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TIERRAS Y RAZAS
DE
FILIPINAS
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TIERRAS
RAZAS
DEL
ARCHIPIÉLAGO FILIPINO
José de Lacalle y Sánchez,
MÉDICO PRIMERO DEL CUERPO DE SANIDAD MILITAR Y CATEDRÁTICO DE
ANATOMÍA EN LA UNIVERSIDAD DE MANILA
MANILA
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DEL COLEGIO DE SANTO TCMÁS
Á CARGO DE D. GERVASIO MEMIJE
1886
Es propiedad del autor.
Reservados todos los derechos.
AL ILMO.
Sr. Rector de la Universidad
DE
MANILA
J. de L.
AL LECTOR
El presente trabajo forma parte de un libro que con el tí-
tulo Geografía médica de Filipinas pensamos publicar en el
pasado año.
Impresas ya estas páginas, nos vimos obligados á suspen-
der nuestras tareas, aplazando para otra época la completa rea-
lización de aquella obra.
Entendiendo, sin embargo, que lo escrito podía ofrecer al-
gún interés á los hombres que hoy se dedican á estudiar este
hermoso Archipiélago; y creyendo, además, que esta parte de
nuestro trabajo sería así más leida por aquellos que ágenos al
cultivo de las ciencias médicas, no hubieran buscado en un
libro de otra índole los datos que en éste van consignados,
nos decidimos á emprender una publicación que quizás, por las
indicadas razones, aparecerá en muchos conceptos deficiente.
— 8 —
AI estudiar la historia física de las Islas, hemos procurado
ofrecer á los lectores un cuadro en el que con facilidad pue-
dan apreciarse las condiciones de este riquísimo suelo. Hu-
yendo de hipótesis gratuitas, y de teorías aparatosas y fan-
tásticas, muy frecuentes cuando de problemas filipinos se trata,
hemos puesto cuidado especialísimo en que nuestro trabajo sea
fiel reflejo de la realidad, y no insulso repetidor de fábulas y
leyendas.
En la parte geológica tuvimos muy presentes, como se de-
clara en el texto, los estudios de ingenieros y naturalistas es-
pañoles y extranjeros, cuya competencia es prenda segura de
acierto, que nos ha guiado hasta las deducciones que las obras
de aquellos nos inspiraron.
La descripción científica de las razas filipinas, tan intere-
sante para el antropólogo, ha fijado preferentemente nuestra
atención, y es producto de investigaciones propias.
Los datos etnográficos que aquí apuntamos, tienen el atrac-
tivo de todo lo que es nuevo en asunto tan poco conocido
hasta el presente. Sabido es cuanto se hallan olvidados los
estudios [antropológicos en nuestras provincias oceánicas. No
hace muchos meses que un ilustrado hombre de ciencia escri-
bía á este propósito, extrañando el escaso desarrollo de un
ramo del saber en el cual adelantamos tan poco «que hasta
ahora nadie ha tratado de señalar las diferencias orgánicas
que separan a los diversos pueblos del Archipiélago.»
La necesidad de que esas razas aparezcan ante el hombre
de ciencia, ante el legislador, y ante el economista, con los
caracteres que les corresponden, se hace cada día más notable.
Sin dar, pues, á esta obra otro alcance que el de iniciar
un género de nuevas interesantes investigaciones, nos atreve-
mos á ser los primeros en acometer empresa tan alta.
Las dificultades que creemos han de oponerse al logro de
nuestro intento, no nos arredran; ni el temor de la propia de-
ficiencia nos confunde. Aquellas las venceremos hasta el punto
— 9-
que alcanzen nuestras débiles fuerzas y el otro quedará su-
peditado á la satisfacción que proporciona uu buen deseo.
Si conseguimos así llenar un pequeño vacío en la obra
de progreso llamada á terminarse por otras inteligencias, se
verán colmados nuestros deseos y satisfechas nuestras modes-
tas aspiraciones.
PARTE PRIMERA
NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO
PARTE PRIMERA
NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO
CAPITULO PRIMERO
GEOGRAFÍA Y GEOLOGÍA
ARTICULO PRIMERO
g. I. Situación geográfica y limites de las Islas. — Las
Filipinas (*) forman parte de esa dilatada serie de islas
que desde el cabo Lopatka de la Península Kamtchatka,
corre paralela á la costa oriental de Asia y termina en el
cabo Tamdjong-Bouron de Malaca, estendiéndose al E. para
llegar á la parte mas septentrional de la Australia.
Su situación geográfica puede fijarse entre los 5 o 9' y
(1) La generalidad de los AA. creen que se debe á Legaspi el nom-
bre con que son conocidas estas Islas; siendo lo cierto que el pri-
mero que las llamó asi fué el general Ruy López de Villalobos, en 1543;
olvidada después esta denominación, fué sustituida por la de Islas de
Poniente que se conservó hasta 1565 en que Legaspi las volvió su
primitivo nombre.
— 14 —
21° 5 f latitud N. y los 123° 4' y 132° 4' longitud E. del
meridiano de San Fernando. (*)
Los límites del Archipiélago se hallan señalados por
los mares que le rodean, pertenecientes todos al Gran
Océano. Al N. y al O. baña sus playas el mar de China,
cuyas turbulentas aguas, que encuentran un dique en las
estribaciones occidentales de Luzon, van á estrellarse por
otro lado en la parte mas meridional de la costa oriental
de Asia; al E. se estiende el Gran Océano, que al S. toma
el nombre de mar de Célebes y bate las playas orientales
de la gran isla de Borneo; en el interior, y rodeado por
numerosas tierras, se encuentra el mar de Mindoro que
deshace sus ondas en las costas occidentales de las Visayas
y Mindanao y en las orientales de la Paragua.
Al N. de Luzon se vé la isla de Formosa, una de las
más importantes del imperio chino, separada del pequeño
grupo de las Batanes por el canal Baschi que forma el
límite superior de la Oceania; en el estremo S. la isla de
Balabac al O. y el grupo de Joló al E. limitan los domi-
nios españoles que distan muy poco en esta parte de la
costa septentrional de Borneo. ( 2 )
g. II. Descripción general del Archipiélago. — Como todas
las de la Oceania, ofrecen las Islas Filipinas encantos y
atractivos en tanto número, que en su presencia el hombre
aprecia en un solo momento cuanto es admirable el poder
y la sabiduría de Aquel que á los rayos de un sol tro-.
(1) Abrahan Hortelio, el célebre geógrafo del siglo 16, señalaba
estas Islas entre los 5 o 30' y 17° latitud, según el meridiano de la
isla de Hierro.
<2) La primera carta general de las Islas se hizo por el P. Pedro
Murillo Velarde, en el año 1744, y es tal su perfección que de ella
únicamente se sirvieron los prácticos basta los primeros años del siglo
actual. Este curioso mapa se hizo en Manila por el grabador Nicolás
de la Cruz.
— 15 —
pical opuso la espesura de bosques impenetrables, y á la
alta temperatura de la zona tórrida la benéfica influencia
de las monzones y de las lluvias ecuatoriales.
Cuando por vez primera se contempla la rica vegeta-
ción que exhuberante se muestra en las cumbres de es-
tensas cordilleras; cuando se ven las tierras levantadas del
fondo de los mares por los prodigiosos esfuerzos de pe-
queños organismos; cuando admiramos el grandioso espec-
táculo que la Naturaleza ofrece en esa hora, llena de su-
blimes armonías, en que el astro rey hunde sus cabellos de
fuego en las azuladas ondas del Océano, entonces, en pre-
sencia de tantas maravillas, se vé cuantas grandezas en-
cierra la obra del Creador, aun más admirable si estudia-
mos la rica flora de los países oceánicos, la variedad de
sus productos y la asombrosa facilidad con que estos se
multiplican.
El archipiélago filipino forma uno de los grupos más
importantes de la Malasia, y sus tierras, que esmaltan con
vivos colores las aguas del Pacífico, ofrecen una disposi-
ción especial, bastante por si sola á llamar la atención de
los geólogos. Ellas parecen ser la mejor prueba de los que
ven en las islas oceánicas los restos de un mundo des-
trozado por los gigantescos esfuerzos de las aguas, por la
acción destructora de numerosos volcanes, y por grandes
hundimientos subterráneos.
Estendidas casi directamente de N. á S. se presentan
mas de mil islas ( 1 ) separadas por estrechos canales que
guardan entre sus costas mas próximas una exacta rela-
ción geológica que permite sospechar la existencia primi-
tiva de un gran continente.
(1) El Sr. Centeno hace subir esta cifra á 1,300 y M. Armand la
reduce á la mitad.
— 16 —
El área total del Archipiélago, incluyendo la parte de
Borneo que pertenece á la sultanía de Joló, es de 335,000
kilómetros cuadrados, y la estension longitudinal desde el
estremo N. de Luzon á las islas Sarangani mide 1,600
kilómetros. (*)
Las mas septentrionales de todas las islas son las pe-
queñas Batanes y Babuyanes; las primeras, rodeadas de
pequeños islotes, son de N. á S. Ibayat, Batan, y Sabtan,
que desconocidas hasta principios de este siglo fueron es-
tudiadas después por Peñaranda; las Babuyanes situadas
mas al S. están constituidas por tierras dé formación vol-
cánica, y se conocen con los nombres de Babuyán, Ca-
láyan, Dalipisi, Fuga y Camiguin.
Separada de estas por una distancia de 400 millas,
se halla la isla de Luzon, una de las mas hermosas de
la Malasia, por la fecundidad de su suelo y las condicio-
nes de su clima. Colocada en la parte septentrional del
Archipiélago, próxima á los puertos mas importantes de
China y el Japón, con una superficie de 112 mil kilóme-
tros cuadrados, cruzada por estensas cordilleras donde
tienen su origen caudalosos rios que en todas direcciones
surcan la tierra prestándole vitales elementos de prosperi-
dad, dotada por Naturaleza de seguros puertos, y enrique-
cida con todas las galas de las tierras tropicales, no es
estraño que esta isla sea considerada la mas importante
de las que componen el grupo filipino.
(1) Hemos aceptado esta medida, que aunque no esclusiva de los
dominios españoles, es la mas exacta, pues se debe á los últimos tra-
bajos bechos por la Comisión hidrográfica, cuya autoridad es indis-
cutible. Si se consultan las obras de Buzeta, Jagor y otros autores se
verá que las medidas difieren en millares de kilómetros.
Estas cifras dan, por otra parte una idea de la importancia de esta
colonia que escede en estension á las de Cuba y Puerto-Rico y compite
con ellas en la riqueza y abundancia de sus productos.
— 17 —
Estendidas entre los 12° 30', 18° 15' latitud N., y los
123° 22', 127° 50' longitud E., sus costas, de forma lige-
ramente circular, corren de N. á S. y algo de O. á E.,
acentuándose esta dirección en la parte meridional de la
isla, que se estrecha considerablemente y se dirige al E.
para terminar en las aguas del estrecho de San Bernar-
dino. Las playas de Luzon ofrecen numerosos puertos y
ensenadas que ejercen influencia poderosa sobre el clima
y son el abrigo de las naves que surcan las procelosas
aguas del mar de China.
Desde el cabo Engaño, en la parte más septentrio-
nal, se dirigen Ia& tierras al S. E. formando una estensa
curva, llegan al seno de Dimalansan, y avanzando hacia
el mar van en dirección S. O. hasta el cabo de San Il-
defonso, después de formar la ensenada de Dilasac. La costa
señala el seno de Casiguran, sigue inclinándose «1 O. y
por las pequeñas bahías de Baler y Dingalan llega hasta
Punta Sua para cambiar su dirección hacia el S. E., re-
corriendo un trayecto ligeramente accidentado que termina
en la Punta Inaguican y fondeadero de Binangonan. Antes
de llegar á éste, se descubre la isla Polillo, de forma mar-
cadamente triangular, y cuyas tierras parecen despren-
didas de las de Luzon.
Desde Binangonan las playas marcan mucho su incli-
nación al E., sobre todo cuando llegan á la altura de
Punta Antimonan, en que se dirigen de O. á E.; esta
parte es muy accidentada y se hallan en ella numerosos
pequeños senos y bahías. Después de avanzar hacia el
N- E. la tierra forma la estensa bahía de San Miguel
cuya entrada está limitada por las Puntas Siruma y Co-
lasi, estribación esta última de la sierra de su nombre.
A unas doce millas de la costa, en los 14° 30' latitud N.
4
— 18 —
se ven las islas Calaguas, que parecen también porciones
desprendidas de Luzon. Entre la citada bahía y élpuerto
de Sisiran la playa ofrece un trayecto irregular, con pun-
tas rodeadas de pequeños islotes, restos evidentes de tras-
tornos físicos que en otras épocas conmovieron la isla.
Por las tierras de Caramuan se llega hasta el gran
seno dé Lagonoy cuya boca inclinada al S. E. tiene en-
frente la parte meridional de la isla Catanduanes situada
entre los 13° y 14° latitud N., y que podría adaptarse, por
su forma, al seno mencionado.
Las tierras de Cacraray, Batan, Rapurapu y otras de
menor importancia, siguen esta parte de Luzon, que ya :
aquí y después de formar el seno de Tabaco y el de Albay,
se dirige casi horizontalmente á Montugan y va á Punta
Calaan, término S. de la isla, que con la opuesta costa
de Samar constituye el estrecho de San Bernardino en el
cual se alzan las islitas de Capul y Calinta.
En Punta Calaan, la región meridional se extiende
hacia el O. y llega al puerto de Sorsogon y al seno de
Ragay, cuya parte occidental está formada por una gran
extensión de tierra que avanza hacia el mar y termina
en Punta Bondog. Aquí sube al N. O., forma los senos
de Laguinmanoc y Pagbilao, desciende por el de Tayabas,
y figura asi un pequeño golfo en cuyo centro se levanta
la isla de Marinduque que mide una longitud de 40 ki-
lómetros y se halla cubierta de frondosa vegetación. Sa-
liendo de este golfo se ve la Punta Malabrigo y después
hacia el O. la ensenada de Batangas y el seno de Balayan
cuya entrada limita el cabo Santiago.
En este sitio la costa dirigiéndose al N. se hace oc-
cidental y traza la anchurosa bahía de Manila y el puerto
de Cavite. Algunos de los rios más caudalosos de la isla
— 19 —
desaguan en aquella; á su entrada se divisa la preciosa
isla del Corregidor; y en su seno, á más del puerto del
mismo nombre, se abre el ya citado de Cavite y el de
Mariveles.
Desde este último sube la costa al N. O., llega al puerto
dé Subic y después á cabo Bolinao, punto el más occi-
dental del golfo de Lingayen cuya entrada vuelta al N.
está limitada al oriente por la Punta San Fernando. Las
pequeñas islas Santiago y Cabarrityan, se levantan en este
pequeño mar que recibe- las aguas del fío Agno, no lejos
del puerto de SuaL
Partiendo de San Fernando, se ve- á la isla avanzar
directamente hacia el N., formar la Punta Dile, donde
el rio Abra se une al mar, y seguir después hasta la al-
tura de cabo Bogeador límite ds la parte occidental. Ya
aquí, la costa- desciende hacia el S. E., va luego en di-
rección opuesta y forma con esta curva un pequeño golfo
enfrente de Camiguin..
La isla cuyos contornos hemos trazado, se halla surcada
por extensas cordilleras que dan á las diversas provin-
cias caracteres climatológicos que importa mucha conocer.
El sistema orográfico de Luzon corre casi directamente
de N. á S^ exponiendo asf las tierras á la acción de los
vientos del E. y del O. La región occidental,, conocida en
el país con el impropio- nombre de costa, se halla compren-
dida entre* las pravas bajas y las cordilleras que forman el
Garaballo central; y se extienden- desde* el seno de Bangui
á las estribaciones que- se hunden en el' estrecho de San
Bernardino. Sobre esa extensa superficie,- de 900 kilóme-
tros de longitud, se hallan las provincias de Manila, Cavi-
te, Bulacan, Bataan, Laguna, Batangas, Pangasinan, Pam-
panga y Zambales, al- S.; viéadose*al N. las de Abra, Union,
— 20 —
é Hocos, y los distritos de Lepanto, Bontoc, y Benguet.
El mar de China y el de Mindoro limitan la costa en
esta zona, cuyas tierras fertilizan en el interior nume-
rosos rios que nacen en las cumbres de las cordilleras
centrales; la vegetación es en ella muy rica, y los pueblos,
resguardados de una parte por los montes Caraballos,
sienten sólo los vientos del O. que llegan ya modificados
en su temperatura por la influencia de otros lugares, y
cargados de abundante cantidad de vapor de agua. Ricos
y variados productos ofrecen esas provincias que son las
más adelantadas en los diversos ramos de la industria fili-
pina, y en las que se siguen más de cerca las- prácticas
de la moderna agricultura. En ellas, como en todas las
del Archipiélago, hay que lamentar el estado de las co-
municaciones entre pueblos importantes que aún no han
sentido el fecundo estremecimiento de la. locomotora, y
cuentan sólo con malísimos caminos para el trasporte de
los frutos. Llanuras siempre verdes; lagos inmensos en
cuyas aguas toman sus caudales rios navegables; montañas
abruptas de elevada cumbre y mesetas trasformadas en
valles deliciosos; una atmósfera húmeda y templada; y un
cielo débilmente azulado sobre el cual ses destaca el astro
de la vida, tal es el cuadro que presenta esa admirable
comarca, foco de riqueza y de hermosura, sin igual en los
países tropicales.
La región oriental, abierta á los vientos del N. E.,
está bordeada por playas que sufren la. acción dé las aguas
del Pacífico, y por cordilleras que corren, muy próximas
al. mar en cuyo seno sumergen estas sus rápidas pendien-
tes.: Encuéntranse en ella el distrito del Príncipe y las
provincias de Nueva-Écija, Tayabas, Camarines y Albay,
pueblos todos de terreno accidentado, espléndida vegeta-
— 2Í —
cion, y productos de gran valía que nacen bajo el influjo
de un clima poco rigoroso.
En el centro de la isla, formado por las provincias
de Cagayan, Isabela, y Nueva Vizcaya, que estiénden
sus dominios hasta la costa oriental, se descubren estensos
valles rodeados por los montes que se elevan al E. y al
O., en cuyas feracísimas laderas corren los grandes ríos
que van á desaguar en los mares septentrionales. Es esta
comarca de una riqueza poco común, y en ella se cosecha
el mejor tabaco de la colonia. Su clima es generalmente
poco sano, y la atmósfera exageradamente húmeda, que
tanto favorece la vegetación, es causa abonada para el
desarrollo de muchas enfermedades.
Resumiendo lo dicho de esta hermosa tierra, podemos
asegurar que ella es bastante á producir más riquezas que
todas las Antillas; y que el dia que fertilizado y transfor-
mado su suelo por el trabajo del hombre, convenientemente
dirigido, abra sus puertos al comercio este rico venero fi-
lipino, será la joya má$ preciada de la patria.
Separadas de la costa meridional de Luzon por el mar
de Mindoro se elevan dos series de islas; una más oc-
cidental que tiene por base la que da nombre á estas
aguas, y otra que desde el estrecho de San Bernardino
se dirige al S. y terminai en Mindanao.
La primera se divide en dos órdenes que partiendo
del Sur de Mindoro corren, uno á formar las tierras que
llegan á la isla de fialabac, frente á la costa septentrional
de Borneo, y otro al S. E. á encontrar las islas de Ta-
blas, Panay, Negros, Cebú, Bohol y otras del grupo de
las Visayas. (*)
(1) Eq las antiguas crónicas del país se lee Bisayas; pero el uso
— 22-- .
Paralela á este rainal se extiende la segunda serie,
que desde el estrecho de San Bernardino á la isla de Ba-
stían forma las tierras de Samar, Leyte y Mindanao, muy
próximas estas últimas á las del territorio joloano.
El breve bosquejo que antecede demuestra, que el Ar-
chipiélago á partir de las tierras meridionales de Luzon
forma con las de Mindanao y Jaló un ángulo que unido á
otro que le oponen las de la Paragua y Borneo, figura un
cuadrado abierto á los vientos del S. O. Esta circunstancia
es digna de atención porque ella explica bien la influencia
de las monzones.
La isla de Samar se halla entre los 11° y 12° 30' lati-
tud N.;- tiene una figura triangular, y sus costas muy ir-
regulares ofrecen numerosos senos y bahías. Mide 125 ki-
lómetros desde la Punta Balicuatro á la de Sungui; su si-
tuación es causa de que la combatan los vientos del N. E.
y goce de un clima benigno y saludable. Sus bosques abun-
dan en excelentes maderas de construcción,- que por la
falta de comunicaciones no pueden hoy ser objeto de un
rico comercio. (*)
Al O. de Samar se ven las islas de Masbate, Ticao y
Burias, cuyas tierras dirigidas de N. O. á S. E, están do-
minadas por cordilleras que esconden en. sus aluviones ya-
cimientos auríferos, hasta ahora. poco esplotados..
Separada de la de Samar por. el estrecho de San Jua-
nico, elévase la isla de Leyte, de formación volcánica y
costas accidentadas expuestas principalmente á los vien-
ha admitido el cambio de la primera letra de esa palabra que algunos
creen derivada del sánscrito.
(1) En esta isla se encuentran las célebres cavernas descritas por
Jagor, que recogió en la de Lanang varios cráneos estudiados luego
por el profesor Yirchow.
— 23 —
tos del E. que vienen por el estrecho de Surigao, canal
divisorio de estas tierras y las de Dinagat. Próximas á
estas, entre los 5 o 35' y los 9 o 37' latitud N. se extienden
las de Mindanao, que miden 92,500 kilómetros cuadrados
de superficie, de los cuales sólo una pequeña parte ha sido
explorada, y otra, menor aún, dominada de hecho por los
conquistadores. Su forma irregular se asemeja á la de un
triángulo cuya base es la costa oriental, de donde parten
la septentrional y meridional que dirigiéndose al O. se
unen en la provincia de Zamboanga.
Por su extensión y por la riqueza y variedad de sus
productos es dicha isla una de las más importantes del
grupo filipino. El naturalista y el etnólogo encuentran en
ella problemas innúmeros; y el médico tiene bastante que
hacer si desea apreciar las influencias de un clima tan va-
rio, que mientras unos pueblos superan en salubridad á
todos los del Archipiélago, son otros foco terrible dé gra-
vísimas dolencias.
Según ya hemos indicado, el interior de Mindanao es
casi desconocido; en él tienen su habitación razas cuyo
origen es tan oscuro como el de los pueblos que viven
en las provincias de Luzon y Visayas; el terreno vol-
cánico y montuoso es muy feraz, si bien la producción
es poco considerable en una comarca que habitada por
tribus que viven frugalmente, y por piratas que se man-
tienen de los productos de sus correrías, se encuentra en
su mayor parte completamente abandonada é inculta.
La costa oriental, abierta á los grandes mares del E.,
es la más combatida por los vientos; desde su extremo N.
hasta el cabo de San Agustín en el S. forma una pe-
queña ondulación en cuya línea están los senos de Lian-
gan y Bislig, y los de Caraga, Mayao, Puraga, y el puerto
— 24 —
de Baganga; pasado el cabo San Agustín se descubre la
ensenada de Davao en la cual eleva sus tierras la pequeña
isla de Samal. Paralela "á esta parte de la costa, que es
bastante alta, corre una elevada cordillera poco conocida.
La región meridional es muy accidentada y en ella
se abre la batíía Sarangani y la Illana, cuya entrada que
mira al S. termina en Punta Flecha, después de haber for-
mado el puerto de Pollok á corta distancia de la desem-
bocadura del gran rio de Mindanao. Siguiendo la costa
encuéntranse los senos de Dumanquilas y Sibuguey, y des-
pués se observa que las tierras se retiran al interior dando
lugar al marcado estrechamiento de esta parte de la isla
que forma una larga franja en cuyo estremo está situada
la provincia de Zamboanga, separada del territorio de Ba-
stían por el estrecho de este nombre. Al S. de estos do-
minios se estienden los grupos de Joló, Tapul, y Tawi-
Tawi.
Dirigiéndose al N. E., las playas de Mindanao rodean
el seno de Sibuco y el de Sindangan á la altura de Punta
Gorda. Por el puerto de Dapitan y la Punta Tagolo llegan
á las bahías de Iligan, Macajalar y Butuan, para ir á
encontrar la parte del Este.
La situación de estas costas, su gran desarrollo, y el
considerable número de ensenadas y bahías, explican que
ellas sean guarida de piratas y origen de las correrías en
que los salvajes de Mindanao asolan las islas próximas.
Como base de la primera serie en que hemos consi-
derado dispuestas las tierras del Archipiélago, señalamos
antes la isla de Mindoro, que se alza en el mar de este
nombre, al S. de Luzon, y entre los 12° y los 13° 35' la-
titud N. Sus tierras, inesploradas en el interior, se elevan
en montañas gigantescas cubiertas de espeso bosque; las
— 25^-
playas bajas, espuestas á la acción de los vientos del S. O.;
son húmedas, y el clima poco saludable.
Dirigiéndonos al S. E. encontramos después derla isla
de Tablas, la hermosa de Panay, compuesta por terrenos
tan fértiles, que quizás en época no lejana conviertan esta
comarca en la más rica de nuestros dominios. Se halla
situada entre los 10° y .12° 50', y espuesta á la influencia
de las dos monzones goza de gran salubridad, á pesar de
que el clima es algo húmedo. En sus campos crecen es-
timadísimas plantas, y el arroz, la caña de azúcar y el
tabaco, son objeto de activa esplotacion y próspero co-
mercio; los habitantes son muy industriosos, y las muje-
res se dedican á la fabricación de tejidos inimitables y de
extraordinario mérito.
A corta distancia se ve la islita de Guimarás con ricos
manantiales de aguas, y después la de Negros, fértil hasta
la abundancia y una de las mejor cultivadas de Filipinas.
El estrecho de Tañon separa su costa de la de Cebú,
provincia de gran importancia por su buen puerto, por
su producción, y por el papel que representa en la his-
toria del Archipiélago.
La isla de.Bohol, próxima á las playas septentriona-
les de Mindanao, termina esta serie de tierras que corre
. formando un ángulo con las que partiendo del S. O. de
Mindoro elevan la isla de Bumayan, la de Calamián, y la
Paragua, que mide 400 kilómetros de longitud, y en cuya
interior, donde se elevan montañas de 3,000 pies de al-
tura, habitan tribus no sometidas todavía.
Terminando la estensa línea del Oeste se descubre la isla
de Balabac, de clima poco salubre y escasa producción,
separada por el estrecho de su nombre de la tierra de
Banguey que pertenece ya á los dominios de Borneo.
5 '
— 26 —
Breve y sumaría la anterior descripción del archi-
piélago filipino, es suficiente para que el lector alcance
cuanto es el valor de esas provincias, cuya es la gloria
de hacer flotar la bandera española sobre las vastas su-
perficies oceánicas.
La posición geográfica, el gran desarrollo de las cos-
tas, la importancia de los puertos naturales, y la ines-
timable valía de las tierras, reservan á Filipinas un lugar
preferente entre los países marítimos. El día que esto su-
ceda, nuestra nación habrá recobrado su antiguo poder
colonial, y será envidiada por todas las potencias del con-
tinente europeo y por las que en América aspiran al cetro
de la moderna civilización ¿
ARTICULO SEGUNDO.
§. I. Estructura y composición del suelo. — El atraso re-
lativo de los estudios geológicos en Filipinas, hace muy di-
fícil en la actualidad poseer un conocimiento exacto del-
— 27 —
origen de los terrenos y de su composición mineralógica.'
Bien puede decirse que la ciencia de Werner nace ahora
en el Archipiélago, pues los trabajos aislados de sabios in-
genieros españoles y de algunos naturalistas extranjeros,
no son, por desgracia, bastantes á los fines de la ciencia,
que exije aquí vastos estudios que sólo siendo constantes y
especialísirnos, podrán resolver los problemas que encierra
un suelo casi del todo inesplorado. ( x )
Desde luego puede asegurarse que en esta se marca
más que en otras regiones la influencia de los agentes
naturales que desde épocas remotas han contribuido len-
tamente á la actual configuración de los terrenos. Los orí-
genes de algunos suelos, su desigual distribución, las pro-
fundas dislocaciones de las tierras, y otras señales de
trastornos sucesivos, prueban cuan potente ha sido la ac-
ción de los temblores, de los agentes atmosféricos, de los
volcanes, y del mar.
El estudio de esos trastornos, siempre interesante, es
muy curioso aquí, donde muchos de ellos se verifican en
(1) Los primeros trabajos dignos de mención en esta materia son
los del ingeniero Sainz de Baranda, publicados en los Anales de Minas
en 1841 con el título Constitución geognóstica de las Islas Filipinas. Ante-
riores á ellos sólo existen estudios muy incompletos, como los de Off-
man y Meyen, y ligeras indicaciones consignadas en crónicas religio-
sas. Después de Sainz, los viajeros alemanes Semper y Jagor empren-
dieron una serie de curiosas investigaciones, notables las del primero
por sus noticias acerca de la formación madrepórica del Archipiélago,
y no menos interesantes las del otro que logró reunir una colección
de rocas cuyo análisis hizo después el sabio profesor Roth, que pu-
blicó el resultado de este trabajo en los Anales de la Academia de Ciencias
de lkrün. Entre los- estudios hechos por naturalistas extranjeros deben
también citarse los de Richthofen acerca de las calizas numulíticas de
algunas islas, y nlros de J. Itier, Danbrée, Veitch, Perrey, Chevalier
y los recientes de un ilustre geólogo francés. Posteriores á estos son
los curiosos del P. Fr. Antonio Llanos, que publicó la Revista de los
progresos de la ciendaj y los notabilísimos de los ingenieros españoles Jor-
dana y .Centeno; que en repetidas exploraciones recogieron preciosos da-
tos acerca de la geología de muchas islas y de los yacimientos hulltfe-
ros de Luzon y Visayas.
— 28 —
los momentos actuales, pudiéndose asi observar los con-
tinuos cambios á que da origen en algunas islas la acción
simultánea de aquellas fuerzas.
Siguiendo con algún cuidado la historia de esas trans-
formaciones y relacionándola con otros fenómenos, puede
apreciarse el fundamento con que la geología rechaza hoy
la existencia de esos cataclismos sobrenaturales en los que
muchos sabios veían, el origen de islas y continentes.
Refiriéndose á nuestra colonia, la observación de fenó-
menos recientes explica cómo las aguas del Pacífico des^-
truyen sin cesar las costas orientales de Luzon y Minda-
nao, separando de ellas grandes estensiones de terreno, y
formando numerosos senos y bahías en las playas más
bajas.
Examinando la configuración de estas tierras se ad-
vierte, ademas, que avanzan hacia el O. y se retiran del
E M lo cual confirma el aserto del célebre naturalista que
decía que las aguas del Océano ganaban terreno en las
costas orientales y lo perdían en las occidentales/ Los es-
tensos mares del E., frecuentemente agitados por la mon-
zón que lleva la lluvia á la contra-costa, combaten esta
parte en Luzon y en Samar, ocasionando desprendimien-
tos y denudaciones como las reconocidas por Jagor en
este último punto. Parece, pues, indudable la acción de
las aguas del Pacífico y el movimiento de las tierras de E.
á O., cosa que importa mucho, y que nosotros hemos te-
nido muy en cuenta al estudiar los hechos relacionados con
el origen del Archipiélago.
Las erupciones volcánicas, que tan interesante papel
juegan , en; 1^ \ formación de los países oceánicos, han sido
causa en Filipinas de levantamientos considerables y de
mutaciones que cambiaron el aspecto y composición de
— 29 —
las capas terrestres. La poderosa energía de esta fuerza
nos explica bien la separación de algunos terrenos entre
los que existe hoy una perfecta semejanza geológica.
Los efectos de los temblores de tierra pueden, por
desgracia, apreciarse bien, estudiando los últimos tras-
tornos que con espantosa violencia cambiaron la forma
de las costas y el curso de grandes rios en Mindanao y
Luzon.
A la influencia de los agentes atmosféricos debe re-
ferirse la descomposición y transformación de muchas ro-
cas; los terribles huracanes que en determinadas épocas
asolan las principales islas, son causa de alteraciones en
las más estensas cordilleras y eñ las llanuras, que por
otra parte sufren la acción constante de las monzones. Las
lluvias torrenciales en esas comarcas, originan acarreos
que contribuyen á la formación de valles feracísimos y de
estensas mesetas.
. Conocida la importancia de unos agentes que continúan
hoy la obra de muchos siglos, debe fijarse la atención en
las condiciones especiales que ofrece el sistema orográfico
del Archipiélago, considerando el aspecto general de las
principales cordilleras, cuya estructura estudiaremos des-
pués con más detalle.
Generalmente las tierras filipinas se presentan apoyadas
en grandes montañas que después de recorrer el interior
de las islas en dirección longitudinal, van á perder sus
últimas estribaciones en la proximidad de la costa ó en
las aguas del mar. La dirección de esas cordilleras es pa-
ralela, casi siempre, al eje mayor de las tierras, y sus ra-
mificaciones comprenden valles más ó menos estensos, pero
poco profundos, que reciben los productos de la denuda-
ción de las cumbres.
— 30 —
En algunas islas varía el sistema orográfico, viéndose
en Panay, por ejemplo, un alto núcleo central del que
parten las grandes cadenas que recorren la comarca.
Los montes del Archipiélago no presentan esas di-
latadas mesetas tan numerosas en los continentes, y sólo
vemos en ellos algunos valles centrales relativamente muy
elevados, cuya extensión es causa de que las llanuras bajas
queden bastante reducidas y las playas muy estrechas.
En las cercanías del rio Grande de Mindanao existen,
sin embargo, llanos de muchas leguas de superficie, y
en Luzon, entre la bahía de Manila y el golfo de Lin-
gayen hay una gran explanada, ocupada hoy por las pro-
vincias de Pangasinan y Pampanga, que algunos creen
de origen reciente, pretendiendo que ha sido formada por
la fuerza volcánica y por los acarreos de grandes rios
que desde los montes próximos llevan sus aguas á la ci-
tada bahía.
También en las islas más pequeñas hay terreno mon-
tuoso cubierto de lozana vegetación.
No es posible hoy señalar la antigüedad de los ter-
renos que componen el Archipiélago; para esto serían
necesarios datos y observaciones indispensables á la so-
lución de ese importante problema. Algunos autores, fun-
dándose con Jagor en la composición de las rocas de va-
rias provincias, creen que la formación de las islas no va
más allá del periodo eoceno de la época terciaria; y otros,
entre ellos Semper, dan á las tierras oceánicas mayor
edad. Después volveremos á tratar este interesante- punto
de geogénia, exponiendo el resultado de observaciones
propias.
Al estudiar la disposición del suelo filipino, se aprecia
la arbitraria colocación de sus principales elementos, tras-
— 31 —
tornados con frecuencia por las grandes fuerzas de la na-
turaleza, y descompuestos hasta el punto de gue, como
observa Roth, en muchas localidades es imposible cla-
sificar las tierras. Sus montañas son de origen volcánico
unas, y de formación sedimentaria otras, encontrándose
también rocas cristalinas que representan los elementos á&
la época primitiva. ( x )
La existencia de terrenos volcánicos y de sedimento
se ha comprobado también en los montes de Panay y en
las extensas cordilleras de Mindanao. La formación sedi-
mentaria tiene gran parte en el subsuelo, dominando
la arcilla en muchas comarcas, y encontrándose en otras
extensos bancos de caliza cuya edad aún no está bien
determinada. Depósitos de arenisca, arcilla, y caliza, re-
presentan en todas las islas la formación terciaria, vién-
dose además en algunas restos de numulites cuya pre-
sencia basta á los autores para fijar la antigüedad de
todo el Archipiélago. Debe observarse, sin embargo, que
las capas terciarias descansan en varias regiones sobre
otras de origen primitivo, como las de gneis y granito
del Norte de Luzon. Cubriendo las calizas y arenas del
periodo eoceno hay rocas volcánicas modernas, encontrán-
dose en abundancia tobas y labas doleríticas que contri-
buyen á la formación de extensas cordilleras.
Existe en Filipinas otro elemento importantísimo al
cual deben su actual conformación varias islas. Nos refe-
(1) Acerca de estos hechos da curiosas noticias el Sr. Centeno,
que describiendo las grandes montañas que rodean el valle regado
por el rio Abra, asegura que las estribaciones orientales de esa cor-
dillera son de origen ígneo y las occidentales sedimentarias, y hace
notar que el rio mencionado abre su cauce en la confluencia de esas
dos formaciones.
— 32 —
rimos á la formación madrepórica, que por sí sola ha
sido origen de muchas tierras emergidas, y cuyo estudio
es por todo extremo interesante.
Todavía, antes de concluir, hemos de consagrar algún
espacio á describir los yacimientos hullíferos de Luzon y
Visayas. Ea ei ailo 1842 se descubrió la hulla en varios
puntos de la costa oriental de Luzon; primero en la pro-
vincia de Albáy, después en los montes de Carnarios Sur.
Inmediatamente se emprendieron varias esplotaciónes, que
pronto se abandonaron. Considerados esos depósitos como
capas de lignito no se les concedió gran importancia hasta
que realizó nuevos trabajos el ingeniero Sr, Centeno, que
tantos servicios ha prestado á la geología filipina. Hoy es
bien conocida la naturaleza de esos depósitos, formados
por grandes capas de hulla, que miden considerable es-
tension. La del distrito de Gátbó alcanza en la superficie
un espesor de siete metros, y se encuentra entre lechos
de arcilla gris azulada, que alternan á veces con bancos
de pudinga y cantos cuarzosos. En estas capas no exis-
ten fósiles, y sólo han podido observarse algunos vesti-
gios que indican especies vegetales de la flora de aquel
periodo.
Las cuencas hullíferas de Cebú ocupan una gran zona
y sitúan sobre capas de arcilla y arenisca que siguen
la dirección de una faja de caliza blanca azulada y muy
dura, que corre paralela á la costa oriental de la isla.
Existen en esta, cuatro capas principales con exacta re-
lación entre sí, aunque no es igual su composición, pues
en unas abunda la pirita de hierro y otras carecen de
este metal.
El Sr. Centeno ha hecho importantes observaciones
acerca de la dirección de las cuencas carboníferas del Ar-
-33 —
chipiélago, encontrando que si se siguen con una línea
imaginaria las capas de Luzon hacia el S. E., después de
atravesar el estrecho de San Bernardino se descubren los
yacimientos hullíferos de la costa occidental de Samar.
La misma circunstancia puede apreciarse en los depósitos
de Gatbó y Caramoan, si bien el de la isla de Batán se
desvía un poco al E.
De ^tos hechos, debidamente comprobados, se de-
duce la existencia de una gran cuenca que desde la pe-
nínsula de Caramoan, en Luzon, se dirige al S. S. E.
y termina en Samar, después de pasar por Jos senos de
Albay y Lagonoy y el estrecho antes mencionado.
Los yacimientos de Cebú tienen también alguna rela-
ción con los descubiertos recientemente en Negros, pues
su orientación hizo ya sospechar lo que luego quedó conr
firmado al ver que los estratos que en una de estas islas
se hunden en el mar, reaparecen en la tierra opuesta con
iguales condiciones mineralógicas, la misma estructura, é
idéntica composición.
Aparte de la importancia de estos hechos, que en otro
lugar apreciaremos, la existencia de la hulla nos lleva
hasta la época de transición, cuando tratamos de estudiar
la historia física de las Islas.
§. II. Terrenos volcánicos. — La abundancia de ciertos
materiales, y los numerosos cráteres que hoy se abren en
las montañas del Archipiélago, fueron motivo bastante
para que la mayoría de los autores creyera en el origen
esencialmente igneo de unas tierras que, por el contra-
rio, descansan en terrenos de sedimento ó en depósitos
fosilíferos, como se demuestra en los últimos notables tra-
bajos de Semper y Roth.
La formación volcánica es, sin embargo, muy impor-
— 34 —
tanté en Filipinas y merece estudiarse con especial cui-
dado. Ella puede señalarse como la principal causa de
esa asombrosa fertilidad de muchas comarcas cuyo suelo
cubierto por restos Ígneos descompuestos, es depósito de
frutos codiciados por la industria y el comercio.
Si alguna prueba necesitaran los razonables asertos de
M. Truchot, que .sostiene que las tierras volcánicas son
extraordinariamente fértiles, cumplidísima la encontraría-
mos en la producción filipina, que á esta circunstancia
debe en gran parte sus escelencias.
Los terrenos de esta clase abundan mucho en el Ar-
chipiélago, y no existen islas que en más ó menos grado
dejen de acusar los efectos de tan poderosa fuerza.
En Luzon hay grandes tobas de estructura y colora-
ción muy varia, que se presentan aisladas en algunas re-
giones, y forman en otras inmensos bloques que los in-
dígenas cortan en sillares para la construcción. En las
cercanías de Manila se ven depósitos de tobas grises y
amarillentas cuya formación es moderna.
Abundan las tobas silíceas en las provincias de Cama-
rines, Tayabas, Bulacan y Albay, donde en gran cantidad
se encuentran también conglomerados de piedra pómez,
pequeños trozos de lava con cristales de feldespato y
augita entre areniscas volcánicas, que presentan algunos
fragmentos de traqúita en las inmediaciones del volcan
de Taal.
Las arenas son parte constitutiva del suelo en el Norte
de Luzon, sobre todo en los distritos de Lepanto y en el
de Benguet.
En las estribaciones de los montes Caraballos hay res-
tos minerales que no permiten dudar acerca del origen
volcánico de algunas de esas cordilleras. Ya hemos ci-
— 35-
tado antes las investigaciones del Sr. Centeno, quien encon-
tró en las montañas que limitan el valle del Abra, rocas
traquíticas, y diorítas con cristales de horblenda y hierro
magnético. Además, en las costas occidentales vemos los
montes de Mariveles, que desde las más altas cumbres
hasta las estribaciones que se hunden en la bahía de Ma-
nila son de formación volcánica. De igual naturaleza es
el Arayat, montaña de forma cónica, limitada por gran-
des escarpas, que se eleva en las llanuras de la Pampanga.
Recorriendo la cordillera que separa las provincias
de Zambales y Pangasinan, se ve una columna de 200
pies de altura, llamada por los naturales Pinatubo, y que
algunos han creído una gran masa de basalto.
En la parte Norte del volcan de Albay existen rocas
de testura muy fina y color gris, y doleritas porosas descom-
puestas por la acción de las fumarolas. Además, en uno
de sus viajes encontró Jagor restos de rocas porfídicas
representadas en trozos de feldespato mezclados con cris-
tales de augita. Nosotros hemos visto algunos hermosos
ejemplares de esta última especie mineral, que debe ser
muy abundante en la zona que rodea el Mayon.
Las últimas ramificaciones occidentales de los montes
Caraballos ofrecen grandes conglomerados de arcilla, y
tobas doleríticas y silíceas cubiertas por una capa de tierra
vegetal con un espesor de más de un metro. Esas tobas
forman largos bancos en las márgenes de algunos rios, y en
los de Albay se depositan enormes cantidades de areniscas.
Como se ve, los elementos de origen volcánico son en
Luzon muy importantes, debiendo advertir que á ellos se
mezclan en algunas comarcas, otros primitivos ó porfídicos,
que aparecen al lado de sedimentaciones calizas y arci-
llosas.
— 36 —
En Sainar hay tobas volcánicas, de estructura igaal
á las de Alba y, que presentan en su masa cristales de
augita y fragmentos de hierro magnético.
Los escasos datos recogidos en Leyte sólo nos per-
miten indicar la existencia de arenas con algunas espe-
cies feldespáticas.
Menos característicos son los ejemplares de la isla
de Panay, en la cual no hemos encontrado muchas se-
ñales de la fuerza volcánica, pues sólo en los montes que
rodean la provincia de Uoilo se perciben á veces emana-
ciones de un gas inflamable, y en las cercanías de Du-
mangas se ven tobas y conglomerados en los que hemos
podido reconocer algunos cristales de feldespato.
En las inmediaciones del volcan Malaspina, en Negros,
hay conglomerados y areniscas volcánicas en mucha can-
tidad.
Ya hemos dicho antes que el interior de Mindanao
es casi desconocido; por éso no estrañará que de los ter-
renos de aquella dilatada zona se pueda saber poco, y
menos de su origen y naturaleza. Al tratar de la oro-
grafía de esa isla hemos de describir, sin embargo, dos
montañas que los naturales nombran Apo y Macaturing,
cuyo origen volcánico es indudable. En ellas encontró
el ingeniero español Sr. Vidal, fragmentos brechiformes
de cuarzo, unidos entre si por un conglomerado de arcilla
y hierro. También al Norte de Pollok, y formando la mar-
gen derecha del rio Parang-Parang, existen rocas porfídicas
con pequeños cristales de feldespato blanco. En un viaje
que hicimos en el año 1876 desde Pollok á Cottabato, en
compañía del alférez de navio Sr. Villamil, pudimos re*
conocer una larga toba volcánica en cuyo interior encon-
tramos fragmentos de augita. Otras especies de la mis©a
-37 —
naturaleza hemos visto ea la costa que limita la bahía Ma-
na; y en algunos puntos del interior, á donde llegaron
atrevidos viajeros, existen lavas y conglomerados de piedra
pómez cubiertos en gran parte por aluviones modernos.
A juzgar por las señales de esos terrenos, la formación
de Mindanao es más antigua que la de otras islas del Ar-
chipiélago, ya que dominan en ella las rocas plutónicas,
primitivas unas y porfídicas muchas.
§• III. Formación sedimentaria.— Su estudio es de inte-
rés en Filipinas, poFque además de que en gran parte
constituye el suelo de numerosas islas, en sus tierras se
encuentran quizás datos preciosos para el .geólogo.
Si analizamos esas estensas capas de arcilla, cal y arena,
podremos ver en ellas señales de otras edades, y restos cuya
significación es muy grande. En los terrenos arcillosos en-
contramos fragmentos de cuarzo y feldespato que acusan
la existencia de la roca primitiva descompuesta por la ac-
ción del tiempo y de los agentes naturales, cuyos ele-
mentos se reúnen en muchas islas para formar estensos
depósitos silíceos.
Entre las calizas hay unas producto de la sedimentación
directa de las aguas, que se presentan en lechos cubiertos á
veces por otros de arcilla; con frecuencia se ven también
bancos calizos producidos por la acumulación de restos or-
gánicos y fósiles que forman enormes masas cuya longitud
alcanza algunas leguas.
Las areniscas, los cantos rodados y guijarros, forman
con los terrenos de aluvión las costas bajas y algunas lla-
nuras en que abundan elementos silíceos muy variados.
En los montes de Luzon existen muchos depósitos se-
dimentarios, que ya sabemos forman parte de la cordillera
del Abra.
— 38— •
Una estensa zona de la isla de Samar y {os valles de
Panay son de sedimento, predominando en estos últimos
la arcilla y los conglomerados silíceos.
Los fragmentos de rocas porfídicas que hay en Minda-
nao, están rodeados por terrenos de arena y arcilla que en
algunas comarcas llegan á las márgenes de los grandes rios.
El Sr. Vidal asegura que los montes de Tamontaca están
constituidos por capas alternas de arenisca y caliza, dis-
posición que nosotros hemos observado también en la co-
lina de Cottabato. En la provincia de Zamboanga las are-
niscas y arcillas mezcladas con tierras de aluvión, forman
las últimas estribaciones de algunas montañas.
Estos terrenos son muy numerosos en otras islas, y
deben guardar estrecha conexión con los de las costas de
Célebes y otros archipiélagos del S. E.
ARTICULO TERCERO.
§. I. Aluviones modernos. — La abundancia de estos se
explica bien en un país montuoso donde las lluvias torren-,
cíales son frecuentes. Las islas que sufren más directa-
mente la acción de esas lluvias y la de las grandes ma-
reas, se hallan cubiertas de terrenos de aluvión cuyo orí-
gen es terrestre mas que marítimo. En la parte de costa
sobre la cual está situada la población de Iloilo (Panay),
es tanta la abundancia de materiales depositados diaria-
mente por el mar, que cada vez se aproximan más las
márgenes del rio de Jaro que desemboca en aquel, notán-
dose que se levanta mucho el fondo de la barra.
— 3$-
Los terribles liuracanes que azotan las provincias fili-
pinas originan casi siempre espantosas inundaciones que
destruyen comarcas enteras, y devastando cuanto se opone
á la impetuosa corriente de las aguas r transportan las
tierras á distancias enormes y cambian por completo las
condiciones del terreno^
A esto debe atribuirse la presencia de grandes capas
de arcilla que se estienden en las faldas de algunos mon-
tes y en las orillas de los rios, donde se mezclan con
cantos rodados, y con acarreos de rocas volcánicas»
Ed las costas son considerables los restos de conchas,
y entre las arenas se hallan á veces pequeños fragmentos
de rocas primitivas.
Aunque es frecuente encontrar aluviones cubiertos por
capas de arcilla ó caliza, lo general es que estos terrenos
se estiendan en la superficie, contribuyendo con los vol-
cánicos á la extraordinaria fertilidad del suelo filipino.
§. II. Formación madrepórica. — El estudio geognóstico
de las islas que se levantan sobre las aguas del Océano,
ha servido para dar á conocer el importantísimo lugar
que en la composición de las tierras, tienen esos pe-
queños zoófitos que viven y se multiplican en el seno de
los mares. La naturaleza de sus admirables construccio-
nes, que- parecen erigidas por una generación de gigan-
tes, fué desconocida de los antiguos, que las consideraron
primero de procedencia mineral y luego como plantas
marítimas.. Las investigaciones del ilustre Peyssonel, de-
terminando el verdadero origen de los corales, fueron el
punto de partida de una serie de importantes estudios
sobre la influencia y modo de ser de los pólipos y sus
habitaciones.
Sabido es que en el período jurásico de la época se-
— 40 —
cundaria, aparecen por vez primera esas grandes masas
debidas á una especie muy notable, los Eumonia radiata,
distinta de las que hoy viven en nuestros mares. Los ban¿
eos de zoófitos formaban entonces, como ahora, grandes
islotes y arrecifes de mucha estension originados por la
continua aglomeración de pequeños organismos que vi-
vían bajo las aguas á muy corta distancia de la superficie.
Los pólipos que en la actualidad habitan en el Océano*
y particularmente las astreas, las poritas, las cario fileas y
las meandrinas, son origen de muchas islas y arrecifes sufcn-
marinos cuya formación no era antes bien conocida.
Después de Peyssonef, los sabios que se dedicaron al
estudio de los corales, entre ellos Forster, Adelbert, Cha^-
miso y Humboldt, dieron á conocer la importancia de la
formación madrepórica. Es cierto que esta importancia se
exajeró por algunos, suponiendo que las rocas calcáreas
que se hallan en el interior de las Antillas y en el cen-
tro de otras grandes islas, reconocían ese origen. Esta hi-
pótesis, refutada por Humboldt, demuestra hasta que punto
se ha considerado capaz de llegar la poderosa acción de
los pólipos.
Los trabajos del célebre naturalista Darwin (*) pueden
considerarse en este punto, como una de las más bri-
llantes conquistas de la ciencia moderna. Conocida la es-
tructura y formación de los bancos madrepóricos, Darwin
determinó de un modo exacto la relación que estos tie-
nen con las elevaciones y depresiones de los continentes y
del fondo de los mares.
Las teorías darwinistas, aceptadas hoy en esta parte
por casi todos los geólogos, han sido combatidas por el
(1) « On the structure and distribu tion of coral reefs.»
— 41-
profesor alemán C. Seinper, al cual se deben notables
trabajos sobre la formación madrepórica de muchas islas
del Pacífica y en ■ particular de Filipinas, donde ba resi-
dido largo tiempo estudiando con rara perseverancia los
arrecifes de Luzon y Mindanao y los que costean las
islas Visayas. (*) De sus investigaciones científicas ha
deducido el profesor de Wurzburgo curiosas teorías opues-
tas á las del sabio inglés y que nosotros debemos estudiar
cuidadosamente, pues entendemos que son infundadas en
la parte que al Archipiélago se refiere*
Las grandes masas madrepóricas, que ya apoyándose
sobre las costas, ya aisladas en medio de los mares y
en forma de círculos más ó menos completos, se ofre-
cen á la observación de los navegantes, han sido estu-
diadas por Darwin, que explica su formación por la in-
fluencia de los pólipos ejercida en todas direcciones pero
á poca distancia de la superficie de las aguas; los arrecifes
de costa debidos á un levantamiento del fondo, dan origen,
según esta teoría, á las grandes capas calizas de algunas
islas, arrojando sobre las playas los restos del coral que
llegado á la superficie muere y se destruye bajo la acción
de los agentes atmosféricos. De aquí que, según aquel pro-
fesor, pueda por esos restos señalarse el movimiento de
las costas y de las tierras submarinas. Otras veces, arre-
cifes que se levantan á grandes distancias de las costas
tienen una forma anular y se hallan rodeados de mares
profundos, circunstancia, esta última, que ha llamado siem-
pre la atención de los sabios. En otro tiempo la forma-
ción de estos atóles, se atribuyó á la acción volcánica,
(i) Los estudios de C. Semper publicados en Alemania, han sido
traducidos por el ingeniero D. S. Vidal.
7
— 42 —
suponiendo que sobre los bordes de antiguos cráteres
submarinos elevaron los pólipos sus moradas; esta hipo-
tesis no soportó la crítica de algunos naturalistas que
resistieron admitir la emersión simultánea de innumerables
cráteres, cuyas señales no existen tampoco en la super-
ficie de los atóles. Según Darwin, que funda su teoría en
el conocimiento de las costumbres de los pólipos y en
los hechos observados en algunas islas, estos arrecifes son
debidos al hundimiento de las tierras; Los pólipos que
comienzan sus habitaciones á corta distancia de la su-
perficie del mar, van superponiendo sus productos y di-
rigiéndose á aquella según el fondo se deprime, y de este
modo se forman esas masas escuetas de una longitud asom-
brosa. El crecimiento de los atóles se relaciona así con
el hundimiento de las montañas, y este hecho lo ha confir-
mado Darwin con el testimonio de los indígenas que ha-
bitan el atol de Ebon, que refieren haber visto sumer-
girse un monte que ocupaba la laguna central.
Los arrecifes, combatidos en la superficie por los vientos
y las olas, son en parte destruidos, formándose canales que
Jos dividen en fragmentos más ó menos grandes, ó en
diversos grupos de islas; el interior se cubre con los
despojos del coral, que componen así estensos islotes en
los que pronto, crece una poderosa vegetación.
Fundado en los estudios hechos en los arrecifes del
Pacífico, combate Semper estas teorías y atribuye la con-
figuración de aquellos á la acción de las aguas y á la
estructura de las costas. Los pólipos, dice, elevándose en
medio de los mares se encuentran á veces combatidos por
impetuosas corrientes que impiden un desarrollo uniforme,
determinando el crecimiento vertical que da lugar á los
atóles. Cuando los poliperos se hallan en sitios resguar-
— 43 —
dados, ó en tranquilas ensenadas, el desarrollo es uni-
forme y se verifica en todas direcciones,, á semejanza del
de las ramas de un árbol. El naturalista alemán no ad-
mite, pues, esos- hundimientos del terreno, que según
Darwin son origen de la forma de los alóles, y no cree
posible tan considerable movimiento en el fondo del
Océano.
Nosotros, sin pretender tomar parte en esa discusión,
y fundándonos en los estudios hechos acerca de la forma-
ción madrepórica de Filipinas, nos adherimos desde luego
á la opinión de Darwin»
La relación que existe entre los bancos de madrépo-
ras y los movimientos de las tierras, es de tal importan-
cia, que nos obliga á esponer con alguna detención estas
teorías en las cuales se hallan los fundamentos- de hechos
que después hemos de analizar.
Si se examina la estructura de esos pequeños orga-
nismos cuyas secreciones son la base de muchas islas,
llama desde luego la atención la imposibilidad de su desar-
rollo á grandes profundidades.
Los trabajos más recientes demuestran que son muy
pocas las especies marítimas que viven más allá de una
profundidad de 50 metros; y si bien es cierto, como es-
cribe Semper, que Pourtaiés y Ewards han descubierto
algunos seres que habitan á mayores distancias de la su-
perficie de las aguas, debe tenerse en cuenta la organi-
zación especial de estos animales, en armonía siempre con
las presiones que soportan. No sucede esto con los poli-
pos, pues las curiosas investigaciones de Quoy y Guimard,
prueban que no es posible su desarrollo en profundidades
mayores de 20 metros. Lo mismo pasaba con los zoófitos
del período jurásico, que crecían en idénticas condiciones
— 44-
formando estensas arrecifes. Es, pues, indudable que las
corales no crecen en los grandes fondos, siendo poF esto
necesario aceptar con Darwin que á medida que las tier-
ras descienden, la vida abandona la base de los polipe-
ros, dirigiéndose á la superficie» Para esto es indispensa-
ble admitir previamente el descenso del terreno, que Sem-
per cree imposible, sin tener en cuenta que á mas de
tratarse de un hecho comprobado» sus argumentos se vuel-
ven contra la teoría por él defendida, en la cual se ad-
miten esos movimientos en un sentido contrario. Si ra-
zones tiene el geólogo alemán para creer en un levan-
tamiento simultáneo del fondo de los mares, muchas más
hay para explicar los hundimientos de éste; bastando esta
consideración á refutar los escrúpulos del sabio profesor.
Cita éste en apoyo de su teoría el ejemplo de la isla
Ngaur, que en un pequeño espacio presenta arrecifes de
costa y átales; es decir, arrecifes que serían debidos» según
la teoría darwinista, al levantamiento y al hundimiento
del fondo. Pero nosotros nos explicamos perfectamente este
hecho, por las múltiples sacudidas de las tierras oceáni-
cas, que asi en esa isla como en las .Filipinas ofrecen se-
ñales evidentes de grandes trastornos.
Por otra parte, ¿si la forma de los atóles se relaciona
con un levantamiento, cómo este no traspasa los límites
donde se desarrollan los pólipos? ¿Cómo no se ha obser-
vado la emersión de tierras nuevas en los sitios ocupados
por esos atóles? Lejos de esto, los hechos prueban que is-
lotes colocados en el interior de aquellos arrecifes- han
desaparecido bajo el fondo de las aguas. Semper, saliendo
al encuentro de sus adversarios, tiene cuidado de sobre-
poner la acción constante pero lenta de las corrientes y
de la atmósfera, á la enérgica acción volcánica, sin ob-
- 43 —
servar que no es posible admitir este hecho mas que en
casos muy determinados.
Después de esto, nosotros creemos como el doctor ale-
mán, que debe concederse gran importancia á todas las
causas físicas que ejercen influencia más ó menos directa
sobre los poliperos, pero sin que por ello dejemos de acep-
tar la teoría de los hundimientos submarinos.
Refiriéndonos ahora á los arrecifes del Archipiélago,
debemos ante todo consignar que en ellos no se ven res-
tos de antiguos zoófitos; en las capas de caliza madrepó-
rica que forman el subsuelo de algunas islas no se han
encontrado tampoco vestigios de aquellos seres, lo cual
hace suponer que esta formación no influyó sobre las tier-
ras primitivas de Filipinas.
Los bancos actuales que se estienden á lo largo de las
costas, tienen en algunas islas gran desarrollo, si bien en
este punto se han exagerado los hechos por Dana y otros
autores que afirman la existencia de arrecifes elevados á
una gran altura.
Las madréporas, levantándose sobre las playas, han
contribuido á la estension de muchas islas, entre ellas la
de Cebú. Todo el grupo de las Visayas se halla rodeado
por fajas de arrecifes que forman con las costas canales de
diversa anchura. Los bancos que bordean la isla Panglao,
al Sudoeste de Bohol, son debidos según Semper á las cor-
rientes que vienen del estrecho de Surigao y de la costa
oriental de Cebú. Al Norte de Bohol se estiende el bajo
de Danajon, rodeado por pequeños islotes y escollos de
coral, y en las inmediaciones de las islas Cuyos se alzan
también poliperos que vienen á apoyarse sobre las tierras,
á corta distancia de la superficie.
Entre la costa occidental de Mindoro y el grupo de
— 46-
Calamianes, se ve la isla y bajo de Apo, que Semper cree
un atol, y mide próximamente 30 kilómetros en -su mayor
longitud-
Dirigiéndonos á las tierras del Sur, encontramos los ar-
recifes de Mindanao, notables en algunos puntos, sobre
todo en los canales de la costa meridional donde los is-
lotes, que en esta parte parecen desprendidos de la masa
principal de la isla, se hallan relacionados eon fajas ma-
drepóricas de grandes dimensiones.
Los arrecifes de Luzon ejercen también influencia sobre
algunas costas que se encuentran hoy en notable creci-
miento. Estos depósitos, que aumentan incesantemente, se
hallan en el interior de la isla formando estensas <;apas
de caliza que contribuyen á la estructura actual de los
terrenos elevados del fondo de los mares por esos seres
cuyas obras son admiradas por los hombres.
g. III. Fósiles del Archipiélago. — En Filipinas, donde se
han hecho pocos trabajos geológicos, y donde escasean
también las labores de minas importantes, no han po-
dido adquirirse datos positivos sobre este punto, siendo
por esto muy aventurado negar la existencia de fósiles
en terrenos desconocidos aún en la superficie. No creemos,
pues, con algunos autores, que los conocimientos actuales
permitan suponer la carencia de seres anteriores á nuestra
época; para esto es indispensable que trabajos detenidos
demuestren el hecho de un modo que no deje lugar á
dudas. En las obras de Semper se habla de fósiles encon-
trados en el Norte de Luzon y en Cebú, pertenecientes á
terrenos antiguos cuya estructura no está aún bien es-
tudiada.
En Luzon y en Samar se han recogido gran número
de fósiles semejantes á las especies actuales, y en 1861
— 57 —
el R. P. Fr. Antonio Llanos clasificó algunos hallados
en las llanuras de Tailac, entre los cuales abundaban
Berenices, Trochus, Meandrinas y Asireas.
En el pueblo de Camiling existen bancos fosilíferos
que contienen Pholas encerradas en tobas volcánicas cu-
biertas de caliza en la cual se ven Serpulas fósiles que
según el Sr. Centeno pertenecen á la especie Hexágona.
Callery ha clasificado algunos restos del distrito de
Sual, pertenecientes á las especies Portunus leucodon, y Nop-
tacus Latreillei.
En la provincia de la Laguna ha encontrado el Dr.
Martens, especies del Tapes Virgineus y del Cerithium mo-
niliferum, y éste profesor ha clasificado además los fósiles
de la isla de Samar que se hallan en bancos calizos y
pertenecen á los géneros Plicatula depressá, y varias es-
cies de Yoldia, Pleurotoma, Creseis y Denialiam, con otras
de Venus hiantina, Venus Squamosa, Córbula crassa, y Ná-
tica unifasciata.
En las inmediaciones de la cueva de Sogoton, se ven
fósiles de los géneros Ostrea y Cornucopia. El Sr. Vidal
ha examinado en Mindanao algunos fósiles modernos en-
contrados en la colina de Cottabato, de los géneros Astrea,
Peden, Cardium, y Oliva.
A esto se reduce lo que se conoce hoy sobre los fó-
siles del Archipiélago, que como se observará, son todos
de especies que viven actualmente en los mares de la
Oceanía.
— 48-
ARTICULO CUARTO.
g. I. Cordilleras. — Las montañas, que según la frase de
Buacher forman el armazón huesoso de la tierra, modifi-
can de tal modo las condiciones climatológicas, que mu-
chas veces ellas por sí determinan el grado de salubridad
de los pueblos. Su posición y altura ofreeen obstáculos
poderosos á la aceion de las corrientes atmosféricas ó
les imprimen una dirección y velocidad anormal; sus fal-
das cubiertas de gran vegetación, acumulan las nubes que
deshaciéndose en lluvia dan origen á corrientes poderosas
y á multitud de riachuelos, en los que encuentran los
llanos gérmenes preciosos de fertilidad; de sus altas cum-
bres arrastran las aguas diversos materiales que cambian
ó modifican la conformación de los terrenos, y todas
estas circunstancias hacen de la orografía un ramo de la
ciencia cuya utilidad es aún mayor, tratando de un país
que encierra en sus montes los más preciados tesoros.
Las especies arbóreas del Archipiélago son tan varia-
das y numerosas, que su estudio basta á consumir la
actividad de muchos hombres.
Penetrando en el interior de esos inmensos bosques tro-
picales, el hombre admira la Naturaleza, representada enér-
gicamente por árboles gigantes cuyas verdes copas se
mueven al impulso de la vida de los espacios; en las
fragosidades de los montes se ven confundidas todas las
sublimes armonías del arte divino del Creador, y la ima-
ginación más poderosa reconócese deficiente ante esos mag-
níficos cuadros que la mano del hombre no podrá nunca
imitar.
— 49 —
Los montes de Filipinas, cubiertos de inmensas rique-
zas forestales, son el asombro del naturalista, que encuen-
tra en sus vertientes especies desconocidas que hasta hoy
nadie ha clasificado. ( £ )
En ía isla de Luzon se elevan las cordilleras que for-
man la base de toda el sistema filipino r y marean el or-
den de los diversos terrenos. En el distrito del Príncipe, á
los 15* 33' latitud N*, y próximo al sitio donde la costa
forma la ensenada de Dingalan, se levanta el nudo cen-
tral del cual parten tres órdenes de montañas que cruzan
la isla y comprenden en sus ramificaciones extensos va-
lles regados por rios caudalosos.
Una de estas cordilleras sigue casi exactamente,, con
el nombre de Sierra Madre, la dirección de la costa orien-
tal; atraviesa en toda su longitud el distrito del Príncipe,
y las provincias de Nueva- Vizcaya, Isabela, y Cagayan; y
termina por el Norte en el cabo Engaño. La* montaña, que
en la primera mitad de su trayecto deriva al N. N. E. , se
inclina como Ja costa masab N. cuando llega á la altura de
la ensenada de Parauan, y va á perderse en la costa de
(1) Varios ingenieros españoles han tratado este asunto, y los Sresv
Vidal y JTordana han expuesto elocuentes datos que prueban la urgen-
cia áe fomentar los estudios- litografieos.
La clasificación que sigue, tomada de una excelente* Memoria de
D, Sebastian Vidal,, dará ái los= lectores Mea de la riqueza forestal de
Filipinas.
Maderas empleadas- ens la construcción dé' muebles d'e lujo* — Ébano-. — Cama-
gnn. — Bolongila. — Tíndalo. — Narra. — Malatapay. — Alintatao*. — Ca-
muning.
Para lar construcción: de' muebles orditvarios^ — Láñete*. — Narra blanca.-*
Lanutan. — Malarujat. — Antipolo.
Paira construcciones ñámeles. — YacáF. — B'éti SI. — Düngon . — Ipil . — M"o-
lave. — Bañaba. — Guijo.— Batitinan. — ütlangachupuy..— Amunguis, — Pa-
Iomaria.
Para la construcción de canoa*. — Tangite. — Lauaan. — Malaanonang.—
Balao. — Mayapis.
Para edificios — Molave.— Ipil. — Supa.— Balao*.— Dungon.— Bañaba. —
Yacál. — Amunguis — Batículin.— Malatumbaga.
Para cajonería — Caíanlas. — Tangili,— Mayapis.
s
— 50 —
Gagayan, cerca de la islita de Palaui. La elevación de
esta sierra alcanza su máximum en el monte Moisés, que se
alza 1,283 metros sobre el nivel del Océano, y domina la
cumbre del núcleo central, qne el P. Buzeta cree la más
alta, siendo así que sólo mide 1,000 metros en uno de
sus picos. Su extensión longitudinal es próximamente de
300 kilómetros, en cuyo desarrollo da numerosas estriba-
ciones que corren á internarse en la provincia de Caga-
yan, formando, entre otros, los montes Cresta y. Ce-
táceo. El terreno es muy accidentado y cubierto por fron-
dosa vegetación, encontrándose en bosques espesísimos
abundantes y deliciosos frutos, que con la caza, consti-
tuyen el alimento de las razas que habitan aquellas fra-
gosidades. Las aguas que bajan de las cumbres se reúnen
en riachuelos numerosos, de los cuales unos recorren las
vertientes orientales y desembocan en los mares del Este,
y otros descienden por el lado opuesto para reunirse con
los que, proceden de los montes CarabalJos occidentales
y dar origen á los importantes rios que cruzan la pro-
vincia de Cagayan.
El monte Caraballo de Baler sirve de punto de partida
á otro orden de montañas que en dirección N. O. atra-
viesa la isla en su porción septentrional y llega ai Norte
para terminar en las inmediaciones de Punta Cabicun-
gan. Esta gran cordillera forma con la anterior un ángulo
en el cual se hallan comprendidas las provincias de Ca-
gayan, Isabela y Nueva-Vizcaya, limitadas por las estri-
baciones de las dos opuestas series.
El Caraballo de Baler, que se eleva 1,200 metros, se-
para la provincia de Nueva-Écija del distrito del Príncipe,
y después, por la parte septentrional, llega la cordillera
al Caraballo Sur, donde puede llamarse central, y forma
— 51 —
los montes Lucsen y Datta, de ios que salen pendientes
muy accidentadas que enlazan con las de otra sierra próxi-
ma. Después de un largo trayecto se encuentra el Pacsan
que alcanza una altura de 2,234 metros y en cuyas in-
mediaciones nacen las cadenas que se dirigen al S. O. y
por las provincias de llocos llegan á Punta Dile. Desde el
Pacsan se dilata la cordillera hacia el Norte, da origen á
diversas montañas y termina hundiendo sus tierras en la
costa septentrional.
Los inmensos bosques de estas dilatadas fragosidades
encierran variados productos, abundante caza y granos in-
mejorables que crecen cultivados por los naturales de esta
parte de Luzon, en que la agricultura alcanza un regular
desarrollo; numerosos afluentes recorren las faldas orien-
tales y occidentales, y llevan sus aguas á las provincias
limítrofes, que encuentran en ese elemento el germen más
activo de su prosperidad; por último, en esas escabrosas
laderas tienen su morada diversas tribus que por su orí-
gen y costumbres son dignas de estudio.
Vamos á terminar el ligero bosquejo que antecede
describiendo la serie de montañas que dirigiéndose al Sur
recorren importantes provincias y concluyen en la punta
más* meridional de la isla. Desde el Caraballo central se
extiende la cordillera por Bulacan, envía ramificaciones
al Oeste y forma los montes de Angat, que miden una
ialtura de 934 metros y encierran en su seno abundantes
criaderos de ricos metales. Estos montes son muy nombra-
dos en el Archipiélago, pues además de las minas poseen
dilatados bosques' de excelentes maderas.
De Bulacan y la Infanta sigue la sierra á la Laguna,
envía ramificaciones al Sur, y en el límite de* la provincia
de layabas eleva el monte Banahao, cuya cima se hafla á
— 52 —
2,233 metros sobre el nivel del mar ( 1 )-, y en él que se
supone la existencia de un antiguo volcan cuyos vestigios
oculta una vegetación casi impenetrable. Desde el Banahao
se ve á la cordillera dividirse en series que atraviesan di-
versas comarcas, y que sin guardar entre sí una exacta
relación siguen aproximadamente la dirección longitudinal
de las tierras. Asi observamos que en lá provincia de Ta-
cabas, unida por un estrecho istmo á la masa principal
de la isla, las montañas forman un eje longitudinal del
cual dependen cadenas laterales que terminan en Punta
Bondog. En los límites de Camarines la sierra da origen á
grandes terrenos que corren de Nordeste á Sudoeste y ele-
van en la porción septentrional el monte Laboo, del que
nace el rio de este nombre y la Sierra Colasi. Entre otros
menos notables, se encuentra en las inmediaciones de la
bahía de San Miguel el Isarog, de escarpadas # laderas y
fragosidades impracticables, aún para los más atrevidos
viajeros. En la provincia de Albay, cruzada por extensas
colinas, se elevan las montañas donde abren sus cráteres
los volcanes Bulusan y Mayón. Ríos importantes llevan
sus aguas desde esos montes al puerto de Sorsogón y al seno
de Albay; frutos de gran valía aprovecha en sus bosques
el natural; y entre la maleza que cubre los senderos, cons-
truyen míseras viviendas razas de origen/dudoso cuyas
costumbres nos ha dado á conocer el profesor Semper.
Además de los tres órdenes que dejamos estudiados
existe otro muy importante que recorre la parte occiden-
(1) La altura de este monte ha sido apreciada en distintas ascen-
siones, siendo una de las primeras, según Arenas, la del ^español Pi-
fieiro que fija aquella en 2,233 varas y 31 pulgadas. El americano Erd
halló una elevación de 6,500 pies ingleses. La. .cifra consignada en el
texto, es debida á los trabajos hechos por los Sres. Roldan y Moa-
tero, de la Comisión hidrográfica.
— 53 —
tal de Luzon y parece confundirse con las estribaciones
del Caraballo Norte. De la parte septentrional de la ba-
hía de Manila va esta cordillera á perderse en las aguas
del seno de Lingayén; ofrece en sus extensos dominios ele-
vadas montañas que contribuyen poderosamente á la fer-
tilidad y condiciones climatológicas de varias provincias;
forma primero la Sierra de Mariveles cuyas estribaciones
mueren en la costa; se continúa por el Norte hasta el
monte Redondo y el Pico de Santa Rosa; penetra en la pro-
vincia de Zambales, donde toma este nombre, y se di-
vide en grandes ramas que dan origen al monte Cuadrado
y al Pinatubo. Más al Norte llega al Iba, cerca del pueblo
llamado así, y manda una estribación que forma el Ma-
singloc y el Lanat, y después de servir de límite á las pro-
vincias de Pangasinan y Zambales, va á perderse en el
golfo de Lingayén, en las cercanías del pueblo y puerto
deSual. (*)
Por tan sumaria descripción podrá apreciarse la in-
fluencia poderosa que las montañas ejercen en esta isla
cuyo clima modifican en alto grado esas inmensas bar-
reras que encierran en sus entrañas dilatados senos donde
tienen su origen los más espantables fenómenos.
Siguiendo el estudio orográfico del Archipiélago, se
observa desde luego una exacta relación entre sus cordi-
lleras y los sistemas ya mencionados; así vemos que mu-
chas parecen una continuación de las estribaciones merir
dionales de Luzon, que hundiéndose en el mar aparecen
(U Las últimas recientes investigaciones hechas en esta zona por
el Sr. Centeno, han hecho creer á este ilustrado profesor que la pro-
vincia de Zambales fué en 9tro tiempo una isla unida hoy á la de
Luzon por las denudaciones y acarreos de las cordilleras próximas.
Esta curiosa teoría encierra gran interés científico, y sentimos que la
circunstancia de no haberse publicado aún el resultado de esos tra-
bajos, nos impida tratar de ellos en este libro.
— DI —
de nuevo para formar moles, de gran altura que cruzan
las tierras en toda su extensión. Poco conocido el interior
de Mindoro, tenemos tan solo noticias de una montaña
central que divide el suelo en dos mitades, oriental, y
occidental. En la parte situada más al Norte se alza el
monte Calavite, cerca del cabo de este nombre, y de él
se desprenden rios que llevan sus caudales á la bahía de
Paluan; después la cordillera se dirige al Sudeste hasta
encontrar el monte Halcón, cuya altura es de 2,702 me-
tros. Todas estas sierras se ven cubiertas de frondosas
especies vegetales, que se extienden hasta la proximidad
de las playas, por lo cual éstas son muy limitadas.
Al Sudoeste forman una larga serie las Calamianes,
de terreno montuoso poco explorado; la isla Paragua,
cuyas cordilleras siguen el eje longitudinal de las tierras;.
y Balabac, de playas estrechas y montañas elevadas, con
grandes estribaciones.
En el extremo inferior de Luzon, al Sudeste, vemos
las pequeñas islas deMasbate, Ticao, Burias y Marinduque,
y la tierra de Samar que presenta varias cordilleras pa-
ralelas entre sí, y dirigidas de Norte á Sur; en ellas ele-
van sus cimas los montes Capotoan y Mactaon que pa-
recen continuarse en la inmediata isla de Leyte cruzada
también por altas montañas, como Jas de Sacripante.
En Cebú la cordillera central corre de Nordeste á Sud-
oeste, próxima á Ja costa oriental, donde se elevan el.
Alpaco y el Ambubullo. Casi paralela á Ja anterior se le-
vanta en isla de Negros una sierra que divide en dos
porciones la superficie, y de la que forman parte el Si-
lay, el Mandalagan y el monte donde se abre el volcan
Malaspina.
Algo difiere de los anteriores el sistema orográfico de
00 —
Panay, pues de un núcleo central parten órdenes diversos
que recorren la isla en opuestas direcciones sirviendo de
límite natural á las tres provincias que la forman. El más
importante se inclina al Sudoeste y divide las comarcas
de Iloilo y Antique con los montes Sansanun, Buluntinao
y otros menos notables que apoyan sus estribaciones en
Punta Naso; otra serie se extiende hacia el Noroeste, se-
para las tierras de Antique y Cápiz, para terminar ea
Punta Nasog; y la última cadena se dirige al Nordeste y se
pierde en la costa oriental, después de cruzar por los pue-
blos más ricos de la isla.
La orografía de Mindanao está poco estudiada, y los
datos que hoy se poseen son tan incompletos como todos
los que se refieren á esta importante comarca donde la
dominación española es bien limitada. ( 1 ) Por las rela-
ciones y trabajos de ingenieros españoles se sabe, sin
embargo, que una extensa cordillera de gran altura corre
muy próxima á la costa oriental, semejando la prolon-
gación de las que atraviesan por Samar y Leyte. Desde
Surigao se inclina aquella al Sudeste, forma el monte
Tendido y los de Legaspi y Urdaneta, cuyas laderas se
pierden en las puntas de Tugas y Cauit, y aproximándose
más á la costa se inclina como esta al Sudoeste y envía
ramificaciones que dan origen al Calalan y otros montes,
extendiéndose hasta confundirse con las tierras que for-
(1) La colonización de esta isla ganó mucho con los trabajos de
los Recoletos, y adelanta en los últimos años, merced á los perseve-
rantes esfuerzos y laudables propósitos de la Compañía de Jesús. Los
celosos misioneros, á costa de grandes sacrificios, arrostrando penali-
dades innúmeras y sufriendo los rigores de un clima poco sano, pro-
siguen la noble tarea de civilizar tribus salvajes que resistieron siem-
pre toda extraña influencia. El número de infieles reducidos es ya con^
siderable, y para alcanzar este objeto los jesuitas han recorrido exten-
sas zonas incultas, han atravesado terrenos desconocidos, y han llegado
á puntos que jamás visitó el hombre europeo.
— 56 —
man el cabo San Agustín. En la vertiente oriental de esta
sierra nacen caudalosos rios que desaguan en las diversas
ensenadas de la costa.
Mas en el centro, y paralela á la anterior, se levanta
otra cadena de montañas muy poco exploradas todavía,
cuyos extremos llegan por el Norte á la extensa bahía Bu-
tuan y por el Sur á los límites de la bahía Sarangani,
El monte Matutung, el Maiyapay y la imponente masa
que sirve de base al cráter del Apo, elevado á 3,000 me-
tros, forman esta cordillera que puede considerarse como
la mas notable de la isla. Al Oeste se ve la de Sugut, que
de Este á Oeste encuentra los montes que terminan en la
provincia de Zamboanga y envia después numerosas ra-
mificaciones que en las tierras septentrionales y meridio-
nales originan los montes de Misamis y las costas que li-
mitan la bahía Illana y el seno de Sibuguey.
g. II. Rios. — La influencia que sobre el clima ejercen
los rios es muy marcada en Filipinas, siendo por ello pre-
ciso tener en cuenta que la cantidad de agua, el punto
de origen, y la velocidad de Ja marcha, son muchas veces
causa principal de grandes acarreos que modifican en parte
la superficie, producen inundaciones que devastan co-
marcas enteras, y contribuyen poderosamente á la hume-
dad de la atmósfera, ya directamente por su activa eva-
poración, ó bien aumentando la vegetación que cubre los
terrenos.
Al Noroeste de Luzon corre el rio Cabicungan, que .
partiendo de los Caraballos del Norte sigue su misma di-
rección y después de inclinarse al Este va á terminar en
«i mar cerca de la punta de su nombre. Este rio sirve de
límite oriental á la provincia de llocos, y en su marcha
da origen á varios riachuelos que fertilizan esta* parte de
— 57 —
la isla. Casi paralelos entre sí, y formando ángulo con el
anterior, corren otros hacia el Oeste, y después de regar
las provincias de llocos vierten sus aguas en el mar de
China. Más al Este, y ocupando casi el centro de Luzon,
se halla el Rio Grande de Cagayan, uno de los más cau-
dalosos del Archipiélago, que recorre extensos terrenos
y va á desaguar en la costa septentrional, en las inme-
diaciones del puerto de Aparri. Nace este rio en los Ca-
raballos que se elevan en la región meridional de Nueva-
Vizcaya, y atraviesa esta provincia en casi toda su longitud,
engrosado por numerosos afluentes que vienen unos de la
Sierra Madre y otros de los Caraballos occidentales. Entre
los primeros están, de Sur á Norte, el Disabungan, el Di-
tulap, el Abutuan y el Bintacan, que se reúnen todos en
las inmediaciones de Iligan, corriendo más al Norte el Ca-
bagan, mientras de las vertientes orientales bajan, primero
el Magat y el Sibbu, y más al Norte el Tanodan, el Cay-
cayan, el Saltan y el Pasib, que juntos forman el rio Chico
que á su vez desemboca en el Grande cerca dé Nagsiping.
Las provincias de Nueva-Vizcaya, Cagayan é Isabela, se
hallan, pues, surcadas en diversos puntos por numerosas
corrientes que fertilizan el suelo, pero que también lo en-
charcan y producen pantanos y esteros (*) que hacen el
clima de estas localidades húmedo y poco sano, pues vi-
niendo además las aguas de vertientes opuestas dan orí-
gen á multitud de pequeños valles anegadizos cuyo suelo
se cubre de espesas capas de detritus vegetales.
En la parte Oeste de Luzon corre el Abra, que tiene
su origen en las montañas paralelas á los Caraballos oc~
(1) Llámase esteros y unos canales estrechos, de escasa corriente y
fondo cenagoso.
9
— 53 —
cidentales; este rio da nombre á una importante provincia
y penetra en la de llocos Sur para desembocar por tres
brazos cerca de Punta Dile, en la costa occidental; es na-
vegable en gran parte de su curso, y sus aguas riegan ter-
renos donde crece una esplendorosa flora.
De las mismas montañas salen los afluentes del Agno
Grande, que se dirige al Sur, traspasa las dilatadas lla-
nuras de Pangasinan, y después de recibir las aguas del
Zambales va á confundirse con las del golfo de Lingayén.
Este rio y el de Cagayan, arrastran arenas auríferas en
bastante cantidad para ser en algunas épocas objeto de
pequeñas esplotaciones.
En las regiones centrales se ve el rio Grande de la
Pampanga, al que afluye en primer término el Chico de
aquel nombre que nace en las primeras estribaciones del
Caraballo Norte, y después numerosos arroyos que vienen
de las cordilleras orientales y se unen á los anteriores en
las cercanías del monte Arayat. Recorre el rio Grande la
provincia toda, penetra en Bulacan, donde confunde sus
caudales con los del Quingua, y desagua por multitud de
pequeñas bocas en la parte septentrional de la bahía de
Manila. El Pampanga se desliza por terrenos llanos y ba-
jos, da origen á rios navegables para las pequeñas embar-
caciones de cabotaje, y eutre sus desembocaduras sitúan
los pueblos más pintoresóos de las Islas.
A la citada bahía lleva . también sus aguas el Pasig,
que desde la gran Laguna de Bay se dirige* de E. á O.
recorriendo un estrecho istmo donde recibe las corrientes
del San Mateo y las del Grimpo, Diliman, Zapan y al-
gunos otros manantiales del distrito de San Juan del
Monte.
El Pasig, que en su desembocadura sirve las impor-
— 59 —
tantes necesidades del comercio marítimo, por medio de
extensos malecones, y que sostiene sobre sus aguas mul-
titud de pequeños vapores, lleva á las provincias que atra-
viesa, una actividad extraordinaria, y es, por este con-
cepto, el más importante de Luzon. Sus aguas, por la
clase de terrenos que recorre, son cenagosas é insalu-
bres y arrastran grandes cantidades de sustancias vege-
tales.
La provincia de Batangas se halla surcada por nume-
rosos caudales que desembocan en la ensenada de aquel
nombre, ó por medio de pequeños riachuelos en el mar
que baña la costa meridional. Entre ellos es notable el que
tiene su origen en el lago Taal y dirigiéndose al Sur atra-
viesa un pequeño terreno para desaguar en la parte Este
del seno Balayan.
De las montañas que rodean la provincia de Cavite
nacen el Lipa, el Lugsun y el Malagasan, que corren á
perderse en la bahía de Manila. En la parte Sur de la isla
existen otros que cruzan la comarca de Tayabas con im-
petuosas corrientes descendidas de las alturas del Majayjay
y Banahao para concluir luego en el seno de Tayabas y
en el de Pagbilao.
El caudaloso Vicol que lleva su cauce hasta la bahía
de San Miguel, y el.Pasacao que corre en opuesta direc-
ción hasta la costa meridional, son, con otros menos no-
tables, los que riegan las tierras de Camarines y las de
Albay, donde se encuentran también el Ugut, y formado
de numerosos afluentes el Lagonoy que se pierde en el
seno del mismo nombre; en la costa oriental se ven algu-
nos otros rios que desaguan en el puerto de Sorsogon.
En Mindanao se encuentra el Butuan que corre para-
lelo á la costa del Este, aumenta su caudal con riachuelos
— 60 —
que descienden de las sierras orientales, se vuelve al Nor-
oeste y mezcla sus aguas á las de la bahía de su nombre.
El rio Grande de Mindanao es navegable para buques de
algún calado, y sus aguas se extienden, en un largo tra-
yecto desde las faldas occidentales del Apo hacia el O.,
atraviesa terrenos muy escabrosos, se divide después, y va
á desembocar en el puerto de Pollok.
Además de estos rios, existen otros muchos en esta
isla, cuyo interior se halla surcado por grandes caudales
que se desprenden de sus elevadas cordilleras. ( 1 )
En Panay, el Dumangas, que viene de las cumbres cen-
trales, fertiliza la región de lloilo y termina en el puerto
de su nombre; en Cebú y Negros hay pocos rios nota-
bles; en Samar debemos citar el que desagua en las in-
mediaciones de Catbalonga; y en Leyte el de este nombre,
el Maya, el Bito y el Masi, que nacen en el interior de
la isla y la cruzan en todas direcciones.
g. III. Lagañas. — En la parle central de Luzon se
extiende la gran Laguna de Bay, que da nombre á una
provincia y ofrece el aspecto de un pequeño mar interior
cuyas olas hacen zozobrar, á veces, los pequeños barcos
de cabotaje. Hermoso aspecto es el de este lago que di-
lata sus costas cerca de 200 kilómetros y recibe en su
seno caudalosas corrientes. El fondo, que alcanza en al-
gunos puntos 30 metros, sufre grandes modificaciones
originadas por los acarreos que conducen las aguas que
(1) En los atrevidos viajes hechos en 1875 por el jesuíta P. Do-
mingo Bobé, reconoció este celoso misionero la extensa zona, antes
inexplorada, que separa el seno de Davao de la bahía de Butuan. En
su peligrosa travesía, siguió el P. Bobé las márgenes del rio Hijo, re-
montó el ¡áalug y el Agusan, y siguiendo las estribaciones occidentales
de la gran cordillera que corre próxima á la costa, en esta parte de
Mindariao, llegó á la parte Norte de esta isla, después de una larga
y accidentada marcha.
— 61 —
le son tributarias. A esta causa se debe, sin duda, la
mayor extensión que cada dia tiene el lago, cuyos des-
bordamientos son temibles en los pueblos vecinos. Su de-
sagüe único lo tiene en el rio Pasig, que mantiene su co-
municación con el mar y lleva á sus costas numerosas
embarcaciones. (*)
En la provincia de Batangas se halla el lago de Taal,
cuyo perímetro tiene un desarrollo de más de 100 kiló-
metros, y en cuyo centro se levanta una isla volcánica. Más
al Norte se ve el Pinac ó laguna de Candaba, de menos
superficie que los anteriores, y en la cual desaguan los
rios Garlan y Bulo. En la provincia de la Pampanga se
encuentra ademas el lago de Ganaren y otros de menos
importancia. Las aguas de lluvia, origen principal de estos
depósitos, forman también algunos en Bulacan y las pro-
vincias del Sur; y en Mindanao á más del Butuan se en-
cuentran el Malanao, el Licuasan y otros lagos que reciben
las aguas de los montes cercanos y á su vez son origen
de rios más ó menos notables que llegan á lejanas y es-
condidas llanuras.
g. IV. Volcanes. — Los fenómenos volcánicos se rela-
cionan tan directamente con multitud de hechos notables
en la historia física del globo, que cada dia es mayor
la atención que prestan los geólogos á las diversas ma-
nifestaciones de esos gigantescos focos que desde los más
remotos tiempos causaron el asombro de los pueblos.
El interés de estos estudios ha crecido después que
modernas investigaciones demostraron que esos fenómenos
no son producto de fuerzas desconocidas, sino que obe-
(1) Según el Sr. Arenas, la Laguna de Bay ofrece una diferencia
de nivel con la superficie del mar, que alcanza algunos pies.
— 62 —
decen á las leyes generales que rigen nuestro planeta, y
tienen su origen en agentes que obran á corta distancia
de la superficie terrestre. Este conocimiento ha permitido
establecer la base de nuevas investigaciones, -y estudiando
la elevación de las montañas, la destrucción de las rocas
marinas, el gradual levantamiento de las costas, y la re-
pentina aparición de lagos y mares interiores, se ha pre-
tendido explicar la naturaleza y relación de estos hechos
con teorías científicas más ó menos fundadas.
Parece- de todos modos indudable que la fuerza vol-
cánica ha contribuido poderosamente á la actual configu-
ración de la tierra*, y* por ello el estudio de sus manifesta-
ciones importa mucho al progreso de Ja geología.
Examinadas en conjunto, las tierras oceánicas, que
según la frase de Ritter forman la via ladea del Océano,
se presentan como una gran parte de ese. inmenso cír-
culo volcánico que desde las costas de América atraviesa
el Pacífico, llega al litoral de Asia, y en las Kuriles y el
Japón desciende á encontrar el archipiélago filipino y las
islas de la Sonda, para extenderse al E. hasta tocar las
tierras de Nueva-Zelanda.
En este vasto trayecto se ven grandes espacios en que
la actividad volcánica no se muestra hoy de modo alguno,
y otros donde parece alcanzar su máxima intensidad, como
sucede en el istmo roto que separa la Australia del con-
tinente asiático.
La disposición de esta línea de cráteres estendida en
la proximidad de grandes mares, es uno de los argumentos
más poderosos aducidos por los que conceden á las filtra-
ciones marítimas una influencia directa sobre estos fenó-
menos. La escuela neptunista que no admite con Hum-
boldt que las aguas lleguen hasta el foco central del globo,
— 63 —
relaciona las filtraciones con grandes hundimientos de la
corteza terrestre, en los cuales ve el origen de volcanes
y temblores de tierra.
indudablemente, esta ingeniosa teoría, sostenida por
Mohr, Volger y Kluge, explica mejor que la plutónica
la disposición de los focos oceánicos y la naturaleza de
sus erupciones, que no ofrecen nunca, ni aún en los
mas cercanos, una relación que permita admitir con el
sabio naturalista alemán la existencia de grandes masas
fluidas cuyas gigantescas reacciones obrarían sobre la su-
perficie del globo. ( 1 )
Concretándonos á nuestro objeto, * observaremos que
el círculo volcánico al llegar al extremo Norte del Ar-
chipiélago se acerca á la costa asiática, para desviarse en
su parte Sur y unirse á los sistemas de la Malasia.
Los volcanes de Filipinas no se abren solamente en
la cima de altas montanas, y á semejanza de los de Java
y la América del Sur siguen aproximadamente la di-
rección longitudinal de las tierras. Sus cráteres no ofre-
cen, sin embargo, perfecta regularidad, pues aun sin
presentar el pintoresco desorden de los que se ven en el
istmo de'Areklang en Nueva-Zelanda, se diferencian en
alto grado por la intensidad de las erupciones y la dis-
posición de los terrenos adyacentes.
La actividad volcánica ha disminuido mucho en estas
Islas, y el estudio de los focos apagados puede ser in-
teresante á los geólogos si se tiene cuidado de ohservar
la pequeña distancia que separa los cráteres activos de
los antiguos conos de erupción cerrados hoy á las fuer-
zas subterráneas. Admitiendo la teoría plutónica es im-
(1) IIumboldt «Cosmos» I.— 463.
— 64 —
posible comprender cómo los volcanes filipinos no guar-
dan relación entre sus manifestaciones, y porqué estas
alcanzan su máximum de intensidad en los montes le-
vantados á pocas millas de antiguos cráteres. ¿Cómo la-
materia incandescente ha abandonado su primitiva salida,
abriéndose nuevo paso por entre capas terrestres que han
debido ofrecerle una mayor resistencia? En nuestra opi-
nión las fuerzas volcánicas de la Oceanía son la mejor
prueba de las teorías de Vogt y Schafautl, que con otros
sabios modernos niegan la incandescencia del centro de
la tierra y sostienen que el Qrígen de los volcanes se halla,
como el de los temblores/ á distancias relativamente cor-
tas de la superficie del globo.
La inflüeucia que estos fenómenos han ejercido sobre
Iqs terrenos del Archipiélago, se aprecia perfectamente ob-
servando la disposición longitudinal de los cráteres y su
extraordinario número en Luzon y Mindanao.
Estudiados. aquellos en conjunto, se ofrecen formando
un sefó/sistema que corre en la dirección ya indicada.
El Sr. Centeno ha creído poder señalar dos órdenes dis-
tintos que siguen líneas casi paralelas; uno que toma el
nombre del volcan de Taal y otro del Mayon; los dos
atraviesan la isla de Luzon y se continúan por el Sur del
Archipiélago para unirse en las islas de la Sonda. Esta
teoría no es muy exacta, en nuestro concepto, pues el lla-
mado sistema de Taal, no corre paralelo al del Mayon,
sino que precisamente termina donde éste empieza. Lo que
sucede es que el primero se dirige al Este, se continúa con
el segundo y forma un solo orden, que como hemos indi-
cado persigue las diversas inflexiones de los terrenos que
forman el Archipiélago. Así, desde el Norte de Luzon, en
que se hallan las primeras señales de esta fuerza, se es-
— 65 —
tienden sus productos por el centró de la isla y llegan al
lago de Taal; en este punto las tierras que se dirigen al E.
ofrecen antiguos cráteres, que se continúan en las provin-
cias de Camarines y mas al S. en la de Albay, presentán-
dose de nuevo en Jas Visayas y centro de Mindanao. A
partir de esta última isla, el círculo volcánico, que desde el
Norte de Luzon se desvía de la costa de Asia, se dirige al O.
este por las Célebes y Java y se aproxima al continente al
mismo tiempo que se une por otra estensa línea á los focos
abiertos en las tierras australes.
Los principales cráteres del Archipiélago "se abren en
montañas levantadas á la proximidad de lagunas,» senos
ó bahías; circunstancia Signa de anotarse, pues parece in-
dicar una estrecha relación entre dos poderosos elementos.
En las tierras más septentrionales de Filipinas, ge ven r
indicios volcánicos, representados por los montes centrales
de las Bayubanes, cuyas capas revelan claramente su
origen.
No se tienen noticias exactas de los crátefefc^árbiertos
en otras épocas sobre las cumbres de los montes Gara-
ballos occidentales; pero los depósitos de tos grandes rios
que corren por sus vertientes, y las traquitas del valle de
Abra, permiten asegurar su existencia. En las cordilleras
que sirven de límite á la provincia de llocos Sur se en-
cuentran productos volcánicos estendidos hasta el distrito
de Benguet, en el cual, según el Sr. Sheidnagel, abun-
dan las rocas basálticas rodeadas de lava y depósitos de
azufre. La acción de este foco llega á las comarcas limí-
trofes, donde existen varios manantiales termales, cuyas
virtudes conocen aquellos pueblos. Siguiendo al Sur vemos
en las llanuras de la Pampanga, el cono del Arayat, que
es según algunos escritores, la cima de un antiguo cráter
10
— 66 —
qae se alzaba en medio de un mar que suponen existió
en aquellos terrenos. Esta hipótesis no nos parece muy
verosímil, á juzgar por la disposición de las capas su-
periores del Arayat y por la estructura del suelo, de-
biendo ademas tener presente que la existencia de ese
mar no conviene con la disposición del sistema orográfico
de la isla. En los montes de Mariveles, situados al O.,
se ven materiales ígneos de la misma naturaleza que los
de llocos. Desde el límite meridional de la provincia de
Manila, adquiere el sistema volcánico un gran desarrollo,
sobre todo en las tierras que se dirigen ai S. E.; los
altos montes que cruzan por Tayabas, la Laguna, Cama-
rines y Albay, ofrecen numerosos cráteres apagados, y
otros activos cuyas recientes erupciones han ocasionado
grandes destrozos.
En la provincia de la Laguna se alza el monte Ma-
quiling, rodeado de terrenos en que abundan las arenis-
cas volcánicas y cantos de basalto, y en cuyo seno tienen
origen las aguas termales de Los-Baños. Todos estos pro-
ductos permiten apreciar la actividad que en otro tiempo
tuvo el cráter del Maquiling, actividad que según el testi-
monio de los indígenas existiría hoy representada por las
espesas columnas de humo, que durante los terremotos
de 1880, coronaban la cima de la montaña. (*)
Penetrando en Ba tangas, se encuentra el lago de Taal,
en cuyo centro, ocupado por una pequeña isla, eleva su
cumbre el volcan de este nombre, como el Momotombo
en el Nicaragua. Las aguas del lago tienen seguramente
comunicación directa con las grandes cavidades del monte
(1) Como se verá después, este hecho no se ha confirmado por
observaciones formales.
— 67 —
tlonde se abre el estenso cráter que constantemente ar-
roja columnas de humo y vapores sulfurosos. La mon-
taña formada por la acción volcánica, afecta en la base
una figura triangular, sobre la cual descansa un cono
truncado, compuesto de varias eapas de Java, areniscas,
y depósitos de azufre.
En sus laderas ereee una vegetación muy pobre que
desaparece en las inmediaciones del cráter; este, de forma
elíptica, se dirige de E. á O. y mide una longitud máxi-
ma de 1,000 metros, ofreciendo en su interior una sin-
gular estructura, que permite reconocer los trastornos
producidos por las fuerzas subterráneas. Las capas se
hallan cortadas casi vertical mente, y el fondo, que mide
una profundidad que pasa de 200 metros, está compuesto
por rocas volcánicas que presentan grandes eminencias y
sirven de límite á una laguna interior que desprende
abundantes vapores sulfurosos.
Es indudable que las aguas subterráneas, que se ha-
HaB en constante ebullición, se comunican con las que
esteriormente rodean la montaña, y por esto se ha ob-
servado en algunas erupciones una notable variación en
la temperatura y color de la laguna. En las sinuosidades
del cráter existen grandes capas de azufre y depósitos
salinos que llenan también las grietas que se abren en
la cumbre. No se han encontrado basaltos ni otras rocas;
circunstancia que ha hecho creer que el cono actual es
solamente la cumbre de otro hundido en las aguas.
Las erupciones de 1716 y 1754 devastaron los pue-
blecitos situados entonces á la orilla del lago, y llevaron
sus efectos á distancias enormes. En la época actual no
ha dado el Taal nuevas muestras de su terribft actividad;
para algunos es hoy Una gran solfatara, y el Sr. Scheid-
— 68 —
nagel que lo visitó en los últimos años, asegura que no
es de temer una nueva erupción. Durante los terremotos
de 1880, y según el testimonio de algunos naturales de las
cercanías, el cráter del Taal arrojó cantidades inmensas de
humo y llamas que alcanzaron una altura extraordinaria;
esto no ha sido comprobado, y no hay por ello que creer
en una nueva erupción, cuya posibilidad no negamos en
absoluto. ( 1 )
En 1716 el cráter arrojó, según el P. Buzeta, masas
de lava, que corrieron por el monte y se estendieron
á 15 kilómetros. Durante este fenómeno, que duró tres
dias, las aguas del lago estaban en completa ebullición.
La erupción de Diciembre de 1754 se prolongó ocho
dias y destruyó varios pueblos, asegurando el P. Bencu-
bulo que las cenizas cubrieron los caminos de Bulacan
y la Pampanga, llegando hasta Manila.
Varios autores afirman que el actual cono del Taal,
representa solamente la cumbre de una montaña sumer-
gida en otro tiempo á impulsos de algún trastorno geo-
lógico. Tal hipótesis no es verdadera, y por el con-
trario puede asegurarse que el monte actual es el cráter
de erupción formado por los diversos materiales emergidos
de un volcan que tiene su foco bajo el fondo del lago.
Esta opinión la creemos más conforme con lo que
enseña el examen de las materias que componen aquellos
terrenos, y la estructura de las capas, que puede deter-
minarse con exactitud, merced al corte vertical que pre-
(1) En una obra publicada en Madrid el año último, se da la
voz de alarma, y se afirma que la actividad de este volcan despertará
algún dia de un modo formidable. Tan atrevido aserto se funda
justamente en lo que es motivo de tranquilidad respecto á este punto;
en los terremotos del 80, que se suponen relacionados con las energías
subterráneas del Taal, siendo así que los hechos demuestran lo con-
trario.
— 69 —
sentan las tierras en el interior del cráter. Capas de ce-
niza, confundidas con escorias y areniscas, forman con
los depósitos de azufre Ja masa total del cono, que
ofrece señales indudables del sucesivo acumulamiento de
aquellas materias, á las que se debe el gradual desarrollo
de la pequeña isla. Examinando con atención el Taal, se
comprueban fácilmente las teorías de Lyell, y otros geólo-
gos, que combaten el levantamiento uniforme de las mon-
tañas volcánicas, defendido por Humboldt y E. deBeaumont.
En las estensas cordilleras situadas al E. del lago,
que sirven de límite á los terrenos de Tayabas y Batan-
gas, se encuentran materiales que indican su origen íg-
neo. Las altas cumbres del Banahao, abiertas en otro
tiempo por la fuerza subterránea, dieron salida á las
rocas basálticas que hay en las faldas de este monte, y
á las tobas que se estienden en las márgenes de algu-
nos rios.
Siguiendo la dirección S. E. de las tierras de Luzon,
se halla una serie de volcanes que cruzan longitudinal-
mente las provincias de Camarines y Albay. La sierra
Colasi, el monte Isarog, el Iriga y el Mazaraga, consti-
tuyen esa estensa zona, ya apagada, que termina en el
estremo Sur por los volcanes Mayon y Bulusan, hoy en
actividad.
El Isarog lleva sus laderas hasta la costa, y se halla
cubierto por capas de arenisca y conglomerados despren-
didos del cráter cerrado ahora, pero en otras épocas
abierto por la acción de las fuerzas interiores.
Los temblores y las lluvias destruyeron la cima del
cráter del Iriga, y los terrenos desprendidas forman en
la actualidad las márgenes del lago Buhi que según los
autores apareció el siglo 17 durante una erupción.
— 70 —
En la dilatada y fértil comarca de Albay, la más-
rica quizá del Archipiélago, se eleva una montaña de
majestuosa arquitectura, que abierta en su cumbre da
fácil salida á los materiales ígneos que con frecuencia se
desbordan en impetuoso torrente y producen la ruina de
los pueblos vecinos. El volcan conocido por el nombre
de Mayon, es uno de los más hermosos de la tierra;
como los de Java, se alza aislado en medio de llanu-
ras estendidas entre los senos de Tabaco y Albay; la pu-
reza y esbeltez de sus líneas es sólo comparable con la
de los volcanes dé América y el Japón, y como en éstos,
el cráter se abre en el vértice de un cono formado por
capas que desde una altura de 2,734 metros, según Jagor
y Stewart, se deslizan en suave declive, hasta los llanos
que rodean la base.
En este volcan es debida la forma cónica á la acción
de lluvias torrenciales que deshacen las partes superiores
y arrastran y depositan los materiales en las faldas de
la montaña. A la misma causa se deben también los anchos
surcos que se ven en las capas de arenisca y lavas que
cubren las rocas y conglomerados de origen ígneo. La
destrucción de las alturas se manifiesta ademas por las
grandes masas de terrenos y bloques que rodean el cráter.
Una lozana y bellísima vegetación oculta las laderas
hasta llegar á 1000 pies de elevación, siendo desde aquí
sustituida por pequeños arbustos que crecen en rodales
separados por capas de arena, y extinguiéndose en el
último tercio del monte donde sólo se ven areniscas, lavas
v rocas volcánicas. Las inmediaciones del cráter se hallan
divididas por anchas grietas.
Frecuentes y espantosas han sido las manifestaciones
del Mayon, que en 1766 y 1814 causaron la destrucción
— 71 —
de los pequeños pueblos de Polangui, Ligao, Guinobatan
y otros muchos arrasados por torrentes de lava y cenizas.
El testimonio de los que presenciaron la primera, prueba
que el cráter arrojó inmensas cantidades de agua, que con
la lluvia de aquellos dias formaron caudalosos rios que
llevaron la desolación á toda la provincia.
El P. Tubino y Perrey aseguran que la zona de acción
de estas catástrofes alcanzó hasta las montañas de Cama-
rines..
En los años 1827, 1845 y 1846, hubo también erup-
ciones menos intensas, y Perrey describe otra que en 1855
coincidió con terremotos en Manila. Después se observó
en 1871, que el cráter del Mayon arrojaba muchas ceni-
zas y arenas en porción considerable, cubriéndose los cam-
pos de una gruesa capa de aquellas materias.
Ninguna alteración pudo apreciarse en este volcan cuando
en 1880 las tierras de Luzon se estremecían á impulsos
de gigantescas reacciones; como siempre, la cima del crá-
ter estuvo coronada por un penacho de vapores, deshecho
luego en mil caprichosas figuras.
En la punta má& meridional de la isla eleva sus cum-
bres el Bulusan, volcan según unos autores apagado, pero
que da algunas señales de actividad, representadas por
columnas de humo que alguna vez salen de su interior. El
Bulusan ofrece /una notable semejanza con el Vesubio, y
según Jagor tiene como éste un cono de erupción formado
sobre los terrenos del cráter primitivo. Sus cumbres se
hallan destruidas en parte, y en sus laderas se ve la es-
tratificación de las diversas materias superpuestas.
Las manifestaciones volcánicas tan señaladas en Luzon,
son menos enérgicas en los demás puntos del Archipié-
lago, en que únicamente se encuentran vestigios de una
— 72 —
fuerza que, en otro tiempo poderosa, se halla hoy ago-
tada casi por completo.
Algunas solfataras de la isla de Ley te y las emana-
ciones de los montes de Janiguay, en Panay, son los úni-
cos indicios activos, que se ven desde la parte meridional
de Luzon hasta Negros, que en su cordillera central, tiene
el cráter del Canlaon ó Malaspina, del cual salen abun-
dantes vapores y columnas de fuego. El monte donde se
abre este volcan se halla cubierto de espeso bosque que
dificulta la ascensión, y sus tierras desprenden miasmas
palúdicos que causaron la muerte á unos ingleses que en
los últimos años intentaron la subida. En Negros existen
muchos azúfrales, y en la contra-costa hay una estensa
laguna que se supone fué antiguo cráter.
En la pequeña isla de Camiguin, apareció en 1871
un* volcan cuya erupción fué simultánea con frecuentes
temblores que trastornaron el suelo produciendo sensibles
pérdidas.
Las esploraciones hechas en el interior de Mindanao,
sino bastantes á determinar de un modo exacto y com-
pleto el número y disposición de los cráteres, permiten
afirmar la gran influencia que en otras épocas ha ejer-
cido la fuerza volcánica en la composición y transfor-
mación de los terrenos.
Por los estudios de Vidal y Centeno, se conofce la
estructura del suelo en las márgenes del rio Grande é
inmediaciones de Zamboanga y Cottabato, y por ellos sa-
bemos también que existen traquitas, areniscas, y grandes
fragmentos de rocas que forman anchas fajas, ó colinas
cónicas.
Ademas, en el monte Macaturing se abre un cráter
que en otro tiempo arrojó á grandes distancias materiales
— 73 —
eruptivos como los que componen los conglomerados que
se ven en las cercanías de PoIIok. La última erupción tuvo
lugar en 1856, y las cenizas llegaron, según Vidal, hasta
el pueblo de Zamboanga, salvando una línea da más
de 200 kilómetros. Este fenómeno coincidió con temblores
de tierra, lo que no sucedió en 1871 cuando otros ter-
remotos destruyeron la población de Cottabato.
En la elevada cima del monte Apo, que mide una
altura de 2,686 metros, se han observado también señales
que indican no se halla aún estinguida la causa de las
antiguas erupciones de este foco. (*)
Para concluir hemos de señalar el notable desarrollo
que la fuerza volcánica alcanzó en este Archipiélago, cru-
zado por una línea de fuego subterráneo hoy debili-
tada, pero que en otras épocas debió contribuir poderosa-
mente á la disposición de algunos terrenos, y en la actua-
lidad es una de las causas de fertilidad de las Islas, que,
por otra parte, deben á ese elemento las formaciones de
nuevas tierras. ( 2 )
(1) Hace poco tiempo ios viajeros alemanes, Schadenburg y Kocb,
hicieron una ascensión á este monte cuya altura fijaron en 10,824
pies.
(2) De esperar es que esta parte de la geología filipina sea más
conocida en el país, y que en breve tiempo se popularicen unos
estudios que dando idea exacta de esos fenómenos, llevarán á los ánimos
tranquilidad y evitarán, que como sucedió en 4880, se crea por el
vulgo que el mundo se acaba y que las leyes de la naturaleza pueden
trastornarse 6 suspenderse.
11
— 74 —
CAPITULO SEGUNDO
FORMACIÓN Y PRODUCTOS DE LAS ISLA&
ARTICULO PRIMERO
g. I. Transformaciones del suelo. — En la gran obra de
la Naturaleza, estudia hoy la Geología esa maravillosa y
no interrumpida serie de movimientos que transformanda
incesantemente la superficie de nuestro globo eleva las
mesetas de unas montañas, sumerje otras bajo el Océano,
ó construye islas levantadas sobre los restos de antiguos
continentes. Las moléculas de la roca primitiva forman
terrenos sedimentarios que cubiertos por materiales volcá-
nicos son á su vez origen de estensas cordilleras; y estas
mudanzas que causan la admiración de los sabios, se su-
ceden sin interrupción, no siendo hoy posible determinar
de modo alguno las edades que ellas representan en la
historia física de nuestro planeta.
Es indudable que bajo la influencia poderosa del astro
solar, las fuerzas que en él toman origen han contri-
buido de muy antiguo á trastornar las relaciones de todas
las partes que forman el mundo que habitamos *
Apesar de los adelantos geológicos, no es posible aún r
marcar la sucesión de esos fenómenos, ni fijar de modo
exacto las épocas de origen de las tierras emergidas que
constituyen los continentes actuales.
La acción de tan variadas fuerzas es evidente en el
archipiélago filipina, bastando un ligero conocimiento del
suelo, para poder apreciar en qué grado ha influido sobre
comarcas donde los agentes más poderosos tienen una ac-
tiva representación..
Un rápido examen del mapa de las Islas, permite re-
conocer los grandes cambios ocurridos en estas tierras,
separadas por estrechos canales y desprendidas en épocas
diversas para esparcirse en medio de las aguas.
El geólogo puede aquí estudiar bien, esas sorprendentes
manifestaciones de lo infinitamente grande y lo infinitamente
pequeño, observando las elevadas cumbres de antiguas
cordilleras, y las tierras salidas del fondo de los mares.
Al tratar de la constitución física del suela, hemos con-
signado algunos datos que señalan las variaciones ocurri-
das en otros tiempos, y los fenómenos geológicos que tie-
nen lugar en nuestros dias y hacen sospechar que las
islas que constituyen el Archipiélago, formaron antes un
todo continuo. Las rocas feldes páticas, atacadas por los
agentes atmosféricos, fueron el origen de esos terrenos se-
dimentarios que se ven en los montes de Panay, Samar,
Luzon y Mindanao, donde se encuentran restos de las trans-
formaciones de la roca primitiva, representada hoy en las
arcillas, areniscas y depósitos silíceos. Las grandes masas
graníticas que se elevaron sobre la superficie del Pacífico,
contribuyeron así de muy antiguo á la organización ac-
tual de los terrenos, y de otra parte, los depósitos ma-
rinos arrojados sobre las playas, se agruparon para for-
mar estensos bancos calizos que cruzan las Islas en di-
versas direcciones.
— 76 —
Los hundimientos de las tierras fueron origen á su vez
de esos admirables trabajos submarinos, que en el tras-
curso de millares de años las elevaron de nuevo sobre la
superficie de las aguas; los volcanes con sus espantosas
erupciones cambiaron la orografía de estensas zonas boy
habitadas; los cráteres apagados contribuyeron después á
la sedimentación de algunas provincias; y por último, los
altos muros debidos á la acción volcánica se deshicieron
por la influencia de las lluvias que en grandes aluviones
los llevó hasta las costas más cercanas.
Rocas descompuestas, formando estensos sedimentos;
bancos de coral que sirven de base á fértiles campiñas;
lavas y basaltos que ruedan hasta el fondo de los mares,
confundiéndose allí con los restos de antiguas cordilleras;
una acción poderosa, en fin, trastornándolo todo y trans-
formándolo según las leyes de esa sublime armonía que
rige el Universo, tal es el cuadro que el Archipiélago ofrece
á la mirada del hombre de ciencia.
Si en él se busca la explicación de ciertos fenómenos,
hallaremos datos suficientes para demostrar la influencia
del suelo en determinadas circunstancias y el importante
papel que las transformaciones geológicas, juegan en la
climatología.
g. II. Elevaciones y hundimientos. — Las cordilleras que
recorren los campos de Luzon están consideradas como el
núcleo de todo el sistema orográfico de las Islas, siendo
indudable la exacta correspondencia de los montes eleva-
dos en las tierras más próximas, que siguen todos la misma
dirección y tienen idéntica estructura. Estas relaciones y
las semejanzas físicas observadas en los terrenos, fueron
la única base en que fundaron los antiguos cronistas la
hipótesis de un gran trastorno que hundió aquellos en
— 77 —
las aguas y los separó en multitud de fragmentos que con-
servaron, sin embargo, caracteres indelebles de su común
origen.
El aspecto general del suelo parece, en efecto, de-
mostrar la sucesión de grandes movimientos, que des-
truyendo la armonía del conjunto fueron causa de nu-
merosas variaciones. Es seguro que las fuerzas subter-
ráneas y otros agentes que en la actualidad conmueven
algunas costas, contribuirían en alto grado á los trastornos
físicos de otras edades.
El R. P. Buzeta, opina que las comarcas filipinas fueron
separadas por la acción de las aguas y cubiertas por
el mar. Respetando nosotros el parecer del sabio agus-
tino, hemos de observar al último supuesto, que ni los
fósiles del Archipiélago, ni la disposición de las capas se-
dimentarias autorizan á creer en el paso de los mares por
aquellos terrenos donde no se han encontrado restos de
los seres que habitaban el Océano en la época remota á
que hay que referir el fenómeno, ni los estratos del sub-
suelo se hallan formados por materiales de sedimentación
marina.
Pero además de los numerosos desprendimientos ya
citados, existen otras señales que marcan de un modo
más exacto la depresión de antiguas tierras, sumergidas
hoy, pero base en otros tiempos de estensas y fértiles
zonas; nos referimos á las capas carboníferas, restos de
una esplendorosa vegetación, que inclinan ahora sus pen-
dientes en insondables profundidades.
Las cuencas de Luzon y Samar denotan la existencia
de grandes superficies, hundidas y separadas por fuerzas
gigantescas. Lo mismo indican los yacimientos de Cebii
y Negros; bastando este sólo dato á demostrar la inten-
— 78 —
sidad del movimiento de descenso, que alcanzó también
á las playas de Mindanao-
A estos hundimientos sucedieron elevaciones conside-
rables originadas por la múltiple acción de fuerzas que
en la actualidad acusan todavía su poderosa energía.
Causan asombro esos continuos movimientos de la cor-
teza terrestre, comparados por un ilustre geólogo á los
producidos en el pecho de un animal por el acto de la
respiración. Acostumbrados á la idea de que la tierra
se halla en absoluta inmovilidad, es preciso seguir con
la cieneia las transmutaciones de la materia, para apreciar
esas maravillosas leyes por las cuales unos continentes
se hunden y otros se elevan sobre la* superficie de los
mares.
Los pueblos de la antigüedad no pudieron comprender
la naturaleza de estos fenómenos, y aún hoy son estos
desconocidos para muchos. Sin embargo, es seguro llegará
pronto el dia en que, según afirma un célebre natura-
lista, parecerá tan imposible el reposo de la superficie de
la tierra, como parece hoy el de las capas atmosféricas.
En las elevaciones del suelo se aprecia con exacti-
tud el admirable poder que de un modo insensible para
el hombre, estiende islas y continentes y alza las mon-
tañas á las más altas regiones. Hay necesidad de re-
correr con la, imaginación esa larga serie que nos separa
de las edades primitivas, para Galcular los efectos de
esas fuerzas que se agitan á nuestro alrededor. El suelo
que sustenta los cuerpos, se estremece con frecuencia en
espantosas sacudidas, ó en pequeñas vibraciones que no
son apreciadas; los volcanes arrojan grandes masas de
lavas y otras materias, que superpuestas aumentan gra-
dualmente la altura de los terrenos; y ademas otros agen-
— 79 —
tes de acción menos intensa pero más constante, cuya
influencia es bien señalada en las costas de Filipinas,
transforman las condiciones de las tierras.
Las de nuestro Archipiélago, como todas las de los
países estendidos desde la Nueva-Guinea hasta Corea y
Formosa, se hallan sometidas en la actualidad á una ele-
vación gradual, fácil de comprobaren algunas comarcas.
Ya hemos señalado la importancia de la formación
madrepórica, que es. la base de algunas playas y rodea
otras elevándolas continuamente por la no interrumpida
acumulación de esos materiales que los pólipos depositan
en sus moradas. Siguiendo en este punto las teorías es-
puestas en otro lugar, creemos que antiguos terrenos hun-
didos han servido de punto de apoyo á los trabajos de
esos pequeños seres, que en el trascurso de los siglos ele-
varán quizás un nuevo continente en las estensas super-
ficies del Pacífico.
g. III. Temblores de tierra. — Estos aterradores fenóme-
nos se suceden en Filipinas con frecuencia é intensidad
bastantes á que su recuerdo quede por mucho tiempo en
la memoria del pueblo.
Los movimientos sensibles de las- tierras se repiten
aquí en diversas épocas, y las pequeñas sacudidas, ina-
preciables por los sentidos, puede decirse que son con-
tinuas.
Interesante y por demás curioso es el estudio de esos
estremecimientos de la tierra, que Humboldt considera
como los más temibles de todos los fenómenos naturales,
y que mucho antes había calificado Séneca de calamidad
universal.
La naturaleza misteriosa de esas gigantescas manifes-
taciones; lo inusitado de su aparición; las terribles catas-
— 80 —
trofes que originan; y los notables cambios que hacen
sufrir á la corteza terrestre, son causas que explican bien
el cuidado con que en últimos tiempos se han recogido
datos y observaciones en que poder fundar una teoría
científica que llenando los vacíos de antiguos sistemas,
nos diese razón cumplida de un fenómeno que tanto re-
presenta en la historia de nuestro planeta.
Hasta hace pocos años, la mayoría de los geólogos,
siguiendo las huellas de los antiguos plutonistas, veía el
origen de los terremotos en ese pretendido núcleo fcentral
cuyo estado incandescente sería causa de los volcanes y
temblores. Esta hipótesis, sostenida por hombres de gran
autoridad, ha dominado durante muchos siglos en el campo
de la ciencia, y aún hoy encuentra entusiastas partidarios.
Y sin embargo, preciso es reconocer que los hechos
recogidos por la geología, dan á esas hipótesis el mismo
valor que los plutonistas conceden á las de aquellos que
con Berger, Huttong y Sehelling nos presentaban los tem-
blores como palpitaciones de un corazón terrestre, ó
á las de otros que siguiendo á Vicencio, á Feijóo y á
Strombeck, ven en la electricidad el único origen de esos
fenómenos. .
Preciso ha sido esperar á que la ciencia realice un
notable progreso, para que algunos sabios se decidan á
prescindir de esa masa fundida, en la cual se escondían
antes todos los secretos de la naturaleza.
Las investigaciones modernas permiten apreciar la
acción de causas que obran á corta distancia de la su-
perficie y continúan la obra de transformación que hoy
como ayer es origen de curiosos cambios en la estruc-
tura y composición del suelo.
Merced á los trabajos de eminentes naturalistas, pue-
— 81 —
den combatirse con ventaja las opiniones de Hutnboldt,
Arago, Cotta, Dieffenbach y tantos otros que nos han pre-
sentado á los volcanes y á los terremotos, estrechamente
relacionados entre sí y dependiendo siempre de las reac-
ciones del núcleo central.
La falta de datos precisos y de observaciones cien-
tíficas, impidió en otros siglos el predominio de teorías
que hoy se ven plenamente confirmadas; siendo curioso
observar que en nuestros tiempos se haya dado la razón
á los que con Lucrecio buscaban la causa de los ter-
remotos en grandes hundimientos subterráneos. ( 1 )
Ilusionados por una teoría que, en verdad, tiene mu-
cho de seductora, los plutonistas no han fijado su aten-
ción en multitud de hechos que escaparon á la supe-
rior inteligencia del ilustre autor de El Cosmos, quien
apesar de todo apunta en su obra algo que conviene
dejar aquí consignado. Describe Humboldt los ruidos sub-
terráneos que acompañan á muchos terremotos, y después
de hacer constar su intensidad y su rápida propagación,
indica la posibilidad de que existan cavernas subterráneas
que se abran ó se cierren súbitamente.
Claro es que la rápida espansion de gases despren-
didos de grandes masas fundidas, podría ocasionar la sú-
bita oclusión de esas cavidades. ¿Pero cómo explicarnos
entonces que en comarcas esencialmente volcánicas, con
cráteres de extraordinaria actividad, esos gases no escapen
al mismo tiempo por los caminos abiertos, y que por el
contrario durante los más colosales terremotos esas vál-
vulas no ofrezcan señal alguna de tales trastornos?
Y que esto sucede con frecuencia, hemos de probarlo
(1 ) De la nature des chases. Lucrece. Traducción francesa de A. Lefévre.
12
— 82 —
pronto, al tratar de los temblores que conmueven las tier-
ras filipinas.
Necesario será, pues, admitir con Volger, Bischof, Mohr
y otros geólogos, que hay una causa distinta del vul-
canismo, necesaria á la producción de esos fenómenos.
Y antes de esponer los fundamentos de esta teoría,
será bueno observar que los modernos plutonistas aceptan
un hecho que da gran fuerza á sus contrarios, ya que
están conformes con Young en que los terremotos pueden
ser originados por un choque en el interior de la costa
sólida del globo.
Ahora bien: ¿es posible suponer que ese choque gi-
gantesco sea producido por espansiones de gases centra-
les que tendrían que vencer presiones tan enormes como
las que bastan para anular por completo la fuerza es-
pasiva del vapor? ¿No es más científico y menos vio-
lento creer en la acción de inmensos desprendimientos
debidos, ya á las contracciones de la costra sólida del
globo, como sostiene Dechen, ya á la acción de la gra-
vedad, que Gümbel admite como principal agente, ó,
por último, á la influencia de esas causas unida á la de
las aguas del mar que combaten ciertas costas y se hacen
subterráneas por medio de grandes comunicaciones? Indu-
dablemente. No es por esto estraño que los más entusias-
tas vulcanistas hagan concesiones en ese sentido, y que el
sabio Pfaff, en la obra que tan justa celebridad le ha con-
quistado, se vea en el caso de decir que el plutonismo no
puede explicar satisfactoriamente muchos de esos fenóme-
nos, por lo cual es preciso admitir la teoría que coloca el orí'
gen de los terremotos en grandes hundimientos subterráneos. ( 1 )
(1) Los fenómenos volcánicos. — Munich. 4871.
— 83 —
Esta opinión de uno de los más ilustrados partidarios de
la antigua escuela, es de inestimable valor y prueba bien
la elocuencia de ciertos hechos.
Verdad es que en las regiones volcánicas se presentan
á veces esos trastornos, en los momentos de grandes erup-
ciones. No es posible negar que en tales casos el temblor es
producido por la misma fuerza que se manifiesta en los crá-
teres. Pero esto no autoriza á rechazar la influencia de
otras energías cuyas manifestaciones en nada se relacionan
con la acción ígnea.
Hay, pues, que aceptar dos órdenes de causas determi-
nantes; la fuerza volcánica, y los hundimientos que tienen
lugar á mayor ó menor profundidad. Únicamente de este
modo estarán en armonía los principios de la ciencia con
los hechos observados en la naturaleza.
Ahora bien; ¿se ha dado por los autores la importan-
cia que realmente tiene, á un factor poderosísimo que len-
tamente transforma las tierras y cambia las condiciones del
suelo? ¿Se ha tomado bien en cuenta la acción de los ma-
res sobre ciertas costas opuestas á las grandes masas oceá-
nicas? Creemos que no. Sólo algunos geólogos indican la
posibilidad de que las olas abriéndose paso entre las rocas
que sirven de apoyo á las tierras emergidas, penetren en el
interior de estas y den origen á estensas cavernas, que
bien podrían ser las que necesitaba Humboldt para expli-
car ciertos curiosos fenómenos. Y mientras el mundo cien-
tífico reconoce los efectos causados por las mareas en el
canal de Jntlandia, y las modificaciones que las olas lle-
van á cabo en las costas de Francia é Inglaterra, y se tiene
eomo cosa cierta que el mar eorroe las playas acantiladas,
y abre grietas y cavidades enormes en las paredes verti-
cales de las rocas, se pone reparo en llevar más allá la
influencia de las aguas y ver en ella la causa de trastor-
nos cuyo origen se busca en el supuesto centro fundido,
que probablemente sólo existe en la imaginación de al-
gunos sabios.
Convengamos en que es raro que pudiendo encontrar
casi bajo nuestros pies la explicación de ciertos hechos,
emprendamos esos largos viajes al centro de la tierra, para
buscar allí una fuerza que nos dé noticia de los temblo-
res y volcanes.
Seguramente que una esmerada observación haría va-
riar muchas opiniones, y dejaría las cosas en su punto.
Por nuestra parte, después de dedicar marcada prefe-
rencia á estos estudios, aplicando los conocimientos adqui-
ridos á la historia física de Filipinas, hemos creído ver
en las causas apuntadas, el agente principal de esos mo-
vimientos tan frecuentes en el Archipiélago.
Por eso escribimos estas lineas, que no tienen otra
autoridad que la que da una observación fiel, atenta y
estrémamente escrupulosa de los hechos.
Claro es que nuestra opinión ha de chocar con la de
todos aquellos que hasta hoy han estudiado los terremotos
de Filipinas; pues en un país volcánico en alto grado, pre-
ciso es que los temblores se consideren como la natural
consecuencia del vulcanismo.
Por eso casi todos los autores, sin tomarse el trabajo
de escudriñar el libro de la naturaleza, están conformes
en admitir la acción esclusiva de las fuerzas ígneas, al ex-
plicar la aparición de tan imponentes acaecimientos. Hasta
se ha pretendido por algunos sostener la teoría plutónica,
aduciendo, como prueba la más concluyente, los terremo-
tos de este Archipiélago.
Y, sin embargo, en esos movimientos se manifiesta bien
-85-
el error de los que tal afirman, y se ve con que facilidad
se estravía la inteligencia más clara cuando lleva al campo
científico ideas preconcebidas, alimentadas al calor de hi-
pótesis deslumbradoras.
Conocen ya nuestros lectores los volcanes de Filipinas,
su distribución, y el grado d& actividad que cada uno de
ellos alcanza. Estudiando detenidamente la historia de sus
más notables erupciones, puede comprobarse el hecho cierto
de haber ido acompañadas muchas veces de movimientos
en las comarcas próximas al foco ígneo.
Las catástrofes del Mayon r y las manifestaciones de los
cráteres de Mindanao han< coincidido á veces con sacu-
didas de varia intensidadr la erupción del Macaturing en
1856 fué seguida de violentas* oscilaciones que se esten-
dieron hasta las tierras de Gottabato; lo mismo se ob-
servó en la isla de Camiguin, cuya población fué des-
truida en 1871 por la abertura de un cráter.
En estos casos no es posible desconocer el origen de
terremotos, provocados, sin duda, por la acción volcánica.
A esta misma pueden quizás atribuirse los movimien-
tos que en 1641 agitaron el suelo de Mindanao, aunque
acerca de esto no existen, más que noticias contradicto-
rias y narraciones fabulosas, traducidas por Perrey.
Veamos ahora si esa íntima relación entre dos hechos
tan frecuentes en Filipinas, se manifiesta del mismo modo
en todos los casos.
La historia de los terremotos de estas Islas es bien poco
conocida; pero r sin embargo, las antiguas crónicas reli-
giosas, curiosos archivos de un valor incalculable, han
proporcionado preciosos datos para el conocimiento de los
fenómenos sísmicos que tuvieron lugar durante los dos úl-
timos siglos. Completando esas relaciones con las de al-
gunos viajeros, y coa las que describen los temblores de
la presente centuria, se observa desde luego que existe
cierta periodicidad en Ja repetición de esas grandes catás-
trofes, que sólo se presentan dos ó tres veces en cada
siglo.
Ahora bien, nunca tan aterradores fenómenos coexis-
tieron con manifestaciones volcánicas, y siempre su inten-
sidad fué mayor que la alcanzada por los movimientos si-
multáneos con estas. Únicamente los que en Setiembre y
Octubre de 1716, siguieron á las erupciones del Taal, al-
canzaron ese grado de espantosa violencia que lleva el
terror al espíritu más animoso. (*)
(1) No se ha publicado hasta hoy, según nuestras noticias, estadís-
tica alguna exacta y completa délos terremotos de Filipinas. Registrando-
cuidadosamente las antiguas crónicas del país, las relaciones de Aduarte,
Per rey, Morga, Hochestetter y otros autores que después de estos han .
tratado el asunto, hemos logrado reunir datos para dar la nota que
sigue, de los temblores de alguna importancia que se han sucedido
en el trascurso de tres siglos, y cuya realización está debidamente
comprobada.
Año 1600 Enero, — Temblor de movimientos horizontales. Causo algu-
nos destrozos en Manila.
» » Noviembre. — A las doce de la noche comenzó un -movi-
miento de oscilación que duró algunos minutos, aunque no
es creible que, como. aseguran los cronistas, el fenómeno per-
sistiera más de medio cuarto de hora.
j> 1610 Noviembre.— Espantoso terremoto que desde la costa oriental
de Luzon se propagó hasta Manila, y fué causa de grandes
trastornos.
» 1627 Agosta. — Temblor que ocasionó desprendimientos considera-
bles en las montañas centrales.de Luzon.
» 1641 Enero. — Grandes sacudidas conmovieron las tierras de Ilocos>
. en cuya provincia quedaron enterrados varios pueblos.
» 1645 Noviembre. — Célebre terremoto que desde Cagayan á Manila
levantó el suelo en violento empuje y fué origen de grandes
desgracias.
» 1658 Agosto. — Movimiento de bastante intensidad que se percibió
en Manila y Cavite.
» 1675 Enero y Febrero. — Temblores en la isla de Mindoro, du-
rante los que se hundió un monte cercano al pueblo de Santa
Poía, y el mar penetró en el interior hasta una distancia
considerable.
» 1699 Sin fecha exacta. — Temblor de trepidación.
— 87-
Entre los muchos temblores que han conmovido estas
tierras en el trascurso de trescientos años, han sido no-
tables, el acaecido en Noviembre del año 1600; el del
mismo mes en 16 10; el de 1645, también en Noviembre;
el de Junio de 1863; los de Mindanao en 1871; y los re-
recientes, del año 1880* (*-).•
Año 171fr Setiembre y Octubre. — Violentos temblores que siguieron á la
erupción del Taal.
» 1754 Diciembre y Enero. — Terremotos que coincidieron también
con grandes manifestaciones volcánicas.
» 1766 Junio. — Temblores en Albay.
» 1824 Enero. — Movimientos horizontales de bastante intensidad en
Cagayan y provincias próximas.
» 1852 Algunos temblores en las comarcas centrales de Luzon.
» 1863 Junio. — Espantoso terremoto que arruinó á Manila.
y 1869 Octubre.— Temblor de más de un minuto de duración en la
capital. .
» 1871 Diciembre.— Grandes temblores en Cottabato (Mindanao.)
» • 1872 Diciembre. — Largo movimiento en sentido horizontal*.
» 1874 Febrero. Temblor de poca intensidad,
» 1877 Julio. — Temblores en Camarines.
» 1880 Julio. — Violentos y repetidos temblores en Luzon.
(i) Véase lo que acerca del primero de esos fenómenos, escribe el
R. P. Fr. Juan de la Concepción, Provincial de tos Recoletos Agustinos,
y persona de gran valer. «Sucedió al punto de la media noche el tem-
blor, tan largo que duró de seis á siete minutos, tan furioso en sus bai-
benes que así se meneaban los edificios como suele un navio en alterado
mar cuando sube y baja de popa y proa, tan apresuradas y violentas eran
las concusiones; hizo mucho daño en la ciudad derribando edificios y
lastimando á muchas personas aunque sólo murió una.»
Este terremoto dio origen á la institución de la fiesta religiosa que
Manila celebra en honor de San Policarpo, á quien se proclamó pa-
trón de la ciudad por los temblores. Esa fiesta se realizaba antes con
gran pompa, y hoy está reducida á la celebración de misas el dia del
Santo.
Creemos que serán leidos con gusto los detalles curiosos de este
hecho, que bemos copiado de una antigua crónica que dice así: «Con
ocasión de los daños de este temblor, que habían causado una uni-
versal compunción, movió su conversación el P. Juan de Rivera con los
más bien inclinados refiriendo casos de donde se podia formar exem-
plar para nuestra Ciudad de Manila, haciendo elección de algún Sanio,
que fuese Abogado público, y explicase su protección en los terribles
Terremotos, así como lo era Santa Potenciana para Uracanes, y ba-
guios, á quien se hiciere cada año su fiesta, por cuyo medio nos li-
brase Dios de tanta tribulación, y de tan inminente daño: tratóse su
pensamiento pió y devoto con el Cabildo de la Ciudad, esta convino
en ello, y comunicándolo al Cabildo Eclesiástico se señaló lugar y
dia, en que invocando la gracia Divina con una general Procesión,
después dispuesta una Urna con cédulas, en que estaban escritos mu-
Pues bien, durante esos grandes movimientos, ni una
sola manifestación señaló en los cráteres del Archipiélago
esa supuesta íntima conexión entre volcanes y temblores.
Ni en las antiguas crónicas, en que con escrupuloso de-
talle se relatan tales catástrofes; ni en las obras de cu-
riosos viajeros, - que recogieron sus impresiones en los lu-
gares más castigados; ni en la tradición popular, cuida-
dosamente guardada por los naturales, se encuentra hecho
alguno que revele la existencia de trastornos en los focos
volcánicos de Filipinas, durante esas terribles conmociones
de la corteza terrestre. Y adviértase que los cronistas de
los pasados siglos eran dados á fantasear en el relato de
ciertos sucesos; que los viajeros veían en sencillas rela-
ciones del hombre del pueblo hechos portentosos y ab-
solutamente imaginarios; y que la tradición conserva, á
veces, en este país, recuerdos de sucesos extraordinarios,
que no resisten la más ligera prueba. Pues con ser esto
así, nada hay en la historia de los terremotos, que au-
torice la hipótesis en estas líneas rebatida.
chos nombres efe Santos, convinieron, que la primera que saliese, al
Santo contenido en ellas, se tuviese por Patrón, y como á tal se le
cantase Misa. El licenciado D. Gabriel de la Cruz, Dean en segundo
lugar del Cabildo Eclesiástico sacó de la Urna, en que estaban las
Cédulas de los Santos, una, que se leyó en alta voz, y conteuía: San
Policarpio Mártir, Obispo de Esmirna; á veinte y seis de Enero, Ce-
lebróse por legítima la elección en primero de Abril de mil seis cientos
y uno.»
De la catástrofe de 1610 dice Aduarte: «A fin de Noviembre, bacía
el día de San Andrés se sintió desde Manila basta la provincia de
Nueva-Segovia, un terremoto tan terrible, que no babia memoria de
otro igual; causó grandes daños en todo el país; en llocos enterró pal-
meras; montañas fueron impulsadas unas contra otras; muchos edifi-
cios se arruinaron y numerosas personas sucumbieron. Donde más
fuerte se experimentó fué en Nueva-Segovia; allí se abrieron monta-
ñas, aparecieron lagos, la tierra vomitó masas de arena. En las al-
Luras habitadas por los- Mandayas se hundió una montaña, aplastando
una aldea. Un enorme trozo de tierra cayó al rio de modo que ahora ,
hay una llanura donde antes se elevaban colinas. En el lecho del rio
fué tan fuerte el movimiento que se levantaron olas encrespadas como
si un horroroso huracán azotara las aguas.»
— 89— *
Y si de los tiempos ya pasados venimos á los ac-
tuales, fácil seta demostrar que esos gigantes de fuego
que en otras épocas cubrieron el suelo de ardientes lavas»
permanecieron ágenos á las convulsiones de las tierras
de Mindanao en 1871, y á las de Luzon en los últimos
veinte años.
Aún se conserva vivo et recuerdo de los temblores de
Julio de 1880, y por esta circunstancia, como por ser
estos los mejor estudiados en el Archipiélago, merecen
fijemos la atención en su desarrollo y en las condiciones
en que se realizaron.
"Las precisas investigaciones hechas entonces por el
sabio P. Faura, director del Observatorio de Manila, y
y los poderosos elementos con que cuenta ese instituto,
que goza hoy merecida fama, permitieron recojer nume-
rosos datos acerca de la dirección, intensidad, y marcha
de los movimientos terrestres, pudiéndose seguir en casi
todos sus detalles la línea marcada por la onda sísmica
en su marcha á través de las provincias de Luzon. ( x )
(1) Las observaciones de los terremotos de 1880, se hicieron can tui
sismómetro muy sencillo; un simple péndulo de 0*6 metros de longi-
tud, y otro aparato para los movimientos verticales. Estos mecanismos,
suficientes para fenómenos de regular intensidad, no lo son en espan-
tosos y repetidos movimientos como los del mes de Julio. Por eso el P.
Faura, cuyo celo y laboriosidad no serán nunca bastante elogiados,
pensó desde luego en adquirir otro aparato cuyas indicaciones fuesen más
exactas en todos los casos, y á ese objeto encargó el curioso sismógrafo
que hoy posee el Observatorio, debido al P. Cecchi, de Florencia. Se
compone de cinco mecanismos ingeniosamente combinados para que au-
tomáticamente den aviso de la sacudida, señalen la hora en que tuvo lu-
gar, y al mismo tiempo indiquen la dirección é intensidad del movi-
miento. El aparato consta: de una espiral de acero, con un péndulo;
de un reloj que tiene el triple objeto de avisar que se produjo el temblor,
señalar la hora en que esto ocurrió, y poner en movimiento la carta
ahumada en la cual quedan trazadas las líneas indicadoras; de un péndulo
ondulatorio, que escribe las oscilaciones sobre papel ahumado; de otro
péndulo vertical, y de dos cilindros donde se arrolla el papel.
Este sismógrafo da observaciones muy exactas; permite apreciar el
comienzo y el fin del movimiento, y sólo tiene el inconveniente de
13
— 90 —
Se sabe que durante los terremotos de Julia, ni eF
Mayon, ni el Bulusan, ni el Taal, acusaron mayor acti-
vidad que la ordinaria, y que ni en los antiguos cráte-
res hoy apagados, ni en las montañas que ofrecen ves-
tigios de la fuerza volcánica, se pudieron encontrar in-
dicios de nuevas manifestaciones ígneas.
Las indicaciones hechas en el relato publicado por el
Observatorio, acerca de la posibilidad de que el centro
de conmoción radicara en los terrenos que ocupó un crá-
ter, entre las provincias de Lepan to y Abra, quedaron re-
futadas en una notable Memoria delSr. Centeno. Este ilus-
trado y laborioso hombre de ciencia, cuya autoridad es
indiscutible, recorrió toda la isla á los pocos meses de
la catástrofe, estudió detenidamente sus efectos, y no va-
ciló en afirmar después, que no había encontrado nada
que confirmase la hipótesis que relaciona el centro de
que el finalde la oscilación no podría observarse en las sacudidas que
durasen más de dos minutos.
Para remediar esto, ha inventado el P. Faura, un ingenioso mecanis-
mo, que irá unido al anterior y permitirá conservar las líneas micro-sís-
micas, obviando el inconveniente del sismógrafo Cecchi en que las lí-
neas de los movimientos largos y lentos se superponen y confunden. El
aparato del ilustre discípulo del P. Secchi, se construye actualmente en
Inglaterra, y admira por su sencillez y precisión, como por lo bien com-
binado de sus elementos. Con su instalación, el Observatorio de Manila
será el que reúna mejores elementos para la observación de los fenóme-
nos sísmicos.
El sismógrafo Faura consta de un reloj ordinario, de grandes dimen-
siones, cuyo horario enlaza con un árbol trasmisor del movimiento, que
gira con él, y lleva en sus estremos dos ruedas dentadas que impulsan
un cilindro de metro y medio de altura, y un plano esférico del mismo
diámetro. El cilindro recibe las oscilaciones verticales y el plano las ho-
rizontales. Uno y otro dan la vuelta en 24 horas. Cuatro péndulos de dis-
tintas longitudes, colocados en circunferencias distintas pero concéntri-
cas, marcan las oscilaciones horizonlales en el papel ahumado que cubre
el plano. Las oscilaciones verticales quedan señaladas en el papel por
cuatro espirales de varia sensibilidad. Con este aparato, ligeramente des-
crito, podrá también determinarse un hecho de gran importancia; si las
violentas sacudidas de esas horribles catástrofes, van precedidas de una
oscilación lenta, 6 se presentan súbitamente.
Inútil es ponderar la utilidad del sismógrafo, con el que el sabio je-
suíta, prestará á la ciencia nuevos importantísimos servicios.
— 9i —
la oscilación sísmica con el foco de un antiguo volcan
del Abra, añadiendo estas palabras cuya signiBcacior*
apreciarán los lectores: «No hay volcan apagado, ni in-
dicios de formación volcánica antigua ni moderna; allí
no se ven más que formaciones plut6nicas que son las que
constituyen la gran cordillera; formaciones metamórficas
(filadios ó pizarras de varias clases), formaciones sedimen-
tarias, terciarias inferiores ó quizás cretáceas, y aluvio-
nes modernos.» ( L )
Véase pues si es estrafia esa facilidad con que ciertas
especies son acogidas y propagadas en este país, aun por
escritores discretos y serios. ( 2 )
Los hechos están, afortunadamente, debidamente ave-
riguados, y no hay lugar para la duda* Léase lo que el
Sr. Centeno escribe á este propósito, en el citado trabajo:
«Ni el cráter del Taal, ni los hervideros de la falda Sud-
oeste del Maquiling, que reconocimos cuidadosamente,
presentaban señal alguna de reciente variación, cuanto
menos de los cataclismos que imaginaciones jóvenes y en-
tusiastas habían creída ver.»
Pero averigüemos donde nacieron y cómo se propaga-
ron esos movimimientos cuyo origen importa tanto deter-
minar. Fijémonos antes en las siguientes líneas que resú-
(1) Memoria sobre los temblores de tierra en Julio de 1880 en la Isla de
Luzon, por D. José Centeno y García. Véase la página 17.
(2) Hé aquí lo que escribe hace un año un ilustrado observador:
tDesde 1754 hasta el dia, el coloso (se refiere al volcan de Taal) duerme
tranquilo, y sólo alguno que otro rugido, y el largo penacho de
humo que le adorna, dan señal de su existencia; pero no hay que
estar tranquilo; los furiosos terromolos que en 1 880 azotaron la capital de Ma-
nila, indican palpablemente, que la acción volcánica sigue persistente en sus en-
trañas, y que el coloso se prepara para el porvenir.» [*)
{+) Las Islas Filipinas en i882.-Francisco Javier de Moya.-Madrid. 1883.
— 92 —
men las observaciones todas, gráficamente representadas
además en una carta que acompaña á la Memoria.
«Haremos observar primeramente, dice el Sr. Centeno,
que todos los temblores experimentados en 1880 desde
el 14 al 25 de julio, pueden dividirse en tres grupos,
correspondiendo respectivamente á los dias 14, 18 y 20,
presentando cada uno su zona especial de máxima in-
tensidad,»
«El primero, que comprende los temblores ocurridos
desde la noche del 14 al 18, se presentó en la costa
del Pacificó, correspondiente al distrito de la Infanta y pro-
vincia de Tayabas, y en la costa Nordeste del lago de
Bay, desde Santa Cruz á Morong, con intensidad notable-
mente mayor que en el resto de esta isla, decreciendo gra-
dualmente á partir de esta zona, que hemos señalado en
el mapa con curvas amarillo de oro, de tal modo que
ya en Pangasinan por el Norte, y en Camarines por el
Sur, pasaron desapercibidos en muchos pueblos los temblores
de este grupo.»
«El segundo, que es el más importante de todos, por
su intensidad y por la estension que abraza, presentó
su zona de máxima intensidad en el terreno comprendido entre
la costa oriental de Tayabas y la Infanta y las ultimas
estribaciones occidentales de la cordillera que partiendo
del Caraballo de Baler, corre hacia el Sur y termina
en los montes volcánicos de Tayabas, cerca ya del istmo
de Atimonan.»
«Por último, el tercer grupo, que comprende los
temblores del dia 20 en adelante, presenta una zona de
intensidad máxima muy pequeña, desde la cual se pro-
pagó el movimiento con una ley tan decreciente, que
— 93 —
habiendo sido intensísimas las sacudidas en la costa occidental
del lago de Bay, y aúa en Manila, ya perdieron su im-
portancia en las provincias próximas por el Norte y por
el Sur...»
A tan elocuente testimonio debemos añadir el que
nos ofrece la declaración del Observatorio, en cuyo re-
lato vemos se da por cierto que la onda sísmica se di-
rigió con preferencia de S. E. á N. O. ó de E. á O.
Y todavía encontramos en la autorizada reseña del
P. Faura, una declaración terminante en este sentido, y
que se compadece mal con la teoría volcánica. El sabio
jesuíta afirma que la dirección de las conmociones no cambió
nunca y y que si otra cosa se asegura en los partes de
algunas provincias, esto es debido á la precipitación con
que se redactaron las notas.
Examinemos ya los hechos, y veamos si ellos nos
pueden dar razón más cierta que la ofrecida por los
plutonistas para explicar los movimientos del suelo en
Filipinas.
En los párrafos que dejamos copiados asegura el Sr.
Centeno, y sus aseveraciones convienen con las de todos los
observadores, que las conmociones alcanzaron su máxima
intensidad, en el distrito de la Infanta, en Tayabas y en
la costa Nordeste del lago de Bay, propagándose con menos
violencia á las provincias del centro y Norte de la isla;
ademas el P. Faura afirma que los movimientos fueron
de E. á O., y que nunca cambiaron de dirección, todo
lo cual es bastante para buscar el punto de partida de
los terremotos de 1880 en la parte de Luzon compren-
dida entre las provincias citadas, que sitúan en la parte
Sur de la costa oriental.
En efecto, es natural creer que el origen del fenó-
— <94 —
aneno corresponde al punto en que las conmociones fueron
más violentas, pues sea cualquiera la causa del movi-
miento sísmico, este ha de ser más intenso allí donde
se produjo el primer choque.
Por otra parte esa onda que va siempre de E. á O.
y pierde cada vez más en fuerza y en velocidad, nos
lleva á buscar su nacimiento en el punto ya indicado.
Es posible, pues, sostener que el foco de conmoción
de los temblores, radicaba en la costa oriental que limita
el distrito de la Infanta y las provincias de Tayabas y
la Laguna.
Ahora, si recorremos en el plano esta zona, obsér-
vase que corresponde á la región cuyas playas forman el
gran seno que va en la citada costa desde Punta Inagui-
can hasta Punta Jesús, y á la parte más .estrecha de la
isla, donde las tierras ofrecen estensos desprendimientos y
dislocaciones considerables.
Al recorrer las costas de Luzon, se nota, como ya
hemos dicho, la poderosa influencia de las aguas del Pa-
cífico que se manifiesta enérgicamente en la parte oriental,
combatida por grandes mares y mucho más accidentada.
En ella vemos numerosas ensenadas y bahías, multitud
de pequeñas tierras desprendidas, seguramente, de la
isla, y señales bien marcadas de la acción de las olas
que es más intensa en la zona ocupada por esas provincias
enfrente de cuyas playas se alzan las islas de Polillo, Pa-
lasan, Patnanogan, Iguicon, Jomalig, Balesin, Cabálete,
Alabat, y otras menos estensas que por su situación, es-
tructura y condiciones físicas acusan su antiguo enlace
eon la isla principal.
El examen atento de las tierras demuestra, pues, que
el foco de los movimientos se encontró en lugar muy
— 95 —
próximo á la parte de costa más combatida por las aguas
del Gran Océano, que en otras épocas fué causa de enor-
mes dislocaciones, y que hoy todavía prosigue implacable
su obra de destrucción.
Demás, á . esa zona corresponde la porción estrecha
de tierra que separa el gran lago de Bay de los mares
del Este, y el istmo que se levanta entre estos y los
que bañan el Sur de Luzon.
Allí; cerca de ese coloso que bate sin tregua las
playas orientales; en esa tierra estrecha que se ha de-
jado dominar siempre por las olas; en el fondo de ese
gran seno, en el que se alzan numerosas pequeñas islas,
y donde las aguas encuentran un obstáculo mayor que
el que le oponen las costas abiertas; entre el pequeño
mar, que tal es el lago de Bay, y el inmenso Océano
que separa dos grandes continentes, allí se originó la
terrible catástrofe que estudiamos, y de allí partieron,
según los datos más positivos, esas violentas sacudidas que
aún recuerdan con espanto los insulares.
Y obsérvese que las sumarias descripciones de los más
violentos terremotos, nos permiten suponer que siem-
pre fué la costa oriental la más castigada por esos fe-
nómenos, pues en los años 1610, 1627, 1645 y 1754,
se presentaron en la parte Este de la provincia de Ca-
gayan, llevando sus efectos hasta la de Manila y la La-
guna, y en 1863 el distrito de la Infanta se agitó con
igual ó mayor violencia que el suelo de la capital.
Si admitimos estos hechos, tan ciertos como elocuentes;
si recordamos que los terremotos de Julio pasaron des-
apercibidos en las comarcas próximas al Mayon; y si te-
nemos en cuenta que la acción volcánica á más de no
manifestarse de modo alguno, no explicaría como la di~
— 96 —
recetan del movimiento no cambió nunca, siendo tan estensa
la línea de cráteres que cruza la isla, preciso será con-
venir en que otras causas, que se relacionan con la situa-
ción de las tierras ya citadas, fueron origen, del fenó-
meno.
Únicamente los grandes hundimientos subterráneos pu-
dieron, en nuestra opinión, ocasionar estos terremotos cu-
yos efectos fueron debilitándose á medida que era mayor
la distancia-
De esta manera, se comprende bien la violencia y
repetición de esas sacudidas, provocadas por los gran-
des y repetidos desprendimientos de los terrenos, y se ex-
plica la dirección de aquellas, tan fija, como que tenía su
o'rígen en un espacio limitado. Pero todavía hemos de
aducir una prueba cuyo valor apreciarán los lectores, si
se fijan en un hecho, que de poca importancia para los
que estudiaron el fenómeno bajo un criterio determinado,
la tiene tan grande, como que el es quizas el más no-
table de cuantos acompañaron á los terremotos de Julio.
Nos referimos á los hundimientos* de 'tierras acaecidos en
el distrito de la Infanta.- El S?. Centeno describe estos
trastornos detalladamente, y dedica un plano á la repre-
sentación gráfica de esas depresiones del suelo, que fueron
notables por su estension y por medir en algunos puntos
una profundidad considerable. En Punta Tacligán las tierras
elevadas algunos decímetros sobre el nivel del mar des-
cendieron siete metros, y en Quinanliman la sonda acusó
un hundimiento de cinco metros.
Estos movimientos del suelo no se presentaron en
ningún otro punto de la isla, y es curioso observar que
ellos corresponden al lugar en que hemos señalado el foco
de las conmociones terrestres.
— 97 —
¿Cómo desconocer el interés que encierran esos he-
chos, que, sin embargo, no han fijado hasta ahora la
atención de nadie? ¿No es natural suponer que los des-
censos superficiales fueron provocados por los despren-
dimientos del interior? Seguramente; y por nuestra parte
encontramos una estrecha relación entre aquellas depresio-
nes y las que debieron surgir en el seno de la tierra*..
Veamos ahora, donde radican las fuerzas ocasionales
de los hundimientos subterráneos 'de Lü'zon* v
A poco que se estudien las coadiciones del suelo fi-
lipino, se observará que son abonad ísimas para favore-
cer la filtración de las aguas de < lluvia, que durante
muchos meses del año caen sobre las montañas y correo:
á depositarse en Valles estrechos que por su estructura
favorecen el paso de las aguas á través del subsuelo.
Ya esto, por sí solo, es un factor de cuantía, pues bien
se sabe que las lluvias torrenciales deshacen los terre-
nos, ocasionan el resbalamiento de las capas, y son
causa de hundimientos . tan considerables como los que
produjeron las catástrofes de Lombardia en 1618, las de
Goldan en 1806, y últimamente las de la isla de la
Reunión.
Pero todavía creemos que hay otro elemento á cuya
acción deben atribuirse principalmente los terremotos de
1880: la influencia de los grandes mares del Este que
baten sin cesar las costas orientales y son origen de des-
prendimientos y dislocaciones tan notables como acusa
el mapa de la isla.
Que las olas son suficientes á determinar extensos
movimientos en las playas, es un hecho probado hasta
la evidencia; que ellas han contribuido de muy antiguo
á la disposición de las cosfcas filipinas, uro puede negarse;
14
— 98 —
que continuamente ocasionan transformaciones en la parte
emergida de; las playas, nos lo prueba una sencilla ins-
pección de los terrenos. ¿Por qué, pues, no admitir que
esos mares destruyen también las tierras sumergidas, y
abriéndose pasó á pocos metros de la superficie, llegan
al interior de aquellas y provocan esos hundimientos,
causa determinante de los terremotos? Si concedemos á las
aguas el poder necesario para dividir y fraccionar las cos-
tas, bien podemos creer, sin gran esfuerzo, que su acción
va más allá de la zona en que los efectos de las olas apa-
recen á nuestra vista. Así parece que sucede en Filipi-
nas, cuyas tierras orientales sufren los embates del Pací-
fico y el choque de las poderosas corrientes que nacen
de la ecuatorial del Nort£ y vienen á estrellarse en las
costas del Este para derivar luego hasta perderse en los
mares del Sur; circunstancia esta, que tampoco ha sido
notada, y que conviene, sin embargo, tener presente.
La periodicidad de los terremotos del Archipiélago,
apuntada por el Sr. Centeno, y que en realidad existe,
acusa también una fuerza constante y lenta que causa
sus efectos sensibles en periodos relativamente iguales.
Resumiendo; el hecho, para nosotros demostrado, de
radicar el foco de las sacudidas en los puntos próximos
á las playas que más enérgicamente sufren la acción del
miar, y que por su estructura se hallan expuestos á las
filtraciones submarinas, prueba bien que en ese Océano
que socava las costas y penetra en las grandes cavida-
des subterráneas, determinando allí el desprendimiento
de grandes rocas, debe buscarse el origen de los terre-
motos filipinos.
No prétehdemos, porque no poetemos pretenderlo, ha-
ber resuelto el importante problema de geografía dina-
— 99 —
mica que tanto preocupa hoy á los hombres de ciencia.
Si hemos expuesto nuestras ideas de un modo que qui-
zás á algunos parezca pretencioso, es por estar firmemente
persuadidos de la certeza de unos hechos que hemos pro-
curado estudiar con escrupulosa atención, y porque cree-
mos que en estos asuntos deben declararse con entera li-
bertad todas las convicciones, sin envolverlas en nebulo-
sidades y reservas, qué aún disculpadas por una lauda-
ble modestia, perjudican á la ciencia y entorpecen la obra
del progreso.
Los hechos ahí quedan consignados; nuestras deduc-
ciones podrán ser erróneas; de cualquier modo ellas quizás
abran el camino á nuevos trabajos y á descubrimientos
de más valer.
ARTICULO SEGUNDO.
g. L Origen y formación del Archipiélago. — En una:
antigua tradición india se comparan las tierras emergi-
das, á gigantesca planta cuyas flores, apenas entreabier-,
tas, se ven representadas por las islas que esmaltan el
Océano y se extienden del uno al otro continente.
Diseminadas en la superficie del mundo marítimo, las
regiones oceánicas aparentan levantarse del senq de las
aguas sin obedecer á ley alguna en sus caprichosas fóiv
mariones. Pero estudiando su estructura, se observa que
— 100 —
no están arrojadas al azar, y que, por el contrario, son
én su maravilloso conjunto hermosa muestra de las más
sublimes armonías físicas. Archipiélagos numerosos que
matizan dé los; más brillantes colores laá azuladas super-
ficies del Océano; islas levantadas en las cercanías de an-
tiguos continentes; masas desprendidas de la' tierra pri-
mitiva por la acción de fuerzas más ó menos enérgicas,
pero constantes; todos ésos grandiosos restos de otras eda-
des ofrecen una exacta correspondencia que no permite
dudar de la continuidad de vastos territorios que elevaron
sus terrenos en los mares orientales.
Para explicar él estado actual de estos países y las
diversas trasformáciones operadas en el trascurso de los
siglos, es bastante la intervención de los agentes físicos
cuyas fuerzas se manifiestan hoy en la superficie de nues-
tro planeta; no siendo necesario recurrir á hipótesis aven-
turadas que atribuyen los más sencillos trastornos geológi-
cos á la repentina aparición de espantosos cataclismos.
Un examen atento de las tierras, el conocimiento de
la fauna oceánica, y el de la distribución y origen de las
razas que pueblan esas islas, ha permitido á los natu-
ralistas modernos recomponer en su mente el admirable
conjunto hundido hoy en el seno de las aguas, y formu-
lar una teoría que confirma las antiguas indicaciones de
Estrábon (■■*), y que sostenida luego por Buffon ha sido
demostrada por los curiosos trabajos de Wallace.
^ Limitándonos á nuestro objeto, ñó entraremos á exa-
(1) Sabido es que él célebre geógrafo de Amasea anunció la
posibilidad ;de .que en las, vastas regiones marítimas, desconocidas en
su época, existiesen grandes continentes emergidos del fondo de las
aguas. -
— 101 —
minar los fundamentos en que se apoya una hipótesis ad- a
initida hoy por la mayoría de los geólogos y consignada
ya en los anales de la ciencia. Hemos sólo de fijar la.
atención sobre algunos puntos importantes, no bien co^
nocidos todavía, y que están estrechamente relacionados
con la geogénia del Archipiélago.
¿Es posible determinar el origen de todas las regiones
oceánicas, señalando las que son producto de formaciones
recientes, y las que representan en la actualidad el con-
tinente sumergido? ¿Se unía este al litoral asiático, ó for-
maba un todo aislado en medio del Océano? Hé aquí las
cuestiones que ante todo se ofrecen á nuestro estudio.
Sobre las aguas del Pacífico elevan sus cumbres cordi-
lleras extensas, que después de recorrer las islas ocultan
sus estribaciones en las aguas y vuelven á aparecer en
comarcas más ó menos próximas. La estructura de estas
montañas, su dirección y otras condiciones físicas muy
señaladas, indican que se elevan sobre una extensa plani-
cie submarina, hundida gradualmente, pero que en otro
tiempo formó un continente sobre la superficie. Las cor-
dilleras de Sumatra y Java y casi todas las que forman
el archipiélago de la Sonda, ofrecen por el contrario la
estructura y dirección de los sistemas de -Malaca y parte
meridional de Asia, indicando así su relación con el conti-
nente indiano del que hoy se hallan separadas por canales
ó estrechos de poca profundidad. Los estudios geológicos,
hechos en esta parte de la Malasia, sobre todo en Java
y en Borneo, no dejan duda acerca de la naturaleza de
esos terrenos, muy semejantes á los que forman el litoral
asiático; y si además se tienen presentes las importantísi-
mas investigaciones de Wallace, que ha encontrado en aque-,
lias islas más de 150 especies de mamíferos -iguales -á tes
— 102 —
del viejo continente, habrá fundamento para admitir con
este sabio, que esas comarcas representan los restos de
una tierra unida en otro tiempo á las de la India.,
Las regiones extendidas al, Este de Java, parecen conti-
nuar en cierto modo la serie que une las costas austra-
lianas á las asiáticas; pero sus condiciones físicas mar-
can claramente una completa separación entre islas muy
próximas. Demás, los datos geonósticos de las Célebes,
las Molucas y el archipiélago filipino, y los recogidos en
Australia y Nueva-Guinea, permiten establecer una divi-
sión comprobada por la fauna de estos países. La isla de
BQrnQo está separada de las Célebes por un canal muy
profundo que sigue al Sur y en el grupo de Timor pasa
entre Bali y Lombok, tierras que á pesar de su proxi-
midad poseen especies zoológicas distintas, que señalan la
Jínea divisoria entre la fauna asiática y la australiana. Desde
?P? pequeñas islas los, países oceánicos se reúnen en dos
grandes grupos: uno,, que en otro tiempo fué parte del
territorio de Asia y comprende la isla de Borneo y el
archipiélago de ja Sonda, y otro que, indudablemente, se
vniaá la Australia, ( y en el cual incluimos nosotros las
Filipinas, al que corresponden las Célebes, las Molucas ¿
tqdas las islas del Sudeste,
.& : Est;a división se funda también en la dirección de l^
calleras que desde ja parte septentrional de Nueva-
Irlanda, corren unas alaste á confundirse con las últimas
estribaciones de Java.y Jialaca, y otras al Norte por las»
C ^^! T ^PM 138 ' forpiando una extensa curva .deteis
TOifflMa por la acción de los mares orientales.
o^JP «^^s qu^ hay otros hechos en favor de esta|
í§^ía;.pu£s ; ^flí!^:^',^?. islas, desprendidas del litoral
3£M^;^^ en éste, iió
— 103 —
se ven en Filipinas ni en las Célebes los grandes monos
antropomorfos de Borneo, las fieras de Java, ni las aves
y reptiles que habitan los bosques del archipiélago de la
Sonda. ¿Cómo este dato importante y decisivo, pudo es-
capar á los autores que pretenden que la tierra descu-
bierta por Magallanes estuvo unida á las del Oeste?
El R. P. Buzeta cree, con algunos escritores extranje-
ros, que las islas oceánicas formaron un todo continuo
con ei Asia y la América; pero esta hipótesis, tan poco
conforme con los conocimientos actuales, no tiene en sú
favor un solo hecho.
Desde muy antiguo los religiosos que hicieron la des-
cripción del Archipiélago, no vacilaron en afirmar qué
sus tierras, unidas en otra edad del globo, fueron sepa-
radas por la acción de un poderoso cataclismo. Funda-
ban esta teoría en las similitudines phisicce de Bacon, pues
en efecto, las tierras filipinas guiardan entre sí una exacta
correspondencia física. En la actualidad se ven en los
principales grupos señales evidentes de su antigua unión,
observándose que las costas meridionales y las del Este
de Luzon se hallan fraccionadas y divididas por multitud
de senos más ó menos profundos, á los qué corresponden,
casi exactamente, pequeñas tierras situadas á distancia muy
corta. En la isla de Samar y algunas dé las Visayas, pa-
recen colocadas las montañas según el mismo orden, cor-
riendo todas at S. E. para llegar á las aguas de Min-
danao, mientras en Panay y Negros se dirigen de V N. á
S. marcando Járlínéas centrales del antiguó territorio fili-
pino. Por último, la naturaleza de los terrenos^ la rela-
ción de los yacimientos hullíferós, lá semejanza dé las pro-
ducciones vegetales, y la escasa profundidad d'e ios márós-
que rodean estas islas, -permiten sostener ^ué c él las °formá-
. ,— 104 —
ron un todo continuo con otras más extensas comarcas.
Pero si este es un hecho indudable, no podemos ad-
mitir que el Archipiélago se ha separado del continente,.
ya que es imposible señalar la más débil semejanza entre
sus tierras ni entre sus faunas, ¿De qué manera se ex-
plica que en nuestra colonia no se vean ni aún siquiera
restos que recuerden los seres de la India? Si esto no
fuese suficiente á demostrar lo erróneo de aquella hipó-
tesis, consignada- y admitida por la mayoría de los au-
tores que de Filipinas escribieron, ya veremos en el es-
tudio de las razas, cuan falsas son las afirmaciones que
combatimos.
Cuanto queda expuesto debe también objetarse á la
pretendida unión de la provincia española y Borneo, pues
esta última con sus criaderos, de diamantes, sus fieras y
reptiles desconocidos en aquella, indica, que en época al-
guna confundió sus tierras con las de nuestro archipiélago.
Por el contrario, la fauna de Célebes es muy seme-
jante á la de éste, y las razas aborígenes proceden todas
del grupo australiano que Wallace considera formado por
las tierras que desde Loinbok se levantan al Este de una
línea que pasa por la costa oriental de Borneo y la me-
ridional de Filipinas.
Ahora bien, ¿admitida la existencia de ese continente,
es posible determinar la época en que su destrucción dio
origen á las islas actuales? Ningún dato se posee hoy que
permita fijar, ni aproximadamente este hecho; pudiendo
sólo suponer que los trastornos geológicos debieron suce-
derse en varias eclades y presentarse por causas bien dis-
tintas;.
Refiriéndonos á Filipinas, notaremos que las incesantes
transformaciones del suelo ocurridas en nuestros días^-soo
— 105 —
provocadas 6 por la acción volcánica que acumula mate-
riales ígneos sobre las cap^s de sedimento, ó por los
temblores que separan algunas tierras, hunden montañas,
y dan paso a las aguas del interior..
A estos deberaDs añadir otro elemento poderoso que
en el mundo de lo infinitamente pequeño se muestra en
toda su energía y da lugar á extensas formaciones que
los pólipos elevan sobre las rocas submarinas.
La falta de grandes mesetas en las montañas del Ar-
chipiélago, y la de extensas llanuras que separen el mar
de la base de las cordilleras, induce á creer que el an-
tiguo territorio oceánico debió sumergirse en el fondo de
las aguas por alguno de esos movimientos tan frecuen-
tes en la superficie del planeta. Por los trabajos de Mohr
y otros partidarios de la escuela neptunista, conoce-
mos la influencia de las olas que combatiendo las cos-
tas provocan hundimientos más ó menos considerables.
Los autores que suponen que el Archipiélago es de orí-
gen esencialmente volcánico y que todas sus islas han
sido emergidas por aquella fuerza, niegan esos hechos,
sin tener en cuenta las señales evidentes que marcan el
descenso, ni la falta de fósiles marinos de otras épocas
en los terrenos altos que de haber estado entonces bajo las
aguas ofrecerían restos animales que probarían su origen.
Hechas estas consideraciones, creemos puede sospe-
charse que el grupo filipino formó parte en otras edades
de un vasto territorio separado del Asia, que por las Cé-
lebes y las Molucas llegaba á Nueva-Guinea y Nueva-
Holanda, para constituir el gran continente australiano
sumergido hoy en las ondas del Pacífico.
* : .§. II. Geognósiq. — No vamos á hacer un estudio dete-
nido de este punto, extraño al objeto de nuestra obra; sólo
15
— 106 —
algunas líneas dedicaremos á lá descripción de las princi-
pales especies, que como el cobre, el hierro y la hulla,
ofrecen incalculables beneficios á los que algún dia aprove^
cheri debidamente los adelantos de la ciencia geológica, para
la explotación de los veneros que encierra el suelo filipino.
. En la parte septentrional de Luzon, y limitado por las
provincias de llocos, Abra, Isabela y Nueva- Vizcaya, se
encuentra el distrito de Lepanto, en cuyas montañas hay
grandes masas cuarzosas que contienen varios metales, en-
tre ellos el cobre. En el monte Aban se presenta este cuerpo
en filones cubiertos por capas de pórfido arcilloso que se
dirigen del O. N. Ó. al E. S. E., y ofrecen en su interior
vetas feldespáticas de distinta longitud.
La explotación de los criadores de cobre de Manca yan
fué iniciada hace muchos años por los indígenas, pero
hasta el segundo tercio del presente siglo no fué empren-
dida por los europeos. En 1862 comenzó sus trabajos la
sociedad Cántabro-filipina, que recogió escasos productos
á pesar de haber gastado grandes capitales.
En estos filones se ven cobres grises, la filipsita (cobré
Jiepático) la calcosina (cobre vitreo) y otras variedades cuya
¿OmpQsición según el ingeniero Sr. Santos, que practicó
repetidos ensayos, es la siguiente.
Cobre. ■ > • . .
• • 16.64,
Sílice*^ . .;
. . ;47,06 fl
Azufre. .- . ¡ . .
i. 'i.-- MM-'.l
Antimonio ¡ r j . >
>v-, i5bl2v : -
Arsénico. . . .
• . , 4>65.; i
Hierro . . . .
..,-.-. : 1,84. ,
Perdida ; . -..- .
. . 0,25.
El Sr. Centeno^ tiacé especial mención en su Memoria
— 107 —
geológica, de la inmensa riqueza de esos criaderos y de
la facilidad con que los benefician los insulares por medio
de ingeniosos procedimientos.
Otro de los productos más abundantes en el Archipié-
lago es el oxido de li ierro, que se presenta casi puro en
terrenos vírgenes cuya explotación es sencillísima. Se cree
que el aprovechamiento del hierro en Filipinas es el más
antiguo y el de mejor resultado. Este metal se encuentra
en muchas islas, y la pureza de los minerales es tal que
algunos contienen el 80 por 100 de hierro puro de in-
mejorable calidad. Los que conocen esa riqueza se que-
jan del atraso en que hoy se halla este ramo de la. in-
dustria, á causa del poco tino de los que emprendieron
las primeras explotaciones. Estas podrían hacerse hoy con
resultados favorables en los criaderos de Bulacan, Pam*
panga, Laguna y Camarines Norte. •-,...
Al describir los ríos del Archipiélago hemos indicado
la existencia del oro en algunjas comarcas donde ese cuerpo
proporciona á los naturales los medios de atender á sus
escasas necesidades. El oro no se encuentra únicamente
en las arenas de los rios, sido en terrenos de aluvión y
en verdaderos filones que atraviesan rocas graníticas: Tal
sucede en la provincia de Camarines Norte donde se pre-
senta también en masas cuarzosas, á semejanza de los fi-
lones del Brasil. En los montes Manbuláo y Paracale se
extrae oro mezclado con pirita de hierro ó de cobre y
á veces con galena y blenda, como se ve en las explota-
ciones auríferas del monte Labo cuyos filones son de arcilla
gris. En otras zonas hay pequeñas vetas que encierran
este precioso metal tan abundante en los distritos de M¡-
samis y Surigao (Mindanao.) Los placeres auríferos de estas
comarcas son explotados por los. indígenas que extraen gran-
— 108 —
des cantidades de oro en polvo, y pepitas cuyo peso según
el Sr. Centeno, es hasta de 3 taeles. En Misámis el oro
se encuentra en masas de cuarzo, en aluviones modernos
y en las arenas de los rios; en Surigao se ven filones ca-
lizos que ademas del oro contienen hierro y cobre. Los
estudios hechos en los últimos años descubrieron la riqueza
que podría alcanzar la explotación aurífera, limitada hoy
al aprovechamiento de pequeñas cantidades que los del país
extraen para servirse de ellas en sus tráficos. ( x )
Al tratar de la composición de los terrenos hemos in-
dicado también la existencia de cuencas carboníferas en
las islas más importantes. Recientes investigaciones han
dado á conocer la bondad de esta sustancia cuyos yaci-
mientos fueron descubiertos por primera vez en el año
1827. Desde esa época se han hecho numerosos registros
en Luzon, Visayas y Mindanao» siendo los más notables
los de la provincia de Albay y los de Cebú, que á las
excelencias del mineral unen en algunos puntos el gran
espesor de las capas, fáciles de aprovechar y conducir á
puertos próximos.
Además de estos productos, hay en Filipinas mercu-
rio, azufre, antimonio, plomo y canteras de las que se
extraen mármoles y otras calizas empleadas en la cons-,
trucción.
En la imposibilidad de hacer una descripción minu-
ciosa, que no correspondería á la índole de este libro,
damos á continuación un resumen de las principales es-
pecies minerales iv las provincias domíé sel encuentran.
(1) En, el,rae;s iv de Junio de 1874, di£teé&^M. Danbrée, á la So-
ciedad ¿eólógica dé Francia, de una curíesa" carr^ escrita por Minard'
acerca da los yacimientos aurífero^ de Filipinas, en la cual asegura
que el oro se encuentra con frecuencia en jna*as donde abunda el
platino tiativo i í. No poseemos ninguní dalo- qu^confirme este aserto.
— 109—^
MINERALES.
PROVINCIAS.
Hierro
Cobre.
Oro
Hulla
Mercurio ( 1 ).
Plomo. . .
Azufre*
Mármoles.
' Bulacan. — Lepan to. — Bontoc. — Ba-
taan. — Laguna. — Camarines Norte.
— Pampanga.
/Cagayan.— llocos Sur. — Lepanto. —
\ Zambales. — Tayabas. — Camarines
j Norte. — Camarines Sur. — Antique.
\ — Masbate.
7 Nueva-Écija.— llocos Sur. — Lepanto.
\ — Unión. — Infanta. — Tayabas. —
i Leyte. — Cápiz. — Cebú. — Surigad. —
V Misamis. — Mindoro.— Sibuyan.
¡Nueva-Écija. — Zambales. — Camarines
Sur. — Albay. — Bataan. — Balabac.
— Samar. — Antique. — Romblon. —
Cebú. — Negros. — Mindoro.— Suri-
gao. — Tayabas.
Cáraga. — Cápiz. — Samar.
Cebú. — Camarines Norte.
j Albay. — Camarines. — Batangas. —
l Leyte.— Benguet.*
[ Manila. — Bulacan. — llocos. — Caga-
yan. — Lepanto. — Laguna. — Rom-
blon.
La importancia de esas especies indica bien cuantas
ventajas pueden esperarse de una tierra tan generosamente
dotada, y que en tales proporciones ofrece estimados ma-
(1) La existencia de este metal no está bien comprobada.
— íiO —
teriales que las artes, la industria, y la fabricación soli-
citan con empeño,
Y todavía han dé contarse entre las riquezas del suelo
filipino, numerosas fuentes de aguas minerales que gozan
preciosas virtudes terapéuticas. Ya en otra parte de esta
obra veremos qué esos manantiales, abandonados hoy
en absoluto por el hombre, pueden competir por su mi-
nerálización y su temperatura con las más notables ter-
mas europeas. -
¡Tristeza causa él considerar cuántos valiosos produc-
tos yacen aquí olvidados; cuántos caminos de prosperidad
y abundancia podrían tener natural desarrollo; cuántos
tesoros ocultar* sus admirables producciones á los ojos de
Ja ciencia!
§. III. Fauna.— En el vasto cuadro que la naturaleza
animal nos ofrece en el Archipiélago, se advierte desde
luego una falta dé originalidad, que no deja de ser no-
table y digna de atención.
Especies venidas del viejo munido, y por todo extremo
degeneradas después de laboriosa aclimatación; otras,
iguales ó parecidas á las que viven en las islas del Este,
y son peculiares á la Oceanía; algunas, que representan
la fauna americana, y la de las tierras polinesias; mul-
titud de seres marítimos, comunes á todos los países que
baña el Pacífico, tales son, en conjunto, los elementos
zoológicos que viven en la provinóia española, donde
apenas si pueden estudiarse algunos seres peculiares de
sus extensos dominios.
La fauna filipina, carece, puesi de ese carácter es-,
pecial que distingue á la de otros pueblos. En ella no
existen ni los grandes mamíferos de Asia y Europa, ni
las fieras de África, ni las especies marsupiales de la Aus-
— iii —
tralia. Únicamente en los últimos eslabones de la escala
animal, puede encontrar el naturalista seres de organiza-
ción característica y propia de esta zona.
Es cierto, y precisa confesarlo, que hasta ahora nos
hemos cuidado bien poco de esa clase de investigacio-
nes, que tan útiles y provechosas serían á la ciencia y
al país. Ni un ligero ensayo de clasi6cación se ha hecho
hasta hoy; sólo sucintas brevísimas noticias que encontra-
mos en los autores modernos, acerca de este importante
ramo de la historia natural; y las relaciones de los dos úl-
timos siglos en las que se consignan datos zoológicos tan
erróneos y gratuitos, que han merecido á un respetable
cropista religioso la calificación más severa. (*)
Ademas de las breves noticias apuntadas en la obra
del P. Camel, tenemos después loa trabajos de Cunming,
acerca de algunos órdenes de mamíferos; las indicacio-
nes de Labillardiere, que estudió varios pájaros de estas
Islas; y los trabajos de Semper, ya citados, que se refie-
ren á un corto número de especies.
Para llenar ese vacío en la parte que es indispensa-
ble, preciso nos será alguna vez recurrir á observaciones
propias, que deficientes é incompletas como son, nos ser-
virán de guía en materia tan poco conocida.
Consignemos, ante todo, que en el estudio de los sé-
res que habitan el Archipiélago hay un punto de gran-
dísimo interés para la historia física. Si en este suelo
viven especies iguales á las del continente asiático, y esas
especies no han sido importadas por el hombre, es in-
dudable que las Islas formaron parte en algún tiempo de
las grandes tierras del Oeste. Y esto dicen algunos au-
(1) Historia de Filipinas.— Por Fray Joaquín Martínez de Zúfiiga.
véase página 17.
— 112 —
lores que sucede; y dando por cosa cierta que en Filipi-
nas existieron eso^ animales, concluyen una hipótesis que
según hemos probado en capítulos anteriores es tan falsa
como gratuita.
Ya vimos en otro lugar que ni loa fósiles del Archi-
piélago, ni resto alguno del reino animal, acusan el me-
nor vestigio de esos seres que constituyen las faunas de
Asia y de las islas del Sur. En los párrafos que siguen
observaremos también que no viven en éste país los Meias,
los Gibones y otros cuadrumanos que caracterizan y rela-
cionan las faunas de Java y Borneo, y las de Sumatra jr
Malaca.
Los terribles carniceros de esas regiones nó se cono-
cen en Filipinas, y multitud de reptiles que se albergan
en los bosques de aquellas comarcas, son extraños á la
fauna de nuestra colonia. Pero hay un hecho, que por
ser el único, es argumento obligado de todos los que de-
fienden la confusión de estas tierras con las del Oeste.
Recogiendo las indicaciones que se ven en libros del si-
glo 17, afirman muchos qué en Filipinas hubo en otro
tiempo elefantes, como lo prueba — según dicen — el testi-
monio dé antiguos cronistas que aseguran haberlos visto
en Joló y en otras islas del Sur, y el hecho elocuen-
tísimo— al parecer-^de existir en el idiotna tagalo una pa-
labra, gadyá, que significa elefante. Nadie, que sepamos,
sé ha cuidado de examinar y valorar estos supuestos, y
desde luego se ha creído en la existencia de un ser que
jamás habitó estas provincias.
Observemos, ante todo, que los mismos defensores dé
tan extraña especie,, no vacilan en declarar que hoy no
se encuentra en el país rastro ni indicio de aquellos ani-
males. ¿Cómo admitir que loa representantes de esa fa-
— Ü3-
ffiilia zoológica, perteneciente á las faunas actuales, han
desaparecido del Archipiélago, sin dejar señal alguna que
patentice su existencia? ¿Cómo, creyendo posible esa desa-
parición, no han quedado restos en los terrenos modernos
que forman la superficie del suelo, en los que necesaria-
mente habrían de estar aquellos conservados? Pero aparte
de ésto, adúcese en primer lugar el testimonio de los au-
tores del siglo 17 que afirman que en Joló y en Mindanao
había elefantes. Ya varias veces hemos Indicado la poca
estima que merecen muchos de esos hechos dados por
ciertos en las antiguas historias del país. En su mayor
parte son éstas una grotesca urdimbre, donde á vueltas
con lo verdadero anda enredado lo fabuloso y lo absurdo.
Y porque no se crea que es esta una exajerada opi-
nión nuestra, léase lo que á este propósito dice un sabio
agustino: «No faltan en sus historias (las de Filipinas)
sátiros, hombres con rabo, hombres marinos* y cuanto,
puede llamar ía atención en la humana naturaleza.» Y
antes escribe: «Nuestros historiadores hacen mención de
cosas más raras que no refiero por no estar bien informado
dé ellas, y temer con fundamento, que en esto han mi-
rado más á lo maravilloso que á 16 verdadero, como si
escribieran poemas, dando crédito á los indios, y a los
que no lo son, que quieren distinguirse por contar lo más
extraordinario.»
Vemos, piíes, que poco debe significar el dicho de los
que defienden la existencia del pescado hombre, y otras
fábulas semejantes que eran cosa corriente entre los indios
y entre otros que no eran indios.
Pero vengamos á esa otra prueba sacada del dicciona-
rio tagalo, y que presentada como irrebatible, tiene para
nosotros menos valor que la primer^. Es cierto que hay
— 114 —
en aquel una palabra para designar al elefante, pero debe
tenerse en cuenta que en dicho idioma, por confesión es-
plícita de aquellos que creen que tiene construcción y
raíces propias, se- encuentran muchas palabras que deri-
van del árabe, del chino, y del sánscrito. Siendo esto
así, no puede extrañar que haya frases para expresar la
idea de seres ú objetos propios de esos países en que do-
minó la lengua imitada luego, en parte, por los filipinos.
Podríamos citar, en prueba de ello, muchas palabras ta-
galas que traducen nombres de cosas completamente des-
conocidas en las Islas; pero como ésta sería interminable,
nos limitaremos á preguntar: ¿hay noticia de que hayan
existido leones en el Archipiélago? No sabemos que nadie
pretendiera nunca sostener tal cosa; y r sin embargo, los
tagalos tienen una palabra para designar al rey de las
selvas, y en. todos sus diccionarios se lee que halimao sig¿
nifica león.
Después de esto, que nos importaba dejar consignado,
describiremos á grandes rasgos las especies más notables
del reino animal.
Ni uno solo de los grandes monos antropomorfos del
antiguo continente vive en Filipinas, donde los cuadruma-
nos tienen numerosa representación. Desde luego puede
asegurarse que las principales especies de ese orden son
distintas de las de Borneo, Java, Sumatra y Malaca, en-
contrándose, por el contrario, muchas- iguales á las que
habitan en Célebes y Mofucas.
í Los monos — aliuas en tagalo — se hallan en todas las
provincias del Archipiélago, y á veces aparecen formando
tribus numerosas. En Luzon hemos visto algunos ejem-
plares del grupo de los Macacos (macacas cynomolgus) de
color pardo verdoso, cola larga y cabeza grande. Estos
— 115 —
animales viven en los bosques del centró de la isla y se
alimentan de frutas.
Los Platirrinos están representados por algunas va-
riedades de Sajus que hay en Visayas y en las islas del
Oeste. Estos monos, que son sin duda los citados por
Buzeta, se distinguen por la forma del pelo que cubre
la cabeza y se reúne en un moño que se extiende á la
parte superior de la cara. Los sajus que hemos visto en
Iloilo no son blancos, como refiere aquel autor, sino par-
dos, aunque este color es muy claro en algunos.
En Samar, en Mindanao y otras tierras, viven especies
•pertenecientes al orden de los Tarsidos, siendo notable el
tarsio espectro (lémur spectrum) que habita en los huecos
de los* árboles. Tiene la cabeza voluminosa y el hocico
-prolongado; el cuello es corto y se pierde en unos hom-
bros muy elevados; las extremidades anteriores son más
■cortas que las posteriores, y en la base de los dedos salen
eminencias carnosas; los dientes incisivos son cortantes, y
los molares provistos de puntas cónicas. El pelo de estos
'monos^es fino, espeso y largo, de color amarillo rojizo
que en la espalda se hace más oscuro. No es exacto,
'como afirma Jagor, que sólo existan los tarsios en Samar,
pues los hay en Bohol, donde se conocen con el nom-
'bre de malmay, y nosotros hemos visto uno en Cottabato,
procedente de la costa oriental de Mindanao, donde según
nos refirieron los hay en buen número.
Entre los Quirópteros debemos mencionar varias es-
pecies de murciélagos — bayacan en Manila — que se distin-
guen por la magnitud de sus alas, que miden más de un
metro, y por la finura de la piel. Los murciélagos son
muy útiles, pues devoran gran número de insectos que
constituyen en Filipinas una verdadera plaga.
— 116 —
Los Teropópidos cuentan aquí con variedades de la fa-
milia de los cinópteros.
En Samar y 'en Visayas vive una especie de los Ga-
leopitecos, el Káguang (lémur volans) de color rojo pardo,
pelo espeso en el dorso, y los incisivos inferiores dente-
llados. Además de su sistema dentario, hace notables á
estos animales la espansión de la piel que uniendo el tronco
á las extremidades les sirve de para-caidas y les permite
volar, Jagor ha descrito las costumbres de las especies qué
encontró en Samar, y asegura que son torpes é inofensivas.
Las pieles de los Káguans, impropiamente llamadas pieles
de pañiqui ( 1 ), son muy estimadas en Europa donde se
buscan mucho por su finura y tamaño.
En el género Felis, poco numeroso en el país, donde
no existen grandes carniceros, son notables el gato ro-
dado (felis viverrina) que se ve en el Norte de Luzon y
es de color gris pardo con manchas blancas y negras. En
Mindanao hay un gato muy semejante al de Man, de color
oscuro y cola rudimentaria.
Los Mustélidos viven en algunas tierras del Sur # siendo
dignas de mención las nutrias de la Paragua (luirá vulgaris)
que tienen un pelaje fino, de color gris pardo. En esta
isla vive un ser de la familia de los Histrícidos, el puerco-
espín, muy parecido al de Java (acantion javanicum), más
pequeño que el de Europa, y de color gris oscuro.
Durante nuestra estancia en Zamboanga (Mindanao)
reconocimos una especie muy rara, no mencionada por
los escritores filipinos, y que creemos pertenece al género
de los Gimnuros. Es un roedor parecido á la rata, de ca-
1 (1) Paniqui es un nombre tagalo qué como bayacan significa Tmir-
ciélago grande. El murciélago pequeño SC llama Cabageabqg,
— 117 —
béza grande, hocico pronunciado y cuerpo de buen ta-
maño; la piel es suave y está cubierta de pelos amarillen-
tos en la cabeza y oscuros en en el dorso.
Existen también en varias provincias ejemplares de la
ardilla enana (sciurus exüis), de color gris y pelo largo,
que se alimenta de frutos silvestres.
Desgraciadamente los Múridos y otros roedores abun-
dan tanto en el Archipiélago, que bien pueden los fili-
pinos decir con Gessner que los conocen más de lo que
quisieran. La rata doméstica (mus raías) es uno de los
más poderosos enemigos de la casa en este país, y á las
veces ocasiona destrozos considerables. Son de gran ta-
maño y de una actividad demoledora.
Los autores que tratan de la fauna filipina no citan
especie alguna de las Desdentados, y el R. P. Fr. Martí-
nez Vigil, en su notable obra de Historia Natural asegura
que en el Archipiélago no se conoce ningún animal per-
teneciente á ese orden. Sin embargo, existen muchos en
las Islas, y nosotros hemos visto en el magnífico museo
que tiene en Manila el Sr. D. Hipólito Fernandez, un pre-
cioso ejemplar del pangolin de los malayos (manis penla-
dactyla) recogido por Marche en la Paragua, donde abun-
dan estos manidos, que se distinguen por su cola corta
y gruesa, y porque las placas que forman su coraza cu^
bren las extremidades anteriores.
Entre los Solípedos figura el caballo, elemento pode-
roso en estas Islas, y el único que con el carabao sirve
las necesidades de la agricultura, de ía industria, y las
de la vida social. El caballo que en todas partes es auxi-
liar poderoso del hombre, es en Filipinas el que facilita al
europeo el ejercicio de sus aptitudes, á la vez que le pro-
porciona recreó y bieqestar. Y, sin eiübargo, en ninguna
— ris-
parte se trata peor á ese precioso animal, factor valiosí-
simo de la civilización y el progreso.
A juzgar por los caracteres físicos del caballo filipino, :
y sin necesidad de datos y noticias que no existen, puede
asegurarse gue procede de castas europeas que importadas
aquí degeneraron rápidamente y fueron origen de las que
en estado salvaje se encuentran hoy en varias islas.
Estos animales son de poca alzada pero graciosos, ági-.
les y muy ligeros, aventajando en algunos pasos á los de,
otros países. Su marcha ordinaria es la propia del estado
de libertad en que muchos viven; un trote suelto y rápido,
que en algunos es notable. En cambio no alcanzan gran
resistencia, ni son animales de fatiga. La cabeza es enjuta
y proporcionada á la talla, los ojos pequeños, el pelo es-
peso y suave, la crin corta y lacia, el cuello poco mus-.
culoso, el lomo estrecho, y los miembros delgados. Abun-
dan los de color blanco y los castaños, siendo raro el
pelo negro¿ Las castas del Norte de Luzon son de menos
talla, pero muy apropósito para el tiro; las del Abra y-
algunas de Panay también son estimadas. Todas son dó-
ciles, se someten fácilmente á la domesticidad, y se pres-
tan bien á las diversas faenas en que se aprovechan sus
servicios. Recientemente se ha pretendido' formar aquí un
buen caballo de carrera, pero no se ha adelantado gran
cosa, pues sobre carecer de medios para cuidar y amaes-
trar convenientemente á los animales destinados á ese ob-
jeto, no tienen éstos grandes condiciones para resistir lar-
gas carreras, que los cansan y estropean bien pronto.
A juzgar, por. el dicho.de algunos viajeros, que asegu-
ran que antes vivían jen. los montes de Filipinas grandes
manadas de ciervos, el número de éstos ha decrecido mu-
cho. Sin embargo, se encuentran hoy en las montañas
— 119 —
centrales de Luzon y en algunas otras islas. Alcanzan re-
gulares dimensiones, y como el axis macúlala tienen el
cuerpo largo, las piernas cortas, y los cuernos inclinados
hacia arriba y atrás. Son de color pardo, con pelos blan-
cos y el cuello gris.
En el grupo de los Cápridos se cuentan variedades de
cabras domésticas y otras que viven en los bosques; y en
el de los Bovidos, especies importadas que han perdido
mucho en fuerza y en volumen. Por ésto, y por no re-
sistir los rigores del clima hasta el extremo preciso para
su empleo en las faenas agrícolas, son poco apreciadas
en el país*
Tan útil, cuando menos, como el caballo, es en el
Archipiélago ese animal de formas toscas y groseras, que
los insulares llaman carabao y pertenece al grupo de los
Búfalos (bubalus.) El carabao se distingue bastante de los
búfalos de Cafreria y de los de Egipto; es más grande y
robusto que los primeros; su peso medio llega á 900 ki-
logramos. Bajo su pelo corto, cerdoso y poco abundante,
se descubre una piel dura y lustrosa de color pardo, man-
chada á veces con rodales de úa blanco amarillento. La
cabeza es grande y se distingue por la anchura de la
frente y los gruesos repliegues que eubren los arcos su-
perciliares; están provistos de enormes cuernos aplastados,
rugosos, y dirigidos hacia atrás y adentro formando un
extenso arco. El cuerpo es voluminoso, sobre todo en su
parte media superior; las extremidades gruesas y cortas
no corresponden á la marcha de este animal que, pesad»
en la apariencia, es ágil y ligero en extremo.
El carabao se encuentra domesticado en todas las pro-
vincias, y en muchas en estado salvaje. Por lo que se re-
fiere á este país no es cierta la afirmación de Roseenberg
— 120 —
que pretende que en ninguna parte se encuentran ya ca-
rabaos salvajes. Con. frecuencia se ven en los bosques estos
búfalos en libertad y tan fieros que no temen al hombre
y lo acometen con sana extraordinaria. Domesticados, se
convierten en animales dóciles, pacíficos, sufridos, de ex-
trema resistencia y fuerzas colosales. Los rigores del clima
ejercen sobre ellos escasa influencia, y después de perma-,
necer algunas horas en el agua, el carabao trabaja sin fatiga
al sol y durante las horas en que es más alta la tempera-
tura. En Filipinas se les ve generalmente en los terrenos
bajos y pantanosos, pues es ^grande su afición á los sitios
húmedos. Cuando no se les obliga al trabajo buscan du-
rante las horas del calor un lugar encharcado y se acues-
tan en el cieno donde permanecen largo tiempo tranquilos
y entregados al sueño ó á la rumiación. Si se les molesta
y enfurece, sus ojos, de ordinario apagados é indiferen-
tes, adquieren un brillo siniestro, fiel reflejo de una có-
lera desenfrenada, que cuando llega á su límite es mil
veces más terrible que la de las grandes fieras, pues el
carabao furioso, acomete cuanto tiene delante, destroza
todos los obstáculos, y no se detiene ante ninguno. Se ali-
menta de yerbas, y es frugal. . ,
Ya hemos dicho que el búfalo es de gran utilidad.
Se aprovecha su fuerza para los trabajos agrícolas y para
el tiro y arrastre de toda clase de materiales; su carne
dura y friable es aceptada por los naturales, que apro-
vechan también la piel y los cuernos para la fabricación
de multitud de. objetos.
Estas cualidades hacen del carabao un ser muy estimado
por el indígena, que, sin embargo, no le profesa el ex-
traordinario cariño que pintan los autores más inclinados
á lo fabuloso que 4 lo real. Tampoco hemos podido com-
— 121 —
probar la especie de Hasskarl que asegura existe un odio
del carabao al europeo, tan intenso eomo la simpatía que
mani6esta al indio.
En la familia de los Suideos, perteneciente á uno de
los sub-órdenes de los multiungulados, encontramos el ja-
balí común (sus scrofa) que vive en todas las cordilleras
de estas Islas, y él cerdo doméstico, que es aquí un ser
poco útil, de mezquino desarrollo, y que á causa del
abandono y suciedad con que se cría llega á ser repug-
nante para el europeo. Creemos que el cerdo bien cui-
dado, limpio y provisto de alimentación nutritiva, podría
constituir un buen recurso en el país, pues la prevención
que hay contra el uso de su carne, sería entonces infundada.
Algunos otros mamíferos existen en el Archipiélago,
pero son poco notables y merecen sólo particular mención
en un estudio especial de este importante grupo zoológico.
Más rica y variada puede considerarse la fauna ornito-
lógica, que comprende multitud de especies, entre ellas las
de acantilis, paradoxornis, dendrocites, gallinas, enicuros,
ortolomos, y otras propias de la India y de la Australia.
Como perteneciente al orden de los Falcónidos, de-
bemos citar el águila común (aquila fulva) que no es tan
grande como la de Asia y se reviste de un plumaje ce-
niciento. Es animal muy raro en algunas islas. En Min-.
danao aseguran los naturalistas que se ven águilas dora-
das. No creemos que sea el águila real, sino más bien la de
Australia (aquila audax) que abunda en toda la Oceanía.
Hay variedades de halcones (falco peregrinus) que son
notables por la coloración de sus plumas de un amarillo
pálido muy delicado.
Nos dicen que en las Calamianes hay una especie de
Ierax, que se distingue de las de Java porque las plumas
17
— 122 —
del vientre son grises. Tampoco son raros los buhos, de
color gris oscuro, que viven en los bosques de caña, y
se alimentan de pequeños mamíferos.
En el orden de los Pájaros hay especies innúmeras y
dignas de estudio más detenido que el que nosotros po-
demos dedicarle,
Una de las aves más graciosas es el cuervo filipino
(torvus sinensis) de color verde esmeralda muy oscuro en
la extremidad de las alas, que se hallan bordeadas por
una lista blanca. Sobre la cabeza luce un airoso moño
gris que se convierte en negro alrededor de los ojos.
Hemos visto en las islas del Sur ejemplares de la go-
londrina rústica (hirundo rustica) de cabeza ancha y el
pico bastante encorvado en la punta.
El salagan (hirundo troglodites) es muy estimado por T
que su nido, que contiene abundante materia gelatinosa,
sirve de alimento á los chinos, que lo pagan á precios
crecidísimos*
Abundan en algunos bosques los pericrocotos, (peñero-
cutus) de un precioso color azul con bandas rojas. Existe
además otro gris, descrita por Radde, que se eleva á gran
altura y es conocido por el ruido que produce en los ár-
boles donde anida.
El cálao (bucerus eavatus) es un pájaro notable por la
extraordinaria magnitud de su pico. Vive en los bosques,
y según los naturales en sus graznidos articula claramente
la palabra cálao. Se asegura que canta á horas fijas del
día y que se reúne en bandadas numerosas cuyo ruido
es insoportable. Como hemos dicho, su pico es de enor-
mes proporciones; la sustancia cornea que lo forma es
muy ligera; se encorva hacia abajo, y encima de la man-
díbula superior crece una gran protuberancia. El cuello
— 153 —
es largo , y el cuerpo de buen tamaño. Nosotros hemos
reconocido tres variedades; una que es la que generalmente
describen los autores; otra que vive en las A^isayas y se
halla cubierta de un brillante plumaje amarillo de oro en
el cuello, negro en el manto, y blanco en la cola; y otra
de pica rojo y blanco (bucerus mindanuensis.) El cálao de
Vizayas se distingue de los de Luzon, cuyas plumas son
rojas en la cabeza y cuello, en que en la base de la man-
díbula inferior se ven tres surcos negros separados por
un espacio teñido de rojo, y en la superior dos. La hembra
del cálao es más pequeña, y blanca. (*)
Las gallináceas son muy numerosas. Hay varias es-
pecies de palomas monteses y domésticas. Como propia
de Filipinas es notable la paloma de Luzon (phlegoenas lu-
zonica; columba cruentata) no muy conocida de algunos na-
turalistas, y citada ligeramente por Buzeta que sólo dice ;
que se distingue por tener en el buche una mancha de
color de sangre. Esta preciosa ave que habita en los pe-
queños bosques próximos á las costas, ha sido conducida
á Europa, donde no se ha logrado aclimatarla. Su tamaño
es mediano, la cabeza proporcionada, el pico débil y encor-
vado en la punta formando gancho. El vistoso plumaje
de que están revestidas, da á estas palomas un extraño as-
pecto; Las pequeñas plumas que cubren la. cabeza son de
un color perla claro que oscurece hacia el cuello y se
cambia en morado para volver á ser gris oscuro en el
manto y en la extremidad del tronco. Las tectrices y las
remiges primarias son más oscuras. En el buche se ve una
zona blanca en cuyo centro hay una mancha roja, que
ha valido á estos animales el nombre de palomas de la
(1) No es cierto que el cálao sea especie propia de Filipinas, pues
en Molucas hay una variedad y otra en Carolinas.
— 124 —
puñalada. Él carácter más notable lo constituye el cambio
de coloración de las plumas de la cabeza y manto que
son moradas ó verdes según el modo como las hiere la
luz. Existe otra variedad cuyo plumaje es todo blanco.
Construyen grandes nidos en que incuban los huevos las
hembras, mientras el macho vigila y procura el alimento.
Es ave muy excitable y agresiva cuando se irrita, par-
ticularmente en la época del celo, notándose que durante
ese estado de excitación el buche se ensancha y la man-
cha roja adquiere mayores dimensiones. Se alimenta de
granos y otros productos vegetales; permanece muchas
horas en el suelo, aunque su vuelo es poderoso.
Las codornices son aquí de regular tamaño y se dis-
tinguen de las del continente por el color claro de sus
plumas y tener el pico más débil. Rara vez se las pone
en cautividad y menos aún se venden en los mercados.
Abundan mucho las gallinas, cuya carne es menos nu-
tritiva que en Europa, efecto de que estas aves se alimen-
tan mal. Son más pequeñas, y su cola es raquítica, escasa,
y muy caida.
El gallo — labuyb de los tagalos — es un animal notable
en Filipinas por la afición que á sus luchas tienen los
insulares. Se le cuida esmeradamente, se le alimenta bien,
y es objeto, por parte de su dueño, de las más delicadas
atenciones. Este animal es verdaderamente el vicio del in-
dígena. A su lado pasa horas enteras, y con él se cree
bastante dichoso para olvidar todos sus deberes y obliga-
ciones. Hay que confesar que en este extraordinario ca-
riño entra por mucho la idea del lucro, ya que el obje-
tivo de todo el que posee un gallo es disponerlo á la pelea
y ganar en ésta sumas más ó menos importantes. De todos
modos, el natural quiere á esta ave con verdadera pasión,
— 125 —
y á su vista experimenta inverosímil alegría. El gallo del
Archipiélago tiene el cuerpo bien desarrollado, sobre todo
en su parte anterior; las plumas son más delgadas y cor-
tas que en los de otros climas; la cabeza fuerte y muy
ancha sostiene una cresta sumamente gruesa; la cara es
de color rosado, y el pico corto; los espolones resisten-
tes, pero no tanto como en los de Europa. El color del
plumaje cambia mucho; abundan las variedades negras con
manchas rojas; otras rojo oscuro con fajas amarillas; y
algunas muy extrañas, de color gris perla amarillento,
que en el país nombran bacongin. La raza filipina, sin
igualar á la española, es brava, ágil y vigorosa, condi-
ciones que se muestran bien en las luchas que sostienen
diariamente. La riña de gallos es aquí un espectáculo ex-
traño, y como dice Jagor, repugnante, porque armados
los espolones con aceradas cuchillas termina á veces la
diversión con la muerte de ambos combatientes. Los de-
talles de la pelea se siguen con afanoso cuidado, se atra-
viesan sumas importantes, y enardecido con los acciden-
tes de aquella, el indígena se convierte en otro hombre.
Él, que de ordinario se muestra tranquilo é indiferente,
gesticula, vocea, muévese en todas direcciones y mani-
fiesta una actividad inusitada. Aceptando la frase del doc-
tor Eydoux podemos decir que «las riñas de gallos son
para los habitantes de Filipinas, lo que las corridas de
toros para los españoles.»
No hemos podido reconocer verdaderos faisanes, sino
algunas especies de euplocornos, de colores pálidos y me
diana talla.
En las inmediaciones de los terrenos bajos de f azon
viven becacinas, ó agachonas, como las nombran^ ^ a ~
nila, que no difieren por sus caracteres de l¿ <* e * me ~
— 126^
diodia de Europa. Después de las grandes lluvias vienen
estas aves de los bosques próximos y se paran en ter-
renos pantanosos, donde van á buscar los insectos dé que
se alimentan. Su vuelo es ligero y rápido, y se cazan
con mil dificultades, por esta circunstancia y por la na-
turaleza de las tierras en que se las persigue.
Corresponden al orden de los Loros especies muy co-
nocidas de los ornitologistas, notables por la variedad y
riqueza de sus plumas, que ostentan brillantes colores.
Los ecléctidos son los más grandes que viven en esta zona,
y se distinguen por el color rojo escarlata de las plumas
que cubren la cabeza y el cuerpo, sobre cuya parte media
se ve una mancha blanca. Las alas son verdes, así como
la extremidad de la cola.
Muchas otras especies podríamos citar, pues las aves
abundan en Filipinas y ofrecen variedades tan notables
como algunas de las ya indicadas. De ellas recibe el hom-
bre grandes beneficios; constituyen un elemento principa-
lísimo de Ja alimentación; destruyen enormes cantidades
de insectos; y sirven de distracción y adorno en un país
donde son poco comunes otros atractivos.
El grupo de los Reptiles nos ofrece especies dignas
de estudio por sus caracteres y costumbres, y porque
son origen de mil supersticiones y fábulas muy arraiga-
das entre los naturales. Unas veces son estos animales
la imagen de la destrucción y del espanto; otras, señal
, evidente de bienestar y fortuna; teniendo también el poder
Ne los antiguos amuletos.
NPrecindiéndo de ésto, los reptiles son útiles, en general,
P ues \xterminan muchos otros seres perjudiciales al hom-
bre y áx^g pi an tas, y algunos de sus productos constitu-
yen vahos** objetos de comercio.
— 1 27 —
En el orden de los Quelonios vemos en estas playas
el Quelon verde (chelone viridis) de cabeza piramidal y las
extremidades anteriores más largas que las posteriores. El
espaldar y el peto constan cada cuál de trece escudos de
distinto tamaño. Alcanza á veces más de un metro de
longitud y se distingue por la disposición de las placas"
que están soldadas y no sobrepuestas. Vive en la proxi- '
midad de las costas y se. alimenta de plantas marinas.
Otra especie muy notable # es él Quelon carey (chelone
imbricata) parecido aL anterior, del que se distingue por
tener las placas del espaldar sobrepuestas en sus bordea
y de color oscuro con vetas de un amarillo de oro y ro-
jizas, que hacen de esta concha un artículo muy estimado.
Vive este animar en los mares que rodean las islas del
Sur, y se alimenta de peces. Es objeto de lucrativa pes-
ca, que proporciona la concha carey de tanto precio en
Europa.
En las Islas, donde hay grandes ríos de corriente lenta,
extensos pantanos, y numerosos canales, es considerable
el número de cocodrilos y caimanes, que ofrecen algu-
nas particularidades que hemos tenido ocasión de estu-
diar. Su frente es menos deprimida que en el cocodrilo de
los pantanos (crocodilos frontaíus) y de las seis láminas
oseas que cubren sji cabeza, dos son de consistencia carti-
laginosa. En el río de Mindanao los hemos visto en gran
número", y dejjen vivir también en las lagunas del interior.
Los caimanes se encuentran en los esteros de Luzon,
en el lago de Bay, donde los indígenas les dan caza, y
en algunos rios.
Figuran en el grupo de los Lacertideos multitud de es-
pecies: el lagarto verde (lacerta viridis); el lagarto perlado
(lacerta ocellata); y el que en Manila nombran chacón par
— 128 —
creer que en sus gritos imita esa palabra. Los chacones se
alimentad de pequeños insectos, viven en las casas, y son
muy respetados por los indígenas que creen á estos ani-
males dotados de poder bastante á evitar todo genero de
desgracias y catástrofes. Cuando muere un chacón en la>
* casa de un indio, éste se preocupa vivamente y teme gran-
m des males. Las lagartijas son huéspedes constantes de todas
las habitaciones, y se multiplican extraordinariamente.
En Visa y as y otras islas, vive el dragón volador (draco
volans) cuyo tronco pequeño y cubierto de finas escamas,^
ofrece brillantes colores en que predomina el verde mar;
el negro, y el rosa. En el lugar de los primeros pares de
costillas tiene unas espansiones membranosas que le sir-
ven de para-caidas y facilitan su traslación de unos pun-
tos á otros.
Un ejemplar que recogimos en las inmediaciones de
Cavite, nos indica que existen en Luzon variedades de
Gramatóforos (grammatophora muricata) caracterizadas por
la eminencia que corre á lo largo del lomo.
En el orden de los Ofidios vemos animales temibles para
el hombre, que viven en todas las islas del Archipiélago;
Hay en los campos especies varias de la familia de los cule-
brideos, que alcanzan considerable longitud. En los rios hay
serpientes de agua dulce (homalopsidce) muy ágiles y de agra-
dable aspecto. Durante*una escursión á los pueblosLdel inte-
rior de Panay, reconocimos varios ejemplares de driofílidos,
que por su estructura y el color verde oscuro de su cuerpo
se confunden con los árboles sobre que viven ordina^
riamente. Los acrocórdidos abundan y se caracterizan por
la disposición de la columna vertebral y de la cola; los
dientes son pequeños; el cuerpo está cubierto de peque*
ñas escamas rugosas que dan á este animal un> extraño
— 129 —
aspecto. Viven en los esteros y en el mar, cerca de la de-
sembocadura de los rios. Se alimentan de peces, y los in-
dígenas aseguran que su picadura es mortal.
Formando el grupo de las culebras venenosas hay Ofi-
dios temibles verdaderamente* El ofiófago real (ophio-
phagus elaps) se distingue por el color verde oseuro del
tronco y las placas que cubren la cabeza. Las escamas
de la cola están dibujadas eon líneas negras que limi-
tan á una brillante mancha blanca. Viva en los campos y
principalmente en los bosques de cañas, donde le sirven
de alimento las pequeñas culebras que habitan el suelo
encharcado.
Ademas de algunas especies de Grotalideos, no bien
estudiadas todavía, existen otras en Filipinas que son muy
temidas por los insulares. La nombrada alimuranin tiene
la cabeza triangular, cubierta de pequeñas escamas ver-
des. El dorso es de un color oscuro que se hace más
claro en el vientre. En Manila adquirimos un buen ejem-
plar del taling-bilauo caracterizado por los grandes es-
cudos que cubren la cabeza. Este ofidio es pardo amari-
llento en el dorso, y casi blanco en el vientre. Multitud
de líneas negras trazadas sobre las escamas del cuerpo y de
la cola le dan un aspecto por demás estraño.
Todavía hay familias notables q*ie no hemos podido
estudiar por no hallar ejemplares en que hacerlov Siendo
útil el conocimiento de algunas, nos permitimos copiar á
continuación los párrafos descriptivos de un excelente tra-
bajo publicado por el ilustrado farmacéutico don Anacleto
del Rosario. ( 1 )
(1) Los Ofidios venenosos más comunes en el país. Memoria premiada
por la Real Sociedad Económica.
18
— 130 —
Este profesor dedicó especial atención á ios ofidios
más comunes en las Islas, y entre ellos estudió los si-
guientes: «Dahunvpalay. — Cuerpo muy delgado pues ape-
nas llega á tener un centímetro de diámetro, pero des-
proporcionadamente largo, llegando á tener un metro se-
senta centímetros; color verde hoja en el dorso y verde
blanquecino en el vientre; urostegas dobles; dos líneas
de color amarillo de limón á los lados del vientre; de-
bajo del cuerpo y en la parte media de las gastrotegas
una faja amarillenta muy delgada y poco perceptible:
cabeza grande y prolongada con nueve placas; dos ma-
yores occipitales; dos superciliares, entre las cuales se
halla otra triangular, y otras dos placas intermedias en-
tre las superciliares y las estremas anteriores, las cuales
forman las ventanas de la nariz; boca ancha, maxilar su-
perior prolongado más allá del inferior; ambas mandíbu-
las armadas de numerosos dientes, de los cuales los úl-
timos superiores son los venenosos.»
«Malalumbaga. — Cuerpo cilindrico prolongado; gastro-
tegas grandes y sencillas; cola corta y cónica; urostegas
dobles; escamas del cuerpo aquilladas todas, de un color
rojizo salpicado de negro; vientre rojizo, cabeza con pla-
cas, delgada y corta; hocico plano terminado también en
una placa ó escudo.»
«Manaual. — Cuerpo de un color azul negruzco cam-
biante con manchas de color amarillo subido; vientre
amarillento.»
«Balibat. — -Dorso negro-parduzco; vientre gris azulado.
Dicen los naturales que esta serpiente tiene dos cabezas
(en ambos estremos) y que posee la facultad de lanzarse
á gran distancia, describiendo zig-zags, de donde le ha
venido el nombre: lo primero es increíble.»
— 131 —
Eq los pantanos y terrenos húmedos de estas provin-
cias viven innumerables batracios que devoran millares de
infusorios y pequeños insectos.
Mucho más importante que la anterior es la clase de
los Peces, cuyas familias proporcionan al indígena un ele-
mento principalísimo de alimentación. No es posible hacer
aquí enumeración completa y detallada de todas las espe-
cies que viven en los rios y mares del Archipiélago, por
lo que apuntaremos sólo algunos datos suficientes á nues-
tro objeto.
En la familia de los Pércidos se encuentra la perca
común, que abunda en casi todas las corrientes de agua
dulce que fertilizan el suelo. Es de regular tamaño y su
carne sabrosa ofrece un buen alimento. Los naturales la
pescan con facilidad.
Hay también muchos salmonetes, y en Panay se ven
algunos de gran longitud. Del género de los Acanturos
existen ejemplares en los mares del Sur, donde nadan tam-
bién epibulus y abadejos.
. Entre las Aloras debemos mencionar la sardina, que
es más pequeña y mucho menos sabrosa que la de los
mares de Europa. En los rios de Mindanao se pescan an-
guilas que allí abundan y son de un color muy oscuro.
Los Selacios viven en todas las aguas que bañan las
Islas; no es raro el tiburón verde (squalus glaucus) en es-
tremo voraz. Varias especies de Rayideos pueblan los mares
del Este, donde son objeto de activa pesca.
Por último, entre los peces de agua dulce es notable
el dalag, de esquisita carne muy apreciada en el país.
Espléndido se muestra el reino animal en el orden de
los Insectos, tan numeroso y variado que por doquier se
encuentran sus especies.
— 132 —
Ea el campo y en la ciudad; en la tierra y en los
árboles; en la casa y en el aire, en todas partes ve el
hombre esos pequeños seres que le molestan sin cesar,
destruyen muebles, papeles y habitaciones, y constituyen
una calamidad verdadera. Su simple enumeración nos*
alejaría de los límites de este artículo, que terminamos
consignando nuestro deseo de que pronto se lleve á tér-
mino un estudio completo de la fauna filipina y de sus va-
riadas especies.
ARTICULO TERCERO.
§. I. Flora. — Únicamente comparándola con la que
debió cubrir la superficie terrestre en el período carboní-
fero de la época de transición, podrán los lectores for-
mar idea aproximada de la esplendorosa flora filipina, su-
perior por muchos conceptos á las que crecen en los con-
tinentes. Ni las riquezas vejetales de la India; ni las be-
llísimas especies americanas; ni el pintoresco conjunto de
la producción europea, pueden llegar hasta las manifesta-
ciones de un reino tan maravillosamente fecundo. La flora
oceánica, cual ninguna hermosa y variada, tiene en el
Archipiélago su más fiel reflejo; y no mereceremos el ca-
lificativo de exajerados si añadimos que aquí se muestra
en el apogeo de su esplendor.
Precisa recorrer estas dilatadas zonas, donde innú-
meras especies vegetales cubren la tierra de perpetuo ver-
— 133 —
dor, para estimar la valía de ese mundo que tantas be-
llezas esconde en sus dominios.
¡Lástima que aún no sean bien conocidas muchas de
las preciosas joyas del suelo filipino í Si en los tiempos
en que Fernandez de Oviedo, Fragoso, Monardes, Acosta,
y Hernández, estudiaban la flora americana, se hubieran
practicado aquí trabajos análogos, algo más sabríamos hoy
de esa inmensa riqueza vegetal que coloca á la tierra de
Magallanes entre las más fértiles alzadas sobre el Océano.
Pero, desgraciadamente, la botánica no fué cultivada hasta
el segundo tercio del presente siglo, en que la prodigiosa
actividad de un sabio agustino hecho los cimientos de la
obra que aún está por concluir.
Antes del P. Blanco, encontramos, sin embargo, al-
gunas noticias fitagráficas en las crónicas y memorias de
los frailes, y en los manuales que para uso de los indí-
genas escribían estos celosos propagadores de la fé. Los
trabajos de tan humildes religiosos han sido mirados con
cierta desdeñosa indiferencia, cuando ellos constituyen un
precioso arsenal, de donde no pocos escritores sacaron
vasto caudal de noticias y observaciones. Cierto que en
esas obras no puede encontrarse un conocimiento cientí-
fico de la naturaleza, pero cierto también que en ellas se
consignan indicaciones tan útiles como mal aprovechadas
por los que pudieron y debieron hacerlo.
Imitaran los muchos hombres de valer que en las Islas
vivieron, el ejemplo de aquellos, y seguramente sería
otro el adelanto de ciertos estudios. No hay, pues, por-
que olvidar los nombres de esos misioneros, que en
tanto han contribuido á la obra del progreso, como que
sus estímulos la emprendieron, y sus trabajos la conso-
lidaron.
— Í34
4-
Recorriendo la historia de las investigaciones botánicas
hechas en Filipinas, encontramos primero los escritos de
los PP. Clain y Santa María, que dan á conocer algu-
nas especies y las virtudes curativas de que se hallan do-
tadas. En estos ensayos hay mucho exagerado y no poco
inexacto, pero al misma tiempo encierran multitud de
datos ciertos que no deben despreciarse. Lo mismo sucede
con los del P. Delgado, y con otros no bien conocidos y
tan interesantes como los que cita el R. P. Martínez:
Vigil.
También son dignos de mención el precioso libro del
P. Ignacio Mercado, que contiene gráficos dibujos de mul-
titud de plantas, y un antiguo manuscrito que por la
bondad del ilustrado» P. Fr. Bernardino Nozaleda ha ve-
nido á nuestras manos. Esta curiosa obra, de autor des-
conocido, consta de 149 folios y se titula Declaración de
las virtudes de los árboles y plantas de este libro. Contiene
la descripción de doscientas treinta especies, cuyas propie-
dades curativas se enumeran con escrupuloso detalle.
Posteriores á estos incompletos trabajos son las inves-
tigaciones científicas de Cuellar, las del botánico francés
Luis Née que acompañó en su expedición al malograda
Pineda, las de Meyen, y las de Vilkes. En nuestros dias
ocupan el primer lugar las del P. Llanos, las del P. Villar,
los interesantes estudios del ingeniero Sr. Vidal, que preside
hoy la Comisión de la Flora, y los de los laboriosos farma-
céuticos militares Pelegrt y Botet, que han publicado no-
tables artículos acerca de la farmacofitología de esta zona.
Muchos de los antiguos trabajos citados sirvieron de
base á la Flora Filipina del R. P. Fr. Manuel Blanco,
hombre de una laboriosidad y aplicación comparables sólo
á sus eminentes virtudes, y que dedicó su vida al ejercí-
— 135 —
ció de sagrado ministerio y á la realización de esa obra
colosal, honra y gala de la comunidad agustiniana.
Ese libro ha sido objeto de estudio por todos los que
dedicaron su actividad á esta clase de tareas, y la opi-
nión unánime declara que es bastante para ganar á su
autor envidiable fama*
El P. Blanco escribió la Flora siguiendo la clasifica-
ción artificial de Linneo, única que él conocía entonces,
pues si bien los descubrimientos de Jussieu habían cam-
biando ya la faz de la ciencia, la profunda revolución
ocasionada en esta por el fundador del método de las fa-
milias naturales, no llegó hasta la humilde celda del sabio
agustino que sin maestros, libros, ni recursos estraños á
sus propias fuerzas, llevó á término un trabajo científico
de extraordinario valor.
Que la obra del P. Blanco tiene defectos; que las des-
cripciones de muchas especies son deficientes y poco ajus-
tadas á los conocimientos actuales; que hay géneros mal
clasificados, todo esto es cierto, pero aún asi no puede
negarse el mérito de un libro que ha servido de guia á
muchos autores y ha facilitada la adquisición de preciosos
conocimientos.
Entre las mil ochenta y una plantas que clasificó el
eximio hijo de Zamora, y las veintidós que dio á cono-
cer sólo por sus nombres vulgares, encuentra el médico
eficaces agentes para el tratamiento de varias enferme-
dades; el agricultor estimadísimos productos que se co-
tizan á buen precio en los mercados extranjeros; y el bo-
tánico riquísimo tesoro de aromas y colores.
Respecto á las plantas medicinales nada diremos ahora,
pues en otro lugar de esta obra hemos de dedicar pre-
ferente atención á sus cualidades terapéuticas.
Entre las muchas especies que crecen en este suelo,
y que no son, por cierto, de tan inferior calidad como
pretende Codorniú, hemos de describir solamente aquellas
cuyo conocimiento es indispensable, porque constituyen
la riqueza agrícola y comercial del país.
El arroz (Oryza sativa) que es la base de la alimenta-
ción de estos indígenas,, se cultiva en casi todas las islas
y crece en terrenos donde lluvias copiosas proporcionan
periódicamente el abundante riego que necesita esta im-
portante gramínea.
Los filamentos del abacá {Musa textilis) son objeto de
un rico comercio, y el cultivo de esta planta se estiende
cada dia más en algunas provincias de Luzon.
Aunque de inferior calidad que el de Bengala, crece
el índigo en Filipinas: su uso como sustancia tintórea
se halla reducido á imprimir á las telas un ligero color
azul.
Protejido por la sombra de grandes especies arbóreas
se cultiva el cacao cuya siembra se hace en el mes de
Noviembre en Samar, Cebú, Negros, y algunos otros
distritos de Luzon y Panay que lo producen en abun-
dancia.
El cultivó de café, aunque poco estendido en la actua-
lidad, es importante en varias regiones donde sin gran-
des gastos se obtienen productos como los de Tayabas,
Batangas, Laguna, y Mindanao> que pueden competir con
los mejores de su clase.
Las plantaciones de caña de azúcar adquieren cada dia
más desarrollo, y su beneficio ofrece utilidades á los agri-
cultores.
El algodonero se ha aclimatado en el Archipiélago y
sus productos son escelentes en Batangas é llocos, donde
— 137 —
ademas del algodón blanco se da otro de color* injusta-
mente despreciado por los indígenas.
Uno de los vegetales más útiles en este país es el coco,
de cuyo tronco saca el natural materiales para la cons-
trucción de habitaciones y efectos de labor, aprovechando
también la corteza en el calafatea de los buques, las ho-
jas para techumbre de viviendas, y el aceite para un ac-
tivo y rico tráfico en la Laguna y otras provincias.
En Luzon, Visayas y Mindanao se produce el tabaco,
que rinde grandes provechos, pues á la abundancia de la
hoja une la calidad,, que quizás puede compararse con la .
de algunas de los campos de Cuba.
Ademas crecen aquí especies como la pimienta, el maiz,
la patata, y el camote; y frutos tan esquisitos como la
manga, el plátano, el lanzon, la macupa, el ate y otros
de hermoso aspecto y delicado sabor. Entre las flores
hay muchas de aroma tan agradable como el del ilang-
ilang, que algunos creen más fino que el de las rosas que
nacen en nuestros jardines de Europa. ( 2 )
g. II. Productos agrícolas. — Uno de los más estimados
por el comercio es el abacá ó cáñamo de Manila. Este ve-
getal, objeto de importante tráfico, es enviado á los mer-
cados de Inglaterra, China, Australia y Estados-Unidos,
consumiéndose otra parte de la producción en el sosteni-
miento de industrias del país.
El abacá, bandála de los filipinos, se obtiene de las
hojas que envuelven el tallo de una de las muchas varie-
dades de plátano que crecen en Filipinas. Esta especie sólo
(1) En 1858 se fundó en Manila el Jardín botánico con objeto de
favorecer la aclimatación de plantas exóticas. Ocupa una extensión de
cuatro y media hectáreas; está situado en Arroceros, y contaba en 1878,
ochocientas cuarenta y cuatro especies venidas de Rusia, y setecientas
cincuenta de Francia, Calcuta, Ceylan, Java y Melbourne.
19
— 138 —
es conocida en algunas provincias, y las variedades def
género Musa que existen en las Célebes y en Java, no
permiten la obtención de un producto esclusivo de nues-
tra colonia.
Los terrenos volcánicos, ligeros y húmedos, son los que
convienen al desarrollo de esta planta que se cultiva en
Camarines Sur, Albay, Samar y Mindanao. Los ensayos
hechos en otras localidades han sido siempre infructuosos,
por efecto, á nuestro juicio, de no ser igual la composi-
ción de las tierras laborables, y hallarse éstas privadas
de la acción de los vientos húmedos del E. que llegan
á las regiones donde hoy se beneficia esa especie-
Existen numerosas variedades de abacá, que se dis-
tinguen por la finura de los filamentos.
Las plantaciones no exigen otro cuidado que utilizar
los brotes nuevos colocándolos en la tierra á una distan-
cia de dos á tres metros entre cada estaca; después no
hay sino esperar el completo desarrollo y limpiar el suelo
alguna vez para destruir las malas yerbas. En la época
de la floración, y pasada la primera cosecha, pueden cor-
tarse todos los tallos, evitando que estos se endurezcan
demasiado.
El aprovechamiento y obtención de las fibras se lleva
á cabo, generalmente, por medios bastante primitivos, ha-
ciendo uso de toscas cuchillas que separan aquellas de
las hojas. Esta operación es lenta, pesada, y sólo puede
soportarla la paciencia del trabajador indígena.
En una obra recientemente publicada, hemos visto es-
presado el temor de que en plazo muy breve disminuya
la demanda de abacá, y llegue á ser menor que la pro-
ducción. Esa alarma, que reconoce por origen la depre-
ciación que ha sufrido ese producto en algunos mercados .
— Í39 —
ingleses, es, sin embargo, exagerada, pues que en la ac-
tualidad los pedidos aumentan, y la temida competencia
de las fibras de Java y Guadalupe no puede influir en
nuestra exportación, ya que no tienen empleo en muchas
industrias que hoy aprovechan el textil filipino.
Apesar de esto, es necesario introducir mejoras que
acrediten el abacá en el comercia de Europa; fomentar
la producción en las provincias de Albay, Camarines y
algún otro punto que reúna las condiciones que exige este
vegetal; y sobre todo sustituir los procedimientos emplea-
dos para estraer la fibra, por otros que permitan facili-
tar la operación. Conviene también no olvidarse, como
sucede hoy con lamentable frecuencia r de evitar el en-
charcamiento de los terrenos, procurando remover estos
después de hecha la siembra, para favorecer el creci-
miento de los brotes* ( 1 )
La producción de caña de azúcar ha llegado á un
grado considerable* estendiéndose rápidamente, gracias al
estímulo de los naturales que con asombro vieron el alza
de un artículo que hace seis años se cotizó en Iloilo á
cinco pesas el pica que en 1854 sólo se pagaba á un pesa
cincuenta céntimos.
No se crea, sin embargo, que el cultivo de este pre-
cioso vegetal ha llegado, ni con mucho, hasta donde per-
(i) En 1870 se obtuvieron, según los datos del Sr. Cavada, 500,000
picos (*) de abacá; de estos, 32,410 procedían de Camarines y 136,853
de Albay, representando las dos últimas cifras un valor de 1.326,941
pesos.
Quizás ese resultado podía ser mayor, y los rendimientos más con-
siderables, mejorando la calidad de la fibra que hoy deja algo que
desear, porque en las épocas de grandes pedidos no contando con
tiempo suficiente para obtener el abacá, se adelantan las cortas y se
perjudica el producto.
(*) El pico, medida muy empleada en Filipinas, equivale á 137 libras caste-
11 a ñas.
— 1.40 —
miten las condiciones del suelo; desgraciadamente no e&
así y hay necesidad de aumentar las plantaciones y des-
terrar muchas viciosas prácticas de los agricultores filipinos.
En algunas comarcas,, so observan señales evidentes
del olvido en que se tienen los principios de la ciencia
agrícola, y causa pena contemplar cómo se emprende
la explotación de la caña, sin tener el más ligero cono-
cimiento de las tierras puestas en cultivo. Los naturales
de muchas provincias talan los bosques bajos sin pre-
caución alguna y establecen campos de caña en terrenos
duros y arcillosos, que si en los primeros años producen
abundante jugo, por los abonos que los restos de una
vegetación frondosísima depositan en la superficie, bien
pronto se convierten en suelos estériles donde se pierden
los esfuerzos y la fortuna del labrador. Buena prueba es
de nuestro aserto, el aspecto de la Isla de Negros, en la
cual, entre haciendas muy florecientes se ven otras aban-
donadas después de haber causado la ruina del que con-
fió su riqueza á los azares de la suerte.
En las comarcas donde hoy se cosecha el azúcar, se-
encuentra formado el subsuelo por capas de arcilla cu-
biertas por otras de tierra vegetal, cuyo espesor varía,
y que á sus naturales elementos une gran cantidad de
humus, que no basta, sin embargo, á sustituir los ma-
teriales de un buen abono mixto.
De aquí la necesidad de mejorar estas tierras y no
abandonarlas, como se hace hoy, por creer qué encierran
todos los elementos de fertilidad.
Este funesto error, que no es de trascendencia en el
cultivo del abacá, lo es y mucho para ésta planta que
exije escelentes materiales de nutrición, si de ella han de
obtenerse buenos productos. Se cultivan varias especies
— 141 —
de caña; en algunas provincias crece bien la roja, en otras
la blanca, y la morada (saccharum violaceum. Humboldt.)
que produce menos jugo. Sería conveniente estender el
cultivo de la caña de Otahiti, que ademas de dar más
producto ofrece la ventaja de resistir bien la acción de
grandes vientos como los que con frecuencia reinan en
estas provincias.
La siembra se hace de Marzo á Junio, para lograr que
los tallos tengan alguna consistencia en la época de las
grandes lluvias. Cuando aparece la planta en la superficie,
arrancan los indígenas las malas yerbas que crecen á su
proximidad, abandonando después los campos hasta que
llega la zafra, por entender que la fuerza del nuevo tallo
agosta toda otra vegetación: error muy estendido y que
es necesario deshacer procurando que se escarde la tierra
dos ó tres veces durante el crecimiento.
Conviene, asimismo, seguir el ejemplo de algunos co-
lonos de Iloilo y Cebú, que hacen las plantaciones á dis-
tancia, para obtener mayor cantidad de jugo. Ademas
es preciso sustituir los útiles de labranza, casi todos de-
fectuosos, por los arados modernos que tan bien preparan
el terreno.
En la Pampanga, la Laguna y Batangas, provincias
de la isla de Luzon, y en Panay, Cebú y Negros es donde
hoy se cosecha mas caña, siendo de notar el desarrollo
que en estas últimas ha obtenido un cultivo que permi-
tió esportar en 1871 trescientos mil picos de azúcar,
cuando en 1855 sólo produjo once mil. Débese en gran
parte este grado de prosperidad á la apertura del puerto
de Iloilo, que facilitando la exportaciou hizo desapare-
cer los obstáculos que antes se oponían á la fácil venta
de los azúcares.
—142 —
Adamas, -hoy los labradores empiezan á convencerse
de que son útiles las buenas prácticas agrícolas, y aún
cuando todavía no han logrado desechar ciertas rutinas,
es de esperar que estas desaparezcan pronto. (*)
El dia que se planteen las reformas apuntadas aumen-
tarán los productos de un negocio que tiene su más bri-
llante porvenir en el comercio de la colonia australiana.
Porque es digno de ser consignado, el hecho de que Aus-
tralia figura en la demanda después de Inglaterra y los
Estados del Norte de América, y que mientras estas po-
derosas naciones exportaron 555,907, y 545,929 picos
respectivamente, la moderna colonia oceánica consumió
139,000 en 1871, y el doble en 1879.
Hace algún tiempo que el azúcar sufre una conside-
rable depreciación, origen de la crisis que atraviesan los
pueblos de Visayas. A muchos labradores les aterra la idea
de que esta baja pueda sostenerse. No lo creemos. De
cualquier modo, esa alteración de los valores no ha de
ser permanente, y por esto harán bien los hacenderos en
perfeccionar los cultivos y tener por seguro que estos les
han de rendir beneficios bastantes á compensar los da-
ños que hoy sufren. ( 2 )
Ya hemos dicho que en muchas de estas Islas crece
el tabaco; y que su cultivo figura en primera línea en la
agricultura filipina. Las últimas disposiciones, que decla-
(1) Pecaríamos de injustos si en estas páginas, y después de la-
mentar la influencia de algunas casas extranjeras, no consignáramos
los progresos que á muchas de ellas debe la agricultura de Visayas,
Bajo este concepto bien merece citarse la acción del primer jefe que
tuvo la casa de Loney, el cual dedicándose al cultivo de la caña,
llevó á isla de Negros todas las mejoras y adelantos que fueron base
de la riqueza de esa prospera y floreciente comarca.
(2) Para señalar el desarrollo de la producción azucarera, basta
comparar estas cifras: en 1866, se exportaron ochocientos mil picos
de azúcar, en 1871, un millón cuatrocientos mil.
— 143 —
Taron libre el cultivo y beneficio de esta planta, han ve-
nido á resolver un problema de vital interés para la pros-
peridad de la colonia, que de hoy más cuenta nuevo y
valioso tráfico que después de algunos años modificará
las condiciones del comercio en el Archipiélago y será orí-
gen de notables adelantos, cuyos beneficios alcanzarán á
nuestra patria, si ésta acude en tiempo oportuno y uti-
liza las fuentes de riqueza abiertas por la fecunda inicia-
tiva de un celoso ministro.
El desestanco, aplaudido por los amantes de la pros-
peridad nacional y los hombres de buena fé y conoci-
mientos prácticos, ha sido censurado por aquellos que en-
tusiastas defensores de antiguas prácticas, encuentran siem-
pre graves peligros en toda reforma de nuestra adminis-
tración colonial, aunque aquella se inspire en los más
severos principios de la ciencia económica.
Para llegar á obtener los beneficiosos resultados de
esa reforma, es indispensable cambiar algo las condiciones
del cultivo, y teniendo en cuenta que el tabaco exige
una tierra arenosa, fresca y algo suelta, mejorar los sue-
los de algunas comarcas donde abunda la greda, utili-
zando para ello las arenas y calizas de localidades próxi-
mas. En Filipinas, por la frecuencia con que se suceden
los grandes trastornos atmosféricos, que tanto pueden per-
judicar á los semilleros, es necesario tener dos ó tres de
estos, para prevenir cualquier accidente y asegurar la
plantación. Sin entrar aquí en el detalle, estraño á nues-
tro objeto, de todas las mejoras necesarias, insistiremos
en la conveniencia de abolir ciertas prácticas agrícolas de
los naturales, y cambiar los útiles de labranza, para al-
canzar así el perfecto laboreo de las tierras.
El arbusto que produce el café (Coffea), prospera en
_ 144 —
algunas comarcas del Archipiélago, cuyos terrenos son de
escelente condición para el desarrollo de esta rubiáeea.
Es el café uno de los artículos que mayores productos
puede dar al comercio si se establecieran grandes plan-
taciones en las provincias en que hoy se cosecha, y en
los campos incultos de algunos distritos de Mindanao, que
por su composición se prestan al aprovechamiento de
los cafetos. Estos requieren, como es sabido, una tierra
ligera, con cierta cantidad de arena, siendo sobre todas
preferible la formada por capas de aluvión, que tanto
abunda en el Sur. Las siembras deben hacerse en super-
ficies descubiertas, no pantanosas, y en los meses de Di-
ciembre y Enero, para evitar que el sol, en las épocas de
los fuertes calores, agoste las plantas tiernas.
Los vientos que alguna vez reinan en esta zona perju-
dican los .cafetales, por loque deben estos resguardarse en
lo posible 4© la impetuosa acción de las corrientes atmos-
féricas. Los indígenas, especialmente los de Mindanao,
abandonan los cafetos después de la siembra, y sólo se
cuidan ya de recoger el fruto, sin tener en cuenta que es
muy necesario mantener los campos en perfecta limpieza,
escardándolos con frecuencia y regando ligeramente en
tiempos muy secos. A este abandono siguen las malas
condiciones de la semilla y el escaso desarrollo de los ar-
bustos en las provincias en que se hace la siembra sin
despojar las bayas de la porción viscosa que cubre el
grano é impide que éste germine con la rapidez y vita-
lidad necesarias.
Estableciendo grandes cafetales, podrían estos, hábil-
mente explotados por nuestros agricultores, rendir en po-
cos años buenos productos,, porque la semilla de Luzon
es tan superior como el café arábigo, y su demanda au-
— 145 —
menta cada dia. A principios de este siglo, apenas se ex-
plotaba el café en nuestra colonia, y á los esfuerzos lau-
dables de la Sociedad Económica se debe la propagación
de un cultivo que hasta los últimos tiempos no ha sido
de grandes resultados. Hace treinta años se cosechaban
400,000 kilogramos, subiendo la producción en 1870 á
2.999,000, y en 1871 á 3.200,000, cifra considerable com-
parada con la primera, pero que no representa ni la sesta
parte de la que en su dia alcanzarían los productos de
nuevas plantaciones.
Las provincias de Batangas, Laguna y Cavite, en Lu-
zon, son las que hoy benefician en mayor escala esta se-
milla; en Negros y Mindanao se coge en escasa propor-
ción.
En el año 1670 un piloto español introdujo en Jas
Islas la primera planta de cacao (Theobrama ea&ao), cuyo
cultivo se estendió después á la* provincia de Camarines
y á la de Batangas, donde consiguieron su perfecta acli-
matación. ( x ) Desde entonces se han hecho nuevas siem-
bras, limitadas á pequeños rodales en los que al abrigo
de los plátanos crece aquel delicado arbusto. Los ensayos
de plantaciones estensas de cacao han sido siempre infruc-
tuosos; y es que, apesar de que algunos autores esperan
de este fruto un éxito completo en el porvenir, las condir
ciones especiales del clima de Filipinas, los huracanes y
las lluvias torrenciales de estas latitudes, perjudican el
desarrollo del fruto. Por otra parte, exige el cultivo del
cacao un cuidado tan solícito, que no es posible enco-
mendarlo á los naturales, cuya pereza llega al estremo de
(1) Alerunos autores creen que la introducción del cacao se debe
20
á un religioso
— 146 —
plantar los tallos á corta distancia unos de otros, para que
de este modo no nazcan yerbas que exigirían un trabajo
que ellos no quieren prestar. Ademas, no se cuidan de
aclarar las plantaciones, ya muy espesas, y por eso los
arbustos languidecen y adquieren ese aspecto raquítico
que se observa en todos.
Si se quiere evitar este resultado, es preciso tener pre-
sente esos viciosos procedimientos y proscribirlos por com-
pleto, cuidando luego de que el fruto se coseche en la
época de perfecta madurez.
El cacao de Luzon se cotiza hoy á buenos precios y
su calidad es igual al Caracas superior: en 1870 se ex-
portó un valor de 38,000 pesos, cifra que ha aumentado
algo después, pero sin alcanzar la importancia de otros ar-
tículos. Se cria el cacao en Albay, Camarines, Batangas,
Laguna y Tayabas, pero en proporción tan escasa que las
cosechas no bastan al consumo del país, que compra este
fruto de otras procedencias, pagándolo á precios muy altos.
En la parte occidental de Luzon, en las tierras que
forman la provincia de llocos Sur, crecen algunas espe-
cies de algodoneros (Gossypium), cuyo cultivo es muy li-
mitado y no se atiende como debía, tratándose de una
materia de tanto uso en Filipinas. En llocos Sur y Ba-
tangas se cosecha algún algodón que se mezcla con seda,
abacá ó pina. En la primera de esas provincias hay tam-
bién un algodón amarillo, parecido al algodón religioso de
Linneo (Gossypium religiosum, L.) El cultivo de este vegetal
es de gran importancia, pues ademas de su segura expor-
tación, puede dar una utilidad extraordinaria, ya que se
obtienen en cada hectárea de tierra 700 arrobas de algodón.
Entre los productos que hemos mencionado pocos tie-
nen la importancia del arroz, que se siembra en todas
— 147 —
las provincias y sirve las necesidades del consumo interior.
En diez millones de ca vanes ( 1 ) puede calcularse la pro-
ducción anual de este grano, de los que una décima parte
se exporta á China, sirviendo el resto para el consumo de
los naturales, que hacen de este artículo la base de su
alimentación. A esto se debe el desarrollo extraordinario
de ese cultivo en Filipinas, donde los trabajadores prefie-
ren por otra parte dedicar sus tareas á una labor tan
sencilla, que no exige ningún cuidado.
Los arrozales abundan en todas las islas y especial-
mente en Albay, Camarines Sur, Pampanga, Pangasinan,
llocos Norte, Nueva-Ecija, Bulacan, Cápiz é Iloilo. Los
terrenos destinados á este objeto son tan húmedos como
exige la planta, pero las aguas corren en ellos libremente,
y no se desarrollan esas terribles enfermedades que tan
peligroso hace el cultivo del arroz en otros países.
g. III. Estado actual de la agricultura filipina. — La ri-
queza de los productos ya citados, reconocida por todos
los viajeros que han visitado esta comarca, y la abun-
dancia y facilidad de su beneficio en una tierra feracísima,
parece que debían ser condiciones bastantes á que la pros-
peridad del país llegase á los límites estremos que consien-
ten los modernos adelantos. Nada, sin embargo, más lejos
de Ja realidad; y por eso debe tenerse muy en cuenta,
que los frutos del Archipiélago no gozan hoy en los mer-
cados extranjeros, la estima que alcanzan los de otros
pueblos donde la ciencia se ha puesto al servicio de la
agricultura. Y esto se comprueba observando que en lo
que á prácticas agrícolas se refiere, muchos puntos de la
colonia se hallan casi en el mismo estado que en la época
(1/ Un cavan tiene próximamonlp Gü kilogramos.
— 148 —
de la conquista. Desde entonces hasta nuestros dias, sólo
han seguido añejas prácticas sin que se hayan interesado
en mejorar la producción.
Todas las personas que han estudiado el Archipié-
lago, comprenden que es este un país que sólo en la agri-
cultura puede fundar la base de su comercio, y saben que
hace algunos años se inició, por desgracia, la deprecia-
ción de algunos frutos filipinos. El origen de ese hecho
no es otro que el atraso que no permite presentar artí-
culos capaces de competir ventajosamente con los de otras
comarcas del Oriente más previsoras y cuidadosas de sus
intereses. Java, Cochinchina, el Japón y otras regiones
oceánicas, envían hoy sus frutos á los mercados europeos,
donde son preferidos muchas veces á los que envia la
civilizada América.
Cuestión es ésta importantísima y que se ha debatido
en varias ocasiones. Multitud de medios se han propuesto
para conseguir el desarrollo de la agricultura en Filipi-
nas, y el Gobierno de la nación, las autoridades superiores
de las Islas, la prensa periódica, la sociedad de Amigos del
País, y diversas personas de elevada posición, han ini-
ciado reformas encaminadas á la consecución de aquel
objeto: pero desgraciadamente tan buenos propósitos sólo
han servido hasta ahora para demostrar cuanto es difícil
la empresa.
En nuestro concepto, nada hay que revele tan clara-
mente el origen del mal que lamentamos, como la frase
consignada en una Memoria dirigida á la Sociedad Eco-
nómica: a En Filipinas falta inteligencia que dirija el tra-
bajo, y trabajo que secunde la inteligencia.» No es posible ex-
presar con más exactitud y concisión el verdadero estado
de estas comarcas, donde faltan hoy brazos y capitales
— 149 —
que emprendan el cultivo de estensas zonas agrícolas cuyos
productos compensarían con creces los sacrificios impuestos
al labrador. Los propietarios indígenas cultivan sólo el
pedazo de tierra que les da lo necesario para su alimen-
tación durante el año, y para nada se cuidan del mejo-
ramiento de los frutos; por otra parte en las haciendas
establecidas sobre más amplia base, se carece con frecuen-
cia del personal suficiente á plantear las reformas de los
campos, porque la pereza de los naturales les aleja de esa
clase de trabajos, y porque aún cuando se lograra ven-
cer esa dificultad siempre habría de sentirse la falta de
hombres en un país en que la población indígena es muy
escasa con relación á su estension superficial.
Más adelante hemos de volver sobre este asunto, que
muchos creen está próximo á resolverse ventajosamente con
la última disposición del Gobierno que hace estensiva á
estas provincias la ley de colonias agrícolas de la penín-
sula, y que nosotros, que reconocemos la utilidad de esa
laudable disposición, no consideramos todavía ultimado.
PARTE SEGUNDA
HAZAS
— 153-
PARTE SEGUNDA
RAZAS
CAPÍTULO PRIMERO
ETNOGRAFÍA
ARTICULO PRIMERO
g. I. Consideraciones generales. — En el fondo de ese
hermoso cuadro, que hemos intentado bosquejar á gran-
des trazos, se descubre un ser que ostenta la más alta
representación de lo creado, y resume las sublimes ar-
monías de la vida orgánica. Objeto de constantes estudios,
ese ser aparece siempre en la naturaleza como imagen del
Autor de los mundos, y expresión elocuente de su sabi-
duría. Las diferencias que sirven al naturalista para agru-
parlo en razas y tribus distintas, no bastan al filósofo á
identificarlo con otros eslabones de la escala animal. Allí
donde examinemos sus caracteres, comprobaremos la uni-
dad de su origen, y veremos el abismo que separa el
mundo de la materia de la región donde germina la idea.
La especie humana, en todas sus más importantes va-
riedades, nos presenta en Filipinas un curiosísimo ejem-
21
— it>4 —
pío de esa unidad, y de las influencias que determinan
las distinciones zoológicas tan hábilmente aprovechadas por
los poligenistas.
¡ Qué grandioso asunto, el que las razas del Archipié-
lago ofrecen al etnólogo y al filósofo!
No hay pueblo alguno en que el hombre pueda estu-
diarse como en este donde viven castas tan diferentes, que
cruzadas desde tiempos muy remotos dieron origen á mul-
titud de tribus esparcidas hoy en las Islas, y separadas
por caracteres físicos bastante pronunciados.
Si la historia de la humanidad ha de conocerse algún
dia, preciso es que sus páginas se escriban con los datos
recogidos en países donde el hombre conserva formas y
costumbres más opuestas á las del que vive en los gran-
des continentes.
Bajo este concepto, no hay duda que las razas filipi-
nas, como todas las de Oceanía, tienen extraordinario in-
terés para el antropólogo, que observa en ellas variacio-
nes físicas y sociales suficientes á guiarle en la oscura
senda de esa ciencia nacida ayer y 'dueña ya de impor-
tantísimos secretos.
Cuando la etnología alcance á descubrir las relaciones
de origen de las gentes que pueblan las tierras del Pací-
fico, habrá dado un paso de gigante en el camino que.
hoy recorre.
En lo que á nuestro Archipiélago se refiere, bien puede
asegurarse que ese dia no parece estar próximo; pues re-
gistrando lo mucho que acerca de estos pueblos se ha
escrito, se nota una confusión y una divergencia de opi-
niones que hace imposible conocer los términos del pro-
blema que tanto importa solucionar.
Numerosos trabajos cuenta la bibliografía filipina acerca
— 15o —
de esas razas cuyo origen ha ido á buscarse á todas las
regiones del globo. Tanto como escasean los estudios sobre
la fauna y la flora del Archipiélago, abundan los que in-
tentan describir los caracteres de estos pueblos, dignos
verdaderamente de especial atención.
Pero por desgracia, en esta, como en muchas cues-
tiones de gran interés científico, ha sido poco escrupu-
losa la mayoría de los autores, aceptando unas veces
hechos notoriamente falsos, y satisfaciéndose otras con
testimonios por todo estremo recusables.
Así vemos que desde las crónicas del siglo 17 hasta
los libros publicados en nuestros días, se han llenado cien-
tos de volúmenes con supuestos y aseveraciones tan gra-
tuitas como luego sabremos. Y es sensible que esto suceda,
porque los estudios etnológicos en un país que para su
desarrollo y prosperidad necesita grandes reformas admi-
nistrativas, han de ser tan profugdos y exactos como exije
esa ciencia sin la cual no puede darse un paso en la
historia de las naciones, ni adelantar mucho en su régi-
men y gobierno. ¡Qué fácilmente se resolverían los pro-
blemas sociales y económicos de nuestras colonias, si se
conociese bien el carácter y la naturaleza de sus habi-
tantes! En Filipinas, sobre todo, no es posible prescindir
de un estudio que ayudaría á terminar multitud de cues-
tiones tan graves como la reducción de infieles, la coloni-
zación agrícola, la legislación civil y penal, y otras mu-
chas planteadas de antiguo, que necesariamente han de
relacionarse con el conocimiento de estos naturales, de
sus híbitos, sus aptitudes, y sus condiciones físicas.
Y en otro orden de consideraciones; en el terreno de
la especulación científica, ¡cuántos progresos conquistaría
para el humano saber, el estudio de estos pueblos !
— 156 —
La prehistoria, que pone ante nuestros ojos el pasado,
y nos permite seguir una á una las conquistas de la
humanidad, es rama exótica en el Archipiélago, donde
no hay un solo trabajo de este género. Únicamente las
indicaciones de Semper acerca de las hachas de peder-
nal encontradas en Mindanao, nos llevan hasta épocas
cuya antigüedad podrá quizás señalarse aproximadamente.
El profesor de Würzburgo relaciona esas piedras con las
descubiertas en Java y Malaca, y cree que unas y otras
acusan la existencia de una raza ya estinguida. Conser-
vamos en nuestra biblioteca los dibujos exactos de tres
hachas recogidas en Zamboanga en el año 1862, por el
piloto de un barco mercante; y la representación gráfica
de esos instrumentos nos hace creer que quizás los halla-
dos por Semper y los que aparecen en nuestras láminas,
son mucho mns modernos que lo que claramente indica el
viajero alemán, cuando atribuye esos productos de la indus-
tria humana á una raza extinguida ya y anterior á la pa-
pua. Esos pedernales tienen en nuestro dibujo formas más
simétricas y regulares que las hachas del tipo de Saint-
Acheul y otras del primer tercio de la época cuaternaria.
Aduce Semper como prueba de su opinión, que los habi-
tantes de la isla han perdido la noción del verdadero uso
de esas piedras, que según ellos son dientes del animal
del rayo. Pero esto nada afirma, ya que las razas moras
de Mindanao llegaron á esta tierra en los tiempos de la
edad presente, y claro es que pueden desconocer, y en
efecto desconocen, las industrias y productos de castas pri-
mitivas, cuyo origen, que no es posible determinar por la
sola presencia de esas hachas, puede ser posterior al pe-
ríodo del mammuth.
Preciso es que nuevas investigaciones autoricen los
— 157 —
supuestos de Semper, que llega á decir que ese estin-
guido pueblo debió ser negro y afine de algunos que hoy
habitan la Oceanía. Por nuestra parte creemos posible esto
último, pero no encontramos razón bastante para admi-
tir la existencia de otra raza anterior y mucho más an-
tigua que la papua, cuando esas piedras talladas pueden
ser los restos que señalan el paso por las tierras del Sur
de los autochtones que vemos hoy representados en los
negritos de Luzon. (*)
Tampoco tienen valor alguno, bajo el punto de vista
prehistórico, los restos encontrados en 1851 en el Sur de
Luzon, que son curiosísimos, pero relativamente muy mo-
dernos. Entre ellos hay instrumentos de cobre, una es-
piral de alambre rodeando el fémur de un esqueleto de
niño, vasijas y platos pintados, y brazaletes de piedra.
No es dudoso, sin embargo, que ha de llegar un
tiempo en que descubrimientos importantes descorran el
velo que envuelve la cuna de esos pueblos, tan poco co-
nocidos en su origen como en su desenvolvimiento.
Llegando á los actuales, nos encontramos primero con
las fabulosas relaciones d# algunos Padres, que influidos
por esa propensión á lo sobrenatural, tan frecuente en los
pasados siglos, no dudaron en admitir la existencia de
especies monstruosas, en que creen todavía algunas per-
sonas. En una crónica del siglo 17 leemos: «Es cosa muy
notable lo que trae el P. Fr. Alonso de Mentrida, en el
folio 469 de su vocabulario visaya: que por los años 1599
y 1600, parecieron por los montes de Ibahay muchos Sáty-
ros en la misma forma que los Mitológicos describen á los
(i) El ilustrado médico militar D. Pedro Saura, nos ha permitido
examinar unas hachas de piedra que recogió en Marianas, y que tie-
nen gran parecido con las de Mindauao.
— Í5S —
Faunos y Silenos; á estos llamaron los visayas, Ogi-
mas.» ( 1 )
Viajeros de muchas naciones aseguran también que
existen los sátiros en Filipinas, y Dampier describe una
raza de hombres negros, que como los insulares de Pto-
toíomeo tienen una gruesa cola que nace bajo los ríñones
y mide quince centímetros de longitud; añadiendo que
estos negros viven en varias islas y que en la de Min-
doro se conocen con el nombre de Mangianos.
Temeríamos ofender el buen sentido de los lectores
si nos detuviésemos á demostrar lo absurdo de esas es-
pecies, que tuvieron sin dada origen en hechos que muy
pronto apreciaremos.
Por otra parte, las declaraciones de Toulier, referidas
á los cráneos encontrados en algunas cavernas, indican
que en otras épocas vivió en el Archipiélago una raza
blanca que ha desaparecido. Los cráneos á que se re-
fiere Toulier, eran sencillamente de esqueletos de algunas
tribus mestizas que existen actualmente en Luzon.
Respecto al origen de los pueblos filipinos, se ha es-
crito tan ligeramente como tendremos ocasión de ver más
adelante; si bien en este punto, como en el relativo á la
descripción de las razas actuales, se han hecho estudios de
gran valor científico y de verdadera importancia.
En las muchas obras en que se pintan los usos y
costumbres de estos insulares, se leen cosas peregrinas y
que revelan cuan poco se estudia este país, del que dice
el ilustrado autor de una Enciclopedia moderna lo si-
guiente: «.Bajo el ardiente sol de los trópicos, y en
medio de una vegetación robusta y gigantesca, que hace
(i) Conquistas de Filipinas, por F. Gaspar de San Agustín — Madrid.—
1698.— Véase el libro 3.° página 479.
— 159 —
de Filipinas un vergel encantado, sólo las flores, el hom-
bre y los demás animales descomponen la armonía de la
naturaleza con su estraña y degenerada organización. Por
eso suele decirse que en Filipinas no cantan los pájaros,
ni aman las mujeres, ni huelen las flores, lo cual es una
verdad por desdicha de las islas y de sus habitantes.» ( x )
La verdadera desdicha para las islas y para sus ha-
bitantes es que escritores de valer den crédito á errores
tan crasos como el de que en Filipinas no cantan los pá-
jaros, ni las flores huelen, ni las mujeres aman.
Afortunadamente hay ya, como hemos dicho, estudios
más serios, que permiten apreciar los verdaderos caracte-
res de esas castas diseminadas en las tierras de Oriente.
Y forzoso es que esta clase de trabajos tomen aún mayor
incremento, y se llegue á conocer á la perfección un tema
tan vasto como interesante, en el cual han de fundarse
todas las reformas políticas y sociales de las futuras ge-
neraciones.
Persiguiendo la senda marcada por discretos autores;
iniciando los trabajos prehistóricos en varias islas; y ha-
ciendo luego una racional comparación entre los restos de
otras edades y los usos y costumbres de las razas aborí-
genes, pronto se llegará al fin que tanto importa lograr, y
se estenderán los estrechos límites de la ciencia etnológica.
Mucho es ya para el caso, tener datos tan ciertos
como los que pueden adquirirse en la detenida investiga-
ción de las diversas tribus que habitan las Islas.
Entendiéndolo así, antes de esponer las opiniones hoy
más en boga respecto al origen de estos pueblos, hemos
creído oportuno comenzar nuestro trabajo por la descrip-
(l) Enciclopedia moderna, por D. Francisco de P. a Mellado. — 1852.
— 160 —
cion minuciosa y completa de las razas filipinas, de sus
usos, costumbres, y caracteres físicos, para llegar luego á
la parte etnológica con un perfecto conocimiento de esas
gentes cuya • procedencia hemos de investigar.
Pero estos pueblos aparecen mezclados de tal suerte,
que es tarea difícil la del que intente determinar sus ca-
racteres diferenciales y sus analogías. Desde luego se ob-
serva un hecho que no se compadece muy bien con las
famosas teorías de Darwin y de todos los que con él nos
presentan la lucha por la existencia como testimonio elo-
cuente manifestado siempre en la escala animal. Si las ob-
servaciones de Simonin acerca de los pieles-rojas de la
Union comprueban la hipótesis del sabio naturalista in-
glés, las razas inferiores de Filipinas, que se conservan
hoy en el mismo estado en que vivían hace muchos si-
glos, declaran como á veces los débiles resisten á los fuer-
tes, colocándose en condiciones que les permiten rechazar
todas las energías.
También los estudios etnográficos nos suministran aquí,
por otra parte, datos que confirman las ideas monogenis-
tas; y estudiando las modificaciones sufridas por las tri-
bus originarias de otros países, se ve que el hombre na-
cido de origen único puede cambiar notablemente en sus
caracteres, pero sin pasar jamás de los límites señalados
por la naturaleza.
Cómo influyen en la especie humana, el clima, la ali-
mentación, el cruzamiento de las razas, y otras muchas
circunstancias, hemos de apreciarlo pronto al tratar de las
condiciones orgánicas de cada una de las variedades que
la representan en el Archipiélago, y de su semejanza con
otras que viven en las tierras alzadas sobre el Pacífico.
§. II. .Los Negritos. — Entre los pueblos que habitan
— 161 —
las Islas, sólo éste presenta caracteres de raza tan mar-
cados y especiales como son necesarios para considerarlo
una variedad de la especie. No admitimos como la ma-
yoría de los autores la existencia de otras razas puras en
estas provincias, ni siquiera creemos con Semper que pue-
den calificarse así las agrupaciones de individuos que sir-
ven á este naturalista para ver en Filipinas la genuina re-
presentación del pueblo malayo. Ni las razas asiáticas, ni
las que viven en los archipiélagos del Sur, aparecen en
estas islas de otro modo que mezcladas entre sí y gran-
demente modificadas en sus formas y en sus relaciones so-
ciales. Esta circunstancia merece ser notada, porque, como
después veremos, ella es la mejor prueba de que los ne-
gritos fuei*on los primitivos habitantes del Archipiélago.
Claro es que en defensa de nuestra opinión hemos de
rechazar la de aquellos que describen al filipino como un
pueblo heterogéneo en su origen. Esa pretendida des-
igualdad de la población primitiva, ha nacido en el afán de
confundir castas separadas de la aborigen, y sin relación
alguna con esta.
Los negritos, conocidos en el país con el nombre de
aetas, y entre los chinos con el impropio de lay-kihong —
negros enanos — ocupan un área relativamente muy es-
tensa, apesar de haberse reducido hasta límites extremos.
Puede decirse que sólo en Luzon vive hoy esa raza, que
apenas cuenta con algunos centenares de individuos en la
isla de Negros, y que ha desaparecido totalmente de las
otras que componen el grupo de las Visayas y de Minda-
nao. Con razón asegura Semper que los mamanuas de esta
última isla pertenecen á una raza mestiza que de ningún
modo puede confundirse con la autochtona, muy distinta
también de las tribus que habitan en la gran cordillera que
22
— 162 —
corre á lo largo de la costa oriental de esa estensa tierra
del Sur donde muchos viajeros han creído reconocer ver-
daderos negros.
Siguiendo los movimientos de ese pueblo; aceptando
como suyos los restos encontrados en las provincias me-
ridionales; recogiendo los datos que señalan su paso por
el distrito de Panay; notando su escasa población en el
Sur de Luzon; y viéndolo refugiarse casi únicamente en el
centro y Norte de esta isla, no es difícil trazar la línea
emigratoria, que huyendo de las razas invasoras, recor-
rieron los primitivos habitantes del Archipiélago. Después
de hecho ese estudio parece indudable que los negritos
fueron abandonando las tierras del Sur dirigiéndose á las
del Norte, último refugio de su independencia. 4
Para negar esto sería preciso demostrar que en.Min-
danao y en las islas del centro existió otra raza, hoy
estinguida, que por su mezcla con los pueblos de los con-
tinentes fué origen de los que hoy existen en aquellas. Ni
un solo dato apoya esta hipótesis, ni la de los que creen
que los negritos sólo vivieron en las zonas que ocupan ac-
tualmente.
Reducidos á los límites ya señalados, y recorriendo
los montes que forman las estribaciones del Caraballo de
Baler, los que van hasta las cordilleras del Abra, los de
Mariveles y Zambales, y los que cruzan las provincias del
Norte, viven los aetas con una independencia que resiste
bien los halagos de la civilización, y da á ese pueblo un
aspecto propio y singularísimo.
Esta raza presenta en todas partes una completa igual-
dad de caracteres físicos. No debe admitirse, por esto, la
división establecida por Mund-Lauff, que nos habla de ne-
. gritos del monte ó eta's bagaCs, y negritos de la costa ó
— 163 —
eta\s damagat's, asignando á estos últimos caracteres pro-
pios de algunas tribus de color oscuro, pero seguramente
distintas de los primeros.
Conformes están los escritores más autorizados en es-
tablecer una íntima relación de origen entre esta raza y
la papua de Nueva-Guinea. Hay, en verdad, motivos so-
brados para creerlo así, porque los principales rasgos de
la especie tienen perfecta semejanza, según se ha de saber
muy pronto. Y ahora es ocasión de volver sobre un asunto
que en otro lugar hemos tratado, y de llamar la atención
de los lectores acerca del hecho extraño que nos ofrecen
los que convienen en otorgar á los negritos el primitivo
dominio de las Islas, y sin embargo, defienden con sin-
gular firmeza el desprendimiento de estas tierras de las
asiáticas, en una época posterior á la aparición del hombre.
¿Cómo, si el Archipiélago formó entonces parte del
antiguo continente, encontramos á los aborígenes filipinos
entre los pueblos del Este, sin descubrir resto alguno que
señale la existencia de razas asiáticas anteriores á las
oceánicas?
Véase ^on cuanta razón denunciábamos la poca soli-
dez de ciertas teorías, que bien podemos llamar tradicio-
nales, ya que sólo en la tradición más vulgar tienen su
fundamento.
Ya veremos, por otra parte, que los negritos nada
tienen de común con los habitantes de Borneo, los de
Java, y todos los que viven en el Archipiélago de la
Sonda, mientras acusan estrecho parentesco con los de
muchas islas del Pacífico y con algunos de la Australia. Y
aqui debemos advertir que si, como asegura Semper, no
es posible hallar puntos de semejanza entre los negros
de nuestra colonia y los de pelo laso del continente oceá-
nico, se ven muchos entre aquellos y los de esa raza que
vive en Australia, y que Topinard y Staniland Vake creen
la primitiva de esta vasta tierra. Todos los caracteres que
el sabio doctor francés asigna á estos negros de pelo cres-
po, corta talla, y tez negra, convienen á los autochtones
de Filipinas.
Por lo demás, los aetas se nos presentan hoy con se-
ñales que marcan la influencia del medio en qué ordina-
riamente viven unos pueblos que sufren el dominio de
razas invasoras de muy distinto origen.
g. III. Caracteres físicos de los Negritos.— Todas las des-
cripciones morfológicas nos representan á estos seres con
formas desproporcionadas, y muchas pretenden que son
raquíticos, débiles, y defectuosamente organizados. Lo pri-
mero sólo es cierto en cuanto á varios individuos que por
condiciones fisiológicas especiales y relacionadas con el gé-
nero de vida, tienen un desarrollo más notable del vien-
tre: lo segundo es de todo punto inexacto.
El cuerpo de los negritos está regularmente conformado;
su talla varía entre l m 300 y l m 570, siendo menor en las
mujeres. En general puede decirse que es ésta una raza
pequeña, notándose que en los primeros años el creci-
miento es mayor que durante la segunda edad de la vida.
La constitución de los aetas está relacionada con sus cos-
tumbres nómadas y salvajes: el sistema muscular se halla
bien desarrollado, y las estremidades son delgadas y fuer-
tes. La piel es más fina y suave al tacto que la de los
papuas de Nueva-Guinea, y tiene un color pardo ne-
gruzco, que sin llegar al negro brillante de los pueblos de
África, es más intenso que el que se ve en los otros ha-
bitantes de Filipinas. La cabeza se cubre de un pelo abun-
dante, crespo, y de color negro mate, que recuerda al
— 165 —
que después de algún tiempo toma el hollín depositado
en las paredes de un tubo. En nada se parece su cara á
la mal llamada fisonomía papuána, ni á la que pinta Ro-
senberg cuando describe los arfacos. Como los negros
de Nueva-Guinea, tienen los de estas Islas el rostro casi
redondo, los labios gruesos, y la nariz de regular ta-
maño, aplastada y ancha en su base. Es notable el es-
caso prognatismo que se observa en esta raza que tiene
ademas los dientes bien formados y la barba corta. La
frente es ancha y las cejas muy pronunciadas; en los ojos,
oscuros y brillantes, se sorprende una mirada inquieta que
revela gran desconfianza» y que adquiere fulgores sinies-
tros en los momentos de escitacion.
Deseando estudiar los cráneos de los negritos, intenta-
mos en varias ocasiones su adquisición, no logrando ins-
peccionar más que cinco, pertenecientes á las tribus del
Este de Luzon. No creemos que los datos recogidos en el
estudio de tan corto número, sean bastantes á establecer
reglas generales, pero de todos modos debemos consignar-
los, dándoles el valor que en realidad tienen. El examen
atento de esos cráneos nos ha hecho ver su identidad con
los pertenecientes á los papuas, y desde luego los incluimos
en las variedades dolicocefálicas, pues aunque, en verdad,
se notan ligeras diferencias, estas na afectan al tipo ge-
neral. En dos de aquellos los parietales formaban una
eminencia marcada en el punto de su unión; pero esto
mismo se ha encontrado á veces en los cráneos hipsis-
tenocefálicos de Davis, procedentes de esqueletos de pa-
puas. Los huesos frontales eran aplanados en su porción
lateral, y el occipital presentaba una gran convexidad. El
índice craniano horizontal, variaba entre 71'45 y 73'56,
y el vertical entre 72 y 73'6. El término medio de la
— 166 — -
capacidad de los cinco cráneos nos dio una cifra de 1,390
centímetros cúbicos, que demuestra que el desarrollo de
la masa encefálica no es tan e&caso como se supone por
los autores. El índice orbitario no escedía en ninguno de
86, por lo que hay que considerar á los negritos entre los
mesosemas de Broca, La disposición de los arcos zigomá-
ticos coloca á estos cráneos entre los criptózigos, ó sea de
pómulos poco pronunciados. Las mandíbulas difieren algo
de las de los papuas, pues no es marcado el progna-
tismo. Por último, el índice nasal da una proporción media
de 5T1CL
El estudio de esos restos humanos, nos permite rebatir
las apreciaciones de Davis y otros etnólogos. El primero,
que sólo reconoció dos cráneos, cuya autenticidad no está
bien comprobada, sostiene que hay motivo bastante para
separar esta raza de las otras de la Oceanía; y aceptando
estaopinion y y fundándose en referencias de algunos viaje-
ros, y en el examen de un solo cráneo, recogido por Sche-
teling, se apresura el sabio R. Virchow á rectificar sus an-
tiguas declaraciones sobre los caracteres de los negritos, y
dice que no puede sostenerse una relación de afinidad entre los
pueblos de Filipinas y otros de la Melanesia y de la Austra-
lia. En cambio este autor no tiene inconveniente en dar
hospitalidad á las erróneas especies de Davis, que admite
como autochtonas ciertas tribus blancas ya estinguidas.
Cierto es que Virchow cree que se ha ido demasiado lejos
en el camino de las suposiciones, pero aún así no conce-
bimos cómo han podido hacerse paso ciertas teorías, que
no tienen otra base que la suministrada por el estudio de
tres ó cuatro cráneos, que seguramente no pertenecían
á esqueletos de verdaderos negritos. Nótese, en prueba de
ello, que Scheteling desenterró en el Sur de Luzon un
— 167 —
cráneo, que según confesión de este viajero perteneció á
una tribu mezclada con elementos meóles. Respecto á los
de Davis, el mismo Virchow dice que éste no da noticias
concretas acerca de la procedencia de sus cráneos de negritos.
Véase, pues, qué autoridad puede concederse á deduc-
ciones sacadas de datos tan inciertos. Y todavía el doc-
tor alemán incurre en lamentables equivocaciones, naci-
das en falsos informes de algunos viajeros. Asf obser-
vamos que hablando de los cráneos de negritos traídos de
Filipinas después del año 1872, no vacila en afirmar que
pertenecen á una raza braquicéfala, cayendo en palma-
ria contradicción, ya que en las primeras páginas de su
estudio Cráneos antiguos y modernos de Filipinas dice, re-
firiéndose á los restos óseos encontrados por Jagor en las
cuevas de Nipa-Nipa, que estos pertenecen á un pueblo
braquicéfalo, que nada tiene de común con los negritos,
porque éstos se distinguen en la corta latitud y en la extre-
mada longitud del cráneo, esto es, en que son dolicocéfalos.
Por lo demás, al leer lo que dice Virchow de esos
cráneos braquicéfalos, se comprende cnanto se equivocan
aquellos que los creen pertenecientes á la raza negra pura
del Archipiélago, que como ha demostrado Semper, y he-
mos comprobado nosotros en los huesos que sirvieron á
nuestras investigaciones, se distingue por la falta de prog-
natismo, mientras los examinados por el profesor alemán
son, según su expresión, muy prognáticos.
Mucho pesa en el ánimo la autoridad de un sabio como
Virchow, pero si consideramos que sus notables descrip-
ciones no se refieren á huesos de verdaderos negritos,
habremos de reconocer que ellas no tienen gran valor
etnológico. Claro es que si se estudian los cráneos de los
balugas de Pangasinan, y los de otras tribus mestizas ne-
— 168 —
gras de Luzon y Mindanao, se encontrarán esas diferen-
cias, que en los recojidos por Davis y Scheteling sirvieron á
Virchow para separar á los aetas del Archipiélago de otros
pueblos con quienes á no dudar tienen perfecta semejanza.
Quizás á esta circunstancia se debe también el que el
ilustre Quatrefages comprenda á los aetas en el grupo de
los negritos sub-braquicéfalos, asemejándoles a los min-
copies de las islas de Andaman y á los semaugs de Ma-
laca, con los cuales no tienen, en nuestro concepto re-
lación alguna.
Los restos que hemos examinado, cuyo origen nos
es bien conocido, no difieren esencialmente de los que
Meyer recogió en el golfo de Geelvink de Nueva-Guinea.
Respecto á las diferencias que los separan de los cráneos
de Australia, debemos advertir que son ciertas en cuanto
se comparen con los pertenecientes á las tribus de pelo
laso, pero desaparecen si recordamos los caracteres de
esos papuas de pelo crespo que viven en la gran tierra
australiana, cuya capacidad craneana llega á T400 y 1,450
centímetros cúbicos. Ni significan tampoco gran cosa las
pequeñas variaciones que hemos señalado al describir los
cráneos de Luzon; pues en los originarios del golfo del
Astrolabio, reconocidos por el mismo Virchow, se seña-
lan esas diferencias que en el esqueleto como en el color
de la piel y en los rasgos del semblante, se encuentran
frecuentemente en toda la raza papua.
Si se tiene en cuenta el interés que los datos era-
neoscópicos tienen para la ciencia, no estrañará que llame-
mos la atención sobre ellos, y que nos atrevamos á reba-
tir opiniones de hombres respetables, pero fundadas en
hechos ño bien determinados.
El error de Scheteling y de Davis, como el de muchos
— 169 —
otros viajeros y naturalistas, está en aceptar por restos
de aetas los de tribus negras originarias de las que en épo-
cas más ó menos remotas se cruzaron con otras del Archi-
piélago. Es preciso que los observadores tengan muy en
cuenta esa circunstancia, sobre la cual el ilustre Semper
llamó hace tiempo la atención.
Hemos dicho que el desarrollo de los negritos es más
rápido durante la primera edad; y en efecto, se observa
que durante las diversas épocas de la infancia el cuerpo
adquiere regulares dimensiones, deteniéndose el creci-
miento al llegar á la adolescencia. Las influencias clima-
tológicas y las de una alimentación insuficiente, son
las únicas que explican, en nuestro concepto, ese curioso
fenómeno fisiológico.
En general, el pueblo de los aetas, sin alcanzar las
bellezas morfológicas de otras razas, ni su desarrollo fí-
sico, es superior al de los negros de Australia, y aún
á muchos polinesios, si bien, reducido á la vida del bos-
que, y privado de las frecuentes largas correrías que le
ocupaba en otras épocas, el negrito presenta hoy señales
que marcan el dominio de otros hombres.
No creemos por esto, como algunos etnólogos, que esa
raza llegue á desaparecer por completo de los puntos en
que habita en la actualidad, ni que se reduzca en corto
plazo á disfrutar las ventajas de la cultura y del progreso.
g. IV. Costumbres de la raza negra. — Cuando los pue-
blos del interior eran todavía poco conocidos, se atri-
buyeron á los aetas usos y costumbres semejantes á los
de las fieras. Muchos autores los pintaron como hombres
vengativos y sanguinarios, sin la menor idea de bondad,
ni indicio de humanos sentimientos. Se creía que los ne-
gritos odiaban al indígena cristiano hasta el punto de
23
— no-
que cuando fallecía uno de su tribu, vengaba esta des-
gracia asechando tras los árboles- el paso de un india para
darle inmediata muerte, por. creer que á sus conjuros se
debía la pérdida del compañero. Y aseguran los que tal
dicen, que hecho esto se celebraban grandes festines- en
honor del asesino»
Noticias de viajeros modernos, que han permanecida
algan tiempo entre esas tribus, permiten rechazar especies
que ya en el siglo último desautorizó el P. Mozo, cuando
en su obra Misiones de Filipinas nos habla de las plá-
cidas costumbres de ios aetas. El Sr. Mas también se ad-
hiere á este parecer, y Semper confiesa que el carácter de
aquel pueblo es mejor que su fama. En 1857 mandó el
general Norzagaray abrir una amplia información acerca
del estado de las razas negras infieles, y hé aquí lo que
decía en un notable escrito el alcalde de layabas, D. Cán-
dido López Diaz, hombre de gran inteligencia y conocedor
de un país donde había permanecido nueve años: «No
hay ejemplo de que sin ser molestados, los negritos hayan
cometido ó causado daños en las personas ó bienes de
los habitantes de estos pueblos.»
Los aetas constituyen, es cierto, un pueblo nómada
y salvaje, y en él sorprendemos á veces los rasgos de
fiereza que separan á esas castas de los hombres civi-
lizados. Así observamos, que bajo el influjo de los in-
vasores, se han hecho recelosos, suspicaces y en extremo
desconfiados cuando se ven en la necesidad de tratar
con los cristianos. En cambio, cuando se internan en
los bosques dan pruebas de un valor extraordinario y
de una franqueza que está en armonía con su género
de vida. Numerosos ejemplos se citan para probar el
amor que tienen á su tribu y á la vida independiente,
— 171 —
que na cambian por los más refinados goces de la civili-
zación. Estas cualidades, no san, en verdad, las que dis-
tinguen á un pueblo de bestias, ni da hombres por todo
extremo despreciables..
Ademas, cuando el negrito es tratado can afabilidad y
dulzura revela dotes apreciables, si bien resiste mucho las
solicitudes encaminadas á sustraerle á su vida ordinaria.
Pero tampoco debe exagerarse este hecho, como hacen al-
gunas autores que creen imposible toda arganizacion entre
esas tribus nómadas,, pues en varios puntos de Luzon se
han visto familias negras con una autoridad reconocida, y
que cambian los productos de las cosechas que recojen en
los montes, con otros de los pueblos civilizados. Hace al-
gunos años bajaron algunos negritos hasta las inmediacio-
nes de Manila, estableciéndose á 20 kilómetros de la ca-
pital.
En cuanto á su inteligencia, no están limitada coma
s& cree generalmente, y los españoles que los han tenido
á su servicio afirman que son más listos que los criador
indios. Muy poco se sabe de su idioma primitivo; sola que
existió en otro tiempo,, y que hoy conservan algunas pa-
labras que recuerdan las de las lenguas melanesias,. usando
con más frecuencia el vocabulario de los pueblos cristianos
próximos. Esta circunstancia nos indica que no es cierto
que los aetas hayan rechazado siempre el trata de los
otros naturales cuyo idioma ha sustituido al autochtono.
Se ha dicho también, y así lo leemos en una obra pu-
blicada hace dos años, que los negritos na conservan tra-
diciones, ni tienen ideas religiosas. Ambos supuestos son
enteramente gratuitas, porque hoy se sabe que en ese
pueblo se guarda memoria de grandes luchas verificadas
en épocas remotas y entre tribus de la misma raza. Res-
— 172 —
pecto á su falta de religión, observaremos que no existe
un solo dato que la pruebe; antes al contrario, se sabe
tienen ideas que se compadecen mal con el estado actual
de esa raza salvaje. Véase lo que escriben los PP. de las
Órdenes religiosas en una Memoria publicada el año úl-
timo: «Por más que algunos han dicho lo contrario, tie-
nen también — los negritos — sus creencias sobre la divini-
dad y sobre la inmortalidad del alma* Como prueba de
que creen en algún Ser superior, puede citarse el hecho
de que, siempre que matan algún animal, antes de co-
mérselo ó venderlo, cortan un pedacito de carne y tirán-
dolo hacia el cielo, dicen en voz alta: Esto también para H.
Prueba de que creen en la inmortalidad del alma, es la
respuesta que suelen dar á los misioneros cuando los in-
ducen á que dejen sus bosques, y bajen al llano para vivir
como los cristianos: No queremos abandonar los lugares en
que habitan los espíritus de nuestros antepasados. Pudiera ale-
garse también el respeto que tienen á los lugares en donde
ha muerto alguno de los suyos. Después de cubrir lige-
ramente el cadáver, y cerrar las avenidas, abandonan aquel
recinto y lo anuncian á todos los de la comarca, casti-
gando con la muerte al que ose penetrar en el lugar en-
tredicho.» ( 1 )
Está, pues, patente el error de los que niegan la idea
religiosa de los aetas, y el de Rienzi cuando dice que sólo
se advierte en estos un temor servil.
Hay entre las costumbres de los negritos^ una singu-
larísima, en que no se ha fijado hasta ahora la atención,
(1) «Memoria sobre la influencia del catolicismo en la conquista y
civilización de los pueblos del Archipiélago filipino, y sobre las cos-
tumbres y prácticas supersticiosas de los infieles que existen aún por
reducir en las principales montañas de las Islas.» — Presentado en la
Exposición de Amsterdam.
— 173 —
por raás que está bien averiguada según testimonios res-
petables. Se refiere á la naturaleza de los matrimonios,
que contra lo que se observa en las razas salvajes, y en
todas las oceánicas, es de todo punto indisoluble, sin que
circunstancia alguna baste á romper un contrato cuyo ca-
rácter es tan serio como el de los pactos guerreros de
las antiguas tribus. ¿No es verdaderamente extraño en-
contrar la indisolubilidad del matrimonio único, en esas
hordas que viven sin ley ni freno que contenga sus pa-
siones? Digno de estudio nos parece un hecho de tal ín-
dole, que contradice la frase de un observador que ase-
gura que el matrimonio es en este pueblo una especie de
arreglo sin compromiso alguno.
Son también muy curiosas las noticias que tenemos
de la manera de realizar esos enlaces. Hé aquí como la
describe el autor de la Memoria citada: «Reunidos los
padres, parientes y amigos de los contrayentes, y prepa-
rada por el varón caza en abundancia, se coloca la joven
de pié á la distancia de unos cuarenta metros, teniendo
debajo del brazo un bulto esférico hecho de hojas de palma.
Entonces el joven pretendiente dispara una flecha embo-
tada, y si atravesando el bulto, pasa sin hacer daño á la
joven, se realiza el matrimonio, quedando en el caso con-
trario imposibilitados para contraerlo.»
Esta práctica, prueba, en nuestro concepto, que los
aetas conceden suprema importancia á la destreza y al
valor, ya que de ambas cualidades han de dar elocuente
testimonio en el acto más solemne de su vida, exponién-
dose la mujer á los efectos de un dardo envenenado, y evi-
tando el hombre este peligro con .su habilidad en el ma-
nejo del arco.
Su comercio se reduce al cambio de cera, miel y otras
— 174 —
especies, por arroz, tabaco, pequeños objetos, y baratijas
que les ofrecen los habitantes del llano. Son muy diestros
en la caza, y persiguen á los venados hasta darles muerte.
La alimentación es animal y vegetal, pero escasa: no tiene
fundamento la creencia de que satisfacen sus necesidades
sólo con raices. La caza y la pesca les facilitan los medios
de vida, que encuentran también en los productos de limi-
tadas siembras que hacen en los montes. Muestran gran afi-
ción á la miel, de la cual consumen enormes cantidades
mezcladas con arroz.
Pasan los ratos de ocio, tendidos sobre la yerba y
cantando ó bailando en estenso círculo alrededor del cual
saltan coa una agilidad pasmosa.
Van siempre desnudos, sin otra prenda que un pe-
queño delantal que sujetan á la cintura, y que no se di-
ferencia del maro usado en las islas del oeéano austral, mas
que en el tejido, que es más tosco. Las mujeres usan un
mandil algo más largo que el de los hombres. No peinan
ni cortan nunca sus lanosas cabelleras, y estas se rizan
naturalmente y dan á los negritos un aspecto extraño.
Es muy frecuente en estas tribus usar como adorno
pendientes, brazaletes, y unas pinturas hechas en la piel,
que recuerdan las de los papuas. Semper, combatiendo á
D'Urville, asegura que los atlas conocen también el tatuaje;
pero confiesa que esta práctica sólo la ha encontrado en
las tribus próximas al Baler. Y en efecto, más general es
que se hagan en la piel profundas incisiones, teñidas luego
con una sustancia fuertemente azulada. Estas heridas — que
así pueden calificarse — dan origen á estensas cicatricen,
cuyo tejido inodular forma gruesos filetes que constituyen
el mayor mérito del adorno. En la parte Nordeste de Luzon
viven familias que usan ese distintivo sólo en las personas
— 175 —
más notables, y lo llevan sobre el pecho en forma de
líneas horizontales.
No construyen nunca habitaciones, y sólo alguna vez
colocan sobre las ramas de los árboles anchas hojas que
les resguardan de las lluvias. Su ajuar se compone de al-
gunas vasijas hechas de coco ó de grandes conchas, y de
toscas cajas de madera donde guardan el buyo.
Sus armas se reducen á las flechas que manejan ma-
ravillosamente, y son á la vez instrumento de caza y de
guerra; y á unos grandes cuchillos de hierro, que adquie-
ren de los indígenas cristianos.
Tales son los rasgos que distinguen á esa raza, que
como veremos luego, es indudablemente la autocbtona de
Filipinas, y la única que conserva sus primitivos caracteres.
ARTICULO SEGUNDO.
g. I. Tribus mestizas infieles. — Un célebre naturalista
dijo, en una de sus obras más populares, que ningún país
como el filipino para hacer el estudio completo de la raza
humana. Y en efecto, es tal la variedad de los pueblos re-
fugiados en las montes y espesuras del Archipiélago, que
difícilmente podrá hallarse tierra donde el hombre se pre-
sente á los ojos del etnólogo con diferencias tan extrañas
como dignas de cuidadosa atención.
El tipo orgánico y el fisiológico ofrecen notables par-
ticularidades en las numerosas tribus, casi todas salvajes,
— 176 —
que habitan las partes más escabrosas de las islas. Un es-
tudio detenido, minucioso, y verdaderamente científico de
esas gentes, sería tan interesante como útil, y aportaría
vasto caudal de preciosos datos que quizás lograran desva-
necer el misterio que hoy todavía envuelve el origen de los
pueblos infieles.
Poco se ha hecho en este sentido, y al tratar de co-
nocer los caracteres y condiciones de esas tribus, encon-
tramos sólo relatos particulares de algunos viajeros, que
distan mucho de alcanzar el valor antropológico deseado.
Y esto se explica bien, recordando que los que hicieron
esos trabajos, llegaron al país con propósitos nada rela-
cionados con tales estudios, y que sólo incidentalmente y
sin fijarse en los hechos más importantes, recogieron no-
ticias é impresiones que en modo alguno bastan á dar
idea exacta de la manera de ser de los insulares.
En los habitantes de estas provincias, se ha creído
encontrar la genuina representación de ese pueblo que
según Maury tiene su cuna en el Tibet, y que Marsden
cree originario de Palembang, y Rienzi de la isla de Bor-
neo. La semejanza de algunas tribus filipinas, no someti-
das, con los habitantes de Sumatra, Malaca y otras tier-
ras del Oeste, ha hecho que muchos escritores defiendan
el íntimo parentesco de esos pueblos, y que Semper ase-
gure que todos ellos pertenecen á un tipo común malayo.
Verdad es que seguidamente afirma este ilustrado viajero
que las tribus infieles se diferencian entre sí por sus ca-
racteres físicos, sus costumbres, su idioma y su religión.
Pronto hemos de ver lo que hay de cierto en esa pre-
tendida igualdad de razas y de variedades, cuyas condi-
ciones vamos á estudiar.
Habitando las diversas islas del Archipiélago, y refu-
giadas generalmente en los bosques que crecen sobre las
faldas de extensas cordilleras, existen numerosas tribus
de color oscuro, que conservan la independencia propia
de su vida nómada, y permanecen extrañas á toda in^
fluencia civilizadora.
El tipo orgánico es en ellas característico, y de su
examen se deduce que son originarias de razas distintas,
cruzadas en épocas más ó menos remotas, y perfectamente
eugenésicas. La influencia del medio en que viven esos
pueblos, y la de sus costumbres, se refleja bien en el tipo
fisiológico, que presenta algunas particularidades dignas de
estudio.
Con .el nombre genérico de igorrotes, se designan en
varias obras, los habitantes todos del Archipiélago, que
no se hallan sometidos á nuestro dominio, y aún aquellos
que después de vivir algún tiempo al amparo de las leyes
y dentro de la Iglesia católica, se remontaron, es decir,
volvieron á recobrar sus hábitos primitivos, que no olvi-
dan fácilmente.
La palabra igorrote, es en el país sinónima de hombre
salvaje, y bajo este concepto no se admite como propia
de una sola tribu, á la que realmente corresponde.
No es posible hacer un estudio general de los mes-
tizos infieles, ya que difieren tanto las diversas agrupa-
ciones, como los pueblos donde tuvieron origen. Preciso
es, por esto, buscar á esos hombres en las pequeñas co-
marcas que les sirven de refugio, y ver así las analogías
y diferencias que les son propias.
Si se tratara de establecer una división fundada en
el estado social, quizás podríamos constituir dos grandes
grupos, perfectamente separados por las costumbres y el
desarrollo de las facultades psíquicas. En efecto, al lado
24
— 178 —
de. tribus salvajes, tan feroces y sanguinarias como aU
gunas de la Polinesia, viven otras que aunque rebeldes,
§e distinguen por su carácter pacífico, su mayor afición
al trabajo, y su frecuente trato con los cristianos.:
El número de los infieles que habitan el Archipiélago
no se conoce ni aún aproximadamente, siendo imagina-
rias las cifras dadas por los autores y las estadísticas
hechas hasta hoy. Se sabe únicamente que la población
nómada es mucho menos densa que la cristiana, pero á
juzgar por los extensos dominios que hoy ocupa y por
sus numerosas variedades, es posible creer que sus indi-
viduos son más de los que aparecen en los censos. (*)
En las cordilleras centrales de Luzon, en las que cor-
ren paralelas á la costa oriental, en las que van á ter-
minar al Norte y al Oeste, en las ramificaciones de los
grandes montes que se dirigen al Sur, y en los terrenos
comprendidos entre las cadenas que forma el sistema oro-
gráfico de esta isla, viven hoy esas tribus, cuyas relacio-
nes con los pueblos cultos son en general bastante limi-
tadas.
Próximos á la costa Este, y ocupando las escabrosas
laderas de las montañas del distrito del Príncipe, se en-
cuentran los ilongotes, representantes del más feroz salva-
jismo y de la más refinada crueldad.. Con éstos tienen
exacto parecido los ibilaos, que viven en la cordillera
que desde el Caraballo de Baler se dirige al Sur atrave-
sando la provincia de Nueva-Ecija. Los caracteres físicos
de estas dos tribus son tan semejantes que pueden con-
siderarse comunes. Como todos los pueblos que sufren la
(1) En el censo de 1876 se declara que existen en las Islas, 600,000
¿afieles.
— 179 —
influencia de los vientos del N. E., tienen éstos que des-
cribimos el color mucho más claro que otras de Luzon,
y aunque Semper pretende que los ilongoles son de puro
origen malayo, el más ligero examen permite apreciar la
mezcla de la raza china con otras de las que viven en
la Oceanía.
Estos salvajes son de mediana estatura, poco desar-
rollados, y menos robustos de lo que cree Codorniú. La
cabeza es grande y evidentemente braquicéfala; el occi-
pital no presenta el aplastamiento que se ve en los crá-
neos malayos, ni la frente, que es recta, se deprime como
en éstos. No se marca mucho el prognatismo en estos
seres, que tienen el ángulo sinfisiano bastante abierto,
los pómulos pronunciados, y el diámetro bizigomático
tan largo como en las razas amarillas. El pelo es oscuro,
sobre todo en los ibilaos, fuerte y ligeramente ondulado;
los ojos pardos, la nariz ensanchada y los labios grue-
sos. Ya hemos dicho que la piel es de color más claro
que el de las otras tribus, y ofrece un matiz rojizo que
recuerda el de los anlisianos. Debe tenerse en cuenta que
en los individuos de una misma familia varía mucho el
tono de ese color, y que no es raro observar diferencias
que sorprenden y causan extrañeza.
El desarrollo intelectual de los ilongotes y ¿1 de sus
vecinos los ibilaos, es tan limitado como el de los habi-
tantes de Australia; son de instintos feroces, sanguinarios
y crueles. Odian igualmente al cristiano que á los otros
infieles,. y sólo encuentran placer en la satisfacción de sus
apetitos de fiera. Aunque traicioneros y amigos de las más
viles asechanzas, no son tan cobardes como se cree, y á
las veces sostienen con los negritos luchas en que dan
pruebas de agilidad y valor. Se distinguen por su extra-
— 180 —
ordinaria afición á la vida nómada, y no es raro verles
perseguir á los individuos de otras tribus sometidas, para
castigar asi el acto de tratar con pueblos civilizados. Di-
fícilmente olvidan las ofensas recibidas, y es de admirar
la paciencia con que esperan una ocasión que les per-
mita tomar cumplida venganza. Son en extremo supers-
ticiosos,- y no tienen idea de religión alguna. Manejan con
habilidad la lanza, y son además muy diestros en el uso
del arco. Carecen de verdaderas habitaciones, aunque á
veces construyen pequeñas chozas cubiertas con los des-
pojos del bosque.
El dominico P. Villaverde que ha vivido muchos años
en las inmediaciones de esas gentes, las describe así: «Son
tigres que se dedican á verter sangre humana, más por
motivos supersticiosos que por aparecer valientes. Entre
ellos es como un requisito indipensable, para todo el que
haya de casarse, ofrecer á la mujer como el don más es-
timable, un dedo, una oreja, ú otra parte del cuerpo de
alguna persona asesinada. Así es que según las exigen-
cias de esta feroz y bárbara costumbre, se juntan unos
con otros para poder ejecutar sus crímenes horrendos, por
aquello de que hoy por mí y mañana por tí, y llevan los
padres á sus hijos, aún pequeños, en sus expediciones,
para enseñarlos y ejercitarlos siquiera en cortar la ca-
beza de los ya asesinados por ellos. Cuando se les muere
alguno de la familia, como padre, hijo, mujer, etc., sa-
len también á vengar estas muertes naturales, quitando
la vida á víctimas inocentes; y finalmente, hacen lo mismo
después de la recolección del arroz, para dar gracias á
sus divinidades del infierno por los beneficios recibidos.»
Algo deben haber variado estas costumbres, porque un
distinguido oficial del ejército, que en 1875 hizo unaescur-
— 181 —
sión á las rancherías del Baler, y presenció la boda de
unos ilongotes, nos asegura que no vio allí ningún resto
humano ofrecido como arras del matrimonio. Nuestro amigo
presenció la boda, cuyo ceremonial consistió en andar los
novios agarrados de las manos alrededor de un árbol, y
sentarse luego con los parientes á consumir grandes can-
tidades de arroz y de un líquido fermentado y de aspecto
repugnante.
Los ibilaos emprenden largas correrías, cosechan algu-
nos granos, y viven de ellos y de la caza. Estos infieles
son los más abyectos y miserables de las Islas, y han re-
chazado siempre toda influencia de los pueblos cultos; cosa,
en verdad, poco lamentable, porque la civilización no lo-
graría nunca hacer de esos hombres miembros útiles á la
sociedad.
Al Norte de estos pueblos, y en las montañas que van
á perderse en la parte más septentrional de Luzon, vive
otra raza mestiza, que presenta caracteres muy parecidos
á los que acabamos de estudiar, si bien en ella se mar-
can más los signos que denotan el origen chino de tales
gentes. Nos referimos á los irayas, que constituyen un grupo
relativamente adelantado, y que ha perdido muchas de
sus primitivas costumbres. Son de mayor estatura que los
ibilaos; el prognatismo es más pronunciado; y la oblicui-
dad de los ojos en algunas tribus, les da tanto parecido
con los chinos que á no ser por su color oscuro podían
confundirse con ellos. Ea otras familias se pronuncia más
el tipo polinesio, y en todas se nota bien clara la mezcla
de razas distintas.
Algunos autores comprenden entre los irayas, á los ca-
ialanganes que son más altos y robustos que aquellos. Las
costumbres de estos pueblos han sido estudiados por Sem-
— 182 —
per que recorrió los montes del Nordeste de Luzon y
pudo reunir interesantes noticias acerca del estado de esas
tribus.
Hé aquí lo que de ellas dice el ilustrado profesor ale-
mán: «Los hayas propiamente tales, viven en las már-
genes del liaron, en sociedad con los negritos de los al-
rededores, y en la mejor armonía. No es raro que se jun-
ten también con ellos los llamados cristianos remontados,
habitantes de las tierras bajas, que huyen á las montañas
de los irayas para evitar el castigo de sus jefes. Esta di-
versidad de mezclas se revela en sus usos y costumbres,
así como en su carácter. Los campos de los Catalanga-
nes, á pesar de faltar búfalos y aperos de labranza, están
limpios de malas yerbas y de piedras; y el arroz, que
vegeta allí con gran lozanía, les da abundantísimas cose-
chas. Los Irayas, en el sentido concreto de este nombre,
emplean ya los búfalos; pero los arrozales rinden cose-
chas muy escasas por falta de asiduos cuidados. Las
casas de los catalanganes están generalmente cubiertas con
cañas y yerba, llamada cogon, formando altos y tupidos
techados, mientras que los irayas prefieren guarecerse bajo
techumbres planas construidas más fácilmente, pero de
menos abrigo, con bambúes partidos. Aquellos disponen
alrededor de sus chozas sitios libres, donde erigen algún
pequeño monumento á sus dioses tutelares, conservando
la tierra limpia con el mayor esmero; éstos dejan crecer
libremente yerba y maleza, echando, como los tagalos de
Manila, todas las inmundicias á través de las cañas que
forman el piso de sus habitaciones. En traje y adornos
apenas se diferencian ambos pueblos; pero así como los
catalanganes emplean para sus dibujos de tatuage, ló mismo
que para la ornamentación de los sitios sagrados, exclu-
— 183 —
sivamente caracteres de escritura, que me parecieron de
origen chino y japonés, usan los irayas tan sólo combi-
naciones de líneas rectas ó curvas, muy sencillas, como
las que se observan en los negritos.»
«Las creencias de ambos pueblos, si bien presentan
numerosas diferencias, tienen, sin embargo, en su esen-
cia tanta semejanza, que, por los pocos vestigios recono-
cibles comunes a todas las demás tribus salvajes del país,
se puede admitir con seguridad que son restos dé una
doctrina religiosa dominante en el periodo malayo anterior
á la llegada de los mahometanos. Aparte de algunos pares
de dioses, acerca de cuyas relaciones y atributos nada po-
sitivo pude averiguar, adoran particularmente las almas
de sus antepasados, que con el nombre de anuos colocan
entre los dioses inferiores. Son genios tutelares de la casa,
verdaderos lares y penates. En un rincón del interior de
la habitación hay una especie de vasija, que en sí nin-
guna particularidad ofrece; pero que pronto se conoce es
venerada por todos los miembros de la familia, quienes
consideran aquel rincón con gran respeto. En la vasija
tiene su estancia algún anuo. El sitio debajo de la casa,
que sirve de sepultura, está consagrado á otros anuos,
como indican diferentes signos, así como la entrada junto
á la puerta y la meseta de la escalera debajo del techado,
las chozas donde trabajan los herreros y ante todo la pla-
zoleta señalada con casitas en forma de altares, que hay
delante de cada casa. Los anuos protegen también las co-
sechas, de las cuales se les ofrecen las primicias celebrán-
dose fiestas en que toman parte grandes y chicos. Los
dioses superiores, según parece, son objeto de culto ex-
— 184 —
temo entre los catalanganes, en un templo que desgracia-
damente no pude visitar á causa de mi enfermedad.»
«Así se nos presentan los lrayas como un pueblo más
culto que los negritos por su religión, más adelantado por
la veneración que tributan á la memoria de sus antepa-
sados, por el mayor esmero en el cultivo de sus campos,
por su espíritu económico y previsor de las necesidades
futuras, y por la mayor habilidad que demuestran en la
construcción de sus casas y en sus adornos. Por lo mismo
están menos sujetos á la dependencia de la naturaleza.
Para proteger contra las inundaciones sus arrozales y cam-
pos de tabaco han levantado diques; persiguen en los
rios á los mayores peces, valiéndose de armas agudas, y
eon redes pescan, en determinadas épocas, grandes can-
tidades de los pequeños, los cuales una vez salados les
sirven de alimento durante largos meses. Teniendo pro-
vistos sus graneros pueden hacer frente á las carestías que
originan la aparición de plagas de langostas ó las. malas
cosechas, y en casi todos los actos de su vida se revela
el dominio del señorío del hombre sobre el poder de la
naturaleza. Están sujetos, empero, como sus vecinos los
negritos, á la poderosa influencia de las estaciones, de
los cambios de monzón, con sus alternativas de sequías y
de aguaceros, y disponen según el cursó del sol las siem-
bras y cosechas, y también las fiestas nacionales y reli-
giosas. 3>
Entre los pueblos de Luzon que más afinidades tie-
nen con la raza mogólica pura, se encuentra el de los tin-
guiañes, considerado por muchos como salvaje, y que
nosotros colocaremos sencillamente entre los habitantes in-
fieles, ya que ni por sus costumbres ni por sus aficiones
y estado social merece aquel calificativo.
— 185 —
Los tinguianes viven en las montañas que desde la
cordillera oriental de la provincia de llocos van á inter-
narse en el Abra, en Bontoc, y en la parte Norte del dis-
trito de Lepanto. Constituyen un pueblo superior á otros
que ocupan el centro de la isla, y en su fisonomía se no-
tan bien los rasgos característicos de las gentes del li-
toral asiático. Su talla es mayor que la de los demás in-
fieles, y alcanza á veces la de los hombres más altos del
continente. A su mayor estatura corresponde un buen
desarrollo orgánico y una perfecta regularidad de formas.
El color de la piel es pardo claro, sin tinte rojizo, y con
un ligero matiz amarillento. Los cabellos son rectos,
oscuros, y largos: la cabeza de buenas dimensiones,
y en ella encontramos algunas particularidades dignas de
mención, y que conocemos gracias á la bondad de un
respetable párroco que conserva dos cráneos de tinguia-
nes, recogidos en los enterramientos de las mesetas del
Abra. El índice cefálico >es el que corresponde á las razas
braquicéfalas; el occipital notablemente plano, y á este
aplanamiento corresponde el muy marcado de los huesos
de la nariz y el de los maxilares superiores. El arco su-
perciliar se destaca bien, y los pómulos, muy anchos, se
elevan por su parte esterna. El espacio que separa las
cavidades orbitarias es considerable, así como el desarrollo
de los arcos zigomáticos.
Aparte del aplastamiento occipital, que nos recuerda
el que presentan algunos pueblos americanos, los cráneos
del Abra ofrecen gran semejanza con los de los ¡calmucos,
y se distinguen bien de otros pertenecientes á tribus sal-
vajes que viven muy próximas.
A los caracteres óseos descritos corresponden en el
vivo una cara ancha, nariz aplastada, ojos pequeños y
25
— 186 —
de iris muy oscuro, barba redonda y labios gruesos.
El tipo fisiológico acusa la influencia de un clima re-
lativamente poco rigoroso y la de un mayor grado de ade-
lanto que caracteriza á esta tribu. Su buen desarrollo
orgánico favorece el de los distintos sistemas, y da al con-
junto condiciones muy superiores á las de otros infieles.
Con el desarrollo físico coincide el de algunas facultades
de la inteligencia, que, sin embargo, no alcanza un grado
suficiente á incluir á los tinguianes entre los hombres cul-
tos. En ellos no toman gran incremento las asquerosas en-
fermedades que tantas víctimas ocasionan en otros pueblos
de las Islas.
Hemos dicho antes, que sin razón se incluye á estos
seres entre los más salvajes del Archipiélago, y vamos á ver,
que si no es mucha su civilización, y si viven bajo el do-
minio de falsas creencias y de prácticas supersticiosas, que
no son agenas á muchas familias cristianas, no merecen,
en modo alguno, ser colocados al lado de las hordas fero-
ces de otras provincias de Luzon, ni de las que viven en
la Paragua y Mindanao.
Se distinguen los tinguianes, por su afición a los tra-
bajos de campo y por su esmero en ciertos cultivos. Si-
guiendo las buenas prácticas de los trabajadores chinos,
sacan á la tierra abundantes frutos, y cosechan excelen-
tes granos. El producto de la explotación agrícola cons-
tituye la base de un activo tráfico, alimentado también con
los que se proporcionan en el bosque donde abundan ma-
deras de todas clases. De muy antiguo son conocidos de
este pueblo los yacimientos auríferos de ciertos terrenos
donde extraen buenas cantidades del precioso metal, que
cambian luego por objetos que les son necesarios. Con
razón, pues, se ha creido por algunos que á los tinguianes
— 187 —
se debe el primitivo comercio de llocos y la prosperidad
de esa rica provincia.
Los individuos de esta tribu son completamente ino-
fensivos, y sus costumbres pacíficas se compadecen bien
con su exterior apacible y bondadoso. Frecuentan mucho
las relaciones con los cristianos, y es seguro que una ac-
tiva propaganda lograría atraer un buen número al seno
de nuestra comunión. Conservan todavía prácticas supers-
ticiosas y usos extraños cuyo origen podríamos hallar en
otros pueblos.
La poligamia es admitida en éste, pero el marido no
puede tener en su compañía más de una mujer, siendo
preciso el divorcio para contraer un nuevo enlace. La se-
paración de los esposos se lleva á cabo después de una
escrupulosa información y del pago de crecidas multas que
abona el que pide la anulación del contrato, ó la parte
contraria si ésta fué causa del rompimiento. Otras veces,
se prescinde de tales formalidades, y por convenio mutuo
se deshace el compromiso, volviendo los. cónyuges á sus
casas y repartiéndose los hijos ios padres de los divor-
ciados.
Los tinguianes creen en la existencia de espíritus que
presiden todos los actos de la vida, y en una divinidad
que á su vez es dueña de aquelfos. Sus prácticas reli-
giosas son curiosísimas, y á nosotros nos recuerdan exac-
tamente las de los habitantes del Tung-King. Como éstos,
clavan en et bosque largos palos ante los que queman in-
ciensos y yerbas aromáticas, y tienen otras costumbres
iguales á las de los indígenas de Cao-Bang. Desde el mo-
mento en que un tinguian cae enfermo se ve abandonado
por todos, y se resigna á morir sin tomar medicina alguna,
limitándose á colocar sobre su cuerpo pedazos de madera
— 188 —
y hojas de ciertos árboles en los que cree habita el es-
píritu que ahuyenta las enfermedades.
Estos infieles tienen poca afición á la vida nómada ,
y por ningún concepto abandonan su vivienda, que es po-
bre pero relativamente bien preparada. Usan trajes muy
parecidos á los de algunos pueblos civilizados, y las mu-
jeres se adornan mucho con vestidos de colores, brazale-
tes, y fajas de seda.
Formando notable contraste con esta, se presenta á
muy corta distancia, en las cadenas orientales que atrave-
sando el Abra se unen á las de Cagayan y la Isabela, la
tribu de los guinaanes, de feroces instintos, y muy infe-
rior á la anterior, sin embargo de lo cual los autores han
creído ver gran afinidad entre ambas, siendo lo cierto que
sus caracteres físicos difieren tanto que bien puede asegu-
rarse no existe comunidad alguna en el origen y desar-
rollo de esos pueblos.
Sobre las mesetas de las provincias de Cagayan y la
Isabela, principalmente en las de esta última, viven los
gaddanes, que el P. Buzeta confunde sin duda con otra
tribu, pues lejos de ser como asegura el laborioso agus-
tino, hombres de pequeña estatura y nariz chata y aplas-
tada, alcansan regular talla, y están bien conformados y
más robustos que los otros habitantes del bosque. Los gad-
danes tienen el color pardo oscuro, con un matiz bron-
ceado; el pelo es negro y fuerte; los ojos grandes, de mi-
rada viva y penetrante; la nariz corta y gruesa. Acerca de
estos seres dan muchos autores noticias poco exactas. Se
les pinta, generalmente, como hombres de corta inteligen-
cia, salvajes, y hasta antropófagos. Nada menos cierto.
Sus costumbres pacíficas, sus prácticas agrícolas, y el
modo como construyen sus casas, denotan un desarrollo
— 189 —
intelectual poco común en los infieles filipinos. Como ge-
neralmente viven en terrenos encharcados, levantan sus
habitaciones sobre altos palos, de modo que puedan pre-
servarse de los efectos de la humedad. Estas viviendas son
parecidas á las de los tagalos; las hay construidas con
tablas y bien distribuidas; todas tienen una escala de
bambú que puede recogerse cuando temen las asechanzas
de tribus enemigas. Los gaddanes se someten fácilmente
á las exhortaciones de los misioneros, y según el testimo-
nio! de Buzeta son poderosos auxiliares de los catequis-
tas, cuando éstos llevan su propaganda á las tribus más
rebeldes. Cubren su cabeza con un extraño gorro de be-
jucos muy finos, que adornan á veces con cuentas, plu-
mas y lazos: usan telas de algodón para sus ligeros ves-
tidos, y durante la época de lluvias se resguardan de éstas
con una esclavina de hojas fuertes y anchas, que ajus-
tada al cuello y descansando sobre los hombros les preserva
bien del agua. Sus armas predilectas son la lanza, las fle-
chas, y los grandes cuchillos de hierro usados en los pue-
blos sometidos. Se ha exajerado mucho la hermosura de las
mujeres, que aunque bien formadas y de agraciado rostro,
no pueden compararse con las de los tagalos.
Carecemos de noticias ciertas acerca de los ifugaos, á
los que el P. Buzeta describe así: « Grandes rasgos de su
fisonomía los asemejan á los japoneses, y si efectivamente
descienden de aventureros de aquel país, la naturaleza de
las madres, y la fuerza local, han ahogado completamente
el carácter pacífico de aquellos. Así es, que á pesar de
darles el cultivo del arroz lo bastante para su alimento,
una gran tendencia al robo no les permite limitarse á
estos sencillos medios de subsistencia, y les lleva á sa-
quear las posesiones de sus vecinos.»
— 190 —
«Puede tanto en su constitución desgraciada la incli-
nación al mal, que sin otro impulso, se emboscan y per-
manecen ocultos, asechando la ocasión de asesinar a los
pasajeros, cuyos cráneos llevan á sus cabanas donde los
colocan como sus más bellos trofeos. Se consideran tanto
más nobles cuanto mayor es el número que ostentan de
éstos, y se cuelgan en las orejas tantos anillos de cor-
teza de bambú como asesinatos han cometido. Las armas
de estos salvajes son la lanza, el arco, la bujía, la oliva
y el lazo, que arrojan desde su emboscada con un acierto
extraordinario sobre la víctima que asechan durante al-
gunas horas ó días, y sin dejarle acción ni tiempo para
la defensa, la arrojan en el suelo ahogándola, para en-
seguida cortarle la cabeza. Odian extremadamente á los
gaddanes y les persiguen sin descanso. También se hallan
en perpetua guerra con todos sus demás vecinos, y si se
unen alguna vez para combatir á un enemigo común, muy
presto vuelven á su antiguo hábito.»
Existen todavía otras tribus que ocupan las grandes
cordilleras que corren por toda la parte septentrional de
Luzon, formando rancherías menos numerosas que las de
los igorrotes, que hemos de estudiar ahora, y sin organiza-
ción ni gobierno alguno. Viven todas ellas de los produc-
tos de limitadas siembras, de la caza y de los recursos
que les proporciona el bosque.
, Sus ideas religiosas se diferencian mucho de las que
les asignaron algunos autores, y entre prácticas ridiculas
y supersticiosas, que varían para cada tribu, reconocen el
poder de los espíritus y el de divinidades que ven repre-
sentadas en cualquier objeto.
Creemos que será del agrado de los lectores conocer
lo que dice el P. Villaverde de la ^religión de estos in-
— 191 —
fieles. Su interesante relato proporciona noticias curiosí-
simas que merecen fijar la atención de los etnólogos, y
por eso lo copiamos íntegro. «Después de algún tiempo
que habían muerto dos esposos, las almas de estos difun-
tos vinieron á visitar á sus parientes, quienes los reci-
bieron bien, y procuraron obsequiarlos por algún tiempo
todo lo mejor que pudieron. Cansados ya los parientes
de tanto gasto, los embarcaron, no sé en donde, yendo
á parar á 'uno de los montes de los mayoyaos al Oeste
de Cauayan en la Isabela. Sentado el varón sobre un
peñasco, y á la sombra de un árbol, cayó sobre su ca-
beza el excremento de un ave que allí posaba. De cu-
yas resultas, y continuando allí sentado, nació en su
misma cabeza un árbol que llaman balisi, de cuya cor-
teza hacen sus toneletes ó pampanillas los igorrotes po-
bres. (*) Este árbol creció tanto que se hizo muy corpu-
lento, existiendo aún sobre el igorrote sentado. Á éste,
y creo que á su mujer, representan dos idolillos, que
suelen tener los igorrotes en la entrada de sus grane-
ros, como guardianes y protectores del arroz, á quienes
ofrecen ó ponen delante un poco de harina de arroz en
las fiestas que hacen terminada la recolección, mientras
ellos se hartan de carne de cerdo y de carabao, y se
embriagan hasta el último grado.»
Sobre los destinos del hombre después de la muerte,
véase lo que ha escrito el referido misionero: « Creen en
dos lugares á donde van después de muertos. Para los
que mueren de muerte natural, le suponen en la tierra
y hacia el Norte, llamando á este lugar Cadungayan. Di-
(i) El P. Villaverde emplea la palabra igorrote como sinónima de
infiel: (Nota dü A.)
— 192 —
cen que habitan allí los muertos reunidos en un bosque
de ciertos árboles, que, aunque de dia aparecen como
tales, en llegando la oscuridad de la noche, se con-
cierten en casas semejantes á las de los igorrbtes vi-
vos. Aseguran que tienen huertas de camote y otros ver
getales, y que se alimentan de las almas y sustancias
invisibles de los animales, arroz y otras cosas que les
ofrecen los parientes vivos. Asimismo dicen que el vino
que beben los vivos sirve de bebida á los muertos. . . .
Afirman que los que matan y roban sin motivo, si mue-
ren sin recibir venganza, pagarán allá su delito con al-
gún lanzazo que le dará alguno de los difuntos
A los que mueren de algún lanzazo, ó de cualquiera otra
muerte violenta, así como á las mujeres que mueren de
parto, les señalan el cielo ó lugar de los dioses. Fundan
estas creencias en lo siguiente: cuentan que el señor del
sol, llamado Mananahajut, mandó á ciertos igorrotes que
fuesen á matar á otro. Compadecido después Mananaha-
jut del difunto, envió á su mujer Bugan á convidarle con
dádivas y regalos para que subiese al cielo. Pero el alma
del difunto no quiso seguirla por parecerle muy extraño
el traje de que iba vestida. La señora de Mananahajut
se despojó entonces del vestido, quedando casi en com-
pleta desnudez, que es como andan los igorrotes, y aca-
riciando de nuevo al muerto, le ofreció placeres sin fin
en el cielo. Convencido ya el igorrote la siguió y fué
bien recibido por Mananahajut y regalado con grandes
comilonas, fiestas y bailes. . . . Hé aquí toda su feli-
cidad: ni para sus dioses, ni para los muertos, ni para
los vivos alcanzan estos salvajes otra que la de hartarse
de carne de cerdo y de carabao, y beber y embriagarse
hasta más no poder.»
— 193 —
Además de éstas, tienen, según los religiosos, otras
supersticiones, consecuencia necesaria de aquellas, y no
menos irracionales y groseras que sus creencias. Acerca
de esas prácticas leemos en el trabajo citado: «Dicen que
el hombre muere dos veces. La primera es cuando tiene
alguna enfermedad; porque para ellos la enfermedad con-
siste en que el alma del igorrote se sale del cuerpo y
se marcha en compañía de las almas de sus antepasa-
dos, que la llaman para gozar en su compañía de los
deleites que ya ellos poseen. Esta primera muerte puede
aún remediarse. Cómo? Ofreciendo a dicha alma en este
mundo los mismos deleites con que le brindan en el
otro. Para ello llaman á sus sacerdotes ó augures, y les
consultan sobre lo que deben hacer para que el alma
del enfermo no se quede en el otro mundo. Estos em-
baucadores, en conformidad con sus creencias, según las
cuales las almas de los muertos se alimentan con la sus-
tancia invisible de todo lo que comen los vivos, les man-
dan que maten cerdos, carabaos y otros animales, y ellos,
juntamente con los parientes del enfermo, comen en pre-
sencia del paciente la carne de los animales sacrificados,
y beben vino hasta emborracharse. Si después de estas
comilonas aún continua la enfermedad, repiten una y
otra vez los sacrificios, hasta que el paciente sana ó se
muere. En el primer caso es porque el alma volvió otra
vez al cuerpo, al ver que también aquí puede encontrar
la felicidad que busca; en el otro se verifica la segunda
muerte, porque se determinó á quedarse con las otras
almas.))
«Por estas y otras supersticiones semejantes que sería
prolijo enumerar, se comprende que estos infelices tengan
por una cosa racional v santa todos los excesos de la
J 26
— 194 — -
gula y de la embriaguez, y que teniendo á su vientre
por su Dios, se halle su inteligencia bajo el peso de la
materia.))
«Finalmente, tienen también estos infieles sus adivinos,'
especie de sacerdotes, que ordenan y dirigen los actos de
superstición. Suelen ser los más valientes, embaucadores
y viciosos, que se valen del predominio que ejercen so-
bre los demás para satisfacer las exigencias de su estó-
mago. El único distintivo que suelen emplear es un co-
llar de dientes de caimán ó de colmillos de jabalí, y es
tan grande el respeto que les tienen los igorrotes, que
no se atreven á tocar dichas insignias, temerosos de que
el cielo los castigue con la muerte. Las ceremonias que
emplean los adivinos se reducen á gestos y contorsiones
horripilantes, unas veces, y otras á una imitación á su
modo de lo que han observado en los PP. Misioneros. Así
lo confesó uno de estos embaucadores á un Padre, di-
ciéndole que solía bajar cautelosamente, para no ser co-
nocido, á los pueblos de los cristianos, y entrar en la
iglesia para observar al Sacerdote durante las funciones,
de la Religión.»
Las noticias del P. Villaverde y las de los autores de
la relación que antecede, convienen en presentar á los
infieles de Luzon como seres abyectos y miserables, cuyas
prácticas religiosas tienen, en nuestro concepto, mucha se-
mejanza con otros pueblos poco ó nada relacionados con
el malayo*
No sucede así con una tribu numerosa que habita en
la parte occidental de la isla, en la región comprendida
entre las provincias de Pangasinan, Isabela é llocos. En
las cumbres más altas de las cordilleras que corren por
esa dilatada comarca* y en los extensos amenísimos valles
— 195 —
qué separan los pueblos cristianos en los distritos de Le-
panto, Bontoc y Benguet, viven los igorroles, cuyas cos-
tumbres salvajes y supersticiosas se compadecen mal con
el adelanto de sus industrias y sus buenas prácticas agrí-
•colas.
Por muchos conceptos es digno de estudio este pue-
blo, y por eso era grande nuestro deseo de conocerlo y
observar cuidadosamente sus caracteres étnicos, su natu-
raleza, y sus condiciones fisiológicas. Durante la escursión
que hicimos á las rancherías de Lepanto pudimos conven-
cernos de lo justificado de la curiosidad que inspiró nues-
tro propósito de realizar un viaje cuyo resultado fué por
todo extremo interesante.
Nada tan agradable como esas expediciones en que¡
se recorre un país extrañamente hermoso, fértil sobre toda
ponderación, donde la naturaleza nos ofrece los más su-
blimes contrastes, y en cuyas accidentadas tierras encon-
tramos hombres que forman una sociedad cuyos usos pri-
mitivos se confunden con otros que revelan un adelanto
tanto más extraño cuanto es anterior á las influencias de
los pueblos cultos de Luzon.
Los igorroles del distrito de Lepanto son de mediana
talla, regularmente constituidos, y de formas que revelan
un buen desarrollo muscular, observándose que la robus-
tez es mayor eñ los que habitan las cimas de altas cor-
dilleras. En los primeros años de la vida tiene la piel un
color amarillo claro que después se oscurece y presenta
un matiz ligeramente rojo, más notable en las tribus del
Norte.
La craneología nos da suficientes datos en el examen
de cuatro cráneos de igorroles que pudimos recojer en una
de las rancherías. Todos ellos fc eran sub-braquicéfalus, va-
— 196 —
riando el índice cefálico entre 8T30 y 81'63. Los parie-
tales no presentan gran convexidad; el occipucio es an-
cho y aplastado, como en los malayos, pero en el huesp
frontal se nota una depresión que no es la que caracte-
riza á esta última raza.
El prognatismo sub-nasal no alcanza el grado que
mide en los cráneos de Java y de Borneo, acercándose más
al de algunos de Asia. Uno de los caracteres más nota-
bles es el que ofrecen los pómulos, salientes, dirigidos hacia
arriba y atrás, y tan separados como los que encontró Van
Leent en los archipiélagos malayos del Sur. La mandíbula
superior es marcadamente aplastada en su parte anterior,
y esta misma disposición ofrecen los huesos de la nariz,
muy separados en la base. Un pelo negro, fuerte y algo
undoso cubre la cabeza, observándose que la barba es en
algunas familias regularmente poblada. La cara es re-
donda, ancha, bastante expresiva: la nariz, aplastada en
su base y cuerpo, no presenta adelgazamiento alguno en
la punta, que por el contrario es deprimida. La mayoría
de estas gentes tienen los ojos pequeños, negros, y ve-
lados por largas pestañas. Sus labios son gruesos, sobre
todo en las mujeres y en los niños.
La alimentación y el género de vida imprimen á este
pueblo caracteres especiales que debemos consignar. Desde
luego se ve que hay una notable diferencia en el desar-
rollo de los individuos de ambos sexos, pues mientras es
frecuente el excesivo volumen del abdomen en los hom-
bres, tienen las mujeres formas más perfectas que corres-
ponden á una nutrición completa, origen también de un
desarrollo orgánico más adelantado. Todos ellos son indo-
lentes, de regular inteligencia y muy aptos para ciertas
industrias.
— 197-
Muchos igorroles viven hace más de un siglo someti-
dos al dominio español, si bien el reconocimiento de nues-
tra autoridad se limita al pago de un pequeño impuesto
y á la formación de distritos en que interviene la acción
gubernativa de los jefes de provincia. Las familias se reú-
nen en grupos ó barrios conocidos con el nombre de ran-
cherías, que se rigen por leyes propias. En el primer
tercio del siglo pasado se formaron en Lepanto las pri-
meras rancherías tributarias, y desde entonces ha au-
mentado el número de infieles que rinden vasallaje á las
autoridades constituidas. Debe observarse, sin embargo,
que la reducción de esas gentes tropieza con grandes obs-
táculos, y que pocas veces llega hasta hacerles abrazar
la religión de Cristo.
Pueblo supersticioso, y en cierto modo valiente y arro-
jado, ha sostenido frecuentes luchas con los que ellos
tienen por invasores.
Según las estadísticas hechas en el último decenio,
existen en Lepanto, Bontoc y Benguet, 20,000 igorroles
sometidos, y 30,000 independientes. Sin embargo, en el
primero de esos distritos viven más familias reducidas
que emancipadas, y creemos sucederá pronto lo mismo
en todo el país habitado por esta tribu.
Las costumbres son muy distintas en unas y otras
rancherías. Así se observa que los igorrotes de los mon-
tes siguen usos y prácticas no conocidas por los que ha-
bitan en el llano, y que el carácter pacífico de unos
contrasta notablemente con la fiereza indomable de otros.
Las mismas diferencias se notan en los trajes y armas,
y en las industrias y modos de vivir de estas gentes uni-
das sólo por sus caracteres físicos, su idioma y sus creen-
cias religiosas. Excepción hecha de algunas familias que
— 198 —
habitan los montes de Benguet, y cuyo natural es afable
y por todo extremo bondadoso, los igonotes se distinguen
por hábitos de independencia, que aunque velados por
aparente humildad no escapan á una observación atenta
que descubre en estos seres instintos salvajes, que á las
veces manifiestan bien claramente.
Los hombres hacen una vida sedentaria, y dominados
por la pereza abandonan á las mujeres el cuidado de los
campos, como los buguies de Célebes, cuyas costumbres
son muy semejantes á las del pueblo igorrote. Éste, como
aquél, aborrece el robo y respeta cuidadosamente la pro-
piedad agena, aun viéndose en ocasión propicia para des-
pojar al vecino ó al amigo.
Como los dayaks de Borneo vengan las ofensas reci-
bidas, y no las olvidan hasta que logran cortar la ca-
beza del ofensor ó de alguno de sus parientes ó allegados.
Los jefes más ancianos de la tribu constituyen un
tribunal que dirime las contiendas de las familias y cuida
de que se cumplan las venganzas de aquellos que reci-
bieron una grave ofensa. A este últitao objeto facilitan
armas al ofendido, y éste busca una ocasión para matar
á su enemigo y cortarle la cabeza que recoje y conserva
como trofeo de la victoria. Si por ausencia del ofensor y
de sus parientes, ó por otra circunstancia, no se realiza
la venganza, y sobreviene la muerte del que la proyectó,
su familia recibe especial encargo de consumar el crimen
que ha de borrar la falta cometida en otro tiempo.
Los habitantes de Lepanto admiten la poligamia, y
sus bodas se celebran con abundantes comidas, cantos
y bailes amenizados con el estridente sonido de instru-
mentos de cobre parecidos á un pandero y que ellos co-
nocen con el nombre de galsá.
— 199 —
Sus prácticas religiosas son hijas de una arraigada
superstición. Creen en los espíritus, que son buenos ó
malos y ejercen gran influencia en todos los actos de la
vida. No tienen templos ni adoran ídolos, pues las tos-
cas figuras que hay en algunas habitaciones, y que los
autores han tomado por anuos, son, según el testimonio
de los mismos igorrotes á quienes hemos interrogado, ob-
jetos de adorno que las familias conservan con respeto
por ser recuerdos de los antepasados.
El idioma de este pueblo es desconocido entre los
filipinos, y durante nuestra corta permanencia en Lepanto
no logramos hacer en este punto observaciones ni estu-
dios que merezcan ser consignados. Se ha creído por al-
gunos encontrar semejanzas de lenguaje entre esta tribu
y las de Java y Borneo, pero nos parece que la hipó-
tesis es hoy bastante aventurada.
Para subvenir á las necesidades de la vida, los igor-
rotes se dedican alguna vez á la caza de reses que ma-
tan en buen número. Son glotones, y en sus fiestas con-
sumen mucha carne de cerdo qne aderezan con especies
de un olor fuerte y repugnante. Presenciamos un día el
acto de la comida en una familia que habitaba la falda
del Data, y quedamos admirados al ver las enormes can-
tidades de morisqueta — arroz cocido — que consumieron
cuatro individuos.
Construyen habitaciones bastante cómodas, cubier-
tas con hojas y tablas. Ordinariamente van casi des-
nudos, si bien los que viven en las cumbres más ele-
vadas, donde la temperatura baja hasta 6 o grados cen-
tígrados, usan mantas de algodón de color oscuro, que
colocan de un modo especial para conservar el libre mo-
vimiento de los miembros. Cuando permanecen en los
— 200 —
llanos, y durante los trabajos, se ciñen una faja de tela
que por delante desciende hasta las rodillas. El traje
de las mujeres se reduce á un tapis — paño ancho que
desde la cintura baja hasta las piernas, envolviendo es-
trechamente la parte inferior del cuerpo — -muy parecido
al que se usa en Vizayas. Algunas llevan una especie
de corpino ancho y de colores vivos. Se adornan con
cuentas, brazaletes, dientes de animales, y con extrañas
figuras que pintan en los brazos y manos. No hemos
podido comprobar el aserto del P. Buzeta, el cual dice
que existe en los igorrotes el uso de prendas y distin-
tivos blancos como señal de luto. — Llevan varias armas
que manejan con destreza, especialmente la lanza arroja-
diza ó epén f y la ligua que es un hacha perfectamente
trabajada y tan fina como se necesita para separar la ca-
beza del hombre con un solo golpe. También hacen uso
del arco, y de cuchillos de grandes dimensiones que los
habitantes de Benguet llaman bunings.
Los infieles de esta comarca se muestran aficionados
á las buenas prácticas agrícolas, y labran la tierra con
más perfección que l^s otras tribus salvajes. Muchas fa-
milias se dedican á la estracción del oro, que abunda en
las arenas de los ríos que surcan aquella zona. El pro-
cedimiento que siguen para recojer este metal es bastante
primitivo, y semejante al que todavía se conoce entre los
braceros que en Granada aprovechan los arrastres aurífe-
ros del rio Darro. También extraen el depósito salino de
algunas aguas, y hacen, uso para curar las enfermedades
cutáneas, que casi todos padecen, de los manantiales que
allí son muy numerosos.
El beneficio del cobre, metal que tanto abunda en este
distrito, es muy antiguo entre los igorrotes, y no deja de
ofrecer atractivo el estudio de las prácticas que para ello
emplean, cuyo origen, anterior seguramente á la domina-
ción española, sería curioso determinar. Las minas de
Mancayan, que hemos descrito en otra parte de esta obra,
eran ya conocidas por los habitantes de Lepanto, que
extraían de ellas grandes cantidades de mineral. Más ade-
lante veremos que en el desarrollo de esta industria se
ha querido fundar una hipótesis opuesta á la que hace á
los igorrotes originarios de los chinos. Creemos que este
punto es de gran interés etnológico, y por eso, como por
lo ingenioso de los procedimientos, vamos á trascribir los
párrafos de un artículo publicado en la Revista Minera, que
da noticia de esa industria que tan bien habla en favor
de ese pueblo nómada. Según el citado trabajo, copiado
por Jagor en su obra, los terrenos de Mancayan estaban
antes divididos en parcelas de extensión varia y distribui-
das entre las rancherías según el número de habitantes;
los límites se guardaban cuidadosamente. La pertenencia de
cada ranchería se subdividía entre determinadas familias,
y por eso presentaban estos pueblos mineros el aspecto de
activas colmenas. Para el beneficio del mineral se servían
del fuego, encendiéndolo en ciertos puntos, á fin de frac-
cionar aquel, valiéndose de la fuerza expansiva que ori-
gina al vaporizarse el agua contenida en sus intersticios
y empleando además instrumentos de hierro. La primera
separación de la mena se hacía en las mismas galerías;
se dejaba la ganga en el suelo y lo levantaba tanto que
las llamas del fuego encendido después, llegaban hasta la
bóveda. A. causa deja naturaleza de la roca y por lo im-
perfecto del procedimiento había frecuentes hundimientos.
La mena se clasificaba en rica y en cuarzosa: la primera
se fundía sin más operación previa, y la segunda se so-
?7
— 202 —
metía á una tostión muy fuerte y duradera que motivaba
la evaporación de una parte del azufre, antimonio y ar-
sénico, y después se practicaba una especie de destila-
ción de las piritas de cobre y de hierro, que quedaban
adheridas á la superficie del cuarzo y podían separarse en
su mayor parte.
Los hornos de fundición consistían en una cavidad en
el suelo arcilloso, de m ,30 de diámetro por m , 15 de pro-
fundidad. Una abertura cónica inclinada 30° respecto del
hoyo y abierta en piedra refractaria á la acción del fuego,
llevaba dos tubos de caña, á cuyas extremidades inferio-
res se adaptaban dos troncos de pino huecos; á lo larga
de su cañón corrían dos discos cubiertos con hierbas secas
ó con plumas para conducir el aire necesario á la fundi-
ción.
Cuando los {garrotes beneficiaban cobre negro ó co-
bre nativo, evitaban las pérdidas por oxidación introdu-
ciéndolo en un crisol de buena arcilla refractaria en forma
de casco, que les facilitaba asimismo fundir el metal en
los moldes hechos con la misma arcilla. Después de dis-
poner el horno lo cargaban con 18 á 20 kilogramos de
mineral rico ó ya tostado, que según los ensayos hechos
por Hernández contiene un 20 por 100 de cobre; tal
procedimiento está conforme con las prescripciones cien-
tíficas, pues el mineral queda así siempre junto á la boca
de los tubos, ó sea bajo la directa acción del aire atmos-
férico; pero los carbones se pegaban á lo largo de las
paredes del horno, formadas por piedras sin enlace, amon-
tonadas unas sobre otras y del tamaño de m ,50. Después
de encendido el fuego y cuando las corrientes de aire
empezaban á actuar, se desprendían densas columnas de
humos amarillos* blancos y anaranjados, procedentes de
— 203 —
la evaporación parcial experimentada por el azufre, el ar-
sénico y el antimonio, que no cesaban hasta pasada una
hora; cuando se formaba sólo ácido sulfuroso trasparente,
el calor alcanzaba su grado máximo y entonces se reti-
raba el producto suspendiendo la fundición. Aquel consistía
en una escoria, ó mejor en los mismos fragmentos de
mineral introducidos en el crisol, que á causa de la sí-
lice contenida en la ganga se convertían por la descom-
posición del sulfuro metálico en una masa porosa (no po-
dían trasformarse en combinaciones escoriosas y en sili-
catos por falta de las bases y del grado de calor nece-
sarios), y además también en una piedra impura de
4 á 5 kilóg. de peso. con un 50 ó un 60 por 100 de
cobre.
Se reunían algunas de estas piedras y se fundían á
una alta temperatura, separando así de nuevo gran parte
de los tres cuerpos volatilizabas ya citados. En los mis-
mos hornos colocábanse verticalmente las piedras ya
sometidas antes al calor, y se hacía de manera que es-
tuviesen en contacto con el aire, y los carbones se dis-
ponían junto á las paredes del horno, resultando como
escoria, después de una ó sólo media hora de fundición,
un silicato de hierro con antimonio y algo de arsénico,
ó sea una piedra con 70-75 por 100 de cobre, que
partían en discos muy delgados (piedras de concentra-
ción) utilizando las caras de enfriamiento. En el piso
de la cavidad quedaba, después de desazufrar más ó me-
nos la masa, una cantidad mayor ó menor de cobre ne-
gro, siempre impuro.
Las «piedras de concentración» obtenidas por este
segundo procedimiento, volvían á someterse á la acción
del calor, separándolas con capas de madera á fin de
— 204 —
que no se aglomeraran los productos de la fundición antes
de ser purificados por el fuego.
El cobre negro resultante de la segunda carga, y las
piedras fundidas, se sometían juntos en el mismo horno
á una tercera, colocando fragmentos para disminuir los
intersticios y añadiendo un fundente. De aquella resulta-
ban una escoria de hierro silicatado y un cobre negro
que se echaba en moldes de arcilla, vendiéndose después
en el comercio. Este cobre negro contenía de 92 á 94
por 100 de cobre, y lo impurificaba un carbonato del
mismo metal reconocible por su color amarillo. El óxido
aparecía siempre en la superficie á causa del enfriamiento
lento, lo que no podía evitarse á pesar de todas las pre-
cauciones adoptadas al efecto, por ejemplo la de sacudir
con ramas verdes la parte expuesta á la oxidación. Cuando
el cobre tenía que emplearse para fabricar calderos, pi-
pas y distintos objetos de uso doméstico ó de adorno,
que hacen los igorrotes con grande habilidad y admirable
paciencia, se sometía á un procedimiento consistente en
disminuir la cantidad de combustible y aumentar la cor-
riente de aire á medida que la fundición tocaba á su
término, lo cual motivaba la desaparición de los carbo-
natos.
No se puede negar que esta industria revela conoci-
mientos que no son los de un pueblo salvaje é inculto.
El valor étnico de esas ingeniosas operaciones es mucho,
y ellas acusan un adelanto tanto más notable cuanto se
refieren á siglos ya pasados. Véase porqué creíamos que
era esta tribu digna de estudio detenido y de la obser-
vación atenta que hemos dedicado á los hechos que en
otro artículo servirán de base á nuestras opiniones acerca
de la procedencia de unos pueblos que, cruzados desde
— 205 —
su llegada al Archipiélago, fueron origen de algunos otros
que hoy habitan en el mismo.
Mucho podríamos decir todavía de las innumerables tri-
bus de infieles que viven en las diversas provincias de Lu-
zon; pero con apartarnos entonces del objeto de esta obra,
no haríamos sino referirnos á gentes que por sus carac-
teres físicos y por sus costumbres se asemejan á las ya
conocidas del lector. Cierto que aún existen familias nu-
merosas cuya descripción importa á los fines de la etno-
grafía; en todas ellas, sin embargo, dominan los rasgos
asignados á las castas salvajes ya estudiadas por nosotros.
Así, por ejemplo, los balogas de Pangasinan, que Semper
llama balugas, tienen gran semejanza con otros mestizos
del Norte de Luzon; los calaítas presentan gran afinidad
con los tingaianes, cuyas prácticas agrícolas imitan, dife-
renciándose en que el color de su piel es más oscuro, y
su inteligencia menos desarrollada; y, por último, los pue-
blos que viven en las cordilleras centrales que mandan
sus estribaciones á Pangasyian y Nueva-Vizcaya, conser-
van los rasgos característicos del igorrote.
Dirigiéndonos desde Luzon á las islas del Sur, encon-
tramos multitud de gentes nómadas, que retiradas al in-
terior de los bosques permanecen en un estado social que
recuerda el de algunos pueblos de Australia. Y es lo raro,
que esas tribus se han mezclado con otras que en épocas
lejanas llevaron á Filipinas la representación de razas más
cultas, de las que, por lo visto, no tomaron ni religión,
ni costumbres. Tal sucede á los infieles de Mindoro
cuyos caracteres físicos, bien determinados, acusan una
semejanza con las tribus moras del Sur, bastante á de-
mostrar su mezcla con los hijos del Islam. Por otra parte,
vemos en Samar castas salvajes cuyo origen chino no
— 206 —
puede ser negado cuando se ha tenido ocasión de observar
la forma de la nariz, la inclinación del diámetro trasver-
sal de las órbitas, y el color amarillo claro de la piel.
Durante los dos años que permanecimos en Iloilo, y
en las expediciones hechas por esta provincia, pudimos
estudiar bien los caracteres de un pueblo que vive en la
cordillera central de Panay, extendiéndose principalmente
por las montañas inmediatas á la zona de Antique. En
Iloilo se conocen estas gentes con el nombre de monteses,
y por sus costumbres, como por sus rasgos físicos, deben
incluirse en la categoría de las otras razas salvajes del
Archipiélago. Bien que en menor grado que los de Min-
doro, dan testimonio los monteses de su cruzamiento con
otros pueblos del Sur, y hay familias que recuerdan exac-
tamente las que habitan en la región oriental de Minda-
nao. Los salvajes de Panay, son de pequeña estatura; tie-
nen la cabeza proporcionada á la talla; los ojos negros
y vivos; la nariz menos aplastada que los de Luzon; la
boca grande, y escaso prognatismo. (*) En su piel ate-
zada conservan, casi todos, señales de asquerosas enfer-
medades cutáneas: cubre su cabeza un pelo oscuro, ás-
pero, largo y fuerte. Reflejan en sus costumbres el do-
minio de pasiones y vicios que colocan á estos seres entre
los más abyectos; y sus prácticas supersticiosas les ins-
piran repugnantes actos de feroz salvajismo. En otras tier-
ras de Visayas viven castas que no hemos podido reco-
nocer, y que á juzgar por lo que de ellas escriben algunos
viajeros, son dignas de estudio minucioso.
Al Oeste del Archipiélago, en la hermosa isla de la
Paragua, tienen su residencia varios pueblos que se ase-
(1) Nuestros deseos de adquirir algunos cráneos de este pueblo, no
pudieron realizarse, á pesar de )as más activas gestiones.
— 207 —
tnejan ya mucho á los de Mindanao, y á otros del Sur cuya
descripción hemos de hacer con el detenimiento que mere-
cen las razas de esa vasta tierra. Pero antes séanos per-
mitido copiar á continuación, las curiosas noticias que el
Sr. Baamonde Ortega publicó el año 1876, en una notable
Revista que en aquel tiempo existía en Manila ( 1 ), acerca de
un pueblo que habita en la Paragua y otras islas del Oeste,
y que por sus caracteres y prácticas supersticiosas trae á
la memoria esa tribu de origen misterioso, cuyos indi-
viduos recorren todas las comarcas del globo, sin fijar en
ninguna su patria. Los bulálacaunos de la Paragua, ofre-
cen, realmente, mucha semejanza con los tsiganos ó gita-
nos; y por si en algo interesa á la oscura historia etno-
lógica de la tribu zíngara, reproducimos el citado trabajo.
Que es como sigue: «En todas las islas Calamianes,
y en el Norte de la Paragua, se conoce una raza nómada
y vagamunda, que tiene, además de otras particularida-
des especiales de casta, el mismo sello distintivo que los
gitanos de Europa.»
«El color de esta raza es oscuro, cetrino; la nariz algo
aguileña, el pelo crespo, y en lo general tienen los va-
rones, un asomo de bigote y de barba. Son de cons-
titución delicada y muy ágiles, y grandes andarines, en
fuerza de que no tienen hogar ni patria, y de que recor-
ren la región que habitan, incesantemente, dedicándose al
tráfico, haciendo noche en cualquier punto en que ésta
les sorprenda.»
«Su traje, consiste en una especie de túnica de tela
de guingón, y en el consabido pedazo de tela de colores.»
«Constituye su alimento principal, un tubérculo lia-
(1) Revista de Filipinas,
— 208 —
mado corót, y macerándolo en el agua del mar por es-
pacio de dos días, combinado con las hojas de la planta,
hacen luego unas tortas con las que se mantienen, y á
las cuales les llaman coróles, como derivación del nombre
radical.»
«La religión de estos habitantes, consiste, en analo-
gía con la de otras razas no civilizadas, en la creencia
del bien premiado y del mal castigado; así pues, como
consecuencia de este principio se han forjado los genios
f0)íectores y los anitos maléficos. »
a Creen en un Dios único, que dispone de una mul-
titud de genios, distribuidos á sus órdenes, para premiar
la virtud y castigar el vicio, y sus ceremonias de culto
no son aún conocidas, á causa de la vida que hace esta
tribu.»
«Tienen a la muerte grandísimo temor, y cuando fa-
llece alguno de ellos, le piden en sus cánticos fúnebres
al buen Dios, que no quite la vida á ningún otro, pro-
metiéndoles ser todos buenos, y rendirle ciego culto.»
«Como consecuencia de la convicción que alientan, de
que los genios tienen vida real en el mundo, están siem-
pre provistos de amuletos á los que profesan un gran res-
peto, y en cuyas virtudes tienen ciega fé, para evitar toda
clase de males.»
aliara que los guíe en las prácticas de su vida, con
objeten de tener siempre de su parte á los genios protec-
tores, cuentan con un hechicero-ensalmador, el cual lo mismo
cura las enfermedades del alma que las del cuerpo.»
((Curiosos exploradores que han estado en contacto
con la raza de que tratamos, nos han manifestado la im-
presión hondísima que en su ánimo causó la asistencia
á las ceremonias de unos funerales; y uno de dichos ex-
— 209 —
ploradores, religioso Recoleto, nos describió la figura del
ensalmador-hechicero, en estos términos:
— « Las contorsiones elásticas de aquel hombre, po-
seído, á no dudarlo, de que efectivamente concurrían en
su persona las virtudes que la tribu le supone; su vista
girando con centellantes miradas en torno, á compás del
cántico y de las mil contorsiones en que se agitaba; con
ronquidos horribles que de su pecho se exhalaban, según
los vaticinios, que pronunciaba casi frenético; su poca
barba, blanca por la edad; su pelo crespo, que se eri-
zaba y se doblegaba, según los sentimientos diversos de
que su espíritu se poseía, causaron tan honda impresión
en mi ánimo, que todavía boy, al recordar aquella triste
y salvaje escena, creo estar en la presencia del hechicero-
ensalmador, horrorizado de ver aquella satánica figura.»
ce Cuando nace un niño, el ensalmador ahuyenta los
malos espíritus, y el marido espera pacientemente que ter-
minen las evocaciones, y concluidas éstas, la madre y el
recien nacido van á bañarse ^l rio más próximo, como la
cosa más natural y corriente, acompañados del jefe de la
familia.»
Respecto á las costumbres de estas gentes, dice el Sr.
Baamonde:
ce El mando de la tribu no se lo confiian al más an-
ciano, sino al que creen más hábil; con cuya práctica, se
separan de la general costumbre de reconocer el patriar-
cado de la ancianidad, tan generalmente admitido en las
otras diversas razas independientes que pueblan esta isla.»
((Creen en la vida eterna, en los premios eternos y los
eternos castigos, según las buenas ó malas obras hechas en
el mundo. Para ellos, el paraíso es el espacio, cuya gran-
deza les hace reconocerlo como la residencia del buen Dios.»
28
— 210 —
«No quieren ni toleran mezclas en su raza de otra al-
guna; tanto que, en una época en la cual se intentó re-
ducirlos forzosamente á la vida social, se embarcaron con
sus familias en párteos, y se dedicaron á piratear. Algu-
nos se hicieron cristianos; pero sólo por temor ó para ne-
gociar con más fruto, confesando los mismos misioneros,
que no se les puede creer si aseguran estar convertidos.»
«Sus viviendas las constituyen unas especies de tien-
das de campaña, fabricadas de ñipa ó de buri, que arro-
llan y trasportan de uno á otro punto. A estos conucos
ó tiendas, les dan el nombre de cayáng.»
«Tienen una aversión grandísima á toda sumisión y de-
pendencia, y horror tremendo á las prisiones, amantes
como son de una indeterminada libertad.»
«Cuando fallece uno de la tribu abandonan el fruto
de las sementeras, con el fin de que tenga provisiones
para el viaje, y llega á tal extremo en este punto su su-
perstición, que el grano de # simiente con que cuentan,
no lo siembran, en la segura evidencia de que obtendrán
una mala cosecha si lo hacen.»
«Sus armas de defensa, consisten en flechas envene-
nadas, que cuidan con mucho esmero; lanzas, montadas
en astas de palasang, y sumpits ó cerbatanas.»
«Son aficionados á la caza de pájaros y diestrísimos
en ella, y tanto estos volátiles, como los puercos de mon-
te, las tortugas y el balete, constituyen el alimento de lujo
de los principales.»
«El jefe de la tribu reparte por igual las ganancias
entre sus administrados, reservándose el total de las deu-
das, que religiosamente satisface á los comerciantes acree-
dores.»
— 211 —
«Sus faenas en el campo consisten en el cultivo y
cosecha del palay, en la recolección de cera y de almá-
ciga, y demás géneros, con los cuales, á cambio de otros
productos, cubren las necesidades y los vicios de su
vida.»
Menos conocida que esta tribu es la de los tinitianos
que tiene sus viviendas en la espesura de los bosques, y
en las estensas mesetas que se elevan en el centro de la isla.
Sus caracteres étnicos aproximan á estas gentes á los in-
fieles de algunas comarcas de Mindanao. Consideradas fí-
sicamente, llevan ventaja á las otras familias salvajes que
habitan en las costas de la Paragua. Acerca de sus prác-
ticas religiosas escribe el autor ya citado:
«Creen en un espíritu superior que manda y gobierna
á los espíritus inferiores, al cual denominan Bánua, pa-
labra, que por una rara coincidencia, significa pueblo, en
otros dialectos del país.»
«También reconocen un espíritu malo, que distribuye
á los espíritus inferiores el mal, para hacer el daño posi-
ble entre los hombres; y tanto á aquel como á éstos, les
tienen un temor grandísimo.»
«Para ahuyentar los malos espíritus y evocar los bue-
nos, cuentan con hechiceros y hechiceras, á quienes es-
tán encomendadas estas funciones.»
«Á todo espíritu inferior, lo distinguen con el nom-
bre de Divata, y le claman y piden sus auxilios en todas
las grandes crisis de la vida.»
«En las ceremonias fúnebres, son así mismo singu-
larísimos.»
«Al fallecer cualquiera de la tribu, construyen una
jaula de grandes maderos, en donde, por de pronto, lo
— 212 —
depositan hasta que terminan sus ceremonias y lo llevan
á un lugar de reposo.))
«En esa jaula le colocan sus armas, sus herramientas
y sus ropas, y arroz y otros alimentos, para que cuando
su alma vaya por él, tenga con que vivir hasta entonces.
Cerca de los alimentos, esparcen cenizas por el suelo, que
pocos días después van á registrar, para ver si sobre ellas
dejó impresa el alma las huellas de su paso.»
ccFórmanse en corro cerca del punto en que está po-
sado el enjaulado cadáver, y cogidos de las manos, con
los hechiceros y hechiceras dentro del círculo, empiezan
á entonar un monótono canto en el cual, al par de enco-
miar las virtudes del difunto, le piden á Bánua que no
mate á ninguno más, pues su temor á morir no es pe-
queño. En otro corro las plañideras de oficio, á las que
se paga grandemente para estos casos, lloran, gritan y
gimen, causando un crecido estrépito.
((Terminado el cántico fúnebre, conducen todos el
cadáver á cualquier lugar del bosque, y lo cuelgan de un
árbol, en el cual ellos creen que habitan los espíritus be-
nignos.»
((Castigan el incesto de una manera horrible. Sabido
el crimen, hacen una estacada circular alrededor de un
árbol, de los que habitan los buenos espíritus, y la ro-
dean interiormente con una banda, en la cual se asientan
los más ancianos, constituidos en tribunal; y amarrados
al árbol yacen los delincuentes, que son por ley impe-
riosa condenados á morir de una manera cruel, que des-
cribimos á continuación.»
«Construida de antemano una jaula de gruesos tron-
cos de madera, colocan en su fondo grandes y pesadas
piedras. Encima, y colocada boca abajo, amarran fuerte-
— 213 —
mente á la mujer, y encima de ésta, puesto boca-arriba,
amarran así mismo al otro paciente, y después de mal-
decirlos repetidas veces y con grandes gritos todo el pue-
blo que rodea el círculo de cañas, son conducidos en una
embarcación á alta mar, y sepultados vivos en los pro-
fundidades del insondable piélago.»
Carecemos de noticias ciertas relativas á otras gentes
que viven en el interior de esa hermosa tierra de la que
apenas se han explorado algunos kilómetros.
La Paragua merece la atención que en estos últi-
mos tiempos le han dedicado los viajeros que recorren
el Archipiélago. Desgraciadamente las investigaciones he-
chas con un fin extraño á los fines científicos, no han
proporcionado noticias ciertas de las razas de esta isla.
g. II. Razas infieles de Mindanao. — Si persiguiendo
la solución del interesante problema etnológico de los
pueblos filipinos, se llega á esa vasta tierra estendida al
Sur del Archipiélago, necesario es que el más rigoroso
criterio científico informe unas investigaciones que sólo
serán felices si por el estudio de los caracteres de las di-
versas razas que habitan la isla, se logra determinar la
diferencia de origen de gentes que hoy aparecen formando
grupos hetereogéneos, producto de innumerables cruza-
mientos. De no hacerlo así; de no apreciar debidamente
las circunstancias étnicas de esos pueblos, se expone el
naturalista á perderse en inmenso laberinto de falsas de-
ducciones.
Porque si en Luzon y en Visayas, las razas apare-
cen con rasgos y caracteres bastante marcados para es-
tablecer los límites de las diversas familias; si la raza
aborigen se ve allí representada por individuos cuya
personalidad no es posible desconocer, en Mindanao los
— 214 —
autóchtones han desaparecido, y las tribus salvajes que
hoy pueblan la isla, descienden de gentes venidas á las
playas del Sur desde tierras diversas, y que sufrieron
luego la influencia de razas dominadoras con las que hu-
bieron de tener frecuentes relaciones.
Los viajeros han estudiado las tribus de Mindanao,
clasificándolas de manera distinta, y formando agrupacio-
nes no siempre bien justificadas.
Desde luego se ha señalado la existencia de dos gran-
des pueblos: el idólatra, en su mayoría salvaje, que vive
en el interior, y al que muchos califican de aborigen; y el
moro, que habita las playas, y las orillas de los grandes rios,
y que unos suponen originario de razas continentales,
mientras otros lo creen genuino representante del pue-
plo malayo. Dentro de estos dos grupos se han seña-
lado diferencias bastantes para establecer nuevas clasifi-
caciones.
En unas obras se habla de razas negras y razas co-
brizas; en otras se forman grupos etnológicos, atendiendo
á las diversas procedencias; no falta quien apurando estas
divisiones las fuhda sólo en caracteres por todo extre-
mo secundarios; y autor hay que supone la existencia en
esta isla de pueblos que hoy no viven en ella.
En verdad, tal confusión no es extraña, si se tiene en
cuenta que las tierras del Sur han sido hasta ahora poco
exploradas, y que numerosas familias viven en comarcas
donde casi nunca posó su planta el naturalista europeo. (*)
(1) A pesar de nuestra prolongada estancia en varios puntos de
esa gran isla, y de un estudio tan detenido como exijía el asunto,
seguramente no podriaroos ofrecer á los lectores un cuadro exacto de
aquellos pueblos, á no haber encontrado en el Museo Fernandez, de
Manila, una magnífica colección de cráneos, recogidos en Mindanao
por el malogrado médico de la armada D. Agustin Domech. Este ilus-
— 215 —
Los caracteres físicos de los infieles de Mindanao, sus
costumbres, su organización, y los vestigios de pasadas
generaciones, todo autoriza á creer que en esa isla solo
viven hoy familias mestizas, que los autores nos presen-
tan como razas puras, cuando no son sino productos de
una homogenésia eugenésica, en los que después de innu-
merables cruzamientos aparecen alguna vez los caracteres
de las razas madres.
El pueblo aborigen ha desaparecido de ésta, como de
otras muchas tierras, sin dejar más señales que las encon-
tradas por Semper, de que ya hemos dado noticia en
otro lugar, y cuyo valor y representación discutiremos
luego. Los que aseguran que en Mindanao existen razas
negras, no están en lo cierto; y aquellos que suponen que
en varios puntos de la isla habitan familias de aetas, con-
funden con individuos de esta raza autóchtona á otros
que en nada les parecen.
En efecto; pronto hemos de ver que ni los mamanaas
que recorren los montes de Surigao, ni los manobos que
viven en la parte oriental, pueden considerarse como ne-
gros; siendo los primeros mestizos cuyos caracteres físi-
cos indican bien la influencia del pueblo malayo, y los
otros originarios de razas oceánicas cruzadas quizás con
la aborigen ya estinguida.
trado profesor, con cuya amistad nos honrábamos, vivió en las islas
del Sur algunos años; verifico largas escursiones al interior; y con
rara asiduidad logró adquirir preciosos restos cuyo estudio se proponía
llevar á cabo cuando le sorprendió la muerte.
• Los cráneos coleccionados por el Sr. Domech, en númfero de
veintiuno, perteuecen á diversas razas, y su examen ofrece curiosí-
simos datos de gran interés etnológico. No sabemos que se hayan
hecho todavía investigaciones craneoscópicas relacionadas con los pue-
blos infieles de esa vasta tierra del Sur, y esta circunstancia nos ha
determinado á dedicar en estas páginas mayor espacio á un género
de conocimientos que, por los motivos antes apuntados, creemos ser
los primeros en divulgar.
— 216 —
Respecto á los aetas que el doctor Montano dice ha-
ber visto en las cercanías del Apo, puede asegurarse que
son tribus pardas muy semejantes á otras que viven en
el Sur de la isla. Basta, para convencerse de ello, con-
templar ligeramente los retratos que de estos supuestos
negritos ofrece la Revista donde ha visto la luz pública
el trabajo del mencionado viajero ( 1 J. El mas ligero co-
nocimiento de la raza negra que hoy existe en Lu-
zon, es suficiente á demostrar que no se relacionan en
nada con ella los individuos de buena talla, pelo lacio,
barba poblada y nariz ancha, que representan los graba-
dos de la obra francesa. Este error de M. Montano, es
disculpable, por tratarse de un viajero que no conoce la
isla de Luzon ni ha estudiado las tribus que en ella
habitan. Seguramente el ilustrado doctor, que en el tra-
bajo referido da pruebas de poseer grandes conocimientos,
fué inducido á tan falsa creencia por los datos inexactos
que encontraría en alguno de tantos libros donde se ase-
gura que los aetas son individuos afines á familias cobrizas.
Tampoco pueden considerarse exactas las apreciacio-
nes de una obra publicada recientemente, según las que
sería preciso incluir á los manobos entre los habitantes ne-
gros del Archipiélago. Rasgos físicos y caracteres étnicos
tan marcados como luego veremos, permiten negar todo
fundamento á esa hipótesis.
Por nuestra parte, entendemos que actualmente no
existen en Mindanao familias de aetas ó negritos, cuya
presencia en otras épocas parece, por lo demás, indudable.
Los negritos han desaparecido del Sur después de su
cruzamiento con otras gentes, que al confundirse con ellos
(1) Voyage aux Fhilippines, par M. le Docteur J. Montano. -
Le Tour du Monde.— N-° 1229.
dieron origen á esas -castas,, salvajes en las ^be muchos
ven los aborígenes de las tieñ# meridionales. '^ ■/
Entre esos pueblos liíi^Izd^iiEfiferéee partí cmáí^fén-
eión el ?4e..£<&ri^ tos cordilleras de la
costa orie¿t^^íe r 4¿;jsla y ios' téílegife próxíinos á las ri-
■• ber^ del Ago^W# : *f ' r v *%&?'\\ - \ " ,
"Constituyen Má derlas trtT^W^
cuyas costumbres '«ofrec^^ióDí^^fli^jatíza ééa Jas dé - va-
rios pueblos idólatras de Luzon, d&^uien^ ? ia separan,
sin embargo/ caracteres "Anatómicos biéft sé^lplÉ» B^ po-
bre constitución, mediana taHa'ry-;' cew^TO.-'ífea^roIto inte-
lectual, forman una délas familtas!*ás abyectÉ' de Oceanía.
Algunos autores colocan á los m^$o^nlre Jas ra^ le-
gras, cuando ni su coloíáétóa p0^fc¡mi, ni site rasgos
fisonomónicos autorizan tal aserto* ; : f
Semper, fundándose en débiles semejanzas físicas, ad-
mite acierta' 'afinidad entre esa tribu y ios pueblos asiá-
tioofe'sr bien cree más probable encontrar eí origen de
estos infieles ■ tau»o délos* £tpos pür$s dé la Mafésia.
« fío Bollamos razón bastante para; admitir esta hipóte-
-sH^ ya., que 'ni los datos craneoscópiéos, ni uno soto:' de
los principales caracteres étnicos convienen con los asig-
nados á la' verdadera raza malaya*
r Hemos de observar enseguida que si los manobos pre-
sentan analogías con otras -familias mestizas, ni por 'sus
costumbres ni por su constitución física pueden compren-
derse eistre los pueblos dé origen asiático.
Cuanto á sus relaciones de semejanza con ios üon$oie*
de Luzon, debeniimitáráa á usos y prácticas comunes á
muchos pueblos oceánicos, pero sin llegar á una comu-
nidad de origen que puede desde luego asegurarse que
no existe. s &'
29
-»■..
* — 218 —
Los manobos son generalmente mal conformados; de
temperamento nervioso; y poco robustos. Su piel es muy
oscura, con un tinte rojizo que no se vé en la de los ne-
gritos.
Su cabeza se halla cubierta de pelo negro y lacio, que
en las mujeres alcanza mucha longitud. Las extremidades
inferiores, al contrario de lo que se observa en los aetas,
son proporcionadas con el resto del cuerpo, si bien su
desarrollo es como el de éste poco graduado. Los crá-
neos que hemos tenido ocasión de estudiar en el Museo
Fernandez nos han ofrecido un índice cefálico que varía
en los distintos ejemplares entre 75'94 y 76'20; los diá-
metros frontales dan un índice de 65*6, y el diámetro
bi-temporal es relativamente mayor que el bi-parietal. Así
se explica que los cráneos aparezcan notablemente estre-
chados en la región superior.
Atendiendo á las cifras anteriores habrá que incluir
á los manobos entre las razas sub-dolicocéfalas, separán-
dolos de los pueblos indo-chinos (braquicéfalos) con los que
Semper y otros autores quieren relacionarlos.
Las medidas de la cara nos dieron por resultado un
índice facial de 64'6, que correspondía al nasal repre-
sentado por 54'16; y siguiendo las indicaciones de Man-
tegazza hallamos un índice orbitario casi igual en todos los
cráneos, y que nunca pasó de 90.
Estos caracteres, el escaso prognatismo subnasal, y
los datos ya apuntados al hacer la descripción física de
esta tribu, nos inducen á creer que sus actuales repre-
sentantes son producto del trato de gentes oceánicas ve-
nidas de las tierras del Este, con los aborígenes de la
isla.
Los cráneos del Museo Fernandez en nada se parecen
— 219 —
#
á los de la raza malaya — marcadamente braqnicófala —
ni á los cráneos chinos, que son tnesaticéfalos.
El carácter de estos infieles revela también su proce-
dencia de castas menos civilizadas que las que viven en
las costas asiáticas y en tas islas más occidentales de la
región oceánica.
Por todo extremo incultos, son crueles, recelosos, y
persiguen tenazmente la ocasión de molestar á las tribus
vecinas. Débiles por temperamento, rehuyen la lucha
franca y en campo abierto, prefiriendo la asechanza para
exterminar á su enemigo. Cuando se vén obligados á lu-
char lo haceu con furia y ardimiento inusitados, sacián-
dose únicamente después de haber despedazado á su con-
trario. Ea esos momentos se entregan á raptos de furor
que han hecho suponer á muchos que los manobos pade-
cían con frecuencia ataques de esa locura repentina que
los malayos denominan amok.
La costumbre de cortar la cabeza á las víctimas, y
abrir á éstas el pecho, en señal de triunfo, ha dado motivo
para creer que es una tribu de verdaderos antropófagos.
Nada menos cierto. Los manobos no se alimentan de carne
humana, y sólo á los jefes — baganis — les está permitido ar-
rancar las entrañas del enemigo y comer de ellas un pe-
queño trozo, después de la victoria.
En sus fiestas se entregan á todo género de desórdenes,
y cuando después de muchas horas de repugnante y sal-
vaje orgía vén acercarse la terminación del feslin, prorum-
pen en gritos acompasados^ que recuerdan algo ios que se
oyen en las islas Marquesas cuando sus habitantes cantan
el comumu-puaca.
Se cree generalmente que los manobos carecen de vi-
viendas fijas y que es la suya una vida enteramente no-
— 220 —
mada. Tal afirmación es exajerada, pues nosotros hemos
tenido ocasión de tratar familias que durante muchos años
vivieron en la misma localidad. Ocurre, sí, que cuando los
terrenos puestos en cultivo por estos salvajes, quedan es-
tériles por la sucesión de abundantes cosechas ó por mala
calidad del suelo, el manobo busca otra tierra fértil, y en
ella establece sus dominios.
Se dedican con preferencia al cultivo del arroz, que es
muy productivo en las riberas del Butuan y en las del río
Hijo, sobre lodo en las llanuras que los desbordamientos
de este último convierten en estensos pantanos.
La influencia de tal género de vida se revela bien en
muchos individuos, que sometidos á la acción de efluvios
miasmáticos, sufren los perniciosos efectos de la malaria y
se vén obligados á abandonar las comarcas pantanosas, y
á trasladarse á las mesetas de cordilleras próximas.
Allí establecen sus viviendas durante un período que
se halla limitado por las exigencias de nuevas necesida-
des, y no es raro encontrar familias que durante algunos
años permanecen en los montes cultivando la caña de azú-
car y el camote.
Favorece también esta fijeza relativa de una parte de la
población tnanoba, el aislamiento á que tan inclinada se
muestra una gente que rehuye cuidadosamente todo género
de relaciones íntimas con los demás pueblos. Únicamente
la necesidad de cambiar sus productos por otros que les
facilitan los cristianos, es parte á mantener cierto trato,
que nada tiene de civilizador, entre estas familias y las que
en Mindanao se hallan bajo el amparo de nuestra bandera.
Son los manobos refractarios por todo extremo á las
influencias del progreso, y según hemos tenido ocasión
de observar más de una vez, no se prestan de ningún modo
— 221 —
á La noble tarea que el cristianismo ejerce en aquella gran
isla*
Los perseverantes trabajos del misionero católico, que
todos los dias conducen á la senda del bien y de la verdad
algunas familias de otras castas de Mindanao, no logran
sacar de su salvaje fanatismo á uno sólo de esos abyec-
tos seres que resisten toda idea de cultura y de adelanto.
Algo, sin embargo, se ha logrado en los últimos anos,
merced á la constancia de ios P.P. y al ejemplo de tribus
reducidas. Pero conociendo el carácter del manobo, y sus
bárbaros instintos, no es muy atrevido suponer que las
recientes conversiones son más ficticias que reales, más
inspiradas en ideas de lucro y de conveniencia, que en
sentimientos de un orden elevado.
En las creencias religiosas de este pueblo han encon-
trado algunos autores semejanzas con las de otros infie-
les de las tierras del Norte, que por otra parte en nada
se la parecen'.
Se observa, en efecto, que conserva esta raza prácti-
cas cuyo origen nos induc? á relacionarlas con otras de
pueblos más adelantados.
Tales analogías no deben extrañarnos si se recuerda
que en casi toda la Oceanía parece dominar una idea reli-
giosa que se traduce en manifestaciones diversas y por
modos distintos, pero que se revela como esencial infor-
madora de las cosmog^ías y supersticiones que imperan
en esa vasta región.
Lo verdaderamente curioso es encontrar en un pue-
blo salvaje y por todo extremo inculto, creencias y usos
que corresponden á razas superiores.
Se han atribuido á los manobos ideas propias de otras
tribus, y prácticas que le son del todo extrañas.
— 222 —
Semper y otros viajeros aseguran que este pueblo tri-
buta culto á la memoria de sus antepasados, representada
por anuos. Tenemos fundados motivos para desechar tal
aserto, que puede haber encontrado su origen en un es-
tudio incompleto de las costumbres de esas castas. Guia-
dos por las noticias de un sabio misionero hemos hecho
investigaciones directas que nos permiten desechar las
afirmaciones de Semper y de los que después de él es-
cribieron acerca de la religión de los manobos.
Con el trato de algunas familias de esta tribu, hemos
adquirido la convicción de que entre ellas no se guardan
tradiciones de familia, y que la memoria de los padres
muertos no es objeto de veneración ni culto.
Adoran estas gentes varios dioses creadores que gobier-
nan el universo, y á los que se hallan sujetas otras deida-
des, infinitas en número, que presiden los actos todos de la
vida.
Los dioses de la primera categoría se comunican con
los hombres por medio del rayo, que es la expresión de
un mandato superior.
También reciben culto otros ídolos que presiden las
faenas agrícolas, las guerras, y los viajes.
Cuando los baganis se disponen á buscar á su ene-
migo, cuidan mucho de llevar pendiente de la cintura
una tosca figurilla de hierro que representa á Tagbusang,
dios de la victoria. »
Aun cuando no creen en castigos ni en recompensas
de otra vida, admiten en ciertos casos una nueva exis-
tencia en parajes dotados por los dioses de toda clase
de bienes.
Su organización social revela bien el atraso de esos
infieles, refractarios á toda idea de moralidad y de jus-
— 223 —
tieia. Impera entre ellos la ley del fuerte, y sus jefes
disponen en absoluto de la vida y hacienda de los in-
dividuos de la ranchería. El dueño de ésta compra las
mujeres que son de su agrado y vive con ellas el tiempo
que se fija al verificar el enlace. Antes de emprender
una de esas correrías en que tanta sangre se vierte, el
bagani reúne á los hombres útiles, y ante el tronco de
un grueso árbol invoca al dios de la victoria, que segu-
ramente ha de exterminar al que perdone á un enemigo.
Si durante la lucha el bagani retrocede, es atacado por
sus mismos vasallos, que considerándole abandonado por
los dioses lo sacrifican en aras de la deidad enojada. Si
el caudillo logra la victoria se engalana con los despojos
de las víctimas y adorna su vivienda con repugnantes
trofeos.
Usan con singular destreza el arco y unas lanzas de
gran longitud que ocasionan heridas casi siempre morta-
les. Los sables de hierro, que ofrecen alguna semejanza
con los crises de los moros, son el arma favorita de los
baganis y de los que aspiran al dictado de valientes.
En sus tratos con los cristianos son suspicaces, y pro-
curan obtener grandes utilidades. Sus cambios se hacen
en frutos ó semillas, que prefieren á las telas y á la mo-
neda, aun cuando aceptan ésta para traficar luego en
otras condiciones mas ventajosas.
Una cualidad dominante en los manobos es la pueril
curiosidad que muestran en todos los actos de su vida.
Familias que han tenido ocasión de tratar con varios eu-
ropeos, no cesan de inquirir las causas de nuestros há-
bitos y costumbres, siempre que se hallan en presencia
de un hombre fuerte, como ellos llaman á los blancos.
El número de individuos que componen este pueblo
— 224 —
es más considerable que el supuesto en las incompletas
estadísticas de las razas del Sur,
Antes de que los primeros exploradores atravesaran
hace muy pocos años el dilatado escabroso terreno que
por la parte oriental se extiende del Norte al Sur de la
isla, creyóse que los manobos habitaban únicamente en
las tierras próximas á la* desembocadura del Agusan, por
un lado, y en las orillas del seno dé Davao por el otro.
No dejaba de parecer extraño que estas gentes se halla-
sen á la vez en sitios tan lejanos, sin comunicación alguna.
Cuando las márgenes del Agusan han sido exploradas,
se ha visto que esos infieles recorren sin cesar la
cuenca toda de este rio, y que el núcleo principal de
población no se halla al Norte, como recientemente nos
ha dicho un ilustrado ingeniero, sino en las inmediacio-
nes del Hijo, en el punto en que éste se desvía del Agu-
san. Demás se ven grandes agrupaciones de estas fami-
lias en la costa oriental del seno de Davao y en la próxima
isla de Samal. ( ! )
Tales son, sumariamente descritos, los principales ca-
racteres de la tribu manoba, en la que vemos nosotros la
genuina representación de esas razas mestizas producto
del cruzamiento de los pueblos autóchtones de la isla con
gentes de la Polinesia y de otras tierras de Oriente, que
nada tienen de común en su origen con la raza malaya
pura, ni con los pueblos asiáticos.
En algunas obras se incluyen otros pueblos dentro
del grupo de esa supuesta población negra, que según
la mayoría de los autores habita los montes de Mindanao.
( 1 ) En esta isla recojió el Sr. Doraech cráneos y restos de ma-
nobos ? y algunos instrumentos y armas de esa tribu.
— 225 —
Todos ellos están constituidos por gentes pardas, que
ni por su color, ni por los caracteres étnicos pueden
ser consideradas como afines á los actas. ""-
Semper hace ligeras indicaciones acerca de una tribu
que muchos .viajeros han confundido con ios manobos,
dando así origen á descripciones que se compadecen mal
con las verdaderas costumbres de este último pueblo.
Los mamanúas de Semper, se diferencian de los ma-
nobos por su mayor robustez, el color mas claro de la piel
y la forma tíe la nariz, que es menos aplastada.
Si nuestras investigaciones no son erróneas, y las in-
dicaciones del profesor de Würszburgo se refieren á las
familias de color que recorren el distrito de Surigao,
podemos asegurar que estas gentes no tienen nada de co-
mún con las que dejamos estudiadas.
Los mamanúas habitan en las últimas estribaciones que
por el Norte de la isla limitan la gran cordillera oriental.
Un solo cráneo, recogido en la falda del monte Le-
gaspi, por un querido amigo^nuestro, nos ha servido para
encontrar las notables diferencias que existen entre los in-
dividuos de esta tribu y los manobos.
Los diámetros verticales adquieren gran predominio
sobre los otros de la cabeza, y en la cara se nota la escasa
longitud de la línea bi-zigomát^ca.
Son los mamanúas de índole altiva, pero menos san-
guinarios que sus vecinos. Viven en rancherías fijas; cul-
tivan bien los campos, y mantienen frecuentes relaciones
con la población cristiana de la provincia de Surigao.
Estas gentes nos presentan caracteres más semejantes
á les de la raza papu-malaya de Rienzi, y en ellas vemos
analogías con ese pueblo que se estiende por las islas ve-
cinas al litoral asiático.
30
— 226 —
Una de las tribus más numerosas de la gran isla del
Sur, es la de los mandayas, cuyos dominios se estienden
desde la costa oriental del seno de Davao hasta la ense-
nada de Caraga por el Norte y el cabo de San Agustín por
el Sur. Algunas familias habitan también eij la parte me-
ridional del distrito de Surigao, y otras han fijado su re-
sidencia en la costa occidental del seno, y en las tierras
vecinas del Apo; de modo que puede asegurarse que se
encuentran en todas las provincias de Mindanao, escep-
tuando la de Zamboanga.
Del carácter de los mandayas, y de sus costumbres, se
han publicado minuciosas descripciones, que hacen de éste
uno de los pueblos del Sur más conocías en los libros.
La frecuencia con que hacen viajea á los dominios cris-
tianos, ha facilitado extraordinariamente un estudio que,
sin embargo, es hasta hoy bastante incompleto.
De sus caracteres físicos y de su origen probable sólo
nos dá noticias serias el profesor Semper, que ve en esa
tribu el producto de un remoto cruzamiento entre los ne-
gritos y los chinos.
En verdad sorprende que el ilustrado viajero alemán
haya encontrado semejanzas entre ambos pueblos.
Y es tanto más extraño, cuanto ese autor cree ver
en todas las gentes filipinas la influencia del pueblo ma-
layo, que precisamente se halla enérgicamente señalada
en el que ahora estudiamos.
El más ligero conocimiento etnológico; el examen más
superficial, basta á reconocer el grave error de Semper,
y de los que con él aceptaron la hipótesis citada.
No tememos declararlo así, en la seguridad de que
estudios posteriores y rigorosamente científicos han de
apoyar nuestras aseveraciones.
— 227 —
Por las venas de estos infieles no circula una sola gota
de sangre china, y los caracteres físicos van pronto á de-
mostrarnos que ese pueblo es el . más pareéído á la raza
malaya, modificada por su enlace con loe ¡aelas.
En el Museo Fernandez hay varios cráneos recogidos
por el Sr. Domech en el sitio denominado Madaun, pro-
vincia de Davao. Con esos restos y los datos adquiridos
directamente en las regiones habitadas* por los mandpym,
nos ha sido fácil adquirir un conocimiento exacto del
carácter y costumbres de la raza que unos califican de
noble y pacífica, y otros de abyecta y sanguinaria.
El índice cefálico varía en cinco cráneos entre 80'§
y 80*37. Por ^H&scifras hay que considerar á^tos sé-
res entre las razie s^b-braquicéfalas, aunque p#r su cofe***
formación exterior y ppr algunos diámetros de la <kfk
se asemejan mucho los restos que hemos examinado á
los de algunos pueblos mesaticéfalos de la América me-
ridional.
E& flotable en estos cráneos la convexidad de los
parietales y la mucha extensión de los diámetros medios;
los antero-posteriores adquieren más desarrollo por la pro-
minencia de los frontales. Se observa un marcado aplas-
tamiento occipital que coincide con un extremado progna-
tismo. Los pómulos son salientes y abultados; y el índice
orbitario llega á 90'6. En conjunto, la cara se presenta
bien proporcionada, dominando los diámetros trasversales.
líos individuos de esta raza se hallan, físicamente con-
siderados, á la cabeza de otros pueblos de la isla. Son
robustos, bien conformados, ágiles y de agradable exte-
rior. La piel es oscura con un matiz bronceado; en las
mujeres la coloración es más ciara, pero nunca blanca.
Nosotros no hemos visto, ni tenemos noticia de que
— 228 —
existan, esos mandayas blancos y rubios que cita el P. Pas-
tells en sus narraciones. La longitud del pelo es conside-
rable, y son estos infieles de los pocos habitantes del Ar-
chipiélago que tienen la barba algo poblada.
Sus facciones revelan cierta majestad que contrasta
con la dureza de otras tribus. La frente es alta y espa-
ciosa; los ojos grandes y completamente horizontales; los
arcos super-ciliares distintos pero na separados; la nariz
prominente en su origen, y ensanchada cerca de las aber-
ras anteriores, que se dirigen levemente hacia arriba. Na es
cierto que sea común la nariz aguileña; sin embargo, el
perfil de la cara, no es tan recto como en los malayos. En-
tre las mujeres hay algunas realmente comparables á las
más bellas indígenas de los archipiélagos del Sur. Son
bien conformadas y mas cuidadosas de su persona que las
de otras tribus.
Gozan de buena salud habitual, y su aspecto sano,
indica que resisten mejor que los manobos las influencias
de un clima húmedo. Eq ese puebla son frecuentes los
casos de longevidad, y nosotros hemos visitada una fa-
milia en que había tres individuos de más de setenta y
cinco años.
Los hombres dejan crecer sus cabellos hasta el hom*
bro, y arrancan cuidadosamente los pelos de la barba. Se
pintan los dientes con un tinte vegetal de color negro bri-
llante. A primera vista recuerdan algo á Los malayos que
se ven en Singapoore.
Aunque muchos viajeros los consideran como seres
completamente salvajes, crueles, y sanguinarios, represen-
tan, en verdad, un pueblo regularmente organizado y de
humanitarios instintos. Así lo reconocen el P. Pastells, y
el ilustrado Dr. Montano.
— 229 —
Desde luego son los más formales en sus tratos con
los cristianos; respetan á éstos en todas ocasiones, y á la
vista de un europeo procuran agasajarle y complacerle de
todas suertes. , -
Su organización social tiene algo de la de los antiguos
pueblos asiáticos; veneran la ancianidad, y reconocen la
supremacía del valor y de la destreza. Viven en ranche-
rías fijas r edificando sus chozas sobre altos maderos á los
que adosan una escala que quitan durante la noche, para
quedar así al abrigo de peligros exteriores. Las casas .^on
de materiales ligeros, espaciosas, y compuestas, general-
mente, de una sola habitación que recibe el aire y k kz
por grandes vanos próximos á ia techumbre. -Soa- may
afectos á la vida del hogar; tratan bien á sus hijos y deu-
dos; y si reconocen la esclavitud, ésta sólo significa un
compromiso que obliga al siervo á ejecutar ciertos tra-
bajos, en verdad poco fatigosos.
Son polígamos, pero generalmente viven con una ó
dos mujeres durante toda su vida, siendo precisas cir-
cunstancias extraordinarias para que repudien á la primera
consorte.
En sus vestidos se muestran también más adelantados
que los manobos; usan telas vistosas y prendas cómodas,
adaptadas á las condiciones del clima, y á su género- de
vida.
Los hombres llevan una chaquetilla corta y ancha, que
baja hasta la cintura; las mujeres una saya estrecha y un
manto largo que arrollan en el cuerpo. Gustan de ador-
narse con brazaletes, piedras, y abalorios. Tienen algu-
nas alhajas de oro y plata, y las mujeres ricas llevan en
los dedos de las manos sortijas de toda clase de metales
y piedras.
— 230 —
En la cabeza lucen vistosos pañuelos qne ciñen en der-
redor de la frente y que cuando son de color rojo indi-
can dominio y altas prendas guerreras.
Behuyen la guerra, pero cuando son obligados á de-
fenderse de los ataques de los manobos, que con frecuencia
les persiguen para robarles las mujeres y los esclavos,
se muestran valientes, infatigables, y pelean con denuedo
y encono. Gomo las otras tribus infieles, se encarnizan con
el enemigo, y cortan la cabeza de los muertos para os-
tentarla en señal de triunfo.
En sus ceremonias populares son más sobrios, y úni-
camente én las ocasiones solemnes se entregan á extra-
ordinarias comidas y libaciones.
Es de todo punto inexacto que los mandayas sean an-
tropófagos, ni hagan sacrificios humanos.
Sus prácticas religiosas se asemejan á las de los ma-
nobos, y como éstos creen en divinidades de primero y
segundo orden.
Cultivan en sus campos arroz, caña de azúcar, y café;
se dedican á la pesca las familias que viven en las cer-
canías del seno de Davao, y explotan otros productos ma-
rinos, entre ellos la concha-nacar y el carey.
Por su aspecto físico, por sus caracteres anatómicos,
por su cultura relativa, y por alguna de sus prácticas,
los mandayas deben ser considerados como hijos de una
raza formada por el cruzamiento de los aborígenes con
los malayos.
En las faldas meridionales del Apo, y en los terrenos
que desde este monte llegan á la costa occidental del
seno de Davao, vive la tribu nómada de los bagobos,
compuesta de gentes salvajes y feroces hasta el extremo.
Sólo dos cráneos de estos infieles figuran en la colee-
— 231— %
ción Domech, y sus medidas difieren poco de las seña-
ladas en los de tnanobos. Llamó, sin embargo, nuestra aten-
ción el gran desarrollo de la protuberancia occipital y el
notable aplanamiento de la cara. Debe también consignarse
que el índice orbitario es de 9i'9, carácter común á las
razas asiáticas.
Los individuos examinados por nosotros tenían una talla
que variaba, en nueve hombres, entre 1*628 y 1,660. m.
Son regularmente constituidos, de piel atezada, pelo
negro y muy áspero, ojos ligeramente oblicuos y de mi-
rada dura y penetrante. El sistema muscular se halla
más desarrollado que en otros habitantes de los bosques;
el cuerpo ofrece señales graduadas de enfermedades cu-
táneas. .
Si por sus caracteres físicos, los bagobos gozan cierta
superioridad sobre las tribus vecinas, son, en cambio, los
seres más repugnantes por sus feroces instintos y sus há-
bitos salvajes.
Cambian frecuentemente de habitación; son perezosos,
y únicamente obligados por fti necesidad se deciden á eje-
cutar las faenas agrícolas que el diario sustento exije. Pre-
fieren, cuando viven en la costa del seno, alimentarse de
mariscos, que recojen en grandes cantidades.
En la caza son también muy diestros, y manejan con
extraordinaria habilidad los caballos, gustando mucho de
hacer en ellos largas jornadas, que á veces duran tres
ó más días, sin que por esto interrumpan el sueño.
Durante las correrías que hacen á tierras de tnanobos,
caminan armados y cuidan de sorprender al enemigo,
sacrificándolo cruelmente y llevándose parte de sus des-
pojos, que consumen luego en repugnantes festines.
Tienen especial temor al espíritu que según ellos les
— 232 —
infunde aliento en la pelea, al cual llaman Busao, y en cuyo
honor sacrifican á los prisioneros y aun á los esclavos.
No muestran gran repugnancia á enlazarse con mu-
jeres de otras tribus, y así es frecuente su mezcla con
manobos, galangas, y mandayas.
Tienen gran veneración á los muertos, y conservan
los cadáveres en grandes fosas que cubren de piedras.
Los que habitan en la'islita de Samal construyen sus se-
pulturas en los bancos de caliza madrepórica que allí son
muy extensos.
Vecinos de los bagólos viven los guiangas, que pre-
sentan caracteres físicos muy semejantes á los de aque-
llos, de los cuales se diferencian, sin embargo, notable-
mente, por sus costumbres más pacíficas, su laboriosidad,
y su mayor aseo y cuidado en la persona y en la vi-
vienda. Los guiangas tienen fama entre los cristianos de
formales y exactos cumplidores de los tratos. Son muy
aficionados á las monedas filipinas, que guardan con ver-
dadera codicia. Las mujeres son agraciadas y gustan mu-
cho de adornarse con prendas europeas. En Zamboanga
vimos el año 76 á varias de ellas disputar acaloradamente
por la posesión de un viejo chai de cachemir que les
habia regalado la señora del jefe del presidio. Se distin-
guen también por la manera de recojer su cabellera, que
recuerda los modos y usos de las mujeres de Java.
Manifiestan gran horror á lo.desconocido, y aún re-
cordamos los inútiles esfuerzos y los medios persuasivos
que empleamos para decidirles á que se retrataran. To-
dos nuestros ruegos fueron inútiles, y en cuanto se veían
en presencia de la máquina fotográfica ocultaban el rostro
entre las manos y procuraban escapar.
Entre las prendas de vestir que usan las mujeres en
— 233 —
las fiestas, son notables unas anchas fajas tejidas con los
filamentos del plátano. Fabrican también telas de algodón
que venden en los pueblos cristianos.
Producto de la mezcla de bagabas y guiangas, y de és-
tos con los mandayas, son los tagacaolos, gentes diestras en
el manejo de las armas, de costumbres belicosas, pero no
sanguinarias. Se distinguen por la nobleza de sus faccio-
nes y por un trato afable y confiado.
En ellos dominan los caracteres físicos que hemos en-
contrado en los bagobos, "pero el color de la piel es más
claro, el pelo menos crespo, y su desarrollo muscular me-
nos graduado.
A pesar de las buenas cualidades de esta tribu, y qui-
zás por ellas, goza de poco prestigio entre los demás pue-
blos, que la consideran como esclava.
Las rancherías próximas á Malalag son las más nume-
rosas, y en ellas residen los jefes.
Algunos autores describen una tribu á cuyos indivi-
duos denominan sámales, asignándoles caracteres propios.
Los habitantes de la isla que se eleva en el seno de
Davao, no forman en realidad un pueblo distinto, pues
allí viven familias de las diversas tribus que dejamos ci-
tadas.
Los sanguües habitan al Sur de la isla y frecuentan
las costas de SaranganL Son de pobre constitución, color
pardo amarillento, pómulos salientes y la barba muy pro-
muciada.
En un cráneo de sanguil encontramos un aplastamiento
frontal extremadísimo, y que indudablemente es artificia!.
El aspecto de este cráneo, que posee un oficial de adm:
nistración de la Armada, es bien diferente del que proce-
dente de Samal se conserva en el Museo de Londres. En
31
— 234 —
aquél no es tan pronunciado el aplastamiento superciliar,
marcándose más el lateral.
Nuestras investigaciones para saber ciertamente si en-
tre los sanguiles se practica el aplastamiento artificial de
la cabeza de los recien nacidos, no nos han dado resul-
tado, obteniendo sólo noticias confusas y contradictorias.
Carecemos, pues, de fundamentos para esclarecer este
punto importantísimo de la etnografía filipina, pero es in-
dudable para nosotros que el cráneo á que hemos hecho
referencia fué deformado artificialmente.
Sería bueno que los observadores que de ello tuvieren
ocasión, aclararan este hecho, cuya significación es notoria.
Además de las tribus indicadas, viven en Mindanao
las de súbanos y tirurayes, que por su frecuente relación
con los pueblos cristianos de quien son vecinas, han po-
dido ser bien estudiadas por los viajeros.
Los súbanos habitan las estribaciones de los montes que
derivan de la cordillera Pulungbato, próxima á Zamboanga.
Sin alcanzar un notable desarrollo, son bien constituidos,
fuertes y regularmente conformados. Los hombres tienen
buena talla, y los rasgos fisonomónicos indican claramente
su origen mestizo, y su afinidad con las razas asiáticas.
Algunos autores creen á esta tribu originaria del Norte
del Archipiélago, fundándose en que en la isla de Min-
doro hay un rio llamado Suban.
Esta hipótesis es poco seria, y por otra parte creemos
que el verdadero nombre de estas gentes es el de zubanos.
Distribuidos en las extensas llanuras que se encuentran
mas allá de la margen derecha del brazo septentrional del
río Grande, y en las colinas de Tamontaca, próximas á
Cotta-bato, viven los tirurayes , raza miserable y de cos-
tumbres depravadas.
— 235 —
Do pobre constitución, agiquálados por los vicios y
la pereza, aglomerados en estrechas habitaciones, en las
que apenas puede un hombre estar en pié, los tirurayes
constituyen un pueblo holgazán y extremamente degene-
rado. En sus facciones se ven indicios que hacen supo-
ner un origen malayo. Tieneti la cara prolongada, la
nariz chata y ancha, escaso prognatismo, y labios del-
gados. Están verdaderamente plagados de enfermedades
cutáneas, que les dan aspecto repugnante. Son sumisos
con ios europeos, y los agasajan con la esplendidez que
permiten sus recursos.
Durante nuestra permanencia en Cotta-bato celebrá-
ronse las bodas de una hija del jefe do las rancherías
próximas al pueblo, y aprovechando esta circunstancia
realizamos una expedición á las tierras de los tirurayes,
con objeto de estudiar las costumbres de estos infieles.
Acompañados del oficial de marina Sr. Villamil, y del
hijo del intérprete Sr. Urtuoste, práctico en el país que
pensábamos recorrer, llevamos á término nuestro propó-
sito, y examinamos de cerca los usos de una tribu que
bien puede ser calificada de miserable é inculta.
Los hombres viven en una condición muy parecida
á la de los esclavos, pues influidos por Ja pereza y por
los vicios, se dejan dominar fácilmente de sus mujeres.
Éstas son poco agraciadas, y en su mayoría de repul-
sivo aspecto, que se hace más desagradable con los ridí-
culos adornos que emplean para embellece* la persona.
Muéstranse aficionadas á los colores vivos; usan una es-
pecie de corpino que cierran en el cuello y dejan abierto
en la cintura. El resto del cuerpo le encubren con un
largo manto que á veces sujetan en la cabeza con un lienzo
ó con anchos sombreros de palma.
_ 236 —
La autoridad de los jefes no suele andar muy bien
parada, y son frecuentes los disturbios entre las princi-
pales familias.
Desconocen en absoluto los principios de la más ru-
dimentaria moral, pero no es cierto que, como asegura
un autor, entreguen las mujeres á los europeos teniendo
en ello gran satisfacción. Por el contrario, se recatan mu-
cho á la vista de aquellos, no por pudor, sino por un
recelo natural en estos salvajes.
Cuando llegamos á la casa donde se celebraba la boda,
encontramos un gentío inmenso que llenaba por completo
la estrecha habitación. En un ángulo de ésta se veía una
cortina hecha con pedazos de tela de varios colores, y
sentado delante un mozo sucio y nada guapo que nos
dijeron era el novio. Detrás de la abigarrada tela parece
se encontraba la novia, á quien nadie podía ver durante
tres dias que permanecía oculta y guardada por el futuro,
que tampoco disfrutaba, durante ese tiempo, de la vista
de su prometida.
El jefe de la ranchería, pretendió obsequiarnos con un
chocolate (!) que por higiene hubimos de rechazar cor-
tesmente. En nuestro obsequióle dispuso un baile en la
casa de los novios, y durante una hora presenciamos las
contorsiones de seis horribles mujeres que se entregaron
con deleite á las fatigas de vertiginosa danza acompañada
por el estridente tan tan de un tambor metálico.
De la casa de los desposados fuimos á la del dueño
de la tribu, y allí tomamos un buen café, servido en ta-
zas de coco.
En nuestra visita pudimos convencernos de la degra-
dación de una raza que vive en terrenos feracísimos,
donde la riqueza agrícola podría ser incalculable. Los ti-
— 237-
rurayes sólo cultivan arroz y caña, y tienen pequeñas plan-
taciones de exquisito café. Creen que el hombre no debe
trabajar, y profesan la máxima de no ejecutar otras la-
bores que las precisas para vivir. No son fanáticos, y
dan poca importancia á las prácticas idólatras. Ésto los
caracteriza y es una circunstancia que separa á ese pue-
blo de los otros infieles que habitan la isla. Si es cierto
que adoran espíritus encarnados en los seres y objetos
más groseros, no dan á éstos más valor que á un jefe
cualquiera.
Los tirurayes ven disminuir rápidamente su población,
y no es aventurado suponer que en época no lejana ha-
brá desaparecido de la isla esa raza que hoy agoniza en-
tre las miserias de una vida de holganza completa.
Todos estos pueblos, que para los autores constituyen
los aborígenes de Mindanao, presentan caracteres que se-
ñalan bien su distinta procedencia, y determinan varia-
ciones de un tipo que no es único, y que es imposible
buscar sólo, como pretende Semper, en las gentes de la
raza malaya, ó en los habitantes del interior de Asia.
Estudiadas detenidamente esas tribus se nos aparecen
como producto de innumerables mezclas y de antiguos
enlaces entre pueblos asiáticos y oceánicos y los autóch-
tones negros.
Clasificar como razas puras, y considerar como ha-
bitantes primitivos á las familias todas que hoy pueblan
el Archipiélago, es cosa por todo extremo imposible des-
pués de fijar la atención en los datos etnográficos que
ligeramente quedan apuntados.
g. III. Los moros. — Si por sus caracteres de raza, y
el predominio que en la población de las islas del Sur han
tenido, no merecieran los moros especial estudio, el im-
— 238 —
portante papel que ellos representan en la historia fili-
pina, haría interesante el conocimiento de ese pueblo
aventurero que desde remota época devasta los campos
de muchas provincias filipinas, y es azote constante de
los tranquilos habitantes de las costas.
La influencia de esa raza en nuestro territorio, y los
continuos disturbios por ella originados, temas son ya tra-
tados por los historiadores, que dieron á conocer el de-
talle de esa lucha de siglos sostenida por los españoles
contra los piratas oceánicos.
Bien puede decirse que esa raza abyecta es remora
constante de progreso en las provincias del Sur, y causa
de inmensas pérdidas que no podrán nunca ser compen-
sadas.
Desde las expediciones de Sande — allá por los años
de 1579 y 1580— hasta la ultima campaña de Joló ¡cuanta
sangre española vertida en defensa de la fe y de la pa-
tria !
Porque no hay que dudarlo: el único enemigo serio
que tuvimos siempre en Oeeanfa, fué el moro. El moro
que en los tiempos de la conquista era el primero en
resistir el empuje de nuestras armas; que desde sus gua-
ridas de Joló y Mindanao, llevó la guerra y el exter-
minio á las más importantes poblaciones de las Vizayas;
que con una audacia sólo comparable á su fanático co-
raje llegó hasta la bahía de Manila y pretendió señalar
su paso por la capital del Archipiélago con uno de aque-
llos piráticos actos propios de su salvaje naturaleza; que
abusó siempre y en todo tiempo de la nobleza é hidal-
guía de los españoles, y traicionó en muchas ocasiones
los más solemnes pactos.
De dónde y en que época llegaron á Filipinas los pri-
— 239 —
maros representantes de esa raza, cosas son muy deba-
tidas, pero no bien averiguadas todavía.
E! conocimiento dé tales gentes, que tanto importa
á nuestros gobernantes, ha de llevarnos hasta esos extre-
mos que intentaremos aclarar con toda precisión.
Antiguamente era mucho más extensa la zona habi-
tada por los moros, que hoy han tenido que abandonar
sitios que entonces ocupaban, y que, sin embargo, do-
minan todavía en Joló, en otros pequeños archipiélagos
del Sur, en Borneo y en tierras aún más distantes.
En Mindanao ocupan los terrenos que forma la costa
Sur de la isla. Todas las tierras comprendidas en esa ex-
tensa curva que desde el cabo San Agustín llega hasta la
provincia de Zamboanga, después de formar el seno de
Davao y el de Sibuguey, se encuentra habitada por esos
infieles que prefieren la proximidad del mar, ya que esto
facilita sus correrías y excursiones. La costa Este también
les sirve de refugio, viéndose rancherías en las playas de
la ensenada de Bislig, en lq$ tierras próximas á Punta-
Tugas, y más al Norte, en los montes de la provincia
de Surigao. Se encuentran, además, familias moras en
toda la cuenca del río Grande, y en las inmediaciones
de las lagunas de Malanao, Ligauasan y Butuan. En las
pequeñas islas próximas al Sur han fijado su residencia
otras tribus de esta raza, refugiadas en las tierras de Sa-
mal, Sarangani y Bongo.
Algunos autores dan á los moros que habitan las pla-
yas el nombre de mindayanos, y el de ilanos á los que
viven en el interior. Nosotros creemos que estas denomi-
naciones corresponden realmente á todas las tribus de la
isla, y no son propias del pueblo moro.
Los caracteres físicos de los que habitan en los mon-
— 240 —
tes son los mismos que corresponden á los de las fami-
lias de la costa.
Unos y otros presentan regular desarrollo, alcanzan
mediana talla, y no es tan raro como se cree el encon-
trar moros de buena estatura. Desde luego se nota un
defecto de conformación muy frecuente en los pueblos
oceánicos: la deficiencia de los diámetros torácicos, y la
escasa nutrición del sistema muscular.
La piel, que es asiento frecuente de afecciones esca-
mosas, tiene una coloración oscura de tinte cobrizo, más
graduado en los habitantes del interior. Una cabellera
negra, lacia, y muy abundante, cubre la cabeza y oculta
parte de la frente.
La fisonomía revela claramente el origen de los mo-
ros, y en ella se advierte la malicia y agudeza que ca-
racterizan á la raza malaya. En sus ojos negros, peque-
ños, y de mirada asaz viva, se descubre la suspicacia y
la maldad de estos infieles.
Los cráneos que hemos ^xaminado en Zamboanga y
Joló, alcanzan dimensiones casi iguales. El índice cefá-
lico varía entre 81 y 81'60. Estas cabezas, marcadamente
braquicófalas, se distinguen por la constante prominen-
cia de los frontales, y por su prognatismo, que llega á
69 a . Los pómulos no se hallan tan separados como en
los javaneses, y los diámetros trasversales de la cara no
dominan á los verticales. Su nariz es ancha, pero no
aplastada, y las aberturas nasales se inclinan poco arriba
y afuera. El ángulo facial no pasa de 84°, y frecuen-
temente ni aun alcanza esa medida.
La escasa separación de los pómulos y el desarrollo
del ángulo facial, establecen analogías entre los moros y
.los indígenas de Sumatra.
— 241 —
Es indudable, que se revela aquí la influencia de cas-
tas superiores, pero de ningún modo podemos admitir el
origen árabe que algunos autores nos dan como cierto
en esa raza.
El aspecto del cráneo, la nariz ancha, y la barba pro-
nunciada, no permiten suponer relación de comunidad
con el hermoso tipo árabe, de cráneo estrecho, rostro
ovalado, y formas perfectamente trazadas.
Ni un solo dato anatómico, confirma esa hipótesis;
pues las modificaciones que quedan apuntadas, sólo in-
dican cruzamientos con otros tipos oceánicos, que no lo-
graron ejercer predominio sobre los caracteres propios de
la raza malaya.
Las condiciones físicas, de una parte, y la influencia
de la religión de'Mahoma, por otra, determinan los ras-
gos más característicos en el moro.
Se cree, generalmente, que éste es cobarde, y así lo
afirman los que con ellos han reñido sangrientos com-
bates, sólo porque han visto la tendencia á la emboscada
y al acecho. Entendemos que por ello no puede negarse
el valor de esos hombres, cuyos actos de temeridad se
compadecen mal con la cobardía. Su carácter les lleva,
si, á la asechanza, y prefieren sacrificar al enemigo sin
riesgo, aprovechando para ello las ventajas del terreno y
la naturaleza de ciertos . accidentes del país en que viven.
Usan de muy antiguo las armas de fuego, pero pre-
fieren el campilan y el cris, sables de hierro que mane-
jan con destreza insuperable. Se enardecen en la pelea,
y en los primeros momentos combaten con extraordina-
ria fiereza; pero su debilidad física no les permite pro-
longar la lucha, y se retiran pronto del campo, que aban-
donan al enemigo, para volver luego á disputarlo.
32
— 242 —
Sus ideas religiosas informadas en las leyes de Ma-
homa, no les impiden aceptar algunas prácticas de las
tribus idólatras vecinas.
La poligamia impera entre ellos, y en sus asquerosos
harenes (!) se ven mujeres de las varias castas que pue-
blan la isla* Su afición á estos enlaces con otras tribus,
les ha llevado muchas veces hasta las costas de Visayas
y de Luzon, para robar allí las mujeres de esos pueblos.
Por lo demás miran á sus compañeras como esclavas,
y las tienen en tan poco que á veces las cambian por
dinero ó por mercancías.
En su trato dan muestras de una suspicacia, que unida
á la más refinada agudeza, hace preciso un gran tacto y
habilidad surtía al Gelebrar con ellos pactos ó alianzas.
Los infieles de Mindanao los conocen mejor que no-
sotros, y evitan el más leve contacto con gente tan so-
lapada y miserable.
No temen humillarse ante el superior, ni sienten es-
crúpulo en ofrecer lo que desde luego están decididos á
no cumplir. •
La historia de nuestras relaciones políticas con ese
pueblo, es una serie de traiciones y maldades por parte
de los que mil veces nos juraron amistad y sumisión. Su
propia falsía les hace recelosos y desconfiados, pues ven
siempre en el cristiano al enemigo que espera la ocasión
de exterminarlos.
Diestros en la caza y en la pesca, desdeñan las la-
bores del campo, que, según ellos, deprimen al hombre.
Holgazanes hasta el extremo, sólo para sus piráticas
hazañas, muestran decisión y energía.
En sus rancherías viven entregados á la molicie y á
los vicios, bastándoles el comercio con ciertos productos
— 243 —
del mar y de los bosques, para subvenir á sus necesi-
dades.
Cambian con otros pueblos balate, carey, concha ná-
car, almáciga y cera.
Sus viviendas son de ñipa, sucias, destartaladas y sin
comodidad alguna.
Visten al modo malayo, una chaquetilla corta de co-
lores vivos, y un paño que arrollan en la cintura y les
llega hasta las rodillas. En la cabeza usan pañuelos, y
algunos calzan sus pies en ciertas solemnidades. El traje
de las mujeres sólo se distingue por la mayor longitud
del patadión, que cubre sus extremidades inferiores, y
por un manto en que envuelven todo el cuerpo.
Todos llevan al cuello una especie de amuleto — asibi —
que les preserva de las asechanzas.
En sus enfermedades recurren á la virtud de plantas
que aplican á las partes doloridas, pero que no usan al
interior.
Como autoridad sólo reconocen la de los dattos, pues
el Sultán nada puede hacer sin contar con estos jefes de
las distintas tribus*
Viven en la más completa ignorancia, y resisten todo
intento de progreso. Únicamente los pandiías se muestran
algo industriados en asuntos religiosos y políticos.
Todas sus fiestas tienen el carácter del más refinado
salvajismo.
El moro-moro es su baile favorito, y dá una idea de
la manera de ser de esas gentes.
He aquí como describe un autor la tal danza; o: Ar-
mados — dice — de lanzas, crises y rodelas, á guisa de fa-
lanjes próximas á acometerse, formaron todos un círculo,
y aquel en quien se suponía más valor, entró en el cen-
— 244 —
tro, dando uno ó dos fuertes alaridos con ademan hor-
rible, y dos ó tres zancadas, tras las cuales comenzó su
ejercicio, llevando en una mano su lanza y en otra la
rodela, y la cris pendiente de un tahalí. Después algo en-
corvado atravesó con celeridad todo el círculo; é irguién-
dose en seguida fué de un extremo á otro dando saltos
de hiena y mirando de una á otra parte, como aquel
que desafía á su enemigo. Paróse luego, dio unas cuan-
tas patadas en el suelo, meneó la cabeza, rechinó los dien-
tes, haciendo al mismo tiempo gestos horribles, y arro-
jando su lanza por desprecio, empezó á dar tajos y re-
veses al aire con su cris, como un loco furibundo, al com-
pás de alaridos salvajes. Cuando parecía hallarse descan-
sando, repentinamente corrió otra vez hacia una y otra
parte, á donde se le figuraba que el enemigo se le es-
condía, y acuchillando el suelo rabiosamente como si cor-
tase la cabeza, con un terrón en la mano y en la otra
el cris, púsose á tejer un baile horrible en señal de vic-
toria, hasta que empapado de sudor salió del círculo triun-
fante, para ser reemplazado por otro y otros sucesiva-
mente.»
Con ligeras variaciones, tal es el moro-moro que he-
mos visto en Zamboanga y en Cotta-bato.
En sus comilonas no hacen uso de la carne de cerdo,
pero en cambio se entregan á frecuentes libaciones. Cele-
bran las bodas con gran pompa, y pasan días y días en-
tregados á una fiesta continua.
Estudiando atentamente los caracteres étnicos, y te-
niendo en cuenta los antecedentes y noticias de esa raza,
parece lo más probable que á su llegada a Mindanao —
anterior á la de los españoles — ancontraron á los infieles
mestizos que tenían su origen en el cruzamiento de los
— 245 —
autóchtones con gentes de la Oceanía. Su valor y su ar-
rejo les bastó para dominar á esas tribus, que le eran
inferiores, y se posesionaron de las playas, no sin mez-
clarse con las gentes dominadas*
Cuanto al origen del pueblo moro, parece indudable
que debe buscarse en la raza malaya, que siguiendo el
ejemplo de Mohamet-Shaeh alwazó la religión del Profeta-
§. IV. Idiomas de estos pueblos. — Poco, muy poco se
sabe de los distintos elementos lingüísticos que influyen
los idiomas de las castas infieles.
En este punto, más que en ningún otro, es sensible
la deficiencia de los estudios etnológicos, que apenas si
logran dar una explicación que revele las conexiones de
lenguaje de los distintos pueblos filipinos con otros de la
Oceanía.
Cuanto hoy se diga acerca de ello, ha de ser nece-
sariamente hipotético.
Los autores han buscado en los países vecinos del
Archipiélago, el origen de los idiomas que- en éste domi-
nan, y generalmente admiten una relación íntima' entre
aquellos y la lengua malaya, cuyo imperio es tan vasto.
Cuando hablemos de los pueblos cristianos, tendremos
ocasión de exponer lo que en asunto tan difícil nos ocurre.
Limitándonos á lo que al idioma de los salvajes se
refiere, diremos que en modo alguno admitimos esas po-
derosas semejanzas, y esas relaciones de origen con el len-
guaje de los malayos.
Si no se conocen la estructura y propia modalidad
de los dialectos de Luzon y Mindanao, se sabe que ellos
ofrecen analogías con los de otros países en los que no
domina la lengua malaya. Así, el chino, el árabe, el es-
pañol, el polinesio, han llevado á Filipinas multitud de
— 246-
voces que hoy forman parte de las idiomas del Archi-
piélago.
En la formación de éstos, ha influido notablemente
el trato de los aborígenes con las gentes que primero
abordaron las playas de esas provincias, y el de las nue-
vas tribus * dominadoras con otros pueblos más civili-
zados. •
Para nosotros es indudable que en nuestras posesio-
nes oceánicas, se encuentra el filólogo con numerosos dia-
lectos de transición que tuvieron su origen ya en el con-
tacto de gentes vecinas obligadas á sostener tratos que
no afectaban á su independencia, ya en la confusión de
castas que aceptaron costumbres, idioma y cultos de otra
civilización.
Los negritos, aborígenes de las islas, hablan un idioma
no bien conocido, pero que por su estructura monosilá-
bica y los elementos que lo informan difiere en todo del
malayo y nos recuerda una lengua primitiva.
No están en lo cierto los aue suponen que los aetas
hablan distintos idiomas en cada una de las provincias
que ocupan. Su lenguaje es único, y si ha perdido su
prístina pureza, se debe al contacto con pueblos venidos
de lugares diversos, que le comunicaron caracteres lin-
güísticos propios de cada uno de ellos.
Así se observa que los negritos del Norte de Luzon han
adoptado palabras y construcciones gramaticales, que di-
fieren algo de las usadas por los aborígenes que viven en
los montes de la región occidental. Unos y otros han se-
guido de este modo la ley de atracción que tanto modi-
fica la estructura de un idioma cualquiera.
Hoy los autóchtones se sirven de un lenguaje adulte-
rado,, que conserva, sin embargo, los caracteres de una
-247 —
lengua madre cuya clave quizás podría encontrarse en los
antiguos idiomas polinesios.
Cuanto á las diversas tribus infieles de las islas, puede
asegurarse que todas poseen dialectos de transición forma-
dos de elementos étnicos muy heterogéneos* En unos do-
minan los caracteres de las lenguas asiáticas, en otros
los de pueblos polinésicos, y en muchos los del malayo,
idioma, este ultimo, que domina de antiguo en casi toda
la Oceanía.
Los moros de Mindanao poseen un idioma especial,
que puede servir de tipo de esos dialectos fo' transición*
En él se encuentran raices árabes modificadas por
voces malayas y aun españolas, que constituyen un len-
guaje extraño, con reglas propias, al que se dá en aque-
lla isla y en Joló el nombre de moro.
Mientras les estudios filológicos, no logren resolver el
problema de los idiomas filipinos, no podrá la etnología
descubrir de un modo cierto el origen de esos pueblos.
Por eso urge emprender investigaciones que Heven á
los hombres industriados en Rt lingüística hasta los pun-
tos de donde derivan esos numerosos dialectos de las gen-
tes idólatras del Archipiélago.
ARTICULO TERCERO.
g I. Pueblos cristianos de Luzon. — Atendiendo á consi-
deraciones etnológicas, que más adelante encontrarán los
lectores, hemos preferido incluir los habitantes del Ar-
— 248-
chipiéiago en dos grandes grupos, después de estudiar
la raza aborigen, separada de ios otros pueblos por ca-
racteres físicos bien determinados.
Esta clasificación, que no tiene nada de científica,
pues se funda sólo en el desarrollo intelectual de los pue-
blos y en sus creencias religiosas, posee para nosotros la
ventaja de dejar intacto el problema de las razas filipi-
nas, para cuya solución no nos creemos con autoridad
bastante.
. Tal cotíio és, la creemos más práctica y verdadera, que
las que se fundan en investigaciones y noticias por todo
extremo deficientes ó equivocadas.
Por otra parte, la influencia de la religión verdadera
ha sido de tal suerte poderosa, que llegó á determinar
diferencias esenciales en los caracteres morales é intelec-
tuales de los pueblos á ella sometidos, y cambiando las
costumbres/ desarraigando vicios y llevando á los espíri-
tus las luces del progreso, separó por modo notable las
familias convertidas de las salvajes.
Estudiados ya, en las paginas anteriores, los pueblos
infieles, varaos á trazar los rasgos característicos de la po-
blación cristiana, sometida realmente al poder de España,
bajo cuya bandera viven y encuentran amparo las diver-
sas tribus.
En los tiempos de Legaspí, cuando todavía el catoli-
cismo no había estendido mucho sus doctrinas entre las
gentes del Archipiélago, y éstas se confundían todas en
grupos no bien determinados* los espafioles de la conquista
dieron á los aetas el nombre de negritos y á las tribus par-
das el de indio*. Con éstas denominaciones se citan en las
antiguas crónica^ y todavía esos nombres son los usados
generalmente. #
— 249 —
Claro es que la palabra indio no puede considerarse la
más propia para denominar á estos seres; pero la influen-
cia de la costumbre hace ya imposible su variación, y de
otra parte, no encontramos motivo para las censuras que
algunos se creyeron obligados á dirigir á historiadores y
cronistas de otras épocas.
Más fuera de lugar nos parece otra que sirve hoy para
calificar á los filipinos cristianos, y separarlos de los in-
fieles. No vemos, en efecto, propio ni correcto, llamar tn-
digenas á los primeros exclusivamente, y no á los segun-
dos, que lo son también desde el momento en que nacie-
ron en el país. Ni podemos, por esto, admitir esas divi-
siones que se ven consignadas en algunos libros donde
se habla de razas indígenas, razas negras, y razas ma-
layas.
Los indígenas son todos. los naturales del país, y de
este modo debemos entenderlo.. Pero como no existe una
denominación común á todos los pueblos cristianos, pre-
ciso es, cuando de estudiarlos se trata, aceptar la que hoy
se encuentra más admitida. •
En la isla de Luzon se hallan distribuidas las tribus
cristianas en las costas y en ol interior, ocupando la ma-
yor parte de su área.
Reciben en el país denominaciones varias, según la
provincia que habitan y el dialecto que les es propio.
Las diferencias lingüísticas no están siempre relacio-
cionadas con otros caracteres étnicos, y por eso no pueden
considerarse como castas distintas algunas que poseyendo
idiomas diferentes, tienen caracteres físicos completamente
iguales.
Con el fíombre de tagaUs son conocidos los indígenas
de las provincias cercanas á Manila. La voz tagalog com-
33
— 250 -
prende todo lo relativo á ese grupo de población, que
es el más civilizado del Archipiélago, y que posee uno
de los idiomas más antiguos, en el que toman su origen
numerosos dialectos.
Al Sur de la isla viven los bicoles, que como veremos
más adelante ofrecen rasgos físicos nada semejantes á
otros pueblos de Luzon; en el Norte se encuentran los
ilocanos é ibanás que habitan en las provincias de ambas
costas; y et} la región occidental y centro de la isla es-
tán los zambales, pangasinanes y pampangcs.
Todas éstas gentes forman ese conjunto heterogéneo,
en el cual no es posible encontrar un tipo único.
Costumbres, caracteres físicos, y prendas morales, todo
revela la diversidad de origen de esos hombres, q*ue como
los infieles que viven en los montes, son producto de in-
numerables cruzamientos.
En ellos dominan, sin embargo, rasgos generales en
los que se pueden encontrar analogías con otros pueblos,
que no son exclusivamente, como pretenden los autores,
aquellos que desde Sumatra y # Malaca llevaron su poder á
gran parte de las tierras oceánicas.
g. II. Caracteres físicos. — Las descripciones que acerca
de los indígenas del tiempo de la conquista hallamos en
las antiguas crónicas, convienen en presentar á los pri-
meros sometidos como hombres de regular estatura, color
pardo amarillento, nariz chata y pelo lacio.
Los actuales habitantes de las provincias de Luzon
ofrecen todos los caracteres del temperamento linfático
más graduado. Las influencias climatológicas, de una par-
te, y las costumbres dominantes, por otra, son elementos
abonadísimos que favorecen el predominio de aquel sis-
tema . y la génesis de todas las afecciones con él reía-
— 25Í —
Clonadas. El aparato hepático adquiere también gran des-
arrollo, y así se explica [a frecuencia de inflamaciones y
otras enfermedades gastro-hepáticas. No ocurre lo mismo
con el sistema nervoso, que contra lo m que aseguran al-
gunos, da muestras de su normalidad en el organismo del
indígena. El natural apático, y á las veces indolente, de
estos seres, su escasa impresionabilidad, y el carácter adi-
námico que aparece siempre en los cuadros patológicos,
revelan mas bien que no es el nervioso elemento predo-
minante en estos organismos. No hemos visito tampoco
comprobado el aserto de Codorniú, que se refiere á la fre-
cuencia de las complicaciones atáxicas; y respecto al té-
tanos podemos asegurar que las estadísticas de la última
campaña de Jo!ó revelan la poca importancia de esa temi-
ble enfermedad que sólo atacó á un pequeño número de
heridos indígenas. No queremos decir con esto, que el
sistema nervioso sea deficiente en todas sus manifestacio-
nes; si no demostrar que se halla supeditado á otros ele-
mentos orgáüicos. Por lo demás las sensaciones fisiológi-
cas son activas, y los sentidos de la vista y del olfato
están dotados de esquisita sensibilidad. Los músculos ad 1
quieren mediano desarrollo, y sorprende, en verdad, la
fuerza de estos órganos, muy superior, como después ve-
remos, á la de otras razas en que aquellos presentan ro-
bustez completa.
Resultante de esos diversos sistemas y de su espe-
cial desenvolvimiento, es una constitución orgánica que
sin ser débil, no alcanza el vigor de la propia á otras
castas. Si en apariencia los indígenas presentan signos
de buena organización, pronto sa ve la escasa resisten-
cia de sus fuerzas vitales, y la facilidad con que las cau-
sas nosogénicas hacen presa en esos seres sometidos á la
— 252—
influencia de un clima rigoroso. Buena prueba de ello
es también el carácter adinámico de las enfermedades,
y la escasa reacción que en éstas desenvuelve la natu-
raleza. * *
Las condiciones fisiológicas que acabamos de enume-
rar, no son las más abonadas para que encontremos en
los indígenas seres perfectamente desarrollados. Y si, por
otra parte, atendemos al influjo de las costumbres, á la
vida sedentaria, á la herencia, á las uniones prematuras,
y á otra multitud de circunstancias, todavía nos extra-
ñará que la conformación de los indios no sea mas de-
fectuosa. Porque es preciso observar, que las noticias que
acerca de este punto han dado varios escritores no son
rigorosamente exactas. Si para estudiar á los individuos
de esa raza, acudimos, como han hecho algunos, á las
filas del ejército, seguramente los resultados hablarán muy
en contra de las condiciones físicas del indígena. Pero
hay que tener presente que en Filipinas, por la corta
edad en que se verifican los reclutamientos, por el vi-
cioso sistema que rige el ingreso de los mozos, y por la
vida del soldado, éste, lejos de ser modelo de robustez, se
nos ofrece como la parte más débil de la población. Por
eso si con referencia al ejército son aceptables las noti-
cias de estimables profesores, ellas no pueden aplicarse á
la raza toda.
En general los habitantes de Luzon se hallan regu-
larmente desarrollados; de modo que las diversas par-
tes del cuerpo guardan cierta armonía, mucho más no-
table en las mujeres. Debe advertirse, sin embargo, que
existe siempre un ligero predominio del tronco y las ex-
tremidades superiores sobre las inferiores. Además la am-
plitud del tórax es deficiente y quizás esta circunstan-
— 253 —
cía marque más que ninguna la inferioridad física de los
filipinos.
Los numerosos datos que hemos adquirido en diferen-
tes épocas nos dan á conocer las particularidades que
ofrece la estatura de los indios. Comparando las cifras me-
dias correspondientes á la talla de doscientos individuos,
cuya edad variaba entre siete y diez años, encontramos
una notable desproporción al relacionarlas con las corres-
pondientes á seres en que había terminado el crecimiento.
La. talla media en esos doscientos niños era de r248 ra ,
cifra que según las leyes del desarrollo fisiológico cor-
responde á una talla muy superior á la media de i'59't
que hemos recogido en cuatrocientos adultos. Esta cir-
cunstancia, no apuntada hasta ahora, indica claramente
la deficiencia de las fuerzas vitales, que después de los
primeros años no ayudan al crecimiento natural del or-
ganismo. Comparando la estatura de las mujeres con la
de los hombres, aparecen ambas casi en los mismos tér-
minos. Las. medidas parciales del cuerpo revelan la des-
proporción ya indicada entre las dos mitades del cuerpo,
originada por la escasa longitud de las piernas. En las
dimensiones de la mano y del pié se nota un desarrollo
extraordinario.
En el tórax hemos encontrado un perímetro de 77. c
que se refiere á observaciones hechas en individuos de
buena conformación (*).
La fuerza muscular es superior á lo que hace esperar
el desarrollo físico, y en cien individuos señaló la aguja
del dinamómetro 56'8 kil.
(t) Dificultades materiales nos han impedido recojer noticias exac-
tas acerca del peso del cuerpo.
— 254 —
A los caracteres fisiológicos que dejamos apuntados, se
unen rasgos físicos exteriores que no son tan permanen-
tes y uniformes como aquellos, antes bien ofrecen varia-
ciones notables, según ahora veremos.
La piel, poco áspera y gruesa, no presenta una colo-
ración uniforme en los distintos individuos, pues si en
general es moreno-cobriza, ofrece tonos y matices ^va-
rios, desde el rojo oscuro de algunos polinesios, hasta
el amarillo claro de los pueblos asiáticos. El color es más
pardo en los habitantes del Norte de la isla, que en los
bicoles que viven en el Sur. El tono oscuro domina en
las mujeres, y se advierte que es propio de los seres más
robustos y mejor conformados.
Cubre la cabeza un pelo negro, grueso, recto y ex-
tremamente fuerte y largo; la cabellera de las tagalas
llama la atención por su abundancia y longitud, y cuando
cae suelta, forma sobre el cuerpo un expléndido manto
cuya hermosura ostentan las indias con orgullo. En el
resto de la piel se nota la falta de vello, y por excep-
ción se ven algunos hombres # con señales de barba.
La medida de treinta cráneos de tagalos, nos ha dado
un índice cefálico variable entre 79'15 y 83. Nada hemos
visto de notable en esas cabezas; ni aplastamiento parietal
ni occipital.
La cara es, generalmente, ancha, y en ella se advierte
desde luego, el gran desarrollo de los arcos zigomátícos
que dan una anchura máxima de 136 rail . Los maxila-
res superiores son muy prominentes, y contribuyen al
ensanchamiento de la cara. En cuarenta y cinco cabe-
zas estudiadas por nosotros, hemos hallado un índice
orbitario próximo á 92; pudiendo, por esto, considerar
á los indios entre los megasemos de Broca. La nariz se
—255 —
presenta con formas muy varias en los distintos indi-
viduos. Si es cierto, que en general esta parte del rostro
ofrece escasa longitud, sus distintas regiones no se ha-
llan igualmente conformadas. En muchos la nariz es an-
cha, corta, y notablemente aplastada en todo su exten-
sión; en otros se halla muy deprimida* en la raiz, y á
veces se observa un ensanchamiento exajerado en la base;
no siendo raro ver la nariz recta que nos recuerda el
tipo americano- La frente es grande, ancha y plana, mar-
cándose poco las elevaciones frontales; los arcos super-
ciliares están más desarrollados que en la raza malaya.
Aunque proñatos, no llegan al grado de otros habitan-
tes de la Oceanía, pues nunca dan un índice mayor de
68'30. A semejanza de los chinos tienen el pabellón de la
oreja muy separado de la cabeza. Los ojos son negros
y grandes, presentando á veces una ligera oblicuidad.
Poseen una dentadura fuerte y hermosa en los primeros
años, que bajo la acción del buyo pierde aquellas cua-
lidades.
Las líffeas generales del cuerpo ofrecen una traza más
correcta que en los malayos, y el desarrollo del tejido ce-
lular sub-cutáneo, da á las mujeres formas de una es-
beltez comparable á la de algunas europeas.
Debe advertirse la superioridad física de la mujer en
esta raza, y relacionarla con la supremacía que el sexo
débil alcanza en Filipinas. Y esto á pesar de la influencia
de causas fisiológicas y morales, poco abonadas para ese
mayor desarrollo.
La época de la menopausia comienza entre los doce
y trece años, y termina á los cuarenta y cinco ó cin-
cuenta. Las reglas son abundantes, y la mujer siente mu-
cho el efecto de esas perdidas. Son las indias sumamente
— 256 —
fecundas, soportan bien las fatigas del parto, y los naci-
mientos de gemelos no son raros.
Los caracteres físicos ofrecen modificaciones esencia-
les en algunos pueblos de Luzon. Los habitantes de llo-
cos son en general mejor conformados, aunque su talla
no supera á la de los tagalos. El ibaná de Cagayan y
Nueva- Vizcaya es de color mas claro, poco robusto, y su
cara ofrece un aspecto distinto, por la menor separación de
los pómulos, el desarrollo de la nariz, y el escaso prog-
natismo. En las provincias del Sur, viven los bicoles, de
cráneo ancho, que presenta algún aplastamiento occipital;
frente deprimida; pómulos salientes; ojos oblicuos; labios
gruesos; y piel amarilla.
Todavía dentro de esas formas generales se ven infi-
nitas modificaciones que dan á estos pueblos una admira-
ble variedad, y revelan las diferencias de origen.
£• III. Costumbres y usos. — Antes de hacer un es-
tudio completo de las condiciones morales de los indios
cristianos de Luzon, y de sus actuales costumbres, y con
objeto de que los lectores puedan apreciar la^nfluencia
de ciertos modificadores, creemos oportuno, ya que este
punto encierra importancia capital, copiar á. continuación
las noticias que acerca de los usos dominantes en tiempos
pasados da un discreto cronista religioso, que en sus obras
se muestra gran conocedor de esas gentes.
«La vida de los indios — dice el P. Concepción ( x ) —
es trabajosa y dura; es cierto que son flojos en el tra-
bajo, pero á los que se aplican no les producen mucho
(1) Historia general de Filipinas por el P, Juan de la Concep-
ción, Agustino Recoleto. Manila 1788. Hemos variado la ortografía del
lexto, para hacer más clara la lectura.
— 257 —
caudal; en sus casas, muebles, vestidos y comidas toda res-
pira pobreza; tiónense por felices cuando á un poco de
arroz, cocido en agua sola, pueden juntar algún pedazo
de carne, 6 algún pescadillo maí asado y mal guisado; lo
más coman es raices ó verduras cocidas en agua y sal*
Los buenos cazadores matan algunos venados ó puercos
de monte, que se reparten entre muchos, y poco les cabe;
en algunas partes que es más abundante la caza hacen
tasajos que venden á buenos precios: hacen vino de los
tallos de las palmas que habían de producir fruto; desti-
lan un licor que antes que se fermente es fresco y agra-
dable; fermenta, y avinagrado se destila en alambiques,
se hace un aguardiente más ó menos fuerte, como quiere
el que Jo maneja; son los hombres medianos artífices, pin-
tores, escultores, y plateros: á todos oficios mecánicos se
acomodan, y medianamente los imitan; no es mucha su
aplicación en perfeccionarse, ni usan ó no tienen como-
didad de instrumentos proporcionados, más que los pre-
cisos y necesarios, tan toscos é improporcionados, que
admira, aún en su imperfección, lo que trabajan: los
que logran la dirección de algún maestro europeo se aco-
modan á sus herramientas y producen labores mejores:
es de admirar por cierto que un indio rudo sea cons-
tructor de navios, sin mas instrucción que unos toscos
rudimentos para entender la formación de los planos, y
sacan con tanta perfección embarcaciones de todo género,
según se les presentan los dibujos, que son á todos los
inteligentes de pasmo: un indio construyó el navio San
Jo&é, que actualmente sirve en esta carrera de Nueva-
España, que es aplaudido de cuantos le han visto y na-
vegan en él. Son aficionados á tocar instrumentos, y los
tañen medianamente, especialmente el violin que es al que
—258 —
más se aplican; pero como son leves sus principios en la
música m se perfee*yonan en sus notas, y en el compás
es el mayor defacto; carecen también de estilo, y aunque
las sonatas son buenas, felta en su manejo lo armonioso;
Iqs aldeanos y montañeses se aplican á la agricultura, y
los de las playas juntan también á este ejercicio el de la
pesca: por lo general son activos para emprender, y de
bastante valor para no acobardarse en los peligros de la
mar, antes bien se nota mucho de temeridad en ellos: son
buenos marineros, ágiles en el manejo de cabos y velas:
las mujeres gustan estar ocupadas, trabajan en telas, en
hacer encajes y en bordar, y si se les diese hilo fino
y dibujo creo podrían competir con cualquiera Nación
en este negocio de labores; son de mucha modestia, y
naturalmente inclinadas á la devoción y piedad. Es muy
regular la disolución en estas Islas; tiene sus más y sus
menos, según los tiempos, y conforme es la aplicación
y celo de gobernadores; es en algunas ocasiones con tanta
libertad como si no hubiera superiores leyes: la falacia
en el trato y comercio, los tfdios comunes y particulares
trascendiendo á todo género de personas, son fomentos
de la ruina: la sensualidad es como vicio dominante; tan
universal en los dos sexos, que abrasan la región en lla-
mas copcupiscibles: los juegos públicos son sin escarmien-
to, consúmense en ellos casas y familias, en que se ad-
miten mujeres por obligaciones, sobre cuyo exceso siendo
tan suaves las leyes en multas pecuniarias, no se ven
estos leves castigos, sino es en casos muy raros: no han
penetrado estos vicios en las provincias.»
Las anteriores apreciaciones, que se refieren á los hom-
bres del siglo pasado, son en gran parte exactas y re-
velan el espíritu de observación del ilustre Recoleto, ENas,
— 250 —
con ligeras diferencias, pueden aplicarse á tos que hoy
viven en la isla, y pintan con veladeros colores los ras-
gos culminantes de ese pueblo de niños grandes.
No entendemos la dificultad qoe los autores encuen-
tran para describir fielmente el carácter del indígena, ni
vemos esas contradicciones en el modo de ser de gentes
que, por et contrario, muestran con claridad sus malas y
sus fooenas dotes.
Hemos calificado al indígena de niño grande, y en efecto,
nada tan gráfico para representarle, según hemos de ver
ahora.
Se ha hablado nuicho de la pereza tradicional de ios
filipinos, y preciso es reeonocer que en ese concepto hay
algo de exajerado. Si en el campo no es productivo su
trabajo, débese á la poca afición que sienteti á las faenas
agrícolas; pero obsérvese al indio en la ciudad, dedicado
á las diversas artes' é industrias r á las tareas* domésticas,
á los rudos trabajos á la intemperie, y convendremos en
que no es tan perezoso el hombre qt*e sometido á una
altísima temperatura, á nnS atmósfera enervante, y man-
tenido con unos puñados de arroz, trabaja ocho ó diez
horas diarias, con calma, pero sin mostrar cansancio ni
fatiga. Si el indio salvaje de otros tiempos y el que hoy
vive en los campos, muéstranse de natural apático é ín-
dolente, esas cualidades han ido modificándose en los ha-
bitantes de las ciudades, hasta el punto que permiten las
condiciones de organización y las climatológicas.
Cuanto á sus dotes intelectuales, hállanse también in-
fluidas por el medio en que viven. Si las sensaciones s<mi
activas, y á las- veces dan origen á raptos de furor, éstos pa-
san pronto, y vuelve á renacer esa apatía de las facultades
psíquicas, bastante más graduada q«e la de las orgánicas.
— 260 —
El filipino es más inteligente que los naturales de
otros pueblos oceánicos;^pero, sin embargo, escepto la me-
moria, todas sus facultades aparecen deficientes. Si para
las tareas serias y los profundos trabajos intelectuales no
tiene especiales aptitudes, se muestra diestro en el ejer-
cicio de varias artes é industrias. La música es una de
sus más grandes aficiones, y la cultiva con éxito, dada
la escasez de los elementos de enseñanza que forman el
gusto y corrigen los defectos de una ejecución espontá-
nea. No son en los indios tan felices como generalmente
se cree sus disposiciones para la pintura, y sin contar
muy raros ejemplos, no hemos visto en este punto nada
que indique adelanto ni mérito. En las artes mecánicas
son muy hábiles; hacen buenos trabajos de platería; ta-
llan la madera de un modo admirable; y puede asegu-
rarse que llevados á los talleres de Europa rivalizarían
con nuestros mejores artífices. En general se muestran
bien industriados en todos los trabajos manuales; y en
los de imitación no tienen semejante.
Es notable también la habilidad de las mujeres en el
comercio en pequeña escala, con toda clase de objetos
y primeras materias; no siendo raro encontrar modestas
fortunas que tuvieron por base el producto de reducidas
industrias.
El indio, como todo ser de raza inferior, es descon-
fiado y amigo de cobrar su trabajo antes de prestarlo;
la ingratitud es en él muestra del poco aprecio en que
tiene los servicios de otros hombres; es crédulo y supers-
ticioso, y dado á toda clase de manifestaciones pueriles.
Uno de sus mayores goces consiste en hacer apara-
toso alarde de autoridad, y cuando no puede ostentar
ésta legítimamente, se complace en usar en ciertos actos
—sel-
los vestidos é insignias de altos cargos. Con la misma se-
riedad eco que un «iño luce en España el uniforme de
cadete ó de marino, pasean los indígenas el traje de co-
ronel, ó el hábito de una orden religiosa.
En sus fiestas se muestran expléndidos y derrochado-
res, pero en estas cualidades entra por mucho la vani-
dad, que es uno de los rasgos dominantes de su carácter.
Su afición á las fiestas es extremada, y durante se*
manas enteras se entregan á las delicias de la música,
los fuegos artificiales, y la gallera, que constituyen el ali-
ciente mayor de todas las diversiones.
El gallo es su animal favorito, y lo explotan admi-
rablemente en las peleas que sirven de pretexto para ga-
nar ó perder cuanto tienen á mano. Tampoco le disgus-
tan otros juegos; y los de azar, las rifas, y la lotería tie-
nen para ellos singular atractivo.
Aunque aficionados al uso de vinos y licores, no es
la embriaguez vicio dominante en estos pueblos, que en
la comida se muestran extremamente sobrios. Sus man-
jares predilectos son el arfoz, las frutas, y el pescado,
del que hacen un gran consumo. Estos alimentos influ-
yen en las condiciones orgánicas, y son. causa de enfer-
medades cutáneas que con frecuencia padecen.
La curiosidad les domina hasta el punto de hacerles
olvidar sus deberes y las conveniencias todas, por ente-
rarse de cosas que en nada les conciernen. Atentos siem-
pre á las conversaciones de sus amos, los criados las co-
mentan luego en la cocina, que es el casino de la ser-
vidumbre de este país. Los actos más insignificantes del
europeo fijan su atención y les dan motivo para origi-
nales censuras.
El clima de Filipinas, la hermosura del cielo, las be~
— 262 —
Ilezas de una riquísima vegetación, y la libertad de las
costumbres, circunstancias son que influyen poderosamente
sobre las manifestaciones de los instintos genésicos. Y,
sin embargo, no pueden calificarse de lujuriosas estas
gentes, que sin ser esclavas de las leyes del pudor y
de la castidad, distan mucho de parecerse á otras razas
oceánicas en que el vicio reviste espantables proporcio-
nes. Ni se ven en el Archipiélago esos monstruosos es-
cesos de un desenfrenado libertinaje, ni esas uniones en-
tre niños de ocho ó nueve años, ni esas sociedades que
en la Polinesia son una mancha del linaje humano.
Cierto que los instintos genésicos se manifiestan como
elemento importante en las costumbres, pero sin pasar los
límites de un vicio que no domina la organización ni la
familia. Si se tienen en cuenta las circunstancias antes
apuntadas, la influencia de un clima tropical; la senci-
llez de los usos de una vida en que el hogar, la comi-
da, todo es común, no puede sorprender á nadie que se
infrinjan con más frecuencia que en los países europeos
las leyes del pudor. Pero, pcfr otra parte, debe adver-
tirse cierto recato instintivo que aparta al indígena de
los escándalos de una vida relajada. La sobriedad en las
comidas, y el influjo de la religión, son los agentes que
en primer término contribuyeron á desterrar de estos na
turales las prácticas y usos licenciosos que hoy todavía
imperan en casi toda la Oceanía.
Merece señalarse también otro rasgo que hace á los
filipinos superiores á muchos pueblos asiáticos y mala-
yos. En ellos el amor paternal es uno de los sentimien-
tos dominadores del espíritu, y el padre y la madre atien-
den con cariñosa solicitud al pequeño ser á quien rodean
de todo género de cuidados.
— 263 —
Soa aficionados á la vida doméstica, y la familia goza
todos los privilegios que ea los países más cultos.
Poco extremados en las manifestaciones del placer y
del dolor, se ha creído qi*e eraa indiferentes á los varios
acaecimientos de la vida, siendo lo cierto que su espí-
ritu se afecta con facilidad, si bien pasajeramente. Su-
fridos para los dolores físicos, no se aterran á la idea
* de la muerte, y esperan su fin con perfecta tranquilidad.
Los más espantables fenómenos de la naturaleza no
logran arrancar al indígena una sola exclamación. Única-
mente el terremoto le da pavor extremado, y cuando siente
moverse el suelo bajo sus pies corre presuroso, como im-
pulsado por enérgica corriente eléctrica, sin encontrar se-
guro refugio contra el cataclismo de que se cree víctima.
Semblantes lívidos, ojos atónitos, actitudes violentas, si-
lencio aterrador, todo eso observar^ en Filipinas el que
visite una ciudad momentos después de ese fenómeno geo-
lógico. El espíritu más sereno se conmueve á la vista de
uno de esos cuadros, y entonces se comprende la fatal
influencia que sobre la salud pública ejercen las grandes
catástrofes.
Hospitalarios por instinto, no dan importancia á cier-
tas prácticas de otros pueblos, encontrando muy natural
que el que tiene casa y comida ponga ambas cosas á dis-
posición del necesitado.
Con un fondo supersticioso, que se revela bien en to-
das sus prácticas, siguen con fé las enseñanzas del cato-
licismo, y creen sinceramente en los preceptos de la Igle-
sia. Se ha negado por muchos esta cualidad, por no te-
ner en cuenta que las creencias de un pueblo, relativa-
mente atrasado, no pueden mostrarse de otro modo que
rodeadas de prácticas sencillas y si se quiere pueriles.
Pretender que gentes que dan los primeros pasos en el
camino de la civilización se revelen en sus actos religio-
sos, severas, ilustradas y verdaderamente pensadoras, es
cosa por todo extremo absurda.
La ambición domina poco á estos naturales, que age-
nos á los cuidados que tanto preocupan á otros hombres,
viven satisfechos en el medio en que nacieron. Su afi-
ción á las letras es bien escasa, y puede asegurarse que
la curiosidad es parte principalísima en los cortos estu-
dios que emprenden. Dados á todo trabajo que hiera vi-
vamente el espíritu, rehuyen aquellos otros que exijen
reflexión y juicio. Se muestran envidiosos de nuestros
pintores ó músicos famosos, pero jamás de los hombres
que cultivan las ciencias.
En sus enfermedades prefieren los auxilios de curan-
deros que emplean medios disparatados y peligrosos, unas
veces, y plantas del país, realmente eficaces, otras. Las
comadronas, especialmente, ejecutan verdaderas atrocida-
des, y es extraño que en este punto no se haya logrado
la total desaparición de prácticas tan bárbaras como las
que tienen por objeto impedir la influencia del Patianac,
y otras análogas ( x ).
Como todos los habitantes de los países orientales,
son partidarios de la autonomía en los trabajos, y no se-
ría difícil registrar aquí casos parecidos á los que cita
en su libro de viajes á China un ilustre diplomático es-
pañol.
Debe notarse una particularidad que llama la aten-
'■H En algunas provincias creen que los partos difíciles son oca-
sionados por el Patianac, especie de serpiente que lleva su lengua
hasta la matriz é impide la salida de la criatura. Para evitar esto, re-
curren á medios repugnantes y crueles.
- 265 -
ción en Filipinas, y confirma Jas curiosas observaciones
leídas hace poco tiempo en la Sociedad Biológica de París.
Nos referimos á la tendencia de estos naturales á cami-
nar por la izquierda de una senda cualquiera. Todo el
que haya atravesado á pié las calles de Manila, habrá te-
nido ocasión de notar que el indio no cede jamás la
acera cuando sigue el lado izquierdo; hecho que com-
prueba los citados por el Dr. Delaunay, cuando sostiene
que los individuos procedentes de variadas razas inferio-
res, muestran inclinación marcada á marchar siempre por
el lado izquierdo.
La criminalidad es en Filipinas muy inferior á la de
casi todos los países europeos. En prueba de ésto nos
bastará consignar aquí, que según las estadísticas oficia-
les, en el año 1883 se despacharon en la Audiencia de
las Islas 5608 negocios criminales, en los que aparecían
complicados 5718 reos, de los cuales 2725 no sabían leer
ni escribir. Los delitos que figuran en mayor proporción
son los de atentados contra la propiedad, hallándose en
término muy secundario los dirigidos contra la honesti-
dad. Entre esos 5718 reos hay 214 mujeres, número exi-
guo comparado con el total.
Resumiendo: los pueblos católicos de Luzon, qne físi-
camente se diferencian muy poco de los mestizos infie-
les, se distinguen de éstos por su cultura y por cualida-
des morales que se han desarrollado bajo el influjo de la
civilización cristiana, que hizo al indio más inteligente,
inspirándole la idea de su valer como obra de un Ser
Supremo; y enseñándole á estimarse á sí propio, ha cor-
regido sus costumbres, ha modificado su carácter, y le
ha inculcado hábitos de orden y de trabajo. Como re-
sultado de tales enseñanzas el filipino es un hombre con
— 266 —
los vicios y defectos de todos ios hombres, pero adornado
de cualidades estimables, que lo serán más el dia en que
la instrucción pública salga del estado embrionario en
que hoy se halla en el Archipiélago.
* g. IV. Los visayas. — En las tierras que forman el
grupo de islas situado entre Luzon y Mindanao, existe
una población numerosa que convertida al cristianismo
vá siguiendo el adelanto general del país, si bien con-
serva mucho de antiguas prácticas supersticiosas.
Conócense también los visayas con el nombre de pin-
tados que les asignan varios historiadores filipinos, fun-
dados en la creencia de que los primitivos habitantes de
esas tierras tenían la costumbre de pintarse la piel ha-
ciendo en ella variados dibujos.
Este supuesto no se halla, á nuestro juicio, suficien-
temente probado. En las provincias de Visayas no se
guarda memoria de tal práctica, y el aserto de Morga no
tiene en su favor una sola prueba fehaciente, pues sólo
se apoya en relatos de. antiguos cronistas. Pero si recor-
damos que éstos han defendido igualmente la existencia
de hombres- peces y otras monstruosidades semejantes, no
concederemos gran valor á sus fabulosas descripciones. Ni
están conformes, los que tal piensan, en los procedimien-
tos de ejecución de ese tatuaje, ni en la extensión de tales
prácticas. Creen unos que para éstas usaban unas púas de
hierro con las que hendían la piel superficialmente para
luego teñirla con diversas materias colorantes. Aseguran
otros, que las líneas que marcaban el cuerpo de un modo
indeleble se obtenían por medio del fuego. En unas obras
se hace general ese sistema á todas las islas de Visayas;
y en otras se limita su práctica á los habitantes de la pro-
vincia de Negros.
— 567 —
De todos modos no puede admitirse, sin otros datos,
la existencia de esos procedimientos como propios y ex-
clusivos de un pueblo determinado; otros caracteres po-
seen los visayas, que establecen diferencias más reales y
científicas.
Desde luego llama la atención la uniformidad del tipo
orgánico, que no presenta esas modificaciones tan mani-
fiestas en los habitantes de Luzon. Esta circunstancia,
apreciada por Jagor en las provincias de Samar y Leyte,
se comprueba en los demás pueblos, de un modo facilí-
simo. Las medidas craneométricas, la estructura de los
órganos, y el aspecto exterior de estas gentes, guardan
una semejanza y relación por todo extremo notables. No
se ve en Visayas esa diversidad de tipos, que en otras
tierras es tan marcada. El color de la piel es amarillo-
rojizo, más claro que el de los tagalos; y el pelo, negro,
pero no tan fuerte como ea éstos. Los ojos, pequeños y de
mirada viva, presentan una ligerísima oblicuidad; la barba
es poco saliente, y los pómulos regularmente pronunciados.
El índice cefálico ha vSriado, en catorce cráneos, en-
tre 80° y 01*10; son., por lo tanto, sub-braquieéfatos. Los
parietales se encuentran algo aplastados lateralmente, y el
frontal es casi plano. Los arcos zigooaáticos se encorvan
mucho; te espina nasal anterior é inferior se halla poco
marcada, lo mismo que el raentóa. El índice nasal nos
dio una cifra media próxima á 52. La disposición de los
arcos zigomáticos, da al rostro de los visayas una anchura
mayor que la que le corresponde por los demás diáme-
tros laterales, que no llegan á la longitud de los obser-
vados en cabezas d^ Luzon. El índice orbitario se aproxi-
ma al que hemos visto en los habitantes de esta última
isla, y el diámetro bi-malar es algo menor.
— 268 —
El organismo, en general, se halla bien desarrollado,
y es indudable la mayor robustez y el vigor de esta raza.
En ella es aún más notable el predominio físico y mo-
ral de la mujer, cuyas formas correctas y bien trazadas
guardan una perfecta armonía.
Son los visayas supersticiosos ó ignorantes; únicamente
los que habitan en los grandes centros de población pue-
den compararse á los tagalos, por su cultura é instruc-
ción. Aun éstos, son más indolentes y menos industrio-
sos que los de otras provincias del Archipiélago, y ma-
nifiestan poca aptitud para las artes.
Los que viven en los pueblos pequeños y en los cam-
pos, se hallan en un lamentable atraso, que apenas les
permite practicar debidamente las enseñanzas de la Igle-
sia en cuyo seno han sido acogidos. En su ignorancia
no entra el deseo de perseguir las ventajas del progreso,
y pasan la vida entregados á la ociosidad más completa.
La mujer es en ese pueblo el alma que imprime ca-
rácter á la familia, y el verdadero jefe de ésta. A la apatía
del hombre opónese la actividad, la maña, y el esfuerzo
constante de la mujer, cuyas felices disposiciones para el
comercio, y cuya habilidad para ciertas industrias son
por todos reconocidas.
Hemos vivido algunos años en esas provincias^ y tenido
ocasión de comprobar que en la familia visaya no hay más
autoridad que la de la mujer. Ella distribuye los traba-
jos; ella los ejecuta; ella maneja los productos de aquellos;
ella dispone en todo, y se hace obedecer sin vacilaciones.
Resultado de ésto es la mayor bondad de los senti-
mientos del pueblo, que en general muéstrase afable, cari-
ñoso, hospitalario, y poco dado á riñas ni á violencias.
Su trato revela también la influencia de la mujer, y su
— 269 —
religiosidad es extremada, aunque no les impide mante-
ner vivas ridiculas supersticiones.
La vida ociosa del hombre le hace aficionarse al juego
y al vino. Estos vicios, el poco cuidado de su persona,
su pereza, su corta instrucción, y sus inclinaciones á la
vida nómada, hacen de los visayas seres inferiores á los
tagalos, á quienes llevan marcadas ventajas físicas.
g. V. Idiomas. — Con ser tan preciosos los datos que
la antropología puede encontrar en ellos, poco se ha he-
• cho hasta hoy para determinar el verdadero carácter de los
dialectos filipinos. Desde muy antiguo se ha señalado la
existencia de dos lenguas principales, la tagala y la vi-
saya, que, en efecto, dominan en la mayor parte del Ar-
chipiélago, ó, al menos, en las provincias civilizadas. Su-
ponen muchos que los idiomas filipinos poseen los mis-
mos elementos lingüísticos y mecanismo semejante al de
los pueblos que se extiende desde Madagascar hasta las
tierras oceánicas. Así lo asegura el ilustrado cronista P.
Francisco de San Antonio, fundándose únicamente en la
existencia de algunos vocablos comunes. Por razones idén-
ticas se ha encontrado cierta afinidad entre los idiomas
filipinos y los americanos.
Generalmente se cree que la lengua malaya es la ma-
triz de todas las que se hablan en las Islas. Se dice que
la estructura, el alfabeto, y los distintos elementos que
las constituyen no son propias, sino derivadas. Y á esta
dependencia le dan tan gran valor, que, como sabremos
luego, en ella fundan las relaciones íntimas que se su-
pone existen entre los habitantes del Archipiélago y los
de la Malasia. Veamos, pues, lo que acerca de este punto
escribe un ilustradísimo dominico, verdadera autoridad en
la materia, á cuyo estudio ha dedicado muchos años.
— 270 —
Hablando de la escritura propia da los tagalos, dice el R.
P. Fr. Martínez Vigil: «Los cinco millones de habitantes
que cubren este hermoso suelo hablan hoy mismo mul-
titud de lenguajes propios, que no se hablan en ningún otro
pais, por más que tengan algún punto de contacto con
otras hablas de la Malasia, y aun palabras del chino, del
persa, del árabe, del sánscrito, del telinga, y, como es
claro, del español.»
Y más adelante escribe: «Algún crítico cuyo Ensayo
no ha llegado á publicarse, llama malayo al alfabeto ta-
galo. Nada más inexacto, sin embargo Nosotros
hemos comparado detenidamente ese alfabeto con treinta
y siete alfabetos antiguos y modernos, pertenecientes en
su mayoría á pueblos orientales, y lo hemos encontrado
completamente distinto.»
Las opiniones del P. Martínez Vigil, se hallan tam-
bién robustecidas por las de célebres filólogos que separan
los idiomas filipinos de otros que dominan en Oceanía.
Resulta ciertamente probado que en las lenguas del
Archipiélago hay voces malacas; pero también las hay
americanas y chinas, sin que por ésto pueda decirse que
el tagalo deriva de esos idiomas.
Nosotros creemos que en estas provincias se habla
un lenguaje propio, nacido en el contacto y relación de
pueblos diversos que llevaron á las Islas elementos lingüís-
ticos muy varios, relacionados después por modos que
hoy no podemos conocer.
Es decir, que no estamos lejos de ver en el tagalo,
en el visayo y en los dialectos todos del Archipiélago,
una lengua de transición, forma-da de elementos distintos en
su origen, y acomodados y modificados luego par las ne-
cesidades de los pueblos.
— 271 —
Tal hipótesis nos paraca, desde luego, más racional,
que la que hace derivar del malayo tos dialectos filipinos.
Respecto á los caracteres del anticuo idioma tagalo,
nada mejor podemos decir que lo expuesto en un curioso
trabajo filológico por el sabio religioso ya citado.
«Las letras del alfabeto son diez y seis: tres voca-
les y trece consonantes. De las tres vocales sólo la pri-
mera tiene correspondencia exacta en español, y equivale
á la á; la segunda, debía tener en un principio un so-
nido medio y oscuro que participase de las dos vocales,
lo cual es propio de tedas las lenguas menos cultas; hoy
los indígenas representan esa vocal indistintamente con
la é, ó con la í, y hacen lo propio en la pronunciación,
diciendo unos capatid, y otros, de peor gusto á lo que
parece, capated. El P. Hevia Campomanes, autor de una
Gramática hispano tagala, publicada con grande aceptación
en 1872, dice en su primera página, que un oído fino
notará que la mayor parte de los tagalos hacen una es-
pecie de diptongo entre la é y la i y entre la ó y la tí, di-
fícil de ser imitado por los europeos. Deferimos con gusto á
esta explicación de nuestro querido amigo, haciendo jus-
ticia á su competencia gramatical y musical. Lo dicho con
respecto á la segunda vocal tagala, entiéndese aplicado á
la tercera, que representa las vocales ó y tí de nuestro
alfabeto; hemos observado, sin embargo, que dan la pre-
ferencia á la última de nuestras vocales en medio de dic-
ción, y que pronuncian ó euando es final ó está dupli-
cada, pero sin qne ésto constituya regla fija.»
«Las trece consonantes se pronuncian como sus equi-
valentes españolas, advirtiendo que la c tiene siempre el
sonido de A, aun cuando tenga un puntito encima, ma-
nifestando que hiere la é ó la i. La g siempre es suave,
— 272 —
y la h se pronuncia aspirada y gutural. Como se ve, los
indios carecían de /*, y de ahí la confusión que aun hoy
los rodea al tener que pronunciarla en las palabras de
nuestra lengua, dándole comunmente el sonido de p. Aun-
que carecían igualmente de f, daban sin embargo su pro-
nunciación á la d, cuando se hallaba en medio de dicción,
ó precedida de vocal, y fuera de estas circunstancias con-
servaban para el mismo signo el sonido d. Hasta aquí he-
naos indicado los elementos de la escritura de estos isle-
ños: resta ahora exponer su ortografía. Por de pronto,
conviene consignar que las trece consonantes tenían tam-
bién sonido de vocal en la escritura, de manera que en
medio ó fin de dicción no se hacía uso de estas últimas
letras, ó á lo más se indicaban por medio de comas ó
puntitos, á la manera de la escritura hebrea. Las con-
sonantes no marcadas con ningún punto se suponían hi-
riendo la primera vocal, á; las que tenían un punto en
la parte superior, se pronunciaban como si hiriesen á la
segunda vocal, y las que lo tenían en la parte inferior,
como si después de ellas estuviera puesta la tercera y úl-
tima de sus vocales. Otro de los caracteres de la orto-
grafía tagala, muy en consonancia con lo que hoy mismo
practican los indígenas en la conversación, era la supre-
sión en la escritura de todas las consonantes finales de sí-
laba, las que ellos suplían, con recomendable destreza,
en la lectura. Y decimos en consonancia con lo que hoy
practican, porque el indígena era amante de la simplifi-
cación ortográfica, como lo es hoy de la sencillez en el
vestido y en el habla: todos cuantos han observado sus
conversaciones íntimas están de acuerdo en afirmar que
prescinden completamente de las prescripciones gramatica-
les, para hacer la conversación más rápida y breve, ha-
— <273 —
blando entre sí un tagalo bastante diferente del que usan
cuando se dirigen al sacerdote español ó á otro europeo
que conozca su lengua. Pues esto es precisamente lo que
hacían en la escritura, si hemos de dar crédito á los his-
toriadores contemporáneos. Para escribir por ejemplo: Ma-
gandang arao pó que tiene catorce letras, contando por una
sola la ng, y significa buenos dios, suprimían siete letras
en la escritura. Esta supresión de consonantes era una ne-
cesidad, toda vez que habían establecido el suponerlas
siempre hiriendo á una vocal, y las que nos ocupan no
herían á vocal ninguna, y su presencia en la escritura sólo
servía de confusión. Pero es lo cierto que la lectura de
manuscritos tagalos había de ser en extremo difícil, por-
que la supresión de tantas consonantes implica un defecto
capital en su escritura. Escribiendo, por ejemplo, la 6 y
la t sin puntuación ninguna, podía leerse ba-ta, mucha-
cho; ban-iá, intento; bá-tac, estirar; bantay, centinela; de
manera que para leer con exactitud y comprender el sig-
nificado de los signos, era fogzoso atender constantemente
á los antecedentes y consiguientes y á otras circunstan-
cias no siempre bastantes para evitar equívocos. Por eso
decíamos hace poco que la supresión de tantas letras era
como un carácter de la idiosincrasia de esta raza, porque
nada más fácil que llevar el alfabeto que nos ocupa á una
perfección relativamente completa, con solo escribir todas
las vocales ó aumentar la puntuación de las consonantes.
Los tagalos desconocían los signos ortográficos y sólo ha-
cían uso de dos virgulitas paralelas y verticales á las lí-
neas para separar y clistinguir los períodos.»
A las observaciones anteriores sólo añadiremos que el
tagalo, tenido por idioma rico y expresivo, es más no-
table por la concisión de la frase, y por su extructura,
36
~ w ^
— 274 —
que no carece de cierta elegancia agena á los dialectos
oceánicos. Por lo demás, si abundante en palabras que
sirven para expresar un mismo concepto, se nota en él
la falta de otras muy necesarias en el trato de las gen-
tes civilizadas.
No es cierto que existan notables composiciones poé-
ticas, escritas en ese idioma; hasta hoy, al menos, no
se conocen más que trabajos bien poco felices.
Si el tagalo domina en la mayor parte de las provin-
cias de Luzon, no es único en esa isla, ni se extiende
por las otras del Archipiélago.
El visaya se habla en todas las tierras de este nom-
bre, y en algunas de Mindanao, y puede asegurarse es
el idioma más generalizado. Difiere mucho en su estruc-
tura de los otros dialectos, y como el tagalo, posee ca-
racteres propios, que en nada se asemejan al lenguaje de
los malayos. Esto, no obstante, se encuentran en él pa-
labras de otros idiomas, y así lo declara el P. Gaspar de
San Agustín cuando dice qq£ usan los visayas « muchos
vocablos que parece» indicar han venido de gentes su-
periores.»
Según las estadísticas oficiales más completas, se ha-
blan en el Archipiélago treinta dialectos, además de los
idiomas castellano, chino, y algunos polinésicos, que do-
minan en limitadas comarcas.
Los principales son los que siguen, usados por un
número de habitantes superior á ciento noventa mil:
Visayo 2.024,'409 habitantes.
Tagalo " 1.216,508 »
Cebuano .... 385,866 »
Ilocano .... 354,378 »
^
_ 275—
Vicol 312,554 habitantes.
Pangasinan . . . 263,000 »
Pampango. . . . 193,423 »
Respecto á las analogías de estas lenguas con otras de
la Malasia, ya veremos en el siguiente capítulo que no
tienen la representación etnológica que por muchos se les
ha asignado.
• 276 —
CAPÍTULO SEGUNDO
ETNOLOGÍA.
ARTICULO ÚNICO.
§. I. Distribución de las diversas razas. — Teniendo en
cuenta observaciones que se relacionan con el origen va-
rio y la heterogeneidad de los pueblos filipinos; en la im-
posibilidad de asignar caracteres propios de una raza de-
terminada, á gentes que son producto de múltiples cruza-
mientos; sin datos bastantes para formar con aquellas un
grupo etnológico que pudiera denominarse raza filipina;
y obligados a clasificar de algún modo las diversas fami-
lias, hemos creído más acertado incluir á éstas en las dos
grandes agrupaciones ya estudiadas, que si no se diferen-
cian siempre por caracteres físicos, hálhanse separadas por
rasgos morales é intelectuales bastante marcados.
De este modo dejamos a hombres de verdadera com-
petencia, el clasificar científicamente las ¡numerables cas-
tas que hoy constituyen la población del Archipiélago,
cuya distribución geográfica vamos á indicar en este sitio,
recogiendo los datos antes apuntados, y ampliándolos con-
venientemente ( x ).
(1) Dificultades materiales nos lian impedido publicar un mapa
etnológico, donde se hallara gráficamente representada la distribución
de las diversas razas.
— 277 —
El número de los aborígenes, que sólo viven hoy en
la isla de Negros y en Luzon, ha disminuido considera-
blemente en los últimos siglos. Los caracteres de las razas
mestizas de Mindanao revelan su procedencia de gentes
relacionadas con los negritos, y ésto y los restos encon-
trados en la isla prueban que en ella vivieron antes los
aetas.
También parece indudable el paso de aquellos por las
tierras de Cebú y otras de Visayas, donde los hallaron
los conquistadores. Después fué disminuyendo la población
autóchtona quedando reducida á las cifras actuales, muy
inferiores á las que señalan esas estadísticas donde se cla-
sifican como negros muchos infieles que no lo son. Según
los datos oficiales recogidos en 1865, vivirían en Luzon
13.272 aeías; y según Mallat hay en todo el Archipié-
lago 25.000. Ambas cifras nos parecen inexactas, y te-
niendo en cuenta las noticias recogidas en varias provin-
cias, creemos que ese pueblo se compone de 16 á 18 mil
individuos. No hay que olvidar que sólo incluimos en ese
número los aeías de las islas citadas, únicos representan-
tes, á nuestro juicio, de la raza aborigen, separada por
marcadísimos rasgos físicos de los mamanuas, manobos,
tagacaolos, y otros idólatras que viven en las principales
tierras.
Las pocas familias que hoy tienen su residencia en
Negros, se hallan establecidas en un área muy extensa,
que recorren en todas direcciones.
Los aelas de Luzon tienen sus rancherías en la costa
oriental, en una parte de la occidental, y en las comarcas
montuosas del interior. En el Sur aparecen á veces algu-
nas familias que prolongaron sus frecuentes escursiones
hasta las provincias meridionales, sin establecerse en ellas.
— 278 —
No se encuentran hoy negritos en la casi desierta isla
de Alabat, ni en los bosques que rodean el pueblo de
Mauban, en Tayabas. Los habitantes de esas comarcas son
balugas, que Semper confundió con los aetas. Para hallar
las viviendas de los aborígenes hay que dirigirse hacia
el Oeste y llegar á las últimas estribaciones de algunos
montes de la provincia de Batangas. Desde allí se les ve
en una parte de la costa occidental, ocupando las sierras
de Mámeles, de Bataan; en las derivaciones de los mon-
tes Cuadrado y Pinatubo, de Zambales; y en las cade-
nas montuosas que se internan en el distrito de Tarlac.
En la costa oriental habitan en las extensas cordilleras del
Príncipe, Isabela y Cagayan, desde las inmediaciones del
Caraba! lo de Baler hasta el extremo más septentrional de
la última de esas provincias. De manera que los aetas,
en su viaje de emigración han seguido las cadenas de
montañas que corren próximas á ambas costas, refugián-
dose en lo más escabroso de esos terrenos, donde hoy
se hallan establecidos. m
Las tribus mestizas infieles anteriormente descritas,
viven en casi todas las provincias de las distintas islas.
En Luzon ocupan las estribaciones de los Caraballos, prin-
cipalmente las que corren al Norte y al Este. En la parte
occidental llegan hasta las tierras más próximas á los pue-
blos cristianos, y se las ve en los valles de Lepanto y
Benguet. Su número es njenor en el Sur de la isla, y en
las inmediaciones de las provincias que rodean la bahía
de Manila.
Los monteses de Visayas refúgianse en la cordillera cen-
tral de Panay, en las derivaciones del monte Madiac, al
Norte, y en las del Sausanun, al Sur.
Hemos visto ya que los idólatras de Mindanao se ha-
— 279 —
Han en casi todas las tierras próximas á la costa, y en
muchas del interior. Los moros recorren con frecuencia
las playas meridionales; los mandayas y qianobos habitan
en la región del Este, en las inmediaciones del seno de
Davao, y en las comarcas limitadas de un lado por el
Agusan, y de otro por la cordillera oriental.
En las islas más pequeñas fijan los salvajes sus vivien-
das en las tierras cercanas á grandes bosques, cuyos pro-
ductos subvienen á sus primeras necesidades.
. Mucho se ha discutido acerca de la exactitud de las
cifras que pretenden señalar la densidad de esos distintos
pueblos que viven independientes.
Compréndese, desde luego, la poca confianza de unas
estadísticas casi imaginarias, ya que se refieren á tribus
salvajes, sin residencia única, sin verdadera organización,
y aisladas casi totalmente del resto de los pueblos.
Tomando por base datos anteriores al año 1850, fija
Morata en su carta el número de infieles en 200.000 que
viven en Luzon, y 800.000 «en Mindanao. La primera de
esas cifras nos parece deficiente, y excesiva la última.
Jagor hace una larga enumeración de Jas castas del
Sur, que encontramos un tanto gratuita en lo relativo al
detalle de las varias tribus. Según el profesor alemán los
indígenas salvajes son 305.000, y los moros 236.000. La
cifra total de 541.000 habitantes infieles, es para noso-
tros la más aproximada á la verdad. El Sr. Vidal calcula
en 80.000 los moros que habitan sólo en la cuenca del
río Grande de Mindanao.
Una ilustrada Revista de Manila publicó varios artículos
muy razonados, y en ellos, refiriéndose á trabajos del año
1872, y á noticias propias, se da á Luzon una suma de
216.221 infieles, y á Mindanao y Visayas la de 200.000.
— 280 —
La estadística formada en 1876 por el Arzobispado
de Manila, calcula que viven en las islas 602.853 infieles
no sometidos; y en el informe publicado en 1878 por el
Sr. Jimeno Agius se fija la suma de aquellos en 603.000.
Repetimos que todos esos datos tienen mucho de gra-
tuitos y carecen forzosamente de base sólida. En general,
puede creerse que dadas las condiciones físicas de esas
gentes, su atraso, su género de vida, las influencias dfc
un clima húmedo, la insalubridad de las comarcas en
que habitan, y sus escasos recursos, la población infiel
no debe ser muy numerosa, y ha de ir, necesariamente,
decreciendo.
La distribución geográfica de los pueblos cristianos,
nos presenta á éstos ocupando las comarcas más fértiles
y salubres de las islas del Norte, de las Visayas, y una
zona muy pequeña de las costas de Mindanao y de otras
tierras.
Los habitantes sometidos al dominio español, cuya ma-
yor parte es católica, suman* un total de 5.567,665, se-
gún los datos del Sr. Agius. En la estadística del Ar-
zobispado, ya citada, se calcula ese número en 5.501,356.
El escritor D. José F. del Pan, que tanta competen-
cia posee en estos estudios, cree inexactas esas cifras, y
fundándose en los resúmenes de los tributos pagados en
1874, y estableciendo una razonada proporción entre esos
padrones y el número de almas que cada tributo repre-
senta, hace subir á 7.171,632 los indios que viven en el
Archipiélago bajo el amparo de nuestra bandera.
Sin entrar en consideraciones, agenas á los fines de
esta obra, diremos que los cálculos del Sr. del Pan nos
parecen atinados y razonables, como producto que son de
prolijas investigaciones.
— 281 —
Respecto á la población específica, el Sr. Jimeno Agius
da noticias detalladas, calculando que la mayor densidad
se encuentra en la provincia de Manila donde viven 340
habitantes por kilómetro cuadrado. Desde ese máximum
se llega á la cifra de 1*2 por kilómetro, en los distritos
de Bontoc y Lepanto. La densidad media calcúlase entre
30 y 40 individuos en la extensión marcada.
El aumento progresivo de la población filipina es in-
dudable, por más que no sean verdaderos los términos que
algunos autores dan á esa proporción creciente. Según
las noticias de antiguas crónicas, existían en tiempos de
la conquista 500-0000 indígenas; 1.00,0000 en 1735; y
1.350,000 veinte años después. Nos parecen deficientes
esas cifras, obtenidas en tiempos en que la estadística no
se conocía en el Archipiélago.
Las primeras listas de población que se publicaron
con carácter oficial se hicieron en los primeros años de
este siglo, y asignan á las Islas unos dos millones de
almas.
Otros trabajos verificados antes del año - 1840, no -ha-
cen subir ese número á más de tres millones. Véase ahora,
si es posible suponer un aumento de cuatro millones de
habitantes en el trascurso de cuarenta años.
Esos datos revelan sólo, el atraso de los trabajos es-
tadísticos, y las dificultades con que en Filipinas luchan
ciertas investigaciones.
g. II. Relaciones élnicas de los pueblos filipinos. — Los
términos del problema etnológico que á estos pueblos se
refiere, hállanse todavía rodeados de sombras impenetra-
bles á la mirada del antropólogo. Si de algún modo po-
demos acercarnos al origen de las diversas razas filipinas,
es conociendo los caracteres de éstas, v determinando por
37
— 282 —
rigoroso método sus analogías con otras gentes. Única-
mente así, lograremos explicar ciertos hechos, y vencer
en alguna parte los obstáculos que se oponen á las in-
vestigaciones del hombre de ciencia.
Es preciso, además, desechar teorías impuestas por la
rutina, y llegar á la realidad de sus términos, para ver
lo que hay en ellos cierto, y lo que carece de funda-
mento.
Ignoramos el valor que se dará á nuestras opiniones,
pero como al enunciarlas sólo pretendemos llamar la aten-
ción acerca de hechos que otros hombres han de anali-
zar, esperamos ver satisfechos nuestros deseos.
Los datos que acerca de los pueblos filipinos dejamos
apuntados, nos permiten asegurar, en primer término, que
los negritos de Luzon, aborígenes del Archipiélago, perte-
necen á una raza afine á las qué viven en Nueva-Guinea
y algunos puntos de Australia. Así lo confirman, de una
parte, los diámetros craneanos, y de otra, los demás ca-
racteres físicos y etnológicos.
No hallamos motivo para buscar la cuna de los aeias
entre Jos pueblos del África meridional, como hacen va*
rios autores; pues si la dolicocefália establece analogías
entre esas gentes, sus costumbres y sus prácticas religio-
sas no revelan comunidad de ningún género.
Cuanto á la opinión de Quatrefages, que incluye á* los
negritos en el mismo grupo que á los mincopies de An-
daman y á los semangs de Malaca, puede asegurarse que
es errónea,
A las afirmaciones del Sr. Jordana, que en su última
notable obra apoya las teorías del naturalista francés y
las de Davis y Yirchow, opondremos nosotros las cifras
craneoscópicas, ya consignadas -en otro lugar, que esta-
— 383 —
bleeen de «n modo indudable marcada separación entre
los actas — dolicocéfalos — y los mincopies y semangs, emi-
nentemente sub-braqaicéfalos. Respecto al error del céle-
bre doctor alemán* que califica de braquicéfalas las ca-
bezas por él estudiadas, ya dijimos oportunamente como
se explicaba por la equivocada procedencia que se asigna
á uros restos pertenecientes á otras castas.
A las otras razones aducidas por aquel autor (\), pode-
mos contestar recordando lo que ya hemos escrito acerca
de las tribus negras de pelo crespo que viven en Aus-
tralia, con las que tienen las aelas perfectas analogías.
Demás, si por su talla y su menor desarrollo, no pueden
éstos compararse con las gentes oceánicas del Este, tén-
gase en cuenta que esas son circunstancias accidentales,
ya que las influencias climatológicas y Jas condiciones de
vida, pueden determinar su existencia. No hay, en efecto,
que dar al olvido cómo los negritos de Luzon han ido des-
apareciendo del Archipiélago; cómo se hallan sometidos
al dominio de castas superiores; y cuan rápidamente de-
generan los pueblos que, como el aela, viven bajo el yugo
de otras gentes.
Por eso advertíamos en otro lugar de ^este libro, que
si existen diferencias anatómicas entre los negritos y otras
razas oceánicas, no podían, sin embargo, admitirse las teo-
rías que hacen del aela un pueblo único, sin igual ni seme-
jante en las tierras de Oriente.
Por último, si razones tiene el Sr. Jordana para des-
echar las teorías de Semper, no nos faltan á nosotros para
distinguir á los pueblos que" él confunde.
( i ) Bosquejo geográfico é histérico-natural del Archipiélago fili-
pino, página 45.
— 284 —
Si algunos rasgos de conformación exterior separan
á los auíóchtones de Filipinas de las gentes de la Mela-
nesia, otros bien marcados los apartan de los habitantes
de Andaman, de frontales prominentes, prógnáticos, de
pómulos separados, y con diámetros faciales que dan al
rostro dimensiones muy proporcionadas.
En cambio, tenemos en favor de nuestra opinión los
datos craneoscópicos, cuya significación é importancia no
puede desconocerse, que colocan á los negritos en el grupo
de razas dolicocéfalas del Este, separándolos de las bra-
quicéfalas que viven en los archipiélagos del Sur.
Por otra parte, si admitimos que los aetas son los pri-
mitivos habitantes del Archipiélago, no se concibe que
ellos procedan de esos pueblos del Sur, donde viven ra-
zas superiores que más tarde llegan á las playas filipinas
y dan origen á multitud de familias mestizas. Si los abo-
rígenes vienen de los grupos de islas del Sudoeste, habrá
que conceder que los hombres que viven en éstas, y no
pertenecen á la raza negra^ pudieron abordar nuestras
islas al mismo tiempo que los aetas.
Si por el contrario, nos dirigimos al Oriente en busca
de las razas madres de los autóchtones, veremos allí gen-
tes parecidas á los negritos, pero sin grandes conexiones
con las tribus pardas del Archipiélago.
De este último modo podrán armonizarse los hechos
etnológicos comprobados hasta hoy, con los caracteres de
esas razas.
Así es posible, también, marcar dos épocas principales
en la historia de la población filipina; una, en la cual nues-
tras provincias se hallan habitadas por una raza negra ve-
nida de las tierras polinesias; y otra, más reciente, en que
gentes de los archipiélagos del Sur, y del vecino conti-
— 285 —
nente, abordan los dominios de los aelas, subyugan á és-
tos, y después los arrojan á las comarcas que hoy ocupan.
Durante este último período se verificaría, probable-
mente, el cruzamiento de los diversos pueblos advenedi-
zos, que dio origen á las tribus pardas que viven actual-
mente en las islas.
Tal es nuestra opinión, fundada en el resultado de las
investigaciones y estudios que ya conocen los lectores.
Al tratar de las familias idólatras de las distintas pro-
vincias, hemos indicado las principales relaciones etnoló-
gicas con pueblos oceánicos y asiáticos.
Hemos de estudiar ahora la influencia de ciertas ra-
zas, cuyos caracteres dominan en grado extremo la for-
mación étnica del Archipiélago.
Cuando describimos las tribus infieles de Luzon seña-
lamos las analogías que algunas tienen con los pueblos
asiáticos, y refutando la opinión de Semper, que ve en
los ilongotes é ibilaos una fiel representación de los mala-
yos, expusimos la nuestra, inclinada á buscar el origen de
esas gentes en cruzamientos de los chinos con pueblos
oceánicos.
Lo mismo diremos.de los tingutanes, cuyos rasgos fi-
sonomónicos y prácticas religiosas, revelan una relación
de origen con la raza mogólica, que no admite duda.
Son tantos los datos que prueban la influencia de los
chinos en la antigua población del Archipiélago, que no
creemos pueda dejar de admitirse por cuantos hayan he-
cho un estudio algo detenido de las familias idólatras de
Luzon.
Cuando tratemos de las tribus cristianas, y de sus orí-
genes probables, hemos de volver sobre un asunto por
tantos conceptos interesante.
— 286 —
Pero, entretanto, recordaremos aquí las semejanzas que
el tipo fisiológico de ibilaos y tingirianes ofrece con los
pueblos del continente; las analogías que sus costumbres
presentan con las de los habitantes del Tun-king; y la
identidad de prácticas extrañas á una raza salvaje.
Por otra parte las investigaciones filológicas revelan la
existencia en los idiomas de los igorrotes de elementos .que, -
como las sílabas cha, che, parecen derivados de lenguas
asiáticas. También las industrias de los infieles de Lep^nto,
que han llamado la atención de los viajeros, pueden re-
conocer un origen chino; pues en los Anales del imperio
se asegura que el emperador Fon-hi enseñó á sus subdi-
tos el arte de fundir el bronce.
La influencia del pueblo chino en la formación de las
actuales razas filipinas, es tan marcada, aparece por mo-
dos tan indudables, que no se concibe el escaso valor que
le asignau los autores.
La proximidad del continente á las costas occidenta-
les del Archipiélago; la acción de las monzones; y el espí-
ritu aventurero délos hijos del gran Imperio, permiten su-
poner que de muy antiguo llegaron éstos á las tierras es-
pañolas de la Oceanía. Recuérdese, á este 'propósito, que
ya en el siglo ix existían frecuentes relaciones entre los
chinos y los malayos; y que antes de esa época los japo-
neses habían arribado á las islas de la Sonda.
Si estudiamos las prácticas religiosas de las tribus in-
fieles del Archipiélago, vemos también dominar el culto
á los anuos, tan sagrado para los chinos. Por el contra-
rio, entre las supersticiones de las castas salvajes no ha-
llamos nada que se relacione con una sola idea informada
en las antiguas teogonias indias; ni las más antiguas tra-
diciones del país tienen semejanza con algo que revele un
— 287-
antiguo conocimiento de las célebres epopeyas de Valmiki
y de Vyasa. •
Entre tos pueblos civilizados del Archipiélago, se ve
esa misma influencia, señalada por caracteres físicos bien
pronunciados, y por elementos étnicos de indudable sig-
nificación. Las vasijas antiguas de arcilla, á que se refiere
Morga, encontradas en Luzon, tienen un origen japonés;
siendo de notar la circunstancia de ser desconocido su
mérito por los dueños, que las vendían á grandes precios
á los japoneses. Los restos que Semper adquirió en las ca-
vernas de Samar, pertenecen al pueblo chino, y aquel
viajero encontró porcelanas y otros objetos que proceden
de esas gentes. Según las noticias de uno de los guias que
acompañaron á M. Marsh en su última expedición á Ma-
rinduque, este viajero recojió vasijas japonesas muy anti-
guas, en las grutas que visitó en aquella isla.
Respecto al origen malayo de las tribus pardas de es-
tas provincias, no negaremos que en alguna parte habrá
contribuido á la actual población, pero^sin que entenda- .
mos que esa influencia sea T;an general y decisiva como
se pretende por algunos.
Creemos haber demostrado que los caracteres físicos
de muchas tribus del Archipiélago, no son los propios
á las gentes de la Malasia; y respecto á las analogías
lingüísticas, en que principalmente se apoyan los defen-
sores del origen malayo, advertiremos que ni son tantas
ni tan significativas como se cree.
Ya hemos dicho que en el idioma tagalo, como en to-
dos los dialectos que de él derivan, hay elementos de
varias lenguas; y, por otra parte, aun supuesta la se-
mejanza más perfecta entre esos idiomas, nunca podríamos
dar á ese hecho una significación etnológica, que por sí
— 288 —
solo no tiene; como no podemos admitir que todos los
cafres que hablan el banton tengan un mismo origen, ni
creer que los fineses pertenecen á la raza de los húnga-
ros, que poseen su mismo lenguaje.
Por último, si no vemos en los pueblos de Filipinas
más que el producto de un cruzamiento entre aetas y mala-
yos, ¿cómo explicar la infinita variedad de esas gentes;
sus diversas costumbres; y sus distintos caracteres? ¿Cómo
nos darerfios razón satisfactoria de la existencia en las Islas
de esas dos castas tan diferentes que, además de los ne-
gritos, encontraron los conquistadores en Cebú? Y para
esclarecer este último punto puede acudirse á las noticias
que dá un historiador del pasado siglo que poseía datos
fidedignos, conservados en los archivos de su Orden,
acerca de los pobladores del Archipiélago en aquella remota
época (*).
Para explicar satisfactoriamente ese y otros hechos, ya
señalados, forzoso es admitir la reunión en nuestras Islas de
pueblos muy diversos, que llegaron á ellas desde las islas
del Norte, las tierras polinésiSs, la costa de Asia, y los ar-
chipiélagos extendidos al Sur de las provincias españolas.
Algunos de esos pueblos se encontraron con los aelas,
se mezclaron con ellos y dieron origen á las tribus cuyos
caracteres revelan hoy esa antigua unión; otros, llegados
en épocas posteriores, conservaron más puros los rasgos
de origen, y se relacionaron con gentes mestizas, supe-
riores á los autóchtones; y todos contribuyeron á formar
esa población heterogénea que hoy vive en nuestras po-
sesiones.
(1) Historia de Filipinas, por Fr. Juan de la Concepción. Tomo
i.° pág. 10.
— 289 —
§. III. Representación etnológica de ¡as actuales tribus. —
Como resumen de nuestro trabajo, trazaremos á gran-
des rasgos el cuadro de las gentes cuyo estudio hemos
terminado.
Para nosotros existe en Filipinas una raza aborigen,
la de los aetas ó negritos, que ha sufrido la influencia de
otros pueblos, y se halla en visible decadencia.
Esa raza, que ofrece grandes analogías con otras de
Australia y Nueva-Guinea, debió ocupar en pasadas eda-
des todas las tierras del Archipiélago, emigrando luego
hacia el Norte cuando se vio influida por otros hombres.
Además de los autócthones hay en las Islas una po-
blación mestiza, cuyo origen está en los cruzamientos de
castas asiáticas y oceánicas. Todas las tribus que compo-
nen aquella, lo mismo las infieles que las cristianas, re-
velan la fusión de elementos muy distintos, y ni una sola
posee caracteres propios de raza pura.
El pueblo malayo llegó á las tierras del Sur, donde
hoy se encuentran las familias que mayores semejanzas
ofrecen con los habitantes de # Sumatra. En Luzon puede
también señalarse su influencia, aunque de modo menos
notable. Muchas tribus ínfleles de esta isla y no pocas
civilizadas, representan el trato de los antiguos filipinos
con las gentes de China y del Japón. Los bicoles y los
visayas tienen para nosotros el mismo origen.
Por último, no es difícil hallar grandes analogías en-
tre varias familias de las tierras orientales de nuestras
provincias, y otras de las Célebes y las Molucas, y aun al-
gunas de la Polinesia.
Todos los países que rodean el Archipiélago tienen
en el significación etnológica, y muchos han contribuido,
en mayor ó menor grado, al aniquilamiento de los abo-
38
— 290 —
rígenes, y á la formación de ese pueblo donde un fa-
moso naturalista encontró representadas todas las razas
del mundo.
ÍNDICE.
Páginas.
Dedicatoria.
Al lector. .
PARTE PRIMERA.
NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO.
7.
CAPITULO PRIMERO.
GEOGRAFÍA Y GEOLOGÍA.
Artículo primero. — §. I. Situación geográfica y límites
de las Islas 13.
§. II. Descripción general del Archipiélago .... 14.
Artículo segundo. — §. I. Estructura y composición del
suelo • 26.
§. II. Terrenos volcánicos 33.
§. III. Formación sedimentaria 37.
Artículo tercero. — £. I. Aluviones modernos. ... 38.
§. II. Formación madrepórica 39.
5. III. Fósiles del Archipiélago 46.
Artículo cuarto. — §. I. Cordilleras 48.
§. II. Ríos 56.
§. III. Lagunas 60.
§. IV. Volcanes . 61.
CAPÍTULO SEGUNDO.
formación y productos de las islas.
Artículo primero.;- g. I. Transformaciones del suelo. 74.
§. II. Elevaciones y hundimientos 76.
5. III. Temblores de tierra 79.
Artículo segundo.— §. I. Origen y formación del Ar-
chipiélago '. . 99.
§. II.. Geognósia " 106.
S- HI. Fauna 110.
Artículo tercero.— §. I. Flora 132.
§• II. Productos agrícolas 137.
S. III. Estado actual de la agricultura filipina. . r . 147.
PARTE SEGUNDA.
RAZAS.
CAPITULO PRIMERO.
ETNOGRAFÍA.
Artículo primero. — §. I. Consideraciones generales. . 153.
§. II. Los negritos 160.
§. III. Caracteres físicos 164.
§. IV. Costumbres de la raza negra 169.
Artículo segundo,— §. I. Tribus mestizas infieles. . 175.
§. II. Razas infieles de Mindanao 213.
§. III. Los moros. . . . « . 237.
¡j. IV. Idiomas de estos pueblos 245.
Artículo tercero.— §. I. Pueblos cristianos de Luzon. 247.
§. II. Caracteres físicos. 250.
§. III. Costumbres y usos. . . 256.
§. IV. Los visayas • . . . 266.
$. V. Idiomas 269.
CAPÍTULO SEGUNDO.
etnología.
Artículo único. — §. I. Distribución de las diversas ra-
zas 276.
S. II. Relaciones étnicas de los pueblos filipinos. . 282.
§. III. Representación etnológica de las actuales tribus. 289.
ERRATAS.
Pág.
Línea.
DICE.
LÉASE.
37
. 13
cal
caliza
65
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0. este
Oeste
82
10
costa
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145
9
alcanzarían
alcanzarán
16-2
7
el distrito
los distritos
OBRAS DEL AUTOR
Estudios clínicos acerca de los heridos en la última cam-
paña de Joló. (Premiada.)
La emigración española, y el Archipiélago filipino.
EN PREPARACIÓN.
Geografía médica de Filipinas^
Aguas minero-medicinales de Luzon.
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