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Full text of "75 [i.e. Setenta cinco] años de periodismo con motivo de las bodas de diamante de "La Época"; aportaciones para la historia del periodismo madrileño"

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75  ANüS  de  PERIÜDISMU 


S.  M.  EL  Rey  Don  Alfonso  XIII, 


LEÓN    ROCH 


75  AiflS  DE  PERIODISMO 


CON    MOTIVO   DE  LAS    BODAS 
DE  DIAMANTE  DE  «LA  ÉPOCA» 


APORTACIONES    PARA   LA   HISTORIA 
D  EL    P  E  RI  O  DI  S  M  O    MADRILEÑO 


MADRID 

RAMONA   VELASCO,    VIUDA    DE   P.    PÉREZ 

Calle  de  la  Libertad,  31. 

1923 


697665 


BODAS  DE  DIAMANTE  DE  "LA  ÉPOCA,, 


S.  M.  LA  Reina  Doña  Victoria  Eugenia. 


BODAS    DE   DIAMANTE 
DE    «LA   ÉPOCA» 


Acaba  de  entrar  La  Época,  decano  de  los  perió- 
dicos de  Madrid,  en  el  año  75  de  su  publicación, 
y  en  el  pasado  mes  de  abril  celebró  sus  «Bodas  de 
diamante».  Edad  tan  dilatada,  que  pocos  periódi- 
cos han  logrado  alcanzar  en  España,  constituye 
una  ejecutoria  honrosa,  sobre  todo  cuando  a  ella 
se  unió  una  limpia  historia  de  consecuencia  políti- 
ca, una  lealtad  acrisolada  en  la  defensa  de  los  idea- 
les de  Patria  y  Monarquía,  y  una  línea  inalterable  de 
conducta  en  el  procedimiento,  que  jamás  traspasó 
los  Hnderos  de  la  corrección,  la  imparcialidad  y  el 
respeto  a  la  verdad  y  al  adversario,  aun  en  los  días 
de  más  recias  y  enconadas  luchas. 

A  ello  debió,  sin  duda,  La  Época,  dentro  de  su 
modestia  periodística,  la  suma  de  consideraciones 
que  logró  obtener  en  la  política  y  en  la  Prensa, 
dentro  y  fuera  de  nuestro  país,  y  que  ha  estimado 
siempre  como  su  más  grata  recompensa. 

Los  anales  de  esos  setenta  y  cinco  años  de  tra- 
bajo y  de  lucha  van  íntimamente  unidos  a  una  gran 


8  LEÓN    ROCH 

parte  de  la  historia  contemporánea  de  España, 
desde  los  días  del  reinado  de  Doña  Isabel  II  a  los 
actuales,  pasando  por  la  revolución,  el  reinado  re- 
lámpago de  Don  Amadeo  de  Saboya,  la  República, 
la  Monarquía  restaurada  de  Don  Alfonso  XII,  la 
Regencia  de  Doña  María  Cristina  y  el  reinado  de 
Don  Alfonso  XIII.  En  toda  esa  época,  pero  más 
principalmente  de  1840  a  las  últimas  décadas  del 
siglo,  la  política  y  el  periodismo  caminan  íntima- 
mente ligados  para  escribir  la  historia,  y  aun  para 
hacerla,  entre  airadas  turbulencias.  Con  gran  fre- 
cuencia, los  periodistas  abandonan  las  plumas  ba- 
talladoras, para  ascender  a  los  altos  puestos  del 
Gobierno;  con  frecuencia  también,  aunque  menor, 
sin  duda,  los  políticos  abandonan  las  poltronas 
ministeriales  para  volver  a  reñir  batalla  en  las  hojas 
periodísticas.  Cánovas,  Sagasta,  Rivero,  González 
Brabo,  San  Luis,  Ríos  Rosas,  Alvarez  Bugallal,  los 
Silvela  y  otros  ilustres  políticos  tuvieron  sus  más 
eficaces  auxiliares  en  los  periódicos  que  ellos  mis- 
mos redactaban  y  en  los  periodistas  que  les  secun- 
daron... 

Desgraciadamente,  los  tiempos  y  las  circunstan- 
cias han  cambiado  mucho,  y  rara  vez  en  nuestra 
época  los  periodistas  alcanzan  en  la  poHtica  el  re- 
conocimiento de  sus  méritos  y  el  premio  que  a 
ellos  se  debe.  Si  alguna  vez  se  les  hace  justicia,  es 
realmente  por  excepción,  que  viene  a  confirmar  la 
regla  general.  ¡Cuántos  casos  de  crueles  injusticias 
y  de  punibles  desatenciones  y  olvidos  pudiéramos 
citar  de  los  días  pretéritos  y  de  los  tiempos  pre- 
sentes!... 


K'IKSO  i;  DI  miL. 


LA  ÉPOCA. 


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REVISTA  DE  IS  l-rlHífl. 


FOLLETÍN  DE  LA  ÉPOCA. 


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Keproducción  del  número  primero  de  «La  Época». 

(Formato  de  0,41  X  0,28.) 


10  LEÓN    ROCH 

Cierto  que  hay  mucho  de  satisfactorio,  honroso- 
y  enorguUecedor  en  los  anales  de  una  publicación 
que  alcanza  la  longevidad,  teniendo  esa  limpia 
ejecutoria  de  lealtad  y  de  decoro.  Mas  también 
palpitan  entre  ellos  hondas  decepciones  y  desalen- 
tadores desengaños.  A  lo  largo  de  esos  cinco  lus- 
tros de  trabajo  y  de  lucha,  ¡cuántas  desesperanzas 
e  ingratitudes  no  pueden  registrarse...!  ¡Cuántas 
fechas  inolvidables,  que  sangran  en  nuestras  almas 
cuando  el  recuerdo  las  aviva,  no  escribió  el  do- 
lor...! ¡Cuántas  cruces  no  levantó  el  Destino  en  la 
dilatada  carrera...! 

Para  los  periódicos  políticos,  órganos  de  parti- 
do, la  vida  pública  ofrece  pocas  compensaciones^ 
así  en  el  orden  de  lo  espiritual  como  en  la  esfera 
de  lo  práctico.  No  es  ocasión  la  presente  de  exhu- 
mar los  viejos  clisés  de  la  ingratitud  de  los  polí- 
ticos y  de  que  la  política  no  tiene  entrañas.  Mas 
siempre  es  momento  oportuno  para  decir  que  los 
partidos  no  corresponden  en  justa  medida  al  es- 
fuerzo y  al  sacrificio  que  realizan  sus  órganos  de 
opinión.  Exigen  mucho,  exigen  siempre  y  corres- 
ponden con  ejemplar  cicatería.  Así,  entre  nosotros^ 
el  periódico  de  partido  no  puede  aspirar  más  que 
a  vivir,  a  mal  vivir,  y  es  en  vano  que  pretenda  lla- 
mar a  las  puertas  de  sus  más  encumbrados  y  opu- 
lentos magnates. 

En  cambio,  dentro  de  su  áurea  mediócritas,  los 
periódicos  de  partido  tienen  una  ventaja  sobre  los 
de  empresa:  la  de  no  sufrir  los  graves  perjuicios, 
los  trágicos  efectos  de  los  grandes  desvíos  de  la 
opinión,  cuando  ésta  se  siente  lastimada  o  engaña- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  11 

da.  Los  órganos  de  agrupaciones  viven  modesta- 
mente, difícilmente,  pero  no  corren  los  riegos  rui- 
nosos de  esos  vendavales  de  la  vida  pública.  Y  el 
que  no  se  consuela... 


En  enero  de  1898,  cuando  La  Época  entraba  eit 
el  año  50  de  su  publicación,  quiso  conmemorar  sus 
bodas  de  oro  y  editó  un  número  extraordinario 
ilustrado,  como  homenaje  y  obsequio  para  sus  lec- 
tores y  amigos;  plumas  ilustres  trazaron  en  aque- 
llas páginas  la  historia  del  diario  fundado  por  don 
Diego  Coello,  íntimamente  unida  a  la  del  periodis- 
mo madrileño.  Como  ilustraciones,  aparecían  en 
ellas  los  retratos  de  los  Reyes  Doña  Isabel  II  y 
Don  Alfonso  XII,  cuyos  reinados  se  comprendían 
en  aquel  período  cincuentenario,  y  los  retratos  de 
un  puñado  de  eminentes  políticos  y  escritores,  cu- 
yos nombres  quedaron  incorporados  a  nuestra 
historia  política  y  a  la  historia  de  las  letras  espa- 
ñolas. Constituía,  pues,  aquel  número  un  verdade- 
ro e  interesante  documento  histórico,  útil  para  la. 
consulta. 

La  continuación  de  esos  anales  periodísticos  ha 
sido  hecha  recientemente  por  La  Época  en  un  nue- 
vo y  notable  número  extraordinario,  conmemora- 
tivo de  sus  «Bodas  de  diamante»  con  el  público, 
aparecido  en  mayo  de  1923.  Otras  plumas  evocan 
los  recuerdos  de  los  veinticinco  años  transcurridos 
desde  la  celebración  del  cincuentenario,  no  sola- 
mente de  la  vida  íntima  del  periódico,  sino  de  su 


12  LEÓN    ROCH 

acción  en  la  historia  de  la  literatura;  del  partido 
liberal-conservador,  fundado  por  el  insigne  Cáno- 
vas del  Castillo,  y  de  la  Monarquía  española.  Ilus- 
traciones de  esas  páginas  son  los  retratos  del  Rey 
Don  Alfonso  Xlll,  de  su  augusta  esposa  la  Reina 
Doña  Victoria  y  de  la  Reina  madre  Doña  María 
Cristina,  representativos  de  la  difícil  época  de  la 
Regencia  y  del  reinado  actual;  úñense  a  ellos  los 
retratos  de  los  cinco  jefes  del  partido  conservador, 
y  con  el  grupo  de  la  redacción  actual  los  de  algu- 
nas de  las  personalidades  que  dieron  lustre  a'  pe- 
riódico decano  de  la  Prensa  madrileña.  ¿Puede 
dudarse  de  que  ese  número  extraordinario  consti- 
tuye otro  interesante  documento  para  nuestra  his- 
toria política  y  periodística  contemporánea? 

Estimándolo  así  nosotros,  hemos  querido  reunir 
y  publicar  en  un  sólo  cuerpo,  por  nuestra  cuenta, 
riesgo  y  absoluta  responsabilidad,  esas  sencillas 
páginas  de  historia,  aun  estando  desprovistas  en 
buena  parte  de  galas  retóricas,  como  trabajos  que 
se  escribieron  rápidamente,  destinados  a  una  hoja 
volandera  y  efímera,  fruto  de  actualidad,  en  unión 
de  algunas  otras.  Antes  de  hacerlo,  hemos  vacila- 
do un  poco,  temerosos  de  que  algún  espíritu  seve- 
ro juzgue  esos  recuerdos  como  demasiado  íntimos, 
demasiado  familiares.  Pero  creemos  que  hay  en 
ellos  aportaciones  muy  interesantes  para  la  histo- 
ria del  periodismo  madrileño  y  español,  y  no  hemos 
vacilado  en  reunir  aquellas  páginas,  agrupándolas 
<le  modo  conveniente,  para  que  tengan  en  la  mono- 
grafía forma  más  duradera  que  la  de  la  deleznable 
hoja  periodística,  y  adicionándolas  con  algunos  ar- 


I 


75   AÑOS   DE    PERIODISMO  U 

tículos  más,  recuerdos,  citas  y  retratos.  De  todos 
modos,  séanos  perdonada  por  el  público  esta  pue- 
ril debilidad,  en  la  que  solamente  nosotros,  los 
autores  de  estas  líneas,  tenemos  arte,  parte  y  cul- 
pabilidad. 

Pocas  veces  suelen  los  periódicos  y  los  periodis- 
tas molestar  al  público,   limitándole  el  más  leve 
espacio  en  sus  hojas,  para  hablar  de  ellos  mismos, 
de  sus  glorias,  de  sus  anhelos  y  de  los  austeros  ar- 
tífices que  en  sus  páginas  laboran.  Cronistas  y  pe- 
riodistas están  consagrados  de  por  vida  al  servicio 
del  público,  dueño  y  señor  de  todos,  que  nos  es- 
claviza y  nos  consume;  sus  plumas  están  siempre 
dispuestas  para  halagar  y  ensalzar  a  los  extraños,, 
y  para  favorecer  y  servir  a  todas  las  empresas,  des- 
de las  más  altas  a  las  más  humildes;  acrecen  y  bru- 
ñen las  reputaciones  de  personalidades  nacionales, 
y  crean  y  consolidan  muchas  que,  de  otra  suerte, 
hubieran  permanecido  en  la  oscuridad,  de  donde 
acaso  no  debieron  salir...  Sobre  las  columnas  de  la 
Prensa,  tan  débiles  y  deleznables  en  la  apariencia, 
tan  firmes  en  la  realidad,  y  sobre  los  hombros  de 
los  periodistas  se  encumbraron,  merced  al  esfuer- 
zo y  a  la  eficacia  de  las  plumas,  muchas  grandezas, 
innumerables  medianías,  infinitas  nulidades  tam- 
bién,.,  ¡Qué   inmensa   trascendencia   no   tiene   en 
todas  las  manifestaciones  de  la  vida  esta  labor 
persistente,  diaria,  tenaz  de  la  Prensa,  por  débil  y 
humilde  que  parezca!... 

En  cambio,  ellos,  los  periódicos  y  los  periodis- 
tas, permanecen  austeramente  en  la  penumbra,  los 
más  en  la  sombra  del  anónimo,  callados  y  modes- 


14  LEÓN  ROCH 

tos,  sin  aprovecharse  en  beneficio  propio  de  la 
enorme  fuerza  que  representan,  recibiendo  una  re- 
compensa mezquina  en  relación  con  el  esfuerzo 
rendido,  sean  los  que  fueren  sus  méritos.  Por  cada 
mil  figurones  que  se  encumbran,  merced  a  los  pe- 
riódicos, subirá  un  periodista  a  las  alturas,  por 
justos  títulos  y  merecimientos,  pero  llevado  casi  a 
la  fuerza,  como  si  aun  temiera  usurpar  el  puesto 
honrosamente  ganado...  ¡Y  aun  hablan  mal  de  ellos 
hasta  los  mismos  que  les  debieran  su  encumbra- 
miento y  fama,  envolviéndoles  en  injustas  acusacio- 
nes, al  generalizar  excepciones  lamentables!...  ¡Pero 
esos  periodistas!...  ¡Oh,  Humanidad  calculadora  y 
egoísta!  Eres  tan  injusta  como  ambiciosa,  y  tan 
ingrata  como  necia... 

Por  esta  vez,  puesto  que  en  ello  no  hay  daño  ni 
lesión  para  nadie,  séanos  permitido  y  perdonado 
el  dedicar  estas  páginas  a  periodismo,  periódicos 
y  periodistas. 

León  ROCH. 


LA  FUNDACIÓN  DE  "LA  ÉPOCA,, 


S.  M.  LA  Reina  Doña  María  Cristina. 


LA  FUNDACIÓN  DE  «LA  EPOCA> 

Y  SU  PRIMER  DIRECTOR 

I 

De  los  viejos  luchadores  que  colaboraron  en  La 
Época  en  sus  primeros  tiempos,  sólo  queda  ya  con 
vida  el  ilustre  escritor  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán, 
secretario  perpetuo  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia,  para  quien  la  fortuna  no  se  mostró  pro- 
picia en  la  política,  ya  que  hasta  estos  últimos  años 
ha  tenido  que  trabajar  el  anciano  historiador  y  pe- 
riodista para  ganar  su  vida.  Una  peligrosa  dolen- 
cia, que  pudo  vencer  su  naturaleza  vigorosa  y  ad- 
mirable, obligóle  últimamente  a  abandonar  todo 
trabajo  intelectual.  Pero  fué  solamente  como  me- 
dida de  precaución,  porque,  a  pesar  de  sus  ochen- 
ta y  tres  años,  su  inteligencia  se  mantiene  clara  y 
ürme,  y  despejada  y  prodigiosa  su  memoria.  En  los 
notables  estudios  histórico-políticos  del  maestro, 
en  las  nutridas  carpetas  de  su  archivo,  y  más  aún 
en  el  archivo  inagotable  y  siempre  fácil  de  sus  re- 
cuerdos, hemos  encontrado  muchas  veces  lecciones 
valiosas  de  historia  política  de  aquel  tiempo  y  no- 

2 


18  LEÓN  ROCH 

ticias  muy  curiosas  de  la  vida  periodística.  Al  ilus- 
tre escritor  debemos  algunos  interesantes  papeles 
que  hemos  de  exhumar  en  este  artículo. 

Desde  los  días  de  D.  Diego  Coello  siguió  Pérez 
de  Guzmán  con  interés  la  vida  de  La  Época,  con 
su  constante  intervención  en  la  política;  laboró  en 
ella  con  asiduidad,  como  redactor,  en  los  tiempos 
de  D.  Ignacio  José  Escobar,  y  fué,  a  la  muerte  de 
éste,  director  durante  algún  tiempo.  Luego  conti- 
nuó muchos  años  de  colaborador,  y  en  las  colec- 
ciones quedaron  no  pocos  de  sus  notables  estudios. 
Nadie,  pues,  con  mayor  conocimiento,  ni  con  tanta 
autoridad,  hubiera  podido  escribir  la  monografía 
histórica  de  aquel  periódico  en  sus  «Bodas  de  dia- 
mante», como  la  esbozó  al  celebrarse  las  de  oro. 


II 


Apareció  La  Época  en  la  escena  política  y  pe- 
riodística el  1."  de  abril  de  1849,  siendo  su  funda- 
dor, como  es  sabido,  D.  Diego  Coello  de  Portugal 
y  Quesada,  que  luego  fué  conde  de  Coello  y  em- 
bajador de  Espaíía  en  Roma,  ciudad  donde  esta- 
bleció su  residencia  y  murió  en  1897.  Anteriormen- 
te, en  1841,  había  existido  con  el  mismo  título  otro 
periódico,  que  fué  bisemanal  primero  y  luego  dia- 
rio. Pero  éste  no  tuvo  nada  que  ver  con  la  empre- 
sa de  Coello, 

Este  había  publicado  poco  antes  El  Faro,  que 
apareció  el  16  de  abril  del  47  y  publicó  su  último 
número  el  30  de  igual  mes  del  año  siguiente.  Lo 


''^^ 


ExcMO.  Sr.  D.  Diego  Coello  y  Quesada, 

CONDE  DE  Coello  de  Portugal,  fundador  v  director  de  -"La  Época» 
DESDE  1849  A  1866. 


20  LEÓN  ROCH 

dirigió  el  poeta  García  Tassara,  y  en  su  Redaccióii 
figuraron  D.  Luis  González  Brabo,  D.  Francisco 
de  Paula  Madrazo,  D.  Alejandro  Mon  y  D.  Pedro 
José  Pidal,  primer  marqués  de  Pidal.  Al  morir  El 
Faro,  se  encargó  de  servir  sus  suscripciones  Fl 
Heraldo,  c!  periódico  que  dirigía  o  inspiraba  el 
conde  de  San  Luis,  fundado  el  16  de  junio  del  42, 
y  cuyos  principales  redactores  eran  Ríos  Rosas, 
Pastor  Díaz,  Tassara,  Cos  Gayón,  D.  Antonio  Za- 
ragoza y  D.  Ignacio  J.  Escobar. 

El  Heraldo  dejó  de  publicarse  el  16  de  julio  de 
1854,  y  en  este  año  pasó  Escobar  a  La  Época,  pues 
ya  le  unían  antiguos  lazos  de  amistad  y  compañe- 
rismo con  Coello.  Ambos  habían  trabajado  antes 
juntos  en  El  Español,  y  en  El  Corresponsal  luego. 
El  primero  de  estos  periódi(;os  comenzó  a  publi- 
carse el  1."  de  noviembre  de  1835  y  desapareció 
el  1."  de  febrero  del  38,  encargándose  del  servicio 
de  sus  suscripciones  I. a  España.  Tuvo  una  segunda 
época  desde  el  45  al  16  de  abril  del  48,  y  lo  diri- 
gieron D.  Andrés  Borrego,  D.  Joaquín  Francisco 
Pacheco  y  D.  José  García  Villalta,  figurando,  ade- 
más, entre  sus  redactores  González  Brabo,  el  insig- 
ne Larra  y  un  joven  y  desconocido  periodista,  que 
poco  después  se  había  de  revelar  como  excelso 
poeta  ante  la  tumba  de  Fígaro.  Era,  en  efecto,  don 
José  Zorrilla. 

Pacheco  pasó  a  la  Redacción  de  La  España  y 
luego  a  la  de  El  Correo,  con  el  gran  orador  don 
Antonio  Alcalá  Galiano,  Bravo  Murillo,  Donoso 
Cortés,  Ríos  Rosas,  Borrego,  Sartorius  y  D.  Anto- 
nio María  Segovia. 


i 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  21 

Con  el  mismo  título  de  El  Español  se  publicó,  el 
5  de  septiembre  del  41,  una  revista  que,  en  su  se- 
gundo número,  cambió  su  título  por  el  de  El  Conser- 
vador. La  redactaron  D.  Francisco  de  Cárdenas, 
Pastor  Díaz,  y  los  antes  citados  Pacheco  y  Ríos  Rosas. 

El  Corresponsal  tuvo  también  vida  efímera,  como 
la  inmensa  mayoría  de  los  periódicos  de  su  tiempo, 
creados  únicamente  para  las  enconadas  luchas  del 
momento.  Se  publicó  desde  el  1.°  de  julio  de  1839 
al  14  de  mayo  del  44.  Con  Escobar  y  Coello  fue- 
ron redactores  Aribau,  que  lo  dirigió;  Camús,  don 
Luís  María  Pastor  y  Estébanez  Calderón,  el  famo- 
so Solitario,  a  quien  tan  magnífico  homenaje  rin- 
diera su  sobrino,  el  insigne  Cánovas  del  Castillo, 
en  su  libro  El  Solitario  y  su  tiempo. 


III 


Tuvo  La  Época  su  verdadero  antecedente  en  El 
Faro,  del  cual  vino  a  ser  continuación.  Inspiraban 
y  auxiliaban  a  este  periódico,  y  casi  constantemen- 
te pubhcaban  en  él  sus  artículos  el  marqués  de 
Pidal  y  D.  Alejandro  Mon.  Esto  llegó  a  excitar  ce- 
los y  rivalidades  durante  el  Gobierno  del  general 
Narváez,  duque  de  Valencia,  en  plena  dictadura, 
especialmente  por  parte  del  conde  de  San  Luis, 
ministro  de  la  Gobernación,  inspirador  y  propieta- 
rio de  El  Heraldo.  Del  Gabinete  formaban  también 
parte  el  propio  Pidal,  en  Estado;  Arrazola,  en  Gra- 
cia y  Justicia;  Bravo  Murillo,  en  Hacienda;  D.  Ma- 
nuel de  Seijas,  en  Comercio,  Instrucción  y  Obras 


22  LEÓN  ROCH 

públicas;  el  teniente  general  D.  Francisco  de  Pau- 
la Figucras,  marqués  de  la  Constancia,  en  Gue- 
rra, y  el  marqués  de  Molíns,  en  Marina.  Presiden- 
tes de  las  Cámaras  eran:  el  marqués  de  Miraflores, 
del  Senado,  y  D.  Luis  Mayans,  del  Congreso.  Y  en 
vista  de  aquellos  recelos  y  desconfianzas,  se  acordó 
suspender  la  publicación  de  El  Faro,  para  reanu- 
darla en  momento  oportuno. 

Disgustado  Coello  porque  no  se  le  cumplieran 
las  promesas  que  se  le  hicieron,  decidió  volver  a 
publicar  su  periódico,  y  así  lo  hizo;  pero  cambián- 
dole el  título.  Para  ello  se  efectuó  una  pequeña 
suscripción  de  acciones,  figurando  entre  los  accio- 
nistas, además  de  Coello  y  otros,  el  conde  de  Cas- 
tilleja  de  Guzmán,  D.  Alejandro  Olivan  y  e!  cubano 
D.  Andrés  Arango.  El  día  1.°  de  abril  del  49  se 
publicó  el  primer  número  de  La  Época,  consagrán- 
dose a  la  defensa  del  gran  partido  de  Unión  cons- 
titucional, que  mereció  siempre  el  respeto  por  su 
honrada  y  patriótica  labor,  y  a  la  completa  devo- 
ción del  ilustre  general  O'Donnell. 

Se  estableció  la  Redacción  de  La  Época  en  la 
calle  de  las  Huertas,  14,  de  donde  se  trasladó  más 
adelante  a  la  del  Príncipe,  y  después  a  la  de  las 
Torres.  Allí  estaba  también  la  imprenta,  que  era  la 
misma  de  El  Faro,  a  cargo  de  D.  Agustín  Aguirre, 
que  fué  administrador  de  los  dos  periódicos  y,  al 
propio  tiempo,  redactor  de  gacetillas.  En  los  últi- 
mos cuarenta  años,  la  Redación  estuvo  en  la  calle 
de  la  Libertad,  en  el  núm.  16,  casa  del  antiguo 
teatro  de  la  Alhambra,  o  en  el  18,  de  donde  se  tras- 
ladó a  su  domicilio  actual. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  23 

El  formato  de  La  Época  era  distinto  de  El  Faro, 
teniendo  un  tamaño  de  doble  folio,  con  cuatro  co- 
lumnas y  composición  de  los  cuerpos  7  y  8.  Los 
primeros  redactores  fueron,  con  Coello,  D.  Ramón 
de  Navarrete,  D.  Diego  Bravo  y  Destouet,  D.  An- 
tonio Flores,  D.  Jacobo  Rebollo,  y  el  antes  mentado 
Aguirre.  Entre  los  colaboradores  figuraban  don 
Cipriano  del  Mazo,  que  luego  fué  muchos  años 
embajador;  D.  Antonio  Mantilla  de  los  Ríos,  luego 
marqués  de  Villamantilla  y  ministro  de  España  en 
Washington,  que  casó  con  doña  Pilar  de  León,  más 
tarde  marquesa  de  Squilache;  D.  Heriberto  García 
de  Quevedo  y  D.  Federico  y  D.  Fermín  Gonzalo 
Morón. 

El  primer  número  apareció  en  domingo  y  lleva- 
ba en  primera  plana,  en  forma  de  folletón,  una  cró- 
nica literaria  de  Navarrete,  firmada  con  el  seudóni- 
mo de  Leporello,  que  usó  muchos  años,  y  en  se- 
gunda, en  folletón  también,  comenzaba  a  publicar 
la  novela  Paulina,  de  Alejandro  Dumas.  Toda  la 
parte  superior  de  la  primera  plana,  según  era  cos- 
tumbre en  la  mayoría  de  los  periódicos  de  aquel 
tiempo,  estaba  consagrada  a  las  sesiones  de  Cortes. 
Por  cierto  que  en  la  del  Congreso  se  discutía  aquel 
triste  y  ruidoso  asunto  del  quebrado  Montepío, 
que  había  suspendido  el  pago  de  sus  pensiones  a 
las  viudas  y  huérfanos. 


24  LEÓN  ROCH 


IV 


Acerca  de  la  fundación  de  La  Época  publicóse 
en  el  número  conmemorativo  del  cincuentenario 
una  carta,  con  curiosas  noticias,  de  D.  Rafael  Coe- 
Uo  de  Portugal,  sobrino  del  fundador  y  luego  he- 
redero de  su  título,  que  lleva  actualmente.  El  señor 
Coello,  culto  militar,  fué  también  distinguido  escri- 
tor y  autor  dramático,  y  ha  sido  recientemente  mi- 
nistro de  la  Gobernación,  en  el  último  Gobier- 
no del  Sr.  Maura.  En  la  expresada  carta  decía  el 
Sr.  Coello,  entre  otras  cosas. 

«Claro  está  que  siendo  yo,  por  mi  fortuna,  bas- 
tante más  joven  que  el  periódico,  las  noticias  que 
yo  puedo  dar  lo  son,  tan  sólo,  de  referencia  y  re- 
cogidas de  personas  de  mi  familia  y  de  amigos  ín- 
timos del  conde  de  Coello. 

Por  los  años  de  45  y  46,  es  decir,  antes  de  que 
mi  tío,  D.  Diego  Coello,  fundase  este  periódico,  di- 
rigió en  Madrid  otro,  el  primitivo  Heraldo,  que  se 
publicaba,  según  parece,  en  combinación  con  una 
biblioteca  de  novelas,  la  cual  tomaba  el  nombre  de 
aquel  diario. 

Al  dejar  D.  Diego  Coello  la  dirección  del  Heral- 
do, para  fundar  El  Faro,  conservó,  no  obstante,  la 
de  la  biblioteca  de  novelas,  que  cambió  solamente 
de  nombre  para  llamarse  Biblioteca  del  Siglo.  Poco 
después,  al  año,  dejó  también  de  publicarse  El 
Faro. 

Encontrándose,  de  este  modo,  mi  tío  con  una 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


25 


abundantísima  existencia  de  novelas — todas  las  no 
vendidas  de  aquella  biblioteca — ,  comenzó  a  acari- 


D.  Ramón  de  Navarrete, 

PRIMER  DIRECTOR  DE  «La  ÉpOCA»   Y  REDACTOR  DESDE  1849  A   188S. 

ciar  la  idea  de  fundar  otro  periódico,  y  de  asegu- 
rar para  éste,  desde  sus  comienzos,  una  suscripción 
respetable,  brindando  a  sus  lectores  con  el  regalo 


26  LEÓN  ROCH 

trimestral  de  uno  de  aquellos  tomos  que  se  hacina- 
ban en  los  sótanos  de  una  imprenta,  situada  en  la 
calle  del  Ave  María. 

El  fundador  de  La  Época,  con  efecto,  no  se  en- 
gañaba; el  aliciente  ofrecido  a  los  suscriptores  hizo 
que  el  número  de  éstos  aumentase  rápidamente. 
A  los  pocos  meses  de  fundarse,  contaba  ya  el  pe- 
riódico con  2.000  suscripciones. 

No  quiere  esto  decir  que  antes  de  llegar  a  aquel 
número — que  con  los  ingresos  que  producían  los 
anuncios,  muy  especialmente  los  extranjeros,  ase- 
guraban a  La  Época  una  existencia  desahogada  e 
independiente, — no  pasase  su  fundador  apuros,  y 
no  chicos.  Que  fué  valor,  rayano  en  temeridad, 
acometer  aquella  empresa  con  los  escasos  elemen- 
tos pecuniarios  con  que  contaba  por  entonces  el 
fundador  de  La  Época. 

Poco  tiempo  después,  asegurada  ya  la  vida  del 
periódico,  y  al  intentar  darle  un  desarrollo  en  que 
al  principio  no  se  pensó,  ni  mucho  menos,  emitié- 
ronse algunas  pequeñas  acciones  de  a  500  pesetas, 
bien  pronto  colocadas  entre  amigos  y  parientes  del 
fundador,  entre  otros,  D.  Fernando  Rodríguez  de 
Rivas,  después  conde  de  Castilleja  de  Guzmán,  don 
Andrés  Arango — el  capitalista  cubano,  dueño  de 
La  Chilena — y  D.  Alejandro  Olivan,  el  ilustre  pa- 
tricio a  quien  tanto  deben  en  España  la  agricultu- 
ra y  la  instrucción  pública,  También  adquirieron 
acciones  algunos  personajes  del  partido  mode- 
rado.» 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  27 


V 


Para  la  dirección  de  La  Época  designó  Coello, 
por  ser  el  escritor  y  periodista  más  autorizado,  al 
ilustre  D.  Ramón  de  Navarrete,  que  a  la  sazón  era 
redactor  principal  de  la  Gaceta.  Pero  el  popular 
escritor  no  se  mantuvo  en  su  honroso  cargo  de  di- 
rector más  que  un  día,  el  de  la  aparición  del  primer 
número.  Ello  fué  consecuencia  del  gran  disgusto 
que  produjo  en  el  conde  de  San  Luis,  ministro  de 
la  Gobernación,  la  publicación  del  periódico,  a 
poco  de  suspendido  El  Faro,  acaso  por  descon- 
fianzas y  rivalidades. 

Era  Navarrete  uno  de  los  periodistas  y  escrito- 
res más  ingeniosos  y  fecundos  de  su  tiempo.  Naci- 
do en  Madrid  en  1818,  contaba  entonces  treinta  y 
un  años,  y  era  ya  considerado  como  una  autoridad. 
Su  vida  se  dilató  hasta  el  25  de  abril  de  1897,  y  en 
los  últimos  días  de  esos  fecundos  setenta  y  nueve 
años  seguía  trabajando  y  escribiendo  con  su  inge- 
nio y  su  gracia  de  siempre,  aunque  ya  cansado  de 
la  ruda  y  larga  lucha.  En  el  periodismo  tocó  con 
acierto  todos  los  géneros,  siendo  un  excelente  ar- 
ticulista político,  crítico  de  teatros,  cronista  de  arte 
y  revistero  de  salones,  para  lo  cual  empleaba  dis- 
tintos seudónimos.  Los  más  famosos  entre  éstos 
fueron  los  de  Leporello  y  Asmodeo',  muy  conocidos 
eran  también  los  de  Pedro  Fernández  y  El  mar- 
qués del  Valle  Alegre.  El  fué  quien  implantó  el 
género  de  la  crónica  de  salones,  siendo  antecesor 


28  LEÓN  ROCH 

del  también  ilustre  Kasabal,  D.  José  Gutiérrez 
Abascal,  y  precursor  de  nuestros  Monte-Cristo, 
Mascarilla  y  León  Boyd. 

Colaboró  asiduamente  Navarrete  en  muchos  pe- 
riódicos de  su  tiempo.  Además  de  El  Faro  y  su 
continuador  La  Época,  honráronse  con  sus  trabajos 
El  Heraldo,  El  siglo  XIX,  El  Diario  Español,  El 
Tiempo,  ni  Día,  La  Correspondencia,  El  Correo, 
El  Semanario  Pintoresco  y  La  Ilustración  Españo- 
la y  Americana. 

Novelista  de  fértil  imaginación  y  de  limpio  y  cas- 
tizo estilo,  publicó  buen  número  de  interesantes 
novelas,  amén  de  otros  volúmenes  de  cuentos  y  ar- 
tículos. Sus  biógrafos  citan  las  tituladas  Creencias 
y  desengaños,  Madrid  y  nuestro  siglo,  El  crimen 
de  Villaviciosa,  El  duque  de  Alcira,  Misterios  del 
corazón.  Verdades  y  ficciones.  Sueños  y  realidades 
y  Cartas  madrileñas.  También  quiso  buscar  en  el 
teatro,  como  la  mayoría  de  los  escritores,  aplausos 
y  provechos,  y  a  la  escena  consagró  sus  afanes  y 
la  mayor  parte  de  su  actividad  intelectual.  Así  pro- 
dujo más  de  80  obras  teatrales,  entre  originales 
y  adaptadas  o  traducidas  del  francés.  Una  de  ellas 
fué  la  comedia  Caprichos  de  la  fortuna,  que  escri" 
bió  a  instancia  de  la  Reina  Isabel  II,  para  ser  repre- 
sentada en  el  teatro  del  Real  Palacio.  Luego  se  re- 
presentó también  en  el  teatro  del  Príncipe.  Entre 
sus  obras  originales  figuran  el  drama  Don  Rodrigo 
Calderón,  que  se  tradujo  al  francés;  Emilia,  La 
Reina  por  fuerza,  La  perla  de  Barcelona,  Las  gra- 
cias de  Gedeón,  El  fénix  de  los  maridos,  El  primer 
hijo  y  La  pena  del  Tallón. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  29 

El  ingenio  un  poco  cáustico  de  Navarrete  y  su 
gracia  exuberante,  se  reflejaban  de  continuo  en  la 
conversación.  Era,  como  decimos  ahora,  un  verda- 
dero causear. 


VI 


Días  antes  de  la  aparición  de  La  Época,  el  28  de 
marzo,  escribía  D.  Diego  Coello  al  conde  de  San 
Luis,  ministro  de  la  Gobernación,  una  atenta  carta, 
en  la  que  le  expresaba  lo  siguiente: 

«Creo  cumplir  un  deber  de  consecuencia  y  de  de- 
licadeza, dándole  cuenta,  antes  de  que  vea  la  luz,  de 
la  publicación  de  un  periódico  político.  La  Época, 
en  el  cual  tengo  una  parte  importante. 

Usted  sabe  que  mientras  no  he  visto  salir  a  luz 
otros  periódicos  moderados,  me  he  abstenido  de 
todo  paso  que  tocase  este  objeto;  pero  después  de 
la  publicación  de  El  País,  y  necesitando  salir  de  la 
situación  en  que  me  encuentro,  no  podía  tener  el 
menor  escrúpulo  de  delicadeza.  Aun  así  he  procu- 
rado publicar  un  periódico,  que  por  sus  modestas 
y  humildes  proporciones,  por  la  línea  periodística 
que  se  propone  seguir,  por  su  circunstancia  de  ser 
de  la  tarde,  en  nada  puede  lastimar  los  intereses 
de  El  Heraldo,  con  el  que  tantos  lazos  me  han 
unido. 

Méndez  Alvaro,  que  va  a  dirigir  La  Época,  y  yo, 
que  soy  uno  de  sus  propietarios,  tenemos  dadas 
demasiadas  garantías  a  nuestro  partido  para  que 
usted  pueda  dudar  de  lo  que  seremos.  Pero  usted 


30  LEÓN  ROCH 

mejor  que  nadie  conoce  que  un  periódico  sin  pre. 
tensiones,  sin  un  gran  partido  que  lo  apoye  o  un 
Gabinete  que  lo  proteja,  no  tiene  mas  elementos 
de  vida  que  una  gran  imparcialidad  y  una  indepen- 
dencia decorosa.  Si  alguna  vez  La  Época,  al  juz- 
garle, se  apartase  de  esta  línea,  esté  usted  seguro 
que  será  para  elogiarlo,  más  que  para  censurarlo.» 

Después  le  decía  que  el  diputado,  no  el  amigo, 
estaba  quejoso  del  Conde,  por  la  conducta  que  con 
él  se  observaba  en  Jaén,  y  termina: 

«De  todas  maneras,  mi  amistad  y  mi  afecto  hacia 
usted  datan  de  muy  antiguo,  para  que  injusticias 
ni  disfavores  puedan  alterarla. 

P.  D. — He  creído  sería  petulancia  en  mí  o  un 
deseo  de  darme  valor,  ofrecer  personalmente  al 
duque  de  Valencia  protestas  de  lealtad,  cuando 
tanto  las  acredité  en  los  días  de  su  infortunio;  pero 
si  usted  no  lo  cree  innecesario,  dígale  al  general 
Narváez  que  jamás  olvido  los  lazos  que  nos  han 
unido,  y  más  que  esto,  los  grandes  servicios  que 
ha  prestado  a  su  país.> 

Como  se  ve  por  la  carta  de  Coello,  parecía  in- 
dicado Méndez  Alvaro  para  la  dirección  del  perió- 
dico, y  no  sabemos  por  qué  causa  no  llegó  a  serlo. 
¿Influyeron  acaso  las  mismas  razones  que  obliga- 
ron a  retirarse  a  Navarrete?  Posiblemente,  y  ello 
prueba  el  gran  disgusto  que  a  Sartorius  produjo  la 
publicación  de  La  Época. 

El  mismo  día  1.°  de  abril  en  que  ésta  salió  a  luz, 
D.  Ramón  de  Navarrete  escribió  una  larga  carta  a 
San  Luis,  diciéndole  que,  aunque  había  solicitado 
verle,  por  medio  de  su  secretario  Gaya,  no  hablen- 


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Reproducción  del  último  número  de  «El  Faro»,  periódico 
fundado  y  dirigido  por  d.  diego  coello  y  quesada. 


32 


LEÓN  ROCH 


do  podido  conseguirlo,  se  dirigía  a  él  por  escrito, 
para  darle  cuenta  de  haber  dejado  la  crítica  dra- 
mática que  por  espacio  de  seis  años  había  desem- 
peñado en  El  Heraldo  y  la  plaza  de  redactor  del 
mismo. 

Esta  última  resolución  la  motivó  una  cuestión  de 
queja  del  Liceo,  de  cuya  Junta  gubernativa  era 
miembro  Navarrete,  por  haber  sido  duramente 
tratada  la  misma  en  el  diario  «donde  escribía  aún>. 

Navarrete  había  tenido  una  grande  amistad  con 
el  Conde  desde  nuestra  primera  juventud' — escri- 
bía. Y  consideraba  que  para  expulsarle  de  esta 
amistad  y  del  Heraldo  otros  amigos,  a  quienes  lla- 
maba ingratos,  pero  de  los  que  rodeaban  y  veían 
al  Conde  a  diario,  le  habían  calumniado  cerca  de  él. 

El  otro  motivo  porque  había  querido  verle  era 
el  que  se  le  había  ofrecido  la  dirección  de  La  Épo- 
ca, «persuadido  de  que  dicho  periódico  será  mo- 
derado, de  que  no  combatirá  al  Ministerio  actual, 
y  sabedor  de  que  Coello,  su  propietario,  se  lo  ha- 
bía escrito,  deseaba  saber  si  habría  alguna  incon- 
secuencia entre  el  destino  que  desempeñaba  en  la 
Gaceta  y  la  dirección  que  se  le  brindaba». 

«Ignoro  si  todavía — agregaba — conserva  usted 
un  concepto  bastante  favorable  de  mí  para  suponer 
que  al  entrar  en  la  política  no  llevo  bajas  ni  bas- 
tardas miras,  y  que  jamás  me  plegaré  a  ser  instru- 
mento de  ambiciones  ni  de  pasiones  miserables.  El 
día  en  que  La  Época  se  separe  de  la  línea  de  con- 
ducta que  se  me  ha  ofrecido,  ese  día  me  retiraría 
de  ella,  aun  cuando  mi  familia  pereciese  de  ham- 
bre. Lo  que  he  hecho  en  la  literatura  haré  en  la  po- 


75    AÑOS    DE  PERIODISMO  33 

lítica,  y  esta  es  la  palabra  de  un  hombre  de  honor 
que  jamás  ha  faltado  a  ella.» 

No  tenemos  la  respuesta  que  el  conde  de  San 
Luis  diera  a  la  carta  de  Navarrete.  Pero  las  razo- 
nes aducidas  por  éste  debieron  de  ser  de  gran 
fuerza,  por  cuanto  dos  días  después,  el  3  de  abril, 
el  ilustre  periodista  escribía  de  nuevo  al  famoso 
político,  diciéndole  lo  siguiente: 

«Mi  querido  amigo:  En  cuanto  recibí  su  carta, 
resolví  abandonar  la  dirección  de  La  Época.  Con- 
fieso a  usted,  con  franqueza,  que  necesitaba  de  ese 
recurso;  pero  al  ver  que  usted  me  dice  que  le  co- 
locaba en  una  situación  falsa,  no  he  vacilado  ni  un 
solo  momento.  No  estoy  quejoso  de  usted  y  le 
agradezco  los  favores  que  me  ha  dispensado,  con 
toda  mi  alma.  Al  decir  que  mi  posición  no  ha  va- 
riado desde  que  se  halla  usted  en  el  Poder,  quise 
más  que  nada  lamentarme  de  mi  mala  estrella. 
Además,  usted  conoce  muy  bien  que  una  cruz  no 
varía  en  nada  las  circunstancias  del  individuo...» 

En  efecto,  al  publicarse  el  segundo  número  de 
La  Época,  Navarrete  no  era  ya  su  director.  En  vista 
de  lo  ocurrido,  Coello  decidió  encargarse  de  la  di- 
rección, y  en  ella  continuó  hasta  que  le  sustituyó 
definitivamente,  en  1866,  D.  Ignacio  José  Escobar, 
luego  marqués  de  Valdeiglesias.  El  ingreso  de  éste 
en  el  periódico,  como  redactor  o  colaborador,  fué 
en  el  54,  cuando  se  separó  de  El  Heraldo.  Por  en- 
tonces ingresaron  también  D.  Fernando  Cos-Ga- 
yón,  D.  Carlos  Navarro  Rodrigo  y  D.  Saturnino 
Alvarez  Bugallal,  elevados  luego  a  los  Consejos  de 
la  Corona;  y,  poco  más  tarde,  el  insigne  novelista 

3 


34  LEÓN    ROCH 

D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón,  D.  Joaquín  Maldo- 
nado  Macanaz  y  D.  Diego  Bravo  y  Destouet. 

Escobar  desempeñó  la  dirección  hasta  su  muer- 
te, en  febrero  de  1887.  Interina  o  temporalmente 
la  habían  desempeñado  los  citados  D.  Francisco 
de  Paula  Madrazo  y  Bravo  y  Destouet,  D.  Gabriel 
Estrella  y  el  ilustre  periodista  Mané  y  Flaquer,  que 
luego  fué  director  del  Diario  de  Barcelona.  Al  mo- 
rir D.  Ignacio  José,  como  antes  se  ha  dicho,  fué  di- 
rector Pérez  de  Guzmán,  y  luego  se  encargó  de  la 
dirección  de  aquél  D.  Alfredo  Escobar,  segundo 
marqués  de  Valdeiglesias,  que  sigue  desempeñán- 
dola en  la  actualidad. 

El  4  de  mayo  de  1852  interrumpió  La  Época  su 
publicación,  víctima  de  las  persecuciones  políticas, 
y  la  reanudó  el  18  de  junio,  con  el  título  de  La 
Época  Actual  y  sin  ocuparse  de  política.  Dejó  de 
publicarse  el  27  de  junio  de  1854,  y  reapareció  el 
4  de  'ulio,  con  el  nombre  que  honrosamente  lleva. 


VII 


En  la  Prensa  madrileña  es  La  Época  el  más  an- 
tiguo de  los  periódicos  que  se  publican  con  ver- 
dadero carácter  de  diario,  y  el  segundo  de  los  de 
España.  El  primero  de  éstos  es  el  Diario  de  Bar- 
celona, el  popular  y  venerable  Brusí,  que  ya  ha 
cumplido  ciento  cuarenta  años.  Fué  fundado  el 
1."  de  octubre  de  1792,  y  aun  conserva  toda  su  im- 
portancia y  prestigio,  bajo  la  dirección  del  ilustre 
marqués  de  Casa  Brusí.  Recientemente  se  hicieron 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  35 

en  él  importantes  reformas,  que  le  remozaron  y 
modernizaron,  pero  conservando  la  forma  con  que 
adquirió  su  gran  personalidad  en  la  Prensa  es- 
pañola. 

En  la  Prensa  madrileña  no  quedan  más  que  dos 
estimados  colegas  contemporáneos  de  La  Época. 
Uno  de  ellos  es  El  Diario  Español,  fundado  el 
1.°  de  junio  de  1852,  y  que  dirigió  el  diplomático 
D.  Manuel  Ranees  y  Villanueva,  luego  marqués  de 
Casa  Laiglesia,  cuyo  hijo  y  sucesor,  el  ingenioso 
Guillermo  Ranees,  fué  también  redactor  del  perió- 
dico de  Coello  y  Escobar.  Luego  dirigieron  El 
Diario  Español  D.  Mauricio  y  D.  Dionisio  López 
Roberts,  y  entre  sus  redactores  figuraron  Alvarez 
Bugallal,  Lorenzana,  Estanislao  Suárez  Inclán,  Fe- 
derico Villalba,  Autrán,  Maldonado  Macanaz  y  el 
novelista  Julio  Nombela,  que  asimismo  fué  redac- 
tor de  La  Época. 

El  otro  periódico  contemporáneo  de  ésta  es  La 
Correspondencia  de  España,  fundado  por  D.  Ma- 
nuel María  de  Santa  Ana,  primer  marqués  de  San 
ta  Ana,  amigo  y  compañero  que  fué  de  Ignacio 
Escobar.  Aquel  ilustre  periodista  daba  antes  a  la 
estampa  las  Hojas  autógrafas,  que  aparecieron  en 
octubre  de  1847,  «redactadas,  escritas  y  litogra- 
fiadas por  su  fundador».  Estas  hojas  eran  semejan- 
tes a  las  que  ahora  publican  las  Agencias  Fabra  y 
Radio,  y  se  servían  a  los  periódicos  suscriptos  para 
que  utilizasen  sus  noticias,  Tomaron  verdadero  ca- 
rácter de  periódico  en  1851,  en  el  que  cambiaron 
su  título  por  el  de  La  Correspondencia  autógrafa 
confidencial,  y  así  siguió  publicándose  hasta  1858. 


36  LEÓN    ROCH 

Entonces  apareció  impreso  y  con  el  nombre  de  La 
Correspondencia  autógrafa,  aunque  ya  no  lo  era, 
que  poco  más  tarde  volvió  a  cambiar  por  el  de  La 
Correspondencia  de  España,  -  diario  universal  de 
noticias». 

En  1859  fué  director  y  gerente  del  popular  dia- 
rio D.  Ignacio  José  Escobar,  mediante  un  contrato 
de  participación  de  beneficios  que  le  hizo  D.  Ma- 
nuel de  Santa  Ana.  Pero  comenzó  entonces  la  gue- 
rra de  África,  cuyas  noticias  publicaba  La  Corres- 
pondencia; empezó  a  extenderse  enormemente  el 
periódico,  y  fueron  tales  las  ganadas,  que  D.  Ma- 
nuel rescindió  el  contrato  y  se  encargó  de  la  direc- 
ción y  gerencia.  Entre  ambos  ilustres  periodistas, 
como  entre  sus  periódicos  luego  y  siempre,  siguió 
reinando  el  más  leal  sentimiento  de  confraternidad. 


PÁGINAS  DEL  CINCUENTENARIO  DE  "LA  ÉPOCA,, 


S.  M.  LA  Reina  Doña  Isabel  II  (1830-1904). 


LAS  «BODAS  DE  ORO»  DE 
«LA  ÉPOCA» 


El  número  extraordinario  que  La  Época  consa- 
gró, en  enero  de  1898,  a  conmemorar  el  cincuen- 
tenario de  su  fundación,  iba  encabezado  con  el  si- 
guiente artículo,  que  llevaba  el  título  arriba  apun- 
tado y  la  firma  de  D.  Alfredo  Escobar,  director  del 
periódico  desde  1887,  en  el  que  murió  su  ilustre 
padre: 

«Si  a  menudo  es  origen  de  vivas  emociones  fijar 
la  vista  en  los  tiempos  que  fueron,  y  en  los  cuales 
está  comprendida  una  parte  de  nuestra  existencia, 
este  movimiento  de  concentraciones  es  más  fecun- 
do cuando  al  continuo  pasar  de  los  acontecimien- 
tos públicos  van  unidas  intimidades  del  corazón, 
memorias  privadas,  insignificantes  tal  vez  para  los 
demás,  pero  muy  significativas  para  los  que  las 
conservan  y  las  guardan  como  sagradas  reliquias. 

No  tiene  el  que  escribe  estas  líneas  necesidad  de 
encarecer  tales  sentimientos  y  recuerdos,  y  si  los 
menciona,  es  tan  sólo  para  disculpar  a  los  ojos  de 


40  LEÓN    ROCH 

los  indiferentes  lo  que  en  ellos  pudiera  ser  tachad» 
de  vanagloria. 

En  tres  grandes  períodos  puede  divirse  la  histo- 
ria de  La  Época,  cuyas  bodas  de  oro  con  el  pú- 
blico solemniza  el  suplemento  que  a  los  lectores 
ofrecemos  hoy. 

Rasgo  saliente  en  el  primero  fué  la  brillante 
campaña  hecha  en  defensa  del  partido  de  Unión 
liberal.  Fuera  ocioso  recordar  la  importancia  que 
en  nuestra  historia  política  tuvo  aquel  partido,  que 
por  su  honradez,  por  su  patriotismo  y  por  su  amor 
a  la  libertad,  merecerá  siempre  el  respeto  de  las 
generaciones  presentes  y  futuras.  Durante  ese  pe- 
ríodo apoyó  La  Época  al  vencedor  de  África,  al 
ilustre  general  O'Donnell.  Dirigía  entonces  el  pe- 
riódico su  ilustre  fundador  D.  Diego  Coello  y  Que- 
sada,  uno  de  los  más  expertos  periodistas  de  la 
anterior  generación,  muerto  en  Roma  aun  no  hace 
un  año. 

El  segundo  período  comprende  la  revolución 
del  68  y  los  trabajos  preparatorios  de  la  Restaura- 
ción. Fué  aquélla  una  de  las  épocas  más  interesan- 
tes y  trascendentales  del  siglo.  Derrocada  la  Mo- 
narquía secular,  proscrita  la  Real  familia,  muertos 
O'Donnell  y  Narváez,  enemistados  con  la  Reina 
los  unionistas,  triunfante  la  revolución,  corrieron 
tiempos  difíciles  para  los  defensores  de  la  dinastía 
en  el  destierro,  del  orden  perturbado,  de  la  admi- 
nistración desorganizada,  de  la  Patria  en  peligro. 
La  Época  fué  en  aquellos  años  el  defensor  cons- 
tante y  entusiasta  de  las  clases  conservadoras,  así 
como  de  la  Monarquía  caída,  y  el  instrumento  más 


ExcMO.  Sr.  D.  Ignacio  José  Escobar, 

PRIMER  MARQUÉS  DE  VaLDEIGLESI  AS,  DIRECTOR  DE  «La  ÉpOCA  »• 
DESDE  1866  A  1887. 


42  LEÓN    ROCH 

activo  de  propaganda  de  la  Restauración.  El  direc- 
tor de  La  Época  en  tan  azaroso  y  triste  período  se 
llamaba  D.  Ignacio  J.  Escobar. 

No  era  entonces  empresa  llana  ni  cómoda  la  de 
dirigir  un  periódico  de  oposición  al  orden  de  cosas 
establecido.  Los  hechos  demostraron  lo  espinoso 
de  aquel  cargo.  Vencedora  la  revolución  en  Aleo- 
lea,  un  adversario  en  contiendas  electorales,  al 
frente  de  un  grupo  de  descamisados,  allanó  la  casa 
de  Escobar  y  prendió  al  director  de  La  Época, 
llevándole  ante  un  improvisado  Tribunal  revolucio- 
nario que  se  reunía  en  el  Circo  de  Price:  que  así  en- 
tendían la  libertad  aquellos  mal  llamados  liberales. 
Infatigable  con  la  pluma  en  la  defensa  de  la  Res- 
tauración, no  le  hicieron  desfallecer  en  su  empresa 
los  vejámenes  de  que  en  diferentes  ocasiones  fué 
víctima.  Sus  trabajos  en  pro  de  la  causa  alfonsina 
le  acarrearon  nuevos  quebrantos,  tales  como  el  ser 
detenido  por  los  carlistas  al  regresar  de  Francia 
con  papeles  de  la  Reina  Isabel.  Y  más  tarde,  ante 
la  noticia  de  que  iba  a  proclamarse  la  Monarquía 
en  Sagunto,  se  vio  conducido  al  Saladero  y  des- 
pués al  Gobierno  civil,  en  unión  de  Cánovas,  de 
Oñate,  de  Cadórniga,  de  López  Roberts  y  de  otros 
caracterizados  alfonsinos. 

Período  fué  aquél  en  que  sólo  ayudado  por  su 
fe,  por  su  ingenio  y  por  su  laboriosidad,  pudo  salir 
adelante  el  hábil  periodista  en  su  noble  empresa. 

Permitido  le  sea  a  un  hijo  estampar  aquí  estos 
recuerdos  que  constituyen  su  más  preciada  ejecu- 
toria y  el  más  poderoso  estímulo  para  no  desmayar 
en  la  ardua  tarea  periodística,  labor  de  todos  los 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  43 

momentos,  que  no  consiente  ni  desfallecimientos 
ni  descanso. 

La  tercera  época  refiérese  al  período  orgánico 
de  la  Restauración,  y  también  fué  el  alma  de  La 
Época,  en  aquellos  años,  ya  más  bonancibles,  el 
primer  marqués  de  Valdeiglesias. 

Estos  tres  períodos  han  consolidado  las  institu- 
ciones representa' ivas  en  España,  han  reconciliado 
la  Monarquía  con  la  democracia  y  han  contribuido 
al  desarrollo  de  nuestra  prosperidad  material. 

La  muerte  del  insigne  D.  Antonio  Cánovas  del 
Castillo,  a  cuyo  lado  estuvo  este  periódico  desde 
los  tiempos  de  la  Unión  liberal,  tal  vez  inaugure  un 
cuarto  período,  no  exento  de  dificultades  para  la 
Patria.  Si  así  fuera,  lo  que  no  quiera  Dios,  la  actual 
redacción  de  La  Época,  fiel  a  sus  tradiciones  de 
medio  siglo,  sabrá  inspirarse  en  las  enseñanzas  de 
su  propia  historia  para  vencerlas  y  en  ejemplos 
que  les  legaron  los  ilustres  inspiradores  y  escrito- 
res, que  ya  no  existen,  para  imitarlos. 

Alfredo  ESCOBAR. 


S.  M.  EL  Rey  Don  Alfonso  XII  de  Borbón. 

(Noviembre  de  1857 — Noviembre  de  1885.) 


UN  ARTICULO  DE  COS-GAYON 


Página  muy  interesante  y  digna  de  ser  recorda- 
da del  número  conmemorativo  del  cincuentenario 
de  La  Época  es  un  artículo  del  ilustre  y  honradí- 
simo político  D.  Fernando  Cos-Gayón,  el  leal  ami- 
go de  Cánovas  del  Castillo,  varias  veces  ministro 
de  la  Corona,  que  algunos  meses  después  moría  en 
la  pobreza,  dejando  por  toda  fortuna  un  nombre 
inmaculado.  Atendiendo  al  requerimiento  del  mar- 
qués de  Valdeiglesias,  el  bondadoso  D.  Fernando, 
que  había  comenzado  su  carrera  poHtica  como  pe- 
riodista en  El  Heraldo  y  en  La  Época,  envióle  una 
bella  carta,  evocando  interesantes  recuerdos  de  la 
vida  pasada  en  las  luchas  periodísticas. 

He  aquí  el  artículo  del  Sr.  Cos-Gayón: 

RECUERDOS  PERIODÍSTICOS  DE  HACE  CIICUEHA  AlOS 

Me  invita  usted  a  tomar  parte  en  la  solemnidad 
periodística  de  conmemorar  el  comienzo  del  quin- 
quagésimo  año  del  acreditado  periódico  que  dirige 
usted  en  la  actualidad.  Acudo  a  su  invitación  con 


46  LEÓN    ROCH 

doble  complacencia,  por  cumplir  con  mi  deber  de 
antiguo  redactor  de  La  Época  y  por  recordar  mis 
relaciones  de  compañerismo  con  el  periodista  ilus- 
tre de  quien  usted  ha  heredado,  el  honrado  nombre, 
la  laboriosidad  y  la  dirección  de  ese  periódico. 

Cuando,  hace  cerca  de  cincuenta  años  vio  por 
primera  vez  la  luz  pública  La  Época,  D.  Ignacio 
José  Escobar  y  yo  escribíamos  en  la  misma  sección 
de  El  Heraldo. 

Estaba  él  encargado  del  correo  extranjero  al  es- 
tallar las  revoluciones  de  1848,  que  exigieron 
aumento  extraordinario  de  trabajo.  Cediendo  al 
influjo  irresistible  de  las  rebeliones,  que  por  todas 
partes  surgían,  abdicó  Luis  Felipe,  Rey  de  los  fran- 
ceses, en  su  nieto;  el  Rey  de  Baviera  en  su  hijo;  el 
Emperador  de  Austria  en  su  sobrino;  fué  procla- 
mada la  república  en  Francia  y  en  Florencia  y  en 
Venecia  y  en  Roma;  fueron  expulsados  de  los  terri- 
torios en  que  reinaban  los  duques  de  Parma  y  de 
Módena  y  el  gran  duque  de  Toscana;  huyó  de  la 
capital  pontificia  Pío  IX;  se  sublevó  Milán  contra 
los  austríacos  y  Palermo  y  Mesina  contra  el  Rey 
de  Ñapóles;  hubo  Asambleas  constituyentes  en 
París,  en  Viena,  en  Florencia,  en  Roma,  en  Franc- 
fort; se  disolvió  la  Dieta  germánica,  renunciando 
sus  poderes  en  el  Archiduque  Juan,  proclamado  vi- 
cario del  Imperio;  otorgaron  nuevas  Constitucio- 
nes políticas  a  sus  respectivos  Estados  los  Reyes 
de  Prusia  y  de  Dinamarca;  se  agitaron  tumultuosa- 
mente los  cartistas  en  Londres  y  renovaron  sus 
protestas  los  irlandeses  contra  Inglaterra;  declaró 
la  guerra  Carlos  Alberto  al  Emperador;  se  levantó 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  47 

en  armas  la  Hungría  contra  el  Austria  a  la  voz  de 
Kossuth  y  la  Croacia  contra  la  Hungría  a  la  voz  de 
Jellachic.  Para  poder  dar  cuenta  diaria  de  tantas 
novedades,  Escobar,  a  pesar  de  lo  extraordinaria- 
mente laborioso  que  era,  tuvo  que  pedir  auxilio,  y 
yo  entré  a  compartir  con  él  aquella  ruda  tarea. 

Un  periódico,  entonces,  era  cosa  muy  distinta  de 
lo  que  usted  hoy  conoce  y  dirige,  sobre  todo  en  lo 
que  a  las  noticias  de  provincias  y  del  extranjero 
atañe.  Han  variado  mucho  los  medios  de  informa- 
ción y  también  el  gusto  y  las  exigencias  de  los  lec- 
tores. No  había  telégrafo  eléctrico,  ni  caminos  de 
hierro.  No  se  tenía  comunicación  con  otros  países 
sino  por  medio  del  correo  traído  por  las  sillas  de 
posta,  que  la  mayor  parte  de  los  días  del  año,  en 
vez  de  llegar  en  el  momento  reglamentario,  llega- 
ban dos  horas  o  cuatro,  o  diez,  o  veinte  más  tarde. 
Los  esfuerzos  de  la  Administración  pública  no  po- 
dían impedir  que  las  lluvias  y  las  nieves  del  invier- 
no y  las  tempestades  del  verano  hicieran  necesa- 
riamente menos  Hgeros  los  viajes  de  aquellos  co- 
ches, ni  que  fueran  motivo  de  retraso  los  deterioros 
de  los  caminos  y  otras  causas. 

El  criado  de  la  administración  del  periódico  se 
pasaba  con  frecuencia  todo  el  día  haciendo  viajes 
a  la  casa  de  Correos,  y  los  redactores  encargados 
de  reseñar  las  noticias  extranjeras  teníamos  que 
acudir  muchas  veces  inútilmente  a  las  oficinas  de 
la  Redacción.  Recuerdo  que  algunas  noches,  des- 
pués de  haber  aprovechado  todos  los  entreactos 
de  una  función  de  teatro  para  ir  a  enterarnos  de  si 
habían  llegado   los   periódicos  y  las  cartas  del  ex- 


48  LEÓN   ROGH 

tranjero,  teníamos  que  aguardar  hasta  que  era  pre- 
ciso cerrar  la  edición  de  la  mañana. 

Aprovechábamos  principalmente  para  nuestra 
labor  las  hojas  litográficas  de  la  Agencia  Havas, 
cuyas  noticias  eran  más  adelantadas,  más  comple- 
tas y  más  esmeradamente  buscadas  que  las  de  los 
periódicos  impresos  del  extranjero.  Y  eran  el  ele- 
mento más  útil  de  información  en  aquellos  tiempos, 
así  para  el  periodista  como  para  todo  hombre  po- 
lítico, las  Hojas  autógrafas,  redactadas  por  D.  Ma- 
nuel María  Santana,  futuro  fundador  de  La  Corres- 
pondencia de  España,  con  las  últimas  noticias  de 
cada  día  que  personalmente  recogía  en  los  Minis- 
terios y  en  los  Centros  de  negocios.  Se  estampaban 
pocos  ejemplares  de  aquellas  hojas,  que  no  conte- 
nían mucha  lectura,  eran  relativamente  muy  caras 
y  se  despachaban  para  el  correo  en  forma  de  car- 
tas cerradas.  El  numeroso  personal  que  hoy  se 
ocupa  en  buscar  noticias  para  los  periódicos  esta- 
ba entonces  exclusivamente  reducido  a  Santana, 
que  había  conseguido,  con  su  actividad  extraordi- 
naria y  su  notoria  habilidad,  un  verdadero  y  privi- 
legiado monopolio  de  entrada  en  las  oficinas  pú- 
blicas y  de  explotación  de  las  noticias. 

(Estas  manifestaciones  del  ilustre  Cos- Gayón 
confirman  que  las  Hojas  autógrafas  de  Santana, 
como  en  otro  lugar  decimos,  no  eran  un  periódi- 
co, sino  un  servicio  de  noticias,  igual  que  el  de  la 
Agencia  Fabra,  destinado  únicamente  a  periódicos, 
Ministerios,  Sociedades  y  Círculos.) 

En  el  suministro  de  las  extranjeras  nos  daban 
mayor  ocupación  a  Escobar  y  a  mí  las  cartas  de 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  49 

los  periódicos.  Tenía  grande  reputación  El  Heral- 
do por  la  diaria  y  copiosa  correspondencia  que 
recibía  y  publicaba,  con  minuciosos  informes  sobre 
todos  los  asuntos  de  importancia  que  ocurrían  y 


ExcMO.  Sr.  D.  Fernando  Cos-Gayón, 

REDACTOR    DE    «La    ÉpOCA»    (18681875),    MINISTRO    DE    HACIENDA, 

Gracia  y  Justicia  y  Gobernación  (t  diciembre  de  1898). 

sobre  los  actos  y  proyectos  de  la  diplomacia.  De 
París,  de  Viena,  de  Londres,  de  Berlín,  de  todas 
partes  le  referían  constantemente  todo  lo  que  su- 
cedía en  los  secretos  de  las  Cancillerías  y  todo  lo 
que  probablemente  sucedería,  más  o  menos  pron- 
to, en  adelante.  Todo  ello  era  producto  de  la  tra- 

4 


50  LEÓN    ROCH 

vesura  de  un  corresponsal  francés,  bien  relaciona- 
do en  las  Embajadas  y  en  los  Ministerios  de  Nego- 
cios Extranjeros  de  varios  países,  que  dentro  de  un 
mismo  sobre,  y  a  continuación  unas  de  otras,  nos 
remitía  cartas  fechadas  en  capitales  distintas,  en 
las  que  daba,  cuando  lo  creía  conveniente,  noticias 
contradictorias  y,  por  supuesto,  exponía  conjetu- 
ras y  comentarios  inspirados  por  los  opuestos  cri- 
terios que  mejor  correspondían  a  los  diversos  lu- 
gares en  que  suponía  hecho  cada  uno  de  sus  escri- 
tos. Todos  ellos  venían  en  francés  y  era  preciso 
traducirlos. 

Escobar  se  entregaba  a  su  trabajo  por  comple- 
to, no  distrayéndose  de  él,  ni  interrumpiéndolo  un 
momento  por  nada  ni  por  nadie.  Bajo  su  dirección 
tuve  que  acostumbrarme,  desde  luego,  a  hacer  lo 
mismo. 

El  conde  de  San  Luis,  que  era  propietario  del 
periódico  y  ministro  de  la  Gobernación,  tuvo  en 
1850  el  capricho  de  ensayar  s¡  se  podía  publicar 
en  Madrid,  traducido  al  español,  un  libro  a  las  vein- 
ticuatro horas  o,  por  lo  menos,  a  las  cuarenta  y 
ocho  de  llegar  por  primera  vez  una  edición  france- 
sa. Chenu,  que  había  sido  famoso  revolucionario 
en  1848,  escribió  un  libro  con  el  título  de  Los  cons- 
piradores, en  que  hacía  curiosas  revelaciones  en 
descrédito  de  los  revoltosos  de  oficio.  Se  procuró 
que  vinieran  a  Madrid  sin  pérdida  de  momento  al- 
gunos ejemplares  en  cuanto  fueron  puestos  a  la 
venta  en  París;  se  utilizaron  para  la  composición  y 
la  tirada  los  recursos  de  la  Imprenta  Nacional,  en- 
tonces poderosos  y  muy  superiores  a  todos  los  de- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  51 

más  con  que  la  tipografía  contaba  en  España;  se 
dividió  en  diez  o  doce  fracciones  el  libro  francés, 
repartiéndolas,  para  su  traducción,  entre  todos  los 
redactores  de  El  Heraldo  y  los  amigos  íntimos  del 
Conde,  colocados  a  la  sazón  en  altas  posiciones 
oficiales.  A  Escobar  y  a  mí  se  nos  hizo  la  distinción 
de  darnos  en  el  reparto  fracciones  más  grandes 
que  a  los  demás,  aunque  nosotros  no  habíamos  de 
dejar  de  atender  a  nuestros  habituales  quehaceres. 
Sin  embargo  de  eso,  fuimos  los  dos  que  concluí- 
mos antes  la  tarea  que  nos  estuvo  encomendada  y 
prestamos  a  la  mayor  parte  de  los  otros,  el  servicio 
de  hacer  también  algo  de  las  suyas  respectivas, 
quedando,  además,  para  nosotros  el  cuidado  del 
arreglo  de  todo  y  de  la  corrección  de  las  pruebas. 
Pero  aquel  día,  como  siempre,  el  trabajo  de  Esco- 
bar fué  mayor  que  el  mío,  a  pesar  de  mi  buena 
voluntad,  porque  conservando  él  la  dirección  de 
nuestras  comunes  tareas,  las  repartía  de  modo  que 
constantemente  quedaba  para  él  algo  más  de  lo 
que  me  dejaba. 

Veinte  años  después  volvimos  a  trabajar  juntos 
Escobar  y  yo,  notablemente  ascendidos  en  catego- 
ría dentro  del  orden  jerárquico  de  la  Prensa.  El 
había  hecho  del  periodismo  definitivamente  la  úni- 
ca ocupación  de  su  laboriosidad  incansable.  Yo 
conservaba  siempre  mis  hábitos  de  periodista,  mez- 
clados ya  para  toda  mi  vida  con  el  ejercicio  de 
otras  profesiones.  La  revolución  europea  de  1848 
nos  había  reunido  en  la  redacción  de  El  Heraldo; 
la  revolución  española  de  1868  nos  reunió  en  la  de 
La  Época. 


52  LEÓN    ROCH 

Se  ha  dirigido  usted  hoy,  preguntándole  sus  re- 
cuerdos, al  ex  redactor  del  segundo  de  esos  dos 
periódicos,  y  le  contesta  a  usted  el  ex  colaborador 
del  primero.  Lo  hago  así,  porque  de  la  época  re- 
reciente  pueden  hablar  otros  que  están  todavía  en 
la  casa,  y  de  la  época  antigua  somos  muy  pocos 
ya  los  que  podemos  dar  noticias  propias;  y  tam- 
bién porque  para  usted,  lo  mismo  que  para  mí,  son 
dos  ¡deas,  inseparablemente  unidas,  la  de  La  Épo- 
ca y  la  del  primer  marqués  de  Valdeiglesias. 

Dios  prospere  al  segundo  como  desea  su  afec- 
tísimo, 

Fernando   COSGAYÓN.» 


LOS  ESCRITORES  DE  «LA  ÉPOCA» 


Caracterizóse  desde  que  salió  a  luz  el  diario 
La  Época  por  su  aversión  al  personalismo  y  a  la 
polémica,  por  su  tolerancia,  por  la  diligencia  en  la 
información  política,  por  el  buen  sentido,  y,  por  úl- 
timo, por  el  cuidado  que  han  puesto  desde  1849 
sus  directores  en  proporcionarse  la  colaboración 
de  los  escritores  más  brillantes  (exceptuando,  por 
supuesto,  al  que  firma  estas  líneas)  de  la  Prensa 
política  madrileña. 

¡Qué  de  nombres  ilustres  vamos  a  citar,  al  ocu- 
parnos de  los  escritores  de  La  Época!  ¡Cuántos 
otros  dignos  de  figurar  al  lado  de  los  primeros  ha- 
bremos omitido,  por  falta  de  memoria! 

La  labor  periodística  ofrece  el  inconveniente  de 
ser,  por  regla  general,  anónima,  a  diferencia  de  la 
colaboración,  que  con  frecuencia  ostenta  la  firma 
del  escritor.  Por  eso  hay  necesidad  de  acudir  a  los 
recuerdos,  tratándose  de  la  redacción  política;  y 
siendo  tan  largo  un  período  de  medio  siglo  y  fal- 
tando gran  parte  de  los  escritores  que  la  desempe- 
ñaron, inevitables  han  de  ser  las  omisiones.  Pedi- 
mos perdón  por  ellas  a  los  vivos,  que  son  los  me- 


54  LEÓN    ROCH 

nos,  y  a  los  muertos  que,  desgraciadamente,  son 
en  gran  número. 

Consideraremos  para  aquel  efecto  dividida  la 
historia  de  La  Época  en  cinco  períodos,  a  partir 
desde  su  fundación  hasta  el  momento  presente. 

í'rimer  período  (1S48  a  1856). —Figuró 
como  director  de  La  Época,  al  ver  por  primera  vez 
la  luz  pública,  D.  Ramón  de  Navarrete,  siéndolo  en 
realidad,  así  como  principal  escritor  político,  don 
Diego  Coello  y  Quesada,  auxiliado  por  D.  Fran- 
cisco de  Paula  Madrazo,  escritor  diligente,  muy 
hábil  en  la  confección  de  un  diario  y  redactor  del 
Diario  de  las  Sesiones  del  Congreso,  y  por  el  ta- 
quígrafo del  Congreso  D.  Jacobo  Rebollo,  que  se 
ocupó  en  la  confección  del  periódico  muchos  años 
hasta  su  muerte. 

Del  extranjero  se  encargó  entonces  y  continuó 
desempeñándolo  hasta  *el  fin  de  su  vida  también, 
D.  Diego  Bravo  y  Destouet,  cuyo  hermano  D.José, 
que  fué  más  adelante  director  de  La  Correspon- 
dencia de  España,  colaboraba  en  la  parte  polí- 
tica. 

Administrador  fué  D.  Agustín  Aguirre,  jefe  su- 
perior de  Hacienda  en  tiempos  más  cercanos  y  el 
único  superviviente  hoy  de  los  fundadores. 

En  este  primer  período  figuran  también  entre  los 
escritores  de  La  Época  nombres  tan  notables  como 
los  de  D.  Antonio  Mantilla  y  D.  Cipriano  del  Mazo, 
y  como  colaboradores  D.  Antonio  Flores,  autor 
del  precioso  libro  Ayer.  Don  B.  de  Federico, 
D.  Fermín  Gonzalo  Morón,  D.  Heriberto  García  de 
Quevedo,  poeta  venezolano.  La  colaboración  po- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


55 


lítica  fué  muy  activa  e  importante,  aunque  no  ne- 
cesitaba mucho  de  ella  D.  Diego  Coello,  que  im- 
provisaba artículos  y  párrafos  sueltos  con  gran 
facilidad. 

— Del  ocho,  Rebollo  (el  taquígrafo) — ,  era  la  pri- 


ExcMO.  Sr.  D.  Carlos  Navarro  y  Rodrigo, 

REDACTOR    DE    «La    ÉpOCA»    (1856-1864),    MINISTRO    DE   FoMENTO 
E    INTERINO    DE    HACIENDA. 


mera  frase  que  pronunciaba  el  verdadero  director 
de  La  Época  al  saltar  de  la  cama;  y  seguía  dictando 
y  comunicando  instrucciones  por  espacio  de  cinco 
horas  sin  fatigarse. 

Durante  este  período,  la  crítica  teatral  corrió  a 
cargo  de  D.  Ramón  Navarrete,  con  el  seudónimo 


56  LEÓN    ROCH 

de  Leporello,  y  del  ya  mencionado  García  de  Que- 
vedo. 

Segundo  período  (1856-1868).— A  más  de 
los  escritores  mencionados,  figura  ya  al  final  de 
este  período  D.  Ignacio  José  Escobar,  amigo  y 
compañero  de  Coello  en  El  Corresponsal  y  El  Es- 
pañol. 

Los  redactores  políticos,  más  o  menos  constan- 
tes, son  muy  notables:  Carlos  Navarro  y  Rodrigo, 
Salvador  López  Guijarro,  S.  Alvarez  Bugallal,  don 
Andrés  Borrego,  M.  Manrique,  José  Lorenzo  Fi- 
gueroa  (académico  de  la  de  Ciencias  Morales  y  Po- 
líticas), Pedro  de  Alarcón,  el  gran  novelista;  Fer- 
mín Figueras,  Zacarías  Casaval,  Gabriel  Enríquez 
Valdés,  José  Bisso,  a  cargo  del  cual  corrieron  los 
asuntos  financieros  durante  doce  años;  Pedro  An- 
tonio Montes,  Barrié  y  Agüero  (Pedro  Recio),  José 
Pérez  Garchitorena,  Pareja  de  Alarcón,  Candalija, 
gobernador  que  fué  de  Zaragoza,  y  Joaquín  Mal- 
donado  Macanaz. 

La  colaboración  literaria  ofrece,  entre  otros 
nombres,  los  de  D.  Manuel  María  Santana,  D.  Ra- 
món de  Navarrete  (crítico  de  teatros  y  gran  mun- 
do, que  en  este  período  firmaba  Pedro  Fernández, 
y  desde  1867  Asmodeo),  Julio  Nombela,  Mariano 
Z.  Cazurro,  Amos  Escalante  (Juan  Garda).  En  la 
crítica  musical  reemplaza  a  Leporello  D.  José  Ma- 
ría Goizueta. 

Colaboraron  también  con  frecuencia  el  ingeniero 
español  Sr.  Echevarría,  el  francés  M.  E.  Malingre, 
así  como  D.  Manuel  Casado.  Corresponsal  en  Pa- 
rís era  el  conde  de  Sanafé  (Actéon). 


75   AÑOS    DE   PERIODISMO  57 

Tercer  período  (1868-1875).— Al  ocurrir  la 
revolución  de  1868  dirigía  La  Época,  en  ausencia 
de  D.  Diego  Coello,  D.  Ignacio  J.  Escobar;  eran  re- 
dactores D.  Joaquín  Maldonado  (desde  1864),  don 
José  Bisso,  D.  Julián  Sabando  y  D.  José  Bravo.  En 


D.  Diego  Bravo  y  Destouet, 

REDACTOR    Y    DIRECTOR    DE  «La    ÉpOCA»    (1849-1890). 

1869,  esta  redacción  tuvo  el  importante  refuerza 
de  D.  Fernando  Cos-Gayón. 

Tomaron  parte  en  los  trabajos  de  La  Época  con 
frecuencia,  en  este  agitado  período,  los  políticos 
alfonsinos  Sres.  Bugallal,  Silvela  y  Villaverde,  entre 
otros  muchos. 

A  este  período  corresponde  asimismo  la  publi- 


58  LEÓN    ROCH 

cación  de  la  serie  de  artículos  titulada:  La  Novela 
del  Eaipto,  por  D.José  de  Castro  y  Serrano,  uno  de 
los  más  asiduos  y  amenos  de  nuestros  colabora- 
dores literarios. 

Entre  los  redactores  y  colaboradores  Bguraron 
igualmente  los  Sres.  Vallejo  Miranda  (Pico  de  la 
Mirándola),  Alcalá  Galiano,  hijo,  y  D.  José,  de  la 
carrera  consular,  y  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán.  La 
crónica  teatral  y  la  literaria  corrieron  a  cargo  de 
D.  Luis  Alfonso,  de  los  dos  hermanos  D.  Ricardo 
y  D.  Enrique  Sepúlveda,  D.  Carlos  Frontaura,  el 
ya  citado  D.Julio  Nombela  y  otros  varios. 

Cuarto  período  (1S75-18S7).  —  Dirigió  La 
Época,  hasta  su  fallecimiento,  el  primer  marqués 
de  Valdeiglesias,  figurando  ya  en  este  período 
como  redactor  literario  su  hijo  D.  Alfredo.  Fueron 
importantes  redactores,  con  algunos  de  los  antes 
citados,  D.  Gabriel  Estrella,  D.  José  Fernández 
Bremón,  D.  Eleuterio  Villalba,  D.  ].  Salvador,  don 
Mariano  Guillen,  D.  Ramón  Cárdenas,  D.  M.  Alha- 
ma  Montes,  D.  M.  Fernández  y  González  (ha  poco 
fallecido),  D.  José  Eugenio  Flores,  los  dos  herma- 
nos D.  Manuel  y  D.  Joaquín  Tello,  D.  F.  López» 
D.  Javier  Betegón,  D.  Arcadio  Roda. 

La  crítica  de  teatros  corrió  a  cargo  del  ingenio- 
so D.  Pedro  BoBll,  y  la  musical  al  de  D.  Antonio 
Peña  y  Goñi.  Figuran  en  la  sección  literaria  los 
nombres  de  D.  Eusebio  Blasco  y  D.  Carlos  Ochoa. 

Quinto  período  (1887-1897).— Una  sola  di- 
rección ofrece  realmente  este  período  de  la  vida 
de  La  Época:  la  del  segundo  marqués  de  Valde- 
iglesias. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  59 

Los  redactores  políticos  fueron  D.  Joaquín  Mal- 
donado  (desde  1890),  D.  Eleuterio  Villalba,  don 
Leopoldo  Calzado  (encargado  de  la  parte  financie- 
ra), D.  Julio  Burell,  Pérez  de  Guzmán,  Botella  (don 
Francisco),  Botella  (D.  Cristóbal),  D.  Javier  Bete- 
gón,  D.  Ernesto  Rápela,  D.  José  Alcázar,  D.  Gui- 
llermo Ranees,  D.  Mariano  Guillen  y  la  actual  Re- 
dacción de  La  Época. 

Colaborador  político,  asiduo  e  importante,  fué  el 
vizconde  de  Campo  Grande,  literarios  D.  Eduardo 
Cortázar  (Julio- Agosto),  Valero  de  Tornos  (don 
Juan),  el  escritor  que  firma  El  Otro,  el  doctor  Gar- 
cía Alvarez  y  el  que  se  firmó  El  Pájaro  Verde. 

La  crítica  ha  sido  o  es  desempeñada  por  don 
Eduardo  Gómez  de  Baquero,  D,  Francisco  Villegas 
(Zeda),  Don  C.  Fernández  Shaw^,  D.  Rodrigo  So- 
riano,  D.  Cecilio  Roda  y  Don  R.  Mitjana. 

Colaboradores  militares  en  el  trascurso  de  los 
cincuenta  años  que  cuenta  de  vida  La  Época  han 
sido  los  generales  marqués  del  Duero,  D.  Crispín 
G.  de  Sandoval,  Gómez  de  Arteche,  Coello,  Sán- 
chez Bregua,  D.  Leopoldo  Crestar,  D.  Antonio 
Goicorrotea,  el  marino  S.  Patero,  y  también  en 
esta  clase  de  asuntos  D.  E.  de  Salazar  y  Mazarre- 
do  y  D.  Pelayo  Alcalá  Galiano.  De  artes  han  escrito 
durante  este  período  los  Sres.  Leguina  (D.  Enri- 
que), conde  de  Morphy,  Badía  y  otros  muchos. 

En  25  de  diciembre  de  1897  la  Redacción  de  La 
Época,  así  política  como  dedicada  a  la  información 
o  Hteraria,  ofrece  el  cuadro  siguiente: 

Director:  D.  Alfredo  Escobar,  marqués  de  Val- 
deiglesias. 


60  LEÓN    ROCH 

Redactores:  D,  Eduardo  Gómez  de  Baquero, 
D.  Ramón  de  Cárdenas,  D.  Francisco  Fernández 
Villegas  (Zeda),  D.Javier  Betegón,  D.  Carlos  Fer- 
nández Shaw,  D.  Juan  Lapoulide,  D.  Alfredo  Gar- 
cía López,  D.  Gabriel  Briones,  D.  Ángel  Febrer, 
D.  Carlos  Palma,  D.  Augusto  Barrado,  D.  Ángel 
Pérez  Magnín,  D.  Enriquez  Gálvez,  D.  Eduardo 
Montesinos,  D.  Alberto  Pérez  Cossío,  D.  Juan 
Reza,  D.  Adolfo  Fernández  Brañas  y  el  que  firma 
este  artículo. 

Como  colaboradores  toman  parte  en  las  tareas 
del  periódico  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán,  D,  Julio 
Burell,  D.  Rodrigo  Soriano,  D.  Cecilio  Roda  y  di- 
versos reputados  escritores. 

Joaquín  MALDONADO  MACANAZ. 


LOS  LECTORES  DE  PERIÓDICOS 

(1849-1897) 


Entre  las  páginas  interesantes  del  número  con- 
memorativo del  cincuentenario  de  La  Época  apa- 
rece un  notable  artículo  del  ex  ministro  D.  Carlos 
Navarro  Rodrigo,  redactor  que  fué  también  del 
periódico,  evocando  recuerdos  de  la  campaña  de 
Tetuán.  Nada  agrega  ese  bello  trabajo  a  nuestra 
historia,  ni  a  ella  hace  referencia,  y  lo  omitimos  en 
esta  relación. 

Al  artículo  de  Maldonado  Macanaz  sigue  una 
crónica  del  ilustre  escritor  Kasabal,  que  por  su  in- 
genio y  su  arte  rivalizó  como  cronista  de  sociedad 
con  el  famoso  Asmodeo.  Al  mismo  tiempo  fué  don 
José  Gutiérrez  Abascal  un  buen  periodista  político 
y  un  literato  de  exquisito  gusto  y  cáustica  agudeza. 
Cuando  murió,  hace  pocos  años,  era  director  del 
Heraldo  de  Madrid.  He  aquí  la  crónica  del  ilustre 
colaborador  de  La  Época,  que  pudiera  publicarse 
hoy  en  cualquier  periódico  como  una  interesante 
crónica  de  actualidad: 


* 


62 


LEÓN    ROCH 


Cincuenta  años,  medio  siglo  nada  menos  ha 
transcurrido  desde  la  fundación  de  La  Época,  y  en 
ese  tiempo,  en  que  se  han  convertido  en  abuelas 
venerables  muchas  que  eran  niñas  bonitas  cuando 
sus  papas  llevaban  a  casa  el  primer  número  del  pe- 
riódico, y  en  que  han  ocurrido  sucesos  tan  tras- 
cendentales para  la  vida  del  país,  se  han  transfor- 
mado de  un  modo  notabilísimo  las  costumbres, 
como  en  otras  muchas  cosas,  en  lo  que  se  relacio- 
na con  los  periódicos  y  sus  lectores. 

Si  entre  el  diario  vivo,  agitador,  nervioso,  de 
este  fin  de  siglo,  y  el  grave  y  sesudo  que  se  publi- 
caba al  mediar  la  centuria  hay  una  gran  diferencia, 
no  es  menor  la  que  existe  entre  el  lector  de  hoga- 
ño y  el  de  antaño,  y  aun  se  puede  decir  que  lo 
uno  es  consecuencia  de  lo  otro,  o  lo  que  es  igual, 
que  la  transformación  del  lector  ha  traído  la  de 
la  hoja  impresa  que  llega  a  sus  manos  todos  los 
días. 

Hoy,  más  que  leer  un  periódico,  se  recorre  con 
la  vista  buscando  la  sección  que  más  interesa  o  lo 
que  constituye  la  novedad  más  saliente  del  día,  y 
después  se  deja  en  el  asiento  del  tranvía,  en  la  ban- 
queta del  coche  de  alquiler,  en  la  butaca  del  teatro, 
como  flor  cuyo  perfume  se  ha  aspirado  y  que  ya 
no  ofrece  atractivos. 

¡Qué  diferencia  entre  este  lector,  siempre  agita- 
do y  afanoso,  y  aquel  otro  de  hace  cincuenta  años, 
para  el  que  la  lectura  del  diario  de  su  predilección 
era  una  de  las  ocupaciones  más  serias  e  importan- 
tes del  día!  Dedicaba  a  ella  una  hora  fija,  siempre 
la  misma,  escogida  entre  las  que  eran  para  él  de 


75    Af50S    DE    PERIODISMO 


63 


más  reposo,  y  como  por  culpa  del  repartidor  o 
descuido  de  la  administración  del  periódico  éste 
faltase,  se  producía  en  la  casa  un  verdadero  tras- 
torno, que  sólo  se  sosegaba  cuando  la  falta  se  ha- 
bía remediado. 


El  ilustre  novelista  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón, 

REDACTOR   DE   «La   Época»   (1856-1859). 


Pero  una  vez  en  poder  del  suscriptor  su  diario, 
¡qué  gratas  emociones  le  proporcionaba!  Recibíale 
como  a  un  amigo  predilecto  y  querido,  le  cogía  con 
cariño  y  le  contemplaba  con  amor,  fijándose,  antes 
de  desdoblarle,  en  el  título,  tan  simpático  a  sus 
ojos;  en  la  fecha,  que  era  su  almanaque;  en  todos 


64  LEÓN    ROCH 

los  detalles  de  la  cabeza,  que  constituían  para  él 
como  los  rasgos  de  una  fisonomía  de  esas  que  pre- 
disponen a  la  amistad  y  a  la  benevolencia. 

Después  de  este  primer  examen,  se  sentaba  el 
lector  lo  más  cómodamente  que  podía,  al  amor  de 
la  lumbre  en  invierno,  al  fresco  en  verano,  con  el 
cigarrillo  recién  encendido  en  la  boca,  si  era  fuma- 
dor, o  con  la  nariz  repleta  de  aromático  polvo,  si 
constituía  el  rapé  sus  delicias,  y  teniendo  siempre 
al  alcance  de  la  mano,  con  el  pañuelo  de  seda  de 
la  India,  la  petaca  o  la  tabaquera,  para  no  tener 
que  interrumpir  la  lectura  para  volver  a  encender 
un  pitillo  o  para  introducir  el  índice  y  el  pulgar  en 
la  afiligranada  o  esmaltada  cajita. 

Y  en  esta  disposición  procedía  a  desdoblar  el  pe- 
riódico lenta  y  solemnemente,  a  estirarle  bien,  a 
deshacerle  las  arrugas,  a  plancharle  acariciándole 
con  el  brazo  izquierdo  mientras  le  sostenía  con  la 
mano  derecha,  y  a  cogerle  luego  con  las  dos  para 
leer,  con  meditación  y  reposo,  desde  la  primer  lí- 
nea del  artículo  de  fondo  hasta  el  pie  de  imprenta 
y  el  nombre  ya  conocido  del  editor  responsable 
que  exigía  por  entonces  la  ley. 

Y  el  periódico  no  era  sólo  leído,  sino  comentado 
mentalmente  por  el  atento  lector,  que  creía  en  todo 
aquello  que  leía  como  en  el  Evangelio,  y  que  no 
daba  por  cierta  ninguna  noticia  hasta  que  la  en- 
contraba en  aquellas  columnas  de  su  especial  pre- 
dilección. 

Y  después  de  la  lectura,  no  arrojaba  con  desdén 
la  hoja  impresa  que  le  había  proporcionado  tan  gra- 
tas emociones,  su  amigo  sincero,  ni  consentía  que 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  65 

las  mujeres  la  cogiesen  para  cortar  patrones  o  en- 
volver líos,  ni  que  fuese  a  la  cocina  a  que  la  do- 
méstica le  recortase  en  picos  para  adornar  el  vasar, 
ni  que  los  chicos  la  convirtiesen  en  pajaritas  o  co- 


ExcMO.  Sr.  D.  Saturnino  Álvarez  Bugallal, 

XEDACTOR  DE  «La  ÉpOCA»  (1856-1864),  MINISTRO  DE  GrACIA  yJuSTICIA 
Y  MINISTRO  DE  EsPAÑA  EN  PoRTUGAL. 


metas.  Volvía  a  doblar  su  periódico  cuidadosamen- 
te por  los  mismos  dobleces  que  tenía  al  llegar  a 
sus  manos,  y  le  colocaba  en  el  estante  encima  de 
los  números  que  le  habían  precedido  y  esperando 
a  los  que  le  habían  de  suceder. 

Así  han  leído  y  cuidado  los  carlistas  a  La  Espe- 

5 


66  LEÓN    ROCH 

ranza,  los  conservadores  a  La  Epoca,\os  liberales  a 
Las  Novedades,  y  todavía  al  deshacerse  las  antiguas 
casas,  al  separarse  las  familias  agrupadas  en  un 
mismo  hogar,  se  encuentran  colecciones  de  esos 
diarios,  que  miran  con  cierta  veneración  los  hijos  y 
los  nietos  de  los  que  se  los  vieron  leer  con  tanto 
cariño  a  sus  padres  y  a  sus  abuelos,  y  donde 
aprendieron  a  deletrear  ellos  mismos. 

Estos  periódicos  estaban  tan  identificados  con  la 
familia,  que  aun  muerto  el  jefe  de  ella,  que  era  su 
lector  constante,  los  herederos  conservaban  la  sus- 
cripción en  respeto  a  la  memoria  del  muerto  que- 
rido, y  hubieran  creído  una  profanación  dejarla, 
cerrando  la  puerta  a  aquel  amigo  de  todos  los  días. 
A  estos  periódicos  de  la  década  del  40  al  50  su- 
cedieron los  más  batalladores  de  la  del  50  al  60, 
La  Iberia,  de  Calvo  Asensio  y  de  Sagasta;  La  Dis- 
cusión, de  D.  Nicolás  María  Rivero;  La  Democra- 
cia, de  Castelar,  periódicos  de  partido  y  de  bata- 
lla, que  se  leían  en  la  plaza  pública,  y  de  los  que 
los  lectores  hacían  una  bandera,  identificándose 
tanto  con  ella  que  la  daban  su  dinero  para  costear 
gastos  y  pagar  multas,  y  que  no  la  negaron  su  san- 
gre en  memorables  ocasiones. 

La  Época  quedó  siendo  siempre  el  periódico  del 
hogar,  y  del  hogar  respetable  y  bien  acomodado, 
donde  le  acogía  con  predilección  la  señora  mayor, 
que  había  hecho  de  este  periódico  su  órgano  pre- 
dilecto. Pocos  serán  los  que  entre  los  recuerdos  de 
su  infancia  tío  conserven  el  de  alguna  vieja  parien- 
ta  o  venerable  amiga  de  las  que  iban  a  visitar  coa 
sus  madres,  en  días  solemnes  de  santos  o  de  Pas- 


75    Af50S    DE    PERIODISMO  67 

cua,  y  no  la  vean  con  los  ojos  de  la  imaginación 
bien  acurrucada  en  el  sillón  de  terciopelo,  con  las 
respetables  canas  cubiertas  por  la  blonda  y  los  la- 
zos de  la  cofia,  los  hombros  abrigados  con  la  man- 
teleta de  volante,  los  pies  colocados  en  el  taburete 
de  alfombra  y  en  las  manos,  resguardadas  con  mi- 
tones. La  Época,  que  dejaba  sobre  su  falda  para 
recibir  la  visita,  volviendo  a  reanudar  la  lectura  en 
cuanto  se  quedaba  sola. 

Y  como  las  mamas,  las  hijas  se  aficionaron  a  la 
lectura  de  La  Época,  porque  en  ella  encontraban 
noticias  agradables  de  lo  que  pasaba  por  el  mun- 
do, y  aquellas  deliciosas  crónicas  de  salones,  sus- 
critas por  Pedro  Fernández  y  por  Asmodeo,  y  en 
las  que  se  puede  seguir  la  historia  de  la  sociedad 
aristocrática  de  Madrid  durante  el  reinado  intere- 
santísimo de  Doña  Isabel  11. 

Allí  se  hablaba  de  los  que  se  casaban,  y  de  los 
que  nacían,  se  describían  los  bailes  y  las  reuniones 
y  se  consagraba  el  debido  tributo  a  los  que  aban- 
donaban este  mundo. 

Las  crónicas  de  Pedro  Fernández  y  de  Asmodeo, 
trasladadas  desde  las  viejas  columnas  de  La  Época 
a  un  libro  ilustrado  con  copias  de  los  retratos  pin- 
tados por  Federico  Madrazo,  constituirían  un  vo- 
lumen interesantísimo,  cuyas  páginas  contendrían 
la  melancólica,  pero  siempre  encantadora  música 
del  tiempo  pasado. 

Leer  La  Época  fué  durante  mucho  tiempo  un 
título  de  honor  para  las  señoras,  como  tener  por 
modista  a  Mad.  Carolina  y  por  zapatero  a  Reynal- 
do.  Para  los  hombres  era   como  una  cédula   que 


68  LEÓN    ROCH 

daba  fe  del  amor  al  orden,  a  los  principios  esta- 
blecidos, a  lo  que  servía  de  base  a  la  buena  or- 
ganización social. 

Y  este  carácter  lo  ha  conservado  a  través  de  los 
tiempos  y  de  la  transformación  del  periodismo, 
siendo  todavía  periódico  predilecto  en  los  salones 
y  el  español  que  con  más  frecuencia  se  encuentra 
en  los  hoteles  y  en  las  casas  aristocráticas  del  ex- 
tranjero. 

Vivir  cincuenta  años  en  estos  tiempos,  conser- 
vando el  carácter  propio,  la  fisonomía  especial,  sin 
haber  dejado  de  seguir  las  corrientes  modernas, 
constituye  una  empresa  que  sólo  puede  apreciarse 
bien  viéndolo  de  cerca;  es  ir  fundiendo  en  una  sola 
tres  generaciones:  la  de  las  abuelas,  la  de  las  ma- 
dres y  la  de  las  nietas,  y  hacer  que  resulten  armóni- 
cos los  bucles  de  María  Cristina,  las  cocas  de  Doña 
Isabel  II  y  el  peinado  moderno  de  que  dio  norma 
en  los  tiempos  del  segundo  Imperio  la  famosa 
princesa  de  Metternich. 

En  un  periódico  lo  más  esencial  es  el  lector,  y 
La  Época  ha  tenido  muy  buenos  lectores,  y,  sobre 
todo,  lectoras,  y  a  esto  ha  debido  su  larga  vida  y 
su  crédito. 

¡Que  Dios  se  la  prolongue  y  la  aumente,  hacién- 
dola entrar  con  paso  firme  en  el  siglo  en  que  ha 
de  cumplir  el  centenario  que  celebrarán  los  que 
están  próximos  a  venir  al  mundo  a  continuar  la 
misión  de  los  que  hoy  trabajan  siguiendo  el  ejem- 
plo de  los  que  les  precedieron! 

KASABAL» 


BIBLIOGRAFÍA  DE  «LA  ÉPOCA»  O 


La  colección  de  La  Época,  por  todo  extremo 
rara,  pues  no  la  poseen  completa  la  Biblioteca  Na- 
cional, las  de  los  Cuerpos  Colegisladores,  ni  nin- 
guna otra  pública  ni  particular,  desde  el  1.°  de  abril 
de  1849,  en  que  apareció  su  primer  número,  hasta 
el  1.°  de  enero  de  1898,  en  que  entra  en  el  quin- 
cuagenario de  su  publicación,  consta,  prescindien- 
do de  toda  clase  de  apéndices  y  suplementos  no 
numerados,  de  17.092  números  de  dos  y  tres  hojas, 
o  sean  cuatro  y  seis  páginas,  divididos  en  98  volú- 
menes semestrales. 

La  cifra  que  aquí  se  señala  es  la  correlativa  que 
seguimos;  pero  hay  que  advertir  que  es  mucho  ma- 
yor, pues  en  el  examen  que  acabamos  de  practicar 
hemos  hallado  muchos  números  repetidos  por  des- 
cuido de  imprenta. 

Las  interrupciones  que  el  periódico  ha  sufrido 
en  1852  (del  4  de  mayo  al  18  de  junio)  y  en  1854 
(del  5  al  15  de  julio)  son  de  escasa  importancia, 

(*)     Con  este  extenso  y  detallado  artículo  cerraba  sus  páginas  el  nú- 
mero conmemorativo  del  cincuentenario. 


70  LEÓN    ROCH 

pues  sólo  han  durado  algunos  días  y  siempre  han 
sido  impuestas  de  orden  de  la  autoridad. 

Piliación  del  periódico. — Hasta  4  de  mayo 
de  1852  La  Época  no  usó  de  más  apelativo  que  su 
título.  Suspendida  su  publicación  hasta  habilitar 
editor  responsable,  en  las  condiciones  impuestas 
por  el  Real  decreto  sobre  imprenta,  reapareció  re- 
ducida a  dos  tercios  de  su  tamaño,  con  el  título  de 
La  Época  Actual.  Rehabilitada  para  recobrar  su 
carácter  político  el  16  de  noviembre,  tomó  su  an- 
tiguo tamaño  y  añadió  a  su  nombre  de  La  Época 
el  lema  de  «periódico  político  y  liberal  de  la  tar- 
de». A  los  diez  días,  el  26,  volvió  a  ser  denunciada, 
y  para  continuar  viviendo  cambió  este  lema  por  el 
de  «periódico  administrativo  de  la  tarde». 

Desde  10  de  diciembre,  en  que  fué  absuelta,  se 
llamó  <La  Época,  periódico  del  partido  liberal», 
hasta  16  de  febrero  de  1854,  en  que  volvió  a  pu- 
blicarse sin  apelativo  alguno.  El  20  del  mismo  mes 
adoptó  el  de  «periódico  constitucional  de  España», 
que  usó  hasta  el  26  de  noviembre.  Abolido  éste, 
quedó  por  mucho  tiempo  indefinida;  pero  el  29  de 
enero  de  1866  tomó  el  de  «periódico  político  dia- 
rio», que  conservó  hasta  23  de  noviembre  de  1867. 
En  3  de  diciembre  lo  cambió  por  «diario  político  y 
literario».  Desde  el  17  de  diciembre  de  1871  borró 
el  adjetivo  «literario»,  y  después  de  volver  desde 
el  31  de  diciembre  de  1885  hasta  el  21  de  septiem- 
bre de  1890  a  quedar  sin  apelativo  alguno,  desde 
la  última  de  estas  fechas  adoptó  el  de  <La  Época: 
últimos  telegramas  y  noticias  de  la  tarde»,  que  es 
el  nombre  y  lema  que  conserva. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  71 

Las  letras  titulares  de  su  nombre  también  han 
sufrido  algunas  variantes;  el  tipo  que  la  caracteriza 
hace  muchos  años  se  aceptó  como  definitivo  desde 
el  núm.  1.123,  correspondiente  al  10  de  noviembre 
de  1853. 


D.  Pedro  Bofill, 

REDACTOR    LITERARIO  Y    CRÍTICO  TEATRAL  DE  «La    ÉpOCA»  (1887-1894). 

Las  variantes  de  los  epígrafes,  relacionándolas 
con  los  sucesos  políticos  del  tiempo,  implican  la 
historia  de  las  vicisitudes  políticas  de  La  Época. 

Directores.— Excmo.  Sr.  D.  Ramón  de  Nava- 
RRETE,  Gran  Cruz  de  la  Orden  de  Isabel  la  CatóHca, 
director  de  la  Imprenta  Nacional  y  de  la  Gaceta 


72  LEÓN    ROCH 

de  Madrid.  Fué  director  de  <La  Época*  sólo  un 
día,  el  primero  de  su  publicación. 

Excmo.  Sr.  D.  Diego  Coello  y  Quesada,  primer 
conde  de  Coello  de  Portugal,  diputado  a  Cortes 
desde  1846,  constituyente  en  las  de  1854  a  56,  se- 
nador electivo  en  1876,  vitalicio  desde  1877,  mi- 
nistro de  España  en  Copenhague  en  1854,  en 
Constantinopla  en  1856  y  1884,  en  Turín,  Parma  y 
Toscana  en  1858,  en  Lisboa  en  1863  y  en  Italia  en 
1881.  Gran  Cruz  de  las  Ordenes  Españolas  de 
Carlos  III,  Isabel  la  Católica  y  del  Mérito  Militar  y 
de  las  de  San  Mauricio  y  San  Lázaro  y  la  Corona 
de  Italia,  Concepción  de  Villaviciosa  de  Portugal, 
Leopoldo  de  Bélgica,  San  Jorge  de  Parma,  Fran- 
cisco II  de  las  Dos  Sicilias,  Nuestra  Señora  de  Gua- 
dalupe de  Méjico  y  Medjidié  de  Turquía,  Gran 
oBcial  de  la  Legión  de  Honor  y  gentilhombre  de 
Cámara  de  S.  M. 

Excmo.  Sr.  D.  Juan  Mané  y  Flaquer,  de  la  Real 
Academia  de  Ciencias  Morales  y  Políticas,  director 
del  Diario  de  Barcelona,  y  que  ha  renunciado  cuan- 
tas posiciones  políticas  y  títulos  de  honor  se  le  han 
brindado. 

Excmo.  Sr.  D.  Ignacio  José  Escobar,  primer  mar- 
qués de  Valdeiglesias,  diputado  a  Cortes  en  1857» 
58,  59,  60,  61,  62,  62  a  63,  76,  77,  78  y  79;  vice- 
presidente del  Congrego  de  los  Diputados,  conse- 
jero de  Estado,  gentilhombre  de  Cámara  de  S.  M., 
caballero  de  la  ínclita  Orden  de  San  Juan  de  Jeru- 
salén,  Gran  Cruz  de  la  Concepción  de  Villaviciosa 
y  de  Cristo  de  Portugal,  de  la  Orden  de  Medjidié 
de  Turquía,  del  Nescham  Yfthar  de  Túnez  y  del 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  7S 

Orden  Real  del  Cambodje,  y  comendador  de  la 
Legión  de  Honor  de  Francia. 

Sr.  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán. 

Excmo.  Sr.  D.  Gabriel  Estrella,  diputado  a  Cor- 
tes en  1857  y  1858,  Gran  Cruz  de  la  Orden  de  Isa- 
bel la  Católica,  consejero  de  Ultramar,  etc. 

D.  Alfredo  Escobar  y  Ramírez,  segundo  marqués 
de  Valdeiglesias,  diputado  a  Cortes  desde  1884  a 
1898,  senador  vitalicio  nombrado  por  S.  M.,  su 
gentilhombre  de  Cámara  con  ejercicio,  Gran  Cruz 
de  la  Orden  de  Cristo  de  Portugal,  comendador 
de  la  Corona  de  Italia  y  del  Medjidié  de  Turquía, 
caballero  de  Carlos  III,  del  Mérito  Naval,  del  Águi- 
la Roja  de  Prusia,  ex  secretario  del  Congreso  de 
los  Diputados  y  vicepresidente  de  la  Asociación 
de  la  Prensa,  etc.,  etc. 

Primera  redacción.  —  D.  Diego  Coello  y 
Quesada,  fundador,  director  y  propietario,  llevaba 
tres  secciones  del  periódico:  la  política,  la  econó- 
mica y  la  internacional. 

D.  Francisco  de  Paula  Madrazo,  redactor  polí- 
tico y  literario,  escribía  fondos  y  sueltos  y  estaba, 
además,  encargado  del  extracto  de  las  sesiones  de 
las  Cortes. 

D.  Diego  Bravo  y  Destouet  traducía  la  novela 
para  el  folletín  y  extractaba  los  periódicos  extran- 
jeros. 

D.  Ramón  de  Navarrete  era  el  redactor  literario 
y  de  las  revistas  de  Madrid,  de  los  salones  y  de  los 
teatros. 

D.  Jacobo  Rebollo  era  taquígrafo  al  servicio  del 
Sr.  Coello  y  confeccionador. 


74  LEÓN    ROCH 

D.  Agustín  Aguirre  era  administrador,  gerente 
de  la  imprenta,  editor  responsable  y  colaborador 
en  las  noticias  menudas  de  la  capital. 

Imprentas. — Desde  la  fundación  de  La  Época, 
la  imprenta,  aunque  a  nombre  de  los  administra- 
dores del  periódico  o  de  los  regentes-ajustadores, 
siempre  fué  propia,  hasta  1873.  Establecida  prime- 
ramente en  la  calle  de  las  Huertas,  núm.  14,  prin- 
cipal, desde  1849  hasta  30  de  marzo  de  1851  estu- 
vo a  cargo  de  D.  Agustín  Aguirre  y  de  D.  Luis 
García. 

Trasladada  a  la  calle  de  las  Infantas,  núm.  36, 
principal,  estuvo  desde  1."  de  junio  de  1851  hasta 
30  de  agosto  de  1854  a  nombre  de  D.  Manuel  Váz- 
quez de  Ortiz  y  de  D.  Tomás  Badía,  uno  y  otro 
regentes  de  la  misma. 

En  31  de  agosto  de  1854  se  puso  de  nuevo  a 
cargo  del  administrador  D.  José  Juaneo,  y  se  tras- 
ladó a  la  calle  de  las  Torres,  núm.  11,  donde  esta- 
ba establecida  la  Redacción,  hasta  que  en  1.°  de 
diciembre  de  1873  se  llevaron  enseres,  cajas  y  má- 
quinas a  la  imprenta  de  D.  Tomás  Fortanet,  cuyo 
nombre  tomó  y  conservó  hasta  31  de  diciembre 
de  1885,  domiciliándose  en  la  calle  de  la  Libertad, 
núm.  29. 

Desde  1.°  de  enero  de  1886  se  hizo  cargo  de  la 
imprenta  de  La  Época  D.  Manuel  Ginés  Hernán- 
dez, establecido  con  obrador  tipográfico  propio  en 
la  calle  de  la  Libertad,  núm.  16  duplicado.  Hasta 
27  de  febrero  de  1887  el  pie  de  imprenta  del  pe- 
riódico decia:  «Imprenta  de  La  Época,  a  cargo  de 
D.  Manuel  G.  Hernández>;  desde  esta  fecha  hasta 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  75 

11  de  mayo  de  1888,  se  leía:  <Imprenta  de  Manuel 
Ginés  Hernández,  impresor  de  La  Época»;  por  úl- 
timo, desde  12  de  mayo  de  1888  hubo  otra  rectifi- 
cación, leyéndose:  «Imprenta  de  Manuel  Ginés 
Hernández»,  la  que  han  seguido  hasta  aquí  los 
hijos  y  herederos  de  este  excelente  tipógrafo.  A 
D.  Manuel  Ginés  Hernández  La  Época  le  condeco- 
ró con  la  Gran  Cruz  de  Isabel  la  Católica,  así  como 
el  pueblo  de  Madrid  le  votó  concejal  de  su  Ayun- 
tamiento, y  el  alcalde  le  nombró  teniente  de  alcalde 
del  distrito  de  Buenavista. 

Casas  que  ha  ocupado  la  Redacción. — La 
Época  se  instaló  en  1.°  de  abril  de  1849  en  el  cuar- 
to principal  de  la  casa  de  la  calle  de  las  Huertas, 
núm.  14.  De  aquí  pasó  en  14  de  diciembre  del 
mismo  año  a  la  calle  del  Príncipe,  40,  principal,  y 
desde  esta  casa,  en  11  de  agosto  de  1851,  a  la  calle 
de  las  Torres,  núm.  11,  esquina  a  las  de  la  Reina  y 
las  Infantas,  donde  permaneció  durante  veintidós 
años. 

Desde  1.°  de  diciembre  de  1873  se  trasladó  ala 
calle  de  la  Libertad,  núm.  18,  donde  siguió  otro 
largo  período;  estableciéndose  últimamente,  el  25 
de  noviembre  de  1895,  en  el  núm.  16  de  la  mis- 
ma calle  y  casas  de  la  Alhambra,  donde  ha  tenido 
por  algún  tiempo  su  morada  el  Circulo  de  Bellas 
Artes. 

Administradopes.—  D.  Agustín  Aguirre,  hasta 
24  de  febrero  de  1854. 

D.  José  Juaneo,  hasta  su  muerte,  en  1875. 

D.  Antonio  Hernández  Contreras,  desde  1875 
a  1885. 


76  LEÓN    ROCH 

D.  Francisco  Boronat  y  Satorres,  desde  1.°  de 
julio  de  1885. 

Editores  responsables. — D.  Agustín  Agui- 
rre,  hasta  noviembre  de  1852. 

D.  Agustín  del  Valle,  de  21  de  noviembre  de 
1852.  Procesado  y  puesto  en  prisión  el  26  del  mis- 
mo, fué  absuelto  en  10  de  diciembre,  continuando 
en  su  cargo  hasta  17  de  enero  de  1853. 

D.  Tomás  Badía,  hasta   18  de  febrero  de  1854. 

D.  José  Juaneo,  hasta  1868. 

Tamaño  del  periódico. — El  tamaño  inicial 
de  La  Época  era  de  0,397  .  0,276  metros,  en  el 
que  se  publicaron  sus  cuatro  primeros  volúmenes. 
Tuvo  un  aumento  considerable  en  1851;  pero,  en  la 
suspensión  que  sufrió  en  1852,  se  redujo  en  una 
tercera  parte,  y  aunque  al  recobrar  su  carácter  po- 
lítico volvió  al  tipo  en  que  había  sido  suspendido, 
el  inmenso  crédito  que  de  día  en  día  alcanzaba  y 
el  estímulo  del  favor  público,  le  hizo  tomar  las  di- 
mensiones que  conserva  desde  el  núm.  4.016,  co- 
rrespondiente al  17  de  junio  de  1861.  Estas  dimen- 
siones son:  0,559  .\  0,400  metros,  en  cinco  co- 
lumnas. 

Primeros  elementos  característicos  v 
constitutivos  de  ia  publicación.— Los  primeros 
artículos  políticos  firmados  por  colaboradores  ex- 
traños a  la  Redacción  fueron  los  de  D.  Fermín  Gon- 
zalo Morón,  titulados:  El  partido  moderado  en  el 
Gobierno  desde  1843;  lo  que  ha  sido;  lo  que  debe 
ser.  Se  publicaron  en  los  números  65,  67,  68  y  69 
de  La  Época,  correspondientes  a  los  días  17,  19,  20 
y  21  de  junio  de  1849. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  77 

Los  primeros  artículos  políticos  firmados  por 
redactores  del  periódico  fueron  los  de  D.  Diego 
CoELLO  Y  QuESADA,  SU  director,  titulados:  Lo  pasa- 
do y  lo  presente,  y  publicados  en  los  días  5,  6,  8, 
10,  12,  16  y  17  de  febrero  de  1851. 


D.  Luis  Alfonso, 

CRONISTA  Y  CRÍTICO  DE  TEATROS  Y  DE  ARTE  DE  «La  ÉpOCA»  (1881-1892). 

El  primer  artículo  político  de  carácter  científi- 
co e  internacional  fué  el  titulado  El  catolicismo 
y  la  filosofía,  el  cual,  escrito  desde  Berlín  en  car- 
ta al  conde  de  Montalembert  por  D.  Juan  Dono- 
so Cortés,  marqués  de  Valdegamas,  simultánea- 
mente se  publicó  en   L'Univers,  de  París,  y  La 


78  LEÓN    ROCH 

Época,  de  Madrid,  el  28  de  junio  de  1849,  núme- 
ro 75. 

El  primer  telegrama  de  carácter  oficial  que  pu- 
blicó La  Época  fué  recibido  de  París  por  el  Go- 
bierno el  3  de  julio  de  1849,  a  las  tres  y  media  de 
la  tarde,  anunciando  que  «un  despacho  de  Civita- 
vecchia  del  día  1."  comunicaba  que  la  Asamblea 
constituyente  romana  había  declarado  que  cesaba 
de  hacer  una  defensa  que  juzgaba  ya  inútil,  y  que 
la  municipalidad  de  Roma  se  había  dirigido  al  ge-  _ 
neral  Oudinot  para  pedir  la  capitulación.» 

El  primer  corresponsal  que  La  Época  mandó  al 
extranjero  fué  D.  José  Gutiérrez  de  la  Vega,  a 
quien  el  general  D.  Fernando  Fernández  de  Cór- 
doba, general  en  jefe  de  la  expedición  que  España 
envió  a  Roma  en  auxilio  de  Pío  IX,  en  1849,  agre- 
gó a  su  Estado  Mayor,  y  quien  escribió  el  diario 
de  aquel  suceso,  que  publicado  después  en  dos 
tomitos  en  octavo,  se  regaló  a  los  suscriptores  de 
La  Época. 

El  primer  corresponsal  que  La  Época  envió  a 
ser  testigo  y  a  representarla  en  un  movimiento  po- 
lítico interior,  fué  su  redactor  D.  Antonio  Mantilla 
DE  LOS  Ríos,  que  acompañó  a  Vicálvaro  al  general 
O'Donnell  en  1854  cerca  de  su  cuartel  general,  y 
con  él  hizo  la  entrada  triunfal  en  Madrid. 

El  primer  corresponsal  a  quien  La  Época  hizo 
hacer  un  viaje  imaginario  y  describir  en  varias  co- 
rrespondencias sucesos  que  no  veía,  fué  D.  José 
DE  Castro  y  Serrano,  que  desde  Madrid  escribió 
para  La  Época  sus  famosas  jornadas  de  la  aper- 
tura del   canal   de    Suez,  con   que   luego   hizo   el 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  79 

libro  de  La  novela  del  Egipto,  que  se  publicó 
en  1870. 

El  primer  artículo  sobre  mejoras  materiales  se 
publicó  en  La  Época  el  21  de  mayo  de  1849,  nú- 
mero 43.  Describía  el  ferrocarril  de  Barcelona  a 
Mataró,  primero  que  se  construyó  en  España,  y  lo 
suscribía  el  ingeniero  de  las  mismas  obras  D.  Ra- 
món DE  Echeverría. 

El  primer  folletín  que  publicó  La  Época  en  su 
primer  número  y  siguientes  fué  la  novela  Paulina, 
de  Alejandro  Dumas,  y  por  mucho  tiempo  siguie- 
ron dominando  esta  parte  del  periódico  las  nove- 
las que  entonces  hacían  más  furor  de  Dumas,  Sué 
y  otros  escritores  franceses.  Sin  embargo,  en  24  de 
abril  del  mismo  año  de  1849  La  Época  comenzó  a 
publicar  en  el  folletín  la  novela  española  de  don 
Ramón  de  Navarrete,  Misterios  del  corazón,  honor 
que  no  volvió  a  alcanzar  otro  escritor  castellano 
hasta  1856,  en  que  La  Época  prohijó  también  la 
de  D.  Antonio  Hurtado,  Lo  que  se  ve  y  lo  que  no 
se  ve. 

Las  primeras  poesías  insertas  en  La  Época  con 
motivo  de  la  Semana  Santa  de  1849  fueron  la  Ins- 
piración, que  D.  José  Zorrilla  acababa  de  leer  en 
una  de  las  sesiones  del  famoso  Liceo  y  unas  estro- 
fas A  Jesús  sacrificado,  suscritas  con  las  iniciales 
de  D.  Diego  Bravo  Destouet. 

La  primera  crítica  literaria  que  se  publicó  en  La 
Época,  el  2  de  mayo  de  1849  (núm.  26),  fué  sobre 
la  Corona  del  Dos  de  Mayo  coleccionada  por  don 
Braulio  Antón  Ramírez.  Estos  trabajos  no  abunda- 
ron en  el  principio;  pero  el  segundo  artículo  crítico 


80  LEÓN   ROCH 

literario  que  La  Época  insertó  el  10  de  enero  de 
1852  (núm.  888)  lleva  la  firma  de  D.  Agustín  Du- 
ran y  se  ocupa  del  Cancionero  del  siglo  XI  de  Juan 
Alfonso  de  Baena,  cuyo  prólogo  admirable  escri- 
bió el  marqués  de  Pidal,  y  las  anotaciones  don 
Eugenio  de  Ochoa  y  D.  Pascual  de  Gayangos. 

La  primera  recepción  académica  en  la  Española 
de  que  dio  La  Época  extensa  cuenta  fué  la  de  don 
Fermín  de  la  Puente  Apezechea,  que  ocupó  la  silla 
de  D.  Alberto  Lista,  y  a  quien  contestó  D.Joaquín 
Francisco  Pacheco  el  domingo  22  de  diciembre  de 
1850  (núm.  557). 

La  primera  revista  de  teatros  publicada  en  La 
Época  por  Leporello  (seudónimo  de  Navarrete 
entonces),  describió  la  inauguración  del  teatro  Es- 
pañol, erigido  por  el  conde  de  San  Luis,  el  11  de 
abril  de  1849  (núm.  7).  Se  representó  la  comedia 
de  Calderón  de  la  Barca  Casa  con  dos  puertas  y  La 
Casa  de  Tócame  Roque,  de  D.  Ramón  de  la  Cruz. 
En  la  primera  tomaron  parte  Matilde  Diez,  la  se- 
ñora Palma,  la  señorita  Noriega  y  Romea,  Piza- 
rroso y  D.  Antonio  Guzmán,  y  en  la  segunda  Ma- 
tilde, Teodora  Lamadrid,  las  señoras  Córdoba  y 
Chafino  y  los  Sres.  Romea,  Sobrado,  Guzmán, 
Caltañazor  y  Barroso.  Asistió  la  Reina,  con  toda 
la  corte,  y  Romea  leyó  unos  versos  suyos,  que 
La  Época  reprodujo.  A  Leporello  siguió  en  La 
Época  en  las  Criticas  de  teatros  D.  Manuel  María 
Santana. 

El  primer  artículo  de  salones  que  publicó  La 
Época,  en  su  núm.  25,  no  lleva  firma  ni  seudónimo, 
pero   se   comprende  quién  fué  su  autor.  Apareció 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  81 

«I  sábado  25  de  abril  de  1849  y  reseñaba  la  inau- 
guración del  teatro  casero  que  S.  M.  la  Reina  Doña 
Isabel  II  había  dispuesto  en  Palacio.  Hubo  sinfonía 
de  La  Muta  di  Portici;  himno  cantado,  letra  de 
D.  Juan  Peral  y  música  del  maestro  Hernando,  y  se 


D.  Antonio  Peña  y  Goñi, 

REDACTOR    LITERARIO    Y  CRÍTICO    MUSICAL    DE  «La  ÉpOCA»  (1887-1896); 
ACADÉMICO  DE  BeLLAS  ArTES. 


representaron  la  comedia  original  de  D.  Ramón  de 
Navarrete  Caprichos  de  la  fortuna  y  por  saínete 
Un  diablillo  con  faldas,  arreglado  del  francés  por 
el  mismo  autor.  Las  hicieron  los  actores  del  Teatro 
Español  y  el  aficionado  D.  Ramón  García  de  Luna. 
Fué  un  acto  solemne. 


82  LEÓN    ROCH 

El  primer  crítico  musical  no  lo  tuvo  La  Época 
hasta  1852;  se  llamó  D.  Nicanor  de  Regoyos. 

El  primer  artículo  político  que  suscribió  en  La 
Época  el  autor  de  esta  bibliografía,  titulado  La 
Confederación  germánica:  Austria  y  Prusia,  se  pu- 
blicó en  el  núm.  5.679,  correspondiente  al  21  de 
julio  de  1866.  Fué  una  profecía  de  la  transforma- 
ción de  Europa:  del  triunfo  todavía  problemático 
de  la  Prusia  sobre  el  Austria  en  la  guerra  de  Bo- 
hemia. Prusia  venció;  cinco  años  después  vino  la 
guerra  franco-alemana  y  el  vaticinio  del  novel  pe- 
riodista se  vio  cumplido. 

Como  se  ve,  La  Época  desde  su  génesis,  y  den- 
tro de  los  medios  materiales  de  que  en  aquel  tiem- 
po se  disponía,  imprimió  la  fisonomía  total  que  ha 
conservado  y  conserva  esta  publicación. 

Notas  especiales. — Sólo  nos  contraeremos  a 
dos,  entre  el  número  infinito  de  las  que  se  pudie- 
ran sacar  de  la  colección. 

El  número  de  La  Época  920,  del  día  19  de  febre- 
ro de  1852,  está  impreso  en  papel  verde,  sin  haber 
otro  alguno  publicado  en  color. 

Había  nacido  la  Infanta  Doña  María  Isabel  Fran- 
cisca el  20  de  diciembre  de  1851.  Al  cumplir  la 
cuarentena  y  al  salir  la  Reina  Doña  Isabel  para 
hacer  la  presentación  de  la  tierna  Princesa  ante  el 
altar  de  Nuestra  Señora  de  Atocha,  la  mano  vil  de 
un  regicida  atentó  contra  la  vida  de  S.  M.,  a  quien 
dejó  herida.  El  día  19  de  febrero,  al  hacer  de  nue- 
vo su  presentación  la  Reina  restablecida,  el  entu- 
siasmo de  Madrid  rayaba  en  delirio.  La  Época  se 
publicó  en   papel  verde,  símbolo  de  la  esperanza; 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  83 

decoró  sus  columnas  con  versos  de  Martínez  de 
la  Rosa,  de  Ventura  de  la  Vega  y  de  Rodríguez 
Rubí,  entre  los  200  poetas,  la  flor  y  nata  de  nues- 
tro Parnaso,  que  hicieron  la  apoteosis  del  día,  y 
describió  de  una  manera  magistral  el  Alcázar  de 
Segovia  que  los  artilleros  levantaron  delante  del 
Salón  del  Prado;  el  Castillo  feudal  de  los  ingenie- 
ros en  la  calle  de  Alcalá;  la  fachada  de  Atocha  de 
los  Inválidos;  el  Arco  de  las  Cortes,  construido  por 
el  arquitecto  D.  Pascual  Colomer;  la  Pirámide  de 
la  Puerta  del  Sol,  delante  de  la  Casa  de  Correos; 
el  Arco  de  la  Casa  de  la  Villa;  el  Monumento  del 
Prado;  las  Columnas  de  Hércules  del  Ministerio  de 
Hacienda;  los  Adornos  del  Casino  de  Madrid  y  la 
Iluminación  de  los  Jardines  de  Oriente.  En  cuanto 
a  la  parte  política,  todo  reflejaba  el  amor  a  la  Mo- 
narquía y  a  la  dinastía,  que  ha  sido  siempre  el  sen- 
timiento más  vivo  de  La  Época  después  del  de  la 
Patria. 

La  última  nota  es  de  fecha  más  reciente.  El  pri- 
mer suplemento  extraordinario  ilustrado  de  La 
Época  fué  el  que  se  publicó  el  31  de  diciembre  de 
1890.  Algunos  de  los  que  lo  firmaron  ya  no  existen. 
Los  trabajos  literarios  fueron  suscritos  por  D.  Al- 
fredo Escobar,  D.  Joaquín  Maldonado  Macanas, 
D.  Juan  Pérez  de  Guzmán,  D.  Leopoldo  Calzado, 
D.  Carlos  Fernández  Shaw,  D.  Arturo  Palma,  don 
Antonio  Peña  y  Goñi,  D.  Manuel  del  Palacio,  don 
Gabriel  Briones  y  Job.  La  parte  artística  repre- 
sentaba un  bello  cuadro  titulado  Amor  et  labor, 
Lcetitia  et  pax  y  los  retratos  de  S.  M.  el  Rey  Don 
Alfonso  Xlil  y  de  los  Sres.  Cánovas  del  Castillo, 


84  LEÓN    ROCH 

Silvela,  Tetuán,  Azcárraga,  Fabié   y   marqués   del 
Pazo  de  la  Merced. 

¿Cuántos  de  los  que  vean  este  suplemento  quin- 
cuagenario verán  el  que  La  Época  publique  al  cum- 
plir su  primer  siglo  de  existencia? 

Juan  PÉREZ  DE  GUZMÁN. 


EN  EL  LXXV  ANIVERSARIO  DE  «LA  ÉPOCA» 


ExcMO.  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo, 


ILUSTRE    FUNDADOR    Y  JEFE    DEL    PARTIDO     LIBERAL-CONSERVADOR    Y    VARIAS 

VECES     PRESIDENTE     DEL     CONSEJO    DE     MINISTROS     8     DE     FEBRERO     DE    1828- 

8    DE    AGOSTO    DE    1897). 


EL  LXXY  ÁlíIYERSARIO  DE  «LA  ÉPOCA* 


En  el  mes  de  mayo  de  1923,  como  ya  se  ha  di- 
cho, publicó  La  Época  su  número  extraordinario 
ilustrado  conmemorativo  del  LXXV  Aniversario  de 
su  fundación,  para  el  cual  tuvo  la  Prensa  madrileña 
amable  acogida.  Por  el  interés  que  pueda  ofrecer 
su  texto  para  los  que  algún  día  escriban  nuestra 
historia  política  y  contemporánea,  hemos  de  repro- 
ducir aquí  los  artículos  en  él  publicados,  aunque 
en  algunos  aparezcan  obligadas  repeticiones  de 
algo  que  anteriormente  quedó  consignado. 

La  parte  gráfica  del  número  conmemorativo  es- 
taba compuesta  por  las  siguientes  ilustraciones: 
Retratos  de  SS.  MM.  el  Rey  Don  Alfonso  XIII, 
Reina  Doña  Victoria,  su  augusta  esposa,  y  Reina 
madre  Doña  María  Cristina,  que  con  tanta  energía, 
prudencia  y  gloria  para  ella  desempeñó  la  Regen- 
cia durante  la  minoridad  del  Soberano;  retratos 
del  fundador  de  La  Época,  D.  Diego  Coello  y  Que- 
sada;  del  primer  marqués  de  Valdeiglesias,  D.  Ig- 
nacio José  Escobar,  que  sustituyó  a  aquél  en  la  di- 
rección, y  del  actual  director,  D.  Alfredo  Escobar, 
segundo  marqués  de  Valdeiglesias.  Retratos  de  los 


88  LEÓN    ROCH 

cinco  jefes  que  ha  tenido  el  partido  conservador: 
D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo,  D.  Francisco  Sil- 
vela,  D.  Antonio  Maura,  D.  Eduardo  Dato  y  el  ac- 
tual, D.  José  Sánchez  Guerra;  retrato  del  decano 
de  los  redactores  y  colaboradores  de  La  Época, 
D.  Juan  Pérez  de  Guzmán;  grupo  de  la  Redacción 
en  1923  y  vista  de  la  casa  en  que  se  encuentran 
instalados  las  oficinas  y  talleres,  y  que  es  de  pro- 
piedad del  periódico. 

La  parte  literaria  aparecía  encabezada  con  los 
afectuosos  escritos  que,  como  homenaje  a  La  Épo- 
ca, enviaron  el  jefe  del  partido,  Sr.  Sánchez  Gue- 
rra, y  los  entonces  presidentes  de  las  Cámaras  con- 
servadoras, Sres.  Sánchez  de  Toca  y  conde  de  Bu- 
gallal.  A  continuación  los  insertamos,  así  como  los 
demás  trabajos  publicados  en  el  número,  en  algu- 
nos de  los  cuales  se  han  hecho  diversas  correccio- 
nes y  adiciones  de  importancia,  y  otros  artículos 
nuevos,  que  complementan  los  anales  de  tan  larga 
vida  periodística. 


TRES  HOMENAJES 


Del  jefe  del  partido  li- 
beraleconservador  don 
José  Sánchez  Guerra. 

La  Época  celebra  sus  bodas  de  diamante  con  la 
opinión.  Sólo  quienes  tengan  exacta  idea  de  las 
internas  dificultades,  acrecentadas  cada  día,  de  una 
Empresa  periodística,  podrán  apreciar  y  medir  el 
esfuerzo  meritorio  que  esa  larga  y  honrada  exis- 
tencia supone  como  labor  perseverante  y  abne- 
gada. 

A  través  de  los  tiempos,  con  vida  incorporada  a 
la  historia  de  nuestra  Patria,  La  Época  ha  visto 
desaparecer  y  cambiar  hombres  e  instituciones, 
orientando  siempre  sus  propagandas  y  trabajos  al 
servicio  de  convicciones  y  en  defensa  de  las  ideas 
fundamentales  que  hoy  mismo  le  sirven  de  bande- 
ra. En  este  periódico  trabajaron  y  se  desenvolvie- 
ron grandes  inteHgencias  y  plumas  brillantísimas. 
Los  nombres  de  los  Escobar,  Maldonado  Macanaz, 
Coello,  Cos-Gayón,  Fabié,  Alvarez  Bugallal  y  tan- 
tos otros  son  al  par  en  estas  columnas  lección  y 
ejemplo,  y  estamos  seguros  de  que  si  nuevamente 
llegaran  días  de  peligro  y  de  combate  para  las 
ideas  y  doctrinas  que  La  Época  defendió  siempre. 


90  LEÓN    ROCH 

los  que  ahora  forman  su  brillante  y  culta  Redac- 
ción podrían  repetir  la  frase  sublime  del  sargento 
francés  en  una  de  las  trincheras  del  frente  atacada 
furiosamente  por  los  alemanes:  debout  les  morts!, 
e  inspirados  en  el  glorioso  ejemplo  de  sus  prede- 
cesores, sacarían  a  salvo  los  principios  esenciales 
que  son  credo  y  razón  de  existencia  del  partido 
liberal-conservador. 

José  Sánchez  guerra. 

De  D.  Joaquín  Sánchez 
d«>  Toca,  presidente  dci 
Senado. 

Me  identifico  cordialísimamente  en  sentimientos 
y  afectos  con  todo  lo  que  significa  este  septuagé- 
simoquinto  aniversario  del  nacimiento  de  La  Época. 

Lo  más  expresivo  en  cuanto  a  mi  modo  de  sen- 
tir, como  lector  asiduo  de  La  Época,  se  sintetiza 
en  expresar  que,  desde  que  tengo  uso  de  razón, 
me  queda  memoria  de  que  en  nuestra  casa  fuimos 
suscriptores  constantes  de  La  Época,  y  que,  por 
mi  parte,  de  ningún  periódico  tengo  recortados 
tantos  artículos  como  de  este  diario,  decano  de  los 
supervivientes  de  la  Prensa  de  Madrid. 

J.  S.  DE  TOCA 

Del  conde  de  Rugallal, 
presidente  del  eongreso 
de  los  Diputados. 

Nacido  yo  de  familia  conservadora  y  apasiona- 
do por  los  principios  que  informan  este  partido, 


All  LUÍ.   Mam  nt?» 


MASBIS.-  LttAM  3   de  Abnl  da  1933 

LA  ÉPOCA 

CiniOS  lEICRllUS  I  ^OTIIM  DI  U  tiHDI 


IV ffililíl K füDllí  asH-"---^--  EL nmm_ hjsscmi 

.o._.;=::»~. ..  EL  clA  político 


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EL  LuMtRCIO  r^PUiOL  EN  ULTRAMAK 


NOTICIAS  UE  PAkAaO 


DESPACHOS  TozcaAncos 


^Mifrgs^'tjK'iígiii/s'^ 


SS^^HS 


INPORMACIOlNES 


n.  :s-«;  -^-^."-jrí  ~ 


Cf?ül3  fL^üU  ca  íllKlí 


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&«_UniM  ■•  Jt^Hp^--^—»  ■» 


TSUlTXt.^ 


NÚMERO  DE  «La  Época»  del  2  de  abril  de  1923,  al  entrar 

EN  el  año  75  de  su  publicación. 

(Formato  de  57  X  40.) 


92  LEÓN    ROCH 

casi  desde  el  momento  en  que  fueron  expuestos 
por  su  ilustre  fundador,  no  podrá  extrañar  a  nadie 
mi  devoción  por  La  Época,  donde,  si  no  aprendí  a 
leer,  como  el  sargento  García  en  la  Constitución 
de  1812,  empecé  a  adquirir  el  conocimiento  de  la 
política  en  sus  desenvolvimientos  prácticos  y  a  ad- 
mirar a  los  hombres  que  combatieron  a  nombre  de 
la  minoría  liberal-conservadora  en  las  Cortes 
Constituyentes  de  1869. 

Los  mismos  que  discutían  en  las  Cortes  escri- 
bían frecuentemente  en  La  Época,  y  en  especial  lo 
hacía  muy  asiduamente  aquel  ministro  de  Gracia  y 
Justicia  de  1879,  1880  y  1881,  bajo  la  presidencia 
de  Cánovas  del  Castillo,  D.  Saturnino  Alvarez  Bu- 
gallal,  de  buena  memoria  para  todos,  de  memoria 
devotísima  para  quienes  oímos  en  la  intimidad  sus 
juicios  y  consejos,  y  cuya  firma  puede  leerse  toda- 
vía en  Códigos  y  leyes  vigentes,  que  representaron 
en  su  día  hondas  reformas  jurídicas. 

Era  Alvarez  Bugallal  redactor  de  planta  de  La 
Época  en  1858,  cuando  se  disponía  a  convocar 
nuevo  Parlamento  el  Gobierno  de  la  Unión  liberal; 
y  sin  más  precedente  que  éste,  sin  amparos  efecti- 
vos de  ninguna  clase  ni  gestión  alguna  de  su  parte, 
se  vio  llamado  por  el  ministro  de  la  Gobernación 
de  aquel  Gabinete,  D.  José  de  Posada  Herrera, 
quien  le  comunicó  su  deseo  de  aprovechar  las  apti- 
tudes que  revelaban  sus  artículos  de  La  Época  en 
beneficio  de  aquel  Gobierno,  con  cuyas  ideas  coin- 
cidían las  que  Alvarez  Bugallal  sustentaba,  como 
las  de  casi  todos  los  hombres  que  luego  formaron 
el  partido  liberal-conservador. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  93 

Alvarez  Bugallal  perteneció  por  primera  vez  a 
aquellas  Cortes,  y  siguió  perteneciendo  a  las  suce- 
sivas, hasta  su  fallecimiento.  Sabido  es  que  enton- 
ces todos  los  periódicos  respondían  a  una  tenden- 
cia política  muy  significada  y  apoyaban  o  combatían 
resueltamente  a  los  Gobiernos,  formando  los  prin- 
cipales viveros  de  que  se  nutrían  los  partidos  y  los 
Parlamentos,  y  no  era  raro  que  las  personas  que 
se  hallaban  a  su  frente  alternasen  el  ejercicio  de  la 
palabra  y  el  de  la  pluma. 

Cuando  yo  vine  a  Madrid  traía  como  ilusiones 
la  de  oír  y  admirar  de  cerca  a  Cánovas  y  la  de  es- 
cribir en  La  Época.  Tuve  ocasión  de  realizar  la 
primera,  pero  apenas  pasé  de  tímidos  tanteos  en 
cuanto  a  la  segunda,  por  haber  tomado  mi  vida 
otras  direcciones  que  me  apartaron  de  tal  camino; 
pero  aun  recuerdo  la  emoción  con  que  llevé  algu- 
nos escritos  al  primer  marqués  de  Valdeiglesias  y 
la  bondad  con  que  los  acogía. 

Ahora,  al  celebrar  La  Época  el  LXXV  aniversa- 
rio de  su  fundación,  viene  inevitablemente  a  mi  me- 
moria el  culto  que  en  mi  casa  ha  recibido  siempre 
este  periódico,  unido  a  los  nombres  de  quienes 
con  él  desenvolvieron  su  vida  pública  y  luego  ob- 
tuvieron mi  devoción  fervorosa:  Cánovas,  Silvela, 
Alvarez  Bugalla!.,. 

Gasino  BUGALLAL. 


ExcMO.  Sr.  D.  Francisco  Silvela  y  de  Le  Vielleuze, 


PRESIDENTE    DEL  CoNSEJO    DE    MINISTROS  Y  JEFE    DEL    PARTIDO    LIBERAL- 
CONSERVADOR    (diciembre    DE    1843-MAYO    DE    1905). 


EL  PARTIDO  LIBERAL-CONSERVADOR 


Otros  compañeros  hablan,  en  diversos  artícu- 
los, de  la  historia  interna  de  La  Época;  yo  voy  a 
hacerlo  de  la  externa,  que  equivale  a  hablar  de  la 
del  partido  liberal-conservador.  Cierto  que  éste, 
con  su  denominación  de  tal,  es  de  nacimiento  bas- 
tante posterior  al  de  nuestro  periódico;  pero  tuvo 
un  antecedente  histórico  indudable  en  la  historia 
de  España,  que  fué  la  Unión  liberal,  y  a  ese  ante- 
cedente aparece  adscrita  e  incorporada  la  vida  de 
La  Época,  habiendo  recibido  su  verdadero  primer 
director,  D.  Diego  Coello  (ya  que  el  Sr.  Navarrete 
lo  fué  de  modo  efímero),  inspiraciones  directas  y 
constantes  del  general  O'Donnell,  fundador  de  la 
Unión  liberal. 

El  germen  de  ésta,  su  exteriorización  doctrinal, 
se  halla  en  el  Manifiesto  de  Manzanares,  y  el  re- 
dactor del  mismo  fué  D.  Antonio  Cánovas  del  Cas- 
tillo, el  genial  restaurador  del  orden  en  España,, 
que,  para  consolidarlo  y  hermanarlo  con  el  pro- 
greso, dijo  que  era  el  continuador  de  la  historia 
patria.  Y  de  tal  modo  ese  espíritu  de  ponderación 
y  armonía  entró  en  las  columnas  de  La  Época,  de- 


96  LEÓN    ROCH 

fensoras  un  día  de  O'Donnell,  después  de  Cáno- 
vas, que  dijérase  es  algo  consustancial  a  ellas,  que 
ha  dominado  a  cuantos  las  escribieron,  que  se  ha 
impuesto  a  quienes  desempeñaron  algún  papel  di- 
rectivo en  la  casa,  en  estos  tres  cuartos  de  siglo 
de  vida. 

La  constancia  en  la  doctrina,  la  prudencia  en  el 
juicio,  la  consideración  a  las  personas,  han  sido 
ejecutorias  del  periódico  desde  el  primero  de  sus 
números.  ¡Valor  inmenso,  si  se  tiene  en  cuenta  la 
época  tormentosa  en  que  apareció!  El  propio  don 
Antonio  Cánovas,  en  la  Introducción  que  escribió 
al  libro  de  Pérez  Díaz,  Los  problemas  del  socialis- 
mo, la  ha  descrito  con  trazos  inimitables  de  su  vi- 
gorosa pluma. 

Levantamientos  populares  en  Berlín  y  Viena;  dis- 
cusión de  los  derechos  eslavos  en  Praga  y  de  los 
germanos  en  Francfort;  el  Soberano  Pontífice  obli- 
gado a  marchar,  solo  y  disfrazado,  de  sus  señoríos 
del  Tíber;  el  socialismo,  adueñándose  de  las  con- 
ciencias y  estimulando  las  ambiciones...  Y  en  me- 
dio de  ese  ambiente,  de  inquietud  mundial,  Espa- 
ña, sosteniendo  aún  luchas  civiles,  con  colonias 
distantes,  con  Hacienda  averiada...  ¡Así  nació  La 
Época  para  vivir  en  lucha  perpetua  por  el  ideal, 
pero  en  alianza  ininterrumpida  con  la  serenidad  de 
juicio! 

«Queremos — decía,  entre  otras  cosas,  el  Mani- 
fiesto de  Manzanares — la  práctica  rigurosa  de  las 
leyes  fundamentales,  mejorándolas...;  queremos  la 
rebaja  de  los  impuestos,  fundada  en  una  estricta 
economía;  queremos  que  se  respeten  en  los  em- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  97 

pieos  militares  y  civiles  la  antigüedad  y  los  mereci- 
mientos; queremos  arrancar  los  pueblos  a  la  cen- 
tralización que  los  devora,  dándoles  la  independen- 


Ilmo.  Sr.  D.  Mariano  Marfil, 

REDACTOR-JEFE   DE    <La    EpOCA>    Y    EX    SUBSECRETARIO 

DE  LA  Presidencia  del  Consejo. 


cia  local  necesaria  para  que  conserven  y  aumenten 
sus  intereses  propios.»  Y  seguía  una  apelación  a 
la  voluntad  nacional,  que  sería  acatada  y  respetada. 

7 


98  LEÓN    ROCH 

Y  nosotros,  que  hemos  repasado  las  amarillen- 
tas hojas  de  la  colección  de  La  Época,  no  hemos 
visto  nunca  nada  que  se  contradiga  con  ese  pro- 
grama de  1854;  y  en  los  años  que  llevamos  contri- 
buyendo a  su  Redacción,  tampoco  recordamos 
nada  que  se  separe  de  esas  ideas  cardinales, 
que  por  ser  de  orden,  de  justicia  y  de  derecho,  per- 
manecen inmutables. 


No  fué  bastante  la  labor  de  O'Donnell  para  evi- 
tar la  revolución,  pero  apenas  efectuada  ésta,  se 
comprendió  la  necesidad  de  cerrar  ese  paréntesis, 
en  el  que  amenazaba  extinguirse  la  vida  de  España. 
La  Unión  liberal,  fundada  por  O'Donnell,  había 
sido  un  movimiento  natural  de  opinión,  en  el  que 
como  ha  dicho  un  historiador,  convergieron  dos 
corrientes  opuestas:  la  de  los  progresistas  que  que- 
rían Gobiernos  fuertes  y  estables,  que  consolidasen 
la  paz  interior,  y  la  de  los  que  se  sentían  conserva- 
dores, pero  no  reaccionarios.  Fué  algo  así  como  un 
partido  central  que  repudiaba  a  la  derecha  el  des- 
potismo, y  a  la  izquierda  la  anarquía. 

Era  tan  sano  el  propósito  que  el  éxito  fué  indu- 
dable, y  así  en  torno  a  O'Donnell  y  Posada  Herre- 
ra se  congregaron  hombres  de  tan  distintas  proce- 
dencias como  Martínez  de  la  Rosa  e  Istúriz,  des- 
gajados de  los  moderados,  y  Lafuente,  Cortina, 
Prim  y  D.  Cirilo  Alvarez,  separados  del  progre- 
sismo. 

En  este  propósito  perseveró  al  hacerse  la  res- 
tauración Cánovas  del  Castillo,  y  por  eso  al  partí- 


75    AÑOS    DE  PERIODISMO  99 

do  se  le  dio  el  título  de  liberal-conservador,  etique- 
ta que  cuidadosa  e  intencionadamente  renovó  don 
Eduardo  Dato.  «La  revolución  de  1868 — dijo  el 
Sr.  Cánovas  en  un  discurso  memorable  que  pro- 
nunció en  el  Congreso  el  11  de  julio  de  1879 — fué 
ocasionada  por  la  división  del  partido  monárquico: 
los  unos  se  quedaron  del  lado  de  acá  de  Alcolea; 
los  otros  pasaron  del  lado  de  allá.  Por  eso  todos 
mis  esfuerzos  se  dirigieron  a  conciliar  a  todos  los 
monárquicos,  y  cuando  lo  conseguí  no  llamé  Res- 
tauración a  la  contrarrevolución,  sino  Concilia- 
ción.* ¡Pues  bien  puede  decirse  en  verdad  que  este 
concepto  no  estuvo  ausente  un  solo  instante  de  la 
mente  de  Cánovas! 


Relatar  la  historia  del  partido  liberal-conserva- 
dor a  partir  de  Cánovas  sería  incurrir  en  repeti- 
ción de  lo  que  está  en  la  memoria  de  todos.  Si  res- 
tauró con  la  Monarquía  la  paz  y  el  orden,  bien 
puede  asegurarse  que  ese  caudal  jamás  ha  sido 
malbaratado.  Al  morir  Don  Alfonso  XII,  el  señor 
Cánovas  entregó  el  Poder,  y  no  volvió  a  significar 
impaciencia  para  recobrarlo;  al  perderse  el  impe- 
rio ultramarino,  el  Sr.  Silvela  cuidó  mucho  en  su 
gobernación  de  exaltar  las  virtudes  ciudadanas  y 
aprovechar  todos  los  movimientos  sanos  que  en- 
tonces se  dibujaban;  al  tratar  de  remediar  las  ave- 
rías de  la  Hacienda,  fué  el  partido  liberal-conser- 
vador el  que  destacó  de  entre  sus  filas  a  Villaverde 
para  que  así  lo  hiciera,  imponiéndose  a  todos  con 
autoridad;  y  cuando  hubo  algaradas  revoluciona- 


100  LEÓN    ROGH 

rias,  como  en  1909  y  1917,  fueron  los  señores 
Maura  y  Dato  quienes,  respectivamente,  al  frente 
del  partido  liberal- conservador  las  enfrenaron, 
consolidando  el  orden. 

Esas  causas  son  las  que  ha  servido  La  Época,  y 
lo  hizo  con  tal  abnegación  y  patriotismo,  que  labo- 
ró no  sólo  por  los  suyos,  sino  por  los  adversarios. 
Constantemente  excitó  a  las  oposiciones  monár- 
quicas liberales  a  que  se  unieran  y  robustecieran 
para  ser  un  instrumento  de  gobernación,  un  apoyo 
eficaz  del  Trono.  Lo  mismo  cuando  D.  Venancio 
González  anunció  la  unión  de  liberales  y  constitu- 
cionales, que  cuando  z\  fusionismo,  que  cuando  los 
intentos  de  Canalejas  para  formar  un  gran  partido 
democrático,  que  ahora  con  la  concentración  que 
preside  el  marqués  de  Alhucemas,  los  jefes  del  par- 
tido liberal-conservador,  de  Cánovas  a  Sánchez 
Guerra,  y  La  Época,  interpretando  su  pensamiento, 
coadyuvaron  a  esas  uniones. 

El  partido  liberal-conservador  se  caracterizó  por 
la  firmeza  en  el  cumplimiento  de  su  deber.  Fué  mal 
correspondido  en  los  deberes  gubernamentales  por 
los  adversarios;  fué  perseguido  modernamente  por 
los  que,  habiéndose  quedado  sin  partido,  no  que- 
rían que  nadie  lo  tuviera;  fué  lanzado  del  Poder 
con  precipitación  en  algunas  ocasiones;  fué  víctima 
de  los  errores  de  sus  propios  jefes;  perdió  dos  je- 
fes asesinados;  vio  cómo  otro  jefe  abandonaba  el 
mando;  cómo  se  entendían  los  jefes  de  otros  gru- 
pos para  constituir  Gobiernos  heterogéneos,  sin 
otra  finalidad  que  la  de  ir  conquistando  posiciones 
a  los  conservadores... 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  101 

Pese  a  todo,  por  encima  de  orfandades  y  disi- 
dencias, contra  ataques  francos  y  encubiertos,  el 
partido  liberal  conservador  mantuvo  la  esencia  de 
su  doctrina,  sin  vacilaciones  y  sin  desmayos.  Los 
liberales  han  abandonado  el  liberalismo,  para  ple- 
garse a  las  teorías  proteccionistas  necesarias  en 
España,  en  la  medida  que  Cánovas  defendió  y  ex- 
plicó; los  liberales  han  abandonado  el  individualis- 
mo, transformándose  en  intervencionistas,  corrien- 
te inaugurada  por  D.  Eduardo  Dato.  El  partido 
liberal-conservador  no  ha  sentido  vacilaciones,  ni 
ha  tenido  cambios.  Sus  doctrinas  persisten,  con  la 
evolución  que  exigen  los  tiempos;  pero  no  volvien- 
do del  revés  el  pensamiento. 

Esa  doctrina  ha  sido  interpretada,  expuesta  y 
vulgarizada  constantemente  por  La  Época,  y  para 
orgullo  de  los  que  la  redactaron  y  norte  de  los  que 
hoy  lo  hacemos,  puede  decirse  que  jamás,  al  abrir- 
se la  colección  del  periódico,  se  halla  un  artículo 
que  hoy  no  pudiera  reproducirse.  Si  las  variacio- 
nes son  hijas  del  error,  bien  puede  asegurarse  que, 
en  setenta  y  cinco  años  de  vida.  La  Época  no  ha 
tenido  maridaje  con  él. 

Al  volver  la  vista  atrás  ocurre  en  La.  Época  y  al 
partido  liberal-conservador  algo  semejante  a  lo  de 
un  caminante  por  áspera  cuesta:  cobra  alientos  con 
lo  recorrido  para  seguir  imperturbable  la  ascen- 
sión. Y  en  las  cuestas  espirituales,  es  el  mejor 
báculo  un  tesoro  de  tradición  que  pueda  exhibirse 
con  orgullo. 

Mariano  MARFIL. 


ExcMO.  Sr.  D.  Antonio  Maura  y  Montaner, 

EX    PRESIDENTE    DEL  CoNSF.JO    X)E    MINISTROS  Y  EX   JEFE    DEL    PARTIDO    LI- 
BERAL-CONSERVADOR, DIRECTOR  DE   LA  ReAL  ACADEMIA  DE  LA  LeNGUA. 


«LA  ÉPOCA»  DESDE  SU  NACIMIENTO 
A  LAS  BODAS  DE  ORO 


El  domingo  1.°  de  abril  de  1849,  apareció  el  pri- 
mer número  del  diario  La  Época.  En  las  apretadas 
letras  de  sus  cuatro  páginas,  alentaba,  sin  duda, 
la  firme  voluntad  de  arraigar  en  la  opinión  espa- 
ñola. 

Siendo  tal  anhelo  característico  de  cuantas  em- 
presas acomete  el  hombre,  es  natural  que  al  tiem- 
po cumpla,  la  tarea  de  discernir,  en  cada  esfuerzo, 
lo  necesario  de  lo  superfino. 

Si  un  periódico  acierta  a  dar  con  la  razón  sufi- 
ciente de  su  existencia,  el  periódico  vive.  En  otro 
caso,  muere.  La  Época  sobrevivió  a  su  primera  ge- 
neración de  lectores,  y  a  todas  las  sucesivas,  hasta 
la  presente. 

Así,  al  tomar  hoy  en  nuestras  manos  el  ejem- 
plar primero  de  La  Época,  el  alma  no  recibe  ese 
sedimento  de  melancoUa,  que  es  el  precipitado  ló- 
gico de  toda  contemplación  orientada  a  lo  efímero 
o  extinto.  Ni  sentimos  frialdad  de  cenizas,  sino  ca- 


104  LEÓN    ROCH 

lor  de  semilla.  Desde  aquellas  hojas — amarillas  y 
agrietadas — llega  hasta  nosotros  un  continuado  y 
fecundo  aliento  vital. 


El  número  primero  de  La  Época  es  de  un  forma- 
to que  persiste  hasta  el  año  1851.  A  quien  guste  la 
precisión  en  los  datos,  brindamos  el  siguiente:  Las 
dimensiones  de  La  Época  en  ese  primer  período  de 
su  existencia  son  las  de  0,397  ■;  0,276  metros.  Y 
el  texto  aparece  distribuido  en  tres  columnas,  salvo 
la  cuarta  página,  que,  en  parte,  se  reserva  a  los 
anuncios. 

Encabeza  este  ejemplar  inicial  de  nuestro  perió- 
dico una  referencia  de  las  sesiones  de  Cortes.  El 
Senado,  bajo  la  presidencia  del  marqués  de  Mira- 
flores,  aprueba  un  dictamen  de  la  Comisión  mixta 
sobre  caminos  transversales,  y  comienza  a  discu- 
tir el  proyecto  de  ley  sobre  dotación  de  los  direc- 
tores de  caminos  vecinales.  El  Congreso,  bajo  la 
presidencia  del  Sr.  Mayans,  se  ocupa  en  los  deba- 
tes suscitados  por  varios  dictámenes  de  la  Comi- 
sión de  peticiones. 

Viene  luego,  en  folletín,  un  artículo  de  Leporello 
(D.  Ramón  de  Navarrete),  sobre  teatros.  Después, 
un  folletín  verdadero:  Paulina,  novela  de  Alejan- 
dro Dumas.  Una  sección  destinada  a  la  revista  de 
la  Prensa.  El  artículo  de  presentación  y  saludo. 
Una  serie  de  noticias  sueltas,  cuyo  conjunto  forma 
un  panorama  nacional  de  escasa  placidez:  incur- 
siones de  facciosos  catalanes  en  tierras  de  Maes- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  105 

trazgo;  hallazgo  en  un  lugar  segoviano  de  90  fusi- 
les ingleses  y  35  bayonetas;  fracaso  en  Motril  de 
un  movimiento  revolucionario... 

La  situación  general  de  Europa,  después  de  las 
«tormentas  del  48»,  es  peor  aún.  España,  al  me- 
nos, pese  a  las  amenazas  de  los  progresistas  y  al 
ir  y  venir  de  los  leales  a  Montemolín,  tiene  aún 
— leemos  en  el  primer  editorial  del  periódico — «la 
más  importante,  lo  más  difícil  de  conseguir  en 
Europa:  el  orden  y  un  Gobierno».  Justamente,  para 
mantener  el  uno  y  sostener  el  segundo.  La  Época 
defenderá  la  alianza  entre  la  libertad  y  la  ley. 


El  primer  director  de  La  Época,  por  un  sólo  día, 
fué  D.  Ramón  de  Navarrete:  prosista  de  varias 
aptitudes,  que  se  escondió  para  el  ejercicio  de  cada 
una  de  éstas  tras  un  seudónimo  distinto:  Leporello^ 
como  crítico  de  música  y  teatros;  Pedro  Fernández, 
primero,  y  Asmodeo,  después,  como  cronista  de  sa- 
lones: el  primer  cronista  de  salones  que  ha  tenida 
la  Prensa  española,  tanto  en  orden  al  tiempo  coma 
en  cuanto  a  las  calidades  literarias.  Secundáronle 
en  la  Redacción  del  periódico  un  lucido,  si  bien 
escaso,  grupo  de  periodistas:  D.  Diego  Coello  y 
Quesada,  que  a  poco  asumió  la  dirección  de  La 
Época,  y  recabó  para  sí  las  secciones  política  y 
económica;  D.  Francisco  de  P.  Madrazo,  que  ex- 
tractaba las  sesiones  de  Cortes  y  hacía  fondos  y 
sueltos,  indistintamente;  D.  Diego  Bravo  Destouet, 
traductor  del  folletín  y  reseñero  de  la  Prensa  ex- 


106  LEÓN    ROCH 

tranjera;  D.  Jacobo  Rebollo,  taquígrafo  y  confec- 
cionador; y  el  administrador,  D.  Agustín  Aguirre. 

Habida  cuenta  de  los  escasos  medios  de  comu- 
nicación y  del  reducido  ámbito  social  de  Madrid, 
se  advertirá  sin  esfuerzo  que  los  servicios  del  pe- 
riódico no  requerían  mayor  suma  de  asistencias. 
Los  partes  que  facilitaban  la  Agencia  Havas  y  las 
Hojas  autógrafas  de  D.  Manuel  María  de  Santa 
Ana  eran  los  únicos  medios  de  que  podía  valerse 
la  Prensa  de  la  Corte — y  La  Época,  por  ende — , 
para  ponerse  en  contacto  con  el  mundo.  De  suerte 
que,  en  punto  a  la  información,  los  periódicos  no 
podían  entablar  reñidas  emulaciones.  La  compe- 
tencia más  bien  era  resultante  del  contrapuesto 
juego  de  ideas  e  intereses  políticos.  Cada  partido 
tenía  su  órgano,  y  al  sostenimiento  de  éste  subve- 
nía la  masa  general  de  correligionarios. 

De  inequívoca  filiación  moderada  los  elementos 
que  daban  vida  y  rumbo  a  La  Época,  no  podía  ésta, 
sin  embargo,  aspirar  a  ser  la  definidora  en  la  Pren- 
sa de  tal  comunión...  porque  en  ella  ya  había  pren- 
dido el  germen  disociador,  o  renovador  más  bien, 
por  cuya  virtud  no  tardó  en  nacer  la  Unión  liberal 
del  seno  mismo  del  partido  moderado. 

En  los  primeros  años  de  La  Época,  la  voz  oficio- 
sa del  ministro  Sartorius  la  llevó  El  Heraldo,  diario 
de  la  tarde,  «político,  religioso,  literario  e  indus- 
trial», dirigido,  sucesivamente,  por  el  propio  Sar- 
torius, Díez-Canseco  y  D.  José  María  de  Mora. 
Diarios  progresistas  eran  a  la  sazón  El  Eco  del 
Comercio,  fundado  por  Iznardi,  y  El  Clamor  Pú- 
■blico,  que  dirigía  D.  Fernando  Corradi.  «Periódico 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  107 

tde  Gobierno»   se   denominaba  La  España,  creado 
y  dirigido  por  Egaña. 

Carlista  a  banderas  desplegadas  era  La  Esperan- 
za, que  aparecía  regido  por  D.  Pedro  La  Hoz.  Y 


ExcMO.  Sr.  D.  Joaquín  Maldonado  Macanaz, 

REDACTOR  DE  «La  EpOCA>,  CATEDRÁTICO  DE  LA  UNIVERSIDAD  CeNTRAL 
Y  ACADÉMICO   DE  LA   HtSTORIA  (FEBRERO    DE  1833-SEPTIEMBRE    DE  1901). 


no  hemos  de  omitir  la  referencia  de  La  Nación,  el 
periódico  de  Antonio  Flores  y  de  Montemar;  ni 
La  Patria,  a  cuya  corta  vida  van  asociados  cuatro 
nombres  de  singular  y  vario  prestigio:  Joaquín 
Francisco  Pacheco,  Antonio  Benavides,  Antonio 
Cánovas  del  Castillo  y  Eulogio  Florentino  Sanz. 


108  LEÓN    ROCH 

Entre  las  zonas  de  los  respectivos  lectores,  hubo 
de  buscar  La  Época  su  peculiar  masa  de  opinión, 
que  reclutó  sin  tardanza,  más  por  la  defensa  gené- 
rica que  de  los  grandes  principios  sociales  realiza- 
ba, que  por  su  adscrición  a  una  política  determi- 
nada. La  neutralidad,  empero,  no  era  posible  en 
época  tan  ardiente  y  movida  de  pasiones,  y  don 
Diego  Coello  que,  con  mano  experta,  regía  el  pe- 
riódico, no  halló  figura  que  ganase  en  prestigio  y 
eficacia  patriótica  a  la  de  D.  Leopoldo  O'Donnell, 
centro  de  las  esperanzas  mantenidas  por  quienes 
soñaban  con  una  firme  autoridad  personal,  que 
fuera  bastante  a  superar  los  extremismos  en  lucha, 
para  bien  de  Eapaña  y  de  su  institución  real. 

Don  Diego  Coello  y  Quesada,  jiennense  ilustre, 
escritor,  político  y  diplomático,  dirigió  La  Época 
hasta  1866.  En  los  diecisiete  años  que  duró  la  eta- 
pa de  su  mando  en  esta  casa,  el  periódico  prospe- 
ró de  modo  notorio,  mereció  las  preferencias  de  la 
aristocracia  tanto  como  de  la  burguesía,  y  ganó  ese 
limpio  blasón  que  es  en  nuestra  ejecutoria,  acaso 
el  mejor  de  sus  timbres:  la  templanza  en  el  juicio, 
la  solvencia  moral,  el  exquisito  respeto  a  toda  per- 
sona digna  y  a  toda  idea  sincera. 

No  era  poco  ostentar  tales  características  en 
tiempos,  como  los  postreros  del  reinado  de  Doña 
Isabel  II, de  enconadas  contiendas  yde  vigilantes  re- 
celos, La  Época,  leal  a  su  divisa,  estuvo  con  O'Don- 
nell antes  y  después  de  la  acción  de  Vicálvaro  y 
del  famoso  manifiesto  de  Manzanares.  Un  redactor, 
D.  Antonio  Mantilla  de  los  Ríos,  luego  marqués  de 
Villamantilla,   presenció   aquellas   operaciones    de 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  109 

singular  influjo  en  la  marcha  de  la  política  interior. 
Como  seis  años  más  tarde,  otro  redactor  de  La 
Época,  D.  Carlos  Navarro  Rodrigo^^ministro  de 
la  Corona,  tiempo  adelante — ,  se  agregó  al  cuartel 
general  de  D.  Leopoldo  O'Donnell,  en  la  campaña 
de  África.  De  esta  suerte,  contribuía  nuestro  pe- 
riódico a  la  consolidación  en  la  Prensa  de  un  hábi- 
to que  es  hoy  ya  verdadera  necesidad:  la  presencia 
del  periodista  dondequiera  que  se  halle  emplazada 
la  actualidad:  cerca  o  lejos,  amena  O  peligrosa... 
Sin  olvidar  el  nombre  de  otro  colaborador  viajero 
de  La  Época,  D.  José  Gutiérrez  de  la  Vega,  que 
hubo  de  incorporarse  al  Estado  Mayor  del  general 
Fernández  de  Córdova,  jefe  de  la  expedición  mili- 
tar enviada  a  Roma  en  auxilio  del  Pontífice  Pío  IX. 
Las  crónicas  de  Gutiérrez  de  la  Vega  reunidas  en 
dos  tomitos  en  octavo,  fueron  regaladas  a  los  sus- 
criptores  de  La  Época. 


Incidencias  habidas  en  el  período  de  dirección, 
del  primer  conde  de  Coello  de  Portugal  son  éstas; 
el  4  de  mayo  de  1852  deja  de  publicarse  La  Época 
para  reaparecer  con  el  nombre — bien  pronto  aban- 
donado— de  La  Época  Actual  en  18  de  junio  inme- 
diato. Nueva  interrupción  desde  el  27  de  junio  de 
1854 — víspera  del  pronunciamiento  en  el  Campo 
de  Guardias  de  la  caballería  mandada  por  el  gene- 
ral Dulce — al  4  de  julio  siguiente:  fecha  en  que  pu- 
blica O'Donnell  la  proclama  de  Aranjuez  contra  el 
«Ministerio  de  los  agios»,  que  a  la  postre  es  de- 


lio  LEÓN    ROCH 

rribado,  triunfando  aquél  y  «cumpliéndose  la  vo- 
luntad nacional  >,  tal  como  aparecía  representada 
en  Espartero  y  O'Donnell,  circunstancialmente 
unidos.  Publicación  de  un  número  extraordinario 
el  19  de  febrero  de  1852,  tirado  en  papel  verde, 
«símbolo  de  la  esperanza»,  para  celebrarla  frus- 
tración del  atentado  del  cura  Merino,  contra  Doña 
Isabel  II.  Ampliación  en  las  dimensiones  del  perió- 
dico, que,  a  partir  del  17  de  junio  de  1861,  cuenta 
559  milímetros  de  largo  por  400  de  ancho  de  for- 
mato, con  las  cinco  columnas  actuales. 

Al  cesar  en  la  dirección  de  La  Época  D.  Diego 
Coello,  entró  a  desempeñar  aquel  cargo  D.  Ignacio 
José  Escobar,  quien  desde  1854  había  ya  incorpo- 
rado su  valioso  esfuerzo  a  nuestro  periódico.  Pre- 
cisamente coincidía  la  mutación  de  personas — no 
de  rumbos — con  una  visible  intensificación  en  las 
turbulencias  políticas  reinantes. 

El  nunca  desmentido  dinastismo  de  La  Época 
había  de  pasar  por  duras  pruebas,  todas  salvadas 
con  acendrada  lealtad.  El  trono  de  Isabel  II  estaba 
próximo  a  su  caída,  y  la  gran  masa  de  los  hombres 
públicos — muertos  ya  O'Donnell  y  Narváez — no 
sentía  empacho  en  coadyuvar  a  la  obra  revolucio- 
naria. Las  lises  borbónicas  continuarían  cifrando 
los  ideales  políticos  de  La  Época,  no  obstante  la 
derrota  de  Alcolea.  Una  lucha  dura  quedaba  de 
hecho  entablada.  Las  damas  que  pintara  Madrazo 
abandonaban  la  Corte  y  triunfaba  el  tropel  de  mi- 
litares y  políticos,  que  tantas  veces  caricaturizara 
Ortego. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  111 

El  periodismo  español  guarda  una  imprescripti- 
ble deuda  de  gratitud  para  D.  Ignacio  José  Esco- 
bar, primer  marqués  de  Valdeiglesias.  Periodista 
en  tiempos  propicios,  cual  ninguno  lo  ha  sido  tanto,^ 
a  la  carrera  política  de  alto  porte,  jamás  quiso  de- 
jar de  serlo.  Fué  diputado,  vicepresidente  del  Con- 
greso, presidente  de  la  Comisión  de  Presupuestos; 
formó  parte  del  Consejo  de  Estado,  desempeñó 
con  ejemplar  diligencia  comisiones  políticas  de  di- 
versa índole;  pero  nunca  hurtó  lo  mejor  y  más  en- 
tusiasta de  su  esfuerzo  a  las  empresas  periodísticas 
y  todas  las  ilusiones  de  su  vida  las  hizo  depender 
de  La  Época,  con  la  que  contrajo  verdaderos  des- 
posorios ideales.  Quien  estudie  la  confusa  historia 
de  aquellos  años  de  indecisión  que  median  entre 
Alcolea  y  Sagunto,  no  podrá  por  menos  de  reco- 
nocer la  inalterable  rectitud  en  la  conducta  seguida 
por  Escobar  y  su  diario  en  servicio  de  la  Monar- 
quía derrocada. 

Martínez  Campos  dio  el  primer  grito,  que  bastó. 
Cánovas  consolidó  la  obra,  que  él  mismo  había 
preparado,  y  Escobar  fué  el  que  desde  las  colum- 
nas de  La  Época  mantuvo  el  fuego  sagrado,  a  tra- 
vés de  las  contrariedades,  para  edificación  y  ense- 
ñanza de  los  adeptos,  y  quien  antes  había  servido 
de  enlace  con  frecuentes  viajes  al  extranjero  y  con 
piisiones  deUcadísimas  para  hacer  el  camino  a  la 
Restauración.  Conoció  el  Saladero;  pero  cúpole  no 
mucho  más  tarde  la  satisfacción  de  ver  entrar  en 
Madrid  al  Monarca  que  representó  la  Paz,  a  la  vez 
que  el  Derecho. 

Compañeros  de  Escobar  en  la  confección  de  La 


112  LEÓN    ROCH 

Época  fueron  periodistas  de  distinta  talla,  unos  más 
notorios  que  otros,  pero  todos  buenos  ejemplares 
de  esta  profesión  tan  abnegada  y  entusiasta.  Al  re- 
construir la  nómina  de  redactores  en  el  largo  lapso 
de  tiempo  que  va  entre  los  fundadores  del  perió- 
dico y  quienes  lo  redactaban  al  morir  el  primer 
marqués  de  Valdeiglesias  en  1887,  es  más  que  pro- 
bable nuestra  caída  en  omisiones. 

Algunos  redactores  de  La  Época — bastantes — 
han  llega  Jo  a  los  Consejos  de  la  Corona  y  a  las 
Academias.  Pero  son  muchos  los  que,  atados  de 
continuo  a  la  galera  periodística,  no  tuvieron  tiem- 
po de  intentar  labor  alguna  que  les  salvase  del  anó- 
nimo o  del  olvido.  A  todos  va  hoy  nuestro  recuerdo 
más   cariñoso  y  nuestra   oración   más   conmovida: 
Cipriano  del  Mazo,  Antonio  Flores,  Fermín  Gonza- 
lo Morón,  Heriberto  García  de  Quevedo,  Salvador 
López  Guijarro,  Saturnino   Alvarez   Bugallal,  An- 
drés Borrego,  Manuel  Manrique,  José  Lorenzo  Fi- 
gueroa,  Pedro  Antonio  de  Alarcón,  Fermín  Figue- 
ras,  Zacarías   Casaval,   Gabriel   Enríquez   Valdés, 
José  Bisso,  Pedro  Antonio  Montes,  Barrié  y  Agüe- 
ro, Pérez  Garcitorena,  Manuel  de  Candalija,  Joa- 
quín Maldonado   Macanaz,  Julio  Nombela,  Carlos 
Coello,  Julián  Sabando,  Fernando  Cos  Gayón,  José 
de  Castro  y  Serrano,  Vallejo  Miranda,  Alcalá  Ga- 
liano,  Carlos  Frontaura,  José   Fernández   Bremón, 
Eleuterio  Villalba,  Mariano  Guillen,  Alama  y  Mon- 
tes (Wanderer),  Fernández  y  González,  José  Euge- 
nio Flores,  Manuel  Tello,  Arcadio  Roda...  Única- 
mente sobreviven  de  esta  época — y  vivan  aún  mu- 
cho tiempo — D.Juan  Pérez  de  Guzmán  yD.  Ramón 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  113 

de  Cárdenas,  más  moderno  que  aquél  en  nuestra 
casa,  retraído  de  ella  a  la  hora  presente  por  los 
achaques  de  su  edad. 

A  propósito  del  Sr.  Pérez  de  Guzmán:  este  ilus- 
tre académico,  a  quien  los  estudios  históricos  deben 
tanta  aportación  provechosa,  dirigió  La  Época  du- 


D.  Melchor  Fernández  Almagro, 

REDACTOR     Y      CRÍTICO     TEATRAL     DE     «La     ÉpOCA». 

rante  un  breve  intermedio  en  la  gestión  directorial 
de  D.  Ignacio  José  Escobar:  desde  1.°  de  febrero 
de  1876  al  17  de  julio  de  1877.  Como  directores  de 
nuestro  periódico  que  lo  han  sido  en  etapas  fugací- 
simas, hay  que  mencionar  también  a  D.Juan  Mané  y 
Flaquer,  el  prestigioso  maestro  á&\  Diario  de  Barce- 
lona,y  a  D.Gabriel  Estrella, escritor  de  buena  cepa, 
varias  veces  diputado  y  consejero  de  Ultramar. 

8 


114  LEÓN    ROCH 

No  cerremos  este  párrafo  sin  enumerar  los  re- 
dactores de  La  Época  que,  al  margen  de  las  acti- 
vidades genuinamente  periodísticas,  cuidaron  de 
una  sección  determinada  hasta  1887.  La  crítica  de 
teatros  estuvo  desempeñada  por  el  antes  citado 
Navarrete,  por  Luis  Alfonso  y  por  Pedro  Bofill.  La 
musical,  también  por  Leporello,  y  luego,  por  José 
María  Goizueta  y  por  el  ¡lustre  Peña  y  Goñi,  que 
tan  rudas  peleas  libró  en  defensa  de  la  música  de 
Wagner. 

Crónicas  militares  hallamos  en  la  colección  de 
La  Época  que  rápidamente  estamos  revisando,  sus- 
critas por  el  marqués  del  Duero,  los  generales  Gó- 
mez de  Arteche  y  Sánchez  Bregua,  Coello,  el  ma- 
rino S.  Patero  y  Antonio  Goicorrotea.  Escribieron 
de  arte  el  conde  de  Morphy,  el  señor  Badía  y  un 
ilustre  amigo  que  aun  lo  es.  no  sólo  en  el  recuerdo, 
sino  también  en  la  vida:  D.  Enrique  de  Leguina, 
barón  de  la  Vega  de  Hoz. 

Y  pensamos  que  acaso  quede  menos  incompleta 
la  referencia,  si  citamos  el  nombre  del  conde  de 
Sanafé  (Acteón),  corresponsal  mucho  tiempo  en  la 
capital  de  Francia,  el  del  conde  de  Casa-Miranda» 
y  si  evocamos  la  grata  memoria  de  Ensebio  Blasco, 
el  cronista  amenísimo  de  París- Madrid. 

Al  fallecer  en  1887  D.  Ignacio  José  Escobar,  que 
aun  no  había  decaído  en  el  fecundo  ejercicio  de 
sus  actividades  mentales,  pasó  nuestro  periódico  a 
ser  regido  por  su  hijo  D.  Alfredo,  que  desde  en- 
tonces acá  no  se  ha  separado  un  sólo  día  de  estas 
hojas.  En  todos  y  en  cada  uno  de  sus  números 
está   presente   la   pluma   del  segundo  marqués  de 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  115 

Valdeiglesias,  redactor  desde  1876.  Y  no  sólo  el 
testimonio  escrito  de  la  dura  labor  prestada,  sino 
tanabién  la  prueba  difusa  de  su  constante  actuación, 
concentrando  la  obra  de  todos,  dirigiendo,  orien- 
tando, organizando,  velando  por  acrecer,  si  posible 
fuera,  el  prestigio  literario  y  político  de  esta  pu- 
blicación. 

La  Redacción  estaba  compuesta  por  elementos 
que,  según  cronología,  hallábanse  distantes  de  los 
fundadores,  pero  que,  según  entusiasmo  y  convic- 
ciones, participaban  de  análogo  amor  a  la  creación 
común. 

Hay  que  citar  aquí  los  nombres  de  Maldonado 
Macanaz,  Gómez  de  Saquero,  Leopoldo  Calzado, 
competentísimo  redactor  financiero;  de  Julio  Bu- 
rell  en  la  plenitud  de  su  fulgurante  prosa;  de  Fran- 
cisco y  Cristóbal  Botella,  de  Guillermo  Ranees,  el 
periodista  intencionadísimo;  de  Ernesto  Rápela,  de 
Javier  Betegón,  de  José  Alcázar,  de  Mariano  Gui- 
llen, D.  Manuel  y  D.  Joaquín  Tello,  de  Carlos  Fer- 
nández Shaw,  de  Alfredo  García  López,  Manri- 
que de  Lara,  de  Pérez  Magnín,  de  Ángel  Febrer, 
de  Carlos  Palma,  de  Lapoulide,  de  Augusto  Ba- 
rrado, de  Zeda,  ilustre  crítico  de  teatros;  de  Ceci- 
lio Roda,  musicógrafo  muy  distinguido;  de  Alber- 
to Pérez  Cossío,  de  Mariano  Barber,  de  Eduardo 
Montesinos,  de  Juan  Reza,  de  Adolfo  Fernández 
Brañas  y  de  Enrique  Gálvez. 

De  este  núcleo  de  redacción  que  en  1898  pudo 
celebrar  las  bodas  de  oro  de  La  Época,  sobreviven 
los  émtes  citados  Gómez  de  Baquero,  Ramón  de 
Cárdenas,  Eduardo   Montesinos  y  Rodrigo   Soria- 


116  LEÓN  ROCH 

no,  entre  oíros,  a  más  de  Cristóbal  Botella,  tam- 
bién nombrado  líneas  arriba.  La  edad,  la  necesi- 
dad del  descanso  o  direcciones  políticas  y  profe- 
sionales distintas,  han  alejado  a  aquellos  compañe- 
ros de  la  diaria  labor.  Sólo  queda  un  redactor  que 
en  estos  últimos  treinta  años  no  ha  dejado  de  po- 
ner un  sólo  día  su  pluma  sobre  las  cuartillas  de 
nuestra  redacción:  Gabriel  Briones. 

Melchor  FERNÁNDEZ  ALMAGRO. 


ALGUNOS  RECUERDOS  DEL  SIGLO  PASADO 


Si  al  cumplir  La  Época  setenta  y  cinco  años  de 
edad  pretendiese  yo  recordar  algo  de  su  fisonomía 
histórica,  no  me  sería  preciso  recurrir  a  su  colec- 
ción para  el  acopio  de  datos.  Apenas  si  tendría 
que  buscar  en  sus  hojas — de  creciente  amarillez — 
lo  que  íntimamente  está  unido,  en  no  pequeña  par- 
te, a  mis  propios  recuerdos. 

Las  memorias  de  La  Época,  en  parte,  son  mis 
memorias,  si  bien,  afortunadamente,  no  coinciden 
nuestras  respectivas  cronologías. 

Mis  primeros  recuerdos,  en  efecto,  a  La  Época 
hacen  referencia.  Cuando  mi  espíritu  de  niño  co- 
menzó a  despertar  a  la  vida  de  las  primeras  sensa- 
ciones precisas,  nuestro  periódico  ya  contaba  con 
algunos  lustros  de  vida.  Me  fué  dado  alcanzar  a  al- 
gunos de  sus  primeros  redactores. 

La  Época  estaba  instalada  en  aquel  tiempo — los 
últimos  años  del  reinado  de  Doña  Isabel  II  y  prin- 
cipios de  la  Revolución  de  septiembre — en  un  ca- 
serón muy  viejo,  y  como  tal  destartalado,  de  la 
calle  de  las  Torres,  señalado  con  el  número  11, 
calle  que  hoy  lleva  el  nombre  de  Marqués  de  Val- 


118  LEÓN  ROCH 

deiglesias;  justamente  en  la  esquina  a  la  calle  de  la 
Reina,  que  ahora  ocupa  la  confitería  y  Tea-Room 
de  Molinero. 

Mi  padre,  para  mayor  seguridad  de  su  asiduo 
trabajo  en  la  Redacción,  se  trasladó  al  piso  prin. 
cipal  del  mismo  edificio,  tan  pronto  como  lo  des- 
alojó D.  Diego  Coello  y  Quesada,  al  ser  designado 
éste  para  un  cargo  diplomático.  Hasta  entonces 
habíamos  vivido  en  la  calle  de  Santo  Tomás.  Yo 
recuerdo — ¿cómo  he  de  olvidar  las  horas  de  mi 
niñez? — que  algunas  mañanas,  al  filo  del  mediodía, 
placíame  acompañar  al  criado  que,  desde  mi  casa 
de  esta  última  calle,  llevaba  a  la  Redacción,  en  una 
fiambrera,  el  almuerzo  de  mi  padre. 

Cierro  los  ojos  y  el  corazón  me  ofrece,  en  ras- 
gos acusados,  la  imagen  de  quien  me  dio  el  ser: 
sonriendo  siempre,  medio  oculto  tras  un  gran  mon- 
tón de  Prensa  nacional  y  extranjera,  que  él  iba  le- 
yendo, recortando,  distribuyendo,  utilizando,  para 
su  trabajo  diario  y  el  de  los  redactores.  Almorzá- 
bamos juntos  algunos  días,  entre  el  silencio  de  la 
Redacción,  abandonada  por  todo  el  personal  a  la 
hora  clásica  de  la  refacción  cotidiana. 

Gozábame  yo  luego  en  corretear  por  toda  la 
casa,  husmeando  rincones  y  registrando  armarios 
en  persecución  de  sorpresas.  O  bien  pegando  en 
grandes  hojas  de  papel  los  sellos  extranjeros  que 
me  procuraba  para  mi  colección  un  conserje  llama- 
do Sánchez,  que  siguió  siéndolo  durante  muchos 
años;  o  amontonando  las  obleas,  para  fingir  co- 
lumnatas; o  subiendo  a  la  imprenta,  en  la  que  el 
pito  de  la  máquina  de  vapor,  instalada  en  un  men- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


119 


-guado  patio,  regulaba  el  afanoso  laborar  de  aque- 
llos operarios. 

El  tal  pito  hería  el  aire  con  un  chillido  poco  gra- 


ExcMO.  Sr.  D.  Javier  Betegón  y  Aparici, 

liEOACTOR    DE  «La    ÉpOCA»  Y    SUBDIRECTOR    GENERAL  DE   AGRICULTURA 
(1860-NOVIEMBRE    DE    1919). 


120  LEÓN  ROCH 

to.  Pero  al  evocarlo  ahora,  al  sonar  en  mi  alma 
como  un  resucitado  eco  de  mi  infancia,  me  siento 
un  poco  conmovido...  El  regente  de  la  imprenta 
se  llamaba  Lahoz  (también  estuvo  muchos  años  en 
el  periódico),  y  bajo  su  magisterio  solía  adoctri- 
narme yo  en  el  noble  oficio  de  componer. 

Pero  he  aquí  que  los  redactores  tornaban  de  nue- 
vo a  su  labor  de  todos  los  días.  Don  Diego  Bravo  y 
Destouet,  alto,  silencioso,  rasurado,  con  sus  gran- 
des gafas  presidiendo  la  grave  y  enjuta  fisonomía; 
D.  José  Bisso,  redactor  financiero,  malagueño,  muy 
locuaz  y  sonriente,  consorte,  por  cierto,  de  una 
distinguida  señora  emparentada  con  la  condesa  del 
Montijo;  D.  Joaquín  Maldonado  Macanaz,  grueso 
y  pacífico  al  parecer,  aunque  irascible  cuando  de 
billetes  de  teatro  se  trataba;  D.  Ramón  de  Nava- 
rrete,  atildado,  agudo,  de  fino  porte,  con  sus  pati- 
llas y  correctas  maneras;  D.  Juan  Pérez  de  Guz- 
mán,  el  único  superviviente  de  aquella  ejemplar  le" 
gión  de  periodistas,  y  a  cuyo  nombre  irán  en  todo 
momento  unidos  mi  agradecimiento,  mi  cariño  y 
mi  respeto... 

A  todos  los  veo  sentados  en  torno  a  la  gran 
mesa  de  Redacción,  que  aun  conservamos  en  La 
Época,  redonda,  de  amplio  círculo,  forrada  de  paño 
verde,  manchado  de  tinta  el  tablero,  o  tal  vez  en 
alguna  m.esa  de  despacho,  de  caoba,  iluminada, 
como  la  otra  y  como  todo  el  local,  por  quinqués 
de  petróleo  colgados  del  techo,  cuya  llama  vela- 
ban pantallas  de  papel  de  ese  mismo  color  verde, 
que  es,  por  lo  visto,  el  de  ritual  en  los  despachos 
y  oficinas. 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  12t 

Cuando  yo  volvía  a  mi  casa  (porque  cerca  de  la 
Redacción  estaba  mi  colegio),  ya  era  tarde.  El  ca- 
rrito de  madera  azul,  que  servía  para  llevar  a  Co- 
rreos los  paquetes  de  La  Época,  se  hallaba  de  re- 
greso en  el  ancho  y  oscuro  portal.  Los  redactores 
comenzaban  a  desfilar,  y  mi  padre  aun  quedaba 
sobre  las  cuartillas  y  sobre  los  periódicos,  sonrien- 
do todavía,  leyendo,  escribiendo,  dictando  algún 
artículo  para  el  día  siguiente  al  taquígrafo  Jacobo 
Rebollo,  que  lobera  del  Congreso. 


« 


*  Mis  recuerdos  más  precisos  datan  de  los  prime- 
ros días  de  la  Revolución  de  septiembre.  Sin  darme 
cuenta  cabal  de  los  sucesos  que  entonces  comenza- 
ron a  desarrollarse,  yo  advertía  la  zozobra  en  el 
tono  de  las  conversaciones  y  en  la  frecuencia  con 
que  visitaban  el  periódico  personas  no  habituales. 

El  carácter  de  La  Época,  nunca  desmentido  en 
punto  a  lealtad  dinástica,  hacía  de  su  Redacción 
un  punto  de  confluencia  entre  partidarios  de  la 
Monarquía  caída. 

Recuerdo  perfectamente,  entre  los  que  frecuen- 
taban nuestra  casa,  al  conde  de  Heredia  Spínola, 
padre  del  actual,  caballero  de  nobilísimo  porte,  de 
azules  ojos  y  rubia  barba;  al  ex  ministro  D.  Manuel 
Silvela,  que  vivía  enfrente;  al  ilustre  general  mar- 
qués del  Duero,  y  a  varios  generales  y  políti- 
cos más. 

En  aquellos  primeros  días  de  la  revolución  al- 
guien  llevó   la  noticia  de  que  las  turbas  iban  a 


22  LEÓN  ROCH 

prender  fuego  a  la  casa  de  La  Época.  Rapidamen . 
te  se  trasladó  mi  familia  a  casa  de  los  barones  de 
Andilla,  en  la  calle  de  las  Infantas.  La  baronesa 
era  una  hermosa  y  distinguida  dama  que,  más  tar- 
de, contrajo  nuevas  nupcias  con  el  pintor  D.  Fe- 
derico de  Madrazo.  El  barón  era  el  autor  de  los  fa- 
mosos pareados  que  a  no  pocas  promociones  de 
párvulos  han  enseñado  urbanidad  y  buenas  mane- 
ras, ya  que  no  agilidad  de  versificación. 
Decía  uno: 

«Niña,  en  la  iglesia,  la  cabeza  tapa 
San  Lino  lo  mandó,  segundo  Papa.» 

Pasó  el  peligro  de  momento,  y  pudimos  reanu- 
dar la  normalidad  de  nuestra  vida,  sin  que  desapa- 
recieran del  todo  los  motivos  de  inquietud. 

No  es  difícil  para  el  lector  reconstruir  nuestra 
dolorosa  emoción  de  una  tarde,  en  que  cierta  par- 
tida de  revolucionarios  se  personó  en  el  despacho 
de  mi  padre  para  aprehenderle  y  hacerle  compa- 
recer ante  no  sé  qué  tribunal  faccioso,  que  se  re- 
unía en  el  próximo  circo  de  Price. 

Mandaba  el  tropel  un  tal  Hermosilla,  vecino  de 
San  Martín  de  Valdeiglesias,  que  era  justamente  el 
pueblo  donde  mi  padre  ejercía  su  influencia  electo- 
ral. Hermosilla  figuraba  entre  sus  adversarios  po- 
líticos y  no  vaciló  en  utilizar  la  coyuntura  que  la 
turbulencia  política  le  deparaba  para  vengarse  de 
aquel  gran  caballero  que  fué  D.  Ignacio  José  Esco- 
bar. La  felonía  impresionó  profundamente  a  cierto 
criado  nuestro,  baturro  de  simpática  rudeza,  que 
hubiera  hecho  uso  de  su  escopeta  contra  Hermosi- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  123 

Ha  y  la  partida  toda,  de  no  parlamentar  los  revo- 
lucionarios. 

— Se  llevarían,  sí,  a  mi  padre — prometió  Hermo- 
silla — ,  y  el  tribunal  decidiría  lo  que  habrían  de  ha- 
cer con  él. 

Declaró  aquél  en  el  circo  de  Price,  sede  de  la 
justicia  roja,  y  como  no  había  delito  de  qué  acu- 
sarle, el  lance  no  pasó  de  ahí. 

Otra  contrariedad  muy  posterior  a  ésta,  en  el 
período  histórico  que  con  exactitud  llamó  D.  Ilde- 
fonso Antonio  Bermejo  Interinidad,  en  su  docu- 
mentado libro,  nos  fué  proporcionada  en  el  día 
mismo  del  grito  de  Sagunto. 

Era  natural  que  el  virtualmente  derrocado  Po- 
der ejecutivo  intentase  aún  una  última  defensa,  y 
en  su  consecuencia,  fueron  llevados  a  la  cárcel  los 
más  significados  alfonsinos,  mi  padre  entre  ellos,  y 
Cánovas  del  Castillo  el  primero.  Por  cierto  que  el 
gran  estadista  dudó  de  la  eficacia  que  pudiera  te- 
ner el  grito  de  Martínez  Campos.  Hasta  tal  punto, 
que  encargó  a  mi  padre  la  redacción  de  un  suelto 
desautorizando  el  movimiento. 

Don  Antonio  creía  desde  luego  en  la  instaura- 
ción rápida,  sin  movimiento  militar,  del  Trono  de 
los  Borbones.  Amaba  los  procedimientos  evoluti- 
vos y  quería  que  «la  Naturaleza  obrase*,  repug- 
nándole todo  cuanto  tuviese  la  traza  irregular  de 
un  pronunciamiento. 

Mi  padre,  sin  dejar  de  participar,  naturalmente, 
en  esta  doctrina,  comprendió,  con  certero  instinto, 
que  los  hechos  consumados  habían  de  utilizarse,  y 
el  acto  de  Sagunto  no  era  ya  un  plan,  era  una  rea- 


124  LEÓN  ROCH 

lidad.  El  suelto  no  se  publicó,  y  gracias,  quizás,  a 
ello.  Cánovas  y  Martínez  Campos,  el  cerebro  y  el 
brazo,  pudieron  entenderse  inmediatamente,  en 
bien  de  la  Causa  que  les  era  común. 

El  gobernador  de  Madrid  en  tal  sazón,  que  lo 
era  Moreno  Benítez,  tuvo  para  los  detenidos  en  el 
Gobierno  civil,  a  donde  fueron  trasladados  desde 
el  Saladero,  el  máximo  de  atenciones  posibles.  Yo 
no  me  separé  de  mi  padre  en  aquellos  momentos. 
Un  día  duró  aquella  situación  incierta.  Los  presos 
ocasionales  pasaron  a  asumir  el  Poder,  para  garan- 
tía de  España,  y  la  pesadilla  de  unos  años  sin  régi- 
men, fué  dichosamente  cancelada.  Mi  padre  estaba 
henchido  de  satisfacción,  y  Cánovas  no  cesó  un 
instante  de  recibir  visitas  en  el  Gobierno  civil.  La 
que  le  hizo  Cristino  Martos  es  memorable.  Yo  la 
presencié,  y  pude  formarme  idea  de  los  dos  tem- 
peramentos contrapuestos  que  dialogaban.  Martos 
sentía  aún  perplejidad.  Para  él  la  intentona  borbó- 
nica no  cuajaría.  Cánovas,  ganado  por  la  fe,  en 
vista  de  las  adhesiones  recibidas  y  de  los  antece- 
dentes que  tenía  de  los  trabajos  por  la  Restaura- 
ción, no  vaciló  en  afirmar  que  una  nueva  época  se 
abría,  y  que  él  estaba  dispuesto — como  luego  dijo 
en  ocasión  pública  y  solemne — «a  continuar  la  His- 
toria de  España». 

Ya  de  noche,  mi  padre  y  yo,  libertados,  tomá- 
bamos un  simón  que  nos  conducía  a  nuestra  casa 
de  la  calle  de  la  Libertad.  Había  que  preparar  el 
número  que  difundiera  por  el  ámbito  nacional  el 
magno  acontecimiento.  La  Época  echó  al  día  si- 
guiente a  volar  las  campanas  de  su  entusiasmo.., 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  125 

Terminaba  el  año  1874.  Yo  era  ya  un  muchacho 
■que  iniciaba  sus  estudios  universitarios.  Mi  primer 
artículo  no  se  hizo  esperar  mucho  tiempo.  Lleva 
la  fecha  del  verano  de  1875,  y  es  una  crónica  de  El 
Sardinero.  Mis  colegas  de  La  Época  se  iban  reno- 
vando en  gran  parte.  A  nuestro  periódico  aporta- 
ban sus  esfuerzos  Carlos  Coello,  sobrino  del  conde 
de  Coello;  José  Fernández  Bremón,  Salvador  Ló- 
pez Guijarro,  Castro  y  Serrano,  el  estilista  inolvi- 
dable... Todos  han  muerto.  Y  en  mí  mismo  han  de- 
jado de  existir  no  pocas  ilusiones.  ¿Cómo  he  de 
vencer  la  melancolía  que  me  invade  al  hojear  el 
libro  íntimo  de  mis  memorias?  Han  amarilleado 
sus  páginas  y  encanecido  mis  cabellos... 

M.  DE  VALDEIGLESIAS. 


ExcMO.  Sr.  D.  Eduardo  Dato  Iradier, 

presidente  del  consejo  de  ministros  y  jeee  del  partido  liberal- 
conservador,   (n.  12   de   agosto   de   1856. —sacrificado    por   la 
Patria  el  8  de  marzo  de  1921.) 


«LA  ÉPOCA»  EN  LA  HISTORIA  DE  LA  LITERATURA 

ESPAÑOLA 


A  medida  que  vamos  avanzando  en  la  historia 
de  la  literatura  hacia  los  tiempos  actuales,  dismi- 
nuye la  extensión  de  los  trabajos  literarios,  desapa- 
recen casi  los  in  folios  y  las  obras  en  varios  tomos, 
y  los  escritores  suelen  preferir  el  periódico  al  libro. 

La  vida  literaria  de  la  Prensa  comienza  en  Es- 
paña con  el  siglo  XIX.  Si  queremos  estudiar  a  fon- 
do la  obra  de  un  escritor  nacido  con  posterioridad 
a  1760,  tendremos  que  acudir  a  las  colecciones  de 
los  periódicos  tanto  como  a  los  libros,  si  no  más.^ 
Por  ello  los  ingleses,  de  cuyo  espíritu  práctico 
nadie  duda,  tienen  por  fecha  importante  en  la  his- 
toria de  sus  letras  la  publicación  de  The  Tatler, 
en  1709,  la  cual  señala  una  división  entre  dos  pe- 
ríodos literarios,  ni  más  ni  menos  que  la  muerte  de 
Shakespeare  o  el  Renacimiento. 

Se  comprende,  pues,  que  un  periódico  como  La 
Época  haya  contribuido,  en  una  u  otra  forma,  a 
través  de  sus  setenta  y  cinco  años  de  vida,  a  inten- 
sificar, modificar,  sostener,  rechazar,  reflejar  y  con- 


128  LEÓN    ROCH 

signar  las  diversas  escuelas  y  corrientes  literarias 
que  se  han  sucedido  en  el  mundo  desde  1847  hasta 
el  año  de  gracia  en  que  vivimos.  Además,  en  estas 
columnas  se  han  revelado,  o  bien  han  dejado  parte 
de  su  actividad,  escritores  que  fueron  después  glo- 
ria de  nuestra  literatura.  ¿Será  necesario  citar  los 
nombres  de  D.  Antonio  Flores,  Amos  Escalante, 
Alarcón,  Castro  y  Serrano,  Fernández  Bremón 
Valero  de  Tornos,  Ensebio  Blasco?  Dos  cultiva- 
dores insignes  de  la  ciencia  histórica:  D.  Joaquín 
Maldonado  Macanaz  y  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán, 
actual  secretario  perpetuo  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia,  en  La  Época  trabajaron  a  diario,  y 
aquí  han  salido  a  luz  artículos  con  investigaciones 
de  primera  mano  que  venían  a  enriquecer  la  histo- 
ria patria. 

Perteneció  el  Sr.  Maldonado  a  los  tiempos  en 
que  los  hombres  políticos  eran  a  la  vez  historiado- 
res, convencidos,  como  estaban  entonces,  de  que 
no  es  posible  gobernar  bien  un  país  ignorando  su 
vida  pasada,  las  vicisitudes  porque  atravesó  la  Na- 
ción, las  circunstancias  que  trajeron  al  Estado  a  la 
situación  política  y  social  en  que  se  halla  en  un 
momento  preciso  de  la  Historia. 

Tan  a  punta  de  lanza  llevaron  algunos  en  el  si- 
glo XIX  el  afán  de  remontarse  a  los  orígenes  de 
las  instituciones,  que  el  francés  Víctor  Duruy  creyó 
necesario,  para  escribir  una  historia  de  Francia, 
dar  antes,  a  guisa  de  prolegómenos,  sendas  histo- 
rias de  Roma  y  de  Grecia,  que  nada  tienen,  por 
cierto,  de  compendiosas. 

Historiadores  fueron  asimismo  en  España,  entre 


75    Af50S   DE   PERIODISMO  129 

quienes  alcanzaron  los  puestos  más  altos  y  envi- 
diables de  la  política  y  la  administración,  D.  An> 
tonio  Alcalá  Galiano,  el  primer  conde  de  Toreno, 
D.  Antonio  Ferrer  del  Río,  el  marqués  de  Miraflo- 
res  y  hasta  D.   Modesto  Lafuente,   que  también 


D.  Carlos  Fernández  Shaw, 

ILUSTRE     POETA     Y     AUTOR    DRAMÁTICO,     REDACTOR     QUE     FUÉ 

DE  «La  Época»  (septiembre  de  1868-junio  de  1911). 


tuvo  cargos  de  importancia,  sin  olvidar  a  Cánovas 
Castelar,  Silvela  y  otros  políticos  que  han  pasado 
a  la  posteridad  con  renombre  de  historiadores  den- 
tro de  un  período  en  que  la  política  podía  ser  mo- 
tivo para  lucir  dotes  literarias  e  intelectuales,  no 
como  ahora,  que   diríase  la  condición  de  gober- 

9 


130  LEÓN    ROCH 

nante  pantalla  que  amortigua  y  disminuye  la  fama 
de  sabios  de  aquellos  que  por  sabios  y  eruditos 
pueden  pasar.  A  D.  Joaquín  Sánchez  de  Toca,  por 
ejemplo,  le  ha  perjudicado  mucho  la  política  en  el 
aprecio  que  debieran  tenerse  de  su  profundo  saber 
y  su  variada  y  extensa  cultura. 

A  Maldonado  le  vino  de  casta  el  ser  historiador. 
Entre  sus  ascendientes  figura  D.  Rafael  Melchor 
de  Macanaz,  en  cuyas  Memorias  se  consignan  los 
comienzos  del  reinado  de  Felipe  V.  Muchos  délos 
papeles  y  documentos  de  Macanaz  pasaron  a  don 
Joaquín  Maldonado,  y  de  aquí  una  de  las  causas 
que  le  aficionaron  a  la  historia  en  general  y  en 
particular  al  primer  tercio  del  siglo  XVIII.  Los  es- 
tudios de  Maldonado  sobre  esta  época  hállanse 
desperdigados  en  monografías  y  artículos.  Sus 
Fuentes  históricas  del  reinado  de  Felipe  V  y  sus 
trabajos  sobre  Macanaz,  la  Princesa  de  los  Ursinos, 
el  cardenal  Alberoni,  el  barón  de  Riperdá,  las  re- 
laciones entre  España  y  Francia  en  el  siglo  XVIII, 
varías  batallas  y  tratados  de  la  Guerra  de  Suce- 
sión y  el  hermoso  discurso  pronunciado  ante  La 
Real  Academia  de  la  Historia,  acerca  del  Voto  y 
renuncia  de  Felipe  V,  le  acreditan  de  historiador  a 
la  moderna,  en  el  que  la  erudición  de  primera  mano 
y  la  documentación  profusa  no  excluyen  la  elegan- 
cia del  pensamiento  y  del  estilo. 

Maldonado  era  también  catedrático  de  la  Cen- 
tral. Explicaba  la  asignatura  de  Historia  y  civiliza- 
ción de  las  colonias  inglesas  y  holandesas  en  Asia 
y  Oceanía,  materia  en  la  que  fué  una  verdadera 
autoridad,  como  atestiguan  su  libro  Principios  ge- 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  131 

nerales  del  arte  de  colonización  y  sus  artículos  so- 
bre el  gobierno  inglés  en  la  India. 

Si  se  publicasen  las  obras  completas  de  D.  Joa- 
quín Maldonado  Macanaz,  como  se  está  haciendo 
con  las  de  D.  Francisco  Silvela  y  las  de  Mariano 
de  Cavia,  resultaría  enorme  provecho  para  la  his- 
toria patria  y  la  cultura  en  general. 

Don  Juan  Pérez  de  Guzmán  y  Gallo  es  uno  de 
los  hombres  que  más  han  trabajado  en  España.  La 
lista  de  sus  obras,  que  inserta  el  marqués  de  Lau- 
rencín  en  el  discurso  de  contestación  al  suyo  en  la 
Academia  de  la  Historia,  sorprende  por  lo  nume- 
rosa y  por  la  variedad  de  disciplinas  que  abarca. 
La  biografía  más  completa  de  D.  Juan  Pérez  de 
Guzmán  está  en  el  extenso  prólogo  que  puso  Ale- 
jandro Larrubiera  al  libro  Versos  de  varia  edad, 
donde  se  hallan  recopiladas  las  poesías  del  ex  di- 
rector y  decano  de  los  redactores  de  La  Época. 

Muy  amante  de  España  y  de  la  Monarquía  espa- 
ñola, Pérez  de  Guzmán  ha  revisado  los  archivos 
llevado  de  un  afán  muy  noble:  borrar,  con  la  auto- 
ridad de  los  documentos,  aquellas  manchas  o  sim- 
ples suposiciones  calumniosas  que  pesaban  sobre 
algunos  Monarcas  o  sobre  los  gobernantes  a  quie- 
nes encomendaron  nuestros  Reyes  los  destinos  del 
país.  Sus  rehabilitaciones  del  conde-duque  de  Oli- 
vares y  de  Carlos  IV,  María  Luisa,  Godoy  y  Fer- 
nando VII,  son  una  prueba  de  este  amor  que  pro- 
fesa Pérez  de  Guzmán  a  la  Monarquía.  Podrá  no 
aceptarse  su  tesis.  No  se  le  negará  jamás,  proce- 
diendo en  justicia,  el  buen  deseo  y  las  dotes  de  ta- 
lento y  saber  que  para  realizarlo  puso  a  contribu- 


132  LEÓN    ROCH 

ción,  auxiliado  siempre  con  métodos  de  investiga- 
ción histórica  perfectamente  científicos  y  legítimos. 

Pérez  de  Guzmán  posee  un  corazón  como  hay 
pocos.  A  veces  domina  en  su  temperamento  lo 
afectivo  a  lo  racional.  Es  un  apasionado  de  todo  lo 
noble,  lo  bueno  y  lo  elevado,  a  cuyo  servicio  ha 
puesto  toda  su  vida  el  cerebro  privilegiado  y  la 
erudición  vasta  y  profunda  que  le  tocaron  en 
suerte. 

Las  glorias  de  La  Época  en  la  historia  de  la  lite- 
ratura no  acaban  aquí. 

Críticos  literarios  como  Luis  Alfonso,  Pedro  Bo- 
fill,  Villegas  y  Gómez  de  Baquero,  en  La  Época 
dejaron  impresa  parte  muy  considerable  de  su  ta- 
lento y  su  saber;  Peña  y  Goñi  y  Cecilio  Roda  aquí 
se  acreditaron  de  musicógrafos,  tanto  como  los  Se- 
púlvedas  de  costumbristas,  Rodrigo  Soriano,  de 
temperamento  artístico,  si  los  hay;  Navarrete, 
Abascal  y  Escobar,  de  cronistas  de  salones;  Castro 
y  Serrano,  de  espíritu  original  como  pocos;  Carlos 
Fernández  Shaw,  de  poeta  comprensivo  y  de  hom- 
bre bueno;  Eusebio  Blasco,  de  ingenio  penetrante 
y  saladísimo... 

Una  tradición  de  esta  casa  ha  favorecido  siem- 
pre el  reflejo  en  nuestras  columnas  de  todas  las 
tendencias  literarias  e  intelectuales:  la  amplia  liber- 
tad de  que  disfrutan  y  han  disfrutado  los  colabo- 
radores al  exponer  sus  ideas  y  principios.  En  lo 
que  no  afecta  a  la  política,  y  guardando,  como  es 
natural,  el  respeto  debido  a  personas,  instituciones 
e  ideas  fundamentales  de  ¡a  sociedad  constituida, 
en  La  Época  se  pueden  sustentar,  autorizándolas 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  133 

cada  uno  con  su  firma,  las  opiniones  que  sincera  y 
honradamente  se  profesen.  Luis  Alfonso,  por  ejem- 
plo, consideraba  el  naturalismo  de  la  escuela  de 
Zola  doctrina  vitanda,  y  en  este  mismo  sitio  discu- 
tía con  Emilia  Pardo  Bazán,  que  pensaba  lo  con- 
trario. 


La  política  y  la  literatura  son  dos  cosas  aparte. 
Se  puede  ser,  al  mismo  tiempo,  avanzado  en  una 
de  ellas  y  reaccionario  en  la  otra. 

Francia  y  España  ofrecen  muchos  casos  de  tal 
verdad,  que  es  la  evidencia  misma. 

Por  eso  La  Época,  sin  dejar  un  solo  instante  de 
ser  conservadora  en  política,  acogió  en  sus  colum- 
nas el  más  famoso  y  documentado  alegato  pro-na- 
turalismo que  en  España  se  publicó. 

La  cuestión  palpitante,  de  la  Pardo  Bazán,  fué, 
al  principio,  una  colección  de  artículos  publicados 
en  nuestro  periódico.  A  la  tesis  de  doña  Emilia  se 
opuso  más  tarde  Valera  en  su  Nuevo  arte  de  escri- 
bir novelas;  y  ved  ahí  que,  en  política,  Valera  fué 
liberal,  y  la  autora  de  Insolación  procedía  del  car- 
lismo. 

En  España  habíamos  vivido  un  poco  apartados 
de  las  luchas  literarias.  El  romanticismo  entró  en 
la  Península  casi  sin  protestas,  y  el  ambiente  de 
calma,  que  va  de  1847  a  1882  en  que  nacen  estas 
discusiones,  responde  perfectamente,  en  lo  relati- 
vo a  literatura,  la  colección  de  nuestro  diario. 

Antonio  Mantilla,  Cipriano  del  Mazo,  Antonio 
Flores  (el  renombrado  autor  de  Ayer,  hoy  y  maña- 


134  LEÓN   ROCH 

na),  Fermín  Gonzalo  Morón,  Juan  Heriberto  Gar- 
cía de  Quevedo,  Santana,  Nombela,  muchos  otros 
que  formarían  una  lista  interminable,  traen  al  pe- 
riódico los  caracteres  literarios  de  su  tiempo  res- 
pectivo. Don  José  de  Castro  y  Serrano  hace  algo 
más.  En  1870  aparecen  en  La  Época  unas  cartas 
informativas  sobre  la  inauguración  del  Canal  de 
Suez  y  sobre  Egipto.  El  público  pensó  que  estarían 
escritas  por  un  corresponsal  de  talento,  a  la  vez  li- 
terato y  periodista  de  primer  orden,  que  día  tras 
día  iba  apuntando  en  su  cuaderno  de  memorias  los 
incidentes  y  las  impresiones  que  le  producía  la  tie- 
rra de  Egipto. 

Las  cartas  eran  de  Castro  y  Serrano,  que  no  se 
había  movido  de  Madrid,  y  que  sólo  con  lecturas 
y  estudiando  la  geografía  y  el  arte  de  aquellas  re- 
giones logró  componer  un  admirable  libro  de  via- 
jes, que  aun  se  lee  con  agrado.  Auxilió  mucho  al 
autor  en  la  confección  de  aquellos  artículos  una 
dama  de  singular  cultura,  hija  del  arabista  D.  Pas- 
cual de  Gayangos,  la  señora  de  Riaño,  que  asistió 
a  la  inauguración  del  Canal  y  fué  remitiendo  por 
correo  a  Castro  y  Serrano  los  pormenores  intere- 
santes de  aquellas  fiestas,  durante  las  cuales  se 
estrenó  en  El  Cairo,  como  nadie  ignora,  la  ópera 
Aida  de  Ver  di. 

Los  artículos  a  que  me  reHero  se  publicaron 
después,  en  volumen,  con  el  título  de  La  novela  de 
Egipto.  Castro  y  Serrano  fué  académico  de  la  Es- 
pañola. Su  discurso  de  recepción  trató  de  «cómo  la 
amenidad  y  galanura  en  los  escritos  es  elemento  de 
belleza  y  de  arte». 


•75    AÑOS    DE    PERIODISMO  135 

Años  antes  había  publicado  Campoamor  en  La 
Época  su  famoso  artículo  sobre  los  marinos,  que  le 
valió  un  duelo  con  D.  Juan  Bautista  Topete. 

Las  aptitudes  de  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón 
para  el  cuento  y  la  novela  corta,  ¿no  serán  una  re- 
miniscencia de  su  vida  de  periodista?  No  es  tema 
que  pueda  resolverse  de  una  plumada,  en  dos  li- 
neas.  Es  indiscutible,  sin  embargo,  que  el  autor  de 
El  sombrero  de  tres  picos  tiene  mucho  de  periodista, 
de  informador.  Léanse  el  Viaje  de  Madrid  a  Ñapó- 
les, el  Diario  de  un  testigo  de  la  guerra  de  África. 
Díríanse  crónicas  de  periódico,  amenas,  sueltas,  de 
frase  corta,  de  ritmo  gracioso  y  ligero.  ¿Quiérese 
nada  más  periodístico?  Arabos  libros  interesan  en 
todo  momento.  Su  sencillez  expositiva  favorece  la 
lectura  en  cualquier  estado  de  ánimo  en  que  uno 
esté.  Es  más,  uno  y  otro  volumen  disipan  melan- 
colías, entretienen... 


* 


Pasan  los  años.  Una  especie  de  literatura  clara, 
comprensible,  al  alcance  de  toda  persona  instruida, 
se  ve  sucedida  por  una  tendencia  de  algunas  más 
pretensiones.  A  un  realismo  intelectualista,  se  opo- 
ne otro  realismo,  que  llamaron  naturalista,  cuyos 
caracteres  principales  son  el  desprecio  de  toda  con- 
cepción antropocéntrica,  pues  se  considera  al  hom- 
bre como  un  objeto  de  la  Naturaleza  igual  a  un  ár- 
bol, un  animal,  menos  aún,  un  grano  de  arena  o  un 
rayo  de  sol;  la  sustitución  de  la  realidad  intelecti- 
va, formada  con  los  universales,  por  los  hechos  tal 


136  LEÓN  ROCH 

y  como  el  mundo  exterior  los  produce  antes  de 
haberse  constituido  la  especie  inteligible;  la  prela- 
ción  de  la  sensibilidad  sobre  el  entendimiento,  de 
lo  vario  sobre  lo  uno,  de  lo  mudable  sobre  lo  per- 
manente, de  lo  accidental  sobre  la  sustancia... 

El  naturalismo,  en  sí,  no  es  otra  cosa  que  una 
variación  del  romanticismo.  Flaubert  y  Zola  son 
dos  románticos,  y  no  es  difícil  ver  y  demostrar  la 
ascendencia  de  la  escuela  de  Zola  en  la  escuela  de 
Víctor  Hugo. 

Escritores  y  periodistas  ocupáronse  por  aquellos 
años  de  la  persona,  la  obra  y  las  opiniones  del  no- 
velista de  los  Rougon  Macquart.  Nuestros  literatos 
se  asustaron  de  la  tendencia;  les  «olía  mal»,  y  cre- 
yeron que  había  llegado  la  hora  de  tomar  medidas 
contra  aquella  peste  que  en  París  se  desarrollaba 
y  amenazaba  contagiarnos.  Fué  entonces  cuando 
Emilia  Pardo  Bazán  publicó  en  La  Época  su  serie 
de  artículos  en  defensa  del  naturalismo,  los  cuales 
se  reunieron  después  en  un  tomito,  intitulado  La 
cuestión  palpitante. 

Vale  este  libro  por  una  historia  de  la  novela  mo- 
derna en  Francia,  Inglaterra  y  España.  Luis  Al- 
fonso— quien,  por  cierto,  corrigió  las  pruebas  de 
imprenta  deZ-a  cuestión  palpitante — no  estaba  con- 
forme con  el  parecer  de  doña  Emilia.  El  venezo- 
lano D.  Eduardo  Calcaño  publicó  en  La  Ilustra- 
ción Española  y  Americana,  de  29  de  febrero  de 
1884,  una  carta  dirigida  a  D.  Víctor  Balaguer,  en 
la  que  atacaba  duramente  a  los  naturalistas,  y  de- 
cía que  en  el  mar  de  la  literatura  había  aparecido 
la  «bandera  negra>  del  pirata.  Era  preciso  unirse 


75    Af50S   DE   PERIODISMO  137 

y  defenderse  contra  los  corsarios  que  amenazaban 
acabar  con  la  literatura  y  aun  con  la  lengua  caste- 
llana. La  Pardo  escribió  a  Balaguer  rechazando, 
por  lo  que  a  ella  tocaba,  las  acusaciones  de  Calca- 


D.  Luis  Araujo  Costa, 

REDACTOR    Y    CRÍTICO    LITERARIO    DE    «La    ÉpOCA». 

ño,  y  entonces  Luis  Alfonso  salió  en  La  Época  a  la 
defensa  del  diplomático  y  escritor  de  Venezuela,  a 
quien  tan  mal  supo  la  nueva  corriente  literaria.  In- 
titulábase su  artículo  Cartas  son  cartas.  Doña  Emi- 
lia replicó  esta  vez  a  Luis  Alfonso,  y  tanto  los  ale- 
gatos de  una  como  los  del  otro,  contribuyeron  a 


138  LEÓN    ROCH 

sentar  el  concepto  de  naturalismo.  Alfonso  había 
combatido  con  anterioridad  las  tendencias  natura- 
listas de  Ortega  Munilla,  el  cual — bueno  es  recor- 
darlo hoy — publicó  en  La  Época  diversos  artículos. 

La  polémica  fué  viva,  pero  cortés.  El  crítico  de 
nuestra  casa  reconoció  los  méritos  extraordinarios 
de  su  contrincante,  y  doña  Emilia  anduvo  muy 
cerca  de  comparar  a  Luis  Alfonso  con  Brunetiére. 
Ambos  se  hacían  mutuamente  justicia. 

Terció  también  en  estas  disputas  Peña  y  Goñi. 
Más  tarde  Rodrigo  Soriano  publicó  aquí  artículos 
defendiendo  a  Zola,  y  Gabriel  Briones  en  honor  de 
Maupassant.  Los  artículos  de  aquél  eran  cartas 
que  enviaba  a  La  Época  desde  París.  En  la  colec- 
ción del  periódico  hay  no  pocos  escritos  de  Soria- 
no.  El  hizo  la  información  de  la  campaña  de  Meli- 
Ua  de  1893  en  el  Diario  de  Barcelona,  mientras  la 
hacía  en  nuestro  periódico  el  actual  marqués  de 
Valdeiglesias.  Las  cartas  aquellas  formaron  el  libro 
Moros  y  cristianos,  Soriano  no  hizo  nunca  artículos 
de  política  en  La  Época.  Fué  únicamente  redactor 
literario. 

Volviendo  al  asunto  que  trataba,  añadiré  que 
al  cabo  de  cuarenta  años  el  naturalismo  en  la 
novela  es  tema  por  completo  retirado  de  la  circu- 
lación. Hoy  incluso  parecen  recusables  los  térmi- 
nos idealismo,  realismo,  naturalismo  en  las  acep- 
ciones que  allí  se  les  dan.  La  guerra  europea  ha 
puesto  muchas  cosas  en  claro.  Hasta  para  hablar 
de  literatura  existe  diferencia  entre  los  años  ante- 
riores a  1914  y  la  post-guerra. 

Pero,  en  su  tiempo,  la  cuestión  del  naturalismo 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  139 

fué  palpitante,  y  en  La  Época  señaló  y  dejó  graba- 
do el  ritmo  de  su  vida,  el  sístole  y  diástole  de  un 
corazón  que  no  por  estar  ahora  muerto  dejó  de  la- 
tir y  de  animar  un  período  de  nuestras  letras. 


« 


El  modernismo  o  simbolismo  no  ha  repercutido 
aquí  tan  directamente  como  el  naturalismo.  La  co- 
lección de  La  Época  guarda,  no  obstante,  muchos 
pormenores  y  lineas  generales  de  este  movimiento, 
que  en  España — y  en  Francia  también — se  ha  re- 
ferido de  modo  más  principal  a  la  poesía,  con  pre- 
ferencia a  las  demás  casillas  literarias. 

Don  Francisco  Fernández  Villegas,  que  firmaba 
con  el  seudónimo  de  Zeda,  comprendió  la  grande- 
za de  Rubén  Darío,  pero  no  quiso  convencerse  de 
la  legitimidad  de  la  escuela,  ni  le  sorprendieron  des- 
cuidado ciertas  «sociedades  de  bombos  mutuos» 
que  a  veces  hicieron  pasar  por  oro  legítimo  entre 
los  expertos,  y  más  todavía  entre  la  masa,  produc- 
ciones, si  no  enteramente  desprovistas  de  mérito, 
con  menos  valor  del  proclamado. 

Un  poeta  muy  en  armonía  con  la  amplitud  de 
criterio  de  La  Época  (no  se  olvide  que  me  refiero 
tan  sólo  a  la  literatura)  fué  el  malogrado  Carlos 
Fernández  Shaw. 

Sin  aceptar  para  sus  versos  las  extravagancias 
y  exageraciones  modernistas,  copió  de  las  nuevas 
doctrinas  lo  que  tenían  de  legítimo  y  acaso  de  más 
cercano  a  la  belleza  que  nuestra  poesía  tradicional 
del  siglo  XIX,  formada  en  el  rigorismo  de  Lista,  que 


140  LEÓN    ROCH 

pasó  a  casi  todos  los  románticos,  y  que  no  era,  en 
resumidas  cuentas,  sino  el  clasicismo  de  la  escuela 
sevillana  del  siglo  XVI.  Fernández  Shaw  es,  a  la 
vez,  moderno  y  hombre  de  tradición,  siempre  que 
no  se  tape  con  tal  palabra  la  rutina. 

No  he  de  pasar  en  silencio,  entre  los  redactores 
actuales  de  La  Época  que  también  cultivan  la  lite- 
ratura, a  D.  Francisco  Pérez  Mateos. 

El  secretario  de  Redacción  de  nuestro  periódico 
que  viene  honrando  desde  hace  tiempo,  con  su  in- 
teligencia y  su  cultura,  el  seudónimo  galdosiano  de 
León  Roch,  es  hombre  que  acredita  el  antiguo  re- 
frán de  «el  buen  paño,  en  el  arca  se  vende».  Ene- 
migo de  exhibiciones,  bombos  y  alharacas  que  se 
refieran  a  su  persona,  Pérez  Mateos  es  la  modestia 
misma;  ¡él,  que  a  justo  título  podría  alardear  de  es- 
critor excelente,  periodista  admirable  y  hasta  eru- 
dito, pues  lo  mucho  que  sabe  León  Roch  fuera  en 
otros  motivo  de  vanidades! 

Otro  colaborador  asiduo  de  estos  últimos  años 
es  el  poeta  Manuel  de  Sandoval. 

A  nadie  mejor  que  a  él  le  cuadra  el  lema  de 
Barbey  d'Aurevilly  Too  late,  aunque  Sandoval,  es- 
pañol y  españolista  hasta  el  tuétano,  lo  hubiera  es- 
crito en  español:  Demasiado  tarde. 

El  autor  de  Aves  de  paso,  De  mi  cercado  y  Musa 
castellana  apareció  en  las  letras  cuando  estaba  en 
auge  el  simbolismo  y  el  modernismo  de  Rubén> 
Santos  Chocano  y  otros  poetas  que  pretendían  acli- 
matar en  nuestra  literatura  las  corrientes  que  Bau- 
delaire,  Verlaine  y  Mallarmé  imprimieron  a  la  poe- 
sía francesa,  con  la  circunstancia  de  que  Sandoval 


75    Af50S    DE    PERIODISMO  141 

había  nacido  poeta  a  la  antigua  española,  a  la  ma- 
nera de  Núñez  de  Arce,  Ferrari  y  Narciso  Campillo, 
que  fueron  sus  amigos  y  maestros. 

En  las  composiciones  de  Sandoval  no  se  sabe 
qué  admirar  más,  si  lo  noble,  sincero  y  castizo  de 
la  inspiración  o  lo  impecable  del  verso,  ajustado  a 
los  más  rigurosos  cánones  de  la  Preceptiva  y  siem- 
pre viril,  sonoro,  armonioso.  En  los  versos  de  San- 
doval no  hay  que  temer  nunca  cacofonías,  sinalefas 
demasiado  perceptibles,  variaciones  de  acento,  de 
esas  que  suelen  molestar  a  los  oídos  delicados.  No 
en  vano  es  académico  de  la  Lengua  y  profesor  de 
Retórica  y  Poética  y  sabe  a  la  perfección  las  reglas 
para  hacer  bien  los  versos.  Unida  esta  maestría  de 
versificador  a  un  espíritu  elevado  y  refinado  como 
pocos,  Sandoval  es  un  poeta  perfecto  a  quien  na- 
die superará  ciertamente  en  «pensar  alto,  sentir 
hondo  y  hablar  claro». 

Sin  embargo,  Manuel  de  Sandoval  no  ha  llegado 
a  la  masa,  no  es  poeta  popular.  ¿Por  qué?  Por  la 
inarmonía  entre  su  personalidad  y  el  tiempo  en 
que  le  ha  tocado  vivir.  La  moda  poética  de  nues- 
tros días  no  le  sienta  bien  a  Sandoval  y  como  él  es 
hombre  de  exquisito  gusto,  ha  preferido  vestirse  a 
la  antigua,  digámoslo  así,  no  ha  consentido  en  con- 
cesiones a  una  manera  que  repugnaba  a  su  espíri- 
tu, ha  estimado  mejor  mostrarse  tal  cual  es,  aun- 
que los  que  siguen  la  moda  le  hayan  rechazado  a 
veces  y  hayan  formado  ante  su  nombre  la  terrible 
conjura  del  silencio. 


142  LEÓN    ROCH 

La  crítica  teatral  ha  estado  siempre  encomenda- 
da en  La  Época  a  literatos  de  competencia  y  hono- 
rabilidad intachable. 

En  los  últimos  diez  años  han  ejercido  tal  misión 
Fernández  Villegas  (Zeda),  Gómez  de  Baquero 
(Andrenio)  y  Melchor  Fernández  Almagro. 

Fué  Villegas  un  espíritu  de  selección,  con  una 
cualidad  dominante:  la  finura.  Conocedor  profundo 
de  nuestro  teatro  clásico  y  gustador  exquisito  de 
las  bellezas  en  que  abunda  la  literatura  española 
del  siglo  de  oro,  tuvo,  en  ocasiones,  censuras  para 
lo  que  no  entraba  en  la  tradición  castiza  o  care- 
cía de  exquisitez.  Poco  amigo  de  exotismos — que 
no  obstante  disculpaba  cuando  eran  presentados 
con  talento — Zeda  sabía  dar  al  lector  en  sus  críti- 
cas teatrales  la  impresión  justa  que  la  obra  produ- 
cía a  los  temperamentos  escogidos  y  refinados, 
como  el  suyo,  y  el  efecto  recibido  por  el  público 
en  general,  por  la  masa.  Su  cultura  dilatada  hacíale 
ver,  a  las  primeras  de  cambio,  las  fuentes,  más 
bien  internas  que  exteriores  y  objetivas,  del  drama 
o  la  comedia  que  sometía  a  examen,  sus  méritos  y 
el  éxito,  ya  de  público,  ya  definitivo,  que  la  pieza 
pudiera  obtener,  equivocándose  pocas  veces  en  sus 
augurios. 

Gómez  de  Baquero  admite  las  novedades  de  me- 
jor talante  que  Villegas  las  admitía.  Su  seudónimo 
de  Andrenio  nos  dice  que  es  admirador  de  Gracián 
y  también  de  Schopenhauer,  que  fué  el  que  puso 
de  moda  al  jesuíta  aragonés.  Baquero  no  es  un  li- 
terato puro,  como  Zeda.  Su  erudición  se  extiende 
a  la  filosofía,  la  sociología,  el  derecho,  la  historia 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  143- 

y  la  literatura  por  de  contado.  Ahora,  que  en  éL 
domina  el  intelectual  al  literato.  La  manera  parti- 
cular de  su  espíritu,  de  su  carácter  y  de  su  crítica 
procede  acaso  en  su  nervio,  en  su  sustancia,  de  doa 
Francisco  Giner  de  los  Ríos,  y  en  no  pocos  aspec- 
tos va  dominada  por  las  ideas  que,  bajo  otra  forma 
quizás,  dieron  un  significado  a  la  generación  del  98. 
Melchor  Fernández  Almagro  es  un  joven  de  mu- 
cho porvenir  en  la  literatura.  Inteligente,  bondado- 
so, desbordante  de  buen  sentido,  camarada  inme- 
jorable, ajeno  a  todo  dogmatismo,  sus  críticas  son 
modelo  de  imparcialidad,  serenidad  y  juicio  bien 
seguro.  Lleva  su  delicadeza  hasta  el  extremo  de  na 
pisar  los  escenarios,  para  que  no  puedan  alterar  su, 
rectitud  ya  la  amistad,  ya  la  antipatía  hacia  actores, 
autores  y  empresas.  Mientras  él  ejerza  la  crítica  no- 
hay  cuidado  de  que  trate  de  «colocar>  un  drama  en 
este  o  el  otro  teatro.  Pocos  cumplen  como  Fernán- 
dez Almagro  la  repetida  frase  de  Polibio:  «Si  no 
sabéis  censurar  a  los  amigos  y  aplaudir  a  los  ene- 
migos, no  escribáis».  Su  facultad  maestra  se  halla 
en  la  moral.  Con  su  vida  y  con  su  obra,  que  están 
empezando,  se  fabricará  la  estatua  de  vir  bonus 
que  menciona  Séneca.  La  regla  de  conducta  que  se 
ha  trazado,  el  «imperativo  categórico»  que  es  base 
de  sus  acciones,  dominan  y  dominarán  siempre  los 
frutos  de  su  ingenio.  Para  Fernández  Almagro  lo 
práctico  viene  antes  que  lo  especulativo;  dentro  de 
su  psicología,  que  me  atreveré  a  calificar  de  socrá- 
tica, el  criterio  ético  moldea,  nutre  y  da  carácter  a 
los  demás  elementos  de  su  espíritu.  El  bien  le  in- 
teresa más  que  la  belleza,  sin  que  ello  sea  negarle 


144  LEÓN    ROCH 

SUS  condiciones  de  artista.  Pero  nada  hay  más  lejos 
de  su  alma  que  el  diletantismo  y  la  teoría  del 
«arte  por  el  arte».  Ni  con  un  esfuerzo  de  la  «razón 
pura>  podría  llegar  a  tales  extremos;  la  «razón 
práctica»  lo  impediría  con  fuerza  irresistible,  ava- 
salladora. 

Literato  muy  digno  de  estima  es  también  don 
Gabriel  Briones,  decano  de  los  redactores  actua- 
les. Acreditan  su  talento  sus  libros  de  cuentos  y 
Muñecas  de  París,  así  como  sus  producciones  dra- 
máticas, que  lograron  justo  éxito.  Las  comedias 
Rosario  y  Las  damas  negras  acusan  un  fino  espíri- 
tu de  dramaturgo.  Las  zarzuelas  La  manzana  de 
oro  y  El  hijo  de  Buda  alcanzaron  cientos  de  re- 
presentaciones. Después  Briones  ha  vivido  en  me- 
dios políticos  que  le  han  hecho  conocer  a  la  per- 
fección hombres,  costumbres  y  lo  íntimo  de  muchas 
instituciones.  Es  lástima  que  no  se  decida  a  escri- 
bir sus  Memorias,  que  tendrían  tanto  interés  y  uti- 
lidad para  la  historia  política  española  de  estos 
primeros  años  del  siglo  XX.  Clío,  musa  de  la  his- 
toria, no  dejará  de  reprocharle  su  desidia  cuando, 
después  de  muchos  años — yo  así  lo  deseo — le  en- 
cuentre en  los  Campos  Elíseos,  y  pueda  echarle  en 
cara  lo  mal  que  le  sirvió  en  la  tierra. 

No  he  de  hacer  punto  final  sin  celebrar  las  be- 
llas cualidades  que  adornan  a  Guillermo  Fernán- 
dez Shaw  e  Iturralde,  hijo  de  Carlos  Fernández 
Shaw,  y  como  él  poeta,  autor  dramático  y  hombre 
en  quien  se  juntan  el  talento  y  la  bondad.  Dotado 
de  gran  capacidad  de  trabajo,  no  se  comprende  el 
periódico  sin  su  aportación  cotidiana. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  145 

Es  lástima  que  no  cultive  más  asiduamente  la 
poesía  y  el  teatro,  porque  eso  salen  perdiendo  am- 
bos géneros  literarios. 

Y  basta  ya  de  nombres  y  tendencias. 

La  Época  cree  haber  servido  a  nuestra  literatura 
en  sus  setenta  y  cinco  años  de  vida  con  la  com- 
prensión y  alteza  de  miras  que  tiene  por  norma. 

Luis  ARAUJO-COSTA. 


10 


«LA   EPOCA^   EN  EL  SIGLO  XX 


ExcMO.  Sr.  D.  José  Sánchez  Guerra, 

EX    PRESIDENTE    DEL    CoNSEJO    DE    MINISTROS,  JEFE    DEL    PARTIDO- 
LUt  RAL-CONSERVADOR 


LA  REDACCIÓN  DE   1898 


Nuestras  bodas  de  plata. — Los  que  se 
fueron. —  Un  doloroso  recuerdo. — Mal- 
donado    Macanaz  —  Justo   homenaje. 


Por  grata  coincidencia,  cuando  La  Época  cele- 
braba sus  «bodas  de  diamante»  con  el  público, 
podíamos  nosotros  celebrar  las  «bodas  de  plata» 
con  el  querido  periódico.  Hace  un  cuarto  de  siglo, 
en  efecto,  vinimos  a  esta  acogedora  casa,  siempre 
hospitalaria  para  el  periodista,  a  sumar  el  modesto 
esfuerzo  de  una  pluma  humilde,  enaltecida  sola- 
mente por  los  títulos  de  la  honradez  y  la  laborio- 
sidad, al  trabajo  inteligente  de  los  preclaros  cole- 
gas que  nuestra  buena  fortuna  nos  deparó  por 
compañeros.  Y  he  aquí  como,  obligados  por  este 
privilegio  de  la  edad,  fuimos  nosotros  llamados 
a  evocar  los  recuerdos  de  los  últimos  veinticinco 
años  de  la  dilatada  y  honesta  vida  del  periódico 
fundado  por  el  conde  de  Coello. 

En  el  espacio  de  esos  cinco  lustros  ¡cuántos 
cambios  y  mudanzas  se  registraron,  cuántos  suce- 
sos luctuosos,  cuántas  inolvidables  fechas  de  do- 
lor!... Pocos  son  los  que  van  quedando  entre  nos- 


150  LEÓN    ROCH 

otros  de  los  que  compartimos  la  labor  de  aquellos 
días  ya  lejanos...  ¡Cuántos  cayeron  vencidos  en  el 
surco!  Desde  el  ilustre  Maldonado  Macanaz,  su- 
perviviente de  la  primera  redacción,  han  ido  des- 
apareciendo Fernández  Villegas,  el  admirable  críti- 
co, justo  y  prudente  varón,  victima  de  una  ingrati- 
tud y  dé  una  felonía;  el  bondadoso  Joaquín  Tello; 
el  cordial  camarada  Betegón,  viviente  archivo  de 
historias  y  de  anécdotas,  que  se  llevó  a  la  tierra  un 
caudal  de  interesantes  páginas  no  escritas;  el  ser- 
vicial Pérez  Magnín,  el  culto  y  simpático  Cecilio 
Roda,  el  caballeroso  Ángel  Febrer,  el  gran  poeta 
Fernández  Shaw,  el  erudito  Rafael  Mitjana,  Fer- 
nández Brañas,  Jiménez  Prieto,  Reza,  Jerónimo 
Betegón,  y  tantos  más...!  El  tiempo,  implacable, 
nos  recuerda  con  sus  aldabadas  que  la  vida  es 
harto  efímera,  y  como  es  más  preciosa  cuanto  más 
avanza,  procuremos  abroquelarla  y  defenderla 
cuanto  sea  posible... 

Era  en  las  postrimerías  de  1898,  en  cuyo  mes  de 
abril  celebró  La  Época  sus  «bodas  de  oro>.  En 
enero  publicó  un  extraordinario  semejante  al  que 
salió  a  luz  en  mayo  de  1923.  No  se  nos  borrará 
jamás  la  fecha  de  nuestro  ingreso  en  la  Redacción, 
porque  dos  días  antes,  el  10  de  diciembre,  habíase 
consumado  en  París  el  doloroso  despojo  de  nues- 
tras Colonias,  firmándose  el  Tratado  de  paz  con 
los  Estados  Unidos.  El  sabio  canonista  Montero 
Ríos,  presidente  del  Senado,  que  por  patriotismo 
aceptara  la  presidencia  de  la  triste  comisión,  no 
debió  agradecer  mucho  al  Sr.  Sagasta,  jefe  del 
Gobierno,  aquel  inolvidable  presente.  Uno  de  núes- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  151 

tros  primeros  trabajos  fué  un  cariñoso  panegírico 
de  aquel  ilustre  y  honradísimo  político  D.  Fernan- 
do Cos- Gayón,  redactor  que  había  sido  de  La 
Época,  que  después  de  ser  muchas  veces  ministro 
de  Hacienda,  moría  en  la  mayor  pobreza  por  aque- 
llos días,  dando  a  la  política  un  ejemplo  de  recti- 
tud y  de  honradez  pocas  veces  igualado. 

Algún  tiempo  antes  habían  muerto  el  admirable 
cronista  Luis  Alfonso,  el  chispeante  crítico  musical 
y  taurino  Peña  y  Goñi,  el  crítico  teatral  Pedro  Bo- 
fill,  el  redactor-jefe  Manuel  Tello  y  el  redactor 
financiero  Leopoldo  Calzado.  Poco  antes  también 
dejaron  de  pertenecerá  la  Redacción  o  de  colabo- 
rar, Julio  Burell,  el  periodista  de  la  grandilocuente 
pluma;  Javier  Ugarte,  jurisconsulto  y  poeta,  que 
fué,  como  Burell,  ministro  de  la  Corona;  Rodrigo 
Soriano,  que  había  pasado  a  El  Imparcial,  y  poco 
después  emprendía  sus  incursiones  en  el  campo 
republicano,  del  brazo  de  Blasco  Ibáñez;  José  de 
Siles,  el  simpático  y  desgraciado  bohemio;  Alfredo 
García  López,  que  se  apartó  del  periodismo  para 
consagrarse  a  su  destino  de  Instrucción  pública; 
Diego  Jiménez  Prieto,  que  fué  autor  cómico  aplau- 
dido, y  Juan  de  Dios  Reza. 

También  dejó  por  entonces  la  Redacción,  para 
dedicarse  por  entero  a  sus  obras  teatrales,  el  ilustre 
poeta  y  autor  dramático  Carlos  Fernández  Shaw, 
nuestro  paisano  y  amigo.  Precisamente  a  él  vini- 
mos a  sustituir  en  La  Época,  salvando  las  natura- 
les distancias.  Uno  de  los  primeros  trabajos  que 
nos  encargó  el  director  fué  un  articulito  despidien- 
do cariñosamente  al  autor  de  La  revoltosa.  Ese  ar- 


La  Redacción  de 


■«;??í;feí!S»íP7- 


ocA»  EN  1897-98. 


154  LEÓN    ROCH 

tículo  estuvo  sin  publicar,  en  el  pavoroso  montón 
de  los  originales  viejos,  cerca  de  siete  meses,  acaso 
esperando  que  Fernández  Shaw  se  arrepintiera  y 
volviese  como  el  hijo  pródigo.  Puede  juzgarse  de 
nuestra  zozobra  de  periodista  novel  al  encontrar- 
nos en  situación  tan  inestable. 

Tampoco  figuraba  ya  entre  los  redactores  Cris- 
tóbal Botella,  abogado  de  talento  y  trastienda  y 
entonces  ex  diputado  a  Cortes.  Seguía  colaboran- 
do, y  durante  los  veranos  venía  con  asiduidad  un 
par  de  meses  a  la  Redacción,  mientras  algunos  re- 
dactores descansaban  unos  días.  Poco  después 
marchó  Botella  a  París  y  alh'  ha  sido  bastantes  años 
corresponsal  de  La  Época,  en  cuyas  columnas 
popularizó  el  seudónimo  Juan  de  Becon  con  que 
firmaba  sus  amenas  crónicas.  Ahora,  el  veterano 
periodista  es  un  personaje  internacional  y  tiene  en 
ingrato  olvido  la  pluma  a  que  debió  su  fortuna. 

Al  frente  de  la  Redacción  estaba  el  marqués  de 
Valdeiglesias,  Alfredo  Escobar,  como  fraternal- 
mente le  llaman  sus  compañeros,  digno  sucesor  de 
su  ilustre  padre,  que  lleva  treinta  y  seis  años  en 
su  puesto  y  es,  sin  duda,  el  decano  de  los  directo- 
res de  periódicos  en  ejercicio.  Compartía  las  tareas 
directivas  Eduardo  Gómez  de  Baquero,  que  había 
sucedido  a  Manuel  Tello,  como  redactor-jefe,  y 
completaban  el  cuadro,  con  Maldonado  Macanaz, 
Fernández  Villegas,  Javier  Betegón,  Ramón  de 
Cárdenas,  Gabriel  Briones,  nuestro  decano  de  aho- 
ra; Juan  Lapoulide,  El  coronel  Santiponce,  que  se 
ocupaba  de  las  cuestiomes  militares;  Joaquín  Tello, 
redactor  financiero;  Mariano  Barber,  Eduardo  Mon- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  155 

tesinos,  Augusto  Barrado,  Ángel  Febrer,  Jerónimo 
Betegón,  primo  de  Javier;  Ángel  Pérez  Magnín^ 
que  ya  dedicaba  sus  actividades  a  la  publicidad; 
Alberto  Pérez  Cossío,  que  a  poco  nos  abandonó; 
Enrique  Gálvez,  secretario  del  marqués  de  Porta- 
go,  recientemente  fallecido,  después  de  realizar  su 
justa  aspiración  de  ser  ministro;  Fernández  Brañas, 
Carlos  Palma,  inteligente  reportero,  y  no  recorda- 
mos si  alguno  más. 

El  patriarca  de  la  casa  era  Maldonado  Macanaz, 
tío  del  ex  rector  de  la  Universidad  de  Salamanca  y 
ex  senador  D.  Luis,  colaborador  de  La  Época.  A 
pesar  de  su  edad  ya  avanzada,  aun  se  conservaba 
fuerte  y  sano,  sin  más  dolencia  que  una  extremada 
sordera.  Daba  en  la  Universidad  una  cátedra  de 
Historia  de  la  Colonización,  a  la  que  apenas  asistía 
algún  que  otro  alumno,  y  era  académico  de  la  His- 
toria, por  justo  merecimiento,  ya  que  se  trataba  de 
una  autoridad.  Todas  las  mañanas  llegaba  muy  di- 
ligente a  nuestra  casa;  ocupaba,  en  lugar  apartado, 
su  mesa  de  trabajo,  y  casi  sin  levantar  la  vista  y 
sin  despegar  los  labios,  escribía  el  artículo  de  fon- 
do, que  ya  traía  perfectamente  estudiado  y  embo- 
tellado. Alguna  vez  escuchábamos  coloquios  muy 
graciosos  entre  Valdeiglesias  y  D.  Joaquín. 

Esperábale  Escobar  con  la  impaciencia  y  la  ner- 
viosidad de  que  no  ha  pedido  curarse,  para  encar- 
garle el  artículo  sobre  lo  que  él  estimaba  la  cues- 
tión del  día,  el  asunto  cumbre.  Alguna  grave  com- 
plicación política  interior;  un  terrible  problema 
internacional;  una  conflagración  quizás...  Cuando 
llegaba  Maldonado,  Valdeiglesias  saltaba  como  un 


156  LEÓN    ROCH 

gamo  para  salirle  al  encuentro,  y  a  grandes  voces, 
para  que  pudiera  enterarse,  le  insuflaba  el  tema. 
El  fondo  de  La  Época  no  podía  ser  otro  que  aquél; 
era  una  cosa  insólita  y  terrible...  Don  Joaquín  le  es- 
cuchaba, bonachón  y  paciente,  y  cuando  Escobar 
terminaba,  él  decía  siempre  sin  inmutarse,  son- 
riente y  sincero: 

— ¡Bueno...!  Pues,  de  eso  escribiremos  mañana, 
Yo  voy  a  escribir  hoy  sobre  el  porvenir  de  la  Mon- 
golia... 

Por  ley  natural,  fué  Maldonado,  superviviente  de 
la  Redacción  anterior,  el  que  inició  el  desfile  dolo- 
roso... Murió  el  17  de  septiembre  de  1901,  y  todos 
lloraron  sinceramente  su  pérdida.  Nosotros  quere- 
mos tributarle  aquí  un  homenaje  de  afecto  y  devo- 
ción, al  que  por  gratitud  estamos  obligados,  ya  que 
aquel  santo  varón,  sin  conocernos  apenas,  llevado 
por  inclinaciones  de  la  simpatía,  quiso  alentarnos  en 
nuestras  modestas  empresas  literarias.  A  su  noble 
memoria  va  unido  el  recuerdo  de  un  modesto  libro 
nuestro,  cuya  edición  nos  compró  un  librero  judío 
en  poco  mas  de  dos  docenas  de  duros... 


* 


La  casa  de  'La  Época'  y  la  impren- 
.    ta. — La  critica  y  los  críticos.  —  Cam- 
bios   y    mudanzas. —  Ambiente    de 
fraternidad . — El  símbolo  del  trabajo. 

La  Redacción  de  La  Época  hallábase  estable- 
cida entonces  en  el  núm.  16  de  la  calle  de  la  Li- 
bertad. Era  un  edificio  anexo  al  popular  teatro  de 


75    Arios    DE    PERIODISMO  157 

la  Alhambra,  hace  pocos  años  derribado,  y  se  com- 
ponía casi  únicamente  de  la  crujía  que  daba  a  la 
calle.  El  piso  primero  lo  ocupábamos  nosotros;  en 
el  segundo  tenían  sus  estudios  el  ilustre  pintor  Ce- 
cilio Pía  y  Eduardo  Alba,  otro  pintor  y  militar,, 
gran  amigo  de  artistas  de  teatro.  Allí  se  reveló, 
años  después,  como  gran  pintor,  el  entonces  joven 
López  Mezquita,  discípulo  de  Pía,  que  alcanzó  la 
primera  medalla  con  su  Cuerda  de  presos. 

Al  ser  derribado  el  teatro  de  la  Alhambra,  don- 
de Loreto  Prado  y  Enrique  Chicote  hicieron  sus 
más  brillantes  campañas  con  Los  chicos  de  la  escue- 
la, Congreso  feminista,  La  cuna  y  otras  obras  por 
el  estilo,  se  trasladó  la  Redacción  a  la  casa  núme- 
ro 18,  propiedad  de  la  marquesa  viuda  de  Casa- 
Laiglesia,  donde  ya  había  estado  establecida  antes 
y  donde  murió  el  inolvidable  D.  Ignacio  José  Es- 
cobar. No  sin  pena  vimos  derribar  aquel  simpático 
teatrillo,  de  feliz  recordación  para  nosotros,  y  le- 
vantarse sobre  su  solar  las  tres  hermosas  casas  de 
la  condesa  de  Almodóvar,  a  quien  correspondió, 
por  herencia  de  su  madre,  la  marquesa  viuda  de 
Villamejor.  El  notable  arquitecto  que  las  construyó,. 
Pérez  de  los  Cobos,  que  fué  arquitecto  de  Palacio, 
tuvo  un  trágico  fin.  En  el  núm.  18  permaneció  la 
Redacción  hasta  el  mes  de  agosto  de  1918,  en  que 
se  trasladó  a  la  casa  de  su  propiedad,  que  actual- 
mente ocupa,  en  la  calle  de  San  Bernardo. 

En  los  primeros  tiempos  a  que  nos  referimos  se 
imprimía  La  Época  en  el  establecimiento  tipográf 
co  de  los  Hijos  de  Ginés  Hernández,  donde  se  edi- 
tó tantos  años.  Lo  dirigía  entonces  D.  Francisco 


158  LEÓN    ROCH 

Pedregal  Prida,  impresor  muy  inteligente  y  hombre 
de  mucha  suerte,  que  era  a  la  vez  militar  y  profe- 
sor de  gimnasia;  el  simpático  industrial  y  capitán 
de  Infantería  había  escrito  y  publicado  un  excelen- 
te libro,  que  sirvió  de  texto  en  algunos  centros; 
también  tuvo  un  magnífico  gimnasio  en  la  calle  del 
Barquillo,  donde  hoy  se  levanta  el  lindo  teatro  de 
la  Infanta  Isabel.  Años  después,  cuando  el  tipó- 
grafo Miguel  Romero  construyó  la  casa  núm.  31 
de  la  calle  de  la  Libertad,  esquina  a  la  de  Augusto 
Figueroa,  a  la  imprenta  que  allí  estableció  se  tras- 
ladó La  Época.  Muerto  aquel  industrial,  volvió  el 
periódico  a  la  casa  de  los  Hijos  de  Ginés,  de  donde 
una  huelga  injusta  y  estúpida,  motivada  por  el  em- 
pleo de  las  máquinas  de  componer,  nos  lanzó,  en 
enero  de  1910,  a  la  casa  de  enfrente,  la  antigua 
imprenta  de  Fortanet,  una  de  las  más  acreditadas 
de  Madrid,  que  ya  no  existe.  Entonces  tuvimos  que 
adquirir  material  propio  de  tipografía  y  máquina, 
y  desde  esa  época  se  imprime  el  periódico  en  el 
modesto  taller  de  su  propiedad. 

Solamente  en  otras  dos  ocasiones  ha  sufrido  La 
Época  vicisitud  análoga  a  la  huelga  citada.  Fué  la 
primera  en  aquella  memorable  ocasión  de  la  huel- 
ga revolucionaria  de  1917,  tan  gallardamente  ven- 
cida por  Dato  y  Sánchez  Guerra.  La  segunda,  más 
injustificada  y  necia,  fué  al  pretender  las  Socieda- 
des de  resistencia  imponer  la  censura  roja  a  los 
periódicos.  No  lo  toleramos  nosotros,  y  el  antiguo 
personal  de  La  Época,  tantos  años  unido  al  perió- 
dico por  el  trabajo  y  por  el  afecto,  que  nos  acom- 
pañó siempre  en  nuestras  mudanzas,  nos  abando- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  159 

nó.  En  medio  de  aquellas  contrariedades,  tuvimos 
la  satisfacción  de  que  ni  un  solo  día  dejó  de  publi- 
carse nuestro  periódico. 

Volviendo  a  la  Redacción,  ocupa  en  nuestro  re- 


D.  Francisco  Pedregal  Prida, 

IMPRESOR    DE    «La    EpOCA». 

cuerdo  preferente  lugar  el  ilustre  Francisco  Fer- 
nández Villegas,  Zeda,  que  estaba  encargado  de  la 
crítica  teatral  y  literaria.  Era  un  crítico  de  gran 
cultura,  de  exquisito  gusto  literario  y  de  una  in- 
flexible imparcialidad.  En  la  intimidad  era  un  hom- 


160  LEÓN    ROCH 

bre  bonísimo  y  un  camarada  complaciente  y  cari- 
ñoso, que  murió  victima  de  su  bondad,  También 
era  autor  dramático  de  notables  condiciones,  aun- 
que no  siempre  le  acompañó  la  fortuna.  Su  enorme 
aKción  al  teatro  se  reflejó  en  sus  tres  hijas,  que  son 
distinguidas  actrices:  Amparo,  que  es  la  primera 
dama  de  la  compañía  de  Morano;  Pura,  que  actúa 
en  la  de  Carmen  Cobeña,  y  Concha,  que  trabaja 
ahora  en  provincias. 

Al  morir  Villegas,  se  encargó  de  la  crítica  teatral 
Gómez  de  Baquero,  que  la  ha  desempeñado  algún 
tiempo,  con  su  gran  competencia.  Desde  hace  un 
año  le  ha  sustituido  dignamente  el  distinguido  es- 
critor Melchor  Fernández  Almagro.  Este  joven  y 
brillante  literato  granadino  será — lo  es  ya,  mejor 
dicho — un  digno  sucesor  de  Zeda,  por  su  impar- 
cialidad, su  cultura,  su  talento  y  su  buen  gusto  li- 
terario. 

La  crítica  musical  ejercíala  interinamente  y  con 
acierto  en  aquellos  primeros  meses  Mariano  Bar- 
ber.  Algún  tiempo  antes  y  en  breves  temporadas 
posteriores  colaboró  como  crítico  musical  el  eru- 
dito Rafael  Mitjana,  discípulo  del  maestro  Pedrell, 
a  quien  su  carrera  de  diplomático  hacía  estar  casi 
constantemente  expatriado.  El  notable  escritor, 
autor  de  interesantísimas  obras,  murió  reciente- 
mente en  Estocolmo,  donde  representaba  a  Espa- 
ña como  ministro.  A  Barber  le  reemplazó  el  culto 
y  atildado  Cecilio  de  Roda,  que  fué  académico  de 
Bellas  Artes,  y  que  poseía  una  de  las  más  intere- 
santes y  nutridas  bibliotecas  musicales  de  España. 
Al  morir  Roda  le  sustituyó  Augusto  Barrado,  crí- 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  161 

tico  y  músico  de  competencia,  que  hasta  entonces 
estuvo  encargado  en  La  Época  de  la  sección  de 
Extranjero,  y  al  retirarse  del  periodismo  diario 
aquel  querido  compañero,  le  reemplazó  otro  entra- 
ñable colega,  nuestro  actual  crítico  Víctor  Espinos, 
que  anteriormente  había  sido  ya  redactor  del  pe- 
riódico, ocupando  el  puesto  de  informador  palati- 
no, en  el  que  le  sustituyó  primero  Fernández  Bra- 
ñas  y  luego  Guillermo  Fernández  Shaw. 

La  crítica  artística  estaba  encomendada  a  un  dis- 
tinguido colaborador  y  redactor  antes,  admirable 
artista  fotógrafo,  triunfador  en  todos  los  concursos 
nacionales,  que  después  se  ha  colocado  a  la  cabeza 
de  los  profesionales.  Nos  referimos  a  Antonio  Cá- 
novas del  Castillo,  el  envidiable  Kaulak,  fotógrafo 
predilecto  de  las  damas  aristocráticas.  Su  hermano 
Pepe,  que  murió  joven  en  Málaga,  siendo  secreta- 
rio del  Gobierno  civil,  fué  también  colaborador,  y 
antes  redactor,  y  publicó  algunos  cuentos  verda- 
deramente primorosos.  Al  cesar  Cánovas  en  la  crí- 
tica artística,  después  de  alguna  interinidad,  le  sus- 
tituyó el  laureado  artista,  uno  de  nuestros  maes- 
tros del  grabado,  Enrique  Vaquer. 

En  la  crónica  de  salones  sustituyó  dignamente  al 
genial  Asmodeo,  inventor  del  género,  el  querido 
maestro  Mascarilla,  y  a  su  cuidado  sigue  todavía. 
En  distintas  épocas  auxiliáronle  en  la  tarea,  que  es 
penosa  y  delicada,  escritores  y  periodistas  tan  dis- 
tinguidos como  Luis  Alfonso,  Carlos  Fernández 
Shaw,  Rodríguez  Escalera,  Pepe  Siles  y  Ángel  Fe- 
brer.  Ahora  cooperan  también  Nicolás  Jordán  de 
Urríes,  el  simpático  Tomillares,  Guillermo  Fernán- 

11 


162  LEÓN  ROCH 

dez  Shaw,  hijo  del  ilustre  poeta,  y  Tristón.  Pero  el 
cronista  de  salones  de  La  Época  es  siempre  el  in- 
fatigable Mascarilla,  que  con  el  seudónimo  de  Al- 
maviva  colaboró  años  atrás  en  El  Imparcial  y  en 
La  Ilustración  Espafiola  y  Americana,  cuyo  direc- 
tor y  cronista  tantos  años,  D.  José  Fernándaz  Bre- 
món,  había  sido  también  redactor  del  periódico  de 
Escobar. 

De  la  economía,  la  hacienda  y  las  finanzas  cui- 
daba el  bonachón  Joaquín  Tello,  fallecido  en  enero 
de  1917,  a  quien  reemplazó  Ángel  Illana.  En  me- 
nester tan  importante  alternaba  y  alterna  nuestro 
decano,  el  excelente  camarada  Gabriel  Briones. 
Porque  el  aplaudido  autor  entiende  la  «numismáti- 
ca» como  la  política  y  el  teatro.  Y  ya  que  de  cre- 
matística se  habla,  recordaremos  que  nuestro  «mi- 
nistro de  Hacienda»  era  el  simpático  D.  Francisco 
Boronat,  a  quien  los  viejos  de  la  casa  no  olvidamos 
nunca;  un  anciano  fuerte  y  vigoroso,  que  a  los 
ochenta  y  tres  años  tenía  la  agilidad  de  un  mucha- 
cho. Murió  Boronat  en  abril  de  1912;  pero  una 
grave  afección  a  la  vista  le  obligó  a  retirarse  un 
año  antes,  siendo  sustituido  por  el  antiguo  emplea- 
do de  la  Administración  Manuel  Mihura,  que  sigue 
ocupando  el  espinoso  puesto  y  que  ya  ha  rebasado 
los  treinta  años  de  servicios. 

Otro  veterano  de  la  Redacción  es  el  querido 
compañero  Ramón  de  Cárdenas,  periodista  prácti- 
co y  activísimo,  maestro  en  el  manejo  de  guías  y 
anuarios.  Procedía  de  El  Correo,  el  periódico  del 
maestro  Perreras,  en  cuya  Redacción  ingresó  en 
1880;  en  abril  de  1884  pasó  a  La  Época,  y  en  ella 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  163 

ha  trabajado  hasta  febrero  de  1921,  es  decir,  por 
espacio  de  treinta  y  siete  años,  con  una  actividad, 
un  entusiasmo  y  un  amor  por  la  profesión  que  po- 
cos periodistas  igualan.  Enfermo  e  impedido,  Cár- 
denas está  ausente  de  nosotros  desde  hace  unos 
dos  años.  Pero  siempre  estará  presente  en  nuestro 
recuerdo  y  en  nuestro  cariño  este  verdadero  maes- 
tro del  periodismo  práctico,  inteligente  y  culto,  de 
quien  hemos  recibido  útiles  lecciones  y  recetas  de 
hacer  periódicos,  muchos  de  los  periodistas  que 
por  La  Época  desfilamos. 

Como  asiduo  colaborador  solía  venir  aún  a  la 
Redacción  el  ilustre  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán, 
tantos  años  redactor  y  luego  director  de  La  Época. 
De  entonces  proceden  sus  colecciones  de  artículos 
sobre  Carlos  IV  y  María  Luisa,  pubHcados  luego 
en  un  notable  Hbro,  cuya  edición  costeó  el  difunto 
duque  de  Valencia;  los  artículos  sobre  la  insigne 
Orden  del  Toisón  de  Oro  y  otros  temas  históricos. 
El  mismo  anciano  escritor  escribió  y  confeccionó 
por  sí  solo  algunos  números  extraordinarios  ilus- 
trados, como  el  de  las  Bodas  Reales,  publicado  en 
enero  de  1901,  con  ocasión  del  matrimonio  de  la 
malograda  Princesa  de  Asturias  y  el  Infante  Don 
Carlos;  el  extraordinario  pubUcado  en  mayo  de 
1908  para  solemnizar  el  glorioso  centenario  del 
Dos  de  Mayo,  y  otro  para  conmemorar  el  cente- 
nario de  los  Sitios  de  Zaragoza. 

En  la  redacción  de  La  Época  ha  habido  siempre 
verdadero  ambiente  famiUar,  de  compañerismo  fra- 
ternal, exento  de  las  rencillas,  las  envidias  y  las  lu- 
chas que  en  otras  partes  se  advierten.  Somos  un 


164  LEÓN    ROCH 

poco  filósofos  y  procuramos  capear  el  temporal  y 
pasar  la  vida  del  mejor  modo  posible;  a  las  horas 
de  trabajar,  echando  el  bofe;  en  los  momentos  de 
paz,  regocijándonos  lo  que  se  puede.  Uno  de  nues- 
tros inocentes  regocijos  fué  algún  tiempo  leer  en 
voz  alta  las  Greguerías  de  Gómez  de  la  Serna,  y, 
como  dicen  en  Lavapiés,  «nos  reíamos  las  tripas». 
Entre  los  compañeros  que  más  alegraban  la  casa, 
hay  que  recordar  siempre  al  querido  amigo  Bete- 
gón,  muerto  en  noviembre  de  1920.  Archivo  vi- 
viente de  historias  y  de  anécdotas,  nos  entretenía 
horas  enteras  contando,  con  su  gracejo,  algo  de  lo 
mucho  que  sabía  de  cosas  y  de  hombres,  y,  sobre 
todo,  de  mujeres. 

No  debemos  olvidar  tampoco  al  buen  camarada 
Eduardo  Montesinos,  simpático  como  pocos,  y 
desde  luego  el  más  gordo  y  lucido  de  la  casa,  que 
con  sus  graciosos  cuentecillos  de  todos  colores  nos 
hacía  pasar  ratos  deliciosos.  El  excelente  compa- 
ñero, que  ha  ganado  en  el  teatro  justos  aplausos  y 
provechos  con  sus  zarzuelas,  y  sobre  todo  con  sus 
cuplés  y  canciones,  género  en  el  que  ha  sido  un 
maestro,  anda  ahora  retirado  del  periodismo  y  le 
sustituye  en  la  información  municipal  su  hijo.  Real- 
mente, su  volumen  es  un  peso  muerto  para  el  «re- 
portaje». 

En  estas  horas  de  camaradería,  el  director  era  y 
es  un  excelente  compañero  y  amigo  más,  cuyas  fe- 
lices ocurrencias  no  son  para  menospreciadas.  Tra- 
bajador infatigable  y  fiel  cumplidor  de  su  deber, 
lo  que  más  le  molesta  es  la  holgazanería;  pero  se 
incomoda  cariñosamente,  lanzando  puyas  y  hacien- 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  165 

do  chistes.  Por  ese  amor  de  Valdeiglesias  al  traba- 
jo, preside  nuestra  redacción  un  fornido  forjador, 
artístico  bronce,  que  es  símbolo  del  trabajo. 

Uno  de  nuestros  más  queridos  camaradas,  sim- 
pático y  decidor,  no  se  distinguía  por  su  desmedi- 
da afición  a  trabajar,  y  era  constante  objeto  de  las 
saetas  y  chistecillos  de  Escobar.  Según  éste,  aquel 
buen  compañero  era  de  los  que  decían:  «Hay  años 
que  no  está  uno  para  nada...»  Un  día,  hablando  de 
ello,  se  encaró  Valdeiglesias  con  el  forjador,  sím- 
bolo del  trabajo,  y  exclamó:  — Es  lo  que  dirá  Fu- 
lano: ¡Simbolitos  a  mi! 


i 


LOS    PROHOMBRES    CONSERVADORES 


Los  jefes   del  partido  y   'La  £/>o« 
ca". — De  Cánovas  a  Sánchez  Gue- 
rra.— Silvela  periodista. — Coopera- 
dores g  colaboradores. 


Mantuvo  siempre  La  Época  con  firmeza  sus  tra- 
diciones de  consecuencia  política,  de  acrisolada 
lealtad  a  la  Monarquía  y  al  partido  conservador, 
del  que  fué  constantemente  órgano  en  la  Prensa. 
Con  entusiasmo  y  perseverancia,  sin  tibieza  algu- 
na, con  decisión  y  buena  fe,  defendió  el  credo  y  los 
intereses  de  la  gran  familia  conservadora  y  prestó 
su  ayuda  incondicional,  cual  era  su  deber,  a  los 
prohombres  que,  en  representación  del  partido  y 
con  el  apoyo  de  los  jefes  de  éste,  ocuparon  la  pre- 
sidencia del  Gobierno. 

En  sus  procedimientos  supo  hacer  compatible 
siempre,  con  el  entusiasmo  y  la  firmeza  al  defender 
los  propios  ideales,  la  mesura  y  el  respeto  para  el 
adversario  y  la  corrección  y  la  imparcialidad  al 
juzgar  las  ajenas  ideas.  Y  a  ello  debió  en  buena 
parte  La  Época  la  estimación  y  el  respeto  que  me- 
reció en  todos  los  sectores  de  la  política  dentro 


168  LEÓN    ROCH 

de  España  y  la  más  alta  consideración  en  el  ex- 
tranjero, aunque  alguien  hablara  de  los  «paños  ca- 
lientes» de  La  Época.  Esos  paños  calientes  eran 
unas  veces  prudencia  y  corrección,  otras  veces  pa- 
triotismo. 

Los  mismos  que  pudieron  motejar  por  esto  al 
órgano  conservador,  reconocían  luego  que  era  con- 
veniente y  provechoso  mantener  en  tales  causas  la 
prudencia  y  corrección  de  las  campañas  de  La  Épo- 
ca. Y  cuando  los  espíritus  inquietos  y  batalladores, 
ó  simplemente  bullangueros,  consideraban  indis- 
pensable combatir  recio,  llegando  a  la  virulencia, 
buscaban  otras  hojas  más  propicias  y  más  acomo- 
dadas a  violencias  y  agresiones...  y  que  acarrea- 
ran menos  responsabilidades  para  el  partido. 

Alguna  vez  surgieron  dentro,  o  al  margen  del 
partido  conservador,  periódicos  afínes,  que  acaso 
pretendieron  anular,  o  disminuir  al  menos,  la  auto- 
ridad del  nuestro.  Pero  La  Época  siguió  siendo  el 
órgano  del  partido,  y  continuó  viviendo,  y  aque- 
llos periódicos,  creados  ocasionalmente,  sin  fuerza 
ni  arraigo  en  la  opinión  conservadora,  movidos 
alguna  vez  por  la  pasión  y  la  violencia,  desapare- 
cieron. Lo  mismo  ocurriría  con  cualquier  otro  en- 
sayo que  se  hiciera.  Por  algo  se  alcanzan  setenta 
y  cinco  años  de  vida.  De  los  tiempos  de  Cánovas 
hemos  de  recordar  La  Monarquía  y  aquel  gran  pe- 
riódico El  Nacional,  creado  a  impulsos  de  Romero 
Robledo  y  dirigido  por  el  ilustre  periodista  Adol- 
fo Suárez  de  Figueroa. 

Para  sus  jefes  tuvo  siempre  nuestro  periódico 
una  adhesión  inquebrantable,  y  un  sincero  afecto 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  169 

para  ellos  y  para  las  altas  figuras  del  partido.  Y  es 
justo   declarar  que  tal  afecto   fué  correspondido 


D.  Francisco  Fernández  Villegas  («Zeda»), 

ILUSTRE    REDACTOR    Y    CRÍTICO   TEATRAL   DE    «La    ÉpOCA».    (NaCIÓ    EN 

Murcia  en  1856.— Murió  el  15  de  Noviembre  de  1916.) 

siempre,  aunque  con  alguna  rara  excepción.  En  to- 
dos los  campos  ha  habido  prohombres  que  se  jac- 


170  LEÓN    ROCH 

taron  de  menospreciar  a  la  Prensa,  y  con  ello  pe- 
caron de  injustos  y  de  ingratos. 

El  jefe  conservador  que  más  cariño  profesó 
siempre  a  La  Época  fué  el  insigne  Cánovas  del 
Castillo,  cuya  trágica  muerte,  en  agosto  de  1897, 
fué  tan  llorada  por  todos  como  una  terrible  pérdi- 
da de  familia,  al  par  que  como  una  gran  desgracia 
nacional.  Hombre  de  aquellos  tiempos  de  lucha, 
en  que  tan  importante  papel  jugaron  los  periódi- 
cos, Cánovas  tenía  en  alta  estima  a  la  Prensa,  con- 
cediéndola una  gran  eficacia  como  arma  política. 
La  Época,  particularmente,  y  sus  redactores,  eran 
para  él  como  una  prolongación  de  su  familia;  nin- 
gún día  dejaba  de  recibir  a  su  director  o  a  alguno 
de  sus  redactores,  para  transmitirle  sus  encargos  o 
inspiraciones.  Cárdenas,  Briones,  Betegón  o  Fe- 
brer  eran  los  que,  alternativamente,  tuvieron  a  su 
cuidado  este  cometido.  Algunos  sueltos  famosos 
que  publicó  La  Época  fueron  dictados,  al  pie  de 
la  letra,  por  D,  Antonio. 

También  D.  Francisco  Silvela  tenía  para  la 
Prensa  singular  estimación,  reconociendo  su  valor 
y  signiBcación,  y  guardó  siempre  a  La  Época  ver- 
dadero afecto.  Era  que  aquel  ilustre  político,  inge- 
nio peregrino,  gran  orador  y  gran  escritor,  era  ade- 
más un  gran  periodista.  Lo  demostró  cumplida- 
mente en  El  Tiempo,  el  órgano  de  su  desidencia, 
■en  el  cual  escribía  casi  a  diario.  Muchos  artículos 
y  sueltos,  como  aquel  famoso  Sin  pulso,  que  hizo 
gemir  a  las  prensas,  como  entonces  se  decía,  mu- 
cho tiempo,  fueron  escritos  por  él,  con  aquella  su 
ietra  menudita,  casi  microscópica;  llegó  a  colabo- 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  171 

rar  hasta  en  aquellas  Solfas  saladísimas,  que  ordi- 
nariamente escribía  el  excelente  periodista  y  fácil 
poeta  Rafael  Solís. 

La  Época  debió  a  D.  Francisco  muestras  de  sin- 
gular consideración.  Creía  Silvela  que  el  partido 
conservador  no  podía  ni  debía  tener  otro  órgano, 
porque  aquél  representaba  una  tradición  y  era  una 
bandera.  Por  eso,  al  advenir  a  la  jefatura  del  par- 
tido hizo  desaparecer  El  Tiempo.  Igual  conducta 
siguió  D.  Antonio  Maura,  al  unir  sus  fuerzas  polí- 
ticas a  las  conservadoras,  de  las  que  luego  fué 
jefe,  haciendo  desaparecer  aquel  simpático  perió- 
dico El  Español,  que  dirigió  el  ilustre  Sánchez 
Guerra  y  en  el  que  escribieron  Cañáis,  Sáenz  de 
Quejana,  Víctor  Espinos  y  otros  queridos  amigos. 

Silvela,  para  quien  tan  grande  devoción  guarda- 
mos, solía  venir  algunas  veces  a  la  Redacción,  para 
buscar  notas  que  le  interesaban  en  nuestras  colec- 
ciones. Sencillo,  llano  a  lo  gran  señor,  correctísimo, 
con  su  característica  sonrisa,  entraba  en  la  Redac- 
ción como  un  camarada,  preguntando:  — ¿Quién 
hay  por  aquí...?  Y  luego  se  informaba  minuciosa- 
mente de  los  compañeros...  Con  frecuencia  nos 
enviaba  los  notables  artículos  que  ahora  exhuma 
Llanos  y  Torriglia  en  su  excelente  recopilación  de 
trabajos  de  Silvela... 

Otro  prohombre  del  partido  que  estaba  en  cons- 
tante comunicación  con  La  Época  era  el  insigne 
orador  D.  Alejandro  Pidal,  presidente  del  Congre- 
so en  todas  las  épocas  conservadoras  y  director 
de  la  Real  Academia  Española.  Don  Alejandro  es- 
cribía largas  cartas  muchos  días  y  casi  siempre  in- 


172  LEÓN    ROCH 

comodado  por  cualquier  futesa  periodística.  Pero 
estos  enfados  le  duraban  poco,  porque  el  elocuen- 
tísimo asturiano  era  bonísima  persona.  Buenos 
amigos  de  La  Época  fueron  asimismo  D.  Luis  Pi- 
dal,  marqués  de  Pidal,  el  varón  ecuánime,  prudente 
y  sabio,  hermano  de  D.  Alejandro,  que  con  fre- 
cuencia colaboró  en  el  periódico;  el  gran  hacen- 
dista Fernández  Villaverde,  asiduo  colaborador 
también:  el  inolvidable  D.  Arsenio  Martínez  de 
Campos,  brazo  militar  de  la  Restauración  y  cons- 
tante tutor  de  la  Monarquía,  cuyas  «corazonadas> 
dieron  lugar  a  no  pocos  cambios,  y  aquel  bendito 
general  D.  Marcelo  de  Azcárraga,  que  tan  grandes 
servicios  prestó  a  las  instituciones  y  al  partido  con- 
servador, dentro  de  su  modestia. 

Desde  los  tiempos  del  insigne  Cánovas,  el  jefe 
del  partido  conservador  que  más  cariño  tuvo  al 
periódico  fué  el  malogrado  D.  Eduardo  Dato,  sa- 
crificado también  por  la  Patria  en  aquel  triste  día  8 
de  marzo  de  1921,  quien  siempre  se  mostró  dis- 
puesto a  auxiliarle  en  sus  empresas.  Todo  sencillez 
y  bondad,  todo  corazón,  gran  señor  de  la  política, 
que  tenía  la  rara  cualidad  de  hacerse  cargo  de 
todo,  era  un  buen  amigo  de  La  Época  y  de  cuan- 
tos a  ella  pertenecían.  Su  corrección,  su  bondad, 
su  templanza  y  su  exquisita  prudencia,  que  no  ex- 
cluían una  gran  energía  y  una  entereza  que  no  se 
doblegaba  en  los  momentos  necesarios,  le  conquis- 
taban el  cariño  y  el  respeto  de  todos. 

Otro  político  periodista,  verdadero  periodista, 
ha  sido  el  ¡lustre  Sánchez  Guerra,  actual  jefe  del 
partido  conservador,  que  hizo  sus  primeras  cam- 


75    AÑOS   DE   PERIODISMO 


173 


pañas  en  La  Iberia,  el  famoso  periódico  de  Calvo 
Asensio  y  de  Sagasta.  Andaluz  y  poeta,  hombre  de 


Sr.  D.  Ramón  de  Cárdenas  y  Padilla, 

ILUSTRE     PERIODISTA,    DECANO     DE    LOS     REDACTORES    DE    «La    EpOCA». 


ingenio  y  de  fértilísima  imaginación,  hubiera  sido 
una  gran  figura  del  periodismo  español;  pero  la 


174  LEÓN    ROCH 

política  y  el  Parlamento,  dos  de  sus  grandes  amo- 
res, le  captaron  por  completo  y  el  periodista  que- 
dó eclipsado.  Sin  embargo,  Sánchez  Guerra  no  ha 
perdido  el  cariño  y  el  entusiasmo  que  siempre  le 
inspiró  la  Prensa,  y  lo  demuestra  en  todo  momento 
en  que  halla  ocasión.  Cuando  D.  Antonio  Maura 
levantó  bandera,  separándose  del  partido  liberal 
con  la  nutrida  falange  de  Gamazo  y  fundó  el  perió- 
dico El  Español,  Sánchez  Guerra  fué  designado 
para  dirigirlo,  y  de  nuevo  hizo  vida  de  periodista 
el  político  cordobés.  ¡Con  cuánto  placer  y  cuánto 
cariño  recordaría  entonces  los  días  de  lucha  y  de 
juveniles  entusiasmos  de  La  Iberia!...  Y  entonces, 
y  ahora  y  siempre,  cuando  un  periodista  ha  acudi- 
do a  D.  José,  aun  después  de  ocupadas  las  más  al- 
tas posiciones,  ha  respondido  siempre,  no  el  polí- 
tico, sino  el  periodista,  el  compañero  afectuoso  y 
simpático,  el  camarada  de  La  Iberia. 

Para  La  Época  fué  Sánchez  Guerra  uno  de  los 
jefes  conservadores  que  demostraron  su  afecto  al 
periódico  con  actos  dignos  de  gratitud,  de  los  que 
no  se  olvidan,  y  en  la  Redacción  se  corresponde 
bien  a  su  cariño.  Como  a  Cánovas,  como  a  Silvela, 
como  a  Dato,  se  le  quiere  no  con  el  afecto  respe- 
tuoso que  se  guarda  al  jefe,  sino  con  la  efusión  que 
despierta  un  verdadero  amigo. 

Entre  los  prohombres  conservadores  que  pres- 
taron cariñosa  ayuda  a  La  Época  en  sus  propagan- 
das y  empresas  hay  que  recordar  al  ilustre  y  boní- 
simo D.  Augusto  González  Besada,  al  conde  de 
Bugallal,  D.  Manuel  Burgos  y  Mazo,  Cierva,  Do- 
mínguez  Pascual,   el   vizconde  de   Eza,  constante 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  17S 

colaborador;  Prado  y  Palacio,  el  actual  marqués 
del  Rincón  de  San  Ildefonso;  D.  Guillermo  J.  de 
Osma,  no  ha  mucho  fallecido;  Ugarte,  que  fué 
nuestro  compañero;  D.Juan  José  Ruano,  D.  Carlos 
Cañal  y  el  marqués  de  Portago,  también  difunto... 
Entre  las  personalidades  que  colaboraron  alguna 
vez  en  nuestras  hojas,  figuraron  el  marqués  de  Es- 
tella,  el  conde  de  Esteban  CoUantes  y  el  marqués 
del  Vadillo,  y  actualmente  el  señor  Sánchez  de 
Toca,  D.  Francisco  Bergamín,  el  marqués  de  Lema 
y  D.  Eduardo  Sanz  y  Escartín,  conde  de  Lizárraga. 


DINASTÍA  DE  PERIODISTAS 


Don   Ignacio  José  Escobar,  D.  Al- 
fredo Escobar  y  Ramírez  y  D.José 
Ignacio  Escobar  y  Kirpatrick. 


En  la  historia  de  La  Época,  cuyos  varios  capítu- 
los concertamos  y  ordenamos  en  estas  páginas  y 
con  la  cual  van  constantemente  enlazados  los  ana- 
les del  periodismo  madrileño,  encontramos  siem- 
pre una  figura  central,  principalísima,  que  es  la  que, 
en  realidad,  encarna  el  espíritu  del  periódico,  el 
eje  en  torno  al  cual  gira  y  se  desenvuelve  toda 
esta  complicada  maquinaria  del  diario;  el  motor 
espiritual  de  este  poderoso  instrumento  de  acción 
política  y  social.  Esa  figura  cumbre  es  D.  Ignacio 
José  Escobar,  el  gran  periodista,  que  logra  desta- 
car su  personalidad  y  labrar  una  fama  merecida 
entre  aquellos  hombres  que  se  llamaban  Lorenza- 
na,  y  Andrés  Borrego,  y  Calvo  Asensio,  y  Estéba- 
nez  Calderón,  y  Alvarez  Bugallal,  y  Navarro  Vi- 
lloslada,  y  Navarrete,  y  González  Brabo,  y  tantos 
otros  que  fueron  luchadores  insignes  en  las  filas 
de  la  Prensa...  Funda  La  Época  y  la  dirige  cons- 
tantemente y  llena  un  período  de  cerca  de  veinte 

12 


178  LEÓN    ROGH 

años  D.  Diego  Coello;  desfilan  por  la  Redacción 
figuras  eminentes  de  la  política  y  hombres  que  en 
el  periodismo  y  en  las  letras  cubrieron  de  gloria 
sus  nombres...  Y  sin  embargo,  en  lo  que  es  historia 
y  vida  de  La  Época,  lo  mismo  en  aquellos  momen. 
tos,  observado  por  los  que  convivieron  al  lado  de 
Escobar  en  el  periodismo  y  en  la  política,  que  vis- 
to ahora,  a  la  distancia  de  los  años  transcurridos,  la 
noble  y  simpática  figura  del  primer  marqués  de 
Valdeiglesias  es  la  que  se  destaca  y  la  que  sobre- 
vive, como  eje  y  cumbre  del  periódico  conservador. 
No  tuvimos  nosotros,  naturalmente,  el  placer  de 
conocer  al  maestro,  y  menos  el  de  trabajar  a  su 
lado;  que  aunque  caminamos  hacia  la  vejez  con 
más  prisa  que  la  que  fuera  de  desear,  no  es  tan 
largo  el  camino  recorrido  que  nos  permitiera  al- 
canzar meta  tan  lejana.  Pero  en  los  veinticinco  años 
de  nuestra  convivencia  con  La  Época  hemos  oído 
hablar  tanto  y  a  tantos  del  ilustre  periodista,  enal- 
teciendo sus  virtudes  y  méritos  y  ensalzando  su 
bondad  y  su  modestia,  su  prudencia  en  el  consejo 
y  su  discreción  en  el  escribir,  que  poco  a  poco  nos 
fuimos  familiarizando  con  su  vida  y  con  su  obra, 
asimilándonos  las  ideas,  los  juicios  y  las  admiracio- 
nes de  los  otros,  y  hemos  llegado  a  hacernos  la 
ilusión  de  que  conocimos  y  admiramos  también  en 
plena  lucha  y  en  plena  gloria  al  que  durante  más 
de  veinte  años  fué  director  y  alma  de  este  mundo 
tan  pequeño  en  apariencia,  tan  complejo  en  la  rea- 
lidad, en  el  que  hay  que  concertar  tantas  volunta- 
des y  tantos  pensamientos  discordes  y  aun  encon- 
trados, que  se  llama  un  periódico. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  179 

Una  de  las  cosas  buenas  del  actual  director  de 
La  Época,  que  tiene  muchas,  entre  otras  que  no 
lo  son  tanto — ¿quién  es  perfecto  en  este  mundo? — , 
es  el  culto  que  ha  hecho  de  la  memoria  de  su  padre, 
con  tan  obligada  razón  en  el  orden  de  los  senti- 
mientos como  justicia  en  el  campo  de  la  realidad. 
Para  D.  Alfredo  Escobar,  el  modelo  de  los  hom- 
bres y  el  modelo  de  los  periodistas  es  su  padre; 
quisiera  él  ser  como  fué  aquél,  y  siéndolo,  creeríase 
llegado  a  la  cumbre,  a  la  perfección...  Del  mismo 
culto  participaban  los  demás  familiares  de  D.  Igna- 
cio, a  los  que  hubimos  de  tratar  más  en  la  intimi- 
dad que  otros:  los  hijos,  doña  Josefina,  esposa  que 
fué  del  cónsul  D.  Antonio  María  de  Orfila,  falleci- 
da recientemente;  doña  Sofía,  viuda  del  médico 
militar  D.  José  Santana,  y  el  culto  ingeniero  don 
Alfonso,  y  sobre  todo,  la  esposa  de  Escobar,  la 
que  fué  durante  tantos  años  su  leal  y  amante  com- 
pañera, aquella  bondadosa  doña  Francisca  Ramí- 
rez Maroto,  toda  simpatía,  toda  corazón,  que  llamó 
la  atención  por  su  gran  belleza,  y  cuya  muerte, 
ocurrida  hace  pocos  años,  produjo  tan  sincero  y 
hondo  dolor...  Viviendo  en  el  ambiente  de  este 
culto  filial,  tan  sentido  y  tan  justo,  ¿cómo  no  sen- 
tirse penetrado  de  la  misma  devoción  y  del  mismo 
cariño  hacia  el  periodista  inolvidable?... 

Meditando  ante  estas  cuartillas,  creemos  ver 
surgir  la  venerable  silueta  de  Escobar  ante  la  mesa 
de  trabajo,  en  aquella  Redacción  de  la  calle  de  las 
Torres,  que  ahora  lleva  el  nombre  de  Marqués  de 
Valdeiglesias,  entre  montañas  de  periódicos,  leyen- 
do afanosamente,  repasando  uno  tras  otro  los  dia- 


180  LEÓN    ROCH 

rios  extranjeros,  tomando  notas  o  haciendo  recor- 
tes para  preparar  la  labor,  según  nos  lo  muestran 
su  gran  amigo  Cos-Gayón  y  su  propio  hijo...  Y 
luego  escribir  rápidamente,  febrilmente,  artículos 
y  sueltos,  y  cartas  extranjeras,  y  gacetillas,  y  cuan- 
to había  que  escribir;  y  entre  unos  y  otros  traba- 
jos, revisar  y  corregir  los  originales  de  los  compa- 
ñeros, y  dar  a  unos  y  otros  encargos  e  instruccio- 
nes... Y  así  horas  y  horas,  sin  fatiga  aparente,  con 
igual  animosidad,  con  el  mismo  entusiasmo,  hasta 
dejar  cerrada  la  edición... 

Era  Escobar  hombre  de  una  capacidad  de  tra- 
bajo extraordinaria.  No  parecía  cansarse  nunca, 
y  laboraba  siempre  con  el  mismo  cariño.  Para  no 
perder  tiempo  y  aprovechar  todos  los  minutos,  se 
hacía  llevar  el  almuerzo  a  la  Ixedacción,  y  rápida- 
mente lo  despachaba,  mientras  revisaba  unas  cuar- 
tillas o  leía  unas  pruebas.  Amable  y  bondadoso 
para  compañeros  y  subordinados,  rara  vez  se  in- 
comodaba con  ellos;  su  principal  motivo  de  dis- 
gusto era  que  le  distrajeran  y  le  quitaran  tiempo 
para  el  trabajo. 

Había  nacido  Escobar  para  el  periodismo,  y  fué 
solamente  periodista,  porque  no  debía  ser  otra 
cosa.  Nosotros  creemos  en  el  destino  de  las  cria- 
turas, y  creemos  también  que  el  periodista,  como 
el  artista  y  el  poeta,  nace  y  no  se  hace.  En  su  ju- 
ventud, después  de  hechos  brillantemente  los  pri- 
meros estudios,  siguió  varios  cursos  de  la  carrera 
de  Medicina.  En  esta  Facultad  fué  condiscípulo  de 
aquel  D.  Ramón  de  Campoamor  y  Campoosorio,  a 
quien  tanto  admirábamos   los  muchachos  de  núes- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  181 

tro  tiempo,  y  de  entonces  databa  la  grande  y  estre- 
cha amistad  de  D.  Ignacio  con  el  poeta  inmortal  de 
las  Doloras  y  los  Pequeños  poemas.  Pero  ni  el  genio 
poético  de  D.  Ramón,  ni  las  aficiones  literarias  del 
futuro  director  de  La  Época,  se  acomodaban  a  las 
áridas  disciplinas  de  la  ciencia  médica,  y  ambos 
dejaron  las  aulas  para  seguir  los  caminos  que  sus 
respectivas  vocaciones  les  señalaban. 

El  primer  paso  dado  por  Escobar  en  la  carrera 
de  las  letras  fué  la  fundación,  juntamente  con  otros 
jóvenes  de  su  tiempo,  de  la  Sociedad  artístico-lite- 
raria  titulada  El  Instituto  Español,  Centro  de  cul- 
tura análogo  al  Liceo,  de  tan  gloriosa  historia  en 
la  primera  mitad  del  siglo  XIX.  Al  Instituto  Espa- 
ñol, del  cual  fué  nombrado  en  los  primeros  tiempos 
presidente,  pertenecieron  hombres  tan  ilustres 
como  Hartzenbusch,  Villoslada,  Bretón  de  los  He- 
rreros, Zorrilla,  Espronceda  y  otros  muchos  poe- 
tas y  escritores. 

En  aquel  ambiente  tan  propicio  al  desarrollo  de 
las  facultades  literarias,  el  talento  de  Escobar  en- 
contró su  verdadera  dirección.  Por  aquel  tiempo 
hizo  sus  primeras  armas  de  periodista  en  El  Co- 
rresponsal, diario  dirigido  por  D.  Buenaventura 
Carlos  Aribau.  Escribió  después  en  El  Español,  El 
Correo  y  El  Heraldo,  de  Sartorius,  y,  por  último, 
en  La  Época,  en  el  que  ingresó  en  1854,  y  fué  du- 
rante diez  años  redactor. 

El  ilustre  periodista  D.  Manuel  María  Santana 
creyó  muy  modesta  empresa  para  su  talento  seguir 
redactando  las  Hojas  autógrafas  de  noticias  que 
servía  a  los  periódicos,  Ministerios  y  otros  Centros 


182  LEÓN    ROCH 

y  Sociedades,  y  se  decidió  a  fundar  un  periódico. 
Fué  éste,  en  efecto,  La  Correspondencia  Autógrafa, 
que  en  los  primeros  tiempos  se  publicó  manuscri- 
ta y  litografiada,  y  que  vino  a  llenar  un  vacío  en  la 
Prensa  madrileña  como  verdadero  diario  de  noti- 
cias. Pero  el  público  aun  no  se  había  aficionado  al 
género,  y  aquel  periódico  hacía  lentamente  su  ca- 
mino. A  la  entrada  de  la  Unión  liberal  en  el  po- 
der, D.  Ignacio  José  Escobar  tomó  en  arrenda- 
miento La  Correspondencia  Autógrafa,  a  la  cual 
cambió  su  nombre  por  el  de  La  Correspondencia 
de  España.  La  suerte  vino  a  favorecer  la  empresa. 
La  guerra  de  África  despertó  la  avidez  del  públi- 
co por  las  noticias.  Escobar  supo  satisfacerla  y  La 
Correspondencia  alcanzó  una  tirada  que  pareció 
fabulosa  a  cuantos  conocían  la  circulación  hasta 
allí  lograda  por  periódicos  españoles.  Esto  excitó 
los  celos  de  Santana  y  apresuró  el  término  del 
contrato. 

Los  servicios  prestados  por  La  Correspondencia 
a  la  situación  unionista  fueron  grandes.  En  cambio 
Escobar  logró  fácil  acceso  a  las  regiones  oficiales, 
donde  recogía  cuanto  sus  facultades  de  periodista 
le  indicaban  que  era  de  interés  para  el  público. 
Antes  de  tiempo  terminó  el  arrendamiento  de  La 
Correspondencia  mediante  una  indemnización  de 
10.000  duros  pagada  por  Santana  a  Escobar,  y 
volvió  éste  a  La  Época,  que  era  su  verdadero  cen- 
tro. En  1866,  como  D.  Diego  Coello  fuese  nom- 
brado para  un  puesto  diplomático  en  el  extranjero, 
dejó  la  dirección  del  periódico  a  Escobar,  en  quien 
tenía  puesta  toda  su  confianza. 


75   AÑOS    DE    PERIODISMO 


183 


Por  esta  época  o  poco  después  adquirió  Esco- 
bar participación  en  la  propiedad  del  periódico, 
que  fué   primeramente   de  una   cuarta   parte   del 


ExcMO.  Sr.  D.  Alfredo  Escobar  y  Ramírez, 

SEGUNDO      MARQUÉS      DE      VaLDEIGLESIAS,     DIRECTOR      ACTUAL      DE 

<La  Época». 


184  LEÓN    ROCH 

mismo.  Más  adelante  adquirió  otra  cuarta  parte,  y, 
por  último,  cuando  cansado  Coello  del  periodismo 
y  de  las  luchas  políticas,  decidió  fijar  su  residencia 
en  Roma,  luego  de  haber  sido  embajador  de  Espa- 
ña, Escobar  quedóse  con  la  total  propiedad  de  La 
Época. 

Desde  1861  la  vida  de  D.  Ignacio  siguió  íntima- 
mente ligada  a  la  del  periódico,  y  en  él  tuvo  que 
sostener,  hasta  el  otoño  de  1868,  en  cuyo  mes  de 
septiembre  estalló  la  revolución,  dificilísimas  cam- 
pañas, en  medio  de  los  violentos  antagonismos  de 
los  partidos  y  de  las  convulsiones  que  amenazaban 
derrocar,  como  al  cabo  lo  derrocaron,  el  trono  de 
Isabel  II. 

Los  esfuerzos  de  Escobar  tendieron  siempre  a 
hacer  de  La  Época  más  bien  que  el  órgano  de  un 
partido,  el  órgano  de  las  clases  conservadoras.  Las 
palpitaciones  de  éstas,  sus  frecuentes  temores,  sus 
gustos  y  hasta  sus  preocupaciones,  se  vieron  refle- 
jados en  el  periódico.  Así,  después  de  la  noche  de 
San  Daniel,  Escobar  se  separó  de  la  Unión  liberal 
para  apoyar  al  Gabinete  Narváez-González  Brabo; 
pero  más  tarde  combatió  al  Gabinete  González 
Brabo  en  el  período  que  precedió  a  la  Revolución. 
Después  de  ésta,  y  durante  los  primeros  meses, 
La  Época  estuvo  vacilante;  la  preponderancia  del 
radicalismo  y  las  dificultades  con  que  tropezaba  la 
candidatura  que  el  Sr.  Calderón  CoUantes  llamaba 
de  la  cuasi  legitimidad,  la  empujaron  hacia  el  cam- 
po de  la  Restauración. 

Desde  este  momento  fué  La  Época  la  bandera 
del  porvenir,  representada   por   la   Monarquía   de 


75    AÑOS    DE  PERIODISMO  18S 

Don  Alfonso  XII.  Y  si  difícil  hubo  de  ser  la  gestión 
del  periódico  y,  por  consiguiente,  el  trabajo  de  su 
director  en  los  años  que  precedieron  a  la  revolu- 
ción del  68,  aun  más  ardua  tuvo  que  serlo  en  los 
tumultuosos  tiempos  que  transcurrieron  entre  aquel 
trascendental  acontecimiento  y  la  proclamación  de 
Don  Alfonso.  Al  examinar  la  colección  de  La  Épo- 
ca correspondiente  a  aquellos  años,  asombra  la 
suma  de  prudencia,  tacto,  habilidad  y  buen  sentido 
que  desplegó  Escobar  para  señalar  a  las  clases 
conservadoras  y  a  los  amigos  del  orden  el  rumbo 
que  era  menester  seguir  para  llegar  a  seguro  puer- 
to a  través  del  temporal  de  pasiones,  codicias  y 
demencias  que  agitó  hasta  el  año  de  1875  los  ma- 
res de  la  política  española. 

Entre  los  conflictos  que  por  entonces  surgieron 
fué  uno  de  los  más  graves  el  motivado  por  la  acti- 
tud de  protesta  del  Cuerpo  de  Artillería  ante  el 
nombramiento  del  general  Hidalgo  para  director 
del  Arma.  Cuatrocientos  oficiales  del  brillante 
Cuerpo,  no  queriendo  ser  dirigidos  por  el  hombre 
al  que  acusaban  de  complicidad  en  los  asesinatos 
de  los  oficiales  en  el  cuartel  de  San  Gil  el  año  1866, 
pidieron  su  retiro,  y  entonces  el  Gobierno  decretó 
la  reorganización  del  Cuerpo,  quedando  aquéllos 
privados  de  los  derechos  adquiridos  en  el  ejercicio 
de  su  carrera.  La  Época,  inspirada  por  su  acendra- 
do patriotismo,  puso  toda  su  fuerza  en  la  difícil 
empresa  de  encontrar  fórmula  honrosa  con  que  po- 
ner fin  a  tan  peligroso  conflicto.  Para  ello  inició 
una  suscripción  con  que  auxiliar  a  los  oficiales  de 
Artillería  que,  separados  de  su  carrera,  carecían  de 


186  LEÓN    ROCH 

recursos,  y  se  unió  a  la  Junta  de  coroneles,  cuyos 
acuerdos  solucionaron  al  cabo  patrióticamente  tan 
espinosa  cuestión. 

Para  colaborar  personalmente  en  la  obra  de  la 
Restauración  hizo  Escobar  importantes  trabajos  y 
realizó  difíciles  gestiones,  entre  ellas  la  de  celebrar 
conferencias  con  el  general  Serrano,  a  la  sazón 
desterrado  en  Biarritz;  visitar  en  París  a  la  Reina 
Isabel  y  el  viaje  a  Wiesbaden  para  avistarse  con  el 
antiguo  caudillo  carlista  D.  Ramón  Cabrera.  La 
actitud  de  estas  altas  personalidades  en  pro  de  la 
Restauración  del  Trono  y  los  trabajos  que  en  tal 
sentido  practicaba  en  París  el  general  López  Do- 
mínguez, de  acuerdo  con  el  general  Serrano,  fue- 
ron eficazmente  secundados  por  Escobar,  que  soli- 
citó, y  obtuvo,  para  tal  fin  el  concurso  de  un  su 
amigo,  acaudalado  capitalista. 

En  un  notable  artículo  publicado  en  el  Diario  de 
Barcelona  por  D.  Antonio  Fabié,  hijo  del  ilustre 
ministro  conservador,  recuerda  aquél  una  página 
interesante  de  aquellos  trabajos:  «El  12  de  marzo 
de  1872 — escribe — se  celebró  en  casa  del  marqués 
de  Bedmar  una  reunión,  convocada  por  Cánovas, 
para  dar  cuenta  a  sus  amigos  de  haber  aceptado  el 
poder  de  Don  Alfonso;  asistieron  a  la  reunión 
Bedmar,  el  conde  de  Iranzo,  D.  Saturnino  Alvarez 
Bugallal,  D.  Francisco  de  Cárdenas,  D.  Agustín 
Esteban  Collantes,  D.  Bernabé  Morcillo,  Fermín 
Lázala,  los  generales  San  Román  y  Soria,  Santa 
Cruz,  D.  José  España  y  Puerta,  Enriquez,  Moreno 
Nieto,  Fabié  y  D.  Ignacio  José  Escobar.  Mi  padre 
llevó  la  representación  de  D.  Pedro  Salaverría,  que 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  187 

se  hallaba  indispuesto.  Cánovas  del  Castillo  pro- 
puso se  formara  el  Comité  alfonsino,  que  llevaría 
los  trabajos  para  hacer  la  Restauración,  el  cual 
nombró  secretario  a  mi  padre.  Designadas  las  de- 
legaciones en  provincias,  y  puesto  en  marcha  el 
organismo,  Cánovas  redactó  el  manifiesto  que  el 
Rey  había  de  dirigir  a  la  Nación  y  a  las  Potencias 
extranjeras,  y  entregó  las  cuartillas  a  mi  padre  para 
que  las  diera  a  conocer  a  Salaverría,  a  D.  Manuel 
Silvela,  incorporado  ya  al  movimiento,  y  a  dos  o 
tres  personas  más;  al  sacar  el  portador  del  docu- 
mento unos  papeles  del  bolsillo  en  la  Biblioteca 
del  Congreso,  dejó  olvidadas  sobre  la  mesa  las  dos 
cuartillas  últimas  del  mismo,  que  no  tenía  firma  ni 
fecha;  alguien  se  apoderó  de  ellas  y  las  llevó  a  la 
redacción  de  El  Diario  Español,  que  hubo  de  pu- 
blicarlas al  día  siguiente.  A  Cánovas  del  Castillo 
produjo  el  suceso  viva  contrariedad,  pues  llevaba 
la  labor  con  gran  misterio,  y  para  despistar  impuso 
una  ligera  tregua,  durante  la  cual  redactó  de  nuevo 
el  manifiesto.  No  fué  posible  encontrar  medio  de 
que  éste  llegara  a  manos  del  Rey,  pues  las  Emba- 
jadas extranjeras  acreditadas  en  Madrid,  a  quienes 
se  acudió,  negáronse  a  prestar  el  servicio.  Dispuso 
Cánovas,  a  la  vista  del  fracaso,  salieran  de  la  Cor- 
te para  Francia,  llevando  cuidadosamente  oculto 
el  documento,  D.  Ignacio  José  Escobar  por  la  fron- 
tera de  Guipúzcoa  y  mi  padre  por  la  de  Cata- 
luña>. 

Al  regresar  Escobar  de  aquellas  andanzas  y  en- 
trar en  España  por  la  frontera  de  Navarra,  trayen- 
do documentos  de  importancia  y  cuantiosos  valo- 


188  LEÓN    ROCH 

res  destinados  al   movimiento  alfonsino,  ocurrióle 
una  aventura  que  puso  en  grave  peligro  su  vida. 
La  diligencia  en  que  él  viajaba  hubo  de  detenerse 
en  el  sitio  llamado  «Venta  de  la  Tejera>,  ocupada 
por  varios  oficiales  carlistas.  En  compañía  de  éstos 
sentóse  a  la  mesa  Escobar,  y  uno  de  los  mismos, 
que  le  había  conocido,  sin  intención  de  perjudicar- 
le, dijo  a  sus  compañeros  «que  tenían  el  honor  de 
comer  con  el  director  de  La  Época*.  El  jefe  de  la 
fuerza  procedió  a  detener  inmediatamente  al  via- 
jero, y  una  vez  identificada  su  persona,  dio  orden 
de  que  se  le  pasara  por  las  armas.  Pidió  entonces 
Escobar  que  se  le  permitiera  presentarse  al  jefe  a 
cuyo  mando  pertenecía  aquella  fuerza.  Era  éste  el 
caballeroso  marqués  de  Valdespina,  el  cual,  sordo 
en  sumo  grado,  le  escuchó  atentamente,  y  conven 
cido  de  que  con  aquel  fusilamiento  sólo  conseguí 
ría  manchar  la  causa  carlista  con  un  crimen  inútil 
le  dio  libertad.  Los  compañeros  de  viaje  de  Esco 
bar,  que  no  quisieron  abandonarle  en  aquel  trance 
le  esperaron,  y  sin  más  percance  que  un  largo  pa 
seo  a  pie  bajo  los  rayos  de  un  sol  abrasador,  volvió 
a  instalarse  en   la  diligencia  y  continuó  su  viaje, 
salvando  los  documentos  y  valores  confiados  a  su 
custodia  y  dando  cuenta  en   Madrid  de  la  misión 
que  se  le  había  confiado. 

Al  estallar  el  levantamiento  de  Martínez  Cam- 
pos en  Sagunto  y  conocerse  en  Madrid  la  noticia, 
el  Gobierno  mandó  detener  a  los  individuos  que 
componían  el  Comité  alfonsino,  los  cuales  fueron 
conducidos  al  Gobierno  civil,  que  desempeñaba 
D.  Juan   Moreno   Benítez.   Este   sentó   a  su    mesa 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  189 

aquel  día  a  Cánovas  del  Castillo,  D.  Ignacio  José 
Escobar,  D.  Antonio  María  Fabié,  al  conde  de  Se- 
púlveda,  Botella  y  otros  políticos. 

En  un  reciente  artículo,  ameno  como  todos  los 
suyos,  ha  recordado  Cristóbal  Botella,  Juan  de 
Becón,  el  incidente  de  aquella  prisión: 

«Mientras  todas  las  damas  de  la  aristocracia  es- 
pañola— escribe — desfilaban  por  el  Gobierno  civil, 
convertido  en  prisión  política,  para  visitar  a  los 
allí  detenidos,  haciendo  de  este  modo  púbUco  alar- 
de de  su  devoción  por  la  dinastía  destronada.  Cá- 
novas del  Castillo  y  los  hombres  que  le  rodeaban 
sentían  viva  inquietud  por  el  resultado  de  la  em- 
presa emprendida,  que  algunos  de  ellos  considera- 
ban temeraria. 

Esperaban  con  creciente  impaciencia  que  el  ge. 
neral  Primo  de  Rivera,  que  después  había  de  ser 
marqués  de  Estella,  a  la  sazón  capitán  general  de 
Madrid,  se  uniese,  con  la  guarnición  que  estaba 
bajo  su  mando,  al  movimiento  iniciado  por  el  ge- 
neral Martínez  Campos. 

Entrada  la  tarde  del  día  en  que  había  de  triun- 
far definitivamente  ese  movimiento.  Cánovas  del 
Castillo  escribió  una  carta  al  capitán  general  de 
Madrid,  que  vacilaba  entre  los  deberes  que  le  im- 
ponía la  Patria  y  los  que  él  consideraba  que  po- 
día exigirle  la  disciplina  militar,  pidiéndole  que 
decidiera,  sin  excitación  alguna,  la  suerte  de  Es- 
paña. 

Ofrecía  serias  dificultades  el  hacer  llegar  esa 
misiva  a  su  destino  sin  despertar  recelos  entre  los 
guardianes  de  los  detenidos.  Para  eso  serví  yo,  que 


190  LEÓN    ROCH 

en  nadie  podía  despertar  sospechas.  Recuerdo  con 
viva  emoción  las  palabras  con  que  mi  buen  padre 
me  hizo  mil  encargos  y  mil  recomendaciones,  al 
entregarme  aquel  papel,  a  fin  de  que  cumpliera  mi 
misión  sin  cometer  ninguna  torpeza. 

La  carta  llegó,  sin  pérdida  de  tiempo,  a  manos 
del  general  Primo  de  Rivera,  y  pocas  horas  des- 
pués la  guarnición  de  Madrid  proclamaba  Rey  de 
España  a  Don  Alfonso  XII.» 

La  noticia  de  la  actitud  adoptada  por  la  guarni- 
ción de  Madrid  y  de  que  el  ejército  del  Norte  ha- 
cía causa  común  con  el  de  Martínez  Campos,  pro- 
clamando Rey  a  Don  Alfonso  XII,  fué  llevada  al 
Gobierno  civil  por  D.  Cristino  Martes.  Entonces 
D.  Antonio  Cánovas  exhibió  el  poder  que  había 
recibido  del  Rey,  y  él  y  todos  sus  compañeros  que- 
daron en  libertad. 

Restaurada  la  Monarquía,  D.  Ignacio  José  Esco- 
bar fué  uno  de  los  miembros  de  la  Comisión  en- 
cargada de  recibir  al  joven  iMonarca  en  Marsella  y 
de  acompañarle  hasta  Valencia  a  bordo  del  buque 
de  guerra  Navas  de  Tolosa,  y  desde  Valencia  a 
Madrid. 

La  política  tuvo  para  el  gran  periodista  mereci- 
das recompensas,  aunque  las  circunstancias  impi- 
dieron que  llegase  a  los  Consejos  de  la  Corona. 
Tuvo  cruces  y  honores;  fué  muchas  veces  diputado 
a  Cortes  por  Navalcarnero  y  en  dos  legislaturas 
vicepresidente  del  Congreso,  consejero  de  Estado 
y  gentilhombre  de  Cámara  de  S.  M.  con  ejercicio, 
y  el  Rey  se  dignó  otorgarle  el  título  de  marqués  de 
V-aldeiglesias...  Pero  estimó  siempre  como  su  más 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  191 

hermoso  galardón  el  de  ser  periodista  y  al  perió- 
dico consagró  la  mayor  parte  de  su  vida  y  sus  en- 
tusiasmos todos... 


En  el  mes  de  febrero  de  1887,  cuando  ya  conta- 
ba sesenta  y  siete  años  de  edad,  murió  aquel  hom- 
bre bueno  y  noble,  que  con  tan  viriles  arrestos  y 
tan  generosos  entusiasmos  trabajó  y  luchó  por  la 
Monarquía.  Pocos  meses  después  sucedíale  en  el 
cargo  de  director  de  La  Época  su  hijo  y  heredero 
D.  Alfredo  Escobar  y  Ramírez,  que  aun  continúa 
desempeñándolo.  Como  su  periódico  es  el  decano 
de  la  Prensa  de  Madrid,  sin  que  ningún  otro  pue- 
da disputarle  con  razón  bastante  este  título,  él  es 
el  decano  de  los  directores  de  periódicos,  pues  no 
habrá  otro  que  lleve  treinta  y  dos  años,  como  Es- 
cobar, laborando,  sin  descanso,  día  tras  día.  Y  su 
más  cumpHdo  elogio,  el  que  más  habría  de  halagar- 
le, podría  hacerse  con  decir  que  en  tan  largo  pe- 
ríodo se  ha  hecho  dignísimo  sucesor  de  aquel  gran 
periodista,  su  progenitor  y  maestro. 

No  era  pequeña  la  carga  que  la  desgracia  echa- 
ba de  pronto  sobre  los  hombros  de  Alfredo  Esco- 
bar, ni  escasas  sus  responsabilidades.  Y  a  pesar  de 
su  juventud  y  de  la  natural  inexperiencia,  supo  sa 
lir  decorosamente  del  grave  trance,  venciendo  las 
dificultades  y  los  escollos  en  fuerza  de  voluntad, 
de  constancia  y  de  tenacidad,  y  ha  continuado  dig- 
namente, y  con  honor  para  él,  la  historia  de  su  pe- 
riódico, manteniendo  a  éste  en  el  puesto  de  pree- 


192  LEÓN    ROCH 

minencia  a  que  fuera  elevado.  Con  lealtad  acriso- 
lada, sin  vacilación  ni  desmayo,  defendió  la  causa 
de  la  Monarquía  y  del  partido  conservador,  y  des- 
de su  puesto  de  combate  prestó  a  la  patria  emi- 
nentísimos servicios.  Esto  bastaba,  si  no  hubiese 
más,  para  dar  honrosa  ejecutoria  al  segundo  mar- 
qués de  Valdeiglesias. 

Llegado  en  estas  páginas  el  momento  de  hablar 
de  Alfredo  Escobar,  hemos  vacilado  un  punto,  por 
temor  a  que  pudiera  considerarse  interesado  lo 
que  dijéramos.  ¡Vano  temor!...  En  el  lugar  en  que 
nos  encontramos,  aun  siendo  la  misma  modestia, 
ni  el  favor  nos  ha  de  producir  beneficio  ni  granje- 
ria, ni  el  disfavor  perjuicio.  Podemos,  pues,  hablar 
sinceramente,  ya  que  la  propia  conveniencia  no  nos 
lo  estorba.  ¿Por  qué  no  ejercitar  este  derecho  de 
ser  sinceros,  sin  temor  a  los  maldicientes  ni  a  los 
envidiosos?... 

Cuentan  los  biógrafos  de  D.  José  Ignacio  Esco- 
bar que  era  un  trabajador  incansable,  de  una  enor- 
me capacidad  de  trabajo,  y  ante  todo  y  sobre  todo 
periodista.  En  el  periódico  y  para  el  periódico  tra- 
bajó constantemente,  escribiendo  el  artículo  de 
trascendencia,  como  las  más  humildes  gacetillas. 
Desde  los  dieciocho  años  hasta  la  víspera  de  su 
muerte  su  mano  incansable  no  dejó  de  laborar  un 
solo  día.  Su  pensamiento,  sus  entusiasmos,  su  alma 
y  su  vida  entera  fueron  para  el  periódico.  Dejó  de 
escribir  cuando  dejó  de  existir.  El  poeta  Carlos 
Coello  lo  dijo  bellamente  en  un  soneto,  en  el  que 
trazó  la  silueta  de  Escobar  después  de  muerto: 
«¡Hoy  descansando  está   por  vez   primeraU.  Y  le- 


I 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


193 


yendo  estas  líneas  creíamos  estar  escuchando  el 
■elogio  del  actual  director  de  La  Época,  porque  así 
es  también  Alfredo  Escobar:  un  trabajador  infati- 
gable, para  quien  no  reza  aquello  de  que  a  cada 


D.  José  Ignacio  Escobar, 

HIJO    DEL    DIRECTOR    DE   <La    EpOCA»  Y    REDACTOR   BEL    PERIÓDICO. 


día  le  basta  su  propio  afán,  y  un  periodista  de 
raza,  que  ha  puesto  en  el  periódico  toda  su  pasión 
y  que  experimenta  el  mayor  de  los  goces  trabajan- 
do y  escribiendo...  y  haciendo  escribir  a  los  demás. 
Los  años  y  los  merecimientos  fueron  abriendo  a 

13 


194  LEÓN    ROCH 

SUS  actividades  diferentes  cauces.  Político  de  abo- 
lengo, fué  muchas  veces  diputado  a  Cortes  y  se- 
cretario del  Congreso,  y  es  ahora  uno  de  los  deca- 
nos entre  los  senadores  vitalicios  nombrados  por 
la  Corona;  hombre  de  sociedad,  muy  estimado  y 
querido  en  ella,  la  frecuenta  de  continuo...  Pero 
antes  que  eso,  y  sobre  todo  eso,  ha  sido  y  sigue 
siendo  periodista;  en  el  periodismo  labró  su  fama 
y  su  posición;  del  periodismo  nació  y  el  periódico 
fué  toda  su  obra  y  toda  su  vida;  cuando  actúa  en  la 
política,  en  la  sociedad  y  en  las  finanzas  es  siempre 
el  periodista  el  que  actúa. 

Desde  que  tenía  dieciocho  años  viene  trabajan- 
do Escobar  en  el  periodismo,  cultivando  todas  las 
secciones,  desde  la  crónica  a  la  gacetilla.  Cuando 
joven  colaboró  en  El  Imparcial  y  en  La  Ilustración 
y  otros  periódicos;  luego  consagró  todo  su  esfuer- 
zo al  suyo  propio,  y  por  la  significación  social  y 
aristocrática  de  éste  se  dedicó  con  mayor  asidui- 
dad a  la  crónica  de  salones,  popularizando  el  seu- 
dónimo de  Mascarilla,  como  antes  dio  a  conocer  el 
de  Almaviva.  Y  al  cabo  de  los  años,  Valdeiglesias, 
Escobar  o  Mascarilla,  decano  y  maestro  de  nues- 
tros cronistas  de  salones,  aunque  un  poco  cansado 
y  un  poco  viejo  ya,  sigue  siendo  un  enamorado  del 
periódico  y  del  periodismo  y  trabaja  con  el  entu- 
siasmo y  el  cariño  de  los  años  mozos.  Y  así  segui- 
rá siempre,  siendo  ante  todo  y  sobre  todo  perio- 
dista; un  gran  trabajador  del  periódico,  de  mucho 
amor  propio,  que  quisiera  hacerlo  todo,  y  de  un 
admirable  golpe  de  vista,  que  descubre  la  noticia, 
el  suelto,  la  crónica  y  el  artículo  donde  otros  ojos 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  195 

no  lograron  verlo.  Valdeiglesias  morirá,  como  los 
buenos  artilleros,  al  pie  del  cañón,  ocupando  su 
puesto  en  la  mesa  grande  de  redacción,  entre  sus 
compañeros,  que  son  su  familia. 

Comenzó  Valdeiglesias  su  carrera  de  periodista 
a  la  edad  en  que  otros  jóvenes  sólo  se  preocupan 
de  los  divertimientos  propios  de  muchachos,  cuan- 
do tenía  diecisiete  años.  Celebrábase  entonces  la 
gran  Exposición  de  Filadelfía  y  fué  enviado  por  su 
padre  para  hacer  un  viaje  de  instrucción  y  de  es- 
tudio por  los  Estados  Unidos.  Joven  inteligente  y 
observador,  deseoso  de  estudiar,  quiso  escribir  sus 
impresiones  y  envió  interesantes  correspondencias 
a  La  Época,  a  La  Ilustración  Española  y  America- 
na y  a  Las  Provincias,  de  Valencia,  el  periódico 
del  gran  poeta  D.  Teodoro  Llórente.  Como  traba- 
jo de  principiante,  eran  incorrectos  y  minuciosos 
hasta  el  exceso,  llenos  de  repeticiones,  y  el  ilustre 
Pérez  de  Guzmán,  que  los  corregía,  tenía  que  tra- 
bajar no  poco.  Pero  en  aquellas  cartas,  llenas  de 
observaciones  y  de  vida,  que  luego  formaron  un 
interesante  volumen,  palpitaba  un  alma  de  verda- 
dero periodista  y  ellas  decidieron  el  porvenir  de 
Alfredo  Escobar. 

Desde  entonces  el  periodismo  ha  sido  para  él 
una  verdadera  pasión.  A  él  consagra  toda  su  inte- 
ligencia y  toda  su  actividad,  trabajando  sin  des- 
canso muchas  horas.  El  dice,  en  una  de  sus  pe- 
culiares hipérboles,  que  trabaja  «treinta  horas» 
cada  día,  y  si  se  atiende  a  la  intensidad  del  tra- 
bajo, puede  que  tenga  razón.  No  se  limita  a  las 
tareas  directivas  del  periódico,  que  no  es  labor 


196  LEÓN    ROCH 

despreciable,  y  a  inspirar  a  unos  y  a  otros  artícu- 
los, sueltos  e  informaciones,  sino  que  a  su  vez  es 
también  cronista  y  revistero  de  salones,  y  repórter 
y  gacetillero.  La  noticia  le  enamora,  lo  mismo  que 
la  crónica,  la  información  y  el  artículo.  El  dar  en 
su  periódico  una  noticia  nueva,  que  ningún  otro 
colega  atrape,  lo  considera  como  un  triunfo. 

Si  tuviéramos  que  establecer  alguna  distinción 
entre  el  padre  y  el  hijo,  diríamos  que  D.  Ignacio 
José  Escobar  fué  un  gran  periodista  político,  aco- 
modado a  su  tiempo,  como  lo  fueron  los  Lorenza- 
na,  los  Borrego,  los  Coello,  y  que  Alfredo  Escobar 
ha  sido  sencillamente  un  periodista,  un  gran  perio- 
dista a  la  moderna,  lleno  de  iniciativas,  de  inventi- 
va felicísima,  un  poco  a  la  norteamericana,  capaz 
de  hacerlo  todo  y  de  intentarlo  todo  para  lograr  un 
reportage.  Para  hacer  informaciones  nuevas  y  ori- 
ginales, él  ha  sido  el  primer  periodista  español  que 
ha  hecho  ascensiones  en  globo  libre  y  en  aeropla- 
no; él  ha  entrado  en  una  jaula  de  fieras,  acom- 
pañado del  domador,  en  pleno  circo  de  Parish; 
ha  realizado  largos  viajes,  y  sería  capaz  de  in- 
tentar una  expedición  a  la  luna,  o  a  los  propios 
infiernos.  A  pesar  de  su  edad,  durante  la  guerra 
europea  hizo  dos  visitas  a  los  frentes  de  batalla, 
sin  temor  a  la  fatiga.  Cuando  la  Infanta  Doña  Isa- 
bel hizo  su  viaje  a  la  Argentina,  en  1910,  acompa- 
ñaron a  la  augusta  dama  varios  ilustres  periodis- 
tas, y  Escobar  fué  el  único  que  sacó  verdadera 
sustancia  al  viaje,  escribiendo  buena  cantidad  de 
crónicas  y  publicando  luego  un  interesantísimo 
libro,  como  antes  había  publicado  otro   con  las 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  197 

crónicas  de  los  viajes  del  Rey  Don  Alfonso  XII. 

No  ha  sido  nunca  el  segundo  marqués  de  Valde- 
iglesias  un  buen  articulista  político;  no  ha  sido 
tampoco  un  escritor  brillante;  pero  ha  sido  un  buen 
periodista,  un  buen  director  y  un  escritor  ameno. 
Muy  aficionado  a  los  viajes,  a  la  lectura  y  al  estu- 
dio, en  los  libros  y  recorriendo  los  países  extran- 
jeros se  ha  formado  una  cultura  extensa,  varia,  no 
profunda;  cultura  a  lo  periodista,  que  permite  sa- 
ber de  todo  y  hablar  de  todo,  sin  profundizar  en 
nada,  como  el  periódico  requiere.  Si  se  hubiera  es- 
pecializado en  una  materia  cualquiera,  sería  en  ella 
una  eminencia,  por  lo  mucho  que  ha  leído,  princi- 
palmente de  arte,  poesía  y  literatura.  Pero  es  un 
temperamento  inquieto  y  nervioso,  incapaz  de  do- 
minarse y  de  sujetarse  a  ninguna  disciplina.  Cual- 
quier otro,  con  menos  talento  y  menos  condicio- 
nes, hubiera  sido  ministro,  y  académico  y  cuanto 
quisiera.  El  se  ha  contentado  con  ser  periodista, 
aunque  alcanzó  no  pocos  merecidos  honores  en 
Espafía  y  en  el  extranjero,  entre  los  cuales  es  el 
más  preciado  el  de  la  Gran  Cruz  de  Alfonso  XII, 
que  posee. 

Trabajador  infatigable,  en  la  labor  diaria  cons- 
tante, realizada  con  verdadero  cariño  y  entusias- 
mo, aprendió  el  arte  de  dirigir.  Y  es  tal  su  amor  al 
oficio  y  tan  incansable  su  actividad,  que  refleja 
sus  iniciativas  en  el  artículo  político  y  en  los  estu- 
dios económicos;  en  la  crónica  literaria  y  en  las 
revistas  de  actualidad,  como  en  las  informaciones 
callejeras,  no  obstante  haber  sabido  rodearse  siem- 
pre de  escritores  y  periodistas  distinguidos,  mu- 


198  LEÓN    ROCH 

chos  de  los  cuales  alcanzaron  en  las  letras  justa 
nombradla  y  en  la  política  altas  posiciones.  Su  es- 
pecialidad periodística  ha  sido  la  crónica  de  salo- 
nes. En  este  arte,  ni  el  gran  Asmodeo,  que  lo  in- 
ventó, ni  Kasabal  luego,  hicieron  tanto  como  Mas- 
carilla, porque  si  fueron  más  literatos,  eran  menos 
periodistas.  Los  cronistas  que  han  venido  luego  no 
han  inventado  nada,  y  no  han  hecho  más  que  se- 
guir las  huellas  de  Mascarilla.  Con  los  millares  de 
crónicas  amenas  que  escribió  Escobar,  de  descrip- 
ciones de  palacios  y  casas  y  de  otros  asuntos,  se 
podría  formar  toda  una  biblioteca  interesante  y 
amenísima. 

Tal  es,  en  rápida  y  sincera  síntesis,  este  gran  pe- 
riodista que  se  llama  Alfredo  Escobar.  Así  cree- 
mos que  es  esta  ilustre  figura  de  la  Prensa  ma- 
drileña. 


En  el  periodismo  no  se  han  ofrecido  casos  fre- 
cuentes de  <  dinastías  >  como  en  la  política,  dentro 
de  la  cual  formáronse  en  torno  de  muchos  prohom- 
bres verdaderas  cohortes  de  hijos,  yernos  y  sobri- 
nos. En  la  Prensa  apenas  conocemos  más  que  dos 
casos  de  verdaderas  <dinastías»,  ya  que  no  se  pue- 
de-considerar  así  ni  a  los  López  Roberts,  ni  a  los 
Suárez  de  Figueroa,  ni  a  los  Botella,  ni  a  otros  ilus- 
tres periodistas  que  pertenecieron  a  la  misma  fa- 
milia. Uno  de  aquéllos  es  el  que  se  nos  ofrece  en 
El  Imparcial,  popular  colega,  que  después  del  in- 
olvidable D.  Eduardo  Gasset  y  Artime   han  dirigí- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  199 

•do  SU  hijo  D.  Rafael  Gasset  y  Chinchilla,  ministro 
de  Fomento  en  la  actualidad,  y  su  nieto  D.  Ricardo 
Casset  y  Alzugaray,  director  en  estqs  momentos, 
sin  contar  otros  nietos  que  también  alcanzaron  en- 
vidiable nombre  en  las  letras  y  en  el  periodismo. 
El  segundo  caso  a  que  nos  referimos  es  el  de  La 
Época. 

Después  del  ilustre  D,  Ignacio  José  Escobar  ha 
venido  a  dirig^ir  el  periódico  su  hijo  D.  Alfredo. 
Para  descontar  el  porvenir,  que  Dios  haga  sea  muy 
lejano,  ya  trabaja  en  la  Redacción  de  La  Época  el 
tercero  de  los  Escobar,  un  muchacho  inteligente, 
■estudioso  y  simpático,  un  poco  inquieto  aún  y  un 
poco  incierto  en  las  ideas  por  su  juventud,  pero 
que  acusa  todos  los  rasgos  salientes  de  su  casta. 
José  Ignacio  Escobar  y  Kirkpatrick  es  abogado, 
hizo  sus  estudios  con  brillantez  y  aprovechamien- 
to; ganó  por  oposición  una  plaza  en  el  Consejo  de 
Estado,  e  hizo  bizarramente  la  campaña  de  Marrue- 
cos como  soldado  de  cuota.  Es  laborioso  y  escribe 
con  soltura;  sus  primeros  ensayos  prometen  de  él 
que  será  un  buen  periodista  y  un  buen  director  de 
La  Época.  Bajo  su  dirección  el  periódico  de  don 
Diego  Coello  podrá  celebrar  el  centenario  de  su 
fundación.  ¿Quién  de  nosotros  podrá  acompa- 
5  arle?... 


LOS   REDACTORES  JEFES 


Don  Eduardo  Gómez    de  Baquero. — 

D.  Jerónimo   Bécker.  —  D.   Mariano 

Marfil.— D.  Salvador  Cañáis. 


A  mantener  las  tradiciones,  el  buen  nombre  y  el 
prestigio  de  La  Época,  sirviendo  con  toda  lealtad 
al  periódico  y  al  partido  conservador,  contribuye- 
ron sus  redactores  jefes,  que  compartieron  la  di- 
rección con  Valdeiglesias  y  sustituyeron  a  éste  en 
ausencias  y  enfermedades.  En  este  punto  tuvo  Es- 
cobar un  gran  acierto,  que  acaso  fué  mejor  buena 
fortuna:  el  de  rodearse  de  periodistas  de  talento, 
escritores  de  mérito  y  hombres  leales  y  honrados, 
que  defendieron  sus  ideales  políticos  con  entusias- 
mo y  desinterés  admirables,  ya  que  sus  esfuerzos  y 
sus  méritos  no  fueron  siempre  recompensados  en 
la  política,  y  sirvieron  al  interés  del  periódico  con 
un  cariño  y  un  buen  deseo  que  no  es  fácil  superar. 

Tres  redactores  jefes  llenan  el  período  de  veinti- 
cinco años  que  examinamos:  Gómez  de  Baquero, 
el  cultísimo  Uterato  y  crítico;  Jerónimo  Bécker,  el 
laborioso  historiador,  actual  bibliotecario  de  la 
Academia  de  la  Historia,  y  Mariano  Marfil,  que  lo 


202  LEÓN    ROCH 

es  actualmente,  y  que  Dios  quiera  lo   sea  por  mu- 
chos años. 

En  el  puesto  de  redactor  jefe  sustituyó  Gómez 
de  Baquero  a  D.  Manuel  Tello,  a  la  muerte  de  éste. 
Antes  llevaba  la  sección  de  crónica  extranjera, 
ocupándose  también  de  política  interior.  En  la  cul- 
ta revista  de  D.  José  Lázaro,  La  España  Moderna, 
se  había  hecho  ya  una  envidiable  reputación  de  crí- 
tico con  sus  notables  crónicas  literarias;  años  des- 
pués, con  su  «Diario  de  un  espectador) ,  popularizó 
en  La  Época  el  seudónimo  de  Andrenio,  con  el  que 
después  ha  colaborado  en  tantas  publicaciones. 
Durante  unos  diez  años  fué  un  admirable  redactor 
jefe,  y  cesó  en  este  cargo  por  querer  descansar  de 
la  vida  activa  del  periódico,  dedicándose  a  sus  co- 
laboraciones. Al  morir  Fernández  Villegas,  a  fines 
de  1916,  volvió  Baquero  a  la  Redacción  de  La 
Época  para  encargarse  de  la  crítica  teatral,  según 
se  hizo  constar  en  otro  sitio,  y  no  ha  mucho  tiempo 
abandonó  este  trabajo  para  atender  a  más  impor- 
tantes colaboraciones. 

La  personalidad  de  Gómez  de  Baquero  es  harto 
conocida  y  prestigiosa  en  las  letras  contemporá- 
neas para  que  necesite  de  nuestra  alabanza.  Todos 
saben  que  es  un  notable  cronista,  de  una  finísima 
ironía  y  de  un  escepticismo  que  no  muchos  advier- 
ten; su  bello  libro  Aspectos,  lleno  de  exquisitas 
sensaciones,  en  cuyos  artículos  laboró  la  pluma 
como  un  cincel,  haciendo  prosa  de  castiza  filigrana, 
es  la  mejor  representación  que  de  Baquero  puede 
ofrecerse  como  cronista.  Pero  antes  que  eso,  el  no- 
table escritor  es  el  primer  crítico  de  nuestro  tiem- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


203 


po,  de  una  cultura  literaria  excepcional,  de  un  buen 
gusto  y  de  una  corrección  modelos,  de  una  fina  y 
rápida  percepción,  de  un  arte  impecable.  Sus  libros 


Ilmo.  Sr.  D.  Eduardo  Gómez  de  Baquero, 

ILUSTRE    CRÍTICO    LITERARIO,    EX    REDACTOR-JEFE    DE    «La    EpOCA». 

Letras  e  ideas  y  Novelas  y  novelistas  acreditan  a  un 
maestro. 

Para  muchos,  antes  de  recopilados  los  trabajos 
que  formaron  esos  libros,  ya  Gómez  de  Baquero 
gozaba  la  misma  envidiable  reputación  como  críti- 
co. Cuando  murió  el  gran  Clarín  y  trató  de  susti- 
tuirle El  Imparcial  en  la  crítica  literaria,  buscó  a 


204  LEÓN  ROCH 

Baquero  como  digno  sucesor  del  autor  de  La  Re- 
genta, y  aquellas  correctísimas  crónicas  llenaron 
cumplidamente  el  vacío  que  dejó  la  muerte. 

El  exquisito  literato  a  quien  todos  conocen  y 
admiran  hoy,  un  tanto  mundano,  un  poco  excépti- 
co, siempre  independiente,  pero  amable  y  correcto, 
que  escribe  con  guante  blanco  y  maneja  la  ironía 
con  la  elegancia  de  un  florete  en  un  asalto  acadé- 
mico, no  es  el  Gómez  de  Baquero  a  quien  nosotros 
conocimos  en  nuestro  tiempo,  el  periodista  infati- 
gable, cartujo  del  periodismo,  que  pasaba  la  ma- 
yor parte  de  las  horas  del  día  escribiendo,  leyendo 
y  estudiando,  con  el  cerebro  siempre  en  actividad, 
apartado  de  toda  clase  de  diversiones,  sin  frecuen- 
tar los  Círculos,  sin  pasear  apenas.  Era  entonces 
un  hombre  oscuro  y  retraído,  un  poco  huraño, 
poco  comunicativo  y  menos  locuaz,  que  hacia  una 
vida  imposible  para  la  salud  del  cuerpo  y  del  espí- 
ritu. De  su  casa  a  la  Redacción  y  de  la  Redacción 
a  su  casa,  y  en  ambos  sitios  laborando  siempre, 
para  reservar  al  descanso  el  menor  número  de  ho- 
ras posible. 

En  su  cargo  de  redactor- jefe  trabajaba  mucho  y 
descansaba  poco.  Escribía  sueltos,  el  artículo  po- 
lítico cuando  era  necesario  o  alguna  crónica;  revi- 
saba los  originales  ajenos  y  corregía  pruebas.  Ma- 
nejaba siempre  la  pluma  con  soltura  y  elegancia, 
no  con  rapidez,  y  las  cuartillas  salían  de  sus  manos 
impecables,  casi  sin  tachaduras,  como  obra  de  un 
pensamiento  firme  y  seguro.  Cuando  escribía  no 
gustaba  de  que  le  distrajeran,  y  llegaba  hasta  in- 
comodarse, abstrayéndose  por  completo  en  la  la- 


75    AÑOS   DE   PERIODISMO  205 

bor.  Por  las  tardes,  a  última  hora,  cuando  el  tra- 
bajo amainaba,  en  los  momentos  en  que  se  cerraba 
la  edición  de  Madrid,  se  descansaba  y  se  charlaba 
un  rato,  y  el  redactor-jefe  se  convertía  en  un  ame- 
no camarada.  Si  se  le  consultaba  sobre  algún  tema 
literario,  Baquero  contestaba  con  sencillez  y  clari- 
dad, y  burla  burlando,  sin  pretensiones,  daba  una 
conferencia  amenísima,  llena  de  interés,  que  ence- 
rraba una  sabia  lección  de  ideas,  de  cosas  y  de 
hombres. 

¡Oh,  aquel  exquisito  Diario  de  un  espectador! 
No  lo  olvidaremos  nunca.  ¡Con  qué  justeza,  con 
qué  corrección  y  con  qué  exquisita  sensibilidad 
daba  el  maestro  la  emoción  de  cada  día!...  El  Dia- 
rio de  un  espectador,  revelación  de  un  magno  cro- 
nista, marca  en  la  vida  de  Gómez  de  Baquero  una 
época  nueva.  El  periodista  empieza  a  dejar  de  ser- 
lo, por  hastío  acaso,  por  desengaños  de  la  política 
quizás,  y  el  redactor-jefe  se  eclipsa  luego.  Entonces 
queda  solamente  el  buen  Hterato,  el  cronista  y  el 
critico,  cuya  colaboración  se  solicita  de  todas  par- 
tes, porque  es  una  firma  que  honra. 

La  política  ha  sido  con  Gómez  de  Baquero  in- 
grata e  injusta,  ¿por  culpas  ajenas  acaso?  ¿por 
algo  de  culpa  propia  quizás?  No  nos  toca  a  nos- 
otros inquirirlo,  ni  ello  tiene  aquí  lugar  adecuado. 
Solamente  es  ocasión  de  decir  que  la  política,  por 
lo  que  fuera,  ha  sido  injusta  con  él.  El  ilustre  es- 
critor fué  juez  municipal,  tiene  un  destino  en  Gra- 
cia y  Justicia  y  ha  sido  consejero  de  Instrucción 
pública  y  presidente  de  su  Comisión  permanente. 
No  ha  desempeñado  cargos  en  la  política,  después 


206  LEÓN     ROCH 

de  haberla  servido  tantos  años;  no  ha  sido  diputa- 
do, ni  senador;  no  es  todavía  académico...  Conven- 
gamos en  que  para  un  hombre  de  tan  alto  vali- 
miento todo  eso  es  una  gran  injusticia. 


« 


Como  redactor-jefe  sustituyó  a  Baquero  don 
Jerónimo  Bécker,  periodista  político  y  erudito  his- 
toriador, en  cuyo  bagaje  figuran  muchos  intere- 
santes libros,  que  le  llevaron  a  la  Academia  de  la 
Historia.  Bécker  era  ya  redactor  de  La  Época  des- 
de hacía  algún  tiempo.  Cuando  Cristóbal  Botella 
marchó  a  París,  venía  durante  los  veranos,  y  luego 
entró  de  redactor  fijo,  como  articulista  político. 
Por  espacio  de  cinco  o  seis  años  fué  redactor-jefe, 
demostrando  su  competencia  y  una  gran  honradez 
profesional. 

Era  entonces  D.  Jerónimo  un  verdadero  vetera- 
no del  periodismo,  en  el  cual  trabajaba  desde  la 
juventud,  sin  lograr  las  merecidas  recompensas. 
Había  nacido  en  1857,  en  Salamanca,  y  fué  redac- 
tor de  El  Globo  y  director  de  La  Regencia  y  de  El 
Clamor,  en  los  que  se  acreditó  de  buen  polemista. 
Gran  trabajador,  laboraba  desde  la  mañana  a  la 
noche,  sin  fatiga  aparente;  escribía  despacio  y  muy 
correctamente,  con  una  letra  menudita,  como  de 
patas  de  mosca,  cubriendo  pulcramente  la  cuarti- 
lla, para  no  mancharla,  con  otra  doblada.  Y  cuan- 
do parecía  que  aun  estaba  en  el  comienzo  de  su 
artículo,  porque  sólo  tenía  dos   cuartillas  o  poco 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


207 


más,  resultaba  que  había  hecho  lo  suficiente  para 
llenar  una  columna  de  La  Época. 

En  la  apariencia  era  Bécker  un  sujeto  severo^ 
malhumorado,  casi  irascible,  pero  en  el  fondo  era 


ExcMO.  Sr.  D.  Jerónimo  Bécker  y  González, 

EX    REDACTOR-JEFE    DE    La    ÉpOCA»,    ACADÉMICO    BIBLIOTECARIO 

DE  LA  Real  Academia  de  la  Historia. 


un  hombre  bonachón,  a  quien  fácilmente  se  halaga- 
ba y  complacía.  Fué  un  luchador  honrado  y  labo- 
riosísimo, que  prestó  buenos  y  leales  servicios, 
dando  cuanto  podía,  y  no  alcanzó  las  debidas  com- 
pensaciones. Así,  era  un  amargado  de  la  vida,  que 


208  LEÓN   ROCH 

fué  madrastra  para  éi  y  le  abrumó  con  sus  amar- 
guras, a  cambio  de  muy  escasas  satisfacciones. ¿Qué 
extrañar,  pues,  que  apareciera  malhumorado  y  casi 
irascible  quien  ocultaba  en  el  fondo  de  su  alma  tan 
hondos  dolores? 

Pertenecía  D.  Jerónimo  al  cuerpo  de  Archiveros 
y  Bibliotecarios,  prestando  sus  servicios,  como  los 
sigue  prestando,  en  el  Ministerio  de  Estado,  y  con 
el  periodismo  alternaba  los  estudios  históricos,  a 
los  que  debe  la  única  verdadera  compensación  al- 
canzada en  su  vida:  la  de  haber  sido  llevado  a  la 
Academia  de  la  Historia,  premiando  su  extensa  y 
útil  labor.  Trabajador  constante,  metódico  y  tenaz, 
gran  buceador  en  los  archivos,  escribió  numerosos 
libros  y  llevó  a  la  docta  casa  un  buen  bagaje  cien- 
tífico. Recientemente  designóle  la  Academia  para 
ocupar  el  puesto  de  bibliotecario,  en  el  que  pres- 
tará los  mejores  servicios. 

Dentro  de  la  historia  cultivó  Bécker  la  especia- 
lidad de  los  estudios  diplomáticos  y  comerciales. 
Es  también  muy  competente  en  los  geográficos  y 
un  buen  africanista.  Entre  sus  numerosas  obras  re- 
cordamos las  tituladas  Historia  política  y  diplomá- 
tica. La  tradición  política  española,  Bodas  reales 
en  España,  Historia  de  Marruecos,  España  e  Ingla- 
terra, Acción  de  la  Diplomacia  española.  Los  estu- 
dios geográficos  en  España,  La  vida  local  en  Es- 
paña, España  y  Marruecos,  Relaciones  comerciales 
entre  España  y  Francia,  Relaciones  diplomáticas 
entre  España  y  la  Santa  Sede,  La  política  española 
en  las  Indias  y  La  independencia  de  América.  Úl- 
timamente ha  dado  a  luz  el  libro  La  reforma  cons- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  209 

titucional  en  España,  que  es  una  interesante  apor- 
tación para  el  importante  problema  que  en  la  ac- 
tualidad se  debate. 


« 


En  marzo  de  1910  ingresó  en  la  Redacción  don 
Mariano  Marfil,  para  llevar  la  sección  de  extranje- 
ro (en  la  que  había  cesado  Augusto  Barrado  para 
ocuparse  solamente   de  la  crítica  musical)  y  tratar 
también  asuntos  políticos  y  militares.  Procedía  de 
El  Ejército  Español,  y  era  entonces   un    mozo  de 
poco  más  de  veinticinco  años,  pero  de  aspecto  se- 
rio, grave  y  reflexivo,  como  si  tuviera  muchos  más; 
su  recia  barba  negra  contribuía  a  aumentar  la  pa- 
lidez y  la  severidad  de  su   semblante  de  asceta. 
Pronto  descubrió  todo  lo  que  llevaba  dentro,  mos- 
trando excepcionales  condiciones  de  cultura,  labo- 
riosidad y  talento.  Aquel  mozo  grave  y  sesudo  era 
de  la  cantera  de  los  grandes  periodistas,  y  venía  a 
La  Época  a  continuar  las  tradiciones  de  los  buenos 
escritores  políticos,  figurando  dignamente  en  la  se- 
rie de  los  Coello,  Escobar,  Cos-Gayón,  Maldona- 
do,  Pérez  de  Guzmán  y  Gómez  de  Saquero. 

Pertenece  Marfil  a  la  carrera  de  las  armas,  pero 
sus  amigos  casi  se  olvidan  de  ello;  al  menos  no  lo 
advierten  por  las  insignias  exteriores,  ni  aun  por  el 
carácter,  que  si  puede  parecer  autoritario  cuando 
se  incomoda,  es  constantemente  franco  y  jovial  en 
las  horas  de  camaradería.  En  Avila  siguió  los  estu- 
dios de  Administración  militar,  con  tan  singular 
aprovechamiento  que  fué  constantemente  el  núme- 

14 


210  LEÓN    ROCH 

ro  uno,  y  con  el  mismo  salió  en  su  promoción.  Des- 
tinado a  Zaragoza  como  oficial,  cualquier  otro,  jo- 
ven, militar,  sin  grandes  obligaciones,  se  hubiera 
dedicado  a  holgar  y  a  divertirse,  después  de  cum- 
plidos sus  deberes.  Pero  siendo  estudioso  por  tem- 
peramento e  incapaz  de  estar  ocioso.  Marfil  hizo 
allí  brillantemente  los  estudios  de  la  carrera  de  De- 
recho, que  terminó  en  Madrid  con  el  doctorado.  Y 
sobre  la  base  de  estas  dos  grandes  ramas  de  cono- 
cimientos, la  militar  y  la  jurídica,  leyendo  y  estu- 
diando de  continuo,  formó  una  cultura  enorme,  no 
solamente  en  aquellas  disciplinas,  sino  en  política, 
en  historia,  en  sociología  y  aun  en  literatura.  En 
estas  condiciones,  natural  era  que  el  militar-abo- 
gado derivase  hacia  el  periodismo,  en  el  que  había 
de  ser  por  razón  de  sus  méritos  una  personalidad. 
Dentro  de  su  doble  profesión  cultivó  Marfil  la 
especialidad  de  los  estudios  jurídico-militares,  y  ha 
llegado  a  ser  una  autoridad  en  la  materia,  por  lo 
cual  ha  figurado  mucho  tiempo  en  la  Comisión  de 
Codificación.  Siendo  un  mozo  antes,  y  ahora  sien- 
do todavía  joven,  ostentando  las  insignias  de  ca- 
pitán, es  una  de  las  capacidades  del  Cuerpo  de 
Intendencia.  Le  consultan  los  compañeros  y  los  je- 
fes, y  en  toda  cuestión  grave  y  trascendental  el 
consejo  de  Marfil  es  decisivo.  Con  Benítez  de  Lugo 
fundó  la  Biblioteca  Jurídica  de  Guerra  y  Marina,  y 
en  ella  ha  publicado  libros  importantes,  como  los 
titulados  Penas  militares,  Penas  comunes  del  Códi- 
go militar  e  Influencia  de  la  educación  militar  en  la 
civilización  de  los  pueblos.  Además  ha  publicado 
muchos  notables  trabajos  en  diversas  revistas  pro- 


75   AffOS    DE    PERIODISMO  211 

fesionales  y  en  el  Boletín  de  su  Cuerpo,  así  como 
en  otras  de  carácter  político  y  literario,  cual  Nues- 
tro Tiempo  y  La  Lectura. 

Modesto  y  sencillo,  enemigo  de  toda  ostenta- 
ción, no  hace  jamás  gala  del  caudal  de  sus  cono- 
cimientos; pero  cuando  llega  'a  ocasión  oportuna 
para  demostrar  la  cultura  y  erudición  que  posee, 
lo  hace  cumplidamente.  Ejemplo  de  ello  es  su  mag- 
nífico libro  Relaciones  entre  España  e  Inglaterra 
desde  la  paz  de  Utrech,  que  logró  un  importante 
premio  único,  en  un  gran  concurso  internacional, 
al  que  concurrieron  notables  escritores  de  distin- 
tos países. 

Al  abandonar  D.  Jerónimo  Bécker,  ya  académi- 
co de  la  Historia,  el  puesto  de  redactor-jefe  de  La 
Época,  ocupólo  por  derecho  propio  D.  Mariano 
Marfil,  que  durante  algún  tiempo  ha  sido  también 
director  efectivo  del  periódico,  y  en  ese  cargo 
ha  seguido  demostrando  brillantemente  sus  dotes 
de  talento,  reflexión,  prudencia  y  ecuanimidad,  y 
con  ellas  las  de  una  lealtad  y  caballerosidad  sin 
tacha,  Tales  dotes  le  conquistaron  el  afecto,  la  es- 
timación y  la  confianza  de  los  jefes  del  partido 
conservador,  y  antes  el  inolvidable  D.  Eduardo 
Dato,  y  ahora  el  Sr.  Sánchez  Guerra,  han  visto  en 
él  un  hombre  de  cualidades  excepcionales,  leal  y 
prudente  en  el  consejo,  que  puede  y  debe  tener 
un  brillante  porvenir  en  la  política,  y  que  es  segu- 
ro que  lo  alcanzará. 

En  la  última  etapa  de  gobierno  conservador,  el 
Sr.  Sánchez  Guerra  ofreció  al  entonces  novel  dipu- 
tado puesto  de  tanta  confianza  como  el  de  subse-    , 


212  LEÓN    ROCH 

cretario  de  la  Presidencia.  En  ese  cargo  ha  sido 
un  auxiliar  eficacísimo  del  ilustre  jefe  conservador, 
al  que  ha  prestado  muchos  y  valiosos  servicios,  de 
los  que  se  recompensan  con  más  altos  premios. 
Tenemos  por  seguro  que  este  gran  periodista  re- 
novará la  tradición  de  aquellos  ilustres  escritores, 
como  Alvarez  Bugallal,  Cos-Gayón,  Navarro  Ro- 
drigo y  otros,  que  salieron  de  la  redacción  de  La 
Época  para  ser  ministros  de  la  Corona. 

Pero  subsecretario  antes,  mañana  ministro.  Mar- 
fil seguirá  siendo  escritor  y  periodista.  Esto  de  es- 
cribir en  los  papeles  es  un  vicio  que  una  vez  meti- 
do dentro,  no  se  desarraiga  jamás.  Y  mañana,  como 
ayer,  el  periodista-político  será  un  buen  amigo  jo- 
vial y  un  excelente  camarada,  incapaz  de  sentirlos 
estímulos  del  engreimiento. 


Al  hablar  de  los  que  han  sido  y  son  verdaderos 
directores  de  política  en  La  Época,  no  fuera  justo 
olvidar  al  gran  ¡jeriodista  D.  Salvador  Cañáis,  que 
tanto  ha  contribuido  con  el  prestigio  de  su  nom- 
bre y  de  su  pluma  al  del  periódico  que  se  honra 
contándole  entre  sus  redactores.  Durante  muchos 
años,  no  recordamos  ya  cuántos — doce,  quince, 
veinte  quizás — ,  ha  venido  enviando  al  órgano 
conservador  sus  admirables  artículos  de  fondo,  y 
bastante  tiempo,  especialmente  en  la  época  de  don 
Antonio  Maura,  la  pluma  de  Cañáis  era  la  que  de- 
finía, en  la  primera  columna  del  periódico,  la  polí- 
tica del  partido. 


75    Af50S    DE    PERIODISMO  213 

En  ese  lapso  de  tiempo  a  que  hacemos  alusión 
el  magno  periodista  prestó  eminentísimos  servicios, 
entre  ellos,  y  muy  principal,  el  de  la  publicación  de 
su  notable  libro  sobre  los  sucesos  de  Barcelona  y 
de  Marruecos  de  1909,  y  fué  uno  de  los  primeros  y 
más  eficaces  auxiliares  del  Sr.  Maura.  El  ilustre  jefe 
conservador  no  hizo  justicia  a  los  grandes  méritos  y 
servicios  de  Cañáis,  recompensándole  debidamen- 
te, y  no  le  ascendió  a  ministro.  Bien  es  verdad  que 
de  esa  injusticia,  que  es  también  ingratitud,  han  par- 
ticipado otros.  Porque  Cañáis,  al  cabo  de  tantos 
años  de  brillante  lucha,  cuando  tantos  mereci- 
mientos y  títulos  le  sobran,  no  ha  sido  aún  minis- 
tro. ¡Y  lo  han  sido  tantos  que  son  casi  en  absoluto 
insolventes  dentro  de  la  vida  intelectual!... 

Nosotros  guardamos  a  Cañáis  devoción  y  reco- 
nocimiento desde  hace  justamente  veinticinco  años; 
nuestra  admiración  data  de  más  larga  fecha.  Cuan- 
do veníamos  de  tierras  andaluzas,  con  nuestro  hati- 
llo de  periodistas  noveles  y  un  buen  zurrón  de  ilu- 
siones, él  fué  el  primero  que  nos  tendió  una  mano 
de  cariño  y  de  aliento.  Era  entonces  redactor-jefe 
de  El  Nacional,  que  estaba  casi  en  sus  postrime- 
rías, pero  que  aun  conservaba  su  personalidad  de 
gran  periódico;  de  director  continuaba  D.  Adolfo 
Suárez  de  Figueroa,  y  uno  de  los  redactores  polí- 
ticos principales  era  el  veterano  Diego  Gálvez,  que 
luego  fué  también  un  excelente  camarada  en  La 
Época.  Acudimos  a  Cañáis  con  la  pretensión  de 
ingresar  en  aquella  Redacción,  y  el  maestro  nos 
habló  con  simpática  franqueza: 

— Mire  usted,  amigo:  entrar  aquí  no  le  tiene  nin- 


214  LEÓN    ROCH 

guna  cuenta,  porque  aquí  no  hay  dinero.  Del  poco 
que  entra,  Adolfo  se  lleva  la  parte  principal;  yo  me 
llevo  otro  poco;  para  los  demás  apenas  queda... 
Pero  como  a  usted  lo  que  le  conviene  es  escribir, 
y  firmar  y  darse  a  conocer,  mándeme  todos  los  ar- 
tículos que  quiera  y  yo  se  los  publicaré. 

No  hablamos  más.  Desde  entonces  comenzamos 
a  enviar  a  El  Nacional  modestísimos  trabajos,  to- 
dos los  cua'es  aparecieron  firmados  con  nuestro 
flamante  seudónimo.  Algunas  crónicas  de  la  calle, 
algún  cuentecillo,  algún  artículo  político...  Aquellos 
trabajos  fueron  nuestra  fe  de  vida  en  el  periodis- 
mo madrileño,  y  pocos  meses  después  nos  servían 
como  tarjeta  de  presentación  y  como  ejecutoria 
para  ingresar  en  La  Época,  de  donde  ya  no  había- 
mos de  salir  nunca...  He  aquí  porqué  guardamos  a 
D.  Salvador  Cañáis  tan  añeja  devoción  y  tan  justo 
reconocimiento,  que  siempre  vivirán  con  nosotros. 

El  nombre  de  Cañáis,  verdadero  maestro  de  pe- 
riodistas, vivirá  siempre  en  la  historia  de  la  Prensa 
madrileña,  unido  a  la  época  de  sus  mayores  pro. 
gresos,  quieran  o  no  quieran  sus  enemigos  y  de- 
tractores. Para  dar  relieve  a  ese  apellido,  famoso 
en  periodismo,  no  es  necesario  que  a  él  se  una 
ningún  adjetivo  ni  epíteto  relumbrante,  que  tanto 
se  han  prodigado  entre  currinches  y  medianías. 
Porque  Cañáis  no  es  un  periodista  más  o  menos 
ilustre;  puede  decirse  que  es  «el  periodista»  por 
antonomasia.  Desde  que  se  reveló  en  el  Heraldo  y 
en  el  Nuevo  Heraldo,  con  Augusto  Figueroa  y 
Julio  Burell,  Cañáis  apareció  como  un  maestro;  los 
periodistas  jóvenes  de  aquel  tiempo  copiaban  en 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  215 

él  el  modelo  que  más  les  seducía.  Sin  quitar  nada  a 
la  gloria  de  aquellos  grandes  escritores  periodis- 
tas, todos  sabemos  que  aquel  admirable  Heraldo 
de  Madrid  de  los  tiempos  de  D.  José  Canalejas, 
era  principalmente  fruto  de  la  inspiración,  del  ta- 
lento y  del  amor  al  trabajo  de  Cañáis,  que  por  sí 
solo  realizaba  la  labor  de  muchos  periodistas. 

Como  ha  dicho  uno  de  sus  biógrafos,  en  Cañáis 
hay  siempre  dos  preponderantes  cualidades  que 
rara  vez  se  encuentran  juntas:  una,  nativa,  hija  de 
la  contextura  cerebral,  que  es  el  genio  de  escritor, 
las  ideas,  el  estilo,  la  rapidez  para  concebir  y  para 
producir  un  gran  artículo  en  cuarenta  minutos  de 
trabajo;  y  otra,  hija  de  la  voluntad  y  de  la  fuerza, 
la  capacidad  para  la  labor,  las  doce  horas  de  ta- 
rea, el  no  cansarse  de  los  demás  ni  de  sí  mismo 
— hombre  de  genio,  injerto  en  fuerte  obrero. 

Cañáis  no  es  solamente  el  escritor  de  gran  ins- 
piración que  traza  el  artículo  magnífico,  que  ho- 
ras después  ha  de  llamar  la  atención,  siendo  co- 
mentado por  todo  el  mundo.  Es  el  periodista  que 
lo  hace  todo  y  todo  bien;  que  se  cuida  de  todos 
los  detalles  de  redacción  y  confección;  que  dispo- 
ne las  informaciones  de  actualidad  y  destaca  sus 
huestes  como  un  general  en  jefe,  para  reunir  luego 
«n  un  haz  armónico  y  bello  el  fruto  de  la  labor  de 
todos;  que  coge  la  información  de  un  suceso,  mal 
hecha,  y  la  reviste  de  interés  y  amenidad;  y  quita 
los  títulos  disparatados,  sustituyéndolos  con  los 
propios  y  sugestivos;  y  compone  artísticas  «cabe- 
zas», para  dar  mayor  relieve  a  los  artículos  e  in- 
iormaciones;   que  ilustra,  como  sólo  saben  hacer 


216  LEÓN    ROCH 

los  grandes  dominadores  del  periodismo,  con  quin- 
ce o  veinte  líneas  rápida  y  vibrantemente  escritas 
la  noticia  del  extranjero,  convirtiendo  así  un  sen- 
cillo telegrama  de  Fabra  en  una  de  las  partes  más 
interesantes  del  periódico;  y  saca  de  un  casi  an- 
alfabeto un  buen  repórter;  y  termina  la  labor  del 
día  junto  a  las  platinas,  confeccionando  el  periódi- 
co con  arte  y  elegancia,  como  el  más  consumado 
regente. 

Dentro  del  periódico  Cañáis  ha  hecho  cuanto 
hay  que  hacer  en  él,  con  arte,  con  primor;  desde  el 
artículo  doctrinal,  nutrido  de  ideas,  al  telegrama  y 
la  gacetilla;  la  crónica  literaria,  ligera  y  amena;  la 
nota  de  actualidad,  rápida  y  vibrante,  recogiendo 
en  diez  renglones  la  sensación  de  cada  día;  el  ar- 
tículo de  polémica,  enérgico  y  contundente,  llena 
de  punzante  ironía,  que  con  una  frase  graciosa- 
mente cruel  destroza  al  adversario;  la  crítica  tea- 
tral, de  fina  observación  y  recta  imparcialidad;  el 
suelto  político,  la  información...  Pero  en  Cañáis 
siempre  domina  sobre  el  literato  y  sobre  el  crítico 
el  periodista.  Sus  notables  libros,  obras  de  infor- 
mación y  de  lucha,  de  las  cuales  no  hemos  de  ha- 
cer inventario,  son  Hbros  de  periodista  principal- 
mente. 

Sobre  las  cualidades  apuntadas  resaltan  en  Ca- 
ñáis otras  muy  importantes.  Una  de  ellas  es  una 
capacidad  de  trabajo  extraordinaria,  casi  inverisí- 
mil. Se  levanta  con  el  sol,  para  aprovechar  bien  el 
día,  y  en  unas  horas  de  la  mañana  despacha  rápi- 
damente su  labor  periodística  de  La  Época,  de  El 
Universo,  de  su  revista  Nuestro  Tiempo,  de  sus  co- 


75    Af50S   DE   PERIODISMO  217 

laboraciones  de  provincias...  Escribe  ligero,  con 
gran  seguridad,  sin  tachaduras,  y  en  las  cuartillas 
de  su  letra  microscópica  mete  una  columna.  Des- 
pués le  queda  el  día  libre  para  maniobrar  en  la  po- 
lítica y  en  las  finanzas,  a  las  que  es  tan  aficionado. 
Tiene,  además,  una  voluntad  férrea  y  una  tenacidad 
inquebrantable;  hace  cuanto  se  propone  hacer  y 
consigue  cuanto  quiere.  ¿Hay  nada  más  refractario 
para  un  periodista  y  un  literato  que  los  números? 
Pues  Cañáis  se  ha  empeñado  en  domeñarlos  y  lo 
ha  conseguido.  Maneja  la  estadística  como  pocos; 
domina  el  arancel;  escribe  artículos  llenos  de  cálcu- 
los, que  aterran,  y  hace  verdaderas  diabluras  con 
los  números... 

Lo  único  que  hasta  ahora  no  ha  conseguido  Ca- 
ñáis es  ser  ministro.  Se  ha  quedado  en  subsecreta- 
rio. Y  es  que  el  gran  periodista  no  ha  querido  con- 
tar con  la  injusticia,  con  la  ingratitud  y  con  la  en- 
vidia de  las  gentes... 


LOS  REDACTORES  DE  AYER  Y  LOS  DE  UOY 


En  un  lapso  de  tiempo  tan  dilatado  como  el  de 
los  cinco  lustros  que  examinamos,  y  tratándose  de 
periódico  tan  hospitalario,  natural  era  que  por  su 
Redacción  desfilara  gran  número  de  periodistas, 
ilustres  los  unos,  conocidos  los  más,  modestos  mu- 
chos. Nosotros  conservamos  en  el  deficiente  archi- 
vo de  nuestra  memoria  un  puñado  de  nombres  sim- 
páticos, de  camaradas  que  merecen  grata  recorda- 
ción. Pero  sentimos  olvidar  otros  muchos  más,  y 
ios  involuntariamente  omitidos  habrán  de  perdo- 
narnos la  falta  de  que,  en  salud,  queremos  curarnos- 

Entre  los  redactores  que  ingresaron  en  los  pri- 
meros tiempos  recordamos  al  veterano  Eusebio 
Montes,  casi  contemporáneo  de  Espartero,  que  aun 
sigue  haciendo  la  información  de  la  Presidencia  y 
que  nos  asombra  con  sus  florecimientos  juveniles'» 
al  notable  cronista  y  poeta  Cristóbal  de  Castro, 
actual  gobernador  de  Teruel,  cuyo  hermano  Luis, 
inspirado  poeta  y  novelista  también,  estuvo  recien- 
temente en  nuestra  casa;  a  Emilio  Dugi,  periodista 
excelente  y  de  gran  cultura,  que  se  ha  especializa- 
do en  las  cuestiones  de  Marruecos;  Miguel  Mora- 


220  LEÓN    ROCH 

les,  cronista  de  Tribunales,  conocido  por  su  seudó- 
nimo Uno  del  Foro,  y  Ángel  Torres  del  Álamo,  el 
gran  sainetero,  que  aun  figura  en  la  Redacción,  un 
tanto  platónicamente,  publicando  de  vez  en  cuan- 
do las  graciosas  anécdotas  «Del  ingenio  ajeno>,  en 
los  descansos  de  sus  envidiables  éxitos. 

Sumamos  en  esta  lista  a  los  laboriosos  e  inteli- 
gentes hermanos  Alberto  y  Arturo  García  Carraffa, 
periodistas  y  escritores  de  varias  aptitudes,  que 
ahora  están  pubHcando  una  útilísima  Enciclopedia 
heráldica;  el  excelente  Arturo  Humanes;  el  malo- 
grado doctor  D.  Eduardo  Toledo,  a  quien  sustitu- 
yó como  redactor-colaborador  médico  D.  Francis- 
co Massip;  Manuel  Luengo,  Diego  Borrajo,  Maria- 
no Sánchez  de  Enciso,  escritor  distinguido;  Arte- 
mio  Precioso,  Eduardo  Quiñones,  un  simpático 
periodista  asturiano,  que  trabaja  con  fruto  en  la 
Habana;  José  Juan  Sanchiz,  Rodolfo  Pérez  del  Pra- 
do, que  ha  abierto  ancho  campo  a  sus  talentos  y 
actividades  en  la  explotación  de  la  publicidad;  Ra- 
fael Solís,  un  buen  poeta  festivo,  que  figuró  en  la 
Redacción  de  El  Tiempo;  Juan  de  Dios  Iturriaga, 
inteligente  reportero,  ahora  redactor  de  La  Acción; 
Manuel  Ruiz  Ormaechea,  recientemente  fallecido; 
Manuel  Jiménez  Moya,  periodista  ingenioso  y  de 
notables  aptitudes;  Román  Martínez,  José  Toral, 
que  luego  ha  conquistado  justo  renombre  como 
novelista;  José  María  Arellano,  un  bilbaíno  listo  y 
de  suerte,  que  llegará  lejos;  Francisco  Belmonte, 
un  periodista  extremeño,  inteligente  y  simpático, 
que  en  la  abogacía  está  alcanzando  merecido  éxi- 
to, y  Rodríguez  Echagüe,  el  malogrado  oficial  avia- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  221 

dor  y  admirable  jinete,  que  tantos  triunfos  lograra 
en  los  concuisos  hípicos  con  su  famoso  caballo 
«Longinos». 

Más  adelante  pertenecieron  también  a  nuestra 
Redacción  el  notable  periodista  Diego  Gálvez,  que 
figuró  en  El  Nacional  con  Adolfo  Figueroa  y  con 
Salvador  Cañáis;  Enrique  López  Alarcón,  el  admi- 
rable poeta  y  aplaudido  autor  dramático;  José  Be- 
thencort,  Ángel  Guerra,  notable  escritor  y  diputado 
a  Cortes;  Pepe  Zahonero,  el  culto  literato  y  eterno 
y  simpático  bohemio;  Ramón  López  Montenegro, 
periodista  enciclopedia,  que  de  todo  hace  y  de  todo 
bien;  Eugenio  Selles,  hijo  del  ilustre  marqués  de 
Gerona;  Eduardo  Palacio  Valdés,  insustituible  se- 
cretario de  la  Asociación  de  la  Prenta  y  actual  re- 
dactor áe.  A  B  C;  Julio  Romero,  el  excelente  re- 
portero de  El  Imparcial;  Manuel  Alfonso  Acuña, 
Francisco  de  Torres,   aplaudido  autor  dramático; 
Luis  de  Terán,  distinguido  escritor  y  simpático  ca- 
marada,  que  da  tres  y  raya  al  caballero  Tho  Rama 
en   los  trabajos  de  adivinación  del   pensamiento. 
Luis  Salles  de  Toledo,  Diego  López  Moya,  uno  de 
los  hombres  que  han   hecho  más  extraordinarios 
juegos    malabares  con  la  hipérbole;  el  canario  Be- 
nítez  Usaola,  Tomás  de  Elizondo,  un  desgraciado 
bohemio;  Jorge  de  la  Cueva,  cultísimo  periodista  y 
notable  autor  dramático;  José  Hevia,  excelente  es- 
critor militar;  José  Tellaeche,  redactor  actualmente 
de  El  Imparcial  y  autor  aplaudido  también;  Edmun- 
do González  Blanco,  notable  y  simpático  escritor, 
de  una  enorme  cultura;  el  distinguido  crítico  de  ar- 
te Ceferino  Palencia  Tubau,  Vicente  Calvo  Acacio, 


222  LEÓN    ROCH 

notable  periodista  valenciano;  José  Rodríguez  de 
la  Peña,  Leandro  Cerón  y  Sebastián  Larceguí. 

Entre  los  que  fueron  nuestros  compañeros  du- 
rante el  decenio  último  debemos  contar  también  al 
malogrado  ingeniero  D.  José  Igual;  a  Emilio  Llase- 
ra,  el  elocuente  letrado,  ex  gobernador  de  Segovia; 
al  cronista  Miguel  de  la  Cuesta;  al  veterano  perio- 
dista D.  Ángel  Murciano;  Alberto  de  Segovia,  cul- 
to literato;  Guillermo  Perrín,  excelente  traductor  y 
aplaudido  autor  cómico;  Cristino  Fernández  Ville- 
gas, hijo  del  inolvidable  Zeda;  Rafael  Beltrán,  re- 
dactor de  La  Correspondencia  de  España;  el  depor- 
tista Sánchez  de  León,  el  malogrado  Alfonso  Vi- 
llalba,  José  Avello  y  Benjamín  Marcos,  con  algunos 
otros  más,  de  cuyos  nombres  no  podemos  acor- 
darnos. 

A  propósito  de  antiguos  redactores,  hemos  de 
recoger  una  nota  curiosa,  que  no  hemos  visto  en 
ningún  otro  artículo.  Se  refiere  al  ilustre  actor,  ya 
retirado  de  la  escena,  Mariano  de  Larra,  que  per- 
teneció a  la  Redacción  anterior  a  1898,  colaboran- 
do en  la  sección  de  «Sucesos».  Ya  por  entonces 
trabajaba  con  gran  éxito  en  las  funciones  de  aficio- 
nados, y  de  aquí  salió  para  actuar  en  el  teatro  de 
Lara,  donde  pronto  alcanzó  envidiable  reputación 
y  un  merecido  puesto  entre  los  actores  cómicos 
más  eminentes  de  nuestro  teatro. 

Como  este  popularísimo  actor,  pasaron  por  nues- 
tra casa,  en  rápida  estancia,  ilustres  personalida- 
des de  las  lelras.  Entre  ellas,  honraron  nuestra  mesa 
de  trabajo  el  gran  novelista  Ricardo  León  y  el  emi- 
nente crítico  Julio  Casares,  ambos  académicos  de 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  225 

la  Española;  el  malogrado  y  notable  escritor  y  po- 
líglota Julián  Juderías  y  el  catedrático  Quintiliano 
Saldaña.  Quisieron  éstos,  como  otros  muchos,  ac- 
tuar en  el  periodismo,  y  a  nuestra  hospitalaria  Re- 
dacción vinieron  para  hacer  sus  ensayos  periodís- 
ticos, cuando  ya  estaban  ahitos  de  laureles.  Pero 
hubieron  de  desistir  a  poco,  por  no  considerarse 
con  vocación  suficiente.  Y  es  que  este  oficio  nues- 
tro, tan  modesto  y  humilde,  que  no  exige  ciencia 
ni  grandes  talentos,  requiere  aptitudes  especiales 
y,  sobre  todo,  un  amor  y  un  entusiasmo  sin  límites 
por  el  periódico. 

Al  último  período  pertenecen  muchos  de  los  re- 
dactores que  actualmente  figuran  en  la  plantilla  de 
La  Época,  y  que  por  sus  excelentes  condiciones  de 
periodistas  o  escritores  han  conquistado  justa  esti- 
mación. El  más  antiguo  de  este  grupo  es  Anselmo 
Alarcón,  un  buen  repórter,  bien  conocido  en  el 
gremio,  a  quien  auguramos  merecido  éxito  en  más 
altas  empresas  literarias,  si  la  fortuna  le  ayuda.  Le 
sigue  en  antigüedad  Luis  Benavente,  periodista  de 
buena  cepa,  activísimo,  inteligente  y  de  pluma  agiU 
pero  de  más  ágil  lengua;  habla  por  los  codos,  dis- 
cute a  todas  horas  y  grita  como  un  condenado;  el 
hombre-cañón  es  a  su  lado  un  infeliz.  El  polo  opues- 
to a  Benavente  en  este  respecto  es  Luis  Rubio  Hi- 
dalgo, que  apenas  habla;  es  periodista  y  escritor 
de  agudo  y  cáustico  ingenio,  y  el  día  en  que  se  de- 
cida a  trabajar  de  veras  y  con  método  hará  gran- 
des cosas. 

La  economía  y  las  finanzas  están  a  cargo  de  don 
Aogel  lUana,  hombre  de  múltiples  y  envidiables 


224  LEÓN    ROCH 

aptitudes,  que  es  a  la  vez  uno  de  los  jefes  más  jó- 
venes del  Cuerpo  jurídico  militar,  director  de  La 
Semana  Financiera  y  secretario  de  la  Sociedad  ge- 
neral de  Tranvías,  todo  lo  cual  viene  a  confirmar 
la  gran  competencia  del  distinguido  escritor  en  las 
materias  de  su  jurisdicción.  Parecería  natural  que 
un  hombre  dedicado  a  tan  importantes  menesteres 
y  a  tan  trascendentales  estudios  tuviese  un  carác- 
ter grave  y  serióte,  un  tanto  huraño,  inaceesible  e 
«intransitable»,  y  no  hay  nada  de  eso.  Illana  es  una 
de  las  personas  más  joviales  y  uno  de  los  camara- 
das  más  dicharacheros  que  han  desfilado  por  La 
Época.  Naturalmente,  es  joven  aún,  soltero  y  afi- 
cionado a  las  verbenas;  pero  no  hay  quien  le  «cace» 
ni  con  galgos. 

La  crítica  literaria  está  encomendada  desde  hace 
algunos  años  a  un  notable  y  cultísimo  escritor,  que 
en  breve  tiempo  ha  conseguido  para  su  firma  una 
sólida  y  merecida  reputación  entre  los  doctos.  Nos 
referimos  a  D.  Luis  Araujo-Costa,  literato  de  va- 
rias aptitudes  y  de  copiosa  lectura,  que  en  sus  H- 
bros  y  en  sus  artículos  viene  cimentando  un  por- 
venir envidiable.  Téngase  en  cuenta  que  Araujo- 
Costa,  a  pesar  de  sus  muchos  y  profundos  estudios, 
es  joven  todavía  y  tiene  largo  camino  por  delante. 
Pocos  escritores  logran  a  su  edad  reunir  caudal  tan 
considerable  de  cultura,  y  especialmente  en  litera- 
tura y  en  historia  francesas  contemporáneas.  Ade- 
más escribe  con  soltura  y  muy  correctamente,  sin 
hacer  alardes  enfadosos  de  erudición.  Sus  varios 
libros  y  conferencias  en  el  Ateneo  acreditan  a  un 
buen  literato,  cuyos  merecimientos  premiará  en  su 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


225 


día,  que  no  debe  ser  lejano,  la  Academia  Española. 
Nosotros  hacemos  cariñosos  votos  porque  así  sea. 


Ilmo.  Sr.  D.  Salvador  Canals, 

EX   SUBSECRETARIO     DB    LA     PRESIDENCIA    DEL    CoNSEJO    Y    ARTICULISTA 

POLÍTICO  DE  «La  Época». 


Entre  los  libros  y  estudios  más  notables  de  Arau- 
jo- Costa  figuran  los  titulados  La  Edad  Media  con- 
siderada como  Edad  cristiana;  El  escritor  y  la  lite- 
ratura, al  que  puso  prólogo   la  insigne  escritora 

15 


226  LEÓN    ROCH 

doña  Emilia  Pardo  Bazán,  que  estimaba  en  mucho 
las  dotes  del  excelente  literato;  Las  cartas  de  Pepe 
Albocácer,  El  *Quijote>  y  sus  notas,  y  I  'na  tesis  de 
Dumenil:  La  evolución  filosófica  y  literaria.  Próxi- 
mo a  publicarse  tiene  el  libro  Francia,  el  noble  país, 
con  extenso  prólogo  de  M.  Maurice  Legendre,  en 
el  que  recopila  Araujo  algunos  de  sus  más  intere- 
santes estudios  sobre  literatura  y  literatos  france- 
ses contemporáneos. 

Conferencias  muy  notables  de  Araujo,  que  me- 
recieron la  más  favorable  acogida,  son  las  titula- 
das «El  arte,  la  literatura  y  el  público»;  «Los  inte- 
riores, objeto  de  la  pintura»;  «El  romanticismo  de 
Watteau»;  «Rembrandt»;  «El  siglo  XVIII  en  Espa- 
paña.  Su  literatura»,  curso  de  tres  lecciones,  y  «Don 
Juan  Valera»,  conferencia  dada  en  la  Universidad 
de  Oviedo  por  invitación  especial,  y  que  es  frag- 
mento de  un  libro  en  preparación  acerca  de  aquel 
ilustre  maestro,  cuya  personalidad  y  cuya  obra  ha 
estudiado  profundamente  el  culto  conferencista. 

Ha  gozado  siempre  La  Época  justa  fama  de  te- 
ner buenos  críticos  musicales.  En  el  curso  de  estas 
páginas  se  citan  diversos  nombres  que  lo  justifican 
cumplidamente.  Primero,  el  ilustre  Peña  y  Goñi, 
ingenio  felicísimo,  que  tan  rudas  batallas  riñó  en 
pro  del  wagnerismo;  luego  el  eruditísimo  Rafael 
Mitjana,  músico  y  literato  de  cuerpo  entero;  más 
tarde  el  académico  y  culto  musicógrafo  Cecilio  de 
Roda...  Después  de  éste  desempeñó  la  crítica  mu- 
sical Augusto  Barrado,  periodista  y  escritor  muy 
distinguido,  celebrado  traductor  del  novelista  in- 
glés Wells,  que  durante  tantos  años  fué  redactor 


75    Af50S    DE    PERIODISMO  227 

de  La  Época.  Crítico  severo  y  de  sólida  cultura, 
escritor  ingenioso  y  músico  de  notables  condicio- 
nes para  la  enseñanza,  Barrado  sostuvo  admirable- 
mente la  tradición. 

Cuando  por  cansancio  o  por  hastío  abandonó  la 
crítica  aquel  excelente  compañero  para  refugiarse 
en  Prensa  Gráfica,  volvió  a  La  Época,  con  gran  sa- 
tisfacción de  todos,  para  encargarse  de  la  sección 
musical,  el  antiguo  redactor  D.  Víctor  Espinos,  que 
durante  varios  años  compartió  los  trabajos  del  pe- 
riódico, haciendo  admirablemente  la  información 
palatina.  Quiere  esto  decir  que  hemos  conocido  a 
Espinos  como  periodista  antes  que  crítico,  y  como 
periodista  le  consideramos  ante  todo  y  sobre  todo. 
En  los  días,  ya  un  poco  lejanos,  de  El  Español,  en 
La  Época  y  El  Universo  luego,  en  los  curiosos  y 
notables  artículos  del  Alrededor  del  Mundo,  en  las 
mismas  críticas  teatrales  de  La  Lectura  Dominical, 
sobresale  siempre  la  personalidad  del  periodista, 
que  es  a  la  vez  un  delicioso  literato,  de  ingenio  feliz, 
como  lo  prueban  sus  delicados  cuentos  para  niños. 

Desde  la  primera  juventud  tuvo  este  fraternal 
camarada  grandes  aficiones  a  la  dramática,  y  de 
ello  pudieran  recordarse,  como  ensayos  felices,  al- 
gunos juguetillos,  graciosamente  hilados,  que  se  re- 
presentaron con  buen  éxito  en  veladas  de  cultas 
Sociedades.  Estas  aficiones  teatrales  de  Espinos 
han  cristalizado  en  los  últimos  tiempos  en  una  es- 
pecialidad, que  él  solo  cultiva  hasta  ahora  y  que 
ha  contribuido  a  abrillantar  su  reputación.  Nos  re- 
ferimos a  la  modalidad  de  los  retablos.  Desde  que 
estrenó  en  la  villa  y  corte,  hace  algunos  años,  el 


228  LEÓN  ROCH 

magnifico  y  artístico  retablo  histórico-religioso  Un 
Corpus  viejo  en  Madrid,  que  alcanzó  un  éxito  ex- 
traordinario y  muy  merecido,  hasta  el  titulado  ¡Sal- 
ve!..., que  los  valencianos  aplaudieron  recientemen- 
te con  entusiasmo  en  las  tiestas  de  la  coronación 
de  su  excelsa  Patrona,  la  Virgen  de  los  Desampa- 
rados, ha  escrito  ya  Espinos  una  interesante  serie, 
que  le  ha  dado  verdadera  personalidad. 

Como  crítico  musical,  Espinos  es  culto  y  hasta 
erudito,  y  tiene  tanto  gusto  como  competencia;  si 
de  algo  peca  es  de  benévolo,  y  ello  no  merece  cen- 
sura, porque  la  sana  crítica  no  está  reñida  con  la 
corrección  y  la  benevolencia.  El  «palo»  airado  y 
violento  es  señal  de  mal  gusto  o  de  mala  educa- 
ción, y  a  veces  representa  quizás  algo  peor.  De  su 
cultura  y  erudición  está  dando  buenas  pruebas  en 
la  organización  de  la  útilísima  Biblioteca  musical 
circulante,  unida  a  la  Hemeroteca  municipal,  y  en 
otros  interesantes  trabajos  de  ordenación  de  in- 
teresantísimas colecciones,  que  le  valdrán  justo 
aplauso. 

A  continuar  las  tradiciones  de  los  buenos  escri- 
tores de  La  Época  llegó  recientemen  a  la  Redac- 
ción del  colega  el  joven  y  brillante  escritor  grana- 
dino D.  Melchor  Fernández  Almagro,  de  quien  hace 
acertado  elogio  en  su  notable  artículo  el  Sr.  Arau- 
jo-Costa.  Ha  poco  tiempo  su  nombre  era  comple- 
tamente desconocido  en  Madrid.  Ingresó  en  La 
Época  hace  un  año,  encargándose  de  la  crítica  tea- 
tral, y  ya  tiene  formada  una  reputación  envidiable 
y  bien  merecida,  porque  Almagro  es  un  literato  de 
gusto  exquisito,  de  cultura  amplia  y  sólida,  de  pro- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  229 

sa  fluida  y  correcta,  y  de  limpio  y  claro  estilo.  En 
la  crítica  es  severo,  pero  de  una  corrección  impe- 
cable, porque  tiene  de  ella  un  alto  concepto  edu- 
cativo, y  la  dignifica,  cultivándola  como  un  sacer- 
docio. En  estos  trabajos  nos  hace  recordar,  con  su 
imparcialidad,  su  corrección  y  buen  gusto  y  su  cas- 
tizo estilo,  a  nuestro  ilustre  y  llorado  compañero 
Fernández  Villegas. 

Como  consagración  justa  para  sus  calidades  de 
literato,  Fernández  Almagro  acaba  de  alcanzar  un 
honrosísimo  trofeo  literario:  el  premio  de  la  funda- 
ción Charro-Hidalgo,  otorgado  por  el  Ateneo  en 
el  concurso  para  1923.  Consideramos  el  triunfo 
como  verdadera  obra  de  justicia.  El  tema  del  con- 
curso era  «Ganivet  y  su  obra»,  y  parece  muy  na- 
tural que  en  él  triunfase  quien,  como  Almagro,  es 
granadino,  paisano  de  Ganivet,  y  admirador  de  su 
genio  y  de  su  obra  desde  la  infancia.  El  notable  es- 
critor ha  formado  y  perfeccionado  su  espíritu  en  el 
ambiente  en  que  se  formó  aquel  poeta  filósofo,  y 
casi  en  sus  mismas  disciplinas.  Ha  estudiado  pro- 
fundamente su  obra  y  su  vida,  y  ha  tratado  de  des- 
entrañar los  misterios  de  su  muerte.  ¿Qué  tiene  de 
extraño,  como  en  otra  parte  hemos  dicho,  que  al 
trazar  el  estudio  de  Ganivet,  ganara  Almagro  el 
honroso  trofeo? 

La  victoria  del  premio  Charro-Hidalgo  no  es  más 
que  el  comienzo  de  una  carrera,  que  promete  ser 
brillante.  Fernández  Almagro  es  aún  muy  joven,  y 
en  el  camino  que  ha  de  recorrer  alcanzará  otras 
muchas  legítimas  recompensas.  Así  sea. 

Del  crítico  de  arte  de  La  Época  conservamos 


230  LEÓN  ROCH 

una  vaga  memoria.  ¡Hace  tantos  meses  que  no 
muestra  en  la  Redacción  su  fisonomía  sonriente, 
de  hombre  satisfecho  y  sin  preocupaciones!  ¡Ha 
tanto  tiempo  también  que  no  leemos  su  crítica  re- 
posada, seria  y  correctísima!...  Recordamos  de 
aquel  buen  crítico  que  lleva  el  nombre  de  Enrique 
Vaquer;  que  es  mallorquín,  y  como  mallorquín  ar- 
tista; que  hizo  sus  primeros  ensayos  críticos  en  El 
Globo,  y  que  es  un  grabador  formidable,  laureado 
con  primera  medalla  en  nuestras  Exposiciones  na- 
cionales y  enaltecido  con  otros  galardones.  Como 
crítico,  mereciera  otra  primera  medalla,  por  su  cul- 
tura, su  dominio  del  arte,  su  estilo  pulcro  y  su  gran 
mesura.  Pero  desde  hace  tiempo  tiene  en  olvido  la 
pluma,  requerido  por  los  importantes  trabajos  que 
como  primer  grabador  de  la  Casa  de  la  Moneda 
está  realizando  en  ésta  para  contribuir  a  remozarla 
y  a  ponerla  a  la  altura  de  las  extranjeras.  También 
es  grabador  del  Banco  de  España,  y  lo  ha  sido  y 
lo  es  de  importantes  casas  inglesas,  que  figuran 
entre  las  primeras.  Obras  suyas  son  muchos  de 
esos  despreciables  billetejos  que  corren  por  ahí, 
codiciados  por  todo  el  mundo,  y  algunos  nuevos 
primorosos  sellos  de  correos,  con  los  que  viene 
Vaquer  a  modernizar  y  ennoblecer  nuestro  atrasa- 
do arte  filatélico. 

Otra  joya  de  nuestra  casa  de  La  Época  es  el  jo- 
ven escritor  Guillermo  Fernández  Shaw,  hijo  del 
ilustre  poeta  y  autor  dramático  D.  Carlos,  nuestro 
admirado  paisano.  Estamos  por  decir  que  la  mejor 
obra  de  Fernández  Shaw  es  su  dignísimo  heredero 
en  este  oficio.  Como  su  padre,  Guillermo  Fernán- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  231 

dez  Shaw  es  buen  periodista  y  buen  literato,  poeta 
de  gran  inspiración  y  autor  dramático  de  admira- 
bles condiciones.  De  ello  dan  fe  obras  tan  aplau- 
didas como  la  famosa  Canción  del  olvido,  la  deli- 
cada Sonata  de  Grieg  y  otras  producciones  estre- 
nadas con  brillante  éxito  y  escritas  en  colaboración 
con  Federico  Romero.  Pero  el  joven  literato  está 
aún  casi  en  los  comienzos  de  su  carrera,  y  le  que- 
dan muchos  triunfos  que  alcanzar  y  muchos  laure- 
les que  recoger. 

Tan  estimable  y  digno  de  admiración  como  el 
escritor  es  el  hombre.  Fernández  Shaw  es  un  en- 
canto de  bondad  y  de  sencillez;  un  modelo  de  de- 
licadeza, de  corrección  y  caballerosidad;  la  modes- 
tia y  la  complacencia  personificadas.  Así,  sus  com- 
pañeros de  La  Época  le  adoran,  y  en  todas  partes 
le  quieren  y  admiran.  Por  eso  y  por  lo  demás  he- 
mos dicho  que  el  autor  de  La  canción  del  olvido 
es  la  obra  mejor  de  aquel  gran  literato  gaditano 
que  se  llamó  D.  Carlos  Fernández  Shaw. 

Entre  la  juventud  florida  de  La  Época  figuran 
dignamente  también  Joaquín  Gallardo  Rúa,  aboga- 
do, periodista  y  profesor,  autor  de  El  hidalgo  del 
negro  coleto,  que  ha  merecido  el  honor  de  ser  pre- 
miado en  varios  certámenes;  D.  José  Mélida,  dis- 
tinguido médico,  hijo  del  ilustre  arqueólogo;  Fran- 
cisco Casares,  inteligente  repórter,  encargado  de  la 
información  palatina;  Luis  Ardila,  buen  informador 
también,  a  cuyo  cuidado  corren  los  «Sucesos>,  y  que 
no  tiene  más  defecto  conocido  que  el  de  ser  poeta 
ultraísta;  el  cronista  deportivo  y  médico  D.  Fer- 
nando de  la  Fuente,  y  Luis  García  de  Valdeavella- 


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La  Redacción  di 


(Grupo  kotucráfico  obtenido  en  el  mes  de  abril,  en  el  qui 


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POCA»    EN    1923. 

.CUNOS    REDACTORES    POR    MOTIVOS    DE    ENFERMEDAD    O    AUSENCIA.) 


Fot.  Ortiz. 


234  LEÓN  ROCH 

no,  el  Benjamín  de  la  casa,  que  promete  ser  un 
buen  periodista  y  un  buen  literato. 


La  Redacción  actual  de  La  Época  —  consigná- 
rnoslo a  modo  de  documento — está  constituida  en 
la  forma  siguiente: 

Director-propietario,  D.  Alfredo  Escobar,  mar- 
qués de  Valdeiglesias;  redactor  jefe,  D.  Mariano 
Marfil;  D.  Salvador  Cañáis,  articulista  político;  don 
Gabriel  Briones,  redactor  político  y  decano  de  los 
redactores;  secretario  de  Redacción,  D.  Francisco 
Pérez  Mateos;  D.  Luis  Araujo-Costa,  crítico  litera- 
rio; D.  Melchor  Fernández  Almagro,  crítico  teatral; 
D.  Víctor  Espinos,  crítico  musical;  D.  Enrique  Va- 
quer,  crítico  de  arte;  D.  Ángel  lUana,  redactor  finan; 
ciero;  D.  José  Ignacio  Escobar,  D.  Ensebio  Montes 
de  Ayala,  D.  Guillermo  Fernández  Shaw,  D.  An- 
selmo Alarcón,  D.  Luis  Benavente,  D.  Miguel  Mo- 
rales, D.  Nicolás  Jordán  de  Urríes  (Tomillares),  don 
Eduardo  Montesinos,  D.  Ángel  Torres  del  Álamo, 
D.  José  Mélida,  redactor  médico;  D.  Luis  Rubio 
Hidalgo,  D.  Fernando  de  la  Fuente,  cronista  depor- 
tivo; D.  José  Luis  Pascual  de  Zulueta.  redactor  co- 
rresponsal en  Barcelona;  D.  Francisco  Casares,  don 
Joaquín  Gallardo  Rúa,  D.  Luis  Montes  Linares,  don 
Luis  Ardila,  D.  Eduardo  Montesinos  (hijo)  y  don 
Luis  García  de  Valdeavellano. 

La  Administración  tiene  como  jefe  a  D.  Manuel 
Mihura;  el  personal  de  talleres  y  máquina,  al  re- 
gente D.  Julián  Téllez,  y  el  personal  de  reparto,  al 
conserje  D.  Constantino  Asnero. 


DON  JUAN  PÉREZ  DE  GUZMÍN 
Y  LOS  COLABORADORES  DE  "LA  ÉPOCA,, 


En  esta  verídica  relación  de  cosas  y  personas 
debe  el  cronista  consignar  un  homenaje  de  consi- 
deración y  aprecio  a  cuantos  con  los  prestigios  de 
sus  nombres  y  el  brillo  de  sus  plumas  contribuye- 
ron al  honor  y  enaltecimiento  de  La  Época.  Mu- 
chos de  los  nombres  que  hemos  de  mencionar  me- 
recieran algunas  páginas  para  la  sola  enumeración 
de  sus  méritos  y  obras;  mas  como  el  espacio  no 
nos  permite  realizar  tan  justiciera  labor,  reducimos 
a  la  cita  aquel  tributo  de  admiración  y  afecto.  Una 
sola  excepción  nos  hemos  de  permitir,  por  moti- 
vos de  devoción  y  cariño,  a  favor  de  este  gran 
obrero  de  la  pluma,  luchador  infatigable,  oscuro  y 
abnegado,  insigne  español  y  patriota  generoso, 
que  lleva  el  nombre  inmaculado  de  D.  Juan  Pérez 
de  Guzmán. 

Las  nuevas  generaciones  no  han  estudiado  la 
obra  de  este  ilustre  escritor  político,  historiador 
eruditísimo  y  magno  periodista;  pero  su  nombre  y 
sxji  fama  no  son  desconocidos  para  nadie,  como  no 


236  LEÓN  ROCH 

lo  son  sus  grandes  bondades  y  sus  extraños  rasgos 
de  desprendimiento  y  altruismo.  Algunos  pregunta- 
rán, sabedores  de  que  Guzmán  logró  su  fama  en 
tiempos  tan  lejanos,  ¿pero  vive  todavía?...  Cierta- 
mente que  el  insigne  escritor  no  parece  hombre  de 
nuestro  tiempo,  ni  siquiera  de  la  pasada  centuria. 
Por  su  indomable  energía,  por  su  tenacidad  inque- 
brantable, su  entereza  berroqueña  y  su  voluntad 
de  hierro,  es  más  bien  hombre  de  otras  edades,  de 
aquella  cepa  de  los  conquistadores  de  Indias  y  de 
los  capitanes  de  Flandes  y  de  Italia.  El  temple  de 
su  alma,  de  su  cuerpo  y  de  su  entendimiento  es 
cosa  ya  poco  corriente. 

Es  Pérez  de  Guzmán,  como  historiador  eminen- 
te, investigador  concienzudo  y  escritor  político  de 
alto  sentido  y  gran  patriotismo,  un  verdadero  pres- 
tigio entre  los  españoles  contemporáneos.  Durante 
cerca  de  sesenta  años  ha  trabajado  sin  descanso, 
contribuyendo  a  aumentar  poderosamente  el  cau- 
dal de  nuestros  conocimientos  históricos  con  sus 
personales  investigaciones  y  sus  originales  escri- 
tos. Su  obra  histórica,  política  y  literaria  es  tan 
abundante  como  notable.  Su  labor  ha  sido  copio- 
sísima y  tan  valiosa,  tan  fundamental  en  el  terreno 
histórico-literario,  como  en  la  esfera  histórico-po- 
lítica. 

En  el  copioso  bagaje  literario,  histórico  y  políti- 
co de  Pérez  de  Guzmán,  figuran  libros  y  estudios 
tan  notables  como  Las  llaves  del  Estrecho,  que 
demuestra  su  conocimiento  de  la  política  interna- 
cional, y  particularmente  de  la  de  Marruecos,  la 
obra  famosa  Carlos  IV  y  María  Luisa,  rehabilita- 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  237 

dora  de  las  figuras  de  aquellos  Soberanos  y  de  la 
del  Príncipe  de  la  Paz;  el  magistral  estudio  sobre 
los  Dogmas  de  la  política  de  Fernando  V  <el  Ca- 
tólico*, que  constituye  fundamental  lección  de  po- 
lítica internacional  española;  el  Cancionero  de  Prín- 
cipes y  Señores,  recogido  de  poetas,  en  su  mayor 
parte  inéditos,  desde  el  siglo  XVI  al  XIX;  su  Can- 
cionero de  la  Rosa,  primera  antología  de  poetas 
castellanos,  españoles  y  americanos,  que  se  ha  pu- 
blicado en  los  dos  Mundos;  Rimas  del  abad  Anto- 
nio de  Maluenda,  uno  de  los  grandes  poetas  de  la 
época  de  los  Felipes  de  Austria,  cuyo  nombre  se 
había  borrado  por  completo  de  la  memoria  de  los 
eruditos;  el  estudio  Los  retratos  de  Colón,  que  tan 
entusiastas  elogios  mereció  al  insigne  Fernández 
Duro;  La  insigne  orden  del  Toisón  de  oro,  las  His- 
torias de  la  Gaceta  de  Madrid  y  de  la  Guía  Oficial 
de  España;  La  Casa  del  Rey  Moro  en  Ronda,  La 
prisión  de  Fernando  Vil  en  Valengey,  La  misión 
diplomática  de  Machado  en  Viena,  Los  héroes  y  las 
victimas  del  Dos  de  Mayo  en  Madrid,  obra  monu- 
mental que  le  valió  la  honrosísima  recompensa 
honorífica  que  con  tan  justo  orgullo  ostenta;  El 
Principado  de  Asturias,  libro  que  suscitó  grandes 
^discusiones;  El  matrimonio  de  Estado,  La  Orden 
de  la  Jarretiera,  El  conde  de  Fuentes,  la  biografía 
documentada  del  poeta  Vicente  Espinel,  paisano  de 
Pérez  de  Guzmán,  pues  ambos  nacieron  en  la  his- 
tórica ciudad  de  Ronda,  en  la  que  una  calle  lleva 
el  nombre  del  anciano  y  meritísimo  historiador,  y 
entre  otras  docenas  de  estudios  más,  el  libro  Ver- 
sos de  varia  edad,  el  último  de  la  serie,  en  el  que 


238  LEÓN  ROCH 

el  ¡lustre  escritor  se  muestra  como  poeta  de  altos 
vuelos  y  gran  inspiración,  con  todo  el  arte  y  toda 
la  riqueza  de  sentimiento  de  los  líricos  más  cele- 
brados, en  algunas  composiciones;  con  toda  la  so- 
briedad y  todo  el  vigor  de  los  amantes  de  la  anti- 
güedad clásica,  en  otras,  cual  sus  notables  sonetos. 

El  ¡lustre  bibliófilo  y  académico  de  la  Histor¡a, 
duque  de  T'Serclaes  T¡lly,  que  posee  una  de  las 
más  notables  y  curiosas  b¡bliotecas  que  existen  en 
España,  ha  dado  a  luz  recientemente,  costeándola 
generosamente  a  sus  expensas,  una  excelente  ed¡- 
c¡ón  de  un  notable  estudio  de  Pérez  de  Guzmán. 
Forma  un  Hbro  de  cerca  de  150  pág¡nas,  en  4°,  y 
sobre  su  cub¡erta  blanca  campean  estos  títulos: 
«Bajo  los  Austrlas. — La  mujer  española  en  la  Mi- 
nerva española  l¡terar¡a  castellana». 

No  se  trata  de  ninguna  nueva  obra  del  anciano 
historiador,  aunque  lo  parecerá  a  casi  todos  los 
que  lean  el  culto,  ameno  y  eruditísimo  trabajo.  Es 
uno  de  los  infinitos  y  notables  estudios  que  Pérez 
de  Guzmán  publicó  en  aquella  benemérita  revista 
La  España  Moderna,  de  D.  José  Lázaro,  que  tan 
buenos  servicios  prestó  a  las  letras  españolas,  y  en 
otras  revistas  y  periódicos.  Esos  estudios,  cuida- 
dosamente coleccionados  por  su  autor  en  varios 
tomos,  formarán  una  valiosa  colección  de  notables 
libros  históricos,  hechos  sobre  la  base  de  una  con- 
cienzuda investigación  personal.  ¡Bien  merecieran 
esos  admirables  trabajos  encontrar  un  Mecenas 
generoso,  que  los  exhumase  de  las  colecciones  de 
periódicos  en  que  yacen  casi  olvidados,  y  les  diese 
nueva  y  más  perenne  y  provechosa  vida!... 


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ExCMO.  Sr.  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán  y  Gallo, 

SECRETARIO     PERPETUO      DE      LA     ReAL     ACADEMIA      DE     LA      HlSTORIA». 
EX    REDACTOR    Y    EX    DIRECTOR    DE    <La    ÉpOCA». 


240  LEÓN    ROCH 

Pero  aun  ha  sido  más  copiosa,  más  enorme  y 
para  nosotros,  periodistas,  más  admirable,  la  labor 
que  como  obrero  infatigable  del  periodismo  ha 
realizado  Pérez  de  Guzmán,  que,  en  su  parte  prin- 
cipal, estuvo  consagrada  a  La  Época. 

Fué  Guzmán  muchos  años  redactor  del  periódi- 
co, desde  los  primeros  tiempos  de  D.  Ignacio  José 
Escobar;  director  en  alguna  época,  colaborador 
hasta  que  su  mano  manejó  la  pluma,  maestro  de 
muchos  periodistas  que  por  la  Redacción  pasaron 
y  prudente  consejero  de  los  demás.  En  aquel  me- 
dio siglo  corrido  de  trabajo  realizó  labor  abruma- 
dora, con  la  cual  se  hubieran  podido  formar  reputa- 
ciones de  varios  periodistas  ilustres.  Ágil  su  pluma 
como  su  entendimiento,  rápido  en  la  concepción, 
fácil  para  todo  trabajo,  llenaba  columnas  con  una 
celeridad  pasmosa.  Millares  de  ellas  han  quedado 
en  las  colecciones  de  La  Época,  con  firma  o  sin  fir- 
ma, en  artículos  políticos,  Hterarios,  históricos,  eco- 
nómicos; en  sueltos  y  gacetillas,  en  cartas  del  ex- 
tranjero, en  fáciles  crónicas  y  en  estudios  profun- 
dos. Era  de  la  madera  de  los  Coello  y  Escobar;  ni 
su  inteligencia  ni  su  cuerpo  conocieron  el  cansan- 
cio. ¡Hombre  extraordinario  en  verdad  este  formi- 
dable luchador,  a  quien  si  admiramos  mucho  por 
su  gigantesca  labor,  aun  le  admiramos  más  por  su 
entereza,  su  energía  y  su  fiera  independencia,  que 
no  se  doblegó  más  que  ante  la  Patria!... 

Este  carácter  independiente  y  enérgico  le  perju- 
dicó de  un  modo  enorme  en  su  carrera.  La  ingra- 
titud y  la  injusticia  se  conjuraron  contra  él,  y  mien- 
tras otros  compañeros  lograban  destinos,  preben- 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  241 

das  y  honores,  y  llegaban  a  los  altos  puestos  de  la 
gobernación  del  Estado,  Guzmán  seguía  siendo 
periodista  y  escritor,  y  luchaba  oscuramente,  pero 
lleno  de  legítimo  orgullo,  sin  obtener  ninguna  re- 
compensa, sin  alcanzar  los  galardones  que  tanto  se 
prodigaban  a  otros  que  valían  infinitamente  menos. 
Así  llegaba  Pérez  de  Guzmán  a  la  senectud,  sin 
poseer  renta  ni  sueldo,  teniendo  que  trabajar  para 
vivir  como  en  los  años  mozos,  y  viejo  y  dolorido  y 
enfermo,  trabajaba  diariamente,  como  un  titán, 
para  ganar  el  sustento.  Así  fueron  de  ingratos  para 
él  los  hombres  de  la  política. 

Por  razón  de  los  cargos  de  confianza  que  desem- 
peñamos en  La  Época,  hemos  tratado  nosotros 
más  íntimamente  al  anciano  maestro,  mereciendo 
su  confianza  y  su  afecto.  Le  hemos  visto  en  las 
breves  horas  triunfales,  rebosante  de  legítimo  or- 
gullo, pero  sencillo  y  modesto,  con  alegrías  y  re- 
gocijos infantiles;  porque  este  hombre  enérgico, 
que  admira  por  su  vigor  y  su  entereza,  tiene  un  co- 
razón de  niño,  y  su  alma  es  de  blanda  cera  para 
los  que  piden  y  necesitan.  Nadie  llamará  a  su  puer- 
ta que  no  sea  socorrido  con  generosidad  de  gran 
señor;  y  si  en  su  casa  no  queda  más  que  la  última 
peseta,  él  partirá  con  el  pedigüeño  la  peseta  y  la 
capa,  o  se  las  dará  enteras...  Le  hemos  visto  tam- 
bién muchas  veces,  infinitas  veces,  en  las  largas  y 
negras  horas  de  la  ingratitud,  del  abandono  y  de 
la  enfermedad,  cuando  en  su  casa  faltaba  hasta  lo 
más  indispensable,  y  le  hemos  admirado  siempre 
digno  y  entero,  abroquelado  en  su  santo  orgullo, 
muriéndose  de  hambre  como  un  hidalgo,  sin  lum- 

16 


242  LEÓN    ROCH 

bre  en  el  fogón  ni  en  el  brasero,  envuelto  en  su 
capa  como  un  ciudadano  romano  en  su  túnica, 
pero  sin  doblegarse  ni  transigir  ante  nadie,  mante- 
niendo la  integridad  de  sus  convicciones  y  sintién- 
dose siempre,  en  su  honrada  pobreza,  fuerte,  no- 
ble y  generoso  como  un  gran  señor...  De  la  cante- 
ra de  este  hombre  extraño  y  bueno,  pobre  y  or- 
gulloso, humilde  y  espléndido,  que  todo  se  lo  debe 
a  sí  mismo,  a  su  inteligencia  y  a  su  trabajo,  han 
salido  muchos  héroes  y  muchos  santos... 

Tenía  Guzmán  sesenta  y  siete  años,  cuando  al- 
canzó la  primera  alta  recompensa  de  su  vida,  sien- 
do elegido  académico  de  la  Historia.  Poco  después, 
en  mayo  de  1906,  ingresó  en  la  docta  casa,  leyen- 
do su  magistral  discurso  acerca  de  «La  política 
exterior  del  Rey  Católico».  Si  le  hubierais  visto 
como  nosotros,  rebosante  de  júbilo,  con  su  gozo 
de  niño  grande  satisfecho,  os  hub'érais  sentido 
contagiado  de  la  misma  infantil  alegría;  pero  en  la 
hondo  palpitaría,  al  mismo  tiempo,  una  gran  pena, 
ante  la  cruel  injusticia  que  el  destino  había  come- 
tido con  aquel  nobilísimo  español. 

Desde  que  ingresó  en  la  Academia  de  la  Histo- 
ria, que  más  tarde  le  nombró  su  secretario  perpe- 
tuo, Guzmán  se  fué  apartando  de  la  labor  del  pe- 
riódico, pero  aun  tuvo  que  seguir  trabajando  para 
sustentarse,  manteniendo  algunas  colaboraciones^ 
entre  ellas  la  de  La  Época.  Luego  continuó  sola- 
mente sus  trabajos  históricos  y  literarios,  con  los 
propios  de  la  Academia,  que  no  ha  abandonado 
hasta  después  de  cumplido  los  ochenta  años.  Una 
grave   dolencia,  que   puso   en    peligro   su   vida,  le 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  243 

obligó  a  abandonar  todo  trabajo,  y  desde  enton- 
ces descansa,  por  prescripción  facultativa.  ¡Bien 
ganado  tiene  el  descanso  que  las  circunstancias  le 
imponen,  el  noble  escritor  y  periodista.  Pronto 
cumplirá  ochenta  y  cuatro  años  de  edad  el  señor 
Pérez  de  Guzmán,  y  en  ese  tiempo,  obligado  siem- 
pre a  trabajar  para  vivir,  apenas  tuvo  día  de  re- 
poso, más  que  en  las  enfermedades.  En  el  periódi- 
co, en  la  revista  y  en  el  libro  laboró  sin  descanso, 
día  tras  día,  con  una  energía  y  un  entusiasmo  que 
no  decayeron  ni  aun  en  su  ancianidad,  y  siempre 
llevando  por  norma  de  su  recta  conciencia  los  más 
altos  ideales  de  patriotismo.  Aun  se  conserva  fuer- 
te y  animoso,  ágil  de  cuerpo  y  de  entendimiento, 
después  de  vencida  la  grave  dolencia,  el  anciano  y 
glorioso  luchador;  pero  la  prudencia  impone  el 
forzado  descanso,  y  de  hoy  en  adelante  permane- 
cerá en  reposo  y  callada  la  pluma  que  trazó  tantas 
viriles  y  eruditas  páginas.  Algunas  veces  nos  da  la 
grata  sorpresa  de  visitarnos  en  nuestra  casa,  donde 
siempre  se  le  quiere  y  respeta,  considerándole  aún, 
por  tradición,  como  de  los  nuestros  en  activo,  de 
la  familia,  y  nos  sorprende  y  admira  su  extraordi- 
nario vigor.  ¡Dios  quiera  conservar  aún  muchos 
años  la  vida  del  anciano  y  glorioso  maestro! 


Si  fuéramos  a  citar  aquí  los  nombres  de  cuantos 
alguna  vez  colaboraron  en  La  Época,  haríamos 
una  lista  interminable,  porque  los  colaboradores 
espontáneos  que  «salen»  a  los  periódicos  forman 
legión.  En  esto  ocurre  una  cosa  singular.  Todo  el 


244  LEÓN  ROCH 

mundo  habla  mal  de  los  periódicos  y  de  los  perio- 
distas, y  todo  el  mundo  siente  la  sugestión,  y  aun 
mejor  la  fascinación,  del  periodismo,  y  se  perece 
por  escribir  o  porque  se  le  cite  en  estas  calumnia- 
das hojas  volanderas  cotidianas.  Habláis  con  cual- 
quiera de  estas  cosas  de  los  periódicos,  y  aunque 
no  haya  escrito  nunca  más  que  cartas  a  la  familia, 
y  aunque  sea  analfabeto,  os  dirá,  muy  rozagante: 
«¡Ah!...  También  yo  en  mi  juventud  escribí  cuarti- 
llas para  los  periódicos...»  Y  resulta  que  todos  so- 
mos periodistas. 

Nos  limitaremos,  pues,  a  recordar  a  ilustres  pro- 
fesionales de  la  pluma  y  a  los  que  con  mayor  asi- 
duidad honraron  nuestras  columnas,  comenzando 
por  las  damas.  Es  fuero  de  galantería.  Y  puestos 
ya  en  este  prudente  terreno,  el  primer  recuerdo 
que  acude  a  nosotros  es  el  de  la  ¡lustre  poetisa  Ca" 
rolina  Coronado.  Aun  vivía,  en  los  primeros  años 
de  este  período,  la  eminente  mujer,  en  su  poética 
residencia  de  P090  d'Obispo,  en  Portugal.  Tenía 
más  de  ochenta  años  y  aun  nos  enviaba  muestras 
felices  de  su  ingenio.  Los  últimos  versos  que  man- 
dó a  La  Época  fué  en  los  comienzos  de  1900.  Aca- 
baba de  lucir  la  primera  alborada  de  la  nueva  cen- 
turia, y  la  pluma  de  Carolina  Coronado,  firme 
todavía,  escribió  un  canto  inspirado  y  vibrante, 
saludando  al  siglo  XX. 

Otra  insigne  escritora  que  favoreció  a  La  Época 
con  su  predilección,  fué  la  excelsa  novelista  conde- 
sa de  Pardo  Bazán.  En  nuestras  colecciones  se 
guardan,  como  joyas,  muchos  cuentos  y  artículos, 
y  en  el  folletón  del  periódico  se  dieron  a  luz  algu- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  245 

ñas  de  sus  notables  novelas,  que  ella  cedía  genero 
sámente.  Anónimamente,  sobre  cosas  del  momen- 
to, nos  enviaba  asimismo  muchas  cuartillas,  escri- 
tas con  aquella  su  letra  menudita,  tan  característi- 
ca. Para  no  molestar  a  Valdeiglesias,  se  dirigía 
generalmente  a  nosotros  y  nos  llamaba  el  «señor 
secretario  general».  En  las  notas  que  a  ella  misma 
se  referían,  advertíamos  algunos  comprensivos  cla- 
ros, que  nosotros  nos  apresurábamos  a  llenar  dis- 
cretamente. 

También  han  colaborado  en  La  Época,  entre 
otras  damas  escritoras,  la  marquesa  de  Ayerbe,  la 
condesa  de  Yumuri,  la  del  Castellá,  Salomé  Núñez 
Topete,  Aurora  Coello  de  Gallostra,  de  la  familia 
del  fundador  de  La  Época;  María  de  Echarri  y  Jo- 
sefina de  Ranero. 

De  los  primeros  tiempos  recordamos  a  D.  Ángel 
Vallejo  Miranda,  conde  de  Casa  Miranda,  que  en 
su  época  fué  conocidísimo  en  París  y  en  Madrid. 
Era  hombre  de  gran  ingenio  y  D.  Antonio  Cánovas 
del  Castillo,  de  quien  fué  secretario,  le  tuvo  en  es- 
tima. Residía  entonces  en  la  capital  de  Francia, 
donde  había  casado  con  la  famosa  cantante  Cris- 
tina Nilson,  que  aun  vive,  en  compañía  de  la  con- 
desa de  Casa  Miranda,  hija  del  primer  matrimonio 
de  Vallejo.  Este  enviaba  desde  París  crónicas  in- 
teresantes, que  firmaba  con  el  seudónimo  Pico  de 
la  Mirándola.  Después  fué  corresponsal  de  La 
Época  en  aquella  capital  Pedro  Coll  y  Rataflutis, 
a  quien  luego  sustituyó  el  ilustre /uan  de  Becón. 

Otro  antiguo  colaborador  fué  el  distinguido  di- 
plomático  marqués  de  Prat  de  Nantouillet,  Perico 


246  LEÓN    ROCH 

Prat,  como  le  llamaban  sus  amigos,  que  represen- 
tó a  España,  como  ministro,  muchos  años  en  Cons- 
tantinopla.  Tenía  su  residencia  de  descanso  en 
Biarritz  y  firmaba  sus  cartas  con  el  seudónimo 
Fierre  qui  sait.  Este  recuerdo  nos  trae  a  la  memo- 
ria el  de  otro  distinguido  diplomático  colaborador, 
también  difunto,  D.  Arturo  de  Baguer,  hermano 
del  conde  de  Baguer.  Retirado  de  la  carrera,  había 
fijado  su  residencia  en  la  población  austríaca  de 
Goérz,  y  desde  allí  enviaba  interesantes  cartas,  que 
firmaba  con  el  seudónimo   Werbinick. 

Muchos  han  sido  los  diplomáticos  y  cónsules 
que  en  todo  tiempo  han  colaborado  en  La  Época; 
mas  no  fuera  discreto  ni  prudente  citarlos  ahora 
a  todos.  Recordamos  al  difunto  conde  de  Casa  Va- 
lencia, a  D.  Pablo  Bosch,  coleccionista  inteligente 
y  culto,  que  donó  al  Museo  del  Prado  unas  valio- 
sas colecciones  de  medallas,  monedas  y  cuadros; 
al  novelista  D.  Alfonso  Danvila,  a  D.  Ramón  Pina 
y  Millet,  a  D.  Ramón  Alvarez  Tubau,  hermano  de 
la  gran  actriz,  y  al  marqués  de  Dos  Fuentes.  Tam- 
bién creemos  recordar  que  colaboró  en  el  periódi- 
co el  famoso  novelista  D.  Enrique  Gaspar,  que  fué 
muchos  años  cónsul  de  España  en  Marsella. 

De  aquellos  tiempos  lejanos  recordamos  también 
al  famoso  poeta  cordobés  Antonio  Grilo  y  a  los 
¡lustres  costumbristas  hermanos  D.  Enrique  y  don 
Ricardo  Sepúlveda.  El  primero  de  éstos  fué  secre- 
tario en  la  representación  de  laCompañíaTrasatlán- 
tica,  y  el  segundo,  padre  del  notable  actor  Pedro 
Sepúlveda,  del  Banco  de  Castilla. 

El  decanato  de  los  colaboradores  del  periódico. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  247 

después  de  Pérez  de  Guzmán,  corresponde  al  aca- 
démico barón  de  la  Vega  de  Hoz,  que  durante  mu- 
chos años  nos  favoreció  con  sus  eruditos  trabajos 
sobre  cuestiones  de  arte.  Entre  otros  académicos 
han  colaborado,  o  colaboran  aún,  en  La  Época  el 
ilustre  director  de  la  Real  Academia  de  la  Histo- 
ria, D.  Francisco  de  Uhagón,  marqués  de  Lauren- 
cín;  el  malogrado  D.  Vicente  Lampérez,  el  mar- 
qués de  Foronda,  el  gran  genealogista  Bethen- 
court,  Juan  Antonio  Cavestany,  Llanos  y  Torriglia, 
Beltrán  y  Rózpide,  el  conde  de  Cedillo,  D.  Elias 
Tormo,  D.  Manuel  de  Sandoval,  D.  Rafael  Altami- 
ra,  el  rector  que  fué  de  la  Universidad  Central  don 
Rafael  Conde  y  Luque,  conde  de  Leyva,  D.  Luis 
Redonet,  el  conde  de  Casal,  que  tan  justa  autori- 
dad ha  logrado  en  materia  de  arte,  y  especialmen- 
te en  la  cerámica,  y  el  gran  pintor  Moreno  Carbo- 
nero, que  en  sus  viajes  por  Europa  constantemente 
escribió  interesantes  cartas. 

Entre  los  colaboradores  extranjeros  recordamos 
al  ilustre  político  francés  M.  André  Tardieu,  al 
notable  escritor  argentino  Manuel  Ugarte,  al  gran 
cervantista  cubano  José  de  Armas,  tan  erudito  y 
"tan  amante  de  España;  al  abate  Lugan,  a  M.  Le- 
gendre,  a  M.  Albert  Mousset  y  al  cronista  de  so- 
ciedad Rene  Halphen.  En  esta  interesante  materia 
de  las  revistas  de  sociedad,  tan  cultivada  por  La 
Época,  fué  algún  tiempo  nuestro  colaborador  Ro- 
dríguez Escalera,  el  popular  Monte-Cristo,  que  en 
nuestras  columnas  usaba  el  seudónimo  de  Monte- 
Amor.  También  fué  colaborador  antaño  el  ilustre 
KasabaL 


248  LEÓN    ROCH 

Como  colaboradores  distinguidos  hemos  de  ci- 
tar también  al  general  D.  Federico  de  Madariaga, 
al  actual  capitán  general  de  Cataluña,  D.  Miguel 
Primo  de  Rivera,  que  hace  honor  al  título  de  mar- 
qués de  Estella,  heredado  de  su  tío;  al  magistrado 
del  Supremo  D.  José  María  de  Ortega  Morejón, 
ex  rector  de  la  Universidad  de  Salamanca  D.  Luis 
Maldonado;  catedráticos  D.  Eloy  Bullón,  D.  Ob- 
dulio Fernández,  D.  Ignacio  Suárez  Somonte  y  don 
Luis  Subirana;  ingenieros  D.  Emilio  González  Llana 
y  D.  Horacio  Bentabol;  el  ilustre  director  de  la  Bi- 
blioteca de  Palacio,  conde  de  las  Navas,  escritor 
erudito  y  castizo;  el  cultísimo  coleccionista  D.José 
Lázaro  Galdiano,  que  publicó  y  dirigió  La  España 
Moderna;  el  malogrado  crítico  de  arte  D.  Jacinto 
FeHpe  Picón,  hijo  del  ilustre  novelista;  el  marqués 
de  Olivart,  el  difunto  marqués  de  Paraleja,  D.  Juan 
Comba,  D.  Eduardo  Navarro  Salvador,  D.  Manuel 
Mesonero  Romanos,  el  marqués  de  Villaviciosa  de 
Asturias,  el  actual  de  Casa  Laiglesia  D.  Emilio 
Ranees;  D.  Manuel  Monjardín,  el  culto  marino  don 
Manuel  de  Mendívil  y  Elio,  el  marqués  de  Zafra, 
D.  Ramón  de  Soraluce  y  D.  José  Carlos  Bruna. 

Más  modernamente  recordamos  al  crítico  de 
arte  Ángel  Vegue  y  Goldoni,  al  poeta  Luis  Barre- 
da, el  notable  escritor  granadino  Luis  Seco  de  La- 
cena, cuyas  obras  sobre  la  Alhambra  son  tan  apre- 
ciadas; Cándido  Lobera,  Pacheco  y  de  Leyva,  Ri- 
vas  Moreno,  Adrián  de  Loyarte,  Rogelio  de  Mada- 
riaga,  Ángel  Conde,  Carlos  Albert  Despujol,  Ma- 
nuel Granzow  de  la  Cerda,  Andrés  Garrido,  Luis 
Gómez  de  Mendoza,  Ignacio  Bauer,  Alberto  Cam- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  249 

ba,  Enrique  Ordóñez,  Gómez  de  Mercado,  Vila- 
plana,  Alvaro  Giráldez,  Antonio  Díaz,  Julio  Caves- 
tany,  Edgardo  Neville,  José  María  del  Busto,  César 
Peman  y  Antonio  Weyler. 

Merecen  también  un  afectuoso  recuerdo  como 
colaboradores  en  provincias  y  en  el  extranjero,  el 
ex  gobernador  D.  Fernando  González  Regueral, 
cobardemente  asesinado  en  León;  el  conde  Anta- 
moro,  guardia  noble  de  S.  S.,  que  fué  mucho  tiem- 
po corresponsal  en  Roma;  D.  Arturo  Baldasano^ 
corresponsal  en  Londres;  el  veterano  Tomás  Ca- 
macho,  director  de  El  Nervión,  de  Bilbao;  D.  Mar- 
cial Meruéndano,  alto  funcionario  de  Correos,  re- 
cientemente jubilado;  el  malogrado  Eduardo  Estra- 
da, hermano  del  elocuente  diputado  por  Ronda;  el 
antiguo  periodista  alicantino  Enrique  Ferré  Berna- 
beu,  el  donostiarra  Luis  Guinea,  el  sevillano  Tomás 
de  la  Vega,  el  ex  gobernador  D.  Luis  Grande  Ban- 
desón,  el  reputado  abogado  alcarreño  Bravo  y 
Lecea,  el  excelente  poeta  Juan  Antonio  Salido, 
Félix  Latre,  Antonio  Villegas  Murcia,  Carlos 
Arias,  el  inteligentísimo  Españita,  Emilio  Baldomc- 
ro Muñoz;  José  María  Palacios,  Pablo  M.  de  Cór- 
doba, Villanueva  y  tantos  y  tantos  más  que  es  im- 
posible recordar  y  que  merecieron  y  merecen  justa 
estimación,  ya  que  todos  contribuyeron  con  cariño 
al  enaltecimiento  del  periódico. 


\ 


LA  PRENSA  MADRILEÑA  Y  SUS  PROGRESOS 


Al  hacer  detallada  reseña  de  la  vida  de  La  Épo- 
ca en  el  último  cuarto  de  siglo,  parece  natural  que 
algo  se  apunte  respecto  de  la  Prensa  madrileña  en 
general,  con  la  que  aquel  periódico  convivió  siem- 
pre en  amistosa  unión.  Con  todos  sus  colegas,  fue- 
ran o  no  afines  en  ideas,  mantuvo  siempre  La  Épo- 
ca cordiales  relaciones  de  compañerismo.  Para 
todos  tuvo  las  consideraciones  debidas  al  camara- 
da,  inspirando  su  línea  de  conducta  y  procedimien- 
to en  la  corrección  y  en  la  templanza.  Aun  en  las 
más  recias  discusiones  políticas,  jamás  fueron  tras- 
pasados los  linderos  del  decoro  profesional.  A  su 
vez,  el  decano  de  la  Prensa  madrileña  siéntese 
honrado  por  el  respeto,  la  consideración  y  el  afec- 
to de  sus  colegas. 

Dentro  de  la  vida  periodística  madrileña,  hemos 
asistido  en  el  último  cuarto  de  siglo  a  una  honda 
transformación  de  la  Prensa.  Sin  duda,  han  perdido 
eficacia  los  periódicos  como  instrumentos  políticos, 
como  órganos  de  opinión;  en  este  punto  se  ha  lle- 
gado a  una  lamentable  decadencia,  acaso  por  abuso 
del  extraordinario  poder  que  la  letra  de  molde  re- 


252  LEÓN    ROCH 

presentaba.  Pero,  en  cambio,  han  adquirido  el  más 
alto  grado  de  adelanto,  y  han  llegado  a  la  máxima 
eficiencia  como  instrumentos  de  cultura  y  progreso. 
¡Oh,  gloriosos  manes  de  Lorenzana,  de  Santa  Ana, 
de  Borrego,  de  Escobar...!  ¡Qué  enorme  diferencia 
entre  esta  Prensa  madrileña  de  nuestros  días  y 
aquellos  periódicos  de  los  años  30  al  70... 

Cuando  se  examinan  antiguas  colecciones  de  los 
viejos  diarios  políticos,  no  podemos  reprimir  un 
gesto  de  extrañeza  y  pensamos  al  par:  ¡Cómo  se 
hacían  aquellos  periódicos...!  Pero  estas  diferen- 
cias, aunque  más  atenuadas  conforme  avanzamos 
en  el  tiempo,  se  aprecian  siempre.  Porque  el  pro- 
greso de  la  Prensa  es  constante,  y  sin  cesar  cam- 
bian la  fisonomía  de  los  periódicos,  su  manera  de 
ser  confeccionados  y  hasta  su  contenido  espiritual. 

La  gran  transformación  de  la  Prensa  madrileña 
se  inicia  en  el  último  cuarto  del  siglo  XIX.  Rápida- 
mente desaparece  el  formato  de  los  antiguos  pe- 
riódicos, con  sus  planas  amazacotadas  y  columnas 
y  columnas  llenas  de  sueltos  y  gacetillas,  sin  que 
un  sólo  título  interrumpiera  la  monotonía  de  la 
confección.  Empiezan  a  surgir  entonces  las  grandes 
titulares  y  las  cabezas  a  doble  columna;  se  clasifica 
el  texto  en  variadas  secciones,  la  confección  cam- 
bia por  completo,  y  el  periódico  adquiere  su  fiso- 
nomía moderna.  A  compás  del  tiempo  y  del  pro- 
greso. La  Época  se  transforma  también,  aunque 
conservando  su  formato  actual,  de  gran  tamaño, 
como  asimismo  cambiaron  de  aspecto  los  dos  pe- 
riódicos contemporáneos  que  aun  subsisten:  El 
Diario  Español  y  La  Correspondencia  de  España. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  253 

Conocida  es  la  frase  de  D.Antonio  Cánovas,  cuando 
el  ilustre  marqués  de  Santa  Ana  realizó  la  gran 
transformación  de  La  Correspondencia,  el  periódi- 
co más  popular  y  más  rico  de  su  tiempo:  «Santa 
Ana  está  deshaciendo  ahora  con  la  cabeza  lo  que 
antes  hizo  con  los  pies...» 

Realmente,  es  La  Correspondencia  el  periódico 
madrileño  que  más  reformas  ha  tenido  en  la  época 
moderna,  como  también  ha  sido  el  que  mayor  po- 
pularidad gozó.  En  su  tiempo  alcanzó  tiradas  enor- 
mes, que  entonces  pudieron  considerarse  como  fa- 
bulosas. Después  han  podido  aventajarle  en  esto 
otros  periódicos;  pero  ninguno  podrá  acaso  vana- 
gloriarse de  haber  llegado  a  su  popularidad,  que 
fué  merecidísima,  sin  duda. 

Ha  querido  recientemente  el  simpático  y  estima- 
do colega  recabar  para  él  la  consideración  de  ser 
el  periódico  decano  de  los  de  Madrid,  que  tiene 
La  Época.  Pero  en  esto  no  le  acompaña  la  razón 
ciertamente.  Invoca  para  ello  La  Correspondencia 
la  circunstancia  de  tener  su  antecedente  en  las  fa- 
mosas Hojas  autógrafas  que  el  ¡lustre  Santana  es- 
cribía para  servir  sus  noticias  a  los  diarios;  pero 
aquellas  hojas  no  tenían  carácter  de  periódico,  ni 
inucho  menos,  como  no  lo  tienen  las  que  confec- 
cionan otras  Agencias  noticieras.  Es  lo  mismo  que 
si  la  benemérita  Agencia  Fabra  empezara  cual- 
quier día  a  publicar  un  periódico,  y  al  cabo  de 
unos  años  quisiera  recabar  para  él  el  decanato  de 
la  Prensa  madrileña,  invocando  como  razón  que 
tenía  su  antecedente  en  las  hojas  de  la  Agencia 
Havas,  muy  anteriores  a  las  de  D.  Manuel  María 


254  LEÓN    ROCH 

de  Santana.  Esto  no  es  una  razón  de  peso,  y  hay 
que  respetar  el  decanato  a  quien  en  verdad  puede 
ostentarlo. 

En  el  orden  material,  en  cuanto  afecta  a  las  artes 
de  la  impresión,  el  progreso  ha  sido  aún  más  ex- 
traordinario. La  moderna  tipografía,  tan  rica  en 
detalles  de  arte,  ha  realizado  una  admirable  revo- 
lución, que  es  aún  más  sorprendente  en  lo  que 
afecta  a  la  maquinaria.  Desde  las  viejas  máquinas 
planas  sencillas  y  de  doble  reacción,  movidas  a  bra- 
zo, a  las  modernas  máquinas  rotativas,  que  pare- 
cen como  monumentos  levantados  al  genio  huma- 
no, hay  un  mundo  de  distancia.  Y  este  enorme  ca- 
mino se  ha  recorrido  en  medio  siglo,  ya  que  la  pri- 
mera rotativa,  creación  del  insigne  Marinoni,  no 
alcanza  más  allá  del  año  1872.  Nuestros  abuelos 
periodistas  no  pudieron  sospechar  siquiera  que  las 
artes  de  la  reproducción,  entonces  limitadas  a  la 
tipografía,  a  la  litografía  y  al  grabado  en  madera, 
aparte  el  daguerreotipo,  llegaran  a  tan  singulares 
perfeccionamientos,  a  tan  grandes  maravillas  como 
son  la  moderna  fotografía,  el  fotograbado,  la  foto- 
tipia, la  cromotipia,  la  oleografía,  el  hueco  graba- 
do y  otros  procedimientos.  ¿Qué  revoluciones  pre- 
senciarán en  las  artes  que  tuvieron  por  padre  crea- 
dor a  Gutenberg,  nuestros  nietos,  cronistas  y  re- 
porteros?... 


La  transformación  de  la  Prensa  madrileña  se 
inicia  en  el  último  cuarto  del  siglo  XIX,  y  aun  al- 
gunos años  antes.  Desde  el  año   1860,  los  periódi- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  255 

eos  empiezan  a  cambiar  su  fisonomía;  siguen  sien- 
do instrumentos  de  lucha,  barricadas  espirituales, 
desde  las  que  los  políticos  riñen  incruentas  bata- 
llas, pero  la  literatura  va  alcanzando  preponderan- 
cia en  ellos,  y  con  los  artículos  de  polémica  y  las 
secciones  de  política,  van  alternando  los  históricos 
y  literarios,  las  curiosidades  y  los  trabajos  de  di- 
vulgación de  la  cultura. 

Entre  los  periódicos  anteriores  al  60  se  destacan 
El  Pensamiento  Español,  de  Gabino  Tejado  y  Na- 
varro Villoslada,  cuyo  título  reprodujo  reciente- 
mente Vázquez  de  Mella  en  su  fracasado  ensayoj 
El  Contemporáneo,  La  Verdad,  El  Constitucional, 
El  Reino,  de  D.  Nicolás  Quintana,  y  La  Discusión^ 
famoso  periódico  que  dirigieron  D.  Nicolás  María 
Rivero,  D.  Pablo  Nougués  y  D.  Francisco  Pi  y  Mar- 
gall.  Redactores  del  mismo  fueron  la  ilustre  poeti- 
sa Carolina  Coronado,  hermana  política  de  don 
Alejandro  Groizard;  Castelar,  Eusebio  Blasco,  Ra- 
món Chíes,  Fernández  Cuesta,  Fernández  y  Gon- 
zález, Romero  Girón,  Estanislao  Figueras,  Luis  Ri- 
vera, Roberto  Robert,  el  bohemio  que  dio  aquel 
famoso  salto  «desde  el  almuerzo  de  un  lunes  a  la 
comida  de  un  jueves,  sin  tropezar  en  un  garban- 
zo»; D.José  María  Orense,  Ortiz  de  Pinedo  y  Ma- 
riano Vallejo. 

De  La  Discusión,  que  se  pubHcó  desde  el  año  56 
al  70,  se  separó  Castelar  para  reñir,  desde  las  co- 
lumnas de  La  Democracia,  sus  grandes  batallas 
con  Pi  y  Margall  y  sus  otros  antiguos  compañeros. 
Dirigió  el  periódico  el  insigne  orador  y  fueron 
compañeros  suyos  D.  José   María  Orense,  D.  José 


256  LEÓN    ROCH 

Fernando  González,  D.  Julián  Sánchez  Ruano,  Ro- 
que Barcia  y  Eusebio  Blasco.  La  Democracia  co- 
menzó a  publicarse  en  enero  del  64  y  terminó  en 
junio  del  66. 

Desde  noviembre  del  63  a  fines  del  70  se  publi- 
có La  Política,  que  dirigieron  D.  Salvador  López 
Guijarro,  Enrique  Hernández,  periodista  intencio- 
nado, a  quien  hemos  podido  conocer,  como  redac- 
tor de  El  Imparcíal,  ya  viejo,  muchos  que  entonces 
no  habíamos  nacido  aún,  y  D.  Antonio  Mantilla  de 
los  Ríos,  luego  marqués  de  Villamantilla,  que  fué 
redactor  de  La  Época  y  ministro  de  España  en 
Washington,  Este  distinguido  escritor  estuvo  ca- 
sado con  una  ilustre  dama,  que  llegó  a  gozar  gran 
popularidad:  doña  Pilar  de  León  y  de  Gregorio, 
que  más  tarde  fué  señora  de  Larios  y  luego  mar- 
quesa de  Squilache.  De  La  Política  fueron  redac- 
tores D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón,  el  académico 
de  Bellas  Artes  D.  Ángel  Aviles,  Navarro  Rodrigo, 
Ricardo  Zamacois,  el  hacendista  D.  Joaquín  Gon- 
zález de  la  Peña,  el  poeta  Núñez  de  Arce,  Julio 
Nombela  y  D.  José  Perreras,  que  luego  dirigió  El 
Correo. 

Posterior  a  La  Política,  del  65,  fué  La  Reforma, 
que  dejó  de  salir  a  luz  el  68.  Lo  dirigieron  D.  Joa- 
quín María  Ruiz,  D.  Manuel  Fernández  Martín,  que 
fué  oBcial  mayor  del  Congreso,  y  el  catedrático 
D.  Miguel  Morayta.  Entre  sus  redactores  figuraron 
Vallejo  Miranda  (Pico  de  la  Mirándola),  D.  Fran- 
cisco de  Bona,  Nicolás  Díaz  Pérez,  Río  y  Mora  y 
Fragoso.  Por  los  mismos  años,  del  65  al  68,  apare- 
ció El  Español,  que  dirigió  D.  Francisco  Botella,  re- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


257 


dactor  luego  de  La  Época,  y  del  que  fueron  redac- 
tores el  antes  citado  Enrique  Hernández  y  el  no- 
table periodista  y   escritor   D.   Manuel  Ossorio  y 


D.  Gabriel  Briones, 


REDACTOR    POLÍTICO  DE  «La  ÉpOCA»  Y  APLAUDIDO    AUTOR    DRAMÁTICO 


Bernard,  padre  del  ex  ministro  D.  Ángel  Ossorio 
y  Gallardo  y  del  también  notable  periodista  don 
Carlos. 

Del  67  al  70  apareció  El  Universal,  que  dirigió 

17 


258  LEÓN    ROCH 

D.  Eduardo  Arquín,  y  del  que  fué  redactor  el  gran 
poeta  y  crítico  D.  Federico  Balart,  y  en  enero  y 
febrero  del  último  año  citado  se  publicó  El  Tiem- 
po, del  conde  de  Toreno  y  del  marqués  de  Bed- 
mar,  más  efímero  que  el  que,  andando  los  años, 
había  de  ser  órgano  de  la  disidencia  silvelista. 

Tales  fueron,  entre  otros  menos  notorios,  los 
periódicos  que  antecedieron  inmediatamente  a  los 
que  en  el  último  cuarto  del  siglo  XIX  habían  de 
reaUzar  el  gran  progreso  de  la  Prensa  madrileña. 
La  escasa  duración  de  aquellos  batalladores  dia- 
rios, la  inconsistencia  de  sus  empresas  y  la  escasez 
de  sus  medios,  revelan  bien  a  las  claras  su  carác- 
ter. Eran  aquellos  periódicos  no  más  que  instru- 
mentos de  lucha  y  vehículos  de  ambiciones  polí- 
ticas, creados  ocasionalmente  para  servir  a  una 
causa  pasajera  y  muchas  veces  a  bastardas  pasio- 
nes, y  desaparecidos  luego,  apenas  realizado  el 
propósito  o  la  ambición  que  con  ellos  se  perse- 
guía. El  periodismo,  por  tal  causa,  no  era  aún  una 
verdadera  profesión,  como  ha  venido  a  ser  luego, 
sino  medio  fácil  de  realizar  aspiraciones  políticas  o 
de  conseguir  destinos. 

Los  periódicos  de  empresa  aparecidos  después 
tienen  más  consistencia  y  alcanzan  mayor  dura- 
ción, aunque  sin  dejar  de  ser  armas  de  pelea.  Poco 
a  poco,  la  Prensa  se  va  convirtiendo  en  una  indus- 
tria, separándose  del  servilismo  personal  y  político 
para  servir  más  amplios  intereses.  Los  grandes 
progresos  de  las  artes  gráficas  y  la  aparición  de  las 
rotativas,  contribuyen  a  la  transformación,  impo- 
niendo a  la  vez  grandes  gastos.  Para  crear  un  pe- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  259 

riódico  requiérense  ya  capitales  de  importancia,  y 
para  defender  éstos  hay  que  procurar  condiciones 
de  estabilidad,  persiguiendo  también  la  natural  ga- 
nancia. Así,  los  periódicos  dejan  de  escribirse  para 
grupos  y  banderías  políticas,  y  se  escriben  para 
todo  el  mundo,  sirviendo  a  los  intereses  del  «gran 
público>,  a  las  conveniencias  generales,  aunque  al- 
guna vez,  por  ofuscaciones  pasajeras,  por  ambi- 
ción o  por  codicia,  hayan  derivado  los  nobles 
anhelos  y  las  ambiciones  generosas  hacia  campa- 
ñas lamentables,  que  el  país  pagó  tan  caras... 


Por  esta  época  se  introdujo  en  la  Prensa  madri- 
leña una  feliz  innovación,  que  constituyó  a  poco 
una  de  las  manifestaciones  más  interesantes  de  su 
transformación.  Nos  referimos  a  la  publicación  en 
los  periódicos  diarios  de  dibujos  y  grabados  de 
actualidad,  que  hasta  entonces  habían  sido  priva- 
tivos de  las  revistas  ilustradas,  cual  el  famoso  Se- 
manario Pintoresco  y  El  Museo  de  las  Familias,  an- 
tecedentes simpáticos  y  gloriosos  de  nuestra  mo- 
derna Prensa  ilustrada.  Antes  de  aquella  innova- 
ción, que  entonces  fué  justamente  celebrada,  y  hoy 
merece  ser  recordada  con  aplauso,  fué  el  periodis- 
ta, político  y  aristócrata  que  lleva  el  título  de  con- 
de de  Esteban  Collantes. 

No  obstante  pertenecer  a  familia  ilustre  y  de 
posición,  D.  Saturnino  Esteban  Collantes  tuvo 
siempre  a  la  Prensa  un  gran  cariño  y  fué  un  verda- 
dero periodista,  de  gran  entusiasmo  y  de  feliz  in- 


260  LEÓN  ROCH 

genio.  En  su  juventud  concurrió  a  la  tribuna  de  la 
Prensa  en  el  Congreso,  en  unión  de  otro  simpático 
periodista  y  aristócrata,  fraternal  camarada  y  ami- 
go suyo,  D.  Carlos  Frígola  y  Palavicino,  luego 
barón  del  Castillo  de  Chirel,  fallecido  hace  algunos 
años,  que  era  entonces  redactor  de  El  Tiempo,  del 
conde  de  Toreno;  con  Nilo  Fabra,  fundador  de  la 
Agencia  de  su  nombre;  el  ingenioso  Leandro  Pérez 
Cossío,  déla  famosa  «cuerda  granadina»,  que  había 
estado  en  La  España  y  a  la  sazón  escribía  en  La 
Correspondencia,  y  otros  distinguidos  periodistas. 
Era  entonces  Esteban  CoUantes  redactor  de  El 
Eco  de  España,  que  más  tarde  dirigió.  Fué  también 
director  de  La  Integridad  de  la  Patria,  diario,  como 
aquél,  y  colaboró  en  los  semanarios  satíricos  El 
Mosquito,  La  Gorda  y  El  Tío  Caniyitas,  lo  cual  le 
valió  alguna  vez  cierta  cariñosa  predilección  de  la 
célebre  «partida  de  la  porra»,  que  le  tundió  a 
polpes. 

La  etapa  de  su  vida  de  periodista  que  más  enva- 
nece a  D.  Saturnino  es  la  de  Las  Ocurrencias,  dia- 
rio político  que  dirigió  y  en  el  cual  implantó  aque- 
lla feliz  innovación  de  los  <monos»  o  ilustraciones, 
que  tanta  trascendencia  había  de  tener.  Realmen- 
te puede  estar  orgulloso  de  ella  el  conde  periodis- 
ta, porque  la  invención  tuvo  gran  fortuna.  Toda  la 
Prensa  madrileña  imitó  al  ejemplo  y  las  ilustracio- 
nes fueron  desde  entonces  y  siguen  siendo  elemen- 
to indispensable  del  periódico  moderno.  Los  que 
menos,  las  utilizaron  para  embellecer  sus  suplemen- 
tos literarios  y  números  extraordinarios. 

También  La  Época  introdujo  las  ilustraciones  en 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  261 

SUS  columnas,  y  durante  algún  tiempo  las  intercaló 
en  su  texto,  usando,  como  todos,  los  grabados  en 
madera  primero,  la  zincografía  después,  y  por  últi- 
mo, el  fotograbado.  Después  los  empleó  en  los  nú- 
meros extraordinarios  que  publicó  con  frecuencia, 
como  los  dedicados  a  conmemorar  bodas  Reales, 
los  centenarios  del  Dos  de  Mayo,  de  Zaragoza  y 
de  Trafalgar,  los  de  las  bodas  de  oro  y  de  diaman- 
te y  otros  acontecimientos.  En  los  comienzos  del 
año  1909,  durante  varios  meses,  publicó  La  Época 
unos  suplementos  de  arte,  profusamente  ilustra- 
dos, como  ahora  publica  sus  hojas  literarias  de 
<La  Época  del  domingo>. 

El  ilustre  conde  periodista,  a  pesar  de  los  años 
transcurridos  y  de  su  posición  en  la  sociedad,  no 
ha  perdido  su  cariño  y  entusiasmo  por  el  periodis- 
mo y  los  periódicos.  Después  de  aquellas  andan- 
zas juveniles,  colaboró  en  La  Época  y  en  Gente 
Vieja,  el  popular  semanario  de  D.  Juan  Valero  de 
Tornos,  y  entonces  y  siempre  tuvo  a  los  periodis- 
tas por  sus  mejores  amigos.  Buena  prueba  de  ello 
aquellas  grandes  comidas  con  que  obsequiaba  el 
día  de  San  Saturnino  a  los  que  fueron  sus  compa- 
ñeros, las  cuales  se  suspendieron  hace  pocos  años 
por  la  muerte  de  la  bondadosa  esposa  de  Este- 
ban Collantes. 

Por  la  mesa  de  éste  desfilaron  en  aquellas  co- 
midas, que  el  ingenio,  el  talento  y  la  gracia  de  los 
comensales  hicieron  inolvidables,  D.  José  Echega- 
ray,  el  insigne  dramaturgo;  D.  José  Canalejas,  el 
malogrado  político,  villanamente  asesinado;  Castro 
y  Serrano,  el  ingenioso  poeta  Manuel  del  Palacio, 


262  LEÓN    ROCH 

Antonio  Grilo,  el  cantor  de  las  ermitas;  el  culto 
cronista  Kasabal,  D.  Francisco  Silvela,  el  maestro 
Perreras,  el  amenísimo  Lustonó,  el  ilustre  don 
Isidoro  Fernández  Flórez,  Fernanflor;  D.  Andrés 
Mellado,  el  conde  de  Casa-Sedano,  Ricardo  de  la 
Vega,  el  gran  sainetero;  el  periodista  cocinero  Án- 
gel Muro,  el  barón  del  Castillo  de  Chirel,  Miguel 
Moya,  Valero  de  Tornos,  Alfredo  Vicenti,  Rodrí- 
guez Correa,  Ortega  Munilla,  Julio  Burell,  Eusebio 
Blasco,  Miguel  de  los  Santos  Alvarez,  Julio  Var- 
gas, Javier  Betegón,  Luis  Moróte  y  muchos  más. 
Todos  éstos  han  desaparecido  ya.  Aun  viven  de 
entre  los  comensales  de  Esteban  Collantes,  el  ex 
ministro  Francos  Rodríguez,  el  octogenario  D.Juan 
Pérez  de  Guzmán,  D.  Eugenio  Selles,  el  marqués 
de  Valdeiglesias,  D.  Leopoldo  Cano.Luca  de  Tena, 
López  Ballesteros,  Rodríguez  Escalera,  Ángel  Ma- 
ría Castell,  Leopoldo  Romeo  y  algunos  más. 

El  ilustre  e  ingenioso  político,  que  fué  subsecre- 
tario de  la  Presidencia,  con  Cánovas  del  Castillo, 
y  al  cabo  de  tantos  años  de  batallar  en  la  Prensa 
y  en  el  Parlamento,  logró,  al  fin,  su  aspiración  le- 
gítima de  ser  ministro  de  la  Corona,  sigue  mere- 
ciendo el  afecto  y  la  simpatía  de  los  periodistas, 
en  justa  correspondencia  al  cariño  que  él  conserva 
al  periodismo,  su  gran  pasión  de  los  años  mozos. 


Entre  los  periódicos  que  iniciaron  la  gran  trans- 
formación moderna  de  nuestra  Prensa,  debe  ser 
citado  en  primer  término  El  Imparcial,  fundado  el 
16  de  marzo  de  1867   por  D.   Eduardo   Gasset  y 


75    AÍSOS    DE    PERIODISMO  263 

Artime,  y  del  que  fueron  redactores  D.  José  Eche- 
garay,  Mariano  Araus,  Isidoro  Fernández  Flórez, 
Castro  y  Blanc,  Manuel  Fernández  Martín,  Julio 
Vargas,  Rafael  García  Santisteban,  Ortega  Munilla, 
Mariano  de  Cavia,  Manuel  Troyano  y  otros  insignes 
escritores  y  periodistas.  Desde  sus  primeros  tiem- 
pos, El  Imparcial  ofrece  la  fisonomía  de  un  gran 
periódico  moderno,  nutrido  de  información  nacio- 
nal y  extranjera  y  de  excelente  colaboración.  Sus 
hojas  literarias  de  los  lunes,  que  dirigió  Fernanflor 
y  luego  Ortega  Munilla,  representaron  una  innova- 
ción interesantísima  para  los  literatos. 

Una  grave  escisión  en  la  Redacción  de  El  Impar- 
cial á\6  lugar,  hace  cuarenta  y  cinco  años,  al  naci- 
miento de  El  Liberal,  que  fundaron  Fernández 
Flórez,  Mariano  Araus  y  otros  compañeros,  y  por 
cuya  Redacción  pasaron  también  tantas  prestigio- 
sas figuras  del  periodismo,  como  el  inolvidable  don 
Miguel  Moya.  Para  el  periódico  de  Gasset  y  Arti- 
me fué  aquel  un  momento  difícil,  en  el  cual  La 
Época  y  algún  otra  colega  le  prestaron  la  valiosa 
ayuda  de  sus  elementos.  Pero  el  ilustre  D.  Eduar- 
do Gasset,  muerto  el  20  de  mayo  de  1884,  pudo 
tener  la  satisfacción  de  ver  consolidada  su  obra  y 
alcanzando  una  tirada  hasta  entonces  no  conocida 
en  la  Prensa  madrileña. 

Merecen  ser  citados  también  en  los  anales  de 
nuestro  progreso  periodístico  El  Tiempo,  de  Sil- 
vela,  que  dirigió  Guillermo  Ranees,  marqués  de 
Casa  Laiglesia;  El  Nacional,  que  dirigió  el  gran 
periodista  Adolfo  Suárez  de  Figueroa,  y  El  Globo, 
fundado  por  Castelar  hace  cuarenta  y  nueve  años» 


264  LEÓN    ROCH 

y  en  el  que  hicieron  sus  primeras  armas  tantas 
personalidades  eminentes  del  periodismo  y  de  las 
letras,  como  el  malogrado  Navarro  Ledesma.  En 
sus  últimos  tiempos  dirigieron  El  Globo,  adquirido 
entonces  por  el  conde  de  Romanones,  los  ilustres 
periodistas  Francos  Rodríguez  y  Baldomcro  Ar- 
gente, que  han  sido  luego  directores  del  Heraldo 
y  ministros  de  la  Corona. 

De  la  Prensa  de  aquel  tiempo  han  desaparecido 
La  Iberia,  el  famoso  periódico  de  Sagasta  y  Calvo 
Asensio,  que  fué  un  ideal  para  los  periodistas  de 
la  época  y  que  aun  se  oye  pregonar  en  los  días  de 
sorteo,  con  la  lista  de  la  Lotería.  Recientemente 
fué  resucitada  La  Iberia  en  un  lamentable  y  dolo- 
roso ensayo,  para  explotar  la  causa  alemana  du- 
rante la  guerra  europea.  También  desaparecieron 
El  Correo,  que  dirigió  tantos  años  el  inolvidable 
maestro  Perreras,  y  que  murió  en  manos  de  Ur- 
záiz;  El  Correo  Español,  órgano  de  los  carlistas,  y 
El  País,  órgano  republicano,  que  fundó  D.  Anto- 
nio Catena  y  que  dirigió  últimamente  el  gran  pe- 
riodista Roberto  Castrovido. 

Los  radicales  no  han  tenido  nunca  buena  mano 
para  fundar  periódicos,  lo  cual  demuestra  el  esca- 
so arraigo  de  sus  ideas  en  el  país.  Cuantos  ensa- 
yos hicieron  han  fracasado.  Al  dejar  la  dirección  de 
El  País,  Alejandro  Lerroux  fundó,  con  el  doctor 
Ezquerdo,  entonces  jefe  del  partido  progresista,  El 
Progreso,  y  aquel  periódico  desapareció  al  poco 
tiempo.  Después  creó  Lerroux  su  semanario  Pro- 
greso,  especie  de  barricada,  desde  la  cual  realizó 
la  conquista  del  Paralelo.   Más  recientemente  fun- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO 


265 


dó  el  jefe  radical  sus  periódicos  El  Intransigente  y 
El  Radical,  que  tuvieron  vida  efímera.  No  tuvo 
mejor  fortuna  Rodrigo  Soriano  con  su  España  Nue- 
va, muerta  a  los  pocos  años,  reaparecida  ha  poco 


D.    Víctor    Espinos    Moltó, 

CRÍTICO  MUSICAL  DE  <La  ÉpOCA» 


con  el  título  de  Vida  Nueva  y  vuelta  a  desaparecer. 
Asimismo  hay  que  citar,  entre  los  periódicos  des- 
aparecidos, a  La  Justicia,  órgano  de  D.  Nicolás 
Salmerón,  que  dirigió  D.  Rafael  Altamira;  El  Día^ 
del  marqués  del  Riscal,  resucitado,  como  La  Iberia^ 
en  un  desdichado  ensayo  para  explotar  la  genero- 


"266  LEÓN  ROCH 

sidad  de  la  propaganda  alemana;  El  Estandarte, 
del  conde  de  Casa  Sedaño;  La  Monarquía,  que  di- 
rigió Javier  Betegón;  La  Unión  Católica,  tribuna 
periodística  del  maestro  Ortí  y  Lara,  que  lo  diri- 
gió, y  El  Resumen,  otro  buen  periódico  en  el  que 
laboraron  Adolfo  Suárez  de  Figueroa,  antes  de 
fundar  El  Nacional',  el  cronista  Kasabal,  D.  José 
Gutiérrez  Abascal,  que  luego  dirigió  el  Heraldo  de 
Madrid,  y  Joaquín  Dicenta. 

De  la  Prensa  contemporánea  de  El  Imparcial 
existe  el  Diario  de  la  Marina,  que  tiene  cincuenta 
y  cinco  años  y  ha  pasado  por  muchas  vicisitudes. 
Como  periódico  militar  más  antiguo  sigue  a  éste 
La  Correspondencia  Militar,  de  Julio  Amado,  que 
antes  perteneció  a  D.  Diego  Fernández  Arias,  fun- 
dado hace  cuarenta  y  siete  años,  y  más  modernos 
ion  El  Ejercito  Español,  de  Rafael  Esbry,  que  tie- 
ne treinta  y  seis  años,  y  Ejército  y  Armada,  con 
"Veinte. 

Marcó  nueva  y  brillante  etapa  en  el  progreso  de 
la  Prensa  Heraldo  de  Madrid,  creado  por  el  insig- 
ne Canalejas,  que  ya  tiene  treinta  y  dos  años  de 
vida.  Al  aparecer  este  periódico,  con  su  forma 
modernísima,  su  primorosa  confección,  sus  ilustra- 
ciones y  sus  numerosos  colaboradores,  alcanzó  una 
popularidad  extraordinaria,  no  igualada  hasta  en- 
tonces. Fué  la  obra  feliz  de  tres  grandee  periodis- 
tas: Augusto  Suárez  de  Figueroa,  Julio  Burell  y 
Salvador  Cañáis.  Pero  no  se  debe  despojar  al  fun- 
dador de  su  parte  de  gloria,  porque  Canalejas  era 
también  un  gran  periodista.  Los  plumíferos  de  aquel 
tiempo  veían  en  el  Heraldo  el  más  bello  modelo,  y 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  267 

y  muchos  periódicos  de  provincias  imitaron  su 
forma. 

Al  separarse  del  Heraldo  Figueroa,  fundó,  con 
el  conde  de  Romanones,  hace  veintiún  años,  el 
Diario  Universal;  pero  en  éste  no  nos  enseñó  el 
maestro  nada  nuevo.  Julio  Burell  fundó  el  Nuevo 
Heraldo,  que  tuvo  efímera  vida,  y  Salvador  Cañáis 
pasó  a  El  Nacional. 

Más  adelante  hizo  un  feliz  ensayo  de  diario  ilus- 
trado el  insigne  periodista  Julio  Burell,  que  publicó 
El  Gráfico;  pero  la  simpática  empresa  no  tuvo  éxi- 
to. Otro  ensayo  malogrado  fué  el  de  Las  Noveda- 
des, de  Domingo  Blanco,  como  lo  fueron  luego  el 
diario  La  Noche,  fundado  por  el  malogrado  com- 
positor Vicente  Lleó,  entonces  en  pleno  esplendor 
de  su  empresa  de  Eslava,  y  el  Hoy,  un  periódico 
de  grato  y  moderno  aspecto,  obra  del  buen  perio- 
dista Gómez  Hidalgo. 

De  la  Prensa  madrileña  actual,  figuran  entre  los 
periódicos  más  antiguos,  después  de  los  citados.  El 
Socialista,  también  modernizado,  al  convertirse  en 
diario,  que  tiene  treinta  y  ocho  años,  y  El  Univer- 
so, dirigido  por  el  ilustre  maestro  D.  Rufino  Blan- 
co, fundado  hace  veinticuatro.  Merecen  un  grato 
recuerdo  el  periódico  España,  aparecido  el  21  de 
enero  de  1904,  que  dirigió  D.  Manuel  Troyano,  al 
separarse  de  El  Imparcial,  y  en  el  que  Azorín  con- 
quistó su  máxima  popularidad,  haciendo  su  peor 
literatura,  y  El  Español,  creado  en  1900,  y  que  di- 
rigió Sánchez  Guerra. 

El  ilustrado  colega  ABC,  que  sigue  en  anti- 
güedad, con  sus  diecinueve  años  de  existencia,  se- 


268  LEÓN    ROCH 

ñala  otro  gran  progreso  de  la  Prensa  madrileña. 
Su  forma  manuable  y  cómoda  fué  una  trouvaiUe  de 
D.  Torcuato  Luca  de  Tena,  después  del  primer 
ensayo.  Pero  su  crédito  y  popularidad  se  deben 
también  a  sus  ilustraciones,  a  una  confección  es- 
merada y  a  una  copiosa  colaboración.  La  buena 
fortuna  que  con  él  tuvo  Luca  de  Tena,  como  tam- 
bién en  Blanco  y  Negro,  la  notable  revista,  que  fué 
su  primer  ensayo,  no  se  repitió  con  Ecos,  diario  de 
la  noche,  desaparecido  a  poco  de  nacer. 

La  obra  periodística  fundamental  de  Luca  de 
Tena,  que  tendrá  que  ser  recordada  siempre  con 
elogio  y  admiración,  es  el  ^4  5  C.  Jamás  periódico 
alguno  llegó  en  la  Prensa  madrileña  a  alcanzar  ti- 
radas tan  fabulosas,  ni  publicidad  tan  enorme,  que 
lleva  a  las  cajas  de  aquel  periódico  millones  de  pe- 
setas en  un  año.  Tampoco  logró  ningún  periódico 
tan  grandes  perfeccionamientos  en  el  arte  gráfico. 
ABC  estudió  en  España  y  en  el  extranjero  todas 
las  novedades,  todas  las  invenciones,  cual  la  mo- 
dernísima del  huecograbado,  y  todos  los  perfec- 
cionamientos, y  los  implantó  en  su  casa,  sin  repa- 
rar en  gastos,  hasta  lograr  el  triunfo.  Así  se  ha 
hecho  e\  A  B  C,  por  la  voluntad  tenaz  de  un  hom- 
bre, con  el  concurso  de  muchos  periodistas  y  es- 
critores ilustres,  y  A  B  C  es  un  periódico  que  hon- 
ra y  enaltece  en  alto  grado  a  la  Prensa  española. 
Cuantas  personalidades  eminentes  del  globo  pasan 
por  Madrid,  van  a  visitar  aquel  pequeño  mundo 
de  A  B  C,  en  el  que  se  agita  un  ejército  de  inteli- 
gentes obreros,  y  todos  reconocen  que  el  gran  pe- 
riódico  español  está  a  la  altura  de  los  primeros 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  269 

periódicos   de  París,  de  Nueva  York,  de  Buenos 
Aires  y  de  Londres. 

En  el  orden  cronológico  siguen  al  periódico  de 
Luca  de  Tena  El  Siglo  Futuro,  que  en  su  segunda 
época  ha  cumplido  dieciséis  años;  El  Mundo,  fun- 
dado  por  Santiago  Mataix,  y  La  Prensa,  de  Ramón 
Melgares,  que  han  entrado  en  el  diecisiete,  y  El 
Debate,  que  lleva  trece. 


Página  interesante  de  la  vida  periodística  ma- 
drileña, que  merece  ser  recordada,  porque  repre- 
senta una  modalidad  sin  precedente,  fué  la  crea- 
ción de  la  Sociedad  Editorial  de  España,  fundada 
el  30  de  abril  de  1900.  En  ella  entraron  El  Impar- 
cial,  El  Liberal  y  Heraldo  de  Madrid,  que  acababa 
de  aquirir  la  empresa  de  este  último,  y  los  Libera- 
les de  provincias,  siendo  los  factores  principales 
D.  Miguel  Moya  y  D.  Antonio  Sacristán.  Pero  la 
Sociedad  así  constituida  fracasó  pronto,  retirán- 
dose de  ella  El  Imparcial.  La  entidad  continuó 
funcionando  con  el  mismo  nombre  y  los  demás 
componentes,  algunos  de  los  cuales  desaparecie- 
ron o  se  disgregaron  más  tarde. 

Este  recuerdo  nos  hace  evocar  otra  página  muy 
interesante  de  nuestra  vida  periodística,  la  más 
importante  acaso  de  los  últimos  tiempos  en  el  or- 
den social  y  profesional.  Nos  referimos  al  movi- 
miento sindicalista  que  estalló  en  diciembre  de 
1919  y  que  produjo  sus  más  graves  daños  en  los 
dos  grandes  diarios  que  quedaban   a  la  Sociedad 


270  LEÓN    ROCH 

Editorial  de  España  El  Liberal  y  Heraldo  de  Ma- 
drid. El  movimiento  sindicalista,  con  los  graves 
disgustos  que  ocasionó,  fue  la  causa  de  la  muerte 
del  ilustre  Moya  en  19  de  agosto  del  año  siguiente, 
a  la  que  han  seguido  otras  vicisitudes  de  los  dos 
grandes  diarios.  La  huelga  sindicalista  abortó  como 
desmedrado  fruto  un  periodiquito  que  se  tituló 
Nuestro  Diario,  y  que  duró,  por  fortuna,  muy  pocos 
días. 

Como  consecuencia  de  la  huelga  sindicalista  se 
produjeron  dos  graves  escisiones  en  la  redacción 
de  El  Liberal  y  Heraldo  de  Madrid.  El  grupo 
separado  del  primero — he  aquí  como  la  historia  se 
repite — ,  con  Luis  de  Oteyza  a  la  cabeza,  fundó  el 
periódico  La  Libertad,  que  alcanzó  un  gran  éxito, 
y  que  en  los  cinco  años  que  tiene  de  existencia  ha 
consolidado  su  posición.  No  acompañó  la  misma 
fortuna  al  grupo  de  redactores  separados  del 
Heraldo,  cuyos  ensayos,  resucitando  el  Nuevo  He- 
raldo y  luego  Hoy,  fueron  completos  fracasos.  Re- 
cientemente un  pequeño  grupo  separado  de  La 
Libertad  hizo  un  lamentable  ensayo  periodístico, 
fundando  el  Diario  del  Pueblo,  que  resultó  un  feto 
con  vida  para  tres  días. 

Durante  los  últimos  años  se  publicaron  otros 
muchos  periódicos  de  vida  efímera,  especialmente 
en  la  época  de  la  gran  tragedia  europea,  en  la  que 
se  crearon  algunos  para  defender  a  Alemania.  Me- 
recen grata  recordación  La  Mañana,  de  D.  Luis 
Silvela,  el  actual  alto  comisario  en  Marruecos;  El 
Fígaro,  un  excelente  diario  ilustrado,  que  dirigió 
Ibáñez  de  Ibero;  La  Jornada  y  El  Pensamiento  Es- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  271 

pañol,  que  fundó  el  Sr.  Vázquez  de  Mella,  recor- 
dando el  de  Navarro  Villoslada.  También  pertenece 
a  los  últimos  tiempos  La  Nación,  que  dirigió  Pola- 
vieja,  creado  únicamente  para  defender  la  causa 
alemana  durante  la  gran  guerra.  Más  reciente  es  la 
nueva  y  fracasada  resurrección  de  El  Tiempo,  por 
D.  Fernando  Melgarejo.  También  fracasó  el  diario 
militar  Marte,  creado  por  D.  Diego  Fernández 
Arias. 

Los  últimos  jalones  de  la  moderna  transforma- 
ción de  la  Prensa  diaria  madrileña  fueron  senta- 
dos por  La  Tribuna,  el  periódico  fundado  por  Milá 
y  Camps,  y  dirigido  por  Salvador  Cánovas  Cervan- 
tes, que  ha  sufrido  distintos  cambios  y  suspensio- 
nes, y  ha  entrado  en  el  año  12  de  su  publicación, 
dirigido  ahora  por  Gallo  de  Renovales;  La  Acción, 
el  periódico  de  Delgado  Barreto,  que  ya  cuenta 
ocho  años;  El  Sol,  fundado  por  el  ilustre  ingeniera 
D.  Nicolás  María  de  Urgoiti,  y  dirigido  ahora  por 
el  notable  periodista  Félix  Lorenzo,  que  ha  cum- 
plido siete  años  y  representa  una  nueva  modalidad 
en  el  arte  de  hacer  y  confeccionar  periódicos;  La 
Voz,  otro  admirable  periódico,  con  cuatro  años  de 
existencia,  fundada  también  por  Urgoiti  y  dirigido 
por  el  buen  periodista  y  escritor  Fabián  Vidal,  e 
Informaciones,  creado  por  Leopoldo  Romeo,  com- 
prado por  D.  Rafael  Barón  y  dirigido  ahora  por 
el  notable  periodista  Augusto  Vivero,  que  ya  ha 
cumplido  su  primer  año. 

Los  últimos  ensayos  periodísticos  realizados  son 
£/ A^oíic/ero,  fundado  el  martes  19  de  junio  de  1923,^ 
y  que  rápidamente  ha  desaparecido,  y  La  Opi- 


272  LEÓN    ROCH 

nión,  periódico  de  agradable  aspecto,  que  apareció 
fundado  por  el  Sr.  García  Revenga  y  dirigido  por 
D.  Manuel  Aznar,  bajo  la  gerencia  de  D.Julio  Ro- 
meo, y  que  actualmente  dirige  el  concejal  D.  Anto- 
nio López  Baeza. 

No  hemos  de   poner  término  a  estos  párrafos 
sin  consignar  otro  hecho  de  gran  interés  para  la 
vida  de  la  Prensa,  y  digno  de  eterna  recordancia  y 
gratitud  para  los  periodistas.  Queremos  referirnos 
a  la  aplicación  de  la  ley  del  Descanso  dominical  a 
los  periódicos;   reforma  justiciera  y  benéfica,  que 
ha  permitido  a  los  «chicos  de  la  Prensa>,  a  los  hu- 
mildes, a  los  que  trabajan  de  verdad,  descansar  un 
día,  después  de  seis  jornadas  de  rudo   y  molesto 
trabajo.  El  15  de  enero  de  1920  fué  firmado  el  de- 
creto correspondiente,  y  el  ministro  de  la  Gober- 
nación que  lo   refrendó   fué   el  ilustre  catedrático 
D.Joaquín  Fernández  Prida,  para  quien  todo  perio- 
dista,   agradecido   al    bien   que   recibiera,    tendrá 
siempre  un  recuerdo  grato  y  una  alabanza  justa. 
Más  de  tres  años  han  transcurrido  de  la  implanta- 
ción de  la  reforma,  y  arraigada  ya  ésta  en  las  cos- 
tumbres periodísticas,  difícil  será  que  desaparezca 
o  se  modifique,  aunque  haya  algunos  tenaces  ele- 
mentos que   lo   procuren.    Los   periodistas   deben 
oponerse  con  energía  y  decisión  a  todo  intento  de 
modificación  en  el  descanso  dominical,  con  el  fir- 
me  propósito    de   que   permanezca  intangible   su 
«conquista>.  Gracias  a  ésta  descansan  un  día  cada 
semana  los  obreros  intelectuales  del  periódico,  que 
no  deben  ser  de  peor  condición  que  los  demás; 
de  otro  modo,  descansarían  quizás  algunos,  pero 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  273 

otros  muchos,  los  más  acaso,  seguirían  amarrados 
a  su  galera,  sin  gozar  un  solo  día  de  libertad  ma- 
terial y  espiritual. 


El  gran  progreso  realizado  en  no  largo  espacio 
de  tiempo  por  la  Prensa  madrileña  se  advierte  más 
rápidamente  y  en  más  alto  grado  en  las  revistas 
ilustradas,  en  las  cuales  se  refleja  admirablemente 
la  revolución  operada  en  las  artes  gráficas.  En 
unos  cuantos  años  esta  Prensa  artística  se  ha  co- 
locado a  la  altura  de  la  de  los  países  más  adelan- 
tados del  mundo,  y  nada  tiene  que  envidiar  a  las 
buenas  revistas  inglesas,  francesas   y   americanas. 

En  el  período  a  que  nos  referimos,  la  Prensa 
festiva  y  satírica  estuvo  dignamente  representada 
por  Madrid  Cómico,  el  semanario  de  Sinesio  Del- 
gado, que  alcanzó  tan  extraordinaria  popularidad, 
y  Gedeón,  la  revista  famosa,  creada  por  ingenios 
tan  peregrinos  como  Navarro  Ledesma,  Antonio 
Palomero,  Royo  Villanova  y  José  de  Roure,  los 
cuatro  desaparecidos  en  edad  temprana,  y  el  ad- 
mirable caricaturista  Sileno.  Madrid  Cómico,  en  el 
que  lograron  justa  fama  dibujantes  tan  gracio- 
sos como  el  malogrado  Mecachis,  Cilla  y  Melitón 
González  y  tantos  escritores  de  ingenio,  fué  el  ideal 
para  los  literatos  jóvenes  de  su  tiempo  y  el  sema- 
nario predilecto  del  público.  Otros  periódicos  fes- 
tivos excelentes  hubo,  como  el  Don  Quijote,  de 
Eduardo  Sojo,  que  dirigió  luego  un  literato  tan 
exquisito  como  Miguel  Sawa,  pero   ninguno  logró 

18 


274  LEÓN  ROCH 

alcanzar  el  éxito  y  la  popularidad  de  Madrid  Có- 
mico y  de  Gedeón,  excepto  El  Mentidero,  la  famo- 
sa revista  de  Delgado  Barreto. 

Pasó  la  época  de  aquellas  revistas,  porque  cam- 
biaron los  gustos  del  público,  señor  y  tirano  de 
artistas  y  plumíferos,  siempre  olvidadizo  e  ingrato, 
y  los  semanarios  festivos  y  satíricos  desaparecie- 
ron para  no  volver  más.  A  sustituirles  vino  en  la 
preferencia  del  público  la  moderna  Prensa  gráfica, 
que  ha  realizado  una  transformación  completa  y 
admirable.  Tan  completa,  que  hasta  la  tradicional 
y  venerable  Ilustración  Española  y  Americana,  la 
prestigiosa  revista  de  D.  Abelardo  de  Carlos,  pe- 
reció en  el  naufragio  de  las  cosas  viejas. 

En  la  historia  de  la  Prensa  gráfica  española,  La 
Ilustración  ha  de  ocupar  un  capítulo  de  honor. 
Representó  en  su  tiempo,  sobre  el  Semanario  Pin- 
toresco y  el  Museo  de  las  Familias,  un  gran  paso  de 
avance  y  llenó  un  largo  período  de  transición  en- 
tre aquellas  viejas  revistas  y  la  moderna  Prensa 
ilustrada.  Todo  el  arte  de  la  época  estuvo  repre- 
sentado en  las  páginas  de  La  Ilustración,  y  fuera 
ingrato  negar  a  ésta  la  gran  influencia  que  ejerció 
en  la  educación  y  en  la  cultura  del  público.  En  ella 
publicaron  sus  dibujos  los  más  notables  artistas  de 
aquel  tiempo,  y  colaboraron  los  literatos,  los  histo- 
riadores, los  críticos  y  los  poetas  más  famosos. 
Merced  a  ello  logró  el  extraordinario  crédito  y  la 
verdadera  popularidad  que  gozó  en  España  y  en 
América.  En  los  últimos  años  de  su  publicación, 
sus  números  corrientes  y  los  extraordinarios  de 
primeros  de  año,  que  constituían  interesantísimos 


75    AÑOS    DE   PERIODISMO  275 

libros,  eran  una  digna  representación  de  los  pro- 
gresos de  las  artes  gráficas. 

Dos  popularísimas  revistas  iniciaron  la  transfor- 
mación: Blanco  y  Negro,  fundada  por  el  Sr.  Luca 
de  Tena,  y  Nuevo  Mundo,  creada  por  el  ilustre 
pedagogo  y  periodista  D.  José  del  Perojo.  La  pri- 
mera, verdadera  ilustración  popular,  después  de 
varias  reformas,  fué  como  una  revelación,  que  en 
un  momento  alcanzó  extraordinario  éxito,  exten- 
diéndose por  todas  las  provincias.  La  segunda,  que 
también  ha  experimentado  muchas  reformas  y  no 
pocas  vicisitudes,  fué  la  revista  popular  por  exce- 
lencia, y  alcanzó,  como  Blanco  y  Negro,  tiradas 
enormes.  El  Sr.  Perojo  publicó  también  la  revista 
mensual  Por  Esos  Mundos,  verdadero  magazin,  muy 
interesante,  que  vivió  algunos  años. 

La  actual  Sociedad  «Prensa  Gráfica»,  que  edita 
Nuevo  Mundo,  publica  también  la  popularísima 
revista  Mundo  Gráfico,  la  magnífica  titulada  La 
Esfera,  ilustración  artística  de  singulares  méritos, 
y  Elegancias,  otra  revista  admirable,  que  ha  empe- 
zado a  publicarse  recientemente  y  que  merece  al- 
canzar un  gran  éxito.  Todas  estas  revistas,  cada 
una  en  su  clase,  como  también  Blanco  y  Negro,  son 
títulos  de  honor  de  la  Prensa  española  y  una  gran 
ejecutoria  de  progreso  para  las  artes  gráficas  de 
nuestra  Patria,  y  las  personalidades  que  las  dirigen 
y  confeccionan,  el  ilustr  e  Francisco  Verdugo,  Ma- 
riano Zavala,  el  hombre  de  confianza  del  llorado 
Perojo;  el  gran  fotógrafo  Campúa,  el  buen  perio- 
dista Augusto  Barrado,  y  algunos  más,  merecen  ser 
admirados  por  el  colosal  esfuerzo  que  realizan. 


276  LEÓN  ROCH 

Al  mismo  tiempo  que  se  publicaban,  en  pleno 
éxito,  esas  magníficas  revistas,  se  hicieron  otros  ad- 
mirables ensayos,  que  no  lograron  la  misma  fortu- 
na. Merecen  ser  citadas  por  su  esmero,  su  arte  y  su 
lujo,  Mundial,  hermosa  revista,  que  nada  tenía  que 
envidiar  a  las  mejoras  extranjeras;  Voluntad  y  Sa- 
lud, magníficas  también,  que  representaban  un  ex- 
traordinario alarde;  Gran  Mundo,  que  dirigió  el 
simpático  Jordán  de  Urriesflomillares),  Actualida- 
des, Gente  Menuda,  primera  revista  para  niños,  que 
también  dio  a  luz  el  Sr.  Luca  de  Tena.  Las  revis- 
tas teatrales  no  lograron  nunca  alcanzar  el  éxito; 
se  hicieron  ensayos  notables  por  el  ilustre  Perojo, 
por  Antonio  Asenjo,  el  admirable  sainetero;  Con- 
iferas Camargo  y  alguno  más;  pero  todos  ellos 
resultaron  fracasados.  La  misma  mala  fortuna 
acompañó  a  las  revistas  de  salones  aristocráticos; 
todos  los  ensayos  que  se  hicieron  fracasaron  dolo- 
rosamente,  y  solamente  una  publicación  de  esta 
índole  ha  logrado  el  éxito  y  se  ha  consolidado:  la 
revista  Vida  Aristocrática,  que  publica  y  dirige  el 
notable  crpnista  D.  Enrique  Casal  (León  Boyd), 
tan  estimado  en  la  sociedad  madrileña,  y  de  la  que 
es  redactor-jefe  el  distinguido  escritor  y  poeta  don 
Guillermo  Fernández  Shaw.  Vida  Aristocrática  es 
también  una  publicación  que  enaltece  a  nuestra 
Prensa  ilustrada.  Recientemente  ha  comenzado  a 
publicarse  La  Ilustración  Universal,  admirable- 
mente editada  y  confeccionada  a  todo  lujo,  con 
planas  en  color,  que  es  un  verdadero  primor. 

No  hemos  de  hablar  aquí  de  las  revistas   profe- 
sionales, que  se  publican  en  extraordinario  número 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  277 

y  son  una  digna  representación  de  nuestra  Prensa 
semanal,  porque  esto  nos  llevaría  demasiado  lejos; 
ni  de  las  revistas  mensuales  de  carácter  literario, 
en  las  que  se  hicieron  ensayos  tan  interesantes 
como  La  Lectura,  de  Francisco  Acebal,  que  vivió 
algunos  años,  y  Cosmópolis,  de  Gómez  Carrillo, 
que  solamente  existió  algunos  meses.  Tampoco  las 
revistas  de  este  carácter  lograron  fortuna  en  nues- 
tro mercado  periodístico.  Actualmente  se  publican 
Nuestro  Tiempo,  que  dirige  el  ilustre  Salvador  Ca- 
ñáis; Raza  Española,  notabilísima  revista,  dirigida 
por  la  admirable  escritora  doña  Blanca  de  los  Ríos, 
y  Revista  de  Occidente,  que  ha  empezado  a  publicar 
el  sabio  catedrático  D.  José  Ortega  y  Gasset. 

Por  nuestro  natural  dulce  y  benévolo,  al  cerrar 
este  trabajo,  deseando  salud  y  paz  a  nuestros  cole- 
gas actuales,  lamentaríamos  la  pérdida  de  los  que 
desaparecieron.  Pero  a  la  par  somos  un  poco  fata- 
listas, y  creemos  que  cuanto  sucede  ocurre  porque 
debe  suceder.  En  esto,  como  en  todo,  los  hechos 
se  imponen  con  su  fuerza  irresistible  y  lógica.  De- 
jemos, pues,  que  los  muertos  descansen... 


EFEMÉRIDES  Y  RECUERDOS 


El  último  cuarto  de  siglo  ha  sido  dolorosamente 
fecundo  en  sucesos  importantes  y  trascendentales, 
así  en  el  extranjero  como  dentro  de  nuestro  país. 
De  algunos  de  ellos  hemos  de  apuntar  el  recuerdo, 
por  lo  que  tiene  de  interesante  y  curioso,  ya  que  a 
evocaciones  de  ese  lapso  de  tiempo  está  consagra- 
do este  libro,  al  mismo  tiempo  que  recordamos 
otros  hechos  que  sólo  afectan  a  España  y  a  nues- 
tras particulares  afecciones. 

En  la  vida  exterior,  el  hecho  más  extraordinario 
y  terrible,  sin  precedente  de  tan  trágica  grandeza 
en  la  historia  de  la  Humanidad,  ha  sido  la  guerra 
europea  de  1914,  acaso  la  más  espantosa  confla- 
gración que  vieron  los  siglos.  De  ella  se  derivaron 
consecuencias  de  extrema  gravedad  y  trascenden- 
cia para  todos  los  pueblos,  tan  importantes  como 
las  gigantescas  batallas  libradas,  y  aun  más  doloro- 
sas  y  horribles  porque  no  tuvieron  la  grandeza  de 
aquélla. 

Dentro  del  limitado  círculo  de  la  vida  nacional, 
se  han  registrado  las  varias  campañas  de  Marrue- 
cos, que  culminan  en  la  espantosa  tragedia  del  de- 


280  LEÓN  ROCH 

rrumbamiento  de  la  Comandancia  de  Melilla,  en 
julio  de  1921;  las  luchas  sanguinarias  del  terroris- 
mo barcelonés,  que  con  distintos  aspectos  y  carac- 
teres se  extienden  a  casi  todo  ese  tiempo;  las  cam- 
pañas antipatriotas  del  catalanismo,  que  es  otro 
terrorismo  incruento,  con  sus  etapas  de  la  solida- 
ridad, la  Mancomunidad  y  la  Asamblea  de  parla- 
mentarios; huelgas  revolucionarias,  la  más  impor- 
tante de  las  cuales  fué  la  de  1917,  vencida  con 
gran  energía  por  el  Gobierno  de  Dato  y  Sánchez 
Guerra;  las  campañas  de  desprestigio  de  las  Juntas 
de  defensa  y  alentados  brutales  y  trágicos.  El  más 
espantoso  y  emocionante  de  éstos  fué  el  del  31  de 
mayo,  en  la  calle  Mayor,  en  la  ocasión  solemne  de 
las  bodas  del  Rey  Don  Alfonso  XIII. 

He  aquí  algunos  de  los  recuerdos  y  efemérides 
que  tenemos  anotados: 

Año  de  1898: 

19  de  mayo.  —  Muerte  del  gran  político  inglés 
Gladstone. 

10  de  diciembre. — Firma  del  Tratado  de  paz  en- 
tre los  Estados  Unidos  y  España. 

1899: 

16  de  febrero. — Muerte  del  Presidente  de  la  Re- 
pública francesa  M.  Félix  Faure. 

25  de  mayo. — Muere  el  insigne  orador  español 
D.  Emilio  Castelar. 

1900: 

29  de  julio. — Asesinato  del  Rey  Humberto  de 
Italia  por  el  anarquista  Bresci. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  281 

23  de  septiembre. — Muerte  del  insigne  capitán 
general  D.  Arsenio  Martínez  de  Campos. 

190!: 

22  de  enero. — Muerte  de  la  gran  Reina  Victoria 
de  Inglaterra. 

11  de  febrero. — Muerte  del  ilustre  poeta  D.  Ra- 
món de  Campoamor. 

14  de  febrero. — Boda  de  la  Princesa  de  Asturias 
Doña  María  de  las  Mercedes,  hermana  del  Rey 
Don  Alfonso  XIII,  con  el  Infante  Don  Carlos  de 
Borbón-Sicilia. 

11  de  agosto. — Muerte  del  famoso  político  ita- 
liano Francisco  Crispí. 

6  de  septiembre. — Atentado  contra  el  Presiden- 
te de  los  Estados  Unidos,  Mackinley,  muerto  el 
día  13. 

28  de  noviembre.  — Muerte  del  ilustre  repúblico 
D.  Francisco  Pi  y  Margall. 

1902: 

17  de  abril. — Muerte  del  Rey  Don  Francisco  de 
Asís,  en  Epinay. 

17  de  mayo. — Declaración  de  la  mayoría  de  edad 
del  Rey  Don  Alfonso  XIII. 

23  de  mayo. — Creación  de  la  Orden  civil  de  Al- 
fonso XIII. 

1903- 

5  de  enero. — Muerte  del  famoso  político  don 
Práxedes  Mateo  Sagasta,  jefe  del  partido   liberal. 


282  LEÓN  ROCH 

8  de  febrero. — Muerte  del  ex  ministro  conser- 
vador duque  de  Tetuán. 

28  de  febrero. — Muerte  de  D.  Laureano  Figue- 
rola,  ex  Presidente  de  la  República  española. 

2  de  junio. — Muerte  del  ilustre  poeta  D.  Gaspar 
Núñez  de  Arce. 

11  de  julio. — Asesinato  del  Rey  Alejandro  de 
Servia  y  de  la  Reina  Draga. 

20  de  julio.  —  Muerte  del  insigne  Pontífice 
León  XIII. 

21  de  diciembre. — Muerte  del  ex  ministro  y  ex 
redactor  de  La  Época  D.  Carlos  Navarro  Rodrigo. 

1904: 

1.°  de  enero. — Muere  el  ilustre  periodista  Au- 
gusto Suárez  de  Figueroa. 

7  de  febrero. — Se  rompen  las  hostilidades  entre 
Rusia  y  el  Japón,  en  la  sangrienta  guerra  de  la 
Mandchuria. 

15  de  marzo. — Entrevista  del  Emperador  Gui- 
llermo II  de  Alemania  con  el  Rey  de  España,  en 
Vigo,  a  bordo  del  acorazado  Principe  Federico. 

9  de  abril. — Muerte  de  la  Reina  Isabel  II,  en 
París. 

11  de  agosto. — Muerte  del  famoso  político  fran- 
cés M.  Waldeck  Rousseau. 

17  de  octubre. — Muerte  de  la  Princesa  de  Astu- 
rias Doña  María  de  las  Mercedes,  hermana  del  Rey 
Alfonso  XIII. 

1905: 

18  de  marzo.  —  Homenaje  nacional  al  insigne 


75    AÑOS   DE   PERIODISMO  283 

dramaturgo  D.  José  Echegaray,  por  haberle  sido 
concedido  el  premio  Nobel  de  1904. 

8  de  abril. — Catástrofe  del  hundimiento  del  ter- 
cer depósito  del  Canal  de  Isabel  II. 


D.  Guillermo  Fernández  Shaw, 

REDACTOR  DE   <La  EpOCA>  Y  APLAUDIDO  AUTOR  DRAMÁTICO 

29  de  mayo. — Muerte  del  insigne  político  con- 
servador D.  Francisco  Silvela. 

31  de  mayo. — Atentado  contra  el  Rey  Don  Al- 
fonso XIII  de  España,  en  la  rué  de  Rivoli  de 
París. 

23  de  octubre. — Visita  del  Presidente  de  Fran- 
cia, M.  Loubet,  a  Madrid. 


284  LEÓN    ROCH 

191)6: 

12  de  enero. — Boda  de  la  Infanta  María  Teresa, 
hermana  del  Rey  Don  Alfonso  XIII,  con  el  Infante 
Don  Fernando  de  Baviera,  hijo  de  la  Infanta  Doña 
Paz. 

16  de  enero. — Se  reúne  la  Conferencia  de  Alge- 
ciras  sobre  Marruecos,  que  terminó  sus  trabajos 
con  la  firma  del  Acta  de  31  de  marzo. 

17  de  enero. — Elección  del  Presidente  de  la  Re- 
pública francesa,  M.  Fallieres. 

3  de  marzo.  —  Muere  el  ilustre  político  conserva- 
dor D.  Francisco  Romero  Robledo. 

12  de  marzo. — Visita  de  los  Reyes  Don  Carlos 
y  Doña  Amelia  de  Portugal  a  Madrid. 

30  de  abril. — Se  crea  la  Sociedad  Editorial  de 
España,  entrando  en  ella  El  Imparcial,  El  Liberal 
y  Heraldo  de  Madrid. 

31  de  mayo. — Bodas  de  los  Reyes  Don  Alfon- 
so XIII  de  España  y  Doña  Victoria  Eugenia  de 
Battemberg,  y  atentado  de  Mateo  Morral,  en  la 
calle  Mayor. 

23  de  junio. — Muere  el  político  liberal  D.  Juan 
Manuel  Sánchez  y  Gutiérrez  de  Castro,  duque  de 
Almodóvar  del  Río,  iniciador  de  la  Conferencia  de 
Algeciras. 

(En  este  año  le  fué  concedido  el  premio  Nobel 
para  las  Ciencias  al  insigne  sabio  español  doctor 
D.  Santiago  Ramón  y  Cajal.) 

1907: 

20  de  marzo, — Visita  del  Rey  de  Sajonia,  Fede- 
rico Guillermo,  a  Madrid. 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  285 

8  de  abril. — Entrevista  del  Rey  Eduardo  VII  de 
Inglaterra  y  el  Rey  de  España  en  Cartagena. 

10  de  mayo.  —  Nacimiento  de  S.  A.  R.  Don  Al- 
fonso de  Borbón  y  de  Battemberg,  Príncipe  de  As- 
turias. 

1908: 

10  de  febrero. — Asesinato  en  Lisboa  del  Rey 
Carlos  de  Portugal  y  del  Príncipe  heredero  Don 
Felipe. 

23  de  junio. — Nace  S.  A.  R.  el  Infante  Don 
Jaime,  hijo  de  los  Reyes. 

5  de  octubre, — Proclamación  de  la  independen- 
cia de  Bulgaria. 

28  de  diciembre. — Terribles  terremotos  en  Italia, 
con  la  destrucción  de  Reggio  y  Mesina. 

1909: 

22  de  junio. — Nace  S.  A.  R.  la  Infanta  Doña 
Beatriz,  hija  de  los  Reyes. 

18  de  julio. — Muerte  del  Pretendiente  D .  Car- 
los de  Borbón. 

8  de  noviembre. — Visita  a  Madrid  del  Rey  Don 
Manuel  de  Portugal. 

17  de  diciembre. — Muerte  del  Rey  Leopoldo  de 
Bélgica. 

1910: 

1.°  de  mayo. — S.  A.  la  Infanta  Doña  Isabel  em- 
prende su  viaje  a  la  República  Argentina. 

6  de  mayo. — Muerte  del  Rey  Eduardo  Vil  de  In- 
glaterra . 


286  LEÓN  ROCH 


1911: 


8  de  febrero. — Muerte  del  insigne  sabio  español 
D.  Joaquín  Costa. 

25  de  junio. — Se  celebra  en  Madrid  el  Gran  Con- 
greso Eucarístico, 

12  de  diciembre. — Nace  S.  A.  R.  la  Infanta  Do- 
ña Cristina,  hija  de  los  Reyes. 

1912: 

30  de  septiembre.  —  Muerte  de  la  malograda  In- 
fanta Doña  María  Teresa,  hermana  del  Rey  Don 
Alfonso  XIII. 

12  de  noviembre. — Asesinato  del  jefe  del  Go-- 
bierno  D.  José  Canalejas,  por  el  anarquista  Par- 
diñas. 

1913: 

17  de  enero. — Elección  del  Presidente  de  la  Re- 
pública francesa  M.  Raymond  Poincaré. 

28  de  enero. — Muerte  del  ilustre  poUtico  y  elo- 
cuente orador  español  D.  Segismundo  Moret. 

19  de  marzo. —  Asesinato  del  Rey  Jorge  de 
Grecia. 

13  de  abril. — Atentado  contra  el  Rey  de  España, 
por  el  anarquista  Sancho  Alegre,  en  la  calle  de 
Alcalá. 

20  de  junio. — Nace  S.  A.  R.  el  Infante  Donjuán, 
hijo  de  los  Reyes. 

7  de  octubre. — Visita  del  Presidente  de  la  Re- 
pública Francesa,  M.  Poincaré,  a  Madrid. 

19  de  octubre. — Muerte  del  insigne  orador,  di- 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO  287 

rector  de  la  Real  Academia  Española  de  la  Lengua» 
D.  Alejandro  Pidal  y  Mon. 

1914: 

28  de  junio. — Es  asesinado  en  Sarajevo  el  ar- 
chiduque Francisco  Fernando,  heredero  de  la  Co- 
rona de  Austria-Hungría,  dramático  suceso,  del 
cual  se  derivan  a  poco  los  horrores  de  la  tragedia 
europea. 

20  de  agosto. — Muerte  del  Pontífice  Pío  X. 

24  de  octubre. — Nace  S.  A.  R.  el  Infante  Don 
Gonzalo,  hijo  de  los  Reyes. 

1915: 

30  de  mayo. — Muerte  del  ilustre  político  con- 
servador, capitán  general  D.  Marcelo  de  Azcá- 
rraga. 

1916: 

14  de  septiembre. — Muerte  del  ¡lustre  drama- 
turgo español  D.  José  Echegaray. 

21  de  noviembre. — Muerte  del  Emperador  Fran- 
cisco José  de  Austria-Hungría. 

1917: 

14  de  diciembre. — Muerte  del  ilustre  catedráti- 
co D.  Gumersindo  de  Azcárate. 

17  de  diciembre. — Muerte  del  ex  ministro  con- 
servador D.  Fermín  de  Lasala,  duque  de  Mandas. 

1918: 

26  de  junio. — Asesinato  del  Zar  de  Rusia  y  de 
la  familia  Imperial. 


288  LEÓN    ROCH 

11  de  noviembre. — Firma  del  armisticio  para  la 
paz,  después  de  la  trágica  guerra  europea. 

15  de  diciembre. — Asesinato  del  Presidente  de 
la  República  portuguesa,  Sidonio  Paes. 

1919: 

21  de  febrero. — Muerte  del  ilustre  periodista  y 
político  D.  Julio  Burell. 

3  de  junio.  —  Muerte  del  inolvidable  político  con- 
servador D.  Augusto  González  Besada. 

17  de  junio. — Muerte  del  ex  ministro  conserva- 
dor D.Javier  Ugarte. 

28  de  junio. — Firma  del  Tratado  de  paz  de  Ver- 
salles. 

1920: 

2  de  enero. — Muerte  del  insigne  novelista  espa- 
ñol D.  Benito  Pérez  Galdós. 

17  de  enero. — Elección  del  Presidente  de  la  Re- 
pública francesa  M.  Paul  Deschanel,  que  poco  des- 
pués sufre  un  ataque  de  locura  y  tiene  que  abando- 
nar el  puesto. 

5  de  abril. — Estalla  la  revolución  en  Irlanda. 

12  de  julio.  —  Muere  en  Madrid  la  Emperatriz 
Eugenia,  condesa  de  Teba,  viuda  del  Emperador 
Napoleón  III  de  Francia. 

14  de  julio.  —  Muerte  del  gran  periodista  español 
Mariano  de  Cavia. 

4  de  agosto. — Es  asesinado  en  Valencia  por  los 
sindicalistas  el  ex  gobernador  de  Barcelona  don 
Francisco  Maestre  Laborde,  conde  de  Salvatierra. 

19  de  agosto. — Muere  en  San  Sebastián  el  ilus- 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  289 

tre  periodista  D.  Miguel  Moya,  director  de  El  Li- 
beral. 

23  de  septiembre. — Elección  del  Presidente  de 
la  República  francesa  M.  Millerand. 

29  de  noviembre. — Embajada  del  Infante  Don 
Fernando  María  de  Baviera  a  Chile. 

1921: 

15  de  enero. — Se  declara  la  famosa  huelga  de 
los  empleados  de  Hacienda  en  España. 

31  de  enero. — Visita  a  Madrid  de  los  Reyes 
Carlos  e  Isabel  de  Bélgica. 

8  de  marzo. — Asesinato  del  ilustre  político  don 
Eduardo  Dato  Iradier,  jefe  del  Gobierno  y  del  par- 
tido conservador. 

12  de  mayo. — Muerte  de  la  insigne  novelista 
doña  Emilia  Pardo  Bazán,  condesa  de  Pardo  Bazán. 

23  de  mayo. — Muerte  del  ilustre  general  D.  Fer- 
nando Primo  de  Rivera,  marqués  de  Estella. 

21  de  julio. — Primeros  sucesos  del  trágico  de- 
rrumbamiento de  la  Comandancia  de  Melilla  con 
el  desastre  de  Annual. 

14  de  noviembre. — Reunión  de  la  Conferencia 
del  Trabajo  en  Washington. 

15  de  noviembre. — Muerte  del  ex  ministro  con- 
servador marqués  de  Portago. 

1922: 

23  de  enero.  —  Muerte  del  Pontífice  Benedic- 
to XV  y  del  cardenal  español  D.  Enrique  de  Alma- 
raz,  arzobispo  de  Toledo. 

7  de  febrero. — Elección  de  S.  S.  el  Papa  Pío  XI. 

19 


290  LEÓN    ROCH 

1."  de  abril. — Muerte  del  destronado  Emperador 
Carlos  de  Austria. 

9  de  abril. — Homenaje  nacional  a  los  ¡lustres 
actores  María  Guerrero  y  Fernando  Díaz  de  Men- 
doza. 

13  de  mayo. — Muerte  gloriosa  del  heroico  te- 
niente coronel  González  Tablas,  jefe  de  los  Regula- 
'res  de  Ceuta. 

1."  de  agosto. — Visita  a  España  del  Presidente 
de  la  República  Argentina  D.  Marcelo  de  Alvear. 

2  de  agosto. — Muerte  del  sabio  inventor  Gra- 
ham  Bell. 

22  de  agosto. — Muerte  del  ¡lustre  político  y 
hombre  de  ciencia  marqués  de  Cerralbo. 

28  de  agosto. — Abdicac¡ón  del  Rey  Constantino 
de  Grec¡a,  arrojado  del  Trono  por  la  Revolución, 
y  proclamación  del  Rey  Jorge. 

10  de  octubre. — Visita  del  Shah  de  Persla  a 
Madrid. 

9  de  nov¡embre. — Se  concede  el  premio  Nobel 
al  ¡lustre  dramaturgo  español  D.Jacinto  Benavente. 

16  de  dic¡embre. — Asesinato  del  Presidente  de 
lá  República  de  Polonia,  Narutov^¡ez. 

30  de  d¡clembre, — Muerte  del  ¡lustre  per¡od¡sta 
y  noveUsta  español  D.José  Ortega  Munllla. 

1923; 

3  de  enero. — Muerte  del  Patriarca  de  las  Indias 
y  obispo  de  S¡ón,  D.Ja¡me  Cardona  y  Tur. 

11  de  enero. — Muere  el  Rey  Constantino  de 
Grec¡a. 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO 


291 


13  de  enero. — Muerte  del  ¡lustre  historiador  y 
arquitecto  D.  Vicente  Lampérez  y  Romea. 

15  de  enero. — Muerte  del  ilustre  político  francés 
M.  Ribot. 

27  de  enero. — Son  puestos  en  libertad  los  cauti- 
vos españoles  de  Axdir. 

2  de  febrero.  —  Muerte  del  ilustre   historiador 
gallego  D.  Manuel  Murguía. 

13  de  febrero. — Muere  el  sabio  Roentgen,  des- 
cubridor de  los  rayos  X. 

22  de  febrero.— Muerte 
del  famoso  político  fran- 
cés M.  Delcassé. 

13  de  marzo. — Muerte 
del  ilustre  político  con- 
servador D.Manuel  Allen- 
desalazar,  ex  presidente 
del  Consejo  de  Minis- 
tros. 

26  de  marzo. — Muere 
la  insigne  trágica  francesa 
Sarah  Bernhardt. 


D.  Francisco  Pérez 

Mateos, 


SECRETARIO    DE    REDACCIÓN 

DE  «La  Epoc»a. 


UNA  MEDALLA   CONMEMORATIVA 
Y  UN  RASGO  DEL  REY 


Entre  las  cultas  devociones  artísticas  del  direc- 
tor de  La  Época  figura  una  gran  afición  a  las  me- 
dallas, de  las  cuales  posee  una  interesante  colec- 
ción, que  poco  a  poco  va  ampliando  y  completando 
con  sus  adquisiciones.  De  esta  colección  forman 
parte  no  pocos  ejemplares  antiguos  e  históricos  de 
completa  autenticidad.  Muchas  medallas  son  fran- 
cesas, pues  sabido  es  que  en  este  arte,  rama  ex- 
quisita de  la  escultura,  llegaron  los  artistas  de 
Francia  al  más  alto  grado  de  perfección. 

No  podían  ser  adquiridas  en  el  mercado  artístico 
muchas  medallas  antiguas  y  famosas,  conmemora- 
tivas de  insignes  hechos  históricos,  y  para  poder 
seguir  completando  su  colección  incipiente  tuvo  el 
marqués  de  Valdeiglesias  que  recurrir  a  las  repro- 
ducciones. Al  efecto,  entró  en  relaciones  con  un 
notable  artista,  que  cultiva  esta  especialidad  con 
singular  acierto,  el  Sr.  D.  Tomás  Bezares  y  Teu- 
llet,  cuyos  trabajos  son  ya  bien  conocidos  y  esti- 
mados. 


294  LEÓN    ROCH 

La  labor  del  medallista  Bezares  es  sencillamente 
prodigiosa.  Reproduce  admirablemente  todas  las 
medallas  que  se  le  encargan,  con  el  mismo  exacto 
tono  de  color,  con  la  pátina  que  en  ellas  imprimie- 
ra la  acción  del  tiempo.  Y  llega  al  punto  el  prodi- 
gio de  que  las  medallas  reproducidas  por  Bezares 
se  confunden  con  el  original.  ¿Puede  darse  mayor 
acierto? 

De  esta  noble  aPción  a  las  medallas  de  Valde- 
iglesias  y  de  las  relaciones  de  éste  con  el  artista 
Bezares  surgió  la  idea  de  acuñar  una  medalla  de 
bronce  conmemorativa  de  las  Bodas  de  Diamante 
de  La  Época,  La  grata  y  honrosa  efemérides  bien 
lo  merecía,  y  el  pensamiento,  que  el  artista  no  ha 
tardado  en  llevar  a  la  práctica,  fué  indudablemente 
acertado. 

De  modelar  la  medalla  se  encargó  el  joven  y 
notable  escultor  D.  Enrique  Cuartero  y  Huerta, 
artista  de  gran  inspiración,  que  tiene  singulares 
aptitudes  como  medallista.  La  medalla  conmemo- 
rativa del  LXXV  aniversario  de  la  fundación  de 
La  Época,  de  la  que  ofrecemos  aquí  una  repro- 
ducción, es  un  feliz  acierto  del  escultor  por  la  ori- 
ginalidad de  la  idea  y  por  el  arte  de  la  primorosa 
ejecución.  El  Sr.  Cuartero,  que  tiene  como  escul- 
tor un  brillante  porvenir,  lo  aseguraría  rápidamen- 
te en  Francia  como  medallista. 

El  vaciado  y  galvanización  de  la  medalla  corrió 
a  cargo  de  D.  Tomás  Bezares,  y  su  trabajo  ha  teni- 
do el  mismo  completo  éxito  que  en  toda  su  labor 
alcanza.  No  hay  el  menor  reparo  que  señalar  en 
él,  y  el  efecto  que  produce  es  realmente  admirable. 


75    AfíOS   DE   PERIODISMO 


295 


Mide  la  medalla  10  centímetros  y  7  milímetros 
de  diámetro,  y  la  composición  del  Anverso  es  ver- 
daderamente feliz,  como  original  es  su  pensamien- 
to. Muestra  la  figura  del  Periodismo,  representado 


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Medalla  conmemorativa 
DE  las  Bodas  de  Diamante  de  «La  Época». 

(anverso) 


por  un  robusto  arquero,  que  dobla  la  rodilla  iz- 
quierda y  apoya  ésta  con  firmeza  en  un  pedestal 
inconmovible,  que  es  la  Prensa.  El  brazo  izquierdo, 
extendido,  sostiene  el  arco  tenso,  dispuesto  para 
disparar  vigorosamente  los  dardos,  y  en  él  apo- 


296  LEÓN    ROCH 

ya  la  mano  derecha,  la  mano  que  escribe  y  prepa- 
ra las  nobles  flechas,  impulsada  por  la  justicia  y 
el  progreso,  y  dirigida  por  la  inspiración,  el  ta- 
lento y  la  prudencia.  La  mirada  del  arquero  está 
fija  en  un  blanco  invisible,  pero  de  existencia  real, 
que  es  la  conciencia  de  la  Humanidad.  Al  costado 
del  arquero  pende  el  carcaj,  lleno  de  dardos.  Estos 
dardos  que  el  Periodismo  dispara  sin  descanso, 
para  cumplir  su  misión  providencial,  son  las  verda- 
des universales:  la  Justicia,  el  Derecho,  la  Libertad, 
el  Amor,  la  Patria,  la  Caridad... 

La  figura  del  arquero,  representativa  del  perio- 
dismo, es  de  noble  y  gallarda  apostura.  Está  traza- 
da con  singular  vigor  y  corrección,  y  hace  honor 
al  feliz  pensamiento  que  le  da  vida.  Alrededor  de 
ella  corre  la  siguiente  inscripción: 

PVBLICOSE   •   EL   •   I   •   N.°  EL       I   •  DE   •   ABRIL   • 

DE      MDCCCXLIX   •  BODAS   •   DE   •   DIAMANTES       ABRIL  • 

MCMXXni   • 

En  el  pedestal  que  sostiene  la  firme  figura  del 
arquero  se  lee:  la  época,  y  debajo  mcmxxiii. 

En  el  Reverso  ostenta  la  medalla  el  busto-retra- 
to, en  bajo  relieve,  del  director  de  La  Época,  mar- 
qués de  Valdeiglesias.  El  trabajo  escultórico  está 
hecho  con  verdadero  arte,  y  el  retrato  tiene  gran 
parecido.  La  inscripción  que  rodea  el  bajo  relieve 
dice: 

ALFREDO   •   ESCOBAR   ■   Y   •  RAMÍREZ   •   MARQUÉS  •   DE  • 
VALDEIGLESIAS 


75   AÑOS   DE   PERIODISMO 


297 


Para  poner  término  a  estas  páginas  deseamos 
recoger  en  ellas  un  simpático  y  amable  rasgo  de 
S.  M.  el  Rey,  de  los  que  son  en  él  tan  frecuentes, 
para  con  La  Época.  El  Monarca,  que  profesa  gran 


Medalla  conmemorativa 
DE  LAS  Bodas  de  Diamante  de  «La  Época». 

(reverso) 

estimación  al  órgano  conservador,  el  periódico  que 
con  más  constancia  y  entusiasmo  defendió  las  ins- 
tituciones monárquicas  de  nuestra  Patria,  y  que  es 
uno  de  los  que  lee  con  más  atención  y  asiduidad, 
quiso  honrarle  con  aquél,  dándole  una  nueva  prue- 
ba de  su  consideración  y  afecto. 


298  LEÓN    ROCH 

Con  motivo  de  la  publicación  del  número  extra- 
ordinario conmemorativo  del  LXXV  aniversario 
de  la  fundación  de  La  Época,  el  jefe  superior  de 
Palacio,  marqués  de  la  Torrecilla,  dirigió  la  si- 
guiente grata  carta  al  director  del  periódico: 

«Excelentísimo   señor  marqués  de   Valde- 
iglesias. 

Mi  querido  amigo:  Cumpliendo  el  encargo  que 
me  hacía  usted  en  su  amable  carta  tuve  el  honor 
de  entregar  a  Su  Majestad  el  número  extraordina- 
rio publicado  por  La  Época  con  motivo  de  sus 
«Bodas  de  Diamante». 

El  augusto  Señor  lo  examinó  muy  complacido,  y 
tuvo  frases  de  sincero  elogio  para  ese  periódico, 
que  en  su  larga  vida  se  ha  inspirado  siempre  en  los 
más  nobles  ideales,  siendo  constante  y  decidido 
defensor  de  las  ideas  monárquicas. 

Su  Majestad  me  manda  que,  al  transmitirle  su 
afectuoso  saludo,  haga  a  usted  presentes  sus  sin- 
ceros votos  porque  en  lo  porvenir  pueda  continuar 
La  Época  prestando  tan  relevantes  servicios  a  la 
Patria,  y  me  encarga  remita  a  usted,  y  así  lo  hago 
con  el  mayor  gusto,  la  adjunta  fotografía,  que  de- 
dica a  ese  periódico  en  el  LXXV  aniversario  de  su 
fundación. 

Sabe  usted  soy  siempre  suyo  afectísimo  y  buen 
amigo,  q.  1.  b.  1.  m.,  Torrecilla.* 

Con  la  carta  anterior  enviaba,  en  efecto,  el  jefe 
superior  de  Palacio  al  marqués  de  Valdeiglesias  un 


75    AÑOS    DE    PERIODISMO  299 

magnífico  retrato  del  Soberano,  de  buen  tamaño, 
con  cuya  dedicatoria  honraba  Su  Majestad  a  La 
Época. 

Viste  Don  Alfonso  en  el  retrato  uniforme  de 
Infantería,  con  las  insignias  de  capitán  general, 
sosteniendo  con  la  mano  derecha  sobre  el  cuerpo 
el  casco,  con  penacho  de  plumas.  Sobre  el  pecho 
ostenta  el  collar  de  la  insigne  Orden  del  Toisón  de 
Oro,  la  banda  y  placa  del  Mérito  militar,  con  dis- 
tintivo rojo;  la  placa  de  San  Hermenegildo,  la  ve- 
nera de  las  Ordenes  militares  y  pasador  con  varias 
medallas. 

Al  pie  del  retrato  aparece  la  siguiente  dedicato- 
ria, de  puño  y  letra  del  Monarca: 

«A  Z,a  Época  en  el  LXXV  aniversario  de  su 
fundación. — Alfonso  XIII. — 1923.» 


índice  de  artículos 


Páginas 

Anteportada 1 

Portada 3 

Bodas  de  Diamante  de  La  Época 7 

La  fundación  de  La  Época  y  su  primer  director.        17 
Páginas  dei  cincuentanario.  -Las  Bodas  de  Oro 

de  La  Época,  por  Alfredo  Escobar 39 

Un   artículo   de  Cos-Gayón. — Recuerdos   perio- 
dísticos de  hace  cincuenta  años,  por  Fernando 

Cos-Gayón 45 

Los  escritores  de  La  Época,  por  Joaquín  Maldo- 

nado  Macanaz 53 

Los  lectores  de  periódicos  (1849-1897),  por  Ka- 

sabal 61 

Bibliografía  de  La  Época,   por  Juan  Pérez   de 

Guzmán 69 

El  LXXV  aniversario  de  La  Época 87 

Tres  homenajes.  —  Del  jefe   del   partido   liberal 

conservador,  D.  José  Sánchez  Guerra 89 

De  D.  Joaquín  Sánchez  de  Toca,  presidente 

del  Senado 90 

Del  conde  de  Bugallal ,  presidente  del  Con- 
greso         90 


Pág-inas 

El     partido     liberal -conservador,    por    Mariano 

Marfil 95 

La  Época  desde  su  nacimiento  a  las  Bodas  de 

Oro,  por  Melchor  Fernández  Almagro    103 

Algunos  recuerdos  del  siglo  pasado,  por  el  mar- 
qués de  Valdeiglesias 117 

La  Época  en  la  historia  de  la  Literatura  españo- 
la, por  Luis  Araujo-Costa 127 

La  Época  en  el  siglo  XX.  —  La  Redacción  de  1898. 
Nuestras  Bodas  de  Plata. — Los  que  se  fueron. 
Un  doloroso  recuerdo. —Maldonado  Macanaz. 

Justo  homenaje    149 

La  casa  de  La  Época  y  la  imprenta. — La  crítica 
y  los  críticos.  —  Cambios  y  mudanzas. — Am- 
biente de  fraternidad.  -  El  símbolo  del  trabajo.  156 
Los  prohombres  conservadores. — Los  jefes  de 
partido  y  La  Época. — De  Cánovas  a  Sánchez 
Guerra. —  Silvela  periodista. —  Cooperadores  y 

colaboradores 167 

Dinastía  de  periodistas.  — D.  Ignacio  José  Esco- 
bar, D.  Alfredo  Escobar  y  Ramírez  y  D.  José 

Ignacio  Escobar 177 

Los  redactores-jefes. — D.  Eduardo  Gómez  de  Ba- 
quero;  D.  Jerónimo  Bécker;  D.  Mariano  Marfil; 

D.  Salvador  Cañáis 202 

Los  redactores  de  ayer  y  los  de  hoy 220 

Don  Juan  Pérez  de  Guzmán  y  los  colaboradores 

de  La  Época 235 

La  Prensa  madrileña  y  sus  progresos 251 

Efemérides  y  recuerdos 279 

Una  medalla  conmemorativa  y  un  rasgo  del  Rey.     293 

índices 301  a  305 

Colofón   306 

Libros  del  autor ....      307 


índice  de  retratos  y  grabados 


Páginas 

S.  M.  el  Rey  Don  Alfonso  XIII 2 

S.  M.  la  Reina  Doña  Victoria  Eugenia 6 

Reproducción  del  número  primero  de  La  Época.  9 

S.  M.  la  Reina  Doña  María  Cristina 16 

Excmo.  Sr.  D.  Diego  Coello  y  Quesada,  funda- 
dor de  La  Época 19 

Don  Ramón  de  Navarrete,  primer  director  de  La 

Época 25 

Reproducción  del  último  número  de  El  Faro,  pe- 
riódico fundado  y  dirigido  por  D.  Diego  Coello.  31 

S.  M.  la  Reina  Doña  Isabel  II 38 

Excmo.  Sr.  D.  Ignacio  José  Escobar,  marqués  de 

Valdeiglesias,  director  de  La  Época 41 

S.  M.  el  Rey  Don  Alfonso  XII 44 

Excmo.  Sr.  D.  Fernando  Cos-Gayón 49 

Excmo.  Sr.  D.  Carlos  Navarro  y  Rodrigo 55 

Don  Diego  Bravo  y  Destouet,  redactor  y  director 

de  La  Época 57 

El  ilustre  novelista  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón.  63 

Excmo.  Sr.  D.  Saturnino  Alvarez  Bugalla! 65 

Don  Pedro  Bofill,  crítico  teatral 71 

Don  Luis  Alfonso,  cronista  literario 77 


Páginas 

Don  Antonio  Peña  y  Goñi,  crítico  musical 81 

Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo, 
fundador  y  jefe  del  partido  liberal-conser- 
vador         86 

Reproducción  del  número  de  La  Época  del  2  de 

abril  de  1923,  al  entrar  en  el  año  75 91 

Excmo.  Sr.  D.  Francisco  Sikela,  jefe  del  partido 
liberal-conservador 94 

limo.  Sr.  D.  Mariano  Marfil,  redactor-jefe  de  La 

Época. 97 

Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Maura,  director  de  la 
Real  Academia  Española,  ex  jefe  del  partido 
liberal-conservador 102 

Excmo.  Sr.  D.  Joaquín  Maldonado  Macanaz,  aca- 
démico de  la  Historia  y  redactor  de  La  Época.     107 

Don  Melchor  Fernández  Almagro,  crítico  teatral.      113 

Excmo.  Sr.  D.  Javier  Betegón  y  Aparici 119 

Excmo.  Sr.  D.   Eduardo    Dato   Iradier,  jefe    del 

partido  liberal-conservador 126 

Don  Carlos  Fernández  Shaw,  ilustre  poeta  y  au- 
tor dramático . .    .      129 

Don  Luis  Araujo  Costa,  crítico  literario 137 

Excmo.  Sr.  D.José  Sánchez  Guerra,  jefe  del  par- 
tido liberal-conservador 148 

La  Redacción  de  La  Época  en  1897-98 ...      152  y  153 

Don  Francisco  Pedregal  y  Prida,  impresor  de 
La  Época 1 59 

Don  Francisco  Fernández  Villegas  (Zeda),  ilustre 
crítico  teatral 169 

Don  Ramón  de  Cárdenas  y  Padilla,  ilustre  pe- 
riodista, decano  de  la  Redacción  de  La  Época.      173 

Excmo.  Sr.  D.  Alfredo  Escobar  y  Ramírez,  mar- 
qués de  Valdeiglesias,  director  de  La  Época..      183 

Don  José  Ignacio  Escobar  y  Kirkpatrick,  redac- 
tor de  La  Época 193 


Páginas 

limo.  Sr.  D.  Eduardo  Gómez  de  Baquero,  ilustre 

crítico  literario 203 

Excmo.  Sr.  D.  Jerónimo  Bécker,  bibliotecario  de 

la  Real  Academia  de  la  Historia 207 

La  Redacción  de  1923 232  y  233 

limo.  Sr.  D.  Salvador  Cañáis,  ilustre  periodista, 

ex  subsecretario  de  la  Presidencia 225 

Excmo.  Sr.  D.  Juan  Pérez  de  Guzmán,  secretario 

perpetuo  de  la  Real  Academia  de  la  Historia.      239 

Don  Gabriel  Briones,  actual  decano  de  la  Redac- 
ción de  La  Época 257 

Don  Víctor  Espinos,  crítico  musical 265 

Don   Guillermo   Fernández   Shaw,   periodista   y 

autor  dramático , 283 

Don  Francisco  Pérez  Mateos,  secretario  de  Re- 
dacción de  La  Época 291 

Medalla  conmemorativa.  Anverso 295 

ídem  id.  Reverso 297 


20 


Se  acabó  de  imprimir   este  libro  el  día 

31    de  agosto  de  MC MXXl II  años, 

en    la     Tipografía    de    Ramona 

Velasco,   Libertad,   31,   Madrid. 

Fotograbados  de  los 

talleres  « Fragma  » 

(Palma.  51). 


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LIBROS  DEL  AUTOR 


Varios: 

Ellas  y  ellos  (semblanzas  en  verso);  1893,  agotado. 

Pólvora  en  salvas  (cuentos);  1895,  agotado. 

Grajeas  (cantares  y  coplas);  1898,  agotado. 

La  tristeza  de  vivir  (crónicas  y  cuentos);  1900. 

Los  tristes  destinos  (novela);  1901. 

Aire  de  mi  tierra  (cantares);  1904. 

75  AÑOS  de  periodismo.  Con  motivo  de  las  Bodas  de 
Diamante  de  La  Época.  Aportaciones  para  la  histo- 
ria del  periodismo  madrileño;  1923. 

Viajes: 

El  Monasterio  de  Piedra;  1911. 
Por  tierras  de  Ávila;  1912. 
Una  visita  a  León;  1916. 
Vistas  de  Segovia;  1921. 

En  preparación: 

Periodismo  andante. 
Postales  de  Castilla. 
Periodismo  sentimental. 


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PN  Roch,  León 

$319  75  ^±*e.  Setenta  clnco^ 

r433E77         años  de  perioáismo