, así es, que retiraban la
niña del estrado de la sala.
Los años habían ido pasando y él fingiendo amor
á la infeliz Julia, que parecía más y más apasionada.
¿ Cómo «romper» si no le daba motivos ?,... Además,
era un orgullo para él, poseer el retrato de una tan
bella criatura, y sobre todo, enseñar á sus compa-
ñeros envidiosos, aquellas canas impregnadas de
Un arrebatador lirismo de pasión... Iban en esas
m^i . ?', ■' ■ " ■ "TvJF '" ■
120 HERIBBRTO PRIAS
cartas, besos, lágrimas, perfumes de flores de slí
jardincito y de humildes «maravillas» cogidas por
ella en el cerro de la virgen!
¡Pero era preciso poner punto final á su fingi-
miento y decir la verdad, tanto más cuanto que pen-
saba «dirigir sus baterías» contra una chica adinera-
ida, para hacer «un buen matrimonio»!..,
Y se puso á escribir la terrible carta que había:
de desgarrar infernalmente un corazón henchido
de amor... Y después de romper esquelas y esque-
las, optó por esta breve y cruel misiva:
«Julia: ¡Perdón!... No quiero seguir siendo más
criminal... No te he amado, no te amo, aunque ad-
miro la grandeza de tu alma divinizada por la pa-
sión... Quise tener el orgullo de que fueras mi no-
via...
¡Perdón, amiga mía, perdón!... Te enviaré tus
cartas y tú quemarás las mías... te pertenecen...
No nos conocemos.
¡Adiós I '
Eulalio.»
...Una lágrima cayó sobre el cruel billete al es-
tar doblándolo, y murmuró suspirando:
— ¡Pobre Julia!... ¡Voy á desgarrar su alma!
Al día siguiente, á tiempo de enviar la terrible
carta, recibía él otra de JuHa... ¿ Qué le escribiría
la desdichada, no sabiendo aún el atroz desengaño?...
Rompió la cubierta y leyó:
' «Eulalio: ¡Es preciso que le diga al fin la verdad
[¡basta de comedia! Soy una miserable... he fingido
corresponder su amor no sintiéndolo... ¡perdóneme!...
Sé que lacero su alma... ¡piense en Dios! No se
desespere, haga un lejano viaje para olvidarme... y
r?- '. ■■■• . ■•- <■ - . ■:■,'■ WiPTvi^ " 'W^- '-'W*!.-
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD ' 121
olvidar tantas mentiras mías... Cuando Vd. vuelva,
no debe conocerme, porque estaré casada. Le en-
viaré sus cartas. ■ ,
¡Adiós, y... perdóneme! ' ^
[ , . , Julia.» ' ■ *
' jAh! miserable, — rugió colérico el joven doctor, —
¿engañarme tanto tiempo?... ¡Al fin mujer!
XXXI
Por el amor de una tiple
Vino á mí tan trastornado, tan pálido, que me
asustó... ¿Se había vuelto loco? Tal parecía, pues
además, sus ojos me miraban con una expresión
atónita indefinible.
— I Qué tienes ? ¿ que te pasa ? — le pregunté antes
<ie que pudiera hablarme.
Se sentó á mi lado, clavó en las mías otra vez
sus pupilas extrañas, y con los puños temblorosos
por súbito arranque de cólera, sin saludar, exclamó:
— ¡Se acabó todo!... ¡Ha muerto, ha muerto!...
— ¿ Quién, quién se te ha muerto ? — y al pregun-
tarle, mi aflicción fué sincera, creyendo que su buena
madre, la que proveía á los gastos de su vida di-
lapidadora y extravagante, había muerto.
— Ella, á ti sólo te lo digo!... ¡ha muerto para
mí... ahora sí se acabó todo! — Y el desdichado sollo-
zó como un niño, como un cobarde, puesto que llo-
raba por una mujer que no era su madre.
Entonces comprendí. El pobre me produjo piedad
honda, pero despreciativa. Me dio lástima.
Desde hacía tres años que mi amigo Enrique vivía
sujeto á la esclavitud de cierta aventurera rapaz,
que había rodado por los teatros de las poblaciones
cortas ó de los barrios de la Metrópoli no teniendo
en su abono, sino tal mediana belleza, cuyo inmi-
nente marchitamiento la había hecho descender has-
ta aferrarse al cuello y á la vida de aquel joven
A-
■-if^F-
'■w .
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 123
¡débil y buenazo, que era la adoración de una madre
consentidora, inocente hasta la ceguedad.
El era un corazón sin hiél, al que cuando fui-
mos estudiantes debimos una turba de pobretones
innumerables generosidades, de las que yo conser-
vaba grato recuerdo; y más de una vez alguno de
los agradecidos fuimos en ayuda de aquel inerme y
candoroso mancebo, víctima casi siempre de su pro-
pio dinero, ó mejor dicho, del de su madre.
Sería mucho cuento referir con qué redes y en.
qué aguas turbias la exíiple lo pescó, y luego de
pescado lo afianzó de un modo tenaz, y tanto, que
tras una comedia admirable de arrepentimiento, lo-
gró casarse con Enrique — por la iglesia — remachan-
do así la cadena de nuestro mísero amigo.
Asistimos entonces á la más vergonzosa serie de
engaños y de infamias, sin que ninguno de los que
le queríamos de verdad, nos atreviésemos á interve-
nir, ni siquiera denunciar á la adúltera quien, por
otra parte, comprendiendo nuestra actitud simp'.e-
mente expectante, se insinuaba con nosotros, provo-
cándonos' á ser cómplices también en aquella men-
guada trama.
Enrique, aquella vez, cuando vino á mí tan tras-
tornado y pálido, que me asustó, me refirió la histo-
ria de sus desdichas y terminó preguntándome:
— Vamos, hombre, me vas á jurar por tu honor,
que me dices lo que sientes. ¿ Crees tú que me enga-
ñe?— y, tembloroso, tornó á clavar en las mías sus
pupilas atónitas de niño, de loco, de cobarde...
Vacilé... ¿diríala cruel verdad a ese desventura-
do? Callar era infame; hablar sería doloroso, pero
honrado... Para decir la verdad se necesitaba valor,
y en aquella ocasión lo tuve. Nunca he hablado coa
más sinceridad como cníonoes.
pyv!:. 'VT: ;•'
124 HERIBERTO FRÍAS '
' — Mira— le dije en tono fraternalmente persuasivo,
cariñoso, como se habla á un niño ó á un enfermo,
á quien hay que decidirlo á tomar un brebaje amar-
go que le repugna ; — mira, desde hace ' tiempo, no
sólo ahora, sino siempre te ha engañado esa mujer;
ha jugado contigo y con el nombre de tu padre ; te ha
puesto en ridículo y lo seguirá haciendo, porque
no puede ser de otra manera; es mala de por sí; ya
está en su sangre la falsía; no puede ser, no podrá
nunca ser honrada ; no se quiebran así los caracteres ;
vivirá como ha vivido, ¡debes dejarla!
Creí convencerlo, volvió á llorar; me abrazó dán-
dome las gracias y salió, según me dijo, para ulti-
mar sus preparativos de ruptura y marcharse á New
York, donde pensaba reanudar sus interrumpidos es-
tudios de medicina.
Quince días después recibía yo esta carta, fecha-
da en New York:
«Luis: Aunque le he prometido á Elena no escri-
birte, lo hago para tener la satisfacción de decirte
que eres un miserable; tú también, como todos los
demás intentaste obtener el amor de Elena, y en
venganza de su resistencia, despechado porque no
era tan fácil mujer como la del pasado que borró su
arrepentimiento, urdiste la historia que me contaste...
»¿ Creías haber conseguido que rompiera con Ele-
na?... Pues sabes que hemos venido á paseamos á
New York, más contentos que nunca... y ahora, ra-
bia, ¡miserable !»
No; no sentí cólera ante este testimonio de la debili-
dad, de la demencia, de la cobardía crédula de mi
pobre amigo ; no sentí sino algo menos que piedad...
una gran lástima.
frr
XXXII
El hijo de su papá
Es hijo de la crápula dorada. Nació en cuna po-
lítico-financiera, porque su padre tenía una mano
puesta en el trono y otra metida en la Caja del Te-
soro público.
Lo bautizaron en la Iglesia de Santa Brígida, y
en la inisma noche, el angelito debió volar de la áurea
cuna para que lo confirmaran las vestales.
Desde entonces, Pepito olió á incienso y á popo-
nax. Fué el niño consentido de la familia, y su buen
padre pensó edificar su Banco sobre aquella piedra.
Porque su cabeza era un monolito hueco que en-
cerraba en vez de sesos un par de sapos, un batracio
en cada hemisferio: el sapo del vicio y el sapo de
la codicia.
No había, bajo aquel cráneo, circunvoluciones, ni
localizaciones cerebrales, ni substancia gris, ni
substancia blanca, ni centros nerviosos, ni com
pleja urdimbre de hilos transmisores de pensa
miento, sensación y voluntad. Nada más sen
cilio que tener por cerebro un par de sapos cuyas pal-
pitaciones movían al endeble cuerpecillo del niño
consentido hacia los dos puertos de su vida : el dinero
y el placer.
Fuéronle propicias tales divinidades, desde su,
más tierna infancia.
El dinero lo daba «papá» ; el placer lo encontraba
«gratis» en casa de las vestales.
r^y^
126 HERIBERTO FRÍAS
Fué luego «estudiante». Estudiaba con ellas y
descansaba en las aulas.
El "discípulo llegó á ser maestro. Guiaba á sus
profesores por el dédalo de las salas galantes, y su
perfume favorito era cual un fluido penacho, detrás
del cual se iba siempre derecho hacia las novedades
de la noche en los templos de Venus donde adoraba
y negociaba y era adorado.
En las alfombras espesas, á la múltiple luz de losi
foquillos eléctricos, ante los vastos espejos que multi-
plicaban su fino talle ceñido por el magistral «ja-
quet», sus choclos dibujaban curvas graciosas junto
á las chancleías de raso y oro de una amable com-
pañera, al ritmo quejumbroso de un danzón lángui-
do. Y la gran sacerdotisa mirábale en éxtasis, enter-
necida por aquella flor de la juventud estudiantil ele-
gante; era la flor de lis de su palacio y el ídolo me-
jor de sus altares.
Porque detrás del estudiante, aquel que estudiaba
en el vicio y descansaba en las aulas, era la carnaza
detrás de la que iban peces gordos, y su vocecilla
era la trompeta de las trompetas más famosas toban-
do llamada de honor en el vivac Venus, después de
las libaciones sacras.
Porque la crema del tedio de los plutócratas ba-
tíala el mancebo con bizarría y habilidad tales, que
sin molde alguno amasaba toda aquella aristocracia
semipodrida, que de sus manos salía podrida del
todo, es decir, conquistada.
Los sacos raídos de los estudiantes pobres se mo-
faban— ¡imbéciles! — de los maravillosos smokings del
triunfante paladín. Porque triunfaba. Los jóvenes
profesores amigos suyos, que á las dulces liras del
Palacio de Instrucción Pública adivinábanse, tenían
1
r^''.':' ...... , . , - : .- ■ ,,'-w;,},«5_,^^^.-_ -./TBIT-''
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 127
indulgentes sonrisas en los exámenes, y aprobaban al
Maestro.
Su papá, encantado, y con razón, con aquel per-
fumado y elegante cuasi sabio, abría más y más los
bolsillos, retirando por un instante, la una mano del
trono, de la Caja la otra, para bendecir á su hijo que
era hijo neto del boulevard mexicano y de la época
actual.
Faltaba un blasón, un título, una posición alta,
en la política y un capital sólido en oro bien traba-
jado por otros, para hacer un semidiós completo de
aquel estudiantino crapuloso y aristócrata que te-
nía por cada hemisferio cerebral un sapo.
Pero el blasón lo ganó en las batallas nocturnas;
el «título» otorgósele como docLor en leyes; el em-
pinamiento político vínole de la mano de un discípu-
lo tan aprovechado que aventajó á su maestro, y
que en una marejada política subió á la cúspide.
Y el capital sólido, amasado con oro fino, reco-
gido á través de una vida de trabajo y honradez por
uno de esos inconscientes que no saben para quien
trabajan, el capital soñado para el pedestal de su
gloria se lo entregó á la muerte.
El Destino se pone de parte de los que dignifi-
can á los dioses y á los hombres que triunfan sin
combatir, y el Destino mató á un buen anciano que
pasó medio siglo amontonando una fortuna para
su hija adorada... y lo mató para que el vencedor
blasonando desde lo alto del pináculo político afir-
mase bien los choclos finos sobre el oro de una he-
rencia magnífica.
Y ahora Pepito es semidiós, y son adorados por
una Corte numerosa de vasallos los dos sapos mila-
grosos que viven dentro de su perfunmda y dura
cabecita.
r.v-,y
XXXIII
Chalán de yeguas humanas
Si sois paseante asiduo en nuestra avenida de San
Francisco, si tenéis paciencia y deseos de matar el
tiempo, podréis observar entre la turba de los des-
ocupados que se solazan á la puerta de las cantinas,
entre los «monigotes» que se la dan de «gentlemen»
acabados de llegar de Londres ó París, podéis obser-
var, os decía, á un grave y muy respetable per-:
so na je.
Vedlo: luenga y profusa barba blanca encuadra
venerablemente el más apacible rostro que del más
severo anciano os podáis imaginar.
El sombrero de seda, de último modelo parisién,
oculta la frente que se adivina cargada de pensa-
mientos profundos y nítidos, ungida por alburas de
amores purísimos...
Los ojos, de párpados hinchados y enrojecida
córnea, hablan de penosas vigilias, acaso laborío^
sos estudios de gabinete, acaso de insomnios crue-
les que han robado la calma al venerable apóstol.
Su paso es vacilante y tardo como el del cami-
nante que ha muchos años emprendiera el via-
je de la vida á través de montañas abruptas y
de espesas selvas pobladas de trágicos peligros.
¿Verdad que causa religioso respeto este an-
tiguo batallador, este filósofo que sin duda consagra
sus arduas vigilias á la resolución de graves pro-
blemas y que dedica los últimos años de su fatigada
^
tos PIRATAS ÜEL BOÜLEVARD 129
vida á la suprema aspiración, al ideal, al bien de la
humanidad que sufre?...
¿Verdad que enternece inefablemente el aspecto
de un hombre así, de tan pura silueta de santo
moderno, más admirable aún que si fuese un asceta:
antiguo?...
Al verlo se ^siente el ánimo poseído del vehe-
mente deseo de abandonar la estúpida venalidad del
houlevard, de buscar la santa paz de la familia, la
serena placidez del tranquilo hogar ó el perfume
místicamente ideal del templo y los acordes sacro-
santos del órgano que retumba sus notas de im-
ploración y ruego en las bóvedas del santuario!..,
*
* *
Pues bien, sabedlo de una vez y bajad del cielo:
Ese filósofo de grave aspecto y de venerable
barba blanca encuadrando im rostro de ideal pu-
reza, ese santo de frente cargada de pensamientos
albos y de fulguraciones castas, ¡es un avaro y
sórdido vendedor de carne femenina!
Ese aspecto de ideal ascetismo encubre la rapaz
miseria del corredor de mujeres bellas...
Porque ese de la barba de armiño, luenga y se-
veramente peinada, vende al mejor postor mujeres de
todas clases, de todas razas, de todas edades.
Es un admirable comisionista en la trata de carne
viva de mujer...
Entiende su negocio maravillosamente y és un
conocedor práctico y sutil de «su especialidad».
Ni el más hábil comerciante en yeguas finas es
capaz de poseer toda la práctica y también toda la
teoría de este mercachifle encanecido en el tráfico
Üe mujeres de venta: vírgenes, tiples ó bailarinas.
Los piratas del ioukvard 9 ,
''•yvszy ■ • : " . ' ■ ,J^>
Í30 kÉRIBERTO trías *
Conoce el género á primera vista. Es de una saga-
cidad pasmosa para descubrir en cualquier serrallo
del más vil lugarejo, á la «hembra-perla», á la que
promete, á la que puede «dar mucho de sí».
Es un chalán casi mágico. Conoce al primer gol-
pe la edad, el estado sanitario, las mañas y las cua-
lidades de cualquier hembra de compra ó venta que
le presenten.
Su fallo en este sentido es inapelable.
Respecto á las potrillas ó potrancas recién llega-
das, melindrosas ó bisoñas que no conocen aún el
oficio, ni saben de freno, ni se conoce si servirán para
«silla» ó para «tiro», el venerable anciano es una
maravilla extraordinaria; las educa perfectamente;
las amansa y las adiestra conforme á un método
secreto y de uso exclusivo suyo infalible...
¡Caramba! ¡Vaya si las deja como una sedita!
Le consultan todas las traficantes en el mismo
arte, comercio y oficio, desde la más encopetada
«ama de cría» hasta la última insignificante Celes-
tina ó el «Correvedile» cualquiera de cualquier Aca-
demia de baile!
Para poner nombres y «alias á las yeguas huma-
nas»— como él en su lenguaje pintoresco les llama-
se pierde de vista el chalán.
«Alias» que él pone nadie se lo quita á la hem-
bra «honrada» por él... porque ¿qué honra mayor
puede aspirar que tener un «alias» semejante á algo
como un «título de cartel»?
Tiene por discípulo aventajadísimo á un ilustre
mozalvete cojo, á quien pintaré próximamente.
Ved al ilustre personaje encanecido por lustros
de abominable tráfico de carne viva de mujer; vedlo
con su luenga barba blanca de profeta y su frente
cargada no de pensamientos puros sino de infamias
abyectas... Vedlo como en el «boulevard» conoce á
todo el mundo... y como sus ojos voraces desnudan á
las mujeres honradas que no adivinan... y más vale
así... que un viejo demonio las ha profanado!...
"f^---
XXXIV
La cómplice
— ¡Pero es el colmo de la monstruosidad y del
absurdo el que la madre del esposo engañado solape
las infamias de la esposa adúltera y se convierta en
la cómplice más segura del crimen, por fortuna, tan
raro en México!... ¡No, no, eso no puede ser cierto,
es demasiado, debe haber calumnia! ¡y qué ca-
lumnia!...
— Así pensé yo también cuando me lo contaron...
pero tuve que rendirme á la evidencia de la reali-
dad; mas no para indignarme, sino para enternecer-
me, porque el drama, más que criminal, es patético;
la madre cómplice de la adúltera que engaña al hijo,
es admirable por la abnegación, y sublime por el
dolor qué calla...
Usted sabe que en todas estas sombrías historias
de adulterios, el esposo es el único que ignora el
caso... ¿Quién va á decirle la verdad?... Pues bien,
aquí la madre á que me refiero, no sólo no quiso
hablar de su ruina al pobre hijo crédulo, sino que
ocultó las liviandades de la esposa, la cuidó, no por
esta misma, sino por no amargar inútilmente la vida
de su adorado hijo... la existencia muy breve, como
al fin lo fué, del triste enfermo... ¡Oh, esta es una
historia para hacer gemir á las piedras!...
El era un buen hombre, como casi todos los ma-
ridos engañados — eso es viejo y clásico, — había he-
•cho su pequeña fortuna valientemente, como inge-
niero audaz al servicio de una compañía americana,
que lo envió á las sierras del Estado de Sonora,;
donde luchó contra el desierto, que es malo, contra,
los indígenas ignorantes y fanáticos, que suelen ser
peores. Venció. Hizo exploraciones mineras fructí-i
feras, acopió datos, los agrupó y llevó una riq;uez^
*«?*■
132 HERIBERlO FEÍAS
á la compañía, que hubo de ser relativamente gene-
rosa con él.
Y digo relativamente, porque él había dejado
ten las esperanzas de la Sierra Madre lo que no se
paga con todo el oro del mundo ni con todos los ho-
nores : la salud... ¿ No le parece á usted que son de
causaí lástima todos esos desventurados que se obs-
tinan en una conquista de fortuna metálica, para
que al obtenerla se encuentren pobres de salud, indi-
gientes de alegría y de tranquilidad? Vuelven ricos
de dinero, pero exhaustos de cuerpo y de alma, in-
capaces de disfrutar del cúmulo de bienes que pro-
porciona el dinero al que está sano...
Llegó agotado, enfermizo, roído el estómago por
incurable dispepsia, reumático, hecho una miseria
humana, una ruina precoz...
La madre, solícita lo esperaba... Anheló con toda
su alma endulzar la mísera existencia de su pobre
hijo. — Es preciso que te cases — le aconsejó — con una
buena muchacha, una que sea pobre y capaz de ab-
negación, de ser tu constante enfermera. Tú has
descubierto minas de oro en la Sierra para enri-
quecer á la compañía y yo he encontrado una mina
de ternura para enriquecer nuestras dos almas. .<
Esa mina es Juana ¿ te acuerdas, la hija de Don An-
tonio ?...
Los casó. Y sucedió el drama. Hay que insistir —
en atenuante de la muchacha — que él estaba más en-
fermo que nunca, envejecido y por supuesto triste...
¡pero la adoraba!...
Pues bien, cuando la madre supo la traición, hubo
una atroz escena. — Usted sabe que en las poblacio-
nes cortas como Tlálpam se conoce todo, aun lo
más íntimo. Dicen: la adúltera prometió enmendar-
se... ¡ay! pero fué «la enmienda del borracho»; «el
que ha bebido, beberá», y «la que ha pecado, peca-
rá»... Volvieron las traiciones... todo Tlálpam, todo
México lo supo, y acaso, tornaron también las es-
cenas entre la madre desolada y la adúltera arre-
pentida, sinceramente, tal vez, las primeras veces,
después convencida de que contaría en lo de adelante
fpn una cómplice admirable... Porque ya usted lo
i
r
-if^-H-ÍX ■^■. ■• ■ •T^fT-,.- ."•^T.
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD ' 135
habrá comprendido, el hijo ignoraba todo, gracias,
entre otras cosas, al cuidado con que la madre ro-
deaba las liviandades de la esposa!... ¡Quizá in-
fluía también un poco el remordimiento de la des-
venturada anciana de haber escogido ella la novia I
Desde entonces fué bien sabido que si la perversa
criatura se mostraba imprudente y descarada, era
porque tenía una cómplice, porque la misma madre
vigilaba porque el hijo ignorase aquéllo... Ahora se
imagina usted la novela de dolor y de desesperación,
de vergüenza y de remordimientos que viviría la
infeliz, agitándose en torno del adulterio enteramen-
te renovado con que se infamaba á su hijo, cuya;
vida protegía contra la verdad, la cruel verdad que
ocultaba con tanto cuidado. ¿ Ha imaginado usted
nunca drama más cruel y más siniestro?... Pues ya
ve usted como eso apenas es creíble, por parecer el
colmo de la monstruosidad y del absurdo; es, na
obstante, muy por el contrario, un silencioso Gólgota
maternal.
XXXV.
El Gato
Rostro de gato y alma de zorro. Sus ojos redondos
de pupilas verdosas fácilmente dilatables, inteligen-i
tes y melosas, melosas y suaves como de fino tercio-
pelo en que la luz prendía adormecedores reflejos,
eran de una admirable expresión felina. Pero aun
más todavía sus ojos, la boca abultada y la chata
nariz, empinándose difícilmente sobre los siete pelos
erectos y alumbrados del bigote, completaban el
ladino aspecto gatuno de aquella faz un tanto abota-
gada por el insomnio y la crápula.
Así, pues, á juzgar por la simple apariencia, su
alias de «El Gato», estaba plenamente comprobado.
Mas sus costumbres, sus mañas eran de zorro: un
zorro borracho y hablador, es decir, un monstruo.
El gato solía pasar en la Cárcel de Belén delicio-
sas temporadas de treinta días, durante los cuales re-
paraba los desastres de su ropa y de su cuerpo,
viéndose obligado á abandonar la vida de perpetua
orgía, la vida nocturna que arrastraba entre figones
y hoteluchos, cuchitriles non sanctos en descomuna-
les «parrandas», con gente de la peor ralea, á la
que entretenía con sus canciones obscenas y sus cru-
das anécdotas.
Durante el día era «mendigo decente»; durante la
noche, payaso indecente, cirquero, pobre diablo cu-
yas suertes mejores eran beberse de un sorbo un
cuartillo de mezcal y quedar tan fresco...
Era un maravilloso fenómeno de resistencia: pa-
recía inverosímil que el desenfrenado truhán, que ro-
daba en las noches por los peores barrios sus carca-
jadas y canciones escandalosas, fuera el mismo que
al día siguiente, á eso de las once, vistiendo la le-
yita raída y el sombrero de bola del mendigo ás
■^■■f'"\!■='yTr '
LOS PIEATAS DEL BOULEVARD 135
Sglesiá aristocrática, merodease con desolado aspec-í
to por Santa Brígida la Profesa.
Era de los que se acercaban discretamente á
cualquiera dama enlutada, á alguna buena señora de
aspecto ingenuo, cuando no á una joven de casa rica,
de esas que no saben ni pueden saber la diferencia^
que hay entre la miseria y el vicio, entre la indigen-
cia anónima y la desvergüenza que pide limosna;
se aproxima á su víctima y con una destreza finísima
de exquisito arte dramático, soltaba frases entre-?
cortadas «por la mortificación y la pena», relatando
en sabios fragmentos una historia patética.
A veces aparecía como un veterano víctima de las
envidias de los jefes que habían sido sus subalternos
y que «por dignidad y orgullo» mejor pedía limosna á
una persona tan noble como aquella á quien ha-
blaba, que humillarse á solicitar una colocación á
un canalla de los que ocupaban elevados puestos.
iY, naturalmente, esto lo adornaba el Gato con de-
talles tristísimos: la esposa tendida, uno de los hijos,
el mayor precisamente, inválido por un choque de
trenes, etc.
Profunda psicología desarrollaba nuestro felino
personaje al escojer sus sablazos. Clasificaba diestra-
mente á sus clientes en varias categorías : los tontos,
los dóciles, los sentimentales, los vanidosos y los
fanáticos.
— Unos «se caen muertos» con la limosna — decía
él en sus confidencias á sus camaradas en las horas
plácidas de la Cárcel — porque no se les moleste, por
egoístas que no quieren oir hablar de sufrimientos,
falsos ó verdaderos, que no gustan de quejumbres y
tratan de librarse «de uno»; otros creen que de veras
es «la cosa»; los farsantes por el orgullo de dar eni
público, de tener un pobre á quien proteger, y los fa-
náticos por miedo al infierno ó por espíritu de lucro
celestial, recordando aquello de que Dios les da
más — ciento por uno, según cálculos fidedignos. —
Estas especies de clientes se encierran en dos: co-
bardes é imbéciles; — él decía palabras un poco más
enérgicas, pero inescribiblcs.
.Cuando p,qr sus escándalos, sus timos de la dig-!
-rjasp»-
1S6 HEEIBERTO PRIAS
tildad que pide limosna, «caía en Belén» el desáitá-í
pado Gato, enflaquecido, yunque hinchado por el
exceso de aguardiente y la falta de pan, entraba en
Una etapa de rejuvenecimiento: los «presidentes» ca-
pataces de los presos se lo disputaban para que les
hiciese sus memorias, ó cartitas de amor, ó cancio-
nes...
En las noches entre cigarro y cigarro y sorbo y
sorbo de café, en la enorme galera rumorosa, ca-
liente, turbia, en las largas noches de la Cárcel, es-
cuchándose á lo lejos el alterno alerta de los centii-
nelas y los dobles lamentables de las campanas, el
Gato contaba sus aventuras y desventuras, enrique-
ciéndolas con ima facundia de detalles cómicos y pi-
cantes, que solazaban de lo lindo á sus oyentes apre-
tados en torno, en respetuoso y atento corrillo.
Estas consideraciones y labores, le valían vestir-
se de nuevas carnes y de nuevas ó casi nuevasi
telas, y al mes, el digno «Gato» salía hecho un prócer,í
dispuesto á gastar sus ahorros en francachelas y
á esgrimir con más discreción y tino su gran sable
de abordaje en el Belfo propicio del boulevard, en-
tre los escollos de las cantinas y las ensenadas de
las iglesias aristocráticas.
•^I5!!r?'7^:
XXXVI ; '
Las inseparables
Ella, la alta y de talle fuerte y erguido, es toda-
vía una hermosa mujer, una soberbia y real hembra.
Está en el delicioso otoño de la vida femenina, y
ídan testimonio de que aun no se extingue en ella
el fuego de las pasiones, sus ojos, sus grandes ojos
negros que parecen dos ascuas de lumbre viva.
¡Y qué ademán de altiva fiereza es el de la alta
señora, que rara vez desciende de su coche!
Desde su asiento pasa revista á la muchedumbre
iqüe se codea en las aceras de las calles de San Fran-
cisco y Plateros, del Refugio y de la Independencia.
Y los buenos mozos que ya conocen los relám-
pagos de aquellos ojazos apasionados, dicen, estre-
mecidos de lujuriosa emoción al columbrar á la es-
pléndida mujer:
— ¡Ahí van! ¡Ahí van!
— ¿Quiénes? — suele preguntar algún novicio en los
secretos tesoros femeninos que pasean por aquellas
benditas calles boulevarescas.
— ¿Cómo quiénes?... ¡Las dos! ¡Las inseparables!
La activa y la pasiva.
Porque hay que advertir que la soberbia mujer de
fiero ademán y ojos como ascuas, jamás pasea sola.
Tiene una amiga, una inseparable y fiel amiga,
iqüe si fuera de su estatura, parecería su sombra, á
fuerza de ir siempre juntas.
La que acompaña á la gentil hembra es también
Una bella criatura.
Es vivaracha, pero sumisa, pequeñita, nerviosa;
íie cutis moreno, tostado y ojos verdes obscuros que
f,i'-'i-'f::^T'--
188 HERIBERTO FRlAS
también echan chispas. Su pelo, siempre peinado
en bucles cortos, le da una gracia perversa al ros-
tro de diablillo.
Viste con la misma elegancia que su amiga. Las
dos charlan y rien mirándose recíprocamente con
¡aquellas sus pupilas cuyos fulgores chocan como
dos aceros...
Una amistad entrañable une estrechamente á las
dos amigas, á las dos guapas amigas que suelen pa-
sear sus hermosuras en un automóvil de lujo.
Por eso en el boulevard se les ha bautizado con el
nombre genérico de las «inseparables».
* *
' ¿Quiénes son?... ¿De dónde vinieron?... ¿Cómo
viven?... ¿Qué sociedad frecuentan? y ¿qué socie-
dad las frecuenta?
Estas preguntas hechas con palpitante entonación
erótica se hacen muchos pobres diablos, que al
verlas vestidas con ricos trajes y engalanadas con
finas piedras auténticas, pierden la esperanza de
aproximarse personalmente á las bellas «insepara-
bles».
Pero algo, algo se sabe de ellas... , . .
*
Dícese — sotto voce, por supuesto — que la alta,
la del soberbio ademán de princesa, es esposa de un
rico hacendado que hoy viaja por Europa y que está
separado de su bella mitad, precisamente «por eso»...
«¿ Por eso ?»... «Por eso», por la amistad entrañablq
que desd« ha mucho la une á su linda compañera,
á la vivaracha morenita de bucles cortos y negros,
la del rostro maligno de diablillo recién escapado
del infierno para tentar vestido ricamente de mujer,
á los hombres...
Sí. Cuéntase entre excitados camaradas de copas,
que al tmen. hombre, fspeoso, de la real hembra, nq
^, ■: .■ ■ ._T>r"!^j^.<-T5^^«;-^ni^r
LOS PIRATAS BEL BOULEVARD 139
le pareció de perlas la armstád de su señora por la^
travesilla amiga...
Su intimidad era... demasiado íntima... ¡Juntas!...
«[Siempre juntas!» — parecía ser el tema que se ha-
bían jurado cumplir ambas.
Y... ¡caramba!... Eso de no separarse «absoluta-
mente» para nada... pareció excesivo al legítimo con-
sorte.
Y hubo naturalmente explicaciones, sus querellas,
y por fin, la separación.
— O yo ó tu amiga. Elige — gritó al fin el esposo
en un arranque de energía.
Y ella eligió la amiga. Del esposo admite sólo
el dinero.
*
* *
Las dos pasean triunfalmente su mutuo amor y
parece que gozan exponiéndolo al público, orgullo-
sas de no necesitar ni del dinero ni del amor del hom-
bre. Porque para ellas un esposo no es un hombre.
Sin embargo, hay quien asegura que no podrían
ostentar tan suntuosos trajes, ni engalanarse con
gemas de alto precio, si no transigieran á veces
con las pretensiones de algunos proceres que las
ablandan con soberbios presentes.
Y se agrega que cuando no aparecen en el bou-
levard, es porque están momentáneamente separadas.
*
Así pues sé explican muchos los eclipses de
esa estrella doble de lindas mujeres que gozan pa-
seando con orgullo triunfal su intimidad entrañable,
su volcánico amor de voraces almas femeninas que
desprecian al hombre, sabiéndose crear sin él, un,
paraíso de amor sáfico.
í"5^: ■•■■-- •-" ■• ^J'W^
XXVII
Una áspera vieja fué la maestra de esas lindas
pasteleritas famosas en la Avenida de San Fran-
cisco.
¡Increible parecía que aquella anciana tan brus-
ca, tan biliosa y tan áspera, pudiese haber conquis-
tado á la villa entera!
Dominaba en el pueblecillo de San Juanico, cual
una reina despótica, indiscutible. Ni el mismo cura,
ni el propio Subprefecto, pariente muy cercano del
Gobernador del Estado, tenían la respetuosa sumi-
sión del villorrio, ni gozaban de tanta simpatía
y tan franca y espontánea popularidad.
Paréceme verla aún, alta y seca, fiero el ceño
de su rostro enjuto y velludo, cuyo aspecto varonil
era un contrasentido en la beata señora; paréceme
estarla contemplando, siempre envuelta en su gran
tápalo verde-negro en una lejana época — y su ena-
gua de merino, verdosa también.
No obstante su avanzada edad, marchaba siem-
pre de prisa, muy erguido el busto, pisando fuerte
y hablando con voz agria y dura, en la que ponía
toda la bilis de un incurable mal crónico, que pa-
decía desde tiempo inmemorial, desde la época en
que admiraba á Su Alteza Serenísima.
Aquel rostro de vieja regañona, que se permitía el
lujo de increpar al Subprefecto de San Juanico,
y de corregir los sermones del cura, era, no obs-
tante, la gloria más legítima y más justamente en-
vidiada de la localidad.
¿Y como no, si tenía el monopolio de una pro-
funda ciencia, que ciencia era entonces y de lo más
selecto?...
No había de ser ciencia el prodigioso cúmulo de
recetas que para hacer todo género de dulces, bizco-
'^ • .-■•>^-"Vr;7C •
LOS PIKATAS DEL BOÜLEVARD 141
clios y pasteles, poseía la bienaventurada Doña Mer-:
ceditas ?
¿ No había de ser ciencia aquéllo, cuando aun-;
que otras se apoderasen— por medio de males artes^
de las tales recetas, al poner en ejecución las bellas
teorías, resultaba que «conservas», «jamoncillos»^
«guayabates» ó lo que fuese, no contenían ja-
más, ni siquiera la comparación, con lo que Doña'
Merceditas preparaba ?
Vamos á ver, ¿ qué bizcochos prefería para el
chocolate el Señor Obispo de Querétaro, S3gún pú-
blica voz y fama, sino los que aderezaba en San
Francisco la ilustre señora?
¿ Los canónigos de la Colegiata de Guadalupe no
se pirraban por los «condumbios» que ella única-
mente sabía preparar, según antiquísima y respe-
table tradición?
Y es que Doña Merceditas había pasado toda,
su juventud, — que joven y muy bella, por cierto, fué
en otro tiempo, cuando Dios quería, — al lado de
monjas, que no por ser muy piadosas, y á los éxta-
sis místicos aficionadas, dejaban de estar adheridas á
este mundo terrenal y corrompido por hilos y la-
zos tan dulces y sutiles, cual si de cajita de leche
fuera la materia prima de su integridad.
¡Sólo Dios sabe todo lo que la alta y tiesa señora
aprendió en tan luengos años, como pasó en los más
afamados Conventos de Querétaro!
De allí aquel arte suyo para condimentar bizco-
chos que han pasado á la leyenda y que hoy sólo sa
conocen por venerables tradiciones de familia; de
allí ese golpe de vista genial que forma la gloria, lo
mismo de los grandes estratégicos, que de las mara-
villosas cocineras !
Después de las Leyes de Reforma, — ¡ay de quien
osara remover los recuerdos terribles en Doña Mer-
ceditas!— después de la exclaustración, ella, la sir-
vienta humilde, se ensoberbeció, y alta, brusca, agria
y biliosa, dióse á recorrer la República, dejando
tras sí una estela de admiración.
{Pero ay! en ninguna parte se podía soportar el
carácter de basilisco, que pretendía en sus sangui-
??T'
142 HERIBERTO FRÍAS
nolentos ojos, chispas que parecían salir del mismo
infierno y no de un pecho cubierto de escapularios y
sagradas y milagrosas estampas. '
Doquiera se le abrían las puertas y á donde iba
«iba su fama con ella»...
¡Buenos estaban los canónigos para dejar perder
la pista á quien surtía de sabrosas «puchas» quere-
tanas sus despensas!
Hasta que, por fin, por mal de los pecados del
vecindario de San Juanico, según unos, y en pre-
mio de la devoción cristiana que le era caracterís-
tica, según otros, y éstos eran los más, Doña Merce-
ditas, sentó sus reales en mi pueblecillo natal.
« — Aquí está Dios, — le dijeron. ■
' ' Y pensó — no hay más allá.» ;
Y desde entonces ella «se creció» más aunque las
cocinas en que ella entraba quedaban desde luego
consagradas, y las familias que daban asilo á la
alta y seca Doña Merceditas, recibían algo así como
un nobilísimo privilegio y gran favor.
A nadie saludaba, no amaba á los niños ni los
niños la querían, incapaces de admirar el prodi-
gio de sus conservas y pasteles, tenía conciencia de
ser en la tierra una representante de la Voluntad
Divina, que debía ser adorada y bendecida, cual
una Santaj, y he aquí por qué aquel ser verdaderamen-
te extraordinario había dominado, orgulloso y úni-
co, á la villa de San Juanico.
Pero el dinero todo lo vence; un empresario fran-
cés le envió algunas muchachas para que les diera
clases de repostería, y he aquí porqué esas lindas,
pasteleritas del boulevard resultaron tan aptas.
.v-,j^.,:f„.^- - \ -IW
XXXVIII :
Un paladín solitario
Me miró fijamente al fondo de las pupilas; se
retorció el bigotillo gris, y decidido al cabo, soltó
su confesión. Y acaso por primera vez en su vida
fué sincero. Desnudó la miseria de su alma altanera,
egoísta y envidiosa, y al contarme sus crímenes y
vicios detalló las torturas de su propio castigo.
Me dijo: — Esta soledad mía, este aislamiento ab-
soluto, son la causa de mi tristeza incurable, sin
término y sin misericordia... Pero también forman,
mi orgullo... ¿ El orgullo de un impotente, dirá us-
ted?... Crea lo que quiera... Estoy solo... mis ami-
gos— mejor dicho, mis examigos, — antiguos camara-
das de orgía, de labor, de miseria y de ensueños,
me han dejado. Como dice la vieja canción: «unos
se han muerto, otros se han ido», y yo digo: ¡vayan
todos al diablo!... Amo el recuerdo de los amigos
muertos, de los que sucumbieron al pie del cañón —
y señaló su copa — y odio á mis amigos idos... ¡Tráns-
fugas! se han convertido en patriarcas; se han ca-
sado; tienen esposa, hijas y negocios; se levantaní
temprano: beben chocolate después, ¡eUos que sa-
ludaban conmigo el nuevo día con un gran bok de
cerveza cuando no divino ajenjo !... Me insultan con
su felicidad... Bien se conoce que no sufren; pien-
san en sus hijos, en su mujer y en el dinero! ¡bur-
gueses!... No, no puedo perdonarles su traición...
Viven limpios, hacen negocios, ganan dinero, com-
pran juguetes y dulces para sus cachorros y en-;
gordan!... De la antigua legión bohemia sólo quedo
yo... Yo, yo soy el único representante de la vieja
falange; el único que ha quedado con talento y dig-
nidad soy yo!...
Para mí no son ahora sino fantasmas, obesas ca-
jricaturas ridiculas de aquellos gallardos mozos ¡a^-
'■Ja"."
144 HEBIBEBTO FRÍAS
tístas... En vano, en ocasiones, los llamo á la chaf-
la de un tiempo, alegre, picante, substanciosa, aguda:
á hablar de los compañeros, á burlarnos de los
principiantes y á desnudar á las esposas y queridasi
de todos, frente al vientre propicio del cantinero,
delante de la copa llena!... en vano!... se han casado
y beben agua! perjuros, cobardes!... ¡temperantes 1
Bebió un nuevo trago y continuó, entre cómicoj
y sombrío, con ironía y rabia: — Se han alejado dei
mí; ya son otros... ¿qué puedo esperar yo de estos
pobres exjóvenes y exartistas ?... Ño, no tienen ta-
lento, no tienen dignidad, no la pueden tener quie-
nes no producen ya sino hijos y dinero... ¡Pensar*
que estos mismos bebían ajenjo y charlaban con,
igual donaire de los malos poetas y de las alegres
mujeres, éstos que hoy comen dulces y beben agua !..^
¡degenerados !
Yo recogí el estandarte de la tropa bohemia en
plena deserción... Soy el abanderado^ del Ideal y del
Honor... por eso estoy solo...
Púsose serio. Abandonó un tanto el acento de
mofa con que parecía burlarse de quienes hablaba
y de sí mismo — brillaban sus ojos con fulgor de
embriaguez y de melancolía — y dijo:
¿CasarmiC?... estoy demasiado viejo para arriesgar
tanto... Entonces no quise casarme, porque nunca
creí hacer un buen negocio inmolando mi hermosa
juventud... Me encerré en la torre de marfil de un.
sabio solterismo... no quise transigir, no me atreví á
desertar... No; y lo confieso á usted que me asal-
.tan súbitas cobardías, deseos de «aburguesarme», de
embrutecerme como los imbéciles esos, en una casi-
ta con macetas, pájaros y niños, echando grasa y di-
nero, en bata y con pantuflas!... ¡cochinos!... Cuan-
do veo su felicidad siento ira y envidia! No hay
desesperación mayor que sentirse desventurado cuan-
do otros gozan.
Por otra parte, vea usted, yo considero que, bien
j>odría, sin comprometer mi dignidad, abur^^uesarroe
W'^'^TTr --- - ■ SPí' .
■ tas PIRATAS DEI. BOÜLBVAED: Í45
fambién y hasta casarme, tomar mi chocolate ma-
tinaJ, mi comida á medio día y en las tardes regar
mis macetas, en tanto que alborota la turba de «bam-
binos» á la salida de la escuela...
¡Oh! sí, debo confesarme de esa infamia... me
tienta un diablo adiposo con gorro de dormir, di-!
ciéndome :
— ¡Cásate; multiplica la especie, ama á los niños,
á los pájaros y á las flores, no en los versos de los
libros, sino en la vida, en la tierra, en la casita pro-
pia!... ¿Dónde está la esposa?... Es tarde, amigo mío,
muy tarde... Yo quisiera una linda y sana muchacha
de algún poblacho del interior de la República, in-
genua, de escasa intelectuahdad y mucho corazón...
pero soy viejo ya... Es tarde!... Y además, ¿quién
tomaría entonces en sus manos el estandarte del
Ideal y del Honor?...
Estoy condenado á nutrirme en mi tedio, á beber-
me mi bilis; á vivir en mi propio jugo de hiél y de
orgullo...»
Calló, vacilante, como arrepentido de haber sido
sincero; mirándome sombríamente al fondo de las
pupilas.
Le compadecí.
tos piraias del houíevard 10
jy»-/-- '•■•■'•■ .',57^
XXXVII
Una para Dios, otra para el diablo
Diálogo frente á la «Esmeralda»:
—¿Y Rosa?
— ¡Ni me hable usted de la pobre! La otra tar-
de la vi escandaloisamente elegante en los toros,
risueña, un poco ebria, echando lumbre por sus
divinos ojazos negros, entusiasmadísima, al grado
de haber lanzado al redondel el abanico' y hasta
el... portamonedas...
— ¡Parece increíble! ¿Y quién la «tiene» ahora
en México ?
— ¿ Quién ? los que quieren y pueden... i ningu-
no y todos!... ¡Hasta á esa ruina ha llegado!... y
lo peor es que no hace dos años que su padre se
enorgullecía de ella allí mismo, en ese México' á
donde iban á pasear todos cuando las cosechas eran
dignas de la hacienda. Murió el buen hombre y
vino la catástrofe no ha tiempo, como en la
comedia antigua sino con mayor precipitación: en
uno de esos desmoronamientos en que desaparecen
enteras las familias... porque, la otra hermana, Emi-
lia... Ah ! ¿ no la conoció usted en Guadalajara ?
— |Cóm,o no!... la más alegre y la más joven,
y tal vez la más bella... ya, ya me imaginO'. ¿ Ca-
yó primero ?
— Sí, señor ; usted lo ha dicho : cayó primero ; pero
á otra parte...
— ¿ Murió ?...
—No ha tenido esa fortuna: Está...
— ^¿ Loca ?
— Perdidamente mística. Es casi monja en un
claustro peor que los antiguos conventos ; vive en-
cerrada en una casa solitaria de Puebla, prisione-
ra la bella Emiha de una tía terrible que la ha
fulminado con su devoción negra y triste; con esa-
f" ^-í-*^' .^y: ' ^- •^~:^ ^ .^^ ;7^1^^*^!^ef^'
LOS PIEATAS DET. BOULEVAHO 14?
devoción terrorífica en que abundan las palabras
«cólera del Señor», «condenación?), «infierno», <«ie-
monio»... y la pobrecilla, antes tan alegre y viva-
racha, no ha podido resistir, y como lo oye usted,
es una verdadera monja! todo el día como en la
Salve, «gimiendo y llorando y rezando...»
— j Pero eso es atroz... ! De suerte que una Ro-
sa prostituta y la otra mionja; oh! y cómo puede
ser la doble desgracia?
— Nada, que aquí una misma cosa produjo dos
efectos diferentes. Vea usted, su padre, viudo rico,,
campechano, botador, supersticioso y renegado' al
propio tiempo; á quien se le indigestó el Víctor
Hugo revuelto con Pérez Escrich que leía en las
veladas de su hacienda, cambiaba bruscamente de
opinión y había educado á sus hijas mtiy «al caer»,
muy «á ojo de buen cubero»...
Ya le daba por la sujeción monacal y las man-
daba á Puebla con la tía; una soltera que jamás
supo lo que es el amor ni la alegría; que, sin duda,
nunca fué joven ; que debió haber nacido vieja,
larga y seca como es hoy, como siempre la he
conocido, ó ya, de repente, las enviaba á México
que conocieran el mundo, á que se les quitara «lo
payo» yendo al teatrOi Principal ; al «Género chi-
co», á los toros... Sé muy bien que el excelente Don
Guadalupe quedaba muy orondo con estas varias
expediciones de Emilia y Rosa!... y este hombre
que tan mal sabía cuidar á sus hijas, era un gana-
dero de fama en todo el Bajío, p>or lo bien que
sabía la ciencia de tener sanos á sus animales!...
Me acuerdO' que solía decir cuando alguno le hacía
observaciones acerca de la educación singular de
as pobres niñas :
— ¡ Es bueno que conozcan de todo, por eso las
nando unas semanas con Dios y otras semanas
con el Diablo!
O si no, contestaba:
— ¡ Que hagan lo que quieran, que Dios las cuide ;
[para qué preocuparme? «el que es perico donde
luiera es verde», y otras verdades y mentiras por
íl estilo, ¡Y prensar que ese buen corazón, tan mal
148 HERIBERTO FRÍAS
educador de sus propias hijas, hubiera estallada
de cólera si alguien osara decirle que mejor le fue-
ra tratándolas con el mismo sistema con que cria-
ba á sus reses!...
Agregue usted á esto el carácter particular de
cada una de las guapas chicas. Emilia, tímida, ner-
viosa, tan fácil para la alegría co-mo para el llan-
to, de una pasta dulce y maleable; Rosa, altanera,,
caprichosa, espléndida y derrochadora como su pa-
dre y, como él, trufada de aventuras novelescas,
de supersticiones y lirismos, fatalista como un ju-
gador, como un aventurero y con una fantasía des-
mesurada sobre un corazón bondadoso, incapaz de
negar nada, ni su carne, su linda carne, á quien
bien supiese pedir. Y mire usted, ninguna de las
dos es mala: se querían bien, cosa rara, y hasta en
asuntos de interés pecuniario, fueron excepcional-*
mente fraternales.
Pero vino la muerte repentina del padre, intes-
tado, en desorden sus negocios, lleno de deudas,
todo enredado en asuntos de compra y venta de
ranchos y ganados... Y nada, amigo mío, al caos,
la catástrofe, una maraña de todos los diablos.
Y luego, peor que todos ellos, la tía beata lleván-
dose á las dos al caserón solitario y claustral, don
de principió contándoles que su padre estaba en
el infierno y era fuerza vivir en penitencia, ya que
no para sacarlo, al menos para no seguirle á tan
mala parte.
Rosa se sublevó, al fin, estallando indómita, col-
gándose del brazo de un guapo «rural», ¿ Se acuerda
usted ? »
Y su hermana Emilia cayó en el misticismo triste;
en la devoción negra, desvanecida; sin duda, ate-
rrorizada por la idea de su condenación eterna
Con que no le extrañe á usted haber visto á la
pobre Rosa la otra tarde en los toros, escandalosa
mente elegante, un poco ebria, risueña y tan «en
tusiasmada» que arrojara al redondel no sólo e
abanico, sino hasta su portamonedas!...
Y he aquí cómo esa diabólica mujer es herman:
(Üe una santa.
XXXVIII
La derrota de Josefina
I
La coqueta Josefina, tres días antes de la fiesta!
de su santo en un orgulloso' alarde de poderío, dijo
a sus «mejores amiguitas» :
— ^¿Conque ustedes no quieren creer que yo esté
entreteniendo^ á «tres» á un tiempo ? Pues les voy
á demostrar que son ahora cuatro los que han caído.
Tendré el gusto de enseñarles el día de mi santo
las cuatro cuelgas de mis cuatro novios actuales;
sin contar con las de los pretendientes á novios.
Rieron, admiradas, las buenas amigas, de la osa-
día de Josefina, envidiosas unas, otras incrédulas.
Pero todas en su fuero interno convinieron en que
aquello era el colmo de la desvergüenza... ¡Cua-
tro novios á un tiempo!... ¡Eso era demasiado!
No era tanto la cuestión de númeroi lo que las
intrigaba, sublevando más ó menos sinceramente la
probidad sentimental de sus corazoncitos, sino el
asunto de tiempo... Cuatro novios en cuatro meses,
por ejemplo, no hubiese significado nada, pero...
¡á un tiempo!... El reto fué aceptado tácitamen-
te por las envidiosillas ó incrédulas camaradas de
la coquetuela gentil que se daba tamaños lujos, y
no sin zozobra interna quedaron á la espectativa
de la fiesta de san José, en que habrían de pre-
senciar el triunfoi de Josefina.
II
Era esta niña una rosa abierta precozmente á.
la vida de intriguillas y de noviazgos de palabra,
á quien sus padres y los amigos de sus padres ha-
^ígil dicJ^P líasta &l fastidio, si ^s j^ue «e^tft pue49
^^ '
150 HERIBERTO PRlAS
fastidiar alguna vez á una mujer, qué era un ángel.
OElla, naturalmente, lo creyó, y creyó que era mere-
cedora de todos los homenajes que le rendían, y
aún más. Juzgó que un ángel vale más que una
reina, y quedó contenta. Supo que sus mejores «ami-
guitas» tenían un novio cada una; y ella quiso tener
muchos, sin comprender muy exactamente para
qué podía servir un novio... pero eran tan lindas
las cartitas amorosas que le leían sus compañeras
de colegio, que quiso tener entre sus colecciones
■de sellos postales y tarjetas ilustradas, una de car-
tas como esas, retratos de novios y... novios autén-
ticos. Poseyendo una cara bonita, una boca que
sabía reir con suma gracia, y los más pudibun-
dos ojos que puédanse imaginar, fácil le fué á nues-
tra heroína herir más corazones que caprichos le
habían cumplido sus padres. Las cartitas llovieron,
discretamente, como el más extraño y perfumado
granizo, henchidas de juramentos de infinita pa-
sión. Y á todos contestó, dando esperanzas á todos.
III
A solas en su recámara azul la señorita mimada,
escribía la víspera del día de su santo, cuando
entró Adela, <da mejor» de sus «mej'ores amiguitas».
Después del beso recíproco, exclamó Josefina:
— Llegas á tiempo, me vas á hacer el favor de
ayudarme á ponerles sus cartas... ¡yo escribo «tan
espacio!»... Además, ya verás cómoi vamos á reir
de «esos topos»... De común acuerdo convinieron
en remitir á cada uno una especie de carta cir-
cular, poco más ó menos del tenor siguiente:
«Corazón mío:
»Ha volado el tiempo y no sé de mí... Sólo tu
imagen flota recordándome que no puedo verte
como quieres y como yo quisiera: cada instante!...
Nada más los lunes podremos mirarnos... Mientras
tanto, como mañana es día de mi santo, envíame
mi cuelga sin desconfianza, pues se confundirá en las
demás. Tu Qbsec^uio .gerá. repres€jita.nte de tu per-r
6om,„ ■ '
•T«Wf^-''!3^'<
LOS PIRATAS DEL BOULEVARD 151
»lAh! no tengas celos de ese idiota desgracia-
do á quien me veo obligada á hablar, ni mucho
menos de los tipos ridículos que por aquí vienen;
luego ; son los novios de las tontas de Julia, Edel-
mira y Luisa... ¿ Por quién me tomas, alma descon-
fiada, que así ofendes á quien te adora? — Josefina.»
IV
Llega el gran día,- y mesas faltaron para colocar
todas las cuelgas enviadas al santo, que esta ve¿
era un ángel.
Pero Josefina apartó «angelicalmente» los cuatro
envíos de sus cuatro novios al lado de sus respec-
tivas cartas — bien ocultas— dispuestas para que sus
mismas amiguitas las abrieran, antes de que ella
lo hiciese, — refinado placer que se obsequió como
cuelga á sí propia.
— Vean ustedes — les dijo, mostrándoles el rincón
de la consola en que apartara las cuelgas de sus
novios — aquí están las de los cuatro... Vayan leyen-
do— y entregó á cada amigufta una carta, con re-
gia liberalidad de amazona victoriosa. Las cuatro
amigas soltaron la carcajada. He aquí lo que le-
yeron:
«Señorita: Aunque no dirigida á mí, sino en
la cubierta, he leído la carta circular, lo mismo que
leyeron mis amigos la suya. Gracias. Devuelvo á
usted «sus cosas». La conocemos. Esa es su cuel-
ga.— «Uno' de los cuatro»
V
¡Habían trastrocado la dirección en cada esque-
la !... Luis recibió la dirigida á Federico ; Ernesto,
la dirigida á Pedro; Pedro y Federico las de Er-
nesto y Luis !
-.'«nf^t.-
XXXIX ;
«El tapador» de cobre y la abertura de eno
Hará cinco ó seis años que entre lo más selec-
to de la crema boulevaresca, entre los más lindos
ejemplares de jóvenes elegantes, se destacaba im
«títere» de lo más gentil por su silueta admirable
y su torso de curva fina, acusada discretamente
bajo el paño del artístico jaquet.
El talle de aquel diablillo de jovenzuelo era lo
más encantador que poseía... Y eso que su bigotito
castaño rizado á lo Artagnan, bajo nariz borbónica
que hacía pensar en una ascendencia nobiliaria, era
también de lo más sugestivo que se puede ima-
ginar.
El material con que estaba hecha su boca exor-
nada con el susodicho mostacho, parecía azúcar, pues
el briEo de los acarminados labios del doncel se-
mejaba caramelo puro...
La gallardía de su andar era célebre... y como
bailarín en saraos más ó menos públicos y pri-
vados, no tenía rival.
Su fama era conocida en todos los círcidos so-
ciales desde los más bajos entre las hembras de
pelo en pecho, hasta los más altos entre los jó-
venes de la high-life más encumbrada...
Daba gusto verle bailar... ¡Qué sprit, qué dono-
sura, qué airecillo más travieso, qué ritmo el de
aquel su cuerpecito gentil 1
¡Y qué modo de conducir á la bailadora!...
No podía nadie ver al guaf>o mozo, sin convenir
en que con semejantes dotes personales, tenían an-
te sí un espléndido porvenir!...
iTjCkJo por su mpíjo de bailar! Lleg;ó 4- fPFi?}^
-"3RT-', " 'T?^~'!?fí!5
LOS PIRATAS DEL BOÜLEVARD 153
iesóuela y á tener una corte de admiradores y una
cauída de ¡discípulos!...
En cuanto á las discípulas... él sabía ir hacia
ellas con tal desembarazo, y con un deslizamien-
to tan fino, que sin sentir ellas se convertían en
fieles admiradoras del magnífico danzarín.
jAyl pero no todo era vida y dulzura para él...
Ni ellas podían contar con un profesor tan idóneo
para los saltos de compañía y al son de una mú-
sica placentera y mecedora, como la de los bailes
en mioda...
El digno dan2arín, el dandy del talle de avis-
pa, bigotito rizado y boca de caramelo... era po-
bre. Y, cosa rara: ¡solía trabajar!
Sí, trabajaba en un vil despacho, llevando ple-
beyos libracos y haciendo sumas no menos plebe-
yas...
Un hombre que viste tan bien, que posee una
tan distinguida hermosura física, y que tiene ade-
tnás el indiscutible méritO' de profesor de baile y
de galanterías «art noveau»^ no debe ser pobre... ni
ImiUcho menos trabajar.
Un beUo doncel, cuasi ideal, trabajando lépera-
tníente como un cualquier tenedor de libros ó depen-
diente de mercería, es un contrasentido...
¡Eso es propio de gente grosera ¡Ayl... y sin
¡embargo el danzarín del bello talle y de la dulce
boca, tenía que pasar algunas horas en viles la-
bores impropias de un «pirata de boulevárd»...
Así es que no todos los bailes podía concurrir,
con gran mengua del arte de Terpsícore y de su
fama como Pontífice del Wals de México... ¡ No
podía entrar á todos los palacios!...
Desdichada criatura, sujeta al cruel tormento de
no poder ser el arbitro de las dulzuras bailables üf.
a;^- :-'•
154 HEEIBEKTO FRlAS
los salones sólo por no tener un buen capital que
dilapidar.,.
*
* *
Mas, parece que la fortuna se enamoró de él...
y tomó á misión el protegerle...
I Le entregó una joven bella y rica!
¿Cómo fué eso?
Bien lo saben todos los honorables ociosos que
pasean por las avenidas céntricas y que guían sus
carruajes ó sus automóviles en la calzada de la Re-
forma y en Chapultepec...
El matrimcftiio fué rápido... de lo más rápido que
se puede imaginar... y' la joven rica al instante par-
tió con el exp'obre pretendiente y ya rico esposo rum-
bo¡ á iuna de sus haciendas de la que volvieron al po-
co tiempo... multiplicados... ; pues habían ido dos y
volvieron tres, gracias al bebé lindísimo con que
Natura (y un X) hizo obsequio á la pareja... (Des-
de antes de que se conocieran ellos, «ella» esta-
ba en cinta)... obsequio que las míalas lenguas ca-
lificaron de prematuro, pero que no hace al caso
tener en cuenta.
Aseguraron también que el Pontífice del baile
llegó muy á tiempo para que Natura hiciese el
regalo en su nombre... pero ello tampoco carece
de interés. Algunos llamaron al afortunado «el ta-
pador». ¿Por qué?...
El hecho es que... el joven que conocimos al
principio de esta minúscula novela, no anda ya
ímendigando entrar á los bailes, sino' que él los
dá en su palacio de la Colonia de Roma.
Que su talle ya no es de avispa, porque ha en-
gruesado im poco y que su boca no sabe acaso
á caramelo porque el acíbar matrimonial ha per^
judicado la juvenil azúcar de otros tiempos...
Hoy es ven señorón que pasea con más alto des-
potismo su enorme automóvil, pero ha perdido en
pp-ftcia kx cjue ha ganado en fortuiía.» fel procur^^
■J^yy -.. ...i.j. . •,.: -•;. -^-.■■•-¿i!. -,.^jj<Bj^y|^-., . . :. _-»ipi> ^--J^^SJfiS i
LOS PIEATAS DEL BOULEVARD l55
divertir&e y traer su corte de admiraxlores, á quie-
nes obsequia con esplendidez, pero el artista que
bailaba tan bien, ofusca al rico' pcioso que ya ni
bailar puede.
Lo que no le perjudica para brillar como uno
de lo>s oimnipotentes afortunados conquistadores, ta-
pador de cobre, tosca llave para una cerradura
de eno.
La deshonra abierta por un X quedó bien tapa-
da por el bailarín, y como en «La Pasioaiaria» con
el rnatrimonio
Quedó incólume el honor
Y á salvo la -honestidad
XL
¡Al abordaje sobre las viandas!
El ex-empleado del Cementerio de Dolores — un
vejete alegrón de ojillos picarescos — sonrió á mi pre-
gunta, y olvidando un instante su vaso de ponche,
me dijo :
— ^¿ Que si supe quién era ese tipo?... ¡No lo ha-
bía de saber, si penetré en su vida íntima, intervi-
niendo en todas sus novelas de amor! Un hombre
maravilloso, amigo mío, con un talento inédito ca-
paz de darle fama de profundo psicólogo... Pero
hasta en eso reveló su inteligencia práctica y te-
naz : no escribió nunca ; hizo mejor, se dedicó á
amar, más bien dicho, á hacerse amar. Fué un
extraño tenorio moderno, un Don Juan repleto de
ciencia innata acerca del corazón de la mujer. Un
pirata de los más audaces. ] Las viudas ricas y be-
llas!... ¿Eh? ¿Qué opina usted de esa especialidad,
en la que fué maestro consumado ? ¡Qué saltos
los suyos I
Y que lo' adoraron hasta el frenesí, me consta.
Ahí tiene usted, hacia el Poniente de México, la
gran ciudad de las tumbas, que fué el teatro de sus
amorosas proezas... rematadas después con sabios
abordajes en el b'oulevard.
En las solitarias calzadas, entre lápidas y cruces
de mármol, á la sombra de altos eucaliptos y de
los pinos obscuros del Panteón de Dolores, ese
hombre conquistaba las almas de las mujeres tristes
y esperaba, paciente y terrible, la hora fatal en que
había de hacer suyos los cuerpos ! Para obtener el
triunfo definitivo maniobraba magníficamente... ¡ Ah !
los hombres cazadores de las mujeres tristes !... No
conozco zorros más admirables ! Solía pasear por
el cementerio, correcto y atildado el traje negro,
grave el r,ostro, al que yQ 11,0 sé c^niQ diablos á^-
LOS PIEATAS DEL BOüLEVATíD 157
ba siempre un tono aristocrático de vaga palidez.
Llevaba un ramo de flores, un pequeño mazo de
violetas, algunas gardenias ó un delicado ramillete
de rosas frescas...
Al principio, los empleados creíamos que era un
modelo de hom.bre bueno ; después, cuando lo vi-
mos rondar tan á menudo en torno de tan diversos
sepulcros, casi siempre abandonados, lo juzgamos
loco, xm. loco inofensivo que era obsequioso y li-
beral con nosotros los empleados, y coa los jardi-
neros...
Yo fui el primero que me percaté de la verda-
dera manía de aquel nuestro fúnebre amigo... ¡No
era á los muertos á quienes amaba, ni por quienes
iba al panteón!
Una tarde lo sorprendí paseando al lado de la
más bella mujer enlutada que se pueda soñar...
Los dos habían ido á llevar flores á dos sepulcros
vecinos. Él había saludado ; ella contestó. No era
la primera vez que estO' sucedía así.
La fiel viuda iba al panteón el día o de cada
mes y, naturalmente, encontraba á mi hombre pa-
seando cerca de otra lápida. Y se repetía el salu-
do.
Otra tarde, era á principios de Junio, — había he-
cho mucho calor todo el día y amenazaba lluvia, —
no pude contenerme ; dejé la oficina y fui á es-
piarlos... Se habían alejado hasta el fondo del ce-
menterio, hacia la llanura de tumbas anónimas, muy
cerca de la sexta clase, bordeando la tapia del
Sudoeste del panteón en que aún había árboles y
malezas. Y escuché entre muchas cosas fútiles es-
te precioso fragmento de diálogo :
— Me asombra usted, señor... ¡haber amado tan-
to á una hermana!... Yo creía que venía Usted por
el duelo de su esposa, ó por su padre...
— No, señora; yo nunca he sabido lo que es amar
á una mujer, sino como hermana... Mi pobre Lo-
la era muchacha cariñosa y dulce, perpetuamente
inclinada sobre todas las tristezas de mi vida. Los
dos éramos huérfanos y siempre vivimos unidos; ni
J'.'W^'!'
i 58 HÉRÍBERTO rElAS
ella quiso casarse nunca, ni yo lo intenté jamá¿.
Nuestro amor fraternal nos bastaba.
— Eso es raro; eso es admirable ! Debe usted sufrir
miucho, lo compadezco...
— lAy! señora, Dios le pague esa piedad I Des-
pués de mi hermana, usted es la primera mujer que
rae habla así... He sido tan huraño para con las
mujeres... Ya ve usted, aquí me tienen por loco,
vengo diariamente á saludar el sepulcro en que
están Ioi3 restos de mi hermana... ¡Su alma ó un
alma semejante me hace tanta falta!...
El prolongado retumbar de un trueno, allá, por
entre las concavidades del Valle, rumbo á la Vi-
lla de Guadalupe, acentuó trágicamente el coloquio^.
Principiaron á caer gruesas gotas. Me retiré. No
necesitaba saber más; había comprendido la es-
tratagema vasta y profimda de aquel hombre !
Y después supe todo. Apoderábase de las almas
doloridas aún, conmoviendo por la curiosidad á las
banales y por la piedad á las tiernas y bondadosas.
Les hablaba de su hermana y les decía que lo
único que pedía por misericordia á sus corazones
era ima ternura, pura y exclusivamente fraternal!
Y así fué como las almas banales de muchas mu-
jeres cayeron por curiosas ; y así fué como las al-
mas tiernas de otras fueron víctimas por sensibles...
Nada más interesante que una bella mujer en-
lutada frente al sepulcro del esposo... ni nada más
audaz y felino que el acecho de la presa hembra,
en el hombre que sabe esperar la hora del enter-
necimiento por un vivo, en el cansancio ó el sueño
de las remiembranzas por el muerto!
Y ese pirata victorioso suele cruzar por el bou-
levard con su automóvil de lujo, trofeo de su rapiña
fresca en plena Avenida de San Francisco.
Fin de los Piratas del Boulevard,
Tt-r^'^S"^' T*?¥7~'^^.^?!?-^
índice
Págs.
Al entrar 6
El desfile de los pavos reales 7
Comisionistas en carnes tiernas 12
Ojos y boca de infierno 16
Querubín político-finauciero-galante .... 20
Los pequeños monstruos 24
A mitad de tragedia, el payaso 28
La «Nana» 3a
El gran Gabrielito 37
Un superhombre 40
El limosnero de copas 43
La novela de un cochero 47
A caza de pájaros bobos 51
De charro á catrín 57
Un campeón de festivales 59
La tiple 62
Candil de la calle G6
La otra Adúltera 70
Anverso y Keverso 74
El padre vanidoso 77
Los pálidos vacilantes 81
La niña de la cervecería 85
La Vestal á fuerza 89
El Perico de Venus 93
Demimondaine falsificada 97
Pan con «Atole» . 101
Monólogo de un «Ex» poeta 105
Fraternalmente los tres 108
El «rorro» 111
Un estudiante que no estudia 115
¿Quién fué el más engañado? 118
Bor el amor de una tiple . . . . . . . 122
El hijo de su papá 125
Chalán de yeguas humanas 128
La cómplice 131
El Gato 134
Las inseparables 137
* * * 140
Un paladín solitario 143
Una para Dios, otra para el diablo .... 146
La derrota de Josefina 149
«El tapador» de cobre y la abertura de eno . . , 152
I Al abo;-daje sobre las viandas! ...» t 159
í¿^'
Obras del mismo autor
Be venta en la Librería de Andrés Botas y Miguel
Tomochic. — Novela Histórica Mexicana.
1 tomo rústica.
El Triunfo de Sancho Panza. Mazat-
lán. — Continuación de "Tomochic". 1 tomo
rústica.
El amor de las Sirenas.— 1 tomo rústica.
Leyendas Históricas Mexicanas. — Un
tomo rústica.
EN PEEPARACION
Caricaturas sociales.
=0=
intimas publicacioiies de la librería [spañola
Andrés Botas y Miquel
1.' de Bolívar, núm. 9
:: MÉXiee
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"^
NICK-CARTER
Aventuras del célebre detective y descritas por el mismo
Crímenes sin rastro
El círculo de pillos
El enigma chino
El ataúd vacío
En las garras de la muerte
El buitre y su presa La impostora
La carta del muerto El cuadro robado
El ladrón de levita | Los salteadores de tre-
La Reina de los falsa- ¡ nes
ríos I Los monederos falsos
Geisha ! La loca secuestrada
La promesa del detective
Los crímenes de un cajero
Astucia y crimen I El Guardián del te-
Los dos hermanos ge- i soro
melos El crimen de una mu-
El falso heredero
jer
O
-t?