Skip to main content

Full text of "Tierras y razas del archipiélago Filipino"

See other formats







Tierra v r*?-¿n- -A ^v c ^^ r \t,\oOd ÍMíbU'.- 



4 86,494 




ifillíí&MpH.GAN 



3 9015 03504 970? 







lllllllillil 

JSÍIil||lll 


PtillIIStl 


lilBSftl 




J|||J|p|;|í|| 


ft^^^^tt: 


|||||||{||| 


||||||p||Í| 


llilliSII 


llllB 


llilli 









W^BMX 






EPfe 



TIERRAS Y RAZAS 



DE 

FILIPINAS 



W^^/- 



TIERRAS 



RAZAS 



DEL 



ARCHIPIÉLAGO FILIPINO 



José de Lacalle y Sánchez, 

MÉDICO PRIMERO DEL CUERPO DE SANIDAD MILITAR Y CATEDRÁTICO DE 
ANATOMÍA EN LA UNIVERSIDAD DE MANILA 



MANILA 

ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DEL COLEGIO DE SANTO TCMÁS 

Á CARGO DE D. GERVASIO MEMIJE 

1886 



Es propiedad del autor. 
Reservados todos los derechos. 



AL ILMO. 

Sr. Rector de la Universidad 



DE 



MANILA 



J. de L. 



AL LECTOR 



El presente trabajo forma parte de un libro que con el tí- 
tulo Geografía médica de Filipinas pensamos publicar en el 
pasado año. 

Impresas ya estas páginas, nos vimos obligados á suspen- 
der nuestras tareas, aplazando para otra época la completa rea- 
lización de aquella obra. 

Entendiendo, sin embargo, que lo escrito podía ofrecer al- 
gún interés á los hombres que hoy se dedican á estudiar este 
hermoso Archipiélago; y creyendo, además, que esta parte de 
nuestro trabajo sería así más leida por aquellos que ágenos al 
cultivo de las ciencias médicas, no hubieran buscado en un 
libro de otra índole los datos que en éste van consignados, 
nos decidimos á emprender una publicación que quizás, por las 
indicadas razones, aparecerá en muchos conceptos deficiente. 



— 8 — 

AI estudiar la historia física de las Islas, hemos procurado 
ofrecer á los lectores un cuadro en el que con facilidad pue- 
dan apreciarse las condiciones de este riquísimo suelo. Hu- 
yendo de hipótesis gratuitas, y de teorías aparatosas y fan- 
tásticas, muy frecuentes cuando de problemas filipinos se trata, 
hemos puesto cuidado especialísimo en que nuestro trabajo sea 
fiel reflejo de la realidad, y no insulso repetidor de fábulas y 
leyendas. 

En la parte geológica tuvimos muy presentes, como se de- 
clara en el texto, los estudios de ingenieros y naturalistas es- 
pañoles y extranjeros, cuya competencia es prenda segura de 
acierto, que nos ha guiado hasta las deducciones que las obras 
de aquellos nos inspiraron. 

La descripción científica de las razas filipinas, tan intere- 
sante para el antropólogo, ha fijado preferentemente nuestra 
atención, y es producto de investigaciones propias. 

Los datos etnográficos que aquí apuntamos, tienen el atrac- 
tivo de todo lo que es nuevo en asunto tan poco conocido 
hasta el presente. Sabido es cuanto se hallan olvidados los 
estudios [antropológicos en nuestras provincias oceánicas. No 
hace muchos meses que un ilustrado hombre de ciencia escri- 
bía á este propósito, extrañando el escaso desarrollo de un 
ramo del saber en el cual adelantamos tan poco «que hasta 
ahora nadie ha tratado de señalar las diferencias orgánicas 
que separan a los diversos pueblos del Archipiélago.» 

La necesidad de que esas razas aparezcan ante el hombre 
de ciencia, ante el legislador, y ante el economista, con los 
caracteres que les corresponden, se hace cada día más notable. 

Sin dar, pues, á esta obra otro alcance que el de iniciar 
un género de nuevas interesantes investigaciones, nos atreve- 
mos á ser los primeros en acometer empresa tan alta. 

Las dificultades que creemos han de oponerse al logro de 
nuestro intento, no nos arredran; ni el temor de la propia de- 
ficiencia nos confunde. Aquellas las venceremos hasta el punto 



— 9- 

que alcanzen nuestras débiles fuerzas y el otro quedará su- 
peditado á la satisfacción que proporciona uu buen deseo. 

Si conseguimos así llenar un pequeño vacío en la obra 
de progreso llamada á terminarse por otras inteligencias, se 
verán colmados nuestros deseos y satisfechas nuestras modes- 
tas aspiraciones. 



PARTE PRIMERA 

NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO 



PARTE PRIMERA 

NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO 



CAPITULO PRIMERO 

GEOGRAFÍA Y GEOLOGÍA 



ARTICULO PRIMERO 

g. I. Situación geográfica y limites de las Islas. — Las 
Filipinas (*) forman parte de esa dilatada serie de islas 
que desde el cabo Lopatka de la Península Kamtchatka, 
corre paralela á la costa oriental de Asia y termina en el 
cabo Tamdjong-Bouron de Malaca, estendiéndose al E. para 
llegar á la parte mas septentrional de la Australia. 

Su situación geográfica puede fijarse entre los 5 o 9' y 



(1) La generalidad de los AA. creen que se debe á Legaspi el nom- 
bre con que son conocidas estas Islas; siendo lo cierto que el pri- 
mero que las llamó asi fué el general Ruy López de Villalobos, en 1543; 
olvidada después esta denominación, fué sustituida por la de Islas de 
Poniente que se conservó hasta 1565 en que Legaspi las volvió su 
primitivo nombre. 



— 14 — 
21° 5 f latitud N. y los 123° 4' y 132° 4' longitud E. del 
meridiano de San Fernando. (*) 

Los límites del Archipiélago se hallan señalados por 
los mares que le rodean, pertenecientes todos al Gran 
Océano. Al N. y al O. baña sus playas el mar de China, 
cuyas turbulentas aguas, que encuentran un dique en las 
estribaciones occidentales de Luzon, van á estrellarse por 
otro lado en la parte mas meridional de la costa oriental 
de Asia; al E. se estiende el Gran Océano, que al S. toma 
el nombre de mar de Célebes y bate las playas orientales 
de la gran isla de Borneo; en el interior, y rodeado por 
numerosas tierras, se encuentra el mar de Mindoro que 
deshace sus ondas en las costas occidentales de las Visayas 
y Mindanao y en las orientales de la Paragua. 

Al N. de Luzon se vé la isla de Formosa, una de las 
más importantes del imperio chino, separada del pequeño 
grupo de las Batanes por el canal Baschi que forma el 
límite superior de la Oceania; en el estremo S. la isla de 
Balabac al O. y el grupo de Joló al E. limitan los domi- 
nios españoles que distan muy poco en esta parte de la 
costa septentrional de Borneo. ( 2 ) 

g. II. Descripción general del Archipiélago. — Como todas 
las de la Oceania, ofrecen las Islas Filipinas encantos y 
atractivos en tanto número, que en su presencia el hombre 
aprecia en un solo momento cuanto es admirable el poder 
y la sabiduría de Aquel que á los rayos de un sol tro-. 



(1) Abrahan Hortelio, el célebre geógrafo del siglo 16, señalaba 
estas Islas entre los 5 o 30' y 17° latitud, según el meridiano de la 
isla de Hierro. 

<2) La primera carta general de las Islas se hizo por el P. Pedro 
Murillo Velarde, en el año 1744, y es tal su perfección que de ella 
únicamente se sirvieron los prácticos basta los primeros años del siglo 
actual. Este curioso mapa se hizo en Manila por el grabador Nicolás 
de la Cruz. 



— 15 — 

pical opuso la espesura de bosques impenetrables, y á la 
alta temperatura de la zona tórrida la benéfica influencia 
de las monzones y de las lluvias ecuatoriales. 

Cuando por vez primera se contempla la rica vegeta- 
ción que exhuberante se muestra en las cumbres de es- 
tensas cordilleras; cuando se ven las tierras levantadas del 
fondo de los mares por los prodigiosos esfuerzos de pe- 
queños organismos; cuando admiramos el grandioso espec- 
táculo que la Naturaleza ofrece en esa hora, llena de su- 
blimes armonías, en que el astro rey hunde sus cabellos de 
fuego en las azuladas ondas del Océano, entonces, en pre- 
sencia de tantas maravillas, se vé cuantas grandezas en- 
cierra la obra del Creador, aun más admirable si estudia- 
mos la rica flora de los países oceánicos, la variedad de 
sus productos y la asombrosa facilidad con que estos se 
multiplican. 

El archipiélago filipino forma uno de los grupos más 
importantes de la Malasia, y sus tierras, que esmaltan con 
vivos colores las aguas del Pacífico, ofrecen una disposi- 
ción especial, bastante por si sola á llamar la atención de 
los geólogos. Ellas parecen ser la mejor prueba de los que 
ven en las islas oceánicas los restos de un mundo des- 
trozado por los gigantescos esfuerzos de las aguas, por la 
acción destructora de numerosos volcanes, y por grandes 
hundimientos subterráneos. 

Estendidas casi directamente de N. á S. se presentan 
mas de mil islas ( 1 ) separadas por estrechos canales que 
guardan entre sus costas mas próximas una exacta rela- 
ción geológica que permite sospechar la existencia primi- 
tiva de un gran continente. 



(1) El Sr. Centeno hace subir esta cifra á 1,300 y M. Armand la 
reduce á la mitad. 



— 16 — 

El área total del Archipiélago, incluyendo la parte de 
Borneo que pertenece á la sultanía de Joló, es de 335,000 
kilómetros cuadrados, y la estension longitudinal desde el 
estremo N. de Luzon á las islas Sarangani mide 1,600 
kilómetros. (*) 

Las mas septentrionales de todas las islas son las pe- 
queñas Batanes y Babuyanes; las primeras, rodeadas de 
pequeños islotes, son de N. á S. Ibayat, Batan, y Sabtan, 
que desconocidas hasta principios de este siglo fueron es- 
tudiadas después por Peñaranda; las Babuyanes situadas 
mas al S. están constituidas por tierras dé formación vol- 
cánica, y se conocen con los nombres de Babuyán, Ca- 
láyan, Dalipisi, Fuga y Camiguin. 

Separada de estas por una distancia de 400 millas, 
se halla la isla de Luzon, una de las mas hermosas de 
la Malasia, por la fecundidad de su suelo y las condicio- 
nes de su clima. Colocada en la parte septentrional del 
Archipiélago, próxima á los puertos mas importantes de 
China y el Japón, con una superficie de 112 mil kilóme- 
tros cuadrados, cruzada por estensas cordilleras donde 
tienen su origen caudalosos rios que en todas direcciones 
surcan la tierra prestándole vitales elementos de prosperi- 
dad, dotada por Naturaleza de seguros puertos, y enrique- 
cida con todas las galas de las tierras tropicales, no es 
estraño que esta isla sea considerada la mas importante 
de las que componen el grupo filipino. 



(1) Hemos aceptado esta medida, que aunque no esclusiva de los 
dominios españoles, es la mas exacta, pues se debe á los últimos tra- 
bajos bechos por la Comisión hidrográfica, cuya autoridad es indis- 
cutible. Si se consultan las obras de Buzeta, Jagor y otros autores se 
verá que las medidas difieren en millares de kilómetros. 

Estas cifras dan, por otra parte una idea de la importancia de esta 
colonia que escede en estension á las de Cuba y Puerto-Rico y compite 
con ellas en la riqueza y abundancia de sus productos. 



— 17 — 

Estendidas entre los 12° 30', 18° 15' latitud N., y los 
123° 22', 127° 50' longitud E., sus costas, de forma lige- 
ramente circular, corren de N. á S. y algo de O. á E., 
acentuándose esta dirección en la parte meridional de la 
isla, que se estrecha considerablemente y se dirige al E. 
para terminar en las aguas del estrecho de San Bernar- 
dino. Las playas de Luzon ofrecen numerosos puertos y 
ensenadas que ejercen influencia poderosa sobre el clima 
y son el abrigo de las naves que surcan las procelosas 
aguas del mar de China. 

Desde el cabo Engaño, en la parte más septentrio- 
nal, se dirigen Ia& tierras al S. E. formando una estensa 
curva, llegan al seno de Dimalansan, y avanzando hacia 
el mar van en dirección S. O. hasta el cabo de San Il- 
defonso, después de formar la ensenada de Dilasac. La costa 
señala el seno de Casiguran, sigue inclinándose «1 O. y 
por las pequeñas bahías de Baler y Dingalan llega hasta 
Punta Sua para cambiar su dirección hacia el S. E., re- 
corriendo un trayecto ligeramente accidentado que termina 
en la Punta Inaguican y fondeadero de Binangonan. Antes 
de llegar á éste, se descubre la isla Polillo, de forma mar- 
cadamente triangular, y cuyas tierras parecen despren- 
didas de las de Luzon. 

Desde Binangonan las playas marcan mucho su incli- 
nación al E., sobre todo cuando llegan á la altura de 
Punta Antimonan, en que se dirigen de O. á E.; esta 
parte es muy accidentada y se hallan en ella numerosos 
pequeños senos y bahías. Después de avanzar hacia el 
N- E. la tierra forma la estensa bahía de San Miguel 
cuya entrada está limitada por las Puntas Siruma y Co- 
lasi, estribación esta última de la sierra de su nombre. 

A unas doce millas de la costa, en los 14° 30' latitud N. 

4 



— 18 — 
se ven las islas Calaguas, que parecen también porciones 
desprendidas de Luzon. Entre la citada bahía y élpuerto 
de Sisiran la playa ofrece un trayecto irregular, con pun- 
tas rodeadas de pequeños islotes, restos evidentes de tras- 
tornos físicos que en otras épocas conmovieron la isla. 

Por las tierras de Caramuan se llega hasta el gran 
seno dé Lagonoy cuya boca inclinada al S. E. tiene en- 
frente la parte meridional de la isla Catanduanes situada 
entre los 13° y 14° latitud N., y que podría adaptarse, por 
su forma, al seno mencionado. 

Las tierras de Cacraray, Batan, Rapurapu y otras de 
menor importancia, siguen esta parte de Luzon, que ya : 
aquí y después de formar el seno de Tabaco y el de Albay, 
se dirige casi horizontalmente á Montugan y va á Punta 
Calaan, término S. de la isla, que con la opuesta costa 
de Samar constituye el estrecho de San Bernardino en el 
cual se alzan las islitas de Capul y Calinta. 

En Punta Calaan, la región meridional se extiende 
hacia el O. y llega al puerto de Sorsogon y al seno de 
Ragay, cuya parte occidental está formada por una gran 
extensión de tierra que avanza hacia el mar y termina 
en Punta Bondog. Aquí sube al N. O., forma los senos 
de Laguinmanoc y Pagbilao, desciende por el de Tayabas, 
y figura asi un pequeño golfo en cuyo centro se levanta 
la isla de Marinduque que mide una longitud de 40 ki- 
lómetros y se halla cubierta de frondosa vegetación. Sa- 
liendo de este golfo se ve la Punta Malabrigo y después 
hacia el O. la ensenada de Batangas y el seno de Balayan 
cuya entrada limita el cabo Santiago. 

En este sitio la costa dirigiéndose al N. se hace oc- 
cidental y traza la anchurosa bahía de Manila y el puerto 
de Cavite. Algunos de los rios más caudalosos de la isla 



— 19 — 

desaguan en aquella; á su entrada se divisa la preciosa 
isla del Corregidor; y en su seno, á más del puerto del 
mismo nombre, se abre el ya citado de Cavite y el de 
Mariveles. 

Desde este último sube la costa al N. O., llega al puerto 
dé Subic y después á cabo Bolinao, punto el más occi- 
dental del golfo de Lingayen cuya entrada vuelta al N. 
está limitada al oriente por la Punta San Fernando. Las 
pequeñas islas Santiago y Cabarrityan, se levantan en este 
pequeño mar que recibe- las aguas del fío Agno, no lejos 
del puerto de SuaL 

Partiendo de San Fernando, se ve- á la isla avanzar 
directamente hacia el N., formar la Punta Dile, donde 
el rio Abra se une al mar, y seguir después hasta la al- 
tura de cabo Bogeador límite ds la parte occidental. Ya 
aquí, la costa- desciende hacia el S. E., va luego en di- 
rección opuesta y forma con esta curva un pequeño golfo 
enfrente de Camiguin.. 

La isla cuyos contornos hemos trazado, se halla surcada 
por extensas cordilleras que dan á las diversas provin- 
cias caracteres climatológicos que importa mucha conocer. 
El sistema orográfico de Luzon corre casi directamente 
de N. á S^ exponiendo asf las tierras á la acción de los 
vientos del E. y del O. La región occidental,, conocida en 
el país con el impropio- nombre de costa, se halla compren- 
dida entre* las pravas bajas y las cordilleras que forman el 
Garaballo central; y se extienden- desde* el seno de Bangui 
á las estribaciones que- se hunden en el' estrecho de San 
Bernardino. Sobre esa extensa superficie,- de 900 kilóme- 
tros de longitud, se hallan las provincias de Manila, Cavi- 
te, Bulacan, Bataan, Laguna, Batangas, Pangasinan, Pam- 
panga y Zambales, al- S.; viéadose*al N. las de Abra, Union, 



— 20 — 
é Hocos, y los distritos de Lepanto, Bontoc, y Benguet. 

El mar de China y el de Mindoro limitan la costa en 
esta zona, cuyas tierras fertilizan en el interior nume- 
rosos rios que nacen en las cumbres de las cordilleras 
centrales; la vegetación es en ella muy rica, y los pueblos, 
resguardados de una parte por los montes Caraballos, 
sienten sólo los vientos del O. que llegan ya modificados 
en su temperatura por la influencia de otros lugares, y 
cargados de abundante cantidad de vapor de agua. Ricos 
y variados productos ofrecen esas provincias que son las 
más adelantadas en los diversos ramos de la industria fili- 
pina, y en las que se siguen más de cerca las- prácticas 
de la moderna agricultura. En ellas, como en todas las 
del Archipiélago, hay que lamentar el estado de las co- 
municaciones entre pueblos importantes que aún no han 
sentido el fecundo estremecimiento de la. locomotora, y 
cuentan sólo con malísimos caminos para el trasporte de 
los frutos. Llanuras siempre verdes; lagos inmensos en 
cuyas aguas toman sus caudales rios navegables; montañas 
abruptas de elevada cumbre y mesetas trasformadas en 
valles deliciosos; una atmósfera húmeda y templada; y un 
cielo débilmente azulado sobre el cual ses destaca el astro 
de la vida, tal es el cuadro que presenta esa admirable 
comarca, foco de riqueza y de hermosura, sin igual en los 
países tropicales. 

La región oriental, abierta á los vientos del N. E., 
está bordeada por playas que sufren la. acción dé las aguas 
del Pacífico, y por cordilleras que corren, muy próximas 
al. mar en cuyo seno sumergen estas sus rápidas pendien- 
tes.: Encuéntranse en ella el distrito del Príncipe y las 
provincias de Nueva-Écija, Tayabas, Camarines y Albay, 
pueblos todos de terreno accidentado, espléndida vegeta- 



— 2Í — 
cion, y productos de gran valía que nacen bajo el influjo 
de un clima poco rigoroso. 

En el centro de la isla, formado por las provincias 
de Cagayan, Isabela, y Nueva Vizcaya, que estiénden 
sus dominios hasta la costa oriental, se descubren estensos 
valles rodeados por los montes que se elevan al E. y al 
O., en cuyas feracísimas laderas corren los grandes ríos 
que van á desaguar en los mares septentrionales. Es esta 
comarca de una riqueza poco común, y en ella se cosecha 
el mejor tabaco de la colonia. Su clima es generalmente 
poco sano, y la atmósfera exageradamente húmeda, que 
tanto favorece la vegetación, es causa abonada para el 
desarrollo de muchas enfermedades. 

Resumiendo lo dicho de esta hermosa tierra, podemos 
asegurar que ella es bastante á producir más riquezas que 
todas las Antillas; y que el dia que fertilizado y transfor- 
mado su suelo por el trabajo del hombre, convenientemente 
dirigido, abra sus puertos al comercio este rico venero fi- 
lipino, será la joya má$ preciada de la patria. 

Separadas de la costa meridional de Luzon por el mar 
de Mindoro se elevan dos series de islas; una más oc- 
cidental que tiene por base la que da nombre á estas 
aguas, y otra que desde el estrecho de San Bernardino 
se dirige al S. y terminai en Mindanao. 

La primera se divide en dos órdenes que partiendo 
del Sur de Mindoro corren, uno á formar las tierras que 
llegan á la isla de fialabac, frente á la costa septentrional 
de Borneo, y otro al S. E. á encontrar las islas de Ta- 
blas, Panay, Negros, Cebú, Bohol y otras del grupo de 
las Visayas. (*) 



(1) Eq las antiguas crónicas del país se lee Bisayas; pero el uso 



— 22-- . 

Paralela á este rainal se extiende la segunda serie, 
que desde el estrecho de San Bernardino á la isla de Ba- 
stían forma las tierras de Samar, Leyte y Mindanao, muy 
próximas estas últimas á las del territorio joloano. 

El breve bosquejo que antecede demuestra, que el Ar- 
chipiélago á partir de las tierras meridionales de Luzon 
forma con las de Mindanao y Jaló un ángulo que unido á 
otro que le oponen las de la Paragua y Borneo, figura un 
cuadrado abierto á los vientos del S. O. Esta circunstancia 
es digna de atención porque ella explica bien la influencia 
de las monzones. 

La isla de Samar se halla entre los 11° y 12° 30' lati- 
tud N.;- tiene una figura triangular, y sus costas muy ir- 
regulares ofrecen numerosos senos y bahías. Mide 125 ki- 
lómetros desde la Punta Balicuatro á la de Sungui; su si- 
tuación es causa de que la combatan los vientos del N. E. 
y goce de un clima benigno y saludable. Sus bosques abun- 
dan en excelentes maderas de construcción,- que por la 
falta de comunicaciones no pueden hoy ser objeto de un 
rico comercio. (*) 

Al O. de Samar se ven las islas de Masbate, Ticao y 
Burias, cuyas tierras dirigidas de N. O. á S. E, están do- 
minadas por cordilleras que esconden en. sus aluviones ya- 
cimientos auríferos, hasta ahora. poco esplotados.. 

Separada de la de Samar por. el estrecho de San Jua- 
nico, elévase la isla de Leyte, de formación volcánica y 
costas accidentadas expuestas principalmente á los vien- 



ha admitido el cambio de la primera letra de esa palabra que algunos 
creen derivada del sánscrito. 

(1) En esta isla se encuentran las célebres cavernas descritas por 
Jagor, que recogió en la de Lanang varios cráneos estudiados luego 
por el profesor Yirchow. 



— 23 — 
tos del E. que vienen por el estrecho de Surigao, canal 
divisorio de estas tierras y las de Dinagat. Próximas á 
estas, entre los 5 o 35' y los 9 o 37' latitud N. se extienden 
las de Mindanao, que miden 92,500 kilómetros cuadrados 
de superficie, de los cuales sólo una pequeña parte ha sido 
explorada, y otra, menor aún, dominada de hecho por los 
conquistadores. Su forma irregular se asemeja á la de un 
triángulo cuya base es la costa oriental, de donde parten 
la septentrional y meridional que dirigiéndose al O. se 
unen en la provincia de Zamboanga. 

Por su extensión y por la riqueza y variedad de sus 
productos es dicha isla una de las más importantes del 
grupo filipino. El naturalista y el etnólogo encuentran en 
ella problemas innúmeros; y el médico tiene bastante que 
hacer si desea apreciar las influencias de un clima tan va- 
rio, que mientras unos pueblos superan en salubridad á 
todos los del Archipiélago, son otros foco terrible dé gra- 
vísimas dolencias. 

Según ya hemos indicado, el interior de Mindanao es 
casi desconocido; en él tienen su habitación razas cuyo 
origen es tan oscuro como el de los pueblos que viven 
en las provincias de Luzon y Visayas; el terreno vol- 
cánico y montuoso es muy feraz, si bien la producción 
es poco considerable en una comarca que habitada por 
tribus que viven frugalmente, y por piratas que se man- 
tienen de los productos de sus correrías, se encuentra en 
su mayor parte completamente abandonada é inculta. 

La costa oriental, abierta á los grandes mares del E., 
es la más combatida por los vientos; desde su extremo N. 
hasta el cabo de San Agustín en el S. forma una pe- 
queña ondulación en cuya línea están los senos de Lian- 
gan y Bislig, y los de Caraga, Mayao, Puraga, y el puerto 



— 24 — 

de Baganga; pasado el cabo San Agustín se descubre la 
ensenada de Davao en la cual eleva sus tierras la pequeña 
isla de Samal. Paralela "á esta parte de la costa, que es 
bastante alta, corre una elevada cordillera poco conocida. 

La región meridional es muy accidentada y en ella 
se abre la batíía Sarangani y la Illana, cuya entrada que 
mira al S. termina en Punta Flecha, después de haber for- 
mado el puerto de Pollok á corta distancia de la desem- 
bocadura del gran rio de Mindanao. Siguiendo la costa 
encuéntranse los senos de Dumanquilas y Sibuguey, y des- 
pués se observa que las tierras se retiran al interior dando 
lugar al marcado estrechamiento de esta parte de la isla 
que forma una larga franja en cuyo estremo está situada 
la provincia de Zamboanga, separada del territorio de Ba- 
stían por el estrecho de este nombre. Al S. de estos do- 
minios se estienden los grupos de Joló, Tapul, y Tawi- 
Tawi. 

Dirigiéndose al N. E., las playas de Mindanao rodean 
el seno de Sibuco y el de Sindangan á la altura de Punta 
Gorda. Por el puerto de Dapitan y la Punta Tagolo llegan 
á las bahías de Iligan, Macajalar y Butuan, para ir á 
encontrar la parte del Este. 

La situación de estas costas, su gran desarrollo, y el 
considerable número de ensenadas y bahías, explican que 
ellas sean guarida de piratas y origen de las correrías en 
que los salvajes de Mindanao asolan las islas próximas. 

Como base de la primera serie en que hemos consi- 
derado dispuestas las tierras del Archipiélago, señalamos 
antes la isla de Mindoro, que se alza en el mar de este 
nombre, al S. de Luzon, y entre los 12° y los 13° 35' la- 
titud N. Sus tierras, inesploradas en el interior, se elevan 
en montañas gigantescas cubiertas de espeso bosque; las 



— 25^- 

playas bajas, espuestas á la acción de los vientos del S. O.; 
son húmedas, y el clima poco saludable. 

Dirigiéndonos al S. E. encontramos después derla isla 
de Tablas, la hermosa de Panay, compuesta por terrenos 
tan fértiles, que quizás en época no lejana conviertan esta 
comarca en la más rica de nuestros dominios. Se halla 
situada entre los 10° y .12° 50', y espuesta á la influencia 
de las dos monzones goza de gran salubridad, á pesar de 
que el clima es algo húmedo. En sus campos crecen es- 
timadísimas plantas, y el arroz, la caña de azúcar y el 
tabaco, son objeto de activa esplotacion y próspero co- 
mercio; los habitantes son muy industriosos, y las muje- 
res se dedican á la fabricación de tejidos inimitables y de 
extraordinario mérito. 

A corta distancia se ve la islita de Guimarás con ricos 
manantiales de aguas, y después la de Negros, fértil hasta 
la abundancia y una de las mejor cultivadas de Filipinas. 
El estrecho de Tañon separa su costa de la de Cebú, 
provincia de gran importancia por su buen puerto, por 
su producción, y por el papel que representa en la his- 
toria del Archipiélago. 

La isla de.Bohol, próxima á las playas septentriona- 
les de Mindanao, termina esta serie de tierras que corre 
. formando un ángulo con las que partiendo del S. O. de 
Mindoro elevan la isla de Bumayan, la de Calamián, y la 
Paragua, que mide 400 kilómetros de longitud, y en cuya 
interior, donde se elevan montañas de 3,000 pies de al- 
tura, habitan tribus no sometidas todavía. 

Terminando la estensa línea del Oeste se descubre la isla 

de Balabac, de clima poco salubre y escasa producción, 

separada por el estrecho de su nombre de la tierra de 

Banguey que pertenece ya á los dominios de Borneo. 

5 ' 



— 26 — 

Breve y sumaría la anterior descripción del archi- 
piélago filipino, es suficiente para que el lector alcance 
cuanto es el valor de esas provincias, cuya es la gloria 
de hacer flotar la bandera española sobre las vastas su- 
perficies oceánicas. 

La posición geográfica, el gran desarrollo de las cos- 
tas, la importancia de los puertos naturales, y la ines- 
timable valía de las tierras, reservan á Filipinas un lugar 
preferente entre los países marítimos. El día que esto su- 
ceda, nuestra nación habrá recobrado su antiguo poder 
colonial, y será envidiada por todas las potencias del con- 
tinente europeo y por las que en América aspiran al cetro 
de la moderna civilización ¿ 



ARTICULO SEGUNDO. 



§. I. Estructura y composición del suelo. — El atraso re- 
lativo de los estudios geológicos en Filipinas, hace muy di- 
fícil en la actualidad poseer un conocimiento exacto del- 



— 27 — 

origen de los terrenos y de su composición mineralógica.' 
Bien puede decirse que la ciencia de Werner nace ahora 
en el Archipiélago, pues los trabajos aislados de sabios in- 
genieros españoles y de algunos naturalistas extranjeros, 
no son, por desgracia, bastantes á los fines de la ciencia, 
que exije aquí vastos estudios que sólo siendo constantes y 
especialísirnos, podrán resolver los problemas que encierra 
un suelo casi del todo inesplorado. ( x ) 

Desde luego puede asegurarse que en esta se marca 
más que en otras regiones la influencia de los agentes 
naturales que desde épocas remotas han contribuido len- 
tamente á la actual configuración de los terrenos. Los orí- 
genes de algunos suelos, su desigual distribución, las pro- 
fundas dislocaciones de las tierras, y otras señales de 
trastornos sucesivos, prueban cuan potente ha sido la ac- 
ción de los temblores, de los agentes atmosféricos, de los 
volcanes, y del mar. 

El estudio de esos trastornos, siempre interesante, es 
muy curioso aquí, donde muchos de ellos se verifican en 



(1) Los primeros trabajos dignos de mención en esta materia son 
los del ingeniero Sainz de Baranda, publicados en los Anales de Minas 

en 1841 con el título Constitución geognóstica de las Islas Filipinas. Ante- 
riores á ellos sólo existen estudios muy incompletos, como los de Off- 
man y Meyen, y ligeras indicaciones consignadas en crónicas religio- 
sas. Después de Sainz, los viajeros alemanes Semper y Jagor empren- 
dieron una serie de curiosas investigaciones, notables las del primero 
por sus noticias acerca de la formación madrepórica del Archipiélago, 
y no menos interesantes las del otro que logró reunir una colección 
de rocas cuyo análisis hizo después el sabio profesor Roth, que pu- 
blicó el resultado de este trabajo en los Anales de la Academia de Ciencias 
de lkrün. Entre los- estudios hechos por naturalistas extranjeros deben 
también citarse los de Richthofen acerca de las calizas numulíticas de 
algunas islas, y nlros de J. Itier, Danbrée, Veitch, Perrey, Chevalier 
y los recientes de un ilustre geólogo francés. Posteriores á estos son 
los curiosos del P. Fr. Antonio Llanos, que publicó la Revista de los 
progresos de la ciendaj y los notabilísimos de los ingenieros españoles Jor- 
dana y .Centeno; que en repetidas exploraciones recogieron preciosos da- 
tos acerca de la geología de muchas islas y de los yacimientos hulltfe- 
ros de Luzon y Visayas. 



— 28 — 

los momentos actuales, pudiéndose asi observar los con- 
tinuos cambios á que da origen en algunas islas la acción 
simultánea de aquellas fuerzas. 

Siguiendo con algún cuidado la historia de esas trans- 
formaciones y relacionándola con otros fenómenos, puede 
apreciarse el fundamento con que la geología rechaza hoy 
la existencia de esos cataclismos sobrenaturales en los que 
muchos sabios veían, el origen de islas y continentes. 

Refiriéndose á nuestra colonia, la observación de fenó- 
menos recientes explica cómo las aguas del Pacífico des^- 
truyen sin cesar las costas orientales de Luzon y Minda- 
nao, separando de ellas grandes estensiones de terreno, y 
formando numerosos senos y bahías en las playas más 
bajas. 

Examinando la configuración de estas tierras se ad- 
vierte, ademas, que avanzan hacia el O. y se retiran del 
E M lo cual confirma el aserto del célebre naturalista que 
decía que las aguas del Océano ganaban terreno en las 
costas orientales y lo perdían en las occidentales/ Los es- 
tensos mares del E., frecuentemente agitados por la mon- 
zón que lleva la lluvia á la contra-costa, combaten esta 
parte en Luzon y en Samar, ocasionando desprendimien- 
tos y denudaciones como las reconocidas por Jagor en 
este último punto. Parece, pues, indudable la acción de 
las aguas del Pacífico y el movimiento de las tierras de E. 
á O., cosa que importa mucho, y que nosotros hemos te- 
nido muy en cuenta al estudiar los hechos relacionados con 
el origen del Archipiélago. 

Las erupciones volcánicas, que tan interesante papel 
juegan , en; 1^ \ formación de los países oceánicos, han sido 
causa en Filipinas de levantamientos considerables y de 
mutaciones que cambiaron el aspecto y composición de 



— 29 — 

las capas terrestres. La poderosa energía de esta fuerza 
nos explica bien la separación de algunos terrenos entre 
los que existe hoy una perfecta semejanza geológica. 

Los efectos de los temblores de tierra pueden, por 
desgracia, apreciarse bien, estudiando los últimos tras- 
tornos que con espantosa violencia cambiaron la forma 
de las costas y el curso de grandes rios en Mindanao y 
Luzon. 

A la influencia de los agentes atmosféricos debe re- 
ferirse la descomposición y transformación de muchas ro- 
cas; los terribles huracanes que en determinadas épocas 
asolan las principales islas, son causa de alteraciones en 
las más estensas cordilleras y eñ las llanuras, que por 
otra parte sufren la acción constante de las monzones. Las 
lluvias torrenciales en esas comarcas, originan acarreos 
que contribuyen á la formación de valles feracísimos y de 
estensas mesetas. 

. Conocida la importancia de unos agentes que continúan 
hoy la obra de muchos siglos, debe fijarse la atención en 
las condiciones especiales que ofrece el sistema orográfico 
del Archipiélago, considerando el aspecto general de las 
principales cordilleras, cuya estructura estudiaremos des- 
pués con más detalle. 

Generalmente las tierras filipinas se presentan apoyadas 
en grandes montañas que después de recorrer el interior 
de las islas en dirección longitudinal, van á perder sus 
últimas estribaciones en la proximidad de la costa ó en 
las aguas del mar. La dirección de esas cordilleras es pa- 
ralela, casi siempre, al eje mayor de las tierras, y sus ra- 
mificaciones comprenden valles más ó menos estensos, pero 
poco profundos, que reciben los productos de la denuda- 
ción de las cumbres. 



— 30 — 

En algunas islas varía el sistema orográfico, viéndose 
en Panay, por ejemplo, un alto núcleo central del que 
parten las grandes cadenas que recorren la comarca. 

Los montes del Archipiélago no presentan esas di- 
latadas mesetas tan numerosas en los continentes, y sólo 
vemos en ellos algunos valles centrales relativamente muy 
elevados, cuya extensión es causa de que las llanuras bajas 
queden bastante reducidas y las playas muy estrechas. 
En las cercanías del rio Grande de Mindanao existen, 
sin embargo, llanos de muchas leguas de superficie, y 
en Luzon, entre la bahía de Manila y el golfo de Lin- 
gayen hay una gran explanada, ocupada hoy por las pro- 
vincias de Pangasinan y Pampanga, que algunos creen 
de origen reciente, pretendiendo que ha sido formada por 
la fuerza volcánica y por los acarreos de grandes rios 
que desde los montes próximos llevan sus aguas á la ci- 
tada bahía. 

También en las islas más pequeñas hay terreno mon- 
tuoso cubierto de lozana vegetación. 

No es posible hoy señalar la antigüedad de los ter- 
renos que componen el Archipiélago; para esto serían 
necesarios datos y observaciones indispensables á la so- 
lución de ese importante problema. Algunos autores, fun- 
dándose con Jagor en la composición de las rocas de va- 
rias provincias, creen que la formación de las islas no va 
más allá del periodo eoceno de la época terciaria; y otros, 
entre ellos Semper, dan á las tierras oceánicas mayor 
edad. Después volveremos á tratar este interesante- punto 
de geogénia, exponiendo el resultado de observaciones 
propias. 

Al estudiar la disposición del suelo filipino, se aprecia 
la arbitraria colocación de sus principales elementos, tras- 



— 31 — 
tornados con frecuencia por las grandes fuerzas de la na- 
turaleza, y descompuestos hasta el punto de gue, como 
observa Roth, en muchas localidades es imposible cla- 
sificar las tierras. Sus montañas son de origen volcánico 
unas, y de formación sedimentaria otras, encontrándose 
también rocas cristalinas que representan los elementos á& 
la época primitiva. ( x ) 

La existencia de terrenos volcánicos y de sedimento 
se ha comprobado también en los montes de Panay y en 
las extensas cordilleras de Mindanao. La formación sedi- 
mentaria tiene gran parte en el subsuelo, dominando 
la arcilla en muchas comarcas, y encontrándose en otras 
extensos bancos de caliza cuya edad aún no está bien 
determinada. Depósitos de arenisca, arcilla, y caliza, re- 
presentan en todas las islas la formación terciaria, vién- 
dose además en algunas restos de numulites cuya pre- 
sencia basta á los autores para fijar la antigüedad de 
todo el Archipiélago. Debe observarse, sin embargo, que 
las capas terciarias descansan en varias regiones sobre 
otras de origen primitivo, como las de gneis y granito 
del Norte de Luzon. Cubriendo las calizas y arenas del 
periodo eoceno hay rocas volcánicas modernas, encontrán- 
dose en abundancia tobas y labas doleríticas que contri- 
buyen á la formación de extensas cordilleras. 

Existe en Filipinas otro elemento importantísimo al 
cual deben su actual conformación varias islas. Nos refe- 



(1) Acerca de estos hechos da curiosas noticias el Sr. Centeno, 
que describiendo las grandes montañas que rodean el valle regado 
por el rio Abra, asegura que las estribaciones orientales de esa cor- 
dillera son de origen ígneo y las occidentales sedimentarias, y hace 
notar que el rio mencionado abre su cauce en la confluencia de esas 
dos formaciones. 



— 32 — 

rimos á la formación madrepórica, que por sí sola ha 
sido origen de muchas tierras emergidas, y cuyo estudio 
es por todo extremo interesante. 

Todavía, antes de concluir, hemos de consagrar algún 
espacio á describir los yacimientos hullíferos de Luzon y 
Visayas. Ea ei ailo 1842 se descubrió la hulla en varios 
puntos de la costa oriental de Luzon; primero en la pro- 
vincia de Albáy, después en los montes de Carnarios Sur. 
Inmediatamente se emprendieron varias esplotaciónes, que 
pronto se abandonaron. Considerados esos depósitos como 
capas de lignito no se les concedió gran importancia hasta 
que realizó nuevos trabajos el ingeniero Sr, Centeno, que 
tantos servicios ha prestado á la geología filipina. Hoy es 
bien conocida la naturaleza de esos depósitos, formados 
por grandes capas de hulla, que miden considerable es- 
tension. La del distrito de Gátbó alcanza en la superficie 
un espesor de siete metros, y se encuentra entre lechos 
de arcilla gris azulada, que alternan á veces con bancos 
de pudinga y cantos cuarzosos. En estas capas no exis- 
ten fósiles, y sólo han podido observarse algunos vesti- 
gios que indican especies vegetales de la flora de aquel 
periodo. 

Las cuencas hullíferas de Cebú ocupan una gran zona 
y sitúan sobre capas de arcilla y arenisca que siguen 
la dirección de una faja de caliza blanca azulada y muy 
dura, que corre paralela á la costa oriental de la isla. 
Existen en esta, cuatro capas principales con exacta re- 
lación entre sí, aunque no es igual su composición, pues 
en unas abunda la pirita de hierro y otras carecen de 
este metal. 

El Sr. Centeno ha hecho importantes observaciones 
acerca de la dirección de las cuencas carboníferas del Ar- 



-33 — 

chipiélago, encontrando que si se siguen con una línea 
imaginaria las capas de Luzon hacia el S. E., después de 
atravesar el estrecho de San Bernardino se descubren los 
yacimientos hullíferos de la costa occidental de Samar. 
La misma circunstancia puede apreciarse en los depósitos 
de Gatbó y Caramoan, si bien el de la isla de Batán se 
desvía un poco al E. 

De ^tos hechos, debidamente comprobados, se de- 
duce la existencia de una gran cuenca que desde la pe- 
nínsula de Caramoan, en Luzon, se dirige al S. S. E. 
y termina en Samar, después de pasar por Jos senos de 
Albay y Lagonoy y el estrecho antes mencionado. 

Los yacimientos de Cebú tienen también alguna rela- 
ción con los descubiertos recientemente en Negros, pues 
su orientación hizo ya sospechar lo que luego quedó conr 
firmado al ver que los estratos que en una de estas islas 
se hunden en el mar, reaparecen en la tierra opuesta con 
iguales condiciones mineralógicas, la misma estructura, é 
idéntica composición. 

Aparte de la importancia de estos hechos, que en otro 
lugar apreciaremos, la existencia de la hulla nos lleva 
hasta la época de transición, cuando tratamos de estudiar 
la historia física de las Islas. 

§. II. Terrenos volcánicos. — La abundancia de ciertos 
materiales, y los numerosos cráteres que hoy se abren en 
las montañas del Archipiélago, fueron motivo bastante 
para que la mayoría de los autores creyera en el origen 
esencialmente igneo de unas tierras que, por el contra- 
rio, descansan en terrenos de sedimento ó en depósitos 
fosilíferos, como se demuestra en los últimos notables tra- 
bajos de Semper y Roth. 

La formación volcánica es, sin embargo, muy impor- 



— 34 — 

tanté en Filipinas y merece estudiarse con especial cui- 
dado. Ella puede señalarse como la principal causa de 
esa asombrosa fertilidad de muchas comarcas cuyo suelo 
cubierto por restos Ígneos descompuestos, es depósito de 
frutos codiciados por la industria y el comercio. 

Si alguna prueba necesitaran los razonables asertos de 
M. Truchot, que .sostiene que las tierras volcánicas son 
extraordinariamente fértiles, cumplidísima la encontraría- 
mos en la producción filipina, que á esta circunstancia 
debe en gran parte sus escelencias. 

Los terrenos de esta clase abundan mucho en el Ar- 
chipiélago, y no existen islas que en más ó menos grado 
dejen de acusar los efectos de tan poderosa fuerza. 

En Luzon hay grandes tobas de estructura y colora- 
ción muy varia, que se presentan aisladas en algunas re- 
giones, y forman en otras inmensos bloques que los in- 
dígenas cortan en sillares para la construcción. En las 
cercanías de Manila se ven depósitos de tobas grises y 
amarillentas cuya formación es moderna. 

Abundan las tobas silíceas en las provincias de Cama- 
rines, Tayabas, Bulacan y Albay, donde en gran cantidad 
se encuentran también conglomerados de piedra pómez, 
pequeños trozos de lava con cristales de feldespato y 
augita entre areniscas volcánicas, que presentan algunos 
fragmentos de traqúita en las inmediaciones del volcan 
de Taal. 

Las arenas son parte constitutiva del suelo en el Norte 
de Luzon, sobre todo en los distritos de Lepanto y en el 
de Benguet. 

En las estribaciones de los montes Caraballos hay res- 
tos minerales que no permiten dudar acerca del origen 
volcánico de algunas de esas cordilleras. Ya hemos ci- 



— 35- 

tado antes las investigaciones del Sr. Centeno, quien encon- 
tró en las montañas que limitan el valle del Abra, rocas 
traquíticas, y diorítas con cristales de horblenda y hierro 
magnético. Además, en las costas occidentales vemos los 
montes de Mariveles, que desde las más altas cumbres 
hasta las estribaciones que se hunden en la bahía de Ma- 
nila son de formación volcánica. De igual naturaleza es 
el Arayat, montaña de forma cónica, limitada por gran- 
des escarpas, que se eleva en las llanuras de la Pampanga. 

Recorriendo la cordillera que separa las provincias 
de Zambales y Pangasinan, se ve una columna de 200 
pies de altura, llamada por los naturales Pinatubo, y que 
algunos han creído una gran masa de basalto. 

En la parte Norte del volcan de Albay existen rocas 
de testura muy fina y color gris, y doleritas porosas descom- 
puestas por la acción de las fumarolas. Además, en uno 
de sus viajes encontró Jagor restos de rocas porfídicas 
representadas en trozos de feldespato mezclados con cris- 
tales de augita. Nosotros hemos visto algunos hermosos 
ejemplares de esta última especie mineral, que debe ser 
muy abundante en la zona que rodea el Mayon. 

Las últimas ramificaciones occidentales de los montes 
Caraballos ofrecen grandes conglomerados de arcilla, y 
tobas doleríticas y silíceas cubiertas por una capa de tierra 
vegetal con un espesor de más de un metro. Esas tobas 
forman largos bancos en las márgenes de algunos rios, y en 
los de Albay se depositan enormes cantidades de areniscas. 

Como se ve, los elementos de origen volcánico son en 
Luzon muy importantes, debiendo advertir que á ellos se 
mezclan en algunas comarcas, otros primitivos ó porfídicos, 
que aparecen al lado de sedimentaciones calizas y arci- 
llosas. 



— 36 — 

En Sainar hay tobas volcánicas, de estructura igaal 
á las de Alba y, que presentan en su masa cristales de 
augita y fragmentos de hierro magnético. 

Los escasos datos recogidos en Leyte sólo nos per- 
miten indicar la existencia de arenas con algunas espe- 
cies feldespáticas. 

Menos característicos son los ejemplares de la isla 
de Panay, en la cual no hemos encontrado muchas se- 
ñales de la fuerza volcánica, pues sólo en los montes que 
rodean la provincia de Uoilo se perciben á veces emana- 
ciones de un gas inflamable, y en las cercanías de Du- 
mangas se ven tobas y conglomerados en los que hemos 
podido reconocer algunos cristales de feldespato. 

En las inmediaciones del volcan Malaspina, en Negros, 
hay conglomerados y areniscas volcánicas en mucha can- 
tidad. 

Ya hemos dicho antes que el interior de Mindanao 
es casi desconocido; por éso no estrañará que de los ter- 
renos de aquella dilatada zona se pueda saber poco, y 
menos de su origen y naturaleza. Al tratar de la oro- 
grafía de esa isla hemos de describir, sin embargo, dos 
montañas que los naturales nombran Apo y Macaturing, 
cuyo origen volcánico es indudable. En ellas encontró 
el ingeniero español Sr. Vidal, fragmentos brechiformes 
de cuarzo, unidos entre si por un conglomerado de arcilla 
y hierro. También al Norte de Pollok, y formando la mar- 
gen derecha del rio Parang-Parang, existen rocas porfídicas 
con pequeños cristales de feldespato blanco. En un viaje 
que hicimos en el año 1876 desde Pollok á Cottabato, en 
compañía del alférez de navio Sr. Villamil, pudimos re* 
conocer una larga toba volcánica en cuyo interior encon- 
tramos fragmentos de augita. Otras especies de la mis©a 



-37 — 

naturaleza hemos visto ea la costa que limita la bahía Ma- 
na; y en algunos puntos del interior, á donde llegaron 
atrevidos viajeros, existen lavas y conglomerados de piedra 
pómez cubiertos en gran parte por aluviones modernos. 

A juzgar por las señales de esos terrenos, la formación 
de Mindanao es más antigua que la de otras islas del Ar- 
chipiélago, ya que dominan en ella las rocas plutónicas, 
primitivas unas y porfídicas muchas. 

§• III. Formación sedimentaria.— Su estudio es de inte- 
rés en Filipinas, poFque además de que en gran parte 
constituye el suelo de numerosas islas, en sus tierras se 
encuentran quizás datos preciosos para el .geólogo. 

Si analizamos esas estensas capas de arcilla, cal y arena, 
podremos ver en ellas señales de otras edades, y restos cuya 
significación es muy grande. En los terrenos arcillosos en- 
contramos fragmentos de cuarzo y feldespato que acusan 
la existencia de la roca primitiva descompuesta por la ac- 
ción del tiempo y de los agentes naturales, cuyos ele- 
mentos se reúnen en muchas islas para formar estensos 
depósitos silíceos. 

Entre las calizas hay unas producto de la sedimentación 
directa de las aguas, que se presentan en lechos cubiertos á 
veces por otros de arcilla; con frecuencia se ven también 
bancos calizos producidos por la acumulación de restos or- 
gánicos y fósiles que forman enormes masas cuya longitud 
alcanza algunas leguas. 

Las areniscas, los cantos rodados y guijarros, forman 
con los terrenos de aluvión las costas bajas y algunas lla- 
nuras en que abundan elementos silíceos muy variados. 

En los montes de Luzon existen muchos depósitos se- 
dimentarios, que ya sabemos forman parte de la cordillera 
del Abra. 



— 38— • 

Una estensa zona de la isla de Samar y {os valles de 
Panay son de sedimento, predominando en estos últimos 
la arcilla y los conglomerados silíceos. 

Los fragmentos de rocas porfídicas que hay en Minda- 
nao, están rodeados por terrenos de arena y arcilla que en 
algunas comarcas llegan á las márgenes de los grandes rios. 

El Sr. Vidal asegura que los montes de Tamontaca están 
constituidos por capas alternas de arenisca y caliza, dis- 
posición que nosotros hemos observado también en la co- 
lina de Cottabato. En la provincia de Zamboanga las are- 
niscas y arcillas mezcladas con tierras de aluvión, forman 
las últimas estribaciones de algunas montañas. 

Estos terrenos son muy numerosos en otras islas, y 
deben guardar estrecha conexión con los de las costas de 
Célebes y otros archipiélagos del S. E. 



ARTICULO TERCERO. 

§. I. Aluviones modernos. — La abundancia de estos se 
explica bien en un país montuoso donde las lluvias torren-, 
cíales son frecuentes. Las islas que sufren más directa- 
mente la acción de esas lluvias y la de las grandes ma- 
reas, se hallan cubiertas de terrenos de aluvión cuyo orí- 
gen es terrestre mas que marítimo. En la parte de costa 
sobre la cual está situada la población de Iloilo (Panay), 
es tanta la abundancia de materiales depositados diaria- 
mente por el mar, que cada vez se aproximan más las 
márgenes del rio de Jaro que desemboca en aquel, notán- 
dose que se levanta mucho el fondo de la barra. 



— 3$- 

Los terribles liuracanes que azotan las provincias fili- 
pinas originan casi siempre espantosas inundaciones que 
destruyen comarcas enteras, y devastando cuanto se opone 
á la impetuosa corriente de las aguas r transportan las 
tierras á distancias enormes y cambian por completo las 
condiciones del terreno^ 

A esto debe atribuirse la presencia de grandes capas 
de arcilla que se estienden en las faldas de algunos mon- 
tes y en las orillas de los rios, donde se mezclan con 
cantos rodados, y con acarreos de rocas volcánicas» 

Ed las costas son considerables los restos de conchas, 
y entre las arenas se hallan á veces pequeños fragmentos 
de rocas primitivas. 

Aunque es frecuente encontrar aluviones cubiertos por 
capas de arcilla ó caliza, lo general es que estos terrenos 
se estiendan en la superficie, contribuyendo con los vol- 
cánicos á la extraordinaria fertilidad del suelo filipino. 

§. II. Formación madrepórica. — El estudio geognóstico 
de las islas que se levantan sobre las aguas del Océano, 
ha servido para dar á conocer el importantísimo lugar 
que en la composición de las tierras, tienen esos pe- 
queños zoófitos que viven y se multiplican en el seno de 
los mares. La naturaleza de sus admirables construccio- 
nes, que- parecen erigidas por una generación de gigan- 
tes, fué desconocida de los antiguos, que las consideraron 
primero de procedencia mineral y luego como plantas 
marítimas.. Las investigaciones del ilustre Peyssonel, de- 
terminando el verdadero origen de los corales, fueron el 
punto de partida de una serie de importantes estudios 
sobre la influencia y modo de ser de los pólipos y sus 
habitaciones. 

Sabido es que en el período jurásico de la época se- 



— 40 — 

cundaria, aparecen por vez primera esas grandes masas 
debidas á una especie muy notable, los Eumonia radiata, 
distinta de las que hoy viven en nuestros mares. Los ban¿ 
eos de zoófitos formaban entonces, como ahora, grandes 
islotes y arrecifes de mucha estension originados por la 
continua aglomeración de pequeños organismos que vi- 
vían bajo las aguas á muy corta distancia de la superficie. 

Los pólipos que en la actualidad habitan en el Océano* 
y particularmente las astreas, las poritas, las cario fileas y 
las meandrinas, son origen de muchas islas y arrecifes sufcn- 
marinos cuya formación no era antes bien conocida. 

Después de Peyssonef, los sabios que se dedicaron al 
estudio de los corales, entre ellos Forster, Adelbert, Cha^- 
miso y Humboldt, dieron á conocer la importancia de la 
formación madrepórica. Es cierto que esta importancia se 
exajeró por algunos, suponiendo que las rocas calcáreas 
que se hallan en el interior de las Antillas y en el cen- 
tro de otras grandes islas, reconocían ese origen. Esta hi- 
pótesis, refutada por Humboldt, demuestra hasta que punto 
se ha considerado capaz de llegar la poderosa acción de 
los pólipos. 

Los trabajos del célebre naturalista Darwin (*) pueden 
considerarse en este punto, como una de las más bri- 
llantes conquistas de la ciencia moderna. Conocida la es- 
tructura y formación de los bancos madrepóricos, Darwin 
determinó de un modo exacto la relación que estos tie- 
nen con las elevaciones y depresiones de los continentes y 
del fondo de los mares. 

Las teorías darwinistas, aceptadas hoy en esta parte 
por casi todos los geólogos, han sido combatidas por el 



(1) « On the structure and distribu tion of coral reefs.» 



— 41- 

profesor alemán C. Seinper, al cual se deben notables 
trabajos sobre la formación madrepórica de muchas islas 
del Pacífica y en ■ particular de Filipinas, donde ba resi- 
dido largo tiempo estudiando con rara perseverancia los 
arrecifes de Luzon y Mindanao y los que costean las 
islas Visayas. (*) De sus investigaciones científicas ha 
deducido el profesor de Wurzburgo curiosas teorías opues- 
tas á las del sabio inglés y que nosotros debemos estudiar 
cuidadosamente, pues entendemos que son infundadas en 
la parte que al Archipiélago se refiere* 

Las grandes masas madrepóricas, que ya apoyándose 
sobre las costas, ya aisladas en medio de los mares y 
en forma de círculos más ó menos completos, se ofre- 
cen á la observación de los navegantes, han sido estu- 
diadas por Darwin, que explica su formación por la in- 
fluencia de los pólipos ejercida en todas direcciones pero 
á poca distancia de la superficie de las aguas; los arrecifes 
de costa debidos á un levantamiento del fondo, dan origen, 
según esta teoría, á las grandes capas calizas de algunas 
islas, arrojando sobre las playas los restos del coral que 
llegado á la superficie muere y se destruye bajo la acción 
de los agentes atmosféricos. De aquí que, según aquel pro- 
fesor, pueda por esos restos señalarse el movimiento de 
las costas y de las tierras submarinas. Otras veces, arre- 
cifes que se levantan á grandes distancias de las costas 
tienen una forma anular y se hallan rodeados de mares 
profundos, circunstancia, esta última, que ha llamado siem- 
pre la atención de los sabios. En otro tiempo la forma- 
ción de estos atóles, se atribuyó á la acción volcánica, 



(i) Los estudios de C. Semper publicados en Alemania, han sido 
traducidos por el ingeniero D. S. Vidal. 

7 



— 42 — 
suponiendo que sobre los bordes de antiguos cráteres 
submarinos elevaron los pólipos sus moradas; esta hipo- 
tesis no soportó la crítica de algunos naturalistas que 
resistieron admitir la emersión simultánea de innumerables 
cráteres, cuyas señales no existen tampoco en la super- 
ficie de los atóles. Según Darwin, que funda su teoría en 
el conocimiento de las costumbres de los pólipos y en 
los hechos observados en algunas islas, estos arrecifes son 
debidos al hundimiento de las tierras; Los pólipos que 
comienzan sus habitaciones á corta distancia de la su- 
perficie del mar, van superponiendo sus productos y di- 
rigiéndose á aquella según el fondo se deprime, y de este 
modo se forman esas masas escuetas de una longitud asom- 
brosa. El crecimiento de los atóles se relaciona así con 
el hundimiento de las montañas, y este hecho lo ha confir- 
mado Darwin con el testimonio de los indígenas que ha- 
bitan el atol de Ebon, que refieren haber visto sumer- 
girse un monte que ocupaba la laguna central. 

Los arrecifes, combatidos en la superficie por los vientos 
y las olas, son en parte destruidos, formándose canales que 
Jos dividen en fragmentos más ó menos grandes, ó en 
diversos grupos de islas; el interior se cubre con los 
despojos del coral, que componen así estensos islotes en 
los que pronto, crece una poderosa vegetación. 

Fundado en los estudios hechos en los arrecifes del 
Pacífico, combate Semper estas teorías y atribuye la con- 
figuración de aquellos á la acción de las aguas y á la 
estructura de las costas. Los pólipos, dice, elevándose en 
medio de los mares se encuentran á veces combatidos por 
impetuosas corrientes que impiden un desarrollo uniforme, 
determinando el crecimiento vertical que da lugar á los 
atóles. Cuando los poliperos se hallan en sitios resguar- 



— 43 — 
dados, ó en tranquilas ensenadas, el desarrollo es uni- 
forme y se verifica en todas direcciones,, á semejanza del 
de las ramas de un árbol. El naturalista alemán no ad- 
mite, pues, esos- hundimientos del terreno, que según 
Darwin son origen de la forma de los alóles, y no cree 
posible tan considerable movimiento en el fondo del 
Océano. 

Nosotros, sin pretender tomar parte en esa discusión, 
y fundándonos en los estudios hechos acerca de la forma- 
ción madrepórica de Filipinas, nos adherimos desde luego 
á la opinión de Darwin» 

La relación que existe entre los bancos de madrépo- 
ras y los movimientos de las tierras, es de tal importan- 
cia, que nos obliga á esponer con alguna detención estas 
teorías en las cuales se hallan los fundamentos- de hechos 
que después hemos de analizar. 

Si se examina la estructura de esos pequeños orga- 
nismos cuyas secreciones son la base de muchas islas, 
llama desde luego la atención la imposibilidad de su desar- 
rollo á grandes profundidades. 

Los trabajos más recientes demuestran que son muy 
pocas las especies marítimas que viven más allá de una 
profundidad de 50 metros; y si bien es cierto, como es- 
cribe Semper, que Pourtaiés y Ewards han descubierto 
algunos seres que habitan á mayores distancias de la su- 
perficie de las aguas, debe tenerse en cuenta la organi- 
zación especial de estos animales, en armonía siempre con 
las presiones que soportan. No sucede esto con los poli- 
pos, pues las curiosas investigaciones de Quoy y Guimard, 
prueban que no es posible su desarrollo en profundidades 
mayores de 20 metros. Lo mismo pasaba con los zoófitos 
del período jurásico, que crecían en idénticas condiciones 



— 44- 

formando estensas arrecifes. Es, pues, indudable que las 
corales no crecen en los grandes fondos, siendo poF esto 
necesario aceptar con Darwin que á medida que las tier- 
ras descienden, la vida abandona la base de los polipe- 
ros, dirigiéndose á la superficie» Para esto es indispensa- 
ble admitir previamente el descenso del terreno, que Sem- 
per cree imposible, sin tener en cuenta que á mas de 
tratarse de un hecho comprobado» sus argumentos se vuel- 
ven contra la teoría por él defendida, en la cual se ad- 
miten esos movimientos en un sentido contrario. Si ra- 
zones tiene el geólogo alemán para creer en un levan- 
tamiento simultáneo del fondo de los mares, muchas más 
hay para explicar los hundimientos de éste; bastando esta 
consideración á refutar los escrúpulos del sabio profesor. 
Cita éste en apoyo de su teoría el ejemplo de la isla 
Ngaur, que en un pequeño espacio presenta arrecifes de 
costa y átales; es decir, arrecifes que serían debidos» según 
la teoría darwinista, al levantamiento y al hundimiento 
del fondo. Pero nosotros nos explicamos perfectamente este 
hecho, por las múltiples sacudidas de las tierras oceáni- 
cas, que asi en esa isla como en las .Filipinas ofrecen se- 
ñales evidentes de grandes trastornos. 

Por otra parte, ¿si la forma de los atóles se relaciona 
con un levantamiento, cómo este no traspasa los límites 
donde se desarrollan los pólipos? ¿Cómo no se ha obser- 
vado la emersión de tierras nuevas en los sitios ocupados 
por esos atóles? Lejos de esto, los hechos prueban que is- 
lotes colocados en el interior de aquellos arrecifes- han 
desaparecido bajo el fondo de las aguas. Semper, saliendo 
al encuentro de sus adversarios, tiene cuidado de sobre- 
poner la acción constante pero lenta de las corrientes y 
de la atmósfera, á la enérgica acción volcánica, sin ob- 



- 43 — 
servar que no es posible admitir este hecho mas que en 
casos muy determinados. 

Después de esto, nosotros creemos como el doctor ale- 
mán, que debe concederse gran importancia á todas las 
causas físicas que ejercen influencia más ó menos directa 
sobre los poliperos, pero sin que por ello dejemos de acep- 
tar la teoría de los hundimientos submarinos. 

Refiriéndonos ahora á los arrecifes del Archipiélago, 
debemos ante todo consignar que en ellos no se ven res- 
tos de antiguos zoófitos; en las capas de caliza madrepó- 
rica que forman el subsuelo de algunas islas no se han 
encontrado tampoco vestigios de aquellos seres, lo cual 
hace suponer que esta formación no influyó sobre las tier- 
ras primitivas de Filipinas. 

Los bancos actuales que se estienden á lo largo de las 
costas, tienen en algunas islas gran desarrollo, si bien en 
este punto se han exagerado los hechos por Dana y otros 
autores que afirman la existencia de arrecifes elevados á 
una gran altura. 

Las madréporas, levantándose sobre las playas, han 
contribuido á la estension de muchas islas, entre ellas la 
de Cebú. Todo el grupo de las Visayas se halla rodeado 
por fajas de arrecifes que forman con las costas canales de 
diversa anchura. Los bancos que bordean la isla Panglao, 
al Sudoeste de Bohol, son debidos según Semper á las cor- 
rientes que vienen del estrecho de Surigao y de la costa 
oriental de Cebú. Al Norte de Bohol se estiende el bajo 
de Danajon, rodeado por pequeños islotes y escollos de 
coral, y en las inmediaciones de las islas Cuyos se alzan 
también poliperos que vienen á apoyarse sobre las tierras, 
á corta distancia de la superficie. 

Entre la costa occidental de Mindoro y el grupo de 



— 46- 
Calamianes, se ve la isla y bajo de Apo, que Semper cree 
un atol, y mide próximamente 30 kilómetros en -su mayor 
longitud- 
Dirigiéndonos á las tierras del Sur, encontramos los ar- 
recifes de Mindanao, notables en algunos puntos, sobre 
todo en los canales de la costa meridional donde los is- 
lotes, que en esta parte parecen desprendidos de la masa 
principal de la isla, se hallan relacionados eon fajas ma- 
drepóricas de grandes dimensiones. 

Los arrecifes de Luzon ejercen también influencia sobre 
algunas costas que se encuentran hoy en notable creci- 
miento. Estos depósitos, que aumentan incesantemente, se 
hallan en el interior de la isla formando estensas <;apas 
de caliza que contribuyen á la estructura actual de los 
terrenos elevados del fondo de los mares por esos seres 
cuyas obras son admiradas por los hombres. 

g. III. Fósiles del Archipiélago. — En Filipinas, donde se 
han hecho pocos trabajos geológicos, y donde escasean 
también las labores de minas importantes, no han po- 
dido adquirirse datos positivos sobre este punto, siendo 
por esto muy aventurado negar la existencia de fósiles 
en terrenos desconocidos aún en la superficie. No creemos, 
pues, con algunos autores, que los conocimientos actuales 
permitan suponer la carencia de seres anteriores á nuestra 
época; para esto es indispensable que trabajos detenidos 
demuestren el hecho de un modo que no deje lugar á 
dudas. En las obras de Semper se habla de fósiles encon- 
trados en el Norte de Luzon y en Cebú, pertenecientes á 
terrenos antiguos cuya estructura no está aún bien es- 
tudiada. 

En Luzon y en Samar se han recogido gran número 
de fósiles semejantes á las especies actuales, y en 1861 



— 57 — 
el R. P. Fr. Antonio Llanos clasificó algunos hallados 
en las llanuras de Tailac, entre los cuales abundaban 
Berenices, Trochus, Meandrinas y Asireas. 

En el pueblo de Camiling existen bancos fosilíferos 
que contienen Pholas encerradas en tobas volcánicas cu- 
biertas de caliza en la cual se ven Serpulas fósiles que 
según el Sr. Centeno pertenecen á la especie Hexágona. 

Callery ha clasificado algunos restos del distrito de 
Sual, pertenecientes á las especies Portunus leucodon, y Nop- 
tacus Latreillei. 

En la provincia de la Laguna ha encontrado el Dr. 
Martens, especies del Tapes Virgineus y del Cerithium mo- 
niliferum, y éste profesor ha clasificado además los fósiles 
de la isla de Samar que se hallan en bancos calizos y 
pertenecen á los géneros Plicatula depressá, y varias es- 
cies de Yoldia, Pleurotoma, Creseis y Denialiam, con otras 
de Venus hiantina, Venus Squamosa, Córbula crassa, y Ná- 
tica unifasciata. 

En las inmediaciones de la cueva de Sogoton, se ven 
fósiles de los géneros Ostrea y Cornucopia. El Sr. Vidal 
ha examinado en Mindanao algunos fósiles modernos en- 
contrados en la colina de Cottabato, de los géneros Astrea, 
Peden, Cardium, y Oliva. 

A esto se reduce lo que se conoce hoy sobre los fó- 
siles del Archipiélago, que como se observará, son todos 
de especies que viven actualmente en los mares de la 
Oceanía. 



— 48- 



ARTICULO CUARTO. 

g. I. Cordilleras. — Las montañas, que según la frase de 
Buacher forman el armazón huesoso de la tierra, modifi- 
can de tal modo las condiciones climatológicas, que mu- 
chas veces ellas por sí determinan el grado de salubridad 
de los pueblos. Su posición y altura ofreeen obstáculos 
poderosos á la aceion de las corrientes atmosféricas ó 
les imprimen una dirección y velocidad anormal; sus fal- 
das cubiertas de gran vegetación, acumulan las nubes que 
deshaciéndose en lluvia dan origen á corrientes poderosas 
y á multitud de riachuelos, en los que encuentran los 
llanos gérmenes preciosos de fertilidad; de sus altas cum- 
bres arrastran las aguas diversos materiales que cambian 
ó modifican la conformación de los terrenos, y todas 
estas circunstancias hacen de la orografía un ramo de la 
ciencia cuya utilidad es aún mayor, tratando de un país 
que encierra en sus montes los más preciados tesoros. 

Las especies arbóreas del Archipiélago son tan varia- 
das y numerosas, que su estudio basta á consumir la 
actividad de muchos hombres. 

Penetrando en el interior de esos inmensos bosques tro- 
picales, el hombre admira la Naturaleza, representada enér- 
gicamente por árboles gigantes cuyas verdes copas se 
mueven al impulso de la vida de los espacios; en las 
fragosidades de los montes se ven confundidas todas las 
sublimes armonías del arte divino del Creador, y la ima- 
ginación más poderosa reconócese deficiente ante esos mag- 
níficos cuadros que la mano del hombre no podrá nunca 
imitar. 



— 49 — 

Los montes de Filipinas, cubiertos de inmensas rique- 
zas forestales, son el asombro del naturalista, que encuen- 
tra en sus vertientes especies desconocidas que hasta hoy 
nadie ha clasificado. ( £ ) 

En ía isla de Luzon se elevan las cordilleras que for- 
man la base de toda el sistema filipino r y marean el or- 
den de los diversos terrenos. En el distrito del Príncipe, á 
los 15* 33' latitud N*, y próximo al sitio donde la costa 
forma la ensenada de Dingalan, se levanta el nudo cen- 
tral del cual parten tres órdenes de montañas que cruzan 
la isla y comprenden en sus ramificaciones extensos va- 
lles regados por rios caudalosos. 

Una de estas cordilleras sigue casi exactamente,, con 
el nombre de Sierra Madre, la dirección de la costa orien- 
tal; atraviesa en toda su longitud el distrito del Príncipe, 
y las provincias de Nueva- Vizcaya, Isabela, y Cagayan; y 
termina por el Norte en el cabo Engaño. La* montaña, que 
en la primera mitad de su trayecto deriva al N. N. E. , se 
inclina como Ja costa masab N. cuando llega á la altura de 
la ensenada de Parauan, y va á perderse en la costa de 



(1) Varios ingenieros españoles han tratado este asunto, y los Sresv 
Vidal y JTordana han expuesto elocuentes datos que prueban la urgen- 
cia áe fomentar los estudios- litografieos. 

La clasificación que sigue, tomada de una excelente* Memoria de 
D, Sebastian Vidal,, dará ái los= lectores Mea de la riqueza forestal de 
Filipinas. 

Maderas empleadas- ens la construcción dé' muebles d'e lujo* — Ébano-. — Cama- 
gnn. — Bolongila. — Tíndalo. — Narra. — Malatapay. — Alintatao*. — Ca- 
muning. 

Para lar construcción: de' muebles orditvarios^ — Láñete*. — Narra blanca.-* 
Lanutan. — Malarujat. — Antipolo. 

Paira construcciones ñámeles. — YacáF. — B'éti SI. — Düngon . — Ipil . — M"o- 

lave. — Bañaba. — Guijo.— Batitinan. — ütlangachupuy..— Amunguis, — Pa- 
Iomaria. 

Para la construcción de canoa*. — Tangite. — Lauaan. — Malaanonang.— 
Balao. — Mayapis. 

Para edificios — Molave.— Ipil. — Supa.— Balao*.— Dungon.— Bañaba. — 
Yacál. — Amunguis — Batículin.— Malatumbaga. 

Para cajonería — Caíanlas. — Tangili,— Mayapis. 

s 



— 50 — 
Gagayan, cerca de la islita de Palaui. La elevación de 
esta sierra alcanza su máximum en el monte Moisés, que se 
alza 1,283 metros sobre el nivel del Océano, y domina la 
cumbre del núcleo central, qne el P. Buzeta cree la más 
alta, siendo así que sólo mide 1,000 metros en uno de 
sus picos. Su extensión longitudinal es próximamente de 
300 kilómetros, en cuyo desarrollo da numerosas estriba- 
ciones que corren á internarse en la provincia de Caga- 
yan, formando, entre otros, los montes Cresta y. Ce- 
táceo. El terreno es muy accidentado y cubierto por fron- 
dosa vegetación, encontrándose en bosques espesísimos 
abundantes y deliciosos frutos, que con la caza, consti- 
tuyen el alimento de las razas que habitan aquellas fra- 
gosidades. Las aguas que bajan de las cumbres se reúnen 
en riachuelos numerosos, de los cuales unos recorren las 
vertientes orientales y desembocan en los mares del Este, 
y otros descienden por el lado opuesto para reunirse con 
los que, proceden de los montes CarabalJos occidentales 
y dar origen á los importantes rios que cruzan la pro- 
vincia de Cagayan. 

El monte Caraballo de Baler sirve de punto de partida 
á otro orden de montañas que en dirección N. O. atra- 
viesa la isla en su porción septentrional y llega ai Norte 
para terminar en las inmediaciones de Punta Cabicun- 
gan. Esta gran cordillera forma con la anterior un ángulo 
en el cual se hallan comprendidas las provincias de Ca- 
gayan, Isabela y Nueva-Vizcaya, limitadas por las estri- 
baciones de las dos opuestas series. 

El Caraballo de Baler, que se eleva 1,200 metros, se- 
para la provincia de Nueva-Écija del distrito del Príncipe, 
y después, por la parte septentrional, llega la cordillera 
al Caraballo Sur, donde puede llamarse central, y forma 



— 51 — 
los montes Lucsen y Datta, de ios que salen pendientes 
muy accidentadas que enlazan con las de otra sierra próxi- 
ma. Después de un largo trayecto se encuentra el Pacsan 
que alcanza una altura de 2,234 metros y en cuyas in- 
mediaciones nacen las cadenas que se dirigen al S. O. y 
por las provincias de llocos llegan á Punta Dile. Desde el 
Pacsan se dilata la cordillera hacia el Norte, da origen á 
diversas montañas y termina hundiendo sus tierras en la 
costa septentrional. 

Los inmensos bosques de estas dilatadas fragosidades 
encierran variados productos, abundante caza y granos in- 
mejorables que crecen cultivados por los naturales de esta 
parte de Luzon, en que la agricultura alcanza un regular 
desarrollo; numerosos afluentes recorren las faldas orien- 
tales y occidentales, y llevan sus aguas á las provincias 
limítrofes, que encuentran en ese elemento el germen más 
activo de su prosperidad; por último, en esas escabrosas 
laderas tienen su morada diversas tribus que por su orí- 
gen y costumbres son dignas de estudio. 

Vamos á terminar el ligero bosquejo que antecede 
describiendo la serie de montañas que dirigiéndose al Sur 
recorren importantes provincias y concluyen en la punta 
más* meridional de la isla. Desde el Caraballo central se 
extiende la cordillera por Bulacan, envía ramificaciones 
al Oeste y forma los montes de Angat, que miden una 
ialtura de 934 metros y encierran en su seno abundantes 
criaderos de ricos metales. Estos montes son muy nombra- 
dos en el Archipiélago, pues además de las minas poseen 
dilatados bosques' de excelentes maderas. 

De Bulacan y la Infanta sigue la sierra á la Laguna, 
envía ramificaciones al Sur, y en el límite de* la provincia 
de layabas eleva el monte Banahao, cuya cima se hafla á 



— 52 — 
2,233 metros sobre el nivel del mar ( 1 )-, y en él que se 
supone la existencia de un antiguo volcan cuyos vestigios 
oculta una vegetación casi impenetrable. Desde el Banahao 
se ve á la cordillera dividirse en series que atraviesan di- 
versas comarcas, y que sin guardar entre sí una exacta 
relación siguen aproximadamente la dirección longitudinal 
de las tierras. Asi observamos que en lá provincia de Ta- 
cabas, unida por un estrecho istmo á la masa principal 
de la isla, las montañas forman un eje longitudinal del 
cual dependen cadenas laterales que terminan en Punta 
Bondog. En los límites de Camarines la sierra da origen á 
grandes terrenos que corren de Nordeste á Sudoeste y ele- 
van en la porción septentrional el monte Laboo, del que 
nace el rio de este nombre y la Sierra Colasi. Entre otros 
menos notables, se encuentra en las inmediaciones de la 
bahía de San Miguel el Isarog, de escarpadas # laderas y 
fragosidades impracticables, aún para los más atrevidos 
viajeros. En la provincia de Albay, cruzada por extensas 
colinas, se elevan las montañas donde abren sus cráteres 
los volcanes Bulusan y Mayón. Ríos importantes llevan 
sus aguas desde esos montes al puerto de Sorsogón y al seno 
de Albay; frutos de gran valía aprovecha en sus bosques 
el natural; y entre la maleza que cubre los senderos, cons- 
truyen míseras viviendas razas de origen/dudoso cuyas 
costumbres nos ha dado á conocer el profesor Semper. 

Además de los tres órdenes que dejamos estudiados 
existe otro muy importante que recorre la parte occiden- 



(1) La altura de este monte ha sido apreciada en distintas ascen- 
siones, siendo una de las primeras, según Arenas, la del ^español Pi- 
fieiro que fija aquella en 2,233 varas y 31 pulgadas. El americano Erd 
halló una elevación de 6,500 pies ingleses. La. .cifra consignada en el 
texto, es debida á los trabajos hechos por los Sres. Roldan y Moa- 
tero, de la Comisión hidrográfica. 



— 53 — 

tal de Luzon y parece confundirse con las estribaciones 
del Caraballo Norte. De la parte septentrional de la ba- 
hía de Manila va esta cordillera á perderse en las aguas 
del seno de Lingayén; ofrece en sus extensos dominios ele- 
vadas montañas que contribuyen poderosamente á la fer- 
tilidad y condiciones climatológicas de varias provincias; 
forma primero la Sierra de Mariveles cuyas estribaciones 
mueren en la costa; se continúa por el Norte hasta el 
monte Redondo y el Pico de Santa Rosa; penetra en la pro- 
vincia de Zambales, donde toma este nombre, y se di- 
vide en grandes ramas que dan origen al monte Cuadrado 
y al Pinatubo. Más al Norte llega al Iba, cerca del pueblo 
llamado así, y manda una estribación que forma el Ma- 
singloc y el Lanat, y después de servir de límite á las pro- 
vincias de Pangasinan y Zambales, va á perderse en el 
golfo de Lingayén, en las cercanías del pueblo y puerto 
deSual. (*) 

Por tan sumaria descripción podrá apreciarse la in- 
fluencia poderosa que las montañas ejercen en esta isla 
cuyo clima modifican en alto grado esas inmensas bar- 
reras que encierran en sus entrañas dilatados senos donde 
tienen su origen los más espantables fenómenos. 

Siguiendo el estudio orográfico del Archipiélago, se 
observa desde luego una exacta relación entre sus cordi- 
lleras y los sistemas ya mencionados; así vemos que mu- 
chas parecen una continuación de las estribaciones merir 
dionales de Luzon, que hundiéndose en el mar aparecen 



(U Las últimas recientes investigaciones hechas en esta zona por 
el Sr. Centeno, han hecho creer á este ilustrado profesor que la pro- 
vincia de Zambales fué en 9tro tiempo una isla unida hoy á la de 
Luzon por las denudaciones y acarreos de las cordilleras próximas. 
Esta curiosa teoría encierra gran interés científico, y sentimos que la 
circunstancia de no haberse publicado aún el resultado de esos tra- 
bajos, nos impida tratar de ellos en este libro. 



— DI — 

de nuevo para formar moles, de gran altura que cruzan 
las tierras en toda su extensión. Poco conocido el interior 
de Mindoro, tenemos tan solo noticias de una montaña 
central que divide el suelo en dos mitades, oriental, y 
occidental. En la parte situada más al Norte se alza el 
monte Calavite, cerca del cabo de este nombre, y de él 
se desprenden rios que llevan sus caudales á la bahía de 
Paluan; después la cordillera se dirige al Sudeste hasta 
encontrar el monte Halcón, cuya altura es de 2,702 me- 
tros. Todas estas sierras se ven cubiertas de frondosas 
especies vegetales, que se extienden hasta la proximidad 
de las playas, por lo cual éstas son muy limitadas. 

Al Sudoeste forman una larga serie las Calamianes, 
de terreno montuoso poco explorado; la isla Paragua, 
cuyas cordilleras siguen el eje longitudinal de las tierras;. 
y Balabac, de playas estrechas y montañas elevadas, con 
grandes estribaciones. 

En el extremo inferior de Luzon, al Sudeste, vemos 
las pequeñas islas deMasbate, Ticao, Burias y Marinduque, 
y la tierra de Samar que presenta varias cordilleras pa- 
ralelas entre sí, y dirigidas de Norte á Sur; en ellas ele- 
van sus cimas los montes Capotoan y Mactaon que pa- 
recen continuarse en la inmediata isla de Leyte cruzada 
también por altas montañas, como Jas de Sacripante. 

En Cebú la cordillera central corre de Nordeste á Sud- 
oeste, próxima á Ja costa oriental, donde se elevan el. 
Alpaco y el Ambubullo. Casi paralela á Ja anterior se le- 
vanta en isla de Negros una sierra que divide en dos 
porciones la superficie, y de la que forman parte el Si- 
lay, el Mandalagan y el monte donde se abre el volcan 
Malaspina. 

Algo difiere de los anteriores el sistema orográfico de 



00 — 

Panay, pues de un núcleo central parten órdenes diversos 
que recorren la isla en opuestas direcciones sirviendo de 
límite natural á las tres provincias que la forman. El más 
importante se inclina al Sudoeste y divide las comarcas 
de Iloilo y Antique con los montes Sansanun, Buluntinao 
y otros menos notables que apoyan sus estribaciones en 
Punta Naso; otra serie se extiende hacia el Noroeste, se- 
para las tierras de Antique y Cápiz, para terminar ea 
Punta Nasog; y la última cadena se dirige al Nordeste y se 
pierde en la costa oriental, después de cruzar por los pue- 
blos más ricos de la isla. 

La orografía de Mindanao está poco estudiada, y los 
datos que hoy se poseen son tan incompletos como todos 
los que se refieren á esta importante comarca donde la 
dominación española es bien limitada. ( 1 ) Por las rela- 
ciones y trabajos de ingenieros españoles se sabe, sin 
embargo, que una extensa cordillera de gran altura corre 
muy próxima á la costa oriental, semejando la prolon- 
gación de las que atraviesan por Samar y Leyte. Desde 
Surigao se inclina aquella al Sudeste, forma el monte 
Tendido y los de Legaspi y Urdaneta, cuyas laderas se 
pierden en las puntas de Tugas y Cauit, y aproximándose 
más á la costa se inclina como esta al Sudoeste y envía 
ramificaciones que dan origen al Calalan y otros montes, 
extendiéndose hasta confundirse con las tierras que for- 



(1) La colonización de esta isla ganó mucho con los trabajos de 
los Recoletos, y adelanta en los últimos años, merced á los perseve- 
rantes esfuerzos y laudables propósitos de la Compañía de Jesús. Los 
celosos misioneros, á costa de grandes sacrificios, arrostrando penali- 
dades innúmeras y sufriendo los rigores de un clima poco sano, pro- 
siguen la noble tarea de civilizar tribus salvajes que resistieron siem- 
pre toda extraña influencia. El número de infieles reducidos es ya con^ 
siderable, y para alcanzar este objeto los jesuitas han recorrido exten- 
sas zonas incultas, han atravesado terrenos desconocidos, y han llegado 
á puntos que jamás visitó el hombre europeo. 



— 56 — 

man el cabo San Agustín. En la vertiente oriental de esta 
sierra nacen caudalosos rios que desaguan en las diversas 
ensenadas de la costa. 

Mas en el centro, y paralela á la anterior, se levanta 
otra cadena de montañas muy poco exploradas todavía, 
cuyos extremos llegan por el Norte á la extensa bahía Bu- 
tuan y por el Sur á los límites de la bahía Sarangani, 
El monte Matutung, el Maiyapay y la imponente masa 
que sirve de base al cráter del Apo, elevado á 3,000 me- 
tros, forman esta cordillera que puede considerarse como 
la mas notable de la isla. Al Oeste se ve la de Sugut, que 
de Este á Oeste encuentra los montes que terminan en la 
provincia de Zamboanga y envia después numerosas ra- 
mificaciones que en las tierras septentrionales y meridio- 
nales originan los montes de Misamis y las costas que li- 
mitan la bahía Illana y el seno de Sibuguey. 

g. II. Rios. — La influencia que sobre el clima ejercen 
los rios es muy marcada en Filipinas, siendo por ello pre- 
ciso tener en cuenta que la cantidad de agua, el punto 
de origen, y la velocidad de Ja marcha, son muchas veces 
causa principal de grandes acarreos que modifican en parte 
la superficie, producen inundaciones que devastan co- 
marcas enteras, y contribuyen poderosamente á la hume- 
dad de la atmósfera, ya directamente por su activa eva- 
poración, ó bien aumentando la vegetación que cubre los 
terrenos. 

Al Noroeste de Luzon corre el rio Cabicungan, que . 
partiendo de los Caraballos del Norte sigue su misma di- 
rección y después de inclinarse al Este va á terminar en 
«i mar cerca de la punta de su nombre. Este rio sirve de 
límite oriental á la provincia de llocos, y en su marcha 
da origen á varios riachuelos que fertilizan esta* parte de 



— 57 — 

la isla. Casi paralelos entre sí, y formando ángulo con el 
anterior, corren otros hacia el Oeste, y después de regar 
las provincias de llocos vierten sus aguas en el mar de 
China. Más al Este, y ocupando casi el centro de Luzon, 
se halla el Rio Grande de Cagayan, uno de los más cau- 
dalosos del Archipiélago, que recorre extensos terrenos 
y va á desaguar en la costa septentrional, en las inme- 
diaciones del puerto de Aparri. Nace este rio en los Ca- 
raballos que se elevan en la región meridional de Nueva- 
Vizcaya, y atraviesa esta provincia en casi toda su longitud, 
engrosado por numerosos afluentes que vienen unos de la 
Sierra Madre y otros de los Caraballos occidentales. Entre 
los primeros están, de Sur á Norte, el Disabungan, el Di- 
tulap, el Abutuan y el Bintacan, que se reúnen todos en 
las inmediaciones de Iligan, corriendo más al Norte el Ca- 
bagan, mientras de las vertientes orientales bajan, primero 
el Magat y el Sibbu, y más al Norte el Tanodan, el Cay- 
cayan, el Saltan y el Pasib, que juntos forman el rio Chico 
que á su vez desemboca en el Grande cerca dé Nagsiping. 
Las provincias de Nueva-Vizcaya, Cagayan é Isabela, se 
hallan, pues, surcadas en diversos puntos por numerosas 
corrientes que fertilizan el suelo, pero que también lo en- 
charcan y producen pantanos y esteros (*) que hacen el 
clima de estas localidades húmedo y poco sano, pues vi- 
niendo además las aguas de vertientes opuestas dan orí- 
gen á multitud de pequeños valles anegadizos cuyo suelo 
se cubre de espesas capas de detritus vegetales. 

En la parte Oeste de Luzon corre el Abra, que tiene 
su origen en las montañas paralelas á los Caraballos oc~ 



(1) Llámase esteros y unos canales estrechos, de escasa corriente y 
fondo cenagoso. 

9 



— 53 — 

cidentales; este rio da nombre á una importante provincia 
y penetra en la de llocos Sur para desembocar por tres 
brazos cerca de Punta Dile, en la costa occidental; es na- 
vegable en gran parte de su curso, y sus aguas riegan ter- 
renos donde crece una esplendorosa flora. 

De las mismas montañas salen los afluentes del Agno 
Grande, que se dirige al Sur, traspasa las dilatadas lla- 
nuras de Pangasinan, y después de recibir las aguas del 
Zambales va á confundirse con las del golfo de Lingayén. 
Este rio y el de Cagayan, arrastran arenas auríferas en 
bastante cantidad para ser en algunas épocas objeto de 
pequeñas esplotaciones. 

En las regiones centrales se ve el rio Grande de la 
Pampanga, al que afluye en primer término el Chico de 
aquel nombre que nace en las primeras estribaciones del 
Caraballo Norte, y después numerosos arroyos que vienen 
de las cordilleras orientales y se unen á los anteriores en 
las cercanías del monte Arayat. Recorre el rio Grande la 
provincia toda, penetra en Bulacan, donde confunde sus 
caudales con los del Quingua, y desagua por multitud de 
pequeñas bocas en la parte septentrional de la bahía de 
Manila. El Pampanga se desliza por terrenos llanos y ba- 
jos, da origen á rios navegables para las pequeñas embar- 
caciones de cabotaje, y eutre sus desembocaduras sitúan 
los pueblos más pintoresóos de las Islas. 

A la citada bahía lleva . también sus aguas el Pasig, 
que desde la gran Laguna de Bay se dirige* de E. á O. 
recorriendo un estrecho istmo donde recibe las corrientes 
del San Mateo y las del Grimpo, Diliman, Zapan y al- 
gunos otros manantiales del distrito de San Juan del 
Monte. 

El Pasig, que en su desembocadura sirve las impor- 



— 59 — 
tantes necesidades del comercio marítimo, por medio de 
extensos malecones, y que sostiene sobre sus aguas mul- 
titud de pequeños vapores, lleva á las provincias que atra- 
viesa, una actividad extraordinaria, y es, por este con- 
cepto, el más importante de Luzon. Sus aguas, por la 
clase de terrenos que recorre, son cenagosas é insalu- 
bres y arrastran grandes cantidades de sustancias vege- 
tales. 

La provincia de Batangas se halla surcada por nume- 
rosos caudales que desembocan en la ensenada de aquel 
nombre, ó por medio de pequeños riachuelos en el mar 
que baña la costa meridional. Entre ellos es notable el que 
tiene su origen en el lago Taal y dirigiéndose al Sur atra- 
viesa un pequeño terreno para desaguar en la parte Este 
del seno Balayan. 

De las montañas que rodean la provincia de Cavite 
nacen el Lipa, el Lugsun y el Malagasan, que corren á 
perderse en la bahía de Manila. En la parte Sur de la isla 
existen otros que cruzan la comarca de Tayabas con im- 
petuosas corrientes descendidas de las alturas del Majayjay 
y Banahao para concluir luego en el seno de Tayabas y 
en el de Pagbilao. 

El caudaloso Vicol que lleva su cauce hasta la bahía 
de San Miguel, y el.Pasacao que corre en opuesta direc- 
ción hasta la costa meridional, son, con otros menos no- 
tables, los que riegan las tierras de Camarines y las de 
Albay, donde se encuentran también el Ugut, y formado 
de numerosos afluentes el Lagonoy que se pierde en el 
seno del mismo nombre; en la costa oriental se ven algu- 
nos otros rios que desaguan en el puerto de Sorsogon. 

En Mindanao se encuentra el Butuan que corre para- 
lelo á la costa del Este, aumenta su caudal con riachuelos 



— 60 — 

que descienden de las sierras orientales, se vuelve al Nor- 
oeste y mezcla sus aguas á las de la bahía de su nombre. 
El rio Grande de Mindanao es navegable para buques de 
algún calado, y sus aguas se extienden, en un largo tra- 
yecto desde las faldas occidentales del Apo hacia el O., 
atraviesa terrenos muy escabrosos, se divide después, y va 
á desembocar en el puerto de Pollok. 

Además de estos rios, existen otros muchos en esta 
isla, cuyo interior se halla surcado por grandes caudales 
que se desprenden de sus elevadas cordilleras. ( 1 ) 

En Panay, el Dumangas, que viene de las cumbres cen- 
trales, fertiliza la región de lloilo y termina en el puerto 
de su nombre; en Cebú y Negros hay pocos rios nota- 
bles; en Samar debemos citar el que desagua en las in- 
mediaciones de Catbalonga; y en Leyte el de este nombre, 
el Maya, el Bito y el Masi, que nacen en el interior de 
la isla y la cruzan en todas direcciones. 

g. III. Lagañas. — En la parle central de Luzon se 
extiende la gran Laguna de Bay, que da nombre á una 
provincia y ofrece el aspecto de un pequeño mar interior 
cuyas olas hacen zozobrar, á veces, los pequeños barcos 
de cabotaje. Hermoso aspecto es el de este lago que di- 
lata sus costas cerca de 200 kilómetros y recibe en su 
seno caudalosas corrientes. El fondo, que alcanza en al- 
gunos puntos 30 metros, sufre grandes modificaciones 
originadas por los acarreos que conducen las aguas que 



(1) En los atrevidos viajes hechos en 1875 por el jesuíta P. Do- 
mingo Bobé, reconoció este celoso misionero la extensa zona, antes 
inexplorada, que separa el seno de Davao de la bahía de Butuan. En 
su peligrosa travesía, siguió el P. Bobé las márgenes del rio Hijo, re- 
montó el ¡áalug y el Agusan, y siguiendo las estribaciones occidentales 
de la gran cordillera que corre próxima á la costa, en esta parte de 
Mindariao, llegó á la parte Norte de esta isla, después de una larga 
y accidentada marcha. 



— 61 — 

le son tributarias. A esta causa se debe, sin duda, la 
mayor extensión que cada dia tiene el lago, cuyos des- 
bordamientos son temibles en los pueblos vecinos. Su de- 
sagüe único lo tiene en el rio Pasig, que mantiene su co- 
municación con el mar y lleva á sus costas numerosas 
embarcaciones. (*) 

En la provincia de Batangas se halla el lago de Taal, 
cuyo perímetro tiene un desarrollo de más de 100 kiló- 
metros, y en cuyo centro se levanta una isla volcánica. Más 
al Norte se ve el Pinac ó laguna de Candaba, de menos 
superficie que los anteriores, y en la cual desaguan los 
rios Garlan y Bulo. En la provincia de la Pampanga se 
encuentra ademas el lago de Ganaren y otros de menos 
importancia. Las aguas de lluvia, origen principal de estos 
depósitos, forman también algunos en Bulacan y las pro- 
vincias del Sur; y en Mindanao á más del Butuan se en- 
cuentran el Malanao, el Licuasan y otros lagos que reciben 
las aguas de los montes cercanos y á su vez son origen 
de rios más ó menos notables que llegan á lejanas y es- 
condidas llanuras. 

g. IV. Volcanes. — Los fenómenos volcánicos se rela- 
cionan tan directamente con multitud de hechos notables 
en la historia física del globo, que cada dia es mayor 
la atención que prestan los geólogos á las diversas ma- 
nifestaciones de esos gigantescos focos que desde los más 
remotos tiempos causaron el asombro de los pueblos. 

El interés de estos estudios ha crecido después que 
modernas investigaciones demostraron que esos fenómenos 
no son producto de fuerzas desconocidas, sino que obe- 



(1) Según el Sr. Arenas, la Laguna de Bay ofrece una diferencia 
de nivel con la superficie del mar, que alcanza algunos pies. 



— 62 — 
decen á las leyes generales que rigen nuestro planeta, y 
tienen su origen en agentes que obran á corta distancia 
de la superficie terrestre. Este conocimiento ha permitido 
establecer la base de nuevas investigaciones, -y estudiando 
la elevación de las montañas, la destrucción de las rocas 
marinas, el gradual levantamiento de las costas, y la re- 
pentina aparición de lagos y mares interiores, se ha pre- 
tendido explicar la naturaleza y relación de estos hechos 
con teorías científicas más ó menos fundadas. 

Parece- de todos modos indudable que la fuerza vol- 
cánica ha contribuido poderosamente á la actual configu- 
ración de la tierra*, y* por ello el estudio de sus manifesta- 
ciones importa mucho al progreso de Ja geología. 

Examinadas en conjunto, las tierras oceánicas, que 
según la frase de Ritter forman la via ladea del Océano, 
se presentan como una gran parte de ese. inmenso cír- 
culo volcánico que desde las costas de América atraviesa 
el Pacífico, llega al litoral de Asia, y en las Kuriles y el 
Japón desciende á encontrar el archipiélago filipino y las 
islas de la Sonda, para extenderse al E. hasta tocar las 
tierras de Nueva-Zelanda. 

En este vasto trayecto se ven grandes espacios en que 
la actividad volcánica no se muestra hoy de modo alguno, 
y otros donde parece alcanzar su máxima intensidad, como 
sucede en el istmo roto que separa la Australia del con- 
tinente asiático. 

La disposición de esta línea de cráteres estendida en 
la proximidad de grandes mares, es uno de los argumentos 
más poderosos aducidos por los que conceden á las filtra- 
ciones marítimas una influencia directa sobre estos fenó- 
menos. La escuela neptunista que no admite con Hum- 
boldt que las aguas lleguen hasta el foco central del globo, 



— 63 — 

relaciona las filtraciones con grandes hundimientos de la 
corteza terrestre, en los cuales ve el origen de volcanes 
y temblores de tierra. 

indudablemente, esta ingeniosa teoría, sostenida por 
Mohr, Volger y Kluge, explica mejor que la plutónica 
la disposición de los focos oceánicos y la naturaleza de 
sus erupciones, que no ofrecen nunca, ni aún en los 
mas cercanos, una relación que permita admitir con el 
sabio naturalista alemán la existencia de grandes masas 
fluidas cuyas gigantescas reacciones obrarían sobre la su- 
perficie del globo. ( 1 ) 

Concretándonos á nuestro objeto, * observaremos que 
el círculo volcánico al llegar al extremo Norte del Ar- 
chipiélago se acerca á la costa asiática, para desviarse en 
su parte Sur y unirse á los sistemas de la Malasia. 

Los volcanes de Filipinas no se abren solamente en 
la cima de altas montanas, y á semejanza de los de Java 
y la América del Sur siguen aproximadamente la di- 
rección longitudinal de las tierras. Sus cráteres no ofre- 
cen, sin embargo, perfecta regularidad, pues aun sin 
presentar el pintoresco desorden de los que se ven en el 
istmo de'Areklang en Nueva-Zelanda, se diferencian en 
alto grado por la intensidad de las erupciones y la dis- 
posición de los terrenos adyacentes. 

La actividad volcánica ha disminuido mucho en estas 
Islas, y el estudio de los focos apagados puede ser in- 
teresante á los geólogos si se tiene cuidado de ohservar 
la pequeña distancia que separa los cráteres activos de 
los antiguos conos de erupción cerrados hoy á las fuer- 
zas subterráneas. Admitiendo la teoría plutónica es im- 



(1) IIumboldt «Cosmos» I.— 463. 



— 64 — 
posible comprender cómo los volcanes filipinos no guar- 
dan relación entre sus manifestaciones, y porqué estas 
alcanzan su máximum de intensidad en los montes le- 
vantados á pocas millas de antiguos cráteres. ¿Cómo la- 
materia incandescente ha abandonado su primitiva salida, 
abriéndose nuevo paso por entre capas terrestres que han 
debido ofrecerle una mayor resistencia? En nuestra opi- 
nión las fuerzas volcánicas de la Oceanía son la mejor 
prueba de las teorías de Vogt y Schafautl, que con otros 
sabios modernos niegan la incandescencia del centro de 
la tierra y sostienen que el Qrígen de los volcanes se halla, 
como el de los temblores/ á distancias relativamente cor- 
tas de la superficie del globo. 

La inflüeucia que estos fenómenos han ejercido sobre 
Iqs terrenos del Archipiélago, se aprecia perfectamente ob- 
servando la disposición longitudinal de los cráteres y su 
extraordinario número en Luzon y Mindanao. 

Estudiados. aquellos en conjunto, se ofrecen formando 
un sefó/sistema que corre en la dirección ya indicada. 
El Sr. Centeno ha creído poder señalar dos órdenes dis- 
tintos que siguen líneas casi paralelas; uno que toma el 
nombre del volcan de Taal y otro del Mayon; los dos 
atraviesan la isla de Luzon y se continúan por el Sur del 
Archipiélago para unirse en las islas de la Sonda. Esta 
teoría no es muy exacta, en nuestro concepto, pues el lla- 
mado sistema de Taal, no corre paralelo al del Mayon, 
sino que precisamente termina donde éste empieza. Lo que 
sucede es que el primero se dirige al Este, se continúa con 
el segundo y forma un solo orden, que como hemos indi- 
cado persigue las diversas inflexiones de los terrenos que 
forman el Archipiélago. Así, desde el Norte de Luzon, en 
que se hallan las primeras señales de esta fuerza, se es- 



— 65 — 

tienden sus productos por el centró de la isla y llegan al 
lago de Taal; en este punto las tierras que se dirigen al E. 
ofrecen antiguos cráteres, que se continúan en las provin- 
cias de Camarines y mas al S. en la de Albay, presentán- 
dose de nuevo en Jas Visayas y centro de Mindanao. A 
partir de esta última isla, el círculo volcánico, que desde el 
Norte de Luzon se desvía de la costa de Asia, se dirige al O. 
este por las Célebes y Java y se aproxima al continente al 
mismo tiempo que se une por otra estensa línea á los focos 
abiertos en las tierras australes. 

Los principales cráteres del Archipiélago "se abren en 
montañas levantadas á la proximidad de lagunas,» senos 
ó bahías; circunstancia Signa de anotarse, pues parece in- 
dicar una estrecha relación entre dos poderosos elementos. 

En las tierras más septentrionales de Filipinas, ge ven r 
indicios volcánicos, representados por los montes centrales 
de las Bayubanes, cuyas capas revelan claramente su 
origen. 

No se tienen noticias exactas de los crátefefc^árbiertos 
en otras épocas sobre las cumbres de los montes Gara- 
ballos occidentales; pero los depósitos de tos grandes rios 
que corren por sus vertientes, y las traquitas del valle de 
Abra, permiten asegurar su existencia. En las cordilleras 
que sirven de límite á la provincia de llocos Sur se en- 
cuentran productos volcánicos estendidos hasta el distrito 
de Benguet, en el cual, según el Sr. Sheidnagel, abun- 
dan las rocas basálticas rodeadas de lava y depósitos de 
azufre. La acción de este foco llega á las comarcas limí- 
trofes, donde existen varios manantiales termales, cuyas 
virtudes conocen aquellos pueblos. Siguiendo al Sur vemos 
en las llanuras de la Pampanga, el cono del Arayat, que 

es según algunos escritores, la cima de un antiguo cráter 

10 



— 66 — 
qae se alzaba en medio de un mar que suponen existió 
en aquellos terrenos. Esta hipótesis no nos parece muy 
verosímil, á juzgar por la disposición de las capas su- 
periores del Arayat y por la estructura del suelo, de- 
biendo ademas tener presente que la existencia de ese 
mar no conviene con la disposición del sistema orográfico 
de la isla. En los montes de Mariveles, situados al O., 
se ven materiales ígneos de la misma naturaleza que los 
de llocos. Desde el límite meridional de la provincia de 
Manila, adquiere el sistema volcánico un gran desarrollo, 
sobre todo en las tierras que se dirigen ai S. E.; los 
altos montes que cruzan por Tayabas, la Laguna, Cama- 
rines y Albay, ofrecen numerosos cráteres apagados, y 
otros activos cuyas recientes erupciones han ocasionado 
grandes destrozos. 

En la provincia de la Laguna se alza el monte Ma- 
quiling, rodeado de terrenos en que abundan las arenis- 
cas volcánicas y cantos de basalto, y en cuyo seno tienen 
origen las aguas termales de Los-Baños. Todos estos pro- 
ductos permiten apreciar la actividad que en otro tiempo 
tuvo el cráter del Maquiling, actividad que según el testi- 
monio de los indígenas existiría hoy representada por las 
espesas columnas de humo, que durante los terremotos 
de 1880, coronaban la cima de la montaña. (*) 

Penetrando en Ba tangas, se encuentra el lago de Taal, 
en cuyo centro, ocupado por una pequeña isla, eleva su 
cumbre el volcan de este nombre, como el Momotombo 
en el Nicaragua. Las aguas del lago tienen seguramente 
comunicación directa con las grandes cavidades del monte 



(1) Como se verá después, este hecho no se ha confirmado por 
observaciones formales. 



— 67 — 

tlonde se abre el estenso cráter que constantemente ar- 
roja columnas de humo y vapores sulfurosos. La mon- 
taña formada por la acción volcánica, afecta en la base 
una figura triangular, sobre la cual descansa un cono 
truncado, compuesto de varias eapas de Java, areniscas, 
y depósitos de azufre. 

En sus laderas ereee una vegetación muy pobre que 
desaparece en las inmediaciones del cráter; este, de forma 
elíptica, se dirige de E. á O. y mide una longitud máxi- 
ma de 1,000 metros, ofreciendo en su interior una sin- 
gular estructura, que permite reconocer los trastornos 
producidos por las fuerzas subterráneas. Las capas se 
hallan cortadas casi vertical mente, y el fondo, que mide 
una profundidad que pasa de 200 metros, está compuesto 
por rocas volcánicas que presentan grandes eminencias y 
sirven de límite á una laguna interior que desprende 
abundantes vapores sulfurosos. 

Es indudable que las aguas subterráneas, que se ha- 
HaB en constante ebullición, se comunican con las que 
esteriormente rodean la montaña, y por esto se ha ob- 
servado en algunas erupciones una notable variación en 
la temperatura y color de la laguna. En las sinuosidades 
del cráter existen grandes capas de azufre y depósitos 
salinos que llenan también las grietas que se abren en 
la cumbre. No se han encontrado basaltos ni otras rocas; 
circunstancia que ha hecho creer que el cono actual es 
solamente la cumbre de otro hundido en las aguas. 

Las erupciones de 1716 y 1754 devastaron los pue- 
blecitos situados entonces á la orilla del lago, y llevaron 
sus efectos á distancias enormes. En la época actual no 
ha dado el Taal nuevas muestras de su terribft actividad; 
para algunos es hoy Una gran solfatara, y el Sr. Scheid- 



— 68 — 

nagel que lo visitó en los últimos años, asegura que no 
es de temer una nueva erupción. Durante los terremotos 
de 1880, y según el testimonio de algunos naturales de las 
cercanías, el cráter del Taal arrojó cantidades inmensas de 
humo y llamas que alcanzaron una altura extraordinaria; 
esto no ha sido comprobado, y no hay por ello que creer 
en una nueva erupción, cuya posibilidad no negamos en 
absoluto. ( 1 ) 

En 1716 el cráter arrojó, según el P. Buzeta, masas 
de lava, que corrieron por el monte y se estendieron 
á 15 kilómetros. Durante este fenómeno, que duró tres 
dias, las aguas del lago estaban en completa ebullición. 

La erupción de Diciembre de 1754 se prolongó ocho 
dias y destruyó varios pueblos, asegurando el P. Bencu- 
bulo que las cenizas cubrieron los caminos de Bulacan 
y la Pampanga, llegando hasta Manila. 

Varios autores afirman que el actual cono del Taal, 
representa solamente la cumbre de una montaña sumer- 
gida en otro tiempo á impulsos de algún trastorno geo- 
lógico. Tal hipótesis no es verdadera, y por el con- 
trario puede asegurarse que el monte actual es el cráter 
de erupción formado por los diversos materiales emergidos 
de un volcan que tiene su foco bajo el fondo del lago. 

Esta opinión la creemos más conforme con lo que 
enseña el examen de las materias que componen aquellos 
terrenos, y la estructura de las capas, que puede deter- 
minarse con exactitud, merced al corte vertical que pre- 



(1) En una obra publicada en Madrid el año último, se da la 
voz de alarma, y se afirma que la actividad de este volcan despertará 
algún dia de un modo formidable. Tan atrevido aserto se funda 
justamente en lo que es motivo de tranquilidad respecto á este punto; 
en los terremotos del 80, que se suponen relacionados con las energías 
subterráneas del Taal, siendo así que los hechos demuestran lo con- 
trario. 



— 69 — 

sentan las tierras en el interior del cráter. Capas de ce- 
niza, confundidas con escorias y areniscas, forman con 
los depósitos de azufre Ja masa total del cono, que 
ofrece señales indudables del sucesivo acumulamiento de 
aquellas materias, á las que se debe el gradual desarrollo 
de la pequeña isla. Examinando con atención el Taal, se 
comprueban fácilmente las teorías de Lyell, y otros geólo- 
gos, que combaten el levantamiento uniforme de las mon- 
tañas volcánicas, defendido por Humboldt y E. deBeaumont. 

En las estensas cordilleras situadas al E. del lago, 
que sirven de límite á los terrenos de Tayabas y Batan- 
gas, se encuentran materiales que indican su origen íg- 
neo. Las altas cumbres del Banahao, abiertas en otro 
tiempo por la fuerza subterránea, dieron salida á las 
rocas basálticas que hay en las faldas de este monte, y 
á las tobas que se estienden en las márgenes de algu- 
nos rios. 

Siguiendo la dirección S. E. de las tierras de Luzon, 
se halla una serie de volcanes que cruzan longitudinal- 
mente las provincias de Camarines y Albay. La sierra 
Colasi, el monte Isarog, el Iriga y el Mazaraga, consti- 
tuyen esa estensa zona, ya apagada, que termina en el 
estremo Sur por los volcanes Mayon y Bulusan, hoy en 
actividad. 

El Isarog lleva sus laderas hasta la costa, y se halla 
cubierto por capas de arenisca y conglomerados despren- 
didos del cráter cerrado ahora, pero en otras épocas 
abierto por la acción de las fuerzas interiores. 

Los temblores y las lluvias destruyeron la cima del 
cráter del Iriga, y los terrenos desprendidas forman en 
la actualidad las márgenes del lago Buhi que según los 
autores apareció el siglo 17 durante una erupción. 



— 70 — 

En la dilatada y fértil comarca de Albay, la más- 
rica quizá del Archipiélago, se eleva una montaña de 
majestuosa arquitectura, que abierta en su cumbre da 
fácil salida á los materiales ígneos que con frecuencia se 
desbordan en impetuoso torrente y producen la ruina de 
los pueblos vecinos. El volcan conocido por el nombre 
de Mayon, es uno de los más hermosos de la tierra; 
como los de Java, se alza aislado en medio de llanu- 
ras estendidas entre los senos de Tabaco y Albay; la pu- 
reza y esbeltez de sus líneas es sólo comparable con la 
de los volcanes dé América y el Japón, y como en éstos, 
el cráter se abre en el vértice de un cono formado por 
capas que desde una altura de 2,734 metros, según Jagor 
y Stewart, se deslizan en suave declive, hasta los llanos 
que rodean la base. 

En este volcan es debida la forma cónica á la acción 
de lluvias torrenciales que deshacen las partes superiores 
y arrastran y depositan los materiales en las faldas de 
la montaña. A la misma causa se deben también los anchos 
surcos que se ven en las capas de arenisca y lavas que 
cubren las rocas y conglomerados de origen ígneo. La 
destrucción de las alturas se manifiesta ademas por las 
grandes masas de terrenos y bloques que rodean el cráter. 

Una lozana y bellísima vegetación oculta las laderas 
hasta llegar á 1000 pies de elevación, siendo desde aquí 
sustituida por pequeños arbustos que crecen en rodales 
separados por capas de arena, y extinguiéndose en el 
último tercio del monte donde sólo se ven areniscas, lavas 
v rocas volcánicas. Las inmediaciones del cráter se hallan 
divididas por anchas grietas. 

Frecuentes y espantosas han sido las manifestaciones 
del Mayon, que en 1766 y 1814 causaron la destrucción 



— 71 — 

de los pequeños pueblos de Polangui, Ligao, Guinobatan 
y otros muchos arrasados por torrentes de lava y cenizas. 
El testimonio de los que presenciaron la primera, prueba 
que el cráter arrojó inmensas cantidades de agua, que con 
la lluvia de aquellos dias formaron caudalosos rios que 
llevaron la desolación á toda la provincia. 

El P. Tubino y Perrey aseguran que la zona de acción 
de estas catástrofes alcanzó hasta las montañas de Cama- 
rines.. 

En los años 1827, 1845 y 1846, hubo también erup- 
ciones menos intensas, y Perrey describe otra que en 1855 
coincidió con terremotos en Manila. Después se observó 
en 1871, que el cráter del Mayon arrojaba muchas ceni- 
zas y arenas en porción considerable, cubriéndose los cam- 
pos de una gruesa capa de aquellas materias. 

Ninguna alteración pudo apreciarse en este volcan cuando 
en 1880 las tierras de Luzon se estremecían á impulsos 
de gigantescas reacciones; como siempre, la cima del crá- 
ter estuvo coronada por un penacho de vapores, deshecho 
luego en mil caprichosas figuras. 

En la punta má& meridional de la isla eleva sus cum- 
bres el Bulusan, volcan según unos autores apagado, pero 
que da algunas señales de actividad, representadas por 
columnas de humo que alguna vez salen de su interior. El 
Bulusan ofrece /una notable semejanza con el Vesubio, y 
según Jagor tiene como éste un cono de erupción formado 
sobre los terrenos del cráter primitivo. Sus cumbres se 
hallan destruidas en parte, y en sus laderas se ve la es- 
tratificación de las diversas materias superpuestas. 

Las manifestaciones volcánicas tan señaladas en Luzon, 
son menos enérgicas en los demás puntos del Archipié- 
lago, en que únicamente se encuentran vestigios de una 



— 72 — 

fuerza que, en otro tiempo poderosa, se halla hoy ago- 
tada casi por completo. 

Algunas solfataras de la isla de Ley te y las emana- 
ciones de los montes de Janiguay, en Panay, son los úni- 
cos indicios activos, que se ven desde la parte meridional 
de Luzon hasta Negros, que en su cordillera central, tiene 
el cráter del Canlaon ó Malaspina, del cual salen abun- 
dantes vapores y columnas de fuego. El monte donde se 
abre este volcan se halla cubierto de espeso bosque que 
dificulta la ascensión, y sus tierras desprenden miasmas 
palúdicos que causaron la muerte á unos ingleses que en 
los últimos años intentaron la subida. En Negros existen 
muchos azúfrales, y en la contra-costa hay una estensa 
laguna que se supone fué antiguo cráter. 

En la pequeña isla de Camiguin, apareció en 1871 
un* volcan cuya erupción fué simultánea con frecuentes 
temblores que trastornaron el suelo produciendo sensibles 
pérdidas. 

Las esploraciones hechas en el interior de Mindanao, 
sino bastantes á determinar de un modo exacto y com- 
pleto el número y disposición de los cráteres, permiten 
afirmar la gran influencia que en otras épocas ha ejer- 
cido la fuerza volcánica en la composición y transfor- 
mación de los terrenos. 

Por los estudios de Vidal y Centeno, se conofce la 
estructura del suelo en las márgenes del rio Grande é 
inmediaciones de Zamboanga y Cottabato, y por ellos sa- 
bemos también que existen traquitas, areniscas, y grandes 
fragmentos de rocas que forman anchas fajas, ó colinas 
cónicas. 

Ademas, en el monte Macaturing se abre un cráter 
que en otro tiempo arrojó á grandes distancias materiales 



— 73 — 

eruptivos como los que componen los conglomerados que 
se ven en las cercanías de PoIIok. La última erupción tuvo 
lugar en 1856, y las cenizas llegaron, según Vidal, hasta 
el pueblo de Zamboanga, salvando una línea da más 
de 200 kilómetros. Este fenómeno coincidió con temblores 
de tierra, lo que no sucedió en 1871 cuando otros ter- 
remotos destruyeron la población de Cottabato. 

En la elevada cima del monte Apo, que mide una 
altura de 2,686 metros, se han observado también señales 
que indican no se halla aún estinguida la causa de las 
antiguas erupciones de este foco. (*) 

Para concluir hemos de señalar el notable desarrollo 
que la fuerza volcánica alcanzó en este Archipiélago, cru- 
zado por una línea de fuego subterráneo hoy debili- 
tada, pero que en otras épocas debió contribuir poderosa- 
mente á la disposición de algunos terrenos, y en la actua- 
lidad es una de las causas de fertilidad de las Islas, que, 
por otra parte, deben á ese elemento las formaciones de 
nuevas tierras. ( 2 ) 



(1) Hace poco tiempo ios viajeros alemanes, Schadenburg y Kocb, 
hicieron una ascensión á este monte cuya altura fijaron en 10,824 
pies. 

(2) De esperar es que esta parte de la geología filipina sea más 
conocida en el país, y que en breve tiempo se popularicen unos 
estudios que dando idea exacta de esos fenómenos, llevarán á los ánimos 
tranquilidad y evitarán, que como sucedió en 4880, se crea por el 
vulgo que el mundo se acaba y que las leyes de la naturaleza pueden 
trastornarse 6 suspenderse. 

11 



— 74 — 



CAPITULO SEGUNDO 

FORMACIÓN Y PRODUCTOS DE LAS ISLA& 



ARTICULO PRIMERO 

g. I. Transformaciones del suelo. — En la gran obra de 
la Naturaleza, estudia hoy la Geología esa maravillosa y 
no interrumpida serie de movimientos que transformanda 
incesantemente la superficie de nuestro globo eleva las 
mesetas de unas montañas, sumerje otras bajo el Océano, 
ó construye islas levantadas sobre los restos de antiguos 
continentes. Las moléculas de la roca primitiva forman 
terrenos sedimentarios que cubiertos por materiales volcá- 
nicos son á su vez origen de estensas cordilleras; y estas 
mudanzas que causan la admiración de los sabios, se su- 
ceden sin interrupción, no siendo hoy posible determinar 
de modo alguno las edades que ellas representan en la 
historia física de nuestro planeta. 

Es indudable que bajo la influencia poderosa del astro 
solar, las fuerzas que en él toman origen han contri- 
buido de muy antiguo á trastornar las relaciones de todas 
las partes que forman el mundo que habitamos * 

Apesar de los adelantos geológicos, no es posible aún r 
marcar la sucesión de esos fenómenos, ni fijar de modo 



exacto las épocas de origen de las tierras emergidas que 
constituyen los continentes actuales. 

La acción de tan variadas fuerzas es evidente en el 
archipiélago filipina, bastando un ligero conocimiento del 
suelo, para poder apreciar en qué grado ha influido sobre 
comarcas donde los agentes más poderosos tienen una ac- 
tiva representación.. 

Un rápido examen del mapa de las Islas, permite re- 
conocer los grandes cambios ocurridos en estas tierras, 
separadas por estrechos canales y desprendidas en épocas 
diversas para esparcirse en medio de las aguas. 

El geólogo puede aquí estudiar bien, esas sorprendentes 
manifestaciones de lo infinitamente grande y lo infinitamente 
pequeño, observando las elevadas cumbres de antiguas 
cordilleras, y las tierras salidas del fondo de los mares. 

Al tratar de la constitución física del suela, hemos con- 
signado algunos datos que señalan las variaciones ocurri- 
das en otros tiempos, y los fenómenos geológicos que tie- 
nen lugar en nuestros dias y hacen sospechar que las 
islas que constituyen el Archipiélago, formaron antes un 
todo continuo. Las rocas feldes páticas, atacadas por los 
agentes atmosféricos, fueron el origen de esos terrenos se- 
dimentarios que se ven en los montes de Panay, Samar, 
Luzon y Mindanao, donde se encuentran restos de las trans- 
formaciones de la roca primitiva, representada hoy en las 
arcillas, areniscas y depósitos silíceos. Las grandes masas 
graníticas que se elevaron sobre la superficie del Pacífico, 
contribuyeron así de muy antiguo á la organización ac- 
tual de los terrenos, y de otra parte, los depósitos ma- 
rinos arrojados sobre las playas, se agruparon para for- 
mar estensos bancos calizos que cruzan las Islas en di- 
versas direcciones. 



— 76 — 

Los hundimientos de las tierras fueron origen á su vez 
de esos admirables trabajos submarinos, que en el tras- 
curso de millares de años las elevaron de nuevo sobre la 
superficie de las aguas; los volcanes con sus espantosas 
erupciones cambiaron la orografía de estensas zonas boy 
habitadas; los cráteres apagados contribuyeron después á 
la sedimentación de algunas provincias; y por último, los 
altos muros debidos á la acción volcánica se deshicieron 
por la influencia de las lluvias que en grandes aluviones 
los llevó hasta las costas más cercanas. 

Rocas descompuestas, formando estensos sedimentos; 
bancos de coral que sirven de base á fértiles campiñas; 
lavas y basaltos que ruedan hasta el fondo de los mares, 
confundiéndose allí con los restos de antiguas cordilleras; 
una acción poderosa, en fin, trastornándolo todo y trans- 
formándolo según las leyes de esa sublime armonía que 
rige el Universo, tal es el cuadro que el Archipiélago ofrece 
á la mirada del hombre de ciencia. 

Si en él se busca la explicación de ciertos fenómenos, 
hallaremos datos suficientes para demostrar la influencia 
del suelo en determinadas circunstancias y el importante 
papel que las transformaciones geológicas, juegan en la 
climatología. 

g. II. Elevaciones y hundimientos. — Las cordilleras que 
recorren los campos de Luzon están consideradas como el 
núcleo de todo el sistema orográfico de las Islas, siendo 
indudable la exacta correspondencia de los montes eleva- 
dos en las tierras más próximas, que siguen todos la misma 
dirección y tienen idéntica estructura. Estas relaciones y 
las semejanzas físicas observadas en los terrenos, fueron 
la única base en que fundaron los antiguos cronistas la 
hipótesis de un gran trastorno que hundió aquellos en 



— 77 — 

las aguas y los separó en multitud de fragmentos que con- 
servaron, sin embargo, caracteres indelebles de su común 
origen. 

El aspecto general del suelo parece, en efecto, de- 
mostrar la sucesión de grandes movimientos, que des- 
truyendo la armonía del conjunto fueron causa de nu- 
merosas variaciones. Es seguro que las fuerzas subter- 
ráneas y otros agentes que en la actualidad conmueven 
algunas costas, contribuirían en alto grado á los trastornos 
físicos de otras edades. 

El R. P. Buzeta, opina que las comarcas filipinas fueron 
separadas por la acción de las aguas y cubiertas por 
el mar. Respetando nosotros el parecer del sabio agus- 
tino, hemos de observar al último supuesto, que ni los 
fósiles del Archipiélago, ni la disposición de las capas se- 
dimentarias autorizan á creer en el paso de los mares por 
aquellos terrenos donde no se han encontrado restos de 
los seres que habitaban el Océano en la época remota á 
que hay que referir el fenómeno, ni los estratos del sub- 
suelo se hallan formados por materiales de sedimentación 
marina. 

Pero además de los numerosos desprendimientos ya 
citados, existen otras señales que marcan de un modo 
más exacto la depresión de antiguas tierras, sumergidas 
hoy, pero base en otros tiempos de estensas y fértiles 
zonas; nos referimos á las capas carboníferas, restos de 
una esplendorosa vegetación, que inclinan ahora sus pen- 
dientes en insondables profundidades. 

Las cuencas de Luzon y Samar denotan la existencia 
de grandes superficies, hundidas y separadas por fuerzas 
gigantescas. Lo mismo indican los yacimientos de Cebii 
y Negros; bastando este sólo dato á demostrar la inten- 



— 78 — 

sidad del movimiento de descenso, que alcanzó también 
á las playas de Mindanao- 

A estos hundimientos sucedieron elevaciones conside- 
rables originadas por la múltiple acción de fuerzas que 
en la actualidad acusan todavía su poderosa energía. 

Causan asombro esos continuos movimientos de la cor- 
teza terrestre, comparados por un ilustre geólogo á los 
producidos en el pecho de un animal por el acto de la 
respiración. Acostumbrados á la idea de que la tierra 
se halla en absoluta inmovilidad, es preciso seguir con 
la cieneia las transmutaciones de la materia, para apreciar 
esas maravillosas leyes por las cuales unos continentes 
se hunden y otros se elevan sobre la* superficie de los 
mares. 

Los pueblos de la antigüedad no pudieron comprender 
la naturaleza de estos fenómenos, y aún hoy son estos 
desconocidos para muchos. Sin embargo, es seguro llegará 
pronto el dia en que, según afirma un célebre natura- 
lista, parecerá tan imposible el reposo de la superficie de 
la tierra, como parece hoy el de las capas atmosféricas. 

En las elevaciones del suelo se aprecia con exacti- 
tud el admirable poder que de un modo insensible para 
el hombre, estiende islas y continentes y alza las mon- 
tañas á las más altas regiones. Hay necesidad de re- 
correr con la, imaginación esa larga serie que nos separa 
de las edades primitivas, para Galcular los efectos de 
esas fuerzas que se agitan á nuestro alrededor. El suelo 
que sustenta los cuerpos, se estremece con frecuencia en 
espantosas sacudidas, ó en pequeñas vibraciones que no 
son apreciadas; los volcanes arrojan grandes masas de 
lavas y otras materias, que superpuestas aumentan gra- 
dualmente la altura de los terrenos; y ademas otros agen- 



— 79 — 

tes de acción menos intensa pero más constante, cuya 
influencia es bien señalada en las costas de Filipinas, 
transforman las condiciones de las tierras. 

Las de nuestro Archipiélago, como todas las de los 
países estendidos desde la Nueva-Guinea hasta Corea y 
Formosa, se hallan sometidas en la actualidad á una ele- 
vación gradual, fácil de comprobaren algunas comarcas. 

Ya hemos señalado la importancia de la formación 
madrepórica, que es. la base de algunas playas y rodea 
otras elevándolas continuamente por la no interrumpida 
acumulación de esos materiales que los pólipos depositan 
en sus moradas. Siguiendo en este punto las teorías es- 
puestas en otro lugar, creemos que antiguos terrenos hun- 
didos han servido de punto de apoyo á los trabajos de 
esos pequeños seres, que en el trascurso de los siglos ele- 
varán quizás un nuevo continente en las estensas super- 
ficies del Pacífico. 

g. III. Temblores de tierra. — Estos aterradores fenóme- 
nos se suceden en Filipinas con frecuencia é intensidad 
bastantes á que su recuerdo quede por mucho tiempo en 
la memoria del pueblo. 

Los movimientos sensibles de las- tierras se repiten 
aquí en diversas épocas, y las pequeñas sacudidas, ina- 
preciables por los sentidos, puede decirse que son con- 
tinuas. 

Interesante y por demás curioso es el estudio de esos 
estremecimientos de la tierra, que Humboldt considera 
como los más temibles de todos los fenómenos naturales, 
y que mucho antes había calificado Séneca de calamidad 
universal. 

La naturaleza misteriosa de esas gigantescas manifes- 
taciones; lo inusitado de su aparición; las terribles catas- 



— 80 — 

trofes que originan; y los notables cambios que hacen 
sufrir á la corteza terrestre, son causas que explican bien 
el cuidado con que en últimos tiempos se han recogido 
datos y observaciones en que poder fundar una teoría 
científica que llenando los vacíos de antiguos sistemas, 
nos diese razón cumplida de un fenómeno que tanto re- 
presenta en la historia de nuestro planeta. 

Hasta hace pocos años, la mayoría de los geólogos, 
siguiendo las huellas de los antiguos plutonistas, veía el 
origen de los terremotos en ese pretendido núcleo fcentral 
cuyo estado incandescente sería causa de los volcanes y 
temblores. Esta hipótesis, sostenida por hombres de gran 
autoridad, ha dominado durante muchos siglos en el campo 
de la ciencia, y aún hoy encuentra entusiastas partidarios. 

Y sin embargo, preciso es reconocer que los hechos 
recogidos por la geología, dan á esas hipótesis el mismo 
valor que los plutonistas conceden á las de aquellos que 
con Berger, Huttong y Sehelling nos presentaban los tem- 
blores como palpitaciones de un corazón terrestre, ó 
á las de otros que siguiendo á Vicencio, á Feijóo y á 
Strombeck, ven en la electricidad el único origen de esos 
fenómenos. . 

Preciso ha sido esperar á que la ciencia realice un 
notable progreso, para que algunos sabios se decidan á 
prescindir de esa masa fundida, en la cual se escondían 
antes todos los secretos de la naturaleza. 

Las investigaciones modernas permiten apreciar la 
acción de causas que obran á corta distancia de la su- 
perficie y continúan la obra de transformación que hoy 
como ayer es origen de curiosos cambios en la estruc- 
tura y composición del suelo. 

Merced á los trabajos de eminentes naturalistas, pue- 



— 81 — 

den combatirse con ventaja las opiniones de Hutnboldt, 
Arago, Cotta, Dieffenbach y tantos otros que nos han pre- 
sentado á los volcanes y á los terremotos, estrechamente 
relacionados entre sí y dependiendo siempre de las reac- 
ciones del núcleo central. 

La falta de datos precisos y de observaciones cien- 
tíficas, impidió en otros siglos el predominio de teorías 
que hoy se ven plenamente confirmadas; siendo curioso 
observar que en nuestros tiempos se haya dado la razón 
á los que con Lucrecio buscaban la causa de los ter- 
remotos en grandes hundimientos subterráneos. ( 1 ) 

Ilusionados por una teoría que, en verdad, tiene mu- 
cho de seductora, los plutonistas no han fijado su aten- 
ción en multitud de hechos que escaparon á la supe- 
rior inteligencia del ilustre autor de El Cosmos, quien 
apesar de todo apunta en su obra algo que conviene 
dejar aquí consignado. Describe Humboldt los ruidos sub- 
terráneos que acompañan á muchos terremotos, y después 
de hacer constar su intensidad y su rápida propagación, 
indica la posibilidad de que existan cavernas subterráneas 
que se abran ó se cierren súbitamente. 

Claro es que la rápida espansion de gases despren- 
didos de grandes masas fundidas, podría ocasionar la sú- 
bita oclusión de esas cavidades. ¿Pero cómo explicarnos 
entonces que en comarcas esencialmente volcánicas, con 
cráteres de extraordinaria actividad, esos gases no escapen 
al mismo tiempo por los caminos abiertos, y que por el 
contrario durante los más colosales terremotos esas vál- 
vulas no ofrezcan señal alguna de tales trastornos? 

Y que esto sucede con frecuencia, hemos de probarlo 



(1 ) De la nature des chases. Lucrece. Traducción francesa de A. Lefévre. 

12 



— 82 — 

pronto, al tratar de los temblores que conmueven las tier- 
ras filipinas. 

Necesario será, pues, admitir con Volger, Bischof, Mohr 
y otros geólogos, que hay una causa distinta del vul- 
canismo, necesaria á la producción de esos fenómenos. 

Y antes de esponer los fundamentos de esta teoría, 
será bueno observar que los modernos plutonistas aceptan 
un hecho que da gran fuerza á sus contrarios, ya que 
están conformes con Young en que los terremotos pueden 
ser originados por un choque en el interior de la costa 
sólida del globo. 

Ahora bien: ¿es posible suponer que ese choque gi- 
gantesco sea producido por espansiones de gases centra- 
les que tendrían que vencer presiones tan enormes como 
las que bastan para anular por completo la fuerza es- 
pasiva del vapor? ¿No es más científico y menos vio- 
lento creer en la acción de inmensos desprendimientos 
debidos, ya á las contracciones de la costra sólida del 
globo, como sostiene Dechen, ya á la acción de la gra- 
vedad, que Gümbel admite como principal agente, ó, 
por último, á la influencia de esas causas unida á la de 
las aguas del mar que combaten ciertas costas y se hacen 
subterráneas por medio de grandes comunicaciones? Indu- 
dablemente. No es por esto estraño que los más entusias- 
tas vulcanistas hagan concesiones en ese sentido, y que el 
sabio Pfaff, en la obra que tan justa celebridad le ha con- 
quistado, se vea en el caso de decir que el plutonismo no 
puede explicar satisfactoriamente muchos de esos fenóme- 
nos, por lo cual es preciso admitir la teoría que coloca el orí' 
gen de los terremotos en grandes hundimientos subterráneos. ( 1 ) 



(1) Los fenómenos volcánicos. — Munich. 4871. 



— 83 — 

Esta opinión de uno de los más ilustrados partidarios de 
la antigua escuela, es de inestimable valor y prueba bien 
la elocuencia de ciertos hechos. 

Verdad es que en las regiones volcánicas se presentan 
á veces esos trastornos, en los momentos de grandes erup- 
ciones. No es posible negar que en tales casos el temblor es 
producido por la misma fuerza que se manifiesta en los crá- 
teres. Pero esto no autoriza á rechazar la influencia de 
otras energías cuyas manifestaciones en nada se relacionan 
con la acción ígnea. 

Hay, pues, que aceptar dos órdenes de causas determi- 
nantes; la fuerza volcánica, y los hundimientos que tienen 
lugar á mayor ó menor profundidad. Únicamente de este 
modo estarán en armonía los principios de la ciencia con 
los hechos observados en la naturaleza. 

Ahora bien; ¿se ha dado por los autores la importan- 
cia que realmente tiene, á un factor poderosísimo que len- 
tamente transforma las tierras y cambia las condiciones del 
suelo? ¿Se ha tomado bien en cuenta la acción de los ma- 
res sobre ciertas costas opuestas á las grandes masas oceá- 
nicas? Creemos que no. Sólo algunos geólogos indican la 
posibilidad de que las olas abriéndose paso entre las rocas 
que sirven de apoyo á las tierras emergidas, penetren en el 
interior de estas y den origen á estensas cavernas, que 
bien podrían ser las que necesitaba Humboldt para expli- 
car ciertos curiosos fenómenos. Y mientras el mundo cien- 
tífico reconoce los efectos causados por las mareas en el 
canal de Jntlandia, y las modificaciones que las olas lle- 
van á cabo en las costas de Francia é Inglaterra, y se tiene 
eomo cosa cierta que el mar eorroe las playas acantiladas, 
y abre grietas y cavidades enormes en las paredes verti- 
cales de las rocas, se pone reparo en llevar más allá la 



influencia de las aguas y ver en ella la causa de trastor- 
nos cuyo origen se busca en el supuesto centro fundido, 
que probablemente sólo existe en la imaginación de al- 
gunos sabios. 

Convengamos en que es raro que pudiendo encontrar 
casi bajo nuestros pies la explicación de ciertos hechos, 
emprendamos esos largos viajes al centro de la tierra, para 
buscar allí una fuerza que nos dé noticia de los temblo- 
res y volcanes. 

Seguramente que una esmerada observación haría va- 
riar muchas opiniones, y dejaría las cosas en su punto. 

Por nuestra parte, después de dedicar marcada prefe- 
rencia á estos estudios, aplicando los conocimientos adqui- 
ridos á la historia física de Filipinas, hemos creído ver 
en las causas apuntadas, el agente principal de esos mo- 
vimientos tan frecuentes en el Archipiélago. 

Por eso escribimos estas lineas, que no tienen otra 
autoridad que la que da una observación fiel, atenta y 
estrémamente escrupulosa de los hechos. 

Claro es que nuestra opinión ha de chocar con la de 
todos aquellos que hasta hoy han estudiado los terremotos 
de Filipinas; pues en un país volcánico en alto grado, pre- 
ciso es que los temblores se consideren como la natural 
consecuencia del vulcanismo. 

Por eso casi todos los autores, sin tomarse el trabajo 
de escudriñar el libro de la naturaleza, están conformes 
en admitir la acción esclusiva de las fuerzas ígneas, al ex- 
plicar la aparición de tan imponentes acaecimientos. Hasta 
se ha pretendido por algunos sostener la teoría plutónica, 
aduciendo, como prueba la más concluyente, los terremo- 
tos de este Archipiélago. 

Y, sin embargo, en esos movimientos se manifiesta bien 



-85- 

el error de los que tal afirman, y se ve con que facilidad 
se estravía la inteligencia más clara cuando lleva al campo 
científico ideas preconcebidas, alimentadas al calor de hi- 
pótesis deslumbradoras. 

Conocen ya nuestros lectores los volcanes de Filipinas, 
su distribución, y el grado d& actividad que cada uno de 
ellos alcanza. Estudiando detenidamente la historia de sus 
más notables erupciones, puede comprobarse el hecho cierto 
de haber ido acompañadas muchas veces de movimientos 
en las comarcas próximas al foco ígneo. 

Las catástrofes del Mayon r y las manifestaciones de los 
cráteres de Mindanao han< coincidido á veces con sacu- 
didas de varia intensidadr la erupción del Macaturing en 
1856 fué seguida de violentas* oscilaciones que se esten- 
dieron hasta las tierras de Gottabato; lo mismo se ob- 
servó en la isla de Camiguin, cuya población fué des- 
truida en 1871 por la abertura de un cráter. 

En estos casos no es posible desconocer el origen de 
terremotos, provocados, sin duda, por la acción volcánica. 

A esta misma pueden quizás atribuirse los movimien- 
tos que en 1641 agitaron el suelo de Mindanao, aunque 
acerca de esto no existen, más que noticias contradicto- 
rias y narraciones fabulosas, traducidas por Perrey. 

Veamos ahora si esa íntima relación entre dos hechos 
tan frecuentes en Filipinas, se manifiesta del mismo modo 
en todos los casos. 

La historia de los terremotos de estas Islas es bien poco 
conocida; pero r sin embargo, las antiguas crónicas reli- 
giosas, curiosos archivos de un valor incalculable, han 
proporcionado preciosos datos para el conocimiento de los 
fenómenos sísmicos que tuvieron lugar durante los dos úl- 
timos siglos. Completando esas relaciones con las de al- 



gunos viajeros, y coa las que describen los temblores de 
la presente centuria, se observa desde luego que existe 
cierta periodicidad en Ja repetición de esas grandes catás- 
trofes, que sólo se presentan dos ó tres veces en cada 
siglo. 

Ahora bien, nunca tan aterradores fenómenos coexis- 
tieron con manifestaciones volcánicas, y siempre su inten- 
sidad fué mayor que la alcanzada por los movimientos si- 
multáneos con estas. Únicamente los que en Setiembre y 
Octubre de 1716, siguieron á las erupciones del Taal, al- 
canzaron ese grado de espantosa violencia que lleva el 
terror al espíritu más animoso. (*) 



(1) No se ha publicado hasta hoy, según nuestras noticias, estadís- 
tica alguna exacta y completa délos terremotos de Filipinas. Registrando- 
cuidadosamente las antiguas crónicas del país, las relaciones de Aduarte, 
Per rey, Morga, Hochestetter y otros autores que después de estos han . 
tratado el asunto, hemos logrado reunir datos para dar la nota que 
sigue, de los temblores de alguna importancia que se han sucedido 
en el trascurso de tres siglos, y cuya realización está debidamente 
comprobada. 

Año 1600 Enero, — Temblor de movimientos horizontales. Causo algu- 
nos destrozos en Manila. 

» » Noviembre. — A las doce de la noche comenzó un -movi- 
miento de oscilación que duró algunos minutos, aunque no 
es creible que, como. aseguran los cronistas, el fenómeno per- 
sistiera más de medio cuarto de hora. 

j> 1610 Noviembre.— Espantoso terremoto que desde la costa oriental 
de Luzon se propagó hasta Manila, y fué causa de grandes 
trastornos. 

» 1627 Agosta. — Temblor que ocasionó desprendimientos considera- 
bles en las montañas centrales.de Luzon. 

» 1641 Enero. — Grandes sacudidas conmovieron las tierras de Ilocos> 
. en cuya provincia quedaron enterrados varios pueblos. 

» 1645 Noviembre. — Célebre terremoto que desde Cagayan á Manila 
levantó el suelo en violento empuje y fué origen de grandes 
desgracias. 

» 1658 Agosto. — Movimiento de bastante intensidad que se percibió 
en Manila y Cavite. 

» 1675 Enero y Febrero. — Temblores en la isla de Mindoro, du- 
rante los que se hundió un monte cercano al pueblo de Santa 
Poía, y el mar penetró en el interior hasta una distancia 
considerable. 

» 1699 Sin fecha exacta. — Temblor de trepidación. 



— 87- 
Entre los muchos temblores que han conmovido estas 
tierras en el trascurso de trescientos años, han sido no- 
tables, el acaecido en Noviembre del año 1600; el del 
mismo mes en 16 10; el de 1645, también en Noviembre; 
el de Junio de 1863; los de Mindanao en 1871; y los re- 
recientes, del año 1880* (*-).• 



Año 171fr Setiembre y Octubre. — Violentos temblores que siguieron á la 
erupción del Taal. 

» 1754 Diciembre y Enero. — Terremotos que coincidieron también 
con grandes manifestaciones volcánicas. 

» 1766 Junio. — Temblores en Albay. 

» 1824 Enero. — Movimientos horizontales de bastante intensidad en 
Cagayan y provincias próximas. 

» 1852 Algunos temblores en las comarcas centrales de Luzon. 

» 1863 Junio. — Espantoso terremoto que arruinó á Manila. 

y 1869 Octubre.— Temblor de más de un minuto de duración en la 
capital. . 

» 1871 Diciembre.— Grandes temblores en Cottabato (Mindanao.) 

» • 1872 Diciembre. — Largo movimiento en sentido horizontal*. 

» 1874 Febrero. Temblor de poca intensidad, 

» 1877 Julio. — Temblores en Camarines. 

» 1880 Julio. — Violentos y repetidos temblores en Luzon. 

(i) Véase lo que acerca del primero de esos fenómenos, escribe el 
R. P. Fr. Juan de la Concepción, Provincial de tos Recoletos Agustinos, 
y persona de gran valer. «Sucedió al punto de la media noche el tem- 
blor, tan largo que duró de seis á siete minutos, tan furioso en sus bai- 
benes que así se meneaban los edificios como suele un navio en alterado 
mar cuando sube y baja de popa y proa, tan apresuradas y violentas eran 
las concusiones; hizo mucho daño en la ciudad derribando edificios y 
lastimando á muchas personas aunque sólo murió una.» 

Este terremoto dio origen á la institución de la fiesta religiosa que 
Manila celebra en honor de San Policarpo, á quien se proclamó pa- 
trón de la ciudad por los temblores. Esa fiesta se realizaba antes con 
gran pompa, y hoy está reducida á la celebración de misas el dia del 
Santo. 

Creemos que serán leidos con gusto los detalles curiosos de este 
hecho, que bemos copiado de una antigua crónica que dice así: «Con 
ocasión de los daños de este temblor, que habían causado una uni- 
versal compunción, movió su conversación el P. Juan de Rivera con los 
más bien inclinados refiriendo casos de donde se podia formar exem- 
plar para nuestra Ciudad de Manila, haciendo elección de algún Sanio, 
que fuese Abogado público, y explicase su protección en los terribles 
Terremotos, así como lo era Santa Potenciana para Uracanes, y ba- 
guios, á quien se hiciere cada año su fiesta, por cuyo medio nos li- 
brase Dios de tanta tribulación, y de tan inminente daño: tratóse su 
pensamiento pió y devoto con el Cabildo de la Ciudad, esta convino 
en ello, y comunicándolo al Cabildo Eclesiástico se señaló lugar y 
dia, en que invocando la gracia Divina con una general Procesión, 
después dispuesta una Urna con cédulas, en que estaban escritos mu- 



Pues bien, durante esos grandes movimientos, ni una 
sola manifestación señaló en los cráteres del Archipiélago 
esa supuesta íntima conexión entre volcanes y temblores. 
Ni en las antiguas crónicas, en que con escrupuloso de- 
talle se relatan tales catástrofes; ni en las obras de cu- 
riosos viajeros, - que recogieron sus impresiones en los lu- 
gares más castigados; ni en la tradición popular, cuida- 
dosamente guardada por los naturales, se encuentra hecho 
alguno que revele la existencia de trastornos en los focos 
volcánicos de Filipinas, durante esas terribles conmociones 
de la corteza terrestre. Y adviértase que los cronistas de 
los pasados siglos eran dados á fantasear en el relato de 
ciertos sucesos; que los viajeros veían en sencillas rela- 
ciones del hombre del pueblo hechos portentosos y ab- 
solutamente imaginarios; y que la tradición conserva, á 
veces, en este país, recuerdos de sucesos extraordinarios, 
que no resisten la más ligera prueba. Pues con ser esto 
así, nada hay en la historia de los terremotos, que au- 
torice la hipótesis en estas líneas rebatida. 



chos nombres efe Santos, convinieron, que la primera que saliese, al 
Santo contenido en ellas, se tuviese por Patrón, y como á tal se le 
cantase Misa. El licenciado D. Gabriel de la Cruz, Dean en segundo 
lugar del Cabildo Eclesiástico sacó de la Urna, en que estaban las 
Cédulas de los Santos, una, que se leyó en alta voz, y conteuía: San 
Policarpio Mártir, Obispo de Esmirna; á veinte y seis de Enero, Ce- 
lebróse por legítima la elección en primero de Abril de mil seis cientos 
y uno.» 

De la catástrofe de 1610 dice Aduarte: «A fin de Noviembre, bacía 
el día de San Andrés se sintió desde Manila basta la provincia de 
Nueva-Segovia, un terremoto tan terrible, que no babia memoria de 
otro igual; causó grandes daños en todo el país; en llocos enterró pal- 
meras; montañas fueron impulsadas unas contra otras; muchos edifi- 
cios se arruinaron y numerosas personas sucumbieron. Donde más 
fuerte se experimentó fué en Nueva-Segovia; allí se abrieron monta- 
ñas, aparecieron lagos, la tierra vomitó masas de arena. En las al- 
Luras habitadas por los- Mandayas se hundió una montaña, aplastando 
una aldea. Un enorme trozo de tierra cayó al rio de modo que ahora , 
hay una llanura donde antes se elevaban colinas. En el lecho del rio 
fué tan fuerte el movimiento que se levantaron olas encrespadas como 
si un horroroso huracán azotara las aguas.» 



— 89— * 

Y si de los tiempos ya pasados venimos á los ac- 
tuales, fácil seta demostrar que esos gigantes de fuego 
que en otras épocas cubrieron el suelo de ardientes lavas» 
permanecieron ágenos á las convulsiones de las tierras 
de Mindanao en 1871, y á las de Luzon en los últimos 
veinte años. 

Aún se conserva vivo et recuerdo de los temblores de 
Julio de 1880, y por esta circunstancia, como por ser 
estos los mejor estudiados en el Archipiélago, merecen 
fijemos la atención en su desarrollo y en las condiciones 
en que se realizaron. 

"Las precisas investigaciones hechas entonces por el 
sabio P. Faura, director del Observatorio de Manila, y 
y los poderosos elementos con que cuenta ese instituto, 
que goza hoy merecida fama, permitieron recojer nume- 
rosos datos acerca de la dirección, intensidad, y marcha 
de los movimientos terrestres, pudiéndose seguir en casi 
todos sus detalles la línea marcada por la onda sísmica 
en su marcha á través de las provincias de Luzon. ( x ) 



(1) Las observaciones de los terremotos de 1880, se hicieron can tui 
sismómetro muy sencillo; un simple péndulo de 0*6 metros de longi- 
tud, y otro aparato para los movimientos verticales. Estos mecanismos, 
suficientes para fenómenos de regular intensidad, no lo son en espan- 
tosos y repetidos movimientos como los del mes de Julio. Por eso el P. 
Faura, cuyo celo y laboriosidad no serán nunca bastante elogiados, 
pensó desde luego en adquirir otro aparato cuyas indicaciones fuesen más 
exactas en todos los casos, y á ese objeto encargó el curioso sismógrafo 
que hoy posee el Observatorio, debido al P. Cecchi, de Florencia. Se 
compone de cinco mecanismos ingeniosamente combinados para que au- 
tomáticamente den aviso de la sacudida, señalen la hora en que tuvo lu- 
gar, y al mismo tiempo indiquen la dirección é intensidad del movi- 
miento. El aparato consta: de una espiral de acero, con un péndulo; 
de un reloj que tiene el triple objeto de avisar que se produjo el temblor, 
señalar la hora en que esto ocurrió, y poner en movimiento la carta 
ahumada en la cual quedan trazadas las líneas indicadoras; de un péndulo 
ondulatorio, que escribe las oscilaciones sobre papel ahumado; de otro 
péndulo vertical, y de dos cilindros donde se arrolla el papel. 

Este sismógrafo da observaciones muy exactas; permite apreciar el 
comienzo y el fin del movimiento, y sólo tiene el inconveniente de 

13 



— 90 — 

Se sabe que durante los terremotos de Julia, ni eF 
Mayon, ni el Bulusan, ni el Taal, acusaron mayor acti- 
vidad que la ordinaria, y que ni en los antiguos cráte- 
res hoy apagados, ni en las montañas que ofrecen ves- 
tigios de la fuerza volcánica, se pudieron encontrar in- 
dicios de nuevas manifestaciones ígneas. 

Las indicaciones hechas en el relato publicado por el 
Observatorio, acerca de la posibilidad de que el centro 
de conmoción radicara en los terrenos que ocupó un crá- 
ter, entre las provincias de Lepan to y Abra, quedaron re- 
futadas en una notable Memoria delSr. Centeno. Este ilus- 
trado y laborioso hombre de ciencia, cuya autoridad es 
indiscutible, recorrió toda la isla á los pocos meses de 
la catástrofe, estudió detenidamente sus efectos, y no va- 
ciló en afirmar después, que no había encontrado nada 
que confirmase la hipótesis que relaciona el centro de 



que el finalde la oscilación no podría observarse en las sacudidas que 
durasen más de dos minutos. 

Para remediar esto, ha inventado el P. Faura, un ingenioso mecanis- 
mo, que irá unido al anterior y permitirá conservar las líneas micro-sís- 
micas, obviando el inconveniente del sismógrafo Cecchi en que las lí- 
neas de los movimientos largos y lentos se superponen y confunden. El 
aparato del ilustre discípulo del P. Secchi, se construye actualmente en 
Inglaterra, y admira por su sencillez y precisión, como por lo bien com- 
binado de sus elementos. Con su instalación, el Observatorio de Manila 
será el que reúna mejores elementos para la observación de los fenóme- 
nos sísmicos. 

El sismógrafo Faura consta de un reloj ordinario, de grandes dimen- 
siones, cuyo horario enlaza con un árbol trasmisor del movimiento, que 
gira con él, y lleva en sus estremos dos ruedas dentadas que impulsan 
un cilindro de metro y medio de altura, y un plano esférico del mismo 
diámetro. El cilindro recibe las oscilaciones verticales y el plano las ho- 
rizontales. Uno y otro dan la vuelta en 24 horas. Cuatro péndulos de dis- 
tintas longitudes, colocados en circunferencias distintas pero concéntri- 
cas, marcan las oscilaciones horizonlales en el papel ahumado que cubre 
el plano. Las oscilaciones verticales quedan señaladas en el papel por 
cuatro espirales de varia sensibilidad. Con este aparato, ligeramente des- 
crito, podrá también determinarse un hecho de gran importancia; si las 
violentas sacudidas de esas horribles catástrofes, van precedidas de una 
oscilación lenta, 6 se presentan súbitamente. 

Inútil es ponderar la utilidad del sismógrafo, con el que el sabio je- 
suíta, prestará á la ciencia nuevos importantísimos servicios. 



— 9i — 

la oscilación sísmica con el foco de un antiguo volcan 
del Abra, añadiendo estas palabras cuya signiBcacior* 
apreciarán los lectores: «No hay volcan apagado, ni in- 
dicios de formación volcánica antigua ni moderna; allí 
no se ven más que formaciones plut6nicas que son las que 
constituyen la gran cordillera; formaciones metamórficas 
(filadios ó pizarras de varias clases), formaciones sedimen- 
tarias, terciarias inferiores ó quizás cretáceas, y aluvio- 
nes modernos.» ( L ) 

Véase pues si es estrafia esa facilidad con que ciertas 
especies son acogidas y propagadas en este país, aun por 
escritores discretos y serios. ( 2 ) 

Los hechos están, afortunadamente, debidamente ave- 
riguados, y no hay lugar para la duda* Léase lo que el 
Sr. Centeno escribe á este propósito, en el citado trabajo: 
«Ni el cráter del Taal, ni los hervideros de la falda Sud- 
oeste del Maquiling, que reconocimos cuidadosamente, 
presentaban señal alguna de reciente variación, cuanto 
menos de los cataclismos que imaginaciones jóvenes y en- 
tusiastas habían creída ver.» 

Pero averigüemos donde nacieron y cómo se propaga- 
ron esos movimimientos cuyo origen importa tanto deter- 
minar. Fijémonos antes en las siguientes líneas que resú- 



(1) Memoria sobre los temblores de tierra en Julio de 1880 en la Isla de 
Luzon, por D. José Centeno y García. Véase la página 17. 

(2) Hé aquí lo que escribe hace un año un ilustrado observador: 
tDesde 1754 hasta el dia, el coloso (se refiere al volcan de Taal) duerme 
tranquilo, y sólo alguno que otro rugido, y el largo penacho de 
humo que le adorna, dan señal de su existencia; pero no hay que 

estar tranquilo; los furiosos terromolos que en 1 880 azotaron la capital de Ma- 
nila, indican palpablemente, que la acción volcánica sigue persistente en sus en- 
trañas, y que el coloso se prepara para el porvenir.» [*) 



{+) Las Islas Filipinas en i882.-Francisco Javier de Moya.-Madrid. 1883. 



— 92 — 

men las observaciones todas, gráficamente representadas 
además en una carta que acompaña á la Memoria. 

«Haremos observar primeramente, dice el Sr. Centeno, 
que todos los temblores experimentados en 1880 desde 
el 14 al 25 de julio, pueden dividirse en tres grupos, 
correspondiendo respectivamente á los dias 14, 18 y 20, 
presentando cada uno su zona especial de máxima in- 
tensidad,» 

«El primero, que comprende los temblores ocurridos 
desde la noche del 14 al 18, se presentó en la costa 
del Pacificó, correspondiente al distrito de la Infanta y pro- 
vincia de Tayabas, y en la costa Nordeste del lago de 
Bay, desde Santa Cruz á Morong, con intensidad notable- 
mente mayor que en el resto de esta isla, decreciendo gra- 
dualmente á partir de esta zona, que hemos señalado en 
el mapa con curvas amarillo de oro, de tal modo que 
ya en Pangasinan por el Norte, y en Camarines por el 
Sur, pasaron desapercibidos en muchos pueblos los temblores 
de este grupo.» 

«El segundo, que es el más importante de todos, por 
su intensidad y por la estension que abraza, presentó 
su zona de máxima intensidad en el terreno comprendido entre 
la costa oriental de Tayabas y la Infanta y las ultimas 
estribaciones occidentales de la cordillera que partiendo 
del Caraballo de Baler, corre hacia el Sur y termina 
en los montes volcánicos de Tayabas, cerca ya del istmo 
de Atimonan.» 

«Por último, el tercer grupo, que comprende los 
temblores del dia 20 en adelante, presenta una zona de 
intensidad máxima muy pequeña, desde la cual se pro- 
pagó el movimiento con una ley tan decreciente, que 



— 93 — 
habiendo sido intensísimas las sacudidas en la costa occidental 
del lago de Bay, y aúa en Manila, ya perdieron su im- 
portancia en las provincias próximas por el Norte y por 
el Sur...» 

A tan elocuente testimonio debemos añadir el que 
nos ofrece la declaración del Observatorio, en cuyo re- 
lato vemos se da por cierto que la onda sísmica se di- 
rigió con preferencia de S. E. á N. O. ó de E. á O. 

Y todavía encontramos en la autorizada reseña del 
P. Faura, una declaración terminante en este sentido, y 
que se compadece mal con la teoría volcánica. El sabio 
jesuíta afirma que la dirección de las conmociones no cambió 
nunca y y que si otra cosa se asegura en los partes de 
algunas provincias, esto es debido á la precipitación con 
que se redactaron las notas. 

Examinemos ya los hechos, y veamos si ellos nos 
pueden dar razón más cierta que la ofrecida por los 
plutonistas para explicar los movimientos del suelo en 
Filipinas. 

En los párrafos que dejamos copiados asegura el Sr. 
Centeno, y sus aseveraciones convienen con las de todos los 
observadores, que las conmociones alcanzaron su máxima 
intensidad, en el distrito de la Infanta, en Tayabas y en 
la costa Nordeste del lago de Bay, propagándose con menos 
violencia á las provincias del centro y Norte de la isla; 
ademas el P. Faura afirma que los movimientos fueron 
de E. á O., y que nunca cambiaron de dirección, todo 
lo cual es bastante para buscar el punto de partida de 
los terremotos de 1880 en la parte de Luzon compren- 
dida entre las provincias citadas, que sitúan en la parte 
Sur de la costa oriental. 

En efecto, es natural creer que el origen del fenó- 



— <94 — 
aneno corresponde al punto en que las conmociones fueron 
más violentas, pues sea cualquiera la causa del movi- 
miento sísmico, este ha de ser más intenso allí donde 
se produjo el primer choque. 

Por otra parte esa onda que va siempre de E. á O. 
y pierde cada vez más en fuerza y en velocidad, nos 
lleva á buscar su nacimiento en el punto ya indicado. 
Es posible, pues, sostener que el foco de conmoción 
de los temblores, radicaba en la costa oriental que limita 
el distrito de la Infanta y las provincias de Tayabas y 
la Laguna. 

Ahora, si recorremos en el plano esta zona, obsér- 
vase que corresponde á la región cuyas playas forman el 
gran seno que va en la citada costa desde Punta Inagui- 
can hasta Punta Jesús, y á la parte más .estrecha de la 
isla, donde las tierras ofrecen estensos desprendimientos y 
dislocaciones considerables. 

Al recorrer las costas de Luzon, se nota, como ya 
hemos dicho, la poderosa influencia de las aguas del Pa- 
cífico que se manifiesta enérgicamente en la parte oriental, 
combatida por grandes mares y mucho más accidentada. 
En ella vemos numerosas ensenadas y bahías, multitud 
de pequeñas tierras desprendidas, seguramente, de la 
isla, y señales bien marcadas de la acción de las olas 
que es más intensa en la zona ocupada por esas provincias 
enfrente de cuyas playas se alzan las islas de Polillo, Pa- 
lasan, Patnanogan, Iguicon, Jomalig, Balesin, Cabálete, 
Alabat, y otras menos estensas que por su situación, es- 
tructura y condiciones físicas acusan su antiguo enlace 
eon la isla principal. 

El examen atento de las tierras demuestra, pues, que 
el foco de los movimientos se encontró en lugar muy 



— 95 — 

próximo á la parte de costa más combatida por las aguas 
del Gran Océano, que en otras épocas fué causa de enor- 
mes dislocaciones, y que hoy todavía prosigue implacable 
su obra de destrucción. 

Demás, á . esa zona corresponde la porción estrecha 
de tierra que separa el gran lago de Bay de los mares 
del Este, y el istmo que se levanta entre estos y los 
que bañan el Sur de Luzon. 

Allí; cerca de ese coloso que bate sin tregua las 
playas orientales; en esa tierra estrecha que se ha de- 
jado dominar siempre por las olas; en el fondo de ese 
gran seno, en el que se alzan numerosas pequeñas islas, 
y donde las aguas encuentran un obstáculo mayor que 
el que le oponen las costas abiertas; entre el pequeño 
mar, que tal es el lago de Bay, y el inmenso Océano 
que separa dos grandes continentes, allí se originó la 
terrible catástrofe que estudiamos, y de allí partieron, 
según los datos más positivos, esas violentas sacudidas que 
aún recuerdan con espanto los insulares. 

Y obsérvese que las sumarias descripciones de los más 
violentos terremotos, nos permiten suponer que siem- 
pre fué la costa oriental la más castigada por esos fe- 
nómenos, pues en los años 1610, 1627, 1645 y 1754, 
se presentaron en la parte Este de la provincia de Ca- 
gayan, llevando sus efectos hasta la de Manila y la La- 
guna, y en 1863 el distrito de la Infanta se agitó con 
igual ó mayor violencia que el suelo de la capital. 

Si admitimos estos hechos, tan ciertos como elocuentes; 
si recordamos que los terremotos de Julio pasaron des- 
apercibidos en las comarcas próximas al Mayon; y si te- 
nemos en cuenta que la acción volcánica á más de no 
manifestarse de modo alguno, no explicaría como la di~ 



— 96 — 

recetan del movimiento no cambió nunca, siendo tan estensa 
la línea de cráteres que cruza la isla, preciso será con- 
venir en que otras causas, que se relacionan con la situa- 
ción de las tierras ya citadas, fueron origen, del fenó- 
meno. 

Únicamente los grandes hundimientos subterráneos pu- 
dieron, en nuestra opinión, ocasionar estos terremotos cu- 
yos efectos fueron debilitándose á medida que era mayor 
la distancia- 
De esta manera, se comprende bien la violencia y 
repetición de esas sacudidas, provocadas por los gran- 
des y repetidos desprendimientos de los terrenos, y se ex- 
plica la dirección de aquellas, tan fija, como que tenía su 
o'rígen en un espacio limitado. Pero todavía hemos de 
aducir una prueba cuyo valor apreciarán los lectores, si 
se fijan en un hecho, que de poca importancia para los 
que estudiaron el fenómeno bajo un criterio determinado, 
la tiene tan grande, como que el es quizas el más no- 
table de cuantos acompañaron á los terremotos de Julio. 
Nos referimos á los hundimientos* de 'tierras acaecidos en 
el distrito de la Infanta.- El S?. Centeno describe estos 
trastornos detalladamente, y dedica un plano á la repre- 
sentación gráfica de esas depresiones del suelo, que fueron 
notables por su estension y por medir en algunos puntos 
una profundidad considerable. En Punta Tacligán las tierras 
elevadas algunos decímetros sobre el nivel del mar des- 
cendieron siete metros, y en Quinanliman la sonda acusó 
un hundimiento de cinco metros. 

Estos movimientos del suelo no se presentaron en 
ningún otro punto de la isla, y es curioso observar que 
ellos corresponden al lugar en que hemos señalado el foco 
de las conmociones terrestres. 



— 97 — 

¿Cómo desconocer el interés que encierran esos he- 
chos, que, sin embargo, no han fijado hasta ahora la 
atención de nadie? ¿No es natural suponer que los des- 
censos superficiales fueron provocados por los despren- 
dimientos del interior? Seguramente; y por nuestra parte 
encontramos una estrecha relación entre aquellas depresio- 
nes y las que debieron surgir en el seno de la tierra*.. 

Veamos ahora, donde radican las fuerzas ocasionales 
de los hundimientos subterráneos 'de Lü'zon* v 

A poco que se estudien las coadiciones del suelo fi- 
lipino, se observará que son abonad ísimas para favore- 
cer la filtración de las aguas de < lluvia, que durante 
muchos meses del año caen sobre las montañas y correo: 
á depositarse en Valles estrechos que por su estructura 
favorecen el paso de las aguas á través del subsuelo. 
Ya esto, por sí solo, es un factor de cuantía, pues bien 
se sabe que las lluvias torrenciales deshacen los terre- 
nos, ocasionan el resbalamiento de las capas, y son 
causa de hundimientos . tan considerables como los que 
produjeron las catástrofes de Lombardia en 1618, las de 
Goldan en 1806, y últimamente las de la isla de la 
Reunión. 

Pero todavía creemos que hay otro elemento á cuya 
acción deben atribuirse principalmente los terremotos de 
1880: la influencia de los grandes mares del Este que 
baten sin cesar las costas orientales y son origen de des- 
prendimientos y dislocaciones tan notables como acusa 
el mapa de la isla. 

Que las olas son suficientes á determinar extensos 

movimientos en las playas, es un hecho probado hasta 

la evidencia; que ellas han contribuido de muy antiguo 

á la disposición de las cosfcas filipinas, uro puede negarse; 

14 



— 98 — 
que continuamente ocasionan transformaciones en la parte 
emergida de; las playas, nos lo prueba una sencilla ins- 
pección de los terrenos. ¿Por qué, pues, no admitir que 
esos mares destruyen también las tierras sumergidas, y 
abriéndose pasó á pocos metros de la superficie, llegan 
al interior de aquellas y provocan esos hundimientos, 
causa determinante de los terremotos? Si concedemos á las 
aguas el poder necesario para dividir y fraccionar las cos- 
tas, bien podemos creer, sin gran esfuerzo, que su acción 
va más allá de la zona en que los efectos de las olas apa- 
recen á nuestra vista. Así parece que sucede en Filipi- 
nas, cuyas tierras orientales sufren los embates del Pací- 
fico y el choque de las poderosas corrientes que nacen 
de la ecuatorial del Nort£ y vienen á estrellarse en las 
costas del Este para derivar luego hasta perderse en los 
mares del Sur; circunstancia esta, que tampoco ha sido 
notada, y que conviene, sin embargo, tener presente. 

La periodicidad de los terremotos del Archipiélago, 
apuntada por el Sr. Centeno, y que en realidad existe, 
acusa también una fuerza constante y lenta que causa 
sus efectos sensibles en periodos relativamente iguales. 

Resumiendo; el hecho, para nosotros demostrado, de 
radicar el foco de las sacudidas en los puntos próximos 
á las playas que más enérgicamente sufren la acción del 
miar, y que por su estructura se hallan expuestos á las 
filtraciones submarinas, prueba bien que en ese Océano 
que socava las costas y penetra en las grandes cavida- 
des subterráneas, determinando allí el desprendimiento 
de grandes rocas, debe buscarse el origen de los terre- 
motos filipinos. 

No prétehdemos, porque no poetemos pretenderlo, ha- 
ber resuelto el importante problema de geografía dina- 



— 99 — 
mica que tanto preocupa hoy á los hombres de ciencia. 
Si hemos expuesto nuestras ideas de un modo que qui- 
zás á algunos parezca pretencioso, es por estar firmemente 
persuadidos de la certeza de unos hechos que hemos pro- 
curado estudiar con escrupulosa atención, y porque cree- 
mos que en estos asuntos deben declararse con entera li- 
bertad todas las convicciones, sin envolverlas en nebulo- 
sidades y reservas, qué aún disculpadas por una lauda- 
ble modestia, perjudican á la ciencia y entorpecen la obra 
del progreso. 

Los hechos ahí quedan consignados; nuestras deduc- 
ciones podrán ser erróneas; de cualquier modo ellas quizás 
abran el camino á nuevos trabajos y á descubrimientos 
de más valer. 



ARTICULO SEGUNDO. 

g. L Origen y formación del Archipiélago. — En una: 
antigua tradición india se comparan las tierras emergi- 
das, á gigantesca planta cuyas flores, apenas entreabier-, 
tas, se ven representadas por las islas que esmaltan el 
Océano y se extienden del uno al otro continente. 

Diseminadas en la superficie del mundo marítimo, las 
regiones oceánicas aparentan levantarse del senq de las 
aguas sin obedecer á ley alguna en sus caprichosas fóiv 
mariones. Pero estudiando su estructura, se observa que 



— 100 — 
no están arrojadas al azar, y que, por el contrario, son 
én su maravilloso conjunto hermosa muestra de las más 
sublimes armonías físicas. Archipiélagos numerosos que 
matizan dé los; más brillantes colores laá azuladas super- 
ficies del Océano; islas levantadas en las cercanías de an- 
tiguos continentes; masas desprendidas de la' tierra pri- 
mitiva por la acción de fuerzas más ó menos enérgicas, 
pero constantes; todos ésos grandiosos restos de otras eda- 
des ofrecen una exacta correspondencia que no permite 
dudar de la continuidad de vastos territorios que elevaron 
sus terrenos en los mares orientales. 

Para explicar él estado actual de estos países y las 
diversas trasformáciones operadas en el trascurso de los 
siglos, es bastante la intervención de los agentes físicos 
cuyas fuerzas se manifiestan hoy en la superficie de nues- 
tro planeta; no siendo necesario recurrir á hipótesis aven- 
turadas que atribuyen los más sencillos trastornos geológi- 
cos á la repentina aparición de espantosos cataclismos. 

Un examen atento de las tierras, el conocimiento de 
la fauna oceánica, y el de la distribución y origen de las 
razas que pueblan esas islas, ha permitido á los natu- 
ralistas modernos recomponer en su mente el admirable 
conjunto hundido hoy en el seno de las aguas, y formu- 
lar una teoría que confirma las antiguas indicaciones de 
Estrábon (■■*), y que sostenida luego por Buffon ha sido 
demostrada por los curiosos trabajos de Wallace. 
^ Limitándonos á nuestro objeto, ñó entraremos á exa- 



(1) Sabido es que él célebre geógrafo de Amasea anunció la 
posibilidad ;de .que en las, vastas regiones marítimas, desconocidas en 
su época, existiesen grandes continentes emergidos del fondo de las 
aguas. - 



— 101 — 

minar los fundamentos en que se apoya una hipótesis ad- a 
initida hoy por la mayoría de los geólogos y consignada 
ya en los anales de la ciencia. Hemos sólo de fijar la. 
atención sobre algunos puntos importantes, no bien co^ 
nocidos todavía, y que están estrechamente relacionados 
con la geogénia del Archipiélago. 

¿Es posible determinar el origen de todas las regiones 
oceánicas, señalando las que son producto de formaciones 
recientes, y las que representan en la actualidad el con- 
tinente sumergido? ¿Se unía este al litoral asiático, ó for- 
maba un todo aislado en medio del Océano? Hé aquí las 
cuestiones que ante todo se ofrecen á nuestro estudio. 

Sobre las aguas del Pacífico elevan sus cumbres cordi- 
lleras extensas, que después de recorrer las islas ocultan 
sus estribaciones en las aguas y vuelven á aparecer en 
comarcas más ó menos próximas. La estructura de estas 
montañas, su dirección y otras condiciones físicas muy 
señaladas, indican que se elevan sobre una extensa plani- 
cie submarina, hundida gradualmente, pero que en otro 
tiempo formó un continente sobre la superficie. Las cor- 
dilleras de Sumatra y Java y casi todas las que forman 
el archipiélago de la Sonda, ofrecen por el contrario la 
estructura y dirección de los sistemas de -Malaca y parte 
meridional de Asia, indicando así su relación con el conti- 
nente indiano del que hoy se hallan separadas por canales 
ó estrechos de poca profundidad. Los estudios geológicos, 
hechos en esta parte de la Malasia, sobre todo en Java 
y en Borneo, no dejan duda acerca de la naturaleza de 
esos terrenos, muy semejantes á los que forman el litoral 
asiático; y si además se tienen presentes las importantísi- 
mas investigaciones de Wallace, que ha encontrado en aque-, 
lias islas más de 150 especies de mamíferos -iguales -á tes 



— 102 — 
del viejo continente, habrá fundamento para admitir con 
este sabio, que esas comarcas representan los restos de 
una tierra unida en otro tiempo á las de la India., 

Las regiones extendidas al, Este de Java, parecen conti- 
nuar en cierto modo la serie que une las costas austra- 
lianas á las asiáticas; pero sus condiciones físicas mar- 
can claramente una completa separación entre islas muy 
próximas. Demás, los datos geonósticos de las Célebes, 
las Molucas y el archipiélago filipino, y los recogidos en 
Australia y Nueva-Guinea, permiten establecer una divi- 
sión comprobada por la fauna de estos países. La isla de 
BQrnQo está separada de las Célebes por un canal muy 
profundo que sigue al Sur y en el grupo de Timor pasa 
entre Bali y Lombok, tierras que á pesar de su proxi- 
midad poseen especies zoológicas distintas, que señalan la 
Jínea divisoria entre la fauna asiática y la australiana. Desde 
?P? pequeñas islas los, países oceánicos se reúnen en dos 
grandes grupos: uno,, que en otro tiempo fué parte del 
territorio de Asia y comprende la isla de Borneo y el 
archipiélago de ja Sonda, y otro que, indudablemente, se 
vniaá la Australia, ( y en el cual incluimos nosotros las 
Filipinas, al que corresponden las Célebes, las Molucas ¿ 
tqdas las islas del Sudeste, 

.& : Est;a división se funda también en la dirección de l^ 
calleras que desde ja parte septentrional de Nueva- 
Irlanda, corren unas alaste á confundirse con las últimas 
estribaciones de Java.y Jialaca, y otras al Norte por las» 
C ^^! T ^PM 138 ' forpiando una extensa curva .deteis 
TOifflMa por la acción de los mares orientales. 
o^JP «^^s qu^ hay otros hechos en favor de esta| 
í§^ía;.pu£s ; ^flí!^:^',^?. islas, desprendidas del litoral 
3£M^;^^ en éste, iió 



— 103 — 

se ven en Filipinas ni en las Célebes los grandes monos 
antropomorfos de Borneo, las fieras de Java, ni las aves 
y reptiles que habitan los bosques del archipiélago de la 
Sonda. ¿Cómo este dato importante y decisivo, pudo es- 
capar á los autores que pretenden que la tierra descu- 
bierta por Magallanes estuvo unida á las del Oeste? 

El R. P. Buzeta cree, con algunos escritores extranje- 
ros, que las islas oceánicas formaron un todo continuo 
con ei Asia y la América; pero esta hipótesis, tan poco 
conforme con los conocimientos actuales, no tiene en sú 
favor un solo hecho. 

Desde muy antiguo los religiosos que hicieron la des- 
cripción del Archipiélago, no vacilaron en afirmar qué 
sus tierras, unidas en otra edad del globo, fueron sepa- 
radas por la acción de un poderoso cataclismo. Funda- 
ban esta teoría en las similitudines phisicce de Bacon, pues 
en efecto, las tierras filipinas guiardan entre sí una exacta 
correspondencia física. En la actualidad se ven en los 
principales grupos señales evidentes de su antigua unión, 
observándose que las costas meridionales y las del Este 
de Luzon se hallan fraccionadas y divididas por multitud 
de senos más ó menos profundos, á los qué corresponden, 
casi exactamente, pequeñas tierras situadas á distancia muy 
corta. En la isla de Samar y algunas dé las Visayas, pa- 
recen colocadas las montañas según el mismo orden, cor- 
riendo todas at S. E. para llegar á las aguas de Min- 
danao, mientras en Panay y Negros se dirigen de V N. á 
S. marcando Járlínéas centrales del antiguó territorio fili- 
pino. Por último, la naturaleza de los terrenos^ la rela- 
ción de los yacimientos hullíferós, lá semejanza dé las pro- 
ducciones vegetales, y la escasa profundidad d'e ios márós- 
que rodean estas islas, -permiten sostener ^ué c él las °formá- 



. ,— 104 — 

ron un todo continuo con otras más extensas comarcas. 

Pero si este es un hecho indudable, no podemos ad- 
mitir que el Archipiélago se ha separado del continente,. 
ya que es imposible señalar la más débil semejanza entre 
sus tierras ni entre sus faunas, ¿De qué manera se ex- 
plica que en nuestra colonia no se vean ni aún siquiera 
restos que recuerden los seres de la India? Si esto no 
fuese suficiente á demostrar lo erróneo de aquella hipó- 
tesis, consignada- y admitida por la mayoría de los au- 
tores que de Filipinas escribieron, ya veremos en el es- 
tudio de las razas, cuan falsas son las afirmaciones que 
combatimos. 

Cuanto queda expuesto debe también objetarse á la 
pretendida unión de la provincia española y Borneo, pues 
esta última con sus criaderos, de diamantes, sus fieras y 
reptiles desconocidos en aquella, indica, que en época al- 
guna confundió sus tierras con las de nuestro archipiélago. 

Por el contrario, la fauna de Célebes es muy seme- 
jante á la de éste, y las razas aborígenes proceden todas 
del grupo australiano que Wallace considera formado por 
las tierras que desde Loinbok se levantan al Este de una 
línea que pasa por la costa oriental de Borneo y la me- 
ridional de Filipinas. 

Ahora bien, ¿admitida la existencia de ese continente, 
es posible determinar la época en que su destrucción dio 
origen á las islas actuales? Ningún dato se posee hoy que 
permita fijar, ni aproximadamente este hecho; pudiendo 
sólo suponer que los trastornos geológicos debieron suce- 
derse en varias eclades y presentarse por causas bien dis- 
tintas;. 

Refiriéndonos á Filipinas, notaremos que las incesantes 
transformaciones del suelo ocurridas en nuestros días^-soo 



— 105 — 

provocadas 6 por la acción volcánica que acumula mate- 
riales ígneos sobre las cap^s de sedimento, ó por los 
temblores que separan algunas tierras, hunden montañas, 
y dan paso a las aguas del interior.. 

A estos deberaDs añadir otro elemento poderoso que 
en el mundo de lo infinitamente pequeño se muestra en 
toda su energía y da lugar á extensas formaciones que 
los pólipos elevan sobre las rocas submarinas. 

La falta de grandes mesetas en las montañas del Ar- 
chipiélago, y la de extensas llanuras que separen el mar 
de la base de las cordilleras, induce á creer que el an- 
tiguo territorio oceánico debió sumergirse en el fondo de 
las aguas por alguno de esos movimientos tan frecuen- 
tes en la superficie del planeta. Por los trabajos de Mohr 
y otros partidarios de la escuela neptunista, conoce- 
mos la influencia de las olas que combatiendo las cos- 
tas provocan hundimientos más ó menos considerables. 
Los autores que suponen que el Archipiélago es de orí- 
gen esencialmente volcánico y que todas sus islas han 
sido emergidas por aquella fuerza, niegan esos hechos, 
sin tener en cuenta las señales evidentes que marcan el 
descenso, ni la falta de fósiles marinos de otras épocas 
en los terrenos altos que de haber estado entonces bajo las 
aguas ofrecerían restos animales que probarían su origen. 

Hechas estas consideraciones, creemos puede sospe- 
charse que el grupo filipino formó parte en otras edades 
de un vasto territorio separado del Asia, que por las Cé- 
lebes y las Molucas llegaba á Nueva-Guinea y Nueva- 
Holanda, para constituir el gran continente australiano 
sumergido hoy en las ondas del Pacífico. 
* : .§. II. Geognósiq. — No vamos á hacer un estudio dete- 
nido de este punto, extraño al objeto de nuestra obra; sólo 

15 



— 106 — 

algunas líneas dedicaremos á lá descripción de las princi- 
pales especies, que como el cobre, el hierro y la hulla, 
ofrecen incalculables beneficios á los que algún dia aprove^ 
cheri debidamente los adelantos de la ciencia geológica, para 
la explotación de los veneros que encierra el suelo filipino. 

. En la parte septentrional de Luzon, y limitado por las 
provincias de llocos, Abra, Isabela y Nueva- Vizcaya, se 
encuentra el distrito de Lepanto, en cuyas montañas hay 
grandes masas cuarzosas que contienen varios metales, en- 
tre ellos el cobre. En el monte Aban se presenta este cuerpo 
en filones cubiertos por capas de pórfido arcilloso que se 
dirigen del O. N. Ó. al E. S. E., y ofrecen en su interior 
vetas feldespáticas de distinta longitud. 

La explotación de los criadores de cobre de Manca yan 
fué iniciada hace muchos años por los indígenas, pero 
hasta el segundo tercio del presente siglo no fué empren- 
dida por los europeos. En 1862 comenzó sus trabajos la 
sociedad Cántabro-filipina, que recogió escasos productos 
á pesar de haber gastado grandes capitales. 

En estos filones se ven cobres grises, la filipsita (cobré 
Jiepático) la calcosina (cobre vitreo) y otras variedades cuya 
¿OmpQsición según el ingeniero Sr. Santos, que practicó 
repetidos ensayos, es la siguiente. 



Cobre. ■ > • . . 


• • 16.64, 


Sílice*^ . .; 


. . ;47,06 fl 


Azufre. .- . ¡ . . 


i. 'i.-- MM-'.l 


Antimonio ¡ r j . > 


>v-, i5bl2v : - 


Arsénico. . . . 


• . , 4>65.; i 


Hierro . . . . 


..,-.-. : 1,84. , 


Perdida ; . -..- . 


. . 0,25. 



El Sr. Centeno^ tiacé especial mención en su Memoria 



— 107 — 

geológica, de la inmensa riqueza de esos criaderos y de 
la facilidad con que los benefician los insulares por medio 
de ingeniosos procedimientos. 

Otro de los productos más abundantes en el Archipié- 
lago es el oxido de li ierro, que se presenta casi puro en 
terrenos vírgenes cuya explotación es sencillísima. Se cree 
que el aprovechamiento del hierro en Filipinas es el más 
antiguo y el de mejor resultado. Este metal se encuentra 
en muchas islas, y la pureza de los minerales es tal que 
algunos contienen el 80 por 100 de hierro puro de in- 
mejorable calidad. Los que conocen esa riqueza se que- 
jan del atraso en que hoy se halla este ramo de la. in- 
dustria, á causa del poco tino de los que emprendieron 
las primeras explotaciones. Estas podrían hacerse hoy con 
resultados favorables en los criaderos de Bulacan, Pam* 
panga, Laguna y Camarines Norte. •-,... 

Al describir los ríos del Archipiélago hemos indicado 
la existencia del oro en algunjas comarcas donde ese cuerpo 
proporciona á los naturales los medios de atender á sus 
escasas necesidades. El oro no se encuentra únicamente 
en las arenas de los rios, sido en terrenos de aluvión y 
en verdaderos filones que atraviesan rocas graníticas: Tal 
sucede en la provincia de Camarines Norte donde se pre- 
senta también en masas cuarzosas, á semejanza de los fi- 
lones del Brasil. En los montes Manbuláo y Paracale se 
extrae oro mezclado con pirita de hierro ó de cobre y 
á veces con galena y blenda, como se ve en las explota- 
ciones auríferas del monte Labo cuyos filones son de arcilla 
gris. En otras zonas hay pequeñas vetas que encierran 
este precioso metal tan abundante en los distritos de M¡- 
samis y Surigao (Mindanao.) Los placeres auríferos de estas 
comarcas son explotados por los. indígenas que extraen gran- 



— 108 — 

des cantidades de oro en polvo, y pepitas cuyo peso según 
el Sr. Centeno, es hasta de 3 taeles. En Misámis el oro 
se encuentra en masas de cuarzo, en aluviones modernos 
y en las arenas de los rios; en Surigao se ven filones ca- 
lizos que ademas del oro contienen hierro y cobre. Los 
estudios hechos en los últimos años descubrieron la riqueza 
que podría alcanzar la explotación aurífera, limitada hoy 
al aprovechamiento de pequeñas cantidades que los del país 
extraen para servirse de ellas en sus tráficos. ( x ) 

Al tratar de la composición de los terrenos hemos in- 
dicado también la existencia de cuencas carboníferas en 
las islas más importantes. Recientes investigaciones han 
dado á conocer la bondad de esta sustancia cuyos yaci- 
mientos fueron descubiertos por primera vez en el año 
1827. Desde esa época se han hecho numerosos registros 
en Luzon, Visayas y Mindanao» siendo los más notables 
los de la provincia de Albay y los de Cebú, que á las 
excelencias del mineral unen en algunos puntos el gran 
espesor de las capas, fáciles de aprovechar y conducir á 
puertos próximos. 

Además de estos productos, hay en Filipinas mercu- 
rio, azufre, antimonio, plomo y canteras de las que se 
extraen mármoles y otras calizas empleadas en la cons-, 
trucción. 

En la imposibilidad de hacer una descripción minu- 
ciosa, que no correspondería á la índole de este libro, 
damos á continuación un resumen de las principales es- 
pecies minerales iv las provincias domíé sel encuentran. 



(1) En, el,rae;s iv de Junio de 1874, di£teé&^M. Danbrée, á la So- 
ciedad ¿eólógica dé Francia, de una curíesa" carr^ escrita por Minard' 
acerca da los yacimientos aurífero^ de Filipinas, en la cual asegura 
que el oro se encuentra con frecuencia en jna*as donde abunda el 
platino tiativo i í. No poseemos ninguní dalo- qu^confirme este aserto. 



— 109—^ 



MINERALES. 



PROVINCIAS. 



Hierro 



Cobre. 



Oro 



Hulla 



Mercurio ( 1 ). 
Plomo. . . 



Azufre* 



Mármoles. 



' Bulacan. — Lepan to. — Bontoc. — Ba- 
taan. — Laguna. — Camarines Norte. 
— Pampanga. 

/Cagayan.— llocos Sur. — Lepanto. — 

\ Zambales. — Tayabas. — Camarines 

j Norte. — Camarines Sur. — Antique. 

\ — Masbate. 

7 Nueva-Écija.— llocos Sur. — Lepanto. 

\ — Unión. — Infanta. — Tayabas. — 

i Leyte. — Cápiz. — Cebú. — Surigad. — 

V Misamis. — Mindoro.— Sibuyan. 

¡Nueva-Écija. — Zambales. — Camarines 
Sur. — Albay. — Bataan. — Balabac. 
— Samar. — Antique. — Romblon. — 
Cebú. — Negros. — Mindoro.— Suri- 
gao. — Tayabas. 
Cáraga. — Cápiz. — Samar. 
Cebú. — Camarines Norte. 

j Albay. — Camarines. — Batangas. — 

l Leyte.— Benguet.* 

[ Manila. — Bulacan. — llocos. — Caga- 
yan. — Lepanto. — Laguna. — Rom- 
blon. 



La importancia de esas especies indica bien cuantas 
ventajas pueden esperarse de una tierra tan generosamente 
dotada, y que en tales proporciones ofrece estimados ma- 



(1) La existencia de este metal no está bien comprobada. 



— íiO — 
teriales que las artes, la industria, y la fabricación soli- 
citan con empeño, 

Y todavía han dé contarse entre las riquezas del suelo 
filipino, numerosas fuentes de aguas minerales que gozan 
preciosas virtudes terapéuticas. Ya en otra parte de esta 
obra veremos qué esos manantiales, abandonados hoy 
en absoluto por el hombre, pueden competir por su mi- 
nerálización y su temperatura con las más notables ter- 
mas europeas. - 

¡Tristeza causa él considerar cuántos valiosos produc- 
tos yacen aquí olvidados; cuántos caminos de prosperidad 
y abundancia podrían tener natural desarrollo; cuántos 
tesoros ocultar* sus admirables producciones á los ojos de 
Ja ciencia! 

§. III. Fauna.— En el vasto cuadro que la naturaleza 
animal nos ofrece en el Archipiélago, se advierte desde 
luego una falta dé originalidad, que no deja de ser no- 
table y digna de atención. 

Especies venidas del viejo munido, y por todo extremo 
degeneradas después de laboriosa aclimatación; otras, 
iguales ó parecidas á las que viven en las islas del Este, 
y son peculiares á la Oceanía; algunas, que representan 
la fauna americana, y la de las tierras polinesias; mul- 
titud de seres marítimos, comunes á todos los países que 
baña el Pacífico, tales son, en conjunto, los elementos 
zoológicos que viven en la provinóia española, donde 
apenas si pueden estudiarse algunos seres peculiares de 
sus extensos dominios. 

La fauna filipina, carece, puesi de ese carácter es-, 
pecial que distingue á la de otros pueblos. En ella no 
existen ni los grandes mamíferos de Asia y Europa, ni 
las fieras de África, ni las especies marsupiales de la Aus- 



— iii — 

tralia. Únicamente en los últimos eslabones de la escala 
animal, puede encontrar el naturalista seres de organiza- 
ción característica y propia de esta zona. 

Es cierto, y precisa confesarlo, que hasta ahora nos 
hemos cuidado bien poco de esa clase de investigacio- 
nes, que tan útiles y provechosas serían á la ciencia y 
al país. Ni un ligero ensayo de clasi6cación se ha hecho 
hasta hoy; sólo sucintas brevísimas noticias que encontra- 
mos en los autores modernos, acerca de este importante 
ramo de la historia natural; y las relaciones de los dos úl- 
timos siglos en las que se consignan datos zoológicos tan 
erróneos y gratuitos, que han merecido á un respetable 
cropista religioso la calificación más severa. (*) 

Ademas de las breves noticias apuntadas en la obra 
del P. Camel, tenemos después loa trabajos de Cunming, 
acerca de algunos órdenes de mamíferos; las indicacio- 
nes de Labillardiere, que estudió varios pájaros de estas 
Islas; y los trabajos de Semper, ya citados, que se refie- 
ren á un corto número de especies. 

Para llenar ese vacío en la parte que es indispensa- 
ble, preciso nos será alguna vez recurrir á observaciones 
propias, que deficientes é incompletas como son, nos ser- 
virán de guía en materia tan poco conocida. 

Consignemos, ante todo, que en el estudio de los sé- 
res que habitan el Archipiélago hay un punto de gran- 
dísimo interés para la historia física. Si en este suelo 
viven especies iguales á las del continente asiático, y esas 
especies no han sido importadas por el hombre, es in- 
dudable que las Islas formaron parte en algún tiempo de 
las grandes tierras del Oeste. Y esto dicen algunos au- 

(1) Historia de Filipinas.— Por Fray Joaquín Martínez de Zúfiiga. 
véase página 17. 



— 112 — 
lores que sucede; y dando por cosa cierta que en Filipi- 
nas existieron eso^ animales, concluyen una hipótesis que 
según hemos probado en capítulos anteriores es tan falsa 
como gratuita. 

Ya vimos en otro lugar que ni loa fósiles del Archi- 
piélago, ni resto alguno del reino animal, acusan el me- 
nor vestigio de esos seres que constituyen las faunas de 
Asia y de las islas del Sur. En los párrafos que siguen 
observaremos también que no viven en éste país los Meias, 
los Gibones y otros cuadrumanos que caracterizan y rela- 
cionan las faunas de Java y Borneo, y las de Sumatra jr 
Malaca. 

Los terribles carniceros de esas regiones nó se cono- 
cen en Filipinas, y multitud de reptiles que se albergan 
en los bosques de aquellas comarcas, son extraños á la 
fauna de nuestra colonia. Pero hay un hecho, que por 
ser el único, es argumento obligado de todos los que de- 
fienden la confusión de estas tierras con las del Oeste. 
Recogiendo las indicaciones que se ven en libros del si- 
glo 17, afirman muchos qué en Filipinas hubo en otro 
tiempo elefantes, como lo prueba — según dicen — el testi- 
monio dé antiguos cronistas que aseguran haberlos visto 
en Joló y en otras islas del Sur, y el hecho elocuen- 
tísimo— al parecer-^de existir en el idiotna tagalo una pa- 
labra, gadyá, que significa elefante. Nadie, que sepamos, 
sé ha cuidado de examinar y valorar estos supuestos, y 
desde luego se ha creído en la existencia de un ser que 
jamás habitó estas provincias. 

Observemos, ante todo, que los mismos defensores dé 
tan extraña especie,, no vacilan en declarar que hoy no 
se encuentra en el país rastro ni indicio de aquellos ani- 
males. ¿Cómo admitir que loa representantes de esa fa- 



— Ü3- 
ffiilia zoológica, perteneciente á las faunas actuales, han 
desaparecido del Archipiélago, sin dejar señal alguna que 
patentice su existencia? ¿Cómo, creyendo posible esa desa- 
parición, no han quedado restos en los terrenos modernos 
que forman la superficie del suelo, en los que necesaria- 
mente habrían de estar aquellos conservados? Pero aparte 
de ésto, adúcese en primer lugar el testimonio de los au- 
tores del siglo 17 que afirman que en Joló y en Mindanao 
había elefantes. Ya varias veces hemos Indicado la poca 
estima que merecen muchos de esos hechos dados por 
ciertos en las antiguas historias del país. En su mayor 
parte son éstas una grotesca urdimbre, donde á vueltas 
con lo verdadero anda enredado lo fabuloso y lo absurdo. 

Y porque no se crea que es esta una exajerada opi- 
nión nuestra, léase lo que á este propósito dice un sabio 
agustino: «No faltan en sus historias (las de Filipinas) 
sátiros, hombres con rabo, hombres marinos* y cuanto, 
puede llamar ía atención en la humana naturaleza.» Y 
antes escribe: «Nuestros historiadores hacen mención de 
cosas más raras que no refiero por no estar bien informado 
dé ellas, y temer con fundamento, que en esto han mi- 
rado más á lo maravilloso que á 16 verdadero, como si 
escribieran poemas, dando crédito á los indios, y a los 
que no lo son, que quieren distinguirse por contar lo más 
extraordinario.» 

Vemos, piíes, que poco debe significar el dicho de los 
que defienden la existencia del pescado hombre, y otras 
fábulas semejantes que eran cosa corriente entre los indios 
y entre otros que no eran indios. 

Pero vengamos á esa otra prueba sacada del dicciona- 
rio tagalo, y que presentada como irrebatible, tiene para 
nosotros menos valor que la primer^. Es cierto que hay 



— 114 — 

en aquel una palabra para designar al elefante, pero debe 
tenerse en cuenta que en dicho idioma, por confesión es- 
plícita de aquellos que creen que tiene construcción y 
raíces propias, se- encuentran muchas palabras que deri- 
van del árabe, del chino, y del sánscrito. Siendo esto 
así, no puede extrañar que haya frases para expresar la 
idea de seres ú objetos propios de esos países en que do- 
minó la lengua imitada luego, en parte, por los filipinos. 
Podríamos citar, en prueba de ello, muchas palabras ta- 
galas que traducen nombres de cosas completamente des- 
conocidas en las Islas; pero como ésta sería interminable, 
nos limitaremos á preguntar: ¿hay noticia de que hayan 
existido leones en el Archipiélago? No sabemos que nadie 
pretendiera nunca sostener tal cosa; y r sin embargo, los 
tagalos tienen una palabra para designar al rey de las 
selvas, y en. todos sus diccionarios se lee que halimao sig¿ 
nifica león. 

Después de esto, que nos importaba dejar consignado, 
describiremos á grandes rasgos las especies más notables 
del reino animal. 

Ni uno solo de los grandes monos antropomorfos del 
antiguo continente vive en Filipinas, donde los cuadruma- 
nos tienen numerosa representación. Desde luego puede 
asegurarse que las principales especies de ese orden son 
distintas de las de Borneo, Java, Sumatra y Malaca, en- 
contrándose, por el contrario, muchas- iguales á las que 
habitan en Célebes y Mofucas. 

í Los monos — aliuas en tagalo — se hallan en todas las 
provincias del Archipiélago, y á veces aparecen formando 
tribus numerosas. En Luzon hemos visto algunos ejem- 
plares del grupo de los Macacos (macacas cynomolgus) de 
color pardo verdoso, cola larga y cabeza grande. Estos 



— 115 — 

animales viven en los bosques del centró de la isla y se 
alimentan de frutas. 

Los Platirrinos están representados por algunas va- 
riedades de Sajus que hay en Visayas y en las islas del 
Oeste. Estos monos, que son sin duda los citados por 
Buzeta, se distinguen por la forma del pelo que cubre 
la cabeza y se reúne en un moño que se extiende á la 
parte superior de la cara. Los sajus que hemos visto en 
Iloilo no son blancos, como refiere aquel autor, sino par- 
dos, aunque este color es muy claro en algunos. 

En Samar, en Mindanao y otras tierras, viven especies 
•pertenecientes al orden de los Tarsidos, siendo notable el 
tarsio espectro (lémur spectrum) que habita en los huecos 
de los* árboles. Tiene la cabeza voluminosa y el hocico 
-prolongado; el cuello es corto y se pierde en unos hom- 
bros muy elevados; las extremidades anteriores son más 
■cortas que las posteriores, y en la base de los dedos salen 
eminencias carnosas; los dientes incisivos son cortantes, y 
los molares provistos de puntas cónicas. El pelo de estos 
'monos^es fino, espeso y largo, de color amarillo rojizo 
que en la espalda se hace más oscuro. No es exacto, 
'como afirma Jagor, que sólo existan los tarsios en Samar, 
pues los hay en Bohol, donde se conocen con el nom- 
'bre de malmay, y nosotros hemos visto uno en Cottabato, 
procedente de la costa oriental de Mindanao, donde según 
nos refirieron los hay en buen número. 

Entre los Quirópteros debemos mencionar varias es- 
pecies de murciélagos — bayacan en Manila — que se distin- 
guen por la magnitud de sus alas, que miden más de un 
metro, y por la finura de la piel. Los murciélagos son 
muy útiles, pues devoran gran número de insectos que 
constituyen en Filipinas una verdadera plaga. 



— 116 — 

Los Teropópidos cuentan aquí con variedades de la fa- 
milia de los cinópteros. 

En Samar y 'en Visayas vive una especie de los Ga- 
leopitecos, el Káguang (lémur volans) de color rojo pardo, 
pelo espeso en el dorso, y los incisivos inferiores dente- 
llados. Además de su sistema dentario, hace notables á 
estos animales la espansión de la piel que uniendo el tronco 
á las extremidades les sirve de para-caidas y les permite 
volar, Jagor ha descrito las costumbres de las especies qué 
encontró en Samar, y asegura que son torpes é inofensivas. 
Las pieles de los Káguans, impropiamente llamadas pieles 
de pañiqui ( 1 ), son muy estimadas en Europa donde se 
buscan mucho por su finura y tamaño. 

En el género Felis, poco numeroso en el país, donde 
no existen grandes carniceros, son notables el gato ro- 
dado (felis viverrina) que se ve en el Norte de Luzon y 
es de color gris pardo con manchas blancas y negras. En 
Mindanao hay un gato muy semejante al de Man, de color 
oscuro y cola rudimentaria. 

Los Mustélidos viven en algunas tierras del Sur # siendo 
dignas de mención las nutrias de la Paragua (luirá vulgaris) 
que tienen un pelaje fino, de color gris pardo. En esta 
isla vive un ser de la familia de los Histrícidos, el puerco- 
espín, muy parecido al de Java (acantion javanicum), más 
pequeño que el de Europa, y de color gris oscuro. 

Durante nuestra estancia en Zamboanga (Mindanao) 
reconocimos una especie muy rara, no mencionada por 
los escritores filipinos, y que creemos pertenece al género 
de los Gimnuros. Es un roedor parecido á la rata, de ca- 



1 (1) Paniqui es un nombre tagalo qué como bayacan significa Tmir- 

ciélago grande. El murciélago pequeño SC llama Cabageabqg, 



— 117 — 
béza grande, hocico pronunciado y cuerpo de buen ta- 
maño; la piel es suave y está cubierta de pelos amarillen- 
tos en la cabeza y oscuros en en el dorso. 

Existen también en varias provincias ejemplares de la 
ardilla enana (sciurus exüis), de color gris y pelo largo, 
que se alimenta de frutos silvestres. 

Desgraciadamente los Múridos y otros roedores abun- 
dan tanto en el Archipiélago, que bien pueden los fili- 
pinos decir con Gessner que los conocen más de lo que 
quisieran. La rata doméstica (mus raías) es uno de los 
más poderosos enemigos de la casa en este país, y á las 
veces ocasiona destrozos considerables. Son de gran ta- 
maño y de una actividad demoledora. 

Los autores que tratan de la fauna filipina no citan 
especie alguna de las Desdentados, y el R. P. Fr. Martí- 
nez Vigil, en su notable obra de Historia Natural asegura 
que en el Archipiélago no se conoce ningún animal per- 
teneciente á ese orden. Sin embargo, existen muchos en 
las Islas, y nosotros hemos visto en el magnífico museo 
que tiene en Manila el Sr. D. Hipólito Fernandez, un pre- 
cioso ejemplar del pangolin de los malayos (manis penla- 
dactyla) recogido por Marche en la Paragua, donde abun- 
dan estos manidos, que se distinguen por su cola corta 
y gruesa, y porque las placas que forman su coraza cu^ 
bren las extremidades anteriores. 

Entre los Solípedos figura el caballo, elemento pode- 
roso en estas Islas, y el único que con el carabao sirve 
las necesidades de la agricultura, de ía industria, y las 
de la vida social. El caballo que en todas partes es auxi- 
liar poderoso del hombre, es en Filipinas el que facilita al 
europeo el ejercicio de sus aptitudes, á la vez que le pro- 
porciona recreó y bieqestar. Y, sin eiübargo, en ninguna 



— ris- 
parte se trata peor á ese precioso animal, factor valiosí- 
simo de la civilización y el progreso. 

A juzgar por los caracteres físicos del caballo filipino, : 
y sin necesidad de datos y noticias que no existen, puede 
asegurarse gue procede de castas europeas que importadas 
aquí degeneraron rápidamente y fueron origen de las que 
en estado salvaje se encuentran hoy en varias islas. 

Estos animales son de poca alzada pero graciosos, ági-. 
les y muy ligeros, aventajando en algunos pasos á los de, 
otros países. Su marcha ordinaria es la propia del estado 
de libertad en que muchos viven; un trote suelto y rápido, 
que en algunos es notable. En cambio no alcanzan gran 
resistencia, ni son animales de fatiga. La cabeza es enjuta 
y proporcionada á la talla, los ojos pequeños, el pelo es- 
peso y suave, la crin corta y lacia, el cuello poco mus-. 
culoso, el lomo estrecho, y los miembros delgados. Abun- 
dan los de color blanco y los castaños, siendo raro el 
pelo negro¿ Las castas del Norte de Luzon son de menos 
talla, pero muy apropósito para el tiro; las del Abra y- 
algunas de Panay también son estimadas. Todas son dó- 
ciles, se someten fácilmente á la domesticidad, y se pres- 
tan bien á las diversas faenas en que se aprovechan sus 
servicios. Recientemente se ha pretendido' formar aquí un 
buen caballo de carrera, pero no se ha adelantado gran 
cosa, pues sobre carecer de medios para cuidar y amaes- 
trar convenientemente á los animales destinados á ese ob- 
jeto, no tienen éstos grandes condiciones para resistir lar- 
gas carreras, que los cansan y estropean bien pronto. 

A juzgar, por. el dicho.de algunos viajeros, que asegu- 
ran que antes vivían jen. los montes de Filipinas grandes 
manadas de ciervos, el número de éstos ha decrecido mu- 
cho. Sin embargo, se encuentran hoy en las montañas 



— 119 — 
centrales de Luzon y en algunas otras islas. Alcanzan re- 
gulares dimensiones, y como el axis macúlala tienen el 
cuerpo largo, las piernas cortas, y los cuernos inclinados 
hacia arriba y atrás. Son de color pardo, con pelos blan- 
cos y el cuello gris. 

En el grupo de los Cápridos se cuentan variedades de 
cabras domésticas y otras que viven en los bosques; y en 
el de los Bovidos, especies importadas que han perdido 
mucho en fuerza y en volumen. Por ésto, y por no re- 
sistir los rigores del clima hasta el extremo preciso para 
su empleo en las faenas agrícolas, son poco apreciadas 
en el país* 

Tan útil, cuando menos, como el caballo, es en el 
Archipiélago ese animal de formas toscas y groseras, que 
los insulares llaman carabao y pertenece al grupo de los 
Búfalos (bubalus.) El carabao se distingue bastante de los 
búfalos de Cafreria y de los de Egipto; es más grande y 
robusto que los primeros; su peso medio llega á 900 ki- 
logramos. Bajo su pelo corto, cerdoso y poco abundante, 
se descubre una piel dura y lustrosa de color pardo, man- 
chada á veces con rodales de úa blanco amarillento. La 
cabeza es grande y se distingue por la anchura de la 
frente y los gruesos repliegues que eubren los arcos su- 
perciliares; están provistos de enormes cuernos aplastados, 
rugosos, y dirigidos hacia atrás y adentro formando un 
extenso arco. El cuerpo es voluminoso, sobre todo en su 
parte media superior; las extremidades gruesas y cortas 
no corresponden á la marcha de este animal que, pesad» 
en la apariencia, es ágil y ligero en extremo. 

El carabao se encuentra domesticado en todas las pro- 
vincias, y en muchas en estado salvaje. Por lo que se re- 
fiere á este país no es cierta la afirmación de Roseenberg 



— 120 — 
que pretende que en ninguna parte se encuentran ya ca- 
rabaos salvajes. Con. frecuencia se ven en los bosques estos 
búfalos en libertad y tan fieros que no temen al hombre 
y lo acometen con sana extraordinaria. Domesticados, se 
convierten en animales dóciles, pacíficos, sufridos, de ex- 
trema resistencia y fuerzas colosales. Los rigores del clima 
ejercen sobre ellos escasa influencia, y después de perma-, 
necer algunas horas en el agua, el carabao trabaja sin fatiga 
al sol y durante las horas en que es más alta la tempera- 
tura. En Filipinas se les ve generalmente en los terrenos 
bajos y pantanosos, pues es ^grande su afición á los sitios 
húmedos. Cuando no se les obliga al trabajo buscan du- 
rante las horas del calor un lugar encharcado y se acues- 
tan en el cieno donde permanecen largo tiempo tranquilos 
y entregados al sueño ó á la rumiación. Si se les molesta 
y enfurece, sus ojos, de ordinario apagados é indiferen- 
tes, adquieren un brillo siniestro, fiel reflejo de una có- 
lera desenfrenada, que cuando llega á su límite es mil 
veces más terrible que la de las grandes fieras, pues el 
carabao furioso, acomete cuanto tiene delante, destroza 
todos los obstáculos, y no se detiene ante ninguno. Se ali- 
menta de yerbas, y es frugal. . , 

Ya hemos dicho que el búfalo es de gran utilidad. 
Se aprovecha su fuerza para los trabajos agrícolas y para 
el tiro y arrastre de toda clase de materiales; su carne 
dura y friable es aceptada por los naturales, que apro- 
vechan también la piel y los cuernos para la fabricación 
de multitud de. objetos. 

Estas cualidades hacen del carabao un ser muy estimado 
por el indígena, que, sin embargo, no le profesa el ex- 
traordinario cariño que pintan los autores más inclinados 
á lo fabuloso que 4 lo real. Tampoco hemos podido com- 



— 121 — 

probar la especie de Hasskarl que asegura existe un odio 
del carabao al europeo, tan intenso eomo la simpatía que 
mani6esta al indio. 

En la familia de los Suideos, perteneciente á uno de 
los sub-órdenes de los multiungulados, encontramos el ja- 
balí común (sus scrofa) que vive en todas las cordilleras 
de estas Islas, y él cerdo doméstico, que es aquí un ser 
poco útil, de mezquino desarrollo, y que á causa del 
abandono y suciedad con que se cría llega á ser repug- 
nante para el europeo. Creemos que el cerdo bien cui- 
dado, limpio y provisto de alimentación nutritiva, podría 
constituir un buen recurso en el país, pues la prevención 
que hay contra el uso de su carne, sería entonces infundada. 

Algunos otros mamíferos existen en el Archipiélago, 
pero son poco notables y merecen sólo particular mención 
en un estudio especial de este importante grupo zoológico. 

Más rica y variada puede considerarse la fauna ornito- 
lógica, que comprende multitud de especies, entre ellas las 
de acantilis, paradoxornis, dendrocites, gallinas, enicuros, 
ortolomos, y otras propias de la India y de la Australia. 

Como perteneciente al orden de los Falcónidos, de- 
bemos citar el águila común (aquila fulva) que no es tan 
grande como la de Asia y se reviste de un plumaje ce- 
niciento. Es animal muy raro en algunas islas. En Min-. 
danao aseguran los naturalistas que se ven águilas dora- 
das. No creemos que sea el águila real, sino más bien la de 
Australia (aquila audax) que abunda en toda la Oceanía. 

Hay variedades de halcones (falco peregrinus) que son 
notables por la coloración de sus plumas de un amarillo 
pálido muy delicado. 

Nos dicen que en las Calamianes hay una especie de 

Ierax, que se distingue de las de Java porque las plumas 

17 



— 122 — 

del vientre son grises. Tampoco son raros los buhos, de 
color gris oscuro, que viven en los bosques de caña, y 
se alimentan de pequeños mamíferos. 

En el orden de los Pájaros hay especies innúmeras y 
dignas de estudio más detenido que el que nosotros po- 
demos dedicarle, 

Una de las aves más graciosas es el cuervo filipino 
(torvus sinensis) de color verde esmeralda muy oscuro en 
la extremidad de las alas, que se hallan bordeadas por 
una lista blanca. Sobre la cabeza luce un airoso moño 
gris que se convierte en negro alrededor de los ojos. 

Hemos visto en las islas del Sur ejemplares de la go- 
londrina rústica (hirundo rustica) de cabeza ancha y el 
pico bastante encorvado en la punta. 

El salagan (hirundo troglodites) es muy estimado por T 
que su nido, que contiene abundante materia gelatinosa, 
sirve de alimento á los chinos, que lo pagan á precios 
crecidísimos* 

Abundan en algunos bosques los pericrocotos, (peñero- 
cutus) de un precioso color azul con bandas rojas. Existe 
además otro gris, descrita por Radde, que se eleva á gran 
altura y es conocido por el ruido que produce en los ár- 
boles donde anida. 

El cálao (bucerus eavatus) es un pájaro notable por la 
extraordinaria magnitud de su pico. Vive en los bosques, 
y según los naturales en sus graznidos articula claramente 
la palabra cálao. Se asegura que canta á horas fijas del 
día y que se reúne en bandadas numerosas cuyo ruido 
es insoportable. Como hemos dicho, su pico es de enor- 
mes proporciones; la sustancia cornea que lo forma es 
muy ligera; se encorva hacia abajo, y encima de la man- 
díbula superior crece una gran protuberancia. El cuello 



— 153 — 
es largo , y el cuerpo de buen tamaño. Nosotros hemos 
reconocido tres variedades; una que es la que generalmente 
describen los autores; otra que vive en las A^isayas y se 
halla cubierta de un brillante plumaje amarillo de oro en 
el cuello, negro en el manto, y blanco en la cola; y otra 
de pica rojo y blanco (bucerus mindanuensis.) El cálao de 
Vizayas se distingue de los de Luzon, cuyas plumas son 
rojas en la cabeza y cuello, en que en la base de la man- 
díbula inferior se ven tres surcos negros separados por 
un espacio teñido de rojo, y en la superior dos. La hembra 
del cálao es más pequeña, y blanca. (*) 

Las gallináceas son muy numerosas. Hay varias es- 
pecies de palomas monteses y domésticas. Como propia 
de Filipinas es notable la paloma de Luzon (phlegoenas lu- 
zonica; columba cruentata) no muy conocida de algunos na- 
turalistas, y citada ligeramente por Buzeta que sólo dice ; 
que se distingue por tener en el buche una mancha de 
color de sangre. Esta preciosa ave que habita en los pe- 
queños bosques próximos á las costas, ha sido conducida 
á Europa, donde no se ha logrado aclimatarla. Su tamaño 
es mediano, la cabeza proporcionada, el pico débil y encor- 
vado en la punta formando gancho. El vistoso plumaje 
de que están revestidas, da á estas palomas un extraño as- 
pecto; Las pequeñas plumas que cubren la. cabeza son de 
un color perla claro que oscurece hacia el cuello y se 
cambia en morado para volver á ser gris oscuro en el 
manto y en la extremidad del tronco. Las tectrices y las 
remiges primarias son más oscuras. En el buche se ve una 
zona blanca en cuyo centro hay una mancha roja, que 
ha valido á estos animales el nombre de palomas de la 



(1) No es cierto que el cálao sea especie propia de Filipinas, pues 
en Molucas hay una variedad y otra en Carolinas. 



— 124 — 

puñalada. Él carácter más notable lo constituye el cambio 
de coloración de las plumas de la cabeza y manto que 
son moradas ó verdes según el modo como las hiere la 
luz. Existe otra variedad cuyo plumaje es todo blanco. 
Construyen grandes nidos en que incuban los huevos las 
hembras, mientras el macho vigila y procura el alimento. 
Es ave muy excitable y agresiva cuando se irrita, par- 
ticularmente en la época del celo, notándose que durante 
ese estado de excitación el buche se ensancha y la man- 
cha roja adquiere mayores dimensiones. Se alimenta de 
granos y otros productos vegetales; permanece muchas 
horas en el suelo, aunque su vuelo es poderoso. 

Las codornices son aquí de regular tamaño y se dis- 
tinguen de las del continente por el color claro de sus 
plumas y tener el pico más débil. Rara vez se las pone 
en cautividad y menos aún se venden en los mercados. 

Abundan mucho las gallinas, cuya carne es menos nu- 
tritiva que en Europa, efecto de que estas aves se alimen- 
tan mal. Son más pequeñas, y su cola es raquítica, escasa, 
y muy caida. 

El gallo — labuyb de los tagalos — es un animal notable 
en Filipinas por la afición que á sus luchas tienen los 
insulares. Se le cuida esmeradamente, se le alimenta bien, 
y es objeto, por parte de su dueño, de las más delicadas 
atenciones. Este animal es verdaderamente el vicio del in- 
dígena. A su lado pasa horas enteras, y con él se cree 
bastante dichoso para olvidar todos sus deberes y obliga- 
ciones. Hay que confesar que en este extraordinario ca- 
riño entra por mucho la idea del lucro, ya que el obje- 
tivo de todo el que posee un gallo es disponerlo á la pelea 
y ganar en ésta sumas más ó menos importantes. De todos 
modos, el natural quiere á esta ave con verdadera pasión, 



— 125 — 
y á su vista experimenta inverosímil alegría. El gallo del 
Archipiélago tiene el cuerpo bien desarrollado, sobre todo 
en su parte anterior; las plumas son más delgadas y cor- 
tas que en los de otros climas; la cabeza fuerte y muy 
ancha sostiene una cresta sumamente gruesa; la cara es 
de color rosado, y el pico corto; los espolones resisten- 
tes, pero no tanto como en los de Europa. El color del 
plumaje cambia mucho; abundan las variedades negras con 
manchas rojas; otras rojo oscuro con fajas amarillas; y 
algunas muy extrañas, de color gris perla amarillento, 
que en el país nombran bacongin. La raza filipina, sin 
igualar á la española, es brava, ágil y vigorosa, condi- 
ciones que se muestran bien en las luchas que sostienen 
diariamente. La riña de gallos es aquí un espectáculo ex- 
traño, y como dice Jagor, repugnante, porque armados 
los espolones con aceradas cuchillas termina á veces la 
diversión con la muerte de ambos combatientes. Los de- 
talles de la pelea se siguen con afanoso cuidado, se atra- 
viesan sumas importantes, y enardecido con los acciden- 
tes de aquella, el indígena se convierte en otro hombre. 
Él, que de ordinario se muestra tranquilo é indiferente, 
gesticula, vocea, muévese en todas direcciones y mani- 
fiesta una actividad inusitada. Aceptando la frase del doc- 
tor Eydoux podemos decir que «las riñas de gallos son 
para los habitantes de Filipinas, lo que las corridas de 
toros para los españoles.» 

No hemos podido reconocer verdaderos faisanes, sino 
algunas especies de euplocornos, de colores pálidos y me 
diana talla. 

En las inmediaciones de los terrenos bajos de f azon 
viven becacinas, ó agachonas, como las nombran^ ^ a ~ 
nila, que no difieren por sus caracteres de l¿ <* e * me ~ 



— 126^ 
diodia de Europa. Después de las grandes lluvias vienen 
estas aves de los bosques próximos y se paran en ter- 
renos pantanosos, donde van á buscar los insectos dé que 
se alimentan. Su vuelo es ligero y rápido, y se cazan 
con mil dificultades, por esta circunstancia y por la na- 
turaleza de las tierras en que se las persigue. 

Corresponden al orden de los Loros especies muy co- 
nocidas de los ornitologistas, notables por la variedad y 
riqueza de sus plumas, que ostentan brillantes colores. 
Los ecléctidos son los más grandes que viven en esta zona, 
y se distinguen por el color rojo escarlata de las plumas 
que cubren la cabeza y el cuerpo, sobre cuya parte media 
se ve una mancha blanca. Las alas son verdes, así como 
la extremidad de la cola. 

Muchas otras especies podríamos citar, pues las aves 
abundan en Filipinas y ofrecen variedades tan notables 
como algunas de las ya indicadas. De ellas recibe el hom- 
bre grandes beneficios; constituyen un elemento principa- 
lísimo de Ja alimentación; destruyen enormes cantidades 
de insectos; y sirven de distracción y adorno en un país 
donde son poco comunes otros atractivos. 

El grupo de los Reptiles nos ofrece especies dignas 
de estudio por sus caracteres y costumbres, y porque 
son origen de mil supersticiones y fábulas muy arraiga- 
das entre los naturales. Unas veces son estos animales 
la imagen de la destrucción y del espanto; otras, señal 
, evidente de bienestar y fortuna; teniendo también el poder 
Ne los antiguos amuletos. 

NPrecindiéndo de ésto, los reptiles son útiles, en general, 
P ues \xterminan muchos otros seres perjudiciales al hom- 
bre y áx^g pi an tas, y algunos de sus productos constitu- 
yen vahos** objetos de comercio. 




— 1 27 — 

En el orden de los Quelonios vemos en estas playas 
el Quelon verde (chelone viridis) de cabeza piramidal y las 
extremidades anteriores más largas que las posteriores. El 
espaldar y el peto constan cada cuál de trece escudos de 
distinto tamaño. Alcanza á veces más de un metro de 
longitud y se distingue por la disposición de las placas" 
que están soldadas y no sobrepuestas. Vive en la proxi- ' 
midad de las costas y se. alimenta de plantas marinas. 

Otra especie muy notable # es él Quelon carey (chelone 
imbricata) parecido aL anterior, del que se distingue por 
tener las placas del espaldar sobrepuestas en sus bordea 
y de color oscuro con vetas de un amarillo de oro y ro- 
jizas, que hacen de esta concha un artículo muy estimado. 
Vive este animar en los mares que rodean las islas del 
Sur, y se alimenta de peces. Es objeto de lucrativa pes- 
ca, que proporciona la concha carey de tanto precio en 
Europa. 

En las Islas, donde hay grandes ríos de corriente lenta, 
extensos pantanos, y numerosos canales, es considerable 
el número de cocodrilos y caimanes, que ofrecen algu- 
nas particularidades que hemos tenido ocasión de estu- 
diar. Su frente es menos deprimida que en el cocodrilo de 
los pantanos (crocodilos frontaíus) y de las seis láminas 
oseas que cubren sji cabeza, dos son de consistencia carti- 
laginosa. En el río de Mindanao los hemos visto en gran 
número", y dejjen vivir también en las lagunas del interior. 

Los caimanes se encuentran en los esteros de Luzon, 
en el lago de Bay, donde los indígenas les dan caza, y 
en algunos rios. 

Figuran en el grupo de los Lacertideos multitud de es- 
pecies: el lagarto verde (lacerta viridis); el lagarto perlado 
(lacerta ocellata); y el que en Manila nombran chacón par 



— 128 — 
creer que en sus gritos imita esa palabra. Los chacones se 
alimentad de pequeños insectos, viven en las casas, y son 
muy respetados por los indígenas que creen á estos ani- 
males dotados de poder bastante á evitar todo genero de 
desgracias y catástrofes. Cuando muere un chacón en la> 
* casa de un indio, éste se preocupa vivamente y teme gran- 
m des males. Las lagartijas son huéspedes constantes de todas 
las habitaciones, y se multiplican extraordinariamente. 

En Visa y as y otras islas, vive el dragón volador (draco 
volans) cuyo tronco pequeño y cubierto de finas escamas,^ 
ofrece brillantes colores en que predomina el verde mar; 
el negro, y el rosa. En el lugar de los primeros pares de 
costillas tiene unas espansiones membranosas que le sir- 
ven de para-caidas y facilitan su traslación de unos pun- 
tos á otros. 

Un ejemplar que recogimos en las inmediaciones de 
Cavite, nos indica que existen en Luzon variedades de 
Gramatóforos (grammatophora muricata) caracterizadas por 
la eminencia que corre á lo largo del lomo. 

En el orden de los Ofidios vemos animales temibles para 
el hombre, que viven en todas las islas del Archipiélago; 
Hay en los campos especies varias de la familia de los cule- 
brideos, que alcanzan considerable longitud. En los rios hay 
serpientes de agua dulce (homalopsidce) muy ágiles y de agra- 
dable aspecto. Durante*una escursión á los pueblosLdel inte- 
rior de Panay, reconocimos varios ejemplares de driofílidos, 
que por su estructura y el color verde oscuro de su cuerpo 
se confunden con los árboles sobre que viven ordina^ 
riamente. Los acrocórdidos abundan y se caracterizan por 
la disposición de la columna vertebral y de la cola; los 
dientes son pequeños; el cuerpo está cubierto de peque* 
ñas escamas rugosas que dan á este animal un> extraño 



— 129 — 

aspecto. Viven en los esteros y en el mar, cerca de la de- 
sembocadura de los rios. Se alimentan de peces, y los in- 
dígenas aseguran que su picadura es mortal. 

Formando el grupo de las culebras venenosas hay Ofi- 
dios temibles verdaderamente* El ofiófago real (ophio- 
phagus elaps) se distingue por el color verde oseuro del 
tronco y las placas que cubren la cabeza. Las escamas 
de la cola están dibujadas eon líneas negras que limi- 
tan á una brillante mancha blanca. Viva en los campos y 
principalmente en los bosques de cañas, donde le sirven 
de alimento las pequeñas culebras que habitan el suelo 
encharcado. 

Ademas de algunas especies de Grotalideos, no bien 
estudiadas todavía, existen otras en Filipinas que son muy 
temidas por los insulares. La nombrada alimuranin tiene 
la cabeza triangular, cubierta de pequeñas escamas ver- 
des. El dorso es de un color oscuro que se hace más 
claro en el vientre. En Manila adquirimos un buen ejem- 
plar del taling-bilauo caracterizado por los grandes es- 
cudos que cubren la cabeza. Este ofidio es pardo amari- 
llento en el dorso, y casi blanco en el vientre. Multitud 
de líneas negras trazadas sobre las escamas del cuerpo y de 
la cola le dan un aspecto por demás estraño. 

Todavía hay familias notables q*ie no hemos podido 
estudiar por no hallar ejemplares en que hacerlov Siendo 
útil el conocimiento de algunas, nos permitimos copiar á 
continuación los párrafos descriptivos de un excelente tra- 
bajo publicado por el ilustrado farmacéutico don Anacleto 
del Rosario. ( 1 ) 



(1) Los Ofidios venenosos más comunes en el país. Memoria premiada 

por la Real Sociedad Económica. 

18 



— 130 — 

Este profesor dedicó especial atención á ios ofidios 
más comunes en las Islas, y entre ellos estudió los si- 
guientes: «Dahunvpalay. — Cuerpo muy delgado pues ape- 
nas llega á tener un centímetro de diámetro, pero des- 
proporcionadamente largo, llegando á tener un metro se- 
senta centímetros; color verde hoja en el dorso y verde 
blanquecino en el vientre; urostegas dobles; dos líneas 
de color amarillo de limón á los lados del vientre; de- 
bajo del cuerpo y en la parte media de las gastrotegas 
una faja amarillenta muy delgada y poco perceptible: 
cabeza grande y prolongada con nueve placas; dos ma- 
yores occipitales; dos superciliares, entre las cuales se 
halla otra triangular, y otras dos placas intermedias en- 
tre las superciliares y las estremas anteriores, las cuales 
forman las ventanas de la nariz; boca ancha, maxilar su- 
perior prolongado más allá del inferior; ambas mandíbu- 
las armadas de numerosos dientes, de los cuales los úl- 
timos superiores son los venenosos.» 

«Malalumbaga. — Cuerpo cilindrico prolongado; gastro- 
tegas grandes y sencillas; cola corta y cónica; urostegas 
dobles; escamas del cuerpo aquilladas todas, de un color 
rojizo salpicado de negro; vientre rojizo, cabeza con pla- 
cas, delgada y corta; hocico plano terminado también en 
una placa ó escudo.» 

«Manaual. — Cuerpo de un color azul negruzco cam- 
biante con manchas de color amarillo subido; vientre 
amarillento.» 

«Balibat. — -Dorso negro-parduzco; vientre gris azulado. 
Dicen los naturales que esta serpiente tiene dos cabezas 
(en ambos estremos) y que posee la facultad de lanzarse 
á gran distancia, describiendo zig-zags, de donde le ha 
venido el nombre: lo primero es increíble.» 



— 131 — 

Eq los pantanos y terrenos húmedos de estas provin- 
cias viven innumerables batracios que devoran millares de 
infusorios y pequeños insectos. 

Mucho más importante que la anterior es la clase de 
los Peces, cuyas familias proporcionan al indígena un ele- 
mento principalísimo de alimentación. No es posible hacer 
aquí enumeración completa y detallada de todas las espe- 
cies que viven en los rios y mares del Archipiélago, por 
lo que apuntaremos sólo algunos datos suficientes á nues- 
tro objeto. 

En la familia de los Pércidos se encuentra la perca 
común, que abunda en casi todas las corrientes de agua 
dulce que fertilizan el suelo. Es de regular tamaño y su 
carne sabrosa ofrece un buen alimento. Los naturales la 
pescan con facilidad. 

Hay también muchos salmonetes, y en Panay se ven 
algunos de gran longitud. Del género de los Acanturos 
existen ejemplares en los mares del Sur, donde nadan tam- 
bién epibulus y abadejos. 

. Entre las Aloras debemos mencionar la sardina, que 
es más pequeña y mucho menos sabrosa que la de los 
mares de Europa. En los rios de Mindanao se pescan an- 
guilas que allí abundan y son de un color muy oscuro. 

Los Selacios viven en todas las aguas que bañan las 
Islas; no es raro el tiburón verde (squalus glaucus) en es- 
tremo voraz. Varias especies de Rayideos pueblan los mares 
del Este, donde son objeto de activa pesca. 

Por último, entre los peces de agua dulce es notable 
el dalag, de esquisita carne muy apreciada en el país. 

Espléndido se muestra el reino animal en el orden de 
los Insectos, tan numeroso y variado que por doquier se 
encuentran sus especies. 



— 132 — 

Ea el campo y en la ciudad; en la tierra y en los 
árboles; en la casa y en el aire, en todas partes ve el 
hombre esos pequeños seres que le molestan sin cesar, 
destruyen muebles, papeles y habitaciones, y constituyen 
una calamidad verdadera. Su simple enumeración nos* 
alejaría de los límites de este artículo, que terminamos 
consignando nuestro deseo de que pronto se lleve á tér- 
mino un estudio completo de la fauna filipina y de sus va- 
riadas especies. 



ARTICULO TERCERO. 

§. I. Flora. — Únicamente comparándola con la que 
debió cubrir la superficie terrestre en el período carboní- 
fero de la época de transición, podrán los lectores for- 
mar idea aproximada de la esplendorosa flora filipina, su- 
perior por muchos conceptos á las que crecen en los con- 
tinentes. Ni las riquezas vejetales de la India; ni las be- 
llísimas especies americanas; ni el pintoresco conjunto de 
la producción europea, pueden llegar hasta las manifesta- 
ciones de un reino tan maravillosamente fecundo. La flora 
oceánica, cual ninguna hermosa y variada, tiene en el 
Archipiélago su más fiel reflejo; y no mereceremos el ca- 
lificativo de exajerados si añadimos que aquí se muestra 
en el apogeo de su esplendor. 

Precisa recorrer estas dilatadas zonas, donde innú- 
meras especies vegetales cubren la tierra de perpetuo ver- 



— 133 — 

dor, para estimar la valía de ese mundo que tantas be- 
llezas esconde en sus dominios. 

¡Lástima que aún no sean bien conocidas muchas de 
las preciosas joyas del suelo filipino í Si en los tiempos 
en que Fernandez de Oviedo, Fragoso, Monardes, Acosta, 
y Hernández, estudiaban la flora americana, se hubieran 
practicado aquí trabajos análogos, algo más sabríamos hoy 
de esa inmensa riqueza vegetal que coloca á la tierra de 
Magallanes entre las más fértiles alzadas sobre el Océano. 
Pero, desgraciadamente, la botánica no fué cultivada hasta 
el segundo tercio del presente siglo, en que la prodigiosa 
actividad de un sabio agustino hecho los cimientos de la 
obra que aún está por concluir. 

Antes del P. Blanco, encontramos, sin embargo, al- 
gunas noticias fitagráficas en las crónicas y memorias de 
los frailes, y en los manuales que para uso de los indí- 
genas escribían estos celosos propagadores de la fé. Los 
trabajos de tan humildes religiosos han sido mirados con 
cierta desdeñosa indiferencia, cuando ellos constituyen un 
precioso arsenal, de donde no pocos escritores sacaron 
vasto caudal de noticias y observaciones. Cierto que en 
esas obras no puede encontrarse un conocimiento cientí- 
fico de la naturaleza, pero cierto también que en ellas se 
consignan indicaciones tan útiles como mal aprovechadas 
por los que pudieron y debieron hacerlo. 

Imitaran los muchos hombres de valer que en las Islas 
vivieron, el ejemplo de aquellos, y seguramente sería 
otro el adelanto de ciertos estudios. No hay, pues, por- 
que olvidar los nombres de esos misioneros, que en 
tanto han contribuido á la obra del progreso, como que 
sus estímulos la emprendieron, y sus trabajos la conso- 
lidaron. 



— Í34 



4- 



Recorriendo la historia de las investigaciones botánicas 
hechas en Filipinas, encontramos primero los escritos de 
los PP. Clain y Santa María, que dan á conocer algu- 
nas especies y las virtudes curativas de que se hallan do- 
tadas. En estos ensayos hay mucho exagerado y no poco 
inexacto, pero al misma tiempo encierran multitud de 
datos ciertos que no deben despreciarse. Lo mismo sucede 
con los del P. Delgado, y con otros no bien conocidos y 
tan interesantes como los que cita el R. P. Martínez: 
Vigil. 

También son dignos de mención el precioso libro del 
P. Ignacio Mercado, que contiene gráficos dibujos de mul- 
titud de plantas, y un antiguo manuscrito que por la 
bondad del ilustrado» P. Fr. Bernardino Nozaleda ha ve- 
nido á nuestras manos. Esta curiosa obra, de autor des- 
conocido, consta de 149 folios y se titula Declaración de 
las virtudes de los árboles y plantas de este libro. Contiene 
la descripción de doscientas treinta especies, cuyas propie- 
dades curativas se enumeran con escrupuloso detalle. 

Posteriores á estos incompletos trabajos son las inves- 
tigaciones científicas de Cuellar, las del botánico francés 
Luis Née que acompañó en su expedición al malograda 
Pineda, las de Meyen, y las de Vilkes. En nuestros dias 
ocupan el primer lugar las del P. Llanos, las del P. Villar, 
los interesantes estudios del ingeniero Sr. Vidal, que preside 
hoy la Comisión de la Flora, y los de los laboriosos farma- 
céuticos militares Pelegrt y Botet, que han publicado no- 
tables artículos acerca de la farmacofitología de esta zona. 

Muchos de los antiguos trabajos citados sirvieron de 
base á la Flora Filipina del R. P. Fr. Manuel Blanco, 
hombre de una laboriosidad y aplicación comparables sólo 
á sus eminentes virtudes, y que dedicó su vida al ejercí- 



— 135 — 

ció de sagrado ministerio y á la realización de esa obra 
colosal, honra y gala de la comunidad agustiniana. 

Ese libro ha sido objeto de estudio por todos los que 
dedicaron su actividad á esta clase de tareas, y la opi- 
nión unánime declara que es bastante para ganar á su 
autor envidiable fama* 

El P. Blanco escribió la Flora siguiendo la clasifica- 
ción artificial de Linneo, única que él conocía entonces, 
pues si bien los descubrimientos de Jussieu habían cam- 
biando ya la faz de la ciencia, la profunda revolución 
ocasionada en esta por el fundador del método de las fa- 
milias naturales, no llegó hasta la humilde celda del sabio 
agustino que sin maestros, libros, ni recursos estraños á 
sus propias fuerzas, llevó á término un trabajo científico 
de extraordinario valor. 

Que la obra del P. Blanco tiene defectos; que las des- 
cripciones de muchas especies son deficientes y poco ajus- 
tadas á los conocimientos actuales; que hay géneros mal 
clasificados, todo esto es cierto, pero aún asi no puede 
negarse el mérito de un libro que ha servido de guia á 
muchos autores y ha facilitada la adquisición de preciosos 
conocimientos. 

Entre las mil ochenta y una plantas que clasificó el 
eximio hijo de Zamora, y las veintidós que dio á cono- 
cer sólo por sus nombres vulgares, encuentra el médico 
eficaces agentes para el tratamiento de varias enferme- 
dades; el agricultor estimadísimos productos que se co- 
tizan á buen precio en los mercados extranjeros; y el bo- 
tánico riquísimo tesoro de aromas y colores. 

Respecto á las plantas medicinales nada diremos ahora, 
pues en otro lugar de esta obra hemos de dedicar pre- 
ferente atención á sus cualidades terapéuticas. 



Entre las muchas especies que crecen en este suelo, 
y que no son, por cierto, de tan inferior calidad como 
pretende Codorniú, hemos de describir solamente aquellas 
cuyo conocimiento es indispensable, porque constituyen 
la riqueza agrícola y comercial del país. 

El arroz (Oryza sativa) que es la base de la alimenta- 
ción de estos indígenas,, se cultiva en casi todas las islas 
y crece en terrenos donde lluvias copiosas proporcionan 
periódicamente el abundante riego que necesita esta im- 
portante gramínea. 

Los filamentos del abacá {Musa textilis) son objeto de 
un rico comercio, y el cultivo de esta planta se estiende 
cada dia más en algunas provincias de Luzon. 

Aunque de inferior calidad que el de Bengala, crece 
el índigo en Filipinas: su uso como sustancia tintórea 
se halla reducido á imprimir á las telas un ligero color 
azul. 

Protejido por la sombra de grandes especies arbóreas 
se cultiva el cacao cuya siembra se hace en el mes de 
Noviembre en Samar, Cebú, Negros, y algunos otros 
distritos de Luzon y Panay que lo producen en abun- 
dancia. 

El cultivó de café, aunque poco estendido en la actua- 
lidad, es importante en varias regiones donde sin gran- 
des gastos se obtienen productos como los de Tayabas, 
Batangas, Laguna, y Mindanao> que pueden competir con 
los mejores de su clase. 

Las plantaciones de caña de azúcar adquieren cada dia 
más desarrollo, y su beneficio ofrece utilidades á los agri- 
cultores. 

El algodonero se ha aclimatado en el Archipiélago y 
sus productos son escelentes en Batangas é llocos, donde 



— 137 — 

ademas del algodón blanco se da otro de color* injusta- 
mente despreciado por los indígenas. 

Uno de los vegetales más útiles en este país es el coco, 
de cuyo tronco saca el natural materiales para la cons- 
trucción de habitaciones y efectos de labor, aprovechando 
también la corteza en el calafatea de los buques, las ho- 
jas para techumbre de viviendas, y el aceite para un ac- 
tivo y rico tráfico en la Laguna y otras provincias. 

En Luzon, Visayas y Mindanao se produce el tabaco, 
que rinde grandes provechos, pues á la abundancia de la 
hoja une la calidad,, que quizás puede compararse con la . 
de algunas de los campos de Cuba. 

Ademas crecen aquí especies como la pimienta, el maiz, 
la patata, y el camote; y frutos tan esquisitos como la 
manga, el plátano, el lanzon, la macupa, el ate y otros 
de hermoso aspecto y delicado sabor. Entre las flores 
hay muchas de aroma tan agradable como el del ilang- 
ilang, que algunos creen más fino que el de las rosas que 
nacen en nuestros jardines de Europa. ( 2 ) 

g. II. Productos agrícolas. — Uno de los más estimados 
por el comercio es el abacá ó cáñamo de Manila. Este ve- 
getal, objeto de importante tráfico, es enviado á los mer- 
cados de Inglaterra, China, Australia y Estados-Unidos, 
consumiéndose otra parte de la producción en el sosteni- 
miento de industrias del país. 

El abacá, bandála de los filipinos, se obtiene de las 
hojas que envuelven el tallo de una de las muchas varie- 
dades de plátano que crecen en Filipinas. Esta especie sólo 



(1) En 1858 se fundó en Manila el Jardín botánico con objeto de 
favorecer la aclimatación de plantas exóticas. Ocupa una extensión de 
cuatro y media hectáreas; está situado en Arroceros, y contaba en 1878, 
ochocientas cuarenta y cuatro especies venidas de Rusia, y setecientas 
cincuenta de Francia, Calcuta, Ceylan, Java y Melbourne. 

19 



— 138 — 

es conocida en algunas provincias, y las variedades def 
género Musa que existen en las Célebes y en Java, no 
permiten la obtención de un producto esclusivo de nues- 
tra colonia. 

Los terrenos volcánicos, ligeros y húmedos, son los que 
convienen al desarrollo de esta planta que se cultiva en 
Camarines Sur, Albay, Samar y Mindanao. Los ensayos 
hechos en otras localidades han sido siempre infructuosos, 
por efecto, á nuestro juicio, de no ser igual la composi- 
ción de las tierras laborables, y hallarse éstas privadas 
de la acción de los vientos húmedos del E. que llegan 
á las regiones donde hoy se beneficia esa especie- 
Existen numerosas variedades de abacá, que se dis- 
tinguen por la finura de los filamentos. 

Las plantaciones no exigen otro cuidado que utilizar 
los brotes nuevos colocándolos en la tierra á una distan- 
cia de dos á tres metros entre cada estaca; después no 
hay sino esperar el completo desarrollo y limpiar el suelo 
alguna vez para destruir las malas yerbas. En la época 
de la floración, y pasada la primera cosecha, pueden cor- 
tarse todos los tallos, evitando que estos se endurezcan 
demasiado. 

El aprovechamiento y obtención de las fibras se lleva 
á cabo, generalmente, por medios bastante primitivos, ha- 
ciendo uso de toscas cuchillas que separan aquellas de 
las hojas. Esta operación es lenta, pesada, y sólo puede 
soportarla la paciencia del trabajador indígena. 

En una obra recientemente publicada, hemos visto es- 
presado el temor de que en plazo muy breve disminuya 
la demanda de abacá, y llegue á ser menor que la pro- 
ducción. Esa alarma, que reconoce por origen la depre- 
ciación que ha sufrido ese producto en algunos mercados . 



— Í39 — 

ingleses, es, sin embargo, exagerada, pues que en la ac- 
tualidad los pedidos aumentan, y la temida competencia 
de las fibras de Java y Guadalupe no puede influir en 
nuestra exportación, ya que no tienen empleo en muchas 
industrias que hoy aprovechan el textil filipino. 

Apesar de esto, es necesario introducir mejoras que 
acrediten el abacá en el comercia de Europa; fomentar 
la producción en las provincias de Albay, Camarines y 
algún otro punto que reúna las condiciones que exige este 
vegetal; y sobre todo sustituir los procedimientos emplea- 
dos para estraer la fibra, por otros que permitan facili- 
tar la operación. Conviene también no olvidarse, como 
sucede hoy con lamentable frecuencia r de evitar el en- 
charcamiento de los terrenos, procurando remover estos 
después de hecha la siembra, para favorecer el creci- 
miento de los brotes* ( 1 ) 

La producción de caña de azúcar ha llegado á un 
grado considerable* estendiéndose rápidamente, gracias al 
estímulo de los naturales que con asombro vieron el alza 
de un artículo que hace seis años se cotizó en Iloilo á 
cinco pesas el pica que en 1854 sólo se pagaba á un pesa 
cincuenta céntimos. 

No se crea, sin embargo, que el cultivo de este pre- 
cioso vegetal ha llegado, ni con mucho, hasta donde per- 



(i) En 1870 se obtuvieron, según los datos del Sr. Cavada, 500,000 
picos (*) de abacá; de estos, 32,410 procedían de Camarines y 136,853 
de Albay, representando las dos últimas cifras un valor de 1.326,941 
pesos. 

Quizás ese resultado podía ser mayor, y los rendimientos más con- 
siderables, mejorando la calidad de la fibra que hoy deja algo que 
desear, porque en las épocas de grandes pedidos no contando con 
tiempo suficiente para obtener el abacá, se adelantan las cortas y se 
perjudica el producto. 



(*) El pico, medida muy empleada en Filipinas, equivale á 137 libras caste- 
11 a ñas. 



— 1.40 — 
miten las condiciones del suelo; desgraciadamente no e& 
así y hay necesidad de aumentar las plantaciones y des- 
terrar muchas viciosas prácticas de los agricultores filipinos. 

En algunas comarcas,, so observan señales evidentes 
del olvido en que se tienen los principios de la ciencia 
agrícola, y causa pena contemplar cómo se emprende 
la explotación de la caña, sin tener el más ligero cono- 
cimiento de las tierras puestas en cultivo. Los naturales 
de muchas provincias talan los bosques bajos sin pre- 
caución alguna y establecen campos de caña en terrenos 
duros y arcillosos, que si en los primeros años producen 
abundante jugo, por los abonos que los restos de una 
vegetación frondosísima depositan en la superficie, bien 
pronto se convierten en suelos estériles donde se pierden 
los esfuerzos y la fortuna del labrador. Buena prueba es 
de nuestro aserto, el aspecto de la Isla de Negros, en la 
cual, entre haciendas muy florecientes se ven otras aban- 
donadas después de haber causado la ruina del que con- 
fió su riqueza á los azares de la suerte. 

En las comarcas donde hoy se cosecha el azúcar, se- 
encuentra formado el subsuelo por capas de arcilla cu- 
biertas por otras de tierra vegetal, cuyo espesor varía, 
y que á sus naturales elementos une gran cantidad de 
humus, que no basta, sin embargo, á sustituir los ma- 
teriales de un buen abono mixto. 

De aquí la necesidad de mejorar estas tierras y no 
abandonarlas, como se hace hoy, por creer qué encierran 
todos los elementos de fertilidad. 

Este funesto error, que no es de trascendencia en el 
cultivo del abacá, lo es y mucho para ésta planta que 
exije escelentes materiales de nutrición, si de ella han de 
obtenerse buenos productos. Se cultivan varias especies 



— 141 — 

de caña; en algunas provincias crece bien la roja, en otras 
la blanca, y la morada (saccharum violaceum. Humboldt.) 
que produce menos jugo. Sería conveniente estender el 
cultivo de la caña de Otahiti, que ademas de dar más 
producto ofrece la ventaja de resistir bien la acción de 
grandes vientos como los que con frecuencia reinan en 
estas provincias. 

La siembra se hace de Marzo á Junio, para lograr que 
los tallos tengan alguna consistencia en la época de las 
grandes lluvias. Cuando aparece la planta en la superficie, 
arrancan los indígenas las malas yerbas que crecen á su 
proximidad, abandonando después los campos hasta que 
llega la zafra, por entender que la fuerza del nuevo tallo 
agosta toda otra vegetación: error muy estendido y que 
es necesario deshacer procurando que se escarde la tierra 
dos ó tres veces durante el crecimiento. 

Conviene, asimismo, seguir el ejemplo de algunos co- 
lonos de Iloilo y Cebú, que hacen las plantaciones á dis- 
tancia, para obtener mayor cantidad de jugo. Ademas 
es preciso sustituir los útiles de labranza, casi todos de- 
fectuosos, por los arados modernos que tan bien preparan 
el terreno. 

En la Pampanga, la Laguna y Batangas, provincias 
de la isla de Luzon, y en Panay, Cebú y Negros es donde 
hoy se cosecha mas caña, siendo de notar el desarrollo 
que en estas últimas ha obtenido un cultivo que permi- 
tió esportar en 1871 trescientos mil picos de azúcar, 
cuando en 1855 sólo produjo once mil. Débese en gran 
parte este grado de prosperidad á la apertura del puerto 
de Iloilo, que facilitando la exportaciou hizo desapare- 
cer los obstáculos que antes se oponían á la fácil venta 
de los azúcares. 



—142 — 

Adamas, -hoy los labradores empiezan á convencerse 
de que son útiles las buenas prácticas agrícolas, y aún 
cuando todavía no han logrado desechar ciertas rutinas, 
es de esperar que estas desaparezcan pronto. (*) 

El dia que se planteen las reformas apuntadas aumen- 
tarán los productos de un negocio que tiene su más bri- 
llante porvenir en el comercio de la colonia australiana. 
Porque es digno de ser consignado, el hecho de que Aus- 
tralia figura en la demanda después de Inglaterra y los 
Estados del Norte de América, y que mientras estas po- 
derosas naciones exportaron 555,907, y 545,929 picos 
respectivamente, la moderna colonia oceánica consumió 
139,000 en 1871, y el doble en 1879. 

Hace algún tiempo que el azúcar sufre una conside- 
rable depreciación, origen de la crisis que atraviesan los 
pueblos de Visayas. A muchos labradores les aterra la idea 
de que esta baja pueda sostenerse. No lo creemos. De 
cualquier modo, esa alteración de los valores no ha de 
ser permanente, y por esto harán bien los hacenderos en 
perfeccionar los cultivos y tener por seguro que estos les 
han de rendir beneficios bastantes á compensar los da- 
ños que hoy sufren. ( 2 ) 

Ya hemos dicho que en muchas de estas Islas crece 
el tabaco; y que su cultivo figura en primera línea en la 
agricultura filipina. Las últimas disposiciones, que decla- 



(1) Pecaríamos de injustos si en estas páginas, y después de la- 
mentar la influencia de algunas casas extranjeras, no consignáramos 
los progresos que á muchas de ellas debe la agricultura de Visayas, 
Bajo este concepto bien merece citarse la acción del primer jefe que 
tuvo la casa de Loney, el cual dedicándose al cultivo de la caña, 
llevó á isla de Negros todas las mejoras y adelantos que fueron base 
de la riqueza de esa prospera y floreciente comarca. 

(2) Para señalar el desarrollo de la producción azucarera, basta 
comparar estas cifras: en 1866, se exportaron ochocientos mil picos 
de azúcar, en 1871, un millón cuatrocientos mil. 



— 143 — 
Taron libre el cultivo y beneficio de esta planta, han ve- 
nido á resolver un problema de vital interés para la pros- 
peridad de la colonia, que de hoy más cuenta nuevo y 
valioso tráfico que después de algunos años modificará 
las condiciones del comercio en el Archipiélago y será orí- 
gen de notables adelantos, cuyos beneficios alcanzarán á 
nuestra patria, si ésta acude en tiempo oportuno y uti- 
liza las fuentes de riqueza abiertas por la fecunda inicia- 
tiva de un celoso ministro. 

El desestanco, aplaudido por los amantes de la pros- 
peridad nacional y los hombres de buena fé y conoci- 
mientos prácticos, ha sido censurado por aquellos que en- 
tusiastas defensores de antiguas prácticas, encuentran siem- 
pre graves peligros en toda reforma de nuestra adminis- 
tración colonial, aunque aquella se inspire en los más 
severos principios de la ciencia económica. 

Para llegar á obtener los beneficiosos resultados de 
esa reforma, es indispensable cambiar algo las condiciones 
del cultivo, y teniendo en cuenta que el tabaco exige 
una tierra arenosa, fresca y algo suelta, mejorar los sue- 
los de algunas comarcas donde abunda la greda, utili- 
zando para ello las arenas y calizas de localidades próxi- 
mas. En Filipinas, por la frecuencia con que se suceden 
los grandes trastornos atmosféricos, que tanto pueden per- 
judicar á los semilleros, es necesario tener dos ó tres de 
estos, para prevenir cualquier accidente y asegurar la 
plantación. Sin entrar aquí en el detalle, estraño á nues- 
tro objeto, de todas las mejoras necesarias, insistiremos 
en la conveniencia de abolir ciertas prácticas agrícolas de 
los naturales, y cambiar los útiles de labranza, para al- 
canzar así el perfecto laboreo de las tierras. 

El arbusto que produce el café (Coffea), prospera en 



_ 144 — 

algunas comarcas del Archipiélago, cuyos terrenos son de 
escelente condición para el desarrollo de esta rubiáeea. 
Es el café uno de los artículos que mayores productos 
puede dar al comercio si se establecieran grandes plan- 
taciones en las provincias en que hoy se cosecha, y en 
los campos incultos de algunos distritos de Mindanao, que 
por su composición se prestan al aprovechamiento de 
los cafetos. Estos requieren, como es sabido, una tierra 
ligera, con cierta cantidad de arena, siendo sobre todas 
preferible la formada por capas de aluvión, que tanto 
abunda en el Sur. Las siembras deben hacerse en super- 
ficies descubiertas, no pantanosas, y en los meses de Di- 
ciembre y Enero, para evitar que el sol, en las épocas de 
los fuertes calores, agoste las plantas tiernas. 

Los vientos que alguna vez reinan en esta zona perju- 
dican los .cafetales, por loque deben estos resguardarse en 
lo posible 4© la impetuosa acción de las corrientes atmos- 
féricas. Los indígenas, especialmente los de Mindanao, 
abandonan los cafetos después de la siembra, y sólo se 
cuidan ya de recoger el fruto, sin tener en cuenta que es 
muy necesario mantener los campos en perfecta limpieza, 
escardándolos con frecuencia y regando ligeramente en 
tiempos muy secos. A este abandono siguen las malas 
condiciones de la semilla y el escaso desarrollo de los ar- 
bustos en las provincias en que se hace la siembra sin 
despojar las bayas de la porción viscosa que cubre el 
grano é impide que éste germine con la rapidez y vita- 
lidad necesarias. 

Estableciendo grandes cafetales, podrían estos, hábil- 
mente explotados por nuestros agricultores, rendir en po- 
cos años buenos productos,, porque la semilla de Luzon 
es tan superior como el café arábigo, y su demanda au- 



— 145 — 
menta cada dia. A principios de este siglo, apenas se ex- 
plotaba el café en nuestra colonia, y á los esfuerzos lau- 
dables de la Sociedad Económica se debe la propagación 
de un cultivo que hasta los últimos tiempos no ha sido 
de grandes resultados. Hace treinta años se cosechaban 
400,000 kilogramos, subiendo la producción en 1870 á 
2.999,000, y en 1871 á 3.200,000, cifra considerable com- 
parada con la primera, pero que no representa ni la sesta 
parte de la que en su dia alcanzarían los productos de 
nuevas plantaciones. 

Las provincias de Batangas, Laguna y Cavite, en Lu- 
zon, son las que hoy benefician en mayor escala esta se- 
milla; en Negros y Mindanao se coge en escasa propor- 
ción. 

En el año 1670 un piloto español introdujo en Jas 
Islas la primera planta de cacao (Theobrama ea&ao), cuyo 
cultivo se estendió después á la* provincia de Camarines 
y á la de Batangas, donde consiguieron su perfecta acli- 
matación. ( x ) Desde entonces se han hecho nuevas siem- 
bras, limitadas á pequeños rodales en los que al abrigo 
de los plátanos crece aquel delicado arbusto. Los ensayos 
de plantaciones estensas de cacao han sido siempre infruc- 
tuosos; y es que, apesar de que algunos autores esperan 
de este fruto un éxito completo en el porvenir, las condir 
ciones especiales del clima de Filipinas, los huracanes y 
las lluvias torrenciales de estas latitudes, perjudican el 
desarrollo del fruto. Por otra parte, exige el cultivo del 
cacao un cuidado tan solícito, que no es posible enco- 
mendarlo á los naturales, cuya pereza llega al estremo de 



(1) Alerunos autores creen que la introducción del cacao se debe 

20 



á un religioso 



— 146 — 

plantar los tallos á corta distancia unos de otros, para que 
de este modo no nazcan yerbas que exigirían un trabajo 
que ellos no quieren prestar. Ademas, no se cuidan de 
aclarar las plantaciones, ya muy espesas, y por eso los 
arbustos languidecen y adquieren ese aspecto raquítico 
que se observa en todos. 

Si se quiere evitar este resultado, es preciso tener pre- 
sente esos viciosos procedimientos y proscribirlos por com- 
pleto, cuidando luego de que el fruto se coseche en la 
época de perfecta madurez. 

El cacao de Luzon se cotiza hoy á buenos precios y 
su calidad es igual al Caracas superior: en 1870 se ex- 
portó un valor de 38,000 pesos, cifra que ha aumentado 
algo después, pero sin alcanzar la importancia de otros ar- 
tículos. Se cria el cacao en Albay, Camarines, Batangas, 
Laguna y Tayabas, pero en proporción tan escasa que las 
cosechas no bastan al consumo del país, que compra este 
fruto de otras procedencias, pagándolo á precios muy altos. 

En la parte occidental de Luzon, en las tierras que 
forman la provincia de llocos Sur, crecen algunas espe- 
cies de algodoneros (Gossypium), cuyo cultivo es muy li- 
mitado y no se atiende como debía, tratándose de una 
materia de tanto uso en Filipinas. En llocos Sur y Ba- 
tangas se cosecha algún algodón que se mezcla con seda, 
abacá ó pina. En la primera de esas provincias hay tam- 
bién un algodón amarillo, parecido al algodón religioso de 
Linneo (Gossypium religiosum, L.) El cultivo de este vegetal 
es de gran importancia, pues ademas de su segura expor- 
tación, puede dar una utilidad extraordinaria, ya que se 
obtienen en cada hectárea de tierra 700 arrobas de algodón. 

Entre los productos que hemos mencionado pocos tie- 
nen la importancia del arroz, que se siembra en todas 



— 147 — 

las provincias y sirve las necesidades del consumo interior. 
En diez millones de ca vanes ( 1 ) puede calcularse la pro- 
ducción anual de este grano, de los que una décima parte 
se exporta á China, sirviendo el resto para el consumo de 
los naturales, que hacen de este artículo la base de su 
alimentación. A esto se debe el desarrollo extraordinario 
de ese cultivo en Filipinas, donde los trabajadores prefie- 
ren por otra parte dedicar sus tareas á una labor tan 
sencilla, que no exige ningún cuidado. 

Los arrozales abundan en todas las islas y especial- 
mente en Albay, Camarines Sur, Pampanga, Pangasinan, 
llocos Norte, Nueva-Ecija, Bulacan, Cápiz é Iloilo. Los 
terrenos destinados á este objeto son tan húmedos como 
exige la planta, pero las aguas corren en ellos libremente, 
y no se desarrollan esas terribles enfermedades que tan 
peligroso hace el cultivo del arroz en otros países. 

g. III. Estado actual de la agricultura filipina. — La ri- 
queza de los productos ya citados, reconocida por todos 
los viajeros que han visitado esta comarca, y la abun- 
dancia y facilidad de su beneficio en una tierra feracísima, 
parece que debían ser condiciones bastantes á que la pros- 
peridad del país llegase á los límites estremos que consien- 
ten los modernos adelantos. Nada, sin embargo, más lejos 
de Ja realidad; y por eso debe tenerse muy en cuenta, 
que los frutos del Archipiélago no gozan hoy en los mer- 
cados extranjeros, la estima que alcanzan los de otros 
pueblos donde la ciencia se ha puesto al servicio de la 
agricultura. Y esto se comprueba observando que en lo 
que á prácticas agrícolas se refiere, muchos puntos de la 
colonia se hallan casi en el mismo estado que en la época 



(1/ Un cavan tiene próximamonlp Gü kilogramos. 



— 148 — 

de la conquista. Desde entonces hasta nuestros dias, sólo 
han seguido añejas prácticas sin que se hayan interesado 
en mejorar la producción. 

Todas las personas que han estudiado el Archipié- 
lago, comprenden que es este un país que sólo en la agri- 
cultura puede fundar la base de su comercio, y saben que 
hace algunos años se inició, por desgracia, la deprecia- 
ción de algunos frutos filipinos. El origen de ese hecho 
no es otro que el atraso que no permite presentar artí- 
culos capaces de competir ventajosamente con los de otras 
comarcas del Oriente más previsoras y cuidadosas de sus 
intereses. Java, Cochinchina, el Japón y otras regiones 
oceánicas, envían hoy sus frutos á los mercados europeos, 
donde son preferidos muchas veces á los que envia la 
civilizada América. 

Cuestión es ésta importantísima y que se ha debatido 
en varias ocasiones. Multitud de medios se han propuesto 
para conseguir el desarrollo de la agricultura en Filipi- 
nas, y el Gobierno de la nación, las autoridades superiores 
de las Islas, la prensa periódica, la sociedad de Amigos del 
País, y diversas personas de elevada posición, han ini- 
ciado reformas encaminadas á la consecución de aquel 
objeto: pero desgraciadamente tan buenos propósitos sólo 
han servido hasta ahora para demostrar cuanto es difícil 
la empresa. 

En nuestro concepto, nada hay que revele tan clara- 
mente el origen del mal que lamentamos, como la frase 
consignada en una Memoria dirigida á la Sociedad Eco- 
nómica: a En Filipinas falta inteligencia que dirija el tra- 
bajo, y trabajo que secunde la inteligencia.» No es posible ex- 
presar con más exactitud y concisión el verdadero estado 
de estas comarcas, donde faltan hoy brazos y capitales 



— 149 — 

que emprendan el cultivo de estensas zonas agrícolas cuyos 
productos compensarían con creces los sacrificios impuestos 
al labrador. Los propietarios indígenas cultivan sólo el 
pedazo de tierra que les da lo necesario para su alimen- 
tación durante el año, y para nada se cuidan del mejo- 
ramiento de los frutos; por otra parte en las haciendas 
establecidas sobre más amplia base, se carece con frecuen- 
cia del personal suficiente á plantear las reformas de los 
campos, porque la pereza de los naturales les aleja de esa 
clase de trabajos, y porque aún cuando se lograra ven- 
cer esa dificultad siempre habría de sentirse la falta de 
hombres en un país en que la población indígena es muy 
escasa con relación á su estension superficial. 

Más adelante hemos de volver sobre este asunto, que 
muchos creen está próximo á resolverse ventajosamente con 
la última disposición del Gobierno que hace estensiva á 
estas provincias la ley de colonias agrícolas de la penín- 
sula, y que nosotros, que reconocemos la utilidad de esa 
laudable disposición, no consideramos todavía ultimado. 



PARTE SEGUNDA 

HAZAS 



— 153- 



PARTE SEGUNDA 

RAZAS 

CAPÍTULO PRIMERO 

ETNOGRAFÍA 



ARTICULO PRIMERO 

g. I. Consideraciones generales. — En el fondo de ese 
hermoso cuadro, que hemos intentado bosquejar á gran- 
des trazos, se descubre un ser que ostenta la más alta 
representación de lo creado, y resume las sublimes ar- 
monías de la vida orgánica. Objeto de constantes estudios, 
ese ser aparece siempre en la naturaleza como imagen del 
Autor de los mundos, y expresión elocuente de su sabi- 
duría. Las diferencias que sirven al naturalista para agru- 
parlo en razas y tribus distintas, no bastan al filósofo á 
identificarlo con otros eslabones de la escala animal. Allí 
donde examinemos sus caracteres, comprobaremos la uni- 
dad de su origen, y veremos el abismo que separa el 
mundo de la materia de la región donde germina la idea. 

La especie humana, en todas sus más importantes va- 
riedades, nos presenta en Filipinas un curiosísimo ejem- 

21 



— it>4 — 
pío de esa unidad, y de las influencias que determinan 
las distinciones zoológicas tan hábilmente aprovechadas por 
los poligenistas. 

¡ Qué grandioso asunto, el que las razas del Archipié- 
lago ofrecen al etnólogo y al filósofo! 

No hay pueblo alguno en que el hombre pueda estu- 
diarse como en este donde viven castas tan diferentes, que 
cruzadas desde tiempos muy remotos dieron origen á mul- 
titud de tribus esparcidas hoy en las Islas, y separadas 
por caracteres físicos bastante pronunciados. 

Si la historia de la humanidad ha de conocerse algún 
dia, preciso es que sus páginas se escriban con los datos 
recogidos en países donde el hombre conserva formas y 
costumbres más opuestas á las del que vive en los gran- 
des continentes. 

Bajo este concepto, no hay duda que las razas filipi- 
nas, como todas las de Oceanía, tienen extraordinario in- 
terés para el antropólogo, que observa en ellas variacio- 
nes físicas y sociales suficientes á guiarle en la oscura 
senda de esa ciencia nacida ayer y 'dueña ya de impor- 
tantísimos secretos. 

Cuando la etnología alcance á descubrir las relaciones 
de origen de las gentes que pueblan las tierras del Pací- 
fico, habrá dado un paso de gigante en el camino que. 
hoy recorre. 

En lo que á nuestro Archipiélago se refiere, bien puede 
asegurarse que ese dia no parece estar próximo; pues re- 
gistrando lo mucho que acerca de estos pueblos se ha 
escrito, se nota una confusión y una divergencia de opi- 
niones que hace imposible conocer los términos del pro- 
blema que tanto importa solucionar. 

Numerosos trabajos cuenta la bibliografía filipina acerca 



— 15o — 

de esas razas cuyo origen ha ido á buscarse á todas las 
regiones del globo. Tanto como escasean los estudios sobre 
la fauna y la flora del Archipiélago, abundan los que in- 
tentan describir los caracteres de estos pueblos, dignos 
verdaderamente de especial atención. 

Pero por desgracia, en esta, como en muchas cues- 
tiones de gran interés científico, ha sido poco escrupu- 
losa la mayoría de los autores, aceptando unas veces 
hechos notoriamente falsos, y satisfaciéndose otras con 
testimonios por todo estremo recusables. 

Así vemos que desde las crónicas del siglo 17 hasta 
los libros publicados en nuestros días, se han llenado cien- 
tos de volúmenes con supuestos y aseveraciones tan gra- 
tuitas como luego sabremos. Y es sensible que esto suceda, 
porque los estudios etnológicos en un país que para su 
desarrollo y prosperidad necesita grandes reformas admi- 
nistrativas, han de ser tan profugdos y exactos como exije 
esa ciencia sin la cual no puede darse un paso en la 
historia de las naciones, ni adelantar mucho en su régi- 
men y gobierno. ¡Qué fácilmente se resolverían los pro- 
blemas sociales y económicos de nuestras colonias, si se 
conociese bien el carácter y la naturaleza de sus habi- 
tantes! En Filipinas, sobre todo, no es posible prescindir 
de un estudio que ayudaría á terminar multitud de cues- 
tiones tan graves como la reducción de infieles, la coloni- 
zación agrícola, la legislación civil y penal, y otras mu- 
chas planteadas de antiguo, que necesariamente han de 
relacionarse con el conocimiento de estos naturales, de 
sus híbitos, sus aptitudes, y sus condiciones físicas. 

Y en otro orden de consideraciones; en el terreno de 
la especulación científica, ¡cuántos progresos conquistaría 
para el humano saber, el estudio de estos pueblos ! 



— 156 — 

La prehistoria, que pone ante nuestros ojos el pasado, 
y nos permite seguir una á una las conquistas de la 
humanidad, es rama exótica en el Archipiélago, donde 
no hay un solo trabajo de este género. Únicamente las 
indicaciones de Semper acerca de las hachas de peder- 
nal encontradas en Mindanao, nos llevan hasta épocas 
cuya antigüedad podrá quizás señalarse aproximadamente. 
El profesor de Würzburgo relaciona esas piedras con las 
descubiertas en Java y Malaca, y cree que unas y otras 
acusan la existencia de una raza ya estinguida. Conser- 
vamos en nuestra biblioteca los dibujos exactos de tres 
hachas recogidas en Zamboanga en el año 1862, por el 
piloto de un barco mercante; y la representación gráfica 
de esos instrumentos nos hace creer que quizás los halla- 
dos por Semper y los que aparecen en nuestras láminas, 
son mucho mns modernos que lo que claramente indica el 
viajero alemán, cuando atribuye esos productos de la indus- 
tria humana á una raza extinguida ya y anterior á la pa- 
pua. Esos pedernales tienen en nuestro dibujo formas más 
simétricas y regulares que las hachas del tipo de Saint- 
Acheul y otras del primer tercio de la época cuaternaria. 
Aduce Semper como prueba de su opinión, que los habi- 
tantes de la isla han perdido la noción del verdadero uso 
de esas piedras, que según ellos son dientes del animal 
del rayo. Pero esto nada afirma, ya que las razas moras 
de Mindanao llegaron á esta tierra en los tiempos de la 
edad presente, y claro es que pueden desconocer, y en 
efecto desconocen, las industrias y productos de castas pri- 
mitivas, cuyo origen, que no es posible determinar por la 
sola presencia de esas hachas, puede ser posterior al pe- 
ríodo del mammuth. 

Preciso es que nuevas investigaciones autoricen los 



— 157 — 

supuestos de Semper, que llega á decir que ese estin- 
guido pueblo debió ser negro y afine de algunos que hoy 
habitan la Oceanía. Por nuestra parte creemos posible esto 
último, pero no encontramos razón bastante para admi- 
tir la existencia de otra raza anterior y mucho más an- 
tigua que la papua, cuando esas piedras talladas pueden 
ser los restos que señalan el paso por las tierras del Sur 
de los autochtones que vemos hoy representados en los 
negritos de Luzon. (*) 

Tampoco tienen valor alguno, bajo el punto de vista 
prehistórico, los restos encontrados en 1851 en el Sur de 
Luzon, que son curiosísimos, pero relativamente muy mo- 
dernos. Entre ellos hay instrumentos de cobre, una es- 
piral de alambre rodeando el fémur de un esqueleto de 
niño, vasijas y platos pintados, y brazaletes de piedra. 

No es dudoso, sin embargo, que ha de llegar un 
tiempo en que descubrimientos importantes descorran el 
velo que envuelve la cuna de esos pueblos, tan poco co- 
nocidos en su origen como en su desenvolvimiento. 

Llegando á los actuales, nos encontramos primero con 
las fabulosas relaciones d# algunos Padres, que influidos 
por esa propensión á lo sobrenatural, tan frecuente en los 
pasados siglos, no dudaron en admitir la existencia de 
especies monstruosas, en que creen todavía algunas per- 
sonas. En una crónica del siglo 17 leemos: «Es cosa muy 
notable lo que trae el P. Fr. Alonso de Mentrida, en el 
folio 469 de su vocabulario visaya: que por los años 1599 
y 1600, parecieron por los montes de Ibahay muchos Sáty- 
ros en la misma forma que los Mitológicos describen á los 



(i) El ilustrado médico militar D. Pedro Saura, nos ha permitido 
examinar unas hachas de piedra que recogió en Marianas, y que tie- 
nen gran parecido con las de Mindauao. 



— Í5S — 

Faunos y Silenos; á estos llamaron los visayas, Ogi- 
mas.» ( 1 ) 

Viajeros de muchas naciones aseguran también que 
existen los sátiros en Filipinas, y Dampier describe una 
raza de hombres negros, que como los insulares de Pto- 
toíomeo tienen una gruesa cola que nace bajo los ríñones 
y mide quince centímetros de longitud; añadiendo que 
estos negros viven en varias islas y que en la de Min- 
doro se conocen con el nombre de Mangianos. 

Temeríamos ofender el buen sentido de los lectores 
si nos detuviésemos á demostrar lo absurdo de esas es- 
pecies, que tuvieron sin dada origen en hechos que muy 
pronto apreciaremos. 

Por otra parte, las declaraciones de Toulier, referidas 
á los cráneos encontrados en algunas cavernas, indican 
que en otras épocas vivió en el Archipiélago una raza 
blanca que ha desaparecido. Los cráneos á que se re- 
fiere Toulier, eran sencillamente de esqueletos de algunas 
tribus mestizas que existen actualmente en Luzon. 

Respecto al origen de los pueblos filipinos, se ha es- 
crito tan ligeramente como tendremos ocasión de ver más 
adelante; si bien en este punto, como en el relativo á la 
descripción de las razas actuales, se han hecho estudios de 
gran valor científico y de verdadera importancia. 

En las muchas obras en que se pintan los usos y 
costumbres de estos insulares, se leen cosas peregrinas y 
que revelan cuan poco se estudia este país, del que dice 
el ilustrado autor de una Enciclopedia moderna lo si- 
guiente: «.Bajo el ardiente sol de los trópicos, y en 
medio de una vegetación robusta y gigantesca, que hace 

(i) Conquistas de Filipinas, por F. Gaspar de San Agustín — Madrid.— 
1698.— Véase el libro 3.° página 479. 



— 159 — 

de Filipinas un vergel encantado, sólo las flores, el hom- 
bre y los demás animales descomponen la armonía de la 
naturaleza con su estraña y degenerada organización. Por 
eso suele decirse que en Filipinas no cantan los pájaros, 
ni aman las mujeres, ni huelen las flores, lo cual es una 
verdad por desdicha de las islas y de sus habitantes.» ( x ) 

La verdadera desdicha para las islas y para sus ha- 
bitantes es que escritores de valer den crédito á errores 
tan crasos como el de que en Filipinas no cantan los pá- 
jaros, ni las flores huelen, ni las mujeres aman. 

Afortunadamente hay ya, como hemos dicho, estudios 
más serios, que permiten apreciar los verdaderos caracte- 
res de esas castas diseminadas en las tierras de Oriente. 

Y forzoso es que esta clase de trabajos tomen aún mayor 
incremento, y se llegue á conocer á la perfección un tema 
tan vasto como interesante, en el cual han de fundarse 
todas las reformas políticas y sociales de las futuras ge- 
neraciones. 

Persiguiendo la senda marcada por discretos autores; 
iniciando los trabajos prehistóricos en varias islas; y ha- 
ciendo luego una racional comparación entre los restos de 
otras edades y los usos y costumbres de las razas aborí- 
genes, pronto se llegará al fin que tanto importa lograr, y 
se estenderán los estrechos límites de la ciencia etnológica. 

Mucho es ya para el caso, tener datos tan ciertos 
como los que pueden adquirirse en la detenida investiga- 
ción de las diversas tribus que habitan las Islas. 

Entendiéndolo así, antes de esponer las opiniones hoy 
más en boga respecto al origen de estos pueblos, hemos 
creído oportuno comenzar nuestro trabajo por la descrip- 



(l) Enciclopedia moderna, por D. Francisco de P. a Mellado. — 1852. 



— 160 — 

cion minuciosa y completa de las razas filipinas, de sus 
usos, costumbres, y caracteres físicos, para llegar luego á 
la parte etnológica con un perfecto conocimiento de esas 
gentes cuya • procedencia hemos de investigar. 

Pero estos pueblos aparecen mezclados de tal suerte, 
que es tarea difícil la del que intente determinar sus ca- 
racteres diferenciales y sus analogías. Desde luego se ob- 
serva un hecho que no se compadece muy bien con las 
famosas teorías de Darwin y de todos los que con él nos 
presentan la lucha por la existencia como testimonio elo- 
cuente manifestado siempre en la escala animal. Si las ob- 
servaciones de Simonin acerca de los pieles-rojas de la 
Union comprueban la hipótesis del sabio naturalista in- 
glés, las razas inferiores de Filipinas, que se conservan 
hoy en el mismo estado en que vivían hace muchos si- 
glos, declaran como á veces los débiles resisten á los fuer- 
tes, colocándose en condiciones que les permiten rechazar 
todas las energías. 

También los estudios etnográficos nos suministran aquí, 
por otra parte, datos que confirman las ideas monogenis- 
tas; y estudiando las modificaciones sufridas por las tri- 
bus originarias de otros países, se ve que el hombre na- 
cido de origen único puede cambiar notablemente en sus 
caracteres, pero sin pasar jamás de los límites señalados 
por la naturaleza. 

Cómo influyen en la especie humana, el clima, la ali- 
mentación, el cruzamiento de las razas, y otras muchas 
circunstancias, hemos de apreciarlo pronto al tratar de las 
condiciones orgánicas de cada una de las variedades que 
la representan en el Archipiélago, y de su semejanza con 
otras que viven en las tierras alzadas sobre el Pacífico. 

§. II. .Los Negritos. — Entre los pueblos que habitan 



— 161 — 

las Islas, sólo éste presenta caracteres de raza tan mar- 
cados y especiales como son necesarios para considerarlo 
una variedad de la especie. No admitimos como la ma- 
yoría de los autores la existencia de otras razas puras en 
estas provincias, ni siquiera creemos con Semper que pue- 
den calificarse así las agrupaciones de individuos que sir- 
ven á este naturalista para ver en Filipinas la genuina re- 
presentación del pueblo malayo. Ni las razas asiáticas, ni 
las que viven en los archipiélagos del Sur, aparecen en 
estas islas de otro modo que mezcladas entre sí y gran- 
demente modificadas en sus formas y en sus relaciones so- 
ciales. Esta circunstancia merece ser notada, porque, como 
después veremos, ella es la mejor prueba de que los ne- 
gritos fuei*on los primitivos habitantes del Archipiélago. 

Claro es que en defensa de nuestra opinión hemos de 
rechazar la de aquellos que describen al filipino como un 
pueblo heterogéneo en su origen. Esa pretendida des- 
igualdad de la población primitiva, ha nacido en el afán de 
confundir castas separadas de la aborigen, y sin relación 
alguna con esta. 

Los negritos, conocidos en el país con el nombre de 
aetas, y entre los chinos con el impropio de lay-kihong — 
negros enanos — ocupan un área relativamente muy es- 
tensa, apesar de haberse reducido hasta límites extremos. 
Puede decirse que sólo en Luzon vive hoy esa raza, que 
apenas cuenta con algunos centenares de individuos en la 
isla de Negros, y que ha desaparecido totalmente de las 
otras que componen el grupo de las Visayas y de Minda- 
nao. Con razón asegura Semper que los mamanuas de esta 
última isla pertenecen á una raza mestiza que de ningún 
modo puede confundirse con la autochtona, muy distinta 

también de las tribus que habitan en la gran cordillera que 

22 



— 162 — 

corre á lo largo de la costa oriental de esa estensa tierra 
del Sur donde muchos viajeros han creído reconocer ver- 
daderos negros. 

Siguiendo los movimientos de ese pueblo; aceptando 
como suyos los restos encontrados en las provincias me- 
ridionales; recogiendo los datos que señalan su paso por 
el distrito de Panay; notando su escasa población en el 
Sur de Luzon; y viéndolo refugiarse casi únicamente en el 
centro y Norte de esta isla, no es difícil trazar la línea 
emigratoria, que huyendo de las razas invasoras, recor- 
rieron los primitivos habitantes del Archipiélago. Después 
de hecho ese estudio parece indudable que los negritos 
fueron abandonando las tierras del Sur dirigiéndose á las 
del Norte, último refugio de su independencia. 4 

Para negar esto sería preciso demostrar que en.Min- 
danao y en las islas del centro existió otra raza, hoy 
estinguida, que por su mezcla con los pueblos de los con- 
tinentes fué origen de los que hoy existen en aquellas. Ni 
un solo dato apoya esta hipótesis, ni la de los que creen 
que los negritos sólo vivieron en las zonas que ocupan ac- 
tualmente. 

Reducidos á los límites ya señalados, y recorriendo 
los montes que forman las estribaciones del Caraballo de 
Baler, los que van hasta las cordilleras del Abra, los de 
Mariveles y Zambales, y los que cruzan las provincias del 
Norte, viven los aetas con una independencia que resiste 
bien los halagos de la civilización, y da á ese pueblo un 
aspecto propio y singularísimo. 

Esta raza presenta en todas partes una completa igual- 
dad de caracteres físicos. No debe admitirse, por esto, la 
división establecida por Mund-Lauff, que nos habla de ne- 
. gritos del monte ó eta's bagaCs, y negritos de la costa ó 



— 163 — 
eta\s damagat's, asignando á estos últimos caracteres pro- 
pios de algunas tribus de color oscuro, pero seguramente 
distintas de los primeros. 

Conformes están los escritores más autorizados en es- 
tablecer una íntima relación de origen entre esta raza y 
la papua de Nueva-Guinea. Hay, en verdad, motivos so- 
brados para creerlo así, porque los principales rasgos de 
la especie tienen perfecta semejanza, según se ha de saber 
muy pronto. Y ahora es ocasión de volver sobre un asunto 
que en otro lugar hemos tratado, y de llamar la atención 
de los lectores acerca del hecho extraño que nos ofrecen 
los que convienen en otorgar á los negritos el primitivo 
dominio de las Islas, y sin embargo, defienden con sin- 
gular firmeza el desprendimiento de estas tierras de las 
asiáticas, en una época posterior á la aparición del hombre. 

¿Cómo, si el Archipiélago formó entonces parte del 
antiguo continente, encontramos á los aborígenes filipinos 
entre los pueblos del Este, sin descubrir resto alguno que 
señale la existencia de razas asiáticas anteriores á las 
oceánicas? 

Véase ^on cuanta razón denunciábamos la poca soli- 
dez de ciertas teorías, que bien podemos llamar tradicio- 
nales, ya que sólo en la tradición más vulgar tienen su 
fundamento. 

Ya veremos, por otra parte, que los negritos nada 
tienen de común con los habitantes de Borneo, los de 
Java, y todos los que viven en el Archipiélago de la 
Sonda, mientras acusan estrecho parentesco con los de 
muchas islas del Pacífico y con algunos de la Australia. Y 
aqui debemos advertir que si, como asegura Semper, no 
es posible hallar puntos de semejanza entre los negros 
de nuestra colonia y los de pelo laso del continente oceá- 



nico, se ven muchos entre aquellos y los de esa raza que 
vive en Australia, y que Topinard y Staniland Vake creen 
la primitiva de esta vasta tierra. Todos los caracteres que 
el sabio doctor francés asigna á estos negros de pelo cres- 
po, corta talla, y tez negra, convienen á los autochtones 
de Filipinas. 

Por lo demás, los aetas se nos presentan hoy con se- 
ñales que marcan la influencia del medio en qué ordina- 
riamente viven unos pueblos que sufren el dominio de 
razas invasoras de muy distinto origen. 

g. III. Caracteres físicos de los Negritos.— Todas las des- 
cripciones morfológicas nos representan á estos seres con 
formas desproporcionadas, y muchas pretenden que son 
raquíticos, débiles, y defectuosamente organizados. Lo pri- 
mero sólo es cierto en cuanto á varios individuos que por 
condiciones fisiológicas especiales y relacionadas con el gé- 
nero de vida, tienen un desarrollo más notable del vien- 
tre: lo segundo es de todo punto inexacto. 

El cuerpo de los negritos está regularmente conformado; 
su talla varía entre l m 300 y l m 570, siendo menor en las 
mujeres. En general puede decirse que es ésta una raza 
pequeña, notándose que en los primeros años el creci- 
miento es mayor que durante la segunda edad de la vida. 
La constitución de los aetas está relacionada con sus cos- 
tumbres nómadas y salvajes: el sistema muscular se halla 
bien desarrollado, y las estremidades son delgadas y fuer- 
tes. La piel es más fina y suave al tacto que la de los 
papuas de Nueva-Guinea, y tiene un color pardo ne- 
gruzco, que sin llegar al negro brillante de los pueblos de 
África, es más intenso que el que se ve en los otros ha- 
bitantes de Filipinas. La cabeza se cubre de un pelo abun- 
dante, crespo, y de color negro mate, que recuerda al 



— 165 — 

que después de algún tiempo toma el hollín depositado 
en las paredes de un tubo. En nada se parece su cara á 
la mal llamada fisonomía papuána, ni á la que pinta Ro- 
senberg cuando describe los arfacos. Como los negros 
de Nueva-Guinea, tienen los de estas Islas el rostro casi 
redondo, los labios gruesos, y la nariz de regular ta- 
maño, aplastada y ancha en su base. Es notable el es- 
caso prognatismo que se observa en esta raza que tiene 
ademas los dientes bien formados y la barba corta. La 
frente es ancha y las cejas muy pronunciadas; en los ojos, 
oscuros y brillantes, se sorprende una mirada inquieta que 
revela gran desconfianza» y que adquiere fulgores sinies- 
tros en los momentos de escitacion. 

Deseando estudiar los cráneos de los negritos, intenta- 
mos en varias ocasiones su adquisición, no logrando ins- 
peccionar más que cinco, pertenecientes á las tribus del 
Este de Luzon. No creemos que los datos recogidos en el 
estudio de tan corto número, sean bastantes á establecer 
reglas generales, pero de todos modos debemos consignar- 
los, dándoles el valor que en realidad tienen. El examen 
atento de esos cráneos nos ha hecho ver su identidad con 
los pertenecientes á los papuas, y desde luego los incluimos 
en las variedades dolicocefálicas, pues aunque, en verdad, 
se notan ligeras diferencias, estas na afectan al tipo ge- 
neral. En dos de aquellos los parietales formaban una 
eminencia marcada en el punto de su unión; pero esto 
mismo se ha encontrado á veces en los cráneos hipsis- 
tenocefálicos de Davis, procedentes de esqueletos de pa- 
puas. Los huesos frontales eran aplanados en su porción 
lateral, y el occipital presentaba una gran convexidad. El 
índice craniano horizontal, variaba entre 71'45 y 73'56, 
y el vertical entre 72 y 73'6. El término medio de la 



— 166 — - 

capacidad de los cinco cráneos nos dio una cifra de 1,390 
centímetros cúbicos, que demuestra que el desarrollo de 
la masa encefálica no es tan e&caso como se supone por 
los autores. El índice orbitario no escedía en ninguno de 
86, por lo que hay que considerar á los negritos entre los 
mesosemas de Broca, La disposición de los arcos zigomá- 
ticos coloca á estos cráneos entre los criptózigos, ó sea de 
pómulos poco pronunciados. Las mandíbulas difieren algo 
de las de los papuas, pues no es marcado el progna- 
tismo. Por último, el índice nasal da una proporción media 
de 5T1CL 

El estudio de esos restos humanos, nos permite rebatir 
las apreciaciones de Davis y otros etnólogos. El primero, 
que sólo reconoció dos cráneos, cuya autenticidad no está 
bien comprobada, sostiene que hay motivo bastante para 
separar esta raza de las otras de la Oceanía; y aceptando 
estaopinion y y fundándose en referencias de algunos viaje- 
ros, y en el examen de un solo cráneo, recogido por Sche- 
teling, se apresura el sabio R. Virchow á rectificar sus an- 
tiguas declaraciones sobre los caracteres de los negritos, y 
dice que no puede sostenerse una relación de afinidad entre los 
pueblos de Filipinas y otros de la Melanesia y de la Austra- 
lia. En cambio este autor no tiene inconveniente en dar 
hospitalidad á las erróneas especies de Davis, que admite 
como autochtonas ciertas tribus blancas ya estinguidas. 
Cierto es que Virchow cree que se ha ido demasiado lejos 
en el camino de las suposiciones, pero aún así no conce- 
bimos cómo han podido hacerse paso ciertas teorías, que 
no tienen otra base que la suministrada por el estudio de 
tres ó cuatro cráneos, que seguramente no pertenecían 
á esqueletos de verdaderos negritos. Nótese, en prueba de 
ello, que Scheteling desenterró en el Sur de Luzon un 



— 167 — 

cráneo, que según confesión de este viajero perteneció á 
una tribu mezclada con elementos meóles. Respecto á los 
de Davis, el mismo Virchow dice que éste no da noticias 
concretas acerca de la procedencia de sus cráneos de negritos. 
Véase, pues, qué autoridad puede concederse á deduc- 
ciones sacadas de datos tan inciertos. Y todavía el doc- 
tor alemán incurre en lamentables equivocaciones, naci- 
das en falsos informes de algunos viajeros. Asf obser- 
vamos que hablando de los cráneos de negritos traídos de 
Filipinas después del año 1872, no vacila en afirmar que 
pertenecen á una raza braquicéfala, cayendo en palma- 
ria contradicción, ya que en las primeras páginas de su 
estudio Cráneos antiguos y modernos de Filipinas dice, re- 
firiéndose á los restos óseos encontrados por Jagor en las 
cuevas de Nipa-Nipa, que estos pertenecen á un pueblo 
braquicéfalo, que nada tiene de común con los negritos, 
porque éstos se distinguen en la corta latitud y en la extre- 
mada longitud del cráneo, esto es, en que son dolicocéfalos. 

Por lo demás, al leer lo que dice Virchow de esos 
cráneos braquicéfalos, se comprende cnanto se equivocan 
aquellos que los creen pertenecientes á la raza negra pura 
del Archipiélago, que como ha demostrado Semper, y he- 
mos comprobado nosotros en los huesos que sirvieron á 
nuestras investigaciones, se distingue por la falta de prog- 
natismo, mientras los examinados por el profesor alemán 
son, según su expresión, muy prognáticos. 

Mucho pesa en el ánimo la autoridad de un sabio como 
Virchow, pero si consideramos que sus notables descrip- 
ciones no se refieren á huesos de verdaderos negritos, 
habremos de reconocer que ellas no tienen gran valor 
etnológico. Claro es que si se estudian los cráneos de los 
balugas de Pangasinan, y los de otras tribus mestizas ne- 



— 168 — 

gras de Luzon y Mindanao, se encontrarán esas diferen- 
cias, que en los recojidos por Davis y Scheteling sirvieron á 
Virchow para separar á los aetas del Archipiélago de otros 
pueblos con quienes á no dudar tienen perfecta semejanza. 
Quizás á esta circunstancia se debe también el que el 
ilustre Quatrefages comprenda á los aetas en el grupo de 
los negritos sub-braquicéfalos, asemejándoles a los min- 
copies de las islas de Andaman y á los semaugs de Ma- 
laca, con los cuales no tienen, en nuestro concepto re- 
lación alguna. 

Los restos que hemos examinado, cuyo origen nos 
es bien conocido, no difieren esencialmente de los que 
Meyer recogió en el golfo de Geelvink de Nueva-Guinea. 
Respecto á las diferencias que los separan de los cráneos 
de Australia, debemos advertir que son ciertas en cuanto 
se comparen con los pertenecientes á las tribus de pelo 
laso, pero desaparecen si recordamos los caracteres de 
esos papuas de pelo crespo que viven en la gran tierra 
australiana, cuya capacidad craneana llega á T400 y 1,450 
centímetros cúbicos. Ni significan tampoco gran cosa las 
pequeñas variaciones que hemos señalado al describir los 
cráneos de Luzon; pues en los originarios del golfo del 
Astrolabio, reconocidos por el mismo Virchow, se seña- 
lan esas diferencias que en el esqueleto como en el color 
de la piel y en los rasgos del semblante, se encuentran 
frecuentemente en toda la raza papua. 

Si se tiene en cuenta el interés que los datos era- 
neoscópicos tienen para la ciencia, no estrañará que llame- 
mos la atención sobre ellos, y que nos atrevamos á reba- 
tir opiniones de hombres respetables, pero fundadas en 
hechos ño bien determinados. 

El error de Scheteling y de Davis, como el de muchos 



— 169 — 

otros viajeros y naturalistas, está en aceptar por restos 
de aetas los de tribus negras originarias de las que en épo- 
cas más ó menos remotas se cruzaron con otras del Archi- 
piélago. Es preciso que los observadores tengan muy en 
cuenta esa circunstancia, sobre la cual el ilustre Semper 
llamó hace tiempo la atención. 

Hemos dicho que el desarrollo de los negritos es más 
rápido durante la primera edad; y en efecto, se observa 
que durante las diversas épocas de la infancia el cuerpo 
adquiere regulares dimensiones, deteniéndose el creci- 
miento al llegar á la adolescencia. Las influencias clima- 
tológicas y las de una alimentación insuficiente, son 
las únicas que explican, en nuestro concepto, ese curioso 
fenómeno fisiológico. 

En general, el pueblo de los aetas, sin alcanzar las 
bellezas morfológicas de otras razas, ni su desarrollo fí- 
sico, es superior al de los negros de Australia, y aún 
á muchos polinesios, si bien, reducido á la vida del bos- 
que, y privado de las frecuentes largas correrías que le 
ocupaba en otras épocas, el negrito presenta hoy señales 
que marcan el dominio de otros hombres. 

No creemos por esto, como algunos etnólogos, que esa 
raza llegue á desaparecer por completo de los puntos en 
que habita en la actualidad, ni que se reduzca en corto 
plazo á disfrutar las ventajas de la cultura y del progreso. 

g. IV. Costumbres de la raza negra. — Cuando los pue- 
blos del interior eran todavía poco conocidos, se atri- 
buyeron á los aetas usos y costumbres semejantes á los 
de las fieras. Muchos autores los pintaron como hombres 
vengativos y sanguinarios, sin la menor idea de bondad, 
ni indicio de humanos sentimientos. Se creía que los ne- 
gritos odiaban al indígena cristiano hasta el punto de 

23 



— no- 
que cuando fallecía uno de su tribu, vengaba esta des- 
gracia asechando tras los árboles- el paso de un india para 
darle inmediata muerte, por. creer que á sus conjuros se 
debía la pérdida del compañero. Y aseguran los que tal 
dicen, que hecho esto se celebraban grandes festines- en 
honor del asesino» 

Noticias de viajeros modernos, que han permanecida 
algan tiempo entre esas tribus, permiten rechazar especies 
que ya en el siglo último desautorizó el P. Mozo, cuando 
en su obra Misiones de Filipinas nos habla de las plá- 
cidas costumbres de ios aetas. El Sr. Mas también se ad- 
hiere á este parecer, y Semper confiesa que el carácter de 
aquel pueblo es mejor que su fama. En 1857 mandó el 
general Norzagaray abrir una amplia información acerca 
del estado de las razas negras infieles, y hé aquí lo que 
decía en un notable escrito el alcalde de layabas, D. Cán- 
dido López Diaz, hombre de gran inteligencia y conocedor 
de un país donde había permanecido nueve años: «No 
hay ejemplo de que sin ser molestados, los negritos hayan 
cometido ó causado daños en las personas ó bienes de 
los habitantes de estos pueblos.» 

Los aetas constituyen, es cierto, un pueblo nómada 
y salvaje, y en él sorprendemos á veces los rasgos de 
fiereza que separan á esas castas de los hombres civi- 
lizados. Así observamos, que bajo el influjo de los in- 
vasores, se han hecho recelosos, suspicaces y en extremo 
desconfiados cuando se ven en la necesidad de tratar 
con los cristianos. En cambio, cuando se internan en 
los bosques dan pruebas de un valor extraordinario y 
de una franqueza que está en armonía con su género 
de vida. Numerosos ejemplos se citan para probar el 
amor que tienen á su tribu y á la vida independiente, 



— 171 — 
que na cambian por los más refinados goces de la civili- 
zación. Estas cualidades, no san, en verdad, las que dis- 
tinguen á un pueblo de bestias, ni da hombres por todo 
extremo despreciables.. 

Ademas, cuando el negrito es tratado can afabilidad y 
dulzura revela dotes apreciables, si bien resiste mucho las 
solicitudes encaminadas á sustraerle á su vida ordinaria. 
Pero tampoco debe exagerarse este hecho, como hacen al- 
gunas autores que creen imposible toda arganizacion entre 
esas tribus nómadas,, pues en varios puntos de Luzon se 
han visto familias negras con una autoridad reconocida, y 
que cambian los productos de las cosechas que recojen en 
los montes, con otros de los pueblos civilizados. Hace al- 
gunos años bajaron algunos negritos hasta las inmediacio- 
nes de Manila, estableciéndose á 20 kilómetros de la ca- 
pital. 

En cuanto á su inteligencia, no están limitada coma 
s& cree generalmente, y los españoles que los han tenido 
á su servicio afirman que son más listos que los criador 
indios. Muy poco se sabe de su idioma primitivo; sola que 
existió en otro tiempo,, y que hoy conservan algunas pa- 
labras que recuerdan las de las lenguas melanesias,. usando 
con más frecuencia el vocabulario de los pueblos cristianos 
próximos. Esta circunstancia nos indica que no es cierto 
que los aetas hayan rechazado siempre el trata de los 
otros naturales cuyo idioma ha sustituido al autochtono. 

Se ha dicho también, y así lo leemos en una obra pu- 
blicada hace dos años, que los negritos na conservan tra- 
diciones, ni tienen ideas religiosas. Ambos supuestos son 
enteramente gratuitas, porque hoy se sabe que en ese 
pueblo se guarda memoria de grandes luchas verificadas 
en épocas remotas y entre tribus de la misma raza. Res- 



— 172 — 

pecto á su falta de religión, observaremos que no existe 
un solo dato que la pruebe; antes al contrario, se sabe 
tienen ideas que se compadecen mal con el estado actual 
de esa raza salvaje. Véase lo que escriben los PP. de las 
Órdenes religiosas en una Memoria publicada el año úl- 
timo: «Por más que algunos han dicho lo contrario, tie- 
nen también — los negritos — sus creencias sobre la divini- 
dad y sobre la inmortalidad del alma* Como prueba de 
que creen en algún Ser superior, puede citarse el hecho 
de que, siempre que matan algún animal, antes de co- 
mérselo ó venderlo, cortan un pedacito de carne y tirán- 
dolo hacia el cielo, dicen en voz alta: Esto también para H. 
Prueba de que creen en la inmortalidad del alma, es la 
respuesta que suelen dar á los misioneros cuando los in- 
ducen á que dejen sus bosques, y bajen al llano para vivir 
como los cristianos: No queremos abandonar los lugares en 
que habitan los espíritus de nuestros antepasados. Pudiera ale- 
garse también el respeto que tienen á los lugares en donde 
ha muerto alguno de los suyos. Después de cubrir lige- 
ramente el cadáver, y cerrar las avenidas, abandonan aquel 
recinto y lo anuncian á todos los de la comarca, casti- 
gando con la muerte al que ose penetrar en el lugar en- 
tredicho.» ( 1 ) 

Está, pues, patente el error de los que niegan la idea 
religiosa de los aetas, y el de Rienzi cuando dice que sólo 
se advierte en estos un temor servil. 

Hay entre las costumbres de los negritos^ una singu- 
larísima, en que no se ha fijado hasta ahora la atención, 



(1) «Memoria sobre la influencia del catolicismo en la conquista y 
civilización de los pueblos del Archipiélago filipino, y sobre las cos- 
tumbres y prácticas supersticiosas de los infieles que existen aún por 
reducir en las principales montañas de las Islas.» — Presentado en la 
Exposición de Amsterdam. 



— 173 — 

por raás que está bien averiguada según testimonios res- 
petables. Se refiere á la naturaleza de los matrimonios, 
que contra lo que se observa en las razas salvajes, y en 
todas las oceánicas, es de todo punto indisoluble, sin que 
circunstancia alguna baste á romper un contrato cuyo ca- 
rácter es tan serio como el de los pactos guerreros de 
las antiguas tribus. ¿No es verdaderamente extraño en- 
contrar la indisolubilidad del matrimonio único, en esas 
hordas que viven sin ley ni freno que contenga sus pa- 
siones? Digno de estudio nos parece un hecho de tal ín- 
dole, que contradice la frase de un observador que ase- 
gura que el matrimonio es en este pueblo una especie de 
arreglo sin compromiso alguno. 

Son también muy curiosas las noticias que tenemos 
de la manera de realizar esos enlaces. Hé aquí como la 
describe el autor de la Memoria citada: «Reunidos los 
padres, parientes y amigos de los contrayentes, y prepa- 
rada por el varón caza en abundancia, se coloca la joven 
de pié á la distancia de unos cuarenta metros, teniendo 
debajo del brazo un bulto esférico hecho de hojas de palma. 
Entonces el joven pretendiente dispara una flecha embo- 
tada, y si atravesando el bulto, pasa sin hacer daño á la 
joven, se realiza el matrimonio, quedando en el caso con- 
trario imposibilitados para contraerlo.» 

Esta práctica, prueba, en nuestro concepto, que los 
aetas conceden suprema importancia á la destreza y al 
valor, ya que de ambas cualidades han de dar elocuente 
testimonio en el acto más solemne de su vida, exponién- 
dose la mujer á los efectos de un dardo envenenado, y evi- 
tando el hombre este peligro con .su habilidad en el ma- 
nejo del arco. 

Su comercio se reduce al cambio de cera, miel y otras 



— 174 — 

especies, por arroz, tabaco, pequeños objetos, y baratijas 
que les ofrecen los habitantes del llano. Son muy diestros 
en la caza, y persiguen á los venados hasta darles muerte. 
La alimentación es animal y vegetal, pero escasa: no tiene 
fundamento la creencia de que satisfacen sus necesidades 
sólo con raices. La caza y la pesca les facilitan los medios 
de vida, que encuentran también en los productos de limi- 
tadas siembras que hacen en los montes. Muestran gran afi- 
ción á la miel, de la cual consumen enormes cantidades 
mezcladas con arroz. 

Pasan los ratos de ocio, tendidos sobre la yerba y 
cantando ó bailando en estenso círculo alrededor del cual 
saltan coa una agilidad pasmosa. 

Van siempre desnudos, sin otra prenda que un pe- 
queño delantal que sujetan á la cintura, y que no se di- 
ferencia del maro usado en las islas del oeéano austral, mas 
que en el tejido, que es más tosco. Las mujeres usan un 
mandil algo más largo que el de los hombres. No peinan 
ni cortan nunca sus lanosas cabelleras, y estas se rizan 
naturalmente y dan á los negritos un aspecto extraño. 

Es muy frecuente en estas tribus usar como adorno 
pendientes, brazaletes, y unas pinturas hechas en la piel, 
que recuerdan las de los papuas. Semper, combatiendo á 
D'Urville, asegura que los atlas conocen también el tatuaje; 
pero confiesa que esta práctica sólo la ha encontrado en 
las tribus próximas al Baler. Y en efecto, más general es 
que se hagan en la piel profundas incisiones, teñidas luego 
con una sustancia fuertemente azulada. Estas heridas — que 
así pueden calificarse — dan origen á estensas cicatricen, 
cuyo tejido inodular forma gruesos filetes que constituyen 
el mayor mérito del adorno. En la parte Nordeste de Luzon 
viven familias que usan ese distintivo sólo en las personas 



— 175 — 

más notables, y lo llevan sobre el pecho en forma de 
líneas horizontales. 

No construyen nunca habitaciones, y sólo alguna vez 
colocan sobre las ramas de los árboles anchas hojas que 
les resguardan de las lluvias. Su ajuar se compone de al- 
gunas vasijas hechas de coco ó de grandes conchas, y de 
toscas cajas de madera donde guardan el buyo. 

Sus armas se reducen á las flechas que manejan ma- 
ravillosamente, y son á la vez instrumento de caza y de 
guerra; y á unos grandes cuchillos de hierro, que adquie- 
ren de los indígenas cristianos. 

Tales son los rasgos que distinguen á esa raza, que 
como veremos luego, es indudablemente la autocbtona de 
Filipinas, y la única que conserva sus primitivos caracteres. 



ARTICULO SEGUNDO. 

g. I. Tribus mestizas infieles. — Un célebre naturalista 
dijo, en una de sus obras más populares, que ningún país 
como el filipino para hacer el estudio completo de la raza 
humana. Y en efecto, es tal la variedad de los pueblos re- 
fugiados en las montes y espesuras del Archipiélago, que 
difícilmente podrá hallarse tierra donde el hombre se pre- 
sente á los ojos del etnólogo con diferencias tan extrañas 
como dignas de cuidadosa atención. 

El tipo orgánico y el fisiológico ofrecen notables par- 
ticularidades en las numerosas tribus, casi todas salvajes, 



— 176 — 

que habitan las partes más escabrosas de las islas. Un es- 
tudio detenido, minucioso, y verdaderamente científico de 
esas gentes, sería tan interesante como útil, y aportaría 
vasto caudal de preciosos datos que quizás lograran desva- 
necer el misterio que hoy todavía envuelve el origen de los 
pueblos infieles. 

Poco se ha hecho en este sentido, y al tratar de co- 
nocer los caracteres y condiciones de esas tribus, encon- 
tramos sólo relatos particulares de algunos viajeros, que 
distan mucho de alcanzar el valor antropológico deseado. 
Y esto se explica bien, recordando que los que hicieron 
esos trabajos, llegaron al país con propósitos nada rela- 
cionados con tales estudios, y que sólo incidentalmente y 
sin fijarse en los hechos más importantes, recogieron no- 
ticias é impresiones que en modo alguno bastan á dar 
idea exacta de la manera de ser de los insulares. 

En los habitantes de estas provincias, se ha creído 
encontrar la genuina representación de ese pueblo que 
según Maury tiene su cuna en el Tibet, y que Marsden 
cree originario de Palembang, y Rienzi de la isla de Bor- 
neo. La semejanza de algunas tribus filipinas, no someti- 
das, con los habitantes de Sumatra, Malaca y otras tier- 
ras del Oeste, ha hecho que muchos escritores defiendan 
el íntimo parentesco de esos pueblos, y que Semper ase- 
gure que todos ellos pertenecen á un tipo común malayo. 
Verdad es que seguidamente afirma este ilustrado viajero 
que las tribus infieles se diferencian entre sí por sus ca- 
racteres físicos, sus costumbres, su idioma y su religión. 

Pronto hemos de ver lo que hay de cierto en esa pre- 
tendida igualdad de razas y de variedades, cuyas condi- 
ciones vamos á estudiar. 

Habitando las diversas islas del Archipiélago, y refu- 



giadas generalmente en los bosques que crecen sobre las 
faldas de extensas cordilleras, existen numerosas tribus 
de color oscuro, que conservan la independencia propia 
de su vida nómada, y permanecen extrañas á toda in^ 
fluencia civilizadora. 

El tipo orgánico es en ellas característico, y de su 
examen se deduce que son originarias de razas distintas, 
cruzadas en épocas más ó menos remotas, y perfectamente 
eugenésicas. La influencia del medio en que viven esos 
pueblos, y la de sus costumbres, se refleja bien en el tipo 
fisiológico, que presenta algunas particularidades dignas de 
estudio. 

Con .el nombre genérico de igorrotes, se designan en 
varias obras, los habitantes todos del Archipiélago, que 
no se hallan sometidos á nuestro dominio, y aún aquellos 
que después de vivir algún tiempo al amparo de las leyes 
y dentro de la Iglesia católica, se remontaron, es decir, 
volvieron á recobrar sus hábitos primitivos, que no olvi- 
dan fácilmente. 

La palabra igorrote, es en el país sinónima de hombre 
salvaje, y bajo este concepto no se admite como propia 
de una sola tribu, á la que realmente corresponde. 

No es posible hacer un estudio general de los mes- 
tizos infieles, ya que difieren tanto las diversas agrupa- 
ciones, como los pueblos donde tuvieron origen. Preciso 
es, por esto, buscar á esos hombres en las pequeñas co- 
marcas que les sirven de refugio, y ver así las analogías 
y diferencias que les son propias. 

Si se tratara de establecer una división fundada en 

el estado social, quizás podríamos constituir dos grandes 

grupos, perfectamente separados por las costumbres y el 

desarrollo de las facultades psíquicas. En efecto, al lado 

24 



— 178 — 

de. tribus salvajes, tan feroces y sanguinarias como aU 
gunas de la Polinesia, viven otras que aunque rebeldes, 
§e distinguen por su carácter pacífico, su mayor afición 
al trabajo, y su frecuente trato con los cristianos.: 

El número de los infieles que habitan el Archipiélago 
no se conoce ni aún aproximadamente, siendo imagina- 
rias las cifras dadas por los autores y las estadísticas 
hechas hasta hoy. Se sabe únicamente que la población 
nómada es mucho menos densa que la cristiana, pero á 
juzgar por los extensos dominios que hoy ocupa y por 
sus numerosas variedades, es posible creer que sus indi- 
viduos son más de los que aparecen en los censos. (*) 

En las cordilleras centrales de Luzon, en las que cor- 
ren paralelas á la costa oriental, en las que van á ter- 
minar al Norte y al Oeste, en las ramificaciones de los 
grandes montes que se dirigen al Sur, y en los terrenos 
comprendidos entre las cadenas que forma el sistema oro- 
gráfico de esta isla, viven hoy esas tribus, cuyas relacio- 
nes con los pueblos cultos son en general bastante limi- 
tadas. 

Próximos á la costa Este, y ocupando las escabrosas 
laderas de las montañas del distrito del Príncipe, se en- 
cuentran los ilongotes, representantes del más feroz salva- 
jismo y de la más refinada crueldad.. Con éstos tienen 
exacto parecido los ibilaos, que viven en la cordillera 
que desde el Caraballo de Baler se dirige al Sur atrave- 
sando la provincia de Nueva-Ecija. Los caracteres físicos 
de estas dos tribus son tan semejantes que pueden con- 
siderarse comunes. Como todos los pueblos que sufren la 



(1) En el censo de 1876 se declara que existen en las Islas, 600,000 
¿afieles. 



— 179 — 

influencia de los vientos del N. E., tienen éstos que des- 
cribimos el color mucho más claro que otras de Luzon, 
y aunque Semper pretende que los ilongoles son de puro 
origen malayo, el más ligero examen permite apreciar la 
mezcla de la raza china con otras de las que viven en 
la Oceanía. 

Estos salvajes son de mediana estatura, poco desar- 
rollados, y menos robustos de lo que cree Codorniú. La 
cabeza es grande y evidentemente braquicéfala; el occi- 
pital no presenta el aplastamiento que se ve en los crá- 
neos malayos, ni la frente, que es recta, se deprime como 
en éstos. No se marca mucho el prognatismo en estos 
seres, que tienen el ángulo sinfisiano bastante abierto, 
los pómulos pronunciados, y el diámetro bizigomático 
tan largo como en las razas amarillas. El pelo es oscuro, 
sobre todo en los ibilaos, fuerte y ligeramente ondulado; 
los ojos pardos, la nariz ensanchada y los labios grue- 
sos. Ya hemos dicho que la piel es de color más claro 
que el de las otras tribus, y ofrece un matiz rojizo que 
recuerda el de los anlisianos. Debe tenerse en cuenta que 
en los individuos de una misma familia varía mucho el 
tono de ese color, y que no es raro observar diferencias 
que sorprenden y causan extrañeza. 

El desarrollo intelectual de los ilongotes y ¿1 de sus 
vecinos los ibilaos, es tan limitado como el de los habi- 
tantes de Australia; son de instintos feroces, sanguinarios 
y crueles. Odian igualmente al cristiano que á los otros 
infieles,. y sólo encuentran placer en la satisfacción de sus 
apetitos de fiera. Aunque traicioneros y amigos de las más 
viles asechanzas, no son tan cobardes como se cree, y á 
las veces sostienen con los negritos luchas en que dan 
pruebas de agilidad y valor. Se distinguen por su extra- 



— 180 — 

ordinaria afición á la vida nómada, y no es raro verles 
perseguir á los individuos de otras tribus sometidas, para 
castigar asi el acto de tratar con pueblos civilizados. Di- 
fícilmente olvidan las ofensas recibidas, y es de admirar 
la paciencia con que esperan una ocasión que les per- 
mita tomar cumplida venganza. Son en extremo supers- 
ticiosos,- y no tienen idea de religión alguna. Manejan con 
habilidad la lanza, y son además muy diestros en el uso 
del arco. Carecen de verdaderas habitaciones, aunque á 
veces construyen pequeñas chozas cubiertas con los des- 
pojos del bosque. 

El dominico P. Villaverde que ha vivido muchos años 
en las inmediaciones de esas gentes, las describe así: «Son 
tigres que se dedican á verter sangre humana, más por 
motivos supersticiosos que por aparecer valientes. Entre 
ellos es como un requisito indipensable, para todo el que 
haya de casarse, ofrecer á la mujer como el don más es- 
timable, un dedo, una oreja, ú otra parte del cuerpo de 
alguna persona asesinada. Así es que según las exigen- 
cias de esta feroz y bárbara costumbre, se juntan unos 
con otros para poder ejecutar sus crímenes horrendos, por 
aquello de que hoy por mí y mañana por tí, y llevan los 
padres á sus hijos, aún pequeños, en sus expediciones, 
para enseñarlos y ejercitarlos siquiera en cortar la ca- 
beza de los ya asesinados por ellos. Cuando se les muere 
alguno de la familia, como padre, hijo, mujer, etc., sa- 
len también á vengar estas muertes naturales, quitando 
la vida á víctimas inocentes; y finalmente, hacen lo mismo 
después de la recolección del arroz, para dar gracias á 
sus divinidades del infierno por los beneficios recibidos.» 

Algo deben haber variado estas costumbres, porque un 
distinguido oficial del ejército, que en 1875 hizo unaescur- 



— 181 — 
sión á las rancherías del Baler, y presenció la boda de 
unos ilongotes, nos asegura que no vio allí ningún resto 
humano ofrecido como arras del matrimonio. Nuestro amigo 
presenció la boda, cuyo ceremonial consistió en andar los 
novios agarrados de las manos alrededor de un árbol, y 
sentarse luego con los parientes á consumir grandes can- 
tidades de arroz y de un líquido fermentado y de aspecto 
repugnante. 

Los ibilaos emprenden largas correrías, cosechan algu- 
nos granos, y viven de ellos y de la caza. Estos infieles 
son los más abyectos y miserables de las Islas, y han re- 
chazado siempre toda influencia de los pueblos cultos; cosa, 
en verdad, poco lamentable, porque la civilización no lo- 
graría nunca hacer de esos hombres miembros útiles á la 
sociedad. 

Al Norte de estos pueblos, y en las montañas que van 
á perderse en la parte más septentrional de Luzon, vive 
otra raza mestiza, que presenta caracteres muy parecidos 
á los que acabamos de estudiar, si bien en ella se mar- 
can más los signos que denotan el origen chino de tales 
gentes. Nos referimos á los irayas, que constituyen un grupo 
relativamente adelantado, y que ha perdido muchas de 
sus primitivas costumbres. Son de mayor estatura que los 
ibilaos; el prognatismo es más pronunciado; y la oblicui- 
dad de los ojos en algunas tribus, les da tanto parecido 
con los chinos que á no ser por su color oscuro podían 
confundirse con ellos. Ea otras familias se pronuncia más 
el tipo polinesio, y en todas se nota bien clara la mezcla 
de razas distintas. 

Algunos autores comprenden entre los irayas, á los ca- 
ialanganes que son más altos y robustos que aquellos. Las 
costumbres de estos pueblos han sido estudiados por Sem- 



— 182 — 

per que recorrió los montes del Nordeste de Luzon y 
pudo reunir interesantes noticias acerca del estado de esas 
tribus. 

Hé aquí lo que de ellas dice el ilustrado profesor ale- 
mán: «Los hayas propiamente tales, viven en las már- 
genes del liaron, en sociedad con los negritos de los al- 
rededores, y en la mejor armonía. No es raro que se jun- 
ten también con ellos los llamados cristianos remontados, 
habitantes de las tierras bajas, que huyen á las montañas 
de los irayas para evitar el castigo de sus jefes. Esta di- 
versidad de mezclas se revela en sus usos y costumbres, 
así como en su carácter. Los campos de los Catalanga- 
nes, á pesar de faltar búfalos y aperos de labranza, están 
limpios de malas yerbas y de piedras; y el arroz, que 
vegeta allí con gran lozanía, les da abundantísimas cose- 
chas. Los Irayas, en el sentido concreto de este nombre, 
emplean ya los búfalos; pero los arrozales rinden cose- 
chas muy escasas por falta de asiduos cuidados. Las 
casas de los catalanganes están generalmente cubiertas con 
cañas y yerba, llamada cogon, formando altos y tupidos 
techados, mientras que los irayas prefieren guarecerse bajo 
techumbres planas construidas más fácilmente, pero de 
menos abrigo, con bambúes partidos. Aquellos disponen 
alrededor de sus chozas sitios libres, donde erigen algún 
pequeño monumento á sus dioses tutelares, conservando 
la tierra limpia con el mayor esmero; éstos dejan crecer 
libremente yerba y maleza, echando, como los tagalos de 
Manila, todas las inmundicias á través de las cañas que 
forman el piso de sus habitaciones. En traje y adornos 
apenas se diferencian ambos pueblos; pero así como los 
catalanganes emplean para sus dibujos de tatuage, ló mismo 
que para la ornamentación de los sitios sagrados, exclu- 



— 183 — 

sivamente caracteres de escritura, que me parecieron de 
origen chino y japonés, usan los irayas tan sólo combi- 
naciones de líneas rectas ó curvas, muy sencillas, como 
las que se observan en los negritos.» 



«Las creencias de ambos pueblos, si bien presentan 
numerosas diferencias, tienen, sin embargo, en su esen- 
cia tanta semejanza, que, por los pocos vestigios recono- 
cibles comunes a todas las demás tribus salvajes del país, 
se puede admitir con seguridad que son restos dé una 
doctrina religiosa dominante en el periodo malayo anterior 
á la llegada de los mahometanos. Aparte de algunos pares 
de dioses, acerca de cuyas relaciones y atributos nada po- 
sitivo pude averiguar, adoran particularmente las almas 
de sus antepasados, que con el nombre de anuos colocan 
entre los dioses inferiores. Son genios tutelares de la casa, 
verdaderos lares y penates. En un rincón del interior de 
la habitación hay una especie de vasija, que en sí nin- 
guna particularidad ofrece; pero que pronto se conoce es 
venerada por todos los miembros de la familia, quienes 
consideran aquel rincón con gran respeto. En la vasija 
tiene su estancia algún anuo. El sitio debajo de la casa, 
que sirve de sepultura, está consagrado á otros anuos, 
como indican diferentes signos, así como la entrada junto 
á la puerta y la meseta de la escalera debajo del techado, 
las chozas donde trabajan los herreros y ante todo la pla- 
zoleta señalada con casitas en forma de altares, que hay 
delante de cada casa. Los anuos protegen también las co- 
sechas, de las cuales se les ofrecen las primicias celebrán- 
dose fiestas en que toman parte grandes y chicos. Los 
dioses superiores, según parece, son objeto de culto ex- 



— 184 — 

temo entre los catalanganes, en un templo que desgracia- 
damente no pude visitar á causa de mi enfermedad.» 

«Así se nos presentan los lrayas como un pueblo más 
culto que los negritos por su religión, más adelantado por 
la veneración que tributan á la memoria de sus antepa- 
sados, por el mayor esmero en el cultivo de sus campos, 
por su espíritu económico y previsor de las necesidades 
futuras, y por la mayor habilidad que demuestran en la 
construcción de sus casas y en sus adornos. Por lo mismo 
están menos sujetos á la dependencia de la naturaleza. 
Para proteger contra las inundaciones sus arrozales y cam- 
pos de tabaco han levantado diques; persiguen en los 
rios á los mayores peces, valiéndose de armas agudas, y 
eon redes pescan, en determinadas épocas, grandes can- 
tidades de los pequeños, los cuales una vez salados les 
sirven de alimento durante largos meses. Teniendo pro- 
vistos sus graneros pueden hacer frente á las carestías que 
originan la aparición de plagas de langostas ó las. malas 
cosechas, y en casi todos los actos de su vida se revela 
el dominio del señorío del hombre sobre el poder de la 
naturaleza. Están sujetos, empero, como sus vecinos los 
negritos, á la poderosa influencia de las estaciones, de 
los cambios de monzón, con sus alternativas de sequías y 
de aguaceros, y disponen según el cursó del sol las siem- 
bras y cosechas, y también las fiestas nacionales y reli- 
giosas. 3> 

Entre los pueblos de Luzon que más afinidades tie- 
nen con la raza mogólica pura, se encuentra el de los tin- 
guiañes, considerado por muchos como salvaje, y que 
nosotros colocaremos sencillamente entre los habitantes in- 
fieles, ya que ni por sus costumbres ni por sus aficiones 
y estado social merece aquel calificativo. 



— 185 — 

Los tinguianes viven en las montañas que desde la 
cordillera oriental de la provincia de llocos van á inter- 
narse en el Abra, en Bontoc, y en la parte Norte del dis- 
trito de Lepanto. Constituyen un pueblo superior á otros 
que ocupan el centro de la isla, y en su fisonomía se no- 
tan bien los rasgos característicos de las gentes del li- 
toral asiático. Su talla es mayor que la de los demás in- 
fieles, y alcanza á veces la de los hombres más altos del 
continente. A su mayor estatura corresponde un buen 
desarrollo orgánico y una perfecta regularidad de formas. 
El color de la piel es pardo claro, sin tinte rojizo, y con 
un ligero matiz amarillento. Los cabellos son rectos, 
oscuros, y largos: la cabeza de buenas dimensiones, 
y en ella encontramos algunas particularidades dignas de 
mención, y que conocemos gracias á la bondad de un 
respetable párroco que conserva dos cráneos de tinguia- 
nes, recogidos en los enterramientos de las mesetas del 
Abra. El índice cefálico >es el que corresponde á las razas 
braquicéfalas; el occipital notablemente plano, y á este 
aplanamiento corresponde el muy marcado de los huesos 
de la nariz y el de los maxilares superiores. El arco su- 
perciliar se destaca bien, y los pómulos, muy anchos, se 
elevan por su parte esterna. El espacio que separa las 
cavidades orbitarias es considerable, así como el desarrollo 
de los arcos zigomáticos. 

Aparte del aplastamiento occipital, que nos recuerda 
el que presentan algunos pueblos americanos, los cráneos 
del Abra ofrecen gran semejanza con los de los ¡calmucos, 
y se distinguen bien de otros pertenecientes á tribus sal- 
vajes que viven muy próximas. 

A los caracteres óseos descritos corresponden en el 

vivo una cara ancha, nariz aplastada, ojos pequeños y 

25 



— 186 — 
de iris muy oscuro, barba redonda y labios gruesos. 

El tipo fisiológico acusa la influencia de un clima re- 
lativamente poco rigoroso y la de un mayor grado de ade- 
lanto que caracteriza á esta tribu. Su buen desarrollo 
orgánico favorece el de los distintos sistemas, y da al con- 
junto condiciones muy superiores á las de otros infieles. 
Con el desarrollo físico coincide el de algunas facultades 
de la inteligencia, que, sin embargo, no alcanza un grado 
suficiente á incluir á los tinguianes entre los hombres cul- 
tos. En ellos no toman gran incremento las asquerosas en- 
fermedades que tantas víctimas ocasionan en otros pueblos 
de las Islas. 

Hemos dicho antes, que sin razón se incluye á estos 
seres entre los más salvajes del Archipiélago, y vamos á ver, 
que si no es mucha su civilización, y si viven bajo el do- 
minio de falsas creencias y de prácticas supersticiosas, que 
no son agenas á muchas familias cristianas, no merecen, 
en modo alguno, ser colocados al lado de las hordas fero- 
ces de otras provincias de Luzon, ni de las que viven en 
la Paragua y Mindanao. 

Se distinguen los tinguianes, por su afición a los tra- 
bajos de campo y por su esmero en ciertos cultivos. Si- 
guiendo las buenas prácticas de los trabajadores chinos, 
sacan á la tierra abundantes frutos, y cosechan excelen- 
tes granos. El producto de la explotación agrícola cons- 
tituye la base de un activo tráfico, alimentado también con 
los que se proporcionan en el bosque donde abundan ma- 
deras de todas clases. De muy antiguo son conocidos de 
este pueblo los yacimientos auríferos de ciertos terrenos 
donde extraen buenas cantidades del precioso metal, que 
cambian luego por objetos que les son necesarios. Con 
razón, pues, se ha creido por algunos que á los tinguianes 



— 187 — 
se debe el primitivo comercio de llocos y la prosperidad 
de esa rica provincia. 

Los individuos de esta tribu son completamente ino- 
fensivos, y sus costumbres pacíficas se compadecen bien 
con su exterior apacible y bondadoso. Frecuentan mucho 
las relaciones con los cristianos, y es seguro que una ac- 
tiva propaganda lograría atraer un buen número al seno 
de nuestra comunión. Conservan todavía prácticas supers- 
ticiosas y usos extraños cuyo origen podríamos hallar en 
otros pueblos. 

La poligamia es admitida en éste, pero el marido no 
puede tener en su compañía más de una mujer, siendo 
preciso el divorcio para contraer un nuevo enlace. La se- 
paración de los esposos se lleva á cabo después de una 
escrupulosa información y del pago de crecidas multas que 
abona el que pide la anulación del contrato, ó la parte 
contraria si ésta fué causa del rompimiento. Otras veces, 
se prescinde de tales formalidades, y por convenio mutuo 
se deshace el compromiso, volviendo los. cónyuges á sus 
casas y repartiéndose los hijos ios padres de los divor- 
ciados. 

Los tinguianes creen en la existencia de espíritus que 
presiden todos los actos de la vida, y en una divinidad 
que á su vez es dueña de aquelfos. Sus prácticas reli- 
giosas son curiosísimas, y á nosotros nos recuerdan exac- 
tamente las de los habitantes del Tung-King. Como éstos, 
clavan en et bosque largos palos ante los que queman in- 
ciensos y yerbas aromáticas, y tienen otras costumbres 
iguales á las de los indígenas de Cao-Bang. Desde el mo- 
mento en que un tinguian cae enfermo se ve abandonado 
por todos, y se resigna á morir sin tomar medicina alguna, 
limitándose á colocar sobre su cuerpo pedazos de madera 



— 188 — 
y hojas de ciertos árboles en los que cree habita el es- 
píritu que ahuyenta las enfermedades. 

Estos infieles tienen poca afición á la vida nómada , 
y por ningún concepto abandonan su vivienda, que es po- 
bre pero relativamente bien preparada. Usan trajes muy 
parecidos á los de algunos pueblos civilizados, y las mu- 
jeres se adornan mucho con vestidos de colores, brazale- 
tes, y fajas de seda. 

Formando notable contraste con esta, se presenta á 
muy corta distancia, en las cadenas orientales que atrave- 
sando el Abra se unen á las de Cagayan y la Isabela, la 
tribu de los guinaanes, de feroces instintos, y muy infe- 
rior á la anterior, sin embargo de lo cual los autores han 
creído ver gran afinidad entre ambas, siendo lo cierto que 
sus caracteres físicos difieren tanto que bien puede asegu- 
rarse no existe comunidad alguna en el origen y desar- 
rollo de esos pueblos. 

Sobre las mesetas de las provincias de Cagayan y la 
Isabela, principalmente en las de esta última, viven los 
gaddanes, que el P. Buzeta confunde sin duda con otra 
tribu, pues lejos de ser como asegura el laborioso agus- 
tino, hombres de pequeña estatura y nariz chata y aplas- 
tada, alcansan regular talla, y están bien conformados y 
más robustos que los otros habitantes del bosque. Los gad- 
danes tienen el color pardo oscuro, con un matiz bron- 
ceado; el pelo es negro y fuerte; los ojos grandes, de mi- 
rada viva y penetrante; la nariz corta y gruesa. Acerca de 
estos seres dan muchos autores noticias poco exactas. Se 
les pinta, generalmente, como hombres de corta inteligen- 
cia, salvajes, y hasta antropófagos. Nada menos cierto. 
Sus costumbres pacíficas, sus prácticas agrícolas, y el 
modo como construyen sus casas, denotan un desarrollo 



— 189 — 

intelectual poco común en los infieles filipinos. Como ge- 
neralmente viven en terrenos encharcados, levantan sus 
habitaciones sobre altos palos, de modo que puedan pre- 
servarse de los efectos de la humedad. Estas viviendas son 
parecidas á las de los tagalos; las hay construidas con 
tablas y bien distribuidas; todas tienen una escala de 
bambú que puede recogerse cuando temen las asechanzas 
de tribus enemigas. Los gaddanes se someten fácilmente 
á las exhortaciones de los misioneros, y según el testimo- 
nio! de Buzeta son poderosos auxiliares de los catequis- 
tas, cuando éstos llevan su propaganda á las tribus más 
rebeldes. Cubren su cabeza con un extraño gorro de be- 
jucos muy finos, que adornan á veces con cuentas, plu- 
mas y lazos: usan telas de algodón para sus ligeros ves- 
tidos, y durante la época de lluvias se resguardan de éstas 
con una esclavina de hojas fuertes y anchas, que ajus- 
tada al cuello y descansando sobre los hombros les preserva 
bien del agua. Sus armas predilectas son la lanza, las fle- 
chas, y los grandes cuchillos de hierro usados en los pue- 
blos sometidos. Se ha exajerado mucho la hermosura de las 
mujeres, que aunque bien formadas y de agraciado rostro, 
no pueden compararse con las de los tagalos. 

Carecemos de noticias ciertas acerca de los ifugaos, á 
los que el P. Buzeta describe así: « Grandes rasgos de su 
fisonomía los asemejan á los japoneses, y si efectivamente 
descienden de aventureros de aquel país, la naturaleza de 
las madres, y la fuerza local, han ahogado completamente 
el carácter pacífico de aquellos. Así es, que á pesar de 
darles el cultivo del arroz lo bastante para su alimento, 
una gran tendencia al robo no les permite limitarse á 
estos sencillos medios de subsistencia, y les lleva á sa- 
quear las posesiones de sus vecinos.» 



— 190 — 

«Puede tanto en su constitución desgraciada la incli- 
nación al mal, que sin otro impulso, se emboscan y per- 
manecen ocultos, asechando la ocasión de asesinar a los 
pasajeros, cuyos cráneos llevan á sus cabanas donde los 
colocan como sus más bellos trofeos. Se consideran tanto 
más nobles cuanto mayor es el número que ostentan de 
éstos, y se cuelgan en las orejas tantos anillos de cor- 
teza de bambú como asesinatos han cometido. Las armas 
de estos salvajes son la lanza, el arco, la bujía, la oliva 
y el lazo, que arrojan desde su emboscada con un acierto 
extraordinario sobre la víctima que asechan durante al- 
gunas horas ó días, y sin dejarle acción ni tiempo para 
la defensa, la arrojan en el suelo ahogándola, para en- 
seguida cortarle la cabeza. Odian extremadamente á los 
gaddanes y les persiguen sin descanso. También se hallan 
en perpetua guerra con todos sus demás vecinos, y si se 
unen alguna vez para combatir á un enemigo común, muy 
presto vuelven á su antiguo hábito.» 

Existen todavía otras tribus que ocupan las grandes 
cordilleras que corren por toda la parte septentrional de 
Luzon, formando rancherías menos numerosas que las de 
los igorrotes, que hemos de estudiar ahora, y sin organiza- 
ción ni gobierno alguno. Viven todas ellas de los produc- 
tos de limitadas siembras, de la caza y de los recursos 
que les proporciona el bosque. 

, Sus ideas religiosas se diferencian mucho de las que 
les asignaron algunos autores, y entre prácticas ridiculas 
y supersticiosas, que varían para cada tribu, reconocen el 
poder de los espíritus y el de divinidades que ven repre- 
sentadas en cualquier objeto. 

Creemos que será del agrado de los lectores conocer 
lo que dice el P. Villaverde de la ^religión de estos in- 



— 191 — 

fieles. Su interesante relato proporciona noticias curiosí- 
simas que merecen fijar la atención de los etnólogos, y 
por eso lo copiamos íntegro. «Después de algún tiempo 
que habían muerto dos esposos, las almas de estos difun- 
tos vinieron á visitar á sus parientes, quienes los reci- 
bieron bien, y procuraron obsequiarlos por algún tiempo 
todo lo mejor que pudieron. Cansados ya los parientes 
de tanto gasto, los embarcaron, no sé en donde, yendo 
á parar á 'uno de los montes de los mayoyaos al Oeste 
de Cauayan en la Isabela. Sentado el varón sobre un 
peñasco, y á la sombra de un árbol, cayó sobre su ca- 
beza el excremento de un ave que allí posaba. De cu- 
yas resultas, y continuando allí sentado, nació en su 
misma cabeza un árbol que llaman balisi, de cuya cor- 
teza hacen sus toneletes ó pampanillas los igorrotes po- 
bres. (*) Este árbol creció tanto que se hizo muy corpu- 
lento, existiendo aún sobre el igorrote sentado. Á éste, 
y creo que á su mujer, representan dos idolillos, que 
suelen tener los igorrotes en la entrada de sus grane- 
ros, como guardianes y protectores del arroz, á quienes 
ofrecen ó ponen delante un poco de harina de arroz en 
las fiestas que hacen terminada la recolección, mientras 
ellos se hartan de carne de cerdo y de carabao, y se 
embriagan hasta el último grado.» 

Sobre los destinos del hombre después de la muerte, 
véase lo que ha escrito el referido misionero: « Creen en 
dos lugares á donde van después de muertos. Para los 
que mueren de muerte natural, le suponen en la tierra 
y hacia el Norte, llamando á este lugar Cadungayan. Di- 



(i) El P. Villaverde emplea la palabra igorrote como sinónima de 
infiel: (Nota dü A.) 



— 192 — 

cen que habitan allí los muertos reunidos en un bosque 
de ciertos árboles, que, aunque de dia aparecen como 
tales, en llegando la oscuridad de la noche, se con- 
cierten en casas semejantes á las de los igorrbtes vi- 
vos. Aseguran que tienen huertas de camote y otros ver 
getales, y que se alimentan de las almas y sustancias 
invisibles de los animales, arroz y otras cosas que les 
ofrecen los parientes vivos. Asimismo dicen que el vino 
que beben los vivos sirve de bebida á los muertos. . . . 
Afirman que los que matan y roban sin motivo, si mue- 
ren sin recibir venganza, pagarán allá su delito con al- 
gún lanzazo que le dará alguno de los difuntos 

A los que mueren de algún lanzazo, ó de cualquiera otra 
muerte violenta, así como á las mujeres que mueren de 
parto, les señalan el cielo ó lugar de los dioses. Fundan 
estas creencias en lo siguiente: cuentan que el señor del 
sol, llamado Mananahajut, mandó á ciertos igorrotes que 
fuesen á matar á otro. Compadecido después Mananaha- 
jut del difunto, envió á su mujer Bugan á convidarle con 
dádivas y regalos para que subiese al cielo. Pero el alma 
del difunto no quiso seguirla por parecerle muy extraño 
el traje de que iba vestida. La señora de Mananahajut 
se despojó entonces del vestido, quedando casi en com- 
pleta desnudez, que es como andan los igorrotes, y aca- 
riciando de nuevo al muerto, le ofreció placeres sin fin 
en el cielo. Convencido ya el igorrote la siguió y fué 
bien recibido por Mananahajut y regalado con grandes 
comilonas, fiestas y bailes. . . . Hé aquí toda su feli- 
cidad: ni para sus dioses, ni para los muertos, ni para 
los vivos alcanzan estos salvajes otra que la de hartarse 
de carne de cerdo y de carabao, y beber y embriagarse 
hasta más no poder.» 



— 193 — 

Además de éstas, tienen, según los religiosos, otras 
supersticiones, consecuencia necesaria de aquellas, y no 
menos irracionales y groseras que sus creencias. Acerca 
de esas prácticas leemos en el trabajo citado: «Dicen que 
el hombre muere dos veces. La primera es cuando tiene 
alguna enfermedad; porque para ellos la enfermedad con- 
siste en que el alma del igorrote se sale del cuerpo y 
se marcha en compañía de las almas de sus antepasa- 
dos, que la llaman para gozar en su compañía de los 
deleites que ya ellos poseen. Esta primera muerte puede 
aún remediarse. Cómo? Ofreciendo a dicha alma en este 
mundo los mismos deleites con que le brindan en el 
otro. Para ello llaman á sus sacerdotes ó augures, y les 
consultan sobre lo que deben hacer para que el alma 
del enfermo no se quede en el otro mundo. Estos em- 
baucadores, en conformidad con sus creencias, según las 
cuales las almas de los muertos se alimentan con la sus- 
tancia invisible de todo lo que comen los vivos, les man- 
dan que maten cerdos, carabaos y otros animales, y ellos, 
juntamente con los parientes del enfermo, comen en pre- 
sencia del paciente la carne de los animales sacrificados, 
y beben vino hasta emborracharse. Si después de estas 
comilonas aún continua la enfermedad, repiten una y 
otra vez los sacrificios, hasta que el paciente sana ó se 
muere. En el primer caso es porque el alma volvió otra 
vez al cuerpo, al ver que también aquí puede encontrar 
la felicidad que busca; en el otro se verifica la segunda 
muerte, porque se determinó á quedarse con las otras 
almas.)) 

«Por estas y otras supersticiones semejantes que sería 

prolijo enumerar, se comprende que estos infelices tengan 

por una cosa racional v santa todos los excesos de la 

J 26 



— 194 — - 

gula y de la embriaguez, y que teniendo á su vientre 
por su Dios, se halle su inteligencia bajo el peso de la 
materia.)) 

«Finalmente, tienen también estos infieles sus adivinos,' 
especie de sacerdotes, que ordenan y dirigen los actos de 
superstición. Suelen ser los más valientes, embaucadores 
y viciosos, que se valen del predominio que ejercen so- 
bre los demás para satisfacer las exigencias de su estó- 
mago. El único distintivo que suelen emplear es un co- 
llar de dientes de caimán ó de colmillos de jabalí, y es 
tan grande el respeto que les tienen los igorrotes, que 
no se atreven á tocar dichas insignias, temerosos de que 
el cielo los castigue con la muerte. Las ceremonias que 
emplean los adivinos se reducen á gestos y contorsiones 
horripilantes, unas veces, y otras á una imitación á su 
modo de lo que han observado en los PP. Misioneros. Así 
lo confesó uno de estos embaucadores á un Padre, di- 
ciéndole que solía bajar cautelosamente, para no ser co- 
nocido, á los pueblos de los cristianos, y entrar en la 
iglesia para observar al Sacerdote durante las funciones, 
de la Religión.» 

Las noticias del P. Villaverde y las de los autores de 
la relación que antecede, convienen en presentar á los 
infieles de Luzon como seres abyectos y miserables, cuyas 
prácticas religiosas tienen, en nuestro concepto, mucha se- 
mejanza con otros pueblos poco ó nada relacionados con 
el malayo* 

No sucede así con una tribu numerosa que habita en 
la parte occidental de la isla, en la región comprendida 
entre las provincias de Pangasinan, Isabela é llocos. En 
las cumbres más altas de las cordilleras que corren por 
esa dilatada comarca* y en los extensos amenísimos valles 



— 195 — 

qué separan los pueblos cristianos en los distritos de Le- 
panto, Bontoc y Benguet, viven los igorroles, cuyas cos- 
tumbres salvajes y supersticiosas se compadecen mal con 
el adelanto de sus industrias y sus buenas prácticas agrí- 
•colas. 

Por muchos conceptos es digno de estudio este pue- 
blo, y por eso era grande nuestro deseo de conocerlo y 
observar cuidadosamente sus caracteres étnicos, su natu- 
raleza, y sus condiciones fisiológicas. Durante la escursión 
que hicimos á las rancherías de Lepanto pudimos conven- 
cernos de lo justificado de la curiosidad que inspiró nues- 
tro propósito de realizar un viaje cuyo resultado fué por 
todo extremo interesante. 

Nada tan agradable como esas expediciones en que¡ 
se recorre un país extrañamente hermoso, fértil sobre toda 
ponderación, donde la naturaleza nos ofrece los más su- 
blimes contrastes, y en cuyas accidentadas tierras encon- 
tramos hombres que forman una sociedad cuyos usos pri- 
mitivos se confunden con otros que revelan un adelanto 
tanto más extraño cuanto es anterior á las influencias de 
los pueblos cultos de Luzon. 

Los igorroles del distrito de Lepanto son de mediana 
talla, regularmente constituidos, y de formas que revelan 
un buen desarrollo muscular, observándose que la robus- 
tez es mayor eñ los que habitan las cimas de altas cor- 
dilleras. En los primeros años de la vida tiene la piel un 
color amarillo claro que después se oscurece y presenta 
un matiz ligeramente rojo, más notable en las tribus del 
Norte. 

La craneología nos da suficientes datos en el examen 
de cuatro cráneos de igorroles que pudimos recojer en una 
de las rancherías. Todos ellos fc eran sub-braquicéfalus, va- 



— 196 — 

riando el índice cefálico entre 8T30 y 81'63. Los parie- 
tales no presentan gran convexidad; el occipucio es an- 
cho y aplastado, como en los malayos, pero en el huesp 
frontal se nota una depresión que no es la que caracte- 
riza á esta última raza. 

El prognatismo sub-nasal no alcanza el grado que 
mide en los cráneos de Java y de Borneo, acercándose más 
al de algunos de Asia. Uno de los caracteres más nota- 
bles es el que ofrecen los pómulos, salientes, dirigidos hacia 
arriba y atrás, y tan separados como los que encontró Van 
Leent en los archipiélagos malayos del Sur. La mandíbula 
superior es marcadamente aplastada en su parte anterior, 
y esta misma disposición ofrecen los huesos de la nariz, 
muy separados en la base. Un pelo negro, fuerte y algo 
undoso cubre la cabeza, observándose que la barba es en 
algunas familias regularmente poblada. La cara es re- 
donda, ancha, bastante expresiva: la nariz, aplastada en 
su base y cuerpo, no presenta adelgazamiento alguno en 
la punta, que por el contrario es deprimida. La mayoría 
de estas gentes tienen los ojos pequeños, negros, y ve- 
lados por largas pestañas. Sus labios son gruesos, sobre 
todo en las mujeres y en los niños. 

La alimentación y el género de vida imprimen á este 
pueblo caracteres especiales que debemos consignar. Desde 
luego se ve que hay una notable diferencia en el desar- 
rollo de los individuos de ambos sexos, pues mientras es 
frecuente el excesivo volumen del abdomen en los hom- 
bres, tienen las mujeres formas más perfectas que corres- 
ponden á una nutrición completa, origen también de un 
desarrollo orgánico más adelantado. Todos ellos son indo- 
lentes, de regular inteligencia y muy aptos para ciertas 
industrias. 



— 197- 

Muchos igorroles viven hace más de un siglo someti- 
dos al dominio español, si bien el reconocimiento de nues- 
tra autoridad se limita al pago de un pequeño impuesto 
y á la formación de distritos en que interviene la acción 
gubernativa de los jefes de provincia. Las familias se reú- 
nen en grupos ó barrios conocidos con el nombre de ran- 
cherías, que se rigen por leyes propias. En el primer 
tercio del siglo pasado se formaron en Lepanto las pri- 
meras rancherías tributarias, y desde entonces ha au- 
mentado el número de infieles que rinden vasallaje á las 
autoridades constituidas. Debe observarse, sin embargo, 
que la reducción de esas gentes tropieza con grandes obs- 
táculos, y que pocas veces llega hasta hacerles abrazar 
la religión de Cristo. 

Pueblo supersticioso, y en cierto modo valiente y arro- 
jado, ha sostenido frecuentes luchas con los que ellos 
tienen por invasores. 

Según las estadísticas hechas en el último decenio, 
existen en Lepanto, Bontoc y Benguet, 20,000 igorroles 
sometidos, y 30,000 independientes. Sin embargo, en el 
primero de esos distritos viven más familias reducidas 
que emancipadas, y creemos sucederá pronto lo mismo 
en todo el país habitado por esta tribu. 

Las costumbres son muy distintas en unas y otras 
rancherías. Así se observa que los igorrotes de los mon- 
tes siguen usos y prácticas no conocidas por los que ha- 
bitan en el llano, y que el carácter pacífico de unos 
contrasta notablemente con la fiereza indomable de otros. 
Las mismas diferencias se notan en los trajes y armas, 
y en las industrias y modos de vivir de estas gentes uni- 
das sólo por sus caracteres físicos, su idioma y sus creen- 
cias religiosas. Excepción hecha de algunas familias que 



— 198 — 

habitan los montes de Benguet, y cuyo natural es afable 
y por todo extremo bondadoso, los igonotes se distinguen 
por hábitos de independencia, que aunque velados por 
aparente humildad no escapan á una observación atenta 
que descubre en estos seres instintos salvajes, que á las 
veces manifiestan bien claramente. 

Los hombres hacen una vida sedentaria, y dominados 
por la pereza abandonan á las mujeres el cuidado de los 
campos, como los buguies de Célebes, cuyas costumbres 
son muy semejantes á las del pueblo igorrote. Éste, como 
aquél, aborrece el robo y respeta cuidadosamente la pro- 
piedad agena, aun viéndose en ocasión propicia para des- 
pojar al vecino ó al amigo. 

Como los dayaks de Borneo vengan las ofensas reci- 
bidas, y no las olvidan hasta que logran cortar la ca- 
beza del ofensor ó de alguno de sus parientes ó allegados. 
Los jefes más ancianos de la tribu constituyen un 
tribunal que dirime las contiendas de las familias y cuida 
de que se cumplan las venganzas de aquellos que reci- 
bieron una grave ofensa. A este últitao objeto facilitan 
armas al ofendido, y éste busca una ocasión para matar 
á su enemigo y cortarle la cabeza que recoje y conserva 
como trofeo de la victoria. Si por ausencia del ofensor y 
de sus parientes, ó por otra circunstancia, no se realiza 
la venganza, y sobreviene la muerte del que la proyectó, 
su familia recibe especial encargo de consumar el crimen 
que ha de borrar la falta cometida en otro tiempo. 

Los habitantes de Lepanto admiten la poligamia, y 
sus bodas se celebran con abundantes comidas, cantos 
y bailes amenizados con el estridente sonido de instru- 
mentos de cobre parecidos á un pandero y que ellos co- 
nocen con el nombre de galsá. 



— 199 — 

Sus prácticas religiosas son hijas de una arraigada 
superstición. Creen en los espíritus, que son buenos ó 
malos y ejercen gran influencia en todos los actos de la 
vida. No tienen templos ni adoran ídolos, pues las tos- 
cas figuras que hay en algunas habitaciones, y que los 
autores han tomado por anuos, son, según el testimonio 
de los mismos igorrotes á quienes hemos interrogado, ob- 
jetos de adorno que las familias conservan con respeto 
por ser recuerdos de los antepasados. 

El idioma de este pueblo es desconocido entre los 
filipinos, y durante nuestra corta permanencia en Lepanto 
no logramos hacer en este punto observaciones ni estu- 
dios que merezcan ser consignados. Se ha creído por al- 
gunos encontrar semejanzas de lenguaje entre esta tribu 
y las de Java y Borneo, pero nos parece que la hipó- 
tesis es hoy bastante aventurada. 

Para subvenir á las necesidades de la vida, los igor- 
rotes se dedican alguna vez á la caza de reses que ma- 
tan en buen número. Son glotones, y en sus fiestas con- 
sumen mucha carne de cerdo qne aderezan con especies 
de un olor fuerte y repugnante. Presenciamos un día el 
acto de la comida en una familia que habitaba la falda 
del Data, y quedamos admirados al ver las enormes can- 
tidades de morisqueta — arroz cocido — que consumieron 
cuatro individuos. 

Construyen habitaciones bastante cómodas, cubier- 
tas con hojas y tablas. Ordinariamente van casi des- 
nudos, si bien los que viven en las cumbres más ele- 
vadas, donde la temperatura baja hasta 6 o grados cen- 
tígrados, usan mantas de algodón de color oscuro, que 
colocan de un modo especial para conservar el libre mo- 
vimiento de los miembros. Cuando permanecen en los 



— 200 — 

llanos, y durante los trabajos, se ciñen una faja de tela 
que por delante desciende hasta las rodillas. El traje 
de las mujeres se reduce á un tapis — paño ancho que 
desde la cintura baja hasta las piernas, envolviendo es- 
trechamente la parte inferior del cuerpo — -muy parecido 
al que se usa en Vizayas. Algunas llevan una especie 
de corpino ancho y de colores vivos. Se adornan con 
cuentas, brazaletes, dientes de animales, y con extrañas 
figuras que pintan en los brazos y manos. No hemos 
podido comprobar el aserto del P. Buzeta, el cual dice 
que existe en los igorrotes el uso de prendas y distin- 
tivos blancos como señal de luto. — Llevan varias armas 
que manejan con destreza, especialmente la lanza arroja- 
diza ó epén f y la ligua que es un hacha perfectamente 
trabajada y tan fina como se necesita para separar la ca- 
beza del hombre con un solo golpe. También hacen uso 
del arco, y de cuchillos de grandes dimensiones que los 
habitantes de Benguet llaman bunings. 

Los infieles de esta comarca se muestran aficionados 
á las buenas prácticas agrícolas, y labran la tierra con 
más perfección que l^s otras tribus salvajes. Muchas fa- 
milias se dedican á la estracción del oro, que abunda en 
las arenas de los ríos que surcan aquella zona. El pro- 
cedimiento que siguen para recojer este metal es bastante 
primitivo, y semejante al que todavía se conoce entre los 
braceros que en Granada aprovechan los arrastres aurífe- 
ros del rio Darro. También extraen el depósito salino de 
algunas aguas, y hacen, uso para curar las enfermedades 
cutáneas, que casi todos padecen, de los manantiales que 
allí son muy numerosos. 

El beneficio del cobre, metal que tanto abunda en este 
distrito, es muy antiguo entre los igorrotes, y no deja de 



ofrecer atractivo el estudio de las prácticas que para ello 
emplean, cuyo origen, anterior seguramente á la domina- 
ción española, sería curioso determinar. Las minas de 
Mancayan, que hemos descrito en otra parte de esta obra, 
eran ya conocidas por los habitantes de Lepanto, que 
extraían de ellas grandes cantidades de mineral. Más ade- 
lante veremos que en el desarrollo de esta industria se 
ha querido fundar una hipótesis opuesta á la que hace á 
los igorrotes originarios de los chinos. Creemos que este 
punto es de gran interés etnológico, y por eso, como por 
lo ingenioso de los procedimientos, vamos á trascribir los 
párrafos de un artículo publicado en la Revista Minera, que 
da noticia de esa industria que tan bien habla en favor 
de ese pueblo nómada. Según el citado trabajo, copiado 
por Jagor en su obra, los terrenos de Mancayan estaban 
antes divididos en parcelas de extensión varia y distribui- 
das entre las rancherías según el número de habitantes; 
los límites se guardaban cuidadosamente. La pertenencia de 
cada ranchería se subdividía entre determinadas familias, 
y por eso presentaban estos pueblos mineros el aspecto de 
activas colmenas. Para el beneficio del mineral se servían 
del fuego, encendiéndolo en ciertos puntos, á fin de frac- 
cionar aquel, valiéndose de la fuerza expansiva que ori- 
gina al vaporizarse el agua contenida en sus intersticios 
y empleando además instrumentos de hierro. La primera 
separación de la mena se hacía en las mismas galerías; 
se dejaba la ganga en el suelo y lo levantaba tanto que 
las llamas del fuego encendido después, llegaban hasta la 
bóveda. A. causa deja naturaleza de la roca y por lo im- 
perfecto del procedimiento había frecuentes hundimientos. 
La mena se clasificaba en rica y en cuarzosa: la primera 

se fundía sin más operación previa, y la segunda se so- 

?7 



— 202 — 

metía á una tostión muy fuerte y duradera que motivaba 
la evaporación de una parte del azufre, antimonio y ar- 
sénico, y después se practicaba una especie de destila- 
ción de las piritas de cobre y de hierro, que quedaban 
adheridas á la superficie del cuarzo y podían separarse en 
su mayor parte. 

Los hornos de fundición consistían en una cavidad en 
el suelo arcilloso, de m ,30 de diámetro por m , 15 de pro- 
fundidad. Una abertura cónica inclinada 30° respecto del 
hoyo y abierta en piedra refractaria á la acción del fuego, 
llevaba dos tubos de caña, á cuyas extremidades inferio- 
res se adaptaban dos troncos de pino huecos; á lo larga 
de su cañón corrían dos discos cubiertos con hierbas secas 
ó con plumas para conducir el aire necesario á la fundi- 
ción. 

Cuando los {garrotes beneficiaban cobre negro ó co- 
bre nativo, evitaban las pérdidas por oxidación introdu- 
ciéndolo en un crisol de buena arcilla refractaria en forma 
de casco, que les facilitaba asimismo fundir el metal en 
los moldes hechos con la misma arcilla. Después de dis- 
poner el horno lo cargaban con 18 á 20 kilogramos de 
mineral rico ó ya tostado, que según los ensayos hechos 
por Hernández contiene un 20 por 100 de cobre; tal 
procedimiento está conforme con las prescripciones cien- 
tíficas, pues el mineral queda así siempre junto á la boca 
de los tubos, ó sea bajo la directa acción del aire atmos- 
férico; pero los carbones se pegaban á lo largo de las 
paredes del horno, formadas por piedras sin enlace, amon- 
tonadas unas sobre otras y del tamaño de m ,50. Después 
de encendido el fuego y cuando las corrientes de aire 
empezaban á actuar, se desprendían densas columnas de 
humos amarillos* blancos y anaranjados, procedentes de 



— 203 — 
la evaporación parcial experimentada por el azufre, el ar- 
sénico y el antimonio, que no cesaban hasta pasada una 
hora; cuando se formaba sólo ácido sulfuroso trasparente, 
el calor alcanzaba su grado máximo y entonces se reti- 
raba el producto suspendiendo la fundición. Aquel consistía 
en una escoria, ó mejor en los mismos fragmentos de 
mineral introducidos en el crisol, que á causa de la sí- 
lice contenida en la ganga se convertían por la descom- 
posición del sulfuro metálico en una masa porosa (no po- 
dían trasformarse en combinaciones escoriosas y en sili- 
catos por falta de las bases y del grado de calor nece- 
sarios), y además también en una piedra impura de 
4 á 5 kilóg. de peso. con un 50 ó un 60 por 100 de 
cobre. 

Se reunían algunas de estas piedras y se fundían á 
una alta temperatura, separando así de nuevo gran parte 
de los tres cuerpos volatilizabas ya citados. En los mis- 
mos hornos colocábanse verticalmente las piedras ya 
sometidas antes al calor, y se hacía de manera que es- 
tuviesen en contacto con el aire, y los carbones se dis- 
ponían junto á las paredes del horno, resultando como 
escoria, después de una ó sólo media hora de fundición, 
un silicato de hierro con antimonio y algo de arsénico, 
ó sea una piedra con 70-75 por 100 de cobre, que 
partían en discos muy delgados (piedras de concentra- 
ción) utilizando las caras de enfriamiento. En el piso 
de la cavidad quedaba, después de desazufrar más ó me- 
nos la masa, una cantidad mayor ó menor de cobre ne- 
gro, siempre impuro. 

Las «piedras de concentración» obtenidas por este 
segundo procedimiento, volvían á someterse á la acción 
del calor, separándolas con capas de madera á fin de 



— 204 — 

que no se aglomeraran los productos de la fundición antes 
de ser purificados por el fuego. 

El cobre negro resultante de la segunda carga, y las 
piedras fundidas, se sometían juntos en el mismo horno 
á una tercera, colocando fragmentos para disminuir los 
intersticios y añadiendo un fundente. De aquella resulta- 
ban una escoria de hierro silicatado y un cobre negro 
que se echaba en moldes de arcilla, vendiéndose después 
en el comercio. Este cobre negro contenía de 92 á 94 
por 100 de cobre, y lo impurificaba un carbonato del 
mismo metal reconocible por su color amarillo. El óxido 
aparecía siempre en la superficie á causa del enfriamiento 
lento, lo que no podía evitarse á pesar de todas las pre- 
cauciones adoptadas al efecto, por ejemplo la de sacudir 
con ramas verdes la parte expuesta á la oxidación. Cuando 
el cobre tenía que emplearse para fabricar calderos, pi- 
pas y distintos objetos de uso doméstico ó de adorno, 
que hacen los igorrotes con grande habilidad y admirable 
paciencia, se sometía á un procedimiento consistente en 
disminuir la cantidad de combustible y aumentar la cor- 
riente de aire á medida que la fundición tocaba á su 
término, lo cual motivaba la desaparición de los carbo- 
natos. 

No se puede negar que esta industria revela conoci- 
mientos que no son los de un pueblo salvaje é inculto. 
El valor étnico de esas ingeniosas operaciones es mucho, 
y ellas acusan un adelanto tanto más notable cuanto se 
refieren á siglos ya pasados. Véase porqué creíamos que 
era esta tribu digna de estudio detenido y de la obser- 
vación atenta que hemos dedicado á los hechos que en 
otro artículo servirán de base á nuestras opiniones acerca 
de la procedencia de unos pueblos que, cruzados desde 



— 205 — 
su llegada al Archipiélago, fueron origen de algunos otros 
que hoy habitan en el mismo. 

Mucho podríamos decir todavía de las innumerables tri- 
bus de infieles que viven en las diversas provincias de Lu- 
zon; pero con apartarnos entonces del objeto de esta obra, 
no haríamos sino referirnos á gentes que por sus carac- 
teres físicos y por sus costumbres se asemejan á las ya 
conocidas del lector. Cierto que aún existen familias nu- 
merosas cuya descripción importa á los fines de la etno- 
grafía; en todas ellas, sin embargo, dominan los rasgos 
asignados á las castas salvajes ya estudiadas por nosotros. 
Así, por ejemplo, los balogas de Pangasinan, que Semper 
llama balugas, tienen gran semejanza con otros mestizos 
del Norte de Luzon; los calaítas presentan gran afinidad 
con los tingaianes, cuyas prácticas agrícolas imitan, dife- 
renciándose en que el color de su piel es más oscuro, y 
su inteligencia menos desarrollada; y, por último, los pue- 
blos que viven en las cordilleras centrales que mandan 
sus estribaciones á Pangasyian y Nueva-Vizcaya, conser- 
van los rasgos característicos del igorrote. 

Dirigiéndonos desde Luzon á las islas del Sur, encon- 
tramos multitud de gentes nómadas, que retiradas al in- 
terior de los bosques permanecen en un estado social que 
recuerda el de algunos pueblos de Australia. Y es lo raro, 
que esas tribus se han mezclado con otras que en épocas 
lejanas llevaron á Filipinas la representación de razas más 
cultas, de las que, por lo visto, no tomaron ni religión, 
ni costumbres. Tal sucede á los infieles de Mindoro 
cuyos caracteres físicos, bien determinados, acusan una 
semejanza con las tribus moras del Sur, bastante á de- 
mostrar su mezcla con los hijos del Islam. Por otra parte, 
vemos en Samar castas salvajes cuyo origen chino no 



— 206 — 
puede ser negado cuando se ha tenido ocasión de observar 
la forma de la nariz, la inclinación del diámetro trasver- 
sal de las órbitas, y el color amarillo claro de la piel. 

Durante los dos años que permanecimos en Iloilo, y 
en las expediciones hechas por esta provincia, pudimos 
estudiar bien los caracteres de un pueblo que vive en la 
cordillera central de Panay, extendiéndose principalmente 
por las montañas inmediatas á la zona de Antique. En 
Iloilo se conocen estas gentes con el nombre de monteses, 
y por sus costumbres, como por sus rasgos físicos, deben 
incluirse en la categoría de las otras razas salvajes del 
Archipiélago. Bien que en menor grado que los de Min- 
doro, dan testimonio los monteses de su cruzamiento con 
otros pueblos del Sur, y hay familias que recuerdan exac- 
tamente las que habitan en la región oriental de Minda- 
nao. Los salvajes de Panay, son de pequeña estatura; tie- 
nen la cabeza proporcionada á la talla; los ojos negros 
y vivos; la nariz menos aplastada que los de Luzon; la 
boca grande, y escaso prognatismo. (*) En su piel ate- 
zada conservan, casi todos, señales de asquerosas enfer- 
medades cutáneas: cubre su cabeza un pelo oscuro, ás- 
pero, largo y fuerte. Reflejan en sus costumbres el do- 
minio de pasiones y vicios que colocan á estos seres entre 
los más abyectos; y sus prácticas supersticiosas les ins- 
piran repugnantes actos de feroz salvajismo. En otras tier- 
ras de Visayas viven castas que no hemos podido reco- 
nocer, y que á juzgar por lo que de ellas escriben algunos 
viajeros, son dignas de estudio minucioso. 

Al Oeste del Archipiélago, en la hermosa isla de la 
Paragua, tienen su residencia varios pueblos que se ase- 



(1) Nuestros deseos de adquirir algunos cráneos de este pueblo, no 
pudieron realizarse, á pesar de )as más activas gestiones. 



— 207 — 
tnejan ya mucho á los de Mindanao, y á otros del Sur cuya 
descripción hemos de hacer con el detenimiento que mere- 
cen las razas de esa vasta tierra. Pero antes séanos per- 
mitido copiar á continuación, las curiosas noticias que el 
Sr. Baamonde Ortega publicó el año 1876, en una notable 
Revista que en aquel tiempo existía en Manila ( 1 ), acerca de 
un pueblo que habita en la Paragua y otras islas del Oeste, 
y que por sus caracteres y prácticas supersticiosas trae á 
la memoria esa tribu de origen misterioso, cuyos indi- 
viduos recorren todas las comarcas del globo, sin fijar en 
ninguna su patria. Los bulálacaunos de la Paragua, ofre- 
cen, realmente, mucha semejanza con los tsiganos ó gita- 
nos; y por si en algo interesa á la oscura historia etno- 
lógica de la tribu zíngara, reproducimos el citado trabajo. 

Que es como sigue: «En todas las islas Calamianes, 
y en el Norte de la Paragua, se conoce una raza nómada 
y vagamunda, que tiene, además de otras particularida- 
des especiales de casta, el mismo sello distintivo que los 
gitanos de Europa.» 

«El color de esta raza es oscuro, cetrino; la nariz algo 
aguileña, el pelo crespo, y en lo general tienen los va- 
rones, un asomo de bigote y de barba. Son de cons- 
titución delicada y muy ágiles, y grandes andarines, en 
fuerza de que no tienen hogar ni patria, y de que recor- 
ren la región que habitan, incesantemente, dedicándose al 
tráfico, haciendo noche en cualquier punto en que ésta 
les sorprenda.» 

«Su traje, consiste en una especie de túnica de tela 
de guingón, y en el consabido pedazo de tela de colores.» 

«Constituye su alimento principal, un tubérculo lia- 



(1) Revista de Filipinas, 



— 208 — 

mado corót, y macerándolo en el agua del mar por es- 
pacio de dos días, combinado con las hojas de la planta, 
hacen luego unas tortas con las que se mantienen, y á 
las cuales les llaman coróles, como derivación del nombre 
radical.» 

«La religión de estos habitantes, consiste, en analo- 
gía con la de otras razas no civilizadas, en la creencia 
del bien premiado y del mal castigado; así pues, como 
consecuencia de este principio se han forjado los genios 
f0)íectores y los anitos maléficos. » 

a Creen en un Dios único, que dispone de una mul- 
titud de genios, distribuidos á sus órdenes, para premiar 
la virtud y castigar el vicio, y sus ceremonias de culto 
no son aún conocidas, á causa de la vida que hace esta 
tribu.» 

«Tienen a la muerte grandísimo temor, y cuando fa- 
llece alguno de ellos, le piden en sus cánticos fúnebres 
al buen Dios, que no quite la vida á ningún otro, pro- 
metiéndoles ser todos buenos, y rendirle ciego culto.» 

«Como consecuencia de la convicción que alientan, de 
que los genios tienen vida real en el mundo, están siem- 
pre provistos de amuletos á los que profesan un gran res- 
peto, y en cuyas virtudes tienen ciega fé, para evitar toda 
clase de males.» 

aliara que los guíe en las prácticas de su vida, con 
objeten de tener siempre de su parte á los genios protec- 
tores, cuentan con un hechicero-ensalmador, el cual lo mismo 
cura las enfermedades del alma que las del cuerpo.» 

((Curiosos exploradores que han estado en contacto 
con la raza de que tratamos, nos han manifestado la im- 
presión hondísima que en su ánimo causó la asistencia 
á las ceremonias de unos funerales; y uno de dichos ex- 



— 209 — 

ploradores, religioso Recoleto, nos describió la figura del 
ensalmador-hechicero, en estos términos: 

— « Las contorsiones elásticas de aquel hombre, po- 
seído, á no dudarlo, de que efectivamente concurrían en 
su persona las virtudes que la tribu le supone; su vista 
girando con centellantes miradas en torno, á compás del 
cántico y de las mil contorsiones en que se agitaba; con 
ronquidos horribles que de su pecho se exhalaban, según 
los vaticinios, que pronunciaba casi frenético; su poca 
barba, blanca por la edad; su pelo crespo, que se eri- 
zaba y se doblegaba, según los sentimientos diversos de 
que su espíritu se poseía, causaron tan honda impresión 
en mi ánimo, que todavía boy, al recordar aquella triste 
y salvaje escena, creo estar en la presencia del hechicero- 
ensalmador, horrorizado de ver aquella satánica figura.» 

ce Cuando nace un niño, el ensalmador ahuyenta los 
malos espíritus, y el marido espera pacientemente que ter- 
minen las evocaciones, y concluidas éstas, la madre y el 
recien nacido van á bañarse ^l rio más próximo, como la 
cosa más natural y corriente, acompañados del jefe de la 
familia.» 

Respecto á las costumbres de estas gentes, dice el Sr. 
Baamonde: 

ce El mando de la tribu no se lo confiian al más an- 
ciano, sino al que creen más hábil; con cuya práctica, se 
separan de la general costumbre de reconocer el patriar- 
cado de la ancianidad, tan generalmente admitido en las 
otras diversas razas independientes que pueblan esta isla.» 

((Creen en la vida eterna, en los premios eternos y los 
eternos castigos, según las buenas ó malas obras hechas en 
el mundo. Para ellos, el paraíso es el espacio, cuya gran- 
deza les hace reconocerlo como la residencia del buen Dios.» 

28 



— 210 — 

«No quieren ni toleran mezclas en su raza de otra al- 
guna; tanto que, en una época en la cual se intentó re- 
ducirlos forzosamente á la vida social, se embarcaron con 
sus familias en párteos, y se dedicaron á piratear. Algu- 
nos se hicieron cristianos; pero sólo por temor ó para ne- 
gociar con más fruto, confesando los mismos misioneros, 
que no se les puede creer si aseguran estar convertidos.» 

«Sus viviendas las constituyen unas especies de tien- 
das de campaña, fabricadas de ñipa ó de buri, que arro- 
llan y trasportan de uno á otro punto. A estos conucos 
ó tiendas, les dan el nombre de cayáng.» 

«Tienen una aversión grandísima á toda sumisión y de- 
pendencia, y horror tremendo á las prisiones, amantes 
como son de una indeterminada libertad.» 

«Cuando fallece uno de la tribu abandonan el fruto 
de las sementeras, con el fin de que tenga provisiones 
para el viaje, y llega á tal extremo en este punto su su- 
perstición, que el grano de # simiente con que cuentan, 
no lo siembran, en la segura evidencia de que obtendrán 
una mala cosecha si lo hacen.» 

«Sus armas de defensa, consisten en flechas envene- 
nadas, que cuidan con mucho esmero; lanzas, montadas 
en astas de palasang, y sumpits ó cerbatanas.» 

«Son aficionados á la caza de pájaros y diestrísimos 
en ella, y tanto estos volátiles, como los puercos de mon- 
te, las tortugas y el balete, constituyen el alimento de lujo 
de los principales.» 

«El jefe de la tribu reparte por igual las ganancias 
entre sus administrados, reservándose el total de las deu- 
das, que religiosamente satisface á los comerciantes acree- 
dores.» 



— 211 — 

«Sus faenas en el campo consisten en el cultivo y 
cosecha del palay, en la recolección de cera y de almá- 
ciga, y demás géneros, con los cuales, á cambio de otros 
productos, cubren las necesidades y los vicios de su 
vida.» 

Menos conocida que esta tribu es la de los tinitianos 
que tiene sus viviendas en la espesura de los bosques, y 
en las estensas mesetas que se elevan en el centro de la isla. 
Sus caracteres étnicos aproximan á estas gentes á los in- 
fieles de algunas comarcas de Mindanao. Consideradas fí- 
sicamente, llevan ventaja á las otras familias salvajes que 
habitan en las costas de la Paragua. Acerca de sus prác- 
ticas religiosas escribe el autor ya citado: 

«Creen en un espíritu superior que manda y gobierna 
á los espíritus inferiores, al cual denominan Bánua, pa- 
labra, que por una rara coincidencia, significa pueblo, en 
otros dialectos del país.» 

«También reconocen un espíritu malo, que distribuye 
á los espíritus inferiores el mal, para hacer el daño posi- 
ble entre los hombres; y tanto á aquel como á éstos, les 
tienen un temor grandísimo.» 

«Para ahuyentar los malos espíritus y evocar los bue- 
nos, cuentan con hechiceros y hechiceras, á quienes es- 
tán encomendadas estas funciones.» 

«Á todo espíritu inferior, lo distinguen con el nom- 
bre de Divata, y le claman y piden sus auxilios en todas 
las grandes crisis de la vida.» 

«En las ceremonias fúnebres, son así mismo singu- 
larísimos.» 

«Al fallecer cualquiera de la tribu, construyen una 
jaula de grandes maderos, en donde, por de pronto, lo 



— 212 — 

depositan hasta que terminan sus ceremonias y lo llevan 
á un lugar de reposo.)) 

«En esa jaula le colocan sus armas, sus herramientas 
y sus ropas, y arroz y otros alimentos, para que cuando 
su alma vaya por él, tenga con que vivir hasta entonces. 
Cerca de los alimentos, esparcen cenizas por el suelo, que 
pocos días después van á registrar, para ver si sobre ellas 
dejó impresa el alma las huellas de su paso.» 

ccFórmanse en corro cerca del punto en que está po- 
sado el enjaulado cadáver, y cogidos de las manos, con 
los hechiceros y hechiceras dentro del círculo, empiezan 
á entonar un monótono canto en el cual, al par de enco- 
miar las virtudes del difunto, le piden á Bánua que no 
mate á ninguno más, pues su temor á morir no es pe- 
queño. En otro corro las plañideras de oficio, á las que 
se paga grandemente para estos casos, lloran, gritan y 
gimen, causando un crecido estrépito. 

((Terminado el cántico fúnebre, conducen todos el 
cadáver á cualquier lugar del bosque, y lo cuelgan de un 
árbol, en el cual ellos creen que habitan los espíritus be- 
nignos.» 

((Castigan el incesto de una manera horrible. Sabido 
el crimen, hacen una estacada circular alrededor de un 
árbol, de los que habitan los buenos espíritus, y la ro- 
dean interiormente con una banda, en la cual se asientan 
los más ancianos, constituidos en tribunal; y amarrados 
al árbol yacen los delincuentes, que son por ley impe- 
riosa condenados á morir de una manera cruel, que des- 
cribimos á continuación.» 

«Construida de antemano una jaula de gruesos tron- 
cos de madera, colocan en su fondo grandes y pesadas 
piedras. Encima, y colocada boca abajo, amarran fuerte- 



— 213 — 
mente á la mujer, y encima de ésta, puesto boca-arriba, 
amarran así mismo al otro paciente, y después de mal- 
decirlos repetidas veces y con grandes gritos todo el pue- 
blo que rodea el círculo de cañas, son conducidos en una 
embarcación á alta mar, y sepultados vivos en los pro- 
fundidades del insondable piélago.» 

Carecemos de noticias ciertas relativas á otras gentes 
que viven en el interior de esa hermosa tierra de la que 
apenas se han explorado algunos kilómetros. 

La Paragua merece la atención que en estos últi- 
mos tiempos le han dedicado los viajeros que recorren 
el Archipiélago. Desgraciadamente las investigaciones he- 
chas con un fin extraño á los fines científicos, no han 
proporcionado noticias ciertas de las razas de esta isla. 

g. II. Razas infieles de Mindanao. — Si persiguiendo 
la solución del interesante problema etnológico de los 
pueblos filipinos, se llega á esa vasta tierra estendida al 
Sur del Archipiélago, necesario es que el más rigoroso 
criterio científico informe unas investigaciones que sólo 
serán felices si por el estudio de los caracteres de las di- 
versas razas que habitan la isla, se logra determinar la 
diferencia de origen de gentes que hoy aparecen formando 
grupos hetereogéneos, producto de innumerables cruza- 
mientos. De no hacerlo así; de no apreciar debidamente 
las circunstancias étnicas de esos pueblos, se expone el 
naturalista á perderse en inmenso laberinto de falsas de- 
ducciones. 

Porque si en Luzon y en Visayas, las razas apare- 
cen con rasgos y caracteres bastante marcados para es- 
tablecer los límites de las diversas familias; si la raza 
aborigen se ve allí representada por individuos cuya 
personalidad no es posible desconocer, en Mindanao los 



— 214 — 

autóchtones han desaparecido, y las tribus salvajes que 
hoy pueblan la isla, descienden de gentes venidas á las 
playas del Sur desde tierras diversas, y que sufrieron 
luego la influencia de razas dominadoras con las que hu- 
bieron de tener frecuentes relaciones. 

Los viajeros han estudiado las tribus de Mindanao, 
clasificándolas de manera distinta, y formando agrupacio- 
nes no siempre bien justificadas. 

Desde luego se ha señalado la existencia de dos gran- 
des pueblos: el idólatra, en su mayoría salvaje, que vive 
en el interior, y al que muchos califican de aborigen; y el 
moro, que habita las playas, y las orillas de los grandes rios, 
y que unos suponen originario de razas continentales, 
mientras otros lo creen genuino representante del pue- 
plo malayo. Dentro de estos dos grupos se han seña- 
lado diferencias bastantes para establecer nuevas clasifi- 
caciones. 

En unas obras se habla de razas negras y razas co- 
brizas; en otras se forman grupos etnológicos, atendiendo 
á las diversas procedencias; no falta quien apurando estas 
divisiones las fuhda sólo en caracteres por todo extre- 
mo secundarios; y autor hay que supone la existencia en 
esta isla de pueblos que hoy no viven en ella. 

En verdad, tal confusión no es extraña, si se tiene en 
cuenta que las tierras del Sur han sido hasta ahora poco 
exploradas, y que numerosas familias viven en comarcas 
donde casi nunca posó su planta el naturalista europeo. (*) 



(1) A pesar de nuestra prolongada estancia en varios puntos de 
esa gran isla, y de un estudio tan detenido como exijía el asunto, 
seguramente no podriaroos ofrecer á los lectores un cuadro exacto de 
aquellos pueblos, á no haber encontrado en el Museo Fernandez, de 
Manila, una magnífica colección de cráneos, recogidos en Mindanao 
por el malogrado médico de la armada D. Agustin Domech. Este ilus- 



— 215 — 

Los caracteres físicos de los infieles de Mindanao, sus 
costumbres, su organización, y los vestigios de pasadas 
generaciones, todo autoriza á creer que en esa isla solo 
viven hoy familias mestizas, que los autores nos presen- 
tan como razas puras, cuando no son sino productos de 
una homogenésia eugenésica, en los que después de innu- 
merables cruzamientos aparecen alguna vez los caracteres 
de las razas madres. 

El pueblo aborigen ha desaparecido de ésta, como de 
otras muchas tierras, sin dejar más señales que las encon- 
tradas por Semper, de que ya hemos dado noticia en 
otro lugar, y cuyo valor y representación discutiremos 
luego. Los que aseguran que en Mindanao existen razas 
negras, no están en lo cierto; y aquellos que suponen que 
en varios puntos de la isla habitan familias de aetas, con- 
funden con individuos de esta raza autóchtona á otros 
que en nada les parecen. 

En efecto; pronto hemos de ver que ni los mamanaas 
que recorren los montes de Surigao, ni los manobos que 
viven en la parte oriental, pueden considerarse como ne- 
gros; siendo los primeros mestizos cuyos caracteres físi- 
cos indican bien la influencia del pueblo malayo, y los 
otros originarios de razas oceánicas cruzadas quizás con 
la aborigen ya estinguida. 



trado profesor, con cuya amistad nos honrábamos, vivió en las islas 
del Sur algunos años; verifico largas escursiones al interior; y con 
rara asiduidad logró adquirir preciosos restos cuyo estudio se proponía 
llevar á cabo cuando le sorprendió la muerte. 

• Los cráneos coleccionados por el Sr. Domech, en númfero de 
veintiuno, perteuecen á diversas razas, y su examen ofrece curiosí- 
simos datos de gran interés etnológico. No sabemos que se hayan 
hecho todavía investigaciones craneoscópicas relacionadas con los pue- 
blos infieles de esa vasta tierra del Sur, y esta circunstancia nos ha 
determinado á dedicar en estas páginas mayor espacio á un género 
de conocimientos que, por los motivos antes apuntados, creemos ser 
los primeros en divulgar. 



— 216 — 

Respecto á los aetas que el doctor Montano dice ha- 
ber visto en las cercanías del Apo, puede asegurarse que 
son tribus pardas muy semejantes á otras que viven en 
el Sur de la isla. Basta, para convencerse de ello, con- 
templar ligeramente los retratos que de estos supuestos 
negritos ofrece la Revista donde ha visto la luz pública 
el trabajo del mencionado viajero ( 1 J. El mas ligero co- 
nocimiento de la raza negra que hoy existe en Lu- 
zon, es suficiente á demostrar que no se relacionan en 
nada con ella los individuos de buena talla, pelo lacio, 
barba poblada y nariz ancha, que representan los graba- 
dos de la obra francesa. Este error de M. Montano, es 
disculpable, por tratarse de un viajero que no conoce la 
isla de Luzon ni ha estudiado las tribus que en ella 
habitan. Seguramente el ilustrado doctor, que en el tra- 
bajo referido da pruebas de poseer grandes conocimientos, 
fué inducido á tan falsa creencia por los datos inexactos 
que encontraría en alguno de tantos libros donde se ase- 
gura que los aetas son individuos afines á familias cobrizas. 

Tampoco pueden considerarse exactas las apreciacio- 
nes de una obra publicada recientemente, según las que 
sería preciso incluir á los manobos entre los habitantes ne- 
gros del Archipiélago. Rasgos físicos y caracteres étnicos 
tan marcados como luego veremos, permiten negar todo 
fundamento á esa hipótesis. 

Por nuestra parte, entendemos que actualmente no 
existen en Mindanao familias de aetas ó negritos, cuya 
presencia en otras épocas parece, por lo demás, indudable. 

Los negritos han desaparecido del Sur después de su 
cruzamiento con otras gentes, que al confundirse con ellos 



(1) Voyage aux Fhilippines, par M. le Docteur J. Montano. - 
Le Tour du Monde.— N-° 1229. 



dieron origen á esas -castas,, salvajes en las ^be muchos 
ven los aborígenes de las tieñ# meridionales. '^ ■/ 

Entre esos pueblos liíi^Izd^iiEfiferéee partí cmáí^fén- 
eión el ?4e..£<&ri^ tos cordilleras de la 

costa orie¿t^^íe r 4¿;jsla y ios' téílegife próxíinos á las ri- 
■• ber^ del Ago^W# : *f ' r v *%&?'\\ - \ " , 

"Constituyen Má derlas trtT^W^ 
cuyas costumbres '«ofrec^^ióDí^^fli^jatíza ééa Jas dé - va- 
rios pueblos idólatras de Luzon, d&^uien^ ? ia separan, 
sin embargo/ caracteres "Anatómicos biéft sé^lplÉ» B^ po- 
bre constitución, mediana taHa'ry-;' cew^TO.-'ífea^roIto inte- 
lectual, forman una délas familtas!*ás abyectÉ' de Oceanía. 
Algunos autores colocan á los m^$o^nlre Jas ra^ le- 
gras, cuando ni su coloíáétóa p0^fc¡mi, ni site rasgos 
fisonomónicos autorizan tal aserto* ; : f 

Semper, fundándose en débiles semejanzas físicas, ad- 
mite acierta' 'afinidad entre esa tribu y ios pueblos asiá- 
tioofe'sr bien cree más probable encontrar eí origen de 
estos infieles ■ tau»o délos* £tpos pür$s dé la Mafésia. 
« fío Bollamos razón bastante para; admitir esta hipóte- 
-sH^ ya., que 'ni los datos craneoscópiéos, ni uno soto:' de 
los principales caracteres étnicos convienen con los asig- 
nados á la' verdadera raza malaya* 

r Hemos de observar enseguida que si los manobos pre- 
sentan analogías con otras -familias mestizas, ni por 'sus 
costumbres ni por su constitución física pueden compren- 
derse eistre los pueblos dé origen asiático. 

Cuanto á sus relaciones de semejanza con ios üon$oie* 
de Luzon, debeniimitáráa á usos y prácticas comunes á 
muchos pueblos oceánicos, pero sin llegar á una comu- 
nidad de origen que puede desde luego asegurarse que 

no existe. s &' 

29 



-»■.. 



* — 218 — 
Los manobos son generalmente mal conformados; de 
temperamento nervioso; y poco robustos. Su piel es muy 
oscura, con un tinte rojizo que no se vé en la de los ne- 
gritos. 

Su cabeza se halla cubierta de pelo negro y lacio, que 
en las mujeres alcanza mucha longitud. Las extremidades 
inferiores, al contrario de lo que se observa en los aetas, 
son proporcionadas con el resto del cuerpo, si bien su 
desarrollo es como el de éste poco graduado. Los crá- 
neos que hemos tenido ocasión de estudiar en el Museo 
Fernandez nos han ofrecido un índice cefálico que varía 
en los distintos ejemplares entre 75'94 y 76'20; los diá- 
metros frontales dan un índice de 65*6, y el diámetro 
bi-temporal es relativamente mayor que el bi-parietal. Así 
se explica que los cráneos aparezcan notablemente estre- 
chados en la región superior. 

Atendiendo á las cifras anteriores habrá que incluir 
á los manobos entre las razas sub-dolicocéfalas, separán- 
dolos de los pueblos indo-chinos (braquicéfalos) con los que 
Semper y otros autores quieren relacionarlos. 

Las medidas de la cara nos dieron por resultado un 
índice facial de 64'6, que correspondía al nasal repre- 
sentado por 54'16; y siguiendo las indicaciones de Man- 
tegazza hallamos un índice orbitario casi igual en todos los 
cráneos, y que nunca pasó de 90. 

Estos caracteres, el escaso prognatismo subnasal, y 
los datos ya apuntados al hacer la descripción física de 
esta tribu, nos inducen á creer que sus actuales repre- 
sentantes son producto del trato de gentes oceánicas ve- 
nidas de las tierras del Este, con los aborígenes de la 
isla. 

Los cráneos del Museo Fernandez en nada se parecen 



— 219 — 

# 

á los de la raza malaya — marcadamente braqnicófala — 
ni á los cráneos chinos, que son tnesaticéfalos. 

El carácter de estos infieles revela también su proce- 
dencia de castas menos civilizadas que las que viven en 
las costas asiáticas y en tas islas más occidentales de la 
región oceánica. 

Por todo extremo incultos, son crueles, recelosos, y 
persiguen tenazmente la ocasión de molestar á las tribus 
vecinas. Débiles por temperamento, rehuyen la lucha 
franca y en campo abierto, prefiriendo la asechanza para 
exterminar á su enemigo. Cuando se vén obligados á lu- 
char lo haceu con furia y ardimiento inusitados, sacián- 
dose únicamente después de haber despedazado á su con- 
trario. Ea esos momentos se entregan á raptos de furor 
que han hecho suponer á muchos que los manobos pade- 
cían con frecuencia ataques de esa locura repentina que 
los malayos denominan amok. 

La costumbre de cortar la cabeza á las víctimas, y 
abrir á éstas el pecho, en señal de triunfo, ha dado motivo 
para creer que es una tribu de verdaderos antropófagos. 
Nada menos cierto. Los manobos no se alimentan de carne 
humana, y sólo á los jefes — baganis — les está permitido ar- 
rancar las entrañas del enemigo y comer de ellas un pe- 
queño trozo, después de la victoria. 

En sus fiestas se entregan á todo género de desórdenes, 
y cuando después de muchas horas de repugnante y sal- 
vaje orgía vén acercarse la terminación del feslin, prorum- 
pen en gritos acompasados^ que recuerdan algo ios que se 
oyen en las islas Marquesas cuando sus habitantes cantan 
el comumu-puaca. 

Se cree generalmente que los manobos carecen de vi- 
viendas fijas y que es la suya una vida enteramente no- 



— 220 — 
mada. Tal afirmación es exajerada, pues nosotros hemos 
tenido ocasión de tratar familias que durante muchos años 
vivieron en la misma localidad. Ocurre, sí, que cuando los 
terrenos puestos en cultivo por estos salvajes, quedan es- 
tériles por la sucesión de abundantes cosechas ó por mala 
calidad del suelo, el manobo busca otra tierra fértil, y en 
ella establece sus dominios. 

Se dedican con preferencia al cultivo del arroz, que es 
muy productivo en las riberas del Butuan y en las del río 
Hijo, sobre lodo en las llanuras que los desbordamientos 
de este último convierten en estensos pantanos. 

La influencia de tal género de vida se revela bien en 
muchos individuos, que sometidos á la acción de efluvios 
miasmáticos, sufren los perniciosos efectos de la malaria y 
se vén obligados á abandonar las comarcas pantanosas, y 
á trasladarse á las mesetas de cordilleras próximas. 

Allí establecen sus viviendas durante un período que 
se halla limitado por las exigencias de nuevas necesida- 
des, y no es raro encontrar familias que durante algunos 
años permanecen en los montes cultivando la caña de azú- 
car y el camote. 

Favorece también esta fijeza relativa de una parte de la 
población tnanoba, el aislamiento á que tan inclinada se 
muestra una gente que rehuye cuidadosamente todo género 
de relaciones íntimas con los demás pueblos. Únicamente 
la necesidad de cambiar sus productos por otros que les 
facilitan los cristianos, es parte á mantener cierto trato, 
que nada tiene de civilizador, entre estas familias y las que 
en Mindanao se hallan bajo el amparo de nuestra bandera. 
Son los manobos refractarios por todo extremo á las 
influencias del progreso, y según hemos tenido ocasión 
de observar más de una vez, no se prestan de ningún modo 



— 221 — 
á La noble tarea que el cristianismo ejerce en aquella gran 
isla* 

Los perseverantes trabajos del misionero católico, que 
todos los dias conducen á la senda del bien y de la verdad 
algunas familias de otras castas de Mindanao, no logran 
sacar de su salvaje fanatismo á uno sólo de esos abyec- 
tos seres que resisten toda idea de cultura y de adelanto. 

Algo, sin embargo, se ha logrado en los últimos anos, 
merced á la constancia de ios P.P. y al ejemplo de tribus 
reducidas. Pero conociendo el carácter del manobo, y sus 
bárbaros instintos, no es muy atrevido suponer que las 
recientes conversiones son más ficticias que reales, más 
inspiradas en ideas de lucro y de conveniencia, que en 
sentimientos de un orden elevado. 

En las creencias religiosas de este pueblo han encon- 
trado algunos autores semejanzas con las de otros infie- 
les de las tierras del Norte, que por otra parte en nada 
se la parecen'. 

Se observa, en efecto, que conserva esta raza prácti- 
cas cuyo origen nos induc? á relacionarlas con otras de 
pueblos más adelantados. 

Tales analogías no deben extrañarnos si se recuerda 
que en casi toda la Oceanía parece dominar una idea reli- 
giosa que se traduce en manifestaciones diversas y por 
modos distintos, pero que se revela como esencial infor- 
madora de las cosmog^ías y supersticiones que imperan 
en esa vasta región. 

Lo verdaderamente curioso es encontrar en un pue- 
blo salvaje y por todo extremo inculto, creencias y usos 
que corresponden á razas superiores. 

Se han atribuido á los manobos ideas propias de otras 
tribus, y prácticas que le son del todo extrañas. 



— 222 — 

Semper y otros viajeros aseguran que este pueblo tri- 
buta culto á la memoria de sus antepasados, representada 
por anuos. Tenemos fundados motivos para desechar tal 
aserto, que puede haber encontrado su origen en un es- 
tudio incompleto de las costumbres de esas castas. Guia- 
dos por las noticias de un sabio misionero hemos hecho 
investigaciones directas que nos permiten desechar las 
afirmaciones de Semper y de los que después de él es- 
cribieron acerca de la religión de los manobos. 

Con el trato de algunas familias de esta tribu, hemos 
adquirido la convicción de que entre ellas no se guardan 
tradiciones de familia, y que la memoria de los padres 
muertos no es objeto de veneración ni culto. 

Adoran estas gentes varios dioses creadores que gobier- 
nan el universo, y á los que se hallan sujetas otras deida- 
des, infinitas en número, que presiden los actos todos de la 
vida. 

Los dioses de la primera categoría se comunican con 
los hombres por medio del rayo, que es la expresión de 
un mandato superior. 

También reciben culto otros ídolos que presiden las 
faenas agrícolas, las guerras, y los viajes. 

Cuando los baganis se disponen á buscar á su ene- 
migo, cuidan mucho de llevar pendiente de la cintura 
una tosca figurilla de hierro que representa á Tagbusang, 
dios de la victoria. » 

Aun cuando no creen en castigos ni en recompensas 
de otra vida, admiten en ciertos casos una nueva exis- 
tencia en parajes dotados por los dioses de toda clase 
de bienes. 

Su organización social revela bien el atraso de esos 
infieles, refractarios á toda idea de moralidad y de jus- 



— 223 — 

tieia. Impera entre ellos la ley del fuerte, y sus jefes 
disponen en absoluto de la vida y hacienda de los in- 
dividuos de la ranchería. El dueño de ésta compra las 
mujeres que son de su agrado y vive con ellas el tiempo 
que se fija al verificar el enlace. Antes de emprender 
una de esas correrías en que tanta sangre se vierte, el 
bagani reúne á los hombres útiles, y ante el tronco de 
un grueso árbol invoca al dios de la victoria, que segu- 
ramente ha de exterminar al que perdone á un enemigo. 
Si durante la lucha el bagani retrocede, es atacado por 
sus mismos vasallos, que considerándole abandonado por 
los dioses lo sacrifican en aras de la deidad enojada. Si 
el caudillo logra la victoria se engalana con los despojos 
de las víctimas y adorna su vivienda con repugnantes 
trofeos. 

Usan con singular destreza el arco y unas lanzas de 
gran longitud que ocasionan heridas casi siempre morta- 
les. Los sables de hierro, que ofrecen alguna semejanza 
con los crises de los moros, son el arma favorita de los 
baganis y de los que aspiran al dictado de valientes. 

En sus tratos con los cristianos son suspicaces, y pro- 
curan obtener grandes utilidades. Sus cambios se hacen 
en frutos ó semillas, que prefieren á las telas y á la mo- 
neda, aun cuando aceptan ésta para traficar luego en 
otras condiciones mas ventajosas. 

Una cualidad dominante en los manobos es la pueril 
curiosidad que muestran en todos los actos de su vida. 
Familias que han tenido ocasión de tratar con varios eu- 
ropeos, no cesan de inquirir las causas de nuestros há- 
bitos y costumbres, siempre que se hallan en presencia 
de un hombre fuerte, como ellos llaman á los blancos. 

El número de individuos que componen este pueblo 



— 224 — 
es más considerable que el supuesto en las incompletas 
estadísticas de las razas del Sur, 

Antes de que los primeros exploradores atravesaran 
hace muy pocos años el dilatado escabroso terreno que 
por la parte oriental se extiende del Norte al Sur de la 
isla, creyóse que los manobos habitaban únicamente en 
las tierras próximas á la* desembocadura del Agusan, por 
un lado, y en las orillas del seno dé Davao por el otro. 

No dejaba de parecer extraño que estas gentes se halla- 
sen á la vez en sitios tan lejanos, sin comunicación alguna. 

Cuando las márgenes del Agusan han sido exploradas, 
se ha visto que esos infieles recorren sin cesar la 
cuenca toda de este rio, y que el núcleo principal de 
población no se halla al Norte, como recientemente nos 
ha dicho un ilustrado ingeniero, sino en las inmediacio- 
nes del Hijo, en el punto en que éste se desvía del Agu- 
san. Demás se ven grandes agrupaciones de estas fami- 
lias en la costa oriental del seno de Davao y en la próxima 
isla de Samal. ( ! ) 

Tales son, sumariamente descritos, los principales ca- 
racteres de la tribu manoba, en la que vemos nosotros la 
genuina representación de esas razas mestizas producto 
del cruzamiento de los pueblos autóchtones de la isla con 
gentes de la Polinesia y de otras tierras de Oriente, que 
nada tienen de común en su origen con la raza malaya 
pura, ni con los pueblos asiáticos. 

En algunas obras se incluyen otros pueblos dentro 
del grupo de esa supuesta población negra, que según 
la mayoría de los autores habita los montes de Mindanao. 



( 1 ) En esta isla recojió el Sr. Doraech cráneos y restos de ma- 
nobos ? y algunos instrumentos y armas de esa tribu. 



— 225 — 

Todos ellos están constituidos por gentes pardas, que 
ni por su color, ni por los caracteres étnicos pueden 
ser consideradas como afines á los actas. ""- 

Semper hace ligeras indicaciones acerca de una tribu 
que muchos .viajeros han confundido con ios manobos, 
dando así origen á descripciones que se compadecen mal 
con las verdaderas costumbres de este último pueblo. 

Los mamanúas de Semper, se diferencian de los ma- 
nobos por su mayor robustez, el color mas claro de la piel 
y la forma tíe la nariz, que es menos aplastada. 

Si nuestras investigaciones no son erróneas, y las in- 
dicaciones del profesor de Würszburgo se refieren á las 
familias de color que recorren el distrito de Surigao, 
podemos asegurar que estas gentes no tienen nada de co- 
mún con las que dejamos estudiadas. 

Los mamanúas habitan en las últimas estribaciones que 
por el Norte de la isla limitan la gran cordillera oriental. 

Un solo cráneo, recogido en la falda del monte Le- 
gaspi, por un querido amigo^nuestro, nos ha servido para 
encontrar las notables diferencias que existen entre los in- 
dividuos de esta tribu y los manobos. 

Los diámetros verticales adquieren gran predominio 
sobre los otros de la cabeza, y en la cara se nota la escasa 
longitud de la línea bi-zigomát^ca. 

Son los mamanúas de índole altiva, pero menos san- 
guinarios que sus vecinos. Viven en rancherías fijas; cul- 
tivan bien los campos, y mantienen frecuentes relaciones 
con la población cristiana de la provincia de Surigao. 

Estas gentes nos presentan caracteres más semejantes 
á les de la raza papu-malaya de Rienzi, y en ellas vemos 
analogías con ese pueblo que se estiende por las islas ve- 
cinas al litoral asiático. 

30 



— 226 — 

Una de las tribus más numerosas de la gran isla del 
Sur, es la de los mandayas, cuyos dominios se estienden 
desde la costa oriental del seno de Davao hasta la ense- 
nada de Caraga por el Norte y el cabo de San Agustín por 
el Sur. Algunas familias habitan también eij la parte me- 
ridional del distrito de Surigao, y otras han fijado su re- 
sidencia en la costa occidental del seno, y en las tierras 
vecinas del Apo; de modo que puede asegurarse que se 
encuentran en todas las provincias de Mindanao, escep- 
tuando la de Zamboanga. 

Del carácter de los mandayas, y de sus costumbres, se 
han publicado minuciosas descripciones, que hacen de éste 
uno de los pueblos del Sur más conocías en los libros. 

La frecuencia con que hacen viajea á los dominios cris- 
tianos, ha facilitado extraordinariamente un estudio que, 
sin embargo, es hasta hoy bastante incompleto. 

De sus caracteres físicos y de su origen probable sólo 
nos dá noticias serias el profesor Semper, que ve en esa 
tribu el producto de un remoto cruzamiento entre los ne- 
gritos y los chinos. 

En verdad sorprende que el ilustrado viajero alemán 
haya encontrado semejanzas entre ambos pueblos. 

Y es tanto más extraño, cuanto ese autor cree ver 
en todas las gentes filipinas la influencia del pueblo ma- 
layo, que precisamente se halla enérgicamente señalada 
en el que ahora estudiamos. 

El más ligero conocimiento etnológico; el examen más 
superficial, basta á reconocer el grave error de Semper, 
y de los que con él aceptaron la hipótesis citada. 

No tememos declararlo así, en la seguridad de que 
estudios posteriores y rigorosamente científicos han de 
apoyar nuestras aseveraciones. 



— 227 — 

Por las venas de estos infieles no circula una sola gota 
de sangre china, y los caracteres físicos van pronto á de- 
mostrarnos que ese pueblo es el . más pareéído á la raza 
malaya, modificada por su enlace con loe ¡aelas. 

En el Museo Fernandez hay varios cráneos recogidos 
por el Sr. Domech en el sitio denominado Madaun, pro- 
vincia de Davao. Con esos restos y los datos adquiridos 
directamente en las regiones habitadas* por los mandpym, 
nos ha sido fácil adquirir un conocimiento exacto del 
carácter y costumbres de la raza que unos califican de 
noble y pacífica, y otros de abyecta y sanguinaria. 

El índice cefálico varía en cinco cráneos entre 80'§ 
y 80*37. Por ^H&scifras hay que considerar á^tos sé- 
res entre las razie s^b-braquicéfalas, aunque p#r su cofe*** 
formación exterior y ppr algunos diámetros de la <kfk 
se asemejan mucho los restos que hemos examinado á 
los de algunos pueblos mesaticéfalos de la América me- 
ridional. 

E& flotable en estos cráneos la convexidad de los 
parietales y la mucha extensión de los diámetros medios; 
los antero-posteriores adquieren más desarrollo por la pro- 
minencia de los frontales. Se observa un marcado aplas- 
tamiento occipital que coincide con un extremado progna- 
tismo. Los pómulos son salientes y abultados; y el índice 
orbitario llega á 90'6. En conjunto, la cara se presenta 
bien proporcionada, dominando los diámetros trasversales. 

líos individuos de esta raza se hallan, físicamente con- 
siderados, á la cabeza de otros pueblos de la isla. Son 
robustos, bien conformados, ágiles y de agradable exte- 
rior. La piel es oscura con un matiz bronceado; en las 
mujeres la coloración es más ciara, pero nunca blanca. 

Nosotros no hemos visto, ni tenemos noticia de que 



— 228 — 

existan, esos mandayas blancos y rubios que cita el P. Pas- 
tells en sus narraciones. La longitud del pelo es conside- 
rable, y son estos infieles de los pocos habitantes del Ar- 
chipiélago que tienen la barba algo poblada. 

Sus facciones revelan cierta majestad que contrasta 
con la dureza de otras tribus. La frente es alta y espa- 
ciosa; los ojos grandes y completamente horizontales; los 
arcos super-ciliares distintos pero na separados; la nariz 
prominente en su origen, y ensanchada cerca de las aber- 
ras anteriores, que se dirigen levemente hacia arriba. Na es 
cierto que sea común la nariz aguileña; sin embargo, el 
perfil de la cara, no es tan recto como en los malayos. En- 
tre las mujeres hay algunas realmente comparables á las 
más bellas indígenas de los archipiélagos del Sur. Son 
bien conformadas y mas cuidadosas de su persona que las 
de otras tribus. 

Gozan de buena salud habitual, y su aspecto sano, 
indica que resisten mejor que los manobos las influencias 
de un clima húmedo. Eq ese puebla son frecuentes los 
casos de longevidad, y nosotros hemos visitada una fa- 
milia en que había tres individuos de más de setenta y 
cinco años. 

Los hombres dejan crecer sus cabellos hasta el hom* 
bro, y arrancan cuidadosamente los pelos de la barba. Se 
pintan los dientes con un tinte vegetal de color negro bri- 
llante. A primera vista recuerdan algo á Los malayos que 
se ven en Singapoore. 

Aunque muchos viajeros los consideran como seres 
completamente salvajes, crueles, y sanguinarios, represen- 
tan, en verdad, un pueblo regularmente organizado y de 
humanitarios instintos. Así lo reconocen el P. Pastells, y 
el ilustrado Dr. Montano. 



— 229 — 

Desde luego son los más formales en sus tratos con 
los cristianos; respetan á éstos en todas ocasiones, y á la 
vista de un europeo procuran agasajarle y complacerle de 
todas suertes. , - 

Su organización social tiene algo de la de los antiguos 
pueblos asiáticos; veneran la ancianidad, y reconocen la 
supremacía del valor y de la destreza. Viven en ranche- 
rías fijas r edificando sus chozas sobre altos maderos á los 
que adosan una escala que quitan durante la noche, para 
quedar así al abrigo de peligros exteriores. Las casas .^on 
de materiales ligeros, espaciosas, y compuestas, general- 
mente, de una sola habitación que recibe el aire y k kz 
por grandes vanos próximos á ia techumbre. -Soa- may 
afectos á la vida del hogar; tratan bien á sus hijos y deu- 
dos; y si reconocen la esclavitud, ésta sólo significa un 
compromiso que obliga al siervo á ejecutar ciertos tra- 
bajos, en verdad poco fatigosos. 

Son polígamos, pero generalmente viven con una ó 
dos mujeres durante toda su vida, siendo precisas cir- 
cunstancias extraordinarias para que repudien á la primera 
consorte. 

En sus vestidos se muestran también más adelantados 
que los manobos; usan telas vistosas y prendas cómodas, 
adaptadas á las condiciones del clima, y á su género- de 
vida. 

Los hombres llevan una chaquetilla corta y ancha, que 
baja hasta la cintura; las mujeres una saya estrecha y un 
manto largo que arrollan en el cuerpo. Gustan de ador- 
narse con brazaletes, piedras, y abalorios. Tienen algu- 
nas alhajas de oro y plata, y las mujeres ricas llevan en 
los dedos de las manos sortijas de toda clase de metales 
y piedras. 



— 230 — 

En la cabeza lucen vistosos pañuelos qne ciñen en der- 
redor de la frente y que cuando son de color rojo indi- 
can dominio y altas prendas guerreras. 

Behuyen la guerra, pero cuando son obligados á de- 
fenderse de los ataques de los manobos, que con frecuencia 
les persiguen para robarles las mujeres y los esclavos, 
se muestran valientes, infatigables, y pelean con denuedo 
y encono. Gomo las otras tribus infieles, se encarnizan con 
el enemigo, y cortan la cabeza de los muertos para os- 
tentarla en señal de triunfo. 

En sus ceremonias populares son más sobrios, y úni- 
camente én las ocasiones solemnes se entregan á extra- 
ordinarias comidas y libaciones. 

Es de todo punto inexacto que los mandayas sean an- 
tropófagos, ni hagan sacrificios humanos. 

Sus prácticas religiosas se asemejan á las de los ma- 
nobos, y como éstos creen en divinidades de primero y 
segundo orden. 

Cultivan en sus campos arroz, caña de azúcar, y café; 
se dedican á la pesca las familias que viven en las cer- 
canías del seno de Davao, y explotan otros productos ma- 
rinos, entre ellos la concha-nacar y el carey. 

Por su aspecto físico, por sus caracteres anatómicos, 
por su cultura relativa, y por alguna de sus prácticas, 
los mandayas deben ser considerados como hijos de una 
raza formada por el cruzamiento de los aborígenes con 
los malayos. 

En las faldas meridionales del Apo, y en los terrenos 
que desde este monte llegan á la costa occidental del 
seno de Davao, vive la tribu nómada de los bagobos, 
compuesta de gentes salvajes y feroces hasta el extremo. 

Sólo dos cráneos de estos infieles figuran en la colee- 



— 231— % 

ción Domech, y sus medidas difieren poco de las seña- 
ladas en los de tnanobos. Llamó, sin embargo, nuestra aten- 
ción el gran desarrollo de la protuberancia occipital y el 
notable aplanamiento de la cara. Debe también consignarse 
que el índice orbitario es de 9i'9, carácter común á las 
razas asiáticas. 

Los individuos examinados por nosotros tenían una talla 
que variaba, en nueve hombres, entre 1*628 y 1,660. m. 

Son regularmente constituidos, de piel atezada, pelo 
negro y muy áspero, ojos ligeramente oblicuos y de mi- 
rada dura y penetrante. El sistema muscular se halla 
más desarrollado que en otros habitantes de los bosques; 

el cuerpo ofrece señales graduadas de enfermedades cu- 
táneas. . 

Si por sus caracteres físicos, los bagobos gozan cierta 
superioridad sobre las tribus vecinas, son, en cambio, los 
seres más repugnantes por sus feroces instintos y sus há- 
bitos salvajes. 

Cambian frecuentemente de habitación; son perezosos, 
y únicamente obligados por fti necesidad se deciden á eje- 
cutar las faenas agrícolas que el diario sustento exije. Pre- 
fieren, cuando viven en la costa del seno, alimentarse de 
mariscos, que recojen en grandes cantidades. 

En la caza son también muy diestros, y manejan con 
extraordinaria habilidad los caballos, gustando mucho de 
hacer en ellos largas jornadas, que á veces duran tres 
ó más días, sin que por esto interrumpan el sueño. 

Durante las correrías que hacen á tierras de tnanobos, 
caminan armados y cuidan de sorprender al enemigo, 
sacrificándolo cruelmente y llevándose parte de sus des- 
pojos, que consumen luego en repugnantes festines. 

Tienen especial temor al espíritu que según ellos les 



— 232 — 
infunde aliento en la pelea, al cual llaman Busao, y en cuyo 
honor sacrifican á los prisioneros y aun á los esclavos. 

No muestran gran repugnancia á enlazarse con mu- 
jeres de otras tribus, y así es frecuente su mezcla con 
manobos, galangas, y mandayas. 

Tienen gran veneración á los muertos, y conservan 
los cadáveres en grandes fosas que cubren de piedras. 
Los que habitan en la'islita de Samal construyen sus se- 
pulturas en los bancos de caliza madrepórica que allí son 
muy extensos. 

Vecinos de los bagólos viven los guiangas, que pre- 
sentan caracteres físicos muy semejantes á los de aque- 
llos, de los cuales se diferencian, sin embargo, notable- 
mente, por sus costumbres más pacíficas, su laboriosidad, 
y su mayor aseo y cuidado en la persona y en la vi- 
vienda. Los guiangas tienen fama entre los cristianos de 
formales y exactos cumplidores de los tratos. Son muy 
aficionados á las monedas filipinas, que guardan con ver- 
dadera codicia. Las mujeres son agraciadas y gustan mu- 
cho de adornarse con prendas europeas. En Zamboanga 
vimos el año 76 á varias de ellas disputar acaloradamente 
por la posesión de un viejo chai de cachemir que les 
habia regalado la señora del jefe del presidio. Se distin- 
guen también por la manera de recojer su cabellera, que 
recuerda los modos y usos de las mujeres de Java. 

Manifiestan gran horror á lo.desconocido, y aún re- 
cordamos los inútiles esfuerzos y los medios persuasivos 
que empleamos para decidirles á que se retrataran. To- 
dos nuestros ruegos fueron inútiles, y en cuanto se veían 
en presencia de la máquina fotográfica ocultaban el rostro 
entre las manos y procuraban escapar. 

Entre las prendas de vestir que usan las mujeres en 



— 233 — 
las fiestas, son notables unas anchas fajas tejidas con los 
filamentos del plátano. Fabrican también telas de algodón 
que venden en los pueblos cristianos. 

Producto de la mezcla de bagabas y guiangas, y de és- 
tos con los mandayas, son los tagacaolos, gentes diestras en 
el manejo de las armas, de costumbres belicosas, pero no 
sanguinarias. Se distinguen por la nobleza de sus faccio- 
nes y por un trato afable y confiado. 

En ellos dominan los caracteres físicos que hemos en- 
contrado en los bagobos, "pero el color de la piel es más 
claro, el pelo menos crespo, y su desarrollo muscular me- 
nos graduado. 

A pesar de las buenas cualidades de esta tribu, y qui- 
zás por ellas, goza de poco prestigio entre los demás pue- 
blos, que la consideran como esclava. 

Las rancherías próximas á Malalag son las más nume- 
rosas, y en ellas residen los jefes. 

Algunos autores describen una tribu á cuyos indivi- 
duos denominan sámales, asignándoles caracteres propios. 

Los habitantes de la isla que se eleva en el seno de 
Davao, no forman en realidad un pueblo distinto, pues 
allí viven familias de las diversas tribus que dejamos ci- 
tadas. 

Los sanguües habitan al Sur de la isla y frecuentan 
las costas de SaranganL Son de pobre constitución, color 
pardo amarillento, pómulos salientes y la barba muy pro- 
muciada. 

En un cráneo de sanguil encontramos un aplastamiento 
frontal extremadísimo, y que indudablemente es artificia!. 
El aspecto de este cráneo, que posee un oficial de adm: 
nistración de la Armada, es bien diferente del que proce- 
dente de Samal se conserva en el Museo de Londres. En 

31 



— 234 — 

aquél no es tan pronunciado el aplastamiento superciliar, 
marcándose más el lateral. 

Nuestras investigaciones para saber ciertamente si en- 
tre los sanguiles se practica el aplastamiento artificial de 
la cabeza de los recien nacidos, no nos han dado resul- 
tado, obteniendo sólo noticias confusas y contradictorias. 

Carecemos, pues, de fundamentos para esclarecer este 
punto importantísimo de la etnografía filipina, pero es in- 
dudable para nosotros que el cráneo á que hemos hecho 
referencia fué deformado artificialmente. 

Sería bueno que los observadores que de ello tuvieren 
ocasión, aclararan este hecho, cuya significación es notoria. 

Además de las tribus indicadas, viven en Mindanao 
las de súbanos y tirurayes, que por su frecuente relación 
con los pueblos cristianos de quien son vecinas, han po- 
dido ser bien estudiadas por los viajeros. 

Los súbanos habitan las estribaciones de los montes que 
derivan de la cordillera Pulungbato, próxima á Zamboanga. 
Sin alcanzar un notable desarrollo, son bien constituidos, 
fuertes y regularmente conformados. Los hombres tienen 
buena talla, y los rasgos fisonomónicos indican claramente 
su origen mestizo, y su afinidad con las razas asiáticas. 

Algunos autores creen á esta tribu originaria del Norte 
del Archipiélago, fundándose en que en la isla de Min- 
doro hay un rio llamado Suban. 

Esta hipótesis es poco seria, y por otra parte creemos 
que el verdadero nombre de estas gentes es el de zubanos. 

Distribuidos en las extensas llanuras que se encuentran 
mas allá de la margen derecha del brazo septentrional del 
río Grande, y en las colinas de Tamontaca, próximas á 
Cotta-bato, viven los tirurayes , raza miserable y de cos- 
tumbres depravadas. 



— 235 — 
Do pobre constitución, agiquálados por los vicios y 
la pereza, aglomerados en estrechas habitaciones, en las 
que apenas puede un hombre estar en pié, los tirurayes 
constituyen un pueblo holgazán y extremamente degene- 
rado. En sus facciones se ven indicios que hacen supo- 
ner un origen malayo. Tieneti la cara prolongada, la 
nariz chata y ancha, escaso prognatismo, y labios del- 
gados. Están verdaderamente plagados de enfermedades 
cutáneas, que les dan aspecto repugnante. Son sumisos 
con ios europeos, y los agasajan con la esplendidez que 
permiten sus recursos. 

Durante nuestra permanencia en Cotta-bato celebrá- 
ronse las bodas de una hija del jefe do las rancherías 
próximas al pueblo, y aprovechando esta circunstancia 
realizamos una expedición á las tierras de los tirurayes, 
con objeto de estudiar las costumbres de estos infieles. 

Acompañados del oficial de marina Sr. Villamil, y del 
hijo del intérprete Sr. Urtuoste, práctico en el país que 
pensábamos recorrer, llevamos á término nuestro propó- 
sito, y examinamos de cerca los usos de una tribu que 
bien puede ser calificada de miserable é inculta. 

Los hombres viven en una condición muy parecida 
á la de los esclavos, pues influidos por Ja pereza y por 
los vicios, se dejan dominar fácilmente de sus mujeres. 
Éstas son poco agraciadas, y en su mayoría de repul- 
sivo aspecto, que se hace más desagradable con los ridí- 
culos adornos que emplean para embellece* la persona. 
Muéstranse aficionadas á los colores vivos; usan una es- 
pecie de corpino que cierran en el cuello y dejan abierto 
en la cintura. El resto del cuerpo le encubren con un 
largo manto que á veces sujetan en la cabeza con un lienzo 
ó con anchos sombreros de palma. 



_ 236 — 

La autoridad de los jefes no suele andar muy bien 
parada, y son frecuentes los disturbios entre las princi- 
pales familias. 

Desconocen en absoluto los principios de la más ru- 
dimentaria moral, pero no es cierto que, como asegura 
un autor, entreguen las mujeres á los europeos teniendo 
en ello gran satisfacción. Por el contrario, se recatan mu- 
cho á la vista de aquellos, no por pudor, sino por un 
recelo natural en estos salvajes. 

Cuando llegamos á la casa donde se celebraba la boda, 
encontramos un gentío inmenso que llenaba por completo 
la estrecha habitación. En un ángulo de ésta se veía una 
cortina hecha con pedazos de tela de varios colores, y 
sentado delante un mozo sucio y nada guapo que nos 
dijeron era el novio. Detrás de la abigarrada tela parece 
se encontraba la novia, á quien nadie podía ver durante 
tres dias que permanecía oculta y guardada por el futuro, 
que tampoco disfrutaba, durante ese tiempo, de la vista 
de su prometida. 

El jefe de la ranchería, pretendió obsequiarnos con un 
chocolate (!) que por higiene hubimos de rechazar cor- 
tesmente. En nuestro obsequióle dispuso un baile en la 
casa de los novios, y durante una hora presenciamos las 
contorsiones de seis horribles mujeres que se entregaron 
con deleite á las fatigas de vertiginosa danza acompañada 
por el estridente tan tan de un tambor metálico. 

De la casa de los desposados fuimos á la del dueño 
de la tribu, y allí tomamos un buen café, servido en ta- 
zas de coco. 

En nuestra visita pudimos convencernos de la degra- 
dación de una raza que vive en terrenos feracísimos, 
donde la riqueza agrícola podría ser incalculable. Los ti- 



— 237- 

rurayes sólo cultivan arroz y caña, y tienen pequeñas plan- 
taciones de exquisito café. Creen que el hombre no debe 
trabajar, y profesan la máxima de no ejecutar otras la- 
bores que las precisas para vivir. No son fanáticos, y 
dan poca importancia á las prácticas idólatras. Ésto los 
caracteriza y es una circunstancia que separa á ese pue- 
blo de los otros infieles que habitan la isla. Si es cierto 
que adoran espíritus encarnados en los seres y objetos 
más groseros, no dan á éstos más valor que á un jefe 
cualquiera. 

Los tirurayes ven disminuir rápidamente su población, 
y no es aventurado suponer que en época no lejana ha- 
brá desaparecido de la isla esa raza que hoy agoniza en- 
tre las miserias de una vida de holganza completa. 

Todos estos pueblos, que para los autores constituyen 
los aborígenes de Mindanao, presentan caracteres que se- 
ñalan bien su distinta procedencia, y determinan varia- 
ciones de un tipo que no es único, y que es imposible 
buscar sólo, como pretende Semper, en las gentes de la 
raza malaya, ó en los habitantes del interior de Asia. 

Estudiadas detenidamente esas tribus se nos aparecen 
como producto de innumerables mezclas y de antiguos 
enlaces entre pueblos asiáticos y oceánicos y los autóch- 
tones negros. 

Clasificar como razas puras, y considerar como ha- 
bitantes primitivos á las familias todas que hoy pueblan 
el Archipiélago, es cosa por todo extremo imposible des- 
pués de fijar la atención en los datos etnográficos que 
ligeramente quedan apuntados. 

g. III. Los moros. — Si por sus caracteres de raza, y 
el predominio que en la población de las islas del Sur han 
tenido, no merecieran los moros especial estudio, el im- 



— 238 — 
portante papel que ellos representan en la historia fili- 
pina, haría interesante el conocimiento de ese pueblo 
aventurero que desde remota época devasta los campos 
de muchas provincias filipinas, y es azote constante de 
los tranquilos habitantes de las costas. 

La influencia de esa raza en nuestro territorio, y los 
continuos disturbios por ella originados, temas son ya tra- 
tados por los historiadores, que dieron á conocer el de- 
talle de esa lucha de siglos sostenida por los españoles 
contra los piratas oceánicos. 

Bien puede decirse que esa raza abyecta es remora 
constante de progreso en las provincias del Sur, y causa 
de inmensas pérdidas que no podrán nunca ser compen- 
sadas. 

Desde las expediciones de Sande — allá por los años 
de 1579 y 1580— hasta la ultima campaña de Joló ¡cuanta 
sangre española vertida en defensa de la fe y de la pa- 
tria ! 

Porque no hay que dudarlo: el único enemigo serio 
que tuvimos siempre en Oeeanfa, fué el moro. El moro 
que en los tiempos de la conquista era el primero en 
resistir el empuje de nuestras armas; que desde sus gua- 
ridas de Joló y Mindanao, llevó la guerra y el exter- 
minio á las más importantes poblaciones de las Vizayas; 
que con una audacia sólo comparable á su fanático co- 
raje llegó hasta la bahía de Manila y pretendió señalar 
su paso por la capital del Archipiélago con uno de aque- 
llos piráticos actos propios de su salvaje naturaleza; que 
abusó siempre y en todo tiempo de la nobleza é hidal- 
guía de los españoles, y traicionó en muchas ocasiones 
los más solemnes pactos. 

De dónde y en que época llegaron á Filipinas los pri- 



— 239 — 

maros representantes de esa raza, cosas son muy deba- 
tidas, pero no bien averiguadas todavía. 

E! conocimiento dé tales gentes, que tanto importa 
á nuestros gobernantes, ha de llevarnos hasta esos extre- 
mos que intentaremos aclarar con toda precisión. 

Antiguamente era mucho más extensa la zona habi- 
tada por los moros, que hoy han tenido que abandonar 
sitios que entonces ocupaban, y que, sin embargo, do- 
minan todavía en Joló, en otros pequeños archipiélagos 
del Sur, en Borneo y en tierras aún más distantes. 

En Mindanao ocupan los terrenos que forma la costa 
Sur de la isla. Todas las tierras comprendidas en esa ex- 
tensa curva que desde el cabo San Agustín llega hasta la 
provincia de Zamboanga, después de formar el seno de 
Davao y el de Sibuguey, se encuentra habitada por esos 
infieles que prefieren la proximidad del mar, ya que esto 
facilita sus correrías y excursiones. La costa Este también 
les sirve de refugio, viéndose rancherías en las playas de 
la ensenada de Bislig, en lq$ tierras próximas á Punta- 
Tugas, y más al Norte, en los montes de la provincia 
de Surigao. Se encuentran, además, familias moras en 
toda la cuenca del río Grande, y en las inmediaciones 
de las lagunas de Malanao, Ligauasan y Butuan. En las 
pequeñas islas próximas al Sur han fijado su residencia 
otras tribus de esta raza, refugiadas en las tierras de Sa- 
mal, Sarangani y Bongo. 

Algunos autores dan á los moros que habitan las pla- 
yas el nombre de mindayanos, y el de ilanos á los que 
viven en el interior. Nosotros creemos que estas denomi- 
naciones corresponden realmente á todas las tribus de la 
isla, y no son propias del pueblo moro. 

Los caracteres físicos de los que habitan en los mon- 



— 240 — 

tes son los mismos que corresponden á los de las fami- 
lias de la costa. 

Unos y otros presentan regular desarrollo, alcanzan 
mediana talla, y no es tan raro como se cree el encon- 
trar moros de buena estatura. Desde luego se nota un 
defecto de conformación muy frecuente en los pueblos 
oceánicos: la deficiencia de los diámetros torácicos, y la 
escasa nutrición del sistema muscular. 

La piel, que es asiento frecuente de afecciones esca- 
mosas, tiene una coloración oscura de tinte cobrizo, más 
graduado en los habitantes del interior. Una cabellera 
negra, lacia, y muy abundante, cubre la cabeza y oculta 
parte de la frente. 

La fisonomía revela claramente el origen de los mo- 
ros, y en ella se advierte la malicia y agudeza que ca- 
racterizan á la raza malaya. En sus ojos negros, peque- 
ños, y de mirada asaz viva, se descubre la suspicacia y 
la maldad de estos infieles. 

Los cráneos que hemos ^xaminado en Zamboanga y 
Joló, alcanzan dimensiones casi iguales. El índice cefá- 
lico varía entre 81 y 81'60. Estas cabezas, marcadamente 
braquicófalas, se distinguen por la constante prominen- 
cia de los frontales, y por su prognatismo, que llega á 
69 a . Los pómulos no se hallan tan separados como en 
los javaneses, y los diámetros trasversales de la cara no 
dominan á los verticales. Su nariz es ancha, pero no 
aplastada, y las aberturas nasales se inclinan poco arriba 
y afuera. El ángulo facial no pasa de 84°, y frecuen- 
temente ni aun alcanza esa medida. 

La escasa separación de los pómulos y el desarrollo 
del ángulo facial, establecen analogías entre los moros y 
.los indígenas de Sumatra. 



— 241 — 

Es indudable, que se revela aquí la influencia de cas- 
tas superiores, pero de ningún modo podemos admitir el 
origen árabe que algunos autores nos dan como cierto 
en esa raza. 

El aspecto del cráneo, la nariz ancha, y la barba pro- 
nunciada, no permiten suponer relación de comunidad 
con el hermoso tipo árabe, de cráneo estrecho, rostro 
ovalado, y formas perfectamente trazadas. 

Ni un solo dato anatómico, confirma esa hipótesis; 
pues las modificaciones que quedan apuntadas, sólo in- 
dican cruzamientos con otros tipos oceánicos, que no lo- 
graron ejercer predominio sobre los caracteres propios de 
la raza malaya. 

Las condiciones físicas, de una parte, y la influencia 
de la religión de'Mahoma, por otra, determinan los ras- 
gos más característicos en el moro. 

Se cree, generalmente, que éste es cobarde, y así lo 
afirman los que con ellos han reñido sangrientos com- 
bates, sólo porque han visto la tendencia á la emboscada 
y al acecho. Entendemos que por ello no puede negarse 
el valor de esos hombres, cuyos actos de temeridad se 
compadecen mal con la cobardía. Su carácter les lleva, 
si, á la asechanza, y prefieren sacrificar al enemigo sin 
riesgo, aprovechando para ello las ventajas del terreno y 
la naturaleza de ciertos . accidentes del país en que viven. 
Usan de muy antiguo las armas de fuego, pero pre- 
fieren el campilan y el cris, sables de hierro que mane- 
jan con destreza insuperable. Se enardecen en la pelea, 
y en los primeros momentos combaten con extraordina- 
ria fiereza; pero su debilidad física no les permite pro- 
longar la lucha, y se retiran pronto del campo, que aban- 
donan al enemigo, para volver luego á disputarlo. 

32 



— 242 — 

Sus ideas religiosas informadas en las leyes de Ma- 
homa, no les impiden aceptar algunas prácticas de las 
tribus idólatras vecinas. 

La poligamia impera entre ellos, y en sus asquerosos 
harenes (!) se ven mujeres de las varias castas que pue- 
blan la isla* Su afición á estos enlaces con otras tribus, 
les ha llevado muchas veces hasta las costas de Visayas 
y de Luzon, para robar allí las mujeres de esos pueblos. 

Por lo demás miran á sus compañeras como esclavas, 
y las tienen en tan poco que á veces las cambian por 
dinero ó por mercancías. 

En su trato dan muestras de una suspicacia, que unida 
á la más refinada agudeza, hace preciso un gran tacto y 
habilidad surtía al Gelebrar con ellos pactos ó alianzas. 

Los infieles de Mindanao los conocen mejor que no- 
sotros, y evitan el más leve contacto con gente tan so- 
lapada y miserable. 

No temen humillarse ante el superior, ni sienten es- 
crúpulo en ofrecer lo que desde luego están decididos á 
no cumplir. • 

La historia de nuestras relaciones políticas con ese 
pueblo, es una serie de traiciones y maldades por parte 
de los que mil veces nos juraron amistad y sumisión. Su 
propia falsía les hace recelosos y desconfiados, pues ven 
siempre en el cristiano al enemigo que espera la ocasión 
de exterminarlos. 

Diestros en la caza y en la pesca, desdeñan las la- 
bores del campo, que, según ellos, deprimen al hombre. 

Holgazanes hasta el extremo, sólo para sus piráticas 
hazañas, muestran decisión y energía. 

En sus rancherías viven entregados á la molicie y á 
los vicios, bastándoles el comercio con ciertos productos 



— 243 — 
del mar y de los bosques, para subvenir á sus necesi- 
dades. 

Cambian con otros pueblos balate, carey, concha ná- 
car, almáciga y cera. 

Sus viviendas son de ñipa, sucias, destartaladas y sin 
comodidad alguna. 

Visten al modo malayo, una chaquetilla corta de co- 
lores vivos, y un paño que arrollan en la cintura y les 
llega hasta las rodillas. En la cabeza usan pañuelos, y 
algunos calzan sus pies en ciertas solemnidades. El traje 
de las mujeres sólo se distingue por la mayor longitud 
del patadión, que cubre sus extremidades inferiores, y 
por un manto en que envuelven todo el cuerpo. 

Todos llevan al cuello una especie de amuleto — asibi — 
que les preserva de las asechanzas. 

En sus enfermedades recurren á la virtud de plantas 
que aplican á las partes doloridas, pero que no usan al 
interior. 

Como autoridad sólo reconocen la de los dattos, pues 
el Sultán nada puede hacer sin contar con estos jefes de 
las distintas tribus* 

Viven en la más completa ignorancia, y resisten todo 
intento de progreso. Únicamente los pandiías se muestran 
algo industriados en asuntos religiosos y políticos. 

Todas sus fiestas tienen el carácter del más refinado 
salvajismo. 

El moro-moro es su baile favorito, y dá una idea de 
la manera de ser de esas gentes. 

He aquí como describe un autor la tal danza; o: Ar- 
mados — dice — de lanzas, crises y rodelas, á guisa de fa- 
lanjes próximas á acometerse, formaron todos un círculo, 
y aquel en quien se suponía más valor, entró en el cen- 



— 244 — 

tro, dando uno ó dos fuertes alaridos con ademan hor- 
rible, y dos ó tres zancadas, tras las cuales comenzó su 
ejercicio, llevando en una mano su lanza y en otra la 
rodela, y la cris pendiente de un tahalí. Después algo en- 
corvado atravesó con celeridad todo el círculo; é irguién- 
dose en seguida fué de un extremo á otro dando saltos 
de hiena y mirando de una á otra parte, como aquel 
que desafía á su enemigo. Paróse luego, dio unas cuan- 
tas patadas en el suelo, meneó la cabeza, rechinó los dien- 
tes, haciendo al mismo tiempo gestos horribles, y arro- 
jando su lanza por desprecio, empezó á dar tajos y re- 
veses al aire con su cris, como un loco furibundo, al com- 
pás de alaridos salvajes. Cuando parecía hallarse descan- 
sando, repentinamente corrió otra vez hacia una y otra 
parte, á donde se le figuraba que el enemigo se le es- 
condía, y acuchillando el suelo rabiosamente como si cor- 
tase la cabeza, con un terrón en la mano y en la otra 
el cris, púsose á tejer un baile horrible en señal de vic- 
toria, hasta que empapado de sudor salió del círculo triun- 
fante, para ser reemplazado por otro y otros sucesiva- 
mente.» 

Con ligeras variaciones, tal es el moro-moro que he- 
mos visto en Zamboanga y en Cotta-bato. 

En sus comilonas no hacen uso de la carne de cerdo, 
pero en cambio se entregan á frecuentes libaciones. Cele- 
bran las bodas con gran pompa, y pasan días y días en- 
tregados á una fiesta continua. 

Estudiando atentamente los caracteres étnicos, y te- 
niendo en cuenta los antecedentes y noticias de esa raza, 
parece lo más probable que á su llegada a Mindanao — 
anterior á la de los españoles — ancontraron á los infieles 
mestizos que tenían su origen en el cruzamiento de los 



— 245 — 
autóchtones con gentes de la Oceanía. Su valor y su ar- 
rejo les bastó para dominar á esas tribus, que le eran 
inferiores, y se posesionaron de las playas, no sin mez- 
clarse con las gentes dominadas* 

Cuanto al origen del pueblo moro, parece indudable 
que debe buscarse en la raza malaya, que siguiendo el 
ejemplo de Mohamet-Shaeh alwazó la religión del Profeta- 

§. IV. Idiomas de estos pueblos. — Poco, muy poco se 
sabe de los distintos elementos lingüísticos que influyen 
los idiomas de las castas infieles. 

En este punto, más que en ningún otro, es sensible 
la deficiencia de los estudios etnológicos, que apenas si 
logran dar una explicación que revele las conexiones de 
lenguaje de los distintos pueblos filipinos con otros de la 
Oceanía. 

Cuanto hoy se diga acerca de ello, ha de ser nece- 
sariamente hipotético. 

Los autores han buscado en los países vecinos del 
Archipiélago, el origen de los idiomas que- en éste domi- 
nan, y generalmente admiten una relación íntima' entre 
aquellos y la lengua malaya, cuyo imperio es tan vasto. 

Cuando hablemos de los pueblos cristianos, tendremos 
ocasión de exponer lo que en asunto tan difícil nos ocurre. 

Limitándonos á lo que al idioma de los salvajes se 
refiere, diremos que en modo alguno admitimos esas po- 
derosas semejanzas, y esas relaciones de origen con el len- 
guaje de los malayos. 

Si no se conocen la estructura y propia modalidad 
de los dialectos de Luzon y Mindanao, se sabe que ellos 
ofrecen analogías con los de otros países en los que no 
domina la lengua malaya. Así, el chino, el árabe, el es- 
pañol, el polinesio, han llevado á Filipinas multitud de 



— 246- 

voces que hoy forman parte de las idiomas del Archi- 
piélago. 

En la formación de éstos, ha influido notablemente 
el trato de los aborígenes con las gentes que primero 
abordaron las playas de esas provincias, y el de las nue- 
vas tribus * dominadoras con otros pueblos más civili- 
zados. • 

Para nosotros es indudable que en nuestras posesio- 
nes oceánicas, se encuentra el filólogo con numerosos dia- 
lectos de transición que tuvieron su origen ya en el con- 
tacto de gentes vecinas obligadas á sostener tratos que 
no afectaban á su independencia, ya en la confusión de 
castas que aceptaron costumbres, idioma y cultos de otra 
civilización. 

Los negritos, aborígenes de las islas, hablan un idioma 
no bien conocido, pero que por su estructura monosilá- 
bica y los elementos que lo informan difiere en todo del 
malayo y nos recuerda una lengua primitiva. 

No están en lo cierto los aue suponen que los aetas 
hablan distintos idiomas en cada una de las provincias 
que ocupan. Su lenguaje es único, y si ha perdido su 
prístina pureza, se debe al contacto con pueblos venidos 
de lugares diversos, que le comunicaron caracteres lin- 
güísticos propios de cada uno de ellos. 

Así se observa que los negritos del Norte de Luzon han 
adoptado palabras y construcciones gramaticales, que di- 
fieren algo de las usadas por los aborígenes que viven en 
los montes de la región occidental. Unos y otros han se- 
guido de este modo la ley de atracción que tanto modi- 
fica la estructura de un idioma cualquiera. 

Hoy los autóchtones se sirven de un lenguaje adulte- 
rado,, que conserva, sin embargo, los caracteres de una 



-247 — 

lengua madre cuya clave quizás podría encontrarse en los 
antiguos idiomas polinesios. 

Cuanto á las diversas tribus infieles de las islas, puede 
asegurarse que todas poseen dialectos de transición forma- 
dos de elementos étnicos muy heterogéneos* En unos do- 
minan los caracteres de las lenguas asiáticas, en otros 
los de pueblos polinésicos, y en muchos los del malayo, 
idioma, este ultimo, que domina de antiguo en casi toda 
la Oceanía. 

Los moros de Mindanao poseen un idioma especial, 
que puede servir de tipo de esos dialectos fo' transición* 

En él se encuentran raices árabes modificadas por 
voces malayas y aun españolas, que constituyen un len- 
guaje extraño, con reglas propias, al que se dá en aque- 
lla isla y en Joló el nombre de moro. 

Mientras les estudios filológicos, no logren resolver el 
problema de los idiomas filipinos, no podrá la etnología 
descubrir de un modo cierto el origen de esos pueblos. 

Por eso urge emprender investigaciones que Heven á 
los hombres industriados en Rt lingüística hasta los pun- 
tos de donde derivan esos numerosos dialectos de las gen- 
tes idólatras del Archipiélago. 



ARTICULO TERCERO. 

g I. Pueblos cristianos de Luzon. — Atendiendo á consi- 
deraciones etnológicas, que más adelante encontrarán los 
lectores, hemos preferido incluir los habitantes del Ar- 



— 248- 
chipiéiago en dos grandes grupos, después de estudiar 
la raza aborigen, separada de ios otros pueblos por ca- 
racteres físicos bien determinados. 

Esta clasificación, que no tiene nada de científica, 
pues se funda sólo en el desarrollo intelectual de los pue- 
blos y en sus creencias religiosas, posee para nosotros la 
ventaja de dejar intacto el problema de las razas filipi- 
nas, para cuya solución no nos creemos con autoridad 
bastante. 

. Tal cotíio és, la creemos más práctica y verdadera, que 
las que se fundan en investigaciones y noticias por todo 
extremo deficientes ó equivocadas. 

Por otra parte, la influencia de la religión verdadera 
ha sido de tal suerte poderosa, que llegó á determinar 
diferencias esenciales en los caracteres morales é intelec- 
tuales de los pueblos á ella sometidos, y cambiando las 
costumbres/ desarraigando vicios y llevando á los espíri- 
tus las luces del progreso, separó por modo notable las 
familias convertidas de las salvajes. 

Estudiados ya, en las paginas anteriores, los pueblos 
infieles, varaos á trazar los rasgos característicos de la po- 
blación cristiana, sometida realmente al poder de España, 
bajo cuya bandera viven y encuentran amparo las diver- 
sas tribus. 

En los tiempos de Legaspí, cuando todavía el catoli- 
cismo no había estendido mucho sus doctrinas entre las 
gentes del Archipiélago, y éstas se confundían todas en 
grupos no bien determinados* los espafioles de la conquista 
dieron á los aetas el nombre de negritos y á las tribus par- 
das el de indio*. Con éstas denominaciones se citan en las 
antiguas crónica^ y todavía esos nombres son los usados 
generalmente. # 



— 249 — 

Claro es que la palabra indio no puede considerarse la 
más propia para denominar á estos seres; pero la influen- 
cia de la costumbre hace ya imposible su variación, y de 
otra parte, no encontramos motivo para las censuras que 
algunos se creyeron obligados á dirigir á historiadores y 
cronistas de otras épocas. 

Más fuera de lugar nos parece otra que sirve hoy para 
calificar á los filipinos cristianos, y separarlos de los in- 
fieles. No vemos, en efecto, propio ni correcto, llamar tn- 
digenas á los primeros exclusivamente, y no á los segun- 
dos, que lo son también desde el momento en que nacie- 
ron en el país. Ni podemos, por esto, admitir esas divi- 
siones que se ven consignadas en algunos libros donde 
se habla de razas indígenas, razas negras, y razas ma- 
layas. 

Los indígenas son todos. los naturales del país, y de 
este modo debemos entenderlo.. Pero como no existe una 
denominación común á todos los pueblos cristianos, pre- 
ciso es, cuando de estudiarlos se trata, aceptar la que hoy 
se encuentra más admitida. • 

En la isla de Luzon se hallan distribuidas las tribus 
cristianas en las costas y en ol interior, ocupando la ma- 
yor parte de su área. 

Reciben en el país denominaciones varias, según la 
provincia que habitan y el dialecto que les es propio. 

Las diferencias lingüísticas no están siempre relacio- 
cionadas con otros caracteres étnicos, y por eso no pueden 
considerarse como castas distintas algunas que poseyendo 
idiomas diferentes, tienen caracteres físicos completamente 
iguales. 

Con el fíombre de tagaUs son conocidos los indígenas 

de las provincias cercanas á Manila. La voz tagalog com- 

33 



— 250 - 

prende todo lo relativo á ese grupo de población, que 
es el más civilizado del Archipiélago, y que posee uno 
de los idiomas más antiguos, en el que toman su origen 
numerosos dialectos. 

Al Sur de la isla viven los bicoles, que como veremos 
más adelante ofrecen rasgos físicos nada semejantes á 
otros pueblos de Luzon; en el Norte se encuentran los 
ilocanos é ibanás que habitan en las provincias de ambas 
costas; y et} la región occidental y centro de la isla es- 
tán los zambales, pangasinanes y pampangcs. 

Todas éstas gentes forman ese conjunto heterogéneo, 
en el cual no es posible encontrar un tipo único. 

Costumbres, caracteres físicos, y prendas morales, todo 
revela la diversidad de origen de esos hombres, q*ue como 
los infieles que viven en los montes, son producto de in- 
numerables cruzamientos. 

En ellos dominan, sin embargo, rasgos generales en 
los que se pueden encontrar analogías con otros pueblos, 
que no son exclusivamente, como pretenden los autores, 
aquellos que desde Sumatra y # Malaca llevaron su poder á 
gran parte de las tierras oceánicas. 

g. II. Caracteres físicos. — Las descripciones que acerca 
de los indígenas del tiempo de la conquista hallamos en 
las antiguas crónicas, convienen en presentar á los pri- 
meros sometidos como hombres de regular estatura, color 
pardo amarillento, nariz chata y pelo lacio. 

Los actuales habitantes de las provincias de Luzon 
ofrecen todos los caracteres del temperamento linfático 
más graduado. Las influencias climatológicas, de una par- 
te, y las costumbres dominantes, por otra, son elementos 
abonadísimos que favorecen el predominio de aquel sis- 
tema . y la génesis de todas las afecciones con él reía- 



— 25Í — 

Clonadas. El aparato hepático adquiere también gran des- 
arrollo, y así se explica [a frecuencia de inflamaciones y 
otras enfermedades gastro-hepáticas. No ocurre lo mismo 
con el sistema nervoso, que contra lo m que aseguran al- 
gunos, da muestras de su normalidad en el organismo del 
indígena. El natural apático, y á las veces indolente, de 
estos seres, su escasa impresionabilidad, y el carácter adi- 
námico que aparece siempre en los cuadros patológicos, 
revelan mas bien que no es el nervioso elemento predo- 
minante en estos organismos. No hemos visito tampoco 
comprobado el aserto de Codorniú, que se refiere á la fre- 
cuencia de las complicaciones atáxicas; y respecto al té- 
tanos podemos asegurar que las estadísticas de la última 
campaña de Jo!ó revelan la poca importancia de esa temi- 
ble enfermedad que sólo atacó á un pequeño número de 
heridos indígenas. No queremos decir con esto, que el 
sistema nervioso sea deficiente en todas sus manifestacio- 
nes; si no demostrar que se halla supeditado á otros ele- 
mentos orgáüicos. Por lo demás las sensaciones fisiológi- 
cas son activas, y los sentidos de la vista y del olfato 
están dotados de esquisita sensibilidad. Los músculos ad 1 
quieren mediano desarrollo, y sorprende, en verdad, la 
fuerza de estos órganos, muy superior, como después ve- 
remos, á la de otras razas en que aquellos presentan ro- 
bustez completa. 

Resultante de esos diversos sistemas y de su espe- 
cial desenvolvimiento, es una constitución orgánica que 
sin ser débil, no alcanza el vigor de la propia á otras 
castas. Si en apariencia los indígenas presentan signos 
de buena organización, pronto sa ve la escasa resisten- 
cia de sus fuerzas vitales, y la facilidad con que las cau- 
sas nosogénicas hacen presa en esos seres sometidos á la 



— 252— 
influencia de un clima rigoroso. Buena prueba de ello 
es también el carácter adinámico de las enfermedades, 
y la escasa reacción que en éstas desenvuelve la natu- 
raleza. * * 

Las condiciones fisiológicas que acabamos de enume- 
rar, no son las más abonadas para que encontremos en 
los indígenas seres perfectamente desarrollados. Y si, por 
otra parte, atendemos al influjo de las costumbres, á la 
vida sedentaria, á la herencia, á las uniones prematuras, 
y á otra multitud de circunstancias, todavía nos extra- 
ñará que la conformación de los indios no sea mas de- 
fectuosa. Porque es preciso observar, que las noticias que 
acerca de este punto han dado varios escritores no son 
rigorosamente exactas. Si para estudiar á los individuos 
de esa raza, acudimos, como han hecho algunos, á las 
filas del ejército, seguramente los resultados hablarán muy 
en contra de las condiciones físicas del indígena. Pero 
hay que tener presente que en Filipinas, por la corta 
edad en que se verifican los reclutamientos, por el vi- 
cioso sistema que rige el ingreso de los mozos, y por la 
vida del soldado, éste, lejos de ser modelo de robustez, se 
nos ofrece como la parte más débil de la población. Por 
eso si con referencia al ejército son aceptables las noti- 
cias de estimables profesores, ellas no pueden aplicarse á 
la raza toda. 

En general los habitantes de Luzon se hallan regu- 
larmente desarrollados; de modo que las diversas par- 
tes del cuerpo guardan cierta armonía, mucho más no- 
table en las mujeres. Debe advertirse, sin embargo, que 
existe siempre un ligero predominio del tronco y las ex- 
tremidades superiores sobre las inferiores. Además la am- 
plitud del tórax es deficiente y quizás esta circunstan- 



— 253 — 
cía marque más que ninguna la inferioridad física de los 
filipinos. 

Los numerosos datos que hemos adquirido en diferen- 
tes épocas nos dan á conocer las particularidades que 
ofrece la estatura de los indios. Comparando las cifras me- 
dias correspondientes á la talla de doscientos individuos, 
cuya edad variaba entre siete y diez años, encontramos 
una notable desproporción al relacionarlas con las corres- 
pondientes á seres en que había terminado el crecimiento. 
La. talla media en esos doscientos niños era de r248 ra , 
cifra que según las leyes del desarrollo fisiológico cor- 
responde á una talla muy superior á la media de i'59't 
que hemos recogido en cuatrocientos adultos. Esta cir- 
cunstancia, no apuntada hasta ahora, indica claramente 
la deficiencia de las fuerzas vitales, que después de los 
primeros años no ayudan al crecimiento natural del or- 
ganismo. Comparando la estatura de las mujeres con la 
de los hombres, aparecen ambas casi en los mismos tér- 
minos. Las. medidas parciales del cuerpo revelan la des- 
proporción ya indicada entre las dos mitades del cuerpo, 
originada por la escasa longitud de las piernas. En las 
dimensiones de la mano y del pié se nota un desarrollo 
extraordinario. 

En el tórax hemos encontrado un perímetro de 77. c 
que se refiere á observaciones hechas en individuos de 
buena conformación (*). 

La fuerza muscular es superior á lo que hace esperar 
el desarrollo físico, y en cien individuos señaló la aguja 
del dinamómetro 56'8 kil. 



(t) Dificultades materiales nos han impedido recojer noticias exac- 
tas acerca del peso del cuerpo. 



— 254 — 

A los caracteres fisiológicos que dejamos apuntados, se 
unen rasgos físicos exteriores que no son tan permanen- 
tes y uniformes como aquellos, antes bien ofrecen varia- 
ciones notables, según ahora veremos. 

La piel, poco áspera y gruesa, no presenta una colo- 
ración uniforme en los distintos individuos, pues si en 
general es moreno-cobriza, ofrece tonos y matices ^va- 
rios, desde el rojo oscuro de algunos polinesios, hasta 
el amarillo claro de los pueblos asiáticos. El color es más 
pardo en los habitantes del Norte de la isla, que en los 
bicoles que viven en el Sur. El tono oscuro domina en 
las mujeres, y se advierte que es propio de los seres más 
robustos y mejor conformados. 

Cubre la cabeza un pelo negro, grueso, recto y ex- 
tremamente fuerte y largo; la cabellera de las tagalas 
llama la atención por su abundancia y longitud, y cuando 
cae suelta, forma sobre el cuerpo un expléndido manto 
cuya hermosura ostentan las indias con orgullo. En el 
resto de la piel se nota la falta de vello, y por excep- 
ción se ven algunos hombres # con señales de barba. 

La medida de treinta cráneos de tagalos, nos ha dado 
un índice cefálico variable entre 79'15 y 83. Nada hemos 
visto de notable en esas cabezas; ni aplastamiento parietal 
ni occipital. 

La cara es, generalmente, ancha, y en ella se advierte 
desde luego, el gran desarrollo de los arcos zigomátícos 
que dan una anchura máxima de 136 rail . Los maxila- 
res superiores son muy prominentes, y contribuyen al 
ensanchamiento de la cara. En cuarenta y cinco cabe- 
zas estudiadas por nosotros, hemos hallado un índice 
orbitario próximo á 92; pudiendo, por esto, considerar 
á los indios entre los megasemos de Broca. La nariz se 



—255 — 

presenta con formas muy varias en los distintos indi- 
viduos. Si es cierto, que en general esta parte del rostro 
ofrece escasa longitud, sus distintas regiones no se ha- 
llan igualmente conformadas. En muchos la nariz es an- 
cha, corta, y notablemente aplastada en todo su exten- 
sión; en otros se halla muy deprimida* en la raiz, y á 
veces se observa un ensanchamiento exajerado en la base; 
no siendo raro ver la nariz recta que nos recuerda el 
tipo americano- La frente es grande, ancha y plana, mar- 
cándose poco las elevaciones frontales; los arcos super- 
ciliares están más desarrollados que en la raza malaya. 
Aunque proñatos, no llegan al grado de otros habitan- 
tes de la Oceanía, pues nunca dan un índice mayor de 
68'30. A semejanza de los chinos tienen el pabellón de la 
oreja muy separado de la cabeza. Los ojos son negros 
y grandes, presentando á veces una ligera oblicuidad. 
Poseen una dentadura fuerte y hermosa en los primeros 
años, que bajo la acción del buyo pierde aquellas cua- 
lidades. 

Las líffeas generales del cuerpo ofrecen una traza más 
correcta que en los malayos, y el desarrollo del tejido ce- 
lular sub-cutáneo, da á las mujeres formas de una es- 
beltez comparable á la de algunas europeas. 

Debe advertirse la superioridad física de la mujer en 
esta raza, y relacionarla con la supremacía que el sexo 
débil alcanza en Filipinas. Y esto á pesar de la influencia 
de causas fisiológicas y morales, poco abonadas para ese 
mayor desarrollo. 

La época de la menopausia comienza entre los doce 
y trece años, y termina á los cuarenta y cinco ó cin- 
cuenta. Las reglas son abundantes, y la mujer siente mu- 
cho el efecto de esas perdidas. Son las indias sumamente 



— 256 — 

fecundas, soportan bien las fatigas del parto, y los naci- 
mientos de gemelos no son raros. 

Los caracteres físicos ofrecen modificaciones esencia- 
les en algunos pueblos de Luzon. Los habitantes de llo- 
cos son en general mejor conformados, aunque su talla 
no supera á la de los tagalos. El ibaná de Cagayan y 
Nueva- Vizcaya es de color mas claro, poco robusto, y su 
cara ofrece un aspecto distinto, por la menor separación de 
los pómulos, el desarrollo de la nariz, y el escaso prog- 
natismo. En las provincias del Sur, viven los bicoles, de 
cráneo ancho, que presenta algún aplastamiento occipital; 
frente deprimida; pómulos salientes; ojos oblicuos; labios 
gruesos; y piel amarilla. 

Todavía dentro de esas formas generales se ven infi- 
nitas modificaciones que dan á estos pueblos una admira- 
ble variedad, y revelan las diferencias de origen. 

£• III. Costumbres y usos. — Antes de hacer un es- 
tudio completo de las condiciones morales de los indios 
cristianos de Luzon, y de sus actuales costumbres, y con 
objeto de que los lectores puedan apreciar la^nfluencia 
de ciertos modificadores, creemos oportuno, ya que este 
punto encierra importancia capital, copiar á. continuación 
las noticias que acerca de los usos dominantes en tiempos 
pasados da un discreto cronista religioso, que en sus obras 
se muestra gran conocedor de esas gentes. 

«La vida de los indios — dice el P. Concepción ( x ) — 
es trabajosa y dura; es cierto que son flojos en el tra- 
bajo, pero á los que se aplican no les producen mucho 



(1) Historia general de Filipinas por el P, Juan de la Concep- 
ción, Agustino Recoleto. Manila 1788. Hemos variado la ortografía del 
lexto, para hacer más clara la lectura. 



— 257 — 
caudal; en sus casas, muebles, vestidos y comidas toda res- 
pira pobreza; tiónense por felices cuando á un poco de 
arroz, cocido en agua sola, pueden juntar algún pedazo 
de carne, 6 algún pescadillo maí asado y mal guisado; lo 
más coman es raices ó verduras cocidas en agua y sal* 
Los buenos cazadores matan algunos venados ó puercos 
de monte, que se reparten entre muchos, y poco les cabe; 
en algunas partes que es más abundante la caza hacen 
tasajos que venden á buenos precios: hacen vino de los 
tallos de las palmas que habían de producir fruto; desti- 
lan un licor que antes que se fermente es fresco y agra- 
dable; fermenta, y avinagrado se destila en alambiques, 
se hace un aguardiente más ó menos fuerte, como quiere 
el que Jo maneja; son los hombres medianos artífices, pin- 
tores, escultores, y plateros: á todos oficios mecánicos se 
acomodan, y medianamente los imitan; no es mucha su 
aplicación en perfeccionarse, ni usan ó no tienen como- 
didad de instrumentos proporcionados, más que los pre- 
cisos y necesarios, tan toscos é improporcionados, que 
admira, aún en su imperfección, lo que trabajan: los 
que logran la dirección de algún maestro europeo se aco- 
modan á sus herramientas y producen labores mejores: 
es de admirar por cierto que un indio rudo sea cons- 
tructor de navios, sin mas instrucción que unos toscos 
rudimentos para entender la formación de los planos, y 
sacan con tanta perfección embarcaciones de todo género, 
según se les presentan los dibujos, que son á todos los 
inteligentes de pasmo: un indio construyó el navio San 
Jo&é, que actualmente sirve en esta carrera de Nueva- 
España, que es aplaudido de cuantos le han visto y na- 
vegan en él. Son aficionados á tocar instrumentos, y los 
tañen medianamente, especialmente el violin que es al que 



—258 — 
más se aplican; pero como son leves sus principios en la 
música m se perfee*yonan en sus notas, y en el compás 
es el mayor defacto; carecen también de estilo, y aunque 
las sonatas son buenas, felta en su manejo lo armonioso; 
Iqs aldeanos y montañeses se aplican á la agricultura, y 
los de las playas juntan también á este ejercicio el de la 
pesca: por lo general son activos para emprender, y de 
bastante valor para no acobardarse en los peligros de la 
mar, antes bien se nota mucho de temeridad en ellos: son 
buenos marineros, ágiles en el manejo de cabos y velas: 
las mujeres gustan estar ocupadas, trabajan en telas, en 
hacer encajes y en bordar, y si se les diese hilo fino 
y dibujo creo podrían competir con cualquiera Nación 
en este negocio de labores; son de mucha modestia, y 
naturalmente inclinadas á la devoción y piedad. Es muy 
regular la disolución en estas Islas; tiene sus más y sus 
menos, según los tiempos, y conforme es la aplicación 
y celo de gobernadores; es en algunas ocasiones con tanta 
libertad como si no hubiera superiores leyes: la falacia 
en el trato y comercio, los tfdios comunes y particulares 
trascendiendo á todo género de personas, son fomentos 
de la ruina: la sensualidad es como vicio dominante; tan 
universal en los dos sexos, que abrasan la región en lla- 
mas copcupiscibles: los juegos públicos son sin escarmien- 
to, consúmense en ellos casas y familias, en que se ad- 
miten mujeres por obligaciones, sobre cuyo exceso siendo 
tan suaves las leyes en multas pecuniarias, no se ven 
estos leves castigos, sino es en casos muy raros: no han 
penetrado estos vicios en las provincias.» 

Las anteriores apreciaciones, que se refieren á los hom- 
bres del siglo pasado, son en gran parte exactas y re- 
velan el espíritu de observación del ilustre Recoleto, ENas, 



— 250 — 

con ligeras diferencias, pueden aplicarse á tos que hoy 
viven en la isla, y pintan con veladeros colores los ras- 
gos culminantes de ese pueblo de niños grandes. 

No entendemos la dificultad qoe los autores encuen- 
tran para describir fielmente el carácter del indígena, ni 
vemos esas contradicciones en el modo de ser de gentes 
que, por et contrario, muestran con claridad sus malas y 
sus fooenas dotes. 

Hemos calificado al indígena de niño grande, y en efecto, 
nada tan gráfico para representarle, según hemos de ver 
ahora. 

Se ha hablado nuicho de la pereza tradicional de ios 
filipinos, y preciso es reeonocer que en ese concepto hay 
algo de exajerado. Si en el campo no es productivo su 
trabajo, débese á la poca afición que sienteti á las faenas 
agrícolas; pero obsérvese al indio en la ciudad, dedicado 
á las diversas artes' é industrias r á las tareas* domésticas, 
á los rudos trabajos á la intemperie, y convendremos en 
que no es tan perezoso el hombre qt*e sometido á una 
altísima temperatura, á nnS atmósfera enervante, y man- 
tenido con unos puñados de arroz, trabaja ocho ó diez 
horas diarias, con calma, pero sin mostrar cansancio ni 
fatiga. Si el indio salvaje de otros tiempos y el que hoy 
vive en los campos, muéstranse de natural apático é ín- 
dolente, esas cualidades han ido modificándose en los ha- 
bitantes de las ciudades, hasta el punto que permiten las 
condiciones de organización y las climatológicas. 

Cuanto á sus dotes intelectuales, hállanse también in- 
fluidas por el medio en que viven. Si las sensaciones s<mi 
activas, y á las- veces dan origen á raptos de furor, éstos pa- 
san pronto, y vuelve á renacer esa apatía de las facultades 
psíquicas, bastante más graduada q«e la de las orgánicas. 



— 260 — 

El filipino es más inteligente que los naturales de 
otros pueblos oceánicos;^pero, sin embargo, escepto la me- 
moria, todas sus facultades aparecen deficientes. Si para 
las tareas serias y los profundos trabajos intelectuales no 
tiene especiales aptitudes, se muestra diestro en el ejer- 
cicio de varias artes é industrias. La música es una de 
sus más grandes aficiones, y la cultiva con éxito, dada 
la escasez de los elementos de enseñanza que forman el 
gusto y corrigen los defectos de una ejecución espontá- 
nea. No son en los indios tan felices como generalmente 
se cree sus disposiciones para la pintura, y sin contar 
muy raros ejemplos, no hemos visto en este punto nada 
que indique adelanto ni mérito. En las artes mecánicas 
son muy hábiles; hacen buenos trabajos de platería; ta- 
llan la madera de un modo admirable; y puede asegu- 
rarse que llevados á los talleres de Europa rivalizarían 
con nuestros mejores artífices. En general se muestran 
bien industriados en todos los trabajos manuales; y en 
los de imitación no tienen semejante. 

Es notable también la habilidad de las mujeres en el 
comercio en pequeña escala, con toda clase de objetos 
y primeras materias; no siendo raro encontrar modestas 
fortunas que tuvieron por base el producto de reducidas 
industrias. 

El indio, como todo ser de raza inferior, es descon- 
fiado y amigo de cobrar su trabajo antes de prestarlo; 
la ingratitud es en él muestra del poco aprecio en que 
tiene los servicios de otros hombres; es crédulo y supers- 
ticioso, y dado á toda clase de manifestaciones pueriles. 

Uno de sus mayores goces consiste en hacer apara- 
toso alarde de autoridad, y cuando no puede ostentar 
ésta legítimamente, se complace en usar en ciertos actos 



—sel- 
los vestidos é insignias de altos cargos. Con la misma se- 
riedad eco que un «iño luce en España el uniforme de 
cadete ó de marino, pasean los indígenas el traje de co- 
ronel, ó el hábito de una orden religiosa. 

En sus fiestas se muestran expléndidos y derrochado- 
res, pero en estas cualidades entra por mucho la vani- 
dad, que es uno de los rasgos dominantes de su carácter. 

Su afición á las fiestas es extremada, y durante se* 
manas enteras se entregan á las delicias de la música, 
los fuegos artificiales, y la gallera, que constituyen el ali- 
ciente mayor de todas las diversiones. 

El gallo es su animal favorito, y lo explotan admi- 
rablemente en las peleas que sirven de pretexto para ga- 
nar ó perder cuanto tienen á mano. Tampoco le disgus- 
tan otros juegos; y los de azar, las rifas, y la lotería tie- 
nen para ellos singular atractivo. 

Aunque aficionados al uso de vinos y licores, no es 
la embriaguez vicio dominante en estos pueblos, que en 
la comida se muestran extremamente sobrios. Sus man- 
jares predilectos son el arfoz, las frutas, y el pescado, 
del que hacen un gran consumo. Estos alimentos influ- 
yen en las condiciones orgánicas, y son. causa de enfer- 
medades cutáneas que con frecuencia padecen. 

La curiosidad les domina hasta el punto de hacerles 
olvidar sus deberes y las conveniencias todas, por ente- 
rarse de cosas que en nada les conciernen. Atentos siem- 
pre á las conversaciones de sus amos, los criados las co- 
mentan luego en la cocina, que es el casino de la ser- 
vidumbre de este país. Los actos más insignificantes del 
europeo fijan su atención y les dan motivo para origi- 
nales censuras. 

El clima de Filipinas, la hermosura del cielo, las be~ 



— 262 — 

Ilezas de una riquísima vegetación, y la libertad de las 
costumbres, circunstancias son que influyen poderosamente 
sobre las manifestaciones de los instintos genésicos. Y, 
sin embargo, no pueden calificarse de lujuriosas estas 
gentes, que sin ser esclavas de las leyes del pudor y 
de la castidad, distan mucho de parecerse á otras razas 
oceánicas en que el vicio reviste espantables proporcio- 
nes. Ni se ven en el Archipiélago esos monstruosos es- 
cesos de un desenfrenado libertinaje, ni esas uniones en- 
tre niños de ocho ó nueve años, ni esas sociedades que 
en la Polinesia son una mancha del linaje humano. 

Cierto que los instintos genésicos se manifiestan como 
elemento importante en las costumbres, pero sin pasar los 
límites de un vicio que no domina la organización ni la 
familia. Si se tienen en cuenta las circunstancias antes 
apuntadas, la influencia de un clima tropical; la senci- 
llez de los usos de una vida en que el hogar, la comi- 
da, todo es común, no puede sorprender á nadie que se 
infrinjan con más frecuencia que en los países europeos 
las leyes del pudor. Pero, pcfr otra parte, debe adver- 
tirse cierto recato instintivo que aparta al indígena de 
los escándalos de una vida relajada. La sobriedad en las 
comidas, y el influjo de la religión, son los agentes que 
en primer término contribuyeron á desterrar de estos na 
turales las prácticas y usos licenciosos que hoy todavía 
imperan en casi toda la Oceanía. 

Merece señalarse también otro rasgo que hace á los 
filipinos superiores á muchos pueblos asiáticos y mala- 
yos. En ellos el amor paternal es uno de los sentimien- 
tos dominadores del espíritu, y el padre y la madre atien- 
den con cariñosa solicitud al pequeño ser á quien rodean 
de todo género de cuidados. 



— 263 — 

Soa aficionados á la vida doméstica, y la familia goza 
todos los privilegios que ea los países más cultos. 

Poco extremados en las manifestaciones del placer y 
del dolor, se ha creído qi*e eraa indiferentes á los varios 
acaecimientos de la vida, siendo lo cierto que su espí- 
ritu se afecta con facilidad, si bien pasajeramente. Su- 
fridos para los dolores físicos, no se aterran á la idea 
* de la muerte, y esperan su fin con perfecta tranquilidad. 

Los más espantables fenómenos de la naturaleza no 
logran arrancar al indígena una sola exclamación. Única- 
mente el terremoto le da pavor extremado, y cuando siente 
moverse el suelo bajo sus pies corre presuroso, como im- 
pulsado por enérgica corriente eléctrica, sin encontrar se- 
guro refugio contra el cataclismo de que se cree víctima. 
Semblantes lívidos, ojos atónitos, actitudes violentas, si- 
lencio aterrador, todo eso observar^ en Filipinas el que 
visite una ciudad momentos después de ese fenómeno geo- 
lógico. El espíritu más sereno se conmueve á la vista de 
uno de esos cuadros, y entonces se comprende la fatal 
influencia que sobre la salud pública ejercen las grandes 
catástrofes. 

Hospitalarios por instinto, no dan importancia á cier- 
tas prácticas de otros pueblos, encontrando muy natural 
que el que tiene casa y comida ponga ambas cosas á dis- 
posición del necesitado. 

Con un fondo supersticioso, que se revela bien en to- 
das sus prácticas, siguen con fé las enseñanzas del cato- 
licismo, y creen sinceramente en los preceptos de la Igle- 
sia. Se ha negado por muchos esta cualidad, por no te- 
ner en cuenta que las creencias de un pueblo, relativa- 
mente atrasado, no pueden mostrarse de otro modo que 
rodeadas de prácticas sencillas y si se quiere pueriles. 



Pretender que gentes que dan los primeros pasos en el 
camino de la civilización se revelen en sus actos religio- 
sos, severas, ilustradas y verdaderamente pensadoras, es 
cosa por todo extremo absurda. 

La ambición domina poco á estos naturales, que age- 
nos á los cuidados que tanto preocupan á otros hombres, 
viven satisfechos en el medio en que nacieron. Su afi- 
ción á las letras es bien escasa, y puede asegurarse que 
la curiosidad es parte principalísima en los cortos estu- 
dios que emprenden. Dados á todo trabajo que hiera vi- 
vamente el espíritu, rehuyen aquellos otros que exijen 
reflexión y juicio. Se muestran envidiosos de nuestros 
pintores ó músicos famosos, pero jamás de los hombres 
que cultivan las ciencias. 

En sus enfermedades prefieren los auxilios de curan- 
deros que emplean medios disparatados y peligrosos, unas 
veces, y plantas del país, realmente eficaces, otras. Las 
comadronas, especialmente, ejecutan verdaderas atrocida- 
des, y es extraño que en este punto no se haya logrado 
la total desaparición de prácticas tan bárbaras como las 
que tienen por objeto impedir la influencia del Patianac, 
y otras análogas ( x ). 

Como todos los habitantes de los países orientales, 
son partidarios de la autonomía en los trabajos, y no se- 
ría difícil registrar aquí casos parecidos á los que cita 
en su libro de viajes á China un ilustre diplomático es- 
pañol. 

Debe notarse una particularidad que llama la aten- 



'■H En algunas provincias creen que los partos difíciles son oca- 
sionados por el Patianac, especie de serpiente que lleva su lengua 
hasta la matriz é impide la salida de la criatura. Para evitar esto, re- 
curren á medios repugnantes y crueles. 



- 265 - 

ción en Filipinas, y confirma Jas curiosas observaciones 
leídas hace poco tiempo en la Sociedad Biológica de París. 
Nos referimos á la tendencia de estos naturales á cami- 
nar por la izquierda de una senda cualquiera. Todo el 
que haya atravesado á pié las calles de Manila, habrá te- 
nido ocasión de notar que el indio no cede jamás la 
acera cuando sigue el lado izquierdo; hecho que com- 
prueba los citados por el Dr. Delaunay, cuando sostiene 
que los individuos procedentes de variadas razas inferio- 
res, muestran inclinación marcada á marchar siempre por 
el lado izquierdo. 

La criminalidad es en Filipinas muy inferior á la de 
casi todos los países europeos. En prueba de ésto nos 
bastará consignar aquí, que según las estadísticas oficia- 
les, en el año 1883 se despacharon en la Audiencia de 
las Islas 5608 negocios criminales, en los que aparecían 
complicados 5718 reos, de los cuales 2725 no sabían leer 
ni escribir. Los delitos que figuran en mayor proporción 
son los de atentados contra la propiedad, hallándose en 
término muy secundario los dirigidos contra la honesti- 
dad. Entre esos 5718 reos hay 214 mujeres, número exi- 
guo comparado con el total. 

Resumiendo: los pueblos católicos de Luzon, qne físi- 
camente se diferencian muy poco de los mestizos infie- 
les, se distinguen de éstos por su cultura y por cualida- 
des morales que se han desarrollado bajo el influjo de la 
civilización cristiana, que hizo al indio más inteligente, 
inspirándole la idea de su valer como obra de un Ser 
Supremo; y enseñándole á estimarse á sí propio, ha cor- 
regido sus costumbres, ha modificado su carácter, y le 
ha inculcado hábitos de orden y de trabajo. Como re- 
sultado de tales enseñanzas el filipino es un hombre con 



— 266 — 
los vicios y defectos de todos ios hombres, pero adornado 
de cualidades estimables, que lo serán más el dia en que 
la instrucción pública salga del estado embrionario en 
que hoy se halla en el Archipiélago. 
* g. IV. Los visayas. — En las tierras que forman el 
grupo de islas situado entre Luzon y Mindanao, existe 
una población numerosa que convertida al cristianismo 
vá siguiendo el adelanto general del país, si bien con- 
serva mucho de antiguas prácticas supersticiosas. 

Conócense también los visayas con el nombre de pin- 
tados que les asignan varios historiadores filipinos, fun- 
dados en la creencia de que los primitivos habitantes de 
esas tierras tenían la costumbre de pintarse la piel ha- 
ciendo en ella variados dibujos. 

Este supuesto no se halla, á nuestro juicio, suficien- 
temente probado. En las provincias de Visayas no se 
guarda memoria de tal práctica, y el aserto de Morga no 
tiene en su favor una sola prueba fehaciente, pues sólo 
se apoya en relatos de. antiguos cronistas. Pero si recor- 
damos que éstos han defendido igualmente la existencia 
de hombres- peces y otras monstruosidades semejantes, no 
concederemos gran valor á sus fabulosas descripciones. Ni 
están conformes, los que tal piensan, en los procedimien- 
tos de ejecución de ese tatuaje, ni en la extensión de tales 
prácticas. Creen unos que para éstas usaban unas púas de 
hierro con las que hendían la piel superficialmente para 
luego teñirla con diversas materias colorantes. Aseguran 
otros, que las líneas que marcaban el cuerpo de un modo 
indeleble se obtenían por medio del fuego. En unas obras 
se hace general ese sistema á todas las islas de Visayas; 
y en otras se limita su práctica á los habitantes de la pro- 
vincia de Negros. 



— 567 — 

De todos modos no puede admitirse, sin otros datos, 
la existencia de esos procedimientos como propios y ex- 
clusivos de un pueblo determinado; otros caracteres po- 
seen los visayas, que establecen diferencias más reales y 
científicas. 

Desde luego llama la atención la uniformidad del tipo 
orgánico, que no presenta esas modificaciones tan mani- 
fiestas en los habitantes de Luzon. Esta circunstancia, 
apreciada por Jagor en las provincias de Samar y Leyte, 
se comprueba en los demás pueblos, de un modo facilí- 
simo. Las medidas craneométricas, la estructura de los 
órganos, y el aspecto exterior de estas gentes, guardan 
una semejanza y relación por todo extremo notables. No 
se ve en Visayas esa diversidad de tipos, que en otras 
tierras es tan marcada. El color de la piel es amarillo- 
rojizo, más claro que el de los tagalos; y el pelo, negro, 
pero no tan fuerte como ea éstos. Los ojos, pequeños y de 
mirada viva, presentan una ligerísima oblicuidad; la barba 
es poco saliente, y los pómulos regularmente pronunciados. 

El índice cefálico ha vSriado, en catorce cráneos, en- 
tre 80° y 01*10; son., por lo tanto, sub-braquieéfatos. Los 
parietales se encuentran algo aplastados lateralmente, y el 
frontal es casi plano. Los arcos zigooaáticos se encorvan 
mucho; te espina nasal anterior é inferior se halla poco 
marcada, lo mismo que el raentóa. El índice nasal nos 
dio una cifra media próxima á 52. La disposición de los 
arcos zigomáticos, da al rostro de los visayas una anchura 
mayor que la que le corresponde por los demás diáme- 
tros laterales, que no llegan á la longitud de los obser- 
vados en cabezas d^ Luzon. El índice orbitario se aproxi- 
ma al que hemos visto en los habitantes de esta última 
isla, y el diámetro bi-malar es algo menor. 



— 268 — 

El organismo, en general, se halla bien desarrollado, 
y es indudable la mayor robustez y el vigor de esta raza. 

En ella es aún más notable el predominio físico y mo- 
ral de la mujer, cuyas formas correctas y bien trazadas 
guardan una perfecta armonía. 

Son los visayas supersticiosos ó ignorantes; únicamente 
los que habitan en los grandes centros de población pue- 
den compararse á los tagalos, por su cultura é instruc- 
ción. Aun éstos, son más indolentes y menos industrio- 
sos que los de otras provincias del Archipiélago, y ma- 
nifiestan poca aptitud para las artes. 

Los que viven en los pueblos pequeños y en los cam- 
pos, se hallan en un lamentable atraso, que apenas les 
permite practicar debidamente las enseñanzas de la Igle- 
sia en cuyo seno han sido acogidos. En su ignorancia 
no entra el deseo de perseguir las ventajas del progreso, 
y pasan la vida entregados á la ociosidad más completa. 

La mujer es en ese pueblo el alma que imprime ca- 
rácter á la familia, y el verdadero jefe de ésta. A la apatía 
del hombre opónese la actividad, la maña, y el esfuerzo 
constante de la mujer, cuyas felices disposiciones para el 
comercio, y cuya habilidad para ciertas industrias son 
por todos reconocidas. 

Hemos vivido algunos años en esas provincias^ y tenido 
ocasión de comprobar que en la familia visaya no hay más 
autoridad que la de la mujer. Ella distribuye los traba- 
jos; ella los ejecuta; ella maneja los productos de aquellos; 
ella dispone en todo, y se hace obedecer sin vacilaciones. 

Resultado de ésto es la mayor bondad de los senti- 
mientos del pueblo, que en general muéstrase afable, cari- 
ñoso, hospitalario, y poco dado á riñas ni á violencias. 
Su trato revela también la influencia de la mujer, y su 



— 269 — 

religiosidad es extremada, aunque no les impide mante- 
ner vivas ridiculas supersticiones. 

La vida ociosa del hombre le hace aficionarse al juego 
y al vino. Estos vicios, el poco cuidado de su persona, 
su pereza, su corta instrucción, y sus inclinaciones á la 
vida nómada, hacen de los visayas seres inferiores á los 
tagalos, á quienes llevan marcadas ventajas físicas. 

g. V. Idiomas. — Con ser tan preciosos los datos que 
la antropología puede encontrar en ellos, poco se ha he- 
• cho hasta hoy para determinar el verdadero carácter de los 
dialectos filipinos. Desde muy antiguo se ha señalado la 
existencia de dos lenguas principales, la tagala y la vi- 
saya, que, en efecto, dominan en la mayor parte del Ar- 
chipiélago, ó, al menos, en las provincias civilizadas. Su- 
ponen muchos que los idiomas filipinos poseen los mis- 
mos elementos lingüísticos y mecanismo semejante al de 
los pueblos que se extiende desde Madagascar hasta las 
tierras oceánicas. Así lo asegura el ilustrado cronista P. 
Francisco de San Antonio, fundándose únicamente en la 
existencia de algunos vocablos comunes. Por razones idén- 
ticas se ha encontrado cierta afinidad entre los idiomas 
filipinos y los americanos. 

Generalmente se cree que la lengua malaya es la ma- 
triz de todas las que se hablan en las Islas. Se dice que 
la estructura, el alfabeto, y los distintos elementos que 
las constituyen no son propias, sino derivadas. Y á esta 
dependencia le dan tan gran valor, que, como sabremos 
luego, en ella fundan las relaciones íntimas que se su- 
pone existen entre los habitantes del Archipiélago y los 
de la Malasia. Veamos, pues, lo que acerca de este punto 
escribe un ilustradísimo dominico, verdadera autoridad en 
la materia, á cuyo estudio ha dedicado muchos años. 



— 270 — 

Hablando de la escritura propia da los tagalos, dice el R. 
P. Fr. Martínez Vigil: «Los cinco millones de habitantes 
que cubren este hermoso suelo hablan hoy mismo mul- 
titud de lenguajes propios, que no se hablan en ningún otro 
pais, por más que tengan algún punto de contacto con 
otras hablas de la Malasia, y aun palabras del chino, del 
persa, del árabe, del sánscrito, del telinga, y, como es 
claro, del español.» 

Y más adelante escribe: «Algún crítico cuyo Ensayo 
no ha llegado á publicarse, llama malayo al alfabeto ta- 
galo. Nada más inexacto, sin embargo Nosotros 

hemos comparado detenidamente ese alfabeto con treinta 
y siete alfabetos antiguos y modernos, pertenecientes en 
su mayoría á pueblos orientales, y lo hemos encontrado 
completamente distinto.» 

Las opiniones del P. Martínez Vigil, se hallan tam- 
bién robustecidas por las de célebres filólogos que separan 
los idiomas filipinos de otros que dominan en Oceanía. 

Resulta ciertamente probado que en las lenguas del 
Archipiélago hay voces malacas; pero también las hay 
americanas y chinas, sin que por ésto pueda decirse que 
el tagalo deriva de esos idiomas. 

Nosotros creemos que en estas provincias se habla 
un lenguaje propio, nacido en el contacto y relación de 
pueblos diversos que llevaron á las Islas elementos lingüís- 
ticos muy varios, relacionados después por modos que 
hoy no podemos conocer. 

Es decir, que no estamos lejos de ver en el tagalo, 
en el visayo y en los dialectos todos del Archipiélago, 
una lengua de transición, forma-da de elementos distintos en 
su origen, y acomodados y modificados luego par las ne- 
cesidades de los pueblos. 



— 271 — 

Tal hipótesis nos paraca, desde luego, más racional, 
que la que hace derivar del malayo tos dialectos filipinos. 

Respecto á los caracteres del anticuo idioma tagalo, 
nada mejor podemos decir que lo expuesto en un curioso 
trabajo filológico por el sabio religioso ya citado. 

«Las letras del alfabeto son diez y seis: tres voca- 
les y trece consonantes. De las tres vocales sólo la pri- 
mera tiene correspondencia exacta en español, y equivale 
á la á; la segunda, debía tener en un principio un so- 
nido medio y oscuro que participase de las dos vocales, 
lo cual es propio de tedas las lenguas menos cultas; hoy 
los indígenas representan esa vocal indistintamente con 
la é, ó con la í, y hacen lo propio en la pronunciación, 
diciendo unos capatid, y otros, de peor gusto á lo que 
parece, capated. El P. Hevia Campomanes, autor de una 
Gramática hispano tagala, publicada con grande aceptación 
en 1872, dice en su primera página, que un oído fino 
notará que la mayor parte de los tagalos hacen una es- 
pecie de diptongo entre la é y la i y entre la ó y la tí, di- 
fícil de ser imitado por los europeos. Deferimos con gusto á 
esta explicación de nuestro querido amigo, haciendo jus- 
ticia á su competencia gramatical y musical. Lo dicho con 
respecto á la segunda vocal tagala, entiéndese aplicado á 
la tercera, que representa las vocales ó y tí de nuestro 
alfabeto; hemos observado, sin embargo, que dan la pre- 
ferencia á la última de nuestras vocales en medio de dic- 
ción, y que pronuncian ó euando es final ó está dupli- 
cada, pero sin qne ésto constituya regla fija.» 

«Las trece consonantes se pronuncian como sus equi- 
valentes españolas, advirtiendo que la c tiene siempre el 
sonido de A, aun cuando tenga un puntito encima, ma- 
nifestando que hiere la é ó la i. La g siempre es suave, 



— 272 — 

y la h se pronuncia aspirada y gutural. Como se ve, los 
indios carecían de /*, y de ahí la confusión que aun hoy 
los rodea al tener que pronunciarla en las palabras de 
nuestra lengua, dándole comunmente el sonido de p. Aun- 
que carecían igualmente de f, daban sin embargo su pro- 
nunciación á la d, cuando se hallaba en medio de dicción, 
ó precedida de vocal, y fuera de estas circunstancias con- 
servaban para el mismo signo el sonido d. Hasta aquí he- 
naos indicado los elementos de la escritura de estos isle- 
ños: resta ahora exponer su ortografía. Por de pronto, 
conviene consignar que las trece consonantes tenían tam- 
bién sonido de vocal en la escritura, de manera que en 
medio ó fin de dicción no se hacía uso de estas últimas 
letras, ó á lo más se indicaban por medio de comas ó 
puntitos, á la manera de la escritura hebrea. Las con- 
sonantes no marcadas con ningún punto se suponían hi- 
riendo la primera vocal, á; las que tenían un punto en 
la parte superior, se pronunciaban como si hiriesen á la 
segunda vocal, y las que lo tenían en la parte inferior, 
como si después de ellas estuviera puesta la tercera y úl- 
tima de sus vocales. Otro de los caracteres de la orto- 
grafía tagala, muy en consonancia con lo que hoy mismo 
practican los indígenas en la conversación, era la supre- 
sión en la escritura de todas las consonantes finales de sí- 
laba, las que ellos suplían, con recomendable destreza, 
en la lectura. Y decimos en consonancia con lo que hoy 
practican, porque el indígena era amante de la simplifi- 
cación ortográfica, como lo es hoy de la sencillez en el 
vestido y en el habla: todos cuantos han observado sus 
conversaciones íntimas están de acuerdo en afirmar que 
prescinden completamente de las prescripciones gramatica- 
les, para hacer la conversación más rápida y breve, ha- 



— <273 — 

blando entre sí un tagalo bastante diferente del que usan 
cuando se dirigen al sacerdote español ó á otro europeo 
que conozca su lengua. Pues esto es precisamente lo que 
hacían en la escritura, si hemos de dar crédito á los his- 
toriadores contemporáneos. Para escribir por ejemplo: Ma- 
gandang arao pó que tiene catorce letras, contando por una 
sola la ng, y significa buenos dios, suprimían siete letras 
en la escritura. Esta supresión de consonantes era una ne- 
cesidad, toda vez que habían establecido el suponerlas 
siempre hiriendo á una vocal, y las que nos ocupan no 
herían á vocal ninguna, y su presencia en la escritura sólo 
servía de confusión. Pero es lo cierto que la lectura de 
manuscritos tagalos había de ser en extremo difícil, por- 
que la supresión de tantas consonantes implica un defecto 
capital en su escritura. Escribiendo, por ejemplo, la 6 y 
la t sin puntuación ninguna, podía leerse ba-ta, mucha- 
cho; ban-iá, intento; bá-tac, estirar; bantay, centinela; de 
manera que para leer con exactitud y comprender el sig- 
nificado de los signos, era fogzoso atender constantemente 
á los antecedentes y consiguientes y á otras circunstan- 
cias no siempre bastantes para evitar equívocos. Por eso 
decíamos hace poco que la supresión de tantas letras era 
como un carácter de la idiosincrasia de esta raza, porque 
nada más fácil que llevar el alfabeto que nos ocupa á una 
perfección relativamente completa, con solo escribir todas 
las vocales ó aumentar la puntuación de las consonantes. 
Los tagalos desconocían los signos ortográficos y sólo ha- 
cían uso de dos virgulitas paralelas y verticales á las lí- 
neas para separar y clistinguir los períodos.» 

A las observaciones anteriores sólo añadiremos que el 
tagalo, tenido por idioma rico y expresivo, es más no- 
table por la concisión de la frase, y por su extructura, 

36 



~ w ^ 
— 274 — 
que no carece de cierta elegancia agena á los dialectos 
oceánicos. Por lo demás, si abundante en palabras que 
sirven para expresar un mismo concepto, se nota en él 
la falta de otras muy necesarias en el trato de las gen- 
tes civilizadas. 

No es cierto que existan notables composiciones poé- 
ticas, escritas en ese idioma; hasta hoy, al menos, no 
se conocen más que trabajos bien poco felices. 

Si el tagalo domina en la mayor parte de las provin- 
cias de Luzon, no es único en esa isla, ni se extiende 
por las otras del Archipiélago. 

El visaya se habla en todas las tierras de este nom- 
bre, y en algunas de Mindanao, y puede asegurarse es 
el idioma más generalizado. Difiere mucho en su estruc- 
tura de los otros dialectos, y como el tagalo, posee ca- 
racteres propios, que en nada se asemejan al lenguaje de 
los malayos. Esto, no obstante, se encuentran en él pa- 
labras de otros idiomas, y así lo declara el P. Gaspar de 
San Agustín cuando dice qq£ usan los visayas « muchos 
vocablos que parece» indicar han venido de gentes su- 
periores.» 

Según las estadísticas oficiales más completas, se ha- 
blan en el Archipiélago treinta dialectos, además de los 
idiomas castellano, chino, y algunos polinésicos, que do- 
minan en limitadas comarcas. 

Los principales son los que siguen, usados por un 
número de habitantes superior á ciento noventa mil: 

Visayo 2.024,'409 habitantes. 

Tagalo " 1.216,508 » 

Cebuano .... 385,866 » 

Ilocano .... 354,378 » 



^ 



_ 275— 

Vicol 312,554 habitantes. 

Pangasinan . . . 263,000 » 
Pampango. . . . 193,423 » 

Respecto á las analogías de estas lenguas con otras de 
la Malasia, ya veremos en el siguiente capítulo que no 
tienen la representación etnológica que por muchos se les 
ha asignado. 



• 276 — 



CAPÍTULO SEGUNDO 

ETNOLOGÍA. 



ARTICULO ÚNICO. 

§. I. Distribución de las diversas razas. — Teniendo en 
cuenta observaciones que se relacionan con el origen va- 
rio y la heterogeneidad de los pueblos filipinos; en la im- 
posibilidad de asignar caracteres propios de una raza de- 
terminada, á gentes que son producto de múltiples cruza- 
mientos; sin datos bastantes para formar con aquellas un 
grupo etnológico que pudiera denominarse raza filipina; 
y obligados a clasificar de algún modo las diversas fami- 
lias, hemos creído más acertado incluir á éstas en las dos 
grandes agrupaciones ya estudiadas, que si no se diferen- 
cian siempre por caracteres físicos, hálhanse separadas por 
rasgos morales é intelectuales bastante marcados. 

De este modo dejamos a hombres de verdadera com- 
petencia, el clasificar científicamente las ¡numerables cas- 
tas que hoy constituyen la población del Archipiélago, 
cuya distribución geográfica vamos á indicar en este sitio, 
recogiendo los datos antes apuntados, y ampliándolos con- 
venientemente ( x ). 



(1) Dificultades materiales nos lian impedido publicar un mapa 
etnológico, donde se hallara gráficamente representada la distribución 
de las diversas razas. 



— 277 — 

El número de los aborígenes, que sólo viven hoy en 
la isla de Negros y en Luzon, ha disminuido considera- 
blemente en los últimos siglos. Los caracteres de las razas 
mestizas de Mindanao revelan su procedencia de gentes 
relacionadas con los negritos, y ésto y los restos encon- 
trados en la isla prueban que en ella vivieron antes los 
aetas. 

También parece indudable el paso de aquellos por las 
tierras de Cebú y otras de Visayas, donde los hallaron 
los conquistadores. Después fué disminuyendo la población 
autóchtona quedando reducida á las cifras actuales, muy 
inferiores á las que señalan esas estadísticas donde se cla- 
sifican como negros muchos infieles que no lo son. Según 
los datos oficiales recogidos en 1865, vivirían en Luzon 
13.272 aeías; y según Mallat hay en todo el Archipié- 
lago 25.000. Ambas cifras nos parecen inexactas, y te- 
niendo en cuenta las noticias recogidas en varias provin- 
cias, creemos que ese pueblo se compone de 16 á 18 mil 
individuos. No hay que olvidar que sólo incluimos en ese 
número los aeías de las islas citadas, únicos representan- 
tes, á nuestro juicio, de la raza aborigen, separada por 
marcadísimos rasgos físicos de los mamanuas, manobos, 
tagacaolos, y otros idólatras que viven en las principales 
tierras. 

Las pocas familias que hoy tienen su residencia en 
Negros, se hallan establecidas en un área muy extensa, 
que recorren en todas direcciones. 

Los aelas de Luzon tienen sus rancherías en la costa 
oriental, en una parte de la occidental, y en las comarcas 
montuosas del interior. En el Sur aparecen á veces algu- 
nas familias que prolongaron sus frecuentes escursiones 
hasta las provincias meridionales, sin establecerse en ellas. 



— 278 — 

No se encuentran hoy negritos en la casi desierta isla 
de Alabat, ni en los bosques que rodean el pueblo de 
Mauban, en Tayabas. Los habitantes de esas comarcas son 
balugas, que Semper confundió con los aetas. Para hallar 
las viviendas de los aborígenes hay que dirigirse hacia 
el Oeste y llegar á las últimas estribaciones de algunos 
montes de la provincia de Batangas. Desde allí se les ve 
en una parte de la costa occidental, ocupando las sierras 
de Mámeles, de Bataan; en las derivaciones de los mon- 
tes Cuadrado y Pinatubo, de Zambales; y en las cade- 
nas montuosas que se internan en el distrito de Tarlac. 
En la costa oriental habitan en las extensas cordilleras del 
Príncipe, Isabela y Cagayan, desde las inmediaciones del 
Caraba! lo de Baler hasta el extremo más septentrional de 
la última de esas provincias. De manera que los aetas, 
en su viaje de emigración han seguido las cadenas de 
montañas que corren próximas á ambas costas, refugián- 
dose en lo más escabroso de esos terrenos, donde hoy 
se hallan establecidos. m 

Las tribus mestizas infieles anteriormente descritas, 
viven en casi todas las provincias de las distintas islas. 
En Luzon ocupan las estribaciones de los Caraballos, prin- 
cipalmente las que corren al Norte y al Este. En la parte 
occidental llegan hasta las tierras más próximas á los pue- 
blos cristianos, y se las ve en los valles de Lepanto y 
Benguet. Su número es njenor en el Sur de la isla, y en 
las inmediaciones de las provincias que rodean la bahía 
de Manila. 

Los monteses de Visayas refúgianse en la cordillera cen- 
tral de Panay, en las derivaciones del monte Madiac, al 
Norte, y en las del Sausanun, al Sur. 

Hemos visto ya que los idólatras de Mindanao se ha- 



— 279 — 

Han en casi todas las tierras próximas á la costa, y en 
muchas del interior. Los moros recorren con frecuencia 
las playas meridionales; los mandayas y qianobos habitan 
en la región del Este, en las inmediaciones del seno de 
Davao, y en las comarcas limitadas de un lado por el 
Agusan, y de otro por la cordillera oriental. 

En las islas más pequeñas fijan los salvajes sus vivien- 
das en las tierras cercanas á grandes bosques, cuyos pro- 
ductos subvienen á sus primeras necesidades. 
. Mucho se ha discutido acerca de la exactitud de las 
cifras que pretenden señalar la densidad de esos distintos 
pueblos que viven independientes. 

Compréndese, desde luego, la poca confianza de unas 
estadísticas casi imaginarias, ya que se refieren á tribus 
salvajes, sin residencia única, sin verdadera organización, 
y aisladas casi totalmente del resto de los pueblos. 

Tomando por base datos anteriores al año 1850, fija 
Morata en su carta el número de infieles en 200.000 que 
viven en Luzon, y 800.000 «en Mindanao. La primera de 
esas cifras nos parece deficiente, y excesiva la última. 

Jagor hace una larga enumeración de Jas castas del 
Sur, que encontramos un tanto gratuita en lo relativo al 
detalle de las varias tribus. Según el profesor alemán los 
indígenas salvajes son 305.000, y los moros 236.000. La 
cifra total de 541.000 habitantes infieles, es para noso- 
tros la más aproximada á la verdad. El Sr. Vidal calcula 
en 80.000 los moros que habitan sólo en la cuenca del 
río Grande de Mindanao. 

Una ilustrada Revista de Manila publicó varios artículos 
muy razonados, y en ellos, refiriéndose á trabajos del año 
1872, y á noticias propias, se da á Luzon una suma de 
216.221 infieles, y á Mindanao y Visayas la de 200.000. 



— 280 — 

La estadística formada en 1876 por el Arzobispado 
de Manila, calcula que viven en las islas 602.853 infieles 
no sometidos; y en el informe publicado en 1878 por el 
Sr. Jimeno Agius se fija la suma de aquellos en 603.000. 

Repetimos que todos esos datos tienen mucho de gra- 
tuitos y carecen forzosamente de base sólida. En general, 
puede creerse que dadas las condiciones físicas de esas 
gentes, su atraso, su género de vida, las influencias dfc 
un clima húmedo, la insalubridad de las comarcas en 
que habitan, y sus escasos recursos, la población infiel 
no debe ser muy numerosa, y ha de ir, necesariamente, 
decreciendo. 

La distribución geográfica de los pueblos cristianos, 
nos presenta á éstos ocupando las comarcas más fértiles 
y salubres de las islas del Norte, de las Visayas, y una 
zona muy pequeña de las costas de Mindanao y de otras 
tierras. 

Los habitantes sometidos al dominio español, cuya ma- 
yor parte es católica, suman* un total de 5.567,665, se- 
gún los datos del Sr. Agius. En la estadística del Ar- 
zobispado, ya citada, se calcula ese número en 5.501,356. 

El escritor D. José F. del Pan, que tanta competen- 
cia posee en estos estudios, cree inexactas esas cifras, y 
fundándose en los resúmenes de los tributos pagados en 
1874, y estableciendo una razonada proporción entre esos 
padrones y el número de almas que cada tributo repre- 
senta, hace subir á 7.171,632 los indios que viven en el 
Archipiélago bajo el amparo de nuestra bandera. 

Sin entrar en consideraciones, agenas á los fines de 
esta obra, diremos que los cálculos del Sr. del Pan nos 
parecen atinados y razonables, como producto que son de 
prolijas investigaciones. 



— 281 — 

Respecto á la población específica, el Sr. Jimeno Agius 
da noticias detalladas, calculando que la mayor densidad 
se encuentra en la provincia de Manila donde viven 340 
habitantes por kilómetro cuadrado. Desde ese máximum 
se llega á la cifra de 1*2 por kilómetro, en los distritos 
de Bontoc y Lepanto. La densidad media calcúlase entre 
30 y 40 individuos en la extensión marcada. 

El aumento progresivo de la población filipina es in- 
dudable, por más que no sean verdaderos los términos que 
algunos autores dan á esa proporción creciente. Según 
las noticias de antiguas crónicas, existían en tiempos de 
la conquista 500-0000 indígenas; 1.00,0000 en 1735; y 
1.350,000 veinte años después. Nos parecen deficientes 
esas cifras, obtenidas en tiempos en que la estadística no 
se conocía en el Archipiélago. 

Las primeras listas de población que se publicaron 
con carácter oficial se hicieron en los primeros años de 
este siglo, y asignan á las Islas unos dos millones de 
almas. 

Otros trabajos verificados antes del año - 1840, no -ha- 
cen subir ese número á más de tres millones. Véase ahora, 
si es posible suponer un aumento de cuatro millones de 
habitantes en el trascurso de cuarenta años. 

Esos datos revelan sólo, el atraso de los trabajos es- 
tadísticos, y las dificultades con que en Filipinas luchan 
ciertas investigaciones. 

g. II. Relaciones élnicas de los pueblos filipinos. — Los 
términos del problema etnológico que á estos pueblos se 
refiere, hállanse todavía rodeados de sombras impenetra- 
bles á la mirada del antropólogo. Si de algún modo po- 
demos acercarnos al origen de las diversas razas filipinas, 

es conociendo los caracteres de éstas, v determinando por 

37 



— 282 — 

rigoroso método sus analogías con otras gentes. Única- 
mente así, lograremos explicar ciertos hechos, y vencer 
en alguna parte los obstáculos que se oponen á las in- 
vestigaciones del hombre de ciencia. 

Es preciso, además, desechar teorías impuestas por la 
rutina, y llegar á la realidad de sus términos, para ver 
lo que hay en ellos cierto, y lo que carece de funda- 
mento. 

Ignoramos el valor que se dará á nuestras opiniones, 
pero como al enunciarlas sólo pretendemos llamar la aten- 
ción acerca de hechos que otros hombres han de anali- 
zar, esperamos ver satisfechos nuestros deseos. 

Los datos que acerca de los pueblos filipinos dejamos 
apuntados, nos permiten asegurar, en primer término, que 
los negritos de Luzon, aborígenes del Archipiélago, perte- 
necen á una raza afine á las qué viven en Nueva-Guinea 
y algunos puntos de Australia. Así lo confirman, de una 
parte, los diámetros craneanos, y de otra, los demás ca- 
racteres físicos y etnológicos. 

No hallamos motivo para buscar la cuna de los aeias 
entre Jos pueblos del África meridional, como hacen va* 
rios autores; pues si la dolicocefália establece analogías 
entre esas gentes, sus costumbres y sus prácticas religio- 
sas no revelan comunidad de ningún género. 

Cuanto á la opinión de Quatrefages, que incluye á* los 
negritos en el mismo grupo que á los mincopies de An- 
daman y á los semangs de Malaca, puede asegurarse que 
es errónea, 

A las afirmaciones del Sr. Jordana, que en su última 
notable obra apoya las teorías del naturalista francés y 
las de Davis y Yirchow, opondremos nosotros las cifras 
craneoscópicas, ya consignadas -en otro lugar, que esta- 



— 383 — 
bleeen de «n modo indudable marcada separación entre 
los actas — dolicocéfalos — y los mincopies y semangs, emi- 
nentemente sub-braqaicéfalos. Respecto al error del céle- 
bre doctor alemán* que califica de braquicéfalas las ca- 
bezas por él estudiadas, ya dijimos oportunamente como 
se explicaba por la equivocada procedencia que se asigna 
á uros restos pertenecientes á otras castas. 

A las otras razones aducidas por aquel autor (\), pode- 
mos contestar recordando lo que ya hemos escrito acerca 
de las tribus negras de pelo crespo que viven en Aus- 
tralia, con las que tienen las aelas perfectas analogías. 
Demás, si por su talla y su menor desarrollo, no pueden 
éstos compararse con las gentes oceánicas del Este, tén- 
gase en cuenta que esas son circunstancias accidentales, 
ya que las influencias climatológicas y Jas condiciones de 
vida, pueden determinar su existencia. No hay, en efecto, 
que dar al olvido cómo los negritos de Luzon han ido des- 
apareciendo del Archipiélago; cómo se hallan sometidos 
al dominio de castas superiores; y cuan rápidamente de- 
generan los pueblos que, como el aela, viven bajo el yugo 
de otras gentes. 

Por eso advertíamos en otro lugar de ^este libro, que 
si existen diferencias anatómicas entre los negritos y otras 
razas oceánicas, no podían, sin embargo, admitirse las teo- 
rías que hacen del aela un pueblo único, sin igual ni seme- 
jante en las tierras de Oriente. 

Por último, si razones tiene el Sr. Jordana para des- 
echar las teorías de Semper, no nos faltan á nosotros para 
distinguir á los pueblos que" él confunde. 



( i ) Bosquejo geográfico é histérico-natural del Archipiélago fili- 
pino, página 45. 



— 284 — 

Si algunos rasgos de conformación exterior separan 
á los auíóchtones de Filipinas de las gentes de la Mela- 
nesia, otros bien marcados los apartan de los habitantes 
de Andaman, de frontales prominentes, prógnáticos, de 
pómulos separados, y con diámetros faciales que dan al 
rostro dimensiones muy proporcionadas. 

En cambio, tenemos en favor de nuestra opinión los 
datos craneoscópicos, cuya significación é importancia no 
puede desconocerse, que colocan á los negritos en el grupo 
de razas dolicocéfalas del Este, separándolos de las bra- 
quicéfalas que viven en los archipiélagos del Sur. 

Por otra parte, si admitimos que los aetas son los pri- 
mitivos habitantes del Archipiélago, no se concibe que 
ellos procedan de esos pueblos del Sur, donde viven ra- 
zas superiores que más tarde llegan á las playas filipinas 
y dan origen á multitud de familias mestizas. Si los abo- 
rígenes vienen de los grupos de islas del Sudoeste, habrá 
que conceder que los hombres que viven en éstas, y no 
pertenecen á la raza negra^ pudieron abordar nuestras 
islas al mismo tiempo que los aetas. 

Si por el contrario, nos dirigimos al Oriente en busca 
de las razas madres de los autóchtones, veremos allí gen- 
tes parecidas á los negritos, pero sin grandes conexiones 
con las tribus pardas del Archipiélago. 

De este último modo podrán armonizarse los hechos 
etnológicos comprobados hasta hoy, con los caracteres de 
esas razas. 

Así es posible, también, marcar dos épocas principales 
en la historia de la población filipina; una, en la cual nues- 
tras provincias se hallan habitadas por una raza negra ve- 
nida de las tierras polinesias; y otra, más reciente, en que 
gentes de los archipiélagos del Sur, y del vecino conti- 



— 285 — 
nente, abordan los dominios de los aelas, subyugan á és- 
tos, y después los arrojan á las comarcas que hoy ocupan. 

Durante este último período se verificaría, probable- 
mente, el cruzamiento de los diversos pueblos advenedi- 
zos, que dio origen á las tribus pardas que viven actual- 
mente en las islas. 

Tal es nuestra opinión, fundada en el resultado de las 
investigaciones y estudios que ya conocen los lectores. 

Al tratar de las familias idólatras de las distintas pro- 
vincias, hemos indicado las principales relaciones etnoló- 
gicas con pueblos oceánicos y asiáticos. 

Hemos de estudiar ahora la influencia de ciertas ra- 
zas, cuyos caracteres dominan en grado extremo la for- 
mación étnica del Archipiélago. 

Cuando describimos las tribus infieles de Luzon seña- 
lamos las analogías que algunas tienen con los pueblos 
asiáticos, y refutando la opinión de Semper, que ve en 
los ilongotes é ibilaos una fiel representación de los mala- 
yos, expusimos la nuestra, inclinada á buscar el origen de 
esas gentes en cruzamientos de los chinos con pueblos 
oceánicos. 

Lo mismo diremos.de los tingutanes, cuyos rasgos fi- 
sonomónicos y prácticas religiosas, revelan una relación 
de origen con la raza mogólica, que no admite duda. 

Son tantos los datos que prueban la influencia de los 
chinos en la antigua población del Archipiélago, que no 
creemos pueda dejar de admitirse por cuantos hayan he- 
cho un estudio algo detenido de las familias idólatras de 
Luzon. 

Cuando tratemos de las tribus cristianas, y de sus orí- 
genes probables, hemos de volver sobre un asunto por 
tantos conceptos interesante. 



— 286 — 

Pero, entretanto, recordaremos aquí las semejanzas que 
el tipo fisiológico de ibilaos y tingirianes ofrece con los 
pueblos del continente; las analogías que sus costumbres 
presentan con las de los habitantes del Tun-king; y la 
identidad de prácticas extrañas á una raza salvaje. 

Por otra parte las investigaciones filológicas revelan la 
existencia en los idiomas de los igorrotes de elementos .que, - 
como las sílabas cha, che, parecen derivados de lenguas 
asiáticas. También las industrias de los infieles de Lep^nto, 
que han llamado la atención de los viajeros, pueden re- 
conocer un origen chino; pues en los Anales del imperio 
se asegura que el emperador Fon-hi enseñó á sus subdi- 
tos el arte de fundir el bronce. 

La influencia del pueblo chino en la formación de las 
actuales razas filipinas, es tan marcada, aparece por mo- 
dos tan indudables, que no se concibe el escaso valor que 
le asignau los autores. 

La proximidad del continente á las costas occidenta- 
les del Archipiélago; la acción de las monzones; y el espí- 
ritu aventurero délos hijos del gran Imperio, permiten su- 
poner que de muy antiguo llegaron éstos á las tierras es- 
pañolas de la Oceanía. Recuérdese, á este 'propósito, que 
ya en el siglo ix existían frecuentes relaciones entre los 
chinos y los malayos; y que antes de esa época los japo- 
neses habían arribado á las islas de la Sonda. 

Si estudiamos las prácticas religiosas de las tribus in- 
fieles del Archipiélago, vemos también dominar el culto 
á los anuos, tan sagrado para los chinos. Por el contra- 
rio, entre las supersticiones de las castas salvajes no ha- 
llamos nada que se relacione con una sola idea informada 
en las antiguas teogonias indias; ni las más antiguas tra- 
diciones del país tienen semejanza con algo que revele un 



— 287- 

antiguo conocimiento de las célebres epopeyas de Valmiki 
y de Vyasa. • 

Entre tos pueblos civilizados del Archipiélago, se ve 
esa misma influencia, señalada por caracteres físicos bien 
pronunciados, y por elementos étnicos de indudable sig- 
nificación. Las vasijas antiguas de arcilla, á que se refiere 
Morga, encontradas en Luzon, tienen un origen japonés; 
siendo de notar la circunstancia de ser desconocido su 
mérito por los dueños, que las vendían á grandes precios 
á los japoneses. Los restos que Semper adquirió en las ca- 
vernas de Samar, pertenecen al pueblo chino, y aquel 
viajero encontró porcelanas y otros objetos que proceden 
de esas gentes. Según las noticias de uno de los guias que 
acompañaron á M. Marsh en su última expedición á Ma- 
rinduque, este viajero recojió vasijas japonesas muy anti- 
guas, en las grutas que visitó en aquella isla. 

Respecto al origen malayo de las tribus pardas de es- 
tas provincias, no negaremos que en alguna parte habrá 
contribuido á la actual población, pero^sin que entenda- . 
mos que esa influencia sea T;an general y decisiva como 
se pretende por algunos. 

Creemos haber demostrado que los caracteres físicos 
de muchas tribus del Archipiélago, no son los propios 
á las gentes de la Malasia; y respecto á las analogías 
lingüísticas, en que principalmente se apoyan los defen- 
sores del origen malayo, advertiremos que ni son tantas 
ni tan significativas como se cree. 

Ya hemos dicho que en el idioma tagalo, como en to- 
dos los dialectos que de él derivan, hay elementos de 
varias lenguas; y, por otra parte, aun supuesta la se- 
mejanza más perfecta entre esos idiomas, nunca podríamos 
dar á ese hecho una significación etnológica, que por sí 



— 288 — 

solo no tiene; como no podemos admitir que todos los 
cafres que hablan el banton tengan un mismo origen, ni 
creer que los fineses pertenecen á la raza de los húnga- 
ros, que poseen su mismo lenguaje. 

Por último, si no vemos en los pueblos de Filipinas 
más que el producto de un cruzamiento entre aetas y mala- 
yos, ¿cómo explicar la infinita variedad de esas gentes; 
sus diversas costumbres; y sus distintos caracteres? ¿Cómo 
nos darerfios razón satisfactoria de la existencia en las Islas 
de esas dos castas tan diferentes que, además de los ne- 
gritos, encontraron los conquistadores en Cebú? Y para 
esclarecer este último punto puede acudirse á las noticias 
que dá un historiador del pasado siglo que poseía datos 
fidedignos, conservados en los archivos de su Orden, 
acerca de los pobladores del Archipiélago en aquella remota 
época (*). 

Para explicar satisfactoriamente ese y otros hechos, ya 
señalados, forzoso es admitir la reunión en nuestras Islas de 
pueblos muy diversos, que llegaron á ellas desde las islas 
del Norte, las tierras polinésiSs, la costa de Asia, y los ar- 
chipiélagos extendidos al Sur de las provincias españolas. 

Algunos de esos pueblos se encontraron con los aelas, 
se mezclaron con ellos y dieron origen á las tribus cuyos 
caracteres revelan hoy esa antigua unión; otros, llegados 
en épocas posteriores, conservaron más puros los rasgos 
de origen, y se relacionaron con gentes mestizas, supe- 
riores á los autóchtones; y todos contribuyeron á formar 
esa población heterogénea que hoy vive en nuestras po- 
sesiones. 



(1) Historia de Filipinas, por Fr. Juan de la Concepción. Tomo 
i.° pág. 10. 



— 289 — 
§. III. Representación etnológica de ¡as actuales tribus. — 
Como resumen de nuestro trabajo, trazaremos á gran- 
des rasgos el cuadro de las gentes cuyo estudio hemos 
terminado. 

Para nosotros existe en Filipinas una raza aborigen, 
la de los aetas ó negritos, que ha sufrido la influencia de 
otros pueblos, y se halla en visible decadencia. 

Esa raza, que ofrece grandes analogías con otras de 
Australia y Nueva-Guinea, debió ocupar en pasadas eda- 
des todas las tierras del Archipiélago, emigrando luego 
hacia el Norte cuando se vio influida por otros hombres. 
Además de los autócthones hay en las Islas una po- 
blación mestiza, cuyo origen está en los cruzamientos de 
castas asiáticas y oceánicas. Todas las tribus que compo- 
nen aquella, lo mismo las infieles que las cristianas, re- 
velan la fusión de elementos muy distintos, y ni una sola 
posee caracteres propios de raza pura. 

El pueblo malayo llegó á las tierras del Sur, donde 
hoy se encuentran las familias que mayores semejanzas 
ofrecen con los habitantes de # Sumatra. En Luzon puede 
también señalarse su influencia, aunque de modo menos 
notable. Muchas tribus ínfleles de esta isla y no pocas 
civilizadas, representan el trato de los antiguos filipinos 
con las gentes de China y del Japón. Los bicoles y los 
visayas tienen para nosotros el mismo origen. 

Por último, no es difícil hallar grandes analogías en- 
tre varias familias de las tierras orientales de nuestras 
provincias, y otras de las Célebes y las Molucas, y aun al- 
gunas de la Polinesia. 

Todos los países que rodean el Archipiélago tienen 
en el significación etnológica, y muchos han contribuido, 
en mayor ó menor grado, al aniquilamiento de los abo- 

38 



— 290 — 

rígenes, y á la formación de ese pueblo donde un fa- 
moso naturalista encontró representadas todas las razas 
del mundo. 



ÍNDICE. 



Páginas. 



Dedicatoria. 
Al lector. . 



PARTE PRIMERA. 

NATURALEZA Y ORÍGEN DEL ARCHIPIÉLAGO. 



7. 



CAPITULO PRIMERO. 

GEOGRAFÍA Y GEOLOGÍA. 

Artículo primero. — §. I. Situación geográfica y límites 

de las Islas 13. 

§. II. Descripción general del Archipiélago .... 14. 

Artículo segundo. — §. I. Estructura y composición del 

suelo • 26. 

§. II. Terrenos volcánicos 33. 

§. III. Formación sedimentaria 37. 

Artículo tercero. — £. I. Aluviones modernos. ... 38. 

§. II. Formación madrepórica 39. 

5. III. Fósiles del Archipiélago 46. 

Artículo cuarto. — §. I. Cordilleras 48. 

§. II. Ríos 56. 

§. III. Lagunas 60. 

§. IV. Volcanes . 61. 

CAPÍTULO SEGUNDO. 
formación y productos de las islas. 

Artículo primero.;- g. I. Transformaciones del suelo. 74. 

§. II. Elevaciones y hundimientos 76. 



5. III. Temblores de tierra 79. 

Artículo segundo.— §. I. Origen y formación del Ar- 
chipiélago '. . 99. 

§. II.. Geognósia " 106. 

S- HI. Fauna 110. 

Artículo tercero.— §. I. Flora 132. 

§• II. Productos agrícolas 137. 

S. III. Estado actual de la agricultura filipina. . r . 147. 

PARTE SEGUNDA. 

RAZAS. 



CAPITULO PRIMERO. 

ETNOGRAFÍA. 

Artículo primero. — §. I. Consideraciones generales. . 153. 

§. II. Los negritos 160. 

§. III. Caracteres físicos 164. 

§. IV. Costumbres de la raza negra 169. 

Artículo segundo,— §. I. Tribus mestizas infieles. . 175. 

§. II. Razas infieles de Mindanao 213. 

§. III. Los moros. . . . « . 237. 

¡j. IV. Idiomas de estos pueblos 245. 

Artículo tercero.— §. I. Pueblos cristianos de Luzon. 247. 

§. II. Caracteres físicos. 250. 

§. III. Costumbres y usos. . . 256. 

§. IV. Los visayas • . . . 266. 

$. V. Idiomas 269. 

CAPÍTULO SEGUNDO. 
etnología. 

Artículo único. — §. I. Distribución de las diversas ra- 
zas 276. 

S. II. Relaciones étnicas de los pueblos filipinos. . 282. 

§. III. Representación etnológica de las actuales tribus. 289. 



ERRATAS. 



Pág. 



Línea. 



DICE. 



LÉASE. 



37 


. 13 


cal 


caliza 


65 


7y8 


0. este 


Oeste 


82 


10 


costa 


costra 


145 


9 


alcanzarían 


alcanzarán 


16-2 


7 


el distrito 


los distritos 



OBRAS DEL AUTOR 

Estudios clínicos acerca de los heridos en la última cam- 
paña de Joló. (Premiada.) 
La emigración española, y el Archipiélago filipino. 



EN PREPARACIÓN. 



Geografía médica de Filipinas^ 
Aguas minero-medicinales de Luzon. 





U*&< **# .*•. * \ V*~ ^. -. -*£ -¿ -* -*.*•* * ,* *. *<<%*j*f-V 

= * *vY> ; fc y^. ^^fci» * . ^Vá^v'.v% 






* v * » * < • ^ * . " * *> v 






■^' * 



*• »* ^< 



,' ^ ,>•• c*- 
























N$fésb^43&JJ 








"■ ** -v*; 


:• ■< ^¡e -^ i* ** - 




* * 










v # 


v" ¿V^ír** 




'V "-3" 








*C ^ 



„* *■ * f 



*c* 



* v*. 




A 



^V#Y"<* «^ 



£->' ^ v 












^^^í^íí^ei^S^viP'* 









üfi 



lié: 



^feí» 



^iVíí^Hii'ií^; 



^^Í^K^