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Full text of "Así hablaba Zaratustra"

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ASI HABLABA ZARATD8TRA 



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BfBLIOTECA SELECTA. - 9 



rCDERICO NIETZSCHE 





OH UBRO PIM TWOS I PARI IUBH0 



Versldn castellana directa del alem&n 



ANTONIO DE VILASALBA 



• Sen Poblo, A I 



BARCELONA 

Imprenta de F. Badia, Dr. Dou, 14 

1905 



irk 5 44? 



l~S:£l\ - J c*$UU 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 1. 

los bosques y & 1% soledad? 4N0 era porque amab^t 
demasiado & los hombres?— Ahora amo £ Dios; no 
a,mo A los hombres. El hombre es para mi una cosa 
demasiado incompleta. El amor al hombre me ma- 
taria.» 

Zaratustra eontesto: «jQu£ hablo yo de amor! jSi 
traigo un presente para los hombres! » 

«No les des nada (dijo el santo). Antes bien, qui- 
tales algima cosa y ayiidalos en lo que puedas con tal 
£ ti te convenga. Nada les vendri mejor.— Y si quie- 
res dar, no les des mis que una limosna; y espera & 
que te la pidan.» 

«No (respondi6 Zaratustra): yo no doy limosnas. 
No soy bastante pobre para eso.» 

Er santo se echo £ reir de Zaratustra, y hablo de 
esta suerte: «Entonces mira como te arreglas para 
que acepten tus tesoros. Desconfian de los solitarios 
y no creen que vayamos £ dar.— Nuestras pisadas son 
las de un forastero; retumban demasiado en sus calles. 
Y, al oirlas, se preguntan lo mismo que de noche, 
cuando, acostados en sus camas, oyen pasar un hom- 
bre mucho antes de amanecer: i& donde ira el ladron? 
— ;No vayas con los hombres! jQuedate en el bos- 
que! [Antes que con ellos, vete con las bestias! ^Por 
qu6 no quieres ser, como, yo, oso entre los osos, ave 
entre las aves?» 

«Y que hace el santo en el bosque?», pregunt6 
Zaratustra. 

El santo eontesto: «Hago cantos y los canto; y 
cuando hago cantos, rio, lloro y murmullo. Asi alabo 
a Dios.— Con cantos, tegrimas, risas y murmullos 
alabo al Dios que es mi Dios. Pero veamos: £qu6 
presente nos traes?» 

Al oir Zaratustra estas palabras, saludo al santo y 
le dijo: «£Qu6 tendria yo que daros a vosotros? Lo 



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8 NIETZSCHE 

que has de hacer es dejarme marchar, corriendo, para 
que no os quite nada.» 

Y asi se separaron uno de otro, el anciano y el 
hombre, riendo como rien dos criaturas.— Pero cuan- 
do Zaratustra estuvo solo, habl6 asi £ su corazon: 
«£Ser£ posible? jEse santo anciano no ha oido aiin en 
su bosque que Dios ha muertoh 

3.— Cuando Zaratustra llego & la ciudad mis pro- 
xima enclavada en los bosques, encontro un gran 
gentio en la plaza publica: porque se habia anunciado 
que iba £ verse un bailarin de cuerda. Y Zaratustra 
habl6 asi al pueblo: « Yd os anuncio el Superhombre. 
El hombre es algo que debe ser superado. £Qu6 ha- 
bdis hecho para superarle?— Hasta ahora todos los 
seres han dado de si algo superior & ellos; y vosotros, 
iquereis ser el reflujo de ese gran flujo, y volver a 
la bestia mejor que superar al hombre?— <*,Qu6 es el 
mono para el hombre? Una irrision 6 una vergtienza 
dolorosa. Pues eso es lo que debe ser el hombre para 
el superhombre: una irrisi6n 6 una verguenza dolo- 
rosa.— Habeis recorrido el camino que media desde 
el gusano hasta el hombre, y atin queda en vosotros 
mucho del gusano. En otro tiempo erais monos, y 
ahora el hombre es todavia m£s mono que ningiin 
mono.— Aun el m£s sabio de vosotros no es sino una 
cosa disparatada, una mezcla hibrida de planta y de 
fantasma. Sin embargo, 40s he dicho yo que os ha- 
g£is planta ni fantasma?— jYo os anuncio el Super- 
hombre!— El Superhombre es el sentido de la tierra. 
Diga vuestra voluntad: que el Superhombre sea el 
sentido de la tierra.— jYo os exhorto, hermanos mios, 
£ permanecer fieles dlatierra, y & no creer & los 
que os hablan de esperanzas supraterrestres! Esos son 
envenenadores, mal que les pese.— Son menosprecia- 



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A8f HABLaBA ZARaTUSTRa 9 

dores de la vida, moribundos que est£n & su vez 
envenenados, seres de quienes la tierra se halla fati- 
gada; jacaben de irse de una vez!— Antano, la blas- 
femia contra Dios era la mayor blasfemia; pero Dios 
ha muerto, y han muerto con El esos blasfemos. Aho- 
ra, lo m£s espantoso es blasfemar de la tierra y tener 
en m£s las entraflas de lo impenetrable que el sentido 
de la tierra.— En otros dias, el alma miraba al cuerpo 
con desdln, y no habfa entonces nada superior 6 ese 
desdSn: jqueria el alma un cuerpo flaco, horrible, 
consumido de hambre! Pensaba asi librarse de el y 
de la tierra.— ;Oh! Aquella misma alma era un alma 
flaca, horrible y consumida; y para ella la crueldad 
era un deleite.— Pero vosotros tambiSn, hermanos 
mios, decidme: <J,qu6 anuncia vuestro cuerpo de vues- 
tra alma? <j,No es vuestra alma pobreza, suciedad y 
conformidad lastimosa?— Verdaderamente, el hombre 
es un rio turbip. Precisa volverse Oceano para poder 
recibir, sin ensuciarse, un rio turbio.— Pues bien; yo 
os anuncio el Superhombre: 61 es ese mar; en el pue- 
de abismarse vuestro gran menosprecio.— £Qu6 es 
lo m£s grande que os puede aeontecer? Que llegue 
la hora del gran menosprecio, la hora en que hasta 
vuestra felicidad, se convierte en hastio de igual 
suerte que vuestra razon y vuestra virtud.— La hora 
en que digais: «]Qu6 importa mi felicidad! Es pobre- 
za, suciedad y conformidad lastimosa. jEs una felici- 
dad cuya existencia no se justifica!— La hora en que 
digiis: «;Que importa mi razon! Anda tras el saber 
como el leon tras su pasto. jMi raz6n es pobreza, 
suciedad y conformidad lastimosa! »— La hora en que 
digdis: «;Qu6 importa . mi virtud! No me ha puesto 
fren6tico todavia. \Q\i6 harto estoy de mi bien y de 
mi mal! ;Todo eso es pobreza, suciedad y conformi- 
dad lastimosa! »— La hora en que dig£is: «Qu6 impor- 



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JO NIETZSCHE ^ 

ta mi justicia! No veo que yo sea fuega y carbon. 
jSolo el fusto es fuego y carbon! »— La hora en que 
digdis: «;Que importa mi piedad! £No es la piedad la 
cruz donde se clava al que ama & los hombres? Pues 
mi piedad noes una crucifixion. »— £Hab6is hablado 
ya. asi? <*,Hab6is gritado pa asi? jAh! iQue j>o no os 
hapa oido gritar pa asi!— [No vuestros pecados; 
vuestra resignaci6n es lo que clama al cielo! jVues- 
tra mezquindad basta en el pecado, eso es lo que 
clama al cielo !— <*,D6nde est£, pues, el rayo que os 
lama con su lengua? <*,D6nde el delirio que haria falta 
inocularos?— Ved; yo os anuncio el Superhojnbre: 
«]E1 es ese rayo! jEl es ese delirio! » 

Luego que Zaratustra se hubo expresado asi, uno 
de la multitud exclamo: «Ya hemos oido hablar bas- 
tante del que baila en la cuerda; ahora, haz que ven- 
ga.» Y todo el pueblo se rio de Zaratustra. Pero el 
bailarin de maroma, que creia que iban con el esas 
palabras, se puso & trabajar. 

4.~Zaratustra, entre tanto, miraba & la gente y 
se asombraba. Luego hablo asi: «E1 hombre es una 
cuerda tendida entre la bestia y el Superhombre: una 
cuerda sobre un abismo; peligrosa travesia, peligroso 
caminar, peligroso mirar atrds, peligroso temblar y 
pararse.— Lo grande del hombre es que es un puente, 
y no una meta; lo que se puede amar en el hombre es 
que es un trdnsito y un acabamiento.—Yo amo & los| 
que no saben vivir sino para extinguirse, porque esosj 
alcanzan un m£s alia.— Amo 6 los grandes desdeno- 
sos, porque son los grandes adoradores, las flechas 
del anhelo hacia la otra orilla.— Amo a los que no 
buscan detr£s de las estrellas una raz6n para perecer 
y ofrecerse en sacrificio sino 6 los que se sacrifican 
6 la tierra, para que la tierra pertenezca un dia al 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 11 

Superhombre.— Amo al que vive para conocer, y que 
quiere conocer para que un dia viva el Superhombre: 
porque asi quiere el su acabamiento.— Ama al que 
trabaja 6 inventa, d fin de erigir una morada al Super- 
hombre y preparar para 61 la tierra, los animales y 
las plantas: porque asi quiere el su acabamiento.— 
Amo al que ama su virtud: porque la virtud es volun- 
tad de extinci6n y una flecha del anhelo.— Amo al 
que no reserva para si ni una particula de su espiritu, 
sino que quiere serporentero el espiritu de su vir- 
tud, porque asi atraviesa el puente como espiritu.— 
Amo al que hace de su virtud su inclination y su des- 
tino, pues asi, por su virtud, querri vivir aiin y no 
vivir m£s.— Amo al que no\cjuiere tener demasiadas 
virtudes. Una virtud es mas virtud que dos, porque* 
dos format} un nudo k que se aferra el destino.— Amo 
al que prodiga su alma, al que no quiere recibir gra- 
cias ni restituye, porque da siempre y no quiere pre- 
servarse. — Amo al que se averguenza de ver caer 
el dado en su favor, y que pregunta entonces: «<i,Soj> 
yo un jugador tramposo?», porque quiere irse & 
pique.— Amo al que suelta palabras de oro delante de 
sus obras y cumple siempre con usura lo que prome- 
te, porque quiere su perecimiento.— Amo al que jus- 
tifica £ los venideros y redime a los pasados, porque 
quiere que le hundan los presentes.— Amo al que cas- 
tiga a su Dios, porque ama £ su Dios, pues la colera 
de su Dios habrd de hundirle.— Amo & aquel cuya 
alma es profunda, aun en la herida, y a quien puede 
aniquilar un leve accidente, porque asi pasar& el 
puente de buen grado.— Amo a aquel cuya alma se 
desborda, en t£rminos que se olvide de si mismo y 
que todo este en 61, porque asi todas las cosas le em- 
pujaran al abismo.— Amo al libre de corazon y de 
espiritu, porque asi su cabeza no sirve m£s que de 



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12 NIETZSOHB 

entrafias £ su corazon, pero su corazon le lleva & su- 
cumbir.— Amo £ todos los que son como gotas pesa- 
das que caenuna & una'de la sombrianube suspendida 
sobre los hombres, anuncian el rel£mpago que viene 
y desaparecen como mensajeros.— Ved: yo soy un 
mensajero del rayo y una pesada gota procedente de 
la nube; pero ese rayo se llama el Superhombre.» 

5.— Dichas estas palabras, Zaratustra volvio & 

mirar al pueblo y callo. «Ahi estSn rtendose (dijo £ 

su coraz6n). No me comprenden; no soy yo la boca 

. que necesitan esos oidos.— ^Hay que empezar por 

fromperles los oidos para que aprendan £ oir con los 

|ojos? £Hay que atronar & modo de timbales 6 predi- 

cadores de Cuaresma? 4O no tienen fe mds que en 

los tartamudos?— Hay algo de que est£n orgullosos. 

iComo llaman, pues, & eso de que estan orgullosos? 

Lo llaman civilifcacion: es lo que los distingue de los 

cabreros.— Por eso no les gusta oir, por lo que hace 

& si propios, la palabra «desd6n». Hablare, pues, A su 

orgullo.— Les hablar£ de lo mas menospreciable que 

existe, del ultimo hombre.» 

Y Zaratustra hablaba asi al pueblo: «Es tiempo 
de que el hombre se fije su objetivo. Es tiempo de 
que el hombre plante el germen de su mds alta espe- 
ranza.— Su suelo es todavia bastante rico; pero un 
dia ser£ pobre y esteril y ya no podr£ crecer en 61 
ningun £rbol elevado.— {Ay! Seacerca el tiempo en 
que el hombre no lanzard ya por encima del hombre 
la flecha de su anhelo, y en que las cuerdas de su arco 
no sabr£n ya vibrar.— Yo os lo digo: hace falta tener 
aun un caos dentro de si, para poder dar d luz una 
estrella bailadora. Yo os lo digo: tenuis aun un caos 
dentro de vosotros.— jAy! Se acerca el tiempo en que 
el hombre no dara ya £ luz estrellas; se acerca el 



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ASf HABLABA ZARATU8TRA 13 

tiempo del m£s despreciable de los hombres, del que 
no puede ya despreciarse £ si mismo.— jVed! Yo os 
muestro el ultimo hombre.— «iQ)i€ es eso de amor, 
de creacion, de anhelo, de estrella?»— asi pregunta 
el ultimo hombre y entorna los ojos.— La tierra se 
tornar£ entonees m£s pequena, y sobre ella andar£ £ 
saltitos el ultimo hombre, que todo lo empequefiece. 
Su raza es indestructible como la del pulg6n; el ul- 
timo hombre es el que mas tiempo vive.— «Hemos 
descubierto la felicidad»— dieen los tiltimos hombres, 
y guinan los ojos.— Han abandonado Jas comarcas 
donde era duro vivir: porque la gente necesita calor. 
Se ama todavia al vecino, y se restriega uno con 61: 
porque la gente necesita calor. — Enfermar y descon- 
fiar les parece pecaminoso: se anda con cautela. [In- 
sensate el que tropieza todavia con las piedras y en 
los hombres!— Un poco de veneno alguna que otra 
vez: eso procura ensuenos agradables. Y muchos 
venenos a la postre, para morir agradablemente.— Se 
trabaja aiin, porque el trabajo es una distracci6n. 
Pero se procura que la distraccion no debilite. — Ya 
rto se hace uno ni pobre ni rico: son dos cosas dema- 
siado penosas. £Qui6n quiere aun gobernar? iQuten 
quiere aiin obedecer? Son dos cosas demasiado peno- 
sas.— jNingun pastor, y un solo rebano! Todos quie- 
ren lo mismo, todos son iguales: el que piensa de 
otra manera va por su voluntad al manicomio.— «En 
otro tiempo todo el mundo era loco»— dicen los suti- 
les, y entornan los ojos.— Se es prudente y se est£ al 
tanto de todo lo acontecido: asi cabe bromearse sin 
fin. Se disputa aiin, pero se hacen las paces en segui- 
da; lo contrario altera la digesti6n.— No falta su po- 
quito de placer para el dia y su poquito de placer 
para la noche; pero se respeta la salud.— «Hemos des- 



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14 NIETZSCHE 

cobierto la felicidad» — dicen los ultimos hombres— y 
entornan los ojos.» 

Aqui acab6 el primer discurso de Zaratustra— que 
tambten se llama «el prefacio»— porque en este punto 
fu6 interrumpido por los gritos y el alborozo de la 
muchedumbre. «jDanos ese ultimo hombre, Zaratus- 
tra (exclamaban); haznos semejantes £ esos ultimos 
hombres! Te perdonaremos el Superhombre.» Y todo 
el pueblo era jiibilo y chasqueaba la lengua. Zaratus- 
tra se puso triste y dijo £ su corazon: «No me com- 
prenden; no soy yo la boca que necesitan esos oidos. 
— He vivido demasiado en las montanas, he escucha- 1 
do demasiado los arroyos y los arboles, y ahora les 
hablo como un cabrero.— -Ptecida es mi alma y lumi- 
nosa como el monte £ la mafiana. Pero ellos creen 
que soy frio y un zumbon redomado.— Y helos ahi \ 
mirdndome y riendose; y mientras rien, siguen odten- \ 
dome. Hay hielo en su risa.» 

6.— Pero entonces sucedio algo que hizo callar 
todas las bocas y atrajo todas las miradas. Porque, 
en el interin, se habia puesto £ trabajar el volatinero: 
habia salido de una pequena poterna, y andaba por la 
maroma tendida entre dos torres sobre la plaza pu- 
blica y la multitud. Cuando estab'a justamente £ mitad 
de camino, se abrio otfa vez la puertecilla, salto 
fuera un segundo acrobata que parecia un payaso 
con sus mil colorines, y siguio rdpidamente al prime- 
ro. «jAndando, cojitranco! (grito su horrible voz). 
jAndando, harag£n, malas mafias, cara descolorida! 
I Que no te pise yo los talones! iQue haces aqui entre 
estas torres? jMejor estarias encerrado en una de 
ellas! <j,No reparas que obstruyes el camino £ uno m£s 
diestro que tti?» Y £ cada palabra se acercaba m£s; 
pero, cuando ya no estuvo sino £ un paso, entonces 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 15 

ocurrio esa cosa terribfe que hizo callar todas las 
bocas y atrajo todas las miradas: lanz6 un grito dia- 
b61ico y salt6 por encima del que le interceptaba el 
camino. Este, al ver victorioso £ su rival, perdio la 
cabeza y la maroma, solt6 el balancfn y se precipito 
*1 abismo como un remolino de brazos y piernas. La 
iplaza publica y la muchedumbre parecian el mar 
cuando se levanta^ tempestad. Todos huyeron atrope- 
lladamente con especialidad del sitio donde debia caer 
el cuerpo. 

- Zaratustra permanecio inmovil, y junto £ €1 preci- 
samente cay6 el cuerpo, destrozado, pero vivo aun. 
Al cabo de un rato, el herido recobro el conocimien- 
to, y vio & Zaratustra arrodillado junto a 61: «£Qu6 
haces ahi? (le dijo). Yo sabia hace tiempo que el dia- 
blo me echaria la zancadilla. Ahora me arrastra al in- 
fierno. ^Quieres tu impedirselo?» 

« Amigo (respondio Zaratustra), por mi honor, todo 
eso de que hablas no existe: no hay diablo ni infierno. 
^aq§ Tu alma morird antes que tu cuerpo; no temas ya 
nada.» 

El hombre mir6 receloso. «Si dices la verdad (res- 
pondio), no pierdo nada con perder la vida. Yo no soy 
mucho m£s que una bestia £ quien se ha ensenado .& 
bailar £ fuerza de golpes y de hambre.» 

«No (dijo Zaratustra); has hecho del peligro tu ofi- 
cio, cosa que no es de desdenar. Ahora por tu oficio 
sucumbes, y en atencion a eso voy a enterrarte con 
mis manos.» 

El moribundo no respondio ya; pero movio la ma- 
no como si buscase la de Zaratustra para darle las 
gracias. 

7.— En esto se acercaba la noche, y la plaza se 
desvanecia en las tinieblas. Entonces dispersose la 



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16 NIETZSCHE 

muchedumbre, porque hasta la curiosidad y el p^vor 
se fatigan. Zaratustra, sentado junto al caddver, se 
hallaba tan abismado en sus reflexiones, que olvido 
el tiempo. Pero al fin se hizo noche-y soplp sob^e el, 
solitario un viento frio. Zaratustra se levanto enton- 
ces, y dijo £ su corazon: «iVerdaderamente, Zaratus- 
tra ha hecho hoy una buena pesca! No ha cogido un 
hombre, sino un cadaver. — Cosa para preocupar es la 
vida humana, y desnuda siempre de sfentido: un paya- 
so puede serla fatal.— Quiero ensenar a los hombres 
el sentido de su existencia, y quien es el Superhom- 
bre, ese reldmpago que brota de la sombria nube 
hombre.— Pero atin estoy lejos de ellos, y mi sentido 
no dice nada £ sus sentidos. Para los hombres, yo 
soy atin una cosa intermedia entre un loco y un cada- 
ver.— Obscura es la noche; obscuras son las vias de 
Zaratustra. jVen, companero frio y rigido! Te llevo 
al sitio en que voy a enterrarte con mis manos.» 

8.— Despues de decir esto £ su corazon, Zaratus- 
tra se echo el cadaver a cuestas y se puso en camino. 
No habia andado cien pasos, cuando se le acerc6 
furtivamente un hombre y le hablo muy quedo al oido. 
Y hete aqui que^l que le hablaba era el payaso de la 
torre. «Vete de esta ciudad, Zaratustra (dijo); tienes 
aqui demasiados contrarios. Los buenos y los justos 
te odian y te llaman su enemigo y despreciador; los 
fieles de la verdadera creencia te odian y te llaman el 
peligro de la muchedumbre. Suerte tuviste en que se 
burlaran de ti; y realmente hablabas como un bufon. 
Suerte tuviste en asociarte al perro muerto; al reba- 
jarte asi, te has salvado por hoy. Pero vete de esta 
ciudad, 6 salto yo manana por encima de ti— un vivo 
por encima de un muerto. »— Cuando hubo dicho estas 
cosas, el hombre desaparecio; y Zaratustra sigui6 su 



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y 

SI HABLABA ZABATUSTRA 17 

camino porlas obscuras-calles.— A la puertade la 
ciudad encontro a los sepultureros. Los hombres le 
examinaron la cara £ la luz de su hachon; reconocie- 
ron a Zaratustra, y se burlaron mucho de el. «Zara- 
tustra lleva al perro muerto. jBravo! jZaratustra se 
ha hecho enterrador! Porque nuestras manos son de- 
masiado limpias para coger esa pieza. ^De modo que 
Zaratustra quiere robar su pitanza al diablo? jVaya! 
jBuen provecho! fEso si el diablo no es mas habil 
ladron que Zaratustra, y los roba & los dos, y se los 
zampa a los dos! » Y reian enire si, cuchicheando.— 
Zaratustra no respondio una palabra, y siguio su ca- 
mino. Cuando Uevaba dos horas andando a orilfas de 
bosques y de cienagas, y oyendo sin cesar el aullido 
de los lobos famelicos, se le abrio el apetito. En su 
consecuencia, Se paro ante una casa aislada, donde 
ardia una luz.— «E1 hambre se apodera de mi como 
un salteador (dijo Zaratustra): en medio de los bos- 
ques p,de las cienagas, y en la obscura noche, me 
sorprende.— Mi hambre tiene extranos caprichos. A 
menudo no viene sino despues de la comida, pero hop 
no ha venido en todo el dia. ^Donde se ha entreteni- 
do, pues?»— Diciendo asi, Zaratustra llamo d la puer- 
ta de la casa. Aparecio al punto un viejo, con una 
luz, y pregunto: «£Qui£n se acerca ami y & mi mal 
suefio?» — «Un vivo y un muerto (dijo Zaratustra). 
Deme de comer y beber; me he olvidado de hacerlo 
durante el dia. El que da de comer al hambriento re- 
conforta su propia alma: asi habla la.sabiduria.» — El 
viejo se retiro; pero volvio al momento, y ofrecio a 
Zaratustra pan y vino: «Mala tierra es esta para los 
que tienen hambre (dijo); por eso habito yo en ella. 
Hombres y animales acuden a mi, al solitario. Pero 
llama tambiejn a tu companero a comer y beber; est£ 
i : 



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18 NIETZSCHE 

• 

m£s fatigado que tii.» Zaratustra respondio: «Mi com- 
panero esta muerto; no es f£cil que le decida a co- 
mer.»-— «A mi nada me importa (dijo el vifejo refunfu- 
fiando). El que llama a mi puerta debe tomar lo que le 
ofrezco. Corned y que os vapa bien.» 

Despues de esto Zaratustra volvio a andar durante 
dos horas, confiandose al camino y a la luz de las es- 
trellas: porque estaba acostumbrado a las marchas 
nocturnas y le gustaba mirar cara a cara todo lo que 
duerme. Cuando empezo £ rayar el alba, encontraba- 
se en un espeso bosque y no veia j>a ningtin camino. 
Entonces coloco el cad£ver"en el hueco de un arbol a 
la altura de su cabeza— porque queria defenderle de 
los lobos— y se acosto en el suelo sobre el musgo. Se 
durmio al instante, fatigado de cuerpo, pero tranquilo 
de alma. 

9.— Zaratrusta durmio tanto que por delante de el 
paso, no solo la aurora, sino toda la manana.Por fin 
abrio los ojos y miro asombrado en medio del bos- 
que y del silencio; miro asombrado dentro de si mis- 
mo. Luego se levanto precipitadamente, como un na- 
vegante que ve la tierra de pronto, y lanzo un grito 
de alegria: habia visto una verdad nueva Y hablo 
asi a su corazon. «Un rayo de luz atraviesa mi alma: 
necesito compafieros vivos, no companeros muertos 
y cadaveres, que llevo conmigo a donde quiero.— He 
menester companeros vivos, que me sigan — porque 
deseen seguirse a si propios— por donde quiera que 
vapa — Un rapo de luz atraviesa mi alma: ;no es a la 
muchedumbre a quien debe hablar Zaratustra, sino a 
companeros! ; Zaratustra no debe ser pastor y perro 
de un rebano!— Para apartar a muchos del rebano, 
para eso he venido. El pueblo y el rebano se irritaran 
contra mi. Zaratustra quiere ser tratado de ladron por 



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ASI HABLABA ZARATUSTRA 19 

los pastores. — Yo digo pastores, pero ellos se llaman 
los buenos y los justos. Yo digo pastores, pero ellos. 
se llaman los fieles de la verdadera creencia. — ;Ved 
los buenos y los justos! £A quien odian m£s? A quien 
rompe sus tablas de valores, al infractor, al destruc- 
tor. Pero ese es el creador —jVed los fieles de todas 
las creencias! ^A quien odian mas? Al que rompe sus 
tablas de valores, al infractor, al destructor Pero ese 
es el creador. — Companeros busca el creador, y no 
cadaveres, rebanos ni creyentes; busca colaboradores 
que inscriban valores nuevos en tablas nuevas — 
v Companeros busca el creador para segar con £1; por- 
que en el todo esta maduro para la siega. Pero le fal- 
tan las cien hoces; y asi arranca espigas contrariado. 
| —Companeros que sepan afilar sus hoces, eso es lo 
1 que busca el creador. Se los llamara destructores y 
! despreciadores del bien y del mal; pero ellos cosecha- 
{ ran y se holgaran.— Colaboradores que cosechen y se 
- huelguen con el, eso es lo que busca Zaratustra. ;Que 
; tiene el que ver con rebanos, pastores y cadaveres!— 
\Y tti, primer compafiero mio, descansa en paz! Te he 
enterrado bien en tu arbol hueco; te dejo bien def en- 
dido de los lobos —Pero me separo de ti; ha pasado 
el tiempo. Entre dos auroras ha venido £ alumbrarme 
una nueva verdad.— No debo ser pastor ni sepulture- 
ro. No yolyerej hablar al pueblo nunca; por ultima 
vezjBe hablado con un muerto.— Quiero unirme a los 
cre^dores, a los que cosechan y se regocijan; yo les 
ensenare el arco iris y todas las escaleras que llevan 
al Superhombre.— Entonare mi canto a los solitarios 
! y £ los que son dos en la soledad; y a quienquiera que 
\ tenga oidos para las cosas inauditas le abrumare el 
Icorazon con mi ventura.— Marcho hacia mi fin; sigo 
mi camino; saltare por encima de los negligentes y 
de los rezagados. ;Mi marcha puede aniquilarme!» 



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20 NIETZSCHE 

10.— Asi h&bia hablado Zaratustra £ su corazon 
cuando el sol estaba en la mitad de su carrera; luego 
dirigio & las alturas una mirada interrogadora, porque 
oia por encima de el el grito penetrante de un ave. Y 
vio un aguila que se cernia en los aires, trazando dila- 
tados circulos y llevando una serpiente que no parecia 
una presa, sino un amigo, porque iba enroscada a su 
cuello. «; Son mis animales!— dijo Zaratustra, 9 se re- 
gocijo con toda su alma. — El animal m&s arrogante y 
el animal m£s astuto que hay bajo el sol han salido a 
explorar.— Querian descubrir si Zaratustra vive aun. 
^Vivo todavia de veras?— He encontado mas peligros 
entre los hombres que entre los animales; peligrosas 
vias sigue Zaratustra. ;Que mis animales me guien!» 

Despu£s de decir esto, Zaratustra se acordo de las 
palabras del santo del bosque, suspir6 y hablo asi a 
su corazon: «;Sea yo mas juicioso! Sea yo profunda- 
mente astuto, como mi serpiente.— Pero pido lo im- 
posible; jruego, pues, a mi altivez que agompane 
siempre a mi prudencia!— Y si un dia me abandona la 
prudencia— \ayl jse complace en huir!— jpueda al me- 
nos mi altivez volar con mi locurab 

Asi empezo el ocaso de Zaratustra. 



LOS DISGURSOS DE ZARATUSTRA 

DE LAS TRES TRANSFORMACIONES. - — 

Tres.transformaciones del espiritu os menciono: de 
como el espiritu se trueca en camello, y el camello en 
leon, y el leon finalmente en nino — Muchas cargas pe- 
sadas hay para el espiritu, para el espiritu paciente y 
vigoroso, lleno de respeto. La fuerza de ese espiritu 



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ASI HABLABA ZABaTUSTRA 21 

esta pidiendo a voces cargas pesadas, 5? de las mas pe- 
sadas.— ^Que es pesado? (pregunta el espiritu solido)i 
y se arrodilla como el camello y quiere que se le car- 
gue bien.— ^Que es lo mas pesado? (pregunta el es- 
piritu solido); decidmelo heroes, a fin de «echarlo so- 
bre mi para que se huelgue mi fuerza.— ^No es reba- 
jarnos para que padezca nuestro orgullo? ^Dejar 
brillar nuestra locura para burlarnosde nuestra sensa- 
tez?—iO bien es separarnos de nuestra causa, cuan- 
do ella celebra su victoria? ^Escalar altos montes pa- 
ra tentar al tentador?— iO es sustentarse con las be- 
1 lotas y la hierba del conocimiento y padecer hambre 
en el alma por causa de la verdad? — iO es estar en- 
fermo y despedir a los consoladores, y trabar amistad 
con sordos quo no oyen nunca lo que quieres?— ^O 
es zabullirse en agua sucia, cuando es el agua de la 
verdad, y no apartar de si a las viscosas ranas y & los 
purulentos sapos?— iO es amar d los que nos despre- 
cian y tender la mano al fantasma cuando quiere asus- 
tarnos? 

El espiritu solido echa sobre si todas estas cargas 
pesadisimas; y £ semejanza del camello, que una vez 
cargado corre hacia el desierto, asi va el hacia su de- 
sierto. — Pero en el desierto mas solitarlo se cumple 
la segunda transformacion; aqui el espiritu se torna 
leon; quiere conquistar la libertad y ser amo en su 
propio desierto.— Busca aqui su ultimo amo: quiere 
ser enemigo suyo como lo es de su ultimo dios; quie- 
re luchar por la victoria con el gran dragon.— ^Cual 
es el gran dragon que el espiritu no quiere ya llamar 
ni dios ni amo? «Tu debes». se llama el gran dragon. 
Pero el espiritu del leon dice: «Yo quiero».— El «tu 
debes» se halla apostado en su camino, como animal 
escamoso de aureo fulgor; y en cada una de sus esca- 
njas.brilla endoradas letras: «iTii debes!»— Valores 



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22 NIETZSCHE 

milenarios brillan en esas escamas, y el m£s podero- 
so de todos los dragones habla asi: «En mi brilla todo 
el valor de las cosas. Todos los valores ban sido 
creados ya; y yo soy todos los valores creados. En 
adelante no debe existir el /yo quieroh Asi hablo el 
dragon. 

Hermanos mios, ^que falta hace el leon en el espi- 
ritu? ^No basta la bestia de carga, que abdica y ve- 
nera?— Crear valores nuevos, eso no lo puede aiin el 
leon; pero crearse una libertad para la creaci6n nue- 
va, eso lo puede el poder del leon.— Crearse la liber- 
tad, oponer una divina negacidn y aunque sea al de- 
ber: para eso, hermanos mios, hace falta el leon.— 
Tomarse el derecho de crear nuevos valores es la 
mas terrible apropiacion k los ojos de un espiritu pa- 
ciente y respetuoso. Eso, para el, es una verdadera 
rapifia y cosa propia de un animal rapaz.— Como lo 
mas santo amo en su dia el «tii debes», y ahora ha de 
ver ilusion y arbitrariedad aun en lo mas santo, para 
conquistar la libertad a expensas de su amor. Hace 
falta un leon para esa fechoria.— Pero decidme, her- 
manos, ^que puede hacer el nino que no haya podido 
hacer el leon? ^Para que hace falta que el fiero leon 
se trueque en nino ?— El nino es inocencia y olvido, 
una primavera, un juego, una rueda que gira sobre si, 
un primer movimiento, una santa afirmacion.— Si: pa- 
ra el juego divino de la creacion, hermanos mios, ha- 
ce falta una santa afirmacion: el espiritu quiere ahora 
su voluntad, el que ha perdido el mundo quiere ga- 
narse su mundo.— Tres transformaciones del espiritu 
os he mencionado: de como el espiritu se trocaba en 
camello, y el camello en leon, y el leon, finalmente. 
en nino. 

Asi hablaba Zaratustra. Y a la sazon residia en la 
ciudad que se llama la «Vaca pintoja.» 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 23 

DE LAS CATEDRAS DE VIRTUD— -Alaba- 

ban a Zaratustra un sabio que hablaba doctamente del 
sueno y la virtud: por cuyo motivo veiase colmado 
de honores y recompensas; y todos los jovenes acu- 
dian a su cdtedra. Hacia el se fu£ Zaratustra, y con 
todos los j6venes, se sento delante de su catedra. Y el 
sabio hablo asf: «;Honrad el sueno y respetadle! Eso 
es lo primero. Y huid de todos los que duermen mal y 
estan despiertos de noche. — El ladron mismo se aver- 
giienza en presencia del sueno. Siemprese desliza si- 
lenciosamente durante la noche. Pero el sereno es in- 
solente 6 insolentemente lleva su cuerno.— No es poca 
cosa saber dormir; ya por el pronto hay que velar 
para eso todo el dia.— Diez veces al dia debes ven- 
certe 6 ti mismo; eso crea una buena fatiga, y es la 
adormidera del alma.— Diez veces debes reconciliarte 
contigo mismo: porque es ajnargo vencerse, y el que 
no esta reconci'liado duerme mal.— Diez verdades has 
de eneontrar durante el dia; de otro modo, buscaras 
atin verdades durante la noche, y tu alma estara ham- 
brienta.— Diez veces al dia necesitas reir y estar ale- 
gre; si no, te molestara de noche el estomago, ese 
padre de la afliccion.— Pocas personas lo saben, pero 
es preciso tener todas las virtudes para dormir bien. 
^Levantare falsos- testimonios? ^Cometere adulterio? 
— ^Codiciare la sirvienta del pr6jimo? Todo eso se 
avendria mal con un buen sueno.— Y, si se tuviesen 
todas las virtudes,* habria que saber hacer una cosa: 
mandar 6 dormir a tiempo a las mismas virtudes. — 
iQue no disputen entre si las lindas mujercitas! ;Y por 
causa tuya, desdichado! 

Paz con Dios y con el projimof asi lo quiere el 
buen syeno. Y paz tambien con el diablo del projimo; 
si no, te asediara por la noche.— jHonor y obediencia 



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24 NIETZSCHE 

£ la autoridad, aun a la autoridad que claudique! Asi 
lo quiere el buen aueno. ^Tengo yo la culpa de que al 
poder le guste andar con' piernas cojas?— El que lle- 
ya sus ovejas al prado m£s verde, sera siempre para 
mf el mejor pastor: eso es conveniente para el buen 
sueno. 

Yo no quiero ni muchos honores ni grandes teso- 
ros: eso exacerba la bilis. Pero se duerme mal sin 
una buena reputacion y un pequeno tesoro.— Prefiero 
poca & mala compania, con la condicion de que venga 
y se marche en el momento oportuno. Eso es lo con- 
veniente para el buen sueno.— Mucho me complacen 
tambien los pobres deespiritu: aceleran el sueno. Son 
bienaventurados, sobre todo cuando se les da siempre 
la razon. — Asi pasan el dia los virtuosos. Cuando 
viene la noche, me guardo bien de llamar al sueno. 
El sueno, que es el rey de las virtudes, no quiere ser 
llamado.— Sino que pienso en lo que he hecho y pen- 
sado durante el dia. Rumiando, me interrogo pacien- 
temente como una vaca: Veamos £cu£les fueron tus 
diez victorias sobre ti mismo?— ^Y cu&les fueron las 
diez reconciliaciones, y las diez verdades, y las diez 
risas con que se holgo mi corazon?— -Cavilando en 
esas cosas y arrullado por cuarenta pensamientos, el 
sueno, el que no he llamado, el rey de las virtudes, 
me sorprende de pronto.— El sueno me da en los ojos, 
y los siento pesados El sueno toca mi boca, y la bo- 
ca queda abterta.— Calladamente sedesliza en mi el 
preferido de los ladrones y me roba mis pensamientos. 
Yo estoy de pie, hecho un tronco.— Pero no tardo en 
tenderme » 

Oyendo hablar al sabio, Zaratustra se rio interior-/ 
mente: porque habia surgido en €\ una luz: Y hablo 
asi ti su corazon: «Loco me parece este sabio con 
sus cuarenta pensamientos; pero creo que entiende 



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ASf HA BLAB A ZARATUSTRA 25 

bien el suefio. — ;Bienaventurado ya el que habite cer- 
ca de este sabio! Tal sueno es contagioso, aun al tra- 
ves de un muro espeso.— En su catedra misma hay 
un hechizo. Y no en balde estaban sentados los jove- 
venes ante el predicador de la virtud.— Su sabiduria 
dice: velar para dormir bien. Y verdaderamente, si 
la vida careciere de sentido, y yo tuviese que elegir 
un contrasentido, este contrasentido me pareceria el 
mas digno de eleccion.— Ahora comprendo lo que se 
buscaba ante todo en otros dias, cuando se buscaban 
maestros de virtud. Lo que se buscaba era un buen 
sueno, y para ello virtudes coronadas de adormide- 
ras. 

Para todos esos sabios de la cdtedra, tan pondera- 
dos,Ja sabiduria era dormir. sin sonar: no conocfan 
mejor sentido de la vida.— Hoy aun hay algunos co- 
mo este predicador de la virtud, y no siempre tan 
honrados como 61; pero ha pasado su tiempo. Y a po- 
co que est6n de pie ya procuran acostarse.— Bien- 
aventurados esos adormecidos, porque no tardaran en 
dormirse.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS CREYENTES EN ULTRAMUNDOS — 

Un dia Zaratustra proyect6 su ilusion allende los 
hombres, a la manera de todos los que creen en ultra- 
mundos: «Obra de un dios doliente y atormentado me 
parecio el mundo entonces.— Sueno me parecia, y fic- 
cion de un dios: vapor coloreado ante los ojos de un 
divino descontento. — Bien y mal, alegria y pena, yo 
y tii — vapor coloreado me parecia todo ante los ojos 
creadores. Apartar de si mismo la mirada queria el 
creador... y creo el mundo.— Para el que sufre es una 
alegria embriagadora apartar los ojos de su sufri- 
miento y olvidarse. Alegria embriagadora y olvido 



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' 26\ NIETZSCHE 



de si me pareci6 un dia el mundo.— Este mundo eter- 
namente imperfecto, imagen imperfecta de una eterna 
contradiction, me parecio una alegria embriagadora 
para su imperfecto creador.— Y entonces yo tambten 
proyect£ mi ilusion allende los hombres, d la manera 
de to.dos los creyentes en ultramundos. ^Allende los 
hombres en realidad? — jAy, hermanos mios! Este dios 
que yo he creado era obra humana y humano delirio, 
como todos los dioses .— Hombre era, y no mas que 
un fragmento de hombre y de yo. Ese fantasma 
salia de mis propias cenizas y de mi propia brasa, y 
nunca vino realmente del m£s alla.-*-£Qu6 sucedio, 
hermanos mios? Yo, que sufria, me domine; lleve mi 
propia ceniza £ la montana; invents para mi una lla- 
ma mas clara. \Y ved! ;E1 fantasma se ale/of— Ahora 
que estoy curado, seria para mi un sufrimiento y una 
humillacion creer en semejantes fantasmas. Asi hablo 
yo a los que creen en ultramundos. — Sufrimientos, 
impotencias, y ese breve desvario de la felicidad que 
solo conoce el que m&s sufre, he ahi el germen de los 
ultramundos.-— La fatiga, que de un salto, y de un sal- 
to mortal, quiere llegar hasta el extremo, una fatiga 
pobre e ignorante, que no quiere ni aun querer mas: 
esa esla que creo todos los diose y todos los ultra- 
mundos.— jCreedme, hermanos mios! El cuerpo fue 
.el que desespero del cuerpo: con los dedos del espi- 
ritu extraviado palpo las ultimas paredes.— jCreed- 
me, hermanos mios! El cuerpo fue eK que desespero 
de la tierra: oyo hablar al vientre del Ser. — Entonces 
quiso meter la cabeza al trav£s de las ultimas pare- 
des, y no solo la cabeza: quiso pas^r al «otro mun- 
do». — Pero el «otro mundo», ese mundo deshumani- 
zado e inhumano, que es una riada celeste, esta bien 
oculto de los hombres; y el vientre del Ser no habla 
al hombre, si no es como hombre.— Dificil de veras 



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A SI HABLABA ZARATUSTBA 27 

es demostrar el Ser, y dificil es hacerle hablar. Pero 
decidme, hermanos: £no es la mas singular de todas 
las cosas la mejor demostrada? — Si: este Yo> que 
crea, que quiere, y que da la medida y el valor de las 
cosas* este Yo y la contradiction y confusion del- Yo 
hablan con la mayor lealtad de su Ser. — Y este Ser 
lealisimo, el Yo, habla del cuerpo, y quiere el cuerpo, 
aunque suene y divague y revolotee con las alas ro- 
tas.— El Yo aprende £ hablar mas lealmente cada vez; 
y cuanto mas aprende, mds palabras halla para hon- 
rar al cuerpo y a la tierra.— Mi Yo me ha ensenado 
un nuevo orgullo, que yo enseno a los hombres: no 
ocultar la cabeza en la arena de las cosas celestes, 
sino llevarla al descubierto, llevar alta una cabeza 
terrestre que crea el sentido de la tierra.— Yo enseno 
6 los hombres una nueva- voluntad: querer el camino 
que han seguido los hombres ciegamente, y darle por 
bueno, y no arrastrarse mas fuera de el como los en- 
fermos y los decrepitos. — Enfermos y decrepitos fue- 
ron los que menospreciaron el cuerpo y la tierra, los 
que inventaron las cosas celestes y las gotas de san- 
gre redentora; j pero aun esos dulces y liigubres ve- 
nenos los sacaron del cuerpo y de la tierra!— Que- 
rian huir de su miseria, y las estrellas estaban dema- 
siado lejos para ellos. Entonces suspiraron: «;Oh! 
;que haya caminos celestes para alcanzar otra vida y 
otra felicidad!» Entonces inventaron sus artificios y 
susbebiditassangrientas.— Entonces se creyeron arre- 
batados lejos de su cuerpo y de esta tierra esos ingra- 
tos. Pero ;a quien debian su espasmo y el deleite de 
su arrobamiento! A su cuerpo y a esta tierra.— Zara- 
tustra es indulgente con los enfermos. No le enojan 
sus maneras de consolarse, ni su ingratitud. jQu£ cu- 
ren, y se dominen, y se creen un cuerpo superior! — 
Zaratusfra no se enoja tampoco con el convaleciente 



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28 NIETZSCHE 

que mira coo carino sus ilusiones perdidas y divaga a 
media noche en torno de la tumba de su Dios; pero 
tengo sus lagrimas por enfermedad y cuerpo enfer- 
mo- Hubo siempre muchos enfermos entre los que 
sueqan y suspiran por Dios; odian furiosamente al 
que busca el conocimiento y a la mas joven de las 
virtudes, que se llama lealtad.— Miran siempre atr&s, 
hacia tiempos obscuros; entonces, ciertamente, la 
ilusion y la fe eran otra cosa. El delirio de la razon 
era cosa divina, y la duda pecado.— Conozco dema- 
siado bien 6 esos semejantes a Dios: quieren que se 
crea en ellos, y que la duda sea un pecado. Se tam- 
bien de sobra en lo que mas fundan sus creencias. — 
No es ciertamente en ultramundos y en gotas de san- 
gre redentora, no; ellos tambien creen mds que en 
nada en el cuerpo, y su propio cuerpo es lo que miran 
como la cosa en si.— Pero cosa enfermiza es ese 
cuerpo suyo, y de buena gana saldrian de su pellejo. 
Por eso escuchan & los predicadores de la muerte y 
predican ellos mismos los ultramundos.— Antes que 
todo, hermanos mios, oid la voz del cuerpo curado: 
es una voz m&s leal y mas pura. — El cuerpo sano, el 
cuerpo pleno, de angulos rectos, habla con m£s leal- 
tad y m&s pureza: habla del sentido de la tierra.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS QUE DESPRECIAN EL CUERPO.- — 

«A los que desprecian el cuerpo quiero decides mi 
opinion. Lo que deben hacer no es cambiar de apren- 
dizaje y de ensenanza, sino simplemente despedirse 
de su propio cuerpo, y, por consiguiente, quedarse 
mudos.—«Yo soy cuerpo y alma»— asi habla el nino. 
— Pues ^por que no hablar como los ninos?— Pero el 
que estd despierto y atento dice: todo yo soy cuerpo 
y nada m£s; el alma no es sino nombre de un algo del 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 29 

cuerpo.— El cuerpo es una razori en grande, una mul- 
tiplicidad con un solo sentido, una guerra y una paz, 
ui rebano y un pastor. — Instrumento de tu cuerpo es 
tambten tu razon pequena, hermano, la que llamas 
espiritu: un instrumentillo y juguetito de tu razon 
grande.=Tu dices Vo y y te enorgulleces de esa pala- 
bra. Pero lo mas grande— cosa que tu no quieres 
creer — es tu cuerpo y su gran razon: esa no dice Yo> 
sino que es Vo.— Lo que experimentan los sentidos, 
lo que el espiritu conoce, jamas tiene en si su fin. Pe- 
ro los sentidos y el espiritu querrian convencerte de 
que ellos son el fin de todo: tan vanos son.— Los sen- 
tidos y el espiritu son instruments y juguetes; de- 
tr£s de ellos se encuentra aun nuestro propio ser. 
Nuestro propio ser escudrina con los ojos de los sen- 
tidos y escucha con los oidos del espiritu. — Siempre 
escucha y escudrina el propio ser: concierta, somete, 
conquista y destruye. El reina, y es tambten soberano 
del Yo.— Detras de tus pensamientos y sentimiento, 
hermano mio, hap un amo mas poderoso, un guia ! 
desconocido. Se llama «uno mismo». Habita en tu 
cuerpo; es tu cuerpo.— Hay mas razon en tu cuerpo 
que en tu mejor sabiduria. ^Y quien sabe para qu^ 
necesita tu cuerpo precisamente de tu mejor sabidu- 
ria? El propio ser se rie de tu Vo y de sus saltos 
arrogantes. «£Que son para mi esos saltos y vuelos 
del pensamiento? (dice)* Un rodeo hacia mi fin. Yo 
soy los andadores del Yo y el inspirador de sus ideas». 
—Nuestro propio ser dice al Vo: «jExperimenta do- 
lores! » Y, sufre y medita en no sufrir mas; y para eso 
debe pensar. Nuestro pr opio ser dice al Vo «jExperi- 
menta alegrias!» Entonces el Yo se regocija y me- 
dita en seguir rogocijdndose a menudo; y para eso 
debe pensar. 

Quiero decir una cosa £ los despreciadores del 



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30 NIETZSCHE 

\ cuerpo: que desprecian aquello a que deben su esti- 
| ma. ^Quien creo la estima y el menosprecio y el va- 
lor y la voluntad?— El propio ser creador se creo la 
estima y el menosprecio, se creo la alegria y la pena. 
El cuerpo creador se creo el espiritu como una mano 
de su voluntad.— Aun en vuestra locura y tn vuestro 
desden, servis a vuestro ser propio, despreciadores 
del cuerpo. Yo os digo: vuestro propio ser quiere 
morir y se aparta de la vida. — No puede hacer ya lo 
que m£s quiere: crear superandose a si mismo. Eso 
es lo que mas quiere: esa es toda su pasion.— Pero 
es demasiado tarde para eso. De aqui que vuestro ser 
propio quiere desaparecer, despreciadores del cuer- 
po. — Vuestro ser propio quiere desaparecer: jpor 
eso desdendis el cuerpo! Porque no pod£is crear ya 
superandoos a vosotros. — Por eso os revolveis con- 
tra la vida y la tierra. En la mirada obllcua de vues- 
tro menosprecio se trasluce una envidia inconsciente. 
— ;Yo no sigo vuestro eamino, despreciadores del 
cuerpo! ;Vosotros no sois para mi puentes hacia el 
Superhombre». 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LAS ALEGRiAS Y PASIONES.— «Herma- 
no, cuando tienes una virtud y esa virtud es tuya, no 
la tienes en comun con nadie. — A decir verdad, tu 
quieres llamarla por su nombre y acariciarla; quieres 
cogerla de la oreja y divertirte con ella.— ;Y ya ves! 
jAhora tienes su nombre en comun con el pueblo, y 
te has hecho pueblo y rebano con tu virtud!— Harfas 
mejor en decir: «Cosa inexpresable y sin nombre es 
lo que constitute el tormenfo y la dulzura de mi alma, 
y lo que es tambien el hambre de mis entranas».— 
Que tu virtud sea demasiado alta para la famiiiaridad 
de las denominaciones; y, si necesitas hablar de ella, 



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ASf HABLAB* ZARATUSTRA 31 

no te averguences de balbucear.— -Habla y balbucea 
asi: «Este es mi bien, el que yo amo; asi es como me 
agrada enteramente, asi solo es. como yo quiero el 
bien.— No le quiero como el mandamiento de un dios, 
ni como una ley y una necesidad humana: no ha de 
ser para mi un guia hacia tierras superiores y parai- 
sos.— Lo que yo amo es una virtud terrena, que tiene 
poco que ver con la sabiduria y con el sentir comiin. 
—Pero este p&jaro se ha construido su nido en mi; 
por eso le quiero y le estrecho contra mi corazon. 
Ahora incuba en mi sus dorados huevos>— Asi es 
como debes balbucear y alabar tu virtud.— Antes te- 
nias pasiones, y las llamabas males. Pero ahora no 
tienes ya mas que tus virtudes; nacieron detus pasio- 
nes.— Tu pusiste en esas pasiones tu objeto mas alto; 
enttfnces pasaron £ ser tus virtudes y alegrias.— Y 
asi fueses de la raza de los colericos, 6 de los volup- 
tuosos, y de los fanaticos, 6 de los vengativos, todas 
tus pasiones acabaron por trocarse en virtudes, todos 
tus diablos en angeles.— Antes tenias en tu cueva pe- 
rros salvajes, pero acabaron por convertirse en paja- 
ros y en amables cantoras.— Con tus venenos te has 
preparado tu b&lsamo; has ordenado tu vaca afliccion 
y ahora bebes la dulce leche de susubres.— Y ningun 
mal nace ya en ti, si no es el mal que nace de la lucha 
de tus virtudes.— Hermano, cuando gozas de dicha, 
tienes una virtud y nada mas; asi pasas el puente mas 
ligero.— Es una distincion tener muchas virtudes, pero 
es una suerte bien dura; y no falta quien ha ido £ ma- 
tarse al desierto por estar harto de ser combate y 
campo de batalla de virtudes.— Hermano, £la guerra 
y las batallas son males? Pues son males necesarios; 
la envidia, la desconfianza y la calumnia son necesa- 
rias entre tus virtudes.— Mira como cada una de las 
virtudes desea lo m£s alto que hay: quiere todo tu es- 



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32 NIETZSCHE 

piritu para que sea su heraldo: quiere toda tu fuerza 
en la colera, el odio y el amor.— Celosa es cada vir- 
tud de las otras viptudes, y los celos son una cosa te- 
rrible. Tambien las virtudes pueden perecer por los 
celos.— El que.gira en torno de la llama de los celos, 
al modo del escorpion, acaba por volver contra si 
mismo el aguijon envenenado.— ;Ay, hermano mio! 
£No has Visto tu nunca a una virtud calumniarse y 
aniquilarse a si misma?— El hombre es algo que debe 
ser superado. Por eso necesitas amar tus virtudes: 
porque perecerds por ellas.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DEL PALIDO CRIMINAL. ^Vosotros no que- 

reis matar, jueces y sacrificadores, hasta que la bestia 
haya inclinado la cabeza? Ved: el palido criminal ha 
inclinado la cabeza; en sus ojos habla el supremo des- 
precio. «Mi Yo es algo que debe ser superado: mi Yo 
es para mi el gran desprecio del hombre». Asi hablan 
sus ojos.— Su m£s alto momento fue aquel en que se 
juzgo a si mismo. ;No dejeis al sublime volver a caer 
en su bajeza!— Para ej que tanto sufre por si, no hay 
mas salvacion que la muerte rdpida,-— Vuestro homici- 
dio, ioh jueces!, debe ser compasion y no venganza. 
;Y al matar, ved de justificar la vida misma!— No os 
basta reconciliaros con el que matais. Que vuestra 
tristeza sea amor al Superhombre: jasi justificdis 
vuestra supervivencia!— Decid «enemigo» y no <<mal- 
vado»; decid «enfermo» y no «infame»"; decid «insen- 
sato» y no «pecador».— Y hi, juezrojo, si dijeses en 
alta voz cuanto has hecho ya en pensamiento, todo el 
mundo gritaria: «|Fuera esa inmundicia y ese gusano 
venenoso!»— Pero una cosa es el pensamiento, otra 
la accion, otra la imagen de la accion. La rueda de la 
casualidad no gira entre ellas.— Una imagen hizo pa- 



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asi hablaba zaratustra 33 

lidecer £ ese hombre pdlido. El estaba a la altura de 
su acto cuando lo realizo, pero no soporto su imagen 
despues de haberle consumado.— Siempre se vio solo 
como el autor de un acto. Yo llamo £ eso locura; la 
exception se ha convertido en regla para £1.— Una 
raya trazada con peso fascina a la gallina: la action 
consumada por el criminal fascina su pobre razon: & 
eso llamo yo la locura despues del acto.— jOid, jue* 
ces! Todavia hay otra locura: la locura antes del acto, 
jAh, no habeis penetrado bastante profundamente en 
ese alma! — He aqui lo que dice el juez rojo: «^Por 
que ha matado ese criminal? Queria robar.» Pero yd 
replico: Su alma queria sangre y no el robo: jtenia 
sed del placer del cuchillo!— Pero su pobre razon no 
comprendia esa locura y le decidio. «jQue importa la 
sangre! (dijo ella). ^No deseas aprovecharte de tu 
crimen para robar y vengarte al mismo tiempo?»— Y 
escucho a su pobre razon, cuyo discurso pesaba so- 
bre £1 como un plomo; entonces robo, al asesinar. No 
queria avergonzarse de su locura.— Y otra vez pesa 
sobre £1 el plomo de su falta; otra vez se halla su 
pobre razon tan embotada, tan paralizada, tan torpe. 
—Si al menQS pudiese sacudir la cabeza, su carga 
rodaria abajo; pero £qui£n sacude esa cabeza?— * 
^Que es ese hombre? Un monton de enfermedades 
que, por el espiritu, se abren paso fuera del mundo: 
all& quieren recoger su botin.— £Qu6 es ese hombre? 
Uft pelot6n de fieras serpientes que rara vez pueden 
avenirse; asi cada una se va por su lado a buscar bo- 
tin por el mundo.— jVed ese pobre cuerpo! Lo que el 
sufrio y lo que £1 deseo, lo interpret6 para si esa po- 
bre alma: lo interpreto como goce y deseo sanguina- 
rio del placer del cuchillo.— El que ahora enferma se 
ve dqminado por el mal que es mal ahora: quiere 



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34 NIETZSCHE 

hacer sufrir con lo que lehizo sufrir. Pero hubo otros 
tiempos y otros males y bienes.— Antes eran un ma! 
la duda, y la ambicion personal. Entonces el enfermo 
se hacia hereje y bruja; como hereje y bruja padecia 
y queria hacer padecer.— Pero eso no quiere entrar 
en vuestros oidos: perjudica, decis, & vuestros bue- 
nos. Pero jgaie me importan a mi vuestros buenos!— 
En vuestros buenos hap, muchas cosas que me repug- 
nan, y no es su mal ciertamente. Yo quisiera que tu- 
viesen una locura que los llevase £ sucumbir, como 
ese palido criminal.— Yo quisiera que su locura se 
llamase verdad 6 fidelidad 6 justicia; pero tienen su 
virtud para vivir mucho tiempo en misera conformi- 
dad.— Yo soy un pre til a orillas del rio: que el que 
pueda asirme lo haga. Pero yo no soy vuestra mu- 
leta.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

LEER Y ESCRIBIR. «De todo lo escrito no 

me gusta m&s que lo que uno escribe con su sangre. 
Escribe con sangre, y aprenderds que la sangre es 
espiritu.— No es facil comprender sangre extrafia: yo 
aborrezco & todos los ociosos que leen.— El que co- 
noce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo 
mas de lectores, y hasta el espiritu olerd mal.— Que 
todo el mundo tenga el derecho de aprender £ leer es 
cosa que estropea a la larga, no solo la letra, sino el 
pensamiento.— En otro tiempo el espiri||i era Dios; 
luego se hizo hombre; ahora se ha hecho populacho. 
El que escribe en mdximas y con sangre no quiere 
ser leido, sino aprendido de memoria.— En las mon- 
tanas el camino m&s corto va de cima & cima; m£s 
para eso es menester que tengas piernas largas. Los 
aforismos deben ser cimas, y aquellos £ quienes se 
habla, hombres altos y robustos.— El aire ligero y 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 35 

puro, el peligro pr6ximo y el espfritu lleno de una 
alegre malignidad, son cosas que se compaginan bien. 
— Yo quiero ver duendes en torno mio, porque soy 
valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas, se 
crea sus propios duendes: el valor quiere reir.— Yo 
no siento ya al unisono con vosotros. Esa nube que 
veo por debajo de mi, esa. negrura y esa pesadez de 
que me rio, es precisamente vuestra nube tempestuo- 
sa.— Vosotros mirais arriba cuando aspir&is & la ele- 
vacion. Yo, como estoy alto, miro abajo.— iQuien de 
vosotros puede estar alto y reir al mismo tiempo?— 
El que escala los m&s altos montes, se rie de todas 
las tragedias de la escena y de la vida.— Valerosos, 
'despreocupados, burlones, violentos: asi nos quiere 
la sabidufia. Es miijer y no piiede amar mas que £ un 
gwerrero.— Vosotros me decis: «La vida es una car- 
ga pesada.» Mas ^a qu6 vuestro orgullo por la mana- 
na y vuestra sumision por la tarde?-^-La vida es una 
carga pesada; pero no os pongdis tan compungidos. 
Todos somos asnos cargados.— -^Qu^ tenemos de 
comtin con el capullo de rosa que tiembla porque le 
oprime una gota de rocio?— Es verdad: amamos la 
vida, no porque estemos habituados A la vida,<sino al 
amor.— Hay siempre algo de locura en el amor. Pero 
siempre hay tambien algo de razon en la locura.— Y 
yo, que estoy a bien con la vida, creo que, para sa- 
ber de felicidad, no hay como las mariposas y las bur- 
bujas de jabon, y lo que se les asemeja entre los hom- 
bres.— Ver revolotear esas almitas ligeras y locas, 
encantadoras y bullidoras, es lo que arranca & Zara- 
tustra ldgrimas y canciones.— Yo no podria creer m&s 
que en un Dios que supiese bailar.— Y cuando vi A 
mi demonio, me aparecio serio, grave, profundo y 
solemne: era el espiritu de la pesadez. Por 61 caen 
todas las cosas.— No con la c61era, sino con la risa 



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36 NIETZSCHE 

se mata. jAdelante! jmatemds el espiritu lie la pesa- 
dez!— Yo aprendi & andar; desde entonces corro. Yo/ 
aprendi 6 volar; desde entonces no quiero que me: 
empujen para cambiar de sitio.— Ahora soy ligeroj 
ahora vuelo, ahora me veo por debajo de mi, ahora 
baila en mi un Dios.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DELARBOL DE LA MONTANA. Zaratus- 
tra apercibiose de que un joven rehuia su presencia. 
Y una tarde atravesando solo las montanas que re- 
dean & la ciudad llamada «la Vaca pintoja» encontro 6 
ese joven sentado junto a un arbol y dirigiendo al va- 
lie una mirada fatigada. Zaratustra, agarro el arbol en* 
que el joven se apoyaba y dijo: «Si yo quisiera sacu- 
dir este arbol con mis manos, no podria.— Pero el 
viento, que no vemos, le atormenta y le dobla a su 
voluntad, en tanto que a nosotrok nos doblan y ator- 
mentan manos invisibles».— En esto el joven se le- 
vanto asustado y dijo: «Oigo a Zaratustra y cabal- . 
mejite estaba pensando en el.» Zaratustra pregunto*J 
«<rPor que te asustas? Lo mismo le pasa al hombre 
que al arbol.— Cuanto mas quiere subir & las alturas 
y a la luz, m£s vigorosamente tienden sus raices ha- \ 
cia la tierra, hacia abajo, hacia lo obscuro y profun- | 
do: hacia el mal».— -«jSi: hacia el mal!— exclamo el 
joven. — ^Como es posible que hayas decubierto mi 
alma?»— Zaratustra sonrio y dijo: «Hay almas que no 
se descubrir£n nunca, como no se empiece por inven- 
tarlas.» 

«jSi: hacia el mail— exclamo de nuevo el joven.— 
Tii decias la verdad, Zaratustra. No tengo yo con- 
fianza en mi mismo desde que quiero subir a las altu- 
ras, y nadie tiene ya confianza en mi. £A qu6 se debe 
esto?— Yo me transformo demasiado deprisa: mi pre- 



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a si hablaba zaratustra 37 

sente contradice 6 mi pasado. Con frecuencia salto 
escalones cuando subo— cosa que no me perdonan 
los escalones. — Cuando estoy arriba, siempre me en- 
cuentro solo. Nadie me habla; el frio de la soledad 
me hace tiritar. <i,Qu6 es lo que quiero, pues, en las 
alturas?— Mi desprecio y mi deseo crecen & la par; 
cuanto m£s me elevo, m£s desprecio al que se eleva. 
<i,Que quiere el, pues, en las alturas?— jCu£nto me 
' avergtienzo de mi subida y de mis tropezones! jCudn- 
to me no de tanto jadear! jCuanto odio al que vuela! 
]Qu6 cansado me siento en las alturas!» 

El joven callo. Zaratustra mir6 atentamente el £r- 
bol junto al cual se encontraban, y habl6 asi: «Este 
irbpl est& solo en la montana. Crece muy por ctma 
de los hombres y de los animales.-— Y, si quisiese ha- 
blar, no habria nadie que pudiese comprenderle: tan- 
to ha crecido.— Ahora espera y espera siempre. £Qu6 
espera, pues? Habita demasiado cerca del asiento de 
las nubesr ^espera quiza el primer rayo?»— Al acabar 
de decir esto Zaratustra, el joven exclamo con ade- 
manes vehementes: «Si, Zaratustra, dices bien. Yo 
he deseado mi caida, al querer llegar a las alturas, y 
tii eres el rayo que esperaba. Mira: ^qu^ soy yo 
desde que tii nos has aparecido? jLa envidia me ha 
aniquiladol» Asi hablo el joven, ylloroamargamente. 
Zaratustra le cin6 la cintura con el brazo y le llevo 
consigo.— Y cuando hubieron andado juntos durante 
algtin tiempo, Zaratustra empez6 A hablar asi: «Ten- 
go desgarrado el corazon. Mejor que tus palabras, 
tus ojos pre dicen todo el peligro que corres.— Tii no 
eres libre aiin; tii buscas aiin la libertad. Tus pesqui- 
sas te han desvelado y desvanecido en demasfa.— 
Quieres escalar la altura libre; tu alma tiene sed de 
estrellas. Pero tambien tus malos instintos tienen sed 
de libertad.— Tus perros salvajes quieren ser libres; 



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38 NIETZSCHE 

ladran de alegria en su cueva, cuando tu espiritu tien- 
de a abrir todas las prisiones.— Para mi, tu eres to- 
davia un preso qne suena en la libertad. \Ayl el alma 
de tales presos se torna prudente, pero tambten astu- 
ta y mala.— El que ha libertado su espiritu necesita 
aiin purificarse. Quedan en £1 muchos rastros de c£r- 
cel y de cieno: todavia hace falta que su ojo se puri- 
fique.— Verdaderartiente, conozco tu peligro. Pero 
jpor mi amor y mi esperanza te exhorto £ no arrojar" 
lejos de ti tu amor y tu esperanza!— Tu te reconoces 
atin noble, y tambten te reconocen noble los dem£s, 
los que estan & mal contigo y te miran con malos ojos. 
Sabe que todos tropiezan con algiin noble en su ca- 
mino. — TambiSn los buenos tropiezan con algtin no- 
ble en su camino; y asi le llamen btteno, no es m£s 
que para apartarle & un lado.— El noble quiere crear 
alguna cosa nueva y una nueva virtud. EI bueno de- 
sea lo viejo y que lo viejo se conserve.— Pero el pe- 
ligro del noble no es que se haga bueno sino insolen- 
te, burlon y destructor.— j Ay!, yo he conocido nobles 
que perdieron su mds alta esperanza. Y ahora han ca- 
lumniado todas las altas esperanzas.— Ahora han vi- 
vido abiertamente con menguadas aspiraciones, y 
apenas se han trazado un fin de un dia para otro. — 
El espiritu es tambttn voluptuosidad (decian). Y en- 
tonces su espiritu se quebr6 las alas; ahora se arras- 
tra de ac£ para all£ manchando todo lo que roe.— En 
otro tiempo pensaban hacerse heroes; ahora son hol- 
gones. El h£roe es para ellos afliccion y espanto.— 
Pero por mi amor y mi esperanza te lo digo: No arro- 
jes lejos de si al h6roe que hay en tu alma! jSantifica 
tu m£s alta esperanza! » 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS PREDICADORES DE LA MUERTE — 

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ASf HABLABA ZARATUSTRA 39 

«Hay predicadores de la muerte; y llena esta la tierra 
de individuos & quienes hay que predicar que desapa- 
rezcan de la vida.— La tierra est& llena de superfluos, 
y los que estdn de m£s perjudican £ la vida.' jQue los 
saquen de esta vida con el senuelo de la «eterna!»— 
«Amarillos»: asi se llairta a los predicadores de la 
muerte; 6 bierf «negros». Pero yo quiero present£ros- 
los tambien bajo otros. colores.— Los mas terribles 
son los disfrazados de aves de rapina, y -que no pue- 
den escoger mas que entre las concupiscencias y las 
mortificaciones. Y sus mismas concupiscencias son 
mortificaciones. — Ni siquiera han llegado a ser hom- 
bres esos seres terribles. iQue prediquen el abandon 
no de la vida, y que se marchen tambien ellos!— He 
aqui los tisicos del alma. Apenas han nacido cuando 
empiezan ya a morir, y suenan con las doctrinas del 
cansancio y la renuncia,— Querrian estar muertos, y 
nosotros debemos santificar su voluntad. Guard^mo- 
nos de resucitar esos muertos y de violar esos srcor- 
fagos vivientes.— Encuentran un enfermo, un viejo 6 
un caddver, y enseguida dicen: «;refutada la vidab— 
Pero los refutados son ellos sblamente, asi como sus 
ojos, que no ven m£s que un solo aspecto de la exis- 
tencia. — Sumidos en densa melancolia y avidos de los 
ligeros accidentes que matan: asi esperan apnjtando 
los dientes. — O bien alargan la mano hacia conf ites y 
se burlan de sus propias ninerias: est£n asidos ^ la 
vida como A una pajita, y se burlan de asirse aiin a 
una pajita. — Su sabiduna dice: «Loco el que perma- 
nece vivo; pero jasi somos de locos! ;Y esta es la ma- 
yor locura de la vida!» — «La vida no es m&s que sufri- 
miento» (dicen otros), y no mienten. jDaos, pues, tra- 
zas para que cese la vuestra! jHaced cesar la vida que 
no es m&s que sufrimiento!— |Y he aqui la ensenanza de 
vuestra virtud: «jtu debes matarte a ti mismo! jDebes 



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40 NIETZSCHE 

quitarte tu mismo de delanteb— «La lujuria cs un pe- 
cado (dicen algunos de los que predican la muerte). 
jApartemonos y no engendremos hijos!» — «iEs dolo- 
roso dar i luz (dicen otros). <j,Por qu£ seguir dando £ 
\\iz? ;No se da a luz mis que desgraciadosI» Y ellos 
tambien son predicadores de la muerte. — «Hay que 
ser compasivos (dicen los terceros). jTomad lo que 
tengo! jTomad lo que soy! iAsi me atari menos la 
vida!»— Si fuesen verdaderamente compasivos, pro- 
curarian disgustar de la vida £ sus projimos. Ser ma- 
los: esa seria su verdadera bondad.— Pero ellos 
quieren librarse de la vida. jQue les importa atari 
otros i ella mis estrechamente con sus cadenas y 
sus dones!— Y vosotros tambien, los que llevais una 
vida de inquietudes y de trabajo furioso, £no estiis 
muy cansados de la vida? £No estiis bien maduros 
para la predicaci6n de la muerte?— Vosotros todos, 
los que amiis el trabajo furioso y todo lo que es r£- 
pido, nuevo, extrafio, os soportiis mal i vosotros 
mismos: vuestra actividad es huida y deseo de olvi- 
darse uno i si propio.— Si tuvieseis mis fe en la vida, 
os abandonariais menos al momento corriente. Pero 
no tenuis bastante fondo para la espera, ni aun para 
la pereza.— Por todas partes resuena la voz de los 
que predican la muerte, y la tierra esti llena de seres 
£ quienes hay que predicar la muerte.— O «la vida 
eterna», que para mi es lo mismo— siempre que se 
marchen pronto. » 

Asi hablaba Zarat'ustra. 

DE LA GUERRA Y LOS GUERREROS.— 

«No queremos ser tratedos con indulgencia por nues- 
tros mis tenaces enemigos ni tampoco por aquellos £ 
quienes amamos de corazon. jDejadme, pues, deciros 
la verdad!— jHermanos en la guerral Os amo de todo 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 41 

corazon; j>o soy y era vuestro semejante. Soy tarn- 
bien vuestro mejor enemigo. jDejadme, pues, deciros 
la verdad!— Conozco el odio y la envidia de vuestro 
corazon. No sois bastante grandes para no odiar ni 
envidiar. jSed, pues, bastante grandes para no aver- 
gonzaros de ello!— Y si no pod6is ser los santos del 
conocimiento, sed al menos sus guerreros. Ellos son 
los companeros y los precursores de esa santidad.— 
Yo veo muchos soldados; ;ojal£ pueda ver muchos 
guerreros! Se llama «uniforme» lo que llevan; jque 
no sea uni-forme lo que ocultan debajo!— Vosotros 
debris ser de aquellos cuyos ojos buscan siempre un 
enemigo, vuestro enemigo. Y en algunos de vosotros 
se descubre odio £ primera vista.-— Vosotros debris 
buscar & vuestro enemigo y hacer vuestra guerra, 
una guerra por vuestros pensamientos. Y, si vuestro 
pensamiento sucumbe, vuestra lealtad, sin embargo, 
debe cantar victoria.— Deb6is amar la paz como un 
medio de guerras nuevas; y la paz corta mejqr que la 
larga.— Yo no os aconsejo el trabajo, sino la lucha. 
Yo no os aconsejo la paz, sino la victoria. jQue 
vuestro trabajo sea una lucha! jque vuestra paz sea 
una victoria!— No es posible callarse y permanecer 
tranquilo sino cuando se tienen flechas y un arco; de 
otro modo, se charla y disputa. jQue vuestra paz sea 
una victoria!— i Vosotros decis que la buena causa es 
la que santifica atin la guerra? Yp os digo: la buena 
guerra es la que santifica todas las cosas.— La guerra 
y el valor han hecho m£s cosas grandes que el amor 
al projimo. No vuestra piedad, vuestra bravura es la 
que salvo hasta el presente A los n£ufragos.— iQue 
es bueno? pregunteis. Ser valiente: he ahi lo bueno. 
Dejad decir £ las nifias: «Bueno es lo bonito y tierno.» 
— Se os llama gente sin corazon; pero vuestro cora- 
zon es sincero, y £ mi me gusta el pudor de vuestra 



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42 NIETZSCHE 

cordialidad. Vosotros os avergonz&is de vuestro 
flujo, y otros se avergiienzan de su reflujo.— £Sois 
feos vosotros? jPues bien, hermanos mios, envol- 
veos en 16 sublime, el manto de la fealdad!— Cuando 
vuestra alma crece, se hace ai;rogante, y hay maldad 
en vuestra elevaci6n. Yo os conozco.— En la maldad 
el arrogante se encuentra con el d£bil; pero no se 
comprenden. Yo os conozco.— No debris tener ene- 
migos mas que para odiarlos, y no para despreciar- 
los. Debris estar orgullosos de vuestro enemigo; 
entonces los.triunfos de el seran tambien triunfos 
vuestros.— La rebelion es la nobleza del esclavo. 
jSea vuestra nobleza la obediential jSea obediencia 
vuestro mandato mismo! — Para el verdadero hombre 
de guerra suena m£s agradablemente «tu debes» que 
«yo quiero». Y vosotros deb&s procurar mandaros 
todo lo que querdis.— Que vuestro amor £ la vida sea 
amor & vuestras mis altas esperanzas; y que vuestra 
mis alta esperanza sea el mis alto pensamiento de la 
vida.— Y vuestro mis alto pensamiento debris oirle 
de mi, y es este: el hombre es algo que debe ser su- 
perado.— Asi, vivid vuestra vida de obediencia y de 
guerra. ;Qu6 importa la longitud de la vida! iQu£. 
guerrero quiere reservarsel— jYo no uso de blandu- 
ras con vosotros, yo os amo de todo corazon, her- 
manos en la guerra !» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DEL NUEVO iDOLO. En alguna parte, aun 

hay pueblos y rebanos; pero no entre nosotros, her- 
manos mios; entre nosotros hay Estados.— ^Estado? 
lQy€ es eso? jEa! abrid los oidos, porque voy A ha- 
blaros de la muerte de los pueblos.— Estado se llama 
al mas frio de los m6nstruos. Mi.ente tambten fria- 
mente, y he aqui la mentida rastrera que sale de su 



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A Si HABLABA ZARaTUSTRA 43 

boca: «Yo, el Estado, soy el Pueblo. »— ;Es una men- 
tira! Los que crearon los pueblos y suspendieron so- 
bre ellos una fe y tin amor, esos eran creadores: Ser- 
vian & la vida.— Los que ponen lazos para el gran 
mimero y llaman & eso un Estado son destructores: 
suspenden por encima de ellos una espada y clen 
apetitos.— Donde atin hap pueblo no se comprende 
el Estado y se le detesta al igual que al hechicero y 
como una transgresion de las costumbres y de las 
leyes.— Yo os doy este signo: cada pueblo habla una 
lengua del bien y del mal, que el vecino no compren- 
de. Esta lengua fu6 inventada para sus costumbres y 
sus leyes.— Pero el Estado miente • en todas las len- 
guas del bien y del mal; y en cuanto dice, miente; y 
cuanto tiene, lo ha robado.— Todo es falso en el; 
muerde, el muy arisco, con dientes robados. Hasta 
sus entranas son falsas.— Una confusf6n de las len- 
guas del bien y del mal: os doy ese signo cohio el 
signo del Estado. A la verdad, lo que indica ese sig- 
no es la voluntad de la muerte: esta llamando £ los 
predicadores de la muerte.— Vienen al munda dema- 
siados hombres; ipara los superfluos se invent6 el 
Estado!— jVed como atrae a los superfluos! jComo se 
los engulle, como los masca y remasca!— «En la tie- 
rra no hay, nada m£s grande que yo: yo soy el dedo 
ordenador de Dios»— asi brama el monstruo. jY no 
son solo los que tienen orejas largas'y vista corta los 
que caen de rodillas!— ;Ay! jtambien en vosotras, al- 
mas grandes, murmura sus sombrias mentiras! iAy! 
{61 adivina los corazones ricos que gustan prodigar- 
se!— jSi: os adivina & vosotros tambien, vencedores 
del antiguo Dios! jSalisteis rendidos del combate, y 
ahora vuestra fatiga sirve aiin al nuevo idolo!— El 
quisiera ^olocar en torno suyo heroes y hombres de 
respeto. A ese frio monstruo le gusta calentarse al 



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44 NIETZSCHE 

sol de la pura conciencia.— A vosotros quiere cteroslo 
todo, si le ador£is. Asi compra el brillo de vuestra 
yirtud y la altiva mirada de vtfestros ojos.—jCon 
vosotros quiere atraer A los supSrfluos! Si: ha inven- 
tado con eso una artimana infernal, un corcel de la 
muerte, enjaezado con el adorno relumbrante de los 
honores divinos.— ;Si: ha inventado para el gran nu- 
mero una muerte que se precia de ser la vida, una 
servidumbre a medida del deseo de todos los predi- 
cadores de la muerte!— El Estado es donde todos be- 

/ben veneno, los buenos y los malos; donde todos se 
pierden & si mismos, los buenos y los malos; donde 

* el lento suicidio de todos se llama «la vida».— jVed, 
pues, esos sup£rfluos! Roban las obras de los inven- 
tores y los tesoros de los sabios; llaman civilization 
£ su latrocinio, y todo se les vuelve enfermedades y 
reveses.— ;Ved, pues, esos superfluos! Siempre estan 
enfermos; echan la bilis, y llaman a eso periodicos. 
Se devoran, y no pueden digerirse siquiera.— ;Ved, 
pues, esos superfluos! Adquieren riquezas, y se hacen 
mis pobres. iQuieren el poder esos impotentes, y 
ante todo, la palanca del poder: mucho dinero!— iVed 
trepar a esos £giles monos! Trepan los unos sobre los 
otros y se arrastran asi al cieno y al abismo.— Todos 
quieren acercarse al trono: es su locura — {como si la 
felicidad estuviese en el trono!— Frecuentemente el 
cieno est& en el trono, y Jrecuenteijiente, tambten, el 
trono est& en el cieno.— Para mi todos ellos son locos 
y monos trepadores y bullidores. Su idolo, ese frio 
monstruo, huele mal; todos ellos, esos idolatras, 'hue- 
len mal.— iHermanos mios, quer^is, pues, ahogaros 
en la exhalacion de sus bocas y de sus apetitos! An- 
tes que eso jromped las ventanas y saltad al aire 
libre! — jEvitad el mal olor! Alejaos de la idolatria de 
los superfluos.— jEvitad el mal olor! iAlejaos del hu- 



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A Si HABLABA ZARATUSTRA 45 

mo de esos sacrificios humanos!— Aun ahora es libre 
el mundo para las almas grandes. Para los que viven 
solitarios 6 entre dos atin haj? vacantes muchos si- 
tios, donde se aspira el olor de los mares silenciosos. 
—Aun tienen abierta una vida libre las almas grandes* 
En verdad, quien poco posee, tanto menos es posei- 
do. jBendita sea la pequena pobreza!— Alii donde 
acaba el Estado, empieza el hombre que no es super- 
fluo: alii empieza el canto de los que son necesarios, 
la melodia unica e insustituible.— A11&, en donde aca- 
ba el Estado... jMirad, hermanos mios! ^No veis el 
arco iris y el puente del Superhombre?» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LAS MOSCAS DE LA PLAZA PUBLICA. 

«jHuye, amigo mio, & tu soledad! Te veo atur- 

dido por el ruido de los grandes hombres y acribilla- 
do por los aguijones de los pequenos.— bignamente 
saben callarse contigo los bosques y las peflas. Ase- 
mejate de nuevo d tu £rbol querido, al ^rbol de ancho 
ramaje, que escucha silencioso, suspendido sobre el 
mar.— Donde cesa la soledad empieza la plaza publi- 
ca; y donde empieza la plaza publica empiezan tarn* 
bi£n el ruido de los grandes comicos y el zumbido de 
moscas venenosas.— En el mundo ias mejores cosas 
no valen nada sin alguien que las represente; el pue- 
blo llama & esos representantes grandes hombres.— 
El pueblo comprende mal lo que es grande, es decir, 
lo que crea. Pero tiene un sentido para todos los re- 
presentantes y comicos de las grandes cosas.— El 
mundo gira alrededor de los inventores de valores 
nuevos; gira invisiblemente. Pero alrededor de los 
c6micos giran el pueblo y la gloria: asi «va el mun- 
do».— El comico tiene espiritu, pero poca conciencia 
del espiritu. Cree siempre en aquello que produce 



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46 NIETZSCHE 

mis efecto en los oyentes y que les induce £ creer 
en £1.— Mafiana tiene una fe nueva y pasado mafiana 
otra mis nueva. Posee sentidos ripidos como el pue- 
blo y temperatures variables.— Derribar: i eso llama 
demostrar,. Volver loco: i eso llama convencer. Y la 
sangre es para €\ el mejor de todos los argumentos. 
—Llama mentira y nada a una verdad que no penetra 
mis que en oidos finos. Verd^deramente 61 no cree 
mis que en dioses que hagan mucho ruido en el mun- 
do.— La plaza publica esti llena de bufones atrona- 
dores*.. \y el pueblo se vanagloria de sus grandes 
hombres! Son para 61 los duenos del momento.— Pero 
el momento los apremia, y ellos te apremian a ti. 
Tambien & ti te exigen un si 6 un no. jDesgraciado! 
^quieres colocar tu silla entre un pro y un contra? 
—No tengas celos de esos espiritus apremiantes y 
absolutos, ioh amante de la verdad! Jamis la verdad 
se ha colgado del brazo dn un espiritu absoluto.— 
Vuelve £ tu asilo, lejos de esa gente atropellada: solo 
en la plaza publica le asedian a uno con el «<j,si 6 no?» 
—Las f uentes profundas tienen que aguardar mucho 
tiempo para saber lo que ha caido en su profundidad. 
— Todo lo grande pasa lejos de la plaza publican de 
la gloria. Lejos de la plaza publica y de la gloria vi- 
vieron siempre los inventores de valores nuevos.— 
Huye, amigo mio, £ la soledad; te veo acribillado por 
moscas venenosas. jHuye £ las alturas, hacia donde 
sopla un viento reciol— jHuye £ tu soledad! Has vivi- 
do demasiado entre los pequefios y miseros. jHuye 
de su venganza invisible! Para ti no son m£s que 
venganza.— jNo levantes mas el brazo contra ellos! 
Son innumerables, y tu destino no es ser mosqueador. 
— Innumerables son esos pequefios y miseros; y alti- 
vos edificios se han visto destruidos por gotas de llu- 
via y malas hierbas.— Tu no eres una piedra, pero pa 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 47 

te resquebrajan infinidad de gotas. Infinidad de gotas 
te seguir&n rajando y partiendo.— Te veo fatigado 
por las moscas venenosas, te veo rasgunado y ensan- 
grentado por mil sitios; y tu orgullo no quiere enco- 
lerizarse uno sola vez.— Ellas desearian tu sangre 
con la mayor inocencia; sus almas anemicas reclaman 
sangre, y pican con la mayor inocencia.— Pero tu, 
que eres profundo, sufres profundamente; tanto, que 
stentes las mas pequenas heridas. iAy! antes de curar- 
te te lanzardn el gusano venenoso.— Me pareces de- 
masiado altivo para matar & esos golosos. jPero cui- 
dado; no venga £ ser^tu destinp soportar toda su 
venenosa injusticia!— Tambten zumban alrededor de 
ti con sus alabanzas. Importunidades: he ahi sus ala- 
banzas. Quieren estar cerca de tu pellejo y de tu san- 
gre.— Te adulan como un dios 6 un diablo; lloriquean 
delante de ti como delante de un dios 6 de un diablo. 
iQu6 importa! Son aduladores y lloricones, y nada 
m£s.— Tambien suelen hacerse los amables contigo. 
Pero esa fu£ siempre la astucia de los cobardes. jSi: 
los cobardes son astutos!— Piensan mucho en ti con 
su alma estrecha. jLes eres siempre sospechoso! To- 
do lo que da mucho que pensar se hace sospechoso. 
— Te castigan por todas tus virtudes. No te perdonan 
de veras mis que tus faltas.— Como tu eres benevolo 
y justo, dices: «Son inocentesde la pequenez de su 
existencia.» Pero su alma estrecha piensa: «Toda 
gran existencia es culpable. »— Aunque seas benevolo 
con ellos, se consideran aiin despreciados por ti, y te 
pagan tu beneficio con fechorias disimuladas. Tu ca- 
llado orgullo los contraria siempre; y se alborozan 
cuando aciertas £ ser bastante modesto para ser va- 
nidoso.— Lo que reconocemos en un hombre lo infla- 
mamos tambiert en el. jGuardate, pues, de los peque- 
nos!— En tu presencia se sienten pequenos, y su ba- 



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48 NIETZSCHE 

jeza arde en invisible venganza contra ti.— £No has 
notado como solian enmudecer cuando te acercabas 
£ ellos, y como los abandonaban las fuerzas al modo 
que abandona el humo un fuego que se apaga?— Si, 
amigo mio, tii eres la roedora conciencia de tus pr6- 
jimos: porque no son dignos de ti. Por eso te odian 
y querrian chupar tu sangre.— Tus projimos ser&n 
siempre moscas venenosas. Lo que es grande en ti y 
eso precisamente debe hacerlos m&s venenosos y mas 
semejantes a moscas.^Huye, amigo mio, £ tu sole- 
dad, all£ arriba en donde sopla un viento rudo y fuer- 
te. No es tu destinoser espanta-moscas.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA CASTIDAD; Amo el bosque. Es dift- 

cil vivir en las ciudades: abundan en ell as demasiado 
los ardorosos,— ^No vale mas caer en manos de un 
asesino que en los ensuenos de una mujer ardiente?— 
Mirad, si no, esos hombres; sus ojos lo dicen: no co- 
nocen nada mejor en la tierra que acostarse con una 
mujer.— Tienen cieno en el fondo del alma; \y pobres 
de ellos, si su cieno tiene inteligencia!— jSi al menos 
fueseis bestias del todo! Pero para ser bestia hace 
falta inocencia.— <r,Es que os aconsejo que mat£is 
vuestros sentidos? Yo os aconsejo la inocencia de los 
sentidos.— ^Es que os kconsejola castidad? 1 En algu- 
nos la castidad es una virtud; pero en muchos es casi 
un vicio.— Estos serdn continentes; pero la perra sen- 
sualidad husmea celosa todo lo que hacen.— Hasta 
las alturas de su virtud y hasta su frio espfritu los si- 
gue ese animal con su discordia.— ;Y con que genti- 
leza sabe mendigar la perra sensualidadun trozo de 
espiritu cuando se le niega un trozo de carne!— ^A 
vosotros os gustan las tragedias y todo lo que lacera 
el corazon? Pues yo miro con desconfianza & vuestra 



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ASl HABLABA ZARATUSTRA 49 

perra—Teneis ojos demasiado crueles, y mir£is, lie- 
nos de deseos, £ los que sufren. ^No sera simplemen- 
te que vuestra lascivia se ha disfrazado y tornado el 
nombre de compasion?— Y os doy tambien esta para- 
bola: No pocos, que querrian expulsar sus demonios, 
entraron en los cerdos. -Si la castidad pesa a alguno, 
hay que apartarle de ella para que la castidad no lie- 
gue £ ser el camino del infierno; es decir, el fango y 
la hoguera del alma.— ^He hablado de cosas sucias? 
No es eso lo peor £ mis ojos.— No cuando la verdad 
es sucia, sino cuando es somera, es cuando baja de 
mala gana a sus aguas el investigador.— Verdadera- 
mente hap quienes son castos por esencia: son de co- 
razon mas dulce, les gusta m&s reir y rien mas que 
vosotros.— Se rien tambien de la castidad, y pregun- 
tan: «£Que es la castidad?— ^Es vanidad? Pero esa 
vanidad ha venido a nosotros; no hemos ido nosotros 
a ella.— Hemos ofrecido a ese huesped albergue y 
simpatia: ahora habita en nosotros. ;Que se quede 
mientras quiera!» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DEL AMIGO. «Uno solo me asedia siempre 

con exceso (asi piensa el solitario). Uno tras de uno 
acaba por hacer dos! » — Yo y Me estan siempre en con- 
versacion demasiado seguida. ^Como podria sopor- 
taVse eso, si no hubiese un amigo?— Para el solitario, 
el amigo es siempre el tercero; el tercero es el cor- 
cho que impide a la conversation de los otros dos 
abismarse en las profundidades.— \Xy\ Existen dema- 
siadas profundidades para todos los solitarios! Por 
eso aspiran a un amigo y a su altura.— Nuestra fe en 
los demds re vela aquello en que deseariamos creer en 
nosotros. Nuestro deseo de un amigo es nuestro dela- 



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50 NIETZSCHE 

tor.— Y frecuentemente no se quiere con la amistad 
sino saltar por encima de la envidia. Y frecuentemen- 
te atacamos y nos creamos enemigos para ocultarque 
nosotros mismos somosata cables.— «jS6 al menos mi 
enemigo!»— Asi habla el verdadero respeto, el que 
no se atreve a solicitar la amistad.— Si se quiere te- 
ner un amigo, hay que querer tambiSn hacer la gue- 
rra por el; y para hacer la guerra hay que poder ser 
enemigo.— Es preciso honrar en el amigo el enemigo. 
^Puedes acercarte £ tu amigo sin pasar £ su bando? 
—En el amigo debe verse el mejor enemigo. Debes 
estar lo m&s cerca de su corazon, cuando le opones 
resistencia.— ^No quieres llevar vestido delante de tu 
amigo? iDebe ser gloria de tu amigo que te en- 
tregues a el tal cual eres? jPues es por lo que te manda 
al diablo!— El que no se recata, escandaliza. jHe aqui 
por qu6 debeis temer la desnudez! jCompr6ndese que 
siendo dioses os avergonzdrais de vuestros vestidos! 
— Nunca te adornards bastante bien para tu amigo: 
porque debes ser para el una flecha y un anhelo hacia 
el Superhombre.— ^Has visto ya dormir & tu amigo 
para que sepas como es? ^Cudl es, pues, la cara de 
tii amigo? Es tu propia cara en un espejo tosco € im- 
perfecta. — £Has visto va dormir £ tu amigo? £No te 
ha espantado el aspecto que tenia? jOh, amigo mio, 
el hombre es algo que debe ser superado!— El amigo 
debe ser maestro en la adivinaci6n y en el silencfo: 
no debes querer verlo todo. Tu suefio debe revelarte 
lo que hace tu amigo durante la vigilia.— Sea tu com- 
pasion una adivinacion: es menester que sepas ante 
todo si tu amigo quiere compasion. Quiz& le gustan 
en ti los ojos altivos y la mirada de la eternidad.— 
Que la compasion con el amigo se oculte bajo una 
ruda corteza; has de dejarte un diente en el. Asi ten- 
£ tdru compasion su delicadeza y su dulzura.— ^Eres 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 51 

tu para tu amigo aire puro y soledad, pan y medicina? 
Hay quienes no pueden desatar sus propias cadenas, 
y, sin embargo, para sus amigos son salvadores. — 
^Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo. 
<i,Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos.— 
Hace demasiado tiempo que se escondfan en la mujer 
un esclavo y un tirano. Por eso la mujer no es atin 
capaz de amistad: no conoce mas que el amor. — 
En el amor de la mujer hay injusticia y ceguedad para 
cuanto ella no ama. Y aun el amor reflexivo de la mu- 
jer oculta siempre, al lado de la luz, la sorpresa, el 
rayo y la noche.— La mujer no es aun capaz de amis- 
tad: las mujeres siguen siendo gatas y pdjaros. O, en 
el caso mejor, vacas.— La mujer no es atin capaz de 
amistad. Pero decidme vosotros los hombres: ^qui^n 
de vosotros es por ventura capaz de amistad?— j Ay, 
hombres! jqu6 pobreza y avaricia la de vuestra alma! 
Cuanto vosotros dais 6 vuestros amigos quiero darlo 
yo aun & mis enemigos, sin hacerme m£s pobre 
por eso — Hay companerismo: que haya amistad. » 
Asi hablaba Zaratustra. 

LOS MIL OBJETOS Y EL OBJETO ONICO. 

«La visita £ muchos paises y pueblos me hizo descu- 
brir el bien y el mal y me evidencio que el poder m£s 
grande de la tierra consiste en el bien y en el mal.— 
Ningtin pueblo podria vivir sin valuar: pero, si quiere 
conservarse, no debe valuar como su vecino — Mu- 
chas cosas, que un pueblo llamaba buenas, eran para 
otros vergonzosas y desprecjables: he ahi lo que yo 
hedescubierto. A muchas cosas, que ac£ calificaban 
de malas, las adornaban ellos con el manto de purpura 
de los honores.— Jam£s un vecino ha comprendido al 
otro; siempre se asombr6 su alma de la locura y la 
maldad del vecino.— Sobre cada pueblo hay suspendi- 



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52 NIETZSCHE 

da. una tabla de bienes. Y ved: es la tabla de los triun- 
fos de sus esfuerzos; es la voz de su voluntad de po- 
der.— Es honroso lo que le parece dificil; lo que es 
indispensable y dificil se llama bien; y lo que libra de 
las mayores miserias, lo m&s raro y dificil, se santi- 
fica. 

Lo que le permite reinar, veneer y brillar con te- 
mor y envidia de su vecino, eso es para £1 lo m£s 
alto, lo primero, la medida y el sentido de todas las 
cosas — -Verdaderamente, hermano, si tii conoces la 
necesidad, el pais, el cielo y el vecino de un pueblo, 
adivinas tambien la ley de sus triunfos y por que sube 
£ sus esperanzas por esos grados.— «Tu debes ser 
siempre el primero y aventajar & los otros; tu alma ce- 
losa no debe amar & nadie m£s que al amigo»:— esto 
hizo temblar el alma de un griego y le llevo a seguir 
la senda de la grandeza.— «Decir la verdad y saber 
mane jar bien el arco y las flechas»:— esto parecia cara 
al par que dificil al pueblo de donde viene mi nombre 
—el nombre que es para mi caro al par que dificil. — 
«Honrar padre y madre y tener para ellos profunda 
sumision»:—esa tabla de las victorias sobre si, otro 
pueblo la echo al aire y convirtiose en eterno y pode- 
roso.— «Rendir culto £ la fidelidad, y, por la fidelidad, 
dar sangre y honor, aun trat£ndose de cosas malas y 
peligrosas»:— por esa ensenanza se vencio £ si mismo 
otro pueblo, y, al vencerse de ese modo, llego & hen- 
chirse de grandes esperanzas.— La verdad es que los 
hombres se dieron todo su bien y.todo su mal. La 
verdad es que no le tomaron, que no le encontraron, 
que no les cayo como una voz del cielo.— El hombre 
es el que puso valores en las cosas a fin de conser- 
varse, £1 fue el que dio sentido a las cosas, un senti- 
do humano. Por eso se llama «hombre», es decir, ef 
que valiia.— Valuar es crear. jOid, creadores! Valuar 



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• ASI HABLABA ZARATUSTRA -53 

es hacer tesoros, y joyas todas las cosas valuadas.— 
Por la valuacion se da el valor; sin la valuacion, la 
nuez de la existencia seria vana. jOidlo, creadores! 
—El cambio de los valores es cambio del que crea. 
Siempre destruye el que ha de ser creador.— Los 
creadores f ueron en un principio pueblos, y solo m£s 
tarde individuos. \Y pensar que el individuo mismo es 
la mas reciente de las creaciones!— Antiguamente al- 
gunos pueblos suspendian sobre si una tabla del bien. 
El amor que quiere dominar 'y el amor que quiere 
obedecer secrearon juntos tales tablas.— El placer del 
rebano es mas antiguo que el placer del Yo Y mien- 
tras la buena conciencia se llama rebano, solo la mala 
dice: Yo.— A la verdad, el Foastuto, el Yo insensible 
que busca su bien en el bien de muchos, no es el ori- 
gen del rebano, sino su destruccion.— Siempre fueron 
fervientes y creadores los que crearon el bien y el 
mal. El fuego del amor y el fuego de la colera arden 
bajo el nombre de todas las virtudes.— Muchos paises 
y muchos pueblos vio Zaratustra. No h^ encontrado 
poder m£s grande en la tierra que la obra de los fer- 
vientes; «bien» y «mal» es su nombre.— A la verdad, 
el poder de estas alabanzas y de estas censuras es se- 
niejante ^ un monstruo. Decidme, hermanos mios: 
^quien me le derribara? Decid: ^quien echard una ca- 
dena sobre las mil cervices de esa bestia?— Hasta el 
presente ha habido mil objetos, porque ha habido mil 
pueblos. No falta m£s que la cadena de las mil cervi- 
ces: falta el objeto unico. La humanidad no tiene atin 
objeto.— Pero, decidme, hermanos, si falta objeto &la 
humanidad, ^no es que ella misma falta aiin?» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DEL AMOR AL PROJIMO. «Vosotros anddis 

muy solicitos alrededor del projimo, y lo manifestos 



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51 . NIETZSCHE 

/ 

con bellas palabras. Pero yo os digo: vuestro amor 
al pr6jimo es vuestro mal amor & vosotros mismos.— 
Huis de vosotros en busca del pr6jimo, y quisierais 
convertir eso en una virtud; pero yo penetro vuestro 
«desinteres».— El 71? es m6s vie jo que el Yo; el Tu se 
halla santificado, pero no aiin el Yo. Por eso el hom- 
bre anda diligente en pos del projimo.— iOs aconsejo 
yo el amor al pr6jimo? jAntes os aconsejo la huida 
del «pr6ximo» y el amor & lo remoto! 

Mas alto que el amor a lo pr6ximo es el amor £ to 
lejano y & lo que est& por venir. M6s alto atin que el 
amor al hombre coloco el amor & las cosas y & los 
fantasmas.— Ese fantasma que corre delante de ti, 
hermano mio, es mis bello que tu. ^Por qu6 no le 
das tu carne y tus huesos? Pero le tienes miedo, y te 
escapas en busca de tu pr6jimo.-^No os soportdis a 
vosotros mismos y no os quer^is bastante; ahora de- 
seariais seducir al pr6jimo por vuestro amor y dora- 
ros con su engano.— Yo quisiera que todos esos pr6- 
jimos y sus vecinos se os hiciesen insoportables; asi 
tendriais que crear por vosotros mismos vuestro ami- 
go y su coraz6n fervoroso.— Llamdis d un testigo 
cuando quer&s hablar bien de vosotros; y luego que 
le hab£is inducido & pensar bien de vuestra persona, 
vosotros mismos pensais bien de vuestra persona, x 
—No s61o miente el que habla contra su conciencia, 
sino sobre todo el que habla contra su inconsciencia. 
Y asi habteis de vosotros en el trato social, enganan- 
do al vecino.— Asi habla el loco: «E1 trato con los 
hombres dana el car&cter, sobre todo cuando no se 
tiene.»— El uno va en pos del pr6jimo, porque se 
busca; el otro porque quisiera olvidarse. Vuestra mal- 
querencia con respecto & vosotros mismos convierte 
vuestra soledad en un cautiverio.— Los mas lejanos 
son los que pagan vuestro amor al projimo; y ya 



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A Si HABLABA. ZARATUSTRA 55 

cuando os junteis cinco, debe morir un sexto?— No 
me gustan tampoco vuestras fiestas; he encontrado 
en ellas demasiados c6micos, y los miSmos especta- 
dores se conducian frecuentemente como c^micos.— 
Yo no hablo del pr6jimo, sino del amigo. Que el ami- 
go sea para vosotros la fiesta de la tierra y un pre- 
sentimiento del Superhombre.— Yo os hablo del amigo 
y de su coraz6n exuberante. Pero hay que saber ser 
una esponja cuando se quiere ser amado por corazo- . 
nes exuberantes.-*-Yo os hablo del amigo que lleva 
en si uri mundo disponible, una envoltura del bien — 
del amigo creador que tiene siempre un mundo dis- 
ponible que dar.— Y como se desarrollo el mundo 
para 61, asi se arrolla de nuevo; tal es el advenimien- 
to del bien por el mal, del designio por el acaso.— 
Que el porvenir y lo m£s remoto sean para ti la cau- 
sa de tu hoy; en tu amigo debes amar al Superhom- 
bre, como tu raz6n de ser.— Hermanos mios, yo no 
os aconsejo el amor al pr6jimo; os aconsejo el amor 
k lo m£s lejano.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LAS VfAS DEL CREADOR. «^Quieres, 

hermano mio, ir al aislamiento? ^Quieres buscar el 
camino que lleva £ ti mismo? Aguarda aiin un poco, 
y esciichame.— «E1 que busca se pierde fdcilmente & 
si mismo. Todo aislamiento es una falta»:— asi habla 
el rebano. Y tu has pertenecido al rebano durante 
.mucho tiempo.— En ti tambiSn resonar£ todavia la 
voz del rebaflo. Y cuando digas: «No tengo ya una 
conciencia en comun con vosotros», sera eso una 
queja y un dolor.— Mira: ese dolor mismo es hijo de 
la conciencia comun, y el ultimo destello de esa con- 
ciencia brilla aiin en tu afliccion.— Pero ^quieres se- 
guir el camino de tu afliccion, que es el camino hacia 



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^ 



56 NIETZSCHE 

ti mismo? [Demugstrame tu derecho y tu fuerza para 
tanto!— ^Eres tu una fuerza nueva y un derecho nue- 
vo? ^Un primer movimiento? ^Una rueda que gira 
sobre si misma? ^Puedes obligar & las estrellas & gi- 
rar alrededor de ti?— jAy! jExiste tanta ansia por las 
alturas! ;Hay tantas convulsiones de ambiciones! ;De- 
muestrame que no efes de los codiciosos ni de los 
ambiciosos! — jAy! jExisten tantos grandes pensa- 
mientos que no hacen mds que lo que un f uelle! Inflan 
y ahuecan.— ^Tii te llamas libre? Yo quiero que me 
digas tu pensamiento cardinal, y no que has escapado 
de un yugo.— ^Eres tu alguien que tuviese el derecho 
de librarse de un yugo? Hay quienes pierden su valor 
ultimo al librarse de su sujecion.— ^Libre de qui? 
iQue le importa eso & Zaratustra! Pero tu mirada 
debe anunciarme claramente: ^libre, para qui?— 
^Puedes darte a ti mismo tu bien y tu mal y suspender 
tu voluntad por encima de ti como una ley? ^Puedes 
ser tu propio juez y el vengador de tu ley?— Terrible 
es estar a solas con el juez y el vengador de la pro- 
pia ley. Esto semeja una estrella lanzada £ la exten- 
sion vacia en medio del soplo helado de la soledad^ 
Hoy aiin te atormenta la muchedumbre; aiin conser- 
vas todo tu valor y todas tus esperanzas.— Sin em- 
bargo, un dia te fatigara la soledad, se abatird tu 
orgullo y rechinards los dientes. Un dia clamards: 
«;Estoy solo!»— Un dia no ver&s ya tu altura, y tu 
bajeza estara demasiado cerca de ti. Tu sublimidad 
misma te amedrentard como un fantasma. Un dia gri- . 
taras: «jTodo es falso!»— Hay sentimientos que quie- 
ren matar al solitario. <[,No lo consiguen? ;Pues que 
mueran ellos! Pero ^eres tu capaz de ser asesino?— 
Hermano mio, ^conoces ya la palabra «desprecio»? 
lY el tormento de tu justicia de ser justo con los que 
le menosprecian?— Tii obligas £ muchos £ cambiar de 



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ASf HABLABA zA-RATUSTRA , 57 

opini6n sobre ti; eso te lo tienen muy en cuenta. Te 
acercaste a ellos y pasaste adelante sin decirles nada: 
eso no te lo perdonar&n nunca.— Tii te elevas sobre 
ellos; pero cuanto m£s alto subes, tanto mas pequeno 
te ven los ojos de la envidia. Y nadie tan odiado como 
el que vuela.— «iC6mo querriais ser justos conmigo! 
— asi debes hablar.— Yo elijo para mi vuestra injus- 
ticia, como el lote que me # est£destinado.»— Injusticia 
y basura es lo que arrojan ellos al solitario. Pero, 
hermano mio, si quieres ser una estrella, no has de 
alumbrarlos menos por eso.— ;Y gudrdate delos bue- 
nos y los justos! Les gusta crucificar £ los que se 
inventan su propia virtud: odian al solitario.— ;Gu£r- 
date asimismo de la ^anta simplicidad! No es santo a 
sus ojos lo que no es simple, y les gusta jugar con 
el fuego... de las hogueras.— \Y gudrdate tambien de 
los impulsos de tu amor! El solitario alarga la mano 
demasiado deprisa al que encuentra.— Hay hombres 
a quienes no debes dar la mano, sino $61o la pata; y 
quiero que tu pata tenga tambien garras.— Pero el 
enemigo peor que puedes encontrar seras siempre tu 
mismo; a ti propio te acechas en las cavernas y en 
los bosques.— [Solitario, tu sigues el camino que lle- 
va a ti propio! jY tu camino pasa por delante de ti y 
de tus siete demonios!— Serds hereje para ti mismo, 
seras hechicero, adivino, loco, incredulo, impio y 
malva(Jo.— Es menester que quieras consumirte en tu 
propia llama. ^Como querrias renovarte sin reducir- 
te ante todo a cenizas?— Solitario, tu sigues el cami- 
no del creador: jquieres sacar un dios de tus siete 
demonios!— Solitario, tu sigues el camino del amante: 
te amas a ti mismo, y por eso te desprecias, como 
solo desprecian los amantes.— jEl amante quiere 
crear, porque desprecia! jQue sabria del amor el que 
no debiese menospreciar precisamente lo que amaba! 



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5tf NIETZSCHE 

— Vete a tu aislamiento, hermano mfo, con tu amor y 
con tu creaci6n; y ser£ tarde cuando te siga la justi- 
cia renqueando.— Vete £ tu aislamiento con mis 1£- 
grimas, hermano mio. Yo amo al que quiere crear 
algo superior k 61 y de esa suerte sucumbe.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

LA VIEJA Y LA JOVEN. «<rPor qu<§ te des- 

lizas furtivamente durante el crepiisculo, Zaratustra? 
lY que ocultas con tanta precaucion debajo de'tu 
manto?— ^Es algiin tesoro que te dieron? £Es un nino 
que te ha nafcido? ^Seguirias tu tambien ahora el ca- 
mino de los ladrones, amigo del mal?»— «jCierto, 
hermano mio!— respondi6 Zaratustra.— Un tesoro lle- 
vo: una p^quena verdad.— Pero es rebelde como un 
nino; y, si no la tapase la boca, grltaria desaforada- 
mente.— Siguiendo hoy solitario mi camino, a la hora 
en que se ponia el sol, me tope con una vieja que 
hablo asi & mi alma: «Zaratustra ha hablado mucho, 
aun con nosotras las mujeres, pero jamas nos ha ha- 
blado de la mujer.»— Yo respond! : «No hay que ha- 
blar de la mujer mds que a los hombres.»— «Hdblame 
a mi tambien de la mujer— dijo ella.— Soy bastante 
vieja para olvidar al momento lo que me digas.»— 
Cedi a los deseos de la vieja, y la hable asi: «En la 
mujer todo es un enigma, y todo tiene una solucion: 
se llama prenez.— El hombre es para la mujer un me- 
dio; el fin es siempre el hijo. Pe^o ^que es la mujer 
para el hombre?— El verdadero hombre quiere dos 
cosas: el peligro y el juego. Por eso quiere la mujer, 
el juguete m£s peligroso.— El hombre debe ser edu- 
cado para la guerra, y la mujer para solaz del gue- 
rrero. Todo lo demds es locura.— Al guerrero no le 
agradan los frutos demasiado dulces. Por eso le gus- 
ta la mujer: la mujer m&s dulce tiene siempre algo de 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 59 , 

amarga.— La mujer comprende mejor que el hombre 
£ los ninos; pero el hombre es m&s infantil que la 
mujer.— En todo verdadero hombre se esconde un 
nino: un nifio que quiere jugar. jEa, mujeres! jdescu- 
brid el nino en el hombre!— Que la mujer sea un ju- 
guete puro y fino como el diamante, abrillantado por 
las virtudes de un mundo que aun no existe.— [Cente- 
116e en vuestro amor el- fulgor de una estrella! Diga 
vuestra esperanza: «jque yo d€ aluzal Superhom- 
bre!»— [Que haya valentia en vuestro amor! Con 
vuestro amor debris afrontar al que os inspire miedo! 
— Cifrese vuestro honor en vuestro amor. General- 
mente la mujer entiende poco de honor. Pero sea 
vuestro honor amar siempre m£s de lo que se£is ama- 
das, y no ser nunca las segundas.— Que el hombre 
tema & la mujer, cuando la mujer ama: entonces es 
cuando hace ella todos los sacrificios, y cualquier 
otra cosa la parece desprovista de valor.— Que el 
hombre tema a la mujer, cuando la mujer odia: por- 
que, en el fondo, el hombre es simplemente malo, 
pero la mujer es aviesa.— <j,A quten odfa m£s la mu- 
jer? El hierro hablaba asi al iman: «Te odio mds que 
a nada, porque atraes sin ser bastante' fuerte para 
sujetar.» 

La felicidad del hombre es: yo quiero. La felicidad 
de la mujer es: el quiere.— «;Vamos! jYa nada falta 
en el mundo! »— asi piensa cada mujer, cuando obede- 
ce de todo coraz6n.— Y es preciso que la mujer obe- 
dezca y que en^uentre una profundidad para su super- 
ficie. El alma de la mujer es superficie: movil y bo- 
rrascosa^pelicula de aguas someras.— Pero el alma 
del hombre es profunda; su corriente muge en grutas 
subterr&neas: la mujer presiente su fuerza, pero no la 
comprende. »— Entonces me respondio la vieja: «Za- 
ratustra ha dicho cosas muy bonitas, sobre todo para 



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60 NIETZSCHE 

las que son j6venes y dispuestas a aprovecharlas.— 
jCosa singular! jZaratustra conoce poco & las muje- 
res, y, sin embargo, tiene razon en lo que dice de 
ellas! iSerd porque en la mujer nada es imposible?— 
Y ahora ten en recompensa una pequena verdad. Soy 
bastante vieja para decirtela.— Tapala y ctetrala la 
boca, porque, si no, gritara demasiado alto.»— «Ven- 
ga tu verdad, mujer! » dije yo, y la vieja hablo asi: 
«^Vas con las mujeres? jNo olvides el latigob 
Asi hablaba Zaratustra. 

LA PICADURA DE LA VlBORA.— Un dia 

dormitaba Zaratustra a la sombra de una higuera, 
porque hacia calor; y tenia puesto el brazo sobre la 
cara. Vino en esto una vibora, le mordio en el pes- 
cuezo, y €\ lanzo un grito de dolor. Aparto el brazo 
de la cara, y miro a la sierpe. Entonces la sierpe re- 
conoci6 los ojos de Zaratustra, se retorcio torpemen- 
te y quiso marcharse. «;No— dijo Zaratustra, — note 
he dado atin las gracias! Me has despertado a tiempo; 
aun es largo mi camino.»— «Tu camino es corto— dijo 
tristemente la vibora:— mi veneno mata.» Zaratustra 
se echo & reir. «<i,Cudndo mato & un dragon el veneno 
de una serpiente?— dijo.— jRecobra tu veneno! No 
eres bastante rica para regal£rmele.» Entonces la vi- 
bora volvio & abrazarle el cuello y le lamio la herida. 
— Cuando un dia Zaratustra conto esto a sus discipu- 
los, ellos le preguntaron: «^Y cu^l es la moraleja de 
tu cuento?» Zaratustra respondio: «Los buenos y los 
justos me llaman el destructor de la moral: mi cuento 
es inmoral.— Pero, si teneis un enemigo, no le de- 
volves bien por mal, porque se veria humillado. De- 
mostradle & la inversa, que os ha hecho un bien.— Y, 
antes que humillar, encolerizaos. Y cuando se os 
maldice, no me gusta que quer£is bendecir. [Maldecid 



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ASf HABLABA ZARATU8TRA 61 

tambien un poco, por vuestra parte!— Y si os hacen 
una gran injusticia, haced vosotros al punto cinco pe- * 
quenas. Horroriza ver al que sufre por si solo el^peso 
de la injusticia.— ^Sabiais pa esto? Injusticia reparti- 
da es semiderecho. ;Y el que puede traer la injusticia 
debe llevarla!— Una pequena venganza es m£s huma- 
na que ninguna. Y si el castigo no es tambien un de* 
recho y un honor para el transgresor, yo no quiero 
vuestro castigo.— Es mas noble condenarse que por- 
fiar, sobre todo cuando se tiene razon. Solo que hay 
que ser bastante rico para eso.— No me agrada vues- 
tra fria justiciar en los ojos de vuestros jueces se 
trasluce siempre la mirada del verdugo ysu helada 
cuchilla.— Decidme: ^Donde se encuentra la justicia 
que es amor con ojos perspicaces?— jlnventadme, 
pues, el amor que soporta, no solo todos los testigos, 
sino tambien todas las faltas!— jlnventadme la justicia 
que absuelve a todos, salvo al que juzga!— <r,Quer£is 
oir m&s? En el que quiere ser verdaderamente justo, 
la mentira misma se trueca en filantropia.— Pero 
£como podria yo ser verdaderamente justo? jComo 
podria dar a cada uno lo suyo/Basteme esto: Yo do? 
6 cada uno lo mio. — En fin, hermanos, guardaos de 
ser injustos con los solitarios. ^Como podria olvidar 
un solitario? ^Como podria devolver?— Un solitario 
es como un pozo profundo. Es facil echar en £1 una 
piedra; pero, si la piedra cae al fondo, decidme: 
^quien querra volver a sacarla?— Guardaos de ofen- 
der al solitario. Pero, si le habeis ofendido, jentonces 
matadle tambien! » 

Asi hablaba Zaratustra. 

DEL HIJO Y DEL MATRIMONIO.- — «Tengo 
una pregunta para ti solo, hermano mio. La arrojo 
como una sonda £ tu alma, a fin de conocer su pro- 



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62 NIETZSCHE 

fundidad.— Eres joven y deseas hijo y matrimonio. 
Pero yo te pregunto: ^Eres tii un hombre que tenga 
el derecho de desear d un hijo?— ^Eres tti el victo- 
rioso, el vencedor de ti, el soberano de los sentidos, 
el dueno de tus virtudes? Eso es lo que yo te pregun- 
to.— iO es que hablan de tu deseo la b^stia y la ne- 
cesidad fisica, 6 el aislamiento, 6 la discordia contigo 
mismo?— Yo quiero que tu victoria y tu libertad as- 
piren & perpetuarse en un hijo. Tu debes erigir mo- 
numentos vivientes & tu victoria y & tu liberacion.— 
Debes construir algo mds que tu. Pero primeramente 
hace falta que te hayas construido £ ti mismo, rectan- 
gular de cuerpo y de alma.— [No debes solo repro- 
ducirte, sino superarte! [Sirvate para eso el jardin 
del matrimonio!— Debes crear un cuerpo superior, un 
primer movimiento, una rueda que gire sobre si: de- 
bes crear un creador.— Matrimonio: asi llam6 £ la vo- 
luntad de dos de crear uno que sea m£s que los que le 
han creado. Respeto reciproco es el matrimonio— 
respeto reciproco de los que coinciden en tal volun- 
tad.— Sea este el sentido y la verdad de tu matrimo- 
nio. Pero lo que llaman matrimonio los que estdn de 
sobra, los superfluos, i& eso como lo llamarS?— jAy! 
]Qu6 pobreza de alma entre dos! iQu6 inmundicia de 
alma entre dos! iQu6 misera conformidad entre dos! 
— A todo eso llaman matrimonio; y dicen que con- 
traen sus uniones en el cielo.— iPues bien! jyo no 
quiero ese cielo de los superfluos! jNo: yo no quie- 
ro esas bestias enlazadas con redes divinas!— iQuS- 
dese tambi6n lejos de mi el Dios que viene cojean^ 
do £ bendecir lo que no ha unido!— jNo os ridis de 
semejantes matrimonios! ^Cudl es el hijo que no ten- 
dria razon para llorar por causa de sus padres?— 
Tal hombre me parecio digno y maduro para el 
sentido de la tierra; pero, cuando vi £ su mujer, al 



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ASf HA BLAB A ZARATUSTBA 63 

tierra me parecio una morada para insensatos<— Si; 
yo querria que la tierra entrase en convulsion cuando 
se aparean un santo y una gansa.— Cual otro par- 
tio como un hSroe en busca de verdades, y no trajo 
m£s botln que una mentirita engalanada. A eso Ha- 
inan su matrimonio. — Este era reservado en sus rela- 
ciones y escogia con detenimiento. Pero de un solo 
golpe rompio con sus amigos para siempre. A eso 
llama su matrimonio.— Aquel buscaba una sirviente 
con las virtudes de un £ngel. Pero de pronto se' hizo 
sirviente de una mujer, y ahora necesitaria el volver- 
se angel.— -En todas partes he visto compradores muy 
sobre si y con ojos astutos. Pero aun el mas astuto 
compra d su mujer £ ciegas. — A muchas locuras bre- 
ves llamdis amar. Y vuestro matrimonio pone fin & 
muchas locuras cortas para hacer de ellas una tonte- 
ria larga.— Vuestro amor £ la mujer y el amor de la 
mujer por el hombre, ;oh! ;sea compasion para dio- 
ses dolientes y velados! Pero dos bestias se adivinan 
casi siempre.— Sin embargo, vuestro mejor amor no 
es aun m£s que una imagen extasiada y un ardor do- 
Ioroso. Es una antorcha que debe iluminaros hacia 
caminos superiores. — jUn dia deberd elevarse vues- 
tro amor por encima de vosotros! fAprended, pues, 
primero £ amar! Por eso os f u6 preciso beber el amar- 
go c£liz de vuestro amor.— Amargura existe, aun en 
el c£liz del mejor amor; asi te hace desear el Super- 
hombre; asi te da sed £ ti ioh creador!— Sed del crea- 
dor, flecha y deseo del Superhombre; dime, hermano 
mio, ^es esa tu voluntad del matrimonio?— Santa es 
para mi tal voluntad, santo tal matrimonio. » 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA MUERTE LIBRE. «Muchos mueren 

demasiado tarde y algunos demasiado pronto. La doc- 



V" 



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64 NIETZSCHE 

trina que dice: «jmuere d tiempo!» parece extrana 
auin.— Muere a tiempo: he ahi lo que ensena Zaratus- 
tra. — Claro que el que nunca yivi6 & tiempo, <rcomo 
habria de morir £ tiempo? ;Que no na2ca nunca! He 
ahi lo que aconsejo a los super fluos.— Pero hasta los 
superfluos se hacen los importantes con su mtierte, y 
hasta la nuez m&s huera pretende ser cascada.— To- 
dos eonceden importancia & la muerte; pero la muer- 
te no constitute todavia una fiesta para ellos. Los 
hombres no saben aun como se consagran las m£s 
bellas fiestas. — Yo os predico la muerte que consa- 
gra, la muerte que, para los vivos, viene & ser un 
aguijon y una promesa.— El que cumple muere de su 
muerte, victofioso, rodeado de los que esperan y pro- 
meten.— Asi habria que aprender & morir; y no debe- 
ria haber fiesta sin que tal moribundo santificase los 
juramentos de los vivos.— Morir asi es la cosa mejor; 
pero la segunda es esta: morir en el combate y prodi- 
gar una gran alma. — Pero el combatiente y el victo- 
rioso odian por igual vuestra muerte aspaventera, 
que viene arrastr£ndose como un ladron, y que, sin 
embargo, se acerca como soberana.— Yo os hago el 
elogio de mi muerte, de la muerte libre, que viene 
porque yo quiero.— ^Y cuando he de querer? El que 
tiene un fin y un heredero, quiere la muerte A tiempo 
para el fin y el heredero.— Y, por respeto al fin y al 
heredero, no colgara ya coronas marchttas en el san- 
tuario de la vida— En verdad, yo no quiero parecer- 
me a los cordeleros: estiran sus hilos, y ellos van 
siempre hacia atras. — Hay tambien. quienes se hacen 
demasiado viejos para sus verdades y sus victorias: 
una boca desdentada no tiene ya derecho a todas las 
verdades. — Y el que quiera disfrutar de gloria debe 
despedirse A tiempo de los honores y ejercer el arte 
dificil de retirarse oportunamcnte.— Hay que cesar de 



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ASf HABLABA ZABATUSTEA 65 

dejarse comer en el momenta en que os toman m£s el 
gusto. Los que quieren ser amados mucho tiempo lo 
saben.— Hay tatnbten manzanas £grias cuyo destino 
es esperar hasta el ultimo dia del otono, Y se ponen 
amarillas y arrugadas en el momenta mismo en.que 
maduran.— En unos envejece primero el' corazon; en 
otros la inteligencia. Y algunos son viejos en su ju- 
ventud; pero, cuando se es joven muy tarde, se con- 
serva uno joven mucho tiempo. — Lps hay que fallan 
su vida; un gusano venenoso los roe el corazon. Que 
traten al menos de acertar mejor en su muerte.— Los 
hay que jam£s est£n dulces; se pudren ya en verano. 
La cobardia es la que los retiene en su rama. — Hay 
demasiados que viven y permanecen fijos en su ra- 
ma excesivo tiempo. [Venga una tempestad que sacu- 
da del drbol toda esa podredumbre agusanada!— jVen- 
gan predicadores de la muerte rdpida! Serian las 
tempestades y las sacudidas oportunas del drbol de la 
vida. Per6 yo no oigo predicar m£s que la muerte 
lenta y la paciencia con todo lo que es «terrestre». — 
jAy! £Predic£is la paciencia con lo que es terrestre? 
}Lo terrestre es lo que tiene demasiada paciencia con 
vosotros, blasfemos!— En verdad, muri6 demasiado 
pronto aquel Hebreo a quien honran los predicadores 
de la muerte lenta; y para muchos fu£ una fatalidad 
que muriese demasiado pronto. 

Ese Jesus hebreo no cqnocia aun" mds que las 1&- 
grimas y la tristeza del hebreo, juntamente con el 
odio de los buenos y de los justos; asi le acometio el 
deseo de la muerte.— ^Por qu£ no permanecio en el 
desierto, lejos de los buenos y de los justos? ;Quiz£ 
hubiera aprendido £ vivir y a amar la tierra— y tam- 
bten la risa!— jCreedme, hermanos mios! Murio de- 
masiado pronto; ise hubiera retractado de su doctrina. 

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66 NIETZSCHE 

si hubiese vivido hasta mi edad! [Era bastante noble 
para saber retractarse!— -Pero no estaba aiin maduro. 
El amor del joven carece de natur&leza, y por eso 
odia £ los hombres y a la tierra. Tiene aiin atadas y 
torpes el alma y las alas del pensamiento.— Pero en el 
hombre hay mds de nino que en el joven, y menos . 
tristeza: comprende mejor la muerte y la vida.— Li- 
bre para la muerte y libre en la muerte; divino nega- 
dor, cuando no es ya tiempo de afirmar: asi compren- 
de la vida y la muerte.— Que vuestra muerte no sea 
una blasfemia contra lbs hombres y contra la tierra, 
amigos mios: eso es lo que yo reclamo de la miel de 
vuestra alma.— Vuestro espiritu y vuestra virtud de- 
ben inflamar aiin vuestra agonia, como el arrebol del 
poniente inflama la tierra; si no, vuestra muerte sera 
malograda.— Asi quiero morir yo para que, por mi, 
ameis m£s la tierra, amigos mios; y quiero volverme 
tierra para encontrar mi reposo en la que me ha en- 
gendrado.— En verdad, Zaratustra tenia un objetivo; 
^ lanzo la pelota. Ahora, amigos, vosotros sois los he- 
rederos de mi objetivo; £ vosotros os envio la pelota 
dorada.— Prefiero £ todo, amigos mios, veros lanzar 
la pelota dorada. Y por eso permanezco aiin un poco 
Sobre la tierra. jPerdonadmelo!» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA VIRTUD DADIVOSA. — 1. -^Cuando Za- 
ratustra se hubo despedido de la ciudad que amaba su 
coraz6n y que tiene por nombre «la Vaca pintoja», 
muchos de los que se llamaban sus discipulos salieron 
acompandndole. Llegaron asi £ una encrucijada. En- 
tonces Zaratustra les dijo que queria quedarse solo, 
porque era amigo de las marchas solitarias. Sus dis- 
cipulos, al despedirse de 61, le ofrecieron como rega- 
lo un baston, cuyo puno de oro f iguraba una serpiente 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 67 

enroscdndose alrededor del sol. Zaratustra le recibi6 
con alegria y se apoy6 en 61. Luego hablo asi £ sus 
discipulos: «Decidme: £por qu£ alcanzo el oro el m£s 
alto valor? Porque es raro 6 imitil, de brillo cente- 
lleante y dulce; todo lo cual se hace siempre estimar. 
—Solo como simbolo de la m£s alta virtud alcanzo el 
oro el mis alto valor. Reluciente es como el oro la 
mirada del cfue da. E;l brillo del oro ajusta la paz en- 
tre la luna y el soK— La m£s alta virtud es rara 6 in- 
iitil; es resplandeciente y de un brillo dulce: una vir- 
tud dajdivosa es la m£s alta virtud. — Seguramente pe- 
netro vuestras intenciones, discipulos mios: vosotros 
aspirais como yo 6 la virtud dadivosa. £Qu6 tendriais 
de comiin con los gatos y los lobos?— Vuestra sed es 
querer convertiros vosotros mismas en ofrendas y 
presentes. Por eso tenuis sed de acumular todas las 
riquezas en vuestras almas.— Vuestra alma anhela in- 
saciablemente tesoros y joyas, porque es insaciable la 
yoluntad de dar de vuestra virtud.— Obliges £ todas 
las cosas £ acercarse £ vosotros y & penetrar en vos- 
otros, para que vuelvan £ manar de vuestra fuente, 
£omo los dones de vuestro amor.— En verdad, es pre- 
ciso que tal amor dadivoso se haga saqueador de to- 
dos los valores; pero yo llamo sano y sagrado £ ese 
egoismo.— Hay otro egoismo, un egoismo demasiado 
pobre y hambriento, que quiere robar siempre: el 
egoismo de los enfermos, el egoismo enfermo.— Con 
ojos de ladron mira todo lo que reluce; con la^avidez 
del hambre mide al que tiene en abundancia qu6 co- 
mer, y siempre se arrastra en torno de la mesa del 
que da.— La enfermedad y una invisible generacidn 
hablan en tal apetito; la avidez de robo de ese egois- 
mo pregona un cuerpo valetudinario.— Decidme, her- 
manos mios: £qu6 cosa nos parece mala, y la m£s mala 
de todas? £No es la degeneracidn? Pues, && qu6 



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68 NIETZSCHE 

pensar siempre en la degeneraci<5n cuando falta el al- 
ma que da?— Nuestro camino va hacia arriba, de la 
especie £ la especie superior. Pero el sentido que de- 
genera, el sentido que dice: «Todo para mi», nos es- 
panta.^Nuestro sentido vuela hacia arriba, convir- 
ttendose en un simbolo de nufestro cuerpo, en simbolo 
de una elevacion. Los simbolos de esas elevaciones 
son los nombres de las virtudes.— Asi"atraviesa el 
cuerpo la historia, luchando y elev£ndose. Y el espiri- 
tu, <i,qu6 espara el cuerpo? Es el heraldo de sus lu- 
chas y victorias, su companero y su eco.— Todos los 
n mbres del bien y del mal son simbolos: no hablan; 
se limitand hacer sefias. jLoco es el que quiere pe- 
dirlesel conocimiento!— Hermanos mios, estad aten- 
tos & las horas en que vuestro espiritu quiere hablar 
en simbolos: entonces asistis al origen de vuestra vir- 
,tud.-— Entonces es cuando vuestro cuerpo se ha eleva- 
do y resucitado; entonces arrebata al espiritu con sus 
transportes para que se haga creador, y apreciador, y 
amante y bienhechor de todas las cosas.— Cuando 
vuestro corazon bulle, ariiplio y lleno, como el gran 
rio, bendicion y peligro de los riberenos, entonces 
asistis al origen de vuestra virtud.— Cuando os ele- 
vdis por encima dp la alabanza y de Ja censura, y 
cuando vuestra voluntad, coftio voluntad de un hombre 
que ama, quiere mandar en todas las cosas, entonces 
asistis al origen de vuestra vtrtud.— Cuando desde- 
nais lo que es agradable, la cama blanda, y cuando 
nunca os cre£is bastante lejos de la molicie para re- 
posar, entonces asistis al origen de vuestra virtud.— 
jVerdaderamente, vuestra virtud es un nuevo bien y 
mal, un nuevo murmullo prof undo, y la voz de un ma- 
nantial nuevo!-— Esa nueva virtud es poder, es un pen- 
samiento dominador guiado por un alma sagaz, es un 



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ASf HA BLAB A. ZARATUSTRA 69 

sol dorado en el cual se enrosca la serpiente del cono- 
cimiento.» - 

2.— Aqui Zaratustra callo un rato y miro £ sus dis- 
cipulos con amor. Luego prosiguio hablando asi, y su 
voz se habia transformado: «iHermanosmios, perma- 
neced fieles £ la tierra con todo el poder de vuestra 
virtud! Sirvan al sentido de la tierra vuestro amor da- 
divoso y vuestro conocimiento. Yo os lo ruego y & 
ello os conjure— ;No dejeis huir £ vuestra virtud de 
las cosas terrestres y aletear contra paredes eternas! 
\Ayl jHubo siempre tanta virtud extra viada!— Resti- 
tuid, como yo, a la tierra la virtud extraviada. Si; res- 
tituidla al cuerpo y a la vida, para que d£ a la tierra 
su sentido, un sentido humano.— La inteligencia y la 
virtud se han extraviado y enganado de mil maneras 
diferentes. \Ayl Aun ahora habitan en nuestro cuerpo 
esa locura y ese engano: jse han hecho cuerpo y vo- 
luntad! — La inteligencia y la virtud se han ensayado y 
extraviado de mil maneras diferentes. Si: el. hombre 
era un ensayo. \Ayl jcuantas ignorancias y errores se 
han incorporado a nosotros!— No solo la razon de los 
milenarios, sino tambien su locura, sale d luz en nos- 
otros. Es peligroso ser heredero.— Luchamos aun pa- 
so £ paso con el gigante azar, y en la humanidad en- 
tera reinaba hasta el presente la falta de sentido.— 
Que vuestra inteligencia y vuestra virtud sirvan al 
sentido de la tierra, hermanos mios; y el valor de to- 
das las cosas sera renovado por vosotros. jPara eso 
debeis ser combatientes! jPara eso debeis ser creado- 
res!— El cuerpo se purifica por el saber, se eleva con 
el esfuerzo inteligente; todos los instintos del que 
piensa y conoce se santifican; el alma del que se eleva 
se alboroza.— Medico, ayudate a ti mismo; asi ayudas 
tambten £ tu enfermo. Que la mejor asistencia del en- 



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70 NIETZSCHE 

f ermo sea ver con sus propios ojos al que se cufa d si 
mismo.— Hay mil sendas que nunca han sido holladas, 
mil f uentes de salud y mil tierras ocultas de la vida. 
Aun no se han descubierto ni agotado el hombre ni la 
tierra de los hombres.— jVigilad y escuchad, solita- 
rios! Soplos de aleteos secretos vienen del porvenir y 
£ oidos finos llega un fausto mensaje.— Solitarios de 
hoy, dia vendrd en que vosotros los apartados serais 
un pueblo. Vosotros, que os hab£is entresacado £ vos- 
otros mismos, formar&s un dia un pueblo elegido; y 
de 61 nacera el Superhombre.— En verdad, la tierra se 
hard un dia un lugar de curacion. Y ya la envuelva un 
olor nuevo, un efluvio de salud y una nueva espe- 
ranza. 

3.— Dicho esto, Zaratustra se callo como quien no 
ha dicho aun la ultima palabra y estuvo sopesando el 
baston largo rato con perplejidad. Por fin, con voz 
nuevamente transformada, dijo: «;Ahora, discipulos 
mios, me voy solo! jMarchaos vosotros solos tambten! 
Lo quiero asi.-— De todas veras os doy este consejo: 
jAlejaos de mi y precaveos contra Zaratustra! Y me- 
jor aun: \ Avergonzaos de el! Quizd os ha enganado. 
—El hombre de reflexion, no solo debe saber amar & 
sus enemigos, sino tambien odiar £ sus amigos.— 
• Mai corresponde con un maestro el que no pasa nun- 
ca de discipulo. £Y por qu£ no quereis arrancar mi co- 
rona?— Vosotros me venerais; pero, £qu£ ocurriria si 
un dia viniese al suelo vuestra veneracion? jCuidad de 
que no os aplaste una estatua!— ^Decis que creeis en 
Zaratustra? Pero jqu£ importa Zaratustra! Vosotros 
sois mis creyentes; pero ;que importan todos los cre- 
yentes!— Antes de buscaros £ vosotros mismos ya me 
habeis encontrado ami. Asihacen todos los creyen- 
tes: por eso r es la i€ tan poca cosa.— Ahora os mando 



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A8f HABLAB A ZARaTUSTRA 71 

que me perddis y que os encontr£is & vosotros mis- 
mos; y solo cuando todos haydis rfcnegado de mi, vol- 
ver6 a vosotros.— En verdad, hermanos mios, yo bus- 
car6 entonces con otros ojos £ mis ovejas descarria- 
das; yo os amar£ entonces con otro amor.— Y llegar£ 
el dia en que vol verbis £ ser mis amigos 6 hijos de 
una sola esperanza; entonces quiero estar £ vuestro 
lado por tercera vez para festejar con vosotros el 
gran mediodia.— Y este mediodia se realizard cuando 
el hombre est£ £ la mitad de su trayecto, entre la bes- 
tia y el Superhombre, y celebre como su esperanza 
suprema su camino hacia el ocaso: porque ser& el ca- 
mino hacia una* nueva manana.— Entonces el que des- 
aparece se bendecird £ si mismo, £ fin de pasar al 
otro lado; y el sol de su conocimiento estard en su 
medio dia.— « [Todos los dioses han muerto; Aho- 
ra, viva el Superhombre! » jSea esta, llegado el 
gran medio dia, nuestra postrera voluntadl* 
Asi hablaba Zaratustra. 



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SEGUNDA PARTE 



«... y s61o cuando todos na- 
zals renegado de mi, volverS 
6 vosotros.— En verdad, her- 
manos mfos, yo buscare" en- 
tonces con otros ojos a mis 
ovejas descarriadas; yo os 
amar6 entonces con otro 
amor.» 

Zaratustra. 

(De la virtue? dadivosa 1 . a 
parte, p£gina71.) 



EL NINO DEL ESPEJO. DespuSs de esto, 

Zaratustra se aparto de los hombres tornando i la 
montana y a la soledad de su caverna, cual sembra- 
dor que ha arrojado la semilla y aguarda descansapdo 
su reproduccion. Pero su alma se lleno de impacien- 
cia y de anhelo por los que amaba, porque atin tenia 
muchas cosas que darles. Y aqui de lo mds dificil: 
cerrar por amor la mano abierta y conservar el pudor 
al dar.— Asi transcurrieron para el solitario meses y 
afios; pero su sabiduria crecia y le hacia padecer con 
su plenitud.— Pero una manana, despertando antes de 
amanecer, medit6 largo rato en la cama, y al fin dijo 
6 su corazon: «^Por qu£ me he asustado tanto sofian- 
do? iPor qu6 me he despertado? Un nino que llevaba 
un espejo se acerc6 £ mi dictendome: « [Zaratustra! 
iMirate en el espejo! »— Pero, cuando mire al espejo, 
lancS un grito y me di<5 un vuelco el corazon: porque 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 73 

no era £ mi £ quien vi, sino la catadura y la risa sar- 
c£stica de un demonio;— A la verdad, comprendo de 
sobra el signifieado y la advertencia* del sueno: mi 
doctrina corre riesgo; la cizaiia quiere llamarse trigo. 
—Mis enemigos se han hecho poderosos, y han des- 
figurado la imagen de mi doctrina, en terminos que 
mis preferidos se han avergonzado de.los presentes 
que les di.— [He perdido mis amigos! jEs llegada la 
hora de buscar £ los que he perdido! » 

Al decir estas palabras, Zaratustra se sobresalto, 
no como quien tiene miedo y pierde el aliento, sino 
como un visionario y un poeta inspirados. El £guila y 
la serpiente le miraron asombradas: porque, a imagen 
de la aurora, una proxima ventura reposaba en su 
semblante: «Pero iqu6 me ha pasado, animates mios? 
— dijo Zaratustra. — jNo estoy transformado! ^No ha 
venido d mi la dieha como una tempestad?— Mi dicha 
es loca y- no dir£ mds que locuras: aiin es demasiado 
joven. [Tened, pues, paciencia con ella!— -Me anona- 
da la dicha. jSeari mis medicos cudntos sufren!— 
jPuedo volver d bajar al lado de mis amigos y tam- 
bien de mis enemigos! [Zaratustra puede volver £ 
hablar y A dar y a hacer bien £ sus predilectos!— Mi 
impaciente amor se desborda & torrentes, precipit&n- 
dose desde el oriente al ocaso. Mi alma bulle en los 
valles, abandonando los montes silenciosos y las bo- 
rrascas del dolor.— [Hace tanto tiempo que peno y 
miro en lontananza, tanto tiempo que me posee la 
soledad, que he llegado & olvidar el silencio!— Me he 
vuelto todo como boca y mugido de un rio que Salta 
de elevados penascos: quiero precipitar mis palabras 
£ los valles.— ;Y que el rio de mi amor corra por lo 
infranqueable! ^Como un rio no encontraria al fin el 
camino del mar?— Un lago hay, sin duda, en mi, un 
lago solitario que se basta £ si propio; pero mi rio de 



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74 NIETZSCHE 

amor le arrastra consigo al mar.— Yo sigo vias nue- 
vas y ehcuentro un nuevo lenguaje; £ semejanza. de 
todos los creadores, me cans£ de las lenguas anti- 
guas. Mi espiritu no quiere ya correr con suelas gas- 
tadas.— Todo lenguaje se me hace lento. jSalto £ tu 
carro, tempestad! \Y £ ti tambten quiero fustigarte 
aiin con mi malicia!— Quiero pasar por vastos mares 
como una exclamaci6n 6 un grito de alegria, hasta 
que encuentre las Islas Bienaveniuradas> donde 
moran mis amigos...- \y entre ellos mis enemigos! 
I Como amo ahora £ cuantos puedo hablar! Mis ene- 
migos tambien forman parte de mi ventura.— Y cuan- 
do quiero montar en mi mas fogoso caballo, nada me 
ayuda como mi lanza; siempre esti ' pronta 6 servir & 
mi pie la lanza que blando contra mis enemigos. 
jCudntas gracias doy £ mis eneipigos por poder lan- 
zarla al fin!— Era harto grande la tension de mi nube: 
entre las risas de los retempagos quiero lanzar gra- 
nizadas £ las profundidades.— Formidablemente se 
levantard mi pecho; formidablemente soplard su tem- 
pestad en las montanas: asi se aliviar£.— jVerdadera- 
mente, mi felicidad y mi libertad sobrevienen como 
tempestades! Pero es menester que mis enemigos se 
figuren que el demonio se desencadena sobre sus ca- 
bezas.— Si: tambten a vosotros, amigos mios, os es- 
pantara mi salvaje sabiduria; y acaso os pongais en 
fuga con mis enemigos.— jAh! jSepa yo volver £ 
atraeros con caramillos de pastores! jAprenda a rugir 
con ternura mi leona sabiduria! jHemos aprendido ya 
tantas cosas juntos!— Mi sabiduria salvaje se hizo 
prenada en los montes solitarios; sobre las duras pie- 
dras pario el mas joven de sus hijuelos.— Ahora corre 
loca por el desierto &rido y busca sin cesar el blando 
c£sped.— jSobre el blando c£sped de vuestros cora- 



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ASf HA BLAB A ZAHATUSTBA *75 

zones, amigos mfos... sobre vuestro amor desean'a 
depositar lo mis caro que poseeb 
Asi hablaba Zaratustra. 

EN LAS ISLAS BIENAVENTURADAS. «Los 

higos caen de los drboles: son buenos y dulces; y, 
conforme caen, se abre su roja piel. Yo soy un vien- 
to del Norte para los higos maduros.— Asi, como hi- 
gos, caen' en vosotros estas ensenanzas: tomad su 
jugo y su dulce carne. A nuestro alrededor reina el 
otono, reina la tarde, con un cielo sereno.— jVed qu6 
plenitud £ nuestro alrededor! jY qu6 bello, desde el 
seno de la abundancia, mirar hacia fuera, hacia los 
mares lejano$I— En otro tiempo, cuando se miraba £ 
los mares lejanos, se decia: «Dios»; pero ahora yo os 
he ensenado d decir: «Superhombre».— Dioses una 
conjetura; pero yo quiero que vuestra conjetura no 
vaya mas lejos que vuestra voluntad creadora.— iPo- 
driais crear un Dios? jPues entonces no me habl£is 
de dioses! Sin embargo, podriais crear el Superhom- 
bre.— ;No lo sereis quiz^ vosotros, hermanos mios! 
Pero podriais transformaros en padres y ascendientes 
del Superhombre: ique 6ste sea vuestra mejor crea- 
cion!— Dios es una conjetura; pero yo quiero que 
vuestra conjetura se circunscriha £ lo imaginable. — 
^Podriais imaginar un Dios? iQue la voluntad de 
verdad signifique para vosotros que todo se transfor- 
me en lo que el hombre puede pensar, ver y sentir! 
jDebeis pensar hasta lo ultimo vuestros propios sen- 
tidos!— Y lo que llamabais mundo debe ser creado 
desde luego por vosotros: jvuestra razon, vuestro 
pensamiento', vuestra voluntad, vuestro amor deben 
hacerse vuestro mundo mismo! ;Y para vosotros que 
deseais aprender ser£ una verdadera dicha! 

iComo soportariais la vida sin esa esperanza los 



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76 NIETZSCHE 

que deseais aprender? No deberiais persistir en lo 
que es incomprensible ni en lo que es irracional.-r- 
Pero he de abriros todo mi coraz6n, amigos mios: 
si existiesen dioses, jcomo soportaria yo no ser un 
dios! Luego no hay dioses.— Yo soy, es verdad, el 
que he sacado esta consecuericia; pero ahora me saca 
ella £ mi mismo.— Dios es una conjetura; pero ^qui6n 
beberia, sin morir, todos los tormentos de esa conje- 
tura? iSe quiere qui tar su fe al creador, y al dguila 
su vuelo por las regiones remotas?— Dios es un pen- 
samiento que tuerce todo lo que est& derecho y hace 
dar vueltas £ todo lo que est£ fijo. jC6mo! £No exis- 
tiria ya el tiempo, y todo lo perecedero seria mentira? 
— Pensar eso no es m£s que remolino y vertigo de 
los huesos humanos, y da nauseas al est6raago: - ver- 
daderamente, conjeturar asi es como padecer la mo- 
dorra.— Yo llamo mala 6 inhumana & toda esa ^nse- 
nanza del unico, del Heno, del inm6vil, del saciado, y 
del inimitable.— jTodo lo inmutable no es mds que 
simbolol Y los poetas mienten demasiado.— Pero las 
mejores parabolas deben hablar del tiempo y del su- 
ceder: deben ser una alabanza y una justif icacidn de 
todo to que es perecedero.— Crear es la gran eman- 
cipacion del dolor y el alivio de la vida. Mas, para 
que exista el creador, se necesitan muchos dolores y 
transformaciones.— Si, creadores: menester es que 
haya en vuestra vida muchas muertes amargas. Asi 
sereis los defensores y justificadores de todo lo que 
es perecedero.— Para que el creador sea el hijo que 
renace, se necesita que quiera ser la madre con los 
dolores de la madre.— En verdad, mi via ha atrave- 
sado cien almas, cien cunas y cien dolores de parto. 
Muchas veces me he despedido: conozco las ultimas 
" horas que desgarran el corazon.— Pero asi lo quiere 
mi v^luntad creadora, mi destino. O para deciroslo 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 77 

m£s francamente: ese destino quiere mi voluntad.— 
Todos mis sentimientos penan en mi y estdn aprisio- 
nados; pera mi querer llega siempre como libertador 
y mensajero de alegria.— «Querer» liberta: esa es la 
verdadera doctrina de la voluntad y de la libertad; asi 
os la ensena Zaratustra.— [No querer mas, no estintar 
m£s, y no crear m&s! [Oh! ique ese gran desfalleci- 
miento quede siempre lejos de mil— En la investiga- 
cion del conocimiento yo no siento tampoco mds que 
la ategria de mi voluntad, la alegria de engendrar; y y 
si hay inocencia en mi conocimiento, es porque hay 
en 61 voluntad de engendrar.— Esa voluntad me ha 
apartado de Dios, y de los dioses. £Qu6 habria, pues, 
que crear, si hubiese dioses?— Pero mi ardiente vo- 
luntad de crear m<e impulsa siempre de nuevo hacia 
los hombres, del mismo modo que es impelido el 
martillo hacia la piedra.— [Ay, hombres! [Una imagen 
dormita para mi en la piedra, la imagen de mis im£- 
genes! [Ay! \y que haya de dorntir en la piedra m£s 
fea y m£s dura!— Ahora mi martillo se desencadena 
cruelmente contra su prision. La piedra se despedaza 
£qu£ me importa?— -Quiero acabar esta ! imagen: por- 
que una sombra me ha visitado. [La cosa m£s silen- 
ciosa y ligera ha venido hacia mi! — La belleza del 
superhombre me ha visitado como una sombra. [Ay, 
hermanos mios! [Qu6 me importan ya los dioses! » 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS COMPASIVOS. «Amigos mios, £ oi- 

dos de*vuestro amigo han llegado palabras burlonas: 
«£Acaso no veis & Zaratustra pasar por medio de nos- 
otros como por entre animales?»— Bien que, valdria 
mds decir: «E1 que desea aprender pasa pot' medio de 
los hombres 16 mismo que por entre los animates. »— 
El que discurre y sabe, llama al hombre el animal de 



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*78 NIBTZ8CHB 

mejillas encarnadas.—^Le llamard asi porque ha de- 
bido avergonzarse demasiadas veces?— jOh, ami- 
gos mios, -oid al ^jue piensa y sabe: «j Vergiienza, 
vergiienza, vergiienza! jesa es la historia del hombre. 
— Y por eso el hombre noble se impone el deber de 
no avergonzar: quiere tener recato de todo lo que le 
hace sufrir.— Deveras lo digo, no me gustan los mise- 
ricordiosos, los que se complacen en su piedad: est&n 
demasiado faltos de pudor.— Si he de ser compasivo, 
no quiero al menos que se diga que lo soy; y cuando 
lo soy, que sea solo 6 distancia.— Me gusta tambiSn 
velar mi cara y huir antes de ser reconocido. [Amigos 
mios, os invito £ hacer lo propiol— Que mi destino 
ponga siehipre en mi camino aquellos que, como vos- 
otros, no sufren, y aquellos con quienes pueda com- 
partir esperanzas, comidas y miel.— En verdad, yo he 
hecho esto y aquello por los que sufren; pero siempre 
me ha parecido hacer mejor cuando aprendia & rego- 
cijarme m£s.— Desde que hay hombres, el hombre se 
ha regocijado demasiado poco: ese es, hermanos mios 
nuestro unico pecado original.— Y cuando aprende- 
mos mejor £ *regocijarnos, entonces nos olvidamos 
mejor de hacer mal £ los dem£s y de inventar dolores. 
— Por eso me lavo la mano que ha ayudado al que su- 
fre. Por eso aun ahora me restriego el alma. — Porque 
me avergiienzo de haber visto sufrir al que sufre, & 
causa de la vergiienza de 61; y cuando acudi en su 
ayuda, herf duramente su orgullo.— Grandes favores 
no hacen & nadie agradecido, sino vengativo; y aun el 
corto benef icio, si no se olvida, llega 4 ser un gusano 
roedor. 

«jSed rehacios para tomar! Y distinguid al acep- 
tar!» Eso aconsejo £ los que no tienen qu£ ofrecer. — 
Pero yo soy de los que dan: & mi me gusta dar, como 
amigo, A los amigos. Sin embargo, que los extranos y 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 79 

los pobres cojan por si mismos el fruto de mi drbol: 
eso es menos humillante para ellos.— jPero habria que 
suprimir enteramente los mendigos! A la-vcrdad, se 
enoja una por darles y se enoja uno por no darles.— 
jLo mismo pasa con los pecadores y las conciencias 
ulceradas! Creedme, amigos mios, los remordimien- 
tos impulsan & morder.— Pero lo peor de todo son los 
pensamientos mezquinos. A la verdad, vale ma§ hacer 
mal que pensar ruinmente.-^Cierto que vosotros de- 
cis: «fcl placer de las pequenas maldades nos ahorra 
m&sde una mala acci6n.» Pero en eso no se deberia 
querer eeonomizar. 1 — La mala acci6n escomo una ul- 
cera: desazona, irrita y hace erupci6n: habla lealmen- 
te.— «Ved: soy una enfermedad»— asi habla la mala 
accion: eso es nobleza.— Pero el pensamiento peque- 
no es como el fango: se arrastra, se agacha y no quie- 
re estar en ninguna parte, hasta que las pequenas ex- 
crecencias pudren y mustian al cuerpo entero.— Entre 
tanto yo digo estas palabras al oido del que estd po- 
sefdo del demonio: <qLo mejor es que dejes crecer tu 
demonio, pues todavia existe para ti un camino de 
grandeza!» r - 

iAy, hermanos mios! jSe sabe demasiado de cada 
cual! Y hay quienes llegan & ser transparentes para 
nosotros; pero eso no basta, ni con mucho, para que 
podamos atravesarlos.— Es dificil vivir con los hom- 
bres, toda vez que es tan dificil guardar silencio.— Y 
aquel con quien somos m£s injustos no es el que nos 
es antip£tico # sino el que no nos va ni nos viene.— 
Con todo, si tienes un amigo que sufre, s6 un asilo 
para su sufrimiento, pero en cierto modo un lecho du- 
ro, un lecho de campana: asi le ser£s m£s litll.— Y si 
un amigo te hace mal, dile: «Te perdono lo que me 
has hecho; pero que te lo hayas hecho a ti> eso ^como 
podria perdonarlo yo?»— Asi habla todo amor grander 



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80 NIETZSCHE 

sobrepuja aun al perd6n y £ la piedad.— -Hay que con- 
tener al corazon: porque, si se le deja libre, iqu6 de 
prisa se pierde la cabeza!-— jAy! ^Donde se hicieron 
m&s locuras en la tierra que entre los que compadecen 
y que hizo mas dafto en la tierra que la locura de los 
que compadecen?— jPobres de los que amansin tener 
una altura que este por cima de su piedad!— El diablo 
me dijb un dia asi: «Dios tiene tambten su infierno: es 
suamor por los hombres.»— Y liltimamente leoi decir 
estas palabras: «Dios ha muerto; su piedad por los 
hombres es lo que le ha matado.»— Guardaos, pues, 
de la piedad: /por el la viene sobre el hombre un nu- 
blado densol jConozco yo los signos del tiempol^-Re- 
tened tambi^n estas palabras: todo gran amor est£ 
aun por encima de su piedad, porque aquello que ama 
quiere aun... crearlo.— Vo me ofrezco a mi amor, y & 
mi projimo como d mf—de ese modo se expresan to- 
dos los creadores.— Sin embargo, todos los creadores 
son duros.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS SACERDOTES. — r-Un dia Zaratustra 
hizo una sena & sus discipulos y les hablo asi: «Ved 
aqui sacerdotes. Aunque sean mis enemigos, ipasdis 
por delante de ellos silenciosamente y con la espada 
en la vaina?— Tambi^n entre ellos hay heroes; mu- 
ehos han sufrido demasiado: por eso quieren hacer 
sufrir & los demas — Son malos enemigos: nada hay 
mds vengativo que su humildad. Y Jacilmente se 
amancilla £ si propio el que los ataca. — Pero mi san- 
gre es pariente de la suya; y yo quiero que mi sangre 
sea honrada aun en la suya.» 

Y cuando pasaron, embargo £ Zaratustra el dolor; 
y despu6s de haber luchado algiin tiempo con el dolor, 
empezo a hablar asi: «Esos sacerdotes me dan l£stima. 



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ASf HABLABA ZARATUSTEA 81 

Ademds, me son antipdticos; pero, desde que estop 

entre los hombres, eso es para mi lo de menos, — Sin 

embargo, me han hecho y me hacen sufrir: los veo 

aprisionados y marcados. El que llaman Salvador les 

ha puesto las cadenas.— jLas cadenas de los valores 

falsos y de las palabras ilusorias! jAh! jQue haya 

quien los salve de su Salvador!— Cuando el mar los 

arrollaba un dia creyeron arribar £ una isla; pero jre- 

sulto que era un monstruo dormido!— Falsos valores y 

palabras ilusorias: he ahi para los mortales los mons- 

truos mas peligrosos— en ellos dormita y espera largo 

tiempo el destino.— Mas al fin se despierta y devora 

lo que en 61 se albergo.— ;Oh! jVed los albergues que 

se han construido esos sacerdotes! Llaman iglesias & 

sus antros de blandos olores.— jOh! jEsa luz artificial! 

jesa atmosfera pesada! jAqui el alma no puede volar 

hasta su propia altura!— Porque su creencia ordena 

esto: «jVosotros, los pecadores, subid los escalone^ 

de rodillas!»— jEn verdad, prefiero ver el impiidico a 

esos ojos desencajados por la vergiienza y la devo- 

ci6n!— ^Qui6n, pues, se ha creado semejantes antros 

y semejantes escalones de penitencia? £No eran los 

que querian esconderse y & quienes ofendia el cielo 

puro?— Y solo cuando el cielo puro mire de nuevo al 

trav6s de las rotas bovedas, y contemple la hierba y 

las rojas amapolas de los ruinosos muros, solo enton- 

ces inclinar£ mi coraz6n de nuevo ante las moradas 

de ese Dios.— Llamaron Dios & lo que les contrariaba 

y hacia dafio; y & la verdad, ihabia en su adoraci6n 

mucho heroismo!— \Y no supieron amar a su Dios mas 

que crucificando al hombre! — Pensaron vivir como 

cad&veres; amortajaron sus caddveres de negro; y 

hasta en sus palabras percibo el mal olor de las c£ma- 

ras mortuorias — Y el que habita junto a ellos habita 

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82 NIElZSCHE 

junto & negros estanques donde se oye cantar al sapo 
con dulce melancolia,— Haria falta que me entonasen 
mejores cantos para que yo aprendiese & creer en su 
Salvador; haria falta que sus discipulos tuviesen m£s 
trazasde redimidos.— Yo quisiese verlos desnudos: 
porque solo la belleza deberia predicar el arrepenti- 
miento. Pero i& quten va £ convencer esa compun- 
cion enmascarada?— -Ciertamente, los mismos salva- 
dores de esos hombres no descendfan de la libertad y 
del septimo cielo de la libertad. jNo anduvieron nun- 
ca sobre las alfombras del conocimiento!— El espiritu 
de esos salvadores era todo huecos; pero en cada hue- 
co habian puesto su locura, su suplefaltas, £ que 11a- 
maron Dios — Su espiritu estaba anegado en piedad, 
y cuando se henchian de piedad, siempre sobrenadaba 
una gran locura.— Con ardimiento echaban & su reba- 
no por la senda, dando gritos: |como si no hubiese 
m£s que una seilda que llevara al porvenir! jEn ver- 
dad, esos pastores formaban parte tambi^n de las 
ovejas!— Esos pastores tenian espiritus pequenos y 
almas sensitivas espaciosas; pero, hermanos mios, 
jque pequenos paises fueron hasta el presente aun las 
almas sensitivas mas espaciosas!— En el camino que 
seguian escribieron signos de sangre, y su locura en- 
sefiaba que con la sangre se da testimonio de la ver- 
dad.— Pero la sangre es el peor testimonio de la ver- 
dad; la sangre envenena la doctrina m£s pura, y la 
trueca en locura y en odio de los corazones.— Y cuan- 
do alguien atraviesa el fuego por su doctrina, iqu£ 
prueba eso! Muj> otra cosa es cuando del incendio 
propio surge la propia doctrina.— El coraz6n ardien- 
do y la cabeza fria: cuando se juntan esas dos cosas, 
nace el torbellino Hamado «Salvador».— En verdad, 
hubo nacidos mejores y m&s grandes que los que el 
pueblo llama salvadores, esos arrebatadores torbelli- 



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ASf HABLABA ZAEATQSTHA 83 

nos. — Y es menester, hermanos mios, que sedis'salva- 
dos por otros m£s grandes aun que todos los salvado- 
res, si quer6is encontrar el camino de la libertad.— 
Jam£s ha habido aun Superhombre. Yo he visto des- 
nudos & todos los hombres, al mas grande y al m£s 
pequefio.— Se parecen todavia demasiado unos & otros: 
aun el m£s grande era demasiado humano.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS VIRTUOSOS. A fuerza de truenos y 

de fuegos artificiales celestes, hay que hablar & los 
sentidos flojos y adormecidos. — Pero la voz dela 
belleza habla bajo: no se insintia sino en las almas 
mas despiertas.— Hoy mi escudo se ha reido y estre- 
mecido suavemente; jera el estremecimiento y la risa 
sagrada de la belleza!— jDe vosotros, oh virtuosos, 
se reta mi belleza! Y su voz llegaba a mi de esta suer- 
te: «jTodavia quieren ser pagadosf»— jQuer&s aiin 
ser pagados, virtuosos! ^Quer^is recompensa por 
vuestra virtud, y el cielo en vez de la tierra, y la 
eternidad en vez de vuestro hoy?— ^Y ahora me te- 
nuis ojeriza porque enseno que no hay remunerador 
ni pagador? Y, en verdad, ni siquiera enseno que la 
virtud sea recompensa de si propia.— jAy! jEsa es mi 
pena! jSe ha introducido astutamente la recompensa y 
el castigo en el fondo de las cosas— y hasta en el f on- 
do de vuestras almas, virtuosos!— Pero mi palabra, 
semejante al colmillo del jabali, debe desgarrar el fon- 
do de vuestras almas; yo quiero ser para vosotros re- 
ja de arado.— Que todos los secretos de vuestro fon- 
do salgan a luz; y cuando os ve&is expuestos al sol, 
escarbados y despedazados, vuestra mentira quedard 
separada tambiSn de vuestra verdad.— Porque esta es 
vuestra verdad: sois demasiado limpios para la man- 
cha de las palabras venganza, castigo, recompensa, 



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84 NIETZSCHE 

represalias.— Am&is vuestra virtud como la madre 
ama 6 su hijo; y ^cuando se oyo decir que una madre 
quisiese ser pagada por su amor?— Vuestra virtud es 
lo mds caro de vosotros mismos. Tenuis la sed del 
anillo, que se retuerce para volver sobre si.— Y toda 
obra de vuestra virtud es como estrella que se apaga: 
su luz se halla todavia en camino y sigue viajando. 
£Cu£ndo dejard de estar en camino?— Asi la luz de 
vuestra virtud se halla todavia en camino, aun des- 
pu£s de cumplida la obra. *Quede, pues, olvidada y 
muerta: su rayo de luz prosigue su viaje. — Que vues- 
tra virtud sea vuestro ser mismo, y no algo extrano, 
una epidermis, una capa: ;he ahi la verdad del fondo 
de vuestra alma, oh virtuosos! 

Pero hay tambten algunos para quienes la virtud 
es un espasmo producido por las disciplinas \y vos- 
otros hab6i$ oido de sobra los gritos de esos!— Y hay 
otros que llaman virtud a la pereza de su vicio; y 
cuando alguna vez se desperezan su odio y su envi- 
dia, su «justicia» se despierta y se restriega los ojos 
sonolientos.— Y hay otros que se ven atraidos hacia 
abajo: tiran de ellos sus diablos. Pero, cuanto m&s se 
hunden, m&s se encienden sus ojos y m£s codician su 
Dios.— jAy! Tambten el grito de esos llego & vues- 
tros oidos virtuosos: «;Lo que yo no soy, eso, eso es 
para mi Dios y la virtud! » — Y hay otros que andan 
pesadamente y rechinando, como carros que tanspor- 
tan piedras cuesta abajo: hablan mucho de dignidad y 
de virtud— llaman virtud k su freno.— Y hay otros que 
parecen relojes & que se da cuerda: producen su tic- 
tac, y quieren que el tictac se llame virtud.— A la 
verdad, estos me divierten: dondequiera que encuen- 
tre esos relojes, les dar£ cuerda con mi ironta, y no 
tendran m&s remedio que ponerse en marcha.— Y otros 
se enorgullecen de su punado de justicia, y en nom- 



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ASf HABLABA ZARATUSTR/v 85 

i 

*bre de el lo atropellan todo, en terminos que el mun- 
do se ahoga en su injusticia.— iQu6 nauseas cuando 
les sale de la boca la palabfa virtud! Y cuando dicen: 
«Soy justo», suena como si dijesen: «jEsioy venga- 
do!»— Quieren desojar £ sus enemigos con su vir- 
tudj y no se elevan sino para rebajar £ los demas.— 
Y hay otros aiin que se pudren en su pantano y que 
hablan entre sus canas: « Virtud es estarse quieto en 
el pantano.— No mordemos & nadie y nos apartamos 
del que quiere morder; y en todas las cosas somos de 
la opinion que se nos da».— Y hay otros aiin que gus- 
tan de la mimica y que piensan: «la virtud es una es- 
pecie de mimica».— Sus rodillas estdn siempre en ado- 
racion y sus manos se juntan en loor de la virtud; pe- 
ro su coraz6n no sabe nada de ese.— Y hay otros que 
creen que es virtuoso decir: «La virtud es necesaria»; 
pero en el fondo no creen mas que una cosa: que es 
necesaria la policia.— Y algunos que no saben ver lo 
que hay de elevado en el hombre, hablan de virtud 
cuando ven demasiado cerca su bajeza: asi llaman 
«virtud» £ sus malos ojos.— Los u'nos quieren ser edi- 
ficados y enderezados, y llaman £ eso virtud; los otros 
quieren ser derribados... y tambten llaman & eso vir- 
tud.— Y asi casi todos creen tener alguna parte en la 
Virtud; y todos quieren, por lo menos, ser inteligen- 
tes en cuestion de «bien» y de «mal».— Pero Zaratus- 
tra no ha venido para decir a todos esos embusteros 
6 insensatos: «jQu6 sabeis vosotros de la virtud! ^Qiie 
podriais saber de la virtud?»— Ha venido, amigos 
mios, para que os cans£is de las afiejas palabras que 
habeis aprendido de los embusteros y de los insensa- 
tos.— Para que os canseis de las palabras «recompen- 
sa*, «represalias», «castigo», «venganza en la justi- 
ciar— Para que os canseis de decir que «una accion 
es buena, porque es desinteresada».— jAy; amigos 



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86 NIETZSCHE 

mios! Que vuestro propio ser este en la acci6n coma 
la madre en el hi jo: jque esta sea vuestra palabra de 
virtud!— Verdaderamente, yo os he quitado cien pa- 
labras y los mas caros juguetes de vuestra virtud; y 
ahora me pon6is jeta como los ninos.— Jugaban cerca 
del mar, y ha venido la ola llevdndose sus Juguetes a 
las profundidades. Ahora lloran.— Pero la misma ola 
debe traerles nuevos juguetes y esparcir delante de 
ellos nuevas conchas de colores.— Asi se consolardn; 
y vosotros tambten, amigos mios, tendr6is, como 
ellos. vuestros consuelos— y nuevas conchas de co- 
lores». 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA CANALLA. La vida es una fuente de 

alegria; pero donde quiera que la canalla va & beber, 
todas las fuentes est£n envenenadas.— Me gusta todo 
lo limpio; pero no puedo ver las bocazas grotescas y 
la sed de los impuros.— Han lanzado su mirada al fon- 
do del pozo; ahora, desde el fondo se refleja hacia mi 
su odiosa sonrisa.— Han envenenado el agua santa 
con su concupiscencia; y, al llamar alegria d sus tor- 
pes ensuenos, envenenaron hasta las palabras.— La 
llama se indigna cuando ponen al*fuego sus corazo- 
nes htimedos; el espiritu mismo hierve y humea cuan- 
do la canalla se acerca al f uego. — La fruta se pasa y 
se vuelve empalagosa en sus manos; su mirada es 
viento que seca el arbol frutal.— -Y mas de uno de los, 
que se apartaron de la vida, no se aparto sino de la 
canalla: no queria partir con la canalla el agua, la lla- 
ma y el fruto.— Y mas de uno que se retiro al desier- 
to para sufrir alii la sed con los animales salvajes, lo 
hizo por no sentarse junto a la cisterna en compania 
de sucios camelleros. — Y mas de uno que avanzaba 
como exterminador y como grariizada por los sem- 



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ASf HABLABA ZAHATUSTRA 67 

brados, solo queria meter el pie en la boca de la ca- 
nalla para taparla el gaznate.— Y lo que m&s se me 
atragantaba no era saber que la vida misma se halla 
necesitada de enemistad, de muerte y de cruces de 
mdrtires — Sino que me pregunt£ un dia, y casi me 
sofocaba mi pregunta: iComo? £La vida tendria ne- 
cesidad tambten de la canalla?— ^Las f uentes enve- 
nenadas, los fuegos pestilentes, los ensuenos manci- 
llados, los gusanos en el pan de la vida, son cosa ne- 
cesaria?— jNo era el odio, sino el asco lo que devora- 
ba mi vida! \ky\ jmtfchas veces ha llegado & hastiar- 
me el ingenio, cuando veia que tambten la canalla era 
ingeniosa!— Y volvi la espalda a los dominadores des- 
de que vi lo que llaman hoy dominar: ;Traficar y re- 
gatear en materia de poder... con la cana(la!— Y per- 
maneci entre los pueblos como extranjero, y con los 
oidos cerrados, 6 fin de que fuesen cosa extrana para 
mi el lenguaje de su tr£fico y su regateo por el po- 
der.— Y, apret&ndome las narices, atraves£ con des- 
aliento todo el ayer y el hoy: £ la verdad, el ayer y * 
el hoy apestan a populacho de pluma.— Como un in- 
vdlido que se ha quedado sordo, ciego y mudo, asi he 
vivido mucho tiempo por no vivir con la canalla del 
poder, de la pluma y de los placeres.— Penosamente 
y con cautela ha subido escalones mi espiritu; las li- 
mosnas de la alegria fueron su consuelo; la vida del 
ciego se deslizaba apoyada en un b&culo.— iQue me 
ha pasado, pues? ^Como me he curado de la aver- 
sion? £Qui£n ha rejuvenecido mis ojos? ^Como me 
he remontado & las alturas donde ya no hay canalla 
sentada a orillas de las fuentes?— ^Me ha dado mi 
misma aversion alas y fuerzas que presentian los ma- 
nantiales? ;En verdad que he debido volar a lo mas 
alto para volver a encontrar la fuente de la alegria!— 
iOh! jla he encontrado, hermanos mios! ;Aqui, en lo 



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88 NIETZSCHE 

m£s altb, brota para mi la fuente de la alegria! [Y hay 
una vida en que se puede beber sin la canalla!— [Fuen- 
te de la alegria, cast brotas con demasiada violencia! 
[Y £ menudo vacias de nuevo la copa al querer He- 
narlal— Aun tengo que aprender £ acercarme £ ti m&s 
moderamente: afluye £ tu encuentro con harta violen- 
cia mi corazon— este corazon donde arde mi estfo, el 
breve, ardiente, melancolico y venturoso estio. [Co- 
mo anhela tu frescura mi corazon estival!— [Paso la 
afliccion de mi primavera! jPasaron los malignos co- 
pos de nieve en pleno Junio! [Heme convertido en es- 
tival y en tarde de verano!— Un estio en las mayores 
alturas, con frescos manantiales y dichosa tranquili- 
dad. [Oh! [Venid, amigos mios! [que sea mas dichosa 
aun esta tranquilidad!— Porque esta es nuestra altu- 
ra y nuestra patria: nuestra mansion es demasiado 
elevada y escarpada para todos los impuros y para la 
sed de los impuros.— [Lanzad, pues, vuestras puras 
miradas a la fuente de mi alegria, amigos mios! ^Co- 
mo habria de enturbiarse? Os sonreird con su pure- 
za.— -Nosotros los solitarios construimos nuestro nido 
en el drbol del porvenir: las dguilas nos traerdn en 
sus picos el sustento.— [Y no ser£ ciertamente un sus- 
tento de que puedan participar los impurosl [Porque 
los impuros creerian que devoraban fuego y se abra- 
saban las fauces!— [No preparamos aqui, en verdad, 
moradas para los impuros! [Nuestra ventura pareceria 
glacial & sus cuerpos y £ sus espiritus! — Y nosotros 
queremos vivir por cima de ellos como vientos fuer- 
tes, vecinos de las dguilas, vecinos del sol: asi viven 
los vientos fuertes.— Y, £ semejanza del viento, quie- 
ro soplar entre ellos un dia y cortar la respiraci6n & 
su espiritu con mi espiritu: asi lo quiere mi porvenir. 
— Zaratustra, en verdad, es un viento fuerte para to- 
das las tierras bajas, y da este consejo & sus enem 



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ASf HABLABA ZARATUSTRa 89 

gos y £ cuantos escupen y vomitan: «;Guardaos de 
escupir contra el viento!» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LAS TARANTULAS. jMira: esta es la 

guarida de la tarantula! ^Quieres verla £ ella misma? 
Aqui est& su tela: tocala para que tiemble.— Hela ahi 
sin hacerse de rogar. jBien venida, tarantula! En tu 
espalda negrea la fnarca triangular caracteristica; y 
yo s€ tambien lo que hay en tu alma. 

En tu alma anida la venganza: dondequiera que 
picas se forma una costra negra. iTorbellinos de ven- 
ganza levanta en el alma tu veneno!— jPor eso os ha- 
blo en parabolas joh vosotros! los que levant£is tor- 
bellinos en el alma, predicadores de la igualdad/ jVo- 
sotros sois para mi tarantulas sedientas de secretas 
venganzas!— Pero yo acabare por re velar vuestros 
escondrijos: jpor eso me rto en vuestra cara con mi 
risa de las alturas! — Por eso desgarro vuestra tela: 
para que la colera os haga salir de vuestro antro de 
mentira y para que resulte vuestra venganza detr£s 
de vuestras palabras de « justiciar— Que el hombre 
sea salvado de la venganza: ese es para mi el puen- 
te de la esperanza superior y un arco iris tras largas 
tormentas.— Sin embargo; las tarantulas lo ven de 
otro modo. «Precisamente, cuando llenan el mundo 
las tempestades de nuestra venganza, es cuando de- 
cimos nosotras que hay justicia»— de esa suerte ha- 
blan ellas entre si.— «Queremos ejercer nuestra ven- 
ganza y lanzar nuestros ultrajes sobre todos los que 
no son semejantes a nosotras»— eso se juran a si mis- 
mas las tarantulas.— Y anaden: «iVoluntad de igual- 
dad: este sera en lo sucesivo el nombre de la virtud; 
y queremos alzar el grito contra todo lo que es pode- 
rosob — Sacerdotes de la igualdad: la tir£nica locura 



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90 NIETZSCHE 

de vuestra impotencia reclama a gritos la «igualdad»; 
jdetrds de las palabras de virtud se esconde vuestra 
m£s secreta concupiscencia de tiranos!— Vanidad 
agriada, envidia contenida— quiza la vanidad y la en- 
vidia de vuestros padre ;— de vosotras salen esas 
llamas y esas locijras de venganza.— Lo que el padre 
callo habla en el hijo; y muchas veces he visto reve- 
lado en el hijo el secreto del padre.— Se parecen a . 
los extdticos; pero no es el corazon lo que las exta- 
sia, sino la venganza. Y si se vuelven frios y sutiles, 
no es por agudeza, sino por envidia— Los celos los 
llevan tambien al camino de los pensadores; y he 
aqui el signo de su emulacion: siempre van demasia- 
do lejos, tan lejos, que & la postre su fatiga tiene que 
dormirse en medio de la nieve.— Todas sus quejas 
tienen acentos de venganza; todas sus alabanzas ocul- 
tan maleficios; y £ sus ojos, ser jueees es la felicidad 
suprema.— He aqui, sin embargo, el consejo que os 
doy, amigos mios: jdesconfiad de todos los que sien- 
ten poderosamente el instinto de castigar!— Son gen- 
te de mala ralea y de mala casta: por sus ojos asoman 
el polizonte y el verdugo.— jDescoiifiad de todos los 
que hablan mucho de su justieia! No es solo miel lo 
que falta £ sus almas.— Y si se llaman a si mismos 
«los buenos y los justos», no eeheis en olvido que, 
para ser fariseos, no les falta mas que... el poder.— 
Amigos mios, yo no quiero que se me mezcle y me 
confunda.— Hay quienes predican mi doctrina de la 
vida; pero son a la vez predieadores de la igualdad y 
tarantulas. — Esas aranas venenosas hablan a favor de 
la vida, a pesar de estar agazapadas en sus eavernas 
y alejadas de la vida: porque asi quieren hacer dano. 
— Quieren haeer dano a los que ahora tienen el po- 
der: porque entre £stos es aiin la cosa mas familiar la 
predicacion de la muerte.— A ser de otro modo, de 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 91 

otro mode ensenarian las tarantulas: porque en otro 
tiempo ellas fueron precisamente las que mejor supie- 
ron calumniar al mundo y quemar herejes.— Con esos 
predicadores de la igualdad es con los que no quiero 
que se me mezcle y me confunda. Porque asi me ha- 
bla la justiciar «Los hombres no son iguales». |No de- 
ben tampoco llegar A serlo! <LQue seria, pues, mi 
amor al Su!perhombre, si hablase yo de otro modo? — 
Por mil puentes y por mil caminos deben precipitarse 
hacia el porvenir, y siempre habrd que . poner entre 
ellos m£s guerras y desigualdades: jast me hace ha- 
blar mi gran amor!— Deben hacerse inventores de 
imagenes y de fantasmas en sus enemistades, y, con 
sus imagenes y sus fantasmas, debeir£n renir entre si 
el mayor combate.— Bueno y malo, rico y pobre, 
alto y bajo, iodos los nombres de valores deben ser 
armas y simbolos b61icos, en senal de que la vida 
siempre ha de superarse nuevamente A si propia.— 
Ella, la vida misma, quiere elevarse A las alturas con 
pilares y gradas: quiere escrutar los lejanos horizon- 
tes y penetrar con sus miradas las supremas bellezas 
—para eso necesita las alturas.— ;Y, pues necesita al- 
turas, necesita escalones y contradiccion de los esca- 
lones y de los quese elevan! La vid^ quiere elevarse, 
y superarse A si misma.— \Y ved, amigos miosl Aqui 
donde est£ la caverna de la tarantula, se elevan las rui- 
nas de un templo antiguo— ;n>irad con ojos iluminados! 
—A la verdad, aquel que se inspiraba antiguamente 
en un edificjo de piedra construido en las alturas, 
debio conocer el secreto de toda la vida, como el mas 
sabio. — Que aun en la belleza haya lucha y desigual- 
dad y guerra por el poder y la supremacia; eso nos 
ensena el aqui en el simbolo mas iuminoso.— Al modo 
que aqui bovedas y arcos se traban cuerpo a cuerpo 
en divino combate, y al modo que luz y sombra pug- 



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92 NIETZSCHE 

nan entre si en divina competencia: jast, firmesy no- 
bles seamos enemigos tambten nosotros, amigos mios! 
iPugnemos divinamente los unos contra los otros! 

jDesVentura! jA mi tambten me ha picado la taran- 
tula, mi antigua enemiga! Segura de su divina belle- 
za, me ha picado en el dedo!— «Ha de haber castigo 
y justicia (piensa la tar£ntula):» Por algo canta ella 
himnos en honor de la enemistad!— [Ya est£ vengada! 
jPobre de mi! jva £ hacer girar mi alma como un tor- 
bellino de venganza!— Mas, para que no gire, amigos 
mios, atadme fuertemente £ esta columna. jMejor 
quiero ser un estilita que un torbellino de venganza! 
— Zaratustra no es un torbellino y una tromba; y si es 
bailarin, no es bailarin de tarantela.* 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS SABIOS CfcLEBRES.— jTodos vo- 
sotros, sabios celebres, habeis servido al pueblo y & la 
superstieion del pueblo, no a la verdad! Y por. eso 
precisamente os han honrado.— Y por eso tambien se 
tolero vuestra incredulidad: porque era un rodeo in- 
genioso hacia «1 pueblo. No de otra suerte el amo 
deja hacer £ sus esclavos y se enfretiene con su pe- 
tulancia.— Pero £ quien el pueblo aborrece como los 
perros al lobo es al espiritu libre, al enemigo de las 
trabas, al que no rinde adoracion y habita en los bos- 
ques.— Echarle de su escondrijo es lo que el pueblo 
llamo siempre el «sentido de la justiciary siempre 
azuza aun contra el espiritu libre a sus perros m£s 
feroces.— «;Porque la verdad est£ donde est£ el pue- 
blo! jDesgraciado, desgraciado del que busca!» — He 
aqui lo que en todo tiempo se ha repetido.— Queriais 
justificar la veneracion de vuestro pueblo: & eso es £ 
lo que hab&s llamado «voluntad de verdad» joh sabios 
cSlebres!— Y vuestro corazon se ha dicho siempre: 



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A SI HABLABA ZABATUSTKA 93 

• «Yo he salido del pueblo; de alii tambien me ha veni- 
do la voz de Dios.»— Sufridos y astutos, como el 
asno, hab£is intercedido siempre por el pueblo. — Y 
mas de un poderoso, que queria marchar bien con el 
pueblo, enganch6 delante de sus corceles un borri- 
quin, un sabio celebre.— Y ahora, joh sabios cele- 
bres!, yo quisiera que acabarais de arrojar lejos de 
vosotros la piel del leon.— La pintada piel de la fiera 
y el pelaje del explorador, del investigador y del con- 
quistador.— \Ayl para aprender a creer en vuestra 
«veracidad», necesitaria veros romper con vuestra 
voluntad veneradora.— Veridico llamo, por mi parte, 
al que se va a los desiertos sin Dios, aniquilando su 
corazon reverente.— En medio de la amarilla arena y 
abrasado por el sol, suele mirar con avidez hacia las 
islas, de copiosas fuentes, donde, bajo umbrosos £r- 
boles, reposa la vida.— Pero su sed no le decide a 
imitar & esos regalones, porque, donde hay oasis, hay 
tambien iaolos.— Hambrienta, violenta, solitaria, sin 
dioses: asi se quiere £ si propia la voluntad-leon.— - 
Libre de los deleites de los siervos, libre de los dio- 
ses y de las adoraciones, sin e^panto y espantoso, 
grande y solitario: tal es la voluntad del veridico.— 
En el desierto han vivido siempre los veridicos, los 
espiritus libres, como senores del desierto; pero en 
las ciudades habitan los sabios c£lebres y bien alimen- 
tados— los animales de tiro.— ;Porque tiran siempre, 
como burros, del carro del pueblo!— To no se lo echo 
en cara; pero* no pasan de servidores y de seres unci- 
dos, aunque lleven dorados arreos.— Y muchas veces 
han sido . buenos servidores, dignos de loa. Porque 
asi habla la virtud: «Si es forzoso, que seas servidor, 
busca a aquel d quien sean mas utiles tus servicios.— 
El espiritu y la virtud de tu amo deben crecer por 



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94 NIETZSCHE 

estar tii £ su servicio: asf creces tti mismo con su es- ' 
piritu y su virtud.» 

jY en verdad, sabios celebres, $ervidores del pue- 
blo, os habeis crecido con el espiritu y la virtud del 
pueblo, y el pueblo ha crecido por vosotros! Lo digo 
en vuestro honor.— Pero seguis siendo pueblo, aun 
en vuestras virtudes, pueblo de ojos d£biles— pueblo 
que no sabe lo que es el espiritu.— E\ espiritu es la 
vida que saja la vida misma: con su propio sufrimien- 
to acrece ell^ su propio saber— £lo sabiais ya?— Y la 
felicidad del espiritu consiste en esto: en sef ungido 
por las ldgrimas, en ser victima sagrada del holo- 
causto— i\o sabfais ya?— Y la ceguera del ciego, sus 
tanteos y vacilaciones dardn testimonio de la potencia 
del sol a que miro— <j,1o sabiais ya?-— jY el que pien- 
sa y conoce debe aprender & construir con montanas! 
Que el espiritu transporte montanas es poca cosa. 
£Lo sabiais ya?— Vosotros solo veis las chispas del 
espiritu; pero no que clase de yunque es, ni £ donde 
llega la crueldad de su martillo.— |En verdad voso- 
tros no conoceis la altivez del espiritu! jPero aiin 
soportariais menossu modestia, si la modestia del 
espiritu quisiese hablar!— Y jamas habeis podido arro- 
jar aiin vuestro espiritu en simas de nieve: jno tenuis 
bastante calor para eso! Ignorais tambiSn, por conse- 
cuencia, los arrobamientos de su frescura.— Pero en 
todas las cosas me pareceis tomaros demasiadas li- 
bertades con el espiritu; y muchas veces habeis he- 
cho de la sabidurfe un asilo y hospital de malos poe- 
tas.— Vosotros no sois aguilas: por eso no hab&s 
conocido el goce en el espanto del espiritu. El que no 
es ave no debe de cernerse sobre abismos.— Me pa- 
receis tibios, y la corriente de todo conocimiento 
profundo es fria. Glaciales son las fuentes interiores 
del espiritu: un consuelo para manos y trabajadores 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 95 

ardientes.— jVosotros, sabios c61ebres, permanec6is 
ahi, respetables y tiesos, con el espinazo erguido! 
No os empuja un viento fuerte y una voluntad pode- 
rosa.— ^No hab£is visto nunca cruzar por el mar una 
vela tr6mula,redondeada 6 inchada por la impetuosidad 
del viento?— jComo vela que tiembla con la impe- 
tuosidad del espiritu, cruza el mar mi sabiduria— mi 
selvitica sabiduria.— Pero vosotros, servidores del 
pueblo, sabios celebres, ^corno podriais venir con- 
migo?» 

Asi hablaba Zaratustra. 

EL CANTO DE LA NOCHE. Es de noche; 

ahora se eleva mis la voz de los surtidores. Y mi 
alma es tambien un surtidor. — Es de noche; ahora se 
despiertan todos los cantos de los amantes. Y mi alma 
es tanjbten canto de amante.— Algo hay 'en mi no 
aplacado ni aplacable, que quiere alzar la voz. Hay 
en mi un anhelo de amor que habla la lengua del 
amor.— Yo soy luz. jAh! jsi fuese noche! Pero esta 
es mi soledad: verme envuelto en luz.— jAh! jsi yo 
fuese sombrio y nocturno! jc6mo sorberia los senos 
de la luz!— ;Y os bendecirta tambien £ vosotras, es- 
trellitas que brilteis alii arriba como lucternagas! Y 
seria venturoso con vuestros regalos de luz.— Pero 
yo viv;o de mi propia luz, yo absorbo en mi mismo 
las llamas que de mi brotan. — Yo no conozco el pla- 
cer de recibir; y frecuentemente he sonado que robar 
debe ser mayor deleite aiin que recibir.— Mi pobreza 
estriba en que mi mano no descansa nunca de dar; mi 
envidia son los ojos que veo esperando,. y las noches 
iluminadas de anhelo.— ;Oh miseria de todos los que 
dan! jOh eclipse de mi sol! jOh deseo de desear! ;Oh 
hambre devoradora en la hartura!— Ellos toman de 
mi; pero £toco yo siquiera su alma? Entre dar y to- 



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96 NIETZSCHE 

mar hay un abismo; y es muy dificil salvar el m£s 
pequeno abismo.—Mi belleza es hambrienta: yo qui- 
siera hacer dano £ los que ilumino; yo quisiera sa- 
quear a los que colmo de presentes: asi tengo sed de 
maldad.— Retirando la mano, cuando ya la mano se 
alarga; vacilando como la cascada que vacila aiin en 
su caida: asi tengo yo sed de maldad.— Tales ven- 
ganzas medita mi plenitud; tales malicias nacen de mi 
soledad.— Mi gozo de dar ha muerto £ fuerza de dar, 
mi virtud se ha eansado de si misma por su exuberan- 
cia.— El que da siempre corre peligro de perder el 
pudor; al que reparte siempre, a fuerza de repartir, 
acaban por encallecersele la mano y el eorazon,— Mis 
ojos no se arrasan ya en l&grimas al ver la verguen- 
za de los que imploran; mi mano se ha endurecido en 
demasia para experimentar el temblor de las manos 
llenas.—^A donde se fueron las l£grimas de mis ojos 
y el plumon de mi coraz6n? \Oh soledad de todos los 
que dan! ;Oh silencio de todos los que brillan! — Mur 
chos soles gravitan en el espacio vacio; su luz habla 
a todo lo que es obscuro; s61o callan para mi.— jAy! 
;Tal es la enemistad de la luz contra lo luminoso! 
Despiadada sigue su camino.— Hondamente injusto 
contra lo luminoso, frio para con los soles, asi cami- 
na todo sol.— Cual una tempestad, vuelan los soles 
por sus orbitas: esa es su marcha. Su voluntad inexo- 
rable siguen: esa es sufrialdad.— ]Ay! [Solo vosotros, 
obscuros y nocturnos, que sac£is vuestro calor de lo 
luminoso, solo vosotros beb£is leche y balsamo en las 
ubres de la luz!— jAh, hielo hay en torno de mi, hielo 
quema mis manos! jUna sed tengo yo que suspira por 
vuestra sed!— Es de noche. jAy! jPor qu£ he de ser 
yo luz! jY sed de lo nocturno! ;Y soledad!— Es de no-: 
che: ahora, cual una fuente, brota mi anhelo— mi 
anhelo de hablar.— Es de noche: ahora se eleva m£s 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 97 

la voz de los surtidores. Y mi alma es tambten un sur- 
tidor.-— Es de noche: ahora se despiertan todos los 
cantos de los enamorados. Y mi alma es tambten un 
canto de enamorado.» 
Asi cantaba Zaratustra. 

EL CANTO DE LA DANZA. Una tarde atra- 

ves6 Zaratustra el bosque con sus disctpulos: y yen- 
do en busca de una fuente, Heg6 & una verde pradera, 
rodeada de drboles y matorrales: alii estaban bailando 
unas jovenes. En cuanto vieron & Zaratustra, dejaron 
de bailar; pero Zaratustra se acercd amistosamente y 
hablo estas palabras: «No dej6is de bailar, encantado- 
ras jovenes. No es un ataja-solaces el que se acerca £ 
vosotras, no es un enemigo de las jdvenes.— Spy el 
abogado de Dios ante el diablo; y el diablo es el espt- 
ritude la gravedad. <J,C6mo, joh, ligeras!, podria ser 
yo enemigo de las divinas danzas 6 de los pies juve- 
niles de lindos tobillos? — Cierto que soy nna selva y 
una noche de obscuros £rboles; pero el que no tema 
mi obscuridad encontrard bajo mis cipreses sendas de 
rosas.— Sabra encontrar tambien el diosecillo que pre- 
fieren las jovenes: echado esta junto £ la fuente, silen- 
cioso, con los ojos cerrados.— ;Se ha dormido en pie- 
no dia, el holgaz£n! ^Anduvo demasiado afanado £ 
caza de mariposas?— No os enfadeis conmigo, hermo- 
sas bailarinas, si fustigo algo al diosecillo. Puede que 
el se ponga £ gritar y £ llorar; pero, aun llorando, se 
presta & risa.— Y con tegrimas en los ojos debe pedi- 
ros un baile; y yo mismo acompanar6 su baile con 
una cancion. — Una cancion de baile y una s&tira so- 
bre el esptritu de la gravedad, sobre mi diablo sobe- 
rano y omnipotente, que dicen que es el «dueno del 
mundo.»— Y he aqut la canci6n que canto Zaratustra 



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98 NIETZSCHB 

mientras danzaban Cupido y las jovenes: «No ha mu* 
cho mire a tus ojos, ;oh vida! \y me parecia caer ei> 
lo insondable!— Pero tti me sacaste con dorados an- 
zuelos; sonreias burlonamente cuando yo te llamaba 
insondable.— «Asi hablan todos los peces (decias); lo 
que ellos no pueden penetrar es insondable.— Pero yo 
no soy sino voluble y salvaje mujer en todo, y no una 
mujer virtuosa.— Aunque para vosotros, los hombres, 
sea «la profunda* 6 «la fiel», «la eterna», «la misterio- 
sa».— Pero vosotros los hombres joh virtuosos! nos 
prestais siempre vuestras propias virtudes.»— Asi 
reia ella, la increible; pero yo no la creo nunca ni a 
ella ni £ su risa, cuando habla mal de si propia.— Y 
cuando yo hablaba £ solas con mi salvaje sabiduria, 
me dijo ella irritada: «;Tu quieres, tti deseas, tuamas! 
ipor eso solo es por lo que alabas la vida!» — Me falt6 
poco para responder mal y decir la verdad £ la irrita- 
da; y no puede uno responder p'eor que cuando «dice 
la verdad» £ su sabiduria.— Porque es asi para entre 
nosotros tres. Yo no amo profundamente m£s que la 
vida — y mas aiin, cuando la detesto. — Si me inclino a 
la sabiduria, y a menudo con exceso, es porque me 
recuerda bastante la vida.— Tiene sus ojos, su risa y 
hasta su anzuelo dorado. iQu€ he de hacer, si se pa- 
recen tanto las dos?— Y cuando un dta me pregunto la 
vida: «^Pero que es la sabiduria?» yo respondi presu- 
roso: «jAy, si! jla sabiduria!— Sediento esta uno de 
ella, y no se sacia: mira uno al trav£s de sus velos; 
quiere cogerla al traves de su red.— ^Es hermosa? 
jQu£ s£ yo! Pero hasta las car pas m£s viejas se dejan 
coger por ella. — Es veleidosa y testaruda, muchas ve- 
ces la he visto morderse los labios y enmaranarse el 
pelo con el peine.— Quiza es mala y falsa y mujer en 
todo; pero, cuando habla mal de si misma, es cuando 
mas seduce. »— Cuando dije esto £ la vida, se rio ma- 



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ASf HABLABA ZAHATUSTRA 99 

fignamente y cerr6 los ojos. «Pero ide quten hablas 
iti? (dijo). ^Seria por ventura de mi? Y aunque tuvie- 
ses razdn, jdecirme eso en mi misma cara! jHabla, 
pues, de tu propia sabiduria!»— ;Ay! Y entonces vol- 
viste a abrir los ojos, ;oh amada vida! Y me parecia 
volver £ caer en lo insondable.» 

Asi cant<5 Zaratustra. Pero cuando, acabado el bai- 
le, se alejaron las jovenes, se qued6 triste. «E1 sol se 
ha puesto hace mucho (dijo al fin). La pradera est£ 
htimeda, y llega la frescura de los bosques.— Algo 
desconocido hay en torno de mi, que mira pensativo. 
]C6mo! iTodavia vives, Zaratustra?— £Por qu6? £Pa- 
ra que? £En virtud de que? ^Donde? ^Como? ^No es 
una locura vivir todavia?— ;Ay, amigos mios! La no- 
che es quien asi interroga en mi. jPerdonadme mi tris- 
teza!— |Ha cerrado la noche! jPerdonadme que haya 
cerrado la noche! » 

Ast hablaba Zaratustra. 

EL CANTO DEL SEPULCRO. «A11£ esta la 

isla de los sepulcros, la silenciosa; all£ est£n tambien 
los sepulcros de mi juventud. Alii quiero llevar una 
corona inmarcesible de la vida.»— Habiendo decidido 
esto en mi corazon, atravesS el mar.— jOh imagenes 
y visiones de mi juventud! ;Oh miradas de amor, mo- 
mentps di vinos! jQu£ deprisa os desvanecisteis! Hoy 
pienso en vosotros como en mis muertos.— De vo- 
sotros, muertos predilectos, llega hasta mi un dulce 
perfume que alivia el corazon y hace correr las la- 
grimas. Vef daderamente agita y alivia ese perfume el 
corazon del que navega solitario — jYo soy siempre 
el mas rico y envidiable— yo el solitario!— Porque os 
he poseido & vosotros, y vosotros me posers aun. 
Decidme: £para qui£n, como para mi, cayeron del £r- 
bol manzanas tan sonrosadas?— Yo soy siempre el he- 



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NIETZSCHB 




redero y el terreno propio de vuestro amor, donde 
florecen, en memoria vuestra, amados mios, silves- 
tres virtudes de todos los colores.— ;Ay! nosotros es- 
tdbamos hechos para permanecer los unos junto £ los 
otros; y vosotras, extranas y deliciosas maravillas, 
no os hab£is acercado £ mi y £ mi deseo como timidas 
aves sino conf iadas en el que confia.— Si: hechos para 
la fidelidad, como yo, y para la dulce eternidad. £Ha- 
br6 de llamaros ahora infieles joh miradas v momen- 
tos divinos? Es que todavia no he aprendido otro nom- 
bre.— Hab6is muerto, fugitivos, denfasiado pronto 
para mi. Sin embargo, ni hab&s huido de mi, ni yo he 
huido de vosotros: no somos culpables, unos para con 
otros, de nuestra infidelidad.— ;Os han estrangulado 
para matarme d mi y aves de mis esperanzas! Si: hacia 
vosotros, amados mios, disparo siempre flechas la 
maldad, para dar en mi corazon.— |Y ha dado! Porque 
vosotros hab6is sido siempre lo m£s caro para mi, mi 
bien, mi posesion: jpor eso hab£is debido morir jove- 
nes y demasiado pronto!— Hacia lo mas vulnerable 
que en mi habia se ha disparado la flecha: hacia voso- 
tros, cuya piel semeja el pulmon, y mas aun la sonri- 
sa que muere de una mirada.— Pero yo he de decir es- 
to & mis enemigos: ^Que es matar £ un hombre en 
comparacion con lo que £ mi me hab£is hecho?— Lo 
que habSis hecho conmigQ es peor que un ase§inato: 
me habeis quitado lo irrestituible. |Asi os hablo yo, 
enemigos mios!— jHabeis matado las visiones de mi 
juventud y mis mas caras maravillas! jMe habeis quita- 
do mis companeros de juego, los espiritus bienaven- 
turados! En memoria suya deposito esta corona y esta 
maldicion.— jEsta maldicion contra vosotros, enemi- 
gos! jPorque habeis acortado mi eternidad como se 
trunca un sonido en la fria noche! Solo ha venido £ mi 
la eternidad como mirada de ojos divinos, como una 



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ASI HABLABA 7AKATUSTRA 101 

ojeada!— Asi me dijo un dia mi pureza en hora propi- 
cia: «Para mi, todos los seres deben ser divinos.»— 
Entonces precipitdsteis vosotros sobre mi inmundos 
fantasmas. jAy! i& donde ha huido aquella hora pro- 
picia?— «Todos los dias deben ser sagrados para mi» 
—asi me habld una vez la sabiduria de mi juventud: 
— jpalabras, en verdad, de una placentera sabiduria! 
— Pero vosotros, enemigos, me robdsteis entonces 
mis noches para trocarlas en desvelo tormentoso. 
]Ay! i& donde ha huido aquella placentera sabiduria? 
—En otro tiempo suspiraba yo por presagios felices, 
y vosotros hicisteis pasar por mi camino un monstruo- 
so y siniestro buho. \Ayl i& donde huyo entonces mi 
dulce deseo?— Un dia hice voto de renunciar & toda 
repugnancia, y vosotros convertisteis en lilceras 
cuanto me rodea. \Ayl i& donde huyeron entonces mis 
m£s nobles votos?— Como ciego recorri yo venturo- 
sos caminos: vosotros arrojdsteis inmundicias al cami- 
no del ciego, y ahora me repugna la antigua senda del 
ciego.— Y cuando consume lo m£s £rduo para mi, y 
celebraba el triunfo de mis esfuerzos, hicisteis clamar 
£ los que me amaban que yo les inferia el mayor dano. 
—Asi hab£is procedido siempre: me hab£is acibarado 
mi mejor miel y la diligencia de mis mejores abejas. 
—Siempre hab&s enviado £ mi caridad los mendigos 
m£s insolentes; siempre hab£is apinado en torno de mj 
compasi6n los descocados m£s incurables. Asi hab£is 
herido £ mis virtudes en su fe. — Y cuando yo hacia la 
ofrenda de lo m£s sagrado que poseia, vuestra «devo- 
ci6n» se apresuraba £ anadir dones m&s pingiies: de 
modo que las emanaciones de vuestra grasa ahoga- 
ban lo m£s sagrado que yo tenia.— Y una vez quise 
bailar como nunca habia bailado aiin: quise bailar 
allende todos los cielos. Entonces gandsteis A mi m&s 
querido cantor.— Y entono su canto pi£s liigubre y 



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102 NIETZSCHE 

sombrio. |Ay! jme zumbo en los oidos como el cuer- 
no m£s fiinebre!— jCantor mortifero, instrument o de 
maldad, tii el mas inocente! Yo estaba dispuesto para 
el mejor baile, y tii con tus notas mataste mi extasis. — 
S61o danzando s€ yo decir los simbolos de lias cosas 
m£s sublimes; y ahora mis miembros no han podido 
figuraf mi mds alto slmbolo.— jlnexpresada 6 irreden- 
ta ha quedado en mi mi mas alta esperanza! \Y todas 
las visiones y todos los consuelos de mi juventud han 
muertoI-^Como he podido soportarlo? <j,C6mo he 
podido sobreponerme £ semejantes heridas? ^C6mo 
ha resucitado mi alma de esas tumbas?— Est£ visto: 
algo invulnerable hay en mi, algo que no puede ente- 
rrarse y que hace saltar las penas: se llama mi volun- 
tad. Esa atraviesa los anos silenciosa € inmutable.— 
Mi antigua voluntad quiere andar £ su paso con mis 
pies; su sentido es duro e invulnerable.— Yo no soy 
invulnerable m£s que en el talon. ;Ah! vives tii siem- 
pre, pacientlsima, igual a ti propia! jSiempre has 
pasado por todas las tumbas!— En ti vive todavia lo no 
redimido de mi juventud, y viva y joven permaneces 
sentada ahi llena de esperanza, sobre los amarillos es- 
combros de las tumbas.— Si: tii eres aiin para mi la 
destructora de todas las tumbas: jSalve, voluntad mia! 
Solo donde hay tumbas hay resurrecciones.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA VICTORIA SOBRE Sf MISMO. Lla- 

m^is «voluntad de verdad» a lo que os impulsa € in- 
flama & vosotros, los mas sabios. — Voluntad de ima- 
ginar todo lo que es: asi llamo yo £ vuestra voluntad. 
— Quer£is hacer imaginable todo lo que existe: por- 
que dud^is con justa desconfianza que ello sea ya 
imaginable.— jPero es menester que se amolde y do- 
blegue £ vosotros! Asi lo quiere vuestra voluntad. Es 



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A8f HABLABA ZAEATUSTRn 103 

menester que quede pulimentado y sumiso al espiritu 
como su espejo y su imagen.— He ahi toda vuestra 
voluntad, sapientisimos, como una voluntad de poder; 
y eso aunque habteis del bien y del mal y de las apre- 
ciaciones de valores.— Querns crear un mundo ante 
el cual pod£is arrodillaros: he ahi vuestra ultima es- 
peranza y vuestra ultima embriaguez.— Los sencillos, 
sin embargo, esos llamados pueblo, son semejantes al 
rio por donde avanza una barquilla; y en la barquilla 
van, solemnes y enmascaradas, las apreciaciones de 
los valores.— Vosotros habeis puesto vuestra volun- 
tad y vuestros valores en el rio del porvenir; lo que 
el pueblo reputa bueno y malo me revela una antigua 
voluntad de poder.— Vosotros, los m£s sabios, sois 
los que hab6is puesto tales hu6spedes en esa barqui- 
lla; vosotros y vuestra voluntad dominante los habeis 
engalanado con adorn&s y nombres suntuosos.— Aho- 
ra el rio lleva m£s lejos vuestra barquilla: tiene que 
llevarla. Poco importa que la rota ola espume y con- 
tradiga con c61era su quilla. — No es el rio vuestro 
peligro y el fin de vuestro bien y de vuestro mal, sa- 
pientisimos; sino esa voluntad misma, la voluntad de 
poder— la voluntad vital, inagotable y creadora.— 
Mas, para que comprendais mi palabra sobre el bien 
y el mal, os dir6 mi palabra sobre la vida y la condi- 
cion de todo lo vivo.— Yo he seguido lo que es vivo, 
lo he perseguido por los caminos grandes y pequenos 
a fin de conocer su naturaleza.— Cuando la vida ca- 
llaba, recogf su mirada en un espejo de cien facetas, 
£ fin de que me hablasen sus ojos. Y sus ojos me han 
hablado.— Mas, por donde quiera que he encontrado lo 
que es vivo, he oido la palabra obediencia. Todo lo 
viviente es obediente.— Y he aqui la segunda cosa: 
Se manda al que no sabe obedecerse & si propio. Tal 
es la condici6n natural de lo vivo.— He aqui lo que 



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104 NIETZSCHE 

oi en tercer lugar: Mandar es m£s dificil que obede- 
cer. Porque el que manda Heva el peso de todos los 
que obedecen, y esa carga le aplasta fdcilmente.— 
Mandar me parece un peligro y un riesgo. Por eso 
siempre que un vivo manda arriesga su vtda.— Y 
cuando se manda £ si propio, tiene tambten que ex- 
piar su autoridad: tiene que ser juez, vengador y vic- 
tima de sus propias leyes.— £C6mo es esto, pues? me 
he preguntado. iQ\x€ es lo que decide £ lo vivo & 
obedecer, & mandar y & ser obediente, aiin mandando? 
— jEscuchad mis palabras, sapientisimos! jExaminad 
seriamente si he penetrado en el coraz6n de la vida y 
si he descubierto sus raicesl— Donde quiera que he 
encontrado lo que es vivo, he encontrado la voluntad 
de poder; y aun en la voluntad de lo que obedece he 
hencontrado la voluntad de ser amo.— Que lo m&s d6- 
bil sirva & lo mis fuerte: He ahi & lo que le incita su 
voluntad, que quiere ser sefiora de lo m£s d£bil. Esa 
es la tinica alegria de que no quiere privarse.— Y co- 
mo lo mds pequeno se abandona & lo m&s grande, pa- 
ra que lo m£s grande goce de lo m£s pequeno y lo 
domine, asi lo m&s grande se abandona aiin y arries- 
ga su vida por el poder.— He ahi el abandono de lo 
m£s grande: que haya temeridad y peligro y que se 
juegue la vida & un golpe de dados.— Y donde hay 
sacrificio y servicio y mirada de amor, hay tambiSn 
voluntad de ser amo. Por caminos secretos se desliza 
el m£s dSbil & la fortaleza y hasta el coraz6n del m£s 
poderoso— y alii roba el poder.— La vida misma me 
ha confiado este secreto: «Mira (dijo): yo soy lo que 
debe superarse siempre d si propio.— Seguramente 
vosotrbs llam&is & eso voluntad de crear 6 impulso 
hacia el fin, hacia lo m£s sublime, hacia lo mis lejano, 
hacia lo m£s multiple; pero todo eso no es md$ que 
una sola cosa y un solo secreto.— Yo prefiero ties- 



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as! hablaba zaratustra 105 

aparecer a renunciar & esa cosa tinica: y en verdad 
donde hay perecimiento y caida de hojas, alii se sa- 
crifica la vida por el poder.— Que es menester que yo 
sea lucha y suceder y fin y contradicci6n de los fines. 
\Ayl El que adivina mi voluntad adivina tambten los 
caminos tortuosos que necesita seguir.— Sea cual fue- 
re la cosa que yo cree y el amor que la tenga, £ poco 
debo ser su adversario y el adversario de mi amor: 
asi lo quiere mi voluntad.— Y tii tambten, investiga- 
dor, no eres mas que la senda y la pista de mi volun- 
tad: jmi voluntad de poder sigue tambign las huellas 
de tu voluntad de verdad!— Seguramente, no ha en- 
contrado la verdad el que hablaba de la «voluntad de 
existir»; no hay tal voluntad.— Porque lo que no es 
no puede querer. Asi pues, ;c6mo lo que existe po- 
dria aiin desear la existence?— S61o donde hay vida 
hay voluntad; pero no voluntad de vida, sino como yo 
enseno, voluntad de poder. —Hay muchas cosas que 
el viviente aprecia m£s que la vida; pero en las apre- 
ciaciones mismas habla la voluntad de poder. » 

Esto me ensen6 un dia la vida; y por eso, sapien- 
tisimos, resuelvo yo el enigma de vuestro corazon. 
— En verdad os digo: jel bien y el mal imperecederos 
no existen! Es menester que se superen siempre de 
nuevo & si mismos. -Con vuestros valores y vuestras 
palabras del bien y del mal, vosotros, los apreciado- 
res del valor, ejerc&s poderio: y 6ste es vuestro 
amor oculto y el esplendor, el temblor y el desborda- 
miento de vuestra alma.*— Pero de vuestros valores 
surge un poder mas f uerte y una nueva victoria sobre 
si, que rompe los huevos y las c&scaras de huevo. — 
Y el que debe ser creador en el bien y en el mal, debe 
empezar por ser destructor y romper los valores.— 
Asi la mayor malignidad forma parte de la mayor be- 
nignidad; pero esta benignidad es la creadora.— /)/- 



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106 NIETZSOHB 

gdmoslOy sapientisimos, aunque nos cueste mucho; 
callarse es m&s duro aun: todas las verdades calladas 
se vuelven venenosas.— jY que se aniquile todo lo que 
pueda ser aniquilado por nuestras verdades! jHay aiin 
muchas casas que edificar!» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS HOMBRES SUBLIMES. «Tranquilo 

es el fondo de mi mar. jQuten adivinaria que oculta 
monstruos joviales!-— hconmovible es mi profundidad 
pero r^diante de enigmas y carcajadas.— Hoy he vis- 
to un hombre sublime, solemne, un expiador del es- 
piritu. |C6mo se ha reido mi alma de su fealdad!— 
Sacando el pecho, como el que aspira, estaba alii si- 
lencioso el hombre sublime, engalanado con feas ver- 
dades, su botfn de caza, y rico en vestidos rotos: 
tambten habia en 61 muchas espinas— pero no vi nin- 
guna rosa.— No conoce aun la risa y la belleza. Con 
semblante adusto ha vuelto ese cazador del bosque 
del conocimiento.— Viene de luchar con animales sal- 
vajes; pero su severa fisonomia refleja aiin el animal 
salvaje— jun animal no domenado!— Ahi estd siempre 
como un tigre que quiere dar un salto; pero no me 
agradan a mi esas almas tirantes; no son de mi gusto 
todos esos retraidos.— Y vosotros, amigos, me decis 
que no hay que disputar por cuesti6n de gustos y co- 
lores. jPero toda vida es lucha por los gustos y co- 
lores!— El gusto es & la vez la pesa, la balanza y el 
pesador; y jay de toda cosa viva que quisiese vivir 
sin la lucha por las pesas, las balanzas y los pesado- 
res!— Si ese hombre sublime se hastiar^ de su subli- 
midad, entonces es cuando empezaria su belleza— y 
s61o entonces querria yo gustarle, s61o entonces le 
sacarfa gusto.— Y solo cuando se aparte de si, saltar£ 
por encima de su sombra, y penetrard en su sol.— 



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AS* HABLABA ZABATUSTRA 107 

Harto tiempo estaba sentado £ la sombra; el expiador 
del espfritu ha visto palidecer susmejillas; y casi le 
ha matado de hambre la espera.— Todavia hay des- 
d£n en sus ojos y oculta repugnancia en sus labios. 
Verdad es que ahora reposa, pero aun no se ha acos- 
tado al sol su reposo.— Deberia hacer como el toro; 
y su felicidad deberia trascender & tierra, y no & des- 
precio de la tierra.— Quisiera verle como un toro 
bianco que resopla y muge delante del arado; y su 
mugido deberia cantar la alabanza de todo lo terres- 
tre.— Su rostro es sombrio: en el se proyecta la som- 
bra de la mano. Todavia est£ en la sombra su mirada. 
— Su misma accion no es todavia en 61 m&s que una 
sombra: la mano obscurece al que obra. Aun no ha 
superado su acto.— Me gusta ver en £1 el cuello del 
toro; pero ahora me gustaria ver tambten la mirada 
del angel.— Hace falta igualmente que ol vide su vo- 
luntad de h£roe: debe ser para mi un hombre elevado 
p no solo sublime— jel £termismo deberia levantarle, 
a ese hombre sin voluntad!— Ha vencido monstruos, 
ha adivinado enigmas; pero necesitaria tambiSn sal- 
var sus monstruos y sus enigmas: necesitaria trans- 
formarlos en hijos divinos.— Su conocimiento no ha 
aprendido aun a sonreir y & no tener envidia: ia ola de 
su pasion no se ha calmado aun en la belleza.— No es 
en la saciedad ciertamente donde debe callar y su- 
mergirse su deseo, sino en la belleza. La gracia for- 
ma parte de la generosidad de los que piensan con 
elevacion.-— Con el brazo sobre la cabeza: asi debe- 
ria reposar el heroe; asi deberia superarsu reposo.— 
Pero precisamente para el heroe la belleza es lo mas 
dificil de todas las cosas. La belleza es inasequible 
para toda voluntad violenta.— Un poco m£s, un poco 
menos, aun siendo poco es mucho, es hasta lo esen- 
cial.— Permanecer con los miisculos inactivos y la vo- 



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108 NIETZSCHE 

luntad desembarazada es lo m£s dificil que hay para 
vosotros, hombres- sublimes.— Cuando el poder se 
hace clemente y desciende £ lo visible, £ tal clemen- 
cia llamo belleza yo.— De nadie exijo la belleza tanto 
como de ti, que eres poderoso: sea tu bondad tu ulti- 
ma victoria sobre ti mismo.— Te creo capaz de todas 
las maldades: por eso exijo de ti el bien.— jA la ver- 
dad, me he reido & menudo de los dSbites que se creen 
buenos porque tienen tullidas las patas!— Tii debes 
imitar la virtud de la columna, que va siendo m&s be- 
11a y m£s fina, pero mis dura y resistente interior- 
mente & medida que sube.— Si, hombre sublime: un 
dia serds bello, y presentards el espejo & tu propia be- 
lleza.— jEntonces se estremecerd tu alrna con deseos 
divinos, y habrd en tu vanidad adoraci6n!— Porque he 
aqui el secreto del alma: cuando el hSroe la abando- 
na, entonces es cuando se acerca en suefios el super- 
h£roe.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DEL PAfS DE LA CIVILIZACldN. Vote de- 

masiado lejos por el porvenir, y me sobrecogi de ho- 
rror. — Cuando mire en torno mio, me encontrg con 
que el tiempo era mi unico contcmpor&neo.— Me vol- 
vi entonces, huyendo hacia atrds m&s deprisa cada 
vez: asi he Uegado hasta vosotros, hombres actuates; 
asi he venido al paisiteia xrivilizaciOii .— Por primera 
vez os he mirado con ojos favorables y con buenos 
deseos: & la verdad, he venido con el coraz6n anhe- 
lante.— 4Y qu£ me ha ocurrido? A pesar del miedo 
que medi6... jtuve que echarme £ reirl jjamdsvieron 
mis ojos nada tan abigarrado!— Yo reia y reia al par 
que me temblaban los pies y tambtenel corazdn: £Se- 
r£ este (dije) el pais de todos los tarros de colores? 
— Con el rostro y los miembros pintarrajeados de mil 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 109 

maneras: asi os ofreciais £ mi asombro, hombres ac- 
tuates.— Y con mil espejos £ vuestro alrededor, que 
adulaban y repetian el juego de vuestros colores. — 
iCiertamente, no podiais llevar mejores caretas que 
vuestra propia cara, hombres actuates! iQuten podria 
reconoceros?— Pintarrajeados con los signos del pa- 
sado, recubiertos & su vez por otros signos: jasi os 
habSis escondido de todos los intgrpretesl— Y aunque 
se supiese escudrinar las entranas, jquten creeria que 
tuvieseis entranas! Parec6is hechos de colores y de 
papeles pegados.— Todos los tiempos y todos los pue- 
blos miran revueltamente al traves de vuestros velos; 
todas las costumbres y todas las creencias hablan re- 
vueltamente al travSs de vuestras actitudes.— El que 
os quitase vuestros velos, vuestros revoques, vues- 
tros colores y vuestras actitudes, no dejaria m&s que 
un espanta-pajaros.— En verdad, yo mismo soy el p£- 
jaro espantado, que os vio una vez desnudos y sin 
colores; y cuando ese esqueleto me hizo sefias amo- 
rosas, hui despavorido. 

jPorque preferiria bajar & los profundos y confun- 
dirme entre las sombras del pasado!— iLas sombras 
de los que fueron tienen m£s consistencia que vo- 
sotros! — ]La amargura de mis entranas, hombres ac- 
tuates, es que no puedo soportaros ni desnudos ni 
vestidos! — Todo lo que inquieta en el porvenir y todo 
lo que ha podido ahuyentar £ un p&jaro espantado 
inspira verdaderamente m£s quietud y m£s calma que 
vuestra «realidad».— Porque vosotros decfs: «Somos 
enteramente reales; no tenemos creencias ni supersti- 
ciones»; asi ahuec&is el buche sin tener buche siquie- 
ra. — Porque, ^corno seria posible que crey£seis vos- 
otros, que sois tan abigarrados, vosotros que sois 
pinturas de lo que nunca se ha creido?— Sois una re- 
futacion andando de la fe misma, y la ruptura de todos 



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110 NIETZSCmE 

los pensamientos. jSeres increibles! jAsi os llamo yo & 
vosotros, «hombres de la realidad!»— Todas las 6po- 
cas declamaron unas contra otras en vuestros espiri- 
tus; y los suefios y las declamaciones de todas las 
epocas eran m£s feales aun que vuestra vigilia.— 
Sois esteriles: por eso careers de fe. Pero el que de- 
bia crear tenia tambien siempre sus ensuenos de ver- 
dad y sus signos estelares, jy tenia fe en la fe!— Sois 
puertas entreabiertas en donde aguardan los sepultu- 
reros. Y he aqui vuestra realidad. «Todo merece des- 
aparecer.»— ;Ah! ^Como est£is ahi delante de mi, 
hombres estSriles? jQue pobfeza de costillas! Y no 
falta entre vosotros quien lo ha echado de ver. — Esos 
dicen: «£Me habria sacado algo un dios mientras yo 
dormia?» jCiertamente, lo bastante para formar una 
mujer!— «;Es prodigiosa la pobreza de mis costillas! » 
Asi han hablado ya muchos hombres actuales.— jDe 
veras me hac&s reir, hombres actuales! ;y sobre todo 
cuando os asombr£is de vosotros mismos!— jPobre de 
mi, si no pudiese reirme de vuestro asombro y si hu- 
biese de tragar todo lo repugnante que hay en vues- 
tras escudillas!— Pero yo os tomo a la ligera, puesto 
que tengo cosas pesadas que llevar; y jque me im- 
porta que se posen en mi carga insectos y moscas!— 
jLa verdad es que mi carga no ser& m£s pesada por 
eso! No sois vosotros, contempor&neos, los que me 
hab6is de ocasionar la gran fatiga. — j Ay! £A donde 
debo subir aiin con mi deseo? Miro desde lo alto de 
> todas las cumbres en busca de patrias y de tierras na- 
tales. — Pero en ninguna parte las encuentro: ando 
errante por todas las ciudades y salgo de todas las 
puertas.— Los hombres actuales, hacia quienes no ha 
mucho se inclinaba mi corazon, ahora son extranos 
para mi y provocan mi risa; y me veo expulsado de 
las patrias y las tierras natales.— No amo ya, pues, 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 111 

m£s que el pais de mis hijos, la tierra inc6gnita entre 
mares lejanos: esa es la que mi vela debe buscar ince- 
santemente.—iEn mis hijos quiero reparar el ser hijo 
de mis padres; y en todo el porvenir quiero reparar 
este presenteb 

Asi hablaba Zaratustra. 

DEL INMACULADO CONOCIMIENTO. Al 

salir ayer la luna, me parecia como si quisiere dar 4 
luz un sol: tan abultada y prenada yacia en el horizon- 
te.— Pero mentia eon su prenez; y antes creeria yo 
hombre a la luna que mujer.— Cierto que tambten es 
muy poco horfibre ese tiraido noctambulo, ya que an- 
da por los tejados con la conciencia turbia.— Ese mon- 
je de luna esta lleno de codicia y de envidia: codicia 
la tierra y todas las alegrias de los que aman.— No, 
no me gusta ese gato de los tejados: me previenen to- 
dos los que acechan las ventanas entornadas. — Manso 
y callado, anda por alfombras de estrellas; pero yo 
aborrezco todos los pies sigilosos en que ni aun las 
espuelas hacen ruido.— Las pisadas del hombre leal 
hablan: pero el gato anda con sigilo. Ved: la luna ca- 
mina deslealmente como el gato.— \ A vosotros, hipo- 
critas remilgados, que busc£is el «conocimiento puro» 
ofrezco esta parabola! \A vosotros os llamo yo lasci- 
vos!— Vosotros amais tambiSn la tierra y todo lo te- 
rrestre: jos he comprendido bienl Pero vuestro amor 
se avergiienza con una conciencia torturada: os pare- 
ceis & la luna.— Se ha convencido £ vuestro espiritu 
de que debe menospreciar todo lo terreno; pero no se 
ha convencido & vuestras entranas. ;Sin embargo, 
ellas son lo mas fuerte que hay en vosotros! — Y aho- 
ra vuestro espiritu se avergiienza de obedecer a 
vuestras entranas, y sigue caminos escondidos y en- 
ganadores para librarse de su propia verguenza. 



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112 NIETZSCHE 

«Para mi seria la cosa mis alta (se dice & si pro- 
pio vuestto falso espiritu) mirar la vida sin codicia, y 
no como los perros con la lengua fuera.— Ser feliz en 
la contemplation, con la voluntad muerta, exento de 
rapacidad y de apetito egoista, frio y gris de cuerpo, 
pero con ojos embriagados de luna.— Para mf seria lo 
mejor (asi se engana £ si mismo el enganado) amar la 
tierra como la ama la luna y no tocar su belleza mis 
que con los ojos.— Y he aqui lo que yo llamo el inma- 
culado conocimiento de todas las cosas: no querer de 
las cosas m£s que poder estar delante de ellas comb 
un espejo de cien miradas.» 

lHip6critas remilgados y lascivos! jOs falta la ino- 
cencia en el deseo, y por eso calumni&is al deseo!— 
No am£is vosotros la tierra como creadores, como 
generadores, gozosos de crear.— ^Donde hay inocen- 
cia? Donde hay voluntad de engendrar. Y el que quie- 
re crear algo por cima de si mismo, ese tiene para mi 
la voluntad mis pura.— ^Donde hay belleza? Alii don- 
de es menester que yo quiera con toda mi voluntad, 
donde yo quiero amar y desaparecer, para que una 
imagen rfo quede reducida a una pura imagen.— Amar 
y desaparecer: he ahi cosas aparejadas desde hace 
eternidades. Querer amar es tambien estar pronto £ 
morir. jAsi os hablo yo, cobardes!— jPero vuestra mi- 
rada ambigua y afeminada quiere ser «contemplativa»! 
\Y para vosotros, que mancill&is los nombres nobles, 
lo que se puede tocar con ojos pusil&nimes debe Ha- 
marse «bello»!— Peroha de ser vuestra maldici6n — 
joh inmaculados que busc&is el conocimiento puro!— 
que no Hegu6is nunca & dar a luz— por muy abultados 
y prenados que aparezcais en el horizonte.— Llendis. 
vuestra boca de nobles palabras, y ^habriamos de 
creer que rebosa vuestro corazon, embusteros?— Mis 
palabras son palabras groseras, menospreciadas 6 itu 



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ASI hablaba zaratustba 113 

formes: & mi me gusta recoger lo que cae en vuestros 
festines debajo de la mesa.— jCon mis palabras digo 
siempre la verdad a los hipocritas! jSi: misraspas, 
mis conchas y mis hojas espinosas deben cosquillea- 
ros las narices, hipocritas!— Siempre hay aire viciado 
alrededor de vosotros y de vuestros festines: porque 
en el aire flotan vuestros lascivos pensamientos, vues- 
tras mentiras y vuestros disimulos.— jAtreveos, pues, 
ante todo £ tener fe en vosotros mismos— en vosotros 
y en vuestras entranas!— El que no tiene fe en si mis- 
mo miente siempre— Hab6is puesto delante de voso- 
tros la m&scara de un dies, hombres «puros»: vuestra 
afrentosa y rastrera larva se ha escondido tras la mas- 
cara de un dios.— jLa verdad es que engaMis, «con- 
templativos»! Zaratustra tambten ha sido juguete de 
vuestras pieles divinas; no sospecho que serpientes 
llenaban esa piel — ;En vuestros juegos creia yo ver 
jugar el alma de un Dios, investigadores puros! jYo 
no conocia mejor arte que vuestros artificios!— Vues- 
tra distancia me ocultaba inmundicias de serpiente y 
malos olores; y no sabia yo que por aqui rondaba, las- 
civa, la astucia de un lagarto.— Pero me acerque & 
vosotros: entonces llego a mi la luz— y ahora llega a 
vosotros;— jlos amores de la luna est£n en su declive! 
— jMiradla! jAhi la tenuis sorprendida y palida ante la 
aurora! — Porque ya surge ardiente la aurora— /su 
amor por la tierra se aproxima! Todo amor solar es 
inocencia y deseo de creador.— jVed qu£ impaciente 
pasa la aurora por el mar! ^No sentis la sed y el cdli- 
do aliento de su amor?— Quiere aspirar el mar y be- 
ber sus profundidades; y el deseo del mar se eleva 
con mil senos.— Porque el mar quiere ser besado y 
aspirado por el sol; quiere tornarse aire y altura y 
senda de luz, y luz tambten.— Yo, 6 semejanza del 

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114 NIETZSCHE 

sol, amo la vida y todos los mares prof undos.— Y tal 
espara mi el conocimiento: todolo prof undo debe su- 
bir& mi altura.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS DOCTOS. Estando yo dormido, una 

oveja se puso £ ramonear la corona de hiedra de mi 
ca/beza, y decia comiendo: «Zaratustra no es pa un 
sabio.»— Diciendo asi, se marcho altiva y desdenosa. 
Me lo ha contado un niflo.— Me gusta estar echado 
donde los ninos juegan, junto al muro agrietado, bajo 
los cardos y las, rojas amapolas.— Todavia soy un sa- 
bio para los ninos, y tambien para los cardos y las 
rojas amapolas. Todos ellos son inocentes hasta en 
su maldad.— No soy ya un sabio para las ovejas: asi 
lo quiere mi suerte. jBendita seal— Porque* he aqui la 
verdad: yo he salido de la casa de los sabjos dando 
un portazo.— Harto tiempo estuvo sentada 6 su mesa 
mi alma hambrienta; yo no estoy adiestrado al modo 
de ellos, para el conocimiento como para cascar nue- 
ces. — Amo la libertad y el aire en la tierra fresca; y 
aiin me gusta mas dormirme en pieles de bueyes que 
en sus honores y dignidades.— Soy demasiado ardien- 
te y estoy demasiado consumido por mis propios pen- 
samientos; £ menudo me falta la respiracion, y enton- 
ces necesito buscar el aire libre y salir de todoslos 
cuartos empolvados. — Pero ellos estdn sentados muy 
frescos & la fresca sombra: en ninguna parte quieren 
ser m&s que espectadores, y se guardan mucho de 
sentarse donde el sol caldea los escalones.— A ima- 
gen de los que se plantan en la calle mirando con la 
boca abierta a los que pasan, asi aguardan ellos con 
la boca abierta los pensamientos de los dem£s.— Si se 
los toca con las manos, involuntariamente levantan 
polvo en torno de si, como sacos de harina; pero 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 115 

^quien sospecharia que su polvo precede del grano 
y de las doradas delicias de los campos de estio?— - 
Si dan muestras de sabios, me horripilan con sus sen- 
tencitas y sus verdades: su sabiduria huele & merrudo 
como si saliera de un pantano, 6 indudablemente ya 
he oido cantar en ella a las ranas.— Son diestros y 
""fienen dedos sutiles: ^qu6 quiere mi sencillez con su 
complejidad? Sus dedos entienden £ maravilla todo lo 
que sea hilar, anudar y tejer; asi que hacen las me- 
dias del espiritu.— Son buenos relojes— siempre que 
se tenga cuidado de darles cuerda.-— Entonces sefia- 
lan la hora sin fallar y hacen un ruido moderado. — 
Trabajan como molinos y morteros: jno hay sino 
echarles grano! Ellos saben ya moler bien el grano y 
convertirle en blanca harina. — Unos a otros se miran 
atentamente los dedos con desconfianza. Inventivos 
en malicias menudas, acechan & aquellos cuya ciencia 
cojea— acechan como aranas.— Siempre los he visto 
preparar veneno con precaucion, y siempre se cu- 
brian los dedos con guantes de cristah— Saben jugar 
tambten con dados falsos; y los he visto jugar con tal 
ardimiento que estaban banados en sudor.— Somos 
extranos los unos a los otros, y sus virtudes me con- 
trarian aiin m£s que sus falsedades y sus fullerias.— 
Y cuando yo andaba entre ellos, me mantenfa por 
cima de ellos. He ahi por que me miran de reojo — 
No quieren oir andar a nadie por encima de sus ca- 
bezas; por eso entre mi y sus cabezas pusieron rama- 
maje, tierra y basura.— Asi ahogaron el ruido de mis 
pasos; y hasta ahora los m£s doctos son los que me- 
nos me han oido.— Entre ellos y yo han puesto todas 
las flaquezas y todas las faltas de los hombres: «piso 
falso» llaman d eso en sus casas.— Pero, ^ pesar de 
todo, yo voy por encima de sus cabezas con ,mis 
pensamientos; y, asi quisiese andar con mis propios 



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116 NIETZSCHE 

defectos, andaria aun por encima de ellos y de sus 
cabe^as.— Porque los hombres no son iguales: asi 
habla la justiciar jY lo que quiero yo no podrian que- 
rerfo ellosI» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS POET AS.-r-«Desde que conozco mejof 
el cuerpo (decia Zaratustra £ uno de sus discipulos), 
el espiritu no es ya espiritu para mi mas que hasta 
cierto punto; y todo lo «imperecedero» tampoco es 
m&s que stmbolo».— «Ya te oido hablar asi (respondip 
el discipulo), y anadias entonces: «Perojos poetas 
mienten demasiados.» £Por qu6 decias que los poetas 
mieriten demasiado?»— <*,Por que? (dijo Zaratustra). 
^Preguntas por qu£? Yo no formo parte de aquellos £ 
quienes es licito interrogar sobre su por qu6.— ^Por 
ventura es de ayer lo que yo he experimentado? Hace 
mucho tiempo que he experimentado los fundamentos 
de mis opiniones.— ^No necesitaria ser un tonel de 
memoria para poder guardar conmigo mis razones? 
* —Me cuesta ya demasiado guardar mis opiniones; y 
hay m&s de un p£jaro que se me escapa.— Y tambiSn 
suele meterse en mi palomar algun bicho extrano para 
mi, y que tiembla cuando le echo la mano.— Sin em- 
bargo, <J,qu£ te decia un dia Zaratustra? ^Que los poe- 
tas mienten demasiado?— Pero tambten Zaratustra es 
un poeta.— ^Crees tu, pues, que dijese en eso la ver- 
dad? ^Por que lo crees?— El discipulo contesto: 
«Yo creo en Zaratustra ». Pero Zaratustra meneo la 
cabeza sonriendo.— «No me salva la fe (respondio),' y 

rf menos que ninguna la fe en mi mismo.— Pero, supo- 

niendo que alguien dijera seriamente que los poetas 

* mienten demasiado, tendria razon: nosotros mentimos 

demasiado .— Sabemos tambten demasiado poco y 

^ aprendemos demasiado mal; luego es forzoso que 



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A Si HABLABA ZARATUSTRA 117 

mintamos.— £Y quien, pues, entre nosotros los poe- 
tas, no habria adulterado su vino? Muchas mezclas 
envenenadas se han hecho en nuestras bodegas: se 
ha realizado alii lo indescriptible.— Y. por lo mismo 
que sabemos poco, nos enamoran los pobres de espi- 
ritu, especialmente cuando son mujeres j6venes.— Y 
deseamos hasta las cosas que las viejas se cuentan 
por la noche. Es lo que Hamamos en nosotros mismos 
lo eterno femenino.— Y como si existiera un camino 
secreto que llevase al saber y se sustra/ese £ los que 
aprenden algo, ast creemos en el pueblo y en su «sa- 
bidurfa».— Pero todos los poetas creen que el que es- 
t£ tendido en la hierba 6 en una pendiente solitaria, con 
el oido en acecho, aprende algo de lo que pasa entre 
el cielo y la tierra.— Y, si experimentan tiernas emo- 
ciones, los poetas suponen siempre que la naturaleza 
misma est& enamorada de ellos.— Y que se desliza & 
su oido para murmurar en el cosas secretas y pala- 
bras carinosas. jDe ello se alaban y glorian ante to- 
dos los mortales!— \ky\ jExisten tantas cosas entre el 
cielo y la tierra que solo los poetas han sonado! — Y 
sobre todo en el cielo: porpue todos 'los dioses son 
simbolos y artificios de poeta.—La verdad es que 
siempre nos sentimos atraidos hacia lo alto— es decir; 
hacia el reino de las nubes: alii colocamos nuestros 
maniquies de mil colores y los Hamamos dioses y su- 
perhombres— -jPorque todos esos dioses y superhom- 
bres son bastante ligeros para poder ocupar esos si- 
tios!— jAh! \Qn€ harto estoy de todo lo deficiente 
que se empena en ser un acontecimiento! jAh! jqu6 
harto estoy de los poetas! » 

Cuando dijo esto Zaratustra, su discipulo estaba 
irritado contra 61; pero callo. Zaratustra callo igual- 
mente, y sus ojos se habian vuelto hacia el interior 
como si mirase & lo lejos. Por fin, empez6 & suspirar 



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118 NIETZSCHE 

y & tomar aliento. «Yo soy de hoy y de antes (dijo); 
pero en mi hay algo qne es de mafiana y de pasado 
manana y del porvenir.— Estoy hastiado de los poetas, 
de los antiguos y de los nuevos: para mi todos son 
superficiales, todos son mares desecados.— No pen- 
saron bastante profundamente; por lo mismo no sin- 
tieron hondo.— Algo de voluptuosidad y algo de te- 
dio: & eso se han reducida sus meditaciones — Sus ar- 
pegios no me parecen mas que h£lito y huida de fan- 
tasmas: jQue sabian ellos hasta ahora del ardor de 
los sonidos!— Tampoco son bastante limpios para mi: 
todos enturbian sus aguas para que parezcan profun- 
das.— Les gusta hacerse pasar por conciliadores; pe- 
ro, para mi, son siempre gente de tSrminos medios y 
de componendas y mezcolanzas, y sucios.— jAy! Yo 
he echado mis redes en sus mares para coger buenos 
peces, pero siempre he sacado la cabeza de un anti- 
guo Dios.— Asi dio el mar una piedra al hambriento. 
Y los poetas mismos parecen venir del mar.— Cierta- 
mepte, en ellos se encuentran perlas: & eso se debe 
que se asemejen m&s aiin a duros testaceos. Y en vez 
de alma he vlsto con fi;ecuencia en su seno espuma 
salada.-— Tambien han aprendido del mar su vanidad: 
^,no es el mar el primero de los pavos reales?— Aun 
delante del mas feo de los bufalos, despliega su cola: 
nunca se cansar& de su abanico de encajes, plata y se- 
da.— El biifalo mira con ceno esas cosas, puesto como 
tiene el pensamiento en arenales, malezas y pantanos. 
— ]Qu£ le importa & el la belleza y el oc£ano y las 
galas del pavo real! Tal es el simbolo que ofrezco £ 
los poetas— jSu espiritu mismo es el rey de los pa- 
vos reales y un mar de vanidad!— El espiritu del poe- 
ta quiere espectadores, jasi fuesen btifalos!— Por eso 
yo me he hastiado de ese espiritu, y veo venir un 
tiempo en que £1 mismo se hastiar£ de si.— Ya he vis- 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 119 

to a los poetas transformarse y dirigir su mirada con- 
tra si propios.— Ahora veo venir expiadores del espi- 
ritu, los cuales han salido de los poetas. » 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS. 

Hay una isla en et mar— no lejos de las Islas Bienaven- 
turadas de Zaratustra— donde humea de continuo un 
volcdn. El pueblo, y sobre todo las viejas, dicen que 
esa isla estia colocada como un penasco delante de la 
puerta del infierno; pero la misma via angosta que 
baja £ esa puerta atraviesa la ignea montana.— Suce- 
dio, pues, que en la 6poca en que Zaratustra vfvia en 
las Islas Bienaventuradas, anclo un bajel en la isla don- 
de se encuentra la montana humeante, y su tripulacion 
salto a tierra para tirar ^ los conejos. Pero al medio 
dia cuando se hallaban nuevamente reunidos el capi- 
Wn y su gente, vieron de pronto un hombre que atra- 
vesaba el aire acerc£ndose £ ellos, y una voz pro- 
nunci6 claramente estas palabras: «]Ya es tiempo! jno 
hay momento que perder!» Cuando mas cerca estuvo 
la visi6n (pasaba muy de prisa, como una sombra, en 
direccion & la montana de fuego) reconocieron azo- 
rados que era Zaratustra: porque ya le habian visto 
todos, excepto el capitan, y le querian, como quiere 
el pueblo, mezclando en partes iguales el amor y el 
temor. qMirad! (dijo el piloto). [Zaratustra que va al 
infierno!* 

Y en la misma epoca en que esos marineros arri- 
baron £ la isla del fuego, corrio el rumor de que habia 
desaparecido Zaratustra; y, cuando se pregunto a sus 
amigos, contaron que, durante la noche, se habia em- 
barcado sin decir 6 donde iba.--Hubo, por consi- 
guiente, cierta inquietud; pero al cabo de tres dias 
aumento esa inquietud con et relato de los marinos, y 



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120 NIBTZSOHE 

todo el pueblo contaba que el diablo se habia llevado 
& Zaratustra. Verdad es que sus discipulos se refan de 
esos rumores, y hasta uno de ellos llego £ decir: «Yo 
creo m£s bien que Zaratustra es el que se habra lle- 
vado al diablo. » Pero en lo intimo de su alma todos 
estaban llenos de angustia y de zozobra. Grande 
fu6, pues, su alborozo, cuando, al cabo de cinco dias, 
aparecio en medio de ellos Zaratustra.— Y he aqui el 
relato de la conversaci6n de Zaratustra con el perro 
del fuego: «La tierra (dijo) tiene piel, y esa piel pa- 
dece enfermedades. Una de ellas, por ejemplo, se 
llama «hombre».— Y otra se llama «perro de fuego». 
Acerca de £1 los hombres se han dicho y se han de- 
jado decir muchas mentiras.— Para profundizar ese 
secreto, cruce el mar, y he visto la verdad desnuda, 
lo que se llama desnuda de pies 6 cabeza.— Ahora se 
& qu6 atenerme sobre el perro del fuego, como sobre 
todos los demonios de erupciones y estragos, que 
atemorizan, y no solo 6 las viejas.— jSal de tu pro- 
fundidad, perro de fuego (exclam6), y confiesa cuan 
profunda es esa profundidad! £De d6nde sacas lo que 
vomitas?— Tu bebes copiosamente del mar: eso es lo 
que revela la sal de tu facundia. Verdaderamente, 
para un perro de las profundidades, tomas demasiado 
alimento de la superficie.— Yo te miro £ lo sumo co- 
mo el ventrilocuo de la tierra; y siempre que he ofdo 
hablar & demonios de erupciones y estragos, me han 
parecido semejantes & ti, con tu sal, tus mentiras y 
tUs trivialidades.— jVosotros sab6is mugir y obscure- 
cer con cenizas! Sois las mejores bocazas, y habSis 
aprendido bastante el arte de hacer hervir fango.— 
Por dondequiera que vais, siempre ha de jiaber cerca 
de vosotros fango y cosas esponjosas, cavernosas y 
comprimidas: todo eso quiere lioertad.— «;Libertad!» 
es vuestro grito predilecto; pero yo he perdido la f e 



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ASf HABLABA ZABATUSTKA 121 

en los «grandes acontecimientos», desde que hay en 
torno suyo muchos aullidos y mucha humareda.— 
jCr^eme a mi, ruido del infierno! Los acontecimien- 
tos m&s grandes no son los m&s ruidosos, sino nues- 
tras horas m£s silenciosas.— El mundo gira, no alre- 
dedor de los inventores de estruendos nuevos, sino 
alrededor de los inventores de valores nuevos: gira 
sin ruido.— \Y conftesalo! jCuando tu ruido y tu hu- 
mo se disipaban, resultaba siempre que lo que habia 
pasado era.bien poco! jQu6importa que se vuelva 
momia una ciudad y que caiga en el fango una colum- 
na!— Y afiadir£ estas otras palabras £ los destructores 
de columnas. Es la mayor locura echar sal en el mar 
y columnas en el fango.— La columna yacia en el 
fango de vuestro menosprecio; pero su ley quiere que 
surja del menosprecio con nueva vida y belleza.— 
jAhora se alza con apariencia m£s divina y un sufri- 
miento seductor; y todavia os dar& las gracias, des- 
tructores, por haberla derribado!— Pero ese es el con- 
sejo que doy & los reyes y & las iglesias y £ cuanto 
f laquea por la edad y la virtud: jdejaos derribar, para 
que volv&is £ la vida y torne & vosotros la virtud! » 

Asi habl6 delante del perro del fuego; pero 61 me 
interrumpio grunendo y me pregunto: «£lglesia? £Y 
eso que es?» 

«<j,Iglesia? (respondi.) Es una especie de Estado, y 
la especie m£s falaz. jPero collate, perro hipocrita: 
conoces ya tu ralea mejor que.nadie!— El Estado es 
un perro hipocrita como tu; como 6 ti le gusta hablar 
humeando y aullando, para hacer creer, como tu, que 
habla salierrdo de las entranas de las cosas.— Porque 
el Estado se empena en ser la bestia m£s importante 
de la tierra; y se le cree tambi6n.» 

Cuando dije esto ultimo, el perro del fuego pare- 
cio loco de celos. «iC6mo! (exclamo). <j,La bestia mas 



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122 . NIETZSCHE 

importante de la tierra? <j,Y se le cree?» Y salieron de 
su gaznate tantos Vapores y voces tan terribles que 
yo crei que se iba a ahogar de e61era y de envidia. — 
Por fin, empez6 a callar y disminuyeron sus hipos: 
pero, en cuanto callo, dije yo riendo: «jTe encOleri- 
zas, perro de fuego! iLuego es que tengo razon so- 
bre ti! — Y para que yo conserve la razon, oyeme 
hablar de otro perro de fuego: 6ste habla realmente 
desde el corazon de la tierra. —Su h£lito es de oro y 
una lluvia de oro: asi lo quiere su corazon. Las ceni- 
zas y el humo y la espuma caliente, <i,qu6 son para 
el? — Una risa vuela de su seno como nube coloreada: 
jes enemigo de tus gofgoteos, de tus escupitajos, de 
la rabia de tus entranas!— Pero el oro y la risa los 
saca del corazon de la tierra— porque, para que tii 
lo sepas, /el corazon de la tierra es de oroh 

Al oir esto el perro de fuego, no pudo escucharme 
m£s. Vergonzosamente, metio el rabo entre piernas, 
y arrastr£ndose hacia su guarida, iba diciendo confu- 
so: «jGuau, guau!» 

Asi contaba Zaratustra. Pero sus discipulos apenas 
le escuchaban: tantas ganas tenian de hablarle de los 
marineros, de los conejos y del hombre volador. «(i,Que 
he de pensar yo de eso? (dijo Zaratustra). iSoy por 
ventura un fantasma?— Esq debio ser mi sombra. ^Ha- 
beis oido ya hablar del viajero j/de su sombra?— Lo 
seguro es que debo atarla mas corto, 6 votvera & per- 
judicar & mi reputacion.» 

Y Zaratustra torno a mover la cabeza con asom- 
bro:» iQ\i& debo pensar de eso?— repitio.— ^Por que 
grito el fantasma?: «;Ya es tiempo! ;No ti$y momento 
que perder! — Pero tpara qui es ya tiempo?» 

Asi hablaba Zaratustra. 

EL ADIVINO. «... y vi 6 los hombres sumirse 

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ASf HABLABA ZAEATUSTRA 123 

en una gran tristeza. Los mejores se cansaron de sus 
obras.— Se proclam6 una doctrina, y circulo con ella 
una creencia: «]Todo es vacio, todo es igual, todo pa- 
sob— Y el ecode los cerros respondia: «;Todo es va- 
cio, todo es igual, todo pas6!»— Verdad es qjue hemos 
cosechado; pero ^por qu6 se han podrido y ennegre- 
cido nuestros frutos? <?,Qu6 es lo que ha cafdo la ulti- 
ma noche de la mala luna?— Nuestro trabajo ha sido 
inutil; nuestro vino se ha vuelto veneno; las maldicio- 
nes han amarilleado nuestros campos y nuestros cora- 
zones.— Nos hemos secado todos; y, si cae fuego so- 
bre nosotros, volar&n hechas polvo nuestras cenizas, 
puesto que hemos fatigado al mismq fuego.— Todas 
las fuentes se han secado para nosotros, y se ha reti- 
rado el mar. jTodos los suelos quieren abrirse, pero 
los abismos no quieren tragarnos!— « ;Oh! ^Donde hay 
atin un mar en que pueda uno ahogarse?»— Asi retum- 
ba nuestra queja cruzando los pantanos.— A la verdad 
nos hemos fatigado ya demasiado para morir; jahora 
seguimos viviendo despiertos en bovedas funerarias!» 

Asi oyo Zaratustra hablar & un adivino; y su pre- 
diccion le llego al alma derechamente y le transformo. 
Erro triste y fatigado, y se hizo semejante a aquellos 
de quieneshabia hablado el adivino: «En verdad (dijo 
a sus discipulos), poco falta para que venga ese largo 
orepiisculo. jAyl jComo hare para atravesarle salvan- 
do mi luzl— jComo bare para que mi luz no se ahogue 
en esa tristeza! jDebe ser todavia la luz de mundos le- 
janos € iluminar las noches m&s lejanas!» 

Asi, preocupado hondamente, empezo ^ vagar Za- 
ratustra de una a otra parte; y durante tres dias no to- 
mo alimento ni bebida, no tuvo descanso y perdio la 
palabra. Al fin acabo por caer en un profundo sueno. 
Pero sus discipulos pasaban largas vigilias, sentados 
en torno de el, y aguardaban intranquilos ^ ver si des- 



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124 NIBTZSCHB 

pertaba y volvia a hablar y se curaba de su tristeza. 
— Pero he aqui el diseurso que les dirigio Zaratustra 
af despertarse, aunque su voz les parecia venii- de le- 
jos: «jEscuchad el sueno que he tenido, amigos mios, 
y ayudadme a adivinar su significacion!— Para mi, to- 
davia es un enigma ese suefio; su sentido permanece 
oculto en el y velado; no vuela atin libremente por 
encima de 61.— Yo habia renunciado a toda vida: tal 
sonaba. Me habia convertido en vigilante nocturno y 
guardian de las tumbas, alld en la montafta solitaria 
del alcazar de la Muerte.— Alia arriba guardaba yo 
sus atatides: llenas estaban las bovedas sombfias de 
tales trofeos de sus victorias. Al trav6s de los f Me- 
tros de cristal, me miraban las vidas vencidas.— Yo 
respiraba el olor de eternidades reducidas a polvo: mi 
alma yacia sofocada y polvorienta. £Y quien hubiese 
podido crear alia su alma?— Rodeabame la claridad de 
la noche: a su lado se acurrucaba la soledad, y un se- 
pulcral silencio agonico, el peor de mis amigos. — Yo 
llevaba mis Haves, las Haves mas herrumbrosas que 
han podido verse; p sabia abrir con ellas las puertas 
mas rechinantes.— Como gritos roncos de colera co- 
rrian los sonidos por largas galerias, cuando se abrian 
las alas de la puerta: el ave daba gritos siniestros; no 
queria ser despertada.— Pero atin era mas espantoso, 
y mas se me oprimia el coraz6n, cuando todo callaba 
nuevamente, y yo volvia a verme solo en medio de 
aquel pSrfido silencio.— Asi paso el tiempo, lentamen- 
te, si es que atin podia hablarse de tiempo: jque s6 yo! 
Peroal fin ocurrio lo que vino a despertarme.— Tres 
golpes sonaron en la puerta como truenos; las bove- 
das retumbaron y aullaron tres veces seguidas; yo me 
acerquS a la puerta.— jAlpa! (exclame). iQuien lleva 
su ceniza hacia la mohtana?— Y apretaba la Have, y 
empujaba la puerta y forcejeaba*, jPero la puerta no 



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ASf HABLABA ZAKATUSTRA 125 

cedia un dedo!— En esto el hurac£n la separo las alas 
con violencia; y, en medio de silbidos y de gritos agu- 
dos que cortaban el aire, me arrojo un negro ataud.— 
Y silbando y rugiendo, el ataud se rompio y escupio 
mil carcajadas.— Mil muecas de nifios, de Angeles, de 
buhos, de locos y de mariposas tamanas como niflos 
se refan y burlaban de mi.— Yo tenia un susto horri- 
ble; cai al suelo, y grit£ de pavor como jam£s habia 
gritado.— Pero mi propio grito me despert6, y volvi 
en mi.» 

Asi conto su suefio Zaratustra; despuSs oallo: por- 
que noconocia aun la significacion de su sueno. Pero 
el discipulo & quien m&s queria se levant6 inmediata- 
mente, le cogio de la mano y dijo: «]Tu vida misma 
nos explica este sueno, Zaratustra.— ^No eres tu mis- 
mo el viento de silbidos agudos que arranca las puer- 
tas del alcazar de la Muerte?— ^No eres tu mismo el 
ataud atestado de malignidades y de angelicas muecas 
de la vida?— En verdad, como mil carcajadas de nifios 
llega Zaratustra 6 todas las cdmaras mortuorias, ri6n- 
dose de todos esos vigilantes nocturnos y de todos' 
esos guardianes de las tumbas, que agitan sus Haves 
con siniestro soniqueo.— Tu los espantar&s y los de 
rribar&s con tu risa; el sfncope y el despertar proba- 
r&n tu poder sobre ellos.— ;Y aun cuando llegue el lar- 
go crepiisculo y la mortal lasitud, tu no desaparecerds 
denuestro cielo, patrocinador de la vida!— Tu nos has 
hecfio ver.nuevas estrellas y nuevos esplendores noc- 
turnos; tu has extendido sobre nosotros la risa misma 
como un toldo ricamente matizado.— Ahora brotar£n 
siempre de lo; teretros risas infantiles; ahora vendra 
siempre victorioso de todos los desfallecimientos mor- 
tales un viento potente: jDe ello eres tu fiador y adi- 
vino!— En verdad, h$s softado con ellos— con tus ene- 
migos;— ha sido tu sueno m£s penoso.— Pero, asi co- 



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126 NIETZSCHfi 

mo tu te has despertado de ellos y has viielto en ti 
mismo, asi deben ellos despertarse de si propios... y 
venirati.» 

De esa suerte hablo el discipulo; y todos los dem£s 
se apinaban alrededor de Zaratustra, y le cogian las 
manos, y querian inducirle a dejar su lecho y su tris- 
teza para volver a ellos. Pero Zaratustra seguia in- 
corporado en su lecho, con una mirada extrana. Como 
el que vuelve de una larga ausencia, contemplo a sus 
discipulos e interrogo sus semblantes: y no les reco- 
nocia aiin. Pero, cuando le levantaron y le pusieron 
en pie, se transformaron sus ojos de repente; com- 
prendio todo lo que habia sucedido, y, acariciandose 
la barba, dijo con voz firme: «jVaya! todo eso ven- 
dra 6 su tiempo; pero ahora, discipulos mios, procu- 
rad que tengamos una buena comida, y al instante. 
jAsi pienso hacer penitencia por mis malos suefios!— 
Pero el adivino-debe comer y beber A mi lado; y yo 
le ensenare un mar donde pueda ahogarse.» 

Asi hablo Zaratustra. Despues miro de lleno largo 
' rato al discipulo que le habia explicado el sueno, y 
meneola cabeza. 

DE LA REDENCION.— Un dia que Zaratustra 
pasaba por el gran puente, le rodearon los lisiados y 
los mendigos, y un jorobado le hablo asi: «;Mira, Za- ' 
ratustra! Tambien el pueblo aprende de ti y empieza 
A creer en tu doctrina; mas, para que te crea del tpdo, 
aiin falta una cosa: necesitas convencernos tambten h 
nosotros los lisiados. jAqui tienes bien donde elegir 
y una bonita ocasion para ensayarte en m&s de una 
cabeza! Puedes curar ciegos, hacer andar A cojos y 
aliviar un poco al que lleva 6 la espalda una carga 
demasiado pesada. Ese, a mi ver, seria el mejor mo- 
do de hacer que los lisiados crean en Zaratustra. » 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 127 

Pero Zaratustra respondio asi al que acababa de 
hablar: «Si al jorobado se le quita \% joroba, se le qui- 
ta £ la par su espiritu— asi ensena el pueblo.— Y si al 
ciego se le devuelven los ojos, ve en la tierra dema- 
siadas cosas malas; de manera que maldice al que le 
ha curado. Pero el que hace correr al cojo le hace el 
mayor de los males: porque, apenas puede correr, se 
desbocan en el sus vicios.— He aqui lo que ensena el 
pueblo sobre los lisiados. iY por qu6 Zaratustra no 
aprenderia del pueblo lo que el pueblo ha aprendido 
de Zaratustra?— Desde que habito entre los hombres, 
lo de menos para mi es ver: «Que 6 este le falta un 
ojo, a aquel un oido, £ un tercero la pierna, y que hay 
otros que han perdido la lengua 6 la nariz 6 la cabe- 
za.»— Yo veo y he visto cosas peores, y las hay tan 
espantosas que no quisiese hablar de todas ellas ni 
tampoco guardar silencio sobre alguna, £ saber: hom- 
bres que carecen de todo, sin perjuicio de tener algo 
en exceso— hombres que no son nada m£s que un 
gran ojo 6 una gran boca 6 un gran vientre 6 cual- 
quier otra cosa grande. Yo los llamo lisiados al reves. 
— Y cuando, al venir de mi soledad, atravesaba por 
vez primera este puente', no di credito 6 mis ojos, no 
cese de mirar y acab£ por decir: «jEsto es una oreja! 
jUna oreja tamana como un hombre!» Miraba mds de 
cerca, y, a la verdad, detrds de la oreja se movia aiin 
algo tan pequeno, pobre y debil, que daba compasi6n. 
Y ef ectivamente: la monstruosa oreja descansaba en 
un tenue cabillo— \y ese cabillo era un hombre!— Mi- 
rando al traves de un anteojo; se podia aun reconocer 
una carita envidiosa, y t&mbi£n una almita hinchada 
que se agitaba en el remate del cabillo. Con todo, el 
pueblo me decia que la oreja grande era, no solo un 
hombre, sino un gran hombre, uagenio. Pero yo nun- 
ca he creido al pueblo cuando hablaba de grandes 



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V 



12* NIETZSCHB 

hombres, y sostengo mi idea de que era un lisiado al 
reves que tenia demasiado poco de todo y una cosa 
en demasia.» 

Luego que Zaratustra hablo asi al jiboso y a aque- 
llos de quienes era intSrprete y representante, se vol- 
vio 6 sus discipulos con profundo descontento y les 
dijo: «jEn verdad, amigos mios, que ando entre los 
hombres como entre fragmentos y miembros de hom- 
bres!— Es para mis ojos lo m£s horrible verlos des- 
trozados y esparcidos como en campo de batalla y de 
matanza — Y, si mis ojos huyen del presente al pasa- 
do, siempre encuentran lo mismo: fragmentos, miem- 
bros y casos espantosos... jpero no hombres!— El 
presente y el pasado sobre la tierra... jay, amigos 
mios! he ahi para mi lo m£s insoportable; y yo no vi- 
viria, si no fuese un visionario de lo que debe venir.— 
Un vidente, un voluntarioso, un creador, un porvenir 
y un puente haeia el porvenir— y tambten jay! hasta 
cierto punto, un lisiado en medio de ese puente:— todo 
eso es Zaratustra.— Y vosotros tambien os pregun- 
tais a menudo: «<<,Qui£n es para nosotros Zaratustra? 
^Cumo podemos nombrarle?» y £ semejanza de mi, 
disteis vuestras preguntas por respuestas.— ^Es el 
que promete 6 el que cumple? ^Un conquistador 6 un 
heredero? ^El otono 6 la reja de un arado? ^Un me- 
dico 6 un convaleciente? £Es poeta 6 dice la verdad? 
^Es libertador 6 dominador? ^Bueno 6 malo?— Yo 
ando entre los hombres como entre los fragmentos 
del porvenir: de ese porvenir que penetran mis mira- 
das.— Y todos mis pensamientos y mis esfuerzos tien- 
den & condensar y unir en una sola cosa lo que es 
fragmento y enigma y espantoso azar.— ;Y como so- 
portaria yo ser hombre, si el hombre no fuese tam- 
bi£n poeta, adivino.de enigmas y redentor del azar! 
—Redimir £ los pasados y transformar todo «fu£» en 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 129 

un «asi lp quise yo»— solo eso es redenci6n para mi. 
—i Voluntad!— asi se llama al libertador y el mensaje- 
ro de alegria: he ahi lo que yo os enseno, amigos 
mios. Pero aprended esto tambten: la voluntad misma 
es todavia un cautivo.— El querer liberta; pero <j,co- 
mo se llama lo que encadena al mismo libertador?— 
«Eso fu6>: asi se llama el rechinar de dientes y la m£s 
solitaria afliccion de la voluntad. Impotente contra lo 
hecho, la voluntad es para todo lo pasado un matevo- 
lo espectador.— La voluntad no puede querer hacia 
atr£s; no poder aniquilar el tiempo y el deseo del 
tiempo es su m£s solitaria aflicci6n.— El querer liber- 
ta: iq\i€ imagina el querer mismo para librarse de su 
afliccion y burlarse de su calabozo?— |Ay! jTodopre- 
so se vuelve loco! Locamente se liberta tambten la 
voluntad cautiva.— Que el tiempo no retrocefaa, esa 
es su rabia concentrada; «lo que fue»— asi se llama la 
piedra que no puede remover la voluntad.— Y por 
eso, por rabia y por despecho, remueve piedras y se 
venga del que no siente, como ella, rabia y despecho. 
—Asi la voluntad, la liberadora, se ha vuelto matefica; 
y se venga, en todo lo que es capaz de sufrir, de no 
poder volver ella hacia atras.— Eso, y no m&s que 
eso, es la venganza misma: la repulsi6n de la volun- 
tad contra el tiempo y su «fue».— Realmente alienta 
una gran locura en nuestra voluntad; y ha venido £ 
ser maldicion de todo lo humano el que esa locura 
haya aprendido £ tener espiritu. — El espiritu de la 
venganza: amigos mios, tal fu6 hasta el presente la 
mejor reflexion de los hombres; y donde quiera que 
hubo dolor, debi6 siempre haber castigo.— «Castigo»: 
asi se llama £ si. propia la venganza: con una palabra 
engaftadora se finge una limpia conciencia.— Y como 
en el que quiere hay sufrimiento, puesto que no cabe 



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130 NIETZSCHE 

querer hacia atrds, jla voluntad misma y toda vida 
debian ser castigo!— Y asi se ha acumulado en el es- 
piritu una nube tras otra, hasta que la locura procla- 
mo: «;Todo pasa; por consiguiente, todo merece pa- 
sar!— Y aquella ley que dice que el tiempo debe 
devorar a sus propios hijos, esa ley es la justicia mis- 
ma»: asi ha proclamado la locura. — «E1 orden moral 
de las cosas descansa en el derecho y el castigo. jAy! 
lC6mo librarse de la corriente de las cosas y del cas- 
tigo de la «existencia?» Asi ha proclamado la locura. 
— «^Puede habef redencion, si hay un derecho eter- 
no? ;Ay! ;No se puede remover la piedra del pasado: 
menester es tambien que todos los castigos sean eter- 
nosl» Asi ha proclamado la locura. — «Ningun hecho 
puede ser destruido: jcomo podria ser deshecho por 
el castigo! Y he aqui, he aqui lo que hay de eterno 
en el castigo de la existencia: que la existencia debe 
ser una vez y otra vez, eternamente, accion y deuda. 
—A menos que la voluntad acabe por libertarse 6 si 
misma, y que el querer se trueque en no querer », 
jpero, hermanos mios, vosotros conocei^ estas can- 
ciones de la locura!-— Yo os aleje de ellas cuando os' 
dije: «La voluntad es un creador». — Todo «fue» es 
-fragmento y enigma y espantoso azar, hasta que la 
voluntad creadora anade: «;Pero asi lo queria yo!» — 
Hasta que la voluntad creadora anade: «jPero asi lo 
queria yo! Asi lo querre».— Mas, £ha hablado ya asi? 
^Y cuando suceder£ eso? ^Se ha librado ya la volun- 
tad de su propia locura?— ^Se ha hecho ya la volun- 
tad para si misma redentora y mensajera de alegria? 
^Ha olvidado el espiritu de venganza y todos los re- 
chinamientos de dientes?— ^Y quten, pues, le ha en- 
senado la reconciliacion con el tiempo y algo m£s al- 
to que toda reconciliacion?— Algo m£s alto que toda 
reconciliacion hace falta que quiera la voluntad que es 



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ASf HABLABA ZABATU8TRA 13L 

voluntad de poder; mas £c6mo? <?,qui£n la ensenar£ 
aun £ «retroquerer?» 

Pero en este punto de su discurso Zaratustra se 
detuvo de repente como sobrecogido de terror. Con- 
tempt £ sus discipulos con ojos espantados; su mira- 
da penetraba como con flechas sus pensamientos y el- 
fondo de sus pensamientos. Pero al cabo de un rato 
volvio pa a reir y dijo con calma: «Es dificil vivir en- 
tre los hombres, porque jes tan dificil callarse! ;So- 
bre todo para un hablador!» 

Asi di/o Zaratustra. Pero el jiboso habia escueha- 
do la conversacion tap£ndose la cara. Cuando oyo 
reir a Zaratustra alz6 los ojos con curiosidad y dijo 
lentamente: «£Por qu6 nos habla Zaratustra de otro 
modo que a sus discipulos?» — Zaratustra respondio: 
«^Que tiene de extrano? ;Con seres contrahechos 
bien se puede hablar de una manera contrahechab— 
«jSi! (dijo el jiboso). Y con escolares bien se puede 
hacer el domine.— Pero £por qu6 Zaratustra habla A 
sus discipulos de otro modo que a si propio?» 

DE LA CORDURA HUMANA. No es la al- 

tura lo terrible; jlo terrible es la pendiente!— La pen- 
diente desdedonde la mirada^se precipita d lo hondo 
y la mano se extiende hacia la cumbre. Alii es donde 
se apodera del corazon el vertigo de su doble volun- 
tad.— jAy, amigos mios! ^Adivindis vosotros la doble 
voluntad de mi corazon?— Ved, ved cual es mi pen- 
diente y mi peligro: jmi mirada se precipita hacia 
la cumbre, mientras mi mano quisiera afianzarse y 
sostenerse... en el abismo!— Al hombre se aferra mi 
voluntad, al hombre me ato con cadenas, % mientras me 
atrae hacia lo alto el Superhombre: porque all£ quiere 
* ir mi otra voluntad. — Y por eso vivo ciego entre los 
hombres, como si no los conociese: para que mi mano 



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132 NIETZSCHE 

no pierda enteramente su fe en las cosas solidas.— No 
os conozco £ vosotros, hombres: esa es la obscuridad 
y el consuelo que £ menudo me envuelve. — Yo me sien- 
to al paso de todos los picaros, y preguntor^Quien quie- 
re enganarme?— Mi primera cordura humana es dejar- 
me enganar para no verme obligado & estar en guar- 
dia contra los enganadores,— ;Ay! Si yo estuviese en 
guardia ante el hombre, jcomo podria ser el hombre 
un dncora para mi globo! jFacilmente me veria arras- 
trado £ lo alto y 6 lo lejos!— No precaverme: tal es 
la providencia que preside & mi destino.— Y el que no 
quiera morir de sed entre los hombres debe aprender 
£ beber en todos los vasos; y el que quiera perm^ne- 
cer puro entre los hombres debe aprender a lavarse 
con agua sucia.— Y he aqui lo que me he dicho mu- 
chas veces & guisa de consuelo: «jVamos, querido 
corazon! Te marro un infortunio: jhuSlgate de ello 
como de una dicha!»— Pero he aqui mi otra cordura 
humana: yo trato con m&s miramiento & los vanidosos 
que & los orgullosos.— -La vanidad herida, ^no es ma- 
dre de todas las tragedias? Pero donde es herido el 
orgullo, crece algo mejor que 61.— Si ha de recrear el 
especteculo de la vida, es menester que sea bien repre- 
sentado; mas, para eso, se necesitan buenos actores. 
—Todos los vanidosos me han parecido buenos acto- 
res: representan y quieren que se disfrute en verlos: 
todo su espiritu esta en esa voluntad.— Ellos se porien 
en escena, se inventan; & su lado gozo yo en la con- 
templaci6n de la vida: asi se cura la melancolfa.— Por 
eso soy deferente con los vanidosos: porque son los 
medicos de mi melancolia y me apegan al hombre 
como £ un espectdculo.— Y luego jquien mide en toda 
su profundidad la modestia del vanidoso! Yo le quiero 
bien y le tengo ldstima por su modestia.— De voso- 
tros quiere aprender su fe en si mismo; de vuestras 



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ASf HABLABA ZAKATUSTRA 133 

miradas se alimenta; de vuestras manos recoge el 
elogio.— Cree hasta en vuestras mentiras; si mentis 
bien acerca de el— porque en el fondo de su corazon 
suspira: «£Que soy yo?»—Y si la verdadera virtud es 
la que no sabe nada de si misma, jel vanidoso no sabe 
nada de su modestia!— Pero he aqui mi tercera cor- 
dura humana: yo no quiero privarme de la vista de 
los malos por una timidez' como la vuestra.— Yo dis- 
fruto Viendo los portentos que hace brotar el ardiente 
sol: tigres y palmeras y culebras de cascabel.— Tam- 
bten se ven entre los hombres hermosas crias del ar- 
diente sol, y muchas cosas maravillosas entre los ma- 
los.— Verdad es que, asi eomo los m£s juiciosos de 
entre vosotros no me lo paVecen completamente, asi 
tambten la maldad de los hombres me ha parecido 
inferior £ su reputacion.— Y muchas veces me he pre- 
guntado agitando la cabeza: <J,por qu6 son£is todavia, 
culebras de cascabel?— jAun para el mal hay un por- 
venir! Y todavia no se ha descubierto para el hombre 
el Mediodia m£s ardiente.— jCu£ntas cosas hay que 
empiezan ya ha ser llamadas las peores de las malda- 
des, y que, sin embargo, no tienen m£s que doce pies 
de anchas y tres meses de largas! Pero un dia ven- 
dr£n al mundo dragones mayores.— jPorque, para que 
el Superhombre tenga su drag6n, el superdragon dig- 
no de 61, hacen falta muchos soles ardientes que cal- 
deen las hiimedas selvas virgenes!— Es menester que 
vuestros gatos monteses se hayan trocado en tigres y 
vuestros sapos venenosos en cocodrilos: jporque el 
buen cazador debe tener una buena caza!— jY la ver- 
dad, justos y buenos! Hay en vosotros muchas cosas 
que se prestan k risa, especialmente vuestro temor 
al que hasta ahora se ha llamado «demonio!» — j Vues- 
tra alma est£ tan lejos de lo que es grande que el Su- 
perhombre os espantaria con su bondad!— Y vosotros, 



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134 NIETZSCHE 

isabios £ ilustrados, huiriais ante el ardor solar de la 
sabiduria, en que, gozoso, bafia su desnudez al Su- 
perhombre!— jHombres superiores con que ha trope- 
zado mi mirada! He aqui mi duda sobre vosotros y 
mi risa secreta. jAdivino que llamariais... diablo £ mi 
Superhombre!— jAp! me he hastiado de esos superio- 
rs y mejores: anhelo subir y alejarme, alejarme cada 
vez m£s de su altura, con rumbo al Superhombre.— 
Me di6 un escalofrio cuando vi desnudos £ los mejo- 
res de ellos, y entonces me salieron alas para cerner- 
me en remotos porvenires.— jEn porvenires m£s re- 
motos, en mediodias mas meridionales que los que 
pudo sonar jamds la fantasia, all£, donde los dioses.se 
avergiienzan de todo vestido!— Pero a vosotros, her- 
manos y prdjimos mios, quiero veros disfrazados y 
bien adornados, y vanidosos, y dignos, como «los 
buenosylos justos».— Y disfrazado quiero estar yo 
tambten entre vosotros, para desconoceros y des- 
conocerme £ mi mismo: porque esta es mi ultima cor- 
dura humana.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

LA HORA SILENCIOSA. ^Que me ha pasa- 

do, amigos mios? Me veis confuso, hostigado, obe- 
deciendo a mi pesar, dispuesto & marcharme... jap! 
\A marcharme lejos de vosotros/— Si: es preciso que 
Zaratustra vuelva otra vez & su soledad; pero esta 
vez el oso vuelve sin alegria a su caverna. — iQue 
me ha pasado? £Qu6 me obliga a esto? \ky\ Mi due- 
fia irritada loquiere asi: me ha hablado. £.Oshe dieho 
alguna vez su nombre?— Ayer, hacia la noche, me 
hablo mi hora mas silenciosa: tal es el nombre de- 
mi terrible duena. — Y ved lo que paso— porque ten 
que deciroslo todo, para que vuestro corazdn «gj 
endurezca contra el que se va precipitadar 



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A Si HABLABA ZABATUSTRA 185 

^Conoc^is el terror del que se adormece?— Tiembla 
de pies a cabeza, porque acaba de faltarle el suelo y 
principia £ sonar.— Os digo esto en parabola. Ayer, 
a la hora mas silenciosa, el suelo me falto: di6 princi- 
pio el ensuefio.— Avanzaba el minutero; el reloj de mi 
vida respiraba..., jam£s oi tal silertcio en torno mio: 
mi corazdn se estremecia de espanto.— En esto me 
dijeron sin voz: «;Tii lo sabes, Zaratustrah—Y yo 
gritaba de terror al oir esos cuchictieos, y la sangre 
huia de mi rostro; pero call£.— Entonces volvieron a 
decirme sin voz: «jTu lo sabes, Zaratustra, pero no 
lo dices!»— Y respond! al fin como un testarudo: «jSf: 
lo s6, pero no quiero decirlo!»— Entonces volvieron 
a decirme sin voz: «^No quieres, Zaratustra? ^Es de 
veras? jNo te parapetes tras tu terquedad!»— Yo llo- 
raba, temblaba como un nino, y dije: «;Ay! Bien qui- 
siera; pero ^corno he de poder? jDisp&isame de eso! 
jEs cosa superior amis fuerzas!» — Entonces volvie- 
ron £ decirme sin voz: <?Qu£ importas hi, Zaratustra? 
jDi tu palabra y sucumbe!»— Y respondi: «jAy! gmi 
palabra? ^Qui^n soy yo? Espero uno m£s digno; yo 
no soy digno siquiera de sucumbir.— -Entonces vol- 
vieron a decirme sin voz: «£Qu6 importas hi? Tu 
no eresaiin bastante humilde para mi; la humildad 
tiene la piel mas dura. »—Y yo respondi: «;Qu6 no ha 
llevado ya la piel de mi humildad! Yo habito & los 
pies de mi altura: ^hasta donde se elevan mis cimas? 
Nadie me lo ha dicho aiin. Pero yo conozco bien mis 
valles.» — Entonces volvieron £ decirme sin voz: «jOh 
Zaratustra!, quien tiene que transportar montanas, 
transporta tambten valles y hondonadas.»— Y yo res- 
pondi: «Mi palabra no ha transportado aiin montanas, 
v lo que yo he dicho no ha llegado & los hombres. Es 
verdad que he andado tras los hombres, pero no los 
he alcanzado aiin. »— Entonces volvieron £ decirme 



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136 NIETZSCHE 

sin voz: «iQ\i€ sabes tu de esoP El rocio cae sobre 
la hierba en el momento m£s silencioso de la jioche.» 
— Y yo conteste: «Se han burlado de mi cuando he 
descubierto y seguido mi propia via. Los pies me 
temblaban y ellos me dijeron: <q01vidaste el camino, 
y ahora has olvidado hasta el andarb— Entonces vol- 
vieron £ decirme sin voz: «£Que importan sus burlas? 
Tii eres uno que ha olvidado obedecer: ahora debes 
mandar.— £No sattes tu de quten tienen todos m£s ne- 
cesidad? Del que ordena las grandes cosas.— Reali- 
zar grandes cosas es dificil; pero lo m£s dificil aiin es 
ordenar grandes cosas.— Lo m£s imperdonable en ti 
es que tienes el poder y no quieres reinar.»— Y yo 
respondi: « Me falta la voz del leon para mandar.» — 
Entonces volvieron £ decirme como murmurando: 
«Las palabras mas silenciosas son las que traen la 
tempestad. Los pensamientos que vienen con pies de 
paloma son los que dirigen el mundo. — Zaratustra, es 
preciso que marches como una sombra de lo que ha 
de venir: asi mandar£s, y, mandando, ir£s delante.»— 
Y yo respondi: «Me da vergiienza.»— Entonces vol- 
vieron £ decirme sin voz: «Es necesario que te vuel- 
vas nino y deseches la vergiienza.— Tienes todavia el 
orgullo de la juventud; te has hecho joven muy tarde; 
pero el que quiere hacerse nino debe tambten veneer 
su juventud. »—Y yo reflexion^ mucho temblandq. 
Pero al fin repeti lo primero que habia dicho: «jNo 
quiero!»— Entonces se oy6 una risa alrededor de mi. 
jDesgraciado! jComo me desgarraba las entranas 
aquella risa, y como me partia el corazon! — V por 
ultima vez me dijeron: jZaratustra, tus f rutos est£n 
maduros, pero tii no est£s maduro para tus frutos! — 
Necesitas volver d la soledad, porque necesitas po- 
nerte m£s tierno.» — Y se oy6 otra risa que huia; lue- 
go quedo todo en calma, como en un doble silencio. 



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as! hablaba zaratustra 137 

Pero yo estaba tendido en el suelo, bafiado en sudor. 
— Ahora lo habeis oido todo, y sab&s por que debo 
volver £ mi soledad. Nada os he ocultado, amigos 
mios.— -Pero tambten aprsndisteis de mi quiin es 
siempre el m£s discreto entre los hombres... y quien 
quiere serlo. — jAj>, amigos mios! jAlgo tendria aiin 
que deciros, algo tendria que daros! £Por que no os 
lo doj>? <i,Es que soy un avaro?» 

Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras, le 
embargo la f uerza del dolor y el pensamiento de aban- 
donar enseguida £ sus amigos, en t£rminos que em- 
pez6 a llorar soJIozando, y nadie llegaba k consolarle. 
En esto, cerr6 la noche, y Zaratustra, se fue solo, 
dejando £ sus' amigos. 



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TERCERA PARTE 



«Vosotros mir£is arriba, cuan- 
do aspires 6 la elevaci6n. Yo, 
como estop alto, miro abajo.— 
«jQui6n de vosotros puede estar 
alto y reir al mismo tiempo?-- 
El que escala Iqs m£s altos mon- 
tes se rie de todas las tragedias 
de la escena y de la vida.» 

Zaratustra. 

(Leer y escribir. — Primera 
parte, pag. 35). . 



EL VIAJERO. Era alrededor de media noche 

cuando Zaratustra tomo su camino por la cumbre de 
la isla para llegar de madrugada £ la otra ribera: por- 
que alii queria embarcarse. Habia en esa^ parte una 
buena rada, donde solian anelar tambten barcos ex- 
tranjeros, los cuales recibian £ bordo algunos de las 
Islas Bienaventuradas que querian pasar el mar. Con- 
forme subia la montafia, iba pensando Zaratustra en 
los muchos viajes solitarios que habia hecho desde su 
juventud y en las muchas montanas, crestas y cimas 
que ya habia escalado. — «Yo soy un viajero y un tre- 
pador de montanas (dijo & su corazon); no me gustan 
las llanuras, y parece que no puedo estarme quieto 
mucho tiempo.— Y sea el que quiera mi destino 6 la 
eventualidad que me aguarde, siempre ser£ para mi un 
viaje y una ascensi6n: k la postre se viye uno £ si 
propio solamente.-— Pas6 el tiempo en que podian 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 199 

sobrevenirme azares; y £qu6 me sucederia aiin que 
no me pertenezca pa?— Acaba de volver, est£ al fin 
de regreso mi v ser propio y cuanto de 61 anduvo du- 
rante mucho tiempo por extranas tierras y desperdi- 
^ado entre todas las cosas y todos los azares.— Y 
todavia s€ otra cosa: que estoy ahora delante de mi 
ultima cima y de lo que me ha sido afcorrado durante 
m£s tiempo. jAj>! jtengo que seguir mi camino m£s 
duro! jHe empezado mi m£s solitario viaje! — Pero el 
que es de mi condici6n no se libra de semejante hora, 
de Jahora que le dice: «jS6Io al presente sigues tu 
camino de grandeza! jAl presente se han confundido 
en uno la cumbre y el abismo!— Sigues tu camino de 
grandeza: jahora ha venido £ ser tu ultimo refugio 
lo que hasta aqui se llam6 tu ultimo peligro!— Sigues 
tu camino de grandeza: jahora ha de ser tu mejor ani- 
maci6n el que pa no existen caminos detr£s de til— 
Sigues tu camino de grandeza: jaqui nadte ha de des- 
lizarse en tu seguimientol Tus mismos pies han borra- 
do el camino que dejas £ la espalda, y sobre el est& 
escrito: Imposibilidad.— Y si en adelante te faltan to- 
das las escalas, ser£ preciso que sepas trepar sobre 
tu propia cabeza; ^como querrias, si no, subir m£s 
alto?— jSobre tu propia cabeza y por encima de tu 
propio coraz6n! Ahora lo m£s suave va £ hacSrsete 
lo m£s duro. — Al que siempre se ha cuidado mucho, 
el exceso de cuidado acaba por ponerle enfermizo. 
jBendito sea lo que endurece! jNo alabo yo al pais 
donde fluyen manteca y miell— Para ver muchas 
cosaSy hay que aprender £ mirar lejos de si: esta du- 
reza es necesaria para todos los que escalan los mon- 
tes.— Pero el que invtstiga con ojos indiscretos, 
£c6mo podria ver m£s que el primer t^rmino de las 
cosas? 

jPero tu, Zaratustra, que quertas ver todas las ra- 



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140 NIETZSCHE 

zones y el fondo de las cosas, necesitas pasar por 
encima de ti mismo, y ascender, ascender hasta que 
tus mismas estrellas queden por debajo de ti!— jSi! 
jVerme £ mi mismo y hasta mis estrellas mirando ha- 
cia aba jo: £ eso solo llamo mi cumbre y esa es la ultt 
ma cumbre que me queda por escalarl» 

Asi se hablaba Zaratustra rnientras subia, conso- 
lando su corazdn con duras m£ximas: porque tenia 
herido el corazdn como nunca. Y cuando Heg6 £ lo 
alto de la cresta, vi6 extenderse ante €1 el otro mar: 
se qued6 inm6vil y callo largo rato. En aquella altura 
era la noche fria pclara y estrellada. — «Reconozco 
mi suerte (dijo al fin con tristeza). jEa! Estoy pronto. 
Acaba de dar comienzo irti ultima soledad. — |Qu6 
mar tan triste y negro £ mis pies! \Qa€ sombria y 
nocturna pesadumbre! \Oh destino y oc6ano! jHacia 
vosotros es menester que yo descienda ahora!— Estop 
delante de mi mas alta montana y de mi mas largo 
viaje: por eso tengo que descender m£s de lo que 
nunca descendi— m^s £ lo hondo del dolor de lo que 
nunca baje, {hasta sus ondas mas negras! Asi lo 
quiere mi destino. jEa! Estop pronto.-— £De d6nde 
vienen las mas altas montaftas?, preguntaba yo en 
otro tiempo. Entonces supe que vienen del mar.— Ese 
testimonio est£ escrito en sus piedras y en los muros 
de sus cimas. Desde lo mas bajo ha de alcanzar su 
&pice lo m£s alto.» 

Asi hablaba Zaratustra en la ciispide de la monta- 
fia donde reinaba el frio; pero, cuando Heg6 cerca 
del mar y acab6 por encontrarse solo entre las rocas 
de la orilla, se sinti6 rendido del camino y mis lleno 
aiin que dntes de ardientes anhelos. «Todo duerme 
todavia (dijo); tambi^n esta dormido el mar. Hacia mi 
dirige una mirada extrafla y softolienta.— Pero su 
aliento es c£lido, lo siento. Y veo £ la vez que suefia. 



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ASf HABLABA ZAEATUSTRA 141 

Se agita sonando sobre duros almohadones. — jEscu- 
cha! jEscucha! \Q\16 gemidos le arrancan los malos 
recuerdos! £0 son malos presagios?— \Ayl Yo estoy 
triste contigo, sombrio monstruo, y enojado conmigo 
mismo por ti. — jAy! jPor qu£ no tiene bastante fuer- 
za mi mano! \Q\i€ de veras querria librarte de los 
malos suenos!» 

Hablando de esta suerte, Zaratustra se reia de si 
mismo con melancolia y amargura. «iC6mo; Zaratus- 
tra! (dijo.) ^Todavia quieres cantar consuelos al mar? 
— jAy, Zaratustra! [Loco rico en amor, ebrio de con- 
fianza! Pero asi fuiste siempre: siempre te has acer- 
cado familiarmente a todas las cosas terribles.— Tii 
querias acariciar A todos los monstruos. Un soplo de 
h£lito caliente, un poco de vellosidad suave en las 
garras..., 6 inmediatamente estabas dispuesto a amar 
y atraer.— El amor, el amor £ cualquier cosa, con 
sdlo que viva, es el peligro del mas solitario. Verda- 
deramente se prestan £ risa mi locura y mi modestia 
en el amor!» 

Asi hablaba Zaratustra, y se ech6 £ reir otra vez. 
Pero entonces pens6 en sus amigos abandonados, j>, 
como si hubiese pecado contra ellos en pensamiento, 
se enoj6 consigo mismo por su pensamiento. Y al 
punto la risa se troco en llanto: Zaratustra llor6 amar- 
gamente de c61era y ansiedad. 

DE LA VISION Y DEL ENIGMA. l.-Cuan- 

do fue notorio entre los marineros que se encontraba 
en el barco Zaratustra— porque, £ la vez que 61, habia 
ido £ bordo un hombre de las Islas Bienaventuradas— 
hubo una gran curiosidad y una gran espectacion. 
Pero Zaratustra guard6 silencio durante dos dias, y 
permanecio frio y sordo, de puro triste; de manera 
que no respondio ni a las miradas ni a las preguntas # 



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142 NIBTZSCHK 

\ 

Sin embargo, £ la noche del segundo dia se abrieron 
de nuevo sus oidos, aunque €\ callaba aun: porque en 
aquel barco, que venia de lejos y que queria ir m£s 
lejos todavia, se podia oir una porcion de cosas ex- 
tranas y peligrosas. Pero Zaratustra era amigo de 
todos los que hacen largos viajes y que no aciertan a 
vivir sin peligro. Por fin, escuchando, se le desato la 
lengua y se rompio el hielo de su corazon. Entonces 
empez6 a hablar asi:— «A vosotros, quien quiera que 
seais, intrSpidos exploradores y aventureros, que os 
hab£is embarcado con velas astutas en mares temi- 
bles: — A vosotros, ebrios de enigmas, gozosos de las 
medias luces, almas atraidas por flautas a todas las 
voragines falaces; porque no quereis seguir t tien- 
tasycon mano medrosa un hilo conductor; y donde 
quiera que pod£is adivinar detestais concluir; — A 
vosotros, pues, y solo & vosotros, cuento el enigma 
que he visto — la vision del mis solitario.— Sombrio 
atravese ultimamente el pilido crepiisculo— sombrio 
y duro, con los labios apretados.— Mis de un so{ se 
habia puesto para mi.— Un sendero que subia con 
aire de desafio por entre derrumbamientos, un sende- 
ro avieso y solitario que no queria ya hierba ni mato- 
frales, un sendero de montana rechinaba ante el reto 
de mis pasos.— Mudos en medio del ir6nico crugir de 
los guijarros, aplastando la piedra que los hacia resba- 
lar, mis pies pugnaban hacia arriba.— Hacia arriba— 
£ despecho del espiritu que los atraia hacia abajo, 
hacia el abismo: a despecho del espiritu de la pesadez, 
mi demonio y enemigo mortal.— Hacia arriba— aun- 
que gravitase sobre mi ese espiritu, entre enano y 
topo, paralizado y paralizador, vertiendo plomo en 
mis oidos y destilando pensamientos de plomo en mi 
cerebro.— «iOh Zaratustra! (me cuchicheaba con tono 
bur!6n, silaba a si 1 aba). {Piedra de la sabiduria! jtii te 



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ASf HABLABA. ZARATUSTKA 143 

•has lanzado £ lo alto: pero toda piedra arrojada debe... 
volver £ caer!— ;Oh Zaratustra, piedra de la sabidu- 
ria, piedra arrojada, destructor de estrellas! A ti mis- 
mo es a quien has lanzado tan alto..., pero toda pie- 
dra arrojada debe... volver £ caer.— Condenado £ ti 
mismo y £ tu propia lapidacion, joh Zaratustra! has 
arrojado m\iy lejos la piedra..., pero ;volver£ £ caer 
sobre tih— Call6 aqui el enano, y paso asi mucho 
tiempo. Pero su silencio me oprimia: jcuando se des- 
dobla uno en dos se encuentra m&s aislado que cuan- 
do es uno solo!— Yo subi, subi mas, sofiando y pen- 
sando; pero todo me oprimia. Me asemejaba a un 
enfermo rendido por la acerbidad de su padecer y £ 
quien despierta de su sopor una pesadilla.— Pero yo 
tengo algo que llamo valor, algo que hasta ahora ha 
matado en mi todo humor sombrio. Ese valor me 
hizo al fin detenerme y decir: «jEnano! \6 tu 6 yo!» 

El valor es el mejor de los matadores— el valor 
que ataca: porque siempre se ataca a tambor batien- 
te.-— Y el hombre es el animal m£s valeroso: por eso 
ha vencido a todos los animates. A tambor batiente 
ha triunfado de todos los dolores; y el dolor humano 
es el dolor mas profundo.— El valor mata tambien el 
vertigo al borde de los abismos; iy d6nde no estaria 
el hombre al borde de abismos? Aun mirar... ^no es 
mirar abismos?— El valor es el mejor de los matado- 
res: mata tambien la compasion. Y la compasion es el 
abismo m£s profundo: tan hondo como el hombre ve 
en la vida, asi de hondo ve en el sufrimiento.— Pero 
el valor, el valor que ataca, es el mejor de los mata- 
dores; mata a la muerte misma, porque dice: «^C6mo? 
^Era eso la vida? jVaya! jVolvamos£ empezar!»— En 
tal sentencia retumba mucho el tambor belico. Que el 
que tenga oidos oiga. 

2,r^-«jAlto, enano! (dije). jYo 6 tii! Pero yo soy el 



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144 NIETZSCHE 

mas fuerte de los dos: jtii no conoces mi m£s profun- 
do pensamiento! ;Ese... no podrias llevarle!»— Y en 
esto se aligero mi carga, porque el indiscreto del 
enano salto de mis hombros. Se acurruc<3 en una pie- 
dra delante de mi. Pero en el sitio en que nos detu- 
vimos se encontraba como por casualidad un portico* 
— «;Enano! (prosegui). jMira ese portico! Tiene dos 
caras. Dos caminos se juntan aqui: nadie los ha segui- 
do aun hasta el tSrmino.— Esta larga calle que baja, 
dura una eternidad, y esa otra larga calle que sube... 
es otra eternidad.— Esos caminos se contradicen, van 
uno contra otro, y aqui, en este portico, se encuen- 
tran. El nombre del portico estd escrito encima; se 
llama «instante».— Pero, si alguien siguiese siempre, 
cada vez m£s lejos, uno de estos caminos, ^crees tii, 
enano, que se contradirian eternamente?» 

«Todo lo recto miente (murmuro el enano con des- 
d£n). Toda verdad es sinuosa; el tiempo mismo es un 
circulo.» 

«;Espiritu de la pesadez! (dije con ira). ;No tomes 
las cosas tan ligeramente! \0 te dejp ahi, pateta, don- 
de estes arrebujado, pero no olvides que he sido yo 
quien te ha traido aqui arribaf— jConsidera este ins- 
tante! (continue). Desde este portico improvisado va 
hacia atrds una larga y eterna calle: detrds de noso- 
tros hay una eternidad.— Todo lo capaz de correr, 
£no debe haber recorrido pa alguna vez esta calle? 
Todo lo que puede suceder, £no debe haber sucedido, 
ocurrido, pasado j>a alguna vez?— Y si todo ha exis- 
tido ya por aqui, <^qu6 piensas tti, enano, de este ins- 
tante? Este p6rtico, £no debe tambten... haber j>a 
existido por aqui? — ^Y no est£n todas las cosas tra- 
badas de tal modo que este instante atrae en pos de 
si todo lo venidero? <£Por consiguiente... aun a si 
mismo?— jPorque todo lo capaz de correr debe re- 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 145 

correr tambten una vez mis esta larga calle que sube! 
— Y esa arafia perezosa que se arrastra d la luz de la 
luna, y esa misma luz de la luna, y yo y tii, que ahora 
nos encontramos juntos en el portico cuchicheandp 
sobre cosas eternas, ino debemos haber pasado ya por 
aqui todos nosotros, y volver y correr por la otra calle 
que sube? £No debemos volver eternamente por esa 
larga y lugubre calle?» 

Asi hablaba yo, con voz cada vez m£s baja, por- 
que me asustaban mis propios pensamientos y su fon- 
do oculto, cuando de pronto oi aullar a un perro cerca 
de alii.— iHe oido alguna vez & un perro aullar de 
esa suerte? Mis pensamientos volvieron hacia atr£s. 
jSi! Cuando era nino, en mi m£s lejana infancia. — 
Entonces fue cuando oi aullar asi & un perro. Y le vi 
tambten, con el pelo erizado, con la cabeza alzada, 
temblando, en medio de la noche mis silenciosa, 
cuando los perros mismos creen en fantasmas.— Y me 
dio l£stima de 61. Porque acababa de aparecer silen- 
ciosamente la luna llena por encima de la casa; aca- 
baba de detenerse, con el disco inflamado, sobre la 
plana techumbre, como sobre hacienda ajena.— jEso 
es lo que exaspero al perro! porque los perros creen 
en ladrones y fantasmas. Y cuando volvi £ oir aullar 
asi, volvi £ sentir lastima.— Pero iqu€ habia sido del 
enano, del portico, de la arafia y de los cuchicheos? 
iHabia sonado yo? ^Habia despertado? Me encontr^ 
de repente entre agrestes brenas, solo, abandonado, 
& la luz de la luna mis solitaria.— /Pero alii yacia un 
hombre! Y el perro, saltando y gimiendo, con el pelo 
erizado (puesto que me veia llegar) empezo £ aullar 
otra vez, se puso £ gritar. ^He oido yo nunca £ un 
perro pedir asi socorro?— A la verdad, no he visto 
nunca nada semejante a lo que alii vi. Vi a un pastor 



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146 NIETZSCHE 

joven que se retorcia, anhelante y convulso, con el 
rostro descompuesto y una pesada serpiente negra 
colgando de su boca.— ^Vi yo jamds tal repugnancia 
y tan pdlido espanto en un semblante? ^Se habia dor- 
mido quiz£, y la serpiente sele'habfa metido en la 
garganta y se habia aferrado alii?— Mi mano empezo 
a tirar de la serpiente, £ tirar... jen vano! No conse- 
guia arrancarla de la garganta. Entonces salio un 
grito de mi: jMuerde! imuerde! [Arrdncale la cabeza! 
jMuerde!» — Asi gritaba algo en mi; mi espanto , mi 
odio, mi repugnancia, mi compasi6n, todo mi bien 
y mi mal se pusieron £ gritar en mi con un solo grito. 

jValientes que me rodeais! jexploradores, aventu- 
reros, y quien quiera que se&is los que os habeis em- 
barcado con velas astutas en mares inexplorados! 
jvosotros, que gozais con los enigmas, adivinadme el 
enigma que vi entonces y explicadme la vision del 
m£s solitario! — Porque fue una vision y una previ- 
sion: fiqae simbolo era el que vi entonces? ^Y quien 
es el que aun debe venlrt—tQuien es el pastor £ 
quien se le ha metido la serpiente en la garganta? 
tQuien es el hombre en cuya garganta se atravesard 
asi lo mas negro y m£s pesado que existe? — Pero el 
pastor empezo £ morder como mi grito le aconseja- 
ba; jdio una dentellada firme! Escupio lejos de si la 
cabeza de la serpiente, y salto al aire.— No era ya ni 
hombre ni pastor; estaba transformado, radiante; 
;reia! jjamas hubo hombre en la tierra que riese como 
el!— \Oh y hermanos mios! Yo he oido una risa que no 
era la risa de un hombre..., y ahora me devora una 
sed, un ansia que nunca se aplacard.— Me ' devora 
el ansia de esa risa. ;Oh! ^Como he podido ave- 
nirme d vivir aiin? [Y como podria avenirme £ morir 
ahora! » 

Asi hablaba Zaratustra. 



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ASf HABLABA zakatustra 147 

DE LA BEATITUD INVOLUNTARIA. Con 

semejantes enigmas y semejantes amarguras en el 
corazon, paso Zaratustra el mar. Pero cuando estuvo 
a cuatro jornadas de las Islas Bienaventuradas y de 
sus amigos, habia dominado todo su dolor: victorioso 
y con seguro paso, se afirmaba de nuevo en su des- 
tino. Y entonces Zaratustra hablo asi a su conciencia 
radiante de alegria: «Estoy de nuevo solo y quiero 
estarlo, solo con el cielo sereno y el mar libre; y de 
nuevo reina la tarde en torno mio. — A la tarde encon- 
tre por vez primera & mis amigos; & la tarde tambiSn 
las otras veces — £ la hora en que toda luz se torna 
mas tranquila.— Porque los rayos de ventura que aun 
estan en camino entre el cielo y la tierra se buscan 
un asilo en un alma luminosa. Ahora la ventura ha 
vuelto mas tranquila toda luz.— ;Oh tarde de mi vida! 
Tambi£n mi ventura bajo un dia al valle para buscar- 
se un asilo: entonces encontro esas almas abiertas y 
hospitalarias. — jOh tarde de mi vicla! ;Que no he dado 
yo, a fin de tener una sola cosa: ese vivo plantel de 
mis pensamientos y esa luz matrnal de mis m£s altas 
esperanzas! — Un dia busco el creador coparticipes e 
hijos de su esperanza, y resulto que no podia encon- 
trarlos sino empezando por crearlos el.— Yo estop, 
pues, en medio de mi obra, pendo hacia mis hijos y 
volviendo de entre ellos: por amor a sus hijos Zara- 
tustra debe completarse £ si propio.— Porque no ama 
uno con todo el corazon m£s que £ su hijo y su obra; 
y donde hay un gran amor de si, es serial de fecundi- 
dad: he ahi lo que yo he notado.— Mis hijos, arboles 
de mi jardin y de mi tierra mejor, se hallan aun en su 
primera primavera, apinados unos con otros y sacu- 
didos en masa por el viento.— jY, en verdad, donde 
existen juntos tales drboles, existen Islas Bienaven- 
turadas!— Pero un dia quiero transplantarlos separa- 



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148 NIETZSCHE 

damente, para que aprendan la soledad, la altivez y 
la precauci6n.— -Nudoso y fetorcido, con flexible du- 
reza, debe erguirse cada uno cerca del mar, como 
faro vivo de la vida invencible.— Alii, donde se pre- 
cipitan en el mar las tempestades, donde la falda de la 
mont&na se bana en las ondas, alii debera estar de 
centinela cada uno dia y noche, para su prueba y re- 
conocimiento.— Es menester que sea reconocido y 
probado, para que se sepa si es de mi raza y de mi 
origen, si es duefio de una larga voluntad, silencioso 
hasta cuando hable y condescendiente en terminos de 
que tome cuando d£... £ fin de que llegtfe a ser un 
dia mi companero y colaborador, uno de los que es- 
criban mi voluntad en mis tablas para el pleno cum- 
plimiento de todas las cosas.— Y por €1 y sus seme- 
jantes debo yo completarme a mi mismo: por eso 
me sustraigo ahora £ mi ventura, ofrectendome £ to- 
dos los infortunios para mi ultima prueba y recono- 
cimiento.— Y pa era tiempo, en verdad, de que yo 
partiese. La sombra del viajero, el tedio m£s prolon- 
gado y ia hora m&s silenciosa, todos me han dicho: 
«jNo hay momento que perder!»— El viento ha sopla- 
do por el agujero de la cerradura y me ha dicho: 
«jVen!» La puerta se ha abierto disimuladamente y ha 
dicho: «jAnda!»— Pero yo estaba encadenado por el 
amor £ mis hijos: el ansia de amor me tendia ese lazo 
para que fuese presa de mis hijos y me perdiese por 
ellos.— Ansiar es ya para mi haberme perdido. ;Yo os 
fengOy hijos miosf En esta posesion todo debe ser 
certidumbre, y nada anhelo.— Pero el sol de mi amor 
me abrasaba; Zaratustra se asaba en su propio jugo. 
En esto pasaron por mi sombras y dudas.— Ya desea- 
ba el frio y el invierno: «[Oh! jQue el frfo y el in- 
vierno vuelvan a hacerme tiritar y a dar diente con 
dienteb suspiraba yo. Entonces se levantaron en nil 



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ASf HABLABA ZARATUSTR* 149 

brumas glaciates.— Mi pasado rompitf sus tumbas; 
m£s de un dolor enterrado vivo se despert6: no habia 
hecho m£s que dormirse envuelto en sudarios. — Asi 
todo me gritaba en signos: «jYa es tiempo!» Pero yo 
no oia; hasta que, al fin, empez6 £ agitarse mi abis- 
mo, y me mordio mi pensamiento.— -jAy! jPensamien- 
to que vienes de mi abismo, tii que eres mi pensa- 
miento^cudndo encontrar£ fuerzas para oirte cavar 
y no temblar?— jA la garganta me llegan los latidos 
del coraz6n en cuanto oigo que cavas! jTu mismo 
silencio de abismo quiere ahogarmel— Jam£s me he 
atrevido aun £ llamarte £ la superficie: jya era bas- 
tante que te llevara conmigo! No he tenido aiin fuer- 
za suficiente para la ultima audacia y temeridad del 
leon.— Bastante terrible ha sido pa siempre tu peso 
para mi; jpero un dia he de encontrar la fuerza y la 
voz del le6n para hacerte subir & la superficie!— 
Cuando yo haya conseguido este triunfo, conseguirS 
otro mayor, y una victoria ser£ el sello de mi pleni- 
tud.— Entre tanto, vagb por mares inciertos acaricia- 
do por el azar seductor; miro hacia atrds y hacia 
adelante, y todavia no descubro fin.— Aiin no ha lie- 
gado la hora de mi postrera lucha— ^6 llega en este 
instante quizd?— jEn verdad que me miran con p6r- 
fida belleza el mar y la vida que me circundan!— jOh 
tarde de mi vida! jOh ventura de la vispera! jOh 
puerto en pleno mar! \Oh paz en la incertidumbre! 
]C6mo desconfio de todos vosotros!— jDe veras des- 
confio de vuestra pSrfida belleza! Me parezco al 
amante que desconfia de ta sonrisa demasiado dulce. 
— Como rechaza & la amada el celoso, tierno hasta en 
su dureza, asi rechazo yo esta hora venturosa.— 
iLejos de mi, hora venturosa! jContigo he sido bien- 
aventurado & mi pesar! Aqui me encuentro, pronto & 
mi mds profundo dolor: ihas venido & destiempo!— 



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150 NIETZSCHE 

jLejos de mi, hora venturosa! jBusca mds bien asilo 
all£, entre mis hijos! jVe corriendo! jBendicelos antes 
del crepusculo y dales mi f elicidad!— Ya se acerca la 
noche; el sol se pone. ;Se fue mi ventura!» 

Asi hablaba Zaratustra. Y espero su desventura 
toda la noche; pero espero en balde. La noche per- 
manecio serena y silenciosa, y la felicidad se le 
acercaba m£s cada vez. Sin embargo, hacia la ma- 
nana se echo a reir interiormente y dijo en tono iro- 
nico: «La felicidad corre tras mi. Eso se debe £ que 
yo no corro tras las mujeres. Porque la felicidad es 
una mujer.» 

ALAMANECER. jOh cielo extendido sobre 

mi! jCielo claro, v profundo! jAbismo de luz! jAl con- 
templarte, me estremecen divinos anhelos!— Lanzar- 
me a tu altura: jhe ahi mi profundidad! Cobijarme en 
tu pureza: jhe ahi mi inocencia!— En su belleza esta 
velado el dios: asi ocultas tus estrellas. No hablas: 
asi me anuncias tu sabiduria.— Mudo has surgido hoy 
para mi sobre el hirviente mar; tu amor y tu pudor se 
revelan a mi alma hirviente.— Bello, has venido hacia 
mi, velado en tu belleza; mudo, me has hablado a mi, 
revel&ndose en tu sabiduria: jOh! jComo no adivine 
todos los pudores de tu alma! Has venido hacia mi, 
antes que el sol, jhacia mi el mas solitario!— Somos 
amigos de siempre: nuestras penas, nuestros terrones 
y el fondo de nuestro ser nos son comunes: hasta el 
sol nos es comun. — No nos hablamos, porque sabe- 
mos demasiadas cosas: callamos, y por sonrisas nos 
entendemqs.— ^No eres tu la luz de mi fuego? ^No 
eres tu el alma hermana de mi inteligencia?— Todo lo 
hemos aprendido juntos; juntos hemos aprendido A 
elevarnos, por encima de nosotros, hacia nosotros 
mismos, y & sonreir, sin nubes, hacia abajo, con lim- 



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A Si HA BLAB A ZARATUSTBA 151 

pidos ojos, desde remotas lejanias, cuando & nuestros 
pies se desvanecen como llovizna vapososa la impo- 
sici6n, el fin y la falta. — Y cuando yo caminaba solo, 
ide que tenia hambre mi alma por las noches y en los 
senderos del error? Y cuando yo escalaba montes, £& 
quien buscaba en las cimas sino & ti?-^Y todos mis 
viajes y todas mis ascensiones no eran m£s que un 
expediente y recurso de la torpeza. ;Lo que quiere 
mi voluntad toda es volar > volar hacia ti! 

lY £ qu6 odiaba yo m£s que 6 las nubes y todo lo 
que te empana? jY odiaba hasta mi propio odio; por- 
que te empafiaba!— Tengo ojeriza £ las nubes, £ esos 
gatos monteses que van arrastrdndose; nos quitan £ ti 
y d mi lo que nos es corpun: la inmensa.e infinita afir- 
macion de las cosas.— Nosotros tenemos ojeriza A las 
rastreras nubes, £ esos seres de t£rminos medios y de 
componendas, a esos seres mixtos € indecisos que no 
saben ni bendecir ni maldecir con todo su corazon.— 
jMejor querria estar metido en un tonel 6 en un abis- 
mo. sin ver el cielo, que verte a ti, cielo de luz, em- 
paflado por las nubes que pasan!— Muchas veces he 
sentido d^seos de ensartarlas con fulgurantes hilos de 
oro y timbalear como el trueno sobre su panza de cal- 
dera: timbalear de colera, puesto que me roban & mi 
tu afirmacion y & ti la mia, cielo puro, cielo sereno, 
abismo de luz.— Porque prefiero el ruido y el trueno 
y las execraciones del mal tiempo & esa calma mesu- 
rada dudosa de gatos. Y, entre los hombres tambten, 
lo que m£s odio son esos seres mixtos e indecisos, 
que andan sigilosamente, esas nubes que pasan, du- 
dando y vacilando.— «Quien no sabe bendecir debe 
aprender a maldecir! » De un luminoso cielo me ha 
caido esta ensenanza luminosa; aun en las noches obs- 
curas brilla esta estrella en mi cielo.— jPero yo ben- 
digo y afirmo siempre, con tal que tu estes alrededor 



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152 NIBTZSOHE 

de mi, cielo puro, cielo sereno, abismo de luz! A to- 
dos los abismos llevo entonces mi bienhechora afir- 
maci6n. — Yo he llegado £ ser el que bendipe y afir- 
ma; y para eso he luchado mucho; yo he sido un lu- 
chador & fin de tener un dia las manos libres para 
bendecir.— Y mi bendici6n consiste en estar por enci- 
ma de cada cosa como su propio cielo, su redonda te- 
chumbre, su b6veda cenilea y su eterna serenidad: \y 
bienaventurado el que asi bendice!— Porque todas las 
cosas son bautizadas en la fuente de la eternidad, mas 
all£ del bien y del mal; pero el bien y el mal mismos 
no son mas que sombras interpuestas, hiimedas aflic- 
ciones y nubes de paso.— Bendicion hay ciertamehte, 
y no maldici6n, cuando yo enseno: «Sobre todas las 
cosas se encuentra el cielo Azar, el cielo Inocencia, 
el cielo Acaso, el cielo Ufania.— «Por azar»— esa es 
la m£s antigua nobleza del mundo; yo se la he resti- 
tuido & todas las cosas; yo las he librado de la servi- 
dumbre del fin. — Esa libertad y esa serenidad celestes 
las he puesto como bovedas cenileas sobre todas las 
cosas, al ensefiar que sobre ellas, y por ellas, ningu- 
na «voluntad eterna» queria.— Yo he puesto, en vez 
de esta voluntad, esa petulancia y esa locura, cuando 
he ensefiado: «Hay una cosa imposible dondequiera, 
y esa cosa es la racionalidad.»— Unpoco de raz6n, un 
grano de sensatez, disperso de estrella en estrella, es 
levadura indudablemente mezclada & todas las cosas: 
\a causa de la locura se halla mezclada & todas las co- 
sas la insensatez!— Un poco de sensatez es posible; 
pero yo he encontrado en todas las cosas esta bienhe- 
chora certidumbre: pref ieren bailar sobre tos pies del 
acaso. — jOh cielo puro y excelso! Tu pureza consiste 
ahora para mi en que no hay ninguna arana ni tela de 
arana eterna de la razon: en que eres un saWn de bai- 
le para los azares divinos, una mesa divina para los 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 153 

divinos dados y jugadores de dados.— Pero, £te son- 
rojas? ^He dicho cosas indecibles? £He maldecido 
queriendo bendecirte?— iO lo que hace que te sonro- 
jes es la vergiienza de ser dos?> £Me mandas que me 
vaya y me calle, porque ahora viene el dia?—Yi\ mun- 
mo es prof undo, y m£s prof undo de lo que pens6 ja- 
m&s el dia. No todo puede tener la palabra delante del 
dia. Pero el dia viene: ;Separ6monos, pues!— jOh, 
cielo extendido sobre mi, cielo piidico y encendido! 
jOh, felicidad antecedente 4 la salida del sol! El dia 
viene: Separ6monos!» 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LA VIRTUD APOCADORA.— l.-Cuan- 

do Zaratustra volvi6 & la tierra firme, no se fu£ de- 
recho & su montafta y su caverna, sino que hizo 
muchas correrias y preguntas para informarse de una 
porcidn de cosas; y decia de si mismo bromeando: 
«jHe aqui un rro que, por mil tornos, retrocede & su 
nacimiento!» Porque queria saber lo que habia sido 
del hombre durante su ausencia: si se habia hecho 
m£s grande 6 m£s pequefto. Y un dia diviso una hile- 
ra de casas nuevas; entonces se asombro y dijo: 
«iQu6 significan esas casas? jEn verdad, ningtin alma 
grande las ha edificado como simbolo de si misma!— 
^Las habria sacado de su caja de juguetes un nifto 
idiota? jPues que las vuelva & meter en la caja otro 
nifto! — jY esos aposentos y desvanes! £Pueden ahi 
entrar y salir hombres? Me parecen hechos para gu- 
sanos de seda, 6 para gatos golosos, que quiz£ se de- 
jan tambi^n comer. » 

Y Zaratustra se paro £ reflexionar. Por fin dijo 
con tristeza: «;Todo se ha vuelto m£s pequefio!— Por 
todas partes veo puertas m£s bajas: el que es de mi 
especieaun puede quiz£ pasar por ellas, pero... jtiene 



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154 NIETZSCHE 

que agacharse!— \Ohl jcudndo volver6 £ mi patria 
donde no tendr6 pa que encorvarmc.l ante los pe- 
quefiosh Y Zaratustra suspir6 y miro £ lo lejos.— El 
mismo dia pronurici6 su discurso sobre la virtud apo- 
cadora. 

2.— «Paso por en medio de este pueblo y abro los 
ojos: no me perdonan estas gentes que no envidie sus 
virtudes.— Quieren morderme, porque les digo que 
las gentes pequenas necesitan virtudes pequefias, y 
porque me es dificil concebir que sean necesarias las 
gentes pequenas.— Soy aqui como gallo en corral 
extrano, que hasta las gallinas tratan de picarle; pero 
yo no guardo rencores por eso £ tales gallinas. — Soy 
indulgente con ellas como con toda pequena moles- 
tia; ser espinoso con los pequefios me parece un pro- 
ceder digno de erizos. — Todos hablan de mi cuando 
est£n sentados por la noche en torno del hogar— 
hablan de mi, pero jnadie piensa en mi!— He aqui el 
nuevo silencio que he aprendtdo A coriocer: el ruido 
que mueven alrededor de mi extiende un manto sobre 
mis pensamientos.— Ellos vociferan: «<iQu^ nos quie- 
re esa sombria nube? jAndemos con cuidado, no nos 
traiga una epidemiab— Y ultimamente una mujer tiro 
de su hijo que queria aproximarse & mi: «jApartad 
•los ninos!— grito.— jTales ojos queman las almas de 
los ninos! » — Cuando yo hablo, ellos tosen; creen que 
la tos es una objeci6n contra los vientos recios— jno 
columbran nada del susurro de mi felicidad! — «No te- 
nemos aiin tiempo para Zaratustra— he ahi su obje- 
ci6n.— Pero £qu£ importa un tiempo que «no tiene 
tiempo» para Zaratustra?— Aunque me glorificasen, 
^como podria adormecerme en sus loores? Su ala- 
banza es para mi un cinturon de espinas: me punza, 
aun despu^s de quitdrmele.— Y tambien he aprendido 
esto entre ellos: el que alaba hace como que devuel- 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 155 

ve, pero en rigor quiere que se le d€ mas.— jPregun- 
tad £ mi pie si le agrada esa manera de alabar y de 
atraer! Verdaderamente, & ese son y compos no quie- 
re ni bailar ni estarse quieto.— Procuraban alabarme 
su modesta virtud y atraerme hacia ella; quisieran 
arrastrar mi pie al son de la modesta felicidad.— Yo 
paso por en medio de ese pueblo y abro los ojos: se 
han empequenecido y siguen empequenectendose. Se 
debe eso a su doctrina de la felicidqd y de la virtud. 
— Es que son tambi&i modestos en su virtud— porque 
quieren tener sus conveniencias, y solo una virtud 
modesta se compadece con las conveniencias.— 
Aprenden tambien & andar £ su modo y a andar hacia 
adelante: es lo que yo ltamo ir renqueando. — Asi son 
un obstaculo para todos los que van deprisa.— Y los 
hay que van hacia adelante, mirando hacia atr&s, con 
el pescuezo estirado: de buena gana me toparia con 
tales cuerpos. — Los pies y los ojos no deben mentir 
ni desnvMitirse. Pero entre las gentes pequenas hay 
muchas mentiras. — Algunos de ellos quieren, pero la 
mayoria no son m&s que queridos. Algunos son sin- 
ceros, pero los mas son malos comicos.— Hay entre 
ellos c6micos sin saberlo y comicos sin quererlo— los 
sinceros son siempre raros, sobre todo los comicos 
sinceros.— Lo varonil escasea: por eso se masculini- 
zan las mujeres. Porque solo el que es bastante horn- 
bre emancipard en la mujer... a la mu/er.—Y he 
aqui lo peor de las hipocresias que he encontrado 
entre los hombres: aun los que mandan fingen las vir- 
tudes de los que obedecen.— «Yo sirvo, tu sirves, 
nosotros servimos»— asi salmodia aqui tambien la hi- 
pocresia de los gobernantes — y jay, cuando el primer 
ama no es mas que el primer servidor!— jAy! Mi cu- 
riosa mirada se ha detenido tambiSn en su hipocresia, 
y he adivinado su felicidad de moscas y su zumbido 



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156 NIETZSCHE 

en torno de las vidrieras soleadas.— Cuanta bondad 
veo, pura flaqueza; cuanta justicia y piedad, flaqueza 
pura.— Son corrientes, leales y ben£volos unos para 
con otros, como son corrientes, leales y benSvolos 
unos para con otros los granos de aren&.— Abrazar 
-modestamente una pequena felicidad es lo que llaman 
«jresignaci6n!», y £ la vez miran ya de soslayo mo- 
destamente hacia otra pequena felicidad.— En el fondo 
de su sencillez no tienen mis que un deseo: que na- 
die les haga dano. Por eso son amables con todos, y 
les hacen bien.— Pero eso es cobardfa—annque se 
llame «virtud».— Y cuando aciertan & hablar con ru- 
deza esos pequenos, yo no oigo en su voz m£s que 
su ronquera — jporque toda rdfaga de viento los pone 
roncos!— Son hdbiles; sus virtudes tienen habiles de- 
dos. Pero les faltan punos; sus dedos no saben desa- 
parecer tras los punos.— La virtud es para ellos lo 
quemodera y domestica; asi ban hecho del lobo un 
perro, y del hombre mismo el mejor animal dom£stico 
del hombre.— «Nosotros hemos colocado nuestra silla 
en el medio mismo (eso me dice su sonrisita), 4 igual 
distancia de los gladiadores moribundos que de los 
refocilados cerdos.»— Pero eso es mediocridad— 
aunque se llame moderacion. 

3.— Yo paso por en medio de este pueblo y dejo 
caer muchas palabras; pero no saben tomar ni retener. 
— Se asombran de que yo no haya venido & anatema- 
tizar los apetitos y los vicios: y 4 la verdad, no he 
venido tampoco para poner en guardia contra los ca- 
cos. — Se asombran de que yo no est6 pronto & afinar 
y aguzar su sutileza: jcomo si no tuviesen aun bas- 
tantes sabios sutiles, cuyas voces rechinan como pi- 
zarrines & mis oidos!— Y cuando grito: «Maldecid £ 
todos los demonios cobardes que hay en vosotros, & 
esos que siempre-est£n dispuestos & gemir, cruzarlas 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 157 

manos y adorar», entonces claman ellos: «Zaratustra 
es impio. »—Y sus predicadores de resignaci6n son 
los que m£s vociferan, pero precisamente £ ellos es & 
quienes me agrada gritar al oido: iSi! Yd soy Zaratus- 
tra, el impio!— jLos predicadores de resignaci6nl 
Donde quiera que haya ruindad, enfermedad y tina, se 
arrastran como piojos; y s61o por asco no los aplasto. 
— iPues bien! He aqai el serm6n que predico & su oi- 
do: yo soy Zaratustra, el impio que dice: «^Quien 
hay m£s impio que yo, para regocijarme con su ense- 
fianza?»— Yo soy Zaratustra, el impio: ^donde encon- 
trar6 mis semejantes? Mis semejantes son todos los 
que se dan d si propios • su voluntad y se desprenden 
de toda resignation.— Yo soy Zaratustra, el impio: 
yo cuezco en mi olla todo evento. Y solo cuando est& 
en su punto le doy la bienvenida como sustento mio. 
Y mas de un accidente se ha acercado £ mi" con aires 
de seflor; pero mi voluntad le hablo de una manera 
m£s dominante aiin, y al punto se ponia de rodillas 
ante mi, suplic£ndome que le diese asilo y le acogiese 
cordialmente y dictendome en tono adulador: «jMira, 
Zaratustra: s61o un amigo puede acercarse asi a un 
amigo!» — Pero \k qu6 hablar cuando nadie tiene/ftfr 
oidos! jAsi quiero gritar & todos los vientos:— jGen- 
tes pequeflas, cada vez os empequeneceis m£s! jGen- 
tes acomodaticias, os est&is desmigajando! Y acaba- 
r6is por iros & pique con vuestra infinidad de men- 
guadas virtudes, de menguadas omisiones y de men- 
guada resignaci6n.— jVuestro suelo es demasiado fofo 
y muelle! Y para que un drbol se haga grande, tiene 
que abrazarse a duras pefias con duras raices.— Hasta 
lo que omitis ayuda a tejer la tela del porvenir de los 
hombres; hasta vuestra nada es una tela de arana y 
una arana que vive de la sangre del porvenir.— Y 
cuando tomdis es como si hurtas&s, menguados vir- 



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158 NIETZSCHE 

tuosos; sin embargo, aun entre pillos dice el honor: 
<^No hay que hurtar sino alii donde no se puede sa- 
quear.»— «Esto se da»— tal es tambten una doctrina 
de la resignaci6n. Pero yo os digo a los que amdis 
vuestras comodidades: eso se toma y tomard siempre 
m£s aun de vosotros.— ;Ay! jque no acabeis de una 
vez con esa voluntad & medias! jque no sepais ser de- 
cididos asi para la pereza como para la acci6n!— jAy! 
ique no comprenddis estas palabras mias: «Haced 
siempre lo que query's; pero sed desde luego de los 
que pueden quererh — «Amad siempre £ vuestro pro- 
ximo como £ vosotros mismos; pero sed desde luego 
de los que se aman a si mismos — de los que se aman 
con el gran amor, de los que se aman con el gran 
desd£n.» Asi hablaba Zaratustra el impio. 

Pero \& que hablar cuando nadie tiene mis oidos! 
Aiin es hora demasiado temprana para mi — Yo soy 
entre esta gente mi propio precursor, mi propio canto 
del gallo en las oscuras calles.— jPero llega su hora! 
jLlega tambieri la mia! De hora en hora se vuelven 
m&s pequefios, m£s pobres, mas esteriles— jpobre 
hierba! pobre tierra!— /Pronto estardn delante de mi 
como hierba seca, como una estepa, y verdaderamen- 
te fatigados de si mismos, y sedientos de fuego mas 
que de agua!— ;Oh bendita hora del rayo! jOh miste- 
rio de antes del medio dia! Alguna vez habre de.con- 
vertirlos en corrientes de fuego y en profetas de leh- 
guas de llamas.— Profetizar£n aun con lenguas de lla- 
mas: jYa viene, ya se acerca el Gran Medio Diah 

Asi hablaba Zaratustra. 

EN EL MONTE DE LAS OLIVAS.— El in- 

vierno, mal huesped, ha penetrado en mi vivienda; 
tengo las manos amoratadas del estruj6n de su amis- 
tad.— Yo honro a ese huSsped maligno, pero me gus- 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 159 

ta dejarle solo, zafarme de el; y cprriendo bien, acaba 
uno por zafarse.— Calientes los pies y el pensamien- 
to, corro adonde el viento calla— hacia el rincon so- 
leado de mi monte de las olivas.— Alii me rio de mi 
rigido huSsped, y le estop agradecido por quitarme de 
encima las moscas y hacer callar una porcion de ruidi- 
tos.— Porque £ el no le agrada oir zumbar una mos- 
ca, y hasta la calle deja tan solitaria, que la luz de la 
luna llega £ tener miedo de la noche — Es un huesped 
duro: pero yo le honro, y no rezo al Dios panzudo 
del fuego, como hacen los afeminados. - jVale m£s 
dar un poco diente con diente que adorar idolos!— 
tal es mi condici6n.— Y estop 6 mal sobre todo con 
1os dioses del fuego, con el espiritu ardiente, fSrvido 
y taciturno. - Cuando amo, amo en invierno mejor 
que en estio; ahora me burlo mejor y m£s animosa- 
mente de mis amigos desde que el invierno entra en 
mi casa.— Animosamente, aun al llegar £ arrebujarme 
en la cama, puesto que entonces rie y gallardea mi 
felicidad recogida, y tambi^n rie mi ensueno engana- 
dor.— £Yo... arrastrarme? Jamds me he arrastrado en 
mi vida ante los poderosos; y, si menti alguna vez, 
fu^ por amor. Por eso estoy ^ gusto aun en una cama 
de invierno. -Un lecho humilde me calienta mds que 
un lecho magnffico, porque yo soy celoso de mi po- 
breza. Y en invierno es cuando mi pobreza me es 
m£s fiel.— Inauguro cada dfa con una malignidad: me 
burlo del invierno con un bano frio: eso hace refun- 
funar a mi severo huesped.— Me gusta tambien cos- 
quillearle con una velita, para que permita al fin al 
cielo salir del alba cenicienta.— Porque cuando yo 
soy m£s malo es de madrugada, a primera hora, 
cuando rechinan los cubos en el pozo y relinchan 
los caballos por las calles grises.— Entonces espero 
con impaciencia que se levante el cielo luminoso, 



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160 NIETZSCHfc 

el cielo invemal de barba nivea, el viejo de cabeza 
blanca,— el silencioso cielo invernal que hasta sobre 
su sol guarda silencio & veces.— ^Aprendi yo de 61 
el largo silencio luminoso? <<,Le aprendi6 61 de mi? 

' iO cada uno de nosotros le ha inventado por si mis- 
mo?. — El origen de todas las cosas buenas es multi- 
ple; todas las cosas retozonas saltan de placer 6 la 
existencia: ;c6mo no lo harin m£s que una vez!— 
Tambi6n el largo silencio es una buena cosa, llena de 

. travesura. Y mirar, £ semejanza de un cielo de in- 
vierno, con serena faz de ojos redondos; callar, como 
hace 61, su sol y su inflexible voluntad de sol: ese 
arte y esa malicia del invierno las he aprendido yo 
bien.—tAi arte y mi mis cara malicia se cifra en que 
mi silencio haya aprendido £ no delatarse por el si- 
lencio.— Con palabras y soniqueo de dados me entre- 
tengo en embaucar a la gente solemne que anda en 
acecho: quiero que mi voluntad y mi fin se sustraigan 
desosseveros atisbadores.— Para que nadie pueda 
ver mi fondo intimo y mi ultima voluntad, he inven- 
tado el largo y claro silencio.— Yo he encontrado 
m£s de un inteligente que velaba su semblante y en- 
turbiaba su agua, para que nadie pud i ese mirar al 
trav6s y al fondo. - Pero & 61 cabalmenie es al que 
acudian los astutos desconfiados: jse le pescaban sus 
peces m£s ocultos!— Pero los claros, los bravos, los 
transparentes, esos son para mi los silenciosos mis 
astutos: su fondo es tan pro/undo que ni el agua mas 
limpida le denuncia.— jSilencioso cielo invernal de 
barba nivea, blanca cabeza de redondos ojos que te 
alzas sobre mi! jOh simbolo divino de mi alma y de 
la travesura de mi alma!— £Y no es menester que yo 
me esconda como quien ha tragado oro, para que no 
me abran el alma?— ^No es menester que yo lleve 
zancos, para que no reparen en la longitud de mis 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 161 

piernas todos esos tristonos envidiosQs que me ro- 
dean?— Todas esas almas ahumadas, apolilladas, con- 
sumidas, enmohecidas, agriadas, £c6mo podrian so- 
portar, con su envidia, mi ventura?— Por eso las re- 
velo solamente el invierno y el hielo de mis costum- 
bres; pero no las descubro que cifien aiin mi montafla 
todas las zonas solares.— Solo open silbar mis tem- 
pestades de invierno; pero no saben que paso tambien 
por mares c£lidos como linguido, pesado y ardoroso 
viento Sur.— Mis azares y reveses les inspiran ldsti- 
ma; pero mis palabras dicen: «Dejad' venir £ mi el 
azar: es inocente como un nino.»— \C6mo podrian so- 
portar mi ventura, si yo no rodease mi ventura de ac- 
cidentes y miserias invernales, de tocas de oso bianco 
y mantos de cielo de nieve! jSi no tuviese l^stima de 
su compasion, de la compasion de esos tristes envi- 
diosos! jsi no suspirase y tiritase delante de ellos, de- 
jdndome envolver pacientemenle en su compasi6n! — 
Tal es la sabia y caritativa malicia de mi alma: no 
oculta su invierno y sus vientos helados; no oculta 
siquiera sus sabafiones.— La soledad de unos es la 
huida de la enfermedad; la de otros es la huida ante 
la enfermedad.— jQue me oiga tiritar y suspirar ante 
el frio del invierno toda esa pobreteria bellaca y envi- 
diosa que me rodea! Con tales tiritones y suspiros 
huyo de sus cuartos caldeados.— Que me compadez- 
can y tengan ldstima por mis sabafiones. «jAcabar£ 
pov helarse cor\ el hielo de su conocimiento!», asi 
gimen.— Entre tanto, yo corro de acd para alld, con 
los pies calientes, por mi monte de las Olivas; en el 
retiro soleado de mi monte de las Olivas canto y me 
burlo de toda compasion. » 
Asi cantaba Zaratustra. 



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162 NIETZSCHB 

DE PASO. Atravesando asi lentamente mu- 

chos pueblos y ciudades, volvia Zaratustra por rodeos 
hacia su montana y su caverna. Y hete aqui que, 
yendo de paso, llego tambien de improviso & la puer- 
ta de la gran ciudad; pero aqui salto sobre 61, impi- 
diendole el acceso con los brazos extendidos, un loco 
furioso. Era el mismo loco a quien el pueblo llamaba 
«el mono de Zaratustra»: porque imitaba un poco el 
giro y la cadencia de su frase, y le gustaba explotar 
tambien el tesoro de su sabiduria. El loco, pues, ha- 
blo asi a Zaratustra: «;Oh Zaratustra! esta es la gran 
ciudad: aqui no tienes tii que buscar nada y puedes 
perderlo todo.— ^Para que querrias meterte en este 
fango? jTen lastima de tus pies! jEscupe £ la puerta 
de la ciudad y vuelve ;sobre tus pasos!— Este es un 
infierno para los pensamientos solitarios. Aqui se 
cuece vivos & los grandes pensamientos y se los re- 
duce a papilla. — Aqui se pudren todos los grandes 
sentimientos; aqui no puede oirse m£s que el chasqui- 
do de las pasioncillas resecas.— ^No sientes pa el 
olor de los mataderos y de ios bodegones del espiri- 
ritu? ^No humea esta ciudad con los vapores de los 
espiritus sacrificados? — ^No ves las almas colgadas 
como pingajos desmazalados y sucios?— jY de esos 
pingajos, no obstante, hacen periodicos!— ^No oyes 
como se trueca aqui el ingenio en juego de palabras? 
jEscupe repugnantes enjuagaduras verbales!— ;Y de 
esas enjuagaduras hacen periodicos los de ac&! — Se 
provocan y no saben & que. Se acaloran y no saben 
por que. Cencerrean con su hojalata y campanillean 
con su oro.— Sienten frio y buscan calor en las bebi- 
das fuertes; se acaloran y buscan frescura en los es- 
piritus frigidos; la opinion publica los consume y pone 
febriles.— Todos los apetitos y todos los vicios ban 
hecho asiento aqui; pero hay tambien virtuosos, hay 



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I 

ASf HABLABA ZABATUSTRA 163 

tnuchas virtudes habiles y laboriosas— -victudes con 
dedos de pendolistas, con espaldas de plomo, con pe- 
dazos de cuero adornados de crucecitas y padres de 
muchachas emborradas y sin asentaderas.— Tambten 
hay aqui mucha devocion, mucha lisonja cortesana y 
muchas bajezas ante el dios de los ej6rcitos.— «De 
arriba» llueven las estrellitas y los magndnimos sali- 
bazos; hacia arriba van los deseos de todos los pe- 
chos desprovistos de estrellas.— La luna tiene su cor- 
te, y la corte sus satelites; pero el pueblo pordiosero 
y las habiles virtudes pordioseras rezan & todo to que 
viene de la corte. — «Yo sirvo, tti sirves, nosotros ser- 
vimos»— asi rezan al soberano todas las virtudes ha- 
biles, para que la estrella merecida se enganche al 
fin al pecho escudlido.— Pero la luna gira alrededor 
de todo lo terrestre; asi tambten gira el soberano al- 
rededor de lo mas terrestre, a saber: el oro de los 
tenderos.— El dios de los ejercitos, no es el dios de 
las barras de oro; el soberano propone, pero el ten- 
dero... dispone.— jEn nombre de todo lo claro, fuer- 
te y bueno que hap en ti, Zaratustra, escupe 6 esta 
ciudad de los tenderos y vuelve pies .atras!— Aqui 
corre sangre viciada, pobre y espumosa por todas las 
venas; escupe & la gran ciudad, que es el gran verte- 
dero en donde se acumula toda la hez. — Escupe a la 
ciudad de las almas deprimidas y de los pechos es- 
trechos, de los ojos puntiagudos y de los dedos vis- 
co^os; a la ciudad de los importunos y delos imperti- 
nentes, de los escritorzuelos y de los vocingleros, de 
los ambiciosos exasperados; a la ciudad en donde se 
reune todo lo carcomido, desconceptuado, sensual, 
sombrio, podrido, ulcerado y conjurado: «;escupea 
la gran ciudad y vuelve sobre tus pasos!» 

Pero en este punto Zaratustra interrumpio al loco 
furioso y le tapo la boca. «;Acaba de callarte!— excla- 



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164 NIETZSCHE 

m6 Zaratustra.— ;Ya hace tiempo que me estts empa- 
chando con tu lenguaje y tus modales.— ^Por qu6 has 
vivido tanto tiempo & orillas del pantano, hasta el 
punto de convertirte tu mismo en rana y sapo?— ^No 
corre ahora en tus propias venas una sangre de pan- 
tano, viciada y espumosa, para que hayas apreftdido 
£ chillar y& blasfemar asi!*— ^Por qu6 no te has ido 
al bosque? ^Por qu£ no has labrado la tierra? ^No 
estd el mar lleno de verdes islas?— Yo desdeno tu 
desd£n: y ya que me previenes, £por qu£ no te has 
prevenido £ ti mismo?— Solo del amor ha de surgir 
mi desd£n y mi ave anunciadora, ;no del pantano!— 
T« llaman mi mono, loco rabioso; "pero yo te llamo 
mi cerdo grun6n. Con tu grunido acabas por estro- 
pearme mi elogio de la locurai.— ^Que fu£ lo que te 
hizo grunir en un principio? Que nadie te adulara 
bastante. Por eso te sentaste al lado.de esas inmun- 
dicias, k fin de tener razones para grunir: £ fin de te- 
ner numerosas razones de venganza. Porque la ven- 
ganza, loco vanidoso, es toda tu espuma: jte he calado 
perfectamente!— Pero tu lengua de loco me perjudica 
£ mi y aun en v aqiiello en que tienes razon. ;Y asi tuvie- 
se razon mil veces la palabra de Zaratustra, tu me 
quitarias siempre la raz6n con mi propia palabra! » 

Asi hablaba Zaratustra; y, mirando £ la gran ciu- 
dad, suspiro y call6 largo rato. Por fin dijo: «Yo es- 
toy disgustado tambien en esta gran ciudad, y no solo 
de este loco. Aqui y alii no hay nada que mejorar, 
nada que empeorar. — jAy de esta gran ciudad! ;Ya 
quisiera ver la columna de fuego en que ha de consu- 
mirse!— Porque tales columnas de fuego han de pre- 
ceder al gran mediodia. Pero esto tiene su tiempo y 
su propio destino.— A ti, loco, te doy esta ensenanza 
£ guisa de despedida: jdonde ya no se puede amar, se 
debe... pasarh 



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ASf HaBLABA zaratustra 165 

Asi hablaba Zaratustra, y paso por delante del loco 
y de la gran ciudad. 

DE LOS TRANSFUOAS.— l.—jAp! icomo ya 
est£ mustid y gris en esta pradera todo lo que hace 
poco estaba aiin verde y lleno de color? jY cu£nta 
miel de esperanza Hev6 de aqui £ mi colmena!— To- 
dos estos corazones juveniles se ban hecho ya viejos 
— jy ni viejos siquiera! simplemente fatigados, comu- 
nes y c6modos. Lo explican diciendo: «Hemos vuelto & 
ser piadosos.»— Aiin no ha^mucho los vi fiprimera 
hora andar briosamente; pero las piernas del conoci- 
miento se les han fatigadovj? ahora calumnian hasta 
sus brios de la mafiana.— A la verdad, m£s de uno al- 
zaba antes las piernas como un bailarin: la risa le ha- 
cia seflas en mi sabiduria; pero despu£s reflexiono, y 
acabo de verle encorvado... arrastrandose hacia la 
cruz. — Antes revoloteaban alrededor de la luz y de 
la libertad como mosquitos y jovenes poetas. Un po- 
co m&s viejos, un poco m£s frios, y ya estan acurru- 
cados al amor de la lumbre como santurrones. — £Han 
desfallecido porque me ha tragrado la soledad como 
una ballena? iHabrian prestado oido en balde y duran- 
te largo tiempo, a mis trompetas y mis gritos de he- 
raldo?— \ky\ siempre son muy pocos los que tienen 
un corazon de largo aliento y larga impetuosidad; y 
son tambten los unicos de espiritu perseverante. Todo 
el resto es cobardia.—Y el resto es siempre la gran 
masa, lo ordinario, losuperfluo, los que est£n de m£s. 
jTodos esos son cobardes!— El que sea de mi temple 
tropezard en su camino aventuras como las mias; de 
suerte que sus primeros companeros deberdn ser ca- 
ddveres y acrobatas.— Pero sus segundos compane- 
ros se llamardn sus creyentes: un enjambre animado, 
mucho amor, mucha locura, mucha veneracion infan- 

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166 NIETZSCHE 

til.— A esos creyentes no deberd Hgar su corazon el 
que sea de mi indole entre los hombres; en esas pri- 
maveras y en esos prados de variados colores no de- 
be creer el que conoce la flaca y f ugitiva condicion 
humana.— Si pudiesen de otra manera, querrian tam- 
bten de otra manera. Las cosas 6 medias pejudican al 
todo. Cuando hay hojas que se marchitan, jpor qu6 
se quejaria uno! -jD^jalas caer, Zaratustra, y no te 
quejes! Al contrario* bdrrelas con el soplo de tus 
vientos, jbarre esas ojas, Zaratustra! jVayase cuanto 
antes de ti todo lo marchjto! 

2.— «Hemos vuelto a ser piadosos»— asi confiesan 
los trdsfugas; y muchos de ellos son aiin demasiado 
cobardes para confesar asi.— A estos es £ los que mi- 
ro ya a los ojos, 6 estos es £ los que digo yo en su 
cara sonrojada: jvosotros sois de los que rezan de 
nuevo!— jEs una vergiienza rezar!— No para todo el 
mundo; pero si para ti y para mi, y para cuantos tie- 
nen su conciencia en la cabeza. [Para //, es una ver- 
giienza rezar!— Bien lo sabes tii: el cobarde demonio 
que dentro de ti se complace en juntar las manos y en 
cruzar los brazos y que desearia tener una vida mas 
facil, ese cobarde demonio te ha dicho: «/Hay un 
Dios!»— Pero asi for mas parte de los que temen la 
luz, de aquellos & quienes la luz no deja nunca repo- 
so; ahora tienes que hundir £ diario la cabeza mas 
profundamente en la noche y en las brumas.— Y en 
verdad que has elegido bien tu hora: porque las aves 
nocturnas han vuelto a tomar su vuelo. Ha Hegado la 
hora de los seres que temen la luz, la hora del des- 
canso en que... no se descansa.—Lo oigo y lo huelo: 
ha llegado la hora de las acciones y de la caza, pero 
no de una caza infernal, sino mansa, suave, humeando 
por los rincones sin hacer mas ruido que el murmullo 
del rezo: caza de santurrones llenos de alma: jtodas 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 167 

las rataneras de los corazones est£n preparadas nue- 
vamente! Y donde quiera que atzo una cortina se pre- 
cipita fuera una mariposa nocturna,— <i,Estaba acurru- 
cada alii con otra mariposa nocturna? Porque eh todas 
partes barrunto pequenas comunidades ocultas; y don- 
dequiera que hay escondrijos hay nuevos beatos y 
olor de beatos.— Est^n sentados en compania durante 
noches enteras y se dicen: «iVolvamos a ser como los 
ninos 6 invoquemos al Senorb Los piadosos cOnfite- 
ros les han echado £ perder la boca y el est6mago.— 
O contfemplan durante largas noches alguna astuta 
arana en acecho, que predica la astucia £ las arafias 
mismas. ensefiando: «iBueno es tejer debajo de las 
cruces!»— O se pasan sentados dias enteros, provis- 
tos de canas de pescar, a orfllas de los pantanos, y 
creen qne aquello es ser prof undo; pero el que pesca 
donde no hay peces, me parece que no es ni siquiera 
superficial.— O aprenden alegremente £ tocar el arpa 
con un coplista que desearia insinuarse en el corazon 
de las jovenzuelas: porque est£ cansado de las viejas 
y de sus alabanzas. — O aprenden £ espeluznarse con 
un sabio medio trastornado que aguarda en cuartos 
obscuros d que aparezcan los espiritus... ;mientras 
su espiritu desaparece enteramente! — O escuchan a 
un viejo charlatan, miisico ambulante a quien vientos 
tristes han ensefiado entonaciones quejumbrosas; aho- 
ra silva a semejanza del viento y predica la compun- 
ci6n en tono compungido.— Y algunos hasta se han 
hecho serenos; por eso saben tocar los cuerrios, ron- 
dar la noche y despertar antiguas cosas ha mucho 
tiempo dormidas.— Ayer noche, a orillas de las tapias 
del jardin, oi yo algunas palabras a proposito de esas 
cosas afiejas: procedian de esos viejos serenos, tristes 
y secos.— «Como £ padre, no vela bastante por sus 
hijos: padres humanos lo hacen mejor que 61. »— «Es 



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168 NIETZSCHE 

demasiado viejo. No se ocupa pa nada de sus hijos» 
— asi respondi6 el otro sereno.— «£Pero tiene hijos? 
jNadie puede probarlo, si 61 mismo no lo pruebal Ha- 
ce mucho querria yo que lo probase una vez & fondo.» 
— «£Probar? £Ha probado ese jam£s alguna cosa? Le 
son dificiles las pruebas; tiene mucho empefio en que 
se crea en 61.»— «jSi, si! jLa fe le salva, la fe en si 
propio! jEs la condici6n de los viejos! jA nosotros 
nos pasa lo mismo! »— Asi se hablaron los dos sere- 
nos, enemigos de la luz; despu6s tocaron los cuernos 
tristemente: he ahi lo que paso ayer noche & orillas 
de las tapias viejas del jardin.— En cuanto £ mi, mi 
coraz6n se retorcia de risa; queria estallar, pero no 
sabia c6mo, y me desternillaba.— A la verdad, mi 
muerte serd ahogarme de risa, viendo asnos borra- 
chos y oyendo asi £ serenos dudar de Dios.— £No pa- 
s6 hace mucho el tiempo, aun para semejantes dudas? 
iQuien tendria el derecho de despertar todavia de su 
sueno d tan anejas cosas enemigas de la luz?— Hace 
mucho que se acabaron los antiguos dioses, \y en 
verdad que tuvieron un buen y alegre fin divino!— 
No pasaron por el «crepusculo» para ir hacia la muer- 
te— ies una mentira decirlo!— Al contrario: se mata- 
ron & si propios & fuerza de... jreir!— Eso pas6 cuan- 
do llegaron £ pronunciarse por un dios las palabras 
mis impias— las palabras: jNo hay mds que un Dios! 
;Tu no tendras otros dioses & mi lado!— Un dios viejo, 
coterico y celoso, se propas6 hasta ese punto.— En- 
tonces todos los dioses se echaron £ reir, y> agitdndo- 
se en sus asientos, exclamaron: « < i r No estriba preci- 
samente la divinidad en que haya dioses, pero no 
Dios?» Que el que tenga oidos para oir, oiga.» 

Asi hablaba Zaratustra en la ciudad que amaba y 
que se llama la «Vaca pintoja». Porque de alii no ha- 
bia ya m^s que dos dias de marcha para volver & su 



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ASf HABLABA ZABATUSTB* 169 

caverna al lado de sus animates; y siempre se le ale- 
graba el alma al aproximarse su regreso. 

EL REGRESO. ;Oh soledad! jPatria mia! jHe 

vivido mucho tiempo salvaje en salvajes paises ex- 
tranos para no volver a ti con ligrimas!— Ahora ame- 
ndzame con el dedo como una madre, sonrieme como 
sonrfe una madre, y di tan solo: «£Qui6n era el que 
se escap6 en otro tiempo de mi lado como un torbe- 
llino? ^El que, al marcharse, exclamo: «jHarto tiem- 
po hice compania 6 la soledad; conviene olvidar el 
silencio!» <i,Es eso y sin duda, lo que has aprendido aho- 
ra?— jOh Zaratustra! lo s£ todo; y s£ que tu, unico, 
te sentias m£s abandonado entre la multitud que lo 
estuviste jam£s conmigo.— Una cosa es el abandono 
y otra la ^soledad: ;eso es lo que has aprendido ahora! 
Y que entre los hombres ser£s siempre salvaje y ex- 
trano— salvaje y extrano, aun cuando te amen; por- 
que jante todo quieren que se tesguarden consider a- 
ciones/ Pero aqui est&s en tu patria y en tu casa: 
aqui puedes decirlo todo y explayarte completamente; 
aqui nadie se avergiienza de sentimientos ocultos y 
tenaces.— Aqui todas' las cosas se acercan a tu pala- 
bra con caricias y te miman: porque quieren subir & 
tu espalda. Montado en todos los simbolos cabalgas 
aqui hacia todas las verdades. Aqui puedes hablar 
4 todas las cosas con rectitud y franqueza; y, 4 a 
verdad, les suena como un elogio el que se las hable 
& todas con rectitud. 

«Muy distinto es el abandono. Porque, 4te acuer- 
das, Zaratustra? Cuando tu ave se puso £ gritar por 
encima de ti, estando tu en el bosque, indeciso, sin 
saber donde ir, cerca de un cad&ver; cuando decias: 
Ique mis animates me guienl he encontrado mas peli- 
gro entre los hombre que entre los animales: jaquello 



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170 NIETZSCHE 

era abandono!— ^Y te acuerdas, Zaratustra? Cuando 
estabas sentado en tu isla, fuente de vino entre vacios 
cubos, dando de beber sin tasa d los sedientos, hasta 
que al fin hi fuiste el unico sedierrto entre beodos, y 
decias de noche lamentendote: «£No es mayor goce 
tomar que »dar? iNo es mayor goce aiin robar que 
tomar?»: /aquello era abandono!— ^Y te acuerdas, 
Zaratustra? Cuando lleg6 tu hora mas silenciosa y te 
saco de ti mismo; cuando te cuchicheo malignamente: 
«jHabla y sucumbe!»; cuando te disgust 6 de tu espe- 
ra y de tu silencio y abatio tu decaido dnimo: /aque- 
llo era abandono! » 

jOh soledad! ipatria mia! \Qu6 celestial y afectuo- 
samente me habla tu voz!— Nosotros no nos interro- 
gamos, no nos quejamos el uno al otro; abiertamente 
pasamos juntos por las abiertas puertas.— Porque en 
ti todo est£ abierto 6 iluminado; y las horas mismas 
se deslizan aqui m^s ligeras; pues en la obscuridad el 
tiempo os parece m&s pesado que £ la luz.— Aqui se 
me revela la esencia y la expresion de todas las cosas: 
todo o que es quiere expresarse aqui y todo lo que 
est£ en vias de ser, quiere aprender & hablar de mi. 
— jAll£ todo discurso es vano! La mejor sabiduria es 
olvidar y pasar: ;eso es lo que he aprendido ahora!— 
El que quisiera comprenderlo todo entre los hombres, 
tendria que cogerlo todo; mas, para eso, tengo yo 
demasiado limpias las manos. — A mi no me agrada ya 
respirar su aliento. ;Ay! jque haya yo vivido tanto 
tiempo entre su ruido y su mal aliento!— \Oh bendita 
soledad! joh puros aromas! icorho aspira este silen- 
cio el aire puro a plenos pulmones! jComo escucha 
este bendito silencio! -En cambio, all& todo habla y 
nada se oye. Que uno anuncie su saber £ son de cam- 
pana, los tenderos apagardn el sonido en la plaza pii- 
blica con el ruido de sus monedas.— Entre ellos todo 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 171 

habla; nadie sabe pa comprender. Todo cae al agua; 
nada cae ya en fuentes prof undas.— Entre ellos todo 
habla; na<la se logra y conclude ya. Todo cacarea; 
pero £qui£n quiere aiin quedarse en el nido empollan- 
do los hueyos?— Entre ellos todo habla, todo se dilu- 
te. Y lo que ayer era aiin demasiado duro, para el 
tiempo mismo y para sus dientes, hoy cuelga, desga- 
rrado y roido, de la boca de los hombres del dia.— 
Entre ellos todo ha'bla, todo se divulga. Y lo que an- 
tiguamente se llamaba misterio y secreto de las al- 
mas profundas, pertenece hoy 6 las trompetas del 
arroyo.— jOh singular naturaleza humana! jbullicio 
en calles obscuras! Ahora quedas tras de mi; jmi ma- 
yor peiigro queda atr£s!— Las contemplaciones y la 
compasion fueron siempre mi mayor riesgo, y todos 
los seres humanos quieren ser contemplados y com- 
padecidos.— Con verdades disimuladas, con manos 
locas y alocado corazon, rico en mentirillas piadosas: 
asi he vivido siempre entre los hombres.— Yo estaba 
entre ellos disfrazado, dispuesto d desconocerme pa- 
ra sufrirlos, complaciendome en decirme para con- 
vencerme: «jLoco, tii no conoces 6 los hombres! »— 
se olvida lo que son los hombres cuando se vive en- 
tre ellos. Hay demasiados primeros terminos entre los 
hombres; £de qu£ servirian alii las vistas lejanas y 
penetrantes?— Y si ellos me desconocian, yo, loco, los 
miraba aiin con m£s indulgencia que £ mi— acostum- 
brado, como estaba, £ ser duro conmigo mismo, — y 
hasta me vengaba en mi frecuentemente de esa indul- 
gencia. — Picado de moscas venenosas y roido, como 
la piedra, por las numerosas gotas de la maldad, asi 
estaba yo entre ellos, y me decia aiin: «|Todo lo pe- 
queno es inocente de su pequenez!»— Los que se Ha- 
inan «los buenos», especialmente, son los que me han 
parecido las moscas mas venenosas: pican con toda 



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1T2 / 



NIBTZSCHE 



inocencia: mienten con toda inocencia. jC6mo podrlan 
ser justos para conmigo!— La piedad ensefia & mentir 
& los que viven entre los hombres. La piedad pone la 
atm6sfera cargada para todas las almas libres. Por- 
que la estolidez de los buenos es insondable.— Ocul- 
tarme a mi mismo p ocultar mi riqueza: eso es lo que 
he aprendido all£; porque el rico se me mostraba po- 
bre de espiritu.— La mentira de mi compasi6n fu6 mi- 
rar p olfatear en cada uno lo que efa bastante espiritu 
para 61 y lo que era pa para 61 demasiado espiritu.— 
A sus rigidos sabios los he llamado sabios, no rigidos; 
asi he aprendido £ tragar palabras.— -A sus sepulture- 
ros los he llamado investigadores y escrutadores; asi 
he aprendido £ trocar las palabras.— Los sepultureros 
cogen enfermedades £ fuerza de cavar fosas. Bajo 
viejos escombros duermen exhalaciones insanas. No 
hap que remover los cenagales. Hap que vivir en los 
montes.— jCon nariz satisfecha respiro de nuevo la 
libertad de los montes! jPor fin se ha librado mi na- 
riz del olor de todos los seres hutaanos! — Cosqui- 
lleada por el aire vivo como por vinos espumosos, 
mi alma estornuda, y exclama gozosa: «jA tu saludU 
Asi hablaba Zaratustra. 

DE LOS TRES MALES. 1.— En sueflos, en 

mi ultimo sueno de madrugada, me encontraba hop 
en un promontorio... m£s all£ del mundo; tenia una 
balanza en la mano p pes aba el mundo. — jOh! £Por 
qn6 vino la aurora demasiado pronto para mi? jMe 
despert6 el ardor de la mup celosa! Siempre es celosa, 
ella del ardor de mis ensuenos matinales. — Medible 
para el que tiene tiempo, pesable para un buen pesa- 
dor; asequible para alas vigorosas, adivinable para 
divinos cascanueces: asi vio mi sueno el mundo.— Mi 
sueno, un atrevido navegante, medio bajel, medio r£- 



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as! hablaba zabatustra 113 

faga de viento, silencioso como la mariposa, impa- 
ciente como el halc6n; jqu6 paciencia y qu6 sosiego 
ha tenido hoy para pesar el mundo!— £Le habria ha- 
blado en secreto mi sabiduria, mi sabiduria del dia, 
risuefia y despierta, que se burla de todos los «mun- 
dos infinitos*? Porque dice: «Donde hay fuerza se 
ensefiorea tambten el niimero, que es el que tiene 
m£s fuerza. »— |Con qu6 seguridad mir6 mi sueno este 
mundo infinitol No era curiosidad, ni indiscreci6n, ni 
temor, ni siiplica. — Como si una gran manzana se 
ofreciera & mi mano, una manzana do oro, madura, de 
fresca y suave piel: asi se me ofreci6 el mundo.— Co- 
mo si un drbol me hiciese sefias— un drbol de ramas 
dilatadas, de voluntad firme, encorvado como para 
brindar con su apoyo al fatigado viajero:— asi se ha- 
llaba el mundo sobre mi promontorio.— Como si gra- 
ciosas manos me alargasen un cofrecillo— un cofrecillo 
abierto para deleite de los ojos pudicos y reverentes: 
—asi sali6 el mundo £ mi encuentro. — No enigma 
bastante para ahuyentar el amor de los hombres; no 
soluci6n bastante para adormecer la sabiduria de los 
hombres; una cosa humanamente buena, tal me pare- 
ci6 hoy el mundo de que tanto se maldice.— jQu6 
agradecido estoy a mi suefio de la manana por haber 
pesado asi el mundo £ primera hora! jComo una cosa 
humanamente buena ha venido £ mi ese ensueno y ese 
consolador del corazonl— Y para proceder como 61, y 
para que me sirva de ejemplo to mejor suyo, quiero 
poner ahora en la balanza los tres males mayores y 
pesar humanamente bien. 

El que enseno £ bendecir enseno tambten £ mal- 
decir: ^cudles son las tres cosas m£s maldecidas en el 
mundo? Esas son las que quiero poner en la balanza. 
— La voluptuosidady el deseo de domination, el 
egolsmo: esas tres cosas han sido las m£s maldecidas 



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lTf4 NIETZSCHE 

y calumniadas hasta aqui; esas tres cosas son las que 
quiero pesar humanamente bien.— {Pues buenol He 
aqui mi promontorio, y he ahi el mar: con mil eari- 
cias viene hacia mi corriendo el mar rizoso, ese perro 
viejo y fiel, monstruo de cien cabezas, £ quien yo 
quiero.— Pues aqui he de tener la balaaza sobre e1 
mar undoso; y elijo tambien un testigo quemira— eres 
tti, arbol solitario, de fuerte perfume y de ancha bo- 
veda, jarbol querido de mi!— ^Por qu6 puente va el 
presente hacia el porvenir? ^Cual es la fuerza que 
compele £ lo alto a descender hacia lo bajo? &Y que 
es lo que obligo a la cosa mas alta £ crecer mds.auh? 
— Ahora la balanza est£ inmovil y con equilibrio: he 
echado en elk tres pesadas preguntas; el otro platillo 
sostiene tres pesadas respuestas. 

2.— Voluptuosidad es, para todos los despreciado- 
res del cuerpo cenidos de cilicio, su aguijon y morti- 
ficacion, y el «mundo» maldito para todos los que 
creen en ultramundos: porque la voluptuosidad se rie 
y burla de todos los hereticos. — Voluptuosidad es, 
para la canalla, el fuego lento en que se la quema; 
para toda la madera carcomida y todos los trabajos 
hediondos, el gran horno ardiente.— Voluptuosidad 
es, para los corazones libres, algo inocente y libre, 
las delicias del jardin de la tierra, la rebosante gra- 
titud del porvenir por el presente.— Voluptuosidad no 
es un veneno dulzon mas que para los mustios; pero 
para los que tienen la voluntad del leon, es el mayor 
cordial, el vino de los vinos, que se economiza reli- 
giosamente. — Voluptuosidad es la mayor felicidad 
simbolica para la ventura y la esperanza superior. 
Porque hay muchas cosas £ que es pcometido el ma- 
trimonio, y m£s que el matrimonio; muchas cosas, que 
son m£s extranas para si, que el hombre para la mu- 
jer; <np quten ha comprendido nunca enteramente hasta 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 175 

qu6 punto son extranos y uno para otro, el hombre y 
la mujer?— Voluptuosidad... pero quiero poner cercas 
alrededor de mis pensamientos y tambien alrededor 
de mis p^labras, para ,que no invadan mis jardines los 
cochinos y los exaltados.— Deseo de dominar: el azote 
punzante de los mds duros de todos los corazones 
endurecidos, el martirio espantoso que se reserva al 
mas cruel, la llama sombria de las hogueras vivas.— 
Deseo de dominar: el avieso acial que se pone a los 
pueblos mas vanos, el que se burla de todas las virtu- 
des inciertas, el que cabalga sobre todos los orgullos. 
—Deseo de dominar:. el terremoto que rompe y dis- 
grega todo lo'caduco y hueco, el airado destructor de 
todos los sepulcros blanqueados, el signo de interro- 
gation que surge al lado de respuestas prematuras.— 
Deseo de dominar: ante cuya mirada se arrastra y 
humilla el hombre, descendiendo por debajo de la cu- 
lebra y del cochino,.hasta que al fin clama en 61 el 
gran desprecio.— Deseo de dominar: el terrible maes- 
tro que ensena el gran desprecio, que predica & la 
cara de ciudades y de imperios: «;Quieta alla!», hasta 
que al fin exclaman'ellos mismos: «;Afuera yol» — 
Deseo de dominar: que sube tambien hacia los puros 
y los solitarios para atraerlos, que sube hacia las altu- 
ras de la satisfaccion de si, ardiente como un amor 
que pinta en el cielo terrestre seductoras beatitudes 
purpureas.— Deseo de dominar... pero iquten querria 
llamar £ eso un Deseo^ cuando hacia abajo es hacia 
donde la altura aspira al poder! jNada hay de febril ni 
de enfermizo en semejantes deseos y descensos! 

iQue la altura solitaria no se condene A eterna so- 
ledad ni est£ contenta de si! jBajen las montanas ha- 
cia los valles y los vientos de las alturas hacia los 
llanos! — ;Oh! ;qui6n encontraria el verdadero nombre 
para bautizar y honrar semejante deseo! «Virtud da- 



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176 m NIBTZSCHfc 

divosa»— asi Ham6 en otro tiempo Zaratrustra ti ese 
algo inefable.— Y entonces tambten— jpor primera vez 
ciertamente! - elogi6 su palabra el egoismo> el t>uen y 
sano egoismo que brota del* alma poderosa,— del alma 
poderosa & que corresponde el cuerpo elevado, bello, 
victorioso y reconfortante, & cuyo alrededor- todo se 
trueca en espejo: el cuerpo flexible y persuasivo, el 
danzarin cuyo simbolo y expresion es el alma con- 
tenta de si misma. El propio confento de tales cuerpos 
y, tales almas, se llama: «virtud».—Con sus asertos 
sobre el bien y el mal, esa alegria se protege & si 
propia como si se rodease de bosques k sagrados; con 
los nombres de su ventura, destierra lejos de si todo 
lo despreciable.— Destierra lejos de si todo lo cobar- 
de; ella dice: jMalo es lo que es cobarde! Desprecia- 
ble le parece el que pena, suspira y se queja siempre 
y rebafia hasta las menores utilidades.— Desprecia 
tambien toda sabiduria malaventurada: porque hay 
tambten sabiduria que florece en la obscuridad, una 
sabiduria de sombra nocturna, como la que suspira 
siempre: «jTodo es vano!»— No tiene en estima la 
medrosa desconfianza, ni al que quiere juramentos en 
vez de miradas y manos; ni tampoco d la sabiduria 
demasiado desconfiada: porque todo eso es propio de 
almas cobardes.— Mds bajo le parece aun el obsequio- 
so, el perro que se tumba enseguida de espaldas, el 
humilde; y tambien hay sabiduria humilde, rastrera, 
piadosa y obsequiosa. — Pero odia hasta asquearse al 
que nunca quiere defenderse, al que se traga los es- 
cupitajos venenosos y las miradas aviesas, al pacien- 
tisimo que todo lo soporta y con todo se contenta: 
porque eso es propio de la ralea servil.— Si hay al- 
guien que es servil ante los dioses y los pies divinos 
6 ante los hombres y ante estiipidas opiniones de 
hombres, j£ todo servilismo escupe £ la cara ese ben- 



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ASf HABLABA ZAEATUSTRA 177 

dito egoismo!— Malo: asi llama £ todo lo que es bajo, 
ruin y servil, £ los ojos entornados y sumisos, a los 
corazones contritos y £ esas criaturas falsas y rastre- 
ras que besan con labiazos cobardes.— Y pseudo-sa- 
biduria: asi llama & las insulseces pretenciosas de la 
gente servil, de los viejos y de losaburridos, y sobre 
todo £ la absurda locura pedante de los sacerdotes.— 
Los falsos sabios, todos los sacerdotes, los hastiados 
del mundo, la gente de alma afeminada y servil, joh! 
jcomohan perseguido siempre al egoismo con sus 
mafias!— \Y precisamente debia ser virtud, y llamarse 
virtud, el perseguir al egoismo! ;Y todos esos cobar- 
des y todas esas aranas cansadas de vivir deseaban 
eximirse, con buenas razones, del apego a la propia 
persona!— Mas para todos ellos viene ahora la luz, la 
esp'ada de la justicia, el gran mediodia: jalli se pon- 
dr£n de manifiesto muchas cosas!— Y el que glorifica 
al Yo y santifica al egoismo, ese, el adivino, dice en 
verdad lo que sabe: «/Ved: ya viene y ya se acerca el 
gran mediodiah - 

Asi hablaba Zaratustra. 

DEL ESPfRITU DE LA PESADEZ. l.-Mi 

boca es la del pueblo: hablo demasiado grosera y 11a- 
namente para los remilgados. Pero aiin parece mds 
extrana mi palabra a los escritorzuchos.— Mi mano es 
una mano de loco: jpobres de todas las mesas y de 
todas las paredes y de todo lo que ofrezca espacio 
para adornos y chafarrinones de loco!— Mi pie es cas- 
co de caballo; con 61 troto y galopo por montes y por 
valles, de aca para alia; y en el transporte de toda r£- 
pida carrera soy de la piel del diablo. — Mi estomago 
es quizd estomago de dguila. Porque prefiere & todo 
la carne de cordero. Pero seguramente es estomago 



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178 NIETZSCHE 

de ave.— Sustentado con cosas inocentes y con poco, 
pronto & volar 6 impaciente por tomar el vuelo: asi 
soy. iComo no he de tener algo de ave!— Y soy como 
un ave, sobre todo porque soy enemigo del espiritu 
de la pesadez: jenemigo 6 muerte de veras, enemigo 
jurado, eneraigo nato! jDonde no ha volado ya mi 
enemistad!— Sobre esto podria entonar un canto... y 
quiero entonarle, aunque este solo en una casa vacia - 
y tenga que cantdrsele £ mis propios oidos.— Son mu- 
chos los cantores que no tienen expedita la garganta, 
elocuente la mano, expresiva la mirada y despierto el 
corazon mas que cuando esta llena la casa: no me pa- 
rezco a esos. 

2.— El que ensene a volar a los hombres del porr 
venir habra removido todas las lindes; para el las lin- 
des mismas volaran por los aires; bautizard de nuevo 
6 la tierra — la llamar£ «la ligera». — El avestruz corre 
m£s deprisa que el mas veloz corcel; pero tambien 
hunde aun pesadamente la cabeza en la pesada tierra: 
lo mismo el hombre que no sabe aun volar.— La tie- 
rra y la vida le parecen pesadas, jy eso es lo que 
quiere el espiritu de la pesadez! Pero el que desee 
ser ligero como un ave debe amarse £ si mismo: asi 
enseno yo.— No amarse, ciertamente, con el amor de 
los enfermos y calenturientos: porque en esos hasta 
el amor propio huele mal.— Hay que aprender a amar- 
se a si mismo con un amor sano, para aprender £ so- 
portarse y no echarse a rondar fuera de si.— Tal ron- 
da se llama «amor al projimo»; con esa expresion es 
con la que mas se ha mentido y fingido, especialmen- 
te por parte de aquellos a quienes todo el mundo so- 
porta con trabajo.— Y no es un mandamiento para hoy 
y para manana este de aprender a amarse. Es, al con- 
trario, la m£s sutil, la mas astuta, la ultima y la mas 
paciente de todas las artes.— Porque toda propiedad 



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A Si HABLABA ZARATUSTRA 179 

esta bien oculta para su poseedor; y, de todos los te- 
soros, el que mas tarde se descubre es el que os per- 
tenece en propiedad: esa es la obra del espiritu de la 
pesadez.— Casi en la cuna se nos dota ya de pesadas 
palabras y pesados valores: «bien» y «mal»— asi se 
llama ese patrimonio.— Por el se nos perdona vivir. 
— Y si los hombres dejan venir hacia si a los ninos, 
es para impedir a tiempo que se amen £ sf propios: 
tal es la obra del espiritu de la pesadez.— ;Y nos- 
otros... arrastramos fielmente aqiiello con que se nos 
carga, sobre duros hombros y por dridos montes! Y si 
sudamos, se nos dice: qPaciencia; la vida es una car- 
ga pesada!»— jPero Id unico pesado de llevar para el 
hombre es el hombre mismo! Es que 61 arrastra sobre 
sus hombros demasiadas cosas extrafias. Semejante al 
camello, se arrodilla y se deja cargar bien.— Sobre 
todo, el hombre fuerte y resistente, lleno de venera- 
cion: ese carga sobre sus hombros demasiadas pala- 
bras y valores extranos y pesados: jpor eso' la vida le 
parece tin desierto!— jY realmente mucins cosas que 
os sonpropias son tambien pesadas de llevar! El in- 
terior del hombre se parece mucho a la ostra: repe- 
lente, escurridizo y dificil de coger; de modo que una 
noble concha de nobles adornos se ve obligada a in- 
terceder por el resto. Entonces hay que aprender ese 
arte: /poseer corteza, una bella apariencia y una sa- 
bia ceguedad!— Mucho se engana uno tambten acerca 
del hombre por haber mucha corteza pobre y triste 
de excesivo espesor. Hay mucha fuerza y bondad 
ocultas que jamas se adivinan; los manjares mas ex- 
quisites no encuentran aficionados.— Las mujeres, mas 
delicadas, lo saben: un pOco mas, un poco menos de 
carnes— joh! jcuanto destino hay en tan poca cosa!— 
El hombre es dificil de descubrir, y mas aiin para el 
mismo: la inteligencia miente & menudo acerca del co- 



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180 NIETZSCHE 

razon. He ahi la obra del espiritu de la pesadez. — 
Pero se ha descubierto & si mismo el que dice: Este 
es/ft/bieny/ft/mal. «Bien para todos, mal para to- 
dos. »— En verdad, tampoco me agradan aquellos para 
quienes todas las cosas son buenas, y qua llaman £ 
este mundo el mejor de los mundos. Yo los llamo los 
omnisatisfechos.— La facilidad de gustarlo todo no es 
el mejor de los gustos. Yo alabo las lenguas delicadas 
y los estomagos escrupulosos que han aprendido a 
decir: «Yo» y «Si» y «No».— Pero mascarlo y dige- 
rirlo todo... ;eso es hacer como los cochinos! jDecir 
siempre Si, eso solo el asno y los de su especielo 
aprenden!— Lo que mi gusto desea es el amarillo in- 
tenso y el rojo caliente; mezcla sangre con todos los 
colores.— P$ro el que revoca su casa de bianco* reve- 
la con eso que tiene una alma revocada de bianco.— 
Unos enamorados de momias, otros de fantasmas, y 
todos igualmente enemigos de la carne y de la san- 
gre, jqu£ contrarios son todos A mi gusto! Porque a 
mi me gusta la sangre.— Y no quiero estar dondetodo 
el mundo escupe: ese es ahora mi gusto— preferiria 
vivir entre perjuros y ladrones. Nadie tiene oro en la 
boca.— Pero aiin me repugnan mds los lamedores de 
escupitajos; y al animal m&s repugnante que he visto 
entre los hombres le he llamado parasito: no queria 
amar, y queria vivir del amor.— Llamo desgraciados 
& todos los que no tienen que elegir mds que entre 
dos cosas: hacerse animales feroces 6 feroces doma- 
dores de animales; no quisiera yo levantar mi tienda 
a su lado.— Llamo desgraciados tambi£n a los que tie- 
nen que estar siempre de espera— son opuestos £.mi 
todos esos aduaneros y tenderos y reyes y demas 
guardianes de paises y de tiendas.— Yo tambien he 
aprendido profundamente & esperar, pero & esperar- 
me & mi. Y,he aprendido sobre todo a tenerme en pic. 



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ASI hablaba zaratustra 181 

£ andar, £ correr, & saltar, £ trepar y £ bailar.— Por- 
que mi doctrina es esta: el que quiere aprender £ vo- 
lar un dia debe aprender desde luego £ tenerse en 
pie, £ andar, £ correr, £ saltar, & trepar y & bailar: 
jno se aprende & volar de buenas £ primerasl— Con 
escalas de cuerda he aprendido & escalar m£s de una ' 
ventana, con dgiles piernas trepS £ elevados m£stiles. 
No me parecia escasa ventura encontrarme subido en 
los altos m&stiles del conocimiento, oscilando como 
una llamita: una lucecilla tan s61o, pero un gran con- 
suelo, no obstante, para las naves encalladas y los 
ndufragos.— Yo he llegado £ mi verdad por muchos 
caminos y de muchas maneras: no he subido por una 
sola escala a la altura desde donde mis ojos miran a 
lo lejos. 

Y jam£s he preguntado el camino sin violentarme 
— jsiempre fui opuesto £ eso!— Siempre preferi inte- 
rrogar y someter & prueba £ los caminos mismos.— 
Probando € interrogando, esa fu6 toda mi manera de 
caminar; y, naturalmente, hay que aprender tambten 
& responder £ semejantes preguntas. He ahi mi gus- 
to—no es un gusto bueno ni malo; pero es mi gusto, 
y no tengo que ocultarle ni avergonzarme de 61.— 
«Tal es ahora mi camino; dddnde est& el vuestro?» 
Eso es lo que yo respondia & los que me pregunta- 
ban por «el camino*. Porque el camino... el camino 
no existe.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

DE LAS ANTIGUAS Y LAS NUEVAS TABLAS, 

1.— cAqui aguardo sentado, rodeado de antiguas 

tablas rotas y tambten de tablas nuevas & medio es- 
cribir. ^Cudndo llegar£ mi hora?— la hora de mi des- 
censo, de mi declinaci6n: porque yo quiero volver 
otra vez al lado de los hombres.— Eso es lo que ahora 



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\ 

1£2 NIBTZSOHB 

espero: pues ante todo han de venir los signos indi- 
cadores de que ha llegado mi hora— el le6n risuefio 
con el enjambre de palomas.— Entre ta'nto, como quien 
tiene tiempo, me hablo a mi mismo. Nadie me cuenta 
cosas nuevas; asi, pues, me cuento yo a mi mismo. 

2. — Cuando vine al lado de los hombres, los hall£ 
encastillados eh una aneja presunci6n: todos creian 
saber desde hacia mucho tiempo lo que es bien y mat 
para el hombre.— Toda discusion sobre la virtud les 
parecia cosa vieja y cansada, y el que queria dormir 
tranquilamente hablaba aiin del «bien» y del «mal» 
antes de ir d acostarse.— Yo sacudi la torpeza de ese 
sueno cuando: /Nadie sabe aiin lo que es bien y 
mal..., si no es el creador!— Solo el que crea el fin de 
los hombres y el que da su sentido y su porvenir a la 
tierra, solo el crea el bien y el mal de todas las co- 
sas.— Y yo les he ordenado que derriben sus antiguas 
c&tedras; y, dondequiera que existia esa aneja pre- 
suncion, les he mandado que se rian de sus grandes 
maeStros de virtud, de sus santos, de sus poetas y de 
sus salvadores del rnundo.— Les he mandado que se 
rian de sus sabios austeros,' cuidando de ponerles en 
guardia contra los negros espantajos plantados en el 
&rbol de la vida.— Me he sentado a orillas de su gran 
calle de tumbas, entre la carrona y los buitres, y me 
he reido de todo su pasado y del mustio esplendor de 
ese pasado ruinoso. -A semejanza de los predieado- 
res de cuaresma y de los locos, he fulminado anate- 
mas contra sus grandezas y pequeneces.— jQue pe- 
queno es lo mejor de ellos! ;Que pequeno igualmente 
lo peor! — Asi me reia.— Mi sabio anhelo tambten gri- 
taba y reia en mi: ese anhelo de alas ruidosas, de una 
sabiduria verdaderemente salvaje nacida en las mon- 
tanas.— Con frecuencia me ha llevado muy lejos, mds 
alld, hacia lo alto, en medio de la risa; yo entonces , 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 183 

/ 

volaba estremectendome como una flecha al trav£s de 
los Sxtasis ebrios de sol: volaba a remotos futuros 
que ningiin sueno ha visto, d Mediodias m£s c&lidos 
que los que ha podido sonar jam£s la fantasia— all£ 
donde los dioses bailadores se avergiienzan de todos 
los vestidos,— £ fin de hablar en parabolas, y balbu- 
cear y cojear como los poetas: jVerdaderamente me 
avergiienzo de tener que ser aiin poeta!— Volaba £ 
donde todo porvenir me parecia bailes y travesuras 
divinas, & donde el mundo suelto y desenfrenado se 
refugiaba en si mismo: como un eterno huirse y bus- 
/ carse de muchos dioses, como una bendita contradic- 
ci6n, una repetition y un regreso hacia $i de muchos 
dioses: A donde todo tiempo me parecia una deliciosa 
burla de los instantes, & donde la necesidad era la li- 
bertad misma, que jugueteaba gozosa con el aguijon 
de la lfbertad: A donde he vuelto a encontrar tambten 
mi antiguo demonio y enemigo nato, el espiritu de la 
pesadez y todo lo que £1 creo: la coaccion, la ley, la 
necesidad, la consecuencia, el fin, la voluntad, el bien 
y el mal.— Porque ^no es menester que haya cosas 
sobre las cuales se pueda bailar y pasar bailando? 
iNo es menester que haya, £ causa de los ligeros y 
de los mas ligeros, topos y pesados enanos? 

3. — Tambien all& recogi en mi camino la palabra 
«Superhombre» y esta doctrina: «E1 hombre es una 
cosa que debe ser superada; el hombre ha de ser un 
puente, y no un fin: gozoso de su mediodia y de su 
tarde, cual camino hacia nuevas auroras— la palabra 
de Zaratustra sobre el gran Mediodia, con lo dem£s 
que suspendi por encima de los hombres, copo una 
segunda puesta de purpura.— Les hice ver tambien 
nuevas estrellas y nuevas noches; y sobre las nubes y 
el dia y.la noche extendi la risa como un tapiz de va- 
riados matices.— Les he ensenado todos mis pensa- 



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184 NIETZSCHE 

mientos y todas mis aspiraciones: £ Concentrar y unir 
todo lo que en el hombre no es m&s que fragmento y 
enigma y pavoroso azar.— Como poeta, como adi- 
vino de enigmas, como redentor del azar, les he en- 
senado & ser creadores del porvenir y £ salvar, crean- 
do, todo lo que /#£— Salvar el pasado en el hombre 
y transformar todo «lo que fu£» hasta que la volun- 
tad diga: «jPero asi queria yo que fuese! iAsi he de 
quererlo!» 

He ahi lo que he llamado su salvaci6n; solo & eso 
les he ensenado £ llamar salvaci6n.— Ahora espero la 
mia y para tornar por ultima vez al lado de ellos.— 
Porque una /vez m&s quiero volver al lado de los 
hombres: entre ellos quiero desaparecer, y ofrecer- 
les, al morir, el m£s rico de mis dones.— Eso lo he 
aprendido del sol, de ese opulento sol, de inagotable 
riqueza, que, al ponerse, derrama su oro en €1 mar, 
de tal modo, que hasta los m£s pobres Pescadores re- 
man entonces con dorados remosl Lo vi una vez, y, 
mientras lo veia, no se cansaban de correr mis 16- 
grimas... 

A la manera del sol quiere desaparecer tambien 
Zaratustra: ahora se sienta aqui £ esperar, rodeado 
de antiguas tablas rotas y de tablas nuevas... & medio 
escribir. 

4.— Mirad: aqui tenuis una nueva tabla; pero £d6n- 
de esten mis hermanos para llevarla conmigo al valle 
y £ los corazones de carne?— Asi lo exige mi gran 
amor & los m£s lejanos: /no mires por ta prdfimof El 
hombre es una cosa que debe ser superada.— Puede 
uno llegar £ superarse por multiples medios y cami- 
nos: eso es cosa tuya. Solo un buf6n piensa: «Tam- 
bien se puede saltar por encima del hombre. »—jSup6- 
rate & ti mismo, aun en tu pf6jimo, y no permitas que 
te den un derecho que tu puedas tomartel— Lo que tu 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 185 

haces nadie puede volygrtelo & hacer. S£belo: no hay 
recompensa.— El que no puede mandarse debe obe- 
decer. Y hay quienes saben mandarse, pero que dis- 
tan mucho aiin de saber tambten obedecerse. 

5.— Tal es la condici6n de las almas nobles: no 
quieren tener nada gratuitamente>y>> menos que todo, 
la vida.— El que forma parte del populachp quiere vi- 
vir gratuitamente; pero nosotros, £ quienes se ha dado 
la vida, reflexionamos siempre en lo mejor que po-, 
driamos dar d cambio.—X en verdad que es noble 
lenguaje el que dice: «jLo que la vida nos ha prome- 
tido & nosotros queremos curiiplirselo nosotros... & 
la vidab— No se debe querer gozar alii donde no se 
hace gozar. jFijaos; no se debe querer gozar!— Por- 
que el goce y la inocencia son las dos cosas m£s pii- 
dicas: ninguna de las dos quiere ser buscada. Hay que 
poseerlas/yero vale m£s atin buscar la falta yel dolor. 

6. — Hermanos mios, el que es una primicia ser& 
siempre sacrificado; y nosotros ahora somos primi- 
cias.— Todos sangramos en el altar secreto de los sa- 
crificios, todos nos quemamos y asamos en honor de 
los viejos idolos.— Lo mejor de nosotros es joven atin: 
excita & los paladares viejos.— Nuestra came es tier- 
na, nuestra piel no es m£s que una piel de cordero: 
jcomo no hemos de tentar & viejos sacerdotes id61a- 
trasl—En 'nosotros mismos alienta aun el vie jo sacer- 
dote id61aitra que. se prepara £ celebrar un festin con 
lo mejor que tenemos. jAy, hermanos mios! jc6mo 
no han de ser sacrificados los precursores!— Pero asi 
lo quiere nuestra condici6n, y yo amo & los que no 
quieren conservarse. Amo con todo mi corazon £ los 
que desaparecen, porque pasan al otro lado. 

7.— jSer veridicos... pocos lo saben/ \Y el que lo 
sabe no quiere serlo, especialmente, los buenos.— 
iVaya con los buenos! Los hombres buenos no dicen 



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186 NIETZSCHE 

nunca la verdad; ser bueno de tal manera ts una en- 
fermedad para el espiritu.— Los buenos ceden, se rin- 
den, su memoria repite como un eco y su razon obe- 
dece; jpero el que obedece no se oye d si mismo!— 
Todo lo que llama malo los buenos debe reunirse para 
que nazca anja verdad. jOh, hermanos mios! ^sois 
bastante malos para esa verdad?— La audacia teme- 
raria, la prolongada desconfianza, el cruel No, la 
aversi6n, la incision en lo vivo... [que raro es que to- 
do eso se reuna! Sin embargo, de tales semillas... 
nace la verdad.— -/Vl/ lado de la conciencia reproba 
crecio todo saber hasta el presente! jRomped, rom- 
pedme las antiguas tablas, los que aspirais al conoci- 
miento! 

8.— Cuando hay maderos tendidos sobre el agua, 
cuando hay puentecillos y parapetos al trav£s del rio, 
entonces no se dar& cr£dito a nadie que diga: «todo 
corre».— Alcontrario: hasta los imbeciles le contradi- 
cen. «jC6mo! (exclaman). iQue todo corre? ;Pues los 
maderos y parapetos est&n sobre el rio!» — «Por encima 
del rio todo es solido; todos los valores de las cosas, 
los puentes, los conceptosi todo «bien» y «mal», jtodo 
eso es sdlidoh — Y cuando viene el crudo invierno, el 
domador de los rios, los mds nialiciosos aprenden £ 
desconfiar; y no son solo los imbeciles los que dicen 
entonces: «<j,No estaria todo lnmovilP—«Et\ el fondo 
todo permanece inm6vil»: he ahf una verdadera ense- 
fianza de invierno, una buena cosa para los tiempos 
esteriles, un buen consuelo para el sueno invernal y 
los sedentarios.— «En el fondo todo permanece inm6- 
vil»; pero el viento del deshielo protesta contra esa 
palabra.— jEl viento del deshielo, un toro que no la- 
bra, un toro furioso y destructor, que rompe el hielo 
con astas colericas! El hielo, por su parte... /rompe 
los puentecillos/— jOh hermanos mios! £no corre to- 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 181 

do ahora? ^No han caido al agua todos los parapetos 
y todos los puentecjllos? iQm€n se sostendrd ya so- 
bre el «bien» y el «mal»? 

«;Ay de nosotros! . jgloria £ nosotros! jEl viento 
del deshielo sopla!» Predicad asi al trav£s de todas 
las calles, hermanos mios. 

9.— Hay una aneja locura que se llama bien y mal. 
La rueda de esa locura ha girado hasta el presente 
alrededor de los adivinos y de los astrologos.— En 
otro tiempo se creia en los adivinos y en los astro- 
logos: y por eso se creia: «todo es fatalidad: jtu de- 
bes, porquees necesario!»— Despues se desconfio de 
todos los adivinos y de todos los astrologos, y por 
eso se creyo: «todo es libertad: ipuedes, porque quie- 
res!»— jOh hermanos mios! sobre las estrellas y so- 
bre el porvenir no se ha hecho hasta el presente m£s 
que eonjeturarj sin saber nunca; y por eso sobre el 
Wen y el mal no se ha hecho mas que conjeturar, sin 
saber nunca. 

10.— «;No robaras! jNo mataras!» Estas palabras 
se llamaban santas en otro tiempo: ante ellas doblaba 
la gente las rodillas y la cabeza, y se descalzaba.— 
Pero yo os pregunto: ^Donde hubo jam^s en el mundo 
mejores salteadores y asesinos que esas santas pala- 
bras?— £No hay en la vida misma robo y asesinato? 
Y, al santificar esas palabras, ^no se ha asesinado & 
la verdad misma?— iO era predicar la muerte santi- 
ficar todo lb que contradeci'a y desaconsejaba la vida? 
— jOh hermanos mios! romped, rompedme las anti- 
guas tablas. 

11. — Compadezco todo lo pasado al ver su aban- 
dono A merced del arbitrio, de las disposiciones, de 
los desvarios de cada generaci6n que viene y mira 
todo lo que fu£ como puente de si misma.— Podria 
venir un gran dSspota, un genio matefico, que violen- 



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188 NIETZSCHE 

tase arbitrariamente todo lo pasado, hasta que llegara 
& ser para 61 un puente, un pron6stico, un heraldo y 
un canto de gallo.— Mas he aqui el otro peligro y mi 
otra compasi6n: los pensamientos del que forma parte 
del populacho se remontan hasta el abuelo; pero con 
el abuelo acaba el tiempo.— Asi todo el pasado queda 
en el abandono: porque un dia podria suceder que el 
populacho se hiciese amo y que todo el tiempo se 
ahogase en aguas someras.— Por eso, hermanos mios, 
' hace falta una nueva nobleza^ adversaria de todo po- 
pulacho y de todo despotismo, y que escriba de nue- 
vo, en nuevas tablas, la palabra «noble».— jPorque se 
necesitan muchos nobles para que hay a noblezal O 
como dije en otro tiempo en parabola: «;La divinidad 
consiste precisamente en que haya muchos dioses, 
pero noDiosb 

12.— jOh hermanos mios! al ensenaros que debris 
ser para mi creadores y educadores— sembradores del 
porvenir,— os invisto de una nueva nobleza; no, en 
verdad, de una nobleza que pod£is comprar como 
mercachifles y con oro de mercachifles: porque todo 
lo que tiene precio, poco valor tiene.— jNo ser& el 
origen de donde venis lo que os honre en adelante, 
sino el termino adonde vais! Vuestra voluntad y vues- 
tro paso que quiere ir m£s all& que vosotros mismos: 
jcifrese en eso vuestro nuevo honor! — No en que 
haydis servido & un principe— iqu£ importan ya los 
principes!— 6 en que hay£is venido & ser muralla de 
•lo que existe para que lo que existe sea m£s s61ido. — 
No en que vuestro linaje se haya hecho cortesano en 
la corte, y en que haydis aprendido, como el flamen- 
co, & estar de pie durante largas horas £ orillas del 
estanque— porque saber estar de pie es un mSrito en 
los cortesanos; y todos los cortesanos creen que te- 
ner el permiso de sentarse forma parte de la felicidad 



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ASf HABLABA ZARATU8TRA 189 

despuSs de la muerte.— Ni tampoco en que un espiritu 
que llaman santo condujese & vuestros ascendientes £ 
tierras prometidas, que no alabo yo: porque en el pais 
donde ha brotado el peor de todos los £rboles— la 
cruz— jno hay nada que alabar!— - Y, en verdad, donde. 
quiera que ese « Espiritu Santo » condujese a sus ca- 
balleros, tales cortejos iban siempre. .. precedidos de 
cabras, de gansos, de locos y de tarambanas.— jOh 
hermanos mios! ino es hacia atras hacia donde debe 
, mirar vuestra nobleza, sino hacia afuera! jDeb£is ser 
expulsados de todas las patrias y de todos los paises 
de vuestros ascendientes!— Debeis amar al pais de 
vuestros hijos: sea este amor vuestra nobleza— el 
pais inexplorado en medio de lejanos mares, jese es 
el que digo a vuestras velas que busquen y vuelvan 6 
buscar!— Debris redimiros en vuestros hijos.de ser 
hijos de vuestros padres: /asi libertar£is £ todo el 
pasado! jYo pongo por encima de vosotros esta nue- 
va tabla! 

13.— <f,Por qu£ vivir? jtodo es vano! Vivir... es 
trillar paja; vivir... es quemarse sin llegar a calentar- ><: 
se.»— Esas viejas cantilenas pasan aiin por «sabidu- 
ria»: son anejas, trascienden a rancias; por eso se las 
honra m&s. Tambien la podredumbre ennoblece. — Po- 
dian hablar asi ninos, que temen el fuego, porque los 
ha quemado. Hay mucha puerilidad en los antiguos 
Hbros de la sabiduria.— Y el que trilla siempre paja 
jcomo tendria el derecho de burlarse cuando se trilla 
el trigo! jHabria que amordazar a tales locos!— Esos 
se sientan a la mesa sin llevar nada, ni siquiera un 
buen apetito, y blasfeman ahora: «jTodo es vano!»— 
Pero comer y beber bien, hermanos mios, no es en 
verdad un arte vano. jRomped, rompedme las tablas 
de los eternamente descontentos! 

14.— «Para los puros todo es puro»— asi habla el 



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190 NIETZSCHE 

pueblo.— Pero yo os digo: jpara los puercos todo es 
puerco!— Por eso los fanaticos y los que inclinan la 
cerviz, que tambien tienen caido el corazon, excla- 
man: «jHasta el nlundo es un monstruo fangoso!»— 
Porque todos esos tienen sucio el espiritu, especial- 
mente los que no se dan paz ni reposo mientras no 
hayan visto el mundo por detrds—\esos creyentes en 
el mundo posterior!— A ellos les digo yo en su cara, 
aunque no suene muy bien: el mundo se parece al 
hombre en que tiene su parte trasera; /eso es muy 
verdad!— Hay en el mundo mucho fango: /eso es muy 
verdad! jpero no por eso es el mundo un monstruo 
fangoso!— La sabiduria quiere que haya en el mundo 
muchas cosas que huelen mal: jel asco mismo crea 
alas y fuerzas que presienten manantiales! — Aun en 
los mejores hay algo que repugna, ;y el mejor mismo 
es cosa que debe superarse!— ]Oh hermanos mios! 
jconviene a la sabiduria que haya mucho fango en el 
mundo! 

15.— He oido a piadosos creyentes en ultra-mun- 
dos decir & su conciencia palabras como esas, y, en 
verdad, sin malicia ni broma— aunque no haya nada 
m£s falso en la tierra, ni nada peor: «jDejad al mun- 
do ser el mundo! ;No movais siquiera un dedo contra 
el!— Dejad que se estrangule y traspase, que se de- 
suelle y pulverice £ las gentes; no movdis siquiera un 
dedo para oponeros & ello. Asi aprenden a renunciar 
al mundo.— Y A tu propia razon deberias abatirla y 
extrangularla: porque esa razon es de este mundo; 
asi aprendes tu mismo & renunciar al mundo. » — jRom- 
ped, rompedme, hermanos mios, esas viejas tablas de 
los devotos! jAniquilad las palabras de los calumnia- 
dores del mundo! 

16.— «E1 que aprende mucho olvida todos los de- 
seos violentos» — asi se murmura hoy en todas .la3 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 191 

calles obscuras.— «La sabiduria fatiga; nada vale la 
pena; no debo codiciar» — yo he encontrado suspen- 
dida esta nueva tabla, aun sobre las plazas publicas. 
— jRomped, hermanos mios, romped tambien esa 
nueva tabla! La han suspendido los hastiados del 
mundo, los predicadores de la muerte y los carcele- 
ros: porque es tambten un llamamiento al servilismo. 
— Ellos han aprendido mal, y no las cosas mejores, y 
todo demasiado pronto y demasiado aprisa: han comi- 
do mal, y se les ha revuelto el estomago— ique un 
estomago revuelto es ese espiritu que aconseja la 
muerte! Porque el espiritu, hermanos mios, es ver- 
daderamente un estomago.— La vida es una fuente de 
alegria! mas, para el que deja hablar a su estomago 
empachado, padre de la tristeza, todas las fuentes 
estan emponzonadas.— Conocer es un goce para el 
que tiene voluntad de leon. Pero el que se ha fatiga- 
do sufre el yugo de una voluntad extrana; todas las 
olas juegan con 61.— Y asi hacen todos los d£biles: se 
pierden en su camino. Y su cansancio acaba por pre- 
guntarse: «^,Por qu6 habiamos de seguir este camino? 
jTodo es igual!»— A ellos es a quienes agrada oir 
predicar: <qNada vale la pena! ;No debris querer!» Y, 
eso, sin embargo, es un llamamiento al servilismo. 
— jOh hermanos mios! Zaratustra llega como una 
rafaga de viento fresco para todos los que estdn fati- 
gados de su camino; jaun ha de hacer estornudar a 
muchas narices!— ;Mi h&lito libre sopla al traves de 
los muros, penetrando en las prisiones y en los espi- 
ritus presos! 

La voluntad liberta, porque la libertad es creado- 
ra: tal ensefio yo. jY solo para crear necesitais apren- 
der!— jY solo de mi necesitais aprender a aprender, 
aprender bien!— Que el que tenga oidos oiga. 

17.— La barca esta pronta; boga alia, d la otra 



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192 NJBTZSCHE 

parte, quiza hacia la gran nada. iPero quten quiere 
embarcarse hacia ese «Gjuiz£»?— jNinguno de voso- 
tros quiere embarcarse en la barca de la muerte! 
jComo quer&s entonces estar fatigados del mundo! 
— jFatigados del mundo! jY no est&is desprendidos 
siquiera de la tierra! jYo siempre os he visto deseo- 
sos de la tierra, enamorados de vuestra propia fatiga 
de la tierra!— No en vano tenuis el labio pendiente: 
jaiin le pesa un deseillo terreno! Y en vuestra mirada 
£no flota una nubecilla de alegria terrena que no ha- 
beis olvidado aun?— Hay en la tierra muchas buenas 
invenciones, unas utiles, otras agradables: por eso 
hay que amar a la tierra.— Y algunas invenciones son 
tan buenas, que son como el seno de la mujer, utiles 
y agradables juntamente.— jPero £ vosotros, fatiga- 
dos del mundo y perezosos, hay que sacudiros con 
varas! jA varazos hay que avivaros las piernas!— 
Porque, si no sois enfermos y seres gastados, de 
quienes est& fatigada la tierra, sois perezosos ladinos 
6 gatos golosos y cazurros que solo buscan su placer. 
Y si no quer£is volver a correr alegremente, es pre- 
ciso que desaparezc&is.— No hay que empenarse en 
ser medico de los incurables: asi ensena Zaratustra. 
jbesapareced, pues!— Pero se necesita mas valor 
para dar remate que para hacer un verso nuevo: eso 
lo saben todos los medicos y todos los poetas. 

18.— [Oh hermanos mios! Hay tablas creadas por 
la fatiga y tablas creadas por la pereza, la podrida 
pereza: aunque hablan del mismo modo, quieren ser 
oidas de modos diferentes. — jVed ese alicaido! No 
dista m£s que un paso de su termino; . pero, A causa 
de su fatiga, el valiente se ha tumbado mohino en la 
arena. ^De puro rendido, bosteza A la vista de su 
camino, de la tierra, de su fin y de si propio: !no 
quiere dar un paso mas ese valiente!— Ahora el sol 



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ASf HABLABA ZABATUSTBA 193 

le derrite, y los perros querfan lamerle el sudor; pero 
alii se est£ tumbado tercamente y prefiere consumir- 
se.— jConsumirse & un paso de su fin! \A tal h6roe 
ser£ menester que le Hey6is de los pelos hacia su 
cielo!— M&s vale, en verdad, que le dejeis donde se 
ha tumbado para que le venga el sueno, el suefio con- 
solador, con un rumor de lluvia refrigerante.— De- 
jadle acostado hasta que despierte de suyo— hasta 
que rechace de suyo toda fatiga ytodo lo que en el 
ensenaba la fatiga. — Lo unico que habeis de hacer, 
hermanos mios, es echar lejos de el los perros, los 
perezosos cazurros y toda esa plaga invasora.— ;To- 
da la plaga invasora de la gente «ilustrada» que se 
alimenta del sudor de los heroes! 

19. — Yo trazo en torno de mi circulos y santas 
fronteras: cada vez son menos los que suben conmi- 
go por montafias m&selevadas cada vez: yo levanto 
una cadena de montes cada vez mds santos.— Pero 
adondequiera que dese&s subir conmigo, hermanos 
miqs, jcuidad de que no haya parasites que suban con 
vosotros! — Un pardsito es un gusano rastrero 6 insi- 
nuate que quiere engordarse con todas vuestras in- 
timidades enfermas y heridas.— Y ese es su arte: adi- 
vinar donde estdn fatigadas las almas que suben. En 
vuestra aflicci6n y en vuestrQ descontento, en vuestro 
frdgil pudor, construye su repugnante nido.— Donde 
el fuerte es d£bil, donde el noble es demasiado indul- 
gente, alii construye su repugnante nido: el par&sito 
habita donde el grande tiene riconcillos enfermos.— 
£Cu£l es la espeeie de seres mas alta y cudl la mas 
baja? El par&sito es la espeeie m£s baja, pero el que 
es de la espeeie m&s alta es el que alimenta mas para- 
sitos.— Porque el alma que tiene la escala m&s larga 
y puede descender mas abajo, ^corno no llevaria so- 



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194 NIBTZ8CHE , 

bre si el mayor niimero de parisitos?— El alma mis 
vasta, que puede correr, extraviarse y errar mis le- 
jos en si misma; la mis necesaria, que se precipita 
por placer en el azar:— El alma que es y se sumerge 
en la corriente del venir a ser; el alma que posee y 
quiere el querer y el deseo:— El alma que se huye a 
si misma y que se aleanza a si misma en el mas am- 
plio circulo; el alma mis sensata a quien la locura in- 
vita mas dulcemente:— El alma que se ama mis i si 
misma, en quien todas las eosas tienen su ascenso y 
su deseenso, su flujo y su reflujo... ;oh! <J,como el al- 
ma mas alta no tendria los peores parasitos? 

20.— jOh hermanos mios! ^Me mostrar6 cruel di- 
ciendoos que lo que cae es menester aiin empujarlo? 
— Todo lo que es de hop cae y sedescompone: <?,quien, 
pues, querria retenerlo? Yo, por mi parte, quiero aiin 
empujarlo.— -^Conoceis la voluptuosidad que precipi- 
ta las piedras en profundidades i pico? Ved esos hom- 
bres de hoy: mirad como jruedan i mis profundida- 
des! — ;Yo soy un preludio para mejores tafiedores, 
hermanos mios! jUn ejemplo! ;Obrad segiin mi efem- 
plo!— Y i quien no enseneis a volar, ensenadle... ;d 
caer mas deprisa! 

21.— Me gustan los valientes; pero.no basta ser 
buena espada: jhay que saber tambien a quiin se hie- 
re!— Y muchas veces hay mas valentia en abstenerse 
y en pasar adelante, d fin de reservarse para un ene- 
migo mis digno.— Vosotros no debeis tener mis que 
enemigos dignos de odio. pero no enemigos dignos 
de despre&o: es menester que esteis orgullosos de 
vuestro enemigo; ya una vez os lo he ensefiado. — Es 
menester que os reserves para el enemigo mis dig- 
no, amigos mios; por eso hay muchos ante los cuales 
debeis pasar, sobre todo, ante la canalla numerosa 
que os apedrea los oidos, hablindoos del pueblo y de 



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ASf HABLABA ZAEATDSTRA. 195 

las naciones.— jGuardad vuestros ojos de su «pro» y 
de su «contra»! Hay ahi mucha justicia e injusticia: 
ver tal cosa subleva.— Verla y embesNr es todo uno: 
jMarchaos, pues, £ los bosques y dad paz a vuestra 
espada!— jSeguid vuestros caminos! ;Y dejad & los 
pueblos y naciones seguir los suyos!— jCaminos obs- 
curos, en verdad, donde no brilla pa ninguna esperan- 
za! — jReine el mercachifle donde todo lo que brilla no 
es m&s que oro de mercachifle! No es ya tiempo de 
reyes: lo que hoy se llama pueblo no merece rey.— 
Mirad, si no, como imitan ahora las naciones k los 
mercachifles: jrebanan las menores utilidades en to- 
das las barreduras!— Se espian, se acechan— a eso es 
a lo que llaman «buena vecindad.» jDichosos tiempos 
aquellos en que un pueblo se decia: «;Sobre naciones 
quiero yo ensenorearmeh—Porque, hermanos mios, 
lo mejor debe reinar, lo mejor quiere tambien reinar. 
Y donde se oye otra doctrina es quefalta lo mejor. 

22.— Si gstos tuviesen el pan de balde, jmal haya! 
<j,tras de qu6 andarian gritando? <J,De que se ocuparian 
si no fuese de su subsistencia? ;Y es necesario que 
tengan dura vida!— Son animales rapaces: en su «tra- 
bajo» hay rapto tambten; en sus «ganancias»... hay 
tambien astucia. ;Por eso deben tener dura vida! — 
Deben, pues, hacerse mejores animales rapaces, mds 
finos y astutos, animales m£s seme j antes al hombre: 
porque el hombre es el mejor animal rapaz.— El hom- 
bre ha arrebatado ya sus virtudes a todos los anima- 
les; por eso, de todos los animales, el hombre es el 
que ha tenido la vida mis dura.— Solo las aves es- 
t£n aiin por encima de 61. Y si el hombre aprendiese 
tambien a volar, joh! id que altura volaria su rapa- 
cidad! 

23.— Asi quiero yo al hombre y £ la mujer; el uno 
apto para la guerra; la otra apta para dar £ luz; pero 



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196 NIETZSCHE 

los dos aptos para bailar con cabeza y piernas.— jY 
que cada dia en que no se haya bailado una vez al 
menos sea perdido para nosotros! jY que toda ver- 
dad que no traiga al menos una risa nos parezca falsa! 

24.— Tocante A la manera como «anud£is» vues- 
tros matrimonios, cuidad de que no sea un mal nudo, 
— £Hab6is anudado demasiado deprisa? jPues de ahi 
se sigue un rompimiento!— jY vale m£s aun romper 
el vinculo que doblegarse y mentir! He aqui lo que 
me ha dicho una mujer: «Es verdad que yo he roto 
los lazos del matrimonio, pero los lazos del matrimo- 
nio me habian roto antes £ mi. »— Siempre vi que los 
mal avenidos se hallaban sedientos de la peor ven- 
ganza: se vengan en todo el mundo de no poder pa 
andar separadamente.— Por eso quiero que los que 
son de buena fe digan: «Nosotros nos amamos: /pro- 
curemos guardarnos afecto! O bien, ^seria una equi- 
vocacion nuestra promesa?»— «jDadnosun plazo, una 
corta union para que veamos si somos capaces de 
una larga union! jEs una grave cosa ser siempre 
dos!»— Asi aconsejo £ todos los que son de buena fe; 
\y & que se reduciria mi amor al Superhombre y a 
todo lo que debe venir, si aconsejase y hablase de 
otro modo!— Y no debris s61o multiplicand, sino ele- 
varos. jOh hermanos mios! jque os ayude para eso el 
jardin del matrimonio! 

25.— El que conoce & fondo los antiguos origenes, 
ese acabar& por buscar las fuentes del porvenir y nue- 
vos origenes.— Hermanos mios, no pasara ya mucho 
tiempo sin que broten nuevos pueblos, sin que nue- 
vos manantiales mujan en nuevas profundidades.— 
Porque el terremoto hunde muchas fuentes y crea 
mucha sed: eleva tambien a la luz f uerzas interiores 
y secretas.— El temblor de tierra revela nuevos ma- 
nantiales. En el cataclismo de los pueblos antiguos 



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asi hablaba zaratustra 197 

surgen manantiales nuevos.— Y si uno exclama: «Mi- 
rad: aqui teneis una fuente para muehos sedientos, 
un corazon para muehos desmayados, una voluntad 
para muehos instrumentos,» en torno de ese se reune 
un pueblo, es decir: muehos hombres que hacen la 
prueba.— Qui£n sabe mandar y quien debe obedecer 
es lo que alii se ensaya. jAy! jcon cudntas investi- 
gaciones, adivinaciones, consejos, experiencias y 
tentativas nuevas! 

La sociedad humana es una tentativa: he ahi lo 
que yo enseno— una larga investigacion; pero buspa 
al que manda.— jUna tentativa, hermanos mios, y no 
un «contrato»! jRomped, romped con tales palabras 
de los corazones cobardes y de los amigos de com- 
ponendas! 

26.— ;Oh hermanos mios! £en quten se encuentra 
el mayor peligro de todo porvenir humano? £No es 
en los buenos y los justos?— ^En los que dicen y sien- 
ten en su corazon: «Nosotros sabemos ya lo que es 
bueno y justo, y lo poseemos; jdesgraciados de los 
que quieran aiin buscar aqui!»— \Y por mucho mal 
que puedan hacer los malos, el que hacen los buenos 
es el mds nocivo de todosl— \Y por mucho mal que 
puedan hacer los calumniadores del mundo, el que 
hacen los buenos es el mas nocivo de todos!—Her- 
manos mios, alguien miro una vez el corazon de los 
buenos y de los justos, y dijo: «Son los fariseos.» 
Pero no se le comprendio. — Los buenos y los justos 
mismos no debian comprenderle: su espiritu es un pri- 
sionero de su conciencia.— Pero la verdad es esta: es 
forzoso que los buenos sean fariseos: jno tienen elec- 
cion!— \Esforzoso que los buenos crucifiquen al que 
se invente su propia virtud! jEsa es la verdad!— Otro 
que descubrio su pais— el pais, el coraz6n y el terre- 
no de los buenos y de los justos— fue el que pregunto: 



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198 NIETZSCHE 

«iA quten odian m£s?»— Al creador es £ quien m£s 
odian: al que rompa tablas y afiejos valores, al des- 
tructor— & ese es a quien llaman criminal.— Porque 
los buenos... no pueden crear: son siempre el princi- 
pio del fin:— Crucifican al que escribe nuevos valo- 
res en tablas nuevas; sacrifican para si el porvenir— 
jcrucifican todo el porvenir de los hombresl— Los 
buenos fueron siempre 61 principio del fin. 

27.— Hermanos mios, <j,hab£is comprendido tam- 
bien esta palabra? iy lo que dije un dia del «ultimo 
hombre?»— ^En quten se encuentran los mayores pe- 
ligros para el porvenir de los hombres? <j,No es en los 
buenos y los justos?— -/Aeabad, acabad con los bue- 
nos y los justos! Hermanos mios, ^habeis compren- 
dido tambien esta palabra? 

28.— <J,Huis de mi? lOs asusteis? ^Tembldis ante 
esta palabra?— Hermanos mios, hasta que os he dicho 
que acab&s con los buenos y con las tablas de los 
buenos no he embarcado al hombre en su plena mar. 
— Y ahora solo es cuando le sobreviene el gran te- 
rror, la gran mirada inquieta, la gran enfermedad, la 
gran ndusea, el gran mareo. — Los buenos os han en- 
sefiado cosas enganadoras y falsas seguridades; ha- 
biais nacido entre las mentiras de los buenos y os 
habiais guarecido en ellas. Los buenos han falseado 
y desnaturalizado radicalmenie todas las cosas.— Pero 
el que descubrio el pais «hombre» descubrio al mismo 
tiempo el pais « porvenir de los hombres». \ Ahora 
debris ser para mi bravos y pacientes marineros!— 
jMarchad derechos £ tiempo, hermanos mios; apren- 
ded £ marchar derechosl El mar est£ alborotado; hay 
muchos que necesitan de vosotros para enderezarse. 
El mar brama: todo esta en el mar. jEa! jAndando, 
viejos corazones de marineros!— jQu6 importa la pa- 
tria! jNosotros queremos gobernar alld abajo y en 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 199 

donde estd el pais de nuestros hijos! Alii, a lo lejos, 
mds fogoso que el mar, se deseneadena nuestro gran 
deseo. 

29.— «<J,Por qu6 tan duro?— dijo un dia al diamante 
el carb6n comun.— <j,No somos pr6ximos parientes?* 
iPor que tan blandos? Asi os pregunto yo y hermanos 
mios: £no sois, pues, mis hermanos?— ^Por qu6 tan 
blandos, tan plegadizos, tan flojos? ^Por que hay 
tanta renuncia, tanta abdicaci6n en vuestros eorazo- 
nes? £tan poco destino en vuestra mirada?— Y si no 
quereis ser destinos, si no quer&s ser inexorables, 
<i,c6nio podriais un dia veneer eonmigo?— Y &i vuestra 
dureza no quiere centellear y cortar y sajar, ^corno 
podriais un dia crear conmigo?— Porque los ereado- 
res son duros. Y debe pareceros beatitud imprimir 
vuestra mano sobre siglos como sobre blanda cera, y 
escribir sobre la voluntad de milenarios, como sobre 
bronce— mas duros que el bronce, mas nobles que el 
bronce.-- S61o el mds duro es el m&s noble.— Herma- 
nos mios, yo coloeo sobre vosotros esta nueva tabla: 
jHaceos duros! 

30.— jOh tu, voluntad, necesidad mia, tregua de 
toda miseria! jGuardame de todas las pequenas vic- 
torias!— jAzar de mi alma, a quien llamo destino! jTii 
que est£s en mi y por encima de <hi, gu&rdame y re- 
s6rvame para un gran destino.— Y tu ultima grande- 
za, voluntad mia, conservala para el fin— jpara que 
seas implacable en tu victoria! jAv! ;Qui6n no sucum- 
be & su victoria!— jAy! iQu€ ojos no se han obscure- 
cido en esa embriaguez de crepiisculo? £que pie no ha 
tropezado y perdido su firmeza en la victoria? — Para 
estar preparado y maduro cuando llegue el gran me- 
diodia: preparado y maduro como el bronce candente, 
como la nube henchida de relampagos y el seno hen- 
chido de leche:— Preparado para mi mismo y mi vo- 



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200 NIETZSCHE 

luntad mas oculta: un arco anhelante de su flecha, una 
flecha anhelante de su estrella:— Una estrella prepa- 
rada y madura en su mediodia, ardiente y traspasada, 
gozosa de la flecha celeste que la destruye:— Sol e 
implacable voluntad de sol, pronta a destruir en la 
victoria!— jOh voluntad, necesidad mia, tregua de to- 
da miserial jres6rvame para una gran victoria! 
Asi hablaba Zaratustra. 

EL CONVALECIENTE. 1 .—Una manana, poco 

tiempo despues de la vuelta d su caverna, Zaratustra 
salto de su lecho como un loco; empezo a gritar con 
voz terrible, gesticulando como si algun otro acostado 
en el mismo lecho no quisiese levantarse; y la voz de 
Zaratustra retumbaba en tales terminos; que sus anima- 
tes se acercaron £ 61 espantados, y de todos los escon- 
drijos pr6ximos a la caverna de Zaratustra todos los 
animales huian, volando, revoloteando, arrastrdndose 
y saltando, segun tenian patas 6 alas. Pero Zaratus- 
tra pronuncio estas palabras: «jSube, pensamiento 
vertiginoso, sal de mi profundidad! Yo soy tu gallo y 
tu crepiisculo matutino, dormido gusano: jlevdntate! 
;Mi voz acabard por despertarte! — jDestdpate los 
oidos! jEscucha! jPorque yo quiero oirte! jLevantate! 
jHay aqui bastante trueno para que hasta las tumbas 
aprendan & oir!— jBorra de tus ojos el sueno y todo lo 
que es miope y ciego! Esciichame tambi^n con tus 
ojos: mi voz es un remedio aun para los ciegos de 
nacimiento.— Y cuando llegues & estar despierto; lo 
estards eternamente. No acostumbro yo A despertar A 
tatarabuelos para decirles que se vuelvan a dormir.— 
^Te rebulles, te estiras e hipeas?;Levdntate! No has de 
hipear; ihas de hablarme! jTe llama Zaratustra, Zara- 
tustra el impio!— Yo Zaratustra, el afirmador de la 
vida, el afirmador del dolor, el afirmador del circulo, 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 201 

te llamo & ti, jal m£s prof undo de mis pensamientos! 
—jDichoso de mi! Vienes... te oigo. Mi abismo ha- 
bia. jHe vuelto hacia la luz mi ultima profundidad!— 
jDichoso de mi! jVen! Dame la mano... jAh! jDeja! 
jAh, ah!... [Horror! jHorror! jHorror!.., jDesgraciado 
de mi!» 

2.— Apenas habia dicho Zaratustra estas palabras, 
cayo en el suelo desmayado, y permanecio como 
muerto largo rato. Cuando volvio en si, estaba p£li- 
do y tembloroso, y siguio tendido sin querer comer 
ni beber en mucho tiempo. Duro eso siete dias; pero 
sus animales no le abandonaron de dia ni de noche, 
salvo el dguila que & veces se elevaba a los aires en 
busca de sustento; y el ave depositaba en el lecho de 
Zaratustra todo lo que encontraba y llegaba £ coger: 
de modo que Zaratustra acabo por estar acostado 
entre bayas amarillas y rojas, racimos, manzanas, 
hierbas aromdtieas y pifias. Pero £ sus pies estaban 
tendidas dos ovejas que el £guila habia robado traba- 
josamente a sus pastores.— Por fin, al cabo de siete 
dias, Zaratustra se incorporo, tomo una pifia en la 
mano, se puso £ olerla y le agrado el olor. Los ani- 
males creyeron entonces que habia llegado la hora ^r^V 
de hablarle.— «Z^ratustra (dijeron): hace siete dias ***•*? '^ 
que est£s tendido ahi con ojos pesados; <nio guieres t^/ 
al fin tenerte en pie?— Sal de la caverna: el mundo te 
aguarda Gomo un verjel. El viento juega con los pe- 
sados perfumes que quieren venir £ tu encuentro, y 
todos los riachuelos quisieran correr tras de ti. — Por 
ti suspiran todas las cosas, viendo que te has quedado 
solo durante siete dias. ;Sal de la caverna! jTodas las 
cosas quieren ser tus medicos!— ^Te ha sorprendido 
alguna nueva certidumbre, amarga y pesada? Te has 
tendido ahi como una masa que fermenta; tu alma se 
hinchaba y rebosaba por todas partes. » 



M 



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202 NIETZSCHE 

«Animales mios (respondio Zaratustra): seguid 
eharlando asi, y dejadme escuchar. Vuestra charla me 
reconforta: donde se charla, el mundo me parece di- 
latarse ante mi como un verjel.— \Qu6 agradable es 
que hapa palabras y sonidos! ^No son las palabrasp 
los sonidos los arcos iris y puentes ilusorios entre las 
cosas eternamente separadas?— A cada alma pertene- 
ce otro mundo; para cada alma toda otra alma es un 
ultra-mundo.— Entre las cosas m£s semejantes es don- 
de es mas bella la ilusion: porque sobre el abismo 
mas pequeno es donde es m£s dificil lanzar un puente. 
—Para mi... £c6mo habria algo fuera de mi? jNo hay 
afuera! Pero todos los sonidos nos hacen olvidar eso. 
jQue agradable es que podamos olvidarlo!— ^No han 
sido dados & las cosas los nombres y los sonidos para 
que el hombre se recree en las cosas? Hablar es una 
bella locura: hablando, baila el hombre sobre todas 
las cosas.— jQue dulce es toda palabra! jQue dulees 
pareeen todas las mentiras de los sonidosl Los so- 
nidos hacen bailar nuestro amor en variados arcos 
iris.» 

«Zaratustra (dijeron entonces los animates): para 
los que piensan como nosotros, todas las cosas bai- 
lan; van, se alargan la mano, se rien, huyen... y vuel- 
ven.— Todo va, todo vuelve, la rueda de la existen- 
cia gira eternamente. Todo muere; todo vuelve £ 
florecer; eternamente corren las estaciones de la 
existencia.— Todo se destrupe, todo se reeonstruye; 
eternamente se edifica la misma casa de la existencia. 
T6do se separa, todo se saluda de nuevo; el anillo de 
la existencia se conserva eternamente fiel £ si mismo. 
—A cada momento principia la existencia; alrededor 
de cada aqui gira la bola alld. El Centro est& en to- 
das partes. La senda de la eternidad es tortuosa.* 

«;Ah, picaros organillos! (contest6 Zaratustra vol- 



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asI hablaba zakatustra 203 

viendo 6 sonreir). ;Qu6 bien sab6is lo que debia cum- 
plirse en siete dias!— jY c6mo se desliz6 aquel 
monstruo d mi garganta para ahpgarme! Pero de una 
dentellada lp( cort6 la ^abeza y la escupi lejos de mi. 
— jY vosotros hab6is sacado ya de esto un estribillo! 
Pero ahora yo estop tendido aqui fatigado de haber 
mordido y escupido, enfermo atin de mi propia libe- 
raci6n.— ;Y vosotros hateis sido espectadores de 
todo esol jOh animales mios! ^tambien vosotros sois 
crueles? ^HabSis querido contemplar mi gran dolor, 
como hacen los hombres? Porque el hombre es el 
m£s cruel de todos los animales. — Hasta ahora, como 
se ha sentido m£s & gusto sobre la tierra es asistiendo 
& tragedias, a lidias de toros y £ crucifixiones; y 
cuando invent6 el infierno, ese fue su cielo en la tierra. 
— Cuando clama el gran hombre, en seguida acude 
corriendo el pequeno, con la lengua & fuera de ansia. 
;Y & eso llama su «compasion»!— Ved el hombre pe- 
queno, sobre todo el poeta... jCon que ardor acusan 
sus palabras £ la vida! Escuchadle, pero no os olvi- 
d6is de oir el placer que hay en toda acusacion.— A 
esos acusadores de la vida los deja pegados la vida 
en un abrir y cerrar de ojos. «£Conque me amas?— 
dice la desvergonzada— pues aguarda un poco; no 
tengo aiin tiempo para ti.»— El hombre es el animal 
m£s cruel para consigo, y siempre que oigdis & uno 
llamarse «peeador» 6 «penitente» 6 hablar de «su 
cruz», no os olvid&s de oir la voluptuosidad que res- 
piran esas quejas y esas acusaciones.— Y yo mismo... 
£es que yo quiero ser con esto el acusador del horn- 
brer* i Ay, animales mios! el mayor mal es necesario 
para el mayor bien del hombre: eso es lo unico que 
he aprendido hasta ahora:— El mayor mal es la mejor 
fixer za del hombre, la piedra m£s dura para el mds 
alto creador; es menester que el hombre se haga me- 



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201 NIETZSCHE 

jor y mis malo.— -Yo no me he visto clavado en esta 
cruz del martirio por saber que el hombre es malo 
sino por haber gritado como nadie ha gritado toda- 
via: qAh, qu6 pequeno es lo peor de 61! |Ah, qu6 pe- 
queno es lo me jor de el!»— El gran hastio del hombre 
es lo que me ahogaba y se me habia atravesado en la 
garganta; y tambten lo que predecia el adivino: «jTo- 
do es igual; nada vale la pena; el saber ahoga!»— 
Ante mi se arrastraba un largo crepusculo, una mor- 
tal tristeza ebria y fatigada, que hablaba bostezando: 
/«Eternamente vuelve el hombre de que estis hastia- 
do, el hombre pequeno »— asi bostezaba mi tristeza, 
arrastrando los pies sin poder dormirse.— La tierra 
humana se transformaba para mi en caverna; su pe- 
cho se hundia; todo lo vivo era para mi podredum- 
bre, huesos humanos y pasado ruinoso.— Mis suspiros 
reposaban en todas las tumbas humanas y no podian 
volver i levantarse; mis suspiros y mis preguntas 
gemian, se ahogaban, roian y quejaban noche y dia: 
«jAj>, el hombre vuelve eternamente! ;E1 hombre pe- 
queno vuelve eternamente! »— Al mis grande y al mis 
pequeno de los hombres, los he visto desnudos: jde- 
masiado semejantes el uno al otro!... jDemasiados 
humanos— aun el mis grande!— jDemasiado pequeno 
el mis grande!— ;Ese era mi hastio del hombre!— |Y 
la eterna vuelta, aun del mis pequeno!— |Ese era mi 
hastio de toda existencia!— «;Ay! jhastio! jhastio! 
;hastio!»— asi hablaba Zaratustra, suspirando y estre- 
mectendose, porque se acordaba de su enfermedad. 
Pero sus animates no le dejaron proseguir. 

«;No hables mis, convaleciente! (le respondieron 
sus animales). Sal de aqui; ve adonde teespera el 
mundo cual un verjel.— jAnda al lado de los rosales, 
de las abejas y de los enjambres de palohias! jPero, 
sobre todo, al lado de las aves canoras, para aprender 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 205 

su canto!— Porque el canto es lo que cuadra & con- 
valecientes: que hable el que goce de salud. Y si el 
que goza de salud quiere cantos, han de ser otros 
que lbs del convaleciente.» 

«;AhI jPicaros organillos, callaos! (rfcspondio Za- 
ratustra, riendose de sus animales). iQue bien sab6is 
el consuelo que me he inventado en siete dias!— 
Tener que cantar nuevamente: ese es el consuelo que 
he inventado para mi, esa es la curacion. <?,Quer6is 
sacar tambten de eso un estribillo?» 

«Deja de hablar (volvieron & decide sus animales): 
iprep£rate una lira, eonvaleciente, una lira nueva! — 
Porque, mira, Zaratustra: para tus nuevos cantos, 
hace falta una lira nueva.— Canta y esplayate, Zara- 
tustra; cura tu alma con cantos nuevos, para que pue- \ 
das sustentartu gran destino, que no ha sido aiin eldes- 
tino de nadie.— Porque tus animales saben bienquien 
eres, Zaratustra, y lo que debes llegar a ser: tu eres 
el maestro del eterno retorno de las cosas: jese es 
ahora tu destinol — Tu has de ser el primero que ense- 
ne esta doetrina— jcomo ese gran destino no ser£ 
tambien tu mayor peligro y \u enfermedad!— Mira, 
nosotros sabemos lo que ensefias: que todas las cosas 
vuelven eternamente y nosotros mismos con ellas, 
que nosotros hemos existido ya infinidad de veces y 
todas las cosas con nosotros. — Ensefias que hay un 
gran ano de revueltas, un monstruo de ano, que, a 
semejanza de un reloj de arena, tiene siempre que 
volverse de nuevo para correr y vaciarse de nuevo; 
de suerte que todos esos anos soniguales £ si mismos, 
en grande y en pequeno; del mismo modo que noso- 
tros en todo gran ano, somos iguales £ nosotros mis- 
mos, en grande y en pequeno.— Y si tu quisieses 
morir ahora, Zaratustra, sabemos tambiSn como te 
hablarias £ ti mismo— pero jtus animales tc suplican 



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206 NIETZSCHE 

que no mueras aun!— Hablarias sin temblar y m£s bien 
respirarias de alegria, porque tii, el m£s paciente, te 
verias libre de un gran pesoi «Me muero, desaparez- 
co (dirias); dentro de un instante no ser6 ya nada. Las 
almas son tan mortales como los cuerpos. — Pero el 
nudo de las causas en que me encuentro cogido vol- 
vera y... jtomard A crearme! Yo mismo formo parte 
de las causas del eterno retorno de las cosas. — Vol- 
vere con este sol, con esta tierra, con este £guila, 
con esta serpiente— no para una vida nueva, ni para 
una vida mejor 6 an£loga: — Volvere eternamente pa- 
ra esta misma vida, igual en grande y tambiSn en pe- 
queno, a fin de ensenar otra vez el eterno retorno de 
todas las cosas, £ fin de repetir otra vez las palabras 
del gran mediodia de la tierra y de los hombres, £ fin 
de adoctrinar de nuevo A los hombres sobre el Super- 
hombre.— He dicho mi palabra y por ella sucumbo: 
Asi lo quiere mi destino eterno— jdesaparezco como 
anunciador!— Ha llegado la hora: la hora en quese 
bendice A si mismo el que desaparece. Asi... acaba 
«el ocaso de Zaratustra». 

Despues de pronunciar estas palabras, callaron los 
•animates, aguardando \ que Zaratustra les dijese al- 
guna cosa; pero Zaratustra no se di6 cuenta de que 
callaban. Estaba tendido tranquilamente, con los ojos 
cerrados, como si durmiera, aunque no dormia: por- 
que conversaba con su alma. Pero el &guila y la ser- 
pientei cuando le vieron tan silencioso, respetaron el 
gran silencio que le rodeaba y se rctiraron con pre- 
caucion. 

DEL GRAN ANHELO. Alma mia, yo te he 

ensenado & decir «hoy» «undia» y «en otro tiempo», 
y & pasar bailando por encima de todo aqu( y alld y 
aculld.—A\ma mia, yo te he librado de todos los es- 



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as! hablaba zaratustra 207 

condrijos; he alejado de ti el polvo, las arafias y la 
media luz.-^Alma mia, te he lavado del pudorcito y 
de la virtud meticulosa y te he inclinado A estar des- 
nuda ante los ojos del sol.— Con la tempestad que se 
llama «espiritu» sopte sobre tu mar revuelto, y ex- 
puls6 de 61 todas las nubes y hasta extrangule al ex- 
trangulador que se llama «pecado».— Alma mia, te he 
dado el derecho de deeir «no», como la tempestad, y 
4e decir «si», como el cielo despejado; ahora estas 
tranquila como la luz y pasas al traves de las tem- 
pestades negadoras.— Alma mia, te he devuelto la li- 
bertad sobre lo creado y lo increado: iy quien conoce 
como tu la voluptuosidad del porvenir?— Alma mia, 
te he ensenado el desprecio que no viene como la 
carcoma, el gran desprecio amante, que ama mas 
donde m£s desprecia.— Alma mia, te he ensenado a 
persuadir de tal modo que las causas mismas se te 
rinden: bien asi como el sol que persuade al mismo 
mar para que suba a su altura.— Alma mia, he apar- 
tado de ti toda obediencia, toda genuflexion y todo 
servilismo; yo mismo te he dado el nombre de «tregua 
de miserias'» y de «destino».— Alma mia, te he dado 
nombres nuevos y juguetes vistosos, te he llamado 
«destino», y «circunferencia de las circunferencias», 
y «ombligo del tiempo», y «boveda cenilea».— Alma 
mia, he dado £ beber £ tu dominio terrestre toda la 
sabiduria, asi los vinos nuevos como los m£s anejos y 
fuertes de la sabiduria — los de tiempo immemorial.— 
Alma mia, he derramado en ti todo sol y toda noche, 
todos los silencios y todos los anhelos: entonces has 
crecido para mi como una vina.— Alma mia, ahora 
estds ahi, repleta y pesada, como vid de ubres hen- 
chidas, de dorados racimos exuberantes— exuberante 
y abrumada de dicha, esperando en medio de la abun- 
dancia y avergonzada de tu expectacion.— jAlma 



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208 KIBTZSCHE 

mia, ahora no hay pa en ninguna parte alma mas 
amante, m&s amplia y eomprensival ^Donde estarian 
el porvenir y el pasado m£s cerea el uno del otro que 
en ti?— Alma mfa, te lo he dado todo, por ti he va- 
ciado mis manos... \y ahora! Ahora me dices sonrien- 
do, llena de melaneolia: «^Quien de nosotros dos 
debe dar las gracias?— <j,No es el donante quien debe 
estar agradecido al que ha tenido k bien tomar? £No 
es una necesidad el dar? ^No es... lastima tomar?»— 
Alma mia, comprendo la sonrisa de tu melaneolia: jtu 
exuberaneia tiende ahora las manos anhelantesl— Tu 
plenitud dirige sus miradas & los mares mugientes, 
busca y espera: jel deseo infinite de la plenitud lanza 
una mirada al traves del cielo sonriente de tus ojosl— 
Y en verdad, alma mia, £qui6n veria tu sonrisa sin 
deshacerse en lagrimas? Los mismos angeles se des- 
haeen en lagrimas viendo la excesiva botldad de tu 
sonrisa.— Tu bondad, tu bondad harto grande, no 
quiere lamentarseni llorar; y, sin embargo, alma mia, 
tu sonrisa desea las ldgrimas, y tu tr£mula boca los 
sollozos.— «^No es todo llanto una queja, y toda 
queja una acusacion?» Asi te hablas a ti misma; y por 
eso prefieres sonreir, alma mia, a derramar tu pena — 
a derramar en torrentes de lagrimas toda la pena que 
te causa tu plenitud y toda la ansiedad que hace £ la 
vina suspirar por el vifiador y la podadera del vina- 
dor.— Pero, si no quieres llorar, llorar hasta lo ultimo 
tu melaneolia purpurea, sera preciso que cantes, 
alma mia.— Ya ves: yo, que he predicho esto, vo 
mismo sonrio.— Ser£ preciso que cantes con voz mu- 
giente, hasta que todos los mares se queden silencio- 
sos, para escuchar tu gran anhelo:— Hasta que en 
anhelantes y callados mares se balancee la barca, la 
dorada maravilla, en derredor de cuyo oro bullen to- 
das las cosas buenas, malignas y maravillosas, y 



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A SI HABLABA ZARATUSTRA 209 

muchos animates, grandes y pequefios, y cuanto po- 
see piernas ligeras y maravillosas para poder correr 
por senderos de violetas hacia la &urea maravilla, 
hacia la barca voluntaria y hacia su dueno. Pero €1 es 
el vifiador que aguarda con su podadera de diamante, 
tu gran libertador, alma mia, el inefable... para quien 
solo los cantos del porvenir sabr&n encontrar nom- 
bres. jY, en verdad, ya tu aliento tiene el perfume de 
los cantos del porvenir, ya ardes y suenas, ya bebe tu 
sed en todos los pozos consoladores de graves ecos, 
ya descansa tu melancolia en la beatitud de los cantos 
del porvenir! — Alma mia, todo te lo he dado, hasta 
mi ultimo bien, y mis manos se han vaciado por ti: 
/haberte dicho que cantes fue mi ultimo don!-— Puesto 
que yo te he dicho que cantes, responde pues, res- 
ponde; <zquien de nosotros dos debe dar gracias aho- 
ra? Pero no: jcanta para mi, canta, alma mia! \Y de- 
jame darte las gracias! » 
Asi hablaba Zaratustra. 

EL OTRO CANTO DE BAILE. l.-«Acabo 

de mirarte a los ojos, vida; he visto relucir oro en tus 
ojos nocturnos; y esa voluptuosidad me ha paralizado 
el corazon: jhe visto brillar una barca de oro en aguas 
nocturnas, una barquilla dorada que se hundia y re- 
aparecia haciendo senas! — Tu dirigias una mirada ha- 
cia mis pies, locos por bailar, una mirada arrulladoi;a, 
derretida, risuena € interrogadora.— Dps veces tan 
solo agitaste con tus manecitas tus crotalos y ya me 
bailaban Sbrios los pies.— Los talones se empjnaban; 
los dedos escuchaban para comprenderte— el bailarin 
<i,no lleva fos oidos en los dedos de los pies?— Salte a 
tu encuentro; tu retrocediste ante mi impulso, y hacia 
mi serpenteaba tu voladora y fugitiva cabellera.— De 

14 



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210 NIBTZSOHR 

un brinco me alej6 de ti y de tus serpientes; tu te er- 
guias ya, medio vuelta, con los ojos henchidos de 
deseos.— Con torcidas miradas me ensenas sendas 
turtuosas; por tortuosas sendas aprende astucias mi 
pie.— Te temo cuando estas cerca; te amo cuando es- 
t£s lejos; tu huida me atrae; tus pesquisas me detie- 
nen. Sufro; pero, por ti, jque no sufriria yo de buen 
grado! — jOh tu, cuya frialdad enciende, cuyo odio 
seduce, cuya huida ata, cuyas burlas... conmueven! 
iQuten no te odiaria, gran atadora, arrolladora, se- 
ductora, escudrinadora y descubridora! ;Qui6n no te 
amaria, inocente, impaciente, arrebatada pecadora de 
ojos infantiles!— ^Donde me arrastras ahora, indomito 
prodigio? jConque vuelves & huir de mi, dulce esqui- 
va, dulce ingrata! - Bailando sigo tus menores hue- 
lias, £D6nde estas? jDame la mano! ;0 aunque solo 
sea un dedo! — jHay por ahi cavernas y espesuras; 
nos vamos £ extraviar! jAlto! jDetente! <<,No ves re- 
volotear buhos y murcielagos?— ;Eh, tu, buho! jMur- 
cielago! ^Quieres burlarte de mi? ^Donde estamos? 
De los perros has aprendido £ aullar y ganir. — Gra- 
ciosamente me ensenabas los blancos dientecitos, tus 
malvados ojos me asaeteaban al trav£s de tus rizadas 
melenas.— ;Qu6 danza por montes y por valles! Yp 
soy el cazador; ^quieres tu ser mi perro 6 mi gamu- 
za?— jAhora 6 mi lado! \y vivo, endiablada saltarina! 
jArriba ahora! ;Y £ la otra parte!— jMal haya! \M sal- 
tar, he caido yol— jMira c6mo estop tendido aqui! 
jmira, altanera, como imploro tu gracia! jYo quisiera 
seguir contigo... sendas m£s agradables! — ;las sendas 
del amor al traves de esmaltadas espesuras! \6 las que 
all£ costean el lago, donde nadan y bailan dorados 
peces!— ^Estas rendida ahora? Alia abajo hay ovejas 
y arreboles vespertinos. iNo es buena cosa dormir 
cuando tanen la flauta los pastores?— ^Tan rendida 



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AS* HABLAB4 ZARATUSTRA 211 

est£s? Voy £ Ilevarte alii; deja siquiera caer los bra- 
zos. <i,Y tienes sed?... Algo podria yo darte; pero tu 
boca no quiere beberlo. jMaldita serpiente estal jhe- 
chicera escurrediza! veloz y agil. £En donde te has 
metido? ;Siento en mi cara dos marcas de tu mano, 
dos manchas rojas.— ;Estoy harto de veras de seguir- 
te siempre como cdndido corderillo! jHechicera, para 
ti he cantado yo hasta ahora; ahora para mi debes 
tu... gritar!— jDebes bailar y gritar al compos de mi 
latigo!— ^Pero no he olvidado el ldtigo? — jNo! 

2.— He aqui lo que respondio entonces la vida, 
tapdndose los delicados oidos: «jOh, Zaratustra! jNo 
restalles tan espantosamente el Idtigo! Tu lo sabes 
bien: el ruido asesinia los pensamientos... \y> ahora me 
asaltan tan tiernos pensamientos!— Nosotros no somos 
buenos ni malos para nada. Allende el bien y el mal 
hemos encontrado nuestra isla y nuestra verde prade- 
ra— jlos dos solos las hemos encontrado! jPor eso nos 
debemos amar el uno'al otro!- Y aunque no nos ame- 
mos con toda el alma £es cosa de enojarse, cuando no 
se aman las personas con toda el alma?— Y que yo te 
amo, que te amo muchas veces con exceso, de sobra 
lo sabes; y la razon es que estoy celosa de tu sabidu- 
ria. jAh! jesa vieja loca de sabiduria!— Si alguna vez 
te dejase tu sabiduria, jay! tambien mi amor te deja- 
ria al punto.» 

Entonces la vida miro pensativa detrds y alrede- 
dor de si, y dijo en voz baja: «jOh, Zaratustra, tu no 
me eres bastante f iel! — Falta mucho para que me ames 
tanto como dices; s6 que piensas dejarme pronto. — 
Hay un viejo bordon pesado, pesadisimo, que resuena 
de noche hasta alia arriba, hasta tu caverna: cuando 
oyes £ esa campana dar la hora & media noche, entre 
una y doce piensas— lo s6, Zaratustra — ipiensas de- 
jarme pronto! » 



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212 NIETZSCHE 

«Si (respond! titubeando); pero tii lo sabes tarn 
bi£n»... Y l^dije unacosa al oido, pegado & su en- 
maranada cabellera, a sus dorados y revoltosos me- 
chones. 

<a^Sabes tu eso Zaratustra? Nadie sabe eso...» 

Y nos miramos, y dirigimos nuestras miradas £ la 
verde pradera por donde pasaba la frescura de la tar- 
de, y Horamos juntos. Entonces la vida era para mi 
mas cara que lo ha sido nunca toda mi sabiduria.» 

Asi hablaba Zaratustra. 

3.— /Una/: jAlerta, hombre!— /Dos/: iQn€ dice la 
media noche profunda?— /Tresh «Hedormido, hedor- 
mido...— -/Cuatro!: »De un profundo sueno he des- 
pertado.— /Cinco!: »E1 mundo es profundo.— /Sets/: 
»Y m£s profundo de lo que el dia pensaba.— /Siete!: 
»Profundo es su dolor...— /Ocho!: «La alegria... mas 
profunda que la afliccion.— -/Nuevel* »E1 dolor dice: 
jPasay acaba! — \Diez\: »Pero toda alegria quiere la 
eternidad... — \Once\: »! Quiere la profunda eternidad! 
— \Doceh 

LOS SIETE SELLOS 6 LA CANCION DEL 

ALFA Y LA OMEGA. 1.— Sf yo soy un adivino, 

Heno de ese espiritu adivinatorio que camina por una 
alta cresta entre dos mares— que camina entre el pa- 
sado y el porvenir, como una densa nube, enemiga de 
todas las sofocantes escorias, de todo lo cansado que 
no puede morir ni vivir; dispuesto a desgarrar su obs- 
curo seno con el reldmpago, dispuesto £ fulminar el 
rayo de claridad redentora, henchido de rel&mpagos 
afirmativos que se rien de sus afirmaciones, pronta a 
exalaciones adivinadoras— aun que jdichoso el que 
asi est£ henchido! jpor mas que le sea forzoso cer- 
nerse sobre la cumbre, como pesada tormenta, el que 
un dia debe encender la luz del porvenir!— Si asi soy 



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ASf HABLABA ZABATUSTKA 213 

yo, iqh! icomo no he de estar anhelante de la eterni- ] 
dad, anhelante del nupcial anillo de los anillos^el I 
anillo del retorno de la^cosas?— Jamas aun he encon- J 
trado mujer de quien quisiercTtener hijos, si no es esta*A 
mujer £ quien amo: jporqtie yo te amo, eternidad!— 
Si; yo te amo, eternidad! 

2.— Si alguna vez mi colera ha profanado tumbas, * 
removido lindes y precipitado viejas tablas rotas en 
escarpadas profundidades:— Si mi burla ha barrido al- 
guna vez palabras podridas, si he venido £ ser como 
una escoba para las aranas y como un viento purifica- 
dor para viejas y enmohecidas cavernas sepulcrales: 
—Si alguna vez estuve sentado, lleno de alegria, en 
el sitio donde yacen dioses antiguos, bendiciendo y 
amando al mundo al lado de los monumentos de anti- 
guos calumniadores del mundo— porque hasta las igle- 
sias y las tumbas de los dioses amar£ con tal el cielo 
mire serenamente al traves de sus rotas bovedas, ya 
que & mi me gusta reposar sobre las iglesias destrui- 
das cual la hierba y las rojas amapolas: — jOh! <J,como 
no estaria ahelante de la eternidad, anhelante del nup- 
cial anillo de los anillos— el anillo del retorno?— Ja- 
m£s encontre aun mujer de quien quisiera tener hijos, 
si no es esta mujer a quien amo: jporque yo te amo, 
eternidad!— Sf; yo te amo, eternidad! 

3. — Si alguna vez llegaron hacia mi reminisencias 
del soplo creador y de esa necesidad divina que obliga 
aun £ los azares 6 bailar las danzas de las estrellas:— 
Si alguna vez me rei con la risa del relampago crea- 
dor, al cual sigue rezongando, pero obediente, el pro- 
longado trueno de la accion:— Si alguna vez jugu6 £ 
los dados con dioses, en la mesa divina de la tierra, 
haciendo que la tierra temblase y se rompiese, despi- 
diendo rios de llamas— porque la tierra es una mesa 
divina, que tiembla con nuevas palabras creadoras y 



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214 NIETZSCHE 

con un ruido de dados divinos:— jOh! ^como no esta- 
ria yo anhelante de la eternidad, anhelante del nupcial 
anillo de los anillos— el anillo del retorno? — Jam£s he 
encontrado aun mujer de quien quisiera tener hi jos, si 
no es esta mujer & quien amo: jporque yo te amo, 
eternidad! - Si; yo te amo, eternidad! 

4.— Si alguna vez he bebido un largo trago de ese 
c&ntaro espumoso de especias y mixturas, donde es- 
t&n bien mezcladas todas las cosas:— Si mi mano ha 
mezclado alguna vez lo m£s remoto con lo mds 
pr6ximo, y el fuego con el ingenio, y la alegrfa con 
la pena, y las cosas peores con las mejores: — Yo 
yo mismo soy un grano de esa sal redentora, que hace 
que todas las cosas se mezclen bien en el cantaro de 
las mixturas— porque existe una sal que liga el bien 
con el mal; y hasta lo peor es digno de servir de es- 
pecia y de hacer que se desborde la espuma del can- 
taro:— jOh! £c6mo no estaria yo anhelante de la eter- 
nidad, anhelante del nupcial anillo de los anillos— el 
anillo del retorno?— Jamas he encontrado aun mujer 
de quien quisiera tener hijos, si no es esta mujer & 
quien amo: jporque yo te amo, eternidad!— Si; yo te 
amo, eternidad! 

5.— Si yo-amo el mar y todo lo que al mar se pa- 
rece, y mas que nunca cuando me contradice fogoso: 
— Si existe en mi esa pasion investigadora que impele 
la vela hacia lo desconocido; si hay en mi pasion, algo 
de la pasion del navegante:— Si alguna vez exclamo 
mi alegria: «Las costas han desaparecido; ahora ha 
caido mi ultima cadena; en torno mio bulle la inmen- 
sidad sin limites; lejos de mi centellean el tiempo y el 
espacio, jvamos! jen marcha, viejo corazonb— jOh! 
icomo no estaria anhelante de la eternidad, anhelante 
del nupcial anillo de los anillos — el anillo del retorno? 
— Jam£s he encontrado aun mujer de quien quisiera 



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as! ha blab a zabatustra 215 

tener hijos; si no es esta mujer & quien amo: jporque 
yo te amo, eternidad!— Si; yo te amo, eternidad! 

6.— Si mi virtud es una virtud de bailarin, si mu- 
chas vece& he saltado £ dos pies en medio de arroba- 
mientos de oro y de esmeralda:— Si mi maldad es una 
maldad risuena que se halla en su centro entre enra- 
madas de rosas y setos de azucenas— porque en la 
risa se junta todo lo que es malo, pero santificado y 
absuelto por su prop a beatitud:— Y si es mi alfa y 
omega que todo lo pesado se haga ligero, todo cuerpo 
bailarin, todo espiritu ave, por m^s que tal sea mi alfa 
y mi omega joh! £c6mo no estaria anhelante de la 
eternidad, anhelante del nupcial anillo de los anillos— 
del anillo del retorno de las cosas?— Jam£s he encon- 
trado aun mujer de quien quisiera tener hijos, si no es 
esta mujer a quien amo: jporque yo te amo eternidad! 
— Sf; yo te amo, eternidad! 

7.— Si alguna vez he desplegado cielos tranquilos 
por encima de mi, volando con mis propias alas en mi 
propio cielo:— Si he nadado retozando en profundas 
lontananzas de luz; si la sabiduria alada de mi libertad 
ha venido £ decirme: «jMira! jNo hay arriba ni abajo! 
jLanzate alrededor, hacia adelante, hacia atras, lige- 
ro como eres! jCanta! jNo hables m£s! <j,No estdn he- 
ehas todas las palabras para los que son pesados? ^No 
mienten todas las palabras al que es ligero? jCanta! 
jNo hables m£s:!»— jOh! ^Comono estaria yo anhe- 
lante de la eternidad, anhelante del nupcial anillo de 
los anillos- del \ani1lo del suceder y del retorno?— Ja- 
m£s he encontrado aiin mujer de quien quisiera tener 
hijos, si no es esta mujer a quien amo: jporque yo te 
amo, eternidad!— ]Si; yo te amo eternidad! 



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CUARTA Y ULTIMA PARTE 



jAy! <:D6nde se hicieron mas 
locuras en la tierra que entre 
los que compadecen, y que hi- 
zo m£s dano en la tierra que 
la locura de los que compade- 
cen?— jPobres de los queaman 
sin tener una altura que est6 por 
encimadesu piedad!— El diablo 
me dijo un dfa asf: «Dios tiene 
tambten su infierno: es su amor 
por los hombres»— Y, ultima- 
mente, le oi decir estas pala- 
bras : «Dios ha muerto; su pie- 
dad por los hombres es lo que 
le ha matado» 

(Asf hablaba Zaratustra, se- 
gunda parte, pag. 80.) 



LA OFRENDA DE LA MIEL. Y volvie- 

ron & pasar meses y anos por el alma de Zara- 
tustra, sin que 61 lo advirtiese; pero sus cabellos 
blanqueaban. Un dia que estaba sentado en una pie- 
dra delante de su caverna, mirando afuera en silencio 
— porque desde aquel punto se veia el mar allaY £ lo 
lejos, 6 la otra parte de les abismos tortuosos— sus 
animates pensativos andaban dando vueltas en torno 
suyo y acabaron por ponerse delante de 61.— «Zaratus- 
tra (dijeron): ^buscas tu felicidad con los ojos?»— 
«jQu6 importa la felicidad! (respondio 61). Hace mu- 
cho que no aspiro ya £ la felicidad; aspiro 6 mi obra.» 
— «Zaratustra (replicaron los animales): dices eso co- 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 217 

mo quien est£ saturado de bien. ^No est£s tendido en 
un lago azulado de ventura?»— «jPicarillos! (contesto 
Zaratustra, sonriendo). \Q\x€ bien hab&s elegido la 
parabola! Pero tambten sab£is que es pesada mi fell- 
cidad y que no es como liquida onda: me impele y no 
quiere dejarme, adhirtendose como pez derretida.» 

Sus animates volvieron a dar vueltas, pensativos, 
6 su alrededor, y se colocaron nuevamente delante de 
el. «Zaaatustra (dijeron): ^entonces eso es lo que ex 
plica por qu6 te obscureces y amarilleas cada vez 
m&s, aunque tus cabellos aparentan ser blancos? |Mi- 
ralo: est£s ahi consumtendote en tu pez!»— «iQ\x€ 
decis? (exclamo Zaratustra, riendo). En verdad que 
he blasfemado al hablar de pez. Lo que me sucede, 
sucede a todos los frutos que maduran. La miel que 
hay en mis venas es lo que pone mas espesa mi san- 
gre y torna mas silenciosa mi alma.»— «Asi debe ser, 
Zaratustra (afirmaron sus animates, arrim£ndose a el): 
pero ino quieres hoy subir a una alta montana? El ai- 
re es di&fano, y hoy se ve el mundo mejor que nunca.» 
— «Si, animates mios (contest6 Zaratustra): aconsejais 
6 maravilla y con arreglo a mi deseo en un todo. 
jQuiero subir hoy 6 una alta montana! Pero procurad 
que haya alii miel & mi alcance, miel de doradas col- 
menas, amarilla y blanca y buena y de glacial frescu- 
ra. Porque sabed que all£ arriba quiero hacer la ofren- 
da de la miel.» 

Cuando Zaratustra llego 6 la cumbre, despidio a 
los animates que le habian acompanado, y vio que se 
encontrabasolo; entonces se rio con toda el alma, mi- 
ro en derredor y dijo asi: «He hablado de ofrendas y 
de ofrendas de miel; pero eso no era m£s que un ar- 
did de mi discurso y una util locura. Aqui arriba ya 
puedo hablar m£s libremente que delante de los reti- 
ros de los ermitaftos y de lbs animates domesticos de 



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218 NIBTZSCHB 

los ermitanos.— iQu€ hablaba yo de ofrendas y sacri- 
ficios? Yo, que derrocho cuanto se me da con mil ma- 
nos, jcomo me atreveriaaun & llamar & eso... sacrifi- 
cio! — Y euando pedi miel lo que pedia era un cebo, 
dulce mucilago, de que son golosos los osos fgruno- 
nes y las aves prodigiosas y fieras:— El mejor cebo, 
como le necesitan cazadores y Pescadores. Porque, si 
el mundo es & modo de sombrio bosque poblado de 
animales, jardin de delicias de todos los feroces caza- 
dores, aun me parece que se asemeja m£s 6 un mar 
rico y sin fondo-— un mar Ueno de peces y cangrejos 
que los mismos dioses codieiardn hasta el punto de ha- 
cerse Pescadores y echar sus redes: jtan rico es el 
mundo en prodigios grandes y pequenos!— Sobre to- 
do el mundo de los hombres, el mar de los hombres; 
hacia il lanzo yo mi dorado sedal diciendo: jAbrete, 
abismo humano!— jAbrete y arrojame peces y relu- 
cientes cangrejos! jCon mi mejor cebo pesco hoy 
para mi los peces humanos m£s prodigiosos!— Yo 
lanzo 6 lo lejos mi felicidad, la arrojo a todas las lon- 
tananzas, entre el Oriente, el Mediodia y el Occiden- 
te, para ver si habra muchos peces humanos que 
aprendan £ tirar de ese cebo.— Hasta que, mordiendo 
mi agudo y oculto anzuelo, tengan que subir £ mi al- 
tura, hacia el m£s maligno de los Pescadores de hom- 
bres, los m£s vistosos gobios de las profundidades.— 
Porque yo soy, originaria y fundamentalmente, fuer- 
za que tira, que atrae, que levanta, que eleva; un en- 
derezador, un corrector y educador, que no en bal- 
de se dijo £ si propio en otro tiempo: «;Hazte qui en 
eres!»— Asi, pues, que los honibres sub an ahora £ mi 
lado: porque yo espero aun los signos que me digafi 
que ha Hegado el momento de mi descenso; yo no 
desaparezco aun entre los hombres.— Por eso, astuto 
y bur!6n, espero aqui, en las altas montanas, ni im- 



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ASf HABLABA ZARATU8TBA 219 

paciente ni paciente, sino, m£s bien, como quien ha 
olyidado la paciencia..., puesto que no «padece» ya.— 
Mi destino me deja tiempo. ^Me habr& olvidado 6 es 
que se entretiene en cazar moseas, sentado 6 la som- 
bra detr£s de una gran piedra?— Y, a la verdad, estoy 
agradecido & mi destino eterno, que no me hostiga ni 
empuja y que me deja tiempo para bromas y maligni- 
dades; asi que hoy he trepado 6 esta alta montana pa- 
ra coger peces.— iSe vio jam£s un hombre pescando 
en altas montanas? Pero, aunque lo que yo quiero 
alia arriba sea una locura, aiin vale mas que si alia 
abajo me volviese solemne y me pusiese verde y ama- 
rillo & fuerza de esperar— henchido de c61era a fuerza 
de esperar, como una santa tempestad rugiente que 
viene de la montana, como un impaciente que grita a 
los valles: « jOid li os sacudo con el azote de Dios!»— 
No es que a mi me irriten semejantes colericos; tan 
s61o me hacen reir. jComprendo que est6n impacien- 
tes esos tambores ruidosos que han de tener la pala- 
bra hoy 6 nunca!— Pero yo y mi destino no hablamos 
al «hoy» , ni hablamos tampoco al «nunca»; tenemos 
paciencia para hablar, y tiempo, mucho tiempo, para 
ello. Porque el habrd de venir un dia y no de pasada. 
— <LQui6n habra de venir un dia y no de pasada? Nues- 
tro gran azar: es decir, nuestro grande y lejano Rei- 
nado del Hombre, el Reinado de Zaratustra que dura 
mil anQs...— Si esa «lontananza» esta lejos aun, jque 
me importal No por eso es menos s61ida para mi... 
Confiadamente me af irmo con los dos pies sobre esta 
base— sobre una base eterna, sobre duras rocas pri- 
mitivas, sobre estos antiguos montes, los m£s altos y 
duros, & que todos los vientos se acercan como a un 
limite meteorol6gico, para informarse sobre los pun- 
tos de origen y destino.— jRiete aqui, rie, luminosa y 
sana malignidad mia! {Lanza desde las altas montaflas ^ 



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220 NIETZSCHE 

tu centelleante risa burlona! j Atrae con tu centelleo a 
los m£s hermosos peces humanos!— Y cuanto me per- 
tenece & mi en todos los mares, lo que es mio en t6- 
das lascosas, eso pescalo para mi, tr£emelo aqui arri- 
ba: es lo que espera el m&s malo de todos los pecado- 
res.— -jLejos, lejos, anzuelo mio! jDesciende, vete al 
fondo, cebo de mi dicha! jEscurre tu m&s dulce rocio, 
miel de mi coraz6n! Muerde, anzuelo, en el vientre 
de toda negra cuita.— jLejos, lejos; ojos mios! jCu£n- 
tos mares alrededor de mi, cudnto poryenir humano 
en la aurora! Y por encima de mi... jqu£ sonrosado 
silencio! jQue silencio sin nubes!» 

EL GRITO DE ANGUSTIA. Al otro dia Za- 

ratustra estaba sentado de nuevo en su piedra delante 
de la caverna, mientras sus animales andaban por el 
mundo en busca de nuevos sustentos... y tambten de 
nueva miel; porque Zaratustra habia derrochado y di- 
sipado hasta el ultimo grano de la miel vieja. Pero, 
estando sentado alii, con un palo en la mano, siguien- 
do el contorno de la sombra que su cuerpo proyectaba 
en el suelo, sumido en meditacion profunda— y no, en 
verdad, sobre si mismo, ni sobre su sombra, — se es- 
tremecio de repente y se quedo sobrecogido de te- 
rror: porque habia visto otra sombra al lado de la 
suya. Y levantdndose y volvtendose r£pidamente, vio 
en pie £ su lado al adivino, al mismo & quien una vez 
habia dado de comer y de beber en su mesa, el pro- 
clamador de la gran laxitud que enseftaba: «Todo es 
igual; nada vale la pena; el mundo no tiene sentido; 
el saber ahoga.» Pero su cara se habia transformado 
desde entonces: y Zaratustra se aterro de nuevo, al 
mirarle £ los ojos: hasta tal punto se leian en aquel 
semblante funestas predicciones. — El adivino, que 
comprendi6 lo que agitaba el alma de Zaratustra, se 



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ASf HABLABA zaratustra 221 

paso la mano por la cara, como si hubieSe querido 
bdrrar lo que en ella habia. Zaratustra hizo lo mismo, 
por su parte. Cuando de esa suerte se serenaron y 
cobraron dnimos los dos, se dieron las manos en serial 
de que querian reconocerse.— «Bien venido seas, adi- 
vino de la gran laxitud (dijo Zaratustra); no en balde 
fuiste una vez mi huesped y comensal. Come y bebe 
hoy tambten en mi morada, y perdona que se sienta 
a la mesa contigo un viejo alegre.» — «iUn viejo ale- 
gre? (respondio el adivino, meneando la cabeza). 
Quienquiera que seas 6 desees ser, Zaratustra, no lo 
ser£s ya mucho tiempo aquf arriba; dentro de poco tu 
barca no estard ya al abrigo.»— «Pero estoy yo al 
abrigo?— pregunto Zaratustra riendo.— «En torno de 
tu montana (respondio el adivino) suben y suben las 
olas, las olas de la inmensa miseria y de la afliccion: 
no tardaran en levantar tu barca y arrastrarte con 
ella. »— Zaratustra callo y se asombro.— «£No oyes 
nada aiin? (continuo el adivino). £No sube del abismo 
un zumbido, un rumor sordo?»— Zaratustra siguio 
callado y escuch6. Oyo entonces un grito prolongado 
que los abismos se lanzaban y devolvian, porque nin- 
guno de ellos queria retenerle: tan funesto era su son. 
— «Siniestro agorero (dijo al fin Zaratustra): ese es 
un grito de angustia, y grito de un hombre; proba- 
blemente sale de un mar negro. Pero jque me impor- 
ta la angustia de los hombres! El ultimo pecado que 
me est£ reservado... ^sabes cual es su nombre?»— 
zjCompasion! (respondio el adivino, cuyo corazon se 
desbordaba, alzando las dos manos). jOh, Zaratustra! 
jYo vengo para hacerte cometer tu ultimo pecado! » 

Apenas pronunciadas estas palabras, volvi6 a reso- 
nar el grito, mds prolongado y angustioso que antes, 
y ya mucho mas cerca. «^Oyes, oyes Zaratustra? 
(exclam6 el adivino). A ti se dirige el grito, & ti es £ 



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222 NIETZSCHE 

quien llama: jven, ven, yen, ya es tiempo, no hay un 
momento que perder!— Pero Zaratustra callaba, tdr- 
bado y alterado. Por fin pregunttf, como quien vacila 
interiormente: «Y ese que me llama all£ abajo £qui£n 
es?»— «Bien lo sabes (contesto vivamente el adivino. 
^Por que te ocultas? jEl hombre superior es quien te 
llama en su socorro!»— <qEl hombre superior! (grito 
Zaratustra con espanto). ^Y qu6 quiere? iQue quiere 
el hombre superior? ^Que quiere il aqui?»— y su piel 
se cubrio de sudor. 

No respondio el adivino & la angustia de Zaratus- 
tra: escuchaba y volvia a escuchar, inclinado hacia el 
abismo. Pero, como el silencio s« prolongase mucho, 
volvio atrds los ojos, y vio £ Zaratustra de pie y tem- 
blando.— «Zaratustra (empezo a decir con triste voz): 
no tienes tu trazas de brincar de alegria. Y aunque 
quisieses bailar delante de mi y dar todos tus brincos 
y respingos, nadie podria decirme: qMira! jahi tienes 
el baile del ultimo hombre alegre!»— En vano subird 
£ esta altura quien buscase aquf £ ese hombre: encon- 
traria cavernas y grutas, escondrijos para gente per- 
seguida; pero no pozos de felicidad, ni tesoros, nt 
nuevos filones dureos de dicha.— jDicha!... jcomo en- 
contrarla entre tales sepultados, entre tales eremitas! 
^He de buscar aiin la ultima felicidad en las Islas Bien- 
aventuradas y a lo lejos entre olvidados mares? — 
jPero todo es igual, nada vale la pena, son en balde 
todas las pesquisas, no hay ya tampoco Islas Bien- 
aventuradas!» 

Asi suspiro el adivino; pero al oir su ultimo suspi- 
ro, Zaratustra recobro su serenidad y su aplomo, como 
una persona que vuelve £ la luz, saliendo de una sima 
profunda. «;No! ;No! jMil vecesno! (exclamo con voz 
firme, acaricidndose la barba)! ;Eso lo s€ yo mucho 
mejor que tu! ;Aun hay Islas Bienaventuradas!— ?No 



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as! hablaba zaratustra. 223 

digas una palabra lloron, saco de tristezas!— Acaba 
de gafiir, nube Huviosa de la manana! ^No me ves ya 
mojado por tu tristeza y rociado como un perro?— 
Ahora me sacudo y huyo lejos de ti para secarme. 
jNo te asombres, pues mi corral est& aqui.<?,No te pa- 
rezco cort6s?— Por lo que atane £ tu hombre supe- 
rior jsea! voy corriendo & buscarle £ esos bosques: de 
alii ha surgido su grito. Quiza le amenaza una fiera. 
— Est& en mi dominio: ;no quiero que le ocurra aqui 
ninguna desgracia. Y, 6 la verdad, en mi dominio hay 
muchas f ieras! » 

Dicho esto, Zaratustra se dispuso & partir. Enton- 
ces exelamo el adivino: «jEres un picaro, Zaratustra! 
#—Bien lo s6: ;lo que tu quieres es librarte de mi! 
jPrefieres escaparte £ los bosques para perseguir ani- 
males monteses! — Pero <?,de qu6 te servir£? A la no- 
che volverds & encontrarme: estar6 sentado en tu 
propia caverna, con la paciencia y la pesadez de un 
leno — ;sentado alii esperandote!»— «jSea asi! (exela- 
mo Zaratustra marchdndose). ;Y lo que me pertenece 
en la caverna te pertenece £ ti tambien, que eres mi 
hu6sppd!-Pero, si encontrases miel todavia, ldmela 
hasta lo ultimo, oso grufion, y dulcifica tu alma. Y a 
la noche vamos a estar alegres: jalegres y contentos 
de que haya acabado este dia! Y tu mismo debes 
acompanar mis cantos con tus bailes, como si fueses 
mi oso amaestrado.— jNo lo crees! ^Meneas la cabe- 
za? ;Anda de ahi, viejo oso! Yo tambten soy un adi- 
vino. » 

Asi hablaba Zaratustra. 

CONVERSACI6N CON LOS REYES. 1.- 

No habia transcurrido una hora desde que Zaratustra 
andaba caminando por sus montanas y sus bosques^ 
cuando de pronto vio un singular cortejo. En medio 



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224 NIETZSCHE 

del camino que €1 queria bajar se adelantaban dos re 
yes adomados de coronas y de purpuras, abigarrados 
como flamencos. Delante de ellos iba un asno carga- 
do. «iQu6 quieren esos reyes en mi reino?» dijo 
asombrado Zaratustra £ su coraz6n, y se escondio 
al punto detrds de una espesura. Pero cuando los re- 
yes estuvieron muy cerca de el, anadio £ media voz 
como quien se habla £ si mismo; «;Cosa rara! jmuy 
raral £C6mo compaginar esto? jVeo dos reyes... y 
solo un asno! »— En esto se pararon los dos reyes, 
sonrieron y dirigieron la vista £ la parte donde se oia 
la voz; luego se miraron el uno al otro: «Esas cosas 
manifesto el rey de la dereeha, se piensan tambten 
alia entre nosotros, pero no se dicen.»— El rey de la 
izquierda contesto, encogtendose de hombros: «Debe 
ser un cabrero 6 un ermitano, que ha vivido dema- 
siado tiempo entre brenas y £rboles. Porque la falta 
de toda sociedad perjudica tambien ^ las buenas cos- 
tumbres.»— «jLas buenas costumbres! (repuso el otro 
rey con enojo y amargura). Pues £de qu6 queremos 
librarnos nosotros sino de las «buenas costumbres», de 
nuestra «buena sociedad?»— Antes vivir entre ermi- 
tanos y pastores que con nuestra chusma dorada, falsa 
y acicalada— aunque se Uame la «buena sociedad», 
aunque se llame «nobleza». Alii todo es falso y podri- 
do, empezando por la sangre, gracias £ afiejas y ma- 
lignas enf ermedades y £ peores curanderos.— El mejor 
para mi, y el que prefiero hoy aiin es un campesino 
sano, tosco, astuto, tenaz, resistente: es hoy la espe- 
cie m£s noble.— El campesino es hoy el mejor; y la 
especie campesina deberia ser soberana. Pero vivi- 
mos en el reinado del populacho— yo no me dejo ya 
ofuscar.— Populacho quiere decir: revoltijo.— Revol- 
tijo populachero: alii todo estd mezclado con todo — 
el santo y el bandido, el hidalgo y el judio y todos los 



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ASf HABLABA ZAHATUSTRA 225 

animates del area de No6.— jLas buenas costumbres! 
Entre nosotros todo es falso y podrido. Nadie sabe pa 
venerar. De eso precisamente es de lo que debemos 
librarnos. Son perros melosos 6 importunos: doran las 
palmas.— jEl digusto que me ahoga es que nosotros 
mismos los reyes, nos hayamos vuelto falsos y nos 
cubramos y disfracemos eon el fausto envejecido de 
nuestros ascendientes: que seamos medallas para los 
m£s tontos y los m£s astutos y para todos los que tra- 
fican hoy con el poder!— Nosotros no somos los pri- 
meros y necesitamos aparentar que lo somos: al fin 
nos hemos cansado y hartado de esta supercheria. — 
Nos hemos apartado de la canalla, de todos esos mos- 
cones que vociferan y garrapatean, del olor de los 
tenderos, de la brega, de la ambicion, y del aliento 
pestflente. jPufl jnada de vivir entre la canalla! jnada 
de pasar por los primeros entre la canalla! IHorror! 
jhorror! jhorror! \Qu6 importamos ya nosotros los 
reyes!»— «Vuelve £ afligirte tu aneja dolencia (dijo en 
este punto el rep de la izquierda), vuelven tus repug- 
nancias, pobre hermano. Pero ya lo sabes: hay al- 
guien que nos escueha.»— Inmediatamente Zaratustra, 
que habia sido todo ojos y todo oidos, se levanto de 
su escondite, se dirigio hacia los reyes y empezo £ 
decir: «E1 que os escucha, el que gusta de escucharos 
£ vosotros los reyes, se llama Zaratustra.— Yo soy 
Zaratustra que un dia dijo: «[Qu6 importan ya los re- 
yes! Perdonadirfe; pero me he regocijado cuando os 
habeis dicho el uno al otro: «jQu6 importamos ya nos- 
otros los reyejs!»— Pero aqui est&is en /n/reino y bajo 
mi dominio: ^que pod6is buscar en mi reino? Quizd, 
no obstante, hay£is encontrado en el camino lo que 
yo busco: yo busco al hombre superiors— Al oir esto, 
los reyes se golpearon el pecho y dijeron 6 una: « jNos 

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226 NIBTZSCHE 

han conocido!— Con la espada de esa palabra cortas 
la mis profunda oscuridad de nuestros corazones. Has 
descubierto nuestra angustia. Precisamente yamos en 
busca del hombre superior, el hombre superior a nos- 
otros, aunque somos reyes.— A el es £ quien traemos 
este asno. Porque el hombre mas alto debe ser tam- 
bien en la tierra el senor m£s alto.— No hay calami- 
dad m£s dura en todos los destinos humanos que 
cuando los poderosos de la tierra no son al mismo 
tiempo los primeros hombres. Entonces todo se vuel- 
ve falso y monstruoso, todo va al rev6s.— Y cuando 
son los ultimos, y mas bien animales que hombres, en- 
tonces sube y sube de precio el populacho, y 6 la 
postre la virtud populachera acaba por decir: «Ya 
veis: \yo sola soy la virtudb — «iQue acabo de oir? 
(respondio Zaratustra)— jQue sabiduria en reyes! Es- 
toy entu§iasmado, y ya me dan ganas de hacer sobre 
esto unos versos que tal vez no suenen bien en. los 
oidos de todo el mundo. Hace mucho tiempo que he 
olvidado tener consideraciones con las orejas largas. 
jVamos! jAdelante!» (El asno dijo claramente y con 
mala intencion: I. A.; y Zaratustra entono los siguientes 
versos): 

Antiguamente (creo que en el ano uno) 
Dijo £bria la sibila (sin haber probado el vino); 
jMalhaya! jEsto ahora para mal! 
iDecadencia! jjamas cay6 tan bajo el mundo! 
En prostituta y burdel ha degenerado Roma; 
El Cesar se ha convertido en bestia,. 
Y hasta Dios se ha hecho judfo. 

Los reyes se deleitaron eon esos versos de Zara- 
tustra, y el de la derecha dijo: «Zaratustra, jqu6 bien 
hemos hecho en ponernos en camino para verte!— Por- 
que tus enemigos nos han ensenado tu imagen en su 
espejo: M(\ tenia la estampa de un demonio de risa sar- 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 227 

castica; de modo que nos diste miedo.— Pero ^de qu6 
servia? Siempre volvias £ penetrar eon tus miximas 
en nuestros oidos y en nuestros corazones. De modo 
que acabamos por decir: [que importa la cara que 
tiene! — Es menester oir al que ensena: «jDeb6is amar 
la paz como un medio de guerras nuevas, y la paz 
corta m£s que la larga»— Jam£s pronuneio nadie pala- 
bras tan guerreras: «^Que es lo que es bueno? bueno 
es ser valiente. La buena guerra santifica todas las co* 
sas.» jOh Zaratustra! A esas palabras hirvio en nues- 
tros cuerpos la sangre de nuestros padres: fueron 
como las palabras de la primavera a viejos toneles de 
vino.— Cuando se cruzaban las espadas como serpien- 
tes tefiidas de rojo, nuestros padres amaban la vida; 
el sol de la paz les parecia blando y tibio, pero la paz 
prolongada les daba vergiienza.— jC6mo suspiraban 
nuestros padres cuando veian en la pared espadas lus- 
trosas y secas. Tenian sed de guerra, ^ semejanza de 
esas espadas. Porque una espadas quiere beber sangre 
y eentellea con su ardiente deseo.» 

Cuando los reyes hablaron y charlaron asi, ardo- 
rosamente, de la felicidad de sus padres, Zaratustra 
sinti6 grandes tentaciones de burlarse de sus ardimien- 
tos: porque, evidentemente, eran reyes muy pacificos 
los que veia delante de si, con sus viejos y finos sem- 
blantes. Pero se domino. qVamos! jEn marcha!— 
dijo. — Esttis en el camino; alia arriba se encuentra la 
caverna de Zaratustra; y este dia debe tener una larga 
tarde. Pero urge separarnos: me llama lejos de vos- 
otros un grito de angustia.— Mi caverna se verd hon- 
rada, si alii se sientan reyes y se dignan esperar: jver- 
dad es que tendr&s que esperar mucho!— Pero jqu6 
importal ^Donde se aprende d esperar hoy mejor que 
en los corrales? Y toda la virtud de los reyes, la 



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228 NIBTZSCHfe 

linica que les ha quedado, £no se llama hoy: saber 
esperar?* 

Asi bablaba Zaratustra. 

LA SANGUIJUELA. Zaratustra continuo pen- 

sativo su camino, bajando mas cada vez, atravesando 
bosques y pasando por delante de cienagas; pero, co- 
mo acontece a todos los que cavilan en cosas dificiles 
piso por equivocaci6n sobre un hombre. Y de pronto 
le saltaron a la cara un grito de dolor, dos juramentos 
y veinte injurias terribles; con lo cual, asustado, alzo 
el baston y se disponia £ golpear 6 la persona pisotea- 
da. Pero en el mismo instante recobro el juicio, y su 
corazon se echo a reir de la locura que acababa de 
cometer. «Perd6name— dijo al hombre a quien habia 
pisado, y que acababa de levantarse coterico, para 
volver & sentarse en seguida;— perdoname y oye ante 
todo una pardbola.— Asi como un viajero que suena 
en cosas lejanas por un camino solitario, tropieza por 
descuido con un perro que dormita acostado al sol; y 
uno y otro se levantan y encaran bruscamente, cual 
mortales enemigos, mortalmente asustados: asi nos ha 
pasado £ nosotros.— ;Y sin embargo! Asi y todo... 
poeo ha faltado para que se acaricien ese solitario y 
ese perro! ^No estdn solitarios los dos?» 

«Quienquiera que seas— contesto con enojo el pi- 
$oteado,— todavfa te acercas demasiado £ mi, no s61o 
con el pie, sino con tu pardbola.— Mirame: <?,soy por 
ventura un perro?» Y, al decir esto, el que estaba sen- 
tado se levant6, sacando del pantano el brazo desnu- 
do. Porque en un principio estaba tumbado cuan lar- 
go era, oculto 6 imposible de conocer, como quien 
acecha caza en los pantanos. 

. «Pero £qu6 es lo que haces?— exclamo Zaratustra 
asustado, porque veia correr mucha sangre por el 



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aSi hablaba zaratustra 229 

brazo desnudo.— iQu6 te ha sucedido? £te ha mordi- 
do un mal bicho, infeliz?» — El que sangraba se refa, 
Ueno-aun de colera. «£Que tienes tti que ver con eso? 
— exclamo, queriendo proseguir su camino.— Aqui 
estoy en mis dominios. Pregunteme quien quiera; yo 
no respondere £ un zote.»— «Te enganas (dijo Zara- 
tustra, reteni6ndole, lleno de compasi6n), te enganas: 
no estds aqui en tu reino, sino en el mio; y aqui no 
debe oeurrjr a nadie ninguna desgracia.— Lldmame 
siempre como quieras; yo soy el que debo ser. Me 
llamo 6 mi mismo Zaratustra.— jVamosI Por alia arri- 
ba pasa el camino que conduce a la caverna de Zara- 
tustra: no esta muy lejos. £No quieres venir £ mi al- 
bergue para curarte las heridas?— No has sido afortu- 
nado en este mundo, infeliz: jprimero te mordio el 
bicho; despuSs... te piso el hombreI...» 

Pero, cuando el hombre oy6 el nombre de Zaratus- 
tra, se transformo, «;QU6 me pasa! (exclamo). dQuiiti 
es quien me preocupa aiin en la vida sino este hombre 
linico, Zaratustra, y ese animal tinico que bebe san- 
gre, la sanguijuela?— Por culpa de la sanguijuela es- 
taba yo tendido ahi, £ orillas del pantano como un pes- 
cador y ya mi brazo extendido habia sido mordido diez 
veces, cuando se puso £ morder mi sangre una san- 
guijuela m£s hermosa, el mismo Zaratustra.— jOh 
ventura! \Oh portento! jBendito sea este dia que me 
ha traido a este pantano! jBendita sea la mejor 
ventosa, la m£s viva que vive hoy! jBendita sea la 
gran sanguijuela de las conciencias, Zaratustra! » 

Asi hablaba el pisoteado, y Zaratustra se regocijo 
de sus palabras y de su porte fino y respetuoso. 
«iQui6n eres? (pregunto, alargdndole la mano). En- 
tre nosotros quedan muchas cosas por aclarar y des- 
pejar; me parece que ya nace el dia puro y luminoso.» 
— «Yo soy el espiritu concienzudo (contest6 el inte- 



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230 NIBTZ8CHB 

rrogado); y en las cosas del espiritu es dificil que na- 
die seconduzca de una manera m£s se vera, m£s es- 
trecha y m£s dura que yo, excepto aquel de qaien la 
he aprendido, el mismo Zaratustra!— j Antes no saber 
nada que saber muchas cosas £ medias! j Antes ser un 
loco £ su propia guisa que sabio con arreglo £ la opi- 
nion de los dem£s! Yo, por mi, voy al fondo:— ^Que 
importa que sea pequefio 6 grande? <J,Que se llame 
pantano 6 cielo?— Un trozo de tierra como la mano 
me basta, con tal que sea verdaderamente tierra fir- 
me.— En un trozo de tierra como la mano puede ^uno 
tenerse de pie. En el verdadero saber concienzudo 
no hay nada grande ni pequeno.»— «^Entonces tu eres 
quiza el que trata de conocer la sanguijuela? (pregun- 
to Zaratustra). £Tii, el concienzudo, escudrinas la 
sanguijuela en busca de sus ultimos fundamentos?»— 
«jOh Zaratustra! (respondio el pisoteado). ;Eso seria 
una monstruosidad! ;C6mo se atreveria a intentarlo! 
— Lo que yo domino y conozco es el cerebro de la 
sanguijuela: jese es mi universo! — \Y es tambten un 
universo! Pero perdona que aqui se delate mi orgullo 
porque en ese dominio no tengo semejante. Por eso 
dije: «ese es mi dominio. »— jCudnto tiempo ha que 
persigo esta cosa linica, el cerebro de la sanguijuela, 
para que no se me escape m£s la verdad escurridiza! 
jEse es mi reino!— Por eso he echado a un lado todo 
lo demds; por eso todo lo demds ha venido & serme 
indiferente; y contigua £ mi ciencia se extiende mi 
negra ignorancia.— Mi conciencia intelectual me exi- 
ge que sepa una cosa y que ignore todo lo restante: 
estoy harto de todas las inteligencias a medias, de to- 
dos los nebulosos, flotantes y visionarios. — Donde 
cesa mi probidad soy ciego y quiero ser ciego. Don- 
de quiero saber, sin embargo, quiero tambten ser pro- 
bo, es decir, duro, severo, estrecho, cruel, implaca- 



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A SI HA BLAB A ZAB ATUSTRA 281 

Me.— Lo que tu dijiste un dia Zaratustra: «que la in- 
teligencia es la vida que saja la vida misma», es lo que 
me ha conducido y atratdo £ tu doctrina. Y en- verdad, 
con mi propia sangre he acrecentado mi propia cien- ' 
cia».— «Como salta £ la vista»— interrumpio Zaratus- 
tra; y seguia corriendo la Sangre por el brazo d6snu- 
do del concienzudo. Porque se habian agarrado £ el 
diez sanguijuelas,— «Singular personaje, jcuanto me 
ensena este espectaculo, es decir: tu mismo! Yo no 
me atreveria quizd 6 insinuarlo todo en tus oidos se- 
veros.— jVaya! iSepar6monos aqui! Pero me agrada- 
ria volver £ encontrarte. All£ arriba esta el camino 
que lleva d mi eayerna. Alii debes ser esta noche 
bienvenido entre mis hu£spedes.— Quisiera tanjbten ' 
reparar en tu cuerpo el que Zaratustra te haya piso- 
teado: en eso medito. Pero urge separarnos: me llama 
lejos de # ti un grito de angustia.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

EL ENCANTADOR. Pero £ la vuelta de un 

penascal vio Zaratustra, no lejos de 61, £ la parte 
abajo del camino, un hombre que accionaba como un 
loco furioso y que acab6 por precipitarse de bruces 
en el suelo. «;Alto! (dijo entonces Zaratustra £ su co- 
razon). Ese debe ser el hombre superior; de 61 pro- 
cedia aquel siniestro grito de angustia. Quiero ver 
si puedo socorrerle.» Pero, cuando lleg6 al sitio en 
que estaba tendido el hombre, encontro un viejo tem- 
bloroso, con la mirada fija; y, a pesar de todo el 
trabajo que se tomo Zaratustra por levantarle, fueron 
vanos sus esfuerzos. El infeliz no parecio notar que 
hubiese alguien junto a 61; al contrario, no cesaba de 
mirar de una parte & otra haciendo gestos conmove- 
dores como quien se ve abandonado y aislado del 
mundo entero. Pero, al fin, despues de muchos tern- 



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232 NIBJTZSOHB 

blores, sobresaltos y contorsiones, comenz6 & lamen 
tarse de esta suerte: 

<:Quten me da calor? ^Quien me ama? 

jVenid manos calientes! 

jVenid corazones ardientes! 

Tendido, tembloroso, 

como un moribundo A quien 'se calienten los pies, 

estremecido jap! por ignoradas fiebres, 

tiritando ante las punzantes flechas de la helada, 

jacosado por tf, pensamiento! 
jdesfigurado! jvelado! jespantoso! 
jcazador oculto tras las nubes! 
herido por tf, 

ojo burlon que en la obscuridad me miras; 
asi pazgo . 

me encorvo y me retuerzo, tormentado 
por todos los eternos martirios, 

herido por tf, 
cruelfsimo cazador, 
por tf, dios... desconocido... 

iHiere m£s profundamente! . . , 

iHiere otra vez! 

iTraspasa, desgarra este coraz6n! 

«xPor qu£ martirizarme 

con flechas despuntadas? 

«jQue miras aiin tii, 

no cansado de humanos tormentos 

con esos ojos maliciosos de fulgores djvinos? 

<iConque no quieres matar, 

sino martirizar, tan s61o martirizar? 

<iPor qu£ martirizarme a mi, 

dios maligno, dios inc6gnito? 

;Ah! jConque 
te acercas arrastrindote 
aunque sea de noche? 
<:Qu6 quieres? 
iHabla! 

;Me acosas y me estrechas! 
;Te acercas demasiado! 
Me oyes respirar... 
Espias mi coraz6n... 
jCeloso! jMas que celoso! 
<?De que tienes celos? 
iApartate! jQuita alia! 
^A que esa escala? 



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ASf HABLABA ZABATUSTBa 233 

<:Quieres entrar y 
penetrar en mi corazon, 
penetrar mis pensamientos 
mas rectfnditos? 
jlnsolenle! jPerdido! jLadron! 
<?Que quieres robar? 
<*Que quieres oir? 
jOh, dios verdugo! 
dQu£ te propones arrancar 
eon tus torturas? 
<iDebo, cual un perro, 
lamer tus pies, 
humillarme, arrastrarme 
y ofrecerte mi amor? 

jEn vano! 
iPunza otra vez, 
cruelisimo aguij6n! 

joh, cazador, el m£s cruel de los crueles! 
Yo no soy un perro; s61o soy tu caza 
y tu m£s altivo prisionero. 
jSalteador oculto tras las nubes...! 
jHabla de una v$z! 

jDeja de esconderte tras los reUmpagos! jHabla, incognito! 
^Qu£ quieres tii de mi, puesto ahi de acechq en el camino? 

jC6mo! 
;Un rescate! 

<iQui quieres de rescate? 
Pide mucho; te lo aconseja mi orgullo; 
y habla poco; te lo aconseja mi altivez. 

iAh! jConqiie 
soy yo mismo que tu quieres? 
<; Yo? <rTodo yo? 

iAy! 
<? Y me martinzas, loco? 
I Y torturas mi orgullo? 
Dame amor— <rQuien me amara? 
<iQmen me calentar*?— 
Proctirame manos calientes... 
Procurame corazones ardientes. 
Date A mi, al mis solitario 
& quien el hielo jay! el hielo 
hace suspirar siete veces 
hasfa ppr los mismos enemigos: 
Date, entrggate A mi; 
date tti 
cruelisimo enemigo! 



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234 NIBTZ9CHB 

iSefue! 
jHasta 61 huye 
mi linico companero, 
mi mayor enemigo, 
mi desconoeido, 
mi dios verdugo! 

jNo! 
jVuelve! 

iVuelve con tus suplicios! 
jEa! vuelve, 

jTorna al solitario ip£s humilde! 
Todas mis l£grimas corren 
eh tu busca 
y por U se despierta 
la postrera llama de mi coraz6n. 
jOh! jVueJve, 
Dios inc6gnito! \Dolor mio! 

Ultima ventura mia. 

2. — Pero en este punto Zaratustra no pudo con- 
tenerse m£s tiempo, cogio el baston y dio con todas 
sus fuerzas al que se lamentaba. «Detente (le grit6 
con risa airada), detente, histrion! jfalso mohedero! 
jembustero inveterado! iTe conozco bien!— He de 
prenderte fuego a las piernas, siniestro hechicero: 
js6 yo asar muy bien 4 los de tu ralea!»— «jPara! (dijo 
el viejo levantandose de un brinco). ;No me pegues 
m£s, Zaratustra! jTodo ello no ha sido m&s que una 
broma!— Esas cosas forman parte de mi arte: he que- 
rido ponerte a prueba & ti mismo, al darte esa prueba. 
\Y en verdad que has penetrado bien mis pensamien- 
tos!— Pero tu tambten... no es pequena la prueba que 
has dado de ti mismo. ;Eres duro, sabio Zaratustra! 
Hieres duramente con tus «verdades»; jtu baston nu- 
doso me obliga a confesar... esta verdad!»— «;No me 
adules, histrion! (respondi6 Zaratustra, siempre irri- 
tado y con semblante sombrio). Eres falso; £por qu6 
hablas... de verdad?— Pavo real, mar de variedad, 
£que es lo que representabas delante de mi, siniestro 
encantador? gEn quien debia yo creer cuando asi te 



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A Si HABLABA ZARATUSTRA 2S5 

lamentab$s?» — «Fo representaba tlexpiador del es- 
piritu (dijo el viejo): tu mismo inventaste en otro 
tiertlpo esa expresi6n:— el poeta y el encantador que 
acaba por volver su espfritti contra si mismo, el trans- 
formado, aquel £ quien hielan su mala ciencia y su 
mala coneiencia.— Y confiesalo francamente: jte has 
tornado tiempo, Zarattistra, para descubrir mis artifi- 
cios y mentiras! Tu creias en mi miseria, cuando me 
tenias la cabeza con las manos; te he oido gemir: 
«jSe le ha amado muy poco, demasiado poco!» El ha- 
berte enganado hasta ese punto es lo que regocijaba 
inttmamente & mt'malignidad.»— «A otros m£s finos 
que yo debes haber enganado (contesto con dureza 
Zaratustra). Yo no estoy en guardia contra los enga- 
fiadores; yo no debo tomar precauciones: asi lo quie- 
re mi suerte.— Pero tii... tienes que enganar: \te co- 
nozco de sobra para saberlo! Tus palabras han de 
tener siempre un doble, un triple, un cuadruple senti- 
do. [Aun lo que me has confesado no era bastante 
verdadero, ni bastante falso para mi!— ;Vil monedero 
falso, qu6 otra cosa habias de hacer! Hasta tu enfer- 
medad acicalarias, si te presentases desnudo delante 
del medico.— Asi acabas de dorar tu mentira delante 
de mi, cuando decias: «jNe lo he hecho mas que por 
broma!» Habia tambi^n seriedad en eso; ;tii eres algo 
como un expiador del espiritu!-— Te calo yo perfecta- 
mente: tu te has hecho el encantador de todo el mun- 
do; pero, respecto de ti, no te queda ya mentira ni 
astucia; te has desencantado & ti mismo.— Has cose- 
chado el hastio como tu linica verdad. Ninguna pala- 
bra es ya verdadera en ti, salvo el hastio pegado a tu 
boca.» — «;Pero qui^n eres tii! (exclamo el viejo en- 
cantador en este punto con voz altanera). ^Quien 
tiene el derecho de hablarme asi d mi, que soy el mas 
grande de los vivientes de hoy?» Y relampaguearon 



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236 NIETZSCHE 

susojos mirando £ Zaratustra. Pero al nipmento se 
transform6 y dijo con tristeza: <qZaratustra, estoy 
harto; mis artes me hastian, yo no soy grande/ iA 
que fingir? Pero bien lo sabes tii: jyo he buscado la 
grandeza!— Yo queria representar tin gran hombre, y 
& muchos he convencido; pero esa mentira ha sido 
superior £ mis fuerzas. Contra ella me estrello.— 
Zaratustra, en mi todo es mentira; pero que sucum- 
bo... jeso es positivoh— «Te honra (contesto Zara- 
tustra sombrio y desviando hacia el suelo la mirada), 
te honra el haber buscado la grandeza, pero te vende 
tambien. Tu no eres grande.— STfriestro encantador, 
lo mejor y m£s honroso que respeto en ti, es que te 
hayas hastiado de ti mismo y que hayas exclamado: 
«No soy grande. »— En atenci6n a eso te honro como 
un expiador del espiritu; aunque solo haya sido por 
un instante, en ese instante has sido veridico.— Pero 
dime: £que buscas tu aquf en mis bosquesy entre 
mis brenas? Y si te habias vinterpuesto en mi camino 
para acecharme, iqne prueba querias de mi? £En que 
querias tentarme?» 

Asi hablaba Zaratustra y sus ojos centelleaban. El 
viejo encantador hizo una pausa y despues dijo: «£Pe- 
ro yo te he tentado?Yo no hago m£s que... buscar.— 
jZaratustra, yo busco alguien que sea sincero, recto, 
sencillo, ageno al fingimiento, un hombre de toda 
providad, un vaso^esabiduria, un santo del conoci- 
miento, un gran hombre!— ^Acaso no lo sabes, Zara- 
tustra? /Busco a Zaratustrah 

Entonces medio un largo silencio entre los dos. 
Zaratustra, ensimismdndose profundamente, cerro los 
ojos; luego, volvtendose al encantador, le cogt6 de 
la mano, y dijo cortes y astutamente: <qEst£ bien! All£ 
arriba se encuentra el camino queJleva £ la eaverna 
de Zaratustra. En mi eaverna puedes buscar al que 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 23JT 

desearias encontrarte.— Y acons6jate de mis animates 
de mi £guila y de mi serpiente': ellos deben ayudarte 
£ buscar> pues mi eaverna es grande.— Verdad es que 
yo mismo... no he visto aun ningtin gran hombre. 
Para Jo grande, el ojo del m£s sutil es hoy aun dema- 
siado grosero. Este es el reinado del populacho.— 
jHe visto ya a tantos estirarse e hincharse al par que 
el pueblo gritaba: «Ved: ese es un gran hombre!» 
Pero £de que sirven todos los fuelles? De alii no sale 
m&s que viento.— La rana que se hincha demasiado 
acaba por estallar, y sale entonces viento. Pinchar el 
vientre de un hinchado es lo que yo llamo una hones- 
ta distracci6n. jOid esto, hijos mios!— Nuestro hoy 
pertenece al populacho: jquien puede saber aun lo 
que es grande y pequeflol ^Quien buscaria aun con 
£xito la grande za? Un loco a lo sumo; y los locos son 
afortunados.— jTii buscas los grandes hombres, loco 
singular! £Qui6n te ha enseHado tal cosa? £Es hoy 
tiempo oportuno para eso? jOh buscador maligno! 
ipor qu6 me tientas?» 

Asf hablaba Zaratustra, con el corazon consolado; 
y, riendo, prosiguio su camino. 

FUERA DE SERVICIO. Pero, a poco de 

li^rarse del encantador,. Zaratustra vio otra persona 
sentada a orillas del camino que 61 seguia, un hombre 
alto y negro, de rostro p£lido y delgado: este le con- 
trario de una manera extraordinaria. «[Mal va! dijo a 
su corazon: veo aflicci6n enmascarada, que parece 
cosa de sacerdotes. iQu6 quieren estos en mi reino? 
— ;C6mo! Apenas me he sacudido ese encantador, y 
ya pasa por mi camino otro nigromante— un mago 
que impone las manos, un sombrio milagrero por la 
gracia de Dios, un compungido difamador del mundo. 
iQue el diablo le llevel— Peroel diablono esta nunca 



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238 NIETZSCHE 

donde debia: jsiempre llega tarde ese maldito enano, 
ese pateta!»— Asi juraba Zaratustra, impaciente y pen- 
sando en la manera de pasar por delante del hombre 
negro, mirando £ otra parte. Pero las cosas sueedie- 
ron de otro modo: porque en el mismo instante le vi6 
el que estaba sentado; y como quien tiene una suerte 
inesperada, se puso en pie de un salto y se dirigioha- 
cia Zaratustra. — «jQuien quiera que seas— dijo— via- 
jero errante, ayuda a un extraviado que anda hacien- 
do pesquisas, a un viejo £ quien podria suceder aqui 
alguna desgraeia!— Este es para mi un mundo extrano 
ylejano; he oido tambien rugidos de fieras; y el que 
hubiese podido darme asilo, ese no existe ya.— He 
buscado el ultimo hombre piadoso, un santo y un er- 
mitano, unico que en su bosque no habia oido decir 
aun lo que todo el mundo sabe hoy.»— «^Qu6 es Id 
que todo el mundo sabe hoy? (pregunto Zaratustra).. 
^Quiza que no vive ya el Dios antiguo, el Dios en 
que antes creia todo el mundo?»—«Tu lo dijiste (con- 
testo tristemente el viejo). Yyoservi A ese Dios antiguo 
hasta su ultima hora.— Pero ahora estoy fuera de ser- 
vicio; me eneuentro sin amo, y, & pesar de eso, no 
soy libre. De modo que nunca me complazco ya, si no 
es en mis recuerdos.—Por eso he subido £ estas mon- 
tanas, para volver a celebrar al fin una fiesta, como 
conviene a un antiguo Papa y padre de la Iglesia— 
porque jsabete que soy el ultimo Papal— una fiesta 
de piadoso recuerdo y de culto £ Dios. — Murio el mds 
piadoso de los hombres, ese santo del bosque, que 
alababa sin cesar £ su Dios eon cantos y murmullos. 
—No le encontrS ya cuando descubri la choza; pero 
vi alii dos lobos que aullaban a causa de su muerte— 
porque todos los animales le querian.— Al ver aquello 
hui.— <j,Vine, pues, en balde £ estos bosques y d estas 
montafias? En consefcuencia, mi corazon se ha decidi- 



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A Si HABLABA ZARaTUSTRA 239 

do £ buscar otro, al mis piadoso de todos los que no 
creen en Dios, i Zaratustra! » — Asi hablo el viejo y 
fijo una mirada penetrante en el que estaba de pie de- 
tente de el. Zaratustra cogio la mano del antiguo Pa- 
pa, y la contemplo largo rato con admiracion. « jMira, 
pues, venerable (dijo lue'go), qu£ mano alargada tan 
hermosa! Es la mano de quien ha dado siempre la ben- 
dicion. Pero ahora estrecha al que tii buscas, a mi, i 
Zaratustra.— Yo soy Zaratustra, el impio que dijo: 
^quten es mas impio que yo, a fin de regocijarme con 
su ensefianza?»- r Asi hablaba Zaratustra, penetrando 
con su minlda en los pensamientos mas reconditos del 
viejo Papa. Por ultimo, este empezo a decir: «E1 que 
mis le amaba y poseia es tambten el que mis le ha 
perdido. — Mira: creo que ahora el mis impio de nos- 
otros soy yo. Pero jquien podria regocijarse de eso!» 
— «<i,Tu le has servido hasta el fin? (pregunto Zaratus- 
tra pensativo, despu£s de un largo y profundo silen- 
cio). ^Sabes como murio? <j,Es cierto lo que se dice 
de que le ahogo la compasion? £el ver al hombre sus- 
pendido en la cruz y el no poder soportar que el amor 
por los hombres viniera a ser su inf ierno y a la postre 
su muerte?»— Pero el anciano Papa no respondio, si- 
no que desvio la vista con espanto y con expresion 
dolorosa y sombria.— «D£jale ir— afiadio Zaratustra 
despu6s de una larga reflexion, clavando siempre sus 
ojos en los del viejo.— D£jale ir; ha concluido. Y aun- 
que te honre no decir mis que bien de ese muerto, tii 
sabes lo mismo que yo qaiin era, y que seguia cami- 
nos singulares.»— «Aqui, entre tres ojos (dijo, tran- 
quilizado el Papa, que de un ojo era ciego), de las 
cosas de Dios yo estoy mas al corriente que el mismo 
Zaratustra, pues tengo el derecho de estarlo.— Lar- 
gos anos le ha servido mi amor; mi voluntad seguia 
la suya por dondequiera. Pero un buen servidor lo sa- 



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240 NIETZSCHE 

be todo y hasta ciertas cosas que su amo se oculta i 
si mismo.— Era un dios oculto, lleno de giisterios. Ni 
aun un hijo alcanzo sino por vias excusadas. A las 
puertas de su creencia se halla el adulterio — El que le 
alaba como el dios de amor no se forma ideas bas- 
tante elevadas sobre el amor mismo. Ese dios, <j,no 
querria tambten serjuez? Pues el que ama, ama por 
encima del castigo y de la recompensa.— Cuando jo- 
ven, ese dios de Oriente era duro y estaba sediento 
de venganza; se creo un inf ierno para deleite de sus 
favoritos. — Pero al fin se hizo viejo y blanjlo y tierno 
5* compasivo, asemejandose mis i un abuelo que i un 
padre, y mis aun i una abuela decr£pita.— Alii esta- 
ba mustio, sentado al amor de la lumbre, preocupado 
de la flaqueza de sus piernas, cansado del mundo, 
cansado de querer, y un dia acabo por ahogarse de 
exceso de piedad.»— «Anciano Papa (interrumpi6 Za- 
ratustra), ^has visto tti eso con tus propios ojos? Bien 
ha podido pasar asi: asi y tambten de otra manera. 
Cuando mueren los dioses, mueren siempre de varias 
clases de muerte.— Pero, de esta 6 de la otra manera, 
jya no existe! Era contrario al gusto de mis ojos y de 
mis oidos; yo no queria imputarle nada peor.— A mi 
me gusta todo lo que tiene la mirada clara y habla 
francamente. Pero 61— bien lo sabes, anciano sacerdo- 
te,~ tenia algo de tu ralea, de la ralea de los sacerdo- 
tes: era equivoco.— Era tambien confuso. ;Qu£ no 
nos ha echado en cara ese coterico por comprenderle 
mail Pero ^por q\x€ no hablaba mis claro?— Y si la 
culpa era de nuestros oidos, ^por que nos dio oidos 
que le open mal? Si habia cieno en nuestros oidos, 
^quten le puso en ellos?— Le salieron mal demasiadas . 
cosas i ese alfarero, que no habia acabado su apren- 
dizaje. Pero eso de vengarse en sus cacharros y en 
sus hechuras porque le habian salido mal fue un peca- 



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ASf HaBLABA ZARATUSTRA 241 

do contra el buen gusto.—H&y tambien un buen gus- 
to en la piedad; ese buen gusto ha acabado por decir: 
«\Q\i\te<\nos seme j ante dios! \ Vale mas no tener nin- 
guno, vale mas crear cada cual los destinos a su ca- 
pricho, vale m£s ser loco* vale m&s ser dios uno mis- 
mo! » — <qQue oigo! (dijo en este punto el Papa, agu-' 
zando el oido). Zararustra, con tal incredulidad, tti 
eres m£s piadoso de lo que crees. Debe haber habido 
algun dios que te haya convertido & tu impiedad.— 
^No es tu piedad misma la que te impide creer en un 
Dios? jY tu lealtad excesiva te conducird aun mds alld 
del bien y del mal!— ^Ves tu lo que te est£ reservado? 
Tu tienesojos, una mano y una boca, que estan pre- 
destinados £ bendecir de toda eternidad. No se bendi- 
ce solo con la mano.— A tu lado, aunque quieras ser 
el m£s impfo, percibo un secreto aroftia de dijatadas 
bendiciones, un olor benefico al par que doloroso pa- 
ra mi.— iPermiteme ser tuhu£sped por una sola no- 
che, Zaratustra! jEn ninguna parte de la tierra me sen- 
tir£ mejor que a tu lado! »— «j Amen! jAsi sea! (excla- 
mo Zaratustra eon gran asombro). A11& arriba est& el 
camino que lleva a la caverna de Zaratustra.— De 
buena gana te conduciria yo mismo, venerable, por- 
que amo & todos los hombres piadosos. Pero ahora me 
llama con apremio lejos de ti un grito de angustia.— 
En mis dominios no debe pasar nada malo a nadie: 
mi caverna es un buen puerto. Y yo querria sobre to- 
do poner en tierra firme y con pie derecho a todos los 
tristes.— Pero ^quien podra arrancarte de los hombros 
tu melancolia? Yo soy demasiado debil para eso. En 
verdad, podrfamos esperar mucho hasta que alguien 
te resucit^se tu dios.— Porque ese dios antiguo no vi- 
ve ya: est& muerto y muy muerto.» 
Asi hablaba Zaratustra. 

i6 



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242 NIETZSCHE 

EL HOMBRE MAS FEO. Y volvieron £ co- 

rrer las piernas de Zaratustra por las montanas y las 
selvas, y sus ojos escudrinaban sin cesar; pero en 
ninguna parte veia al que queria ver, al que clamaba 
socorro, atormentado por honda angustia. Camina- 
T)a, no obstante, muy gozoso y lleno de gratitud. 
«iQu£ buenas cosas (dijo), me ha dado este dia, para 
resarcirme de haberle empezado tan mal! jQu6 singu- 
lares interlocutqres he encontrado!— -He de rumiar 
mucho tiempo sus palabras eomo si fuesen buenos 
granos; mis dientes deberan redueirlas y molerlas una 
y otra vez, hasta que me corran por el alma como 
leche.»— Pero, Cuando el camino dio vuelta & un nue- 
vo penon, cambio de pronto el paisaje, y Zaratustra 
entro en un reino de la muerte. Surgfan alii negros y 
rojos pefiascos, y no habia hierba, drboles ni canto de 
pdjaros. Porque era un valle que todos los animales 
rehuian, incluso las fieras; solo una espeeie muy fea 
de culebrones verdes iba a morir alld, cuando enve- 
jecia. Por eso los pastores llamaban ^ aquel valle: 
Sepulcro de serpientes.— Zaratustra se abismo en ne- 
gros recuerdos, porque le parecia haberse encontrado 
ya en aquel valle. Y agobiaron su espiritu cosas tan 
pesadas, que fu6 acortando, acortando el paso, hasta 
que acabo por pararse. Mas, al abrir los ojos, vio 
algo sentado a orillas del camino, algo que & duras 
penas tenia la forma de un hombre, algo inexpresa- 
ble. Y Zaratustra sintio una gran vergiienza por ha- 
ber visto con sus ojos semejante cosa. Sonroj£ndose 
hasta la raiz del pelo, aparto los ojos y alz6 el pie 
para alejarse de aquel nefasto sitio. Pero entonces el 
tStrico desierto se poblo de ruidos: porque subio del 
suelo un gorgorito como el que hace el agua por de 
noche en canos tapados; y ese ruido acab6 por tor- 
narse humana voz y humana palabra. La voz decia: 



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ASi HABLABA ZARATUSTRA 243 

«jZaratustra, Zaratustra! jAdivina mi enigma! jHabla, 
habla! <-,Cu£l es la venganza contra el testigoP—Yo 
te atraigo hacia atr&s; aqui hay hielo resbaladizo. 
iCuidado, cuidado no se rompa las piernas tu orgu- 
llo! — jTii te crees sabio, orgulloso Zaratustra! jPues 
acierta el enigna, acierta el enigma que yo soy! Ha- 
bla pues, iqu\€n soy t v0.?»-Cuando Zaratustra oyo 
estas palabras, £qu£ pens&is que paso en su alma? Se 
vio dominado por la compasion^y se desplomo de 
golpe como una encina que, despu£s de resistir mu- 
cho tiempo £ los lenadores, cae de siibito y pesada- 
mente, con espanto de los mismos que querfan aba- 
tirla. Volvio luego d levantarse del suelo, y su sem- 
blante se puso duro. — «Te conozco bien (dijo con voz 
de bronce); tu eres el asesino de Dios. Dejame mar- 
charme.— jTu no has soportado al que te vefa siempre 
con tus asquerosidades, joh, tu, el mis feo de los 
hombres! ;Te has vengado de ese testigo!» — Asi ha- 
blaba Zaratustra, y quiso marcharse; pero el inexpre- 
sable le asio de la vestidura y empez6 £ gorgotear de 
nuevo y & buscar sus expresiones. qQuedate!— dijo 
al fin.— jQuedate! jNo pases de largo! Yo he com- 
prendido cual fu6 el hacha que te derribo. jGloria £ 
ti, Zaratustra, que estes de nuevo en pie!— Has adi- 
vinado— lo s€ perfectamente— eudles eran los senti- 
mientos del que mat6 £ Dios, del asesino de Dios.— 
jQuSdate! Sientate aqui junto a mi; no ser& en balde. 
— ^A quten queria yo eneontrar siuo a ti? QuSdate y 
stentate. jPero. no me mires! jRespeta asi... mi feal- 
dad!— Me^persiguen; ahora tu eres mi ultimo refugio. 
No es que me persigan con su odio 6 sus esbirros. 
jOh! jyo me burlaria de tales perseeuciones! Estaria 
orgulloso y satisfecho.— ^Todo el triunfo no ha sido 
hasta aqui de los que eran bien perseguidos? Y el que 
persigue bien aprende tecilmente & seguir—ino va 



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£44 NIETZSCHE 

ya... detrds? Pero se trata de eompasidn...—De su 
compasi6n es de lo que huyo, viniendo a refugiarme 
en ti. Defiendeme, Zaratustra, ultimo refugio mio, 
linico ser que me ha adivinado.— Tii has adivinado los 
sentimientos del que mato a Dios. jQu£date! Y si eres 
tan impaciente que quieres marcharte, no tomes el 
camino por donde yo vine. Ese camino es malo.— 
iMe guardas rencor porque desde hace mucho tiempo 
desuello las palabras? ^porque ya te doy consejos? 
Pues sabe que yo, el mas feo de los hombres, soy 
tambien el que tiene el pie m&s grande y m&s pesado. 
Por dondequiera que he andado yo> es malo el cami- 
no. Yo aplasto y destruyo todos los caminos.— Pero 
he visto bien que pasabas delante de mi en silencio y 
que te sonrojabas: en eso conoci que eras Zaratustra. 
— Cualquier otro me hubiese arrojado sii limosna, su 
compasion, con la mirada y la palabra. Pero no soy 
yo bastante mendigo para eso: tii lo has adivinado.— 
}Yo soy demasiado rico para eso, rico en cosas gran- 
des y formidables, las mas feas y las mas inexpresa- 
bles! ;Tu vergiienza, Zaratustra, me hace honor!— 
Me ha costado trabajo salir de la muchedumbre de los 
compasivos, para encontrar al tinico que ensena hoy 
que «la compasion es importuna»— para encontrarte a 
ti, Zaratustra.— Sea piedad de un Dios 6 piedad de los 
hombres, la compasion es contraria al pudor. Y no 
querer ayudar puede ser m&s noble que esa virtud que 
asalta presurosa y solicita.— Pero eso es lo que toda 
la genie pequefia llama hoy la virtud misma, la com- 
pasion; esa gente no guarda respeto ante la gran des- 
gracia, la gran fealdad y la gran deformidad.— Mi 
mirada pasa por eneima de los pequefios como la de 
un perro por eneima de los bullentes rebanos de ove- 
jas. Son gentecillas de buena voluntad, grises y la- 
nosas. — Como una garza mira desdenosamente el liso 



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A SI HABLABA ZABATUSTRA 245 

estanque, con la cabeza echada hacia atras, ast miro 
yo el hervidero de las onditas, de las voluntades y de 
las almas grises y pequenas.— Se ha dado la raz6n 
demasiado tiempo & esas gentecillas, y asi se ha aca- 
bado por darles de igual modo el poder j por eso en- 
seftan: «No es bueno mas que lo que las gentecillas 
llaman bueno. »—Y hoy se llama «verdad» lb que de- 
cia el predicador que salio de las filas de esa gente, 
aquel santo raro, aquel abogado de los pequenos que 
atestiguaba de si propio «yo soy la verdad». — Y aquel 
hombre inmodesto, que, al decir «yo soy la verdad», 
enseno un error mas que mediano, aquel fue la causa 
de que hace ya mucho se pavoneen las gentecillas.— 
cSe respondio nunca mds cort£smente d una persona 
falta de modestia? Sin embargo, Zaratustra, tu pasas- 
te delante de ^1 diciendo: <qNo! ;No! ;Mil veces nol» 
— Tii diste la voz de alerta contra su error; tii fuiste 
el primero que dio la voz de alerta contra la compa- 
sion— no a todos, no a ninguno, sino £ ti y d tu espe- 
cie! — Tii te avergiienzas de la vergiienza de losgran- 
des sufrimientos; y cuando dices: «de la compasion 
viene una gran nube, jalerta, humanos!» y cyando en- 
senas: «todos los creadores son duros, todo gran 
amor est^ por encima de su compasion», jqu£ bien 
me parece's eonocer los signos del tiempo, Zaratustra! 
— Pero tii mismo... jgudrdate tambien de tu propia 
piedad! Porque hay muchos que est&n en camino ha- 
cia ti, muchos de los que sufren, de los que dudan, de 
los que desesperan, de los que se ahogan y hielan... 
— Yo te pongo tambien en guardia contra mi. Has 
adivinado mi mejor y mi peor enigma, me has adivi- 
nado a mi mismo y lo que he hecho. Conozco el ha- 
cha que te derrfba.— Sin embargo, fue preciso que 
el muriese: veia con ojos que lo veian todo; veia las 
profundidades y los abismos del hombre, toda su 



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246 NIETZ8CHE 

oculta ignominia y fealdad.— Su compasi6n no cono- 
cia la vergiienza: s£ deslizaba a mis sucios rineones. 
Fue preciso que muriese el m£s curioso, el m£s im- 
portuno, el m&s compasivo. — Siempre me veia: yo 
quise vengarme de semejante testigo 6 dejar de vivir. 
—El Dios que lo veia todo, aun el hombre, jese Dios 
debia morir! El hombre no soporta que viva seme- 
jante testigo. 

Asi hablaba el hombre mas feo. Pero Zaratustra 
se levanto y se dispuso £ partir: porque estaba helado 
hasta los tu6tanos.— «Tii, inexpresable (dijo), me has 
puesto en guardia contra tu camino. Para recompen- 
sarte te recomiendo el mio. Mira: all£ arriba esta la 
caverna de Zaratustra. — Mi caverna es grande y pro- 
funda y tiene muchos rineones; el m&s retirado en- 
cuentra alii su escondite. Y cerca hay cien revueltas 
y cien escapatorias para losanimales que se arrastran, 
que rcvolotean y que saltan.— <j,Tu, que te ves recha- 
zado, y que te has rechazado £ ti mismo, no quieres 
vivir m£s en medio de los hombres y de la compasion 
de los hombres? jPues bien! jhaz como yol Asi apren- 
der&s tambien de mi; solo el que obra aprende.— \Y 
habla desde luego y en primer lugar £ mjs animalesl 
jSean para nosotros dos los verdaderos consejeros el 
animal mas altivo y el animal mis astuto!» 

Asi hablo Zaratustra, y prosiguio su camino mas 
meditabundo y mas despacio aun que antes: porque se 
preguntaba muchas co$as y le costaba trabajo respon- 
derse.— «iQu£ pobre es el hombre! (pensaba interior- 
mente). jQu6 feo, que agonizante y cu£n lleno de 
oculta vergiienza!— Me dicen que el hombre se ama 
£ si propio. jAy! jQue grande debe ser ese amor de 
si! jCudnto desprecio tiene en contra suya!--Tambi6n 
ese se amaba desprectendose: es para mi un gran ena- 
morado y un gran despreciador.— Nunca tropec6 con 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 247 

nadie que se despreciara m£s profundamente. Tam- 
bi£n eso es altura. jOh infortunio! ^Seria ese quiz£ el 
hombre superior cuyo grito oi?— Yo amo & los gran- 
des despreciadores. Pero el hombre es una cosa que 
debe ser superada.» 

EL MENDIGO VOLUNTARIO.-- - Cuando Za- 
ratustra se alejo del m£s feo de los hombres tuvo frio 
y se sintio solo: porque tantas cosas heladas y solita- 
rias cruzaron por su espiritu que hasta los miembros 
se le quedaron frios. Pero, subiendo mas y mas cada 
vez por montes y por valles, ya pasando a orillas de 
verdes praderas, ya atravesando dridos pedregales, 
donde probablemente se habia abierto su lecho en 
otras epocas un rio impetuoso, se sintio de repente 
m&s vivo y animado.— «<-,Qu£ es eso? (se pregunto). 
Algo c£lido y vivo me reconforta; debo tenerlo cerca. 
— Ya estoy .menos solo; presiento £ companeros y 
hermanos rondando inconsctentemente en torno mio; 
su c£lido aliento remueve mi alma. »— Pero cuando 
miro alrededor buscando los consoladores de su sole- 
dad, vi6 que eran vacas, que estaban unas al lado de 
otras en una altura; la cercania y el olor de esos ani- 
males habian reanimado su corazon. Pero las vacas 
parecian escuchar atentamente & alguien que hablase, 
y no hacian caso del que se acercaba. Ya muy proxi- 
mo a ellas, Zaratustra oyo salir de en medio clara- 
mente una voz de hombre, y era visible que todas 
volvian la cabeza hacia su interlocutor.— Entonces 
Zaratustra se lanzo £ la altura corriendo y disperso £ 
los animates, porque temia que hubiese ocurrido al- 
guna desgracia & alguien, cosa que dificilmente hu- 
biera podido remediar la compasi6n de las vacas. 
Pero se habia equivocado: porque lo que vio fue un 
hombre sentado en el suelo, que parecia exhortar a 



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248 NIETZSCHE 

los animales & no tener miedo de 6\. Era un hombre 
apacible, un predicador de las montanas, cuyos ojos 
predicaban la bondad misma. «<J,Qu6 buscas aqui?» 
exclamo Zaratustra conasombro:— «£Que que busco 
aqui? (contest6 el hombre). jLo mismo que tu, agua- 
fiestas! ;Es decir: la felicidad en la tierra!— Por eso 
{jueria aprender de estas vacas. Porque, para que lo 
sepas, hace ya media manana que las estop hablando, 
e. iban £ responderme. ^Por qu£ las alborotas tu?— Si 
no volvemos hacia atr£s y no hacemos como las va^ 
cas, no podemos entrar en el reino de los cielos, Es- 
pecialmente una cosa deberiamos aprender de ellas, y 
es rumiar.— Porque, ^de que serviria que el hombre 
ganase el mundo entero, si no aprendiese una cosa, 
si no aprendiese £ rumiar? Tampoco se libraria su 
gran afliccion, de esa gran afliceion que se llama hoy 
hastio. ^Quten no tiene hoy el coraz6n, la boca y los 
ojos llenos de hastio? jTu tambten! jTii t^mbi^n! jPe- 
ro mira esas vacas! » 

Asi hablo el predicador de la montana; despues 
volvio los ojos hacia Zaratustra— porque hasta aquel 
momento los habia fijado amorosamente en los ani- 
males.— Entonces se transformo. «^Con quien estoy 
hablando?— exclamo asustado salt^ndo del suelo.— 
Este es el hombre sin hastio; Zaratustra en persona, 
el que ha triunfado del gran hastio; esosson los ojos, 
esa es la boca, ese es el corazon del mismo Zaratus- 
tra. »— Y, hablando asi, beso las manos de aquef a 
quien hablaba, con ojos rebosantes, y se conducfa en 
un todo como una persona a quien cae del cielo inopi- 
nadamente un precioso regalo o algtin tesoro. Entre 
tanto, las vacas contemplaban todo aquello con admi- 
racion.— «jNo hables de mi, hombre singular y atrac- 
tivo! (respondio Zaratustra, rehuyendo sus fcaricias). 
jH&blame ante todo de ti! ^No eres hi el mendigo 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 249 

voluntario, que en otro tiempo arrojo lejos de si una 
gran riqueza?— <j,No eres el que, avergonzado de la 
riqueza y de los ricos, huyo hacia los mas pobres para 
darles su abundancia y su corazon, bien que esos no 
quisieron recibirte?»— -«Ciertamente, no me recibieron 
(dijo el mendigo voluntario); ya lo sabes. Por eso me 
he venido £ la postre con los animales y eon estas 
vacas, »—«Asi has aprendido (interrumpio Zaratustra) 
que es mucho mas dif icil dar bien que tomar bien, que 
dar bien es un arte y la ultima y m£s astuta maestria 
de la bondad.» — «Especialmente en nuestros dias (con- 
testo el mendigo voluntario), espeeialmente hoy en 
que todo lo bajo se levanta fieramente, orgulloso de 
su ralea: de la ralea populachera.— Porque ya sabes 
que ha venido la hora de la gran insurreccion del po- 
pulacho y de los esclavos, la insurreccion funesta, 
larga y lenta; que crece, y crece de continuo.— -Ahora 
los pequenqs se rebelan contra todos los beneficios^p 
los dones menudos; \y que anden con cuidado los que 
sean demasiado ricos!— jDesgraciado del que se ase- 
meje & frascos panzudos que chorrean poco & poco 
or angostos golletes, porque & frascos asi es a los 
ue hoy se quiere romper el cuello.—Codicia ansio- 
sa, envidia acerba, venganza reconcentrada, orgullo 
plebeyo: todo eso me ha saltado al rostro. No es ya 
verdad que los pobres sean bienaventurados. El reino 
de los cielos est& entre las vacas. »—«<*, Y por que no 
entre los ricos?» pregunto tentadoramente Zaratustra, 
impidiendo que ias vacas acariciasen con su aliento 
al hombre apacible.— «^Por que me tientas? (respon- 
dio este). Tii mismo lo sabes mucho mejor que yo. 
c.Qu£ es lo que me ha impelido hacia los mas pobres, 
Zaratustra? £No era la adversion que sentia en pre- 
sencia de los mas ricos de los nuestros? £en presen- 
cia de los forzados de la riqueza que recogen sus 



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250 NIETZSCHE 

beneficios de todas las barreduras, con ojos frios y 
miradas concupiscentes? <ren presencia de esa chusma 
que despide fetidez hacia el cielo? ien presencia de 
ese dorado y falso populacho, cuyos ascendientes 
eran gente de unas largas, aves carnivoras 6 traperos, 
con mujeres complacientes, lascivas y olvidadizas, no 
muy distintas de rameras?— iPopulacho arriba! jPo- 
pulacho abajo! jQu£ significan ya hoy los «pobres» y 
los «ricos»! Yo he olvidado esa diferencia, y he aca- 
bado por huir lejos, m£s lejos cada vez, hasta venir- 
me con estas vacas.» 

Asi hablo el hombre apacible, y, al pronunciar es- 
tas palabras, respiraba ruidosamente, bafiado en su- 
dor: tanto que las vacas volvieron & asombrarse. Pero 
Zaratustra, mientras el hombre hablaba asi duramen- 
te, le miraba de hito en hito, sonriendo y moviendo 
silenciosamente la cabeza.— «Predicador de la mon- 
tafla, te estes violentando, al emplear expresiones tan 
duras. Tu boea y tus ojos no han nacido para seme- 
jantes durezas.— Ytuestomago tampoco, £ lo que me 
parece: tal'colera y tal odio y tal efervescencia se le 
resisten. Tu estomago necestta de cosas m£s dulces: 
tti no eres carnivoro.— Mds bien me pareces herbivo- 
ro. Quiz£ mueles grano. En todo easo, no estds hecho 
para los goces carnivoros y te gusta la miel.»— «Me 
adivinaste perfectamente (respondio el mendigo vo- 
luntario con el corazdn aliviado). Me gusta la miel y 
tambien muelo grano, porque he buscado lo que tiene 
buen gusto y purifica el aliento; y tambien lo que in- 
vierte mucho tiempo, una tarea diaria y una ocupa- 
cion para la boca de dulces perezosos y holgazanes. 
—Estas vacas han ido ciertamente mucho m£s lejos: 
han inventado el rumiar y tumbarse al sol. Asi se 
guardan de todos los pensamientos pesados que hin- 
chan las entranas.»— «Pues entonces (dijo Zaratustra) 



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ASI HABLABA ZABATUSTRA 251 

deberias ver tartibten ^ mis animates, £ mi aguila y a 
mi serpiente, que no tienen hoy rival en la tierra. 

Mira: he aqui el camino que lleva £ mi caverna: 
se su huesped por esta noche. Y habla con mis anima- 
les de la felicidad de los animales... hasta que vuelva 
yo. Porque ahora me llama £ toda prisa lejos de ti un 
grito de angustia. Tambten encontrards en mi alber- 
gue miel nueva, panales de dorada miel de glacial 
frescura: jcomela!— Pero ahora despidete presuroso 
de tus vacas, hombre singular y atractivo, aunque 
haya de costarte trabajo, por ser tus mejores amigos 
y maestros!» — «A exeepcion de uno solo, a quien 
prefiero aiin (respondio el mendigo voluntario). jTu 
eres bueno, y mejor aiin que una vaca, Zaratustra! »— 
«jVete, vete! jVil adulador! (exclamo Zaratustra co- 
l^rico). ^Por qu^ me halagas con tal miel de alaban- 
zas y de lisonjas? jVete, vete lejos de mi!» grito otra 
vez, blandiendo el baston en direccion al mendigo 
zalamero. Pero £ste se escurrio con presteza. 

LA SOMBRA. Pero apenas habfa huido el 

mendigo voluntario, cuando Zaratustra, s61o otra vez 
consigo mismo, oyo detras una voz nueva que grita- 
ba: «jDetente, Zaratustra! iEsperame! jSoy yo, Zara- 
tustra, yo, tu sombra!» Pero Zaratustra no espero, 
porque se apodero de 61 un despecho repentino al 
ver la gran muchedumbre que se agolpaba en sus 
montanas. «£Qu6 se ha hecho de mi soledad?— dijo.— 
Es demasiado; estas montanas hormiguean; mi reino 
no es ya de este mundo; necesito nuevas montanas.— 
£Me llama mi sombra? jQue importa mi sombra! jQue 
corre tras de mi! jyo delante de ella'»— Ast hablaba 
Zaratustra a su corazon huyendo. Pero el que estaba 
detr£s de €\ le seguia; de manera que habia tres eo- 
rriendo los unos tras los otros: primero el mendigo ^ 



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252 NIETZSCHE 

voluntario, luego Zaratustra y en tercero y ultimo 
lugar su sombra. No hacia mucho que corrian asi 
cuando Zaratustra entro en razon, se dio cuenta de 
su locura, y de una sola sacudida arrojo lejos de si 
todo su despecho y todo su enojo. — «;C6mo (excla- 
mo). ^No acontecieron siempre entre nosotros, los 
santos y ermitanos, las cosas m&s risibles?— jEn ver- 
dad que mi locura ha crecido en las montanas! jAhora 
oigo sonar, unas tras otras, seis viejas piernas de 
locos!— ^Pero Zaratustra tiene el dereeho de asustar- 
se de una sombra t Y acabo pbr creer que ella tiene 
las piernas m&s largas que las mias.» 

Asi hablaba Zaratustra, riendose con ojos y entra- 
nas. Se detuvo, se volvi6 de golpe, y casi arrojo al 
suelo a la sombra que le perseguia: tan pegada iba a 
sus talones y tan d£bil era. Porque, al examinarla con 
los ojos, se espanto, como si se le hubiese aparecido 
de repente un fantasma: tan flaco, negruzco y hue£o 
era su perseguidor, y tan acabado parecia.— «£Qui6n 
eres? (pregunto impetuosamente Zaratustra). iQue 
haces aqui? ^.Y por que te llamas mi sombra? No me 
agradas.» — «Perdoname (contesto la sombra) que sea 
yo; y, si no te agrado, jenhorabuena, Zaratustra!, eso 
dice mucho en tu abono y en favor de tu buen gusto. 
— Yo soy un viajero que ha ya mucho te he venido 
pisando los talones^ siempre en camino, pero sin pun- 
to adonde ir y sin hogar; de suerte que me asemejo 
al judio errante, salvo que no soy ni judio ni eterno. 
— Como! £He de estar siempre en camino? ^He de 
verme arrastrado sin tregua por el remolino de todos 
los vientos? ;Oh tierra, te me vuelves demasiado re- 
donda!— Ya me he posado en todas las superficies; £ 
semejanza del cansado polvo, me he adormecido en 
los espejos y en las vidrieras: Todo toma de mi; nada 
me da; yo adelgazo— parezco casi una sombra.— 



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ASf HABLAB4 ZARATUSTRA 253 

Pero & quien he seguido y perseguido m&s tiempo es 
& ti, Zaratustra; y, aunque me he ocultado de ti, fui, 
sin embargo, tu mejor sombra: cjondequiera que tu 
parabas, paraba yo tambten.— Contigo he vagado por 
los m£s lejanos y frios mundos, como un fantasma 
que se complace en correr por encima de techos in- 
vernales y de nieve.— Contigo he aspirado a todo lo 
prohibido, £ todo lo peor y mas lejano; p, si alguna 
virtud hay en mi, es que no temo ninguna prohrbici6n. 
—Contigo he aniquilado lo que alguna vez adoro mi 
corazon, he derribado todas las lindes y todas las 
imagenes, corriendo en pos de los deseos mas peli- 
grosos— realmente, he pasado una vez por todos los 
crimenes.— Contigo he olvidado la f€ en las palabras, 
los valores y los grandes nombres. Cuando el diablo 
muda de pfel, £no arroja al mismo tiempo su nombre? 
Porque ese nombre no es tampoco mas que pi el. El 
diablo mismo no es quiza... mds que una piel. — «Na- 
da es verdad; todo es permitido»: asi me he consola- 
do a mi propio. Me he lanzado a las aguas m£s frias 
de corazon y de cabeza. ;Ay! ;Cu^ntas veces me He 
visto desnudo, y encarnado como un cangrejo!— \Ay\ 
is. d6nde se ha ido todo lo que es bueno, y toda ver- 
guenza, y toda fe en los buenos? \Ay\ ^adonde se ha 
ido aquella inocencia enganadora que antes posei, la 
inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras?-— 
Con harta frecuencta he pisado los talones A la ver- 
dad, y ella me ha saltado entonces a la cara. A veces 
creia mentir, y es el caso que solo entonces tocaba la 
verdad.— Demasiadas cosas se han aclarado para mi; 
ahora ya no me importan. Nada vive ya de lo que yo 
amo— ^Como podria amarme aiin a mi mismo?— «Vi- 
vir como me plazca, 6 no vivir de ningun modo»: eso 
es lo que quiero, eso es lo que quiere tambien el m&s 
santo. Pero ;oh desventura! ^Como podria yo compla- 



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254 NIETZSCHE 

cerme atin?— ^Tengo yo todavia...wv fin? ^Un puer- 
to adonde vuele mi vela?— ^Un buen viento? \ky\ 
Solo el que sabe adonde va sabe tambien cual essu 
buen viento, cual es su viento prospero.— <?,Qu6 me 
queda? Un corazon fatigado £ impertinente, una vo- 
luntad inestable, alas estremecidas, un espinazo roto. 
— Ese af£n en pos de mi morada, bien lo sabes Za- 
ratustra, ese af£n ha sido mi obsesion: me devora.— 
«^Donde est£... mi morada?» Eso es lo que pregunto, 
lo que busco, lo que he buscado, y no encontre. 
jOh eterno «en todas partes»! jOh eterno «en ninguna 
parte! » iOh eterno... «en vano!» 

Asi hablaba la sombra, y el rostro de Zaratustra 
se alargaba al oirla. «jTu eres mi sombra!— dijo al 
fin con tristeza.— ;No es pequeno tu peligro, espiritu 
libre y viajero! Has tenido un mal dia: ;cuidado no 
vaya seguido de una noche peor!— Vagabundos como 
tu acaban por encontrarse bien hasta en una carcel. 
^Has visto alguna vez como duermen los criminales 
presos? Duermen tranquilamente: gozan de su nueva 
seguridad.— jMira no acabe por apoderarse de ti una 
fe estrecha, una ilusion dura y several Porque ahora 
te tienta y seduce todo lo que es estrecho y s61ido.— 
Has perdido el fin; desgraciado! ^corno podrias con- 
solarte de esa perdida? jAsi has perdido tambten el 
camino!— ;Pobre vagabundo, espiritu voluble, mari- 
posa fatigada! ^Quieres tener esta noche un descanso 
y un asilo? 'Sube d mi caverna!— Por all£ arriba va 
el camino que lleva a mi caverna. Y ahora quiero vol- 
ver a huir de ti en seguida, porque la sombra me en- 
vuelve.— Quiero correr solo para que vuelva & cla- 
rear alrededor de mi. Por eso tengo aun que menear 
alegremente las piernas durante mucho tiempo. Sin 
embargo, esta noche... ;se bailara en mi morada! » 

Asi hablaba Zaratustra. 



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ASf HA BLAB A ZARATUSTBA 255 

A MEDIODIA;— Y Zaratustra corri6 y corrio sin 
parar, pero ho tropezo ya con nadie. Iba solo, vol- 
viendo £ encontrarse siempre consigo mismo, disfru- 
tando de su soledad, siboreando su soledad, y pen- 
sando en buenas cosas durante horas enteras. No 
obstante, al mediodia, cuando el sol se hallaba exac- 
tamente encima de su cabeza, Zaratustra paso por 
delante de un anoso arbol retorcido y nudoso, abra- 
zado tan totalmente por el rico amor de una vina que 
quedaba oculto & si propio: de ese drbol colgaban en 
abundancia dorados racimo^que incitaban al viajero. 
Zaratustra tuvo ganas de calmar un poco de sed que 
sentia arrancando un gajo de uvas; y ya extendia la 
mano para hacerlo cuando le acometio otro deseo m£s 
violento aiin: el deseo de echarse al pie del &rbol, en 
pleno mediodia, para dormir. — Asi lo hizo Zaratustra; 
y en cuanto estuvo tendido en medio del silencio y del 
misterio de la esmaltada hierba, olvid6 su poco de sed 
y se quedo adormecido. Porque, como dice el pro- 
verbio de Zaratustra: baza mayor quita menor. Sus 
ojos, sin embargo, permanecieron abiertos: es que 
no se cansaban de mirar y de alabar el £rbol y el amor 
de la vina. Pero, entre suenos, Zaratustra hablo asi a 
su corazon: qSilencio! jSilencio! ^No acaba de con- 
sumarse el mundo? ^Que es lo que me sucede?— Cual 
viento delicioso que baila invisible sobre las len- 
tejuelas del mar, leve y ligero como una pluma, asi 
baila el sueno en mi.— No me cierra los ojos; deja 
despierta mi alma. Es ligero, en verdad, ligero como 
una pluma. — Me persuade, no s€ c6mo; me toca inte- 
riormente con mano carinosa; me domina. Si: me 
domina, en terminos que mi alma se dilata. — jC6mo 
se estira rendida mi alma singular! ^Ha venido para 
ella, en plena mitad del dia, la noche de un dia septi- 
mo? ^Ha errado ya feliz harto tiempo entre las cosas 



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256 NIETZSCHE 

buenas y maduras?— -jSe estira a la larga, m£s a la 
larga cada vez! Esta acostada tranquilamente mi alma 
singular. Ha gustado j>a demasiadas cosas buenas; 
esta tristeza dorada la oprime; tuerce el gesto.— Co- 
mo barca que ha entrado en su mas tranquila bahia, 
se arrima ahora a la tierra, fatigada de los largos 
viajes y de los mares inseguros. ^No es la tierra mas 
fiel?— Como una de esas barcas, se acuesta y arrima 
£ tierra: porque basta entonces que una arana tienda 
su hilo desde la tierra hasta ella. No hace falta aqui 
cable mas fuerte.— Como una de esas barcas fatiga- 
das, en la mas tranquila bahia, asi ahora ,reposo vo 
tambten cerca de la tierra, fiel, confiado, esperando, 
ligado a la tierra por los mas tSnues hilos.— jOh Ven- 
tura! jOh ventura! ^Quieres cantar, alma mia? Estas 
echada en la hierba, y hete aqui la hora secreta y so- 
lemne en que ningiin pastor tane la flauta.— jGuarda- 
te! El calor del mediodia reposa en las praderas. jNo 
cantes! jSilencio! El mundo se ha consumado.— [No 
cantes, ave de las praderas, alma mia! jNo murmures 
siquiera! Mira bien... jsilencio! El venerable mediodia 
duerme; mueve la boca: £no bebe en este instante una 
gota de felicidad? ^Una afieja gota de felicidad dora- 
da, de dorado vino? Su felicidad se desliza por el y 
se sonrie. Asi sonde un dios. iSilencio!— «jCudn poco 
basta para la felicidad! »— asi decia yo en otras epo- 
cas, crey£ndome sabio.— Pero era una blasfemia: esto 
es lo que he aprendido ahora. Los locos sabios dicen 
cosas mejores. — Lo minimo, precisamente, lo m£s te- 
nue, lo m£s ligero, el roce de un lagarto, un soplo, 
un jcht! un abrir y cerrar de ojos, \opaco es la carac- 
teristico de la me/or felicidad. jSilencio — cQue me 
ha sucedido? .Escucha! ^Es que ha herido el tiempo? 
<iNo caigo yo? ^No he caido— ;escucha! — en el pozo 
de la eternidad?— iQu£ me sucede? jSilencio! ^Estoy 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 257 

herido— jdesventurado de mi!— en el corazon? jEn el 
corazon! ;Oh, desgarrate, desgarrate, corazon mio, 
despues de tal felicidad, despues de tal golpe!— jCon- 
que no acaba de consumarse el mundo, redondo y 
maduro? |Oh redonda y dorada madurez! ^Adonde 
va £ volar? ^Es que corro yo en su seguimiento? 
iCht! — jSilencio... (y en este punto Zaratustra se es- 
tiroy sintio que dormia).— «jLevantate, dormilon, pe- 
rezoso! (se dijo £ si mismo). Vamos, viejas piernas. 
Es tiempo, es mas que tiempo; atin os queda por andar 
una buena parte del camino.— Os habeis entregado al 
sueno ^Durante cuanto tiempo? jUna media eterni- 
dad! jVamos, levdntate tu ahora, viejo corazon! 
^Cuanto tiempo necesitards, despues de semejante 
sueno, para despertarte?»— (Pero >a se dormia de 
nuevo, y su alma le resistia y se defendia y volvia a 
tenderse a la larga.) jDejame! (dijo Zaratustra). jSi- 
lencio! ^No acaba de consumarse el mundo? \0 esa 
bola «redonda y dorada! »— ;Lev£ntate, ladronzuela, 
perezosilla <?Que es eso de estar slempre estirdndo- 
se, bostezando, suspirando, cayendo en el fondo de 
los pozos profundos?— ^Quien eres hi, pues? \Oh al- 
ma mia!» (y en este momento se asusto, porque del 
cielo caia un rayo de sol sobre su rostro. — <qOh cielo! 
(dijo con un suspiro, incorporandose). ^Me miras? 
^Escuchas mi alma singular? — ^Cu£ndo beberas esta 
gota de rocio que ha caido sobre todas las cosas de 
este mundo? £Cu£ndo beberas esta alma singular?— 
<j,Cu£ndo, pozo de la eternidad, alegre abismo de me- 
diodia que hace estremecer, cuando absorberds mi 
alma en ti?» 

Asi hablaba Zaratustra al pie del £rbol y se le- 
vanto como saliendo de una extrafia embriaguez; y a 
todo esto el sol se hallaba aiin exactamente encima 



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258 NIETZSCHE 

de su cabeza: de lo cual podria inferirse con razon 
que Zaratustra no habia dormido mucho. 

LA SALUTACION.— Era ya muy entrada la tarde 
cuando Zaratustra, despuSs de largas 6 infructuosas 
pesquisas y de correrias esteriles, volvio £ su caver- 
na. Pero, en el momento en que apenas se hallaba a 
veinte pasos de la entrada, sucedio lo que menos po- 
dia esperar entonces: volvio £ oir el gran grito de 
angustia. Y jcosa asombrosa! el grito salia de su pro- 
pia caverna. Era un grito prolongado, singular y 
multiple, y Zaratustra distinguia en 61 perfectamente 
muchas voces, aunque £ distaneia pareciese proceder 
de una sola boca.— Entonces Zaratustra se precipito 
en su caverna. jQue espectaculo le esperaba tras de 
aquel concierto! Alii estaban reunidos todos los que 
habia encontrado durante el dia: el vey de la derecha 
y el rey de la izquierda, el viejo encantador, el Papa, 
el mendigo voluntaria, la sombra, el concienzudo, el 
liigubre adivino y el asno. El hombre mds feo se ha- 
bia puesto una corona en la cabeza y se habia cefiido 
dos bandas de purpura— porque le gustaba disfrazarse 
y engalanarse, como a todos los feos.— Pero, en me- 
dio de esa triste reunion, el &guila de Zaratustra es- 
taba en pie, inquieta y con las plumas erizadas, por- 
que habia de responder & demasiadas cosas para las 
cuales no tenia respuesta su orgullo; y la astuta ser- 
piente se le habia enroscado alrededor del cuello— Za- 
ratustra miro todo esto con gran asombro; luego 
examino separadamente a cada uno de sus hu£spedes 
con ben^vola curiosidad, leyendo en sus almas y vol- 
viendo ^ asombrarse. En el interin, los alH reunidos 
sfe habian levantado de sus asientos, aguardando res- 
petuosamente a que Zaratustra tomase la palabra. 
Zaratustra hablo asi: «;Hombres singulares que des- 



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aSi hablaba zabatustra 259 

«sper£is! £fue vuestro grito de angustia el que yo he 
oido? Pvres ya se donde buscar al que hoy he buscado 
en vano, al horribre superior.— iEst£ sentado en mi 
propia caverna! Pero jpor qu£ asombrarme! ^No le 
he atraido yo mismo hacia mi con ofrendas de miel y 
con la maligna tentacion de mi felickiad?— Pero vos- 
otros, los que proferis gritos de angustia; me parece * 
que andais muy mal avenidos; vuestros corazones se 
entristecen unos £ otros al veros reunidos aqui. Hacia 
falta ante todo que viniese alguien: alguien que os 
hiciese reir de nuevo, un gracioso, un danzante, un 
veleta, un tronera, algiin tramposo, £no es eso?— 
jPerdonenme.los que desesperan que emplee delante 
deellos tan frivolas palabras, indignas, en verdad, 
de tales huSspedes! Pero no adivin&is lo que llena de 
petulancia mi corazon.— [Perdonadme! Sois vosotros 
mismos y el espectdculp que me ofrec&s. Porque todo 
el que mira & un desesperado cobra alientos. Para 
consolar A un desesperado... cualquiera se cree bas- 
tante fuerte.— A mi me habeis dado vosotros esa fuer- 
za— un don precioso, huespedes ilustres, jun ver- 
dadero presente de huespedes!— Pues bien: no os 
enfadeis si, a mi vez, os ofrezco el mio.— Este es mi 
reino y mi dominio; pero lo que me pertenece debe 
ser vuestro por esta tarde y esta noche. jQue os sir- 
van mis animales, y sea mi caverna vuestro lugar de 
reposo! — Cobijados en mi albergue , ninguno de vos- 
otros debe desesperar: yo protejo a todo el mundo 
contra los animales salvajes de mis dominios. Seguri- 
dad, jesa es la primera cosa que os ofrezco!— La se- 
gunda es mi dedo menique. Y si os doy el dedo me- 
nique, tomarSis la mano entera jvaya! y el coraz6n 
al par. jSed bien venidos aqui; salud, huespedes 
mios!» 

Asi hablaba Zaratustra, con amorosa y maligna 



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260 NIETZSCHB 

sonrisa. Despu£s de esa salutacion, sus huespedes 
volvieron a inclinarse, guardando respetuoso silen- 
cio; pero el rey de la derecha respondio en nombre de 
todos: «En la manera de ofrecernos tu mano y tusa- 
ludo, Zaratustra, conocemos que eres Zaratustra. Te 
has bajado delante de nosotros; un poco mas, hubiese 
cedido en mengua de nuestro respeto.— Pero ^quien 
sabria, como tu, bajarse con tal orgullo? Esto nos le- 
vanta £ nosotros mismos, reconfortando nuestros 
ojos y nuestros corazones.— Solo por contemplar tal 
cosa subiriamos con gusto £ montanas mas altas que 
esta. Porque hemos venido £vidos de espectaculo: 
queriamos ver lo que aclara ojos turbios.— -Y ahora 
pa se acabaron todos nuestros gritos de angustia. Ya 
est&n aBiertos y extasiados nuestros sentidos y nues- 
tros corazones. Un poco m£s, y nuestro animo' rayara 
en desenfado.— En la tierra, Zaratustra, no crece na~ 
da mas regocijador que una elevada y firme voluntad. 
Una elevada y firme voluntad es la planta mds hermo- 
sa de la tierra. Semejante £rbol anima un paisaje ente- 
ro.— Yo comparo a un pino, Zaratustra, al que crece, 
como tu, esbelto, silencioso, duro, solitario, hecho 
de la madera mas flexible, soberbio, queriendo, en 
fin, tocar su senorio con verdes y vigorosas ramas, 
dirigiendo energicas preguntas £ los vientos, 3 las 
tempestades, a cuanto.es familiar .a las alturas, y res- 
pondiendo m£s en£rgicamente aiin, imperativo y vic- 
torioso. jAh! ^Qnien no subiria £ las alturas para 
contemplar semejantes plantas?— La vista de tu arbol, 
Zaratustra, anima al triste y abatido, y tambien Sere- 
na al inquieto y cura su corazon. — Y, ciertamente, 
hacia tu montafia y tu £rbol se dirigen hoy muchas 
miradas; en camino se ha puesto un gran deseo, y hay 
muchos que han aprendido a preguntar: ^quien es Za- 
ratustra?— Y todos aquellos en cuyos oidos llegaste a 



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ASi HABLABA ZABATUSTRA 261 

destilar tu miel y tus canciones, todos los escondidos, 
todos los solitarios, han dicho de repente a su cora- 
zon: «<J,Vive aiin Zaratustra? jNo vale ya la pena de 
vivir: jtodo es igual; todo es en vano, si no viyimos 
con Zaratustra!— «£Por que no viene el que se anun- 
eio hace tanto tiempo? (asi pregunta un gran ntime- 
ro). ^Le ha devorado la soledad? <r,0 es que somos 
nosotros los que debemos ir a buscarle?»— Ahora la 
soledad misma se ablanda y rompe, como tumba que 
se abre y no puede ya retener sus muertos. Por todas 
partes se ven resucitados.— Ahora las olas suben y su- 
ben alrededor de tu montana, Zaratustra. Y, a pesar de 
la elevacion de tu altura, es menester que muchos su- 
ban hacia ti; tu barca no debe permanecer ya mucho 
tiempo al abrigo.— Y el que hayamos venido a tu ca- 
verna nosotros, los que desesperabamos y no deses- 
peramos ya, no es sino un signo y un presagio de que 
hay en camino otros mejores que nosotros. — Porque 
en camino hacia ti se halla tambien el ultimo resto de 
Diss entre los hombres; es decir: todos los hombres 
del gran anhelo, del gran hastio, de la gran saciedad: 
Todos los que no quieren vivir sin poder aprender £ 
esperar nuevamente— \k aprender de ti, Zaratustra, 
tegran esperanza!» 

Asi hablo el rey de la derecha cogiendo la mano 
de Zaratustra para besarla; pero Zaratustra se sustra- 
jo a su veneracion y retrocedid espantado, silencioso 
y hundiendose de repente como en una lontananza. A 
los poeos instantes, sin embargo, estaba de retorqo 
con sus hu6spedes, y, mirdndolos con ojos claros y 
£scrutadores, dijo: «Huespedes mios, hombres supe- 
riores, quiero hablaros en aleman y claramente: no es 
a vosotros & quien yo esperaba en estas montanas.»— 
(«^En aleman y claramente? jDios nos asista!— dijo 
entonces aparte el rey de la izquierda.— ;Ya se ve 



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262 NTETZ8CHE 

que este sabio de Oriente no conoce & esos buenos 
alemanes! Querr£ decir «eri alem£n yrudamente». 
jBueno! jHoy no es ese aun el peor de los gustos! »)— 
tPuede que todos seais hombres superiores (continuo 
Zaratustra); mas, para mf,no sois bastante altos ni 
bastante fuertes.— «Para mi» significa: lo implacable 
que calla en mi, pero que no callara siempre. Y si me 
perteneceis, no es, sin embargo, como mi brazo de- 
recho.— Porque el que anda con piernas enfermas y 
fr£giles, como vosotros, quiere, ante todo, sSpalo 6 
no, que le contemplen. — Pero yo no guardo contem- 
placiones con mis brazos y mis piernas, yo no guar- 
do contemplaciones con mis guerreros: ^como po- 
driais ser buenos para mi guerra? — Con vosotros 
echaria £ perder todas las victorias y hay entre vos- 
otros quienes caerian con solo oir el redoble de mis 
tambores.— Tampoco sois para mi bastante hermosos 
y bien nacidos. Yo necesito para mis doctrinas lim- 
pios y brunidos espejos; en vuestra superficie se des- 
naturaliza ya mi propia imagen. — Sobre vuestros 
hombros pesan muchas cargas, muchos recuerdos; 
por vuestros rincones andan sentados muchos enanos 
malignos. Tambten en vosotros hap populacho oculto. 
Y aunque seais elevados y de especie superior, se en- 
cierran en vosotros muchas cosas torcidas y defor- 
mes. No hay herrero en el mundo capaz de reforma- 
ros y enderezaros.— No sois mas que puentes: jpase 
por vosotros £ la otra parte gente mds elevada! Re- 
presents escalones: no os enojeis, pues, contra el 
que suba por encima de vosotros hacia su altura.— 
Quizd de vuestra simiente nazca un dia para mi un 
verdadero hijo, un heredero completo; pero 6ste aun 
se halla lejano. En cuanto £ vosotros, no sois los se- 
res £ quienes pertenecen mi nombre y mis bienes de 
este mundo.— No es £ vosotros a quienes espero yo 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 263 

en estas montanas, no es con vosotros con quienes 
tengo el derecho de bajar por ultima vez. Vosotros 
no soissino signos precursores, anuncios de que es- 
t£n en camino hacia mi otros m£s elevados— no los 
hombres del gran anhelo, del gran hastio, de la gran 
saciedad y lo que habSis llamado «resto de Dios sobre 
la tierra*.— jNo, no! {Mil veces no! Otros aguardo en 
estas montanas, y sin ellos no quiero moverme de 
aqui: aguardo otros m£s altos, m£s fuertes, m£s vic- 
toriosos, m£s alegres, rectangulares de cuerpo y de 
alma: jes preciso que vengan los leones risuenosf— 
Huespedes mios, hombres singulares: ^nada hab£is 
oido aiin de mis hijos? ^No hab&s oido que se hallan 
en camino hacia mi?-— Habladme de mis jardines, de 
mis islas Bienaventuradas, de mi bella y nueva espe- 
cie— ^por qu6 no me habldis d6 eso?— Yo imploro de 
vuestro amor esta fineza: que me hableis de mis hijos 
Para eso soy rico, para eso me he empobrecido. 
;Qu6 no he dado yo! ;Que no daria por tener una co- 
sa: esos hijos, esas plantaciones vivas, esos drboles 
de la vida de mi volyntad y de mi mas alta espe- 
ranza!» 

Asi hablaba Zaratustra, £ interrumpio de repente 
su discurso, porque le asalto su anhelo, y cerro los 
ojos y la boca: tan grande era el movimiento de su co- 
razon. Y todos sus huespedes guardaban silencio 
tambten, y permanecian inmoviles y confusos, salvo 
el viejo adivino que hacia senas con las manos y con 
el gesto. 

LA CENA. Sucedio, pues, que el adivino in- 
terrumpio la salutacion de Zaratustra y de sus hues- 
pedes; se adelanto presuroso como quien no tiene 
tiempo que perder, asio de la mano £ Zaratustra y ex- 
clam6: «jPero Zaratustra!— Unas cosas son m£s nece- 



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264 NIETZSCHE 

sarias que otras, segtin dices tu mismo. Pues bien: 
ahora hay una cosa que es m£s necesaria para mi que 
todas las dem£s.— -Lo prometido es deuda: ino me 
has invitado a una comida? Hay aqui muchos que han 
hecho largas caminatas, y es de suponer que no que- 
rr£s satisfacerlos con palabras.— Todos habfls habla- 
do ya de sobra de morir de frio, de ahogarse, de as- 
f ixiarse y de otras miserias del cuerpo; pero nadie se 
ha acordado de mi miseria: el temor de morir de 
hambre.»— (Asi habloel adivino; pero, al oir estas 
palabras, huyeron espantados los animales , de Zara- 
tustra; porque vieron que con lo que habian Uevado 
durante el dfa no tendria bastante el adivino para 61 
s61o).— «Nadie se ha acordado del temor de morir de 
sed (prosiguio el adivino). Y aunque oigo correr el 
agua copiosa € infatigablemente, como los discursos 
de la sabidurta, jyo, por mi parte, quiero vino!— No 
todos son, como Zaratustra, bebedores natos de agua. 
El agua no es buena tampoco para gente rendida y 
alicaida: nosotros necesitamos vino— jsolo el vino 
trae una curacion subita y una salud repentina!» 

A esta sazon, en tanto que el adivino pedia vino, 
el rey de la izquierda, el silencioso, tomo tambten la 
palabra: «Del vino (dijo) nos hemos cuidado nosotros^ 
yo y mi hermano, el rey de la derecha; vino tenemos 
bastante— toda una carga de burro.— No falta,.pues, 
mas que pan.»— «^Pan? (exclamo Zaratustra riendo). 
Pan cabalmente no tienen los solitarios. Pero el hom- 
bre no vive solo de pan, sino t^nbi^n de buena carne 
de corderos. Aqui tengo dos.— A descuartizarlos de- 
prisa y £ prepararlos aromatizados con salvia: que 
asi me gusta la carne de cordero. Y no nos faltan 
raices ni frutos que satisfarian aun a gastronomos y 
paladares delicados, ni nueces y otros enigmas que 
romper.— Vamos, pues, & hacer al momento una bue- 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA 265 

na comida. Pero el que quiera comer con nosotros 
tiene que poner manos a la obra, incluso los reyes. 
Porque en los dominios de Zaratustra hasta un rey 
puede ser cocinero.» 

La proposition era £ gusto de todos; el mendigo 
voluntarie era el linico que se oponta £ la carne, al 
vino y £ las especias.— «jOigan al gloton de Zaratus- 
tra} (dijo en son de broma). ^Se viene a las cavernas 
y a las altas montanas para celebrar semejantes fes- 
tines?— Ahora si que comprendo lo que nos enseno 
en otra ocasion: «;Benditasea la pequena pobreza!» 
Y por que quiere suprimir los mendigos.»— «Ten buen 
humor, como yo (respondi6 Zaratustra). jGuarda tus 
costumbres, hombre excelente! jMastica tu grano, 
bebe tu agua, alaba tu cocina, con tal que est£s con- 
tento!— Solo soy ley para los mios, y no para todo el 
mundo. Pero el que forma parte de los mios ha de 
tener huesos fuertes y piernas ligeras; ha de ser ani- 
mado para las guerras y f estines; ni sombrio ni sona- 
dor; dispuesto a las cosas m&s dificiles; alegre, sano 
y robusto.— - Lo mejor que existe nos pertenece a los 
mios y a mi, y, si no nos lo dan, nos lo tomamos: jel 
mejor alimento, el m£s puro, los pensamientos mds 
fuertes, las mujeres mas hermosas!»-Asi hablaba 
Zaratustra; pero el rey de la derecha contesto: «;Es 
singular! ^Se han oido nunca cosas tan juiciosas en 
boca de un sabio?— De veras, es muy singular que un 
sabio sea tan inteligente en estas cosas y no tenga na- 
da de burro. »— Asi hablo con asombro el rey de la 
derecha, y el asno concluyo malignamente su discur- 
son con un 1-A. Este fu6 el principio de esa larga 
comida que se llama «la Cena» en los libros de histo- 
rias. Durante, esa comida no se hablo de otra cosa que 
del hombre superior. 



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266 NIBTZSCHE 

DEL HOMBRE SUPERIOR. l.-Cuando me 

vine por primera vez con los hombres cometi la locu- 
ra del solitario, la gran locura: me fui £ la plaza pu- 
blica.— Y como hablaba & todos, no hablaba & nadie. 
Pero de noche tenia por companeros volatineros y 
cadaveres; y casi un cadaver era yo mismo.— La nue- 
va mafiana tr£jome una nueva verdad; aprendi & decir 
entonces: «;Qu6 me importan la plaza publica y el 
populacho y el ruido del populacho y las orejas largas 
del populacho! »— Hombres superiores, aprended esto 
de mi: en la plaza publica nadie cree en el hombre su- 
perior. Y si os empendis en hablar alii, jsea! Pero el 
populacho guina el ojo: « Todos somos iguales. »— 
« Hombres superiores— asi guina el ojo el populacho: 
—no hap hombres superiores; todos somos iguales; 
un hombre no es mds que otro ante Dios jtodos somos 
iguales! >— i Ante Dios! Pero ahora ese Dios ha muer- 
to; y ante el populacho nosotros no queremos ser 
iguales. jHombres superiores, alejaos de la plaza pu- 
blica! 

2.— jAnte Dios! jPero ahora ese Dios ha muerto! 
Hombres superiores, ese Dios ha sido vuestro mayor 
peligro.— No hab£is resucitado sino desde que 61 yace 
en la tumba. Solo ahora vuelve el gran mediodia: 
jahora el hombre superior se hace amo — ^Hab^is 
comprendido esta palabra, hermanos mios? Os asus- 
t£is: £se apodera el vertigo de vuestro coraz6n? ^Se 
abre aqui para vosotros el abismo? lOs ladra el perro 
del infierno?— jEa, vamos, hombres superiores! Solo 
ahora va a dar £ luz la montana del porvenir humano. 
Dios ha muerto: ahora nosotros queremos que viva 
el Superhombre. 

3.— Los mas preocupados preguntan hoy: «<J,C6mo 
se conserva el hombre? Pero Zaratustra pregunta— y 
es el primero y el linico que lo hace:— «^C6mo sera 



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ASf HA BLAB A ZABATUSTKA 267 

superado el hombre?*— El Superhombre es lo que 
me preocupa; el es para mi lo primero y lo tinico, y 
no el hombre: no el projimo, no el m£s pobre, no el 
mis afligido, no el mejor.— Hermanos mios, lo que 
yo puedo amar en el hombre es que es una transici6n 
y un acabamiento. Y en vosotros tambten hay nxichas 
cosas que me hacen amar y esperar.— Vosotros ha- 
b6is menospreciado, hombre superiores: eso es lo 
que me hace esperar. Porque los grandes desprecia- 
dores son tambien los grandes veneradores.— HabSis, 
desesperado, cosa que merece gran respeto. Porque 
no hab£is aprendido £ rendiros, no hab£is aprendido 
las nofierias de la prudencia.— Hoy los pequenos se 
han hecho los amos: todos predican la resignation y 
la modestia, y la prudencia, y la aplicaci6n, y los mi- 
ramientos, y el largo etcetera de las virtudes pacatas. 
- Lo que es de laya mujeril, lo que procede de servil 
condici6n y sobre todo la turba plebeya: /eso quiere 
ahora senorearse de todo el destino humano. jHorror! 
jHorror! jHorror!— Eso pregunta una y otra vez, sin 
cansarse: «^C6mo se conserva el hombre mejor, mas 
tiempo, m£s agradablemente?» De esa suerte son hoy 
los duenos.— jOh hermanos mios! Sojuzgadme a esos 
dueftos de hoy, sojuzgadme £ esa gentecilla: es el ma- 
yor peligro del Superhombre! — ;Hombres superiores, 
domenadme las virtudes nimias, los miramientos con 
los granos de arena, el bulle bulle de hormigas, la 
ruin complacencia, «la felicidad de los m£s!»— Y des- 
esperad antes que rendiros. jY de veras os amo, hom- 
bres superiores, porque no sabeis vivir hoy dia! jPues 
asi vivis... mejor! 

4.— ^Tendis valor, hermanos mios? ^Estdis re- 
sueltos? No hablo de valor ante testigos, sino de va- 
lor de solitarios, valor de aguilas, de que no es ya 
espectador ningtin dios.— Las almas frias, los mulos, 



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268 NIETZSCHE 

los ciegos, los borrachos no tienen lo que yo llamo 
corazon. Corazon tiene el que. conoce el miedo, pero 
domeha al miedo; el que ve el abismo, pero con arro- 
gancia.— El que ve el abismo, pero con ojos de £gui- 
la; el que aferra el abismo con garras de aguila: ese 
tiene valor. 

5.— «E1 hombre es malo»— asi hablabaq todos los 
m£s sabios para consuelo mio. jAy! jSi eso f uese ver- 
dad hoy atin! Porque el mal es la mejor f uerza del 
hombre. — <<E1 hombre debe hacerse mejor y m£s ma- 
lo»: eso es lo que yo ensefio, por mi parte. El mayor 
mal es necesario para el mayor bien del Superhom- 
bre.— Padecer por los pecados de los hombres podia 
ser bueno para aquel predicador de los humildes. Pe- 
ro yo me regocijo del gran pecado como de mi gran 
consueio.— Pero estas cosas no se dicen para las ore- 
jas lagas; ni toda palabra conviene tampoco a toda 
boca. Estas cosas sutiles y lejanas: no deben cogerlas 
las patas de carneros. 

6. — Hombres superiores: £cre6is que estoy yo 
aqui para hacer bien lo que vosotros hab£is hecho 
mal?— iO que yo quiero en adelante acostaros m£s 
comodamente a los que sufris? iO ensenaros A vos- 
otros, los que andais errantes, extraviados y perdidos 
en la montana, senderos m£s Wciles? — jNo! jNo! jMil 
veces no! Hace falta que mueran cada vez m£s y me- 
jores de vuestra especie: porque hace falta que vues- 
tro destino sea m&s malo y m5s duro cada vez. Solo 
asi, fijaos^solo asi crece el hombre hacia la altura en 
que el rayo le hiere y aniquila.— Mi inteligencia y mi 
anhelo tienden & lo raro, & lo durable, & lo lejano: 
;que me importaria vuestra pequefla, comun y breve 
miseria!— Para mi no sufris aiin bastante, pues sufris 
por vosotros; no habeis sufrido aiin por el hombre. 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 269 

iMentiriais, si dijeseis lo contrario! Vosotros no su- 
fris por lo que yo he sufrido. 

7.— No me basta que el rayo no dane pa. No quiero 
yo desviarle; quiero que aprenda a trabajar para mi. 
—Mi sabiduria se acumula hace mucho tiempo como 
un nublado; cada vez se torna mas tranquila y som- 
bria. Asi hace toda sabiduria que ha de llegar £ en- 
gendrar el rayo.— Para estos hombres de hoy no 
quiero ser ni llamarme luz. A estos... quiero cegar- 
los. [Rayo de mi sabiduria, desojalos! 

8. — No quer&is nada superior a vuestras fuerzas: 
adolecen de una falsedad deplorable los que quieren 
cosas superiores a sus fuerzas.— ;Sobre todo cuando 
quieren grandes cosas! Porque esos monederos fat- 
sos, esos c6micos sutiles, despieftan la desconfianza 
hacia las grandes cosas, y acaban por ser falsos ante 
si propios, gente de mirada atravesada, seres carco- 
mientos y revocados, cubiertos con un disfraz de pa- 
labras solemnes, de virtudes aparatosas, de obras de 
relumbron.— jMucho cuidado con ellos, hombres su- 
periores! Nada es hoy para mi mas precioso y m£s 
raro que la probidad.— ^No pertenece este hoy,al po- 
pulacho? Pues el populacho no sabe lo que es gran- 
de, lo que es pequeno, lo que es recto y honrado: es 
inocentemente tortuoso; miente siempre. 

9.— {Hombres superiores! jHombres animosos! 
iHombres francos! jAbrigad hoy una saludable des- 
confianza! Y tened secretas vuestras razones. Porque 
este hoy pertenece al populacho.— Lo que el popula- 
cho no aprendio d creer sin razon ^quten podria de- 
rribarlo d sus ojos con razones? — En la plaza piiblica 
se convence con gestos. Las razones inspiran descon- 
fianza al populacho.— Y si alguna vez triunfa alii la 
verdad, preguntaos con saludable desconfianza: 
«<lQ u £ gran error ha combatido en pro de ella?» — 



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270 NIETZSCHE 

jGuardaos tambten de los doctost ,Os odian, porque 
son esteriles! Tienen ojos frios y secos, ante los cua- 
les todo pdjaro aparece desplumado.— Esos se alaban 
de no mentir; pero la incapacidad de mentir esta 
aiin muy lejos del amor a la verdad. jGuardaos'— La 
falta de fiebre dista mucho de ser conocimiento! Yo 
no creo en los espiritus refrigerados. El que puede 
mentir no sabe lo que es la verdad. 

10. — -Si query's subir, servios de vuestras piernas! 
|No os hagais llevar en alto, no os senteis sobre la 
espalda y la cabeza de otro!— jPero tu has montado a 
eaballo! ^Galopas ahora a buen paso hacia tu fin? 
iBueno, amigo mio! jPero tu pie cojo va tambien £ 
eaballo.— Cuando llegues a tit fin, cuando te bajes.del 
eaballo, hombre superior, tropezaras precisamente en 
tu altura. 

11.— jHombres superiores, hombres que credis! 
No se concibe m£s que el propio hijo.— jNoos dej£is 
inducir £ error! ^QuiSn es, pues, vuestro pr6jimo? 
jConque haceis lascosaS «por el projimo!» jNo credis, 
sin embargo, por 61!— jHombres que (yeais, olvidad 
ese por! Vuestra virtud quiere precisamente que no 
hagais nada «por» y «£ causa de» y «porque». Es ne- 
cesario que cerr&s los oidos a esas palabritas falsas. 
—El «por el projimo» no es m£s que la virtud de los 
pequenos, de los que dicen «tal para cual» y «una 
mano lava la otra»: esa gente no tiene el derecho ni 
la fuerza te vuestro egoismo. — jEn vuestro egoismo, 
creadores, hay la previsi6n y precaucion de la mujer 
embarazada! Lo que nadie ha visto aiin con los ojos, 
el fruto, eso es lo que todo vuestro amor protege, 
conserva y nutre.— jAlli donde est£ todo vuestro 
amor, en vuestro hijo, alii est£ tambten toda vuestra 
virtud! Vuestra obra, vuestra voluntad, he ahi vuestro 
«projimo:» jno os dej6is inducir £ falsos valores! 



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ASf HABLABA ZAKATUSTBA 271 

12.— iHombres super iores, hombres que cre£is! 
Quienquiera que ha de dar a luz est£ enfermo; pero 
el que ha dado luz se halla impure— Preguntad a las 
mujeres: no se da luz por gusto. El dolor hace caca- 
rear a las gallinas y a los poetas.— En vosotros, los 
que cre£is, hay muchas impurezas.— Es que debist6is 
ser madres.— Un nuevo hijo: ;oh! jCuantas nuevas 
impurezas han venido al mundo! .Apartaos! jEI que 
da a luz debe lavarse el alma. 

13.— ;No querdis ser mas virtuosas de lo que con- 
sientan vuestras fuerzas! Y no exij£is de vosotros 
nada que sea inverosimil.— Seguid las huellas que 
trazo ya la virtud de vuestros padres. ^Como que- 
rrias subir mucho, si la voluntad de vuestros padres 
no subiese con vosotros?— ; Pero el que quiera ser el 
primero guardese bien de no ser el ultimo! ,Y no pon- 
g£is la santidad en donde esten los vicios de vuestros 
padres!— ^Que pasaria si exigiese de si la castidad, 
aquel cuyos progenitores fueron aficionados £ las 
mujeres, d los vinos fuertes y £ los jabalies?— jSeria 
una locura! Mucho me parece eso para semejante 
hombre, si es hombre de una sola mujer, 6 de dos, 6 
de tres.— Y si fundase convent os y escribiese encima 
de la puerta: «Camino del santo», yo diria de todos 
modos: [Para qu£! ;Es una nueva locural— Se ha fun- 
dado para si mismo una casa de correccion y un refu- 
gio: iBuen provecho! Pero yo no creo en eso.— En la 
soledad crece lo que cada cual lleva consigo, incluso 
la bestia interior. Por lo mismo, hay que apartar a 
muchos de la soledad.— ^Ha habido hasta el presente 
en la tierra algo m£s impuro que un santo del destie- 
rro? Alrededor de tales seres no andaba desencade- 
nado el diablo solo, sino tambten el cochino. 

14.— Timidos, avergonzados, encogidos, como el 
tigre que marra una embestida, asi os he visto zafa- 



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272 NIETZCSHE 

ros a menud<i), hombres superiores. Habias marrado 
una jugada.—Pero, £qu6 os importa a vosotros, ju- 
gadores de dados? ^No hab£is aprendido £ jugar y £ 
burlaros c6mo hay que jugar y burlarse? ^No estamos 
sentados siempre a una gran mesa de burla y de jue- 
go?— <i,Y porque se os hayan malogrado grandes co- 
sas, sois seres malogrados vosotros? Y si lo sois vos- 
otros, £lo es por eso el hombre? Y aun que lo sea el 
hombre ^que importa? jAdelante! 

15.— Cuanto mas elevada en su genero es una 
cosa, mas raro es su logro. Vosotros, hombres supe- 
riores, que os encontrdis aqui, £no sois todos seres 
malogrados?— jAnimo! jqu£ importa! jCuantas cosas 
son posibles aiin! jAprended a reiros de vosotros co- 
mo hap que reir!— jQu£mucho que fallSis y que no 
acerteis sino a medias vosotros, que estdis medio 
tronchados! <j,No se revuelve y forcejea en vosotros 
el porvenir del hombre?— Lo m£s lejano y profundo 
que hay en el hombre, su altura estelar y su fuerza 
inmensa, todas esas cosas, £no chocan unas contra 
otras en vuestra hirviente marmita?— ;Qu6 mucho si 
m£s de una marmita se rompe! jAprended a reiros 
de vosotros mismos como hay que reir! jOh hombres 
superiores! icu&ntas cosas son posibles aiin!— Y real- 
mente, jcu£ntas cosas se han logrado pa! iQue rica es 
esta tierra en cositas buenas y perfectas y afortuna- 
das!— Rodeaos de cositas buenas y perfectas, hom- 
bres superiores. Su dorada madurez cura el corazon. 
Las cosas perfectas nos ensenan a esperar. 

16.— <j,Cu£1 fue hasta el presente en la tierra el 
pecado m£s grande? ^No fu6 la palabra del que dijo: 
«ipobres de los que rien aqui!»?— -^Es que no encon- 
traba £1 en la tierra ningiin motivo de risa? Mai busco 
entonces. Hasta un nifio encuentra aqui motivos.— 
Ese... no amaba bastante; si no, ;nos hubiese amado 



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ASf HABLABA. ZARATUSTR^ 273 

tambien £ nosotros, los risuenos! Pero nos odiaba y 
anatematizaba, promettendonos gemidos y rechina- 
mientos de dientes.— £No hay, pues, mds que malde- 
cir porque no se ame? A mi ver, es una cosa de mal 
gusto. Y eso es lo que hizo aquel intolerante. Habia 
salido del populacho.— No amaba £1 bastante; si no, 
se hubiera irritado menos porque no se le amara. Todo 
gran amor no quiere amor: quiere m£s.— jApartaos 
del camino de todos esos intolerantes! Es una ralea 
pobre y enferma, una ralea plebeya: mira a esta vida 
malignamente, y quiere hechizar la tierra.— jApar- 
taos del camino de todos esos intolerantes! Les pesan 
los pies y el corazon: no saben bailar. jComo ha de 
ser ligera la tierra para tal gente! 

17.— Todas las cosas buenas se acercan £ su fin de 
una manera tortuosa* Como los gatos, arquean el 
lomo y roncan interiormente, regodedndose con su 
proxima felicidad: todas las cosas buenas rien.— El 
modo de andar de una persona re vela pa si sigue su 
camino. jMiradme andar a mi! Pero el que consigue 
su objeto baila.— Y f ciertamente, no me he convertidd 
yo en estatua ni me encuentr<^ plantado como una co* 
lumna, tieso, entumecido, petrificado: A mi me gusta 
la carrera veloz.— Y aunque haya en la tierra cenaga- 
les y densa turbacion, el que tiene pies ligeros corre 
y baila por encima del fango como sobre hielo barri- 
do.— jElevad, elevad mas cada vez vuestros corazo- 
nes, hermanos mios! Y no os olvideis tampoco de las 
piernas. jAlzad tambien las piernas, buenos bailari- 
nes; y m£s aun: probad de teneros de cabeza! 

18.— Esta corona del risueno, esta corona de ro- 
sas, yo mismo me la he cenido, yo he canonizado mi 
risa. No he encontrado nadie, capaz de otro tanto.— 
Yo, Zaratustra el danzarin, Zaratustra el ligero, el 



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274 NIETZSCHE 

que agita sus alas, pronto a volar, haciendo senas & 
todas las aves, presto y agil, divinamente ligero; 
yo, Zaratustra el adivino, Zaratustra el risueno, ni 
impaciente ni intolerante, aficionado £ los saltos y 
respingos, yo mismo me he cenido esta corona. 

19.— jElevad, elevad mas cada vez vuestros co- 
razones, hermanos mios! jY no os olvid6is tampoco 
delas piernas!- jAlzad las piernas, buenos bailarines; 
y mis aun: probad de teneros de cabeza!— Tambten 
conocen la dicha animales pesadqs;. hay patojos de 
nacimiento, que forcejean singularmente al modo de 
un elefante que se esforzara en tenerse de cabeza. — 
Pero vale m£s estar loco de alegria que de tristeza, 
vale m£s bailar torpemente que andar renqueando. 
Aprended, pues, de mi la sabiduria: aun la peor de 
las cosas tiene dos buenos reversos; aun la peor de las 
cosas tiene buenas piernas para bailar: aprended, 
pues, vosotros, hombres superiores, & afirmaros so- 
bre buenas piernas.— iOlvidad la melancolia y todas 
las tristezas del populacho! jQue tristes me parecen 
hoy los arlequines plebeyos! Pero este hoy pertenece 
al populacho. 

20. — Haced como el viento cuando se precipita de 
las cavernas montafiosas: quiere bailar & su guisa. 
Los mares tiemblan y saltan a su paso.— |Loado sea 
el que da alas a los burros y ordefia £ las leonas, ese 
espiritu bueno e indomito que viene como un hurac£n 
para todo lo que es de hoy y para todo el populacho! 
— jLoado sea el enemigo de todas las hojas marchitas 
y de toda cizana: ese espiritu de tempestad, ese espi- 
ritu salvaje, bueno y libre que baila en los cenagales 
y las tristezas como en medio de praderas! - [Bendko 
sea el que odia £ los perros trasijados del populacho 
y & toda esa ralea malograda y sombria! iBendito sea 
ese espiritu de todos los espiritus libres, la tempestad 



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ASf HABLABA ZARATUR8TA 275 

risuefia que sopla el polvo en los ojos de todos los 
que ven negro y est£n ulcerados!— Hombres superio- 
res, lo peor que tenuis es que no hab£is aprendido & 
bailar como hay quQ bailar: ;a bailar por encima de 
yuestras eabezas! ;Qu6 importa que no hay£is sido 
afortunados! — ;Cu£ntas cosas son posibles atin! 
; Apr ended, pues a reir por encima de vosotros! jEle- 
vad, elevad mas cada vez vuestros corazones, bue- 
nos bailarines' \Y no olvideis tampoco la buena risa! 
— ;Esta corona del risueno, esta corona de rosas, 6 
vosotros, hermanos mios, os la arrojo! Yo he canoni- 
zado la risa: ;%pr ended, pues, 6 reir, hombres supe- 
riors! 

EL CANTO DE LA MELANCOLfA. 1.— 

Cuandp Zaratustra pronuncio estos discursos, se ha- 
llaba junto £ la entrada de su caverna; pero, con las 
ultimas palabras, desaparecio *de delante de sus hu£s- 
pedes y huyo por un momento al aire libre.— «;Oh 
aromas puros! (exciamo). jOh tranquilidad bienhe- 
chora! Pero <J,en d6nde estan mis animales? jVenid, 
venid, aguila y serpiente mias!— £Qu£ me decis de 
esos hombres superiores? ^Verdad que no huelen 
bien? ; Oh aromas puros! jSolo ahora s6 y siento 
cuanto os amo, animales mios! »—Y Zaratustra volvio 
a decir: «;Cu6nto os amo, animales mios! » El dguila 
y la serpiente, por su parte, se pegaron £ el cuando 
pronuncio esas palabras y se pusieron a mirarle. Asf, 
juntos los tres ? aspiraban silenciosamente el aire ptiro. 
Porque alii fuera era mejor el aire que donde estaban 
los hombres superiores. 

2.— A poco de haber salido Zaratustra de la ca- 
verna, el viejo encantador se levant6, y, mirando 
malignamente, dijo: «Se ha marchado. Pues bien, 
hombres superiores, (permitidme halagaros con este 



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276 NIETZSCHE 

nombre de alabanza y de lisonja, como hizo el) ya se 
apodera de mi mi espiritu maligno y falaz, mi espi- 
ritu de encantador, mi demonio de melancolia, que 
es, de todo en todo, el adversario de ese Zaratustra . 
iperdonadle! Ahora quiere realizar sus encantamien- 
tos delante de vosotros; es cabalmente su hora. En 
vano lucho con este mal espiritu.— A todos vosotros, 
sean los que quieran los honores que querais adjudi- 
caros con palabras — ora os llameis «los espiritus 
libres», ora «los veridicos», ya «los expiadores del 
espiritu», ya «deseneadenados», 6 bien «los del gran 
anhelo;»— £ todos los aquejados, cpmo yo, del gran 
hastiOy para quienes ha muerto el antiguo dios y para 
quienes no existe aun en la cuna, envuelto en manti- 
llas, ningiin dios nuevo: A todos vosotros os es pro- 
picio mi espiritu maligno, mi demonio encantador.— 
Yo os conozco, hombres superiores, y conozco tam- 
bi£n d ese duende, que^amo, a mi pesar, £ ese Zara- 
tustra. Las mas de las veces me parece como una 
bella larva de santo, como un nuevo y singular 
disfraz, en que se complace mi espiritu maligno, el 
demonio de la melancolia: creo a menudo que amo. a 
Zaratustra & causa de mi espiritu maligno.— Pero lo 
cierto es que se apodera de mi y me domina ese es- 
piritu maligno, ese espiritu de melancolia, ese demo- 
nio del crepiisculo; y aiin le da la tentacion... jAbrid 
los ojos, hombres superiores!... le da la tentaci6n de 
venir desnudo, no se todavia si como hombre 6 como 
raujer; pero viene, me domina, imisero de mi! jabrid 
vuestros sentidos!— El dia se extingue; para todas las 
cosas, aun para las mejores; viene ahora el crepiiscu- 
lo. ;Oid y ved, hombres superiores, que demonio, 
hombre 6 mujer, es este espiritu de la melancolia del 
crepiisculo! » 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 277 

Asi habl6 el viejo encantador; luego mir6 malig- 
namente en torno suyo y cogio el arpa. 

3.— En la serena atmtfsfera, 

cuando el rocfo consolador, 

baja 4 la tierra 

invisible y silencioso... 

(Puesto que el rocfo consoladof calza 

^apatos blandos, como todos los dulces consoladores) 

Recuerda entonces, recuerda coraz6n ardienfe 

la sed que tenias, « 

sed de Idgrimas divinas y gotas de rocio, 

sed que te abrasaba y fatigaba. 

Recuerda las praderas, las sehdas doradas 

por los malignos rapos del sol poniente. 

Recuerda como al traves de los arboles espesos llegaban 

rapos ardientes, deslumbradores y malignos de sol. [a ti, 

«iCon que tu el pretendiente de la verdad^ eh?» asi se bur- 

4N0! ;Un simple poetal [laban. 

Un animal taimado, rapaz y rastrero* 

que tiene que mentir, 

que tiene que mentir a sabiendas, deliberamente; 

un animal ansioso de presa, 

enmascarado con colorines, 

mascara para si propio, 

presa para si mismo. — 

«: Pretendiente de la verdad eso? 

jBah! jUn pobre loco! ;Un simple poeta! 

jUn parlanchinpintoresco 

perorando tras una mascara abigarrada de demente, 

y divagando por enganosos puehtes de palabras, 

por falaces arcos iris; 

errando y cerniendose de ac& para all&, 

en cielos ilusorios. 

]Un loco solamente! jUn poeta solamente! 

^Pretendiente de la verdad... eso? 

Ni silencioso, rigido, terso y frio, 

como una im&gen, 

como una est£tua divina; 

ni plantado delante-los templos 

cual guardian de los umbrales de un dios. 

4N0! jEnemigo de tales monumpntos de virtud, 

m£s bien avenido con los desiertos que con los templos, 

lleno de marrullerias felinas, 

saltas por todas las ventanas, 

en busca de aventuras; 



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278 NIETZ9CHB 

husmeas todos los bosques vfrgenes 

presa de rabia y ambici6n, 

jah! como corres al trav£s la espesura virgen, 

y las pintadas fieras; 

fresco, Colorado y hermoso como el pecado, 

con labios sensuales, [mente cruel. 

soberanamente bur!6n. soberanamente infernal, soberana- 

jAh! como corres rapaz, taimado, embustero... 

Pareces una Aliga, que mira, 

continuamente en el abismo, 

en su abismo. 

jOh! como baja, 

como cae, como se hunde, girando, 

en profundidades eada vez m*s hondas! 

Luego, 

se abalanza 

como una flecha 

plegadas las alas, 

sobre corderos, 

iQu6 modo de precipilarse de golpe 

ansiosa de corderos... 

detestando las almas de corderos 

furibunda contra lo que tiene trazas virtuosas, 

mesura ovejil, lana rizada 

V gris* y benevolencias de cordero! 

Asi son 

como de pantera, como de iguila, 

las ansias del poeta. 

Asi son tus anhelos bajo mil di$fraces 

j loco! ipoeta! ' 

Tti aue en el hombre viste 
un Dios como un cordero... 
Desgarrar el Dios en el hombre 
como el cordero en el hombre 
y reir al desgarrarle,.. 

;Esa, esa es tu felicidad! 

jLa felicidad de un aguila y una pantera, 

la felicidad de un poeta y un loco!» 

Asi, como en atm6sfera serena, > 

cuando ya la media luna, . 

desliza sus rayos verdesy ambiciosos, 

entre la purpura del crepiisculo!... 

Huyendo del sol, 

acechando & cada paso fuftivamente 



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ASf HABLABA ZARA.TUSTRA 279 

los bosquecillos de rosas 

hasta confundirse 

en la obscuridad de la noche... 

A si cai yo mismo, en otro tiempo, 

de mi locura de verdad, 

de mis deseos de sol, 

fatigado del dia, enfermo de luz; 

asi cai hacia el ocaso, hacia las sombras... 

abrasado 

por la sed de una verdad. . » 

«; Te acuerdas, tu, te acuerdas, corazon. ardoroso, 

cu$n sediemo estabas entonces? 

/Sea yo desterrado 

de toda verdad! 

/Sea loco, solamente! /Sea sdlo nn poet a! 

DE LA CIENCIA. Asi cantaba el hechicero, 

y todos los alii reunidos cayeron como pijaros en la 
red de su astuta y melancolica voluptuosidad. El tini- 
co que no se dej6 coger fu6 el concienzudo, que, 
arrebatdndole el arpa de las manos, grit6: «jAire! 
jDejad que entre aire puro! jHaced que entre Zara- 
tustra! jlnficionas esta caverna y pones sofocante la 
atm6sfera, encantador maligno!— jHombre falso y re- 
finado, tu seducci6n conduce & deseos y & desiertos 
desconocidos! \Y jay! si hombres como tu dan en 
hablar de la verdad con aires de importancia!— -jAy 
de todos los espiritus libres que no estSn prevenidos 
contra seme/antes encantadores! jAdios su libertad! 
iPorque tti ensefias la vuelta & las prisiones y £ ellas 
conduces! —En tu queja, demonio melanc61ico, se 
oye un reclamo: te pareces a aquellos cuyo elogio de 
la castidad invitp secretamente a voluptuosidades.» 

Asi habl6 el concienzudo; pero el viejo encanta- 
dor miraba en torno de si, gozando de su victoria y 
gracias £ eso devoraba el despecho que le causaba el 
concienzudo. « Collate— di jo con voz modesta:— las 
buenas canciones piden buenos ecos; despuSs de bue- 
nas canciones hay que callar largo rato.— Asi hacen 



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280 NIETZSCHE 

todos estos, los hombres superiores. <jJPero tii proba- 
blemente no has cothprendido gran cosa de mi canto? 
Poco espiritu encantador tienes tti.»— «Me honras— 
repusp el concienzudo,— al distinguirme de ti: jmuy 
bien! Pero vosotros, ^que miro? todavfa seguis sen- 
tados ahi con miradas anhelantes. jOh almas libres! 
iqu£ ha sido, pues, de vuestra libertad' Casi creo que 
os pareceis £ los que han visto bailar durante mucho 
tiempo a perver'sas muchachas desnudas: jvuestras 
mismas almas se ponen d bailar!— Debe haber en vo- 
sotros, hombres superiores, mucho mas de lo que 
llama el hechicero su maligno espiritu de encanta- 
mento y supercheria; forzoso es que seamos diferen- 
tes.— Y, a la v.erdad, antes de volver Zaratustra a su 
caverna, hemos hablado y pensado juntos lo bastante 
para que yo sepa que somos diferentes.— Vosotros y 
yo buscamos tambten aqui arriba cosas diferentes. 
Pues yo busco mas certidumbre: por eso he venido 
cerca de Zaratustra. Porque es la torre y la voluntad 
m£s firme, hoy que todo vacila, y tiembla la tierra.— 
Pero en cuanto & vosotros, al ver los ojos que poneis, 
casi apostaria que busciis mds incertidumbre> mas 
estremeeimientos, mas peligros, mas temblores de 
tierra.— Me parece— y perdonad mi presuncion, hom- 
bres superiores— me parece que anhel£is la vida mas 
lamentable y peligrosa, que & ml me inspira el mayor 
temor; la vida de los animales salvajes, los bosques, 
las cavernas, las montanas abruptas y los laberintos. 
Y no son los que mas os agradan los que os condu- 
cenfuera del peligro, sino los que os llevan fuera de 
todos los caminos, los seductores. Pero si tales anhe- 
los son verdaderos en vosotros, me parece, de todas 
suertes, imposibles.— Porque el sentimiento innato 
y primordial es el temor; por el temor se explica 
todo: el pecado original y la virtud original. Mi m\s- 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 28.1 

ma virtud ha nacido del temor; se Mama: cieneia.— Y 
el temor que mas tiempo ha labrado en el hombre es 
el temor a los animales salvajes, incluso el animal que 
el hombre oculta y teme en si— el que llama Zaratus- 
tra «la bestia interior*.— Este anejo temor, afinado y 
espiritualizado a la postre, hoy me parece que se 
llama: «Ciencia». 

Asi hablaba el concienzudo; pero Zaratustra, cjue 
en aquel mismo instante volvia a la caverna, y que 
habia oido y adivinado la ultima parte del discurso, 
arrojo al concienzudo un punado de rosas, riendose 
de sus «verdades».— «|C6mo! (exclamo). ^Que es lo 
que acabo de oir? De veras me parece que estds loco 
6 que lo estop yo, e inmediatamente voy £ poner tu 
verdad cabeza abajo.— Porque el temor es nuestra 
excepcion. El valor, en cambio, y la pasion por las 
aventuras, por lo incierto, por las cosas noafrontadas 
aiin: el valor me parece toda la historia primitiva del 
hombre.— Envtdio y arrebato a los animales mas sal- 
vajes y valerosos todas sus virtudes: solo asi se hizo 
hombre.— Ese valor, afinado y espiritualizado a la 
postre, ese valor humano, con las alas de) aguila y la 
astucia de la serpiente, me parece que hoy se lla- 
ma... » — <i/Zaratustra/» exclamaron a una todos los 
reunidos, soltando una carcajada; pero algo surgio de 
ellos que parecia una nube negra. Tambien el encan- 
tador se echo a reir y dijo en tono malicioso: «jVaya! 
jSe marcho mi espiritu maligno!— ^Y no os previne 
yo mismo contra el, cuando os decia que es un im- 
postor, un espiritu de mentira y de fraude?— Sobre 
todo, cuando aparece desnudo. Pero ^que puedo ha- 
cer yo contra sus malicias? ^Soy yo el que le he crea- 
do y el que ha creado el mundo?— iEa! jvolvamos a 
ser buenos y joviales! Y aunque Zaratustra ponga 
ceno (jmiradle como me odia!) antes de que llegue la 



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282 NIBTZSCHB 

noche aprender£ otra vez a amarme y alabarme: no 
puede estar mucho tiempo sin hacer semejantes locu- 
ras.— Este ama a sus enemigos: es quien mejor cono- 
ce ese arte, entre todos los que he encontrado. jPero 
se venga de ellos... en sus amigos!» 

Asi hablo el viejo encantador, y los hombres supe- 
riores le aclamaron; de suerte que Zaratustra, andan- 
do a la redonda, fue estrechando con malignidad y 
amor las manos de sus amigos, como quien tiene algo 
que reparar y de que disculparse cerca de todos. 
Pero, cuando llego £ la puerta de la caverna, volvi6 
& anhelar el aire puro del exterior y la compafiia de 
sus animates, y quiso salir. 

ENTRE LAS HIJAS DEL DESIERTO. - 1.— 

«jNo te marches! (dijo entonces el viajero que se 11a- 
maba la sombra de Zaratustra). Qu^date con nosotros, 
porque, si no, podria volver £ invadirnos la antigua 
y abrumadora afliccion.— Ya el viejo encantador nos 
ha prodigado lo peor de su cosecha; y mira: el Papa, 
tan piadoso, tiene los ojos banados en l£grimas, y ya 
ha vuelto £ embarcarse en el mar de la melancolia.— 
Estos reyes podrdn poner aun buena cara delante de 
nosotros: son, entre todos nosotros, los que mejor 
han aprendido hoy tal arte. Pero apuesto & que, si no 
tuviesen testigos, tambten en ellos volveria & las tor- 
nas la mala jugada— la mala jugada de las nubes de 
paso, de la hiimeda melancolia, del cielo velado, de 
los soles robados, de los vientos de otofio que rugen: 
la mala jugada de nuestros alaridos y de nuestros gri- 
tos de angustia. jZaratustra, qu^date con nosotros! 
jHay aqui mucha miseria escondida que querria ha- 
blar, mucha noche, muchas nubes, mucho aire espeso! 
—Tii nos has nutrido de fuertes alimentos viriles y de 
m£ximas fortificantes: jno permitas que, para postre, 



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ASf HABLABA ZARaTUSTEA 283 

nos sorprendan de nuevo los espiritus de la molicie, 
los espiritus afeminadosl— ;S61o tu sabes fortificar y 
purificar el ambiente que te circunda! £He encontrado 
yo jamis en la tierra aire tan puro como en tu caver- 
na y tus dominios?— Sin embargo, he visto muchos 
paises; mi nariz ha aprendido £ examinar y apreciar 
aires multiples; pero donde mi nariz experimenta su 
mayor deleite es £ tu lado.— A no ser... k no ser... 
jOh perd6name un antiguo recuerdo! Perdoname un 
antiguo canto de sobremesa que compuse en otros 
dias entre las hijas del desierto.— Porque alii tambien 
habia aire puro y limpido de Oriente; alii es donde 
m£s lejos estuve de la vieja Europa, nebulosa, htime- 
da y melanc61ica— Yo amaba entonces & esas hijas 
de Oriente y de otros reinos de cielo azulado donde 
no se ciernen nubes ni pensamientos.— Vosotros no 
pod6is figuraros lo hechiceras que estaban sentadas 
all£, cuando no bailaban: profundas, pero sin pensa- 
mientos, eomo secretitos, como enigmas engalana- 
dos, como nueces de postre— abigarradas y extranas 
verdaderamente, pero sin nubes: enigmas que se de- 
jan adivinar. En honor de esas doncellas invents en- 
tonces un salmo de sobremesa. » 

Asi hablo el viajero que se llamaba la sombra de 
Zaratustra; y antes de que nadie pudiera^responderle 
cogio el arpa del viejo encantador, cruzo las piernas 
y mir6 tranquilamente en torno suyo, aspirando el 
aire por la nariz con expresion interrogadora, como 
quien gusta aire nuevo en nuevos paises. Lue.gr) em- 
pezo £ cantar con voz que parecia un rugido. 

2.—EI desierto crece. /Ay del que oculta desiertos! 

jAh! 

iSolemne! 

jPrincipe digno, 

de una solemnidad africana! 



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284 NIETZSCHft 

Digno de un le6n, 

6 de un bramador moral... 

Pero riada para vosotras, 

amigas arrebatadoras, 

6 cupos pies - 

me es dado & mi, europeo, 

sentarme entre palmeras. Selah. 

iMaravilloso, en verdad! 

Heme aquf, ahora, 

mup cerca, p k la vez, 

mup lejos del desiertp; 

sin la menor asolaci6n, 

absorbido, 

por el m£s diminuto de los oasis... 

Precisamente abri6 la boca bostezando, 

la boquita encantadora, 

la m£s perfumada de todas las boquitas, 

p po caf dentro, 

profundamente, entre vosotras 

arrebatadoras amigas. Selah. 

jBendita, bendita aquella ballena, 

si tan buena quiso ser 

con su hu£sped... <;Comprendeis 

mi docta alusi6n?.*« 

jBendito su vientre, ' 

si fue de este modo, 

tan grato vientre de oasis 

como este!; cosa que dudo 

porque vengo de Europa, 

incrSdula, m£s que todas las esp6sas. 

jDios la mejore! 

jAmen! 

Heme aquf, pues, ahora, 

en el m£s diminuto de los oasis 

semejante 4 un d&til 

sazonado, almibarado, de aureo jugo, 

ansioso de una boquita r^edonda de doncella, 

p m£s aun de dientes incisivos 

virginales, 

frescos p blancos como la nieve: 

pa que por ellos pena 

el coraz6n de los ardientes daiiles. Selah. 

Semejante a tales frutos meridionales, 
harto semejante, 
aqui estop 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 285 

cercado de alados insectillos 

que danzan p juegan A mi vera, 

al par que de pensamientos p anhelos 

m£s diminutos aun 

mas locos p mas matevolos: 

aquf estop, asediado por vosotras 

gatitas, donceilas mudas, 

p llenas de presentimientos 

Dudu p Suieika... 

esfingeizadoy para condensar en una palabra nueva 

muchas significaciones. 

(jDios me perdone 

tal pecado lingiifstico!) 

j^qui estop, aspirando el mejor de los aires, 

verdadero aire de paraiso, 

aire dtefano, tenue p dorado, 

aire tan bueno, como jam£s lo hubo 

debajo la luna. 

<?Fue" por casualidad 

6 por presunci6n, 

que eso ocurri6 

tal como cuentan los antiguos poetas? ' 

Yo, esceptico, lo dudo, 

porque vengo de Europa, 

incr^dula m£s que todas las esposas. 

jDios la mejore! 

iAmen! 

Saboreando este aire hermoso, 

con las narices dilatadas como cubiletes, 

sin porvenir, sin recuerdo, 

asf estop aquf 

arrebatadoras amigas, 

p contemplo £ la palmera, 

como, remedando a una danzante, 

arquea, dobla p balancea las caderas... 

(Asf hace uno & fuerza de contemplarla) 

exactamente igual que una bailarina 

que pa se ha sostenido mucho p con insistencia peligrosa 

sobre una pierna. 

£01vid6, segun parece, 

la otra? 

Pues en balde he buscado 

la alhaja gemela... 

(es decir, la otra pierna) 

en las santas inmediaciones 

de sus graciosas p arrebatadoras 

faldas emperifolladas p ondulantes como abanicos. 



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286 NIETZSCHE 

Si, bellas amigas, 

%\ quereis creerme completamente 

os dir6 que la he perdidd... 

Ja, ja, ja, jadios! 

jSefue 

para siempre 

la otra pierna! 

jOh! jLSstima de graciosa pternecita! 

^Donde puede parar, abandonada p triste, 

esa pierna solitaria? 

^Aterrada quiz* 

por Hero le6n monstruoso 

de rubias guedejas? O pa 

rofda, mascullada... jHorror! jhorror! 

jMiserablemente mascullada! Selah. 

jOh! jNo lloreis, 

corazones tiernos! 

jNo lloreis 

corazones de datiles, senos de leche, 

corazones dulces! 

iSe hombre Suleika! jValor! jValor! 

jNo llores mis 

p&lida Dudu! 

^Por ventura falta aquf 

algiin confortante 6 algiin cordial? 

^Urta maxima llena de unci6n? 

<;Una exhortaci6n solemne?... 

jOh! jArriba dignidad! 

iSopla, sopla de nuevo 

fuelle de la virtud! 

jOh! 

j Bramar aiin otra vez, 

bramar moralmente, 

bramar como leon moral ante las hijas del desierto! 

jPorque los alaridos de la virtud, 

arrebatadoras j6venes 

son sobre todo, 

la pasi6n ardiente, el hambre voraz del europeo! 

Y ved pa en mi 

el europeo. 

No puedo remediarlo. 

iQue Dios me asista! 

Amen. 

El desierto crece. ;Ay del que oculta desiertos! ' 



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ASf HABLABA ZAKATUSTRA 287 

EL DESPERTAR. 1 .— DespuSs del canto del 

viajero y de la sombra, la caverna se lleno siibitamen- 
te de risas y ruido; y como todos los hu£spedes habla- 
ban A la vez, y el asno niismo, con tal animacion, no 
podia ya estarse quieto, Zaratustra experiment^ cier- 
to enojo y cierta comezon burlona contra sus visitas, 
aunque se holgase de su regocijo, por creerle un sig- 
no de curacion. Deslizose, pues, afuera, al aire libre, 
y hablo a sus animales.— «^D6nde ha ido £ parar 
ahora su angustia (dijo, calmandose lentamente). jPa- 
receme que han olvidado en mi mansion sus gritos de 
angustia!, aunque, desgraciadamente, no han perdido 
atin la costuhibre de gritar.»— Y Zaratustra se tapo 
los oidos, porque en aquel momento formaban una 
extrafia mezcla los I-A del asno y la algazara de aque- 
llos hombres superiores. — «Estdn alegres (prosiguio), 
y ^quien sabe? quizd a expensas de su hu£sped; aun- 
que, si han aprendido a reir de mi, no es mi risa, sin 
embargo, la que han aprendido.— Pero jqu£ importa! 
Son viejos: se curan d su manera, rien A su manera; 
cosas peores han soportado mis oidos sin impacien- 
tarse.—Esta Jornada es una victoria: jya retrocede, 
ya huye el espiritu de lapesadez> mi antiguo enemi- 
go mortal! \Qu€ bien quiere acabar este dia, que tan 
mal y tan malignamente comenzo!— Y quiere acabar. 
Ya viene el crepiisculo: atraviesa a caballo el mar el 
buen jinete. jComo se mece el bienaventurado que 
torna en su silla de purpura! — El cielo mirasereno; el 
mundo se dilata profundamente: jhombres singulares 
que os hab^is acercado & mi, vale la pena de vivir 
cerca de mi!» 

Asi hablaba Zaratustra. Y a la sazon volvieron a 
salir de la caverna los gritos y las risas de los hom- 
bres superiores. Entonces Zaratustra empezo de nue- 
vo: «Pican; mi cebo hace su efecto: tambten huye de 



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28b NIETZSCHE 

effos el enemigo, el espiritu de la pesadez. Ya apren- 
den a reirse de si mismos: doigo bien?— Mi sustento 
de hombres, mis sabrosas y rigurosas m£ximas sur- 
ten efecto; y en verdad que no los he alimentado con 
legumbres que hinch^n. Sino con un alimento de gue- 
rreros, con un alimento de conquistadores: he desper- 
tado nuevos deseos. — Nuevas esperanzas revelan sus 
brazos y sus piernas: su corazon se estira. Encuen- 
tran nuevas palabras; pronto respirar£ desenfado su 
espiritu.— Comprendo que este alimento no sea para 
nifios, ni para mujercitas languidas, jovenes ni viejas. 
Hacen falta otros medios para con veneer a sus entra- 
fias: no soy yo su medico ni su maestro.— El tedio 
huye de esos hombres superiores ;bien! esa es mi vic- 
toria. En mi reino se sienten seguros, pierden toda 
necia verguenza, se explayan.— Explayan sus cora- 
zones; tornan para ellos buenas horas; se huelgan y 
rumian denuevo: se hacen agradecidos—Eso es lo 
que miro como la mejor senal: se. hacen agradecidos 
No pasara mucho sin que inventen fiestas y erijan 
monumentos conmemorativos & sus antiguas alegrias. 
— iSon convalecientesH Asi hablaba Zaratustra con 
intima fruicion y mirando hacia afuera. Sus animates, 
se arrimaron £ el, haciendo honor a su felicidad y a 
su silencio. 

2.— Pero de repente se sobresalto el oido de Za- 
ratustra: porque la ca.verna, animada hasta entonces 
por la bulla y la risa, se quedo de pronto en un SHen- 
ciosepulcral. Pero la nariz de Zaratustra sintio un 
olor agradable de humo y de incienso, como si se hu- 
biesen puesto pinas & la lumbre.— «£Que sucede? 
iQu^ hacen?» se pregunto acerc£ndose £ la entrada 
para mirar £ sus convidados sin ser visto. Pero joh 
maravllla de las maravillas! jque es lo que vio enton- 
ces con sus propios ojosl— «jSe han vuelto piadosts 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 289 

todos! jrezan! jest&n locos! » dijo con asombro sin 
limites. Y efectivamente: todos aquellos hombres su 7 
periores (los dos reyes, el expapa, el siniestro en- 
cantador, el mendigo voluntario, el viajero y la som- 
bra, el viejo adivino, el concienzudo y el mas feo de 
los hombres), todos estaban prosternados de hinojos, 
como nifios y viejas devotas: estaban de hinojos ado- 
rando al asno. Y ya el mas feo de los hombres empe- 
zaba £ gorgotear y & soplar, como si quisiera salir de 
61 algo inexpresable; pero cuando al fin rompio a 
hablar, resulto que salmodiaba una piadosa y singular 
letania en loor del adorado e incensando burro. Y he 
aqui cu&l fu£ esa letania: «jAmen! Y honra y prez 
y sabiduria y gratitud y alabanzas y fuerzas sean con 
nuestro Dios, de eternidad en eternidad!»— Y el asno 
rebyznaba I-A. # 

«E1 lleva nuestras cargas; se ha hecho servidor; es 
paciente y nunca dice no. Y el que ama £ N su Dios le 
castiga.»— Y el asno rebuznaba I-A. 

«No habla sino para decir siempre si al mundo que 
ha creado: asi canta las alabanzas de su mundo. Su 
astucia es la que no habla: por lo mismo, rara vez se 
equivoca.»— Y el asno rebuznaba I-A. 

«Oscurecido pasa por el mundo. El color de su 
cuerpo, con que envuelve su virtud, es gris. Si tiene 
talento, le oculta; pero todos ven sus largas orejas.» 
— Y £l asno rebuznaba I-A. 

«\Q\i€ recondita sabiduria eso de tener orejas lar- 
gas, y decir siempre si y nunca no! ^No ha creado el 
mundo a su imagen, es decir: todo lo bestia posible?» 
— Y el asno rebuznaba I-A. 

«Tii sigues caminos derechos y caminos torcidos; 

• lo que los hombres llaman derecho 6 torcido, poco te 

importa. Tu reino se encuentra allende. el bicn y el 



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290 NIETZSCHE 

mal. Tu inocencia es no saber. lo que se llama inocen- 
cia.»— Y el asno rebuznaba I-A. 

«Mira como tti no rechazas & nadie de tu lado, ni 
& los mendigos ni a los reyes. Dejas venir £ ti £ los 
niftos, y, si los picaros quieren seducirte, les dices 
simplemente I-A.»— Y el asno rebuznaba I-A. 

«A ti te gustan las burras y loshigos frescos, y no 
eres dengoso para la comida. Un cardo te cosquillea 
las entraiias cuando tienes hambre. En eso estriba la 
sabiduria de un dios.»— Y el a$no rebuznaba I-A. 

LA FIESTA DEL ASNO.-— 1.— Pero en este 
punto de la letania, Zaratustra no pudo contenerse mas 
tiempo. Grjto £ su vez: I-A, con voz mas recia atin 
que la del asno, y se planto de un brinco en medio de 
sus enloquecidos hu£spedes. «Per.o £qu6 haceis ahi, 
hijos de los hombres? (exclamo, alzando del suelo a 
los que rezaban). jPobres de vosotros, si cualquiera 
que no fuese Zaratustra os mirase! — Todos creerian 
que, con vuestra nueva fe, os habiais vuelto los peo- 
res blasfemos 6 las viejas mas insensatas.— Y tti mis- 
mo, antiguo Papa, ^corno puedes estar de acuerdo 
contigo, adorando 6 un burro de esa suerte, como si 
fuese Dios?»— «Perdona, Zaratustra (respondio el 
Papa), pero de las cosas de Dios entiehdo yo aun m£s 
que tu. Y es justo que ast sea.— jAntes adorar d Dios 
bajo esta forma que no adorarle bajo ninguna! Refle- 
xiona en estas palabras, eminente amigo; pronto adi- 
vinaras que encierran sabiduria.— El que dijo: «Dios 
es espiritu» es el que dio hasta el presente en la tie- 
rra el paso y el salto mas grande hacia la increduli- 
dad. ;No son esas palabras fdciles de reparar en la 
tierra!— Mi viejo corazon salta y retoza al ver que 
todavia hay algo que adorar sobre la tierra. iPerdo- 
na, Zaratustra, el viejo corazon de un Papa piadoso!» 



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Agf HABLABA ZARATUSTRA 291 

— «£Y tu (dijo, Zaratustra al viajero y a la sombra) te 
llamas y te figuras ser un espiritu Ubr,e? ^Y te entre- 
gas aquf & semejanles idolatrias y mojigangas?— En 
verdad que haces aquf cosas peores que las que ha- 
cias al lado de las muchachas morenas y malignas, 
nuevo y maligno creyente.»— «Todo esto es bastante 
triste (contesto el viajero y la sombra), tienes raz6n; 
pero yo ^que puedo haeer? Digas lo que quieras, Za- 
ratustra, el Dios antiguo revive.— El mas feo de los 
hombres es la causa de todo: el le ha resucitado. Y si 
dice que antiguamente le mat6, la muerte entre los 
di oses no es nunca mas que un prejuicio.» — «^Y tii, 
viejo encantador maligno, que has hecho? (prosiguio 
Zaratustra). ^Quien va & creer en ti en estos tiempos 
de libertad, si tu crees en semejantes borricadas di- 
vinas?— Acabas de hacer una sandez. jComo tu, tan 
astuto, has podido hacer semejante sandez!» — «Tie- 
nes razon, Zaratustra (respondio el astuto encanta- 
dor): era una sandez, y me ha costado bastante cara.» 
— «;Y tu tambten (dijo Zaratustra al concienzudo) re- 
f lexiona y ponte el dedo en la nariz! <j,No hay en esto 
nada que turbe tu conciencia? ^No es demasiado lim- 
pio tu espiritu para tales adoraciones y para el tufo 
de tales beatos?»— «Algo hay en este espect£culo 
(respondio el concienzudo, llevdndo el dedo a la na- 
riz), algo hay en este espectaculo que hace bien a mi 
conciencia.— Quiza no tengo el derecho de creer en 
Dios; pero es lo cierto que, bajo esta forma, Dios me 
parece aiin altamente digno de fe. — Dios debe ser 
eterno, segtin el testimonio de los mas piadosos: 
quien tiene tanto tiempo, se toma tiempo. De esa 
suerte y con toda la lentitud y estupidez que se quiera, 
puede ir verdaderamente lejos.— Y el que tiene de- 
masiada inteligencia muy bien podria suspirar por la 
estupidez y la locura mismas. jPiensa, si no, en ti 



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292 NIETZSCHE 

mismo, Zaratustra!— Tu mismo, £ la yerdad, podrias 
muy bien volverte asno en fuerza de sabiduria.— ^Un 
sabio perfecto no gusta de seguir los caminos m&s 
tortuosos? La apariencia lo dice, Zaratustra: jlo dice 
to apariencia!»— «Y tti, en fin (dijo Zaratustra, diri- 
gtendose al mds feo de los hombres, que seguia en el 
suelo alargando los brazos hacia el burro para darle 
de beber vino), habla, inexpresable: jqu£ es lo que 
has hecho!. — Me pareces transformado; arden tus 
ojos; el manto de lo sublime envuelve tu fealdad. Di: 
<rqu£ has hecho? £Es verdad, como esos dicen, que le 
has resucitado? <i,Y por qu6? ^No estaba muerto y ol- 
vidado.con razon? Tu si que me pareces despertado: 
£qu6 has hecho? iQu€ vuelta es la tupa* ^Como te 
has convertido? jHabla, inexpresable! »— «; Oh Zara- 
tustra! (contesto el m£s feo de los hombres). |Eres 
un tunante!— Si aquel vive atin, 6 si revive, 6 si mu- 
ri6 completamente, <j,qui6n de nosotros lo sabe me- 
jor? He aht lo que j>o te pregunto.— Pero s6 una cosa 
— y de ti mismo la aprendt en otros dfas, Zaratustra: 
—el que quiere matar m£s completamente se echa a 
reir.— «No con la colera, sino con la risa se mata.» — 
Asi hablabas tu en otro tiempo.— iOh Zaratustra! ftii 
que permaneces oculto, destructor sin colera, santo 
peligroso, eres un tunante! » 

2.— Pero entonces Zaratustra, asombrado de tales 
maulerias, volvio a precipitarse & la puerta de su ca- 
verna, y, dirigtendose £ todos sus convidados, empe- 
zo £ gritar con fuerte voz: «;Taimados locos, truha- 
nes! \£ qu£ disimular y ocultaros de mi: — jComa 
brincaba, sin embargo, de alegria y malicia, vuestro 
corazon, porque al fin habeis vuelto £ ser como nifios 
— es decir: piadosos;— porque al fin habeis vuelto & 
hacer como hacen los nifios; porque habeis vuelto a 
rezar, £ juntar las manos y £ decir «amado Dios!»— 



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asi habla&a zabatustra 2J93 

Pero ahora salid de este cuarto de ninos, de esta mi 
caverna, donde hoy est&n como en su casa todas las 
nineria§. jRefrescad aquifuera vuestros ardoresin- 
fantiles y serenad el tumulto de vuestro coraz6n! — 
Es verdad que, si no volveis a ser como nifios, no 
podreis entrar en ese reino de los cielos. (Y Zaratus- 
tra senalo arriba con las manos).— Pero nosotros no 
queremos entrar en el refno de los cielos; nos hemos 
hecho hombres: por lo mismo, queremos el reino de 
la tierra. 

3.— Y volviendo & tomar la palabra, dijo Zaratus- 
tra: «jOhmis nuevos amigos! \ Hombres singulares! 
jhombres superiores! ic6mo me agradiis ahora, desde 
que os hab£is vueltb alegres!— Estais en pleno flore- 
cjmiento, y me parece que, para H lores como voso- 
tros, hacen falta fiestas nuevas, una buena locurilla, 
un culto y una fiesta del asno, un viejo desatinado y 
alegre £ lo Zaratustra, un torbellino que con su soplo 
os despeje el alma.— No olvideis esta noche y esta 
fiesta del asno, hombres superiores. Eso es lo que 
habeis inventado en mi mansion, y es para mi un buen 
signp: jno hay como convalecientes para inventar 
semejantes cosas!— Y si volveis & celebrar esta fiesta 
del asno, hacedlo por amor a vosotros; hacedlo tam- 
bien por amor a mi. Y hacedlo en memoria de ml.* 

Asi hahlaba Zaratustra. 

EL CANTO DE EMBRIAGUEZ.— l.-Entre- 

tanto, todos habian salido, uno tras otro, y se halla- 
ban al aire libre en el seno de la noche fresca y silen- 
cipsa; y Zaratustra Hev6 de la mano al mis feo de los 
hombres para ensenarle su mundo nocturno, la gran 
luna redonda y las cascadas argentadas proximas £ 
su caverna. Por fin, hicieron alto juntos todos aque- 
llos viejos de corazon consolado y valeroso, admi- 



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294 NIETZSOHB 

rindose interiormente de sentirse tan bien en la tierra; 
la placidez de la noche penetraba en sus corazones 
mis hondamente cada vez. Y Zaratustra pensaba de 
nuevo para si: «;Oh! [Como me agradan ahora estos 
hombres superiores!»— pero no lo dijo, porque respe- 
taba su felicidad y su silencio.—Pero entonces vino 
lo mis sorprendente de aquel sorprendente y largo 
dia. El mis feo de los hombres empezo por ultima 
vez i gorgotear y resollar, y cuando rompiti i hablar 
al fin, sali6 de sus labios una pregunta lisa y redonda, 
una buena pregunta profunda y clara que removio el 
corazon de cuantos la oian. «Amigos mios, todos los 
que estiis presentes aqui (dijo el mis feo de los horn- 
bres), <?,qu£ os parece? Gracias i este dia, por prime- 
ra vez estoy satisfecho de haber vivido la vida ente- 
rs. — Y no me basta aiin hacer tal declaration. Vale la 
pena de vivir en la tierra: un dia, una fiesta en 
compania de Zaratustra me han ensenado i amar la 
tierra.— ^Era esto la vida?— dir£ a la muerte. — Pues 
bien: ique se repita!— iQue os parece, amigos mios? 
^No quereis dectr i la muerte, como yo: «^Era eso la 
vida? Pues por amor a Zaratustra, ;que se repita! » 

Asi habl<3 el mis feo de los hombres, no lejos de 
la media noche. <i,Y qu6 direis que paso en aquel ins- 
tante? En cuanto los hombres superiores oyeron la 
pregunta, al momento se dieron cuenta de su trans- 
formation y curacion, y de qui£n se la habia procu- 
rado; por lo cual se lanzaron hacia Zaratustra, besan- 
dole la mano y atestiguandole su gratitud, respeto 
y amor, cada cual i su manera: de suerte que unos 
reian y otros lloraban. El viejo encantador bailaba 
de placer; y si, como creen ciertos narradores, esta- 
ba entonces cargado de vino dulce, mis lleno estaba 
ciertamente de vida dulce, y se habia despedido 
de toda lasitud. Hay aiin quienes cuentan que el asno 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 295 

se puso a bailar a la saz6n: porque no en balde le 
habfa dado vino el m£s feo de los hombres. Sucedie- 
se eso 6 no, poco importa; y si el asno no bailo de 
veras aquella noche, ocurrieron, no obstante, cosas 
mis grandes y extrafias que el bailar un asno. En re* 
sumen, como dice el proverbio de Zaratustra: «jQu6 
importa! » 

2.— Cuando eso paso con el mis feo de los hom- 
bres, Zaratustra estaba como beodo: su mirada se 
apagaba, balbucia su lingua y vacilaban sus pies. <i,Y 
' quien podria adivinar 16s pensamientos que en aquel 
instante cruzaron por el alma de Zaratustra? Pero 
era visible que su espiritu vagaba hacia atrds y hacia 
adelante y se cernta muy lejos, como «sobre alta Cor- 
dillera (segiin est£ escrito) que, interpuesta entre dos 
mares, camina entre el pasado y el porvenir, cual 
pesada nube.»— En esto, mientras los hombres supe- 
riores le sostenian en sus brazos, volvio en si poco a 
poco y apartaba con el ademdn £ sus alarmados vene- 
radores: pero no hablaba. Sin embargo, de pronto 
-volvio rapidamente la cabeza, porque parecia oir 
alguna cosa; entonces puso el dedo en la boca y dijo: 
«jVenidh—E inmediatamente todo qued6 tranquilo y 
en silencio en torno de &; pero de las profundidades 
subia lentamente el son de una campana. Zaratustra 
aplico el oido, como los hombres superiores; despu^s 
volvi6 & poner el dedo en la boca y dijo de nuevo: 
»/ Venid! / Venid! /Es cerca de media nocheh—Y su 
voz se habia transformado.— Pero seguia sin moverse 
de su sitio. Entonces reino un silencio mayor atin y 
una quietud mis profunda, y todo el mundo escucha- 
ba hasta el asno y los animales de Zaratustra, el igui- 
la y le serpiente, y tambten la caverna y la gran luna 
fria y la misma noche. Pero Zaratustra por tercera 
vez se llevo la mano £ los labios y dijo: «/ Venid/ 



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296 NIETZSCHE 

fVenid! fVamos ya/ /Es la hora: marchemos d la 
nocheh ' 

3.— Hombres superiores, la media noche se acer- 
ca: quiero deciros, pues, una cosa al oido, como roe 
la dijo a mi al oido esa vieja campana: con el mismo 
secreto, espanto y cordialidad con que me hab!6 £ mi 
esa campana de media nocbe, que ha vivido mas que 
un solo hombre, que conto ya las palpitaciones dolo- 
rosas de Jos corazones de vuestros padres. jAy! jay! 
jc6mo suspira! [c6mo rie en suenos la venerable y 
profunda, profundisima, media noche!— jSilencio! jSi- 
lenciol Se oyen muchas cosas que no se atreven a 
alzar la voz durante el dia; pero ahora que el aire es 
puro y que ha callado tambten el ruido de vuestros 
corazones, ahora las cosas hablan y se open, ahora 
se deslizan en las almas nocturnas y desveladas. \ky\ 
I Ay! jComo suspira! [Como rie en suenos! — £Nq 
oyes como te habla a ti secretamente, con espanto y 
cordialidad, la venerable y profunda, profundisima 
media noche?— jOh hombre! jAviva el seso! . 

4.— jAy de mi! iQ\i6 ha s[ido del tiempo? ^No he 
caido en pozos profundos? El /nundo duerme.— \Ay\ 
jAy! El perro aulla; brilla la luna. jAntes morir que 
deciros lo que piensa ahora mi corazon de media no- 
che!— Ya estoy muerto. Todo acabo. Arana: <i,por que 
tejes tu tela alrededor de mi? iQuieres sangre? jAy! 
i Ay! Cae el rocio, llega la hora— la hora en que tirito 
y me hielo, la hora que pregunta y pregunta sin cesar: 
«<rQui6n tiene valor para tanto? £Qui6n ha de ser el 
duefio de la tierra? £Qui£n quiere decir: dsi haWis de 
correr rios grandesy pequenos?»— jSeacerca la hora! 
;Aviva el seso, hombre superior! Estediscurso es para 
oidos finos, para tus oidos— <*,qu£ dice la profun- 
da MEDIA NOCHE? 

5.— All£ me veo arrebatado; mi alma baila. jCuo- 



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ASf HABLABA ZAKATUSTRA 297 

tidiana tarea! jCuotidiana tarea! ^Quien debe ser el 
dueiio del mundo?— Fresca es la luna; el viento calla. 
i Ay! i Ay! <s,Habeis volado ya & bastante altura? Ha- 
beis bailado: pero una pierna no es un ala.— Buenos 
bailarines, ahora paso toda alegria: el vino se ha 
convertido en heces; las tumbas balbucean.— -No ha- 
beis volado a bastante altura; ahora las tumbas balbu- 
cean: «jPero salvadlos muertos! ^Por qu£ es de 
noche tanto tiempo? £No nos embriaga la luna! — 
jSalvad las tumbas, hombres superiores! jDespertad 
los cad£verefc! jAy! ^Por qu£ roe el gusano todavia? 
Se acerca v se acerca la hora; zumba la eampana; aiin 
resuella el coraz6n; el gusano, el gusano del eorazon, 
roe todavia. ;Ay! ; Ay! El mundo es profundo. 

6.— jDulce lira! iDulee lira! jAdoro tu son, tu em- 
briagado son de sapo! iQu6 de antiguo y de lejos— 
de los estanques del amor— llega & mi ese sonido!— 
jVieja eampana! ;Dulce liral Todos los dolores te han 
desgarrado el eorazon: el dolor del padre, el dolor 
de los antepasados, el dolor de los primeros padres; 
tu discurso alcanza ya la madurez como el dorado 
otofio y la tarde, como mi eorazon de solitario; ahora 
hablas: el mundo mismo ha madurado; la uva negrea; 
al presente quiere morir, morir de felicidad. ^No lo 
barruntdis, hombres superiores?— Secretamehte sube 
un perfume y olor de eternidad, un aroma— como de 
dorado vino delicioso— de aneja ventura.— Ventura 
embriagadora de morir, ventura de media noche, que 
canta: jel mundo es profundo y mAs profundo de lo 

QUE PENSABA EL Df A! 

7.— jD^jame! jDSjame! Soy demasiado puro para 
ti. jNo me toques! £No acaba de consumarse mi mun- 
do?-— Mi piel es demasiado pura para tus manos. iDe- 
jame, torpe y sombrio dial £No es m&s clara la media 
noche?— Dueiios de la tierra deben ser los m£s puros, 



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298 NIETZSCHE 

los menos conocidos, Jos m£s fuertes, las almas de 
media noche, que son m&s Claras y profundas que 
todos los dias.— jOh dial ^Andas & tientas tras de mi? 
<j,Exploras mi felicidad? ^Soy yo parati rico, soliiario, 
un tesoro escondrdo, un area de oro?— jOh mundo! 
iSoy vo lo que quieres? ^Soy mundano para ti? £Soy 
espiritual para ti? ^Soy divino para ti? Dia y mundo, 
sois demasiado torpes: tened manos m£s sensatas, 
coged una felicidad m£s profunda, un infortunio mas 
profundo, coged un dios cualquiera; no me cojiis a 
mi. Mi desdicha y mi dicha son profunda^, dia singu- 
lar; pero no soy un dios, ni el infierno de un dios: 

PROFUNDO ES SU DOLOR. 

8.— El dolor de Dios es mas profundo, mundo sin- 
gular! jBusca el dolor de Dios; no me busques £ mi! 
tQut soy yo? Una dulce lira llena de embriaguez: 
una lira de media noche, una campana planidera £ 
quien nadie comprende, pero que debe hablar delante 
de los sordos, hombres superipres. Porque vosotros 
no me comprend6is.— jSe acab6! jSe acab6! \Oh ju- 
ventud! Oh medio dia! jOh tarde! Ahora ha venido 
el crepusculo y la noche y la media noche; aulla el 
perro, el viento— ^no es un perro el viento?— gime, 
ladra, aulla. ,Ay! jay! jcomo suspira! ;c6mo rie, c6r 
mo exteftora y gime la media noche!— jQue sobria- 
mente habla ahora esa ebria poetisa! <s,Se le pas6 la 
embriaguez? £ha trasnochado? ^rumia?— La vieja y 
profunda media noche rumia en suenos su dolor y 
m&s aun su alegria: pues, si el dolor es profundo, 

LA ALEGRf A ES MAS PROFUNDA QUE LA PENA. 

9.— ^Por qu£ me alabas, vina? jYo te pode, sin 
embargo! Soy cruel; sangras: ^que quiere tu alabanza 
de mi ebria crueldad?^-«iTodo lo consumado, todo lo 
maduro quiere morir!» Asi hablas tii. jBendita, bendi- 
ta sea la podadera del vinador! Pero todo lo que no 



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ASf HABLABA ZABATUSTRA , 299 

esta maduro quiere vivir, joh desdicha!— EI doior 
dice: «jPasa! jvete, dolor!» Pero todo lo que sufre 
quiere vivir para madurar, regocijarse y anhelar— ■ 
anhelar lo m£s lejano, lo m£s alto, lo m£s luminoso. 
«Quiero herederos (asi habla todo lo que sufre), quie- 
ro hi jos; no me quiero d mi. —Pero la alegria no 
quiere ni herederos ni hijos; la alegria se quiere £ si 
misma, quiere la eternidad, quiere el retorno, lo quie- 
re todo igual a si eternamente.— El dolor dice: «;Des- 
g£rrate, sangra, coraz6n! jAndad, piernasJ jVolad, 
alas! jadelante! jarriba, dolor!» jVamos, pues viejo 
corazon mio! El dolor dice: jpasa y acaba! 

10 — £Qu6 os parece, hombres superiores? iSoy 
un adivino? iSoy un sonador? iSoy un beodo? ^Un 
int€rprete de suenos? ^Una campana de media noche? 
^Una gota de rocto? ^Un vapor y un perfume de la 
eternidad? ^No lo ois?^No lo percibis? Mi mundo 
acaba de consumarse: la media noche es tambten me- 
dio dia, el dolor es tambten una alegria, la maldici6n 
es tambien una bendici6n, la noche es tambi6n un 
sol... Alejaos 6 se os demostrara como un sabio es 
tambten un loco.— ^Dijisteis «si» alguna vez £ una 
alegria? ]Oh amigos mios! entonces dijisteis «si» 
tambien a todos los dolores. Todas las cosas est&n en- 
cadenadas, trabadas, prendadas: si quisisteis algiin 
dia que una vez fuese dos veces, si dijisteis algtin 
dia: « [Me places, felicidad! iMomento! jSoploU, en- 
tonces quisisteis que todo volviera.— Todo de nuevo, 
todo eternamente, todo encadenado, trabado, prenda- 
do: asi amasteis el mundo. Vosotros, los eternos, le 
amdis eternamente y siempre, y decis tambien al do- 
lor: jpasa, pero vuelve! iPoRQUE toda alegrIa 

QUIERE LA ETERNIDAD! 

11. — Toda alegria quiere la eternidad de todas las 
cosas: quiere miel, quiere heces, quiere embriagada 



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300 NIETZSCHB 

media noche; quiere tnmbas, quiere el consuelo de las 
lagrimasde las tumbas, quiere el dorado crepusculo... 
—;Qu6 no quiere la alegrfo! Es m£s sedienta, mas 
cordial, m£s h^mbrienta, mas terrible, m£s seereta 
que todo dolor: se quiere & si misma, se muerde d si 
misma, se agita en ella la voluntad del anillo; quiere 
amor, quiere odio, nada en la abundancia, da, arroja 
lejos de si, mendiga que alguien quiera tomarla, da 
las gracias a quien la toma, querria ser odiada: es tan 
rica que tiene sed de dolor, de infierno, de odio, de 
vergiienza, de lo lisiado, del mundo^-porque este 
mundo job! jYa le conoc&s' -^-Hombres. superiores, 
por vosotros suspira la alegria, la desenfrenada, la 
bienaventurada: jsuspira por vuestro dolor, malogra- 
dos! Toda alegria eterna suspira por las cosas malo- 
gradas.— Pues toda alegria.se quiere k si misma: jpor 
eso quiere tambten la pena! \Oh felicidad! job dolor! 
;Desg£rrate, coraz6n! Aprendedlo, hombres superio- 
res: la alegria quiere la eternidad: La alegria quiere 
la eternidad de todas las cosas: iquiere la profun- 
da eternidad! 

12.— iHabeis aprendido ahora mi canto? <*,Hab6is 
adivinado lo que qutero decir? jEa, pues, hombres 
superiores! jentonad mi canto £ la redonda!— Entonad 
ahora vosotros el canto cuyo titujo es «Otra vez», y 
cuyo sentido es «por toda la eternidad*. jEntonad, 
hombres superiores, entonad a la redonda el canto de 
Zaratustra! 

«jHOMBRE, AVIVA EL SESO'» 
«<!,Qu£ DICE LA PROFUNDA MEDIA NOCHE?» 
«HE DORMIDO, HE DORMIDO.» 
»De UN PROFUNDO SUENO HE DESPERTADO.» 
»EL MUNDO ES PROFUNDO, MAS PROFUNDO DELO 
QUE PENSABA EL DfA. 



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ASf HABLABA ZARATUSTBA 301 

»PROFUNDO ES SU DOLOR, Y LA AREGRfA MAS 
PROFUNDA QUfe LA PEN A. » 

»EL DOLOR dice: jPASA Y acaba!» 

»PERO TODA ALEGRI'A QUIERE LA ETERNIDAD: 
iQUIERE LA PROFUNDA ETERNIDAD!» 

EL SIONOi— A la manana siguiente Zaratustra 
salt6 de su yacija, se cin6 los rinones y sali6 de la 
caverna, ardiente y vigoroso como el sol matutino 
que sale de los sombrios montes.— «Gran astro (dijo, 
como en otra ocasi6n), ojo profundo de dicha, jque 
seria toda tu felicidad, si te faltasen aquellos & quie- 
nes iluminas!— Y si ellos permaneciesen en sus apo- 
sentos, cuando tu estas despierto ya y vienes £ dar y 
£ repartfr, jcomo se heriria tu altivo pudor!— Pues 
bien: esos hombres -superiores duermen aiin mientras 
yo estop depferto: jno son mis verdaderos compane- 
ros! No son los que espero yo aqiri, en mis monta- 
nas.—Quiero empezar mi labor, mi dia; pero ellos no 
comprenden cudles son los signos de mi alborada: mis 
pasos no son para ellos una voz despertadora. — Duer- 
men todavia en mi caverna, aiin saborea su ensueno 
mis cantos de embriaguez. Falta i sus miembros oido 
que me escuche, oido obediente.* 

Zaratustra habia dicho esto £ su coraz6n cuando 
ehsol salia. Despues dirigio a las alturas una mirada 
interrogadora; porque oia por encima de si la llamada 
penetrante de su dguila. «;Bien! (grito hacia arriba). 
Asi me place y conviene. Mis animales est£n despier- 
tos, porque estop despierto yo.— Mi £guila est£ des- 
pierta, y honra al sol, como yo. Con garras de £guila 
coge la nueva luz. Vosotros sois mis verdaderos ani- 
males: teneis mi carino. — .Perome faltan aun mis ver- 
daderos hombres! » 

Asi hablaba Zaratustra, cuando he aqui que de re- 



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302 NIBTZGSHE 

pente se sintio rodeado eomo por infinidad de aves 
que revolotearan en torno de el: el ruido de tantas 
alas y el tropel que asediaba su cabeza eran tan gran- 
des, que cerro los ojos Y verdaderamente sentia caer 
sobfe el algo asf como una nube de flechas disparada 
sobre un nuevo enemigo. Pero no; era una nube de 
amor, y sobre un amigo nuevo.— «^Qu6pasa?» se 
pregunto asombrado Zaratustrk, y se c^ejo caer pau- 
sadamente en la piedra grande que habia a la entfada 
de su caverna. Pero, agitando las manos en torno y 
por encima y por debajo de si, para sustraerse a las 
caricias de las aves, le sucedio una posa mas singular 
aiin: y fue que, sin darse cuenta, puso la mano §obre 
tibias y tupidas guedejas, y al mismo tiempo spno de- 
lante de el un rugido— uiTsuave y prolongado rugido 
de leon.— «£7 signo viene»j dijo Zaratustra, y se 
transform6 su corazon. Y cuando vio claro delante de 
si, halMbase tendido a sus pies un corpulento< animal 
rubio, que arrimaba 4a cabeza a sus rodillas, y no que- 
ria apartarse de £1 como un perro carinoso que vuelve 
a encontrar a su antiguo amo. Pero las palomas no 
eran menos carinosas que el leon, y cada vez que pa- 
saba alguna por encima de su hocico, el leon sacudia 
la cabeza con asombro y se echaba a reir.— Al ver 
todo eso, Zaratustra no dijo mas que una cosa: .*Mis 
hijos esldn cerca», y despues enmudeci6 completa- 
mente. Pero sentia aliviado su corazon, y de sus ojos 
corrian l£grimas que le regaban las manos. Y alii per- 
manecia inmovil, sin preocuparse de nada, sin defen- 
derse siquiera contra los animales. A todo esto, las 
palomas volaban de ac£ para alia, se posaban sobre 
sus hombros, acariciaban sus blancos cabellos, y eran 
infatigables en su ternura y fruicion. Entre tanto, el 
leon vigoroso lamia incesantemente las lagrimas que 
rodaban por las manos de Zaratustra, rugiendo y mur- 



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ASf HABLABA ZARATUSTRA 303 

\ 

murando con timidez. Eso hicieron aquellos knimales. 
— Todo ello podria durar mucho 6 poco: porque, ha- 
blando propiamente, no hay tiempo en la tierra para 
tales cdsas. En el interin, los hombres superiores se 
habian despertado en la caverna, y se disponfan a* ir 
en proeesi6n al encuentro de Zaratustra- para ofrecer- 
le su saludo matinal: porque, al despertarse, habian 
notado que no estaba ya entre ellos. Pero, cuando lle- 
gaban a la puerta de la caverna; precedidps por el ru- 
mor de sus pkadas, el leon aguzo el oido con fiereza, 
y, apartandose de pronto de Zaratustra, se abalanzo 
a la caverna, rugiendo furiosamente, Los hombres su- 
periores, al oirle rugir, empezaron a gritar como con 
una sola boca, y, retrocediendo, desaparecieron en un 
abrir y cerrar de ojos.— Zaratustra, por su parte, 
aturdido y distraido, se levanto de su asiento, miro en 
torno de si, asombrado, interrogo a su corazon, re- 
flexiono y permanecio solo. «Pero ^.que es lo que he 
oido? (dijo al fin lentamente). ^Que acaba de pasar- 
me?»— Y ya recobraba la memoria, comprendi6 de una 
ojeada todo lo que habia ocurrido entre ayer y hoy. 
«Ahi esta la piedra donde ayer manana me sente (dijo 
acaricidndose la barba), y aqul se me acerco el adi- 
vino, y oi por primera vez el grito que acabo de oir, 
el gran grito de angustia. — Hombres superiores, 
vuestra angustia es lo que me predecia ayer manana 
ese viejo adivino; & vuestra angustia quiso atraerme 
a fin de tentarme: «iOh Zaratustra! (me dijo). Vengo 
para inducirte 6 tu ultimo pecado.»— «£A mi ultimo 
pecado (exclamo Zaratustra riendose con colera de 
sus propiaspalabras). iQu€ es lo que me esta reser- 
vado todavia como mi ultimo pecado?— Y otra vez se 
replego sobre si mismo, volviendo a sentarse en la 
piedra para reflexionar. De repente se irguio: 

/CompasionJ /La compasidn con el hombre supe- 



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304 NIETZSCHE 

rior! (exclamo, y troc6se en bronce su semblante). 
;Vaj>a! ;Pas6 el tiempo de eso! iQu6 importan mi pa- 
sion y mi compasi6n? ^Aspiro yo £ la felicidad? |Yo 
aspiro a mi obral jEa, pues! El ie6n ha venido, mis 
hijos esten cerca, Zaratustra ha madurado,*lleg6 mi 
hora.— Esta es mi alborada, mi dia empieza: ;sube t 
pues j sube, gran mediodiah 

Asi hablaba Zaratustra, y se alejo de su caverna, 
ardiente y vigoroso, como el sol matinal que sale de 
los sombrios montes. » 



FIN 







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*st^ 



INDICE 



Pig. 



PRiMERA PARTE.— El Pre*mbulo de Zaratustra . 
Los discursos de Zaratustra.— De las tres trans- 

formaciones .... 
De las cdtedras de virtud. 
De los creyentes en ultramundos 
De los que desprecian el cuerpo 
De las alegrfas y pasiones. 
Del palido criminal . 
Leer y escribir . 
Del £rbol de la montana . 
De los predicadores de la muerte 
De la guerra y los guerreros . 
Del nuevo fdolo 

De las moscas de la plaza publica 
De la castidad . 
Del amigo . 

Los. mil objetos y el objeto unico 
Del amor al pr6jimo . 
De las vfas del Creador 
La vieja y la j6ven . 
La picadura de la vfbora 
Del hjjo y del matrimonio 
De la muerte libre . 
De la virtud dadivosa 



20 
23 
25 
28 
30 
32 
34 
36 
38 
40 
42 
45 
48 
49 
51 
53 
55 
58 
60 
61 
63 
66 



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SEGUNDA PARTE. -El nino del espejo. . \ 72 

En las Islas Bienaventuradas . . 75 

De los compasivos 77 

De los sacerdotes 80 

De los virtuosos 83 

De la canalla 86 

De las tarantulas 89 

De los sabios celebres ..:... 92 

El canto de la noche ....... 95 

El canto de la danza 97 

El canto del sepulcro 99 

De la victoria sobre si mismo 102 

De los hombres sublimes 106 

Del pais de la civilizaci6n. .... 108 

Del inmaculado conocimiento . . . . Ill 

De los doctos 1 14 

De los poetas 1 16 

De losgrandes acontecimientos . .119 

El adivino . . . . . . . . .122 

De la redenci6n 126 

De la cordura humana 131 

La hora silenciosa 134 X 

TERCERA PARTE.-E1 viajero . . . .138 
De la visi6n y del enigma . . .... .141 

De la beatitud involiintaria 147 

Al amanecer 150 

De la virtud apocadora . . . .153 

En el Monte de las Olivas 158 

De paso 162 

De los trAnsfugas 165 

El regreso 169 

De los tres males 172 

Del espirftu de la pesadez. 177 

De las antiguas y las nuevas tablas . . . .181 
El convaleciente ... ... 200 

Del gran anhelo 206 

El otro canto de baile 209 

Los siete sellos 6 la canci6n del alfa y la omega . 212 



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p*g. 



CUARTA y ULTIMA PARTE. - 


-Laofrendadelamie 


1 216 


El grito de angustia.. 220 


Conversaci6n con los repes 










223 


La sanguijuela . 










. 228 


El encantador . 










231 


Fuera deservicio . 










237 


El hombre m£s feo . 










. 242 


Elmendigo voluntario 










. 247 


La sombra. . 










251 


A mediodfa 


« 








255 


La salutaci6n . 










258 


La cena 










263 


Del hombre superior. 










266 


El canto de la melancolfa , 










275 


Ee la ciencia 










279 


Entre las hijas del Desierto 










2S2 


ElDespertar , 










287 


La fiesta del asno 










290 


El canto de embriaguez . 










293 


El signo . 










301 



4 



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*/■ 



hCn pren s;a 



Pompeyo Gener y BrauHo Omedes 



EL SENOR MINISTRO 



Drama 



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B1BLI0TECA CENTRAL 

' ,.1° 

3.5. 



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