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LA CAMPAÑA FILIPINA
(IMPRESIONES DE UN SOLDADO)
I
EL GENEBAL BLANCO
. -^ T ■
LA INSURRECCIÓN
Estoy completamente convencido, y
no be de tardar en demostrarlo ahí
dentro, que no sólo durante la actual
regencia, 5:ino desde el reinado de Don
Alfonso XII, no hay general que haya
prestado á la patria un servicio mayor
que el general Blanco.
F. Romero Robledo.
MADRID
LIBRERÍA DE FERNANDO FÉ
2 — CABBERA DE SAN JERÓNIMO — 2
1897
ES PROPIEDAD.
Madrid.— Imprenta de Fortanet, Libertad, 29.
DE «EL NACIONAL^
(11 de Mayo).
Este articulo con que lipnramos hoy las colum-
nas de El Nacional, no necesita artificios de enco-
mió. En las presentes circunstancias, cuando se
pretende inclinar la opinión á glorificaciones que
se fundan. sobre el descrédito militar de otras gran-
des figuras de nuestro Ejército, viene á ser como
noble alerta de un juicio sereno y reposado ante
las nerviosas impaciencias de unos cuantos.
No participamos de algunas ideas expuestas en
las anteriores líneas por el héroe de Fuerte Victo-
ria. Pero el pensamiento general, la noble defensa
de reputaciones y prestigios mezquinamente ata-
cados, la sinceridad elocuente y el honrado vigor
que campean en é\ artículo, nos han movido, más
que á aceptarlo, á solicitarlo con decidido empeño.
No podrá encontrar la malicia censuras ni mo-
lestias personales en el primoroso artículo del
FELIPE TRIGO.
Sr. Trig-o. Lejos de eso, enseña cómo puede ensal-
zarse una fig-ura militar sin deprimir al resto del
Ejército y adelanta con imperiosa autoridad aquel
futuro juicio definitivo que al cabo se abrirá paso
en el espíritu público. "
Quien escribe esas líneas, perfumadas de since-
ridad, sabe de la guerra filipina alg'o más que Re-
paraz y que todos nosotros. No con vanos alardes,
sino con sangre de sus venas, ha dejado escrita en
el Archipiélago filipino la página más gloriosa y
conmovedora de la impía sublevación tagala.
El nombre y la figura de Trigo, difundidos á la
admiración de España por la pluma de todos los
periodistas y el lápiz de todos los dibujantes, pres-
tan valor inmenso á esas reivindicaciones honro-
sas. No un hombre codicioso de gloria, sino abru-
mado de ella; no las ansias de notoriedad, por
mejores y más seguros caminos adquirida, sino el
noble impulso de la verdad y hasta las obligacio-
nes de la conciencia, han dictado ese artículo, que
recomendamos á la meditación de nuestros lec-
tores.
Y ahora, los que discutimos de la guerra desde
las redacciones y los círculos, los que pronuncian
su fallo desde los cafés y las plazuelas, tomen au-
toridad y bríos para desbaratar los razonamientos
del heroico Trigo.
No faltará quien lo intente, que antes sobra en
estos tiempos quien sea osado á^más altos delirios.
Pero quien lo hiciere, tome en cuenta que el autor
EL GENERAL BLANCO " Y LÁ ÍNSURBECCIÓN. 7
de este artículo ha ^i&^ido que dictarlo: ambas ma-
nos quedaron rotas en Filipinas bajo los golpes
crueles de los bolos tag-alos^^y el cuerpo todo, cru-
zado de cicatrices, pregona hazañais que durarán
en la memoria de las gentes cuanto durare la esti-,
mación de los sacrificios por la patria;
FELIPE TBIGO.
CUATRO GENERALES.
Polavieja,
Blanco,
Lachambre,
Primo de Rivera.
Por mares ya casi españoles naveg^a él buque en
que torna á la madre patria el ilustre soldado á
quien la fortuna deparó, con el mando de Filipinas,
la odasión de la v^ictoria. Supo el marqués de Pola^
vieja dar los más acertados impulsos de sus talen-
tos militares á los formidables elementos de guerra
que, flamantes y como para él solo recién prepara-
dos, encontró al pisap. el Archipiélago- acertó (á la
manera de esos célebres jugadores de ajedrez por
telégrafo) á mover las pieza* desde lejos con preci-
sión admirable; atinó con un golpe de muerte á la
insurrección tagala, y España entera le aguarda
para ceñir en su frente los laureles del vencedor.
España es un pueblo idólatra de sus prestigios, y
se honrará enalteciendo al general que llega. Mas
KL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 9
por lo mismo que de un puebla reflexivo y digno
se trata, próximo hoy á dar la sanción suprema de
su aplauso á los méritos de un hombre ilustre, con-
viene que, por el relato sincero de un testigo de
grandes errores colectivos del miedo ó de la impa-
ciencia, traducidos luego en grandes injusticias
sociales, sepa tener, en el corazón, mientras las
manos aplauden y las gargantas enronquecen con
los vivas al primer jefe del Ejército vencedor de los
caviteños, el recuerdo de otros tres generales.
El del general Lachambre, que, guiando las tro-
pas al triunfo, decidía como genial caudillo las
dificultades imprevistas surgidas frente al peligro;
el del general Primo de Rivera, que prosigue
audazmente la conquista; el del general Blanco, á,
quien debe la altiva España el haberse ahorrado la
vergüenza de perder Filipinas.
Son estas líneas (debo decirlo antes de proseguir)
la confesión sincera de un español. Y como tales,
tan honradas, que quien las escribe tiene que olvi-
dar para trazarlas más de un disfavor personalí-
simo que acaso debe exclusivamente al general
Blanco.
Ahora, un trozo de historia.
De historia de actualidad, aún no escrita, desco-
nocida.
De historia que, cuando surja limpia y pura (y
no tardará mucho) de entre el montón inmenso de
10 FELIPE TRIGO.
calumnias, como gota de oro de entre las escorias,
dará al general Blanco el tiipbre más preciado de
su vida, llena de hazañas famosas.
Armando de L'Iniers, un escritor muy conocido,
ha publicado días atrás un folleto que titula i)e po-
litica.
Ha hecho cierta fortuna el folleto.
En él se pide un dictador como único remedio á
los males presentes.
Es obra de la ofuscación de un demócrata; y por
paradójica consecuencia en estos tiempos de des-
orientación general, los carlistas han sido los pri-
meros en aplaudirlo.
Y si; fuerza seria convenir en que L'Iniers ten-
dría razón; en que se impondría algo raro, algo
anómalo y violento, si todos los españoles, cegados
por vapores infectos que de la podrida política tras-
cienden-, nos^^apeñáramos en juzgar de las cosas
de la guerra, es decir, de las cosas del Ejército— de
lo único serio que nos va quedando como organismo
social— con la acometividad pasional en. su forma
y frivola en sus motivos con que nuestro impresio-
nismo falla en todos los demás asuntos públicos.
Nuestras ^^uerras no son, no deben ser, no pue--
den absolutamente ser teatro donde una camarilla
de intrigantes ó un neurosismo del público pre-
paran ó deciden á voluntad un triunfo ó ^na•catás-
trofe.
Y eso está pasando con nuestras guerras.
EL GENEBAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 11
Eso acaeció, sobre todo, al principio.de la de Fi-
lipinas.
Entreg-ado el' Archipiélago de Magallanes á los
frailes casi desde el día en gue el célebre navegante
lo descubrió, los frailes lo son allí todo. Están por
encima del gobernador general, que si no se les
somete peligra en su gobierno. Ellos han tenido y
tienen la dirección, la exclusiva de la alta política,
y ellos se jactaron siempre de ser los únicos cono-
cedores del corazón tagalo, porque cuidaron de tres
cosas: aprender el enrevesado idioma del país, á fin
de entender á los naturales; no enseñarles el caste-
llano, con objeto de que los españoles no los enten-
diesen, y apoderarse de las conciencias por el con-
fesonario.
De este modo , cuanto se relacionaba con los in-
dios, les incumbía; y desde el capitán general aba-
jo, á ciencia y paciencia de los Gobiernos, todos
eran allá meros agentes ejecutores de la voluntad
frailuna.
La cosa, bien ó mal, marchaba. Pero hé aquí que
de unos cuantos años atrás, los frailes, endiosados
en su papel de altos directores, empiezan á marearse
de vanidad, á recluirse en sus gabinetes de diplo-
mático y á dejar el confesonario (sin quje por ello
consintieran en ceder su influencia inspectiva á
policía española) á ¡curas indios!
Sucedió lo que debía suceder. Conspirábase en
12 FELIPE TRIGO.
idioma tagalo, en pueblos donde el cura, que podía
oir, se había dedicado á no escuchar; y ¡claro! el
formidable estallido de la hecatombe, fué el primer
aviso que de ella tuvieron los frailes y. los que no
eran frailes.
¡ Un horror !
Manila se vio llena de insurrectos. ¡Lo eran sus
500.000 habitantes indígenas! Cavite se levantaba
en masa, y la rebeldía, manifiesta de hecho en,
muchos puntos de Luzón, estaba en las entrañas
mismas de todos los filipinos. Y entre ellos los
cuántos centenares de españoles, á 3.000 leguas de
la madre patria, sorprendidos todos por el espan-
toso empuje de la rebelión y aterrados los más por
las amenazadoras proclamas del Katipunán y por
los asesinatos que no dejaban duda de la feroz y'
fría crueldad tagala, tenían por únicoa defensores...:
¡un regimiento peninsular de Artillería!
Yo estaba en Manila y no podré jamás olvidar el
singularísimo aspecto de la capital en aquellos días
infaustos, ^alir á la calle era una temeridad. Como
siempre, por cada cara blanca encontrábanse 3.000
amarillas. Pero ¡como nunca! aquéllas habían tro-
cado su tradicional altivez por la palidez marmórea
del reo de muerte, y éstas mostraban 0n sus labios
gruesos una jamás presumida insolencia burlona,
una ferocidad salvaje que ya no era preciso disi- .
mular.
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 13
Los españoles de Filipinas pensaban nn día y
otro día en sólo una cosa muy triste: morir. Los
que no sintieroa la paralización del terror en sus
venas, querían á todo trance morir matando. ¡Un
mea para recibir socorro de la patria!... ¡No, la tre-
menda cuchilla tagala no estaría amenazando en
vano tanto tiempo! Temblaban las manos, de pavor
ó de coraje; se descubría con espanto la incisión en
cada brazo que se miraba... y se desarrolló una tal
fiebí'e^de prender á todo el mundo, que si en unas
cuantas horas rebosaron las cárceles, en unos
cuantos días no hubo puertas para los detenidos,
y al mes de haber seguido así , suponiendo que se
hubiera podido seguir, habría resultado que esta-
ban presos ¡ i los diez millones de tagalos! !
Un grito, un rugido de agonía sacudía los pechos
con unanimidad insensata: el de acabar pronto y
de cualquier manera. Se escapaba, sí, de todas las
bocas de europeos, de absolutamente todas... menos
de una: la del general Blanco, que" miraba i^npá-
vido el peligro, con serenidad olímpica, midién-
dolo, en medio de la consternación general, con la
heroica sangre fría de quien. en sí propio, en su
talento de gobernante, vislumbra aún la esperanza
de salvar para España , con un pedazo de ella mis-
ma, la honra nacional. ^
Entonces élsolOy frente á los huracanes deshechos
de una raza poderosa en su odio y en perfecta- opo-
sición de las pasionales impaciencias de los de la
suya, desoyendo al arzobispo, disolviendo, para no
14 FELIPE TRIGO.
oiría siquiera, lajunta de autoridades, puso coto ala
fiebre alg-uacilesca, empleó las escasísimas fuerzas
de confianza que había, en estará la defensiva, en
vez de lanzarlas desesperadamente á tomar Ca-
viTE, que era el anhelo insensato de los demás, y
aplazó los fusilamientos hasta que alg"unos barcos
con tropas llevaran desde aquí las garantías del
rig-or.
Otra cosa hubiera sido más que jug-ar la suerte
de Filipinas d una carta, según allí se decía y se
deseada; porque hubiera sido, sencilla y tontamen-
te, estar entre las garras de un tigre, tener alguna
probabilidad de salir de ellas con tiempo y maña
para vencerlo, después, y optar, sin embargo, con
impaciencias insensatas, por irritarlo y mqrir mi-
serablemente destrozado.
El general Blanco, capitán general, olvidó sus
bravuras de militar, tan gloriosamente probadas
mil veces, en Peña-Plata, en Mindanao, porque era
y debía ser otra cosa: gobernante, sutilísimo polí-
tico, frente á una situación tan difícil, tan horrible
como jamás gobernante alguno pudo contemplar.
Y el general Blanco, el insigne gobernador gene-
ral de Filipinas, por el temple sobrenaturstl dé su
voluntad, resistiendo, la furia de la crítica, de la
calumnia, del insulto casi, se impuso y conser-
vó el dominio hispano en el Archipiélago dé su
mando.
^
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 15
Yo tengo para mí que el general Blanco, el 11 de
Noviembre, cuando, contando ya con algunos re-
fuerzos, distaba aún de tener completo el ejército
que calculó preciso para dominar en Cavite, yo ten-
go para mí, digo, que el ilustre general se propuso
entonces demostrar prácticamente, con una con-
cesión. ya posible á las aplastantes imposiciones de
todos, cuánta razón había tenido en su conducta:
en efecto, lanzó sobre Noveleta y Binacayán todas
las pocas fuerzas de que disponía. Fueron derr<>-
tadas.
Treinta días más tarde habían llegado muchos
miles de cazadores; y los últimos batallones, en el
propio barco en que iba un general, sin que Blanco
se diera cuenta precisa de para qué iba; porque el
insigne gobernante esperaba precisamente aquel
buque para cambiar el frac del diplomático por la
guerrera con entorchados y las espuelas del gene-
ral en jefe que quiere colocarse al frente de las tro-
pas. Mas e\ cable había transmitido á España aquel
desdichado clamoreo- del pánico, y con él la saña y
la calumnia , de las cuales habíanse h-echo eco
algunos periódicos que, atentos siempre á la opi-
nión, á tres mil leguas no pudieron apreciar lo
insano de la que era engendrada por la locura
colectiva del dolor. Mas ¡ay! que el Gobierno, em-
pujado por la opinión pública, no tuvo otro reme-
dio que ceder, ¡y enviaba á aquel general, á Pola-
vieja, para que hiciese lo que esperaba hacer, y
hubiese hecho, el general Blanco como glorioso
16 FELIPE TRIGO.
remate de su colosal é inadvertida y calumniada
obra de gobernante! (1).
Ya viene Polavieja. Yiene cubierto de gloria.
Habiendo necesitado para combatir en Cavite todo
el Ejército que Blanco dispuso, y bastante más que
el primero de ambos pedía, acaba de demostrar por
otro procedimiento que Blanco hizo bien al no
intentar la conquista de Cavite con un regimieriio
peninsular.
Y de que hay en España más de un general
capaz de conducir las tropas á la victoria, en Fili- .
pinas mismo lo están demostrando á sir vez: La-
chambre, con sus hechos pasados de caudillo biza-
rro;^Prirao de Rivera, recién llegado, continuando
con gallarda brillantez la serie de los triunfos no
interrumpidos.
Y yo pregunto para final á Armando de L'Iniers,
y á los dislocados en que halló su idea entusias-
mos de un minuto:
(1) De La Época del 12 de Mayo:
El Sr. Trigo, en el artículo que publicó ayer El Nacional y varios
periódicos, parece indicar que el general Polavieja fué nombrado
capitán general de Filipinas al salir de la Península.
Conviene recordar que el señor marqués de Polavieja fué al Archi-
piélago con el cargo de segundo cabo, y que si pasó á desempeñar el
mando superior del Archipiélago y dejó este alto puesto el general
Blanco, fué como resultado de las conferencias celebradas entre ambos.
EL GENErIl blanco Y LA INSURRECCIÓN. 17
í;,Haría falta un dictadoi*? ¿Será verdad que es
nei'eí=ai'io, puesto que la adulación y la calumnia y
1; iiij > Mcia y la infamia son ya cosas arrojadizas
á k..- íig-uras del Ejército, á los últimos prestigios
que sostienen el edificio nacional?
Pues bien; si un dictador es un sable, ahí están
<solo de Filipinas) Blanco, Polavieja, Primo de
Rivera, Lachaiubre.
Si un dictador es un sable y un talento político
de primer orden, sólo queda probado, en la más
tremenda experiencia un nombre:
El del general Blanco.
( De El Nacional, 11 de Mayo.)
18 FELIPE TEIGO.
Á MANERA DE PRÓLO&O.
X.
Sí, ú manera de prólogo, y no por afición á ellos^ .
sino para salvar de una vez puntos accidentales^
dejando los de transcendencia á los artículos can=-
que la ¡ííovocación me'oblig-ue á continuar el que
yo calculé primero y único en defensa de un calum-
niado.
No podría afirmar sin hipócritas modestias que
al escribir aquel deshilvanado y kilométrico aleg^a-
to de defensa, lo hice sin fe en el resultado. No, yo
no escribí nerviosamente aquellas cuartillas entre
terrones de azúcar de la mesa de un café, impul-
sado por alg-o que fuese en mi corazón la famosa
gota con que los corazones llenos- de indignación
rebosan, como he escrito otras veces, bajo impulsos
parecidos, nervioso también contra cualquiera,
pero con la seguridad triste de que mi voz se per-
dería estérilmente como la del predicador en el de-
sierto, yp, repito; en esta .ocasién faltaba el predi-
cador, y ¡lo pedía á voces, sin embargo, una multi-
tud. desoVientada, llena de atención, de curiosidad ^
EL GENERAL BLANCO T LA INSURRECCIÓN. 19
perdida la vista al través del tiempo y la distancia,
indecisa en el juicio de sucesos importantísimos,
de los cuales únicamente llegaban á su oído las vi-
braciones del cable, alambre imbécil que tiene por
oficio escuchar á todo el que le habla.
¿Por qué, pues, no había yo de ser quien escalara
la tribuna, ó mejor, aquel pulpito vacío, que reli-
giosa en su solemnidad eja la atención con que le
contemplaba España entera? ¿Qué importaba ser un
desconocido? ¿Qué importaba, si la muchedumbre
no pedía retóricas y equilibrios de ingenio para
vestir brillantemente falsedades de que estaba har-
ta, sino que anhelaba, por el contrario, confesio-
nes, hechos, en la desnudez hermosa y casta de la
verdad?
Pues bien, yo tenía esas verdades , y por su fuer-
za... ¡sólo por su fuerza! el artículo de un cualquie-
ra, tan cualquiera que antes que acogido impar-
^cialmente ^or El Nacional fué cortésmente recha--
zado por El Liberal, se comentaba al otro día eu
la prensa^ se telegrafiaba á todas partes y se im-
ponía en todas también, incluso en las redaccio-
nes de periódicos tari ilustres como El Imparcialj
El Tiempo y el Heraldo, muchos de cuyos redac-
tores, corresponsales telegráficos de la prensa de
provincias (1),- lo elogiaban individualmente al
(1) Véase la pág-. 35.
20 FELIPE TRIGO.
traiií^mitirlo; bieír que en conjunto, como tales
entidades de responsabilidad pública, y teniendo
¡¡ai-a con' el públic^o trazado un plan que nació, sin
duda, al calor del aliento generoso y de la nobleza
intacliabie de los tres colegas, guarden respetuoso
süencio como arrodillados dentro de casa ante el
esplendor de la verdad. Un silencio que, en órga-
nos periodísticos donde nunca falta una mirada
para el suceso más baladí del día, ni un ingenio
para discutir triunfante hasta la más poderosa obje-
ción, significa, admirablemente singularizado como
está entre el ruido general provocado por mis de-
claraciones de testigo, que al testigo se le acepta
por sincero, que á sus confesiones se presta valor,
y, por consecuencia, que se. portó como un bravo
en su gestión el gene^-al Blanco; quien, prudente
como sabio, al solo anuncio de venenosas algara-
das ante un dignísimo y también glorioso compa-
ñero de armas, salió de Madrid ignorado, con el
alma rota de amargura ante la ingratitud irrefle-
xiva de su pueblo, del pueblo que le adora en Bar-
celona, del pueblo que en España toda le tenía en
el corazón por sus bondades, por .sus talentos, por
sus triunfos militares en Cuba, en el Norte, donde
ganó el título de marqués, y en Maraliuit, donde al
legar á España la única conquista de este siglo,
conquistaba para él, y á fuerza de heroísmos, el
tercer entorchado, el título que Blanco más aprecia
entre las aristocracias porque es la aristocracia del
soldado valiente, el de príncipe de la milicia, acce-
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 21
sible para todos los españoles que sepan galleársela
después de vestir, c^no Polavieja, que se la merece
también, el pantaFón y la g-orrilla del recluta.
Se anuncia el regreso de Blanco. No pido ni re-
pugno manifestaciones, porque además de no ser
¡pobre de mí! más (jue iin teskgo que juró decir ver-
dad por su honor y. ante su conciencia en cuanto nadie
le preguntaba, pero sí en cuanto'' él creía qiie te pre-
guntaba España, Europa, el mundo todo, creo que
esas cosas se hacen solas si están en la^nasa de los
manifestantes; pero me atrevo á creer que, cuando
Blanco llegue ahora, sin miedo ya á su pueblo de
siempre, una silenciosa lágrima de enternecimiento
caerá en cada corazón de los madrileños, y ún ¡viva
el salvador de Filipinas! surgirá cariñoso, sin que
nadie necesite oírlo en El Tmparcial, en el He-
raldo...
Mas, entremos un poco en el verdadero objeto
de este prólogo, y al entrar, desde luego suplico
gracia para lo que de raro é inacostumbrado pue-
dan tener mis confesiones -ante el público, porque
he de hacerlas como ante el confesonario la de las
culpas, aunque nada con culpas mías tengan que
ver, sino, en todo caso, con las ajenas. Tendrán por
característica la franqueza ruda, inflexible. ¡Hoy
que tanto yale un guante blanco ó una elegancia
de estilo!
22 FELIPE TRIGO.
¿Era yo, por ventura, el único que, estando ahora
en lá Península, hubiera presenciado y apreciado
los hechos primeros de la revolución tagala?
No. Sin duda han vuelto á España muchos así.
Acaso eu-Madrid mismo viven más de ciento. Los
primeros , los íntimos amig'os del g-eneral Blanco;
después, empleados, oficiales... Yo hablo todos los
días con varios.
Entonces (y vaya por la forma de catecismo en
g-racia á la comodidad y á la brevedad), ¿cómo es
que en el espacio de tantos meses á nadie se le
había ocurrido hacer declaraciones tan importan-
tes? Por una razón muy sencilla. A los íntimos de
Blanco, por serlo. A otros, por miedos fantásticos
quizá, al tratarse de inferiores hablando de supe-
riores (á Filipinas, vuelvo á decir, no. van, y por lo
tanto d^ allí no vuelvjen, más que empleados y mi-
litares): y á todos, eíí fin, porque entre todos ellos
acaso no haya otro con una poca de sang-re quijo-
tesca, esto es, de periodista, más que quien esto
suscribe. Y con esa sangre, amén de la tranquili-
dad perfecta de quien antes ha pensado madura-
mente que no es dañar á nadie atacar una injusti-
cia cuyo ataque no se funda en perjuicios de ter-
cero, ya que aquí el tercero, el responsable del daño,
es precisamente un irresponsable, puesto que es la
opinión equivocada de los mismos españoles que
allá en Filipinas residían eíxitonces, he hecho lo
que otros mil pudieran haber hecho lo mismo.
Es decir, no he sido yo solo quien, periodista
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 23
también, y no alg^o por cierto, sino mucho, está
desde hace unos días en Madrid y fué testig-o asi-
mismo de los terribles sucesos. Y, en efecto, obe-
diente á su idiosincrasia batalladora, impulsado
por el mismo arranque de arrogancia gentil que
allá frente á los malayos le hizo, siendo ya viejo y
no hombre de armas, sino de ciencia y de letras,
■coger un sable, montar á caballo y tomar el mando
de una improvisada guerrilla de caballería, ahora,
en su exquisita suspicacia de hidalgo aragonés he-
rido por mi artículo, sin parar mientes en la amis-
tad sincera que nos u'ne y que me honra — porque
en estas cosas de bien público deben quedar á un
lado afectos personales, — se revuelve contra mí tan
violenta y gallarda como inocentemente.
Me acusa mi querido amigo de haber dicho que
el pánico general fué la causa del error de la opinión
contra Blanco en Manila, la causa odiosa, aunque
disculpable, por ser pasional; y protesta mi amigo
queridísimo de esta imputación mía; allí, dice, no
hubo pánico.
Quede para otro trabajo la contestación al se-
.gundo jefe civil de Filipinas, porque me propongo
no retroceder ante ninguna réplica que desvirtúe un
^olo átomo de mis pHrneras ajirmaáones, y por hoy
he de permitirme nada más copiar lo que para el tra-
bajo de hoy me importa. El párrafo siguiente, donde
:se ve que el Sr. Sastrón hubiera podido decir antes
24" FELIPE TRIGO.
que yo lo mismo que yo he sostenido: que el g-ene-
ral. Blanco se excedió á toda ponderación en el
cumplimiento de sus abrumadores deberes:
«Manila estaba desguarnecida. Tanto valían
para la magnitud del liecho descubierto por el
arrepentimiento del indígena Teodoro Patino, no
el regimiento peninsular que allí dice el Sr. Trigo
existia, sino los 309 artilleros españoles que fueron
en realidad los revistados.»
«Con acierto, con admirable técnica se organizó
por el capitán general Sr. Blanco el servicio de la
defensa y vigilancia de tan sagrados intereses^,
cuales los que representaba. Con fuerza tan^Hcasa
peninsulal*. con reducida fuerza indígena, cuya
lealtad podía y debía aplaudirse después que fuese
probada, no había bastantes medios para afrontar
la realidad de mal tan extenso.»
«Yo pido al cielo otorgue toda ventura y dicha^.
y pido á la patria conceda todo. linaje de prestigios
y consideración al ilustre marqués de Peña-Plata^
al señor general D. Ramón Blanco, á cuyas órde-
nes^ casi cuatro años, he servido cargos públicos
que me dignificaban por el doble concepto de
corresponder á la también honrosa administración:
civil, y por estar situados por ministerio de la ley ■
en lugar apropiado para obtener la fortuna de reci-
bir con frecuencia órdenes del prudentísimo ex-
gobernador general de Filipinas, del caudillo de-
KL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 25
Marahuit, del sabio -estratéf^-ico cuyas operaciones
(le g-aerra en el Norte de la Península han sido
estudiadas y juzg-adas con encomio por el Estado
Mayor de cada uno y de todos los Ejércitos de
Europa.»
"^ •
Este voto, que sumo muy contento al mío, es de
calidad, y amplio y terminante, j quien lo da el
Excmo. é limo. Sr. D. Manuel Sastrón, doctor en
Medicina, ex-diputado á Cortes, seg-undo jefe civil
de Filipinas, con licencia ahora por enfermo, y
(teng-a la bondad de escuchar El Correo Español^
que yo le diré con qué objeto cuando conteste sus-
no tan corteses sinrazones contra mí)"... y catedrá-
tico de la Universidad de Manila, es decir, de un
centro dirigido por los frailes, que son los que pro-
veen sus plazas, honrosas cuanto productivas.
Vuelvo á decirlo. Ante el interés público deben
borrarse, dentro siempre de las leyes caballeres-
cas, hasta los motivos de gratitud personal. Y quizá-
aluda con esto á tres periódicos, que me he visto
precisado á contrariar, pese á todas las gratitudes
que particularmente les guardo y guardaré mien-
tras viva.
Este artículo se hace sobradamente largo y dejo-
para otro la conl;inuación de mis confesiones.
'De El Nacional, 17 de Mayo.)
^
26 FELIPE TRIGO.
II.
- ¿Por qué. estando yo en España desde Diciembre,
he aguardado para esta empresa momentos cuya,
efervescencia de luchas políticas pueden hacerme,
y por de contado me han hecho, sospechoso de
parcialidad?
A-quí de la franqueza. Es necesaria para que
que'de claro, ante todo y sobre todo, que yo no me
vendo, ni nadie ha querido comprarme, ni soy
amig'o ni enemig-o de niiíg-una política militante
(por lo mismo que teng-o ideales y en ellos fe sa-
g-rada), ni tengo más que respetos á toda institu-
ción de tradiciones hermosas, coma la de los con-
ventos, poT ejemplo, aunque me permita discutir,
no la alta misión moral de los frailes, que es cosa
del ■cielo, sino sus gestiones políticas, cosa terrena
é impropia de ellos por lo mismo, ^ además de
impropia siempre, hoy anacrónica y probada en
sus fracasos por la tremenda amenaza de aquel
juicio final, que, por fortuna para la patria española
en Oceanía, conjuró con talentos y bravuras incon-
cebibles el insig-ne general Blanco, seguido des-
pués en la ya más fácil, aunque siempre gran
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 27
tarea de la reconquista, por otros dos generales
dig-nos del laurel que España acaba de entregar á
uno y reserva para otro: Polavieja y Primo de
Rivera.
Pues bien, si misinceración ante el público ne-
cesitara artificios, ¿no sería una disculpa del mo-
mento por mí elegido para levantar la voz en favor
del marqués de Peña-Plata el decir qup mis heri-
das, abiertas hasta h|i*Qe poco, y mi anemia, que
todavía es grande, Áe habían impedido hacerlo
antes?
No necesito apoyar en esa verdad mentirosa dis-
culpa. Para hablar, para dictar unos cuantos ren-
glones, poco hubieran estorbado mis vendajes de
las manos ni mi falta de sangre en las venas.
Era que... ¡sí, he de decirlo! eran otros motivos
más grandes, más delicados infinitamente.
Era que yo estaba resentido con el general Blan-
■co, porque siendo yo redactor corresponsal de un
importante periódico de Manila (1), donde ganaba
un puñado de pesos que, unidos á mi paga, me per-
mitían sostener pobre y difícilmente á mi familia
en Mindanao, destino del cual no quiso sacarme el
general á pesar de recomendaciones á él hechas
en mi obsequio por Primo de Rivera, por Baselga,
por Sastrón, por Luengo... puso en peligro mi
(1) El Diario de Manila.
f1':lii>k trigo.
corresponsalía, y con ella el pico de pesos, según
me demostraron cartas que conservo; y todo por la
razón (que yo no desconozco en su fa^or) de ser él
un gobernador general con ideas propias, y yo un
pobre diablo, con ideas propias también, que no
siempre coincidían en pequeños asuntos. Declaro
que yo, en lugar del marqués de Peña-Plata,
hubiera hecho lo mi,smo, pero temo de igual modo
que también el entonces D. Ramón Blanco á secas,
en mi lugar, no me hubiera tenido mejor voluntad
que yo le tuve: y todavía, probablemente, como yo,
y él lo sabe, ni se hubiera arrepentido ni se hubiera
enmendado.
Con ser bastantes, no fueron estos los únicos mo-
tivos de mi encono. Herido yo poco después, es
decir, al año de este desigual pugila.to entre un
poderoso y un humilde (por culpas y temperamen-
tos del humilde quizá, no me costaría gran cosa
reconocerlo); herido yo, digo, de siete machetazos
en Fuerte Victoria, en una lucha infame de 10 es-
pañoles contra 300 traidores, en la cual cumplimos
cada cual con arreglo á esos bríos que hasta al más
cobarde da un vestido de soldado, yo creía que, lo&
pocos que sobrevivimos á la catástrofe, debimos ser
recompensados por telégrafo, por el primer correo
cuando menos. Pues bien; pasaron meses y meses
y^no llegaba á mis oídos, allá en el rincón de
Extremadura donde di con mi macheteado cuerpo,.
líL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 29
ni la menor noticia de que se me concedía, de que
se nos concedía ni siquiera una de esas cintas de
colores que cuestan al recompensado el dinero,
pero que sirven para ponerlas en el hojar de la
levita de un paisano, que fué militar antes de ser
mutilado, y van diciendo á todo el mundo: «^esias
cicatrices no son de-^nataja, sacadas de una taberna;
son las de un homtjre que tu%o una desgracia grande
en el honroso cumplimiento de su deber. y>
El general Blanco vino á España un par de meses
después que yo. Con él no venía la cinta. Yo la
seg'uía esperando tranquilo, y la hubiera esperado
en silencio, como estos siete meses, un año, diez...
seguro de que llegaría al fin. Pero mi primer plazo
de licencia transcurrió; vine á Madrid para ser
reconocido, y hace unos cuantos días, al tercero de
llegar, gracias á que la prensa toda, y entre ella y
á la cabeza El Imparcial, el Heraldo y El Tiempo,
indignados sus redactores al espectáculo de mis
cicatrices, pidieron mi cinta, mi anhelada cinta, y
la de ese infeliz Arrojo, mucho^más infeliz que yo,
sin mano, sin pie, sin ojo izquierdo, el ministro de
la Guerra, á quien tuve la honra de visitar, se
apresuró á manifestarme que nuestra recompensa,
retrasada por reglamentarios expedientes previos,
se aceleraría lo posible.
El digno ministro, en el tono casi confidencial
que le sugirió su noble generosidad ante mis heri-
das, me dejó entrever que sería pedida la pro-
puesta por telégrafo; y también me dejó adivi-
30 FELIPE TRIGO.
nar, con la habilidad sutil del alto funcionario
cuyo puesto le impone reservas de expresión, mas
no siempre de intención, la calidad del premio que
me concederia mi patria. Lueg-o tuve la altísima
honra de postrarme ante mi Reina, y salí aún más
complacido de sus aug-ustas y cariñosas palabras...
¡La propuesta de recompensa vendría firmada por
Polaviejal ¡No hay duda que á este invicto general
le tendré que agradecer el haberla formulado! Por-
que, ^debo hacer notar qjie á un telegrama del
Ministerio de la Guerra puesto el día 12 ó 13 del
imes pasado, contestó Polavieja diciendo que la
propuesta venía ya de vinje, por el mar.
Hé aquí el momento. Ya, basado en indicaciones
de consideración, supe ú qué atenerme con res-
pecto al caso. Ya podría, pues, sin que mis actos
pareciesen genuflexiones de mendigo,, decir ^l pú-
blico lo que desde que pisé las piedras de Barce-
lona me estorbaba oculto en la coíiciencia; lo que
acaso dije á algún periodista que no tengo la cer-
teza de si fué un amigo de mi amigo Mencheta,
quien me lo envió á bordo para saludarme en su
nombre; ya podía ¡al ñn! levantar la voz de un
humilde, pero de un humilde convencido, que no
necesitan más las gentes honradas para, ante la
verdad, abjurar de sus involuntarios errores... ¡Las--
tima grande que las heridas, entonces, no me hu-^
hieran permitido visitar á Mencheta mismo, como
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 31
le ofrecí y no pude cumplir, en mi breve estancia
de un par de días en Barcelona!
¿Creerás, lector, que no pensé en los peligros de
lanzar al público mi caudal de recuerdos sinceros
en momentos de marejada en el mar de la política
al so^ de pasiones violentas y ardentísimas?
¿Creerás que no pensé en la contrariedad posible
de que se me tomara por un audaz habilidoso, por
un pescador en revueltas aguas?... ;Ay! Tanto lo
pensé, tanto... que á estas horas el silencio segui-
ría haciéndome daño en el alma si cierto espec-
táculo (que me permitirás que calle, pero que diré
sin ambajes si se empeñara en absoluto la prensa
católica y carlista) no me hubiera resuelto al fin á
arrostrarlo todo.
Por eso escribí ese jí-tículo que ha tenido cierta
fortuna. Cuando lo arrojé como un desconocido y
sucesivamente en la mesa de los directores de Bl
Liberal (1) y de M Nacional, lo suscribía un seudó-
nimo, porque era mi propósito que ni el mismo ge-
neral Blanco supiese quién era el* caballero que se
arriesgaba, cubierta la faz, á la caldeada arena
para romper una lanza por una dama: por la justi-
cia, dama de célica hermosura, eterna cortejada
de todos los 'caballeros en esta tierra de caballeros
andantes.
Cl) El Sr. Moj-a, que simpatizó con sus ideas aun sin leerlo, no
pudo' complacerme (publicándolo en seguida como yo deséaba^ por un
respeto de cortesía á la próxima reunión de periodistas en el Círculo-
Mercantil.
32 FELIPE TlllUO.
?su teiig'ü interés personal alguno en la publi-
cación (le eso. dije á Figueroa, ar conocerlo por
primera vez y premeditadamente por el sistema de
las j)wscü,s de redacción, pues no quería deber, ni
tenía para qué {{uererlo, la aceptación de mis cuar-
tillas al poder d^ una tarjeta recomendatoria, sino
al valor real que encerrasen como judicial docu-
mento. Y le añadí en seguida: Quiero que no se
^ rompa el seudónimo, á menos que sea absoluta-
emente preciso para responder en cualquier forma
con la persona.^
Al día siguiente era llamado á la redacción. El
artículo se aceptaba. Figueroa me advirtió que,
sobre no ser posible el anónimo en cosas tales, per-
dería mucho de fuerza de convicción cuanto yo
decía sin una firma tras de la cual no estuviese
, alguien sin careta.
Reflexioné; vi que, en efecto, para destrozar ca-
lumnias anónimas, es^ decir, de la opinión, de ese
gran loco irresponsable, suele bastar en contra la
afirmación respoudida... de iDia sola persona.
Y firmé el artículo, que no había de tener en
más mis susceptibilidades de casi monjil modestia
que el éxito de la empresa.
Este ha sobrepasado mis esperanzas, aunque mu-
cho esperaba. Ni una sola voz se ha levantado para
argüirme en, contra del marqués de Peña-Plata.
Sólo, en!re las aclamaciones generales, á la justi-
■cia, de la prensa — representante de la opinión, se-
^ún he oído decir — singuiarízanse el noble silen-
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. '33
cío de tres grandes periódicos y las réplicas de
otros dos, El Correo y El Correo Español, no contra
Blanco, sino contra mi, por conceptos no esencia-
les, que sostengo ydefenderé, sin embargo, de mi
artículo.
¡Oh, sí! ¡El éxito ha sobrepasado mis esperanzas!
Ha sido el éxito de la verdad en el país de la hon-
radez, y hoy ya*no habrá un español que, sin
ofuscaciones de sentido, se oponga á estos gritos
hermosos:
¡Viva España! ¡Viva el Ejército! ¡Vivan los gene-
rales vencedores de Filipinas!
Son tres, como ha dicho muy bien La Correspon-
dencia Militar: Blanco, Polavieja y Primo de Ri-
Yera.
No quiero concluir este inacabable artículo sin
una última prueba de mi franqueza. Acaso habrá
pensado el público, acaso piense el general Blanco
que yo, además de^ser raro en mis cualidades de
hombre, trato de demostrarlo, puesto que no sólo
pago disgustos con generosidades, sino que, á con-
tinuación, pudiera parecer que he escrito un dis-
curso para hacerlo notar.
Ño; yo soy sencillamente gl hombre, el hombre
de siempre; peor quizá, el hombre de Zola, el
egoísta...
Yo debo asperezas de rigor al general Blanco.
Pero debo al general Blanco también una cosa
34 FELIPE TRIGO.
que no olvida jamás un hombre; se la debo ig-ual
que todos los españoles á quienes su conducta de
insig-ne gobernador nos libró de muerte afrentosa
allá en Filipinas: le debo la vida.
Si á esto se ag-reg-a que además del egoísmo de
la bestia humana tengo el infinitamente más noble
del esposo y padre, y que á mi mujer y á mis
hijos les salvó la vida también, quedará justifi-
cado por qué después de escribir lo que escribo
para el general Blanco, me conceptúo su deudor
eterno de gratitud, y le tengo en mi corazón cada
vez que mis labios tocan la frente pura de mis
hijos. - -
Le debo más que mi vida. /
Le ofrezco mi vida sólo.
¡Claro es que no le habría pagado del todo aun-
que se la sacriücara !
(De El Nacional, 19 de Mayo.)
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 35
De entre los infinitos telegramas en que'á^la
prensa de provincias se ha dado cuenta del artículo
Citatro generales, y para comprobar la afirmación
hecha en la pág. 19, entresacamos éste, del impor-
tante diario El Porvenir, de Sevilla, cuyos corres-
ponsales en la corte son redactores de El Imparcial
y del Heraldo de Madrid, respectivamente.
POR BLANCO.
Un articulo de Trigo.
Madrid 11, 10,"0 m. -(Urgente.)
Es comentadísimo un .artículo que publica El
Nacional de hoy acerca de la gestión de nuestros
generales en la campaña de Filipinas.
Las apreciaciones contenidas en el artículo,;
aparte de su novedad, adquieren gran realce por
suscribirlas el médico militar D. Felipe Trigo y
Sánchez, que además de ser un escritor conocid-
simo en Madrid y tenido por buen literato, ha com-
batido recientemente en Filipinas y está rodeado
de una aureola gloriosa, por el hecho heroico que
30 FELIPE TRIGO.
realizó el día 27 de Septiembre pasado en el fuerte
Victoria, de Mindanao.
Tri<^-o explica en su artículo lag-estión de los ge-
nerales Blanco y Polavieja.
Dice (jue aquél, g-racias á su gran tacto, pudo
con un puñado de españoles conservar á Filipinas
para España en los primeros difíciles momentos de
una insurrección- para cuyo vencimiento no exis-
tían fuerzas suficientes en el Archipiélag-o.
— Si se aplaude un sable— escribe Trigo— dignos
de elogio son Blanco, Polavieja, Primo de Rivera y
Lachambre. Si se aplauden sus talentos, como po-
líticos de primer orden, probados en tremendas
circunstancias, sólo Blanco merece aplausos.
El Xnrional hace= suyo el artículo del Sr. Trigo.
KL GENERAL BLA.NCO Y LA INSURRECCIÓN.
¿HUBO TERROR EN MANILA?
Terror, m. Miedo, espanto...
Miedo, m. Perturbación ang'ustiosa del
ánimo por un ries^^o ó mal que real-
mente amenace ó que se ñnja la
imaginación. |f Recelo ó aprensión
que uno tiene de que le suceda una
cosa contraria á lo que deseaba.
La Academia Espa.ñola.
Mi excelente amig'o D. Manuel Sastrón debe de
pensar que ha hecho mal la Academia Española al
meterse en definir esos dos vocablos. Ó cuando me-
nos debe de pensar que, si por cuanto academia
pudo incluirlos en su Diccionario, como española
jamás, sin la nota siguiente: Palabras exóticas. Re-
fiéreiise á estados de ánimo propios de los extran-
jeros.
Sí, porque el Sr. Sastrón, picado en todos sus
altísimos sentimientos de patriota, de patriota á la
antig-ua, es decir, noble, altiva^ fiero, mas también
fanático y por consecuencia intransigente, protesta,
un poco á la portuguesa, «contra un grave con-
cepto» expresado por mí en El JSfacional.
«El concepto á que aludo (dice en El Correo) es
aquel que se refiere al estado moral, supuesto ó so-
\
38 FELIPE TRIGO.
fiado, y achacado, tal vez con inconsciente agra-
vio, á los españoles peninsulares en Manila r^ísi-
dentes, cuando estalló la abominable rebelión del
Catipunán.»
Y pregunta mi buen amig-o en seguida:
«¿En dónde el singularísimo aspecto de terror
con que presenta el Sr. Trigo á la Mafutar^amena-
zada por el obstinado Luzbélico Catipunán que allí
ha perturbado tantos cerebros indígenas?
vTal aspecto no lo he visto, y espero en Dios no
verlo, ni volver á leer lo atribuido á españoles que,
con mayores ó menores condiciones de ilustración
y talento, saben presentar y presentan en todos los
accidentes de la historia el atributo más esencial
de su constitutivo, el valor, grande cuando es per-
sonal, invencible cuando colectivo.»
Y en efecto; en mi artículo Cuatro generales decía
yo que... «errores colectivos del miedo ó de la im-
paciencia» se han traducido eii «grandes injusti-
cias» para el general Blanco.
É insistía en otro párrafo: «Los españoles de Fi-
lipinas pensaban un día y otro día en sólo una cosa
muy triste: morir. Los que no sintieron la paraliza-
ción del terror en ,las venas, querían á todo trance
morir matando.»
Y lo peor no es que yo dijera esto, sino que in-
sisto en ello; pues entiendo que más dañan que
favorecen al patriotismo, igual queá.todo, las exa-
geraciones de la exaltación; entiendo que va ya
quedando un poco demodé el monóculo de aumento
EL GENERA.L BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 39
«n la indumentaria crítica para los paseos por la
historia y por las tradiciones nacionales; monóculo
que no sólo ya no viste, sino que debe su proscrip-
•ción á la prudencia— gran fig-urinista de la mo-
derna sociolog-ía,— porq'ue ha encontrado que á más
4e raro es peligroso; y que se lo pregunten si no á
Grecia, empeñada en contemplarse con cristal de
aumento cuando todas las naciones europeas la
miraban á vista natural, Turquía en primer tér-
mino, para hacerla caer y que se rompa á un
tiempo el monóculo y la crisma... Entendiendo así
estas cosas de óptica, me atengo á lo que vieron
en Manila mis propios ojos.
Y vieron; Una perturbación -angustiosa del ánimo
por un riesgo ó mal que realmente amenazaba. O de
otro modo, para que el Sr. Sastrón elija: Un recelo
ó aprensión que tuvimos los españoles de que nos siir-
-cediese una cosa contraria á la que deseábamos.
Observe mi caro amigo que digo tuvimos. Por mi
parte, á lo menos, no hallo reparo alguno en con-
fesar que sentí entre los horrores de la sublevada
Manila, á donde llegaba Mesde los para mí más
grandes y más de cerca tocados horrores de Min-
danao , perturbación aiigustiosa del ánimo, recelo y
-aprensión de que me sucediese algo que maldito si
deseaba: que me mataran... por segunda vez.
40 FKLIPE TRIGO.
Ahora bien, yo creo que no hubo allí entonces
español peninsular que al considerar la situación
en que nos encontrábamos, es decir, tan pocos y
con «309 artilleros revistados», seg"ún el Sr. Sas-
trón reduce (con motivos para saberlo, y para real-
zar má$ la gloria del g-eneral Blanco) el reg"imiento
de Artillería que yo he citado como única defensa
ante toda una raza de millones de hombres dis-
puesta á asesinarnos, no sintiera la misma pertur-
hación, el mismo recelo en su alma. Esto es, miedo,
TERROR, seg-ún la Academia de la Lengua, que es
por lo menos tan española como mi noble amigo
1). Manuel Sastrón. Como es tan española la con-
currencia de cualesquiera calles que en Madrid,
en Zaragoza ó en Sevilla conducen á la Plaza de
Toros en día de fiesta, sin que la tal circunstancia
impida el pánico general, con carreras dislocantes
y cómicos saltos de cabeza, ante la sorpresa de un
miura escapado; y no me negará el Sr. Sastrón que
todavía algo más temible que un toro de piel lus-
trosa, de frente rizada y de ojos de llama, era... el
Katipunán, involuntariamente calificado de «luz-
bélico» por el mismo Sr. Sastrón, sin duda en fiel
recuerdo á la endiablada impresión que le hizo.
Me sería posible llenar números enteros de El
Nacional con pruebas fehacientes á propósito de la
situación de ánimo de los peninsulares de Filipinas
durante la sublevación. No tendría más que recor-
dar anécdotas y nombres propios, transcribir cartas
particulares recibidas á mi vuelta, iguales á otros
EL GENKRAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 41
millares de ellas que habrán recibido millares de
personas, solicitar testimonios como el del Sr. Iras-
torza, ahora en Madrid, y alcalde de Manila en
aquella época, ó copiar cableg'ramas de que, como
el sig-uiente, está llena' la colección de Noviembre.
Diciembre y Enero últimos de El Imparcial:
«Manila 27. -^Hong-Kong 30.
Anoche (esto es, en la del 26 al 27) ha habido en
Manila gran alarma. Reconcentróse la fuerza en los
cuarteles y puntos estratégicos y se adoptaron cuantas
precaiiciones cabe imaginar.
El motivo de estas disposioiónes era que se temía
que los rebeldes de Catite, de acuerdo con la junta in-
dígena de los arrabales, acometieran á la población ó
intentaran algún desmán.
Cuando era mayor la excitación publica y cuando
los rumores exagerados habían producido en el
ÁNIMO DE TODOS EL M.\YOR GRADO DE PAVOR , AÚN
AUMENTÓ ÉSTE (1) por haber ocurrido una explosion-
en el polvorín de Pa7idacán. El ruido fué espantoso.
Durante algún tiempo se creyó que los insurrectos ha-
bían realizado el ataque que se temía.
Aún en medio de la desgracia ocurrida, hay qiie
felicitarse de qíie la imaginación de los temerosos ha
exagerado. La explosión fué producida por una causa
fortuita. Tres soldados de los que citstodiabau el pol-
42 FELIPE TRIGO.
toriii han sido heridos, aunque al principio se creyó
que hubiera sido mucho mayor el numero de tictimas.
Manuel Alhama.»
Este despacho de El Imparcial de 1.° de Dicieín-
bre pasado, habla del mayor grado de pavor en el
nniñio de todos, ante una simple sospecha y cuando
ya Manila tenia 25.000 soldados peninsulares al
mando del g-eneral Polavieja.
Xo he ido yo, enverdad, tan lejos en mis aprecia-
ciones comoini amigo Alhama Montes, ni tan lejos
como hubieran ido los académicos que definieron
esas palabras mudo y terror, si habiendo presen-
ciado la ^sublevación de Filipinas hubiéranse aca-
démicamente puesto á calificar la impresión que
produjo.^'o, en mis días. Me lie limitado á hablar
de «miedo ó de impaciencia», de «terror» en unos,
de «valor temerario» en los otros, en los militares
por de contado, en la mayoría inmensa de los pai-
sanos que desde el primer instante formaron los
<:uerpos de voluntarios, prestando insig-nes servi-
cios, en el Sr. Sastrón, jefe activísimo de la impro-
visada guerrilla de caballería; valor temerario que
impulsaba á la imprudencia de «querer morir ma-
tando.» y que ponía en las caras españolas <da pa-
lidez marmórea» de los valientes ante la segura
muerte, buscada cara á cara y con la frente alta. Y
todos, cada gran grupo desde su 7niedo ó su temeri-
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 43
dad, «impacientes» fueron, ceg-ados por la repetida
perturbación angustiosa, por el recelo, á qué yo no
llamaría siempre «miedo», con perdón de la Aca-
demia; y esa ang-ustia precisamente, esa «locura
colectiva del dolor» que sólo podía impulsar á
correr hacia atrás para morir, ó á morir corriendo
hacia adelante, fué la que tuvo que vencer primero
¡ante tantas cosas que vencer tenia! el hombre ex-
traordinario cuyo impávido corazón le mantuvo
quieto en el centro del peligro, del formidable y
gran círculo de muerte: el general Blanco.
Sin él, España hubiera recibido un cableg-rama
dé cualquier país anunciándole que el Archipié-
lago filipino, panteón de españoles, no era ya de
España.
¡Hé aquí la primera y última noticia que de la
sublevación tagala habría tenido la patria sin el
general que supo contener y dirigir el valor de un
puñado de españoles, sin ese hijo suyo gloriosísimo
que se llama el general Blancol
(De El Nacional del 5 de Junio.)
44 FELIPE TRI&O.
AL «CORREO ESPAÑOL^».
Que me permitirá que mire así. un poco por eiici-
iiia del hombro, cuantos títulos y calificativos me
aí^judica, desde los no muy g-ratos, como tonto, de-
rnfotjo. desgraciado y débil que firma artículos cuyo
estilo descubre á Figueroa (Dios conserve la vista al
diario ¡.católico^), etc., etc., hasta los del opuesto
polo, como definidor de gobiernos coloniales, aconse-^
jador de Cortes, autor de documentos cancillerescos y
émulo de Riego.
Es todo un sermón de predicada travieso el que
El Correo Español, ó Eneas, ó el Sr. Mella, me de-
dica. Un sermón lleno de mansedumbres primero,
y después de luces de bengala y dorados de papel,
para concluir con el consabido recurso de sacar
á relucir él Cristo. Ó lo que viene á ser igual, sa-
car á relucir la memoria del héroe v mártir P. Pier-
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 45
navieja, como si los sufrimientos de este inolvida-
ble fraile español, ni los de otfos muchos compa-
ñeros suyos villanamente asesinados por los taga-
los, pudieran ser argumentos demostrativos de
otra cosa que de la barbarie de los asesinos, por
un^ parte, y del patriotismo de dichos frailes, por
otra. Cosa que nadie ha puesto, ó por lo menos yo
no he puesto ni pong-o en duda, de modo ig'ual que
no dudo tampoco del patriotismo de todos los
demás frailes, á pesar de creer funesta la teocracia
absorbente que venían ejerciendo en Filipinas y de
ver en ella no pocas si no todasJas raíces de la
rebelión.
Los frailes, sí, patriotas, tanto como el primero.
Patriotas, porque son españoles. Pero yaque recu-
rre Eneas á médicos y á enfermos para sus compa- ^
raciones, yo le diré á Eneas que lo mismo que los
sendos cariños para un paciente de los doctores
reunidos en discordante cónclave les hace creer de
buena fe á cada uno inmejorable el propio sistema,
y de buena fe el que prevalece aplica el suyo y
quizás mata al enfermo, así el patriotismo de los
, frailes, hombres de fe ante todo, con gran fe y con
excelente buena fe, perjudicaron en Filipinas los
intereses de la patria.
Por muchas razones. La primera por haber fun-
dado una Universidad para indios; por haber esta-
blecido ó inspirado el establecimiento de varios
centros de enseñanza supeHor para indios. Univer-
sidad y centros cuya cristiana razón de ser está en
46 FELIPE TRIGO.
aquello de enseña al que no sahe, y de ahí su discul-
pa; pero cuya influencia antipatriótica está á la vez
en que esos centros y esa Universidad han sido
exprofeso lo suficientemente imperfectos para no
transformar á los indios más que de ignorantes en
filósofos, es decir, en necios presuntuosos sin pizca ,
de valor social y con sobra de ojos abiertos para
darse cuenta de la situación de su raza con respecto
á la raza europea.
Una de dos, ó la intención de las naciones
para, con sus colonias es g^netosa. y entonces
deben procurar la civilización perfecta de la pobla-
ción indig-ena colonial, y no extrañarse luego de
que la colonia hecha mayor de' edad trate de eman-
ciparse de la tutela materna, como le sucedió
á la poderosa Inglaterra con los Estados-Unidos,
como nos sucedió á nosotros con Méjico, con
Santo Domingo, etc., etc., y nos está sucedien-
do con Cuba: ó la intención de las naciones es
egoísta, y entonces deben procurar, sí la felicidad
de las colonias con cierto pequeño grado de civili- .
zación en las costumbres salvajes, pero nunca el
progreso intelectual indefinido de los naturales,
que antes al contrario, debe estorbarse, como hace
la perspicaz y práctica Inglaterra en sus posesiones
del Asia. No hay término medio posible, y los frai-
les en Filipinas han querido el término medio.
Por hoy, aún á trueque de que no se comprenda
bien toda la extensión y la fuerza de ese original
dilema que dejo expuesto, aparentemente peligroso
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 47
en su necesaria valeíitía (pues valiente tiene que
ser ahora el pensamiento de España ante sus difí-
ciles problemas de Cuba y Filipinas si quiere resol-
verlos bien), por hoy, dig-o, no puedo desarrollarlo
más; y espero que suspendan su juicio,-hasta que
lo desenvuelva por completo al tratar de las refor-
mas en Filipinas, aquellos á quienes su simple
enunciación no haya dejado adivinar todos sus
términos.
Esa es la primera razón. La segunda, importan-
tísima asimismo, la eterna preocupación de los frai-
les de no perder su carácter de intermediarios in-
dispensables entre los indios y los peninsulares,
al perder su condición de intérpretes. Ellos tienen
inundadas las librerías y tiendas filipinas de carti-
llas tagalas, de catecismos tagalos, de gramáticas
tagalas, de versos, historias, novelas, cuentos, dra-
mas, comedias y romances tagalos. ¡Todo tagalo!
Ellos lo enseñan en las escuelas, y lo hablan en la
calle y en la casa con el indio, y se lo predican
desde el pulpito... Ellos, por consiguiente, tienen,
siempre de buena fe, aquel pedazo de España como
un país extranjero; más extranjero por el descono-
cimiento del idioma patrií^que los mismos puertos
ingleses y franceses de la travesía; pues desde los
griegos del comercio de Port-Said hasta los chinos
de Singapore, todos disparatan menos en castellano
que los indios de la propia Manila con los antipáti-
48 FELIPE TRIGO.
^
eos famosos «aquel puerta», «yo prestar con usted»
y demás, que tanto irrefle-xivamente divierten á
toda la España seglar que allá incesantemente se
renueva á breves plazos, desfilando, como un pú-
blico por un museo, por delante de los eternos mis-
mos ridículos indios y de los eternos habilidosos
frailes (1).
Esa es la segunda razón de por qué han perjudi-
cado en Filipinas los intereses de la patria. Hay
muchas más. Tiempo tendré de irlas diciendo si
hicieran falta.
¿Qué de extraordinario puede tener que una
conspiración tramada en aldehuelas del bosque, en
extraño idioma y por el misterioso procedimiento
de los triángulos masónicos (masonería precisa-
mente que nació por odio de los filipinos á las ór-
denes religiosas y que nadie mejor que las órdenes
religiosas pudieron haber evitado si hubieran sa-
bido dirigir las conciencias indias): qué dé particu-
(1) Nota de Rafael Delorme, tomada en sus trabajos de investiga-
ción en la Biblioteca de Ultramar, para la próxima publicación de un
folleto:
«Un fraile, el P. Bustamante, ha escrito no hace muchos años un
libro que fué aprobado por la censura eclesiástica y autorizado con la
firma del P. Font, en el cual se aconseja al indio <?«« no aprenda el
castellano, ni se separe de su carabao para bien- de su raza y de su alma.»
Y yo sospecho qu^l P. Bustamente y el P. Font sabrán que el
Gobierno español tiene dispuesto lo contrario, si bien por mira& y
para fines terrenales.
El, (tIíNERAL blanco V LA INSURRECCIÓN. 41)
lar puede tener, repito, que esa conspiración asi
tra: lada, sin delatores posibles, porque el espíritu
•de raza írarantizaba el secreto, sorprendiese á las
aut( r>l; itís? ¿Quizá los frailes supieron de ella
nada hasta el día antes de estallar, y eso que la
imprenta que los traidores tenían inundada de pro-
-clamas y puñales podía llamarse- propia de los
frailes, y como propia la frecuentaban, porque era
la de su gran amigo y defensor Ñl DiaHo de
Manilas ¿Acaso no he visto yo mismo que eu
Fuerte Victoria, es decir, en una instalación de 80
metros cuadrados, á pesar de que teníamos fuertes
motivos para sospechar de los disciplinarios, fué
inútil toda la vigilancia desplegada por los diez
peninsulares que allí estábamos, y delante de nos-
otros mismos, con la maldita lengua tagala, se po-
nían quizá de acuerdo por la tarde en el modo de
asesinarnos por la noche, y cayeroi?, en efecto, so-
"^v^re nosotros , causándonos la más perfecta de las
sorpresas?
¡Bah! Es archiridículo querer culpar á las auto-
ridades de Manila en tal sentido. En todos los paí-
ses del mundo las sublevaciones sorprenden á los
gobernantes. Como que esa es la absoluta condi-
ción de su nacimiento, la sorpresa. Y así, en Es-
paña, todavía más que en ningún país, no hay un
solo gobernante, ni uno solo, de nuestros tiempos, á
-quien no haya sorprendido alguna.
Y eso que aquí no se habla tagalo.
Ahora bien, condenar á un jefe de gobierno por el
) FKLirK TRIGO.
_^ _.
hecho (le esta? sorpresas, no se ha hecho nunca, ni'
sería más que sencillamente risible hacerlo; por-
que una nación con sus poblaciones, con sus al-
deas, con sus montes, con sus cortijos (que en
cualquier sitio se conspira, y nunca ú voces en el
despacho, del gobernajie^ no puede ofrecerse en
conjunto á la advertiífe vista de un g'obernante
como el fondo de una taza. Para ver esto, del modo
imperfecto que es posible, están las autoridades
J)a^ernas, está la policía; y de ella en última
instílela sería la culpa de no haber olfateado pri-
meré/y lueg-o descubierto la conspiración, como
suya fuera la (/'loria 'polkontcsca de descubrirla; y
ese g-obernante harto-habrá hecho si, con polizon-
tes iNsuRRKCTos (1), sospecha siquiera lo que se
trama, como se sospechó en Manila, y si esforzán-
■ dose por velar^log-ra descubrir alg-ún comprometido
y lo entreg-a á los tribunales de justicia, como hizo
el g-eneral Blanco entre otros, que yo recuerde, y
un año antes de la sublevación, con Gfirchitorena,
el rico industrial mestizo. j
En cambio, de lo que sí debe responder un g-o-
bernante, y ya ve Eneas cómo entiendo algo el ca-
tecismo, es de la culpa que pueda tener en las cau-
sas de la sublevación. De los odios que haya susci-
tado, de las tiranííis que haya ejercido, de las-
injusticias que sancionara, de las violencias que
■cometiera. >'ada de lo cuíil puade achacarse al ge—
6,
0) Guardia civil, indí¡/ena, y guardia veterann, indígena.
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 5l
neral Blanco, cuya tendencia á la política expan-
siva, cuyo carácter de g-obernador generoso y li-
beral fueron tan marcados, que el mismo Correo
Español le echa'en cara, como un defecto, el haber
sido muij amigo de los indios. Y nada más que en
cuanto á esas condiciones de un gobernador ge-
neral pueden sentirse halagados ó descontentos los
filipinos, porque nada más es en Filipinas un go-
bernador general que un supremo juez, para la
aplicación de las leyes y ordenanzas que él no
hace, sino que hacen los Gobiernos, que han he-
cho los Gobiernos.,, siempre por inspiración de
los frailes, hasta la fecha.
De modo que así las leyes humanas como las leyes
divinas del Archipiélago, es decir, el completo es-
tado social y condición del indio, sea cual sea, se
debe á los frailes, Y como quiera que el malestar
por ese estado y condición es el jugo de la rebeldía,
y no desde hace poco, no d^sde los dos ó tres años
que tiene de fecha el mando del general Blanco,
sino de mucho antes, como lo prueba la vida de
Rizal, perpetuo insurrecto; como lo demuestra la
sublevación del 72 en Cavite; como lo prueba la
sublevación de pasados siglos..., claro es que de
la sublevación actual no tiene culpa alguna el \
general Blanco, que, como todos los gobernado-
res, ha ido allá de paso por dos ó tres años para
hacer cumplir las leyes y costiCTkhres que él no im-
puso: sino que. tienen la culpa, toda la culpa, los
frailes.
52 FELIPE TRIGO.
Así. la proclama del Katipunán tenía las dos
cláusulas sig-uientes:
Se matará d iodos los españoles, sin distinción de
categorías 7ii disculpas de amistad y gratitud, se los
enterrará en la Luneta, y, encima, se levantará un
mausoleo conmenior atino de la fundación de la Repú-
blica india.
A- los frailes, como más grandes tiranos, se les
martirizará hasta hacerlos morir, y despités sus res-
tos serán quemados, y aventadas sus cenizal.
Como razón sin vuelta de hoja dice El Correo Es-
pañol (y es lo único que con apariencias de tal es-
cribe en su artículo de dos columnas);
«Pero si es necesario saber tag-alo para gobernar
las islas Filipinas, culpa es de estos gobiernos creer
que sirve para el caso cualquiera.»
Sí, es verdad. Precisamente eso se trata ahora de
discfutir. Porque la ocasión es llegada con apremios
de necesidad. La conveniencia, entre otras mu-
chas posibles conveniencias, de mandar á Filipinas
gobernadores que hablen el mismo idioma de los
indios.
Eso sí, el punto delicado á resolver es éste: para
unificar el idioma, qué convendrá más, ¿que se
obligue á todos los generales españoles á matricu-
larse en una cátedra especial de tagalo, ó que los
indios aprendieran el español para mayor claridad
de todos, y siquiera porque..... son españoles?
EL GENERAR BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 5S
LA PRENSA DE MADRID.
• A continuación copio alg-unos párrafos de los pe-
riódicos más importantes de la corte que en todo
ó en parte se apresuraron á recog-er el articulo
Cuatro generales el mismo día y al' siguiente de
su aparición en El Nadmal.
Como la transcripción de lo reproducido d© dicho
artículo sería el colmo de las repeticiones inútiles,
me limito ^ señalar con números, al fin de cada _
cita, el de orden correspondiente á los párrafos que
merecieron el honor de ser acogidos en cada pe-
riódico.
Con respecto á la prensa de provincias, por más
que de la tarea habría de resultar la prueba en con- "*'
junto de la impresión causada por las verdades que
el artículo Cuatfo generales contiene ; con respecto
á la prensa de provincias, digo, es difícil intentar
cosa parecida, pues apenas hay periódico en Espa- -
ña que, telegráficamente primero, y después con
\
o
54 FELIPE TRIGO.
mi sincero Jrabajo á la vista, no le haya recibido
ampliamente en sus columnas y comentado cou
elogios.
Que, por éstos, d^sde aquí, yo que soy agradecido,
le diera las gracias á unos y otros periódicos, cons-
tituiría en la ocasión presente un delito de lesa
vanidad ; porque sé de sobra que la fortuna de mi
artículo se debe á la claridad de sus verdades, y
que ^aún los aplaifsos arrancados por él, dirígense
más á la honradez del escritor que á sus méritos
literarios.
¡Y todavía en España la honradez no es cosa tan
rara, por fortuna, que permita á un hombre enor-
gullecerse de ella como de algo excepcional é inu-
sitado I
EL GKNliRAL BLANCO Y LA INSUURECClüN. OO
í)e El Globo:
El general Blanco.
De un notable articulo publicado por el muy (lis-
ting-uido médico militar Sr. Trig'o, reciDg-emos los
sig-uientes párrafos, relativos á la conducta del ilus-
tre general Blanco en Filipinas.
(P. 10, 11, 14, 16, 7.)
♦
* *
De El Liberal:
En defensa del general Blanco.
El heroico militar D. Felipe Trig-o ha dictado (es-
■ cribir no puede quien perdió ambas manos en lucha
peleando con los enemigos de la patria), un her-
moso artículo de la mayor actualidad, que ayer in-
serta en el lugar preferente, que merece, nuestro
estimado colega El Kacional.
Hé aquí algo de lo que en elogio del general
Blanco escribe el Sr. Trigo.
(P. 2, 3, 10, 11, 14, 16, 7.)
FELIPE TRIGO.
De El Resiimen:
Un voto de calidad.
Vamos en buena compañía. Los periódicos que
han iniciado este movimiento, que más que de en-
tusiasmo hacia la persona del ilustre vencedor de
Imus, parece de censura para otros generales espa-
ñoles insignes, nos permitirán que consideremos
un voto de más calidad que el suyo el de ese heroico
inválido, D. Felipe Trigo, que en las columnas de
El Nacional ha salido á la defensa del general
Blanco. Tal andan de injusticia los tiempos, que se
hacen precisas esas defensas del que bien puede
ser considerado como el primer prestigio militar de
España. ■
El heroico Trigo dice, y con razón, que es nece-
sario que estas manifestaciones que se preparan^
no vayan á resultar pretericion,es para el general
Lachambre, que guiando las tropas al triunfo, de-
cidía como genial caudillo las dificultades impre-
vistas surgidas frente al peligro; para el gene-
ral Primo de Rivera, que prosigue audazmente la
conquista; para el general Blanco, á quien debe
la al fita España el haberse ahorrado' la vergüenza de
perder Ei lipin as .
Y luego explica el Sr. Trigo la afirmación que
queda subrayada, con tales datos y argumentos,.
J
EL G-KNERAL BLANCO Y ¿l'lNSURRFXClÓN. 57
que no habrá nadie, como no esté dominado por la
pasión, que ponga en duda lo justo de su dicho.
Fíjense los manifestantes de estos días, entre los
cuales estaríamos de buen grado, si no fuese por el
temor d^. que la manifestación pueda resultar un
arma de dos filos; fíjense en la injusticia cometida
con el general Blanco, á quie^i debe la aliña España
el haberse ahorrado la vergüenia de perder Filipinas,
con quien, por lo tanto, contrajo deuda tan grande-
y tan sagrada como con aquel que pacificare el ar-
chipiélago, en el supuesto de que el ilustre general
Polavieja hubiese tenido esa fortuna, que parece-
reservada por la suerte al general Primo de Rivera.
Fíjense en esto, y luego... cumplan su deber de
patriotas.
De La Justicia:
"^ La llegada de Polavieja.
La idea de una popular manifestación en honor
del general Polavieja, iwiQ'má.di'^ov El Impar cial, no-
ha tenido la fortuna de tener de su parte' á toda la
prensa madrileña. Aplauden el pensamiento del
colega, con entusiasmo decidido, El Correo Español,.
(carlista). El Siglo Futuro (neo intransigente) y
El Tiempo (silvelista) , El Globo y El Ejército Espa-
ñol (fusionistas). Se asocian á la iniciativa de Eí
58 FELIPE TRIGO.
Jmparcial , con ciertas reservas, El Lideral y La
Correspondencia de España.
Además iiüsotrós, sin pasión de partido, de la
que prescindimos siempre cuando de los intereses
nacionales se trata, seg-uimos creyendo hoy, como
el primer día, que la patria debe más al calum-
niado g'eneral Blanco que al aclamado general Po-
lavieja. sin negar por ello las brillantes cualidades
■de este último.
Nos felicitamos, pues, de coincidir en este punto
con opinión tan valiosa pai-a nosotros como la del
Héroe de Fuerte Victoria, el bravo capitán D. Felipe
Trig'o, muy joven aún y ya inutilizado para el ser-
vicio de las armas, después de reg-ar con sangre,
en reñida lucha con los tagalos, el suelo filipino.
Del notable, artículo dedicado á"esta cuestión por
el Sr. Trigo, y que por su extensión lamentamos
no poder reproducir íntegro, copiamos los párrafos
siguientes:
(P. 7, 8, 9, 10, 13, 14, 16.)
De La Correspondencia de España:
El Sr. Trigo en «El Nacional».
El heroico médico militar D. Felipe Trigo, ha dic-
íado (escribir no puede quien perdió ambas manos
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 59
•en lucha peleando con los enemig-os de la patria) un
precioso artículo de la mayor actualidad, que esta
mañana inserta en el lugar preferente, que merece,
nuestro coleg-a El Nacional. Los lectores de La Co-
rres'pondenáa de España verán con g-usto opiniones
para ellos de antiguo conocidas^ y creemos que
compartidas, expresadas con viril elocuencia y
autoridad completa en los siguientes párrafos:
(2, 3).
Sentimos no disponer de espacio para seguir
•copiando; pero lo anterior es la síntesis de todo el
precioso artículo.
De El País:
CUESTIÓN PALPÍTALE.
La verdad se abre camino.
Porque se inspiran en un elevado espíritu de jus-
ticia y en nobilísimos sentimientos de imparciati-
dad, vamos á reproducir, siquiera en extracto, á
-continuaciéTrel interesante juicio crítico — llamé-
mosle así, — que el heroico médico de Sanidad Mili-
tar, Sr. Trigo, ha dado á luz en El Nacional de
ayer, relativo á los transcendentales sucesos que en
el Archipiélago filipino vienen desarrollándose de
Algunos meses acá.
60 fhlipp: trigo.
Tiempo há que en las columnas de El País se
li Ulcera tratado esa importante cuestión, de verda-
dero interés de actualidad, bajo todos sus aspectos,
si no hubiéramos temido pecar de indiscretos, por-
que conocemos los temperamentos de elevadísima
prudencia, alteza de miras y dig-nidad que, entre
otras muchas relevantes cualidades, distinguen al
ilustre general Blanco, por su innata modestia,
siempre inherente 'al mérito incontestable^
Mas, ya que el inteligente y valeroso Sr. Trigo
y El Nacional abordan de manera tan plausible y
elocuente el punto, permítasenos dedicarle, aunque
á vuela pluma, unos cuantos renglones, también á
guisa de comentarios, sencillos y sin importancia,
como nuestros, pero nacidos de una profunda con-
vicción.
Es evidente que, sin necesidad de esfuerzo algu-
no, y mal que les pese á sus implacables detracto-
res, desde los primeros momentos en que la -em-
prendieron contra él, se advirtió una reacción
admirable á favor del invicto marqués de Peña
Plata. Los mismos que le acusaban por no haber
deshecho á los rebeldes caviteños, admiran ahora
su laudable proceder, evitando una catástrofe y
que la bahía de Manila se hubiese teñido en sangre.
Con efecto; si el general Blanco, se hubiese pre-
cipitado, si no hubiera procedido, con tino y pericia
consumados, habrían corrido arroyos de sangre en
Manila, en todo Luzón, y probablemente también
en Mindanao. Yisayas y Joló. La hecatombe pudo
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 61
ser espantosa, horrenda, y España entera lloraría
amargamente tan inmensa como inesperada des-
gracia.
Habilísimo en su política el general Blanco, á
pesar de faltarle el apoyo teocrático en un país
cuyo alto clero es omnipotente, la historia será se-
vera con los que intrigaron para privar del mando
de aquellas islas á uno de los más ilustres repre-
sentantes que la madre patria envió jamás á sus
provincias ultramarinas.
En nuestra opinión tiene algo, y aun mucho,
de peligrosa la influencia del clero en nuestros do-
minios del extremo Oriente; aunque, por otra par-
te, es innegable que las comunidades religiosas
han prestado en ocasiones valiosos servicios.
Aún recuerda Manila con tristeza que por sus
calles fueron arrastrados inicuamente el goberna-
dor capitán general de Filipinas, D. Juan Manuel
Bustamante, y su hijo el gobernador de la Cinda-
dela , por haber acordado la Real Audiencia, por
aquél presidida, el arresto del arzobispo en otra
fortaleza, de la que salió sin que siquiera se instru-
yese la causa, cuya formación ordenó reiterada-
mente el rey, y al fin envió al arzobispo á Michoa-
cán (Méjico), para ocupar la silla episcopal de Ya-
Uadolid, lo cual se consideró como un castigo. Para
muestra diré que basta un botón.
Cuando oigamos la autorizada voz del Marqués
de Peña-Plata se despejarán varias incógnitas. El
fanatismo y el mercantilismo, la inmoralidad y la
62 FELIPE TRIGO.
mala fe privan, á lo que parece, en Filipinas, cuyo
mando superior es asaz complicado y difícil.
Seg-uros estamos de que el general Blanco reve-
lará lo que aún nadie revela, subsanándose enton-
ces los errores cometidos en determinadas regioneé.
La ignorancia priva también , por desgracia, en
la abatida España, singularmente cuando se trata
de asuntos de esta índole.
El plan de campaña que dio por resultado la paz
en algunas provincias de Luzón trazólo con suma
pericia el capitán general D. Ramón Blanco y Bre-
ñas, uno de los caudillos más sobresalientes que la
patria puede presentar con orgullo al lado de sus
ilustres capitanes y hasta de los ejércitos extran-
jeros.
Ahora véase el hermoso trabajo del Sr. Trigo, si-
quiera de modo deficiente por la mutilación á que
nos obliga el poco espacio de que disponemos:
(P. 3. 4. 7, 8, 9, 10, 11, 13, 14, 16, 17,, 18, 21.)
De La Justicia (por segunda vez):
Cuatro generales.
Hace unos días que publicamos algunos párrafos
del notable artículo del heroico médico militar don
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 65
Felipe Trigo, inserto en El Nacional el día 11 del
corriente. Como el héroe de Fuerte Victoria, es una
autoridad en la materia, lo reproducimos íntegro
para que se vea hasta dónde llega la pasión de
ciertos periódicos, que habiendo ganado su presti-
gio adulando á la libertad, hacen hoy la causa de
los enemigos de ésta, dejándose caer del lado de la
reacción clerical, que durante la regencia ha cre-
cido de modo tan exagerado, que hay que pensar
seriamente otra vez en combatir con todas nuestras
energías. -El partido liberal, permitiendo que su
prensa se asociara á la fracasada manifestación de
ayer, ha contraído graves responsabilidades. El
Sr. Cánovas del Castillo, en esta ocasión, ha tenido-
el valor de ponerse enfrente á la corriente reaccio-
naria que viene impulsada desde las más altas re-
giones de la política española.
En los tiempos que alcanzamos, el reaccionario-
jefe del partido conservador resulta al lado de Sa-
gasta un convencido demócrata.
¡Qué vergüenza!
Hé aquí el notable artículo á que nos venimos
refiriendo:
(Copia todo el articulo.)
64 FHLIPK TRIGO.
De La Época:
El general Blanco.
Complácenos en extremo ver cómo se va hacien-
•do justicia al ilustre g-eneral Blanco.
Xü puede ser más autorizado el testimonio del
autor de los siguientes párrafos, el héroe de Fuerte
Victoria, D. Feli])e Trig'o.
(P. 10, 14. 16.)
* *
De El Correo:
En defensa de Blanco.
rx ARTÍCULO NOTARLi;.
Pu])l¡ca hoy El Nacional un notable artículo del
médico militar D. Felipe Trig'o, que tan bizarrn-
rramente se ha conducido en la campaña de Filipi-
nas, artículo del que tomamos estos párrafos.
(P. 10, 11. 14, 16, 7.)
*
Del Coifí'o Miniar:
El Xaciooial publica un artículo titulado Cuatro
(generales y suscrito por el médico militar Trigo,
uno de los liéroes del fuerte Victoria en Filipinas.
Kste testigo presencial de la insurrección tagala,
puhlica entre otros el párrafo que sigue.
(P. 19, 20.)
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN, 65
De La Correspondencia Militar:
El Nacional publica hoy un hermoso artículo
que suscribe uno de los héroes de Fuerte Victoria,
el médico militar D. Felipe Trig-o. Hé aquí unas
líneas del artículo mencionado.
(P. 19, 20.)
La campaña de Cavite, digna por más de un con-
cepto de universa] admiración, ha pasado por tres
distintas fasQs, en cada una de las cuales ha tenido
no escaso fundamento el éxito final que en breve
proporcionó á las armas españolas; esto es justo
indicarlo, rindiendo culto áaiuestra acostumbrada
imparcialidad, y justo sería también que así lo re-
conocieran quienes se empeñan en hacer radicar
el mérito de la victoria en una sola de las tres eta-
?^pas de aquella campaña. •
La primera fase de ella fué la preparación para
ulteriores operaciones y la disposición general para
evitar que el gran desarrollo que desde los prime-
ros momentos adquirió la rebelión pusiera en
g-rave peligro nuestra soberanía, falta entonces del
apoyo de tropas peninsulares en número apropiado
para hacer frente á circunstancias tan críticas y
perentorias; en esta etapa de la campaña, la histo-
ria tiene que hacer justicia al general Blanco, que
con sólo las fuerzas indígenas, contagiadas en su
mayor parte por la rebeldía, supo sostener la auto-
ridad de España, en situación tan difícil que por sí
sola constituye el mérito principal de aquel período.
66 FELIPE TRIGO.
>'oTA. Oíros muchos periódicos de Madrid, espe-
cialmente militares, haiise ocupado extensa y fawra-
hlemente del general Blanco con motivo del articulo
Cuatro generales el dia mismo de su publicación;
pero, habiéndolos visto el autor de estas líneas en biblio-
tecas públicas, y no habiéndole sido posible adquirirlos
luego, por esta causa no figuran entre los anteriores.
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 67
DOS TELEGRAMAS.
Había yo dicho en El Nacional que la casualidad
de haber sido el primero en referir la verdad de
algunos hechos relacionados con la grandiosa con-
du<;ta del g-eneral Blanco frente á la sublevación
tagala, no era debida en modo alguno á que yo sólo
conociera aquellos hechos, sino á que, aun abun-
dando en la Península personas que fueron de ellos
testigos imparciales, motivos varios las hacían ca-
llar; y de todos, el principal, la consideración que
acaso cada cual se hacía acerca de la inutilidad de
una defensa para hombre tan grande y tan ilustre
como el Marqués de Peña-Plata , que por sí solo y
mejor que nadie se defendería en el Senado á poco
afán que de ello sintiera.
Razón tenían esas personas. Y por lo mismo, por-
que yo en el fondo convenía con ellas, me apresuré
á calificar mi empeño de quijotesco. Mas no por
68 FELIPE TRKtO.
eso es menos cierto que los aludidos testimonios, .
precisos ó no, pudieron haber sido alég-ados antes
que el mío, como después lo están siendo, y sin
más trabajo que el de requerírselo á quien volvió ó
vuelve de Filipinas, según lo demuestran los si-
guientes telegramas:
De El Liberal del ló de Mayo:
■ (Por telégrafo y. por teléfooo.T
LA SITUACIÓN DE FILIPINAS
PINTADA POR UN CAPITÁN DE VOLUNTARIOS.
El término de la insurrección. —Partidas de bandoleros.—
La época de las lluvias. — España y los indígenas filipinos.
—El origen de la rebelión.— Contra los opresores. —
Política de atracción. — Aplausos á la gestión del general
Blanco. — Su regreso á la Península.— El general Pola-
vieja.— Otras opiniones.— El odio de los filipinos.— Las
congregaciones religiosas. — Respetos á los jesuítas.
Barcelona, 14 (41-20 ra.}.
Con el general Polavieja desembarcó ayer en este
puerto un distinguido militar filipino, D. Eugenio
Blanco, capitán de la compañía de voluntarios de
Ríos Cánovas, en la provincia de Pampanga.
Este joven, de fino trato, y persona de ilustra-
ción, es natural de Filipinas, perteneciente á una
familia que goza de brillante posición-.
Tiene dos heridas de bala Maüsser en el brazo y
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 69
en el muslo derechos, heridas que ha recibido lu-
chando por España en la acción librada en Sina-
cud, provincia de Bulacán.
Es hermano de D. Agustín Blanco,. el héroe de
Talisai, provincia de Batangas, el cual murió glo-
riosamente bajo los pliegues de la bandera espa-
ñola.
D. Eugenio Blanco quiere entrañablemente al
general Polavieja.
Por eso ha venido á España, con el exclusivo
objeto de acompañarle y no separarse de él hasta
dejarle instalado en su casa.
•'Le he hecho algunas preguntas acerca de la
situación del Archipiélago, y me ha contestado lo
siguiente:
Conceptúa el capitán Blanco terminada aquella
insurrección, aun cuando cree seguro que queda-
rán partidas sueltas, compuestas cada una por 40 ó
50 hombres, que internándose en las montañas y
en los bosques, haciendo vida de bandoleros du-
rante la época de las lluvias, podrán sostenerse con
> los productos naturales de la tierra.
Si así no fuera, es probable que hagan incursio-
nes, bajando á los pueblos del llano, que robarán y
saquearán, haciendo acopio de arroz.
Nuestras tropas no podrán evitarlo, pues durante
la época de las lluvias las enfermedades diezma-
rían al ejército en operaciones.
Como hijo del país, el capitán Blanco dice cono-
cer á fondo á los indígenas.
70 • FELIPE TRIGO.
Añade que quieren á la madre España, y que al
levantarse en armas no lo han hecho por odio á la
patria, sino contra quienes suponen sus opresores
y explotadores.
Por esta razón cree que debe España inaugurar
una política de atracción, único medio de evitar
que el cariño que nos profesan los naturales del
país se trueque en odio.
Respecto de la gestión del general Blanco, ase-
gura mi interlocutor que no era posible hacer míís
de lo que hizo, pues evitó que tomase mayores
vuelos la insurrección, sin tener tropas suficientes
para contenerla, ni estar preparado para domi-
narla, y sin disponer apenas de otras armas que el
gran prestigio que gozaba y el gran cariño que se
había" conquistado.
El regreso de Blanco á la Península obedeció á
que algunos impacientes crearon atmósfera contra
el general, porque éste se negó á jugar, sin elemen-
tos, el todo por el todo, como también á emprender
una campaña de sangre y fuego, según aquéllos
deseaban, cortando cabezas á diestro y siniestro.
Cree que el- general Blanco jnerece bien de la
patria, merece la gratitud de todos los españoles
por su comportamiento en el mando general de las
islas Filipinas.
Es seguro, añade el capitán de voluntarios que
acompaña al general Polavieja; es seguro dice,
BL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 71
-que si los refuerzos que llegaron posteriormente
hv.bieran ido durante el mando del Marqués de
Peña-Plata, éste habría logrado los mismos triun-
fos que ha conseguido su sucesor el bravo general
Polavieja.
Respecto de éste dice que es uno de los pocos
generales que en el Archipiélago filipino ha con-
segrando granjearse las simpatías y el cariño de
los naturales, de los indios y del elemento penin-
sular.
De La Justicia:
Opinión de otros acompañantes de
Polavieja.
En valiosa confirmación de cuanto en otro lugar
-de este^número copiamos de un extenso telegrama
4e El Liberal, y tomándolo del mismo, damos las
siguientes líneas:
«Hasta aquí lo que dice el capitán Blanco.
Otros pasajeros del León XIII, con quienes tam-
bién he hablado, confirman cuanto me ha dicho el
•distinguido y valiente oficial filipino.
Añade que el odio dé los naturales del Archié-
lago es contra las Congregaciones religiosas exclu-
sivamente, porque se han hecho dueñas de aque-
llas islas, que son los únicos en explotar, habiendo .
llegado su dominio á tal extremo que ejercen real-
72 \ FELIPE TRIGO.
mente íé jueces, gÓDBmaiiores y demás cargfos^
que absorben por completo^ ^
, Todas estas manifestaciones, cuyo valor crece
por tratarse de verdaderos admiradores de Pbla-
vieja, vienen á coincidir absolutamente con el ar-
tículo publicado en El Nacional del dia 10 por Fe-
lipe Trig-o, y además con las opiniones sustentadas :■
acerca del g-eneral Blanco por El Liberal, por El
Pais, por La Correspondencia de España, por La
jksHcia y por otros muchos periódicos, que. desde el
primer momento rechazaron en determinadas cam-
pañas obcecaciones pasionales.
¿Habrá quien dudé acerca de la necesidad ur-
gente de despojar á las Cong-reg-aciones religiosas
de ese anacrónico é inhumano poderío que ejercen
en Filipinas? ^v^
EL GENERAL BLANCO Y LA ^fÑSUEEECCláN. 73
PARA CONCLUIR.
Hé aquí todavía algunos recortes que prueban
hasta qué punto la opinión, que vacilante más que
engañada con respecta á la conducta del general
Blanco en Manila (pues nunca dio entera fe al en-
gaño, por ese hermoso instinto de la verdad, propio
de las muchedumbres) , sólo necesitaba para reac-
cionar en aplausos un pretexto cualquiera, una
gota de elixir de verdad, caída en su noble alma
colectiva para producir espléndidas y ^ansparentes
sinceridades, como se produce transparente y puro
el vino que conforta del rico mosto que recibe una
gota de fermento. Deben de ser muchas, y muy
valiosas por su procedencia, las felicitaciones que^
en estos últimos días haya recibido el general. Yo
no conozco más que las que la prensa ha publicado,
y de entre éstas, dignas son de notarse dos en pri-
mer término: la de los estudiantes, que empezaron
74 FELIPE TRIGO.
€11 SU fácil entusiasmo por estar en peligro de pres-
tarse á ciertos juegos de la política de puñal, aca-
bando por deponer sus odios informes é injustos á
todo lo que ni en sombra pudiera contrariar ciertos
ideales, y la del diputado cubano Sr. Dolz, por lo
expresiva.
Además, sí no tan directas, felicitaciones lian sido
también calurosísimas los infinitos trabajos de la
prensa en que se le rendía tributo de admiración.
De éstos no copiaré más que unos pocos en guisa
de muestra.
De El Nacio7ial{ñ.e\ 19 de Mayo):
Serenata estudiantil.
POR LA TARDE.
CONFERENCIA CON EL ALCALDE.
La Comisión de estudiantes encargada de orga-
nizar la serenata en obsequio del general Polavieja
visitó ayer tarde al Sr. Sánchez de Toca, á ñn de
que éste les facilitara algunos medios que conside-
raban necesarios para realizar su pensamiento.
Los estudiantes hicieron presente después al
Srr Sánchez de Toca su propósito de fijar bien el
carácter del obsequio que dedicaban al general
Polavieja, como personificación de las glorias del
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 75
valeroso .Ejército español, á cuyo efecto habían
acordado dirigir á los generales Primo de Rivera y
Weyler los siguientes despachos telegráficos:
«Al general Primo de Rivera:
»En nombre de la juventud escolar que nos ha
encomendado expresar su entusiasta admiración al
heroico Ejército y Armada, á quien tributamos toda
nuestra manifestación, cúmplenos saludar en
V. E. A TODOS los generales que han es-
tado al frente de ese Ejército, cuyos brillan-
tes triunfos alcanzados en t^n rápida pacificación
permiten ya anunciar á la patria la vuelta á sus^
hogares de los cumplidos de ese glorioso Ejército./)
«Al gobernador general de Cuba:
»I^a juventud escolar, al tributar su homenaje á
los gloriosos soldados de España, saluda en la re-
presentación de V. E. á todos los generales que han
estado al frente de ese admirable Ejército y Armada
que combaten tan heroicamente por la patria.»
Firmaban ambos telegramas los estudiantes se-
ñores Van-Vaumbergen , Doctor, Turena, Nestar,
Pérez, Barber, Raso, Trotonda, Sanz y Sobrino.
El alcalde aplaudió los nobles propósitos de la
'^^ Comisión estudiantil, y también se mostró dispues-
to á dar facilidades para su inmediata realización.
Con ésto terminó la conferencia, de la que salie-
"ron los estudiantes, como se puede suponer, muy
satisfechos.
76 FELIPE TRIGO.
De El País:
; Felicitaciones.
La felicitación que el exministro conservador
Sr. Romero Robledo ha dirig-ido al general Primo
de Rivera por conducto de su sobrino el Director
general de Administración de Filipinas, D. Javier
Bores y Romero, es la siguiente, según el texto del
cablegrama que á continuación publicamos:
«Bores, Directo?' de Administración. — Manila.
»Estoy entusiasmado con ese general.
»Primo de Rivera batiéndose personalmente,
cuando nada le queda por ganar, contando una
victoria por cada día de mando; pacificando el país
en tan breve plazo; dando libertad á los detenidos
I)or sospechosos; levantando los embargos y sobre-
seyendo los procesos, inevitables consecuencias de
la paz, es una de las figuras militap^s más grande
y más simpática de nuestros días y de seguro de la
restauración.
• ' »Si te lo consiente, dale un abrazo de tu tío, que
es su antiguo amigo, y será siempre su. más desin-
teresado admirador, y hasta donde alcance el más
infatigable defensor de su gloria, tan bizarra y
heroicamente conquistada.— iíom^ro Robledo j>
Esta felicitación
- tiene mucha
raiga.
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 77
Pero aún tiene más esta otra dirig-ida al gene-
ral Blanco por el diputado reformista Sr. Dolz.
«Capitán g-eneral D. Ramón Blanco. — Alicante.
En estos momentos en que la patria celebra los
triunfos obtenidos en Filipinas por el Ejército y sus
caudillos, reitero á u«ted, en nombre del partido re-
formista de Cuba y en el mío propio, el testimonio
de la más profunda admiración por el tacto, sere-
nidad y acierto con que en los momentos más grates,
los de mayor peligro que ha tenido la insurrección
Jilipina., Síipo salvar las vidas de los españoles residen-
tes en el Archipiélago y evitar á la nación una Í7i-
men^a é irreparable catástrofe. — Eduardo Dolz.»
Decididamente, el sindicato organizador de los
entusiasmos no contaba con esto. Como no contó
con la notable carta del Sr. Trigo, en que se hacía
tan cumplida justicia al general Blanco^
Ahora sólo falta que la gente se aperciba de lo
que se traen los organizadores de las manifestacio-
nes y se llaman á" engaño.
Y adiós apoteosis.
De El Liberal:
Telegrama de Blanco. ^
El exdiputado reformista cubano Sr. Dolz recibió
ayer el siguiente despacho del general Blanco:
FELIPE TRIGO.
«,Alciral6(9,'¿0m.)
Eduardo Dolz. — Madrid.
Reciba usted y el partido que representa la ex-
presión de mi profunda g-ratitud, por las sentidas
frases del teleg-rama de ayer, que recibo en este
momento.
Nada hice para merecer tan extremados elog-ios,
debiéndose principalmente los lisonjeros resultados
que usted noblemente aplaude, al celo de las auto-
ridades que. me secundaron en aquella obra, y so-
bre todo al admirable comportamiento del Ejército
y de los voluntarios, que tan dig-nos se hicieron, en
aquellos difíciles momentos, de la gratitud de la
patria. — Ramón Blanco».
De La Correspondencia Militar:
Polavieja discutido.
Hemos oído aseg-urar á personas que suelen es-
tar bien informadas, que un importante exministro
conservador se propone discutir en el Congreso la
conducta política seguida por el general Polavieja
durante su breve estancia en el Archipiélago fili-
pino.
Con este motivo aprovechará la ocasión para de-
mostrar ante el país que la campaña contra el ge-
neral Blanco ha sido altamente injustificada, y que
la patria debe al Marqués de Peña Plata gratitud
EL GENERAL BLANCO T LA INSURRECCIÓN. 7^
profunda por haber podido conservar nuestra sobe-
ranía en aquellas islas en momentos en que estuvo
en grave peligro.
Llegada de Blanco.
En uno de los primeros días de la próxima se-
mana regresará á Madrid el general Blanco, pro-
cedente de Alcira, á donde fué para restablecer su
quebrantada salud.
Entre elementos ajenos á la política, y que no
necesitan excitaciones de los periódicos, se agita la
idea de bajar á la estación de Atocha á recibir al
ilustre soldado de Peña ^ata, recompensándole así
de amarguras que injustificadas censuras le hicie-
ron pasar. ^
De El Nacional:
Gloria á todos.
Desde luego puede advertirse (|ue la manifesta-
ción realizada en Barcelona ha sido como cumple á
la cultura de este pueblo, digna y respetuosa. Des- _
vanecido el carácter personalísimo que pretendía
atribuírsele, ha ofrecido el noble aspecto de entu-
siasmo por- la Monarquía y por el glorioso Ejército
de la patria.
80 I'ELIPK TRIGO.
Esos albores son los que saluda España k la pOvS-
tre de tanto sacrificio. Ya las bayonetas de nuestros
heroicos soldados y la espada de nuestros g-enera-
les valerosos, clavan en el escudo de la patria los
cuarteles de nuestro imperio colonial, vacilantes
un (lia y próximos á rodar verg*onzosamen-te por el
suelo.
Cuando el pecho j^^e abre á tanta esperanza, de-
mos á todos nuestro entusiasmo. A Martinez Cam-
pos, soldado valeroso, cuya fig-ura contemplamos
mejor alumbrada de los lúg-ubres resplandores de
Coliseo que discutiendo candorosamente con los
partidos cubanos; }'i Blanco, espíritu sereno y gran-
de que contiene la avalancha tag-ala mientras cur-
san los mares nuestros barcos repletos d« soldados;
á Polavieja, (jue dispoiie los planes de afortunada
campaña; á Lachambre, que los ejecuta briosamen-
te; á Weyler, que calumniado, escarnecido, vive
desde hace ocho meses con perpetuo riesg-o de la
vida, empeñado en audaces correrías, quebrantan-
do palmo á palmo la infame insurrección cubana;
51 Primo de Rivera, en fin. g'eneral españoUiasta lo
hondo del alma, soldado fundido en el crisol de
nuestros grandes capitanes, modesto y sencillo,
despreciador de la vida y g-eneroso de su sangre.
Para todos ellos el aplauso. Eso queremos nos-
\>^ otros y eso queríamos que fuese la manifestación
•^ cuando la hubiere, y eso será cuando la haya.
Y todos esos laureles, todas esas caricias popula-
res, ])rematuros aún. bien que ya adivinados y se-
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 81
guros, elévense al altar de la patria y á las gradas
del Trono, en cuya santa defensa ofrecen la dulce
vida nuestros heroicos soldados.
De El Liberal:
Bienvenido.
El general Polavieja, á quien enviamos desde
estas columnas una cordial bienvenida, ha sido re-
cibido por la ciudad de Barcelona con todo el cari-
ño y con todas las consideracioneá á que tiene de-
rocho.
«.V. lieroico Kjiírcito de mar y tierra, al ilustre
Polavieja y a 'los (jenerales. jefes, oficiales y solda-
dos del Ejército y Armada de Filipinas.» Así decían
los letreros del arco de triunfo, y en ellos estaba
expresada la verdadera significación de un acto, al
cual, puestas ya las cosas en su punto, se asociará
(le buen grado España entera. i
Debemos alegrarnos todos de que la polémica
algo apasionada de estos últimos días, haya dado
motivo para desvanecer sombras y aclarar sospe-
chas, que al principio habían sublevado la concien-
cia de cuantos rechazan las injusticias notorias y
abominan de los poderes personales.
Mientras se pretendió glorificar á un general"
82 FELIPE TRIGO.
mediante el descrédito de otros; mientras se quiso-
presentarle, no sólo como el mejor, sino como el
único; mientras se trató de demostrar á las gentes
que él era quien en Filipinas lo había hecho todo,
que antes de él nadie habla hecho nada, y que des-
pués de él nadie haría más que recoger desahoga-
damente los frutos de su tarea; mientras se le cali-
ficó de brazo derecho de las instituciones, de enti-
dad superior k los Gobiernos y de redentor predes-
tinado é indiscutible de ,1a patria, opusiéronse á se--
mejante desvarío todos los que estiman la bravura
del Ejército español y la competencia de sus caudi-
llos en el altísimo grado que merecen, todos los
que profesan algún amor al régimen constitucio-
nal, todos los que considerándose ciudadanos de ui>
pueblo libré, están resueltos á no tolerar jamás ni
tutelas ni andadores.
Afortunadamente, han vuelto á su nivel y aplo-
mo las cosas sacadas en los primeros instantes de-
quicio.
Y unos y otros hemos venido á coincidir en la
justo, para reconocer en el general Polavieja la
ú^ica significación que le corresponde, y que es^
; or añadidura, la que más debe satisfacer á un
buen patriota y á un buen soldado.
El general Polavieja, que ha desarrollado con pe-
ricia y fortuna la obra iniciada por el general
Blanco, y ahora llevado á término feliz por eí
general Primo de Rivera, personifica dignamente-
al Ejército y á la Armada, que han asegurado en.
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 83
el vasto territorio filipino la soberanía española.
Con bien vuelva, el que tan alta representación
ostenta, al seno de la patria agradecida.
De La Correspondencia Militar:
La campaña de Filipinas.
La lleg'ada de los contingentes peninsulares que
precedieron, acompañaron y sig-uieron inmediata-
mente á la lleg-ada del g-eneral Polavieja, deter-
mina la segunda etapa de la campaña, coronada
por el éxito en las operaciones sobre Silang, Das-
.mariñas, Imus y Baccor, hábilmente desarrolladas
por el general Lachambre, y que ponen de mani-
fiesto la pericia en la dirección de ellas demos-
trada por el general Polavieja. Fuera injusto ne-
gar, y nadie habrá que lo niegue, que el general
Polavieja desarrolló admirablemente esta segunda
etapa; ¿pero no sería también justísimo Reconocer
que con iguales elementos habría obtenido idén-
ticos resultados el general Blanco, que tiene en su
historia militar páginas que le enaltecen, así en la
guerra del Norte como en la llamada guerra chi-
quita de Cuba, c[ue bajo su absoluta y exclusiva di-
84 FELIPE TRIGO.
rección y aun con su intervención personal en las
operaciones fué terminada?
De El Liberal (del 21 de Mayo):
«Blanco y Romero Robledo.
Ante numerosos, diputados y .periodistas decía
ayer tur.de el Sr. Homero Robledo en el. salón, de
conferencias del Cong-reso:
«Estoy completamente convencido, y no lie de
tardar mucho en demostrarlo ahí dentro, que no
sólo durante la actual reg-encia, sino desde el rei-
nado de 1). Alfonso XII, no hay g-eneral que haya
prestado á la patria un servicio mayor que el g-e-
neral Blanco, y confío en la rectitud de quienes
más lo han combatido hasta hoy, que ante="-las
pruebaa que se han de liacer públicas muy en
breve, lo han de r£.conocer así.v
\
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 85
EN EL CONGRESO.
(Sesión del 1° de Junio de 1897.)
De La Época:
Interpelación del Sr. Romero Robledo.
El Sr. ROMERO ROBLEDO explana su anunciada
interpelación.
Dice que D. Pedro Rojas es amigo suyo, un espa-
ñol dignísimo y Ittaante de su patria, víctima hoy
de la calumnia.
Del españolismo de Rojas no dudan las personas
de más prestigio de Filipinas. Algunas autoridades
y el mismo arzobispo de Manila se han declarado
en favor de D. Pedro Rojas.
Para desvanecer las calumnias que comenzaron
á propalar contra él, su esposa, señora virtuosísi-
ma, le aconsejó y le rogó que pidiera autorización
para venir á Madrid, alejándose así de todos sus
enemigos.
Rojas, que era consejero de administración, pidió
la autorización que su mujer deseaba, autorización
86 FELIPE TRIGO.
que en junta dé autoridades ae le concedió, por
considerarle digna de ella.
«Di<3»'o todo esto — añade — porque el carg-o más
g-rave que se lanzó contra el general Blanco fué
que había dejado escapar á D. Pedro Rojas.»
Este tuvo la desgracia de venir á la Península
en el mismo vapor que Rizal, y esto hizo que
aumentaran las suposiciones y sospechas que pro-
paló la calumnia.
Perseguido tan injustamente, Rojas ha tenido
que refugiarse en París, donde hoy se halla,
viviendo modestísimamente en un hotel de tercer
orden, por tener confiscados todos sus bienes.
Lee varios documentos que acreditan la honra-
dez é inculpabilidad de Rojas, haciendo notar que
D. José Clavé, nombrado administrador de los bie-
nes de aquél, y que en varias cartas, todas contra-
dictorias, había sospecíiado de que á Rojas podría
alcanzarle responsabilidad, en una escrita recien-
temente (y que también lee) declara ya de manera
terminante que Rojas es inocente y que espera que
en breve se le haga justicia.
(Al retirarnos de la tribuna el orador lee una
carta que I). Jacobo Zobel dirigió al Presidente del
Consejo de Ministros á raíz de declararse la re-
belión.)
*
* *
De Bl Liberal-
Comienza, su discurso el ^r. Romero Robledo
EL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 87
diciendo que siente en el alma que el anuncio de
su interpelación haya despertado tanta expecta-
ción y curiosidad tanta, que él, necesariamente,
ha de defraudar.
*^ No se explica qu^ haya ocurrido esto cuando él
puso especial cuidado, al anunciar la interpelación^
que en modo alg'uno significaría ésta acto de hosti-
lidad al Gobierno.
Voy á hablar— dice— en defensa de la justicia y
por un deber de conciencia.
Nieg-a que él haya repartido papeletas de tribuna,
para la sesión, ni que haya contribuido á la expec-
tación, un tanto artificiosa, que ha resultado.
(Entra en la Cámara el Sr. Cánovas.)
Manifiesta el orador que va á hacer delante de
un Góbiertfo amig-o lo que ha hecho, otras veces
delante de un Gobierno contrario.
Se ha dicho que yo veng-o á atacar al g-eneral
Polavieja. No es cierto. Jamás, jamás, en mi larga
historia política, he atacado á ningún general.
Tampoco lo haré ahora.
Soy uno de los primeros en reconocer los méritos
•contraídos por el general Polavieja y los servicios
que ha prestado á la patria.
Como también recon'ozco los del general' Blanco,
de ese general tan ilustre, cuya hoja de servicios
puede servir de ejemplo; de ese general que últi-
mamente ha sido víctima de ataques injustifi<íados,
-de especies calumniosas y á quien he acompañado
•en su cruento y largo calvario.
íj» FELIPE TRIGO.
Aquí teng"o un libro (señala al banco) en que se-
ataca despiadada é injustamente al ilustre Mar-
qués de Peña-Plata:
El Sr. RETANA (1): Pido la palabra.
Sí, señores diputados — continúa diciendo el señor
Romero — en que se le ataca insidiosamente, calum-
niándole, infamándole.
Al g-eneral Blanco, que con fuerzas escasísimas
libró 106 combates, muchos de ellos mandados por
él mismo, contra un enem¡g"o cien veces mayor en
número y sólidamente atrincherado, y al que ven-
ció siempre y causó enormes pérdidas.
Hace historia detallada de los actos realizado.s
])or el general Blanco desde que estalló la insu-
rrección hasta su reg-reso á la Península,
': Censura nuevamente los ataques que, ya en la
prensa, ya en el libro á' que antes se ha referido,.
se han dirig-ido al g-eneral Blanco.
Yo me asocio de todo corazón á las manifestacio-
. nes hechas en honor del g-eneral Polavieja por sus
é.\itos militares: pero cuando de éstos se quiere
hacer un arma política, me reservo mi opinión.
Y ya que hablo de los generales que últimamente
han defendido la integridad del territorio en Fili-
pinas, justo es que dedique un caluroso elogio al
general Primo de Rivera, que ha ido al Archipiélago
íllipino cuando nada tenía que ambicionar ni pre-
(l),Que escribió y publicó artículos violentas contra el general.
Blanco.— ^A'om del auíor.j
EL GEÍ«5RAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 8í>
tender y sólo por cumplir el sagrado deber de po-
ner su espada al servicio de la patria y del trono.
Yo elogio y elogiaré siempre á todos los generales
por los éxitos que logren, no escatimándoles jamás
un solo aplauso; pero protestaré una y mil veces de
que esos mismos generales se mezclen en las con-
tien/ias polítipas.
Breve, muy breve fué el discurso del Ministro de
la Guerra, pero con tanto acierto y tino procedió el
Sr. Azcárraga, que consiguió evitar lo que parecía- '
inevitable; un choque violento entre el Ministro de
Ultramar y el Sr. Romero Robledo.
Agradeció en levantadas frases el general Azcá-
rraga los elogios tributados por el Sr. Romero Ro-
bledo á los generales que durante la insurrección
han mando en Filipinas; defendió discretamente á
los tribunales militares del Archipiélago, y termi-
na prometiendo al Sr. Romero Robledo que el Go-
bierno suavizará cuanto pueda el rigor de las leyes,.
ahora que la insurrección está casi acabada, y que^
respecto al caso del Sr. Rojas y á los deseos mani-.
festados en favor de éste por el Sr. Romero Robledo^
se atenderá como es debido y se hará justicia.
El Sr. ROMERO ROBLEDO: Agradezco al señor
Azcárraga la intervención que ha tomado en este
debate. Después de sus manifestaciones me abs-
tengo de contestar al Sr. Ministro de Ultramar.
Lo dicho por el Sr. Azcárraga es lo menos que yo-
"90 FELIPE TRIGO.
tenía derecho á esperar del Gobierno, en justa reci-
procidad de la manera con que he procedido al
explanar mí interpelación.
Después de lo ocurrido, abandono con gran sen-
timiento mío este salón, con propósito de no vqlver
á él hasta que^ termine este asunto.
(El Sr. Roniero Robledo abandona inmediatamen-
te el salón de sesiones seguido de varios de sus
amigos, entre ellos el Sr. Bosch.)
De El Impar ci al:
Final.
El Sr. ROMERO ROBLEDO: La intervención' del
respetable señor general Azcárraga evita mi recti-
ficación. El Ministro de la Guerra ha rectificado al
Ministro de Ultramar. Yo nada tengo que oponer
ni que añadir. He satisfecho lo que mi conciencia
me demandaba, y por consiguiente,- nadie lo tome
á descortesía, me marcho de la Cámara y no volveré
mientras no termine este debate.
Y cogió su sombrero y se marchó del salón.
Renunció el general Borbón á la palabra, dijo
algunas muy levantadas en defensa del Sr. Clavé el
.Sr. Govantes, y levantóse á hablar el Sr. Retana.
Lo que por unos momentos amenazaba acabar en
KL GENERAL BLANCO Y LA INSURRECCIÓN. 91
trag-edia, terminó en saínete, y de lo más bufo y
divertido del g-énero.
El Sr. Retana, para cantar una palinodia total y
absoluta, para entonar un yo pequé tímido y que-
jumbroso, no halló otra salida más desahogada y
más fresca que la de echarle la culpaal modo —
dijo — que tenemos los periodistas de hacer los
periódicos.
—Me escribían una cosa de Filipinas— añadió.—
Yo la creía y la repetía, y luego resultaba un infun-
dio. Me arrepiento de muchas de las cosas que he
escrito acerca de Filipinas, pero la culpa no es mía
Ya sabe el Sr. Romero Robledo cómo se hacen los
periódicos.
¡Y qué sabe el Sr. Retana de eso, si nunca fué, á
Dios gracias, periodista!
¡Deplorable!
^92
riJLIPE TRIGO.
El recuerdo aquél que yo pedía en el corazón de
los españoles, ha surg^ido.
Lo demuestra la justeza del aplauso á Polavie-
ja (1), á cuyo nombre lleno de g-loria se asoció en
Barcelona, en Zara^z-oza y en Madrid, el nombre y
la g'loria del Ejército.
Por fin resonó el g-randioso
; J^'/rn ^^spaña!
3Jadrid , 6 de Junio de 1897.
(1) Hoy, por cierto, olvidado de los periódicos que pretendieron
utilizar su prestitrio para caprichosos planes, kasta el extremo de no-
haber és'.os vuelto á preocuparse del ilustr_e Polavieja para nada, ni
aun para dar cuenta al público de la agravación de su enfermedad
en dos lineas, hasta que El .Vacinnal de ayer (5 de Junio) les hiza
notar ingratitud y banalidad tan grandes para con el fracasado ídolo
de un día.
En cambio. El Xacional y toda la prensa no influida por pasiones^
considera hoy li Polavieja lo mismo que antes; es decir, mucho, cuanto
se merece el general ilustre.
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