75 ANüS de PERIÜDISMU
S. M. EL Rey Don Alfonso XIII,
LEÓN ROCH
75 AiflS DE PERIODISMO
CON MOTIVO DE LAS BODAS
DE DIAMANTE DE «LA ÉPOCA»
APORTACIONES PARA LA HISTORIA
D EL P E RI O DI S M O MADRILEÑO
MADRID
RAMONA VELASCO, VIUDA DE P. PÉREZ
Calle de la Libertad, 31.
1923
697665
BODAS DE DIAMANTE DE "LA ÉPOCA,,
S. M. LA Reina Doña Victoria Eugenia.
BODAS DE DIAMANTE
DE «LA ÉPOCA»
Acaba de entrar La Época, decano de los perió-
dicos de Madrid, en el año 75 de su publicación,
y en el pasado mes de abril celebró sus «Bodas de
diamante». Edad tan dilatada, que pocos periódi-
cos han logrado alcanzar en España, constituye
una ejecutoria honrosa, sobre todo cuando a ella
se unió una limpia historia de consecuencia políti-
ca, una lealtad acrisolada en la defensa de los idea-
les de Patria y Monarquía, y una línea inalterable de
conducta en el procedimiento, que jamás traspasó
los Hnderos de la corrección, la imparcialidad y el
respeto a la verdad y al adversario, aun en los días
de más recias y enconadas luchas.
A ello debió, sin duda, La Época, dentro de su
modestia periodística, la suma de consideraciones
que logró obtener en la política y en la Prensa,
dentro y fuera de nuestro país, y que ha estimado
siempre como su más grata recompensa.
Los anales de esos setenta y cinco años de tra-
bajo y de lucha van íntimamente unidos a una gran
8 LEÓN ROCH
parte de la historia contemporánea de España,
desde los días del reinado de Doña Isabel II a los
actuales, pasando por la revolución, el reinado re-
lámpago de Don Amadeo de Saboya, la República,
la Monarquía restaurada de Don Alfonso XII, la
Regencia de Doña María Cristina y el reinado de
Don Alfonso XIII. En toda esa época, pero más
principalmente de 1840 a las últimas décadas del
siglo, la política y el periodismo caminan íntima-
mente ligados para escribir la historia, y aun para
hacerla, entre airadas turbulencias. Con gran fre-
cuencia, los periodistas abandonan las plumas ba-
talladoras, para ascender a los altos puestos del
Gobierno; con frecuencia también, aunque menor,
sin duda, los políticos abandonan las poltronas
ministeriales para volver a reñir batalla en las hojas
periodísticas. Cánovas, Sagasta, Rivero, González
Brabo, San Luis, Ríos Rosas, Alvarez Bugallal, los
Silvela y otros ilustres políticos tuvieron sus más
eficaces auxiliares en los periódicos que ellos mis-
mos redactaban y en los periodistas que les secun-
daron...
Desgraciadamente, los tiempos y las circunstan-
cias han cambiado mucho, y rara vez en nuestra
época los periodistas alcanzan en la poHtica el re-
conocimiento de sus méritos y el premio que a
ellos se debe. Si alguna vez se les hace justicia, es
realmente por excepción, que viene a confirmar la
regla general. ¡Cuántos casos de crueles injusticias
y de punibles desatenciones y olvidos pudiéramos
citar de los días pretéritos y de los tiempos pre-
sentes!...
K'IKSO i; DI miL.
LA ÉPOCA.
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REVISTA DE IS l-rlHífl.
FOLLETÍN DE LA ÉPOCA.
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Keproducción del número primero de «La Época».
(Formato de 0,41 X 0,28.)
10 LEÓN ROCH
Cierto que hay mucho de satisfactorio, honroso-
y enorguUecedor en los anales de una publicación
que alcanza la longevidad, teniendo esa limpia
ejecutoria de lealtad y de decoro. Mas también
palpitan entre ellos hondas decepciones y desalen-
tadores desengaños. A lo largo de esos cinco lus-
tros de trabajo y de lucha, ¡cuántas desesperanzas
e ingratitudes no pueden registrarse...! ¡Cuántas
fechas inolvidables, que sangran en nuestras almas
cuando el recuerdo las aviva, no escribió el do-
lor...! ¡Cuántas cruces no levantó el Destino en la
dilatada carrera...!
Para los periódicos políticos, órganos de parti-
do, la vida pública ofrece pocas compensaciones^
así en el orden de lo espiritual como en la esfera
de lo práctico. No es ocasión la presente de exhu-
mar los viejos clisés de la ingratitud de los polí-
ticos y de que la política no tiene entrañas. Mas
siempre es momento oportuno para decir que los
partidos no corresponden en justa medida al es-
fuerzo y al sacrificio que realizan sus órganos de
opinión. Exigen mucho, exigen siempre y corres-
ponden con ejemplar cicatería. Así, entre nosotros^
el periódico de partido no puede aspirar más que
a vivir, a mal vivir, y es en vano que pretenda lla-
mar a las puertas de sus más encumbrados y opu-
lentos magnates.
En cambio, dentro de su áurea mediócritas, los
periódicos de partido tienen una ventaja sobre los
de empresa: la de no sufrir los graves perjuicios,
los trágicos efectos de los grandes desvíos de la
opinión, cuando ésta se siente lastimada o engaña-
75 AÑOS DE PERIODISMO 11
da. Los órganos de agrupaciones viven modesta-
mente, difícilmente, pero no corren los riegos rui-
nosos de esos vendavales de la vida pública. Y el
que no se consuela...
En enero de 1898, cuando La Época entraba eit
el año 50 de su publicación, quiso conmemorar sus
bodas de oro y editó un número extraordinario
ilustrado, como homenaje y obsequio para sus lec-
tores y amigos; plumas ilustres trazaron en aque-
llas páginas la historia del diario fundado por don
Diego Coello, íntimamente unida a la del periodis-
mo madrileño. Como ilustraciones, aparecían en
ellas los retratos de los Reyes Doña Isabel II y
Don Alfonso XII, cuyos reinados se comprendían
en aquel período cincuentenario, y los retratos de
un puñado de eminentes políticos y escritores, cu-
yos nombres quedaron incorporados a nuestra
historia política y a la historia de las letras espa-
ñolas. Constituía, pues, aquel número un verdade-
ro e interesante documento histórico, útil para la.
consulta.
La continuación de esos anales periodísticos ha
sido hecha recientemente por La Época en un nue-
vo y notable número extraordinario, conmemora-
tivo de sus «Bodas de diamante» con el público,
aparecido en mayo de 1923. Otras plumas evocan
los recuerdos de los veinticinco años transcurridos
desde la celebración del cincuentenario, no sola-
mente de la vida íntima del periódico, sino de su
12 LEÓN ROCH
acción en la historia de la literatura; del partido
liberal-conservador, fundado por el insigne Cáno-
vas del Castillo, y de la Monarquía española. Ilus-
traciones de esas páginas son los retratos del Rey
Don Alfonso Xlll, de su augusta esposa la Reina
Doña Victoria y de la Reina madre Doña María
Cristina, representativos de la difícil época de la
Regencia y del reinado actual; úñense a ellos los
retratos de los cinco jefes del partido conservador,
y con el grupo de la redacción actual los de algu-
nas de las personalidades que dieron lustre a' pe-
riódico decano de la Prensa madrileña. ¿Puede
dudarse de que ese número extraordinario consti-
tuye otro interesante documento para nuestra his-
toria política y periodística contemporánea?
Estimándolo así nosotros, hemos querido reunir
y publicar en un sólo cuerpo, por nuestra cuenta,
riesgo y absoluta responsabilidad, esas sencillas
páginas de historia, aun estando desprovistas en
buena parte de galas retóricas, como trabajos que
se escribieron rápidamente, destinados a una hoja
volandera y efímera, fruto de actualidad, en unión
de algunas otras. Antes de hacerlo, hemos vacila-
do un poco, temerosos de que algún espíritu seve-
ro juzgue esos recuerdos como demasiado íntimos,
demasiado familiares. Pero creemos que hay en
ellos aportaciones muy interesantes para la histo-
ria del periodismo madrileño y español, y no hemos
vacilado en reunir aquellas páginas, agrupándolas
<le modo conveniente, para que tengan en la mono-
grafía forma más duradera que la de la deleznable
hoja periodística, y adicionándolas con algunos ar-
I
75 AÑOS DE PERIODISMO U
tículos más, recuerdos, citas y retratos. De todos
modos, séanos perdonada por el público esta pue-
ril debilidad, en la que solamente nosotros, los
autores de estas líneas, tenemos arte, parte y cul-
pabilidad.
Pocas veces suelen los periódicos y los periodis-
tas molestar al público, limitándole el más leve
espacio en sus hojas, para hablar de ellos mismos,
de sus glorias, de sus anhelos y de los austeros ar-
tífices que en sus páginas laboran. Cronistas y pe-
riodistas están consagrados de por vida al servicio
del público, dueño y señor de todos, que nos es-
claviza y nos consume; sus plumas están siempre
dispuestas para halagar y ensalzar a los extraños,,
y para favorecer y servir a todas las empresas, des-
de las más altas a las más humildes; acrecen y bru-
ñen las reputaciones de personalidades nacionales,
y crean y consolidan muchas que, de otra suerte,
hubieran permanecido en la oscuridad, de donde
acaso no debieron salir... Sobre las columnas de la
Prensa, tan débiles y deleznables en la apariencia,
tan firmes en la realidad, y sobre los hombros de
los periodistas se encumbraron, merced al esfuer-
zo y a la eficacia de las plumas, muchas grandezas,
innumerables medianías, infinitas nulidades tam-
bién,., ¡Qué inmensa trascendencia no tiene en
todas las manifestaciones de la vida esta labor
persistente, diaria, tenaz de la Prensa, por débil y
humilde que parezca!...
En cambio, ellos, los periódicos y los periodis-
tas, permanecen austeramente en la penumbra, los
más en la sombra del anónimo, callados y modes-
14 LEÓN ROCH
tos, sin aprovecharse en beneficio propio de la
enorme fuerza que representan, recibiendo una re-
compensa mezquina en relación con el esfuerzo
rendido, sean los que fueren sus méritos. Por cada
mil figurones que se encumbran, merced a los pe-
riódicos, subirá un periodista a las alturas, por
justos títulos y merecimientos, pero llevado casi a
la fuerza, como si aun temiera usurpar el puesto
honrosamente ganado... ¡Y aun hablan mal de ellos
hasta los mismos que les debieran su encumbra-
miento y fama, envolviéndoles en injustas acusacio-
nes, al generalizar excepciones lamentables!... ¡Pero
esos periodistas!... ¡Oh, Humanidad calculadora y
egoísta! Eres tan injusta como ambiciosa, y tan
ingrata como necia...
Por esta vez, puesto que en ello no hay daño ni
lesión para nadie, séanos permitido y perdonado
el dedicar estas páginas a periodismo, periódicos
y periodistas.
León ROCH.
LA FUNDACIÓN DE "LA ÉPOCA,,
S. M. LA Reina Doña María Cristina.
LA FUNDACIÓN DE «LA EPOCA>
Y SU PRIMER DIRECTOR
I
De los viejos luchadores que colaboraron en La
Época en sus primeros tiempos, sólo queda ya con
vida el ilustre escritor D. Juan Pérez de Guzmán,
secretario perpetuo de la Real Academia de la
Historia, para quien la fortuna no se mostró pro-
picia en la política, ya que hasta estos últimos años
ha tenido que trabajar el anciano historiador y pe-
riodista para ganar su vida. Una peligrosa dolen-
cia, que pudo vencer su naturaleza vigorosa y ad-
mirable, obligóle últimamente a abandonar todo
trabajo intelectual. Pero fué solamente como me-
dida de precaución, porque, a pesar de sus ochen-
ta y tres años, su inteligencia se mantiene clara y
ürme, y despejada y prodigiosa su memoria. En los
notables estudios histórico-políticos del maestro,
en las nutridas carpetas de su archivo, y más aún
en el archivo inagotable y siempre fácil de sus re-
cuerdos, hemos encontrado muchas veces lecciones
valiosas de historia política de aquel tiempo y no-
2
18 LEÓN ROCH
ticias muy curiosas de la vida periodística. Al ilus-
tre escritor debemos algunos interesantes papeles
que hemos de exhumar en este artículo.
Desde los días de D. Diego Coello siguió Pérez
de Guzmán con interés la vida de La Época, con
su constante intervención en la política; laboró en
ella con asiduidad, como redactor, en los tiempos
de D. Ignacio José Escobar, y fué, a la muerte de
éste, director durante algún tiempo. Luego conti-
nuó muchos años de colaborador, y en las colec-
ciones quedaron no pocos de sus notables estudios.
Nadie, pues, con mayor conocimiento, ni con tanta
autoridad, hubiera podido escribir la monografía
histórica de aquel periódico en sus «Bodas de dia-
mante», como la esbozó al celebrarse las de oro.
II
Apareció La Época en la escena política y pe-
riodística el 1." de abril de 1849, siendo su funda-
dor, como es sabido, D. Diego Coello de Portugal
y Quesada, que luego fué conde de Coello y em-
bajador de Espaíía en Roma, ciudad donde esta-
bleció su residencia y murió en 1897. Anteriormen-
te, en 1841, había existido con el mismo título otro
periódico, que fué bisemanal primero y luego dia-
rio. Pero éste no tuvo nada que ver con la empre-
sa de Coello,
Este había publicado poco antes El Faro, que
apareció el 16 de abril del 47 y publicó su último
número el 30 de igual mes del año siguiente. Lo
''^^
ExcMO. Sr. D. Diego Coello y Quesada,
CONDE DE Coello de Portugal, fundador v director de -"La Época»
DESDE 1849 A 1866.
20 LEÓN ROCH
dirigió el poeta García Tassara, y en su Redaccióii
figuraron D. Luis González Brabo, D. Francisco
de Paula Madrazo, D. Alejandro Mon y D. Pedro
José Pidal, primer marqués de Pidal. Al morir El
Faro, se encargó de servir sus suscripciones Fl
Heraldo, c! periódico que dirigía o inspiraba el
conde de San Luis, fundado el 16 de junio del 42,
y cuyos principales redactores eran Ríos Rosas,
Pastor Díaz, Tassara, Cos Gayón, D. Antonio Za-
ragoza y D. Ignacio J. Escobar.
El Heraldo dejó de publicarse el 16 de julio de
1854, y en este año pasó Escobar a La Época, pues
ya le unían antiguos lazos de amistad y compañe-
rismo con Coello. Ambos habían trabajado antes
juntos en El Español, y en El Corresponsal luego.
El primero de estos periódi(;os comenzó a publi-
carse el 1." de noviembre de 1835 y desapareció
el 1." de febrero del 38, encargándose del servicio
de sus suscripciones I. a España. Tuvo una segunda
época desde el 45 al 16 de abril del 48, y lo diri-
gieron D. Andrés Borrego, D. Joaquín Francisco
Pacheco y D. José García Villalta, figurando, ade-
más, entre sus redactores González Brabo, el insig-
ne Larra y un joven y desconocido periodista, que
poco después se había de revelar como excelso
poeta ante la tumba de Fígaro. Era, en efecto, don
José Zorrilla.
Pacheco pasó a la Redacción de La España y
luego a la de El Correo, con el gran orador don
Antonio Alcalá Galiano, Bravo Murillo, Donoso
Cortés, Ríos Rosas, Borrego, Sartorius y D. Anto-
nio María Segovia.
i
75 AÑOS DE PERIODISMO 21
Con el mismo título de El Español se publicó, el
5 de septiembre del 41, una revista que, en su se-
gundo número, cambió su título por el de El Conser-
vador. La redactaron D. Francisco de Cárdenas,
Pastor Díaz, y los antes citados Pacheco y Ríos Rosas.
El Corresponsal tuvo también vida efímera, como
la inmensa mayoría de los periódicos de su tiempo,
creados únicamente para las enconadas luchas del
momento. Se publicó desde el 1.° de julio de 1839
al 14 de mayo del 44. Con Escobar y Coello fue-
ron redactores Aribau, que lo dirigió; Camús, don
Luís María Pastor y Estébanez Calderón, el famo-
so Solitario, a quien tan magnífico homenaje rin-
diera su sobrino, el insigne Cánovas del Castillo,
en su libro El Solitario y su tiempo.
III
Tuvo La Época su verdadero antecedente en El
Faro, del cual vino a ser continuación. Inspiraban
y auxiliaban a este periódico, y casi constantemen-
te pubhcaban en él sus artículos el marqués de
Pidal y D. Alejandro Mon. Esto llegó a excitar ce-
los y rivalidades durante el Gobierno del general
Narváez, duque de Valencia, en plena dictadura,
especialmente por parte del conde de San Luis,
ministro de la Gobernación, inspirador y propieta-
rio de El Heraldo. Del Gabinete formaban también
parte el propio Pidal, en Estado; Arrazola, en Gra-
cia y Justicia; Bravo Murillo, en Hacienda; D. Ma-
nuel de Seijas, en Comercio, Instrucción y Obras
22 LEÓN ROCH
públicas; el teniente general D. Francisco de Pau-
la Figucras, marqués de la Constancia, en Gue-
rra, y el marqués de Molíns, en Marina. Presiden-
tes de las Cámaras eran: el marqués de Miraflores,
del Senado, y D. Luis Mayans, del Congreso. Y en
vista de aquellos recelos y desconfianzas, se acordó
suspender la publicación de El Faro, para reanu-
darla en momento oportuno.
Disgustado Coello porque no se le cumplieran
las promesas que se le hicieron, decidió volver a
publicar su periódico, y así lo hizo; pero cambián-
dole el título. Para ello se efectuó una pequeña
suscripción de acciones, figurando entre los accio-
nistas, además de Coello y otros, el conde de Cas-
tilleja de Guzmán, D. Alejandro Olivan y e! cubano
D. Andrés Arango. El día 1.° de abril del 49 se
publicó el primer número de La Época, consagrán-
dose a la defensa del gran partido de Unión cons-
titucional, que mereció siempre el respeto por su
honrada y patriótica labor, y a la completa devo-
ción del ilustre general O'Donnell.
Se estableció la Redacción de La Época en la
calle de las Huertas, 14, de donde se trasladó más
adelante a la del Príncipe, y después a la de las
Torres. Allí estaba también la imprenta, que era la
misma de El Faro, a cargo de D. Agustín Aguirre,
que fué administrador de los dos periódicos y, al
propio tiempo, redactor de gacetillas. En los últi-
mos cuarenta años, la Redación estuvo en la calle
de la Libertad, en el núm. 16, casa del antiguo
teatro de la Alhambra, o en el 18, de donde se tras-
ladó a su domicilio actual.
75 AÑOS DE PERIODISMO 23
El formato de La Época era distinto de El Faro,
teniendo un tamaño de doble folio, con cuatro co-
lumnas y composición de los cuerpos 7 y 8. Los
primeros redactores fueron, con Coello, D. Ramón
de Navarrete, D. Diego Bravo y Destouet, D. An-
tonio Flores, D. Jacobo Rebollo, y el antes mentado
Aguirre. Entre los colaboradores figuraban don
Cipriano del Mazo, que luego fué muchos años
embajador; D. Antonio Mantilla de los Ríos, luego
marqués de Villamantilla y ministro de España en
Washington, que casó con doña Pilar de León, más
tarde marquesa de Squilache; D. Heriberto García
de Quevedo y D. Federico y D. Fermín Gonzalo
Morón.
El primer número apareció en domingo y lleva-
ba en primera plana, en forma de folletón, una cró-
nica literaria de Navarrete, firmada con el seudóni-
mo de Leporello, que usó muchos años, y en se-
gunda, en folletón también, comenzaba a publicar
la novela Paulina, de Alejandro Dumas. Toda la
parte superior de la primera plana, según era cos-
tumbre en la mayoría de los periódicos de aquel
tiempo, estaba consagrada a las sesiones de Cortes.
Por cierto que en la del Congreso se discutía aquel
triste y ruidoso asunto del quebrado Montepío,
que había suspendido el pago de sus pensiones a
las viudas y huérfanos.
24 LEÓN ROCH
IV
Acerca de la fundación de La Época publicóse
en el número conmemorativo del cincuentenario
una carta, con curiosas noticias, de D. Rafael Coe-
Uo de Portugal, sobrino del fundador y luego he-
redero de su título, que lleva actualmente. El señor
Coello, culto militar, fué también distinguido escri-
tor y autor dramático, y ha sido recientemente mi-
nistro de la Gobernación, en el último Gobier-
no del Sr. Maura. En la expresada carta decía el
Sr. Coello, entre otras cosas.
«Claro está que siendo yo, por mi fortuna, bas-
tante más joven que el periódico, las noticias que
yo puedo dar lo son, tan sólo, de referencia y re-
cogidas de personas de mi familia y de amigos ín-
timos del conde de Coello.
Por los años de 45 y 46, es decir, antes de que
mi tío, D. Diego Coello, fundase este periódico, di-
rigió en Madrid otro, el primitivo Heraldo, que se
publicaba, según parece, en combinación con una
biblioteca de novelas, la cual tomaba el nombre de
aquel diario.
Al dejar D. Diego Coello la dirección del Heral-
do, para fundar El Faro, conservó, no obstante, la
de la biblioteca de novelas, que cambió solamente
de nombre para llamarse Biblioteca del Siglo. Poco
después, al año, dejó también de publicarse El
Faro.
Encontrándose, de este modo, mi tío con una
75 AÑOS DE PERIODISMO
25
abundantísima existencia de novelas — todas las no
vendidas de aquella biblioteca — , comenzó a acari-
D. Ramón de Navarrete,
PRIMER DIRECTOR DE «La ÉpOCA» Y REDACTOR DESDE 1849 A 188S.
ciar la idea de fundar otro periódico, y de asegu-
rar para éste, desde sus comienzos, una suscripción
respetable, brindando a sus lectores con el regalo
26 LEÓN ROCH
trimestral de uno de aquellos tomos que se hacina-
ban en los sótanos de una imprenta, situada en la
calle del Ave María.
El fundador de La Época, con efecto, no se en-
gañaba; el aliciente ofrecido a los suscriptores hizo
que el número de éstos aumentase rápidamente.
A los pocos meses de fundarse, contaba ya el pe-
riódico con 2.000 suscripciones.
No quiere esto decir que antes de llegar a aquel
número — que con los ingresos que producían los
anuncios, muy especialmente los extranjeros, ase-
guraban a La Época una existencia desahogada e
independiente, — no pasase su fundador apuros, y
no chicos. Que fué valor, rayano en temeridad,
acometer aquella empresa con los escasos elemen-
tos pecuniarios con que contaba por entonces el
fundador de La Época.
Poco tiempo después, asegurada ya la vida del
periódico, y al intentar darle un desarrollo en que
al principio no se pensó, ni mucho menos, emitié-
ronse algunas pequeñas acciones de a 500 pesetas,
bien pronto colocadas entre amigos y parientes del
fundador, entre otros, D. Fernando Rodríguez de
Rivas, después conde de Castilleja de Guzmán, don
Andrés Arango — el capitalista cubano, dueño de
La Chilena — y D. Alejandro Olivan, el ilustre pa-
tricio a quien tanto deben en España la agricultu-
ra y la instrucción pública, También adquirieron
acciones algunos personajes del partido mode-
rado.»
75 AÑOS DE PERIODISMO 27
V
Para la dirección de La Época designó Coello,
por ser el escritor y periodista más autorizado, al
ilustre D. Ramón de Navarrete, que a la sazón era
redactor principal de la Gaceta. Pero el popular
escritor no se mantuvo en su honroso cargo de di-
rector más que un día, el de la aparición del primer
número. Ello fué consecuencia del gran disgusto
que produjo en el conde de San Luis, ministro de
la Gobernación, la publicación del periódico, a
poco de suspendido El Faro, acaso por descon-
fianzas y rivalidades.
Era Navarrete uno de los periodistas y escrito-
res más ingeniosos y fecundos de su tiempo. Naci-
do en Madrid en 1818, contaba entonces treinta y
un años, y era ya considerado como una autoridad.
Su vida se dilató hasta el 25 de abril de 1897, y en
los últimos días de esos fecundos setenta y nueve
años seguía trabajando y escribiendo con su inge-
nio y su gracia de siempre, aunque ya cansado de
la ruda y larga lucha. En el periodismo tocó con
acierto todos los géneros, siendo un excelente ar-
ticulista político, crítico de teatros, cronista de arte
y revistero de salones, para lo cual empleaba dis-
tintos seudónimos. Los más famosos entre éstos
fueron los de Leporello y Asmodeo', muy conocidos
eran también los de Pedro Fernández y El mar-
qués del Valle Alegre. El fué quien implantó el
género de la crónica de salones, siendo antecesor
28 LEÓN ROCH
del también ilustre Kasabal, D. José Gutiérrez
Abascal, y precursor de nuestros Monte-Cristo,
Mascarilla y León Boyd.
Colaboró asiduamente Navarrete en muchos pe-
riódicos de su tiempo. Además de El Faro y su
continuador La Época, honráronse con sus trabajos
El Heraldo, El siglo XIX, El Diario Español, El
Tiempo, ni Día, La Correspondencia, El Correo,
El Semanario Pintoresco y La Ilustración Españo-
la y Americana.
Novelista de fértil imaginación y de limpio y cas-
tizo estilo, publicó buen número de interesantes
novelas, amén de otros volúmenes de cuentos y ar-
tículos. Sus biógrafos citan las tituladas Creencias
y desengaños, Madrid y nuestro siglo, El crimen
de Villaviciosa, El duque de Alcira, Misterios del
corazón. Verdades y ficciones. Sueños y realidades
y Cartas madrileñas. También quiso buscar en el
teatro, como la mayoría de los escritores, aplausos
y provechos, y a la escena consagró sus afanes y
la mayor parte de su actividad intelectual. Así pro-
dujo más de 80 obras teatrales, entre originales
y adaptadas o traducidas del francés. Una de ellas
fué la comedia Caprichos de la fortuna, que escri"
bió a instancia de la Reina Isabel II, para ser repre-
sentada en el teatro del Real Palacio. Luego se re-
presentó también en el teatro del Príncipe. Entre
sus obras originales figuran el drama Don Rodrigo
Calderón, que se tradujo al francés; Emilia, La
Reina por fuerza, La perla de Barcelona, Las gra-
cias de Gedeón, El fénix de los maridos, El primer
hijo y La pena del Tallón.
75 AÑOS DE PERIODISMO 29
El ingenio un poco cáustico de Navarrete y su
gracia exuberante, se reflejaban de continuo en la
conversación. Era, como decimos ahora, un verda-
dero causear.
VI
Días antes de la aparición de La Época, el 28 de
marzo, escribía D. Diego Coello al conde de San
Luis, ministro de la Gobernación, una atenta carta,
en la que le expresaba lo siguiente:
«Creo cumplir un deber de consecuencia y de de-
licadeza, dándole cuenta, antes de que vea la luz, de
la publicación de un periódico político. La Época,
en el cual tengo una parte importante.
Usted sabe que mientras no he visto salir a luz
otros periódicos moderados, me he abstenido de
todo paso que tocase este objeto; pero después de
la publicación de El País, y necesitando salir de la
situación en que me encuentro, no podía tener el
menor escrúpulo de delicadeza. Aun así he procu-
rado publicar un periódico, que por sus modestas
y humildes proporciones, por la línea periodística
que se propone seguir, por su circunstancia de ser
de la tarde, en nada puede lastimar los intereses
de El Heraldo, con el que tantos lazos me han
unido.
Méndez Alvaro, que va a dirigir La Época, y yo,
que soy uno de sus propietarios, tenemos dadas
demasiadas garantías a nuestro partido para que
usted pueda dudar de lo que seremos. Pero usted
30 LEÓN ROCH
mejor que nadie conoce que un periódico sin pre.
tensiones, sin un gran partido que lo apoye o un
Gabinete que lo proteja, no tiene mas elementos
de vida que una gran imparcialidad y una indepen-
dencia decorosa. Si alguna vez La Época, al juz-
garle, se apartase de esta línea, esté usted seguro
que será para elogiarlo, más que para censurarlo.»
Después le decía que el diputado, no el amigo,
estaba quejoso del Conde, por la conducta que con
él se observaba en Jaén, y termina:
«De todas maneras, mi amistad y mi afecto hacia
usted datan de muy antiguo, para que injusticias
ni disfavores puedan alterarla.
P. D. — He creído sería petulancia en mí o un
deseo de darme valor, ofrecer personalmente al
duque de Valencia protestas de lealtad, cuando
tanto las acredité en los días de su infortunio; pero
si usted no lo cree innecesario, dígale al general
Narváez que jamás olvido los lazos que nos han
unido, y más que esto, los grandes servicios que
ha prestado a su país.>
Como se ve por la carta de Coello, parecía in-
dicado Méndez Alvaro para la dirección del perió-
dico, y no sabemos por qué causa no llegó a serlo.
¿Influyeron acaso las mismas razones que obliga-
ron a retirarse a Navarrete? Posiblemente, y ello
prueba el gran disgusto que a Sartorius produjo la
publicación de La Época.
El mismo día 1.° de abril en que ésta salió a luz,
D. Ramón de Navarrete escribió una larga carta a
San Luis, diciéndole que, aunque había solicitado
verle, por medio de su secretario Gaya, no hablen-
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Reproducción del último número de «El Faro», periódico
fundado y dirigido por d. diego coello y quesada.
32
LEÓN ROCH
do podido conseguirlo, se dirigía a él por escrito,
para darle cuenta de haber dejado la crítica dra-
mática que por espacio de seis años había desem-
peñado en El Heraldo y la plaza de redactor del
mismo.
Esta última resolución la motivó una cuestión de
queja del Liceo, de cuya Junta gubernativa era
miembro Navarrete, por haber sido duramente
tratada la misma en el diario «donde escribía aún>.
Navarrete había tenido una grande amistad con
el Conde desde nuestra primera juventud' — escri-
bía. Y consideraba que para expulsarle de esta
amistad y del Heraldo otros amigos, a quienes lla-
maba ingratos, pero de los que rodeaban y veían
al Conde a diario, le habían calumniado cerca de él.
El otro motivo porque había querido verle era
el que se le había ofrecido la dirección de La Épo-
ca, «persuadido de que dicho periódico será mo-
derado, de que no combatirá al Ministerio actual,
y sabedor de que Coello, su propietario, se lo ha-
bía escrito, deseaba saber si habría alguna incon-
secuencia entre el destino que desempeñaba en la
Gaceta y la dirección que se le brindaba».
«Ignoro si todavía — agregaba — conserva usted
un concepto bastante favorable de mí para suponer
que al entrar en la política no llevo bajas ni bas-
tardas miras, y que jamás me plegaré a ser instru-
mento de ambiciones ni de pasiones miserables. El
día en que La Época se separe de la línea de con-
ducta que se me ha ofrecido, ese día me retiraría
de ella, aun cuando mi familia pereciese de ham-
bre. Lo que he hecho en la literatura haré en la po-
75 AÑOS DE PERIODISMO 33
lítica, y esta es la palabra de un hombre de honor
que jamás ha faltado a ella.»
No tenemos la respuesta que el conde de San
Luis diera a la carta de Navarrete. Pero las razo-
nes aducidas por éste debieron de ser de gran
fuerza, por cuanto dos días después, el 3 de abril,
el ilustre periodista escribía de nuevo al famoso
político, diciéndole lo siguiente:
«Mi querido amigo: En cuanto recibí su carta,
resolví abandonar la dirección de La Época. Con-
fieso a usted, con franqueza, que necesitaba de ese
recurso; pero al ver que usted me dice que le co-
locaba en una situación falsa, no he vacilado ni un
solo momento. No estoy quejoso de usted y le
agradezco los favores que me ha dispensado, con
toda mi alma. Al decir que mi posición no ha va-
riado desde que se halla usted en el Poder, quise
más que nada lamentarme de mi mala estrella.
Además, usted conoce muy bien que una cruz no
varía en nada las circunstancias del individuo...»
En efecto, al publicarse el segundo número de
La Época, Navarrete no era ya su director. En vista
de lo ocurrido, Coello decidió encargarse de la di-
rección, y en ella continuó hasta que le sustituyó
definitivamente, en 1866, D. Ignacio José Escobar,
luego marqués de Valdeiglesias. El ingreso de éste
en el periódico, como redactor o colaborador, fué
en el 54, cuando se separó de El Heraldo. Por en-
tonces ingresaron también D. Fernando Cos-Ga-
yón, D. Carlos Navarro Rodrigo y D. Saturnino
Alvarez Bugallal, elevados luego a los Consejos de
la Corona; y, poco más tarde, el insigne novelista
3
34 LEÓN ROCH
D. Pedro Antonio de Alarcón, D. Joaquín Maldo-
nado Macanaz y D. Diego Bravo y Destouet.
Escobar desempeñó la dirección hasta su muer-
te, en febrero de 1887. Interina o temporalmente
la habían desempeñado los citados D. Francisco
de Paula Madrazo y Bravo y Destouet, D. Gabriel
Estrella y el ilustre periodista Mané y Flaquer, que
luego fué director del Diario de Barcelona. Al mo-
rir D. Ignacio José, como antes se ha dicho, fué di-
rector Pérez de Guzmán, y luego se encargó de la
dirección de aquél D. Alfredo Escobar, segundo
marqués de Valdeiglesias, que sigue desempeñán-
dola en la actualidad.
El 4 de mayo de 1852 interrumpió La Época su
publicación, víctima de las persecuciones políticas,
y la reanudó el 18 de junio, con el título de La
Época Actual y sin ocuparse de política. Dejó de
publicarse el 27 de junio de 1854, y reapareció el
4 de 'ulio, con el nombre que honrosamente lleva.
VII
En la Prensa madrileña es La Época el más an-
tiguo de los periódicos que se publican con ver-
dadero carácter de diario, y el segundo de los de
España. El primero de éstos es el Diario de Bar-
celona, el popular y venerable Brusí, que ya ha
cumplido ciento cuarenta años. Fué fundado el
1." de octubre de 1792, y aun conserva toda su im-
portancia y prestigio, bajo la dirección del ilustre
marqués de Casa Brusí. Recientemente se hicieron
75 AÑOS DE PERIODISMO 35
en él importantes reformas, que le remozaron y
modernizaron, pero conservando la forma con que
adquirió su gran personalidad en la Prensa es-
pañola.
En la Prensa madrileña no quedan más que dos
estimados colegas contemporáneos de La Época.
Uno de ellos es El Diario Español, fundado el
1.° de junio de 1852, y que dirigió el diplomático
D. Manuel Ranees y Villanueva, luego marqués de
Casa Laiglesia, cuyo hijo y sucesor, el ingenioso
Guillermo Ranees, fué también redactor del perió-
dico de Coello y Escobar. Luego dirigieron El
Diario Español D. Mauricio y D. Dionisio López
Roberts, y entre sus redactores figuraron Alvarez
Bugallal, Lorenzana, Estanislao Suárez Inclán, Fe-
derico Villalba, Autrán, Maldonado Macanaz y el
novelista Julio Nombela, que asimismo fué redac-
tor de La Época.
El otro periódico contemporáneo de ésta es La
Correspondencia de España, fundado por D. Ma-
nuel María de Santa Ana, primer marqués de San
ta Ana, amigo y compañero que fué de Ignacio
Escobar. Aquel ilustre periodista daba antes a la
estampa las Hojas autógrafas, que aparecieron en
octubre de 1847, «redactadas, escritas y litogra-
fiadas por su fundador». Estas hojas eran semejan-
tes a las que ahora publican las Agencias Fabra y
Radio, y se servían a los periódicos suscriptos para
que utilizasen sus noticias, Tomaron verdadero ca-
rácter de periódico en 1851, en el que cambiaron
su título por el de La Correspondencia autógrafa
confidencial, y así siguió publicándose hasta 1858.
36 LEÓN ROCH
Entonces apareció impreso y con el nombre de La
Correspondencia autógrafa, aunque ya no lo era,
que poco más tarde volvió a cambiar por el de La
Correspondencia de España, - diario universal de
noticias».
En 1859 fué director y gerente del popular dia-
rio D. Ignacio José Escobar, mediante un contrato
de participación de beneficios que le hizo D. Ma-
nuel de Santa Ana. Pero comenzó entonces la gue-
rra de África, cuyas noticias publicaba La Corres-
pondencia; empezó a extenderse enormemente el
periódico, y fueron tales las ganadas, que D. Ma-
nuel rescindió el contrato y se encargó de la direc-
ción y gerencia. Entre ambos ilustres periodistas,
como entre sus periódicos luego y siempre, siguió
reinando el más leal sentimiento de confraternidad.
PÁGINAS DEL CINCUENTENARIO DE "LA ÉPOCA,,
S. M. LA Reina Doña Isabel II (1830-1904).
LAS «BODAS DE ORO» DE
«LA ÉPOCA»
El número extraordinario que La Época consa-
gró, en enero de 1898, a conmemorar el cincuen-
tenario de su fundación, iba encabezado con el si-
guiente artículo, que llevaba el título arriba apun-
tado y la firma de D. Alfredo Escobar, director del
periódico desde 1887, en el que murió su ilustre
padre:
«Si a menudo es origen de vivas emociones fijar
la vista en los tiempos que fueron, y en los cuales
está comprendida una parte de nuestra existencia,
este movimiento de concentraciones es más fecun-
do cuando al continuo pasar de los acontecimien-
tos públicos van unidas intimidades del corazón,
memorias privadas, insignificantes tal vez para los
demás, pero muy significativas para los que las
conservan y las guardan como sagradas reliquias.
No tiene el que escribe estas líneas necesidad de
encarecer tales sentimientos y recuerdos, y si los
menciona, es tan sólo para disculpar a los ojos de
40 LEÓN ROCH
los indiferentes lo que en ellos pudiera ser tachad»
de vanagloria.
En tres grandes períodos puede divirse la histo-
ria de La Época, cuyas bodas de oro con el pú-
blico solemniza el suplemento que a los lectores
ofrecemos hoy.
Rasgo saliente en el primero fué la brillante
campaña hecha en defensa del partido de Unión
liberal. Fuera ocioso recordar la importancia que
en nuestra historia política tuvo aquel partido, que
por su honradez, por su patriotismo y por su amor
a la libertad, merecerá siempre el respeto de las
generaciones presentes y futuras. Durante ese pe-
ríodo apoyó La Época al vencedor de África, al
ilustre general O'Donnell. Dirigía entonces el pe-
riódico su ilustre fundador D. Diego Coello y Que-
sada, uno de los más expertos periodistas de la
anterior generación, muerto en Roma aun no hace
un año.
El segundo período comprende la revolución
del 68 y los trabajos preparatorios de la Restaura-
ción. Fué aquélla una de las épocas más interesan-
tes y trascendentales del siglo. Derrocada la Mo-
narquía secular, proscrita la Real familia, muertos
O'Donnell y Narváez, enemistados con la Reina
los unionistas, triunfante la revolución, corrieron
tiempos difíciles para los defensores de la dinastía
en el destierro, del orden perturbado, de la admi-
nistración desorganizada, de la Patria en peligro.
La Época fué en aquellos años el defensor cons-
tante y entusiasta de las clases conservadoras, así
como de la Monarquía caída, y el instrumento más
ExcMO. Sr. D. Ignacio José Escobar,
PRIMER MARQUÉS DE VaLDEIGLESI AS, DIRECTOR DE «La ÉpOCA »•
DESDE 1866 A 1887.
42 LEÓN ROCH
activo de propaganda de la Restauración. El direc-
tor de La Época en tan azaroso y triste período se
llamaba D. Ignacio J. Escobar.
No era entonces empresa llana ni cómoda la de
dirigir un periódico de oposición al orden de cosas
establecido. Los hechos demostraron lo espinoso
de aquel cargo. Vencedora la revolución en Aleo-
lea, un adversario en contiendas electorales, al
frente de un grupo de descamisados, allanó la casa
de Escobar y prendió al director de La Época,
llevándole ante un improvisado Tribunal revolucio-
nario que se reunía en el Circo de Price: que así en-
tendían la libertad aquellos mal llamados liberales.
Infatigable con la pluma en la defensa de la Res-
tauración, no le hicieron desfallecer en su empresa
los vejámenes de que en diferentes ocasiones fué
víctima. Sus trabajos en pro de la causa alfonsina
le acarrearon nuevos quebrantos, tales como el ser
detenido por los carlistas al regresar de Francia
con papeles de la Reina Isabel. Y más tarde, ante
la noticia de que iba a proclamarse la Monarquía
en Sagunto, se vio conducido al Saladero y des-
pués al Gobierno civil, en unión de Cánovas, de
Oñate, de Cadórniga, de López Roberts y de otros
caracterizados alfonsinos.
Período fué aquél en que sólo ayudado por su
fe, por su ingenio y por su laboriosidad, pudo salir
adelante el hábil periodista en su noble empresa.
Permitido le sea a un hijo estampar aquí estos
recuerdos que constituyen su más preciada ejecu-
toria y el más poderoso estímulo para no desmayar
en la ardua tarea periodística, labor de todos los
75 AÑOS DE PERIODISMO 43
momentos, que no consiente ni desfallecimientos
ni descanso.
La tercera época refiérese al período orgánico
de la Restauración, y también fué el alma de La
Época, en aquellos años, ya más bonancibles, el
primer marqués de Valdeiglesias.
Estos tres períodos han consolidado las institu-
ciones representa' ivas en España, han reconciliado
la Monarquía con la democracia y han contribuido
al desarrollo de nuestra prosperidad material.
La muerte del insigne D. Antonio Cánovas del
Castillo, a cuyo lado estuvo este periódico desde
los tiempos de la Unión liberal, tal vez inaugure un
cuarto período, no exento de dificultades para la
Patria. Si así fuera, lo que no quiera Dios, la actual
redacción de La Época, fiel a sus tradiciones de
medio siglo, sabrá inspirarse en las enseñanzas de
su propia historia para vencerlas y en ejemplos
que les legaron los ilustres inspiradores y escrito-
res, que ya no existen, para imitarlos.
Alfredo ESCOBAR.
S. M. EL Rey Don Alfonso XII de Borbón.
(Noviembre de 1857 — Noviembre de 1885.)
UN ARTICULO DE COS-GAYON
Página muy interesante y digna de ser recorda-
da del número conmemorativo del cincuentenario
de La Época es un artículo del ilustre y honradí-
simo político D. Fernando Cos-Gayón, el leal ami-
go de Cánovas del Castillo, varias veces ministro
de la Corona, que algunos meses después moría en
la pobreza, dejando por toda fortuna un nombre
inmaculado. Atendiendo al requerimiento del mar-
qués de Valdeiglesias, el bondadoso D. Fernando,
que había comenzado su carrera poHtica como pe-
riodista en El Heraldo y en La Época, envióle una
bella carta, evocando interesantes recuerdos de la
vida pasada en las luchas periodísticas.
He aquí el artículo del Sr. Cos-Gayón:
RECUERDOS PERIODÍSTICOS DE HACE CIICUEHA AlOS
Me invita usted a tomar parte en la solemnidad
periodística de conmemorar el comienzo del quin-
quagésimo año del acreditado periódico que dirige
usted en la actualidad. Acudo a su invitación con
46 LEÓN ROCH
doble complacencia, por cumplir con mi deber de
antiguo redactor de La Época y por recordar mis
relaciones de compañerismo con el periodista ilus-
tre de quien usted ha heredado, el honrado nombre,
la laboriosidad y la dirección de ese periódico.
Cuando, hace cerca de cincuenta años vio por
primera vez la luz pública La Época, D. Ignacio
José Escobar y yo escribíamos en la misma sección
de El Heraldo.
Estaba él encargado del correo extranjero al es-
tallar las revoluciones de 1848, que exigieron
aumento extraordinario de trabajo. Cediendo al
influjo irresistible de las rebeliones, que por todas
partes surgían, abdicó Luis Felipe, Rey de los fran-
ceses, en su nieto; el Rey de Baviera en su hijo; el
Emperador de Austria en su sobrino; fué procla-
mada la república en Francia y en Florencia y en
Venecia y en Roma; fueron expulsados de los terri-
torios en que reinaban los duques de Parma y de
Módena y el gran duque de Toscana; huyó de la
capital pontificia Pío IX; se sublevó Milán contra
los austríacos y Palermo y Mesina contra el Rey
de Ñapóles; hubo Asambleas constituyentes en
París, en Viena, en Florencia, en Roma, en Franc-
fort; se disolvió la Dieta germánica, renunciando
sus poderes en el Archiduque Juan, proclamado vi-
cario del Imperio; otorgaron nuevas Constitucio-
nes políticas a sus respectivos Estados los Reyes
de Prusia y de Dinamarca; se agitaron tumultuosa-
mente los cartistas en Londres y renovaron sus
protestas los irlandeses contra Inglaterra; declaró
la guerra Carlos Alberto al Emperador; se levantó
75 AÑOS DE PERIODISMO 47
en armas la Hungría contra el Austria a la voz de
Kossuth y la Croacia contra la Hungría a la voz de
Jellachic. Para poder dar cuenta diaria de tantas
novedades, Escobar, a pesar de lo extraordinaria-
mente laborioso que era, tuvo que pedir auxilio, y
yo entré a compartir con él aquella ruda tarea.
Un periódico, entonces, era cosa muy distinta de
lo que usted hoy conoce y dirige, sobre todo en lo
que a las noticias de provincias y del extranjero
atañe. Han variado mucho los medios de informa-
ción y también el gusto y las exigencias de los lec-
tores. No había telégrafo eléctrico, ni caminos de
hierro. No se tenía comunicación con otros países
sino por medio del correo traído por las sillas de
posta, que la mayor parte de los días del año, en
vez de llegar en el momento reglamentario, llega-
ban dos horas o cuatro, o diez, o veinte más tarde.
Los esfuerzos de la Administración pública no po-
dían impedir que las lluvias y las nieves del invier-
no y las tempestades del verano hicieran necesa-
riamente menos Hgeros los viajes de aquellos co-
ches, ni que fueran motivo de retraso los deterioros
de los caminos y otras causas.
El criado de la administración del periódico se
pasaba con frecuencia todo el día haciendo viajes
a la casa de Correos, y los redactores encargados
de reseñar las noticias extranjeras teníamos que
acudir muchas veces inútilmente a las oficinas de
la Redacción. Recuerdo que algunas noches, des-
pués de haber aprovechado todos los entreactos
de una función de teatro para ir a enterarnos de si
habían llegado los periódicos y las cartas del ex-
48 LEÓN ROGH
tranjero, teníamos que aguardar hasta que era pre-
ciso cerrar la edición de la mañana.
Aprovechábamos principalmente para nuestra
labor las hojas litográficas de la Agencia Havas,
cuyas noticias eran más adelantadas, más comple-
tas y más esmeradamente buscadas que las de los
periódicos impresos del extranjero. Y eran el ele-
mento más útil de información en aquellos tiempos,
así para el periodista como para todo hombre po-
lítico, las Hojas autógrafas, redactadas por D. Ma-
nuel María Santana, futuro fundador de La Corres-
pondencia de España, con las últimas noticias de
cada día que personalmente recogía en los Minis-
terios y en los Centros de negocios. Se estampaban
pocos ejemplares de aquellas hojas, que no conte-
nían mucha lectura, eran relativamente muy caras
y se despachaban para el correo en forma de car-
tas cerradas. El numeroso personal que hoy se
ocupa en buscar noticias para los periódicos esta-
ba entonces exclusivamente reducido a Santana,
que había conseguido, con su actividad extraordi-
naria y su notoria habilidad, un verdadero y privi-
legiado monopolio de entrada en las oficinas pú-
blicas y de explotación de las noticias.
(Estas manifestaciones del ilustre Cos- Gayón
confirman que las Hojas autógrafas de Santana,
como en otro lugar decimos, no eran un periódi-
co, sino un servicio de noticias, igual que el de la
Agencia Fabra, destinado únicamente a periódicos,
Ministerios, Sociedades y Círculos.)
En el suministro de las extranjeras nos daban
mayor ocupación a Escobar y a mí las cartas de
75 AÑOS DE PERIODISMO 49
los periódicos. Tenía grande reputación El Heral-
do por la diaria y copiosa correspondencia que
recibía y publicaba, con minuciosos informes sobre
todos los asuntos de importancia que ocurrían y
ExcMO. Sr. D. Fernando Cos-Gayón,
REDACTOR DE «La ÉpOCA» (18681875), MINISTRO DE HACIENDA,
Gracia y Justicia y Gobernación (t diciembre de 1898).
sobre los actos y proyectos de la diplomacia. De
París, de Viena, de Londres, de Berlín, de todas
partes le referían constantemente todo lo que su-
cedía en los secretos de las Cancillerías y todo lo
que probablemente sucedería, más o menos pron-
to, en adelante. Todo ello era producto de la tra-
4
50 LEÓN ROCH
vesura de un corresponsal francés, bien relaciona-
do en las Embajadas y en los Ministerios de Nego-
cios Extranjeros de varios países, que dentro de un
mismo sobre, y a continuación unas de otras, nos
remitía cartas fechadas en capitales distintas, en
las que daba, cuando lo creía conveniente, noticias
contradictorias y, por supuesto, exponía conjetu-
ras y comentarios inspirados por los opuestos cri-
terios que mejor correspondían a los diversos lu-
gares en que suponía hecho cada uno de sus escri-
tos. Todos ellos venían en francés y era preciso
traducirlos.
Escobar se entregaba a su trabajo por comple-
to, no distrayéndose de él, ni interrumpiéndolo un
momento por nada ni por nadie. Bajo su dirección
tuve que acostumbrarme, desde luego, a hacer lo
mismo.
El conde de San Luis, que era propietario del
periódico y ministro de la Gobernación, tuvo en
1850 el capricho de ensayar s¡ se podía publicar
en Madrid, traducido al español, un libro a las vein-
ticuatro horas o, por lo menos, a las cuarenta y
ocho de llegar por primera vez una edición france-
sa. Chenu, que había sido famoso revolucionario
en 1848, escribió un libro con el título de Los cons-
piradores, en que hacía curiosas revelaciones en
descrédito de los revoltosos de oficio. Se procuró
que vinieran a Madrid sin pérdida de momento al-
gunos ejemplares en cuanto fueron puestos a la
venta en París; se utilizaron para la composición y
la tirada los recursos de la Imprenta Nacional, en-
tonces poderosos y muy superiores a todos los de-
75 AÑOS DE PERIODISMO 51
más con que la tipografía contaba en España; se
dividió en diez o doce fracciones el libro francés,
repartiéndolas, para su traducción, entre todos los
redactores de El Heraldo y los amigos íntimos del
Conde, colocados a la sazón en altas posiciones
oficiales. A Escobar y a mí se nos hizo la distinción
de darnos en el reparto fracciones más grandes
que a los demás, aunque nosotros no habíamos de
dejar de atender a nuestros habituales quehaceres.
Sin embargo de eso, fuimos los dos que concluí-
mos antes la tarea que nos estuvo encomendada y
prestamos a la mayor parte de los otros, el servicio
de hacer también algo de las suyas respectivas,
quedando, además, para nosotros el cuidado del
arreglo de todo y de la corrección de las pruebas.
Pero aquel día, como siempre, el trabajo de Esco-
bar fué mayor que el mío, a pesar de mi buena
voluntad, porque conservando él la dirección de
nuestras comunes tareas, las repartía de modo que
constantemente quedaba para él algo más de lo
que me dejaba.
Veinte años después volvimos a trabajar juntos
Escobar y yo, notablemente ascendidos en catego-
ría dentro del orden jerárquico de la Prensa. El
había hecho del periodismo definitivamente la úni-
ca ocupación de su laboriosidad incansable. Yo
conservaba siempre mis hábitos de periodista, mez-
clados ya para toda mi vida con el ejercicio de
otras profesiones. La revolución europea de 1848
nos había reunido en la redacción de El Heraldo;
la revolución española de 1868 nos reunió en la de
La Época.
52 LEÓN ROCH
Se ha dirigido usted hoy, preguntándole sus re-
cuerdos, al ex redactor del segundo de esos dos
periódicos, y le contesta a usted el ex colaborador
del primero. Lo hago así, porque de la época re-
reciente pueden hablar otros que están todavía en
la casa, y de la época antigua somos muy pocos
ya los que podemos dar noticias propias; y tam-
bién porque para usted, lo mismo que para mí, son
dos ¡deas, inseparablemente unidas, la de La Épo-
ca y la del primer marqués de Valdeiglesias.
Dios prospere al segundo como desea su afec-
tísimo,
Fernando COSGAYÓN.»
LOS ESCRITORES DE «LA ÉPOCA»
Caracterizóse desde que salió a luz el diario
La Época por su aversión al personalismo y a la
polémica, por su tolerancia, por la diligencia en la
información política, por el buen sentido, y, por úl-
timo, por el cuidado que han puesto desde 1849
sus directores en proporcionarse la colaboración
de los escritores más brillantes (exceptuando, por
supuesto, al que firma estas líneas) de la Prensa
política madrileña.
¡Qué de nombres ilustres vamos a citar, al ocu-
parnos de los escritores de La Época! ¡Cuántos
otros dignos de figurar al lado de los primeros ha-
bremos omitido, por falta de memoria!
La labor periodística ofrece el inconveniente de
ser, por regla general, anónima, a diferencia de la
colaboración, que con frecuencia ostenta la firma
del escritor. Por eso hay necesidad de acudir a los
recuerdos, tratándose de la redacción política; y
siendo tan largo un período de medio siglo y fal-
tando gran parte de los escritores que la desempe-
ñaron, inevitables han de ser las omisiones. Pedi-
mos perdón por ellas a los vivos, que son los me-
54 LEÓN ROCH
nos, y a los muertos que, desgraciadamente, son
en gran número.
Consideraremos para aquel efecto dividida la
historia de La Época en cinco períodos, a partir
desde su fundación hasta el momento presente.
í'rimer período (1S48 a 1856). —Figuró
como director de La Época, al ver por primera vez
la luz pública, D. Ramón de Navarrete, siéndolo en
realidad, así como principal escritor político, don
Diego Coello y Quesada, auxiliado por D. Fran-
cisco de Paula Madrazo, escritor diligente, muy
hábil en la confección de un diario y redactor del
Diario de las Sesiones del Congreso, y por el ta-
quígrafo del Congreso D. Jacobo Rebollo, que se
ocupó en la confección del periódico muchos años
hasta su muerte.
Del extranjero se encargó entonces y continuó
desempeñándolo hasta *el fin de su vida también,
D. Diego Bravo y Destouet, cuyo hermano D.José,
que fué más adelante director de La Correspon-
dencia de España, colaboraba en la parte polí-
tica.
Administrador fué D. Agustín Aguirre, jefe su-
perior de Hacienda en tiempos más cercanos y el
único superviviente hoy de los fundadores.
En este primer período figuran también entre los
escritores de La Época nombres tan notables como
los de D. Antonio Mantilla y D. Cipriano del Mazo,
y como colaboradores D. Antonio Flores, autor
del precioso libro Ayer. Don B. de Federico,
D. Fermín Gonzalo Morón, D. Heriberto García de
Quevedo, poeta venezolano. La colaboración po-
75 AÑOS DE PERIODISMO
55
lítica fué muy activa e importante, aunque no ne-
cesitaba mucho de ella D. Diego Coello, que im-
provisaba artículos y párrafos sueltos con gran
facilidad.
— Del ocho, Rebollo (el taquígrafo) — , era la pri-
ExcMO. Sr. D. Carlos Navarro y Rodrigo,
REDACTOR DE «La ÉpOCA» (1856-1864), MINISTRO DE FoMENTO
E INTERINO DE HACIENDA.
mera frase que pronunciaba el verdadero director
de La Época al saltar de la cama; y seguía dictando
y comunicando instrucciones por espacio de cinco
horas sin fatigarse.
Durante este período, la crítica teatral corrió a
cargo de D. Ramón Navarrete, con el seudónimo
56 LEÓN ROCH
de Leporello, y del ya mencionado García de Que-
vedo.
Segundo período (1856-1868).— A más de
los escritores mencionados, figura ya al final de
este período D. Ignacio José Escobar, amigo y
compañero de Coello en El Corresponsal y El Es-
pañol.
Los redactores políticos, más o menos constan-
tes, son muy notables: Carlos Navarro y Rodrigo,
Salvador López Guijarro, S. Alvarez Bugallal, don
Andrés Borrego, M. Manrique, José Lorenzo Fi-
gueroa (académico de la de Ciencias Morales y Po-
líticas), Pedro de Alarcón, el gran novelista; Fer-
mín Figueras, Zacarías Casaval, Gabriel Enríquez
Valdés, José Bisso, a cargo del cual corrieron los
asuntos financieros durante doce años; Pedro An-
tonio Montes, Barrié y Agüero (Pedro Recio), José
Pérez Garchitorena, Pareja de Alarcón, Candalija,
gobernador que fué de Zaragoza, y Joaquín Mal-
donado Macanaz.
La colaboración literaria ofrece, entre otros
nombres, los de D. Manuel María Santana, D. Ra-
món de Navarrete (crítico de teatros y gran mun-
do, que en este período firmaba Pedro Fernández,
y desde 1867 Asmodeo), Julio Nombela, Mariano
Z. Cazurro, Amos Escalante (Juan Garda). En la
crítica musical reemplaza a Leporello D. José Ma-
ría Goizueta.
Colaboraron también con frecuencia el ingeniero
español Sr. Echevarría, el francés M. E. Malingre,
así como D. Manuel Casado. Corresponsal en Pa-
rís era el conde de Sanafé (Actéon).
75 AÑOS DE PERIODISMO 57
Tercer período (1868-1875).— Al ocurrir la
revolución de 1868 dirigía La Época, en ausencia
de D. Diego Coello, D. Ignacio J. Escobar; eran re-
dactores D. Joaquín Maldonado (desde 1864), don
José Bisso, D. Julián Sabando y D. José Bravo. En
D. Diego Bravo y Destouet,
REDACTOR Y DIRECTOR DE «La ÉpOCA» (1849-1890).
1869, esta redacción tuvo el importante refuerza
de D. Fernando Cos-Gayón.
Tomaron parte en los trabajos de La Época con
frecuencia, en este agitado período, los políticos
alfonsinos Sres. Bugallal, Silvela y Villaverde, entre
otros muchos.
A este período corresponde asimismo la publi-
58 LEÓN ROCH
cación de la serie de artículos titulada: La Novela
del Eaipto, por D.José de Castro y Serrano, uno de
los más asiduos y amenos de nuestros colabora-
dores literarios.
Entre los redactores y colaboradores Bguraron
igualmente los Sres. Vallejo Miranda (Pico de la
Mirándola), Alcalá Galiano, hijo, y D. José, de la
carrera consular, y D. Juan Pérez de Guzmán. La
crónica teatral y la literaria corrieron a cargo de
D. Luis Alfonso, de los dos hermanos D. Ricardo
y D. Enrique Sepúlveda, D. Carlos Frontaura, el
ya citado D.Julio Nombela y otros varios.
Cuarto período (1S75-18S7). — Dirigió La
Época, hasta su fallecimiento, el primer marqués
de Valdeiglesias, figurando ya en este período
como redactor literario su hijo D. Alfredo. Fueron
importantes redactores, con algunos de los antes
citados, D. Gabriel Estrella, D. José Fernández
Bremón, D. Eleuterio Villalba, D. ]. Salvador, don
Mariano Guillen, D. Ramón Cárdenas, D. M. Alha-
ma Montes, D. M. Fernández y González (ha poco
fallecido), D. José Eugenio Flores, los dos herma-
nos D. Manuel y D. Joaquín Tello, D. F. López»
D. Javier Betegón, D. Arcadio Roda.
La crítica de teatros corrió a cargo del ingenio-
so D. Pedro BoBll, y la musical al de D. Antonio
Peña y Goñi. Figuran en la sección literaria los
nombres de D. Eusebio Blasco y D. Carlos Ochoa.
Quinto período (1887-1897).— Una sola di-
rección ofrece realmente este período de la vida
de La Época: la del segundo marqués de Valde-
iglesias.
75 AÑOS DE PERIODISMO 59
Los redactores políticos fueron D. Joaquín Mal-
donado (desde 1890), D. Eleuterio Villalba, don
Leopoldo Calzado (encargado de la parte financie-
ra), D. Julio Burell, Pérez de Guzmán, Botella (don
Francisco), Botella (D. Cristóbal), D. Javier Bete-
gón, D. Ernesto Rápela, D. José Alcázar, D. Gui-
llermo Ranees, D. Mariano Guillen y la actual Re-
dacción de La Época.
Colaborador político, asiduo e importante, fué el
vizconde de Campo Grande, literarios D. Eduardo
Cortázar (Julio- Agosto), Valero de Tornos (don
Juan), el escritor que firma El Otro, el doctor Gar-
cía Alvarez y el que se firmó El Pájaro Verde.
La crítica ha sido o es desempeñada por don
Eduardo Gómez de Baquero, D, Francisco Villegas
(Zeda), Don C. Fernández Shaw^, D. Rodrigo So-
riano, D. Cecilio Roda y Don R. Mitjana.
Colaboradores militares en el trascurso de los
cincuenta años que cuenta de vida La Época han
sido los generales marqués del Duero, D. Crispín
G. de Sandoval, Gómez de Arteche, Coello, Sán-
chez Bregua, D. Leopoldo Crestar, D. Antonio
Goicorrotea, el marino S. Patero, y también en
esta clase de asuntos D. E. de Salazar y Mazarre-
do y D. Pelayo Alcalá Galiano. De artes han escrito
durante este período los Sres. Leguina (D. Enri-
que), conde de Morphy, Badía y otros muchos.
En 25 de diciembre de 1897 la Redacción de La
Época, así política como dedicada a la información
o Hteraria, ofrece el cuadro siguiente:
Director: D. Alfredo Escobar, marqués de Val-
deiglesias.
60 LEÓN ROCH
Redactores: D, Eduardo Gómez de Baquero,
D. Ramón de Cárdenas, D. Francisco Fernández
Villegas (Zeda), D.Javier Betegón, D. Carlos Fer-
nández Shaw, D. Juan Lapoulide, D. Alfredo Gar-
cía López, D. Gabriel Briones, D. Ángel Febrer,
D. Carlos Palma, D. Augusto Barrado, D. Ángel
Pérez Magnín, D. Enriquez Gálvez, D. Eduardo
Montesinos, D. Alberto Pérez Cossío, D. Juan
Reza, D. Adolfo Fernández Brañas y el que firma
este artículo.
Como colaboradores toman parte en las tareas
del periódico D. Juan Pérez de Guzmán, D, Julio
Burell, D. Rodrigo Soriano, D. Cecilio Roda y di-
versos reputados escritores.
Joaquín MALDONADO MACANAZ.
LOS LECTORES DE PERIÓDICOS
(1849-1897)
Entre las páginas interesantes del número con-
memorativo del cincuentenario de La Época apa-
rece un notable artículo del ex ministro D. Carlos
Navarro Rodrigo, redactor que fué también del
periódico, evocando recuerdos de la campaña de
Tetuán. Nada agrega ese bello trabajo a nuestra
historia, ni a ella hace referencia, y lo omitimos en
esta relación.
Al artículo de Maldonado Macanaz sigue una
crónica del ilustre escritor Kasabal, que por su in-
genio y su arte rivalizó como cronista de sociedad
con el famoso Asmodeo. Al mismo tiempo fué don
José Gutiérrez Abascal un buen periodista político
y un literato de exquisito gusto y cáustica agudeza.
Cuando murió, hace pocos años, era director del
Heraldo de Madrid. He aquí la crónica del ilustre
colaborador de La Época, que pudiera publicarse
hoy en cualquier periódico como una interesante
crónica de actualidad:
*
62
LEÓN ROCH
Cincuenta años, medio siglo nada menos ha
transcurrido desde la fundación de La Época, y en
ese tiempo, en que se han convertido en abuelas
venerables muchas que eran niñas bonitas cuando
sus papas llevaban a casa el primer número del pe-
riódico, y en que han ocurrido sucesos tan tras-
cendentales para la vida del país, se han transfor-
mado de un modo notabilísimo las costumbres,
como en otras muchas cosas, en lo que se relacio-
na con los periódicos y sus lectores.
Si entre el diario vivo, agitador, nervioso, de
este fin de siglo, y el grave y sesudo que se publi-
caba al mediar la centuria hay una gran diferencia,
no es menor la que existe entre el lector de hoga-
ño y el de antaño, y aun se puede decir que lo
uno es consecuencia de lo otro, o lo que es igual,
que la transformación del lector ha traído la de
la hoja impresa que llega a sus manos todos los
días.
Hoy, más que leer un periódico, se recorre con
la vista buscando la sección que más interesa o lo
que constituye la novedad más saliente del día, y
después se deja en el asiento del tranvía, en la ban-
queta del coche de alquiler, en la butaca del teatro,
como flor cuyo perfume se ha aspirado y que ya
no ofrece atractivos.
¡Qué diferencia entre este lector, siempre agita-
do y afanoso, y aquel otro de hace cincuenta años,
para el que la lectura del diario de su predilección
era una de las ocupaciones más serias e importan-
tes del día! Dedicaba a ella una hora fija, siempre
la misma, escogida entre las que eran para él de
75 Af50S DE PERIODISMO
63
más reposo, y como por culpa del repartidor o
descuido de la administración del periódico éste
faltase, se producía en la casa un verdadero tras-
torno, que sólo se sosegaba cuando la falta se ha-
bía remediado.
El ilustre novelista D. Pedro Antonio de Alarcón,
REDACTOR DE «La Época» (1856-1859).
Pero una vez en poder del suscriptor su diario,
¡qué gratas emociones le proporcionaba! Recibíale
como a un amigo predilecto y querido, le cogía con
cariño y le contemplaba con amor, fijándose, antes
de desdoblarle, en el título, tan simpático a sus
ojos; en la fecha, que era su almanaque; en todos
64 LEÓN ROCH
los detalles de la cabeza, que constituían para él
como los rasgos de una fisonomía de esas que pre-
disponen a la amistad y a la benevolencia.
Después de este primer examen, se sentaba el
lector lo más cómodamente que podía, al amor de
la lumbre en invierno, al fresco en verano, con el
cigarrillo recién encendido en la boca, si era fuma-
dor, o con la nariz repleta de aromático polvo, si
constituía el rapé sus delicias, y teniendo siempre
al alcance de la mano, con el pañuelo de seda de
la India, la petaca o la tabaquera, para no tener
que interrumpir la lectura para volver a encender
un pitillo o para introducir el índice y el pulgar en
la afiligranada o esmaltada cajita.
Y en esta disposición procedía a desdoblar el pe-
riódico lenta y solemnemente, a estirarle bien, a
deshacerle las arrugas, a plancharle acariciándole
con el brazo izquierdo mientras le sostenía con la
mano derecha, y a cogerle luego con las dos para
leer, con meditación y reposo, desde la primer lí-
nea del artículo de fondo hasta el pie de imprenta
y el nombre ya conocido del editor responsable
que exigía por entonces la ley.
Y el periódico no era sólo leído, sino comentado
mentalmente por el atento lector, que creía en todo
aquello que leía como en el Evangelio, y que no
daba por cierta ninguna noticia hasta que la en-
contraba en aquellas columnas de su especial pre-
dilección.
Y después de la lectura, no arrojaba con desdén
la hoja impresa que le había proporcionado tan gra-
tas emociones, su amigo sincero, ni consentía que
75 AÑOS DE PERIODISMO 65
las mujeres la cogiesen para cortar patrones o en-
volver líos, ni que fuese a la cocina a que la do-
méstica le recortase en picos para adornar el vasar,
ni que los chicos la convirtiesen en pajaritas o co-
ExcMO. Sr. D. Saturnino Álvarez Bugallal,
XEDACTOR DE «La ÉpOCA» (1856-1864), MINISTRO DE GrACIA yJuSTICIA
Y MINISTRO DE EsPAÑA EN PoRTUGAL.
metas. Volvía a doblar su periódico cuidadosamen-
te por los mismos dobleces que tenía al llegar a
sus manos, y le colocaba en el estante encima de
los números que le habían precedido y esperando
a los que le habían de suceder.
Así han leído y cuidado los carlistas a La Espe-
5
66 LEÓN ROCH
ranza, los conservadores a La Epoca,\os liberales a
Las Novedades, y todavía al deshacerse las antiguas
casas, al separarse las familias agrupadas en un
mismo hogar, se encuentran colecciones de esos
diarios, que miran con cierta veneración los hijos y
los nietos de los que se los vieron leer con tanto
cariño a sus padres y a sus abuelos, y donde
aprendieron a deletrear ellos mismos.
Estos periódicos estaban tan identificados con la
familia, que aun muerto el jefe de ella, que era su
lector constante, los herederos conservaban la sus-
cripción en respeto a la memoria del muerto que-
rido, y hubieran creído una profanación dejarla,
cerrando la puerta a aquel amigo de todos los días.
A estos periódicos de la década del 40 al 50 su-
cedieron los más batalladores de la del 50 al 60,
La Iberia, de Calvo Asensio y de Sagasta; La Dis-
cusión, de D. Nicolás María Rivero; La Democra-
cia, de Castelar, periódicos de partido y de bata-
lla, que se leían en la plaza pública, y de los que
los lectores hacían una bandera, identificándose
tanto con ella que la daban su dinero para costear
gastos y pagar multas, y que no la negaron su san-
gre en memorables ocasiones.
La Época quedó siendo siempre el periódico del
hogar, y del hogar respetable y bien acomodado,
donde le acogía con predilección la señora mayor,
que había hecho de este periódico su órgano pre-
dilecto. Pocos serán los que entre los recuerdos de
su infancia tío conserven el de alguna vieja parien-
ta o venerable amiga de las que iban a visitar coa
sus madres, en días solemnes de santos o de Pas-
75 Af50S DE PERIODISMO 67
cua, y no la vean con los ojos de la imaginación
bien acurrucada en el sillón de terciopelo, con las
respetables canas cubiertas por la blonda y los la-
zos de la cofia, los hombros abrigados con la man-
teleta de volante, los pies colocados en el taburete
de alfombra y en las manos, resguardadas con mi-
tones. La Época, que dejaba sobre su falda para
recibir la visita, volviendo a reanudar la lectura en
cuanto se quedaba sola.
Y como las mamas, las hijas se aficionaron a la
lectura de La Época, porque en ella encontraban
noticias agradables de lo que pasaba por el mun-
do, y aquellas deliciosas crónicas de salones, sus-
critas por Pedro Fernández y por Asmodeo, y en
las que se puede seguir la historia de la sociedad
aristocrática de Madrid durante el reinado intere-
santísimo de Doña Isabel 11.
Allí se hablaba de los que se casaban, y de los
que nacían, se describían los bailes y las reuniones
y se consagraba el debido tributo a los que aban-
donaban este mundo.
Las crónicas de Pedro Fernández y de Asmodeo,
trasladadas desde las viejas columnas de La Época
a un libro ilustrado con copias de los retratos pin-
tados por Federico Madrazo, constituirían un vo-
lumen interesantísimo, cuyas páginas contendrían
la melancólica, pero siempre encantadora música
del tiempo pasado.
Leer La Época fué durante mucho tiempo un
título de honor para las señoras, como tener por
modista a Mad. Carolina y por zapatero a Reynal-
do. Para los hombres era como una cédula que
68 LEÓN ROCH
daba fe del amor al orden, a los principios esta-
blecidos, a lo que servía de base a la buena or-
ganización social.
Y este carácter lo ha conservado a través de los
tiempos y de la transformación del periodismo,
siendo todavía periódico predilecto en los salones
y el español que con más frecuencia se encuentra
en los hoteles y en las casas aristocráticas del ex-
tranjero.
Vivir cincuenta años en estos tiempos, conser-
vando el carácter propio, la fisonomía especial, sin
haber dejado de seguir las corrientes modernas,
constituye una empresa que sólo puede apreciarse
bien viéndolo de cerca; es ir fundiendo en una sola
tres generaciones: la de las abuelas, la de las ma-
dres y la de las nietas, y hacer que resulten armóni-
cos los bucles de María Cristina, las cocas de Doña
Isabel II y el peinado moderno de que dio norma
en los tiempos del segundo Imperio la famosa
princesa de Metternich.
En un periódico lo más esencial es el lector, y
La Época ha tenido muy buenos lectores, y, sobre
todo, lectoras, y a esto ha debido su larga vida y
su crédito.
¡Que Dios se la prolongue y la aumente, hacién-
dola entrar con paso firme en el siglo en que ha
de cumplir el centenario que celebrarán los que
están próximos a venir al mundo a continuar la
misión de los que hoy trabajan siguiendo el ejem-
plo de los que les precedieron!
KASABAL»
BIBLIOGRAFÍA DE «LA ÉPOCA» O
La colección de La Época, por todo extremo
rara, pues no la poseen completa la Biblioteca Na-
cional, las de los Cuerpos Colegisladores, ni nin-
guna otra pública ni particular, desde el 1.° de abril
de 1849, en que apareció su primer número, hasta
el 1.° de enero de 1898, en que entra en el quin-
cuagenario de su publicación, consta, prescindien-
do de toda clase de apéndices y suplementos no
numerados, de 17.092 números de dos y tres hojas,
o sean cuatro y seis páginas, divididos en 98 volú-
menes semestrales.
La cifra que aquí se señala es la correlativa que
seguimos; pero hay que advertir que es mucho ma-
yor, pues en el examen que acabamos de practicar
hemos hallado muchos números repetidos por des-
cuido de imprenta.
Las interrupciones que el periódico ha sufrido
en 1852 (del 4 de mayo al 18 de junio) y en 1854
(del 5 al 15 de julio) son de escasa importancia,
(*) Con este extenso y detallado artículo cerraba sus páginas el nú-
mero conmemorativo del cincuentenario.
70 LEÓN ROCH
pues sólo han durado algunos días y siempre han
sido impuestas de orden de la autoridad.
Piliación del periódico. — Hasta 4 de mayo
de 1852 La Época no usó de más apelativo que su
título. Suspendida su publicación hasta habilitar
editor responsable, en las condiciones impuestas
por el Real decreto sobre imprenta, reapareció re-
ducida a dos tercios de su tamaño, con el título de
La Época Actual. Rehabilitada para recobrar su
carácter político el 16 de noviembre, tomó su an-
tiguo tamaño y añadió a su nombre de La Época
el lema de «periódico político y liberal de la tar-
de». A los diez días, el 26, volvió a ser denunciada,
y para continuar viviendo cambió este lema por el
de «periódico administrativo de la tarde».
Desde 10 de diciembre, en que fué absuelta, se
llamó <La Época, periódico del partido liberal»,
hasta 16 de febrero de 1854, en que volvió a pu-
blicarse sin apelativo alguno. El 20 del mismo mes
adoptó el de «periódico constitucional de España»,
que usó hasta el 26 de noviembre. Abolido éste,
quedó por mucho tiempo indefinida; pero el 29 de
enero de 1866 tomó el de «periódico político dia-
rio», que conservó hasta 23 de noviembre de 1867.
En 3 de diciembre lo cambió por «diario político y
literario». Desde el 17 de diciembre de 1871 borró
el adjetivo «literario», y después de volver desde
el 31 de diciembre de 1885 hasta el 21 de septiem-
bre de 1890 a quedar sin apelativo alguno, desde
la última de estas fechas adoptó el de <La Época:
últimos telegramas y noticias de la tarde», que es
el nombre y lema que conserva.
75 AÑOS DE PERIODISMO 71
Las letras titulares de su nombre también han
sufrido algunas variantes; el tipo que la caracteriza
hace muchos años se aceptó como definitivo desde
el núm. 1.123, correspondiente al 10 de noviembre
de 1853.
D. Pedro Bofill,
REDACTOR LITERARIO Y CRÍTICO TEATRAL DE «La ÉpOCA» (1887-1894).
Las variantes de los epígrafes, relacionándolas
con los sucesos políticos del tiempo, implican la
historia de las vicisitudes políticas de La Época.
Directores.— Excmo. Sr. D. Ramón de Nava-
RRETE, Gran Cruz de la Orden de Isabel la CatóHca,
director de la Imprenta Nacional y de la Gaceta
72 LEÓN ROCH
de Madrid. Fué director de <La Época* sólo un
día, el primero de su publicación.
Excmo. Sr. D. Diego Coello y Quesada, primer
conde de Coello de Portugal, diputado a Cortes
desde 1846, constituyente en las de 1854 a 56, se-
nador electivo en 1876, vitalicio desde 1877, mi-
nistro de España en Copenhague en 1854, en
Constantinopla en 1856 y 1884, en Turín, Parma y
Toscana en 1858, en Lisboa en 1863 y en Italia en
1881. Gran Cruz de las Ordenes Españolas de
Carlos III, Isabel la Católica y del Mérito Militar y
de las de San Mauricio y San Lázaro y la Corona
de Italia, Concepción de Villaviciosa de Portugal,
Leopoldo de Bélgica, San Jorge de Parma, Fran-
cisco II de las Dos Sicilias, Nuestra Señora de Gua-
dalupe de Méjico y Medjidié de Turquía, Gran
oBcial de la Legión de Honor y gentilhombre de
Cámara de S. M.
Excmo. Sr. D. Juan Mané y Flaquer, de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, director
del Diario de Barcelona, y que ha renunciado cuan-
tas posiciones políticas y títulos de honor se le han
brindado.
Excmo. Sr. D. Ignacio José Escobar, primer mar-
qués de Valdeiglesias, diputado a Cortes en 1857»
58, 59, 60, 61, 62, 62 a 63, 76, 77, 78 y 79; vice-
presidente del Congrego de los Diputados, conse-
jero de Estado, gentilhombre de Cámara de S. M.,
caballero de la ínclita Orden de San Juan de Jeru-
salén, Gran Cruz de la Concepción de Villaviciosa
y de Cristo de Portugal, de la Orden de Medjidié
de Turquía, del Nescham Yfthar de Túnez y del
75 AÑOS DE PERIODISMO 7S
Orden Real del Cambodje, y comendador de la
Legión de Honor de Francia.
Sr. D. Juan Pérez de Guzmán.
Excmo. Sr. D. Gabriel Estrella, diputado a Cor-
tes en 1857 y 1858, Gran Cruz de la Orden de Isa-
bel la Católica, consejero de Ultramar, etc.
D. Alfredo Escobar y Ramírez, segundo marqués
de Valdeiglesias, diputado a Cortes desde 1884 a
1898, senador vitalicio nombrado por S. M., su
gentilhombre de Cámara con ejercicio, Gran Cruz
de la Orden de Cristo de Portugal, comendador
de la Corona de Italia y del Medjidié de Turquía,
caballero de Carlos III, del Mérito Naval, del Águi-
la Roja de Prusia, ex secretario del Congreso de
los Diputados y vicepresidente de la Asociación
de la Prensa, etc., etc.
Primera redacción. — D. Diego Coello y
Quesada, fundador, director y propietario, llevaba
tres secciones del periódico: la política, la econó-
mica y la internacional.
D. Francisco de Paula Madrazo, redactor polí-
tico y literario, escribía fondos y sueltos y estaba,
además, encargado del extracto de las sesiones de
las Cortes.
D. Diego Bravo y Destouet traducía la novela
para el folletín y extractaba los periódicos extran-
jeros.
D. Ramón de Navarrete era el redactor literario
y de las revistas de Madrid, de los salones y de los
teatros.
D. Jacobo Rebollo era taquígrafo al servicio del
Sr. Coello y confeccionador.
74 LEÓN ROCH
D. Agustín Aguirre era administrador, gerente
de la imprenta, editor responsable y colaborador
en las noticias menudas de la capital.
Imprentas. — Desde la fundación de La Época,
la imprenta, aunque a nombre de los administra-
dores del periódico o de los regentes-ajustadores,
siempre fué propia, hasta 1873. Establecida prime-
ramente en la calle de las Huertas, núm. 14, prin-
cipal, desde 1849 hasta 30 de marzo de 1851 estu-
vo a cargo de D. Agustín Aguirre y de D. Luis
García.
Trasladada a la calle de las Infantas, núm. 36,
principal, estuvo desde 1." de junio de 1851 hasta
30 de agosto de 1854 a nombre de D. Manuel Váz-
quez de Ortiz y de D. Tomás Badía, uno y otro
regentes de la misma.
En 31 de agosto de 1854 se puso de nuevo a
cargo del administrador D. José Juaneo, y se tras-
ladó a la calle de las Torres, núm. 11, donde esta-
ba establecida la Redacción, hasta que en 1.° de
diciembre de 1873 se llevaron enseres, cajas y má-
quinas a la imprenta de D. Tomás Fortanet, cuyo
nombre tomó y conservó hasta 31 de diciembre
de 1885, domiciliándose en la calle de la Libertad,
núm. 29.
Desde 1.° de enero de 1886 se hizo cargo de la
imprenta de La Época D. Manuel Ginés Hernán-
dez, establecido con obrador tipográfico propio en
la calle de la Libertad, núm. 16 duplicado. Hasta
27 de febrero de 1887 el pie de imprenta del pe-
riódico decia: «Imprenta de La Época, a cargo de
D. Manuel G. Hernández>; desde esta fecha hasta
75 AÑOS DE PERIODISMO 75
11 de mayo de 1888, se leía: <Imprenta de Manuel
Ginés Hernández, impresor de La Época»; por úl-
timo, desde 12 de mayo de 1888 hubo otra rectifi-
cación, leyéndose: «Imprenta de Manuel Ginés
Hernández», la que han seguido hasta aquí los
hijos y herederos de este excelente tipógrafo. A
D. Manuel Ginés Hernández La Época le condeco-
ró con la Gran Cruz de Isabel la Católica, así como
el pueblo de Madrid le votó concejal de su Ayun-
tamiento, y el alcalde le nombró teniente de alcalde
del distrito de Buenavista.
Casas que ha ocupado la Redacción. — La
Época se instaló en 1.° de abril de 1849 en el cuar-
to principal de la casa de la calle de las Huertas,
núm. 14. De aquí pasó en 14 de diciembre del
mismo año a la calle del Príncipe, 40, principal, y
desde esta casa, en 11 de agosto de 1851, a la calle
de las Torres, núm. 11, esquina a las de la Reina y
las Infantas, donde permaneció durante veintidós
años.
Desde 1.° de diciembre de 1873 se trasladó ala
calle de la Libertad, núm. 18, donde siguió otro
largo período; estableciéndose últimamente, el 25
de noviembre de 1895, en el núm. 16 de la mis-
ma calle y casas de la Alhambra, donde ha tenido
por algún tiempo su morada el Circulo de Bellas
Artes.
Administradopes.— D. Agustín Aguirre, hasta
24 de febrero de 1854.
D. José Juaneo, hasta su muerte, en 1875.
D. Antonio Hernández Contreras, desde 1875
a 1885.
76 LEÓN ROCH
D. Francisco Boronat y Satorres, desde 1.° de
julio de 1885.
Editores responsables. — D. Agustín Agui-
rre, hasta noviembre de 1852.
D. Agustín del Valle, de 21 de noviembre de
1852. Procesado y puesto en prisión el 26 del mis-
mo, fué absuelto en 10 de diciembre, continuando
en su cargo hasta 17 de enero de 1853.
D. Tomás Badía, hasta 18 de febrero de 1854.
D. José Juaneo, hasta 1868.
Tamaño del periódico. — El tamaño inicial
de La Época era de 0,397 . 0,276 metros, en el
que se publicaron sus cuatro primeros volúmenes.
Tuvo un aumento considerable en 1851; pero, en la
suspensión que sufrió en 1852, se redujo en una
tercera parte, y aunque al recobrar su carácter po-
lítico volvió al tipo en que había sido suspendido,
el inmenso crédito que de día en día alcanzaba y
el estímulo del favor público, le hizo tomar las di-
mensiones que conserva desde el núm. 4.016, co-
rrespondiente al 17 de junio de 1861. Estas dimen-
siones son: 0,559 .\ 0,400 metros, en cinco co-
lumnas.
Primeros elementos característicos v
constitutivos de ia publicación.— Los primeros
artículos políticos firmados por colaboradores ex-
traños a la Redacción fueron los de D. Fermín Gon-
zalo Morón, titulados: El partido moderado en el
Gobierno desde 1843; lo que ha sido; lo que debe
ser. Se publicaron en los números 65, 67, 68 y 69
de La Época, correspondientes a los días 17, 19, 20
y 21 de junio de 1849.
75 AÑOS DE PERIODISMO 77
Los primeros artículos políticos firmados por
redactores del periódico fueron los de D. Diego
CoELLO Y QuESADA, SU director, titulados: Lo pasa-
do y lo presente, y publicados en los días 5, 6, 8,
10, 12, 16 y 17 de febrero de 1851.
D. Luis Alfonso,
CRONISTA Y CRÍTICO DE TEATROS Y DE ARTE DE «La ÉpOCA» (1881-1892).
El primer artículo político de carácter científi-
co e internacional fué el titulado El catolicismo
y la filosofía, el cual, escrito desde Berlín en car-
ta al conde de Montalembert por D. Juan Dono-
so Cortés, marqués de Valdegamas, simultánea-
mente se publicó en L'Univers, de París, y La
78 LEÓN ROCH
Época, de Madrid, el 28 de junio de 1849, núme-
ro 75.
El primer telegrama de carácter oficial que pu-
blicó La Época fué recibido de París por el Go-
bierno el 3 de julio de 1849, a las tres y media de
la tarde, anunciando que «un despacho de Civita-
vecchia del día 1." comunicaba que la Asamblea
constituyente romana había declarado que cesaba
de hacer una defensa que juzgaba ya inútil, y que
la municipalidad de Roma se había dirigido al ge- _
neral Oudinot para pedir la capitulación.»
El primer corresponsal que La Época mandó al
extranjero fué D. José Gutiérrez de la Vega, a
quien el general D. Fernando Fernández de Cór-
doba, general en jefe de la expedición que España
envió a Roma en auxilio de Pío IX, en 1849, agre-
gó a su Estado Mayor, y quien escribió el diario
de aquel suceso, que publicado después en dos
tomitos en octavo, se regaló a los suscriptores de
La Época.
El primer corresponsal que La Época envió a
ser testigo y a representarla en un movimiento po-
lítico interior, fué su redactor D. Antonio Mantilla
DE LOS Ríos, que acompañó a Vicálvaro al general
O'Donnell en 1854 cerca de su cuartel general, y
con él hizo la entrada triunfal en Madrid.
El primer corresponsal a quien La Época hizo
hacer un viaje imaginario y describir en varias co-
rrespondencias sucesos que no veía, fué D. José
DE Castro y Serrano, que desde Madrid escribió
para La Época sus famosas jornadas de la aper-
tura del canal de Suez, con que luego hizo el
75 AÑOS DE PERIODISMO 79
libro de La novela del Egipto, que se publicó
en 1870.
El primer artículo sobre mejoras materiales se
publicó en La Época el 21 de mayo de 1849, nú-
mero 43. Describía el ferrocarril de Barcelona a
Mataró, primero que se construyó en España, y lo
suscribía el ingeniero de las mismas obras D. Ra-
món DE Echeverría.
El primer folletín que publicó La Época en su
primer número y siguientes fué la novela Paulina,
de Alejandro Dumas, y por mucho tiempo siguie-
ron dominando esta parte del periódico las nove-
las que entonces hacían más furor de Dumas, Sué
y otros escritores franceses. Sin embargo, en 24 de
abril del mismo año de 1849 La Época comenzó a
publicar en el folletín la novela española de don
Ramón de Navarrete, Misterios del corazón, honor
que no volvió a alcanzar otro escritor castellano
hasta 1856, en que La Época prohijó también la
de D. Antonio Hurtado, Lo que se ve y lo que no
se ve.
Las primeras poesías insertas en La Época con
motivo de la Semana Santa de 1849 fueron la Ins-
piración, que D. José Zorrilla acababa de leer en
una de las sesiones del famoso Liceo y unas estro-
fas A Jesús sacrificado, suscritas con las iniciales
de D. Diego Bravo Destouet.
La primera crítica literaria que se publicó en La
Época, el 2 de mayo de 1849 (núm. 26), fué sobre
la Corona del Dos de Mayo coleccionada por don
Braulio Antón Ramírez. Estos trabajos no abunda-
ron en el principio; pero el segundo artículo crítico
80 LEÓN ROCH
literario que La Época insertó el 10 de enero de
1852 (núm. 888) lleva la firma de D. Agustín Du-
ran y se ocupa del Cancionero del siglo XI de Juan
Alfonso de Baena, cuyo prólogo admirable escri-
bió el marqués de Pidal, y las anotaciones don
Eugenio de Ochoa y D. Pascual de Gayangos.
La primera recepción académica en la Española
de que dio La Época extensa cuenta fué la de don
Fermín de la Puente Apezechea, que ocupó la silla
de D. Alberto Lista, y a quien contestó D.Joaquín
Francisco Pacheco el domingo 22 de diciembre de
1850 (núm. 557).
La primera revista de teatros publicada en La
Época por Leporello (seudónimo de Navarrete
entonces), describió la inauguración del teatro Es-
pañol, erigido por el conde de San Luis, el 11 de
abril de 1849 (núm. 7). Se representó la comedia
de Calderón de la Barca Casa con dos puertas y La
Casa de Tócame Roque, de D. Ramón de la Cruz.
En la primera tomaron parte Matilde Diez, la se-
ñora Palma, la señorita Noriega y Romea, Piza-
rroso y D. Antonio Guzmán, y en la segunda Ma-
tilde, Teodora Lamadrid, las señoras Córdoba y
Chafino y los Sres. Romea, Sobrado, Guzmán,
Caltañazor y Barroso. Asistió la Reina, con toda
la corte, y Romea leyó unos versos suyos, que
La Época reprodujo. A Leporello siguió en La
Época en las Criticas de teatros D. Manuel María
Santana.
El primer artículo de salones que publicó La
Época, en su núm. 25, no lleva firma ni seudónimo,
pero se comprende quién fué su autor. Apareció
75 AÑOS DE PERIODISMO 81
«I sábado 25 de abril de 1849 y reseñaba la inau-
guración del teatro casero que S. M. la Reina Doña
Isabel II había dispuesto en Palacio. Hubo sinfonía
de La Muta di Portici; himno cantado, letra de
D. Juan Peral y música del maestro Hernando, y se
D. Antonio Peña y Goñi,
REDACTOR LITERARIO Y CRÍTICO MUSICAL DE «La ÉpOCA» (1887-1896);
ACADÉMICO DE BeLLAS ArTES.
representaron la comedia original de D. Ramón de
Navarrete Caprichos de la fortuna y por saínete
Un diablillo con faldas, arreglado del francés por
el mismo autor. Las hicieron los actores del Teatro
Español y el aficionado D. Ramón García de Luna.
Fué un acto solemne.
82 LEÓN ROCH
El primer crítico musical no lo tuvo La Época
hasta 1852; se llamó D. Nicanor de Regoyos.
El primer artículo político que suscribió en La
Época el autor de esta bibliografía, titulado La
Confederación germánica: Austria y Prusia, se pu-
blicó en el núm. 5.679, correspondiente al 21 de
julio de 1866. Fué una profecía de la transforma-
ción de Europa: del triunfo todavía problemático
de la Prusia sobre el Austria en la guerra de Bo-
hemia. Prusia venció; cinco años después vino la
guerra franco-alemana y el vaticinio del novel pe-
riodista se vio cumplido.
Como se ve, La Época desde su génesis, y den-
tro de los medios materiales de que en aquel tiem-
po se disponía, imprimió la fisonomía total que ha
conservado y conserva esta publicación.
Notas especiales. — Sólo nos contraeremos a
dos, entre el número infinito de las que se pudie-
ran sacar de la colección.
El número de La Época 920, del día 19 de febre-
ro de 1852, está impreso en papel verde, sin haber
otro alguno publicado en color.
Había nacido la Infanta Doña María Isabel Fran-
cisca el 20 de diciembre de 1851. Al cumplir la
cuarentena y al salir la Reina Doña Isabel para
hacer la presentación de la tierna Princesa ante el
altar de Nuestra Señora de Atocha, la mano vil de
un regicida atentó contra la vida de S. M., a quien
dejó herida. El día 19 de febrero, al hacer de nue-
vo su presentación la Reina restablecida, el entu-
siasmo de Madrid rayaba en delirio. La Época se
publicó en papel verde, símbolo de la esperanza;
75 AÑOS DE PERIODISMO 83
decoró sus columnas con versos de Martínez de
la Rosa, de Ventura de la Vega y de Rodríguez
Rubí, entre los 200 poetas, la flor y nata de nues-
tro Parnaso, que hicieron la apoteosis del día, y
describió de una manera magistral el Alcázar de
Segovia que los artilleros levantaron delante del
Salón del Prado; el Castillo feudal de los ingenie-
ros en la calle de Alcalá; la fachada de Atocha de
los Inválidos; el Arco de las Cortes, construido por
el arquitecto D. Pascual Colomer; la Pirámide de
la Puerta del Sol, delante de la Casa de Correos;
el Arco de la Casa de la Villa; el Monumento del
Prado; las Columnas de Hércules del Ministerio de
Hacienda; los Adornos del Casino de Madrid y la
Iluminación de los Jardines de Oriente. En cuanto
a la parte política, todo reflejaba el amor a la Mo-
narquía y a la dinastía, que ha sido siempre el sen-
timiento más vivo de La Época después del de la
Patria.
La última nota es de fecha más reciente. El pri-
mer suplemento extraordinario ilustrado de La
Época fué el que se publicó el 31 de diciembre de
1890. Algunos de los que lo firmaron ya no existen.
Los trabajos literarios fueron suscritos por D. Al-
fredo Escobar, D. Joaquín Maldonado Macanas,
D. Juan Pérez de Guzmán, D. Leopoldo Calzado,
D. Carlos Fernández Shaw, D. Arturo Palma, don
Antonio Peña y Goñi, D. Manuel del Palacio, don
Gabriel Briones y Job. La parte artística repre-
sentaba un bello cuadro titulado Amor et labor,
Lcetitia et pax y los retratos de S. M. el Rey Don
Alfonso Xlil y de los Sres. Cánovas del Castillo,
84 LEÓN ROCH
Silvela, Tetuán, Azcárraga, Fabié y marqués del
Pazo de la Merced.
¿Cuántos de los que vean este suplemento quin-
cuagenario verán el que La Época publique al cum-
plir su primer siglo de existencia?
Juan PÉREZ DE GUZMÁN.
EN EL LXXV ANIVERSARIO DE «LA ÉPOCA»
ExcMO. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo,
ILUSTRE FUNDADOR Y JEFE DEL PARTIDO LIBERAL-CONSERVADOR Y VARIAS
VECES PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS 8 DE FEBRERO DE 1828-
8 DE AGOSTO DE 1897).
EL LXXY ÁlíIYERSARIO DE «LA ÉPOCA*
En el mes de mayo de 1923, como ya se ha di-
cho, publicó La Época su número extraordinario
ilustrado conmemorativo del LXXV Aniversario de
su fundación, para el cual tuvo la Prensa madrileña
amable acogida. Por el interés que pueda ofrecer
su texto para los que algún día escriban nuestra
historia política y contemporánea, hemos de repro-
ducir aquí los artículos en él publicados, aunque
en algunos aparezcan obligadas repeticiones de
algo que anteriormente quedó consignado.
La parte gráfica del número conmemorativo es-
taba compuesta por las siguientes ilustraciones:
Retratos de SS. MM. el Rey Don Alfonso XIII,
Reina Doña Victoria, su augusta esposa, y Reina
madre Doña María Cristina, que con tanta energía,
prudencia y gloria para ella desempeñó la Regen-
cia durante la minoridad del Soberano; retratos
del fundador de La Época, D. Diego Coello y Que-
sada; del primer marqués de Valdeiglesias, D. Ig-
nacio José Escobar, que sustituyó a aquél en la di-
rección, y del actual director, D. Alfredo Escobar,
segundo marqués de Valdeiglesias. Retratos de los
88 LEÓN ROCH
cinco jefes que ha tenido el partido conservador:
D. Antonio Cánovas del Castillo, D. Francisco Sil-
vela, D. Antonio Maura, D. Eduardo Dato y el ac-
tual, D. José Sánchez Guerra; retrato del decano
de los redactores y colaboradores de La Época,
D. Juan Pérez de Guzmán; grupo de la Redacción
en 1923 y vista de la casa en que se encuentran
instalados las oficinas y talleres, y que es de pro-
piedad del periódico.
La parte literaria aparecía encabezada con los
afectuosos escritos que, como homenaje a La Épo-
ca, enviaron el jefe del partido, Sr. Sánchez Gue-
rra, y los entonces presidentes de las Cámaras con-
servadoras, Sres. Sánchez de Toca y conde de Bu-
gallal. A continuación los insertamos, así como los
demás trabajos publicados en el número, en algu-
nos de los cuales se han hecho diversas correccio-
nes y adiciones de importancia, y otros artículos
nuevos, que complementan los anales de tan larga
vida periodística.
TRES HOMENAJES
Del jefe del partido li-
beraleconservador don
José Sánchez Guerra.
La Época celebra sus bodas de diamante con la
opinión. Sólo quienes tengan exacta idea de las
internas dificultades, acrecentadas cada día, de una
Empresa periodística, podrán apreciar y medir el
esfuerzo meritorio que esa larga y honrada exis-
tencia supone como labor perseverante y abne-
gada.
A través de los tiempos, con vida incorporada a
la historia de nuestra Patria, La Época ha visto
desaparecer y cambiar hombres e instituciones,
orientando siempre sus propagandas y trabajos al
servicio de convicciones y en defensa de las ideas
fundamentales que hoy mismo le sirven de bande-
ra. En este periódico trabajaron y se desenvolvie-
ron grandes inteHgencias y plumas brillantísimas.
Los nombres de los Escobar, Maldonado Macanaz,
Coello, Cos-Gayón, Fabié, Alvarez Bugallal y tan-
tos otros son al par en estas columnas lección y
ejemplo, y estamos seguros de que si nuevamente
llegaran días de peligro y de combate para las
ideas y doctrinas que La Época defendió siempre.
90 LEÓN ROCH
los que ahora forman su brillante y culta Redac-
ción podrían repetir la frase sublime del sargento
francés en una de las trincheras del frente atacada
furiosamente por los alemanes: debout les morts!,
e inspirados en el glorioso ejemplo de sus prede-
cesores, sacarían a salvo los principios esenciales
que son credo y razón de existencia del partido
liberal-conservador.
José Sánchez guerra.
De D. Joaquín Sánchez
d«> Toca, presidente dci
Senado.
Me identifico cordialísimamente en sentimientos
y afectos con todo lo que significa este septuagé-
simoquinto aniversario del nacimiento de La Época.
Lo más expresivo en cuanto a mi modo de sen-
tir, como lector asiduo de La Época, se sintetiza
en expresar que, desde que tengo uso de razón,
me queda memoria de que en nuestra casa fuimos
suscriptores constantes de La Época, y que, por
mi parte, de ningún periódico tengo recortados
tantos artículos como de este diario, decano de los
supervivientes de la Prensa de Madrid.
J. S. DE TOCA
Del conde de Rugallal,
presidente del eongreso
de los Diputados.
Nacido yo de familia conservadora y apasiona-
do por los principios que informan este partido,
All LUÍ. Mam nt?»
MASBIS.- LttAM 3 de Abnl da 1933
LA ÉPOCA
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NÚMERO DE «La Época» del 2 de abril de 1923, al entrar
EN el año 75 de su publicación.
(Formato de 57 X 40.)
92 LEÓN ROCH
casi desde el momento en que fueron expuestos
por su ilustre fundador, no podrá extrañar a nadie
mi devoción por La Época, donde, si no aprendí a
leer, como el sargento García en la Constitución
de 1812, empecé a adquirir el conocimiento de la
política en sus desenvolvimientos prácticos y a ad-
mirar a los hombres que combatieron a nombre de
la minoría liberal-conservadora en las Cortes
Constituyentes de 1869.
Los mismos que discutían en las Cortes escri-
bían frecuentemente en La Época, y en especial lo
hacía muy asiduamente aquel ministro de Gracia y
Justicia de 1879, 1880 y 1881, bajo la presidencia
de Cánovas del Castillo, D. Saturnino Alvarez Bu-
gallal, de buena memoria para todos, de memoria
devotísima para quienes oímos en la intimidad sus
juicios y consejos, y cuya firma puede leerse toda-
vía en Códigos y leyes vigentes, que representaron
en su día hondas reformas jurídicas.
Era Alvarez Bugallal redactor de planta de La
Época en 1858, cuando se disponía a convocar
nuevo Parlamento el Gobierno de la Unión liberal;
y sin más precedente que éste, sin amparos efecti-
vos de ninguna clase ni gestión alguna de su parte,
se vio llamado por el ministro de la Gobernación
de aquel Gabinete, D. José de Posada Herrera,
quien le comunicó su deseo de aprovechar las apti-
tudes que revelaban sus artículos de La Época en
beneficio de aquel Gobierno, con cuyas ideas coin-
cidían las que Alvarez Bugallal sustentaba, como
las de casi todos los hombres que luego formaron
el partido liberal-conservador.
75 AÑOS DE PERIODISMO 93
Alvarez Bugallal perteneció por primera vez a
aquellas Cortes, y siguió perteneciendo a las suce-
sivas, hasta su fallecimiento. Sabido es que enton-
ces todos los periódicos respondían a una tenden-
cia política muy significada y apoyaban o combatían
resueltamente a los Gobiernos, formando los prin-
cipales viveros de que se nutrían los partidos y los
Parlamentos, y no era raro que las personas que
se hallaban a su frente alternasen el ejercicio de la
palabra y el de la pluma.
Cuando yo vine a Madrid traía como ilusiones
la de oír y admirar de cerca a Cánovas y la de es-
cribir en La Época. Tuve ocasión de realizar la
primera, pero apenas pasé de tímidos tanteos en
cuanto a la segunda, por haber tomado mi vida
otras direcciones que me apartaron de tal camino;
pero aun recuerdo la emoción con que llevé algu-
nos escritos al primer marqués de Valdeiglesias y
la bondad con que los acogía.
Ahora, al celebrar La Época el LXXV aniversa-
rio de su fundación, viene inevitablemente a mi me-
moria el culto que en mi casa ha recibido siempre
este periódico, unido a los nombres de quienes
con él desenvolvieron su vida pública y luego ob-
tuvieron mi devoción fervorosa: Cánovas, Silvela,
Alvarez Bugalla!.,.
Gasino BUGALLAL.
ExcMO. Sr. D. Francisco Silvela y de Le Vielleuze,
PRESIDENTE DEL CoNSEJO DE MINISTROS Y JEFE DEL PARTIDO LIBERAL-
CONSERVADOR (diciembre DE 1843-MAYO DE 1905).
EL PARTIDO LIBERAL-CONSERVADOR
Otros compañeros hablan, en diversos artícu-
los, de la historia interna de La Época; yo voy a
hacerlo de la externa, que equivale a hablar de la
del partido liberal-conservador. Cierto que éste,
con su denominación de tal, es de nacimiento bas-
tante posterior al de nuestro periódico; pero tuvo
un antecedente histórico indudable en la historia
de España, que fué la Unión liberal, y a ese ante-
cedente aparece adscrita e incorporada la vida de
La Época, habiendo recibido su verdadero primer
director, D. Diego Coello (ya que el Sr. Navarrete
lo fué de modo efímero), inspiraciones directas y
constantes del general O'Donnell, fundador de la
Unión liberal.
El germen de ésta, su exteriorización doctrinal,
se halla en el Manifiesto de Manzanares, y el re-
dactor del mismo fué D. Antonio Cánovas del Cas-
tillo, el genial restaurador del orden en España,,
que, para consolidarlo y hermanarlo con el pro-
greso, dijo que era el continuador de la historia
patria. Y de tal modo ese espíritu de ponderación
y armonía entró en las columnas de La Época, de-
96 LEÓN ROCH
fensoras un día de O'Donnell, después de Cáno-
vas, que dijérase es algo consustancial a ellas, que
ha dominado a cuantos las escribieron, que se ha
impuesto a quienes desempeñaron algún papel di-
rectivo en la casa, en estos tres cuartos de siglo
de vida.
La constancia en la doctrina, la prudencia en el
juicio, la consideración a las personas, han sido
ejecutorias del periódico desde el primero de sus
números. ¡Valor inmenso, si se tiene en cuenta la
época tormentosa en que apareció! El propio don
Antonio Cánovas, en la Introducción que escribió
al libro de Pérez Díaz, Los problemas del socialis-
mo, la ha descrito con trazos inimitables de su vi-
gorosa pluma.
Levantamientos populares en Berlín y Viena; dis-
cusión de los derechos eslavos en Praga y de los
germanos en Francfort; el Soberano Pontífice obli-
gado a marchar, solo y disfrazado, de sus señoríos
del Tíber; el socialismo, adueñándose de las con-
ciencias y estimulando las ambiciones... Y en me-
dio de ese ambiente, de inquietud mundial, Espa-
ña, sosteniendo aún luchas civiles, con colonias
distantes, con Hacienda averiada... ¡Así nació La
Época para vivir en lucha perpetua por el ideal,
pero en alianza ininterrumpida con la serenidad de
juicio!
«Queremos — decía, entre otras cosas, el Mani-
fiesto de Manzanares — la práctica rigurosa de las
leyes fundamentales, mejorándolas...; queremos la
rebaja de los impuestos, fundada en una estricta
economía; queremos que se respeten en los em-
75 AÑOS DE PERIODISMO 97
pieos militares y civiles la antigüedad y los mereci-
mientos; queremos arrancar los pueblos a la cen-
tralización que los devora, dándoles la independen-
Ilmo. Sr. D. Mariano Marfil,
REDACTOR-JEFE DE <La EpOCA> Y EX SUBSECRETARIO
DE LA Presidencia del Consejo.
cia local necesaria para que conserven y aumenten
sus intereses propios.» Y seguía una apelación a
la voluntad nacional, que sería acatada y respetada.
7
98 LEÓN ROCH
Y nosotros, que hemos repasado las amarillen-
tas hojas de la colección de La Época, no hemos
visto nunca nada que se contradiga con ese pro-
grama de 1854; y en los años que llevamos contri-
buyendo a su Redacción, tampoco recordamos
nada que se separe de esas ideas cardinales,
que por ser de orden, de justicia y de derecho, per-
manecen inmutables.
No fué bastante la labor de O'Donnell para evi-
tar la revolución, pero apenas efectuada ésta, se
comprendió la necesidad de cerrar ese paréntesis,
en el que amenazaba extinguirse la vida de España.
La Unión liberal, fundada por O'Donnell, había
sido un movimiento natural de opinión, en el que
como ha dicho un historiador, convergieron dos
corrientes opuestas: la de los progresistas que que-
rían Gobiernos fuertes y estables, que consolidasen
la paz interior, y la de los que se sentían conserva-
dores, pero no reaccionarios. Fué algo así como un
partido central que repudiaba a la derecha el des-
potismo, y a la izquierda la anarquía.
Era tan sano el propósito que el éxito fué indu-
dable, y así en torno a O'Donnell y Posada Herre-
ra se congregaron hombres de tan distintas proce-
dencias como Martínez de la Rosa e Istúriz, des-
gajados de los moderados, y Lafuente, Cortina,
Prim y D. Cirilo Alvarez, separados del progre-
sismo.
En este propósito perseveró al hacerse la res-
tauración Cánovas del Castillo, y por eso al partí-
75 AÑOS DE PERIODISMO 99
do se le dio el título de liberal-conservador, etique-
ta que cuidadosa e intencionadamente renovó don
Eduardo Dato. «La revolución de 1868 — dijo el
Sr. Cánovas en un discurso memorable que pro-
nunció en el Congreso el 11 de julio de 1879 — fué
ocasionada por la división del partido monárquico:
los unos se quedaron del lado de acá de Alcolea;
los otros pasaron del lado de allá. Por eso todos
mis esfuerzos se dirigieron a conciliar a todos los
monárquicos, y cuando lo conseguí no llamé Res-
tauración a la contrarrevolución, sino Concilia-
ción.* ¡Pues bien puede decirse en verdad que este
concepto no estuvo ausente un solo instante de la
mente de Cánovas!
Relatar la historia del partido liberal-conserva-
dor a partir de Cánovas sería incurrir en repeti-
ción de lo que está en la memoria de todos. Si res-
tauró con la Monarquía la paz y el orden, bien
puede asegurarse que ese caudal jamás ha sido
malbaratado. Al morir Don Alfonso XII, el señor
Cánovas entregó el Poder, y no volvió a significar
impaciencia para recobrarlo; al perderse el impe-
rio ultramarino, el Sr. Silvela cuidó mucho en su
gobernación de exaltar las virtudes ciudadanas y
aprovechar todos los movimientos sanos que en-
tonces se dibujaban; al tratar de remediar las ave-
rías de la Hacienda, fué el partido liberal-conser-
vador el que destacó de entre sus filas a Villaverde
para que así lo hiciera, imponiéndose a todos con
autoridad; y cuando hubo algaradas revoluciona-
100 LEÓN ROGH
rias, como en 1909 y 1917, fueron los señores
Maura y Dato quienes, respectivamente, al frente
del partido liberal- conservador las enfrenaron,
consolidando el orden.
Esas causas son las que ha servido La Época, y
lo hizo con tal abnegación y patriotismo, que labo-
ró no sólo por los suyos, sino por los adversarios.
Constantemente excitó a las oposiciones monár-
quicas liberales a que se unieran y robustecieran
para ser un instrumento de gobernación, un apoyo
eficaz del Trono. Lo mismo cuando D. Venancio
González anunció la unión de liberales y constitu-
cionales, que cuando z\ fusionismo, que cuando los
intentos de Canalejas para formar un gran partido
democrático, que ahora con la concentración que
preside el marqués de Alhucemas, los jefes del par-
tido liberal-conservador, de Cánovas a Sánchez
Guerra, y La Época, interpretando su pensamiento,
coadyuvaron a esas uniones.
El partido liberal-conservador se caracterizó por
la firmeza en el cumplimiento de su deber. Fué mal
correspondido en los deberes gubernamentales por
los adversarios; fué perseguido modernamente por
los que, habiéndose quedado sin partido, no que-
rían que nadie lo tuviera; fué lanzado del Poder
con precipitación en algunas ocasiones; fué víctima
de los errores de sus propios jefes; perdió dos je-
fes asesinados; vio cómo otro jefe abandonaba el
mando; cómo se entendían los jefes de otros gru-
pos para constituir Gobiernos heterogéneos, sin
otra finalidad que la de ir conquistando posiciones
a los conservadores...
75 AÑOS DE PERIODISMO 101
Pese a todo, por encima de orfandades y disi-
dencias, contra ataques francos y encubiertos, el
partido liberal conservador mantuvo la esencia de
su doctrina, sin vacilaciones y sin desmayos. Los
liberales han abandonado el liberalismo, para ple-
garse a las teorías proteccionistas necesarias en
España, en la medida que Cánovas defendió y ex-
plicó; los liberales han abandonado el individualis-
mo, transformándose en intervencionistas, corrien-
te inaugurada por D. Eduardo Dato. El partido
liberal-conservador no ha sentido vacilaciones, ni
ha tenido cambios. Sus doctrinas persisten, con la
evolución que exigen los tiempos; pero no volvien-
do del revés el pensamiento.
Esa doctrina ha sido interpretada, expuesta y
vulgarizada constantemente por La Época, y para
orgullo de los que la redactaron y norte de los que
hoy lo hacemos, puede decirse que jamás, al abrir-
se la colección del periódico, se halla un artículo
que hoy no pudiera reproducirse. Si las variacio-
nes son hijas del error, bien puede asegurarse que,
en setenta y cinco años de vida. La Época no ha
tenido maridaje con él.
Al volver la vista atrás ocurre en La. Época y al
partido liberal-conservador algo semejante a lo de
un caminante por áspera cuesta: cobra alientos con
lo recorrido para seguir imperturbable la ascen-
sión. Y en las cuestas espirituales, es el mejor
báculo un tesoro de tradición que pueda exhibirse
con orgullo.
Mariano MARFIL.
ExcMO. Sr. D. Antonio Maura y Montaner,
EX PRESIDENTE DEL CoNSF.JO X)E MINISTROS Y EX JEFE DEL PARTIDO LI-
BERAL-CONSERVADOR, DIRECTOR DE LA ReAL ACADEMIA DE LA LeNGUA.
«LA ÉPOCA» DESDE SU NACIMIENTO
A LAS BODAS DE ORO
El domingo 1.° de abril de 1849, apareció el pri-
mer número del diario La Época. En las apretadas
letras de sus cuatro páginas, alentaba, sin duda,
la firme voluntad de arraigar en la opinión espa-
ñola.
Siendo tal anhelo característico de cuantas em-
presas acomete el hombre, es natural que al tiem-
po cumpla, la tarea de discernir, en cada esfuerzo,
lo necesario de lo superfino.
Si un periódico acierta a dar con la razón sufi-
ciente de su existencia, el periódico vive. En otro
caso, muere. La Época sobrevivió a su primera ge-
neración de lectores, y a todas las sucesivas, hasta
la presente.
Así, al tomar hoy en nuestras manos el ejem-
plar primero de La Época, el alma no recibe ese
sedimento de melancoUa, que es el precipitado ló-
gico de toda contemplación orientada a lo efímero
o extinto. Ni sentimos frialdad de cenizas, sino ca-
104 LEÓN ROCH
lor de semilla. Desde aquellas hojas — amarillas y
agrietadas — llega hasta nosotros un continuado y
fecundo aliento vital.
El número primero de La Época es de un forma-
to que persiste hasta el año 1851. A quien guste la
precisión en los datos, brindamos el siguiente: Las
dimensiones de La Época en ese primer período de
su existencia son las de 0,397 ■; 0,276 metros. Y
el texto aparece distribuido en tres columnas, salvo
la cuarta página, que, en parte, se reserva a los
anuncios.
Encabeza este ejemplar inicial de nuestro perió-
dico una referencia de las sesiones de Cortes. El
Senado, bajo la presidencia del marqués de Mira-
flores, aprueba un dictamen de la Comisión mixta
sobre caminos transversales, y comienza a discu-
tir el proyecto de ley sobre dotación de los direc-
tores de caminos vecinales. El Congreso, bajo la
presidencia del Sr. Mayans, se ocupa en los deba-
tes suscitados por varios dictámenes de la Comi-
sión de peticiones.
Viene luego, en folletín, un artículo de Leporello
(D. Ramón de Navarrete), sobre teatros. Después,
un folletín verdadero: Paulina, novela de Alejan-
dro Dumas. Una sección destinada a la revista de
la Prensa. El artículo de presentación y saludo.
Una serie de noticias sueltas, cuyo conjunto forma
un panorama nacional de escasa placidez: incur-
siones de facciosos catalanes en tierras de Maes-
75 AÑOS DE PERIODISMO 105
trazgo; hallazgo en un lugar segoviano de 90 fusi-
les ingleses y 35 bayonetas; fracaso en Motril de
un movimiento revolucionario...
La situación general de Europa, después de las
«tormentas del 48», es peor aún. España, al me-
nos, pese a las amenazas de los progresistas y al
ir y venir de los leales a Montemolín, tiene aún
— leemos en el primer editorial del periódico — «la
más importante, lo más difícil de conseguir en
Europa: el orden y un Gobierno». Justamente, para
mantener el uno y sostener el segundo. La Época
defenderá la alianza entre la libertad y la ley.
El primer director de La Época, por un sólo día,
fué D. Ramón de Navarrete: prosista de varias
aptitudes, que se escondió para el ejercicio de cada
una de éstas tras un seudónimo distinto: Leporello^
como crítico de música y teatros; Pedro Fernández,
primero, y Asmodeo, después, como cronista de sa-
lones: el primer cronista de salones que ha tenida
la Prensa española, tanto en orden al tiempo coma
en cuanto a las calidades literarias. Secundáronle
en la Redacción del periódico un lucido, si bien
escaso, grupo de periodistas: D. Diego Coello y
Quesada, que a poco asumió la dirección de La
Época, y recabó para sí las secciones política y
económica; D. Francisco de P. Madrazo, que ex-
tractaba las sesiones de Cortes y hacía fondos y
sueltos, indistintamente; D. Diego Bravo Destouet,
traductor del folletín y reseñero de la Prensa ex-
106 LEÓN ROCH
tranjera; D. Jacobo Rebollo, taquígrafo y confec-
cionador; y el administrador, D. Agustín Aguirre.
Habida cuenta de los escasos medios de comu-
nicación y del reducido ámbito social de Madrid,
se advertirá sin esfuerzo que los servicios del pe-
riódico no requerían mayor suma de asistencias.
Los partes que facilitaban la Agencia Havas y las
Hojas autógrafas de D. Manuel María de Santa
Ana eran los únicos medios de que podía valerse
la Prensa de la Corte — y La Época, por ende — ,
para ponerse en contacto con el mundo. De suerte
que, en punto a la información, los periódicos no
podían entablar reñidas emulaciones. La compe-
tencia más bien era resultante del contrapuesto
juego de ideas e intereses políticos. Cada partido
tenía su órgano, y al sostenimiento de éste subve-
nía la masa general de correligionarios.
De inequívoca filiación moderada los elementos
que daban vida y rumbo a La Época, no podía ésta,
sin embargo, aspirar a ser la definidora en la Pren-
sa de tal comunión... porque en ella ya había pren-
dido el germen disociador, o renovador más bien,
por cuya virtud no tardó en nacer la Unión liberal
del seno mismo del partido moderado.
En los primeros años de La Época, la voz oficio-
sa del ministro Sartorius la llevó El Heraldo, diario
de la tarde, «político, religioso, literario e indus-
trial», dirigido, sucesivamente, por el propio Sar-
torius, Díez-Canseco y D. José María de Mora.
Diarios progresistas eran a la sazón El Eco del
Comercio, fundado por Iznardi, y El Clamor Pú-
■blico, que dirigía D. Fernando Corradi. «Periódico
75 AÑOS DE PERIODISMO 107
tde Gobierno» se denominaba La España, creado
y dirigido por Egaña.
Carlista a banderas desplegadas era La Esperan-
za, que aparecía regido por D. Pedro La Hoz. Y
ExcMO. Sr. D. Joaquín Maldonado Macanaz,
REDACTOR DE «La EpOCA>, CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD CeNTRAL
Y ACADÉMICO DE LA HtSTORIA (FEBRERO DE 1833-SEPTIEMBRE DE 1901).
no hemos de omitir la referencia de La Nación, el
periódico de Antonio Flores y de Montemar; ni
La Patria, a cuya corta vida van asociados cuatro
nombres de singular y vario prestigio: Joaquín
Francisco Pacheco, Antonio Benavides, Antonio
Cánovas del Castillo y Eulogio Florentino Sanz.
108 LEÓN ROCH
Entre las zonas de los respectivos lectores, hubo
de buscar La Época su peculiar masa de opinión,
que reclutó sin tardanza, más por la defensa gené-
rica que de los grandes principios sociales realiza-
ba, que por su adscrición a una política determi-
nada. La neutralidad, empero, no era posible en
época tan ardiente y movida de pasiones, y don
Diego Coello que, con mano experta, regía el pe-
riódico, no halló figura que ganase en prestigio y
eficacia patriótica a la de D. Leopoldo O'Donnell,
centro de las esperanzas mantenidas por quienes
soñaban con una firme autoridad personal, que
fuera bastante a superar los extremismos en lucha,
para bien de Eapaña y de su institución real.
Don Diego Coello y Quesada, jiennense ilustre,
escritor, político y diplomático, dirigió La Época
hasta 1866. En los diecisiete años que duró la eta-
pa de su mando en esta casa, el periódico prospe-
ró de modo notorio, mereció las preferencias de la
aristocracia tanto como de la burguesía, y ganó ese
limpio blasón que es en nuestra ejecutoria, acaso
el mejor de sus timbres: la templanza en el juicio,
la solvencia moral, el exquisito respeto a toda per-
sona digna y a toda idea sincera.
No era poco ostentar tales características en
tiempos, como los postreros del reinado de Doña
Isabel II, de enconadas contiendas yde vigilantes re-
celos, La Época, leal a su divisa, estuvo con O'Don-
nell antes y después de la acción de Vicálvaro y
del famoso manifiesto de Manzanares. Un redactor,
D. Antonio Mantilla de los Ríos, luego marqués de
Villamantilla, presenció aquellas operaciones de
75 AÑOS DE PERIODISMO 109
singular influjo en la marcha de la política interior.
Como seis años más tarde, otro redactor de La
Época, D. Carlos Navarro Rodrigo^^ministro de
la Corona, tiempo adelante — , se agregó al cuartel
general de D. Leopoldo O'Donnell, en la campaña
de África. De esta suerte, contribuía nuestro pe-
riódico a la consolidación en la Prensa de un hábi-
to que es hoy ya verdadera necesidad: la presencia
del periodista dondequiera que se halle emplazada
la actualidad: cerca o lejos, amena O peligrosa...
Sin olvidar el nombre de otro colaborador viajero
de La Época, D. José Gutiérrez de la Vega, que
hubo de incorporarse al Estado Mayor del general
Fernández de Córdova, jefe de la expedición mili-
tar enviada a Roma en auxilio del Pontífice Pío IX.
Las crónicas de Gutiérrez de la Vega reunidas en
dos tomitos en octavo, fueron regaladas a los sus-
criptores de La Época.
Incidencias habidas en el período de dirección,
del primer conde de Coello de Portugal son éstas;
el 4 de mayo de 1852 deja de publicarse La Época
para reaparecer con el nombre — bien pronto aban-
donado— de La Época Actual en 18 de junio inme-
diato. Nueva interrupción desde el 27 de junio de
1854 — víspera del pronunciamiento en el Campo
de Guardias de la caballería mandada por el gene-
ral Dulce — al 4 de julio siguiente: fecha en que pu-
blica O'Donnell la proclama de Aranjuez contra el
«Ministerio de los agios», que a la postre es de-
lio LEÓN ROCH
rribado, triunfando aquél y «cumpliéndose la vo-
luntad nacional >, tal como aparecía representada
en Espartero y O'Donnell, circunstancialmente
unidos. Publicación de un número extraordinario
el 19 de febrero de 1852, tirado en papel verde,
«símbolo de la esperanza», para celebrarla frus-
tración del atentado del cura Merino, contra Doña
Isabel II. Ampliación en las dimensiones del perió-
dico, que, a partir del 17 de junio de 1861, cuenta
559 milímetros de largo por 400 de ancho de for-
mato, con las cinco columnas actuales.
Al cesar en la dirección de La Época D. Diego
Coello, entró a desempeñar aquel cargo D. Ignacio
José Escobar, quien desde 1854 había ya incorpo-
rado su valioso esfuerzo a nuestro periódico. Pre-
cisamente coincidía la mutación de personas — no
de rumbos — con una visible intensificación en las
turbulencias políticas reinantes.
El nunca desmentido dinastismo de La Época
había de pasar por duras pruebas, todas salvadas
con acendrada lealtad. El trono de Isabel II estaba
próximo a su caída, y la gran masa de los hombres
públicos — muertos ya O'Donnell y Narváez — no
sentía empacho en coadyuvar a la obra revolucio-
naria. Las lises borbónicas continuarían cifrando
los ideales políticos de La Época, no obstante la
derrota de Alcolea. Una lucha dura quedaba de
hecho entablada. Las damas que pintara Madrazo
abandonaban la Corte y triunfaba el tropel de mi-
litares y políticos, que tantas veces caricaturizara
Ortego.
75 AÑOS DE PERIODISMO 111
El periodismo español guarda una imprescripti-
ble deuda de gratitud para D. Ignacio José Esco-
bar, primer marqués de Valdeiglesias. Periodista
en tiempos propicios, cual ninguno lo ha sido tanto,^
a la carrera política de alto porte, jamás quiso de-
jar de serlo. Fué diputado, vicepresidente del Con-
greso, presidente de la Comisión de Presupuestos;
formó parte del Consejo de Estado, desempeñó
con ejemplar diligencia comisiones políticas de di-
versa índole; pero nunca hurtó lo mejor y más en-
tusiasta de su esfuerzo a las empresas periodísticas
y todas las ilusiones de su vida las hizo depender
de La Época, con la que contrajo verdaderos des-
posorios ideales. Quien estudie la confusa historia
de aquellos años de indecisión que median entre
Alcolea y Sagunto, no podrá por menos de reco-
nocer la inalterable rectitud en la conducta seguida
por Escobar y su diario en servicio de la Monar-
quía derrocada.
Martínez Campos dio el primer grito, que bastó.
Cánovas consolidó la obra, que él mismo había
preparado, y Escobar fué el que desde las colum-
nas de La Época mantuvo el fuego sagrado, a tra-
vés de las contrariedades, para edificación y ense-
ñanza de los adeptos, y quien antes había servido
de enlace con frecuentes viajes al extranjero y con
piisiones deUcadísimas para hacer el camino a la
Restauración. Conoció el Saladero; pero cúpole no
mucho más tarde la satisfacción de ver entrar en
Madrid al Monarca que representó la Paz, a la vez
que el Derecho.
Compañeros de Escobar en la confección de La
112 LEÓN ROCH
Época fueron periodistas de distinta talla, unos más
notorios que otros, pero todos buenos ejemplares
de esta profesión tan abnegada y entusiasta. Al re-
construir la nómina de redactores en el largo lapso
de tiempo que va entre los fundadores del perió-
dico y quienes lo redactaban al morir el primer
marqués de Valdeiglesias en 1887, es más que pro-
bable nuestra caída en omisiones.
Algunos redactores de La Época — bastantes —
han llega Jo a los Consejos de la Corona y a las
Academias. Pero son muchos los que, atados de
continuo a la galera periodística, no tuvieron tiem-
po de intentar labor alguna que les salvase del anó-
nimo o del olvido. A todos va hoy nuestro recuerdo
más cariñoso y nuestra oración más conmovida:
Cipriano del Mazo, Antonio Flores, Fermín Gonza-
lo Morón, Heriberto García de Quevedo, Salvador
López Guijarro, Saturnino Alvarez Bugallal, An-
drés Borrego, Manuel Manrique, José Lorenzo Fi-
gueroa, Pedro Antonio de Alarcón, Fermín Figue-
ras, Zacarías Casaval, Gabriel Enríquez Valdés,
José Bisso, Pedro Antonio Montes, Barrié y Agüe-
ro, Pérez Garcitorena, Manuel de Candalija, Joa-
quín Maldonado Macanaz, Julio Nombela, Carlos
Coello, Julián Sabando, Fernando Cos Gayón, José
de Castro y Serrano, Vallejo Miranda, Alcalá Ga-
liano, Carlos Frontaura, José Fernández Bremón,
Eleuterio Villalba, Mariano Guillen, Alama y Mon-
tes (Wanderer), Fernández y González, José Euge-
nio Flores, Manuel Tello, Arcadio Roda... Única-
mente sobreviven de esta época — y vivan aún mu-
cho tiempo — D.Juan Pérez de Guzmán yD. Ramón
75 AÑOS DE PERIODISMO 113
de Cárdenas, más moderno que aquél en nuestra
casa, retraído de ella a la hora presente por los
achaques de su edad.
A propósito del Sr. Pérez de Guzmán: este ilus-
tre académico, a quien los estudios históricos deben
tanta aportación provechosa, dirigió La Época du-
D. Melchor Fernández Almagro,
REDACTOR Y CRÍTICO TEATRAL DE «La ÉpOCA».
rante un breve intermedio en la gestión directorial
de D. Ignacio José Escobar: desde 1.° de febrero
de 1876 al 17 de julio de 1877. Como directores de
nuestro periódico que lo han sido en etapas fugací-
simas, hay que mencionar también a D.Juan Mané y
Flaquer, el prestigioso maestro á&\ Diario de Barce-
lona,y a D.Gabriel Estrella, escritor de buena cepa,
varias veces diputado y consejero de Ultramar.
8
114 LEÓN ROCH
No cerremos este párrafo sin enumerar los re-
dactores de La Época que, al margen de las acti-
vidades genuinamente periodísticas, cuidaron de
una sección determinada hasta 1887. La crítica de
teatros estuvo desempeñada por el antes citado
Navarrete, por Luis Alfonso y por Pedro Bofill. La
musical, también por Leporello, y luego, por José
María Goizueta y por el ¡lustre Peña y Goñi, que
tan rudas peleas libró en defensa de la música de
Wagner.
Crónicas militares hallamos en la colección de
La Época que rápidamente estamos revisando, sus-
critas por el marqués del Duero, los generales Gó-
mez de Arteche y Sánchez Bregua, Coello, el ma-
rino S. Patero y Antonio Goicorrotea. Escribieron
de arte el conde de Morphy, el señor Badía y un
ilustre amigo que aun lo es. no sólo en el recuerdo,
sino también en la vida: D. Enrique de Leguina,
barón de la Vega de Hoz.
Y pensamos que acaso quede menos incompleta
la referencia, si citamos el nombre del conde de
Sanafé (Acteón), corresponsal mucho tiempo en la
capital de Francia, el del conde de Casa-Miranda»
y si evocamos la grata memoria de Ensebio Blasco,
el cronista amenísimo de París- Madrid.
Al fallecer en 1887 D. Ignacio José Escobar, que
aun no había decaído en el fecundo ejercicio de
sus actividades mentales, pasó nuestro periódico a
ser regido por su hijo D. Alfredo, que desde en-
tonces acá no se ha separado un sólo día de estas
hojas. En todos y en cada uno de sus números
está presente la pluma del segundo marqués de
75 AÑOS DE PERIODISMO 115
Valdeiglesias, redactor desde 1876. Y no sólo el
testimonio escrito de la dura labor prestada, sino
tanabién la prueba difusa de su constante actuación,
concentrando la obra de todos, dirigiendo, orien-
tando, organizando, velando por acrecer, si posible
fuera, el prestigio literario y político de esta pu-
blicación.
La Redacción estaba compuesta por elementos
que, según cronología, hallábanse distantes de los
fundadores, pero que, según entusiasmo y convic-
ciones, participaban de análogo amor a la creación
común.
Hay que citar aquí los nombres de Maldonado
Macanaz, Gómez de Saquero, Leopoldo Calzado,
competentísimo redactor financiero; de Julio Bu-
rell en la plenitud de su fulgurante prosa; de Fran-
cisco y Cristóbal Botella, de Guillermo Ranees, el
periodista intencionadísimo; de Ernesto Rápela, de
Javier Betegón, de José Alcázar, de Mariano Gui-
llen, D. Manuel y D. Joaquín Tello, de Carlos Fer-
nández Shaw, de Alfredo García López, Manri-
que de Lara, de Pérez Magnín, de Ángel Febrer,
de Carlos Palma, de Lapoulide, de Augusto Ba-
rrado, de Zeda, ilustre crítico de teatros; de Ceci-
lio Roda, musicógrafo muy distinguido; de Alber-
to Pérez Cossío, de Mariano Barber, de Eduardo
Montesinos, de Juan Reza, de Adolfo Fernández
Brañas y de Enrique Gálvez.
De este núcleo de redacción que en 1898 pudo
celebrar las bodas de oro de La Época, sobreviven
los émtes citados Gómez de Baquero, Ramón de
Cárdenas, Eduardo Montesinos y Rodrigo Soria-
116 LEÓN ROCH
no, entre oíros, a más de Cristóbal Botella, tam-
bién nombrado líneas arriba. La edad, la necesi-
dad del descanso o direcciones políticas y profe-
sionales distintas, han alejado a aquellos compañe-
ros de la diaria labor. Sólo queda un redactor que
en estos últimos treinta años no ha dejado de po-
ner un sólo día su pluma sobre las cuartillas de
nuestra redacción: Gabriel Briones.
Melchor FERNÁNDEZ ALMAGRO.
ALGUNOS RECUERDOS DEL SIGLO PASADO
Si al cumplir La Época setenta y cinco años de
edad pretendiese yo recordar algo de su fisonomía
histórica, no me sería preciso recurrir a su colec-
ción para el acopio de datos. Apenas si tendría
que buscar en sus hojas — de creciente amarillez —
lo que íntimamente está unido, en no pequeña par-
te, a mis propios recuerdos.
Las memorias de La Época, en parte, son mis
memorias, si bien, afortunadamente, no coinciden
nuestras respectivas cronologías.
Mis primeros recuerdos, en efecto, a La Época
hacen referencia. Cuando mi espíritu de niño co-
menzó a despertar a la vida de las primeras sensa-
ciones precisas, nuestro periódico ya contaba con
algunos lustros de vida. Me fué dado alcanzar a al-
gunos de sus primeros redactores.
La Época estaba instalada en aquel tiempo — los
últimos años del reinado de Doña Isabel II y prin-
cipios de la Revolución de septiembre — en un ca-
serón muy viejo, y como tal destartalado, de la
calle de las Torres, señalado con el número 11,
calle que hoy lleva el nombre de Marqués de Val-
118 LEÓN ROCH
deiglesias; justamente en la esquina a la calle de la
Reina, que ahora ocupa la confitería y Tea-Room
de Molinero.
Mi padre, para mayor seguridad de su asiduo
trabajo en la Redacción, se trasladó al piso prin.
cipal del mismo edificio, tan pronto como lo des-
alojó D. Diego Coello y Quesada, al ser designado
éste para un cargo diplomático. Hasta entonces
habíamos vivido en la calle de Santo Tomás. Yo
recuerdo — ¿cómo he de olvidar las horas de mi
niñez? — que algunas mañanas, al filo del mediodía,
placíame acompañar al criado que, desde mi casa
de esta última calle, llevaba a la Redacción, en una
fiambrera, el almuerzo de mi padre.
Cierro los ojos y el corazón me ofrece, en ras-
gos acusados, la imagen de quien me dio el ser:
sonriendo siempre, medio oculto tras un gran mon-
tón de Prensa nacional y extranjera, que él iba le-
yendo, recortando, distribuyendo, utilizando, para
su trabajo diario y el de los redactores. Almorzá-
bamos juntos algunos días, entre el silencio de la
Redacción, abandonada por todo el personal a la
hora clásica de la refacción cotidiana.
Gozábame yo luego en corretear por toda la
casa, husmeando rincones y registrando armarios
en persecución de sorpresas. O bien pegando en
grandes hojas de papel los sellos extranjeros que
me procuraba para mi colección un conserje llama-
do Sánchez, que siguió siéndolo durante muchos
años; o amontonando las obleas, para fingir co-
lumnatas; o subiendo a la imprenta, en la que el
pito de la máquina de vapor, instalada en un men-
75 AÑOS DE PERIODISMO
119
-guado patio, regulaba el afanoso laborar de aque-
llos operarios.
El tal pito hería el aire con un chillido poco gra-
ExcMO. Sr. D. Javier Betegón y Aparici,
liEOACTOR DE «La ÉpOCA» Y SUBDIRECTOR GENERAL DE AGRICULTURA
(1860-NOVIEMBRE DE 1919).
120 LEÓN ROCH
to. Pero al evocarlo ahora, al sonar en mi alma
como un resucitado eco de mi infancia, me siento
un poco conmovido... El regente de la imprenta
se llamaba Lahoz (también estuvo muchos años en
el periódico), y bajo su magisterio solía adoctri-
narme yo en el noble oficio de componer.
Pero he aquí que los redactores tornaban de nue-
vo a su labor de todos los días. Don Diego Bravo y
Destouet, alto, silencioso, rasurado, con sus gran-
des gafas presidiendo la grave y enjuta fisonomía;
D. José Bisso, redactor financiero, malagueño, muy
locuaz y sonriente, consorte, por cierto, de una
distinguida señora emparentada con la condesa del
Montijo; D. Joaquín Maldonado Macanaz, grueso
y pacífico al parecer, aunque irascible cuando de
billetes de teatro se trataba; D. Ramón de Nava-
rrete, atildado, agudo, de fino porte, con sus pati-
llas y correctas maneras; D. Juan Pérez de Guz-
mán, el único superviviente de aquella ejemplar le"
gión de periodistas, y a cuyo nombre irán en todo
momento unidos mi agradecimiento, mi cariño y
mi respeto...
A todos los veo sentados en torno a la gran
mesa de Redacción, que aun conservamos en La
Época, redonda, de amplio círculo, forrada de paño
verde, manchado de tinta el tablero, o tal vez en
alguna m.esa de despacho, de caoba, iluminada,
como la otra y como todo el local, por quinqués
de petróleo colgados del techo, cuya llama vela-
ban pantallas de papel de ese mismo color verde,
que es, por lo visto, el de ritual en los despachos
y oficinas.
75 AÑOS DE PERIODISMO 12t
Cuando yo volvía a mi casa (porque cerca de la
Redacción estaba mi colegio), ya era tarde. El ca-
rrito de madera azul, que servía para llevar a Co-
rreos los paquetes de La Época, se hallaba de re-
greso en el ancho y oscuro portal. Los redactores
comenzaban a desfilar, y mi padre aun quedaba
sobre las cuartillas y sobre los periódicos, sonrien-
do todavía, leyendo, escribiendo, dictando algún
artículo para el día siguiente al taquígrafo Jacobo
Rebollo, que lobera del Congreso.
«
* Mis recuerdos más precisos datan de los prime-
ros días de la Revolución de septiembre. Sin darme
cuenta cabal de los sucesos que entonces comenza-
ron a desarrollarse, yo advertía la zozobra en el
tono de las conversaciones y en la frecuencia con
que visitaban el periódico personas no habituales.
El carácter de La Época, nunca desmentido en
punto a lealtad dinástica, hacía de su Redacción
un punto de confluencia entre partidarios de la
Monarquía caída.
Recuerdo perfectamente, entre los que frecuen-
taban nuestra casa, al conde de Heredia Spínola,
padre del actual, caballero de nobilísimo porte, de
azules ojos y rubia barba; al ex ministro D. Manuel
Silvela, que vivía enfrente; al ilustre general mar-
qués del Duero, y a varios generales y políti-
cos más.
En aquellos primeros días de la revolución al-
guien llevó la noticia de que las turbas iban a
22 LEÓN ROCH
prender fuego a la casa de La Época. Rapidamen .
te se trasladó mi familia a casa de los barones de
Andilla, en la calle de las Infantas. La baronesa
era una hermosa y distinguida dama que, más tar-
de, contrajo nuevas nupcias con el pintor D. Fe-
derico de Madrazo. El barón era el autor de los fa-
mosos pareados que a no pocas promociones de
párvulos han enseñado urbanidad y buenas mane-
ras, ya que no agilidad de versificación.
Decía uno:
«Niña, en la iglesia, la cabeza tapa
San Lino lo mandó, segundo Papa.»
Pasó el peligro de momento, y pudimos reanu-
dar la normalidad de nuestra vida, sin que desapa-
recieran del todo los motivos de inquietud.
No es difícil para el lector reconstruir nuestra
dolorosa emoción de una tarde, en que cierta par-
tida de revolucionarios se personó en el despacho
de mi padre para aprehenderle y hacerle compa-
recer ante no sé qué tribunal faccioso, que se re-
unía en el próximo circo de Price.
Mandaba el tropel un tal Hermosilla, vecino de
San Martín de Valdeiglesias, que era justamente el
pueblo donde mi padre ejercía su influencia electo-
ral. Hermosilla figuraba entre sus adversarios po-
líticos y no vaciló en utilizar la coyuntura que la
turbulencia política le deparaba para vengarse de
aquel gran caballero que fué D. Ignacio José Esco-
bar. La felonía impresionó profundamente a cierto
criado nuestro, baturro de simpática rudeza, que
hubiera hecho uso de su escopeta contra Hermosi-
75 AÑOS DE PERIODISMO 123
Ha y la partida toda, de no parlamentar los revo-
lucionarios.
— Se llevarían, sí, a mi padre — prometió Hermo-
silla — , y el tribunal decidiría lo que habrían de ha-
cer con él.
Declaró aquél en el circo de Price, sede de la
justicia roja, y como no había delito de qué acu-
sarle, el lance no pasó de ahí.
Otra contrariedad muy posterior a ésta, en el
período histórico que con exactitud llamó D. Ilde-
fonso Antonio Bermejo Interinidad, en su docu-
mentado libro, nos fué proporcionada en el día
mismo del grito de Sagunto.
Era natural que el virtualmente derrocado Po-
der ejecutivo intentase aún una última defensa, y
en su consecuencia, fueron llevados a la cárcel los
más significados alfonsinos, mi padre entre ellos, y
Cánovas del Castillo el primero. Por cierto que el
gran estadista dudó de la eficacia que pudiera te-
ner el grito de Martínez Campos. Hasta tal punto,
que encargó a mi padre la redacción de un suelto
desautorizando el movimiento.
Don Antonio creía desde luego en la instaura-
ción rápida, sin movimiento militar, del Trono de
los Borbones. Amaba los procedimientos evoluti-
vos y quería que «la Naturaleza obrase*, repug-
nándole todo cuanto tuviese la traza irregular de
un pronunciamiento.
Mi padre, sin dejar de participar, naturalmente,
en esta doctrina, comprendió, con certero instinto,
que los hechos consumados habían de utilizarse, y
el acto de Sagunto no era ya un plan, era una rea-
124 LEÓN ROCH
lidad. El suelto no se publicó, y gracias, quizás, a
ello. Cánovas y Martínez Campos, el cerebro y el
brazo, pudieron entenderse inmediatamente, en
bien de la Causa que les era común.
El gobernador de Madrid en tal sazón, que lo
era Moreno Benítez, tuvo para los detenidos en el
Gobierno civil, a donde fueron trasladados desde
el Saladero, el máximo de atenciones posibles. Yo
no me separé de mi padre en aquellos momentos.
Un día duró aquella situación incierta. Los presos
ocasionales pasaron a asumir el Poder, para garan-
tía de España, y la pesadilla de unos años sin régi-
men, fué dichosamente cancelada. Mi padre estaba
henchido de satisfacción, y Cánovas no cesó un
instante de recibir visitas en el Gobierno civil. La
que le hizo Cristino Martos es memorable. Yo la
presencié, y pude formarme idea de los dos tem-
peramentos contrapuestos que dialogaban. Martos
sentía aún perplejidad. Para él la intentona borbó-
nica no cuajaría. Cánovas, ganado por la fe, en
vista de las adhesiones recibidas y de los antece-
dentes que tenía de los trabajos por la Restaura-
ción, no vaciló en afirmar que una nueva época se
abría, y que él estaba dispuesto — como luego dijo
en ocasión pública y solemne — «a continuar la His-
toria de España».
Ya de noche, mi padre y yo, libertados, tomá-
bamos un simón que nos conducía a nuestra casa
de la calle de la Libertad. Había que preparar el
número que difundiera por el ámbito nacional el
magno acontecimiento. La Época echó al día si-
guiente a volar las campanas de su entusiasmo..,
75 AÑOS DE PERIODISMO 125
Terminaba el año 1874. Yo era ya un muchacho
■que iniciaba sus estudios universitarios. Mi primer
artículo no se hizo esperar mucho tiempo. Lleva
la fecha del verano de 1875, y es una crónica de El
Sardinero. Mis colegas de La Época se iban reno-
vando en gran parte. A nuestro periódico aporta-
ban sus esfuerzos Carlos Coello, sobrino del conde
de Coello; José Fernández Bremón, Salvador Ló-
pez Guijarro, Castro y Serrano, el estilista inolvi-
dable... Todos han muerto. Y en mí mismo han de-
jado de existir no pocas ilusiones. ¿Cómo he de
vencer la melancolía que me invade al hojear el
libro íntimo de mis memorias? Han amarilleado
sus páginas y encanecido mis cabellos...
M. DE VALDEIGLESIAS.
ExcMO. Sr. D. Eduardo Dato Iradier,
presidente del consejo de ministros y jeee del partido liberal-
conservador, (n. 12 de agosto de 1856. —sacrificado por la
Patria el 8 de marzo de 1921.)
«LA ÉPOCA» EN LA HISTORIA DE LA LITERATURA
ESPAÑOLA
A medida que vamos avanzando en la historia
de la literatura hacia los tiempos actuales, dismi-
nuye la extensión de los trabajos literarios, desapa-
recen casi los in folios y las obras en varios tomos,
y los escritores suelen preferir el periódico al libro.
La vida literaria de la Prensa comienza en Es-
paña con el siglo XIX. Si queremos estudiar a fon-
do la obra de un escritor nacido con posterioridad
a 1760, tendremos que acudir a las colecciones de
los periódicos tanto como a los libros, si no más.^
Por ello los ingleses, de cuyo espíritu práctico
nadie duda, tienen por fecha importante en la his-
toria de sus letras la publicación de The Tatler,
en 1709, la cual señala una división entre dos pe-
ríodos literarios, ni más ni menos que la muerte de
Shakespeare o el Renacimiento.
Se comprende, pues, que un periódico como La
Época haya contribuido, en una u otra forma, a
través de sus setenta y cinco años de vida, a inten-
sificar, modificar, sostener, rechazar, reflejar y con-
128 LEÓN ROCH
signar las diversas escuelas y corrientes literarias
que se han sucedido en el mundo desde 1847 hasta
el año de gracia en que vivimos. Además, en estas
columnas se han revelado, o bien han dejado parte
de su actividad, escritores que fueron después glo-
ria de nuestra literatura. ¿Será necesario citar los
nombres de D. Antonio Flores, Amos Escalante,
Alarcón, Castro y Serrano, Fernández Bremón
Valero de Tornos, Ensebio Blasco? Dos cultiva-
dores insignes de la ciencia histórica: D. Joaquín
Maldonado Macanaz y D. Juan Pérez de Guzmán,
actual secretario perpetuo de la Real Academia
de la Historia, en La Época trabajaron a diario, y
aquí han salido a luz artículos con investigaciones
de primera mano que venían a enriquecer la histo-
ria patria.
Perteneció el Sr. Maldonado a los tiempos en
que los hombres políticos eran a la vez historiado-
res, convencidos, como estaban entonces, de que
no es posible gobernar bien un país ignorando su
vida pasada, las vicisitudes porque atravesó la Na-
ción, las circunstancias que trajeron al Estado a la
situación política y social en que se halla en un
momento preciso de la Historia.
Tan a punta de lanza llevaron algunos en el si-
glo XIX el afán de remontarse a los orígenes de
las instituciones, que el francés Víctor Duruy creyó
necesario, para escribir una historia de Francia,
dar antes, a guisa de prolegómenos, sendas histo-
rias de Roma y de Grecia, que nada tienen, por
cierto, de compendiosas.
Historiadores fueron asimismo en España, entre
75 Af50S DE PERIODISMO 129
quienes alcanzaron los puestos más altos y envi-
diables de la política y la administración, D. An>
tonio Alcalá Galiano, el primer conde de Toreno,
D. Antonio Ferrer del Río, el marqués de Miraflo-
res y hasta D. Modesto Lafuente, que también
D. Carlos Fernández Shaw,
ILUSTRE POETA Y AUTOR DRAMÁTICO, REDACTOR QUE FUÉ
DE «La Época» (septiembre de 1868-junio de 1911).
tuvo cargos de importancia, sin olvidar a Cánovas
Castelar, Silvela y otros políticos que han pasado
a la posteridad con renombre de historiadores den-
tro de un período en que la política podía ser mo-
tivo para lucir dotes literarias e intelectuales, no
como ahora, que diríase la condición de gober-
9
130 LEÓN ROCH
nante pantalla que amortigua y disminuye la fama
de sabios de aquellos que por sabios y eruditos
pueden pasar. A D. Joaquín Sánchez de Toca, por
ejemplo, le ha perjudicado mucho la política en el
aprecio que debieran tenerse de su profundo saber
y su variada y extensa cultura.
A Maldonado le vino de casta el ser historiador.
Entre sus ascendientes figura D. Rafael Melchor
de Macanaz, en cuyas Memorias se consignan los
comienzos del reinado de Felipe V. Muchos délos
papeles y documentos de Macanaz pasaron a don
Joaquín Maldonado, y de aquí una de las causas
que le aficionaron a la historia en general y en
particular al primer tercio del siglo XVIII. Los es-
tudios de Maldonado sobre esta época hállanse
desperdigados en monografías y artículos. Sus
Fuentes históricas del reinado de Felipe V y sus
trabajos sobre Macanaz, la Princesa de los Ursinos,
el cardenal Alberoni, el barón de Riperdá, las re-
laciones entre España y Francia en el siglo XVIII,
varías batallas y tratados de la Guerra de Suce-
sión y el hermoso discurso pronunciado ante La
Real Academia de la Historia, acerca del Voto y
renuncia de Felipe V, le acreditan de historiador a
la moderna, en el que la erudición de primera mano
y la documentación profusa no excluyen la elegan-
cia del pensamiento y del estilo.
Maldonado era también catedrático de la Cen-
tral. Explicaba la asignatura de Historia y civiliza-
ción de las colonias inglesas y holandesas en Asia
y Oceanía, materia en la que fué una verdadera
autoridad, como atestiguan su libro Principios ge-
75 AÑOS DE PERIODISMO 131
nerales del arte de colonización y sus artículos so-
bre el gobierno inglés en la India.
Si se publicasen las obras completas de D. Joa-
quín Maldonado Macanaz, como se está haciendo
con las de D. Francisco Silvela y las de Mariano
de Cavia, resultaría enorme provecho para la his-
toria patria y la cultura en general.
Don Juan Pérez de Guzmán y Gallo es uno de
los hombres que más han trabajado en España. La
lista de sus obras, que inserta el marqués de Lau-
rencín en el discurso de contestación al suyo en la
Academia de la Historia, sorprende por lo nume-
rosa y por la variedad de disciplinas que abarca.
La biografía más completa de D. Juan Pérez de
Guzmán está en el extenso prólogo que puso Ale-
jandro Larrubiera al libro Versos de varia edad,
donde se hallan recopiladas las poesías del ex di-
rector y decano de los redactores de La Época.
Muy amante de España y de la Monarquía espa-
ñola, Pérez de Guzmán ha revisado los archivos
llevado de un afán muy noble: borrar, con la auto-
ridad de los documentos, aquellas manchas o sim-
ples suposiciones calumniosas que pesaban sobre
algunos Monarcas o sobre los gobernantes a quie-
nes encomendaron nuestros Reyes los destinos del
país. Sus rehabilitaciones del conde-duque de Oli-
vares y de Carlos IV, María Luisa, Godoy y Fer-
nando VII, son una prueba de este amor que pro-
fesa Pérez de Guzmán a la Monarquía. Podrá no
aceptarse su tesis. No se le negará jamás, proce-
diendo en justicia, el buen deseo y las dotes de ta-
lento y saber que para realizarlo puso a contribu-
132 LEÓN ROCH
ción, auxiliado siempre con métodos de investiga-
ción histórica perfectamente científicos y legítimos.
Pérez de Guzmán posee un corazón como hay
pocos. A veces domina en su temperamento lo
afectivo a lo racional. Es un apasionado de todo lo
noble, lo bueno y lo elevado, a cuyo servicio ha
puesto toda su vida el cerebro privilegiado y la
erudición vasta y profunda que le tocaron en
suerte.
Las glorias de La Época en la historia de la lite-
ratura no acaban aquí.
Críticos literarios como Luis Alfonso, Pedro Bo-
fill, Villegas y Gómez de Baquero, en La Época
dejaron impresa parte muy considerable de su ta-
lento y su saber; Peña y Goñi y Cecilio Roda aquí
se acreditaron de musicógrafos, tanto como los Se-
púlvedas de costumbristas, Rodrigo Soriano, de
temperamento artístico, si los hay; Navarrete,
Abascal y Escobar, de cronistas de salones; Castro
y Serrano, de espíritu original como pocos; Carlos
Fernández Shaw, de poeta comprensivo y de hom-
bre bueno; Eusebio Blasco, de ingenio penetrante
y saladísimo...
Una tradición de esta casa ha favorecido siem-
pre el reflejo en nuestras columnas de todas las
tendencias literarias e intelectuales: la amplia liber-
tad de que disfrutan y han disfrutado los colabo-
radores al exponer sus ideas y principios. En lo
que no afecta a la política, y guardando, como es
natural, el respeto debido a personas, instituciones
e ideas fundamentales de ¡a sociedad constituida,
en La Época se pueden sustentar, autorizándolas
75 AÑOS DE PERIODISMO 133
cada uno con su firma, las opiniones que sincera y
honradamente se profesen. Luis Alfonso, por ejem-
plo, consideraba el naturalismo de la escuela de
Zola doctrina vitanda, y en este mismo sitio discu-
tía con Emilia Pardo Bazán, que pensaba lo con-
trario.
La política y la literatura son dos cosas aparte.
Se puede ser, al mismo tiempo, avanzado en una
de ellas y reaccionario en la otra.
Francia y España ofrecen muchos casos de tal
verdad, que es la evidencia misma.
Por eso La Época, sin dejar un solo instante de
ser conservadora en política, acogió en sus colum-
nas el más famoso y documentado alegato pro-na-
turalismo que en España se publicó.
La cuestión palpitante, de la Pardo Bazán, fué,
al principio, una colección de artículos publicados
en nuestro periódico. A la tesis de doña Emilia se
opuso más tarde Valera en su Nuevo arte de escri-
bir novelas; y ved ahí que, en política, Valera fué
liberal, y la autora de Insolación procedía del car-
lismo.
En España habíamos vivido un poco apartados
de las luchas literarias. El romanticismo entró en
la Península casi sin protestas, y el ambiente de
calma, que va de 1847 a 1882 en que nacen estas
discusiones, responde perfectamente, en lo relati-
vo a literatura, la colección de nuestro diario.
Antonio Mantilla, Cipriano del Mazo, Antonio
Flores (el renombrado autor de Ayer, hoy y maña-
134 LEÓN ROCH
na), Fermín Gonzalo Morón, Juan Heriberto Gar-
cía de Quevedo, Santana, Nombela, muchos otros
que formarían una lista interminable, traen al pe-
riódico los caracteres literarios de su tiempo res-
pectivo. Don José de Castro y Serrano hace algo
más. En 1870 aparecen en La Época unas cartas
informativas sobre la inauguración del Canal de
Suez y sobre Egipto. El público pensó que estarían
escritas por un corresponsal de talento, a la vez li-
terato y periodista de primer orden, que día tras
día iba apuntando en su cuaderno de memorias los
incidentes y las impresiones que le producía la tie-
rra de Egipto.
Las cartas eran de Castro y Serrano, que no se
había movido de Madrid, y que sólo con lecturas
y estudiando la geografía y el arte de aquellas re-
giones logró componer un admirable libro de via-
jes, que aun se lee con agrado. Auxilió mucho al
autor en la confección de aquellos artículos una
dama de singular cultura, hija del arabista D. Pas-
cual de Gayangos, la señora de Riaño, que asistió
a la inauguración del Canal y fué remitiendo por
correo a Castro y Serrano los pormenores intere-
santes de aquellas fiestas, durante las cuales se
estrenó en El Cairo, como nadie ignora, la ópera
Aida de Ver di.
Los artículos a que me reHero se publicaron
después, en volumen, con el título de La novela de
Egipto. Castro y Serrano fué académico de la Es-
pañola. Su discurso de recepción trató de «cómo la
amenidad y galanura en los escritos es elemento de
belleza y de arte».
•75 AÑOS DE PERIODISMO 135
Años antes había publicado Campoamor en La
Época su famoso artículo sobre los marinos, que le
valió un duelo con D. Juan Bautista Topete.
Las aptitudes de D. Pedro Antonio de Alarcón
para el cuento y la novela corta, ¿no serán una re-
miniscencia de su vida de periodista? No es tema
que pueda resolverse de una plumada, en dos li-
neas. Es indiscutible, sin embargo, que el autor de
El sombrero de tres picos tiene mucho de periodista,
de informador. Léanse el Viaje de Madrid a Ñapó-
les, el Diario de un testigo de la guerra de África.
Díríanse crónicas de periódico, amenas, sueltas, de
frase corta, de ritmo gracioso y ligero. ¿Quiérese
nada más periodístico? Arabos libros interesan en
todo momento. Su sencillez expositiva favorece la
lectura en cualquier estado de ánimo en que uno
esté. Es más, uno y otro volumen disipan melan-
colías, entretienen...
*
Pasan los años. Una especie de literatura clara,
comprensible, al alcance de toda persona instruida,
se ve sucedida por una tendencia de algunas más
pretensiones. A un realismo intelectualista, se opo-
ne otro realismo, que llamaron naturalista, cuyos
caracteres principales son el desprecio de toda con-
cepción antropocéntrica, pues se considera al hom-
bre como un objeto de la Naturaleza igual a un ár-
bol, un animal, menos aún, un grano de arena o un
rayo de sol; la sustitución de la realidad intelecti-
va, formada con los universales, por los hechos tal
136 LEÓN ROCH
y como el mundo exterior los produce antes de
haberse constituido la especie inteligible; la prela-
ción de la sensibilidad sobre el entendimiento, de
lo vario sobre lo uno, de lo mudable sobre lo per-
manente, de lo accidental sobre la sustancia...
El naturalismo, en sí, no es otra cosa que una
variación del romanticismo. Flaubert y Zola son
dos románticos, y no es difícil ver y demostrar la
ascendencia de la escuela de Zola en la escuela de
Víctor Hugo.
Escritores y periodistas ocupáronse por aquellos
años de la persona, la obra y las opiniones del no-
velista de los Rougon Macquart. Nuestros literatos
se asustaron de la tendencia; les «olía mal», y cre-
yeron que había llegado la hora de tomar medidas
contra aquella peste que en París se desarrollaba
y amenazaba contagiarnos. Fué entonces cuando
Emilia Pardo Bazán publicó en La Época su serie
de artículos en defensa del naturalismo, los cuales
se reunieron después en un tomito, intitulado La
cuestión palpitante.
Vale este libro por una historia de la novela mo-
derna en Francia, Inglaterra y España. Luis Al-
fonso— quien, por cierto, corrigió las pruebas de
imprenta deZ-a cuestión palpitante — no estaba con-
forme con el parecer de doña Emilia. El venezo-
lano D. Eduardo Calcaño publicó en La Ilustra-
ción Española y Americana, de 29 de febrero de
1884, una carta dirigida a D. Víctor Balaguer, en
la que atacaba duramente a los naturalistas, y de-
cía que en el mar de la literatura había aparecido
la «bandera negra> del pirata. Era preciso unirse
75 Af50S DE PERIODISMO 137
y defenderse contra los corsarios que amenazaban
acabar con la literatura y aun con la lengua caste-
llana. La Pardo escribió a Balaguer rechazando,
por lo que a ella tocaba, las acusaciones de Calca-
D. Luis Araujo Costa,
REDACTOR Y CRÍTICO LITERARIO DE «La ÉpOCA».
ño, y entonces Luis Alfonso salió en La Época a la
defensa del diplomático y escritor de Venezuela, a
quien tan mal supo la nueva corriente literaria. In-
titulábase su artículo Cartas son cartas. Doña Emi-
lia replicó esta vez a Luis Alfonso, y tanto los ale-
gatos de una como los del otro, contribuyeron a
138 LEÓN ROCH
sentar el concepto de naturalismo. Alfonso había
combatido con anterioridad las tendencias natura-
listas de Ortega Munilla, el cual — bueno es recor-
darlo hoy — publicó en La Época diversos artículos.
La polémica fué viva, pero cortés. El crítico de
nuestra casa reconoció los méritos extraordinarios
de su contrincante, y doña Emilia anduvo muy
cerca de comparar a Luis Alfonso con Brunetiére.
Ambos se hacían mutuamente justicia.
Terció también en estas disputas Peña y Goñi.
Más tarde Rodrigo Soriano publicó aquí artículos
defendiendo a Zola, y Gabriel Briones en honor de
Maupassant. Los artículos de aquél eran cartas
que enviaba a La Época desde París. En la colec-
ción del periódico hay no pocos escritos de Soria-
no. El hizo la información de la campaña de Meli-
Ua de 1893 en el Diario de Barcelona, mientras la
hacía en nuestro periódico el actual marqués de
Valdeiglesias. Las cartas aquellas formaron el libro
Moros y cristianos, Soriano no hizo nunca artículos
de política en La Época. Fué únicamente redactor
literario.
Volviendo al asunto que trataba, añadiré que
al cabo de cuarenta años el naturalismo en la
novela es tema por completo retirado de la circu-
lación. Hoy incluso parecen recusables los térmi-
nos idealismo, realismo, naturalismo en las acep-
ciones que allí se les dan. La guerra europea ha
puesto muchas cosas en claro. Hasta para hablar
de literatura existe diferencia entre los años ante-
riores a 1914 y la post-guerra.
Pero, en su tiempo, la cuestión del naturalismo
75 AÑOS DE PERIODISMO 139
fué palpitante, y en La Época señaló y dejó graba-
do el ritmo de su vida, el sístole y diástole de un
corazón que no por estar ahora muerto dejó de la-
tir y de animar un período de nuestras letras.
«
El modernismo o simbolismo no ha repercutido
aquí tan directamente como el naturalismo. La co-
lección de La Época guarda, no obstante, muchos
pormenores y lineas generales de este movimiento,
que en España — y en Francia también — se ha re-
ferido de modo más principal a la poesía, con pre-
ferencia a las demás casillas literarias.
Don Francisco Fernández Villegas, que firmaba
con el seudónimo de Zeda, comprendió la grande-
za de Rubén Darío, pero no quiso convencerse de
la legitimidad de la escuela, ni le sorprendieron des-
cuidado ciertas «sociedades de bombos mutuos»
que a veces hicieron pasar por oro legítimo entre
los expertos, y más todavía entre la masa, produc-
ciones, si no enteramente desprovistas de mérito,
con menos valor del proclamado.
Un poeta muy en armonía con la amplitud de
criterio de La Época (no se olvide que me refiero
tan sólo a la literatura) fué el malogrado Carlos
Fernández Shaw.
Sin aceptar para sus versos las extravagancias
y exageraciones modernistas, copió de las nuevas
doctrinas lo que tenían de legítimo y acaso de más
cercano a la belleza que nuestra poesía tradicional
del siglo XIX, formada en el rigorismo de Lista, que
140 LEÓN ROCH
pasó a casi todos los románticos, y que no era, en
resumidas cuentas, sino el clasicismo de la escuela
sevillana del siglo XVI. Fernández Shaw es, a la
vez, moderno y hombre de tradición, siempre que
no se tape con tal palabra la rutina.
No he de pasar en silencio, entre los redactores
actuales de La Época que también cultivan la lite-
ratura, a D. Francisco Pérez Mateos.
El secretario de Redacción de nuestro periódico
que viene honrando desde hace tiempo, con su in-
teligencia y su cultura, el seudónimo galdosiano de
León Roch, es hombre que acredita el antiguo re-
frán de «el buen paño, en el arca se vende». Ene-
migo de exhibiciones, bombos y alharacas que se
refieran a su persona, Pérez Mateos es la modestia
misma; ¡él, que a justo título podría alardear de es-
critor excelente, periodista admirable y hasta eru-
dito, pues lo mucho que sabe León Roch fuera en
otros motivo de vanidades!
Otro colaborador asiduo de estos últimos años
es el poeta Manuel de Sandoval.
A nadie mejor que a él le cuadra el lema de
Barbey d'Aurevilly Too late, aunque Sandoval, es-
pañol y españolista hasta el tuétano, lo hubiera es-
crito en español: Demasiado tarde.
El autor de Aves de paso, De mi cercado y Musa
castellana apareció en las letras cuando estaba en
auge el simbolismo y el modernismo de Rubén>
Santos Chocano y otros poetas que pretendían acli-
matar en nuestra literatura las corrientes que Bau-
delaire, Verlaine y Mallarmé imprimieron a la poe-
sía francesa, con la circunstancia de que Sandoval
75 Af50S DE PERIODISMO 141
había nacido poeta a la antigua española, a la ma-
nera de Núñez de Arce, Ferrari y Narciso Campillo,
que fueron sus amigos y maestros.
En las composiciones de Sandoval no se sabe
qué admirar más, si lo noble, sincero y castizo de
la inspiración o lo impecable del verso, ajustado a
los más rigurosos cánones de la Preceptiva y siem-
pre viril, sonoro, armonioso. En los versos de San-
doval no hay que temer nunca cacofonías, sinalefas
demasiado perceptibles, variaciones de acento, de
esas que suelen molestar a los oídos delicados. No
en vano es académico de la Lengua y profesor de
Retórica y Poética y sabe a la perfección las reglas
para hacer bien los versos. Unida esta maestría de
versificador a un espíritu elevado y refinado como
pocos, Sandoval es un poeta perfecto a quien na-
die superará ciertamente en «pensar alto, sentir
hondo y hablar claro».
Sin embargo, Manuel de Sandoval no ha llegado
a la masa, no es poeta popular. ¿Por qué? Por la
inarmonía entre su personalidad y el tiempo en
que le ha tocado vivir. La moda poética de nues-
tros días no le sienta bien a Sandoval y como él es
hombre de exquisito gusto, ha preferido vestirse a
la antigua, digámoslo así, no ha consentido en con-
cesiones a una manera que repugnaba a su espíri-
tu, ha estimado mejor mostrarse tal cual es, aun-
que los que siguen la moda le hayan rechazado a
veces y hayan formado ante su nombre la terrible
conjura del silencio.
142 LEÓN ROCH
La crítica teatral ha estado siempre encomenda-
da en La Época a literatos de competencia y hono-
rabilidad intachable.
En los últimos diez años han ejercido tal misión
Fernández Villegas (Zeda), Gómez de Baquero
(Andrenio) y Melchor Fernández Almagro.
Fué Villegas un espíritu de selección, con una
cualidad dominante: la finura. Conocedor profundo
de nuestro teatro clásico y gustador exquisito de
las bellezas en que abunda la literatura española
del siglo de oro, tuvo, en ocasiones, censuras para
lo que no entraba en la tradición castiza o care-
cía de exquisitez. Poco amigo de exotismos — que
no obstante disculpaba cuando eran presentados
con talento — Zeda sabía dar al lector en sus críti-
cas teatrales la impresión justa que la obra produ-
cía a los temperamentos escogidos y refinados,
como el suyo, y el efecto recibido por el público
en general, por la masa. Su cultura dilatada hacíale
ver, a las primeras de cambio, las fuentes, más
bien internas que exteriores y objetivas, del drama
o la comedia que sometía a examen, sus méritos y
el éxito, ya de público, ya definitivo, que la pieza
pudiera obtener, equivocándose pocas veces en sus
augurios.
Gómez de Baquero admite las novedades de me-
jor talante que Villegas las admitía. Su seudónimo
de Andrenio nos dice que es admirador de Gracián
y también de Schopenhauer, que fué el que puso
de moda al jesuíta aragonés. Baquero no es un li-
terato puro, como Zeda. Su erudición se extiende
a la filosofía, la sociología, el derecho, la historia
75 AÑOS DE PERIODISMO 143-
y la literatura por de contado. Ahora, que en éL
domina el intelectual al literato. La manera parti-
cular de su espíritu, de su carácter y de su crítica
procede acaso en su nervio, en su sustancia, de doa
Francisco Giner de los Ríos, y en no pocos aspec-
tos va dominada por las ideas que, bajo otra forma
quizás, dieron un significado a la generación del 98.
Melchor Fernández Almagro es un joven de mu-
cho porvenir en la literatura. Inteligente, bondado-
so, desbordante de buen sentido, camarada inme-
jorable, ajeno a todo dogmatismo, sus críticas son
modelo de imparcialidad, serenidad y juicio bien
seguro. Lleva su delicadeza hasta el extremo de na
pisar los escenarios, para que no puedan alterar su,
rectitud ya la amistad, ya la antipatía hacia actores,
autores y empresas. Mientras él ejerza la crítica no-
hay cuidado de que trate de «colocar> un drama en
este o el otro teatro. Pocos cumplen como Fernán-
dez Almagro la repetida frase de Polibio: «Si no
sabéis censurar a los amigos y aplaudir a los ene-
migos, no escribáis». Su facultad maestra se halla
en la moral. Con su vida y con su obra, que están
empezando, se fabricará la estatua de vir bonus
que menciona Séneca. La regla de conducta que se
ha trazado, el «imperativo categórico» que es base
de sus acciones, dominan y dominarán siempre los
frutos de su ingenio. Para Fernández Almagro lo
práctico viene antes que lo especulativo; dentro de
su psicología, que me atreveré a calificar de socrá-
tica, el criterio ético moldea, nutre y da carácter a
los demás elementos de su espíritu. El bien le in-
teresa más que la belleza, sin que ello sea negarle
144 LEÓN ROCH
SUS condiciones de artista. Pero nada hay más lejos
de su alma que el diletantismo y la teoría del
«arte por el arte». Ni con un esfuerzo de la «razón
pura> podría llegar a tales extremos; la «razón
práctica» lo impediría con fuerza irresistible, ava-
salladora.
Literato muy digno de estima es también don
Gabriel Briones, decano de los redactores actua-
les. Acreditan su talento sus libros de cuentos y
Muñecas de París, así como sus producciones dra-
máticas, que lograron justo éxito. Las comedias
Rosario y Las damas negras acusan un fino espíri-
tu de dramaturgo. Las zarzuelas La manzana de
oro y El hijo de Buda alcanzaron cientos de re-
presentaciones. Después Briones ha vivido en me-
dios políticos que le han hecho conocer a la per-
fección hombres, costumbres y lo íntimo de muchas
instituciones. Es lástima que no se decida a escri-
bir sus Memorias, que tendrían tanto interés y uti-
lidad para la historia política española de estos
primeros años del siglo XX. Clío, musa de la his-
toria, no dejará de reprocharle su desidia cuando,
después de muchos años — yo así lo deseo — le en-
cuentre en los Campos Elíseos, y pueda echarle en
cara lo mal que le sirvió en la tierra.
No he de hacer punto final sin celebrar las be-
llas cualidades que adornan a Guillermo Fernán-
dez Shaw e Iturralde, hijo de Carlos Fernández
Shaw, y como él poeta, autor dramático y hombre
en quien se juntan el talento y la bondad. Dotado
de gran capacidad de trabajo, no se comprende el
periódico sin su aportación cotidiana.
75 AÑOS DE PERIODISMO 145
Es lástima que no cultive más asiduamente la
poesía y el teatro, porque eso salen perdiendo am-
bos géneros literarios.
Y basta ya de nombres y tendencias.
La Época cree haber servido a nuestra literatura
en sus setenta y cinco años de vida con la com-
prensión y alteza de miras que tiene por norma.
Luis ARAUJO-COSTA.
10
«LA EPOCA^ EN EL SIGLO XX
ExcMO. Sr. D. José Sánchez Guerra,
EX PRESIDENTE DEL CoNSEJO DE MINISTROS, JEFE DEL PARTIDO-
LUt RAL-CONSERVADOR
LA REDACCIÓN DE 1898
Nuestras bodas de plata. — Los que se
fueron. — Un doloroso recuerdo. — Mal-
donado Macanaz — Justo homenaje.
Por grata coincidencia, cuando La Época cele-
braba sus «bodas de diamante» con el público,
podíamos nosotros celebrar las «bodas de plata»
con el querido periódico. Hace un cuarto de siglo,
en efecto, vinimos a esta acogedora casa, siempre
hospitalaria para el periodista, a sumar el modesto
esfuerzo de una pluma humilde, enaltecida sola-
mente por los títulos de la honradez y la laborio-
sidad, al trabajo inteligente de los preclaros cole-
gas que nuestra buena fortuna nos deparó por
compañeros. Y he aquí como, obligados por este
privilegio de la edad, fuimos nosotros llamados
a evocar los recuerdos de los últimos veinticinco
años de la dilatada y honesta vida del periódico
fundado por el conde de Coello.
En el espacio de esos cinco lustros ¡cuántos
cambios y mudanzas se registraron, cuántos suce-
sos luctuosos, cuántas inolvidables fechas de do-
lor!... Pocos son los que van quedando entre nos-
150 LEÓN ROCH
otros de los que compartimos la labor de aquellos
días ya lejanos... ¡Cuántos cayeron vencidos en el
surco! Desde el ilustre Maldonado Macanaz, su-
perviviente de la primera redacción, han ido des-
apareciendo Fernández Villegas, el admirable críti-
co, justo y prudente varón, victima de una ingrati-
tud y dé una felonía; el bondadoso Joaquín Tello;
el cordial camarada Betegón, viviente archivo de
historias y de anécdotas, que se llevó a la tierra un
caudal de interesantes páginas no escritas; el ser-
vicial Pérez Magnín, el culto y simpático Cecilio
Roda, el caballeroso Ángel Febrer, el gran poeta
Fernández Shaw, el erudito Rafael Mitjana, Fer-
nández Brañas, Jiménez Prieto, Reza, Jerónimo
Betegón, y tantos más...! El tiempo, implacable,
nos recuerda con sus aldabadas que la vida es
harto efímera, y como es más preciosa cuanto más
avanza, procuremos abroquelarla y defenderla
cuanto sea posible...
Era en las postrimerías de 1898, en cuyo mes de
abril celebró La Época sus «bodas de oro>. En
enero publicó un extraordinario semejante al que
salió a luz en mayo de 1923. No se nos borrará
jamás la fecha de nuestro ingreso en la Redacción,
porque dos días antes, el 10 de diciembre, habíase
consumado en París el doloroso despojo de nues-
tras Colonias, firmándose el Tratado de paz con
los Estados Unidos. El sabio canonista Montero
Ríos, presidente del Senado, que por patriotismo
aceptara la presidencia de la triste comisión, no
debió agradecer mucho al Sr. Sagasta, jefe del
Gobierno, aquel inolvidable presente. Uno de núes-
75 AÑOS DE PERIODISMO 151
tros primeros trabajos fué un cariñoso panegírico
de aquel ilustre y honradísimo político D. Fernan-
do Cos- Gayón, redactor que había sido de La
Época, que después de ser muchas veces ministro
de Hacienda, moría en la mayor pobreza por aque-
llos días, dando a la política un ejemplo de recti-
tud y de honradez pocas veces igualado.
Algún tiempo antes habían muerto el admirable
cronista Luis Alfonso, el chispeante crítico musical
y taurino Peña y Goñi, el crítico teatral Pedro Bo-
fill, el redactor-jefe Manuel Tello y el redactor
financiero Leopoldo Calzado. Poco antes también
dejaron de pertenecerá la Redacción o de colabo-
rar, Julio Burell, el periodista de la grandilocuente
pluma; Javier Ugarte, jurisconsulto y poeta, que
fué, como Burell, ministro de la Corona; Rodrigo
Soriano, que había pasado a El Imparcial, y poco
después emprendía sus incursiones en el campo
republicano, del brazo de Blasco Ibáñez; José de
Siles, el simpático y desgraciado bohemio; Alfredo
García López, que se apartó del periodismo para
consagrarse a su destino de Instrucción pública;
Diego Jiménez Prieto, que fué autor cómico aplau-
dido, y Juan de Dios Reza.
También dejó por entonces la Redacción, para
dedicarse por entero a sus obras teatrales, el ilustre
poeta y autor dramático Carlos Fernández Shaw,
nuestro paisano y amigo. Precisamente a él vini-
mos a sustituir en La Época, salvando las natura-
les distancias. Uno de los primeros trabajos que
nos encargó el director fué un articulito despidien-
do cariñosamente al autor de La revoltosa. Ese ar-
La Redacción de
■«;??í;feí!S»íP7-
ocA» EN 1897-98.
154 LEÓN ROCH
tículo estuvo sin publicar, en el pavoroso montón
de los originales viejos, cerca de siete meses, acaso
esperando que Fernández Shaw se arrepintiera y
volviese como el hijo pródigo. Puede juzgarse de
nuestra zozobra de periodista novel al encontrar-
nos en situación tan inestable.
Tampoco figuraba ya entre los redactores Cris-
tóbal Botella, abogado de talento y trastienda y
entonces ex diputado a Cortes. Seguía colaboran-
do, y durante los veranos venía con asiduidad un
par de meses a la Redacción, mientras algunos re-
dactores descansaban unos días. Poco después
marchó Botella a París y alh' ha sido bastantes años
corresponsal de La Época, en cuyas columnas
popularizó el seudónimo Juan de Becon con que
firmaba sus amenas crónicas. Ahora, el veterano
periodista es un personaje internacional y tiene en
ingrato olvido la pluma a que debió su fortuna.
Al frente de la Redacción estaba el marqués de
Valdeiglesias, Alfredo Escobar, como fraternal-
mente le llaman sus compañeros, digno sucesor de
su ilustre padre, que lleva treinta y seis años en
su puesto y es, sin duda, el decano de los directo-
res de periódicos en ejercicio. Compartía las tareas
directivas Eduardo Gómez de Baquero, que había
sucedido a Manuel Tello, como redactor-jefe, y
completaban el cuadro, con Maldonado Macanaz,
Fernández Villegas, Javier Betegón, Ramón de
Cárdenas, Gabriel Briones, nuestro decano de aho-
ra; Juan Lapoulide, El coronel Santiponce, que se
ocupaba de las cuestiomes militares; Joaquín Tello,
redactor financiero; Mariano Barber, Eduardo Mon-
75 AÑOS DE PERIODISMO 155
tesinos, Augusto Barrado, Ángel Febrer, Jerónimo
Betegón, primo de Javier; Ángel Pérez Magnín^
que ya dedicaba sus actividades a la publicidad;
Alberto Pérez Cossío, que a poco nos abandonó;
Enrique Gálvez, secretario del marqués de Porta-
go, recientemente fallecido, después de realizar su
justa aspiración de ser ministro; Fernández Brañas,
Carlos Palma, inteligente reportero, y no recorda-
mos si alguno más.
El patriarca de la casa era Maldonado Macanaz,
tío del ex rector de la Universidad de Salamanca y
ex senador D. Luis, colaborador de La Época. A
pesar de su edad ya avanzada, aun se conservaba
fuerte y sano, sin más dolencia que una extremada
sordera. Daba en la Universidad una cátedra de
Historia de la Colonización, a la que apenas asistía
algún que otro alumno, y era académico de la His-
toria, por justo merecimiento, ya que se trataba de
una autoridad. Todas las mañanas llegaba muy di-
ligente a nuestra casa; ocupaba, en lugar apartado,
su mesa de trabajo, y casi sin levantar la vista y
sin despegar los labios, escribía el artículo de fon-
do, que ya traía perfectamente estudiado y embo-
tellado. Alguna vez escuchábamos coloquios muy
graciosos entre Valdeiglesias y D. Joaquín.
Esperábale Escobar con la impaciencia y la ner-
viosidad de que no ha pedido curarse, para encar-
garle el artículo sobre lo que él estimaba la cues-
tión del día, el asunto cumbre. Alguna grave com-
plicación política interior; un terrible problema
internacional; una conflagración quizás... Cuando
llegaba Maldonado, Valdeiglesias saltaba como un
156 LEÓN ROCH
gamo para salirle al encuentro, y a grandes voces,
para que pudiera enterarse, le insuflaba el tema.
El fondo de La Época no podía ser otro que aquél;
era una cosa insólita y terrible... Don Joaquín le es-
cuchaba, bonachón y paciente, y cuando Escobar
terminaba, él decía siempre sin inmutarse, son-
riente y sincero:
— ¡Bueno...! Pues, de eso escribiremos mañana,
Yo voy a escribir hoy sobre el porvenir de la Mon-
golia...
Por ley natural, fué Maldonado, superviviente de
la Redacción anterior, el que inició el desfile dolo-
roso... Murió el 17 de septiembre de 1901, y todos
lloraron sinceramente su pérdida. Nosotros quere-
mos tributarle aquí un homenaje de afecto y devo-
ción, al que por gratitud estamos obligados, ya que
aquel santo varón, sin conocernos apenas, llevado
por inclinaciones de la simpatía, quiso alentarnos en
nuestras modestas empresas literarias. A su noble
memoria va unido el recuerdo de un modesto libro
nuestro, cuya edición nos compró un librero judío
en poco mas de dos docenas de duros...
*
La casa de 'La Época' y la impren-
. ta. — La critica y los críticos. — Cam-
bios y mudanzas. — Ambiente de
fraternidad . — El símbolo del trabajo.
La Redacción de La Época hallábase estable-
cida entonces en el núm. 16 de la calle de la Li-
bertad. Era un edificio anexo al popular teatro de
75 Arios DE PERIODISMO 157
la Alhambra, hace pocos años derribado, y se com-
ponía casi únicamente de la crujía que daba a la
calle. El piso primero lo ocupábamos nosotros; en
el segundo tenían sus estudios el ilustre pintor Ce-
cilio Pía y Eduardo Alba, otro pintor y militar,,
gran amigo de artistas de teatro. Allí se reveló,
años después, como gran pintor, el entonces joven
López Mezquita, discípulo de Pía, que alcanzó la
primera medalla con su Cuerda de presos.
Al ser derribado el teatro de la Alhambra, don-
de Loreto Prado y Enrique Chicote hicieron sus
más brillantes campañas con Los chicos de la escue-
la, Congreso feminista, La cuna y otras obras por
el estilo, se trasladó la Redacción a la casa núme-
ro 18, propiedad de la marquesa viuda de Casa-
Laiglesia, donde ya había estado establecida antes
y donde murió el inolvidable D. Ignacio José Es-
cobar. No sin pena vimos derribar aquel simpático
teatrillo, de feliz recordación para nosotros, y le-
vantarse sobre su solar las tres hermosas casas de
la condesa de Almodóvar, a quien correspondió,
por herencia de su madre, la marquesa viuda de
Villamejor. El notable arquitecto que las construyó,.
Pérez de los Cobos, que fué arquitecto de Palacio,
tuvo un trágico fin. En el núm. 18 permaneció la
Redacción hasta el mes de agosto de 1918, en que
se trasladó a la casa de su propiedad, que actual-
mente ocupa, en la calle de San Bernardo.
En los primeros tiempos a que nos referimos se
imprimía La Época en el establecimiento tipográf
co de los Hijos de Ginés Hernández, donde se edi-
tó tantos años. Lo dirigía entonces D. Francisco
158 LEÓN ROCH
Pedregal Prida, impresor muy inteligente y hombre
de mucha suerte, que era a la vez militar y profe-
sor de gimnasia; el simpático industrial y capitán
de Infantería había escrito y publicado un excelen-
te libro, que sirvió de texto en algunos centros;
también tuvo un magnífico gimnasio en la calle del
Barquillo, donde hoy se levanta el lindo teatro de
la Infanta Isabel. Años después, cuando el tipó-
grafo Miguel Romero construyó la casa núm. 31
de la calle de la Libertad, esquina a la de Augusto
Figueroa, a la imprenta que allí estableció se tras-
ladó La Época. Muerto aquel industrial, volvió el
periódico a la casa de los Hijos de Ginés, de donde
una huelga injusta y estúpida, motivada por el em-
pleo de las máquinas de componer, nos lanzó, en
enero de 1910, a la casa de enfrente, la antigua
imprenta de Fortanet, una de las más acreditadas
de Madrid, que ya no existe. Entonces tuvimos que
adquirir material propio de tipografía y máquina,
y desde esa época se imprime el periódico en el
modesto taller de su propiedad.
Solamente en otras dos ocasiones ha sufrido La
Época vicisitud análoga a la huelga citada. Fué la
primera en aquella memorable ocasión de la huel-
ga revolucionaria de 1917, tan gallardamente ven-
cida por Dato y Sánchez Guerra. La segunda, más
injustificada y necia, fué al pretender las Socieda-
des de resistencia imponer la censura roja a los
periódicos. No lo toleramos nosotros, y el antiguo
personal de La Época, tantos años unido al perió-
dico por el trabajo y por el afecto, que nos acom-
pañó siempre en nuestras mudanzas, nos abando-
75 AÑOS DE PERIODISMO 159
nó. En medio de aquellas contrariedades, tuvimos
la satisfacción de que ni un solo día dejó de publi-
carse nuestro periódico.
Volviendo a la Redacción, ocupa en nuestro re-
D. Francisco Pedregal Prida,
IMPRESOR DE «La EpOCA».
cuerdo preferente lugar el ilustre Francisco Fer-
nández Villegas, Zeda, que estaba encargado de la
crítica teatral y literaria. Era un crítico de gran
cultura, de exquisito gusto literario y de una in-
flexible imparcialidad. En la intimidad era un hom-
160 LEÓN ROCH
bre bonísimo y un camarada complaciente y cari-
ñoso, que murió victima de su bondad, También
era autor dramático de notables condiciones, aun-
que no siempre le acompañó la fortuna. Su enorme
aKción al teatro se reflejó en sus tres hijas, que son
distinguidas actrices: Amparo, que es la primera
dama de la compañía de Morano; Pura, que actúa
en la de Carmen Cobeña, y Concha, que trabaja
ahora en provincias.
Al morir Villegas, se encargó de la crítica teatral
Gómez de Baquero, que la ha desempeñado algún
tiempo, con su gran competencia. Desde hace un
año le ha sustituido dignamente el distinguido es-
critor Melchor Fernández Almagro. Este joven y
brillante literato granadino será — lo es ya, mejor
dicho — un digno sucesor de Zeda, por su impar-
cialidad, su cultura, su talento y su buen gusto li-
terario.
La crítica musical ejercíala interinamente y con
acierto en aquellos primeros meses Mariano Bar-
ber. Algún tiempo antes y en breves temporadas
posteriores colaboró como crítico musical el eru-
dito Rafael Mitjana, discípulo del maestro Pedrell,
a quien su carrera de diplomático hacía estar casi
constantemente expatriado. El notable escritor,
autor de interesantísimas obras, murió reciente-
mente en Estocolmo, donde representaba a Espa-
ña como ministro. A Barber le reemplazó el culto
y atildado Cecilio de Roda, que fué académico de
Bellas Artes, y que poseía una de las más intere-
santes y nutridas bibliotecas musicales de España.
Al morir Roda le sustituyó Augusto Barrado, crí-
75 AÑOS DE PERIODISMO 161
tico y músico de competencia, que hasta entonces
estuvo encargado en La Época de la sección de
Extranjero, y al retirarse del periodismo diario
aquel querido compañero, le reemplazó otro entra-
ñable colega, nuestro actual crítico Víctor Espinos,
que anteriormente había sido ya redactor del pe-
riódico, ocupando el puesto de informador palati-
no, en el que le sustituyó primero Fernández Bra-
ñas y luego Guillermo Fernández Shaw.
La crítica artística estaba encomendada a un dis-
tinguido colaborador y redactor antes, admirable
artista fotógrafo, triunfador en todos los concursos
nacionales, que después se ha colocado a la cabeza
de los profesionales. Nos referimos a Antonio Cá-
novas del Castillo, el envidiable Kaulak, fotógrafo
predilecto de las damas aristocráticas. Su hermano
Pepe, que murió joven en Málaga, siendo secreta-
rio del Gobierno civil, fué también colaborador, y
antes redactor, y publicó algunos cuentos verda-
deramente primorosos. Al cesar Cánovas en la crí-
tica artística, después de alguna interinidad, le sus-
tituyó el laureado artista, uno de nuestros maes-
tros del grabado, Enrique Vaquer.
En la crónica de salones sustituyó dignamente al
genial Asmodeo, inventor del género, el querido
maestro Mascarilla, y a su cuidado sigue todavía.
En distintas épocas auxiliáronle en la tarea, que es
penosa y delicada, escritores y periodistas tan dis-
tinguidos como Luis Alfonso, Carlos Fernández
Shaw, Rodríguez Escalera, Pepe Siles y Ángel Fe-
brer. Ahora cooperan también Nicolás Jordán de
Urríes, el simpático Tomillares, Guillermo Fernán-
11
162 LEÓN ROCH
dez Shaw, hijo del ilustre poeta, y Tristón. Pero el
cronista de salones de La Época es siempre el in-
fatigable Mascarilla, que con el seudónimo de Al-
maviva colaboró años atrás en El Imparcial y en
La Ilustración Espafiola y Americana, cuyo direc-
tor y cronista tantos años, D. José Fernándaz Bre-
món, había sido también redactor del periódico de
Escobar.
De la economía, la hacienda y las finanzas cui-
daba el bonachón Joaquín Tello, fallecido en enero
de 1917, a quien reemplazó Ángel Illana. En me-
nester tan importante alternaba y alterna nuestro
decano, el excelente camarada Gabriel Briones.
Porque el aplaudido autor entiende la «numismáti-
ca» como la política y el teatro. Y ya que de cre-
matística se habla, recordaremos que nuestro «mi-
nistro de Hacienda» era el simpático D. Francisco
Boronat, a quien los viejos de la casa no olvidamos
nunca; un anciano fuerte y vigoroso, que a los
ochenta y tres años tenía la agilidad de un mucha-
cho. Murió Boronat en abril de 1912; pero una
grave afección a la vista le obligó a retirarse un
año antes, siendo sustituido por el antiguo emplea-
do de la Administración Manuel Mihura, que sigue
ocupando el espinoso puesto y que ya ha rebasado
los treinta años de servicios.
Otro veterano de la Redacción es el querido
compañero Ramón de Cárdenas, periodista prácti-
co y activísimo, maestro en el manejo de guías y
anuarios. Procedía de El Correo, el periódico del
maestro Perreras, en cuya Redacción ingresó en
1880; en abril de 1884 pasó a La Época, y en ella
75 AÑOS DE PERIODISMO 163
ha trabajado hasta febrero de 1921, es decir, por
espacio de treinta y siete años, con una actividad,
un entusiasmo y un amor por la profesión que po-
cos periodistas igualan. Enfermo e impedido, Cár-
denas está ausente de nosotros desde hace unos
dos años. Pero siempre estará presente en nuestro
recuerdo y en nuestro cariño este verdadero maes-
tro del periodismo práctico, inteligente y culto, de
quien hemos recibido útiles lecciones y recetas de
hacer periódicos, muchos de los periodistas que
por La Época desfilamos.
Como asiduo colaborador solía venir aún a la
Redacción el ilustre D. Juan Pérez de Guzmán,
tantos años redactor y luego director de La Época.
De entonces proceden sus colecciones de artículos
sobre Carlos IV y María Luisa, pubHcados luego
en un notable Hbro, cuya edición costeó el difunto
duque de Valencia; los artículos sobre la insigne
Orden del Toisón de Oro y otros temas históricos.
El mismo anciano escritor escribió y confeccionó
por sí solo algunos números extraordinarios ilus-
trados, como el de las Bodas Reales, publicado en
enero de 1901, con ocasión del matrimonio de la
malograda Princesa de Asturias y el Infante Don
Carlos; el extraordinario pubUcado en mayo de
1908 para solemnizar el glorioso centenario del
Dos de Mayo, y otro para conmemorar el cente-
nario de los Sitios de Zaragoza.
En la redacción de La Época ha habido siempre
verdadero ambiente famiUar, de compañerismo fra-
ternal, exento de las rencillas, las envidias y las lu-
chas que en otras partes se advierten. Somos un
164 LEÓN ROCH
poco filósofos y procuramos capear el temporal y
pasar la vida del mejor modo posible; a las horas
de trabajar, echando el bofe; en los momentos de
paz, regocijándonos lo que se puede. Uno de nues-
tros inocentes regocijos fué algún tiempo leer en
voz alta las Greguerías de Gómez de la Serna, y,
como dicen en Lavapiés, «nos reíamos las tripas».
Entre los compañeros que más alegraban la casa,
hay que recordar siempre al querido amigo Bete-
gón, muerto en noviembre de 1920. Archivo vi-
viente de historias y de anécdotas, nos entretenía
horas enteras contando, con su gracejo, algo de lo
mucho que sabía de cosas y de hombres, y, sobre
todo, de mujeres.
No debemos olvidar tampoco al buen camarada
Eduardo Montesinos, simpático como pocos, y
desde luego el más gordo y lucido de la casa, que
con sus graciosos cuentecillos de todos colores nos
hacía pasar ratos deliciosos. El excelente compa-
ñero, que ha ganado en el teatro justos aplausos y
provechos con sus zarzuelas, y sobre todo con sus
cuplés y canciones, género en el que ha sido un
maestro, anda ahora retirado del periodismo y le
sustituye en la información municipal su hijo. Real-
mente, su volumen es un peso muerto para el «re-
portaje».
En estas horas de camaradería, el director era y
es un excelente compañero y amigo más, cuyas fe-
lices ocurrencias no son para menospreciadas. Tra-
bajador infatigable y fiel cumplidor de su deber,
lo que más le molesta es la holgazanería; pero se
incomoda cariñosamente, lanzando puyas y hacien-
75 AÑOS DE PERIODISMO 165
do chistes. Por ese amor de Valdeiglesias al traba-
jo, preside nuestra redacción un fornido forjador,
artístico bronce, que es símbolo del trabajo.
Uno de nuestros más queridos camaradas, sim-
pático y decidor, no se distinguía por su desmedi-
da afición a trabajar, y era constante objeto de las
saetas y chistecillos de Escobar. Según éste, aquel
buen compañero era de los que decían: «Hay años
que no está uno para nada...» Un día, hablando de
ello, se encaró Valdeiglesias con el forjador, sím-
bolo del trabajo, y exclamó: — Es lo que dirá Fu-
lano: ¡Simbolitos a mi!
i
LOS PROHOMBRES CONSERVADORES
Los jefes del partido y 'La £/>o«
ca". — De Cánovas a Sánchez Gue-
rra.— Silvela periodista. — Coopera-
dores g colaboradores.
Mantuvo siempre La Época con firmeza sus tra-
diciones de consecuencia política, de acrisolada
lealtad a la Monarquía y al partido conservador,
del que fué constantemente órgano en la Prensa.
Con entusiasmo y perseverancia, sin tibieza algu-
na, con decisión y buena fe, defendió el credo y los
intereses de la gran familia conservadora y prestó
su ayuda incondicional, cual era su deber, a los
prohombres que, en representación del partido y
con el apoyo de los jefes de éste, ocuparon la pre-
sidencia del Gobierno.
En sus procedimientos supo hacer compatible
siempre, con el entusiasmo y la firmeza al defender
los propios ideales, la mesura y el respeto para el
adversario y la corrección y la imparcialidad al
juzgar las ajenas ideas. Y a ello debió en buena
parte La Época la estimación y el respeto que me-
reció en todos los sectores de la política dentro
168 LEÓN ROCH
de España y la más alta consideración en el ex-
tranjero, aunque alguien hablara de los «paños ca-
lientes» de La Época. Esos paños calientes eran
unas veces prudencia y corrección, otras veces pa-
triotismo.
Los mismos que pudieron motejar por esto al
órgano conservador, reconocían luego que era con-
veniente y provechoso mantener en tales causas la
prudencia y corrección de las campañas de La Épo-
ca. Y cuando los espíritus inquietos y batalladores,
ó simplemente bullangueros, consideraban indis-
pensable combatir recio, llegando a la virulencia,
buscaban otras hojas más propicias y más acomo-
dadas a violencias y agresiones... y que acarrea-
ran menos responsabilidades para el partido.
Alguna vez surgieron dentro, o al margen del
partido conservador, periódicos afínes, que acaso
pretendieron anular, o disminuir al menos, la auto-
ridad del nuestro. Pero La Época siguió siendo el
órgano del partido, y continuó viviendo, y aque-
llos periódicos, creados ocasionalmente, sin fuerza
ni arraigo en la opinión conservadora, movidos
alguna vez por la pasión y la violencia, desapare-
cieron. Lo mismo ocurriría con cualquier otro en-
sayo que se hiciera. Por algo se alcanzan setenta
y cinco años de vida. De los tiempos de Cánovas
hemos de recordar La Monarquía y aquel gran pe-
riódico El Nacional, creado a impulsos de Romero
Robledo y dirigido por el ilustre periodista Adol-
fo Suárez de Figueroa.
Para sus jefes tuvo siempre nuestro periódico
una adhesión inquebrantable, y un sincero afecto
75 AÑOS DE PERIODISMO 169
para ellos y para las altas figuras del partido. Y es
justo declarar que tal afecto fué correspondido
D. Francisco Fernández Villegas («Zeda»),
ILUSTRE REDACTOR Y CRÍTICO TEATRAL DE «La ÉpOCA». (NaCIÓ EN
Murcia en 1856.— Murió el 15 de Noviembre de 1916.)
siempre, aunque con alguna rara excepción. En to-
dos los campos ha habido prohombres que se jac-
170 LEÓN ROCH
taron de menospreciar a la Prensa, y con ello pe-
caron de injustos y de ingratos.
El jefe conservador que más cariño profesó
siempre a La Época fué el insigne Cánovas del
Castillo, cuya trágica muerte, en agosto de 1897,
fué tan llorada por todos como una terrible pérdi-
da de familia, al par que como una gran desgracia
nacional. Hombre de aquellos tiempos de lucha,
en que tan importante papel jugaron los periódi-
cos, Cánovas tenía en alta estima a la Prensa, con-
cediéndola una gran eficacia como arma política.
La Época, particularmente, y sus redactores, eran
para él como una prolongación de su familia; nin-
gún día dejaba de recibir a su director o a alguno
de sus redactores, para transmitirle sus encargos o
inspiraciones. Cárdenas, Briones, Betegón o Fe-
brer eran los que, alternativamente, tuvieron a su
cuidado este cometido. Algunos sueltos famosos
que publicó La Época fueron dictados, al pie de
la letra, por D, Antonio.
También D. Francisco Silvela tenía para la
Prensa singular estimación, reconociendo su valor
y signiBcación, y guardó siempre a La Época ver-
dadero afecto. Era que aquel ilustre político, inge-
nio peregrino, gran orador y gran escritor, era ade-
más un gran periodista. Lo demostró cumplida-
mente en El Tiempo, el órgano de su desidencia,
■en el cual escribía casi a diario. Muchos artículos
y sueltos, como aquel famoso Sin pulso, que hizo
gemir a las prensas, como entonces se decía, mu-
cho tiempo, fueron escritos por él, con aquella su
ietra menudita, casi microscópica; llegó a colabo-
75 AÑOS DE PERIODISMO 171
rar hasta en aquellas Solfas saladísimas, que ordi-
nariamente escribía el excelente periodista y fácil
poeta Rafael Solís.
La Época debió a D. Francisco muestras de sin-
gular consideración. Creía Silvela que el partido
conservador no podía ni debía tener otro órgano,
porque aquél representaba una tradición y era una
bandera. Por eso, al advenir a la jefatura del par-
tido hizo desaparecer El Tiempo. Igual conducta
siguió D. Antonio Maura, al unir sus fuerzas polí-
ticas a las conservadoras, de las que luego fué
jefe, haciendo desaparecer aquel simpático perió-
dico El Español, que dirigió el ilustre Sánchez
Guerra y en el que escribieron Cañáis, Sáenz de
Quejana, Víctor Espinos y otros queridos amigos.
Silvela, para quien tan grande devoción guarda-
mos, solía venir algunas veces a la Redacción, para
buscar notas que le interesaban en nuestras colec-
ciones. Sencillo, llano a lo gran señor, correctísimo,
con su característica sonrisa, entraba en la Redac-
ción como un camarada, preguntando: — ¿Quién
hay por aquí...? Y luego se informaba minuciosa-
mente de los compañeros... Con frecuencia nos
enviaba los notables artículos que ahora exhuma
Llanos y Torriglia en su excelente recopilación de
trabajos de Silvela...
Otro prohombre del partido que estaba en cons-
tante comunicación con La Época era el insigne
orador D. Alejandro Pidal, presidente del Congre-
so en todas las épocas conservadoras y director
de la Real Academia Española. Don Alejandro es-
cribía largas cartas muchos días y casi siempre in-
172 LEÓN ROCH
comodado por cualquier futesa periodística. Pero
estos enfados le duraban poco, porque el elocuen-
tísimo asturiano era bonísima persona. Buenos
amigos de La Época fueron asimismo D. Luis Pi-
dal, marqués de Pidal, el varón ecuánime, prudente
y sabio, hermano de D. Alejandro, que con fre-
cuencia colaboró en el periódico; el gran hacen-
dista Fernández Villaverde, asiduo colaborador
también: el inolvidable D. Arsenio Martínez de
Campos, brazo militar de la Restauración y cons-
tante tutor de la Monarquía, cuyas «corazonadas>
dieron lugar a no pocos cambios, y aquel bendito
general D. Marcelo de Azcárraga, que tan grandes
servicios prestó a las instituciones y al partido con-
servador, dentro de su modestia.
Desde los tiempos del insigne Cánovas, el jefe
del partido conservador que más cariño tuvo al
periódico fué el malogrado D. Eduardo Dato, sa-
crificado también por la Patria en aquel triste día 8
de marzo de 1921, quien siempre se mostró dis-
puesto a auxiliarle en sus empresas. Todo sencillez
y bondad, todo corazón, gran señor de la política,
que tenía la rara cualidad de hacerse cargo de
todo, era un buen amigo de La Época y de cuan-
tos a ella pertenecían. Su corrección, su bondad,
su templanza y su exquisita prudencia, que no ex-
cluían una gran energía y una entereza que no se
doblegaba en los momentos necesarios, le conquis-
taban el cariño y el respeto de todos.
Otro político periodista, verdadero periodista,
ha sido el ¡lustre Sánchez Guerra, actual jefe del
partido conservador, que hizo sus primeras cam-
75 AÑOS DE PERIODISMO
173
pañas en La Iberia, el famoso periódico de Calvo
Asensio y de Sagasta. Andaluz y poeta, hombre de
Sr. D. Ramón de Cárdenas y Padilla,
ILUSTRE PERIODISTA, DECANO DE LOS REDACTORES DE «La EpOCA».
ingenio y de fértilísima imaginación, hubiera sido
una gran figura del periodismo español; pero la
174 LEÓN ROCH
política y el Parlamento, dos de sus grandes amo-
res, le captaron por completo y el periodista que-
dó eclipsado. Sin embargo, Sánchez Guerra no ha
perdido el cariño y el entusiasmo que siempre le
inspiró la Prensa, y lo demuestra en todo momento
en que halla ocasión. Cuando D. Antonio Maura
levantó bandera, separándose del partido liberal
con la nutrida falange de Gamazo y fundó el perió-
dico El Español, Sánchez Guerra fué designado
para dirigirlo, y de nuevo hizo vida de periodista
el político cordobés. ¡Con cuánto placer y cuánto
cariño recordaría entonces los días de lucha y de
juveniles entusiasmos de La Iberia!... Y entonces,
y ahora y siempre, cuando un periodista ha acudi-
do a D. José, aun después de ocupadas las más al-
tas posiciones, ha respondido siempre, no el polí-
tico, sino el periodista, el compañero afectuoso y
simpático, el camarada de La Iberia.
Para La Época fué Sánchez Guerra uno de los
jefes conservadores que demostraron su afecto al
periódico con actos dignos de gratitud, de los que
no se olvidan, y en la Redacción se corresponde
bien a su cariño. Como a Cánovas, como a Silvela,
como a Dato, se le quiere no con el afecto respe-
tuoso que se guarda al jefe, sino con la efusión que
despierta un verdadero amigo.
Entre los prohombres conservadores que pres-
taron cariñosa ayuda a La Época en sus propagan-
das y empresas hay que recordar al ilustre y boní-
simo D. Augusto González Besada, al conde de
Bugallal, D. Manuel Burgos y Mazo, Cierva, Do-
mínguez Pascual, el vizconde de Eza, constante
75 AÑOS DE PERIODISMO 17S
colaborador; Prado y Palacio, el actual marqués
del Rincón de San Ildefonso; D. Guillermo J. de
Osma, no ha mucho fallecido; Ugarte, que fué
nuestro compañero; D.Juan José Ruano, D. Carlos
Cañal y el marqués de Portago, también difunto...
Entre las personalidades que colaboraron alguna
vez en nuestras hojas, figuraron el marqués de Es-
tella, el conde de Esteban CoUantes y el marqués
del Vadillo, y actualmente el señor Sánchez de
Toca, D. Francisco Bergamín, el marqués de Lema
y D. Eduardo Sanz y Escartín, conde de Lizárraga.
DINASTÍA DE PERIODISTAS
Don Ignacio José Escobar, D. Al-
fredo Escobar y Ramírez y D.José
Ignacio Escobar y Kirpatrick.
En la historia de La Época, cuyos varios capítu-
los concertamos y ordenamos en estas páginas y
con la cual van constantemente enlazados los ana-
les del periodismo madrileño, encontramos siem-
pre una figura central, principalísima, que es la que,
en realidad, encarna el espíritu del periódico, el
eje en torno al cual gira y se desenvuelve toda
esta complicada maquinaria del diario; el motor
espiritual de este poderoso instrumento de acción
política y social. Esa figura cumbre es D. Ignacio
José Escobar, el gran periodista, que logra desta-
car su personalidad y labrar una fama merecida
entre aquellos hombres que se llamaban Lorenza-
na, y Andrés Borrego, y Calvo Asensio, y Estéba-
nez Calderón, y Alvarez Bugallal, y Navarro Vi-
lloslada, y Navarrete, y González Brabo, y tantos
otros que fueron luchadores insignes en las filas
de la Prensa... Funda La Época y la dirige cons-
tantemente y llena un período de cerca de veinte
12
178 LEÓN ROGH
años D. Diego Coello; desfilan por la Redacción
figuras eminentes de la política y hombres que en
el periodismo y en las letras cubrieron de gloria
sus nombres... Y sin embargo, en lo que es historia
y vida de La Época, lo mismo en aquellos momen.
tos, observado por los que convivieron al lado de
Escobar en el periodismo y en la política, que vis-
to ahora, a la distancia de los años transcurridos, la
noble y simpática figura del primer marqués de
Valdeiglesias es la que se destaca y la que sobre-
vive, como eje y cumbre del periódico conservador.
No tuvimos nosotros, naturalmente, el placer de
conocer al maestro, y menos el de trabajar a su
lado; que aunque caminamos hacia la vejez con
más prisa que la que fuera de desear, no es tan
largo el camino recorrido que nos permitiera al-
canzar meta tan lejana. Pero en los veinticinco años
de nuestra convivencia con La Época hemos oído
hablar tanto y a tantos del ilustre periodista, enal-
teciendo sus virtudes y méritos y ensalzando su
bondad y su modestia, su prudencia en el consejo
y su discreción en el escribir, que poco a poco nos
fuimos familiarizando con su vida y con su obra,
asimilándonos las ideas, los juicios y las admiracio-
nes de los otros, y hemos llegado a hacernos la
ilusión de que conocimos y admiramos también en
plena lucha y en plena gloria al que durante más
de veinte años fué director y alma de este mundo
tan pequeño en apariencia, tan complejo en la rea-
lidad, en el que hay que concertar tantas volunta-
des y tantos pensamientos discordes y aun encon-
trados, que se llama un periódico.
75 AÑOS DE PERIODISMO 179
Una de las cosas buenas del actual director de
La Época, que tiene muchas, entre otras que no
lo son tanto — ¿quién es perfecto en este mundo? — ,
es el culto que ha hecho de la memoria de su padre,
con tan obligada razón en el orden de los senti-
mientos como justicia en el campo de la realidad.
Para D. Alfredo Escobar, el modelo de los hom-
bres y el modelo de los periodistas es su padre;
quisiera él ser como fué aquél, y siéndolo, creeríase
llegado a la cumbre, a la perfección... Del mismo
culto participaban los demás familiares de D. Igna-
cio, a los que hubimos de tratar más en la intimi-
dad que otros: los hijos, doña Josefina, esposa que
fué del cónsul D. Antonio María de Orfila, falleci-
da recientemente; doña Sofía, viuda del médico
militar D. José Santana, y el culto ingeniero don
Alfonso, y sobre todo, la esposa de Escobar, la
que fué durante tantos años su leal y amante com-
pañera, aquella bondadosa doña Francisca Ramí-
rez Maroto, toda simpatía, toda corazón, que llamó
la atención por su gran belleza, y cuya muerte,
ocurrida hace pocos años, produjo tan sincero y
hondo dolor... Viviendo en el ambiente de este
culto filial, tan sentido y tan justo, ¿cómo no sen-
tirse penetrado de la misma devoción y del mismo
cariño hacia el periodista inolvidable?...
Meditando ante estas cuartillas, creemos ver
surgir la venerable silueta de Escobar ante la mesa
de trabajo, en aquella Redacción de la calle de las
Torres, que ahora lleva el nombre de Marqués de
Valdeiglesias, entre montañas de periódicos, leyen-
do afanosamente, repasando uno tras otro los dia-
180 LEÓN ROCH
rios extranjeros, tomando notas o haciendo recor-
tes para preparar la labor, según nos lo muestran
su gran amigo Cos-Gayón y su propio hijo... Y
luego escribir rápidamente, febrilmente, artículos
y sueltos, y cartas extranjeras, y gacetillas, y cuan-
to había que escribir; y entre unos y otros traba-
jos, revisar y corregir los originales de los compa-
ñeros, y dar a unos y otros encargos e instruccio-
nes... Y así horas y horas, sin fatiga aparente, con
igual animosidad, con el mismo entusiasmo, hasta
dejar cerrada la edición...
Era Escobar hombre de una capacidad de tra-
bajo extraordinaria. No parecía cansarse nunca,
y laboraba siempre con el mismo cariño. Para no
perder tiempo y aprovechar todos los minutos, se
hacía llevar el almuerzo a la Ixedacción, y rápida-
mente lo despachaba, mientras revisaba unas cuar-
tillas o leía unas pruebas. Amable y bondadoso
para compañeros y subordinados, rara vez se in-
comodaba con ellos; su principal motivo de dis-
gusto era que le distrajeran y le quitaran tiempo
para el trabajo.
Había nacido Escobar para el periodismo, y fué
solamente periodista, porque no debía ser otra
cosa. Nosotros creemos en el destino de las cria-
turas, y creemos también que el periodista, como
el artista y el poeta, nace y no se hace. En su ju-
ventud, después de hechos brillantemente los pri-
meros estudios, siguió varios cursos de la carrera
de Medicina. En esta Facultad fué condiscípulo de
aquel D. Ramón de Campoamor y Campoosorio, a
quien tanto admirábamos los muchachos de núes-
75 AÑOS DE PERIODISMO 181
tro tiempo, y de entonces databa la grande y estre-
cha amistad de D. Ignacio con el poeta inmortal de
las Doloras y los Pequeños poemas. Pero ni el genio
poético de D. Ramón, ni las aficiones literarias del
futuro director de La Época, se acomodaban a las
áridas disciplinas de la ciencia médica, y ambos
dejaron las aulas para seguir los caminos que sus
respectivas vocaciones les señalaban.
El primer paso dado por Escobar en la carrera
de las letras fué la fundación, juntamente con otros
jóvenes de su tiempo, de la Sociedad artístico-lite-
raria titulada El Instituto Español, Centro de cul-
tura análogo al Liceo, de tan gloriosa historia en
la primera mitad del siglo XIX. Al Instituto Espa-
ñol, del cual fué nombrado en los primeros tiempos
presidente, pertenecieron hombres tan ilustres
como Hartzenbusch, Villoslada, Bretón de los He-
rreros, Zorrilla, Espronceda y otros muchos poe-
tas y escritores.
En aquel ambiente tan propicio al desarrollo de
las facultades literarias, el talento de Escobar en-
contró su verdadera dirección. Por aquel tiempo
hizo sus primeras armas de periodista en El Co-
rresponsal, diario dirigido por D. Buenaventura
Carlos Aribau. Escribió después en El Español, El
Correo y El Heraldo, de Sartorius, y, por último,
en La Época, en el que ingresó en 1854, y fué du-
rante diez años redactor.
El ilustre periodista D. Manuel María Santana
creyó muy modesta empresa para su talento seguir
redactando las Hojas autógrafas de noticias que
servía a los periódicos, Ministerios y otros Centros
182 LEÓN ROCH
y Sociedades, y se decidió a fundar un periódico.
Fué éste, en efecto, La Correspondencia Autógrafa,
que en los primeros tiempos se publicó manuscri-
ta y litografiada, y que vino a llenar un vacío en la
Prensa madrileña como verdadero diario de noti-
cias. Pero el público aun no se había aficionado al
género, y aquel periódico hacía lentamente su ca-
mino. A la entrada de la Unión liberal en el po-
der, D. Ignacio José Escobar tomó en arrenda-
miento La Correspondencia Autógrafa, a la cual
cambió su nombre por el de La Correspondencia
de España. La suerte vino a favorecer la empresa.
La guerra de África despertó la avidez del públi-
co por las noticias. Escobar supo satisfacerla y La
Correspondencia alcanzó una tirada que pareció
fabulosa a cuantos conocían la circulación hasta
allí lograda por periódicos españoles. Esto excitó
los celos de Santana y apresuró el término del
contrato.
Los servicios prestados por La Correspondencia
a la situación unionista fueron grandes. En cambio
Escobar logró fácil acceso a las regiones oficiales,
donde recogía cuanto sus facultades de periodista
le indicaban que era de interés para el público.
Antes de tiempo terminó el arrendamiento de La
Correspondencia mediante una indemnización de
10.000 duros pagada por Santana a Escobar, y
volvió éste a La Época, que era su verdadero cen-
tro. En 1866, como D. Diego Coello fuese nom-
brado para un puesto diplomático en el extranjero,
dejó la dirección del periódico a Escobar, en quien
tenía puesta toda su confianza.
75 AÑOS DE PERIODISMO
183
Por esta época o poco después adquirió Esco-
bar participación en la propiedad del periódico,
que fué primeramente de una cuarta parte del
ExcMO. Sr. D. Alfredo Escobar y Ramírez,
SEGUNDO MARQUÉS DE VaLDEIGLESIAS, DIRECTOR ACTUAL DE
<La Época».
184 LEÓN ROCH
mismo. Más adelante adquirió otra cuarta parte, y,
por último, cuando cansado Coello del periodismo
y de las luchas políticas, decidió fijar su residencia
en Roma, luego de haber sido embajador de Espa-
ña, Escobar quedóse con la total propiedad de La
Época.
Desde 1861 la vida de D. Ignacio siguió íntima-
mente ligada a la del periódico, y en él tuvo que
sostener, hasta el otoño de 1868, en cuyo mes de
septiembre estalló la revolución, dificilísimas cam-
pañas, en medio de los violentos antagonismos de
los partidos y de las convulsiones que amenazaban
derrocar, como al cabo lo derrocaron, el trono de
Isabel II.
Los esfuerzos de Escobar tendieron siempre a
hacer de La Época más bien que el órgano de un
partido, el órgano de las clases conservadoras. Las
palpitaciones de éstas, sus frecuentes temores, sus
gustos y hasta sus preocupaciones, se vieron refle-
jados en el periódico. Así, después de la noche de
San Daniel, Escobar se separó de la Unión liberal
para apoyar al Gabinete Narváez-González Brabo;
pero más tarde combatió al Gabinete González
Brabo en el período que precedió a la Revolución.
Después de ésta, y durante los primeros meses,
La Época estuvo vacilante; la preponderancia del
radicalismo y las dificultades con que tropezaba la
candidatura que el Sr. Calderón CoUantes llamaba
de la cuasi legitimidad, la empujaron hacia el cam-
po de la Restauración.
Desde este momento fué La Época la bandera
del porvenir, representada por la Monarquía de
75 AÑOS DE PERIODISMO 18S
Don Alfonso XII. Y si difícil hubo de ser la gestión
del periódico y, por consiguiente, el trabajo de su
director en los años que precedieron a la revolu-
ción del 68, aun más ardua tuvo que serlo en los
tumultuosos tiempos que transcurrieron entre aquel
trascendental acontecimiento y la proclamación de
Don Alfonso. Al examinar la colección de La Épo-
ca correspondiente a aquellos años, asombra la
suma de prudencia, tacto, habilidad y buen sentido
que desplegó Escobar para señalar a las clases
conservadoras y a los amigos del orden el rumbo
que era menester seguir para llegar a seguro puer-
to a través del temporal de pasiones, codicias y
demencias que agitó hasta el año de 1875 los ma-
res de la política española.
Entre los conflictos que por entonces surgieron
fué uno de los más graves el motivado por la acti-
tud de protesta del Cuerpo de Artillería ante el
nombramiento del general Hidalgo para director
del Arma. Cuatrocientos oficiales del brillante
Cuerpo, no queriendo ser dirigidos por el hombre
al que acusaban de complicidad en los asesinatos
de los oficiales en el cuartel de San Gil el año 1866,
pidieron su retiro, y entonces el Gobierno decretó
la reorganización del Cuerpo, quedando aquéllos
privados de los derechos adquiridos en el ejercicio
de su carrera. La Época, inspirada por su acendra-
do patriotismo, puso toda su fuerza en la difícil
empresa de encontrar fórmula honrosa con que po-
ner fin a tan peligroso conflicto. Para ello inició
una suscripción con que auxiliar a los oficiales de
Artillería que, separados de su carrera, carecían de
186 LEÓN ROCH
recursos, y se unió a la Junta de coroneles, cuyos
acuerdos solucionaron al cabo patrióticamente tan
espinosa cuestión.
Para colaborar personalmente en la obra de la
Restauración hizo Escobar importantes trabajos y
realizó difíciles gestiones, entre ellas la de celebrar
conferencias con el general Serrano, a la sazón
desterrado en Biarritz; visitar en París a la Reina
Isabel y el viaje a Wiesbaden para avistarse con el
antiguo caudillo carlista D. Ramón Cabrera. La
actitud de estas altas personalidades en pro de la
Restauración del Trono y los trabajos que en tal
sentido practicaba en París el general López Do-
mínguez, de acuerdo con el general Serrano, fue-
ron eficazmente secundados por Escobar, que soli-
citó, y obtuvo, para tal fin el concurso de un su
amigo, acaudalado capitalista.
En un notable artículo publicado en el Diario de
Barcelona por D. Antonio Fabié, hijo del ilustre
ministro conservador, recuerda aquél una página
interesante de aquellos trabajos: «El 12 de marzo
de 1872 — escribe — se celebró en casa del marqués
de Bedmar una reunión, convocada por Cánovas,
para dar cuenta a sus amigos de haber aceptado el
poder de Don Alfonso; asistieron a la reunión
Bedmar, el conde de Iranzo, D. Saturnino Alvarez
Bugallal, D. Francisco de Cárdenas, D. Agustín
Esteban Collantes, D. Bernabé Morcillo, Fermín
Lázala, los generales San Román y Soria, Santa
Cruz, D. José España y Puerta, Enriquez, Moreno
Nieto, Fabié y D. Ignacio José Escobar. Mi padre
llevó la representación de D. Pedro Salaverría, que
75 AÑOS DE PERIODISMO 187
se hallaba indispuesto. Cánovas del Castillo pro-
puso se formara el Comité alfonsino, que llevaría
los trabajos para hacer la Restauración, el cual
nombró secretario a mi padre. Designadas las de-
legaciones en provincias, y puesto en marcha el
organismo, Cánovas redactó el manifiesto que el
Rey había de dirigir a la Nación y a las Potencias
extranjeras, y entregó las cuartillas a mi padre para
que las diera a conocer a Salaverría, a D. Manuel
Silvela, incorporado ya al movimiento, y a dos o
tres personas más; al sacar el portador del docu-
mento unos papeles del bolsillo en la Biblioteca
del Congreso, dejó olvidadas sobre la mesa las dos
cuartillas últimas del mismo, que no tenía firma ni
fecha; alguien se apoderó de ellas y las llevó a la
redacción de El Diario Español, que hubo de pu-
blicarlas al día siguiente. A Cánovas del Castillo
produjo el suceso viva contrariedad, pues llevaba
la labor con gran misterio, y para despistar impuso
una ligera tregua, durante la cual redactó de nuevo
el manifiesto. No fué posible encontrar medio de
que éste llegara a manos del Rey, pues las Emba-
jadas extranjeras acreditadas en Madrid, a quienes
se acudió, negáronse a prestar el servicio. Dispuso
Cánovas, a la vista del fracaso, salieran de la Cor-
te para Francia, llevando cuidadosamente oculto
el documento, D. Ignacio José Escobar por la fron-
tera de Guipúzcoa y mi padre por la de Cata-
luña>.
Al regresar Escobar de aquellas andanzas y en-
trar en España por la frontera de Navarra, trayen-
do documentos de importancia y cuantiosos valo-
188 LEÓN ROCH
res destinados al movimiento alfonsino, ocurrióle
una aventura que puso en grave peligro su vida.
La diligencia en que él viajaba hubo de detenerse
en el sitio llamado «Venta de la Tejera>, ocupada
por varios oficiales carlistas. En compañía de éstos
sentóse a la mesa Escobar, y uno de los mismos,
que le había conocido, sin intención de perjudicar-
le, dijo a sus compañeros «que tenían el honor de
comer con el director de La Época*. El jefe de la
fuerza procedió a detener inmediatamente al via-
jero, y una vez identificada su persona, dio orden
de que se le pasara por las armas. Pidió entonces
Escobar que se le permitiera presentarse al jefe a
cuyo mando pertenecía aquella fuerza. Era éste el
caballeroso marqués de Valdespina, el cual, sordo
en sumo grado, le escuchó atentamente, y conven
cido de que con aquel fusilamiento sólo conseguí
ría manchar la causa carlista con un crimen inútil
le dio libertad. Los compañeros de viaje de Esco
bar, que no quisieron abandonarle en aquel trance
le esperaron, y sin más percance que un largo pa
seo a pie bajo los rayos de un sol abrasador, volvió
a instalarse en la diligencia y continuó su viaje,
salvando los documentos y valores confiados a su
custodia y dando cuenta en Madrid de la misión
que se le había confiado.
Al estallar el levantamiento de Martínez Cam-
pos en Sagunto y conocerse en Madrid la noticia,
el Gobierno mandó detener a los individuos que
componían el Comité alfonsino, los cuales fueron
conducidos al Gobierno civil, que desempeñaba
D. Juan Moreno Benítez. Este sentó a su mesa
75 AÑOS DE PERIODISMO 189
aquel día a Cánovas del Castillo, D. Ignacio José
Escobar, D. Antonio María Fabié, al conde de Se-
púlveda, Botella y otros políticos.
En un reciente artículo, ameno como todos los
suyos, ha recordado Cristóbal Botella, Juan de
Becón, el incidente de aquella prisión:
«Mientras todas las damas de la aristocracia es-
pañola— escribe — desfilaban por el Gobierno civil,
convertido en prisión política, para visitar a los
allí detenidos, haciendo de este modo púbUco alar-
de de su devoción por la dinastía destronada. Cá-
novas del Castillo y los hombres que le rodeaban
sentían viva inquietud por el resultado de la em-
presa emprendida, que algunos de ellos considera-
ban temeraria.
Esperaban con creciente impaciencia que el ge.
neral Primo de Rivera, que después había de ser
marqués de Estella, a la sazón capitán general de
Madrid, se uniese, con la guarnición que estaba
bajo su mando, al movimiento iniciado por el ge-
neral Martínez Campos.
Entrada la tarde del día en que había de triun-
far definitivamente ese movimiento. Cánovas del
Castillo escribió una carta al capitán general de
Madrid, que vacilaba entre los deberes que le im-
ponía la Patria y los que él consideraba que po-
día exigirle la disciplina militar, pidiéndole que
decidiera, sin excitación alguna, la suerte de Es-
paña.
Ofrecía serias dificultades el hacer llegar esa
misiva a su destino sin despertar recelos entre los
guardianes de los detenidos. Para eso serví yo, que
190 LEÓN ROCH
en nadie podía despertar sospechas. Recuerdo con
viva emoción las palabras con que mi buen padre
me hizo mil encargos y mil recomendaciones, al
entregarme aquel papel, a fin de que cumpliera mi
misión sin cometer ninguna torpeza.
La carta llegó, sin pérdida de tiempo, a manos
del general Primo de Rivera, y pocas horas des-
pués la guarnición de Madrid proclamaba Rey de
España a Don Alfonso XII.»
La noticia de la actitud adoptada por la guarni-
ción de Madrid y de que el ejército del Norte ha-
cía causa común con el de Martínez Campos, pro-
clamando Rey a Don Alfonso XII, fué llevada al
Gobierno civil por D. Cristino Martes. Entonces
D. Antonio Cánovas exhibió el poder que había
recibido del Rey, y él y todos sus compañeros que-
daron en libertad.
Restaurada la Monarquía, D. Ignacio José Esco-
bar fué uno de los miembros de la Comisión en-
cargada de recibir al joven iMonarca en Marsella y
de acompañarle hasta Valencia a bordo del buque
de guerra Navas de Tolosa, y desde Valencia a
Madrid.
La política tuvo para el gran periodista mereci-
das recompensas, aunque las circunstancias impi-
dieron que llegase a los Consejos de la Corona.
Tuvo cruces y honores; fué muchas veces diputado
a Cortes por Navalcarnero y en dos legislaturas
vicepresidente del Congreso, consejero de Estado
y gentilhombre de Cámara de S. M. con ejercicio,
y el Rey se dignó otorgarle el título de marqués de
V-aldeiglesias... Pero estimó siempre como su más
75 AÑOS DE PERIODISMO 191
hermoso galardón el de ser periodista y al perió-
dico consagró la mayor parte de su vida y sus en-
tusiasmos todos...
En el mes de febrero de 1887, cuando ya conta-
ba sesenta y siete años de edad, murió aquel hom-
bre bueno y noble, que con tan viriles arrestos y
tan generosos entusiasmos trabajó y luchó por la
Monarquía. Pocos meses después sucedíale en el
cargo de director de La Época su hijo y heredero
D. Alfredo Escobar y Ramírez, que aun continúa
desempeñándolo. Como su periódico es el decano
de la Prensa de Madrid, sin que ningún otro pue-
da disputarle con razón bastante este título, él es
el decano de los directores de periódicos, pues no
habrá otro que lleve treinta y dos años, como Es-
cobar, laborando, sin descanso, día tras día. Y su
más cumpHdo elogio, el que más habría de halagar-
le, podría hacerse con decir que en tan largo pe-
ríodo se ha hecho dignísimo sucesor de aquel gran
periodista, su progenitor y maestro.
No era pequeña la carga que la desgracia echa-
ba de pronto sobre los hombros de Alfredo Esco-
bar, ni escasas sus responsabilidades. Y a pesar de
su juventud y de la natural inexperiencia, supo sa
lir decorosamente del grave trance, venciendo las
dificultades y los escollos en fuerza de voluntad,
de constancia y de tenacidad, y ha continuado dig-
namente, y con honor para él, la historia de su pe-
riódico, manteniendo a éste en el puesto de pree-
192 LEÓN ROCH
minencia a que fuera elevado. Con lealtad acriso-
lada, sin vacilación ni desmayo, defendió la causa
de la Monarquía y del partido conservador, y des-
de su puesto de combate prestó a la patria emi-
nentísimos servicios. Esto bastaba, si no hubiese
más, para dar honrosa ejecutoria al segundo mar-
qués de Valdeiglesias.
Llegado en estas páginas el momento de hablar
de Alfredo Escobar, hemos vacilado un punto, por
temor a que pudiera considerarse interesado lo
que dijéramos. ¡Vano temor!... En el lugar en que
nos encontramos, aun siendo la misma modestia,
ni el favor nos ha de producir beneficio ni granje-
ria, ni el disfavor perjuicio. Podemos, pues, hablar
sinceramente, ya que la propia conveniencia no nos
lo estorba. ¿Por qué no ejercitar este derecho de
ser sinceros, sin temor a los maldicientes ni a los
envidiosos?...
Cuentan los biógrafos de D. José Ignacio Esco-
bar que era un trabajador incansable, de una enor-
me capacidad de trabajo, y ante todo y sobre todo
periodista. En el periódico y para el periódico tra-
bajó constantemente, escribiendo el artículo de
trascendencia, como las más humildes gacetillas.
Desde los dieciocho años hasta la víspera de su
muerte su mano incansable no dejó de laborar un
solo día. Su pensamiento, sus entusiasmos, su alma
y su vida entera fueron para el periódico. Dejó de
escribir cuando dejó de existir. El poeta Carlos
Coello lo dijo bellamente en un soneto, en el que
trazó la silueta de Escobar después de muerto:
«¡Hoy descansando está por vez primeraU. Y le-
I
75 AÑOS DE PERIODISMO
193
yendo estas líneas creíamos estar escuchando el
■elogio del actual director de La Época, porque así
es también Alfredo Escobar: un trabajador infati-
gable, para quien no reza aquello de que a cada
D. José Ignacio Escobar,
HIJO DEL DIRECTOR DE <La EpOCA» Y REDACTOR BEL PERIÓDICO.
día le basta su propio afán, y un periodista de
raza, que ha puesto en el periódico toda su pasión
y que experimenta el mayor de los goces trabajan-
do y escribiendo... y haciendo escribir a los demás.
Los años y los merecimientos fueron abriendo a
13
194 LEÓN ROCH
SUS actividades diferentes cauces. Político de abo-
lengo, fué muchas veces diputado a Cortes y se-
cretario del Congreso, y es ahora uno de los deca-
nos entre los senadores vitalicios nombrados por
la Corona; hombre de sociedad, muy estimado y
querido en ella, la frecuenta de continuo... Pero
antes que eso, y sobre todo eso, ha sido y sigue
siendo periodista; en el periodismo labró su fama
y su posición; del periodismo nació y el periódico
fué toda su obra y toda su vida; cuando actúa en la
política, en la sociedad y en las finanzas es siempre
el periodista el que actúa.
Desde que tenía dieciocho años viene trabajan-
do Escobar en el periodismo, cultivando todas las
secciones, desde la crónica a la gacetilla. Cuando
joven colaboró en El Imparcial y en La Ilustración
y otros periódicos; luego consagró todo su esfuer-
zo al suyo propio, y por la significación social y
aristocrática de éste se dedicó con mayor asidui-
dad a la crónica de salones, popularizando el seu-
dónimo de Mascarilla, como antes dio a conocer el
de Almaviva. Y al cabo de los años, Valdeiglesias,
Escobar o Mascarilla, decano y maestro de nues-
tros cronistas de salones, aunque un poco cansado
y un poco viejo ya, sigue siendo un enamorado del
periódico y del periodismo y trabaja con el entu-
siasmo y el cariño de los años mozos. Y así segui-
rá siempre, siendo ante todo y sobre todo perio-
dista; un gran trabajador del periódico, de mucho
amor propio, que quisiera hacerlo todo, y de un
admirable golpe de vista, que descubre la noticia,
el suelto, la crónica y el artículo donde otros ojos
75 AÑOS DE PERIODISMO 195
no lograron verlo. Valdeiglesias morirá, como los
buenos artilleros, al pie del cañón, ocupando su
puesto en la mesa grande de redacción, entre sus
compañeros, que son su familia.
Comenzó Valdeiglesias su carrera de periodista
a la edad en que otros jóvenes sólo se preocupan
de los divertimientos propios de muchachos, cuan-
do tenía diecisiete años. Celebrábase entonces la
gran Exposición de Filadelfía y fué enviado por su
padre para hacer un viaje de instrucción y de es-
tudio por los Estados Unidos. Joven inteligente y
observador, deseoso de estudiar, quiso escribir sus
impresiones y envió interesantes correspondencias
a La Época, a La Ilustración Española y America-
na y a Las Provincias, de Valencia, el periódico
del gran poeta D. Teodoro Llórente. Como traba-
jo de principiante, eran incorrectos y minuciosos
hasta el exceso, llenos de repeticiones, y el ilustre
Pérez de Guzmán, que los corregía, tenía que tra-
bajar no poco. Pero en aquellas cartas, llenas de
observaciones y de vida, que luego formaron un
interesante volumen, palpitaba un alma de verda-
dero periodista y ellas decidieron el porvenir de
Alfredo Escobar.
Desde entonces el periodismo ha sido para él
una verdadera pasión. A él consagra toda su inte-
ligencia y toda su actividad, trabajando sin des-
canso muchas horas. El dice, en una de sus pe-
culiares hipérboles, que trabaja «treinta horas»
cada día, y si se atiende a la intensidad del tra-
bajo, puede que tenga razón. No se limita a las
tareas directivas del periódico, que no es labor
196 LEÓN ROCH
despreciable, y a inspirar a unos y a otros artícu-
los, sueltos e informaciones, sino que a su vez es
también cronista y revistero de salones, y repórter
y gacetillero. La noticia le enamora, lo mismo que
la crónica, la información y el artículo. El dar en
su periódico una noticia nueva, que ningún otro
colega atrape, lo considera como un triunfo.
Si tuviéramos que establecer alguna distinción
entre el padre y el hijo, diríamos que D. Ignacio
José Escobar fué un gran periodista político, aco-
modado a su tiempo, como lo fueron los Lorenza-
na, los Borrego, los Coello, y que Alfredo Escobar
ha sido sencillamente un periodista, un gran perio-
dista a la moderna, lleno de iniciativas, de inventi-
va felicísima, un poco a la norteamericana, capaz
de hacerlo todo y de intentarlo todo para lograr un
reportage. Para hacer informaciones nuevas y ori-
ginales, él ha sido el primer periodista español que
ha hecho ascensiones en globo libre y en aeropla-
no; él ha entrado en una jaula de fieras, acom-
pañado del domador, en pleno circo de Parish;
ha realizado largos viajes, y sería capaz de in-
tentar una expedición a la luna, o a los propios
infiernos. A pesar de su edad, durante la guerra
europea hizo dos visitas a los frentes de batalla,
sin temor a la fatiga. Cuando la Infanta Doña Isa-
bel hizo su viaje a la Argentina, en 1910, acompa-
ñaron a la augusta dama varios ilustres periodis-
tas, y Escobar fué el único que sacó verdadera
sustancia al viaje, escribiendo buena cantidad de
crónicas y publicando luego un interesantísimo
libro, como antes había publicado otro con las
75 AÑOS DE PERIODISMO 197
crónicas de los viajes del Rey Don Alfonso XII.
No ha sido nunca el segundo marqués de Valde-
iglesias un buen articulista político; no ha sido
tampoco un escritor brillante; pero ha sido un buen
periodista, un buen director y un escritor ameno.
Muy aficionado a los viajes, a la lectura y al estu-
dio, en los libros y recorriendo los países extran-
jeros se ha formado una cultura extensa, varia, no
profunda; cultura a lo periodista, que permite sa-
ber de todo y hablar de todo, sin profundizar en
nada, como el periódico requiere. Si se hubiera es-
pecializado en una materia cualquiera, sería en ella
una eminencia, por lo mucho que ha leído, princi-
palmente de arte, poesía y literatura. Pero es un
temperamento inquieto y nervioso, incapaz de do-
minarse y de sujetarse a ninguna disciplina. Cual-
quier otro, con menos talento y menos condicio-
nes, hubiera sido ministro, y académico y cuanto
quisiera. El se ha contentado con ser periodista,
aunque alcanzó no pocos merecidos honores en
Espafía y en el extranjero, entre los cuales es el
más preciado el de la Gran Cruz de Alfonso XII,
que posee.
Trabajador infatigable, en la labor diaria cons-
tante, realizada con verdadero cariño y entusias-
mo, aprendió el arte de dirigir. Y es tal su amor al
oficio y tan incansable su actividad, que refleja
sus iniciativas en el artículo político y en los estu-
dios económicos; en la crónica literaria y en las
revistas de actualidad, como en las informaciones
callejeras, no obstante haber sabido rodearse siem-
pre de escritores y periodistas distinguidos, mu-
198 LEÓN ROCH
chos de los cuales alcanzaron en las letras justa
nombradla y en la política altas posiciones. Su es-
pecialidad periodística ha sido la crónica de salo-
nes. En este arte, ni el gran Asmodeo, que lo in-
ventó, ni Kasabal luego, hicieron tanto como Mas-
carilla, porque si fueron más literatos, eran menos
periodistas. Los cronistas que han venido luego no
han inventado nada, y no han hecho más que se-
guir las huellas de Mascarilla. Con los millares de
crónicas amenas que escribió Escobar, de descrip-
ciones de palacios y casas y de otros asuntos, se
podría formar toda una biblioteca interesante y
amenísima.
Tal es, en rápida y sincera síntesis, este gran pe-
riodista que se llama Alfredo Escobar. Así cree-
mos que es esta ilustre figura de la Prensa ma-
drileña.
En el periodismo no se han ofrecido casos fre-
cuentes de < dinastías > como en la política, dentro
de la cual formáronse en torno de muchos prohom-
bres verdaderas cohortes de hijos, yernos y sobri-
nos. En la Prensa apenas conocemos más que dos
casos de verdaderas <dinastías», ya que no se pue-
de-considerar así ni a los López Roberts, ni a los
Suárez de Figueroa, ni a los Botella, ni a otros ilus-
tres periodistas que pertenecieron a la misma fa-
milia. Uno de aquéllos es el que se nos ofrece en
El Imparcial, popular colega, que después del in-
olvidable D. Eduardo Gasset y Artime han dirigí-
75 AÑOS DE PERIODISMO 199
•do SU hijo D. Rafael Gasset y Chinchilla, ministro
de Fomento en la actualidad, y su nieto D. Ricardo
Casset y Alzugaray, director en estqs momentos,
sin contar otros nietos que también alcanzaron en-
vidiable nombre en las letras y en el periodismo.
El segundo caso a que nos referimos es el de La
Época.
Después del ilustre D, Ignacio José Escobar ha
venido a dirig^ir el periódico su hijo D. Alfredo.
Para descontar el porvenir, que Dios haga sea muy
lejano, ya trabaja en la Redacción de La Época el
tercero de los Escobar, un muchacho inteligente,
■estudioso y simpático, un poco inquieto aún y un
poco incierto en las ideas por su juventud, pero
que acusa todos los rasgos salientes de su casta.
José Ignacio Escobar y Kirkpatrick es abogado,
hizo sus estudios con brillantez y aprovechamien-
to; ganó por oposición una plaza en el Consejo de
Estado, e hizo bizarramente la campaña de Marrue-
cos como soldado de cuota. Es laborioso y escribe
con soltura; sus primeros ensayos prometen de él
que será un buen periodista y un buen director de
La Época. Bajo su dirección el periódico de don
Diego Coello podrá celebrar el centenario de su
fundación. ¿Quién de nosotros podrá acompa-
5 arle?...
LOS REDACTORES JEFES
Don Eduardo Gómez de Baquero. —
D. Jerónimo Bécker. — D. Mariano
Marfil.— D. Salvador Cañáis.
A mantener las tradiciones, el buen nombre y el
prestigio de La Época, sirviendo con toda lealtad
al periódico y al partido conservador, contribuye-
ron sus redactores jefes, que compartieron la di-
rección con Valdeiglesias y sustituyeron a éste en
ausencias y enfermedades. En este punto tuvo Es-
cobar un gran acierto, que acaso fué mejor buena
fortuna: el de rodearse de periodistas de talento,
escritores de mérito y hombres leales y honrados,
que defendieron sus ideales políticos con entusias-
mo y desinterés admirables, ya que sus esfuerzos y
sus méritos no fueron siempre recompensados en
la política, y sirvieron al interés del periódico con
un cariño y un buen deseo que no es fácil superar.
Tres redactores jefes llenan el período de veinti-
cinco años que examinamos: Gómez de Baquero,
el cultísimo Uterato y crítico; Jerónimo Bécker, el
laborioso historiador, actual bibliotecario de la
Academia de la Historia, y Mariano Marfil, que lo
202 LEÓN ROCH
es actualmente, y que Dios quiera lo sea por mu-
chos años.
En el puesto de redactor jefe sustituyó Gómez
de Baquero a D. Manuel Tello, a la muerte de éste.
Antes llevaba la sección de crónica extranjera,
ocupándose también de política interior. En la cul-
ta revista de D. José Lázaro, La España Moderna,
se había hecho ya una envidiable reputación de crí-
tico con sus notables crónicas literarias; años des-
pués, con su «Diario de un espectador) , popularizó
en La Época el seudónimo de Andrenio, con el que
después ha colaborado en tantas publicaciones.
Durante unos diez años fué un admirable redactor
jefe, y cesó en este cargo por querer descansar de
la vida activa del periódico, dedicándose a sus co-
laboraciones. Al morir Fernández Villegas, a fines
de 1916, volvió Baquero a la Redacción de La
Época para encargarse de la crítica teatral, según
se hizo constar en otro sitio, y no ha mucho tiempo
abandonó este trabajo para atender a más impor-
tantes colaboraciones.
La personalidad de Gómez de Baquero es harto
conocida y prestigiosa en las letras contemporá-
neas para que necesite de nuestra alabanza. Todos
saben que es un notable cronista, de una finísima
ironía y de un escepticismo que no muchos advier-
ten; su bello libro Aspectos, lleno de exquisitas
sensaciones, en cuyos artículos laboró la pluma
como un cincel, haciendo prosa de castiza filigrana,
es la mejor representación que de Baquero puede
ofrecerse como cronista. Pero antes que eso, el no-
table escritor es el primer crítico de nuestro tiem-
75 AÑOS DE PERIODISMO
203
po, de una cultura literaria excepcional, de un buen
gusto y de una corrección modelos, de una fina y
rápida percepción, de un arte impecable. Sus libros
Ilmo. Sr. D. Eduardo Gómez de Baquero,
ILUSTRE CRÍTICO LITERARIO, EX REDACTOR-JEFE DE «La EpOCA».
Letras e ideas y Novelas y novelistas acreditan a un
maestro.
Para muchos, antes de recopilados los trabajos
que formaron esos libros, ya Gómez de Baquero
gozaba la misma envidiable reputación como críti-
co. Cuando murió el gran Clarín y trató de susti-
tuirle El Imparcial en la crítica literaria, buscó a
204 LEÓN ROCH
Baquero como digno sucesor del autor de La Re-
genta, y aquellas correctísimas crónicas llenaron
cumplidamente el vacío que dejó la muerte.
El exquisito literato a quien todos conocen y
admiran hoy, un tanto mundano, un poco excépti-
co, siempre independiente, pero amable y correcto,
que escribe con guante blanco y maneja la ironía
con la elegancia de un florete en un asalto acadé-
mico, no es el Gómez de Baquero a quien nosotros
conocimos en nuestro tiempo, el periodista infati-
gable, cartujo del periodismo, que pasaba la ma-
yor parte de las horas del día escribiendo, leyendo
y estudiando, con el cerebro siempre en actividad,
apartado de toda clase de diversiones, sin frecuen-
tar los Círculos, sin pasear apenas. Era entonces
un hombre oscuro y retraído, un poco huraño,
poco comunicativo y menos locuaz, que hacia una
vida imposible para la salud del cuerpo y del espí-
ritu. De su casa a la Redacción y de la Redacción
a su casa, y en ambos sitios laborando siempre,
para reservar al descanso el menor número de ho-
ras posible.
En su cargo de redactor- jefe trabajaba mucho y
descansaba poco. Escribía sueltos, el artículo po-
lítico cuando era necesario o alguna crónica; revi-
saba los originales ajenos y corregía pruebas. Ma-
nejaba siempre la pluma con soltura y elegancia,
no con rapidez, y las cuartillas salían de sus manos
impecables, casi sin tachaduras, como obra de un
pensamiento firme y seguro. Cuando escribía no
gustaba de que le distrajeran, y llegaba hasta in-
comodarse, abstrayéndose por completo en la la-
75 AÑOS DE PERIODISMO 205
bor. Por las tardes, a última hora, cuando el tra-
bajo amainaba, en los momentos en que se cerraba
la edición de Madrid, se descansaba y se charlaba
un rato, y el redactor-jefe se convertía en un ame-
no camarada. Si se le consultaba sobre algún tema
literario, Baquero contestaba con sencillez y clari-
dad, y burla burlando, sin pretensiones, daba una
conferencia amenísima, llena de interés, que ence-
rraba una sabia lección de ideas, de cosas y de
hombres.
¡Oh, aquel exquisito Diario de un espectador!
No lo olvidaremos nunca. ¡Con qué justeza, con
qué corrección y con qué exquisita sensibilidad
daba el maestro la emoción de cada día!... El Dia-
rio de un espectador, revelación de un magno cro-
nista, marca en la vida de Gómez de Baquero una
época nueva. El periodista empieza a dejar de ser-
lo, por hastío acaso, por desengaños de la política
quizás, y el redactor-jefe se eclipsa luego. Entonces
queda solamente el buen Hterato, el cronista y el
critico, cuya colaboración se solicita de todas par-
tes, porque es una firma que honra.
La política ha sido con Gómez de Baquero in-
grata e injusta, ¿por culpas ajenas acaso? ¿por
algo de culpa propia quizás? No nos toca a nos-
otros inquirirlo, ni ello tiene aquí lugar adecuado.
Solamente es ocasión de decir que la política, por
lo que fuera, ha sido injusta con él. El ilustre es-
critor fué juez municipal, tiene un destino en Gra-
cia y Justicia y ha sido consejero de Instrucción
pública y presidente de su Comisión permanente.
No ha desempeñado cargos en la política, después
206 LEÓN ROCH
de haberla servido tantos años; no ha sido diputa-
do, ni senador; no es todavía académico... Conven-
gamos en que para un hombre de tan alto vali-
miento todo eso es una gran injusticia.
«
Como redactor-jefe sustituyó a Baquero don
Jerónimo Bécker, periodista político y erudito his-
toriador, en cuyo bagaje figuran muchos intere-
santes libros, que le llevaron a la Academia de la
Historia. Bécker era ya redactor de La Época des-
de hacía algún tiempo. Cuando Cristóbal Botella
marchó a París, venía durante los veranos, y luego
entró de redactor fijo, como articulista político.
Por espacio de cinco o seis años fué redactor-jefe,
demostrando su competencia y una gran honradez
profesional.
Era entonces D. Jerónimo un verdadero vetera-
no del periodismo, en el cual trabajaba desde la
juventud, sin lograr las merecidas recompensas.
Había nacido en 1857, en Salamanca, y fué redac-
tor de El Globo y director de La Regencia y de El
Clamor, en los que se acreditó de buen polemista.
Gran trabajador, laboraba desde la mañana a la
noche, sin fatiga aparente; escribía despacio y muy
correctamente, con una letra menudita, como de
patas de mosca, cubriendo pulcramente la cuarti-
lla, para no mancharla, con otra doblada. Y cuan-
do parecía que aun estaba en el comienzo de su
artículo, porque sólo tenía dos cuartillas o poco
75 AÑOS DE PERIODISMO
207
más, resultaba que había hecho lo suficiente para
llenar una columna de La Época.
En la apariencia era Bécker un sujeto severo^
malhumorado, casi irascible, pero en el fondo era
ExcMO. Sr. D. Jerónimo Bécker y González,
EX REDACTOR-JEFE DE La ÉpOCA», ACADÉMICO BIBLIOTECARIO
DE LA Real Academia de la Historia.
un hombre bonachón, a quien fácilmente se halaga-
ba y complacía. Fué un luchador honrado y labo-
riosísimo, que prestó buenos y leales servicios,
dando cuanto podía, y no alcanzó las debidas com-
pensaciones. Así, era un amargado de la vida, que
208 LEÓN ROCH
fué madrastra para éi y le abrumó con sus amar-
guras, a cambio de muy escasas satisfacciones. ¿Qué
extrañar, pues, que apareciera malhumorado y casi
irascible quien ocultaba en el fondo de su alma tan
hondos dolores?
Pertenecía D. Jerónimo al cuerpo de Archiveros
y Bibliotecarios, prestando sus servicios, como los
sigue prestando, en el Ministerio de Estado, y con
el periodismo alternaba los estudios históricos, a
los que debe la única verdadera compensación al-
canzada en su vida: la de haber sido llevado a la
Academia de la Historia, premiando su extensa y
útil labor. Trabajador constante, metódico y tenaz,
gran buceador en los archivos, escribió numerosos
libros y llevó a la docta casa un buen bagaje cien-
tífico. Recientemente designóle la Academia para
ocupar el puesto de bibliotecario, en el que pres-
tará los mejores servicios.
Dentro de la historia cultivó Bécker la especia-
lidad de los estudios diplomáticos y comerciales.
Es también muy competente en los geográficos y
un buen africanista. Entre sus numerosas obras re-
cordamos las tituladas Historia política y diplomá-
tica. La tradición política española, Bodas reales
en España, Historia de Marruecos, España e Ingla-
terra, Acción de la Diplomacia española. Los estu-
dios geográficos en España, La vida local en Es-
paña, España y Marruecos, Relaciones comerciales
entre España y Francia, Relaciones diplomáticas
entre España y la Santa Sede, La política española
en las Indias y La independencia de América. Úl-
timamente ha dado a luz el libro La reforma cons-
75 AÑOS DE PERIODISMO 209
titucional en España, que es una interesante apor-
tación para el importante problema que en la ac-
tualidad se debate.
«
En marzo de 1910 ingresó en la Redacción don
Mariano Marfil, para llevar la sección de extranje-
ro (en la que había cesado Augusto Barrado para
ocuparse solamente de la crítica musical) y tratar
también asuntos políticos y militares. Procedía de
El Ejército Español, y era entonces un mozo de
poco más de veinticinco años, pero de aspecto se-
rio, grave y reflexivo, como si tuviera muchos más;
su recia barba negra contribuía a aumentar la pa-
lidez y la severidad de su semblante de asceta.
Pronto descubrió todo lo que llevaba dentro, mos-
trando excepcionales condiciones de cultura, labo-
riosidad y talento. Aquel mozo grave y sesudo era
de la cantera de los grandes periodistas, y venía a
La Época a continuar las tradiciones de los buenos
escritores políticos, figurando dignamente en la se-
rie de los Coello, Escobar, Cos-Gayón, Maldona-
do, Pérez de Guzmán y Gómez de Saquero.
Pertenece Marfil a la carrera de las armas, pero
sus amigos casi se olvidan de ello; al menos no lo
advierten por las insignias exteriores, ni aun por el
carácter, que si puede parecer autoritario cuando
se incomoda, es constantemente franco y jovial en
las horas de camaradería. En Avila siguió los estu-
dios de Administración militar, con tan singular
aprovechamiento que fué constantemente el núme-
14
210 LEÓN ROCH
ro uno, y con el mismo salió en su promoción. Des-
tinado a Zaragoza como oficial, cualquier otro, jo-
ven, militar, sin grandes obligaciones, se hubiera
dedicado a holgar y a divertirse, después de cum-
plidos sus deberes. Pero siendo estudioso por tem-
peramento e incapaz de estar ocioso. Marfil hizo
allí brillantemente los estudios de la carrera de De-
recho, que terminó en Madrid con el doctorado. Y
sobre la base de estas dos grandes ramas de cono-
cimientos, la militar y la jurídica, leyendo y estu-
diando de continuo, formó una cultura enorme, no
solamente en aquellas disciplinas, sino en política,
en historia, en sociología y aun en literatura. En
estas condiciones, natural era que el militar-abo-
gado derivase hacia el periodismo, en el que había
de ser por razón de sus méritos una personalidad.
Dentro de su doble profesión cultivó Marfil la
especialidad de los estudios jurídico-militares, y ha
llegado a ser una autoridad en la materia, por lo
cual ha figurado mucho tiempo en la Comisión de
Codificación. Siendo un mozo antes, y ahora sien-
do todavía joven, ostentando las insignias de ca-
pitán, es una de las capacidades del Cuerpo de
Intendencia. Le consultan los compañeros y los je-
fes, y en toda cuestión grave y trascendental el
consejo de Marfil es decisivo. Con Benítez de Lugo
fundó la Biblioteca Jurídica de Guerra y Marina, y
en ella ha publicado libros importantes, como los
titulados Penas militares, Penas comunes del Códi-
go militar e Influencia de la educación militar en la
civilización de los pueblos. Además ha publicado
muchos notables trabajos en diversas revistas pro-
75 AffOS DE PERIODISMO 211
fesionales y en el Boletín de su Cuerpo, así como
en otras de carácter político y literario, cual Nues-
tro Tiempo y La Lectura.
Modesto y sencillo, enemigo de toda ostenta-
ción, no hace jamás gala del caudal de sus cono-
cimientos; pero cuando llega 'a ocasión oportuna
para demostrar la cultura y erudición que posee,
lo hace cumplidamente. Ejemplo de ello es su mag-
nífico libro Relaciones entre España e Inglaterra
desde la paz de Utrech, que logró un importante
premio único, en un gran concurso internacional,
al que concurrieron notables escritores de distin-
tos países.
Al abandonar D. Jerónimo Bécker, ya académi-
co de la Historia, el puesto de redactor-jefe de La
Época, ocupólo por derecho propio D. Mariano
Marfil, que durante algún tiempo ha sido también
director efectivo del periódico, y en ese cargo
ha seguido demostrando brillantemente sus dotes
de talento, reflexión, prudencia y ecuanimidad, y
con ellas las de una lealtad y caballerosidad sin
tacha, Tales dotes le conquistaron el afecto, la es-
timación y la confianza de los jefes del partido
conservador, y antes el inolvidable D. Eduardo
Dato, y ahora el Sr. Sánchez Guerra, han visto en
él un hombre de cualidades excepcionales, leal y
prudente en el consejo, que puede y debe tener
un brillante porvenir en la política, y que es segu-
ro que lo alcanzará.
En la última etapa de gobierno conservador, el
Sr. Sánchez Guerra ofreció al entonces novel dipu-
tado puesto de tanta confianza como el de subse- ,
212 LEÓN ROCH
cretario de la Presidencia. En ese cargo ha sido
un auxiliar eficacísimo del ilustre jefe conservador,
al que ha prestado muchos y valiosos servicios, de
los que se recompensan con más altos premios.
Tenemos por seguro que este gran periodista re-
novará la tradición de aquellos ilustres escritores,
como Alvarez Bugallal, Cos-Gayón, Navarro Ro-
drigo y otros, que salieron de la redacción de La
Época para ser ministros de la Corona.
Pero subsecretario antes, mañana ministro. Mar-
fil seguirá siendo escritor y periodista. Esto de es-
cribir en los papeles es un vicio que una vez meti-
do dentro, no se desarraiga jamás. Y mañana, como
ayer, el periodista-político será un buen amigo jo-
vial y un excelente camarada, incapaz de sentirlos
estímulos del engreimiento.
Al hablar de los que han sido y son verdaderos
directores de política en La Época, no fuera justo
olvidar al gran ¡jeriodista D. Salvador Cañáis, que
tanto ha contribuido con el prestigio de su nom-
bre y de su pluma al del periódico que se honra
contándole entre sus redactores. Durante muchos
años, no recordamos ya cuántos — doce, quince,
veinte quizás — , ha venido enviando al órgano
conservador sus admirables artículos de fondo, y
bastante tiempo, especialmente en la época de don
Antonio Maura, la pluma de Cañáis era la que de-
finía, en la primera columna del periódico, la polí-
tica del partido.
75 Af50S DE PERIODISMO 213
En ese lapso de tiempo a que hacemos alusión
el magno periodista prestó eminentísimos servicios,
entre ellos, y muy principal, el de la publicación de
su notable libro sobre los sucesos de Barcelona y
de Marruecos de 1909, y fué uno de los primeros y
más eficaces auxiliares del Sr. Maura. El ilustre jefe
conservador no hizo justicia a los grandes méritos y
servicios de Cañáis, recompensándole debidamen-
te, y no le ascendió a ministro. Bien es verdad que
de esa injusticia, que es también ingratitud, han par-
ticipado otros. Porque Cañáis, al cabo de tantos
años de brillante lucha, cuando tantos mereci-
mientos y títulos le sobran, no ha sido aún minis-
tro. ¡Y lo han sido tantos que son casi en absoluto
insolventes dentro de la vida intelectual!...
Nosotros guardamos a Cañáis devoción y reco-
nocimiento desde hace justamente veinticinco años;
nuestra admiración data de más larga fecha. Cuan-
do veníamos de tierras andaluzas, con nuestro hati-
llo de periodistas noveles y un buen zurrón de ilu-
siones, él fué el primero que nos tendió una mano
de cariño y de aliento. Era entonces redactor-jefe
de El Nacional, que estaba casi en sus postrime-
rías, pero que aun conservaba su personalidad de
gran periódico; de director continuaba D. Adolfo
Suárez de Figueroa, y uno de los redactores polí-
ticos principales era el veterano Diego Gálvez, que
luego fué también un excelente camarada en La
Época. Acudimos a Cañáis con la pretensión de
ingresar en aquella Redacción, y el maestro nos
habló con simpática franqueza:
— Mire usted, amigo: entrar aquí no le tiene nin-
214 LEÓN ROCH
guna cuenta, porque aquí no hay dinero. Del poco
que entra, Adolfo se lleva la parte principal; yo me
llevo otro poco; para los demás apenas queda...
Pero como a usted lo que le conviene es escribir,
y firmar y darse a conocer, mándeme todos los ar-
tículos que quiera y yo se los publicaré.
No hablamos más. Desde entonces comenzamos
a enviar a El Nacional modestísimos trabajos, to-
dos los cua'es aparecieron firmados con nuestro
flamante seudónimo. Algunas crónicas de la calle,
algún cuentecillo, algún artículo político... Aquellos
trabajos fueron nuestra fe de vida en el periodis-
mo madrileño, y pocos meses después nos servían
como tarjeta de presentación y como ejecutoria
para ingresar en La Época, de donde ya no había-
mos de salir nunca... He aquí porqué guardamos a
D. Salvador Cañáis tan añeja devoción y tan justo
reconocimiento, que siempre vivirán con nosotros.
El nombre de Cañáis, verdadero maestro de pe-
riodistas, vivirá siempre en la historia de la Prensa
madrileña, unido a la época de sus mayores pro.
gresos, quieran o no quieran sus enemigos y de-
tractores. Para dar relieve a ese apellido, famoso
en periodismo, no es necesario que a él se una
ningún adjetivo ni epíteto relumbrante, que tanto
se han prodigado entre currinches y medianías.
Porque Cañáis no es un periodista más o menos
ilustre; puede decirse que es «el periodista» por
antonomasia. Desde que se reveló en el Heraldo y
en el Nuevo Heraldo, con Augusto Figueroa y
Julio Burell, Cañáis apareció como un maestro; los
periodistas jóvenes de aquel tiempo copiaban en
75 AÑOS DE PERIODISMO 215
él el modelo que más les seducía. Sin quitar nada a
la gloria de aquellos grandes escritores periodis-
tas, todos sabemos que aquel admirable Heraldo
de Madrid de los tiempos de D. José Canalejas,
era principalmente fruto de la inspiración, del ta-
lento y del amor al trabajo de Cañáis, que por sí
solo realizaba la labor de muchos periodistas.
Como ha dicho uno de sus biógrafos, en Cañáis
hay siempre dos preponderantes cualidades que
rara vez se encuentran juntas: una, nativa, hija de
la contextura cerebral, que es el genio de escritor,
las ideas, el estilo, la rapidez para concebir y para
producir un gran artículo en cuarenta minutos de
trabajo; y otra, hija de la voluntad y de la fuerza,
la capacidad para la labor, las doce horas de ta-
rea, el no cansarse de los demás ni de sí mismo
— hombre de genio, injerto en fuerte obrero.
Cañáis no es solamente el escritor de gran ins-
piración que traza el artículo magnífico, que ho-
ras después ha de llamar la atención, siendo co-
mentado por todo el mundo. Es el periodista que
lo hace todo y todo bien; que se cuida de todos
los detalles de redacción y confección; que dispo-
ne las informaciones de actualidad y destaca sus
huestes como un general en jefe, para reunir luego
«n un haz armónico y bello el fruto de la labor de
todos; que coge la información de un suceso, mal
hecha, y la reviste de interés y amenidad; y quita
los títulos disparatados, sustituyéndolos con los
propios y sugestivos; y compone artísticas «cabe-
zas», para dar mayor relieve a los artículos e in-
iormaciones; que ilustra, como sólo saben hacer
216 LEÓN ROCH
los grandes dominadores del periodismo, con quin-
ce o veinte líneas rápida y vibrantemente escritas
la noticia del extranjero, convirtiendo así un sen-
cillo telegrama de Fabra en una de las partes más
interesantes del periódico; y saca de un casi an-
alfabeto un buen repórter; y termina la labor del
día junto a las platinas, confeccionando el periódi-
co con arte y elegancia, como el más consumado
regente.
Dentro del periódico Cañáis ha hecho cuanto
hay que hacer en él, con arte, con primor; desde el
artículo doctrinal, nutrido de ideas, al telegrama y
la gacetilla; la crónica literaria, ligera y amena; la
nota de actualidad, rápida y vibrante, recogiendo
en diez renglones la sensación de cada día; el ar-
tículo de polémica, enérgico y contundente, llena
de punzante ironía, que con una frase graciosa-
mente cruel destroza al adversario; la crítica tea-
tral, de fina observación y recta imparcialidad; el
suelto político, la información... Pero en Cañáis
siempre domina sobre el literato y sobre el crítico
el periodista. Sus notables libros, obras de infor-
mación y de lucha, de las cuales no hemos de ha-
cer inventario, son Hbros de periodista principal-
mente.
Sobre las cualidades apuntadas resaltan en Ca-
ñáis otras muy importantes. Una de ellas es una
capacidad de trabajo extraordinaria, casi inverisí-
mil. Se levanta con el sol, para aprovechar bien el
día, y en unas horas de la mañana despacha rápi-
damente su labor periodística de La Época, de El
Universo, de su revista Nuestro Tiempo, de sus co-
75 Af50S DE PERIODISMO 217
laboraciones de provincias... Escribe ligero, con
gran seguridad, sin tachaduras, y en las cuartillas
de su letra microscópica mete una columna. Des-
pués le queda el día libre para maniobrar en la po-
lítica y en las finanzas, a las que es tan aficionado.
Tiene, además, una voluntad férrea y una tenacidad
inquebrantable; hace cuanto se propone hacer y
consigue cuanto quiere. ¿Hay nada más refractario
para un periodista y un literato que los números?
Pues Cañáis se ha empeñado en domeñarlos y lo
ha conseguido. Maneja la estadística como pocos;
domina el arancel; escribe artículos llenos de cálcu-
los, que aterran, y hace verdaderas diabluras con
los números...
Lo único que hasta ahora no ha conseguido Ca-
ñáis es ser ministro. Se ha quedado en subsecreta-
rio. Y es que el gran periodista no ha querido con-
tar con la injusticia, con la ingratitud y con la en-
vidia de las gentes...
LOS REDACTORES DE AYER Y LOS DE UOY
En un lapso de tiempo tan dilatado como el de
los cinco lustros que examinamos, y tratándose de
periódico tan hospitalario, natural era que por su
Redacción desfilara gran número de periodistas,
ilustres los unos, conocidos los más, modestos mu-
chos. Nosotros conservamos en el deficiente archi-
vo de nuestra memoria un puñado de nombres sim-
páticos, de camaradas que merecen grata recorda-
ción. Pero sentimos olvidar otros muchos más, y
ios involuntariamente omitidos habrán de perdo-
narnos la falta de que, en salud, queremos curarnos-
Entre los redactores que ingresaron en los pri-
meros tiempos recordamos al veterano Eusebio
Montes, casi contemporáneo de Espartero, que aun
sigue haciendo la información de la Presidencia y
que nos asombra con sus florecimientos juveniles'»
al notable cronista y poeta Cristóbal de Castro,
actual gobernador de Teruel, cuyo hermano Luis,
inspirado poeta y novelista también, estuvo recien-
temente en nuestra casa; a Emilio Dugi, periodista
excelente y de gran cultura, que se ha especializa-
do en las cuestiones de Marruecos; Miguel Mora-
220 LEÓN ROCH
les, cronista de Tribunales, conocido por su seudó-
nimo Uno del Foro, y Ángel Torres del Álamo, el
gran sainetero, que aun figura en la Redacción, un
tanto platónicamente, publicando de vez en cuan-
do las graciosas anécdotas «Del ingenio ajeno>, en
los descansos de sus envidiables éxitos.
Sumamos en esta lista a los laboriosos e inteli-
gentes hermanos Alberto y Arturo García Carraffa,
periodistas y escritores de varias aptitudes, que
ahora están pubHcando una útilísima Enciclopedia
heráldica; el excelente Arturo Humanes; el malo-
grado doctor D. Eduardo Toledo, a quien sustitu-
yó como redactor-colaborador médico D. Francis-
co Massip; Manuel Luengo, Diego Borrajo, Maria-
no Sánchez de Enciso, escritor distinguido; Arte-
mio Precioso, Eduardo Quiñones, un simpático
periodista asturiano, que trabaja con fruto en la
Habana; José Juan Sanchiz, Rodolfo Pérez del Pra-
do, que ha abierto ancho campo a sus talentos y
actividades en la explotación de la publicidad; Ra-
fael Solís, un buen poeta festivo, que figuró en la
Redacción de El Tiempo; Juan de Dios Iturriaga,
inteligente reportero, ahora redactor de La Acción;
Manuel Ruiz Ormaechea, recientemente fallecido;
Manuel Jiménez Moya, periodista ingenioso y de
notables aptitudes; Román Martínez, José Toral,
que luego ha conquistado justo renombre como
novelista; José María Arellano, un bilbaíno listo y
de suerte, que llegará lejos; Francisco Belmonte,
un periodista extremeño, inteligente y simpático,
que en la abogacía está alcanzando merecido éxi-
to, y Rodríguez Echagüe, el malogrado oficial avia-
75 AÑOS DE PERIODISMO 221
dor y admirable jinete, que tantos triunfos lograra
en los concuisos hípicos con su famoso caballo
«Longinos».
Más adelante pertenecieron también a nuestra
Redacción el notable periodista Diego Gálvez, que
figuró en El Nacional con Adolfo Figueroa y con
Salvador Cañáis; Enrique López Alarcón, el admi-
rable poeta y aplaudido autor dramático; José Be-
thencort, Ángel Guerra, notable escritor y diputado
a Cortes; Pepe Zahonero, el culto literato y eterno
y simpático bohemio; Ramón López Montenegro,
periodista enciclopedia, que de todo hace y de todo
bien; Eugenio Selles, hijo del ilustre marqués de
Gerona; Eduardo Palacio Valdés, insustituible se-
cretario de la Asociación de la Prenta y actual re-
dactor áe. A B C; Julio Romero, el excelente re-
portero de El Imparcial; Manuel Alfonso Acuña,
Francisco de Torres, aplaudido autor dramático;
Luis de Terán, distinguido escritor y simpático ca-
marada, que da tres y raya al caballero Tho Rama
en los trabajos de adivinación del pensamiento.
Luis Salles de Toledo, Diego López Moya, uno de
los hombres que han hecho más extraordinarios
juegos malabares con la hipérbole; el canario Be-
nítez Usaola, Tomás de Elizondo, un desgraciado
bohemio; Jorge de la Cueva, cultísimo periodista y
notable autor dramático; José Hevia, excelente es-
critor militar; José Tellaeche, redactor actualmente
de El Imparcial y autor aplaudido también; Edmun-
do González Blanco, notable y simpático escritor,
de una enorme cultura; el distinguido crítico de ar-
te Ceferino Palencia Tubau, Vicente Calvo Acacio,
222 LEÓN ROCH
notable periodista valenciano; José Rodríguez de
la Peña, Leandro Cerón y Sebastián Larceguí.
Entre los que fueron nuestros compañeros du-
rante el decenio último debemos contar también al
malogrado ingeniero D. José Igual; a Emilio Llase-
ra, el elocuente letrado, ex gobernador de Segovia;
al cronista Miguel de la Cuesta; al veterano perio-
dista D. Ángel Murciano; Alberto de Segovia, cul-
to literato; Guillermo Perrín, excelente traductor y
aplaudido autor cómico; Cristino Fernández Ville-
gas, hijo del inolvidable Zeda; Rafael Beltrán, re-
dactor de La Correspondencia de España; el depor-
tista Sánchez de León, el malogrado Alfonso Vi-
llalba, José Avello y Benjamín Marcos, con algunos
otros más, de cuyos nombres no podemos acor-
darnos.
A propósito de antiguos redactores, hemos de
recoger una nota curiosa, que no hemos visto en
ningún otro artículo. Se refiere al ilustre actor, ya
retirado de la escena, Mariano de Larra, que per-
teneció a la Redacción anterior a 1898, colaboran-
do en la sección de «Sucesos». Ya por entonces
trabajaba con gran éxito en las funciones de aficio-
nados, y de aquí salió para actuar en el teatro de
Lara, donde pronto alcanzó envidiable reputación
y un merecido puesto entre los actores cómicos
más eminentes de nuestro teatro.
Como este popularísimo actor, pasaron por nues-
tra casa, en rápida estancia, ilustres personalida-
des de las lelras. Entre ellas, honraron nuestra mesa
de trabajo el gran novelista Ricardo León y el emi-
nente crítico Julio Casares, ambos académicos de
75 AÑOS DE PERIODISMO 225
la Española; el malogrado y notable escritor y po-
líglota Julián Juderías y el catedrático Quintiliano
Saldaña. Quisieron éstos, como otros muchos, ac-
tuar en el periodismo, y a nuestra hospitalaria Re-
dacción vinieron para hacer sus ensayos periodís-
ticos, cuando ya estaban ahitos de laureles. Pero
hubieron de desistir a poco, por no considerarse
con vocación suficiente. Y es que este oficio nues-
tro, tan modesto y humilde, que no exige ciencia
ni grandes talentos, requiere aptitudes especiales
y, sobre todo, un amor y un entusiasmo sin límites
por el periódico.
Al último período pertenecen muchos de los re-
dactores que actualmente figuran en la plantilla de
La Época, y que por sus excelentes condiciones de
periodistas o escritores han conquistado justa esti-
mación. El más antiguo de este grupo es Anselmo
Alarcón, un buen repórter, bien conocido en el
gremio, a quien auguramos merecido éxito en más
altas empresas literarias, si la fortuna le ayuda. Le
sigue en antigüedad Luis Benavente, periodista de
buena cepa, activísimo, inteligente y de pluma agiU
pero de más ágil lengua; habla por los codos, dis-
cute a todas horas y grita como un condenado; el
hombre-cañón es a su lado un infeliz. El polo opues-
to a Benavente en este respecto es Luis Rubio Hi-
dalgo, que apenas habla; es periodista y escritor
de agudo y cáustico ingenio, y el día en que se de-
cida a trabajar de veras y con método hará gran-
des cosas.
La economía y las finanzas están a cargo de don
Aogel lUana, hombre de múltiples y envidiables
224 LEÓN ROCH
aptitudes, que es a la vez uno de los jefes más jó-
venes del Cuerpo jurídico militar, director de La
Semana Financiera y secretario de la Sociedad ge-
neral de Tranvías, todo lo cual viene a confirmar
la gran competencia del distinguido escritor en las
materias de su jurisdicción. Parecería natural que
un hombre dedicado a tan importantes menesteres
y a tan trascendentales estudios tuviese un carác-
ter grave y serióte, un tanto huraño, inaceesible e
«intransitable», y no hay nada de eso. Illana es una
de las personas más joviales y uno de los camara-
das más dicharacheros que han desfilado por La
Época. Naturalmente, es joven aún, soltero y afi-
cionado a las verbenas; pero no hay quien le «cace»
ni con galgos.
La crítica literaria está encomendada desde hace
algunos años a un notable y cultísimo escritor, que
en breve tiempo ha conseguido para su firma una
sólida y merecida reputación entre los doctos. Nos
referimos a D. Luis Araujo-Costa, literato de va-
rias aptitudes y de copiosa lectura, que en sus H-
bros y en sus artículos viene cimentando un por-
venir envidiable. Téngase en cuenta que Araujo-
Costa, a pesar de sus muchos y profundos estudios,
es joven todavía y tiene largo camino por delante.
Pocos escritores logran a su edad reunir caudal tan
considerable de cultura, y especialmente en litera-
tura y en historia francesas contemporáneas. Ade-
más escribe con soltura y muy correctamente, sin
hacer alardes enfadosos de erudición. Sus varios
libros y conferencias en el Ateneo acreditan a un
buen literato, cuyos merecimientos premiará en su
75 AÑOS DE PERIODISMO
225
día, que no debe ser lejano, la Academia Española.
Nosotros hacemos cariñosos votos porque así sea.
Ilmo. Sr. D. Salvador Canals,
EX SUBSECRETARIO DB LA PRESIDENCIA DEL CoNSEJO Y ARTICULISTA
POLÍTICO DE «La Época».
Entre los libros y estudios más notables de Arau-
jo- Costa figuran los titulados La Edad Media con-
siderada como Edad cristiana; El escritor y la lite-
ratura, al que puso prólogo la insigne escritora
15
226 LEÓN ROCH
doña Emilia Pardo Bazán, que estimaba en mucho
las dotes del excelente literato; Las cartas de Pepe
Albocácer, El *Quijote> y sus notas, y I 'na tesis de
Dumenil: La evolución filosófica y literaria. Próxi-
mo a publicarse tiene el libro Francia, el noble país,
con extenso prólogo de M. Maurice Legendre, en
el que recopila Araujo algunos de sus más intere-
santes estudios sobre literatura y literatos france-
ses contemporáneos.
Conferencias muy notables de Araujo, que me-
recieron la más favorable acogida, son las titula-
das «El arte, la literatura y el público»; «Los inte-
riores, objeto de la pintura»; «El romanticismo de
Watteau»; «Rembrandt»; «El siglo XVIII en Espa-
paña. Su literatura», curso de tres lecciones, y «Don
Juan Valera», conferencia dada en la Universidad
de Oviedo por invitación especial, y que es frag-
mento de un libro en preparación acerca de aquel
ilustre maestro, cuya personalidad y cuya obra ha
estudiado profundamente el culto conferencista.
Ha gozado siempre La Época justa fama de te-
ner buenos críticos musicales. En el curso de estas
páginas se citan diversos nombres que lo justifican
cumplidamente. Primero, el ilustre Peña y Goñi,
ingenio felicísimo, que tan rudas batallas riñó en
pro del wagnerismo; luego el eruditísimo Rafael
Mitjana, músico y literato de cuerpo entero; más
tarde el académico y culto musicógrafo Cecilio de
Roda... Después de éste desempeñó la crítica mu-
sical Augusto Barrado, periodista y escritor muy
distinguido, celebrado traductor del novelista in-
glés Wells, que durante tantos años fué redactor
75 Af50S DE PERIODISMO 227
de La Época. Crítico severo y de sólida cultura,
escritor ingenioso y músico de notables condicio-
nes para la enseñanza, Barrado sostuvo admirable-
mente la tradición.
Cuando por cansancio o por hastío abandonó la
crítica aquel excelente compañero para refugiarse
en Prensa Gráfica, volvió a La Época, con gran sa-
tisfacción de todos, para encargarse de la sección
musical, el antiguo redactor D. Víctor Espinos, que
durante varios años compartió los trabajos del pe-
riódico, haciendo admirablemente la información
palatina. Quiere esto decir que hemos conocido a
Espinos como periodista antes que crítico, y como
periodista le consideramos ante todo y sobre todo.
En los días, ya un poco lejanos, de El Español, en
La Época y El Universo luego, en los curiosos y
notables artículos del Alrededor del Mundo, en las
mismas críticas teatrales de La Lectura Dominical,
sobresale siempre la personalidad del periodista,
que es a la vez un delicioso literato, de ingenio feliz,
como lo prueban sus delicados cuentos para niños.
Desde la primera juventud tuvo este fraternal
camarada grandes aficiones a la dramática, y de
ello pudieran recordarse, como ensayos felices, al-
gunos juguetillos, graciosamente hilados, que se re-
presentaron con buen éxito en veladas de cultas
Sociedades. Estas aficiones teatrales de Espinos
han cristalizado en los últimos tiempos en una es-
pecialidad, que él solo cultiva hasta ahora y que
ha contribuido a abrillantar su reputación. Nos re-
ferimos a la modalidad de los retablos. Desde que
estrenó en la villa y corte, hace algunos años, el
228 LEÓN ROCH
magnifico y artístico retablo histórico-religioso Un
Corpus viejo en Madrid, que alcanzó un éxito ex-
traordinario y muy merecido, hasta el titulado ¡Sal-
ve!..., que los valencianos aplaudieron recientemen-
te con entusiasmo en las tiestas de la coronación
de su excelsa Patrona, la Virgen de los Desampa-
rados, ha escrito ya Espinos una interesante serie,
que le ha dado verdadera personalidad.
Como crítico musical, Espinos es culto y hasta
erudito, y tiene tanto gusto como competencia; si
de algo peca es de benévolo, y ello no merece cen-
sura, porque la sana crítica no está reñida con la
corrección y la benevolencia. El «palo» airado y
violento es señal de mal gusto o de mala educa-
ción, y a veces representa quizás algo peor. De su
cultura y erudición está dando buenas pruebas en
la organización de la útilísima Biblioteca musical
circulante, unida a la Hemeroteca municipal, y en
otros interesantes trabajos de ordenación de in-
teresantísimas colecciones, que le valdrán justo
aplauso.
A continuar las tradiciones de los buenos escri-
tores de La Época llegó recientemen a la Redac-
ción del colega el joven y brillante escritor grana-
dino D. Melchor Fernández Almagro, de quien hace
acertado elogio en su notable artículo el Sr. Arau-
jo-Costa. Ha poco tiempo su nombre era comple-
tamente desconocido en Madrid. Ingresó en La
Época hace un año, encargándose de la crítica tea-
tral, y ya tiene formada una reputación envidiable
y bien merecida, porque Almagro es un literato de
gusto exquisito, de cultura amplia y sólida, de pro-
75 AÑOS DE PERIODISMO 229
sa fluida y correcta, y de limpio y claro estilo. En
la crítica es severo, pero de una corrección impe-
cable, porque tiene de ella un alto concepto edu-
cativo, y la dignifica, cultivándola como un sacer-
docio. En estos trabajos nos hace recordar, con su
imparcialidad, su corrección y buen gusto y su cas-
tizo estilo, a nuestro ilustre y llorado compañero
Fernández Villegas.
Como consagración justa para sus calidades de
literato, Fernández Almagro acaba de alcanzar un
honrosísimo trofeo literario: el premio de la funda-
ción Charro-Hidalgo, otorgado por el Ateneo en
el concurso para 1923. Consideramos el triunfo
como verdadera obra de justicia. El tema del con-
curso era «Ganivet y su obra», y parece muy na-
tural que en él triunfase quien, como Almagro, es
granadino, paisano de Ganivet, y admirador de su
genio y de su obra desde la infancia. El notable es-
critor ha formado y perfeccionado su espíritu en el
ambiente en que se formó aquel poeta filósofo, y
casi en sus mismas disciplinas. Ha estudiado pro-
fundamente su obra y su vida, y ha tratado de des-
entrañar los misterios de su muerte. ¿Qué tiene de
extraño, como en otra parte hemos dicho, que al
trazar el estudio de Ganivet, ganara Almagro el
honroso trofeo?
La victoria del premio Charro-Hidalgo no es más
que el comienzo de una carrera, que promete ser
brillante. Fernández Almagro es aún muy joven, y
en el camino que ha de recorrer alcanzará otras
muchas legítimas recompensas. Así sea.
Del crítico de arte de La Época conservamos
230 LEÓN ROCH
una vaga memoria. ¡Hace tantos meses que no
muestra en la Redacción su fisonomía sonriente,
de hombre satisfecho y sin preocupaciones! ¡Ha
tanto tiempo también que no leemos su crítica re-
posada, seria y correctísima!... Recordamos de
aquel buen crítico que lleva el nombre de Enrique
Vaquer; que es mallorquín, y como mallorquín ar-
tista; que hizo sus primeros ensayos críticos en El
Globo, y que es un grabador formidable, laureado
con primera medalla en nuestras Exposiciones na-
cionales y enaltecido con otros galardones. Como
crítico, mereciera otra primera medalla, por su cul-
tura, su dominio del arte, su estilo pulcro y su gran
mesura. Pero desde hace tiempo tiene en olvido la
pluma, requerido por los importantes trabajos que
como primer grabador de la Casa de la Moneda
está realizando en ésta para contribuir a remozarla
y a ponerla a la altura de las extranjeras. También
es grabador del Banco de España, y lo ha sido y
lo es de importantes casas inglesas, que figuran
entre las primeras. Obras suyas son muchos de
esos despreciables billetejos que corren por ahí,
codiciados por todo el mundo, y algunos nuevos
primorosos sellos de correos, con los que viene
Vaquer a modernizar y ennoblecer nuestro atrasa-
do arte filatélico.
Otra joya de nuestra casa de La Época es el jo-
ven escritor Guillermo Fernández Shaw, hijo del
ilustre poeta y autor dramático D. Carlos, nuestro
admirado paisano. Estamos por decir que la mejor
obra de Fernández Shaw es su dignísimo heredero
en este oficio. Como su padre, Guillermo Fernán-
75 AÑOS DE PERIODISMO 231
dez Shaw es buen periodista y buen literato, poeta
de gran inspiración y autor dramático de admira-
bles condiciones. De ello dan fe obras tan aplau-
didas como la famosa Canción del olvido, la deli-
cada Sonata de Grieg y otras producciones estre-
nadas con brillante éxito y escritas en colaboración
con Federico Romero. Pero el joven literato está
aún casi en los comienzos de su carrera, y le que-
dan muchos triunfos que alcanzar y muchos laure-
les que recoger.
Tan estimable y digno de admiración como el
escritor es el hombre. Fernández Shaw es un en-
canto de bondad y de sencillez; un modelo de de-
licadeza, de corrección y caballerosidad; la modes-
tia y la complacencia personificadas. Así, sus com-
pañeros de La Época le adoran, y en todas partes
le quieren y admiran. Por eso y por lo demás he-
mos dicho que el autor de La canción del olvido
es la obra mejor de aquel gran literato gaditano
que se llamó D. Carlos Fernández Shaw.
Entre la juventud florida de La Época figuran
dignamente también Joaquín Gallardo Rúa, aboga-
do, periodista y profesor, autor de El hidalgo del
negro coleto, que ha merecido el honor de ser pre-
miado en varios certámenes; D. José Mélida, dis-
tinguido médico, hijo del ilustre arqueólogo; Fran-
cisco Casares, inteligente repórter, encargado de la
información palatina; Luis Ardila, buen informador
también, a cuyo cuidado corren los «Sucesos>, y que
no tiene más defecto conocido que el de ser poeta
ultraísta; el cronista deportivo y médico D. Fer-
nando de la Fuente, y Luis García de Valdeavella-
X
"^.
•T=Sr>,--lYi
La Redacción di
(Grupo kotucráfico obtenido en el mes de abril, en el qui
naim«
i;^r
BlSBa>fc.
POCA» EN 1923.
.CUNOS REDACTORES POR MOTIVOS DE ENFERMEDAD O AUSENCIA.)
Fot. Ortiz.
234 LEÓN ROCH
no, el Benjamín de la casa, que promete ser un
buen periodista y un buen literato.
La Redacción actual de La Época — consigná-
rnoslo a modo de documento — está constituida en
la forma siguiente:
Director-propietario, D. Alfredo Escobar, mar-
qués de Valdeiglesias; redactor jefe, D. Mariano
Marfil; D. Salvador Cañáis, articulista político; don
Gabriel Briones, redactor político y decano de los
redactores; secretario de Redacción, D. Francisco
Pérez Mateos; D. Luis Araujo-Costa, crítico litera-
rio; D. Melchor Fernández Almagro, crítico teatral;
D. Víctor Espinos, crítico musical; D. Enrique Va-
quer, crítico de arte; D. Ángel lUana, redactor finan;
ciero; D. José Ignacio Escobar, D. Ensebio Montes
de Ayala, D. Guillermo Fernández Shaw, D. An-
selmo Alarcón, D. Luis Benavente, D. Miguel Mo-
rales, D. Nicolás Jordán de Urríes (Tomillares), don
Eduardo Montesinos, D. Ángel Torres del Álamo,
D. José Mélida, redactor médico; D. Luis Rubio
Hidalgo, D. Fernando de la Fuente, cronista depor-
tivo; D. José Luis Pascual de Zulueta. redactor co-
rresponsal en Barcelona; D. Francisco Casares, don
Joaquín Gallardo Rúa, D. Luis Montes Linares, don
Luis Ardila, D. Eduardo Montesinos (hijo) y don
Luis García de Valdeavellano.
La Administración tiene como jefe a D. Manuel
Mihura; el personal de talleres y máquina, al re-
gente D. Julián Téllez, y el personal de reparto, al
conserje D. Constantino Asnero.
DON JUAN PÉREZ DE GUZMÍN
Y LOS COLABORADORES DE "LA ÉPOCA,,
En esta verídica relación de cosas y personas
debe el cronista consignar un homenaje de consi-
deración y aprecio a cuantos con los prestigios de
sus nombres y el brillo de sus plumas contribuye-
ron al honor y enaltecimiento de La Época. Mu-
chos de los nombres que hemos de mencionar me-
recieran algunas páginas para la sola enumeración
de sus méritos y obras; mas como el espacio no
nos permite realizar tan justiciera labor, reducimos
a la cita aquel tributo de admiración y afecto. Una
sola excepción nos hemos de permitir, por moti-
vos de devoción y cariño, a favor de este gran
obrero de la pluma, luchador infatigable, oscuro y
abnegado, insigne español y patriota generoso,
que lleva el nombre inmaculado de D. Juan Pérez
de Guzmán.
Las nuevas generaciones no han estudiado la
obra de este ilustre escritor político, historiador
eruditísimo y magno periodista; pero su nombre y
sxji fama no son desconocidos para nadie, como no
236 LEÓN ROCH
lo son sus grandes bondades y sus extraños rasgos
de desprendimiento y altruismo. Algunos pregunta-
rán, sabedores de que Guzmán logró su fama en
tiempos tan lejanos, ¿pero vive todavía?... Cierta-
mente que el insigne escritor no parece hombre de
nuestro tiempo, ni siquiera de la pasada centuria.
Por su indomable energía, por su tenacidad inque-
brantable, su entereza berroqueña y su voluntad
de hierro, es más bien hombre de otras edades, de
aquella cepa de los conquistadores de Indias y de
los capitanes de Flandes y de Italia. El temple de
su alma, de su cuerpo y de su entendimiento es
cosa ya poco corriente.
Es Pérez de Guzmán, como historiador eminen-
te, investigador concienzudo y escritor político de
alto sentido y gran patriotismo, un verdadero pres-
tigio entre los españoles contemporáneos. Durante
cerca de sesenta años ha trabajado sin descanso,
contribuyendo a aumentar poderosamente el cau-
dal de nuestros conocimientos históricos con sus
personales investigaciones y sus originales escri-
tos. Su obra histórica, política y literaria es tan
abundante como notable. Su labor ha sido copio-
sísima y tan valiosa, tan fundamental en el terreno
histórico-literario, como en la esfera histórico-po-
lítica.
En el copioso bagaje literario, histórico y políti-
co de Pérez de Guzmán, figuran libros y estudios
tan notables como Las llaves del Estrecho, que
demuestra su conocimiento de la política interna-
cional, y particularmente de la de Marruecos, la
obra famosa Carlos IV y María Luisa, rehabilita-
75 AÑOS DE PERIODISMO 237
dora de las figuras de aquellos Soberanos y de la
del Príncipe de la Paz; el magistral estudio sobre
los Dogmas de la política de Fernando V <el Ca-
tólico*, que constituye fundamental lección de po-
lítica internacional española; el Cancionero de Prín-
cipes y Señores, recogido de poetas, en su mayor
parte inéditos, desde el siglo XVI al XIX; su Can-
cionero de la Rosa, primera antología de poetas
castellanos, españoles y americanos, que se ha pu-
blicado en los dos Mundos; Rimas del abad Anto-
nio de Maluenda, uno de los grandes poetas de la
época de los Felipes de Austria, cuyo nombre se
había borrado por completo de la memoria de los
eruditos; el estudio Los retratos de Colón, que tan
entusiastas elogios mereció al insigne Fernández
Duro; La insigne orden del Toisón de oro, las His-
torias de la Gaceta de Madrid y de la Guía Oficial
de España; La Casa del Rey Moro en Ronda, La
prisión de Fernando Vil en Valengey, La misión
diplomática de Machado en Viena, Los héroes y las
victimas del Dos de Mayo en Madrid, obra monu-
mental que le valió la honrosísima recompensa
honorífica que con tan justo orgullo ostenta; El
Principado de Asturias, libro que suscitó grandes
^discusiones; El matrimonio de Estado, La Orden
de la Jarretiera, El conde de Fuentes, la biografía
documentada del poeta Vicente Espinel, paisano de
Pérez de Guzmán, pues ambos nacieron en la his-
tórica ciudad de Ronda, en la que una calle lleva
el nombre del anciano y meritísimo historiador, y
entre otras docenas de estudios más, el libro Ver-
sos de varia edad, el último de la serie, en el que
238 LEÓN ROCH
el ¡lustre escritor se muestra como poeta de altos
vuelos y gran inspiración, con todo el arte y toda
la riqueza de sentimiento de los líricos más cele-
brados, en algunas composiciones; con toda la so-
briedad y todo el vigor de los amantes de la anti-
güedad clásica, en otras, cual sus notables sonetos.
El ¡lustre bibliófilo y académico de la Histor¡a,
duque de T'Serclaes T¡lly, que posee una de las
más notables y curiosas b¡bliotecas que existen en
España, ha dado a luz recientemente, costeándola
generosamente a sus expensas, una excelente ed¡-
c¡ón de un notable estudio de Pérez de Guzmán.
Forma un Hbro de cerca de 150 pág¡nas, en 4°, y
sobre su cub¡erta blanca campean estos títulos:
«Bajo los Austrlas. — La mujer española en la Mi-
nerva española l¡terar¡a castellana».
No se trata de ninguna nueva obra del anciano
historiador, aunque lo parecerá a casi todos los
que lean el culto, ameno y eruditísimo trabajo. Es
uno de los infinitos y notables estudios que Pérez
de Guzmán publicó en aquella benemérita revista
La España Moderna, de D. José Lázaro, que tan
buenos servicios prestó a las letras españolas, y en
otras revistas y periódicos. Esos estudios, cuida-
dosamente coleccionados por su autor en varios
tomos, formarán una valiosa colección de notables
libros históricos, hechos sobre la base de una con-
cienzuda investigación personal. ¡Bien merecieran
esos admirables trabajos encontrar un Mecenas
generoso, que los exhumase de las colecciones de
periódicos en que yacen casi olvidados, y les diese
nueva y más perenne y provechosa vida!...
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ExCMO. Sr. D. Juan Pérez de Guzmán y Gallo,
SECRETARIO PERPETUO DE LA ReAL ACADEMIA DE LA HlSTORIA».
EX REDACTOR Y EX DIRECTOR DE <La ÉpOCA».
240 LEÓN ROCH
Pero aun ha sido más copiosa, más enorme y
para nosotros, periodistas, más admirable, la labor
que como obrero infatigable del periodismo ha
realizado Pérez de Guzmán, que, en su parte prin-
cipal, estuvo consagrada a La Época.
Fué Guzmán muchos años redactor del periódi-
co, desde los primeros tiempos de D. Ignacio José
Escobar; director en alguna época, colaborador
hasta que su mano manejó la pluma, maestro de
muchos periodistas que por la Redacción pasaron
y prudente consejero de los demás. En aquel me-
dio siglo corrido de trabajo realizó labor abruma-
dora, con la cual se hubieran podido formar reputa-
ciones de varios periodistas ilustres. Ágil su pluma
como su entendimiento, rápido en la concepción,
fácil para todo trabajo, llenaba columnas con una
celeridad pasmosa. Millares de ellas han quedado
en las colecciones de La Época, con firma o sin fir-
ma, en artículos políticos, Hterarios, históricos, eco-
nómicos; en sueltos y gacetillas, en cartas del ex-
tranjero, en fáciles crónicas y en estudios profun-
dos. Era de la madera de los Coello y Escobar; ni
su inteligencia ni su cuerpo conocieron el cansan-
cio. ¡Hombre extraordinario en verdad este formi-
dable luchador, a quien si admiramos mucho por
su gigantesca labor, aun le admiramos más por su
entereza, su energía y su fiera independencia, que
no se doblegó más que ante la Patria!...
Este carácter independiente y enérgico le perju-
dicó de un modo enorme en su carrera. La ingra-
titud y la injusticia se conjuraron contra él, y mien-
tras otros compañeros lograban destinos, preben-
75 AÑOS DE PERIODISMO 241
das y honores, y llegaban a los altos puestos de la
gobernación del Estado, Guzmán seguía siendo
periodista y escritor, y luchaba oscuramente, pero
lleno de legítimo orgullo, sin obtener ninguna re-
compensa, sin alcanzar los galardones que tanto se
prodigaban a otros que valían infinitamente menos.
Así llegaba Pérez de Guzmán a la senectud, sin
poseer renta ni sueldo, teniendo que trabajar para
vivir como en los años mozos, y viejo y dolorido y
enfermo, trabajaba diariamente, como un titán,
para ganar el sustento. Así fueron de ingratos para
él los hombres de la política.
Por razón de los cargos de confianza que desem-
peñamos en La Época, hemos tratado nosotros
más íntimamente al anciano maestro, mereciendo
su confianza y su afecto. Le hemos visto en las
breves horas triunfales, rebosante de legítimo or-
gullo, pero sencillo y modesto, con alegrías y re-
gocijos infantiles; porque este hombre enérgico,
que admira por su vigor y su entereza, tiene un co-
razón de niño, y su alma es de blanda cera para
los que piden y necesitan. Nadie llamará a su puer-
ta que no sea socorrido con generosidad de gran
señor; y si en su casa no queda más que la última
peseta, él partirá con el pedigüeño la peseta y la
capa, o se las dará enteras... Le hemos visto tam-
bién muchas veces, infinitas veces, en las largas y
negras horas de la ingratitud, del abandono y de
la enfermedad, cuando en su casa faltaba hasta lo
más indispensable, y le hemos admirado siempre
digno y entero, abroquelado en su santo orgullo,
muriéndose de hambre como un hidalgo, sin lum-
16
242 LEÓN ROCH
bre en el fogón ni en el brasero, envuelto en su
capa como un ciudadano romano en su túnica,
pero sin doblegarse ni transigir ante nadie, mante-
niendo la integridad de sus convicciones y sintién-
dose siempre, en su honrada pobreza, fuerte, no-
ble y generoso como un gran señor... De la cante-
ra de este hombre extraño y bueno, pobre y or-
gulloso, humilde y espléndido, que todo se lo debe
a sí mismo, a su inteligencia y a su trabajo, han
salido muchos héroes y muchos santos...
Tenía Guzmán sesenta y siete años, cuando al-
canzó la primera alta recompensa de su vida, sien-
do elegido académico de la Historia. Poco después,
en mayo de 1906, ingresó en la docta casa, leyen-
do su magistral discurso acerca de «La política
exterior del Rey Católico». Si le hubierais visto
como nosotros, rebosante de júbilo, con su gozo
de niño grande satisfecho, os hub'érais sentido
contagiado de la misma infantil alegría; pero en la
hondo palpitaría, al mismo tiempo, una gran pena,
ante la cruel injusticia que el destino había come-
tido con aquel nobilísimo español.
Desde que ingresó en la Academia de la Histo-
ria, que más tarde le nombró su secretario perpe-
tuo, Guzmán se fué apartando de la labor del pe-
riódico, pero aun tuvo que seguir trabajando para
sustentarse, manteniendo algunas colaboraciones^
entre ellas la de La Época. Luego continuó sola-
mente sus trabajos históricos y literarios, con los
propios de la Academia, que no ha abandonado
hasta después de cumplido los ochenta años. Una
grave dolencia, que puso en peligro su vida, le
75 AÑOS DE PERIODISMO 243
obligó a abandonar todo trabajo, y desde enton-
ces descansa, por prescripción facultativa. ¡Bien
ganado tiene el descanso que las circunstancias le
imponen, el noble escritor y periodista. Pronto
cumplirá ochenta y cuatro años de edad el señor
Pérez de Guzmán, y en ese tiempo, obligado siem-
pre a trabajar para vivir, apenas tuvo día de re-
poso, más que en las enfermedades. En el periódi-
co, en la revista y en el libro laboró sin descanso,
día tras día, con una energía y un entusiasmo que
no decayeron ni aun en su ancianidad, y siempre
llevando por norma de su recta conciencia los más
altos ideales de patriotismo. Aun se conserva fuer-
te y animoso, ágil de cuerpo y de entendimiento,
después de vencida la grave dolencia, el anciano y
glorioso luchador; pero la prudencia impone el
forzado descanso, y de hoy en adelante permane-
cerá en reposo y callada la pluma que trazó tantas
viriles y eruditas páginas. Algunas veces nos da la
grata sorpresa de visitarnos en nuestra casa, donde
siempre se le quiere y respeta, considerándole aún,
por tradición, como de los nuestros en activo, de
la familia, y nos sorprende y admira su extraordi-
nario vigor. ¡Dios quiera conservar aún muchos
años la vida del anciano y glorioso maestro!
Si fuéramos a citar aquí los nombres de cuantos
alguna vez colaboraron en La Época, haríamos
una lista interminable, porque los colaboradores
espontáneos que «salen» a los periódicos forman
legión. En esto ocurre una cosa singular. Todo el
244 LEÓN ROCH
mundo habla mal de los periódicos y de los perio-
distas, y todo el mundo siente la sugestión, y aun
mejor la fascinación, del periodismo, y se perece
por escribir o porque se le cite en estas calumnia-
das hojas volanderas cotidianas. Habláis con cual-
quiera de estas cosas de los periódicos, y aunque
no haya escrito nunca más que cartas a la familia,
y aunque sea analfabeto, os dirá, muy rozagante:
«¡Ah!... También yo en mi juventud escribí cuarti-
llas para los periódicos...» Y resulta que todos so-
mos periodistas.
Nos limitaremos, pues, a recordar a ilustres pro-
fesionales de la pluma y a los que con mayor asi-
duidad honraron nuestras columnas, comenzando
por las damas. Es fuero de galantería. Y puestos
ya en este prudente terreno, el primer recuerdo
que acude a nosotros es el de la ¡lustre poetisa Ca"
rolina Coronado. Aun vivía, en los primeros años
de este período, la eminente mujer, en su poética
residencia de P090 d'Obispo, en Portugal. Tenía
más de ochenta años y aun nos enviaba muestras
felices de su ingenio. Los últimos versos que man-
dó a La Época fué en los comienzos de 1900. Aca-
baba de lucir la primera alborada de la nueva cen-
turia, y la pluma de Carolina Coronado, firme
todavía, escribió un canto inspirado y vibrante,
saludando al siglo XX.
Otra insigne escritora que favoreció a La Época
con su predilección, fué la excelsa novelista conde-
sa de Pardo Bazán. En nuestras colecciones se
guardan, como joyas, muchos cuentos y artículos,
y en el folletón del periódico se dieron a luz algu-
75 AÑOS DE PERIODISMO 245
ñas de sus notables novelas, que ella cedía genero
sámente. Anónimamente, sobre cosas del momen-
to, nos enviaba asimismo muchas cuartillas, escri-
tas con aquella su letra menudita, tan característi-
ca. Para no molestar a Valdeiglesias, se dirigía
generalmente a nosotros y nos llamaba el «señor
secretario general». En las notas que a ella misma
se referían, advertíamos algunos comprensivos cla-
ros, que nosotros nos apresurábamos a llenar dis-
cretamente.
También han colaborado en La Época, entre
otras damas escritoras, la marquesa de Ayerbe, la
condesa de Yumuri, la del Castellá, Salomé Núñez
Topete, Aurora Coello de Gallostra, de la familia
del fundador de La Época; María de Echarri y Jo-
sefina de Ranero.
De los primeros tiempos recordamos a D. Ángel
Vallejo Miranda, conde de Casa Miranda, que en
su época fué conocidísimo en París y en Madrid.
Era hombre de gran ingenio y D. Antonio Cánovas
del Castillo, de quien fué secretario, le tuvo en es-
tima. Residía entonces en la capital de Francia,
donde había casado con la famosa cantante Cris-
tina Nilson, que aun vive, en compañía de la con-
desa de Casa Miranda, hija del primer matrimonio
de Vallejo. Este enviaba desde París crónicas in-
teresantes, que firmaba con el seudónimo Pico de
la Mirándola. Después fué corresponsal de La
Época en aquella capital Pedro Coll y Rataflutis,
a quien luego sustituyó el ilustre /uan de Becón.
Otro antiguo colaborador fué el distinguido di-
plomático marqués de Prat de Nantouillet, Perico
246 LEÓN ROCH
Prat, como le llamaban sus amigos, que represen-
tó a España, como ministro, muchos años en Cons-
tantinopla. Tenía su residencia de descanso en
Biarritz y firmaba sus cartas con el seudónimo
Fierre qui sait. Este recuerdo nos trae a la memo-
ria el de otro distinguido diplomático colaborador,
también difunto, D. Arturo de Baguer, hermano
del conde de Baguer. Retirado de la carrera, había
fijado su residencia en la población austríaca de
Goérz, y desde allí enviaba interesantes cartas, que
firmaba con el seudónimo Werbinick.
Muchos han sido los diplomáticos y cónsules
que en todo tiempo han colaborado en La Época;
mas no fuera discreto ni prudente citarlos ahora
a todos. Recordamos al difunto conde de Casa Va-
lencia, a D. Pablo Bosch, coleccionista inteligente
y culto, que donó al Museo del Prado unas valio-
sas colecciones de medallas, monedas y cuadros;
al novelista D. Alfonso Danvila, a D. Ramón Pina
y Millet, a D. Ramón Alvarez Tubau, hermano de
la gran actriz, y al marqués de Dos Fuentes. Tam-
bién creemos recordar que colaboró en el periódi-
co el famoso novelista D. Enrique Gaspar, que fué
muchos años cónsul de España en Marsella.
De aquellos tiempos lejanos recordamos también
al famoso poeta cordobés Antonio Grilo y a los
¡lustres costumbristas hermanos D. Enrique y don
Ricardo Sepúlveda. El primero de éstos fué secre-
tario en la representación de laCompañíaTrasatlán-
tica, y el segundo, padre del notable actor Pedro
Sepúlveda, del Banco de Castilla.
El decanato de los colaboradores del periódico.
75 AÑOS DE PERIODISMO 247
después de Pérez de Guzmán, corresponde al aca-
démico barón de la Vega de Hoz, que durante mu-
chos años nos favoreció con sus eruditos trabajos
sobre cuestiones de arte. Entre otros académicos
han colaborado, o colaboran aún, en La Época el
ilustre director de la Real Academia de la Histo-
ria, D. Francisco de Uhagón, marqués de Lauren-
cín; el malogrado D. Vicente Lampérez, el mar-
qués de Foronda, el gran genealogista Bethen-
court, Juan Antonio Cavestany, Llanos y Torriglia,
Beltrán y Rózpide, el conde de Cedillo, D. Elias
Tormo, D. Manuel de Sandoval, D. Rafael Altami-
ra, el rector que fué de la Universidad Central don
Rafael Conde y Luque, conde de Leyva, D. Luis
Redonet, el conde de Casal, que tan justa autori-
dad ha logrado en materia de arte, y especialmen-
te en la cerámica, y el gran pintor Moreno Carbo-
nero, que en sus viajes por Europa constantemente
escribió interesantes cartas.
Entre los colaboradores extranjeros recordamos
al ilustre político francés M. André Tardieu, al
notable escritor argentino Manuel Ugarte, al gran
cervantista cubano José de Armas, tan erudito y
"tan amante de España; al abate Lugan, a M. Le-
gendre, a M. Albert Mousset y al cronista de so-
ciedad Rene Halphen. En esta interesante materia
de las revistas de sociedad, tan cultivada por La
Época, fué algún tiempo nuestro colaborador Ro-
dríguez Escalera, el popular Monte-Cristo, que en
nuestras columnas usaba el seudónimo de Monte-
Amor. También fué colaborador antaño el ilustre
KasabaL
248 LEÓN ROCH
Como colaboradores distinguidos hemos de ci-
tar también al general D. Federico de Madariaga,
al actual capitán general de Cataluña, D. Miguel
Primo de Rivera, que hace honor al título de mar-
qués de Estella, heredado de su tío; al magistrado
del Supremo D. José María de Ortega Morejón,
ex rector de la Universidad de Salamanca D. Luis
Maldonado; catedráticos D. Eloy Bullón, D. Ob-
dulio Fernández, D. Ignacio Suárez Somonte y don
Luis Subirana; ingenieros D. Emilio González Llana
y D. Horacio Bentabol; el ilustre director de la Bi-
blioteca de Palacio, conde de las Navas, escritor
erudito y castizo; el cultísimo coleccionista D.José
Lázaro Galdiano, que publicó y dirigió La España
Moderna; el malogrado crítico de arte D. Jacinto
FeHpe Picón, hijo del ilustre novelista; el marqués
de Olivart, el difunto marqués de Paraleja, D. Juan
Comba, D. Eduardo Navarro Salvador, D. Manuel
Mesonero Romanos, el marqués de Villaviciosa de
Asturias, el actual de Casa Laiglesia D. Emilio
Ranees; D. Manuel Monjardín, el culto marino don
Manuel de Mendívil y Elio, el marqués de Zafra,
D. Ramón de Soraluce y D. José Carlos Bruna.
Más modernamente recordamos al crítico de
arte Ángel Vegue y Goldoni, al poeta Luis Barre-
da, el notable escritor granadino Luis Seco de La-
cena, cuyas obras sobre la Alhambra son tan apre-
ciadas; Cándido Lobera, Pacheco y de Leyva, Ri-
vas Moreno, Adrián de Loyarte, Rogelio de Mada-
riaga, Ángel Conde, Carlos Albert Despujol, Ma-
nuel Granzow de la Cerda, Andrés Garrido, Luis
Gómez de Mendoza, Ignacio Bauer, Alberto Cam-
75 AÑOS DE PERIODISMO 249
ba, Enrique Ordóñez, Gómez de Mercado, Vila-
plana, Alvaro Giráldez, Antonio Díaz, Julio Caves-
tany, Edgardo Neville, José María del Busto, César
Peman y Antonio Weyler.
Merecen también un afectuoso recuerdo como
colaboradores en provincias y en el extranjero, el
ex gobernador D. Fernando González Regueral,
cobardemente asesinado en León; el conde Anta-
moro, guardia noble de S. S., que fué mucho tiem-
po corresponsal en Roma; D. Arturo Baldasano^
corresponsal en Londres; el veterano Tomás Ca-
macho, director de El Nervión, de Bilbao; D. Mar-
cial Meruéndano, alto funcionario de Correos, re-
cientemente jubilado; el malogrado Eduardo Estra-
da, hermano del elocuente diputado por Ronda; el
antiguo periodista alicantino Enrique Ferré Berna-
beu, el donostiarra Luis Guinea, el sevillano Tomás
de la Vega, el ex gobernador D. Luis Grande Ban-
desón, el reputado abogado alcarreño Bravo y
Lecea, el excelente poeta Juan Antonio Salido,
Félix Latre, Antonio Villegas Murcia, Carlos
Arias, el inteligentísimo Españita, Emilio Baldomc-
ro Muñoz; José María Palacios, Pablo M. de Cór-
doba, Villanueva y tantos y tantos más que es im-
posible recordar y que merecieron y merecen justa
estimación, ya que todos contribuyeron con cariño
al enaltecimiento del periódico.
\
LA PRENSA MADRILEÑA Y SUS PROGRESOS
Al hacer detallada reseña de la vida de La Épo-
ca en el último cuarto de siglo, parece natural que
algo se apunte respecto de la Prensa madrileña en
general, con la que aquel periódico convivió siem-
pre en amistosa unión. Con todos sus colegas, fue-
ran o no afines en ideas, mantuvo siempre La Épo-
ca cordiales relaciones de compañerismo. Para
todos tuvo las consideraciones debidas al camara-
da, inspirando su línea de conducta y procedimien-
to en la corrección y en la templanza. Aun en las
más recias discusiones políticas, jamás fueron tras-
pasados los linderos del decoro profesional. A su
vez, el decano de la Prensa madrileña siéntese
honrado por el respeto, la consideración y el afec-
to de sus colegas.
Dentro de la vida periodística madrileña, hemos
asistido en el último cuarto de siglo a una honda
transformación de la Prensa. Sin duda, han perdido
eficacia los periódicos como instrumentos políticos,
como órganos de opinión; en este punto se ha lle-
gado a una lamentable decadencia, acaso por abuso
del extraordinario poder que la letra de molde re-
252 LEÓN ROCH
presentaba. Pero, en cambio, han adquirido el más
alto grado de adelanto, y han llegado a la máxima
eficiencia como instrumentos de cultura y progreso.
¡Oh, gloriosos manes de Lorenzana, de Santa Ana,
de Borrego, de Escobar...! ¡Qué enorme diferencia
entre esta Prensa madrileña de nuestros días y
aquellos periódicos de los años 30 al 70...
Cuando se examinan antiguas colecciones de los
viejos diarios políticos, no podemos reprimir un
gesto de extrañeza y pensamos al par: ¡Cómo se
hacían aquellos periódicos...! Pero estas diferen-
cias, aunque más atenuadas conforme avanzamos
en el tiempo, se aprecian siempre. Porque el pro-
greso de la Prensa es constante, y sin cesar cam-
bian la fisonomía de los periódicos, su manera de
ser confeccionados y hasta su contenido espiritual.
La gran transformación de la Prensa madrileña
se inicia en el último cuarto del siglo XIX. Rápida-
mente desaparece el formato de los antiguos pe-
riódicos, con sus planas amazacotadas y columnas
y columnas llenas de sueltos y gacetillas, sin que
un sólo título interrumpiera la monotonía de la
confección. Empiezan a surgir entonces las grandes
titulares y las cabezas a doble columna; se clasifica
el texto en variadas secciones, la confección cam-
bia por completo, y el periódico adquiere su fiso-
nomía moderna. A compás del tiempo y del pro-
greso. La Época se transforma también, aunque
conservando su formato actual, de gran tamaño,
como asimismo cambiaron de aspecto los dos pe-
riódicos contemporáneos que aun subsisten: El
Diario Español y La Correspondencia de España.
75 AÑOS DE PERIODISMO 253
Conocida es la frase de D.Antonio Cánovas, cuando
el ilustre marqués de Santa Ana realizó la gran
transformación de La Correspondencia, el periódi-
co más popular y más rico de su tiempo: «Santa
Ana está deshaciendo ahora con la cabeza lo que
antes hizo con los pies...»
Realmente, es La Correspondencia el periódico
madrileño que más reformas ha tenido en la época
moderna, como también ha sido el que mayor po-
pularidad gozó. En su tiempo alcanzó tiradas enor-
mes, que entonces pudieron considerarse como fa-
bulosas. Después han podido aventajarle en esto
otros periódicos; pero ninguno podrá acaso vana-
gloriarse de haber llegado a su popularidad, que
fué merecidísima, sin duda.
Ha querido recientemente el simpático y estima-
do colega recabar para él la consideración de ser
el periódico decano de los de Madrid, que tiene
La Época. Pero en esto no le acompaña la razón
ciertamente. Invoca para ello La Correspondencia
la circunstancia de tener su antecedente en las fa-
mosas Hojas autógrafas que el ¡lustre Santana es-
cribía para servir sus noticias a los diarios; pero
aquellas hojas no tenían carácter de periódico, ni
inucho menos, como no lo tienen las que confec-
cionan otras Agencias noticieras. Es lo mismo que
si la benemérita Agencia Fabra empezara cual-
quier día a publicar un periódico, y al cabo de
unos años quisiera recabar para él el decanato de
la Prensa madrileña, invocando como razón que
tenía su antecedente en las hojas de la Agencia
Havas, muy anteriores a las de D. Manuel María
254 LEÓN ROCH
de Santana. Esto no es una razón de peso, y hay
que respetar el decanato a quien en verdad puede
ostentarlo.
En el orden material, en cuanto afecta a las artes
de la impresión, el progreso ha sido aún más ex-
traordinario. La moderna tipografía, tan rica en
detalles de arte, ha realizado una admirable revo-
lución, que es aún más sorprendente en lo que
afecta a la maquinaria. Desde las viejas máquinas
planas sencillas y de doble reacción, movidas a bra-
zo, a las modernas máquinas rotativas, que pare-
cen como monumentos levantados al genio huma-
no, hay un mundo de distancia. Y este enorme ca-
mino se ha recorrido en medio siglo, ya que la pri-
mera rotativa, creación del insigne Marinoni, no
alcanza más allá del año 1872. Nuestros abuelos
periodistas no pudieron sospechar siquiera que las
artes de la reproducción, entonces limitadas a la
tipografía, a la litografía y al grabado en madera,
aparte el daguerreotipo, llegaran a tan singulares
perfeccionamientos, a tan grandes maravillas como
son la moderna fotografía, el fotograbado, la foto-
tipia, la cromotipia, la oleografía, el hueco graba-
do y otros procedimientos. ¿Qué revoluciones pre-
senciarán en las artes que tuvieron por padre crea-
dor a Gutenberg, nuestros nietos, cronistas y re-
porteros?...
La transformación de la Prensa madrileña se
inicia en el último cuarto del siglo XIX, y aun al-
gunos años antes. Desde el año 1860, los periódi-
75 AÑOS DE PERIODISMO 255
eos empiezan a cambiar su fisonomía; siguen sien-
do instrumentos de lucha, barricadas espirituales,
desde las que los políticos riñen incruentas bata-
llas, pero la literatura va alcanzando preponderan-
cia en ellos, y con los artículos de polémica y las
secciones de política, van alternando los históricos
y literarios, las curiosidades y los trabajos de di-
vulgación de la cultura.
Entre los periódicos anteriores al 60 se destacan
El Pensamiento Español, de Gabino Tejado y Na-
varro Villoslada, cuyo título reprodujo reciente-
mente Vázquez de Mella en su fracasado ensayoj
El Contemporáneo, La Verdad, El Constitucional,
El Reino, de D. Nicolás Quintana, y La Discusión^
famoso periódico que dirigieron D. Nicolás María
Rivero, D. Pablo Nougués y D. Francisco Pi y Mar-
gall. Redactores del mismo fueron la ilustre poeti-
sa Carolina Coronado, hermana política de don
Alejandro Groizard; Castelar, Eusebio Blasco, Ra-
món Chíes, Fernández Cuesta, Fernández y Gon-
zález, Romero Girón, Estanislao Figueras, Luis Ri-
vera, Roberto Robert, el bohemio que dio aquel
famoso salto «desde el almuerzo de un lunes a la
comida de un jueves, sin tropezar en un garban-
zo»; D.José María Orense, Ortiz de Pinedo y Ma-
riano Vallejo.
De La Discusión, que se pubHcó desde el año 56
al 70, se separó Castelar para reñir, desde las co-
lumnas de La Democracia, sus grandes batallas
con Pi y Margall y sus otros antiguos compañeros.
Dirigió el periódico el insigne orador y fueron
compañeros suyos D. José María Orense, D. José
256 LEÓN ROCH
Fernando González, D. Julián Sánchez Ruano, Ro-
que Barcia y Eusebio Blasco. La Democracia co-
menzó a publicarse en enero del 64 y terminó en
junio del 66.
Desde noviembre del 63 a fines del 70 se publi-
có La Política, que dirigieron D. Salvador López
Guijarro, Enrique Hernández, periodista intencio-
nado, a quien hemos podido conocer, como redac-
tor de El Imparcíal, ya viejo, muchos que entonces
no habíamos nacido aún, y D. Antonio Mantilla de
los Ríos, luego marqués de Villamantilla, que fué
redactor de La Época y ministro de España en
Washington, Este distinguido escritor estuvo ca-
sado con una ilustre dama, que llegó a gozar gran
popularidad: doña Pilar de León y de Gregorio,
que más tarde fué señora de Larios y luego mar-
quesa de Squilache. De La Política fueron redac-
tores D. Pedro Antonio de Alarcón, el académico
de Bellas Artes D. Ángel Aviles, Navarro Rodrigo,
Ricardo Zamacois, el hacendista D. Joaquín Gon-
zález de la Peña, el poeta Núñez de Arce, Julio
Nombela y D. José Perreras, que luego dirigió El
Correo.
Posterior a La Política, del 65, fué La Reforma,
que dejó de salir a luz el 68. Lo dirigieron D. Joa-
quín María Ruiz, D. Manuel Fernández Martín, que
fué oBcial mayor del Congreso, y el catedrático
D. Miguel Morayta. Entre sus redactores figuraron
Vallejo Miranda (Pico de la Mirándola), D. Fran-
cisco de Bona, Nicolás Díaz Pérez, Río y Mora y
Fragoso. Por los mismos años, del 65 al 68, apare-
ció El Español, que dirigió D. Francisco Botella, re-
75 AÑOS DE PERIODISMO
257
dactor luego de La Época, y del que fueron redac-
tores el antes citado Enrique Hernández y el no-
table periodista y escritor D. Manuel Ossorio y
D. Gabriel Briones,
REDACTOR POLÍTICO DE «La ÉpOCA» Y APLAUDIDO AUTOR DRAMÁTICO
Bernard, padre del ex ministro D. Ángel Ossorio
y Gallardo y del también notable periodista don
Carlos.
Del 67 al 70 apareció El Universal, que dirigió
17
258 LEÓN ROCH
D. Eduardo Arquín, y del que fué redactor el gran
poeta y crítico D. Federico Balart, y en enero y
febrero del último año citado se publicó El Tiem-
po, del conde de Toreno y del marqués de Bed-
mar, más efímero que el que, andando los años,
había de ser órgano de la disidencia silvelista.
Tales fueron, entre otros menos notorios, los
periódicos que antecedieron inmediatamente a los
que en el último cuarto del siglo XIX habían de
reaUzar el gran progreso de la Prensa madrileña.
La escasa duración de aquellos batalladores dia-
rios, la inconsistencia de sus empresas y la escasez
de sus medios, revelan bien a las claras su carác-
ter. Eran aquellos periódicos no más que instru-
mentos de lucha y vehículos de ambiciones polí-
ticas, creados ocasionalmente para servir a una
causa pasajera y muchas veces a bastardas pasio-
nes, y desaparecidos luego, apenas realizado el
propósito o la ambición que con ellos se perse-
guía. El periodismo, por tal causa, no era aún una
verdadera profesión, como ha venido a ser luego,
sino medio fácil de realizar aspiraciones políticas o
de conseguir destinos.
Los periódicos de empresa aparecidos después
tienen más consistencia y alcanzan mayor dura-
ción, aunque sin dejar de ser armas de pelea. Poco
a poco, la Prensa se va convirtiendo en una indus-
tria, separándose del servilismo personal y político
para servir más amplios intereses. Los grandes
progresos de las artes gráficas y la aparición de las
rotativas, contribuyen a la transformación, impo-
niendo a la vez grandes gastos. Para crear un pe-
75 AÑOS DE PERIODISMO 259
riódico requiérense ya capitales de importancia, y
para defender éstos hay que procurar condiciones
de estabilidad, persiguiendo también la natural ga-
nancia. Así, los periódicos dejan de escribirse para
grupos y banderías políticas, y se escriben para
todo el mundo, sirviendo a los intereses del «gran
público>, a las conveniencias generales, aunque al-
guna vez, por ofuscaciones pasajeras, por ambi-
ción o por codicia, hayan derivado los nobles
anhelos y las ambiciones generosas hacia campa-
ñas lamentables, que el país pagó tan caras...
Por esta época se introdujo en la Prensa madri-
leña una feliz innovación, que constituyó a poco
una de las manifestaciones más interesantes de su
transformación. Nos referimos a la publicación en
los periódicos diarios de dibujos y grabados de
actualidad, que hasta entonces habían sido priva-
tivos de las revistas ilustradas, cual el famoso Se-
manario Pintoresco y El Museo de las Familias, an-
tecedentes simpáticos y gloriosos de nuestra mo-
derna Prensa ilustrada. Antes de aquella innova-
ción, que entonces fué justamente celebrada, y hoy
merece ser recordada con aplauso, fué el periodis-
ta, político y aristócrata que lleva el título de con-
de de Esteban Collantes.
No obstante pertenecer a familia ilustre y de
posición, D. Saturnino Esteban Collantes tuvo
siempre a la Prensa un gran cariño y fué un verda-
dero periodista, de gran entusiasmo y de feliz in-
260 LEÓN ROCH
genio. En su juventud concurrió a la tribuna de la
Prensa en el Congreso, en unión de otro simpático
periodista y aristócrata, fraternal camarada y ami-
go suyo, D. Carlos Frígola y Palavicino, luego
barón del Castillo de Chirel, fallecido hace algunos
años, que era entonces redactor de El Tiempo, del
conde de Toreno; con Nilo Fabra, fundador de la
Agencia de su nombre; el ingenioso Leandro Pérez
Cossío, déla famosa «cuerda granadina», que había
estado en La España y a la sazón escribía en La
Correspondencia, y otros distinguidos periodistas.
Era entonces Esteban CoUantes redactor de El
Eco de España, que más tarde dirigió. Fué también
director de La Integridad de la Patria, diario, como
aquél, y colaboró en los semanarios satíricos El
Mosquito, La Gorda y El Tío Caniyitas, lo cual le
valió alguna vez cierta cariñosa predilección de la
célebre «partida de la porra», que le tundió a
polpes.
La etapa de su vida de periodista que más enva-
nece a D. Saturnino es la de Las Ocurrencias, dia-
rio político que dirigió y en el cual implantó aque-
lla feliz innovación de los <monos» o ilustraciones,
que tanta trascendencia había de tener. Realmen-
te puede estar orgulloso de ella el conde periodis-
ta, porque la invención tuvo gran fortuna. Toda la
Prensa madrileña imitó al ejemplo y las ilustracio-
nes fueron desde entonces y siguen siendo elemen-
to indispensable del periódico moderno. Los que
menos, las utilizaron para embellecer sus suplemen-
tos literarios y números extraordinarios.
También La Época introdujo las ilustraciones en
75 AÑOS DE PERIODISMO 261
SUS columnas, y durante algún tiempo las intercaló
en su texto, usando, como todos, los grabados en
madera primero, la zincografía después, y por últi-
mo, el fotograbado. Después los empleó en los nú-
meros extraordinarios que publicó con frecuencia,
como los dedicados a conmemorar bodas Reales,
los centenarios del Dos de Mayo, de Zaragoza y
de Trafalgar, los de las bodas de oro y de diaman-
te y otros acontecimientos. En los comienzos del
año 1909, durante varios meses, publicó La Época
unos suplementos de arte, profusamente ilustra-
dos, como ahora publica sus hojas literarias de
<La Época del domingo>.
El ilustre conde periodista, a pesar de los años
transcurridos y de su posición en la sociedad, no
ha perdido su cariño y entusiasmo por el periodis-
mo y los periódicos. Después de aquellas andan-
zas juveniles, colaboró en La Época y en Gente
Vieja, el popular semanario de D. Juan Valero de
Tornos, y entonces y siempre tuvo a los periodis-
tas por sus mejores amigos. Buena prueba de ello
aquellas grandes comidas con que obsequiaba el
día de San Saturnino a los que fueron sus compa-
ñeros, las cuales se suspendieron hace pocos años
por la muerte de la bondadosa esposa de Este-
ban Collantes.
Por la mesa de éste desfilaron en aquellas co-
midas, que el ingenio, el talento y la gracia de los
comensales hicieron inolvidables, D. José Echega-
ray, el insigne dramaturgo; D. José Canalejas, el
malogrado político, villanamente asesinado; Castro
y Serrano, el ingenioso poeta Manuel del Palacio,
262 LEÓN ROCH
Antonio Grilo, el cantor de las ermitas; el culto
cronista Kasabal, D. Francisco Silvela, el maestro
Perreras, el amenísimo Lustonó, el ilustre don
Isidoro Fernández Flórez, Fernanflor; D. Andrés
Mellado, el conde de Casa-Sedano, Ricardo de la
Vega, el gran sainetero; el periodista cocinero Án-
gel Muro, el barón del Castillo de Chirel, Miguel
Moya, Valero de Tornos, Alfredo Vicenti, Rodrí-
guez Correa, Ortega Munilla, Julio Burell, Eusebio
Blasco, Miguel de los Santos Alvarez, Julio Var-
gas, Javier Betegón, Luis Moróte y muchos más.
Todos éstos han desaparecido ya. Aun viven de
entre los comensales de Esteban Collantes, el ex
ministro Francos Rodríguez, el octogenario D.Juan
Pérez de Guzmán, D. Eugenio Selles, el marqués
de Valdeiglesias, D. Leopoldo Cano.Luca de Tena,
López Ballesteros, Rodríguez Escalera, Ángel Ma-
ría Castell, Leopoldo Romeo y algunos más.
El ilustre e ingenioso político, que fué subsecre-
tario de la Presidencia, con Cánovas del Castillo,
y al cabo de tantos años de batallar en la Prensa
y en el Parlamento, logró, al fin, su aspiración le-
gítima de ser ministro de la Corona, sigue mere-
ciendo el afecto y la simpatía de los periodistas,
en justa correspondencia al cariño que él conserva
al periodismo, su gran pasión de los años mozos.
Entre los periódicos que iniciaron la gran trans-
formación moderna de nuestra Prensa, debe ser
citado en primer término El Imparcial, fundado el
16 de marzo de 1867 por D. Eduardo Gasset y
75 AÍSOS DE PERIODISMO 263
Artime, y del que fueron redactores D. José Eche-
garay, Mariano Araus, Isidoro Fernández Flórez,
Castro y Blanc, Manuel Fernández Martín, Julio
Vargas, Rafael García Santisteban, Ortega Munilla,
Mariano de Cavia, Manuel Troyano y otros insignes
escritores y periodistas. Desde sus primeros tiem-
pos, El Imparcial ofrece la fisonomía de un gran
periódico moderno, nutrido de información nacio-
nal y extranjera y de excelente colaboración. Sus
hojas literarias de los lunes, que dirigió Fernanflor
y luego Ortega Munilla, representaron una innova-
ción interesantísima para los literatos.
Una grave escisión en la Redacción de El Impar-
cial á\6 lugar, hace cuarenta y cinco años, al naci-
miento de El Liberal, que fundaron Fernández
Flórez, Mariano Araus y otros compañeros, y por
cuya Redacción pasaron también tantas prestigio-
sas figuras del periodismo, como el inolvidable don
Miguel Moya. Para el periódico de Gasset y Arti-
me fué aquel un momento difícil, en el cual La
Época y algún otra colega le prestaron la valiosa
ayuda de sus elementos. Pero el ilustre D. Eduar-
do Gasset, muerto el 20 de mayo de 1884, pudo
tener la satisfacción de ver consolidada su obra y
alcanzando una tirada hasta entonces no conocida
en la Prensa madrileña.
Merecen ser citados también en los anales de
nuestro progreso periodístico El Tiempo, de Sil-
vela, que dirigió Guillermo Ranees, marqués de
Casa Laiglesia; El Nacional, que dirigió el gran
periodista Adolfo Suárez de Figueroa, y El Globo,
fundado por Castelar hace cuarenta y nueve años»
264 LEÓN ROCH
y en el que hicieron sus primeras armas tantas
personalidades eminentes del periodismo y de las
letras, como el malogrado Navarro Ledesma. En
sus últimos tiempos dirigieron El Globo, adquirido
entonces por el conde de Romanones, los ilustres
periodistas Francos Rodríguez y Baldomcro Ar-
gente, que han sido luego directores del Heraldo
y ministros de la Corona.
De la Prensa de aquel tiempo han desaparecido
La Iberia, el famoso periódico de Sagasta y Calvo
Asensio, que fué un ideal para los periodistas de
la época y que aun se oye pregonar en los días de
sorteo, con la lista de la Lotería. Recientemente
fué resucitada La Iberia en un lamentable y dolo-
roso ensayo, para explotar la causa alemana du-
rante la guerra europea. También desaparecieron
El Correo, que dirigió tantos años el inolvidable
maestro Perreras, y que murió en manos de Ur-
záiz; El Correo Español, órgano de los carlistas, y
El País, órgano republicano, que fundó D. Anto-
nio Catena y que dirigió últimamente el gran pe-
riodista Roberto Castrovido.
Los radicales no han tenido nunca buena mano
para fundar periódicos, lo cual demuestra el esca-
so arraigo de sus ideas en el país. Cuantos ensa-
yos hicieron han fracasado. Al dejar la dirección de
El País, Alejandro Lerroux fundó, con el doctor
Ezquerdo, entonces jefe del partido progresista, El
Progreso, y aquel periódico desapareció al poco
tiempo. Después creó Lerroux su semanario Pro-
greso, especie de barricada, desde la cual realizó
la conquista del Paralelo. Más recientemente fun-
75 AÑOS DE PERIODISMO
265
dó el jefe radical sus periódicos El Intransigente y
El Radical, que tuvieron vida efímera. No tuvo
mejor fortuna Rodrigo Soriano con su España Nue-
va, muerta a los pocos años, reaparecida ha poco
D. Víctor Espinos Moltó,
CRÍTICO MUSICAL DE <La ÉpOCA»
con el título de Vida Nueva y vuelta a desaparecer.
Asimismo hay que citar, entre los periódicos des-
aparecidos, a La Justicia, órgano de D. Nicolás
Salmerón, que dirigió D. Rafael Altamira; El Día^
del marqués del Riscal, resucitado, como La Iberia^
en un desdichado ensayo para explotar la genero-
"266 LEÓN ROCH
sidad de la propaganda alemana; El Estandarte,
del conde de Casa Sedaño; La Monarquía, que di-
rigió Javier Betegón; La Unión Católica, tribuna
periodística del maestro Ortí y Lara, que lo diri-
gió, y El Resumen, otro buen periódico en el que
laboraron Adolfo Suárez de Figueroa, antes de
fundar El Nacional', el cronista Kasabal, D. José
Gutiérrez Abascal, que luego dirigió el Heraldo de
Madrid, y Joaquín Dicenta.
De la Prensa contemporánea de El Imparcial
existe el Diario de la Marina, que tiene cincuenta
y cinco años y ha pasado por muchas vicisitudes.
Como periódico militar más antiguo sigue a éste
La Correspondencia Militar, de Julio Amado, que
antes perteneció a D. Diego Fernández Arias, fun-
dado hace cuarenta y siete años, y más modernos
ion El Ejercito Español, de Rafael Esbry, que tie-
ne treinta y seis años, y Ejército y Armada, con
"Veinte.
Marcó nueva y brillante etapa en el progreso de
la Prensa Heraldo de Madrid, creado por el insig-
ne Canalejas, que ya tiene treinta y dos años de
vida. Al aparecer este periódico, con su forma
modernísima, su primorosa confección, sus ilustra-
ciones y sus numerosos colaboradores, alcanzó una
popularidad extraordinaria, no igualada hasta en-
tonces. Fué la obra feliz de tres grandee periodis-
tas: Augusto Suárez de Figueroa, Julio Burell y
Salvador Cañáis. Pero no se debe despojar al fun-
dador de su parte de gloria, porque Canalejas era
también un gran periodista. Los plumíferos de aquel
tiempo veían en el Heraldo el más bello modelo, y
75 AÑOS DE PERIODISMO 267
y muchos periódicos de provincias imitaron su
forma.
Al separarse del Heraldo Figueroa, fundó, con
el conde de Romanones, hace veintiún años, el
Diario Universal; pero en éste no nos enseñó el
maestro nada nuevo. Julio Burell fundó el Nuevo
Heraldo, que tuvo efímera vida, y Salvador Cañáis
pasó a El Nacional.
Más adelante hizo un feliz ensayo de diario ilus-
trado el insigne periodista Julio Burell, que publicó
El Gráfico; pero la simpática empresa no tuvo éxi-
to. Otro ensayo malogrado fué el de Las Noveda-
des, de Domingo Blanco, como lo fueron luego el
diario La Noche, fundado por el malogrado com-
positor Vicente Lleó, entonces en pleno esplendor
de su empresa de Eslava, y el Hoy, un periódico
de grato y moderno aspecto, obra del buen perio-
dista Gómez Hidalgo.
De la Prensa madrileña actual, figuran entre los
periódicos más antiguos, después de los citados. El
Socialista, también modernizado, al convertirse en
diario, que tiene treinta y ocho años, y El Univer-
so, dirigido por el ilustre maestro D. Rufino Blan-
co, fundado hace veinticuatro. Merecen un grato
recuerdo el periódico España, aparecido el 21 de
enero de 1904, que dirigió D. Manuel Troyano, al
separarse de El Imparcial, y en el que Azorín con-
quistó su máxima popularidad, haciendo su peor
literatura, y El Español, creado en 1900, y que di-
rigió Sánchez Guerra.
El ilustrado colega ABC, que sigue en anti-
güedad, con sus diecinueve años de existencia, se-
268 LEÓN ROCH
ñala otro gran progreso de la Prensa madrileña.
Su forma manuable y cómoda fué una trouvaiUe de
D. Torcuato Luca de Tena, después del primer
ensayo. Pero su crédito y popularidad se deben
también a sus ilustraciones, a una confección es-
merada y a una copiosa colaboración. La buena
fortuna que con él tuvo Luca de Tena, como tam-
bién en Blanco y Negro, la notable revista, que fué
su primer ensayo, no se repitió con Ecos, diario de
la noche, desaparecido a poco de nacer.
La obra periodística fundamental de Luca de
Tena, que tendrá que ser recordada siempre con
elogio y admiración, es el ^4 5 C. Jamás periódico
alguno llegó en la Prensa madrileña a alcanzar ti-
radas tan fabulosas, ni publicidad tan enorme, que
lleva a las cajas de aquel periódico millones de pe-
setas en un año. Tampoco logró ningún periódico
tan grandes perfeccionamientos en el arte gráfico.
ABC estudió en España y en el extranjero todas
las novedades, todas las invenciones, cual la mo-
dernísima del huecograbado, y todos los perfec-
cionamientos, y los implantó en su casa, sin repa-
rar en gastos, hasta lograr el triunfo. Así se ha
hecho e\ A B C, por la voluntad tenaz de un hom-
bre, con el concurso de muchos periodistas y es-
critores ilustres, y A B C es un periódico que hon-
ra y enaltece en alto grado a la Prensa española.
Cuantas personalidades eminentes del globo pasan
por Madrid, van a visitar aquel pequeño mundo
de A B C, en el que se agita un ejército de inteli-
gentes obreros, y todos reconocen que el gran pe-
riódico español está a la altura de los primeros
75 AÑOS DE PERIODISMO 269
periódicos de París, de Nueva York, de Buenos
Aires y de Londres.
En el orden cronológico siguen al periódico de
Luca de Tena El Siglo Futuro, que en su segunda
época ha cumplido dieciséis años; El Mundo, fun-
dado por Santiago Mataix, y La Prensa, de Ramón
Melgares, que han entrado en el diecisiete, y El
Debate, que lleva trece.
Página interesante de la vida periodística ma-
drileña, que merece ser recordada, porque repre-
senta una modalidad sin precedente, fué la crea-
ción de la Sociedad Editorial de España, fundada
el 30 de abril de 1900. En ella entraron El Impar-
cial, El Liberal y Heraldo de Madrid, que acababa
de aquirir la empresa de este último, y los Libera-
les de provincias, siendo los factores principales
D. Miguel Moya y D. Antonio Sacristán. Pero la
Sociedad así constituida fracasó pronto, retirán-
dose de ella El Imparcial. La entidad continuó
funcionando con el mismo nombre y los demás
componentes, algunos de los cuales desaparecie-
ron o se disgregaron más tarde.
Este recuerdo nos hace evocar otra página muy
interesante de nuestra vida periodística, la más
importante acaso de los últimos tiempos en el or-
den social y profesional. Nos referimos al movi-
miento sindicalista que estalló en diciembre de
1919 y que produjo sus más graves daños en los
dos grandes diarios que quedaban a la Sociedad
270 LEÓN ROCH
Editorial de España El Liberal y Heraldo de Ma-
drid. El movimiento sindicalista, con los graves
disgustos que ocasionó, fue la causa de la muerte
del ilustre Moya en 19 de agosto del año siguiente,
a la que han seguido otras vicisitudes de los dos
grandes diarios. La huelga sindicalista abortó como
desmedrado fruto un periodiquito que se tituló
Nuestro Diario, y que duró, por fortuna, muy pocos
días.
Como consecuencia de la huelga sindicalista se
produjeron dos graves escisiones en la redacción
de El Liberal y Heraldo de Madrid. El grupo
separado del primero — he aquí como la historia se
repite — , con Luis de Oteyza a la cabeza, fundó el
periódico La Libertad, que alcanzó un gran éxito,
y que en los cinco años que tiene de existencia ha
consolidado su posición. No acompañó la misma
fortuna al grupo de redactores separados del
Heraldo, cuyos ensayos, resucitando el Nuevo He-
raldo y luego Hoy, fueron completos fracasos. Re-
cientemente un pequeño grupo separado de La
Libertad hizo un lamentable ensayo periodístico,
fundando el Diario del Pueblo, que resultó un feto
con vida para tres días.
Durante los últimos años se publicaron otros
muchos periódicos de vida efímera, especialmente
en la época de la gran tragedia europea, en la que
se crearon algunos para defender a Alemania. Me-
recen grata recordación La Mañana, de D. Luis
Silvela, el actual alto comisario en Marruecos; El
Fígaro, un excelente diario ilustrado, que dirigió
Ibáñez de Ibero; La Jornada y El Pensamiento Es-
75 AÑOS DE PERIODISMO 271
pañol, que fundó el Sr. Vázquez de Mella, recor-
dando el de Navarro Villoslada. También pertenece
a los últimos tiempos La Nación, que dirigió Pola-
vieja, creado únicamente para defender la causa
alemana durante la gran guerra. Más reciente es la
nueva y fracasada resurrección de El Tiempo, por
D. Fernando Melgarejo. También fracasó el diario
militar Marte, creado por D. Diego Fernández
Arias.
Los últimos jalones de la moderna transforma-
ción de la Prensa diaria madrileña fueron senta-
dos por La Tribuna, el periódico fundado por Milá
y Camps, y dirigido por Salvador Cánovas Cervan-
tes, que ha sufrido distintos cambios y suspensio-
nes, y ha entrado en el año 12 de su publicación,
dirigido ahora por Gallo de Renovales; La Acción,
el periódico de Delgado Barreto, que ya cuenta
ocho años; El Sol, fundado por el ilustre ingeniera
D. Nicolás María de Urgoiti, y dirigido ahora por
el notable periodista Félix Lorenzo, que ha cum-
plido siete años y representa una nueva modalidad
en el arte de hacer y confeccionar periódicos; La
Voz, otro admirable periódico, con cuatro años de
existencia, fundada también por Urgoiti y dirigido
por el buen periodista y escritor Fabián Vidal, e
Informaciones, creado por Leopoldo Romeo, com-
prado por D. Rafael Barón y dirigido ahora por
el notable periodista Augusto Vivero, que ya ha
cumplido su primer año.
Los últimos ensayos periodísticos realizados son
£/ A^oíic/ero, fundado el martes 19 de junio de 1923,^
y que rápidamente ha desaparecido, y La Opi-
272 LEÓN ROCH
nión, periódico de agradable aspecto, que apareció
fundado por el Sr. García Revenga y dirigido por
D. Manuel Aznar, bajo la gerencia de D.Julio Ro-
meo, y que actualmente dirige el concejal D. Anto-
nio López Baeza.
No hemos de poner término a estos párrafos
sin consignar otro hecho de gran interés para la
vida de la Prensa, y digno de eterna recordancia y
gratitud para los periodistas. Queremos referirnos
a la aplicación de la ley del Descanso dominical a
los periódicos; reforma justiciera y benéfica, que
ha permitido a los «chicos de la Prensa>, a los hu-
mildes, a los que trabajan de verdad, descansar un
día, después de seis jornadas de rudo y molesto
trabajo. El 15 de enero de 1920 fué firmado el de-
creto correspondiente, y el ministro de la Gober-
nación que lo refrendó fué el ilustre catedrático
D.Joaquín Fernández Prida, para quien todo perio-
dista, agradecido al bien que recibiera, tendrá
siempre un recuerdo grato y una alabanza justa.
Más de tres años han transcurrido de la implanta-
ción de la reforma, y arraigada ya ésta en las cos-
tumbres periodísticas, difícil será que desaparezca
o se modifique, aunque haya algunos tenaces ele-
mentos que lo procuren. Los periodistas deben
oponerse con energía y decisión a todo intento de
modificación en el descanso dominical, con el fir-
me propósito de que permanezca intangible su
«conquista>. Gracias a ésta descansan un día cada
semana los obreros intelectuales del periódico, que
no deben ser de peor condición que los demás;
de otro modo, descansarían quizás algunos, pero
75 AÑOS DE PERIODISMO 273
otros muchos, los más acaso, seguirían amarrados
a su galera, sin gozar un solo día de libertad ma-
terial y espiritual.
El gran progreso realizado en no largo espacio
de tiempo por la Prensa madrileña se advierte más
rápidamente y en más alto grado en las revistas
ilustradas, en las cuales se refleja admirablemente
la revolución operada en las artes gráficas. En
unos cuantos años esta Prensa artística se ha co-
locado a la altura de la de los países más adelan-
tados del mundo, y nada tiene que envidiar a las
buenas revistas inglesas, francesas y americanas.
En el período a que nos referimos, la Prensa
festiva y satírica estuvo dignamente representada
por Madrid Cómico, el semanario de Sinesio Del-
gado, que alcanzó tan extraordinaria popularidad,
y Gedeón, la revista famosa, creada por ingenios
tan peregrinos como Navarro Ledesma, Antonio
Palomero, Royo Villanova y José de Roure, los
cuatro desaparecidos en edad temprana, y el ad-
mirable caricaturista Sileno. Madrid Cómico, en el
que lograron justa fama dibujantes tan gracio-
sos como el malogrado Mecachis, Cilla y Melitón
González y tantos escritores de ingenio, fué el ideal
para los literatos jóvenes de su tiempo y el sema-
nario predilecto del público. Otros periódicos fes-
tivos excelentes hubo, como el Don Quijote, de
Eduardo Sojo, que dirigió luego un literato tan
exquisito como Miguel Sawa, pero ninguno logró
18
274 LEÓN ROCH
alcanzar el éxito y la popularidad de Madrid Có-
mico y de Gedeón, excepto El Mentidero, la famo-
sa revista de Delgado Barreto.
Pasó la época de aquellas revistas, porque cam-
biaron los gustos del público, señor y tirano de
artistas y plumíferos, siempre olvidadizo e ingrato,
y los semanarios festivos y satíricos desaparecie-
ron para no volver más. A sustituirles vino en la
preferencia del público la moderna Prensa gráfica,
que ha realizado una transformación completa y
admirable. Tan completa, que hasta la tradicional
y venerable Ilustración Española y Americana, la
prestigiosa revista de D. Abelardo de Carlos, pe-
reció en el naufragio de las cosas viejas.
En la historia de la Prensa gráfica española, La
Ilustración ha de ocupar un capítulo de honor.
Representó en su tiempo, sobre el Semanario Pin-
toresco y el Museo de las Familias, un gran paso de
avance y llenó un largo período de transición en-
tre aquellas viejas revistas y la moderna Prensa
ilustrada. Todo el arte de la época estuvo repre-
sentado en las páginas de La Ilustración, y fuera
ingrato negar a ésta la gran influencia que ejerció
en la educación y en la cultura del público. En ella
publicaron sus dibujos los más notables artistas de
aquel tiempo, y colaboraron los literatos, los histo-
riadores, los críticos y los poetas más famosos.
Merced a ello logró el extraordinario crédito y la
verdadera popularidad que gozó en España y en
América. En los últimos años de su publicación,
sus números corrientes y los extraordinarios de
primeros de año, que constituían interesantísimos
75 AÑOS DE PERIODISMO 275
libros, eran una digna representación de los pro-
gresos de las artes gráficas.
Dos popularísimas revistas iniciaron la transfor-
mación: Blanco y Negro, fundada por el Sr. Luca
de Tena, y Nuevo Mundo, creada por el ilustre
pedagogo y periodista D. José del Perojo. La pri-
mera, verdadera ilustración popular, después de
varias reformas, fué como una revelación, que en
un momento alcanzó extraordinario éxito, exten-
diéndose por todas las provincias. La segunda, que
también ha experimentado muchas reformas y no
pocas vicisitudes, fué la revista popular por exce-
lencia, y alcanzó, como Blanco y Negro, tiradas
enormes. El Sr. Perojo publicó también la revista
mensual Por Esos Mundos, verdadero magazin, muy
interesante, que vivió algunos años.
La actual Sociedad «Prensa Gráfica», que edita
Nuevo Mundo, publica también la popularísima
revista Mundo Gráfico, la magnífica titulada La
Esfera, ilustración artística de singulares méritos,
y Elegancias, otra revista admirable, que ha empe-
zado a publicarse recientemente y que merece al-
canzar un gran éxito. Todas estas revistas, cada
una en su clase, como también Blanco y Negro, son
títulos de honor de la Prensa española y una gran
ejecutoria de progreso para las artes gráficas de
nuestra Patria, y las personalidades que las dirigen
y confeccionan, el ilustr e Francisco Verdugo, Ma-
riano Zavala, el hombre de confianza del llorado
Perojo; el gran fotógrafo Campúa, el buen perio-
dista Augusto Barrado, y algunos más, merecen ser
admirados por el colosal esfuerzo que realizan.
276 LEÓN ROCH
Al mismo tiempo que se publicaban, en pleno
éxito, esas magníficas revistas, se hicieron otros ad-
mirables ensayos, que no lograron la misma fortu-
na. Merecen ser citadas por su esmero, su arte y su
lujo, Mundial, hermosa revista, que nada tenía que
envidiar a las mejoras extranjeras; Voluntad y Sa-
lud, magníficas también, que representaban un ex-
traordinario alarde; Gran Mundo, que dirigió el
simpático Jordán de Urriesflomillares), Actualida-
des, Gente Menuda, primera revista para niños, que
también dio a luz el Sr. Luca de Tena. Las revis-
tas teatrales no lograron nunca alcanzar el éxito;
se hicieron ensayos notables por el ilustre Perojo,
por Antonio Asenjo, el admirable sainetero; Con-
iferas Camargo y alguno más; pero todos ellos
resultaron fracasados. La misma mala fortuna
acompañó a las revistas de salones aristocráticos;
todos los ensayos que se hicieron fracasaron dolo-
rosamente, y solamente una publicación de esta
índole ha logrado el éxito y se ha consolidado: la
revista Vida Aristocrática, que publica y dirige el
notable crpnista D. Enrique Casal (León Boyd),
tan estimado en la sociedad madrileña, y de la que
es redactor-jefe el distinguido escritor y poeta don
Guillermo Fernández Shaw. Vida Aristocrática es
también una publicación que enaltece a nuestra
Prensa ilustrada. Recientemente ha comenzado a
publicarse La Ilustración Universal, admirable-
mente editada y confeccionada a todo lujo, con
planas en color, que es un verdadero primor.
No hemos de hablar aquí de las revistas profe-
sionales, que se publican en extraordinario número
75 AÑOS DE PERIODISMO 277
y son una digna representación de nuestra Prensa
semanal, porque esto nos llevaría demasiado lejos;
ni de las revistas mensuales de carácter literario,
en las que se hicieron ensayos tan interesantes
como La Lectura, de Francisco Acebal, que vivió
algunos años, y Cosmópolis, de Gómez Carrillo,
que solamente existió algunos meses. Tampoco las
revistas de este carácter lograron fortuna en nues-
tro mercado periodístico. Actualmente se publican
Nuestro Tiempo, que dirige el ilustre Salvador Ca-
ñáis; Raza Española, notabilísima revista, dirigida
por la admirable escritora doña Blanca de los Ríos,
y Revista de Occidente, que ha empezado a publicar
el sabio catedrático D. José Ortega y Gasset.
Por nuestro natural dulce y benévolo, al cerrar
este trabajo, deseando salud y paz a nuestros cole-
gas actuales, lamentaríamos la pérdida de los que
desaparecieron. Pero a la par somos un poco fata-
listas, y creemos que cuanto sucede ocurre porque
debe suceder. En esto, como en todo, los hechos
se imponen con su fuerza irresistible y lógica. De-
jemos, pues, que los muertos descansen...
EFEMÉRIDES Y RECUERDOS
El último cuarto de siglo ha sido dolorosamente
fecundo en sucesos importantes y trascendentales,
así en el extranjero como dentro de nuestro país.
De algunos de ellos hemos de apuntar el recuerdo,
por lo que tiene de interesante y curioso, ya que a
evocaciones de ese lapso de tiempo está consagra-
do este libro, al mismo tiempo que recordamos
otros hechos que sólo afectan a España y a nues-
tras particulares afecciones.
En la vida exterior, el hecho más extraordinario
y terrible, sin precedente de tan trágica grandeza
en la historia de la Humanidad, ha sido la guerra
europea de 1914, acaso la más espantosa confla-
gración que vieron los siglos. De ella se derivaron
consecuencias de extrema gravedad y trascenden-
cia para todos los pueblos, tan importantes como
las gigantescas batallas libradas, y aun más doloro-
sas y horribles porque no tuvieron la grandeza de
aquélla.
Dentro del limitado círculo de la vida nacional,
se han registrado las varias campañas de Marrue-
cos, que culminan en la espantosa tragedia del de-
280 LEÓN ROCH
rrumbamiento de la Comandancia de Melilla, en
julio de 1921; las luchas sanguinarias del terroris-
mo barcelonés, que con distintos aspectos y carac-
teres se extienden a casi todo ese tiempo; las cam-
pañas antipatriotas del catalanismo, que es otro
terrorismo incruento, con sus etapas de la solida-
ridad, la Mancomunidad y la Asamblea de parla-
mentarios; huelgas revolucionarias, la más impor-
tante de las cuales fué la de 1917, vencida con
gran energía por el Gobierno de Dato y Sánchez
Guerra; las campañas de desprestigio de las Juntas
de defensa y alentados brutales y trágicos. El más
espantoso y emocionante de éstos fué el del 31 de
mayo, en la calle Mayor, en la ocasión solemne de
las bodas del Rey Don Alfonso XIII.
He aquí algunos de los recuerdos y efemérides
que tenemos anotados:
Año de 1898:
19 de mayo. — Muerte del gran político inglés
Gladstone.
10 de diciembre. — Firma del Tratado de paz en-
tre los Estados Unidos y España.
1899:
16 de febrero. — Muerte del Presidente de la Re-
pública francesa M. Félix Faure.
25 de mayo. — Muere el insigne orador español
D. Emilio Castelar.
1900:
29 de julio. — Asesinato del Rey Humberto de
Italia por el anarquista Bresci.
75 AÑOS DE PERIODISMO 281
23 de septiembre. — Muerte del insigne capitán
general D. Arsenio Martínez de Campos.
190!:
22 de enero. — Muerte de la gran Reina Victoria
de Inglaterra.
11 de febrero. — Muerte del ilustre poeta D. Ra-
món de Campoamor.
14 de febrero. — Boda de la Princesa de Asturias
Doña María de las Mercedes, hermana del Rey
Don Alfonso XIII, con el Infante Don Carlos de
Borbón-Sicilia.
11 de agosto. — Muerte del famoso político ita-
liano Francisco Crispí.
6 de septiembre. — Atentado contra el Presiden-
te de los Estados Unidos, Mackinley, muerto el
día 13.
28 de noviembre. — Muerte del ilustre repúblico
D. Francisco Pi y Margall.
1902:
17 de abril. — Muerte del Rey Don Francisco de
Asís, en Epinay.
17 de mayo. — Declaración de la mayoría de edad
del Rey Don Alfonso XIII.
23 de mayo. — Creación de la Orden civil de Al-
fonso XIII.
1903-
5 de enero. — Muerte del famoso político don
Práxedes Mateo Sagasta, jefe del partido liberal.
282 LEÓN ROCH
8 de febrero. — Muerte del ex ministro conser-
vador duque de Tetuán.
28 de febrero. — Muerte de D. Laureano Figue-
rola, ex Presidente de la República española.
2 de junio. — Muerte del ilustre poeta D. Gaspar
Núñez de Arce.
11 de julio. — Asesinato del Rey Alejandro de
Servia y de la Reina Draga.
20 de julio. — Muerte del insigne Pontífice
León XIII.
21 de diciembre. — Muerte del ex ministro y ex
redactor de La Época D. Carlos Navarro Rodrigo.
1904:
1.° de enero. — Muere el ilustre periodista Au-
gusto Suárez de Figueroa.
7 de febrero. — Se rompen las hostilidades entre
Rusia y el Japón, en la sangrienta guerra de la
Mandchuria.
15 de marzo. — Entrevista del Emperador Gui-
llermo II de Alemania con el Rey de España, en
Vigo, a bordo del acorazado Principe Federico.
9 de abril. — Muerte de la Reina Isabel II, en
París.
11 de agosto. — Muerte del famoso político fran-
cés M. Waldeck Rousseau.
17 de octubre. — Muerte de la Princesa de Astu-
rias Doña María de las Mercedes, hermana del Rey
Alfonso XIII.
1905:
18 de marzo. — Homenaje nacional al insigne
75 AÑOS DE PERIODISMO 283
dramaturgo D. José Echegaray, por haberle sido
concedido el premio Nobel de 1904.
8 de abril. — Catástrofe del hundimiento del ter-
cer depósito del Canal de Isabel II.
D. Guillermo Fernández Shaw,
REDACTOR DE <La EpOCA> Y APLAUDIDO AUTOR DRAMÁTICO
29 de mayo. — Muerte del insigne político con-
servador D. Francisco Silvela.
31 de mayo. — Atentado contra el Rey Don Al-
fonso XIII de España, en la rué de Rivoli de
París.
23 de octubre. — Visita del Presidente de Fran-
cia, M. Loubet, a Madrid.
284 LEÓN ROCH
191)6:
12 de enero. — Boda de la Infanta María Teresa,
hermana del Rey Don Alfonso XIII, con el Infante
Don Fernando de Baviera, hijo de la Infanta Doña
Paz.
16 de enero. — Se reúne la Conferencia de Alge-
ciras sobre Marruecos, que terminó sus trabajos
con la firma del Acta de 31 de marzo.
17 de enero. — Elección del Presidente de la Re-
pública francesa, M. Fallieres.
3 de marzo. — Muere el ilustre político conserva-
dor D. Francisco Romero Robledo.
12 de marzo. — Visita de los Reyes Don Carlos
y Doña Amelia de Portugal a Madrid.
30 de abril. — Se crea la Sociedad Editorial de
España, entrando en ella El Imparcial, El Liberal
y Heraldo de Madrid.
31 de mayo. — Bodas de los Reyes Don Alfon-
so XIII de España y Doña Victoria Eugenia de
Battemberg, y atentado de Mateo Morral, en la
calle Mayor.
23 de junio. — Muere el político liberal D. Juan
Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, duque de
Almodóvar del Río, iniciador de la Conferencia de
Algeciras.
(En este año le fué concedido el premio Nobel
para las Ciencias al insigne sabio español doctor
D. Santiago Ramón y Cajal.)
1907:
20 de marzo, — Visita del Rey de Sajonia, Fede-
rico Guillermo, a Madrid.
75 AÑOS DE PERIODISMO 285
8 de abril. — Entrevista del Rey Eduardo VII de
Inglaterra y el Rey de España en Cartagena.
10 de mayo. — Nacimiento de S. A. R. Don Al-
fonso de Borbón y de Battemberg, Príncipe de As-
turias.
1908:
10 de febrero. — Asesinato en Lisboa del Rey
Carlos de Portugal y del Príncipe heredero Don
Felipe.
23 de junio. — Nace S. A. R. el Infante Don
Jaime, hijo de los Reyes.
5 de octubre, — Proclamación de la independen-
cia de Bulgaria.
28 de diciembre. — Terribles terremotos en Italia,
con la destrucción de Reggio y Mesina.
1909:
22 de junio. — Nace S. A. R. la Infanta Doña
Beatriz, hija de los Reyes.
18 de julio. — Muerte del Pretendiente D . Car-
los de Borbón.
8 de noviembre. — Visita a Madrid del Rey Don
Manuel de Portugal.
17 de diciembre. — Muerte del Rey Leopoldo de
Bélgica.
1910:
1.° de mayo. — S. A. la Infanta Doña Isabel em-
prende su viaje a la República Argentina.
6 de mayo. — Muerte del Rey Eduardo Vil de In-
glaterra .
286 LEÓN ROCH
1911:
8 de febrero. — Muerte del insigne sabio español
D. Joaquín Costa.
25 de junio. — Se celebra en Madrid el Gran Con-
greso Eucarístico,
12 de diciembre. — Nace S. A. R. la Infanta Do-
ña Cristina, hija de los Reyes.
1912:
30 de septiembre. — Muerte de la malograda In-
fanta Doña María Teresa, hermana del Rey Don
Alfonso XIII.
12 de noviembre. — Asesinato del jefe del Go--
bierno D. José Canalejas, por el anarquista Par-
diñas.
1913:
17 de enero. — Elección del Presidente de la Re-
pública francesa M. Raymond Poincaré.
28 de enero. — Muerte del ilustre poUtico y elo-
cuente orador español D. Segismundo Moret.
19 de marzo. — Asesinato del Rey Jorge de
Grecia.
13 de abril. — Atentado contra el Rey de España,
por el anarquista Sancho Alegre, en la calle de
Alcalá.
20 de junio. — Nace S. A. R. el Infante Donjuán,
hijo de los Reyes.
7 de octubre. — Visita del Presidente de la Re-
pública Francesa, M. Poincaré, a Madrid.
19 de octubre. — Muerte del insigne orador, di-
75 AÑOS DE PERIODISMO 287
rector de la Real Academia Española de la Lengua»
D. Alejandro Pidal y Mon.
1914:
28 de junio. — Es asesinado en Sarajevo el ar-
chiduque Francisco Fernando, heredero de la Co-
rona de Austria-Hungría, dramático suceso, del
cual se derivan a poco los horrores de la tragedia
europea.
20 de agosto. — Muerte del Pontífice Pío X.
24 de octubre. — Nace S. A. R. el Infante Don
Gonzalo, hijo de los Reyes.
1915:
30 de mayo. — Muerte del ilustre político con-
servador, capitán general D. Marcelo de Azcá-
rraga.
1916:
14 de septiembre. — Muerte del ¡lustre drama-
turgo español D. José Echegaray.
21 de noviembre. — Muerte del Emperador Fran-
cisco José de Austria-Hungría.
1917:
14 de diciembre. — Muerte del ilustre catedráti-
co D. Gumersindo de Azcárate.
17 de diciembre. — Muerte del ex ministro con-
servador D. Fermín de Lasala, duque de Mandas.
1918:
26 de junio. — Asesinato del Zar de Rusia y de
la familia Imperial.
288 LEÓN ROCH
11 de noviembre. — Firma del armisticio para la
paz, después de la trágica guerra europea.
15 de diciembre. — Asesinato del Presidente de
la República portuguesa, Sidonio Paes.
1919:
21 de febrero. — Muerte del ilustre periodista y
político D. Julio Burell.
3 de junio. — Muerte del inolvidable político con-
servador D. Augusto González Besada.
17 de junio. — Muerte del ex ministro conserva-
dor D.Javier Ugarte.
28 de junio. — Firma del Tratado de paz de Ver-
salles.
1920:
2 de enero. — Muerte del insigne novelista espa-
ñol D. Benito Pérez Galdós.
17 de enero. — Elección del Presidente de la Re-
pública francesa M. Paul Deschanel, que poco des-
pués sufre un ataque de locura y tiene que abando-
nar el puesto.
5 de abril. — Estalla la revolución en Irlanda.
12 de julio. — Muere en Madrid la Emperatriz
Eugenia, condesa de Teba, viuda del Emperador
Napoleón III de Francia.
14 de julio. — Muerte del gran periodista español
Mariano de Cavia.
4 de agosto. — Es asesinado en Valencia por los
sindicalistas el ex gobernador de Barcelona don
Francisco Maestre Laborde, conde de Salvatierra.
19 de agosto. — Muere en San Sebastián el ilus-
75 AÑOS DE PERIODISMO 289
tre periodista D. Miguel Moya, director de El Li-
beral.
23 de septiembre. — Elección del Presidente de
la República francesa M. Millerand.
29 de noviembre. — Embajada del Infante Don
Fernando María de Baviera a Chile.
1921:
15 de enero. — Se declara la famosa huelga de
los empleados de Hacienda en España.
31 de enero. — Visita a Madrid de los Reyes
Carlos e Isabel de Bélgica.
8 de marzo. — Asesinato del ilustre político don
Eduardo Dato Iradier, jefe del Gobierno y del par-
tido conservador.
12 de mayo. — Muerte de la insigne novelista
doña Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo Bazán.
23 de mayo. — Muerte del ilustre general D. Fer-
nando Primo de Rivera, marqués de Estella.
21 de julio. — Primeros sucesos del trágico de-
rrumbamiento de la Comandancia de Melilla con
el desastre de Annual.
14 de noviembre. — Reunión de la Conferencia
del Trabajo en Washington.
15 de noviembre. — Muerte del ex ministro con-
servador marqués de Portago.
1922:
23 de enero. — Muerte del Pontífice Benedic-
to XV y del cardenal español D. Enrique de Alma-
raz, arzobispo de Toledo.
7 de febrero. — Elección de S. S. el Papa Pío XI.
19
290 LEÓN ROCH
1." de abril. — Muerte del destronado Emperador
Carlos de Austria.
9 de abril. — Homenaje nacional a los ¡lustres
actores María Guerrero y Fernando Díaz de Men-
doza.
13 de mayo. — Muerte gloriosa del heroico te-
niente coronel González Tablas, jefe de los Regula-
'res de Ceuta.
1." de agosto. — Visita a España del Presidente
de la República Argentina D. Marcelo de Alvear.
2 de agosto. — Muerte del sabio inventor Gra-
ham Bell.
22 de agosto. — Muerte del ¡lustre político y
hombre de ciencia marqués de Cerralbo.
28 de agosto. — Abdicac¡ón del Rey Constantino
de Grec¡a, arrojado del Trono por la Revolución,
y proclamación del Rey Jorge.
10 de octubre. — Visita del Shah de Persla a
Madrid.
9 de nov¡embre. — Se concede el premio Nobel
al ¡lustre dramaturgo español D.Jacinto Benavente.
16 de dic¡embre. — Asesinato del Presidente de
lá República de Polonia, Narutov^¡ez.
30 de d¡clembre, — Muerte del ¡lustre per¡od¡sta
y noveUsta español D.José Ortega Munllla.
1923;
3 de enero. — Muerte del Patriarca de las Indias
y obispo de S¡ón, D.Ja¡me Cardona y Tur.
11 de enero. — Muere el Rey Constantino de
Grec¡a.
75 AÑOS DE PERIODISMO
291
13 de enero. — Muerte del ¡lustre historiador y
arquitecto D. Vicente Lampérez y Romea.
15 de enero. — Muerte del ilustre político francés
M. Ribot.
27 de enero. — Son puestos en libertad los cauti-
vos españoles de Axdir.
2 de febrero. — Muerte del ilustre historiador
gallego D. Manuel Murguía.
13 de febrero. — Muere el sabio Roentgen, des-
cubridor de los rayos X.
22 de febrero.— Muerte
del famoso político fran-
cés M. Delcassé.
13 de marzo. — Muerte
del ilustre político con-
servador D.Manuel Allen-
desalazar, ex presidente
del Consejo de Minis-
tros.
26 de marzo. — Muere
la insigne trágica francesa
Sarah Bernhardt.
D. Francisco Pérez
Mateos,
SECRETARIO DE REDACCIÓN
DE «La Epoc»a.
UNA MEDALLA CONMEMORATIVA
Y UN RASGO DEL REY
Entre las cultas devociones artísticas del direc-
tor de La Época figura una gran afición a las me-
dallas, de las cuales posee una interesante colec-
ción, que poco a poco va ampliando y completando
con sus adquisiciones. De esta colección forman
parte no pocos ejemplares antiguos e históricos de
completa autenticidad. Muchas medallas son fran-
cesas, pues sabido es que en este arte, rama ex-
quisita de la escultura, llegaron los artistas de
Francia al más alto grado de perfección.
No podían ser adquiridas en el mercado artístico
muchas medallas antiguas y famosas, conmemora-
tivas de insignes hechos históricos, y para poder
seguir completando su colección incipiente tuvo el
marqués de Valdeiglesias que recurrir a las repro-
ducciones. Al efecto, entró en relaciones con un
notable artista, que cultiva esta especialidad con
singular acierto, el Sr. D. Tomás Bezares y Teu-
llet, cuyos trabajos son ya bien conocidos y esti-
mados.
294 LEÓN ROCH
La labor del medallista Bezares es sencillamente
prodigiosa. Reproduce admirablemente todas las
medallas que se le encargan, con el mismo exacto
tono de color, con la pátina que en ellas imprimie-
ra la acción del tiempo. Y llega al punto el prodi-
gio de que las medallas reproducidas por Bezares
se confunden con el original. ¿Puede darse mayor
acierto?
De esta noble aPción a las medallas de Valde-
iglesias y de las relaciones de éste con el artista
Bezares surgió la idea de acuñar una medalla de
bronce conmemorativa de las Bodas de Diamante
de La Época, La grata y honrosa efemérides bien
lo merecía, y el pensamiento, que el artista no ha
tardado en llevar a la práctica, fué indudablemente
acertado.
De modelar la medalla se encargó el joven y
notable escultor D. Enrique Cuartero y Huerta,
artista de gran inspiración, que tiene singulares
aptitudes como medallista. La medalla conmemo-
rativa del LXXV aniversario de la fundación de
La Época, de la que ofrecemos aquí una repro-
ducción, es un feliz acierto del escultor por la ori-
ginalidad de la idea y por el arte de la primorosa
ejecución. El Sr. Cuartero, que tiene como escul-
tor un brillante porvenir, lo aseguraría rápidamen-
te en Francia como medallista.
El vaciado y galvanización de la medalla corrió
a cargo de D. Tomás Bezares, y su trabajo ha teni-
do el mismo completo éxito que en toda su labor
alcanza. No hay el menor reparo que señalar en
él, y el efecto que produce es realmente admirable.
75 AfíOS DE PERIODISMO
295
Mide la medalla 10 centímetros y 7 milímetros
de diámetro, y la composición del Anverso es ver-
daderamente feliz, como original es su pensamien-
to. Muestra la figura del Periodismo, representado
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Medalla conmemorativa
DE las Bodas de Diamante de «La Época».
(anverso)
por un robusto arquero, que dobla la rodilla iz-
quierda y apoya ésta con firmeza en un pedestal
inconmovible, que es la Prensa. El brazo izquierdo,
extendido, sostiene el arco tenso, dispuesto para
disparar vigorosamente los dardos, y en él apo-
296 LEÓN ROCH
ya la mano derecha, la mano que escribe y prepa-
ra las nobles flechas, impulsada por la justicia y
el progreso, y dirigida por la inspiración, el ta-
lento y la prudencia. La mirada del arquero está
fija en un blanco invisible, pero de existencia real,
que es la conciencia de la Humanidad. Al costado
del arquero pende el carcaj, lleno de dardos. Estos
dardos que el Periodismo dispara sin descanso,
para cumplir su misión providencial, son las verda-
des universales: la Justicia, el Derecho, la Libertad,
el Amor, la Patria, la Caridad...
La figura del arquero, representativa del perio-
dismo, es de noble y gallarda apostura. Está traza-
da con singular vigor y corrección, y hace honor
al feliz pensamiento que le da vida. Alrededor de
ella corre la siguiente inscripción:
PVBLICOSE • EL • I • N.° EL I • DE • ABRIL •
DE MDCCCXLIX • BODAS • DE • DIAMANTES ABRIL •
MCMXXni •
En el pedestal que sostiene la firme figura del
arquero se lee: la época, y debajo mcmxxiii.
En el Reverso ostenta la medalla el busto-retra-
to, en bajo relieve, del director de La Época, mar-
qués de Valdeiglesias. El trabajo escultórico está
hecho con verdadero arte, y el retrato tiene gran
parecido. La inscripción que rodea el bajo relieve
dice:
ALFREDO • ESCOBAR ■ Y • RAMÍREZ • MARQUÉS • DE •
VALDEIGLESIAS
75 AÑOS DE PERIODISMO
297
Para poner término a estas páginas deseamos
recoger en ellas un simpático y amable rasgo de
S. M. el Rey, de los que son en él tan frecuentes,
para con La Época. El Monarca, que profesa gran
Medalla conmemorativa
DE LAS Bodas de Diamante de «La Época».
(reverso)
estimación al órgano conservador, el periódico que
con más constancia y entusiasmo defendió las ins-
tituciones monárquicas de nuestra Patria, y que es
uno de los que lee con más atención y asiduidad,
quiso honrarle con aquél, dándole una nueva prue-
ba de su consideración y afecto.
298 LEÓN ROCH
Con motivo de la publicación del número extra-
ordinario conmemorativo del LXXV aniversario
de la fundación de La Época, el jefe superior de
Palacio, marqués de la Torrecilla, dirigió la si-
guiente grata carta al director del periódico:
«Excelentísimo señor marqués de Valde-
iglesias.
Mi querido amigo: Cumpliendo el encargo que
me hacía usted en su amable carta tuve el honor
de entregar a Su Majestad el número extraordina-
rio publicado por La Época con motivo de sus
«Bodas de Diamante».
El augusto Señor lo examinó muy complacido, y
tuvo frases de sincero elogio para ese periódico,
que en su larga vida se ha inspirado siempre en los
más nobles ideales, siendo constante y decidido
defensor de las ideas monárquicas.
Su Majestad me manda que, al transmitirle su
afectuoso saludo, haga a usted presentes sus sin-
ceros votos porque en lo porvenir pueda continuar
La Época prestando tan relevantes servicios a la
Patria, y me encarga remita a usted, y así lo hago
con el mayor gusto, la adjunta fotografía, que de-
dica a ese periódico en el LXXV aniversario de su
fundación.
Sabe usted soy siempre suyo afectísimo y buen
amigo, q. 1. b. 1. m., Torrecilla.*
Con la carta anterior enviaba, en efecto, el jefe
superior de Palacio al marqués de Valdeiglesias un
75 AÑOS DE PERIODISMO 299
magnífico retrato del Soberano, de buen tamaño,
con cuya dedicatoria honraba Su Majestad a La
Época.
Viste Don Alfonso en el retrato uniforme de
Infantería, con las insignias de capitán general,
sosteniendo con la mano derecha sobre el cuerpo
el casco, con penacho de plumas. Sobre el pecho
ostenta el collar de la insigne Orden del Toisón de
Oro, la banda y placa del Mérito militar, con dis-
tintivo rojo; la placa de San Hermenegildo, la ve-
nera de las Ordenes militares y pasador con varias
medallas.
Al pie del retrato aparece la siguiente dedicato-
ria, de puño y letra del Monarca:
«A Z,a Época en el LXXV aniversario de su
fundación. — Alfonso XIII. — 1923.»
índice de artículos
Páginas
Anteportada 1
Portada 3
Bodas de Diamante de La Época 7
La fundación de La Época y su primer director. 17
Páginas dei cincuentanario. -Las Bodas de Oro
de La Época, por Alfredo Escobar 39
Un artículo de Cos-Gayón. — Recuerdos perio-
dísticos de hace cincuenta años, por Fernando
Cos-Gayón 45
Los escritores de La Época, por Joaquín Maldo-
nado Macanaz 53
Los lectores de periódicos (1849-1897), por Ka-
sabal 61
Bibliografía de La Época, por Juan Pérez de
Guzmán 69
El LXXV aniversario de La Época 87
Tres homenajes. — Del jefe del partido liberal
conservador, D. José Sánchez Guerra 89
De D. Joaquín Sánchez de Toca, presidente
del Senado 90
Del conde de Bugallal , presidente del Con-
greso 90
Pág-inas
El partido liberal -conservador, por Mariano
Marfil 95
La Época desde su nacimiento a las Bodas de
Oro, por Melchor Fernández Almagro 103
Algunos recuerdos del siglo pasado, por el mar-
qués de Valdeiglesias 117
La Época en la historia de la Literatura españo-
la, por Luis Araujo-Costa 127
La Época en el siglo XX. — La Redacción de 1898.
Nuestras Bodas de Plata. — Los que se fueron.
Un doloroso recuerdo. —Maldonado Macanaz.
Justo homenaje 149
La casa de La Época y la imprenta. — La crítica
y los críticos. — Cambios y mudanzas. — Am-
biente de fraternidad. - El símbolo del trabajo. 156
Los prohombres conservadores. — Los jefes de
partido y La Época. — De Cánovas a Sánchez
Guerra. — Silvela periodista. — Cooperadores y
colaboradores 167
Dinastía de periodistas. — D. Ignacio José Esco-
bar, D. Alfredo Escobar y Ramírez y D. José
Ignacio Escobar 177
Los redactores-jefes. — D. Eduardo Gómez de Ba-
quero; D. Jerónimo Bécker; D. Mariano Marfil;
D. Salvador Cañáis 202
Los redactores de ayer y los de hoy 220
Don Juan Pérez de Guzmán y los colaboradores
de La Época 235
La Prensa madrileña y sus progresos 251
Efemérides y recuerdos 279
Una medalla conmemorativa y un rasgo del Rey. 293
índices 301 a 305
Colofón 306
Libros del autor .... 307
índice de retratos y grabados
Páginas
S. M. el Rey Don Alfonso XIII 2
S. M. la Reina Doña Victoria Eugenia 6
Reproducción del número primero de La Época. 9
S. M. la Reina Doña María Cristina 16
Excmo. Sr. D. Diego Coello y Quesada, funda-
dor de La Época 19
Don Ramón de Navarrete, primer director de La
Época 25
Reproducción del último número de El Faro, pe-
riódico fundado y dirigido por D. Diego Coello. 31
S. M. la Reina Doña Isabel II 38
Excmo. Sr. D. Ignacio José Escobar, marqués de
Valdeiglesias, director de La Época 41
S. M. el Rey Don Alfonso XII 44
Excmo. Sr. D. Fernando Cos-Gayón 49
Excmo. Sr. D. Carlos Navarro y Rodrigo 55
Don Diego Bravo y Destouet, redactor y director
de La Época 57
El ilustre novelista D. Pedro Antonio de Alarcón. 63
Excmo. Sr. D. Saturnino Alvarez Bugalla! 65
Don Pedro Bofill, crítico teatral 71
Don Luis Alfonso, cronista literario 77
Páginas
Don Antonio Peña y Goñi, crítico musical 81
Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo,
fundador y jefe del partido liberal-conser-
vador 86
Reproducción del número de La Época del 2 de
abril de 1923, al entrar en el año 75 91
Excmo. Sr. D. Francisco Sikela, jefe del partido
liberal-conservador 94
limo. Sr. D. Mariano Marfil, redactor-jefe de La
Época. 97
Excmo. Sr. D. Antonio Maura, director de la
Real Academia Española, ex jefe del partido
liberal-conservador 102
Excmo. Sr. D. Joaquín Maldonado Macanaz, aca-
démico de la Historia y redactor de La Época. 107
Don Melchor Fernández Almagro, crítico teatral. 113
Excmo. Sr. D. Javier Betegón y Aparici 119
Excmo. Sr. D. Eduardo Dato Iradier, jefe del
partido liberal-conservador 126
Don Carlos Fernández Shaw, ilustre poeta y au-
tor dramático . . . 129
Don Luis Araujo Costa, crítico literario 137
Excmo. Sr. D.José Sánchez Guerra, jefe del par-
tido liberal-conservador 148
La Redacción de La Época en 1897-98 ... 152 y 153
Don Francisco Pedregal y Prida, impresor de
La Época 1 59
Don Francisco Fernández Villegas (Zeda), ilustre
crítico teatral 169
Don Ramón de Cárdenas y Padilla, ilustre pe-
riodista, decano de la Redacción de La Época. 173
Excmo. Sr. D. Alfredo Escobar y Ramírez, mar-
qués de Valdeiglesias, director de La Época.. 183
Don José Ignacio Escobar y Kirkpatrick, redac-
tor de La Época 193
Páginas
limo. Sr. D. Eduardo Gómez de Baquero, ilustre
crítico literario 203
Excmo. Sr. D. Jerónimo Bécker, bibliotecario de
la Real Academia de la Historia 207
La Redacción de 1923 232 y 233
limo. Sr. D. Salvador Cañáis, ilustre periodista,
ex subsecretario de la Presidencia 225
Excmo. Sr. D. Juan Pérez de Guzmán, secretario
perpetuo de la Real Academia de la Historia. 239
Don Gabriel Briones, actual decano de la Redac-
ción de La Época 257
Don Víctor Espinos, crítico musical 265
Don Guillermo Fernández Shaw, periodista y
autor dramático , 283
Don Francisco Pérez Mateos, secretario de Re-
dacción de La Época 291
Medalla conmemorativa. Anverso 295
ídem id. Reverso 297
20
Se acabó de imprimir este libro el día
31 de agosto de MC MXXl II años,
en la Tipografía de Ramona
Velasco, Libertad, 31, Madrid.
Fotograbados de los
talleres « Fragma »
(Palma. 51).
t
LIBROS DEL AUTOR
Varios:
Ellas y ellos (semblanzas en verso); 1893, agotado.
Pólvora en salvas (cuentos); 1895, agotado.
Grajeas (cantares y coplas); 1898, agotado.
La tristeza de vivir (crónicas y cuentos); 1900.
Los tristes destinos (novela); 1901.
Aire de mi tierra (cantares); 1904.
75 AÑOS de periodismo. Con motivo de las Bodas de
Diamante de La Época. Aportaciones para la histo-
ria del periodismo madrileño; 1923.
Viajes:
El Monasterio de Piedra; 1911.
Por tierras de Ávila; 1912.
Una visita a León; 1916.
Vistas de Segovia; 1921.
En preparación:
Periodismo andante.
Postales de Castilla.
Periodismo sentimental.
PLEASE DO NOT REMOVE
CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET
UNIVERSITY OF TORONJO LIBRARY
PN Roch, León
$319 75 ^±*e. Setenta clnco^
r433E77 años de perioáismo